Al Rescate Del Ensayo Literario

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Al rescate del ensayo literario ¿Un ensayo ... Profesor? http://plataforma.unipamplona.edu.co:8094/tolima/hermesoft/portal/h ome_1/htm/cont.jsp?rec=not_1869.jsp obtenida el 2 Ene 2007 PERSPECTIVA EDUCATIVA - REVISTA DE LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN No. 3. Junio 2002. ISNN 0122-8381. Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima Libardo Vargas Celemín Profesor Asistente Departamento de Español e Inglés Universidad del Tolima Introducción Una de las características de los tiempos postmodernos es el creciente grado de banalización de los conceptos y categorías en todas las áreas, especialmente en las expresiones artísticas, no sólo como un reciclaje del pasado, en palabras de Baudrillard, sino también como la pérdida de las esencias y, en el caso de la literatura, del contenido de los géneros, para darles un uso distinto en el presente, lejos de aquellas formas que los tipificaron. Eso es precisamente lo que ha sucedido con el ensayo, un género literario que desde su aparición llevaba consigo la ambigüedad y la falta de una definición concreta, lo cual ha sido aprovechado hoy para darle esta denominación a cualquier acto de texto. Tal vez seamos los docentes, por nuestro papel de mediadores en el proceso de construcción y difusión del conocimiento, quienes con mayor frecuencia estamos prestos a reproducir, sin reflexión alguna, las modas que aparecen en los ámbitos escolares; y por eso hemos hecho del ensayo, una actividad cotidiana de nuestro quehacer pedagógico y llegamos inclusive a imponerlos en aquellos estudiantes que aún no han terminado de adquirir las habilidades lecto - escriturales suficientes para poder producir un texto coherente y significativo. Para estar a la moda le decimos a los estudiantes que realicen un ensayo sobre una lectura o sobre un tema determinado y en la mayoría de las ocasiones le damos hasta el número de páginas, la estructura, las partes del mismo y algunas características completamente ajenas al verdadero sentido de esta forma literaria. Cuando el estudiante nos entrega su "informe de lectura", su "trabajo de consulta", "reseña", "resumen", "artículo" o simplemente su escrito, generalmente nos dedicamos a corregir la construcción de los párrafos, la ortografía, la macroestructura global y finalmente le escribimos una o dos frases, en el mejor de los casos, sobre las dificultades que tiene para expresar sus ideas, pero jamás nos referimos al género utilizado, es decir, al ensayo, tal vez porque nosotros mismos no tenemos claro de que se trata. El uso indiscriminado y a veces aberrante que se hace del ensayo como actividad académica, no sólo está desnaturalizando su esencia, sino que está envileciendo uno de los géneros más complejos de la literatura, pues se cree que cualquier escrito puede ser 1

un ensayo, inclusive se ha llegado a confundir con trabajos de documentación y se les exige que debe tener objetivos, metodología, etc. Atendiendo a esta banalización del concepto y como una necesidad de esta época de velocidad y vértigo, buscamos las fórmulas mágicas que nos saquen del paso para la producción de dicho escrito, inclusive nos encontramos con docentes que, sin aclarar el concepto de ensayo como género literario, se han dado a la tarea de escribir tentadores artículos que circulan en nuestro medio y que hablan de "Diez pistas para hacer un ensayo", "Cómo hacer un ensayo en una mañana" (Fernando Vásquez Rodríguez), "Cómo hacer un ensayo" (Daysy Lucía Chaparro) y muchas otras páginas que consultamos ávidamente, pues en sus párrafos se incluye, paso a paso, la receta para escribir una composición que, resulta antitética de lo que es realmente un verdadero ensayo. Ese facilismo, además de un engaño formal sobre el género, lo convierten en un instrumento desprovisto de la reflexión y el rigor que lo han hecho perdurar en la historia de la literatura y el pensamiento. Precisamente el motivo de estas notas apuntan a dar claridad sobre algunas de las características del ensayo y hacia el rescate que, como profesores de literatura, debemos hacer de él, pues somos los llamados a precisar sus alcances, sus valores estéticos, sus aportes al conocimiento y a liberarlo de esa peligrosa manía de