/ C \ Identidad, Juventud Y Crisis: Erik H. Erikson

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ERIK H. ERIKSON 15 5 .2 E6 8 i . a

/ C \ lA ° ID EN TID A D , J U V E N T U D Y C R IS IS

E D I T O R I A L

PA I D O S

B u e n o s A ires

-M(/:

BIBLIOTECA SAN IOAOÏÏIN

SISTEMA D?i PONTIFICIA U.C. DE

T í t u lo original Identity, youth

and

crisis

E dición original en inglés W. W.

C o p y rig h t ©

NORTON

&

COM PANY

IN C .,

NEW

YORK

1968 by W. W. N o rto n & C om pany, Inc.

Copyright de la edición castellana E ste libro se p u b lic a en coedición e n tre las editoriales P ai dós y h o r m é

C o p y rig h t de todas las ediciones en castellano by E diciones H orm é, Ju n c a l 46 4 9 , Buenos Aires V ersión c astellan a M argari ta g a l e a n o

A la memoria ele Robert P. K night y David Rapaport 0

E i « p o l i t a me 35

Im p reso en la A rg e n tin a - P rin ted in A rgentine Q u e d a hecho el d epósito q u e prev ien e la Ley 11.723 L a re p ro d u c c ió n to ta l o p a rc ia l de este libro en c u a lq u ie r form a que sea, id éntica o m odificada, e sc rita a m áq u in a , p o r el sistem a “ M u ltig ra p h ” , m im eógrafo, im preso, e tc , no a u to riza d a p o r los editores, viola derechos reservados. C u a lq u ie r utilización debe ser p re v ia m e n te solicitada.

I N D I C E

Prefacio ............................................................................................................... I.

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P R O L O G O ................................................................................................

13

II. B A SES P A R A L A O B SE R V A C IO N C L I N I C A ...................... 1. El cuaderno de notas de un c lín ic o ...................................... I. Identidad de grupo e identidad del yo ................... II . L a patología del yo y el cam bio h is tó r ic o ................ I I I . L a teoria del yo y los procesos s o c ia le s ..................... 2. Sobre el totalitarism o ...................................................................... III. EL C IC L O V IT A L : E P IG E N E S IS D E LA ID E N T ID A D . 1. 2. 3. 4. 5. 6.

37 37 38 45 58 62 75

L a in fa n c ia y la re c ip ro c id ad del reco n o cim ien to . . . . L a te m p ra n a in fa n c ia y el deseo de s e r u n o m ism o . . L a in fa n c ia y la a n tic ip a c ió n de roles .......................... L a ed ad escolar y la ta re a de id e n tificació n ................. A d o lescencia ............................................................................... M á s a llá de la id e n tid a d .......................................................

100 105 110

IV . LA C O N F U S IO N D E ID E N T ID A D E N LA H IS T O R IA D E V ID A Y EN LA H IS T O R IA D E C A SO S ....................

116

1. B io g ráfica I: C o n fu sió n creativ a ............................................. I. G.BrS'. (70 añ o s) acerca del jo v en S h a w (20 añ os) . . II. W illia m Jam es, su p ro p io a l i e n i s t a ............................... 2. G en ética: Id e n tific a ció n e id e n tid a d ............................... 3. P a to g rá fic a : E l c u a d ro clínico de la co n fu sió n grave de id e n tid a d ......................................................................................... E l p ro b lem a de la in tim id a d ............................................. D ifu sió n de la p e rsp e c tiv a t e m p o r a l .................................... D ifu sió n de la lab o rio sid ad .................................................. L a elección de la id e n tid a d n e g a tiv a ............................... F acto res específicos en la fam ilia y e n la in fa n c ia . . . .

79 88

94

116 116 122 126 135 136 137 139 140 144

8

ER IK

V.

H.

ERIK SON

4. Social: D e la confusión individual al orden social ......... 5. Biográfica I I : L a confusión reto rn a .................................... L a psicopatología de todas las n o c h e s ................................. I. El sueño de F re u d sobre I r m a .......................................... II. El últim o sueño de W illiam Jam es .............................

146 160 160 160 166

IN T E R V A L O T E O R IC O

...........................................................

170

Yo y am biente ............................................................................ Confusión, transferencia y resistencia ................................. El “yo” , el sí m ism o y el y o .............................................. U n a com unidad de yoes ............................................................ T eoría e ideología .....................................................................

170 174 177 180 183

1. 2. 3. 4. 5.

V I. H A C IA PR O B L E M A S C O N T E M P O R A N E O S : LA J U ­ V E N T U D .............................................................................................. V II.

189

EL SE X O F E M E N IN O Y E L E SPA C IO IN T E R IO R .

213

LA RAZA Y LA ID E N T ID A D G L O B A L .................................

239

T r a b a j o s s o b r e l o s q u e s e basa e s t e l i b r o .................................

261

V III.

PREFACIO

U no de mis profesores del Instituto Psicoanalítico de V iena en la década de 1920 fue el doctor Paul Federn, un hom bre fascinante, igualm ente fecundo en conceptos nuevos como en lapsus linguae. En esa época su concepto de los “ limites del yo” era muy discutido; se lo consideraba im portante pero oscuro. Sus alum nos, presas de la desesperación, le ped i­ mos que nos diera todos los seminarios que considerara necesarios para explicárnoslo. D urante tres largas clases vespertinas se explayó sobre el tem a y, al concluir la últim a, dobló sus papeles con el aire de alguien que finalm ente ha logrado hacerse entender y preguntó: “N u n - hab ich mich verstanden?” ( “Y bien, ¿méM ie com prendido a mí m ism o?” ). Más de una vez, al releer lo que habla escrito sobre la identidad, me he hecho tam bién esta preg u n ta y me apresuro a declarar que no ofreceré una contestación definitiva en este libro. C uanto más se escribe sobre este tema, tan to más la palabra deviene un térm ino p a ra definir algo que es om nipresente y ubicuo, a la vez que inescrutable, y que sólo puede explo­ rarse estableciendo su carácter de indispensable en diversos contextos. En consecuencia, cada uno de los capítulos es una revisión de un en­ sayo más extenso escrito den tro de las dos últim as décadas, com plem en­ tado por resúmenes de trabajos pertenecientes aproxim adam ente a ’ la misma época. Algunos de estos ensayos form aron parte de una serie de m onografías psicológicas con una introducción de D avid R apaport, que fielm ente m e asigna un lugar en la teoria psicoanalítica tal como él la concibió u n a década atrás. N unca he aprendido a sentirm e cómodo en el papel del que escribe sobre el desarrollo hum ano con la obligación de publicar observaciones clínicas como prueba parcial. Pero este asunto h a sido tom ado, casi diría arrancado, de nuestras manos por estudiantes y lectores. Escritos que originariam ente estaban dirigidos a los círculos profesionales lograron introducirse en las aulas y las librerías y por tanto tienen un lugar bien m erecido en una reseña corregida del tipo de la que se ofrece en este libro. T am poco dicha curiosidad es esencialmente m or­ bosa: en su búsqueda de u n a autodefinición m ás inclusiva, el estudiante actual quiere conocer tan to las desviaciones como las variaciones h u m a­ nas, y de un m odo suficientem ente detallado como para perm itirle identi­ ficación, em patia y distancia.

C a p ítu lo I PRO LO G O

1 H acer una reseña del concepto de identidad significa describir a grandes rasgos su historia. D urante los veinte años transcurridos desde que el té r­ mino se empleó por prim era vez en el sentido particular con que se lo exam ina en este libro, su uso popular ha llegado a ser tan variado y su contexto conceptual tan am plio, que parece haber llegado el m om ento de hacer una mejor delim itación final de lo que es y. de lo que no es la identidad. Pues, por su m ism a naturaleza, lo que lleva un nom bre tan definitivo perm anece subordinado a connotaciones históricas cam biantes. En el uso popular y científico, los térm inos “identidad” y “ crisis de id en ­ tidad” suelen designar en ocasiones algo tan vasto y aparentem ente tan evidente por sí que casi parecería superfluo exigir u n a definición, m ien­ tras que otras veces definen algo tan difícil de m edir que el significado general se pierde y los conceptos podrían denom inarse de cualquier otra m anera. Citaremos algunos ejem plos del uso más am plio del térm ino. S u ­ pongamos que los periódicos publicaran titulares com o “La crisis de id en ­ tidad en A frica” o se refirieran a la “ crisis de identidad” de la industria del vidrio de Pittsburgh; que el presidente saliente de la Asociación Psicoanalítica N orteam ericana titu lara su discurso de despedida “La crisis de identidad del psicoanálisis” , o que, para concluir, los estudiantes cató ­ licos de H arvard anunciaran la celebración de una “ crisis de id entidad” el jueves por la noche a las ocho en pu n to : la dignidad del térm ino p a ­ rece variar en gran m edida en estos diferentes contextos. Las comillas son tan im portantes como el térm ino que en c ie rran : todo el m undo ha oído h ablar de “ crisis de id entidad” y esto nos despierta u n a mezcla de curiosidad, regocijo e incom odidad que sin em bargo prom ete, por el juego mismo con la palabra “crisis” , no resultar algo tan inevitable como a n u n ­ cia. E n otras palabras, un térm ino que puede sugerir tantas cosas ha co ­ m enzado a prestarse a un uso ritualizado.

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ER IK

H . ERIK SON

A dem ás del instinto de acum ulación habitual, hoy existen tam bién nue­ vas razones p a ra que quienes trab ajan en mi cam po recojan y reim prim an el m aterial no clasificado que no figuraba previam ente en un libro. E ntre otras cosas, los ensayos y trabajos aislados van siempre a la cabeza en cuan to a lo que sugieren, pero están rezagados en lo que respecta a la firm eza de sus bases. H asta que no se intenta agruparlos en form a de libro no se puede saber de qué tra ta b a cada uno y qué han llegado grad u al­ m ente a significar en conjunto. Al revisarlos al cabo de años resulta in­ quietan te escucharse uno mismo hablar en idiomas diferentes a públicos dis­ tintos, especialm ente si se ha olvidado a quién — y contra quién— es­ tab a hablando en cada caso. Sin em bargo, he dejado a c a d a “obra de período” su tono peculiar, y al todo el carácter de registro. Este registro revela que soy el tipo de trab ajad o r clínico que conserva en su m ente unas pocas observaciones d u ran te m ucho tiempo. En su prim era versión, dichas observaciones se distinguen p o r com binar la sorpresa frente a lo inesperado con la sensación de haber confirm ado lo que se esperó mucho. Por esta razón puedo presentar la m ism a observación a públicos diferentes en contextos diversos y esperar que en cada oportunidad sea posible p ro ­ fundizar la com prensión. P or últim o, escribir o haber escrito acerca de la identidad constituye una lección p rá c tic a p a ra el estudioso del desarrollo hum ano: él no puede escapar a la necesidad de reevaluar su propio pensam iento a la luz del crítico cam bio histórico. De hecho, en un prólogo retrospectivo trataré de a rro ja r alg u n a luz sobre la singular y a m enudo errática atracción que los térm inos “id en tid ad ” y “crisis de iden tid ad” ejercieron d u ran te las dos décadas en que fue escrito el m aterial en que se basa este libro. El lector, a su vez, ten d rá que m ovilizar su conciencia histórica p a ra juzgar qué tendencia de largo alcance en este cuerpo de escritos parece haber sido confirm ada p o r desarrollos contem poráneos, y qué observaciones p are­ cen haber resultado convincentes sólo en un contexto transitorio. Para ay u d ar al lector en esta tarea, las publicaciones originales con sus fechas ap arecen al pie de la página correspondiente. L a últim a n o ta cons­ tituye un p recedente de la publicidad que se ha dado en los últim os tiem ­ pos a algunas form as nuevas de exhibición y a ciertas aventuras interiores hasta hoy desconocidas (varias de ellas inducidas quím icam ente), en las que h a p articip ad o el sector más extravagante y no violento de la juven­ tu d actual. Esto es bastante positivo, puesto que sólo una m irad a am plia que abarque h asta las modas y extravagancias del pasado puede ayudam os a descifrar el m ensaje, tan viejo como el tiempo, con que tra ta n de llam ar nuestra atención. T am poco el problem a de la violencia callejera habla alcanzado su ím petu explosivo cuando estos textos fueron escritos. T a m ­ bién en este caso el rol del joven y el del lider adulto de jóvenes exigen u n a atención co n ju n ta. Si este tra b a jo resulta de alguna m anera interesante ello se debe a la labor p re p a ra to ria de Joan Erikson y Pam ela Daniels. Pam ela D aniels, ayudante principal en mi curso de H arv ard sobre el Ciclo V ital, revisó los trabajos originales, suprim iendo acertadam ente la

ID E N T ID A D , J U V E N T U D

Y C R I S IS

11

repetición hasta lograr el m ínim o necesario y esclareciendo con tacto lo que creyó confuso para nuestros estudiantes. Joan Erikson corrige siempre lo que escribo. N adie mejor que ella sabe qué quiero expresar y nadie podría poner m ás cuidado en dejárm elo decir a m i m an era y, si fuera necesario, m ediante oraciones excesivamente lar­ gas. Pero este libro tam bién es testigo de los años de nuestra tarea en com ún en el Austen Riggs C enter. donde ella estableció un original “program a de actividades” p ara los pacientes, que se ha convertido en una con trap arte indispensable de la psicoterapia y h a probado su utilidad para exam inar y prom over los recursos interiores de las personas jóvenes que sufren crisis agudas. E n cada capítulo se expresan algunos reconocimientos, pero la deuda contraida por un hom bre a lo largo de dos décadas de práctica y ense­ ñanza, consultas y viajes, no puede resumirse en referencias. Dedico este libro a dos amigos que han fallecido y lo hago no sólo porque los extraño con profundo pesar, sino porque ellos viven en lo que está vivo en estas páginas, lo mismo que en el trab ajo de otros autores. R obert P. K night fue el director m édico y D avid R a p a p o rt el director de investigaciones del A usten Riggs C enter en los Berkshires. Ambos constituían una pareja sorprendente, que se distinguía por diferencias extrem as en cuanto a ex­ periencia y aspecto personal, tem peram ento y m odo de pensar; no sólo cada uno de ellos se destacó personalm ente en su trabajo, sino que juntos establecieron un extraordinario centro terapéutico y teórico que sin du d a enco n trará su historiador algún dia. En él viví mi m ás prolongado periodo de íntim a asociación laboral du ran te las dos décadas sobre las que aqui informo. L a Field F o u n d atio n otorgó al Austen Riggs C enter la asignación ini­ cial de fondos p ara el estudio del problem a de la identidad (en la a c tu a ­ lidad precisam ente estoy tra b a ja n d o en u n libro sobre la edad m adura de G handi, como prim er Fellow de la m ism a Field F o u n d atio n ). Poste­ riorm ente, la Ford F o u n dation, por m edio de un subsidio general al Riggs C enter, proporcionó oportunidades adicionales p a ra v iajar y estudiar. T a m ­ bién la Shelter Rock F oundation nos ha b rin d ad o su constante apoyo para investigaciones de m enor alcance. Por últim o, el F ondo de la Fundación p ara la Investigación en Psiquiatría, patrocinó m i trabajo sobre la ju v en ­ tud de L utero ( Y o u n g M a n L u th e r ) , obra que com plem enta este volum en, puesto que aplica a la vida de un hom bre lo que aquí examinamos al azar en m uchas vidas y épocas. Según surge de su título, el presente libro es el sucesor de Childhood and Society.* Com o están estrecham ente relacionados, los tres presentan semejanzas y aun repeticiones que espero serán disim uladas por los lec­ tores, de la misma m anera que los amigos perdonan los parecidos familiares. M uchos colaboradores pasaron a m áquina los m anuscritos aquí reunidos, pero nadie lo hizo más eficaz ni más gustosam ente que Ann Burt de Santuit. Cotuit, Massachusetts, 1967. * H ay versión c aste lla n a: I n fa n c ia y Sociedad. Buenos Aires, H orm é, 1966. [T.]

E R IK

II. E R IK S O N I DENTIDAD,

Por o tra parte, algunos científicos sociales intentan lograr u n a m ayor especificidad haciendo que expresiones como “crisis de id en tid ad ” , “ autoid en tid ad ” o “identidad sexual” se ad ap ten a cualquier ítem m ensurable que están investigando en un m om ento dado. A los fines del uso lógico y experim ental (y p a ra m antenerse en buena com pañía acad ém ica), dichos cientificos tra ta n de considerar estos térm inos como cuestiones de roles sociales, rasgos personales o autoim ágenes conscientes, evitando las im pli­ caciones del concepto menos m anejables y más oscuras, que con frecuencia son tam bién las más vitales. De hecho, tales usos han llegado a ser tan indiscrim inados que hace poco un científico alem án que estaba exam i­ nando el libro en el que usé por p rim era vez el térm ino en el contexto de la teo ria psicoanalítica del yo, se refirió a él como al tem a m im ado de la amerikanische Populaerpsychologie (“ psicología popular norteam ericana” ). Pero es necesario señalar con satisfacción que la conceptualización de la iden tid ad h a conducido a una serie de investigaciones válidas que, si bien no esclarecen qué es la identidad, h an dem ostrado la utilidad de esta noción p a ra la psicología social. Y puede que no carezca de im por­ tan cia el hecho de que la palabra “ crisis” ya no tenga la connotación de catástrofe inm inente que en cierto m om ento pareció constituir un obstáculo p a ra la com prensión del térm ino. A ctualm ente se está acep­ tand o que designa un m om ento crucial, un p unto crítico necesario en el que el desarrollo debe to m ar una u o tra dirección, acum ulando recursos de crecim iento, recuperación y diferenciación ulterior. Esto se aplica a m uchas situaciones: a u n a crisis en el desarrollo individual o al surgi­ m iento de u n a nueva élite, a una crisis en la terapia de un sujeto o a las tensiones del rápido cam bio histórico. Si recuerdo con exactitud, el térm ino “ crisis de identidad” se usó por prim era vez con un propósito clínico específico en la Clínica M t. Zion de R ehabilitación p a ra V eteranos d u ran te la Segunda G uerra M undial, una em ergencia nacional que perm itió que trab ajaran juntos de m anera arm oniosa en el cam po de la psiquiatría personas de diferentes condi­ ciones y credos, entre ellos Em anuel W indholz y Joseph W heelw right. En esa época llegamos a la conclusión de que la m ayoría de nuestros p a ­ cientes no padecían ningún desorden nervioso causado por heridas reci­ bidas en el cam po de batalla, ni fingían estar enfermos, sino que, a causa de las exigencias de la guerra, h abían perdido su sentim iento de mismidad personal y de continuidad histórica. Su control central sobre si mismos estaba d añ ad o y según el esquem a psicoanalítico sólo una falla en la “ m ediación in terio r” del yo podía ser la responsable. En consecuencia, hablé de u n a p érd id a de “identidad del yo” .1 Desde esa época hemos reconocido la m ism a perturbación cen tral tan to en individuos jóvenes con conflictos graves, cuyo sentim iento de confusión se debía sobre todo a la guerra que libraban d entro de ellos mismos, com o en rebeldes confundidos 1 1 E rik H. E rikson: “A C o m b at Crisis in a M a rin e ” , en Childhood and Society. N ueva Y ork, W . W. N o rto n , 2? ed., 1963, págs. 38-47. [H ay versión c aste lla n a: “ U n a crisis de com bate en u n in fan te de m a rin a ” , e n In fa n cia y Sociedad. B uenos A ires, H o rm é, 1966, págs. 32-40.]

JUVENTUD

Y

CRISIS

15

y delincuentes destructivos en guerra co n tra la sociedad. En todos estos casos, por lo tanto, el térm ino “confusión d e id entidad” tiene una cierta significación diagnóstica que debe influir sobre la evaluación y el tra ta ­ miento de tales perturbaciones. Los pacientes jóvenes pueden ser violentos o depresivos, delincuentes o sujetos com pletam ente replegados en sí m is­ mos, pero se tra ta de una crisis aguda que posiblem ente desaparezca, más que de una postración nerviosa del tipo que lleva a someter al paciente a todas las implicaciones nocivas de un diagnóstico fatalista. Y como ha sido siempre el caso en la historia de la psiquiatría psicoanalitica, aquello que prim ero se identificó como la p au ta dinám ica com ún de un grupo de perturbaciones graves (como las histerias de m itad de siglo), posterior­ mente reveló ser u n a agravación patológica, u n a prolongación indebida de una crisis norm ativa “perteneciente” a un estadio particular del des­ arrollo del individuo, o una regresión a ella. D e esta m anera hemos ap ren ­ dido a adscribir una “crisis de identidad” norm ativa a la adolescencia y a la adultez joven. C uando m e referí al prim er uso de la expresión “ crisis de identidad” dije: “si recuerdo con exactitud” . Q uizás h abria que ser capaz de recordar tales cosas. Pero u n a expresión que adquiere un significado tan preciso con frecuencia se usa prim ero como algo que uno d a y supone que los demás tam bién dan por sentado. Esto me tra e a la m em oria uno de los innumerables relatos con los que N orm an R eider seguram ente am enizaba esos días a m enudo tediosos de la g u erra: un anciano que vom itaba todas las m añanas, no se m ostraba dispuesto a consultar a un médico al respecto. Al cabo de un tiem po su fam ilia pudo convencerlo de que se hiciera una revisación general en el M t. Zion. C uando el doctor Reider, con todas las precauciones del caso, le preguntó “¿cóm o está usted?” , el paciente le respondió de inm ediato: “ M uy bien. No podría estar m ejor.” En reali­ dad, los exámenes revelaron que todos los órganos del anciano parecían hallarse en el m ejor estado posible considerando su edad. Finalm ente el doctor R eider se im pacientó un poco y le dijo: “ Pero me han inform ado que usted vom ita todas las m añanas.” El anciano pareció algo sorprendido y replicó: “Seguro. ¿Acaso no lo hacen todos?” Con este relato no quiero significar que la “ crisis de identidad” es un síntoma m ió que simplem ente supuse que todos los demás tam bién tenían (si bien, por supuesto, tam bién hay algo d e eso). Pero si consideré que había puesto el nom bre más obvio a algo que se había dado en todos en alguna época y que, por lo tanto, cada uno po d ría identificar en aquellos que lo estuvieran padeciendo agudam ente. En consecuencia, a juzgar por el origen clínico de estos términos, p a ­ rece lo suficientem ente razonable relacionar los aspectos patológicos y los evolutivos de la cuestión, y ver qué podría diferenciar la crisis de identi­ dad típica de una historia de caso de la de u n a historia de vida. Sin em ­ bargo, este énfasis en las vidas individuales h a ria que los otros usos, más amplios, de los térm inos “identidad” y “crisis de identidad” parecieran m ucho más sospechosos de ser meras analogías, inaceptables para cual­ quier academ ia especializada. Q ue los estudiantes católicos traten de fusio-

IDENTI DAD,

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ER IK

H.

JUVENTUD

Y

CRISIS

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ERIK SON

nar sus crisis individuales, las disfruten juntos e intenten superarlas en una tarde, p o r lo menos tiene gracia. Pero ¿qué conexión podría tener la adolescencia como tal con la situación de u n a nación africana o de una institución científica? ¿Se trata de un m ero uso analógico como el que se em plea, con u n a mezcla de jactancia y disculpa, cuando se dice que una nación está en su “adolescencia” histórica y económ ica, o que ha desarro­ llado un “estilo político paran o id e” ? Si no es posible decir que una nación es “adolescente” , ¿puede u n a parte significativa de la población joven com partir u n cierto tipo de crisis de identidad individual? Además, vol­ viendo al uso caprichoso del térm ino “ confusión de id entidad” , ¿actuarían algunos de nuestros jóvenes de m anera tan abiertam ente contusa y con­ fundidora si no supieran que se supone que padecen una crisis de identidad? L a historia de los últim os veinte años parece indicar que existen té r­ minos clínicos que utilizan no sólo los que diagnostican sino tam bién quienes han sido diagnosticados con exceso; en este caso, u n a parte de todo un grupo de edad que utiliza nuestros mismos térm inos y despliega de m anera extravagante un conflicto que alguna vez nosotros consideramos silencioso, intern o e inconsciente.

2 Antes de que intentem os com prender el significado del eco actual de nuestros térm inos, perm itasem e una m irada retrospectiva a nuestros an te­ cesores en la profesión y en las ideas. Hoy, cuando el térm ino identidad se refiere con m u ch a frecuencia a algo ruidosam ente dem ostrativo, a una “búsqueda” m ás o menos desesperada, o a u na “ investigación” casi deli­ beradam ente confusa, quiero presentar dos form ulaciones que afirm an de m odo vigoroso cómo se percibe la identidad cuando se tom a conciencia del hecho de que sin d uda se posee una. Mis dos testigos son los barbados y patriarcales padres fundadores de las psicologías sobre las que se basa nuestro pensam iento sobre la identidad. Concebida com o u n a sensación subjetiva de mismidad y continuidad vigo­ rizantes, me parece que la m ejor descripción de lo que yo llam aria un sentim iento de identidad se encuentra en u n a carta de YVilliam Jam es a su esposa: 2 E l c a rá c te r d e u n hom bre se puede d iscern ir en la a c titu d m en tal o m oral en la c u al, cuan d o la asum e, se siente m ás p ro fu n d a e in te n sa m en te vivo y activo. En esos m om entos u n a voz d e n tro de él dice: “ ¡Este soy re alm e n te yo!”

T a l experiencia siempre incluye . . . u n elem ento de tensión activ a, de sostener lo que m e es propio, por d ecirlo asi, y de c o n fia r en que las cosas de a fu e ra c u m p la n su p a rte de m odo tal que se logre u n a a rm o n ía to ta l, p ero sin n in g u n a garantía de que lo h a rá n . G a ra n ti2 T h e L e tte rs of W illiam J am es, com piladas p o r H en ry Jam es (su h ijo ) , B oston, T h e A tlan tic M o n th ly Press, 1920, vol. I, pág. 199.

cém oslo. . . y la a ctitu d in m e d iatam e n te deviene p a ra mi conciencia algo estancado e incapaz de estim ular. Q u ita d la g a ra n tía y siento (siem pre que yo esté ueberhaupt en u n estado v ig o ro so ), u n a especie de b ien e star p ro fu n d o y entusiasta, de ru d a disposición a h a ce r o su frir c u a lq u ie r cosa . . . y que, si bien se tra ta de un m ero estado de ánim o o u n a em oción a la cu al no p u e d o d a r form a con p a ­ labras, se hace a u té n tic a p a ra m í com o el p rin cip io m ás pro fu n d o de toda la determ in ació n activa y teó rica que p o s e o .. .

Jam es usa la palabra “carácter” pero me tomo la libertad de alegar que él describe un sentim iento de identidad de m anera tal que en p rin ­ cipio puede ser experim entado por cualquier hom bre. Para él es algo a la vez m ental y m oral en el sentido de la “ filosofi?. m oral” de aquellos días y lo experim enta como algo que “a uno le sobreviene” , como un reconocimiento, casi como una sorpresa, m ás que como algo que se h a “buscado” tenazm ente. Es una tensión activa (m ás que un problem a p a ­ ralizante), u n a tensión que, adem ás, debe constituir un desafío “sin g a ­ rantía” , y no una tensión que se m alogra en el clam or por la certeza. Pero recordemos al pasar que Jam es tenía más de treinta años cuando escribió esto, que en su juventud h abía enfrentado y superado una “ crisis de identidad” de una profundidad sincera y desesperada, y que llegó a ser el psicólogo-filósofo del pragm atism o norteam ericano sólo después de haber experim entado con una variedad de elementos de identidad cu ltu ­ rales, filosóficos y nacionales: el uso de la intraducibie palabra alem ana ueberhaupt constituye probablem ente un eco de sus conflictuales dias de estudiante en Europa. La historia de la vida de Jam es nos perm ite considerar no sólo una prolongada crisis de identidad sino tam bién la em ergencia de una identi­ dad “ lograda por los propios esfuerzos” (self-made identity) en la nueva y expansiva civilización norteam ericana. D irijam os ahora nuestra aten ­ ción a la otra definición de id en tid ad : u n a afirm ación que m anifiesta una unidad de identidad personal y cultural enraizada en el destino de un pueblo antiguo. E n un discurso ante la Sociedad Bné Brit de V iena en 1926 3, Sigmund Freud expresó: Lo que m e ligó al ju d aism o (m e averg ü en za a d m itirlo ) no fue la fe ni el o r ­ gullo nacional, po rq u e jam ás he sido crey en te y m e e d u c a ro n fuera de to d a re li­ gión, a u n q u e m e inculcaron el resp eto p o r las q u e se den o m in an norm as “ éticas” de la c u ltu ra h um ana. C a d a vez que se n tía u n a inclinación h acia el entusiasm o nacional m e esforzaba p o r su p rim irla c o n sid erá n d o la p e rju d ic ia l y errónea, a la r­ m ado y p rev en id o p o r el ejem plo de los pueblos en tre los cuales vivíam os los judíos. Pero hab ía m uchas otras cosas que h a c ía n irresistible la atracció n del judaism o y de los ju d ío s : m uchas oscuras fuerzas em ocionales que erar, ta n to m ás poderosas cu an to m enos se las p o d ía ex p resar con p alab ras, así com o tam b ién una c la ra conciencia de u n a id e n tid a d in te rio r, la p riv a c id a d de u n a construcción m ental com ún que p ro p o rcio n a b a seg u rid ad . Y m ás allá de esto existía u n a p e r ­ cepción de que sólo a m i n a tu ra le z a ju d ía le d eb ía las dos características que se m e hicieron indispensables en el difícil cam ino de mi v id a. P o rq u e e ra ju d ío me e n co n tré libre de m uchos p re ju icio s que re strin g ían a otros en c u an to al uso de su intelecto, y com o ju d ío e stab a p re p a ra d o p a ra u n irm e a la oposición y p a ra prescin d ir de c u alq u ier acu erd o con la “ m ay o ría c o m p a c ta ” . * Sigm und F re u d : “ A ddress to th e Society of B’n aí B’r ith ” [1926], S ta n d a r d Edition. L ondres, H o g a rth Press, 1959, N* 20, pág. 273.

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N inguna traducción hace justicia a la precisión con que Freud eligió las palabras en el original alem án. “O scuras fuerzas emocionales” es dunklc. Gcfuchlsmaechte; la “ privacidad de una construcción m ental co­ m ún que proporcio n ab a seguridad” es die U eim hchkeit der inneren Konstruktion — no sim plem ente “m ental” , entonces, y por cierto no “ íntim a” , sino u n a p ro fu n d a com unalidad conocida sólo por aquellos que la com­ p artían y expresable solam ente en palabras más míticas que conceptuales-—. Estas afirm aciones fundam entales no se tom aron de obras teóricas sino de otros tipos de com unicaciones personales: u n a carta a su esposa escrita por un hom b re que se casó no m uy joven, y un discurso dirigido a sus “ herm anos” por un observador original que se refugió en su profesión d u ran te m ucho tiem po. Pero con toda su espontaneidad poética, estas form ulaciones son el p roducto de mentes entrenadas y por lo tanto ejem ­ plifican de u n a m anera casi sistem ática las principales dimensiones de un positivo sentim iento de identidad. Las m entes entrenadas de los genios, por supuesto, tienen u n a identidad especial y problem as especiales de identidad que a m enudo conducen a crisis prolongadas en el comienzo de sus carreras. Sin em bargo debemos confiar en ellos p a ra form ular ini­ cialm ente lo que luego podem os proceder a observar como hecho um ver­ salm ente hum ano. Esta es la ú n ica vez que Freud usó el térm ino identidad, de una m anera más que casual y, de hecho, con un sentido étnico esencial p ara el caso. Com o p o d ía esperarse de él, inevitablem ente señala algunos de esos as­ pectos de la cuestión que antes denom iné oscuros y que son, sin embargo, vitales (ta n to m ás vitales, por cierto, “cuanto menos se los pueda expresar con p alab ras” ). Porque la “conciencia de identidad interior” de Freud incluye u n sentim iento de orgullo am argo que su disperso y con frecuencia despreciado pueblo preservó d u ran te toda una larga historia de persecu­ ción. E stá an clad o en u n don p articu lar (en este caso in telectu al), que ha em ergido victoriosam ente de la lim itación hostil de oportunidades. Al mismo tiem po F re u d contrapone la identidad positiva de una intrépida libertad de pensam iento con un rasgo negativo de “los pueblos entre los cuales vivim os los judíos” : “ los prejuicios que restringen a otros en cuanto al uso de su intelecto” . E n consecuencia, uno em pieza a com prender que la iden tid ad de u n a persona o de un grupo puede ser relativa y definirse por contraste con la de o tra persona o grupo, y que el orgullo de lograr u n a id en tid ad firm e puede significar u n a em ancipación interior con res­ pecto a u n a id en tid ad grupal dom inante, como la de la “m ayoría com ­ p acta” . Se sugiere un triunfo exquisito en la aseveración de que el mismo desarrollo histórico que restringía a la m ayoría prejuiciosa en cuanto al libre uso de su intelecto robustecía a la m inoría aislada en lo que respecta a cuestiones intelectuales. C uando examinemos las relaciones raciales 4 vol­ veremos a considerar este punto. Y F reu d va au n más allá. A dm ite al pasar que tuvo oue suprim ir en él mismo u n a inclinación hacia un “entusiasmo nacional” del tipo que 4 V éase el c a p ítu lo V I I I .

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era com ún en “los pueblos entre los cuales vivimos los judíos” . Tam bién aquí, como en el caso de Jam es, sólo un estudio de los entusiasmos juve­ niles de F reud podría m ostrarnos cómo llegó a destacar otras aspiraciones en favor de la ideología de aplicar los m étodos de la ciencia natural al estudio de las “fuerzas de dignidad” psicológicas. Es en los sueños de F reud donde tenemos un magnífico registro de sus suprim idos (o de lo que Jam es denominó “ abandonados” o aun “asesinados” ) sí mismos (selves), puesto que nuestra “identidad negativa” nos acosa p o r la noche.3

3 Los dos párrafos anteriores y las vidas de las cuales surgen sirven para establecer unas pocas dimensiones de identidad y, al mismo tiempo, contri­ buyen a explicar por qué el problem a es tan ubicuo y sin embargo tan difícil de c ap tar: porque estamos considerando un proceso “ubicado” en el núcleo del individuo y sin em bargo tam bién en el núcleo de su cultura comunal, un proceso que establece, de hecho, la identidad de esas dos identidades. Si ahora tuviéram os que hacer una pausa y form ular unos cuantos requisitos mínimos p a ra d esentrañar la com plejidad de la iden­ tidad, deberíam os comenzar por decir algo com o lo que sigue (y creo conveniente que nos tomemos el tiem po necesario p ara decirlo) : en té r­ minos psicológicos, la form ación de la identidad emplea un proceso de reflexión y observación simultáneas que tiene lugar en todos los niveles del funcionam iento m ental. Según este proceso, el individuo se juzga a sí mismo a la luz de lo que percibe como la m anera en que los otros lo juzgan a él com parándolo con ellos y en los térm inos de una tipología significativa para estos últim os; por o tra p arte, juzga la m anera en que es juzgado, a la luz del modo en que se percibe en com paración con otros y en relación con tipos que han llegado a ser im portantes para él. Por suerte, este proceso es, necesariam ente, en su m ayor parte inconsciente, excepto donde se com binan condiciones interiores y circunstancias exte­ riores p ara agravar una “conciencia de id entidad” dolorosa o exaltada. Además, el proceso que estamos describiendo cam bia y se desarrolla constantem ente: es un proceso de progresiva diferenciación y deviene tanto más inclusivo a m edida que el individuo se hace consciente de un círculo de otros significativos cada vez más am plio, que se extiende desde la m a­ dre hasta la “hum anidad” . El proceso “com ienza” en el prim er “encuen­ tro” verdadero entre la m adre y el bebe como dos personas que se pueden tocar y reconocer m utuam ente,8 y no “ term ina” hasta que desaparece el poder de afirm ación m utua de un hom bre. Com o ya se señaló, sin em ­ bargo, este desarrollo tiene su crisis norm ativa en la adolescencia, está determ inado de m uchas m aneras por lo que sucedió antes y condiciona 5 V éase el c ap ítu lo IV , sec. 5. 8 J o a n M . E rikson: “Eye to E ye” , en T h e M a n M a d e Object. Gyorgy K epes (c o m p .). N u ev a Y ork, B raziller, 1966.

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g ran p arte de lo que o currirá después. Por últim o ahora vemos que al exam inar la identidad no podemos separar (como traté de dem ostrar en Y oung Alan L u th e r ) la crisis de identidad de la vida individual y las crisis contem poráneas en el desarrollo histórico, porque unas y otras contri­ buyen a definirse recíprocam ente y están relacionadas entre sí. En reali­ dad , todo el interjuego entre lo psicológico y lo social, lo referente al desarrollo individual y lo histórico, p ara lo cual la form ación de la iden­ tid ad tiene significación prototípica, podría conceptualizarse sólo como una clase de relatividad psicosocial. Estam os por lo tanto frente a una cuestión m uy im p o rtan te: los meros “roles” desem peñados de m anera intercam ­ biable, las simples “apariencias” autoconscientes o las “posturas” forzadas no pueden explicar de m anera adecu ad a el hecho real, a pesar de que es posible que existan en él aspectos dom inantes de lo que hoy se deno­ m in a la “búsqueda de la id en tid ad ” . T eniendo presente todo esto, sería obviam ente erróneo dejar que algunos térm inos de la personología y de la psicología social, térm inos que a m enudo se identifican con la identidad o con la confusión de identidad (p o r ejem plo, autoconcepto, autoim agen o autoestim a, por una parte, y am bigüedad del rol, conflicto de roles o pérdida del rol, por la o tra ), se apliquen y prevalezcan en el área que debemos estudiar. Si bien los m é­ todos de trab ajo en equipo constituyen actualm ente el m ejor enfoque en esta área general, estos enfoques aú n carecen de una teoría del desarrollo h um ano que intente aproxim arse a los fenómenos descubriendo desde dónde y hacia dónde se desarrollan, y la identidad nunca se “establece” como una “ realización” en form a de coraza de personalidad, o de cualquier cosa estática e incapaz de cam biar. El m étodo psicoanalítico tradicional, por el contrario, casi no puede com prender la identidad porque no ha elaborado términos p ara conceptualizar el am biente. Ciertos hábitos de los teóricos del psicoanálisis, como el de d en o m in ar al am biente “m undo exterior” o “m undo de los objetos” , no pueden explicar a este últim o como una realidad que todo lo penetra. Los etólogos alem anes introdujeron la palabra Umwelt para indicar un am ­ biente que no solam ente nos rodea, sino que tam bién está dentro de nosotros. Y p o r cierto, desde el p u n to de vista del desarrollo, los ambientes “anteriores” están siem pre dentro de nosotros, y puesto que vivimos en un proceso continuo de hacer “an terio r” el presente, nunca — ni siquiera com o recién nacidos— podem os en co n trar un am biente como el que h a ­ llaría una persona que nun ca antes haya tenido alguno. En consecuencia, u n a condición m etodológica prelim inar p ara com prender la identidad es con tar con u n a teoría psicoanalítica suficientem ente refinada que incluya la consideración del am biente; tam bién es necesaria una psicología social que posea refinam iento psicoanalítico; obviam ente, juntas establecerían un nuevo cam po que tendría que crear su propio refinam iento p ara el análisis histórico. H a sta entonces sólo podem os tra ta r de ver dónde una instan­ cia histórica, un pequeño trozo de desarrollo norm ativo, un fragm ento de u n a historia de caso o un hecho de una biografía resultan esclarecidos si postulam os la existencia de algo como el “desarrollo de la identidad” .

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y por supuesto, ayuda tom ar nota en detalle de cuál ítem parece esclare­ cerse, por qué y cómo. Pero una vez que aceptam os una perspectiva histórica, enfrentam os la probabilidad de que las citas que he ofrecido como lem a coherente estén realmente unidas con un tipo de form ación de la identidad que dependa mucho de las condiciones culturales de una clase m edia sedentaria. Por cierto, tanto Jam es como Freud pertenecían a la clase m edia de la prim era era industrial que emigró del cam po a la ciudad o de una ciudad a otra, y Jam es era nieto de un inm igrante. Sin em bargo, sus hogares y sus es­ tudios, sus asociaciones profesionales y clínicas, aun cuando revolucionarios en lo que respecta a cuestiones científicas, eran sum am ente estables en cuanto a sus costumbres e ideales. Es m uy posible que lo que “uno puede dar por sentado” (u n a frase que F reu d usaba para caracterizar su actitud hacia la m o ral), tam bién determ ine cuáles riesgos se pueden correr de manera provechosa en lo que respecta a ésta. Y, efectivam ente, corrieron riesgos las mentes revolucionarias de la clase m edia del siglo xix: D arw in, haciendo que la hum anidad m ism a del hom bre dependiera de su ascen­ dencia anim al; M arx, revelando que la m entalidad de la clase m edia esta­ ba condicionada por esa misma clase y Freud haciendo depender nuestros ideales y nuestra conciencia m ism a de una vida m ental inconsciente. Desde entonces se han sucedido guerras nacionales, revoluciones polí­ ticas y rebeliones morales que han conm ovido las bases tradicionales de toda la identidad hum ana. Si queremos encontrar testigos de una con­ ciencia radicalm ente diferente de la relación entre la identidad positiva V la negativa, sólo tenemos que cam biar nuestra perspectiva histórica y observar a los escritores negros norteam ericanos de hoy. Porque ¿qué su­ cedería si no hubiera en las esperanzas de las generaciones pasadas ni en los recursos asequibles a la com unidad contem poránea nada que pudiera ayudar a superar la imagen negativa que la “m ayoría com pacta” tiene de una m inoría? Parecería que el individuo creativo debe acep tar la iden­ tidad negativa com o la línea de base de la recuperación. Y así tenemos en los escritores negros norteam ericanos la afirm ación casi ritualizada de “inaudibilidad” , “invisibilidad” , “ anonim idad” , “carencia d e rostro” (un “vacío de rostros sin rasgos, de voces sin sonido que yacen fuera de la historia” , según R alph Ellison). Pero los escritores negros responsables condnúan escribiendo y escriben vigorosam ente, porque la ficción, aun reconociendo la profundidad del vacío, puede contribuir a algo sem ejante a una recuperación colectiva.7 Esto, como veremos, constituye una ten ­ dencia universal entre los explotados. N o es coincidencia que uno de los más notables docum entos autobiográficos de la liberación de la In d ia como nación lleve tam bién el título “negativo” de Autobiografía de un indio desconocido. No es extraño que en los jóvenes que no se inclinan hacia la reflexión literaria, tales identidades negativas profundam ente arraigadas puedan ser reabsorbidas sólo por un vuelco hacia la m ilitancia o hacia una violencia pasajera. 7 V éase el c ap ítu lo V I I I .

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4 A hora m irem os el futuro desde la posición ventajosa de una perspectiva de veinte años y, olvidando las teorías y la clínica, veamos a la juventud actual. Ju v e n tu d , en cuaquier período, significa, antes que nada, la parte m ás ruidosa y obvia de esa subraza, más aquella que sufre en silencio y necesita asistencia psiquiátrica o a la cual anim an en sus obras los nove­ listas. E n el sector más pintoresco de la generación más joven estamos presenciando u n a “ conciencia de iden tid ad” exacerbada que parece hacer estragos no sólo en nuestras form ulaciones acerca de la identidad positiva y negativa sino tam bién en nuestros supuestos referentes al com portam iento m anifiesto y laten te y a los procesos conscientes e inconscientes. Aquello que nos parece profundam ente relativo, ellos lo exhiben como una “pos­ tu ra ” relativista. L a ju v en tu d de hoy no es la de hace veinte años. Esto es lo que dirían m uchas personas m aduras en cualquier m om ento histórico, pensando afir­ m ar algo nuevo y cierto. Pero aquí nos referimos a hechos muy específi­ cam ente relacionados con nuestras teorías. Porque m ientras veinte años atrás sugeríam os cautelosam ente que algunos jóvenes podrían estar pade­ ciendo un conflicto de identidad más o menos inconsciente, actualm ente cier­ to tipo de individuo nos dice en térm inos exactos y con una dram ática os­ tentación de lo que una vez consideramos secretos interiores, que sí, que realm ente tiene un conflicto de identidad (y lo exhibe frente a cualquie­ r a ) . ¿C onfusión de identidad sexual? Sí, por cierto; algunas veces, cuando los vemos cam in ar por la calle nos es imposible distinguir, sin un escru­ tinio indecoroso, un m uchacho de una m uchacha. ¿Id en tid ad negativa? O h, sí, parecen querer ser todo aquello que la “ sociedad” les prohíbe: al m enos parecen “ a catar” esta regla. Y en lo que respecta a térm inos im a­ ginarios com o “m oratoria psicosocial” , seguram ente se tom arán su tiempo, y lo h arán vengativam ente, hasta estar seguros de que quieren alguna de las identidades que les ofrece un m undo conformista. ¿Pero es lo que reclam an exactam ente lo que nosotros pensamos? Y acaso lo que nosotros queríam os y querem os significar, ¿no h a cam biado con los mismos hechos que m odificaron la situación del conflicto de iden­ tidad? Esta m ism a p regunta abre u n a perspectiva psico-histórica que aquí sólo podem os em pezar a exam inar. Pero debemos hacerlo, puesto que la aceleración del cam bio en las generaciones futuras y en las condiciones actuales del m u n d o persistirá e incluso nos dejará rezagados. E n cierta m an era, es de fundam ental im portancia que el grupo de edad que no puede sacrificar el hecho concreto de crecer y de p articipar en lo que la generación más vieja cansadam ente denom ina “ realidad” , tam bién deba ser el que lleve la teoría al cam po de la conducta y nos dem uestre que enseñar es tam bién actuar. Dijimos que es en la adolescencia cuando la estructura ideológica del am biente se hace esencial para el yo. porque, sin u n a sim plificación ideológica del universo, el yo del adolescente no puede organizar la experiencia de acuerdo con sus capacidades específicas y con el hecho de verse cada vez más com prom etido. La adolescencia es,

pues, una etapa en la que el individuo está m ucho más cerca del día his­ tórico que en los tem pranos estadios del desarrollo infantil. Pero como los antecedentes infantiles de la identidad son más inconscientes y se m odifican muy lentam ente, si es que llegan a hacerlo, el problem a mismo de la iden­ tidad cam bia con cada período histórico: de hecho, ésta es su tarea. E xa­ m inar el problem a de la identidad, por lo tanto, y describir sus dimensiones en la misma época en que se nos presta atención a nosotros, los clínicos, significa hacerle el juego a la historia cultural o, quizá, convertirse en su instrumento. , , A hora vemos expresado en lemas, presentado en las calles y exmbido en las revistas ilustradas m ucho de lo que al principio interpretábam os como latente. Pero si en la actualidad la confusión bisexual se ha^ tran s­ form ado en una postura y un vocinglero desafío para algunos jóvenes, •quiere esto decir que ellos — como generación— perciben c.on m enor claridad sus diferencias sexuales esenciales, que carecen de toda iniciativa o que realm ente desconocen la fidelidad en sus vidas sexuales? No creo que sea así. L a tradicional caracterización sexual a la cual se oponen no era de ninguna m anera uniform em ente beneficiosa para la vida sexual. ¿O están verdaderam ente dom inados por sus identidades negativas como parece indicarlo su despliegue de irreverencia? T am poco creo esto. Es cierto que los gratifica el hecho de que sus padres se aflijan por su aspecto, puesto que la exhibición es realm ente una declaración que subraya una identidad positiva que no está fundam entalm ente basada en el tipo de conformismo o pretensión parental. Este inconformismo, a su vez. es un pedido p ara lograr u n a confirm ación fraternal y de esta m anera adquiere un nuevo carácter ritualizado que form a parte de la paradoia de toda génesis de una identidad rebelde. H ay, por cierto, una exhibición más pelimosa de posibilidades verdaderam ente negativas y desagradables, corno aquellas de que alardean algunos jóvenes m otociclistas con su lem a: “Al entrar a u n a ciudad hay que parecer lo más repulsivo que se p ueda.” Esto se acercaría más a la identidad potencialm ente crim inal que se ali­ m enta del rechazo de oue es objeto por parte de otros que están dem a­ siado ansiosos por confirm arla. En verdad, parece que algunos jóvenes leen lo que escribimos y utilizan nuestros términos de un m odo casi coloquial. A unque a veces reconocen que parecem os saber de que están hablando, no siempre me siento capaz de aceptar esto como un elogio. ^ la s bien lo reconocería como un aspecto del viejo juego que F reud denom ino ‘ transform ar lo pasivo en activo y, por lo tanto," como una nueva form a de experim entación juvenil. A m e­ nudo parecería que ellos declaran abiertam ente: ¿Q uien dice que padecemos una ‘crisis’ de identidad? Nosotros la elegimos^ la vivimos ac­ tivamente, estamos actuando para conseguir que suceda.” Lo mismo se aplica a la aceptación de otras cuestiones que va estaban latentes y, sobre todo, a la am bivalencia que es inherente a las generaciones. H ubo u n a época en oue tratam os cautelosam ente de p ro b ar a los ióvenes sensatos que tam bién odiaban a los padres de los que d e p en d ían ; hoy en día ellos llegan hasta nosotros m anifestando un rechazo insolente o indiferente hacia

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todos los padres y tenemos dificultades p ara dem ostrarles que en realidad tam bién los aprecian (de alguna m a n e ra ). Y cuando decimos esto, muchos ya lo saben. Posiblemente ésta sea u n a form a nueva y más abierta de ad ap ­ tación al esclarecim iento psiquiátrico que en el pasado solía em plear m étodos ap arentem ente menos peligrosos en la m edida en que la mayor p arte de ellos eran verbales: desde la prim era época del psicoanálisis en adelante, las personas instruidas se han ad ap tad o a las nociones de Freud gritando los nom bres de sus neurosis (y conservándolas tam bién). En realidad, este juego puede haber sido más peligroso en el pasado. Si tuviéram os que escribir una historia de la histeria, ciertam ente descu­ briríam os que los deseos sexuales, reprim idos m ientras la historia dom inaba el cuadro psicopatológico, se hacían m anifiestos como consecuencia del esclarecim iento psiquiátrico: los síntomas histéricos dism inuían al ser reem ­ plazados p o r problem as de carácter. Por lo tanto, lo que en la época de F re u d e ra u n a epidem iología neurótica con implicaciones sociales se ha convertido actualm ente en una serie de m ovimientos sociales con im plica­ ciones neuróticas. Esto por lo menos hace asequibles a la indagación con­ ju n ta m uchos problem as ocultos y quizá nos perm ita orien tar a una generación joven que está decidida a desarrollar su propia ética y su propia clase de vitalidad en vista de que la m oral de sus padres ya no tiene vigencia. Al m ism o tiem po, los clínicos- debemos perm anecer alertas frente a la posibilidad de que en esta extravagante confusión de identidad tam bién haya m ucho de lo que en aquellos días en M t. Zion solíamos llam ar “el m ecanism o de Pinsk-M insk” , aprovechando u n a de las m uchas y oportu­ nas contribuciones del ingenio judío a la com prensión de los trucos del in­ consciente. En u n a estación ferroviaria de Polonia un hom bre choca con un com erciante rival y le p regunta adonde va. “A M insk” — dice el otro, tra ta n d o de huir— . “ ¡A M insk!” — grita el prim ero siguiéndolo— , “ dices a M insk p a ra que yo crea que vas a Pinsk. ¡M entiroso: vas a M insk!” E n otras palabras, algunos jóvenes que parecen tener una confusión de identidad un poco más grave, realm ente la tienen. Sin em bargo, recon­ forta saber que al menos esta es la crisis p ropia de su edad y tam bién que actualm ente algunos la están padeciendo de m anera más m anifiesta p o r­ que saben que se supone que han de pasar por ella. Pero nuestra vigilancia clínica no debe descansar, sea que la crisis se m anifieste con modales ca­ prichosos o en estados de tipo psicòtico, en u n a conducta de tipo delic­ tuoso o en m ovimientos fanáticos, en arrebatos creativos o au n en un com prom iso social dem asiado errático. C uando nos consultan, sólo podemos tra ta r de estim ar la fuerza del yo del individuo, intentando diagnosticar hasta dónde los estereotipos infantiles conflictivos todavía gobiernan su conducta y qué probabilidades tiene de encontrarse a sí mismo perdiéndose en algún problem a social absorbente.

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5 Al observar a la juventud de hoy es fácil olvidar que la formación de Ja identidad, aunque es “crítica” du ran te la juventud, constituye real­ mente un problema generacional. Así, no debemos pasar por alto lo que parece ser u n a cierta anulación de la responsabilidad que tenían las gene­ raciones más viejas, de proporcionar esos enérgicos ideales que deben p re ­ ceder la form ación de la identidad de la generación siguiente (aunque más no sea para que la juventud pueda rebelarse contra un conjunto bien definido de valores a n tig u o s). U n reciente docum ental de televisión se ocupó de la gente joven de Lexington, Massachusetts. Supongo que se eligió esta ciudad porque fue la cuna de la libertad norteam ericana. El docum ental m ostraba con n o ta ­ ble franqueza lo que h a ocurrido con los jóvenes norteam ericanos “ libres” o, en todo caso, cómo se com portan en público. Los padres casi no a p a ­ recían. Es cierto que había u n a m adre que había abierto su hogar a los adolescentes y doce o quince de ellos se reunían por las tardes para estu ­ diar y ju gar en su casa y en su jardín. Pero apenas se hacía referencia a los otros hogares. A los padres se los veía sólo en reuniones donde se dis­ cutían los problem as de los adolescentes, como si éstos fueran una invasión de otro planeta. Y realm ente ésta es la m anera en que actualm ente la juventud se refleja en los “m edios” . Estos medios, debemos destacar, ya no se contentan con m ediar en la com unicación; im petuosa y eficiente­ mente se convierten en los m ediadores entre las generaciones. Algunas veces esto obliga a los jóvenes a ser caricaturas del reflejo de las imágenes que han “ proyectado” de m odo más o menos experim ental, y aleja a los padres aun más de los misteriosos hechos que sus hijos protagonizan. Pero la sanción de los padres tam bién disminuye con la indignación y con frecuencia uno siente que la juventud, por decirlo así, preferiría tener que desembarazarse de padres m uy severos antes que no tener ninguno digno de mencionarse. Pues, si no m e equivoco, los padres a m enudo dan a los jóvenes la impresión de seguir siendo m uchachos y m uchachas exce­ sivamente desarrollados, fascinados por un m undo de artefactos y poder adquisitivo que les perm ite evadirse del form idable problem a del nuevo significado de las generaciones en un m undo tecnológico que incluye la Bomba y la Píldora. ¿Entonces, dónde están algunas de las principales fuentes contem po­ ráneas de la fuerza de identidad? Por contem poráneo entiendo un p re ­ sente con un futuro anticipado, puesto que es necesario que hagam os lo posible por superar los hábitos clínicos que nos hacen suponer que hemos cumplido con nuestra obligación u n a vez que hemos esclarecido el pasado. Por lo tanto, no me dedicaré ahora al problem a de dilucidar cuáles son los rem anentes tradicionales de la fuerza de identidad — económicos, reli­ giosos o políticos, regionales o nacionales— todos los cuales están pasando por el proceso de aliarse con perspectivas ideológicas en las que la visión de un futuro de progreso tecnológico anticipado y de hecho planificado, se h ará cargo de u n a gran p arte del poder de la tradición. Y al denom i­

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n ar a dichas fuentes “ ideológicas” uso el térm ino para denotar una nece­ sidad psicológica universal de un sistema de ideas que proporcione una convincente im agen del m undo. Es necesario confesar que al menos aquellos de nosotros que nos ocu­ pamos en com prender las historias de casos o las biografías (tan a m e­ nudo superficialm ente parecidas a aquéllas') , y que enseñamos a los jóve­ nes psiquiatras o a la juventud universitaria hum anísticam ente privilegiada, con frecuencia no estamos en contacto con los recursos de identidad a disposición de esa m ayoría de jóvenes cuya ideología es un producto de la era de la m áquina. En general esa juventud no necesita de nosotros, y aquellos que nos precisan asum en el “ rol de paciente” que nosotros creamos. P or nuestra parte, tam poco parecemos pensar que nuestras teo­ rías necesiten incluirlos. Y sin em bargo, debemos suponer que gran can­ tidad de jóvenes, en Estados U nidos y en el resto del m undo, están lo suficientem ente cerca, en cuanto a talento y oportunidad, de las tenden­ cias tecnológicas y de los m étodos científicos de nuestra época, como para sentirse en las nuevas circunstancias más cómodas de lo que nadie se haya sentido nun ca en el transcurso de la historia hum ana. Yo por lo menos n u n ca he podido acep tar la pretensión de aue en la cultura m er­ cantil, en la agrícola o, por cierto, en la cultura del libro, el hom bre es­ tab a en principio menos “ alienado” que en la época tecnológica. Creo que nuestro rom anticism o retrospectivo nos hace pensar que los cam pe­ sinos, los m ercaderes o los cazadores estaban menos determ inados por sus técnicas. P ara expresarlo en térm inos de lo que debe estudiarse de m anera co n ju n ta: en toda tecnología y en todo período histórico existen tipos de individuos que (“ adecuadam ente” educados"). pueden com binar las técnicas dom inantes con el desarrollo de su identidad, v ¡lepar a ser lo que hacen. Independientem ente de superioridades o inferioridades se­ cundarias, pueden arraigarse en esa consolidación cultural que les asegura la verificación co n ju n ta y la salvación transitoria del hacer cosas juntos y hacerlas bien — u n hacer las cosas como se debe, confirm ado por la generosa respuesta de la “ n atu raleza” , sea en form a de la presa captu­ rada, el alim ento cosechado, la m ercancía producida, el dinero ganado, o los problem as tecnológicos resueltos— . En ese proceso de consolidación y ajuste un m illar de tareas y transacciones diarias se acom odan dentro de pautas prácticas y ritualizaciones espontáneas que pueden ser com partidas por los líderes y guían a hom bres v mujeres, a adultos y a niños, a privile­ giados y a desposeídos, a los especialm ente dotados y a quienes se ocupan en las tareas domésticas. A hora bien, solam ente dicha consolidación ofrece las coordenadas p a ra la gam a de las form aciones de identidad de un pe­ ríodo y su relación necesaria con un sentim iento de actividad inspirada — a pesar de que p a ra m uchos o p a ra la m ayoría sólo lo hace creando al mismo tiem po com partim ientos m uy estrechos— , de obligaciones exigidas por la fuerza y de status lim itado. A causa de su misma practicabilidad (el hecho de que “ funciona” y se m antiene por el mero uso y el hábito adqui­ rido) , cada u n a de dichas consolidaciones tam bién influye sobre los privi­ legios inexpugnables, los sacrificios exigidos, las desigualdades instituciona­

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lizadas y las contradicciones que form an p arte de la misma estructura social, que se hacen evidentes a los críticos de cualquier sociedad. Pero existen fenómenos correlacionados a los cuales apenas nos hemos aproxi­ mado desde el punto de vista de la psicología p ro fu n d a; se cuentan entre ellos la m anera en que dicha consolidación conduce a una sensación de estar firm em ente sujeto o de fluir naturalm ente entre las creaciones de la organización, el m odo en que contribuye a tra e r a prim er plano un deter­ minado estilo de perfección y de autoglorificación, y al mismo tiempo cómo perm ite al hom bre lim itar su horizonte de m anera que no vea lo que podría destruir su recientem ente ad q u irid a fam iliaridad con el m undo y exponerlo a toda clase de factores extraños y, sobre todo, al miedo de morir o de m atar. E n este pu n to el exam en del yo debe asum ir nuevas dimensiones. La historia de las culturas, civilizaciones y tecnologías es la historia de tales consolidaciones, m ientras que sólo en los períodos de m arcada tra n ­ sición aparecen los innovadores: individuos cuya perspectiva es demasiado privilegiada como p a ra que perm anezcan ligados al sistema vigente, que son dem asiado honestos o están dem asiado conflictuados como p ara no ver las verdades simples de la existencia detrás de la complejidad^ de las “necesidades” diarias, y tienen dem asiada sensibilidad como p ara ignorar a los “pobres” que han sido dejados de lado. A hora bien, como terap eu ­ tas e ideólogos, y a causa de nuestra ideología terapéutica, com prendem os mejor los niveles más altos y los más bajos. Por lo tanto, a m enudo nos desentendemos del amplio sector prom edio que, por razones que le son propias, nos m antiene. No obstante, en tanto aspiremos a contribuir a la “psicología norm al” debemos aprender a com prender la consolidación cul­ tural y tecnológica, puesto que ésta hereda el m undo u n a y otra vez. Esta com prensión siempre se acom paña con u n a nueva definición de la adultez, sin la cual cualquier problem a referente a la identidad puede considerarse un lujo autocom placiente. El problem a de la adultez es cómo cuidar a aquellos con los que nos sentimos com prom etidos aPem erger del período de identidad y a los que ahora les debem os su identidad. O tro asunto que tenemos que considerar es lo que el adulto “ típico” de la consolidación de cualquier época puede y está dispuesto a sacrificar en su propia vida y a exigir de los otros p ara lograr un estilo de equilibrio cultural y, quizás, de perfección. A juzgar por la m anera en que el filó­ sofo Sócrates describió en su Apología la estructura de la consolidación ateniense, probablem ente no pensaba solam ente en sí mismo cuando en el desenlace declaró que la m uerte era la única cura posible p a ra la con­ dición de estar vivo. Freud, el m édico, reveló al prim er período m ercantil industrial los estragos que provoca la m oralidad hipócrita, no sólo en su época sino en toda la historia hum ana. Al hacerlo fundó lo que Philipp Rieff h a descripto como la orientación terapéutica que va m ucho más allá de la curación clínica de síntomas aislados. Pero no podrem os saber qué hace a' hom bre la conform idad tecnológica, a menos que sepamos qué hace por él. El aum ento ubicuo en m era cantidad, por supuesto, al p rin ­

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cipio transform a m uchos antiguos problem as de calidad en asuntos de sim­ ple m anejo cuantitativo. P or lo tan to, si la m ayoría de los jóvenes pueden acom pañar a sus padres en u n a especie de identificación fratern al se debe a que unos y otros dejan a la tecnología y a la ciencia la pesada tarea de proporcionar un estilo de vida que se autojrerpetua y acelera. Esto haría probable que los jóvenes d esarrollaran nuevos valores a m edida que avanzan en su cam ino. Pero el hecho es que los valores asociados con el progreso indefinido, simple­ m ente p o rq u e éste somete a esfuerzo tanto la orientación como la im agi­ nación, están a m enudo ligados a ideas increíblem ente antiguas. Así, la expansión tecnológica puede ap arecer com o la recom pensa legítim a para generaciones de norteam ericanos m uy trabajadores. No parece haber nin­ g u n a necesidad de lim itar los ideales expansionistas m ientras —ju n to con la disciplina técnica— la vieja decencia y las m aquinarias políticas exis­ tentes sobrevivan con toda su retórica pueblerina. Siempre existe la espe­ ranza (esperanza que se h a convertido en parte im portante de una ideologia n orteam ericana im plícita) de que se inventarán a tiem po los frenos y las correcciones adecuados p a ra cu alquier posible mal producido por la misma n aturaleza de las superm áquinas, sin necesidad de ninguna m o­ dificación indebida de principios vigorosam ente nuevos. Y m ientras “fu n ­ cionan”, las superm aquinarias, las organizaciones y las asociaciones proveen una iden tid ad suficientem ente “g ran d e” o al menos adaptable, para todos aquellos que se sienten activam ente com prom etidos con y por ellas. D e esta m anera, esa p a rte im portante de la juventud que no ve ninguna razón p ara oponerse a la g uerra en V ietnam , es estim ulada por u n a combinación de patriotism o de guerra m undial, anticom unism o, obediencia al i eclutam iento y a la disciplina m ilitar y, finalm ente, por esa solidaridad inconm ovible (el más alto sentim iento entre los hombres) que se deriva de h ab er renun ciad o a los mismos placeres, enfrentado los mismos peligros y obedecido las mismas órdenes detestables. Pero en todo esto hay un elem entó nuevo que surge de la ideología tecnológica y que hace de un sol­ dado un experto cuyo arm am ento está m ecanizado y cuya fidelidad es un acatam iento técnico casi im personal a una política o a una estrategia que coloca un cierto blanco en la línea de fuego de una de las adm irables arm as de que dispone. Sin duda, ciertas “ estructuras caracterológicas” encajan en esa visión del m undo m ejo r que otras; sin embargo, en general, cada generación está p rep arad a p a ra p articip ar en varias actitudes consolidadas en el curso de la vida. Pero hasta que una nueva ética dé alcance al progreso, se percibe el peligro de q u e los límites de la expansión tecnológica y de la afirm ación nacional p u e d a n no estar determ inados por hechos conocidos y consideraciones éticas o, en resum en, por u n a certeza de identidad, sino p o r un ensayo voluntarioso y jug u etó n acerca del alcance y los límites de la superm aquinaria, que de esta m an era se hace cargo de gran p arte de la conciencia del hom bre. Esto p odría convertirse en una opulenta esclavitud para^todos los im plicados y parece ser lo que la nueva juventud “hum anista” está tra ta n d o de detener, viviendo, coherentem ente con esa inten-

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pn “la línea de fuego” e insistiendo en que la existencia valga por SÍ misma, por lo menos en un grado mimmo.

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Volvamos ahora nuestra atención a esa o tra fuente ideológica de id en ­ tidad, p ara muchos de nosotros más fam iliar, el neohum anism o, que de hecho hace a la juventud tan agudam ente consciente de los problem as de identidad. Los pcaceniks * son los hum anistas que, desde el desdeñoso punto de vista de la juventud consolidada en la expansión tecnológica, poseen un estilo de consolidación que tam bién incluye sentimientos e ideales bastante antiguos (a juzgar por su apariencia, a m enudo parecen estar emergiendo de u n a ciudad m edieval subterránea) al mismo tiem po que alberga ideales de desobediencia civil y de no violencia que en su forma m oderna se originaron (pero de ninguna m anera term inaron) con el M ahatm a G andhi.8 En este caso, la oposición a la m ecanización des­ considerada se acom paña con u n a aversión a las reglam entaciones y al entusiasmo m ilitar, y con una conciencia sensible a la individualidad existencial de cualquiera que esté al alcance de u n arm a. Es obvio que este punto de vista y el tecnocràtico deben oponerse y repelerse entre sí, pues la aceptación incluso parcial de u n a de estas posiciones causa un tropiezo que conduce a una reconversión total de la configuración de imágenes. A menudo, por lo tanto, estos dos puntos de vista se enfrentan como si el otro fuera el enemigo, a pesar de que puede ser un herm ano, un amigo, o uno mismo en un estadio diferente de la pro p ia vida. Hace veinte años dudábam os m ucho en relacionar los problem as de id en ­ tidad (el térm ino era entonces sum am ente sospechoso) con las necesidades ideológicas de la juventud; atribuiam os gran p a rte de la confusión aguda a cierta desnutrición ideológica de los jóvenes que habían dem orado dem a­ siado en com partir el fervor m ilitar de las guerras m undiales en E uropa, o el extremismo de los prim eros años de posguerra en Estados Unidos. La juventud norteam ericana, dijimos, era antiideológica y glorificaba, en cambio, una “m anera de vivir” (de hecho cóm oda). Tem íam os, por su­ puesto, que la tendencia “m aterialista” tan vastam ente reforzada por la tecnología q u edara m al equilibrada en una juventud para la que toda ideología se h abía transform ado en algo político y extranjero, tanto más desde que el m acartism o había conseguido crear en casi todos los norte­ americanos un miedo al pensam iento extrem ista que tenía como conse­ cuencia la transform ación trau m ática de una identidad previam ente esti­ mada en otra negativa. Desde esa época algunos jóvenes norteam ericanos se han puesto a prueba en los movimientos p o r los derechos civiles, así como tam bién el Peace # P alabra d e riv a d a de peace (p a z ) y beatnik. [T.] 8 E rik H . E rik so n : “ Psychoanalysis and O n g o in g H isto ry : Problem s of T dentity, Hatred a n d N onv io len ce” , eso. T h e A m e r i c a n Journal of P s y c h ia tr y , 1965, N 9 122, págs. 241-250.

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Corps (C u erp o de P az), y han podido dem ostrar que, cuando los motiva u n a convincente tendencia ideológica aplicada a necesidades reales y uni-'. versales, son capaces de aceptar no sólo privaciones sino aun una disciplina a la que no estaban acostum brados. D e hecho, en cuestiones universales como la oposición al arm am entism o ilim itado o la negativa a dar su con--: sentim iento irreflexivo p a ra la aceleración de la guerra en V ietnam , la ju-'i v entud ha dem ostrado m ayor pru d en cia que muchos adultos. Para horror de u n a generación de padres con el cerebro lavado por el m acartism o los hijos h a n reinstaurado algunos de los ideales abandonados por sus progenitores. Sólo después de haber estudiado, hasta donde lo perm itan mis medios conceptuales, a esa m ayoría de la juv en tud que extrae cierta fuerza de iden tid ad de todo el bagaje ideológico de la expansión tecnológica, podré tra ta r de explicar la conducta de nuestra juventud neohum anista desde ur> enfoque m ás equilibrado. Porque ¿acaso no es el interjuego entre una nueva clase dom inante de especialistas — la de los que “saben lo que ha-i ccn”— y u n potente grupo nuevo de universalistas — los que “se proponen, hacer lo que dicen”— lo que siem pre determ ina las posibilidades de iden­ tid ad de u n a época? Asi, quienes se lo proponen, con frecuencia se inte­ resan profu n d am en te p o r un tercer grupo y se convierten en sus cam ­ peones: el grupo de los que h an sido dejados de lado. En nuestra época,aquellos que no gozan de las ventajas de la m ayoría en lo que respecta;:a la técnica o a la educación son los que están aislados de todas las ideologias p orque carecen de capacidad de oportunidades o (por supuesto) de ambas. En consecuencia, en épocas de revolución, los que gozan den­ las m ayores ventajas y los que no disfrutan de ellas con frecuencia se?;, esfuerzan p o r lograr un acercam iento, aun cuando perm anecen al m argen» de la vasta consolidación de la “m ayoría com pacta” . i N uestros jóvenes neohum anistas más m aduros están buscando un deno-í m in ad o r com ún de la vida h u m an a (algún tipo de identidad universal! que sirva de puente entre la opulencia y el subdesarrollo). Para ciertos:! individuos, que de otra m anera podrían haberse rebelado infructuosa-ft m ente o replegado por com pleto dentro de si mismos, la capacidad de fe em plear su conflicto en u n m ovim iento socialmente im portante y activista! tiene indudablem ente un valor terapéutico potencial. Al mismo tiempo, i parece evidente que tan to el valor “ terapéutico” como el político de todos! estos grupos depende de la vitalidad de su potencial com unal (y de laf. disciplina e inventiva de sus líd e re s). S Las protestas de la juventud h um anista van desde el rom anticism o d e f la ú ltim a d écad a del siglo x ix y prim era del siglo xx y el discordante Wan- i dervogeltum, hasta la “nueva izquierda” m uy com prom etida, llegando a una* identificación con el heroísm o desnudo de cualquier parte del m undo d o n -| de las “m áquinas” am enacen destruir la voluntad del hombre. En o tr a s | palabras, dichas protestas van desde u n a resistencia reaccionaria a todaíconform idad con las m áquinas hasta una reform ulación de los derechos y£ dignidades del hom bre en un fu tu ro irreversiblem ente tecnológico. Si a la % luz de estas exigencias los jóvenes parecen perplejos y algunas veces excén-1

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tríeos debemos recordar que fue la tradición de la ilustración o iluminismo la que, tom ando como punto de p artid a u n a clase media estable o un undo' liberal, abrió las puertas a la despiadada investigación de todos los valores. Eloy los jóvenes deben experim entar con lo que queda de este mundo “ilustrado” y “ analizado” . L a ilustración psicoanalítica. por ejemnlo supuso que la sexualidad y las perversiones infantiles podian ser lle­ vadas a la atención del público abogando p o r un juicio racional que reemplazara a la vieja represión. A hora bien, la atracción que poseen las nerversiones y la conducta desviada debe encontrar sus propios limites en las letras de molde y en los hechos. Sólo una relativa libertad de experi­ mentación puede encontrar su propia m anera de corregirse allí donde ha fracasado la combinación parental de esclarecim iento esencial y m oral antigua. N o obstante, creo que la juventud no busca la permisividad total, smo nuevas m aneras de en frentar directam ente aquello que verdadera­ mente cuenta. Sin duda veremos no sólo u n a trágica revaluación de los primeros in­ tentos de los jóvenes para ritualizar la vida p ara y por si mismos y contra nosotros, sino tam bién que, frente a tal provocación y desafio, la genera­ ción más vieja está dem asiado dispuesta a abdicar rápidam ente sus roles vitales sancionadores y críticos. Y sin algún tipo de liderazgo — si es ne­ cesario, de un liderazgo que p u ed a ser vigorosam ente resistido— los jóve­ nes hum anistas corren el peligro de perd er toda justificación y de que cada individuo y c a d a pandilla term ine agitándose en u n a “expansión de con­ ciencia” estrictam ente episódica. Pasemos ahora de la especulación a la utopia. Debemos adm itir la posi­ bilidad de u n a verdadera polarización entre la nueva identidad tecnológica-especializada y la identidad hum anista-universitaria, por la simple ra ­ zón de que dicha polaridad es el sello distintivo de la identidad total de cualquier período. U n a nueva generación que crece de m anera natural con y en el progreso tecnológico y cientifico estará preparada, por el enfrentamiento diario con posibilidades prácticas radicalm ente nuevas, para tomar en consideración modos de pensam iento radicalm ente nuevos. Esto puede constituir el eslabón entre una nueva cultura y nuevas formas de sociedad, al perm itir que hava lugar p a ra m aneras de equilibrar la especialización con una nueva libertad interior. L a juventud neohum anista encontrará algún tipo de adaptación a la era de la m áquina en la que ya participa plenam ente en sus hábitos diarios. D e esta m anera es posible que cada grupo alcance en el otro esa sensibilidad o ese vigor que puede estar listo p a ra ser activado. L a polarización, sin embargo, es una tensión continua y u n interjuego dinám ico. No es mi intención, entonces, predecir o desear que la oposición entre la identidad tecnológica y la neohum a­ nista adquiera un carácter confuso, puesto que el interjuego dinám ico necesita polos claros. L o que quiero sugerir es que los diversos sectores de la juventud com partirán un destino com ún, es decir, un cambio en el p ro ­ ceso generacional mismo. Al decir esto, no abandono mi concención del ciclo vital hum ano o de! lugar que la identidad ocupa en él. Más bien propongo que las subdivisiones en los estadios de m ayor im portancia para

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la identidad distribuirán las funciones generacionales de m anera algo dife. rente. C om o los lectores h a b rán notado, hoy la mera división entre un; generación más vieja, de padres, y una más joven, de prepadres, va est; siendo ab an d o n ad a por inútil. El rápido cambio tecnológico hace imno sible que cualquier m anera tradicional de ser más viejo se convierta *ei algo tan institucionalizado que la generación más joven pueda alcanzarli o resistirlo de m anera revolucionaria. Envejecer, por ejem plo, será (o v.j lo es) u n a experiencia m uy diferente p a ra aquellos que descubran qui están desactualizados desde el p u n to de vista ocupacional y para quiene tienen algo un poco m ás d u rad ero que ofrecer. Por el mismo motivo, t adultez joven se dividirá en adultos jóvenes más viejos y más jóvenes; lo, especialistas no dem asiado jóvenes ni dem asiado viejos probablem ente asu m irán la posición de árbitros principales — siempre dentro del lim itad período de influencia en u n a e ta p a p articu lar de su especialidad— . Ei m uchas situaciones, su poder reem plazará la tradición de la sanción dt los padres. Pero esto tam bién significa que la “generación más joven’’ sr dividirá más claram ente (o ya lo está, según me atrevería a testimonial basándom e en mis observaciones como profesor universitario) en la gene ración joven más vieja y la más joven, y la prim era ten d rá que asumir' (y está ansiosa p o r hacerlo) la m ayor p arte de la dirección de la conducta de la segunda. D e esta m anera, la relativa declinación de los padres y la em ergencia del especialista a d u lto joven como la autoridad permanentf y constantem ente m utable, está produciendo un cambio por el cual la ju ventud más vieja, guiada por dicha autoridad joven, ten d rá que asumí' u n a creciente responsabilidad en lo que respecta al com portam iento dt la juventud más joven (y nosotros tendrem os que hacer lo mismo en cuanto a la orientación de los especialistas y de la juventud más vieja). Sin em bargo, sólo podrem os h acer esto si reconocemos y cultivamos en la juventud más vieja u n a capacid ad ética específica de la edad, que cons­ tituye el verdadero criterio de identidad. Es muy probable que la juven-/ tud se sienta m ucho m ás ag rav iad a porque descuidamos sistemáticamente! este potencial y hasta lo negam os de la m ejor m anera paternalista, qutp o r nuestros respetuosos y débiles intentos de m antener el orden por me-í dio de la prohibición. D e todos modos, la ética del futuro se preocupará! menos p o r la relación de las generaciones entre sí que p o r la interacción! de los individuos en u n esquem a que abarque todo el lapso vital, en dn que em ergían nuevos roles p a ra ambos sexos en todos los estadios de lat vida y en el que u n a cierta m edida de elección y de identidad deberá ser la p a u ta com ún de valor que se garantice en principio a todo niñoj cuvo nacim iento esté planeado (en cualquier lu g ar). j Como resulta imposible que esto sea nuevam ente una cuestión de tra-& dición institucionalizada, no es probable aue pueda constituir el problemas, de los “m ovim ientos” antiguos. N uevas invenciones sociales reemplazarán^ a la tradición y los m ovim ientos, pero ellas sólo pueden surgir de uniy concepción de la ética nueva y joven que evalúe el m om ento vital en el? m arco del cambio inexorable. £

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por último, habiendo llegado tan lejos en la dirección de las utopías, trocederé al pasado del hom bre, esta vez a un período tan prolongado de su desarrollo como es la evolución sociogenética (con una breve m i­ rada al Jard ín del E d é n ). ■Cómo evolucionó la necesidad de identidad individual del hombre.'’ Antes de D arw in, la respuesta era clara: porque Dios creó a A dán a su propia im agen, como una réplica de Su Id entidad, y de esta m anera legó a todos los hombres la gloria y la desesperación de la individuación V de la fe. A dm ito no haber encontrado una explicación mejor. El Jard ín del Edén, por supuesto, ha sufrido m uchas transform aciones utópicas desde esa expulsión de la unidad de la creación (u n a expulsión que ligó para siempre la identidad del hom bre con su m anera de trab ajar y de cooperar eon sus semejantes y con el orgullo de la técnica y de la com unidad). Un vecino de N ueva Inglaterra estaba trab ajan d o en su huerta cuando pasó un sacerdote que lo felicitó por lo que Dios y él habían logrado ju n ­ tos, a juzgar por lo que se veía en una cosecha digna de elogio. “ Sí” , dijo el hombre, “y tendría usted que haber visto lo que era esto cuando Dios lo tenía todo para E l” . En este relato no se ignora a Dios sino que se lo coloca en su lugar. C ad a consolidación cultural alrededor de un estadio de la tecnología tiene su m anera de crear fam iliaridad con lo No Fam iliar. Sin embargo, el hom bre tecnológico e instruido parece hacerse la ilusión, más que cualquier hom bre antes que él, de que el universo está a su dis­ posición y de que un Dios inclinado a la expeiim entacion, hecho muy a su semejanza, está satisfecho de hacerse a un lado por él. Sea como fuere, he escuchado a hom bres muy inteligentes (pero nunca a una m ujer) afir­ mar que en principio no existe nada en la naturaleza que el hombre no pueda ahora llegar a com prender. “ ¿L a m uerte tam bién ?’\ p-rm m taba una m ujer a uno de estos tecnócratas metafisicos, y él inclinó afirm ativa­ mente la cabeza sonriendo de m anera enigm ática y continuó diciendo: “Por lo tan to el hom bre puede en principio cam biar cualnmc-r eos-, de la naturaleza o en su propia naturaleza p a ra adaptarse a cualquier esquem a.” “¿Al esquem a de quién?” , preguntó la m ujer. O tra sonrisa. Es decir que forma parte de la consolidación de hoy el hecho de que el hom bre rein­ ternaliza la Id en tid ad eterna que había proyectado sobre los cielos (ahora conquistables, en principio), y tra ta de rehacerse en el plano de una id en ­ tidad m an u factu rad a. Ju nto con el hecho de que hoy el hom bre tam bién puede ¿« h acerse com pletam ente a sí mismo, una identidad totalm ente hum ana se convierte en una m eta ineludible. En lo que respecta a esto, no obstante, no nos servirán las formas res­ tauradas del hum anism o ni del libertarism o. Debemos recordar que aq u e­ llos que las propusieron al principio desconocían dos objetos ya m encio­ nados: la gigantesca bom ba y la dim inuta píldora; estas últimas, si no dan al hom bre poder sobre la vida y la m uerte, ciertam ente le perm iten decidir quiénes vivirán y quiénes m orirán y estas decisiones exigirán nuevas formas “ políticas” .

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1 'dentidad debe llegar a ser relativa tam bién para la persona m adura. Esto me conduce a u n a consideración final que, en todo caso, servirá V -¿entidad psicosocial es necesaria como punto de anclaje de la existenp a ra a rro ja r luz sobre la significación general del problem a de la iden­ ■ 'transitoria del hom bre en el aquí y el ahora. El hecho de que sea tidad y proporcionará el m ejor argum ento hallado hasta ahora para no Cia sitoria no la hace poco valiosa. Si N orm an Brown recom ienda “ Piér­ indicar ninguna m etodología o ninguna definición hasta después de haber danse” a ‘ a qUellos que buscan u n a identidad, y T im othy Leary, “D esapa­ avanzado un poco más en el estudio. Porque la necesidad que tiene el-: ñ a n ” yo sugeriría que p ara perderse prim ero uno debe haberse enconhom bre de u n a identidad psicosocial está anclada nada menos que en : reZ¿ 0 y p a ra desaparecer es necesario haber estado antes. El peligro de su evolución sociogenética. Se ha dicho ( W addington) que la aceptación Telo existencialismo que elige perm anecer juvenil es que elude la responde la autoridad es lo que caracteriza la evolución socio.crcnética del hom ­ bilidad del proceso generacional y de esta m anera aboga por una iden­ bre. Yo agregaría que la form ación de la identidad es inseparable de este tidad hum ana abortiva. A través del estudio de biografías hemos aprenproceso, puesto que la verd ad era au to rid ad sólo puede existir en el marco que más allá de la infancia, que proporciona la base moral de de u n a id entidad grupal bien definida. nuestra identidad, y aun más allá de la ideología de la juventud, sólo una Com o especie, el hom bre ha sobrevivido por estar dividido en lo que '' 'tica adulta puede garantizar a la generación próxim a u n a oportunidad Vual de experim entar el ciclo hum ano completo. Y sólo esto perm ite al denom iné pseudoespecies. P rim ero cada horda o tribu, cada clase y nación, individuo trascender su identidad, devenir tan realm ente individual como Y. después tam bién toda asociación religiosa, se han convertido en la espe­ cie hum an a, y h a n considerado a todas las otras una invención antojadiza : no podría serlo de o tra m anera y llegar a estar verdaderam ente más allá y g ra tu ita de alguna deidad irrelevante. P ara reforzar la ilusión de haber “ de toda individualidad. sido elegida, cada tribu reconocía una creación propia, una m itología y Nos damos cuenta, entonces, del contexto gradualm ente expansivo del posteriorm ente u n a historia: de este m odo se aseguraba la lealtad a una 1 problema de la identidad. Com enzando con veteranos de guerra y jóvenes ecología y a u n a m oral particulares. N unca se sabía bien cómo habían gravemente perturbados hemos concluido por form ular una crisis norm a­ surgido las dem ás tribus, pero puesto que sí existían, servían como pantalla tiva en el desarrollo individual. De la crisis norm ativa de los trastornos de proyección p a ra las identidades negativas que eran la co ntraparte necriminales y violentos hemos llegado a sospechar una significación de cesaiía, si bien la más incóm oda, de las positivas. Esta proyección, junto identidad en el esquem a total de la evolución sociogenética. Y de la con su territorialidad, dio a los hom bres u na razón para m atarse los unos ligazón social de la identidad hemos pasado a representarnos m entalm ente a los otros in majorem gloriam. En consecuencia, si bien se puede decir su propia trascendencia. En lo que sigue repasaremos estos pasos en todos que la identidad es un hecho “ bueno” en la evolución h u m an a — porque los detalles fragm entarios de nuestras observaciones originales, para que las cosas buenas son aquellas que parecen haber sido necesarias para lo al menos podam os saber de dónde partim os cuando comenzamos a usar el que, por cierto, h a sobrevivido— no debemos pasar por alto la circuns­ término, y quizá podam os ver adonde nos puede conducir aún. tan cia de que este sistema de divisiones m ortales ha sido abundantem ente recargado con la función de reafirm ar la superioridad de cada pseudoesCuando se tra ta de aspectos esenciales de la existencia del hombre, sólo jpecie sobre todas las otras. Q uizá tan to nosotros como nuestra juventud podemos teorizar sobre lo que es im portante para nosotros en una época estemos pensando en el fenóm eno de la identidad precisam ente poique determ inada, por razones personales, conceptuales e históricas. Y m ientras las guerras m undiales han dem ostrado que la glorificación de una pseulo hacemos, los datos y las conclusiones cam bian ante nuestros ^ojos. doespecie puede significar en la actu alid ad el fin de la especie, por lo Especialmente en u n a época en que nuestras conceptualizaciorres e in ter­ cual u n a id entidad h u m an a paninclusiva debe ser parte de la anticipación pretaciones form an p arte de u n a escena históricam ente consciente de si y de u n a tecnología universal. E sta m ism a anticipación es tam bién la que cuando el insight y la conducta se influyen reciprocam ente con una in­ u n irá en un solo universo a algunos jóvenes de la m ayoría y de la m inoría mediatez que apenas si deja u n a pausa para que se forme una nueva tra ­ de nuestra juven tu d . Pero esto pone en peligro m ortal a todas las iden­ dición”, en u n a época tal, sostenemos, todo pensam iento sobre el hom bre tidades más viejas. L a gente “ prejuiciosa” , dondequiera que esté, puede se convierte en un experim ento vital. L a novedad de la autoconciencis_ librar, pues, u n a sanguinaria b atalla en retaguardia; las naciones en as­ del hom bre y de su atención hacia esta autoconciencia condujo, al p rin ­ censo y aun las antiguas, com prom etidas con sus “jóvenes” identidades cipio, a u n a m itología científica de la m ente o a un uso mitológico de nacionales, pueden m uy bien d em o rar y p o n er en peligro u n a identidad de alcance m undial. . términos y métodos' científicos, como si la ciencia social pudiera repetir | en un breve lapso, y así lo hiciera con vistas a metas prácticas inme_L a pseudoespecie, por lo tan to , constituye uno de los aspectos más si­ f diatas, todo el largo progreso de la ciencia natu ral desde la filosofía de niestros de toda id entidad grupal. Pero en toda identidad existen tam bién | la naturaleza hasta la ciencia p u ra y aplicada. Pero el hom bre, el tem a “pseudoaspectos” que ponen en peligro al individuo, puesto que el des­ 'Í de la ciencia psicosocial, no se m an ten d rá lo suficientem ente estático como arrollo del hom bre no em pieza ni term ina con el logro de la identidad,

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C a p ítu lo II B A SES P A R A LA O BSER V A C IO N CLINICA

1. EL C U A D E R N O D E N O T A S D E U N C L IN IC O El estudio del yo realizado p o r el psicoanálisis apenas si h a com enzado a explicar la relación de esta “m ediación in terior” con la vida social. Los hombres que com parten los problem as de u n grupo étnico, que son con­ temporáneos en u n a época histórica o que com piten y cooperan en em~ preku económicas, tam bién se guian por imágenes de lo bueno y de lo malo. Estas imágenes infinitam ente variadas reflejan la naturaleza elusiva de las diferencias culturales y del cam bio histórico; asum iendo la form a de {modelos sociales contem poráneos, se hacen concretas en la lucha que cada 'individuo sostiene por lograr la síntesis del yo, y en el fracaso de cada ¡paciente. Sin em bargo, en la historia de caso tradicional, el lugar de resi­ dencia del paciente, su origen étnico y su ocupación son los prim eros ítems ¡que se alteran de m anera com pleta cuando le es necesario disfrazar su ■identidad personal. Se estim a que de este m odo no se altera la esencia de la dinám ica interior de un caso; se considera que la verdadera n a tu ­ raleza de los valores comunes del trasfondo del paciente están tan cerca de la “superficie” que no son necesariam ente de interés “psicoanalítico” . No exam inaré ah o ra la justificación racional de tal descuido 1 sino que simplemente presentaré observaciones tom adas de mi cuaderno de notas que parecen indicar que los modelos sociales contem poráneos son clínica y teóricam ente im portantes y no pueden ser reem plazados por breves y condescendientes hom enajes al rol que “ tam bién” desem peñan los “ fac­ tores sociales” .12 1 V éase el cap ítu lo V . 2 En el am p lio estu d io de F en ich el, T h e Psychoanalytic T h e o r y of Neurosis, N u e ­ va Y ork, W. VV. N orton, 1945, el tem a de los p ro to tip o s sociales se p re sen ta solam ente hacia el final del c ap ítu lo sobre el desarro llo m en ta l, y a u n así com o u n a neg ació n : “Ni la creencia en ‘m odelos id eales’ ni u n cierto g ra d o de ‘m iedo social’ son n e ce ­ sariam ente patológicos.” E l p ro b lem a d el origen del superyó en las costum bres so-

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N aturalm ente, el descuido general de estos factores en el psicoanálisis '"i rlividuo-en-la-masa” , sumergido en lo que F reud denom ina un “conno h a fom entado el acercam iento a las ciencias sociales. Los estudiosos * glomerado m indistinto” de hombres. No obstante, el hecho de que un^homde la sociedad y de la historia, por otra parte, continúan ignorando ale­ estar alguna vez psicológicamente solo, que un hom bre “solo” K bre pueda grem ente el simple hecho de que todos los individuos nacen de una m a­ r¿.nente diferente del mismo hom bre en un grupo, que un homdre y alguna vez fueion niñ o s; que los individuos y los pueblos comienzan tí u ^en ^ u n a situación de soledad pasajera o cuando está encerrado con su vida^ en los cuartos de juego y que la sociedad está constituida por reanalista h a dejado de ser un anim al “político” y se ha desentendido generaciones que sufren el proceso de convertirse de niños en padres, & ^ ja aCción (o inacción) social en cualquier nivel de clases: estos y otros que deben absorber los cambios históricos de sus vidas y continuar h a­ I estereotipos semejantes exigen u n a cuidadosa revisión. ciendo la historia p ara sus descendientes. $ De tal m anera, el concepto de yo fue configurado en prim er lugar por Sólo el psicoanálisis y la ciencia social juntos pueden trazar el curso de P: , definiciones de estas entidades antagónicas: el ello biológico y las la vida individual en el m arco de una com unidad cam biante. Psicoana­ f.} «masas” sociológicas. El yo, el centro individual de la experiencia organilistas em inentes, generalm ente denom inados neofreudianos, que pasan por ® zada y del planeam iento razonable, se hallaba en peligro por la anarquía alto los esfuerzos de la psicología del yo”, h an dado ambiciosos pasos 10S instintos prim itivos y el desorden social del espíritu de grupo. Si en esta dirección. E n vez de ad o p tar u n a parte de su term inología, que, ¥ £ ant afirmó que las coordenadas de un ciudadano m oral eran “las estrea mi parecer, a d a p ta de m odo excesivo algunas nociones freudianas bási­ % lias que están sobre él” y “la ley m oral que está dentro de él” , el Freud cas a un nuevo clim a de discusión racional, me lim itaré a ofrecer aquí I de la prim era época colocó su temeroso yo entre el ello que estaba d en ­ un conjunto de observaciones que pueden contribuir a p rep arar el camino la tro del hom bre y la m ultitud que lo rodeaba. p a ra una nueva form ulación de la relación del yo con el orden social. § '.-—p ara salvaguardar la precaria m oral del individuo así lim itado, F reud I í"instituyó el superyó dentro del yo. T am bién aquí el énfasis estaba prim ero ■■i ’"j;n Ja carga extraña que de este m odo se im ponía al yo. Com o Freud I. Id en tid ad d e g r u p o e id en tid a d d e l yo I señaló, el superyó es la internalización de todas las restricciones que el ,S yo debe obedecer. Es im puesto al niño ( von aussen cufgenoetigt) por la a 5 influencia de la crítica de los padres y posteriorm ente de los educadores i profesionales y por la “indefinida m ultitud de sem ejantes” (díe unbesLas form ulaciones originales de Freud referentes al yo y a su relación con I timmte M enge der Genossen) que constituyen el “am biente” y la “opinión la sociedad dependían necesariam ente del estado general de la teoría psi- •- pública” .3 ., coanalítica en esa época y de las form ulaciones sociológicas de ese período. I Rodeado por una desaprobación tan poderosa, la condición original L a teoría se centraba en el ello, la fuerza instintiva que im pulsa al hom ­ f del niño de ingenuo am or hacia sí mismo queda com prom etida. Busca bre desde a d e n tro ; pero en sus prim eros exám enes sobre la psicología de I- modelos para m edirse con ellos y persigue la felicidad tratando de parelos grupos, F reu d se refirió a observaciones sobre el com portam iento de fe cúrseles. C uando triunfa, alcanza la autoestim a, un facsímil no demasiado masas realizadas p o r Le Bon, el sociólogo francés posrevolucionario. Esto ■f satisfactorio de su narcisismo y sentim iento de om nipotencia originales. h a dejado su m arca en las subsiguientes investigaciones psicoanalíticas | Estos tem pranos modelos conceptuales han continuado determ inando las sobre las m ultitudes , porque las “masas” de Le Bon constituían una tendencias teóricas y las m etas prácticas del psicoanálisis clínico, a pesar sociedad de rebote, u n a gentuza inútil que d isfru tab a de la anarquía entre I de que el punto cen tral de nuestra investigación se h a trasladado a una dos estadios consolidados de la sociedad y, en todos los casos, un popu­ | variedad de problem as genéticos que incluyen observaciones que confirlacho guiado por líderes. T ales m ultitudes desordenadas existen; esta defi­ 1 man la necesidad constructiva de la organización social en el desarrollo nición conserva su vigencia. Sin em bargo, hay u n a am plia brecha entre | del individuo. N uestra atención debe pasar del estudio de la disolución del este modelo sociológico y el m odelo psicológico que gobierna el método | yo en u n a m ultitud am orfa de otros al problem a del origen mismo del yo psicoanalítico, esto es, la reconstrucción de la historia del sujeto a partir Í infantil en la vida social. En vez de subrayar lo que las presiones de la de las evidentes m anifestaciones de transferencias y contratransferencias organización social son capaces de negar al niño, deseamos esclarecer en una situación terap éu tica estrictam ente á daux. L a divergencia m eto­ é lo que el orden social puede en prim er lugar conceder al infante en la dológica resultante h a perpetu ad o en el pensam iento psicoanalítico una f medida en que lo m antiene vivo y, proveyendo a sus necesidades de m adiferenciación artificial entre el individuo aislado que está siempre pro­ j, ñeras específicas, lo introduce en un estilo cu ltural particular. En lugar yectando su constelación fam iliar infantil en el “m undo exterior” y el | de aceptar “ postulados” instintivos — por ejem plo la trinidad de Edipo—■ cíales no se e x am in a h a sta la p á g in a 463, en el c a p ítu lo sobre los desórdenes caracterológicos. [H ay versión c a ste lla n a : T e o ría psicoanalítica de las neurosis. Buenos Aires, Paidós, 1969.]

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s Sigm und F re u d : “ O n N arcissism : A n In tro d u c tio n ” [1914], S ta n d a r d E dition, Londres, H o g a rth Press, 1957, N ’ 14, págs. 73-102. [H ay versión c aste lla n a: véase nota 6 del cap . V.]

