Caballero, B - La Palabra Cada Dia

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ALABRA CADA DÍA

BASILIO CABALLERO

LA PALABRA CADA DÍA Comentario y oración 4.a edición

SAN PABLO

Uasilio Caballero (1935-1996), sacerdote redentorista y doctor en Teología, tiene una acreditada competencia en el sector litúrgicopastoral de la Palabra, conjugando el saber bíblico y teológico con un lenguaje asequible y un estilo directo, en contacto con la mentalidad de hoy. Es autor, en esta misma colección, de La Palabra cada domingo (1993). Al igual que en este, en el presente libro se combinan la riqueza de ideas y la unión fecunda entre Biblia y liturgia con la espiritualidad y el compromiso maduro y liberador de la fe cristiana.

Presentación a la tercera edición El presente libro reflexiona al ritmo diario de la palabra de Dios, conforme a las lecturas del leccionario ferial De ahí su título: La palabra cada día. En mi obra titulada: La palabra cada domingo, se reflexiona también sobre la palabra de Dios siguiendo los tres ciclos de lecturas bíblicas para los domingos y días festivos. A su vez, los subtítulos de ambos libros: "Comentario y Oración" expresan bien la intención que me ha guiado al redactarlos. Se ofrecen, en primer lugar, comentarios a los textos bíblicos del día, que deben ser leídos siempre previamente. Comentarios que intentan ser un servicio apto para k íecíura y h meditación, tonto en privado como en comunidad, así como para el anuncio de la palabra. Y, en segundo lugar, formando unidad con el comentario, se añade la respuesta a la palabra mediante la oración personal y comunitaria de alabanza, súplica y proyección a la acción y al compromiso cristiano. Así queda patente que toda la vida del discípulo de Cristo, su fe y su conducta enraizan en la palabra de Dios y se revitalizan en las fuentes de ¡a misma.

Ilustración de portada: Cristo redentor, de Andrej Rublev © SAN PABLO 1990 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 -^ Fax 917 425 723 © Basilio Caballero Álvarez 1990 Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid * Tel. 917 987 375 - Fa* 915 052 050 ISBN: 84-285-1376-7 Depósito legal: M. 2.573-1999 Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) Printed in Spain. Impreso en España

El año litúrgico tiene dos partes básicas: los llamados "tiempos fuertes "y el tiempo ordinario que corre durante el resto del aña En la parte correspondiente a los tiempos fuertes: adviento, navidad, cuaresma y pascua, los comentarios se refieren conjuntamente a las ios lecturas bíblicas de cada día, que fueron seleccionadas expresamente en conexión mutua, según la reforma litúrgica. En cambio, en la parte correspondiente a las treinta y cuatro semanas del tiempo ordinario, en la lectura continua de la Sagrak Escritura, se toma habitualmente el evangelio del día como punto de partida para la reflexión, el anuncio y la oración. Esto es debido a que nosuele haber relación entre la primera lectura de los años pares o imjares con ¡a lectura evangélica, que es la misma para los dos ciclos. Finalmente, de lo que precede es fácil deducir que el deánaterio áe estas páginas no es solamente el sacerdote, como responsable delservicio de la palabra al pueblo fiel, sino también todo creyente, grupo cris5

liana, comunidad religiosa y miembros de un instituto secular o de un equipo apostólico que desean meditar y orar, en común o en particular, al ritmo de la palabra de Dios cada día del año. Poder servirles en algo será mi máxima satisfacción. B. CABALLERO

Abreviaturas y siglas

Santander, 17 de abril de 1995

1. Libros de la Biblia Abd Ag Am Ap Bar Cant Col Cor Crón Dan Dt

Ef

Esd Est Éx Ez Flm Flp

Gal Gen

Hab He Heb Is Job Jds Jdt Jer Jl Jn Jon Jos

-

Abdías Ageo Amos Apocalipsis Baruc Cantar Colosenses Corintios Crónicas Daniel Deuteronomio Efesios Esdras Ester Éxodo Ezequiel Filemón Filipenses Gálatas Génesis Habacuc Hechos Hebreos Isaías Job Judas Judit Jeremías Joel Juan Jonás Josué

Jue Lam Le Lev Mac Mal Me Miq Mt Nah Neh Núm Os Pe Prov Qo

-

Re Rom Rut Sab Sal Sam Sant Si

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Sof Tes Tim Tit Tob Zac

-

Jueces Lamentaciones Lucas Levítico Macabeos Malaquías Marcos Miqueas Mateo Nahún Nehemías Números Oseas Pedro Proverbios Qohélet (o Eclesiastés) Reyes Romanos Rut Sabiduría Salmos Samuel Santiago Sirácida (o Eclesiástico) Sofonías Tesalonicenses Timoteo Tito Tobías Zacarías

2. Vaticano II. Encíclicas. Varios AA = Apostolicam actuositatenv Decreto sobre el apostolado de los laicos. AG = Ad gentes: Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia. 6

7

CB = Comentario bíblico "San Jerónimo"(5 vols.), Madrid 1972. c(c) = capítulo(s). Cf = Cónfer: véase.

Adviento

DV = Dei Verbunv Constitución dogmática sobre la divina revelación. EN = Evangelii nuntiandL Exhortación Apostólica de Pablo VI sobre la evangelización del mundo contemporáneo, 1975. GS = Gaudium eí spes: Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. LC = Libertatis conscientia- Libertad cristiana y liberación. Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 1986. LG = Lumen gentium: Constitución dogmática sobre la Iglesia. MC = Marialis cultus: Exhortación apostólica de Pablo VI sobre el culto a la Santísima Virgen María, 1974. OA = Octogésima adveniens: Carta Apostólica de Pablo VI, 1971. PP = Populorum progressio: Ene. de Pablo VI sobre el desarrollo, 1967. PT = Pacem in tenis: Encíclica de Juan XXIII sobre la paz, 1963. SC = Sacrosanctum Conciliunv Constitución sobre la sagrada liturgia. s(s) = siguiente(s). v(v) = versículo(s) o versillo(s).

8

Lunes: P r i m e r a S e m a n a d e Adviento Is 2,1-5: La paz mesiánica. (O bien: Is 4,2-6: El vastago del Señor.) Mt 8,5-11: Vendrán de oriente y de occidente.

UN TIEMPO DE GRACIA 1. El adviento y sus figuras. Ayer domingo comenzábamos el adviento, y las lecturas bíblicas de hoy nos sitúan en la tonalidad propia de este tiempo litúrgico: esperanza y gozo, conversión y apertura misionera. En la primera lectura el profeta Isaías predice la reunión de todos los pueblos en la paz mesiánica del reino de Dios: De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas, mientras caminan a la luz de Dios, porque el vastago del Señor es gloria y esperanza de su pueblo. Profecía que en el evangelio de hoy Jesús declara cumplida. Admirando la fe del centurión romano que intercede por su criado enfermo, afirma: "Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos". Para alcanzar este final deslumbrante hemos de esperar intensamente la venida de Dios, que llega al hombre mediante la encarnación de su Hijo, Cristo Jesús, en la raza humana. Es decir, hemos de prepararnos adecuadamente para la navidad durante estas cuatro semanas de entrenamiento que ahora comenzamos. En este empeño contarnos con excelentes monitores y pedagogos que la liturgia irá poniendo ante nuestros ojos. En progresión ascendente, son las figuras señeras Jel profeta Isaías, de Juan el Bautista, de san José y de María, la madre Jel Señor. En la primera parte del adviento, hasta el día 16 de diciembre, la primera lectura de cada día se toma habitualmente del profeta Isaás. 9

En cambio, la figura del Bautista centrará el evangelio diario desde el jueves de la segunda semana hasta ese mismo día 16. Ambos profetas encarnan la espera del adviento precristiano. A partir del día 17 de diciembre, el texto evangélico se tomará del evangelio de la infancia de Jesús según Mateo y Lucas, adquiriendo así la persona de José y, sobre todo, la de María, la madre del Señor, un relieve especial en la introducción en escena del protagonista principal: Jesús mismo. 2. Un tiempo de gracia. Ésta es, en breve, la estructura bíblica y litúrgica del adviento. Pero ¿cuál debe ser nuestra actitud personal? Se nos abre un tiempo fuerte de la vida cristiana, y Dios nos brinda una oportunidad de oro que no podemos desperdiciar. Es el momento de la visita del Señor, el tiempo de su misericordia. Adviento significa venida, llegada. Con él comienza el nuevo año litúrgico, en el que iremos celebrando cultualmente el misterio de Cristo en sus diversos momentos históricos, con dos puntos culminantes: navidad y pascua. El adviento es la preparación del primero, y la cuaresma, la del segundo. "Celebrar cultualmente" es hacer presente en medio de la comunidad cristiana, mediante la fe y los sacramentos, los hechos históricos de la salvación de Dios para el hombre. Por eso en el adviento actualizamos la venida de Dios a nuestra historia, lo cual constituye una perenne "buena noticia", un evangelio actual. Esta llegada primera de Cristo nos remite simultáneamente a su venida última, gloriosa y definitiva, al fin de los tiempos como señor de la historia y juez de vivos y muertos. En el entretanto se realizan las continuas venidas de Dios a nuestro mundo y nuestra vida personal y comunitaria, al ritmo de los acontecimientos diarios y a través de los signos de los tiempos. En nuestra vivencia cristiana del adviento debe haber un equilibrio de las tres venidas del Señor: pasada, presente y futura, que se celebran y confluyen en el tiempo de gracia y bendición que hoy comenzamos. Como la esperanza cristiana, el adviento es un cheque al portador que ya posee en mano el creyente, pero que todavía no ha cobrado. Ésa es ja tensión escatológica de la esperanza cristiana entre el "ya sí", pero "todavía no". Lo cual no es motivo de desazón o de falta de identidad para el cristiano, sino de vigilancia permanente, espera activa y esperanza gozosa y segura en la fe, que es la garantía del futuro esperado (Hebll.l). Todo esto fundamenta el talante propio del creyente. El "adviento inacabado" es más que un tiempo limitado a cuatro semanas del calendario. Es todo un estilo de vida, como iremos viendo, cuyas características podemos resumir en estas cuatro actitudes: fe vigilante, gozo esperanzado, conversión continua y testimonio cristiano. 10

Te bendecimos, Padre nuestro, Dios de la promesa, Dios de la esperanza, por este tiempo de gracia, estábamos hundidos en nuestra pequenez mezquina, pero hoy levantamos los ojos hacia tu aurora. Hoy es el día de tu visita, tiempo de tu misericordia. Gracias, Señor, porque nos invitas a la mesa de tu Reino. Haz que te respondamos con fe vigilante y amor despierto, con esperanza gozosa, con disponibilidad plena. Subiremos con alegría a la casa de nuestro Dios, porque tú eres quien da sentido a nuestra vida, fuerza a nuestra flaqueza y juventud a nuestros años. Prepáranos tú mismo para tu gran venida. Amén.

Martes: Primera Semana de Adviento Is 11,1-10: El Espíritu del Señor estará con él. Le 10,21-24: Gozo de Jesús en el Espíritu.

EL SABER DE LOS SENCILLOS 1. La utopía es posible. Los textos bíblicos de hoy, primera lectura y evangelio, representan sendos momentos-cumbre de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento, respectivamente. La visión profética que el Primer Isaías nos transmite ocho siglos antes de Cristo, y en el contexto de la amenaza asiría, expresa con gran lirismo la utopía de los tiempos mesiánicos. Es la vuelta a la armonía y felicidad del paraíso antes del pecado de origen. El hombre volverá a vivir en paz consigo mismo y con todos los animales de la creación y éstos entre sí: Habitará el lobo con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito; la vaca pastará con el oso y el león comerá paja con el buey; el niño podrá jugar sin peligro en el escondrijo de la serpiente. Todo esto será posible porque un vastago renovado del tronco davídico, el mesías, sobre el que reposan los siete dones del Espíritu, instaura la paz, la justicia, el amor y la fraternidad donde hasta hoy imperaban la violencia y el odio, la injusticia y la insolidaridad. Éste es el "oráculo del Enmanuel". Pero ¿quién puede creer tanta belleza y entender tal anuncio? Y, sobre todo, ¿quién puede cambiar el rumbo de la humanidad y el corazón del hombre y de la mujer? Solamente la fuerza del Espíritu creador de Dios, que en cierta ocasión, al regreso triunfal de la misión apostólica de los setenta y dos discípulos, 11

Padí„ de g 0 2 ° e l corazón de Cristo y le hizo exclamar. Te bencüg, S ñor de los cielos de la tierra rq haS

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Padr/ bios y entendidos y las has revelado a los senciUos. * q j f c así te ha parecido bien". Plegaria de acción de gracias ^ J e s ú s p e r n o s en el texto evangélico de hoy y que supone un momento de densidad en todo el evangelio. hizo * D i o s s e r e v e l a a los sencillos. Jesús mismo reconoce que no se sab ía n í e n d e r n i a c e Ptar Por los doctos y letrados de su tiempo; estos mesiá d e m a s i a d o de la ley mosaica para comprender que la revolución la mca había de suplantarla, el a " e I a gente sencilla de entonces, y de siempre, la que mejor asimilo homh C1,° d e C r i s to sobre el Reino, el plan divino para la salvación del las bi ' Paternidad de Dios y la fraternidad humana, la paradoja de r e v n l e n a v e nturanzas, las antítesis del discurso del monte y el mensaje u cionario del Magníficat de María. t e m e n t e l o s ca D¡os I ' minos del Señor no son los de los hombres. Cll COmplace en enta elegir a los pequeños y a los pobres, a los que no s e c r e t n s o c i a lmente ni tienen peso económico, para revelarles sus ri 0 r d ° s y su conocimiento por medio de Cristo. Es la sabiduría supedicionai g e n t e s e n c i lia que cree y se fía de Dios, abriéndosele inconlmente - (pasaje paralelo en Mt 1 l,25ss.) Los cia d e j - , c r e y e n t e s del pueblo llano son capaces de captar la trascendeny re vela "^ P ^ r S u e t a m bién ellos son Iglesia, la depositaría de la elección v e nas Se ver nc ^ Jecita^10n " i a lo que san Buenaventura decía a aquella n s UC S ° abía ? ^ ^arnfntaDa de no poder amar bastante a Dios porque teología h n i , e s c r i b i r : N o hace falta agotar exhaustivos tratados de que misterio de Dios él da i Para vivirlo hondamente desde la fe Por e i qfUC SC l e a b r e n c o n u n corazón sencillo. elve a t°' A- - >del t e x t 0 e v a n g é l i c ° proclamado hoy, Jesús se ,0 que vosotS S C 1 P u l o s yles d i c e a Parte: "¡Dichosos los ojos que ven Vos otros vri V-eiS! M u c h o s Profetas y reyes quisieron ver y oír lo que hac erse elt.J01*' y " ° l o consi guieron" (Le 21,23s). Esa dicha puede oc extensiva a nosotros. Vu

! r a " i S p o r t t c t ' n ^ T í ° dC h ° y : D Í ° S S£ r e v d a a l0S sencillos> e s d e ? e D i °s V s u S f f ^ n u e s t r a vida cristiana. Captar los secretos hm P*- Una £ a s S n a e n t >u r*arnezqam erreez at eans eí :r a l m a d e P o b r e y m ^ a ^ ó n , mrn\Zn.Z I ? "Dichosos los limpios de > los ojos Jenetarantes Te * D '° f s u P a r a y e r a Dios hay que mirarlo J^tonecesitamos llSnt T í* h U m i l d f y S e n c i l k Y P a r a s e r & P * * * * * que r e s t a m o s é n 3 V ^ V* l° U e n ó d e %mo- A s í e "tendeuda > «no con el fi"6" con la carne, la soberbia y el egoís61 a la mor a D i o s / S h ^ m L t 6 *"** ** n U e S t r o s ™ e s 4

Bendito seas, Padre, señor de cielo y tierra, porque mediante la sabiduría de la je y del amor revelas a los sencillos lo que se oculta a los sabios. La esperanza de tu venida nos va ganando, Señor, ¡mes tu justicia despunta ya como rosa de invierno, haciendo posible la utopía mesiánica del projeta. Señor, nosotros queremos preparar tus caminos siendo instrumentos de tu paz en nuestro ambiente, para que donde imperan el egoísmo y el desamor sembremos con Cristo paz, justicia, luz, je, dignidad, optimismo, fraternidad y gozo en el Espíritu. Amén.

Miércoles: Primera Semana de Adviento Is 25,6-10a: El gozo del festín mesiánico. Mt 15,29-37: Curaciones y multiplicación de los panes.

HAMBRE DE PAN 1. El "sueño" mesiánico se hace realidad. El mensaje básico de la palabra bíblica es hoy la vocación universal, gratuita y sin discriminación alguna al reino de Dios, que, de acuerdo con la tradición bíblica, se describe como un banquete de fiesta. Es la imagen gozosa que desarrolla la primera lectura: Cuando llegue la plenitud escatológica de los tiempos mesiánicos, el Señor preparará para todos los pueblos en el monte Sión, en la ciudad de Jerusalén, un festín de manjares suculentos y de vinos de solera; entonces aniquilará la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos los rostros, porque Dios es la felicidad y plenitud del hombre. El evangelio nos muestra ya en marcha el cumplimiento de este "sueño" mesiánico. Jesús, después de curar a multitud de enfermos, alimenta a miles de personas con tan sólo unos panes y unos peces. Importa destacar el contexto que precede al conocido milagro: las sanaciones de enfermos por Jesús, que son signo del Reino, según él mismo subrayó en otras ocasiones, y su lástima y compasión de la gente famélica y desfallecida que le sigue y escucha embelesada. Es el evangelista Juan quien, profundizando el tema, nos da el pleno significado de la multiplicación de los panes. Además de signo mesiánico del reino de Dios, es también anticipo de la eucaristía, que Jesús preanunció en el discurso sobre el pan de vida e instituyó en la última 13

cena como viático y nuevo maná del nuevo pueblo de Dios, peregrino por el desierto de la vida. "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Por eso, "tomad y comed todos de él"; ésta es la pascua del Señor. 2. El pan de los pobres. Siguiendo el ejemplo de Cristo, que se solidarizó con la muchedumbre exhausta, la comunidad eclesial, es decir, cada uno de nosotros que somos invitados a participar de la mesa del Señor, tenemos un compromiso con los pobres y hambrientos de este mundo. Celebrar la cena del Señor es compartir su pan y nuestro pan. Por eso, si queremos que nuestras eucaristías sean auténticas y dignas, no podemos hurtar el bulto a la realización de la utopía mesiánica que anunciaba el profeta Isaías y prefigura la multiplicación de los panes. Así contribuiremos a que sea efectiva la participación de todos en los bienes de la tierra, cuyo destino es común y no tolera monopolios. La crisis económica es, en su raíz última, una crisis de amor y solidaridad; así deja el pan de ser medio de comunión entre los hombres, como símbolo por excelencia del sustento humano. El pan es la mesa compartida en los momentos alegres y penosos; de ahí su grandeza de signo. El pan compartido en fraternidad, especialmente con los más pobres, es además un gesto sagrado, expresión de religión auténtica, según el apóstol Santiago. No está en nuestra mano el milagro de multiplicar los panes, pero sí compartir lo nuestro con los demás, multiplicar el pan del amor y del cariño. El hambre y la pobreza son pluriformes. Solidarizarse con cuantos necesitan el pan de cada día significa empeñarse en lograr para todos lo que encierra la expresión "hambre de pan", es decir: trabajo y alimento, vivienda y familia, cultura y libertad, dignidad personal y derechos humanos. Sin olvidar tampoco a los nuevos pobres de la sociedad actual: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros. Éstas son hoy día las obras de misericordia respecto del pobre, con quien Jesús se identifica según la parábola del juicio final. Secoya el surco de nuestras lágrimas, te bendecimos, Señor Dios, padre de los pobres, porque sólo tú salvas la vida del indigente, tú que, en Cristo, eres el pan del hambriento. Tu pueblo peregrino en el desierto tiene ya pan en abundancia Sólo falta que sepamos repartirlo en amor y fraternidad 14

¡Bienaventurado quien abre sus manos en gesto de compartir! Porque ése fue el estilo compasivo de Cristo con los necesitados. Concédenos, Padre, que le imitemos fielmente para que cuando llegue Jesucristo, tu Hijo, nos encuentre dignos de sentarnos a su mesa. Amén.

Jueves: Primera Semana de Adviento Is 26,1-6: Abrid para que entre un pueblo justo y leal. Mt 7,21.24-27: Cumplir la voluntad de Dios.

¿SOBRE ROCA O SOBRE ARENA? 1. Construir sobre roca. La primera lectura de hoy pertenece al llamado "apocalipsis" del profeta Isaías (ce. 24-27), del que se tomaba también la primera lectura de ayer. El punto de partida de tal apocalipsis es probablemente la destrucción de la capital de Moab. Por el contrario, Jerusalén es una ciudad fuerte e inexpugnable, no tanto por sus muros y baluartes cuanto porque Dios es la roca que la cimenta y da seguridad. De ahi el júbilo del profeta: "Abrid las puertas para que entre un pueblo justo que guardará lealtad al Señor". El evangelio es el final del discurso del monte, que concluye con un serio aviso de Jesús mediante la parábola de las dos casas, edificada una sobre roca y otra sobre arena. Hay en el evangelio de hoy dos palabras clave: "escuchar" la palabra y ponerla en "práctica". La espera del Señor no es pasiva; hemos de cumplir su voluntad con amor y fidelidad. Ésta es la tarea del adviento. Así construiremos nuestra casa sobre roca, porque es el cumplimiento efectivo de la palabra de Dios, que nos transmite Cristo, lo que nos hace agradables y aceptos a él. Somos muy dados a minimizar las rotundas afirmaciones de Jesús, tildándolas de radicalismo verbal o literario. Una de ellas es la del evangelio de hoy: "No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en el cielo". Puede uno incluso realizar milagros en el nombre de Cristo y no ser reconocido por él como discípulo; porque no son los labios, sino el corazón y la voluntad lo que cuenta para lograr el pase de entrada al reino de Dios. Solamente siguiendo a Jesús, que es la piedra angular, construiremos sólidamente nuestra vida y seremos auténticos discípulos suyos. Queda, pues, descalificada una fe que se agota en mera palabrería. 15

2. Cumplir la voluntad del Padre. Para la identidad cristiana no es suficiente una fe de pertenencia meramente socio-religiosa a la comunidad eclesial, cuya raíz sería la herencia familiar, con ser ésta importante en la transmisión de la fe. Tampoco bastan las fórmulas pietistas y rituales, cuando van en solitario; es necesaria la coherencia entre nuestras creencias y nuestra conducta de redimidos en Cristo. Esta conducta ha de expresar la obediencia de la fe y el seguimiento del evangelio, la correspondencia al don de Dios, la respuesta a su amor que nos precede siempre, los frutos del Espíritu en vez de las obras de la carne; en una palabra: el cumplimiento fiel y amoroso de la voluntad del Padre actuando como lo que de hecho somos, hijos de Dios, edificados sobre la roca que es Cristo. Para conocer y cumplir la voluntad del Padre hemos de meditar y orar la palabra de Cristo hasta hacerla eje y quicio de nuestra vida cristiana, núcleo central de nuestra estructura personal, y no un mero añadido de suplemento dominical. Cristo Jesús es el modelo de esta escucha y práctica, el gran servidor del Padre y del hombre, el cumplidor fiel de la voluntad divina. Como él, nosotros sus discípulos hemos de ser personas de oración, que es más que la súplica vocal, para convertirla en vida de comunión con Dios. Ésta se derramará luego sobre nuestra existencia personal, la familia y el trabajo, la realidad comunitaria y social en que vivimos, sin crear divorcio entre la fe y la vida. Amar a Dios y al hermano es el cuadro completo y el resumen de la voluntad de Dios. Así construimos nuestra casa sólidamente. Pues Jesús no preconiza un activismo pragmático y eficaz a cualquier precio; más bien lo condena, puesto que él no reconoce como suyos a quienes aseguran haber profetizado y echado demonios haciendo milagros en su nombre, pero sin haber llenado su vida personal y su acción mundana con la obediencia de la fe a la voluntad de su Padre Dios. Para concluir, no podemos soslayar los interrogantes que nos plantea hoy la palabra de Dios. ¿A qué clase de cristianos pertenecemos? ¿Somos la casa sobre roca o sobre arena? Dada nuestra floja condición, proclive a la ambigüedad cómoda, participamos probablemente de ambas situaciones, cumpliendo y fallando a ratos: fuertes en tiempo de bonanza y débiles en momentos de apuro. Por eso hemos de revisar urgentemente nuestros cimientos, máxime en los tiempos de crisis que corren.

Tú eres, Señor, nuestra roca de refugio y es mejor confiar en ti que en los poderosos, porque es mayor la seguridad de tu amor que la de las abultadas cuentas bancarias. 16

Queremos escuchar tu palabra y cumplirla, sin contentarnos con decirte: ¡Señor, Señor! Pero líbranos tú de nuestra inconstancia. Hacemos nuestra la oración de Carlos de Foucauld: Padre, me pongo en tus manos; haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. Necesito darme, ponerme en tus manos con confianza, porque tú eres mi Padre.

Viernes: Primera Semana de Adviento Is 29,17-24: Los ojos de los ciegos verán. Mt 9,27-31: Curación de dos ciegos por Jesús.