homogenizarlo todo y hacer uso indiscriminado de él, como si se tratara de la etiqueta de un producto más de la sociedad de consumo. Hay que aclarar que no es un acto de nostalgia por el pasado, ni de una actitud purista y conservadora, tampoco se trata de ir contra los desarrollos artísticos y culturales, sino por el contrario, es la necesidad de fijar criterios claros sobre este género que enlaza la literatura con la vida. Hacia una definición de ensayo Existen muchas definiciones y clasificaciones, pero aquí nos referiremos exclusivamente al ensayo literario, el concepto matriz que aparece en el Renacimiento y que hoy conserva su vigencia. Los otros nombres y motes que le agregan en el presente, no dejan de ser un intento por acomodar otro tipo de escritos a lo que se ha definido desde Montaigne con esta palabra. Aunque, los géneros literarios han sufrido variaciones considerables a través de las distintas épocas y hoy se llega a afirmar que las fronteras entre ellos han desaparecido, de lo cual hay ejemplos muy evidentes, sobre todo en la novela donde caben todos los géneros, con el ensayo sucede algo particular, tal vez se deba a su hibridez, a esa posición oscilante entre lo científico y lo estético, aunque Adorno afirme que "En vez de producir científicamente algo o de crear artísticamente, el esfuerzo del ensayo refleja aún el ocio de lo infantil" (Adorno, 1962, p.12) para significar con esto todo lo lúdico que debe poseer este tipo de escritura. George Lukacs se pregunta en el prólogo de "El alma y las formas" sobre la naturaleza de este género "En qué medida poseen formas los escritos que pertenecen a este categoría, y en qué medida esta forma es independiente ; en qué medida el tipo de intuición y su configuración excluyen la obra del campo de las ciencias y la ponen junto al arte, pero sin borrar el límite entre ambos; en qué medida le comunican la capacidad

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de una nueva reordenación conceptual de la vida, manteniéndola al mismo tiempo, lejos de la perfección helada y definitiva de la filosofía" y él mismo se responde, "esta es la única apología posible de este tipo de escritos", es decir que para Lukacs el ensayo esta oscilando entre la ciencia y el arte, más lejos del rigor del primero y más cerca de la intuición y la imaginación del segundo. Si intentamos buscar en cualquier diccionario de la lengua, nos encontramos con una definición esquemática que nada nos dice. Si acudimos a su etimología esta nos informa que proviene del latín exagium, que significa "pesar en la balanza" y este dato nos puede acercar a una definición provisional, en el sentido de que es un género reflexivo, donde su autor somete a su propio análisis un tema cualquiera. El ensayo aparece, pues, como una visión personal de un tema escogido libremente y sobre el cual el escritor divaga exponiendo su propia opinión, con la profundidad que sus competencias le permiten y contrastándola con el parecer de otros autores, sin la pretensión de convertirse en la única verdad y de ser lo suficientemente exhaustivo como para considerar que ya no hay nada más que decir. Uno de los tantos elementos del ensayo es la fluidez y el discurrir del pensamiento sin las amarras de una estructura rígida que lo encasille. Por eso el ensayo sólo puede ser elaborado por aquellas personas que tengan las suficientes competencias que le permitan disertar en forma amena sobre temas de los cuales poseen sus propios criterios y la información para confrontar inteligentemente los distintos juicios. Según el profesor Jaime Alberto Vélez, el ensayo se mueve entre las ideas propias y las ajenas, entre la ciencia y la simple opinión; entre el rigor lógico y la literatura, en otras palabras, entre una aproximación a lo científico, filosófico y literario, donde el último factor predomina, no solo como concepto, sino como forma, según lo expresado por Adorno. Esta definición parcial se podrá enriquecer después de un recorrido por la historia de su escritura, lo cual resultaría enriquecedor y nos permitirá agregarle nuevos elementos para la configuración final. Montaigne el iniciador Resulta apenas lógico que la aparición de este género se de en el Renacimiento, momento histórico en que una nueva visión de las artes y de la ciencia abre las