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el contrario, predican valores con m etas centrípetas y localizadas: una como un esquem a irreductible p ara explicar la conducta irracional di Por estable, un hogar para leños, una cuenta en el banco. Todos estos hom bre, estamos explorando el m odo en que las form as sociales codetej Cf Sa entos son significativos dentro de un plan de vida en el que el pasado m inan la estructura de la fam ilia, puesto que, como dijo F reud hacia ( e ^ s u p e r a d o y la m edida total de realización en el nresente se sacrifica fin de su vida, . . lo que opera en el superyó no son solamente 1,. 6 n estándar de vida siempre más alto en el futuro. El camino que concualidades personales de estos padres sino tam bién todo lo que p ro d u j; j .U a este futuro no es la restauración exterior sino la reform a interior. UQkv¡arnente, cada aspecto de la experiencia hum ana, tal como lo vive un un efecto determ inante sobre ellos mismos, los gustos y estándares de 1 clase social en la que viven y las características y tradiciones de la raj • mbro de uno de estos grupos y según sea com partido o discutido por de la que provienen” .4 rT m iem bros de ambos grupos, debe ser definido de acuerdo con su lugar ° las coordenadas de estos planes ahora coexistentes. En el plan de vida eI1,mitivo, los hombres tienen una relación directa con las fuentes y met ' s de producción y sus herram ientas son extensiones del cuerpo hum ano. Freud^ dem ostró que la sexualidad comienza en el m om ento de nacer Tos niños de estos grupos participan en actividades técnicas y mágicas; y tam bién nos proporcionó los instrum entos necesarios p ara p robar que h ara ellos, cuerpo y am biente, infancia y cultura pueden ofrecer muchos vida social em pieza con la vida biológica. ^eligios pero toc1os Íuntos constituyen un solo m undo. El inventario de Estos instrum entos pueden aplicarse al estudio de las llam adas sociedad b s prototipos sociales es pequeño y estático. En nuestro m undo, las m á­ des prim itivas donde el entrenam iento del niño parece estar integrado ei¿ quinas no sólo son u n a extensión del cuerpo, sino que determ inan que un sistema económico bien definido y en un inventario pequeño y está-i organizaciones hum anas completas sean extensiones de ellas; la m agia tico de prototipos sociales. El entrenam iento del niño en dichos grupos'i está sólo al servicio de eslabones interm ediarios, y la infancia es un frag­ consiste en transm itir las m aneras básicas de organizar la experiencia de- mento senarado de la vida que posee un folklore pronio.^L a expansión un grupo, o lo que podemos denom inar identidad grupal, a las tempranal de la civilización, ¡unto con su estratificación v especialización, exigió que experiencias corporales del in fan te y, por m edio de ellas, a los comienzo! los niños basaran los modelos para la form ación de su yo en prototipos de su yo. cambiantes, fragm entarios y contradictorios. Ilustrarem os prim ero el concepto de identidad grupal con una breve No nos sorprende que los niños indios, obligados a vivir según estos dos referencia a las observaciones antropológicas realizadas por H. S. Mekeel, planes, parezcan a m enudo bloqueados en sus expectativas y paralizados y el au to r en 1938.5 Describimos de qué m anera en un segmento de la* en sus ambiciones. Porque el niño en crecim iento debe extraej[_ urui.._yi££>z_ reeducación del indio norteam ericano, la identidad histórica siux del ca-í rizante sensación deT éalidad de la conciencia de que s e m a n e ra individual zador de búfalos se contrapone a la identidad ocupacional y de clase de jí "cié 'do m in ar' 1á'éxjieH eT círrT T lT ñfesis'"de su yo, es una variacióp_exitqsa su reeducador, el em pleado del gobierno norteam ericano. Señalamos quel de'Tiña Tdéñti da d g rip a l y 'está de acuerdo con e l'p la n 'd ¿ espacio-tiempo las identidades de estos grupos descansaban en diferencias extrem as en £ y'de Vida de ella. C uando una criatura descubre que puede cam inar, por cuanto a perspectivas geográficas e históricas (espacio-tiem po del yo co- \ ejemplo, no sólo siente el impulso de repetir y perfeccionar el acto de lectivo) , y en diferencias radicales en lo que respecta a metas y medios y caminar por la prom esa de placer libidinal en el sentido del erotismo lo­ económicos (plan de vida colectivo). e comotor de Freud, o por la necesidad de dom im o en el sentido del p rin ­ En el rem anente de la iden tid ad de los indios siux, el pasado prehistó-1 cipio de trabajo de Ives H endrick; tam bién se hace consciente del nuevo rico es una realidad psicológica poderosa. L a tribu conquistada nunca ha Z status e im portancia del “que puede cam inar , con cualquier connotación cesado de com portarse com o si su plan de vida consistiera en la resis-1 que esto pueda tener en las coordenadas del plan de vida de su ^cultura tencia pasiva a un presente que no logra reintegrar a los restos de identidad $ (sea “ alguien que correrá velozmente detrás de la presa que huye > Pue del pasado económico y en fantasías de restauración en las que el futuro^ irá lejos” , “que será recto” o “ que podría ir dem asiado lejos” ). Ser “ al­ conduciría nuevam ente al pasado, el tiem po se haría otra vez ahistórico, guien que puede cam inar” se co n v ie rte e n uno de los muchos pasos en el las extensiones de tierra p a ra la caza, ilim itadas, y la provisión de búfalos, § desarrollo del nmo, pasos que. por m edio de la coincidencia de la destreza inagotable: una restauración que nuevam ente perm itiría la vida ilimita- | física y del significado cultural, del placer funcional y del reconocimiento dam ente centrífuga de los cazadores nóm adas. Sus educadores federales I »cial. contribuyen a una autoestima reahsta. Puesto que no es sólo una Sfe extensión narcisista de la om ninotencia infantil, esta autoestim a se trans­ 4 Sigm und F re u d : A n O u tlin e of Psychoanalysis [1938], N ueva Y ork W. W Ñor- ? forma gradualm ente en la convicción de que el vo es capaz de integrar ton, 1949, págs 122. 123. [H ay versión c aste lla n a: Esquem a del psicoanálisis Bue- f jiasos efectivos hacia un futuro co'ectivo tangible, de que esta evolucio­ nos Aires, Paidos, 1969.] | nando hacia una form a bien organizada dentro de una realidad social, xr Er¡¿ w Íkw n k , “ H u n tn ? ^ Cr° 5S the P ra irie ” > cn C h ildhood and Society. I provisoriamente he denom inado identidad del yo a esta sensación. A hora N u e v a Y ork, W W N o rto n , 2» ed., 1963, págs. 114-165. [H ay versión castellana: g L.OS cazadores de la p ra d e ra , e n In fa n cia y sociedad, ob. cit., págs.

102-167.] f

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debemos in ten tar circunscribir el área que ab arca este concepto como ex­ periencia subjetiva y hecho dinám ico, como fenóm eno psicológico grupa!? y como tem a para la investigación clínica. i~ j £ n este pun to es necesario diferenciar entre la identidad personal y la I id entidad del yo. El_ sentim iento consciente de tener una Id e n tid a d per- fc' sopa! .se., basaren dos"observaciones simuítárieásT la percepción de la mis-: § m idad y continuidad de la p ropia existencia en ei tiem po y en el espacie^ § y j.a percepción del hecho de que otros reconocen esa m ism idad y conti-§i mi idad.. Sin em bargo, lo que he denom inado identidad del yo se refiere fc. a algo m ás que al m ero hecho de la existencia; es, por así decirlo, la g: cualidad yoica de esta existencia. E n consecuencia, la identidad d e l^ o en su aspecto subjetivo, es la conciencia del hecho de que hay una mis- f : m idad y' u n a continuidad en los métodos de síntesis del yo, o sea que existe un estilo de la propia individualidad, y que este estilo coincide con 't la m ism idad y continuidad del propio significado para otros significantes ig de la com unidad inm ediata. I C

V olviendo al ello: la aplicación por p arte de F reud de la idea física de la energía^ en el cam po de la teoría psicológica, constituyó un paso de im portancia inestimable, pero la insistencia en el modelo teórico según el, cuaI la energía instintiva es transferida, desplazada, y transform ada°segaín leyes análogas a la de la conservación de la energía física en un sistema cerrado, ya no es suficiente p a ra m an ejar los datos que recogemos de la observación del hom bre en su medio histórico y cultural. ° D ebem os encontrar el nexo entre las imágenes sociales y las fuerzas organism icas y este nexo no consiste solo en el Hecho de c¡ue las imágenes y^ las fuerzas están, como se suele decir, “interrelacionadas”__. Es algo más todavía: la com plem entación m u tu a entre la identidad grupal y la id entidad del yo, entre ethos y ego, pone a disposición de la síntesis del yo y de la organización social un potencial de energía m ucho mayor. H e tra ta d o de enfocar este problem a com parando prim ero los traum as de la infancia que, como atestigua la observación clínica, son universales en el hom bre, con observaciones antropológicas referentes a la form a que ad o p ta n esos traum as en una tribu particular. U n a de esas experiencias traum áticas puede ser la pérdida del pecho m aterno. U n trau m a “ típico” en la p rim era infancia de los siux ocurre cuando las m adres castigan a los lactantes a quienes les están saliendo los dientes, por morderles el pecho que h asta entonces les ofrecían generosam ente. Los niños reaccionan an te esto con rabia. L a ontogénica “ expulsión del paraíso” tribal, por lo tanto, causa u n a fijación que según descubrimos tenía una im portancia decisiva en la identidad grupal de los siux y en su desarrollo individua!. E ncontram os u n significado instintivo y social en la conducta extrem a del héroe de la danza del sol, quien, en el apogeo del cerem onial religioso, se clava pequeñas astillas en el pecho, las ata con u n a cuerda a una vara l^i*ga y presa de u n trance peculiar baila echándose hacia atrás hasta

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la cuerda se tensa, las astillas le desgarran la carne y la sangre corre n fe m e n te a borbotones. Con ello expía virilm ente el pecado que significó 1 naraíso de la intim idad habitual con el pecho de la m adre, pero como héroe ceremonial tam bién dram atiza un compromiso trágico com ún a t0<Encontram os un sentido sim ilar en la actitud de un hom bre yurok después de haber tenido relación sexual con u n a m ujer, procede a ^alentarse ju nto al fuego hasta que está lo suficientem ente transpirado como para deslizarse a través de una ab ertu ra oval muy pequeña abierta n la pared y luego se zam bulle en las heladas aguas del río. Puesto que de este m odo ha renacido por sus propios esfuerzos, está libre de la peli­ grosa esclavitud de las m ujeres y se halla lo suficientem ente puro^y fuerte para pescar el salmón sagrado. T am bién en este caso la expiación ritual es el medio p ara restaurar la autoestim a m asculina y la seguridad interior. Los mismos indios, por otra parte, después de la proeza anual de inge­ niería de construir un dique que asegure el abastecim iento de salmón para todo el invierno, se entregan a relaciones sexuales promiscuas y^experimentan el alivio m aníaco del exceso orgiástico que, una vez al año, deja de lado la expiación. En todos estos actos rituales vemos al ello y al superyó envueltos en oposiciones conflictuales como las que hemos aprendido a reconocer en los “rituales privados” , es decir, en los síntomas impulsivos y compulsivos de nuestros pacientes. Pero si tratam os de definir el estado de equilibrio relativo entre estos dos dram áticos extremos, si nos preguntam os qué caracteriza a un indio cuando éste no hace m ucho más que aplicarse tranquilam ente a ser un indio dedicado a los quehaceres diarios del ciclo anual, nuestra descripción carece de un adecuado m arco de referencia. Buscamos pequeños indicios de que el hom bre, en cualquier lugar y en cualquier época, revela un co n ­ flicto siempre presente a través de cambios emocionales e ideacionales nimios; tales cambios de hum or van desde un estado de anim o decidida­ mente depresivo hasta un bienestar exaltado, pasando por lo que F reud denominó “ un cierto estadio interm edio” . ¿Pero este estadio interm edio tan poco im portante desde el pu n to de vista dinám ico puede ser definido poi lo que no es? ¿Basta señalar que en ese m om ento no hay ninguna te n ­ dencia m aníaca o depresiva digna de tenerse en cuenta; que existe una calma m om entánea en el cam po de batalla del yo; que el superyo y el ello están de acuerdo en un arm isticio? d

La necesidad de definir el equilibrio relativo entre varios “ estados m en ­ tales11 se agudiza cuando debemos evaluar el estado de anim o durante la guerra. Al respecto, he tenido oportunidad de realizar algunas observa6 V éase “ H u n te rs Across th e P ra irie ” ; tam bién E rik H . E rikson: “ O bservations on Sioux E d u c a tio n ” , e n Journal of Psychology, 1939, N° 7, págs. 101-156.

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IDENTIDAD, JUVENTUD Y CRISIS Clones acerca de u no de los m edios más extrem o s del esfuerzo h u m a n o ]av id a en su b m a rin o s.7 ’ ;¡'

En los submarinos, la plasticidad emocional v los recursos sociales dpi la tripulación son sometidos a una dura prueba. Las expectativas heroicasy las fantasías fáhco-locom otoras con las que un voluntario adulto io v e 3 encara sus obligaciones en un subm arino, por lo general no se verifican eiP. los pequeños quehaceres, ni en el reducido espacio de su experiencia diaria^ a bordo, ni en el rol relativam ente ciego, sordo v m udo que se le exig,*' cuando esta en acción. L a extrem ada interdependencia de la tripulación? a responsabilidad m u tu a por la com odidad y la vida en condiciones p r o ­ longadas de severas penalidades, pronto reem plazan a las fantasías origi.S nales. L a tripulación y el capitán establecen una simbiosis que no está'7 solam ente gobernada por el reglam ento oficial. Con sorprendente tacto O in n ata sabiduría se establecen acuerdos tácitos aue convierten al capitán ^ en el sistema sensorial, el cerebro y la conciencia de todo el organism o! sum ergido com puesto por la m aquinaria y un conjunto de hombres m i-l n u d o sam en te adaptados, y que hacen que los miembros de la tripulación! movilicen en si mismos mecanismos com pensatorios (por ejemplo, en e ll uso colectivo de los alim entos de que se les provee generosam ente) que les i perm iten soportar la m onotonía cotidiana sin d ejar de estar listos para $ la acción instantánea. Tales adaptaciones m utuas autom áticas a medios % extrem os parecen al principio tener un “sentido psicoanalítico” , en ellas $ es posible descubrir u n a regresión clara a la horda prim itiva y a un tipo í de letargía oral. En realidad, en investigaciones psiquiátricas a m enudo se ha sospechado sobre la base de meras analogías, que ciertas unidades I ripulaciones y grupos ocupacionales están principalm ente motivados por | tedencias homosexuales latentes o psicopáticas, y es cierto que las tripu- P lociones; de los subm arinos a veces han tratad o con el m avor escarnio y I ciu eld ad a los individuos de los que se sospecha que sean m anifiestam ente £ homosexuales. Pero nuevam ente, si preguntam os por qué los hombres eli- I gen esa vida, por qué se aferran a ella a pesar de la m onotonía increíble 5 y el ocasional peligro de pesadilla y, sobre todo, por qué funcionan con I buena salud, buen estado de ánim o y con alguno que otro acto de he- I roismo, no tenemos una respuesta dinám ica satisfactoria. í Aquello que el hom bre que está de servicio en un subm arino, el indio Í en su trabajo y el niño que crece tienen en com ún con todos los hombres * que se sienten identificados con lo que hacen v con el lugar donde lo están I haciendo, es sem ejante a ese “ estado interm edio” que desearíamos que § nuestros ñiños conservaran a m edida que crecen v que querríam os que f nuestros pacientes lograran cuando se restaura la función sintetizadora del * vo. T o d a vez que se alcanza este estado, el iuego se hace más creador * la salud más satisfactoria, la sexualidad más libre y el trabaio más sig­ nificativo. En consecuencia, necesitamos conceptos que arroien luz sobre la com plem entadon m utua de la síntesis del yo y de la organización so7 E rík H. E rik s o n : “ O n S ubm arine Psvcholosry” escrito n a ra el N a tio n a l M orale for th e C o o rd in a to r of In fo rm a tio n , 194 0 ,i n é d i t o .

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• 1 cuyo cultivo a niveles cada vez más altos es la m eta de todo esfuerzo

terapéutico, tanto social como individual. XX La p atología d el yo y el c a m b io h istó rico a XJn niño tiene m uchas oportunidades d e identificarse, más o menos „vnerimentalmente, con personas reales o im aginarias de uno u otro sexo, « c o n hábitos, rasgos de carácter, ocupaciones e ideas. Ciertas crisis lo ohligan a hacer elecciones radicales. Sin em bargo, la época histórica en míe vive le ofrece sólo un núm ero lim itado de modelos socialmente signi­ ficativos para que realice com binaciones practicables de fragm entos de identificación que sean viables. L a utilidad de estos últimos depende de la manera en que satisfacen sim ultáneam ente las necesidades del estado de m aduración del organismo, el estilo de síntesis del yo, y las exigencias de la cultura. , . , . La desesperada intensidad de muchos síntomas neuróticos o delictivos de los niños puede expresar la necesidad de defender la naciente identidad del yo contra la “orientación” o el castigo irreflexivos. Lo que para el observador puede parecer una m anifestación especialmente poderosa de una patente expresión instintiva, con frecuencia es sólo un desesperado pedido de permiso para sintetizar y sublim ar de una única m anera po­ sible. Por lo tanto, podemos esperar que nuestros jóvenes pacientes respondan sólo a m edidas terapéuticas que los ayuden a com pletar o reo r­ denar los requisitos para una identidad que ya está en formación. La terapia y la orientación pueden tra ta r de reem plazar las identificaciones indeseables por otras más deseables, pero la dirección original de la fo r­ mación de la identidad perm anece inalterable. _ . , En este m om ento estoy pensando en un ex soldado alem án que emigro a Estados Unidos porque no podía aceptar el_ nazismo, o porque en ese movimiento no había lugar para él. Su pequeño hijo no podía haber lle­ gado a absorber el adoctrinam iento nazi antes de em igrar y en poco hem po, como la mayoría de los niños, se adaptó a la vida en N orteam érica como el pato al agua. G radualm ente, sin em bargo, desarrollo una rebelión neurótica contra toda clase de autoridad. E ra evidente que lo que decía acerca de la “vieja generación” y la m anera como lo decía resultaba co­ herente con escritos nazis que nunca había leído; su conducta asum ía de modo individual la rebelión de la juventud hitlerista. U n análisis superfi­ cial mostró que el m uchacho, al ad o p tar los lemas de la juventud hitlerista, se identificaba con los agresores de su padre. En ese m om ento los padres del m uchacho decidieron enviarlo a u n a escuela m ilitar. Yo esperaba que se rebelara violentam ente. En lugar de ello experim entó un cambio profundo cuando le dieron un uniform e y la posibilidad de lograr en el futuro insignias doradas, estrellas y rango. Eue como si estos símbolos m ilitares realizaran un cambio súbito y decisivo en

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„ PTUPO está en peligro, el código m oral implícito se hace más ressu econom ía interior. Inconsc ientem e nte, el m u c h a c h o era a h o r a u n joven® de más mágico, más exclusivo e intolerante, como si el peligro i? 15 F ° CU íi°ien Un p ro to tlP ° n o rte a m e r ic a n o : el cad ete de u n a escuela tring^ » tuviera aue ser tratado como interior. Y resulta clínicam ente i m p o r t a m 0 ade ante> Cl p a d r e ’ u n s)mpIe civil> no resultaba peligroso n¡ | exteno ^ nuestros pacientes constantem ente describen como D e alguna m anera, sin em bargo, este mismo padre y los sustitutos r e - f acionados con el m ediante actitudes inconscientes 8 (especialm ente c u a n .l do hab lab an de las proezas m ilitares de la Prim era G u erra M undial) i n contribuido a establecer en el joven el prototipo m ilitar que for. í PA te .de m uchas identidades de grupo europeas y que p a ra el alemán I tiene la significación especial de ser una de las pocas identidades total. I m ente alem anas y altam ente profesionalizadas. Com o núcleo histórico de lí m uchas identificaciones parciales, la identidad m ilitar continúa siendo in -1 conscientem ente dom inante au n en aquellos que están excluidos de su t consum ación a causa de los acontecim ientos políticos.9 i Los m étodos más sutiles por los que se induce a los niños a acep tar a I personas históricas o reales como prototipos de lo bueno y de lo malo $ consisten en m anifestaciones breves y esporádicas de emociones como el 1: carino, el orgullo, la ira, la culpa, la ansiedad y la tensión sexual. Tales I m anifestaciones por sí solas, m ás que las palabras em pleadas, los signifi- i cados que se quieren com unicar o la filosofía im plícita, transm iten a la I c ria tu ra los lincam ientos de lo que realm ente cuenta en su m undo es I decir las variables espacio-tem porales de su grupo y las perspectivas’ de I su p lan de vida. Igualm ente difíciles de circunscribir son los breves v * esporádicos pánicos socioeconómicos y culturales que envuelven a la fa imi ha, provocando regresiones individuales a expiaciones infantiles y un I retroceso reaccionario a códigos m orales más primitivos. C uan d o tales í pánicos coinciden en tiem po y cualidad dinám ica con una de las crisis « psicosexuales de la criatura, desem peñan un papel significativo en la eleccion^ de síntomas, puesto que cada neurosis refleja pánico com par- I tido ansiedad aislada y tensión som ática al mismo tiem po. Pero esto f tam bién significa, como en el ejem plo citado, que un síntom a puede com- I b in ar la regresión individual con la histórica. Com o consecuencia en f nuestra cultura de culpa tienen lugar no sólo regresiones individuales a í sentim ientos de culpa y expiaciones tem pranas, sino tam bién retrocesos i faccionarios al contenido y a la form a de principios de conducta histó­ ricam ente m ás prim itivos y m ás estrictos. C uando el status socioeconómico

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signiiic in fa n t¡l, a m enudo es la condensación de unos pocos perio*u S e c c io n a d o s en los que dem asiados cambios simultáneos dieron por resultado una atm ósfera de pánico, “cargada” de una variedad de afec^ • c ^ ^ c a s o de un niño de cinco años que tuvo convulsiones después , A r i a s experiencias coincidentes de agresión violenta y m uerte súbita, de A * misma de violencia había recibido su significado problem ático de a t.- tr,ria familiar. El padre era un judío de la E uropa oriental a quien la indulgentes y dóciles abuelos habían llevado al East Side de Nueva York cuando tenía cinco años. Allí pudo sobrevivir sólo porque logro suA n o n e r a sus tem pranos com ponentes de identidad los del tipo_ que nega primero. Esta imagen es la que se había esm erado en construir en la ^naciente identidad de nuestro pequeño paciente, sin dejar de decide í.ánto le había costado. Después de haber sobrevivido con un razonable A to económico, abrió u n a tienda en la calle principal de u n a pequeña ciudad yanqui y se m udó a un barrio residencial donde tuvo que renunr ar a sus exigencias iniciales de dureza en el trato. Por consiguiente, trato ñor medio de súplicas y amenazas de inculcar a su entonces engreído e inquisitivo hijito que el hijo del dueño de una tienda debe tra ta r cortesmente a los gentiles. Esta reevaluación de los com ponentes de la identidad tuvo luo-ar durante el estadio fálico-locom otor del nino en u n a época en aue necesitaba instrucciones claras y nuevas oportunidades de expresión (e incidentalm ente, en una edad análoga a la de su padre cuando este padeció la m igración). El pánico de la familia (“Seamos corteses o per­ deremos terreno” ), la ansiedad individual (“ ¿Com o ser cortes cuando debo ser duro para sentirm e seguro?” ), el problem a edipico de desviar la agresión al padre hacia un exogrupo, y la tensión som ática provocada por la rabia no dirigida: todos estos elementos eran independientes entre sí V causaban un cortocircuito en lugar de la regulación m utua que debe dominar los cambios sim ultáneos en el organismo, el am biente y el yo. La reacción epiléptica se hizo m anifiesta.

1942E p á g ^ 475-493"1 “ H h le r’S Im ag e ry a n d G e rm an Y o u th ” , en Psychiatry, N» 5, 9 B ru n o B ettelheim , en “ In d iv id u a l a n d M ass B ehavior in E xtrem e S itu a tio n s” en J o u r n a l of A b n o r m a l a n d Social Psychology, N" 38, 1943 págs 417 452 ln’ d e sc rip to sus experiencias en u n cam po de con cen tració n alem án l n los «rim eros d ,as de la S e g u n d a G u e rra M u n d ia l. R e la ta los diversos pasos y m anifestaciones ex te rio re s (tales com o im itaciones de a ctitu d e s y roñas 1 m if n , ™ : . ' 1 f sos a b a n d o n a r su id e n tid a d de an tifascistas e ^ f a r o r d ^ a deP su™ m rm ra d ^ re ^ ¿í m ism o p re serv o su v id a y su c o rd u ra aferrán d o se d e lib e ra d a v p e r s lte n f e m e n tr a la id e n tid a d histó ric a ju d ia de invencible su p e rio rid a d e sp iritu a l e in te le c tu T ls o b re u n m u n d o e x te rio r físicam ente su p e rio r: sus to rtu ra d o res le sirvieron de tem a n a ra un silencioso proyecto de investigación q u e después e n tre g ó al m u n d o lite r^ T o ifbre

Ahora describiré la m anera en que los prototipos historíeos reaparecen en las transferencias y resistencias con las que se tropieza en el tratam iento de los adultos. El siguiente resum en ilustra la relación de u n a crisis de identidad infantil con el estilo de vida adulto del paciente. U na bailarina, sum am ente bonita aunque de muy b aja estatura, desa­ lo Esta historia del caso se presenta con más detalles en Childhood and Society, ob. cit., págs. 25-38-

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l ee la confusa profusión de escaramuzas por una sola batalla que ree P estrateCT;a _ En relación con este fenóm eno la imagen latente y Una do más hom o-éneo m anifiesta su influencia reaccionaria en redel Pa.Sa° oecificas. Debemos estudiarlo para poder com prender el origen ^ ¿ D c o deF la alternativa radical que está buscando el yo del paciente. hlS* ’"'leíb le agregar que las asociaciones inconscientes de los prototipos • P de lo bueno y de lo m alo con los prototipos morales y sexuales étnicos ^ elem ento indispensable para la form ación de cualquier COnSt' Al estudiarlas, el psicoanálisis perfecciona sus métodos terapéuticos grUPi°'mismo tiempo, contribuye al conocim iento de las concom itancias 7* l u i e n t e s del prejuicio grupal. Pero en el inventario de prototipos * 7 “ v malignos de nuestros pacientes, probablem ente tam bién nos en­ tremos cara a cara con los hechos clínicos sobre los que Ju n g baso COnteoria de los prototipos heredados ( “ arquetipos” ). SUn . Daso la discutida teoría de Ju n g nos recuerda el hecho fundam en1 de aue las controversias conceptuales pueden arrojar luz sobre la «tíón de los problem as de identidad del observador, especialmente en íns estadios iniciales de la observación original. Parece que Jung pudo encontrar un sentim iento de identidad en el trabaio psicoanalitico solo vuxtaponiendo el espacio-tiempo religioso y místico de sus antepasados con lo a u e intuyó en la ascendencia ju d ía de F reud. D e esta m anera^ su re­ belión científica condujo tam bién a cierto tipo de regresión id eo ló g icay eventualmente a actos políticos reaccionarios (débilm ente negados). Este fenómeno tuvo su equivalente en la reacción ante sus descubrimientos dentro del m ovim iento psicoanalítico. Como si tem ieran poner en peligro una identidad grupal común basada en una identificación con la grandeza nersonal de F reud, los observadores psicoanalíticos eligieron ignorar no sólo los excesos de Jung, sino tam bién el hecho de carácter universal que ciertamente había observado. . En las imágenes caricaturizadas de m asculinidad y fem inidad de mi naciente tanto como en sus imágenes m ás genuinas, parecen reconocibles conceptos como el de “ anim a” y "anim us” , es decir, las imágenes que re­ presentan u n a “ parte” fem enina del hom bre y u n a m asculina en la m ujer. La función sintetizadora del yo tra b a ja constantem ente para incluir, en •jCj e° qUS IOS análisis de este ^ P 0 perm iten generalizar que la iden-1 una cantidad cada vez m enor de imágenes y en Gestalten_ personificadas, tidad m aligna inconsciente, aquella a la cual el yo más teme parecerse, i los fragmentos y los cabos sueltos de todas las identificaciones infantiles. con frecuencia esta com puesta por las imágenes del cuerpo violado (cas­ Para ello no sólo se vale de prototipos históricos existentes; tam bién em ­ tra d o ), del exogrupo étnico y de la m inoría explotada. A unque se ma­ plea mecanismos de condensación y representación pictórica^ que caracte­ nifiesta en u n a gran variedad de síndromes, esta asociación es ubicua y rizan a los productos de la im aginación colectiva.^ En la persona de om nipresente y la encontram os en hom bres y mujeres, en mayorías y en Tung parece que un yo débil se vende a un prototipo social constrictivo. m inorías y en todas las clases de u n a unidad nacional o cultural particu­ Se establece asi una falsa identidad del yo que suprim e mas que sintetiza lar. Porque el yo, en el curso de sus esfuerzos por lograr la síntesis esas experiencias y funciones que ponen en peligro la fachada . Un in ten ta inclu ir los prototipos ideales y malignos más poderosos (los con­ prototipo dom inante de m asculinidad, por ejemplo, obliga a un hom bre a tendientes finales, podríam os decir) y ju n to con ellos todas las imágenes excluir de su identidad del yo todo aquello que caracteriza la perniciosa existentes de lo superior y lo inferior, lo bueno y lo malo, lo masculino y imagen del sexo menos im portante, el castrado. Esto puede hacer _que lo fem enino, lo libre y lo esclavo, lo potente y lo im potente, lo hermoso una gran parte de sus tendencias receptivas y m aternales queden disimuy o feo, lo negro y lo blanco, lo alto y lo bajo, en una alternativa simple rrollo el molesto síntom a de tener que m antener su torso tan rígidameJ^erecto que su m anera de bailar se hizo torpe y desm añada. El anák* dem ostró que su erección histérica representaba una envidia inconscieil del pene, que había sido provocada en su infancia y se había hecho trinseca a su exhibicionismo. L a paciente era la única hija de un éxito! om bre de negocios germ ano-norteam ericano de segunda generación Dlr pensó a un cierto individualism o exhibicionista que incluía un g ra n h á güilo p o r su poderoso físico. V igilaba continuam ente la postura e r e l (que probablem ente ya no era conscientem ente prusiana) de sus hijos n t ios, pero no exigía lo mismo a su h ija de cabello escuro; en realidad Jparecia conceder im portancia a la postura del cuerpo femenino. És^ desigualdad en el trato reforzó el deseo de la paciente de com petir sus herm anos y de exhibir en sus bailes una postura “m ejorada” , al pun¿ de convertirlos en una caricatura de sus antecesores prusianos a quien¿ nunca h ab ía visto. M El significado histórico de dicho síntom a se esclarece con el análiár de sus resistencias defensivas. L a paciente, que en sus pensam ientos co n j ciernes y positivos ’ siempre establecía un paralelo entre las figuras altas y ñor ícas^ e su padre y de su analista, advirtió con gran consternación! que en sueños veía a su analista como un judío pequeño, sucio y contra-^ hecho C on esta imagen de u n a raza inferior y de una masculinidadl endeble^ ap arentem ente intentaba negarle el derecho a explorar el secreto* de su sjn to m a Pero tam bién esclarecía el peligro que im plicaba para suí frágil iden tid ad de yo un ingobernable p ar de prototipos históricos: uní prototipo ideal (alem án, alto, fálico) y un prototipo maligno (judíosenano, castrad o ). L a identidad final del yo de ¡a paciente había intentado’* incluir y sublim ar esta peligrosa alternativa en el rol de la bailarina mo-í derna y com pletam ente erecta (u n a solución creativa que sin embargo| au n encubría u n a parte dem asiado grande de la protesta exhibicionista! contra la inferioridad de su cuerpo fem enino). El exhibicionismo mascu- S lino de su padre, así como sus prejuicios alemanes, le habían sido incul-t cados a la paciente a través de testimonios sensoriales de la infancia y de S este m odo h ab ían retenido un peligroso grado de poder p ertu rb ad o r en f. su inconsciente.

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ladas, sin desarrollar y dom inadas por la culpa: con lo que queda fab ricará u n a rascara de hom bría exagerada.

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T a n to los esfuerzos del terap eu ta como los del reform ador confirm a! la triste verdad de que en cualquier sistema basado en la supresión, ]¿ exclusión y la explotación, los suprimidos, los excluidos y los explotada! acep tan inconscientem ente la imagen m aligna que les hacen representa!' los que dom inan. |i En cierta o portunidad tuve como paciente a un hacendado alto e inttf hgente que tenía influencia en la región agrícola del Oeste. N adie, excepté su esposa, sabía que era judío de nacim iento y que se hab ía criado en u j vecindario jud ío de u n a gran ciudad. Su vida, aunque exteriormenttf. expansiva y exitosa, se le hacía incóm oda debido a u n a red de conj.| pulsiones y^fobias que, según se com probó durante su análisis, reproducían? y superponían el plano de la calle en la que había crecido sobre su libnf desplazam iento por los valles del Oeste. Sin saberlo, todos sus amigos yí enemigos, sus m ayores y sus subordinados, desem peñaban los roles de loj| niños alem anes y de las pandillas irlandesas que habían hecho desdichado! al pequeño niño judío en su diaria cam inata a la escuela, desde una! aislada y m ás refinada calle ju d ía a través de los hostiles restos de los? conventillos y de las guerras de pandillas hasta el efím ero asilo del salónf de clase. El análisis de este hom bre proporcionó un triste com entario sobrtl el hecho de que la exposición de Streicher acerca de una identidad judía I m aligna no es peor que la opinión profesada por m uchos judíos que'! — con resultados paradójicos— pueden aú n estar tratan d o de que se la? olvide, viviendo en un área donde el pasado pudiera resultar relativa-1 m ente poco im po rtan te en vista de la nueva realidad. | El paciente del que hablam os sentía sinceram ente que el único y ver-* dadero salvador de los judios sería un cirujano plástico. En lo que respecta ! al yo corporal de dichos casos de identidad morbosa del yo, aquellas par- § tes que se supone tienen im portancia estratégica en cuanto a la caracte-f rización de la raza (en este caso, la nariz; en el de la bailarina, la columna! v e rte b ra l), desem peñan un papel sem ejante al del m iem bro afectado en u n inválido y al de los genitales en los neuróticos en general. L a parte corporal en cuestión posee un tono diferente p ara el yo; se la percibe más grande y más pesada o m ás pequeña y separada del cuerpo, y en am bos casos se la siente disociada de la totalidad corporal, al mismo tiem po que parece concentrar la atención de los otros. E n los casos de identidad m orbosa del yo y en los inválidos, los sujetos suelen soñar que tra ta n infructuosam ente de o cu ltar la parte corporal penosa y conspicua­ m ente expuesta a los demás, o que la pierden accidentalm ente. D e esta m anera, lo que podem os denom inar el espacio-tiem po del yo de un individuo preserva la topología social del am biente de su infancia lo mismo que el contorno de su imagen corporal. P ara estudiar ambo»

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por ejemplo en el caso de los Estados U nidos, es esencial correfact°r > ^ h¡storia de la infancia de un paciente con la historia de la lacion sedentaria de su fam ilia en regiones protolípicas del Este, del c6S1 o de las fronteras del Oeste y del N orte, puesto que estas áreas fueron Sur, Imente incorporadas a la versión norteam ericana de la identidad aj anglosajona; tam bién debemos tener en cuenta la emigración de CU familia desde, a través de y hacia áreas que durante varios períodos SU den haber representado el polo sedentario extrem o o el polo m igratorio f^tremo carácter norteam ericano en desarrollo; las conversiones o desdaciones religiosas de la fam ilia con sus implicaciones de ciase; sus my1 tos abortivos de estandarizarse en un determ inado nivel de clase y la nérdida o el abandono de dicho nivel; y, más que nada, ese sector indi­ vidual o fam iliar que, hiciera lo que hiciese y dondequiera lo hiciese, proporciona el sentim iento vigoroso suprem o de identidad cultural. P El abuelo fallecido de un paciente compulsivo era un hom bre de nego­ cios que había construido una m ansión en un distrito del centro de una ciudad del Este. Su testam ento exigía que la mansión se conservase, como castillo de la familia, au n cuando los rascacielos y las casas de d ep arta­ mentos crecieran como hongos a su alrededor. Esa mansión se convirtió en un símbolo algo siniestro de conservadorísimo, que decía al m undo que los X no necesitaban m udarse ni vender, ni com prar una residencia más grande ni m ejorar de posición. Las com odidades de los viajes m o­ dernos eran aceptadas sólo como senderos que los trasladaban cóm oda­ mente desde la m ansión a sus extensiones (el club, la casa de veraneo, la escuela privada, H arvard, etcétera) pero que sin em bargo los aislaban de los demás. El retrato del abuelo aún cuelga sobre la chim enea y una pequeña lám para ilum ina eternam ente el tono rosado de las ^mejillas de su semblante poderoso y satisfecho. Su m odo “ individualista” de obrar en los negocios y su poder casi prim itivo sobre el destino de sus hijos se conocen pero no se cuestionan; m ás bien son sobrecompensados por una afectuosa dem ostración de respeto, escrupulosidad y economía. Los nietos de tales hom bres saben que p a ra encontrar una identidad propia tienen que salir de la m ansión y unirse al desesperado esfuerzo en que está sumido el vecindario. Algunos lo hacen y tienen éxito; otros llevan la mansión con ellos como un m odelo internalizado, un espacio del yo básico que determ ina sus mecanismos defensivos de orgullo y apenado alejam iento y sus síntomas de obsesión y anestesia sexual. Sus tratam ientos psicoanalíticos son desusadam ente largos, en p arte porque las cuatro paredes del consultorio del analista se transform an en la nueva m ansión y el silencio contemplativo del terapeuta y su enfoque teórico se convierten en u n a nueva edición del aislam iento ritu al de la m ansión. Sin em bargo, la trans­ ferencia cortésm ente “ positiva” del paciente term ina cuando, por su reti­ cencia, el analista parece asemejarse más al padre reprim ido que al abuelo despiadado. L a imagen del padre, y con ella la transferencia, parece res­ quebrajarse. L a imagen del padre débil y sumiso del presente es aislada de la imagen paternal edípica, que se fusiona con la del abuelo poderoso. A m edida°que el análisis se aproxim a a esta doble im agen, aparecen fan-

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tasías que ponen de m anifiesto la im portancia abrum adora del abuelo p a q í la verd ad era identidad del yo del paciente. Estas fantasías traicionan 1¡£' violenta sensación de poder, la fu ria de superioridad que hace difícil que^ estos sujetos m anifiestam ente inhibidos entren en com petencia económicjjj. excepto en térm inos de privilegios superiores previam ente dispuestos. Estojí hom bres, que u n a vez form aron parte de los más altos estratos, se unen! a quienes pertenecen a los más bajos como los verdaderos desheredados! de la vida norteam ericana. En su lugar de origen les está vedado el acceso^' a la libre com petencia a menos que tengan la pujanza necesaria para ern-?. pezar todo de nuevo. En caso contrario, pueden resistirse a la cura porquet ésta im plica un cam bio en la identidad del yo, una nueva síntesis del yo? en térm inos de la historia económ ica que ha cam biado. ■; L a única m anera de abrirse paso a través de esta profunda resignaciónt es subrayar los recuerdos que m uestran que el niño realm ente h a vivido £ al abuelo com o un hom bre sim ple y cariñoso que cum plió con su rol | público no porque poseia algún poder prim itivo sino porque las circuns-l. tancias históricas favorecieron su capacidad. í

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Pensemos en un niño cuyos abuelos vinieron del Oeste, “ donde casi I nunca se oye una palabra desalentadora” . Ese abuelo, un hom bre muy I poderoso y vigorosam ente im pulsado, buscaba continuam ente nuevas y re- é tadoras tareas de ingeniería en regiones m uy alejadas entre sí. Después t: de en fren tar los desafios iniciales entregaba la tarea a otros y seeuia su jj cam ino. Su esposa lo veía solo p a ra las fecundaciones ocasionales. De i acuerdo con una típica p a u ta fam iliar, sus hijos no podían ir al mismo ii paso que él y quedaban en el cam ino como respetables colonizadores. Para X expresar su cam bio de estilo de vida en frases adecuadas, tendríam os que í decir que pasaban de una existencia caracterizada por el lem a “vámonos | inm ediatam ente de aquí” , a o tra que expresaba la determ inación “quedé- l monos y no nos m etam os con los bastardos” . No es atipico que la hija » ú nica del abuelo (la m adre del paciente) perm aneciera identificada con l aquél. E m pero, esta misma identificación no le perm itió elegir un esposo I igual a su poderoso padre. P or el contrario, se casó con un hom bre débil, ¡ se estableció en su nuevo hog ar y educó a su hijo p ara que fuera teme- I roso de Dios y trabajad o r. A veces, éste era arriesgado y versátil; otras, | se dep rim ía, a veces se p o rtab a com o un delincuente juvenil grandulón, E otras como u n agradable h ab itan te del Oeste con joviales estados de áni- t mo alcohólicos. I L o que su preocupada m ad re desconocía era que du ran te toda la in- | fancia de su hijo ella misma habia dado escasa im portancia a su seden- I tario padre y había condenado la falta de m ovilidad geográfica y social | de su existencia m atrim onial. Adem ás, al idealizar las proezas d e í abuelo | tam bién había reaccionado con consternada punitividad frente a cualquier E travesura del niño que p u d iera p e rtu rb a r el ya bien definido vecindario. * ! \

Consideremos un problem a de otra región. U n a m ujer del M edio Oeste, cionalmente fem enina y sensible, aprovecha una visita a unos parieneXCaue viven en el Este para consultar a un psicoanalista con respecto a t6S sentimiento general de constricción afectiva y a una sensación de di- a ansiedad que la invadia. D u ran te un análisis exploratorio parece casi • vida. Después de varias semanas, comienza a producir de tanto en tanto un súbito diluvio de asociaciones, todas referentes a horribles imresiones acerca del sexo o de la m uerte. M uchos de estos recuerdos no B e rg e n de profundidades inconscientes sino del rincón aislado de su con­ ciencia en el que confinaba todas esas atem orizadoras cuestiones, pero des­ de el cual a veces se habían abierto cam ino a través de las ordenadas circunstancias del am biente de la alta clase m edia de su infancia. Este ais­ lamiento de segmentos de vida es sim ilar al que se encuentra en los neuróticos compulsivos de cualquier parte. En este caso form aba parte de una m anera de vivir sancionada, de un ethos (un rasgo distintivo de una colectividad), que en nuestra paciente se había hecho verdaderam ente in­ cómodo sólo cuando fue cortejada por un europeo y trató de contem plar la vida desde un p u n to de vista cosmopolita. Se sentía a traíd a pero al mis­ mo tiempo inhibida; su im aginación estaba vividam ente excitada pero re­ primida por la ansiedad. Sus intestinos reflejaban este conflicto con per­ turbadoras alternancias entre constipación y diarrea. L a impresión final era más la de una inhibición general que la de un em pobrecim iento básico de la im aginación en cuestiones sexuales o sociales. Los sueños de la paciente revelaron gradualm ente u n a fuente oculta de libertad sin restricciones. A ún parecía apenada y sin vida en sus asociacio­ nes libres, pero su vida tal como la soñaba se hizo ocurrente e im aginativa de una m anera casi autónom a. Soñaba que en traba en una tranquila con­ gregación religiosa con un vestido de color rojo encendido y que tiraba piedras a través de respetables ventanas. Pero sus sueños más coloridos la situaban en los días de la G uerra Civil (en el bando de los C onfederados). El punto culm inante era un sueño en el que se veia sentada en un inodoro, rodeado por tabiques bajos y situado en medio de un enorm e salón de baile, y saludaba con la m ano a parejas de oficiales Confederados y damassureñas elegantem ente vestidas que giraban a su alrededor a los acordes de poderosos instrum entos de cobre. Estos sueños ayudaron a desenterrar y esclarecer u n a parte aislada de su infancia: la dulce cordialidad que le prodigaba su abuelo, un veterano Confederado cuyo m undo era un cuento de hadas del pasado. A pesar de toda su form alidad, los sentidos ham brientos de la criatura habían experim entado la m asculinidad patriarcal y el afecto suave del anciano que eran más inm ediatam ente reaseguradores p a ra su tentativo yo que las promesas de éxito estandarizado del padre o de la m adre. Con la muerte del abuelo los afectos de la paciente se extinguieron, porque eran parte de una form ación abortiva de identidad del yo, que no fue esti­ m ulada por medio de afecto o de recompensas sociales. El tratam iento psicoanalítico de m ujeres en cuya identidad hay im por­ tantes factores típicos de dam a sureña (una identidad que penetra más

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| que u n a d ase o una raza) parece com plicarse por resistencias especial« § ISuc-stras pacientes sureñas son. por lo general, dam as que han cambiado? su lugar de residencia y cuyo señorío constituye una defensa, casi un sin.í. tom a. Su deseo de tratam iento encuentra sus límites en tres ideas vincu'^ Jadas con las previsiones particulares de la cultura sureña para salvam iar.í d a r la identidad ele casta y de raza im poniendo a la niña pequeña e l! p ro to tip o de la dam a. $ E n p rim er lugar, hay una sospecha seudoparanoide de que la vida con-1 siste en u n a serie de pruebas en las que m urm uraciones m alignas intentan t acu m u lar debilidades y defectos menores contra la m ujer sureña con m iras! a un juicio final inexorable sobre si es o no es una dam a. En segundo* Jugar, existe la ubicua y p enetrante convicción de que si no se reprim e a J los hom bres por medio de las form alidades de un estándar doble tácita- i m ente aprobado, que les otorga objetos sexuales inferiores y de piel más I oscura al precio del respeto manifiesto hacia las damas, ellos dem ostrarán 1 que no son caballeros y hasta tra ta rá n de difam ar a la dam a, quien verá I asi a n u in a d a su aspiración a un esposo socialmente superior y la pers- ¿ pectiva de que sus hijos hagan un casam iento ventajoso. Pero también I se da la im plicación igualm ente am bivalente de que cualquier hombre I que no deja de lado sus inhibiciones de caballero cuando se le ofrece una I o p o rtu n id ad de conquista sexual, es un pobre individuo que sólo merece ? que se Jo excite sin compasión. De este modo, todos los sentim ientos co- í m uñes de culpa e inferioridad existen dentro de las coordenadas de un £ plan de vida dom inado por la esperanza consciente de lograr un status social más alto y que se transform a en morboso por su con trap arte am- 1 bivalente, la oculta esperanza de encontrar un hom bre que disipe la nece- sidad de la m u jer de ser una dam a en un m om ento de im prudente pasión i En todo esto hay una incapacidad básica para im aginar un área de la t vida donde los estándares y las palabras de un hom bre y una m ujer pue- % dan coincidir honestam ente y se eleven por sobre un cierto antagonismo I prim itivo. Es innecesario decir que tales estándares inconscientes provocan K grandes sufrim ientos en m ujeres sinceras e instruidas; sólo la verbalización | de estos esterotipos internalizados, ju n to con el análisis de la transferencia * que la paciente hace al analista de todas sus imágenes conflictuales de los hom bres, crean la posibilidad del psicoanálisis. Es un hecho que en los Estados U nidos los psicoanalistas son consultados fundam en talm ente por quienes no pueden soportar la tensión entre las alternativas, los contrastes y las polaridades que gobiernan el estilo n o r­ team ericano de hoy: la necesidad incesante de perm anecer en una acti­ tud provisoria a fin de estar libre p a ra mejores y mayores oportunidades. En sus transferencias y resistencias los pacientes repiten intentos abortivos de sincronizar los rápidam ente cam biantes y netam ente contrastantes res­ tos de identidades de clase, nacionales y regionales durante estadios criticos de su infancia. El analista se ve envuelto en la tram a del plan de vida inconsciente del paciente. Es idealizado, especialmente si es de origen europeo, y com parado con los antecesores más homogéneos del paciente,

resistido como si fuera el enemigo inteligente de una identidad nor° ,m pricana potencialm ente exitosa. 1 F1 paciente, no obstante, puede lograr el valor necesario para enfrentar i c discontinuidades de la vida en este país y las polaridades de su lucha 1 r obtener una identidad económ ica y cultural, no como una realidad :j aue le es im puesta sino como la prom esa de una identidad hum ana * universal. Esto, como hemos visto, encuentra sus limites en los mdi■rluos fundam entalm ente em pobrecidos en lo que respecta a su capacidad sensorial infantil u obstaculizados por el “sistema” en su libertad para usar las oportunidades.

e Al trab ajar con veteranos a quienes las fuerzas arm adas dieron de baja antes de finalizar las hostilidades a causa de su condición de psiconeurotiros nos familiarizam os con los sintomas recurrentes de pérdida parcial d e ’la capacidad de sintesis del yo. M uchos de estos hombres, por cierto habían hecho una regresión al “estadio de la función desaprendí a . Las fronteras de sus yoes hablan perdido la precisión de los limites que le permitían absorber el shock. C ualquier cosa dem asiado súbita o intensa _una repentina impresión sensorial del exterior, un impulso o un recuer­ do__ ]es provocaba ansiedad e ira. U n sistema sensorial constantem ente “alarmado” era atacado por estímulos externos y por sensaciones som áticas, oleadas de calor, palpitaciones, penosos dolores de cabeza. El insomnio obstaculizaba la protección sensorial nocturna que se hubiera logrado d u r­ miendo e im pedia la nueva ligazón emocional que se hubiera obtenido soñando. La amnesia, la seudología neurótica y la confusión indicaban la pérdida parcial de la ligazón tem poral y de la orientación ^espacial. Los síntomas y restos definibles de “ neurosis de época de paz ’ tem an una cualidad fragm entaria y falsa, como si el yo ni siquiera pudiera lograr una neurosis organizada. . . , En algunos casos este deterioro del yo parecía haberse originado en h e­ chos violentos; en otros, en la m onotonía gradual de un sinfm_ de moles­ tias E ra evidente que los hom bres estaban agotados por demasiados cam ­ bios simultáneos en demasiados aspectos. L a tensión somática, el pánico social y la ansiedad del yo estaban siempre presentes. Los hom bres sentían sobre todo que “ya no sabían quiénes eran” ; había una clara perdida de identidad del yo. El sentim iento de m ism idad y continuidad y la creen­ cia en el propio rol social habían desaparecido. En este campo de la obser­ vación clínica descubrí por prim era vez el supuesto de una perdida cen­ tral del sentim iento de identidad a la vez ineludible e inm ediatam ente esclarecedor. En las fuerzas arm adas, el sentim iento de identidad se increm entaba mucho en aquellos que recibían misiones halagadoras y en los miembros 11 “ ‘C ivilized’ Sexual M orality a n d M o d ern N ervousness” [1908], en Collected Papers, L ondres, H o g a rth Press, 1948, N 9 2, págs. 76-99.

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de equipos en unidades altam ente m ecanizadas. Sin em barco hombre cuya identidad del yo realm ente m ejoraba durante el servicio" m ilita? ? gunas veces se d erru m b ab an después de ser dados de baja cuando hacía evidente que ^ g u erra les había hecho concebir autoim ágenes m ü ambiciosas que sus identidades de época de paz no podían m a n t e l A muchos otros, sin em bargo, la restricción y la disciplina de la vida mi' litar misma les proporcionaba pocos prototipos ideales. Porque la ¡ d e n / dad grupal n orteam ericana respalda la identidad del vo de un individ mientras éste pued a preservar cierto elem ento de provisoriedad deliberad? en tanto que p u eda convencerse de que el próxim o paso depende de éí 1 d e n ° impf° rta t í . « . 0 adonde vaya, siempre tiene la opción de abandonar o to m ar la dirección opuesta. En Estados Unidos el ! emigra no quiere que le digan que siga su cam ino ni el hom bre s e d e n ta ? desea que le ordenen que perm anezca donde está, porque el estilo de vida de cada uno contiene el elemento opuesto como la alternativa que se aspira a poder considerar en las decisiones más personales. En consecuen cia, para muchos soldados la identidad m ilitar representaba el prototipo' despreciable del pele e, del sujeto que se deja echar a un lado v n o ñ ? obstáculos, m ientras los otros tienen el cam ino libre para ir tras 1 podría haber sido su oportunidad y su m uchacha. En N orteam érica *1? un pelele significa ser un castrado social y sexual. Si uno es un pelele n siquiera tendrá la compasión de su m adre. 1 En las manifestaciones a m enudo profusas de veteranos psiconeuróticos reaparecían de m anera coherente recuerdos y anticipaciones que les per mit/an culpar a las circunstancias de sus fracasos como soldados v como hombres, y de este modo los ayudaban a negar una sensación de in fe rí? ridad personal. Sus identidades del yo se habían separado en fragmentos corporales, sexuales, sociales y ocupacionales, y cada uno de estos te n ? que vencer el# peligro de su prototipo m aligno. Sus yoes tra u m a tiz a d / luchaban y huían de imágenes como la del bebe llorando la h-rubra san grante, el negro sumiso el afem inado, el individuo fácil de encañ ar en el plano económico, el débil m ental (todos prototipos cuya m era alusión podía aproximar a estos hombres a la cólera hom icida o suicida seeuida de grados variables de irritabilidad o a p a tía ). Sus exagerados intento“ de culpar a las circunstancias y a los individuos, daban un carácter más sór dido a sus historias infantiles y a ellos mismos la apariencia de una ns c„' patía más maligna de lo que estaba clínicam ente justificado Y un rl' nóstico exagerado, una vez asentado en el registro, sólo puede a -ra v fr el ciclo vicioso del reproche y del autorreproche. La tarea de rehabih tación puede hacerse efectiva y económica sólo si la investigación clínica centra en frustrado y/ 31 si C el1 consejo consejo tiende tiende aa fortale forta ? e í , d . rplan , *de vida . la nueva síntesis de los elementos en los que se basa la identidad del yo del paciente. Además de los varios cientos de miles de hom b res qu e d u ra n te la g u erra 12 12 Para una historia del caso típico, véase “ A en Childhood and Society, op. cit., págs. 38-47.

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rdieron su identidad del yo y sólo grad u al o parcialm ente pudieron re­

cuperarla, y de las decenas de miles cuya agu d a pérdida de la identidad

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¿el yo fue erróneam ente diagnosticada y tra ta d a como psicopatía, una cantidad desconocida experim entó hasta lo más profundo de su ser la am e­ naza de una pérdida trau m ática de aquella identidad como resultado del radical cambio histórico. Sin embargo, el hecho de que estos hom bres, sus médicos, y sus con­ temporáneos se volvieran cada vez m ás hacia las am argas verdades de la psiquiatría psicoanalítica, constituye en sí m ism o un desarrollo histórico que reclama una evaluación crítica. Expresa u n a mavor aceptación de los insighís psicoanalíticos en la m edida en que éstos tratan del significado de la ansiedad y de la enferm edad en la historia del caso individual. Sin embargo, esta aceptación parcial de penosos determ inantes inconscientes del fracaso hum ano, y este énfasis en el tratam ien to individual, aun cuando el paciente pareciera ser cualquier cosa menos introspectivo y verbalizador, también puede considerarse como una d ifundida resistencia contra la con­ ciencia de un fracaso de los m ecanism os sociales en condiciones históricas radicalmente cambiantes. El cambio histórico h a alcanzado u n a universalidad coercitiva y u n a aceleración global que se experim enta como u n a am enaza a la identidad tradicional norteam ericana. Parece desvalorizar la vigorosa convicción de que esta nación puede perm itirse com eter errores; de que ella siempre está por definición m ucho más ad elan tad a que el resto del m undo en cuanto a reservas inextinguibles, previsión de planeam iento, libertad de acción y ritm o de progreso y que, por lo tanto, tiene un espacio ilim itado y un tiempo infinito p ara desarrollar, pro b ar y com pletar sus experim entos sociales. Las dificultades que surgen cuando se intenta integrar esta vieja imagen de aislam iento en el espacio con la nueva imagen de explosiva p ro ­ ximidad global, son profundam ente inquietantes. Es característico encon­ trarlas en prim er lugar cuando se aplican los m étodos tradicionales para estudiar un nuevo espacio-tiempo. El psicoterapeuta que descuida la contribución de tales desarrollos en lo que se refiere al m alestar neurótico no sólo puede dejar de percibir gran parte de la dinám ica específica de los ciclos vitales contem poráneos, sino que tam bién corre el peligro de desviar la energía individual de las tareas colectivas del m om ento. Sólo es posible im aginar una disminución en gran escala del m alestar psíquico si se presta u n a atención clínica igual a las condiciones y a los casos, al plan em ergente para el futuro lo mismo que a la fijación en el pasado, a la superficie insegura y a las p ro fu n d i­ dades quejumbrosas. Con respecto a esto últim o, vale la pena destacar que el uso popular de la palabra “y°” [ego *] tiene, por cierto, poco que ver con el concepto psicoanalitico denom inado del mismo m odo; por lo com ún denota una au* D ebe tenerse en c u e n ta , p a ra p o d e r c o m p re n d e r con precisión el pen sam ien to del a utor, que, al h a b la r aquí de ego, se está re firien d o , com o m ás ad elan te se a c la ra en el texto, a u n uso sim ilar al q u e en c astellan o suele hacerse de la p a la b ra ego en el len g u aje cotidiano. [T.]

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toestim a incondicional, aunque quizás injustificada. El halago, las bromas, la bulla y otros tipos de conducta de inflación del yo [ego injlaling] form an parte, p o r supuesto, de las costumbres norteam ericanas. En tal sentido im pregnan el habla y el gesto e influyen en todas las relaciones interpersonales. Sin tener en cuenta este uso del térm ino, una relación terapéutica en los EE. U U ., p o r ejemplo, sería rem ota e inespecífica. Otro problem a com pletam ente diferente es la explotación sistemática de la práctica nacional de “ap o y ar'’ p ara que la gente “se sienta m ejor” , o de sum ergir su ansiedad y tensión a fin de que actúe más eficientem ente. Así como u n yo débil no logra verdadera fuerza m ediante el “apoyo” constante, un yo fuerte, protegido en su identidad por una sociedad también fuerte, no necesita -y en realidad es inm une a cualquier intento deliberado de inflación artificial. T iende a verificar en la realidad lo que siente como real, a dom inar aquello que funciona, a com prender lo que dem uestra ser necesario, a gozar de lo vital y a superar lo morboso. Al mismo tiem po se inclina hacia la creación de un vigoroso refuerzo m utuo con los otros en u n yo grupal que transm itirá su propósito a la generación siguiente. L a efectividad de la contribución psicoanalítica a este desarrollo está garantizada únicam ente por la constante intención hum anista más allá de la m era ad ap tació n de los pacientes a condiciones lim itativas, de aplicar la experiencia clínica p a ra lograr que él tome conciencia de sus potencialidades hum anas oscurecidas por temores arcaicos. Sin em bargo, también existen determ inantes históricos de la form ación del concepto psicoanalítico; m ás aún, en el cam po de la m otivación hum ana podemos observar que si los mismos térm inos h an sido utilizados durante medio siglo, ellos no pueden sino reflejar las ideo’ogías del m omento en que se originaron y h ab er absorbido las connotaciones de los cambios sociales contemporanees. L a connotación ideológica es la ecuación histórica inevitable en el uso de los instrum entos conceptuales que conciernen al yo, es decir al órgano del hom bre p a ra verificar la realidad. I.

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III. La te o r ía d el yo y lo s p r o c e so s so cia les a F reu d afirm ó originariam ente que las fuentes de la autoestim a hum ana e ra n : 1. El residuo del narcisismo infantil, es decir, el am or n atu ral del niño hacia sí mismo. 2. L a om nipotencia infantil tal como es corroborada por la experiencia, que da al niño el sentim iento de que realiza su propio ideal del yo. 3. L a gratificación de la libido objetal. es decir, el am or a los otros. A hora bien, si h a de sobrevivir un saludable residuo de narcisismo infantil, el am biente m aterno debe crearlo y m antenerlo con un am or que asegure al niño que estar vivo en las coordenadas sociales en las que le

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toca desenvolverse es algo bueno. El narcisismo “ n atu ral” , del que se dice e lucha valientem ente contra las irrupciones de un am biente frustrante, en realidad está justificado por el enriquecim iento sensorial y el incentivo de ¡as habilidades que ese mismo am b ;ente proporciona. Por otra parte, el difundido y grave em pobrecim iento del narcisismo infantil debe ser con­ siderado como un fracaso de esa síntesis colectiva que proporciona a todos los recién nacidos y a sus am bientes m aternos un status supraindividual romo una garantía de la com unidad. Y cuando este narcisismo se diluye ulteriormente en una autoestim a más m adura, nuevam ente es de im por­ tancia decisiva que el adolescente p u eda esperar una oportunidad p ara emplear lo que ha aprendido en la infancia y de tal modo adquirir un sentimiento de continuada significación com unal. Para que la experiencia corrobore una p arte sana del sentimiento de omnipotencia infantil, los métodos de entrenam iento del niño no deben estimular sólo la salud sensorial y la destreza progresiva; deben ofrecer también un reconocim iento social tangible como recom pensa de la salud y la destreza. Puesto que, a diferencia del sentim iento infantil de om ni­ potencia que se alim enta de la simulación y del engaño adultos, la a u ­ toestima que contribuye a un sentim iento de identidad se basa en los rudimentos de las habilidades y de las técnicas sociales que aseguran la coincidencia gradual del juego y la actuación experta del ideal del yo y deí rol social, y de este modo prom eten un futuro que es factible lograr. Para satisfacer la libido objetal es necesario asegurar un estilo cultural de protección económica y seguridad emocional para el am or genital y la potencia orgástica, puesto que sólo dicha síntesis da un significado unifi­ cado a todo el ciclo funcional de la genitalidad, que incluye la concepción, el embarazo y la crianza del nulo. El apasionam iento puede reunir amores infantiles incestuosos en un “objeto” presente; la actividad genital puede contribuir a que dos individuos se usen recíprocam ente como puntos de anclaje contra la regresión: pero el am or genital m utuo m ira hacia el fu ­ turo y hacia la com unidad. F unciona con m iras a lograr una división del trabajo en esa tarea vital que sólo dos sujetos de sexo opuesto pueden realizar juntos: la síntesis de producción, procreación y recreación en la unidad social prim aria de un sistema fam iliar. Si la identidad del yo de los am antes y de los cónyuges es com plem en­ taria en algunos puntos esenciales, se puede fusionar en el m atrim onio para beneficio del desarrollo del yo de los hijos. Desde el punto de vista de tales identidades conjuntas, el vínculo “ incestuoso” con las imágenes parentales no puede considerarse necesariam ente patógeno, como parecen inferir los que escriben sobre psicopatología. Por el contrario, dicha elec­ ción form a parte de un mecanismo étnico en tanto crea una continuidad entre la fam ilia en que uno se crió y la fam ilia que ui.o constituye. De esta m anera perpetúa la tradición, es decir, la suma de todo lo que han aprendido las generaciones anteriores, en una analogía social con la p re­ servación de los logros de la evolución en el apaream iento dentro de la especie. Por otra parte, la fijación neurótica en los padres y las rígidas

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defensas interiores contra los deseos incestuosos significan el fracaso (y no son la n aturaleza) de la afinidad de las generaciones. No obstante, como ya ha sido señalado, muchos de los mecanismos de ad ap ­ tación que alguna vez sirvieron p a ra la evolución psicosocial, la integra­ ción tribal y la coherencia nacional o de clase, ya no sirven p ara poner orden en un m undo de identidades que se expanden um versalm ente. La educación p a ra lograr u n a identidad del yo que reciba su fuerza de condi­ ciones históricas cam biantes, exige a los adultos una aceptación consciente de la heterogeneidad histórica, com binada con un esfuerzo esclarecido para proporcionar a la infancia un nuevo fondo de continuidad significativa en todas partes. Las historias clínicas ayudan en la tarea de investigación si evitan este­ reotipos como “el paciente tenía u n a m adre dom inante” , estereotipos que tienen determ inantes históricos y que adquieren connotaciones habituales. El pensam iento psicoanalitico p odria m uy bien contribuir con nuevos mé­ todos p a ra estudiar no sólo a los niños, sino tam bién los modos espontá­ neos con que sectores de la sociedad m oderna luchan en condiciones tec­ nológicas am pliam ente cam biantes p a ra hacer del entrenam iento del niño y del desarrollo histórico u n a continuidad practicable. Pues quienquiera que desee c u ra r u o rientar debe com prender, conceptualizar y usar ten­ dencias espontáneas de form ación de la identidad.

b Al estudiar a su paciente, el psicoanalista, como señala A nna Freud, debería ocu p ar un p u n to de observación “equidistante del ello, del yo y del superyó” (de m an era que p u ed a ser consciente de la interdependencia funcional de estas instancias psíquicas y p a ra que, cuando observe un cam bio en u n a de ellas, no pueda p erd er de vista los cambios concomi­ tantes en las o tra s ).13 Lo que aquí está conceptualizado como una compartim entalización del hom bre interior refleja los vastos procesos en los que el hom bre se ve im plicado en todas las épocas. En conclusión, entonces, podem os reform ular la tarea del yo (y quizás, el yo mismo) reconociéndolo como uno de los tres procesos indispensables e incesantes p o r los que la existencia del hom bre deviene y perm anece in in te rru m p id a en el tiem po y organizada en lo que respecta a la forma. El prim ero de éstos — prim ero p orque fue estudiado originalm ente a tra­ vés de la transferencia que hizo F reud de los modos de pensam iento bio­ lógicos y fisiológicos a la psicología— es el proceso biológico, por el cual u n organism o llega a ser u n a organización jerárquica de sistemas de ór­ ganos que poseen un ciclo vital. El segundo es el proceso social, por el cual los organismos llegan a organizarse en grupos que están geográfica, histórica y culturalm ente definidos. Lo que se puede denom inar el proceso 13 A n n a F re u d : T h e Ego and the M e c h a n ism s of D efence [1936], N u ev a Y ork, In te rn a tio n a l U n iv e rsitie s Press, 1946. [H ay versión castellan a: El yo y los m e c a ­ nismos de defensa. B uenos A ires, P aidós, 1965.]

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¿leí yo es principio organizativo según el cual el individuo se m antiene como una personalidad coherente porque posee m ism idad y continuidad tanto en su autoexperiencia como en su realidad p a ra los otros. Aunque estos procesos han podido ser estudiados por disciplinas dife­ rentes que se han concentrado alternativam ente en lo biológico, lo social o lo psicológico, debe ser obvio que la “fisiología” del vivir, es decir, la interacción ininterrum pida de todas las partes, está gobernada por una relatividad que hace que cada proceso dependa de los otros. Esto quiere decir que los cambios observados en uno de estos procesos provocarán cambios en los otros y serán a su vez influidos por ellos. Es cierto que cada uno de estos procesos tiene su propia señal de alarm a: dolor, ansie­ dad o pánico. Estas señales advierten sobre el peligro de la disfunción orgánica, sobre el deterioro del poder del yo y sobre la pérdida de la identidad grupal, respectivam ente, pero cada una anuncia al mismo tiempo una am enaza generalizada. En psicopatología observamos y estudiamos la autonom ía aparente de uno de estos procesos a m edida que éste recibe una exagerada acentuación a causa de la pérdida de la regulación m utua y del equilibrio general. De esta m anera, el psicoanálisis estudió prim ero, como si esto pudiera ser aislado, la esclavitud del hom bre con respecto al ello (es decir, a las exigencias excesivas padecidas por el yo) y la sociedad de los organismos frustrados, trastornados sobre todo en su instintividad. Después, el estudio se centró sobre la esclavitud del hom bre debida a los esfuerzos de un yo y de un superyó aparentem ente autónom os, esfuerzos que constituyen m e­ canismos de defensa que a fin de “ contener” u n a econom ía desequilibrada de la libido, em pobrecen el poder del yo p ara experim entar y planear. Quizás el psicoanálisis com pletará sus estudios básicos sobre la neurosis investigando más explícitam ente la esclavitud del hom bre con respecto a condiciones históricas que se p retenden autónom as por decreto y explo­ tan mecanismos arcaicos interiores del yo p a ra negarle vitalidad física y fuerza.14 La m eta del tratam iento psicoanalitico en sí h a sido definida como un increm ento sim ultáneo en la m ovilidad del ello (esto es, en la ad ap ­ tabilidad de nuestros impulsos instintivos a las oportunidades p ara la satis­ facción, lo mismo que p ara las dem oras y frustraciones necesarias), en la tolerancia del superyó (que condenará acciones especiales, pero no al su­ jeto en su to ta lid a d ), y en el poder de síntesis del yo.15 Al últim o punto agregamos la sugerencia de que el análisis del yo in­ cluye la identidad del yo de un individuo en relación con los cambios históricos que dom inaron su infancia, su crisis de la adolescencia y su 14 E ste plan básico fue diseñado en la p u blicación d e F re u d : “ ‘C ivilized’ Sexual M orality and M o d ern N ervousness” [1908], y en sus h a b itu a le s referencias a las coordenadas c u ltu rale s y socioeconóm icas.de su p ro p ia existen cia siem pre que in tro ­ ducía ejem plos tom ados d e su p ro p ia vida. 15 H . N u n b e rg , “T h e S ynthetic F u n c tio n of the E go” [1931], en Practice a n d Theory of Psychoanalysis. N ueva Y ork, In te rn a tio n a l U n iv e rsitie s Press, 1955, págs. 120-136.

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adaptación m ad u ra. Porque el dom inio del individuo sobre su neurosis comienza cuando se ve en la posición de aceptar la necesidad histórica que lo llevó a ser lo que es. El sujeto se siente libre cuando puede elegir identificarse con su propia identidad del yo y cuando aprende a aplicar aquello que le es dado a lo que debe ser hecho. Sólo de este m odo puede derivar fuerza del yo (p a ra su generación y la siguiente) de la coincidencia r'c su único y singular ciclo vital con un segmento particular de la historia hum ana.

2. SO B R E EL T O T A L IT A R IS M O Al exam inar el fenóm eno histórico del totalitarism o, un psicoanalista se pregunta qué clase de m otivación inconsciente puede atribuirse a la in­ vención, la iniciación y la aceptación general de los métodos totalitarios. Más específicam ente, ¿de qué m an era la infancia y la juventud predis­ ponen al hom bre p a ra el totalitarism o? L a respuesta es difícil, como lo son todas las tareas que no están avaladas o sancionadas por la tradición metodológica. Y las obras sobre historia, sociedad y moral generalmente contienen pocas referencias en el texto, y ninguna en el índice, al hecho simple de que todos los individuos alguna vez fueron niños. Para la mayoría de los estudiosos, la infancia parece pertenecer al cam po del tra­ bajo social más que al de la ciencia social, parece corresponder más a los afanes de los filántropos que al de los pensadores. Sin em bargo, a diferen­ cia de todas las criaturas, el hom bre se caracteriza por una larga infancia biológica y la civilización tiende a hacer cada vez más larga la infancia psicológica, porque el hom bre debe tener tiem po de aprender la manera de ap ren d er: toda su especialización de nivel superior y todas sus intrin­ cadas capacidades de coordinación y reflexión son consecuencia, en reali­ dad, de su prolongada dependencia. Y sólo como sujeto dependiente el hom bre desarrolla su conciencia, esa capacidad de depender de sí mis­ mo que lo hace, a su vez, un individuo en quien se puede confiar; y sólo cuando es com pletam ente confiable con respecto a varios valores funda­ mentales puede alcanzar independencia y enseñar y desarrollar la tradi­ ción. Pero esta confiabilidad lleva dentro de sí la am bigüedad de sus raíces en un lento proceso evolutivo que conduce desde el desvalimiento extremo hasta un elevado sentido de la libertad y del dominio, y esto dentro de sistemas sociales que restringen drásticam ente la libertad y per­ miten que algunos hom bres exploten a los demás sin piedad. L a antropologia m oderna, a m enudo siguiendo sugerencias derivadas de la psiquiatría, está estudiando los modos en que las sociedades desa­ rrollan “intuitivam ente” sistemas de entrenam iento del niño creados no sólo p ara conservar vivo y en buen estado de salud al pequeño individuo, sino tam bién p a ra asegurar, por m edio de él y en él, la continuación de una tradición y la preservación de la singularidad de su sociedad. Es bien conocida la contribución de la prolongada infancia del hom bre al desarrollo de sus habilidades técnicas y de su capacidad para la com pren­

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sión y la fe> aunclue con frecuencia es lo único que se tiene en cuenta. Porque se está haciendo igualm ente evidente que la polaridad adulto-niño es la prim era en el inventario de las oposiciones existenciales (la segunda es ja polaridad hom bre-m ujer) que hace al hom bre explotable y lo induce a explotar. L a inclinación in n ata del niño a sentirse im potente, abando­ nado, avergonzado y culpable en relación con aquellos de los que depende es sistemáticamente utilizada p ara su entrenam iento, a m enudo con el propósito de exjulotarla. El resultado es que aun el hom bre racional per­ manece irracionalm ente preocupado por ansiedades y sospechas que se centran en la pregunta sobre quién es más grande o m ejor y quién puede hacer qué a quién. Po: lo tan to es necesario ad quirir una visión más profunda de las consecuencias temjaranas de la explotación psicológica de la infancia. Con esto me refiero al mal uso de una función dividida que hace que una de las partes resulte perjudicada en el desarrollo de sus potencialidades, y como consecuencia se acum ule cólera im jjotente donde debería liberarse energía p ara la producción creadora. A aquellos que aceptan todo esto, tiene que parecerles lo suficiente­ mente razonable que la infancia esté representada en un estudio sobre el totalitarismo, para que podamos com enzar a elim inar la “ negligencia” en lo que respecta a la im portancia decisiva de esa época de la vida. No obstante, es necesario decir que este descuido no parece accidental y por lo tanto no puede corregirse con facilidad. El psicoanálisis ha demos­ trado am pliam ente que todos los hom bres desarrollan un cierto grado de amnesia en relación con las experiencias cruciales de la infancia. Existen buenas razones para sospechar que esta am nesia individual corre pareja con un punto ciego universal en cuanto a la interpretación de la condición del hombre, con una tendencia a pasar por alto la función decisiva de la infancia en la estructuración de la sociedad. Quizás el hom bre moral y el hombre racional, habiendo luchado para hacer absoluta e irreversible la imagen del hom bre civilizado, se niegan a ver cómo cada hom bre debe empezar por el principio y cómo adquiere, siempre renovadam ente, el potencial para anular las realizaciones hum anas m ediante comjjulsiones in­ fantiles e impulsos irracionales. Es como si esta negativa reflejara una superstición arraigada de que el hom bre racional y práctico perdería su ingenuo poder para resistir si alguna vez se volviera para hacer frente nuevamente a la M edusa de la ansiedad infantil. En este punto, una “ecua­ ción” form idable se im pone a todos los intentos de ubicar a la infancia en su perspectiva aprojriada. N o obstante, si el hom bre com prendiera este hecho, quizá podría ingeniárselas para llegar a ser menos destructivam ente pueril en algunos aspectos y conservarse más creativam ente infantil en otros. Sin em bargo, es ciertam ente difícil form ular de una m anera equilibrada nociones verdaderam ente nuevas. Es posible que la existencia largam ente indiscutida del punto ciego universal que exam inam os aquí sea resultado de la em ergencia repentina, de una “com prensión” , en nuestra época, de la im portancia que la infancia h a tenido en el desarrollo de otra pérdida compensatoria de perspectiva: me refiero a la tendencia de psicólogos y psicopatólogos a explicar fenómenos sociales como el totalitarism o equi-

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minan Umschaltung y Gleichschaltung, ese repentino y total reordena­ parándolos con estadios infantiles o juveniles particulares ( “adolescencia” ) f miento y, por decirlo así, coordenam iento que acom paña a la convicción, con una enferm edad m ental específica (“p aran o ia” ) o con ciertas “estruc- fe semejante a u n a conversión, de que el Estado puede y debe tener poder turas caracterológicas” (la “personalidad au to ritaria’') . Del enfoque per. | absoluto sobre las mentes lo mismo que sobre las vidas y los destinos de sonológico han surgido generalizaciones notables con respecto a ciertas | sus ciudadanos. analogías entre pautas de crianza del niño, m aneras de conceptualizar el í Como clínico, sin embargo, debo p artir de ejem plos de cambio interior m undo y tendencias hacia determ inados credos políticos. Sin embargo, j total. En las historias clínicas de individuos norm ales y anormales, y en este enfoque ha contribuido poco a u n a cuestión im portantísim a, a saber: | algunos estados pasajeros que com únm ente no se consideran psicopatoló¿en qué condiciones la energía invertida en ciertas pautas de pensamiento • I rncos, distinguimos transiciones súbitas desde u n a “integridad” equilibrada y de acción (p o r ejem plo, la au to ritaria) llega a estar disponible p ara el I de experiencia y juicio a estados de sentir, pensar y actuar “ totalm ente” . adoctrinam iento político relevante y p ara la acción de masa eficaz? A su 1 Los ejemplos clínicos más dram áticos de dicha reestructuración total de vez, el enfoque psicopatológico ha debilitado su posición usando rótulos I la experiencia se encuentran en la frontera de la patología grave. Recuerdo diagnósticos, considerando a los pueblos y a la gente activa o pasivamente a un joven que me decía, sonriendo, al referirse a su tendencia a reple­ im plicada en revoluciones to talitarias como seres hum anos patológicos o : garse sobre sí mismo: “Yo era una m ayoría de U n o ” (con lo cual quería inm aduros, e in tentando p o r este m edio explicar su conducta política; significar que, al haber elegido la soledad absoluta, él era el u n iv erso ). Pero el hom bre puede ser m uchas cosas en m uchos niveles y la historia Una m ujer joven hablaba del mismo m odo de su “ derecho a la unicidad” . rara vez le perm ite esa unificación de credo definido, actitud consciente No obstante, tal solipsismo no es privativo de la patologia ni de la vida y acción pragm ática que en el m u n d o protestante se ha llegado a exigir adulta. Y a en la tem prana infancia la sana periodicidad del niño entre el de _un ser h um ano “m ad u ro ” o al menos “ lósrico” . o ; despertar y el dorm ir, por ejem plo, puede transform arse súbitam ente en En consecuencia, en las páginas siguientes no pretendem os fijar el ori­ una evitación total del sueño o en una som nolencia general; su feliz alter­ gen o la causa del totalitarism o en el hecho mismo de la infancia o en nación entre la sociabilidad, y la soledad puede convertirse en una insis­ formas particulares del en trenam iento infantil. T am poco lo consideraré tencia ansiosa o furiosa por la presencia total de su m adre o en una com­ como una calam idad pasajera o u n a epidem ia localizada; p arto del su­ pleta negativa a dem ostrar la conciencia de su proxim idad. M uchas m adres puesto de que el totalitarism o está basado en potencialidades hum anas uni- ' se alteran profundam ente cuando, al volver de una ausencia repentina versales y se relaciona, por lo tanto, con todos los aspectos de la naturaleza fe pero no m uy prolongada, notan que sus pequeños hijos las han “olvidado” hum ana, sanos y patológicos, adultos e infantiles, individuales y sociales. : cortésmente. L a dependencia o la independencia total pueden transfor­ Es probable que el totalitarism o haya sido con frecuencia una realidad marse, tem poraria o perm anentem ente, en estados que no están sujetos a latente en la historia, que tuvo que esperar “ su” m om ento histórico para grados norm ales de periodicidad; hasta es posible que la bondad o la m al­ aflorar. Este m om ento está d eterm inado por el avance de la tecnología dad absolutas aparezcan de pronto como estados que están fuera del al­ en los sistemas de com unicación y organización y por las diversas condi­ cance de la influencia de los padres, los cuales pueden preferir en realidad ciones que dieron origen a la idea fan ática del Estado absoluto, favorecie­ un hijo que sea razonablem ente bueno pero tam bién un poco malo. D icha ron su realización con actos revolucionarios oportunos y, adem ás, lo pre­ reestructuración total puede ocurrir como una fase transitoria en estadios servaron por m edio de las realidades del poder y del terror. Sólo tal pers­ significativos del desarrollo infantil; puede acom pañar el principio de una pectiva histórica puede d a r la m edida ap ro p iada de los diferentes grados perturbación m ental o perm anecer como u n a potencialidad latente en y clases de com prom iso ideológico de los m uchos tipos de individuos que el adulto. constituyen un E stado totalitario : apóstoles fanáticos y revolucionarios En lo que respecta a la dependencia total de un objeto o de otra per­ astutos; líderes solitarios y cam arillas oligárquicas; creyentes sinceros y sona, todos conocemos los fetiches del niño pequeño, que, algunas veces explotadores sádicos; b u rócratas obedientes y jefes eficientes; soldados; in­ en la form a de muñecos antihigiénicos que la criatu ra arrastra por el genieros; seguidores espontáneos, trab ajad o res apáticos y opositores para­ suelo, se convierten en el objeto del desdén o de la preocupación de los lizados; víctim as acobardadas y futuras victim as perplejas. T ra ta ré de padres y no obstante continúan siendo para el niño el símbolo total y aprovechar m i form ación y m i experiencia p a ra contribuir a la interpre­ exclusivo de seguridad y bienestar. Posteriorm ente, am ores y odios violen­ tación de uno de los factores básicos y sin em bargo con frecuencia menos tos y conversiones y aversiones repentinas com parten con el fetichismo y tangibles de todas estas form as de p articipación, a saber: los prerrequisitos los temores del niño una serie de factores: la centralización exclusiva de psicológicos de un sentim iento alen tad o r o p aralizante de la legitimidad del totalitarism o. , fe un conjunto de sentimientos amistosos o inamistosos en una persona o idea, la prim itivización de todos los afectos centralizados de este modo V uelvo ah o ra a mi planteo inicial referente a ese algo en la naturaleza y la expectativa utópica o cataclísm ica de que de esta fuente h an de de la infancia capaz de a rro ja r luz sobre la inclinación del hom bre, en provenir el beneficio o la pérdida totales. ciertas circunstancias, a estar disponible p a ra lo que los alem anes deno:

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P or últim o, podem os señalar el ejem plo bien conocido de resquebrajam iento súbito y total de lo que una vez estuvo integrado: el cambio que sufren las parejas que han decidido divorciarse. La transform ación repentina de lo que parecía u n a entidad in tacta de dos en dos totalidades exclusivas pued e infundir bastante temor, como pronto se descubre al tra ta r de seguir siendo amigo de am bos cónyuges. Es posible que tales reordenam ientos parezcan surgir de repente, pero no hay duda de que se desarrollan con lentitud. Sólo las personas extraor­ dinariam ente conscientes y valerosas conocen acerca de sí mismas lo que el psicoanálisis revela a otros, en especial a los pacientes: la fuerza y la sistematización de las tendencias y potencialidades hum anas p ara los reor­ denam ientos, con frecuencia apenas ocultas detrás de gustos, predilecciones y convicciones exageradas, y la g ran cantidad de energía que se emplea en las defensas interiores contra u n a am enazadora reoricntación total en la cual lo blanco puede transform arse en negro y viceversa. Sólo el afecto liberado en compromisos y conversiones súbitas y en aversiones repentinas testim onia la can tid ad de energía “ ligada” a tales defensas. Igualmente reveladora es la tendencia (tan a m enudo dcscripta y deplorada, aunque terapéuticam ente útil) de muchos pacientes — aun los más instruidos y m ejor inform ados— a desarrollar u n a “ transferencia” y, por decirlo así, a llegar a depender frenéticam ente de sus terapeutas, con u n a oscilación entre sentim ientos positivos y negativos: ésta es una m esurada demostración de la tendencia universal interior hacia la totalización, dificil de con­ ciliar con el desprecio que m uchos intelectuales sienten por aquellos de sus sem ejantes que dependen de cosmologías y deidades, m onarquías e ideologias. De todos modos, hemos apren d id o a com prender tales reordenam ientos como readaptaciones a un nivel más prim itivo, que se hacen necesarias por ¡as crecientes ansiedades, especialm ente de origen infantil, y que son provocadas por crisis vitales agudas. R otularlas como patoló­ gicas o “m alas” no nos ayuda a com prenderlas ni a superarlas: para llegar a ellas por u n cam ino significativo es necesario entender sus razones fun­ dam entales intrínsecas, su lógica psíquica. E n los ejem plos m encionados, utilicé los térm inos “ integridad” y “ tota­ lidad” . Am bos se refieren al todo; sin em bargo, yo quise subrayar sus diferencias. “ In te g rid a d ” parece conn o tar u n a reunión, aun de partes bas­ tan te diversas, que en tran en u n a asociación y organización beneficiosa. Este concepto se expresa con m ayor claridad en térm inos como sinceridad, inclinación total, salud y otros similares. E n consecuencia, como una Gestalt, la integridad destaca u n a reciprocidad sana, orgánica y progresiva entre las diversas funciones y partes de un todo cuyos límites son abiertos y fluidos. L a totalidad, p o r el contrario, evoca una Gestalt en la que se subraya u n límite absoluto: dado un cierto delineam iento arbitrario, nada de lo que quede circunscripto debe dejarse fuera, nada que deba estar fuera puede ser tolerado dentro. U n a totalidad es tan absohitam ente inclusiva como com pletam ente exclusiva (independientem ente de que la categoría-que-debe-ser-hecha-absoluta sea o no lógica, o de que las partes que la constituyen sean realm ente afines entre sí).

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Por lo tan to , debemos postular la existencia de una necesidad psico­ lógica de totalidad sin otra elección o alteración, aunque esto implique el abandono de u n a integridad muy deseada. Para decirlo en pocas palabras: cuando, a consecuencia de cambios accidentales o evolutivos, el ser h u ­ mano pierde u n a integridad esencial, se reestructura a sí mismo y al m un­ do recurriendo a lo que podemos denom inar totalismo. Como ya se señaló, es prudente abstenerse de considerar este m ecanism o como m eram ente regresivo o infantil. Es una m anera alternativa, si bien más prim itiva, de enfrentar la experiencia, y, por lo menos en estados pasajeros, tiene cierto valor p a ra la adaptación y la supervivencia. El fenóm eno pertenece a la psicología norm al. C ualquier posible investigación psiquiátrica está res­ tringida a estas preguntas: ¿es posible evitar que los medios pasajeros de adaptación a u n a em ergencia se fijen a determ inados fines?; ¿es rever­ sible el totalism o una vez que se ha superado la em ergencia?; ¿existe la posibilidad de que sus elementos sufran una nueva síntesis en una inte­ gridad que era previam ente posible? En el individuo, la tarea del yo es estim ular el dominio de la expe­ riencia y del curso de la acción de m anera tal que se cree siempre una cierta síntesis de integridad entre los diversos y conflictivos estadios y aspectos de la vida (entre las impresiones inm ediatas y los recuerdos aso­ ciados, entre los deseos que incitan a la acción y las dem andas apre­ miantes, entre los aspectos más privados y más públicos de la existencia. PaTa realizar su trabajo, el yo desarrolla modos de síntesis y métodos y mecanismos de defensa selectivos. A m edida que m adura, por medio de la constante interacción de las fuerzas de la m aduración y de las influen­ cias del am biente, se desarrolla una cierta dualidad entre los niveles más altos de integración (que perm iten u n a m ayor tolerancia de la tensión y de la diversidad) y los niveles más bajos (en los que las totalidades y los conformismos deben contribuir a preservar un sentim iento de segu­ ridad) . El estudio de esas fusiones y defusiones que, en el plano individual, contribuyen a u n a integridad exitosa o a una totalidad intentada, per­ tenece así al dominio de la psicología psicoanalítica del yo. A quí lo único n que puedo hacer es señalar este cam po de estudio.16 Los comienzos del yo son difíciles de determ inar, pero, según lo que sabemos, emerge gradualm ente de un estadio en el que la “integridad” es una cuestión de equilibrio fisiológico que se m antiene m ediante la reci­ procidad entre la necesidad del bebe de recibir y la necesidad de la m adre de dar. L a m adre, por supuesto, no es sólo u n a p artu rien ta, sino tam bién un m iem bro de una fam ilia y de una sociedad. A su vez, ella debe sentir que la relación entre su rol biológico y los valores de su com unidad es saludable. Sólo de esta m anera puede com unicar al bebe, en el idioma inconfundible del intercam bio somático, que puede confiar en ella, en el mundo y en sí mismo. Sólo una sociedad relativam ente “inteerra” puede otorgar al infante, a través de la m adre, la convicción interior de que 16 Véanse los trabajos de H. H a r t m a n n , E. Kris, D. R a p a p o r t y otros, en D. R a-

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% paport: T h e Organization and P athology of T h o u g h t . N u e v a York, C olum bia University Press, 1951.

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todas las difusas experiencias somáticas y todas las confusas sugerencias sociales de los prim eros meses de vida se pueden organizar en un senti­ m iento de continuidad y m ism idad que g radualm ente une el m undo interior y el exterior. H e denom inado sentimiento de confianza básica a la fuente ontológica de fe y esperanza que em erge de esta m anera: es la integridad p rim era y básica porque parece im plicar que lo interior y 10 exterior se pueden experim entar como una bondad interrelacionada. En consecuencia, la desconfianza básica es la sum a de todas aquellas expe. rien d as difusas que de alguna m anera no están exitosamente equilibradas por la experiencia de la integración. Es imposible saber lo que sucede en el m undo interior de un bebe, pero la observación directa, lo mismo que abrum adoras pruebas clínicas, indican que la desconfianza tem prana se acom paña de u n a experiencia de rabia “ to tal” , con fantasías de domina­ ción o aun de destrucción total de las fuentes de placer y de provisión; dichas fantasías y rabias persisten en el individuo y se reviven en estados y situaciones extremos. En realidad, todos los conflictos básicos de la infancia persisten, en al­ guna form a, en el adulto. Las experiencias más tem pranas se conservan en las capas m ás profundas. C ualquier ser h um ano cansado puede regresar tem porariam ente a un estado de desconfianza parcial cuando el mundo de sus expectativas ha sido conm ovido hasta lo más intimo. Sin embargo, las instituciones sociales parecen proporcionar al individuo, de manera continuada, reaseguram ientos colectivos en lo que respecta a esas ansie­ dades originadas en el pasado infantil. Es indudable que la religión or­ ganizada sistem atiza y socializa el prim er y más profundo conflicto de la vida: com bina las imágenes difusas de los prim eros proveedores de cada individuo con las imágenes colectivas de los prim itivos protectores sobre­ hum anos; hace com prensible la vaga incom odidad de la desconfianza bá­ sica dándole u n a realidad m etafísica en la form a del M al determinado, y ofrece al hom bre, por m edio de los rituales, u n a periódica restitución colectiva de la confianza, que en los adultos m aduros se traduce en una com binación de fe y realismo. En la plegaria, el hom bre asegura a un poder sobrehum ano que, a pesar de todo, él h a seguido siendo digno de confianza, y pide una señal p a ra que, en adelante, él tam bién pueda continuar confiando en su deidad. E n la vida prim itiva, que se ocupa de un aspecto de la naturaleza y desarrolla u n a m agia colectiva, a menudo se tra ta a los Proveedores Sobrenaturales de alim entos y fortuna como si fueran padres enojados, o m alignos que deberían ser apaciguados por medio de la plegaria y la a u to to rtu ra .17*D e igual m anera, es evidente que las form as superiores de la religión y del ritu al apelan al rem anente de nostalgia que persiste en cada individuo por su expulsión de ese paraíso de integridad que alguna vez lo proveyó generosam ente, pero que, ¡ay!, perdió, q u edando p a ra siempre con u n a indefinible sensación de maligna división, m alevolencia potencial y nostalgia profunda. La religión res­ 17 Véase E rik H. Erik son: Childhood and Society, op. cit. Cap. I I (especialmente pág. 147 y sigs.) y cap. IV.

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taura, a intervalos regulares, y m ediante rituales significativam ente vincu­ lados con las crisis im portantes del ciclo vital y con los m omentos decisivos del ciclo anual, una nueva sensación de integridad, de cosas nuevam ente ligadas.13 Pero, como sucede con todos estos esfuerzos, aquello que debia ser relegado a la periferia puede aparecer en el centro. M ucha totalidad cruel, fria y exclusiva h a dom inado algunas fases de la historia de la re­ ligión organizada. Bien podríam os p reguntar de qué m anera la idea de un universo regido punitiva o caritativam ente p o r U n Dios y su dogma preparó a la hum anidad para la idea de U n Estado T otal lo mismo que para la de U n a Clase de H om bre Integro, puesto que es indudable que, en periodos de transición, un reordenam iento total puede asegurar el avan­ ce hacia una mayor integridad así como tam bién hacia el totalismo. Actualm ente, ninguna burla del descuidado no creyente y ningún fer­ vor punitivo del individuo dogm ático pueden negar el hecho desconcer­ tante de que m ucha gente se encuentra sin una religión viviente como la que daba integridad a la existencia del artesano en su trato productivo con la naturaleza, y a la del com erciante en su intercam bio beneficioso de mercancías en un m ercado m undial expansivo. L a profunda preocupa­ ción del self-made m an por su necesidad de sentirse seguro en ese m undo construido por el hom bre, puede verse en la irrupción de una identifi­ cación inconsciente con la m áq u in a — com parable a la identificación mágica del hom bre prim itivo con su presa principal— en el concepto occidental de la naturaleza h u m an a en general y, en particular, en una clase de entrenam iento infantil autom atizado y despersonalizado. L a de­ sesperada necesidad de funcionar suave y lim piam ente, sin fricción, chis­ porroteo o hum o, se h a vinculado con las ideas de felicidad personal, de perfección gubernam ental y aun de salvación. Algunas veces sentimos un extraño totalism o insinuándose inadvertidam ente en aquellos iniciadores ingenuos que esperan que surja una nueva integridad del proceso de de­ sarrollo tecnológico en y por sí mismo, así como en épocas no muy lejanas se suponía que el M ilenio había de em erger de la infalible sabi­ duría de la naturaleza, del misterioso autoequilibrio del m ercado o de la santidad interior de la riqueza. Las m áquinas, por supuesto, se pueden construir más atractivas y más cóm odas a m edida que se hacen más prác­ ticas; la cuestión es de dónde provendrá esa sensación profunda de bondad especifica que el hom bre necesita en su relación con su principal fuente y técnica de producción para perm itirse ser hum ano en un universo razo­ nablemente conocido. Si no es satisfecha, esta necesidad hará que continúe aum entando una profunda y general desconfianza básica que, en aquellas áreas agobiadas por cambios dem asiado repentinos de la perspectiva his­ tórica y económica, contribuye a que se acepte de m anera com placiente una ilusión totalitaria y au to ritaria de integridad ya hecha y con un líder a la cabeza de un partido, u n a ideología que ofrece una explicación ra ­ cional simple para to d a la naturaleza y p ara toda la historia, un enemigo 18 E rik H. Erikson: “ O n toge ny of Ritualization in M a n ” , en Philosophical T r a n s ­ actions of th.e R oyal S ociety of L o n d o n , serie B. 1966, N 9 251, págs. 337-349.

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categórico de la producción que ha de ser destruido por un instrumento centralizado de la justicia (y la constante desviación hacia enemigos exteriores de la cólera im potente acum ulada en la propia interioridad) . Sin embargo, debemos recordar que por lo menos uno de los sistemas que denom inam os totalitario, el comunismo soviético, nació de una ideo, logia que, más allá de todas las revoluciones, presenta una integridad final de la sociedad, liberada de la interferencia de un Estado arm ado v de la estructura de clases que lo necesitaba. En esta perspectiva, la re­ volución total y el superestado totalitario constituyen sólo un Estado-paraterm inar-con-todos-los-Estados: se abolirá a si mismo “ co- virtiéndose en inactivo” , dejando p a ra ser adm inistrador en la integridad final de una dem ocracia sin Estado n ad a más que “ cosas . . . y procesos de pro­ ducción” . Debo d ejar que otros investiguen hasta dónde los medios y métodos totalitarios pueden convertirse en dem asiado irreversiblemente rígidos en los centros de “aceleración artificial del desarrollo” de tal em­ presa utópica. M ientras tanto, sin em bargo, no debemos perder de vista a los pueblos que han surgido recientem ente (y a su población joven) en la periferia del m undo soviético y del nuestro, que necesitan un sistema total de creencias en este período de cambio tecnológico común. No esbo­ zaré aquí las implicaciones que cada uno de los sucesivos estadios de la infancia tiene p ara la ideología del totalitarism o. L a alternativa original de u n a solución “ íntegra” que se m anifieste como confianza básica y una solución “ total” exteriorizada com o desconfianza básica, que relacionamos con la cuestión de la fe, es seguida en cada paso por alternativas análogas, cada una, a su vez, relacionada con una de las instituciones humanas básicas.19 Sólo al pasar deseo hacer referencia a ese aspecto del desarrollo infantil que en la literatura psicoanalítica sobre el totalitarism o ha recibido el én­ fasis m ayor, si no exclusivo: m e refiero al período de los cinco años (con frecuencia denom inado el estadio e d íp ic o ), cu ando el niño se prepara para desarrollar no sólo una iniciativa más rebelde y más dirigida hacia una m eta, sino tam bién u n a conciencia más organizada. El niño sano y ju­ guetón de tres o cuatro años con frecuencia disfruta de una insuperable sensación de integridad autónom a que pesa m ucho más que la sensación siempre am enazadora de d u d a y culpa y se resuelve en fantasías ilimitadas de gloria y realización. En ese m om ento el niño súbitam ente enfrenta episodios de culpa fóbica y secreta y m anifiesta una tem prana rigidez de conciencia que, cuando el pequeño ha aprendido a gozar de la integridad de ser alguien autónom o y a im ag in ar conquistas excesivas, tra ta de divi­ dirlo contra sí mismo. De acuerdo con F reud, el superyó es el guardián de la conciencia, que se superpone al yo como u n gobernador interior o, se podría decir, como un gobernador general que representa a las autoridades exteriores y lim ita las metas y los medios de la iniciativa personal. Podríam os desa­ rrollar esta analogía. Este g obernador general, que alguna vez fue res19 Vcase el cap. I I I .