LA FE HACE MILAGROS 1. La fe como condición. Hay en el evangelio de hoy una pregunta de Jesús que nos explica el porqué de la curación de dos ciegos que se le acercaron pidiéndole a gritos la vista para sus ojos en tinieblas: "¿Creéis que puedo hacerlo?" Ante su respuesta afirmativa, Jesús concluye: "Que os suceda conforme a vuestra fe". Y se les abrieron los ojos. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías que tenemos en la primera lectura, referido a los tiempos mesiánicos: Pronto, muy pronto, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, y la salvación de lo alto alegrará a los oprimidos y a los pobres de Dios. Por tanto, las fuentes de la palabra nos hablan hoy, elocuentemente, del adviento como tiempo de fe y transformación, libertad y justicia, esperanza y gozo en el Señor. La clave secreta de este cuadro maravilloso está en la fe. La necesidad y eficacia de la misma es una constante en la Biblia y en la vida cristiana de cada día. Como en el caso de los ciegos, la historia de los milagros realizados por Jesús coincide con el itinerario de la fe de los pobres de Dios. Era la fe de los enfermos lo que desencadenaba a su favor la acción del poder divino que residía en Jesús de Nazaret. Una y otra vez repite él a las personas agraciadas con una intervención milagrosa: Tu fe te ha curado, tu fe te ha salvado; hágase como has creído. El dicho popular "la fe hace milagros" es de una certera exactitud evangélica. Hasta tal punto era la fe presupuesto esencial y condición indispensable, que donde Jesús no encontraba fe no "podía" obrar ningún milagro. Fue el caso de sus paisanos (Me 6,5). 17

La confesión de fe que pedía Cristo como premisa para sus hechos portentosos era un reconocimiento, siquiera inicial, de su persona como mesías. No obstante, para evitar malentendidos sobre su propio mesianismo al servicio del reino de Dios, Jesús ordena hoy a los ciegos curados que se callen como muertos. Pero aquí el intento fue inútil, pues ellos hablaron del rabí de Nazaret por toda la comarca. 2. El compromiso liberador de la fe. Existe un texto evangélico poco citado y que, sin embargo, contiene una luz nueva para interpretar en toda su profundidad y alcance el significado de los milagros de Cristo, el siervo del Señor, el servidor del Padre y de los hermanos. En cierta ocasión "curó Jesús a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,16; Is 53,4). Cada milagro de Cristo, además de ser signo de la liberación que aporta al hombre la buena nueva del Reino, proclama que Jesucristo es, en su misterio pascual de muerte y resurrección, fuente de vida, esperanza y salvación para el hombre, a quien Dios ama. Tal ejemplo liberador nos señala un camino de compromiso cristiano con la liberación de nuestros semejantes en cualquiera de los sectores del dolor humano: hambre y enfermedad, miseria física y moral, incultura y opresión, desesperanza y esclavitud. Para eso hemos de creer que Dios puede hacer un nuevo mundo por medio de nosotros, si estamos unidos a Jesús por el Espíritu. Por otra parte, no debemos esperar milagros para creer y actuar en cristiano. Con la luz de la fe cura Dios nuestra ceguera y embotamiento espiritual. Basta que nos abramos al don del Señor en nuestra vida, en los seres humanos, en las cosas y en los acontecimientos. El don de la fe abre nuevas perspectivas a la vida del que cree en Dios. Para eso hemos de enjuiciar todo conforme al criterio providente del Señor y no como simples hechos fortuitos o fatales del destino caprichoso e incontrolable. Un modo seguro y eficaz de descubrir la presencia y llamada de Dios es saber leer sus signos en la persona de los hermanos más pobres y marginados. El don de la fe equivale a estrenar ojos nuevos, como los dos ciegos del evangelio de hoy. Con esos ojos podremos ver la vida y el mundo, las personas y las cosas como Dios las ve, iluminando y dando sentido a la existencia individual y comunitaria, entendiendo y asumiendo la realidad personal, familiar y social, incluso cuando no se les vería ya sentido ni valor alguno. Puesto que la fe es carisma gratuito de Dios, hemos de rogarle continuamente: Señor, aumenta mi fe.

18

Te bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo, que supo compadecerse de los dos ciegos del camino, imagen viva de la humanidad necesitada de tu luz. Hacemos nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenazan nuestra rutina y supuestas seguridades. Haz, Señor, que tu amor cure nuestra innata ceguera, despertando nuestra fe dormida, para poder verlo todo con los ojos nuevos que nos das: los criterios de Jesús. Cólmanos de alegría y paz en este tiempo de adviento, que es oportunidad de conversión a ti y a los hermanos.

Sábado: Primera Semana de Adviento Is 30,18-21.23-26: Dios se apiadará de tus gemidos. Mt 9,35-10,1.6-8: Compasión de Jesús. Misión de los doce.

AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACIÓN 1. Misión compartida. La lectura profética de hoy describe la prosperidad del pueblo israelita, que es objeto de la compasión y perdón de Dios. Se acabaron los días del pan medido y del agua tasada; es tiempo de bendición, felicidad y abundancia. También Jesús demuestra en el evangelio su corazón compasivo: "Al ver a las gentes sintió lástima de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies". Mediante las imágenes de las ovejas y de la mies constata Jesús una urgencia pastoral. Y a renglón seguido tiene lugar la misión apostólica de los doce, con las consignas misioneras del Señor para tal envío. Éstas se centran en el contenido, en los signos y en la gratuidad de la evangelización: Id y proclamad que el reino de Dios está cerca; curad enfermos; dad gratis lo que habéis recibido gratuitamente. Cristo transmite su misión y poderes a sus discípulos, es decir, al nuevo pueblo de Dios. Desde la misión de Jesús hay que entender el envío de la Iglesia al mundo, o sea, nuestra propia misión, la de todos los bautizados en Cristo. Misión que se concreta en la evangelización; y ésta en dos tiempos: anuncio del reino de Dios y aval de tal mensaje con los signos de liberación humana. El evangelio esencial que hemos 19

de transmitir y testimoniar es la alegre noticia de que Dios ama al hombre, lo invita a la fe, a su amistad, a su adopción filial y a la fraternidad humana mediante el seguimiento de Cristo, que es el hombre nuevo. Por el envío de los apóstoles queda patente que la evangelización es un servicio sin factura; hay que dar gratis lo que gratuitamente hemos recibido, es decir, el anuncio de la salvación por la fe. Este dar no va a empobrecernos, sino todo lo contrario. El evangelio no se tasa ni se vende. Si no fuera gratuito para todos, hace tiempo que lo habrían acaparado y domesticado los ricos, excluyendo de su monopolio a los pobres, cuando fueron y son éstos precisamente los destinatarios preferidos del mensaje de Cristo sobre el reino de Dios. 2. Misión esencial. "La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propias de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios y perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa" (EN 14). "¡Ay de mí si no evangelizo!", decía san Pablo, consciente de su vocación misionera. Lo mismo hemos de repetir nosotros, máxime en el ocaso de los "tiempos de cristiandad", en que, debido al pluralismo ideológico y al permisivismo moral de una sociedad secularizada, corren peligro de eclipse valores tales como la vida humana, la persona, el matrimonio, la familia, el sexo, la solidaridad y el compartir. "La fe nace del anuncio, y el anuncio consiste en hablar de Cristo" (Rom 10,17). Dada la eficacia de la palabra de Dios, la buena nueva desencadena un proceso de salvación mediante la intervención divina en el mundo de los hombres. Pues la fe suscitada por la palabra no se limita a descubrir el misterio de Dios, sino que nos impulsa a secundar la acción de su Espíritu para la transformación de la realidad humana, a partir de una conversión personal profunda. Desde el núcleo de la persona redimida, la salvación liberadora de Dios se transvasa a las estructuras mundanas. Aquí alcanza su objetivo último la evangelización. Es patrimonio y deber de todo cristiano la comunión en la tarea de la Iglesia, que prolonga la misión recibida de Jesús; porque todo cristiano participa de la función profética de Cristo por el bautismo y los demás sacramentos. Si nuestra fe y nuestra práctica religiosa fueran tan sólo espiritualidad evasiva, no seríamos fieles al evangelio de Cristo ni a su mensaje de liberación y esperanza, especialmente para los pobres y los sin-esperanza. 20

Bendito seas, Padre, por Jesucristo, Señor nuestro, que recorrió infatigable los duros caminos de Palestina anunciando el Reino y curando a todos los enfermos porque su corazón se compadecía de las gentes sin pastor. Ensancha tú nuestro corazón a la medida de tu ternura y concédenos ser fieles a la misión que nos confiaste para servicio y testimonio de tu Reino entre los hombres. ¡Ay de mí si no evangelizo!, repetimos con el Apóstol Manténnos, Señor, firmes en nuestro compromiso misionero para que, convertidos a tu amor y al de los hermanos, preparemos tu venida con el gozo del Espíritu. Amén.

Lunes: Segunda Semana de Adviento Is 35,1-10: Dios viene en persona y os salvará. Le 5,17-26: Hoy hemos visto cosas admirables.

FLORES EN EL DESIERTO 1. El gozo de la restauración mesiánica que proclama hoy el adviento por boca del profeta Isaías fundamenta la esperanza del creyente. Dios viene en persona trayendo la paz y la salvación a su pueblo. Florece el desierto y la gloria habitará en nuestra tierra. "Hoy hemos visto maravillas", podemos repetir con la gente que presenció la curación del paralítico por Jesús, como narra el evangelio de hoy. En cierta ocasión un gran gentío rodeaba a Jesús. Entre la gente había fariseos y maestros de la ley mosaica. De pronto le presentan un paralítico, descolgándolo en su camilla por la azotea. Y ahora salta la sorpresa. Al enfermo, que viene buscando curación, Jesús le dice: "Tus pecados están perdonados". Escándalo mayúsculo para escribas y fariseos: Éste blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios? No podían creer que Jesús fuera Dios (cf Me 2,lss). La subsiguiente sanación del paralítico, que se levantó, cogió su camilla y marchó a casa por su propio pie, glorificando a Dios, venía a probar que Jesús le había perdonado sus pecados. Para la mentalidad judía toda enfermedad provenía de una causa moral: era efecto del pecado personal o de los padres del enfermo. La innegable curación del paralítico fue signo de la invisible sanación espiritual. Al curarlo, Jesús le está perdonando sus pecados, y viceversa. En el fondo, la escena es un relato de epifanía, es decir, de manifes21

tación divina. Jesús se autorrevela como Dios que tiene poder de perdonar pecados. 2. Un perdón que se prolonga. Pues bien, esa potestad la transmitió el Señor resucitado a su Iglesia cuando dijo a los apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22s). La comunidad eclesial es la depositaría y mensajera del perdón de Dios para el hombre pecador; función que ejerce en el sacramento de la reconciliación o penitencia. Anunciar el perdón de los pecados en un mundo secularizado como el nuestro, que parece haber perdido la conciencia del pecado, es constatar la existencia del mismo y la necesidad que el hombre tiene de ser perdonado, salvado y regenerado. Pero una comunidad que se presenta como reconciliadora y como signo del perdón de Dios debe estar primero reconciliada con ella misma, sus miembros entre sí y todos con Dios. Desgraciadamente, el pecado es una realidad siempre posible en la Iglesia, comunidad santificada por el Señor, pero compuesta de hombres y mujeres que fallan una y muchas veces. Por eso debemos ser una comunidad de conversión continua y de perdón fraterno ilimitado, hasta setenta veces siete. "Perdona, Señor, nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden", decimos en el padrenuestro. El perdón de Dios se supedita al que nosotros otorgamos a los demás, como dijo también Jesús en la parábola del deudor insolvente y despiadado: "¿No debías tú tener piedad de tu compañero como yo la tuve de ti?" (Mt 18,33). , 3. Flores en el desierto. En su aspecto celebrativo, tanto comunitario como individual, la penitencia o confesión debe aparecer como lo que de hecho es: el sacramento del gozo y de la alegría por el perdón de Dios y la reconciliación con él y con los hermanos. Necesitamos frecuentar este sacramento, pues el perdón de Dios es una auténtica regeneración y restauración personal a la primera juventud de espíritu, como en el caso del paralítico del evangelio de hoy. En este "segundo bautismo", como llamaron los santos padres a la penitencia, Dios Padre nos hace renacer siempre de nuevo a la condición de hijos suyos por el don del Espíritu en Cristo Jesús. Su perdón y su misericordia, lejos de humillar al hombre y ofender su dignidad personal, lo rehabilitan en su categoría humana de persona y hermano de los demás hombres. Escuchemos hoy la llamada del Señor a la conversión y dejemos hacer a Dios, que es capaz de alumbrar ríos en el desierto y torrentes en la estepa. Y luego, en la prosa del vivir diario, testimoniemos nuestra conversión del pecado, mostrando con nuestro amor y sentido peniten22

cial de toda la vida cristiana que pueden dar ñores el desierto y el asfalto. Gracias, Señor, porque estamos viendo tus maravillas: tu misericordia y tu fidelidad se encuentran en nuestro bajo mundo; la justicia y la paz se besan, mientras la verdad mana de la tierra que tú visitas. Una aurora de paz despierta la raya de nuestro horizonte. Todo es presencia y gracia tuya, flores de tu ternura que brotan en nuestro erial calcinado. ¡Gracias, Señor! Queremos reconciliarnos contigo y con los hermanos, celebrando unidos y alegres la fiesta de tu misericordia Y una vez regenerados por tu amor, proponemos demostrar con nuestra vida que el desierto inhóspito ha florecido.

Martes: Segunda Semana de Adviento I& 40,1-11: Dios consuela a su pueblo desterrado. Mt 18,12-14: Parábola de la oveja perdida.

LA TERNURA DE DIOS 1. El Dios de la ternura. Con el texto de la primera lectura bíblica de hoy se abre el llamado "libro de la consolación" o Segundo Isaías (ce. 40-55). Dios consuela a su pueblo desterrado en Babilonia. Por boca del profeta le anuncia un nuevo éxodo hacia la patria, más esplendoroso todavía que el primero. Es la repatriación que tuvo lugar el año 538 a.C. por decreto del emperador persa Ciro. Dios mismo caminará al frente de su pueblo hacia Palestina por el desierto, convertido en una espléndida autopista. "El Señor llega con su fuerza... Como un pastor apacienta su rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres". Fuerza, poder y cariño se dan en Dios la mano. Es la omnipotente ternura que sale en busca de la oveja perdida, como vemos en la parábola evangélica de hoy. En su lugar paralelo, el evangelista Lucas apunta el motivo y la impostación exacta de la parábola. Al ver los fariseos y letrados que los publícanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo, murmuraban entre sí: Ése acoge a los pecadores y come c o n ellos (Le 15,lss). 23

Entonces les dijo Cristo esta parábola: Si un hombre tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja en el redil las noventa y nueve y va en busca de la perdida? De seguro que al encontrarla se alegra más por ésta que por todas las demás; no porque una valga más que noventa y nueve —al fin y al cabo, no es más que el uno por cien del rebaño—, sino precisamente porque estaba perdida y fue hallada. Es el gozo de la responsabilidad cumplida, la alegría de salvar lo perdido. Así justifica el maestro su conducta con los marginados de la salvación, apelando a la compasión de Dios. Cristo actúa lo mismo que Dios: acoge a los perdidos, los pecadores y los indeseables, sin marginar a nadie, porque "vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños". Para Dios no hay gente sin importancia; cada uno somos amados por él personalmente, y nos valora por el precio de la sangre de su Hijo. Por eso, a pesar de nuestra insignificancia, somos alguien para él. El Dios grande y todopoderoso es simultáneamente el Dios de la ternura, de la misericordia y de la comprensión. Puesto que Dios es padre y es madre, lo suyo es amar y perdonar. Así manifiesta su poder el que ama a todos los seres que creó, el que es amigo de la vida (Sab 11,26). 2. No al puritanismo que discrimina. Tal es el Dios Padre que nos reveló Jesucristo, el Dios que prefiere el gozo por la conversión de un solo pecador a la autosuficiencia de infinidad de puritanos satisfechos de sí mismos, como eran los fariseos que criticaban a Jesús. Con sus parábolas sobre la misericordia divina denunció Cristo toda discriminación clasista, cuyo efecto inmediato es la marginación. Por desgracia, nosotros practicamos frecuentemente la discriminación a todos los niveles: social y religioso. La tentación farisaica de creerse élite —fariseo significa separado— se da tanto en los conservadores como en los progresistas, en todo el que se cree mejor que los demás, porque los otros son "pecadores", es decir, no practicantes, divorciados, alcohólicos, drogadictos, lujuriosos, ladrones, delincuentes... El resultado de este puritanismo despectivo es la intolerancia, la intransigencia, la incapacidad de amar al hermano, la crítica de todo y de todos, la satisfacción de sí mismo y el regodeo en su conducta y práctica religiosa. No fue ése el estilo que practicó y nos enseñó Jesús, el hombre-para-los-demás. Nuestro amor cristiano debe reflejar el amor y la compasión de Dios, pues de él proviene. Por lo mismo, no podemos discriminar ni marginar a nadie, sino que hemos de salir al encuentro del otro para amarlo, ayudándole a liberarse de todo lo que menoscaba su dignidad humana y oscurece su condición de hijo de Dios. Como veíamos ayer, la compasión de Dios, lejos de humillar al hombre y a la mujer, los rehabilita en su alta condición humana y les 24

otorga la categoría de hijos suyos. Por eso nadie es pequeño ante Dios. Es su mirada amorosa la que nos libera del sentimiento de culpabilidad, de la amarga sensación de fracaso, del peso de una vida perdida e inútil, de la angustia e impotencia que nos produce la mezquindad propia y ajena. Te bendecimos, Padre nuestro, Dios de la ternura, porque no te contentas con las noventa y nueve ovejas. Para ti nadie es despreciable, todos somos importantes. Tu mayor alegría es amar, perdonar y salvar lo perdido reconstruyendo las ruinas amontonadas por el pecado. Bendito seas, Dios de la alegría compartida en el amor. Tu mirada compasiva no es paternalismo que humilla, sino fiel reflejo de tu ser que crea vida y felicidad. Gracias, Señor, porque tu cariño nos consuela en Cristo, quien rompió los tabúes del puritanismo que margina. Ayúdanos a caminar por la senda que nos lleva hasta ti Amén.

Miércoles: Segunda Semana de Adviento. Is 40,25-31: El Señor da fuerza al cansado. Mt 11,28-30: Venid a mí todos los cansados y agobiados.

UNA CARGA LIGERA 1. El yugo, la carga y el amor. "El Señor da fuerza al cansado y acrecienta el vigor del inválido". Haciendo eco a estas consoladoras palabras del profeta Isaías, dirigidas a los israelitas desterrados, Jesús invita a todos los hombres: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". ¿Quiénes son los cansados y los agobiados a los que Jesús llama a sí? ¿Qué signifícala imagen del yugo, repetida dos veces? Sin duda, este mensaje de liberación y descanso es la alternativa de Jesús al yugo insoportable que, en su tiempo, fariseos y doctores de la ley mosaica habían echado sobre la pobre gente a base de legalismo atomizado, casuística de mosaico y moralismo de rompecabezas, sin que ellos movieran un dedo para ayudar. Por el contrario, el yugo de Cristo es llevadero y su carga ligera. 25

Los adjetivos "llevadero" y "ligera" no invalidan los sustantivos "yugo" y "carga". Yugo llevadero y carga ligera no hablan de laxismo, sino de práctica posible. Jesús no patrocina rebajas en la ley evangélica. Bien conocidas son otras expresiones suyas que suenan a radicalidad: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga". Y, sin embargo, nuestro seguimiento de Cristo, la religión y moral cristianas, no son una imposición, un sometimiento a una ley despótica e impersonal. La ley de Cristo es liberación, es ley de libertad, ley del Espíritu que supera las obras de la carne y del pecado, ley de relación filial con Dios, padre nuestro y amigo de la vida. 2. El amor es la clave. Todo esto tiene una clave secreta que lo hace posible: es el amor. Porque el amor libera del egoísmo, de las apetencias del hombre carnal, es decir, del hombre viejo e irredento en su condición natural y pecadora, dejado a sus propias fuerzas, sumido en la debilidad y el pecado, lejos de Dios y abocado a la muerte. El gran secreto del cristiano es el amor, tanto el que recibe de Dios por el don del Espíritu de Cristo como el que da con su entrega personal de sí mismo a Dios y a los hermanos. El que ama no siente la ley de Cristo como una obligación pesada, porque bajo la guía del Espíritu la hace suya libremente. Para él la ley del Señor es su gozo y su fortaleza. Es un dato de experiencia que cuando se ama de verdad resultan fáciles y llevaderas muchas cosas que serían difíciles e incluso insoportables sin el amor. Se impone una profunda revisión del cristianismo que como creyentes vivimos personalmente, testimoniamos ante los demás y transmitimos a niños, adolescentes y jóvenes. Más que imperativos religiosomorales, lo que hemos de ver en la ley cristiana y mostrar a los demás es el indicativo del amor de Dios y nuestra gozosa experiencia del mismo; todo ello unido a una conducta coherente. 3. Una perenne invitación de amigo. El alcance de la invitación evangélica de hoy por Jesús: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados", se extiende también más allá del cumplimiento de su ley moral. Cansados y agobiados son todos los que sufren en la vida por uno u otro motivo. Es decir, somos todos. Porque, ¿para quién no es la vida un peso, en ocasiones muy duro, debido a los mil y un problemas de cada día y de todo tipo: psicológico, económico, familiar, social, de salud y convivencia, de dignidad y libertad? Es necesario a veces hacer un alto en el camino y tomarse un tiempo de descanso en el trabajo diario que nos agobia para hablar con Dios. Jesús, que se hizo "como uno de tantos", igual a nosotros en todo excepto en el pecado, puede comprendernos siempre y ayudarnos. Sí acudimos a él se cumplirá la palabra de Dios por el profeta: "Los que 26

esperan en el Señor renuevan sus fuerzas; les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse". Todo nuestro ser te alaba, Dios de los oprimidos, porque llamas a ti a todo hombre y mujer angustiados que necesitan fuerza y descanso, aliento y consuelo. Porque tu yugo es llevadero y tu carga ligera, acudimos a ti con el corazón abierto a la esperanza para que nos colmes de gracia y de ternura. Haz, Señor, que percibamos el dolor de los demás para que nos pesen menos los propios problemas. Ven, Señor, para los doblados y vencidos por la vida, para los descorazonados por el peso de la ley, para los alejados de ti por el pecado. ¡Ven, Señor Jesús!

Jueves: Segunda Semana de Adviento Is 41,13-20: Tu redentor es el santo de Israel. Mt 11,11-15: No ha nacido otro mayor que Juan el Bautista.

LA VIOLENCIA DEL REINO 1. Juan, el mayor de los nacidos. El santo de Israel, el Dios de la ternura, repatriará a los israelitas desde la cautividad babilónica. Para eso obrará maravillas en favor de su pueblo, convirtiendo el desierto en vergel y la estepa en manantial, donde podrán beber hasta la saciedad los pobres e indigentes. También en el desierto se alzó la voz de Juan, el precursor inmediato del mesías. La figura señera del Bautista comienza hoy a cobrar relieve en el paisaje expectante del adviento, hasta el punto de que será central en el evangelio diario desde hoy hasta el día 16 de diciembre inclusive. Comienza la etapa del Precursor, a quien sigue acompañando hasta ese día en la primera lectura otra de las figuras del adviento: Isaías. Ambos profetas encarnan la espera del adviento precristiano. Pero la personalidad del Bautista —en el umbral mismo del Nuevo Testamento, aunque sin traspasarlo— es tan acusada que merece mención especial de Jesús: "Os aseguro que no ha nacido de mujer otro más grande que Juan el Bautista". Y luego añade: "Aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él". Esta afirmación de superioridad no es juicio cualitativo de valores 27

personales, sino proclamación de un estado o situación mejor respecto de la salvación de Dios que trae su Reino. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la novedad suprema del nuevo orden religioso. Él es la nueva alianza, y en su persona, su mensaje y su misterio pascual de muerte y resurrección se inaugura el reino de Dios y se funda la nueva economía de salvación con la adopción filial del hombre por Dios. En este plan divino entra el discípulo de Cristo mediante la fe y el bautismo. De ahí la superioridad del Nuevo Testamento sobre el Antiguo, de la Iglesia sobre la Sinagoga, de la ley de Cristo sobre la ley mosaica. 2. Solamente los esforzados. Jesús continúa diciendo: "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él". Esta traducción del leccionario ha suavizado un poco el original al preferir los términos "fuerza" y "esforzados" a "violencia" y "violentos". ¿Cómo entender esa violencia del reino de Dios? Texto difícil, para el que se han propuesto estas interpretaciones (por orden de probabilidad): 1.a La santa energía de los que entran en el Reino al precio de las más duras renuncias (idea acorde con las condiciones del seguimiento de Cristo). 2.a Fuerza con que el Reino se abre paso en el mundo a despecho de todos los obstáculos (de acuerdo con las parábolas del crecimiento del Reino). 3.a Violencia armada de los zelotas, que Jesús reprobó. 4.a Oposición de Satanás contra el Reino. 5.a Violencia de Herodes Antipas contra Juan el Bautista, del que se viene hablando en el texto. La primera interpretación parece la más probable y concuerda mejor con el lugar paralelo de Lucas: "La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la buena noticia del Reino y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él" (16,16). No cabe duda: se trata de una ardua conquista que requiere nuestro compromiso personal. Así lo entendieron los santos y tantos cristianos en la historia multisecular de la Iglesia, que incluso sellaron con su vida un compromiso incondicional con el evangelio de Jesús, que no vino a traer paz sino guerra. La violencia del Reino en su lucha contra las potencias del mal tampoco es una guerra fuera de nuestras fronteras personales; más bien la batalla tiene lugar primeramente dentro de cada uno de nosotros. El apóstol Pablo lo constataba dramáticamente: "El bien que quiero hacer, no lo hago; y el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago... Percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo; y le doy gracias" (Rom 7,2 lss). 28

Por otra parte, el empeño por el Reino incluye necesariamente la dimensión social del mismo, pues no queda en asunto intimista y privado, sino que debe ser expresión de la fe que actúa por la caridad. Así se desprende de la opción de Jesús por los pobres y, como vemos en la primera lectura de hoy, del compromiso de Dios con su pueblo esclavizado. Nos alegra, Señor, el saber que eres Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, pero también comprometido a fondo con tu pueblo oprimido. Hoy te pedimos por los sedientos de vida y dignidad, y por los profetas que luchan en pro de la esperanza; aumenta su fe valiente y fortalece la nuestra vacilante, apremiándonos con el ansia de tu amor y tu justicia. Danos la fuerza y energía del Reino para entrar en él, el talante de los esforzados que se comprometen a fondo. Así avanzaremos decididos por el camino de la conversión que tú esperas de nosotros en este tiempo de adviento.

