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ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR O ¿cómo hacer hoy una buena historia critica?

Carlos Antonio Aguirre Rojas

Los libros d

Primera edición: Ed. La Vasija, Ciudad de México, México, febrero de 2002. Segunda edición: Ediciones Desde Abajo, Bogotá, Colombia, octubre de 2002. Tercera edición: Editorial Prohistoria, Rosario, Argentina, enero de 2003. Cuarta edición: Ed. La Vasija, Ciudad de México, México, marzo de 2003. Quinta edición: Editorial Magna Terra, Ciudad de Guatemala, Guatemala, agosto de 2004. Sexta edición: Ed. Centro "Juan Marinello", La Habana, Cuba, noviembre de 2004. Séptima edición: Ed. Contrahistorias, Ciudad de México, México, octubre de 2005.

ÍNDICE

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PRÓLOGO

15

INTRODUCCIÓN CAPÍTULO I

DE ANTIMANUALES Y ANTIDEFINICIONES DE LA HISTORIA

21

CAPÍTULO II

LOS SIETE (Y MÁS) PECADOS CAPITALES DEL MAL HISTORIADOR

35

CAPITULO til

EN LOS ORÍGENES DE LA HISTORIA CRÍTICA

53

CAPÍTULO IV

ISBN 999-3969-22-2

POR LOS CAMINOS DE LA BUENA HISTORIA ANTIPOSITIVISTA

, © CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS © Contrahistorias. La otra mirada de Clío

Estamos por la difusión más amplia posible de la cultura. Se permite la reproducción total o parcial de esta obra por medios electrónicos, mecánicos, químicos, ópticos, de grabación o fotocopia, con el simple permiso escrito del editor.

71

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CAPÍTULO V

LAS LECCIONES DE 1968 PARA UNA POSIBLE CONTRAHISTORIA RADICAL

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CAPITULO VI

¿QUÉ HISTORIA DEBEMOS HACER Y ENSEÑAR HOY? UN MODELO PARA (DES)ARMAR 111

Diseño gráfico y formación: ALFREDO QUIROZ ARANA Impreso en México / Printed in México

BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL DEL BUEN SEGUIDOR DE ESTE ANTIMANUAL

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WALTER BENJAMÍN

"Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence..." Walter Benjamín, Sobre el concepto de historia,

tesis VI, ca. 1940.

PRÓLOGO

Edeliberto Cifuentes Medina ¿QuÉ HISTORIA HAY QUE CONSTRUIR y enseñar a principios del siglo xxi?. ¿Es la historia un ejercicio intelectual y profesional que constituye una verdadera necesidad y urgencia para la comprensión, interpretación y explicación de un mundo en crisis?. ¿Y es todavía útil e importante aprender y enseñar historia, en el mundo globalizado de hoy, y dentro del vertiginoso proceso de vaciamiento de la subjetividad que ahora vivimos?. ¿Tiene sentido que una persona dedique su tiempo y su vida a un quehacer que en la mayoría de los casos no requiere, supuestamente, de ninguna formación profesional y/o académica?. Porque si bien es ampliamente reconocida la función que tiene la memoria para el sujeto, y también la importancia que posee el pasado en la sociedad, vale la pena preguntarse, ¿de qué memoria se trata, y qué parte de ese pasado está estructuralmente expresado en el presente?. ¿Y qué diferencias o similitudes existen entre la memoria individual y la colectiva, y de otra parte la historia?. Pero también, ¿cuál es el sentido de investigar y escribir historia en un momento en el que aparecen nuevas interrogantes, e hipótesis, y problemas, todos ellos sobre el sentido de la sociedad, sobre las estructuras del poder y sobre el contenido de lo humano?. Y aún más: ¿cuál es la importancia del trabajo del historiador, en una época de generalizada confusión y de crisis de los paradigmas en las ciencias sociales, pero también en los tiempos de un supuesto carácter exclusivamente narrativo del discurso historiográfico, provocado por la anacrónica sobrevivencia del positivismo y defendido en las delirantes posiciones del discurso posmoderno?. Y es que, sin duda, ningún historiador que se considere verdaderamente imbuido de su responsabilidad profesional, y

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• ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR •

comprometido con su propia sociedad, puede dejar de plantearse estas preguntas, y de realizar un serio y profundo análisis de su trabajo, lo mismo que de la función y de los efectos que el mismo pueda tener en el desarrollo social. Y aunque no es frecuente que el historiador reflexione sobre su quehacer, y sobre la importancia y trascendencia del mismo en la percepción, comprensión, interpretación y transformación de las complejidades de su sociedad, eso no impide que todo trabajo historiográfico cumpla una función, y que tenga por lo tanto una utilidad y un sentido, sea en la línea de la humanización, o por el contrario, en la de la deshumanización de esa misma sociedad. Es decir que todo trabajo o ensayo sobre la sociedad, sobre la memoria, o sobre la historia, se enfrenta siempre a un claro dilema ineludible, que es el de, o bien tener impactos perversos sobre la evolución y el desarrollo de la sociedad, o por el contrario, convertirse en cambio en una verdadera herramienta para la estructuración de subjetividades individuales y colectivas que estén en correlato con una condición humana plena, y con un conjunto de valores y prácticas diferentes y superiores a las actuales. Por eso, todo posible ensayo de este género, o bien reproduce prácticas autoritarias, o en cambio, se abre hacia la pluralidad de las acciones, los procesos y los hechos; o bien se construye como una verdadera y rigurosa forma de pensar, o por el contrario, se reduce al simple ejercicio del recuerdo y la nostalgia. En suma, todo trabajo historiográfico, desde el más ingenuo y espontáneo hasta el más elaborado y crítico, deja su impronta, impacta y produce efectos en la conformación del sujeto y en las subjetividades, lo mismo que en el rol que las mismas juegan dentro de la existencia y para la transformación de los modelos de vida. Por ello, ningún trabajo historiográfico puede estar al margen de los desarrollos filosóficos, de los debates políticos, de los métodos y de las reflexiones que otros saberes hacen sobre lo humano y lo social. Así, no es posible que el trabajo del historiador exista al margen de los aportes, problemas, hipótesis y métodos del resto

de las ciencias sociales y de las reflexiones filosóficas más importantes. Por ello, el historiador que asuma su función como un trabajo creativo y comprometido con su sociedad no podrá atenerse a las viejas fuentes y a las viejas prácticas de recuperación del pasado concebidas sólo como un regodeo personal, o como un discurso que sirve para entretener a los ociosos y a los "jubilados", llenando por ejemplo las secciones de la prensa en los fines de semana, en la simple lógica de ofrecer una "sana" distracción dominical. Es decir que para construir una historia nueva y profundamente renovada, será necesario ubicar a esos diversos discursos historiográficos en su función o de legitimadores, o de superadores de lo establecido. Caso este último en el que el trabajo del historiador por esa historia nueva, será a la vez un análisis y superación de sus fuentes, de sus técnicas, de sus métodos y hasta del estilo de construcción del relato, junto a una inquietud y verdadero entusiasmo para recuperar y recrear por cuenta propia las nuevas formas de construir la historia, a partir entonces de otras fuentes, y por ende de toda huella, creación y producción de lo humano. Es pertinente, en consecuencia, en esta construcción de una historia crítica, acotar las particularidades de la historia tradicional y de la historia crítica moderna, y señalar que no solo hay una radical diferencia en cuanto a la percepción, comprensión, y explicación de los procesos sociales, sino a la vez una diferencia rotunda en cuanto a cómo asumir y concebir las relaciones de poder y de vida: porque si la historia tradicional es aburrida y llena de fechas, personajes, protocolos palaciegos, siendo además legitimadora y conservadora, la historia crítica es en cambio una historia abierta a la vida, a las creaciones y a las resistencias populares, lo mismo que a todos los procesos que le dan centralidad a las expresiones humanas más esenciales. Y es que el oficio de historiar implica tareas y prácticas verdaderamente interesantes, novedosas y a tono con los sueños y creaciones de los grupos que resisten y que luchan en los diversos campos y frentes sociales por una vida mejor. Por eso, hacer esta historia genuinamente crítica implica superar los modelos que atan

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el trabajo del historiador a la simple narración del pasado, y a contracorriente de esto, proponer que el trabajo del historiador actual debe situar su objeto de estudio dentro de inesperadas y siempre heurísticas coordenadas del tiempo, del espacio, del tema y hasta de los resultados. En suma, se trata de recuperar para el trabajo del historiador aquellas tradiciones críticas forjadas en un previo esfuerzo de teorización y de reflexión, pero también de luchas, de debates y de prácticas que recuperan el cambio, el movimiento, y los estilos de vida solidarios y sustentados en la pluralidad, la verdad y la justicia. Se trata, seriamente, de asumir el trabajo de historiar en todas sus complejidades, en su rigor, en su profundo compromiso con la verdad, pero a la vez, con su función altamente ediñcadora y gratificante de saberse militante por la vida, lo mismo que por el verdadero enaltecimiento de la condición humana. Este libro de Carlos Aguirre Rojas, que ahora se reedita por tercera ocasión en México, después de haberse editado ya en Colombia, Argentina, Guatemala y Cuba, nos ofrece un expediente documentado y riguroso sobre el por qué y cómo escribir esa historia crítica antes mencionada, a la vez que nos devela los propósitos deshumanizantes que se ocultan en la historia tradicional, en la historia oficial y en la versión más elaborada, pero no por ello menos perversa de la historia positivista. Desde indicarnos los deslices simplificadores y de control de la historia acartonada tradicional, hasta comentar los siete (y más) pecados capitales del mal historiador, desde hacer una sistemática y rigurosa exposición de los orígenes de la historia crítica hasta exponer las formas y/o modos de una historia antipositivista, y desde un señalamiento de los vicios y perversiones de la historia elaborada desde el poder, hasta la exposición de los nuevos discursos historiográñcos que afloran a partir de los movimientos contrasistémicos de 1968, de emergencia y expresión planetaria, es que se arma el argumento de este libro. Porque este último es una crítica (en su acepción de examen sistemático), de las diversas versiones tradicionales de la historia,

pero a la vez, una propuesta, para la práctica de un oñ'cio verdaderamente vital y a tono con los desarrollos actuales más avanzados. Es decir, una propuesta que no solo supera a las corrientes y discursos que reproducen lo formal y lo esquemático, sino que, avanzando a contracorriente, se apoya también en aquellas versiones que ya han comprobado su poder y su fuerza para acceder hasta las estructuras ocultas, hasta los entornos mas oscuros, en el objetivo de iluminar ahora el lado generoso y creativo que practican grandes sectores de la humanidad. Así, para un todavía vasto sector de nuestro medio latinoamericano, y por ejemplo para Guatemala entera y también aún para México, la reedición de este Antimanual del mal historiador, O ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica? representa la existencia de un material de capital utilidad para el debate y para la profesionalización de un oñcio que, en todavía amplios espacios de nuestras historiografías de América Latina, arrambla los lastres de esa historia positivista, desde sus expresiones más vulgares, hasta las ambiguas formas de una supuesta historia cultural, o de una historia política, o también de una sociología completamente inmediatista. Con la riqueza de una trayectoria intelectual intensa y fructífera de ya largos años, y con experiencias en diversas Universidades y países de todo el mundo, aunque en pleno gozo de una de sus juventudes; con la ya extensa realización de estudios y publicaciones, pero con la reiterada novedad de ofrecernos siempre un trabajo que, desde la primera idea hasta la última propuesta crítica, no deja de provocarnos y de transmitirnos reflexividad, entusiasmo y energía por el ejercicio de una profesión que es y será siempre edificante si se le asume con los afectos, rigores e imaginación que exige la práctica de toda ciencia; y con la ya conocida apabilidad y particular deferencia hacia todas las naciones de nuestra América Latina, expresadas en las múltiples visitas académicas realizadas en los últimos cuatro lustros, pero siempre con una renovada frescura de nuevos saberes, Carlos Antonio Aguirre Rojas deja, con esta publicación y con su magisterio, su impronta dentro de la actual historiografía latinoamericana.

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I

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Corresponde entonces a los seguidores realmente críticos de Clío, en este espacio nuestro que llamamos Latinoamérica, continuar rompiendo lanzas por una historia renovada, actualizada, crítica y alimentada en las más añejas tradiciones de resistencia, de lucha y de esperanza. Y ello, con la más profunda convicción de que nuestro trabajo y nuestros afanes, inscritos en el horizonte del objetivo de alcanzar la existencia de "Un mundo en el que quepan todos los mundos posibles", y con la seguridad de que "Otra América Latina es todavía posible", serán siempre un trabajo y unos afanes profundamente gratificantes y socialmente convocantes. Ciudad de Guatemala, octubre de 2004.

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INTRODUCCIÓN "Creo en el futuro porque yo mismo participo en su construcción"

Jules Michelet En México, algo muy importante comenzó el primero de enero de 1994. Hasta el punto de que podemos añrmar que el "breve siglo xx", que a nivel general comienza con la Primera Guerra Mundial y con la Revolución Rusa de 1917, para cerrarse con la caída del Muro de Berlín, ha comenzado en cambio, en nuestro país, con el estallido de la Revolución Mexicana de 1910, para concluir precisamente en esa fecha simbólica importante que representa la irrupción pública del movimiento neozapatista mexicano. Porque los siglos verdaderamente históricos se construyen, precisamente, a partir de las diversas duraciones de los fenómenos que dentro de ellos se despliegan, dándole temporalidad y sentido a las distintas curvas evolutivas que esos mismos siglos representan. Entonces, cuando se cierra un siglo histórico, distinto del simple siglo cronológico, se cierran con él esos mismos procesos fundamentales que le dieron vigencia y sustancia, cambiando la página de la historia, para inaugurar nuevos procesos y nuevas situaciones, igualmente correspondientes al nuevo siglo y al nuevo ciclo histórico que comienza. Por eso, entre tantas otras razones, es que se impone también la construcción de un nuevo tipo de historia. Y esto, en el doble sentido de participar activamente en la transformación de esa historia real que los hombres y las sociedades construimos todos los días, pero también en la línea de intentar edificar un nuevo tipo de saber histórico y de discurso historiográfico, capaz de aprehender y de

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reflejar adecuadamente a esas nuevas realidades de la historia real, pero también capaz de proveernos de algunas de las herramientas intelectuales necesarias para intervenir eficazmente en dicha construcción renovada de esa historia real. Algo que por lo demás, ha sido también planteado por los indígenas rebeldes de nuestro país. Pues ellos han insistido constantemente en que su lucha es también una lucha de la memoria contra el olvido, lo que significa que es también un intento por recuperar y por mantener viva la memoria de su propia historia, la memoria de sus luchas y de sus reclamos, tanto como la reivindicación del pasado, del presente y del futuro que ellos, como indígenas, representan, y que la historia oficial ha borrado e ignorado sistemáticamente durante siglos. Porque si la historia la escriben siempre los vencedores, y si cada clase que domina reinventa al pasado y a las tradiciones para legitimar su propia dominación, entonces es claro que el papel que han tenido los indígenas mexicanos, dentro de las múltiples historias oficiales escritas durante siglos en nuestro país, ha sido un papel completamente marginal e irrelevante. Ya que lo mismo en la visión abiertamente racista, que trata al indígena como si hubiese sido una simple "materia prima" de los conquistadores, como presa y punto de apoyo de la sociedad colonial que "lo mestiza", que en la visión paternalista y despreciativa que lo quiere "normalizar", "modernizar" e incorporar al "progreso" de nuestra modernidad capitalista, el papel que se le ha asignado a los pueblos indígenas de México, ha sido siempre el de simples objetos pasivos y receptivos de la historia, pero nunca el de sujetos activos, rebeldes, actuantes y poseedores de un proyecto propio y específico de vida, de sobrevivencia, de resistencia y de modernidad alternativas, e incluso de propuestas de caminos diferentes para el desarrollo de ciertos procesos en nuestro país. Así que cuando los neozapatistas reclaman mantener viva la herencia de sus muertos y de sus antepasados, lo que están reivindicando es justamente ese pasado que ellos mismos han construido, y en el que siempre han sido los sujetos de su propia historia,

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pasado que a través de luchas, insurrecciones, rebeliones y resistencias prolongadas y continuas, han logrado preservar y mantener vivo hasta el día de hoy. Por eso urge reescribir toda la historia de México, incorporando de manera orgánica y sistemática dentro de su trama, entre varios otros, también a este sujeto indígena y al conjunto de sus acciones, intervenciones, luchas y resistencias específicas. Como también urge comenzar a ver la historia, en general, de un modo nuevo y diferente, haciéndola, escribiéndola, investigándola y enseñándola de una manera radicalmente distinta a como lo hemos hecho hasta ahora, una manera diferente que sea realmente acorde con estos nuevos tiempos que han comenzado a vivirse en México después de 1994. Pero es claro que es imposible construir una historia nueva, con las viejas y desgastadas herramientas que corresponden a los también ya anacrónicos modos en que se ha practicado hasta hoy el oficio de historiador en nuestro país. Pues son esas viejas concepciones de la historia, y esas viejas fuentes y técnicas consagradas durante tantas décadas, y repetidas durante lustros y lustros en las aulas, las que han forjado esa historiografía oficial que no sólo ha ignorado a los indígenas, sino también a las mujeres, e igualmente a los campesinos, a los obreros y a las grandes masas populares, a la vez que se concentraba solamente en el estudio de la vida de los presidentes y de los políticos mas conocidos, en las pugnas de los pequeños y elitistas grupos o facciones de las clases dominantes, o en el análisis de los discursos y las obras de tal o cual literato, científico, o 'gran personaje' de nuestra historia nacional. Poniendo entonces el énfasis en ese estudio de las guerras, de los tratados, de las acciones del Estado y de la biografía de los supuestos "grandes héroes" de la nación, la historia oficial e incluso una inmensa mayoría de la historia académica, ha hecho hasta el día de hoy caso omiso de las realidades económicas, sociales, culturales y civilizatorias que, en profundidad y de una manera esencial, han definido las grandes líneas de la evolución de nuestra historia en general.

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Por eso, hace falta llevar a cabo una doble tarea transformadora dentro del vasto espacio de nuestros estudios históricos actuales: en primer lugar, un trabajo sistemático de crítica permanente de esa historia oficial, positivista y tradicional, trabajo que al mismo tiempo que denuncia y demuestra las inconsistencias y la pobreza de los resultados historiográficos producidos por esta historia limitada que ha sido dominante en nuestro país hasta el día de hoy, hace evidente también la clara función conservadora del statu C\UQ que ha cumplido y que cumple este mismo tipo de historia perezosa y complaciente con los actuales grupos y clases dominantes. Pero también y en segundo lugar, es ahora necesario mostrar con claridad los nuevos rumbos por los que debe transitar la nueva historia que urge comenzar a elaborar, explicando con paciencia y detalle el conjunto de herramientas intelectuales y de puntos de apoyo que habrá que utilizar en la construcción de esa otra historia diferente y crítica, a la vez que avanzamos, audazmente, en las primeras aplicaciones y reconstrucciones de los diferentes temas y períodos que comprende nuestra propia historia nacional. De este modo, promover e impulsar una historia nueva, actualizada, científica y crítica en nuestro país, no es otra cosa que intentar asumir, dentro de nuestro propio oficio de historiadores, las consecuencias importantes de la situación histórica también nueva que ahora vivimos. Pero no para renovar y reciclar una vez más, vistiéndola con nuevas ropas, a la vetusta y siempre bien vista historia oficial complaciente con el poder y dispuesta eternamente a legitimarlo y a servirlo, sino más bien para volver a conectar a esta renovada ciencia de la historia con sus raíces fundadoras esenciales, pertenecientes a las mejores tradiciones del pensamiento social crítico contemporáneo. Es decir, renovar a la historia para restituirle su dimensión profunda como historia crítica, vinculada a los movimientos sociales actuales y a las urgencias y demandas principales del presente, a la vez que dispuesta a contribuir y a colaborar, en la medida de lo posible, en la construcción de un futuro diferente, donde se elimine la explotación económica, el despotismo político, y la desigualdad y discriminación sociales, y en

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donde el porvenir no sea visto, como sucede hoy, con aprehensión y con temor, sino por el contrario, con verdadero optimismo y con profunda esperanza.

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CAPÍTULO i DE ANTIMANUALES Y ANTIDEFINICIONES DE LA HISTORIA

"En pocas palabras, podemos decir que (...) un mal Manual solo merece ser fulminado...". Marc Bloch, "¿Manuales o Síntesis?", AHES,vol. V, 3933.

MARC BLOCH

¿Por qué escribir y publicar hoy, en los inicios de este tercer milenio cronológico, un Anti-manual y además, un anti-manual del "mal historiador"?. Porque estamos convencidos de que la mayoría de las instituciones académicas que hoy forman y educan a los futuros historiadores de nuestro país, lo que están educando y formando es a malos historiadores, y no a historiadores críticos, serios, creativos y científicos. Y también porque sabemos que el sentido que tienen, en general, todos los "manuales" es el de simplificar ideas o argumentos complicados, con el fin de volverlos asequibles a un público cada vez más amplio. Pero nuestro objetivo en este pequeño libro es muy distinto: lo que queremos no es hacer simples, ideas que son complejas, sino más bien combatir y criticar viejas ideas simples, rutinarias y ya superadas sobre lo que es y sobre lo que debería ser la historia. Ideas que a fuerza de repetirse, desde la educación primaria más elemental hasta el nivel universitario de la licenciatura y de los postgrados, han terminado por ser aceptadas y reconocidas por la inmensa mayoría, construyendo así la empobrecida y deformada noción de lo que hoy se llama comúnmente "historia". Al mismo tiempo, y luego de criticar esa visión anacrónica y limitada hoy imperante, de lo que es y de lo que debería ser la

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historia, queremos presentar, también de modo accesible a un vasto público, ciertas ideas y propuestas, complejas y elaboradas, de lo que en nuestra opinión debería ser y es en verdad la historia más actual y más de vanguardia. Pero no convirtiendo a esas propuestas e ideas en tesis y nociones simples, sino más bien reformulándolas de una manera sencilla, que a la vez que mantiene su complejidad, las ilustra con ciertos ejemplos y las desmenuza con más detalle, retraduciéndolas a un lenguaje más cercano y asequible a ese amplio público. Porque lejos de esa imagen que nos han impuesto, y que reproducen con tenacidad la inmensa mayoría de nuestras escuelas y de nuestras Universidades, imagen que presenta a la historia como algo aburrido y memorístico, que sólo se ocupa de cosas viejas y de rancios pasados ya muertos y lejanos, la historia más actual y de vanguardia es en cambio algo vivo y apasionante, que investiga los más relevantes problemas del ser humano y de las sociedades contemporáneas, con una riqueza de instrumentos intelectuales, y de métodos y técnicas, que deslumhran de inmediato a todos aquellos que deciden introducirse seriamente en sus interesantes e intrincados laberintos. Así, para nosotros, la historia no es una disciplina asociada solamente con los archivos, y con los hechos, personajes y sucesos ya desaparecidos y muertos, sino una ciencia también de lo social y de lo vivo, atenta al perpetuo cambio histórico de todas las cosas, y directamente conectada, de mil y una maneras, con nuestro presente más actual, lo mismo que con nuestra vida social mediata e inmediata, en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Además, si el tipo de historiador que hoy se forma en la gran mayoría de las escuelas y de los postgrados de historia de nuestro país, es de manera predominante un mal historiador, poco actualizado respecto de las principales corrientes historiográficas más actuales, y poco informado de los trabajos y de las obras de los más importantes historiadores del siglo xx, entonces el tipo de historia que también de un modo generalizado se produce y se publica entre nosotros, es una historia puramente descriptiva, monográ-

fica, empobrecida y profundamente acrüica. Porque no hay duda de que es inofensivo y hasta conveniente para los actuales poderes y grupos dominantes, que se repitan hasta el cansancio -de los alumnos y hasta de los propios profesores- las "gestas gloriosas" de nuestra Independencia, los cuentos sabidos y archir repetí dos de nuestra historia colonial, las versiones paternalistas y hasta indulgentes de nuestra etapa precolombina o prehispánica, y las siempre ligeramente preocupadas versiones de nuestro "agitado" y "caótico" siglo xix. Y todo ello, para confortarnos al final con la idea de que hoy, a pesar de todo, estamos mucho mejor que en cualquiera de esas épocas del "pasado", y para demostrarnos por enésima ocasión que, a fin de cuentas, "hemos progresado". Sin embargo, y desde hace ya más de un siglo, la verdadera historia científica ha peleado abiertamente para dejar de ser ese simple instrumento de legitimación de los poderes estatuidos, tratando de distanciarse tanto de la "historia" oficial -en verdad, más bien simple crónica de las conquistas, de las victorias y de los 'logros' de esos mismos poderes-, como de las distintas versiones de la igualmente limitada y sometida historia tradicional. Ya que es imposible hacer una historia seria, de cualquier hecho, fenómeno o proceso, en cualquier momento o etapa del "pasado" o del "presente", que no muestre en su análisis la necesaria finitud y caducidad de lo que se estudia, haciendo evidentes el carácter efímero y los límites temporales de ese problema investigado, y subrayando el obligado cambio histórico al que están sometidos todos esos procesos, fenómenos y sucesos mencionados. Pero entonces, si practicamos el análisis histórico desde esta idea de la historia siempre atenta al cambio, y siempre enfocada en esa dialéctica de permanencia y de transformación de todos sus objetos de estudio, desembocamos necesariamente en una historia genuinamente crítica, que junto al "lado bueno" de las cosas observa y analiza también su "lado malo", desmitificando a los héroes y normalizando a los personajes y a las situaciones extraordinarias y excepcionales, al tiempo que "desglorifica" los orígenes y las gestas fundadoras, e introduce sistemáticamente los fracasos