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onsable ante un lev extranjero, ahora se hace independiente y utiliza las tropas nativas (y sus métodos) para com batir la insurrección nativa. Así el superyó pasa a reflejar no sólo la severidad de las exigencias y lim ita­ ciones originariam ente im puestas por ¡os padres, sino tam bién la relativa crudeza del estadio infantil en el que fueron impuestas. De esta m anera, la conciencia hum ana, aun m ientras sirve ideales conscientes, retiene cierto primitivismo inconsciente e infantil. Sólo una combinación de verdadera tolerancia y firmeza por parte de los padres puede guiar un proceso infantil que de otra m anera cae víctim a de la actitud cruelm ente “cate­ górica” de u n a conciencia estricta que prim ero se vuelve contra sí mis­ mo, pero que, de u n a u otra m anera, después se centra en la supresión de los otros. En consecuencia, esta división interior es el segundo gran móvil (la separación de la m adre fue el p rim ero ), hacia soluciones “ totales” en la vida, basadas en la simple aunque tan funesta proposición de que n ad a es más insoportable que la difusa tensión de la culpa. Por esta razón, entonces, algunos individuos tra ta n a veces de superar toda incertidum bre moral convirtiéndose en totalm ente buenos o totalm ente malos, solucio­ nes que traicionan su naturaleza am bivalente en el hecho de que los totalmente “buenos” pueden ap ren d er a ser torturadores ad majorera Dei gloriam, m ientras que los totalm ente “malos” pueden desarrollar lealtades decididas hacia líderes y pandillas. Es evidente que la propaganda a u to ­ ritaria apela a este conflicto, invitando a los hombres, colectiva y desver­ gonzadamente, a proyectar la m aldad total sobre cualquier “enemigo” interior o exterior que pueda ser señalado por decreto estatal y por la propaganda como totalm ente infrahum ano y repugnante, al mismo tiem ­ po que perm ite al convertido sentirse totalm ente bueno como m iem bro de una nación, raza o clase bendecida por la historia. El fin de la infancia me parece la tercera y más inm ediatam ente política crisis de integridad. Los jóvenes deben convertirse en personas íntegras por derecho propio, y esto durante un estadio evolutivo que se caracteriza por u n a diversidad de cambios en el crecimiento físico, la m aduración genital y la conciencia social. H e denom inado sentimiento de identidad interior a la integridad que h a de lograrse en este estadio. A fin de expe­ rim entar la integridad, el joven debe sentir una continuidad progresiva entre aquello que ha llegado a ser du ran te los largos años de la infancia y lo que prom ete ser en el fu tu ro ; entre lo que él piensa que es y lo que percibe que los demás ven en él y esperan de él. Individualm ente h a ­ blando, la identidad incluye (pero es más que) la sum a de todas las identificaciones sucesivas de aquellos años tem pranos en los que el niño quería ser — y era con frecuencia obligado a ser— como la gente de la que dependía. L a identidad es un producto único que en este m om ento en ­ frenta u n a crisis que h a de resolverse sólo en nuevas identificaciones con com pañeros de la m ism a edad y con figuras líderes fu era de la familia. La búsqueda de una identidad nueva y no obstante confiable quizá pueda apreciarse m ejor en el constante esfuerzo de los adolescentes por definirse, sobredefinirse y redefinirse a si mismos y a cada uno de los otros en

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comparaciones a m enudo crueles, al mismo tiempo que es posible reco­ nocer una búsqueda de reordenam ientos confiables en una inquieta experimentación con las posibilidades más nuevas y los valores más viejos. Allí donde la autodefinición resultante, por razones personales o colectivas se hace demasiado difícil, sobreviene un sentimiento de confusión de rol: el joven contrapone más que sintetiza sus alternativas sexuales, étnicas ocupacionales y tipológicas, y con frecuencia se ve obligado a o p tar defi­ nitiva. y totalm ente por unas u otras. Con respecto a esto la sociedad tiene la función d e guiar y lim itar las elecciones del individuo. Las sociedades prim itivas siempre h a n tomado muy en serio esta función; sus ceremonias de iniciación en la pubertad reemplazan el horror por lo indefinido, dram atizado por rituales, con un sacrificio definido y u n a insignia secreta. A unque la civilización progresista ha hallado otros medios más espirituales de “ confirm ar” el p lan de vida adecuado, la juventud siem pre ha encontrado m aneras de revivir “inicia­ ciones” más prim itivas, form ando pandillas, bandas o fraternidades ex­ clusivas. En Estados U nidos, donde en general la ju ventud se ve libre del tradicionalismo prim itivo, del paternalism o punitivo y de la estandariza­ ción por medio de m edidas estatales, se ha desarrollado no obstante una autoestandarización espontánea que hace absolutam ente obligatorio para “los que pertenecen a alguna sociedad u organización” ad o p tar modas y maneras de gesticular y h ablar ap arentem ente sin sentido y que varían constantemente. En su m ayor p arte se trata de una cuestión tolerante, plena de m utuo apoyo del tipo “dirigido-al-otro” , pero a veces es cruel para con los no conform istas y por supuesto se desentiende bastante de la tradición de individualism o que pretende ensalzar. M e voy a referir u n a vez más a la patología individual. L a necesidad de encontrar, al menos tem porariam ente, un sello total de estándar es tan grande en esta época que la juventud a veces prefiere ser nada, y de una m anera total, a seguir siendo un contradictorio m anojo de frag­ mentos de identidad. A un en las perturbaciones individuales generalm ente denom inadas prepsicóticas o psicopáticas, o diagnosticadas de cualquier otra m anera de acuerdo con la psicopatologia ad ulta, se puede estudiar un Umschaltung (viraje) casi prem editado hacia una identidad negativa (y sus raíces en el pasado y el p resente). En u n a escala algo m ayor, una vuelta semejante hacia una identidad negativa prevalece en el delincuente joven (adicto a drogas, hom osexual) de nuestras grandes ciudades, donde las condiciones de m arginalidad económ ica, étnica y religiosa proporcio­ nan una m ala base p a ra cualquier identidad positiva. Si los maestros, jueces y psiquiatras aceptan dichas “identidades negativas” como la iden­ tidad “natural” y definitiva de un joven, éste con frecuencia invierte su orgullo y tam bién su necesidad de u n a orientación total en convertirse exactam ente en lo que la despreocupada com unidad espera que sea. De m anera semejante, m uchos jóvenes norteam ericanos provenientes de me­ dios m arginales y autoritarios, encuentran un refugio pasajero en grupos extremistas en los que u n a rebelión y confusión que de otra m anera no podrían m anejar, recibe el sello característico de rectitud universal dentro

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de una ideologia de blanco-y-negro. Algunos, por supuesto, “hablan en serio”, pero muchos sim plem ente se dejan llevar a dicha asociación. En consecuencia, debemos darnos cuenta de que sólo un sólido senti­ miento de identidad interior señala el fin del proceso adolescente y con­ diciona u n a m aduración más am plia y verdaderam ente individual. Al equilibrar los restos interiores de las injusticias de la infancia, debilitando de esta m an era el dom inio del superyó, una sensación de identidad posi­ tiva perm ite al individuo ab andonar el autorrepudio originario, el prejuicio total contra sí mismo que caracteriza a los neuróticos y psicóticos graves, así como tam bién el odio fanático hacia lo que es distinto. T al identidad, sin embargo, depende del apoyo que el individuo joven recibe del senti­ miento colectivo de identidad que caracteriza a los grupos sociales que son significativos p ara él: su clase, su nación, su cultura.20 En este punto es im portante recordar que cada identidad grupal cultiva su propio senti­ miento de libertad, lo que explica por qué un pueblo rara vez com prende qué es lo que hace que otro pueblo se sienta libre. No obstante, allí d o n ­ de la evolución histórica y tecnológica se inmiscuye seriam ente y en gran escala en identidades profundam ente arraigadas o que emergen con gran intensidad (por ejemplo, la agraria, feudal, p a tric ia ), la juventud se siente en peligro, individual y colectivam ente, por lo cual se halla dispuesta a apoyar doctrinas que le ofrecen una inm ersión total en una identidad sin­ tética (nacionalism o, racismo o conciencia de clase extrem a) y a la con­ denación colectiva de un enemigo totalm ente estereotipado de la nueva identidad. El miedo a la pérd id a de la identidad que estimula tal ense­ ñanza contribuye de m anera significativa a esa mezcla de rectitud y crim inalidad que, en condiciones totalitarias, se pone a disposición del te­ rror organizado y del establecim iento de las principales industrias de exter­ minio. Y puesto que las condiciones que socavan un sentimiento de identidad tam bién fijan a los individuos mayores en alternativas adoles­ centes, m uchos adultos se adhieren a éstas o se paralizan en cuanto a su resistencia. Por lo tanto, mi sugerencia final es que el estudio de esta ter­ cera crisis principal de integridad, en el m om ento en que term ina la in­ fancia y la juventud, revela la más vigorosa potencialidad para el totalismo y, por lo tanto, tiene u n a gran significación en lo que respecta al surgimiento de nuevas identidades colectivas en nuestra época. En todas partes, la propaganda totalitaria se concentra en la pretensión de que el movimiento decadente del pasado deja sin recursos a la juventud. U n a mejor com prensión de todo esto puede ayudarnos a ofrecer alternativas de esclarecim iento en vez de nuestra inclinación actual a desdeñar o a prohibir, en débiles intentos de ser más totalitarios que los mismos to ta­ litarios. 20 T a n t o con respecto a los individuos como a los grupos prefiero h ablar de u n “sentim iento de id e n t i d a d ” más q u e de u n a “ estructura del c a r á c te r" o de u n “ c a ­ rácter básico” . T a m b i é n en relación con las naciones, los conceptos clínicos me llevarían a co n ce n tra rm e en las condiciones, experiencias y pa uta s de conducta que exaltan o p o n e n en peligro un se ntim iento nacional de id en tid ad , m ás que u n c a r á c ­ ter nacional estático.

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II.

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T en er el valor -de ser diferente es un signo de integridad en los indi- f viduos y en la civilización. Pero la integridad tam bién debe tener límites ■ definidos. En el estado actual de nuestra civilización aún no es posible prever si una identidad más universal prom ete abarcar todas las diversi­ dades y disonancias, relatividades y peligros m ortales que em ergen con el progreso tecnológico y científico.

C a p ítiü o 1!I EL CICLO VITAL: EPIG EN ESIS D E LA ID E N T ID A D

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Entre las coordenadas indispensables de la identidad está la del ciclo vital, porque suponemos que sólo en la adolescencia el individuo desarrolla real­ mente los requisitos de crecim iento fisiológico, m aduración m ental y res­ ponsabilidad social que le perm iten experim entar y superar la crisis de identidad. En realidad, podemos referirnos a la crisis de identidad como al aspecto psicosocial de la adolescencia. T am poco se podría pasar por este estadio si la identidad no hubiera encontrado u n a form a que d eter­ minará la vida posterior de m anera decisiva. Partam os, u n a vez más, del descubrim iento de am plio alcance de F reu d en el sentido de que el conflicto neurótico no difiere mucho, en cuanto a contenido, de los conflictos “ norm ativos” que todos los niños deben experim entar en su infancia, y cuyos residuos todos los adultos llevan con­ sigo en los lugares m ás recónditos de su personalidad. Porque el hom bre, para perm anecer psicológicamente vivo, constantem ente vuelve a resolver estos conflictos de la misma m anera que su cuerpo com bate sin cesar la intrusión del deterioro físico. Sin em bargo, puesto que no puedo aceptar la conclusión de que el m ero hecho de estar vivo o de no estar enferm o significa estar sano — o, como preferiría decir en lo que respecta a cues­ tiones de personalidad, ser vital— , debo recurrir a unos pocos conceptos que no form an parte de la term inología oficial de mi cam po de trabajo. Presentaré el crecimiento hum ano desde el punto de vista de los con­ flictos interiores y exteriores que la personalidad vital soporta, reem ergiendo de cada crisis con un aum entado sentim iento de unidad interior, con un increm ento del buen juicio y de la capacidad d e “hacer las cosas bien” de acuerdo con sus propios estándares y con los de aquellos que son sig­ nificativos p ara ella. El uso de la expresión “hacer las cosas bien” ap u n ta ya, por supuesto, a todo el problem a de la relatividad cultural. Aquellos que son significativos p ara un hom bre pueden pensar q u e obra bien cuando “hace algún bien” o cuando “hace las cosas bien” en el sentido de ad q u i­ rir posesiones; cuando adquiere nuevas habilidades y conocimientos o cuan-

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do sim plem ente no hace sino vivir; cuando aprende a conform arse en todos los aspectos o a rebelarse de m anera significativa; cuando se halla m eram ente libre de síntomas neuróticos o se las arregla p ara contener dentro de su v italidad todas las formas de conflictos profundos. Existen m uchas form ulaciones acerca de lo que constituye u n a persona­ lidad “sana” en un adulto. Pero si tom am os sólo una de ellas — en este caso, la definición de M arie Jah o d a, de acuerdo con la cual u n a perso­ nalidad sana domina activamente su am biente, m anifiesta una cierta unidad de personalidad y es capaz de percibir el m undo y a sí m ism a correcta­ mente— 1 está claro que todos estos criterios se refieren al desarrollo cognitivo y social del niño. En realidad, podemos decir que la infancia se caracteriza p o r la ausencia inicial y el desarrollo gradual en pasos com­ plejos de u n a creciente diferenciación. ¿C óm o, entonces, crece una per­ sonalidad vital, o, por decirlo así, cómo em erge de los estadios sucesivos de la creciente capacidad p ara adaptarse a las necesidades de la vida (con algún resto de entusiasm o) ? T oda vez que intentem os com prender el crecim iento, harem os bien en recordar el principio epigenético derivado del crecim iento de los organis­ mos in útero. En general, este principio afirm a que todo lo que crece tiene un plan básico, del cual surgen las partes, y que cada u n a de ellas tiene su período de ascendencia especial, hasta que el conjunto emerge como un todo que funciona. O bviam ente, esto es cierto con respecto a la evo­ lución fetal en que cada parte del organism o tiene su época crítica de regresión o de peligro de im perfección. Al nacer, el bebe abandona el intercam bio quím ico del seno m aterno por el sistema de intercam bio social de su sociedad, donde sus capacidades gradualm ente crecientes encuentran las oportunidades y lim itaciones de su cultura. L a literatu ra de la evo­ lución infantil describe cómo el organism o que está m ad u ran d o continúa desenvolviéndose, no desarrollando nuevos órganos sino m ediante una se­ cuencia p red eterm in ad a de capacidades locomotoras, sensoriales y sociales. Como ya se señaló, el psicoanálisis nos h a dado una com prensión de las experiencias más idiosincráticas, especialm ente de los conflictos interio­ res, que constituyen la m anera en que un individuo llega a ser una per­ sonalidad particu lar. Pero es im portante com prender que tam bién en este caso se puede confiar en que, dentro de la secuencia de sus experiencias más personales, el niño sano a quien se orienta de m anera adecuada, obedecerá las leyes interiores de evolución, leyes que crean u n a sucesión de potencialidades p a ra la interacción significativa con las personas que lo cuidan y responden a sus exigencias y con las instituciones que están a su disposición. A un cuando tal interacción varía de u n a a otra cultura, debe perm anecer dentro de “ la proporción adecuada y la secuencia ade­ cuada” que gobierna toda la epigénesis. Se puede decir, por lo tanto, que la personalidad se desarrolla de acuerdo con pasos predeterm inados en1 1 M arie J a h o d a : “ T o w a r d A Social Psychology of M e n t a l H e a l t h ” , e n S y m postum on the H e a l th y Personality, S uplem ento I I : “ Problems of I nfanc y a n d Childhood, T ra n s a c tio n s of F o u r t h C onference” , m arzo de 1950, M . J. E. Benn (c o m p .), N u e v a York, Josia h M acy, Jú n io r F o u n d a tio n , 1950.

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la disposición del organismo hu m an o a ser im pulsado a, a ser consciente je y a interactuar con una gam a cada vez m ás am plia de individuos e instituciones significativas. Es por esto que al presentar los estadios en el desarrollo de la perso­ nalidad empleamos un diagram a epigenético análogo al utilizado en I n fa n ­ cia y sociedad para un análisis de los estadios psicosexuales de Freud.2 gn realidad, el propósito im plícito de esta presentación es tender un puente que u n a la teoría de la sexualidad infantil (sin repetirla aquí en detalle) con nuestro conocim iento del crecim iento físico y social del niño. El diagram a se presenta en la pág. 78. L a distribución horizontal y vertical de los casilleros significa una secuencia de estadios y un desarrollo gradual de las partes com ponentes; en otras palabras, el diagram a repre­ senta una progresión a través del tiem po de la diferenciación de las p ar­ tes. Esto indica: 1) que cada ítem de la personalidad vital que ha de examinarse está sistem áticam ente relacionado con todos los otros, y que todos dependen del desarrollo adecuado en la secuencia correcta de cada ítem, y 2) que cada ítem existe en alguna form a antes de que “su” pe­ ríodo decisivo y crítico llegue de m anera norm al. Si yo digo, por ejemplo, que un sentim iento de confianza básica es el primer com ponente de la vitalidad m ental que hay que desarrollar en la vida, un sentim iento de autonom ía el segundo, y un sentim iento de iniciativa el tercero, el diagram a expresa varias relaciones fundam entales entre los tres componentes, y tam bién algunos hechos básicos. Hacia el final de los estadios m encionados, cada com ponente llega a su encumbramiento, enfrenta su crisis y encuentra su solución duradera de modos que describiremos. Al principio todos ellos existen de alguna m anera, pero no darem os im portancia a esto, pues crearíam os una confusión dando a estos com ponentes nombres diferentes en los estadios más tem pranos y en los ulteriores. Desde el comienzo, un bebe puede m anifestar algo pare­ cido a la “autonom ía” , por ejem plo, en la m anera peculiar con que trata coléricamente de liberar su m ano cuando se la aprietan. Sin embargo, en condiciones normales, no es sino hasta el segundo año cuando comienza a experim entar plenam ente la altern ativ a crítica entre ser una criatura autónoma y u n a dependiente, y sólo entonces está preparado para un en ­ cuentro específicam ente nuevo con su am biente. El medio hum ano, a su vez, entiende entonces que tiene la obligación de transm itirle sus ideas y conceptos de autonom ía particulares, de m aneras que contribuyen de m odo decisivo a su carácter personal, su eficiencia relativa y la fuerza de su vitalidad. Este encuentro, junto con la crisis resultante, es el que describiremos para cada estadio. C ada estadio se convierte en una crisis porque el cre­ cimiento y la conciencia incipientes de u n a función parcial concuerdan con un cam bio en la energía instintiva y, sin em bargo, tam bién causan una vulnerabilidad específica en ese sector. P or lo tanto, resulta suma2 Véase Erik H. Erikson: Infancia y Socie dad, ob. cit., p a rte I.

3

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Au­ v s.

Aislamiento tistico

Reconocimiento Mutuo

Deseo de Ser L!no Mismo

v s.

Inhibición del Rol

Duda Acerca de Sí Mismo

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\ v s.

¡ Sentimiento de futilidad IN F E R IO R I­ DAD

de

vs. v s.

Anticipación Roles

Identificación con la Tarea L A B O R IO SI­ DAD

DESCON­ FIANZA

vs.

CONFIANZA

vs.

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jnente difícil decidir si un niño es débil o fuerte en un estadio particular. Quizá sería m ejor decir que siempre es vulnerable en algunos aspectos y olvidadizo e insensible en otros, pero al mismo tiem po increíblem ente cons­ tante en los mismos aspectos en los que es vulnerable. Es necesario agre­ gar que la debilidad del bebe le confiere p o d e r: por su misma dependen­ cia y debilidad hace señas a las que su am biente es peculiarm ente sensible si está bien guiado por respuestas que com binan pautas “ instintivas” y tradicionales. L a presencia de un bebe ejerce un dom inio uniform e y cons­ tante sobre la vida exterior e interior de cada m iem bro de la familia. A causa de que estos miem bros deben reorientar su conducta para aco­ modarse a la presencia de aquél, tam bién deben m ad u rar como individuos y como grupo. Es tan cierto decir que los bebes controlan y educan a sus familias, como afirm ar lo contrario. U n a fam ilia puede educar a un bebe sólo si es educada por él. El crecim iento del niño implica u n a serie de desafíos a quienes lo rodean p a ra que sirvan a sus nuevas aptitudes para la interacción social, que se están desarrollando. En consecuencia, cada paso sucesivo es una crisis potencial a causa de 1un gran cambio de perspectiva. El térm ino “ crisis” se usa aquí en un senti­ do evolutivo p a ra connotar no u n a am enaza o catástrofe sino un momento decisivo, un periodo crucial de vulnerabilidad increm entada y potencial yj por lo tanto, fuente ontogenética de fuerza y desajuste generacional. El cambio m ás radical, desde la vida in trau terin a a la extrauterina, tiene lugar en el comienzo mismo de la existencia en el m undo. Pero tam bién durante la existencia posnatal, las adaptaciones radicales de perspectiva como la relajación estando acostado, el sentarse con seguridad y el correr rápidam ente deben ser llevadas a cabo en la época apropiada. Con ellas, la perspectiva interpersonal tam bién cam bia ráp id a y con frecuencia ra ­ dicalmente, según lo prueba la proxim idad en el tiempo de tendencias contrarias como “ no dejar que m am á se pierda de vista” y “querer ser independiente” . En consecuencia, capacidades diferentes utilizan oportu­ nidades diferentes para llegar a ser com ponentes com pletam ente desarro­ llados de esa configuración siempre nueva que es la personalidad en desarrollo. 1. LA IN F A N C IA Y LA R E C IP R O C ID A D D E L R E C O N O C IM IE N T O

VERGÜEN ZA, DUDA

AUTO NO M IA

CULPA

Fijación al Rol Conciencia de Sí Mismo Confusión del Tiempo

IN ICIA TIV A

en vs.

Parálisis Tiabajo

v s.

l'S.

Seguridad en Sí Mismo

v s.

Experirncniación con el Rol

Aptcndizaje

el

ID EN TID A D

CONFUSIÓN DE ID E N T I­ DAD

1

Confusión Bisexual

v s.

Polarización Sexual

Lideiazgo y Ad­ Compromiso Ideológico hesión t-s. ií. Confusión de Confusión de Valores Autoi ¡dad

II.

Perspectiva Temporal

A ISLA M IEN TO

vs.

IN TIM ID A D

ESTANCA­ M IEN TO

: v s.

G EN ERA TIVIDAD

v s.

INTEGRIDAD

, D ESESPE1 RACIÓN

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- -J2»

Como requisito fundam ental de la vitalidad m ental, ya he propuesto un sentimiento de confianza básica, una actitud penetrante hacia uno mismo y hacia el m undo derivada de las experiencias del prim er año de vida. Por “ confianza” entiendo u n a esencial seguridad plena en los otros y también un sentim iento fundam ental de la propia confiabilidad. Al describir el desarrollo de una serie de actitudes básicas alternativas, entre ellas la identidad, recurrim os a la expresión “ un sentimiento de” . Debe q u ed ar en claro que “sentim ientos” como los de salud o vitalidad, o de la falta de cualquiera de ellas, penetran la superficie, son profundos e incluyen lo que experim entam os como consciente y lo que es apenas

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consciente o com pletam ente inconsciente. C om o experiencia consciente, la confianza es accesible a la introspección. Pero es tam bién una m anera de com portarse que puede ser observada por los otros y, por últim o, es un estado interior verificable sólo p o r el exam en y la interpretación psicoanalíticas. Estas tres dimensiones están presentes cuando hablam os de manera vaga de "u n sentim iento de” . C om o es com ún en psicoanálisis, en prim er térm ino adquirim os el co­ nocim iento acerca de la naturaleza “básica” de la confianza en la psicopatología adulta. En los adultos, un deterioro radical de la confianza bá­ sica y un predom inio de la desconfianza básica se expresa en una forma p artic u la r de extrañam iento grave que caracteriza a los individuos retraídos cu an d o se disgustan consigo mismos o con los demás. D icho re­ traim ien to es m uy notable en los individuos que hacen una regresión a estadios psicóticos d u ran te los cuales algunas veces se encierran, rehúsan a cep ta r alim entos y com odidades y llegan a olvidarse de la com pañía de los dem ás. C uando intentam os ayudarlos con la psicoterapia, debemos tra­ ta r de “acercarnos” a ellos con la intención específica de convencerlos de que pueden confiar en que nosotros confiarem os en ellos y en que ellos pueden confiar en si mismos; este hecho nos revela su carencia más radical. El conocim iento de tales regresiones extrem as y de las más profundas e infantiles tendencias de nuestros pacientes no-tan-enferm os, nos ha en­ señado a considerar la confianza básica como la piedra angular de una personalidad vital. Veamos qué es lo que justifica que situemos la crisis y el ascendiente de este com ponente en el comienzo de la vida. C u an d o el recién nacido es separado de su simbiosis con el cuerpo de la m adre, su habilidad in n ata y m ás o menos coordinada p ara tragar se en cu en tra con la más o menos coordinada habilidad e intención de la m ad re de alim entarlo y de recibirlo con regocijo. En ese m om ento el bebe vive p o r m edio de su boca y am a con ella; la m adre vive por medio de, y a m a con sus pechos o con cualquier p arte de su cuerpo que transmita su vivo deseo de proporcionar a su hijo lo que necesita. P ara la m ad re éste es un logro posterior y com plicado, que depende en muy alto grado de su evolución com o m ujer, de su actitud inconsciente hacia la criatura, de la m an era en que h a vivido el embarazo y el parto, de su propia actitu d y la de su com unidad h acia el acto de la crianza y atención del bebe y tam bién de la respuesta del recién nacido. P ara él, la boca es el centro de un p rim er enfoque general de la vida: el enfoque incorporativo. En psicoanálisis este estadio se conoce generalm ente como el estadio oral. No obstante, es evidente que adem ás de la abrum adora necesidad de alim entos, un bebe es (o pro n to se convierte en) receptivo en m uchos otros aspectos. Así como está dispuesto a y es capaz de suc­ cionar los objetos adecuados y tra g a r el liquido que fluya de ellos, pronto está tam bién dispuesto a y es capaz de “ tra g a r” con sus ojos todo lo que e n tra en su cam po vital. Sus sentidos tam bién parecen “trag ar” lo que sien­ te com o bueno. E n consecuencia, se puede h ablar aquí de un estadio incorporativo d u ran te el cual, en térm inos relativos, el bebe es receptivo a todo lo que se le ofrece. Pero tam bién es sensible y vulnerable. Si que­

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remos tener la seguridad de que sus prim eras experiencias en este m undo no sólo lo m antengan vivo sino que tam bién lo ayuden a coordinar su delicada respiración y sus ritmos m etabòlico y circulatorio, debemos pro­ curarle estímulos para sus sentidos tan to como alimentos, con la intensi­ dad adecuada y en el m om ento ap ro p iad o ; de otra m anera, su disposición a aceptar puede transform arse radicalm ente en una defensa difusa o en letargia. Ahora bien, aunque está claro lo que debe hacerse p ara m antener vivo a un bebe (la provisión m ínim a necesaria) y lo que no debe suceder para que no resulte físicamente dañ ad o o crónicam ente trastornado (exceder el máximo de frustración tem p ran a tolerable), hay u n a cierta libertad con respecto a lo que puede suceder, y las diferentes culturas hacen un uso amplio de las prerrogativas p a ra decidir lo que consideran practicable y lo que insisten en llam ar necesario. A lgunas personas creen que es nece­ sario que el bebe de menos de un año perm anezca en general fajado por­ que si no sería capaz de lastimarse, y entienden que se lo debe mecer o alimentar cada vez que lloriquea. O tras creen que debe sentir sus miem­ bros libres lo antes posible, pero que, “ por supuesto” , se lo debe obligar a esperar sus comidas hasta que la cara se le ponga azul de llorar. Todo esto parece estar más o menos conscientem ente relacionado con los fines y el sistema general de la cultura. H e conocido algunos viejos indios nor­ teamericanos que condenaban am argam ente la época en que dejábamos llorar a nuestros bebes porque creíamos que esto “fortalecía sus pulmones” . No sorprende, decían estos indios, que el hom bre blanco, después de se­ mejante recibimiento en el m undo, parezca tan decidido a llegar al “p a ­ raíso” . Pero los mismos indios se enorgullecían de la m anera en que la cara de sus infantes, alim entados a pecho durante el segundo año, se ponía azul por la ira cuando se los golpeaba en la cabeza por “m order” los pezones de sus m adres; en este caso, los indígenas creían que esto los “haría buenos cazadores” . En consecuencia, hay cierto conocim iento intrínseco, cierto planeam iento inconsciente y m ucha superstición en las variedades aparentem ente arbi­ trarias de pautas de crianza infantil. Pero tam bién existe una lógica (au n ­ que más no sea instintiva y precientífica) en el supuesto de que lo que es “bueno para el niño” , lo que puede sucederle, depende de lo que se supone que llegará a ser y del lugar en que esto ocurrirá. En todo caso, ya en sus más tem pranos encuentros, el infante enfrenta las m odalidades principales de su cultura. La m odalidad más simple y tem prana es conseguir, no en el sentido de buscar activam ente, sino en el de recibir y aceptar lo que se le da. Esto es fácil cuando funciona bien, pero cualquier perturbación m uestra lo com plicado que es realm ente el proceso. El vacilante e inestable organism o del recién nacido adquiere esta m odalidad sólo a m edida que aprende a regular su disposición para “ con­ seguir” con los m étodos de una m adre que, a su vez, desarrolla y coor­ dina sus medios para dar. Pero al conseguir lo que se le da y al aprender a conseguir que alguien haga por él lo que él desea que se haga, el bebe también desarrolla la base necesaria “p ara llegar a ser” el dador (esto

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es, p a ra identificarse con la m adre y convertirse en una persona que da) E n algunos individuos especialm ente sensibles o cuya frustración tem" p ra n a nun ca fue com pensada, una falla en dicha regulación m u tu a puede estar en la raíz de la perturbación de su relación con el m undo en gene.' ral, y especialm ente con las personas significativas para ellos. Por supuesto hay m aneras de m an ten er la reciprocidad saciando otros receptores que n,y sean los orales: el placer que el bebe experim enta cuando se lo tiene en brazos, se le dem uestra afecto, se le sonríe, se le habla, se lo mece en sn cuna, etcétera. A dem ás de tal compensación “horizontal” (compensación d u ra n te el estadio del desarrollo de que se trate) hay en la vida muchas com pensaciones “longitudinales” que emergen de estadios ulteriores del cicío vital.3 D u ra n te el estadio oral secundario m ad u ran las capacidades para per. seguir y disfrutar de un acercam iento incorporativo más activo y dirigido. Se desarrollan los dientes y, con ellos, el placer de m order objetos resis. tentes, de atravesar los objetos m ordiéndolos y de arrancarles partes. Este m odo activo-lncorporativo caracteriza una variedad de otras actividades lo m ism o que el p rim er m odo incorporativo. Los ojos, que al principio eran ap arentem ente pasivos al acep tar las impresiones a m edida que éstas se presentaban, aprenden a enfocar, a separar, a “asir” los objetos, aislán­ dolos de su fondo más vago, y a seguirlos. De m anera sem ejante, los órganos de la audición ap renden a distinguir los sonidos significativos, a localizarlos y a lograr m ediante ellos cambios apropiados en la posición, como levantar y g irar la cabeza o levantar y girar la parte superior del cuerpo. Los brazos aprenden a extenderse y las manos a asir con fir­ meza. E n consecuencia, nos interesa más la configuración general de los acercam ientos graduales al m u n d o que la prim era aparición de las habi­ lidades aisladas que están tan bien docum entadas en las obras sobre el desarrollo infantil. Se puede pensar que un estadio es la época en que una capacidad p articu lar aparece por prim era vez (o aparece de una m anera que se puede investigar) o que es ese periodo en que varios factores relacionados están tan bien establecidos e integrados que el próximo paso del desarrollo puede iniciarse sin peligro alguno. D u ran te el segundo estadio, se establecen pautas interpersonales que

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3 Mi p articipación en la investigación longitudinal del I n stitute of C hild Wel­ fare de la U nive rsidad de C alifornia me h a enseñado a respetar p r o f u n d a m e n te la c a p a c id a d p a r a recobrarse y el ingenio de los niños que, con la a y u d a d e u n modo de v i d a expansivo y de u n generoso g r u p o inmediato, a p rendían a c o m p e n sa r des­ gracias t e m p r a n a s que en nuestras historias clínicas b astarían p a r a e xplicar u n mal fu n c io n a m ie n to de m a n e r a convincente. Este estudio me dio la o p o r t u n id a d de traz ar el d i a g r a m a de u n a d é c a d a d e las historias de vida de cerca d e cincuenta niños ( sa n o s), y e n cierta m a n e r a de p e rm anecer inform ado con respecto al futuro de algunos de ellos. M u c h o de lo que aquí cito se lo debo a dich o estudio, pero sólo el conce pto de i d e n tid a d me a y u d ó a c o m p r e n d e r el desarrollo de la perso­ n a lid a d de estos niños. Véase J. W. M a c fa rlan e : “ Studies in Child G u id a n c e ”, I, M e thodology of D a t a Collection a n d O rga niza tion, en Socie ty for Research in C h ild D e v e lo p m e n t M onographs, vol. I l l , 6, 1938, págs. 254 y sigs.; también, Erik H. Erik son: “ Sex Differences in the Play Configurations of Preadole scents” , en A m e ric a n Journal of O rthopsychiatry, 21, págs. 667-692, 1951.

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centran en la m odalidad social de tomar y retener los objetos (objetos SB se le ofrecen y dan al niño más o menos espontáneam ente y obje^ CqUe presentan cierta tendencia a escapar). A m edida que el recién cido aprende a cam biar de posición, a darse vuelta y, muy gradualm ente, establecerse en el trono de su reino sedentario, deberá perfeccionar los Mecanismos de asir, obtener y retener, así como tam bién de m asticar todo lo que encuentra a su alcance. La crisis del estadio oral secundario es difícil de determ inar y aún más difícil de verificar. Parece consistir en la coincidencia en el tiempo de [¡■es desarrollos: 1) un impulso más “ violento” a incorporar, obtener y observar más activam ente; una tensión asociada con la incom odidad de la dentición y otros cambios en la m aquinaria oral; 2) la creciente con­ ciencia de si mismo del infante como persona diferente, y 3) el gradual alejamiento de la m adre, que vuelve a actividades que habia abandonado durante los últimos meses del em barazo y el cuidado posnatal. Estas acti­ vidades incluyen su com pleto retorno a la intim idad conyugal y quizás el comienzo de un nuevo embarazo. Si la alim entación m aterna se m antiene durante el estadio en que la criatura tiende a m order (y, en general, ésta es la regla) el bebe deberá aprender a reprim ir esa inclinación cuando m am a, p ara que la m adre, dolorida o enojada, no retire el pezón. Nuestros trabajos clínicos indican que de este estadio de la historia tem jm ana del individuo surge una cierta sensación de pérdida básica, que deja la impresión general de que en una época muy lejana destruimos la unidad que form ábam os con la m atriz materna. Por lo tanto, el destete no debe significar la pérdida repentina del seno m aterno y de la presencia tranquilizadora de la m adre, a no ser que se pueda contar con otras m ujeres que la sustituyan correctam ente. La pérdida drástica del afecto m aterno al que el recién nacido está acos­ tumbrado, sin la sustitución ap ropiada, puede llevar al niño en este m o­ mento, en condiciones de otra m anera agravantes, a una aguda depresión 4 o a un estado leve, pero crónico, de m elancolia que puede teñir depre­ sivamente el resto de su vida. Pero aun en las condiciones más favorables, este estadio parece introducir en la vida psíquica un sentim iento de divi­ sión y una nostalgia difusa pero universal por el paraíso perdido. La confianza básica debe establecerse y m antenerse contra la com binación de estas impresiones de haber sido privado, dividido, abandonado, que dejan un residuo de desconfianza básica. Lo que aqui denom inam os “confianza” [trust] coincide con lo que Therese Benedek ha denom inado “fe” [confidence]. Si yo prefiero la palabra “ confianza” es porque en ella hay más candor y reciprocidad: se puede decir que un recién nacido es confiado, pero sería excesivo supo­ ner que tiene fe. El estado general de confianza, además, im plica no sólo que uno ha aprendido a apoyarse en la m ism idad y continuidad de los proveedores externos, sino tam bién que puede confiar en sí mismo 4 R A. Spitz: “ H ospitalism ” , en T h e Pshychoanalytic S t u d y of the Child. Nueva York, I n te r n a tio n a l Universities Press, 1945, 1, pags. 53-74.

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riciosa, que expresan una cierta debilidad en lo cine respecta al reasegu­ y en la capacidad de los propios órganos p ara h acer frente a las necesi. !=dades; que se es capaz de considerarse a si mismo lo suficientem ente me- !í¡ ramiento oral. ' ii Debemos decir, sin embargo, que el m onto de confianza que se extrae recedor de confianza como p ara que los proveedores no necesiten ponerse . £ de la experiencia infantil más tem p ran a no parece depender de las can­ en g uardia o alejarse. tidades absolutas de alimentos o de dem ostraciones de afecto, sino más En la literatu ra psiquiátrica encontram os frecuentes referencias a un “cabien de la calidad de la relación con la m adre. Las m adres crean un rácter oral” , que destaca los rasgos representativos de los conflictos no sentimiento de confianza en sus hijos m ediante ese tipo de dirección que resueltos de este estadio. C uando el pesimismo oral se hace dominante combina en su calidad, la satisfacción sensitiva ele las necesidades indi­ y exclusivo, los tem ores infantiles como el de “ haber sido vaciado” o sirn? viduales del bebe con un firme sentim iento de confianza personal, dentro plem ente “ h ab er sido abandonado” , y tam bién de haber sido dejado “mu. del marco confiado del estilo de vida que caracteriza a su com unidad. riéndose de h am bre por falta de estímulos” , se pueden discernir en las Esto constituye la base clcl sentim iento de id entidad del niño, que poste­ form as depresivas de “estar vacío” y de “no servir para n a d a ” . Dichos riormente se com binará con un sentim iento de estar “muy bien” , de ser temores, a su vez, pueden d a r a la oralidad esa p articular avidez que en él mismo y de llegar a ser lo que otras personas esperan que llegue a ser. psicoanálisis se denom ina sadismo orai, esto es, una necesidad cruel de Los padres no sólo tendrán norm as p a ra guiar m ediante la prohibición conseguir y to m ar de m anera dañosa para los otros y para uno mismo. y el permiso, sino que tam bién deben estar capacitados para inculcar al Pero tam bién existe un carácter oral optim ista que ha aprendido a hacer niño la convicción profunda y casi som ática de que lo que están haciendo del d ar y del recibir la cosa más im portante de la vida. Y existe la tiene sentido. Con respecto a esto, es posible decir que un sistema trad i­ “oralid ad ” com o sustrato norm al en todos los individuos, como un residuo cional de crianza del niño puede ser un factor que contribuya a la con­ perdurable de este prim er período de dependencia de proveedores pode­ fianza, aun en los casos en que ciertos aspectos de esa tradición, tomados rosos. N orm alm ente se expresa en nuestros estados de dependencia y nos­ aisladamente, pueden parecer arbitrarios o innecesariam ente crueles (o talgia y en nuestros estados dem asiado esperanzados y dem asiado deses­ demasiado indulgentes). Aquí m ucho depende de si el padre impone al perados. L a integración del estadio oral con todos los que le siguen da hijo dichas pautas en la firme creencia tradicional de que ésta es la única como resultado, en la adultez, una com binación de fe y realismo. manera de hacer las cosas o de si el padre abusa de su autoridad sobre L a patología e irracionalidad de las tendencias orales dependen por com­ el bebe y el niño para librarse de la cólera, aliviar el tem or o ganar una pleto del grado en que están integradas con el resto de la personalidad discusión, sea con el niño mismo o con otra persona (la suegra, el médico y del grado en que se adecúan a las pautas culturales vigentes y utilizan o el sacerdote). p ara su expresión técnicas interpersonales aprobadas. En épocas de cambio — ¿y qué otras épocas recordam os?— una gene­ P or lo tanto, aquí como en otras partes, debemos considerar como tema y ración difiere tanto de otra que las pautas de la tradición a m enudo se de investigación la expresión de las necesidades infantiles en pautas cul­ K- convierten en trastornos. Los conflictos entre el m odo de obrar de la m a­ turales que se pueden o no considerar como u n a desviación patológica en el sistema total económico o m oral de una cu ltu ra o nación. Podríamos ?. dre y el estilo propio desarrollado por uno, entre el consejo del experto y la m anera de vivir de aquélla y entre la au to rid ad del experto y el hablar, por ejem plo, de la creencia vigorizante en la “op o rtu n id ad ” , esa estilo de vida propio, pueden p ertu rb ar la confianza en si misma de una prerrogativa tradicional de la confianza norteam ericana en los propios madre joven. Además, todas las transform aciones masivas de la vida nor­ recursos y en la abundancia de buenas intenciones del Destino. A veces team ericana (inm igración, em igración y am ericanización; industrialización, se puede observar que esta creencia degenera en el juego en gran escala urbanización, m ecanización y o tra s), son capaces de p ertu rb ar a las m a ­ o en la actitud de “ confiar en la suerte” , que tom a diversas form as: la dres jóvenes en aquellas tareas que son tan simples y sin em bargo tan provocación a rb itra ria y con frecuencia suicida del Destino o la insistencia trascendentes. N o es extraño, entonces, que la prim era sección del prim er en que uno n o sólo tiene el derecho a u n a oportunidad igual, sino tam ­ capítulo del libro de Benjam in Spock se titule “T ru st Yourself” ( “Confíe bién el privilegio de ser preferido entre todos los otros “ inversores” . De en usted m ism a” ) .5 una m anera sem ejante, todos los reaseguram ientos placenteros que se pue­ En u n a investigación sobre el desarrollo es inevitable com enzar por el den derivar, especialm ente estando en com pañía de sensaciones gustativas ii principio. Esto es desafortunado porque sabemos muy poco acerca de los antiguas y nuevas, de inhalar y sorber, de m asticar enérgicam ente y de estratos más tem pranos y profundos de la m ente hum ana. Pero yo afir­ trag a r y digerir, pueden transform arse en adicciones masivas que ni ex­ m aría que ahora nos hemos aproxim ado a las principales direcciones desde presan ni conducen a la clase de confianza básica que estamos conside­ rKS; las que se puede estudiar cualquiera de los com ponentes de la vitalidad rando. O bviam ente, aquí tocamos fenómenos que requieren un enfoque epidem iológico del problem a de la elaboración m ás o menos perniciosa B enjam in Spock: T h e C o m m o n Sense Book of Baby and Child Core. Nueva de las m odalidades infantiles en los excesos culturales, así como también York, D uell, Sloan & Pearcc, 1945. en las form as leves de la adicción, el autoengaño y la apropiación ava­

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h u m an a (desde el comienzo de la vida hasta la crisis de identidad y a llá ). No podrem os explayarnos del mismo m odo en lo que respecta a l0s otros estadios, a pesar de que este capítulo, para quedar completo, debe, ría presentar un “inventario” como el que hemos esbozado p ara el primer estadio de la vida. Además de los aspectos m ensurables del crecimiento nuestro esquem a implícito debe ab arcar: 1) Las necesidades libidinale's de expansión del ser que se está desarrollando y, con ellas, nuevas posibi­ lidades de satisfacción, frustración y “sublim ación” ; 2) La ampliación del radio social, es decir, la cantidad y los tipos de individuos a los que él puede d ar respuestas significativas sobre la base de 3) sus capacidades cada vez más altam ente diferenciadas; 4) L a crisis evoltuiua que surge de la necesidad de m anejar nuevos encuentros dentro de los límites de tolerancia de un período determ in ad o ; 5) U n nuevo sentimiento de ex­ trañamiento que ha despertado jun to con la conciencia de nuevas depen­ dencias y fam iliaridades (p o r ejem plo, en la tem prana infancia, el sen­ tim iento de estar ab an d o n ad a) ; 6) U n a fuerza psicosocial específicamente nueva (en este caso u n a proporción favorable de confianza sobre descon­ fianza) que constituye la base de todas las fuerzas futuras. Este es un conjunto prohibitivo de ítems,6 dem asiado exigente para nuestra tarea inm ed iata: un inform e descriptivo de las experiencias tem­ pranas que facilitan o ponen en peligro la identidad futura. ¿C uál consideraríam os el m ás tem prano e indiferenciado “sentimiento de id en tid ad ” ? Yo diría que es el que surge del encuentro de la madre con el infante, un encuentro que im plica confianza y reconocim iento mu­ tuos. Esto, en toda su sim plicidad infantil, constituye la prim era experiencia de lo que en posteriores incidentes de am or y adm iración sólo puede deno­ m inarse sentim iento de “ presencia reverenciada” , cuya necesidad perm a­ nece como algo básico en el hom bre. Su ausencia o deterioro pueden limi­ tar peligrosam ente la capacidad de sentirse “idéntico” cuando el crecimiento adolescente obliga a la persona a ab an d o n ar su infancia y a confiar en la adultez v, de este m odo, puede q u ed ar lim itada la búsqueda de incentivos y de objetos de am or elegidos p o r uno mismo. E n este p u n to debo agregar a la lista ya d ad a una dimensión adicional, la séptim a, a saber, la contribución de cada estadio a un esfuerzo hum ano muy im p o rtan te que en la adultez se hace cargo de la protección de esta fuerza peculiar originada en este estadio y del apaciguam iento ritual de su p articu lar extrañam iento. C ad a estadio y cada crisis sucesivas tienen una relación especial con alguno de los esfuerzos básicos del hom bre en el área de la institucionalización, por la simple razón de que el ciclo vital y las instituciones hu­ m anas h an evolucionado juntos. L a relación entre ambos presenta dos as pectos: cada generación a p o rta a estas instituciones los rem anentes de h necesidades infantiles y el fervor juvenil y recibe de ellas (m ientras est últim as consigan m antener su v italidad institucional) un refuerzo esj '• 6 P a r a u n a exposición sistemática, véase mi c ap ítu lo “ T h e H u m a n Life Cyc en T k e In ter n a tio n a l E ncyclopedia of the Social Scie nces (en p r e n s a ) .

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cífico de vitalidad de tipo infantil. Si bien considero que la religión es la institución que a lo largo de toda la historia del hom bre se ha esfor­ zado por consolidar la confianza básica, desapruebo cualquier intento de llamar religión al com portam iento infantil o regresivo en sí, a pesar de que es obvio que la infantilización en gran escala no es extraña a la práctica a los propósitos de la religión organizada. Asf como superamos nuestra amnesia universal respecto de los aspectos atem orizantes de la infancia, también podemos adm itir, con g ratitu d , el hecho de que, en principio, la loria de la infancia tam bién sobrevive en la vida adulta. En consecuen­ cia la confianza se convierte en la capacidad de tener fe, u n a necesidad v¡tal para la que el hom bre debe encontrar alguna confirm ación institu­ cional- Y parece que la religión es la institución más antigua que más ha perdurado en la función de servir a la restauración ritual de un senti­ miento de confianza en form a de fe al mismo tiem po que ofrecía una fór­ mula tangible para un sentim iento de m aldad contra el que prom ete a r­ mar y defender al hom bre. U na fuerza de tipo infantil así como tam bién un potencial para la infantilización están implícitos en el hecho de que toda la práctica religiosa incluye una entrega infantil periódica al Poder que crea y recrea, dispensando fo rtu n a terrenal tanto como bienestar espi­ ritual, adem ás de la dem ostración de pequenez y dependencia expresadas en la actitud dism inuida y el gesto hum ilde, la confesión en la plegaria y la cantinela de fechorías, malos pensam ientos e intenciones y el ruego ferviente para la reunificación interior por m edio de la guía divina. A un en el m ejor de los casos, todo esto está sum am ente estilizado y de este modo se hace suprapersonal,7 la confianza individual se hace com ún; la desconfianza individual, u n a m aldad form ulada en términos co­ munes, al mismo tiem po que la súplica del sujeto por una restauración se convierte en parte de la práctica ritual de muchos y en un signo de la confianza de la com unidad. Por lo tanto, parecería que cuando una religión pierde su efectivo poder de presencia, una época debe en co n trar otras formas de respeto colectivo para la vida, cuya vitalidad procede de una im agen com partida del m undo. Puesto que sólo un m undo razonablem ente coherente proporciona la fe que las m adres transm iten a los infantes de una m anera tal que conduzca a la fuerza vital de la esperanza: la predisposición du rad era a creer en la posibilidad de satisfacer los deseos básicos, a pesar de los apremios y accesos de cólera anárquicos provocados por la dependencia. La form u­ lación más breve del logro de la identidad en la más tem prana infancia bien puede ser: “Soy lo que espero tener y d a r.” 8 T Véase Erik H. E rikson: “ O n toge ny of R itu alization in M a n ” , en Philosophical Transactions of the R o ya l Society of L o n d o n , Serie B, 251, págs. 337-349, 1966.^ ■i, 8 U n o de los principales abusos de que es objeto el e sq u e m a presentado aquí es connota ción p re d o m in an te que se d a al se ntim iento de confianza, y a todos los -/tos sentim ientos “ positivos” que h a n de ser postulados como logros, asegurados ó'-'1u n a vez y p a r a siempre en u n estadio d eterm inado. E n realid ad, algunos escri.s están t a n dispuestos a construir u n a escala de logros a p a r ti r de estos estadios, • om iten alegrem ente todos los potenciales “ negativos” , la desconfianza básica, i te r a , que no sólo co n tin ú a n siendo la c o n tra p arte d in á m ic a de los potenciales

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2. LA T E M P R A N A IN F A N C IA Y E I, D ESEO D E SER U N O M IS M O El psicoanálisis ha enriquecido el vocabulario con la palabra “analidad” para designar la p articu lar calidad de placer y obstinación que a menudo están vinculados con los órganos elimina torios en la prim era infancia. Pur supuesto, el procedim iento de evacuación de los intestinos y de la vejiga adquiere valor desde el comienzo p o r el sentim iento de satisfacción que proporciona un trab ajo im portante “bien hecho” . En los comienzos de la vida, ese sentim iento debe com pensar las frecuentes incom odidades y ten­ siones que se padecen m ientras los intestinos aprenden a realizar su trabajo diario. G rad u alm en te las experiencias anales llegan a adquirir el “ volumen” necesario a causa de dos acontecim ientos evolutivos: el advenim iento de evacuaciones m ás consistentes y la coordinación general del sistema mus­ cular que perm ite controlar la liberación voluntaria y la retención. Sin em bargo, esta nueva dimensión no se lim ita a los esfínteres. Se desarrolla tam bién u n a h abilidad general, casi podríam os decir una necesidad vio­ lenta de a lte rn a r la retención y la expulsión voluntarias y, en general, de asir con firm eza y a rro ja r intencionadam ente todo lo que se toma. L a significación total de este segundo estadio de la tem prana infancia se e n cu en tra en los rápidos logros en cuanto a la m aduración muscular, la verbalización y la discrim inación, con la habilidad consecuente — y una incapacidad doblem ente experim entada— p ara coordinar varias pautas de acción, altam ente conflictivas, caracterizadas por las tendencias de “rete­ ner” y ‘'soltar”. D e esta y de m uchas otras m aneras, el niño, que aún es sum am ente dependiente, com ienza a experim entar su voluntad autónoma. D u ra n te este periodo son refrenadas y liberadas fuerzas oscuras, especial­ m ente en la g u erra de guerrillas de voluntades desiguales, puesto que el niño con frecuencia es incapaz de oponerse a su propia voluntad violenta y el p ad re y el hijo a m enudo no pueden enfrentarse en igualdad de condiciones. E n lo que concierne a la an alid ad propiam ente dicha, todo depende de la actitu d que el medio cultural asume hacia ella. Existen culturas prim itivas y agrarias donde los padres se despreocupan del com portam iento anal y encargan a los niños mayores que lleven a los menores detrás de los arbustos, de m odo que el deseo de los infantes de satisfacer sus nece­ sidades puede llegar a coincidir con su deseo de im itar a los mayores.*lo dinám icos d u r a n te to d a la vida, sino que son igualm ente necesarios p a r a la vida psicosocial. U n a p e r s o n a que carece d e la c apacidad de desconfiar sería ta n incapaz de vivir c o m o o t r a que no poseyera la de confiar. Lo q u e el niñ o a d q u ie r e en un estadio de te rm in a d o es u n a cierta proporción entre lo positivo y lo negativo que, si el e quilibrio se inclina hacia lo positivo, lo ayudará a e n f re n t a r crisis posteriores con u n a predisposición ha c ia las fuentes de vitalidad. Sin em ba rgo, la idea de q u e en c u alq u ier estadio se logra algo b u e n o e im p e r­ m eable a todos los nuevos conflictos interiores y a los cambios exteriores, cons­ tituye u n a proyección sobre el desarrollo infantil de esa ideología de éxito-y-posesion que tan p e ligrosam ente p e n etra alg unas de nuestras fantasías privadas o públicas.

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Nuestra civilización occidental (lo mismo que otras, como por ejemplo, el f oón) >’ especialmente ciertas clases dentro de ella, ha preferido enfren­ tar problem a con m ayor seriedad. En este punto la era de la m áquina roDorcionó el ideal ele un cuerpo m ecánicam ente entrenado, que funciona * ja perfección y se presenta siem pre limpio, pulcro y puntual. Además, se ha supuesto más o menos supersticiosam ente que un entrenam iento tem ­ prano y riguroso es im prescindible p ara el tipo de personalidad que fu n ­ cionará de m anera eficiente en un m undo mecanizado donde el tiempo es oro. De este modo el niño se convierte en una m áquina que debe ser nuesta en m archa y ajustada, así como antes era un ser que debía cuidar­ se por lo frágil (en realidad, la voluntad sólo puede desarrollarse paso a paso). D e cualquier m anera, nuestra labor clínica indica que los neu­ róticos de nuestra época incluyen al tipo compulsivo, que es avaro, reten­ g o y minucioso en cuestiones de afecto, tiem po y dinero, así como en lo que respecta al m anejo de sus intestinos. Además, en vastos círculos de nuestra sociedad, el entrenam iento de la vejiga y de los intestinos se ha transformado en el aspecto más evidentem ente perturbador de la educa­ ción infantil. ¿Qué es, entonces, lo que convierte al problem a anal en una cuestión potencialmente im portante y difícil? La zona anal se presta más que cualquier otra a la m anifestación de una adhesión pertinaz a impulsos contradictorios debido a que, entre otras cosas, es la zona m odal de dos partes conflictivas que deben alter­ narse: la retención y la eliminación. M ás aún, los esfínteres sólo consti­ tuyen una parte del sistema m uscular, que presenta una dualidad general de rigidez y relajación, de flexión y extensión. L a totalidad de este estadio, por lo tanto, se transform a en u n a batalla por lograr la autonomía. Porque no bien el recién nacido se siente ap to para pararse con mayor firmeza sobre sus pies, tam bién aprende a esquem atizar su m undo en “ yo” y “tú ” , “mi” y “mió” . Todas las m adres saben que durante este estadio el niño es asombrosamente dócil, siempre y cuando haya decidido que quiere hacer lo que se espera de él, aunque es casi imposible encontrar la fórm ula justa que lo lleve a com portarse de ese m odo. T o d a m adre sabe que durante este estadio el niño se acurruca cariñosam ente junto a ella para después tratar de rechazarla cruel y bruscam ente. Al mismo tiem po, se m uestra dispuesto tanto a acum ular objetos como a descartarlos, a aferrarse a las posesiones que atesora como a arrojarlas por las ventanas de casas y ve­ hículos. Todas estas tendencias, aparentem ente contradictorias, quedan in­ cluidas en la fórm ula modos retentivos-eliminatorios. En realidad, todas las modalidades básicas se prestan a expectativas y actitudes tanto hostiles como benignas. De esta m anera, “ asir” puede ser una retención o restric­ ción cruel o convertirse en u n a p a u ta de cuidado: “ tener y retener” . “Soltar” , a su vez, puede llegar a ser un liberar fuerzas destructivas o un relajado “dejar pasar” y “dejar ser” . C ulturalm ente hablando, dichas m o­ dalidades no son ni buenas ni m alas; su valor depende de la m anera en que se estructuran dentro de las pautas de afirm ación y rechazo que exige una cultura.

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L a regulación m u tu a entre el adulto y el niño se pone a prueba en e« | m om ento del m odo más serio. Si el control externo, en form a de un I educación dem asiado rigida o precoz, insiste en a p a rta r a este último d t sus intentos graduales de llegar a controlar sus intestinos y otras función' I m ediante su voluntad y libre albedrío, el niño deberá enfrentarse nueva ’ m ente con una doble rebelión y una doble derrota. Indefenso frente su propia instintividad anal y temeroso a veces de sus propios excremento« e indefenso tam bién frente a lo externo, se verá forzado a buscar la satis' facción el control, sea m ediante la regresión o m ediante el progreso fingido. En otras palabras, o bien el niño retrocederá a un control primj. tivo y o ra l; por ejem plo, com enzará a succionar su pulgar y se volverá doblem ente exigente u hostil y testarudo, y con frecuencia utilizará sus excrem entos como m uniciones p ara atacar a la gente (com o usará más tard e los in su lto s), o sim ulará ser autónom o y hacer las cosas sin la ayuda de nadie, cuando en realidad no se encuentra capacitado para ello. Por lo tan to , este estadio es decisivo para lograr el equilibrio entre la cariñosa buen a voluntad y la autoinsistencia odiosa, entre la cooperación y la terquedad y entre la m anifestación de sí mismo y la restricción compulsiva o el consentim iento dócil. U n sentim iento de autocontrol sin pér­ dida de la autoestim a constituye el origen del sentim iento de libre albedrío, A p artir de u n a sensación inevitable de pérdida del autocontrol y de un control excesivo por p arte de los padres, se desarrolla u n a propensión d u rad era h acia la duda y la vergüenza. EI^ desarrollo de la autonom ía supone el firme establecim iento de una confianza tem p ran a. El infante debe llegar a sentir que su fe en sí mismo y en el m undo no se verán com prom etidas por el violento deseo de hacer u n a elección, de apropiarse exigiendo y de elim inar testarudam ente. Sólo la firm eza de los padres puede protegerlo contra las consecuencias de su hasta ahora poco ejercitado sentido de la discriminación y la circunspec­ ción. Pero tam bién su am biente debe respaldarlo en su deseo de “ pararse sobre sus propios pies , al mismo tiem po que lo protege contra dos nuevas experiencias de extrañam iento que surgen en este m om ento: la sensación de haberse expuesto p rem atu ra y tontam ente, que denom inam os vergüenza, o esa desconfianza secundaria, esa vacilación en la respuesta ante lo no usual que denom inam os d u d a (d u d a acerca de uno mismo y duda acerca de la firmeza y lucidez de los educadores). L a vergüenza es u n a emoción infantil que no ha sido estudiada de ma­ n era adecuada, porque en nuestra civilización se ve absorbida tem prana y fácilm ente p o r la culpa. L a vergüenza supone que uno se encuentra to­ talm ente expuesto y consciente de ser m irado (en una palabra, consciente de sí n rsm o ). U no es visible y no está preparado para serlo; ésta es la razón por la cual en los sueños de vergüenza, nos miran cuando estamos vestirlos a medias, en atu en d o nocturno, “con los pantalones bajos” . La vergüenza se expresa tem pranam ente en un impulso de esconder la cara, o de hundirse^ en la tierra en el mismo lugar en que uno se encuentra! Esta potencialidad es un elem ento m uy destacado en el m étodo educacio­ nal de avergonzar , tan utilizado p o r algunos pueblos orimitivos, donde

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‘ le reem plazar al a m enudo más destructivo sentim iento de culpa, al que suC referiremos después. En algunas culturas su destructividad se equilibra n°ediante recursos para “salvar las apariencias” . El método de avergonzar « "io ta un sentim iento aum entado de ser pequeño, que paradójicam ente .e'desarrolla cuando el niño ya puede pararse y su conciencia le perm ite dvertir su estatura y su poder com parativam ente pequeños. =■Demasiada vergüenza no suele term inar en un sentim iento de honestidad como podría parecer, sino más bien en una secreta determ inación del individuo de tra ta r de salirse con la suya cuando no lo ven, en el caso de míe el resultado no sea la desvergüenza deliberada. En una conm ovedora balada norteam ericana acerca de un asesino que va a ser ahorcado ante los oios de la com unidad, éste, en lugar de sentirse m ortalm ente atem o­ rizado o com pletam ente avergonzado, comienza a reñir a los espectadores, terminando cad a explosión de desafío con las palabras: “ ¡O jalá que Dios los deje ciegos!” M uchos niños pequeños, cuando son avergonzados mas de lo que pueden soportar, pueden llegar a la disposición de ánimo para expresar desafío en términos sem ejantes (aunque no posean ni el coraje ni las palabras). Lo que quiero significar con esta siniestra referencia es que hay un lím ite para la resistencia individual de un niño y de un adulto frente a exigencias que lo obligan a considerarse a sí mismo, a su cuerpo, a sus necesidades v a sus deseos, como malos y sucios, y a creer en la infa­ libilidad de aquellos que dictam inan de esa m anera. A veces, el nino puede invertir la situación, es decir, llegar a ignorar secretam ente la opi­ nión de los otros y considerar malo sólo el hecho de que ellos existan: ya tendrá su oportunidad cuando aquéllos se hayan ido o cuando él pueda abandonarlos. En este estadio, como en todos los otros, el peligro psiquiátrico consiste en el agravam iento potencial del extrañam iento norm ativo hasta el punto de que provoque tendencias neuróticas o psicótiras. El niño sensible pue­ de volver contra sí mismo su necesidad urgente de discrim inar, con lo cual terminará por desarrollar una autoconciencia precoz. E n lugar de tom ar posesión de las cosas intencionadam ente con el fin de probarlas m ediante el juego repetitivo, llegará a obsesionarse por la repetición m ism a: querrá tener todo “porque si” y sólo en una secuencia v según un ritm o d eter­ minados. Sea m ediante dicha obsesión y m orosidad, o convirtiéndose en un tenaz observador de repeticiones rituales, el niño ap rende a ganar poder sobre sus padres en áreas donde no podría en co n trar una regula­ ción m utua en gran escala. Esta falsa victoria constituye el m odelo infantil de la neurosis com pulsiva del adulto. En la adolescencia, por ejemplo, u n a persona com pulsiva puede tra ta r de liberarse con m aniobras que expresan el deseo de “ salirse con la suya’ , pero dándole cuenta, al mismo tiem no. de aue es incapaz h asta de sunerar ese deseo. Puesto que m ientras ese joven aprende a evadirse de los otros, su autoconciencia precoz no le perm ite en realidad lograr nada, v a tra ­ viesa su crisis de identidad con u n a sensación de vergüenza perm anente, disculpándose v temeroso de que lo vean; o si no. de u n a m an era “sobre­ com pensadora” , dem uestra una autonom ía desafiante que p u ede en co n trar

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sanción y ser parte del ritual en el desvergonzado desafio de las pandillas Este aspecto se considerará con más detalle en el capítulo V I. L a duda es la herm ana de la vergüenza. M ientras que la vergüenza depende de la conciencia de estar parad o y expuesto, la du d a tiene mucho que ver con la conciencia de ten er una parte delantera y una trasera (y especialm ente un “ trasero” ). Porque esta superficie del reverso del cuerpo, con sus focos libidinales y agresivos en los esfínteres y en las nalgas, no puede ser vista p o r el niño, y sin em bargo puede ser dominada por la voluntad de los otros. El “ trasero” es el continente oscuro del pequeño individuo, una superficie del cuerpo que puede ser dom inada por m edios mágicos e invadida efectivam ente por quienes quieren atacar el poder de autonom ía de uno y considera malos aquellos productos de los intestinos que uno experim entó como buenos cuando los expulsaba. Este sentim iento básico de d u d a de todo lo que uno deja detrás constituye el modelo p ara esa vacilación en la respuesta ante lo no usual o para for­ mas ulteriores y verbalizadas de d u d a compulsiva. Esto encuentra su ex­ presión ad u lta en los tem ores paranoicos que se refieren a perseguidores escondidos y a persecuciones secretas que am enazan desde atrás (y desde dentro del trasero ). En la adolescencia esta condición puede manifestarse tam bién en la d uda pasajera y total acerca de sí mismo, un sentimiento de que todo lo que ah o ra está “atrás” en el tiempo — la fam ilia de la infancia así como tam bién las m anifestaciones tem pranas de la propia personalidad— sim plem ente no se agregan a los requisitos p ara un nuevo comienzo. T o d o esto puede ser negado en una exhibición terca de suciedad y desorden, con todas las im plicaciones de insultos “sucios” al m undo y a uno mismo. Al igual que la personalidad “o ral” , la personalidad compulsiva o “anal” tiene sus aspectos norm ales y sus exageraciones anormales. En los casos en que se integra con rasgos com pensadores, el individuo puede permi­ tirse la expresión de cierta impulsividad, aun cuando algo de compulsividad es útil en asuntos en los que el orden, la puntualidad y la limpieza son esenciales. L a cuestión es siem pre si seguimos siendo los amos de las m odalidades m ediante las cuales las cosas se hacen más fáciles de manejar o si las reglas dom inan al que las gobierna. Se necesita vigor y tam bién flexibilidad p a ra entrenar la voluntad de un niño con el fin de ayudarlo a superar la obstinación excesiva, a desa­ rrollar un cierto grado de “b u ena volu n tad ” , y (al mismo tiem po que aprende a obedecer de algunas m aneras esenciales) a m antener un senti­ m iento autónom o de libre albedrío. El psicoanálisis ha considerado causas fundam entales del ex trañ am ien to del niño frente a su propio cuer­ po el entrenam iento dem asiado precoz de los intestinos y de la vejiga y el avergonzarlo de m odo irrazonable. Al menos ha intentado form ular lo que no debe hacerse con los niños y, por supuesto, existe u n a gran can­ tidad de conductas que es posible ap re n d e r a evitar a p artir del estudio del ciclo vital. Sin em bargo, m uchas de tales formulaciones pueden crear inhibiciones supersticiosas en aquellos que, por ansiedad, tienden a con­ vertir en reglas advertencias indefinidas. G radualm ente estamos apren­

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diendo qué es exactam ente lo que no debemos h acer con ciertos niños a determ inada edad: pero aún debemos aprender qué es lo que hay que hacer, espontánea y gozosamente. El experto, p a ra citar a F rank Fremont-Smith, sólo puede “establecer el m arco de referencia dentro del cual ¡a elección es permisible y deseable” . Los estudios com parativos del entrenamiento infantil nos han convencido de que, en últim o análisis, la clase y e] grado de! sentim iento de autonom ía que los padres son capaces de otorgar a sus hijos pequeños dependen de la dignidad y del sentimiento de independencia personal que em ana de sus propias vidas. Y a hemos sugerido que el sentimiento de confianza del infante es el reflejo de la fe de los padres; de m anera sem ejante, el sentim iento de autonom ía es el reflejo de la dignidad de los padres como seres autónom os. Puesto que, no im porta lo que hagamos en detalle, el niño percibirá fundam ental­ mente cuáles son las pautas por las cuales nos regimos para com portarnos como seres cariñosos, cooperativos y estables, y qué es lo que nos hace odiosos, ansiosos y disociados. ¿Q ué instituciones sociales, por lo tanto, protegen los logros duraderos del segundo estadio de la vida? La necesidad básica del hom bre de una delincación de su autonom ía parece tener un defensor institucional en el principio de la ley y el orden, que tanto en la vida cotidiana como en los tribunales adjudica a cada uno sus privilegios y sus limitaciones, sus obligaciones y sus derechos. Sólo un sentimiento de autonom ía legítim a­ mente delim itado, en los padres, estim ula un rñanejo del pequeño indi­ viduo que expresa una indignación suprapersonal más que una rectitud arbitraria. Es im portante tra ta r este punto porque una gran parte de! sentimiento duradero de duda y acerca de la indignidad del castigo y de la restricción, común en muchos niños, es consecuencia de las frustracio­ nes de los padres en el m atrim onio, el trabajo y la ciudadanía. C uando muchas personas han sido preparadas en la infancia p ara esperar de la vida un alto grado de autonom ía personal, orgullo y oportunidad, y pos­ teriormente se dan cuenta de que sus vidas están dirigidas por organi­ zaciones y m aquinarias impersonales dem asiado difíciles de com prender, el resultado puede ser una p rofunda desilusión crónica que no los p re­ dispone a concederse a ellos mismos — o a sus hijos— una m edida de autonomía. E n lugar de ello, quizá los asalten tem ores irracionales de perder lo que queda de su autonom ía o lleguen a creer que enemigos anónimos los están saboteando, restringiendo y aprem iando en lo que res­ pecta a su libre albedrío y, al mismo tiempo, de u n a m anera bastante paradójica, pueden sentir que no se los controla suficientem ente, que no se les dice lo que deben hacer. N uevam ente hemos caracterizado de una m anera am plia las luchas y triunfos de un estadio infantil. ¿D e qué modo contribuye este estadio a la crisis de identidad, sea respaldando la form ación de la identidad o contribuyendo a su confusión con un tipo especial de extrañam iento? El estadio de la autonom ía, por supuesto, merece atención particular, pues­ to que en él tiene lugar la prim era em ancipación, es decir, la de la m adre. Existen razones clínicas (que se exam inarán en el capítulo sobre la con-

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fusión de identidad) p ara creer que el adolescente que se aleja del medio infantil total, repite esta prim era em ancipación de m uchas m aneras. P or esta razón los jóvenes más rebeldes tam bién pueden hacer una regresión parcial (y algunas veces to ta l), a una búsqueda exigente y quejumbrosa de una guía cuya cínica independencia parecen desaprobar. Sin embargo adem ás de dichas pruebas “clínicas” , la contribución principal a una eventual form ación de la identidad es el valor que se adquiere para ser un individuo independiente que puede elegir y orientar su propio futuro. Dijim os que el estadio más tem prano deja en el individuo que está creciendo un residuo que, en muchos niveles jerárquicos y especialmente en el sentim iento de identidad del sujeto, repetirá algo de la convicción “ Soy lo que espero tener y d a r” . El rem anente análogo del estadio de la autonom ía parece ser “ Soy lo que puedo desear librem ente” .9

3. LA IN F A N C IA Y LA A N T IC IP A C IO N D E R O L E S U n a vez que se h a convencido firm em ente de que es una persona que cuenta con sus propios recursos, de ah o ra en adelante el niño debe des­ cubrir qué clase de individuo puede llegar a ser. Está, por supuesto, profunda y exclusivam ente “ identificado” con sus padres, quienes le pa­ recen poderosos y hermosos la m ayor p arte del tiem po, aunque a menudo muy irrazonables, desagradables y aun peligrosos. T res desarrollos respal­ dan este estadio, al mismo tiem po que sirven para provocar su crisis: 1) el niño aprende a moverse más libre y violentam ente y por lo tanto establece un radio de m etas más am plio y, para él, ilim itado; 2) su conocim iento del lenguaje se perfecciona hasta el punto de que com­ prende y puede p reg u n tar sin cesar acerca de innum erables cosas, con frecuencia oyendo justo lo suficiente p a ra interpretarlas de m anera com­ pletam ente errónea; y 3) el lenguaje y la locomoción le perm iten ex­ pandir su im aginación hasta ab arcar tantos roles que no puede evitar asustarse de lo que él mismo fantasea. Sin. em bargo, de todo esto debe emerger con un sentimiento de iniciativa que constituya la base de un sentido realista de am bición y propósito. ¿Cuáles son, entonces, los criterios que configuran un sólido sentimiento de iniciativa? Los criterios p ara el desarrollo de todos los “sentimientos” que exam inam os aquí son los mismos: una crisis obstaculizada por algún nuevo extrañam iento se resuelve de m an era tal que de repente el niño parece ser “ más él m ism o” , m ás cariñoso, m ás tranquilo y más brillante en su juicio; en otras palabras, vital de u n a m anera diferente. En especial, parece estar más activado y ser más activo; se halla generosam ente pro­ visto de un cierto excedente de energía que le perm ite olvidar con rapidez muchos fracasos y aproxim arse a nuevas áreas que parecen deseables, aun­ 9 Véase E rik H. Erik son: Y o u n g M a n L u t h e r . N u e v a York, W . W. N o rto n , 1958, por la repercusión de estas dos convicciones en las reveladoras experiencias de Lutero.

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que tam bién peligrosas, con un gozo no dism inuido y un creciente sentido ¿ e Ja dirección. Nos acercam os ahora al final del tercer año, m om ento en que la m a r­ cha llega a ser un medio para tranquilizarse y fortalecerse. Los libros nos dicen que un niño puede cam inar m ucho antes, pero la acción de cam inar y de correr llega a constituirse en un factor en su esfera de dominio cuando siente la gravedad como algo interno y puede olvidarse de que está cam inando y en su lugar le es posible ocuparse de qué es lo que puede hacer con esa acción. Sólo entonces sus piernas llegarán a ser una parte significativa de él, en vez de constituir un apéndice am bula­ torio. Sólo entonces descubrirá en circunstancias ventajosas lo que ahora puede hacer junto con lo que es capaz de hacer, y a p artir de este momomento está preparado para visualizarse como alguien que es tan grande como los adultos que cam inan. Comienza a hacer com paraciones y tiende a desarrollar una curiosidad infatigable acerca de las diferencias de ta ­ maño y clase en general y acerca de las diferencias en lo que respecta al sexo y a la edad en particular. T ra ta de com prender los posibles roles futuros o, al menos, de entender qué roles vale la pena im aginar. Puede establecer contacto más rápidam ente con los niños de su m isma edad, y bajo la guía de niños mayores o de maestras especializadas, incorporarse gradualm ente a la política infantil del jardín de infantes, de la esquina y del patio de juegos. D urante esta etapa su aprendizaje es em inentem ente intrusivo y vigoroso y lo aleja de sus propias lim itaciones llevándolo hacia posibilidades futuras. El modo intrusivo, que dom ina gran parte de la conducta de este es­ tadio, caracteriza una variedad de actividades y fantasías que son “si­ milares” configuracionalm ente. Incluye: 1) la intrusión en el espacio mediante una locomoción vigorosa; 2) la intrusión en lo desconocido por medio de una curiosidad devoradora; 3) la intrusión en los oídos y m en­ tes de otras personas m ediante la voz agresiva; 4) la intrusión en otros cuerpos m ediante el ataque físico, y 5) con frecuencia, de m anera sum a­ mente am enazadora, el pensam iento del falo penetrando el cuerpo fe­ menino. En la teoría de la sexualidad infantil esta etapa se denom ina estadio fálico. Es el estadio de la curiosidad infantil, de la excitabilidad genital y de u n a variable preocupación y un excesivo interés por cuestiones se­ xuales, como la pérdida aparente del pene en las niñas. Esta “genitalidad” es, por supuesto, rudim entaria, un simple anticipo de lo que vendrá des­ pués; con frecuencia ni siquiera se repara en ella de m anera particular. Si no es específicamente provocada — m ediante determ inadas prácticas de seducción que lleven a una m anifestación precoz o m ediante prohibiciones y amenazas categóricas de “cortarle el pene” o por medio de ciertas cos­ tumbres como el juego sexual en grupos de niños— , sólo puede conducir a una serie de experiencias peculiarm ente fascinantes que pronto se trans­ form an en lo bastante atem orizadoras e insustanciales como para ser reprimidas. Esto lleva al encum bram iento de esa etapa específicamente hum ana que Freud denom inó el período de “ latencia” , es decir, la larga

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dem ora que separa la sexualidad infantil (que en los animales se fusiona con la m adurez) de la m aduración sexual física. Se acom paña con el reconocim iento del hecho de que a pesar de todos los esfuerzos que se hagan para im aginarse, en principio, como alguien tan capaz como la m adre y el padre, ni siquiera en un futuro rem oto se po d rá ocupar el lugar del p ad re en las relaciones sexuales con la m adre, o el de ésta en las relaciones sexuales con el padre. Las profundas consecuencias emocio­ nales de la comprensión de este hecho y los temores mágicos asociados con él estructuran lo que F reu d denom inó el com plejo de Edipo. Este se basa en la lógica de la evolución que determ ina que los niños depositan sus prim eros sentim ientos genitales en las figuras m aternas adultas que son las que proporcionaron bienestar a sus cuerpos, y desarrollan su pri­ m era rivalidad sexual en contra de los individuos que son los poseedores sexuales de esas personas m aternas. L a niña pequeña, a su vez, se fija a su padre y a otros hom bres im portantes y tiene celos de su m adre, un proceso que le puede causar m ucha ansiedad puesto que esto parece im­ pedirle el refugio en esa misma m adre, al mismo tiem po que hace mucho más m ágicam ente poderosa su desaprobación, porque ésta es secretamente “m erecida” . Este período suele ser una época m uy difícil p ara las niñas, porque más tarde o más tem prano observan que, a pesar de que su tendencia a la intrusión locom otriz m ental y social es tan vigorosa como la de los varones, lo cual les perm ite convertirse en criaturas perfectam ente reto­ zonas, les falta algo, el pene, y con él, im portantes prerrogativas en la mayoría de las culturas y clases. M ientras que el varón tiene ese órgano que entra en erección, visible y comprensible, que le hace posible soñar con la grandeza del adulto, el clítoris de la niña no le perm ite alimentar fantasías de igualdad sexual, y ni siquiera posee senos que le sirvan como pruebas tangibles de su futuro. L a idea de su eventual recepción del falo intrusivo es todavía dem asiado atem orizadora, y sus instintos maternales se ven relegados al plano de los juegos simbólicos o a cuidar bebes. Por otra parte, cuando las m adres constituyen la figura dom inante en el hogar, el niño puede desarrollar un sentim iento de inadecuación, puesto que en este estadio com prende que, aunque puede desem peñarse bien en el juego y en el trabajo, nunca m an d ará en la casa ni dom inará a su m adre o a sus herm anas mayores. H asta es posible que ellas se estén vengando de él por sus propias dudas acerca de ellas mismas, haciéndole sentir que un niño es en realidad u n a criatu ra algo repulsiva. En las sociedades donde las necesidades económicas y la sim plicidad del esquem a social hacen más inteligible tan to las características de los roles masculinos y femeninos como sus poderes y recompensas específicas, estas dudas tem­ pranas acerca de las diferencias sexuales se integran, por supuesto, con mayor facilidad a la p au ta cultural de diferenciación de roles sexuales. En consecuencia, tan to el niño como la niña agradecen vivam ente cual­ quier promesa convincente acerca del hecho de que algún día serán tan buenos como p ap á o m am á (quizá m ejores) y el esclarecim iento sexual que se les da de a poco y se les repite pacientem ente a intervalos.

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El estadio am bulatorio de juego y gcnitalidad infantil permite añadir aj inventario de las m odalidades sociales básicas de ambos sexos, la del “hacer”, en prim er lugar en el sentido infantil de “estar en el hacer” . No existen palabras más simples ni más fuertes p a ra designar con precisión las m odalidades sociales que las del inglés, porque los términos sugieren el goce de la com petencia, la perseverancia en cuanto a la m eta y el placer de la conquista. En el varón, el énfasis perm anece en el “hacer” lanzándose de cabeza al a ta q u e ; en la niña, se puede transform ar en “atrapar” m ediante modos agresivos de arreb atar o volviéndose atractiva y cariñosa. El niño desarrolla de este m odo los requisitos previos de la iniciativa m asculina o fem enina y, sobre todo, algunas autoimágenes se­ xuales que se convertirán en com ponentes esenciales de los aspectos posi­ tivos y negativos de su fu tura identidad. E n el camino, sin embargo, el enorme increm ento de la im aginación y, por decirlo así, la intoxicación producida por los crecientes poderes locomotores, llevan a fantasías se­ cretas de proporciones gigantescas y terroríficas. Se despierta un profundo sentimiento de culpa, un sentim iento extraño puesto que parece implicar siempre que el individuo ha com etido crímenes y ha realizado actos que, después de todo, no sólo no h a llevado a cabo, sino que hubieran sido biológicamente imposibles. M ientras que la lucha por la autonom ía, en las peores circunstancias, se h abía concentrado en m antener al m argen a los rivales, y era por lo tanto m ás una expresión de rabia celosa, dirigida generalmente contra la usurpación que podían realizar herm anos más jóvenes, la iniciativa trae aparead a una rivalidad anticipatoria hacia aque­ llos que fueron los primeros y que en consecuencia pueden ocupar, con un equipo superior, el campo hacia el cual se dirige nuestra prim era ini­ ciativa. Los celos y la rivalidad — esos intentos a m enudo amargos y, sin embargo, esencialm ente fútiles— , de dem arcar la esfera de un privilegio incuestionable, llegan ahora a un pu n to culm inante en esta contienda final por lograr una posición privilegiada con uno de los padres: el fra­ caso inevitable y necesario conduce a la culpa y la ansiedad. El niño se gratifica con fantasías en las que es un gigante o un tigre, pero en sus sueños corre aterrorizado para salvar su vida. Por lo tanto, éste es el estadio del tem or por la vida y el m iem bro, del complejo de castración (el m iedo intenso de perder o, en el caso de la niña, convicción de que ha perdido, el genital m asculino como castigo p o r las fantasías y acciones secretas). L a conciencia es el gran gobernador de la iniciativa. Dijimos que el niño, a p a rtir de este m om ento, no sólo tiene m iedo de ser descubierto, sino que tam bién escucha la “voz interior” de la autoobservación, la autodirección y el autocastigo, que lo divide radicalm ente dentro de sí m ism o: un nuevo y poderoso extrañam iento. E sta es la piedra fundam ental en la ontogénesis de la m oralidad. Pero desde el p u n to de vista de la v ita­ lidad h um ana, debemos señalar que el hecho de que este im portante logro se vea sobrecargado por adultos dem asiado ansiosos, puede resultar per­ judicial p a ra el espíritu y para la m oralidad misma. Porque la conciencia del niño puede ser prim itiva, cruel e intransigente, como es posible ob­

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servar en los casos de niños que aprenden a sobrecontrolarse y sohrerrej. tringirse h asta llegar a un punto de anulación total; desarrollan una obediencia más literal de la que los mismos padres quisieron establecer o hacen regresiones profundas y experim entan resentimientos permanentes porque los mismos padres parecen no regirse por la conciencia que han instaurado en el hijo. U no de los conflictos más profundos de la vida es el odio h acia uno de los padres, el que ha servido inicialmente de m odelo y de ejecutor de la conciencia, a quien se descubre de pronto tra ta n d o de “ evadir” las mismas transgresiones que ya no resulte posible co n tin u ar tolerando en uno mismo. De esta m anera, el niño llega a sentir que no se tra ta de una cuestión de bondad universal sino m ás bien de poder arbitrario . L a sospecha y la conducta evasiva que asi se agregan a la cualidad de todo-o-nada del superyó, hace que el hom bre moralista sea un peligro potencial m uy grande para sí mismo y para su prójimp. L a m oralidad puede transform arse en sinónimo de un carácter vengativo y de la supresión de otros. T o d o esto puede parecer extraño a los lectores que no tenían idea de la form a m otriz potencial de los impulsos destructivos que se pueden despertar y e n terrar pasajeram ente en este estadio y que contribuyen más tard e a la form ación del arsenal interior de una destructividad lista para ponerse en funcionam iento siempre que la oportunidad la provoque. Al em plear los térm inos “ potencial” , “ provocar” y “o p o rtunidad” , deseo des­ ta c a r que hay poco en estos desarrollos interiores que no pueda usarse com o fuerza m otriz p a ra la iniciativa constructiva y pacífica, si aprende­ mos a com prender los conflictos y ansiedades de la infancia y la impor­ tan cia que ésta tiene p a ra la hum anidad. Pero si elegimos d ejar de lado o dism inuir la im portancia de los fenómenos de la infancia, ju nto con lo m ejor y lo peor de nuestras fantasías infantiles, no habrem os reconocido u n a de las fuentes eternas de la ansiedad y de la lucha hum anas. Puesto que, nuevam ente, es posible que las consecuencias patológicas de este es­ tadio no se revelen hasta m ucho después, cuando los conflictos relacionados con la iniciativa se m anifiesten en la negación histórica o en una autorrcstricción que im pide al individuo vivir de acuerdo con sus capacidades intrínsecas o con los poderes de su im aginación y sentimientos, y lo obliga a p erm anecer en la relativa im potencia sexual o en la frigidez. T odo esto, a su vez, pued e ser “sobrecom pensado” con una gran exhibición de in­ cansable iniciativa, o con la actitud de “estar siempre em prendiendo cosas nuevas” a cualquier precio. M uchos adultos sienten que su valor como personas consiste sólo en lo que “van a hacer” en el futuro y no en lo que son en el presente. L a tensión corporal que sobreviene como conse­ cuencia de esto, puesto que siempre están “en actividad” , con la máquina funcionando a toda velocidad aun en los m om entos de descanso, consti­ tuye u n a poderosa contribución a las muy discutidas enferm edades psicosomáticas de n uestra época. Es como si la cultura hubiera hecho que el hom bre se sobrepublicitara y se identificara con su propio aviso de manera tal, que sólo la enferm edad pudiera d eterm inar el límite entre ambos. Sin em bargo, u n a visión com parativa de las pautas de crianza infantil

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' «riere un hecho sum am ente im portante para el desarrollo de la identidad, 1 saber, que los adultos, m ediante su propio ejem plo y las historias que relatan acerca de la vida de los “grandes” y lo que para ellos representa el magnífico pasado, ofrecen a los niños de esta edad un ethos de acción hue es absorbido con avidez en form a de tipos ideales y técnicas lo sufi­ cientemente fascinantes como p a ra reem plazar a los héroes de los libros infantiles y de los cuentos de hadas. T am bién p o r esta razón, la edad del juego confía en la existencia de alguna form a de fam ilia básica que, por jjjcdio del ejem plo paciente, enseña al niño dónde term ina el juego y "comienza la voluntad irreversible y dónde las “ prohibiciones” son reem ­ plazadas por vías autorizadas de acción vigorosa. Porque en este momento, los niños buscan nuevas identificaciones que parecen prom eter un campo de iniciativa con menos conflicto y culpa de la que se vincula con la rivalidad irrem ediable existente en el hogar. T am bién, en conexión con juegos y actividades laborales inteligibles, se puede desarrollar un com­ pañerismo entre el padre y el hijo y entre la m adre y la hija, una ex­ periencia de igualdad esencial en cuanto al valor de cada uno, a pesar de la desigualdad en lo que respecta al cuadro evolutivo. D icha cam a­ radería constituye un tesoro perdurable no sólo p ara el padre y el hijo, sino tam bién p ara la com unidad, ya que es u n a fuerza que se contrapone a aquellos odios secretos que se basaban en las m eras diferencias de ta ­ maño o de edad. Sólo de esta m anera los sentim ientos de culpa se in­ tegran en una conciencia fuerte pero no severa; sólo de este modo se garantiza que el lenguaje es u n a realidad com partida. D e este modo, el estadio “edípico” no sólo conduce a un sentim iento m oral que restringe el horizonte de lo que está perm itido, sino tam bién determ ina la dirección hacia lo posible y lo tangible que vincula las fantasías infantiles con las metas diversas de la tecnología y la cultura. Ahora podemos com prender lo que indujo a Freud a colocar el com­ plejo de E dipo en el núcleo de la existencia conflictuada del hombre, y esto no sólo de acuerdo con las pruebas psiquiátricas sino tam bién con el testimonio que ofrecen la ficción, el arte dram ático y la historia. Porque el hecho de que el hom bre em pezara s:endo un ser lúcido deia un residuo de actuación del juego y de representación del rol aun en lo que ■él considera sus propósitos más elevados. Provecta estos últimos en el pasado glorificado así como tam bién en un futuro histórico más grande y siempre más perfecto; los dram atiza en las cerem onias que tienen lugar en el presente con participantes uniform ados que tom an parte en prepa­ rativos rituales que autorizan la iniciativa agresiva au naue m itigando la culpa m ediante la sumisión a u n a autoridad m ás elevada. Por lo tanto, entre las consecuencias psicológicas gruoales del estadio de la iniciativa se encuentra tam bién la disposición latente, y a m enudo frenética en los mejores y más trabajadores, a seguir a cualquier líder capaz de h acer que las metas de conauista parezcan lo suficientemente impersonales y gloriosas como p a ra excitar en los hom bres un entusiasmo intrínsecam ente fálico (y en las m uieres, la sumisión) y de este modo aliviar sus irracionales sentim ientos de culpa. Es evidente, entonces, que

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los ideales agresivos del hom bre en gran m edida están anclados en estadio de la iniciativa, un hecho im portante en lo que respecta al conllic.to de la génesis, y tam bién de la confusión de la identidad. En consecuencia, la contribución indispensable del estadio de la inicia, tiva p ara el posterior desarrollo de la identidad, es obviam ente la liberación de la iniciativa del niño y de su sentido de la existencia de un propósito en las tareas de los adultos, que prom eten (pero no garantizan) la reallzación de todas nuestras capacidades. Esto está im plícito en la convicción firm em ente establecida y constantem ente creciente, de que no se intimida frente a la culpa, de que “Yo soy lo que puedo im aginar que seré” . Sin em bargo, es igualm ente obvio que un gran desengaño en lo que respecta a esta convicción, causado por un antagonism o entre los ideales infanti­ les y la realidad adolescente sólo puede conducir a la liberación del ciclo culpa-violencia, tan característico del hom bre y no obstante tan peligroso para su m ism a existencia.

4. LA E D A D E S C O L A R Y LA T A R E A D E ID E N T IF IC A C IO N L a sabiduría del plan fu ndam ental es tal que en ningún momento de su vida está el niño más dispuesto a aprender ráp id a y ávidam ente, a hacerse grande en el sentido de com partir obligaciones, disciplina y actua­ ción, que al final del período ele la im aginación expansiva. T am bién está ansioso por hacer cosas junto con otros, de com partir tareas de construcción y planeam iento, en vez de tra ta r de obligar a los demás niños o de provo­ car la restricción. E n este m om ento, los niños tam bién otorgan su afecto a los maestros y a los padres de otros niños, y desean observar e im itar a la gente que desem peña ocupaciones que ellos pueden com prender (bom­ beros y policías, jardineros, plom eros y recolectores de residuos). En el m ejor de los casos, al menos p arte de su vida transcurre cerca de graneros o en calles tranquilas, rodeados de gente ocupada y de muchos otros niños de todas las edades, de m anera que pueden observar y p articipar a medida que sus capacidades y su iniciativa m ad u ran m ediante grandes y súbitos esfuerzos de ensayo. Pero al llegar a la edad escolar, los niños de todas las culturas reciben alguna instrucción sistemática, a pesar de que esto no se realiza siem pre en el tipo de escuela que organizan las personas instruidas con maestros que han ap rendido a enseñar a leer y escribir. Los individuos prealfabetizados, por ejem plo, aprenden m ucho de los adul­ tos que se convierten en m aestros por su popularidad más que por desig­ nación, y m ucho se aprende tam bién de los niños m ayores; pero el cono­ cim iento obtenido de esta m an era se relaciona con las habilidades básicas de tecnologías simples que el niño puede com prender cuando está en con­ diciones de m an ejar los utensilios, las herram ientas y las arm as (o los facsímiles de éstos), que utiliza la gente adulta. Por este medio, va incor­ porando la tecnología de su tribu, m uy lenta, pero tam bién muy direc­ tam ente. Los pueblos alfabetizados, con carreras más especializadas, deben p re p a ra r al niño enseñándole, antes que nada, a leer y escribir. Después

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recibe la más am plia educación básica posible para el mayor núm ero po­ sible de carreras. C uanto m ayor es la especialización, tanto más confusa se hace la m eta de iniciativa, tanto m ás com plicada la realidad social y tanto más vago el rol que el padre y la m adre desem peñan en ella. En consecuencia, entre la infancia y la adultez, nuestros niños van a la escuela y la habilidad escolar parece ser para muchos un m undo propio, con sus ©etas y limitaciones, sus logros y sus desengaños. C uando el niño tiene edad p a ra ir al jardín de infantes, el juego irrum ­ pe en el m undo que com parte con los demás. Al principio, tra ta a los otros como cosas; los inspecciona, los em puja o procura “utilizarlos como títeres” . T al aprendizaje es necesario para descubrir qué contenido po­ tencial del juego puede adm itirse sólo para la fantasía o para jugar con uno m ism o; qué contenido puede ser representado con éxito sólo en el mundo de los juguetes y de las cosas pequeñas y qué contenido es posible compartir con los otros y aun forzarlos a que lo acepten. Este ap ren d i­ zaje no está restringido al poder técnico sobre los juguetes y las cosas, sino que tam bién incluye una m anera infantil de dom inar la experiencia social experim entando, planificando y com partiendo. Aun cuando todos los niños a veces necesitan que se les perm ita jugar solos o, posteriorm ente, que se los deje en com pañía de libros, de la radio, de filmes o de la televisión, y aun cuando todos los niños necesitan sus horas y días para fantasear en los juegos, tarde o tem prano, todos ellos llegan a sentirse insatisfechos y descontentos, con la sensación de no ser capaces de hacer cosas y de hacerlas bien y aun perfectas: esto es lo que he denom inado el sentimiento de laboriosidad. Sin esto, aun el niño con más oportunidades de estar entretenido pronto actúa como si lo explota­ ran. Es como si tanto él como su sociedad supieran que ahora que ya es psicológicamente un padre rudim entario, debe com enzar por ser un tra ­ bajador y un proveedor potencial antes de convertirse en un padre bio­ lógico. E n consecuencia, al m anifestarse el período de latencia, el niño que se está desarrollando olvida, o, m ejor dicho, “sublim a” — esto es, aplica a objetivos concretos y a m etas aprobadas— los impulsos que lo han hecho fantasear y jugar. A hora aprende a ganar reconocim iento p ro ­ duciendo cosas. D esarrolla perseverancia, se a d a p ta a las leyes inorgánicas del m undo de los utensilios y puede llegar a ser una unidad ansiosa y absorbida de una situación productiva. E n este estadio, el peligro reside en el desarrollo de una sensación de extrañam iento frente a si mismo y a sus tareas (el bien conocido sentimiento de inferioridad) . Es posible que esto tenga su origen en la deficiente reso­ lución del conflicto previo: el niño puede todavía querer más a su m am ita que al conocim iento; puede preferir ser el bebe del hogar más que un niño grande en la escuela; aún sigue com parándose con su padre, y la com paración origina sentim ientos de culpa y de inferioridad. Su vida fa ­ m iliar puede no haberlo preparado p a ra la vida en la escuela, o esta últim a puede ser incapaz de m antener las promesas de estadios anteriores haciéndole sentir que nada de lo que él ha aprendido a hacer bien hasta ahora parece tener im portancia p ara sus com pañeros o su maestra. Y, nue-

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vam ente, puede ser potencialm ente ap to p ara descollar en modos de obrar que están latentes en él y que, si no se los hace surgir ahora, pueden desarrollarse tard íam en te o quizá nunca. En este m om ento es cuando la sociedad global llega a ser significativa para el niño, enseñándole los roles que lo p rep aran para la realidad de la tecnología y la economía. Sin em bargo, cuando intuitivam ente descubre ' que el color de su piel o los antecedentes de sus padres, y no su propio deseo y voluntad de aprender, son los factores que deciden su valor como alum no o aprendiz, la propensión h u m an a a sentirse indigno puede agra­ varse de m odo m uy perjudicial como determ inante del desarrollo del carácter. Los buenos m aestros que sienten que la com unidad confía en ellos y los respeta, saben cómo altern ar el juego y el trabajo, los deportes y el estu­ dio. Saben reconocer los esfuerzos especiales y estim ular las aptitudes espe­ cíficas. T am bién conocen la m anera de dar tiem po a un niño y de mane­ ja r a aquellos p a ra quienes la escuela, d u ran te un cierto período, es algo sin im portancia que debe soportarse y donde no se disfruta, o aun al niño que, d u ran te un lapso, considera a los otros niños m ucho más importantes que el maestro. Los buenos padres, p o r su parte, sienten la necesidad de hacer que sus hijos confien en sus maestros, y por lo tanto desean que los maestros sean personas en las que se pueda confiar. Puesto que lo que está en juego es n ad a menos que la posibilidad de que los niños desarrollen y conserven u n a identificación positiva con aquellos que saben cosas y saben cómo hacer cosas. U n a y o tra vez, individuos dotados y muy talentosos nos afirm an d u ran te las entrevistas, con una vehem encia espe­ cial, que fue un m aestro quien avivó en ellos la llam a del talento escon­ dido. A esto se contraponen las pruebas abrum adoras de gran negligencia y descuido en este aspecto. De paso, es im portante exam inar aquí el hecho de que la mayoría de los maestros de nuestras escuelas prim arias sean mujeres, porque esto puede conducir al niño a u n a identificación conflictiva de lo masculino con lo no intelectual, como si el conocim iento fuera fem enino v la acción masculina. L a afirm ación de B ernard Shaw de que aquellos que pueden, hacen, m ientras que los que no pueden, enseñan, es todavia válida para muchos padres y p a ra sus hijos. En consecuencia, la selección y el entre­ nam iento de los m aestros es de vita! im portancia p a ra evitar los peligros de este estadio. El desarrollo del sentim iento de inferioridad, del senti­ m iento de que uno n u n ca “servirá p a ra n a d a ” , es un peligro que puede ser reducido a su m ínim a expresión por un m aestro que sabe cómo des­ tacar lo que un niño puede hacer y que reconoce un problem a psiquiátrico cuando lo ve. O bviam ente, aquí reside la m ejor oportunidad p ara preve­ nir la p articu lar confusión de identidad que retrocede hasta la incapacidad de aprender o de perm itirse las oportunidades de hacerlo. Por otra parte, puede darse el caso de que el naciente sentim iento de identidad del niño perm anezca p rem atu ram en te fijado en no ser sino un buen pequeño tra­ bajador o un buen pequeño colaborador, lo que de ninguna m anera re­ presenta todo lo que él podría ri’egar a ser. Por últim o, existe el peligro,

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-Drobablemente el más común de todos, de que durante los largos años en e ej niño concurre a la escuela, no adquiera jam ás la capacidad de dis■'frutar del trabajo ni el orgullo de desempeñarse realm ente bien al menos '■en un tipo de tarea. í:¿- En lo que respecta al período en el que se desarrolla el sentim iento de laboriosidad, me he referido a los obstáculos exteriores e interiores en el uso de nuevas capacidades pero no a la circunstancia agravante de que aparecen nuevos impulsos ni a la cólera reprim ida que resulta de su frus­ tración. Este estadio difiere de los anteriores en que no se tra ta de una oscilación desde una conmoción interior a la adquisición de una nueva destreza. F rcud lo denom ina período de latencia porque en circunstancias normales los impulsos violentos perm anecen inactivos. Pero sólo se trata de un m om ento de calm a antes de la torm enta de la pubertad, cuando todos los impulsos anteriores reem ergen en com binaciones nuevas. Por o tra parte, se tra ta de un estadio decisivo en lo que respecta a la actividad social. Puesto que la laboriosidad im plica hacer cosas junto a y con otros, en esta época se desarrolla un prim er sentido de la división del trabajo y de las oportunidades diferentes (esto es, un sentido del elho.t tecnológico de una c u ltu ra ). Por lo tanto, las configuraciones de la cul­ tura y las m anipulaciones básicas para acceder a la tecnología dominante deben llegar hasta la escuela plenas de sentido, proveyendo a todos los niños de un sentim iento de com petencia (esto es, el libre ejercicio de la destreza y de la inteligencia en el cum plim iento de tareas im portantes, sin la interferencia de los sentimientos infantiles de inferioridad). Esta constituye la base perdurable p ara la participación cooperativa en la vida adulta productiva. Dos tendencias opuestas de la educación escolar prim aria norteam eri­ cana pueden servir p a ra ilustrar la contribución de la edad escolar al problema de la identidad. Existe el extrem o tradicional de hacer de la tem prana vida en la escuela una extensión de la inflexible adultez, des­ tacando la autorrestricción y un rígido sentido del deber m ediante la eje­ cución de lo que a uno se le ordena hacer; esta tendencia se contrapone al extrem o m oderno de convertirla en una extensión de la inclinación natural en la infancia a descubrir jugando, a ap render lo que se debe hacer haciendo lo que a uno le gusta hacer. P a ra algunos niños, ambos métodos funcionan de una u o tra m anera, pero a otros les im pone una adaptación especial. Llevado al extrem o, el prim er rasgo explota la ten­ dencia tanto del niño preescolar como del que concurre a la escuela pri­ m aria, de llegar a depender com pletam ente de las obligaciones que se le prescriben. D e este m odo puede aprender m uchas cosas que son abso­ lutam ente necesarias y desarrollar un inconm ovible sentido del deber. Pero quizá nunca llegue a liberarse de esta autorrestricción innecesaria y costosa que más tard e haga desgraciada su propia vida y la de otros, y en reali­ dad, arruine, a su vez, el deseo natu ral de sus propios hijos de aprender y trabajar. Llevado al extremo, el segundo rasgo conduce no sólo a la bien conocida objeción de que los niños ya no aprenden nada más, sino tam bién a que éstos experim enten sentimientos como los expresados en la

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fam osa p regunta de u n niño que vivía en u na gran ciudad: ‘‘Señorita ¿debemos h acer hoy lo que queremos hacer?” N ad a podría expresar me' jo r el hecho de que a esta edad a los niños sí les gusta ser suave pero firm em ente obligados a particip ar en la aventura de descubrir que se pue­ de apren d er a realizar cosas que uno nunca hubiera im aginado, cosas que deben su atractivo al hecho mismo de que no son producto del juego y la fantasía sino de la realidad, la práctica y la lógica y que, de esta m anera, proporcionan un sentim iento característico de participación en el m u n d o real de los adultos. E ntre estos dos extremos se encuentran mu­ chas escuelas que no poseen ningún estilo en particu lar excepto la inflexible creencia de que la escuela es algo que debe existir. L a desigualdad social y los m étodos antiguos todavía crean u n a peligrosa brecha entre m uchos niños y la tecnología que los necesita no sólo para que ellos pue­ dan estar al servicio de propósitos tecnológicos, sino, más im perativamente, p a ra que aquélla p u eda ser de alguna utilidad a la hum anidad. Pero existe otro peligro en cuanto al desarrollo de la identidad. Si el niño dem asiado adap tab le acepta el trabajo como el único criterio de valia, sacrificando con dem asiada facilidad la im aginación y el juego, puede llegar a m ostrarse dispuesto a someterse a lo que M arx denominó la “ im becilidad-del-oficio” , es decir, a convertirse en un esclavo de su es­ pecialidad tecnológica y de la tipología de roles que predom ina en ella. Con esto ya estamos en el pun to central de los problem as de la identidad, porque con el establecim iento de una firme relación inicial con el mundo de las habilidades y de las herram ientas y con los que las enseñan y las com­ parten , y con el advenim iento de la pubertad, term ina la infancia pro­ piam ente dicha. Y puesto que el hom bre no es sólo un anim al que aprende sino uno que tam bién enseña y sobre todo, que trabaja, la contribución in m ed iata de la edad escolar al sentim iento de identidad, se puede ex­ presar con las p alabras: “Soy lo que puedo ap render a hacer funcionar.” R esulta inm ediatam ente obvio que p a ra la g ran m ayoría de los hombres, en todas las épocas, esto ha constituido no sólo el comienzo sino también la lim itación de su id en tid ad ; m ejor dicho, casi todos los hom bres siem­ pre h a n consolidado sus necesidades en lo que respecta a la identidad alrededor de sus capacidades técnicas y ocupacionales, dejando a cargo de grupos especiales (especiales por su nacim iento, por preferencia o elec­ ción y por el talento) el establecim iento y conservación de esas institu­ ciones “superiores” sin las cuales el trabajo cotidiano siempre h a parecido una autoexpresión inadecuada, no u n a pesada carga o aun u n a maldición. Q uizá sea por esa m ism a razón que el problem a de la identidad ad­ quiere en nuestra época u n a relevancia no sólo psiquiátrica sino también histórica. P orque a m edida que el hom bre puede dejar a cargo de las m áquinas u n a parte de la carga y de la m aldición que pesan sobre él, v a ad quiriendo la capacidad de visualizar una m ayor libertad de identidad p ara un sector cada vez más am plio de la hum anidad.