posibilidades del debate. Los géneros literarios se desarrollan de acuerdo con la evolución de la sociedad donde aparecen: los cantares de gesta corresponden al proceso de las invasiones, los poemas épicos a las edades heroicas, la novela picaresca a un momento de crisis de la sociedad española, etc. Por eso, el ensayo cumple con las necesidades propias de un período y de un contexto que requería de la reflexión y la discusión en torno a los problemas de la naciente modernidad. Es también normal que sea un francés quien dé inicio a este género, dado que los escritores de esta nacionalidad siempre están tanteando la profundidad del pensamiento y poniendo en el escenario su racionalidad. En efecto, en el año 1580 apareció en Francia el libro titulado "Ensayos" de Miguel de Montaigne, libro que marcaría las pautas que tendría este nuevo género y cuya

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actualidad todavía tiene vigencia, no por su contenido, sino por la forma en que se expresa. El mismo Montaigne afirma de sus escritos: "Los autores se comunican con el mundo en extrañas y peculiares formas, yo soy el primero en hacerlo con todo mi ser, como Miguel de Montaigne, no como gramático o poeta, o como jurisconsulto". De las palabras de Montaigne surgen otros elementos necesarios para la definición de ensayo, como una expresión de las propias opiniones, ideas y conceptos en forma libre, auténtica, subjetiva, que no pretende otra cosa que comunicarse con sus lectores de la mejor forma posible para expresar lo que se piensa sobre un determinado tema. El escritor de ensayos, antes que confrontar al lector o colocarlo en la tarea del desciframiento de los sentidos del escrito, intenta sobre todo hacerlo su cómplice, contarle, casi que a la manera de un susurro, qué está pensando, cómo discurren sus reflexiones, qué dudas lo asaltan y cómo concibe determinado aspecto. Por eso el tono del ensayo es coloquial, conversacional, como si se estuviera frente al receptor para hacerlo participe de las dudas o de la lucidez con que se encara un problema. Si bien con Montaigne aparece por primera vez la palabra ensayo como distintivo de un tipo particular de obras, en el pasado se dieron manifestaciones similares que no alcanzaron el grado conceptual que le dio el pensador francés. Los antecedentes se remontan a la antigüedad griega. Por ejemplo, para Lukacs el más grande ensayista fue Platón, cuando este género no era reconocido como tal. Sin embargo debemos entender que las características de los diálogos, las cartas, los soliloquios y otras formas expresivas de la antigüedad, contienen la simiente de este género que repito, sólo podría haber aparecido en el Renacimiento dadas las condiciones socioculturales de la época. Los herederos de Montaigne Con el género del ensayo sucede algo especial y es que su aparición está ligada a un autor en particular; sin embargo, con el transcurso del tiempo se comprende plenamente la deuda que el género tiene con su creador y cómo él trazó los parámetros generales que sobreviven actualmente. Casi al mismo tiempo de la aparición de los ensayos de Montaigne, el inglés Francisco Bacon también publica una serie de escritos con estas características. Quizá por esto algunos historiadores reparten la paternidad del nuevo género entre los dos autores. En la época del enciclopedismo será Voltaire, el primer intelectual en el sentido que hoy le damos al término, quien hará uso de esta forma escritural. Tal vez sea este uno de los momentos más brillante en la historia del ensayo por constituirse en el soporte del pensamiento de los enciclopedistas y en el anuncio de una ilustración que vería surgir los proyectos de la modernidad. Aunque el romanticismo renegaría de la racionalidad, muchos autores expresan sus visiones particulares haciendo uso de un género subjetivo que permite ahondar en la propia opinión. Recordamos que es Baudelaire, en sus ensayos quien avizorará el futuro de la poesía y el arte contemporáneo, reflexionando precisamente sobre la fotografía y otros temas. El siglo veinte asiste a un renacer del género. Existe desde las primeras décadas una intencionalidad de fijar los criterios sobre la condición del hombre enfrentado a los nuevos acontecimientos. Filósofos, escritores, científicos, tomarán el ensayo como su medio de expresión, sin olvidar que sus características no están dadas para desarrollar