Viernes: Segunda Semana de Adviento Is 48,17-19: Si hubieras atendido a mis mandatos. Mt 11,16-19: No creyeron ni a Juan ni a Jesús.

ACROBÁTICA AMBIGÜEDAD 1. Dos estilos y un mismo resultado. El destierro que padeció el pueblo israelita lejos de la patria fue un símbolo de su propia lejanía de Dios por menosprecio de la ley del Señor. Por el contrario, la bendición del pueblo estará en la fidelidad a los mandamientos de la alianza con Dios, dejando de lado los pretextos de la desobediencia y del orgullo. Esa actitud de rebeldía autosuficiente fue también el camino que siguieron los judíos contemporáneos de Jesús, como niños enrabietados que no colaboran con sus compañeros en el juego, simule éste alegría o tristeza. Cuando vino Juan el Bautista practicando un rígido ascetismo y un austero ayuno, mientras predicaba un bautismo de conversión, no le hicieron caso, pretextando que era un fanático estrafalario, un loco endemoniado. Llega Jesús anunciando la buena nueva y la alegría 29

mesiánica del reino de Dios, haciendo vida normal, comiendo y bebiendo como todo el mundo, y los jefes religiosos del pueblo lo tachan de comilón y borracho, amigo de publícanos y pecadores (cf Le 7,3 lss). La parábola de los niños que juegan en la plaza deja en evidencia que los judíos, al no comprender al Bautista, tampoco pueden entender a Cristo. Con Juan deberían haberse dolido de sus pecados; es lo que pedía su "canto", su predicación. Con Jesús deberían vivir el gozo de la conversión, ya que inaugura el reino de gracia y bendición de Dios. Pero aquella generación no supo hacer en cada momento lo que debía. Dos estilos tan diferentes, Juan y Jesús, de severa penitencia el primero y de próxima humanidad el segundo, dieron el mismo resultado negativo por culpa de quienes no querían ser interpelados a la conversión del corazón. Pero a pesar de esa mala voluntad, "los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios", que se acreditó por sus obras, visibles tanto en la conducta de Juan como en la persona de Jesús, a quien avalan su doctrina, sus propios discípulos y sus milagros, signos del Reino y del poder divino que en él residía. 2. La ambigüedad como táctica. También nosotros hoy día, cuando no queremos escuchar a Dios, encontramos múltiples excusas y pretextos, burdos unos y sutiles otros, para tranquilizarnos neciamente en la ambigüedad acrobática del cumplo-y-miento. Por ejemplo, hay quienes se excusan apuntando a los defectos personales que ven en los sacerdotes que hablan y exhortan en nombre de Dios, teniendo por excesivamente avanzados a unos y demasiado anticuados a otros; pues mientras hay cristianos que quieren volver al pasado, otros piensan que ni siquiera hemos tocado el presente. Hay mucho aficionado a practicar la acrobacia de espíritu: contentándose con una religiosidad natural o sentimentalismo religioso, como sustituto de una fe auténtica y del compromiso personal con el evangelio; frecuentando el culto y los sacramentos, sin convertir el corazón y la conducta; sirviendo a Dios y al dinero simultáneamente; proclamando la opción por los pobres, sin dar prueba efectiva alguna de pobreza, desprendimiento, participación y compromiso con los pobres; apuntándose incondicionalmente a la novedad como progresismo de bien parecer, sin ahondar en los valores evangélicos fundamentales y perennes; escudándose en viejas tradiciones y venerables costumbres para aguar el vino nuevo del evangelio; tranquilizándose con planes, proyectos y organigramas pastorales sobre el papel, sin renunciar de hecho a la cómoda rutina; manipulando la fe y la práctica religiosa en provecho propio, sin confrontar el espíritu de las bienaventuranzas con los criterios al uso; en una palabra, nadando entre dos aguas, divorciando la vida de las creencias. Tal ambigüedad acrobática, queriendo contentar a Dios y al mundo, simulando cumplir la voluntad divina y haciendo en realidad la nuestra, 30

es la mejor manera de fracasar cristianamente. Porque eso no es serio: somos niños caprichosos, inestables y testarudos, que no responden a los aleluyas ni a las lamentaciones. Necesitamos sacudirnos la confortable seguridad de la ambigüedad hipócrita para que, bajo el soplo del Espíritu, experimentemos en el adviento la aventura de Dios, su llamada a la conversión, la urgencia cristiana de lo nuevo y del amor que se inauguran constantemente con la venida del Señor. Hoy nuestra oración a ti, Padre nuestro, comienza con una humilde confesión: somos sordos a tu voz, ciegos a tu luz e impermeables a tu Espíritu de amor. Y lo peor es que todavía nos justificamos con pretextos. Ven, Señor, a curarnos de la hipócrita ambigüedad que malogra y arruina nuestro seguimiento de Cristo. Enséñanos hoy a vivir y juzgar según tu sabiduría para evitar el capricho infantil de los descontentos. Para vencer nuestra rutina, haznos experimentar la urgencia de una decidida conversión a tu Reino. Así no frustraremos tu designio sobre nosotros. Amén.

Sábado: Segunda Semana de Adviento Si 48,1-4.9-11: Elias volverá de nuevo. Mt 17,10-13: Elias vino, pero no lo reconocieron.

EL SINO DE LOS PROFETAS 1. La vuelta del profeta Elias. Al bajar del monte de la transfiguración, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elias?" Esta pregunta se refiere a una tradición judía, fundada en el vaticinio que en el siglo V a.C. hizo el profeta Malaquías (3,23s) y que recoge la primera lectura de hoy, tomada del Sirácida(s. n a.C.). El profeta Elias volvería de nuevo a preparar al pueblo judío para la venida del mesías. La respuesta de Jesús es: "Elias ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a mano de ellos. Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista". Éste murió decapitado el año 29 en la 31

fortaleza de Maqueronte, ribera oriental del mar Muerto, por orden del tetrarca Herodes Antipas, a quien Juan reprochaba el estar casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo; ambos eran hijos de Herodes el Grande. ¿Por qué no reconocieron los judíos el espíritu y la misión de Elias en la persona y actividad del Bautista? ¿Por qué tampoco reconocerán al mesías en Jesús? Más todavía, ¿por qué ambos acabarán siendo sacrificados? Sencillamente porque ninguno de los dos se acoplaba a la idea que los jefes y el pueblo judío se habían forjado de tales personajes. Según ellos, que juzgaban con categorías humanas, el mesías debería irrumpir con espectacular triunfalismo, con fuerza y poder político, para restablecer el reino davídico. Jesús no podía ser el mesías porque Elias no había aparecido todavía en ese contexto social. La figura de Elias llenó su siglo (el ix a.C). Campeón de la fe monoteísta en Yavé, luchó en solitario contra el empuje de la idolatría y la corrupción que en el reino del norte, Israel, alentaban el rey Ajab y su esposa Jezabel. Los dos persiguieron a muerte a Elias, porque éste había hecho degollar en el torrente Quisón a los 450 sacerdotes del falso dios Baal después de su fracaso en el sacrificio sobre el monte Carmelo (IRe 18). Elias era "un profeta como un fuego", y después de una vida azarosa, en la que abundaron los milagros, su final fue esplendoroso, según la tradición judía. Arrebatado al cíelo en un torbellino de fuego, volvería de nuevo en su día "para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Jacob".

I )i< >s y viven consumidos por el hambre y la sed de justicia y fraternidad i-nlre los hombres. Ardua misión y difícil sino el de los profetas. Dios nos libre de proceder hoy día como los contemporáneos de Icsús, demasiado seguros de sus ideas, por ejemplo, sobre el mesías. I .os planes de Dios no son los nuestros. Mantener el espíritu en actitud .ibierta y dispuesta a rectificar nuestros criterios y convertir nuestro i orazón es la tarea propia del adviento. Reconocemos, Señor, que no sabemos mirar con tus ojos los hechos de vida, la historia y los acontecimientos. Ayúdanos a descubrirte a ti y tu querer divino en todo, para que no te tratemos conforme a nuestro antojo. Pon, Señor, en nuestros labios la verdad de tu palabra; v enciende en nuestros corazones el fuego de la pasión con que Cristo entregó su vida por amor a nosotros para enseñarnos lo que cuesta amar con sinceridad. Despiértanos, Señor, para que cuando llegue Cristo nos halle velando en oración y cantando tu alabanza.

Lunes: Tercera Semana de Adviento 2. Para aviso y escarmiento nuestro. La palabra de Dios en este día de adviento es una lección para nosotros. Estamos preparándonos a la venida de Cristo; nuestra espera es muy corta comparada con la expectación multisecular del mesías por parte del pueblo elegido. Lo triste es que cuando apareció Cristo entre ellos no lo reconocieron, porque no supieron verlo como lo que era: el siervo y el cordero de Dios que cargó sobre sí los pecados de todos. "Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11); y, lo que es peor, intentaron acabar con él crucificándolo. Todo esto sucedió para aviso y escarmiento nuestro. Cristo sigue siendo un desconocido en nuestro mundo; algo inexplicable en el caso de quienes decimos ser sus discípulos. La venida del Señor no se limita al adviento; es mucho más repetida y continua de lo que pudiéramos pensar. Pero hace falta tener el receptor en onda para captar su señal, que los criterios mundanos y nuestro propio yo interfieren con demasiada frecuencia. También hoy viene el Señor por medio de sus "profetas". Son los hombres y mujeres carísmáticos que, poseídos del Espíritu de Dios, aman a los hermanos, sirven a la renovación y unidad del pueblo de

Núm 24,2-7.15-17a: Avanza la constelación de Jacob. Mt 21,23-27: ¿De dónde venía el bautismo de Juan?

EL BAUTISMO DE JUAN 1. ¿Con qué autoridad haces esto? La primera lectura nos muestra a Balaán, profeta y adivino pagano, que tiene ante sí el campamento de los israelitas de paso por el desierto hacia la tierra prometida. Y en vez de maldecir —como le pidió el temeroso rey de Moab, Balaq—, bajo el Espíritu del Señor y a pesar suyo, profetiza que una figura regia, salida de la constelación de Jacob, reinará sobre Israel y sobre pueblos numerosos. Profecía que la tradición eclesial ha entendido, en su sentido pleno, como referida al mesías Jesús, cuya venida esperamos. El evangelio, a su vez, viene a decir que nadie es tan sordo a la palabra de Dios cono el que no quiere oírla. De esta clase de personas eran los dirigentes judíos que, mientras Jesús enseña en el templo de Jerusalén, le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? Se referían,

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sin duda, no sólo a la enseñanza, sino también a hechos inmediatamente precedentes, tales como la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y, sobre todo, la purificación que hizo del templo arrojando del mismo a los vendedores y cambistas. A estos guardianes de la ortodoxia les replicó Jesús: Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres? No sabemos, contestaron ellos para no comprometerse con su propia incredulidad ni con la gente, que tenía a Juan por profeta. La táctica de la contrapregunta le había dado resultado a Jesús, y su silencio posterior fue bien elocuente (cf Me 1 l,27ss). Si Jesús definió a Juan como más que un profeta y el mayor de los nacidos, y los jefes religiosos dicen no saber quién era, ¿cómo podrían admitir lo que Cristo es y su autoridad divina? Se realizó aquí la afirmación del maestro sobre el saber de los sencillos. Como Dios, tampoco él revela sus secretos a los que no se abran con humildad al misterio de lo alto. Su negativa a responder sobre su propia autoridad era negar tácitamente la de los interrogadores, quienes además se acusan por sí mismos. Como responsables religiosos debieran discernir los verdaderos de los falsos profetas. 2. El bautismo de Juan. En cierta ocasión trataron de hacerlo (Jn 1,19ss). Para ello enviaron emisarios al Bautista: ¿Tú quién eres: el mesías, Elias, el profeta (Moisés)? Juan negó los tres términos: Yo soy la voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor. Yo os bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan anuncia e introduce, como precursor que es, al mesías ya presente, Jesús, que precisamente vino a ponerse en la fila de los humildes del pueblo para ser bautizado por él. Así refrendaba Jesús el bautismo conversional de Juan como venido del cielo. Pero los entendidos de la ley mosaica: saduceos, doctores y fariseos, no se dieron por enterados. ¿Cómo iban a mezclarse ellos, la buena sociedad religiosa, la gente de bien y de orden, con el pueblo ignorante de la ley, con los pecadores y los publícanos? El bautismo de Juan, según él mismo decía, era para el perdón de los pecados, un signo penitencial de la conversión. Pero ellos eran hijos de Abrahán, fieles cumplidores de la ley mosaica. No lo necesitaban. Con razón los definió el Bautista como "raza de víboras"; por eso quedaron excluidos del Reino, pues aunque representaban la institución religiosa carecían de espíritu y de fe. El fraude profético o pseudo-carismático está a la orden del día. Con frecuencia queremos que los profetas y hombres de Dios hablen y actúen conforme a nuestros gustos. Los hay que se hacen aduladores 34

del poder establecido; y los hay que, dejando hablar al Espíritu en ellos, pronuncian palabras inesperadas y en desacuerdo con los intereses del poderoso de turno o simplemente del destinatario corriente. La suerte ile unos y otros es bien distinta. De la segunda categoría eran Juan el Bautista y Jesús. Señor, tú viniste a los tuyos y no te recibieron. Vienes a nosotros, y muchas veces tampoco te aceptamos. ¿Seremos menos que un perrillo, que reconoce a su amo? Cambíanos, Señor, por dentro y a pesar nuestro, según la táctica de tu misericordia y tu ternura, para que seamos capaces de sorprendernos cada día de tu acción incontrolable y de tu presencia inaudita Con la liturgia de hoy te suplicamos: Ilumina, Padre, las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de la venida de tu Hijo. Amén.

Martes: Tercera Semana de Adviento Sof 3,1-2.9-13: Salvación mesiánica para los pobres. Mt 21,28-32: Publícanos y prostitutas os adelantan.

LA TÁCTICA DEL "SÍ" Y DEL "NO" 1. Los pobres alcanzan misericordia. La primera lectura se toma hoy del profeta Sofonías (s. vn a.C), que fue el primero en dar un sentido espiritual al tema profético de los pobres de Yavé, el resto de Israel, el depositario de las promesas de Dios. Sofonías es un precursor del concepto neotestamentario de "pobre", según el espíritu de las bienaventuranzas. Pobre es el que, vacío totalmente de sí mismo y confiando únicamente en el Señor, sigue el camino de la rectitud y de la justicia con absoluta fidelidad a Dios y a los hermanos, sin dar culto a la soberbia y a las riquezas. "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades ni se entregará a la mentira y al embuste". El evangelio contiene la parábola de los hijos enviados por su padre a la viña. De hecho, obedece el que parecía menos dispuesto a hacerlo; su conducta refleja el itinerario de ida y vuelta, del pecado y del arrepentimiento. Dios siempre da una segunda oportunidad. En el segundo 35

hijo, que dice sí y luego no va a la viña, están representados, según Jesús, los guías religiosos del pueblo judío, que si bien conocen la voluntad de Dios e incluso parecen seguirla, de hecho vacían de contenido el cumplimiento de la ley del Señor, debido a su autosuficiencia que prescinde de la conversión. Por eso verán con sorpresa que la escoria social y religiosa, los publícanos y las prostitutas, se les adelantan en el camino del reino de Dios. Se repite con ocasión del anuncio de Jesús lo que ya sucedió con la predicación del Bautista. Son los humildes y sencillos del pueblo los que mejor respuesta dan. 2. El "sí" a la voluntad de Dios. ¿En cuál de los dos hijos de la parábola nos vemos reflejados nosotros? Según ocasiones, en ambos probablemente; pero el segundo merece nuestra atención. Con frecuencia damos un sí a Dios, y practicamos un no. Es una táctica muy vieja. Sin embargo, ante Dios cuentan más las obras que las palabras, pues no todo el que dice: "Señor, Señor", entrará en el Reino, sino el que cumple la voluntad de Dios. Es cristiano solamente el que tiene palabra; y esa palabra ha de ser la del "sí" rotundo. Como Cristo, que no fue "sí" y "no" al mismo tiempo, sino que aceptó incondicionalmente la voluntad del Padre. Lo que no impidió su natural repugnancia a los sufrimientos de su pasión y muerte, como quedó patente en Getsemaní. No debe sorprendernos, pues, el que a veces sintamos una rebelión interior que nos incita a dar un "no" a la voluntad de Dios. En ese caso, un segundo momento de reflexión y oración, a ejemplo de Cristo, concluirá con la petición del padrenuestro: "Hágase tu voluntad". Lo que nos pide Dios, ante todo, es apertura a su oferta de salvación, ser pobres que la ansian y la reciben gozosos como el mayor tesoro. Son estos "pobres" los que se ganan el corazón de Dios. Pero ¿cómo podremos ser pobres ante él, si nos creemos ricos y virtuosos, llenos de fuerza y de valía propia? Ningún santo ha sido canonizado por pertenecer a ese "club de los magníficos", sino porque respondió plenamente con su vida a la gracia salvadora de Dios. Los sacerdotes judíos, los ancianos y senadores, los saduceos y fariseos, los letrados y doctores de la ley constituían la buena sociedad religiosa de entonces, observante de las buenas costumbres. Sin embargo, Jesús no era contado entre ellos; más bien se mezclaba con gente de mala conducta. Pero resultó que esta ralea despreciable, gente de pésima imagen y nada de fiar, como eran los marginados social y religiosamente, los publícanos o cobradores autónomos de impuestos para los romanos —entiéndase "ladrones oficiales"—, los soldados de entonces y las prostitutas de siempre, merecieron heredar las promesas hechas al resto de Israel y a los pobres de Yavé. Reconociéndose pecadores y convirtiéndose a Dios, alcanzaron su misericordia y su perdón. Realmente, los caminos del Señor son desconcertantes. 36

Ahondemos hoy en la actitud de los pobres de Dios, que es la espiritualidad propia del adviento, mediante el empeño perenne de la conversión. Así experimentaremos el gozo de la misericordia del Señor, ionio canta el salmo responsorial. Te bendecimos, Padre, con los pobres de la tierra, porque estás cerca del atribulado y salvas al abatido. (Jiw lo oigan los humildes y se alegren: J,
Miércoles: Tercera Semana de Adviento li 4S,6b-8.18.21b-26: Cielos, desliad el rocío. Le 7,19-23: Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído.

EL ESCÁNDALO DE JESÚS 1. ¿Eres tú el que ha de venir? Dios es el único Señor de la creación V de la historia humana, escenario ambas de la salvación de Dios, que w derrama como rocío y hace germinar en la tierra la justicia. En (Visto se cumplió en plenilud esta nueva era de espléndida bendición de lo alto, que el profeta Isaías entrevé en la primera lectura. El evangelio de hoy, por su parte, contiene dos secciones. Primera: l¡t pregunta de Juan el Bautista a Jesús sobre su mesianidad; y segunda: U ;uitodefinición de Cristo¡>or sus obras, que son signo elocuente de su identidad mesiánica. El Bautista está en la cárcel. Desde su calabozo ha oído de Jesús y ilr sus obras, que no parecen responder a la figura ideal que del mesías luibia esbozado él ante la jente con las severas imágenes del hacha, el hieldo y el fuego para uigir la conversión ante el juicio inminente. Jesús, en cambio, preséntala la cara amable de Dios mediante el anun
discípulos con esta pregunta para Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Era lo mismo que preguntarle: ¿Eres tú el mesías esperado? Hasta cierto punto nos sorprende esta duda del Precursor. ¿Es que se sentía defraudado por Jesús? Es probable, a juzgar por la frase final de Cristo, referente a la bienaventuranza de la fe: "Dichoso el que no se sienta defraudado por mí". Pero cabe también una explicación que excusaría al Bautista de la duda personal, para hacer recaer el motivo de su misiva interrogante en el mejor adoctrinamiento de sus propios discípulos, antes de su muerte, respecto del mesías Jesús. 2. Evangelio y signos de liberación. Antes de responder, y en presencia de los emisarios de Juan, Jesús curó a muchos enfermos y dio vista a muchos ciegos, anota el evangelista Lucas. Ya estaba respondida la pregunta de Juan; por eso concluye Jesús, remitiéndose a una profecía mesiánica de Isaías: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia". Al destacar Jesús estos signos mesiánicos, los milagros, está diciendo indirectamente que el reino de Dios ha llegado en su persona al mundo de los hombres. Puede estar seguro el Bautista, y nosotros con él: Jesús es el mesías esperado. Pero como su actuación no respondía a la común expectativa mesiánica de los judíos, teñida de triunfalismo y poder temporal, añade Jesús: Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí —"escandalizado", afirma el texto original griego—; porque habrá entendido qué clase de mesías es Jesús, el que vino a servir, el amigo de los pobres e indeseables, de los pecadores y marginados de la salvación. Al unir Jesús los signos de las curaciones al anuncio del evangelio a los pobres, los está equiparando como señales del Reino. Lo mismo había hecho en la sinagoga de Nazaret (Le 4,16ss). Por eso la evangelización y la liberación del hombre forman una unidad indisoluble. Es un aviso para nosotros, sus discípulos, que intentamos seguir sus pasos. En su respuesta Jesús no se remite a signos estrictamente religiosos, como eran para los judíos el culto del templo y de la sinagoga, la ley mosaica y la observancia del sábado, las purificaciones y los ayunos. El acentúa más bien los signos "profanos" de liberación mesiánica, encarnada en el hombre. Ése fue el "escándalo" de Jesús, en quien se encontraron la misericordia y el amor de Dios al hombre. Donde hay compromiso efectivo de los cristianos con la pobreza, la marginación y los derechos humanos, allí está en marcha y actuando el reino de Dios y su justicia, es decir, su gracia, que salva al hombre integralmente: del pecado y de la degradación humana. La conversión que nos urge el adviento es personal y social, es conversión a Dios, a los 38

hermanos y a la construcción de un mundo mejor para Cristo, que viene como único Señor de la creación y de la historia humana. Hoy nuestra oración, Señor, clama con el profeta: Cielos, destilad el rocío; nubes, lloved al justo; ábrase la tierra, germine la justicia y brote la salvación. ¡Estamos tan defraudados por los mesianismos terrenos!... Sólo tú nos liberas integralmente; sólo Cristo nos salva. Y ésa es la esperanza de los pobres y de los sin voz. Haz, Señor, que nosotros sigamos el ejemplo de Jesús aportando gestos de liberación y fraternal solidaridad con la infatigable esperanza de todos los hombres. Amén.

Jueves: Tercera Semana de Adviento Is 54,1-10: Te quiero con misericordia eterna. Le 7,24-30: Testimonio de Jesús sobre el Bautista.