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5. A D O L E S C E N C IA A medida que los progresos tecnológicos establecen una distancia cada vez jnayor entre la tem prana vida escolar y el acceso final del joven al trabajo * especializad0) el estadio de la adolescencia se convierte en un período más definido y consciente y, como ha ocurrido siem pre en algunas culturas durante ciertas épocas, se transform a casi en el estilo de vida entre la infancia y la adultez. D e esta m anera, durante los últimos años escolares, los jóvenes, agobiados p or la revolución fisiológica de la m aduración ge). nital y la incertidum bre acerca de los roles adultos que deberán asumir, parecen estar muy interesados en intentos caprichosos de establecer una 1 : subcultura adolescente con algo que se asem eja a una form ación final de lá identidad, m ás que a un desarrollo pasajero o, en realidad, inicial, de la misma. A lgunas veces están m orbosam ente inquietos y con frecuencia cu­ riosamente preocupados por la m anera como aparecen a los ojos de los demás, com parado con lo que ellos sienten que son y con el problem a de Ï-V cómo conectar los roles y habilidades cultivados en épocas más tem pranas con los prototipos ideales del presente. En su búsqueda de u n nuevo senÿ ‘ tido de continuidad y m ism idad, que ahora debe incluir la m adurez se,. jtual, algunos adolescentes tienen que en frentar nuevam ente crisis de épof- cas pasadas antes de estar en condiciones de instalar ídolos e ideales í. perdurables como guardianes de u n a identidad final. Necesitan, sobre todo, una m oratoria para la integración de los com ponentes de la identidad que antes adscribían a los estadios de la infancia: sólo que ahora una unidad más grande, de contornos indefinidos y sin em bargo, inm ediata en cuanto a sus exigencias ^ ^ ‘‘La sociedad”— ^reem plaza al ambiente., de la infancia. U n a reseña de estos elementos es al mismo tiem po u n a lista lí-'íi de los problem as de los adolescentes. í\ '": Si el estadio más tem prano legaba a la crisis de identidad una importañte necesidad de confiar en uno mismo y en los otros, entonces está : claro que el adolescente busca de la m anera más ferviente hombres e • ideas en los que pued a tener fe, lo cual tam bién significa que busca je hombres e ideas a cuyo servicio parecería valer la pena probar que uno mismo es digno de confianza. (Este aspecto se exam inará más extensa. mente en el capítulo sobre la fidelidad.) Al mismo tiem po, sin embargo, el adolescente teme contraer un com prom iso tonto que im plique dem a­ siadas expectativas, p o r lo cual, paradójicam ente, expresará su necesidad de fe con una desconfianza ruidosa y cínica. ¡g ■ Como el segundo estadio establecía la necesidad de ser definido por lo que uno puede desear librem ente, en este m om ento el adolescente busca una o p o rtunidad de tener el consentim iento de los otros p ara decidirse t por uno de los inevitables cam inos del servicio y del deber que están a su disposición, pero, al mismo tiem po, experim enta el m iedo m ortal de verse forzado a realizar actividades en las que se sentiría expuesto al ri­ dículo o dud an d o de sí mismo. Esto tam bién conduce a la paradoja de preferir a c tu a r de m anera desvergonzada frente a sus mayores por

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propia elección, a verse obligado a realizar actividades que resultarían vergonzosas a sus propios ojos o a los de sus pares. Si la herencia de la edad del juego es la imaginación ilim itada en lo que respecta a lo que uno podría llegar a ser, entonces resulta demasiado evidente la disposición del adolescente a depositar su confianza en aquellos' pares y personas mayores, sean buenos o malos consejeros, que p ro p o r­ cionen un ám bito im aginativo, aunque ilusorio, a sus aspiraciones. Por el mismo motivo, el adolescente se opone violentam ente a todas las limita­ ciones “ p ed an tes'’ de sus autoim ágenes y estará dispuesto a d ejar estable­ cida de viva voz toda la culpa que su excesiva am bición le acarrea. Por últim o, si el deseo de hacer que algo funcione, y de hacerlo fun­ cionar bien, es el logro de la edad escolar, entonces la elección de una ocupación asum e u n a significación que va más allá de la cuestión de la rem uneración y del status. Es por esta razón que algunos adolescentes pre­ fieren no tra b a ja r en nada antes que verse obligados a seguir una' ca­ rrera que de alg u n a m anera los com prom etería y les ofrecería el éxito sin la satisfacción de funcionar con u n a excelencia única en su género. En consecuencia, en cualquier período histórico, el sector de la juven­ tud que ten d rá la experiencia más positivam ente em ocionante, será el que se encuentre reflejado en las tendencias tecnológicas, económicas o ideológicas que ap arentem ente prom eten todo lo que la vitalidad juvenil pud iera exigir. L a adolescencia, por lo tanto, resulta un período menos “ tormentoso” para ese sector talentoso de la juventud que sabe ubicar las tendencias tecnológicas en expansión y que, de este modo, es capaz de identificarse con nuevos roles de com petencia e invención y de aceptar sin reservas la perspectiva ideológica que im plican. C uando esto no sucede así, la mente del adolescente se hace más explícitam ente ideológica, con lo que que­ rem os significar que busca algún tipo inspirador de unificación de la tra­ dición, o técnicas, ideas e ideales anticipados. Y, por cierto, el potencial ideológico de u n a sociedad es el que h abla más claram ente al adolescente, ansioso de verse afirm ado por sus pares, confirm ado por sus maestros e inspirado por “ estilos de v ida” que valgan la pena. Por otra parte, si el adolescente sintiera que el m edio tra ta de privarlo de u n a m anera dem a­ siado radical de todas las formas de expresión que le perm iten desarrollar e in teg rar el próxim o paso, puede llegar a resistirse con la fuerza salvaje de los anim ales que de pronto se ven obligados a defender sus vidas, por­ que en la ju n g la social de la existencia h u m ana un individuo no puede sentir que está vivo si carece de un sentim iento de identidad. E n este p u n to me gustaría introducir un ejem plo (que considero re­ presentativo en cu an to a estructura) de la m anera individual como una persona joven, cu an d o se le perm ite cierta libertad, puede utilizar un estilo de vida trad icio n al p ara m anejar un residuo de identidad negativa. Co­ nocí a Jill antes de su pubertad, cuando era b astante obesa y m anifestaba m uchos rasgos “orales” de voracidad y dependencia, al mismo tiem po que se m ostraba com o u n a joven “m achona” que envidiaba am argam ente a sus herm anos y rivalizaba con ellos. Pero era inteligente y siempre parecía

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pregonar (lo mismo que su m adre) que todo term inaría bien. Por cierto, solucionó sus problem as y se estabilizó, se hizo muy atractiva, se convirtió en el líder natu ral de los grupos de los que form aba parte y, para muchos, en un modelo de la juventud fem enina. Como clínico, yo observaba y me preguntaba qué haría esta joven con su voracidad y con la rivalidad •que había m anifestado anteriorm ente. ¿Sería posible que simplemente se hubieran absorbido de m anera fo rtu ita d u ran te el crecimiento? Un otoño, hacia el final de su adolescencia, Jill no regresó a la u n i­ versidad, porque prefirió quedarse en la g ra n ja del Oeste donde había pasado el verano. H abía pedido a sus padres que le perm itieran perm a­ necer allí y, como eran liberales y confiaban en ella, aquéllos le conce­ dieron esta oportunidad y regresaron al Este. D urante ese invierno Jill se especializó en cuidar a los potrillos recién nacidos y se levantaba a cualquier hora de la noche para darles el bi­ berón a los anim ales que más lo necesitaban. Después de haber ad q u i­ rido una aparente satisfacción consigo m ism a y tam bién el sorprendido reconocimiento de los vaqueros, regresó a su hogar y volvió a ocupar su lugar. Pensé que Jill había encontrado y se había aferrado a una opor­ tunidad de hacer activam ente y p ara otros lo que siempre había anhelado hacer por ella, como ya lo h abía dem ostrado una vez cuando se sobreali­ m entaba: había aprendido a alim entar jóvenes bocas ham brientas. Pero lo hiz« en un contexto que, al convertir lo pasivo en activo, tam bién tran s­ formó un antiguo síntom a en un acto social. Se podría decir que se volvió “m aternal” , pero se tratab a de un m aternalismo del tipo que los vaqueros deben m anifestar y que de hecho m a­ nifiestan; por supuesto, Jill realizaba todas sus tareas vistiendo pantalones vaqueros. Esto trajo como resultado el reconocim iento “ de hom bre a hom ­ bre” y el de hom bre a m ujer, así como tam bién la confirm ación de su optimismo, esto es, de su sentim iento de que era posible hacer algo que sintiera como propio, fuera útil y valiera la pena y estuviera de acuerdo con una tendencia ideológica donde hasta tenía un valor práctico inm ediato. Estas “ terapias” autoelegidas dependen, por supuesto, de la libertad con­ cedida con el ánim o adecuado en el m om ento apropiado, y esto a su vez depende de una gran variedad de circunstancias. En el futuro, me p ro ­ pongo publicar fragm entos similares de vidas de niños con mayor d e ta ­ lle; dejemos que este ejem plo quede entre los innum erables casos que ob­ servamos en la vida diaria, donde los jóvenes utilizan sus recursos cuando las condiciones son normales. El extrañam iento de este estadio es la confusión de identidad, que será elaborada con detalles clínicos y biográficos en el próxim o capítulo. Por ahora aceptemos lo que dice Biff en La muerte de un viajante, de A rthur M iller: “No puedo aferrarm e, m am á, no puedo aferrarm e a ningún tipo de vida.” E n los casos en que este dilem a se basa en una fuerte duda previa con respecto a la propia identidad tanto étnica como sexual, o cuando la confusión de roles se une a una desesperanza que data de largo tiempo atrás, no son raros los episodios psicóticos delincuentes y “fronte­

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rizos” . El joven, atu rd id o por la incapacidad p ara asum ir un rol aj que lo ha forzado la inexorable estandarización de la adolescencia con. tem poránea, se evade de diferentes m aneras: dejando de asistir a la es-' cuela, ab an d o n an d o el em pleo, pasando las noches fuera de su casa o aislándose en actitudes caprichosas e incomprensibles. U n a vez que se ha convertido en u n “delincuente” , su m ayor necesidad, y a m enudo su única salvación, es que sus amigos, sus consejeros y los funcionarios judi­ ciales se nieguen a asignarle un rótulo m ediante cómodos diagnósticos y juicios sociales que ignoran las particulares condiciones dinám icas de la adolescencia. Es aquí, como veremos con m ayor detalle, donde el concepto de confusión de identidad tiene un valor clínico práctico puesto que, cuan­ do se los diagnostica y tra ta de m an era adecuada, cierto tipo de inci­ dentes crim inales aparen tem en te psicóticos no poseen la m ism a significa­ ción fatal que p u ed en tener en otros períodos de la vida. E n general, lo que más p ertu rb a a los jóvenes es su falta de habilidad para ubicarse en u n a identidad ocupacional. P ara poder m antenerse jun­ tos, se sobreidentifican pasajeram ente con herpes de pandillas y multitudes hasta el p unto en que parecen haber perdido por com pleto su individua­ lidad. No obstante, ni siquiera “enam orarse” es com pleta o fundam ental­ m ente u n a cuestión sexual d u ran te este estadio. E n gran m edida, el amor del adolescente es un intento de lograr una definición de la propia idem tidad , proyectando sobre otro la im agen difusa de su yo, que así se ve reflejada y establecida gradualm ente. Este es el motivo por el cual la m ayor p arte del am o r de los jóvenes se traduce en conversación. Por ¿1 contrario, tam bién es posible buscar el esclarecim iento por medios des­ tructivos. Los jóvenes pueden llegar a ser ex traordinariam ente exclusivis­ tas, intolerantes y crueles en la discrim inación de los que son “ diferentes” por el color de su piel o p o r sus circunstancias culturales, sus gustos y sus aptitudes y, con frecuencia, por aspectos insignificantes de la ropa y los gestos, que h an sido elegidos, de m anera arb itraria, com o los signos que identifican a u n m iem bro del endo o del exogrupo. En principio, es im portante com prender (lo que no significa disculpar todas sus manifes­ taciones) que dich a intolerancia puede ser, d u ran te un tiem po, una de­ fensa necesaria co n tra un sentim iento de p érd id a de la identidad. Esto es inevitable en u n a época de la vida en que el cuerpo cam bia sus propor­ ciones de m an era radical, la pubertad genital in u n d a tanto el cuerpo como la im aginación con toda clase de impulsos, cuando la intim idad con el otro sexo se va aproxim ando y, a veces, es im puesta a los jóvenes y cuan­ do el fu tu ro inm ediato los enfrenta con dem asiadas posibilidades y elecciones conflictivas. Los adolescentes se ayudan m utuam ente durante el tiem po que d u ra dicha incom odidad no sólo form ando pandillas y este­ reotipándose a sí mismos, a sus ideales y a sus enem igos; tam bién ponen a prueba constantem ente la capacidad de cada uno de ellos p ara m ante: nerse leales en m edio de los inevitables conflictos suscitados por los valores. L a disposición p a ra ese pon er y ponerse a p ru eb a contribuye a explicar (com o se señaló en el capítulo I I ) la atracción que ejercen las doctrinas totalitarias simplistas y crueles sobre la juventud de aquellos países y

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clases sociales que han perdido o están perdiendo sus identidades de grupo (feudal, agraria, tribal o n a c io n a l). Las dem ocracias deben enfrentar el problema de ganar para sus causas a esos jóvenes inm aduros, dem ostrán­ doles de m anera convincente (proporcionándoles la vivencia cíe ello), que una identidad dem ocrática puede ser al mismo tiem po fuerte y tolerante, »sensata y no obstante decidida. Pero la dem ocracia industrial plantea p ro ­ blemas especiales al insistir en identidades logradas por el propio esfuerzo, preparadas para asir muchas oportunidades y dispuestas a adaptarse a las cambiantes necesidades de los ascensos o de las quiebras repentinas, de la paz y de la guerra, de la em igración o de una vida sedentaria deter­ minada. Por lo tanto, la dem ocracia debe ofrecer a los adolescentes idea­ les que puedan ser com partidos por jóvenes de m uchos medios diferentes, que subrayen la autonom ía que asum e la form a de independencia y que aboguen por la iniciativa como trabajo constructivo. Sin embargo, no re­ sulta fácil cum plir estas promesas en sistemas de organización industrial que son económica y políticam ente cada vez más complejos y centrali­ zados, sistemas que reiteradam ente descuidan la ideología “ lograda-por-el propio esfuerzo” de la que aún se alardea en los discursos. Ésto se hace difícil p ara muchos norteam ericanos jóvenes porque toda su educación ha hecho depender el desarrollo de una personalidad que confía en sí mis­ ma de un cierto grado de elección, de la esperanza perdurable de u n a oportunidad individual y de un firme compromiso con la libertad de autorrealización. Aquí no estamos hablando m eram ente de grandes privilegios ni de ele­ vados ideales sino de necesidades psicológicas, porque la institución social que. hemos denom inado ideología es la guarcíiana de la identidad. T a m ­ bién se pueden ver en la ideología las imágenes de una aristocracia en su más am plio sentido, que tiene el doble significado de que dentro de una im agen definida del m undo y de una m archa dada de la historia, la gente m ejor llegará a gobernar y el gobierno desarrollará lo m ejor que hay en la gente. P ara no perderse de m anera cínica o patética, los jóvenes deben ser capaces de convencerse de que los que triunfan asumen ju n to con el éxito la obligación de ser mejores. Puesto que es m ediante su ideo­ logía como los sistemas sociales penetran en la fibra de la próxim a gene­ ración e intentan absorber en—su sangre vital el poder rejuvenecedor de la juventud. D e esta m anera, la adolescencia constituye un regenerador vital en el proceso de la evolución social, porque la juventud puede ofre­ cer su lealtad y sus energías tan to p ara la conservación de lo que con­ tinúa considerando verdadero como p ara la corrección revolucionaria de lo que h a perdido su significación regenerativa. T am b ién podemos estudiar la crisis de identidad en las vidas de indi­ viduos creativos que pudieron resolverla por sí mismos sólo ofreciendo a sus contem poráneos un nuevo m odelo de resolución como el que se ex­ presa en las obras de arte o en las proezas originales y que, además, están ansiosos por contarnos acerca de todo esto en diarios, cartas y re­ presentaciones acerca de sí mismos. Y así como las neurosis de un período particular reflejan de una m anera nueva el caos interior siempre presente

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de la existencia del hom bre, las crisis creativas señalan las soluciones únicas del período. En el próxim o capítulo presentarem os con mayores detalles lo que hemos aprendido acerca de estas peculiares crisis individuales. Pero existe una tercera m anifestación de los restos del infantilismo y de la adolescencia ' del hom bre: la fusión de las crisis individuales en conmociones pasajeras ¿ que llegan a provocar “histerias” . En aquellos casos en que los líderes son flexibles y se expresan con facilidad, sus crisis creativas y las crisis latentes de sus seguidores al menos pueden estudiarse con la ayuda de nuestros supuestos (y de sus escritos). Pero los desarrollos grupales espontáneos que no pueden atribuirse a un líder resultan más evasivos. De todos mo­ dos, no nos ay u d aría dar nom bres clínicos a las conductas irracionales de las masas; sería imposible, por ejem plo, diagnosticar clínicam ente cuánta histeria hay en u n a joven m onja que p articip a en una epidem ia de hechi- ■ zos convulsivos o cuánto “sadismo” perverso hay en un joven nazi a quien se le ha ordenado tom ar p arte en desfiles masivos o en la m atanza de m ucha gente. P or tanto, sólo podem os señalar de m anera m uy provi­ soria ciertas semejanzas entre las crisis individuales y la conducta del grupo con el fin de indicar que, en un periodo dado de la historia, ambas están oscuram ente interrelacionadas. Pero antes de que nos sum erjam os en las pruebas clínicas y biográficas de lo que denom inam os confusión de identidad, echaremos u n a mirada más allá de la crisis de identidad. P or supuesto, las palabras “ más allá de la id entidad” , pueden interpretarse de dos m aneras, ambas esenciales para el problem a. Podrían significar que, en lo que respecta a la natu­ raleza del hom bre, hay algo más que identidad: que en realidad existe en cada individuo un “yo” [7], un centro cuyas funciones son el conoci­ m iento y la voluntad, que puede trascender y que debe sobrevivir a la identidad psicosocial, objeto de nuestro estudio en esta obra. Com o vere­ mos después, d u ran te la ju v en tu d parece experim entarse fuertem ente y de m odo pasajero u n a autotrascendencia a veces precoz, como si hubiera que m antener u n a identidad p u ra, libre de las complicaciones psicosociales. Y sin em bargo, ningún hom bre (sólo K eats, un hom bre ardiente y que estaba m uriéndose, pudo h a b la r de la identidad con palabras que le proporcionaron fam a in m e d ia ta ), puede trascenderse en la juventud. Más adelante hablarem os de la trascendencia de la id en tid ad ; el sub­ título siguiente, “más allá de la id en tid ad ” , se refiere a la vida después de la adolescencia, a los usos de la identidad y al retorno de algunas formas de crisis de identidad en las últim as etapas del ciclo vital. 6. M AS A LLA D E LA ID E N T ID A D La prim era de éstas es la crisis de intimidad. Sólo cuando la formación de la identidad está bien encam inada, puede darse la verdadera intim i­ dad, que es en realidad tan to u n a contraposición como una fusión de identidades. L a intim idad sexual es sólo una p arte de ello, puesto que eS'

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¿vidente que las intim idades sexuales con frecuencia preceden a la capa­ c id a d para desarrollar una verdadera y m utua intim idad psicosocial con



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otra persona, sea en la am istad, en los encuentros eróticos o en la expe­ riencia de la inspiración conjunta. El joven que no está seguro de su iden­ tidad se aleja de la intim idad interpersonal o se lanza hacia actos íntimos ‘»promiscuos” que carecen de fusión verdadera o de un abandono real. ■' C u a n d o un joven no logra organizar, hacia el final de la adolescencia o en los comienzos de la adultez, tales relaciones íntim as con otros — y, yo agregaría, con sus propios recursos interiores— puede establecer rela­ jo n e s interpersonales sum am ente estereotipadas y llegar a desarrollar un p ro fu n d o sentimiento de aislamiento. Si la época favorece un tipo im ­ personal de p au ta interpersonal, un hom bre puede llegar muy lejos en la vida y, sin embargo, vivir un grave conflicto caracterológico, doblemente penoso porque nunca se sentirá realm ente él mismo, a pesar de que todos digan que es “alguien” . La co ntraparte de la intim idad es el distanciamiento, la disposición a repudiar, aislar y, si es necesario,, destruir esas fuerzas y esas personas “guya esencia parece peligrosa para la propia. De esta m anera, la conse­ cuencia perdurable de la necesidad de distanciarse es la inclinación a for­ tificar nuestro territorio de intim idad y solidaridad y a ver a todos los extraños con una fanática “sobreevaluación de las pequeñas diferencias” entre lo conocido y lo desconocido. Estos prejuicios pueden ser .utilizados y explotados en la política y en la guerra y asegurar el leal autosacrificio y la disposición p ara m atar de los m ejores y más fuertes. Es posible encontrar un residuo de este peligro adolescente cuando se experim entan relaciones íntim as, com petitivas y com bativas con y en contra de personas parecidas a uno mismo. Pero a m edida que las áreas de la responsabilidad adulta se delim itan de m anera gradual, y que el encuentro competitivo, el lazo erótico y la enem istad despiadada se diferencian entre si, llegan a quedar supeditados a ese sentimiento ético que caracteriza al adulto y que se hace cargo de la convicción ideológica de la adolescencia y de los axiomas m oralizadores de la infancia. U na vez le preguntaron a Freud qué pensaba que una persona normal debía ser capaz de hacer para vivir bien. Probablem ente el que pregun­ taba esperaba u n a respuesta com plicada y “ pro fu n d a” . Pero Freud sim­ plemente le contestó: Lieben und arbeiten (“am ar y tra b a ja r” ). V ale la pena reflexionar sobre esta simple fórm ula, que se hace más profunda a medida que se la piensa: porque cuando Freud dijo “ am or” , se refería tanto a la generosidad de la intim idad como al am or genital; cuando dijo “amor y trab ajo ” , queria significar una productividad general en el trabajo que no debía preocupar al individuo al extrem o de que éste pudiera p er­ der su derecho o su capacidad para ser un sujeto sexual y am ante. El psicoanálisis ha destacado la genitalidad como u n a de las condi­ ciones evolutivas para la. plena m adurez. La genitalidad es la capacidad de desarrollar una potencia orgástica que es algo más que la descarga de los p rn ., :tos sexuales en el sentido !os “desagües” de Kinsey. Com ­ bina /.-hadurez de la m utualidad sexual íntim a con la sensibilidad geni­

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tal total y con una capacidad p a ra !a descarga de !a tensión de la tota, lidad del cuerpo. Lo expuesto es m ás bien u na m anera concreta de decir algo acerca de un proceso que en realidad aún no comprendemos. Pero la experiencia de com partir el clím ax del orgasm o proporciona de manera clara u n ejem plo suprem o de la regulación m u tu a de pautas m uy complejas y de alguna m anera aplaca la hostilidad y la rabia potencial qUe surgen ante la evidencia cotidiana tan to de la polaridad m acho y hembra como de las oposiciones entre realidad y fantasía, am or y odio, trabajo y. juego. Esta experiencia convierte a la sexualidad en un aspecto menos obsesivo y excluye la necesidad del control sádico de la pareja. Antes de que se alcance dicha m adurez genital, gran p arte de la vidal sexual tiene las características de la búsqueda de sí mismo y del deseo aprem iante de lograr la id e n tid a d : en realidad, o bien cada miembro de la p a re ja sólo tra ta de encontrarse a sí mismo, o la relación se man­ tiene como un com bate genital en el que cada uno trata de vencer al otro. T o d o esto pasa a fo rm ar p arte de la sexualidad adulta, pero es gradual­ m ente absorbido a m edida que las diferencias entre los sexos cristalizan en la polarización d entro de un estilo de vida com partido. Porque las fuerzas vitales ya establecidas h a n contribuido prim ero a la semejanza de los dos sexos en cuanto a conciencia, idiom a y ética, p ara permitirles después ser diferentes de u n a m an era m adura. A dem ás de atracción erótica, el hom bre h a desarrollado una selecti­ vidad en el “ am or” , que está al servicio de u n a identidad nueva y com­ partid a. Si bien el extrañam iento típico de este estadio es el aislamiento es decir, la incapacidad de arriesgar la p ropia identidad al com partir una verdadera intim idad, a m enudo tal inhibición se refuerza con el temor al resultado de la in tim id ad : los hijos y su cuidado. Sin em bargo, el am or como devoción m u tu a supera los antagonism os inherentes a la pola­ rización sexual y funcional y constituye la fuerza vital de la adultez joven. Es el g u ard ián de ese esquivo au n q u e m uy penetrante poder del estilo cultural y personal que perm ite reu n ir las afiliaciones de la competencia y la cooperación, la producción y la procreación en un “estilo de vida”. Si quisiéram os continuar “más allá de la identidad” con el juego de los modelos “Yo soy” , tendríam os que cam biar el tono, porque de ahora en ad elante la afirm ación de id en tid ad se basa en la fórm ula “Nosotros somos lo que am am os” . L a evolución ha convertido al hom bre tan to en un anim al que enseña como en u no que aprende, porque la dependencia y la m adurez se dan en u n a relación de reciprocidad: el hom bre m aduro precisa que lo nece­ siten y la m adurez es guiada p o r la n aturaleza de aquello que debe cuidar. E n consecuencia, la generatividad constituye fundam entalm ente la pre­ ocupación p o r afirm ar y guiar a la generación siguiente, aunque hay, por supuesto, m uchas personas que, por alguna desgracia o a causa de dotes especiales y genuinas de otro tipo, no aplican este impulso a sus propios hijos sino a otras form as de interés y creatividad altruistas que puedan absorber esta clase especia! de im pulso paternal. A unque >el con­ cepto de generatividad incluye, p o r cierto, la productividad y la creati­

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vidad, ninguna de las dos puede reem plazarla, sin em bargo, cuando se

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trata de designar una crisis en desarrollo. Porque la capacidad de entre­ garse por completo en el encuentro de los cuerpos y de las m entes lleva a una expansión gradual de los intereses del yo y a un vuelco de catexia libidinal hacia aquello que se está generando. C uando este enriquecim iento falla, se produce una regresión de la generatividad a una necesidad objgsiva de seudointim idad, acom pañada con frecuencia por un profundo sentimiento de estancamiento, aburrim iento y em pobrecim iento interpersonal. En estos casos los individuos comienzan a gratificarse como si fuetan sus propios hijos únicos — o los de otros— y, cuando se dan las condiciones favorables, la invalidez precoz, física o psicológica, se convierte en el vehículo de la preocupación por sí mismos. Por o tra parte, el mero hecho de tener, o aun de querer hijos, no “logra” la generatividad. Algu­ nos padres jóvenes parecen experim entar un retardo en su habilidad para desarrollar un verdadero cuidado de los hijos. Con frecuencia las razones se encuentran en impresiones infantiles tem pranas, en identificaciones de­ fectuosas con los padres, en un excesivo am or a sí mismo basado en una personalidad que se h a m odelado con dem asiado esfuerzo personal y en la carencia de fe, de cierta “ creencia en la especie” , que convierte a un niño en una expectativa agradable. No obstante, la naturaleza misma de la generatividad sugiere que ah o ra debemos buscar su patología más cir­ cunscripta en la generación siguiente, esto es, en la form a de esos extra­ ñamientos inevitables que hemos enum erado al referirnos a la infancia y a la juventud y que pueden aparecer en condiciones más graves como re­ sultado del fracaso generativo de los padres. En lo que respecta a las instituciones que refuerzan y salvaguardan la generatividad, sólo podemos decir que todas las instituciones, por su mis­ ma naturaleza, codifican la ética de la sucesión generativa. L a generati­ vidad es en sí misma un poder que da impulso a la organización hum ana. Y los estadios de la infancia y de la adultez constituyen un sistema de generación y regeneración al que instituciones como los hogares com par­ tidos y la división del trabajo luchan por d ar continuidad. D e esta manera, las fuerzas básicas enum eradas aquí y los fundam entos de una comunidad hum ana organizada, han evolucionado en form a paralela como un intento de establecer un conjunto de métodos com probados y un fondo de reaseguram iento tradicional que perm ite a cada generación hacer frente a las necesidades de la siguiente con relativa independencia d e diferencias personales y condiciones cambiantes. El fruto de los siete estadios sólo m ad u ra gradualm ente en la persona que está envejeciendo, que se h a ocupado de las cosas y de la gente y se ha adaptado a los triunfos y a los desengaños de ser, por necesidad, el que h a dado origen a otros y h a producido objetos e ideas. P ara ex­ presar este resultado, no conozco m ejor palabra que integridad-, a falta de una definición clara, señalaré algunos com ponentes de este estado m en­ tal. Es la seguridad que obtiene el yo de su inclinación al orden y el 'Significado (u n a integración em ocional fiel a los portadores de imágenes del pasado y dispuesta a tom ar, y eventualm ente a renunciar, al lide­

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razgo en el p resen te). Es la aceptación de un ciclo vital único y prop¡0 y de las personas que h an llegado a ser significativas para él, como algo que inevitablem ente tenía que ser así y que no adm ite sustituciones. Sig. nifica, pues, u n a m an era nueva y diferente de am ar a los propios padres sin desear que hayan sido diferentes, y u n a aceptación del hecho dé que uno es responsable de su propia vida. Es un sentim iento de camara-' derla con hom bres y m ujeres de épocas lejanas, que estaban empeñadoT' en la búsqueda de cosas diferentes y que h an creado sistemas, objetos y. lenguajes que transm iten dignidad h u m an a y am or. A unque consciente de la relatividad de todos los diversos estilos de vida que han otorgado sentido al esfuerzo hum ano, el individuo que posee integridad está dis­ puesto a d efen d er la dignidad de su propio estilo de vida contra todas las am enazas físicas y económicas. Porque sabe que una vida individual es la coincidencia accidental de un ciclo vital único con un solo segmento de historia, y que p ara él toda posibilidad de integridad h u m ana se man­ tiene o sucum be con el único tipo de integridad que él com parte. L as pruebas clínicas y antropológicas sugieren que la falta o la pérdida de esta integración del yo se m anifiesta por el disgusto y la desesperación: no se acep ta el destino como m arco de la vida ni la m uerte como su lím ite definitivo. L a desesperación expresa el sentim iento de que el tiempo es corto, dem asiado corto p a ra el intento de iniciar otro tipo de vida y p a ra p robar diferentes alternativas que lleven a la integridad. Esta deses­ peración con frecuencia se esconde detrás de u n a m anifestación de dis­ gusto, de la m isantropía o el crónico desagrado desdeñoso por algunas instituciones y personas en p articu lar (un disgusto y un desagrado que, cuando no están aliados a la visión de una vida superior, sólo manifiestan el desprecio del individuo por sí m ism o). E n consecuencia, una vejez plena y significativa, que precede a una posible senilidad, está al servicio de la necesidad de esa herencia integrada que da la perspectiva indispensable al ciclo vital. A quí la fuerza tom a la form a de esa preocupación desinteresada, y sin em bargo activa, por la vida lim itad a p o r la m uerte, que denom inam os sabiduría en sus m uchas con­ notaciones, q u e v an desde los “ chistes” que trascienden una m adura expe­ riencia hasta el conocim iento acum ulado, el juicio m aduro y la interpre­ tación com prensiva. No se tra ta de que cada hom bre pueda desarrollar la sabiduría p o r sí m ism o; p a ra la m ayoría, el núcleo de ellá^está en una tradición viviente. Pero el fin del ciclo tam bién evoca las “preocupaciones últim as” acerca de las oportunidades que puede tener el hom bre de tras­ cender las lim itaciones de su identidad y de su compromiso, con frecuencia trágico o am arg am en te tragicóm ico, en su único ciclo vital dentro de la secuencia de las generaciones. Con todo, los grandes sistemas filosóficos y religiosos que se o cupan de la individuación últim a parecen haberse vin­ culado de m an era responsable con las culturas y civilizaciones de su época. Y sin em bargo, al buscar la trascendencia p or m edio del renunciamiento, continúan éticam ente preocupados por el “m antenim iento del m undo”. Por la m ism a razón, se puede evaluar una cu ltu ra por el significado que da al ciclo de vida com pleto, puesto que ese significado, o su ausencia,

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na puede d ejar de llegar hasta los comienzos de la generación siguiente de esta m anera, a las oportunidades que tienen los otros de enfrentar oroblemas esenciales con alguna claridad y fuerza. ‘ Sea cual fuere el abismo al que pueden conducir a los hombres en cuanto entidades individuales las preocupaciones esenciales, de todos mo'dcSj hacia el final de su vida, el hom bre como criatura psicosocial en ­ frentará una nueva edición de u n a crisis de identidad que podemos for­ mular con las palabras “Soy lo que sobrevive de m í” . En consecuencia, desde los estadios de la vida, ciertas disposiciones como la fe, la fuerza j e voluntad, la determ inación, la com petencia, la fidelidad, el am or, el cuidado, la sabiduría — todos los criterios de la fuerza vital individual— se vuelcan tam bién en la vida de las instituciones. Sin ellos, éstas se des­ moronan; pero si el espíritu de las instituciones no im pregna a su vez las pautas de cuidado y am or, de instrucción y entrenam iento, no podría surgir ninguna fuerza de la secuencia de las generaciones. Llegamos, pues, a la conclusión de que la fuerza psicosocial depende de un proceso total que regula al mismo tiem po los ciclos de vida indivi­ duales, la secuencia de las generaciones y la estructura de la sociedad, puesto que los tres se han desarrollado juntos.

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C ap ítu lo IV LA C O N FU SIO N DE ID E N T ID A D EN LA H IST O R IA DE VIDA Y EN LA H IST O R IA D E CASOS

1. B IO G R A F IC A I: C O N F U S IO N C R E A T IV A I. G .B .S .*

( 7 0 a ñ o s ) , a cerca del jo v e n S liaw ( 2 0 a ñ o s)

C uando G eorge B ernard Shaw era un hom bre famoso de setenta años tuvo que reseñar y hacer el prefacio de las obras que había escrito du­ ra n te los prim eros veinte años de su vida y que no habian tenido éxito, a saber, dos volúm enes de ficción que no habian sido publicados ante­ riorm ente.1 C om o era de esperar, Shaw se dedicó a esclarecer la producción de su adultez joven, pero sin dejar de ofrecer al lector un análisis deta­ llado del joven Shaw. Si no fuera tan engañosam ente ingenioso en lo que dice acerca de su prim era juventud, sus observaciones bien podrían hab er sido reconocidas como un logro analítico que, en realidad, apenas requiere u n a interpretación adicional. Sin em bargo, Shaw se distingue de los dem ás escritores porque hace sentir cóm odo a la vez que incómodo a su lector a lo largo de un sendero de aparentes superficialidades y pro­ fundidades repentinas. M e atrevo a citar aqui algunos trozos de su obra que ilustran mis propósitos, sólo con la esperanza de excitar la curiosidad del lector lo suficientem ente como p a ra que siga cada paso de su exposición. G. B. S. (ya que ésta es la identidad pública que fue u n a de sus obras m aestras) describe al joven Shaw como “extrem adam ente desagradable e indeseable” , “en m odo alguno reticente en lo que respecta a opiniones diabólicas” , pero al mismo tiem po interiorm ente “ p a d e c ie n d o ... de una simple co b ard ía . . . y horriblem ente avergonzado por ello” . “ Lo cierto es llega a la conclusión— , que todos los hom bres están en u n a posición * G . B . S . : Siglas p o r las que se conoce a G eorge B e rn ard S h a w en los países sajones: [T.] 1 G. B. S h a w : S e l e c t e d P r o s e . N u e v a York, D o d d , M e a d , 1952.

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zr-fe' t . en ia sociedad hasta que h an realizado sus posibilidades y se han 8 uesto a sus vecinos. Se atorm entan continuam ente por esa deuda conc ,imP mismos ; sin em bargo, irritan a los demás con su incesante y exagerada sigotasía en ese mismo aspecto. E sta discordancia sólo puede ser resuelta 1 r el éxito o los fracasos reconocidos: todos los individuos se sienten in­ |a3: ' cómodos hasta que encuentran su lugar n atu ral, sea por encim a o por Kfc: debajo de su origen.” Pero Shaw siempre debe exceptuarse de cualquier Jl* t»v universal que enuncia sin darse cu en ta; por lo tanto, agrega: “ Este descubrimiento del propio lugar puede confundirnos m ucho, porque en la sociedad com ún no hay lugar p ara los individuos fuera de lo com ún.” 1 A continuación Shaw describe una crisis que padeció cuando tenia veinte r v años, la cual no fue consecuencia de la falta de éxito o de la ausencia de un rol definido, sino el producto de la abundancia de ambos: “ Me fue bien a pesar de mí mismo y descubrí con espanto que el Negocio, en vez de despedirme como al im postor despreciable que era, se asia a mi sin ninguna intención de dejarm e ir. C ontem pladm e, por lo tanto, a los veinte años, con un entrenam iento comercial, en una ocupación que detestaba tan cordialmente como cualquier persona cuerda se perm ite detestar algo de lo que no puede escapar. En el mes de marzo de 1876 dejé todo.” D ejar todo significaba abandonar a la fam ilia y a los amigos, la ocupación y a Irlanda, y evitar el peligro de un. éxito que no estuviera a la altura de “mi enorm e am bición inconsciente” . Se concedió una prolongación del M intervalo entre la juventud y la adultez, lo que denom inarem os una “m o­ ratoria psicosocial” . Escribe: “C uando sali de mi ciudad natal, dejé atrás esta fase y no me vinculé más con hom bres de mi edad, hasta que, des­ pués de casi ocho años de soledad en este aspecto, me atrajo el renaci­ miento socialista de la década del 80, que se desarrolló entre ingleses intensamente serios que ardían de indignación frente a los males muy reales y fundam entales que asolaban a todo el m undo.” M ientras tanto, Shaw parecía evitar las oportunidades, presintiendo que “detrás de la convicción de que no podrían conducirm e a n ad a de lo que yo queria, estaba el miedo inconfesado de que podrían conducirm e a algo que no quería” . Esta parte ocupacional de la m oratoria estaba reforzada por una parte intelectual: “No puedo ap ren d er nada que no me interese. Mi m e­ moria no es indiscrim inada; rechaza y selecciona, y sus selecciones no son académ icas. . . M e felicito por esto, puesto que estoy firm em ente conven­ cido de que toda actividad artificial del cerebro es tan dañosa como t o d a ' actividad artificial del cuerpo. . . L a civilización siempre se arruina dando a las clases dirigentes lo que se denom ina educación secundaria. . .” Shaw se dedicó a estudiar y a escribir como queria, y fue entonces cuando el funcionam iento extraordinario de u n a personalidad extraor­ dinaria pasó a prim er plano. Se las ingenió p ara abandonar la clase de trabajo que había estado haciendo sin renunciar al hábito del trabajo: M i e n tr e n a m ie n to en la oficina m e h a b ia de ja d o el há b ito de hacer algo r e g u ­ larm ente todos los dias como u n a condición f u n d a m e n ta l de la laboriosidad que la distinguía del ocio. Sabia que no progresaría, a menos que hiciera esto, y que de o tra m a n e r a n u n c a escribiría u n libro. M e proveía de seis peniques de p a pel

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blanco de 0,37 X 0,55 centímetros, lo doblaba en c u atro parte s y me condenaba a lle na r cinco páginas por día, lloviera o hiciera buen tiempo, estuviera yo abu. r r id o o inspirado. A ú n había en mí t a n to del escolar y del em p le ad o que si rnij cinco págin as t e r m in a b a n en la m itad de una oración, no la finalizaba hasta el día siguiente. Por otra parte , si p e rd ía u n día lo com pensaba haciendo doble tarea al o t r o día. Siguiendo este p lan p ro d u j e cinco novelas en cinco años. Fue mj a p r e n d iz a je p r o f e s i o n a l . . .

Podem os agregar que estas cinco novelas no fueron publicadas durante más de cincuenta años, pero Shaw había aprendido a escribir a medida ■ que trab ajab a, y a esperar a m edida que escribía. C uán .im portante era p a ra las defensas interiores del joven esa ritualización inicial de la tarei. de su vida, se puede apreciar en u n a de esas observaciones casuales (en realidad, a c la ra to ria s), en las que el gran hacedor de frases adm ke casi con recato sus comprensiones psicológicas: “ M e he elevado por mera gravitación, dem asiado laborioso p o r el hábito adquirido como para in­ terru m p ir el trab ajo (trab ajo de la m ism a m anera que mi padre bebía)”. D e este m odo señala esa com binación de adicción y compulsión que ob­ servam os como la base de gran p arte de la patología hacia el final de la adolescencia y de algunos logros de la adultez joven. Shaw describe detalladam ente la “ neurosis del trago” de su padre, des- ^ cubriendo en ella u n a de las fuentes de su hum or punzante: “T enia que ser u n a tragedia o una brom a de la fam ilia.” Porque su padre no era “jovial, pendenciero ni jactancioso, sino desgraciado, atorm entado por la vergüenza y el rem ordim iento” . Sin em bargo, el padre tenía un “sentido •humorístico del anticlím ax que heredé de él y que usé eficazmente cuando me hice escritor de comedias. El efecto de su anticlím ax típico dependía de nuestro sentido de lo sagrado (del tem a) . . . Parece providencial que me viera llevado a lo fundam ental de la religión m ediante la reducción de todos sus elementos artificiales o ficticios hasta el absurdo más irre­ verente” . U n nivel m ás inconsciente de la tragedia edipica de Shaw está repre­ sentado con el simbolismo de los sueños en lo que parece ser una “me­ m oria de p a n ta lla ” , esto es, u n a escena condensada está en lugar de otras sem ejantes : U n niño que ha visto “ al g o b e rn a d o r” * con u n ganso m al envuelto debajo de u n brazo v u n j a m ó n en las mismas condiciones de b ajo del otro fambos com­ p r a d o s sabe Dios bajo qué ilusión de f e stivida d), embistiendo la p a r e d del jardín en la creencia de que estaba abriendo la p ue rta , y transform a ndo su sombrero alto en u n a c oncertina d u r a n te el procedim iento, y que, en vez de sentirse abru­ m a d o p o r la v e rgüenza y la ansiedad frente a tal espectáculo, se vio tan imposi­ bilitad o po r la diversión (ruidosa m e nte c o m p a r tid a p o r el tío m a t e rn o ) que apenas p u d o a c u d i r al rescate del sombrero y c o n d u cir a su d u e ñ o a u n lu g a r seguro, no es, e v id e n tem en te , un niño a u e h a r á tragedias de las Dequeñeces sino oue h^m p equeñeces de las tragedias. Si u n o no p u e d e librarse del m u erto de la familia,** p o r lo m enos pu e d e hacerlo bailar. * G o b e r n a d o r : E n este caso, térm ino familiar con que u n niño suele llamar a su p adre. [T.j ** M u e r t o d e l a f a m i l i a : E n el original inglés el a u to r utiliza la expresión idio­ m à t i c a f a m i l y s k e l e t o n que se tr a d u c e p o r “ secreto o m otivo de ve rgüenza e n una

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- Resulta obvio que el análisis del aspecto psicosexual de la personalidad Je Shaw podría encontrar un sólido punto de anclaje en el simbolismo de Ja impotencia p aterna en este recuerdo. Shaw explica la decadencia de su padre con un análisis brillante de ]as circunstancias socioeconómicas de su época. Porque el padre era “ pri­ mo segundo de un baronet y m i m adre la hija de un caballero rural cuya máxima era: 'Si estás en dificultades, hipoteca’. Esa era mi pobreza” . Su padre era “el hijo m enor de un hijo m enor de un hijo m enor” ; además, “todo lo contrario de un advenedizo, y yo era su hijo” . Sin em bargo llega a la conclusión de que: “D ecir que mi padre no podía permitirse darm e una educación universitaria es como decir que no podía perm itirse beber, o que yo no podía convertirm e en autor. Ambas afirmaciones son verda­ deras, pero él bebía y yo llegué a ser un escritor lo mismo.” Recuerda a su m adre por “ una o dos raras y deliciosas ocasiones en que me untó el pan con m anteca. Le puso m ucha m anteca en vez de limpiar simplem ente el cuchillo en él” . L a m ayor parte del tiem po, no obs­ tante, dice de m anera significativa, m eram ente “me aceptaba como un fenómeno natural y acostum brado y daba por sentado que yo me segui­ ría m anifestando de ese m odo” . Debe haber habido algo reasegurador ,en esta clase de im personalidad, porque “ técnicam ente hablando, diría que era la peor m adre que se puede concebir, siempre, sin em bargo, den­ tro de los límites del hecho de que era incapaz de hacer daño a cualquier niño, anim al o flor o, por cierto, a cualquier persona o cosa . . Si esto no pudiera considerarse como una devoción selectiva o como una ed u ­ cación, Shaw explica: “ Mi educación fue m ala porque la de mi m adre fue tan b u e n a ... En su justa reacción c o n tr a ... las represiones y tira ­ nías, los retos y las intim idaciones y castigos que había sufrido durante su infancia. . . llegó a asum ir u n a actitud negativa en la que, careciendo de un sustituto que pudiera proponer, llevó la anarquía doméstica tan lejos como es posible hacerlo según la naturaleza de las cosas” . En general, la m adre de Shaw era “ una m u jer totalm ente hastiada y desilusionada. . . que sufría porque tenía un esposo irrem ediablem ente frustrante y tres hijos aburridos que habían crecido dem asiado para que pudiera m im arlos como a los anim ales y los pájaros que le gustaban tanto, para no m encionar la hum illante insuficiencia de la renta de mi p ad re” . Shaw tenía realm ente tres padres; el tercero era un hom bre que se llamaba Lee ( “ meteórico” , “ im petuoso” , “m agnético” ) , que daba leccio­ nes de canto a su m adre, sin dejar de reorganizar a toda la fam ilia lo mismo que a los ideales de B ernard: “ A pesar de que reem plazaba a mi p a d r e com o factor do m in a n te en la fa­ milia, y a c a p a r a b a toda la activid ad y el interés de mi m a d r e , estaba tan com ple­ tam ente absorbido por sus inclinaciones musicales q u e no existía roce alguno y apenas si alg ú n c onta cto personal intim o e ntre los dos hom bres; p o r cierto, ninfamilia” . En este contexto me pareció más c onveniente traducirlo p o r “ m uerto de la familia” y no por “ esqueleto de la familia” , ya que la p a la b ra “ esquele­ to” se presta a confusión puesto que tam b ién p o d r í a interpretarse como “ estruc­ tu ra ” . [T.]

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g u n a desavenencia. Al principio sus ideas nos asom braron. Decía que ia gente debía d o r m ir con las ventanas abiertas. El atrevim iento que había en esto nie a traía, y así lo he he cho desde entonces. Com ía pan negro en vez de par, blancouna pasm osa e x c e n tr ic id a d .”

’ vulgar 1 p ero eso no im porta si hace reir. L a vulgaridad es un compoüqj¿jjte necesario del bagaje de un autor com pleto, y a veces el payaso es el mejor núm ero del circo.”

D e los m uchos elementos de identidad que derivaron de un cuadro tan confuso, perm ítasem e seleccionar, condensar y ciar un nom bre a tres de ellos.

3. El diabólico

1. El esnob “ C om parados con familias inglesas semejantes, teníamos tal poder p ara hacer m ofa de lo dram ático que hacía sacudir m ás fuerte los huesos de los esqueletos de los Shaw .” Shaw reconoce esto como el “esnobismo de la fam ilia m itig ad o por el sentido del hum or de la fam ilia” . Por otra parte, “ aunque mi m adre no era conscientem ente una esnob, la divinidad que rodeaba a u n a d am a irlandesa de su época no era aceptable para los padres británicos que vivían en los suburbios, todos esnobs, que estaban cerca de ella (com o alum nos p ara sus lecciones particulares de m úsica)” , Shaw ex p erim en tab a “ un enorm e desprecio por el esnobismo de la fami­ lia” , hasta que descubrió que uno de sus antepasados era un conde de Pife: “ E ra tan bueno como descender de Shakespeare, en quien desde la cu n a h ab ía resuelto inconscientem ente reencarnar.”

2. El que hace ruido D u ran te to d a su infancia, Shaw parece haber estado expuesto a una agresión oceánica en lo que respecta a la m ú sica: la fam ilia tocaba trom­ bones y figles, violoncellos, arpas y panderetas y, sobre todo o lo que era peor, can tab a. P or últim o, sin em bargo, aprendió solo a tocar el piano, con u n a estridencia intrusiva. C u a n d o r e c u e r d o to d o el estrépito, los silbidos, rugidos y gruñidos con que t o rtu rá b a m o s a los nerviosos vecinos d u r a n te este proceso educativo, me consume u n re m o r d i m ie n to inútil . . . Solía volver [a mi madre] casi loca con mis selec­ ciones favoritas de l A n i l l o de W agner, que p a r a ella era “todo recitativ o” y, en lo q u e re sp e c ta a esto, horriblem ente desento nado. En esa época ella nunca se quejó , pe ro lo confesó después q u e nos separamos, diciendo que a veces se había ido a o t r a h a b ita c ió n a llorar. Si hubiera com etid o un asesinato no creo que hu­ biera p e r tu r b a d o m u c h o mi conciencia, pero no pue do soportar el pensar en esto.

Shaw no da m uestras de haberse dado cuenta de que, en realidad, puede h ab er ap re n d id o a p ag ar con la misma m oneda a sus torturadores musicales. E n lug ar de ello, transigió convirtiéndose en crítico musical, es decir, en alguien que escribe acerca del ruido que hacen otros. Como crítico, eligió el seudónim o C orno di Bassetto (el nom bre de un instru­ m ento apenas conocido y de sonido tan hum ilde que “ni siquiera el dem onio p o d ría hacerlo destacar” ). Sin em bargo, Bassetto llegó a ser un crítico brillante y, más aú n : “No puedo negar que a veces Bassetto era

■ Así describe el modo como el pequeño, que sin duda se sentía solo (su ¡nadre escuchaba únicam ente a los que hacían ruidos musicales) llegó a ysar su im aginación p ara conversar con un im portante com pañero im a­ ginario: “D u ran te mi infancia ejercité m i genio literario com poniendo mis -propias plegarias. . . E ran unas obras literarias p ara el entretenim iento y (1propiciación del Todopoderoso.” De acuerdo con la irreverencia de su fai milia en lo que respecta a cuestiones religiosas, la piedad de Shaw debía - encontrarse y descansar en aspectos negativos de la religiosidad que en 1 él pronto se convirtió en una mezcla de “integridad in te le c tu a l... sin­ cronizada con el despertar de la pasión m oral” . Al mismo tiempo, parece que Shaw fue (de una m anera no especificada) un pequeño demonio cuando niño. Sea como fuere, no se sentía idéntico a sí mismo cuando ( era bueno: “A un cuando era un niño bueno, lo era sólo teatralm ente, porque, como dicen los actores, m e veía en el papel.” Y, por cierto, cuan.. do terminó su lucha por la identidad, es decir, “cuando la naturaleza com; pletó mi apariencia en 1880 o aproxim adam ente en esa fecha (sólo un a vello suave creció en mi cara hasta que tuve 24 a ñ o s), me encontré equi­ pado con los bigotes y las cejas con las puntas hacia arriba, y los sarcás.ticos orificios nasales del dem onio de opereta cuyos aires (de G ounod) I había cantado de niño, y cuyas actitudes había asum ido en mi infancia. .Después, a m edida que las generaciones se alejaban de mí, . . . empecé a Apercibir que la ficción im aginativa es a la vid a lo que el esbozo es al cuadro o la concepción a la estatua” . De este m odo, más o menos explícitam ente, G . B. S. investiga sus pro>pios orígenes. No obstante, vale la pena señalar que lo que finalm ente ( llegó a ser le parece tan innato como la deseada reencarnación en Sha­ kespeare que mencionamos antes. Sobre su m aestro dice: “M e confundía \ con sus intentos de enseñarme a leer, puesto que no puedo recordar nin­ guna época en la que una página im presa no fuera inteligible para mí y sólo puedo suponer que nací sabiendo leer.” Sin embargo, pensaba en .i varias elecciones profesionales: “ Soñaba con ser un M iguel Angel o bien -un Badeali (tened en cuenta, de paso, que con respecto a la literatura no . tenía ninguna fantasía, de la m ism a m anera que un pato no las tiene con ’respecto a la n atació n ).” Tam bién se autodenom ina “ un com unista de nacim iento” (esto signi­ fica, nos apresuram os a aclarar, un socialista fab ian o ), y explica la paz que atrae aparead a la aceptación de lo que uno parece haber sido hecho para ser: el “ com unista de nacim iento. . . sabe dónde está él y dónde está esta sociedad que tanto lo ha intim idado. Se h a curado de su m a u v a i s e h o n t e . . . ” D e esta m anera, “ el intruso consum ado” gradualm ente llegó a convertirse en el excelente m iem bro de la sociedad que era él. “Estaba” ,

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■■■„■? £1 mismo padeció una grave tensión em ocional para la que en vano busdecía, “fuera de la sociedad, fuera de la política, fuera de los deportes T ja ayuda de diversos tratam ientos para los nervios. Sus cartas confirm an fuera de la iglesia” (pero ésto sólo dentro de los límites de la barbarie"t. ¡Sí-.--- e estaba interesado tam bién en las crisis de sus amigos y que los aconb ritá n ic a ). . . . C uando se hacía referencia a la música, la pintura, ]a b- ^ á ^ j' aba A » rcon n n un n n apasionam a p a s i o n a m iiento e n t o que m í e traicionaba t r a i c i o n a b a su propia nrnnia llucha u c h a ñor por la literatu ra o la ciencia, las posiciones se invertían: “yo era el que ocupaba '‘> ~ ® |^ ’c0r¿ura. Además, en el peculiar am biente de Boston — que disfruta con una posición v en tajo sa” . * p#op°siciones tan estridentes como la antítesis entre vigor m aterialista e inA m edida que investiga todos estos rasgos hasta llegar a la infancia áJí versión del espíritu y de la m ente— se vio arrastrad o a un debate sobre Shaw tom a conciencia del hecho de que sólo un tour de force podría ha! ¿v curación por la fe. Por últim o, fue uno de los hombres que acogieron herios in teg rad o : jife-con beneplácito las escuelas psiquiátricas que surgían, entre ellas la de _. , , , . . . , , í'~Freud, quien visitó los Estados U nidos en 1907. A unque F reud le produjo Si he de ser c om p le ta m e n te com unicativ o sobre este tema, debo agregar que 1, fe r 11" ’ f e , , , , , . , . , r. . n , , 1 ja impresión de un hom bre obsesionado por ideas fijas (en lo que respecta m e ra rudeza q u e t a n p ronto desaparece se veía com plicada por u n a extranjería "c ' SI a sí mismo no pudo hacer nada con las teorías de los sueños de Freud, m uy p ro f u n d a q u e h a hecho que toda mi vida fuera un transeúnte de este planeta más que u n n a tiv o d e él. Sea que haya nacido loco o un poco dem asiado cuerdo ? decía Jam es, como han dicho m uchos de los m ás y de los menos intelimi rein o no e r a de este m u n d o : me sentia en mi elemento sólo en los dominios gentes antes y después de él), no obstante m anifestó que esperaba que de mi im a ginac ión, y c óm odo sólo con los grandes muertos. Por lo tanto, tenia efe preud y sus discípulos continuaran sus investigaciones. que c onvertirm e en actor y crearm e u n a personalidad fantástica a p ro p ia d a, capaa 'jpfe A continuación citaré unas pocas de la más sobresalientes formulaciode ente nderse c o n los hombres, y a d ap tab le a los diversos papeles que tenia que r e p re se n tar c o m o a u to r, periodista, orador, politico, m iem bro de u n a comisión í?S nes de James, extraídas no de sus tratados teóricos sino de sus confesiones h om bre de m u n d o , etcétera. pr más personales, en las que da u n a exnresión sum am ente vital a la expe­ l a riencia de una prolongada crisis de identidad. S ignificativam ente, Shaw llega a la conclusión de que “en esto tuve éxito Jfe fe William Jam es, como señala M atthiessen “alcanzó la m adurez de mam ás tarde, au n q u e dem asiado” . Esta afirm ación ilustra de m anera sin, , ,. , , , . . . . » lan era extrem adam ente lenta” .2 T eniendo va veintiséis años escribía a W eng u lar ese leve disgusto con el que a veces los hombres mas viejos revén , ,, u , I(T-. , ,-• fe , ., , „ f ., ■ ,, , ^ J • p íd ell Holm es: D a n a muchísimo por tener alguna pasión constructiva, la id entidad inexorable que han adquirido en su juventud (un disgusto fe. Una y otra vez encontram os esta queja nostálgica en los jóvenes univer­ que en las vidas de algunos puede convertirse en m ortal desesperación y sa ' sítanos de hov; sólo en la vida de Jam es la du d a y la dem ora se debían, tener u n a inexplicable im plicación psicosom ática). f e ’ se'hin M atthiessen, a la fanática insistencia del padre en ser, que hacía Shaw resum e el final de la crisis de su prim era juventud con estas pa­ ¿fe difícil a la m ayoría de sus hijos descubrir qué podrían hacer en el caso labras: “ Poseía el hábito intelectual, y mi natural com binación de la fe de que hicieran algo (a pesar de que por lo m enos a dos de ellos con el facultad critica con el recurso literario sólo necesitaba una comprensión fe tiempo les fue m uv b ien ). Señalo esto porque en la actualidad es evidente clara de la v id a a la luz de una teoría inteligible: en resum en, una reli­ que la postergación v la duda se deben a m enudo a la circunstancia de gión, p ara hacerlo funcionar de m anera triunfal.” En este punto el viejo fe que los jóvenes de ambos sexos se encuentran envueltos en un quehacer que cínico ha circunscripto en una sola frase lo que la form ación de la iden­ fjfese vieron obligados a asum ir por una compulsión a destacarse rápidam ente, tidad de cualq uier ser hum ano debe incluir. Para traducir esto con pala­ : •>. antes de haberse asegurado el suficiente sentim iento de ser, con el fin de bras más capaces de llevarnos a la discusión en términos más complicados T dar a la am b'ción desnuda un estilo de individualidad o un aprem iante y p o r lo ta n to m ás respetables: p a ra ocupar su lugar en la sociedad, el ve,espíritu com unal. ho m bre debe a d q u irir el uso habitual de una facuítadddom inante,. “libre. Este no es el lugar p ara exam inar en detalle la personalidad o los de„ conflictos”, p a ra elaborarla en tina ocupación; .recursos ilimitados, una ijr| hábitos paternales de H enrv Jam es padre, ouien. debido a una combinajrealim entacíón^ p o r decirlo así,, del ejercicio- inm ediato de -esta ocupación, ú ción de enferm edad, inclinación v opulencia pudo perm itirse pasar los de la com pañía que provee y de su tradición; y, por .últim o, una teoría í¡: días en su casa, convirtiendo su vida fam iliar en una tiranía de liberalismo inteligible de los procesos de la vida, que el viejo ateo, ansioso de horro­ fe y en una escuela de lo utópico en la que cada elección se hacía desde el rizar hasta el final, denom ina religión. El socialismo fabiano, al que Shaw 'punto de vista más liberal y universal y, sobre todo, debía ser discutida en realidad se volcó, es más bien u n a ideología, un térm ino general del con el padre. T am poco puedo seguir aquí el interesante cam ino que que nos harem os eco por razones que se esclarecerán al final de este siguió la filosofía posterior de Jam es p ara convertirse inm ediatam ente en capítulo. una continuación y una anulación del credo de su padre. Lo que reclam a nuestra atención aquí es la crisis de identidad partiII. W illia m J a m e s, su p r o p io a lien ista D u ra n te toda su vida W illiam Jam es se preocupó por lo que en esa época se d enom inaba “ psicología m orbosa” . En su juventud y aun en la adultez,

2 F. O. M a tthie sse n: pág. 209.

The

Jam es

F a m ily.

N u e v a Y ork, Alfred A. K nopf, 1948,

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cuiarm ente prolongada que llevó a W illiam del bachillerato en artes a una ; 4í l ^ f . A esto Jam es agregó en una nota al pie de la página una referencia j p u jT un* crisis sem ejante de alienación (a los psiquiatras se los llam aba en ­ “escuela científica” , de allí a la escuela de medicina , y desde 1 CambriduJ ropa y volver a C a m ¡ f f e t o n c e s “alienistas” ) que habia experim entado y descripto su padre de (M assachusetts) al Amazonas, p ara pasar luego a Europa Gara bridge. Por h aber sufrido u n a grave perturbación neurótica en Europa v.-g fegji este m odo: pasó la década de los veinte a los trein ta años como un inválido neurótico :'V ¡ S '4 - Un d í a . . . hacia fines de mayo, después de u n a r e confortante cena y habiénen casa de su padre, hasta que a los treinta años aceptó el ofrecimiento ¿ o se retirado la familia, me q u e d é sentado a la m esa co n te m p la n d o ociosamente del presidente Eliot, que lo h abía “descubierto” hacía ya bastante tiempo -'■! sfíij las chispas en el e n rejad o que p r otegía la chim enea, sin pe nsa r en n a d a y sintiendo p a ra enseñar anatom ía en H arv ard . Sin em bargo, la invalidez de James |iSiÜ j¿lo el placer que sigue a u n a b u e n a digestión, c u a n d o súbitam ente — a la luz se podía com parar con la de D an v in (esto es, una restricción de las actiagjijj-.-jg u n relámpago, po r decirlo así— el m iedo se ap o d eró de mí y comencé a vidades y de las asociaciones que en un m om ento determ inado dejaba ; |r%v'teinblar de tal m anera que sentía c ru jir todos mis huesos.4 sólo un angosto sendero p a ra el interés y la actividad). Y sin embargo i í ||y U na com paración ele los dos ataques deja abierta la cuestión en lo que a lo largo de ese angosto sendero tales hombres encuentran, como sí fe respecta a cuánta conform idad con la vida interior de su padre y con su tuvieran la seguridad del a n d a r de un sonámbulo, su m eta final de con­ ;. estilo de vida, y cu án ta liberación por medio de una revelación se pueden centración intelectual y social. En el caso de James, el sendero conducía ver en la experiencia. U na cosa es cierta: cada edad tiene sus propias desde la observación artística, pasando por un sentido naturalista de la formas de alienación (form as con frecuencia más vinculadas con la cul­ clasificación y la com prensión que tiene el fisiólogo acerca del funciona­ tura que lo que sugeriría el sentim iento de estar “fuera de sí” ) y tanto m iento orgánico, hasta la capacidad de percepción m ultilingüe del exi­ la lucha interior del padre como la del hijo se referían a la identidad del liado y por últim o, por m edio del autoconocim iento y la em patia del que ¡§Ú egoísmo desnudo y terco, tan típico del individualism o extremo, opuesto sufre, a la psicología y la filosofía. Com o lo expresó Jam es de manera a la entrega a alguna identidad superior (sea ésta exterior, que todo lo m agistral: “Al principio estudié m edicina p a ra ser fisiólogo, pero me des­ tS:5 envuelva, o interior, que todo lo pen etre). Q ue el padre, como tam bién vié hacia la psicología y la filosofía por una especie de fatalidad. Jamás informa, en su m om ento de angustia se volviera hacia su esposa a rega­ tuve instrucción filosófica alg u n a; la prim era lección de psicología que escuché fue la p rim era que di.” ñadientes, m ientras que el hijo nos asegura que no deseaba p ertu rb ar a su irresponsablem ente alegre m adre, nos hace preguntarnos cuánta ansie­ Sólo cuando escribió Variétics oj Religious Expericnce, ya en la edad dad producía en ¡os hombres que en esa época hablan logrado destacarse m ad u ra, d u ran te un período de afección cardíaca, Jam es ofreció un relato por sus propios esfuerzos, buscar el refugio de u n a m ujer. indudablem ente autobiográfico de u n estado “de la peor clase de melan­ Como dijo H enry Jam es padre, reviviendo un poco del rom anticism o colía” , sobre el cual daba a en ten d er que habia sido inform ado por un bucólico: “U n a y o tra vez, m ientras estaba en este triste lugar con el ob­ joven “paciente francés” . jeto de hacer una cu ra de aguas y escuchaba esta interm inable ‘batalla de las lenguas’ acerca de la dieta, el régimen, la enferm edad, la política, E n c o n t r á n d o m e en este estado d e pesimismo filosófico y depresión general del las fiestas y las personas, me he dicho a m í m ismo: la maldición de la á n im o en lo q u e respecta a mis perspectivas, una tard e entré en u n a sala iluminada sólo p o r la luz del crepúsculo p a r a busc a r un objeto que estaba allí, c u an d o de hum anidad, lo que m antiene nuestra condición de hombres tan pequeña re p en te se abatió sobre mí, sin q u e m e d ia ra advertenc ia alguna, com o si surgiera y depravada, es su sentido del egoísmo y la absurda y abom inable obs­ de la oscuridad, u n m iedo horrible a m i propia existencia. . , Fue como u n a re­ tinación que engendra. ¡Q ué dulce sería encontrarse con que ya no se ve lación y, a pe sa r de que los sentim ientos inm ediatos se desvanecieron, la ex­ es más un hombre, sino una de esas inocentes e ignorantes ovejas que p e riencia hizo que desde ento nces sim patiza ra con los sentimientos m orbosos de los otros . . . T e m í a q u e m e d e ja r a n solo. R e c u e r d o h a b erm e p r e g u n ta d o cómo otras pastan en esa plácida ladera de la colina y beben p ara siempre el rocío personas p o d ía n vivir, cómo yo mismo h a b ía vivido alg u n a vez, ta n inconsciente y la frescura del pródigo seno de la naturaleza!” G de ese abismo de inseguridad d e b a j o d e la superficie de la vida. M i m a d re , en W illiam Jam es nos inform a acerca de un im portante paso en el camino p a rtic u la r, u n a p e rsona muy alegre, m e p a recía u n a p a r a d o j a p e rfe c ta en su para alcanzar la m adurez y algo de liberación a p a rtir de una aguda inconsciencia del peligro que, p u e d o asegurarles, m e c uida ba m u y bien d e per­ tu r b a r con revelaciones de m i p ro p io estado m ental. Siempre he creído q u e esta alienación; su padre nos hace un relato acerca de otro. experienc ia m ía de m elancolía te n ía u n sentido religioso .. . Q u ie r o decir que el “ Creo que ayer hubo una crisis en mi vida” , escribió Jam es a su p a ­ tem o r m e invadía de m a n e r a tal y e ra ta n poderoso que, si no m e h u b iera afe­ dre; “ term iné la prim era parte de los segundos Essais de Renouvier y no r r a d o a textos de las E scrituras com o T h e e t e r n a l G o d is m y r e f u g e , etcétera, veo razón alguna p a ra que su definición de libre albedrío — ‘m antener C o m e u n t o m e a l l y e t h a t l a b o r a n d a r e h e a v y - l a d e n , etcétera, I a m t h e R e s u r r e c t i o n a n d t h e L i f e , etcétera, creo q u e r e alm e n te h a b r ía enlo quecido 3 un pensam iento porque así lo quiero cuando podría tener otros pensa3 T h e L e t t e r s o f W i l l i a m J a m e s , com piladas por H enry Ja m es ( h i j o ) , Boston, A tlantic M onthly Press, 1920, pág. 145.

4 Matthiessen, ob. cit., pág. 161. 5 I b i d . , pág. 162.

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m ientos’— deba ser la definición de una ilusión. D e cualquier modo, por ah o ra supondré — hasta el año próxim o— que no es ninguna ilusión. M i prim er acto de libre albedrío será creer en el libre albedrío.” 6 A esto agrega unas palabras que expresan adm irablem ente un principio que do­ m ina la actual psicología del yo:

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de la identidad. Con el fin de describir la genética universal de la iden­ tidad, sería de desear que pudiéram os investigar su desarrollo durante las historias de vida de individuos “ comunes” . A quí debo atenerm e a im ­ presiones generales extraídas de la vida diaria, a la tarea de orientación Ç llevada a cabo en jóvenes levem ente perturbados y a mi participación en uno de los pocos estudios “ longitudinales” 9 (una fuente que excluye H a sta a h o ra, c u a n d o sentía el deseo de to m a r u n a libre iniciativa, como atre­ verm e a a c t u a r de m a n e r a original, sin esperar c u idadosam ente que el mundo la publicación en detalle de los datos biográficos). En el siguiente esbozo ¡o d eterm ine todo p o r m í, el suicidio me parec ía la form a más viril de convertir genético, es inevitable cierta repetición de lo que se h a dicho antes. en realidad mi a tr e v im ie n to ; de a h o r a en adelante da ré un paso más con mi vo­ La adolescencia es el últim o estadio de la infancia. Sin embargo, el p ro ­ l u n ta d : no sólo a c t u a r é con ella sino oue tam bién creeré: creeré en mi realidad ceso de la adolescencia sólo está com pletam ente term inado cuando el individual y en mi p o d e r creativo. M i creencia no p u e d e ser optim ista, pero afirm aré la vida (la real, la b u e n a ) ju n to a la resistencia autó n o m a del y0 individuo h a subordinado sus identificaciones infantiles a una nueva clase frente al m u n d o . L a vida [se construirá] haciendo, sufriendo y crea ndo.7 de identificación, adquirida al absorber sociabilidad y en el aprendizaje competitivo con y entre los com pañeros de la m isma edad. Estas nuevas Cito esta form ulación de un aspecto del yo tanto autónom o como resis­ identificaciones ya no se caracterizan por las travesuras de la infancia y tente p a ra subrayar lo que h a llegado a ser el significado psicoanalitico el placer experim ental de la ju v en tu d : con terrible urgencia obligan al de él, esto es, la síntesis interior que organiza la experiencia y guía la joven a hacer elecciones y a tom ar decisiones que, cada vez más rápido, acción. lo conducirán a compromisos “ para toda la vida” . En lo que a esto res­ Y aquí está el relato que H enry Jam es padre hace de la otra expe­ pecta, la tarea que deben realizar el joven y su sociedad, es form idable. riencia im p o rtan te y liberadora del pensam iento que su hijo tuvo: Para individuos diferentes y en sociedades diferentes necesita grandes v a­ riaciones en cuanto a duración, intensidad y ritualización de la adoles­ La o tr a tarde , m ie n tras yo estaba se ntado solo, e n tró [William]. y después de re correr la ha bita ción c am in an d o vivazm ente d u r a n te un m om ento, dijo de pronto: cencia. A m edida que los individuos lo requieren, las sociedades ofrecen ‘‘¡Bendito sea Dios, qué diferencia hay e n tre cómo estoy ahora y cómo estaba períodos intermedios más o menos sancionados entre la infancia y la ad u l­ la p rim a v e ra p a s a d a en esta ép o ca !” . . . E x p e r i m e n t a b a un gran desahogo. Tem ía tez, con frecuencia caracterizados por una combinación de inm adurez interfcrirlo o posiblem ente in te rru m p irlo , pe ro me atrevi a p r e g u n ta r qué era lo prolongada y precocidad provocada. que de m a n e r a especial, en su opinió n, h a b i a . . produc ido el cambio. Mencionó varias cosas. . . pe ro sobre todo, el h a b e r d e ja d o de lado su idea de que es ne­ Al postular un “período de latencia” que precede a la pubertad, el psi­ cesario que todos los desórdenes m entales ten g a n u n a base física. F.sto se habia coanálisis h a reconocido un cierto tipo de m oratoria psicosexual en el convertid o en algo pe rfe c ta m ente falso p a r a él . . . H a estado liberándose de su desarrollo hum ano (un periodo de dem ora que perm ite al futuro cónyuge respeto po r los hom bres de ciencia como tales, y es todavía m ucho m ás universal y padre que prim ero asista a cualquier “escuela” que su cultura propor­ e im parcial en sus juicios m entales de lo q u e h a sido a n t e s . . . 8 cione y que aprenda los rudim entos técnicos y sociales de una situación Sin duda, el viejo H enry p ad re ad ap tó un poco las palabras de su hijo ■i- •• laboral). L a teoría de la libido, no obstante, no ofrece una explicación a su propio estilo de pensam iento, pero esta escena es típica de James. adecuada de un segundo período de dem ora, a saber, la prolongada ad o ­ Evidentem ente, el p rim er insight en lo que respecta a la autodeterm ina­ lescencia. En este caso, el individuo que ha m adurado sexualmente se ve ción del libre albedrío se relaciona con el segundo, esto es, con el aban­ ¿ti" más o menos retrasado en cuanto a su capacidad psicosexual para la in ti­ dono de los factores fisiológicos considerándolos argum entos fatalistas con­ midad y a la disposición psicosocial para la paternidad. Este periodo puede tra la autodeterm inación continuada de una persona neurótica. Juntos ser visto como una moratoria psicosocial, du ran te la cual el adulto joven, constituyen la base de la psicoterapia que, no im porta cómo se la describa por m edio de la libre experim entación del rol, puede encontrar un lugar y conceptualice, se propone restau rar el poder de elección del paciente. en algún sector de su sociedad, un lugar que está firm em ente definido y que sin em bargo parece h ab er sido hecho exclusivamente para él. Si, en lo que sigue, hablam os de la respuesta de la com unidad a la 2. G E N E T IC A : ID E N T IF IC A C IO N E ID E N T ID A D necesidad del joven de ser “ reconocido” por los que lo rodean, queremos dar a entender algo que está m ás allá de un m ero reconocimiento de lo Las autobiografías de individuos extraordinarios (y extraordinariam ente realizado; porque tiene gran im portancia p a ra la formación de la iden­ autoperceptivos) constituyen u n a fuente de com prensión del desarrollo tidad del joven que reaccionen frente a sus logros y le otorguen función y status como a una persona cuyo crecim iento y transform ación gradual 8 T h e L etters o f W illiam James, ob. cit., pág. 147. 7 Jtrid., pág. 148. [La ba stardilla es mia.] 8 Ibid., pág. 169.

i-i-

9 C h ild G uidance Study, In stitu te of C h ild W elfare, U nive rsidad de California. Véase n o t a 3 del c apítulo I I I .

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tiene sentido p a ra aquellos que em piezan a tener sentido para él. En psicoanálisis no se ha com prendido suficientem ente que tal reconocimiento proporcione un apoyo indispensable p a ra el yo en cuanto a las tareas específicas del proceso de la adolescencia, a saber: m antener las más im­ portantes defensas del yo contra la intensidad altam ente creciente de los impulsos (que a h o ra están al servicio de un a p arato genital que ha ma­ du rad o y de u n poderoso sistema m uscular) , aprender a consolidar las más im portantes realizaciones “libres de conflicto” que están de acuerdo con las oportunidades de tra b a jo , y volver a sintetizar todas las identifi­ caciones de la infancia de u n a m an era original y que sin em bargo concuerde con los roles ofrecidos por un sector m ás am plio de la sociedad, sea la cuad ra del vecindario, un cam po ocupacional anticipado, una asocia­ ción de mentes afines o quizá — como en el caso de Shaw— , los “grandes m uertos” . U n a m oratoria es un período d e dem ora que se concede a alguien que no está listo p a ra cum plir u n a obligación o que se im pone a aquel que de­ bería darse tiem po a si mismo. E n consecuencia, entendem os por moratoria psicosocial u n a d em ora en lo que respecta a compromisos adultos, y no obstante, no se tra ta sólo de u n a dem ora. Es un período que se caracteriza por u n a autorización selectiva que otorga la sociedad y por travesuras provocativas que llevan a cabo los jóvenes, y sin em bargo con frecuencia conduce a un com prom iso profundo, au n q u e a m enudo pasajero, por parte de la juventud, y term ina en u n a confirm ación más o menos ceremonial de ese com prom iso por p arte de la sociedad. Tales m oratorias m uestran grandes variaciones individuales, que son especialm ente pronunciadas en personas m uy dotadas (dotadas p ara lo m ejor o p ara lo p e o r), y hay, por supuesto, variaciones institucionales vinculadas con los modos de vida de las culturas y subculturas. C ad a sociedad y cada cu ltu ra institucionaliza cierta m oratoria para la m ayoría de sus jóvenes. En su m ayoría estas m oratorias coinciden con los aprendizajes y las contingencias que están de acuerdo con los valores de la sociedad. L a m oratoria puede ser un lapso para robar caballos y buscar visiones inspiradas y proféticas, un período p ara Wanderschaft o para tra b a ja r “en el O este” o “en el S u r” , u n a época p ara la “juventud perdida” o la vida académ ica, un lapso p a ra el autosacrificio o para las travesuras (y en la actu alid ad , a m enudo una época para ser pacientes o delin cu en tes). Porque g ran p arte de la delincuencia juvenil, especial­ m ente en su fo rm a organizada, debe considerarse como un intento de crear una m o rato ria psicosocial. En realidad, me inclinaría a suponer que cierto tipo de delincuencia h a sido una m oratoria relativam ente ins­ titucionalizada en sectores de nuestra sociedad durante m ucho tiem po y que ah o ra se im pone a nuestra conciencia sólo porque dem uestra ser ex­ cesivamente a tra c tiv a y aprem iante p a ra dem asiados jovencitos al mismo tiempo. Adem ás, n uestra sociedad parece estar en el proceso de incorporar el tratam iento psiquiátrico como una de las pocas m oratorias lícitas para los jóvenes, que de otro m odo serian aplastados por la estandarización y la m ecanización. D ebem os considerar esto cuidadosam ente porque el ró­

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tulo o el diagnóstico que se adquiere durante la m oratoria psicosocial es ¿e la mayor im portancia para e! proceso de form ación de la identidad. '.Pero no es necesario que la m oratoria se experim ente conscientemente contrario, el joven puede sentirse profundam ente com­ »- cornP ta;- ^ or prometido y darse cuenta sólo m ucho más tarde de que aquello que tomó tan en serio era sólo un período de transición; es probable que muchos delincuentes “ reform ados” se sientan extrañados acerca de la “ estupidez” en que se han v'sto implicados. Sin em bargo, es evidente que cualquier experimentación con las imágenes de la identidad tam bién significa jugar con el fuego interior de las emociones v los impulsos y arriesgar el peli­ gro exterior de term inar en un abismo social del que no es posible re ­ gresar. En ese caso la m oratoria ha fracasado; el individuo se define ^demasiado pronto y se ha com prom etido porque las circunstancias o, en realidad, las autoridades lo han com prom etido a él. '/'L ingüística y psicológicamente, la identidad y la identificación tienen raíces comunes. En consecuencia, ¿la identidad es tan sólo la suma de las identificaciones más tem pranas, o es m eram ente un conjunto adicional de identificaciones? fysf'La lim itada utilidad del mecanismo de identificación se hace evidente "{(enseguida si consideramos el hecho de que ninguna de las identificaciones íí de la infancia (que en nuestros pacientes se destacan por una elaboración tan morbosa y una contradicción m u tu a ), podria, si tan sólo- las sumáramos, d ar como resultado una personalidad operativa. Es cierto que por '( lo general creemos que la tarea de la psicoterapia es reem plazar las iden:, tificaciones morbosas y excesivas por otras más deseables. Pero, como lo i; confirman todas las curaciones, las identificaciones “más deseables” al mis(§ mo tiem po tienden a estar tranquilam ente subordinadas a una Gestalt nueva y única que es más que la suma de sus partes. Lo cierto es que como m ecanism o la identificación tiene una utilidad lim itada. En los di­ ferentes estadios de su desarrollo, los niños se identifican con aquellos u aspectos parciales de la gente que a su vez los afectan de m anera más ^in m ed iata, sea en la realidad o en la fantasía. Sus identificaciones con los :• padres, por ejem plo, se centran en ciertas partes del cuerpo, aptitudes y . aspectos del rol que son sobrevalorados y m al comprendidos. Además, estos aspectos parciales no se ven favorecidos por su aceptación social i T (con frecuencia son cualquier cosa menos las cualidades que más se ajus: tan a los p ad res), sino por la naturaleza de la im aginación infantil que ; sólo gradualm ente da paso al juicio más realista. H acia el fin de la infancia el individuo se enfrenta con una jerarquía ( de roles comprensible, que abarca desde los herm anos menores hasta los (/abuelos y cualquier otro m iem bro de la familia. D u ran te toda la infancia ' esto le da una especie de conjunto de expectativas con respecto a lo que /. va a ser cuando crezca, y muchos niños pequeños se identifican con varias 7' personas en diversos aspectos y establecen un tipo de jerarquía de expec­ tativas que después busca “verificación” en la vida. Esta es la razón por - la que el cam bio cultural e histórico puede llegar a ser tan traum ático

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p ara la form ación de la id e n tid a d : puede d estruir la coherencia interior de la jerarq u ía de expectativas de u n niño. Si consideram os que la introyección, la identificación y la formación de', la identidad son los pasos m ediante los cuales el yo crece en una interre jlación cada vez m ás m ad u ra con los modelos que están a su disposición í 3 el siguiente p rogram a psicosocial se autosugiere. !■ El m ecanismo de introyección (la “ incorporación” prim itiva de la imagen de otro) depende p ara su integración de la m utualidad satisfactoriaentre el o los adultos que están criando y el niño que está siendo criado. Sólo la experiencia de esa m u tu alid ad inicial proporciona un polo de seguridad con respecto al sentim iento acerca de sí mismo a partir del cual el niño puede alcanzar el otro polo: sus primeros “objetos” de amor. El destino de las identificaciones infantiles, a su vez, depende de la interacción satisfactoria del niño con representantes dignos de confianza de u n a jerarq u ía Significativa de roles como la que proporcionan las gencraciones que viven ju n tas en algún tipo de familia. P or últim o, la formación de la identidad comienza donde term ina la utilidad de la identificación. Surge del rechazo selectivo y de la asimi: lación m u tu a de las identificaciones infantiles y de su absorción en una nueva configuración que, a su vez, depende del proceso por el cual una sociedad (con frecuencia por m edio de subsociedades), identifica al joven, ■reconociéndolo como alguien que tenía que convertirse en lo que es y a quien, p o r ser lo que es, lo reconoce. L a com unidad, a m enudo con alguna desconfianza inicial, otorga tal reconocimiento con un despliegue de sorpresa y placer al conocer a un individuo que acaba de surgir. Por­ que a su vez la com unidad se siente “ reconocida” por el individuo que se interesa p o r pedir reconocim iento; pero puede, por el mismo motivo, sentirse p rofunda — y vengativam ente— rechazada por aquel que no pa­ rece interesarse por esto. E n consecuencia, las m aneras de identificar al individuo que tiene la com unidad se enfrentan más o m enos exitosam ente con las m aneras del individuo de identificarse con los otros. Si en un momento crítico el jo­ ven es “ reconocido” como alguien que produce desagrado e incomodidad, la com unidad a veces parece sugerirle que cambie de un m odo tal que puede llevarlo a no sentirse “ idéntico a sí mismo” . Desde el punto de vista de la com unidad, el cam bio que se desea se concibe, a pesar de todo, com o u n a m era cuestión de b u en a voluntad o de fuerza de voluntad ( “p o d ría hacerlo si quisiera” ), m ientras que la resistencia a ese cambio se percibe como u n a cuestión de m ala voluntad, o de inferioridad, here­ ditaria o de cualquier otro tipo. D e esta m anera, la com unidad con fre­ cuencia subestim a hasta dónde u n a historia infantil larga e intrincada ha restringido la elección posterior de un joven del cambio de identidad, y tam bién hasta dónde p odría la com unidad, si así lo quisiera, determ inar aun el destino de un joven d en tro de estas elecciones. D u ra n te toda la infancia tienen lugar cristalizaciones provisionales de la identidad que hacen que el individuo sienta y crea (p ara em pezar con el aspecto m ás consciente de la cuestión) como si supiera de m anera apro-

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¿fvjdmada quién es (sólo p ara descubrir una y otra vez que tal autocertidum ^ es presa de las discontinuidades del desarrollo m ism o). U n ejemplo sería p í l a discontinuidad entre las exigencias que se hacen a un niño pequeño ¿Sígjj un am biente determ inado y aquellas que se hacen a un “chico grande” , que, a su vez, bien puede preguntarse por qué prim ero se le hizo creer S) qUe ser pequeño es algo adm irable, sólo para verse obligado a cam biar este status que exige menos esfuerzos por las obligaciones especiales de algu' en clue l
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nuestra tarea de “hacer consciente” en la situación terapéutica, empuja, mos a alguien que ya está dem asiado al borde del precipicio de lo iu. consciente. El inclinarse del adolescente sobre cualquier cantidad de pre. ' cipicios es, norm alm ente, una experim entación con experiencias que de este modo se están haciendo más dóciles al control del yo, a menos que adultos sobreansiosos o neuróticos respondan prem aturam ente a ellas con una seriedad fatal. Lo mismo debe decirse de la “fluidez de las defensas" del adolescente, que con ta n ta frecuencia provoca genuina inquietud al preocupado clínico. G ran parte de esta fluidez es cualquier cosa menos patológica, porque la adolescencia es u n a crisis durante la cual sólo una defensa fluida puede vencer un sentim iento de ser la víctim a de exigen-' cias internas y externas y en la que sólo el ensayo y el error pueden con­ ducir a los m ás oportunos caminos de acción y autoexpresión. E n general, podemos decir que, en lo que respecta al juego social de los adolescentes, los prejuicios similares a los que una vez incumbieron, a la naturaleza del juego infantil, no se superan con facilidad. Alternati­ vam ente consideramos tal com portam iento irrelevante, innecesario o irra­ cional y le adscribim os significados puram ente regresivos y neuróticos. Como en el pasado, cuando se descuidó el estudio de los juegos espontáneos de los niños, prefiriéndose el del juego solitario,12 tam poco ah o ra el mutuo “sentim iento de unión” del com portam iento de la pandilla adolescente se evalúa de m an era ap ro p iad a a causa de nuestro interés por el adoles­ cente individual. T a n to si las capacidades recién adquiridas de un ado­ lescente en p articu lar retroceden hasta un conflicto infantil, como si no lo hacen, depende en grad o significativo de la cualidad de las oportuni­ dades y recompensas que están a su disposición en su pandilla de pares, así como tam bién de los modos más form ales como la sociedad en general invita a una transición desde el juego social hasta la experimentación laboral y desde rituales pasajeros hasta compromisos finales, todo lo cual debe basarse en un contrato m utuo im plícito entre el individuo y la sociedad. ¿Es consciente el sentim iento de identidad? A veces, por supuesto, pa­ rece ser dem asiado consciente. Porque, a trap ad o entre los extremos de la necesidad vital interior y la inexorable exigencia exterior, el indi­ viduo que aú n está experim entando puede llegar a ser víctim a de una m om entánea y extrem ada conciencia de identidad, que es el núcleo común de las m uchas form as de “ conciencia de sí” típicas de la juventud. Cuan­ do los procesos de form ación de la iden tid ad se prolongan (u n factor que puede d ar origen a un logro creativo) tam bién predom ina esa preocupación por la “autoim agen” . D e este modo, tenem os más conciencia de nuestra identidad cuando estamos por obtenerla, y cuando (con ese sobresalto que en cine se denom ina “ tom a doble” ) , nos sorprendem os un poco al cono­ cerlas o, nuevam ente, cuando estamos a punto de entrar en una crisis y 12 P a r a otro enfoque, véase el informe de A n n a F re u d y Sophie D a n n sOBre niños en un c a m p o de c oncentración, “ A n E x p e rim e n t ¡n G ro u p U p b r in g in g ”, en T h e Psychoanalytic S t u d y of the Child. N u e v a Y ork, I n te r n a tio n a l Universities Press, 1951, 6, págs. 127-168.

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ín tim o s la intrusión de la confusión de identidad (un síndrome que des■¿libiremos más a d e la n te ). Por otra parte, un sentim iento de identidad óptim o se experim enta melam ente como un sentim iento de bienestar psicosocial. Sus concom itancias más obvias son un sentim iento de estar cóm odo en nuestro propio cuerpo, mi sentimiento de “saber adonde uno va” , y una seguridad interior del reconocimiento anticipado de aquellos significativos para uno. 3. P A T O G R A F IC A : E L C U A D R O C L IN IC O D E LA C O N F U S IO N G R A V E D E ID E N T ID A D La patografía sigue siendo la fuente tradicional de la comprensión psicoanalítica. En las páginas siguientes haré un bosquejo de un síndrome de las perturbaciones de las personas jóvenes que no pueden utilizar las carreras que les proporciona su sociedad, ni crear y m antener para ellos (como hizo Shavv) una m oratoria única exclusivam ente suya. R ecurren, en cambio, a psiquiatras, sacerdotes, jueces y oficiales de reclutam iento para que les den un lugar autorizado aunque sum am ente incómodo en el que puedan esperar que las cosas ocurran. Lo que sigue es una prim era formulación de los síntomas m ás graves de la confusión de identidad. Se basa en observaciones clínicas hechas en la década de 1950, en individuos diagnosticados como preesquizofrénicos o, en su m ayoría, como casos “fron­ terizos” en el Austen Riggs C enter en los Berkshires y en el W estern Psychiatric In stitute de Pittsburgh. El lector orientado clínicam ente sentirá con razón que en mi em peño por com prender la confusión de identidad como una perturbación evolutiva, descuido los signos diagnósticos que de­ finirían un estado maligno y m ás irreversible. L a confusión de identidad, por supuesto, no es u n a entidad diagnóstica, pero yo me inclinaría a pen­ sar que una descripción de la crisis evolutiva en la que una perturbación tuvo su comienzo agudo, debería llegar a form ar parte de cualquier cuadro diagnóstico, y especialm ente de cualquier pronóstico y cualquier afirm a­ ción con respecto a la clase de terap ia indicada. T odo este capítulo tiene el propósito de indicar esa dirección diagnóstica adicional, pero no de­ muestra en detalle la m anera como ésta podría hacerse funcional. Por otra parte, es necesario advertir al lector que carece de preparación clí­ nica, que cualquier descripción p ro fana de los estados m entales que nos haga particip ar m entalm ente en el problem a, producirá la impresión de que él — o alguien que está cerca de él— com parte la condición descripta. Y, p o r cierto, es fácil (en el sentido de com ún) tener uno o varios de los síntom as de confusión de identidad, pero bastante difícil lograr el conjunto más grave de todos ellos, que en el caso individual sólo podría verificar un observador entrenado. U n estado agudo de confusión de identidad generalm ente se. m anifiesta en ñin período en que el joven se encuentra expuesto a una combinación de experiencias que requieren su compromiso sim ultáneo con una inti­ midad física (que en m odo alguno es siempre abiertam ente sex u al!. con

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una elección ocupacional decisiva, con una com petencia enérgica y con una 5 autodefinición psicosocial. Q ue la tensión que sobreviene lleve o no a ¡j ■»parálisis, de ahora en adelante depende fundam entalm ente de la influencia ' regresiva ejercida p o r una enferm edad latente. Esta influencia regresiva a m enudo recibe la m ayor atención de los que trab ajan en nuestro campo en p arte porque estamos en terreno más conocido dondequiera que poda' :í mos diagnosticar signos de regresión y en p a rte porque es la regresión ’ la que requiere cura. Sin em bargo, las perturbaciones que estamos discu. • tiendo no pueden entenderse sin algún tipo de com prensión de las condi­ ciones específicas que pueden haber obligado al individuo a una regresión adolescente transitoria como un intento de posponer y de evitar, por de­ cirlo asi, un juicio hipotecario psicosocial. L a función social del estado de parálisis que sobreviene es la de m an ten er un estado m ínim o de elección y com prom iso reales. Pero, por desgracia, la enferm edad tam bién com­ prom ete. El p ro b lem a d e la in tim id a d El que muchos de nuestros pacientes enferm an a una edad correctamente considerada más p read u lta que postadolescente se explica por el hecho de que con frecuencia sólo un intento de com prom eterse en un compañe­ rismo íntim o y en la com petencia o en la intim idad sexual, revela com­ pletam ente la debilidad latente de la identidad. El verdadero “com prom iso” con los otros es el resultado y la prueba de una firm e autodefinición. A m edida que el joven busca al menos formas tentativas de intim idad retozona en la am istad y en la com petencia, en el juego sexual y en el am or, en la discusión y en las m urm uraciones, es capaz de experim entar una tensión peculiar, como si ese com prom iso ex­ perim ental pudiera convertirse en u n a fusión interpersonal que resultara en u n a p érdida de la id entidad y requiriera, por lo tanto, una tensa reserva interior, una precaución en lo que respecta al compromiso. Cuan­ do u n joven no resuelve esa tensión puede aislarse y, en el m ejor de los casos, particip ar sólo de relaciones interpersonales estereotipadas y forma­ lizadas; o puede, en reiterados y turbulentos intentos y tristes fracasos, buscar intim idad con los com pañeros más im probables. Porque cuando falta un _firme_. sentim iento de iden tid ad , au n las amistades y los asuntos amorosos se convierten en intentos desesperados de definir los contornos borrosos de la id entidad m ediante un m utuo reflejo narcisista: en conse­ cuencia, enam orarse a m enudo significa darse de bruces con la propia im agen reflejada en el cristal hiriéndose y dañando el espejo. En las relaciones o en las fantasías sexuales se experim enta la am enaza de un debilitam iento de la identidad sexual; hasta deja de estar claro si la exci­ tación sexual la experim enta el individuo o su com pañero, y esto se aplica tan to a las relaciones heterosexuales como a las homosexuales. D e esta m an era el yo pierde su capacidad flexible p a ra abandonarse a sensaciones sexuales y afectivas en u n a fusión con otro individuo que es a la vez partícipe de la sensación y g aran tía de la p ropia identidad que continúa:

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la fusión con otro se convierte en pérdida de la identidad. De pronto se cierne la am enaza de un colapso de to d a la capacidad para la m utualidad, •v sobreviene un deseo desesperado de em pezar todo otra vez, con una ¿egresión (cuasi deliberada) a un estadio de perplejidad y rabia básicas como sólo el niño m uy pequeño experim enta. Debe recordarse que la co ntraparte de la intim idad es el distanciamiento, es decir, la disposición para repudiar, ignorar o destruir aquellas fuerzas y personas cuya esencia parece peligrosa para la propia. La inti­ midad con un grupo de gente e ideas no sería realm ente íntim a sin un repudio eficiente de otro grupo. De esta m anera, la debilidad o el exceso en el repudio es un aspecto intrínseco de la incapacidad de obtener la inti­ midad a causa de u n a identidad incom pleta: cualquier individuo que no esté seguro de su “p u nto de vista” no puede repudiar de m anera sensata. ,y Las personas jóvenes a m enudo indican de modo bastante patético el ■'sentimiento de que sólo fusionándose con un líder pueden salvarse, y este líder debe ser un ad ulto que pueda y esté dispuesto a ofrecerse como un objeto seguro para la entrega experim ental y como una guía en el reaprendízaje de los prim eros pasos hacia una m utualidad íntim a y un repudio legítimo. H acia el final de la adolescencia, el joven desea ser aprendiz o discípulo, partidario, sirviente sexual o paciente de esa persona. C uando esto fracasa, como debe suceder con frecuencia a causa de su misma in ten ­ sidad y absolutismo, el joven retrocede a una posición de tenaz intros­ pección y de autoexam en que, cuando se dan circunstancias p articular­ mente agravantes o u n a historia de tendencias autísticas relativam ente fuertes, pueden llevarlo a un estado fronterizo paralizante. En lo que res­ pecta a los síntomas, este estado consiste en un sentim iento de aisla­ miento penosam ente exaltado; una desintegración del sentim iento de con­ tinuidad y m ism idad; un sentim iento de tener vergüenza de todo; una incapacidad p ara obtener un sentim iento de realización a p artir de cu al­ quier clase de actividad. En estos pacientes jóvenes, la m asturbación y las poluciones nocturnas, lejos de ser un alivio ocasional de la excesiva presión, sólo sirven p a ra agravar la tensión. Se convierten en parte de un círculo vicioso en el que el narcisismo om nipotente se ve m om entá­ neam ente aum entado sólo p ara ceder su lugar a un sentim iento de cas­ tración física y m ental y de vacío. D e este modo, la vida es algo que le está sucediendo al individuo más que algo que está viviendo por su iniciativa; su desconfianza hace que deje en manos del m undo, de la so­ ciedad y de la psiquiatría dem ostrar que él realm ente existe en un sentido psicosocial, es decir, que puede contar con u n a invitación para lleecar a ser él mismo. D ifu sió n de la p ersp ectiv a tem p o ra l E n casos graves de adolescencia dem orada y prolongada surge un tipo extremo de perturbación en la experiencia del tiem po que, en su form a más benigna, pertenece a la psicopatologia de la adolescencia norm al. Consiste en una sensación de gran urgencia y sin em bargo tam bién en una

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pérdida de la consideración del tiem po como una dimensión del vivir L a persona joven puede sentirse m uy joven, en realidad tanto como Ul| bebe, y al m ism o tiempo, vieja y más allá de cualquier rejuvenecimiento posible. Las protestas por la grandeza p erdida y por una prem atura fatal p érdida de los potenciales útiles son comunes, tanto en nuestros pacientes com o en los adolescentes de culturas que consideran román ticas tales protestas; la m alignidad im plícita, no obstante, consiste en una decidida incredulidad con respecto a la posibilidad de que el tiem po pue­ da cam biar las cosas y, sin em bargo, tam bién en un tem or violento de que pudiera hacerlo. Esta contradicción se expresa a m enudo en una len­ titud general que hace que el paciente se com porte, dentro de la rutina de sus actividades y de su terapia, como si se estuviera moviendo a tra­ vés de melaza. Le es difícil irse a dorm ir y enfren tar la transición a un estado de sueño, y le resulta igualm ente arduo levantarse y enfrentar la restitución necesaria de la vigilia; le cuesta asistir a la sesión terapéutica y después le es d uro tener que irse. Q uejas como “N o se” , “ M e doy por vencido” y “N o vengo m ás” , no son de ningún m odo simples expresiones habituales que reflejan una depresión leve; con frecuencia son afirma­ ciones de la clase de desesperación estudiada ñ or Edw ard Bibring 13 como un deseo p o r p arte del yo “de dejarse m orir” . El supuesto de que realm ente se podría h acer term inar la vida junto con el final de la adolescencia o en posteriores “ fechas de exornación” planeadas provisionalm ente, no es en m odo alguno desagradable, y, en realidad, p u ede transform arse en la única condición sobre la que puede basarse un nuevo intento de comienzo. Algunos de nuestros pacientes hasta necesitan el sentim iento de que el terap eu ta no intentaría comorometerlos a continuar viviendo si el tratam iento no dem ostrara que realm ente vale la pena. Sin tal convicción la m o rato ria no sería real. M ientras tanto, el “deseo de m o rir” sólo es u n deseo realm ente suicida en aquellos casos raros en que “ser un suicida” se convierte en u n a ineludible elección de iden tid ad en si misma. En este m om ento estoy pensando en u n a linda jovencita, la m ayor entre varias hijas de un obrero de una fábrica textil. Su m adre hab ía expresado reiteradam ente que prefería ver m uertas a sus hijas antes que convertidas en prostitutas, y al mismo tiem po sospechaba que existía “ prostitución” en cada paso que las jóvenes daban hacia el com pañerism o con muchachos. Por últim o, las hijas se vieron oblieradas a u rd ir u n a clase de herm andad p ropia obviam ente pensada p ara eludir a la m adre, con el fin de experim entar con situaciones am biguas v, no obs­ tante, tam bién para protegerse m u tu am en te de los hombres. Por último fuero n sorprendidas en circunstancias com prom etedoras. Las ,autoridades tam bién dieron por sentado que las herm anas intentaban prostituirse y se las envió a diversas instituciones donde se les inculcó de m anera enér­ gica la clase de “ reconocim iento” que la sociedad les tenía reservado. Las

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'ovencitas sentían que era imposible recurrir a la m adre que no les habla ipiado elección alguna, y gran parte de la buena voluntad y comprensión de las asistentes sociales se vio saboteada por las circunstancias. Al menos : «ara la hija mayor — por varias razones— no era posible ningún futuro Acepto el de una oportunidad diferente en otro m undo. Se ahorcó desnués de haberse vestido con todo esmero y de haber escrito u n a nota que terminaba con las misteriosas palabras: “ Por qué logro el honor sólo p ara dejarlo de lado. . . ” .