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doctrina alguna, pues esta forma de expresión no admite que se coarte esa libertad de buscar por distintos caminos la aproximación a la verdad. En otras palabras, el ensayo no es dogma ni herramienta para convencer a nadie, es simplemente un camino para aproximarse a una visión propia del hecho cultural, artístico o simplemente humano que lo inspira. El ensayo en Latinoamérica En Latinoamérica el ensayo tuvo un gran auge en los momentos de las independencias de los pueblos. Aquí se tomó como una forma de reconocimiento de su existencia y ha continuado su apogeo por los mismos caminos de la recuperación y construcción de la identidad. Debemos recordar los ensayos de Andrés Bello, Simón Bolívar, José Martí, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, José de Vasconcelos, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Carlos Fuentes Baldomero Sanin Cano, Germán Arciniegas, para citar sólo algunas de las figuras cimeras de todos los tiempos. Muchos de los autores latinoamericanos han logrado auscultar la hibridez de la cultura, la apropiación de una visión de mundo autónoma y el conocimiento de la variedad étnica y social que caracteriza este continente. Lo anterior no contradice el sentido del ensayo de Montaigne, pues todos apuntan hacia visiones auténticas, subjetivas, que más tarde han sido corroboradas por procedimientos y mecanismos distintos, lo que significa que la intuición, como parte esencial del procedimiento de la escritura del ensayo, resulta cercana a la realidad. Octavio Paz, el Premio Nobel mexicano, en su texto "El ogro filantrópico" anotaba esta situación "Mis reflexiones sobre el Estado no son sistemáticas y deben verse más bien como una invitación a los especialistas para que estudien el tema". Características del ensayo La enumeración de muchas de sus características nos pueden dar un panorama cercano a la definición que intentamos realizar. Sin embargo como sucede con otros géneros literarios, no se pueden limitar las particularidades o decir que se deben cumplir estrictamente las mismas para aceptar tal denominación. Una actitud mediatizada permite establecer unos principios comunes a esta forma de expresión artística, pues es necesario insistir que el ensayo es un género literario, lo que implica que debe ser visto como un tipo de discurso donde se despliega, no sólo la imaginación, sino todos los recursos retóricos que lo hagan ameno, lúcido e interesante. En primer lugar digamos que el ensayo no es exhaustivo, es decir que no pretende agotar el tema, ni siquiera abordar plenamente un componente del mismo. Se trata, más bien de "sopesar" aspectos parciales que a veces iluminan la totalidad. En esto se diferencia claramente de otras modalidades como el tratado, la tesis o la monografía. Otra de las características que está ligada a la anterior, tiene que ver con la brevedad del ensayo. Y aquí es necesario precisar que no se trata de limitarlo a una medida exacta, por ejemplo, muchos docentes hablan de tres páginas como máximo, lo cual resulta un atentado contra la brevedad que consiste, no en el número de páginas, sino en el desarrollo de la idea, en la configuración de la totalidad de lo que se quiere decir. Esa brevedad, si se quiere colocarle número de páginas, puede ir desde una cuartilla hasta cien. Sin embargo parece que existe un consenso entre los grandes modelos de

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ensayistas de lograr redondear su idea en un espacio que, como lo planteara Edgar Allan Poe para el cuento, se pueda leer de una sentada, es decir, captar la atención del lector, y para ello un número ideal estaría entre las veinte o treinta páginas como máximo. Sobre la cientificidad del ensayo está claro que este no es el vehículo de información para transmitir el resultado de una investigación, para ello está el artículo científico. No se trata del espacio para dar cuenta de la aplicación de un método fijo, de un esquema de análisis o la demostración de una teoría. Lo que sí sucede con algunos ensayos es que se toman datos de la realidad y se les da una interpretación desde la óptica personal, sin pretensiones de ciencia, simplemente