EL PROFETA DEL DESIERTO 1. No es una caña sacudida por el viento. La primera lectura es un texto antológico del profeta Isaías en el que Dios habla de su alianza con el pueblo israelita en términos de amor matrimonial. Si el correcI ¡vo del destierro babilónico respondió a la infidelidad del pueblo, el Señor vuelve a llamarlo como a esposa abandonada. Es la perenne historia israelita, reflejada en la vida de cada uno de nosotros: ruptura con Dios por el pecado y perdón de él reconciliándonos consigo porque nos ama con misericordia eterna, con amor apasionado, el que nos manifestó en Cristo Jesús. La escena evangélica de hoy sigue inmediatamente a la de ayer y contiene el testimonio inigualable de Cristo respecto de su precursor. Cuando se marcharon los emisarios de Juan, se puso Jesús a hablar a la gente acerca de él: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento, un hombre vestido con lujo, un profeta? Sí, y más que profeta, porque Juan es el más grande de los nacidos de mujer. Su grandeza radica en su condición de mensajero por excelencia que prepara el camino del mesías. Sin embargo, por pertenecer todavía a la etapa de la espera más que a la plenitud realizada, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Nadie lo diría. Si no reconocemos con nuestra conducta ser un pueblo favorecido por Dios, renacido del 39

agua y del Espíritu, corremos el peligro de frustrar el designio de Dios sobre nosotros, como hicieron escribas y fariseos. Con una imagen definió Jesús la personalidad del Bautista, el profeta del desierto: No es una caña agitada por el viento. ¿A qué se debió el poder de convocatoria que tuvo, hasta el punto de suscitar un fuerte movimiento popular y arrastrar multitudes al desierto inhóspito para escucharle y bautizarse? Ciertamente, no a un estilo dulce y lisonjero. En el desierto no se instalan los sibaritas. Su éxito se debió más bien a todo lo contrario. 2. Perfil y mensaje de un profeta. Juan era un profeta lleno de humanidad, a pesar de su talante austero, penitencial y radical. Él se sabía servidor de la verdad. Por eso fue sincero hasta la dureza y la falta de diplomacia; tanto, que su rectitud y amor a la verdad le costaron la vida al recriminar a Herodes Antipas el estar casado con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. También fue un hombre humilde y, por lo mismo, sensato. Podría haber manipulado el aura popular en provecho propio, pero no cedió a la tentación de darse importancia. Él sabe muy bien que su persona y actividad profética están en función de otro superior a él: "Mi alegría está colmada; él tiene que crecer y yo tengo que menguar" (Jn 3,29s). Finalmente, fue un testigo. Su repetido testimonio profético sobre Cristo responde a la misión que se le había confiado: preparar los caminos del corazón humano para discernir los signos de los tiempos mesiánicos ya presentes en Jesús de Nazaret, el esperado y desconocido mesías. Del mensaje de este fascinante y recio profeta del desierto nos importa destacar en este tiempo de adviento la conversión efectiva al amor y la justicia. Nuestro mundo experimentaría una profunda revolución social, la más eficaz, solamente con que cada uno practicara esta breve consigna: convertirse al amor y a la justicia. La fe y la conversión cristianas son praxis ética de un amor liberador que comunica a los demás la salvación recibida de Dios y el amor con que somos amados por él con misericordia inagotable; por eso acaban necesariamente en el amor a los hermanos y en la pasión por la justicia. Convertirse a Dios y al hombre, empezar a ser cristiano, es optar por la honestidad insobornable en el aspecto personal y familiar, social y político, administrativo y empresarial, profesional y educativo, informativo y sindical. Pues la justicia social y la equidad, el amor y el respeto a los demás no se establecerán en la sociedad automáticamente a golpe de leyes y reformas estructurales, sin convertirse las personas mediante un cambio radical de criterios y conducta. Hoy te bendecimos, Padre, porque eres el Dios vivo que nos quieres como a hijos con amor apasionado y eterno. 40

Sólo podemos presentarte una vida estéril por el egoísmo. A nte ti somos tierra yerma y erial calcinado. Pero tú prefieres el nómada en la intemperie del desierto al fariseo instalado al abrigo de su dignidad engreída. Enséñanos a alabarte porque eres fiel a tu alianza y vistes al pobre y desnudo cubriéndolos con tu ternura. Abre, Señor, nuestro corazón a tu amor y tu cariño; y para responder satisfactoriamente a Cristo que viene, ayúdanos a convertirnos seriamente al amor y la justicia

Viernes: Tercera Semana de Adviento la 56,l-3a.6-8: Casa de oración para todos los pueblos. Jn 5,33-36: Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

EL TESTIMONIO DE LAS OBRAS 1. Un testigo de la luz. Es confortador percibir en la primera leclura el tono aperturista del Tercer Isaías, el posexílico (ss. vi-v a.C). Queda excluida la discriminación religiosa para los extranjeros que se habían establecido en Palestina cuando la deportación de sus habitantes a Babilonia. El no israelita que procede con rectitud ante Dios y guarda los mandamientos de la alianza y la ley del sábado, alcanza también la bendición del Señor desde su templo, que es casa de oración para todos los pueblos. Por eso éstos son invitados en el salmo responsorial a alabar a Dios. En el evangelio, Cristo vuelve sobre la figura de Juan el Bautista. Su tenaz testimonio sobre la identidad mesiánica de Jesús es un valioso aval que acredita a éste ante los judíos. Juan no era la luz, sino testigo de la luz, que es Cristo (Jn 1,8). No obstante, el Bautista fue una luz indirecta, una lámpara que ardía y brillaba en la oscuridad, señalando el camino a preparar para el que venía detrás de él. Dice el evangelista Juan que los jefes judíos odiaban a muerte a Jesús "porque llamaba a Dios su Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios" (5,18). ¿Qué testimonio podría aportar Jesús a su favor? Además de la palabra de Juan, él tiene otro mayor:son las obras que realiza y que testifican de él como enviado de Dios. 2. La luz de la fe. Cristo dijo de sí: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Él fue más que un reformador social, más que un 41

filósofo religioso, más que un gran humanista; porque su persona es el camino a seguir para llegar al Padre, la verdad de Dios para el hombre y la vida que dura por siempre. La fe en Cristo es luz que ilumina el misterio de Dios y del hombre, el sentido de la vida y del mundo. La fe de los sencillos reconoce a Cristo en los signos de sus obras y mantiene al creyente en la tensión y el deseo de vivir, amar y avanzar, esperando cada amanecer la luz que despierta la vida y da forma a las cosas. Para vivir necesitamos una esperanza que no defraude, centrada en la espera y el deseo de la salvación de lo alto. Pues bien, la salvación mesiánica de Dios, aquí y ahora, una vez más se anuncia hoy a los pobres y a todos los hombres de buena voluntad. Es oferta de Dios, que invita sin imponerse. Para recibirla con un corazón de pobre hay que desearla ardientemente. Ese deseo es ya oración suplicante, dice san Agustín comentando el salmo 37: "Si el deseo de Dios es continuo, la oración es continua... Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo".

Como creyentes, queremos seguir el ejemplo de Jesús y testimoniar con la vida, las obras y la palabra que tu luz ha llegado a nuestro bajo mundo, y que es posible caminar, sin errar el camino, por una senda de amor y esperanza, gozo y fraternidad. Ayúdanos, Señor, a realizar nuestras obras en la luz de Cristo para bien y liberación de nuestros hermanos. Amén.

Día 17 de diciembre Gen 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro. Mt 1,1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David.

CRISTO, EL HOMBRE NUEVO 3. Testimonio de la vida y de las obras. Jesús dijo que su discípulo es y debe ser sal de la tierra y luz del mundo. Como él lo fue. Y el decreto del concilio Vaticano II sobre el apostolado de los laicos nos recuerda: "El testimonio de la vida cristiana y de las buenas obras es eficaz para atraer al hombre hacia la fe y hacia Dios. Lo avisa el Señor: De tal manera brille vuestra luz ante los hombres que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo. Este apostolado, sin embargo, no consiste sólo en el testimonio de la vida. El verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra, tanto a los no creyentes para llevarlos a la fe como a los ya creyentes para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: Porque el amor de Cristo nos urge. En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare!''(AA 6,2-3). Audacia, valentía y aguante son las características del seguidor de Cristo. ¡No tengáis miedo a los hombres!, repetía Jesús a sus apóstoles. Su discípulo no ha de temer la contradicción, el aislamiento, el ridículo, la persecución, ni siquiera la muerte. El conocimiento de la verdad de Dios como Padre no se casa con el miedo, porque la fe en Dios es experiencia de amor y fuente de confianza y alegría fecundas. Así secundaremos el impulso misionero de la liturgia de la palabra en este día de adviento. Te alabamos, Padre, por Cristo, luz del hombre, porque esta luz no ciega al que la ve, imponiéndosele, y porque es tu luz lo que da color y alegría a la vida. 42

1. El Hijo del hombre. A partir de este día hasta el de Navidad va subiendo el tono cristológico de las lecturas bíblicas del adviento, tanto en la misa como en la liturgia de las horas, donde tenemos las siete antífonas "Oh", de origen medieval, que van expresando cada día diversos títulos mesiánicos de Cristo, el que viene: Oh Sabiduría, oh Adonai, etc. Se va acercando el protagonista principal, Cristo Jesús, a quien los evangelistas introducen dando relieve especial a otra gran figura del adviento: María de Nazaret, junto con su esposo José. Por eso los textos evangélicos se toman, desde hoy, del evangelio de la infancia de Jesús según Mateo y Lucas. La primera lectura contiene la profecía mesiánica de Jacob sobre la tribu de Judá, que alcanza la supremacía sobre las once restantes. Esta hegemonía tuvo su máximo esplendor histórico en David y Salomón, pertenecientes a esta tribu, pero culmina en Jesús de Nazaret, "el león de la tribu de Judá, el retoño de David" (Ap 5,5), el mesías-rey, "la bendición de todos los pueblos" (salmo responsorial). El evangelio de hoy reseña su árbol genealógico, como descendiente de Judá y David. A diferencia de Juan, que comienza su evangelio con el origen divino de Jesús, Mateo y Lucas nos ofrecen su genealogía humana y judía, aunque desde David a José sólo coinciden en dos nombres, porque Mateo prefiere la sucesión dinástica a la natural. En ambos casos son listas monótonas. Hoy leemos la de Mateo, dividida artificialmente en tres series de catorce generaciones cada una. La lista de Mateo, que se lee de nuevo en la misa vespertina de la vigilia de navidad, es descendente, empieza en Abrahán y acaba en Jesús, hijo de María, la esposa de José. Lucas, en cambio, más univer43

salista, ofrece un listado ascendente que, partiendo de san José, el padre "legal" de Jesús, llega hasta Adán, hijo de Dios (3,23ss). Descendiente de Adán y sin padre terreno, como él, Jesús es yerdadero "Hijo del hombre" e inaugura un nuevo linaje humano. Él es el hombre nuevo, el nuevo Adán —que significa hombre—, como expone san Pablo en Rom 5,12ss. 2. Jesús es el hombre nuevo. El árbol familiar de Jesús contiene antepasados muy ilustres y otros no tanto. Aunque se sigue la línea masculina, según la costumbre judía, se mencionan también, además de María la madre del Señor, otras cuatro mujeres: Tamar, poco edificante, pues mediante trampa tuvo un hijo de su propio suegro Judá (Gen 38); Rahab, la prostituta de Jericó (Jos 2); Rut, la moabita (Rut 4), y Betsabé, primero mujer de Urías y luego de David, con quien había adulterado (2Sam 11). Dos de estas mujeres ni siquiera fueron judías: Rahab y Rut. Así se subraya la pertenencia y solidaridad de Cristo con la humanidad entera, en su condición real y hasta pecadora. Son los caminos desconcertantes de la providencia de Dios, que sigue actuando en la azarosa historia del presente, orientándola hacia él. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se convierte así en el molde y la horma del ser humano, pues él es el hombre nuevo. Debido a eso, "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de la Palabra hecha carne. Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente qué es el hombre al propio hombre, descubriéndole la altura de su vocación" (GS 22). Al prepararnos a celebrar la encarnación de Cristo, creemos en la humanización de Dios para la divinización del hombre; pues el Hijo de Dios se hace hombre para que éste se convierta en hijo de Dios. Este doble movimiento del proyecto divino tiene su punto de apoyo en la maternidad divina de María. Ella es el puente que une las dos orillas. En el seno de María se operó el hecho más sorprendente de la historia: el encuentro personal de Dios con el hombre; tan personal que el Verbo eterno, el Hijo del Padre, se hace humano en María y se encarna en nuestra raza. Si no fuera dato de fe, nos parecería pura fantasía mitológica. Te bendecimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre, el hombre nuevo, en solidaridad con la humanidad pobre, necesitada y amada por ti en su misma limitación y pecado. Tal es el amor inverosímil y gratuito que nos tienes. Hacemos nuestro el deseo de la liturgia de hoy: 44

Oh sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín del mundo v ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación. Amén.

Día 18 de diciembre Jer 23,5-8: Suscitaré a David un vastago legítimo. Mt 1,18-24: El hijo de María viene del Espíritu Santo.

LAS DUDAS DE JOSÉ, EL JUSTO 1. La figura gris del adviento. Si ayer se mencionaba a san José en el árbol familiar de Jesús, como descendiente de David, hoy adquiere su figura un relieve especial en la liturgia de la palabra. Es de las contadas veces que aparece san José en los evangelios. Si éstos hablan poco de la Virgen María, menos todavía de san José. No obstante, ambos son mencionados en el llamado "evangelio de la infancia" de Jesús, donde Mateo da relieve a la figura de José y Lucas a la de María. Pues bien, hoy se nos dice en el evangelio que por medio de José entra Jesús en el linaje davídico, y se cumple en Cristo el oráculo mesiánico del profeta Jeremías: el vastago de David se llamará "Dioses-nuestra-justicia", es decir, nuestra salvación. Salvador (Jesús) es precisamente el nombre que José pondrá al niño que nacerá de María, su esposa, que ha concebido por obra del Espíritu Santo, como le explica "en sueños el ángel del Señor" a José. Es la expresión bíblica para designar una revelación de Dios a una persona. La acción creadora del Espíritu es decisiva para dar paso al Enmanuel (Dios-con-nosotros), que encabezará un nuevo pueblo y una humanidad regenerada. Mas, para realizar este plan de salvación, Dios cuenta también con la colaboración humana de María como madre natural, y de José como padre legal del vastago legítimo que viene a tomar posesión del trono de David: Jesús el Mesías. 2. La fe que obedece. José y María estaban ya prometidos en matrimonio; y resultó que, antes de vivir juntos, ella esperaba un hijo. Los desposorios, que precedían a la boda, tenían entre los judíos la categoría de un compromiso matrimonial en firme. De ahí el lenguaje del ángel: "María, tu mujer". Si José quería romper el matrimonio, no tería más salida que la denuncia pública o el repudio. Su decisión de buena persona fue abandonar en secreto a María, sin denunciarla 45

Entonces tiene lugar el "anuncio" del ángel del Señor a José, diciéndole: "No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo". Ésta es la revelación fundamental y el dato de fe del evangelio de hoy. ¿A qué podía obedecer el reparo de José? Conociendo a María, su mujer, ¿cómo dudar de ella? ¡Imposible! Además, sin duda que María le había puesto al corriente de lo que sucedía. Su reparo, por tanto, no se refería a María, sino a sí mismo. No quiere interferírse en los planes del Señor, a los que él no da alcance. ¿Cuál era su papel como futuro marido de una mujer a quien Dios había tocado con su Espíritu? La palabra del ángel del Señor vino a darle seguridad, luz sobre su misión y confianza en Dios. Sería el padre "legal" del hijo de María, venido del Espíritu Santo para salvar al pueblo de sus pecados. La duda fue vencida por la obediencia de la fe. Así es como san José conecta con la dinastía mesíánica: no sólo por razón de genealogía, sino, y sobre todo, por el dinamismo de la obediencia de su fe, que le impulsa a aceptar una misión oscura y sin brillo especial, pero muy importante en los planes de Dios sobre la salvación humana. 3. Un modelo de fe madura. Sin ceder a la tentación del abandono, el justo José se adentró en la radiante oscuridad del misterio de Dios. Su talla humana se agiganta desde la fe que lo animó. Por eso su figura aparece en el adviento como un prototipo y modelo bíblico de fe. La vida de cada uno de nosotros, como toda vida, es vocación, proyecto y prueba de Dios; y debe ser también respuesta incondicional al mismo, sin pedirle evidencias, sino fiándonos plenamente de él. Como hizo el bueno de José. Hoy merece una mención especial este actor secundario, pero de atractivo sin igual, debido a una serie de cualidades modélicas para el creyente de todo tiempo y lugar, tales como: su enorme respeto ante el misterio de Dios, operado en María; su integridad y honradez; su silencio y laboriosidad sin protagonismos; su fidelidad de hombre bueno a carta cabal; su vacío de sí mismo y, sobre todo, su disponibilidad absoluta para la vocación de servicio y la misión que el Señor le confió. ¿Hay quién dé más? Asombro y alabanza, Señor, llenan hoy nuestro corazón, como el de José, ante el misterio del Dios-con-nosotros. En nuestra plegaria, Señor, queremos pedirte hoy pr todos aquellos a quienes llamas, como a san José, ¡ara servirte en la Iglesia, atendiendo a los hermanos; pr los padres, para que reciban los hijos como don tuyo; pr cada uno de nosotros, para que cumplamos fielmente 46

k misión que nos confías. Así nacerá Cristo cada día en nuestra vida, familia, ambiente y comunidad, cuino clara señal de tu amor inmenso de Padre v de tu presencia perenne entre nosotros tus hijos. Amén.

Día 19 de diciembre Jue 13,2-7.24-25a: Anuncio del nacimiento de Sansón. Le 1,5-25: Anuncio del nacimiento del Bautista.

ALEGRÍA POR LA GRATUIDAD DE DIOS 1. Dos hijos "regalo de Dios". Juan el Bautista es el último caso de una larga lista bíblica de hijos "regalo de Dios" a mujeres que llegan a ser madres a pesar de una imposible maternidad, debido a su esterilidad o ancianidad. Por ejemplo: Sara, esposa de Abrahán y madre de Isaac; Ana, la madre del profeta Samuel; la esposa de Manóaj y madre de Sansón, como se nos dice en la primera lectura de hoy, que, por cierto, guarda muchas semejanzas con el hecho que relata el evangelio. En ambos casos se trata de mujeres estériles, con el agravante de la edad en Isabel, esposa del sacerdote judío Zacarías; y en ambos casos el ángel del Señor anuncia el nacimiento de sendos hijos que estarán consagrados a Dios porque son don del cielo. El primero, Sansón, protegerá con su fuerza descomunal al pueblo israelita contra los ataques de los filisteos; el segundo, Juan, irá delante de Cristo con el espíritu y el poder de Elias para prepararle un pueblo bien dispuesto cuando llegue Jesús. Por eso muchos se alegrarán con su nacimiento. Tanto en el caso de Sansón como en el del Bautista, Dios rompe los esquemas habituales y, para realizar el plan salvador de su pueblo, se sirve de criaturas humanamente descartadas. Se verifica así la constante bíblica de la preferencia de Dios por los instrumentos pobres, por lo que no cuenta ni tiene peso social, por el desecho humano incluso. Dios es el totalmente otro, desconcertante con frecuencia, imprevisible a veces, pero siempre el que ama al hombre. Así, en la debilidad humana, muestra su fuerza, su poder y la gratuidad de su amor a nosotros, "el que hace salir el sol cada mañana sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos y pecadores", Todo lo cual es motivo de alegría para los sencillos, que se abren a Dios con alma de pobres. Porque la elección gratuita de Dios se dirige al hombre, especialmente al pobre, no porque nosotros seamos buenos —que no lo somos—, sino porque lo es él y nos ama con locura. 47

2. Alegría por la gratuidad de Dios. Mas para recibir el don de Dios hay que abrirse a él con fe generosa y alegre confianza. Ese don de lo alto suscita alegría, y ésta se debe notar en el corazón y en la vida del hombre y de la mujer que son destinatarios de la benevolencia del Señor; un gozo que es el carisma testimonial que hoy necesita nuestro mundo sin esperanza y frustrado en su hambre de felicidad por los falsos sucedáneos de la misma. No podemos dudar de Dios, aunque, como Zacarías e Isabel, tengamos que esperar toda una vida. Su amor por nosotros no falla. Sin embargo, aun admitiendo que Dios nos quiere mucho, ¿no dudamos a veces, como Zacarías, de que usará su poder en favor nuestro? Cuando oye el anuncio del ángel del Señor junto al altar del templo, Zacarías se sorprende y duda del poder de Dios para cumplir lo que constituía la ilusión de su vida. Quiere garantías: "¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada". Olvidaba que para Dios nada hay imposible. Por no haber creído incondicionalmente, se quedó mudo hasta el nacimiento de su hijo. La actitud de Zacarías contrasta con la absoluta confianza y disponibilidad de María, la madre de Jesús, en una situación similar. Cuando en la escena de la anunciación el ángel del Señor le notifica el plan de Dios sobre la encarnación de su Hijo en su seno virginal, María responde con un "sí" incondicional: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Lo veremos más detenidamente en el evangelio de mañana. El precursor del mesías cumplió su misión cabalmente; pero su papel no ha terminado en la historia. Juan el Bautista es un nombre para todo tiempo, una figura perennemente actual, del adviento y de siempre. Porque labor de la Iglesia y de los cristianos —tarea nuestra— es ser mensajeros de alegría por la gratuidad de Dios y precursores del mismo para el hombre de hoy. Con el testimonio práctico y efectivo de nuestra fe y conducta hemos de mostrar el camino que conduce a Cristo, para que no se verifique en nosotros la acusación del Bautista a los judíos de su tiempo: "En medio de vosotros está uno a quien no conocéis". Realmente, Señor, nada hay imposible para ti, que colmas de hijos y bendición a las estériles y realizas maravillas con instrumentos humildes. ¡Bendito seas, Señor! Enséñanos a vivir en tu presencia con el corazón alegre por tu amorosa gratuidad de Padre. Al ritmo de la liturgia rogamos a Cristo que viene: Oh renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, «

ante quien los reyes enmudecen v cuyo auxilio imploran las naciones, ven a liberarnos, no tardes más, ven, Señor.

Día 20 de diciembre I» 7,10-14: La virgen está encinta. Le 1,26-38: Anuncio del ángel a María.

EL "SÍ" DE MARÍA PARA EL HOMBRE NUEVO 1. La señal del Enmanuel. El evangelio de hoy contiene el anuncio del ángel del Señor a María. Se cumple así la profecía mesiánica de Isaías en la primera lectura. Es la "señal del Enmanuel" que Dios da al renuente rey Acaz (s. vm a.C), tentado de buscar la alianza asiría para librarse de sus amenazantes vecinos, los reyes de Damasco en Aram y de Efraím en Samaría. Todo porque no se fiaba de Dios. La señal que él le da por boca del profeta es el nacimiento de un niño de una mujer doncella. Este niño, que aseguraría la pervivencia del reino davídico, según la promesa divina hecha a David por boca del profeta Natán, pudo ser el hijo de la propia esposa del rey Acaz, joven todavía y esperando su primer hijo. El evangelista Mateo, en el pasaje del anuncio del ángel a José —que recordábamos hace dos días—, relaciona directamente la profecía de Isaías con la virgen María, madre de Jesús: "Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros" (l,22s). A partir de esta referencia, la tradición eclesial ha entendido siempre el texto de Isaías en sentido cristológico y mariano. El ángel le asegura a María que concebirá por obra del Espíritu Santo y dará a luz un niño a quien pondrá por nombre Jesús, y se llamará Hijo de Dios. El concilio Vaticano U, comentando la anunciación y el "sí" de María por el que aceptó la propuesta de Dios y se convirtió en madre de Jesús, acentúa el paralelismo Eva-María, pecado-salvación, desobedienciaobediencia, libertad para el pecado y para la redención (LG 56). 2. La escena de la Anunciación. Para entender debidamente la página evangélica de hoy —magistral composición literaria de Lucas—, debemos distinguir en el relato estos niveles de lectura: 1.° El dato revelado es el hecho real de la encarnación del Hijo de Dios, Cristo Jesús, en el seno de una muchacha judía llamada María. 49

No es una página más de mitología, sino acontecimiento asombroso, pero real. 2.° La escenificación de este hecho gira en torno al diálogo del ángel con María y señala los otros dos protagonistas principales: el Espíritu y Jesús. Los detalles no significan aisladamente, sino dentro del conjunto del dato revelado. 3.° La interpretación de lo narrado, por tratarse de un episodio del "evangelio de la infancia" de Jesús, depende del género literario del mismo. No es la intención primordial del evangelista darnos historia rigurosa y crónica detallada, sino historia de salvación, leída desde la fe pascual de la comunidad apostólica. Un episodio real, que acaso se desarrolla y decide solamente en la intimidad del alma de María en oración, se vacía literariamente en moldes de expresión propios de la trayectoria bíblica; por eso subyacen en el texto numerosas citas y alusiones a la Escritura del Antiguo Testamento. 4.° El habitual esquema bíblico de vocación de Dios está presente en todo el relato de la anunciación, que sigue estas etapas: 1.a Saludo y comunicación de la misión confiada. 2.a Pregunta-objeción de María, que dice no conocer varón. 3.a Solución al problema: fecundidad creadora del Espíritu. 4.a Un signo de esta acción de Dios, para quien nada es imposible: el embarazo de Isabel, ya anciana. 5.a Aceptación de María: Hágase en mí según tu palabra. 3. El "sí" de María fue su opción radical, su compromiso total y personal con el Señor. Aceptó el plan salvador de Dios sin reserva alguna y en medio del claroscuro de la fe, pues en aquel momento no podía conocer en toda su complejidad las consecuencias de su "hágase". El paso de los años y de los acontecimientos de la vida de Jesús le irá mostrando al detalle la voluntad de Dios; pero su decisión primera fue irrevocable. El "hágase" de María de Nazaret es un "sí" para el hombre nuevo, para la nueva humanidad, salvada por Dios en Cristo; y nos muestra a nosotros, cristianos de hoy, el modo de optar definitivamente por el evangelio y asumir compromisos concretos de presencia en el mundo y en la sociedad en que vivimos. Hoy te damos gracias, Padre, por el "hágase"de María, un "sí" que abrió el camino para el hombre nuevo, pues nos dio al esperado mesías, al Dios-con-nosotros. Desde ahora en adelante ya no estamos perdidos en la soledad de una existencia vacía e inútil, porque está llegando nuestro salvador Jesucristo, que nos libera del pecado y de nosotros mismos. 50

Enséñanos, Señor, a aceptar tu voluntad, como María, asumiendo alegres la fascinante tarea que nos pides de amarte a ti y a nuestros hermanos los hombres.

Día 21 de diciembre Cant 2,8-14: Mi amado viene saltando por los montes. (O bien:Sof 3,14-18a: El Señor en medio de ti.) Le 1,39-45: Visita de María a su prima Isabel.