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junto a los éxitos, la vida cotidiana al lado de los "grandes momentos históricos", los procesos sociales y económicos por debajo de las grandes batallas militares o de los resonantes sucesos políticos, y las creencias colectivas y la cultura popular junto a las brillantes ideas y las "obras geniales" de la ciencia, la literatura o el conocimiento de lo social, por mencionar sólo algunos de los tantos ejemplos posibles. Una historia crítica, que siendo forzosamente opuesta a las historias oficiales y tradicionales hasta hoy dominantes, se desplaza sistemáticamente de las explicaciones consagradas y de los lugares comunes repetidos, para intentar construir nuevas y muy diferentes interpretaciones de los hechos y de los problemas históricos, para rescatar e incorporar nuevos territorios, dimensiones o elementos hasta ahora ignorados o poco estudiados por los historiadores anteriores, y para restituir siempre el carácter dinámico, contradictorio y múltiple de toda situación o fenómeno histórico posible. Una historia difícil, rica, aguda y crítica, que se cultiva muy escasamente en nuestro país, y que es sin embargo la única historia realmente valiosa y aceptable, si es que deseamos escribir y enseñar una buena historia, y si es que pretendemos, en esa misma práctica histórica, estar por lo menos a la altura de los desarrollos y de los progresos más recientes que ha alcanzado hoy el oficio de historiador, en el mundo entero, y en estos inicios del tercer milenio cronológico que ahora comenzamos a vivir.

objeto de estudio, de sus métodos principales y de sus técnicas fundamentales, lo mismo que de sus objetivos, sus resultados y sus modelos, teorías, categorías y problemáticas más esenciales. Entonces, definiendo o estableciendo lo que para nosotros no es la historia y los problemas a los que no debería de limitar su estudio, y las técnicas en las que no debería estar confinada, etc., quizá sea posible no sólo identificar con más precisión a este tipo de historia tradicional y aburrida que todavía hoy padecen nuestros estudiantes a lo largo de toda su formación, sino también ayudar a desbrozar el camino para superar a este tipo de historia, y para ser capaces de proponer y de practicar otra historia, completamente diferente y nueva. Historia diferente a la que hoy se cultiva mayoritariamenté, que no es "la ciencia que estudia los hechos y situaciones del pasado". Porque, más allá de que es totalmente imposible fijar con rigor y certidumbre la fecha, o momento, o etapa que hoy divide nuestro "presente" de nuestro "pasado", es claro también que la historia no es esa aburrida y temerosa ciencia del pasado, sino más bien la ciencia que se consagra al estudio de "la obra de los hombres en el tiempo", según la acertada definición de Marc Bloch, y por lo tanto, el examen crítico que abarca lo mismo el más pretérito periodo de la mal llamada "prehistoria" humana, que el más actual e inmediato presente. Ya que es claro que esta definición de la historia, como ciencia que estudia el pasado, no sólo pretende rehuir el compromiso social del historiador con su propio presente, sino que también confunde a nuestro oficio, con la simple y burda tarea del anticuario. Porque son el anticuario o el coleccionista de antigüedades, los que se ocupan "sólo del pasado", rompiendo artificialmente una línea temporal que es esencialmente continua, línea que nos demuestra permanentemente que cualquier 'presente' -y por ende, también cualquier 'pasado'-, no es más que una compleja articulación estratificada de distintos "pasados todavía presentes", es decir de diversos hechos y fenómenos históricos que remontan su origen y su vigencia a muy diferentes líneas y magnitudes

Si un manual tradicional, que ayuda a formar malos historiadores oficiales y tradicionales, comienza siempre por ciertas definiciones, entonces un Antimanual como este, que persigue abrir el espacio y coadyuvar a crear las condiciones para formar buenos historiadores críticos, debería comenzar tal vez con toda una serie de antidefiniciones. Anticonceptos, antinociones y antidefiniciones de lo que debemos entender por la historia, de cuál es su específico

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temporales, magnitudes que incluyen desde el estricto ayer de unos días, semanas o meses, hasta los varios pasados de lustros, décadas, siglos o hasta milenios. Historia entonces que estudia tanto el "pasado" como el más actual y candente "presente", y además sin caer en su falsa y siempre artificial separación, que explica que hoy exista, con plena legitimidad y reconocimiento social, el área de la llamada historia contemporánea, también nombrada a veces como historia inmediata, o historia del tiempo presente, historia que tomando como su objeto de análisis a esos fenómenos actuales del más diverso orden, es capaz de integrarlos y de explicarlos dentro de una visión que restituye en profundidad toda su carga y toda su densidad históricas específicas. Una historia que no se construye, además, sólo con documentos escritos, ni tampoco sólo con los testimonios depositados en los archivos históricos. Porque el buen historiador no se forma sólo en los archivos, sino también, y muy esencialmente, en la observación acuciosa y aguda de la vida más actual y de la vida del pasado en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Ya que hace más de siglo y medio que aprendimos que las fuentes del historiador no se reducen sólo a los textos y a los testimonios escritos, sino que abarcan absolutamente a toda huella o trazo humano que nos permita descifrar y reconstruir el problema histórico que acometemos. Así, lo mismo la dendrocrenología, que nos permite volver a trazar las diferencias del clima durante cientos de años, que el análisis del carbono 14, que hace posible datar la antigüedad de un hueso fósil, e igualmente la fotografía aérea, que nos deja ver las diferentes formas que adquieren los campos de cultivo en las distintas regiones de un país, o la iconografía, que nos entrega parte de las actitudes y de las prácticas cristianas de un culto religioso, son todas fuentes pertinentes y legítimas del trabajo actual y cotidiano de los historiadores. Ya que cuando se trata de comprender, y luego de explicar un hecho o proceso histórico determinado, el historiador inteligente está autorizado a recurrir a cualquier elemento o indicio posible que le permita entender o analizar el específico problema

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que aborda. Lo que explica el hecho de que, en la actualidad, la historia se haga apoyándose lo mismo en la fotografía o en el cine que recurriendo sistemáticamente a los testimonios orales, e igualmente interpretando una pintura o un monumento, que construyendo una serie económica, demográfica o cultural, entre tantas otras posibles fuentes de las que ahora disponen los historiadores en el ejercicio de su oficio. Otra "antidefinición" importante de la historia verdaderamente científica es la que afirma que no es posible hacer la historia de México, o de Francia, o de Chile o España, e incluso la historia de Europa, o de África, o de América Latina, si uno se queda limitado al análisis de los procesos y de los hechos puramente mexicanos, franceses, chilenos, españoles, europeos, africanos o latinoamericanos, según los diversos casos respectivos. Porque después del siglo xvi, y del profundo e irreversible proceso de radical universalización histórica que la humanidad ha vivido en los últimos cinco siglos, es cada vez más imposible entender las historias locales, nacionales o regionales, si uno se encierra en el limitado y siempre parcial horizonte local, nacional o regional. Y sin embargo, todavía hoy siguen siendo muy comunes y difundidas, por ejemplo, esas historias "nacionales" que no van más allá de sus propias fronteras, limitándose en el mejor de los casos a considerar ciertos elementos que desde esta perspectiva, suelen calificarse como los "factores externos" de esos mismos procesos nacionales estudiados -factores externos que, en este caso, son siempre concebidos solamente como un simple "complemento" marginal e inesencial, para la explicación del "cuadro total"-, cuando no simplemente ignoran totalmente la existencia misma del resto del mundo, en el peor de los casos. Pero si Henri Pirenne gustaba de repetir que no había "historia posible de Bélgica, que no fuese a la vez una historia de Europa", y si tanto March Bloch como Fernand Braudel han retomado esta sentencia pirenniana para agregar que, además, no hay historia posible de Europa que no sea a la vez una historia del mundo, entonces no existe hoy historia científica posible que no rompa

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totalmente con el limitado marco nacional, incorporando y considerando el rol siempre esencial que juega la historia universal dentro de cada una de las historias regionales, continentales, nacionales y hasta locales de cualquier espacio o rincón de nuestro planeta. Y esto, no al simple modo secundario de los "factores externos", sino como dimensión fundamental subyacente a los procesos más locales, sin la cual es imposible la adecuada comprensión de los problemas estudiados. Porque, por ejemplo, los movimientos y los procesos complejos de las Independencias de México, o de Colombia, o de toda América Latina como conjunto, no pueden entenderse adecuadamente, sin tomar también en cuenta los elementos fundamentales que aporta la existencia de la crisis profunda que entonces vive Europa, y que determina el sentido de los profundos reacomodos internos europeos de esos mismos tiempos, que serán factor decisivo para la irrupción de dichas Independencias. De la misma manera en que el movimiento de 1968 en México, o el proceso del 'Cordobazo' argentino de 1969, resultan incompletos en su explicación, si no los resituamos dentro de un cuadro mucho mas global que permita compararlos y vincularlos con las similares y también simultáneas experiencias de, por ejemplo, el mayo francés, la primavera de Praga o la gran revolución cultural china de 1966, entre otros. Otra antinoción importante, es la que afirma que el historiador bien formado y capaz de enfrentar los problemas actuales e históricos más importantes, no se forma leyendo sólo textos y trabajos de otros historiadores o de otros practicantes del mismo oficio. Porque si bien es cierto que sin conocer la obra de los principales historiadores, y de las principales corrientes historiográficas de los últimos ciento cincuenta años, es imposible aspirar a ser un verdadero historiador, también es claro que el buen historiador se educa y se forma, hoy en día, lo mismo en la lectura de los economistas que de los antropólogos, y lo mismo con los buenos textos clásicos de la sociología, la geografía o la sicología, que leyendo buenas y muchas novelas, junto a los trabajos mas importantes y a las obras principales de los cientistas políticos, de los etnólogos o de los especialistas del derecho, entre otros.

En este punto, alguien podría observar y con razón, que en una gran parte de nuestras escuelas de historia no se estudia ni se lee ni siquiera a los propios historiadores importantes del siglo xx, ni tampoco a las principales obras de historia paradigmáticas y ejemplares de las más importantes corrientes historiográficas hoy vigentes en el mundo entero. Pero si esta observación es legítima, sólo señala la doble laguna que debemos aún colmar, leyendo tanto esas obras de historia y a esos historiadores, como también a los autores esenciales de todo el conjunto de las hoy llamadas ciencias o disciplinas sociales. Porque es obvio que la historia abraza, dentro de sus vastos territorios, a todo el inmenso abanico de lo social-humano en el tiempo, lo que quiere decir que sólo puede construirse adecuadamente, desde un conocimiento sólido e igualmente amplio de los principales aportes de todas esas ciencias que versan sobre los distintos aspectos que incluye esa dimensión de lo social-humano en su totalidad. Lo que implica, entre tantas otras cosas, que una buena licenciatura en historia, debería de incluir en su plan de estudios, buenos y sólidos cursos de introducción o de nociones básicas de la antropología y de la economía, lo mismo que los fundamentos de la geografía histórica -o mejor aún, de la geohistoria-, de la sociología, de la ciencia política o de la sicología, por mencionar sólo algunos de los varios ejemplos posibles. Antidefiniciones de una buena historia crítica, que incluyen también, necesariamente, la idea de que esta historia científica y rigurosa no puede elaborarse con seriedad, si se rechaza o se ve con desprecio, o incluso si se considera sólo marginal o secundariamente, a todas esas dimensiones fundamentales que son las de la filosofía, la teoría, la metodología y la historiografía. Ya que es necesario reconocer que, en el tipo de historia que hoy se hace y se enseña predominantemente en nuestras escuelas y en nuestras divisiones de postgrado, reina una visión de la historia terriblemente empirista y hasta antiteórica. Así, toda reflexión que vaya más allá del mero enunciado de los supuestos "datos duros" y de los "hechos comprobados", y todo esfuerzo por preguntar acerca de los modos en que se organiza

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e interpreta el material historiográfico, o por los modelos que se ponen en juego para llevar a cabo la investigación histórica, lo mismo que las múltiples preguntas sobre el sentido específico que tiene la elección de un tema de estudio, sobre el cuestionario que organiza la pesquisa histórica, respecto de las categorías que se utilizan para explicar los fenómenos abordados, o sobre la forma en que habrán de presentarse y de transmitirse los resultados del trabajo realizado, todo esto es rápidamente descalificado por los actuales promotores de la mala historia oficial, positivista y tradicional, que se nos intenta imponer desde las aulas. Descalificación que, inmediatamente, presenta a todo este tipo de preguntas y de reflexiones como si fuesen problemas "metafísicos", "filosóficos" en un sentido peyorativo del término, y más en general, como simple y perniciosa "pérdida de tiempo". Y es que domina todavía terriblemente, entre el gremio de los seguidores de Clío, un antiteoricismo ampliamente difundido, que rechaza los debates teóricos fuertes e ignora totalmente los problemas de orden metodológico, mirando desdeñosamente a los filósofos que se atreven a incursionar en la historia, y abandonando ciegamente el fundamental campo o rama de la historia de la historiografía. Con lo cual, no existen en nuestras carreras y postgrados de historia, buenos y sólidos cursos de teoría de la historia y de metodología histórica, a la vez que tanto la filosofía de la historia como la historiografía, son casi siempre rebajadas a un aburrido y elemental recuento cronológico de autores y de obras, que se enumeran y resumen de la manera más simplista posible, sin ubicar jamás los contextos historiográfieos, intelectuales, sociales y generales de dichos autores y obras, por no mencionar la ausencia total de clasificaciones, de periodizaciones razonadas y comprehensivas, de estudios serios de filiaciones y de tipologías, a la vez que de reagrupamientos globales, de líneas de tendencia y de itinerarios más estructurales. Pero sin teoría no hay buena historia, como no la hay tampoco sin el desarrollo de un cierto entrenamiento en el campo de la reflexión filosófica, sin la comprensión y el manejo de sus múltiples

metodologías, y sin el diagnóstico y balance permanente que representa su propio autoexamen, desarrollado justamente por esa rama que constituye dicha historia de la historiografía. También es importante, para poder escribir y enseñar una historia seria y digna de este nombre, afirmar la antinoción de que la historia no es una disciplina antiquísima, bien establecida y delimitada, con su objeto, sus métodos, sus técnicas y sus conceptos ya definitivamente constituidos y determinados. Por el contrario, la historia concebida como proyecto realmente científico data de hace sólo ciento cincuenta años, siendo una disciplina que se encuentra todavía en sus primeras e iniciales etapas de desarrollo, y por ende, en un intenso y continuo proceso de crecimiento y de enriquecimiento constante, y aún a la búsqueda de nuevos objetos, paradigmas, modelos teóricos, conceptos, problemáticas y técnicas aún por descubrir. Porque como bien lo ilustra la historia de esa historiografía que en sentido estricto podemos llamar contemporánea -es decir, la que se despliega desde los trabajos y los aportes del proyecto crítico de Carlos Marx desarrollados dentro de este campo y hasta nuestros días-, es claro que con cada nueva generación de historiadores, nuestra disciplina se ha ido desarrollando y haciendo más compleja, en la medida en que incorpora, todo el tiempo y de modo incesante, a esas nuevas técnicas, nuevos problemas, nuevos modelos, teoremas, paradigmas y conceptos que antes hemos mencionado. Lo que entonces, y quizá más que en otras ciencias, obliga al historiador a estar atento, siempre y con mirada ágil y despierta, a los nuevos desarrollos y a los progresos y avances más recientes de su propia disciplina. Por eso, Fernand Braudel nos ha recordado que la historia no puede ser más que la "suma de todas las historias posibles, pasadas, presentes y futuras", es decir sólo el conjunto articulado de todos los progresos de una ciencia que se encuentra todavía en su infancia, y a la que aún le falta un largo y amplio camino por recorrer. Otra antinoción necesaria es la que nos enseña que la historia no es ni la simple "cronología" o recuento sucesivo de gobernantes y

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batallas, ni tampoco un titánico y siempre aburrido ejercicio de la memoria de los alumnos y los estudiantes, a los que se quiere obligar a repetir y acumular en la cabeza una serie de fechas, lugares, datos, cifras y anécdotas, en su mayoría inútiles e irrelevantes, aún cuando a veces puedan ser pintorescos y hasta emocionantes. Porque todavía hoy, existen en nuestro país eruditas colecciones de nuestra historia "contemporánea", cuyo criterio de periodización sigue siendo, asombrosamente, el de los cortes sexenales o cuatrianuales de los sucesivos gobiernos de los presidentes, como si un país entero cambiase totalmente, o incluso cambiase significativamente, con cada unción de un nuevo presidente de nuestra república. Y es todavía el día en que se sigue equiparando a la historia, con el aprendizaje memorístico de lugares y batallas de nuestra "ruta de la independencia", o de decretos y leyes emitidas por los gobernantes liberales o conservadores, lo mismo que por las disputas, golpes de estado, rebeliones o consolidaciones de tal o cual Estado, gobierno o régimen político. Sin embargo, y felizmente para nosotros los historiadores, la historia es mucho más que esas solas cronologías políticas de presidentes, gobernantes, facciones políticas y Estados, abarcando la densidad misma del tejido completo de las sociedades, e incluyendo entonces dentro de sus territorios a la historia económica y a la historia cultural, a las transformaciones demográficas y a las grandes mutaciones sociales, lo mismo que a la evolución religiosa, psicológica, artística o de la familia, entre tantos y tantos otros temas que no "ajustan" jamás sus itinerarios evolutivos, a los simples cortes del "gobierno del presidente x", o del "régimen político de Y". Además, y si es claro que toda historia seria necesita de buenas y sistemáticas cronologías, de mapas y Atlas b'ien proyectados y bien concebidos, de buenas y sólidas series cuantitativas, y de estadísticas pertinentes de hechos, cifras y datos precisos y rigurosos, también es evidente que todo esto no es otra cosa que el soporte fáctico, o la plataforma de los hechos indispensable, sobre la cual se construye la verdadera historia, es decir la explicación comprehen-

siva, la interpretación inteligente, y la reinserción cargada de sentido profundo, de todo ese conjunto de hechos y de fenómenos, dentro de los procesos históricos globales específicamente investigados. Finalmente, una última antinoción en contra de la mala historia positivista y oficial, se refiere al hecho de que la historia no está ni obligada ni condenada fatalmente, a ser sólo el registro y el instrumento de autolegitimación de las clases dominantes y de los poderes existentes en turno. Pues aunque siempre han existido, y seguirán existiendo, los historiadores y los profesores de historia que están dispuestos a rebajar a Clío a la simple y limitada función de ser una clara "memoria del poder", que rehace la tradición y reinventa todo el tiempo el pasado, para construir la historia desde el "punto de vista de los vencedores", también han existido siempre los historiadores valientes y críticos, que "pasando el cepillo a contrapelo de la historia" han sido capaces de construir la historia "desde el punto de vista de las víctimas" y de los vencidos, forjando contrahistorias y contramemorias históricas que rescatan esos múltiples "pasados vencidos", pero vivos y actuantes, de que habla Walter Benjamín. Entonces, rompiendo con los lugares comunes de la historia oficial, y haciendo frente a ese proceso de legitimación de lo existente, que siempre concluye por explicarnos que "vivimos en el mejor de los mundos posibles", y que tal o cual proceso actual puede ser bueno, regular o malo, pero que es inevitable e ineludible -como en el caso actual de la mal llamada "globalización"-, rompiendo con estas visiones interesadamente fatalistas del pasado y del presente, el buen historiador genuinamente crítico, nos recuerda siempre que ayer igual que hoy, la historia es un terreno de disputa constante, donde de manera contradictoria y tenaz se enfrentan siempre varios futuros alternativos posibles, varias líneas abiertas de posibles evoluciones diferentes, y en donde la línea o futuro que resulta finalmente vencedor y que se actualiza, se decide justamente desde y dentro de las condiciones concretas de ese espacio de combate.

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Por eso "ni siquiera los muertos están a salvo" sí el enemigo hoy en el poder vuelve a vencer, precisamente recodificando y reinventando el pasado en función de sus intereses, y de sus propios mitos y justificaciones ideológicas específicas. Y frente a ello, sólo es posible encender de nuevo "la chispa de la esperanza", si nos ubicamos del lado de los oprimidos y de las víctimas, defendiendo esos pasados que hoy han sido provisionalmente derrotados, pero a los que posiblemente les corresponde la victoria del mañana. Y por eso también, en lugar de escribir un aburrido manual para malos historiadores, lleno de definiciones anacrónicas sobre una historia plana, acomodaticia con el poder, acendradamente empirista y limitada en sus concepciones, en sus fuentes y en sus horizontes, hemos preferido mejor, intentar esbozar esta suerte de Antimanual, con ciertas "antidefiniciones" iniciales, y que toma partido abiertamente por una historia más densa y más profunda, aunque también más difícil y compleja. Una historia que ubicándose claramente dentro de las tradiciones del pensamiento social crítico, desarrollado desde hace siglo y medio, está atenta a la teoría, a la filosofía y a la metodología, a la vez que se reivindica como abierta y vasta en la definición de su objeto, sus fuentes, sus técnicas, sus modelos y sus paradigmas más esenciales.

Después de haber definido el tipo de historia que no queremos continuar haciendo, y que no deseamos que se siga enseñando e imponiendo en nuestras aulas, pasemos a ver ahora los "pecados" recurrentes del mal historiador, pecados que es necesario evitar a toda costa, si es que realmente intentamos construir otro tipo de historia, genuinamente científica y genuinamente crítica.

CAPITULO u LOS SIETE (Y MÁS) PECADOS CAPITALES DEL MAL HISTORIADOR

"...la historia que se nos enseñaba a hacer no era, en realidad, mas que una deificación del presente con ayuda del pasado. Pero rehusaba verlo -y decirlo-". Lucien Febvre, Combates por la historia, 1953.

La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que la buena historia, que la historia crítica. Por eso, entre otras razones, ha proliferado tanto y se ha mantenido viva, en nuestro país y en muchas otras partes del mundo, durante tanto y tanto tiempo. Pero si es mucho más fácil y exige mucho menos esfuerzo ser un mal historiador, también es cierto que la medida de esa dificultad reducida y de esos magros esfuerzos, es igualmente la medida de los limitados resultados y de las pobres obras históricas que se obtienen. Porque el fruto directo de esa mala historia hecha y enseñada, son justamente esos libros aburridos y pesados en tantos sentidos, que nadie lee y que nadie toma en cuenta, con la excepción de los pobres estudiantes a los que se obliga literalmente a revisarlos y a consultarlos, para poder obtener la nota o la calificación necesaria correspondiente. Libros y artículos que duermen en las bodegas de las editoriales universitarias, o en los anaqueles de las librerías y bibliotecas públicas, que sólo se dedican a repetirnos por enésima vez, en relatos grises y sin chiste, las "Actividades del Congreso Constituyente del Estado de x, en el momento de la revolución de Y" o "La biografía del general M, líder del movimiento N, en los años de 18.. o 19..", o también "La historia del Virrey B, en el siglo c" o "La

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historia de la inmigración E, y su influencia en nuestro país durante los años de la Revolución F". Ensayos y libros que, en su mayoría, no contienen ni siquiera investigación empírica nueva de hechos históricos relevantes, sino que en el peor de los casos resumen lo ya dicho e investigado por otros autores, y en el mejor de los casos sólo rescatan el fruto casual de algún trabajo directo de visita a cierto Archivo, realizado de manera azarosa y sin sistema, y en el que los datos e informaciones que se recolectan no tienen ningún orden ni sentido, al carecer de la definición de una problemática histórica específica, y de un sólido cuestionario que hiciese posible organizar dicha recolección de aquellos datos y hechos históricos que sean realmente los hechos significativos, en torno al problema concreto y específico que se quiere resolver. Trabajos pues característicos de esa mala historia positivista, perezosa y fácil, que generalmente terminan por recuperar y poner juntos, de manera indiscriminada, lo mismo sucesos y datos importantes para los procesos históricos generales, que acontecimientos e informaciones totalmente irrelevantes e inesenciales. Mala historia, fácil de hacer y aburrida para enseñar, y que se plasma en una gran mayoría de los libros de historia que hoy se escriben y se editan en nuestro país, y que generalmente reproduce, en mayor o en menor medida, a los siete y a veces más "pecados capitales" del mal historiador, pecados que abordamos a continuación.

célebre Manual de Ch. V. Langlois y Ch. Seignobos, titulado Introducción a los Estudios Históricos, este libro continúa siendo todavía la Biblia de esos malos historiadores positivistas. Como si todo el siglo veinte cronológico, y toda la historiografía contemporánea que arranca con el proyecto crítico de Marx, desde los años de 1848, no fuese justamente una protesta permanente y una crítica sistemática de esta versión empobrecida de la historia que ha sido la historia positivista. Una historia que limitando el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y externa de los textos, y luego a su clasificación y ordenamiento, y a su ulterior sistematización dentro de una narración que, generalmente, solo nos cuenta en prosa lo que ya estaba dicho en verso en esos mismos documentos. Historia positivista que se autodefine justamente como la "ciencia que estudia el pasado", y que autoconcibiéndose a sí misma como una disciplina hiperespecializada, ya terminada, precisa y cerrada, es alérgica y reticente frente a la filosofía, la teoría, la metodología, e incluso frente a cualquier forma de interpretación audaz y creativa de los hechos históricos. Teniendo entonces horror respecto de toda interpretación que se despegue, aunque solo sea un poco, de la simple descripción de los datos "duros" "comprobados" y "verificables", esta historia positivista reduce no obstante dicha Verificabilidad' a la simple existencia o referencia de dichos datos, dentro de un documento escrito de archivo, que sea siempre posible citar, con toda precisión, en el pie de página correspondiente. Una historia justamente enamorada de los "grandes" hechos políticos y de las acciones resonantes y espectaculares de los Estados, igual que de las "grandes" batallas militares, que es también generalmente acrítica con los poderes y con los grupos dominantes que existen en cada situación. Y si bien es claro que sin erudición no hay historia posible, también es una gran lección de toda la historiografía contemporánea, desde Marx y hasta nuestros días, que la verdadera historia solo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito,