como una forma de penetrar en los resquicios significativos de esas realidades. La carencia de una estructura rígida es otro elemento que diferencia el ensayo. Aunque la intencionalidad no sea la de demostrar una hipótesis, en el caso que la asuma, no se trata de traspasar el método científico, sino más bien realizar un rodeo por las supuestas verdades, como una forma de iluminar las aristas que componen el problema, sin entrar a dar conclusiones, pues el ensayista sabe que su opinión está sesgada por su subjetividad y que no busca otro reconocimiento que el discurrir inteligentemente en torno a un tema que le parece interesante. Si bien es cierto el autor expresa su propio criterio, también lo es que se vale de su gran conocimiento de los temas y de los conceptos y teorías que manejan otras personas, lo que redunda en una perspectiva más amplia que le permite contrastar su visión con la de otros autores. Ernesto Sábato, citado por Vélez, plantea que en todo ensayo debe haber "una dosis amistosa de citas". Estas pueden ser directas o alusivas, incluyendo toda la diversidad que plantea Genette en su obra "Palimpsestos". La citación contribuye a sondear otras visiones, a enriquecer los argumentos y los juicios, a llenarse de razones suficientes, no para convencer al lector, sino para convencerse a sí mismo de que sus reflexiones son auténticas y tienen una validez personal. Como el ensayo no tiene una estructura rígida, autoriza la digresión como parte esencial de su forma. El autor se permite detener el flujo del pensamiento en torno a una idea para plantearnos situaciones distintas, para mostrarnos otros aspectos que no pueden tener importancia o para dejarnos divagar por los senderos sin que esa actitud sea reprochable. Las notas al margen también pertenecen a esta particularidad que hace del ensayo un recorrido con estaciones, donde no tenemos la prisa de llegar a un punto determinado, sino el sólo placer de viajar, así tomemos los atajos que nos hagan perder de nuestra ruta inicial. Esa digresión le da un carácter dialogal al texto, se crea una confianza entre el autor y el lector, no se pretende imponer un criterio, se busca más bien que el receptor escuche, así no comparta ese proceso reflexivo que está ocurriendo y esa forma como va apareciendo el pensamiento. Es también una manera de lograr que ese lector acepte la confesión que hace el ensayista y entienda sus sugerencias, su invitación a participar de las intuiciones que ha expresado. Lo coloquial del ensayo también posibilita la aparición de la ironía y el humor, no se trata de un ataque al lector, sino, más bien es el insumo que necesita una prosa para justificar su aparente informalidad. Muchas de las grandes afirmaciones surgen precisamente de ese juego en que la ironía, con su doble significación, se torna

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iconoclasta y el humor, como una extensión del pensamiento crítico, logra recrear afirmaciones dolorosas, sin caer en la parodia. ¿Un ensayo, Profesor? Retomando la intencionalidad del presente artículo y luego de haber intentado aproximarnos a una definición de lo que se considera ensayo como género literario, vale la pena que realicemos una mirada panorámica a las distintas actividades que cotidianamente realizamos en el aula de clase y que muchas veces le damos el nombre de ensayo. Si aceptamos las anteriores divagaciones sobre este género literario, podemos afirmar que el ensayista es un escritor que posee sólidas competencias en la elaboración de textos y una enciclopedia personal, en términos de Eco, lo suficientemente vasta que le posibilite afrontar con éxito la elaboración de este tipo de escritos. Lo anterior de por sí restringe el uso de este género por parte de estudiantes que están en la adquisición de destrezas comunicativas y que no han desarrollado los procesos mentales necesarios para la comprensión, interpretación y análisis crítico de un objeto de estudio. Ni siquiera en los primeros semestres de los pregrados, podemos hablar de estudiantes con un bagaje cultural que les permita el diálogo intertextual, la conceptualización permanente y la reflexión metacognitiva, acciones que deben alumbrar las producciones textuales que aspiren a llamarse ensayos. De otra parte la relación docente - estudiante - tarea académica, está fijando de por si la obligatoriedad de encarar un tema, del cual no siempre se tiene la información suficiente y el entusiasmo por obtenerla. Uno puede realizar como ejercicio la creación de un cuento o un poema de tema libre y los estudiantes intentan cumplir con este trabajo, pero cuando circunscribimos a una temática específica, obtenemos menos resultados y el ejercicio se convierte en una tortura. Ahora, ¿qué podemos pensar en la escritura de un ensayo? Con las anteriores premisas podemos entrar a mirar los ejercicios que no pueden llamarse ensayos y que deben denominarse con el término preciso que les corresponde, ante todo para no envilecer el concepto de ensayo y para rescatar su naturaleza artística y literaria. Cuando el estudiante debe leer un libro y necesitamos verificar la comprensión del mismo, debemos acudir a la explicación o comentario de texto, definido por Lázaro Carreter como el hecho de "ir dando cuenta, a la vez, de lo que un autor dice y de como lo dice". También podríamos hablar de un informe de lectura, donde se de cuenta de la macroestructura, la relación con el entorno social, el uso de recursos retóricos y la visión crítica del informante. Si se quiere entrar en mayores honduras se podría hablar de un análisis literario o un informe crítico donde el estudiante pone en juego elementos de la teoría literaria para dar cuenta de los múltiples sentidos y significaciones del texto. A veces lo que se logra se queda en el plano de la simple reseña que consiste en la presentación de la obra, una orientación al lector sobre las partes del escrito, una sucinta información sobre el autor y los datos bibliográficos de la obra. Cuando lo que se pretende es la ampliación por parte del estudiante de un tema, podemos llamar a esta

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actividad como trabajo de consulta y si lo que se quiere es lograr una información mayor, podemos etiquetarlo como trabajo de documentación y exigirle la conocida estructura que contempla presentación, objetivos, metodología, conclusiones, etc. El término de relatoría surge del seminario alemán. Su uso corresponde generalmente a los postgrados y se define como el acto de texto que surge como resultado de la lectura de la obra, y se convierte en la base para el trabajo presencial o de plenaria que se realiza con el grupo. Se pudiera hablar aquí del resumen como la síntesis del contenido de una obra, actividad que considero inocua en el proceso de adquisición de competencias literarias, pero que desafortunadamente todavía utilizan como estrategia pedagógica algunos docentes. Finalmente, no quiero negar la posibilidad de que los estudiantes accedan a la construcción de ensayos, lo cual resulta ideal, deseable y necesario, siempre y cuando se aclare suficientemente el concepto y se parta del hecho inconfundible de que es una reflexión personal, profunda, sin estructura rígida, que se vale del humor y la ironía y que convierte a su receptor en un cómplice que es capaz de escuchar el susurro de su pensamiento y capta la sutileza de las digresiones y los cruces de otros textos que reafirman sus convicciones o las cuestionan, dentro de una forma literaria que cuida la expresión y hace del lenguaje su aliado. Sólo cuando tengamos presente la naturaleza del ensayo, podremos intentar ejercicios con nuestros estudiantes y responderles con un sí categórico, a la pregunta ¿Un ensayo ... profesor? Citas bibliográficas ADORNO, Theodor. Notas de literatura. Ariel, Barcelona, 1962, p. 12. BAUDRILLARD, Jean. La ilusión y la desilusión estéticas. Monte Ávila, Caracas, 1997. p. 15. CARRETER, Fernando Lázaro y CORREA CALDERÓN, Evaristo. Cátedra, Madrid, 24 ed. 1980, p. 20. CHAPARRO, Daysy Lucía. “El ensayo”. En: Revista Tema, Universidad Santo Tomás, V. I No. 6 (1997). Bucaramanga. GENETTE, Gerard. Palimpsestos. Taurus, Madrid, 1989. GÓMEZ - MARTÍNEZ, José Luis. México, UNAM, 1992. p. 23. LUKACS, George. “Esencia y forma del ensayo” (Carta a Leo Poper). En: Sociología de la creación literaria. Nueva visión, Buenos Aires, 1971. p.15. VÉLEZ, Jaime Alberto. El ensayo, entre la aventura y el orden. Taurus, Bogotá, 2000.

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Actualización: 2004-11-04

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