LA BIENAVENTURANZA DE LA FE 1. "Dichosa tú que has creído". En este día de adviento la liturgia de la palabra desborda gozo mesiánico al presentir ya próxima la llegada del Señor en navidad. La primera lectura, tanto la del Cantar de los Cantares como la opcional del profeta Sofonías, rezuman alegría por la inminente presencia del amado y del Señor y rey de Israel en medio de su pueblo. Oímos un eco del "Alégrate, María", que resonaba ayer en el relato de la anunciación del ángel a María, la "hija de Sión". Igualmente, en el evangelio, Isabel y la criatura que lleva dentro, Juan el Bautista, se gozan de la visita de la madre del mesías. María e Isabel son dos mujeres unidas por lazos familiares y bendecidas por Dios con una maternidad sublime. Sus destinos y el de sus respectivos hijos están unidos. Hoy se encuentran en la raya divisoria de los dos Testamentos. Isabel simboliza al pueblo de la antigua alianza. María, en cambio, abre el Nuevo Testamento y representa no sólo al pueblo de la nueva alianza, sino también a toda la humanidad redimida. Pues, como nueva arca de la alianza que se traslada a Jerusalén (2Sam 6), contiene la presencia de Dios, al mismo Hijo de Dios, al mesías, concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. "Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá", le dice Isabel a María. En estas palabras se apunta la bienaventuranza de la fe que Jesús pronunciará después en su aparición pascual a los discípulos y al apóstol Tomás, y alcanza su cumbre el jubiloso encuentro de estas dos mujeres. 2. Madre por la fe. Tenía razón Isabel, pues no en vano se llenó del Espíritu: "Al aceptar el mensaje del Señor, María se convirtió en la madre de Jesús" (LG 56), es decir, por la fe primeramente. Por esta fe es dichosa María y se constituye en la primera creyente y discípula de Cristo, la primera cristiana de la Iglesia (MC 35s). La aceptación de la 51

maternidad divina fue un acto de fe y de obediencia libres por los que María cooperó activamente, y no como un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, a la salvación de los hombres. Es san Agustín quien profundiza el tema, acentuando la relación entre la fe de María y su maternidad divina, y subrayando que ella concibió a Cristo por la fe en su alma antes que en su cuerpo; de suerte que más mérito y dicha es para ella el haber sido discípula de Cristo, cumpliendo la voluntad del Padre, que el haber sido la madre física de Jesús (cf Sermones 25 y 69). Antes de concebir a Cristo en su seno virginal, María lo engendró en su corazón de virgen; y porque Dios brotó en su alma por la fe, pudo recibirlo en su vientre. Haciendo suya la idea de san Agustín, el concilio Vaticano U afirmó: "La Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor" (LG 53). 3. Bienaventuranzas de la fe y de la palabra. Así se unen en María las dos nuevas bienaventuranzas que hemos de sumar a las ocho del discurso del monte: la de la fe y la de la palabra. El grito de Isabel a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre", que repetimos en el avemaria, tuvo devolución de eco en aquel piropo que una mujer del pueblo dirigió al rabí de Nazaret: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". A lo que el maestro contestó: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lcll,27s). María fue la primera destinataria de esas dos bienaventuranzas, la de la fe y la de la palabra. Es dichosa porque cree y cumple la voluntad de Dios, que aceptó sin reservas con un "sí" incondicional. Un asentimiento personal que se vincula a un mundo de salvación y novedad, pues Dios entró por su medio en la historia humana para realizar el giro total, la revolución del Reino, que expresó María a continuación en su Magníficat, como veremos mañana. María, la mujer que creyó a Dios en todo tiempo y lugar, es un modelo de fe que nos cuestiona como creyentes para imitarla en nuestra vida personal y comunitaria. Con el gozo de los sencillos, como Isabel y María, queremos alabarte, Señor, cada día con júbilo nuevo. El ejemplo de je de María nos impuba a decirte con los apóstoles: Señor, auméntanos la fe. Necesitamos también compartir esa fe, como ella, pues todo gozo compartido es felicidad doblada. Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos. 52

Visítanos con tu salvación, "oh Sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven ahora a iluminara los que viven en tinieblas y sombra de muerte".

Día 22 de diciembre ISam 1,24-28: Ana da gracias por su hijo Samuel. Le 1,46-56: Canto de María (Magníficat).

LA REVOLUCIÓN DEL REINO 1. Un canto de liberación mesiánica. Ana, la madre del profeta Samuel, vuelve al santuario de Silo para dar gracias a Dios por el hijo con que atendió sus ruegos y su esterilidad anteriores. Después de consagrar su pequeño Samuel al Señor, prorrumpe en un cántico (salino responsorial de hoy), al que hace eco el himno de bendición de María, "la esclava del Señor". Es su espléndido Magníficat, que leemos hoy como evangelio, y en el que resuenan muchos ecos bíblicos, canI ando la grandeza de Dios y su predilección por los pobres y desvalidos. No podía faltar este himno en el adviento y en labios de la que es por sí misma Adviento, la figura más excelsa de la espera: María de Nazaret. La enorme riqueza del Magníficat excede nuestro espacio y requiere largos silencios de meditación personal. El canto de María es la medida de su altura espiritual y, simultáneamente, la síntesis de la fe del pueblo elegido, de sus aspiraciones y de su espera multisecular, fiado en las promesas de Dios hechas a los patriarcas y su descendencia. Hay que leer el Magníficat también desde la fe pascual de la primitiva comunidad cristiana que se expresa por boca de María. El evangelista Lucas pone en labios de la Virgen nazarena un canto de liberación mesiánica que, gracias a Cristo, revoluciona el viejo orden establecido. Los pobres y los olvidados, los humildes y los hambrientos pasan a ser, en el orden nuevo, los protagonistas de la historia de Dios, que los prefiere a los soberbios, a los poderosos y a los ricos de este mundo. En las palabras del Magníficat de María se escucha como trasfondo el rumor de los siglos, el murmullo de la comunidad redimida, la alegría y esperanza de los pobres, el asombro agradecido de los liberados por Cristo. 2. Liberación y misericordia para ahora. La salvación del Dios del Magníficat no consiente una interpretación espiritualista y alienante, 53

pues no es futurista ni mera promesa escatológica para el final de los tiempos; supone más bien un programa presente y actual: liberación de todas las esclavitudes intramundanas, provenientes de las ideologías y de la praxis, de los sistemas sociales, políticos y económicos. Según los profetas y el mensaje de Cristo, los nombres que definen al Dios bíblico son santidad, justicia y misericordia. Este último término, "misericordia", en su valor semántico original significa: corazón sensible a la miseria humana. Pues bien, el Dios misericordioso que canta María pone en marcha y activa en presente un proceso histórico, lento pero inexorable, que desbarata el orden viejo e invierte, como hizo Cristo en las bienaventuranzas, el centro de gravedad de los valores sociales. Éstos no serán ya la prepotencia y el orgullo, la explotación y el dominio, sino la pobreza y el vacío de sí mismo, la reconciliación y la paz, la fraternidad y la solidaridad en el vivir y en el compartir. "La misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" El nuevo orden del reino de Dios no se compagina, pues, con ninguna situación de opresión e indignidad humana. El canto testimonial de María inserta al Díos-hecho-hombre entre los humildes, en la conciencia misma de los pobres de Dios, destinatarios preferidos de la salvación mesiánica y del Reino que anunció e inauguró Jesús de Nazaret. Cristo resucitado es el rostro vivo del Dios de la liberación, del Dios del gozo "subversivo" de María en su canto profético, del Dios de la esperanza "revolucionaria" de los pobres. Que nos contemos entre éstos últimos.

La pena que la tierra soportaba a cansa del pecado, se ha trocado en el canto que brota jubiloso, en labios de María pronunciado. El sí de las promesas ha llegado, la alianza se cumple, poderosa: el Verbo eterno baja de los cielos, con nuestra débil carne se desposa. ¡Oh misterio que sólo la fe alcanza!, María es nuevo templo de la gloria, rocío matinal, nube que pasa, luz nueva en su presencia misteriosa A Dios sea la gloria eternamente, y al Hijo suyo amado, Jesucristo, 54

el que quiso nacer para nosotros, para darnos su Espíritu divino. Amén. (Liturgia de las horas)

Día 23 de diciembre Mal 3,1-4; 4,5-6: Envío mi mensajero a prepararme el camino. Le 1,57-66: Nacimiento de Juan el Bautista.

CUANDO NACE UN PROFETA 1. Nombre y misión. La primera lectura de hoy se toma del profeta Malaquías, que escribió en el siglo v a.C. contra los malos pastores del pueblo israelita. Es el tiempo siguiente a la restauración religiosa del posexilio bajo Esdras. El sacerdocio judío se ha corrompido. El Señor envía su mensajero para anunciar que él renovará el culto mediante un fuego purificador; y Elias vendrá de nuevo antes del día del juicio del Señor para evitar el desastre, convirtiendo los corazones al amor mutuo. Los evangelios, según la explicación de Jesús, ven cumplida la función de Elias en la persona y actividad de Juan el Bautista, cuyo nacimiento, circuncisión e imposición de nombre relata el texto evangélico de hoy. Juan significa en hebreo "favor de Dios". En la mentalidad bíblica los nombres adquieren mucha importancia porque revelan la misión de una persona. El Bautista fue el último de los profetas del Antiguo Testamento, y en su persona vino a resumirse la serie ininterrumpida de favores de Dios al pueblo elegido, orientados a la persona de Cristo el mesías. Juan tuvo la misión y el privilegio de ser su precursor inmediato, y tanto que entró en contacto personal con él. Dios cumple las promesas que había hecho a su pueblo. El nombre de Isabel, la madre del Bautista, significa "Dios-ha-jurado", es decir, recuerda fielmente su alianza; el nombre de su padre, Zacarías, significa "Dios-se-ha-acordado". Los tres protagonistas del evangelio de hoy constituyen toda una familia al servicio del plan salvador de Dios, y sus nombres proclaman que el Señor ha sido fiel a sus promesas. Juan vino "con el espíritu y el poder de Elias" para preparar a Dios un pueblo bien dispuesto mediante la conversión de los corazones. 2. La conversión que prepara la Navidad. Nada más actual que la conversión perenne. A un paso ya de navidad, la tarea más urgente que tenemos entre manos es convertirnos: "Preparad el camino del Señor; 55

allanad sus senderos. Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios" (Le 3,4s). Necesitamos desesperadamente cambiar la mente y la conducta para entrar con buen pie en las fiestas. El Bautista proclama el cambio revolucionario de la conversión perenne, que incansablemente desmonta el terreno y rectifica el trazado. La tarea "topográfica" que se nos propone para preparar una pista llana al Señor significa, a nivel de conversión personal: rebajar la soberbia, origen de tanto pecado, mediante la humildad y el reconocimiento sincero de nuestra condición de pecadores, y levantar por la esperanza los ánimos decaídos y sin ilusión. Y a nivel de proyección social de la conversión: rebajar las desigualdades injustas y elevar los derechos humanos, secando las lagunas y rellenando los vacíos del hambre,, la incultura y la pobreza en toda su extensión y consecuencias. Lo primero es la conversión personal, el cambio de corazones, mentalidad y conducta. Sin esto no hay liberación posible, porque la vida del hombre no se transforma automáticamente a base de reformas estructurales. Si bien también es cierto que hacia éstas debe orientarse la conversión auténtica de los individuos. El futuro mejor se fragua en el presente mediante el equilibrio entre la esperanza impulsora y el apresuramiento de la llegada de Dios a nuestro mundo. La conversión del corazón que nos pide el adviento es básicamente una vuelta al amor y la justicia, porque ambos son los pilares de la paz que trae la navidad a los hombres que ama el Señor. Ésa es la mejor manera cristiana de prepararnos a celebrar dignamente tal acontecimiento, contrarrestando así el influjo del ambiente comercializado y frivolo que nos rodea. Está llegando lo nuevo, el reino de Dios, el mesías, Cristo Jesús; y no podemos instalarnos perezosamente en los viejos estilos, costumbres y tradiciones de nuestra medianía y mezquindad. Llega el Señor: preparémosle buena acogida. Hoy sube a ti, Señor, nuestra oración como incienso de sacrificio, como remolino en la arena del desierto. Suelta nuestra lengua de mudos para bendecirte con los profetas, porque tú nos salvas cumpliendo tus promesas antiguas. Como dijo el poeta hindú: Sea yo, Señor, tan sólo esa flauta de caña que tú puedes llenar de música. "Oh Enmanuel rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro'. ¡Ven pronto, Señor!

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Día 24 de diciembre 2Sam 7,l-5.8b-l 1.16: El reino de David durará por siempre. Le 1,67-69: Canto de Zacarías (Benedictus).

EL SOL QUE NACE DE LO ALTO 1. Dios visita a su pueblo. La primera lectura de este día 24 de diciembre, en las misas de la mañana, contiene la profecía de Natán. El rey David está pensando en construir un templo al Señor. En su nombre, el profeta le asegura que será Dios mismo quien le edifique a David una casa, mediante la permanencia de su dinastía en un reino eterno. Profecía que, desde siempre, judíos y cristianos han entendido en sentido mesiánico, como repite el salmo responsorial de hoy. En el evangelio leemos el Benedictus o canto de Zacarías, quien, recuperando el habla, bendice a Dios por el cumplimiento de sus promesas. Signo de esa fidelidad divina es el nacimiento de Juan, su hijo, el precursor del mesías. El Benedictus, al igual que otro canto incombustible, el Magníficat, se repite cada día en la oración de la Iglesia, en la liturgia de las horas, en laudes y vísperas, respectivamente. En el canto de Zacarías tenemos otra espléndida composición literaria del evangelista Lucas. Como el Magníficat, el Benedictus es un mosaico de citas y alusiones viejotestamentarias que hacen eco a la espera y esperanza del pueblo israelita; los biblistas cuentan hasta dieciocho referencias. La primera parte del Benedictus es un himno de bendición y acción de gracias a Dios, y la segunda es una visión esperanzadora del futuro, gracias a la intervención del precursor, que abre paso al mesías ya inminente. "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol, que nace de lo alto". El nacimiento de Cristo en esta misma noche, la Nochebuena, es el alumbramiento del auténtico "sol de medianoche"; noche sólo comparable a la de pascua. Dios visita a su pueblo "para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte"; así, cuando la oscuridad del pecado y de la indigencia sea más espesa, comprenderá el hombre que solamente Dios es su salvador. 2. Un canto de esperanza. El Benedictus de Zacarías, como el Magníficat de María, es un canto de optimismo y de alegre esperanza, gracias a la presencia del Dios redentor que ama al hombre. ¿Signo de tal amor? Cristo, su Hijo, Dios-entre-nosotros. El hombre actual goza de muchos adelantos y parece tener la clave del universo, de la vida y de la felicidad. Y, sin embargo, la imagen que de este hombre nos dan los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión) y de expresión actual (literatura, arte, cine y teatro) 57

es, en general, triste y pesimista. ¿Razón? Puede ser la carencia de valores trascendentes que abran la vida humana a una dimensión espiritual. Nos sobra materia y nos falta espíritu; por eso carecemos de proyección de futuro y de alegría, condiciones para el equilibrio, el optimismo, la solidaridad y la fraternidad. ¿Tendrá redención posible el hombre actual? Cuando estemos tentados de pesimismo ante el mundo que nos rodea, el que hemos recibido y legamos a las jóvenes generaciones, hemos de recordar que Dios ama al hombre. Los cantos de Zacarías y de María contienen la clave del ordenador, capaz de cambiar la situación por completo y vencer el pesimismo ambiental, pues llevan en sí el germen más revolucionario de la historia: la misericordia y fidelidad de Dios que cree en el hombre y lo hace objeto de su benevolencia y amor "para que, libres de temor, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Hoy concluye el adviento, el tiempo de la espera. Al comenzarlo, decíamos que se nos abría una oportunidad única para el encuentro con Dios. Al concluirlo, ¿qué balance podemos hacer? ¿Estamos convertidos y preparados para la llegada del Señor? Hoy es la última oportunidad.

Navidad

Día 26 de diciembre: San Esteban, protomártir He 6,8-10; 7,54-59: Martirio de san Esteban. Mt 10,17-22: No hablaréis vosotros, sino el Espíritu.

EL PRIMER TESTIGO En tu sangre de río que bordea las vertientes del pan de la mañana, viaja Dios, como viaja en la campana cuando la brisa grave la voltea. Un balido terrestre te rodea con pequeño calor de tibia lana, y en tu seno la dulce leche mana con un sabor de luna y miel hebrea. Vas hermosa de estrellas, hasta el sueño, hasta el secreto débil de la brisa, yes más silente el pino, el buey más tardo. Esta noche el lucero es más risueño, y tú llevas al Dios de la sonrisa prendido a la cintura, como un nardo. (N. HIMIOB, "María, encinta de Dios")

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1. "Seréis mis testigos". Iniciamos un ciclo nuevo, el de navidad, en que celebramos el misterio de la encarnación, es decir, la humanización de Dios para la divinización del hombre. La Palabra de Dios se hace hombre mortal para que éste alcance la inmortalidad. Durante la octava de navidad la liturgia nos va mostrando testimonios personales de la luz que es Cristo, recién llegado al mundo de los hombres: Esteban el protomártir (hoy, día 26 de diciembre), Juan el apóstol y evangelista (día 27), los Santos Inocentes (día 28), el anciano Simeón (día 29), la profetisa Ana (día 30), Juan el Bautista (día 31) y María la madre del Señor (día 1 de enero). Esteban fue uno de los siete diáconos elegidos por la comunidad y confirmados por los apóstoles como ayudantes en el ministerio pastoral y de atención a la Iglesia de Jerusalén. El diácono Esteban, un judío de origen griego, como indica su nombre (al igual que el de los seis restantes diáconos), "lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo". Lo mismo que había hecho Jesús. Lo cual le granjeó también el odio de los jefes de la sinagoga judía. Algunos de ellos se pusieron a discutir con Esteban; "pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba" de Cristo y del evangelio. Aunque "el discípulo no es más que su maestro", el relato del martirio de san Esteban hace eco a la pasión y muerte de Cristo. Al despedirse de los suyos, antes de subir al cielo, Jesús les dijo: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de 59

la tierra. Ya anteriormente, cuando la primera misión de los doce, como leemos en el evangelio de hoy, Jesús les había anunciado persecuciones y arrestos por su causa. Las dificultades son inherentes a la misión evangelizadora, pero no les faltará la fuerza del Espíritu de Cristo. Como un hecho de experiencia, pronto pudo comprobar la naciente Iglesia la exactitud de estas premoniciones de Jesús. El primer mártir (que en griego significa testigo) fue el diácono Esteban. Poco antes de morir apedreado por sus enemigos y dando testimonio del Cristo glorioso, Esteban repite casi literalmente dos de las siete palabras del Señor en la cruz: "Señor Jesús, recibe mi espíritu", y lanzando un grito final: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado". Mientras Esteban moría, un joven llamado Saulo, todavía ciego y fanático perseguidor de los cristianos, comenzaba a aproximarse a la luz y a la vida. 2. Cristo necesita testigos auténticos. La aversión al profeta, al testigo y al discípulo de Cristo por un mundo enemigo de Dios es una señal de la autenticidad de su misión. Si no se diera tal enemistad habría que sospechar que hemos traicionado el mensaje evangélico. Este choca necesariamente, como una denuncia, con el estilo de un mundo entregado a "las pasiones del hombre terreno, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero" (Un 2,16). He ahí la razón del odio mundano al que sigue el camino del Señor. El ya nos lo previno: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Como no sois del mundo, por eso os odia el mundo" (Jn 15,18s). Al mismo tiempo que señal de autenticidad, la persecución puede ser, y de hecho lo es, un aviso de fidelidad Porque no todo rechazo de la comunidad eclesial es repulsa al evangelio. Esta oposición es evidente cuando la persecución proviene del poder establecido, que se siente incómodo con la voz que recuerda la justicia y los derechos humanos de los sin-voz. Lo cual viene a avalar la fidelidad evangélica de los cristianos al mensaje del reino de Dios, que es amor, fraternidad, liberación, justicia social y defensa del pobre y del oprimido. Pero, a veces, la resistencia, la crítica y el rechazo parten del pueblo llano debido a la falsa imagen que la comunidad cristiana, fieles y pastores, damos con frecuencia d e Dios, de Cristo y de su mensaje por falta de autenticidad evangélica. E n este caso, la crítica, la persecución y el fracaso son purificación que debe alertarnos para la conversión al auténtico testimonio de fidelidad, como señaló el concilio Vaticano U (GS 19,3). Por ti, mi Dios, cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor. Me mandas que cante con toda mi voz; 60

no sé cómo cantar tu mensaje de amor. Los hombres me preguntan cuál es mi misión; les digo: "Testigo soy". Es fuego tu palabra que mi boca quemó; mis labios ya son llama y ceniza mi voz, l)a miedo proclamarla, pero tú me dices: "No temas, contigo estoy ". Tu palabra es una carga que mi espalda dobló; es brasa tu mensaje que mi lengua secó. "Déjate quemar si quieres alumbrar; no temas, contigo estoy". (J. A. ESPINOSA)

Día 27 de diciembre: San Juan, apóstol y evangelista Un 1,1-4: Os anunciamos lo que hemos visto y oído. Jn 20,2-8: Juan llegó el primero al sepulcro.

EL DISCÍPULO AMADO 1. El apóstol Juan. En este día del tiempo de navidad celebramos la fiesta litúrgica del apóstol y evangelista san Juan. Es el segundo testigo cualificado de la luz que es Cristo. Juan era "el discípulo amado" del Señor que, junto con su hermano Santiago el Mayor y Pedro, fue testigo de la gloria de la transfiguración de Jesús y de su agonía en Getsemaní. En la última cena reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, y éste le comunicó la traición de Judas. Estuvo presente en el Calvario, al pie de la cruz donde moría Jesús, y de sus labios recibió como segunda madre a María, con quien después vivió en Efeso (Asia Menor, hoy Turquía), según la tradición. Juan fue el primero en llegar a la tumba vacía del Resucitado y el primero en creer, como dice el evangelio de hoy, porque el amor da alas y facilita el camino de la fe. El testimonio apostólico de la resurrección del Señor es el fundamento de nuestra fe y la base de una tradición evangélica que no es teoría aprendida, sino historia avalada por testigos. A ese testimonio apela Juan en su primera carta, de la que a partir de hoy se toma la primera lectura en todo este tiempo de navidad: "Lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la palabra de vida..., lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa comunión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestra alegría sea completa". 61

Si ayer en el martirio de san Esteban oíamos un eco de la pasión y muerte del Señor, dato posible gracias a la humanidad de su encarnación, hoy el evangelio nos muestra que la muerte de Cristo le llevó a la gloria de la resurrección. Los pañales de la cuna de Jesús en Belén remiten ya a los lienzos que el Resucitado deja intactos en el sepulcro, como innecesarios para su cuerpo glorioso. La humanidad glorificada de Cristo es garantía de nuestra resurrección con él. Jesús, en quien se revela la gloria de Dios ya desde su nacimiento, es el anteproyecto de nuestras vidas de hombres y mujeres redimidos. Así nuestro gozo puede ser completo, como se dice en la primera lectura. 2. El evangelista Juan. A nombre del apóstol Juan tenemos varios libros del Nuevo Testamento, escritos en la última década del primer siglo: el cuarto evangelio, tres cartas y el Apocalipsis. Según la tradición, el apóstol escribió este último libro desde su destierro en la isla de Patmos. Temas favoritos de su evangelio y cartas son la teología de la palabra y de la gloria de Dios, visibles en el Hijo de Dios hecho hombre, Cristo Jesús, así como la insistencia en el amor, el testimonio y la fe. El estilo de Juan es muy peculiar y le distingue del resto de los evangelistas. Procede a base de un típico movimiento en espiral, exponiendo los dichos de Jesús y las reflexiones a base de círculos concéntricos y volviendo una y otra vez sobre el tema en cuestión por medio de enunciados nucleares que, a su vez, provocan nuevas síntesis en las que se funden las palabras originales de Jesús con la progresiva reflexión de la fe pascual de las comunidades apostólicas. De ahí las frecuentes repeticiones de ideas y vocabulario en los escritos joánicos, así como la dificultad para sistematizar su pensamiento a partir de los textos. En concreto, respecto del evangelio de Juan, el autor estructura todo su relato como un proceso judicialentre dos mentalidades contrapuestas: Jesús y los judíos, lo nuevo y lo viejo, el espíritu y la letra, la luz y las tinieblas, la fe y la incredulidad, los discípulos (o Iglesia) y la sinagoga. El conflicto entre ambos extremos es radical e irreconciliable. Por el primer término de los binomios están Jesús y sus testigos: Juan el Bautista, el Padre y el Espíritu, el agua (bautismo de Cristo) y la sangre (muerte redentora y gloriosa de Jesús). Por la mentalidad religiosa antigua están los "judíos", es decir, los jefes religiosos del pueblo, el mundo y las tinieblas que se oponen a Cristo, que es la luz, el camino, la verdad y la vida. ¿En qué bando estamos nosotros? Callad, que me lastimáis; / ¡ea, mi bien!, no lloréis; pero ¿cómo callaréis / si sois Palabra y amáis? Tenéisme tan fino amor, / que cuando os doy más enojos, 62

i'on lágrimas en los ojos / me estáis hablando mejor. Hasta el ver que os humanáis / con los ojos; no me habléis; l>ero ¿cómo callaréis / si sois Palabra y amáis? Esas lágrimas tan bellas / tienen tal virtud en sí, que están hablando por mi / cuando Vos me habláis en ellas. I'lcorazón me abrasáis; /callad, mi bien, no lloréis; pero ¿como callaréis / si sois Palabra y amáis? ("Villancicos". Sevilla 1638)

Día 28 de diciembre: Santos Inocentes Un 1,5-2,2: La sangre de Jesús nos limpia los pecados. Mt 2,13-18: Herodes mandó matar a todos los niños de Belén.