El primer pecado capital de los malos historiadores actuales es el del positivismo, que degrada a la ciencia de la historia a la simple y limitada actividad de la erudición. Muchos historiadores siguen creyendo hoy en día, en pleno comienzo del tercer milenio cronológico, que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de compilación del erudito. Y aunque ha pasado ya más de un siglo, desde la época en que fue escrito el tristemente

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accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, de los fenómenos y de los procesos y situaciones históricas que estudiamos. Porque solo transitamos desde esa erudición todavía limitada hasta la verdadera historia, si reconocemos la importancia fundamental de este trabajo de la interpretación y de la explicación históricas, que construyen modelos comprehensivos, que ordenan y dan sentido a los hechos y fenómenos históricos, integrando a estos últimos dentro de las grandes tendencias evolutivas del desarrollo histórico, y estableciendo de modo coherente y sintético, también los porqués y los cornos de los distintos problemas investigados. Porque ¿de qué nos sirve saber cuándo y dónde acontecieron ciertos hechos históricos, si no somos capaces de explicar también las causas profundas, mediatas e inmediatas, que provocaron y suscitaron estos hechos, y si no tenemos la habilidad de explicar, igualmente, las razones concretas y el sentido esencial que determinan que tal hecho se haya producido en ese momento y no antes ni después, en ese lugar y en ninguna otra parte, y además que haya acontecido del modo concreto en que sucedió y no de otra forma, teniendo por añadidura el peculiar desenlace o resultado que tuvo y no cualquier otro destino posible?. Y son precisamente todo ese tipo de preguntas, las que nunca se plantea el historiador positivista, ocupado solo de expurgar los documentos de archivo, para fijar únicamente las fechas y los lugares de los "hechos tal y como han acontecido". Marginando entonces a un plano secundario, cuando no ignorando de plano, este nivel imprescindible de la explicación histórica, y de la genuina reconstrucción del sentido profundo que tienen los problemas históricos, los malos historiadores positivistas se dedican solo a componer esas "colecciones de hechos muertos" que ya Marx ha criticado acertadamente desde sus propios tiempos.

bres y que las sociedades de hace tres o cinco siglos o de hace más de un milenio, eran iguales a nosotros, y que pensaban, sentían, actuaban y reaccionaban de la misma manera en que lo hacemos nosotros. Es decir, una historia que proyecta al actual individuo egoísta y solitario de nuestras sociedades capitalistas contemporáneas, como si fuese el modelo eterno de lo que han sido los individuos, en todo tiempo y lugar, y a lo largo de toda la curva del desarrollo humano. Pero con esto, se cancela una de las tareas primordiales de la historia, que es justamente la de mostrarnos, primero a los historiadores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamente el cambio histórico, qué cosas se han modificado al paso de los siglos y cuáles se han mantenido, y también cuáles han sido las diversas direcciones o sentidos de esas múltiples mutaciones históricas. Y no para afirmar, al modo de la mala historia oficial y tradicional, una "necesaria" evolución o progreso ineluctable y fatal de la humanidad, sino más bien para comprender de manera crítica y autocrítica, el camino que hemos recorrido y los muchos errores que hemos cometido. Así, no hay buena historia posible sin la capacidad de "extrañamiento" y de "autoexilio" intelectual de nuestra propia circunstancia histórica, y también de nuestros propios valores y modos de ver, capacidad que nos prepara, justamente, para percibir y aprehender realmente otras culturas y oíros modos de funcionamiento de la economía, de la sociedad y de la política, y por lo tanto, para comprender de manera adecuada esas otras etapas y momentos de la historia que son también parte de nuestras preocupaciones. ¿Cuántas biografías "históricas" de personajes del pasado no hemos leído, en donde su sicología y su actitud nos son tan cercanas como si fuesen nuestros contemporáneos, a pesar de haber vivido hace treinta, o cien, o trescientos o más años?. ¿Y cuántas historias del siglo xix, o de la Independencia, o del periodo colonial no hemos leído, que ignoran por completo que, en el transcurso de uno o dos siglos y a veces en periodos aún más cortos, mutan completamente las técnicas militares, o los hábitos sexuales, o las

El segundo pecado capital del mal historiador es el del anacronismo en historia. Es decir, la falta de sensibilidad hacia el cambio histórico, que asume consciente o inconscientemente que los hom-

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formas de organización de la familia, o los modos de explotación económica, o las formas de conflicto entre las clases, o las cosmovisiones culturales, entre tantos y tantos elementos que, sin decirlo explícitamente, se asumen como si fuesen idénticos o casi, en todos estos periodos mencionados?. Y si todo el mundo comprende que no se piensa igual cuando uno vive en un palacio que cuando uno vive en una cabana, entonces también debería de ser claro que la vida y el mundo en su conjunto, no se construyen del mismo modo hoy que en la primera mitad del siglo xx, y mucho menos en el siglo xix o xvi, o vn, o antes. Así, por ejemplo, ¿qué noción del tiempo y de la distancia puede tener un habitante de Nueva España, cuando las noticias de la Metrópoli tardan alrededor de noventa días en llegar a la Colonia y viceversa?, y ¿qué idea del mundo puede tener un campesino francés del siglo xm, que puede nacer, vivir y morir sin haber salido jamás en su vida de un radio de solo cien kilómetros, en torno de la pequeña aldea en la que vio la luz por vez primera?, ¿y qué significan, en cambio, nociones incluso como las de "China" o "Rusia" o "África" para un niño urbano conectado a través del Internet, de cualquier ciudad del mundo hoy?. Estas son preguntas que los malos historiadores nunca se plantean, lo que los hace ver la historia como una misma tela gris, en donde cambian solo los nombres, las fechas y los lugares, pero donde todo el resto permanece como si no existiera el cambio histórico de las sociedades, de las culturas, de las economías y de las psicologías de los diferentes grupos humanos.

tiempo de los relojes y de los calendarios, es también el tiempo de la historia y de los historiadores, y que por lo tanto, cualquier siglo histórico tiene siempre cien años, y cualquier día de la historia es idéntico a cualquier otro, aunque el primero sea el 9 de noviembre de 1989 ó el 1 de enero de 1994, y el segundo sea el 17 ó el 18 ó el 19 de junio del año de 2001. Pero como nos lo han explicado tan brillantemente Marc Bloch, Norbert Elias, Walter Benjamín o Fernand Braudel, entre otros, el tiempo newtoniano de los físicos, medido por calendarios y relojes, no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades y de los cultivadores de Clío, que es más bien un tiempo social e histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable, haciéndose más denso o más laxo, más corto o más amplio, y siempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas o estructuras históricas a las que se refiera. Porque para el buen historiador cada siglo tiene una temporalidad distinta, lo que le permite hablar lo mismo del "largo siglo xix" que comienza con la Revolución Francesa y termina con la Primera Guerra Mundial, que del "breve siglo xx", iniciado con esa primera guerra y con la Revolución Rusa de 1917, y concluido con la caída del Muro de Berlín en 1989. Y si los siglos o las jornadas históricas no son nunca iguales, tampoco son precisas las fechas de múltiples acontecimientos y fenómenos históricos, como por ejemplo la 'revolución cultural de 1968' que en algunos casos comienza en 1966 y en otros en 1967, pero también a veces desde 1959, y otras solo hasta 1969 inclusive. Además, como bien lo saben los historiadores críticos, no son iguales los tiempos en que una sociedad vive una verdadera revolución social, que los tiempos de lenta evolución, igual que difieren las temporalidades para una sociedad que se encuentra en pleno auge y crecimiento, que para otra que vive en cambio su proceso de decadencia y eclipsamiento social. Puesto que si cada fenómeno histórico tiene su singular y específica duración que le corresponde, y si la historia no es, en ese sentido, más que la compleja síntesis de todas esas múltiples y diversas duraciones históricas diferenciadas, entonces lo que el historiador tiene que aprender a detectar

Un tercer pecado capital de la mala historia, hoy todavía imperante, es el de su noción del tiempo, que es la noción tradicional newtoniana de la temporalidad física. Una idea del tiempo que lo concibe como una dimensión única y homogénea, que se despliega linealmente en un solo sentido, y que está compuesto por unidades y subunidades perfectamente divididas y siempre idénticas, de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos y milenios. Es decir, una idea que asume que el

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y establecer, es justamente esas múltiples temporalidades o duraciones históricas distintas de todos los fenómenos que investiga, asumiendo las implicaciones complejas que esa misma diversidad temporal conlleva para sus análisis. Ya que los presidentes y los gobiernos pasan mientras que las sociedades permanecen, recorriendo estas últimas lo mismo ciclos económicos expansivos y luego depresivos, que coyunturas culturales a veces de florecimiento y ebullición y a veces de aletargamiento y repliegue, en dinámicas en donde hoy se habla casi la misma lengua que hace trescientos años, y se comen los mismos alimentos que hace un milenio, pero donde también se han instalado formas de urbanización que datan de hace solo unas pocas décadas, o medios de comunicación que tienen solo unos cuantos años de existencia. Y son solo estas nociones del tiempo y de la duración, múltiples, variables y flexibles, las que permiten captar la inmensa riqueza y diversidad de la historia, reducida en cambio en las visiones de la historiografía tradicional, a siglos uniformes y a fechas rigurosas, siempre bien ordenadas y siempre bien ubicadas en ese tiempo vacío, homogéneo y lineal de los malos historiadores positivistas.

y avanzar sin detenerse, puesto que según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es justamente "progresar", avanzando siempre desde lo más bajo hasta niveles cada vez más altos, en una suerte de "escalera" imaginaria en donde estaría prohibido volver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandar aunque solo sea un paso el camino ya avanzado. Y no cambia demasiado la cosa, si esta idea es afirmada por los apologistas actuales del capitalismo, que quieren defender a toda costa la supuesta "simple superioridad" de este sistema sobre cualquier época del "pasado", o si es afirmada por los marxistas vulgares -que no por los marxistas realmente críticos-, marxistas vulgares que han pretendido enseñarnos que la historia avanza y tiene que avanzar, fatalmente, del comunismo primitivo al esclavismo, del esclavismo hasta el feudalismo, y de este último hacia el capitalismo, para luego desembocar, sin opción posible, en el anhelado socialismo y tal vez después en el comunismo superior. Una visión extremadamente simplista del progreso y de la historia, que el propio Marx ha rechazado, y que ha sido tan brillantemente criticada también por Walter Benjamín, en sus célebres "Tesis sobre la filosofía de la historia". Pero basta observar con cuidado lo que realmente ha sido la historia, para percatarse de que su desarrollo no tiene nada de lineal y de simple, y que lejos de esa "escalera imaginaria" de avances y conquistas ineluctables, sus itinerarios se despliegan más bien como una especie de complejo "árbol de mil ramas", que a veces abandona totalmente una línea evolutiva que había seguido por siglos y hasta milenios, para recomenzar de nuevo desde otro punto de partida, mostrando además en esos múltiples itinerarios, igual avances que retrocesos o largos estancamientos, combinados con saltos dramáticos de un nivel a otro, con rupturas radicales de toda continuidad, pero también con líneas que, efectivamente, progresan y se enriquecen sucesivamente de manera permanente. Frente a esta idea entonces limitada y demasiado simple del progreso, propia de los malos historiadores positivistas, que lo concibe como una línea recta, siempre ascendente, majestuosa y llena de

El cuarto pecado repetido de la mala historia, en los diversos manuales tradicionales, es el de su idea limitada del progreso. Lo que está directamente conectado con el pecado anterior, con la noción del tiempo como tiempo físico, único, homogéneo y lineal. Pues si el tiempo histórico es concebido solo como esa acumulación ineluctable de hechos y sucesos, inscritos progresivamente en la sucesión de días, meses y años del calendario, la idea del "progreso" que desde esta noción temporal se construye es también la de una ineluctable acumulación de avances y conquistas, determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal. Una idea del progreso humano en la historia, que parece afirmar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que cualquier hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa que avanzar

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avances y conquistas sin fin, el buen historiador crítico restituye a la noción de progreso un sentido totalmente diferente, mostrando esa multiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo integran, en un esquema que nos recuerda un poco al trabajo de los científicos, que acometen muchas veces un problema hasta encontrar su solución, ensayando y equivocándose, avanzando en un sentido y luego dejándolo de lado, consolidando ciertas certezas adquiridas y recuperando en un momento posterior resultados que anteriormente creían poco útiles, y recomenzando la tarea tantas veces como sea necesario, hasta encontrar el buen modo de resolución de dicho problema. Y es así como "progresa" la humanidad: explorando y avanzando primero casi a ciegas en su propia evolución, para ir muy poco a poco siendo consciente de lo que ha hecho y de por qué lo ha hecho, a la vez que va asumiendo también, lentamente, la responsabilidad consciente de que es solo ella misma la que debe construir la historia, y la que debe elegir de manera también consciente los rumbos de su futuro desarrollo.

bien para reconstruir la cultura de las clases dominantes de una época, o en donde un documento de gobierno puede ser utilizado más bien como fuente para la reconstrucción de las formas de exclusión social de una determinada sociedad. Con lo cual, esta historia acrítica no solo tiende a ser involuntariamente ingenua, y también cómplice de las ilusiones que los individuos se han hecho sobre sí mismos y sobre su mundo en cada época dada, sino que también termina por legitimar y hacer pasar como verdaderas, a esas falsas percepciones sociales que existen siempre en toda sociedad, y que prosperan persistentemente dentro de la cultura y el imaginario colectivo de los pueblos y de las sociedades humanas. Además, y en la medida en que cada época histórica rehace siempre el pasado, en función de sus intereses y urgencias más importantes, este historiador positivista acrítico va también haciéndose solidario de esas diferentes visiones sesgadas y sesgadoras de los hechos históricos, al recoger de manera solo pasiva y puramente receptiva esas distintas reinterpretaciones de las historias anteriores, codificadas en cada uno de los momentos ulteriores a su propio desarrollo. Por eso, es natural que este mal historiador tenga casi horror al uso del razonamiento "contrafactual", y que rechace toda especulación acerca de lo que hubiese podido acontecer si el desenlace del drama histórico hubiese sido distinto al que fue. Pero si la historia la han hecho siempre los propios hombres -de modo más o menos consciente-, y si los resultados de cada encrucijada histórica han sido siempre el fruto de la confrontación y el combate entre distintos proyectos de futuro, igualmente impulsados por clases sociales o por grupos humanos, entonces la historia que hemos vivido y construido no era la única posible que podía desarrollarse, y solo se ha afirmado sobre la derrota y el sometimiento de las varias historias alternativas, vencidas pero igualmente factibles. Por lo demás, es claro que esta historia acrítica con los documentos y con las mismas versiones ya rehechas del pasado, es totalmente compatible con el statu quo que existe y que domina en cada momento. Pues si la historia que fue, era la única que

Otro pecado capital del mal historiador, el quinto, es el de la actitud profundamente acrítica hacia los hechos del presente y del pasado, y hacia las diferentes versiones que las diversas generaciones han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es decir, la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre frente a los testimonios y a los documentos, lo mismo que frente a los resultados y a los hechos históricos "tal y como han acontecido". Porque el mal historiador actual, educado en el Manual de Langlois y Seignobos, o en el equivalente nacional de este mismo texto, no sólo es incapaz de leer los documentos con los que trabaja de una manera que no sea su lectura literal, sino que también es incapaz de "preguntarle" a esos testimonios escritos, algo distinto a lo que ellos declaran o pretenden decir de manera explícita. Es decir, que los malos historiadores ignoran por completo lo que Marc Bloch llamaba la "lectura involuntaria" de los textos, en donde una memoria autobiográfica puede usarse más

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podía ser, entonces el último eslabón de esa cadena de necesidades ineludibles es la historia que es hoy, con los grupos y con las clases que hoy dominan, y con los hombres y personajes que hoy disfrutan de esa dominación, la que por lógica derivación, es también "necesaria" y es la "única posible". Explicar entonces, de manera crítica, por qué la historia que aconteció, lo hizo de esa forma y no de otra -una tarea primordial del historiador crítico-, implica igualmente demostrar las otras diversas formas en que pudo haber acontecido, explicando a su vez las razones por las cuales, finalmente, no se impuso ninguna de esas otras formas, igualmente posibles pero a fin de cuentas no actualizadas.

mente objetiva, en el sentido de no estar falseada conscientemente con ciertos fines de legitimar tal o cual interés mezquino o particular, o en el sentido de silenciar aquellos hechos o fenómenos que no concuerdan con una interpretación preestablecida, que es lo que en realidad si hacen las historias positivistas, las que sin embargo claman de manera tan ruidosa por esta falsa 'objetividad' ya mencionada. Así, puesto que toda historia es hija de su época y de sus circunstancias, y dado que el historiador es también un individuo que tiene un compromiso específico con su sociedad y con su presente, toda historia reflejará necesariamente las elecciones y el punto de vista del propio historiador, los que se proyectan incluso desde la elección de los hechos que son investigados y los que no, hasta el modo de organizarlos, clasificarlos, interpretarlos y ensamblarlos dentro de un modelo más comprehensivo que les da su sentido y significación particulares. Y dado que no existe ni puede existir esa historia desde el punto de vista atemporal, eterno, ahistórico y fuera del mundo que proclaman los malos historiadores positivistas, que claman por esa imposible neutralidad/objetividad, y puesto que toda historia lleva entonces la marca de sus propios creadores, lo más honesto e inteligente por parte del buen historiador consiste en hacer explícitas las específicas condiciones que han determinado su investigación, declarando sin ambages sus tomas de posición determinadas, así como los criterios particulares de sus distintas elecciones del material, de los métodos, de los paradigmas y de los modelos historiográficos utilizados. Renunciando entonces a la falsa objetividad del mal historiador, el historiador crítico asume sin conflicto los sesgos de su trabajo y de su resultado hisfonográfico, convencido de que la verdad absoluta no existe ni existirá nunca, y de que el modo más pertinente de acercarnos a verdades cada vez más científicas aunque siempre relativas, es justamente este que hace explícitos los límites, las condiciones y los sesgos de su propia actividad en el terreno de la historia.

Un sexto pecado capital de los historiadores no críticos es el del mito repetido de su búsqueda de una "objetividad" y "neutralidad" absoluta frente a su objeto de estudio. O dicho en otros términos, la pretensión de no tomar partido, no juzgar, no apasionarse y no involucrarse para nada con los personajes o con las situaciones que se investigan. Una idea ampliamente difundida de la posibilidad de hacer una historia completamente "aséptica", que incluso se utiliza como argumento para negarle al historiador la posibilidad de ocuparse, con mirada igualmente histórica, de los candentes y comprometidos hechos del "presente". Pero, como lo han demostrado incluso la física y la química contemporáneas, resulta imposible estudiar cualquier fenómeno de manera científica, sin intervenir de manera activa dentro del propio proceso que se estudia, y por lo tanto, sin modificar en mayor o en menor medida las condiciones mismas del objeto que se analiza. Lo que en el caso de las ciencias sociales y de la historia, se complementa además con el hecho de que somos nosotros mismos los que hemos construido nuestra propia historia, a la que luego intentamos explicar y analizar. Por lo tanto, es imposible una historia que sea realmente neutral, y que sea "objetiva" si por esto último entendemos una historia en la cual no nos involucremos de ninguna manera, manteniendo un desinterés, una distancia y una indiferencia totales hacia lo que examinamos. Pero en cambio, si es posible una historia científica-

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El séptimo pecado capital de los historiadores que son seguidores de los Manuales hoy al uso, es el pecado del postmodernismo en historia. Porque haciéndose eco de algunas posturas que se han desarrollado recientemente en las ciencias sociales norteamericanas, y también en la historiografía estadounidense, han comenzado a proliferar en nuestro país algunos historiadores que intentan reducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva, evacuando por completo el referente esencial de los propios hechos históricos reales. Así, siguiendo a autores como Hayden White, Michel de Certau o Paul Veyne, estos defensores recientes del postmodernismo histórico, llegan a afirmar que lo que los historiadores conocen e investigan no es la historia real, la que muy posiblemente nos será desconocida para siempre, sino solamente los discursos históricos que se han ido construyendo, sucesivamente y a lo largo de las generaciones, sobre tal o cual supuesta realidad histórica, por ejemplo sobre el carácter y los comportamientos del sector de la plebe romana, en las épocas del Bajo Imperio. Desplazando así la atención del historiador, desde la historia real hacia los discursos sobre la historia, esta postura de los malos historiadores termina por desembocar en posiciones abiertamente relativistas e incluso agnósticas. Pues si según este punto de vista, cada discurso histórico es siempre diferente, y siempre correspondiente a la época en que es producido, entonces no es posible establecer jerarquía o comparación entre todos esos discursos, lo que significa que no podemos saber si hoy conocemos más o conocemos menos de la historia del Imperio Romano que lo que han conocido los hombres y los autores del siglo xix, o del siglo xvi, o durante el siglo x. Y tampoco podemos decir que nuestra visión actual es más o es menos "científica" o mas o menos Verdadera' que la que construyeron los historiadores de hace tres o siete o trece siglos. Incluso, y prolongando hasta el final su argumento, estos autores posmodernos llegan a descalificar la pretensión misma de construir una ciencia de la historia, afirmando que los historiadores sólo escribimos "relatos con pretensiones de verdad", relativos a distin-

tos "regímenes de verdad" siempre cambiantes y siempre relativos. Por eso pueden concluir, sin sonrojo alguno, que la escritura de la historia se reduce, en última instancia, a la reconstrucción de una historia de la escritura, y que las razones para dedicarse a la historia no son la búsqueda de una verdad histórica científica, en el fondo imposible e inalcanzable, sino puramente razones de orden estético. Pero más allá de estas divagaciones logocéntricas, y de estos desvarios de claros tintes idealistas, persiste el hecho innegable de que los historiadores hacemos historia con el objetivo de conocer, comprender y luego explicar la historia real, la que constituye sin duda nuestro objeto de estudio principal. Además, hacemos historia convencidos de que somos capaces de establecer, cada vez más, verdades históricas científicas, y además, verdades cada vez más precisas y más capaces de dar cuenta real de los problemas concretos históricos que investigamos. Desde una posición abiertamente racionalista, y que aspira a ser científica, los historiadores críticos son también capaces de comparar y de criticar las distintas interpretaciones que se han hecho de un cierto problema histórico, haciendo evidente como nuestras explicaciones actuales son, en general, mucho más sofisticadas y complejas que las anteriores, y en términos generales, más adecuadas para captar los hechos históricos y más finas para poder encuadrarlos dentro de modelos globales que les restituyen, cada vez de manera más precisa, su verdadero sentido profundo. Porque "los hechos son testarudos", y más allá de las sutilezas del lenguaje, continúan desafiándonos para que seamos capaces de explicarlos de un modo racional y coherente. Y si bien es obvio, que no existe historia posible que no se exprese a través de una cierta construcción narrativa, también es un abuso ilegítimo querer reducir por ello a la historia a su sola dimensión narrativa. Igual entonces que la erudición, que no es historia pero si es una de sus condiciones imprescindibles y uno de sus elementos importantes, así la narración y el discurso no son tampoco historia, aunque si son también uno de sus componentes fundamentales e ineludibles.

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Son estos los siete (y más, pues los mismos se manifiestan después en múltiples maneras) pecados capitales del mal historiador. Y si, con un comportamiento virtuoso y con una mirada vigilante y crítica, logramos esquivar el caer en todos ellos, podremos intentar hacer y enseñar una historia diferente y muy superior a la que existe hoy en nuestro país. Pero ¿cómo elaboramos esta historia distinta y mejor?. Tratando de seguir las lecciones que nos han dado los historiadores realmente críticos, durante los últimos ciento cincuenta años, lecciones que pasamos a ver a continuación.

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CAPÍTULO ni EN LOS ORÍGENES DE LA HISTORIA CRÍTICA

'Por primera vez se erigía la historia sobre su verdadera base; el hecho palpable, pero totalmente desapercibido hasta entonces, de que e! hombre necesita en primer término comer, beber, tener un techo y vestirse, y por lo tanto, trabajar..."

Federico Engels, "Carlos Marx", 1877.