D ifusión «de la la b o rio sid a d ■’ Por lo general, a la confusión de identidad grave acom paña un trasTtorno agudo en el sentim iento de destreza en el trabajo, sea en la form a

de una incapacidad p a ra concentrarse en tareas que se ha exigido o su­ gerido cum plir o en una preocupación autodestructiva por alguna acti­ vidad parcial, por ejem plo, la lectura excesiva. La m anera como esos pa; cientes que están en tratam iento algunas veces encuentran la actividad jen la que pueden reem plear el sentim iento de destreza en el trabajo que ■*•’•/ -una vez perdieron, requiere un capitulo aparte. En este punto es im porí tante tener presente el estadio de desarrollo que precede a la pubertad y ■la adolescencia, a saber, la edad de la escuela prim aria, cuando al niño se le enseñan los requisitos previos para la participación en la tecnologia particular de su cultu ra y se le da la oportunidad y la tarea vital de desarrollar un sentim iento de destreza y de participación en el trabajo. Como vimos, la edad escolar sigue de m anera significativa el estadio edípico: el logro de pasos reales, no m eram ente lúdicos, hacia un lugar en la estructura económ ica de la sociedad, perm ite al niño volver a identi­ ficarse con los padres como trabajadores y portadores de la tradición más que como seres sexuales y fam iliares, fom entando de este m odo por lo menos una posibilidad concreta y más “ neutral” de llegar a ser como ellos. Las metas tangibles de la p ráctica elem ental de las habilidades son com­ partidas por y con com pañeros de la misma edad en lugares de instrucción (el gimnasio, la iglesia, el lugar p ara pescar, el taller, la cocina, la es­ cuela), la m ayoría de los cuales, a su vez, están geográficam ente sepa­ rados del hogar, de la m adre y de los recuerdos infantiles; aquí, no obs­ tante, existen grandes diferencias en cuanto al tratam iento de los sexos. Por lo tanto, las metas de trab ajo de ningún m odo se lim itan sólo a apo­ yar o explotar la supresión de los propósitos instintivos infantiles; tam bién m ejoran el funcionam iento del yo, ya que ofrecen u n a actividad construc­ tiva con herram ientas y m ateriales reales en una realidad com unal. De este modo, la tendencia del yo a transform ar la pasividad en actividad adquiere un nuevo cam po de m anifestación, superior en muchos aspectos a la m era transform ación de lo pasivo en activo en la fantasía y el juego infantil, puesto que ahora la necesidad interior de actividad, práctica y 13 E d w a r d Bibrin g: “ T h e M e c h a n ism of D epression” , en A ffe c tiv s Disorders. com pletam iento del trabajo se encuentra en condiciones de enfrentar las P. G re en a c re (cornp.). N u e v a York, I n te r n a tio n a l TJniversities Press. 1953, págs. 13-48. [H a y versión^ c a s te lla n a : “ El m ecanism o de la deDresión” , en P. G reenacre correspondientes exigencias y oportunidades de la realidad social. ( c o m p . ) : Perturbaciones de la afectividad. Buenos Aires, H orm é , 1959, págs. 11-34.] Sin em bargo, a causa de los antecedentes edípicos inm ediatos de los

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comienzos de u n a identidad laboral, la actitud de nuestros jóvenes na cientes hacia el tra b a jo retrocede hacia la com petencia edípica y la riva­ lidad en tre los herm anos. D e este modo, la confusión de identidad se acom paña no sólo de u n a incapacidad p ara concentrarse sino también de u n a conciencia excesiva de la com petencia lo mismo que de una aversión hacia ella. A pesar de que, por lo general, los pacientes en cues­ tión son inteligentes y capaces y con frecuencia han dem ostrado que se desem peñan con éxito en tareas de oficina, estudios superiores y deportes a p a rtir de este m om ento pierden la capacidad p ara el trabajo, el ejer­ cicio y la sociabilidad y d e esta m anera dejan de tener el vehículo más im p o rtan te del juego social y el refugio más significativo contra la fan­ tasía inform e y la ansiedad difusa. E n cambio, las metas y fantasías in­ fantiles son peligrosam ente dotadas de la energía que em ana del equipo sexual que ha m a d u ra d o y de un m aligno poder agresivo. Nuevamente uno de los padres se convierte en la m eta; el otro, en el obstáculo. Sin em bargo, esta lu ch a edípica que el individuo revive, no es y no debe ser in terp retad a com o exclusiva o aun fundam entalm ente sexual. Es una vuel­ ta h acia los orígenes m ás tem pranos, un intento de resolver u n a difusión de las prim eras introyecciones y de reconstruir las débiles identificaciones infantiles; en otras palabras, es un deseo de volver a nacer, d e aprender una vez más los prim eros pasos hacia la realidad y la m utualidad y de recibir un nuevo perm iso p a ra desarrollar o tra vez las funciones de con­ tacto, actividad y com petencia. U n paciente joven que se encontraba bloqueado en sus estudios univer­ sitarios, leyó h asta casi qued ar ciego d u ran te la fase inicial de su trata­ m iento, en ap arien cia debido a una sobreidentificación destructiva con el p ad re y el terap eu ta, ambos profesores. G uiado por un ingenioso “pintor que vivía en la universidad m ientras estudiaba” , descubrió que tenia un talento original p a ra p intar, actividad que sólo su avanzado tratam iento im pidió que se convirtiera en una sobreactividad autodestructiva. Como la p in tu ra dem ostró ser u n a ventaja valiosa p a ra que el paciente adqui­ riera g rad u alm en te un sentim iento de identidad propia, u n a noche soñó una versión diferente de un sueño que antes siempre había term inado en un aterrorizado despertar. Com o siempre, el paciente escapaba del fuego y la persecución, pero esta vez huía hacia u n sitio con árboles que él mismo h abía bosquejado, y a m edida que corría hacia él el dibujo al carbón se convertía en un verdadero bosque de infinitas perspectivas. La e le c c ió n d e la id en tid a d n eg a tiv a L a p érd id a d el sentim iento de id entidad suele expresarse por una hos­ tilidad desdeñosa y alta n e ra hacia los roles que se presentan como ade­ cuados y deseables en la p ropia fam ilia o en la com unidad inmediata. C ualquier aspecto del rol exigido, o todo él — sea la m asculinidad o la fem ineidad, la nacionalidad o la pertenencia a u n a clase— pueden con­ vertirse en el núcleo principal del desprecio del joven. Este desdén ex­ cesivo hacia su am biente total se da entre los anglosajones más viejos

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familias latinas o judias más recientes; puede convertirse, en una 'aversión general hacia todo lo no nacional y en una sobreestimación 'irracional de todo lo extranjero, o en lo contrario. L a vida y la fuerza carecen existir sólo donde uno no está, m ientras que la decadencia y el "peligro am enazan dondequiera que uno esté. Este fragm ento típico de un informe sobre un caso ilustra el triunfo del menosprecio del superyó sobre la vacilante identidad de un hom bre joven: “Por esta época una voz dentro de él que lo m enospreciaba comenzó a hacerse oír con más intensidad. Llegó hasta el p u nto de entrom eterse en todo lo que hacía. ■El paciente decía: ‘Si fumo un cigarrillo, si le digo a una m uchacha que me gusta, si hago un gesto, si escucho m úsica, si trato de leer un libro, esta tercera voz está siempre conmigo p a ra m enospreciarm e: «Estás haciendo esto para causar im presión; eres u n farsante.»’ Esta voz que lo m enospreciaba se hizo inexorable. U n día en que volvia de la universi­ dad a su casa, su tren atravesaba las tierras pantanosas de N ueva Jersey y algunas de las partes más pobres de las ciudades, y sintió de m anera abrum adora que él se asem ejaba más a la gente que vivia allí que a las personas del campus * o a las de su casa. L a vida parecia existir sólo en esos lugares, y el campus, en contraste, era un sitio protegido y afem inado.” En este ejem plo es im portante reconocer no sólo un superyó arrogante, al cual se percibe de m anera más que evidente como una voz interior que desaprueba (pero que no está lo bastante integrado como para llevar al joven a m odificar el curso de su v id a ), sino tam bién la aguda confusión de identidad proyectada en aspectos de la sociedad. Un caso análogo es el de u n a joven franconorteam ericana de u n a ciudad m inera bastante próspera, que se aterrorizaba h asta el p u nto de sentirse paralizada cuando estaba a solas con un m uchacho. Parecía como si m uchas prohibiciones del superyó y conflictos de identidad se hu b ieran concentrado, por así decir, en la idea obsesiva de que todos los m uchachos tenían derecho a esperar que ella cediera a prácticas sexuales conocidas popularm ente como “francesas” . T al extrañam iento respecto de los origenes nacionales y étnicos rara vez conduce a una negación com pleta de la identidad personal, a pesar de que la aira d a insistencia en ser llam ado por un nom bre o sobrenombre en particu lar no es algo fuera de lo com ún entre los jóvenes que tratan de encontrar refugio en u n nuevo rótulo denom inativo. N o obstante, las re­ construcciones confabulatorias del propio origen si ocurren. U n a m uchacha sum am ente im aginativa que asistia a la escuela secundaria era de origen centroeuropeo, pero buscaba la com pañía de inm igrantes escoceses, estu­ diando cuidadosam ente y asim ilando con facilidad su dialecto y sus hábitos sociales. Con ayuda de libros de historia y guías de viajes reconstruyó para sí m ism a una infancia en un am biente determ inado, en un m uni­ cipio real de Escocia, todo lo cual resultaba bastante convincente para algunos nativos de ese país d u ran te las largas conversaciones que m a n ­ tenían por las noches. Se refería a sus padres, que habiam nacido en Campus-,

(E. U. A.) T erre n o de u n college o universidad. [T.]

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Estados U nidos, com o “ la gente que me trajo aquí” , y cuando la enviaron a verm e se presentó como “ L o rn a” y describió su infancia “ allá” con un detallism o im presionante. M e m ostré de acuerdo con su historia y le dije que había en ella más verdad interior que realidad. Y por cierto, la v erd ad interior resultó ser u n recuerdo, a saber, el afecto que la niña profesó en otro tiem po a u n a vecina que habia venido de las Islas Británicas y le h ab ía dado más am or del tipo que ella queria que el que sus padres le ofrecieron o pudieron darle. L a fuerza del poder casi deli­ ra n te de la “ v e rd a d ” in ventada era el deseo de m uerte contra sus pa. dres, deseo laten te en toda crisis de identidad grave. El carácter serniintencional del delirio pasó a prim er plano cuando por últim o pregunté a la m uchacha cóm o se las habia ingeniado p ara reunir todos los detalles acerca de la v ida en Escocia. “Dios lo bendiga, señor” , dijo con suplicante acen to escocés, “ necesitaba u n pasado” . Es inútil decir que si se poseen tales dotes p ara los idiomas, talento histriónico y cordialidad personal, un “ delirio” es m uy diferente, en cuanto a naturaleza y pronóstico, de un estado v erd ad eram en te psicótico. E n general, sin em bargo, los conflictos de nuestros pacientes encuen­ tra n expresión de u n a m anera más sutil que la anulación de la identidad personal. En lug ar de hacer esto últim o, eligen una identidad negativa, es decir, una id en tid ad perversam ente basada en todas esas identificacio­ nes y roles que, en estadios críticos del desarrollo, les fueron presentados com o los más deseables o peligrosos y, no obstante, como los más reales. Por ejem plo, u n a m ad re cuyo prim er hijo habia m uerto y que, a causa de com plicados sentim ientos de culpa, nunca había podido d ar a sus otros hijos la m ism a can tid ad de religiosa devoción que prodigaba al recuerdo de su hijo m uerto, hizo surgir en uno de ellos la funesta convicción de que estar enferm o o m uerto constituía una m ejor seguridad de ser “reco­ nocido” que estar sano y en pie. U n a m adre abrum ada por una am bi­ valencia inconsciente hacia un h erm ano destruido por el alcoholismo, cons­ tantem en te respondía de m an era selectiva sólo a aquellos rasgos de su hijo que parecían in d icar una repetición del destino de su herm ano, con el resultado de que p a ra el hijo esta identidad “negativa” a veces parecía tener más realidad que todos sus esfuerzos espontáneos por ser bueno. Se esforzó por convertirse en un borracho, pero como carecía de los elemen­ tos necesarios, term inó en un estado de obstinada parálisis de elección. E n otros casos, la id entidad neg ativ a se im pone al sujeto por una nece­ sidad de en co n trar y defender un refugio contra las exigencias inm oderadas de padres m orbosam ente ambiciosos, o existentes en otras personas que están en u n a posición de superioridad con respecto a él. En ambos casos el niño reconoce con claridad catastrófica las debilidades y los deseos no expresados de los padres. La hija de un destacado em presario teatral se escapó de la universidad y fue arrestada por prostituta en el distrito negro de u n a ciudad sureña, y a la hija de un influyente predicador negro su­ reño se la encontró entre los adictos a drogas de Chicago. En estos casos es de la m ayor im portancia reconocer la burla y la simulación vengativa im plícitas en tal desem peño de roles, porque ni la m uchacha blanca se

había prostituido realm ente aún ni la joven de color era todavía una adicta. Es obvio que cada una de ellas se habia situado en un área social m arginé dejando que los funcionarios encargados de h arer cum plir la ¡ey y las instituciones psiquiátricas decidieran qué rótulo poner a tal comportamiento. Un caso similar es el de un m uchacho que fue llevado á 'u n a clínica psiquiátrica como “ el homosexual del pueblo” de una pe­ c e ñ a ciudad. A! estudiar el caso, se descubrió que había conseguido esta fama sin com eter ningún acto de hom osexualidad, excepto uno, en una fpoca muy tem prana de su vida, cuando fue violado por algunos m ucha­ chos mayores que él. :? Tales elecciones vengativas de una identidad negativa representan, por supuesto, un intento desesperado de volver a obtener cierto control de una situación en la que los elementos de identidad positiva de que se dispone se anulan entre si. La historia de una elección de este tipo revela un con­ junto de condiciones en las que resulta más fácil para el paciente obtener un sentimiento de identidad a p artir de una identificación total con lo que menos se supone que sea, que luchar por un sentim iento de realidad en roles aceptables pero que sus medios internos no le perm iten alcanzar. P3- La afirmación de un hom bre joven: “ Prefiero ser muy inseguro que un m poco seguro” y la de una m ujer jo v en : “Al menos en el arroyo soy un genio” , circunscriben el alivio que sigue a la elección total de una iden­ tidad negativa. Por supuesto, con frecuencia ese alivio se busca colecti­ vamente en pandillas y grupos de homosexuales jóvenes, adictos y cinicos sociales. ' . „ Debemos incluir aquí ciertas formas de esnobismo de clase alta porque •'v permiten a algunas personas negar su confusión de identidad recurriendo a algo que ellas no h a n ganado, como la riqueza de sus padres, el m e­ dio. o la fam a, o a cosas que ellas no han creado, como estilos y formas artísticas. Pero tam bién existe un esnobismo “bajo-bajo” , basado en el orgullo de haber llegado a no ser nada. De cualquier modo, en el estadio final de la adolescencia muchos jóvenes enfermos o desesperados, si se vieran obligados a en frentar un conflicto continuado preferirian ser na’ die o alguien totalm ente malo o, por cierto, estar m uertos — y esto por decisión propia— , que ser alguien sin im portancia. El uso de la palabra “total” no es accidental en este contexto; en el capítulo I I nos hemos esforzado por describir una tendencia h u m ana a la reorientación “totalista” cuando, en los estadios críticos del desarrollo, la reintegración en una relativa “ totalidad” , parece algo imposible. Pero no podemos exa­ minar aquí la solución totalista de un brote psicótico.14

14 D e bo mi orientación en este c a m p o a R obe rt K n i g h t : “ M a n a g e m e n t and Psychotherapy of the Borderline Schizophrenic P a tie n t” , en P s y c h o a n a l y t i c P s y c h i a ­ t r y a n d P s y c h o l o g y , Austen Riggs Ce nte r, vol. I, R. P. K n ig h t y C R. Friedm an (comps.). N ueva York, I n te r n a tio n a l Universities Press, 1954, páes. 110-122; y M a rg are t B re n m a n : “ O n T ea sing a n d Being T e a s e d : and the Problem of ‘Moral Masochism’ ” , tam bién e n P s y c h o a n a l y t i c P s y c h i a t r y a n d P s y c h o l o g y , págs. 29-51.

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' j)c'. paciente a apartarse o a actu ar al azar, y la desesperada intrusión íhi.jocial de la m adre, tienen en com ún una vulnerabilidad social básica. Lo que aquí describo constituye, en sus form as más benignas, un tipo Al exam inar a los pacientes que com parten una determ inada tendencia Ar tan común que resulta imposible “culparlo” de la enferm edad del hijo, patogénica, estamos dispuestos a preguntarnos qué es lo que sus padres Iri en especial si tenemos en cuenta que no todos los niños de la familia tienen en com ún. C reo que podem os decir que un significativo número parecen responder del mismo m odo negativo. T am poco debemos olvidar de las m adres de nuestras historias de casos tienen en com ún varios ras‘' que, por lo general, conocemos a estas m adres cuando ya están doblegos que llam an la atención, y que no dependen necesariam ente de su . mente a la defensiva. Pero creo poder decir con seguridad que aquí testatus social rea!. En prim er lugar, presentan una pronunciada conciencia­ ! ‘ nemos nuevam ente una reacción reciproca negativa entre la m adre y el do status de la variedad trep ad o ra y presuntuosa o “ retentiva” . Casi en : hijo, la que constituye la contraparte m aligna de la m utualidad. cualquier m om ento estarían dispuestas a d ejar de lado cuestiones que . Los padres, aunque por lo general tienen éxito y con frecuencia se hacen a los sentim ientos honestos y al juicio inteligente, en beneficio de íi destacan en su trabajo, en el hogar no hacen frente a sus esposas porque una fachada de riqueza o status, de decencia o “felicidad” ; en realidad, dependen dem asiado de ellas y como consecuencia de esto tam bién ellos tratan de obligar a sus sensibles hijos a fingir una sociabilidad “ natural” ? están muy celosos de sus hijos. Su iniciativa o integridad se rinden frente y “satisfecha-de-ser-la-correcta” . En segundo lugar, poseen la cualidad yi a la intrusión de la esposa o tra ta n culpablem ente de eludirla, y como especial de la om nipresencia penetran te; su voz natural, así como sus resultado la m adre se m anifiesta m ucho más necesitada, quejosa y “sasollozos m ás suaves, son agudos, quejum brosos o irritantes y no es posible ; orificada” en los requerim ientos que hace a todos o a algunos de sus hijos, dejar de oírlos a u n a distancia considerable. D urante toda su infancia i Con respecto a la relación de nuestros pacientes con sus hermanos y un paciente soñó m uchas veces c.on un par de tijeras que se abrían y ce­ - hermanas sólo puedo decir que parece ser más simbiótica que la mayoría rraban en form a am enazadora y se desplazaban por todas partes en una ¿ de las relaciones fraternales. A causa de un tem prano deseo de idenhabitación: se dem ostró que las tijeras simbolizaban la voz de su madre, ií : tidad, nuestros pacientes tienden a fijarse a un herm ano o herm ana de cortando e interru m p ien d o .15 Estas m adres am an, pero de una manera ! una m anera que se asem eja al com portam iento de los mellizos,16 excepto desesperada e intrusiva. Ellas mismas están tan ham brientas de aproba­ : que en este caso tenemos un mellizo, por decirlo así, que intenta tratar a ción y reconocim iento que abrum an a sus pequeños hijos con complicadas un no-mellizo como si lo fuera. Parecen capaces de entregarse a una quejas, especialm ente referentes a los padres, casi im plorándoles a éstos identificación total por lo menos con un herm ano de un modo que va que justifiquen su existencia como m adres con la existencia de ellos. Son '. mucho más allá del “ altruism o por identificación” descrito por Anna sum am ente celosas y muy sensibles a los celos de los otros. En nuestro Freud.17 Es como si nuestros pacientes renunciaran a su propia identidad contexto reviste especial im portancia el hecho de que la m adre se mues­ por la de un herm ano o herm ana con la esperanza de recuperar una iden­ tre intensam ente celosa frente a cualquier signo de que el hijo pueda iden­ tidad m ayor y m ejor fusionándose de alguna m anera con ellos. Tienen tificarse fu n dam entalm ente con el padre o, peor aún, basar su identidad éxito du ran te algún tiem po, pero el abandono que debe seguir a la disomisma en la de éste. Es necesario agregar que, sean lo que fueren estas y lución de la relación artificial entre los “gemelos” es tanto más traum ámadres, lo m anifiestan más con respecto al paciente. E n consecuencia, de­ """ tico. L a rabia y la parálisis siguen a la comprensión súbita — que tam bién trás de las constantes quejas de la m adre de que el padre no pudo hacer . es posible que se dé en uno solo de los mellizos— de que hay identidad de ella u n a m u jer, está la queja, que tanto la m adre como el hijo per­ suficiente sólo p ara uno, y que el otro parece haberse apropiado por en ­ ciben vividam ente, de que el paciente no pudo convertirla en una madre. tero de ella. La conclusión ineludible es que estos pacientes, a su vez, y desde el co­ Las historias de la prim era infancia de nuestros pacientes son, en gene­ mienzo m ism o de sus vidas, hirieron profundam ente a sus m adres al apar­ ral, notablem ente benignas. Con frecuencia se observa algún autismo in ­ tarse de ellas debido a que no pudieron tolerar de ninguna m anera lo fantil, pero éste es generalm ente racionalizado por los padres. No obstante, que al p rincipio parecían diferencias tem peram entales extrem as. Sin em­ se tiene la impresión general de que el grado de gravedad de la confusión bargo, estas diferencias dem ostraron ser sólo expresiones exageradas de de identidad aguda en el período final de la adolescencia depende del una afinidad esencial, con lo cual quiero decir que la tendencia excesiva alcance de este autism o tem prano, y que determ inará la profundidad de la regresión y la extensión del retorno a viejas introyecciones. En lo que 15 Este e je m p lo ilu stra bien el equilibrio que debe encontrarse en la interpreta­ ción que se d a a tales pacientes entre el simbolismo sexual (en este caso la castra­ respecta a determ inados traum as de la infancia o de la juventud, un ítem

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ción) que, si el te r a p e u t a lo destaca excesivam ente sólo puede, a u m e n t a r la sensa­ ción m ágica del pa ciente de que se lo está exponiendo a un peligro, y la represen­ tación de los riesgos p a r a el yo (en este caso del peligro de q u e el hilo de la propia a u to n o m i a sea c o r ta d o ) , c uya com unicació n es, en realidad, u n a condición para el exam en digno de confianza de los significados sexuales.

18 D. B u rlin g h a m : T w ins. N ueva York, I n te r n a tio n a l Universities Press, 1952. 17 A n n a F r e u d : T h e Ego and the M e ch a n ism s of Defence. N ueva York, I n t e r ­ national Universities Press, 1946. [Hay versión c aste llana: véase nota 13 del ca ­ pítulo II.]

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parece frecuente, a saber, u n a grave lesión física en el período ed!pico o en la tem p ran a pubertad, por lo general coincidiendo con una separación del hogar. Este traum a puede consistir en una operación o en un defecto físico tardíam ente diagnosticado o bien ser un accidente o una ■ grave experiencia sexual traum ática. De otro m odo, la patología tem p ran a está de acuerdo con lo que he­ mos llegado a considerar como típico p a ra el diagnóstico psiquiátrico que por lo general se da. O bviam ente, la confusión de identidad no es un diagnóstico clínico, pero siem pre queda en pie la cuestión decisiva de si por ejem plo, u n a confusión de identidad de tipo paranoico debe consi' derarse como un caso de p aranoia que por casualidad sobreviene durante la juventud o como una disposición p a ra la p aranoia agravada por una aguda confusión de identidad, que es relativam ente reversible si la con­ fusión puede ser m itigada. N o es posible tra ta r aquí esta cuestión “ téc- ■ nica” . Pero de nuestro exam en surge otro problem a critico. Se trata del peligro, estudiado en términos sociológicos por K ai T . Erikson,18 de que el paciente de este grupo de edad elija el mismo rol de paciente como la base más significativa p ara la form ación de una identidad. 4. S O C IA L : D E LA C O N F U S IO N IN D IV ID U A L AL O R D E N S O C IA L I Después de d ar un cuadro com pleto del estado de confusión aguda, me gustaría to m ar cada uno de los síntom as parciales descriptos y rela­ cionarlo con dos fenómenos aparen tem en te alejados entre si: la infanciadel individuo y la historia cultural. Puesto que suponemos que los con­ flictos que encontram os en nuestras historias de casos en form a suma­ m ente agravada son, en principio, com unes a todos los individuos, de modo que el cuad ro que presentan es sólo u n a form a distorsionada del estado adolescente norm al, podemos p reg u n tar ahora, prim ero, cómo de­ mostraremos que este estado hace revivir viejos conflictos de la infancia y, segundo, cuáles son las diversas vías que las culturas ofrecen a los jó­ venes “norm ales” p a ra aue p uedan vencer las fuerzas que los obligan a hacer regresiones infantiles y en co n trar m aneras de movilizar su fuerza interior en actividades orientadas h acia el futuro. En prim er lugar, consideremos el retorno forzado a la infancia, los aspectos regresivos del conflicto adolescente. Espero no com plicar esta cuestión de m an era intolerable trayendo nuevam ente a colación el dia­ gram a con el fin de “ localizar” las tendencias regresivas en nuestro es­ quem a de desarrollo psicosocial. Sé que algunos lectores se habrán pre­ guntado qué hacer con aquellas partes del d iagram a a las que aún no 18 Véase Kai T . Erik son: “ Patie nt-Role a n d Social U n c e r ta in ty - A D ilem m a of the M entally 111” , en Psychiatry, 1957 N* 20, págs. 263-274.

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jes ha sido asignado un lugar. O tros probablem ente preferirían seguir leyendo y d ejar el diagram a a quienes se interesan por estas cosas. Por lo tanto, insertaré aqui un párrafo destinado sólo a los aficionados a los ¿agram as, con el fin de explicarles cómo, a lo largo de toda esta parte Jos números que aparecen después de ciertos ítems se refieren al diagram a. Otros lectores pueden ignorar el párrafo que sigue lo mismo que todos jos núm eros siguientes que van entre paréntesis. Espero que en lo que a ellos respecta el texto hablará por si mismo. Solo la diagonal del diagram a epigenético (pág. 78) ha sido exam i­ nada de lleno en el capitulo I I I . D ijim os que describia el desarrollo ontogenético de los principales com ponentes de la vitalidad psicosocial (f. 1-V III. 8 ). T am bién hemos incluido algunos aspectos de la vertical que va desde la infancia hasta la identidad, o sea desde I. 5 hasta V. 5. Estas son las contribuciones especificas que los estadios previos hacen di­ rectamente al desarrollo de la id en tid ad , a saber, la confianza prim itiva en el reconocim iento m utuo; los rudim entos de una voluntad para llegar a ser uno m ism o; la anticipación de lo que uno podría llegar a ser y la capacidad p a ra aprender cómo ser, con habilidad, aquello que uno está por llegar a ser. Pero esto tam bién significa que cada uno de estos esta­ dios contribuye con un extrañam iento determ inado a la confusión de iden­ tidad: el prim ero se m anifestaría con u n a incapacidad “autistica” para establecer la m utualidad. Acabamos de ver que las formas más extrem as la confusión de identidad se rem ontan a esas perturbaciones tem pra­ nas. E n este caso, una confusión de objetos contradictorios introyectados sabotea, por decirlo asi, todas las identificaciones futuras y de este modo también su integración en la adolescencia. E n consecuencia, si tomamos en consideración las sugerencias extraidas del cuadro clínico que acabam os de ver, y experim entam os con el diagram a, de ahora en adelante distri­ buiremos los diversos síntomas parciales de la confusión sobre la hori­ zontal V del diagram a e indicarem os cómo los señalaremos en una línea descendente a lo largo de las verticales “ regresivas” 1, 2, 3 y 4 hasta sus antecedentes en la infancia. El lector sólo necesita dejar que su m i­ rada vague a lo largo de estas verticales para encontrar la ubicación de los núm eros que aparecen después de los ítems principales. Comencemos con el prim er ítem patológico que acabam os de describir: la desconfianza acerca del tiem po mismo y el predom inio de la confusión temporal (V . 1). U n a pérdida de la función del yo de m antener la pers~pectivá y la expectativa constituye u n a regresión evidente a una época de la tem p ran a infancia cuando el tiem po no existía. La experiencia tem ­ poral surge sólo de la adaptación del infante a los ciclos iniciales de la tensión provocada por la necesidad, de la dem ora de la satisfacción y de la saciedad. A m edida que la tensión aum enta, el infante anticipa la satisfacción fu tu ra de m anera “ alucinatoria” ; cuando la satisfacción se dem ora, se observan momentos de rabia im potente en los que la confianza parece haber sido destruida; cualquier señal que indique la proxim idad de la satisfacción da nuevam ente al tiem po u n a cualidad de intensa es­ peranza, pero la dem ora adicional provoca u n a redoblada rabia. Nuestros

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pacientes, como vimos, no confían en el tiem po y no están convencidi - -• Juventud se encuentra una perspectiva temporal sensualmente convinOj de que la satisfacción suficiente es lo bastante predecible como para ' B L, ¿ente y com patible con una im agen coherente del m undo. Tiene proque el deseo y el “ trab ajo ” valgan la pena f7 fundo sentido que en la actualidad, cuando la estandarización de futuros E n realidad, aquellos pacientes nuestros que han hecho una regresió anticipados está en su apogeo, miles de jóvenes elijan comportarse como del tipo m ás grave se hallan evidentem ente bajo el dom inio de actitudes -■ N 1/j¡ la m oratoria fuera una m anera de vivir y una cultura separada. A megenerales que representan u n a cierta desconfianza acerca del tiempo como ' ¿jda que eligen olvidarse de su futuro, la sociedad se olvida de que éste tal: toda dem ora parece un engaño, toda espera una experiencia de im és sólo una form a m oderna — esto es, más p o p ular y más publicitada— potencia, to d a esperanza u n peligro, todo plan una catástrofe, lodo posj ¿e un viejo fenóm eno, como lo revela claram ente el carácter de renacible proveedor un traid o r en potencia. Por lo tanto, hay que detener el TJ: miento que tiene el1 exhibicionismo de algunos de nuestros jóvenes, tiem po, si es necesario p o r los medios mágicos de la inm ovilidad catatóagnosticamos la conciencia de sí de la identidad entre los p f 4V Tam bién diagnosi nica. Estos son los extrem os que se m anifiestan en unos pocos pero qUe Sfí componentes de la confusión de identidad, y con ella quisimos dar a enperm anecen latentes en m uchos casos de confusión de identidad, y mg (T- " tender una form a especial de penosa conciencia de sí que se alim enta de inclinaría a creer que todo adolescente conoce al menos mom entos fuga- - r , las discrepancias entre la propia autoestim a, la exaltada autoim agen que ces en que h a estado de este m odo en m alas relaciones con el tiempo í- ha llegado a ser como una persona autónom a y la propia apariencia ante mismo. En su form a norm al y pasajera, esta nueva clase de desconfianza y’ los ojos de los otros. E n nuestros pacientes, una ocasional anulación total cede su lugar ráp id a o g radualm ente a actitudes que perm iten y exigen ¡i de la autoestim a contrasta netam ente con un desdén narcisista y esnob un a inversión intensa y hasta fanática en un futuro, o u n a rápida su­ por el juicio de los demás. Pero una vez más vemos fenómenos corres­ cesión en varios futuros posibles. P ara los mayores, estas perspectivas con pondientes, aunque menos extremos, en esa sensibilidad de los adolescenfrecuencia parecen incoherentes entre sí y en todo caso bastante “utópi■• tes que altern a con el descaro desafiante frente a la critica. N uevam ente, cas” , esto es, basadas en expectativas que exigirían una modificación en éstas son defensas prim itivas que respaldan una seguridad vacilante conlas leyes del cam bio histórico. Pero entonces, nuevam ente, la juventud ■^.tra el sentim iento de duda y vergüenza (II. 2) que examinamos en el puede adherirse a im ágenes del m undo aparentem ente utópicas que de capítulo anterior. A unque norm alm ente esto es u n a cuestión pasajera, alguna m an era dem uestra que en p arte se pueden llevar a la práctica, . .persiste en algunas formaciones caracterológicas y sigue siendo algo ca­ si se le da el líder ad ecuado (y si tiene suerte en cuanto al desarrollo racterístico en m uchas personas creativas que experim entan, de acuerdo histó rico ). E n consecuencia, la confusión tem poral es algo más o menos r con su propio testimonio, reiteradas adolescencias y con ellas el ciclo comtípico en todos los adolescentes en uno u otro estadio, aunque sólo en U pleto de retraim iento sensitivo y exhibicionismo violento. algunos llega a ser patológicam ente m arcada. S? La conciencia de sí mismo (V . 2) es una nueva edición de esa du d a ori¿ Q u é hace el proceso social respecto de esto, de una cu ltu ra a otra y ;; ginal que a ta ñ ia a la integridad de los padres y del niño mismo (sólo en de u n a época a otra? Sólo puedo ofrecer algunos ejemplos pertinentes. De í la adolescencia esa d u d a autoconsciente concierne a la confiabilidad de esta m anera, existió el período rom ántico, cuando la ju v en tu d (y los ar­ f; todo el lapso de la infancia que en este m om ento se debe d ejar atrás y tistas y escritores) se preocu p ab an p o r las ruinas de un pasado ya muerto a la integridad de todo el universo social que ahora se co n tem p la). La que parecía más “eterno” que el presente. Sin embargo, lo que hay que ; obligación que se tiene actualm ente de com prom eterse con la propia iden­ destacar aquí no es el m ero volverse a un pasado distante, sino un cam­ tidad autónom a, con un sentim iento de libre albedrío, puede hacer sur­ bio concom itante en la cualidad total de la experiencia tem poral. En gir una penosa sensación general de vergüenza com parable de algún modo condiciones culturales o históricas diferentes esto puede adquirirse en es­ a la vergüenza y rabia originales por ser com pletam ente visible a los ad u l­ cenarios ta n diversos (p a ra elegir en tre los ejemplos ya m encionados en tos que todo lo saben, sólo que ahora esa vergüenza responde al hecho este lib ro ), como la búsqueda de revelaciones inspiradas y proféticas bajo , de que uno tiene una personalidad pública que se halla expuesta ante el enceguecedor sol de la p ra d e ra o bailando al son del tam bor durante los com pañeros de la misma edad y que será juzgada por los líderes. En toda la n oche; flotando en el tiem po “absoluto” de un m odo completa­ i el curso norm al de los hechos, esto se equilibra con esa seguridad en sí mis­ m ente pasivo inducido p o r las drogas o m archando a paso de ganso al mo (V .2) que ahora se caracteriza por una definida sensación de indepen­ son de trom petas estridentes preparándose p a ra el Reich de los M il Años. dencia de la fam ilia como la m atriz de las autoim ágenes y por una se­ En realidad, existe un facto r tem poral indispensable a toda ideología, in­ guridad en cuanto a la anticipación. cluyendo la significación ideológica que las m etas y los valores de civi­ E ntre los fenómenos sociales correspondientes a este segundo conflicto lizaciones diferentes tienen p a ra la juventud, sea que se dedique a la sal­ existe una tendencia universal hacia cierto tipo de uniform idad, sea usan­ vación o la reform a, la av en tu ra o la conquista, la razón o el progreso, do uniform es especiales o ropas características m ediante las cuales la parcial de acuerdo con potenciales de iden tid ad que recién se están desarrollando. seguridad en sí mismo se oculta d u ran te un tiem po en una seguridad gruPorque entre los fundam entos que dichos potenciales proporcionan a la pal. E n todas las épocas esa seguridad siempre la proporcionaron los

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símbolos, así como ios sacrificios de investiduras, confirmaciones e im¡. clase de realización y su identidad laboral y a insistir en ellas. Esto puede taciones, pero tam bién pueden crearla tem poraria y arbitrariam ente aque. í J V hacerse especialm ente im portante en una tem prana inclinación a la delin­ líos que están interesados en ser diferentes de una m anera radical y que cuencia (los delincuentes son, de m uchas m aneras, las contrapartes “posisin em bargo deben desarrollar cierta uniform idad cuando difieren de los Sílru tivas” de nuestros pacientes, porque al menos actúan en com pañía ¡o que otros (p artidarios de la zootom ía, beatniks). Estas y otras uniformidades p^yt'el individuo aislado rep rim e). En frases delictivas como “ hacer un tramenos obvias se ven reforzadas p o r u n a vergüenza com partida entre •; íásg; bajo” (es decir, un robo nocturno) o “hacer un buen trabajo” , en el los pares, u n dar-y-tom ar dictam inado y un cruel asociarse en pandillas sentido de com pletar una destrucción, es evidente cierta burla al trabajo que d eja a los que no pertenecen a un grupo determ inado “con las ma- • y, sin em bargo, tam bién una com petencia con éste. Desde aqui hay sólo nos vacías” , en un aislam iento penoso aunque algunas veces creativo. -Sffeun paso hasta otra consideración obvia, a saber, que los jóvenes deben L a m anifestación de un com prom iso total con una fijación al rol (V. 3)d .¡¿f#haber aprendido a disfrutar de un sentim iento de aprendizaje (V. 4) com parado con una libre experimentación con roles disponibles tiene una {¿v-riyeon el fin de no necesitar la emoción de la destrucción. Los esquizoides conexión obvia con conflictos más tem pranos entre la libre iniciativa y la los delincuentes tienen en com ún una desconfianza con respecto a si culpa edípica en la realidad, la fantasía y el juego infantiles. C uando núesíjtVinisrnos, una creencia en la posibilidad de que nunca podrían com pletar tros pacientes regresan a estratos más profundos que la crisis edipica lie-- ' algo valioso. Por supuesto, esto se nota de m an era especial en aquellos gando hasta u n a crisis total de confianza, la elección de un rol para de­ que, por una u otra razón, no sienten que participan de la identidad tecrrotarse a si mismo con frecuencia sigue siendo la única form a aceptable frif nológica de su época. Es posible que la razón sea que sus propias aptitude iniciativa en el cam ino h acia atrás y hacia arriba, y esto en forma de des pueden no haberse puesto en contacto con los propósitos productivos un com pleto rechazo de la am bición com o la única m anera posible de evi­ de la era de la m áquina, o que ellos mismos pertenecen a una clase social tar por com pleto la culpa. Sin em bargo, la expresión norm al de una ini­ (en este caso “alta-alta” es notablem ente igual a “baja-b aja” ) que no ciativa relativam ente libre de culpa y en realidad más o menos “ delictiva” participa de la corriente de progreso. en la juven tu d , es u n a experim entación con roles que siguen los códigos j Las instituciones sociales m antienen la fuerza y las características de no escritos de las subsociedades adolescentes y que de este m odo no carece lia identidad social en crecim iento ofreciendo a aquellos que aún están de u n a disciplina propia. aprendiendo y experim entando un cierto status de aprendizaje, una m o­ D e las instituciones sociales que tom an a su cargo canalizar a medida ratoria que se caracteriza por deberes definidos y com petencias autoriza­ que estim ulan esa iniciativa y proporcionar expiación al mismo tiempo que das, así como tam bién por una licencia especial. m itigan la culpa, debem os volver a señalar aquí las iniciaciones y confir­ Estas son, entonces, las tendencias regresivas en la crisis de identidad m aciones: dentro de una atm ósfera de eternidad mítica, aquéllas se es­ que se elaboran de m anera clara particularm ente en los síntomas de fuerzan p o r com binar algún símbolo del sacrificio o la sumisión con un confusión de identidad y en algunos de los procesos sociales que los neu­ enérgico im pulso hacia modos de acción autorizados (una combinación tralizan en la vida cotidiana. Pero tam bién hay aspectos de la formación que, cuando funciona, asegura en el novicio el desarrollo de un grado de la identidad que anticipan el desarrollo futuro. El prim ero de estos óptim o de acatam iento con u n m áxim o sentim iento de libre elección y es lo que podernos denom inar u n a polarización de las diferencias sexuales solid arid ad ). E sta propensión especial de la juventud — a saber, el logro (V. 6 ), es decir, la elaboración de una determ inada proporción de masde u n sentim iento de libre elección com o el resultado mismo de la regla­ culinidad y fem ineidad que esté de acuerdo con el desarrollo de la iden­ m entación ritu al— se utiliza, por supuesto, universalm ente en la vida tidad. Algunos de nuestros pacientes sufren du ran te más tiem po y de m ilitar. modo m ás grave un estado que no es raro encontrar en una form a más L a parálisis en el trabajo extrem a (V . 4) es la consecuencia lógica de un benigna y pasajera du ran te to d a la adolescencia: el joven no siente cla­ profundo sentim iento de la inadecuación de nuestro equipo general. Tal ram ente que pertenece a uno u otro sexo, lo cual lo convierte en la víc­ sentim iento de inadecuación, por cierto, generalm ente no refleja una ver­ tima fácil de los aprem ios de, por ejem plo, las pandillas de homosexuales, dad era carencia de p o ten cial; más bien parece com unicar las exigencias puesto que p ara algunas personas resulta más fácil soportar que se las im practicables de un ideal del yo deseoso de solucionar las cosas sólo por rotule como algo, como cualquier cosa, que tolerar la prolongada confu­ la om nipotencia o la om nisciencia; puede expresar el hecho de que el sión bisexual. Algunos, por supuesto, deciden alejarse ascéticam ente de m edio social inm ediato no tiene un lugar p a ra las verdaderas dotes del la sexualidad, lo que puede tener como consecuencia que los impulsos individuo, o reflejar la p a ra d o ja de que en la tem prana vida escolar un confusos se abran paso de m anera dram ática. Porque la confusión bisexual sujeto se vio tentado a acep tar u n a precocidad especializada que dejó (V. 6) en la adolescencia se une a la conciencia de la identidad para atrás el desarrollo de su identidad. E n consecuencia, por todas estas razo­ establecer una preocupación excesiva acerca de qué clase de hom bre o nes, el individuo puede ser excluido de esa com petencia experim ental en m ujer, o qué clase de sujeto interm edio o desviado se podría llegar a ser. el juego y el trab ajo m ediante la cual ap rende a encontrar su propia En el m arco totalista de su m ente un adolescente puede sentir que ser un

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poco menos con respecto a un sexo significa ser m ucho más, si no todo en lo que respecta al otro. Si en esa época sucede algo que lo marca sol cialm ente como un desviado puede desarrollar u na profunda fijación, re­ forzada por la evaluación diferente de una identidad negativa, y ]a ver­ d a d e ra intim idad parecerá peligrosa. E n este caso las costumbres sexuales de las culturas y de las clases com pensan grandes diferencias en cuanto a la distinción psicosocial de lo m asculino y lo fem enino, y con respecto a la edad, clase y ubicuidad de la actividad genital. Estas diferencias ' pueden oscurecer el hecho com ún exam inado antes, a saber, que el des­ arrollo de la intim idad psicosocial no es posible sin un firme sentimiento de identidad. Inducidos por mores especiales, los jóvenes confusos pueden im ped ir el desarrollo de su identidad concentrándose en la tem prana actividad genital sin intim idad o, por lo contrario, pueden concentrarse en fines sociales, artísticos o intelectuales que no retribuyen adecuadamente el elem ento genital, hasta el punto de que existe u n a debilidad perma­ n ente de la polarización genital con el otro sexo. E n lo que respecta a esto, las instituciones sociales ofrecen un funda-m entó lógico p ara las pautas de la m oratoria sexual parcial que difieren am pliam ente entre sí, como la abstinencia sexual com pleta durante un perío d o determ inado, la actividad genital prom iscua sin compromiso per­ sonal o el juego sexual sin la im plicación genital del sujeto. Lo que la “ econom ía de la libido” de un grupo o de un individuo tolerará depende tan to de la clase de infancia que dejó atrás como del logro en cuanto a la identidad que resulta del com portam iento sexual que se prefiere. P ero la juventud tam bién da un im portante paso hacia la paternidad y la responsabilidad ad u lta al apren d er a asum ir el liderazgo así comí" la adhesión (V. 7) entre los pares y a desarrollar lo que con frecuencia im p o rta u n a sorprendente previsión en las funciones que se han asumido de esta m anera. T al previsión puede estar, p o r decirlo así, delante de la m ad u rez general del individuo, precisam ente porque la ideología predo­ m in an te provee el m arco p ara la orientación del liderazgo. Por el mismo m otivo, la “causa” com ún perm ite a los otros seguir y obedecer (y al líder m ism o obedecer a líderes suneriores a él) y de este m odo reem plazar las im ágennes parentales establecidas en el superyó infantil por la jerarquía de las imágenes de los líderes que hab itan la galería de ideales que tiene a su disposición (un proceso típico de las bandas delincuentes, así como de cualquier grupo m uy m o tiv a d o ). C uando un joven no puede obedecer ni d a r órdenes, debe enfrentarse con un aislam iento que lo puede con­ d u c ir a un retraim iento m aligno pero que tam bién, si es un sujeto afor­ tu n a d o y talentoso, lo ayudará a responder a voces que orientan y que le h ab la n (com o si lo conocieran) d u ran te siglos, por medio de los libros, los cuadros y la música. A h o ra llegamos a ese sistema de ideales que las sociedades presentan al joven bajo la form a explícita o im plícita de una ideología. Teniendo en cu en ta lo que se h a dicho hasta ahora, podem os adscribir a la ideo­ logía la función de ofrecer a la ju v en tu d : 1) u n a perspectiva simplificada: del fu tu ro que ab arca todo el tiem po previsto y de este m odo contraataca.

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'ja “confusión tem poral” individual; 2) cierta correspondencia fuertem ente sentida entre el m undo interior de los ideales y los males y el m undo social con sus m etas y peligros; 3) una oportunidad para exhibir alguna u n i­ formidad en cuanto a la apariencia y el com portam iento que neutralice la conciencia de identidad individual; 4) el móvil p ara u n a experim entación colectiva con los roles-y las técnicas que ayude a vencer una sensación de inhibición y culpa personal; 5) la introducción al ethos de la tecnología predominante y de este m odo a la com petencia autorizada y reglam enta­ da; 6) una imagen del m undo histérico-geográfica que sirva de m arco a la incipiente identidad del joven; 7) un fundam ento lógico p ara un m odo de vida sexual com patible con un sistema de principios convincente, y 8) la sumisión a líderes que como figuras sobrehum anas o “herm anos piayores” están por encim a de la am bivalencia de la relación padre-hijo. Sin algo de ese compromiso ideológico, por m uy im plícita que esté en un “estilo de vida”, la juventud sufre una confusión de valores (V. 8) "que puede ser específicamente peligrosa para algunos, pero que si se da ■en gran escala es indudablem ente dañ in a p ara la estructura de la sociedad. En consecuencia, en la conclusión de un croquis patográfico tam bién he descripto a grandes rasgos algunos fenómenos que pertenecen al do.minio de la ciencia social. Sólo puedo justificar esto en la creencia de que el trab ajo clínico, al tra ta r de llegar a algunas generalidades factibles con respecto a la patología individual, puede descubrir aspectos del p ro ­ ceso social que las ciencias sociales h an dejado de lado p o r necesidad. Un estudio psicosocial de la historia de casos o de la historia de vida no puede perm itirse descuidarlos. Por lo. tanto, retornem os otra vez a la formulación de Shaw y dejemos que nos conduzca a unos pocos pensa­ mientos finales. II T Shaw era un hom bre estudiadam ente espectacular que trabajó a conjj ciencia tanto en la identidad pública de G. B. S. como en cualquiera de :-í; sus personajes teatrales. Pero, p a ra extender su doctrina antes citada: un * payaso es con frecuencia no sólo el m ejor sino tam bién el núm ero más sincero de la G ran Función. Por lo tanto, vale la pena en este punto vol­ ts ver a leer las palabras que Shaw eligió para caracterizar la historia de su “conversión” cuando joven: . . . me atrajo el renacim iento socialista de la década del 80, que se desarrolló entre ingleses intensam ente serios que ardían de indignación frente a los males muy reales y fu n d a m e n ta le s que asolaban a todo el m u n d o .

Las palabras en bastardilla tienen p a ra m í las siguientes connotaciones: “A trajo” : u n a ideología posee un poder dom inante. “ R enacim iento” : con­ siste en u n a fuerza tradicional del estado de rejuvenecim iento. “ Intensa­ mente serios” : perm ite que hasta los cínicos se revistan de sinceridad. “A rdían de indignación” : da a la necesidad de repudiar la sanción de la honradez. “Reales” : proyecta u n difuso m al interior sobre u n horror cir-

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cunscripto a la realidad social. “Fundam entales” : prom ete la participadurante los rituales periódicos y las racionalizaciones, sin perjudicar ción en un esfuerzo para la reconstrucción básica de la sociedad. “Todo jotras tareas. Sin embargo, el hecho de que ¡as ideologías son concepcioel m u n d o ” : otorga estructura a u n a imagen del m undo definida de ma­ nes simplificadas de lo que está por suceder, y por lo tanto pueden sernera total. H e aquí, entonces, los elementos de una identidad grupal que vir más tarde como racionalizaciones de lo que ha sucedido, no excluye pone las energías agresivas y discrim inativas del sujeto al servicio de una rja posibilidad de que en ciertos estadios del desarrollo individual y en alideología y contribuye a caracterizar la identidad del individuo a medida jígunos períodos de la historia, la polarización ideológica que conduce a que la com pleta. De esta m anera, la identidad y la ideología constituyó f un conflicto m ilitante y a un com prom iso radicalm ente nuevo corresponda r a una ineludible necesidad interior. “N orm alm ente” la juventud necesita dos aspectos del mismo proceso. Ambos proveen la condición necesaria ■ ¡rara una m aduración individual adicional y, con ésta, contribuyen a la .( basar sus rechazos y aceptaciones en alternativas ideológicas vitalm ente siguiente form a superior de identificación, a saber, la solidaridad que une ;; relacionadas con la clase existente de alternativas para la form ación de la las identidades comunes en un vivir, actu ar y crear colectivos. identidad, y en períodos de cam bio radical esta propensión esencialmente -í adolescente llega a dom inar la m ente colectiva. L a necesidad inm ediata de com binar en un sistema de ideas tanto el odio irracional hacia sí mismo de la propia identidad negativa como el En consecuencia, las ideologías parecen proporcionar combinaciones sigrepudio irracional de otros a quienes se vive como hostiles, a veces hace ¡ nificativas de lo más viejo y lo más nuevo de los ideales de un grupo. De ; í este m odo canalizan la enérgica seriedad, el sincero ascetismo y la vehea los jóvenes m ortalm ente compulsivos e intrínsecam ente conservadores mente indignación de la juventud hacia esa frontera social donde la lucha justam ente donde y cuando parecen más anárquicos y radicales. Esta ú. entre el conservadorísimo y el radicalism o se libra con más ardor. En esa necesidad los hace sum am ente argum entadores en su búsqueda de una S , frontera, dond^- los ideólogos fanáticos llevan a cabo su activa tarea y los im agen del m undo sostenida por lo que Shaw denom inó “una clara com­ presión clara de la vida a la luz de u n a teoría inteligible” , a pesar de que líderes psicópatas su sucio trabajo, los verdaderos líderes crean tam bién 1 solidaridades significativas. Pero las ideologías exigen, como precio lo que parece inteligible con frecuencia es sólo la lógica del pasado tal como i®■por la posesión prom etida de un futuro, un inflexible compromiso con fue absorbido d u ran te la infancia, pero m anifestado de m anera nueva e alguna jerarq u ía absoluta de valores y con algún rígido principio de conim propia. ! ’? r : WH ; ’ ducta, y tal principio es la com pleja obediciencia a la tradición, si el futuro E n lo que concierne a los socialistas fabianos, Shaw parece estar ple­ es el reino terrenal de los antepasados; la absoluta resignación, si el futuro nam ente justificado al usar térm inos que caracterizan una ideología de ha de ser de otro m undo; la total disciplina m arcial, si el futuro está m arcado brillo intelectual. Sin em bargo, si consideramos la cuestión desde reservado p ara alguna clase de superhom bre arm ado; la total reform a un p u n to de vista m ás general, un sistema ideológico es un cuerpo cohe­ interior, si se percibe el futuro como un facsímil adelantado del cielo en rente de imágenes, ideas e ideales com partidos que, sea que se basan en la tierra; o, por últim o (p ara m encionar sólo uno de los elementos ideo­ un dogm a form ulado, u n a Weltanschauung im plícita, una imagen del lógicos de nuestra ép o ca), el com pleto abandono pragm ático al equipo m undo altam ente estructurada, un credo político o científico (en espe­ humano de trabajo y a los procesos de producción, si esta producción cial si se lo aplica al h o m b re), o un “estilo de vida” , proporciona a los ' incesante parece m antener unidos el presente y el futuro. Por este mismo participantes una orientación total coherente, aunque sistem áticam ente sim­ totalismo de las ideologías, el superyó infantil es capaz de volver a ocupar plificada en lo que respecta al espacio, el tiem po, los medios y los fines. su territorio de identidad adolescente: cuando las identidades establecidas L a p alab ra “ideología” , por supuesto, parece a veces una m ala palabra. se hacen anticuadas y al mismo tiem po que las nuevas perm anecen vulne­ Por su m ism a naturaleza, las ideologías explícitas y de propaganda con­ rables, se originan crisis especiales que obligan a los hom bres a librar tradicen otras ideologías considerándolas “incoherentes” e hipócritas, y guerras sagradas, usando los medios más crueles, contra aquellos que p a ­ una crítica general de la ideología caracteriza sus simplificaciones más recen cuestionar o am enazar su hasta ahora insegura base ideológica. persuasivas como u n a form a sistem ática de pseudología colectiva. Sin em­ bargo, carecem os de razones p ara d ejar de lado esta palabra en favor de Para concluir, podemos considerar una vez más el hecho general de la connotación política contem poránea que lim ita su significativamente que los desarrollos tecnológicos y económicos de nuestro tiem po se inmis­ más am plio significado. Lo que p o d ría denom inarse hipocresía, por cierto, cuyen en todas las identidades grupales y en todas las solidaridades tra ­ es la o tra cara de la m oneda. N o podría h ab er ninguna simplificación dicionales que puedan haberse desarrollado en épocas agrarias, feudales, patricias o mercantiles. Como lo dem ostraron m uchos escritores, ese desa­ ideológica sin u n a pretensión relativa a los hechos que se oponga al nivel de refinam iento intelectual alcanzado de o tra m anera. T am bién es cierto rrollo total parece conducir a la pérd id a de un sentim iento de integridad que el adulto m edio y, en realidad, la com unidad m edia, si no están ne­ cósmica, en la capacidad providencial de hacer planes y de la sanción tam ente com prom etidos en alguna polarización ideológica, son capaces de celestial para los medios de producción (y destrucción). E n grandes sec­ relegar la ideología — apenas cesan el tiroteo y los gritos— a un com par­ tores del m undo esto conduce, en apariencia, a u n a p ro n ta fascinación tim iento bien circunscripto de sus vidas, donde queda lista p ara ser usada frente a perspectivas totalistas del m undo, perspectivas que predicen mi-

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lenios y cataclism os y que abogan por dioses m ortales autodesignados En la actu alid ad , la centralización tecnológica puede d ar a pequeños grupos de estos ideólogos fanáticos el poder concreto de las m aquinarias estatales to talitarias y de pequeños y secretos o grandes y desarrollados mecanismos de exterm inio. Este puede ser el lugar p a ra otro ítem biográfico, a saber, la moratoria de u n hom bre a quien no p odría h ab er colocado en la m ism a lista qUe incluye a B ern ard Shaw porque probablem ente nunca rió de todo corazón y n u n ca hizo reír espontáneam ente a nadie d u rante su vida. Adolfo Hitler U n hom bre que fue su único y verdadero amigo en la infancia relata cómo d u ran te su ju v e n tu d H itler desapareció por com pleto d u ran te dos años para reap arecer después con u n a fanática dirección ideológica.19 E sta m o rato ria totalm ente anónim a, que pasó en un aislam iento ex­ trem o, siguió a un grave desengaño hacia el final de su adolescencia. C u an d o era joven, H itler deseaba desesperadam ente proyectar ciudadescam inaba días enteros (como atu rd id o ) reconstruyendo imaginariamente su ciudad n atal de Linz. P ara reconstruir, por supuesto, tuvo que imaginar todos los grandes edificios destruidos, pero sin du d a trató de ser “cons­ tructivo” en g ra n escala au n q u e de u n m odo casi delirante. P or último, cuando envió sus planos p a ra un nuevo teatro de la ópera a u n concurso cuyo com ité no le prestó n inguna atención, rom pió realm ente con la so­ ciedad y desapareció, p ara volver sólo como un vengador. Pero durante sus últim os dias, después de h ab er destruido gran parte de Europa y cuando estaba ya acorralado en su fortaleza, planeó con sumo cuidado su autodestrucción, aunque sin d ejar de d a r los toques finales a sus planos para el teatro d e la ópera de Linz, que casi llegó a construir. H asta tal grado a te rra d o r persiste un com prom iso contraido en el últim o período de la adolescencia, au n en u n a persona de necesidades excesivamente des­ tructivas. N o estoy sugiriendo aqui que u n a personalidad como la de H itler pu­ diera h ab er sido “cu ra d a ” , a pesar de que existen quienes aseguran que buscó el tra ta m ie n to analítico p a ra síntom as aislados. T am poco deseo dar a en ten d er que au n un hom bre como H itler pudiera haber im puesto al m undo su p eculiar mezcla de destructividad abismal y pretexto construc­ tivo sin u n a funesta coincidencia de su genio m aligno con u n a catástrofe histórica. C om o vimos en el capitulo I I , la derrota de A lem ania y el T ra ta d o de Versalles tuvieron como consecuencia u n a extensa y traum á­ tica p érd id a de la identidad, sobre todo en la juventud alem ana, y del mismo m odo u n a confusión de id en tid ad histórica que condujo a un estado de delincuencia nacional b ajo el liderazgo de u na b anda de adolescentes grandullones q u e se com portaban como criminales. Pero a m edida que consideram os tales catástrofes nacionales, no debemos perm itir que nuestra aversión nos ciegue hasta el p u n to de im pedirnos ver las potencialidades

constructivas que, en una nación determ inada, pueden verse considerable­ mente pervertidas por la negligencia de otras naciones. ; He señalado en el capítulo I I el rol que h an desempeñado los desa­ rrollos tecnológicos al hacer a ésta y a otras empresas totalitarias tan sor­ prendentem ente exitosas. Pero debo adm itir u n a vez más que aún sabemos muy poco acerca de cómo cam bia la naturaleza profunda del hom bre cuando utiliza sus nuevos poderes tecnológicos.

19 A ugust K u b iz e k : T h e Y o u n g Hitler I K n e w . Boston, H o u g h t o n M ifflin Com ­ pany, 1955.

20 O r g a n iz a d o por los Profesores S. Eisenstadt y C. F rankenstein en la Universi­ dad H e b r e a en 1955.

III Por últim o, una palabra acerca de una nueva nación. En un seminario realizado en Jerusalén tuve la oportunidad de exam inar con estudiosos y clínicos judíos qué es la identidad “ju d ía ” , y contem plar de este modo un extremo de la orientación ideológica contem poránea.20 Israel fascina tanto a sus amigos como a sus enemigos. Este pequeño Estado ha asimilado gran núm ero de fragm entos ideológicos de la historia europea, y muchos de los problem as de identidad que ocuparon un siglo y medio de la historia norteam ericana han sido tratados en hebreo en unas pocas dé­ cadas. D e las m inorías oprim idas de m uchas naciones se establece una nueva nación en u n a “ frontera” que no parece “ pertenecer” a nadie, y se crea una nueva identidad nacional con ideales im portados libertarios, puritanos y mesiánicos. C ualquier exam en de los múltiples y más inm e­ diatos problem as de Israel nos lleva tarde o tem prano a las extraordi­ narias realizaciones y problem as ideológicos planteados por los precursores colonizadores sionistas que crearon lo que se conoce como el movimiento del kibbutz. Estos ideólogos europeos, a quienes se había dado, por decirlo así, u n a m oratoria histórico-geográfica creada por el peculiar status in­ ternacional y nacional de Palestina, prim ero en el Im perio O tom ano y después en el m andato británico, fueron capaces de establecer y fortificar una significativa y utópica defensa a la en trad a de un puente para la ideología sionista. E n su “p atria” y cultivando su suelo, el judío “cose­ chado” tuvo que vencer identidades m alignas como las que resultan del eterno vagar, el com erciar y la intelectualización y volver a ser íntegro en cuerpo, m ente y nacionalidad. N adie puede negar que el m ovimiento del kibbutz h a creado un tipo de individuo resistente, responsable e ins­ pirado, a pesar de que ciertos detalles de su sistema educacional (como criar a los niños desde el nacim iento en H ogares para Niños y alojar juntos a m uchachos y m uchachas durante los años de la escuela secun­ daria) son objeto de un exam en critico tan to en Israel como en el ex­ tranjero. Pero no tiene sentido aplicar los estándares m etropolitanos de una higiene m ental utópica a las condiciones de una frontera expuesta por todas partes, un hecho histórico que por sí solo proporciona el m arco para juzgar el fundam ento lógico y las racionalizaciones del estilo de vida

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que sobrevino; p orque sin duda estos precursores dieron un ideal histórico a una nueva nación que surgió de la noche a la m añana. Sin embargo una cuestión legitim a y no tan extraña a los historiadores de este pa'^ concierne a la relación de una élite revolucionaria con aquellos que sub­ siguientem ente se h acinaron y prosperaron en las tierras ocupadas y con los beneficios obtenidos.21 E n Israel, la ahora algo exclusiva élite de los que viven en los kibbutzim — que h an desem peñado en la tradición de su país un rol com parable al de los pioneros norteam ericanos— enfrenta ese sector incom parablem ente más grande de la población, que representa u n a mezcla com pleta pero ideológicam ente indigerible: las masas de in­ m igrantes africanos y orientales, el poderoso trabajo organizado, los ha­ bitantes de las grandes ciudades, la ortodoxia religiosa, la burocracia del nuevo Estado (y después, por supuesto, la “vieja y buena” clase mercantil de los agentes de negocios). Además, el sector más intransigente del mo­ vim iento del kibbutz no ha dejado de colocarse entre los dos m undos con los que el sionismo m antiene fuertes lazos históricos: los judíos norteame­ ricanos y británicos (que com praron g ran p arte de la tierra del kibbutz a los propietarios árabes ausentes) y el com unism o soviético, del que el mo­ vim iento com unal del k ib b u tz 22 se sentía ideológicam ente cerca (sólo para que M oscú lo re p u d ia ra considerándolo o tra form a de desviacionismo). El m ovim iento del kibbutz constituye de este m odo un ejem plo de una actualid ad ideológica m oderna que, sobre la base de lo que parecían idea­ les utópicos, liberó energías desconocidas en los jóvenes que se considera­ ban pertenecientes a un “pueblo” y crearon un ideal de grupo de pene­ tran te significación, aunque de destino histórico bastante im predecible en un m undo industrial. Sin em bargo, no hay d u d a de que, en cuanto a ideología, Israel es uno de los países m ás conscientes que hayan existido jam ás. N ingún “ cam pesino” o trab ajad o r argum entó más acerca de la lógica y del significado de las decisiones diarias. Creo que se aprende m ucho más acerca de la im portancia de la ideología para la formación dé la id entidad co m parando dichas ideologías altam ente verbales y fuerte­ m ente institucionalizadas con aquellos síntom as de la conversión y aver­ sión, con frecuencia no form ulados y más pasajeros, que existen como la p arte más significativa de u n a persona joven o de la vida de un grupo joven que carecen de la com prensión o de la curiosidad de los adultos que los rodean. D e todos modos, muchos de los gustos, opiniones y lemas extrem os que o cu p an los argum entos de los jóvenes de cualquier parte, y gran parte de los súbitos impulsos p a ra unirse en un com portam iento destructivo, constituyen u n a expresión co n ju n ta de fragm entos de identi­ dad histórica que esperan ser vinculados por alguna ideología. 21 Podem os a f i r m a r provisoriam ente que las élites que emergen de u n cambio histórico son gru p o s q u e a p a r ti r de la más p r o f u n d a crisis de identidad c o m ú n pro ­ c u r a n c rea r u n n u e v o estilo p a r a ha ce r frente a las relevantes situaciones de pe­ ligro de su sociedad. Al hacerlo, lib eran las energías “ revolu cio narias” de los que no gozan de las v e n ta j a s de la m ayoría y de los desposeídos. 22 Por eje m plo, el c om unism o relativo d e n tr o de la c o m u n id a d individual, que, sin em bargo, e n lo q u e respecta a su relación con la e conom ía nacional, m ás bien r e p re se n ta u n a c o o p e r a tiv a capitalista.

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En la sección patográfica de este libro señalé la elección total de u n a identidad negativa en los individuos que podían lograr tal escape sobre Ja base de inclinaciones autísticas y regresivas. L a evasión de muchos in­ dividuos talentosos aunque inestables hacia u n a utopía privada podría no jer necesaria si no fuera por un desarrollo general al cual se sienten in ­ capaces de someterse, a saber, la creciente dem anda de la conform idad, la uniform idad y la estandarización que caracteriza el presente estadio de nuestra civilización “ individualista” . E n Estados U nidos la exigencia de conformidad en gran escala no se ha desarrollado en ideologías totalitarias explícitas; hasta ahora rehuye la ideología política y en lugar de ello se asocia con los dogmas puritanos de las iglesias y con los estereotipos de la conducta formal. C uando estudiam os nuestra juventud apreciam os su capacidad para m anejar la confusión de identidad de una dem ocracia industrial por medio de la simple confianza plena, la retozona disonancia, el virtuosismo técnico, la solidaridad “con otros que tienen inclinaciones diferentes” (y una aversión hacia la claridad ideológica). Q ué es exacta­ mente la ideología im plícita de la ju v en tu d norteam ericana, la juventud más tecnológica del m undo, es u n a p regunta decisiva a la que no podemos responder de m anera ap ro p iad a en un libro como éste. Tam poco se a tre ­ vería uno a evaluar al azar los cambios que pueden estar teniendo lugar en esta ideología im plícita como resultado de u n a lucha m undial que hace que una identidad m ilitar sea p arte de la adultez joven en la paz. H asta ahora es más fácil definir ese vuelco maligno hacia una id enti­ dad grupal negativa que prevalece en algunos jóvenes, especialmente en nuestras grandes ciudades, donde las condiciones de m arginalidad econó­ mica, étnica y religiosa proporcionan una m ala base para las identidades positivas. Allí las identidades grupales negativas se buscan en form aciones espontáneas de pandillas que abarcan desde las bandas del vecindario has­ ta las pandillas de m orfinóm anos, los círculos homosexuales y las bandas criminales. Se puede esperar que la experiencia clínica haga contribuciones significativas a este problem a. Sin em bargo, tam bién es posible prevenir­ nos contra una transferencia no crítica de térm inos, actitudes y métodos clínicos a tales problem as públicos. M ás bien podemos retornar a u n a observación que hicimos antes. Los m aestros, los jueces y los psiquiatras que tratan con la juventud llegan a ser representantes significativos de ese acto estratégico de “reconocim iento” , el acto m ediante el cual la so­ ciedad “identifica” y “ confirm a” a sus m iem bros jóvenes y así contribuye a su progresiva identidad, que se describió al principio de este libro. Si, para m ayor simplicidad o p ara ajustarse a hábitos arraigados del derecho o la psiquiatría, aquéllos diagnostican y tratan como a un criminal, un inadaptado constitucional, un delincuente condenado por su educación o un paciente m entalm ente trastornado al joven que por razones de m a r­ ginalidad personal o social está próxim o a elegir u n a identidad negativa, ese joven puede dedicar su energía a transform arse en exactam ente lo que la descuidada y terrible sociedad espera que él sea (y hacer un trabajo co m pleto). Es de esperar que, a la larga, la teoría de la identidad pueda contribuir

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a este problem a con algo más que una advertencia. Ni siquiera propongo dejar la cuestión así como está: los estudios que tom an en cuenta la es­ pecífica n aturaleza dinám ica de los medios seleccionados — la historia de casos, la historia de vida, la historia, la vida onírica— deben continuar.23 5. B IO G R A F IC A I I : LA C O N F U S IO N R E T O R N A La p s ic o p a to lo g ía de tod as las n o c h e s Al em pezar este libro cité a dos hombres, Sigm und F reu d y William Jam es, que en m i opinión han fonnulado de m anera enérgica y poética lo que se experim enta como un sentim iento vital de identidad (o debería decir, e x p e rim e n ta b a ). Ellos pueden ahora ayudarnos a m irar nuevamente “más allá de la id en tid ad ” . Porque sucede que estos dos hombres han registrado e inform ado sobre sueños que ilustran el retorno de un senti­ m iento de confusión de identidad y la resturación de la identidad del final de la adolescencia en la vida onírica. Estos, p o r supuesto, son los indica­ dores m ás sensibles de las luchas perm anentes de un individuo con crisis más tem pranas, y en todos aquellos sujetos que dom inaron con éxito otras regresiones, la crisis de id entidad persiste p a ra ser revivida en crisis d^_ la vida posterior, pero de m anera “sublim inal” y en actos simbólicos que, a lo sumo, pertenecen a la psicopatología cotidiana (o a la de todas las noches). T al revivir presupone, por supuesto, que alguna vez se vivió la crisis de id entidad y que sus fórm ulas básicas h an sobrevivido lo suficiente como p a ra ser restau rad as por medios normales. El sueño de F reu d ilustra un problem a de iden tid ad en el estadio de la generatividad; el de James hace lo mismo en el de la desesperación de la vejez.24

I. El sueño de Freud sobre Irm a Después de c ita r la declaración de F reu d acerca de la identidad “posi­ tiva” que lo vinculó al judaism o — esto es, la identidad de alguien que, dotad o de u n a inteligencia carente de inhibiciones, trab aja aislado de “la m ayoría com p acta” p o r propia elección— indiqué que podemos reconocer en o tra confesión singular, a saber, el análisis de F reu d de su sueño con 23 Véase E rik H. E rikson: Y o u n g M a n L u t h e r . N u e v a York, W. W. Norton, 1958, p a r a u n a realización parcial de este an u n cio incauto. 24 U n a últim a referencia al d iagram a. El retorno de la confusión en los esta­ dios posteriores se “ localizaría” en V I . 5, V I I . 5 y V I I I . 5. En el p r im e r o de éstos, la confusión de i d e n t i d a d asume la form a de un sobrante p e r tu r b a d o r de los pro­ blemas de id e n tid a d en las relaciones de intim ida d y solidaridad, como se indica en el c a p ítu lo I I I . Los otros dos se ilu stran en lo q u e sigue: en el sueño de Freud, la confusión de id e n t i d a d y u n sentim iento de aislam iento ( V I . 5 ) , m ie ntras que en el sueño de Ja m es, la desesperación de la vejez se e x perim e nta como una con­ fusión a g u d a ( V I I I . 5) s u p e r a d a sólo po r u n a re afirm ación de la id e n tid a d profe­ sional, la ge n era tiv id ad y la integridad.

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Su paciente Irm a.25 los rastros de la correspondiente identidad negativa que, por definición, sigue como una sombra a la positiva. A hora bien, Freud tuvo el sueño de Irm a cuando estaba por e n tra r en la quinta d é ­ cada de su vida, a la que adscribiríam os la crisis de la generatividad; y, por cierto, como he señalado en otro lugar,26 el sueño de Irm a se refiere a las inquietudes de un hom bre de m ediana edad, a la cuestión de cuánto de lo que ha comenzado puede tom ar a su cargo y al hecho de si a ve­ ces es dem asiado descuidado como para ser capaz de sostener sus am bicio­ nes o no. E xtractaré de su prim er trabajo sólo aquellos ítems que sirvan para indicar el revivir de una crisis de identidad en los términos de esta crisis posterior. Antes que nada, es im portante relacionar el sueño con el m om ento de la vida de F reu d en que fue soñado (cuando el pensam iento creativo dio nacim iento a la interpretación de los sueños). Porque el sueño de Irm a debe su im portancia no sólo al hecho de que fue el prim ero sobre el que se inform ó de m anera detallada en L a interpretación de los sueños. En una carta que envió a su amigo Fliess, Freud se gratifica con la fantasía de una posible placa que (se adm ira) pueda algún día adornar su casa de verano. Su inscripción dirá al m undo que “ En esta casa, el 24 de julio de 1895, el M isterio de los Sueños se reveló al doctor Sigm und Freud” .27 La fecha es la del sueño de Irm a. Aquí tenemos entonces a un médico de trein ta y nueve años, especia­ lista en neurología en la ciudad de V iena. E ra un ciudadano judío de una m onarquía católica que una vez fue el Sacro Im perio R om ano G erm á­ nico y que ahora se tam baleaba por el liberalismo y el creciente antise­ mitismo. Su familia había aum entado con rapidez; en realidad en esa época su esposa estaba otra vez em barazada. En ese m om ento Freud deseaba consolidar su posición y au m en tar sus ingresos, obteniendo status académico. El deseo se había hecho problem ático, no sólo porque era judío sino tam bién porque en u n a reciente publicación conjunta con un colega, el doctor Breuer, se había com prom etido con teorías tan im popu­ lares y universalm ente perturbadoras que el coautor de más edad se había desligado del más joven. El libro en cuestión, Studies in Hysteria, había destacado el rol de la sexualidad en la etiología de las “neuropsicosis de defensa” , esto es, los desórdenes nerviosos provocados por la necesidad de defender la conciencia contra las ideas repugnantes y reprim idas de naturaleza fundam entalm ente sexual. El colaborador más joven se sintió cada vez más com prom etido con estas ideas; había comenzado a sentir, con un orgullo a m enudo eclipsado por la desesperación, que estaba des25 S igm und F r e u d : “ T h e In t e r p r e ta t io n of D r e a m s ” , en T h e B a s i c W r i t i n g s o f F r e u d . A. A. Brill ( c o m p . ) , N u e v a York, M o d e r n L ibrary, 1938, págs. 195-207. 28 Erik H. Erik son: “ T h e D r e a m Specim en of Psychoanalysis” , en J o u r n a l t h e A m e r i c a n P s y c h o a n a l y t i c A s s o c i a t i o n , 2, págs. 5-56, 1954. 27 S igm und F r e u d : A u s d e n A n f a n g e n d e r P s y c h o a n a l y s e . Londres, I m a g o Publishing Co., 1950. Dáe. 344: publicado en inglés com o T h e O r i g i n s o t P s v c h n a n a l y s i s : L e t t e r s t o W i l h e l m F l i e s s , D r a f t s a n d N o t e s : 1 8 8 7 - 1 9 0 2 , compilado p o r M a rie B ona parte, A n n a F re u d y Ernst Kris, N u e v a York, Basic Books, 1954. S ig m u n d

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tinado a hacer u n descubrim iento revolucionario con medios “no soñados” En ese entonces se le ocurrió a Freud que el sueño era, en realidad ei equivalente norm al de un ataque histérico, “ una pequeña neuropsicos¡s de defensa” . En la historia de la psiquiatría, la com paración de los fenó menos norm ales con los anorm ales no era nueva: los griegos habían de nom inado al orgasmo “u n a p equeña epilepsia” . Pero si los síntomas his téricos, y aun los sueños, se basaban en un conflicto interior, en una defensa involuntaria contra los pensam ientos inconscientes, ¿que justifica ción había p ara culpar a los pacientes del hecho de que no podían acep­ tar con facilidad, recordar d u ra n te m ucho tiempo o utilizar de manera coherente las interpretaciones que les ofrecía el psiquiatra? Freud pronto caería en la cuenta de que p a ra d a r form a a estos instrum entos era ne­ cesario un cam bio básico de los conceptos fisiológicos a los puramente psicológicos, y de técnicas m édicas autoritarias a la observación enfática e intuitiva, aun a la autoobservación. Esta es entonces la situación: en un am biente académico que parecía restringir sus oportunidades porque era ju d ío ; a una edad en que creía notar ron alarm a los prim eros signos de envejecim iento y, en realidad, de en­ ferm edad; encontrándose ab rum ado p o r la responsabilidad de una familia que crecia rápidam ente, un científico médico se enfrentaba con la deci­ sión de em plear su brillantez o no, com o había dem ostrado poder hacerlo en el servicio de la p ráctica y la investigación convencional, o de aceptar la tarea de com probar en sí mismo y de com unicar al m undo una idea nueva, a saber, que es posible dem ostrar que el hombre es inconsciente de lo m ejor y de lo peor que hay en él. Poco después del sueño de Irma, Freud escribió a su am igo Fliess con franco horror que al tra ta r de ex­ plicar la defensa psicológica se h abía encontrado a sí mismo explicando algo “ fuera de la esencia de la n aturaleza” . Por lo tanto, en la época de este sueño, sabía que ten d ría que sobrellevar un gran descubrimiento (y en este caso “sobrellevar” tiene un “fecundo” doble significado). En consecuencia, la cuestión era si debería vivir de conform idad con ia esen­ cia de su identidad, esa m ism a esencia form ulada más tarde como el destino del investigador solitario que descarta el apoyo de la “mayoría com pacta” . Pero, por supuesto, su fu tu ro trab ajo estaba ya in statu ñascendi y, de cualquier modo, no podía d u d ar seriam ente de su compromiso (excepto en sus sueños). La tarde anterior al sueño, F reu d tuvo u n a experiencia que iluminó penosam ente sus dudas interiores. R ecibió la visita de un colega, “ O tto ”, que acababa de regresar de un lugar de veraneo. Allí había visto a una am iga de ambos, una m ujer joven, paciente de Freud: “ Irm a ” . Por los esfuerzos de F reud esta paciente se había curado de su ansiedad histérica, pero no de ciertos síntom as somáticos, como una intensa sensación de náusea. Antes de irse d e vacaciones, F reu d le propuso una interpretación como solución de sus problem as, pero la paciente no pudo aceptarla. A ho­ ra bien, aparen tem en te F reu d hab ía oído cierto tono de reproche en la voz de O tto cuando h ab lab a del estado de la paciente que parecía “mejor, pero no del todo bien” ; y detrás del reproche creyó descubrir la severa

autoridad del “doctor M .” , un hom bre que era “ la personalidad desco­ llante en nuestro circulo” . Al regresar a su casa, y bajo la impresión del encuentro, F re u d escribió un largo inform e sobre el caso para el “doctor explicando sus puntos de vista sobre la enferm edad de Irm a. .. A parentem ente se fue a dorm ir sintiendo que este informe aclararía las Fosas en lo referente a su propia paz espiritual. Sin embargo, esa misma noche todas las personas que intervenían en el incidente, a saber, Irm a, el doctor M ., el doctor O tto y otro médico, el doctor Leopold, se trans­ formaron en los personajes de un sueño. U n a sala m u y a m p lia; muchos invitados a los que estamos recibiendo. I r m a está entre ellos. E n seguida la llevo a p a r te , como p a r a c o n te star a su c a r ta y r e p ro ­ charle que to d av ía no haya a ceptado m i “ solución” [la interpretación], . . . Ella me responde: “ Si supieras los dolores que tengo.”

El preocupado Freud conduce ahora a la paciente a un rincón, le mira la garganta y ciertam ente encuentra sintomas somáticos que lo descon­ ciertan. A p re su ra d am e n te llamo al doctor M., qu ien re pite el exam en y lo confirma. . . . A h o r a bien, mi amigo O tto tam b ién se halla a su lado y mi amigo Leopold percute a I r m a a través de la blusa y dice: “T ie n e u n a zona de m acidez abajo, a la izq u ie rd a ” , y tam b ién llam a la atención ha c ia u n a p a r te infiltrada de la piel en el h o m b r o izquierdo (cosa q u e yo percibo com o él [Freud quiere decir: en su p r o p io cuerpo] a pe sa r del vestido). :M. dice: “ N o cabe d u d a ; es u n a infec­ ción. Pero n o hay c u id a d o ; sobrevendrá u n a dise nte ria y se elim in ará el vene­ no.” . -. Sabemos tam bién precisamente ( u n m i í t e i b a r ) cuál es el origen de la infección. N o hace m ucho, una vez que I r m a se sintió mal, mi amigo O tto le aplicó u n a inyección con un p r e p a r a d o a base de p r o p i l . . . p r o l i l o s . . . áci­ do p r o p i ó n i c o . . . no, e ra de tr im e tilam ina (y veo la fórm ula impresa en gru e ­ sos c a r a c t e r e s ) . . . No se ponen inyecciones como esa ta n a la ligera. . . . P r o b a ­ blemente, tam b ién , la j e r in g a no estaba limpia.

Se tra ta del sueño de un médico, entonces, y de uno acerca de un círculo médico. En esa época F reu d utilizó este sueño para explicar el hecho de que en los sueños se cum plen los deseos. . . . Puesto q u e el resultado del sueño es que no soy yo, sino Otto, el culpable de los dolores q u e I r m a a ú n sufre. . . . T o d a la defensa — puesto q u e este sueño no es o tr a cosa— r e c u e r d a vividam ente la de a quel ind iv id u o al q u e u n vecino acusaba de ha berle devuelto u n a p a v a en estado inservible. E n prim e r lugar, decía, había de vuelto la pava com ple ta m e nte in ta c ta ; en se gundo lugar, estaba ya a g u ­ jere ad a c u a n d o se la p re staro n ; y en tercer lugar, j a m á s le h a b ía pedido prestada ninguna pava.

L a im plicación vista en la observación del doctor O tto la tarde an te­ rior, a saber, que el sujeto del sueño puede ser un m édico descuidado, al parecer habia despertado sentimientos infantiles de desvalorización. Pero, como podem os ver ahora, tam bién habian cuestionado los principios de su identidad, a saber, su autorización p ara tra b a ja r y pensar independien­ temente. Porque Irm a no era “sólo una paciente” , era un caso experi­ m ental. Y la interpretación de F reud acerca de la histeria no era sim­

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plem ente o tra categoría diagnóstica: iba a ser un abrirse paso hacia un imagen alterada del hom bre. Sin em bargo, p ara una autorización superior el hom bre acude al ritual com pacto y yo sostengo (extractando radical’ m ente p ara este propósito) que en el sueño de Irm a (lo mismo q u e e_ otros sueños “creativos” igualm ente significativos como el sueño de Des caites sobre la trilogía) podemos reconocer el plan general de una unión ritual, una cerem onia del sueño, que d a al preocupado sujeto del mismo la autorización p a ra ideas originales pecaminosas, en este caso, la de los mismos colegas que, en otro nivel del sueño, son ridiculizados y, en la vigilia, resistidos. U n a vez más haré u n a paráfrasis del sueño y agregaré entre paréntesis lo que sugiero es el p lan general de un ritual. L a ocasión festiva (la reunión cerem onial), la pronunciada cualidad de nosotros (congregación), y la posición dom inante de Freud (recibimos) otorgan al principio del sueño un escenario cerem onial que, sin embargo pronto se^ pierde en la preocupación p o r la paciente (aislamiento, autorep ro b a c ió n ). U n estado de ánim o de urgencia se posesiona del sueño El sujeto del mismo llama apresuradamente al doctor M. (apelación a una autoridad s u p e rio r). Responden a este pedido de ayuda no sólo el doctor M. sino tam bién el doctor Leopold y el doctor O tto (círculo orde­ n a d o ). C uando se realiza el exam en de la paciente, Freud siente súbita­ m ente, y lo siente en su propio cuerpo, uno de los síntomas de aquélla. D e esta m anera, el médico y el hom bre se fusionan con la paciente y la mujer, estofes, él se transform a en el que sufre y es examinado (postra­ ción, sum isión). P or im plicación, es a h o ra él quien se halla abierto a la inspección (juicio, confesión). El doctor M . recita con gran seguridad algo sin sentido (fórm ula ritual, latín, hebreo) que parece ser mágicamente efectivo porque despierta en el sujeto y en los personajes del sueño la convicción inmediata (revelación) de que ah o ra se com prende la causa­ lidad del caso (m agia, voluntad d iv in a). Esta convicción com ún restaura en^ el sueño una intelectual (espiritual) “cualidad de nosotros” (comu­ nión, congregación) que se había perdido cuando la esposa de Freud y los alegres invitados desaparecieron. Al mismo tiempo restaura en el sujeto del sueño una pertenencia (h erm an d ad ) a un grupo jerárquico dominado por una autoridad (sacerdote) en la que él cree implícitamente (fe). Inm ediatam ente se beneficia con su recién ganado estado de gracia: ve u n a fórmula frente a él (aparición reveladora) impresa en gruesos carac­ teres (v e rd a d ), y ah o ra tiene autorización p ara echar toda la culpa al doctor O . (el descreído). Con la justa indignación que es la recompensa y el arm a del creyente, de ah o ra en adelante puede señalar a su antiguo acusador como u n médico descuidado (sucio). L a presencia de estos paralelos rituales en el sueño de Freud sugiere preguntas que no tra ta ré de contestar aquí. Freud, por supuesto, había crecido como un m iem bro de una com unidad judía en una cultura pre­ dom inantem ente católica: ¿pudo el m edio total del am biente católico ha­ ber influido en este niño de u n a m inoría? M uchas cosas hablan en favor de esto. F reu d inform a a Fliess que d u ra n te un período sum am ente crí­ tico de su infancia — a saber, cuando él, “el prim er hijo de una m adre

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-..Ven” , tuvo que aceptar la llegada de un herm ano y una herm ana— , una ' rnujer checoslovaca, vieja y supersticiosam ente religiosa, solía llevarlo a y p e rs a s iglesias de su ciudad n a ta l.28 O bviam ente estaba tan impresionado ' ínor estos hechos que cuando regresó a su casa (p ara decirlo con las p a ­ labras de su m adre) predicó a su fam ilia y les mostró cómo Dios se Bsbcupaba de las cosas (wie Gott machi) ; al parecer, esto se refería al sa^'cerdote a quien tomó por Dios. Y sin em bargo, la configuración descripta -y. gj representativa de un ritual básico que ha encontrado expresión coleciíliStiva en otras religiones como la ju d ía o la católica, o de otra m anera. De 1^ c u a lq u ie r m odo, se puede dem ostrar que el sujeto que soñó el sueño de r rel="nofollow">vjrma concedió poca im portancia, y sin em bargo tam bién buscó tempoí-rariamente, la pertenencia a u n a m ayoría “com pacta” , en este caso, el ■mundo m édico que dudaba de él. Al mismo tiem po el sueño lo defiende i :de sus reproches, le perm ite unirse a ellos en u n ritual grotesco y reafir; ma su preocupación de la vigilia, a saber, el fuerte impulso d e investigar, ; revelar y reconocer (la piedra angular de la identidad de F re u d ). v Porque d u ran te la juventud de F reud (como relata al escuchar la Oda :a la naturaleza de G oethe) la ideología del “ naturalista” reemplazó en él (toda la religiosidad que pudo haber despertado tem porariam ente el judaísmo o (en su más tem prana infancia) el catolicismo que todo lo abart-T-' caba. Y si nos parece reconocer en este sueño de un hom bre que envejece ‘" algo de un rito de la pubertad, probablem ente toquemos una cuestión que se m enciona más de u n a vez en las cartas de F reud, a saber, la “ adoles­ cencia rep etid a” de las mentes creadoras. L a m ente creadora parece en ­ frentar más de una vez lo que la m ayoría de los hombres deciden de una vez por todas hacia el final de la adolescencia o en la adultez joven. El individuo “ norm al” com bina las diversas prohibiciones y desafíos del ideal del yo en una unidad sobria, m odesta y capaz de funcionar, más o menos bien consolidada en un conjunto de técnicas y en los roles que las acom ­ pañan. El individuo im paciente y, sobre todo, aquel que es original deben, para bien o p a ra mal, aliviar u n a culpa edípica constantem ente revivida por la reafirm ación de su identidad única. Sin em bargo, en los casos en que la identidad positiva pueda estar aliada con los más altos ideales que conduzcan, como en el caso de Freud, a u n a nueva form a de asocia­ ción dogm ática y ritual (la técnica psicoanalítica, el m ovim iento psicoanalítico” y los institutos psicoanalíticos), la identidad negativa tiene sus raíces en los modelos despreciados en la infancia. U n a cuidadosa lec­ tura de los sueños de F reu d pone en claro que la identidad negativa que tuvo que hacer desaparecer (o soñar hasta que desapareció) es algo seme­ jante al Schlemiel judío o al D u m m k o p f alem án. De cualquier modo, uno de los hechos más vividos e influyentes de los primeros años de su vida (de acuerdo con la interpretación de los sueños) fue la declaración de su p a dre — en circunstancias especialm ente embarazosas, a saber, el hecho de que el niño orinara en un lugar inapropiado— de que “ese niño nunca 28 Sig m u n d F r e u d : T h e Origins of Psychoanalysis. [Hay version caste llana: S o bre los orígenes del psicoanálisis. Buenos Aires, El Ateneo.]

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va a llegar a n a d a ” . E n el sueño de Irm a, p or lo tanto, el adulto qUe estaba por llegar a ser m ucho tuvo que luchar con esta “m aldición” fundam entalm ente tuvo que hacerlo, sospechamos, porque llegar a ser alguien después de todo era derrotar la predicción de su padre (una derrota que, por supuesto, desean fervientem ente m uchos padres que desafían a sus hijos pequeños avergonzándolos).

I I . El último sueño de William James Para volver al segundo de nuestros grandes testigos iniciales, citarem os29 lo que quizá sea el inform e más incisivo de u n a confusión de identidad en los sueños (incisivo sin d uda porque el sujeto del sueño pudo reafir­ m ar su identidad positiva, la de un investigador, y recordar y registrar el sueño al día siguiente). L a fecha de su sueño tam bién es im portante porque probablem ente fue el últim o que registró y por cierto el últim o sobre el que se informó públicam ente m ientras vivió Jam es; falleció seis meses después a los sesenta y cuatro años. E n consecuencia, no sorprende que en este sueño la confusión de identidad sea p arte de una torm enta interior que denota una p érd id a de dom inio sobre el m undo (la clase de tormen­ ta que Shakespeare en El rey Lear, de acuerdo con las leyes dramáticas de representación, proyecta sobre la n aturaleza y que sin em bargo señala claram ente como una torm enta in te rio r). Jam es tuvo este sueño durante un periodo en que buscaba rom per con los lazos de la psicología “ natural” y com prender ciertos estados místicos en los que el hom bre trasciende sus propias fronteras. Se queja, no obstante, de que este sueño fuera la “anti­ tesis exacta de la revelación m istica” y de este m odo nos perm ite recla­ m arlo como un producto del conflicto entre las constantes esperanzas del hom bre de lograr una integridad superior y su desesperación final. En realidad, Jam es ilustra m ucho de lo que hemos estado diciendo aquí en térm inos descriptivos, los cuales están tan cerca de nuestras generali­ zaciones que m e parece necesario decir que este sueño llam ó mi atención sólo hace poco tiem po. Indudablem ente, sin em bargo — y esto explica por qué yo tenia razón cuando me referí a él en la introducción al libro de los médicos de H arv ard sobre los problem as emocionales entre los estudiantes— 30 Jam es conocía por experiencia personal lo que en estas páginas hemos descripto como estados psicóticos “ fronterizos” . Sin embargo, al parecer nunca se acercó tanto a u n a experiencia verdaderam ente psicótica como en este sueño (hecho que atribuyo a la profundidad de los “intereses fundam entales” en este estadio de su v id a). M e desespero a n te la imposibilidad de d a r al lector u n a ¡dea fiel de la desati­ nada confusión m e n ta l a la que m e vi a r r o j a d o po r lo que considero la experien29 William J a m e s : “A Suggestion A bout Mysticism” , en Journal of Philosophy, Psychology and Scie ntific M e th o d s , 1910, 7, págs. 85-92. 30 G. B. Blaine y C. C. M c A r t h u r : E m o tio n a l P roblem s of the S í u d e n t . Nueva York, A ppleton, 1961, págs. X I I I - X X V . [H a y versión castellana. Problemas emocio­ nales del estudiante. México, Pax, 1967.]

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? cia más in te nsa m ente p eculiar de to d a mi vida. Escribi un m e m o r á n d u m completo £sta un pa r de veces y le agregué alg unas reflexiones. A unque no a r ro ja ra n¡ngUna luz sobre las condiciones del misticismo, este registio parecería ser digno :r i\ publicarse, sim plem ente como u n a contribución a la literatura descriptiva de •' los estados m entale s patológicos. Por lo ta n to , lo transcribo tal como fue escrito - '^ originalmente, a lte ra n d o sólo unas pocas palabras p a r a hacer más claro el relato.

Puesto que no desearía interrum pir este relato con comentarios asom­ brados, pediré al lector que tom e nota de la claridad con que aparecen las características de una confusión de identidad aguda: la discontinuidad del tiem po y del espacio; el crepúsculo entre el despertar y el sueño; la íft pérdida de las fronteras del yo y, con ésta, la experiencia de estar siendo " ' soñado p o r el sueño más que de estar “soñándolo” activam ente; y muchos otros criterios que se le ocurrirán al lector: San Francisco, 14 de febrero de 1906. — A nteanoche, estando en mi cam a de la U n iv e r sid a d de Stanford, alrededor de las 7.30 de la m a ñ a n a desperté de algún tra n q u ilo sueño y, m ie n t r a s ^ 'r c u n í a mis sentidos que d e sp e rta b an ” , de pronto ~ me pareció que se m ezclaban reminiscencias de un sueño de un tipo com pletam ente diferente, q u e parecía, po r decirlo así, meterse en el prim ero, un sueño muy ' ' elaborado, de leones, y trágico. Lle gué a la conclusión de que éste había sido un v . sueño a n te rio r del mismo período en que me e n co n trab a d u r m ie n d o ; pe ro la mezcla a p a r e n te de dos sueños e ra algo m uy extraño, que antes n u n c a habia yí". experimentado. SS A la noche siguiente (febrero 12-13) desperté súbitam ente de mi p rim e r pe' ríodo de sueño, que me pareció m uy pesado, en m edio de un sueño, pensando en el cual me sentí de p ronto c onfundido p o r los contenidos de otros dos sueños . que se m ezxlaban a b ru p ta m e n te con las parte s del prim ero, v cuyo origen no pude en te n d er. ¿ D e dónde vienen estos sueños?, pre g u n té . E staban cerca de mí, y eran recientes, como si acabara de soñarlos; y sin embargo estaban lejos del W :: primer sueño. Los contenidos de los tres no estaban en n a d a relacionados entre sí. 2. ; Uno t ran s cu rria en un ambiente cock ney ,* le ha bía su cedid o a alguien en Lon? dres. Los otros dos eran norteamericanos. U n o implicaba el probarse u n so' bretodo ( ¿ e r a éste el sueño del cual me pareció d e s p e r t a r ? ) , el otro era u n a ' especie de pesadilla y tenía que ver con soldados. L a atm ósfera emocional de . cada uno de ellos e ra com pletam ente diferente, y esto hacía que su individualidad fuera d isc o n tin u a con respecto a la de los otros. Y sin embargo, en u n m om ento, ' cuando estos tres sueños alte rna tiva m ente se m etían y salían u n o de otro, y me parecía q u e yo ha bia sido el que h a b ía soñado los tres, parecieron bastante c la ­ ramente no h a b e r sido soñados en sucesión, en ese solo perío do d e sueño. Entonces, ¿ c u á n d o ? T a m p o c o la noche anterio r. ¿ C u á n d o , entonces, y cuál e ra el sueño “2 del que a c a b a b a de d e spertar? Ya no podía decirlo: u n o estaba tan cerca de mí como los otros, y sin e m bargo se repelía n p o r com pleto entre sí, y d e este m odo v.- me p a r e c ía pertenecer^ al mismo tie m po a tres sistemas de sueño diferentes, nin¡y guno de los cuales se conectaba con los otros o con mi vida de vigilia. Com encé a sentirme curio sam ente c onfundido y atemorizado, y traté de de spe rta rm e a mí . mismo a u n más, pe ro me parecía que ya estaba bien despierto. Pronto, fríos estre•: mecimientos de tem or me i n u n d a ro n : ¿ m e estoy m e tie n d o en los sueños de otras V. personas? ¿Es ésta una experiencia “ te le p átic a ” ? ¿ O u n a invasión de u n a doble (o triple) personalidad? ¿ O se t r a t a de u n a trombosis en u n a a rte ria cortical y el comienzo de u n a “ confusión" m ental y u n a de sorientación general que va a evo. lucionar qu ién sabe hasta dónde? D e cid id am e n te estaba p e rd ie n d o el control de mi “ sí mismo” y tr a b a n d o cono* C ockney: C aracterístico de los nativos de L ondres pertenecientes a la clase ba ja y q u e se distinguen p o r su dialecto o acento peculiar. [T.]