VÍCTIMAS INOCENTES 1. En clave de historia de salvación. En la liturgia de hoy aparece el tercer testimonio en favor de Cristo, el Dios humanado. Es el de los inocentes niños de Belén, sacrificados por orden de Herodes el Grande, que pasaron del regazo de sus madres al abrazo de Dios y forman parte del cortejo del cordero sin mancha que describe el Apocalipsis. A propósito de la historicidad del trágico episodio de los Inocentes, los expertos en biblia anotan que "no se menciona en ningún otro escrito, canónico o profano... Semejante brutalidad está en armonía con el carácter de Herodes..., un ser patológicamente celoso de su poder; varios de sus familiares (incluso hijos) fueron asesinados por orden suya... El historiador Josefo describió a Herodes con los tintes más negros que le fue posible. Por eso resulta difícil de explicar la ausencia del incidente de Belén en Josefo... En consecuencia, habría que tomar en cuenta la posibilidad de que los hechos del capítulo 2 (de Mt) sean una presentación simbólica de la mesianidad regia de Jesús, a la que se oponen los poderes seculares. La oposición terminaría por lograr sus fines en la pasión de Jesús. Este tipo de narración teológica se apoya con el uso de textos del AT" (CB, m, 177). Estamos ante un relato del evangelio de la infancia de Jesús, que comienza con el recurso estereotipado del "ángel del Señor" que habla "en sueños" a José. Los hechos históricos se interpretan en clave de historia de salvación de Dios. Jesús recapitula la historia de Israel y en él se cumplen las Escrituras; como nuevo Moisés salvado de la muerte, liberará al pueblo de la esclavitud. 63

Hay un paralelismo latente entre los primogénitos hebreos sacrificados por el faraón de Egipto y los niños de Belén asesinados por orden de Herodes, entre el destierro de los israelitas que lamenta el profeta Jeremías en boca de Raquel, la esposa de Jacob, cuyos hijos errantes hubieron de emigrar acosados por el hambre, y el exilio de la sagrada familia a Egipto, entre el éxodo de los israelitas de la esclavitud egipcia y la vuelta de Jesús, María y José a su tierra de Nazaret. 2. Persecución y testimonio. Más todavía: los Inocentes de Belén remiten al cordero inocente que tomó sobre sí los pecados del mundo en su largo camino hacia la cruz del Gólgota, y son un símbolo también de tantas víctimas inocentes sacrificadas por diversos medios: terrorismo, guerras, prácticas abortivas... Finalmente, Jesús huyendo a Egipto con su madre María y san José es un precursor de la interminable fila de los exiliados de todos los tiempos. La liturgia, en la oración colecta de hoy que abre la misa, dice: "Los mártires inocentes proclaman tu gloria este día, Señor, pero no de palabra, sino con su muerte; concédenos por su intercesión testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra". Cuando la comunidad cristiana, jerarquía y fieles, proclama abiertamente el evangelio de Jesús y lo testimonia desde dentro con autenticidad, entonces casi por necesidad la Iglesia se hace incómoda al poderoso de turno. San Pablo advertía a su discípulo Timoteo: "Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido" (2Tim 3,12). La persecución religiosa es una constante histórica con múltiples formas. Con frecuencia se ha tratado de manipular la religión: unos poniéndola al servicio de sus intereses, otros amordazando violentamente a los testigos de la palabra o intentando comprar el silencio de los cristianos ante la injusticia y la violación de las libertades y derechos humanos. Así se crea "la Iglesia del silencio" no sólo en los regímenes totalitarios, sino también en otros que se dicen libres y democráticos. Fiel a la denuncia profética y al propio testimonio, la comunidad eclesial, cada uno de nosotros, ha de mantener una actitud de colaboración con toda causa justa del hombre, sirviendo a la verdad, libertad, progreso humano y liberación integral. Y hacer todo esto sintiéndonos gozosos de sufrir por los ideales evangélicos. Éste es el testimonio del amor cristiano que vence al odio del mundo. Sois la semilla que ha de crecer, sois estrella que ha de brillar. Sois levadura, sois grano de sal, antorcha que ha de alumbrar. Sois la mañana que vuelve a nacer, 64

son espiga que empieza a granar. Sois aguijón y caricia a la vez, testigos que voy a enviar. Id, amigos, por el mundo anunciando el amor, mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi resurrección; id llevando mi presencia, con vosotros estoy. (C. GABARAIN)

Día 29 de diciembre Un 2,3-11: Las tinieblas pasan y la luz brilla ya. Le 2,22-35: Luz para alumbrar a las naciones.

CRISTO, SIGNO DE CONTRADICCIÓN 1. "Luz para alumbrar a las naciones". En la primera lectura, Juan habla del verdadero conocimiento de Dios, que no es otro que guardar sus mandamientos, en especial el mandato del amor. Así se unen fe y obras. Porque quien dice que está en la luz y no ama a su hermano, vive todavía en las tinieblas y no camina en la luz de Dios que brilla en C fisto Jesús, su Hijo, luz para alumbrar a las naciones, como proclama el anciano Simeón en su canto de despedida, según nos refiere el evangelio. Por eso, alégrese el cielo y goce la tierra, cantando al Señor un cántico nuevo (salmo responsorial). María y José llevaron al niño Jesús al templo para presentarlo al Señor, según la ley mosaica: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la ofrenda prescrita para el rescate: un par de tórtolas o dos pichones. Era la ofrenda de los pobres. Dichoso el anciano Simeón, a quien el paso de los años, en vez de apagar su pupila, le dio una visión más penetrante para ver en aquella presentación tan rutinaria como las demás a una pareja distinta y a un niño sin par, el mesías de Dios. Con razón "el Espíritu Santo moraba en él". San Pablo constata: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibieran el ser hijos por adopción" (Gal 4,4s). Al ver en María a "la Virgen oferente", que es modelo de la comunidad cristiana en el ejercicio del culto, la Iglesia vislumbra, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito y de la purificación de la madre, un misterio de salvación, es decir, la 65

continuidad de la oferta fundamental que el Verbo humanizado hizo al Padre al entrar en el mundo, la universalidad de la salvación de Dios y la referencia profética a la pasión de Cristo, según las palabras del anciano Simeón dirigidas a María, que centra el hilo narrativo del evangelio de la infancia de Jesús según Lucas (cf MC 20,1). 2. Una bandera discutida. La intervención de Simeón, encarnación de la expectativa mesiánica del pueblo israelita, contiene una proclamación en su primera parte y una profecía en la segunda; y es un compendio de cristología, pues llama a Jesús salvador, luz del mundo y gloria de Israel, prediciendo finalmente su pasión gloriosa. A base de citas implícitas del profeta Isaías, hay en el texto bíblico y en boca del anciano una proclamación solemne, casi oficial, de Jesús como el mesías esperado. Pero como un contraluz hiriente a los ojos, se añade el anuncio del drama paradójico de Cristo: ser piedra de escándalo, bandera discutida y signo de contradicción, que dejará en evidencia la actitud de los corazones respecto de él. Algo que el paso del tiempo ha confirmado y se encarga de verificar. Cristo y su evangelio siguen siendo contestados y dividen a los hombres; división que se traduce hoy con características propias. No se trataría tanto de una opción a favor o en contra de Cristo cuanto de una actitud de fe o de increencia. Pero el tipo de increencia que hoy priva no suele ser el ateísmo militante y combativo, sino más bien la indiferencia religiosa, la abstención y el agnosticismo. Simplemente se pasa de Dios; o se intenta pasar, porque no es tan fácil prescindir de él. La pregunta sobre Dios es la más constante en la historia del hombre, a pesar de todos los cambios, revoluciones y progreso técnico; pero varía su formulación. La fe no debe ser impuesta, y hoy menos que nunca, sino propuesta a la libre opción personal. La evangelización, que es anuncio de la alegre nueva de la salvación de Dios, se orienta a la conversión de los creyentes al testimonio cristiano en su responsabilidad cívica, en la solidaridad, en el amor liberador y en el contagio de la esperanza. Y todo ello habrá de realizarse desde la pobreza evangélica, desde el servicio y no desde el poder, para así ofertar convincentemente el estilo de vida de Jesús. Solamente así seremos testigos de la luz que es Cristo. Caído se la ha un clavel / hoy a la aurora del seno; ¡quéglorioso que está el heno /porque ha caído sobre él! Cuando el silencio tenía / todas las cosas del suelo y coronada de hielo / reinaba la noche fría en medio la monarquía / de tiniebla tan cruel, caído se... 66

De un solo clavel ceñida / la Virgen, aurora bella al mundo le dio, y ella / quedó cual antes, florida. A la púrpura caída / siempre le fue el heno fiel Caído... El heno, pues, que fue digno / a pesar de tantas nieves, de ver en sus brazos leves / este rosicler divino, para su lecho fue lino, / oro para su dosel Caído se le... (L. DE GÓNGORA, Clavel de la aurora)

Día 30 de diciembre Un 2,12-17: Hacer la voluntad de Dios. Le 2,36-40: Testimonio de la profetisa Ana sobre Jesús.

JESÚS EN FAMILIA 1. La primera carta de san Juan. Como primera lectura continuamos leyendo la carta primera de san Juan. El texto de hoy, dirigido a los adultos y a los jóvenes, acentúa el cumplimiento de la voluntad de Dios como condición para permanecer en su amor y no ceder a las seducciones del mundo, es decir, "las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero. Eso no procede del Padre, sino del mundo; y éste pasa con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre". Gran lección para no dejar transcurrir la navidad como mero tiempo de emociones, consumismo, ruido y jolgorio, vacíos de contenido de fe. Puesto que durante todo el ciclo navideño seguiremos leyendo esta carta de san Juan, nos conviene tener una idea de conjunto sobre la misma. Su autoría es la misma que la del cuarto evangelio y de la segunda y tercera cartas de san Juan; y su redacción hay que fecharla en el último decenio del siglo I. Sigue las características literarias del estilo joánico que vimos el día 27 de diciembre. Esta carta apostólica tiene dos objetivos fundamentales: primero, encarecer el mandamiento del amor, y segundo, poner en guardia a sus lectores ante los errores de la filosofía gnóstica sobre Jesucristo y la moral cristiana. La gnosis (en griego, conocimiento), que seguían algunos miembros de la comunidad cristiana, disociaba el conocimiento de Dios de la conducta moral, en particular de la moral del cuerpo. El autor inspirado de la carta subraya fuertemente que el conocimiento de Dios es inseparable de un comportamiento acorde con lo revelado por él en Cristo. Lo contrario es vivir en la mentira de la propia vida. La fe no 67

queda en intelectualismo conceptual. "Conocer" significa en la Biblia contacto personal con el objeto conocido; es decir, relación de amor. Pues bien, Dios se ha revelado en Cristo como lo que es, como amor; y a participar en ese amor es invitado el hombre por Dios, proyectando luego ese amor hacia los hermanos. Por eso el que ama, y sólo él, conoce a Dios, porque Dios es amor. Decir que se ama a Dios mientras se odia o ignora al hermano es vivir en la mentira. Así se afirma rotundamente que la fe y el amor, la fe y la vida, han de ir unidos indisolublemente. 2. El niño iba creciendo. El evangelio de hoy nos muestra, a su vez, a una mujer centenaria, la profetisa Ana, que supo esperar la hora de Dios y vio cumplida al fin su esperanza y premiado su constante servicio al Señor mediante ayunos y oraciones. Ana y Simeón tienen mucho en común. Ambos eran laicos, es decir, no pertenecían al estamento sacerdotal, pero sí al grupo de los sencillos a quienes el Padre revela el misterio de Cristo y del Reino, y que saben leer bajo signos tan corrientes la presencia de Dios en la humanidad de su Hijo, Cristo Jesús. Por eso lo descubren y lo comunican a los demás, al igual que los pastores de Belén o los astrólogos de Oriente, mientras el misterio sigue oculto para los sabios, los engreídos y los autosuficientes. El texto evangélico concluye con un resumen de Lucas: "El niño iba creciendo y robusteciéndose; se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba". La encarnación sigue su marcha normal. Jesús es un niño como los demás, no un superhombre ni un héroe mitológico. Nació y creció en el seno de una familia, como cualquiera de nosotros. En el ambiente entrañable de navidad adquiere actualidad la familia, con sus valores básicos y permanentes, como célula que es de la sociedad y de la Iglesia. La familia es una de esas estructuras siempre perfectibles y en evolución constante, pero de hecho insustituibles, porque es el mejor y más adecuado clima para el crecimiento y la madurez personales de todos sus miembros mediante el amor y la donación. Éste es el camino evangélico y de realización del ser humano como persona y como creyente. El amor fue, es y será siempre el origen y alma de la familia, como reflejo que es del amor de Cristo a su pueblo la Iglesia y de la fuerza creadora de Dios, visible en la paternidad y maternidad humanas. Duérmete, niño mío, / flor de mi sangre, lucero custodiado, / luz caminante. Si las sombras se alargan / sobre los árboles, detrás de cada tronco / combate un ángel Si las estrellas bajan /para mirarte, detrás de cada estrella / camina un ángel 68

Si viene el mar humilde /para besarte, detrás de cada ola / dormirá un ángel ¿Tendrá el sueño en tus ojos / sitio bastante? Duerme, recién nacido, /pan de mi carne; lucero custodiado, / luz caminante; duerme, que calle el viento..., / dile que calle. (L. ROSALES, Nana)

Día 31 de diciembre Un 2,18-21: Estáis ungidos por el Santo. Jn 1,1-18: La palabra de Dios se hizo carne.

PALABRA DE DIOS EN LENGUAJE HUMANO 1. Palabra, fe y vida. En la primera lectura Juan previene a los creyentes: Vivimos la última hora porque ha aparecido ya el anticristo. Se está refiriendo a los que, apartándose de la comunidad eclesial, negaban que Jesús es el mesías. Pero los cristianos tienen la unción del Espíritu, por el que poseen la verdad de la fe auténtica. Esta fe remite :i la palabra de Dios hecha carne, es decir, al Hijo de Dios hecho hombre, Cristo Jesús. Su testigo inmediato fue Juan el Bautista; él vino para lestimoniar que la luz brilla en las tinieblas, aunque sea rechazada incluso por los suyos, por los de su propia casa. La palabra eterna y viva de Dios, que hizo el mundo, se encarna en la naturaleza humana. A partir de entonces ésta no es la misma de antes, queda transformada para siempre. El Hijo de Dios se ha hecho lambién Hijo del hombre y vive entre los hombres y mujeres que, gracias a la fe en él, pueden llegar a ser hijos de Dios, alcanzando así vida eterna. Ésta es, en síntesis, la teología de la navidad: encarnación o humanación de Dios para la divinización del hombre. Si aceptamos la Palabra, nos hacemos hijos de Dios por Cristo. Si no fuera dato real, aunque de fe, nos parecería una página más de mitología poética. Sin embargo, la oración colecta de hoy afirma sin rodeos que en el nacimiento de Cristo radica, por voluntad de Dios, el principio y la plenitud de toda religión. Estamos en el último día del año. Esta noche y mañana todo el mundo se deseará mutuamente "un feliz año nuevo". ¿Rutina o verdad? Nosotros contamos nuestros días y años en razón de un principio y un fin; pero el final de la vida puede convertirse en el principio de la 69

misma si creemos en la Palabra de vida eterna: Jesucristo, el Hijo de Dios. Así, nuestra existencia terrena acabará donde empieza la de Dios, según el prólogo al evangelio de Juan que hoy leemos: en la eternidad dichosa de quien es el alfa y la omega, el principio y el fin de todo. 2. Palabra de Dios en lenguaje humano. Eso es Jesucristo. La psicología del lenguaje y la antropología priman la palabra como lugar privilegiado, aunque no el único, del encuentro personal. Nada más fugaz y débil que la palabra, mero sonido que se pierde en ondas; pero también nada más fuerte y de mayor alcance. La palabra crea vida o muerte, amor u odio, bendición o maldición, respeto o desprecio, admiración o envidia, aceptación o rechazo. Por ser palabra de Dios en carne humana, Cristo Jesús contiene toda la riqueza del lenguaje. Es comunicación personal de Dios al hombre, y tan sublime que le ofrece una participación en su propia vida; es diálogo, invitación, interpelación y juicio; es noticia, lugar de encuentro, entrega de amor, expresión creadora de vida, signo humano y sacramento del corazón de Dios Padre. Palabra que es también luz, vida, verdad y liberación. Palabra que no se pronuncia en vano, eficaz como el agua que fecunda la tierra, como espada de doble filo que penetra hasta el fondo y juzga los pensamientos del corazón del hombre (Is 55,11; Heb 4,12). La búsqueda y experiencia de Dios no pueden prescindir de la encarnación de su Palabra, porque "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer". Por eso quien ve a Jesús ve al Padre. No cabe duda: para conocer a Dios —además de amar al hombre nuestro hermano— hemos de mirar y escuchar a Cristo, que es su palabra y sabiduría, impronta de su ser, su imagen y rostro humanos, es decir, su clave de lectura. Nuestro Dios es padre amoroso, cercano, dialogante, humano, liberador, enamorado locamente de nosotros hasta hacernos hijos suyos. La esperanza se agranda y estalla el gozo por tanta dicha. Sabernos amados gratuitamente por Dios de esta manera, es decir, con esta declaración de amor que es la encarnación y el nacimiento de su Hijo, Cristo Jesús, colma toda aspiración y anhelo de felicidad. Es para exclamar con san Agustín: "Busca méritos, busca justicia, busca motivos; a ver si encuentras algo que no sea gracia". Nuestra oración en este día, Señor, no puede ser otra que acción de gracias por cuanto nos has dado en este año: amor y alegría, salud y amistad, gracia y perdón. Comprobamos que tu amor sobrepasó nuestras expectativas; y de nuevo el nacimiento de tu Hijo, Dios-con-nosotros, colma el vacío de nuestras vidas pequeñas y estériles. 70

Hoy te encomendamos a todos los que amamos, v a los que trabajan por la paz y el bien de los demás, linséñanos a contar nuestros años delante de ti para que adquiramos un corazón sensato y agradecido, porque mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. I'or tantas cosas como nos has dado en la vida, ¡gracias, Señor!

Día 2 de enero Un 2,22-28: Quien confiesa al Hijo posee al Padre. i n 1,19-28: Entre vosotros hay uno que no conocéis.

TESTIMONIAR A CRISTO, EL DESCONOCIDO 1. Uno a quien no conocéis. En la primera lectura se hace a los cristianos una ferviente exhortación a permanecer en la fe verdadera, que confiesa a Jesús como el mesías de Dios. Así lo señala también el Ikutista en el evangelio, dando testimonio de Cristo ante los emisarios ile Jerusalén. La gloria del precursor fue anunciar al pueblo a aquel i |iie existía antes que él y le es muy superior. El mesías está ya presente, pero no es reconocido. Dar testimonio de Cristo, "el desconocido", es i ambién la gloria de su discípulo en un mundo que lo necesita a gritos. El hombre moderno, que ha centrado toda su felicidad egoísta en i rner y gastar, es víctima de su propio invento: la sociedad de consumo v bienestar. Al comienzo del año todos nos deseamos felicidad. ¿Por qué? Las encuestas recientes arrojan elevados porcentajes de deseni anto entre jóvenes y adultos por la sociedad en que vivimos, desilusión ante la gestión política y administrativa, ante la situación económica y cívica: carestía de vida, desempleo, violencia, terrorismo, inseguridad ciudadana, amenaza nuclear, discriminación social, ruptura familiar y conyugal, droga, alcoholismo, delincuencia, hambre incluso. Este desencanto crea tristeza, depresión, malestar, pesadumbre, ansiedad y angustia; es decir, los polos opuestos a la alegría de vivir. Quizá los hombres del tiempo del Bautista no eran tampoco más felices que nosotros. Venturosamente, Cristo ha venido a vendar los corazones desgarrados. Él es el don del Espíritu, el carisma de la alegría propia de la navidad. Conocer que Dios está entre nosotros, que Cristo se ha hecho uno de los nuestros, es motivo de optimismo esperanzado para cada uno personalmente y para la comunidad humana y cristiana de la que formamos parte. Por eso san Pablo mandaba a los cristianos estar siempre alegres. 71

2. Testigos de Cristo, el desconocido. Más que nunca, es hoy necesario el testimonio de la alegría de Cristo para una sociedad con crisis de valores. A un mundo ayuno de espíritu le hace mucha falta una cura de emergencia y un tratamiento intensivo a cargo de quienes llevan o deben llevar consigo el Espíritu de Cristo, para mostrar los auténticos valores espirituales y humanos: desprendimiento y solidaridad, amor y oración, coherencia y responsabilidad, pasión por los derechos humanos, por la verdad y la libertad, compromiso firme con la justicia y la liberación de toda esclavitud y discriminación social, cultural y religiosa. Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre actual es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo liberador, presente en nuestro mundo y vivo en los hombres que sufren por cualquier motivo. El testimonio es siempre un impacto que interroga a los que lo ven: ¿Qué secreta esperanza alegra la vida de esta persona o de este grupo de creyentes? Como decía el cardenal Suhard, ser testigo de lo invisible es crear misterio en torno, es hacer que la vida resulte absurda si Dios no existe. Hay en nuestro mundo una sorda espera y una difusa expectativa, como en el pueblo israelita en tiempos del Bautista, que sólo necesitan al testigo que muestre el motivo y fundamento de una esperanza segura: Cristo Jesús. La mejor disposición para ser testigos de esperanza y fraternidad es vivirlas personalmente por la fe, creyendo en Dios y en el hombre, amando a los hermanos y sirviendo a los más débiles y marginados. Así mostraremos a Cristo, el desconocido, pues él ha querido identificarse con nuestros hermanos, especialmente con los más necesitados. Gracias, Señor, porque me diste un año en que abrir a tu luz mis ojos ciegos; gracias porque la fragua de tus fuegos templó en acero el corazón de estaño. Gracias por la ventura y por el daño, por la espina y la flor; porque tus ruegos redujeron mis pasos andariegos a la dulce quietud de tu rebaño. Porque en mí floreció tu primavera; porque tu otoño maduró mi espiga que el invierno guarece y atempera Y porque entre tus dones, me bendiga —compendio de tu amor— la duradera felicidad de una sonrisa amiga (S. Novo, Año nuevo) 72

Día 3 de enero Un 2,29-3,6: Mirad qué amor nos tiene el Padre. Jn 1,29-34: Éste es el cordero de Dios.

HIJOS NACIDOS DE DIOS 1. Somos hijos de Dios. En la primera lectura tenemos una rotunda afirmación de nuestra condición de hijos de Dios gracias al amor que él nos tiene y nos manifestó en Cristo. La consecuencia de esta filiación es obrar el bien, erradicando de nuestra vida el pecado que Cristo vino a borrar, como testimonia Juan el Bautista en el texto evangélico de hoy: Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Título mesiánico de Jesús que recuerda al siervo del Señor, según el profeta Isaías, y al cordero pascual sacrificado por la liberación del pueblo. El Bautista acentúa de nuevo la incomparable superioridad de Jesús sobre él, aunque alude al bautismo de agua que de sus manos recibió Cristo, no como uno de tantos, sino como quien posee el Espíritu que lo ungió para su misión profética. Dios nos ama gratuitamente porque quiere, porque es amor, porque ve reflejada en nosotros la imagen de su Hijo; y nos ama con el mismo amor con que ama a Jesús, su unigénito. De ese amor que nos hace hijos adoptivos de Dios se deriva todo lo demás. No tenemos que "comprar" el cielo a base de merecimientos. Él nos lo ofrece gratis, como un padre, porque somos sus hijos. La única condición que nos pone es responder a su amor y vivir como hijos suyos. 2. Hecho real y ya presente. Nuestra adopción filial por el Padre en Cristo es un hecho real y ya presente: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para que nos llamemos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es". Por eso podemos llamar a Dios "Padre nuestro", como Jesús nos enseñó. Esta nueva es sorprendente, casi increíble. Podría parecer un cuento de hadas o la recuperación del paraíso perdido. A su lado palidece la imaginación de las antiguas mitologías, en que los dioses en ningún caso se preocupaban de la felicidad de los mortales, cuanto menos de darles una migaja de su aliento divino. Solamente un Dios que se define como amor puede llegar a ese límite. Existe una prueba definitiva que árala tan buena noticia: es la persona de Jesús. En él nos predestinó el Padre a ser hijos suyos por adopción, y en él nos colmó de su vida divina, de su amistad, de su gracia. De esta situación fluyen otras dos realidades sublimes: Jesús es 73

el primogénito entre muchos hermanos, y nosotros somos herederos de Dios por ser hijos suyos, coherederos, por tanto, con Cristo. Nos hemos colocado ya al final, pero para llegar a la medalla del triunfo hay muchos pasos que correr. Es una dicha cierta, no fantástica; pero dicha condicionada a una respuesta de fe y de amor por parte nuestra. Nobleza obliga, obras son amores y no buenas razones, y amor con amor se paga, reza el proverbio. Ya que somos objeto del amor del Señor, amemos nosotros también a Dios y a los hermanos con el amor con que él nos ama. Pues Jesús declaró inseparables, como primero y segundo mandamientos, el amor a Dios y al prójimo. 3. La buena nueva de la navidad. Todo el evangelio, especialmente el de navidad, es alegre noticia del amor sublime que Dios tiene a los habitantes del planeta Tierra. La encarnación de Cristo, palabra y sabiduría de Dios, en la naturaleza humana activa la mayor revolución de la historia, pues abre al hombre la posibilidad de alcanzar su dignidad más alta. A cuantos lo reciben con un corazón abierto, Cristo "les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre" (Jn 1,12). La alegría navideña más profunda y auténtica no consiste en el belén, el nacimiento, el árbol de navidad, la mesa familiar, la paga extra, la lotería o las treguas pactadas en nuestra guerra fría o abierta de resentimientos y zancadillas. La felicidad que mutuamente nos deseamos en navidad y al comienzo del año radica en la entrada de Dios en nuestra historia para hacernos hijos suyos. Cristo se solidariza con el hombre, descendiendo a lo más profundo de la impotencia y debilidad que encierra el término bíblico "carne", para levantar al hombre caído hasta la categoría de persona cabal, hijo de Dios y hermano de los demás. En buena parte, de nosotros depende ahora la continuidad de su obra. Al revuelo de una garza / se abatió el neblí del cielo, y por cogella de vuelo /preso quedó en una zarza. De las más altas montañas / el neblí Dios descendía a encerrarse en las entrañas /déla sagrada María. Tan alto gritó la garza / que "ecce ancilla" llegó al cielo y el neblí bajó al señuelo / y se prendió en una zarza. Eran largas las pihuelas / por do el neblí se prendió, sacadas de aquellas telas / que Adán y Eva tramó. Mas la zahareña garza / tan humilde hizo el vuelo que, al descender Dios del cielo, /preso quedó en una zarza. (L. VEGAS DE HENESTROSA, del Libro de cifra nueva

para tecla, arpa y vihuela. Alcalá 1557) 74

Día 4 de enero Un 3,7-10: Todo el que ha nacido de Dios no peca. Jn 1,35-42: Los primeros discípulos de Jesús.

"HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS" 1. "Hemos encontrado al mesías". Si ayer en la primera lectura se afirmaba nuestra condición de hijos de Dios, hoy se desciende a las consecuencias vitales de tal filiación: "Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque el germen de Dios permanece en él". Los hijos de Dios se reconocen por la justicia, es decir, en el lenguaje bíblico: por la rectitud y fidelidad, así como por el amor a los hermanos. Exactamente como Jesús. En el evangelio vemos las primeras vocaciones de apóstoles de Cristo, algunos de los cuales fueron primeramente discípulos del Bautista y siguieron al Señor gracias al testimonio de su maestro sobre el mesías. Traspasando sus propios discípulos a Jesús, el precursor opta por ir desapareciendo gradualmente de la escena y perder protagonismo en favor de Cristo. "Mi alegría está colmada; conviene que él crezca y yo disminuya" (Jn 3,29s). El evangelio nos muestra la gozosa experiencia que viven los primeros discípulos del Señor y cómo la comunican a los demás: "Hemos encontrado al mesías", dice Andrés a su hermano Simón Pedro. Igualmente, el cristiano de hoy ha de ser mensajero de una noticia similar para sus hermanos los hombres. Dios nos quiere testigos de Cristo y de la buena nueva de su amor. Una urgencia de nuestra fe es testimoniar la salvación de Dios, lo mismo como individuos que como grupo que sigue a Cristo. En nuestra incorporación a Jesús por los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía) hemos recibido una misión del Espíritu para el testimonio. Vivir ese testimonio que entraña la fe, ser testigo del evangelio, ser apóstol, no es elección opcional para un discípulo de Jesús, menos aún pretensión o invento humano. Es sencillamente mandato misionero de Cristo —apóstol significa enviado— y responsabilidad manifiesta del grupo y de cada uno de los que seguimos a Jesús. Será el testimonio de los creyentes auténticos lo que cuestione al mundo incrédulo. 2. Ser cristiano hoy es ser testigo entre los hombres, nuestros hermanos, de la fe en Jesucristo resucitado, salvador del mundo. Como testigos, hemos demostrar en nuestra vida de bautizados, de creyentes y de redimidos que Jesús ha vencido el pecado en nuestra propia vida, porque él nos hace hijos de Dios y nosotros hemos adoptado los senti75

mientos de Cristo y las actitudes evangélicas que él expresó en las bienaventuranzas: pobreza, mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, paz, solidaridad, reconciliación y fraternidad. Si de verdad queremos demostrar que "hemos encontrado al mesías", a aquel que da sentido a la historia humana, a la esperanza de los hombres y a nuestro propio caminar por la vida, hemos de proclamar de palabra y de obra que Jesús, en posesión plena del Espíritu, es la luz para las zonas oscuras de la vida y de la historia, y por su resurrección de la muerte hace posible la esperanza en un futuro mejor, la fe en el hombre y la transformación social mediante la única revolución eficaz: la conversión personal al amor y a la justicia. Hemos de testimoniar alegremente que Jesucristo no es un mero recuerdo histórico. Es muy importante percibir y presentar a Cristo como de hecho es en realidad: no una figura del pasado que nació y vivió en Palestina hace veinte siglos, sino una persona de hoy, viva, cercana a nosotros y amigo personal de cada uno. El Jesús de nuestra fe es el Señor resucitado, centro de la historia humana y única salación para el hombre y el mundo actuales: "Ningún otro puede salvar, y bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (He 4,12). En él está la razón de nuestra fe y e\ fundamento de nuestra esperanza. De la Zagala, Tomás, / ¿qué dices que Dios te vala? —Que es en extremo su gala; / mas el Zagalejo es más. Como ella yo imagino / que jamás nasció otra tal ^—Sí, mas llévale el Zagal / gran ventaja en lo divino. —Mira lo que dices, Blas, / que ninguna se le iguala. —Que es en extremo su gala; / mas el Zagalejo es más. En lo hermoso a la madre / no pierde punto el Zagal, jen lo vivo al natural / es un traslado del Padre, do hay medida ni compás / con la gala de su gala. -No tiene par la Zagala; / mas el Zagalejo es más. (J. LÓPEZ DE ÚBEDA, S. XVI)

Dia 5 de enero Un 3,11-21: De la muerte a la vida por el amor. li 1,43-51: Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel.

I

A LA VIDA POR EL AMOR 1. De la muerte a la vida. "Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte... No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras". Así habla san Juan en la primera lectura. El motivo de tal encarecimiento del amor es que "él (Jesús) dio su vida por nosotros". El evangelio de hoy prosigue el recuento de las primeras vocaciones de discípulos de Jesús, y concluye el capítulo primero de Juan que venimos leyendo desde el día 31 de diciembre. El texto leído hoy alcanza su climax en la confesión de fe mesiánica de Natanael: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Reflexionaremos sobre el tema de la primera lectura: el paso de la muerte a la vida por medio del amor, porque, como veremos, amar es tener y dar vida. Es la vida que brota de una frase personal de Jesús: "Yo te conozco". Antes de que fuéramos nosotros mismos, Dios nos conocía y nos amaba; por eso hemos pasado de la muerte a la vida, y lo testimoniamos amando a los demás. La figura de Jesús y todo su mensaje seguirán siendo un enigma para nosotros mientras no entendamos y asimilemos esta frase clave del cuarto evangelio: Tanto amó Dios al mundo y al hombre, que le entregó a su propio Hijo (Jn 3,16). Gracias al amor, en Cristo aparece Dios como hombre y el hombre como Dios. Impresiona esta afirmación tajante: "Quien no ama permanece en la muerte". Sólo el que ama vive de verdad, porque es capaz de salir de sí mismo, de sus propios intereses y exigencias, para ponerse en el lugar del que sufre, pasa necesidad, es frágil o está marginado. Sólo el que ama puede ser hospitalario y acogedor con todos, aunque no sean simpáticos, ni educados, ni humildes, ni dignos, ni siquiera razonables. 2. Amar es tener y dar vida. Amar al hermano es lo propio y característico del discípulo de Cristo. Lo que define la religión que Jesús fundó es la práctica eficaz e indivisible del amor a Dios y al prójimo, sin restricciones ni exclusivismos. "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos si os amáis unos a otros" (Jn 13,34s). Cristo nos está enviando continuamente al mundo en misión de amor, un amor que abre a la vida. El amor es el testimonio cristiano que mejor entiende la gente, el más directo y el más válido. Jesús dijo: Lo que hacéis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis. De ahí que san Pablo afirmara: Amar es cumplir la ley entera (Rom 13,10). Y el apóstol Santiago afirma que "la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con estemundo" (1,27). 77

Como un eco de estas palabras oímos en la primera lectura de hoy: "Si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano pasar necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (v. 17). Y concluye Juan en otro lugar: "Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (Un 4,20). Amar es la sabiduría de la vida, porque tanto vivimos cuanto amamos. El amor crea vida para el que ama y el que es amado. Desgraciadamente, de tanto oírlo y no practicarlo nos resbala el mandamiento del amor fraterno. Sin embargo, no nos sirve como excusa para desentendernos del hermano la preocupación de los negocios, las ocupaciones, las prisas, la comodidad, el egoísmo, el dinero, ni siquiera el culto a Dios, como apuntó Jesús en la parábola del buen samaritano. Si nuestra única aspiración fuera vivir lo mejor posible, haciendo caso omiso de los demás, no conseguiríamos más que no vivir como personas ni como creyentes, renunciando a la vida verdadera. Tanto es el niño que ves, / zagal, aunque alyelo llora, que tres reyes a sus pies, / cada cual en él adora uno que vale por tres. Tierno niño y fino amante, / aunque más disimuléis, yo sé que en llorar por mí /sentís mucho y yo sé qué. Si tan feliz fue mi culpa / que por ella padecéis, parabién doy a mi mal, /pues fue mi malpara bien. (...) Prisioneros tres monarcas / de vuestro arbitrio a la ley aprender quieren finezas / de quien los vino a prender. Cuando siendo rey tan grande / forma de criado os ven, poder de Dios, ¡cómo admiran / el sumo de Dios poder! Tanto es... ("Villancicos". Zaragoza 1673)

Día 7 de enero (o Lunes después de Epifanía) Un 3,22-4,6: Su mandamiento es que creamos y nos amemos. Mt 4,12-17.23-25: Convertios, porque el Reino está cerca.

CREER Y AMAR 1. Manifestaciones del Señor. Los evangelios de esta semana o tiempo de epifanía, que ahora se inicia dentro del tiempo de navidad, 78

contienen diversas manifestaciones del Señor. Eso significa en griego epifanía: manifestación. Así, por ejemplo, Cristo se manifiesta como luz y como rey mesiánico a los paganos, representados en los astrólogos de oriente (6 de enero), y más tarde a judíos y gentiles (día 7), como profeta al multiplicar los panes (día 8), como Dios y señor de los elementos al caminar sobre las aguas (día 9), como liberador de los pobres (día 10), como señor de la vida al curar a un leproso (día 11) y como esposo de la nueva humanidad (día 12). Toda la persona de Jesús, Hijo y Palabra del Padre, es manifestación de Dios. En la primera lectura se nos dice que para vivir como hijos de Dios, además de evitar el pecado, hemos de guardar sus mandamientos, en especial éstos dos: creer en Jesús y amar al hermano. Así permaneceremos en Dios y él en nosotros. Pero es fácil engañarse; por eso hace falta discernimiento de espíritus. Es verdadero y procede de Dios el que confiesa la encarnación de Jesucristo; es falso y procede del anticristo el que la niega. Ambas advertencias, amor y discernimiento, responden a los objetivos de la primera carta de san Juan, como veíamos el día 30 de diciembre: encarecer el mandamiento del amor y poner en guardia a los cristianos sobre los errores cristológicos y morales de gnósticos y docetas. Estos fueron unos herejes del cristianismo primitivo que, influenciados por la filosofía platónica en su desprecio de lo corpóreo, negaban la realidad de la encarnación de Cristo y anteponían la gnosis (conocimiento filosófico) a la fe. 2. Conversión a la fe y al amor. En el evangelio de hoy inicia Jesús su ministerio profético a partir del arresto del Bautista por Herodes. Después de su bautismo por Juan y de las tentaciones del desierto, vuelve Jesús a Galilea y se establece en Cafarnaún. Así se cumplió la Escritura, anota el evangelista Mateo según su costumbre: País de Zabulón y Neftalí, Galilea de los gentiles: el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande (Is 8,23). Comienza la manifestación del mesías no sólo a los judíos, sino también a los paganos que vivían en la zona fronteriza de Galilea. Mateo procede aquí a base de sumarios para resumir la predicación y actividad de Jesús. Primero concentra su mensaje en el anuncio de la conversión ante la presencia del Reino que Cristo inaugura en su persona; y seguidamente condensa su acción milagrosa en favor de los enfermos y necesitados. "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos". Conversión: palabra que encierra todo un mundo de novedad y renovación mediante el cambio de mentalidad y conducta. Tema frecuente en todos los profetas, incluido el último de ellos, Juan el Bautista. Consigna que no pierde, sino gana actualidad con el paso del tiempo. Empeño de cada día y asignatura pendiente para el discípulo de Jesús. 79

La tarea de la conversión que encarece el evangelio de hoy es creer en Dios y amarlo amando al prójimo, como dice la primera lectura. Creer y amar son dos actitudes básicas del cristiano y tan inseparables que san Juan las funde en un solo mandato de Dios: "Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó". Síntesis feliz en que la fe y el amor se interfieren y fecundan mutuamente, fusionando en una línea continua la dimensión vertical y horizontal de ambos. Así quedan soldadas, sin ruptura posible, la fe auténtica, la fe que salva, la fe que actúa por la caridad (Gal 5,6) y una vida moral cuidadosamente regulada. Conjugando fe y amor, se unen la fe y las obras, como se funden en la eucaristía el fruto de la vid, el trabajo del hombre y el servicio del cristiano al reino de Dios. La fe y el amor han de configurar nuestra vida personal y la de la comunidad eclesial. Te bendecimos, Señor, porque hoy como ayer sigues manifestándote a todo hombre que sabe leer tus signos. Danos sensibilidad y antenas para captar tu presencia Tú vienes a nuestro encuentro en los hermanos y en los acontecimientos de la vida diaria. Nos señalas también una tarea definida: conversión personal y comunitaria al reino de Dios. Líbranos de la ceguera y tinieblas del egoísmo que oscurecen nuestra relación contigo y los hermanos, y haz que nos convirtamos continuamente a la fe y al amor.

Día 8 de enero (o Martes después de Epifanía) Un 4,7-10: Dios es amor, y el que ama le conoce. Me 6,34-44: Multiplicación de los panes.

"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor". Aquí el verbo "conocer" tiene la profundidad bíblica de la experiencia y del contacto personal. El conocimiento de Dios, que la fe y el amor dan al creyente, es inmensamente superior al intelectualismo del conocimiento filosófico o gnosis platónica. En la Biblia, en la teología cristiana y en la historia de las religiones y de la filosofía hay múltiples definiciones de Dios. San Juan dice que Dios es amor. He aquí una definición siempre actual y una teología inteligible para el hombre de todo tiempo y lugar. Lógicamente, de la revelación del Dios-amor había de brotar el cristianismo-amor de Jesús. Decir que Dios es amor es afirmar que no es sólo una persona que ama, sino que es el amor mismo en persona. Por eso, ¿cómo podremos ser hijos nacidos de un Dios que es amor si no amamos nosotros también? ¿Y cómo podremos decir que lo conocemos si no amamos a él y a sus hijos, los hombres? 2. Cristo, sacramento del amor del Padre. El Dios que es amor se ha manifestado como tal dándonos a Cristo, su Hijo, como propiciación por nuestros pecados. Por eso en cada gesto de Jesús se está reflejando el amor del Padre. Así aparece en el evangelio de hoy. Compadecido Jesús de la gente que andaba errante como ovejas que vagan sin pastor, se pone a enseñarles con calma y, cuando cae la tarde, multiplica el pan y los peces para la muchedumbre. Milagro que es un signo y manifestación del amor y vida divina que Dios nos ofrece en Jesucristo. Banquete mesiánico que recuerda el maná del desierto y, como un anticipo, remite al pan de la eucaristía. Así lo dice el cuarto evangelio al narrar este mismo hecho. En el Jesús de la multiplicación de los panes entrevemos ya al buen pastor que incluso dará su vida por sus ovejas; así no andarán ya perdidas, sin guía y cada una por su lado (Ez 34), sino reunidas, como nosotros, en la mesa familiar donde se parte el pan para los hijos, el pan eucarístico, el cuerpo del Señor que nos une a todos como hermanos en fraternidad y comunión de vida.

DIOS ES AMOR 1. El criterio del amor. El autor de la primera carta de san Juan sigue exponiendo los criterios para la comunión con Dios, las condiciones para vivir como hijos suyos. Si antes habló de romper con el pecado como primera condición (3,3ss); de guardar los mandamientos, en especial el de la caridad, como segunda (3,1 lss), y de la fe que confiesa la encarnación del Hijo de Dios, como tercera (4,lss), ahora acentúa de nuevo el criterio del amor. 80

3. La crisis de amor es crisis de fe. Por lo que venimos diciendo, la crisis actual del amor tiene mucho que ver con la crisis de fe, porque la fe cristiana es creer en Dios que es el Amor, con mayúscula, y la fuente rebosante e inagotable del mismo. De ahí la afirmación de san Juan: Todo el que ama ha nacido de Dios y lo conoce. Es el amor quien facilita el conocimiento de las personas y el aprendizaje de las cosas, de las profesiones y de los oficios. En este sentido, cuando una persona ama su trabajo, decimos que tiene vocación para 81

ello; es el amor quien le da la competencia y le ayuda a descifrar misterios inexplicables. En el diálogo de la fe que lleva al conocimiento de Dios, es él quien tiene la iniciativa; es decir, es el primero que ama, ofreciendo su amistad y admitiéndonos al círculo abierto de su amor trinitario para hacernos hijos suyos por amor. San Pablo, que reflexionó mucho sobre todo esto, afirma: "Dios nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo..., y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos. El tesoro de su gracia... ha sido un derroche para con nosotros" (Ef l,3ss). Por eso, definir a Dios como amor no es una mera gratificación afectiva ni una efusión poética; es una realidad fascinante. En ella se abismaban los santos y los místicos, no como quien se pierde en una soledad sin límites, sino en una vida sin fondo y sin fronteras. Señor, tú que eres el Dios de la ternura y del amor, abre nuestros ojos para captar tu presencia sorprendente, despierta nuestros sentidos para percibir tu palabra y aumenta nuestro amor para poder conocerte a fondo. Tú nos has amado y nos amas sin medida. Concédenos conocerte como tú nos conoces, así podremos amarte como tú nos amas. Y haz que el amor que tú nos tienes lo comuniquemos, compartiendo con los hermanos la eucaristía y la vida.

Día 9 de enero (o Miércoles después de Epifanía) Un 4,11-18: El amor perfecto expulsa el temor. Me 6,45-52: Jesús camina sobre las aguas.

EL AMOR VENCE AL TEMOR 1. No hay temor en el amor. "A Dios nadie lo ha visto nunca", afirma la primera lectura, como un eco al prólogo del cuarto evangelio. ¿Cómo, pues, podemos estar seguros de vivir en comunión con Dios? Aquí viene de nuevo el criterio del amor, preferido de Juan, junto con la fe e n el Hijo humanado de Dios: "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud". Y éste es el motivo y la base del amor fraterno: Si Dios nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Puesto que Dios es 82

el Amor, con mayúscula, en él tiene su fuente y modelo todo amor verdadero. Prosigue diciendo san Juan: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor". El Espíritu que Dios nos da no es de esclavos, sino de hijos; no es de temor, sino de amor. Temor es lo que sintieron los apóstoles cuando, remando en la noche contra viento y marea, perciben a Jesús como un fantasma caminando sobre las aguas. Su miedo es fuerte porque su amor es débil todavía. Oportunamente anota el evangelista que "eran torpes para entender" los signos de manifestación divina de Jesús, tanto ahora al caminar sobre las aguas y calmar el viento como poco antes en la multiplicación de los panes. 2. Amor y temor son incompatibles. ¡Cuántas ansiedades y neurosis son causadas por temores religiosos! Con frecuencia se oye a cristianos creyentes y practicantes decir: "Mi fe está intacta; lo que me falla es la esperanza". Decae la confianza en Dios porque falla el amor, vencido por el miedo y por la psicosis de seguridad inmediata. En vez de abrir el corazón a la buena nueva del amor benevolente que Dios nos tiene, insistimos en las prohibiciones y amenazas de un moralismo antievangélico: No hagas esto, no mires lo otro, no toques, no hables... Solamente nos curaremos del miedo estéril si, unidos a Cristo, nos entregamos confiadamente y por completo a la alegre libertad del amor, a la sorprendente gratuidad de la amistad que Dios nos brinda en Cristo, que es su imagen filial. Haciendo eco a la frase de san Juan: "El amor perfecto expulsa el temor", repetía san Agustín: "Ama y haz lo que quieras"; y san Juan de la Cruz escribía al final de la Subida al monte Carmelo: "Por aquí ya no hay camino, que para el justo no hay ley". Anteriormente también san Pablo había excluido todo miedo religioso cuando afirmó: "No pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús, pues por la unión con Cristo la ley vivificante del Espíritu me liberó de la ley del pecado y de la muerte" (Rom 8,ls). 3. El amor es nuestro peso específico. Si, como veíamos ayer, Dios es amor, el hombre a su vez se define también por el amor, es decir, como un ser hecho para amar y ser amado. Múltiples son las definiciones que filósofos, antropólogos y psicólogos han dado del ser humano. El concilio Vaticano II lo definió como "misterio de vocación sublime y de miseria profunda" (GS 13,3). Si queremos dar una noción del hombre, inteligible para el mundo de hoy, quizá no nos sirva de mucho la de la filosofía aristotélica, a base de género común y especie diferencial: El hombre es un animal racional. No, más bien: el hombre es un ser creado para amar y ser amado. 83

Esto resulta más inteligible, porque está más cerca de la realidad psicológica y del núcleo de la persona. A esta estructura psicoafectiva del hombre responde la progresiva manifestación de Dios, que culmina en Jesús de Nazaret. En este "sacramento del encuentro con Dios" que es Cristo, Dios se revela como amor que busca al hombre y que pide una respuesta de la misma naturaleza. Acorde con nuestro propio peso específico que es el amor, según anotó san Agustín, toda la enseñanza y la ley del Señor se resumen en que amemos a Dios y a los hermanos, porque Dios nos amó primero en Cristo. Te bendecimos, Señor, porque tu presencia amigable nos hace pasar de la muerte a la vida por el amor, venciendo así nuestros ocultos miedos y ansiedades. Que tu Espíritu nos abra a la aventura de amar en Cristo a cada hermano en quien Jesús se encarna Así alcanzaremos la libertad y la paz de tu ternura, como canta el salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan. Para vencer definitivamente nuestros recelos y temores, haznos, Señor, testigos convencidos y eficaces de tu amor.

Día 10 de enero (o Jueves después de Epifanía) Un 4,19-5,4: Quien ama a Dios, ame a su hermano. Le 4,14-22a: Hoy se cumple esta Escritura.

CRISTIANISMO DE ENCARNACIÓN 1. El amor cristiano es una sinfonía en dos movimientos que se completan e interfieren mutuamente. En primer lugar, el amor es un movimiento vertical y descendente, de arriba abajo, es decir, de Dios al hombre y al mundo de la creación; y después, un movimiento de abajo hacia arriba, del hombre que responde a ese amor primero de Dios, amándole en los hermanos. "Pues el que no ama a su hermano, a quien ve; no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano". El segundo movimiento del amor, horizontal y ascendente a la vez, 84

es el verdadero "culto" a Dios, porque una religión que quisiera llegar directamente al Dios trascendente sin pasar por los hermanos y la vida sería, y es, una ilusión religiosa, una alienación espiritual, una mentira, dice san Juan. El evangelio de hoy, tomado de Lucas, muestra ya desde el principio el protagonismo del Espíritu en la persona, vida y ministerio apostólico de Jesús. Es el Espíritu quien interviene destacadamente en el nacimiento y bautismo de Cristo y quien lo unge también al comienzo de su actividad profética. Por eso en la sinagoga de Nazaret se autoaplica Jesús el texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor... Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Nosotros los cristianos hemos sido ungidos también por el Espíritu, en el bautismo y confirmación, para actuar como Cristo, venciendo el mal del mundo y el pecado en nuestra vida, y siendo mensajeros para los demás de la alegre noticia de la liberación humana por Dios. 2. Un cristianismo de encarnación. Al asumir Cristo nuestra naturaleza, aceptó un compromiso total con la condición humana y valoró todo lo terreno en su justa medida. La vida tiene valía en sí misma; y aunque los valores humanos no son absolutos, ni únicos, ni definitivos, hay que asumirlos, apreciarlos y potenciarlos como hizo Jesús. Valores como la salud y el amor, la economía y el dinero, la justicia y la liberación social, la libertad y la cultura, la promoción del nivel y calidad de vida; en una palabra, la realización del hombre como ser humano. Junto con estas realidades temporales ineludibles existen otras que son propias de un ser abierto a la trascendencia, como es la persona, el hombre y la mujer. La realidad trascendente y básica que en su encarnación nos revela Jesús, es Dios como Padre común de todos los hombres, a quienes ama por igual y a quienes prepara un destino de gloria. Jesús, nuestro hermano mayor y primicia del hombre nuevo, nos abrió el camino. Algo fallaría en nuestra fe y testimonio de la encarnación y resurrección de Cristo si, acentuando la dimensión futura, dejáramos en la penumbra el presente y la dura realidad de la vida y, sobre todo, de la muerte en sus múltiples manifestaciones: guerra y violencia, opresión y sufrimiento injusto, enfermedad, amargura y desesperanza; en una palabra, todo lo que es negación de la vida y de la persona, de su libertad y dignidad. La acusación hecha a la religión por el pensamiento marxista de ser "opio del pueblo" debe despertar a aquellos cristianos que la hacen buena porque se toman el seguimiento de Cristo, liberador integral del 85

hombre, como droga alienante que embota el sentido ante las punzadas de la dura realidad del mal y del pecado social que nos circunda. Muy al contrario, la fe en la encarnación y resurrección de Cristo, el hombre nuevo, es motivo urgente de acción estructural. "La teología de la liberación cristiana y su praxis entienden la fe como exigencia de humanidad, de denuncia social y de apoyo a los procesos autoliberadores dondequiera haya opresión y violación de los derechos humanos, buscando siempre conversión social y gracia estructural" (L. Boff). Cristo nos da la libertad, / Cristo nos da la salvación, Cristo nos da la esperanza, / Cristo nos da el amor. Cuando luche por la paz y la verdad, la encontraré; cuando cargue con la cruz de los demás, me salvaré. Dame, Señor, tu palabra; oye, Señor, mi oración. Cuando sepa perdonar de corazón, tendré perdón; cuando siga los caminos del amor, veré al Señor. Dame, Señor, tu palabra; oye, Señor, mi oración. Cuando siembre la alegría y la amistad, vendrá el amor; cuando viva en comunión con los demás, seré de Dios. Dame, Señor, tu palabra; oye, Señor, mi oración.

Esta consigna victoriosa es un eco de las palabras de despedida de Jesús: "No temáis, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Frente a la corrupción y decadencia moral y religiosa de la sociedad grecoromana, los cristianos de la primera Iglesia pudieron comprobar esta fuerza victoriosa de la fe en Cristo. Triunfo de la fe cristiana que se actualiza en todo tiempo y que, gracias al Espíritu de Cristo resucitado, es posible también en nuestro mundo de hoy, tanto en la vida personal del creyente como en la proyección social de una comunidad eclesial comprometida en la liberación humana. Contrarrestando los efectos del pecado del mundo que ignora a Dios, y para acelerar la venida del Reino, entran en acción la fe y el amor, que son frutos del Espíritu. El autor de la carta de san Juan señala a continuación tres testigos de la divinidad de Jesús: el Espíritu que lo ungió como mesías, el agua de su bautismo y la sangre de su muerte sacrificial que le abrió las puertas del triunfo. Este triple testimonio viene a avalar a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, como dador de vida eterna para todos los que creen en él. Una vez más, Juan tiene presentes a los gnósticos para combatir sus errores, pues sostenían que el Cristo divino estuvo unido al hombre Jesús de Nazaret hasta el momento de su pasión y muerte, en que lo abandonó, pues el Hijo de Dios, el Cristo divino, no podía sufrir, ni padecer, ni morir. Negaban, por tanto, el valor salvífico de la muerte de Jesús y, como consecuencia, la posibilidad de una praxis moral cristiana.