Si rechazamos abiertamente volver a hacer la historia aburrida, complaciente, cómoda y estéril de los historiadores positivistas, y si queremos eludir conscientemente el caer en los más de siete pecados capitales del mal historiador, debemos entonces intentar construir y elaborar, y luego enseñar, una historia nueva y diferente, que será también sin duda una historia crítica. Y si lo que deseamos es ser capaces de inscribir nuestra labor como historiadores o como científicos sociales dentro de este terreno de la historia crítica, lo primero que tenemos que hacer, es volver de nuevo la vista hacia los fundamentos mismos de esta historia crítica contemporánea, hacia aquellas que fueron sus primeras versiones, y que afirmándose en tanto que tales, son las que sentaron las bases de toda historia crítica posible. Ya que la historia crítica no es un proyecto reciente, ni una preocupación que haya aparecido solo en los últimos tiempos, sino que es, en las modalidades específicas que hoy presenta, un proyecto que prácticamente acompaña, desde su propio nacimiento, a los discursos y a las formas de hacer historia que hoy podemos llamar estrictamente contemporáneas. Formas que habiendo comenzado su desarrollo singular, desde la segunda mitad del siglo

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xix cronológico, se han desarrollado y complejizado de diferentes maneras, para mantenerse hasta el día de hoy, como las específicas formas vigentes de hacer historia hasta la actualidad. Porque cuando investigamos con más detalle, acerca de los orígenes históricos de los tipos de historia que hoy son todavía vigentes en el mundo entero, resulta claro que dichos orígenes se encuentran en esa segunda mitad del siglo xix cronológico. Ya que es en estas últimas décadas de ese siglo xix que se afirma, por un lado, el modelo de la historia positivista que antes hemos mencionado, y que intenta "copiar" la "exactitud" de las ciencias naturales, promoviendo una historia puramente descriptiva, fáctica, empirista, especializada y reducida a "narrar los hechos tal y como han acontecido", mientras que del otro lado se va configurando y difundiendo, también progresivamente, la primera versión de la historia crítica contemporánea, que es justamente la historia que se encuentra incluida dentro del complejo y más vasto proyecto crítico de Carlos Marx. Así, es claro que ha sido Marx el que ha sentado los fundamentos de la historia crítica, tal y como ahora es posible concebir a esta última, y tal y como ella se ha ido desarrollando a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Ya que no existe duda respecto al hecho de que, después de Marx y apoyándose en mayor o menor medida en el tipo de historia crítica y científica que él ha promovido y establecido, se han ido afirmando, a lo largo de todo el siglo xx y hasta hoy, distintas corrientes, autores y trabajos que, reclamándose abiertamente 'marxistas', han alimentado de manera considerable el acervo de los progresos y de los desarrollos de toda la historiografía del siglo xx. Y entonces, lo mismo los autores de la Escuela de Frankfurt que los del llamado austromarxismo, y hasta los autores de la actual historia socialista británica o de la historiografía crítica neomarxista del "world-system analysis" (del análisis del sistema-mundo), y pasando por los trabajos históricos de las escuelas marxistas polaca, o alemana, o italiana, o latinoamericana, entre muchas otras, son todas distintas manifestaciones y proyectos intelectuales que es necesario inscribir, dentro de esa vasta pre-

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sencia global y dentro de esa herencia todavía viva y poderosa, de esa primera versión de la historiografía crítica, que ha sido la historia defendida y propuesta por el propio Marx. Y si bien la caída del Muro de Berlín en 1989, ha significado sin duda la muerte de todos esos proyectos de construir mundos "socialistas" dentro de sociedades esencialmente escasas -es decir, de sociedades que carecían de las condiciones y del grado de desarrollo necesarios, en lo económico, en lo social, en lo político, y en lo cultural, para intentar edificar sociedades no capitalistas-, también es claro que eso no significa, para nada, el fin del discurso crítico y de la historiografía también crítica marxistas, que encuentran en cambio su fundamento, no en esas sociedades del socialismo realmente existente que hoy están en proceso de cambios profundos, sino en las contradicciones esenciales mismas del capitalismo, hoy mas vivas y apremiantes que nunca, así como en la necesidad todavía vigente y urgente de la necesaria superación histórica de ese mismo capitalismo. Puesto que si es claro que, en donde hay explotación habrá lucha en contra de esa misma explotación, y si donde hay opresión habrá siempre resistencia, y si es una experiencia reiterada de la historia, que la injusticia y la discriminación sociales engendran también ineludiblemente la rebeldía y la sublevación contra dicha discriminación e injusticia, entonces también es evidente que mientras exista capitalismo habrá un pensamiento crítico, destinado a explicar su naturaleza destructiva y despótica, y a orientar la reflexión que ilumine la lucha contra ese capitalismo y la búsqueda de las vías concretas de su superación real. Por eso, y en contra de las visiones simplistas y siempre apresuradas de ciertos periodistas y de ciertos politólogos actuales, el pensamiento critico sigue más vigente que nunca, junto a la necesidad y posibilidad de una historia igualmente crítica. ¿Cuáles son, entonces, las lecciones todavía vigentes para una historia aún crítica, derivadas de su versión marxista fundadora y originaria?. La primera de ellas, en nuestra opinión, se refiere al estatuto mismo de la historia, es decir, a la necesidad de concebir

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que toda la actividad que desarrollamos, y todos los resultados que vamos concretando, están claramente encaminados hacia la consolidación de un proyecto de construcción de una ciencia de la historia. Una ciencia de la historia que, de acuerdo a la noción del mismo Marx, debería abarcar absolutamente a todos los territorios que hoy están ocupados por las llamadas "ciencias sociales", y que en la medida en que hacen referencia a los distintos aspectos, actividades, manifestaciones o relaciones sociales construidas por los hombres, en el pasado o en el presente, se engloban igualmente dentro de esa "historia de los hombres" cuyo estudio corresponde justamente a dicha ciencia histórica. Ciencia de la historia que entonces, y concebida en esta vasta dimensión, es para Marx una historia necesariamente global, una historia que posee la amplitud misma de lo social-humano en el tiempo, considerado en todas sus expresiones y manifestaciones posibles. Estatuto científico de nuestra disciplina, concebida en esta vasta y englobante definición, que se hace necesario reiterar ahora de nueva cuenta, tanto frente a las minoritarias posiciones postmodernas, que quieren reducir a la historia a la condición de simple juego estético, de arte, o de mero ejercicio discursivo, como también frente a las posiciones que pretendiendo "defender" una fantasmal "identidad" dura de la historia, distinta de las "identidades" de la sociología, la antropología, la economía, la sicología, etc., terminan reduciéndola también al simple trabajo del coleccionista de antigüedades y del anticuario, del amante de las "cosas del pasado", erudito y positivista. Pero si, como Marc Bloch lo ha repetido, la historia es la ciencia que estudia "la obra de los hombres en el tiempo", sólo puede hacerlo dentro de esta declarada vocación de constituirse en un determinado y claro proyecto científico. Y por lo tanto, asumiendo todo lo que este concepto de "ciencia" implica. Porque una simple descripción o relato no es todavía ciencia, como no lo es tampoco cualquier tipo de discurso, o cualquier actividad de mera recolección y clasificación de documentos, de datos y de fechas. En cambio, la idea de ciencia conlleva necesariamente la de la exis-

tencia de todo un aparato categorial y conceptual específico, organizado de una determinada manera, a través de modelos y de teorías de orden general, y que busca y recolecta dichos hechos y acontecimientos históricos, para ensamblarlos e insertarlos dentro de explicaciones científicas comprehensivas, y dentro de modelos de distinto orden de generalidad, que definen tendencias de comportamiento de los procesos sociales, y regularidades de las líneas evolutivas de las sociedades, a la vez que dotan de sentido y de significación a esos mismos sucesos y fenómenos históricos particulares. Noción fuerte de la historia como verdadera ciencia, que implica entonces que la historia, como cualquier ciencia, se haya ido configurando a partir de diferentes y complejas tradiciones intelectuales, estando atravesada por debates teóricos, epistemológicos y metodológicos, y apoyada en un amplio conjunto de teorías, de paradigmas, de modelos teóricos y de armazones conceptuales diversas. Lo que desmiente entonces, la repetida frase de que "el buen historiador se hace en los archivos". Porque nunca será dentro de los archivos, en donde el historiador se pondrá al tanto de esas tradiciones, debates y teorías que conforman el verdadero edificio de su ciencia. Y de la misma manera en que el físico va al laboratorio, o el biólogo a la práctica de campo, solo después de haber aprendido lo que es, lo que investiga, lo que quiere comprender y resolver la física o la biología, así el buen historiador solo va al archivo después de que ha asimilado lo que es y lo que debe ser la historia, y luego de haber definido con claridad una problemática historiográfica determinada, desde y con las teorías, la metodología y los conceptos y categorías de su propio oficio. Y también es claro que, aunque la historia incluye sin duda una cierta dimensión artística, y otra dimensión narrativo-discursiva, dimensiones que cuando son conocidas y bien manejadas enriquecen enormemente el trabajo y los resultados del historiador, sin embargo la historia no se reduce a ninguna de esas dos dimensiones, las que si bien están siempre presentes, no son nunca el elemento o momento determinante de la disciplina o ciencia de la

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historia en su conjunto. Y si la historia no se reduce ni a arte, ni a discurso, ni tampoco a la práctica del erudito en los archivos, entonces el modo de su enseñanza en las aulas debe también ajustarse a su condición de verdadera ciencia, remontándose más allá de la mera transmisión de las técnicas de ficheo y elaboración de cronologías y de series de datos, y superando su condición de simple crónica de fechas, lugares y sucesos, que es a lo que la han reducido sistemáticamente muchos de los malos historiadores y de los malos profesores de historia de nuestro país. Una segunda lección importante de esta historia científica promovida por Marx, y que sigue manteniendo toda su vigencia hasta el día de hoy, es el de concebir a la historia, en todas sus dimensiones, temáticas y problemas abordados, como una historia profundamente social. Es decir, que además de estudiar a los individuos, a los grandes personajes de todo tipo y a las élites y clases dominantes, la historia debe investigar también a los grandes grupos sociales, a las masas populares, a las clases sociales mayoritarias y a todo el conjunto de los protagonistas hasta hace muy poco "anónimos", protagonistas y clases y grupos, que sin embargo son las verdaderas fuerzas sociales, los verdaderos actores colectivos, que hacen y construyen la mayor parte del entramado de lo que constituye precisamente la historia. Ya que es justamente a Marx, a quien debemos la incorporación sistemática de las clases populares como verdaderos protagonistas de la historia, al habernos ilustrado como han sido los esclavos y las comunidades arcaicas, lo mismo que los siervos, los obreros, los campesinos y los grupos sociales explotados y sometidos, los que en gran medida "han hecho la historia". Clases sociales sometidas, que involucradas dentro de un conflicto social o lucha de clases que atraviesa una gran parte de la historia humana, -y en particular, aquella que ha comenzado luego de los múltiples procesos de disolución de las muy diversas y variadas formas de la comunidad, que están en el punto de partida de todas las sociedades humanas-, han ido tejiendo con su trabajo cotidiano y con su actividad social permanente, pero también con sus luchas y con sus acciones de

resistencia y de transformación, el específico tejido de lo que en términos concretos ha sido y es justamente la historia humana. Y es claro que no hay historia científica o crítica posible, que no tome en cuenta, por ejemplo, a las formas de la cultura popular, o a los grandes movimientos sociales, a las expresiones de la lucha de clases o a los grandes intereses económicos colectivos, lo mismo que a las grandes corrientes de las creencias colectivas o a los diversos contextos y condicionamientos sociales generales de cualquier proceso, fenómeno o hecho histórico analizado. Lo que no implica, ni mucho menos, que dejemos de estudiar a los individuos, a los grandes personajes, o a las élites, pero si en cambio modifica de raíz el enfoque tradicional desde el cual han sido, y son aún a veces abordados, estos grupos o clases minoritarias y estos individuos. Porque todo individuo es fruto de sus condiciones sociales, y son estas últimas las que determinan siempre los límites generales de sus acciones diversas. Y si bien su propia acción, es un vector que puede influir en el cambio de estas mismas circunstancias, lo es solo dentro de los márgenes que fijan las tendencias, una vez más sociales, de la evolución específica que vive esa sociedad determinada en esa época o momento también particular. Con lo cual, la historia crítica es social en un doble sentido: en primer lugar en cuanto a que, para la explicación de cualquier hecho o fenómeno histórico, tiene que involucrar y hacer intervenir a los grandes actores colectivos que antes eran omitidos e ignorados, y que son siempre el entorno inmediato obligado, tanto de la formación como de las acciones de cualquier personaje individual. Y en segundo lugar, en el sentido de que también cualquier suceso o situación histórica, se desenvuelve dentro de un determinado y múltiple contexto social general, que lo condiciona y envuelve, fijándole tanto sus límites como sus posibilidades de repercusión determinada. Y parece ser claro que, una de las tendencias más marcadas de prácticamente todas las corrientes historiográficas que se han desarrollado durante el siglo xx, con la única y obvia excepción de la tendencia positivista de los malos historiadores, ha sido

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ésta de incorporar a los grandes grupos sociales, a las sensibilidades colectivas, a las masas populares, a las formas de conciencia mayoritarias, y a las clases y movimientos sociales en todas sus expresiones, dentro de los terrenos y de las perspectivas habituales de la historia. Lo que, necesariamente, ha sido acompañado también de esa introducción sistemática de los diversos contextos sociales -políticos, intelectuales, económicos, civilízatenos, etcdentro de las explicaciones históricas cotidianas. Otra lección importante de la historia que Marx ha construido, la tercera, es su dimensión como historia materialista. Y no en el sentido vulgar, aunque muchas veces repetido, de que lo "espiritual" sea un simple "reflejo" directo o dependiente de lo material, sino más bien en la línea de que, en general, resulta imposible explicar adecuadamente los procesos culturales, las formas de conciencia, los elementos del imaginario social, las figuras de la sensibilidad colectiva, etc., sin considerar también las condiciones materiales en que se desenvuelven y apoyan todos esos productos, y todas esas manifestaciones diversas de los fenómenos intelectuales, y de la sensibilidad humana en general. Porque las ideas no flotan en el aire, separadas de los hombres y de los grupos sociales que las producen, y los productos de la cultura, de la conciencia o de la sensibilidad, solo se hacen vigentes en la medida en que se encarnan y "materializan" en determinadas prácticas, en instituciones, en comportamientos y en realidades totalmente materiales. Lo que, sin embargo, no elimina el hecho de que el tipo de relación específica y concreta que se establece, entre esa dimensión intelectual y sus condiciones materiales de producción y de efectivización, sea un problema abierto y por establecen y que puede abarcar desde la forma de la condensación o la transposición sublimada que a veces se expresa en el arte, hasta la forma del "reflejo invertido" que en ocasiones descubrimos en la religión, y pasando por diversas y complejas variantes como la de la "traducción", la negación, la simbolización, la construcción de fetiches o las múltiples figuras de una cierta reconstrucción diferente de ese mundo material en el nivel cultural.

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Por lo tanto, afirmar que la buena historia crítica debe de ser también materialista, solo implica que no es posible hacer una historia, por ejemplo de las llamadas "mentalidades", sin considerar los contextos sociales, políticos, económicos y generales de esas mismas "mentalidades". Es decir, que debemos evitar una historia idealista de los fenómenos culturales e intelectuales, como la que ha escrito por ejemplo Philippe Aries. O también una historia puramente logocéntrica, y puramente ocupada del plano discursivo o conceptual, como la que proponen Hyden White y los posmodernos. En cambio, la buena historia debe estar siempre atenta, cuando se ocupa de esos hechos, fenómenos y procesos del llamado "espíritu humano" -y que nosotros llamaríamos más bien fenómenos de la conciencia y de la sensibilidad sociales- de las condiciones materiales que acompañan y se imbrican con dichos fenómenos intelectuales, conscientes de que el tipo de relación que se establece entre ambas esferas, la material y la "espiritual", es un problema abierto y por investigar y redefinir en cada caso concreto, pero seguros a la vez de que sin esas condiciones materiales, no es realmente comprensible la naturaleza profunda y el sentido esencial de todos esos fenómenos de la mente y de la economía psíquica de los individuos y de las sociedades. Y es precisamente este error, de ignorar la importancia de esa base material y de ese conjunto de condiciones reales, el que reencontramos no sólo en muchas de las versiones de la historia de las "mentalidades" antes referida, sino también en múltiples historias de la religión, del arte, de la literatura, de la cultura y de las ideas, que prosperan dentro del gremio de los seguidores de Clío. E incluso, y muy frecuentemente, en muchas de las historias predominantemente políticas que han escrito los historiadores positivistas de nuestro país, historias donde también ese nivel de lo político parece "cerrarse sobre sí mismo" y ser totalmente autosuficiente, y en donde se ignoran por completo también las condiciones sociales reales y las condiciones materiales de esos procesos políticos que se estudian.

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La cuarta posible lección derivada de los trabajos de Carlos Marx, para una historia genuinamente crítica, es la relevancia fundamental que tienen, dentro de los procesos sociales globales, los hechos económicos. Una lección marxista que quizá sea la más vulgarizada y la más mal interpretada de todas, por parte tanto de los historiadores, como incluso de una gran mayoría de los científicos sociales. Y ello, debido a la amplia difusión e influencia importante del marxismo vulgar en prácticamente todo el mundo, y a lo largo de casi todo el siglo xx cronológico. Porque esta lección no implica, ni mucho menos, que todos los fenómenos sociales deben de "reducirse" a la base económica, ni que la economía es la "esencia" oculta o el "espíritu profundo" escondido de todo lo social, sino simplemente -¡simplemente!- que, en la historia que los hombres han recorrido y construido desde su origen como especie y hasta el día de hoy, los hechos y las estructuras económicas han ocupado y ocupan todavía un rol que posee una centralidad y una relevancia fundamentales innegables. Lo que significa que dichos procesos sociales globales son incomprensibles sin la consideración de las evoluciones y la naturaleza determinada de esa dimensión económica, pero no significa, en cambio, que debamos buscar cuál es, por ejemplo, "la base económica de la pintura de Picasso", o la "estructura económica en que se apoya esa 'superestructura' que ha sido el arte surrealista", lo que es a todas luces una empresa ridicula y sin sentido, a pesar de haber sido alguna vez planteada por los marxistas vulgares de Francia en la primera mitad del siglo xx. Reconociendo entonces esta centralidad de lo económico para la interpretación de los procesos sociales históricos globales, el buen historiador crítico sabe también que la relación específica que esos fenómenos económicos pueden tener, o pueden no tener con otros hechos y realidades sociales, es igualmente un problema abierto y por definir en cada caso concreto, y cuyo abanico de respuestas abarca, lo mismo la opción de que no existe ningún vínculo, o de que no existe un vínculo directo, y por lo tanto la conexión se da sólo a través de complejas e indirectas mediaciones de oíros niveles y relaciones, hasta la posibilidad de relaciones claras y evidentes de

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determinación directa de ese mismo nivel económico, y pasando nuevamente por vínculos de dependencia, o de condicionamiento sólo general, de encuadramiento, de limitación indirecta, o de muy diversos matices de influencias de mayor o de menor peso específico. Y puesto que ha sido Marx el primero en rescatar de manera sistemática esta centralidad de lo económico dentro del proceso histórico global, es lógico que sea también él, el fundador de la rama de los estudios de historia económica dentro del tronco mayor de la historiografía contemporánea. Rama que, desde el autor de El capital y hasta hoy, ha tenido una buena parte de sus más importantes representantes, precisamente dentro de las distintas corrientes y expresiones de los múltiples "marxismos" que llenan la historia y también la historiografía del siglo xx, y que una vez más, abarcan desde las finas y elaboradas versiones del marxismo de Marx y de algunos de los marxismos críticos posteriores, -como es el caso de algunos de los trabajos que, con cierta flexibilidad, podríamos calificar de obras de "historia económica", escritos por Lenin, por Rosa Luxemburgo o por Henry Grossman, entre otros-, hasta las variantes simplificadas del marxismo vulgar o del marxismo reducido a ideología oficial, en muchos Manuales de la antigua Unión Soviética o de los países del llamado "bloque socialista". Una quinta lección importante para el buen historiador, es la exigencia de Marx de ser capaces de observar, y luego de explicar, todos los fenómenos investigados "desde el punto de vista de la totalidad". Lo que quiere decir que debemos de cultivar y desarrollar la capacidad de detectar y de descubrir, sistemáticamente y en todo examen de los problemas históricos que abordamos, los diversos vínculos y conexiones que existen entre dicho problema y las sucesivas "totalidades" que lo enmarcan, y que de diferentes modos lo condicionan y hasta sobredeterminan. Porque una vez más, no existe problema social o histórico que esté aislado y encerrado entre ciertos muros infranqueables, sino que, por el contrario, todo problema histórico y social está siempre inserto en determinadas coordenadas espaciales, temporales y contextúales, que influyen sobre él, en distintos grados y medidas,

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pero siempre de modo eficaz y fundamental. Y entonces, al buen historiador le corresponde ir reconstruyendo, cuidadosamente y de modo articulado, esa inserción de su tema de estudio dentro de las sucesivas totalidades espaciales, temporales y contextúales que lo envuelven y que lo sobredeterminan. Ya que es siempre una pregunta pertinente y esclarecedora, la que plantea porque tal fenómeno ocurrió en el lugar y en el tiempo específicos en los que han acontecido y no en ningunos otros, desarrollándose además dentro de las particulares circunstancias en que ha sucedido, y en ningunas otras, lo que nos abre justamente al análisis de las diversas influencias y de las conexiones específicas que se establecen entre esas dimensiones del espacio, del contexto y de la época sobre el singular fenómeno del cual tratamos de dar cuenta. Pues aunque parezca y quizá sea una obviedad, -que frecuentemente olvidan no obstante los historiadores positivistas-, es claro que no es lo mismo una sociedad capitalista del siglo xx que una del siglo xvi, o que la sociedad china del siglo xm y la sociedad europea de esa misma época, como tampoco es lo mismo un hecho histórico que aconteció en América Latina, que otro que sucede en Europa, o en Rusia, o en el sur de África, por mencionar solo algunos ejemplos posibles. Y si estas coordenadas o "totalidades" más generales que son las del tiempo y el espacio, correspondientes a un cierto hecho histórico cualquiera, son siempre relevantes y fundamentales para su adecuada comprensión, también lo son las "totalidades" diversas que constituyen los diferentes contextos que enmarcan a ese hecho histórico. Pues es claro que dichos contextos geográficos, económicos, tecnológicos, étnicos, sociales, políticos, culturales, artísticos, psicológicos, etc., además de especificar y volver más concretas a esas totalidades o coordenadas espaciales y temporales, -acotando al espacio como área, región, lugar, país o entorno geográfico determinado, y al tiempo como una época, momento, coyuntura, era o periodo igualmente particularizado-, van también a establecer de manera igualmente concreta, todo el nudo de específicas conexiones que tendrá ese hecho o fenómeno histórico

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investigado con esos diferentes y sucesivos medios contextúales en los que el se despliega. Por lo cual, como lo ha explicado Jean-Paul Sartre, se impone siempre un proceso de "totalización progresiva" del problema que abordamos, proceso que reconstruye esa inserción dada del tema en esas múltiples y diversas totalidades, que son las que le otorgan su significación y su sentido globales. Reconstruyendo así, una historia "desde el punto de vista de la totalidad", el buen historiador se instala entonces dentro del terreno de una historia global o globalizante, sobre la que volveremos todavía más adelante. La lección número seis que es posible extraer del pensamiento histórico de Marx, es la necesidad de enfocar los problemas de la historia desde una perspectiva dialéctica. Una perspectiva que los historiadores de nuestro país han cultivado muy poco en general, a pesar de las ricas y profundas contribuciones que podría implicar el desarrollo, el ejercicio sistemático y la aplicación creativa de este pensamiento y de esta visión dialécticas de la historia. Visión dialéctica que nos invita a dejar de ver los hechos históricos como "cosas", y a la historia misma como un conjunto de realidades muertas, terminadas y disecadas, realidades que además, estarían determinadas en un sólo sentido, siempre claro y siempre bien establecido. En lugar de esta última visión, tan extendida entre los historiadores positivistas y tradicionales, esta perspectiva dialectizante afirma por el contrario que todos los hechos históricos son realidades vivas y en devenir, a la vez que elementos de procesos dinámicos y dialécticos en los que el resultado está siempre abierto y en redefinición constante, a partir de las contradicciones inherentes y esenciales que se encuentran, tanto en esos mismos procesos, como en el conjunto de los hechos antes mencionado. Así, junto a la positividad de cualquier situación o fenómeno de la historia, es necesario también captar su correlativa negatividad, mostrando por ejemplo, junto al carácter hoy dominante del capitalismo, su naturaleza irremediablemente efímera, y junto a la modernidad burguesa que hoy se enseñorea todavía en el planeta entero, a las múltiples modernidades alternativas que la combaten

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y que se le resisten, negándola permanentemente. Porque para este enfoque dialéctico, la realidad histórica es como una manzana que sólo existe si lleva adentro el gusano que la corroe, o como un dulce que al chuparlo tuviese también un sabor amargo y agrio. Lo que explica entonces que, para este punto de vista, todo progreso es al mismo tiempo un cierto retroceso histórico, y todo "documento de cultura es al mismo tiempo un documento de barbarie", como lo ha afirmado y explicado tan brillantemente Walter Benjamin. Y si la historia es una ciencia que se interesa de manera especial en el estudio del cambio histórico, no puede captar adecuadamente a este último si no lo "atrapa" y lo percibe desde su misma cuna, desde las contradicciones y tensiones esenciales que caracterizan a cualquier sociedad histórica de las que han existido hasta hoy, tensiones y contradicciones que se reproducen y proyectan de distintas maneras en los diferentes hechos, situaciones y acontecimientos que se suceden en esas mismas sociedades. Por eso, en la historia humana que hasta hoy conocemos, los hechos no son nunca de un solo sentido, y entonces es la derrota la que es la madre del triunfo, y es la guerra la que engendra la paz y a la inversa, y es por eso que "el triunfo de una idea crea siempre a la institución que habrá de darle muerte", y también es esta la razón que explica que las sociedades perecen no por no haber tenido éxito, sino mas bien por haberlo tenido en demasía. Por ello, sin ninguna duda, frente a la explotación, la opresión, el despotismo y la discriminación, que han estado siempre tan presentes dentro de los procesos de la historia de las sociedades humanas, han existido también, con la misma persistencia y regularidad, la rebeldía, la insubordinación, la resistencia y la lucha de las clases y de los grupos sometidos y explotados, en un acontecer que nos demuestra, con la fuerza de casi una ley, que los vencedores de hoy son sin fallo los derrotados del mañana. Lo que por lo demás, es una lección importante y también muy útil, para alimentar las esperanzas de cambio que hoy se afianzan y difunden con tanta fuerza en todo el planeta. Porque es solo al más genuino pensamiento dialéctico al que se le revelan, de manera clara y necesaria,

la obligada caducidad de todo lo existente y los límites y la naturaleza siempre efímera de cualquier realidad por él analizada. Finalmente, una séptima lección del marxismo para la historiografía contemporánea, es la de la necesidad de construir siempre una historia profundamente crítica. Una historia que, como ya lo hemos señalado antes, se construya "a contrapelo" de los discursos dominantes, a contracorriente de los lugares comunes aceptados y de las interpretaciones simplistas, interpretaciones consagradas sólo a fuerza de repetirse y machacarse tenazmente en todos los niveles de la enseñanza escolar, y por todas las vías de la difusión de la historia hoy existente. Una "contrahistoria" y una "contramemoria", como las llamó Michel Foucault, que descolocándose de los emplazamientos habituales de la mala historia y de la historia positivista, rescate todo el haz de los pasados vencidos y silenciados de la historia, desechando las explicaciones lineales y simplistas, y elaborando una historia que sea realmente una historia profunda, compleja y sutil. Una perspectiva crítico-histórica, que sea también capaz de dar cuenta de todos esos fenómenos históricos desde explicaciones multicausales y combinadas, que sumando y articulando los varios elementos y dimensiones de dichos fenómenos, terminen por dar cuenta de ellos en toda su específica complejidad. Historia realmente crítica que, por lo demás, sólo puede construirse desde los criterios que antes hemos enumerado y esbozado. Ya que sólo desde una noción fuerte de ciencia de la historia y de sus implicaciones, es que puede constituirse este discurso crítico historiográfico, el que tampoco podrá ser otra cosa que la ya referida historia social, en la doble acepción tanto de historia de los fenómenos y procesos colectivos y sociales en sentido estricto, como también de historia siempre contextuada socialmente, aún cuando se ocupe de las élites, los individuos o los personajes singulares. Además, será también, necesariamente, una historia materialista, que reconozca las condiciones materiales de todo fenómeno intelectual, de conciencia o de la sensibilidad, y a la que no escapará nunca la centralidad general de los hechos económicos

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de la historia. Y será por último, también una historia vista desde el punto de vista de la totalidad, y con perspectiva dialéctica, que recorrerá ágilmente los niveles de la totalización sucesiva del tema investigado, a la vez que disuelve toda positividad o afirmación histórica en su caducidad negativa y en su "lado malo", para hacer saltar siempre el carácter contradictorio y dialéctico de los problemas que aborda. Una historia cuyos resultados habrán de oponerse, necesariamente, a los de la historia oficial y positivista hoy dominante, historia que promovida y divulgada desde el poder, se regodea todo el tiempo coleccionando falsos orígenes gloriosos de las naciones, y construyendo gestas heroicas que son siempre deformadoras y hasta falsificadoras de la verdad histórica, cuando no son de plano totalmente mentirosas e inexistentes, a la vez que "normaliza", deforma y elimina todos aquellos hechos históricos difíciles, inexplicables, o abiertamente subversivos, hechos que por su propia naturaleza van en contra de sus versiones tersas, lineales, siempre ascendentes y fatalmente legitimadoras del statu quo actual.