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E R IK

H.

ID EN TID AD ,

E R IK SO N

cim iento con u n a c u alid ad de zozobra m ental que n u n c a h a bía conocido antes cuya analogía más a p r o x im a d a e ra la d e prim ente y a tu r d i d a ansiedad que se puede* e x p erim e n tar c u ando, e stando en u n bosque, uno descubre que realm ente se ha “ p e rd id o ” . L a m ayoría de los problem as hum anos se orien tan hacia u n a terminación. L a m ayor p a r te de los temores señalan en u n a dirección y se concentran a lre d ed o r de un clímax. Casi todos los ata ques del mal se p u e d en e n f re n ta r forta­ leciéndose c ontra algo, nuestros principios, nuestro coraje, n u e stra volunta d, nues­ tro orgullo. Pero en esta experiencia todo era u n a difusión a partir de un centro y el espacio p a ra h a c e r pie h a b ía sido a rra stra do lejos, desintegrándose el esfuerzo mismo tanto más r á p id o c u a n to u n o necesitaba m ás desesperadam ente su apoyo. M ie n tra s tanto u n a vivid a percepción ' o recuerdo', de los diversos sueños seguía viniendo a mí de m a n e r a alternativa. ¿ D e quién? ¿D e quién? ¿ D e q u i e n ? A me­ nos que los p u e d a conecta r, me veo a rra stra d o h acia el m ar sin ningún horizonte o vínculo, perdiéndom e. L a idea hizo su rgir n u e vam ente el “p a vor” , y con éste el tem or de caer o t r a vez d o rm id o y recom enzar el proceso. Este h a bía empe­ zado 1a noche ante rior, pero entonces la confusión sólo había avanzado u n paso v ha bía parecido sim plem ente curiosa. Este e ra el se gundo paso, ¿ d ó n d e podría e n co n trarm e después de ha b er d a d o un tercero?

r

v-y.

Y C R ISIS

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mí caso, el um b ral e n tre el estado racional y el m orboso hubiera estado te m p o ­ rariamente dism inuido, y como si confusiones semejantes p u d ie r a n estar m uy cerca lo posible en todos nosotros.

Y aun cuando uno siente con frecuencia (y especialm ente en el caso del sueño de Irm a) que los sueños de Freud fueron soñados para revelar la ^ naturaleza de los sueños, del mismo modo Jam es term ina inform ando y ^ que este sueño, que era “la antítesis exacta de la revelación mística” , estaba penetrando por “ la sensación de que la realidad estaba siendo revelada” (u n a sensación que en sí m isma encontró que era “ mística en el 'J : más alto grado” ). Y, en su anhelo por y en su proxim idad a la trascen4.\ dencia, term inó sintiendo que su sueño había sido soñado “ en realidad” (por otro “yo” , por un misterioso desconocido).

y

Y ahora consideremos ese aspecto del relato que siento que restablece (al igual que el sueño de F re u d ) la actividad del sujeto del sueño en los térm inos de su id entidad profesional. Después de haber estado cerca de convertirse en un “paciente’3 y sintiéndose próxim o al “ térm ino” de su vida, de ahora en adelante Jam es asum e la prerrogativa del psicólogo de la em patia “ objetiva” y la com pasión sistemática, y esto, al principio, con palabras que nos h ab rían resultado más que satisfactorias p ara con­ cluir nuestra p ropia descripción de la confusión de identidad: Al mismo tiem po me encontré lleno de u n a n u e v a piedad hacia las personas q u e se convertía n en dem entes con V er w ir rth eit, o que sufrían invasiones de una personalidad secundaria. Nosotros los consideramos sim plem ente curiosos; pero lo que ellos quieren en el espantoso a n d a r a la deriva de su estar fuera de su sí mis­ mo habitual, es u n principio de estabilidad al cual aferrarse. Debemos asegurarles y reasegurarles que pe rm a nec e re m os a su lado, y que reconoceremos su verdadero sí mismo hasta el final. Debemos hacerles saber que estamos con ellos y no (como con frecuencia debemos parecerles) con u n sector del m u n d o que no hace sino confirm ar y p ublicar su dclicuescencia. E v identem ente yo estaba en p le n a posesión de mis sentidos reflexivos y, por lo tanto, toda vez que pe n sa b a de m an e ra objetiva en la situación en que me en co n trab a , desaparecían mis ansiedades. Pero ten d ía a rein cid ir en los sueños y reminiscencias, y a reincidir v iv id a m e n te ; y entonces la confusión recomenzaba, j u n t o con la emoción del tem or de que a u m e n t a r a todavía más. Después miré mi reloj. ¡Las doce y m edia! M e dianoc he, por lo tanto. Y esto me hizo reflexionar sobre o t r a cosa. Por lo general, c u a n d o m e voy a dormir, caigo e n un sueño tr anquilo y m u y p r o fu n d o del cual n u n c a me despierto de m a n e r a n a tu ra l hasta después de las dos. En consecuencia, n u n c a desperté de un sueño de m edianoche, como ocurrió hoy, y po r ello m i conciencia c o m ú n no re­ tiene nin g ú n recuerdo de tales sueños. Mi sueño p a rec ía terriblem ente pesado c u an d o desperté esta noche. Los estados de sueño e n tr a ñ a n recuerdos del mismo: ¿ p o r qué no p u e d en los dos sueños sucedáneos (cualesquiera dos de los tres fueron sucedáneos) ser recuerdos de sueños de las doce de noches anteriores, arrastrados, ju n to con el casi desvanecido sueño, al sistema de la m em oria que apenas estaba d e sp e rta n d o ? E n resum en, ¿ p o r qué no p o d ía estar golpeando, de u n a m anera q u e mi hábito de v id a c om ún excluía, el estrato de m ed ia n o ch e de mi p asado? E sta idea me tr a j o un gran alivio: a h o r a me sentía como si estuviera en plena posesión de mi anim a rationalis. . . Por lo tanto, parece sim plem ente como si, en

JU V EN TU D

y

I

C a p ítu lo V IN T E R V A L O T E O R IC O

A hora debo hacer unas pocas preguntas teóricas — preguntas que dem an­ d aro n u n a década p a ra su form ulación— a mis colegas y a aquellos estu­ diosos de la conducta hum ana que com parten nuestros intereses clínicos y teóricos. Por el m om ento, se tra ta de un grupo im penetrablem ente gran­ de de ellos; pero quizá no todos los lectores encuentren que este capítulo se ad a p ta a su experiencia e interés.

ID E N T ID A D ,

1 Geortre H. M e a d : M i n d , S e lf and Society. Chicago. University of Chicago Press. 1934. [Hay versión castellana: E spíritu , persona y sociedad. Buenos Aires, Paidós, 1965.] 2 H a rry S. S u lliva n: T h e In ter personal T h e o r y of Psychiatry. N ue va York, W. W . N orton, 1953.

Y CRISIS

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esa fluctuante experiencia de sí mismo descripta por Schiider,3 F ed era,4 y otros. D entro de la psicología psicoanalítica del yo, ha sido Elartm ann sobre todo, el que ha circunscripto más claram ente esta área general cuan­ do, al exam inar la asi llam ada catexia libidinal del yo en el narcisismo, llega a la conclusión de que se tra ta m ás bien de un sí mismo que está siendo catectizado de este m odo. A boga por el térm ino “autorrepresentación” , p ara diferenciarlo de la “ representación del objeto” .5 Esta autorepresentación fue sistem áticam ente anticipada por F reu d en sus ocasio­ • ? nales referencias a las “ actitudes hacia el sí mismo” del yo y a las catexias fluctuantes p ara este sí mismo en los estados lábiles de “autoestim a” .® En este caso nos interesa en prim er lugar la continuidad genética de dicha autorrepresentación, una continuidad que ciertam ente debe atribuirse ■ • t- al trabajo de! yo. N inguna otra m ediación interna podría llevar a cabo la Ú ■'acentuación selectiva de las identificaciones significativas de la infancia y la integración gradual de autoim ágenes que culm inan en un sentim iento 'i- - de identidad. Es por esta razón que al principio denom iné a la identidad ¡iy- “identidad del yo” . Sin em bargo, al elegir un nom bre análogo al de “ ideal del yo” , he suscitado la cuestión de la relación del ideal del yo con la iden­ tidad del yo. Freud atribuyó la internalización de las influencias del am biente a las funciones del “superyó o ideal del yo” que representan las órdenes y pro­ hibiciones que em anan del m edio y de sus tradiciones. Com parem os aqui dos im portantes form ulaciones de Freud.

■é

El superyó del niño no se construye en realid ad sobre el modelo de los padres, sino sobre el del superyó de aquéllos; incorpora el mismo contenido, se convierte en el vehículo de la tradición y de valores antiquísimos que, de esta m anera, h a n sido transmitid os de generación en generación. Es m uy fácil im aginar qué gran ayuda ofrece el reconocim iento de l superyó p a r a c o m p r e n d e r el com p o rtam ien to social del hom bre, pa ra e n te n d e r el p r o b le m a de la de lincuencia, por ejemplo, y quizá, tam bién, pa ra p r o porciona rnos algunas sugerencias prácticas con res­ pecto a la e d u c a c i ó n . . . L a h u m a n i d a d n u n c a vive com ple ta m e nte en el presente. Las ideologías del superyó p e r p e t ú a n el pasado y las tradiciones de las razas y de los pueblos, que no ceden sino m uy len ta m e n te a la influencia del presente y a los nuevos desarrollos y que, c uando t r a b a j a n po r medio del superyó, de se m pe ñan un papel p r e p o n d e r a n te e n la vida del h o m b r e .7

1. Y O Y A M B IE N T E M e ag rad a pensar que hasta ahora he puesto a prueba el término identid ad casi deliberadam ente con connotaciones diferentes. En una época pareció referirse a un sentim iento consciente de singularidad indi­ vid u al; en otra, a un esfuerzo inconsciente p ara lograr una continuidad de la experiencia, y en una tercera, a u n a solidaridad con los ideales de un grupo. En algunos aspectos el térm ino parecía coloquial e ingenuo, un simple m odo de decir, m ientras que en otros se relacionaba con conceptos del psicoanálisis y de la sociología. En m ás de u n a ocasión la palabra se deslizaba más com o un hábito que parece lograr que las cosas tengan una apariencia fam iliar que como un esclarecim iento. A hora debo volver una vez m ás al concepto de yo, porque cuando inform é sobre el tem a por prim era vez (en “ El cu aderno de notas de un clínico” , en el capítulo I I) denominé id entid ad del yo a lo que estaba explorando. E n su sentido m ás indefinido la id en tid ad sugiere, por supuesto, gran p a rte de lo que u n a variedad de estudiosos ha denom inado “sí mismq)(_ [self], sea en la form a de un autoconcegto,1 un autosistem a,2 o en la de

JU V E N TU D

•j■ ;.V •A U-

3 P. Schilder: T h e I m a g e and A p p ea r a n ce of the H u m a n Body. N u e v a York, Interna tiona l Universities Press, 1951. [Hay versión castellana: I m a g e n y apariencia del cuerpo h u m ano. Buenos Aires, Paidós.] * P. F e d e r n : Ego Psychology a n d the Psychoses. N ue va York, Basic Books, 1952. 5 H einz H a r t m a n n : “ C o m m e nts of the Psychoanalytic T h e o r y of the E go” , en T h e Psychoanalytic S t u d y of the Child. N u e v a York, I n te r n a tio n a l Universities Press, 1950, 5, págs. 74-96. 8 S igm und F r e u d : “ O n Narcissism: A n I n t r o d u c t i o n ” [1914], S ta n d a r d E dition, Londres, H o g a r th Press. 1957, 14, págs. 7 3 T 0 2 . [Hay versión castellana: “ I n t r o d u c ­ ción al narcisismo” , Obras C ompleta s, M a d r i d , Biblioteca nueva, 1948, v. 2, págs. 1075-1089.] 7 S igm und F r e u d : “ T h e A na tom y of the M e n tal Personality” , Conferencia N ' 31 en N e w In tro d u c to r y Lectures on Psychoanalysis. N u e v a York, W. W. N orton, 1933, págs. 95-96.

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ERIK

H.

Es im p o rtan te destacar aquí que F reud habla de “ideologías del superyó” , con lo cual asigna a este últim o un contenido iaeacional; sin em­ bargo, tam bién se refiere a él como a un “vehículo” , esto es, como a una p a rte del sistema psíquico por medio de la cual funcionan esos ideales tra­ dicionales. Parecería que, con la expresión “ ideologías del superyó” , Freud quisiera definir algo prerracional, teniendo en cuenta las afinidades del superyó con lo arcaico, al mismo tiem po que les ad judica una m ágica coer­ ción interna. Pero es obvio que tam bién em plea el térm ino “ ideología’’ de un a m anera que n ad a tiene que ver con su utilización exclusivamente política, del mismo m odo que yo he inten tad o enfocar lo ideológico como un hecho y u n a necesidad psicológicos, relacionado con los fenómenos po­ líticos, pero no explicado por ellos. En u n a segunda form ulación Freud tam bién reconoce el aspecto social del ideal del yo. El ideal del yo es de gran im porta ncia p a r a la c om prensión de la psicología de los grupos. A de m ás de su aspecto individual, este ideal tiene un aspecto social; es ta m b ié n el ideal c om ún de u n a familia, u n a clase, o u n a nación.8

Parecería que aquí los térm inos “superyó” e “ideal del yo” han llegado a distinguirse por su diferente relación con la historia ontogenética y filogenética de la raza. El superyó se concibe como un representante más arcaico, más plenam ente internalizado y más inconsciente de la propen­ sión in n a ta del hom bre hacia el desarrollo de una conciencia primitiva y categórica. De esta m anera, aliado con introyecciones tem pranas, el su­ peryó perm anece como u n a m ediación in tern a de m oralidad “ciega” , rígi­ dam en te vengativa y punitiva. El ideal del yo, por su parte, parece ser más flexible y estar conscientem ente ligado a los ideales de una época histórica d eterm in ad a, tal como fueron absorbidos en la infancia. Se encuentra más próxim o a la función del yo de experim entar con la realidad: los ideales pueden cam biar. Lo que u n a vez denom iné “identidad del yo” estaría aun más cerca, com­ p arativ am en te, de la cam biante realidad social, porque exam inaría, selec­ cionaría e in teg raría las autoim ágenes derivadas de las crisis psic.osocialés de la infancia, a la luz del clim a ideológico de la juventud. Podría decirse que las im ágenes del ideal del yo representan un conjunto de m etas idea­ les del sí mismo por las que se debe luch ar pero que nunca se pueden alcanzar com pletam ente, m ientras que sería posible caracterizar la iden­ tidad del yo por el sentim iento de realidad del sí mismo dentro de la. realidad social, que en efecto se ha logrado pero que es necesario revisar constantem ente. Sin em bargo, al usar la expresión sí mismo en el sentido de la autorrepresentación de H a rtm a n n , esta term inología queda abierta al exam en cri­ tico. Si entendem os al yo como una m ediación organizadora central y par­ cialm ente inconsciente, es necesario concederle que en cualquier estadio determ in ad o de la vida debe entendérselas con un sí mismo cam biante que 8 S ig m u n d F r e u d :

IDENTIDAD,

ERIKSON

“ O n N arcitsism ” , pág. 101.



JUVENTUD

V

CRISIS

exige ser sintetizado con los sí mismos abandonados y anticipados. Si se utiliza esta m ism a explicación p a ra el yo corporal, este último sería enton­ ces la p arte del sí mismo proporcionada por la experiencia del propio cuerpo y, por lo tanto, podría denom inarse con propiedad sí mismo cor­ poral. Este se refiere al ideal del yo como al representante de las ideas, imágenes y configuraciones que están al servicio de la com paración cons­ tante con un sí mismo ideal. Por últim o, se aplicaría a una parte de lo que he denom inado identidad del yo, a saber, esa parte que consiste en las imágenes del rol. Por consiguiente, lo que podría denom inarse identidad del sí mismo emerge de experiencias en las que sí mismos tem porariam ente confusos son reintegrados a un conjunto de roles que tam bién aseguran el reconocimiento social. De esta m anera, puede decirse que la formación de la identidad tiene un aspecto que se refiere al sí mismo y otro que se refiere al yo. En consecuencia, la Identidad del Yo es el resultado de la función sintetizadora que se lleva a cabo en una de las fronteras del yo, a saber, ese “am biente” que es la realidad social tal como se transm ite al niño durante las sucesivas crisis de identidad de la infancia. En este sentido, la identidad tiene derecho a ser reconocida como la más im portante reali­ zación del yo del adolescente, porque contribuye de m anera sim ultánea a contener el ello pospuberal y a equilibrar el ahora recientem ente invo­ cado superyó, lo mismo que al apaciguam iento del a m enudo bastante ele­ vado ideal del yo (todo a la luz de un futuro predecible estructurado por una im agen ideológica del m u n d o ). E n consecuencia, se puede hablar de identidad del yo cuando exam inam os el poder sintetizador del mismo a la luz de su función psicosocial central, y de identidad del sí mismo cuando estudiamos la integración de las imágenes del sí mismo y del rol del individuo. En este punto es oportuno exam inar brevem ente mi reemplazo de la ex­ presión “ difusión de identidad” por la de “confusión de identidad” . Las connotaciones equivocadas de la prim era de ellas me han-sido reiteradam en­ te señaladas, en especial por mis amigos antropólogos. P ara ellos, el signifi­ cado m ás com ún del térm ino “ difusión” es estrictam ente especial: una distribución centrípeta de elementos a p artir de un centro de origen. En la difusión cultural, por ejemplo, un objeto tecnológico, una form a artística, o una p au ta lingüística pueden h ab er sido transferidos de una cultura a otra alejada de ella, por medio de la m igración o de la transmisión paso a paso. Esta acepción del térm ino no im plica n ad a desordenado o confuso. Sin em bargo, cuando se habla de “difusión de identidad” se sugiere un res­ quebrajam iento de las autoim ágenes, una pérdida del centro y una dis­ persión. Q uizá se podría hab er elegido esta últim a palabra, a pesar de que “dispersión” nuevam ente sugeriría que u n a identidad puede transmitirse de uno a muchos más que separarse dentro de sí misma. De todos modos, “confusión” me parece una p alab ra excesiva: un individuo joven puede p a ­ decer un estado de difusión de identidad benigno sin sentirse com pleta­ m ente confundido. Pero puesto que “confusión” es obviam ente la m ejor palabra tanto para

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ER IK

ID E N T ID A D ,

H . ER IK S O N

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• .• •

el aspecto subjetivo como p ara el objetivo del estado que hemos de des­ cribir, será conveniente destacar la confusión “ benigna” en un extremo de! continuum y la confusión “grave” y “perjudicial” , en el otro. 2. C O N F U S IO N , T R A N S F E R E N C IA Y R E S IS T E N C IA En esta sección nos aproxim arem os al problem a partiendo del enfoque tradicional de la observación clínica. Al e n fren tar la terapia, algunos pacientes pasan por un período de p articu lar virulencia. A unque la profundidad de la regresión y el peligro de la actuación ( acting-out) deben gobernar, sin duda, nuestras deci­ siones diagnósticas, es im portante reconocer, desde el principio, un meca­ nismo que está presente en esos cambios p ara lo peor, al que yo de­ nom inaría la “a c titu d de lo más hondo” . Esta consiste en la rendición cuasi d elib erad a del paciente a la fuerza de la regresión, en una búsqueda extrem a de lo más hondo, es decir, tanto el límite últim o de la regresión como la ú nica base firm e para una renovada progresión. A ceptar esta búsqueda delib erad a de la “ línea de base” parece llevar a un extremo peligroso la “ regresión al servicio del yo” de que habla Ernst Kris. Pero el hecho de que la recuperación de nuestros pacientes coincide a veces con el descubrim iento de aptitudes artísticas previam ente ocultas, sugiere la necesidad de un estudio más am plio de este punto. El elem ento de deliberación que aquí se agrega a la “v erdadera” regre­ sión se expresa con frecuencia en la punzante burla que caracteriza el con­ tacto terapéutico inicial con estos pacientes y en ese extraño aire de satis­ facción sadom asoquistica que a m enudo hace difícil ver, y todavía más difícil creer, que su autodesprecio y su disposición a “ dejar m orir al yo”, albergan una sinceridad desoladora. Com o decía un paciente: “que la gente no sepa cóm o triu n far ya es bastante malo. Pero lo peor es que no saben cómo fracasar. Yo he decidido fracasar bien.” Esta sinceridad casi “ fatal” se en c u e n tra en la determ inación misma del paciente de no confiar en nad a más que en la desconfianza, y sin em bargo observar desde un rincón oscuro de la m ente (y a m enudo con el rabillo del ojo) para en­ co n trar nuevas experiencias lo suficientem ente simples y directas como p ara p erm itir u n a renovación de los experim entos básicos de confienza m utua. En realidad, el terapeuta que se enfrenta con un ad ulto joven, burlón y desafiante, debe asum ir la tarea (pero no la “actitud” ) de una m adre que p resenta al bebe todo lo que hay de confiable en la vida. En el centro del tratam ien to está la necesidad del paciente de redefinirse y de este m odo reconstruir la base de su identidad. A! principio, estas defi­ niciones v arían ab ru p tam en te, aun cuando los cambios violentos del pa­ ciente en la experiencia de los límites de su yo tengan lugar delante de nuestros ojos. S úbitam ente, la movilidad del paciente puede sufrir un retraso “catató n ico ” ; su capacidad de atender puede convertirse en una som nolencia a b ru m a d o ra ; su sistema vasom otor puede reaccionar exage­ rad am e n te h asta el p u n to de producirle sensaciones de desm ayo; su sen-

V {¡¿o de la realidad puede sucum bir a sentim ientos de despersonalización 0 bien los residuos de la seguridad en sí mismo pueden desaparecer en /¿ una pérdida m iásmica del sentido de la presencia física. U na indagación ^cautelosa pero firm e revelará la probabilidad de que varios impulsos con* tradictorios precedieron a! “ataq u e” . Prim ero se da una súbita e intensa (“ urgencia por destruir com pletam ente al terapeuta, acom pañada, al p a­ d e c e r, por un subyacente deseo “ canibalista” de devorar su esencia y su Íí. ¡¿entidad. Al mismo tiempo, o alternativam ente, puede existir el temor ir y el deseo de ser devorado, para lograr de este m odo una identidad, al H='ser absorbido en la esencia del terapeuta. Ambas tendencias, por supuesto, -í con frecuencia se disocian o se som atizan a lo largo de períodos muy pro«¡¿longados, d u ran te los cuales encuentran expresión manifiesta sólo después ír-de la sesión terapéutica. Estas m anifestaciones pueden ser: una fuga impulsiva hacia la prom iscuidad sexual, que tom a la form a de un acting-out l'sin satisfacción sexual o sin sentimientos de participación; rituales de masturbación o ingestión excesiva de alim entos; beber en demasía o conducir - desenfrenadamente, o bien m aratones autodestructivas en las que el sujeto Ajee o escucha música sin pensar en com er o en dorm ir. Vemos aquí la form a más extrem a de lo que puede denom inarse resis’ ^'tencia a la identidad que, como tal, lejos de estar restringida a los pacientes ír"que estamos describiendo, constituye una form a universal de resistencia que •;S«se experim enta regularm ente pero que a m enudo no se reconoce en el curso Á-~de algunos análisis. En sus formas más benignas y más comunes, la resis( tencia a la identidad es el tem or del paciente de que el analista, debido a su p articular personalidad, am biente o creencias pueda, descuidada o ^'deliberadam ente, destruir la débil esencia de su identidad para imponerle üaL.de él. Incluso afirm aría que algunas de las discutidas y no resuel­ la, tas neurosis de transferencia de los pacientes, asi como también las de ... y los estudiantes que se entrenan p a ra ejercer la profesión, son el resultado directo del hecho de que la resistencia a la identidad es analizada con lfrecuencia, en el m eior de los casos, sólo de una m anera bastante asisteímática. En estas condiciones, el analizado puede resistirse durante todo el ^.tratam iento a cualquier posible irrupción en su identidad de los valores íjpdel analista, aunque quizá se rin d a en todos los otros puntos; otra posibi1 lidad es que el paciente absorba de la identidad del analista más de lo „yyque es capaz de m an ejar con sus propios m edios; o puede abandonar el éj:análisis con un sentim iento, que p e rd u ra rá toda la vida, de que el analista /n o le proporcionó algo esencial que le debía. En los casos de confusión de identidad aguda, esta resistencia a la iden­ tidad se convierte en el problem a esencial del encuentro terapéutico. Las ¡ . variaciones de la técnica psicoanalitica tienen en com ún este problem a: &■la resistencia dom inante debe ser acep tad a como la guia principal para la técnica, y la interpretación debe adecuarse a la habilidad del paciente para utilizarla. En estos casos el paciente sabotea la comunicación hasta que h a logrado establecer algunos problem as básicos (aunque contradic,, torios). El analizado insiste en que el terapeuta acepte su identidad nega\ tiva como real y necesaria — lo que es o más bien lo que era— sin llegar

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II.

ERIKSON

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“obligaciones de un plan comunal que al mismo tiem po se ocupe de satisa la conclusión de que esta identidad negativa l'es todo lo que tiene” ’ facer las necesidades de los otros pacientes que están en el mismo esta­ Si el terap eu ta es rap az de satisfacer estas dos dem andas, debe demostrar blecim iento (e, incidentalm ente, tam bién las del perso n al). Porque es evipacientem ente, a lo largo de m uchas crisis graves, que puede mantener beirte que un am biente comunal como el de un hospital se caracteriza la com prensión y el afecto por el paciente sin devorarlo ni ofrecerse para una com ida de tótem . Sólo entonces pueden surgir, aunque c.on mucha -"no sólo Por las necesiciades de identidad de los pacientes, sino tam bién erlas de aquellos que eligen convertirse en los guardianes de sus h»'-renuencia, form as más definidas de transferencia. 5 %\ ¿nanos Por Estos no son más que señalam ientos acerca de la fenomenología j y herm anas. Se discute m ucho acerca de ias maneras en que ia •jerarquía profesional distribuye las funciones, recom pensas y status del per­ confusión de id en tid ad tal como se refleja en las transferencias y resisten­ sonal y abre la puerta a una variedad de contratransferencias y “ trans­ cias m ás sobresalientes e inm ediatas. Sin em bargo, el tratam iento indivi­ ferencias transversales” que, por cierto, transform an el hospital en el fac­ dual es sólo u n a fa. eta de la terapia en los casos que estamos examinando símil de un hogar. Desde este punto de vista, dichos estudios revelan L a transferencia de estos pacientes perm anece difusa, m ientras que su í3; también el peligro de que el paciente elija precisam ente ese rol como la acting-out sigue siendo un peligro constante. Por lo tanto, algunos ne­ base de su identidad que está cristalizándose, porque el rol de paciente cesitan someterse a tratam ien to en un m edio hospitalario en el que sus quizá le resulte más significativo que cualquier identidad potencial expeintentos de evasión de la relación terapéutica puedan ser observados y .1—a n f o n q CltltPC lim itados y donde sus prim eros pasos más allá de la relación bipolar re­ cientem ente g a n a d a con el terapeuta, se encuentran con el apoyo inme­ diato de enferm eras com prensivas pero firmes, de otros pacientes coope­ ),; 3. EL “Y O ” , E L SI M IS M O Y EL Y O rativos y de instructores com petentes que les ofrezcan una am plia gama de actividades seleccionadas. líg) A fin de esclarecer y aun de cuantific.ar las actitudes del hom bre hacia En el am biente de un hospital, el progreso del paciente puede trazarse en F ' su propia persona, los filósofos y los psicólogos h a n creado términos como un diagram a, desde un determ inado “ensim ism am iento” [oneliness] (como S “yo” [/] o “sí mismo” [self] inventando entidades im aginarias a p artir de lo expresó u n a joven paciente) pasando por intentos de explotar y provocar maneras de hablar. M e parece que los hábitos sintácticos están muy rela­ el m edio hospitalario y su creciente habilidad p ara utilizarlo, hasta llegar, por últim o, a a d q u irir la capacidad p ara aban d onar esta clase de mora­ cionados con este oscuro tema. Quien haya trabajado con niños autistas no olvidará jamás su horror to ria institucionalizada y ocupar su antiguo o nuevo lugar en la socie­ .,. al observar con qué desesperación luchan por com prender el significado dad. L a com unidad hospitalaria perm ite al investigador clínico ser un de las palabras “ yo” y “tú ” , y cuán imposible les resulta, porque el lenobservador p artic ip a n te no sólo en el tratam iento personal del paciente A- guaje presupone la experiencia de un “ yo” coherente. Por el mismo mo­ individual, sino tam bién en el “diseño terapéutico” que debe adaptarse litiv o , el trab ajo con personas jóvenes profundam ente perturbadas hace pera las legitim as dem andas de pacientes que com parten un problem a vital (en este caso, la confusión de id e n tid a d !. Por supuesto, este problema á cibir al terap eu ta la incapacidad de los pacientes p ara sentir el “yo” com ún se esclarece a m edida que la com unidad del hospital se adapta a y el “ tú” que están cognitivam ente presentes y el tem or de que la vida las dificultades específicam ente agravadas por él. Así, el hospital se con­ ‘ pueda extinguirse antes de que tal sentim iento haya sido experim entado /■ —en el am or— . N ingún otro padecim iento d eja igualm ente en claro que vierte en un m undo-entre-m undos com pletam ente planificado e institucio­ -vi la psicología del yo no puede ab arcar por si sola ciertos problemas hunalizado y ofrece al individuo joven apoyo p a ra reconstruir (en el caso de que las h u b iera construido) aquellas funciones más vitales del yo a las Sí manos centrales que hasta ahora h a n sido abandonados a la poesía o a la que h a renunciado. L a relación con el terap eu ta individual es la piedra metafísica. an g u lar p a ra el establecim iento de u n a nueva y honesta m utualidad de Lo que el “yo” refleja cuando ve o contem pla el cuerpo, la personalifunción que debe h acer que el paciente m ire h acia un futuro muy borro­ f. dad y los roles a los que está vinculado p ara to d a la vida — sin saber dón_sam ente percibido y esforzadam ente negado. Sin embargo, es en la co­ Y de estaba antes o dónde estará después— son los diversos sí mismos que m u n id a d del hospital donde el paciente da los prim eros pasos hacia una í integran nuestro sí mismo compuesto. Existen constantes transiciones, a renovad a experim entación social. Por esta razón, es de fundam ental im­ veces sem ejantes a shocks, entre estos sí mismos: consideremos por ejem ­ p o rtan c ia un p ro g ram a de actividades — no u n a “ terapia ocupacional”—• plo el sí mismo corporal desnudo en la oscuridad o súbitam ente expuesto que p e rm ita a cad a paciente desarrollar sus aptitudes personales, guiado a la luz; el sí mismo vestido que se encuentra entre amigos o en com­ por instructores profesionales que se dedican a su oficio com prom etién­ pañía de gente de cualquier clase social; el soñoliento sí mismo que acaba dose plenam ente, pero que no obligan al paciente a tom ar ninguna deci­ . de despertarse o el que sale del m ar sintiéndose renovado o el que está sión ocupacional p rem atu ra. Reviste u n a urgencia especial el hecho de abrum ado por las náuseas y el m areo; el sí mismo corporal en la exci­ que el p aciente se som eta tan pronto como sea posible a los privilegios y tación sexual o en la cólera; el si mismo com petente y el im potente; el

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sí mismo a caballo, el que está sentado en el sillón del dentista y el qUe está encadenado y to rtu rad o (por hom bres que tam bién dicen “ yo” ). §e necesita, por cierto, u n a personalidad sana p a ra que el “yo” sea capaz de h ab lar claro acerca de todos estos estados de una m anera que en cual­ quier m om ento d eterm inado p u eda d a r fe de un si mismo razonablemente coherente. Los “ contra-actores” [counter-players] * de los si mismos son “otros” con los que el “yo” com para continuam ente a los si mismos, para bien o p ara m al. Es tam bién por esta razón que me inclino a considerar la su­ gerencia de H einz H artm a n n de que los psicoanalistas no utilicen la pala­ bra “ yo” cuando se refieren al si mismo como el objeto del “.yo” , sino que hablen, por ejem plo, de un sí mismo ideal más que de un ideal del yo como im agen de lo que nos gustaría que fuera nuestro sí mismo, y de identid ad del sí mismo en vez de identidad del yo en la m edida en que el “yo” percibe sus si mismos como continuos en el tiem po y uniformes en sustancia. Porque si el “yo” adm ira la im agen de su sí mismo corporal (com o hizo N arciso ), no está enam orado de su yo (puesto que de otra m anera Narciso podría haber m antenido su equilibrio) sino de uno de sus sí mismos: el sí mismo corporal que se ve en el espejo, tal como es percibido por ojos autoerotizados. Sólo después que hayam os separado del yo al “yo” y a los sí mismos, podem os asignar al yo ese reino que h a tenido desde que pasó de la neu­ rología a la p siquiatría y a la psicología en los primeros días de Freud: el reino de u n a “m ediación” interior que salvaguarda nuestra existencia coherente filtrando y sintetizando, en cualquier circunstancia, todas las im­ presiones, emociones, recuerdos e impulsos que tratan de penetrar en nues­ tro pensam iento y exigen nuestra acción, y que nos aniquilarían si no estuvieran clasificados y m anejados p o r un sistema confiable de protec­ ción que se m antiene alerta v ciue h a crecido paso a paso. Creo que estam os en condiciones de decir que el “yo” es plenamente consciente y que somos v erdaderam ente conscientes sólo hasta donde pode­ mos decir “yo” con absoluta certeza. (U n ebrio dice “yo” pero sus ojos lo desm ienten, y después no reco rd ará lo que dijo con abotagada con­ vicción.) Los sí mismos son casi totalm ente preconscientes, lo que auiere decir que p ueden hacerse conscientes por obra del “yo” y hasta donde el vo esté de acuerdo. Sin em bargo, el vo es inconsciente: percibimos su' actividad pero n u n ca el yo mismo. S acrificar cualquier aspecto del con­ cepto de un yo inconsciente, que de algún m odo hace para nosotros, como el corazón y el cerebro, lo que n u n ca podríam os “ resolver” o planear conscientem ente, sisrnificaría a b a n d o n ar el psicoanálisis como instrumento, lo mism o que la belleza (p a ra h ab lar de una m anera tomística) que sólo él puede hacernos ver. Por o tra parte, ignorar el “yo” consciente en su relación con la existencia (com o ha hecho la teoría psicoanalít'ca) sig­ nifica suprim ir el núcleo de la autoconciencia hum ana, la capacidad que, después de todo, hace posible el autoanálisis. * Counterplayers: Los q u e están frente al yo y se relacionan con él. [T.]

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¿Pero quién o qué es el contra-actor del yo? En prim er lugar, por su­ puesto, el ello y el superyó, y después, así dice la teoría, el-am biente. Los ¿os prim eros son términos desm añados en inglés, idiom a que no cultiva [a grandeza m ítico-académ ica del alem án, en el que das Es o das Ueber-lch nunca son entidades semejantes a cosas, sino dones demoníacos y prim i­ tivos. L a tarea general del yo es, para decirlo en los términos más simples, transformar lo pasivo en activo, esto es, filtrar las imposiciones de los Contra-actores del yo, de m anera tal que se conviertan en voliciones. Esto ¿s cierto en lo que respecta a la frontera interior, donde lo que se expe­ rimenta como “ ello” debe llegar a hacerse fam iliar, aun dócil, y sin em ­ bargo, poder ser disfrutado al m áxim o; donde lo que se siente como una carga aplastante de la conciencia m oral debe transform arse en una con­ ciencia tolerable, y hasta “buena” . T odo esto h a sido claram ente demos­ trado en situaciones psicoanalíticas en las que podía verse cómo un yo paralizado se convertía en un yo pasivo, o, como diría yo, inactivado en cuanto a sus funciones defensivas y adaptativas. Sin em bargo, el ello y el superyó pueden verdaderam ente ser los aliados del yo, como se puede ver en el abandono sexual y en los actos honestos. Es, entonces, nuevam ente el. “ am biente” el que, como se indicó en estas páginas, carece de especificidad como contra-actor del yo. T am bién se señaló que es la consecuencia de un hábito n aturalista realm ente a n ti­ cuado h ablar “del” organismo y “su” am biente. La ecología y la etología han superado de modo decisivo esta simplificación. Los miembros de la misma especie y de otras especies siem pre form an parte del U mwelt de cada uno. Por el mismo motivo, entonces, y aceptando el hecho de que el am biente hum ano es social, el m undo exterior del yo está compuesto jx>r los yoes de otros significativos p a ra él. Son significativos porque en muchos niveles de com unicación bu rd a o sutil todo mi ser percibe en ellos una hospitalidad para la m anera en la que mi m undo interior está orde­ nado y los incluye, lo que, a su vez, m e hace ser hospitalario con respecto al m odo en que ellos ordenan su m undo y me incluyen (una afirm ación mutua, por lo tanto, de la que puede esperarse que active mi ser, así como también se puede esperar que yo active el de ellos) : yo restingiría a esto el térm ino jnutualidad_, que es el secreto del am or. Por otra parte, deno­ minaría negación recíproca a la negativa, por p arte de los otros, a asum ir su lugar en m i orden y a dejarm e asum ir el mío en el de ellos. Con toda probabilidad, nada en la naturaleza se asem eja al odio que esto engendra, y nada a la am bivalencia que nos crea la inseguridad acerca de si en estos aspectos estamos en relación recíproca, a pesar de que la mezcla de rabia, incom odidad y tem or exhibida por algunos anim ales en situaciones ambiguas y la enorme inversión de afecto en ceremoniales de salutación —de ellos y nuestros— dan una idea bastante aproxim ada de los precur­ sores filogenéticos de la “ am bivalencia” . De cualquier modo, el prim er lugar entre las complejidades de la vida h u m ana lo ocupa la com unica­ ción a nivel del yo, donde cada yo pone a prueba toda la inform ación recibida sensorial y sensualmente, lingüística y sublim inalm ente, para la confirm ación o negación de su identidad. En consecuencia, el efecto cons­

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tan te de ordenar conjuntam ente estos procesos en un “ territorio” ps¡c0. social de m utualidades confiables y negaciones recíprocas definidas es lo que deseo d ar a en ten d er con la expresión “yo g rupal” ; y he indicado la com plicación adicional de que el límite de este territorio atraviesa cada yo que form a p arte de él, dividiéndolo en una identidad positiva y una negativa. Aquí nuevam ente el conflicto que está adentro (como la a m ­ bivalencia que está afuera) provoca u n a ansiedad específicamente huma­ na, y sólo cuando, en nuestros órdenes eslabonados, nos confirmamos o negam os a nosotros mismos y a cada uno de los otros de m anera clara existe la identidad, la identidad psicosocial. Pero decir “yo” no es n ad a más que la ratificación verbal de acuerdo con la cual yo siento que soy el centro de la percepción en un universo de experiencia en el que yo tengo una identidad coherente y estoy en pose­ sión de mis sentidos y soy capaz de expresar lo que veo y pienso. Ningún aspecto cuantificable de esta experiencia puede d ar cuenta de su halo subjetivo, puesto que ella significa n ad a menos que estoy vivo, que yo soy la vida. Por lo tan to , el contra-actor del “yo” puede ser, estrictam ente ha­ blando, sólo la deidad que ha prestado este halo a un m ortal y está Ella M ism a dotada de u n a num inosidad etern a certificada por todos los “yoes” que reconocen este don. Esta es la razón por la que Dios, cuando Moisés le preguntó quién tenía que decir que lo había llamado, contestó: “Yo s o y e l q u e s o y .” Después ordenó a Moisés que dijera a la multitud: “ Yo s o y me ha enviado a ustedes.” Y, por cierto, sólo una multitud un id a por una fe com ún com parte hasta ese grado un “yo” común, gra­ cias al cual los “herm anos y las herm anas en Dios” pueden designarse en tre sí con verdaderos “ tús”, en com pasión m utua y veneración com­ p artid a. El saludo hindú en el que el sujeto m ira al otro a los ojos —con las manos levantadas cerca del rostro y las palm as juntas— m ientras dice “ Reconozco al Dios que hay en ti” expresa la esencia de la cuestión. Del m ism o m odo un am an te reconoce, sim plem ente m irándola, la luminosi­ d a d en el rostro de la bienam ada, m ientras siente, a su vez, que su vida m ism a depende de ser reconocido, por su parte, de la misma m anera. Sin em bargo, aquellos pocos que vuelven totalm ente su rostro hacia el de la deidad, deben evitar toda clase de am or, excepto el de la herm andad: “ a menos que estéis dispuestos a desertar. . . ” 4. U N A C O M U N ID A D D E Y O ES La llam ada orientación biológica básica del psicoanálisis se h a trans­ form ado, al parecer gradu alm en te (p o r simple acostum bram iento), en u n a clase de pseudobiología, en especial en lo que respecta a la conceptualización del “am b ien te” del hom bre. En la literatura psicoanalítica, los térm inos “m undo exterior” o “ am biente” se em plean con frecuencia para designar un área no delim itada, de la que se dice que está afuera sim­ plem ente porque no está adentro (ad en tro de la piel del individuo, o ad en tro de sus sistemas psíquicos, o adentro de su sí mismo en el sentida

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más am p lio ). T a l “exterioridad” , indefinida pero om nipresente, supone necesariam ente varias connotaciones ideológicas, y por cierto no biológicas, como por ejem plo el antagonism o entre el organism o y el ambiente. A l­ gunas veces se concibe “ el m undo exterior” como una conspiración “ de la realidad” contra el m undo uel deseo instintivo del organismo infantil y otras veces como el hecho indiferente o molesto de la existencia de otras personas. Pero aun en la reciente adm isión de la presencia, al menos p a r­ cialmente benévola, del cuidado m aterno, persiste una obstinada tendencia a tra ta r la “ relación m adre-hijo” como una entidad “biológica” más o m e­ nos aislada de sus circunstancias am bientales, las cuales, entonces, se trans­ form an en un “am biente” de apoyos indefinidos o de ciegas presiones y meras “convenciones” . De esta m anera, paso a paso, nos vemos estorbados por los rem anentes de las yuxtaposiciones que fueron necesarias y fructí­ feras cuando era im portante establecer el hecho de que las exigencias so­ ciales m oralistas e hipócritas son capaces de aplastar los instintos del adulto y explotar los del niño, para poder conceptualizar ciertos antagonismos intrinsecos entre los intereses del individuo y los de la sociedad. Sin em ­ bargo, la conclusión im plícita de que un yo individual pudiera existir con­ tra o sin un “am biente” específicamente hum ano, y esto significa organi­ zación social, no tiene sentido; del mismo m odo que una orientación "pseudobiológica, dicho supuesto im plícito am enaza aislar a la teoría psicoanalitica de los conocimientos ecológicos de la biología m oderna. O tra vez es H a rtm a n n el que abre el cam ino a nuevas consideraciones.9 Su afirm ación de que el infante hum ano nace preadaptado a un “am ­ biente prem edio cxpectable”, im plica una form ulación verdaderam ente biológica tanto como ineludiblem ente social. Puesto que ni aun la m ejor de las relaciones m adre-hijo podría, por si mism a, explicar ese milieu sutil y com plejo que perm ite a un bebe no sólo sobrevivir sino tam bién de­ sarrollar sus potencialidades para el crecim iento y la unicidad. La ecología del hom bre exige una readaptación constante y n atu ral, histórica y tec­ nológica, que hace inm ediatam ente obvio que sólo una reestructuración perpetua de la tradición, aunque muy im perceptible, puede salvaguardar, para cada nueva generación de infantes, algo que se acerque a una “expectabilidad prom edio” del am biente. Hoy, cuando los rápidos cambios tecnológicos h an asum ido la p rim a d a en todo el m undo, la cuestión de establecer y preservar en formas flexibles u n a continuidad “ expectable prom edio” p ara la crianza y educación del niño, se h a convertido, en rea­ lidad, en u n a cuestión de supervivencia hum ana. ‘P El tipo específico de preadaptación del infante hum ano — a saber, la disposición p ara crecer a pasos epigenéticos m ediante crisis psicosociales— exige no sólo un am biente básico, sino toda u n a secuencia de ambientes “espectables” , puesto que, a m edida que el niño se a d ap ta por medio de esfuerzos supremos y pasando por diferentes estadios, tiene derecho a reclam ar, en cualquier estadio determ inado que haya alcanzado, el pró9 H einz H a r t m a n n : Ego Psychology and t k e P roblem of A d a p ta tio n . N u e v a Y ork, I n t e r n a ti o n a l Universitíes Press, 1958.

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xim o “am biente prom edio expectable” . En otras palabras, el ambiente hu m ano como un todo debe perm itir y salvaguardar una serie de desarro' ¡los más o menos discontinuos y sin em bargo cultural y psicológicament" coherentes, cada u no de los cuales se extiende a lo largo del radio d e ' tareas vitales en expansión. T odo esto convierte a la denom inada adapta'v ción biológica del hom bre en u n a cuestión de ciclos vitales que se de-' ' rrollan d entro de la cam biante historia de su com unidad. En consecuencia"' u n a sociología psicoanalítica enfrenta la ta re a de describir el am biente del hom bre como el em peño constante de las generaciones por unirse en un esfuerzo organizacional con el fin de p re p a ra r u n a serie integrada de “am­ bientes prom edio expectables” . E n un trab ajo que reseña los esfuerzos p ara aproxim arse a la relación entre cu ltu ra y personalidad, H artm án n , Kris y Loewenslein afirm an' “ Las condiciones culturales podrían y deberían ser contem pladas teniendo en cuenta cuáles y qué clase de oportunidades p ara las funciones del yo estim ulan o inhiben, en una esfera libre de conflicto.” 10 En cuanto a la posibilidad de estudiar la incidencia de dichas “ condiciones culturales” en el psicoanálisis de individuos, estos autores parecen menos entusiastas: T a m b i é n los analistas son conscientes de las diferencias de c o m portam iento pro­ d u c ida s p o r las condiciones c u lturale s; no carecen de esc sentido com ún que siempre h a d estacado estas diferencias, pero su im pacto sobre el observador ana­ lítico tiende a dism in u ir a m ed id a que el tr a b a jo progresa y los datos disponibles se m ueven de la p e rife ria al centro, esto es, desde la c o n d u c ta m anifiesta a los datos, p a r te de los cuales sólo son accesibles a u n a investigación analítica.

M e atrevo a sugerir, y espero que los fragm entos del m aterial de casos presentados en este libro hayan contribuido a aclarar, que los problemas específicos del desarrollo del yo — por cierto, “ únicam ente accesibles a u n a investigación an alítica”— exigen que la conciencia del psicoanalista acerca de las diferencias culturales vaya más allá de ese “sentido co­ m ú n ” que a los tres autores les parece suficiente en esta área particu­ lar de observación, que con to d a seguridad ellos mismos exigirían en otras áreas un sentido com ún m ás “analizado” . Porque, según hemos su­ gerido, com o la relación entre los valores organizados y los esfuerzos ins­ titucionales de las sociedades p o r una parte, y la naturaleza de la síntesis del yo, p o r otra, es más sistemática, al menos desde un punto de vista psicosocial, por lo ta n to los procesos básicos culturales y sociales sólo pueden ser considerados como el esfuerzo com ún de los yoes adultos para desarrollar y m antener, m ediante una organización conjunta, un máximo de energía libre de conflicto en un equilibrio psicosocial de m utuo apoyo. Sólo una organización de esta clase tiene la posibilidad de ofrecer apoyo coherente en cada e ta p a del desarrollo a los yoes de los seres que están creciendo y a los de los adultos. Puesto que, como se indicó en el capítulo •* •*0 H. H a r t m a n n , E. Kris, y R. M. L oew enstein : “ Some Psychoanalytic Comm en ts on ‘C u l tu r e a n d Personality’ ” , e n Psychoanalysis and Culture. G. B. W ilbur y W. M u e n ste rb e rg e r ( c o m p s .). N u e v a York, I n te r n a tio n a l Universities Press 1951, págs. 3-31.

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:-T j j j ]a generación más vieja necesita de la más joven tanto como la más depende de la más vieja para fortalecer sus respectivos yoes; y pareceda que, durante el desarrollo de las dos generaciones m encionadas, s en la esfera de esta m utualidad de impulsos e intereses del yo donde valores básicos y universales, en todo su poder compensatorio y r/fuerza defensiva, llegan a ser y perm anecen como im portantes realizaciones -(-conjuntas del desarrollo del yo individual y del “ yo grupal” . E n realidad, ''nuestras historias clínicas comienzan a ' revelar que estos valores propor­ li-cionan el apoyo indispensable p ara el desarrollo del yo de las generaciones Eque están creciendo, en cuanto ellos ofrecen al com portam iento de los j padres cierta coherencia específica supraindividual, aunque las diferentes 3 fe' clases de coherencia — incluyendo m aneras coherentes de ser incoherente— ■.varíen según los sistemas de valores y los tipos de personalidad. En consecuencia, sólo los procesos sociales que representen una m u tu a­ l i d a d m últiple recrearán la “expectabilidad prom edio” de los ambientes, r íé á m edíante la reconsagración cerem onial o por la reform ulación siste­ mática. En ambos casos, líderes y élites elegidos o autoseleccionados se f sienten, una y otra vez, llamados a dem ostrar una convincente clase “ca­ r is m à tic a ” de generatividad generalizada, esto es, un interés suprapersonal p; en el m antenim iento y el rejuvenecim iento de las instituciones. Las cronicas históricas presentan a algunos de estos lideres como “grandes” ; ellos i parecen capaces de derivar de los más profundos conflictos personales !' la energía que satisface la necesidad específica de su período de una nueva “ síntesis de la im agen del m undo dom inante. De cualquier modo, sólo por v medio de la constante reconsagración las instituciones lograrán que sus ! miembros jóvenes inviertan nueva energía de m anera activa e inspirada. .'F orm ulado en términos más teóricos: sólo m anteniendo una corresponi. dencia significativa entre sus valores y las principales crisis del desarrollo del yo, una sociedad está en condiciones de poner al servicio de su par■ ticuíar identidad grupal un m áxim o de la energía libre de conflicto originada en las crisis infantiles de u n a gran parte de sus miembros jóvenes. La única conclusión posible es que el yo en actividad, al mismo tiempo que protege la individualidad, nunca se encuentra aislado, porque existe ; una clase de com unalidad que vincula a los yoes en una activación muí tua. H ay algo en el proceso del yo, entonces, y algo en el proceso social i. que es, por lo tanto, idéntico.11

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5. T E O R IA E ID E O L O G IA Al estudiar la relación del yo con la cam biante realidad histórica, el psicoanálisis enfrenta un nuevo conjunto de resistencias inconscientes. Está im plícito en la naturaleza de la investigación psicoanalítica que tales 11 Poste riorm ente, en Insight and Responsibility ( N u e v a York, W. W. Norton, 1964) he d e n o m in a d o a esta activación m u t u a actualidad, separando este aspecto de lo que, en co n ju n to , es la realidad del m ero reconocim iento de los h.echos.

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resistencias se localicen y evalúen en los mismos observadores y en sus hábitos de conceptualización, antes de que su presencia en el sujeto ob­ servado pueda ser com prendida y tra ta d a . C u ando investiga los instintos del hom bre, el psicoanalista sabe que la n aturaleza de su impulso a in­ vestigar es parcialm ente instintiva. A cepta que responde con una contra­ transferen cia parcial a la transferencia del paciente, es decir, sabe que p o r razones especiales que sólo a él le atañ en , puede gratificar el ambiguo deseo del paciente de satisfacer impulsos infantiles en la misma situación tera p é u tic a que ha de curarlos. El analista reconoce todo esto; sin embar­ go, tra b a ja m etódicam ente p ara lograr ese m argen de libertad donde la definición clara de lo inevitable hace innecesarias las resistencias agota­ d o ras y libera energía p a ra el trab ajo creador. E n consecuencia, está de más decir que el psicoanalista debe ser cons­ ciente de los determ inantes históricos de lo que hizo que fuera lo que es, an tes de que pueda esperar perfeccionar ese don hum ano: la habilidad p a ra com prender aquello que es diferente de él. U n renovado sentido com ún, ilustrado por u n a reciente tendencia al autoanálisis, ha sido el sello del progreso toda vez que un concepto nuevo se integ rab a en la práctica psicoanalítica. Si sugiero seriam ente que un p u n to de vista psicosocial puede llegar a integrarse a los intereses psicoanalíticos, tam bién tendré que tom ar en cuenta la posibilidad de que haya h ab id o antes otras resistencias específicas en el cam ino de este conoci­ m iento, y sólo la naturaleza de la idea resistida puede señalar de qué tipo de resistencia se trata. En este caso sería la relación entre la identidad profesional de u n a generación de observadores y las tendencias ideológicas de su época. L a cuestión de la “adm isión” de las consideraciones sociales en el psi­ coanálisis “oficial” h a tenido u n a historia torm entosa desde la publicación de las obras de Alfred Adler, y resulta imposible eludir la impresión de que esto ha seguido siendo tan to un problem a ideológico como metodo­ lógico. L o que estaba en juego era, al parecer, p o r una parte el preciado supuesto de Freud de que el psicoanálisis podía ser una ciencia como cu alquier otra, sin una visión del m undo ( W eltanschauung) diferente de la de la ciencia n a tu ra l; y por otra parte, la persistente convicción de muchos de los m ejor dotados psicoanalistas m ás jóvenes, de que el psicoanálisis, com o u n a fon n a de crítica de la sociedad, debía unirse a la orientación revolucionaria que en E uropa hab ía g an ad o la solidaridad de m uchas de las m entes más originales. D etrás de esto está u n a gigantesca polarización M arx -F reu d que era el resultado de u n antagonism o intrínseco entre estos puntos de vista, como si fueran en realid ad dos ideologías que se exclu­ yeran recíprocam ente (lo cual de hecho ocurría al principio hasta cierto p u n to ) ; era evidente la exclusión total de cada u n a por la otra hasta el extrem o de llegar a un a, negligencia dogm ática bastante obvia de intereses y conceptos com unes a ambas E n consecuencia, a la larga parecería que algunas de las más acaloradas y obstinadas respuestas a las preguntas acerca de la naturaleza del psico­ análisis, se originan en o tra cuestión m uy cercana, a saber, lo que el psi-

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r^gn álisis debe ser, o debe seguir siendo, o debe llegar a ser, p ara un determinado analista, porque una imagen particular del m undo es una íd e las necesidades de su identidad como hom bre, profesional y ciudadano. Ahora bien, el psicoanálisis ha ofrecido abundantes oportunidades para f uña variedad de identidades profesionales. Dio nueva función y alcance empresas tan divergentes como la filosofía natural y el debate talm ú­ d ic o , la tradición científica y la enseñanza misionera, la dem ostración litev jarla y la construcción de la teoría, la reform a social y el hacer dinero. 5 Como movimiento, el psicoanálisis ha albergado una variedad de imágenes 1 ¿el m undo y de utopías que se originaron en los distintos estadios de su h historia en una diversidad de países. Creo que esto es el resultado de una ^necesidad ineludible, porque el hom bre, p a ra poder interactu ar de m anera (.eficaz con otros seres hum anos y, muy especialmente, si desea curar y ; enseñar, debe, a intervalos, convertir en una orientación total un estadio [(determinado de conocim iento parcial. De este modo, quienes estudiaron [ individualmente a F reud descubrieron que su identidad se verificaba megíjor en sus tesis aisladas que prom etían u n a ideología psicoanalítica p ar­ tic u la r y, con ésta, la posibilidad de una orientación profesional estable. íj,|)e m anera semejante, ciertas anti-tesis exageradas de algunas de las tesis ^'provisorias y tem porarias de F reud, han servido de bases dogm áticas para la orientación profesional y científica de otros investigadores en ese campo. De este modo, “escuelas” nuevas se convierten en sistematizaciones irre­ versibles que se colocan m ás allá de la discusión, o del autoanálisis. Cuando recuerdo mis prim eros días como psicoanalista inm igrante en los Estados U nidos, reconozco tardíam ente otro factor ideológico en la .^historia de la diáspora del psicoanálisis. Mis pacientes me concedieron ¡¿una especie de m oratoria durante la cual tuve ocasión de superar mi Ü abismal ignorancia del idiom a inglés, p ara no m encionar todos esos mab ‘tices coloquiales que por sí solos transm iten el am biente de un paciente; Atambién aprendí a confiar en que lo que los libros decían era com ún a .todos en cualquier lugar y tanto más común cuanto más inconsciente. A Ahora com prendo que los pacientes (y los alumnos) fueron mis cómplices ? en este aspecto, porque yo representaba un sistema integrado de creencias ¡ que prom etía reem plazar los frágiles rem anentes de la ortodoxia de sus ‘ padres y abuelos, fuera ésta religiosa o política. Si fui capaz de unirm e . a algunos de mis amigos norteam ericanos (M argaret M ead, Jo h n D ollard, ív Scudder Mekeel) en su convincente relativismo cultural, y pude aprender a ver las diferencias culturales que describo en mi cuaderno de notas, fue sin duda a causa de m otivaciones especiales arraigadas en mi propia historia de vida que me perm itieron m arginarm e con respecto a la familia, -■la nación, la religión y la profesión preparándom e p ara que m e sintiera cómodo en una ideología inm igrante. Este parece ser un m odo dem asiado personalista de concluir algunas observaciones teóricas. Sin em bargo, no estoy tratan d o de “ relativizar” estas cuestiones, sino de introducir en ellas la necesaria relatividad histó­ rica y social. M enos todavía deseo descuidar el poder ideológico original y la fuente de inspiración que h a em anado de los principios teóricos y í

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técnicos del psicoanálisis de Freud. Precisam ente porque algunos de ¡08 “ revisionistas” psicoanalíticos han hecho cambios, a mi entender, innece­ sarios, en ese fundam ento (discutiendo áridam ente acerca de diferencias científicas que sólo eran ideológicas), no he podido dedicar m ucho tiempo a pensar si mis sugerencias m etodológicas y terminológicas pueden o no adap tarse a las de ellos. H e considerado más im portante adelantar lenta­ m ente mi enseñanza en ¡os institutos psicoanalíticos sin ab andonar nuestros singulares fundam entos ideológicos. Porque el m ejor trabajo con frecuen­ cia se inicia en las catacum bas, y m uchos de nosotros añoram os los días en que nos sentábam os y aprendíam os en un aislam iento social y acadé­ mico. T a l aislam iento fue una vez el am biente casi espiritual para una idea v erdaderam ente creativa, la idea terapéutica, que invitaba al paciente a unirse a un proceso psicoterapèutico enorm em ente exigente, a través del cual él y el analista observaban los fenómenos y las leyes del mundo internalizado, fortaleciendo así sim ultáneam ente (com o me agrada creer que todavía lo hacem os de la m ejor m anera posible) la libertad interior y el realism o exterior. D e la m ejor m anera posible: quiere decir, cuando el paciente es la clase de persona que tiene en sí mismo la posibilidad de unirse a la clase de persona que nosotros los terapeutas somos para beneficiarse con la clase de esclarecim iento que brinda nuestro método. Y cuando digo “clase de persona” lo que verdaderam ente quiero decir es “ iden tid ad ” , porque el tratam iento psicoanalítico presupone, tanto en el terap e u ta como en-el. paciente, no sólo u n a com unalidad de observación, sino tam bién la fuerza y dirección de u n a ideología terapéutica que hace a dicha com unalidad beneficiosa p ara ambos. Esto ha producido, en ge­ neraciones de trabajadores en este cam po, u n a energía intelectual no so­ ñada, pero tam bién supone que el proceso se m antenga vivo, y que el analista y el paciente (así como tam bién el analista que se dedica al análisis didáctico y sus alum nos) no pasen a depender de esa conspiración dogm ática tan frecuente de llam ar real sólo a lo que se adap ta a un estado ideológico pasado de la teoría y a u n a p articu lar tendencia local o regio­ nal en la organización política del psicoanálisis mismo. H ay au n o tra tarea por realizar en un cam po que sólo puede desarro­ llarse más si se tom a conciencia de su p ropia historia. T odo térm ino psico­ lógico referente a un problem a h um ano central es adoptado en primer lugar con connotaciones ideológicas que van desde lo que F reud deno­ m inó las “ ideologías seculares del supervó” h asta la influencia de las ideo­ logías contem poráneas. Por supuesto, am bas pronto son superadas si y cuando el térm ino se vuelve h abitual y ritualizado, especialm ente en idio­ m as diferentes. Consideremos p o r ejem plo el térm ino superyó: la palabra alem an a Ueber puede tener un significado m uy diferente ( Ueber alien W ipfeln . . .) del térm ino inglés super (superj e t ) . Por supuesto, un grupo relativam ente pequeño de trabajadores en este cam po puede estar de acuerd o en lo que el térm ino quiere decir, especialm ente cuando está de­ finido p o r oposición a otros conceptos, com o ello y yo. Pero a m edida que el cam po se va extendiendo, quienes trab ajan en form a individual y en grupo adjudican nuevos significados a cada term ino de acuerdo con su

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"'propio pasado y presente. Como he indiccado m uchas veces, el más lun-¿amental jjjüiental de nuestros términos, Trieb, y su adjetivo triebhaft, tuvieron originariamente una cualidad filosófico-natural de una fuerza ennoble­ c e r á a la vez que elemental (die suessen Triebe — “dulces impulsos”— , .¿podía decir el poeta alem án y, como señalamos, rígidos fisiólogos fueron S spaces de hablar de “fuerzas de la dignidad” ) ; por lo cual, además de í-Jas razones de economía, Freud se vio lim itado en sumo grado antes de " asignar un nuevo elemento “ básico” al O lim po de Triebe. O tros psicólogos '^norteamericanos) pudieron elaborar largas listas de impulsos con una £?j” m inúscula, cuyo propósito era la verificación y no la convicción m¡-

(ItológicavyDe m anera semejante, die Realitaet, por el hecho mismo de que podía Tusarse con artículo, era un poder casi personalizado com parable a la "'Ánangke o al Destino, y exigía m ucho m ás que adaptaciones razonables la realidad de los hechos. La p alab ra que designa la realidad misma (S uno de los térm inos más corruptibles en el uso, puesto que puede sig'■juficar una imagen del m undo com probada como real por todos los que, ¿(je común acuerdo y negándose a sí mismos utilizan la razón para estable7$er aquello con í° Rue se puede estar de acuerdo y según lo cual se puede ¿vivir, m ientras que para muchos la realidad significa la suma de todo lo ^ u e uno puede tom ar sin sentirse dem asiado pecador o sin en tra r en ¿un conflicto evitable con las normas y reglam entos, en tanto éstas sean . observadas. Sin embargo, el térm ino más vulnerable a las connotaciones cambiantes es probablem ente el que designa al yo, porque algunos nunca ¿dejarán de relacionarlo con el egotismo, p ara otros se asociará con la -J;?concentración en sí mismo” , m ientras que p a ra m uchos retiene la cualidad de un sistema cerrado en el proceso de las transform aciones interiores. Por último está el térm ino “m ecanism o” . C uando A nna Freud dice : 'T Durante to d a la infancia está en fu n c io n a m ie n to un proceso de m ad u ra ció n que, t puesto al servicio del conocim iento creciente y la ad ap tac ió n a la realidad, se proípone perfeccionar las funciones (del y o ) , haciéndolas más y más objetivas e indef i pendientes de las emociones h a sta que llegan a ser tan exactas y confiables como '-un aparato m ecánico.12 fcv-

f § que está describiendo es una característica que el yo com parte, en más r « un sentido, con el sistema nervioso y el cerebro (con los que el hom bre jijpwde crear m áquinas) pero ciertam ente no intenta abogar por la adaptay.iaón m ecánica como la m eta de la vida hum ana. En realidad, aunque ¿íUs “mecanismos de defensa” son una parte m uy necesaria de la vida men•;,rtal, transform an a la persona dominada p o r ellos en un ser em pobrecido estereotipado. Y sin embargo, cuando el hom bre se sobreidentifica con jggUs m áquinas puede querer convertirse y hacer que los otros se conviertan Ttn individuos más m anejables encontrando m étodos suaves de adaptación ¿mecánica. En resumen, no niego que se puede estar de acuerdo con lo p í , 12 A n n a F r e u d : “ Indications for C hild Analysis” , en T h e Psychoanalytic S tu d y the Child. N ue va York, In tern a tio n a l Universities Press, 1945, 1, págs. 127-149.

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que un term ino significa lógicam ente, ni tam poco propongo (Dios no ]0 p erm ita) que se eviten en la ciencia social los términos muy sugerentessólo señalo que tener conciencia de las connotaciones cam biantes de 10¡ térm inos más im portantes es uno de los requisitos de una orientación ps¡ cosocial “a u to an alítica” . Al h ablar de pru eb a científica y de progreso científico, por lo tanto en un cam po que tra ta directam ente con las necesidades inm ediatas de 10¡ hom bres, es necesario explicar no sólo los factores metodológicos, prácticos y éticos, sino tam bién la necesidad de una ideología profesional. Por esta razón, el entren am ien to psicoanalítico tendrá que ab arcar las variedades de la form ación de la identidad profesional, m ientras que la enseñanza teórica debe a rro ja r luz tam bién sobre el trasfondo ideológico de las diferencias principales de lo que se siente como lo más práctico, verdadero y acertado en los diversos estadios de un cam po de trabajo en desarrollo. Si en este p u n to o tra resistencia universal, a saber, la resistencia a la identidad, parece exigir un análisis análogo al de las resistencias del ello y del superyó, debo repetir, p ara concluir, que cualquier cosa referente a la identidad está m ás cerca del día histórico que los otros contra-actores del yo. En consecuencia, esta clase de resistencia puede combatirse no sólo con un énfasis adicional en el análisis individual sino, sobre todo, con un esfuerzo conjunto p ara reaplicar el psicoanálisis aplicado al psi­ coanálisis.13 D ebo agregar que soy perfectam ente consciente del hecho de que al di­ rigirse en u n a nueva dirección uno es capaz de aferrarse a un camino unilateral, ignorando tem porariam ente rutas m uy frecuentadas y direccio­ nes alternativas sugeridas por el tra b a jo pionero de otros. Pero la pre­ g u n ta teórica im p o rtan te es: ¿co n d u cirá una nueva dirección a nuevas observaciones?

13 Vease mi proximo libro: Instrument of Peace: Origins of Gandhi's Militant Non-Violence.

C a p ítu lo VI

HACIA PR O BLEM A S C O N T E M PO R A N E O S: LA JU V EN TU D

1 La descripción y el análisis de lo más enferm o y más depravado en los individuos y en las situaciones h a evolucionado tanto en la literatura cien­ tífica como en la de ficción, hasta un estilo de crítica social que a m enudo se alim enta a sí mismo. Porque cuando los jóvenes se ven, por así decirlo, negativam ente glorificados en los medios de masa, su sentim iento de iden­ tidad sólo puede aprovechar el poder que estos m edios parecen esgrimir al menos como síntomas vivientes. Pero he encontrado necesario, por ra ­ zones diferentes de las “ relaciones públicas” , preguntarm e cuál puede ser el resultado de esta situación p a ra la psicopatología que hemos aprendido a adm itir, y cuáles las m etas positivas que se logran en cada estadio del desarrollo. En muchos círculos, el térm ino “ positivo” sugiere a m enudo un engañoso volver la cara a la fea realidad; pero, ¿no form a parte de cualquier actitud clínica general estudiar la natura que, con nuestra ayuda terapéutica, h a de realizar el curat? Y a he señalado en el capítulo I I I que asignaría a cada estadio su propia fuerza vital, y a todos los estadios un sistema epigenético de esas fuerzas que com ponen la vitalidad hum ana (y en este caso “h u m an a” significa generacional). Si, con un estado de ánim o m ilitante, llamé a estas fuerzas virtudes básicas, lo hice para in ­ dicar que sin ellas todos los otros valores y bondades carecen de vitalidad. M i justificación para el uso de la p alab ra fue que u n a vez tuvo la con­ notación de fuerza inherente y de cualidad activa de lo que se estaba des­ cribiendo: se decía que una m edicina o u n a bebida, por ejemplo, “ no tenían v irtu d ” cuando habían perdido el alcohol (esp íritu ). Yo creo que en este sentido, se puede usar el term ino “virtudes vitales” para referirse a ciertas cualidades que comienzan a anim ar al hom bre de m anera pene­

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tr a n t e d u r a n te estadios sucesivos de su vida, de los cuales la Esperanza es la p r im e r a y la f u n d a m e n t a l .1

Sin em bargo, el uso de un térm ino sem ejante p a ra la conceptualización de u n a cualidad que emerge de la interacción entre el crecimiento indi­ vidual y la estructura social evoca, p a ra muchos lectores, la ‘‘falacia na­ tu ralista” , esto es, el ingenuo intento de atribuir a la evolución la inten­ ción de desarrollar en el hom bre ciertos tipos ue bondad ornam ental. No obstante, conceptos más nuevos del am biente (como el Urnivelt de los etólogos) im plican u n a relación óptim a de las potencialidades innatas con la estru ctu ra del am biente. Y au n q u e el hom bre es la criatura que se a d a p ta a u n a g ran variedad de am bientes o, más bien, es capaz de adap­ tarse a sí mismo y a sus am bientes de acuerdo con sus propios inventos, a pesar de eso sigue siendo una c ria tu ra que h a evolucionado con un ciclo vital especifico adecuado a su clase de am biente m odificado (y esto sólo puede referirse al potencial de u n a adaptación vital siempre reno­ vada) . Si form a p a rte d e esta disposición evolucionada que el hombre p u ed a enferm arse a si mismo y sobrevivir de una m anera que ninguna o tra cria tu ra llam aría vivir, tam bién tiene la capacidad para el diag­ nóstico y la curación, la crítica y el cam bio. Estos a su vez cuentan con u n a revitalización de la fuerza, u n renacim iento de los valores, u n a res­ tauración de las energías productivas. For lo tanto, en este sentido re­ clam o p a ra el ciclo vital un principio generacional que tendería a perpetuar una serie de virtudes vitales desde la esperanza en la infancia hasta la sabiduría en la vejez. Con respecto a la ju v en tu d y a la cuestión de qué es lo que está en el centro de su más apasionado y errático esfuerzo, he llegado a la conclusión de que la fidelidad es la fuerza vital .que necesita p a ra tener u n a o p o rtu n id ad de desarrollar, em plear, evocar ^y m orir por [algo]). Después de h ab er hecho esta afirm ación “básica” , sólo puedo rep etir algunas de las variaciones sobre el tem a de la juventud presentadas hasta aquí, con el fin de ver si realm ente puede aceptarse que la fi­ delidad sea tan im portante. A pesar de que aquí no reseñaré los otros estadios de la vida y las fuerzas y debilidades específicas con que cada uno contribuye a la pre­ caria adap tació n del hom bre, echarem os o tra m irada al estadio de la vida que precede inm ediatam ente a la juventud, la edad escolar, y des­ pués retornarem os a la juven tu d misma. L a edad escolar, que se interpone entre la infancia y la juventud, en­ cu en tra al niño, que antes se h allaba dom inado por el juego, preparado, 1 E n o tro tiem po la v ir tu d tu v o la con n o ta ció n de “ fuerza inhere nte ” y “ c u a ­ lid a d activa” . E n este sentido, considero que las siguientes virtudes vitales se a f ir m a n en los estadios sucesivos de la v i d a : la Esperanza, en la infancia ; la V o ­ l u n t a d y el Propósito, en la e d a d del ju e g o ; la Destreza, en la edad esc olar; la F id e lid a d , en la j u v e n t u d ; el A m or, en la a dultez jo v en ; el C uidado, en la a d u l­ tez; la S abiduría, e n la vejez. P a r a u n fu n d a m e n to lógico evolucionario y genético de este co n ce p to del ciclo vital, véase mi t r a b a jo ‘T h e Roots of V i r t u e ” , e n T h e H u m a n i s t Frame, Sir Ju l i á n Huxley ( c o m p . ) . Londres, Alien and U n w in , 1961. E ste tr a b a jo a pareció con el título de “ H u m a n S tre n g th a n d the Cycle of G e nerations” en m i libro I n sig h t and R esponsibility. N u e v a York, W. W. N orton, 1964.

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dispuesto y capaz de aplicarse a esas habilidades rudim entarias que for­ man la preparación necesaria p a ra usar los. instrum entos y las arm as, los símbolos y los conceptos de su cultura. T am bién lo encuentra im paciente por asum ir roles reales (previam ente actuados en el juego) que le p ro ­ meten el eventual reconocim iento dentro de las especializaciones de la tecnología de su cultura. Por lo tanto, diría que la competencia, t s la fuer­ za específica que emerge en la ed ad escolar del hom bre. Sin embargo, la "adquisición estadio a estadio du ran te la infancia h u m ana de cada uno de los logros evolucionados del hom bre, deja la m arca de la experiencia in­ fantil en sus más orgullosas realizaciones. Así como la edad del juego lega a todas las actividades m etódicas una cualidad de grandiosa decep­ ción, la edad escolar d eja al hom bre con una ingenua propensión a acep­ tar “ lo que funciona” . A m edida que el niño en edad escolar hace suyos los métodos, tam bién perm ite que los m étodos aceptados lo transform en en algo de su pro­ piedad. C onsiderar bueno sólo lo que funciona y sentirse aceptado única­ mente si las cosas funcionan, m anejar y ser m anejado pueden convertirse en el placer y el valor predom inantes p ara él. Y puesto que la especialización tecnológica es una parte intrínseca del sistema de la horda, o tribu o cultura hum ana y de la imagen del m undo, el orgullo del hom bre por los instrum entos que trab ajan con m ateriales y anim ales se extiende a las armas que trabajan tanto en contra de otros seres hum anos como en con­ tra de otras especies. Q ue esto pueda despertar una fría astucia, así como tam bién una desm edida ferocidad, ra ra en el m undo anim al, se debe, por supuesto, a una combinación de desarrollos. E ntre éstos nos interesaremos en m ayor m edida (porque pasa a prim er plano durante la juventud) por la necesidad del hom bre de com binar el orgullo tecnológico con un senti­ miento de id en tid a d : una doble sensación de autom ism idad que se ha ido acrecentando lentam ente a p a rtir de las experiencias infantiles y de la m ism idad com partida experim entada en los encuentros con una com uni­ dad que se am plía constantem ente. Esta necesidad es, tam bién, un requisito evolucionario indispensable que hasta ahora no ha sido com prendido o influido por el planeam iento, p o r­ que los hom bres — que ya no son una especie natu ral pero que tam poco son todavía una hum anidad— necesitan sentir que pertenecen a alguna clase especial (tribu o nación, clase o casta, fam ilia, ocupación o tipo) cuyas insignias usarán con vanidad y convicción, y defenderán .(ju n to con las pretensiones económicas que tienen para su clase) contra los ex tran ­ jeros, los enemigos y las clases no tan hum anas. D e este modo se da el caso de que pueden usar, de la m anera más sistemática, todas las habili­ dades y m étodos de que se enorgullecen, contra otros hom bres, aun en el más avanzado estado de racionalidad y civilización, con la convicción de que m oralm ente no podrían perm itirse no hacerlo. Sin em bargo, nuestro propósito no es extendernos sobre la ..fácil., p er­ versión y corruptibilidad, d e j a ., m oralidad d el-h o m b rej sino determ inar cuáles son~esas virtudes esenciales que — en este estadio de la evolución psicosocial— necesitan nuestra atención conjunta y nuestro apoyo ético,

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porque tanto los antim oralistas como los m oralistas pasan fácilm ente por alto los fundam entos de la naturaleza h u m an a para una ética firme Como hemos indicado, la fidelidad es esa virtud y cualidad de la fuerza del yo adolescente intrínseca de la herencia evolucionarla del hombre pero que — como todas las virtudes básicas— sólo puede surgir en el in­ terjuego de un estadio vital con los individuos y las fuerzas sociales de una verdadera com unidad. En las vidas jóvenes, la prueba de la búsqueda de algo y de alguien a quien ser fiel puede verse en u n a variedad de actividades más o menos aceptadas por la sociedad. Con frecuencia se halla escondida en una confusa com binación de cam biante devoción y súbita perversidad, algunas veces más devotam ente perversa, otras más perversam ente devota. Sin em­ bargo, en toda la a p a re n te versatilidad de la juventud se puede descubrir una búsqueda de cierta durabilidad en el cam bio, sea en la exactitud del método científico y técnico o en la sinceridad de la obediencia; en la veracidad de los relatos históricos y novelescos o en la im parcialidad de las reglas del ju e g o ; en la autenticidad de la producción artística y en la gran fidelidad de la reproducción, o en la legitim idad de las convic­ ciones y la confiabilidad de los compromisos. Esta búsqueda es fácilmente) m al entendida, y con frecuencia el individuo mismo sólo la percibe os-J curam ente, porque la juventud, que siempre se inclina a ver la diversidad en el principio y el principio en la diversidad, a m enudo debe experi-i m entar con situaciones extrem as antes de estabilizarse en u n a conducta) previam ente m editada. Estos extremos, sobre todo en épocas de confusión ideológica y m arg in alid ad de identidad extendida, pueden incluir no sólo tendencias rebeldes sino tam bién desviadas, delictivas y autodestructivas. Sin em bargo, todo esto puede estar en la naturaleza de una moratoria, u n período de dem ora en el que se pueda experim entar con lo más pro­ fundo de alguna v erd ad antes de dedicar los poderes del cuerpo y de la mente a un aspecto del orden existente (o a uno que se está form ando). Lingüística y psicológicam ente, “ leal” y “ legal” tienen la misma raíz, pues­ to que el com prom iso legal es u n a carga peligrosa a menos que esté apoyado por un sentim iento de elección soberana y se experim ente como lealtad. El desarrollo de ese sentim iento es una tarea conjunta que exige la coherencia de la historia de vida del individuo y la potencia ética del pro­ ceso histórico.

2 Dejemos que u n a g ran tragedia clásica nos diga algo acerca de la na­ turaleza elem ental de la crisis que el hom bre en cuentra en este caso. Se tra ta de la crisis de un príncipe, pero no olvidemos que las “familias prin­ cipales” del cielo y de la historia en una época personificaron el orgullo y el trágico fracaso del hom bre. El principe H am let tiene veinte años; algunos opinan que tiene algo menos, otros que está cerca de los treinta. Nosotros diremos que está en la m itad de su tercera década, un joven ya no joven, próxim o a p erd er su derecho a la m oratoria. Lo encontramos

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'"’debatiéndose en un trágico conflicto en el que no puede seguir el único ^'principio de acción que sim ultáneam ente le exigen su edad y su sexo, su Aposición y su responsabilidad histórica, a saber, vengarse del rey, su pa¿drastro, m atándolo. i | .. Hacer explícita la comprensión de Shakespeare de u n a de “las edades fj'del hom bre” parecerá un esfuerzo reprensible a los estudiantes de arte fídramático, en especial si ¡o em prende un psicólogo entrenado. Todos los demás (¿cóm o podria ser de otra m anera?) in terpretan a Shakespeare ... a la luz de alguna psicologia predom inante aunque por lo general inge' nua. Sin em bargo, no trataré de resolver el enigm a de la naturaleza inesScrutable de H am let, aunque más no sea porque creo que su inescrutaUbilidad es su naturaleza. M e siento lo suficientem ente prevenido por el fíinismo Shakespeare, que perm ite a Polonio h ablar como la caricatura de |u n psiquiatra: ■irr' í ( . . . ) a menos que m¡ seso no acierte a seguir el r a stro de u n a intriga con la (fjnisma seguridad que de costumbre, creo h a b e r descubie rto la ve rdade ra causa Tde locura de H a m le t.*

f.i La decisión de H am let de fingirse loco es un secreto que el público i? comparte con él desde el principio, sin poder d ejar de sentir que se halla »ía punto de resbalar y caer en el estado que simula. “Su locura” , dice ¿T . S. Eliot, “es menos que locura, y más que fingim iento” , ó; Si la locura de H am let es más que fingida, parece estar agravada al ’ menos cinco veces más por una habitual m elancolia, una personalidad in­ trovertida, su nacionalidad, un estado agudo de duelo y el am or. Todo • esto hace que se produzca una regresión al com plejo de Edipo, que Ernest ?:-Jones postula com o el tem a principal de esta y de otras grandes tragedias, z lo cual es m uy verosímil.2 Esto significaria que H am let no puede per­ d o n a r la reciente e ilegitima traición de su m adre porque cuando niño no ¿pudo p erdonarla por haberlo traicionado legítim am ente con su p adre; pero, val mismo tiem po, es incapaz de vengar el asesinato de éste, acaecido poco g antes, porque cuando era pequeño lo traicionó en la fantasía y deseó fc.'verse libre de él. De este modo pospone siempre — hasta que destruye a ¿ríos inocentes con los culpables— la ejecución de su tío, que bastaria para - liberar al fantasm a de su bienam ado padre del destino de estar ■;

( . . . ) c o n d e n a d o por cierto tiem po a a n d a r e rrante de noche y a a lim en tar el fuego d u r a n te el d í a . . .

Sin em bargo, ningún público puede d e ja r de sentir que es un hom bre ííd e conciencia superior y, en realidad, adelantado a los conceptos legales de su época, que le hubieran perm itido vengarse sin escrúpulos. * Los fragm entos de H a m le t citados por Erík H. Eríkson fueron tom ados de H a m le t, Príncipe de Dinamarca, en W illiam Shakespeare, Obras Completas, t r a ­ ducción d e Luis A strana M a rín, M a d r i d . A guilar S.A. de Ediciones, 1951. [T.] 2 E rnest Jo n e s: H a m le t and Oedipus. N u e v a York, W. W. Norton, 1949.

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U n a sugerencia adicional es ineludible, a saber, que H am let exhibe algunas características de la personalidad de! d ra m atu rg o y del actor, p0r. que cuando otros conducen a los hom bres y cam bian el curso de la his toria, él mueve reflexivam ente ¡os personajes que están en el escenario (el d ram a dentro del dram a) ; en pocas palabras, cuando otros actúan, él ac­ tú a en la obra. Y, p o r cierto, históricam ente hablando. H am let podría pasar por u n líder abortivo, un rebelde que nació m uerto. En lugar de ello, es el morboso joven intelectual de su tiem po, ¿o acaso no acababa de regresar de sus estudios en W ittenburg, el foco de corrupción huma­ nista, en su época la con trap arte de la A tenas sofista y de los actuales centros del saber infestados por el existenc.ialismo, el psicoanálisis (o algo peor) ? En el dram a hay cinco hom bres jóvenes, de la m isma edad de Hamlet y todos seguros (o p o r lo menos exageradam ente definidos) en lo que respecta a sus identidades como hijos respetuosos, cortesanos y futuros líderes. Pero los cinco se ven arrastrados a la ciénaga m oral de infidelidad que se filtra en la fibra de todos aquellos que deben obediencia a la “ podrida” D inam arca, arrastrados por la m últiple intriga que Hamlet tiene la esperanza de derro tar con su propia intriga: el dram a dentro del dram a. El m undo de H am let, por lo tanto, es un m undo de realidades y fide­ lidades difusas. Sólo por medio del d ram a dentro del dram a y de la locura dentro de la dem encia, H am let, el actor dentro del actor en el dram a, revela la noble identidad dentro de las pretendidas identidades (y la superior fidelidad en la fatal sim ulación). Su extrañam iento es del tipo de confusión de identidad. El extraña­ m iento de la existencia misma es el tem a del famoso monólogo. Se siente extraño frente al hecho de ser hum ano y de ser un hom bre: “ No me deleita el hom bre, no, ni la m u jer tam poco” , y extraño frente al amor y la procreación: “T e lo digo, se acabaron los casamientos.” Está apar­ tado del m odo de vivir de su país; “ aunque soy de aquí y estoy hecho a tales usanzas” , y, de m anera m uy sem ejante a como lo estaría nuestra juventu d “alien ad a” , se siente separado de y describe como “alienado” al hom bre excesivam ente estandarizado de su tiem po, que “ tan sólo ha lo­ grado adquirir el tono de la época y las exteriorizaciones del buen trato” . Sin em bargo, su búsqueda de la fidelidad, centrada en un solo pro­ pósito y condenada a la destrucción, se abre paso a través de todo esto. A quí está la esencia del H am let histórico, ese m odelo antiguo que durante siglos fue un héroe en el escenario del pueblo antes de que Shakespeare lo m odernizara e in m o rtalizara : 3 Se m ostraba poco dispuesto a que los dem ás p e nsa ra n que era propenso a men­ tir acerca d e c u alq u ier cuestión, y deseaba q u e se lo considerara e xtra ño a toda f a lseda d; y po r e n d e mezclaba sinceridad y astucia de m an e ra tal que, a u n q u e sus 3 Saxo G ra m m a tic u s: Danish History, traduc ido por O liver Elton en 1894. Ci­ ta d o en Jones, ob. cit , págs. 163, 164.

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--palabras n0 carecían de v e rd ad , no obstante no h a bia n a d a que diera muestras r Je ser cierto y revelara hasta dónde llegaba su sutileza.*

El hecho de que este tema central sea anunciado en el mensaje del Aviejo tonto a su hijo, está de acuerdo con la difusión genera! de la verdad - -.en H a m le t: Polonio: Y, sobre todo, esto: sé sincero contigo mismo, y de ello se seguirá, ¿como la noche al día, que no puedes ser falso con nadie.

Sin em bargo, tam bién es el tem a central de las más apasionadas declafraciones de H am let, lo que hace a su locura sólo la servidora de su nofbleza. A borrece la sim ulación convencional y aboga por la legitim idad del Asentimiento: \ .1? ¡“ Parece” , señora! ¡N o; es! ¡Yo no sé parec er! ¡No es sólo mi negro manto, : buena m a d re , ni el obligado traje de riguroso luto, ni los vaporosos suspiros de ' u n aliento a h o g a d o ; no el r a u d al d e sbordante de los ojos, ni la expresión abatida ,?del semblante, j u n t o con todas las formas, m odos y exteriorizaciones de dolor, lo -'que p u e d a indicar mi estado de ánim o! ¡ T o d o esto es re alm e n te apariencia, pues • son cosas que el h om bre pu e d e fingir; pero lo que d e n tr o de mi siento sobrepuja a todas las exterioridades, q u e no vienen a ser sino atavíos y galas del dolor!

í Busca lo que sólo una élite realm ente entenderá (u n “ m étodo honesto” ) : Te oí recita r en cie rta ocasión un paso, que n u n c a h a sido puesto en escena, o, si lo fue, no h a d e b id o pasar de u n a vez, porque re cue rdo que la pieza no -gustó a la m u l t i t u d : era c aviar para el vulgo; pe ro en m i opinión, y en la de otros, Acuyo juicio e n tales m aterias está m u v e ncim a del mió, era u n a obra excelente, y bien r a z a d a erv sus escenas y escrita con. t a n t a so briedad com o ingenio. Se me hace a la m e m o ria que alguien dijo que no h a b ía en los versos la sal necesaria í para sazonar el asunto, ni e n ju n d ia en la frase que p u d i e r a tildar de afecta do al i autor; pero reconocía hallarse com puesta siguiendo decoroso método.

T ;• te. Insiste fanáticam ente en la pureza de la form a y en la fidelidad de la ■reproducción: jS’ . . . e n esto tu p r o p ia discreción debe guiarse. Q u e la acció n responda a la palabra y la p a la b r a a la acción, p o n ie n d o u n especial c u id a d o en no traspasar los ¿(límites de W -sencillez de la N a turalez a , po rq u e todo lo que a ella se opone, se t a p a r t a igualm ente del p ro p io fin del arte d ra m á tic o , cuyo objeto, t a n to en su ¿origen com o en los tiempos que corren, ha sido y es pre senta r, por decirlo así, un espejo a la H u m a n i d a d ; m ostrar a la v ir tu d sus propios rasgos, al vicio su ver-údadera im a ge n y a c a d a e d a d y generación su fisonomía y sello característico.

Y, por últim o, el vehem ente (y exageradam ente vehem ente) reconociimiento del verdadero carácter de su a m ig o : lí. Desde que mi q u e r id a a lm a fue d u e ñ a de escoger y supo distin guir entre los ¿ h o m b re s te m arc ó a ti con el sello de su elección, p o r q u e siempre, desgraciado o

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* Versión de la t r a d u c to r a de la trad u c ció n de O liver E lton. * grafía.) [T.j

(Véase Biblio-

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feliz, has recibido con igu3Í sem blante los fasores y reveses de la Fortuna. ¡D¡cc sos aquellos cuyo te m p e ra m e n to y juicio se hallan tan b ien equilibrados, qUe ft0' son entre los dedos de la F o r tu n a como un caramillo que suena por el punto ° 0 a ésta se le a n to ja ! ¡D a dm e un hom bre que no sea esclavo de sus pasiones v^Ut lo colocaré en el centro de mi corazón; sí, en el corazón de mi corazón; como í g u a r d o a ti! Pero no hablemos más de esto. **

Este, por lo tanto, es el H am lct dentro del H am let. Se adapta a la com binación de actor teatral, intelectual, joven, y neurótico, en que SUj palabras son sus mejores proezas, pudiendo decir claram ente lo que no puede vivir, y en que su fidelidad debe traer la destrucción a aquellos que am a, porque lo que logra al final es lo que trató de evitar al principio T iene éxito en realizar sólo lo que denom inaríam os su identidad negativa y en convertirse exactam ente en lo que su propio sentido ético no podía tolerar: un loco vengador. D e este modo, la realidad interior y la reali­ dad histórica conspiran p ara negar al hom bre trágico la identidad posi­ tiva p ara la que parece exquisitam ente elegido. Por supuesto, durante todo el dram a el público ha percibido en la sinceridad misma de Hamlet un elem ento de m uerte. Al final da su “ voz agonizante” a su rival en el escenario histórico, el joven y victorioso F ortinbrás, quien, a su vez, in­ siste en: . . . Q u e c uatro capitanes levantase n sobre el pavés a H a m le t, como guerrero, puci si hubiese reinado, no cabe d u d a de que h u b iera sido un gra n rey.

Las honras guerreras y el apagado sonar de las trom petas anuncian el fin de este joven singular. Los pares que él ha elegido lo confirman con las insignias reales de su nacim iento. Pero el público siente que se está enterrando a una persona especial, consagrada como rey-y no obstante más allá de las insignias reales. 3 Hemos dicho que ser de u n a clase especial es un im portante elemento de la necesidad hum an a de identidades personales y colectivas (todas, en un sentido, pseudoespecies). “ Pseudo” sugiere falsedad, y podría dar a en­ tend er que estoy tratan d o de destacar la desviación del hecho en toda la mitología. A hora bien, debe quedar en claro que el hom bre es un ani­ m al m entiroso sim plem ente porque tra ta de ser el único sincero; tanto la distorsión como la corrección form an parte de su equipo verbal e ideacional. P ara tener valores estables, debe absolutizarlos; p a ra tener un estilo propio debe creerse el rey del universo. H asta el punto, entonces, de que cada tribu o nación, cultura o religión, inventará un fundamento lógico histórico y m oral p a ra su singularidad exclusivam ente ordenada por Dios, hasta ese punto son pseudoespecies, no im porta qué otra cosa son y qué logran. Por otra parte, el hom bre tam bién ha encontrado una realización pasajera en sus más grandes m om entos de identidad cultural y perfección civilizada, y cada tradición de identidad y perfección ha des-

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(¿tacado lo que el hom bre podría ser, si le fuera posible ser todas estas cosas dial mismo tiem po. La utopía de nuestra época predice que el hom bre será - (¿una especie en un m undo, con una identidad tecnológica universal que í;reemplace las seudoidentidades ilusorias que lo h a n dividido y con una ¿¿ética internacional que sustituya todos los sistemas morales de superstirepresión y suprcstDfh M ientras tanto, los sistemas ideológicos riva5¿lizan por iograr la distinción'de^SPr capaces de ofrecer a ese m undo futuro S-no sóio la más práctica, sino tam bién la más universalm ente convincente :i;tmoral social política y privada; y u n i\o c a lm e n te convincente significa, % sobre todo, que los jóvenes puedan creer en eiia. En la ju v en tu d , la fuerza del yo emerge de la co ;'f;rmación m utua " del individuo y de la com unidad, en el sentido de que la socicd-v- r ' í'o¿fnoce al individuo joven como al po rtad o r de energía nueva y que el indi|£viduo así confirm ado reconoce a la sociedad como un proceso viviente que ^ in sp ira lealtad a la vez que la recibe, guarda fidelidad así como la atrae ij-y respeta la confidencia del mismo m odo que la exige. Por lo tanto, retorSTnemos a los orígenes de esa com binación de im pulsividad y energía dis¿¿ciplinada, de irracionalidad y capacidad valerosa que pertenece a los fe-¡¿nómenos m ejor estudiados y m ás enigmáticos del ciclo vital. Debemos ^¡conceder desde el principio hasta el fin que el enigm a radica en la esencia '¡¿■del fenómeno. Porque la unidad de la personalidad debe ser única para ser \ unida, y el funcionam iento de cad a nueva generación h a de ser imprei decible p ara cum plir su función. ■v De las tres fuentes de energía nueva, el crecim iento físico es la que se SI mide con más facilidad y la que se ejercita de m anera más sistemática, a ¿pesar de que su contribución a los impulsos agresivos no se comprende • bien (excepto que parece cierto que cualquier obstáculo al aplicar las energías físicas en actividades verdaderam ente significativas, provoca una ¿ rabia contenida que puede hacerse destructiva o au to d estru ctiv a). Los í-poderes juveniles de com prensión y cognición se pueden estudiar experi*y m entalm ente y, con un planeam iento adecuado, es posible aplicarlos al (.fe; aprendizaje y al estudio, pero su relación con la imaginación ideológica ¿..es menos conocida. Por último, la m aduración genital largam ente demo'í-rad a es una fuente de incalculable energía, pero tam bién de im pulsividad acom pañada de frustración intrínseca. ?*■' C uando se halla aún en el proceso de m aduración de su capacidad física ’ para la procreación, el joven es todavía incapaz de am ar de esa m anera : com prom etida que sólo puede m anifestarse entre dos personas con idenr tidades razonablem ente form adas; tam poco es apto todavía para una p a­ ternidad congruente. Los dos sexos, por supuesto, difieren en gran m edida ■ en estos aspectos, lo mismo que los individuos, y las sociedades propor- cionan distintas oportunidades y sanciones dentro de las cuales los indi­ viduos pueden utilizar sus potencialidades (y su po ten cia). Por lo tanto, una_ m oratoria psicosocial parece ser inherente al_ program a de desarrollo <£umang. Com o todas las “ latencias” " en los" program as evolutivos del" hom ­ bre, la dem ora de la adultez puede ser prolongada e intensificada.enérgica . y.fatalm ente; de este m odo explica realizaciones hum anas muy especiales y

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tam bién las debilidades muy especiales de tales realizaciones. Porque cua­ lesquiera que sean las satisfacciones y abstinencias parciales que caracte­ rizan la vida sexual prem arital en diversas culturas — sea el placer y orgullo de la activ id ad genital violenta sin compromiso, o los estados eróticos sin consum ación genital, o la espera disciplinada y devota—. ej desarrollo del yo usa los poderes psicosexuales del adolescente para exaí~' ta r un sentim iento de estilo y de identidad. T am poco en este caso el horn' bre es un anim al, pues aun cuando u n a sociedad estimule la proximidad genital de los sexos, lo hace de una m anera estilizada. Por otra parte, el acto sexual, biológicam ente hablando, es el acto procreativo, y existe un elem ento de insatisfacción psicobiológica en cualquier situación sexual que a la larg a resulta desfavorable a la consum ación y al interés procreativo — una insatisfacción que pueden tolerar personas sanas en otro sentido, como p u ed en tolerarse todas las abstinencias parciales, durante cierto pe­ ríodo y en condiciones favorables, en otros aspectos a los propósitos de la form ación de la iden tid ad — . En la m ujer, sin duda, esta insatisfacción desem peña un papel de mayor im portancia debido a su compromiso mu­ cho más profundo, tan to fisiológica como em ocionalm ente, en el acto sexual com o p rim er paso de un com prom iso procreativo que su ciclo mens­ trual le recuerda todos los meses, corporal y em ocionalm ente; esto se exa­ m inará de m an era m ás extensa en el próxim o capítulo. Los diversos obstáculos p ara la consum ación plena de la maduración genital adolescente tienen m uchas consecuencias profundas para el hom­ bre, y p lan tean u n im portante problem a en cuanto al planeam iento del futuro. El m ejor conocido de estos obstáculos es el renacim iento regre­ sivo de ese estadio m ás tem prano de la psicosexualidad que precedió a los em ocionalm ente tranquilos prim eros años escolares, esto es, el estadio infantil gen ital y locom otor con su tendencia hacia la m anipulación autoerótica, la fantasía de grandeza y el juego vigoroso . 4 Pero en la juventud, el autoerotism o, la grandiosidad y la tendencia lúdica están inmensa­ m ente au m en tad o s p o r la potencia genital y la m aduración locomotriz y se ven sum am ente com plicados por lo que por ahora describiremos como la nueva perspectiva histórica de la m ente juvenil. L a expresión m ás conocida_de la búsqueda insatisfecha de la juventud, asf com o tam bién de su exuberancia n atu ral, es el anhelo de locomoción, sea que se exprese en un estado general de “estar en actividad” , “andar detrás de algo” , o “ correr de un lado p a ra otro” o en la locomoción mis­ ma, com o en el trab ajo vigoroso, los deportes absorbentes, los bailes vio­ lentos, el Wanderschaft negligente y el em pleo y abuso de animales y 4 Las obra s psicoanalíticas clásicas sobre la psicose xualidad y las defensas del yo de la j u v e n t u d son: S igm und F r e u d : “ T h e r e e Essays on the T h e o r y of Sexua­ lity” , S t a n d a r d E d i t i o n . Londres, H o g a r t h Press, 1953, 7, págs. 130-243. [Hay ver­ sión c aste lla n a : “ U n a teoría sexual” , O b r a s C o m p l e t a s , M a d rid , Biblioteca nueva, 1948, v. 1, págs. 767-818] y A n n a F r e u d : E l y o y l o s m e c a n i s m o s d e d e f e n s a . Buenos Aires, Paidós, 1965. Para u n a obra m ás reciente véase Peter Bios: O n A d o ­ l e s c e n c e , A P s y c h o a n a l y t i c I n t e r p r e t a t i o n . N u e v a York, Free Press of Glencoe, 1962.