Estos son los rasgos que, descubiertos y teorizados por Marx, constituyen premisas todavía hoy indispensables de toda historia crítica posible, más allá de las deformaciones y de los excesos de los muchos marxismos vulgares del siglo xx, y más allá de la crisis irreversible de los proyectos del "socialismo real", colapsados después de la caída del Muro de Berlín, y de la reconversión de la Unión Soviética en la angustiada y complicada Rusia de la última década. Pasemos a ver ahora, las otras lecciones que la historiografía del siglo xx ha desarrollado, para la elaboración de esta misma historia de naturaleza genuinamente crítica.

FERNAND BRAUDEL

CAPÍTULO iv POR LOS CAMINOS DE LA BUENA HISTORIA ANTIPOSITIVISTA

"....todo estopor hacer, o por rehacer, o por repensar en el plano conceptual y práctico de la historia."

Fernand Braudel, "Personal Testimony", 1972.

No hay duda de que el hecho intelectual más importante de todo el siglo xix cronológico, fue la aparición y desarrollo del Marxismo. Y su relevancia ha sido tal, que sus ecos e impactos crecen y se prolongan a lo largo de todo el siglo xx cronológico, para llegar, vivos e intensos, hasta nuestros días. Y si en las ciencias sociales en general, esta es la medida real de la presencia del marxismo, en el campo de los estudios históricos, también le corresponde un papel protagónico esencial, al constituirse como hemos visto, tanto en el punto de partida indispensable de lo que es, hasta hoy, la historiografía contemporánea, como también en la versión fundadora y primera de toda historia crítica aún posible. Pero la historia, que no tiene nada de lineal ni de simple, ha establecido que luego de su nacimiento, en la coyuntura histórica de los años de 1848 a 1870, el marxismo haya permanecido mas bien alejado totalmente de los ambientes académicos y de los ámbitos intelectuales oficiales y profesionales, desarrollándose sobre todo en el seno de los movimientos obreros, socialistas y sindicales de todo el planeta, y siempre vinculado a las urgencias y a las demandas diversas de esos movimientos sociales, lo mismo que de esos partidos y organizaciones políticas. Y no será sino hasta después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo penetre, en términos generales, dentro de la academia y dentro de

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las universidades de todo el mundo, abriendo con ello un nuevo, y en muchos sentidos extraño, capítulo de su propia historia. Debido entonces a esta peculiar historia de sus itinerarios de desarrollo e influencia en el mundo, es que podemos comprender el muy desigual impacto y la muy desigual presencia de este marxismo, dentro de las distintas historiografías nacionales de todo el orbe, lo que entre otros muchos factores, es también un elemento de explicación de los caminos singulares que han recorrido los estudios históricos mundiales durante todo el siglo xx. Así, es sabido que después de esa etapa fundacional de la historiografía contemporánea, que fueron los años de 1848 a 1870, y que se encuentra totalmente dominada por esa irrupción y despliegue del proyecto crítico de Marx, se ha desarrollado otra segunda etapa, que va desde 1870 hasta aproximadamente 1929, y en la que la nota dominante de la historiografía mundial será la consolidación y afirmación del modelo de la historiografía positivista, cuyos rasgos generales hemos evocado ya, y que está en la base de la mala historia, aburrida, oficial, plana y acomodaticia, que es el extremo opuesto de esa verdadera historia crítica. Una historia positivista que, representando una clara regresión frente a lo que había significado el marxismo para los estudios históricos contemporáneos, ha alimentado sin embargo, a lo largo de todo el siglo xx y hasta hoy, a una gran parte de los historiadores rutinarios, perezosos y tradicionales de las diversas historiografías nacionales de todo el mundo. Pero no sin importantes movimientos de resistencia, ni sin múltiples acciones de rechazo y de búsqueda de alternativas, por parte de muy distintos grupos de historiadores, frente a este modelo positivista. Porque lo mismo las diversas escuelas, o ramas, o autores, de los múltiples "marxismos" del siglo xx, que prácticamente todos los proyectos innovadores historiográficos de los últimos cien años, todos se han definido en oposición crítica y en posiciones contrapuestas a esa mala y estéril historiografía positivista. Y entre ellos, la mal llamada "Escuela de los Annales", que siendo más bien la corriente de historiadores más importante dentro de Fran-

cia a lo largo de todo el siglo xx, ha ido descubriendo y luego elaborando, por su propio camino, otra vertiente de historia igualmente crítica, que a la vez que coincide en varios puntos esenciales con los aportes del proyecto marxista antes referidos, desarrolla y profundiza también algunos elementos nuevos de esa misma historia crítica que aquí estamos tratando de reconstruir. Entonces, y fundamentalmente durante su primer ciclo de vida, que abarca los años de 1929 hasta 1968, esta corriente francesa de los Annales va a consolidar ese proyecto antipositivista de una historia crítica e innovadora, que ha sido la que ha construido, tanto su enorme fama planetaria, como también su implantación y presencia dentro del mundo entero. Centralidad y presencia que determinan, por ejemplo, el hecho de que incluso hoy, la revista de los Annales. Histoire, Sciences Sociales, sea la revista de historia más leída y más ampliamente difundida en todo el mundo occidental, y quizá en todo el mundo en su conjunto. ¿Cuáles son entonces, esos aportes de la corriente de los Annales de los años de 1929 a 1968, que han logrado que sus autores principales y sus obras más importantes sean hoy conocidos y discutidos en todas las historiografías del planeta?. Pasemos a verlos con más detalle. El primer aporte desarrollado por la corriente de los Annales, que abona y enriquece las perspectivas de la historia crítica, es el de la reivindicación e incorporación dentro de la historia del método comparativo. Porque para los 'primeros' Annales, desarrollados entre 1929 y 1941, no hay historia científica posible que no sea al mismo tiempo una historia comparatista. Así, retomando en este punto las experiencias de otras ciencias sociales, como la sociología, la etnología, la lingüística o la literatura, que a principios del siglo xx "aclimatan" y refuncíonalizan dentro de sus distintos espacios a este mismo método comparativo, Marc Bloch va a definir la comparación histórica en los términos siguientes: "¿Qué os, para comenzar, comparar dentro de nuestro dominio de historiadores?: comparar es incontestablemente lo siguiente: elegir, dentro de uno o varios medios sociales diferentes, dos o más

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fenómenos que aparenten a primera vista, mostrar entre ellos ciertas analogías, describir luego las curvas de su evolución, comprobar sus similitudes y sus diferencias y, en la medida de lo posible, explicar tanto las unas como las otras". Es decir, que comparar implica eludir tanto la "falsa comparación", en donde se intenta confrontar fenómenos que no poseen entre sí ninguna analogía o similitud evidente -lo que implica que no todo es comparable con todo-, como también el simple "razonamiento por analogía", en donde las similitudes brotan de la pertenencia de los dos o más fenómenos comparados al mismo medio social que ambos comparten -y en donde la comparación es estéril, pues las similitudes obedecen al simple hecho de ser fenómenos que expresan una misma y única realidad subyacente-. Entonces, si comparar es establecer ese inventario fundamental tanto de las similitudes como de las diferencias entre distintos fenómenos históricos, a la vez que buscar su explicación, es claro que el resultado más global de esta aplicación sistemática del método comparativo en historia, es el de delimitar nítidamente los elementos generales, comunes o universales de los hechos, fenómenos y procesos históricos, distinguiéndolos de sus aspectos más particulares, singulares o individuales. Una distinción que, como sabemos, resulta crucial para cualquier historiador, ya que, por ejemplo, de ella depende la construcción de modelos y explicaciones generales dentro de la historia. Y si tanto Henri Berr como Henri Pirenne han repetido que "no hay ciencia más que de lo general", es claro que hacer de la historia una empresa científica sólo será posible con el concurso y apoyo de ese método comparativo. Pero también, es del fino trabajo de delimitación de esa dialéctica entre lo particular y lo general, que parte la solución de esas grandes cuestiones que se refieren a los temas de si existe o no existe una cierta causalidad dentro de la historia, o también la cuestión de la búsqueda de regularidades y de recurrencias dentro de los procesos históricos, así como el gran debate sobre los determinismos históricos diversos. Pues es sólo a partir de la repetición de procesos eficaces y comprobables de causalidad o de determi-

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nación histórica, que será posible detectar tendencias y postular posibles leyes del acontecer histórico, acotando al mismo tiempo la vigencia de su curva evolutiva general. Comparar en historia, es entonces proyectar siempre una nueva luz sobre la realidad histórica estudiada, nueva luz que en muchas ocasiones permite detectar como esenciales, fenómenos que antes sólo parecían anecdóticos o insignificantes, develando trazos que parecían originales y únicos como trazos comunes y más ampliamente difundidos, o transfigurando situaciones y hechos que aparentaban ser raros y exóticos en cosas perfectamente explicables y lógicas. Una segunda contribución metodológica de los Annales, que los conecta directamente con los desarrollos de la historiografía contenidos en el proyecto de Marx que hemos resumido anteriormente, es la del horizonte de la historia concebida como historia global o total. Historia globalizante o totalizante, que ha sido muchas veces mal interpretada, como si fuese equivalente a la simple historia general, o en otra vertiente a la propia historia universal Y ello porque este carácter global o total alude en verdad a dos posibles sentidos del término, íntimamente conectados, pero al mismo tiempo no idénticos. Dos sentidos del concepto que, en realidad, profundizan y detallan algunas tesis ya avanzadas por Marx en esta misma línea. Ya que la historia de estos Annales es global, en primer lugar, por las dimensiones del objeto de estudio que abarca. Es decir, por incluir dentro de su territorio de análisis al inmenso conjunto de todo aquello que ha sido transformado, resignificado, producido o concebido por los hombres, desde la más lejana y originaria "prehistoria" hasta el más inmediato y actual presente. Historia global que nos dice que todo lo humano y todo lo que a eso humano se conecta es objeto pertinente y posible del análisis histórico, y ello en cualquier época en que esto haya acontecido. Lo que, sin embargo, no significa que todo eso humano sea igualmente relevante, ni igualmente explicativo de los grandes procesos evolutivos de las sociedades y de los hombres. Porque la historia

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global no es idéntica ni a la historia universal -ese término descriptivo que engloba normalmente al conjunto de las historias de todos los pueblos, razas, imperios, naciones y grupos humanos que han existido hasta hoy-, ni tampoco a la historia general -ese otro término, también solo connotativo, que se refiere genéricamente a todo el conjunto de sucesos, hechos y realidades de una época dada, o en otro caso de un actor, fenómeno o realidad histórica cualquiera-. La historia global es, más bien, un concepto complejo y muy elaborado que se refiere a esa totalidad articulada, jerarquizada y dotada de sentido que es precisamente esa "obra de los hombres en el tiempo", a la que ha aludido Marc Bloch, y que ya antes hemos mencionado, Y por lo tanto, la apertura de un territorio donde existen cosas fundamentales y otras menos importantes, en donde hay elementos determinantes y otros determinados, y en donde coexisten lo mismo totalidades menores autosuficientes junto a otras realidades que no contienen dentro de sí mismas los propios principios de su autointeligibilidad. Lo que nos lleva a la segunda significación específica de esta historia global, es decir, a su derivación epistemológica como exigencia de situar, permanentemente, al problema o tema estudiado dentro de las sucesivas totalidades que lo enmarcan. Pues si hacer historia global no es hacer la simple y aburrida historia universal acumulativa de los positivistas, recorriendo llanamente todas esas múltiples historias de todo grupo humano en el tiempo, ni tampoco es hacer la historia general de los malos historiadores, agotando hasta el cansancio y de manera sólo acumulativa y fatigosa todos los hechos o fenómenos presentes dentro de una sociedad, o un nivel, o una época dada, si es en cambio ser capaz de, como ha dicho Fernand Braudel, "sobrepasar sistemáticamente los límites" específicos del problema abordado, explicitando sus vínculos y puentes con las totalidades diversas que le corresponden. Y ello en el sentido que ya antes hemos abordado, de reconstruir la historia 'desde el punto de vista de la totalidad' como afirma Marx. Una perspectiva globalizante, que implica entonces que la ciencia social no debe ser una ciencia de campos o de espacios dis-

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ciplinares, -tal y como se le concibe hoy, hablando entonces de la ciencia de la economía, o de ciencia política o de la disciplina científica de la historia o de la sicología, etc., etc.-, sino una ciencia de problemas, tan multidimensionales y polifacéticos, y en consecuencia tan "unidisciplinares" y "globalizantes", como lo debe ser esa misma única ciencia de lo histórico y de lo social. Porque como lo dirá enfáticamente Fernand Braudel, la realidad social es sólo una, "un sólo paisaje" al que las distintas disciplinas y ciencias de lo social se aproximan, parcial y fragmentariamente, desde sus distintos "observatorios" o emplazamientos. El tercer aporte que será desarrollado por los 'primeros' y los 'segundos' Annales es el de la historia interpretativa, y más radicalmente el de una verdadera "historia-problema". Una historia que, al mismo tiempo que recoge la tesis de Henri Pirenne cuando afirma que el "núcleo" del trabajo del historiador no se encuentra en la erudición, sino justamente en la interpretación, va a radicalizarla hasta el final, para postular que esa interpretación no es sólo el núcleo o la parte más importante de la práctica histórica, o la condición del paso de la simple erudición a la verdadera ciencia histórica, sino más bien la esencia general misma y el momento global determinante de toda la actividad misma del oficio de historiador. Porque si las posturas historiográficas anteriores veían a la interpretación como un momento siempre ulterior al proceso o trabajo de erudición, y en consecuencia como un corolario, remate o incluso como un momento culminante del ejercicio historiográfico, los Annales van a invertir de raíz esta tesis, proponiendo en cambio que la interpretación es el punto de partida mismo de la investigación histórica, haciéndose presente además a todo lo largo del trabajo y actividad del historiador. Y de ahí la denominación de "historia-problema", pues esta tesis implica que la historia "parte siempre de problemas", que intenta resolver para llegar siempre finalmente a nuevos problemas. Y entonces, será claro que "la realidad sólo habla según se le interroga", y que sólo "se encuentra lo que se está buscando", por lo que la erudición misma va a depender, directa y esencialmente, de esa interpretación previa que

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se plasma en las hipótesis, preguntas, interrogaciones y herramientas de análisis que el historiador tiene ya dentro de su cabeza, en el momento inicial mismo en que acomete el tratamiento y examen de sus fuentes y de sus distintos materiales históricos. Por eso toda investigación histórica, si quiere tener un sentido científico y no recaer en el simple trabajo del erudito positivista, debe de comenzar con la definición de una "encuesta" o de un "cuestionario" determinado, lo que implica ya un criterio establecido frente al tema a investigar, criterio que si bien puede y debe irse transformando en la medida en que avanza el trabajo de investigación, delimita ya de entrada, si bien sea a modo de conjeturas provisorias pero actuantes, los parámetros que hacen posible discriminar lo que es o no significativo, a la vez que proveen la base para ir edificando y apuntalando el cuerpo de las hipótesis a fundamentar o a eliminar, así como la agenda de los puntos y elementos cuya explicación y consideración se intenta encontrar. Cuestionario o encuesta que define, justamente, el "problema" que es objeto de esa indagación historiográfica. Un problema que, para esta perspectiva annalista, va a decidir entonces el curso mismo del trabajo erudito, y más adelante los propios resultados de la práctica del historiador. Y que, en consecuencia, va a constituirse en la primera tarea obligada de todos aquellos que intentan hacer una historia realmente crítica y científica. Pues si el problema o cuestionario inicial va a sobredeterminar de manera tan fundamental al propio momento erudito de la actividad, entonces se hace necesario explicitarlo, con el máximo rigor y detalle, en el comienzo mismo del trabajo historiográfico. Entonces, al hacer explícito este 'problema', se revelará claramente tanto la solidez y riqueza de la formación específica de cada historiador, como también y sobre todo, el conjunto global de los inevitables "sesgos" particulares que dicho historiador introduce, ineludiblemente, en el tratamiento de su propio material. Porque en contra de la visión ingenuamente positivista, que pide una neutralidad absoluta del historiador frente a su tema de estudio, y que sueña con una objetividad también absoluta de sus resultados, el

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paradigma de la 'historia problema' afirma por el contrario que es el propio historiador "el que da a luz los hechos históricos", construyendo junto a sus procedimientos y técnicas de análisis también los "objetos" y los "problemas" que va a investigar, para obtener al final un conjunto de hipótesis, modelos y explicaciones globales también construidas por él mismo, y por lo tanto igualmente "sesgadas" por su misma actividad o intervención. Lo que implica que debemos reconocer que no existe y que no puede existir esa relación pura, aséptica e incontaminada entre el historiador y su "materia prima", por lo que el trabajo histórico llevará siempre y necesariamente la marca de los múltiples sesgos de sus constructores. Sesgos que comienzan con la propia determinación "epocal" del historiador -lo que Bloch recordará con el célebre proverbio de que los hombres son tan hijos de su propio tiempo como lo son de sus mismos padres-, sesgos que le dictan parte de los criterios de la elección de sus problemas, y que alcanzan hasta las singularidades mismas de su biografía o itinerario personal, y que son los que llevan a unos a interesarse en la cultura o en la política, y a otros en la economía o en el conflicto social, pasando sin duda también por los sesgos derivados del origen y de la posición de clase social del historiador, pero también por los sesgos que derivan de los efectos producidos por las coyunturas sociales o culturales, por las situaciones generales o por las experiencias colectivas e individuales igualmente vividas. Con lo cual, otra de las funciones esenciales de ese cuestionario, o encuesta, o problema inicialmente delimitado, será también el de hacer explícitos y conscientemente asumidos a esos sesgos o sobredeterminaciones específicos del historiador. Sesgos o limitaciones que, por lo demás, no conducen a un relativismo absoluto de los resultados historiográfieos, tan caro a los historiadores posmodernos, sino más bien al reconocimiento elemental de que toda verdad histórica -como toda verdad en general- es una verdad relativa, y a que por tanto el progreso del conocimiento histórico -como, por lo demás, todo progreso real- no es un progreso simple, lineal, acumulativo e irreversible, sino más bien un progreso complejo, lleno

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de saltos y de retrocesos, de múltiples líneas y ensayos, como lo hemos ya planteado anteriormente. Una cuarta aportación de esta corriente annalista a la buena historia crítica, es la de la reivindicación del paradigma de la historia abierta o en construcción. Porque si el nuevo tipo de historia que se esta defendiendo y promoviendo, es esa historia comparatista, global y problemática que hemos explicado, es claro que el proyecto de la misma sólo remonta a la segunda mitad del siglo xix, a la fecha del nacimiento y desarrollo tanto del marxismo original como de la propia historiografía contemporánea. Y por lo tanto, este tipo nuevo de historia crítica, es también una historia joven, en vías de construcción, y que se encuentra aún a la búsqueda de la definición de sus perfiles más definitivos y fundamentales. En consecuencia, se trata de una historia que se dedica permanentemente a descubrir, y luego a explorar y colonizar progresivamente, los múltiples nuevos territorios que cada generación sucesiva de historiadores le aporta. Una tarea que, como lo ilustra el entero periplo de la historiografía del siglo xx, se ha cumplido a lo largo de los últimos cien años, renovando con cada nueva coyuntura histórica general, los temas y campos de la investigación histórica. E igual que los nuevos territorios, también las técnicas, los procedimientos, los paradigmas metodológicos y los modelos, conceptos y teorías que utiliza, aplica, construye e incorpora esa misma ciencia de la historia. Pues lo mismo desde la técnica del Carbono 14 hasta la dendrocronología, que desde el método comparativo hasta el moderno "paradigma indiciario" de los microhistoriadores italianos, y desde los modelos del mundo feudal de Henri Pirenne o de Marc Bloch, hasta los modelos recientes sobre el capitalismo de Fernand Braudel o de Immanuel Wallerstein o los modelos de historia cultural de Cario Ginzburg o de Roger Chartier, la historia no ha cesado ni un sólo momento de ensancharse, de redefinirse, de profundizarse y de transformarse incluso radicalmente, para dar cabida y espacio de desarrollo, a todo ese conjunto vasto y enorme de innovaciones técnicas, metodológicas y epistemológicas diversas.

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Carácter sólo inicial y necesariamente inacabado del proyecto de una ciencia histórica, que no sólo explica esa permanente mutación y renovación que la historiografía contemporánea ha conocido en la última centuria, sino que permite también pronosticar acerca del futuro inmediato de la misma: está todavía lejos, como dijo alguna vez con un poco de ironía Fernand Braudel, el momento en que habremos encontrado "la buena ciencia" de la historia, su "forma definitiva", el espacio por fin abarcado de su inmenso territorio, las "buenas técnicas" y los "buenos métodos" por fin establecidos de sus investigaciones. Por el contrario, si la historia posee el espesor mismo de lo humano, a lo largo de todos los tiempos en que esto humano ha existido, su progreso sigue y seguirá avanzando con los cambios y desarrollos mismos de todas las ciencias sociales, transformaciones y avances cuyo final no se distinguen aún dentro del horizonte. Y quizá sea esta, una de las razones por las cuales esta nueva historia crítica, no logra vencer todavía definitivamente en el combate contra las formas de historia que le han precedido, y con las cuales ha roto sin embargo de manera radical. Pues al no alcanzar a consolidar totalmente, dada la magnitud de la empresa, ese carácter científico y crítico que la distingue de las malas historias positivistas y empiristas que la preceden, sigue dejando entonces un espacio historiográfico sin ocupar, espacio en el cual todavía prosperan y se sobreviven a sí mismas esas historias monográficas y puramente narrativas, ya anacrónicas y vacías de contenido, pero todavía actuantes y activas, en vastos dominios de las historiografías nacionales del mundo entero. Finalmente, un quinto aporte esencial de los Annales del período 1929 -1968 a los desarrollos de la historia crítica, es el de la perspectiva de análisis derivada de la teoría de los diferentes tiempos históricos y de la larga duración en la historia, desarrollada básicamente por Fernand Braudel. Una teoría que, para fundamentarse, va a comenzar por criticar y desconstruir radicalmente la noción moderno-burguesa de la temporalidad, que adoptando sin crítica al concepto newtoniano del tiempo físico, afirma que existe un

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sólo tiempo, homogéneo, vacío y compuesto de fragmentos idénticos entre sí, y que avanza de manera independiente e irreversible frente a los hechos y procesos humanos, a los que incluso regula, controla y subordina. Frente a ella, la teoría braudeliana va a afirmar que existen múltiples tiempos, tiempos que no son los del reloj o los del calendario, sino que son temporalidades histórico-sociales, tan múltiples, diversas y heterogéneas, como las realidades históricas mismas, y en consecuencia, tiempos variables, más o menos densos y más o menos disímiles, que al hallarse directamente vinculados a esos acontecimientos, fenómenos y procesos socialeshumanos, van a expresarse como las muchas duraciones históricas a investigar y a utilizar por parte de los historiadores. Tiempos o duraciones diferenciados, que Fernand Braudel va a resumir en su triple tipología del nivel de los acontecimientos o hechos del tiempo corto, el nivel de las coyunturas o fenómenos del tiempo medio y el plano de las estructuras, de los procesos propios del tiempo largo o de la larga duración histórica. Una descomposición tripartita de las duraciones que hace posible discriminar, y luego clasificar en distintos órdenes, a los diversos hechos históricos, ubicando inicialmente a aquellos hechos inmediatos, nerviosos e instantáneos, que durando unas pocas horas, días o semanas se han constituido siempre en la materia prima favorita de los historiadores tradicionales en general y de los historiadores positivistas en particular. Hechos de muy corta vida, tales como la devaluación brusca de una moneda, la muerte de un jefe de estado, la irrupción de un terremoto que destruye a una ciudad, o el desencadenamiento de una guerra que sirve para gastar y enterrar cientos de misiles en el desierto, y que son hechos que tienen a veces un impacto espectacular y que atraen de una manera desmesurada todas las miradas de quienes los protagonizan o presencian, estando en general cortados a la medida del trabajo de los periodistas y de los puntos de vista de los políticos del día al día. Hechos de muy corta duración que se distinguen claramente de los fenómenos de coyuntura, de esos datos repetidos y reiterados durante años, lustros y hasta décadas, que han sido los datos

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más estudiados por los historiadores económicos, sociales o culturales de la última centuria. Hechos de la coyuntura, como un movimiento cultural o literario de una generación, como una rama depresiva o ascendente del ciclo Kondratiev, o como los efectos diversos de un movimiento político o social contestatario, que enmarcan a los acontecimientos del tiempo o de la duración corta, a la vez que se proyectan a la medida de la temporalidad correspondiente a las propias vidas de los hombres. Finalmente, y por debajo de este tiempo medio de las coyunturas, sean estas culturales, sociales, económicas o políticas, están las estructuras de la larga duración histórica, que corresponden a los procesos seculares y a veces hasta milenarios de las realidades más duraderas, más elementales y más profundas de esa misma vida histórica de las sociedades. Realidades de largo aliento como los rasgos y perfiles de una civilización, los hábitos alimenticios de un grupo de hombres, los sistemas de construcción y de vigencia de las jerarquías sociales, o las actitudes mentales frente al trabajo, la muerte, la vida o la naturaleza, que al aparecer como coordenadas que persisten y que sobreviven a lo largo de los siglos, tienden a confundirse como hechos obvios y a veces hasta eternos, escapando muchas veces a la mirada y al examen, obviamente de los malos historiadores positivistas, pero incluso también, a veces, de la observación de historiadores mas serios y atentos. Se trata entonces de proponer, para la historia crítica, una visión nueva de la temporalidad. Visión radicalmente distinta de los fenómenos temporales, que frente al tiempo lineal y cronológico que se fragmenta en días, meses, semanas, etc., como en sus puntos constitutivos sucesivos, pensándose aún dentro de las arcaicas divisiones del pasado, el presente y el futuro, va a proponer en cambio una idea más compleja de las múltiples duraciones, concebidas más bien como espacios fluidos y densos, como películas siempre en movimiento, que desde la correlación móvil y flexible de la dialéctica del antes y el después, van a construir desde su complicada interrelación a esa "dialéctica de las duraciones", que ha sido postulada por Braudel como el corazón del devenir histórico mismo.

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Lo que, de asumirse radicalmente, implicaría que los historiadores dejáramos de utilizar esas cada vez más paralizantes y estériles divisiones del pasado y el presente, y del presente y el futuro, para comenzar a estudiar los fenómenos históricos dentro de los diversos y múltiples flujos, siempre variables pero siempre convergentes, de sus respectivas duraciones históricas. Idea pues, de tiempos y duraciones diversos, que negando todos y cada uno de los supuestos y de los perfiles del tiempo moderno burgués dominante, es susceptible de recuperación no sólo por parte de la historia sino también por parte de todas las ciencias sociales en general, y en consecuencia, una clave metodológica que implica como una de sus posibilidades centrales, la de constituir un modo radicalmente nuevo de acercarse al estudio de todo lo sociai-humano, que se ha desplegado dentro de esos mismos tiempos o duraciones históricas. Novedad radical y dificultad conceptual profunda, que tal vez explican algunas de las incomprensiones mas frecuentes que ha sufrido esta propuesta nueva sobre la temporalidad histórica. Así, es común encontrar autores o textos que equiparan a la larga duración con el largo plazo de los economistas, o que creen que basta que una realidad cualquiera dure más de cien años para calificarla como estructura de larga duración. O también, quienes siguen equiparando a la corta duración exclusivamente con los hechos políticos, al tiempo medio con los fenómenos económicos y sociales, y a la larga duración con las realidades esencialmente geográficas. Pero, bien comprendida y bien aplicada, lo que no es sin duda tarea fácil, esta teoría de los diferentes tiempos históricos y de la larga duración histórica, resulta también una herramienta preciosa para la construcción de esa nueva historia crítica que aquí estamos intentando promover y defender. Estos son, muy brevemente resumidos, los aportes principales que la célebre corriente de los Annales ha desarrollado, respecto del proceso más global de construcción de una historia genuinamente crítica, aportes concretados durante su primer ciclo de vida,

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que cubre el período de los años de 1929 a 1968, y que hoy constituyen el verdadero legado annalista para todos aquellos que, en la actualidad, intentan todavía elaborar una historia realmente científica y realmente crítica. Veamos ahora las contribuciones que, en este mismo sentido, han desarrollado las diversas corrientes histonográficas nacidas o consolidadas como resultado de la gran revolución cultural de 1968.

CAPÍTULO v LAS LECCIONES DE 1968 PARA UNA POSIBLE CONTRAHISTORIA RADICAL

"...la contrahistoria (...) será el discurso de los que no poseen la gloria o -habiéndola perdido— se encuentran ahora en la oscuridad]/ en el silencio.". Michel Foucault, Genealogía del racismo, 1976.

IMMANUEL WALLERSTEIN

A más de treinta años de distancia de su saludable irrupción, la revolución cultural planetaria de 1968, parece por fin haber mostrado ya a todo el mundo sus verdaderos perfiles profundos y esenciales. Ya que más allá de las derrotas que, en prácticamente todas partes, sufrieron los movimientos sociales y políticos que protagonizaron esta revolución de 1968, subsiste el hecho de que todos ellos, sin excepción y a pesar de haber sido vencidos en lo político y en lo inmediato, triunfaron radicalmente al lograr desencadenar una transformación profunda e irreversible del conjunto completo de las estructuras de la reproducción cultural de todas las sociedades del orbe. Lo que se hace evidente, cuando constatamos que las tres instituciones o espacios centrales en donde se genera y se reproduce la cultura contemporánea, que son la familia, la escuela y los medios de comunicación, han sufrido justamente una mutación de largo alcance, precisamente a raíz de los efectos y del impacto central de esta revolución de 1968. Y es este impacto global del 68, el que se encuentra en la base de tantos y tantos procesos que hoy vivimos cotidianamente, y que abarcan desde la crisis de la familia moderna, el aumento espectacular de la tasa de divorcios, o la ruptura del machismo y el patriarcalismo dentro de las células familiares

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de todo el mundo, hasta el papel desmesurado que hoy juegan los medios de comunicación en todas partes, papel que los vuelve capaces de influir en la opinión pública hasta el punto de hacer variar el resultado de una elección presidencial, a la vez que desinforman sistemáticamente sobre una guerra, o sobre un movimiento indígena dignamente en rebeldía. Pero también, cuando denuncian valientemente las injusticias, o las expoliaciones que se realizan a varias generaciones de ciudadanos, por causa de un terrible acuerdo del Estado con los banqueros, o cuando hacen públicas las transacciones sucias y los acuerdos cupulares de los dirigentes de tal o cual partido político que desembocan en el veto a la aprobación de una ley digna sobre los derechos indígenas, por ejemplo. Pasando además, por todos los cambios enormes que ha sufrido también la institución de la escuela moderna, desde la redefinición total y la superación de la vieja relación jerárquica maestroalumno, y su sustitución por las nuevas técnicas pedagógicas, hasta la muerte del fetichismo acrítico frente a la letra impresa, en cuyo lugar florece ahora el libre examen crítico de las opiniones, y el debate directo como nuevo método de conocimiento. Efectos fundamentales de 1968, en todos los renglones de la cultura contemporánea, que también han impactado a todo el entero sistema de los saberes científicos, cuestionando hasta la misma división de las ciencias en "duras", "sociales" y "humanísticas", y replanteando, igualmente, la pertinencia y legitimidad de la división del estudio de lo social, en los tradicionales campos autónomos y separados de las actuales disciplinas de la antropología, la historia, la sociología, la economía, la geografía o la sicología, entre otras. Con lo cual, también la historia y la historiografía se han visto totalmente sacudidas y transformadas de raíz, renovándose una vez más, y dando lugar tanto al nacimiento de nuevas corrientes historiográficas, con nuevos paradigmas, métodos y perspectivas sobre el oficio de historiador, como también a la transformación profunda e igual renovación de algunas antiguas corrientes o tendencias historiográficas ya existentes.

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Corrientes renovadas profundamente, o en otro caso recientemente emergentes dentro los estudios históricos mundiales, que como herederas directas de la gran ruptura cultural de 1968, van a ser también aquellas que elaboren y propongan los nuevos modos de ejercer y de practicar la historia y la investigación histórica, estableciendo no sólo las principales lecciones historiográficas todavía vigentes de esa revolución de 1968, sino también las formas, los modelos y los horizontes de la manera en que hoy, en el año de 2004, se estudia, se investiga y se enseña la historia, en una buena parte de todo el planeta. Lecciones fundamentales de la historiografía de los últimos treinta años, que también son olímpicamente ignoradas por la mala historia positivista hoy dominante, pero que, junto a los aportes y las lecciones aún vivas de la historia marxista, y unidas también a las contribuciones desarrolladas por la corriente francesa de los Annales del periodo de 1929 a 1968, constituyen la plataforma imprescindible de los elementos formativos esenciales que, en la situación actual, debe poseer todo buen historiador genuinamente crítico, y que desee verdaderamente estar a la altura de nuestra propia época. Veamos entonces, brevemente, cuáles son estas lecciones de la historiografía de los últimos treinta años, así como las corrientes nuevas o renovadas que las han impulsado y propuesto. Una primera lección que es posible derivar de esta historiografía post-68, está asociada a los desarrollos más recientes de la corriente francesa de los Annales, y en especial a lo que podríamos considerar su "cuarta generación" o cuarto proyecto intelectual fuerte, desplegado desde 1989 y hasta hoy. Porque es sabido que después de 1968, la corriente de los Annales tuvo un viraje radical respecto del tipo de historia que había impulsado entre 1929 y 1968, historia esta última cuyos perfiles y enseñanzas hemos recogido ya en el capítulo anterior. Y entonces, entre 1968 y 1989, lo que los Annales hicieron fue dedicarse a la amorfa, ambigua y poco consistente "historia de las mentalidades", historia que abordó lo mismo problemáticas y temas históricos bastante banales e inesenciales, que unos pocos estudios dedicados a temas más serios y relevantes,

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pero que en conjunto se autodeclaró una historia ecléctica desde el punto de vista metodológico, y también una historia sin línea directriz ni principios teóricos, que aceptaba absolutamente cualquier enfoque histórico posible, con la única condición de que abordara ese indefinido campo de las "mentalidades". Y es claro que, desde el punto de vista de la historia crítica, muy poco o nada puede ser rescatado de esa historia de las mentalidades, desarrollada por la tercera generación de la corriente annalista. En cambio, y es esta la primera lección de esa historiografía francesa de los últimos quince años, resulta interesante el nuevo modelo de historia cultural que esta cuarta generación de Annales ha promovido, y que es el modelo de una historia social de las prácticas culturales, también caracterizado como una nueva historia cultural de lo social. Una historia que, frente al substantivismo auto suficiente de los estudios históricos de las mentalidades, -que en ocasiones ha llegado hasta el idealismo abierto y confeso, como en la obra de Philippe Aries-, va en cambio a representar un verdadero esfuerzo de una historia otra vez materialista, y otra vez profundamente social de los fenómenos culturales. Así, y asociada muy de cerca a los trabajos de Roger Chartier, esta historia social de las prácticas culturales nos propone analizar todo producto cultural como "práctica", y por ende, a partir de las condiciones materiales específicas de su producción, de su forma de existencia, y luego de su propia difusión y circulación reales. Por ejemplo, como en el caso de la historia del libro, que no sólo estudia los contenidos intelectuales y los mensajes culturales del mismo, sino también sus modos de fabricación, los procesos de trabajo de los editores, la composición material misma de los textos y su forma de presentación dentro del "objeto libro", igual que las diferentes formas de su lectura y de su recepción, por parte de los muy diversos "públicos" que lo consumen y lo utilizan en una época dada. Es decir, una historia cultural que vista como esa síntesis de diversas "prácticas", es una historia materialista en el mejor sentido de lo que antes hemos ya resumido.

Y también, una historia de la cultura que es profundamente social, en la medida en que restituye y reafirma esa condición de los productos y de las prácticas culturales, como resultados siempre directos de la propia actividad social. Es decir, que lo mismo una práctica de lectura determinada que un cierto conjunto de representaciones asumidas, e igual un cierto comportamiento cultural de una clase o grupo social, que una determinada modalidad de construcción del discurso, son todas distintas manifestaciones culturales que son siempre producidas, acogidas y reproducidas por una específica sociedad y en un cierto contexto histórico, lo que nos obliga entonces a partir siempre de ese referente social e histórico, para la explicación de toda práctica o fenómeno cultural posible. Un nuevo modelo de historia cultural, que si bien se encuentra todavía en proceso de construcción, y más precisamente en la vía de desprenderse de su matriz originaria que fue esta historia del libro y de la lectura, para intentar convertirse en un modelo más general de historia cultural, podría eventualmente en el futuro, llegar a producir y a proponer perspectivas interesantes y útiles para los historiadores críticos contemporáneos. Una segunda lección, mucho más cercanamente vinculada a la historiografía de esa cuarta generación de los Annales que hemos referido, es la de la reivindicación de una historia social diferente, focalizada en particular en reconstruir, de nueva cuenta, la compleja dialéctica entre individuo y estructuras, o entre agentes sociales, sean individuales o colectivos, y los entramados o contextos sociales más globales dentro de los cuales ellos despliegan su acción. Así, tratando de ir más allá de las visiones esquemáticas que, durante décadas, redujeron la acción de los individuos y su rol social al de simples "marionetas", unilateral mente determinadas en sus posiciones y en sus prácticas por dichas estructuras sociales, estos cuartos Annales proponen volver a revalorar el papel activo y constructivo de esos agentes sociales, que no sólo crean y dan cuerpo total a dichos entramados y estructuras sociales como fruto de sus acciones y de sus interrelaciones, sino que también disfrutan, permanentemente, de ciertos márgenes de libertad en

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su acción cotidiana, eligiendo constantemente entre diversas alternativas y modificando con sus propias prácticas, a veces poco y a veces totalmente, a esas mismas estructuras sociales que, sin duda, establecen en cada momento los límites concretos de su acción. Restituyendo de esta forma, un enfoque mucho más dinámico y mucho más complejo de los agentes como creadores y reproductores de las estructuras, y de las estructuras como marco envolvente y cerno límite de la acción de los agentes, que sin embargo se interrelacionan e interinfluyen recíprocamente todo el tiempo, para transformarse mutuamente, esos cuartos Annales son capaces de mostrar, no sólo el carácter cambiante y móvil de los determinismos que las estructuras ejercen sobre los agentes -y que lejos de ser omnipresentes, fatales y de un solo sentido claro, son más bien determinismos generales, tendenciales y en ocasiones de varios sentidos posibles-, sino también el papel siempre activo, dinámico y creador de esos agentes sobre las estructuras, a las que no solo han construido ellos mismos en el origen, sino a las que reproducen todo el tiempo con su acción, y a las que por lo tanto pueden también modificar, incluso totalmente, en ciertas condiciones y en ciertos momentos históricos determinados. Una otra historia social, que superando tanto la visión de la estructura omnipresente y todopoderosa sobre el agente pasivo y puramente receptivo, como también la vertiente opuesta del agente capaz de todo y demiurgo de la estructura y del mundo, que concibe a dicha estructura como reducida a mero "telón de fondo" subsidiario y marginal, intenta más bien reconstituir ese complejo va y viene, desde el individuo o desde el grupo hacia el contexto, y desde este último hacia los primeros. Restitución de esa compleja dialéctica entre los sujetos sociales y las situaciones o medios de su acción, que ha permitido corregir ciertas versiones deformadas de una historia objetivista y estructuralista, que había reducido el papel de los individuos, o de los agentes, o de los sujetos sociales, al de simples "portadores de su condición de clase", o también al de mera expresión de la estructura, historia que prosperó tanto dentro del marxismo vulgar como fuera de él, antes de la importante

revolución cultural de 1968. Pero que, al replantearse en términos de esta dialéctica de Ínter influencias recíprocas, permite abonar el desarrollo de una historia realmente crítica, que puede desarrollarse dentro de todos los diversos campos de lo histórico, para aplicarse lo mismo a la historia cultural o a la historia económica, que a la historia demográfica, política o social. La tercera lección post-68 para una historiografía crítica, se encuentra en cambio asociada a los desarrollos de las varias tendencias y subgrupos que han sido genéricamente calificados como la 'historia marxista y socialista británicas contemporáneas'. Y se trata de la propuesta, una vez más, de reivindicación de la historia social, pero aquí entendida, en particular, como el proceso múltiple de recuperación del conjunto de las clases populares y de los grupos oprimidos dentro de la historia. Recuperación concebida en muy diferentes líneas y niveles, que en un caso se despliega, específicamente, en el sentido del rescate de dichas clases y grupos populares en relación con su verdadera condición de agentes de la dinámica social y del cambio social, mientras que en otro caso avanza, mas bien, como el proyecto de reintegrar la voz y la memoria de esos sectores populares en tanto que fuentes esenciales para la construcción del saber histórico. Pero también, en una tercera vertiente, respecto de la elección de la situación de estas clases mayoritarias como observatorio o punto de partida del análisis de la totalidad de lo social, al defender una historia construida to bottom up (desde abajo hacia arriba), en la que el criterio de estos sectores que son 'los de abajo', es el que define las formas de percepción y de análisis del grado, la intensidad, las formas y el curso concreto mismo de la confrontación y de la lucha de clases, en sus múltiples desenlaces y resultados posibles. De este modo, una primera variante de este proceso multifacético de recuperación de las clases populares dentro de la historia, avanza en el sentido de revalorar profundamente, una vez más, el verdadero papel que han tenido esas clases populares y esos grupos oprimidos como reales protagonistas y constructores del drama histórico. Algo que, como habíamos señalado antes, ha sido

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originalmente planteado y desarrollado por Marx, y que estos historiadores británicos, justamente marxistas, van a volver a recordar y a replantear con fuerza, frente a la historia positivista inglesa a la que ellos combaten e intentan superar. Y entonces, tendremos nuevamente, y apoyada e inspirada en parte en esta historia socialista inglesa, toda una nueva y vigorosa ola de trabajos concentrados en reconstruir las historias de la clase obrera, los itinerarios y papel de los movimientos campesinos, las experiencias y las luchas de los trabajadores, los estudios y los análisis de los grupos marginales más diversos, igual que la popularización de obras y ensayos sobre la cultura popular y la conciencia obrera, sobre las cosmovisiones campesinas y sobre las formas de ver y de concebir el mundo, características de esos diversos grupos y sectores sociales marginales y marginados ya mencionados, entre muchas otras. Vasto conjunto de perspectivas y de historias de todas las clases sociales, y de los innumerables movimientos sociales, que habiendo cobrado nuevo auge después de 1968, se prolongan hasta el día de hoy como uno de los campos más fértiles para el ulterior desarrollo de las historiografías críticas de todo el planeta. Una segunda variedad importante dentro de estos enfoques de la historia socialista británica, es la que se ha concentrado en proponer el rescate directo de la voz y de la memoria de esas clases populares, como instrumento y fuente para la construcción misma del saber histórico. Pues si esta perspectiva afirma que son esas clases populares las que hacen la historia real, entonces lo más lógico es que sean también ellas las que escriban la historia, y las que elaboren los propios discursos históricos que intentan dar cuenta de sus obras, de sus luchas, de sus actividades y de sus papeles y roles específicos, dentro de los procesos sociales históricos globales. Siguiendo entonces la idea de que la ciencia de la historia debe de "darle voz" a los oprimidos, y de que debe hacer que todo el mundo escuche dicha voz, al recuperarla sistemáticamente dentro de los elementos del propio saber histórico, esta historia socialista británica ha tratado de implementar los mecanismos para rescatar

y reincorporar a esa memoria de los verdaderos protagonistas esenciales de la historia real, recurriendo para ello a la construcción y a la revalorización de las técnicas de la historia oral, a la vez que fundaba los célebres History Workshops o "talleres de historia" en los que, juntos y combinando sus habilidades y sus saberes específicos, los propios obreros, o los habitantes de un barrio, o los protagonistas de un cierto movimiento social, o los campesinos de una localidad, trabajaban con los historiadores "profesionales" o de oficio, para hacer y escribir, o para rehacer y para reescribir la historia, de esa clase, de ese barrio, de ese movimiento o localidad particulares. Una historia radical que, en la medida en que está incorporando a los propios trabajadores y sectores populares como generadores y constructores del propio saber histórico, se ha abierto entonces, de manera amplia y muy receptiva, al seguimiento, estudio y registro de prácticamente todos los movimientos antisistémicos contemporáneos, haciéndose eco sin excepción, lo mismo del movimiento feminista que del movimiento obrero, de los movimientos pacifistas y antinucleares o de los movimientos estudiantiles, de los movimientos campesinos o de los movimientos antirracistas, igual que de los movimientos indígenas, urbanos, territoriales o locales más diversos. Una tercera versión de esta historia, derivada de las dos anteriores, es la que propone construir toda historia posible como una "historia desde abajo", es decir como una historia que aún cuando se ocupe del análisis de las clases dominantes, o en otro caso de la cultura de las élites, o también del papel del Estado o del mercado, o de la nación, lo hará siempre desde este observatorio específico que es el del emplazamiento y la perspectiva de análisis de esas mismas clases populares, viendo a los líderes desde el punto de vista de las masas, o al Estado desde la sociedad civil, a la vez que diagnostica a la cultura dominante desde la cultura popular, y a los explotadores y dominadores desde el punto de vista de sus víctimas, desentrañando los mecanismos del mercado desde la producción o construyendo la explicación del fenómeno de la 'nación' desde el punto de vista del ciudadano ordinario y común.

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Proponiendo entonces estudiar todo fenómeno histórico "desde abajo hacia arriba" (to bottom up), esta historiografía socialista británica quiere descentrar sistemáticamente a la tradicional historia positivista también inglesa, siempre estatolátrica o adoradora del Estado, politicista, concentrada en los héroes y en los grandes hombres, e ignorante de esas clases populares antes mencionadas. Con lo cual, tendremos por primera vez dentro de los estudios históricos, una perspectiva historiográfica que intenta construirse desde el propio punto de vista de las clases populares, desde los modos en que dichas clases sometidas han sentido, vivido y percibido, de manera concreta, todo el conjunto de los hechos y procesos históricos, desde los más cotidianos y aparentemente triviales, hasta los mas espectaculares y llamativos. Lo que, evidentemente, se opone de manera frontal a la antigua concepción positivista tradicional, que siempre ha reproducido sin crítica solo el punto de vista de los vencedores y de las clases dominantes. Mientras que, en esta variante de la historia británica socialista, justo de lo que se trata es de reexaminar todos los hechos, situaciones y procesos de la historia, desde las cosmovisiones de los campesinos y de los obreros, de los marginados y de los trabajadores, es decir, de todos aquellos sujetos sociales cuyas visiones y percepciones específicas han sido casi siempre ignoradas y omitidas por los historiadores anteriores. Por último, una cuarta línea de derivación importante de esta perspectiva historiográñca, es la de la reivindicación del original concepto de la "economía moral de la multitud". Concepto este último que habiendo sido acuñado por el historiador Edward P. Thompson, nos entrega una herramienta muy interesante y muy fecunda para la historia crítica de la lucha de clases y de los movimientos populares. Pues recordándonos que esa lucha de clases no existe solo en los momentos culminantes o espectaculares de una revolución, de una revuelta popular o de la Toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno, sino siempre y permanentemente, este concepto se nos ofrece como el esfuerzo de dar cuenta o de captar de modo más preciso el mecanismo o barómetro que, en la sensibili-

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dad popular y en el punto de vista de las propias masas populares, regula y establece en cada momento lo que es tolerable y lo que es intolerable, lo que es justo e injusto, lo que aún puede aceptarse frente a aquello que en cambio desencadena la ira popular y la indignación y la sublevación general, mecanismo que en cada situación histórica particular se ha construido siempre desde las tradiciones, la historia, las costumbres y los singulares modos de ver de cada grupo o clase popular, en cada circunstancia y tiempo histórico específicos. Una "economía moral" de las clases populares, que solo es captada por sus líderes más auténticos y por sus portavoces más genuinos, pero que debe ser estudiada, analizada y reconstruida con cuidado por el buen historiador crítico, si es que este desea realmente comprender, de manera concreta, fina y detallada, a esa lucha de clases y a ese decurso social de la historia que intenta explicar. Ya que sin esa radiografía cuidadosa de dicha "economía moral de la multitud", será muy difícil entender por qué un motín, una revuelta, una insurrección, o hasta una revolución, estalla precisamente en el momento en que lo hace y no antes ni después, y además por qué los desenlaces de todas esas manifestaciones populares y de la lucha de clases, han sido en particular los que han acontecido y no cualesquiera otros diferentes. Una cuarta lección metodológica importante, deriva en cambio de las contribuciones y desarrollos de la corriente italiana de la microhistoria. Una perspectiva historiográfica nacida directamente de los impactos de la revolución cultural de 1968, que recogiendo y superando a la vez a todo el conjunto de las tradiciones de la historia social italiana posterior a 1945, va a irse estructurando durante los años setenta y ochenta alrededor de la publicación de la hoy conocida revista Quaderni Storici. Así, manteniendo una posición clara y definidamente progresista y de izquierda, este grupo de historiadores críticos de origen italiano va a elaborar, en primer lugar y como una primera herramienta heurística de la nueva historia crítica, el procedimiento metodológico del "cambio de escala", procedimiento que al postular la posibilidad de modificar la "escala"