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- máquinas veloces. Pero tam bién encu en tra expresión participando en los jflovimientos del día (sean los tum ultos de una conmoción local o los des­ fijes y cam pañas de fuerzas ideológicas más im portantes), toda vez que éstos satisfagan la necesidad de los jóvenes de sentirse “ en m ovim iento” e im portantes para m over algo hacia un futuro abierto. Es evidente que las sociedades ofrecen gran can tid ad de com binaciones rituales de pers­ pectiva ideológica y m ovim iento vigoroso (bailes, deportes, desfiles, de­ mostraciones, tum ultos) con el fin de utilizar la fuerza motriz de la ju ­ ventud p a ra sus propósitos históricos, y que cuando no logran hacerlo, estas pautas buscarán sus propias com binaciones en grupos pequeños que están ocupados en juegos serios, en tonterías bien intencionadas, en tra ­ vesuras crueles y belicosidad de tipo delictivo. En consecuencia, en nin­ gún otro estadio del ciclo vital la prom esa de encontrarse a sí mismo y la amenaza d e perderse a sí mismo se hallan tan íntim am ente aliadas. En conexión con la locomoción debemos m encionar dos grandes logros industriales: el automóvil y el cine. El autom óvil, por supuesto, es la esen­ cia y el símbolo de nuestra tecnología, y su dom inio constituye la m eta y aspiración de gran parte de la ju v en tu d m oderna. Sin embargo, en co­ nexión con la juventud inm adura, es necesario com prender que tanto el automóvil como el cine ofrecen a los que tienen esa inclinación la loco­ moción pasiva con un delirio em briagador de ser intensam ente activo. Se condena con severidad la frecuencia de los robos de autos y de los acci­ dentes automovilísticos entre los jóvenes (aunque el público está tardando mucho en com prender que un robo es una apropiación para obtener una posesión lucrativa, m ientras que los jóvenes con frecuencia roban autom ó­ viles buscando una clase de em briaguez autom otriz que literalm ente puede hacer desaparecer el auto y al adolescente). Sin em bargo, aún inflando en gran m edida un sentim iento de om nipotencia m otriz, la necesidad de locomoción activa a m enudo perm anece insatisfecha. En especial los filmes ofrecen al espectador, que se sienta, por decirlo as!, con el m otor de sus emociones a toda velocidad, un movimiento rá ­ pido y furioso en un cam po visual artificialm ente am pliado, entrem ez­ clado con prim eros planos de violencia y sexualidad (todo sin que se exija nada en absoluto a la inteligencia, la im aginación o el esfuerzo). Señalo aquí un desequilibrio general en la experiencia adolescente porque creo que esto explica nuevas clases de estallidos juveniles e indica que se nece­ sitan otros tipos de control. D icho control está sugerido en los más nue­ vos estilos de bailes que com binan una pulsación m ecánica con una sem­ blanza de abandono rítm ico y sinceridad ritualista. El aislam iento de cada bailarín, subrayado por m elodías fugaces que le perm iten reunirse con su pareja de modo esporádico, parece reflejar las necesidades del adoí leseen te de m anera más auténtica que la fingida intim idad de las narer jas que bailan estrecham ente unidas y no obstante cada uno m ira fija y estúpidam ente m ás allá del com pañero, i El peligro de sentirse sim ultáneam ente abrum ado por el impulso intei rior y el incesante pulso de la m otorización está equilibrado de m anera v parcial en ese sector de la juventud que puede hacerse cargo activam ente

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del desarrollo técnico, y logra aprender e identificarse con el ingenio de la invención, el m ejoram iento de la producción y el cuidado de las má­ quinas, estando de este modo en posesión de una nueva e ilim itada apli. c.ación de las capacidades juveniles. C uando la juventud no disfruta de esa experiencia técnica debe explotar en el movimiento desordenado; cuan­ do no está dotad a, se sentirá extraña frente a ese m undo nuevo, hasta que la tecnología y la inteligencia no técnica hayan llegado a una cierta convergencia. L as dotes cognitivas que se desarrollan d urante la prim era m itad de la segunda década agregan un poderoso instrum ento a las tareas de la juventud. Piaget denom ina a los logros cognitivos hechos hacia la mitad de la adolescencia, realización de ‘^operaciones formales ” -5 Esto significa que ah o ra el joven puede operar sobre la base de proposiciones hipotéticas y pensar en variables posibles y relaciones potenciales (y pensar en ellos sólo con el pensam iento, independientem ente de ciertas verificaciones con­ cretas que antes eran necesarias). Com o dice Jerom e S. Bruner, el niño puede ahora “ evocar sistem áticam ente toda la gam a de alternativas po­ sibles que p o d rían existir en un m om ento determ inado ” . 6 D icha orienta­ ción coRnitiva n o constituye un contraste sino un com plem ento de la ne­ cesidad de la persona joven de desarrollar un sentim iento de identidad, porque, de en tre todas las relaciones posibles e imaginables, él debe hacer una serie de selecciones cada vez más lim itadas de compromisos personales, ocupacionales, sexuales e ideológicos. A quí nuevam ente la diversidad y la fidelidad están polarizadas: se hacen recinrocam ente significafivas. y_.se. m antienen vivas la ..una a la otra. L a fidelidad sin un sentim iento de diversidad puede transform arse en una obsesión y en u n a carga; la diversidad sin un sentim iento de fidelidad, en u n relativism o vacío. 4 El sentim iento de identidad, por lo tanto, se hace más necesario (v más problem ático) to d a vez que se contem pla un am plio campo de identidades posibles. En el capitulo anterior he indicado la extrem ada complejidad del verdadero o b jeto : aqui agregamos el significado de un sentimiento de m ism idad al que todo está supeditado, una unidad de personalidad que se acepta, y, si ello es posible, orgullosamente, como un hecho histórico irreversible. P or lo tanto, hemos descripto el peligro fundam ental de esta edad como confusión de identidad, que puede expresarse en m oratorias excesivamente prolongadas (H am le t ofreció un ejem plo relevante) o en los renetidos in­ tentos impulsivos de term inar la m oratoria con elecciones súbitas — esto 5 B. I n h e ld e r y J. Piaget: T h e G r o w t h o f L o g i c a l T h i n k i n g f r o m C h i l d h o o d t o N u e v a York, Basic Books, 1958. 6 Je ro m e S. B r u n e r : T h e P r o c e s s o f E d u c a t i o n . C am bridge, H a r v a r d University Press, 1960. [Hay versión castellana: E l p r o c e s o d e l a e d u c a c i ó n . México, Uteha, 1966.]

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es, ju gar con posibilidades históricas— y después negar que h a tenido lu­ gar algún compromiso irreversible, o algunas veces tam bién en la patologia regresiva grave, como se ilustró en el capitulo anterior. En consecuencia, la cuestión principal de este estadio, como de cualquier otro, es la segu­ ridad de que el yo activo, selectivo, está a cargo de una estructura social que lo capacita para ello y le concede a un determ inado grupo de edad el lugar que necesita (y donde lo necesita). En u n a carta a O liver W endell Holmes, W illiam Jam es habla de que­ rer “rebautizarse” en su am istad, y esta sola p alab ra dice m ucho acerca de lo que está im plicado en la dirección radical de la conciencia social y de las necesidades sociales de la juventud. Desde la m itad de la segunda década, la capacidad p ara pensar y el poder p a ra im aginar llegan más allá de las personas y personalidades en las que la juventud puede sumergirse tan profundam ente. L a juventud am a y odia en la gente lo que ella “re£ _presenta” y la elige p a ra un encuentro significativo, que implica cuestio,v: nes que a m enudo abarcan algo más que tú y yo. Hemos escuchado la declaración de am or de H am let a su amigo H oracio, una declaración rá.01pidam ente interrum pida por “ Pero no hablem os más de esto” . Se tra ta de una nueva realidad, entonces, p ara la que el individuo desea nacer de nuevo, con y de aquellos que elige como sus nuevos antecesores y sus verda­ deros contem poráneos. ; Esta m utua elección, aunque con frecuencia se asocia con, y por lo tanto Y se in terpreta como, u n a rebelión co ntra o un retraim iento frente al amf í biente parenteral, es la expresión de u n a perspectiva verdaderam ente nue'• • va que ya he denom inado “histórica” (en uno de esos usos flexibles de ^ una p alab ra antigua y exageradam ente especializada que algunas veces se convierte en necesaria al hacerse especificos nuevos significados). Por “pers: pectiva histórica” quiero dar a entender algo que el ser hum ano llega a desarrollar sólo d u ran te la adolescencia. Es una sensación de la irreversibilidad de los hechos significativos y u n a necesidad a m enudo urgente de :.ri. com prender plena y rápidam ente qué clase de sucesos en la realidad y en * el pensam iento determ inan otros, y por qué. Com o hemos visto, psicólogos - como Piaget reconocen en la ju v entud la capacidad para apreciar que ;. cualquier proceso puede entenderse cuando se retrocede en sus diversos i: pasos y de este m odo se lo invierte en el pensam iento. No obstante, no í es contradictorio decir que el sujeto que llega a com prender esa inversión ; tam bién se da cuenta de que en la realidad, entre todos los hechos en I que se puede pensar, unos pocos d eterm inarán y se lim itarán uno a otro V con fatalidad histórica, sea (en el caso de seres hum anos) merecida o inm erecidam ente, de m anera intencional o involuntaria. Por lo tanto, la juventud es sensible a cualquier sugerencia de que pue­ da estar irrem ediablem ente determ inada por lo que ocurrió antes en las historias de vida o en la historia. Desde el punto de vista psicosocial, esto significaría que las identificaciones irreversibles de la infancia privarían al individuo de una identidad p ro p ia; históricam ente, esos poderes conferi­ dos im pedirían que un grupo realizara su identidad histórica compuesta. Por estas razones, la juventud rechaza con frecuencia a los padres y a las

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autoridades y desea darles escasa im portancia considerándolos inconscien­ tes, porque se encuentra abocada a la búsqueda de individuos y moví m ientos que afirm an, o parecen a firm a r su capacidad de predecir lo irreversible, adelantándose de esta m anera al futuro (lo que significa invertirlo ). A su vez esto explica que la juventud acepte las mitologías e ideologías que predicen el curso del universo o la tendencia histórica; porque hasta los jóvenes inteligentes y prácticos pueden estar satisfechos de tener asegurada la estructura más gran d e de m odo que puedan dedicarse a los detalles que les es posible m anejar, una vez que saben (o que se dice de m odo convincente) lo que dichos detalles representan y dónde están. D e esta m anera, la historia verifica las ideologías “verdaderas” (du­ ran te un tiem po, porque si pueden inspirar a la juventud, ésta hará que la historia que se ha predicho se convierta en algo más que verdadera) . Al señalar lo que la gente “ representa” en la m ente de la juventud, mi intención no es destacar exageradam ente la claridad ideológica del sig­ nificado que los individuos adm irados tienen p a ra la juventud. L a selec­ ción de sujetos significativos puede ten er lugar en el m arco de cosas acentuadam ente prácticas como la elección de escuela o de empleo, así como tam bién en la participación religiosa e ideológica, m ientras que los m étodos p ara elegir héroes pueden a b a rc a r desde la am enidad y enemistad trivial hasta el juego peligroso con los límites en tre la cordura y la legali­ dad. Pero las ocasiones tienen en com ún una m u tu a justipreciación y una m u tu a apelación p ara que se los reconozca com o individuos que pueden ser más de lo que parecen y cuyos potenciales necesita el orden que im­ pera o im perará. Los representantes del m undo adulto así implicados pue­ den ser defensores o practicantes de la exactitud técnica, de un método de investigación específica, de u n a convincente versión de la verdad, de un código de im parcialidad, de un están d ar de veracidad artística o de una form a de au tenticidad personal. Se convierten en representantes de una élite a los ojos de los jóvenes, independientem ente de si la familia, el público o la policía los ven de esta m anera. L a elección puede ser peligrosa, pero p a ra algunos jóvenes el peligro constituye un elem ento necesario del ex­ perim ento. Las cosas elem entales son peligrosas, y si la juventud no pu­ diera com prom eterse exageradam ente con el peligro, tampoco podría com­ prom eterse con la supervivencia de los valores auténticos (uno de los m ecanism os fundam entales de dirección de la evolución psicosocial). El hecho elem ental es que sólo cuando la fidelidad h a encontrado su campo d e m anifestación, el ser hum ano se halla tan p rep arad o como, diríamos, lo está el pichón en medio de la naturaleza, cuando puede confiar en sus pro­ pias alas y asum ir su lug ar adulto en el orden ecológico. Si en la adolescencia h u m an a este cam po de m anifestación es alterna­ dam ente de conform ism o devoto o de extrem a desviación, de rededica­ ción o de rebelión, debemos reco rd ar la necesidad del hom bre de reaccio­ n a r (y m ucho más intensam ente en su ju v en tu d ) frente a la diversidad de condiciones. D entro del m arco de la evolución psicosocial podemos a d ju d ic a r un am plio significado al individualista idiosincrático y al re­ belde, así como tam bién al conform ista, si bien en diferentes condiciones

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m: históricas. Porque el individualism o sano y la desviación devota contienen un elem ento de indignación al servicio de una integridad que es preciso restaurar, sin ¡a cual la devoción psicosocial estaría condenada a la des­ t¡£: trucción. De ese modo, la adaptación hum ana tiene sus descarriados lea­ les, sus rebeldes, que rehúsan adaptarse a lo que a m enudo se denom ina, con un abuso fatalista y apologético de una frase que u n a vez fue buena, “la condición h u m an a” . En los individuos extraordinarios la desviación leal y la form ación de la identidad con frecuencia se asocian con sintomas neuróticos y psicóticos, o por lo menos con una m oratoria prolongada de relativo aislamiento durante la cual se sufren todos los extrañam ientos de la adolescencia. En - “p Young M a n L u th e r intenté ubicar el sufrim iento de un gran hom bre jo1 ven dentro del contexto de su grandeza y de su posición histórica . 7 Sin embargo, por desgracia, ese trabajo d eja sin respuesta la que para muchos í® jóvenes sigue siendo la pregunta más urgente, a saber, cuál es la relación ,g?. exacta del talento especial con la neurosis. Sólo puede decirse que a menudo existe una relación intrínseca entre la originalidad del talento de un individuo y la profundidad de sus conflictos personales. Pero las biografías que detallan la em ergencia de ambos en la vida de un hom bre |f" que ya ha dem ostrado ser original o grande ofrecen escasa ayuda y puefe, den ser confusas para aquellos que en la actualidad tienen conflictos profundos y dotes originales. Para bien o para m al, hoy sí contam os con ” ayuda psiquiátrica y, en realidad, con una form a psiquiátrica de concien~ cia de sí que une todos los otros factores componentes de la confusión de y. identidad. Por lo tanto, tiene poco sentido preguntar (como lo hizo medio en brom a el canciller de la C atedral de San Pablo en una reseña y. de mi libro) si el genio del joven L utero hubiera sobrevivido a un traY tam iento psiquiátrico. T am poco ayuda m ucho a nuestros jóvenes con4; tem poráneos com parar sus dudas con los escrúpulos que se experimeno taban antes de nuestra era .“ terapéutica” . Puede parecer cruel decirlo así, pero hoy la originalidad y la creatividad tendrán que confiar en la suerte con nuestros valores dom inantes (y esto puede incluir arriesgarse ; A aceptando o rehusando la terap ia). M ientras tanto, es posible realizar un simple test preguntándose si uno parece tener alguna clase de neurosis junto con otras com plejidades que es posible m anejar, o si parece que j aquélla lo tiene a uno; en este últim o caso no sería dem asiado desagra*■' dable o peligroso aceptar ayuda p ara cam biar la segunda dificultad, la 4 pasiva, por la prim era, la activa. L a originalidad cuida de sí misma y, de cualquier m odo, se debe d u d ar de que constituya el pilar de la propia identidad si depende de u n rechazo de la necesidad de ayuda.

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5 P ara volver u n a vez más a la historia de la psiquiatría: en el caso clá­ sico de una neurosis juvenil, en el prim er encuentro publicado entre Freud 7 Erik H. Erik son: Y o u n g M a n L u t h e r . N ueva York, W. W. N o r to n , 1958. 1

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y u n a joven de dieciocho años que sufría de “pciite hystérie con ios sin tom as. .. más com unes” es interesante reco rd ar que al finalizar el trata m iento F reu d estaba perplejo con respecto a “qué clase de ayuda” quería de él la m uchacha. Le comunicó a la paciente su interpretación de la estructura de su desorden neurótico, interpretación que se convirtió en el tem a central de su publicación clásica sobre los factores psicosexuales en el desarrollo de la histeria . 8 Sin em bargo, los informes clínicos de F reud siguen siendo sorprendentem ente actuales a pesar de los años trans­ curridos, y en el presente su historia del caso revela de m anera clara la concentración psicosocial de la historia de la joven en cuestiones de fidelidad. En realidad se podría decir, sin exagerar dem asiado la nota que tres palabras caracterizan su historia social: la infidelidad sexual por p arte de algunos de los adultos más im portantes de su vida; la p e r fid ia con que su padre rechazó los intentos de sus amigos de seducirla, que h ab ía sido, en realidad, la causa precipitante de la enferm edad de la mu­ ch ach a; y u n a ex trañ a tendencia por p arte de todos los adultos que la rodeaban, a hacerla su confidente de m uchas cosas, sin tener la suficiente confianza en ella com o p ara reconocer la verd ad era im portancia de su enferm edad. F reu d , por supuesto, se centró en otras cuestiones, descubriendo, con la concentración de un psicocirujano, el significado simbólico de sus sínto­ m as y de su historia; pero, como siempre, inform ó acerca de datos im­ portantes en el cam po de sus intereses. D e este m odo, entre los asuntos q ue de alguna m anera lo confundieron, inform a que la paciente estaba “casi fuera de sí frente a la idea de que se supusiera que ella meramente hab ía im aginado” (y por lo tan to inventado) las condiciones que la ha­ bían enferm ado, y que continuaba “ tra ta n d o ansiosam ente de asegurarse de que yo era sincero con ella” (o pérfido como su p a d re ). C uando por fin abandonó analista y análisis “p ara en fren tar a los adultos que la ro­ d eab an con los secretos que ella conocía” , F reud consideró tal veracidad agresiva un acto de venganza con tra ellos, y contra é l; y dentro de la tendencia de sus interpretaciones, esta interp retación parcial tam bién es válida. N o obstante, vemos que había m ás elem entos en esta insistencia en la verdad histórica que en el rechazo de una verdad interior, especial­ m ente en una adolescente. Porque la cuestión de qué es lo que los con­ firm a de m odo irreversible como tipos sinceros, m entirosos, enfermos o rebeldes, es de la m ayor im portancia en las m entes adolescentes; y la cuestión adicional — si tuvieron o no razón en sentir aversión por las condiciones que los enferm aron— es tan im p o rtan te p a ra ellos como po­ d ría serlo un insight del significado “más p rofundo” de su enferm e­ dad. En otras palabras, insisten en que el hecho de su enferm edad se reconozca dentro de u n a reform ulación de u n a verdad histórica que señala m ás allá de sí m ism a la posibilidad de condiciones nuevas 8 S ig m u n d F r e u d : “ F r a g m c n t of an Analysis of a Case of H ysteria” , Standard E d itio n L ondres, H o g a r t h Press, 1953, 7, págs. 7-122. [H ay versión castellana: “ Análisis fragm e nta rio d e u n a histeria” Obras Com pletas, M a d r i d , Biblioteca nueva, 1948, vol. 2, págs. 513-566.]

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y alteradas y que no están de acuerdo con los términos corrom pidos del ambiente que desea adaptarlos, o (com o lo expresó el padre de D ora cuando la llevó a F reud ) hacerlos “ en trar en razón” . Sin duda, p ara entonces D ora era una histérica, y el significado sim­ bólico inconsciente de sus sintom as era psicosexual; pero en este caso la naturaleza sexual de su perturbación y de los hechos precipitantes no debe im pedim os ver que la infidelidad era el tem a com ún en todas las situaciones sexuales sugeridas, y que otras infidelidades (expresadas en for­ m a de perfidias diferentes, tanto familiares como sociales) tam bién son la causa de que los adolescentes enferm en de varias m aneras, en otras edades y lugares. ~En realidad, sólo cuando se llega a la adolescencia se d a realm ente da capacidad para una form ación sistemática de síntom as; sólo cuando la ¡función histórica de la m ente está consolidada, las omisiones y represiones ¡significativas pueden acentuarse lo bastante como para causar una form a¡ción de síntom as coherente y u n a deform ación caracterológica identificaible. L a profundidad de la regresión determ ina la gravedad de la patología ¡y, con ésta, la terapia que debe emplearse. Sin embargo, el cuadro patográfico esbozado en el capítulo IV como com ún a toda la juventud en ­ ferm a, es claram ente discernible en el estado total de D ora, a pesar de la histeria, como la “más intensa” de todas las aflicciones neuróticas que hace los diversos com ponentes menos malignos y aun algo histriónicos. Dijim os que este cuadro se caracteriza por la negativa a reconocer el paso del tiem po m ientras se vuelve a experim entar con todas las premisas paternas; y D ora sufría de un “taedium vitae que probablem ente no era del todo auténtico” . Pero tal retraso hace de la m oratoria de la enferm edad un m edio en sí mismo. En esta época, la m uerte y el suicidio pueden con­ vertirse, así dijimos, en una falsa preocupación — “ no enteram ente genuin a”— , y sin em bargo algunas veces lleva de m anera im predecible al suici­ dio: y los padres de D ora encontraron “ una carta en la que se despedía de ellos porque no podía soportar más la vida” . “ Su p ad re. . . adivinó que la joven no pensaba seriam ente en suicidarse.” U n a decisión definitiva de esta índole destruiría la vida m ism a antes de que pudiera llegar al com ­ promiso adulto. T am bién existe un aislam iento social que excluye cual­ quier sentim iento de solidaridad y puede llevar a un aislam iento esnob: D ora “tra ta b a de evitar las relaciones sociales” y era “ distante” y “poco am istosa” . E n los neuróticos, la cólera del repudio violento que puede acom pañar los primeros pasos de una form ación de identidad se vuelve contra el sí mismo. ( “D ora estaba insatisfecha consigo misma y con su fam ilia” .) A su vez, u n sf mismo repudiado no puede ofrecer lealtad y, por sufpuesto, tem e la fusión que im plica el am or o las relaciones sexuales. L a inhibición en el trabajo, que a m enudo se relaciona con este cuadro (D ora sufría de “fatiga y falta de concentración” ) es realm ente una inhibición de tipo profesional, en el sentido de que se sospecha que todo ejercicio de destreza o m étodo com prom ete al individuo con el rol y el status su­ geridos por la actividad; de este modo, nuevam ente, se hace imposible

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cualquier m oratoria genuina. C uando las identidades fragm entarias están form adas son m uy conscientes de sí e inm ediatam ente se las pone a prue-l b a : es obvio que D ora venció su propio deseo de ser una m ujer intelectual y com petir con su brillante herm ano. Esta conciencia de sí es una extraña m ezcla de superioridad esnob — una convicción de que realm ente se es dem asiado bueno p ara la propia com unidad, período histórico, o, por cierto, p a ra esta vida— y de un sentim iento igualm ente profundo de no ser nadie.

6 H em os esbozado los síntomas sociales m ás obvios de la patología ado­ lescente, en parte p ara indicar que el significado inconsciente y la estruc­ tu ra com pleja de los síntom as neuróticos se acom paña de un cuadro de con­ d u c ta tan abierto que algunas veces uno se p regunta si el paciente miente diciendo u n a verdad tan simple, o dice la verdad aun cuando la elude de la m an era más obvia. L a respuesta es que se debe prestar atención a lo que ellos están diciendo, y no sólo al simbolismo im plícito en su mensaje. Sin em bargo, el esquem a presentado tam bién sirve para hacer una com­ paració n en tre el paciente adolescente que padece aislado con aquellos jóvenes que tratan de resolver su d uda con respecto a sus mayores unién­ dose a pandillas y bandas desviadas. F reu d encontró que “ las psiconeurosis son, p o r así decirlo, lo contrario de las perversiones “ , 9 lo que sig­ nifica que los neuróticos sufren por la represión de tendencias que los perversos tra ta n de “vivir afu era” . Esta fórm ula puede aplicarse al hecho de que los pacientes aislados tra ta n de resolver por medio del retrai­ m ien to lo que aquellos que se unen a pandillas y bandas desviadas inten­ tan solucionar m ediante la conspiración. j Si ahora dedicam os nuestra atención a esta form a de patología ado­ lescente, la negación de la irreversibilidad del tiem po histórico parece ¡expresarse en la autodesignación de u n a pandilla o de una ban d a como lun pueblo ’ o una “clase” con u n a tradición y una ética propias. El c arácter pseudohistórico de dichos grupos está expresado en nom bres como Los N avajos” , “ Los Santos” , o “Los E duardianos” , m ientras que la so­ ciedad com bate su provocación (recordem os los Pachucos de los años de la g u erra) con u n a mezcla de rabia im potente toda vez que realm ente ocu rre un hecho sangriento, y con u n a exagerada preocupación fóbica seguida de u n a rencorosa supresión toda vez que estas “sociedades secretas” no son realm ente n ad a más que modas que carecen de cualquier propó­ sito organizado. Pero exhiben un inexpugnable sentim iento interior de insensible rectitud que constituye u n a necesidad psicológica p ara cada m iem bro y el fundam ento lógico de su solidaridad, como se com prende claram ente si se hace una breve com paración entre el torm ento del jovencito aislado y los beneficios pasajeros del que se une a cualquiera de los dos grupos antes m encionados, por el m ero hecho de que ha sido acep8

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tado como miembro ele una pseudosociedad. L a difusión tem poral que acompaña la inhabilidad del individuo aislado para contem plar una ca­ rrera, se “cu ra” en el sujeto que se une a pandillas y bandas delictivas, haciendo “ trabajos” (robo, destrucción, peleas, asesinato o actos de p er­ versión o adicción, concebidos en ese mismo m om ento y ejecutados sm dilación). E sta orientación del “ trab ajo ” tam bién se ocupa de la inhibi­ los miem bros de una pandilla o de una banda • ít-H :- ción en el mismo, porque están siempre “ocupados” aun si sólo “an dan dando vueltas” . El hecho de que no pierdan la calm a an te cualquier acusación vergonzosa a m e­ nudo se considera como el rasgo característico de una total perdición per­ S: sonal, cuando en realidad es u n a m arca de fábrica, la propia insignia de la “especie” a la que el jovencito (sobre todo el m arginado en los aspec­ tos económicos y étnicos) pertenecería hasta la m uerte antes que arries­ - *■*<■ garse con u n a sociedad tan ansiosa por confirm arlo como un crim inal y después “rehabilitarlo” como un ex crim inal. En cuanto a los torturados sentim ientos de bisexualidad o a una in­ h : m adura necesidad de am or del sujeto aislado, en lo que respecta a la patología social, el joven que se asocia a una pandilla o banda con fines delictivos, por el mismo hecho de haberse asociado, h a tom ado una clara decisión: el m uchacho es un m acho con una venganza por cum plir; la m muchacha, u n a hem bra sin sentim entalism o. En cualquiera de los dos ca­ -- W sos, pueden negar el am or y la procreación como funciones de la genitalidad y construir una seudocultura semiperversa con lo que queda. Por el mismo motivo, reconocerán la autoridad sólo en la forma afirm ativa que elidieron al hacerse miembros de la banda o pandilla, repudiando las autoridades del m undo oficial; el sujeto aislado, por lo contrario, siente aversión hacia la existencia como tal y hacia si mismo. L a justificación p ara repetir estas com paraciones está en el común de­ nom inador de la fidelidad: el anhelo im potente del que padece aislado por ser fiel a sí mismo_y el enérgico intento del que se asoció a_la banda 'o pandilla por^ser fiel a un grupo y a su insignia y.códigos. Con esto no quiero decir que el sujeto aislado está enferm o (como lo corroboran sus síntomas físicos y m en tales), o que el m iem bro de un grupo como los que m encionam os antes pueda estar en cam ino de convertirse en un cri­ minal, como lo atestiguan sus acciones y elecciones cada vez más irrever­ sibles. Sin em bargo, tan to la teoría como la terapia carecen de la influencia adecuada si no se com prende la necesidad de (recibir y dar! fidelidad, y especialm ente si en lugar de ello se enfrenta al joven desviado con diag­ nósticos extrem os que lo confirm an, con cada acto de las autoridades co­ rreccionales o terapéuticas, como un futuro crim inal o un paciente para toda la vida. Los jóvenes que se ven arrastrados hasta el últim o estadio de su con­ dición pueden, por últim o, en co n trar un m avor sentim :ento de identidad en ser retraídos o delincuentes míe en cualquier rosa ciue la sociedad pueda ofrecerles. Sin em bargo, subestimamos la sensibilidad oculta de estos ióvenes frente al juicio de la sociedad global. Com o lo expresa Faulkner: “Algunas veces creo que ninguno de nosotros está com pletam ente loco y

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que ninguno está com pletam ente cuerdo hasta que nuestro balance de la situación nos hab la de esa m an era.” Si “nuestro balance” diagnostica estos jóvenes como psicóticos o crim inales con el fin de disponer eficien tem ente de ellos, este puede ser el paso final en la form ación de una ¡den tid ad negativa. L a sociedad ofrece sólo esta única “ confirm ación” convin cente a u n a elevada proporción de personas jóvenes. N aturalm ente las bandas se transforman en subsociedades p ara aquellos que se ven confir m ados de este modo. E n el caso de D ora, he tra ta d o de indicar la fenom enología de la ne­ cesidad de fidelidad. En lo que respecta a los delincuentes jóvenes, sólo puedo citar nuevam ente uno de esos raros inform es periodísticos que dan a en ten d er lo suficiente de u n a historia como p ara m ostrar los elementos im plicados. K ai T . Erikson y yo hem os usado este ejem plo como intro­ ducción a nuestro artículo “T h e C onfirm ation of the D elinquent ” . 10 Juez

im p o n e

sen ten cia

en

c u a d rilla

de

c a m in o s

por

resp u esta

insolente

W ilm ington, N. D. ( U P ) — U n “ elegante alecky” joven de pantalones ajustados y cabello c o rta d o al rape empezó hoy seis meses en la c uadrilla de caminos por r e sp o n d er de m a n e r a insolente al juez que no le correspondia. M ic h ae l A. Jones, 20, de W ilm ington, fue m u lta d o con $ 25 y las costas en el T r i b u n a l S upe rior del juez E d w in J a y R oberts . ( h .) p o r m a n e j a r temeraria­ m e n te u n automóvil. Pero no se q u e d ó lo suficientem ente tranquilo. “ C o m p r e n d o cómo fue, con tus p a n ta lo n e s ajustados y tu pelo c o rta d o al rape” dijo R o b e rts al fijar la multa. “ Sigue p o r t á n d o t e como hasta a h o r a y te pronostico que en cinco años estarás en prisión.” C u a n d o Jones se dirigía a p a g a r su m u lta , alcanzó a oír al Delegado de Libertad C o n d icio n a l, G ide on Sm ith, decir al juez cuántos problem as Ies h a bía causado el “ elegante alecky” joven reo. “ Sólo q uiero que sepan que n o soy u n l a d r ó n ” , dijo Jones in terrum piendo al juez. L a voz del juez b r a m ó al e m p le a d o del trib u n a l: “ C am bie la sentencia por seis meses en los cam inos.”

C ito la historia aquí p a ra ag regar la interpretación de que el juez en este caso (ni el juez ni el caso son diferentes de muchísimos otros) tomó como u n a afren ta a la dignidad de la au to ridad lo que tam bién pudo h ab er sido u n a desesperada negativa “ histórica” , un intento de afirmar que aú n no estaba form ada u n a id en tid ad verdaderam ente antisocial y que qued ab a la suficiente discrim inación y fidelidad potencial p a ra que al­ guien a quien le im portase hiciera algo u . En lugar de ello, lo que el joven y el juez consiguieron fue, probablem ente, por supuesto, sellar la 10 E rik H. Erikson y K a i T . E rikson: “T h e C onfirm a tion of the D e lin q u e n t” , T h e C h i c a g o R e v i e w , invierno de 1957, 10. págs. 15-23. E n e r o 24, 1967. C u a n d o releo esto, el L o n d o n T i m e s inform a sobre la si­ gu ien te a u toc onfirm a ción de u n a su gerencia negativa. U n joven de veintitrés años que h e r e d a r á £ 40.000 se e n c u e n tr a en un grave aprieto. De a cuerdo con el testa­ m e n to de su pa drastro, esta fo rtu n a sería suya a los c u a r e n ta y ocho años “ siem­ p r e q u e en el ínterin no sea sentenciado a prisión p o r un perío do d e dos años o m ás” . E sta condición, dijo el juez m u n ic ip al superior que estaba a c argo del caso, “ tuvo u n efecto espantoso y lo c onvirtió en u n indiv iduo c o m ple ta m e nte inútil para

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firreversibilidad y confirm ar la condena. Digo “ fue probablem ente” p e r­ eque no sé qué sucedió en este caso; sin em bargo, sí conocemos la elevada % reincidencia de la crim inalidad en los jóvenes a quienes, durante los años ;; de form ación de la identidad, la sociedad obliga a hacer una identifi­ cación exclusiva con crim inales endurecidos.

En consecuencia, la psicopatología de la juventud sugiere una consi­ deración de los mismos hechos que encontram os operando en los aspectos evolucionarios y evolutivos de este estadio de la vida. Y si ahora retor­ namos a la historia no podemos dejar de ver que a veces los movimientos de resistencia políticos de todas clases pueden utilizar, y lo hacen, no sólo ¡V la “segura” necesidad de fidelidad que se encuentra en cualquier genera­ ción nueva en busca de causas nuevas, sino tam bién el caudal de ira acu­ m ulada en aquellos que no han podido satisfacer de ninguna m anera su necesidad de desarrollar cualquier fe. Aquí el rejuvenecim iento social puede utilizar y redim ir la patología social, as! como en los individuos el talento singular se puede relacionar con y redim ir la neurosis. Sin em ­ bargo, como la adolescencia es un estadio interm edio, toda la devoción, & el coraje y el ingenio de la juventud tam bién pueden ser explotados por demagogos, m ientras que todo el idealismo ideológico retiene un elemento juvenil que puede transform arse en un mero pretexto cuando cam bia la realidad histórica. Por ¡o tanto, si la consideramos como la fuerza de la devoción discipli­ nada, la fidelidad puede obtenerse de la participación de la juventud en m uchas clases de experiencias si ellas sólo revelan la esencia de algún aspecto de la éooca del que los jóvenes van a tom ar p arte (como benefi­ ciarios y guardianes de la tradición, como practicantes e inventores de la tecnología, como renovadores e innovadores de la fuerza ética, como re­ beldes decididos a destruir a los sobrevivientes, y como desviados con com ­ promisos fanáticos). Este, al menos, parece ser el potencial de la juventud É - en la evolución psicosocial; y si esto puede sonar como una racionaliza­ ción que apoya cualquier autoengaño altisonante de la juventud, cual­ quier autogratificación disfrazada de devoción o cualquier excusa justa para la destrucción ciega, al menos hace inteligible el enorm e derro­ che que acom paña a esto, así como tam bién a cualquier otro mecanismo de adaptación hum ana. Como señalamos, nuestra com prensión de estos procesos antieconómic.os sólo está apoyada por la reducción “clínica” de

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sí mismo v n a r a la so ciedad” . Y. p o r cierto, el joven ya ha hía cum n lid o ouince m e ­ ses de prisión ( p o r recibir cheques r oba dos) c u an d o el T r i b u n a l de Apelación C r i­ minal. que aD arentem ente advirtió a lgún impulso au to d e rro tista en él, subrogó u n a libertad condicional de tres años con la condición de que in gresara en u n hospital psiquiátrico. Pero por desgracia en sólo dos se m anas el f u t u r o h eredero hizo que una comisión de médicos y nacientes lo e c h a ra p o r distrib uir drogas en la sala del hospital. El veredicto fu e : “ U n a persona q u e hace esto no dese a p e rm a n ec e r a quí” . ¿ L o g r a r á el joven d e sb a ra ta r el testa m ento de su p a d r a str o ?

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los fenómenos adolescentes a sus antecedentes infantiles y a una dicotomía subyacente de im pulso y conciencia. T am bién debemos com prender 'a fun ción de la adolescencia en la sociedad y en la historia, porque el des­ arrollo adolescente com prende un nuevo conjunto de procesos de identi­ ficación, amhos con personas significativas y con fuerzas ideológicas, que de tal m odo se h acen cargo de la fuerza y de (como ah o ra debemos espe­ cificar) ¡as debilidades de la m ente juvenil. En la juven tu d , la historia de vida hace u n a intersección con la histojja.: en este p u n to sé“ confirm a a -lo s individuos, en sus identidades y-se regenera a las sociedades en su estilo, de .vida. Pero este proceso tam bién im plica una fatal supervivencia de los modos de pensar y del entusiasmo juvenil adolescente en las perspectivas históricas e ideológicas del hom­ bre, y un resquebrajam iento entre razón ad u lta y convicción idealista que resulta dem asiado obvio en la oratoria, tan to política como clerical. Com o señalarnos en el capítulo II, en la infancia los procesos históricos ya han p enetrado en la esencia del individuo. L a historia pasada sobre­ vive en los prototipos ideales y malignos que guían las imágenes parenterales y coloran los cuentos de hadas y la ciencia fam iliar, la superstición y las m urm uraciones, y las simples lecciones del tem prano entrenam iento verbal. E n general, los historiadores hacen poco caso de esto; ellos sólo explican la co ntienda de las ideas históricas autónom as y no se preocupan por el hecho de que estas ideas penetren las vidas de las generaciones y reem erjan a través del diario despertar y entrenam iento de la conciencia histórica en los individuos jóvenes: por la vía de los fabricantes de mitos de la religión y la política, de las artes y las ciencias, del teatro, el cine y la ficción (todos los cuales contribuyen de u n a m anera más o menos consciente, más o menos responsable a la lógica histórica que la juventud absorbe). Y hoy debem os agregar a éstos, por lo m enos en los Estados U nidos, la psiquiatría y las ciencias sociales, y en todo el m undo, la prensa, que pone al descubierto toda conducta significativa y agrega la inmediata distorsión in form ativa y la respuesta editorial. Dijim os que p a ra e n tra r en J a historia cada generación, de.-jóvenes debe en co n tra r u n a id en tid ad en c_onsonanc¡.4 jto n _$u_projlia..infancia, y con una prom esa iclco!ógica_en el proceso histórico perceptible. Pero en la juvem " tu d las norm as de la dependencia infantil están transform ándose lenta­ m ente: ya no son sólo los viejos quienes enseñan a los jóvenes el signi­ ficado de la vida. Son los jóvenes quienes, con sus respuestas y acciones!'! dicen a los viejos si la vida tal como está representada p ara ellos, tiene: alguna prom esa vital, y son los jóvenes los que llevan con ellos el podeif p a ra confirm ar a aquellos que los confirm an, p a ra renovar y regenerar, paral rep u d ia r lo que está corrom pido, p a ra reform ar y rebelarse. ' Y después están los ‘Jíderes_-dm.la.juYentud’’ que, de una m anera u otra, se hallan “identificados con la ju v en tu d ” . H e hablado de H am let como de un líder ideológico abortivo. Su tragedia com bina todos los elementos con que están hechos los líderes ideológicos que logran éxito: con fre­ cuencia son los postadolescentes los que hacen de las mismas contradic­ ciones de su prolo n g ad a adolescencia las polaridades de su carisma. In-

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dividuos con una extraordinaria profundidad de conflicto a m enudo tamí; bien tienen dotes misteriosas y u n a suerte enigm ática, con la que ofrecen a la crisis de toda una generación la solución de sus propias crisis p er­ sonales (siempre, como lo expresó W oodrow W ilson, “ enam orados de la actividacl en gran escala” , siempre sintiendo que deben hacer que sólo su ■tí vida cuente p ara las vidas de todos, siempre convencidos de que aquello él que los conmovió cuando jóvenes fue una m aldición, una caída, un terre­ moto, un rayo — en suma, una revelación que deben com partir con su generación y con m uchas generaciones futuras— ). Su hum ilde pretensión de haber sido elegidos contra su voluntad no excluye un deseo de poder universal. “D entro de cincuenta años”, escribió K ierkegaard en el registro cotidiano de su monólogo espiritual, “el m undo entero leerá mi diario” , ¿i Quizá presentía, y no necesariam ente con un sentim iento de triunfo, que el inm inente estancam iento de las ideologías de masa causaría un vacío ' preparando el camino para la ideología del aislam iento paralelo, el existencialismo. Debemos estudiar la cuestión (a la que me he aproxim ado en mi estudio sobre el joven L utero) de lo que los líderes ideológicos influyen en la historia (si antes aspiran al poder y después enfrentan esí?1 crúpulos espirituales, o si prim ero enfrentan la perdición espiritual y des:Tpués buscan la influencia universal). Sus respuestas con frecuencia logran incluir bajo el rótulo de una identidad más am plia todo lo que aqueja i al hom bre, en especial al hom bre joven, en épocas críticas: el peligro que (j- se deriva de nuevos inventos y nuevas arm as, la ansiedad de los trauj, mas infantiles típicos de un determ inado período y el temor existencial a las lim itaciones del yo, m agnificados en épocas de supraidentidades des’i integradoras. í ‘ O . . . Y, cuando se piensa en ello, ¿acaso no se necesita un sentimiento es­ pecial y extraño de vocación p a ra atreverse y para que a uno le im ­ porte d ar esas respuestas inclusivas? ¿N o es probable, y, en realidad, demostrable, que entre los más apasionados ideólogos haya adolescentes sin reconstruir que transm iten a sus ideas el m om ento soberbio de la re■% cuperación pasajera de su yo, de su victoria tem poral sobre las fuerzas y. de la existencia y de la historia, pero tam bién la patología de su más jí: profundo aislamiento, ese estar a la defensiva de sus yoes por siempre adolescentes (y su tem or a la calm a de la adultez) ? “V ivir más allá de los ? cuarenta” , dice el biógrafo secreto de Dostoiesvsky, “es de mal gusto” . X Esto justifica que se estudie, tan to histórica como psicológicamente, el íL hecho de que algunos de los líderes más influyentes hayan vuelto la esf.p a l d a a la paternidad sólo p ara desesperarse en la edad m adura del re­ sultado de su liderazgo. Es evidente que hoy las necesidades ideológicas de todos, excepto las la ju ventud intelectual de tradición hum anista, están comenzando a r protegidas por una subordinación de la ideología a la supraidentidad ológica en la que hasta el sueño norteam ericano y la revolución m ar­ ta llegan a fundirse. Si se puede detener su com petencia antes de que d ; conduzca a la aniquilación m utua, es posible que una hum anidad nueva, J viendo que ahora puede tanto construir como destruir en una escala gi­ lí

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gantesca, concentre su inteligencia (tan to fem enina como masculina) en la cuestión ética refere ate al funcionam iento de las generaciones hu­ m anas (m ás allá de los productos, de los poderes y de las ideas). Las ideologías del p asado tam bién han contenido un castigo ético, pero una ética nueva debe trascender, con el tiem po, la alianza de la ideología y la tecnología, p o rq u e la cuestión im portante será cómo el hom bre, por motivos éticos y geneiacionales, limitará el uso de la expansión tecnoló­ gica, aunque ésta podría, tem porariam ente, au m en tar el prestigio y el beneficio. T a rd e o tem prano la m oral se sobrevive a sí m ism a; la ética jamás: a esto parece referirse la necesidad de identidad y de fidelidad que renace en cada generación. Es posible dem ostrar que la m oralidad, en el sentido m oralista, se predica a mecanismos internos supersticiosos e irracionales que, en realidad, socavan u n a y o tra vez la fibra ética de las generacio­ nes; pero se puede prescindir de la vieja m oralidad sólo cuando prevalece u n a ética nueva y m ás universal. Esta es la sabiduría que m uchas reli­ giones han tra ta d o de transm itir al hom bre, quien se ha aferrado con te­ nacidad a las palabras ritualizadas, au n cuando sólo las haya comprendido de m anera vaga, haciendo caso omiso de ellas en sus acciones o pervir­ tiéndolas por com pleto. Pero hay m ucho en la antigua sabiduría que ahora quizá pueda convertirse en conocim iento. C u an d o en u n futuro cercano pueblos de diferentes pasados tribales y nacionales u nan lo que con el tiem po debe transform arse en la identidad de u n a hu m an id ad , p odrán encontrar un idiom a com ún inicial única­ m ente en la m an era de fu ncionar de la ciencia y la tecnología. A su vez, esto puede ayudarlos a poner en descubierto las supersticiones de sus mo­ ralidades tradicionales y hasta puede perm itirles avanzar rápidam ente a través de u n período histórico d u ra n te el cual deben poner una inútil supraidentidad de neonacionalism o en el lugar de su muy explotada debi­ lidad de iden tid ad histórica. Pero tam bién deben m irar más allá de las ideologías de m ayor im portancia del m undo ahora “establecido” , que se les ofrecen como m áscaras cerem oniales para atem orizarlos y atraerlos. El resultado de todo esto no es la creación de una nueva ideología sino de una ética universal que em erge de una civilización tecnológica uni­ versal. Sólo pueden llevar esto adelante hombres y m ujeres que no son ni jóvenes ideólogos ni viejos m oralistas, pero que saben que de genera­ ción en generación la prueba de lo que se produce es el cuidado que inspira. Si es que existe alguna oportunidad, ésta se encuentra en un m undo más refutable, más factible y más venerable que todos los mitos, retrospectivos o futuros: se halla en la realidad histórica que por fin es apreciada éticam ente.

C a p ítu lo VII EL SEX O FEM ENINO Y EL ESPA C IO IN T E R IO R

Existen m uchas razones económicas y prácticas que explican la tom a de conciencia intensificada de la posición de la m u jer en el m undo m oderno. Pero tam bién hay razones más evasivas y oscuras. La ubicuidad de la am enaza nuclear, el abrirse cam ino por el espacio exterior y una creciente comunicación global, son todos factores que contribuyen a provocar un cambio total en el sentido del espacio geográfico y la época histórica, y de este m odo necesitan nada menos que una redefinición de la identidad de los sexos dentro de u n a nueva im agen del hom bre. No corresponde con­ siderar aquí las alianzas y oposiciones que siem pre se han dado entre los dos sexos en las formas tradicionales de guerra y paz. Esta es una historia que todavía tiene que ser escrita y, por cierto, descubierta. Pero es evidente que el peligro del veneno producido por el hom bre, instilan­ do desde el espacio exterior, sin que nadie lo advierta, la sustancia de los que aún no han nacido y se encuentran en las entrañas de las m u ­ jeres, de pronto h a llevado hasta el límite una preocupación m asculina de la m ayor im portancia: la “ solución” del conflicto por medio de gue­ rras periódicas, más terribles y perfectas. L a p reg u n ta que surge es si tal potencial p ara la aniquilación como el que hay en la actualidad en el m undo debe continuar existiendo sin que las m adres de la especie estén representadas en los concejos de construcción de imágenes y decisión. R esulta claro que los peligros específicos de la era nuclear han llevado el liderazgo masculino hasta el límite de su im aginación adaptativa._ L a identidad m asculina dom inante está basada en una predilección por “lo que funciona” y por lo que el hom bre puede hacer, sea que contribuya a construir o a destruir. Por esta m isma razón la necesidad demasiado obvia de sacrificar algunos de los posibles m om entos culm inantes del triu n ­ fo tecnológico y de la hegem onía política en beneficio de la m era pre­ servación de la hum anidad, no es en sí mismo un esfuerzo que aum ente

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el sentim iento m asculino de identidad. C iertam ente, un presidente nor­ team ericano se sintió obligado a decir, y lo dijo con profunda emoción“ U n niño no es un d ato estadístico” ; sin em bargo, la urgencia casi de­ sesperada de sus súplicas puso lo suficientem ente en claro la necesidad de u n a nueva clase de ética política y tecnológica. Q uizá si las mujeres tani sólo se decidieran a representar en público lo que siempre han aprobado, en privado en la evolución y en la historia (el realismo de la vida fa­ m iliar, la responsabilidad de la crianza, el ingenio para m antener la paz y la devoción p ara c u ra r), podrían agregar un poder éticam ente restric­ tivo a la política en su más am plio sentido, porque su naturaleza es ver­ daderam ente supranacional. Creo que esto lo esperan m uchos hom bres y m ujeres de m anera mani­ fiesta, y muchos m ás lo ag uardan en secreto. Pero su espera choca contra las tendencias dom inantes de nuestra civilización tecnológica, así como tam bién con profundas resistencias interiores. El hom bre que se ha hecho a sí mismo por sus propios esfuerzos, al “conceder” una emancipación relativa a las m ujeres sólo pudo ofrecer la im agen que él había hecho de sí mismo como un modelo que debía ser igualado, y gran parte de la libertad que así obtuvieron las m ujeres ahora parece haber sido em­ pleada p ara g a n a r acceso a una com petencia lim itada en cuanto a las carreras, el consum o estandarizado y la activa constitución de una única fam ilia. Por lo tanto, de m uchas m aneras las m ujeres han mantenido su lugar dentro de las tipologías y cosmologías que los hombres tuvieron la oportunidad exclusiva de cultivar e idolatrar. En otras palabras, aun­ que la igualdad está más próxim a a la realización, no ha conducido a la equivalencia, y los mismos derechos de ningún modo han asegurado una representación igual, en el sentido de que ¡os intereses más profundos de las mujeres en cuentran expresión en su influencia pública o, por cierto, en su verdadero rol en el juego del poder. En vista de la unilateralidad gigantesca que am enaza convertir al hom bre en el esclavo de su triunfante tecnología, la discusión que ah o ra está de m oda entre hombres y muje­ res, con respecto a si la m ujer p o d ría y, siendo así, cómo lograría ha­ cerse “ com pletam ente h u m a n a ” , es realm ente una parodia cósmica. Por u n a vez, uno e x trañ a a los dioses con sentido del hum or. El mismo in­ terrogante acerca de lo que es ser “com pletam ente hum ano” y quién tiene el derecho de concederlo a quién, indica que un examen de los elementos masculinos y fem eninos que están en las potencialidades de la naturaleza h u m a n a debe incluir cuestiones fundam entales. Por lo tanto, al abordarlas no se puede evitar explorar ciertas reac­ ciones o resistencias emocionales que obstaculizan el estudio que se ha convenido realizar. Todos hemos observado el hecho de que parece casi imposible estudiar la naturaleza o la educación de la m ujer sin despertar los eslogans en favor o en contra de la dem asiado reciente em ancipación. E l fervor m oralista sobrevive a las condiciones que han cam biado y la sospecha fem inista vigila el intento de cualquier hom bre de ayudar a definir la singularidad de lo fem enino, como si pudiera esperarse que él entendiera por singularidad la desigualdad innata. Sin embargo, aún pare-

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i? ce sorprendentem ente difícil para m uchas m ujeres decir con claridad lo que sienten de m anera m ás profunda, y encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que p ara ellas es más agudo y real, sin decir demasiado '■ o exageradam ente poco y sin decirlo con aire de desafío o excusa. Algunas mujeres que observan y piensan de un m odo vivido y profundo no parecen tener el coraje propio de su inteligencia natural, como si en cierta m anera T temieran que en alguna confrontación final se descubriera que no son “realm ente” inteligentes. Aun la com petencia académ ica exitosa no loy gró m odificar esto en m uchas de ellas. De esta m anera, las m ujeres " todavía se sienten tentadas a retroceder rápidam ente a “ su sitio” toda vez A que se sienten fuera de lugar. U n problem a de la m ayor im portancia ■V también parece existir en la relación de las m ujeres líderes entre sí y i\ con sus partidarias. H asta donde puedo juzgar, las m ujeres “cabecillas” ■':t se inclinan con dem asiada frecuencia a conducir a las otras de una maS: ñera dem asiado pasajera, m oralista, o ru d a (com o si estuvieran de acuerA- do con la proposición de que sólo las m ujeres excepcionales y duras pue“ den pensar) en vez de inform arse sobre o dar voz a lo que la m asa de f mujeres indecisas tratan de decir sin lograrlo y están dispuestas a apoyar; y así, ¿qué uso pueden desear hacer en los asuntos m undiales de una voz igual a la de los hombres? - í Por o tra parte, la vacilación de muchos hom bres en lo que respecta a ¿v responder de u n a m anera responsable a la nueva alarm a “fem inista” , y ;* la respuesta agitada de otros sugiere explicaciones en muchos niveles. Sin ó duda existe entre los hom bres un sentim iento honesto de desear salvar, a * cualquier precio, una polaridad sexual, una tensión vital y una diferencia ¿ esencial que tem en pueda perderse en u n a exagerada m ism idad, igualdad ? y equivalencia, o, de cualquier m odo, en conversaciones dem asiado conss“., cientes de sí. M ás allá de esto, ese estar a la defensiva de los hombres (y aquí debemos incluir a los más cultos) tiene m uchas facetas. C uando los ■S hombres desean, quieren despertar el deseo, no sentir em patia a pedirla, ií; C uando no desean, encuentran difícil sentir em patia, especialmente cuan.C do ésta hace necesario ver al otro en uno mismo y verse a uno mismo ir en el otro, y cuando p o r lo tanto el h o rro r de las definiciones difusas es fh capaz de m atar tanto el gozo de ser diferentes como la sim patía por la {T-í mismidad. T am bién resulta lógico que cuando las identidades dom inantes v) dependen del hecho de ser dom inantes es difícil conceder u n a igualdad real a los dominados. Y, por últim o, cuando uno se siente expuesto, ame¿ nazado o acorralado, es difícil ser sensato. h P ara todo esto hay razones psicológicas que d a ta n de miles de años, h Parecería que hay tem as tan extraños que los hom bres racionales los :í ignoran, y prefieren salir del paso tom ando algún atajo. E ntre estos temas, los cambios fisiológicos y los desafíos emocionales de ese milagro diario, i í el em barazo y el nacim iento, han inquietado a todos los hombres a lo Ay largo de su infancia, de su juventud y aun más tarde. En sus relatos r“ sobre culturas y períodos históricos, el hom bre reconoce esto tan sólo como >;.? una función secundaria que es probablem ente necesaria. H abitualm ente ... adjudica la supervivencia a la arrogante coherencia de los esquemas de

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los hom bres, olvidando el hecho de que m ientras se experim entaba con cada esquem a y m uchos fallaban, las m ujeres enfrentaron el desafío de m an ten er unidos algunos elementos fundam entales, de reconstruir y de criar a los que iban a ocuparse de la reconstrucción. Es obvio que se adivina un nuevo equilibrio de lo M asculino y lo Fem enino, de lo Pa­ ternal y lo M aternal no sólo en los cambios contem poráneos en la rela­ ción entre los sexos, sino tam bién en la m ayor conciencia que se desarro­ lla dondequiera que la ciencia, la tecnología y el auténtico autoescrutinio progresan. Sin em bargo, la discusión en las condiciones actuales aún exige reconocer desde el comienzo, que las am bivalencias y am bigüedades de an­ tigua d ata pueden verse tem porariam ente agravadas más que aliviadas p o r intentos de com partir un conocim iento parcial en estas cuestiones.

2 H ay o tra consideración general que debe preceder al exam en de un tem a form ulado de m anera tan incom pleta y que siempre m antiene una intensa actualidad. C ada trab ajad o r de este cam po em pezará y deberá seguir donde está, esto es, donde él siente que su propio cam po y su propio trabajo han logrado esclarecer, sin conseguir hacerle justicia, la cuestión tal com o él ha llegado a verla. Pero una vez que comience es fácil que tenga que en fren tar el com entario que un campesino de Verm o n t hizo a un conductor que le pidió instrucciones para llegar a cierto lu g ar: “Bueno, si yo quisiera ir donde usted quiere ir, no partiría de aquí.” A quí es donde estoy y desde donde debo p artir. En mi prefacio del libro que surgió del núm ero de Daedalus dedicado al problem a de la ju­ ventud 1 señalé que en ese simposio extraordinario no se logró desarrollar plenam ente — a pesar de que Bruno B ettelheim le dio un ím petu defi­ nido— el problem a de la identidad de las m ujeres jóvenes. Sentí que éste era un grave im pedim ento teórico, porque el estudioso del desarrollo y el que practica el psicoanálisis saben que el__estadip._critico.de la vida p a ra la em ergencia de una identidad fem enina integrada es el paso de la. ju v en tu d a la m adurez, el m om ento en el que la m ujer joven, cualquiera que sea su profesión, renuncia al cuidado recibido de la fam ilia parental p a ra com prom eterse a am ar a u n extraño y a ocuparse de él y cuidar de sus hijos. : ! H e sugerido que la habilidad m ental y em ocional para recibir y dar fidelidad indica la conclusión de la adolescencia, m ientras que la adultez com ienza con la habilidad p ara recibir y d a r am or y cuidado. Porque la fuerza de las generaciones (y con esto quiero decir una disposición básica subyacente en todas las variedades de sistemas de valores hum anos) de­ p ende del proceso m ediante el cual los jóvenes de ambos sexos encuentran 1 Prefacio a Y o u t h : Change a n d Challe nge, Erik H. Erikson (com p.). Nueva Y ork, Basic Books, 1963. [Hay versión castellana: h a j u v e n t u d en el m u n d o moder­ no. Buenos Aires, H orm é, 1968.)

ípjs identidades individuales, las fusionan en intim idad, am or y m atrim onio, '^ v italizan sus respectivas tradiciones y juntos crean y “educan” a la ge-jierac.ión siguiente. En este punto, cualesquiera diferencias e inclinaciones sexuales que se hayan desarrollado en la prim era parte de la vida se po­ larizar. con una finalidad, porque deben convertirse en parte del proceso ?3 otal de producción y procreación que distingue a la adultez. Pero, ¿cómo M fiere la form ación de la identidad de las m ujeres por el hecho de que Lu estructura som ática tiene un “ espacio interior” destinado a albergar a líos hijos de los hombres elegidos y, con éste, un compromiso biológico, ¿sicológico y ético de cuidar de la infancia hum ana? ¿N o es acaso la iníclinación para asum ir este compromiso (sea com binado con una carrera, jy hasta si se realiza o no en la m aternidad real) el problem a esencial de Zla fidelidad fem enina? £ Sin em bargo, la psicología psicoanalítica de las m ujeres no “ parte de ¿aquí” . D e acuerdo con esta orientación inicial, es decir, el esfuerzo por 'inferir el significado de una cuestión a p artir de sus orígenes, comienza 'con las experiencias más tem pranas de diferenciación, en gran parte re­ construidas con pacientes mujeres que indefectiblem ente tenían dificultades con el hecho de pertenecer a dicho sexo y con la desigualdad perm anente a la que esta condición parecía condenarlas. No obstante, puesto que el método psicoanalítico sólo podía desarrollarse en el trabajo con individuos que sufrían agudam ente, fueran adultos o niños, se hizo necesario aceptar ; la observación clínica como punto de partid a p a ra la investigación de lo que la niña pequeña, cuando se hace consciente de las diferencias 'entre los sexos, puede saber como hecho observable, investigar m ediante ¿los sentidos, experim entar como un placer intenso o una tensión desagra­ dable, o posiblemente inferir o in tu ir con los medios cognitivos e imagi­ nativos de que dispone. Creo que es justo decir que la perspectiva que el psicoanálisis tiene acerca del sexo fem enino ha sido fuertem ente influida por el hecho de que las prim eras y básicas observaciones las hicieron clínicos cuya tarea consistía en com prender el sufrim iento y ofrecer un remedio, y que necesariam ente tuvieron que entender el psiquismo feme­ nino con medios de em patia masculinos, y ofrecer lo oue dictaba el rasgo característico del esclarecimiento, a saber, la “aceptación de la realidad” . ¿De acuerdo con esta posición histórica ellos vieron fundam entalm ente, al ¿reconstruir las vidas de las niñas, un intento de observar lo que se podía '-ver y entender (a saber, lo que estaba en los niños y apenas si aparecía en las niñas) y basar en esta observación “ teorías sexuales infantiles” de amulia repercusión. c Desde este punto de vista, el hecho m ás obvio, es decir, que los niños de ambos sexos tarde o tem prano “ saben” que el pene falta en uno de Hos sexos, deiando en su lugar u n a ab ertura sem eiante a una herida, ha llevado a generalizaciones referentes a la naturaleza v educación de las muieres. Sin em bargo, desde un p u n to de vista ad aptativo no parecería .’lógico suponer que la observación y em patia, excepto en m omentos de perturbación aguda o pasaiera. se centrarían de m an era tan exclusiva en k> que no está ahí. L a criatu ra fem enina, en cualesquiera condiciones, ex-¡

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cepto las extrem adam ente urbanas, se m uestra dispuesta a observar en las niñas mayores, en las m ujeres y en los anim ales del sexo femenino la p ru eb a del hecho de que realm ente existe un espacio interior en el cuerpo (con potenciales productivos así corno tam bién peligrosos). E n este punto uno piensa no sólo en el em barazo y el nacim iento sino tam bién en la lac tancia y en todas las partes ricam ente convexas de la anatom ía femenina que sugieren plenitud, calidez y generosidad. Cabe preguntarse, por ejem­ plo. si las niñas están tan desconcertadas por los síntomas del embarazo o de la m enstruación que observan — como lo están ciertos niños— o s¡ aquéllas absorben esa observación en los rudim entos de u n a identidad fem enina (a menos que, por supuesto, estén “ protegidas7’ de la oportuni­ dad de com prender la ubicuidad y el significado de estos fenómenos na­ tu ra le s). A hora bien, sin duda, en diversos estadios de la infancia los datos observados se in terp retarán con los medios cognitivos de que se dispone en ese período determ inado, se percibirán en analogía con los órganos que en esa época se experim entan de m anera más intensa y se los dotará con los impulsos que prevalecen entonces. Sueños, mitos y cultos confirman el hecho de que la vagina tiene y conserva (p ara ambos sexos) las connota­ ciones de u n a boca que devora y un esfínter que elimina, adem ás de sei u n a herida sangrante. Sin em bargo, creo que la experiencia acumulativa de ser y de llegar a ser un hom bre o una m ujer no puede depender por com pleto de analogías y fantasías que inspiran temor. L a experiencia cQ[ nestésica y u n a serie de recuerdos que “ tienen sentido” dan forma a la i realidad sensorial y a la conclusión lógica, y me inclinaría a creer que' en este m edio total la existencia de un espacio productivo en el interior ¡ del cuerpo, seguram ente instalado en el centro de la estructura y figura fem enina tiene m ayor actualidad que el órgano externo que falta. J' E n consecuencia, si empiezo desde aquí es porque creo que una for­ m ulación fu tu ra de las diferencias entre los sexos debe por lo menos incluir nociones posfreudianas p ara no sucum bir a las represiones y rechazos de los días prefreudianos. 3 Perm ítasem e presentar ahora, por m edio de la observación del juego de niños, una consideración que hace que mi objetivo no necesite expresarse con palabras. Los niños eran varones y niñas de California, de diez, once y doce años, que dos veces al año venían al G uidance Study de la Uni­ versidad de C alifornia p ara que se los m idiera, entrevistara y examinara. Dos hechos h ablan en favor del talento fem enino de la directora del es­ tudio, Jean W alker M acfarlane: d u ran te más de dos décadas, los niños (y sus padres) no sólo vinieron con regularidad sino que confiaron sus pensam ientos con pocas reservas y, en realidad, con m ucho “gusto” (para usar la p alab ra favorita de Jean M acfarlan e). Esto quiere decir que con­ fiaban en que se los apreciaba como individuos que estaban creciendo y anh elab an revelar y dem ostrar lo que (se les había dicho de m anera con­ veniente) era útil saber y p o d ría ser beneficioso p a ra los demás. Puesto

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que antes de unirm e al estudio de C alifornia me propuse in terpretar la conducta lúdica — un enfoque no verbal que m e ayudó a com prender lo que mis pacientes m uy pequeños no podían com unicar con palabras— se decidió que me procuraría varias construcciones lúdicas de cada niño y después com pararía su form a y contexto con otros datos de que dispo­ níamos. D u ran te un lapso de dos años vi a 150 niños y 150 niñas tres veces y les encom endé, en cada op o rtu n id ad , la tarea de construir una “es­ cena” con muñecos, sobre u n a mesa. Los juguetes eran bastante comunes — una fam ilia, algunas figuras uniform adas (policía, aviador, indio, m onje, etcétera), animales salvajes y domésticos, muebles, automóviles— , pero tam bién les proporcioné muchos bloques. Les pedí a los niños que im agi­ naran que la mesa era un estudio de cine; los juguetes, actores y utilería, y ellos mismos, directores de cine. Su tarea consistía en p rep arar “ una escena em ocionante de una película im aginaria” , y después relatar el a rg u ­ m ento. G rabábam os este últim o, fotografiábam os la escena y felicitábamos al niño. Q uizá sea necesario agregar que no dábam os ninguna interpre­ tación . 2 Después el observador co m paraba las construcciones individuales con datos biográficos reunidos d u ran te unos diez años, con el fin de ver si proporcionaban alguna clave p a ra en ten d er los determ inantes fundam en­ tales del desarrollo interior del niño. En general la experiencia dem ostró ser beneficiosa, pero esto no es lo que nos proponem os probar aquí. El experim ento tam bién hizo posible com parar todas las construcciones lú d i­ cas entre sí. U nos cuantos niños realizaron la tarca con la actitud un poco despec­ tiva de alguien que está haciendo algo que no valía exactam ente ese es­ fuerzo en u n a persona joven que ya llegó a la segunda década de su vida, pero casi todos estos jovencitos brillantes y dispuestos, de pantalones v a­ queros oscuros y vestidos alegres se vieron em pujados al desafío por ese afán de servir y agrad ar que caracterizaba a la población total del estu­ dio. Y una vez que se vieron im plicados, ciertas propiedades de la tarea captaron su interés y los guiaron. P ronto se hizo evidente que entre estas propiedades, la espacial era la dom inante. Sólo la m itad de las escenas eran “em ocionantes” y ú n i­ cam ente unas pocas tenían algo que ver con películas. En realidad, la m ayoría de las historias que relataro n al final eran breves y de ninguna m anera podían com pararse con la riqueza tem ática m anifestada en los tests verbales. Pero el cuidado y (uno se siente tentado a decir) la res­ ponsabilidad estética con que los niños seleccionaban los bloques y jugue­ tes y después los arreglaban de acuerdo con un sentido de la propiedad espacial que al parecer estaba profundam ente arraigado, eran asombrosos. Al finalizar, parecía haber u n a súbita sensación de “ah o ra está bien” , que term inaba en un sentim iento de consum ación y, como si despertaran 2 Para croquis de construcciones lúdicas típicas, véase Erik H. Erikson: I n ­ fancia y sociedad, ob. cit., capítulo II.

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de u n a experiencia sin palabras, se volvían a mí y decían: “ A hora estoy dispuesto” (con lo cual querían dar a entender “ estoy dispuesto a con­ tarle de qué se tr a ta ” ). Yo mismo estaba m uy interesado en observar no sólo los temas de im aginación, sino tam bién las configuraciones espaciales en relación con los estadios del ciclo vital en general y con las formas de tensión neurótica de la p rep u b ertad en particular. De este modo, las diferencias sexuales no fueron el foco inicial de mi interés. Concentré mi atención en la m an era en que las construcciones-en-progreso se movían hacia el borde de la mesa o retrocedían hacia la pared detrás de ésta, en el m odo como se llevaban vacilantes o perm anecían cerca de la superficie de la m esa: en cóm o se las desparram ab a sobre el espacio disponible o se las restringía a u n a porción de éste. El que todo esto “ dice” algo sobre el constructor es el secreto a voces de todas las “ técnicas proyectivas” . T am poco podemos ex am in ar esto aquí. Pero pronto me di cuenta de que al evaluar la cons­ trucción lúdica de un niño tenía que to m ar en consideración el hecho] de que las niñas y los niños usaban el espacio de m anera diferente, y de! que ciertas configuraciones se dan con frecuencia de modo llam ativo en 1 las construcciones de un sexo y raram ente en las del otro. Al principio, las diferencias mismas eran tan simples que parecían una cosa n atu ral. M ientras tanto, la historia h a ofrecido un eslogan p a ra esto: las niñas destacaban el espacio interior y los niños el exterior. P ronto p ude establecer esta diferencia en términos configuracionales ta n simples que otros observadores, cuando se les m ostraban fotografías de las construcciones sin decirles cuál era el sexo del constructor (sin tener tam poco, p o r cierto, ninguna idea de lo que yo pensaba con respecto al posible significado de las diferencias), podían ordenarlas de acuerdo con las configuraciones que más predom inaban en ellas y, de m anera signifi­ cativa, hacerlo en el sentido estadístico. Estos cómputos independientes m ostraron que considerablem ente más de las dos terceras partes de lo que más tarde denom iné las configuraciones masculinas ocurrían en esce­ nas construidas por niños, y más de las dos terceras partes de las confi­ guraciones “ fem eninas” aparecían en las construcciones de las niñas. (O m i­ tiré aquí los m ejores puntos que todavía caracterizaban las escenas atípicas com o evidentem ente construidas por un niño o ñor una niña.) E n con­ secuencia. esto es lo típico: la escena de la niña es el interior de una casa, representado como u n a configuración de muebles sin paredes cir­ cundantes o por un simple recinto cerrado construido con bloques. En la escena de la niña, la gente y los anim ales están en su mavor parte dentro de ese interio r o recinto cerrado, y se hallan fundam entalm ente en una posición estática ( de pie o sen tad o s). El recinto cerrado de las niñas con­ siste en paredes baias, esto es, construidas con un solo bloque alto, con excención de una ocasional huerta elahnrada. En su m avor p arte, estos interiores de casas, con paredes o sin ellas, eran expresam ente apacibles. A m enudo, una nm ita estaba tocando el piano. Sin em barco, en varios casos, en el interior se habían metido anim ales u hombres peligrosos. A pesar de ello, la idea de u n intruso no conducía necesariam ente a la

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‘ erección defensiva de paredes o a cerrar las puertas. M ás bien, la mayoría .' de estas intrusiones tenían un elem ento de hum or y de agradable excitación. Las escenas de los niños son casas con paredes o fachadas elaboradas ( y con partes sobresalientes como conos o cilindros que representan arm ai¡. mentos o cañones. Hay torres altas y escenas com pletam ente exteriores. ; En las construcciones de los niños más gente y anim ales están juera de los 5 . lugares cerrados o de los edificios, y hay más objetos y anim ales automo■Vtrices que se mueven a lo largo de calles e intersecciones. Hay elaborados p accidentes automovilísticos, pero tam bién el tráfico está dirigido o detenido í; por el policía. Al mismo tiempo que prevalecen las estructuras altas en v ías configuraciones de los niños, tam bién hay m ucho juego con el peligro j; de un derrumbamiento o de una caída; las ruinas eran exclusivamente (j construcciones de los niños. ' En consecuencia, los espacios m asculino y fem enino estaban dominados, espectivamente, por la altura y la caída y por el m ovim iento enérgico y v. su dirección o im pedim ento; y por interiores estáticos que estaban abier... ¡tos o cerrados de m anera simple, que eran apacibles o en los que se m etían 77 animales u hombres peligrosos. Puede sorprender a algunos y parecer una áj cosa natural a otros que aquí las diferencias sexuales en la organización A de un espacio lúdico parezcan ser paralelas a la morfología de la diferenciación genital m ism a: en el sujeto m asculino, un órgano externo, de ¿7 carácter eréctil e intrusivo, al servicio de la canalización de las células móviles del esperm a; en el fem enino, órganos internos, con acceso vestibular, los cuales conducen a huevos que se encuentran estáticam ente a I la expectativa. L a cuestión se reduce a: ¿qué es realm ente sorprendente f.. acerca de esto, y qué es tan sólo dem asiado obvio y, en cada caso, qué I nos dice acerca de los dos sexos? ¡¿

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ir. Desde que hace quince años presenté estos datos por prim era vez a ¿-(estudiosos de diferentes campos, algunas interpretaciones estándar no han ?/ diferido un ápice. Hay, por supuesto, reacciones de burla que dan por K sentado que un psicoanalista desearía descubrir los viejos y malos sím­ il bolos en esta clase de datos. Y, por cierto, Freud sí advirtió hace más S de medio siglo que “ una casa es el único símbolo de (todo) el cuerpo ^ h u m a n o que aparece regularm ente en los sueños” . Pero existe un paso íf bastante m etodológico entre la aparición de un símbolo en los sueños y una configuración creada en el espacio real. N o obstante, se h a adelan­ té tado la explicación puram ente psicoanalítica o som ática de que las esce¿ ñas reflejan la preocupación del preadolescente por sus propios órganos y sexuales. i f Por otra parte, la interpretación puram ente “social” niega la necesidad 5' de ver algo simbólico o, por cierto, somático, en estas configuraciones. D a A por sentado que a los niños les encanta estar al aire libre y a las niñas en 'f,. casa, o de cualquier m odo que ven sus respectivos roles asignados al inte-

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rio r de las casas y al g ran m undo al aire libre de la aventura, al tra n q u il am o r fem enino por la fam ilia y los hijos y a la elevada aspiración masculina N o se puede evitar estar de acuerdo con am bas interpretaciones (hasta cierto p u n to ) . P or supuesto, cualquiera que sea el rol social asociado con el físico de uno, se expresará tem áticam ente en cualquier representación lúdica o artística. Y, p o r cierto, en condiciones de tensión o preocupación especial p o r u n a p a rte del cuerpo, esa parte puede reconocerse en confi­ guraciones lúdicas: la terapia del juego cuenta con eso. D e esta manera tan to los portavoces de las interpretaciones anatóm icas como los de las sociales están acertados si insisten en que no se puede ignorar ninguna de estas posibilidades. Pero esto no hace que ninguna de ellas sea exclusiva­ m ente exacta. U n a interpretación p u ra en térm inos del rol social deja sin respuesta m uchas preguntas. Si los niños pensaran fundam entalm ente en sus roles actuales o anticipados, ¿p o r qué, por ejem plo, el policía es su juguete fa­ vorito y el tránsito com pletam ente detenido una escena frecuente? Si la actividad vigorosa al aire libre es un d eterm in ante de las escenas de los niños, ¿p o r qué no p rep aran cam pos de deportes sobre la mesa de juego? (U n a niña retozona lo hizo.) ¿ P o r qué el am or de las niñas por la vida hogareña no resultó en un aum ento de las paredes altas y de las puertas cerradas como g aran tfa de in tim idad y seguridad? ¿Y el rol de tocar el piano en el seno de sus fam ilias pocha realm ente considerarse represen­ tativo de lo que estas niñas (algunas de ellas apasionadas amazonas y todas futuras conductoras de autom óviles) más deseaban hacer o, por cier­ to, creyeron que d eb ían sim ular que era lo que más querían hacer? En consecuencia, la precaución de los niños al aire libre y la bondad de las niñas dentro de las casas, en respuesta a la instrucción explícita de cons­ tru ir u n a em ocionante escena de cine, sugería dimensiones dinámicas y conflictos agudos no explicados m ediante u n a teoría de mero acatamiento d e los roles culturales y conscientes. Yo sugeriría u n a interpretación m ucho más inclusiva, de acuerdo con la cual existe u n a p ro fu n d a deferencia entre los sexos en cuanto a la experiencia del p lan Básico del cuerpo hum ano. Aquí el énfasis está en u n a predisposición y predilección, m ás que en una habilidad exclusiva, po rq u e ambos sexos (si de otro m odo están equiparados en lo que res­ pecta a m aduración e inteligencia) ap renden fácilm ente a im itar el modo espacial del otro sexo. En consecuencia, n ad a en nuestra interpretación pretende alegar que cualquiera de los sexos está condenado a uno u otro m odo espacial; más bien se sugiere que en contextos que no son imita­ tivos o com petitivos, estos, m odos “surgen m ás naturalm ente” debidq_a razones naturales que deben reclam ar nuestro interés. Por lo tanto, el fenó­ m eno espacial que observam os aquí expresaría dos principios en cuanto al ordenam iento del espacio, que corresponden a los principios masculino y fem enino de la construcción del cuerpo. Estos pueden recibir un énfasis especial en la p rep u b ertad y quizá tam bién en algunos otros estadios, pero son im portantes d u ra n te toda la v ida p a ra la elaboración de roles sexua­ les en tiempos espaciales culturales. P or supuesto, esa interpretación no

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se puede “ com probar” por la única observación ofrecida aquí. L a cuestión es si está de acuerdo con las observaciones de la conducta espacial en otros medios y en otras edades; si se la puede convertir en una parte plausible de u n a teoría evolutiva, y si, por cierto, da un orden más convincente a otras diferencias sexuales íntim am ente relacionadas con la estructura y ' K* función m asculina y fem enina. P or o tra parte, no contradeciría dicha in­ terpretación el hecho de que otros medios de observación empleados para exam inar la actuación m asculina y fem enina podrían revelar pocas o nin­ guna diferencia sexual en zonas ele la m ente que tienen la función de asegurar la conform idad verbal o cogmtiva en cuestiones dom inadas por la naturaleza m atem ática del universo y el acuerdo verbal de las tra d i­ ciones culturales. En realidad, ese acuerdo puede tener como su misma ' É función la corrección de lo que distingue la experiencia de los sexos, aun cuando tam bién corrija los juicios intuitivos que separan otras clases de hombres. •j Los niños que jugaban a construir en Berkeley, C alifornia, nos condu­ % cirán a varias consideraciones espaciales, especialmente referentes al de­ sarrollo y a las perspectivas femeninas. Aquí diré poco sobre los hom bres; : f sus logros en la conquista del espacio geográfico y de los campos cientí­ fe*. ficos y en la difusión de las ideas hablan ruidosam ente por sí mismos y confirm an los valores tradicionales de la m asculinidad. No obstante, los niños que jugaban a construir en Berkeley pueden ofrecernos una pausa para m editar: en la escena m undial, ¿no vemos a una hum anidad sober­ biam ente dotada aunque algo pueril, jugando excitada con la historia y la tecnología, siguiendo una p a u ta m asculina de simplicidad tan descon­ certante (aunque com pleja en el aspecto tecnológico) como las construc­ ciones lúdicas del preadolescente? ¿N o contem plam os los tem as del m i­ crocosmos de juguete dom inando un espacio hum ano en expansión: altura, penetración y velocidad; colisión, explosión (y superpolicía cósm ica)? ^M ientras tanto, las m ujeres han encontrado sus identidades en el cuidado ¡de sus cuerpos y en las necesidades de su progenie, y parecen haber dado ¡ por sentado que el expacio exterior del m undo pertenece a los hombres.

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Antes de seguir adelante, debo desandar mis pasos hasta llegar a mi prim era afirm ación sobre la cual las observaciones inform aban: “A unque no se lo esperaba pareció confirm ar algo largam ente aguardado.” Sir­ vieron p ara esclarecer m uchas dudas m encionadas antes con respecto a las teorías psicoanalíticas de la fem ineidad. M uchas de las conclusiones prim itivas del psicoanálisis en lo que concierne al sexo fem enino giran so­ bre lo que se denom ina trau m a genital, es decir, la súbita comprensión de la niña pequeña del hecho de que no tiene y nunca tendrá un pene. El pretendido predom inio de la envidia en las m ujeres; el supuesto de que el futuro bebe es un sustituto del pene y de que la niña se vuelve de la m adre al padre, porque descubre que la prim era no sólo la engañó

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con respecto a un pene, sino que ella m ism a ha sido engañada; y por últim o, la disposición de la m ujer p ara ab an d o n ar la agresividad (masculina) en beneficio de una orientación “ pasivo-m asoquista” : todos estos factores dependen “ del tra u m a ” y han contribuido a construir explicaciones ela­ boradas de la fem ineidad. Todos ellos existen de algún modo en todas las m ujeres, y su existencia se ha dem ostrado una y o tra vez en los psicoaná­ lisis. Pero siempre debe sospecharse que un m étodo especial soporta las verdades especialm ente verdaderas en las circunstancias creadas por el m étodo, en este caso, el desahogo en la asociación libre de resentimientos ocultos y traum as reprim idos. Estas mismas verdades asumen el carácter de verdades m uy parciales dentro de una teoría norm ativa del desarrollo fem enino en la que parecerían estar subordinadas al tem prano dominio del interior productivo. Por lo tanto, esto tendría en cuenta un cambio del énfasis teórico desde la pérdida de un órgano externo hasta el sentirni.eñf¿__ d e un potencial vital interior; de un odioso desprecio por la m adre a una solidaridad con ella y con otras m ujeres; de una renuncia “ pasiva” de la actividad m asculina a una búsqueda com petente de actividades con un fin determ inado en consonancia con la posesión de ovarios, un útero y u n a vag in a; y de un placer m asoquista en el dolor, a una habilidad para soportarlo (y com prenderlo) como un aspecto significativo de la expe­ riencia h u m an a en general, y del rol fem enino en particular. Y asi es en la m ujer “ plenam ente fem enina” , como lo han reconocido escritores des­ tacados, entre los que podemos m encionar a H elene Deutsch, aun cuando su nom enclatura estaba ligada al térm ino psicopatológico “ masoquismo” — p alab ra que deriva de m anera significativa del nom bre de un novelista austríaco que describió la perversión de ser sexualm ente despertado y sa­ tisfecho cuando se le infligía dolor (au n cuando la tendencia a infligirlo recibió este nom bre por el M arqués de S a d e )— . C u an d o se ve esto, se ordenan m uchos datos que ahora están dispersos. Sin em bargo, un clínico debe preguntarse al pasar qué clase de pensa­ m iento puede haber perm itido tal nom enclatura y tal teoría del desarrollo y su aceptación por relevantes médicas clínicas. Creo que este pensa­ m iento se debe investigar hasta llegar no sólo a los comienzos psiquiá­ tricos del psicoanálisis, sino tam bién al m étodo analítico-atom istico original em pleado por él. En la ciencia, nuestra capacidad para pensar atomísti­ cam ente corresponde en un alto grado a la naturaleza de la cuestión, y de esta m anera conduce al dom inio de la misma. Pero cuando aplica­ mos el pensam iento atom ístico al hom bre, lo dividim os en fragm entos ais­ lados m ás que en elementos constituyentes. En realidad, cuando miramos al sujeto en estado patológico ya está fragm entado, de m anera que, en psiquiatría, una m ente atom izadora puede encontrar un fenómeno de frag­ m entación y confundir los fragm entos con átomos. En psicoanálisis, nos repetim os p ara nuestro propio estim ulo (y como argum ento contra los otros) que la n aturaleza hum an a puede estudiarse m ejor en un estado de postración parcial o, de cualquier m odo, de m arcado conflicto porque — asi decimos— un conflicto define los límites y esclarece las fuerzas que chocan con estos límites. Com o lo dijo el m ism o F reud, vemos la estruc­

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tura de un cristal sólo cuando se raja. Pero un cristal, por una parte, y '?un organism o o una personalidad, por otra, se distinguen por el hecho de íque uno es inanim ado y el otro un todo orgánico que no puede romperse 5¡n que se produzca un debilitam iento de las partes. El yo, en el sentido ípsicoanalitico de guardián de la continuidad interior, m ientras perm anezca un estado patológico se encuentra más o menos inactivo; esto es, pierde capacidad para organizar la personalidad y la experiencia y para rela­ cionarse con otros yoes en una activación m utua. H asta ese punto, sus efensas irracionales son “ más fáciles de estudiar” en un estado de con­ flicto y aislam iento que el yo de una persona que se halla en una vivida -terarción con otros individuos. N o obstante, no creo que podamos re­ construir plenam ente las funciones norm ales del yo a p artir de una com-ensión de sus disfunciones, ni tam poco que sea posible entender todo nflicto vital como un conflicto neurótico. En consecuencia, esto es lo que caracterizaría una posición nosfreudialos complejos y conflictos desenterrados por el psicoanálisis en su im er abrirse paso a través de la naturaleza hum ana se reconocen como .existentes: ellos realm ente am enazan dom inar las crisis evolutivas y accientales de la vida. Pero la novedad e integridad de la experiencia y las ortunidades que surgen de una crisis resuelta pueden, en una vida que me avanzando, trascender el trau m a y la defensa. Para ilustrar esto -rm itasem e destacar brevem ente la afirm ación a m enudo repetida de que un estadio determ inado la niña pequeña “se vuelve a” su padre, m ien­ tas que en todos los estadios anteriores había estado fundam entalm ente :fiiada a su m adre. En realidad, F reu d insistió sólo en que una “libido” "teórica se estaba volviendo de este m odo de un “objeto” a otro, una teoría je en u n a época fue científicam ente gratificadora porque se correspondía icón una simple y (en principio) m ensurable transferencia de energía. Sin nbargo. si contem plam os la cuestión desde un punto de vista evolutivo, niña se vuelve hacia su padre en una época en que es una persona bas­ ante diferente de la que era cuando dependía fundam entalm ente de su .‘.adre. Esta le ha enseñado de m odo norm al y de una vez por todas, la turaleza de una “ relación de objeto” . En consecuencia, la relación con padre es de una clase diferente pornue se hace particularm ente signicativa cuando la niña va ha aprendido a confiar en su m adre y no ‘cesita probar otra vez las relaciones básicas. De ahora en adelante, puede ‘sarrollar una nueva form a de am or hacia un ser que está, a su vez, debería estar, preparado para responder a la m ujer incipiente y atracva que hay en ella. D e este m odo, el proceso total tiene muchos más oectos de los que pueden condensarse en la afirm ación de que la niña uelve su libido de la m adre al padre. En realidad, dicho traslado puede ‘construirse como un “ m ecanismo” aislado sólo cuando el yo ha sido activado en almin aspecto de su capacidad para reorganizar la expe-i enc.ia de acuerdo con la m aduración emocional, física y cogm tiva; yl nicam ente entonces puede decirse que la niña se vuelve a su padre pdr‘e está desilusionada con respecto a su m adre por lo que ella piensa que uélla aparentem ente h a rehusado darle, vale decir, un pene. A hora bien,

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sin duda algunos viejos desengaños y nuev as expectativas desempeñan un im portante rol en todos los cambios de fijación de personas o actividades viejas a otras nuevas, pero en cualquier cam bio sano, las oportunidades recientes de la nueva relación predo m in arán sobre la insistencia repeti tiva en viejos desengaños. Sin d uda, tam bién las nuevas fijaciones pre paran nuevas desilusiones, porque el rol productivo-interior que supoi I nemos existe prim ero en form a ru d im en taria, provocará en la pequeña:/ m ujer fantasías tales que deban sucum bir a la represión y la frustración,^ (por ejem plo, la com prensión de que ninguna hija puede dar a luz a los hijos de su p a d re ). Además, desde luego, la existencia misma del espacio interior productivo expone a la m u jer a m uy tem prana edad a un~serñTm iento específico de soledad, a un tem or de ser vaciada o privada de'tésoü ros, de perm anecer sin realizarse o de convertirse en alguien completa^ m ente inútil. Esto, no menos que los esfuerzos y desilusiones de la pequeña “E lectra” , tiene consecuencias fatales p ara el individuo hum ano y p a ra ' toda la raza. P or esta m ism a razón, parece decisivo no interpretar erró­ neam ente estos sentim ientos como totalm ente debidos a un resentimiento por no ser un m uchacho o por h ab er sido m utilada. A hora estará claro de qué m an era las construcciones lúdicas de los niños eran inesperadas y, sin em bargo, aguardadas. Lo inesperado era el dom inio del espacio total p o r las diferencias sexuales (un dominio del “ cam po” que iba más allá del poder de cualquier representación simbólica de los órganos sexuales). Los datos se “esperaban” , sobre todo, como apoyo no clínico y no verbal de im presiones penetrantes referentes a la im portancia del “espacio interior” d u ran te todo el ciclo vital femenino. Las historias de vida de las niñas del G uidance Study no tenían sentido sin tal supuesto, pero tam poco lo tenían las historias clínicas de las pa­ cientes de todas las edades. Porque, como se señaló, la observación clínica sugiere que en la experiencia fem enina un “espacio interior” está en el centro de la desesperación, au n q u e sea el centro mismo de la realización potencial. L a vaciedad es la form a fem enina._de la pendición —que a veces conocen aquellos hom bres que padecen u n a vida interior— (que dis­ cutirem os después), pero constituye la experiencia com ún para todas las mujeres. Ser abandonada significa p a ra ellas ser vaciadas, desangradas, perder la calidez, la savia de la vida. L a m an era en que una m ujer puede ser profundam ente herida de este m odo es un enigma para muchos hom­ bres, y puede hacer surgir tan to su horro r em pático como su negativa a com prender. D icha herida puede reexperim entarse en cada menstruación, pues es un clam or al cielo en el duelo por un niño, y se convierte en una herida perm anente en la m enopausia. C línicam ente, este “vacío” es tan evidente que generaciones de clínicos deben h ab er tenido una razón espe­ cial p a ra no centrar su atención en él. Quizás, aun cuando los hombres prim itivos lo prohibieron con evitaciones fóbicas y rituales mágicos de purificación, los hom bres instruidos de una civilización invadida por el orgullo tecnológico sólo pudieron en frentarlo con la interpretación de que la m u jer que sufre quería, sobre todo, lo que el hom bre tenía, a saber, el equipo exterior y el acceso tradicional al espacio “exterior” . Volvemos

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a repetir que esa envidia fem enina existe en todas las m ujeres y se ve agravada en algunas culturas; pero su explicación en términos masculinos o la sugerencia de que debe ser soportada con resignación y com pensada con una repetida gratificación en el equipo fem enino (debidam ente cer­ tificado y aceptado como de segunda clase) no h a ayudado a las mujeres a encontrar su lugar en el m undo m oderno, porque h a hecho de la per­ tenencia al sexo fem enino una neurosis ubicua de compensación m arcada por una am arga insistencia en ser “restaurada” . Por lo tanto, generalizaré en dos direcciones. M e perm ito decir que en psicoanálisis no hemos adjudicado la debida im portancia a las pautas de procreación intrínsecas a la m orfología sexual, y trataré de form ular el supuesto de que dichas pautas, en intensidad variable, penetran todo es­ tado de excitación e inspiración y, si están integradas, confieren poder a toda la experiencia y a su comunicación. Al asignar un lugar cenjpal _^las_ m iidahdades„generativas, tam bién yo parezco repetir eT~eñTasis, con frecuencia obsesivo, en los símbolos sexua­ les de la teoría psicoanalítica, e ignorar el hecho de que las mujeres, así como tam bién los hombres, tiene organismos com pletam ente hum anos e idóneos, y que la m ayor parte del tiem po disfrutan de actividades bas­ tante alejadas de lo sexual. Pero, aun cuando la represión sexual tanto como la m onom anía sexual aíslan la sexualidad del diseño total de la rea­ lidad h um ana, debemos interesarnos por la m anera en que las diferencias entre los sexos, una vez que se las h a dado por sentadas, son integradas en ese diseño. Sin em bargo, las diferencias sexuales, adem ás de ofrecer una polarización de los estilos de vida y llevar hasta el máximo el placer m utuo (que ahora m ás que nunca puede ser separado de la procreación) m antienen, no obstante, la m orfología de la procreación. Parecería que a u n ex p lo raciones ta n desem bozadas del espacio in te rio r com o las q u e ahora llevan a cabo médicos de St. Louis (E. U. A.) en lo que respecta a la respuesta sexual hum ana, revelan una vigorosa im plicación de los órganos de la procreación en la excitación de cualquier clase de acto sexual.

6 SLjlL “espacio interior” es una configuración tan penetrante, deberíamos descubrir que tiene.su lugar en los comienzos evoluciojnados.de la organi­ zación sociaL-.También aquí podemos acudir a los datos visuales. Películas recientem ente film adas en Africa por W ashburn y deVore 3 m uestran de m odo vivido la morfología de la organización básica de los mandriles. T odo el tropel errante que busca alimentos en un cierto te­ rritorio está organizado de tal m anera que perm ite m antener dentro de un espacio interior seguro a las hem bras que llevan en sus entrañas a su 3 T r e s películas film adas en K e n y a en 1959: Baboon Behavior, Baboon Social Or. ganization, y Baboon Ecology.

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fu tu ra prole o que conducen a sus hijos pequeños. M achos poderosos las rodean protectoram ente y, a su vez, m antienen la vista en el horizonte guiando el tropel hacia donde hay com ida y defendiéndolo del peligro potencial. En épocas de paz los m achos fuertes tam bién protegen el “ círculo in tern o ” de las hem bras preñadas y las que están criando contra la intru­ sión de machos relativam ente m ás débiles y definitivam ente más impor­ tunos. U n a vez que se ha descubierto el peligro, toda la configuración erran te se detiene y consolida en un espacio interior de seguridad v un espacio extern.r de com bate. En el centro se sientan las hem bras preñadas y las m adres con sus recién nacidos. En la periferia están los machos me­ jo r equipados p ara pelear o ahuyentar a los anim ales rapaces. Estos filmes me im presionaron no sólo por su belleza e inventiva, sino porque en ellos pude ver, en el terreno cubierto de malezas, configura­ ciones semejantes a aquellas de las construcciones Indicas de Berkeley. Sin em bargo, los filmes sobre los m andriles nos pueden llevar un paso más allá. C ualesquiera que sean las diferentes morfologías entre las estructu­ ras óseas, las actitudes y el com portam iento de los m andriles hembras y machos, están adaptados a sus respectivas tareas de proteger y defender los círculos concéntricos, desde el seno procreativo hasta los límites del territorio defendible. De este m odo, las tendencias morfológicas “ se ade­ c ú an ” a determ inadas necesidades y por lo tan to son elaboradas por una organización social básica. Y m erece destacarse que aun entre los man­ driles los mejores guerreros exhiben una caballerosidad que perm ite a las hem bras, por ejem plo, tener hom bros más débiles y un equipo de lucha m ás pequeño. En consecuencia, tan to en la existencia prehum ana como en la hum ana, se sostiene la fórm ula de que el asunto de si, cuándo y en qué aspectos se puede decir que u n a hem bra en cualquier lugar es “más débil” , es una cuestión que ha de decidirse no sobre la base de pruebas com parativas de músculos, capacidades o rasgos aislados, sino sobre la de la adecuación funcional de cada ítem p a ra un organism o que, a su vez, se adecúa a una ecología de la función dividida. L a sociedad hum an a y la tecnología, por supuesto, h an trascendido la distribución evolucionaria, haciendo lugar a triunfos culturales de la adap­ tación asi como tam bién a la adaptació n defectuosa, física y m ental, en g ran escala. Pero cuando hablam os de las fuerzas y debilidades biológi­ cam ente dadas en la hem bra h u m an a, au n podem os tener que aceptar com o un a m edida de toda la diferencia el fondo biológico de la diferen­ ciación sexual. E n esto, el espacio interior productivo de la m ujer puede seguir siendo un criterio ineludible, sea que las condiciones le perm itan construir su vida parcial o totalm ente alrededor de éste o no. D e cual­ q u ier modo, puede dem ostrarse que m uchos de los Ítems susceptibles de ser puestos a prueba y que com ponen la larga lista de las diferencias “in-j n a ta s” entre los m achos y las hem bras hum anas tienen una función sig-: nificativa dentro de una ecología construida, como debe estarlo cualquierj ecología m am ífera, alrededor del hecho de que el feto hum ano debe ser llevado dentro del seno m atern o d u ra n te un determ inado núm ero de me­ ses, y de que el infante debe ser am am an tad o o, de cualquier modo,

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jj; criado dentro de un m undo m aternal que al principio está m ejor equiJ pado por la m adre (y esto tam bién en beneficio de su propia m aternidad recientem ente despertada) con la adición gradual de otras mujeres. Aquí j están implicados años de trabajo fem enino especializado. En consecuencia, | tiene sentido que la niña, la fu tu ra portadora de los huevos y los pof deres m aternales, tienda a sobrevivir a su nacim iento con más seguridad y i resulte ser u n a criatura más capaz de soportar las penalidades, que ha % de sufrir, ciertam ente, m uchas enferm edades sin im portancia, pero que % será más resistente a otras que resultan m ortales para el hom bre (por ejemplo, las del corazón) y pueda esperar una vida más larga. Tam bién í, tiene sentido que sea capaz antes que los niños de concentrarse en de­ is talles inm ediatos en cuanto al tiem po y al espacio, y que tenga, duranf te toda su vida, una m ejor discrim inación p ara las cosas que ve, toca y ¡ oye. R eacciona ante éstas de m odo más vivido y personal y con mayor ; compasión. Sin em bargo, aunque se aflige con más facilidad y es más fácil de conm over, tam bién se dice que se recupera más rápido, y está lista para reaccionar otra vez en cualquier lugar. Q ue esto es esencial f. para la tarea “ biológica” de reaccionar ante las necesidades diferentes | de los otros, en especial de los m ás débiles, no es una interpretación ab% surda; tam poco deberia parecer, en este contexto, una deplorable des'i igualdad el que en el empleo de músculos más grandes la m ujer muestre menos vigor, velocidad y coordinación. La niñita tam bién aprende a con1 - tentarse más fácilm ente dentro de un lim itado círculo de actividades y exhibe menos resistencia al control y menos im pulsividad de la clase que >? más tarde conduce a los niños y a los hombres a la “ delincuencia” . Poi dría dem ostrarse que todas estas y aun otras “ diferencias” com probadas I) tienen corolarios en nuestras construcciones lúdicas. Í;J A hora está claro que gran p arte del esquem a básico que aquí se suí /giere como fem enino tam bién existe en alguna form a en todos los homíjj bres y de m anera decisiva en aquellos que poseen un talento (o debilidad) especial. L a vida interior que caracteriza a algunos hombres artistas y creadores por cierto tam bién los compensa por ser biológicam ente hom| bres ayudándolos a especializarse en esa interioridad y m orada sensible (el !*■ alem án Innigkeit) que por lo general se adjudica a las mujeres. Tienen r|. propensión a oscilaciones cíclicas del ánim o al mismo tiem po que llevan í ideas concebidas al goce y hacia el acto de la creación disciplinada. La f cuestión es que en las.m ujeres el esquem a básico existe dentro de una configuración general óptim a como la que las culturas alim entan, con toda 3 razón, en la mayoría de las mujeres, e n . beneficio, de J a .supervivencia co5 lectiva_.así com o..tam bién de la realización individual. En consecuencia, i no tiene m ucho sentido, cuando se estudian las diferencias sexuales indi\ viduales, citar las desviaciones y los logros (o ambos) de hombres y mu*? jeres excepcionales, sin un relato inclusivo de sus personalidades multifacéticas, sus conflictos especiales y sus complejas historias de vida. Por í otra parte, siempre se debería destacar (y especialm ente en una civilizá­ is, ción pospuritana que continúa decretando la predestinación m ediante S, la clasificación despiadada de los individuos) que los estadios sucesivos

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de la vida ofrecen a quienes están creciendo y m ad u ran d o un plazo a m ­ plio p a ra la libre variación de la m ism idad esencial. Por ejem plo, la vida de la m ujer tam bién contiene un estadio adoles­ cente que he d ad o en llam ar m oratoria psicosociai, un período autorizado de dem ora del funcionam iento adulto. L a niña que está m adurando _y la m ujer joven, en contraste con la niñita pequeña y la m ujer m adura, pujT den de este m odo estar relativam ente más libres de la tiranía del espacio interior. E n realidad, son capaces de aventurarse en el “ espacio exterior” con u n a orientación y una curiosidad que a m enudo parecen hermafroditas, si no abiertam ente “m asculinas” . U n a especial dimensión ambula­ toria se agrega así al inventario de su conducta espacial, que muchas sociedades contrarrestan con reglas especiales de restricción virginal. Perój cuando las costum bres lo perm iten, la m uchacha prueba una variedadj de identificaciones posibles con el m acho fálico-am bulatorio aun cuandq experim enta con la experiencia de ser su contraparte y su atracción prinj cipal (u n a contradicción aparente con el tiem po se transform ará en una polaridad y en un estilo sexual y p ersonal). En todo esto, el espacio interior sigue siendjo _centraJLeQn respecto a la experiencia subjetiva, pero es abiertam en te m anifiesto sólo en la atracción constante y selectiva, por­ que sea que la m ujer joven atraiga a otros a sí m isma con interioridad m agnética, con exterioridad desafiante, o alternando am bas dram ática­ m ente, ella invita de m anera selectiva a lo que la busca. Con frecuencia, las m ujeres jóvenes pregu n tan si pueden “ tener una id en tid ad ” antes de que sepan con quién se casarán o p ara quién for­ m arán u n hogar. Concediendo que jtlgo en la identidad de la m ujer joyera debe mantenerse_ab.ierto a_las peculiaridades del hom bre cotí quien se va.a unir y de los.hijos que va a criar, creo que gran parte de_la identidad una m u jer joven ya está definida en. su clase de atracción y en la naturaleza, j selectiva de su búsqueda del hom b re..(u hom bres) que desea que la hu&_l quen. Este, por supuesto, es sólo el aspecto psicosexual de su identidad, y puede serle m uy útil postergar su fin m ientras se entrena como traba-' jad o ra y ciu d ad an a y se desarrolla como u n a persona dentro de las posi­ bilidades de asunción de roles de su época. El singular atractivo y brillo que las m ujeres jóvenes exhiben en un conjunto de actividades evidente­ m ente alejadas de la fu tu ra función del p arto es uno de esos fenómenos estéticos que casi parecen trascender todas las m etas y propósitos y por lo ta n to vienen a simbolizar la autoim plicación del puro existir (de don­ de las m ujeres jóvenes, en las artes de todas las épocas, han servido como la rep resentación visible de ideales e ideas y como la m usa, el alma y el enigm a del hom bre creativo). P or lo tanto, uno se resiste un poco a asig­ nar u n significado ulterior a lo que parece tan significativo en sí mismo, y a sugerir que el espacio interior está tácitam ente presente en todo ello. U n a v erd ad era m oratoria debe tener u n plazo y u n a conclusión: lo fe-,, m enino llega cuando la atracción y la experiencia han logrado seleccionar | aquello que debe adm itirse p a ra dar la bienvenida al espacio interior para siem pre” . D e este m odo, sólo un enfoque configuracional total — somático, his-

storico, individual— puede ayudarnos a ver las diferencias del funciona­ rá miento y la experiencia en el contexto, más que en la com paración aish lad a y sin sentido. En consecuencia, la m ujer no es “más pasiva” que el ■hombre, sim plem ente porque su función biológica central la obliga o le .^permite ser activa de una m anera que arm oniza con los procesos corpo?'raím ente internos, o porque pueda estar do tad a de una cierta intim idad i y contenida intensidad de sentim iento, o porque pueda optar por vivir en J.el protegido círculo interior den tro del que puede florecer el cuidado Em aternal. T am poco es “mas m asoquista” porque deba aceptar periodij cidades internas adem ás del dolor del parto, que la Biblia explica como :el castigo eterno por la conducta delictiva de Eva, y que escritores tan ^recientes como Simone de Beauvoir interpretan como “un elemento hostil ^dentro de su propio cuerpo” . Si lo consideram os junto con el fenómeno jyde la vida sexual y la m aternidad, es obvio que el conocimiento que la 'f m ujer tiene del dolor la convierte en u n a “ dolorosa” en un sentido más |p ro fu n d o que el de una persona adicta a pequeños dolores. Ella es más i .bien alguien que “se tom a el trab ajo ” de com prender y aliviar el sufri^ miento y puede enfrentar a otros para que tengan la paciencia necesaria i. para soportar el dolor inevitable. Por lo tanto, es una “ m asoquista” únicaim en te cuando explota perversa o vengativam ente el dolor, lo que significa | que se sale de su función fem enina, en vez de entregarse más profundaj. mente a ella. Por el mismo m otivo, u n a m u jer sólo es patológicam ente ’. pasiva cuando se hace dem asiado pasiva dentro de una esfera de eficienfeia e integración personal que incluye su disposición para la actividad •femenina. p ^ Sin em bargo, hay un argum ento difícil de contradecir. D urante muchí•íim o tiem po, las mujeres (en todo caso, las de épocas patriarcales), se han •Jpr e s ' ; a !^ 0 a una variedad de roles que las condujeron a una explotación -d e los potenciales masoquistas: ellas mismas h an perm itido que se las , ^confinara e inmovilizara, esclavizara e infantilizara, prostituyera y explo|.tara, obteniendo de ello, en el m ejor de los casos, lo que en psicopatologia ¿denominamos “beneficios secundarios” de dom inio desviado. Sin embargo, |este hecho podria explicarse de m anera satisfactoria sólo dentro de una jjiueva clase de historia biocultural que (y este es uno de mis puntos prin® ppales) prim ero debería superar la opinión prejuiciosa de que la m ujer debe ser, o será, lo que ella es o h a sido en condiciones históricas parJticulares.