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específica en que un problema de historia es analizado y resuelto, va en general a desembocar en la reivindicación de la recuperación recurrente de la escala microhistórica, o del universo de dimensiones históricas "micro" como el posible nuevo "lugar de experimentación" y de trabajo de los historiadores que, no obstante, continúan empeñados en explicar y en comprender los grandes y siempre fundamentales procesos globales macrohistóricos. De este modo, y a la vez que critican los límites de los distintos modelos "macrohistóricos" precedentes, que al haberse afirmado dentro de las ciencias sociales y la historiografía del siglo xx, fueron simultáneamente vaciándose de contenido, al abandonar su fuente nutricia originaria, que era y ha sido siempre el análisis de los casos particulares y de las experiencias históricas singulares, los microhistoriadores italianos van en cambio a defender este cambio de escala y este retorno sistemático al nivel microhistórico, pero no para renunciar al nivel de lo general y de la macrohistoria -como si hacen la mayoría de los historiadores locales o regionales tradicionales y positivistas-, sino justamente para renovarlo y enriquecerlo, replanteándolo de modo más complejo y elaborado, a partir de los resultados de esa experimentación y de ese trabajo realizado dentro de los universos de la escala microhistórica. Porque el núcleo de este procedimiento microhistórico y de cambio de escala, consiste precisamente en esta recuperación integral de ese círculo de va y viene, que constituye a la dialéctica compleja de lo macrohistórico o general con lo microhistórico o particular. Recuperación que avanza tomando una o algunas hipótesis centrales de un modelo de explicación general o macrohistórica ya establecido o aceptado, para entonces "hacer descender" esta o estas hipótesis a una nueva escala, que es precisamente la escala microhistórica. Escala o universo micro, en el cual dichas hipótesis generales serán puestas a prueba y verificadas, sometiendo su capacidad explicativa a la prueba del caso singular microhistórico elegido, el que al servir de "test" o de "lugar de experimentación" de esas mismas hipótesis, va a terminar siempre modificándolas, enriqueciéndolas, complejizándolas, y a veces hasta refutándolas

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totalmente, para reformularlas de una manera muy distinta. Y por lo tanto, abriendo siempre la posibilidad y hasta la necesidad de retornar de nuevo a los niveles macrohistóricos o generales, desde los resultados del "experimento microhistórico", para reproponer entonces nuevas hipótesis generales y nuevos modelos macrohistóricos, más sutiles, más complejos y más capaces de dar cuenta real de las distintas situaciones histórico concretas a las que ellos aluden. Procedimiento microhistórico del cambio de escala que, entonces, no es solo radicalmente diferente de la tradicional y muy frecuentada historia local, o también de la propia historia regional -y por ende, igualmente diverso de la difundida "microhistoria mexicana" de Luis González y González-, sino también de cualquier historia puramente anecdótica, de las "cosas pequeñas" o de los "espacios" o "problemas reducidos" dentro de la historia. E incluso, es un procedimiento que podría, precisamente, explotarse en el futuro para tratar de renovar a esas historias locales, regionales, o anecdóticas, que en su inmensa mayoría terminan derivando justamente en la pura descripción puntual, acumulativa y finalmente intrascendente, de hechos y anécdotas locales o regionales correspondientes a esos diversos microu ni versos históricos, los que aquí son considerados solo de manera aislada y en sí mismos, descripciones que son tan comunes y tan utilizadas por parte de la mala historia positivista. Una quinta lección, también asociada a la microhistoria italiana, y directamente conectada con el procedimiento microhistórico que acabamos de explicar, es la de las posibilidades que abre, para el buen historiador, el análisis exhaustivo e intensivo de dicho universo microhistórico. Es decir, que al reducir la escala de análisis, y tomar como objeto de estudio a ese "lugar de experimentación" que es la localidad, o el caso, o el individuo, o la obra o el sector de clase elegido, se hace posible llevar a cabo un análisis prácticamente total, tanto de todos los documentos, las fuentes, los testimonios y los elementos disponibles dentro de ese microuniverso, como también de los diversos y múltiples sentidos involucrados en las acciones, las prácticas, las relaciones y los procesos

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desarrollados por esos personajes, o comunidades, o situaciones microhistóricas investigadas. Pues a diferencia de los estudios puramente macrohistóricos, que necesariamente seleccionan uno o algunos pocos elementos de la totalidad, a los que investigan y analizan a través de casos o ejemplos, o de situaciones más o menos ilustrativas y/o representativas de las tendencias generales -lo que es totalmente pertinente, útil y necesario, mientras no se caiga en el vicio ya mencionado de "vaciar" el modelo general de sus referentes empíricos, y de terminar imponiéndolo como molde rígido y obligatorio de la explicación de las múltiples realidades concretas-, el análisis de un caso microhistórico permite, en cambio, mantener el horizonte exhaustivo de agotar prácticamente todos los niveles de la realidad, y todas las dimensiones y aristas de una situación, de una comunidad, o de un personaje histórico cualquiera, reconstituyendo por ejemplo, la entera red de relaciones de un individuo a lo largo de toda su vida, o también el mapa de vínculos, alianzas, matrimonios y disputas de todas las familias de un pequeño pueblo, o también las formas de vida, los espacios de ocupación, las expectativas familiares y los comportamientos culturales y políticos de una cierta clase obrera determinada, o también todos los contextos sociales múltiples de la redacción y de la recepción social de una cierta obra intelectual, etc.. Al mismo tiempo, y acompañando a este estudio que agota todas las dimensiones de la realidad micro bajo examen, se hace posible también un análisis más intensivo de los testimonios y de las fuentes diversas. Un análisis que ubicándose ahora desde el punto de vista del sentido de los hechos históricos, intenta también agotar todos los sentidos imbricados dentro de cada problema histórico, multiplicando las perspectivas de interrogación de dicho problema, y los puntos de observación de los mismos, para tratar de construir, también dentro de la historia, lo que el antropólogo Clifford Geertz ha llamado "descripciones densas" de los problemas. Es decir, descripciones que sintetizan y combinan en un solo esquema explicativo, las muy diversas maneras en que la si-

tuación o el problema analizado ha sido visto, percibido, y procesado, por todos y cada uno de los actores y agentes sociales en él involucrados. Un análisis exhaustivo y al mismo tiempo denso del "lugar microhistórico", que acerca de inmediato a los historiadores hacia el horizonte de la historia global, y también hacia el punto de vista de la totalidad, los que hemos ya mencionado y desarrollado anteriormente. La última lección hasta ahora aportada por la microhistoria italiana, y que es la sexta lección de la historiografía posterior a 1968, es la de la importancia de reconocer, cultivar y aplicar el paradigma indiciarlo dentro de la historia. Y ello, en general, pero también y muy especialmente cuando nuestro objeto de estudio es el conjunto de elementos y de realidades que corresponden a la historia de las clases populares, de los grupos sometidos, de los "derrotados" sucesivos en las diferentes batallas históricas, y más en general de todas esas "víctimas" dentro de los procesos históricos, cuya historia ha sido siempre silenciada, omitida, marginada, reprimida o hasta eliminada y borrada de diferentes maneras. Porque ha sido precisamente en el intento de reconstruir los elementos que componen a la cultura popular italiana y europea del siglo xvi, pero no vista y analizada desde el punto de vista de las clases dominantes, sino viéndola desde el propio punto de vista de esas mismas clases populares, que Cario Ginzburg ha explicitado ese paradigma indiciario. Paradigma basado en el desciframiento de ciertos indicios históricos, cuya esencia consiste en que el historiador se capacite y entrene para ser capaz de leer e interpretar los múltiples indicios que, habiendo sobrevivido a los procesos de recodificación, filtro, deformación, conservación sesgada, y reescritura de la historia por parte de las clases dominantes, permiten todavía hoy acceder de manera directa a esos puntos de vista y a esas eosmovisiones de la cultura popular, al modo de huellas, síntomas o trazos que, adecuadamente leídos e interpretados, logran aún revelarnos esas realidades silenciadas y marginadas sistemáticamente que conforman a esa misma cultura popular.

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Y es que si partimos del hecho de que las clases populares no saben leer ni escribir sino hasta fechas muy recientes, entonces es claro que los testimonios y documentos sobre su cultura sean en general escasos, cuando no hasta inexistentes. Y si a ello agregamos que la historia la hacen siempre los vencedores, entonces resulta evidente que lo que ha llegado hasta nosotros, cuando ha llegado, sobre esa cultura popular, son sólo y sobre todo las visiones de las clases dominantes sobre dicha cultura de las clases que ellos mismos han sometido y explotado, visiones que además de no comprender adecuadamente dicha cultura, la banalizan, deforman, y distorsionan, a través de los ineludibles filtros, interesados y nada imparciales, de su propia posición de clase hegemónica. Por ello, lo único que ha llegado hasta nosotros de esa cultura popular, eminentemente oral y siempre negada y expulsada de la historia oficial, no son otra cosa que esos pequeños indicios, o rasgos y elementos aparentemente insignificantes para cualquier mirada ordinaria, pero en verdad profundamente reveladores y esdarecedores para la mirada aguda y para el olfato especialmente entrenados del historiador crítico, que ha cultivado esta búsqueda de los indicios, y esta capacidad de su lectura e interpretación adecuadas. Por eso, Cario Ginzburg juega, para explicar este paradigma indiciarlo, con la comparación metafórica entre la actividad del historiador, de un lado, y en el otro con toda una serie de actividades que incluyen, por ejemplo, el trabajo del detective, o también la labor del sicoanalista, o la pesquisa de un juez, igual que el diagnóstico de un buen médico, o la investigación del especialista de arte que es capaz de atribuir acertadamente la autoría de un cuadro supuestamente anónimo, entre otros. Pues en todos estos casos se trata de saberes indicíanos, que a partir de esos elementos sólo aparentemente secundarios o insignificantes, que son los rastros dejados involuntariamente por el culpable, o los actos fallidos del paciente, o las contradicciones o lagunas presentes en la deposición de los testigos, o los síntomas diversos de un enfermo, o también los modos recurrentes y totalmente singulares de pintar una uña, una oreja, una zona del cabello o un pliegue del vestido,

logran descubrir y establecer esa realidad oculta y de difícil acceso, pero finalmente "atrapable" y descifrable por el buen investigador o pesquis ador. Un saber indiciarlo que es, también, uno de los modos permanentes y milenarios del saber popular, del saber de esas mismas masas y clases populares, que aprehenden el mundo por la vía de la experiencia cotidiana y de la observación atenta del entorno circundante. Y por lo tanto, también a partir de esa capacidad de leer los indicios y de interpretarlos adecuadamente, como en el caso del saber de los cazadores, de los marineros, de los carpinteros o de los curanderos y médicos populares. Un saber apoyado en indicios que, bien aprendido y bien aplicado, es una herramienta preciosa tanto para el rescate de todos esos temas difíciles y que se "resisten" a darse fácilmente al historiador, -lo que hace que el mal historiador positivista, simplemente los ignore, y pase de largo olímpicamente frente a ellos-, como, más en general, para el desarrollo más rico y complejo de esa buena historia crítica, que recupera esos elementos de la historia popular, pero siempre desde el propio punto de vista de las víctimas. Una séptima lección importante de la historiografía posterior a la revolución cultural de 1968, está vinculada con el desarrollo de la cada vez más difundida perspectiva del "world-system analysis" (del análisis del sistema-mundo). Perspectiva que habiéndose desarrollado, también a raíz de la ruptura de finales de los años sesenta en Estados Unidos, ha ido difundiéndose y ganando popularidad en todo el mundo a lo largo de los últimos cinco lustros. Perspectiva crítica, que se reivindica también como directamente inspirada en los trabajos de Marx, y cuyo representante principal es Immanuel Wallerstein, que hoy es, entre muchas otras cosas, director del conocido Fernand Braudel Center de la Universidad de Binghamton. Centro Fernand Braudel, al que igualmente podríamos considerar como el espacio de concentración más importante para la reproducción e irradiación mundial de este mismo enfoque. Así, esa séptima lección referida, es la que alude al paradigma que afirma que la unidad de análisis obligada para el examen y

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explicación de cualquier fenómeno, hecho, o proceso acontecido durante los últimos cinco siglos, es la unidad planetaria del sistemamundo capitalista. Es decir, una propuesta metodológica que afirma que, para poder explicar cualquier fenómeno social de la historia capitalista del último medio milenio, es imperativo y forzoso mostrar sus conexiones y vinculaciones con esa unidad de referencia, siempre presente y siempre esencial e imprescindible en términos de una explicación adecuada, que es justamente el sistema-mundo capitalista en su totalidad. Lo que implica entonces que, para esta perspectiva, son siempre inadecuados y hasta encubridores de la realidad, los marcos conceptuales que intentan encuadrar y explicar esos mismos fenómenos sociales, desde el marco de la "nación", o del "Estado", o de la "sociedad", o de cualquiera de las combinaciones que derivan del acoplamiento de estos términos, como son el Estado-nación, la sociedad nacional o la sociedad estatal. Porque al afirmar que el verdadero marco en el que se desenvuelven iodos los procesos capitalistas, es el marco del sistema-mundo semiplanetario o planetario, según las épocas, lo que se reivindica es la existencia de una dinámica global igualmente planetaria, que estaría siempre actuante y siempre presente durante el último medio milenio transcurrido, y que sería la dinámica última y determinante del conjunto de realidades, situaciones, sucesos y acontecimientos desplegados dentro de los límites de este mismo sistema-mundo capitalista. Y entonces, no se trataría simplemente de "sumar" o de "agregar" los "factores externos", o extranacionales, a los "factores internos", nacionales o estatales, de una "sociedad" determinada, lo que siempre se hace tomando a dichos factores externos como un mero complemento, marginal y secundario, de esos factores internos, sino más bien de lo que se trata es de invertir y de transformar radicalmente nuestros modos de explicación y de interpretación habituales, reubicando también en el centro de nuestras hipótesis y de nuestros modelos, a esa dinámica supranacíonal de las tendencias globales del sistema-mundo, dinámica que, solo en un segundo momento, va a especificarse y a concretarse en las diversas dinámicas regionales, nacionales y locales particulares.

Reubicación de ese marco global del sistema-mundo, como referente más general de nuestras explicaciones, que entonces nos obliga a comenzar por preguntar si el problema o tema investigado se ha desplegado en una zona central, semiperiférica o periférica de ese sistema-mundo, y también si ha acontecido dentro de una fase ascendente o descendente, en primer lugar, del ciclo Kondratiev, pero también y en segundo lugar, de los ciclos hegemónicos de las potencias del sistema-mundo, y en tercer lugar, dentro de qué fase, etapa o momento temporal dentro de la curva integral de vida del sistema-mundo en su conjunto. Preguntas que al ser respondidas nos dan ya, según esta perspectiva del análisis del sistema-mundo, las primeras coordenadas esenciales para la explicación concreta de ese problema histórico analizado. Una octava lección, también ligada a esta perspectiva del análisis del sistema-mundo, es la que se refiere a la necesidad de repensar nuevamente, de manera crítica, la forma de organización del sistema de los saberes humanos en general, y en particular, el episteme hoy vigente dentro del conjunto o universo de las llamadas ciencias sociales. Porque recuperando en este punto, la exigencia antes referida de una historia verdaderamente globalizante o totalizante, y proyectándola en particular hacia el problema de la historia de la construcción de las diversas disciplinas o ciencias que hoy abordan los diferentes renglones de lo social humano en el tiempo, este paradigma del world-system analysis va a criticar radicalmente la actual configuración disciplinar del estudio de lo social, que sigue encerrando nuestras reflexiones e investigaciones dentro de la ya arcaica división de esas supuestas ciencias autónomas y separadas que son la economía, la antropología, la ciencia política, la historia, la geografía, la sociología, la sicología o la lingüística, entre otras. En contra de esta parcelación del saber sobre lo social, cada vez más paralizante y cada vez mas limitada, esta perspectiva va en cambio a pugnar abiertamente por "abrir las ciencias sociales", para reconstruir una nueva y abarcativa "unidisciplinariedad" para el estudio de lo social, que fundada y apoyada en una sola epistemología global, sea capaz de edificar la "ciencia social-

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histórica" que deberá sustituir a esas actuales disciplinas mencionadas de la antropología, la economía, la ciencia política, la historia o la sociología, etc.. Revisando y cuestionando entonces de raíz, las específicas divisiones epistemológicas que fundan este esquema parcelado y cuadriculado de las distintas disciplinas o ciencias sociales contemporáneas, esta perspectiva desarrollada en parte por Immanuel Wallerstein, va a demostrar lo estéril e insostenible de seguir intentando separar el pasado del presente, lo político de lo social y lo social de lo económico, así como el estudio de las civilizaciones europeas del de las supuestas culturas o civilizaciones no europeas. Divisiones y separaciones que hoy se revelan como insostenibles y como puramente artificiales, y que cada vez resultan más paralizantes y restrictivas para la adecuada comprensión de lo social, siendo sin embargo el verdadero fundamento último de la justificación de esta configuración disciplinar actualmente vigente. Divisiones que urge entonces criticar y eliminar, para abrir el paso a la construcción de ese nuevo horizonte unidisciplinar en el análisis de lo social, hacia el cual tienden de manera espontánea todas las perspectivas y todas las corrientes mas innovadoras desarrolladas recientemente dentro de esas mismas ciencias sociales actuales. Invitándonos entonces a repensar con seriedad estas premisas no explicitadas de nuestro actual sistema de construcción de la ciencia sobre lo social, Immanuel Wallerstein explica entonces la actual crisis que vive este episteme todavía dominante, crisis que no se resolverá nunca, ni con la interdisciplinariedad, ni con la multidisciplinariedad, pero tampoco con la transdisciplinariedad o con la pluridisciplinariedad, las que en todos los casos parten finalmente del dato de respetar, sin criticarlo, ese mismo fundamento de la división en diferentes disciplinas, al que en el fondo consideran válido y legítimo, y del cual solo quieren paliar o modificar sus 'malas' consecuencias, pero sin transformar de raíz ese mismo fundamento. Mientras que, por el contrario, en la perspectiva del análisis del sistema-mundo, de lo que se trata es justamente

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de deslegitimar y de eliminar por completo dicho fundamento de la división disciplinar, reconstruyendo desde la base otro modo o episteme diferente para ese mismo estudio de lo social, un episteme precisamente unidisciplinario para la comprensión y examen de lo social-humano en el tiempo. Con lo cual, la actual crisis que viven las ciencias sociales actuales, solo puede ser superada si abolimos completamente dicha parcelación en disciplinas, y si volvemos a esas visiones unitarias y unidisciplinares sobre lo social que existieron, todavía, hasta la primera mitad del siglo xix, por ejemplo en el propio caso de Carlos Marx. Nueva visión unidisciplinaria en la que, por lo demás, habrá que recuperar todo el conjunto de las contribuciones importantes desarrolladas por estas mismas ciencias sociales parceladas, en sus ciento cincuenta años de desarrollo en general. Una recuperación compleja y sutil, en la que los aportes hasta hoy desarrollados, en particular por la historia, deberán ocupar un rol central y de primera magnitud, al contribuir a esclarecer los mecanismos temporales de la continuidad y del cambio, y más en general, todas las implicaciones y conexiones de esos fenómenos sociales con esta dimensión profunda y omnipresente de la temporalidad.

Estas son, brevemente resumidas, las principales lecciones que nos aportan las más importantes corrientes historiográficas hoy vigentes dentro del panorama universal de los estudios históricos más contemporáneos. Lecciones que, obviamente, son en su totalidad térra incógnita para los malos historiadores oficialistas, tradicionales y positivistas, a pesar de que constituyen, sin duda, las herramientas más cotidianas y los referentes más usuales de los buenos historiadores críticos contemporáneos. Y es claro que resulta abusivo, y finalmente hasta mentiroso, autodenominarse "historiador" si uno no conoce y domina, por lo menos, a esta serie de autores, paradigmas y propuestas que, en su conjunto, son el legado más

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reciente, y también las perspectivas todavía vivas y vigentes, correspondientes a los modos más actuales en que se ejerce hoy el apasionante oficio de la historia.

FEDERICO ENGELS

CAPITULO vi ¿QUÉ HISTORIA DEBEMOS HACER Y ENSEÑAR HOY? UN MODELO PARA (DES)ARMAR

"La burguesía convierte todo en mercancía, y por ende también la escritura de la historia. Forma parte de su ser, de su condición para la existencia, falsificar todos los bienes: también falsificó la escritura de la historia. Y la historiografía mejor pagada es la mejor falsificada para los propósitos de la burguesía". Federico Engels, Notas para la 'Historia de Irlanda', ca. 1870-1871.

Después de haber detectado y señalado las distintas figuras de la mala historia que se hace y que se enseña en nuestro país, y a las que intentamos abiertamente superar, y luego de establecer los más recurrentes "pecados capitales" que amenazan al historiador, y que lo hacen estar sometido al riesgo permanente de deformar y de empobrecer sus propios resultados historiográñ'cos, hemos tratado de resumir también todo el conjunto de lecciones y de contribuciones que, desde Marx y hasta la actualidad, han ido poniendo los cimientos necesarios y los elementos indispensables para el desarrollo de un historia diferente, de una buena historia, al mismo tiempo crítica y científica, pero también acorde a las urgencias y a las circunstancias más contemporáneas. Con lo cual, y a partir de todas estas lecciones, y también de todas estas advertencias y prevenciones, quizá sea posible intentar responder a la importante y acuciante pregunta, respecto a cual es el tipo de historia que debemos de hacer y debemos de enseñar en las aulas, para no continuar reproduciendo a la mala y aburrida historia que ha sido dominante hasta hoy en nuestro país, y

II

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para desarrollar, por el contrario, una buena historia crítica que este realmente acorde con los últimos progresos y avances de los estudios históricos mas contemporáneos en todo el mundo. Y para responder a esta pregunta, tal vez sea útil repasar, de manera sintética, y sobre la base de todo lo planteado anteriormente, algunas de las más recurrentes falsas disyuntivas a las que se enfrentan todavía hoy los historiadores actuales, disyuntivas que desde las lecciones antes resumidas pueden ser realmente sobrepasadas y superadas por los buenos historiadores críticos, construyendo mas allá de ellas y sobre dicha superación, precisamente los perfiles y los elementos generales de esa nueva historia diferente que aquí intentamos promover e impulsar abiertamente. Para poder hacer y enseñar esta nueva historia, que tanto reclaman y necesitan los estudiantes y los Profesores más activos, inteligentes y críticos de nuestro país, es indispensable entonces ser capaces de evitar caer en toda esa serie de falsas disyuntivas ya mencionadas, que habiéndose planteado en el pasado, e incluso hasta el presente, como parte de los "grandes debates" entre los historiadores, han presionado a estos últimos, constantemente, para que escojan o decidan entre diferentes objetos de estudio, pero también entre distintos órdenes de fenómenos de la realidad, lo mismo que entre diversas técnicas, o métodos, o paradigmas, o modos de aproximación hacia sus diferentes temas de investigación. Y entonces, se ha debatido hasta el cansancio si la historia debe de ocuparse, sobre todo, de los elementos generales, reiterados y universales dentro de la historia, o si por el contrario, su atención debe de concentrarse más bien en el carácter único, irrepetible y singular de los acontecimientos históricos. O también, se ha prolongado hasta hoy la eterna querella, entre los defensores del trabajo empírico y erudito del historiador, y aquellos que deñenden en cambio la filosofía de la historia, y la construcción metafactual y esencialmente discursiva del historiador. Pero sucede lo mismo cuando se intentan oponer la microhistoria a la macrohistoria, la historia puramente descriptiva a la historia interpretativa, el individuo a las masas, o a cualquier otra forma de "lo colectivo", la

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historia económica, o social, a la historia de las mentalidades o a la historia cultural, la historia de las estructuras y de las inercias fuertes a la historia de los agentes activos y de las acciones, igual que la historia "objetiva" a la historia "desde el sujeto", o la historia cuantitativa, serial y anónima, a la historia individual, viva y vivida, o la historia de la larga duración a la historia de los acontecimientos, la historia "realmente científica" a la historia "ideológica" o "políticamente comprometida", o la historia ecléctica o "sin ortodoxias" a la historia limitada rígidamente a la aplicación y repetición de un sólo modelo histórico, entre tantos otros ejemplos que podríamos continuar enumerando largamente. Pero, como es posible deducir de la lectura de los capítulos anteriores, y de todo el conjunto de lecciones que nos han legado tanto Marx y la corriente de los Annales, como todas las perspectivas historiográficas críticas posteriores a la revolución cultural de 1968, se trata en todos estos casos sólo de falsas oposiciones y de falsas elecciones o disyuntivas, que se disuelven y eliminan de inmediato, en cuanto nos acercamos con cuidado a la lectura de los trabajos principales, de todos los autores y defensores de esta historia crítica que hemos ido mencionando a lo largo de este breve ensayo, y cuyas tesis y aportaciones centrales, hemos tratado de resumir y de plantear muy brevemente. Porque, como lo ha dicho alguna vez Fernand Braudel, la ciencia de la historia es la suma de todas las historias posibles, pasadas, presentes y futuras, del mismo modo que la historia verdaderamente crítica, implica siempre y en general, la consideración de todos esos elementos, perspectivas, dimensiones, órdenes, métodos, técnicas y paradigmas que intentan oponer falsamente los malos historiadores, arguyendo su carácter excluyente y a veces hasta antitético. Pero es claro que la historia es, en su esencia profunda, la dialéctica compleja y permanente entre una serie de elementos universales, repetidos, comunes y generales, con otros elementos singulares, únicos, excepcionales y particulares, dialéctica que en esta doble vertiente, nos explica a la vez porqué existen ciertas regularidades y tendencias claras dentro de la historia, pero al mismo

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tiempo porqué esa historia no se repite nunca. Es decir, porque la historia no es una simple acumulación eternamente variable de hechos, personajes, acontecimientos y procesos siempre diferentes, lo que impediría todo análisis racional y científico de la misma, pero tampoco un mero cambio de formas o de "trajes" para una historia que, entonces, sería cíclica y eternamente repetida, además de tediosamente previsible. Por el contrario, y alejada tanto de la posición historicista, que ha sucumbido a su enamoramiento respecto de ese carácter único y singular de lo histórico, como de la posición stalinista y marxista vulgar, que afirmaba que las leyes de la historia conducían, a todos los pueblos del mundo y de manera fatal e inevitable, hacia el "socialismo", la historia crítica reivindica la necesidad permanente de recuperar, en todo momento y en cada análisis histórico específico, tanto a esos elementos generales, como a los particulares, restituyendo en cada caso, de manera fina y sutil, su compleja imbricación y dialéctica específicas. Y lo mismo es posible plantear respecto de la discusión, vuelta a retomar por los defensores del postmodernismo en historia, entre la historia como simple trabajo de erudición y de manejo de "hechos" duros y comprobables, y sujetos a una verificación rigurosa, y de otra parte la historia como pura "construcción libre" del historiador, como ejercicio casi metafísico de invención de objetos, de problemas, de técnicas y de resultados, que culmina también en la invención de discursos y de pseudoverdades acordes con un cierto "régimen de verdad". Falsa oposición que se disuelve igualmente, si asumimos que la historia es, al mismo tiempo y siempre, tanto trabajo de erudición como de interpretación, interconectados una vez más dentro de una dialéctica específica, en la que la labor erudita y el establecimiento riguroso de los hechos, marca solo el punto de partida y también los límites de la interpretación, proporcionándole a esta última su materia prima y su plataforma de apoyo, y en donde la interpretación es la que le restituye el verdadero sentido y significación a esos hechos, desentrañando su esencia profunda, y reconstruyendo de modo coherente su racionalidad y lógica intrínsecas.

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Una oposición ficticia que muestra la esterilidad, tanto de los historiadores fanáticamente positivistas, aferrados sólo a la dimensión erudita del trabajo del historiador, y temerosos de cualquier interpretación o explicación que vaya más allá de contar "los hechos tal y como han acontecido", pero también de los historiadores postmodernos, que sobredimensionando el rol y las posibilidades de este nivel interpretativo de la historia, terminan por afirmar absurdamente que todo en la actividad del historiador es pura y total construcción libre, desde su problema u objeto a estudiar, hasta su resultado discursivo, pasando incluso por sus fuentes, sus métodos, sus modelos y sus explicaciones específicas. Y si el sabio refrán popular nos enseña que "los extremos terminan por tocarse", es obvio que ha sido ese positivismo temeroso y cerrado el que le ha permitido prosperar a dicho postmodernismo en historia, al haber negado todo rol a la interpretación, lo que ha dejado el vacío que ahora explica, que haya quien quiera restituirle todo a esa misma interpretación, hasta el punto de las delirantes posiciones postmodernas ya referidas. Y si ya Hegel nos enseñó que se ve lo mismo en la oscuridad total que en medio de la luz absoluta -ambas, como es evidente, completamente enceguece doras-, entonces no será tan extraño el observar como ciertos historiadores de nuestro país han pasado, sin mediación alguna y en un salto verdaderamente mortal, desde el positivismo puro y duro, hasta la defensa y promoción de los trabajos postmodernos de Hayden White, Michel de Certau o Paul Veyne, entre otros. Igualmente estéril, resulta la falsa alternativa entre dedicarse al estudio de los grandes procesos globales, y los grandes problemas históricos, en periodos largos de tiempo y tomando unidades espaciales de análisis de grandes dimensiones, o por el contrario, concentrarse en temas acotados y pequeños de la historia, abordando problemas muy puntuales, en periodos de corta duración y dentro de límites más bien locales, o regionales, o de reducidas dimensiones. Es decir, la falsa oposición entre hacer macrohistoria o historia general, o en el otro extremo microhistoria de las cosas menudas y particulares.

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Pero la filosofía nos había ensenado, hace ya mucho tiempo, que lo general sólo existe y se manifiesta a través de lo particular, al tiempo que nos aleccionaba respecto de que ese particular siempre es, de manera esencial y entre otras de sus determinaciones importantes, un modo o una figura específica de desplegarse de esa generalidad o universalidad. Lo que quiere decir que, una vez más, lo general y lo particular se encuentran siempre imbricados y entrelazados, y que por lo tanto no es posible tampoco separar la dimensión macrohistórica de la dimensión microhistórica, sin arriesgarse a caer, sea en la pura y simple especulación metafísica de las generalizaciones frágiles y hasta brillantes, pero siempre erróneas, de las diversas filosofías de la historia -ejemplificadas de manera muy clara, en este siglo, en los trabajos de Arnold Toynbee u Oswald Spengler-, sea, en el otro lado, en la pura descripción anecdótica y pintoresca de microhistorias irrelevantes de un pequeño pueblo, una pequeña ciudad, una localidad o una pequeña región cualquiera, descripciones desprovistas de toda lección o enseñanza de orden general para el conjunto de los historiadores. Pues, para volver una vez más a las enseñanzas de Marc Bloch, prolongadas ahora por la microhistoria italiana, es necesario recordar que la condición primera para que una historia local, o regional, o particular cualquiera "sea de utilidad a toda la corporación de los historiadores", se requiere que aborde siempre, y de manera explícita y consciente, "problemas de orden general", los que en este caso, deberá resolver "desde y con los elementos que le provee" esa localidad, o región, o ejemplo, o situación particular investigada. Del mismo modo en que la única manera de evitar esa construcción en el aire, de modelos irreales y fantásticos de la supuesta evolución histórica humana, es la de retrotraerlos a la confrontación con las historias concretas, menudas, singulares, y con los diversos casos individuales de esa dimensión microhistórica, restituyendo entonces la permanente interrelación y retroalimentación obligada de la macrohistoria con la microhistoria y viceversa.

Otra falsa elección, que reaparece con frecuencia en las discusiones de los practicantes del oficio gobernado por Clío, es la que contrapone la historia de los individuos, o de los falsos o verdaderos "grandes hombres", e incluso de las élites políticas, o militares, o económicas, o intelectuales, etc., a la historia colectiva y social de las clases sociales, de los grupos populares, de las masas y de las grandes mayorías, casi siempre ignoradas o poco consideradas por los historiadores positivistas tradicionales. Pero, si como ya hemos explicado, uno de los grandes progresos que ha cumplido la historiografía contemporánea, desde sus inicios coincidentes con el desarrollo del proyecto de Marx y hasta hoy, es justamente el de la incorporación orgánica de estos diversos actores y protagonistas colectivos y mayoritarios de la sociedad, eso no significa que debamos abandonar totalmente e ignorar esa misma historia de los individuos, de los grandes personajes, y de los grupos de élite de todo orden. Por el contrario. Ya que es justamente esta incorporación orgánica de las clases y de los sectores populares dentro de la historia, la que permite recuperar de una nueva forma, más rica y más pertinente, a esas mismas historias individuales y de los pequeños grupos, redimensionándola para darle las justas y equitativas proporciones que realmente le corresponden. Porque, sin duda alguna, la historia la hacen las masas, pero también los líderes, en una compleja trama que sintetiza y combina a la vez la participación de las clases sociales con los itinerarios individuales, al mismo tiempo que entrelaza e imbrica la actividad y las acciones de esos múltiples y plur i face ticos grupos mayoritarios de la población, con las decisiones y los actos de los llamados "grandes hombres". Así, para la verdadera historia crítica, ni las masas lo hacen todo y los individuos no importan, ni tampoco la historia se reduce a ser el recuento glorioso de las gestas y acciones de los "héroes que nos dieron patria", o de los "forjadores de la nación", o de los múltiples "salvadores del país", "adalides de la democracia", o "constructores del futuro para un país nuevo y diferente", de las que nos hablan todo el tiempo los historiadores positivistas tradicionales y los discursos de los políticos contemporáneos. 117

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Y si para esta historia crítica, son importantes tanto las clases populares como también los individuos, es claro que no podrá avanzarse en la investigación histórica, sin considerar ambos elementos en sus interrelaciones recíprocas, resolviendo, como lo proponía ya Henri Pirenne, la disyuntiva que en su época enfrentaba la historia, entre la sicología que estudiaba al individuo y a sus diversas manifestaciones, y la sociología que estudiaba a los grupos sociales y a las sociedades, en el justo sentido de estudiar, a los individuos en tanto que miembros actuantes de dichos grupos sociales, y a los grupos y clases sociales como conglomerados y síntesis articuladas de esos mismos individuos concretos, distintos y actuantes. Falsa contraposición entre individuo y colectividad, que en otra vertiente se transforma en la antinomia del individuo en contra del contexto social. Lo que se hace particularmente evidente en el clásico problema de la biografía histórica. Porque aún al abordar, ya como tema central, este campo del análisis histórico que es el de la biografía, es decir el de la reconstrucción crítica del periplo completo y de las curvas diversas de la vida de un determinado individuo, reaparece nuevamente la falsa disyuntiva de caracterizar a ese individuo, o como producto claro y plasmación concreta de su contexto específico -reduciendo su singularidad individual a las condiciones de lo que ha sido su circunstancia, es decir de su "medio" y de su "época"-, o en el otro caso, la de exagerar el rol activo y la potencia transformadora y engendradora de dicho individuo, reduciendo entonces a ese contexto de su acción y de sus distintas obras y logros históricos, al papel de mero "telón de fondo", más bien inesencial y secundario de dichas obras y acciones. Oscilando así, entre considerar al individuo una especie de simple "marioneta" de las circunstancias, producto de su medio y de su tiempo, y que fatalmente debería ser "engendrado" en una coyuntura dada, para "cumplir" con su rol histórico predeterminado, o en el otro extremo, concebir a esa circunstancia como un conjunto de condiciones casi aleatorias, que no explican gran cosa de la vida singular de ese individuo, y el que más bien habría

logrado llegar a ser lo que fue, y a hacer lo que hizo, debido a su genialidad excepcional, y a su singular e irrepetible carácter extraordinario, los historiadores tradicionales y positivistas han reproducido hasta hoy, esta falsa antinomia entre contexto social e individualidad histórica. Pero a partir de la lectura de obras como El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte de Carlos Marx, o de Mozart, Sociología de un genio de Norbert Elias, o también de Martín Lulero. Un destino de Lucien Febvre, por no mencionar la brillante Crítica de la razón dialéctica de Jean-Paul Sartre, el buen historiador crítico sabe muy bien que no tiene sentido separar al individuo del contexto, de esta manera brutal y adialéctica, y que es igualmente absurdo tratar incluso de contraponer ambos términos, forzándonos a escoger entre ellos. Y sabe también que, por el contrario, lo que más bien es necesario, es partir de investigar siempre al individuo en el contexto, inmerso dentro de él, explicitando de manera concreta como dicho contexto va moldeando al individuo, y formándolo para manifestarse a través de él y en él mismo, al mismo tiempo que reconstruimos cómo ese individuo se inserta en dicho contexto, para proyectar su acción, y para afirmar y desplegar allí sus diversas iniciativas, transformando a su vez a dicho contexto desde los impactos múltiples de sus acciones, y configurando de esta forma a las figuras concretas de ese mismo espacio contextual, a través de la compleja red de los círculos concéntricos crecientes que constituyen todo su mundo de relaciones diferentes. Así, acercando contexto e individuo, en lugar de separarlos y oponerlos, el buen historiador recorre completos los varios círculos de va y viene que parten, por ejemplo, del individuo hacia su familia, de su familia hacia su barrio, de su barrio hacia su ciudad, de su ciudad hacia su entorno regional o nacional, y eventualmente de su entorno nacional hacia el contexto mundial, pero también y en un claro movimiento de retorno, desde por ejemplo, la caracterización epocal del siglo en que ha vivido ese individuo hacia el lapso concreto del ciclo temporal que abarca su propia vida, y de dicho ciclo hacia los periodos sucesivos que ha recorrido a lo

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largo de su itinerario, de dichos periodos mayores hacia las diversas coyunturas sucesivas que componen cada periodo, y de dichas coyunturas hasta los sucesos que año con año, e incluso mes tras mes y día con día, ha ido recorriendo ese individuo en su específico periplo biográfico. Reconstruyendo así contextos móviles y cambiantes, en lugar de rígidos y ya predeterminados de antemano, y concibiendo también a individuos que evolucionan, se forman, maduran, eligen y rehacen sus estrategias de vida en función de dichos cambios y reconfiguraciones de sus múltiples contextos, el historiador crítico supera también esta falsa disyuntiva entre individuo y contexto, replanteando en términos nuevos ese tema viejo y muy debatido de la biografía histórica. Nuevo modo de enfocar la biografía histórica, que disuelve también la falsa oposición entre historia estructural, o de las estructuras e inercias pesadas y limitantes de la historia, e historia de los agentes activos y de los sujetos "creadores" de su propia historia, y transformadores activos del mundo, a través de las revoluciones y de los movimientos sociales. Falsa oposición que, si bien no es idéntica a la de individuo y contexto, si se vincula a ella de una manera muy estrecha, al proyectar dicho contexto como las "estructuras" pesadas de la historia, lentas en constituirse, lentas en durar y en tener vigencia, y lentas en destruirse y transformarse, a la vez que pasa desde el individuo hacia los "sujetos" de la historia en general, sean estas clases sociales o movimientos revolucionarios, lo mismo que pequeños o grandes grupos sociales activos. Pero, como bien lo han explicado tanto Marc Bloch como Fernand Braudel, la historia es simultáneamente cambio y permanencia, y por ende, una vez más, síntesis compleja e interactiva de dichas estructuras que, efectivamente, permanecen vigentes durante largos periodos de la historia, junto a procesos y realidades que cambian y se modifican de manera sustancial más o menos rápidamente. Y todo ello, como marco y a la vez como resultado de todo un abanico diverso y complejo de acciones indi-

viduales y colectivas, que lo mismo inciden de manera fundamental para cambiar dichos procesos y estructuras, que se pierden a veces en efectos menores o insignificantes, al chocar con la mayor o menor resistencia que esas estructuras y procesos pueden tener hacia su propia transformación y cambio históricos. Porque la historia es a la vez revoluciones que triunfan y otras que fracasan, movimientos que logran hacerse visibles y afirmar socialmente sus demandas, junto a otros que perecen bajo la represión sin haber logrado difundirse socialmente, ni implantarse sólidamente en la sociedad, igual que individuos que alcanzan su objetivo de cambiar su mundo, en mayor o menor medida, al lado de otros que sucumben a las presiones sociales o a las circunstancias. Y todo esto, dentro de distintos escenarios históricos en los que hay estructuras que se derrumban frente a nuestros ojos, y otras que resisten y permanecen tenazmente, en un abanico también múltiple de realidades sociales, a veces más y a veces menos sensibles al cambio y al impacto de la acción de los sujetos. Y puesto que no existen revoluciones capaces de hacer tabla rasa absoluta del pasado, como tampoco existen estructuras o sociedades que sean completamente inmunes al paso del tiempo y a la acción de los sujetos, entonces es claro que, para la historia crítica, no existe tampoco esa falsa disyuntiva entre la permanencia de las estructuras y el cambio producido por los agentes, sino más bien, una dinámica compleja de actores sociales que cada día reinventan parcialmente el mundo, dentro de un universo de procesos y estructuras que mueren y mueren cada día un poco, hasta que llega el momento final de su desaparición total Con lo cual, el historiador no tiene que elegir entre hacer una historia de las permanencias largas y de las inercias pesadas, de esas estructuras de la larga duración histórica tantas veces defendidas por Fernand Braudel, o en el otro extremo, una historia de los acontecimientos agitados y cambiantes en cada momento, de los tiempos de revolución o de los conflictos sociales cada día renovados, sino más bien una verdadera síntesis que, al modo de una sinfonía, nos reconstruya en una sola trama, tanto esa historia de los

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acontecimientos, como la de las coyunturas y la de las estructuras, imbricando en una sola melodía combinada, todo ese conjunto complejo de hechos, fenómenos y procesos de distintas duraciones históricas, desplegadas en los muchos registros temporales, de esa partitura global que es la propia historia de las sociedades y de los hombres. Porque la historia no es, tampoco, ni puramente objetiva ni puramente subjetiva, sino justamente una dialéctica compleja de la relación entre objeto y sujeto, en la que los educadores sin duda forman a los educandos, pero en donde también "los educadores tienen a su vez que ser educados", y ello muchas veces por parte de esos mismos educandos. Porque si los individuos son el fruto de las circunstancias, las circunstancias son también creadas por los individuos, en un movimiento repetido e interminable que es justamente el de la propia dinámica histórica. Lo que nos demuestra como carece de sentido reivindicar la construcción de una historia "desde el sujeto", como supuestamente opuesta y distinta a la historia "objetiva", o "estructural", igual que no tiene ningún sustento el tratar también de sobreestimar, exagerando su importancia, a la historia de las mentalidades o a la historia cultural, como más relevante o más "universal", o más abarcativa, que la historia económica, o que la historia política, o que la historia social. Como si no fuese evidente que toda la historia es, siempre y en cualquier caso, al mismo tiempo "subjetiva" y "objetiva", es decir, hecha por los hombres, las clases y los actores sociales, pero también condicionada por las estructuras, por las condiciones objetivas y por las circunstancias materiales. E igualmente, como si la historia no fuese, como ya hemos explicado antes, una historia siempre total, donde es tan relevante y tan prioritario de estudiar lo cultural que lo social, lo económico que lo político, lo psicológico o lo geográfico, etc.. Y en donde, en vez de caer en el recurrente "fetichismo" del especialista de un campo, o de un espacio problemático determinado, que siempre lo intenta concebir como "el más decisivo" el "crucial", el que es "la clave de comprensión de la totalidad", etc., lo que habría que asumir es la

importancia del vínculo, siempre esencial, de esa historia social, o económica, o política, o cultural, etc. con dicha historia global. E igualmente falso, es oponer la historia cuantitativa, serial, de masa y anónima, supuestamente más científica por cuanto más apoyada en el uso de las matemáticas, a la historia concreta, viva y vivida de los individuos, de las familias o de los pequeños grupos sociales, supuestamente más real y más cercana de lo "cotidiano" y de lo "verdadero". Pues la historia es a la vez historia de las masas y de los individuos, y por ende, por ejemplo, lo mismo historia de las curvas de población generales, que de los dramas individuales de cada familia campesina que se colapsa porque su tierra no crece, mientras si crece la descendencia de los hijos que deben heredarla. Así que es claro que es una falsa alternativa, optar por hacer la historia de la cosmovisión de un molinero friulano, o de un obrero vidriero itinerante de la Francia del siglo xvm de un lado, o la historia cuantitativa, sea de los precios en Europa entre 1450 y 1750, sea del sentimiento de descristianización en la Prevente del siglo xvm, pues todas ellas son igualmente pertinentes e igualmente posibles, estando además directamente conectadas e interrelacionadas, como nos lo han demostrado Cario Ginzburg, Daniel Roche, Fernand Braudel o Michel Vovelle, entre muchos otros historiadores críticos importantes. Y si es verdad que la cuantificación y la construcción de series de todo tipo, son herramientas muy útiles para el desarrollo de la historia, lo son al mismo título que la aproximación microhistórica y la reconstrucción biográfica que ya hemos mencionado. Pues los múltiples rostros diversos de la historia, y las miles de dimensiones y de realidades que ella alberga, serían muy difíciles de aprehender, si nos limitáramos solo a un cierto tipo de técnica o de método, o a un solo paradigma, o modelo, o campo de investigación historiográfica particular. Lo que no significa, ni mucho menos, reivindicar un "eclecticismo" o un falso "ecumenismo" no atado a ninguna "ortodoxia", ni en el plano metodológico ni en el plano epistemológico, como lo ha hecho por ejemplo Jacques Le Goff, para defender y justificar el proyecto de la llamada Ñouvelle

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Histoire o nueva historia, sino más bien reconocer que, dada la enorme variedad y la extraordinaria complejidad de los hechos y fenómenos que abarca la historia, se irá haciendo necesario recuperar e integrar, progresivamente, a todas las lecciones, y paradigmas, y modelos, y conceptos, y propuestas, que antes hemos resumido brevemente, en función de los específicos temas y problemas históricos que cada historiador elija abordar y desarrollar, y en función también de las fuentes disponibles, de los objetivos de la encuesta histórica planteada, de las formas de aproximación que el propio objeto estudiado permita y haga posibles, y de las específicas dimensiones o realidades que intenta atrapar o captar el propio historiador. Ya que lejos de ser excluyentes y alternativas, esas lecciones de los distintos autores que, a lo largo de los ciento cincuenta años que ha recorrido la actual historiografía contemporánea, han ido edificando las bases de una posible historia realmente crítica, tienden más bien a complementarse y a confluir de manera general, en la medida en que todas ellas representan las herramientas todavía vigentes, y también los referentes todavía imprescindibles, de la construcción de esa misma historia crítica. Puesto que si una de las exigencias de esta historia crítica, es la de "multiplicar las miradas posibles" respecto de un hecho, o proceso, o fenómeno histórico cualquiera, para así hacer más compleja su comprensión y su ulterior explicación, entonces esa multiplicación y complejización solo serán posibles si disolvemos todas estas falsas disyuntivas, y muchas otras similares que aquí no hemos abordado. Disolución y superación que nos permitirá ser capaces de ir más allá de estas estériles antinomias y elecciones, en el camino de tratar de dar cuenta, de una manera adecuada, sutil y complicada, de todo el conjunto de elementos que componen a esas distintas realidades históricas que nosotros pretendemos explicar científicamente, en toda su también difícil, variada y compleja diversidad.

Y es justamente en esta línea que deseamos avanzar, para poder impulsar y promover de modo mucho más activo, el tipo de historia que hoy deseamos hacer y enseñar en nuestro país.

Al llegar al final de nuestro breve recorrido, se impone una vez más la pregunta de ¿qué tipo de historia deseamos hacer, y queremos enseñar, en la actualidad?. Y la respuesta, después de todo lo anterior, parece ahora ser más clara que al comienzo. Pues no queremos seguir haciendo, enseñando y aprendiendo esa historia positivista, tradicional y oficial que es hoy todavía dominante en nuestro país. Queremos, en cambio, hacer esa historia crítica, científica, global y dialéctica cuyos perfiles hemos tratado de esbozar anteriormente. Y no queremos, tampoco, seguir haciendo microhistorías locales e irrelevantes de pequeños espacios, o pueblos, o regiones, que parecen universos aislados y autosuficientes, y que parecen flotar en el aire sin conexión con la historia exterior. Pero en cambio, si queremos hacer microhistorias al estilo de la italiana, que vinculan lo local con lo general, y que no olvidan nunca, en el estudio del caso, o del personaje, o del tema reducido y acotado, las posibles lecciones de orden general que provee dicho estudio microhistórico. Y tampoco queremos seguir haciendo esas historias aburridas, de supuestos o verdaderos grandes individuos, que deben todo a su genio y a su singular figura, ni tampoco esas historias predominantemente políticas centradas en los gobiernos, y en los presidentes, y en los líderes de los movimientos, que se olvidan tanto de las masas populares y de las clases sociales, como de las dimensiones económicas, y sociales, y geográficas, y civilizatorias de la historia. Lo que deseamos, por el contrario, es volver a pensar y a hacer la historia en su totalidad, incorporando siempre a los agentes colectivos y a los grupos sociales mayoritarios dentro de los protagonistas centrales y reales del drama histórico, a la vez

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que se consideran también las realidades económicas, los fenómenos geográficos, los procesos sociales, las estructuras culturales y los elementos y las dimensiones civilizatorias de dicha totalidad histórica. Queremos entonces estudiar, elaborar y transmitir a los alumnos un nuevo tipo de historia, diferente a la actual, y simple y sencillamente -¡simple y sencillamente!- acorde con los tiempos que vivimos. Porque si la ciencia histórica, como cualquier ciencia en general, no tiene felizmente nacionalidad, resulta entonces necesario y urgente que asimilemos y recuperemos globalmente todos los desarrollos historiográficos hoy vigentes, producidos en los diferentes países del mundo, y que por distintas vías y caminos han ido contribuyendo a definir lo que hoy son los estudios históricos en todo el planeta. Recuperación y asimilación del legado hoy vivo y vigente en la historiografía mundial, que a su vez debería de impulsarnos para tratar de ir más allá de él, desarrollando nuestra específica contribución al diálogo multicultural planetario que hoy se está construyendo, también, en el seno de esta historiografía mundial. Proponemos así, tratar de escribir y de enseñar una historia diferente, que esté acorde con las nuevas realidades que vive nuestro país y el mundo en la actualidad. Una historia que, entonces, no puede seguir siendo el relato descriptivo del pasado construido para la glorificación del presente, sino más bien el rescate crítico de la memoria y de la historia, pasadas y presentes, de las luchas, las resistencias, los olvidos y las marginaciones que ha llevado a cabo esa misma historia descriptiva y complaciente que hoy queremos superar. Porque como Walter Benjamin nos lo ha recordado, "solo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza, aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si este vence...". Y es sin duda una tarea urgente e imprescindible, para los historiadores honestos y serios de nuestro país, la de volver a "salvar a nuestros muertos", y la de ayudar a pelear a nuestros vivos, manteniendo todavía encen-

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dida, por algún tiempo, esa "chispa de la esperanza" que, desde los agravios del pasado, y desde los conflictos del presente, mira siempre hacia el futuro, en la búsqueda de un posible mejor porvenir.

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CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS

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CARLOS ANTONIO AGUIRRE ROJAS

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Antimanual del mal historiador o cómo hacer una buena historia crítica, se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2005, en los talleres de Jiménez Editores e Impresores, S. A. de C. V., en 2° Callejón de Lago Mayor N" 53 Col. Anáhuac. 11320 México, D. F. E-mail: jí[email protected] o jimenezedit@ya hoo.com.mx. Se tiraron 2000 ejemplares, más sobrantes para reposición.

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