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7 i: i í; ¿Estoy diciendo entonces que “ la anatom ía .es... eL d estino” ? Sí, es el Udestino, en tanto que determ ina no sólo la extensión y la configuración j^del funcionam iento fisiológico y su lim itación, sino tam bién, hasta cierto Ipunto, las configuraciones de la personalidad. N aturalm ente, las m odali­ d a d e s básicas del compromiso e im plicación de la m ujer tam bién reflejan ití plan básico de su cuerpo. En otro contexto he identificado la “ incep|ción” como una m odalidad dom inante ya en los prim eros años de la vida

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y en el juego de los niños . 4 Podemos m encionar de paso la capacidad de la m ujer en m uchos niveles de la existencia p ara incluir activamente, p a ra aceptar, para tener y retener (pero tam bién p ara aferrarse y contener) . P uede ser p ro tecto ra con u n a alta selectividad y sobreprotectora sin dis­ crim inación. Q u e debe proteger significa que está obligada a confiar en la protección (y puede exigir sobreprotección). P ara estar segura, tam­ bién posee un ó rg an o de intrusión, el pezón que am am anta, y su deseo de au xiliar puede, p o r cierto, hacerse intrusivo y opresivo. En realidad, mu­ chos hom bres — y tam bién m ujeres— piensan en esas exageraciones y des­ viaciones cuando se exam inan los potenciales singulares del sexo femenino. Sin em bargo, com o se señaló, no tiene m ucho sentido p reg u n tar si en cu alquiera de estos aspectos u n a m ujer “ lo es m ás” que un hom bre, sino cu án to varía d en tro del sexo fem enino y qué beneficio saca de ello den­ tro del curso de su v ida y de sus oportunidades históricas y económicas. H a sta aquí sólo he reiterado el fondo fisiológico que no debe negarse ni al que tam poco se le debe d a r un énfasis exclusivo. Porque un ser hu­ m ano, adem ás de tener un cuerpo, es alguien, lo que significa que es una personalidad indivisible y un m iem bro definido de un grupo. En este sen­ tido, el aforism o de N apoleón de que la historia es el destino, con el que F re u d , según creo, pretendió hacer un contrapunto con su aforismo de que el destino está en la anatom ía (y con frecuencia uno debe saber qué aforism os tra tó de utilizar un hom bre como co n trap u n to de sus aforismos m ás un ilaterales), tiene la m ism a validez. En otras palabras: la anatomía, la historia y la personalidad constituyen nuestro destino combinado. Los hom bres, p o r supuesto, han com partido y se h a n ocupado de algu­ nos de los intereses que las m ujeres representan: cada sexo puede tras­ cenderse p a ra sentir y representar los intereses del otro. Porque aun cuan­ do las verdaderas m ujeres albergan u n a m asrulinidad legítim a, así como tam bién com pensatoria, de la misma m an era los verdaderos hom bres pue­ d en particip ar de la m atern id ad (si las costumbres se lo p erm iten). C uando estam os buscando u n a observación que salve el obstáculo exis­ tente entre la biología y la historia, viene a la m ente un ejem plo histórico extrem o en el que las m ujeres elevaron su función procreativa a un estilo de vida cuando sus hom bres parecían haber sido totalm ente derrotados. Esta historia m e fue señalada en dos ocasiones, cuando participé en conferencias en el C aribe y aprendí las pautas fam iliares dom inantes en todas las islas. Los sacerdotes habían tem do razón p ara deplorar, y los antropólogos p a ra explorar, la p a u ta de la vida fam iliar en el Caribe, in­ terp re ta d a de m odo alternativo como africana o como una consecuencia de los días de esclavitud de la N orteam érica de las plantaciones, que se extendían de desde la costa noreste del Brasil, pasando por el círculo me­ dio del C aribe, h a sta llegar al sector sudeste de los actuales Estados Lnidos. Las plantaciones, por supuesto, eran fábricas agrícolas que pertenecían y eran operadas p o r caballeros cuya identidad cultural y económ ica tenía sus raíces en u n a clase superior suprarregional. E n ellas trab ajab an escla< C h i ld h o o d a n d S oc ie ty, ob. cít., pág. 88.

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jos, esto es, hom bres que, por considerárselos un m ero equipo, se los ¿tilizaba donde y cuando era necesario y que con frecuencia tenían que jenunciar a toda oportunidad de convertirse en los amos y señores de sus Emilias y comunidades. Por lo tanto, se ab an d o n ab a a las mujeres con ¿s hijos de varios hombres que no podían proveer a sus necesidades o dar jfotección, ni tam poco proporcionar identidad alguna, excepto la de una especie subordinada. El sistema fam iliar que resultó de esto se describe en la literatura en térm inos de circunscripciones: la prestación de “servi(jos sexuales” entre personas a quienes no puede denom inarse de una jjanera más definida que como “am antes” ; la “ inestabilidad m áxim a” je la viaa sexual de las jót'enes que con frecuencia “ cedían” el cuidado de it. prole a sus m adres; y las m adres y abuelas, quienes determ inan el •podo de cooperación estandarizada” que constituye el requisito mínimo íjue perm ite dar el nom bre de fam ilia a un grupo de individuos. En conjtcuencia, estos son los “grupos de fam ilia” , simples viviendas ocupadas por personas que com partían una provisión com ún de com ida y la admiostraban “m atrifocalm ente” (una p alab ra que no define en toda su realijád el grandioso rol de la figura todopoderosa de la abuela, que anim ará jsus hijas a dejarle sus infantes o, d e cualquier m odo, a perm anecer con i a m ientras continúen teniendo hijo s). D e esta m anera, la m aternidad se jonvirtio en la vida de la com unidad, y allí donde los sacerdotes pudieron Bcontrar poca o ninguna m oralidad, y los observadores casuales poca o ñnguna tradición, las m adres y abuelas tuvieron que convertirse en p a­ tes y abuelos en el sentido de que ejercieron la única influencia continua jpe resulto en un conjunto de norm as siem pre nuevam ente improvisado pra las obligaciones económicas de los hom bres que habían engendrado (dos niños. Ellas respaldaron las reglas para evitar el incesto. Sobre todo, ¿é parece, proporcionaron la única superidentidad que quedaba después fe la esclavitud de los hombres, a saber, la del valor de un infante hum ano rescindiendo de su origen. vEs bien conocido cuantos caballeritos blancos se beneficiaron con la pnerosidad de las amas de cría negras (las m am m ies sureñas, las das follas o las babas brasileñas). Por supuesto, los racistas no tienen muy S cuenta este cuidado fenomenológico considerándolo una m era servi6 mbre, al mismo tiempo que los m oralistas lo condenan considerándolo visualidad africana y los refugiados blancos “ continentales” de sexo feme|no lo idolatran como auténtica fem ineidad. Sin em bargo, puede verse ¿ las ralees de este m aternalism o un gesto grandioso de la adaptación pmana que ha ofrecido a la zona del C aribe (que ahora está buscando fea p auta política y económica para hacer justicia a su unidad cultural) into la prom esa de una identidad m aternal positiva como la am enaza . í u n a identidad m asculina negativa, porque el hecho de que la identidad «cansaba en el simple m érito de h ab er nacido, sin duda alguna h a de­ ntado la aspiración económica de muchos hombres, d in la vida de Simon Bolivar puede verse que esta ha sido una im por­ tóte cuestión histórica. Este “libertador de A m érica del S ur” nació en ^región costera de Venezuela, pu n to de anclaje del gran circulo medio

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del C aribe. En 1827, cuando Bolívar libertó C aracas y entró en ella triun­ falm ente, reconoció a la negra H ipólita, su antigua nodriza, entre la mul­ titud. D esm ontó y “se arrojó en ios brazos de la m ujer negra que sollozó de alegría” . Dos años antes, h ab ía escrito a su herm ana: “A djunto una carta p a ra mi m adre H ipólita, con el fin de que puedas darle todo lo que quiera y tra ta rla como si fuera m i m ad re; su leche alim entó mi vida, y nunca conocí otro padre más que ella” (la traducción no es m ía). Cua­ lesquiera que fueran las razones personales p ara la efusividad de Bolívar. hacia H ip ó lita (perdió a su m adre a los nueve anos, etcétera), la im­ portan cia biográfica de este item arm oniza am pliam ente con la significa­ ción histórica del hecho de que pudo explotar esta relación como ítem de p ro p ag an d a d en tro de esa peculiar ideología de raza y origen que con­ tribuyó a su carism a a lo largo de todo el continente que libertó (de sus antepasados). Ese continente no nos interesa aqui. Pero en lo que se refiere a la zona del C aribe, el tem a m atrifocal explica gran parte de un cierto desequi­ librio en tre la confianza y la debilidad de iniciativa extrem as que pudie­ ron expectar ta n to los dictadores nativos como el capital extranjero, y que ah o ra se ha convertido en la preocupación de los antiguos amos co­ loniales y de los líderes em ancipados de varios grupos de islas. Cono­ ciendo esto, debem os com prender que el grupo de hombres y muchachos con b arb a que se h a hecho cargo de una de las islas, representa un tipo de hom bre deliberadam ente nuevo que insiste en probar que el varón del Caribe puede g a n a r su dignidad en la producción tanto como en la pro­ creación, sin la imposición del liderazgo o de la propiedad “continentales”. Esta transform ación de la zona de una isla m ulticolor en un espacio interior estructurado por la m u jer constituye un ejemplo casi clínico que debe aplicarse con precaución. Y sin em bargo, es sólo un relato extraído de esa historia no oficial el que a ú n se debe escribir p ara todas las regio­ nes y épocas: la historia de los territorios y dominios, mercados e impe­ rios; de la tran q u ila creatividad de las m ujeres al preservar y restaurar lo que la historia oficial habia destrozado. Algunos movimientos en la his­ toriografía contem poránea, como los intentos de describir cuidadosamente la atm ósfera diaria de una localidad determ inada en una época histórica dada, parecen indicar la creciente conciencia de que se necesita, diríamos, una historia integrada. E n consecuencia, existe la cuestión real de si algún cam po de estudio puede a p o rta r los datos sobre los que se puedan basar supuestos válidos referentes a las diferencias en tre los sexos. Hablam os de hechos anató­ micos, históricos y psicológicos y sin em bargo debe ser evidente que los hechos descubiertos de m anera confiable por los métodos de uno de estos cam pos pierden, p o r el mismo m otivo, u n a interconexión sum am ente vital. El hom bre es, a u n mismo tiem po, p arte de un orden somático de las cosas, así como tam bién de uno personal y social. Para evitar identificar estos órdenes con campos establecidos, perm ítasem e denom inarlos Soma, Psique y Polis, porque al menos pueden estar al servicio de intentos para designar nuevos cam pos de investigación, como el cam po psicosomático ya

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póstente y el psicopolítico que seguram ente h a de aparecer. C ada orden p a rd a cierta integridad y tam bién ofrece una libertad de elecciones opionales o por lo menos factibles, m ientras el hom bre viva en los tres y Jeba tener éxito en su com plem entación m utua y en sus contradicciones (eternas”. El Som a.es el principio del organism o que está viviendo su ciclo, vital. Pero el Som a femenino no se com pone solam ente de lo que está debajo je la piel de una m ujer y de la variedad de apariencias sugeridas por los jambios que la m oda introduce en sus ropas; incluye una m ediación en evolución, tan to genética como sociogenética, m ediante la cual crea jh cada criatura la base som ática (sensual y sensorial) para su identidad jjsica, cultural e individual. U n a vez que se ha concebido un niño, es jreciso com pletar esta misión. Es el trabajo singular de la m ujer. Pero gnguna m ujer vive o necesita vivir únicam ente en esta extendida esfera jomatica. El m undo m oderno le ofrece un plazo cada vez m ayor para oegir, planear o renunciar a sus tareas somáticas con más conocimiento J responsabilidad. Por lo tanto, puede y debe tom ar, o de otro modo des­ cuidar sus decisiones como ciudadana y trab ajad o ra y, por supuesto, como 'ividuo. | En lo que respecta a la esfera de la Psique,) hemos exam inado el prinppio organizador denom inado yo^ Es en el yo donde la experiencia indi|idualizada tiene su centro organizador porque él es el g u ardián de la ^divisibilidad de la persona. L a organización del yo actúa como mediar entre la experiencia personal y la som ática y ía realidad política en ti más am plio sentido. P a ra hacerlo, utiliza, mecanismos psicológicos co­ munes a ambos sexos (un hecho que hace posible la com unicación inteli|ente, la comprensión m u tu a v la organización social). El individualismo f ia igualdad m ilitante han nflado esta esencia de la individualidad hasta {1 punto en que parece com pletam ente libre de diferencias somáticas v »ciales. Pero es lósrico que la fuerza activa del yo. y especialm ente la Identidad dentro de la individualidad, necesite y emplee el poder del desrrollo somático y de la organización social. Aquí, entonces, el hecho de ue una m ujer — cualquiera sea la actividad que pueda tam bién desarro^ar nunca deja de ser una m ujer, crea relaciones singulares entre su ádividualidad, su existencia som ática y sus potenciales sociales y exige pie la id e n tid a d fe m e n in a se estudie y defina en su propio dominio. £d e n o m in o P o lis ta ,esfera_ de la .ciudadanla_porque quiero destacar que icanza hasta los limites de lo que se reconoce como la “ciudad” propia, a com unicación m oderna hace esa com unalidad aun más grande (si no b b a l) . Es posible dem ostrar que en esta esfera las m ujeres com parten m los hom bres u n a estrecha identidad de orientación intelectual y capatíad p ara el trabajo y el liderazgo. Pero en ella, la influencia de ías m u ­ res tam poco se realizará - plenam ente hasta que refleje sin excusas' los jehos del “espacio interior-”- y las potencialidades ^ n e c e sid a d e s del psipjismo.femenino. A ún es imposible predecir cuáles serán las tareas y los files, las oportunidades y las especificaciones laborales una vez que las bujeres no estén m eram ente adaptadas a trabajos m asculinos en la eco­

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nom ía y la política, sino que hayan aprendido a ad ap tar los empleos a ' sí mismas. T a l reevaluación revolucionaria hasta puede conducir a la j com prensión de que los empleos que ahora denom inam os masculinos tam- i bién obligan a los hom bres a realizar adaptaciones inhum anas. F,n consecuencia, debe quedar en claro que r.o uso mis definiciones refe­ rentes a la im portancia central del don procreactivo de la m ujer en un renovado intento m asculino de “ condenar” a todas las mujeres a la ma- í tern id ad p erp etu a y de negarles la equivalencia de la individualidad y la igualdad de la ciudadanía. Pero puesto que u n a m ujer nunca deja de serlo, " pued e ver sus m etas de largo alcance únicam ente en aquellos modos de actividad que incluyen e interesan sus disposiciones naturales. Me incli­ n a ría a creer que u n a m ujer verdaderam ente em ancipada se negaría a ' acep tar com paraciones con las inclinaciones m asculinas más “activas” como | u n a m edida de su equivalencia, au n cuando, o precisam ente cuando ha í llegado a ser bien evidente que ella puede com petir c.on la actuación y la k capacidad del hom bre en casi todas las esferas de realización. La verda-t ; ¿ d e ra igualdad sólo puede significar el derecho a ser singularm ente creativoj £ L a m ayoría de las diferencias sexuales verificables (adem ás de aquellas ; : que son intrínsecas a la sexualidad y la procreación) establecen para cada ; sexo sólo u n a esfera de actitudes y atributos que para la mavor parte de ¡ t sus m iem bros “ se m anifiestan naturalm en te , esto es, predisposiciones, pre- , dilecciones e inclinaciones. L a m ayoría de estas pueden, por supuesto, , desaprenderse o reaprenderse con m ayor o m enor esfuerzo v especial ta­ lento. N o se puede negar lo siguiente: con las oportunidades cada vez m ás am plias que le ofrecen la tecnología y la instrucción, la cuestión se j reduce a cuántas v a cuáles partes de sus inclinaciones innatas la mujer ) de m añ an a sentirá como lo más n atu ral que debe preservar y cultivar i (“ n a tu ra l” en el sentido de que puede ser integrado y hecho continuo en j los tres aspectos básicos m en cio n ad o s). _ ^ ;■ P or lo tanto, como cuerpo, la m u ier atraviesa estadios vitales que están. : eslabonados con las vidas de aquellos cuya existencia corporal es Ínter- , dependiente de la suya (y cada vez más p or su propia elección) . Pero • com o estudiosa, digamos, en un cam po estructurado por leves matemáticas,. •, ju n a m uier es tan responsable como cualquier hom bre de los criterios de ; 1evidencia que son intersexuales o. m eior aún. supersexuales. Por último, j com o persona individual, ella utiliza sus inclinaciones (biológicamente otor! gadas) y sus oportunidades (tecnológica y políticam ente dadas) para to¡ m a r las decisiones que parecerían hacer su vida más continua y signifi­ c a tiv a , sin d eiar de cum plir las tareas de la m aternidad y la ciudadanía.. ; L a cuestión radica en cómo estas tres áreas vitales penetran entre sí (nun­ ca, por cierto, sin conflicto y tensión y sin em bargo con alguna continuidad , d e p ro p ó sito ). . ; P or últim o, p ara considerar u n a de las fronteras del trabaio de las ; m uieres: la naturaleza de la ingeniería v ele la ciencia, por ejemplo, esta ; bien alelada de las diferencias sexuales de los que trabajan en estos cam­ pos, aunque tam bién el en trenam iento científico es más o menos periférico con respecto a las tareas íntim as del sexo fem enino y de la maternidad,

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Estoy bastante seguro de que las com putadoras construidas por mujeres n° ] revelarán una “lógica fem enina” (a pesar de que no sé cuán razo­ nable es esta razonalilidad, puesto que las m ujeres no se ocuparon de in, entarlas, en prim er lugar) ; la lógica de las com putadoras es, para bien o p ara m ah de una clase suprasexual. Pero, qué preguntar o no a los m ons­ truos y cuándo confiarles o no decisiones vitales: m e inclinaría a creer que es allí donde las mujeres bien entrenadas podrían contribuir con una nueva clase de visión en la aplicación diferencial del pensamiento cien­ tífico a tareas hum anitarias. Pero yo iría más^ lejos. ¿Sabem os y podemos realm ente saber qué le sucederá a la ciencia o a cualquier otro cam po si y cuando las mujeres esten verdaderam ente representadas en ellos (no por unas pocas excepcio­ nes gloriosas sino cuando sean los miem bros de la élite científica) ? ¿ Es realm ente la inspiración científica tan im personal y lim itada por el m étodo qtm la personalidad no desem peña ningún rol en la creatividad científica? Y si convenimos en que una m uier nunca deja de serlo, aun cuando haya llegado a ser una excelente científica y colaboradora, y en especial c u an ­ do h a superado todas las excusas o pretensiones especiales, ¿entonces por qué negar tan enérgicam ente que tam bién puedan existir áreas en la ciencia (en la periferia científica de algunas tareas, y quizás en la esencia misma de otras) donde la visión y creatividad de las mujeres aún pueda conducir, no a nuevas leyes de verificación, sino a nuevas áreas de inves­ tigación y a nuevas aplicaciones? Sugiero que tal posibilidad podría afir­ marse o negarse sólo si y cuando las m ujeres estén lo suficientem ente re­ presentadas en las ciencias y puedan descansar con respecto a la tarea y al rol y aplicarse a lo desconocido. M i señalam iento principal es que allí donde se rom pan las restricciones aun es posible esperar que las m ujeres cultiven las implicaciones de lo que está biológica y anatóm icam ente determ inado. L a m ujer puede, en nuevas áreas de actividad, equilibrar el esfuerzo indiscrim inado del hom bre por perfeccionar su dom inio sobre los espacios exteriores de la expansión nacio­ nal y tecnológica (al precio de arriesgar la aniquilación de la especie) con la determ inación de destacar esas variedades del cuidado y la vigi­ lancia que se harían responsables de cada niño nacido en una hum anidad planeada. H a b rá m uchas dificultades en una nueva adaptación conjunta de los sexos^ a las condiciones cam biantes, pero ellas no justifican los p re­ juicios que im piden a la m itad de la hum anidad p articipar en el planea­ m iento y en la tom a de decisiones, sobre todo en una época en que la otra m itad, por su ascenso com petitivo y por la aceleración del progreso tecnológico, nos ha conducido a nosotros y a nuestros hijos al borde gigan­ tesco en el que vivimos, a pesar de toda nuestra opulencia. / Siem pre se desarrolla una nueva fuerza de adaptación en las épocas his­ tóricas en las que existe una confluencia de energía individual em ancipada con las posibilidades de un nuevo orden social y técnico. Las nuevas gene­ raciones logran la m edida plena de su vitalidad en la continuidad de nuevas libertades con una tecnología y una visión histórica en desarrollo. Allí tam bién la síntesis personal se ve vigorizada y, con ella, un aum entado

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sentim iento de h um anidad que los niños tam bién sentirán, aun si se exi­ gen nuevas adaptaciones en la esfera de la m aternidad. L a inventiva social y el nuevo conocim iento pueden co ntribuir a planear los reajustes nece­ sarios en una sociedad que está segura de sus valores. Pero sin estos valores, la ciencia que estudia el com portam iento tiene poco que ofrecer. P or lo tanto, podem os abrig ar la esperanza de que hay algo en la crea­ tividad específica de la m u jer que h a esperado sólo un esclarecimiento de su relación con la m asculinidad (incluyendo la propia) p ara asum ir su p arte de liderazgo en esos fatales asuntos hum anos que hasta ahora se han d ejado com pletam ente en las m anos de hom bres talentosos y conductores, y con frecuencia de hom bres cuyo genio p ara el liderazgo a veces ha cedido a un despiadado autoengrandecim icnto. Es obvio que a p artir de este m om ento la hum an id ad depende de nuevas clases de inventos sociales y de instituciones que protegen y cultivan aquello que cría y alim enta, cuida y tolera, incluye y preserva. E n m i últim a conversación con Paul Tillich, éste m anifestó inquietud por la preocupación clínica acerca de un “yo ad ap table” que él sentía que po d ría soportar (éstas son mis palabras) otros intentos de m anufac­ tu ra r u n a hum anidad que se sentiría tan “a d a p ta d a ” que sería incapaz de en fren tar “ intereses fu ndam entales” . Estuve de acuerdo en que el psi­ coanálisis se encontraba en peligro de transform arse en una parte de esa vana canalización de la existencia, pero que en su origen y esencia intenta liberar al hom bre p a ra “intereses fundam entales” . Porque tales intereses sólo pueden com enzar a ser fundam entales en esos raros momentos y lu­ gares donde term inan los resentim ientos neuróticos y se trasciende la m era readaptación. Creo que estuvo de acuerdo. Se puede agregar que lo F u n ­ d am ental del hom bre con frecuencia se ha visualizado como una infinitud que em pieza donde concluye la conquista m asculina de los espacios exte­ riores y como un reino donde se debe reconocer hum ildem ente el dom i­ nio de un Ser “aun m ás” om nipotente y om nisciente. No obstante, es posible descubrir que lo F u n d am en tal tam bién puede residir en lo Inm e­ diato, que ha sido en gran m an era el dom inio de la m u jer y de la mente interior.

C ap ítu lo VIH LA RAZA Y LA ID E N T ID A D G LOBAL

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El concepto (o térm ino) de identidad parece p en etrar gran parte de la literatu ra sobre la revolución negra en los Estados U nidos; asimismo p a ­ rece haber em pezado a representar, en otros países, algo de la esencia psicológica de la revolución de las razas y naciones de color que buscan em anciparse de los rem anentes de las pautas de pensam iento coloniales. Sea cual fuere el contenido que esta palabra sugiera, realm ente parece aludir a la condición de muchos protagonistas de esta coyuntura histórica. Por ejem plo, cuando N ehru — según me han referido— dijo que “G andhi dio una identidad a la In dia” , situó el térm ino, evidentem ente, en el cen­ tro mismo de ese desarrollo de una técnica de no violencia, política y religiosa, m ediante la cual G andhi procuró forjar en los hindúes una uni­ dad singular, al mismo tiempo que insistía en su com pleta autonom ía den­ tro del Im perio Británico. ¿Pero qué quería decir N ehru? R obert Penn W arren, en su libro W ho Speaks for the Negro?, reac­ ciona así ante la prim era mención de la palabra expresada por uno de sus inform antes: M e aferró a la p a la b r a identidad. Es ésta u n a p a la b r a clave. Se la oye utilizar u n a y otra vez. Sobre este té rm in o se centrará , en t o m o a él se c oagulará u n a d o c en a de problem as, que se m ezclan y c onfunden e ntre sí. Alienado del m u n d o p a r a el q u e h a n a c id o y del país del cual él es c iu d a d an o , pe ro rodeado, no obs­ tante, p o r los valores triu nfantes de ese m u n d o y de ese país nuevos, ¿cóm o p u e d e el negro definirse a si mismo? 1

A tendiendo al m ero uso de la p alab ra “identidad” no podremos decir con qué frecuencia se la em plea para connotar algo semejante al sig1 R o b e r t Penn W a r r e n : se, 1965, pág. 17.

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n iñ e a d o que le adjudicam os. C uando apareado con ella figura el término “crisis” , es más probable que haya una congruencia de significado, y es, por cierto, frecuente que se im plique el sentido de u na crisis nacional o racial que exige de la gente una revolución de toma de conciencia. En la In d ia , com o en todas partes, su contexto es el de un despertar de lo que G a n d h i ha llam ado la “cuádruple ru in a ” producida de algún modo por la colonizació n : ruina política y económ ica, cultural y espiritual. P arecería justificable, por lo tanto, exponer nuevam ente algunas di­ m ensiones del problem a de la identidad y relacionarlas con esta súbita em ergencia de u n a tom a de conciencia nacional de la posición del negro en los Estados Unidos. Em pecem os con las biografías. Al principio de este libro señalé que afirm aciones positivas como la exuberante declaración de W illiam Jam es y la solem ne confesión de Sigm und Freud acerca de la existencia de un sen­ tim iento in terio r de unidad con ellos mismos y con algunos de los que los ro d eab an , difícilm ente podía esperarse en los escritores negros que, para ser igualm ente veraces, deben intentar, con el mismo fervor, form ular el odioso resultado de ese proceso psicosocial al que nosotros denom inam os identi­ dad. Y , en efecto, las declaraciones correspondientes de los autores negros están expresadas en térm inos ciertam ente tan negativos que en un co-1 m ienzo dan la impresión de falta de identidad o, de algún modo, de un¡ casi total predom inio de elementos de identidad negativa. Por ejemplo, m encionarem os la clásica declaración de D u Bois acerca de la condición de in audible del negro — y tengamos en cuenta que D u Bois, vivió como “ in teg rad o ” — , aunque prefirió residir en su ciudad de Berkshire, como cualq u ier niño negro norteam ericano. A un asi llegó a expresarse en los térm inos siguientes: Es difícil h a c e r c o m p re n d er a otros todo el significado psicológico de la se­ g r e g a c ió n d e casta. Es como si uno, desde u n a oscura caverna enclavada en la l a d e r a de u n a m o n ta ñ a am enazante, v iera pa sa r el m u n d o y le h a b l a r a ; le ha­ b l a r a cortés y pe rsuasivam ente, explicándole cóm o esas almas enterradas están d if ic u lta d a s en su m ovimiento, expresión y desarrollo na tura le s; y cómo el librarlos de su p risió n seria u n a cuestión no de m era cortesía, com prensión y apoyo para ellos, sino u n a ay u d a p a r a todos. U n o sigue h a b la n d o apacible y lógicamente de e s t a m a n e r a , pero advierte que la m u ltitu d q u e pasa ni siquiera vuelve la c ab e za o, si lo hace, sólo m ira con curiosidad y prosigue su m archa. Poco a poco e m p i e z a a g a n a r la m ente d e los prisioneros la idea de que esa gente que pasa no los oye, q u e u n a gruesa l á m in a de vidrio, invisible, pero terriblem ente real, se alza e n t r e ellos y el m undo. Se excitan, ha b la n en voz más alta, gesticulan. Algunos in d iv id u o s d e ese m u n d o que pasa se detienen y curiosean; las gesticulaciones p a r e c e n desprovistas de sentid o; rien y c o n tin ú a n su camino. Siguen sin oir nada o sólo m u y c o nfusam ente e incluso lo que oyen no lo entienden. Las personas que e stán a d e n t r o p u e d e n volverse histéricas. P ue de n grita r y aplastarse c o n tr a los b a r ro te s, ad v irtien d o , apenas, en su confusión, que están g r ita n d o en u n vacio i n a u d ib le y q u e sus e xtravagancias p u e d en p a rec er realm ente graciosas a los que m i r a n desde afuera. Incluso p u e d e n atravesar, a qui y allí, los barrotes, lastim án­ dose y desfigurándose, y encontrarse frente a u n a m ultitu d a te rro riz a d a implacable y a b r u m a d o r a , atem orizada po r su p r o p i a existencia.2 2 W . E. B. D u Bois: Dusk of Dawn. N u e v a York, H a rc o u rt, Brace & Co., 1940, págs. 130-131.

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Desde ese negro inaudible de D u Bois, hasta los títulos de Baldwin y Ellison, que sugieren invisibilidad, anonimato y ausencia de rostro, no hay más que un paso. Pero yo no in terp retarla estos tem as como una mera expresión quejum brosa de ese sentim iento del negro norteam ericano de “no ser nadie” — rol social que, sólo Dios sabe porqué se constituyó en su herencia— . M e inclinarla más bien a in terp retar la desesperada pero bien determ inada preocupación por la invisibilidad que sienten estos hom ­ bres creativos, como una dem anda extrem adam ente activa y poderosa de ser vistos y oídos, reconocidos y enfrentados como individuos con una elección y no como hom bres m arcados por lo que es h arto superficialm ente Visible: su color. D efienden obsesivamente una identidad que existe de m anera latente pero que, de algún m odo, carece d e voz y voto frente á los estereotipos que la ocultan. Están librando una batalla para reconquis-i tar p ara su gente, pero sobre todo (tal como deben hacerlo los escritoresf, p a ra sí mismos, aquello que V ann W oodw ard denom ina una “identidad renunciada” . M e agrada este térm ino porque no supone, como ocurre en; p u c h o s escritos contem poráneos, u n a ausencia total — algo que ha de ser' buscado y encontrado, concedido o dado, creado o fabricado— sino algo ¡ que debe ser recuperado. Debemos destacar esto, porque lo que es latente í>uede convertirse en actualidad viviente, y de este m odo en puente que tina el pasado con el futuro. Por lo tanto, la difundida preocupación por la identidad puede verse fio sólo como un síntom a de “alienación” , sino tam bién como u n a ten ­ dencia correctora de la evolución histórica. T al vez sea ésta la razón por la cual tanto los escritores revolucionarios como los que provienen de grupos m inoritarios nacionales y étnicos (como los expatriados irlandepes o los escritores negros y judíos) se han transform ado en los portavoces y profetas artísticos de la confusión de identidad. L a creación artística va más allá de la queja y de la declaración; incluye la decisión m oral de que se debe tolerar una cierta conciencia de identidad dolorosa con el fin de que se provea a la conciencia del hom bre u n a crítica de las con­ diciones, la com prensión y las concepciones necesarias p ara curarse de aque­ llo que lo fragm enta y am enaza m ás profundam ente: su división en lo que hemos denom inado seudoespecies. E n esta nueva literatura se enfrentan y simbolizan hechos que antes no ;ran conscientes o no se verbalizaban, y se lo hace de una m anera que a nenudo se asem eja al proceso psicoanalítico. Pero aquí el “caso” es tras­ pendido por la revuelta hum ana, el reordenam iento interior p o r el intenso :ontacto con la actualidad histórica. Y finalm ente, ¿estos escritores no (sstán proclam ando tam bién una esencial superioridad de la identidad ato r­ m entada sobre esas identidades que se sienten tan seguras y distantes como un apacible hogar suburbano? Lo que aquí está en juego es n ad a menos que la realización del hecho y la obligación de la especie del hom bre. G randes líderes religiosos han ntentado rem over las resistencias co n tra esta conciencia, pero sus iglesias ían tendido m ás a un ir que a evitar el desarrollo de lo que aquí tenemos ;n m ente, a saber, la convicción profundam ente arraigada del hom bre de

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que alguna providencia ha hecho a su tribu, raza o casta, y, sí, incluso su religión, ‘‘n atu ralm en te” superior a las demás. Como ya lo hemos se halado, esta convicción parece form ar parte de una evolución psicosocial .que h a desarrollado al hom bre en pseudoespecies. Este hecho, por supuesto, se halla arraigado en la vida tribal y se basa en todas las peculiaridades de la evolución cuya consecuencia fue el hombre. Entre estas peculiaridades se encuentra su prolongada infancia durante la cual el re­ cién nacido, que “naturalm en te” h a venido al m undo para ser el animal m ás “com ún” de todos y capaz de adaptarse a medios muy diferentes se especializa com o m iem bro de un grupo hum ano con su complejo inter­ juego de un “m undo interior” y un am biente social. De esta m anera llega a adoctrinarse en la convicción de que únicam ente su “ especie” fue píanead a por u n a deidad om nisapiente, creada en un acontecim iento cós­ m ico especial, y elegida por la historia p ara salvaguardar la única versión g en u in a de la hum anidad, bajo el liderazgo de élites y líderes elegidos. A h o ra bien, “ pseudo” sugiere pseudología, una form a de m entir con una convicción por lo menos pasajera; y, por cierto, el mismo progreso del hom bre lo h a arrastrad o en una com binación de desarrollos en los que parece difícil que influyan la racionalidad y la hum anidad que podría esgrim ir contra las ilusiones y prejuicios que ya no merecen el nombre de m itología. M e refiero, por supuesto, a esas peligrosas combinaciones de especialización tecnológica (incluyendo la fabricación de arm as), de rec­ titu d m oral y de aquello que podem os denom inar territorialidad de la identidad, todas las cuales determ inan al hom inem hominis lupum, al p u n to de exceder con mucho cualquier característica de los lobos entre los lobos . 3 Porque, en efecto, una vez que el hom bre es poseído por esta com­ binación de fabricación de arm am entos letales, hipocresía moral y pánico por su id entidad, no sólo es capaz de perder todo sentido de la especie, sino incluso de volverse contra otro grupo con una ferocidad por lo general inexistente en el m undo anim al “social” . En realidad, la sofis­ ticación tecnológica d a la im presión de escalar el problem a precisamente cuando (y probablem ente no por m era coincidencia) una identidad hu­ m an a más universal e inclusiva parece estar enérgicam ente sugerida por la necesidad m ism a de supervivencia. L a A lem ania nacional-socialista es la m anifestación más flagrante de pseudología de la masa asesina que puede acontecerle a u n a nación m oderna. Al mismo tiem po que nos cargam os con rasgos y tendencias que ase­ g u ra n nuestra identidad en alguna pseudoespecie, sentimos en lo más fntim o que la Segunda G uerra M undial ha despojado a esa autoindulgencia de toda su inocencia, y que cualquier am enaza de una tercera guerra conduciría al genio adaptativo del hom bre a su propia derrota. Pero aque­ llos que ven lo que la “ m ayoría com pacta” continúa negando y disimu­ lando, tam bién deben in ten tar com prender que para que el hom bre realice

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iu especie y trueque su pseudoespecie por una identidad global, no sólo :endrá que crear un nuevo y com partido universo tecnológico, sino adenás superar los prejuicios que han sido esenciales para todas (o casi odas) las identidades en el pasado. Porque, como ya hemos visto, cada dentidad positiva tam bién se define por imágenes negativas; ahora de­ jemos exam inar el ingrato hecho de que esas identidades nuestras otor­ radas por Dios a m enudo conducen a la degradación de los otros.

P ara apoyar mi insistencia en el rol constructivo que desem peña el nfasis que el escritor negro hace de lo negativo y lo confuso, casi menjoné la obra de Ellison como un verdadero intento de trascender confeiones, tal “como los blues trascendían las penosas condiciones que tenían ®ue en fren tar” , pero me detuve; y ahora lo he citado para descubrir una pficultad que acom paña a esa autoconciencia agudizada que hemos de­ nominado conciencia de identidad. Con excepción de ciertos momentos fetraordinarios de diálogo lucirlo, todas las imágenes que una vez fueron moneda corriente de intercam bio entre el m undo del negro norteam eri» n o y el nuestro, y en especial todos esos ítems aparentem ente inocentes jjómo los bines, están siendo devaluados o revaluados a velocidad caleijoscópica ante nuestros ojos. En u n a época, los blues pueden haber sido » afi m ación de una identidad positiva y de una singularidad superior, iun cuando “tenían que enfren tar” sentimientos de depresión y falta de Esperanza. N ingún escritor de hoy puede eludir el empleo, o no estar de ¡(cuerdo con el empleo, de viejas imágenes que ahora se han convertido pi signo de discrim inación, como si quisiéramos decir que sería mejor jue el egro perm aneciera fijado a sus blues o a alguna o tra adaptación ÍTeflexiva al período de la posesclavitud del que todos estamos em ergien­ do. Pero lo que antes fue una m ezcla más inconsciente de culpa y temor jjn los blancos, y de odio y temor en los negros, ahora está siendo reem ­ plazado por sentimientos más conscientes — pero no siempre más prácncos— de rem ordim iento y desconfianza. Por el m om ento no tenemos otra _}lternativa que vivir con esos estereotipos y afectos: la confrontación re­ g a z a rá a algunos y la historia h a rá desaparecer otros. M ientras tanto, P ez sea útil que un concepto como el de conciencia de identidad pese fcbre este problem a para que el caleidoscopio pueda revelar tanto pautas | m o cambios sorprendentes. fe L a conciencia de identidad, por supuesto, sólo es sobrepasada por un l|ntim iento de identidad gestado en la acción. Sólo aquel que “sabe adón.jle y con quién va” dem uestra u n a unidad y esplendor inequívocos, a u n ­ óte no siemple fáciles de definir, en cuanto a la apariencia y al ser. Sin *Tfribargo, precisam ente cuando se dice de una persona que parece h a­ rree “encontrado a sí m ism a” tam bién puede decirse que se está “ per3 Erik H. E rikson: “ Psychoanalysis a n d O n g o in g History; Problems of Identity, iendo a sí misma” en nuevas tareas y afiliaciones: trasciende su conH a t r e d and N onviolence” , en T h e A m e rica n Journal of Psychiatry, 122, 1965, ncia de identidad. Seguram ente esto mismo ocurre en los comienzos págs. 241-250.

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de cualquier revolución, y lo fue en el caso de los jóvenes de la revoluci' negra que se encon traro n a sí mismos y, de hecho, a su generación e n °in decisión de perderse a sí mismos en la intensidad de la lucha. Aquí la 0 0 ^ ciencia de identidad es verdaderam ente absorbida. H ay vividas y conmo" vcdoras descripciones de este estado, pero ninguna alcanza la magnitud de las que aparecen en el relato de H ow ard Zinn sobre los primeros días de la S N C C . 4 N o hay duda de que después de la guerra estos héroes al principio anónim os, enfrentaron una autoconciencia reforzada, una es' pecie de v u elta de la m irad a hacia el pasado en el escenario de la historia p a ra tener que sacrificar después la inocente unidad de! vivir en favor de u n a conciencia revolucionaria. Se com prende dem asiado fácilm ente que no siempre sea bien recibido ese “hacer psicología” y que tam poco siem pre sea cómodo el destino de tener que cultiv ar teorías al mismo tiem po que se exige una acción no autoconsciente. L a cuestión polém ica del “M oynihan R ep o rt” , un informe extenso, y en u n principio secreto al presidente Johnson, haciéndole cono­ cer las consecuencias nefastas de la ausencia del padre en tantos hogares de la clase b a ja negra, llevó esas resistencias a prim er plano. Cualesquiera que fueran los m étodos empleados, no se puede du d ar de las intenciones de Patrick M oynihan. Pero, en épocas críticas, cualquier explicación que señale un resultado de la historia pasada como un hecho casi irreversible es percibida como el efecto — y puede sin duda tenerlo— de un nuevo in ten to de obstruir el futuro de u n a m anera fatalista, como lo ha hecho el prejuicio racial. T am p o co debe descartarse que éstas sólo sean resistencias agravadas, que están presentes en todos nosotros, contra la súbita conciencia de nues­ tros problem as de identidad en sus aspectos más inconscientes. Incluso aquellos estudiantes que más anhelan el esclarecim iento y que más imbui­ dos están de la ideología de una investigación sin restricciones, no pueden ev itar la p re g u n ta : si los determ inantes inconscientes dem uestran ser ope­ rativos en nuestro sentim iento del sí mismo y en el sentim iento mismo de nuestros valores, ¿no ocurre que esto lleva la cuestión de la determinación a un pun to donde libre albedrío y elección moral parecerían ilusorios? O tam bién: si se dice que la identidad individual de un hom bre está uni­ d a a las identidades com unales, ¿no nos enfrentam os con un criptomarxismo que h ace del sentido mismo del destino del hom bre una función ciega de la dialéctica de la historia? O, por últim o: si tales determinan­ tes inconscientes p udieran demostrarse, ¿esa conciencia es buena para nosotros? Sin d u d a los filósofos tienen respuestas p ara estas preguntas. Pero es evidente que nadie puede escapar a dichos escrúpulos, que constituyen realm ente sólo u n a p arte de una tendencia más am plia en la indagación de la m otivación h u m ana, que abarca desde el descubrim iento de Darwin de nuestra ascendencia anim al por evolución y la revelación de M arx de 4 H o w a r d Z in n : S N C C , T h e N e w Abolitionists, Boston, Beacon Press, 1964.

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la conducta ligada a la clase, hasta la exploración sistemática del incons­ ciente de Freud. 3 En un estudio reciente sobre la fam ilia negra, un judío norteam ericano, sum am ente inform ado e influyente, expresó abruptam ente su clase de in­ credulidad étnica: “algún sentido instintivo le dice a la m adre judía que debe procurar que su hijo estudie, que su inteligencia es su pasaporte al futuro. ¿P o r qué a una m adre negra no le im porta? ¿P or qué no tiene el mismo sentim iento instintivo?” P or mi parte, yo sugerí que, d ad a la historia del negro norteam ericano, un equivalente “sentimiento instintivo” puede haberle dicho a la m ayoría de las m adres negras que m antuvieran a sus hijos — y especialmente a los dotados y a los que preguntan— lejos de la com petencia fútil y peligrosa (esto es, m antenerlos en el lugar que ha definido para ellos una “ m ayoría com pacta” indiferente y odiosa para que sobrevivan). Q ue el au to r citado en el párrafo anterior dijera “m adre” , señala in­ m ediatam ente uno de los problem as que enfrentam os al aproxim arnos a la identidad del negro. Las m adres judías en que pensaba ese autor des­ cuentan que sus m aridos las respaldarían o, más aun, que actuarían en esa misma dirección; m uchas m adres negras, no. Las m adres negras están preparadas p ara cultivar esa “ identidad renunciada” que se h a forzado a asum ir a los hom bres negros du ran te generaciones. L a literatura sugeriría! que esto h a reducido a m uchos hom bres negros a u n a reflexión del reco­ nocim iento “ negativo” que los rodea como un interm inable y apartado lugar lleno de espejos que distorsionan las imágenes. El modo en que su identidad positiva ha sido m inada sistem áticam ente — prim ero bajo el atroz sistema de la esclavitud en N orteam érica y después por el régim en de la esclavitud perpetuado en el Sur rural y el N orte urbano— h a sido am olia, cuidadosa y devastadoram ente docum entado. El concepto de una identidad negativa puede contribuir aquí a escla­ recer varias complicaciones relacionadas con é l: Según el trazado que ya hemos delineado, la identidad psicosocial de j cada persona contiene una jera ra u ía de elementos positivos y negativos, j estos últim os producto del hecho de que d u ran te toda su infancia, al niño í: en crecim iento se le presentan tan to prototipos dañinos como deseables. 1 Estos modelos — ya lo hemos dicho— están culturalm ente relacionados: en un medio judío que otorga preem inencia a la realización intelectual, cier­ tos roles negativos como el de Schlemihl * no serán necesarios. En reali­ dad. se le advierte al ser hum ano que no se convierta en aquello en que a m enudo no tenia intención de transform arse, de m anera que pueda ap ren ­ der a anticipar lo que debe evitar. D e este m odo, .la identidad positiva, * Pe ter Schlem ihl es un personaje literario alem án introducido por el idisch en el lenguaje familiar nortea m e rica no p a r a designar al “pobre diablo” , “ pobre des­ graciado” y bona chón. [T.]

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Icios de constituir u n a estática constelación de rasgos o de roies se halla siem pre en conflicto con ese pasado que debe ser olvidado con el tiempo Y con ese futuro potencial que debe ser impedido. El individuo perteneciente a u n a m inoría oprim ida y explotada, cons­ ciente de los ideales culturales que predom inan,_ pero que se ve impedido de emularlos, puede fusionar las im ágenes negativas que le presenta y sos­ tiene la m ayoría dom inante con las identidades negativas que cultiva su propio grupo. Aquí podem os pensar en los muchos m aüces de la m anera en q u e 'u n negro puede dirigirse a otro llam ándolo mgger. L as causas de esta explotabilidad (y de la tentación para explotar) residen en la evolución y el desarrollo mismos del hom bre como pseudoesnecip E n todos los grupos m inoritarios existen muchos testimonios de com plejos de “ inferioridad” y de m orboso odio hacia si mismo, y sin duda la m anera precisa y diabólicam ente eficiente con que al esclavo negro de N orteam érica se lo obligó prim ero a aceptar las condiciones y después a m antenerse en ellas, e im pidiendo que en la m ayoría de ellos obrase el incentivo p a ra la am bición independiente, continua ahora ejerciéndose com o inhibición difu n d id a y a rraig ad a contra la utilización de la igualdad, incluso allí donde se la “ concede” . T am bién aquí la literatura abunda en descripciones de cómo, en cam bio, el negro encontró escape en el m undo m usical o espiritual, o exprtsó su rebelión en arreglos de conducta que a h o ra vemos como caricaturas burlonas, tales como la d o al.d ad obsti­ n a d a el infantilism o exagerado o la obediencia superficial, sin em­ b a rró , con frecuencia no se discute “al negro” dem as,ado sum aria v ex­ clusivam ente, de tal m an era que su identidad negativa se define solo en térm inos de sus adaptaciones defensivas a la m ayoría blanca predom inante. /S abem o s (o podem os saber) lo suficiente acerca de la relación de los d em en te s positivos y negativos dentro de la personalidad negra y dentro de la com unidad negra? U n icam en te esto podría revelarnos como es de negativo, y cómo es de positivo lo positivo. . Pero existe el hecho adicional de que el opresor necesita ele esa i tid ad negativa del oprim ido, p o rq u e ésta es u n a proyección de su. propia identidad negativa inconsciente (proyección que, hasta ciento J ^ n t o hace sentir superior v •— au nque de u n a m anera precari ■, . El presente exam en de la pseudoespecie tal vez haga esclarecer t e ° n « m ente algo de esto, pero u n a cm rgencia histórica obliga a la aplica-i '" p o r'e je m p lo , llegamos a p reguntarnos acerca de las m aneras en que una m ^ o r ía ,6 súbitam ente consciente de un resquebrajam iento vital producido en sí m ism a p o r haber causado u n a división casi fatal en m ‘nf * y llevada por un repentino celo p o r recu p erar su posición m ora y fre n ta r los hechos” , puede tender, inadvertidam ente a confirmar « a gen negativa de sí misma de la m inoría, y esto en el mismo acto de tra exclusiva y au n autogratificadoram ente los pecados de la m a v o n a , A “ clínico se le puede p e rd o n ar que cuestione el valor restaurador de una sobredosis d e b e lo m oral. L a designación m ism a de culturalm ente des p o ja d a ” , o privada, por ejem plo, parecería algo irónica (aunque se pu

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co^cien ten d el í / " ) 6 ^ trabajo realizado bajo este emblem a) si se es Driva a íns - Cdh°, d ! qU£ Iau cultura de la clase m edia de la que se / , a l0S mnOS de los barnos b aJ°b tam bién priva a algunos niños blann eUróticaXPF nenC1rd q,iUe ? ° d n T Prevenir m uchos casos"de inadaptación cho h is tó río Z ’ 6 X1l te S° qUC Una juStÍCÍa P °ética en el h em t • , quc muchos jovenes blancos que se sienten profundadad v S í debld° a t “cu ltu ra” de su fam ilia, encuentran identidad y solidaridad conviviendo y trab ajan d o con aquellos de los que se f r o t a d S‘d° pnvadoS Por la falta de dicha cultura. Esas confrontaciones uuesto C° n expenencias en los Cuerpos de Paz) constituyen, por sud ^ rn n / , / aS°- im P °rtante en toda creación de u n a identidad global, y diatez de ^ m ' Vlda. n °u he « e c h a d o nada que se acerque a la inm e­ diatez de la experiencia hum ana com ún revelada en las historias sureñas de hoy excepto quiza lo que he aprendido en mi estudio acerca del tem ­ p rano descubrim iento de G andhi de las masas de la India.

4 En consecuencia, hasta una m ayoría llena de rem ordim ientos, debe es/» a i dS n ° Persistir inconscientem ente en pautas habituales. m edirla / / 16 Z p rejm « ° ocult° tam bién ha de agostarse en las mismas d /rd mfe , “ ? ue debe evaluarse el daño hecho. Y es necesario recor­ dar que el diagnostico define el pronóstico. T h o m as Pettigrew,_ en su adm irable compilación A Profile of the Negro American, em plea términos de identidad sólo al pasar. Ofrece un rico repertorio de pruebas solidas, y por ello más chocantes, del desuso de la inteligencia y de la desorganización de la vida fam iliar en el negro nor­ team ericano. Si entre los ejemplos que relata Pettigrew selecciono uno de los mas cuestionables y hasta divertidos es sólo p ara esclarecer la relación que existe entre los rasgos simples que pueden dem ostrarse y la historia ae un pueblo. ' Siguiendo a B urton y W hiting, Pettigrew exam ina el problem a de pL

¡ „ I 1/? ; m ñ ° s] d c . hogares sin padres que penosam ente deben lograr d u ra n te su infancia u n a au to im ag e n masculina tardía, después de ha b er establecido , m iagen o n g in a l sobre la base del modelo p’a ternal L e o que L n teñfdo (su m a d ^ e ) ' *del? «sexo * “ aUl á°Y enh U posIb plic a los hombres negros de,lldad la d a s e aba ja.ar este p roble m a de la identidad

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m u y conocido que pide al sujeto que juzgue la ap'iicabilidad a su persona de más de qu in ie n ta s afirm aciones simples. Así se c om probó que los negros de estas m ues­ tras genera lm e nte estaban más de acu e rd o con elecciones ‘'femeninas” del tipo " M e gustaría ser c antante” y “ Creo q u e siento más inte nsam ente que la mayoría de las personas.” 5

Sabiam ente, Pettigrew pone “fem eninas-’ entre comillas. Supondrem os que el M M IP es, como él sostiene, “ un test objetivo p a ra grupos am pliam ente diferenciados” , incluyendo a los prisioneros de la cárcel de A labam a y a los pacientes de u n a sala de tuberculosos, y que, de cualquier m odo, las incidentales imperfecciones del test finalm ente “desaparecen con el lavado” de la estadística. L as conclusiones generales pueden, por cierto, señalar diferencias significativas entre negros y blancos y entre índices d e femi­ neidad y /o de m asculinidad. Pero el hecho de que un test valore como especialm ente “ fem enino” el deseo de ser can tan te y de sentir “más inten­ sam ente que la m ayoría de las personas” , sugiere que la elección de los ítems del test y las generalizaciones extraídas de ellos acaso digan del test y de los exam inadores tan to como de los sujetos exam inados. A lo que parece, el “ querer ser un can tan te” o el “ sentir intensam ente” sería algo que sólo un hom bre con rasgos femeninos acep taría como aplicable a sí mismo se­ g ú n la m ayoría de los sujetos con los cuales el test fue desarrollado y estandarizado inicialm ente. Pero, ¿ p o r qué, cabe preguntarse, u n negro de la clase baja encerrado en la cárcel o en u n a sala para tuberculosos, no debería adm itir el deseo de ser u n hom bre como Sidney Poitier o Harry Belafonte, y reconocer que siente m ás intensam ente (si sabe, claro está, lo que esto quiere decir) que la m ayoría de las personas en su medio actual? Ser un cantante y sentir intensam ente pueden constituir facetas de un ideal masculino gustosam ente adm itido si uno ha crecido en una com unidad negra sureña (o p a ra el caso, en N ápoles) y sería, en cambio, u n a imperfección en una m ayoría a d a p ta d a a otros ideales masculinos. E n realidad, tan to en H arlem com o en N ápoles, u n énfasis en la autoexpresión y en el intenso sentim iento artístico — y esto es lo que debe des­ tacarse— puede estar cerca de la esencia de la iden tidad positiva de uno, y tanto, que la p érdida o devaluación de dicho énfasis a título de la “in­ tegración” puede convertir al individuo en un objeto a la deriva en el sombrío m ar de los “roles” adaptables. E n el caso de la m ayoría blanca com pacta, el rechazo de los “sentim ientos intensos” puede, a su vez, ser p a rte de un problem a de id entidad negativa que contribuya significati­ vam ente al rechazo prejuicioso de la intensidad del negro. Los tests que o p eran con distinciones similares pueden estar ofreciendo una prueba “ objetiva” de las diferencias raciales, pero, asimismo, pueden ser sintom á­ ticos de ellas. Si se deja esto to talm en te de lado, el test sólo destacará, el exam inador sólo inform ará, y el lector (blanco o negro) del informe sólo percibirá la distancia entre las autoim ágenes “ desintegradas” del ne­ gro y lo que suponemos que son las autoim ágenes “integradas” del blanco. s T h o m a s F. Pettigrew: A Profile of the N e g ro A m e rican. Princeton, V a n Nost r a n d , 1964, pág. 19. (Se agreg a ro n las bastardillas.)

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Com o dice Pettigrew inflexiblemente — en relación con otro contexto— poniéndose en el lugar de un nino negro que va a ser exam inado: . . . D e s p u é s de todo, u n test de intelig encia es un instru m e n to del hom bre blanco de clase m e d ia ; es un dispositivo que los blancos usan pa ra dem ostrar sus capa cida des y progresar en el m u n d o blanco. L o g rar u n alto p u n taje en el test no tiene el mismo significado p a r a un niño negro de status bajo, y hasta p u e d e tener u n a de cidida connota ción de a m e naz a personal. E n este sentido, obtene r un p u n t a j e bajo en las m edidas de la inte lig encia puede ser p a r a algunos niños negros talentosos u n a respuesta racional a u n peligro percibid o.8

De esta m anera, en todo el hecho mismo del test subyace una cierta relatividad histórica y social que d em anda esclarecim iento en términos de la actualidad de las diferentes configuraciones de identidad. Por el mismo motivo, no es de ningún modo cierto que un niño que está siendo some­ tido a tal procedim iento será la misma persona cuando se libere de esa situación y se reúna, digamos, con sus pares en el p atio de juegos o en una esquina. Por otra parte, con dem asiada frecuencia se da por sentado que el investigador, y sus conflictos de identidad, se com binan de m odo invisible con su m étodo aun cuando el mismo pertenezca a un subgrupo de blancos altam ente, y quizá defensivam ente, verbal y sea percibido como tal (tan to consciente como “ sublim inalm ente” ) por sujetos casi an alfa­ betos o que provienen de un m edio analfabeto. Con respecto a esto, me gustaría citar la conm ovedora caracterización que hace K enneth Clark de la vida sexual de los “jóvenes m arginales del ghetto’ . Como figura responsable del padre, sabe que no debe perdonar lo que sin em bargo tam bién h a d e defender contra estereotipos mortales. L a ilegitim idad e n el ghe tto no p u e d e c o m prenderse o tratars e en términos de hostilidad punitiva, como en la su gerencia de que se les niegue bienestar a las m adres no casadas si la ilegitimidad se repite. Dichos enfoques oscurecen, con u n a moralización vacía y a veces h ip ó crita, el anhelo desesperado de aceptació n e id e n tid a d po r p a r te de los jóvenes, la necesidad de ser significativo p a ra al­ guien m ás siquiera por u n m om ento, sin la implicación de u n comprom iso de fidelidad y p e r p e tu id a d im perecederas . . . Exponerse a u n m ás a las probabilidades de fracasar en u n a relación sostenida y leal es un riesgo dem asiado grande. El valor intrínseco de la relación es el único valo r porque no p u e d e h a b e r otro.7

Esto coloca a un ítem legal o m oral en su contexto “ real” , u n con­ texto que siempre revela tam bién algo acerca de aquellos que juzgarían y estereotiparían en vez de com prender: ¿por qué no es el valor intrínseco de la relación exactam ente ese ítem (difícil de definir y de someter a prueba, y legalm ente irrelevante) el que puede perderse en algunos jó ­ venes privilegiados que sufren bajo un pluralism o perplejo y violento de valores? 8 : 0 Ibid„ pág. 115. 7 K e n n e t h B. C lark : D a r k G hetto. N u e v a York, H a r p e r a n d Row, 1965, pág. 73. (Se a g regaron las bastardillas.) [H a y versión castellana: G h e tto negro. México F. C. E, 1968 ] 8 Los nuevos estereotipos son capaces de pe n e tr a r las im ágenes de los más p r e ­ cavidos. E n Crisis in Black and W h ite ( N u e v a York, R a n d o m House, 1 9 6 4 ), C. E.

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5 P a ra volver ah o ra a los nuevos jóvenes negros: “ M i Dios", exclamó el o tro día u n a joven estudiante negra en un pequeño m itin, " ¿ a qué se supone q u e debo desintegrarm e? M e rio como mi abuela (y preferiría m o rirm e a no reírm e como e lla )” . H u b o un silencio en el que se podía oír el sonido de los estereotipos, porque hasta la risa h a pasado ahora a fo rm a r p a rte de esos aspectos de la cu ltu ra y de la personalidad negras que se h a n hecho sospechosos, como las señales de sumisión y fatalismo, ilusión y evasión. Pero la joven no cedió rápid am ente con u n a excusa m ecán ic a como “ con lo que no quiero decir, por supuesto. . y el silen­ cio estab a preñado de esa inm ediatez que caracteriza a los m omentos en que un conflicto de identidad se hace palpable. Siguió la risa, desconcer­ ta d a , div ertid a, desafiante. P a ra m i, la joven hab ía expresado u n a de las ansiedades presentes en u n a rá p id a reconstitución de los elementos de la id e n tid a d : “se supone" refleja el sentim iento de p erd er el rol activo, de elección, que es esencial en u n sentim iento de identidad como u n a continuidad del pasado viviente y del fu tu ro anticipado. H e indicado que los ítems separados del com por­ ta m ie n to o de las imágenes pueden cam biar su cualidad dentro de nuevas configuraciones de identidad, y sin em bargo estos mismos índices repre­ sen taro n u n a vez la única y entonces posible integración interior,^ por la q u e “se supone” que el negro ah o ra debe cam biar una insegura integra­ ción exterior. Integración, com pensación, equilibrio, reconciliación: ¿no p arecen todos algunas veces salvar al negro al precio de una absorción que él no está seguro que d ejará m ucho de sí? De esta m anera, lo que Ellison d en o m in a las “com plicadas afirm aciones y negaciones de la identidad” del escritor negro, tienen antecedentes más simples, no menos trágicos por su sim plicidad. . . . El g rito de la joven nos recuerda que el desarrollo d e la identidad tiene su época, o más bien dos clases de épocas: un estadio evolutivo en la vida del individuo y u n período en la historia. Existe, como hemos esbozado a grandes rasgos, algo que com plem enta la historia de vida y la historia. A m e­ nos que sea provocada p re m a tu ra y desastrosam ente (y las biografías de los escritores negros, así como las observaciones directas de niños negros atestig u an esa trágica prem adurez) la crisis de id entidad no es viable an­ tes del com ienzo de la adolescencia, así com o resulta insoslayable después de finalizada, cu an d o el cuerpo, ah o ra com pletam ente desarrollado, alS il b e r m a n estudia el libro fu n d a m e n ta l de S. M . Elkin, Slavery, y, m edio citando y m e d i o h a c ie n d o u n a crítica, usa el estereotipo “ infantil” (c hildlike) como un d e ­ n o m i n a d o r com ún d e la pe rso n alid ad del negro y de las regresiones pasajeras de los residentes en c am p o s de concentració n. J u n t o con cualidades ve rdade ram ente pueriles ( c h ild ish ) c o m o la simpleza, e ncontram os actividades a duladoras, serviles, d e sh o n e stas, embusteras, ególatras y rapaces, todas reunidas b a jo el rótulo esta c o n d u c t a in fantil” pág. 76. E n este caso, “ in fa n til” reem pla z a a “ pueril o r e ­ gresivo” , com o “ fe m e n in o ” con frec ue ncia sustituye a “ a fem in a d o ” lo que c on­ f u n d e y destruye l a im a ge n del artículo citado.

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canza una apariencia individual, cuando la sexualidad, m adurada, busca com pañeros en el juego sensual y, tarde o tem prano, en la paternidad, y cuando la m ente, ya com pletam ente desarrollada, puede em pezar a con­ tem plar una carrera p ara el individuo dentro de una perspectiva histórica todos ellos desarrollos idiosincráticos inm ediatam ente visibles como ta n ­ tos conflictos de niños pertenecientes a un grupo m inoritario— . Pero la crisis de la juventud es asimismo la crisis de una generación y de la salud ideológica de su sociedad: hay tam bién u n a com plem entaíiedad de identidad e ideología. Y si, como dijimos, la crisis es menos m arcada en ese sector de la juventud que en u n a determ inada época es capaz de invertir su fidelidad en una tendencia ideológica asociada con una nueva expansion técnica y económica — como el mercantilismo, el colonialismo o la industrialización— advertim os las catastróficas consecuen­ cias de cualquier exclusión sistemática de esas tendencias. L a juventud que anhela, pero que no puede encontrar el acceso a las técnicas predo­ m inantes de la sociedad, no sólo se sentirá extrañada frente a ella, sino tam bién p ertu rb ad a en su sexualidad y, sobre todo, incapaz de aplicar su agresión de una m anera constructiva. Es posible que gran parte de la ju ­ ventud negra, así como tam bién un sector artístico-hum anista de la juven­ tud blanca, se sienta hoy en desventaja y que, por lo tanto, desarrolle una cierta solidaridad con respecto a “ la crisis” o “ la revolución” : porque tanto los jovenes de los hogares privilegiados de la clase m edia, como los de los desaventajados de los hogares negros, pueden sentir la falta de esa mismidacl y continuidad durante todo el fjeríodo de desarrollo que hacen del cariño de^ una abuela y de u n a simple aspiración técnica partes de un m undo idéntico. Se puede ir mas allá y decir que todo este sector de la juventud norteam ericana intenta desarrollar su propia ideología y sus propios ritos de confirm ación siguiendo el llam ado oficial a las fronteras externas de la m anera de vivir norteam ericana (Cuerpos de P az), trasladándose a las fronteras internas (bien al S u r), o intentando llenar en las universidades (C alifornia) un evidente vacío en sus vidas. ¿P ero cuándo serán capaces los jóvenes norteam ericanos de com partir el realism o, la solidaridad y la convicción que unifica a una oposición radical que está en m archa? E n consecuencia, la identidad tam bién contiene una com plem entariedadj del pasado y del futuro tanto en el individuo como en la sociedad: une.' la actualidad de un pasado viviente con la de un futuro prom etedor. N in ­ guna rom antizacion del pasado ni ningún arte de vender en la creación de “actitudes” futuras llenarán los requisitos. Es congruente con este espíritu el que el Perfil de Pettigrew, por ejem plo, no inciuya ítems, de todos mo­ dos indem ostrables, como (en orden alfabético) com pañerism o, deportes, espiritualidad, hum or, m aternidad, m úsica y sensualidad. Todos estos ítems son sospechosos de constituir rasgos de una acom odación rom antizada por los blancos. Pero esto transform a a los “ perfiles” actualm ente disponibles en caricaturas corregidas más que en verdaderos intentos de, cuando m e­ nos, esbozos de retrato. Y, debemos preguntar: ¿ u n a identidad nueva o renovada puede em erger de caricaturas corregidas? U no piensa en todos los que son incapaces de obtener los beneficios de la identidad a partir

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d e la “aceptación de la realidad” en las peores circunstancias (com o hacen los escritores y los investigadores) y en aquellos a los que la caída del pe­ destal de todas las más viejas configuraciones pueden agregarles una con­ f i r m a d o r adicional de desvalorización y desam paro. T am b ién en este contexto debo cuestionar ei hecho de que en muchos registros el p ad re negro aparece únicamente bajo el encabezam iento de “ ausente” . N uevam ente aquí resulta a b ru m ad o ra la relación entre desin­ tegración fam iliar, ausencia del p ad re y diversos tipos de patología social v psiquiátrica. El “ padre ausente” figura realm ente en todos los registros y en la agenda del interés nacional, ¿pero siendo éste el único ítem que se considera en relación con la p atern id ad o la m aternidad, no se co­ m ete u n a grave injusticia con respecto a la presencia de m uchas, muchas m adres, y por lo menos de algunos padres? C ualquiera que sea la interpre­ tación histórica, sociológica o legal de la presencia salvadora de la m adre (y de la abuela) del negro en todo el sem icírculo cultural de la p lan ta­ ción, desde Venezuela, pasando por el C aribe hasta llegar al S ur nortea­ m ericano. ¿este ítem puede ser om itido de la ficha de identidad del negro tradicio n al? ¿Puede la cultura negra perm itirse que la “m adre fuerte” sea estereotipada como u n a figura responsable? Porque la identidad de u n a persona y de un pueblo com ienza en los rituales de la infancia, cuan­ do las m adres, con recursos preverbales, ponen en claro que haber nacido es algo bueno y que un niño (d ejad que el m undo m alo lo llame de color o lo registre como ilegitim o) m erece cariño. A un el “hom bre invi­ sible” dice: . . . N o ten ía más amigos que M a r y y no deseaba ninguno. T a m p o c o pensa ba e n M a r y como en u n a “ a m ig a ” ; ella era algo m ás: una fuerza, una fuerza estable y fam iliar, algo que surgía de m i pasado y que m e i m p e d ía girar hasta dar en algo desconocido que no m e atrevía a enfrentar. E r a u n a situación sum am ente p e n o sa , p o r q u e al mismo tiem po M a r y me r e c o r d a b a constantem e nte que algo se e spe ra ba de mí, algún a cto de liderazgo, a lg u n a realización im p o r t a n te ; y me d e b a t í a e n tre sentirme resentido con ella a c ausa de esto y a m a rla p o r la vaga e s p e ra n z a que m a n te n ía viva.®

L a explotación sistem ática del hom bre negro como un anim al doméstico y el negarle el status de u n a p atern id ad responsable son, por o tra parte, dos de los capítulos más vergonzosos en la historia de esta nación cristiana. P orque un desequilibrio de la presencia de m adre-y-padre no es n a d a bueno, y se vuelve cada vez m ás nefasto a m edida que el niño va creciendo, pues la confianza en el m undo que el niño ya h a establecido en su infancia pued e verse entonces m ucho más frustrada. En las condiciones de la vida u rb a n a e industrial es, en efecto, posible que éste se constituya en el factor m ás grave de desorganización de la personalidad. Pero, nuevam ente, la “de­ sorganización” de la fam ilia negra no debe m edirse m eram ente por su distancia de la fam ilia blanca o de la negra de clase m edia, con su vivienda independiente y sus legitim izaciones legales y religiosas. Esa de9 R a l p h Ellison: Invisible M a n , N u e v a York, R a n d o m House, 1947, pág. 225. [ H a y versión castellana: E l hom bre invisible. Barcelo na, L um e n, 1966.]

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sintegración tam bién debe m edirse y com prenderse como una distorsión de la tradicional, aunque a m enudo extraoficial, pauta de la familia ne­ gra. Se necesitará la sabiduría tradicional de las m adres asi como la ayuda de los hom bres negros que (a pesar de dichas circunstancias) realm ente se convirtieron en padres en todo el sentido de la palabra. M ientras tanto, el problem a de la función de ambos padres, cada una fuerte a su m anera y las dos benéficam ente presentes en el hogar cuando más se los necesita, constituye un problem a para la fam ilia de cualquier sociedad industrial, en cualquier lugar. T o d a la sociedad debe crear dis­ positivos p ara proporcionar iguales oportunidades de empleo y, no obs­ tante, al mismo tiem po, vias diferenciadas para perm itir que las m adres y los padres puedan cum plir con los deberes hacia sus hijos. L a dimensión m aterno-paternal tam bién puede servir para esclarecer el hecho de que cada estadio del desarrollo requiere un am biente óptim o particular, v que encontrar un equilibrio entre la fuerza m aterna y la p aterna significa asignar a cada una un periodo de predom inio en la vida de los hijos. El periodo m aterno es el más tem prano y, por lo tanto, el básico. Como hemos visto, existe u n a profunda relación entre la prim era “identidad” experim entada en los tem pranos intercam bios sensuales y sensoriales con las(s) m a d re (s), el prim er reconocim iento, y la integración final que se realiza en la adolescencia, cuando todas las identificaciones tem pranas se reúnen y la persona joven enfrenta a su sociedad y su época histórica.

6 E n su libro Who Speaks for the Negro?, W arren registra otra excla­ mación de u n a joven estudiante: . . . E l público ha bía sido h a c in a d o ( l a m ayoría eran negros, p e r o habia unos cuantos blancos diseminados a q u i y a ll á ) . En la t r ib u n a está u n a joven de tez pálida, vestida como u n a a lu m n a se c u n d aria de cualquier escuela m ixta p a r a p a r ­ tic ipar en u n acontecim iento público. Se inclina u n poco ha c ia adelante sobre sus tacos altos, h a b la n d o c o n u n a p e cu liar vibración y en u n ritm o extraño e irregular surgidos de a lg u n a excitación inte rior, a lg u n a furiosa y tensa vivacidad, d ic ie n ­ d o: “ . . . Y les digo que he descubierto u n a gran verdad. H e descubierto u n a gra n alegria. H e descubierto que soy ne gra. ¡Soy negra! U stedes están ahí ¡oh, si, ustedes p u e d e n tener cara s negras, pero sus corazones son blancos, sus mentes son blancas, a ustedes los h a n b l a n q u e a d o ! ”

W arren inform a sobre la reacción de una m ujer blanca ante este estallido y conjetura que si esta m ujer en ese m o m e n to escuchó algo, lo m ás probable es que fuera el eco de las palabras de M alcolm X : “ Diablos blancos.” Y si vio a lg u n a cara, debe ha b er sido e! rostro largo de M a lcolm X ha cien d o m uecas de sarcástica se g u rid ad .10

10 Robert Penn W a r r e n : W h o Sp e a ks for the Negro?, p ig s. 20, 21.



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Ella sólo ve, es cierto, una de las caras de Malcolm X, pero creo que comprendemos este temor. H a sido testigo de lo que hemos denominado una redistribución “totalista” de las imágenes, que es realmente básica para algunos de los movimientos ideológicos de la historia moderna. H e­ mos descripto el totalismo como un reagrupamiento interior de las imá­ genes, casi como una conversión negativa, en virtud de la cual los elemen­ tos de identidad que antes eran negativos se vuelven completamente do­ minantes, al mismo tiempo que los elementos que anteriormente eran positivos, resultan enteramente excluidos. 11 He dicho que esto puede sucederles de una manera pasajera a muchos jóvenes, de cualquier color y clase, que se rebelan y se unen, se aislan o vagan. Tras la conmoción evolutiva pueden calmarse o arribar a un compromiso total. Puesto que el proceso depende de las condiciones históricas y sociales, encierra po­ tenciales malignos, tal como se manifiesta en el delincuente-perverso “con­ firm ado” , y en los estados mentales y formas del comportamiento extre­ m adam ente bizarros. El estremecimiento que pueden producirnos las implicaciones políticas de este proceso se refiere retrospectivamente a nuestro sentido del shock histórico que provocó la juventud alemana post-Versailles que no obs­ tante su anterior sensibilidad para la critica extranjera, se hallaba enton­ ces bajo los efectos del rechazo de un amor por una Kultur que no pro­ metía ninguna identidad práctica y se engañó con la transvaloración nazi de los vaiores civilizados. Sin embargo, la transitoria identidad nazi, ba­ sada en un totalismo caracterizado por la exclusión radical de lo extran­ jero y en especial de lo judío, no logró integrar los ricos elementos de identidad de lo alemán, cayendo en cambio en una perversión pseudológica de la historia. Obviamente, tanto los segregacionistas radicales, con sus cruces ardiendo, como los Musulmanes Negros, constituyen las contrapar­ tes de dicho fenómeno en Estados Unidos. En la persona de Malcolm X, la rabia específica, que se suscita siempre que el desarrollo de la identidad deja de prometer una integridad tradicionalmente asegurada, se desplegó teatralmente, a pesar de que como persona y como líder este hombre fas­ cinante apuntaba, obviamente, más allá del movimiento del que había surgido. Y, no obstante, también los Musulmanes Negros estaban en con­ diciones de reclamar algunos de los mejores potenciales de los. individuos que se sentían “incluidos” . Sin embargo, Estados Unidos como un todo, no acoge de buen grado esos vuelcos totalísticos. La incapacidad o, por cierto, la falta de dispo­ sición de los jóvenes rebeldes para arribar a conclusiones ideológicas siste­ máticas constituye en sí mismo un importante hecho histórico. Hasta ahora carecemos de elementos para una significativa “oposición leal” que combine el radicalismo con el deseo de gobernar. La temporaria dege­ neración del Free Speech Movement de California en una rebelión dei ii Véase Robert J. L itto n : T h o u g h t Reform and the Psychology of Totalism. Nueva York, W. W. Norton, 1961.

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1 malas” palabras constituyó probablemente la intrusión de un totalismo impotente en un radicalismo prometedor. Sin embargo, esta renuencia a ser regimentado al servicio de una ideología política, puede transformar la violencia latente de nuestra juventud en desventaja, en otra mucho más destructiva para la unidad personal y, esporádicamente, para “la ley y el orden” . Pero también hay que tener en cuenta que, como se ha infor­ mado, la tasa de criminalidad y delincuencia bajó notablemente en al­ gunos distritos sureños cuando la población negra empezó a participar en la protesta social. Desgraciadamente, una sociedad violenta toma a la no violencia por debilidad y conduce a las soluciones violentas. ¡j Como ya hemos sugerido, la alternativa para un totalismo exclusivo es (la integridad de una identidad más inclusiva. ¿Con qué actualidad his­ tórica puede contar el negro norteamericano y qué identidad global le perm itirá sentirse seguro con respecto a sí mismo como negro (o descen­ diente de negros) e integrado como norteamericano? Porque debemos saber que después de haber clasificado e investigado todas las realidades y de haber evaluado todos los estudios, sigue en pie una pregunta: ¿cuáles son las actualidades históricas con las que puede contar una identidad en desarrollo? Al destacar una vez más la complementariedad entre la historia de vida y la historia, debo hacer una advertencia contra la caprichosa vincula­ ción, que yo nunca sugerí, entre el término “identidad” y la pregunta “ ¿quién soy yo?”. Nadie se formula esta pregunta, excepto en un estado transistorio mas o menos morboso, en una autoconfrontación creativa, en un estado adolescente, o en una combinación de ambos. Por eso a veces me ocurre que debo preguntar a un estudiante que declara atravesar una “crisis de identidad” si se trata de una queja o de un alarde. La pregunta pertinente, si es que de alguna m anera pudiera formularse en primera persona, sería: “¿qué quiero hacer a mí mismo, y qué debo hacer con­ migo al respecto?” . Pero esa toma de conciencia de las propias motiva­ ciones es útil, en el mejor de los casos, para reemplazar los deseos infan­ tiles y las fantasías adolescentes por objetivos realistas. Más allá de eso, únicamente un sentido de la actualidad histórica restaurado o mejor en­ trenado puede conducir a un desaprovechamiento de esas energías que activan y son activadas por desarrollos potenciales. La conversión de esos desarrollos en un hecho histórico lo demuestra el modo en que los niños negros “culturalmente privados” hacen frente a una súbita exigencia his­ tórica con sorprendente dignidad y fortaleza. Robert Coles ha realizado contribuciones significativas en este respecto estudiando historias de vida de niños negros “integrados” en los primeros días. Si se hubieran inter­ pretado los “datos” disponibles, de acuerdo con el uso psiquiátrico co­ rriente, habría llevado fácilmente a cualquiera de nosotros, a predecir, por ejemplo a propósito de un niño negro solitario perteneciente a un medio muy patológico, un fracaso inevitable y excusable en su tarea de personificar la desegregación de una escuela secundaria hostil. Pero Coles describe haber presenciado, como un nuevo tipo de “observador partici-

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p a u te ” , ía form a, inolvidable, en que ese niño se m antuvo y llegó a finalizar sus estudios.12 E n m uchas partes del m undo se lucha ahora por identidades más in­ clusivas y a n tic ip a to ria s: lo que ha operado como fuerza im pulsora en revoluciones y reform as, en la fundación de iglesias y en la construcción de imperios, se h a transform ado hoy en u n a com petencia m undial. Las doctrinas revolucionarias prom eten la nueva identidad de campesino-ytra b a ja d o r al joven de los países que deben superar su pasado tribal, feu­ dal o colonial: las nuevas naciones in ten tan absorber regiones; nuevos m ercados, naciones, y el espacio del m undo es extendido para incluir el espacio exterior com o el “am biente” adecuado p ara una identidad tec­ nológica universal. E n este p u n to sobrepasam os la cuestión (y G andhi hizo m ucho para enseñar esto, por lo menos a los británicos) de cómo un colonialista arre­ p en tid o o atem orizado puede dispensar u n bienestar corrector con el fin de apacig u ar la necesidad de u n a iden tid ad global. El problem a reside m ás bien en el m odo en que él se incluye en la p au ta global, porque u n a iden tid ad m ás inclusiva es un desarrollo por el que dos grupos que previam en te h a n llegado a depender de las identidades negativas de cada un o (viviendo en u n a situación tradicional de m u tu a enem istad o en u n a acom odación sim biótica a la explotación u nilateral) unen sus iden­ tidades d e tal m an era que los nuevos potenciales resultan activados en am bos. P or lo tanto, ¿q u é identidades globales están com pitiendo por el com ­ prom iso del negro norteam ericano? A lgunas parecen dem asiado amplias p a ra ser “ actuales” ; otras, en cam bio, dem asiado estrechas. C arac­ terizaría como dem asiado am plia la identidad “ser hum ano” otorgada — de acuerdo con el extraño hábito del narcisismo hum anista de nuestros días— por los hum anos a los hum anos, pacientes, mujeres, negros, etcé­ tera. E sta rara fraseología de ser “ seres hum anos” que puede representar en ocasiones u n a genuina trascendencia de la m entalidad de la pseudoespecie, m uchas veces al mismo tiem po im plica tam bién que el que habla, hab ien d o padecido penalidades reveladoras, se halla en la posición de conceder a otros la pertenencia a la hum anidad. N o m e sorprendería descubrir que nuestros colegas y amigos negros perciben a m enudo ese residuo de colonialism o intelectual incluso en los “m ejores” de nosotros. Pero tiende a q u ita r toda especificidad a las relaciones “hum anas” . Por­ que aun dentro de u n a identidad global el hom bre siempre se encuentra con el hom bre d entro de categorías (sean las de adulto y niño, hom bre y m ujer, em pleador y em pleado, líder y seguidor, m ayoría y m inoría) y las interrelaciones “hum anas” pueden verdaderam ente constituir sólo la expresión de la función dividida y de la superación concreta de la am bi­ valencia específica inherente a ellas. Es por eso que debí reform ular la R egla de oro com o aquella que nos ordena ac tu ar siempre de m anera 12 R obert Coles: Children of Crisis: A S t u d y of Courage and Fear. Boston, Atlantic-L ittle, Brown, 1967, parte I I , capítulo 4.

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tal que las identidades, tanto la del actor como la de aquél sobre el que se influye, se vean acrecentadas. ■: Probablem ente el potencial de identidad más inclusivo y absorbente en '¡el m undo de hoy es el de la destreza técnica. Esto es lo que seguram ente Lenin quiso decir cuando abogó por que antes que nada se instalara al mujic en un tractor. Es cierto que lo propuso como una preparación p a ra la identidad de un proletario consciente de su clase, pero, actualm ente ha adquirido un significado más am p lio : el de participación en un área de actividad y experiencia que (p a ra bien o p ara inal, y creo que h a tocado ambos potenciales) confirm a al hom bre m oderno como trab ajad o r y como individuo que hace planes. U n a cosa es excluirse a sí mismo de esa confir­ m ación porque uno h a dem ostrado estar dotado en aspectos no mecánicos y ser capaz de acercarse profesional y estéticam ente a la com probación tradicional que sum inistra el H um anism o o el Ilum inism o (por lo menos de una m anera suficiente como p ara que la alienación de la tecnología resulte en u n a “identidad h u m an a” razonablem ente cóm oda), y o tra cosa, bien distinta, es ser excluido de ella, por ejemplo, a causa de req u i­ sitos en la capacidad de leer y escribir que im piden de antem ano la prueba de estar uno m ecánicam ente dotado, o a causa de costumbres p reju i­ ciosas que se ponen de m anifiesto en el acto de em plear a alguien, que excluyen el uso de las propias cualidades después que se h a dem ostrado tenerlas. Israel, un país pequeño dotado de talento p a ra renovar id en ti­ dades, al utilizar a su ejército como una institución educacional en con­ diciones m anifiestam ente singulares, h a dem ostrado que el analfabetism o puede corregirse m ediante el arbitrio de destinar a la gente allí donde siente que se la necesita, y que no por ello se daña la m oral p ara el combate. Com o lo h a dem ostrado H arold Isaacs, la identidad africana consti­ tuye un fuerte contendiente p a ra la identidad del negro norteam ericano. O frece un escenario sum am ente actual para la solidaridad del color negro de la piel, y probablem ente tam bién le proporciona al negro norteam e­ ricano un equivalente de aquello de que todos los dem ás norteam ericanos pueden alardear o, si quisieran, despreciar: una tierra natal, aunque sea tan rem ota. Porque la m anera en que el negro norteam ericano se separó del Africa, inclusive lo despojó del elem ento de identidad inmigrante. Sin em bargo, parece existir la cuestión de si para los africanos un negro n o r­ team ericano es más negro o más norteam ericano, y la de si en los con­ tactos reales con los africanos el negro norteam ericano desea ser más norteam ericano o m ás negro. H asta los M usulm anes Negros se autodenom inan miembros del Islam p ara destacar la unidad mística más am plia que el totalism o exige (véanse los alem anes “arios” ). L a gran clase media como proveedora de u n a identidad de consum ido­ res p a ra los que la panacea de Pettigrew , “ dólares y dignidad” parece ser ciertam ente adecuada, h a sido exam inada en sus limitaciones por m u ­ chos. Preocupada como está por los bienes raíces y el consumo, por el status y la posición, la gran clase m edia incluirá un núm ero cada vez m ayor de altam ente dotados y afortunados, pero si no cede a la identidad

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global del negro n orteam ericano, obviam ente crea nuevas barreras entre estos pocos y la m asa de negros, cuya distancia de la com petencia blanca sólo se ve así acrecentada. “D ignidad y trabajo” puede ser un lem a más idóneo si el trab ajo dignifica proporcionando u n dólar “viviente” así com o tam bién un desafío a la com petencia, porque sin ambos to d a opor­ tu n id ad es esclavitud p erp etu ad a. Pero aquí, com o en todas partes, la cuestión de la identidad del negro norteam ericano se esconde subrepticiam ente en la cuestión de lo que el norteam ericano quiere h acer de sí mismo en la tecnología del futuro. En este sentido, el m ayor beneficio en todos los aspectos puede consistir en lo que los doctores de la U niversidad de H ow ard han estudiado como la acción prosocial de p arte de los negros.13 M e refiero al hecho de que la protesta negra, p e n e tra d a h a sta donde es justificable por el espíritu de no violencia, pero desafiando m anifiestam ente la ley y el orden sociali­ zados, h a sido acep tad a por buena p arte de la nación como norteam e­ ricana. L a acción ejecutiva, así como tam bién la judicial y la legislativa, h a n intentado absorber “la revolución” en gran escala. Pero la absorción puede ser m eram ente arm onizadora y, de hecho, defensiva, o bien adaptativ a y creativa. Esto todavía está por verse. M ientras tanto, el éxito de la acción prosocial no debe de ninguna m a­ n era oscurecer el significativo elem ento antisocial que h a sido tan relevan­ tem ente recogido en las autobiografías de los negros norteam ericanos (me refiero al sacrificio trágico de la juv en tu d designada como delincuente y crim in al). C iertam ente, los jóvenes defendieron m uchas veces cualquier elem ento de id entidad disponible, rebelándose de la única m an era que les era viable (u n a m an era m alignam ente peligrosa, pero que, a m enudo, constituía la única form a posible de autorrespeto y solidaridad tangibles). T a l como ocurre con los héroes proscriptos de la fro ntera norteam ericana, igualm ente entre los negros son inevitables algunos tipos antisociales en la historia de su pueblo. _ ■ , Sin em bargo, nuestra ju v en tu d , genuinam ente hum anista, continuara extendiendo en las relaciones raciales un elem ento de identidad religiosa, porque los problem as generales de identidad futuros incluirán u n equili­ brio en el hom bre de los esfuerzos tecnológicos y de los intereses éticos y fundam entales. C reo (pero no se les debe decir, porque ellos desconfían de esas palabras) que la em ergencia de esos jóvenes que saltaron desde, u n com pleto anonim ato h asta el plano de nuestros asuntos nacionales, i realm ente es p o rtad o ra de un nuevo d e m e n to ^religioso que a p o rta nada ¡ menos que a la prom esa de u n a h u m an id ad más libre de las actitudes de u n a pseudoespecie: a esa Utopía de la universalidad, proclam ada por todas las religiones del m u n d o com o la m eta m ás digna, pero que, no obstante, siempre vuelve a enterrarse bajo nuevos imperios del dogma que se truecan o se alian con nuevas pseudoespecies. T am bién las iglesias h a n llegado a com prender que los prejuicios terrenales — tanto los faná­ 13

Véase J. Fishraan y F. Solom on: “Y outh and Social Action” , en Journal of

Social Issues, 20, octubre de 1964, págs. 1-27.

ID E NT ID A D ,

JUVENTUD

Y C RISIS

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ticos como los que subyacen tras la indiferencia—- alim entan esa combi­ nación fatal que ha convertido al hom bre en lo que Loren Eiseley deno­ m ina “el factor letal” del universo. Este factor, como hemos visto, ata la ilim itada am bición técnica (incluida la de suprem acía de armas de aniquilam iento) y la hipocresía del anticuado dogm a m oralista a la terri­ torialidad de identidades m utuam ente exclusivas. L a contrafuerza de la no uiulencia quizás sea una realidad com pulsiva y creativa sólo en momentos críticos, y únicam ente p ara “la sal de la tierra” . Pero G andhi dio los p ri­ meros pasos p a ra la aplicación política m undial de esos principios que una vez fueron puram ente religiosos. En vista del antagonism o de los nuevos intereses nacionales de Africa y Asia es difícil predecir el destino m undial de las identidades poscolo­ niales y de color. Aquí no podemos ignorar las posibles implicaciones de la continuada acción norteam ericana en V ietnam en relación con una identificación m undial de la gente de color con el manifiesto heroísmo de los revolucionarios del Vietcong. L a exigencia m ism a de que el V iet­ nam del N orte se rinda (aunque lo hiciera casi en sus propios términos) a un asalto superorganizado y superprovisto de arm as letales resulta harto rem iniscente del papel que desempeñó el poder del fuego en la expansión colonial en general, del poder policial en p articular, y de una cierta (im plícitam ente despectiva) actitud que supone que los “ nativos” se ren­ dirán bajo presiones a las que las razas dom inantes se considerarían irre­ ductibles (vide los británicos bajo el blitz nazi). Es obvio que las diferencias de opinión en los E.U.A. con respecto a su actuación m ilitar en Asia no derivan m eram ente de una defectuosa lectura de los hechos o de una falta de fibra m oral en una de las partes, sino tam bién de un conflicto de identidad masivo. Es inherente al núcleo político-tecnológico dom inan­ te de una identidad norteam ericana la expectativa de que un poder de la m agnitud que ahora es posible desencadenar, p u ed a utilizarse con ventaja, em pleándolo de un m odo lim itado, y ha construido en su estruc­ tu ra m ism a defensas contra una conflagración impensable. Paradójicam en­ te, un sector significativo de la población negra obtiene un beneficio de identidad del hecho de que en la batalla, así como en los servicios téc­ nicos, tantos soldados negros sean probados — precisam ente en áreas donde su país les negó oportunidades civiles para hacerlo— . Pero se sentirán voces aprem iantes en el extranjero y que protestan sinceram ente en el país expresando la perplejidad de aquellos que perciben la existencia de una única activa frontera m oral de igualdad y de paz, desde el centro de la vida d iaria de Estados Unidos hasta las periferias de sus intereses ex­ tranjeros. E n este respecto el negro norteam ericano com parte el destino de un nuevo dilem a norteam ericano. Al comienzo de este libro prom etí dem ostrar el carácter indispensable de conceptos tales como los de “id entidad” y “ confusión de identidad” en la historia de casos, la historia de vida y la historia. Allí donde haya alcanzado m i propósito, probablem ente tam bién haya conseguido condu­ cir a! lector a ab ordar problemas tan actuales que en trañ aría una falta

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ERIK II. ERIKSON

de sensibilidad el d e ja r? 3 sin examinar- N o obstante, la m ayoría de ir*, em pleos del coro- * uue aciu ‘ se sugiere han surgido de ios simposios <¿c Clapos de lia b a '' ^os 9ue Ps' co an al‘sta h a intentado contribuir con u n a dimensión no con una conclus'ón. Esa participación constituye, en si misma un signo de los tiem pos” (pero la dimensión que h a de apor­ tarse continúa siendo la m ism a). A un cuando nos volvamos hacia cues­ tiones que se h a convenido exam inar y que por lo tanto se hallan más cerca ele la “superficie” histórica y de la adhesión de los participantes, el p u n to de vista psicoanaiitico perm anece focalizado en lo que es más proclive a hacerse o a perm anecer inconsciente en el mismo m om ento en que u n a nueva com prensión ilum ina un aspecto anteriorm ente descui­ dad o de la experiencia hum ana. En los pasajes más teóricos de este libro he indicado a tientas que en este proceso incluso nuestros conceptos caen b ajo la indagación de una nueva conciencia histórica. Pero aunque apli­ cado a la evaluación de un problem a social, nuestro enfoque continúa siendo clínico en su m etodología, esto es, puede utilizarse únicam ente para cen trar el pensam iento de un equipo interdisciplinario. En la clínica, la evaluación de los problem as de identidad requiere la “ toma de la histo­ ria ” , la localización y la evaluación diagnóstica de la desintegración, e! exam en de los recursos intactos, el pronóstico tentativo y la consideración de la acción posible (cad a u n a de ellas basadas en las especialidades del enfoque y a m enudo del te m p e ra m e n to ). L a aplicación social no es menos exigente al pedir u n a parecida v ariedad de métodos. En la m edida en que se aproxim an entre si los m étodos clínico y evolutivo, social e histó­ rico, surge tam bién la necesidad de algunos términos nuevos; pero un concepto sólo alcanza la bondad del ordenam iento prelim inar que ap o rta a fenóm enos de otro m odo desconcertantes y aparentem ente desvinculados — orden que adem ás revela fuerzas de restauración en la anarq u ía de la crisis— .

T R A B A JO S SO B R E L O S Q U E SE BASA E S T E L IB R O

Capitulo I. T ranscripción de un grupo de trabajos sobre Identidad, Ins­ titu to Psicoanaiitico de San Francisco, 1966. C arta a la Comisión sobre el A ño 2000, 1967. Capítulo II. Ego D evelopm ent and Historical C hange, 1946. O n the Sense of In n er Identity, 1951. Wholeness and T otality, 1954. C apitulo I I I . G row th and Crises of the “H ealthy” Personality, 1950. C apitulo IV . T he Problem of Ego Identity, 1956. T h e D ream Specimen of Psychoanalysis, 1954. T h e Syndrom e of Identity Confusion, 1955. Ego Identity an d the Psychosocial M oratorium , 1956. P re­ facio a E m otional Problems of the S tu d en t, 1961. C apítulo V. T he Problem of Ego Identity, 1956, y notas inéditas. C apitulo V I. Y outh: Fidelity and Diversity, 1962. C apítulo V II. T he In n er and the O u ter Space: R eflections on W o­ m anhood, 1964. Capítulo V I I I . T he C oncept of Identity in Race Relations, 1966.

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