(C. ERDOZAIN)

Día 11 de enero (o Viernes después de Epifanía) 1 Jn 5,5-6.8-13: El que cree en Jesús vence al mundo. Le 5,12-16: Curación de un leproso por Jesús.

LA VICTORIA DE LA FE 1. La victoria sobre el mal del mundo. "¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" Así empieza la primera lectura de hoy, empalmando con la de ayer, que concluía diciendo: "Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe". Se trata de la victoria sobre el mal del mundo, enemigo de Dios, sobre todo lo que el mundo tiene de injusto, egoísta, insolidario y violento; de todo lo que viola la dignidad humana, fomentando la opresión, la explotación y la marginación; en una palabra, de todo lo que, siendo pecado, se opone a la voluntad salvadora de Dios sobre el hombre y la creación. 86

2. Victoria sobre el odio del mundo. El relato evangélico de hoy: curación de un leproso por Jesús, nos muestra ya en marcha el programa de liberación humana que, como veíamos ayer, expuso Cristo en la sinagoga de Nazaret, conforme al texto del profeta Isaías. Esta curación es, pues, un signo de la llegada del reino de Dios y de su buena nueva, que entran en conflicto con el mal del mundo para vencerlo, liberando al hombre de toda miseria y limitación humana, reintegrándolo a su dignidad y a la comunidad de los redimidos. Cuando Jesús se despedía de los suyos, en la oración sacerdotal de la última cena, hablaba así refiriéndose a sus discípulos: "El mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido, Padre, que los retires del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn 17,14s). Desde siempre hay incompatibilidad entre la luz y las tinieblas. Practicar el evangelio y las bienaventuranzas de Jesús supone optar por la incomprensión del mundo e, incluso, por su odio persecutorio. El discípulo de Cristo habrá de afrontar zancadillas, juego sucio, represión, cárcel y hasta la muerte por parte de los que abusan del poder y emplean peones a sueldo. Así le pasó al primero y que más ardientemente buscó la verdad y sirvió a la justicia: Jesús de Nazaret. Su suerte la han seguido y seguirán otros muchos. Para todos estos cristianos 87

esforzados y anónimos es la bienaventuranza de la fe que vence al mundo. Función de la comunidad creyente y del cristiano es ser conciencia crítica de la sociedad en un equilibrio equidistante tanto del privilegio social, de la alianza con el poder y del triunf alismo temporalista como de la connivencia servil y del silencio cobarde. Realmente, se diría que Jesús nos lo ha puesto difícil. Pero él nos ayuda y actúa en nosotros con la eficacia y dinamismo de su Espíritu, que es don de fortaleza y decisión. Éste es el fundamento de la esperanza de nuestra vocación y misión cristianas; y es también el secreto de nuestra fidelidad a la opción por Cristo y su evangelio. Hoy oramos, Padre, con una plegaria de la liturgia: "Acrecienta, Señor, los dones de tu gracia para que comprendamos plenamente la riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer a una vida nueva y de la sangre que nos ha redimido del pecado". Cordero de Dios que cargaste con nuestras maldades, danos la victoria de la fe sobre el mal del mundo, para que, con la fuerza del Espíritu, asumamos decididos los riesgos que conlleva la fidelidad al evangelio.

Día 12 de enero (o Sábado después de Epifanía) Un 5,14-21: Dios nos escucha en lo que le pedimos. Jn 3,22-30: Alegría del amigo del esposo.

LOS ESPONSALES DE DIOS 1. El amigo del novio. En este último día del tiempo litúrgico de navidad escuchamos, como primera lectura, la conclusión añadida a la primera carta de san Juan, que habíamos comenzado el día 27 de diciembre. En este epílogo se habla de la eficacia de la oración hecha conforme a la voluntad divina; oración especialmente por los que "cometen pecado que no es de muerte". No se trata de la distinción entre pecado mortal y venial. De acuerdo con otros lugares neotestamentarios, sabemos que hay "un pecado de muerte", de gravedad excepcional, que es la blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado contra la verdad. El autor de la carta menciona aquí también "un pecado que es 88

de muerte", refiriéndose probablemente a la apostasía de los "anticristos", a los que ha aludido anteriormente. En la lectura evangélica tenemos el último testimonio del Bautista, antes de ser encarcelado por Heredes, sobre el mesías Jesús que él ha anunciado. La misión del precursor, se dice en el prólogo al cuarto evangelio, era dar testimonio de Jesús. Repetidas veces lo hizo en su vida ante todo el mundo, incluidos sus propios discípulos. Y ahora, cuando la figura de Cristo va afianzándose en el pueblo, el Bautista sale al paso de posibles envidias entre sus seguidores respecto del rabí de Nazaret. Bellamente define Juan a Cristo como el esposo del nuevo pueblo de Dios y de la humanidad nueva. Y, siguiendo la imagen, se autodefine como "el amigo del novio, que asiste y lo oye, y se alegra con la voz del esposo. Esta alegría mía está colmada; él tiene que crecer y yo tengo que menguar". Sublime grandeza del mayor de los profetas e incluso de todos los nacidos de mujer, según dijo Cristo de él. "El tiene que crecer y yo tengo que menguar". Palabras que tienen efectividad incluso en clave meteorológica. Desde el 25 de diciembre, natividad del Señor, solsticio de invierno, empiezan a crecer los días y disminuir las noches en las regiones del hemisferio norte; y, en cambio, a partir del 24 de junio, festividad del nacimiento de san Juan Bautista, en el solsticio de verano, comienza a disminuir la duración del día en favor de la noche. 2. Los esponsales de Dios con su pueblo. Es ésta una de las referencias bíblicas, frecuente lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento. Dentro de la tradición profética, Oseas fue el primero en hablar de la alianza en términos de esponsales o matrimonio de Dios con su pueblo elegido. Era una bella manera de expresar la experiencia religiosa que supuso para Israel la revelación de un Dios que ama a su pueblo con amor fiel. El Señor, que es compasivo y misericordioso y siente ternura por sus fieles, no obstante haber sido traicionado en su amor, toma de nuevo una y otra vez a la esposa infiel, a su pueblo, que se ha prostituido con el politeísmo, y le renueva su alianza de amor, promesa y bendición: "Me casaré contigo en matrimonio perpetuo" (Os 2,21). Repetidas veces se remitió después Jesús a la imagen del novio que emplea hoy el Bautista. En la parábola de los invitados a las bodas, la persona de Cristo está figurada en el hijo del rey, el esposo de la boda (Mt 22,lss). Igualmente cuando se suscitó la cuestión del ayuno que practicaban los discípulos de Juan y los fariseos, a diferencia de los discípulos de Jesús, que no ayunaban, él contestó: "No pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos. Llegará un día en que les lleven al novio; aquel día sí ayunarán" (Me 2,19s). Jesús es el esposo de la boda de Dios con su nuevo pueblo, la Iglesia, 89

Cuaresma

dice también san Pablo (Ef 5,25). El texto evangélico de hoy ha de entenderse, por tanto, desde la novedad que supone la presencia del reino de Dios en la persona, mensaje y milagros de Jesús. Llegada la plenitud de los tiempos mesiánicos, él es el protagonista de los esponsales de Dios con su pueblo y con la humanidad. Te bendecimos, Padre, porque nos invitas al banquete de las bodas de Jesús, tu Hijo, con la nueva humanidad Líbranos, Señor, de la tentación de monopolizarte como si tú pertenecieras tan sólo a nosotros. Haz que esposos, padres e hijos, patronos y empleados, jóvenes y adultos, pastores y laicos del pueblo de Dios, seamos todos, unos para otros, precursores de tu amor, ese amor que renueva en Cristo todas las cosas. Concédenos caminar en humildad y en verdad para que tú, Señor, crezcas y nosotros disminuyamos.

Miércoles de Ceniza Jl 2,12-18: Convertios al Señor, Dios vuestro. 2Cor 5,20-6,2: Ahora es tiempo de gracia y salvación. Mt 6,1-6.16-18: Limosna, oración y ayuno.

EN CAMINO HACIA LA PASCUA 1. Cuaresma en clave de conversión. La primera lectura de este miércoles de ceniza, primer día de la cuaresma, se toma del profeta Joel, que actuó y escribió hacia el año 400 a.C. Una plaga de langosta había dejado a Judá como un desierto. Esta calamidad es una ocasión para convertirse al Señor todo el pueblo: ancianos, muchachos, niños de pecho, esposos y sacerdotes. "Convertios al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad". La conversión del corazón es el mensaje de este día. A la reconciliación con Dios apela también san Pablo en la segunda lectura, sabiéndose embajador de Cristo: "Siendo Dios el que por medio nuestro os exhorta, os lo pedimos por Cristo: reconciliaos con Dios... porque ahora es el tiempo favorable de gracia, el día de la salvación". El texto evangélico pertenece al discurso del monte según Mateo. Jesús habla de la justicia, es decir, en sentido bíblico: de la fidelidad a Dios que debe animar toda la vida moral. Y sienta un principio con tres aplicaciones concretas. El principio es obrar por Dios y no por el aplauso de los hombres. Las aplicaciones se refieren a tres obras buenas, en las que los judíos hacían consistir esa justicia ante Dios, es decir, la religión y la piedad. Estas tres obras son la limosna, la oración y el ayuno. En cada caso concreto Jesús contrasta la conducta de los hipócritas con la actitud del verdadero adorador del Padre, que nos recompensará porque "ve en lo secreto". Más que fines en sí mismos, la limosna, la oración y el ayuno, a los 90

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que hay que unir la escucha de la palabra de Dios y la caridad fraterna, son signos que expresan y medios que reafirman la conversión en este tiempo cuaresmal. 2. La imposición de la ceniza. El mensaje conversional de la palabra tiene un relieve especial en este día en que comenzamos la cuaresma con la imposición de la ceniza. Necesitamos urgentemente un reajuste total de nuestras actitudes interiores respecto de Dios y del prójimo, una revisión a fondo de los criterios que guían nuestra conducta, así como de las prácticas religiosas, pocas o muchas, que realizamos. Al imponernos la ceniza, el sacerdote nos dirá: "Convertios y creed el evangelio". Frase-lema que sintetiza el mensaje inicial de Jesús cuando comenzó su predicación; programa que resume la tarea de la cuaresma. No es una consigna aguafiestas, sino una llamada a la sinceridad radical, un mensaje alegre de liberación y libertad de todo lo que es lastre y hojarasca, apariencia e hipocresía, egoísmo y lujuria, soberbia y desamor. Así, como sugiere la oración colecta de la misa, manteniéndonos en espíritu de conversión, lograremos vencer el mal que quiere dominarnos. La imposición de la ceniza —rito antiguo, que no anticuado— encierra un mensaje trascendente. No es solamente un símbolo de nuestra caducidad, y menos todavía un gesto morboso y masoquista. Es también, y sobre todo, un signo de comienzo de vida y renovación. Con ella empezamos el camino hacia la pascua. Aniquilando en las cenizas de la conversión al hombre viejo y pecador que campea en nosotros, nacerá el hombre nuevo con Cristo resucitado. 3. En camino hacia la pascua. La ceniza de este miércoles de cuaresma es ya ceniza de resurrección. Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección de las cenizas, como brota la espiga del grano que muere en el surco. Lo mismo que el barro de Adán se convirtió en ser viviente gracias al soplo de Dios, así nuestro barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús del sepulcro, está destinado a la vida nueva y perenne de pascua. Todo esto es motivo de gozo y estímulo para la tarea inaplazable de estos "cuarenta" días que nos separan de la pascua. La liturgia de la palabra nos irá presentando en la primera parte de la cuaresma el tema de la conversión o penitencia, y en la segunda la renovación bautismal, para llegar a la noche de pascua convertidos y renovados en la opción de nuestro bautismo. Apasionante tarea laque hoy emprendemos en camino hacia la pascua. Empezamos un tiempo fuerte del año litúrgico y de nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Damos comienzo al entrenamiento cuaresmal: un ejercicio práctico de vida cristiana, de oración y escucha de la palabra, de conversión de fe al Señor y al amor de los hermanos. 92

Comenzamos a vivir una auténtica oportunidad de renovación interior "Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación". Señor, hoy nos recuerdas que somos pecadores, invitándonos a la conversión radical de nuestras vidas. Hoy nos dices: Convertios y creed el evangelio, lis una consigna de liberación de todo lo que nos degrada. He aquí la tarea de la cuaresma en camino hacia la pascua. La ceniza es garantía de resurrección del hombre nuevo. Queremos despojamos de la hipocresía que nos corroe: que sepamos buscarte y agradarte en lo secreto. Queremos rehacer nuestra opción bautismal para llegar a la noche de la vigilia pascual como hombres y mujeres nuevos, renacidos de tu Espíritu.

Jueves después de Ceniza Di 30,15-20: Elegir entre bendición y maldición. Le 9,22-25: El que pierda su vida por mí, la ganará.

EL SECRETO DE LA CUARESMA 1. Ser cristiano tiene un precio. La primera lectura de hoy se toma del tercer discurso que el Deuteronomio pone en boca de Moisés. Dos caminos dispares e incompatibles se presentan ante Israel: vida o muerte, bendición o maldición, según elija servir al Señor o la ruptura de la alianza por la idolatría. Tal alternativa supone libertad y madurez de elección. El tema de los dos caminos es frecuente en la Biblia. Jesús también habló de la senda estrecha que conduce a la vida y de la ancha que lleva a la perdición. Dos opciones posibles, siempre ofrecidas a nuestra libre elección; pero sus consecuencias son muy dispares: la vida o la muerte, la nada o la transfiguración. En el evangelio de hoy, después de anunciar Cristo su pasión, muerte y resurrección, viene a decir a sus discípulos que ser cristiano tiene un alto precio, porque no es título honoris causa. He aquí las condiciones para su seguimiento: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará". 93

Son las paradojas que le gustaban a Jesús y que Dios nos propone continuamente. Los verbos renunciar, cargar la cruz y seguir a Cristo son sinónimos; como lo son, por extraño que parezca y paradójico que resulte, perder la vida por Cristo y ganarla definitivamente. 2. El secreto de la cuaresma. Éste es el secreto de la cuaresma: perder la vida para ganarla, como Cristo, en plena solidaridad con él. Ayer decíamos que hemos comenzado el camino hacia la pascua. Hoy nos dice Jesús que para alcanzar esa meta con él hemos de renunciar a algo; más todavía, renunciar a nosotros mismos. Pero no se trata de autopunición sin horizonte justificado ni compensatorio. El concilio Vaticano II dijo: "El tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia. Por eso debe darse particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo" (SC 109), es decir, a la impronta conversional o penitencial y a la perspectiva bautismal o pascual. En la raya del horizonte de la cuaresma hay que situar la pascua como meta y punto continuo de referencia. El camino hacia ese objetivo tiene un doble acento sacramental: la penitencia y el bautismo. Los tres grandes sacramentos de la renovación cuaresmal son el bautismo, la reconciliación y la eucaristía, porque los tres son eminentemente sacramentos pascuales. 3. Conversión personal y estructuras sociales. Desde el principio el enfoque ha de ser cristocéntrico y pascual, y no meramente ascético. Para realizar la gran tarea de conversión personal y comunitaria que la cuaresma nos asigna, no basta entender la conversión como un mero perfeccionamiento moral del individuo. Hay que profundizar hasta tocar fondo en nuestra condición de bautizados en Cristo, es decir, de incorporados a su misterio pascual de muerte al pecado y de vida nueva para Dios. Hacer consistir la cuaresma en la práctica de algunas devociones más y en algunos ejercicios supletorios de ascesis no es suficiente, porque la conversión cristiana es más que la mera ascesis; aunque ésta, a su vez, es también fruto y medio para la conversión del corazón. Más todavía: "La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social" (SC 110). Lo primero es la conversión personal, el cambio de corazones, mentalidad y conducta; sin esto no es posible la liberación cristiana, el nacimiento del hombre nuevo y liberado que Jesús dibujó en sus bienaventuranzas. La liberación humana, para ser integral, comienza por la persona, por su interior, por la conversión del corazón desde el pecado a la rectitud, al amor y al bien, a Dios y a los hermanos. No obstante, si bien 94

es cierto que la vida del hombre y de la mujer no se transforma automáticamente a base de reformas estructurales, también es verdad que hacia las estructuras familiares y sociales debe orientarse una conversión auténtica de los individuos (EN 36). Dios de vida, mañana siempre amanecida de nuevo, te pedimos comprender ya al principio de la cuaresma el secreto del seguimiento de Cristo, tu Hijo: autorrenuncia y sacrificio para ganar la vida con él Sabemos que la cruz es semilla de resurrección; haz que la llevemos cada día en unión con Cristo. Preferimos la vida a la muerte, la gloria a la nada. No permitas, Señor, que sigamos el camino equivocado. Ser cristiano tiene un precio, y lo pagaremos gustosos. ¡Ayúdanos, Señor, con la fuerza de tu Espíritu!

Viernes después de Ceniza Is 58,l-9a: El ayuno que Dios quiere. Mt 9,14-15: Ayunarán cuando se lleven al novio.

EL AYUNO QUE DIOS QUIERE 1. Ayunar compartiendo. La primera lectura de hoy contiene una violenta denuncia del formalismo religioso que no compromete al hombre, a pesar de las prácticas cultuales y piadosas, cuyo exponente máximo en el texto leído es el ayuno. Dice el Señor: "El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces nacerá una luz como la aurora". Las disposiciones interiores deben acompañar a la observancia exterior de las prácticas religiosas. De lo contrario no agradamos a Dios con nuestras buenas obras, porque estarían vacías de contenido. La profundidad y el valor se lo da el corazón. El ayuno que Dios quiere —tomando el ayuno como indicador esencial de las prácticas religiosas judías— es la conversión a él y al amor de los hermanos, es el ayuno del egoísmo, compartiendo con los demás lo que se tiene. Porque ayuno sin amor vale poco. 95

Del ayuno habla también Jesús en el evangelio de hoy, cuando los discípulos de Juan el Bautista le preguntan: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Jesús, que había ayunado durante cuarenta días en el desierto, responde: "¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?" No se estila ayunar en las bodas. Jesús es el novio de los esponsales de Dios con su nuevo pueblo y con la nueva humanidad de los tiempos mesiánicos, inaugurados por el reino de Dios en la persona de Cristo. "Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán", concluye Jesús. Cuando les falte el novio —alusión probable a la muerte violenta de Jesús—, entonces ayunarán sus amigos y discípulos. Es decir, en el sentido figurado del ayuno, sufrirán tristeza y desolación, dificultades y persecución por serle fieles en la misión recibida. Pero a partir de Jesús, cumplido el tiempo de la espera, el ayuno no tendrá el. mismo significado de antes (cf Me 2,18ss; Le 5,33ss). 2. "Ayuno de vicios": ayuno auténtico. Hoy día la Iglesia ha suavizado sensiblemente la ley del ayuno; por ejemplo, el antiguo ayuno cuaresmal, tan duro y prolongado. No obstante, se mantiene en determinadas fechas, como el miércoles de ceniza y el viernes santo, porque son momentos en que la comunidad cristiana se encuentra de manera particular en estado de vigilia y de espera del Señor. Por eso nunca se permitió ayunar, por ejemplo, en domingo, que celebra la resurrección de Cristo. Aun en estos casos contados lo que importa en el ayuno, más que la privación de alimento, es el espíritu con que se realiza, es decir, el deseo profundo de conversión, unido a la seriedad de la fe en las tareas y responsabilidades de la vida. En todo caso, aunque se haya mitigado el ayuno de alimentos, sigue en pie el ayuno del vicio y del pecado, de la soberbia y de la lujuria, de la obsesión de tener y gastar. San Agustín decía: "Para ayunar de veras hay que abstenerse, antes de nada, de todo pecado". Y de acuerdo con la primera lectura, no olvidemos un vicio del que hemos de ayunar siempre, y más en cuaresma: la fiebre del consumismo. Porqué es una bofetada a tantos hermanos nuestros que padecen necesidad. Si nos creyéramos en regla con Dios porque observamos la abstinencia de carne y lo poco que queda ya del ayuno, mientras nos permitimos lujos superfluos y gastos inútiles, hurtando la ayuda al necesitado, nos equivocamos lamentablemente. Eso es olvidar que hay una bienaventuranza de la pobreza afectiva y efectiva. La penitencia cuaresmal y ordinaria que Dios nos pide siempre es, según las orientaciones de la palabra bíblica de este día, compartir lo nuestro con los hermanos, especialmente con el más pobre. Y es tam96

bien la penitencia de la vida misma, que no es menos dura que el ayuno. Te damos gracias, Padre, por este tiempo de conversión. Te bendecimos por Cristo, en quien brilla la esperanza. Te alabamos por el Espíritu que nos renueva en santidad. Haz, Señor, que entendamos que el ayuno que te agrada es compartir lo nuestro con los hermanos más necesitados. Te pedimos por los que malogran su vida amontonando cosas: que descubran el valor de la pobreza y del compartir. Te encomendamos a los que carecen incluso de lo necesario: que encuentren la ayuda de una mano generosa. Y haz que todos progresemos en la fiel libertad que dan el amor y la amistad contigo. Amén.

Sábado después de Ceniza Is 58,9b-14: Partir el pan con el hambriento. Le 5,27-32: Vocación de Mateo, el publicano.

EL DIOS DE LA MISERICORDIA 1. No al culto vacío y autosuficiente. La primera lectura continúa el texto y el tema de la de ayer, con la que forma una unidad: "Cuando destierres de ti la opresión y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía". Y acentúa a continuación la observancia sincera del sábado, sin hipocresía ni intereses bastardos. Subyace en el texto una afirmación de la dimensión social de la auténtica religión que agrada al Señor. El evangelio de hoy contrapone la actitud abierta de Jesús, que en la persona del publicano Leví —el futuro apóstol Mateo— llama a los pecadores a la conversión, y la actitud discriminatoria y autosuficiente de los fariseos y letrados, que viven satisfechos de sí mismos y de su puritanismo legal, aunque esté vacío de espíritu. Para ellos suponía un escándalo la participación de Jesús y sus discípulos en el banquete que el recién convertido Mateo organiza con la asistencia de compañeros suyos. Jesús les replica: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan" (cf Me 2,13ss). 97

Jesús está enfrentando dos tipos de religiosidad: una religión falsa, reducida a la "justicia" automeritoria del hombre, y una religión verdadera, basada en la misericordia de Dios. En el pasaje paralelo al evangelio de hoy, Mateo añade en boca de Jesús estas palabras del Señor por el profeta Oseas: "Andad, aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios" (Mt 9,6). Idea frecuente en la tradición de los profetas que fustigaron incansablemente el culto vacío de espíritu y la hipocresía religiosa de quienes se creen en regla con Dios por cumplir determinados ritos cultuales, como sacrificios, diezmos, ayunos y purificaciones, mientras olvidan la disponibilidad ante Dios, el amor al prójimo y la reconciliación fraterna. 2. La misericordia de Dios. A lo largo de todo su mensaje, Jesús dibujó vigorosamente una clara imagen del Dios de la misericordia. La contraposición de misericordia y sacrificios en el texto evangélico que nos ocupa no es un dilema excluyente, aunque así parezca sonar ese modo enfático de hablar en antítesis, propio de la mentalidad y expresión semitas. Si se prima la misericordia, no se rechaza el sacrificio; si se interioriza la relación con Dios, no se patrocina una religión sin culto. Pues no se condena la manifestación cultual y religiosa en sí misma, sino cuando va divorciada de una actitud interior y de una conducta consecuente. Lo que Dios reprueba es el culto vacío de espíritu, de verdad y de vida. El mismo sentido, no exclusivo sino preferencial, hay que dar a la frase evangélica en labios de Jesús: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Efectivamente, Cristo llamó a su lado como apóstol al publicano Leví, después Mateo, que era un pecador público, declarado oficialmente como tal por los maestros de la ortodoxia judía y por el sentir del pueblo llano, debido a su profesión. Los publícanos colaboraban con la potencia extranjera de ocupación cobrando impuestos para los romanos; es decir, eran ladrones con credencial para la explotación, el soborno y el cohecho, pues ahí radicaba su margen de ganancia. Sin embargo, también llamó el Señor a los restantes apóstoles, que eran personas normales, del montón, ni mejores ni peores que los demás. "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Frase que los fariseos, enfermos terminales de orgullo, autosuficiencia y desprecio de los demás, no debieron entender como dicha también por ellos. En todo caso, las afirmaciones de Jesús sobre la preferencia por los pecadores y marginados de la salvación, como en la parábola de la oveja perdida, no excluyen la atención y el amor a los demás, a todo el que con sinceridad de corazón busca y sigue a Dios, si bien entre cansancios y esperanzas, como hombres y mujeres débiles que son y somos todos. 98

Jesús provocó intencionadamente el escándalo de los puritanos tomando partido por "las ovejas perdidas de la casa de Israel", para dejar patente la misericordia de Dios, que invita a la conversión, acoge y perdona al pecador, es decir, a todos los hombres, a todos nosotros. Dios de misericordia, gracias por tu cariño abrumador. Te bendecimos, Señor, porque en la vocación de Mateo diste pruebas de creer en el hombre, a pesar de todo. Nosotros encasillamos fácilmente a los demás, pero tú brindas siempre una oportunidad de conversión. En este día tú me llamas también a mí personalmente. Quiero mejorar en esta cuaresma, quiero soltar lastre para seguirte con absoluta disponibilidad y alegría. Ábreme, Señor, los ojos para no excusar mi conducta y enséñame el camino para que siga tu verdad lealmente.

Lunes: Primera Semana de Cuaresma Lv 19,1 -2.11 -18: Ley de santidad. Mt 25,31-46: Conmigo lo hicisteis.

EXAMEN DE AMOR 1. Ley de santidad, ley de amor. La primera lectura es un extracto de la llamada "ley de santidad" según el Levítico (ce. 17-26). Este código de santidad es un compendio legislativo, recopilado después del destierro, que refleja una fina sensibilidad respecto de la santidad de Dios, y de las consecuencias de la misma en la conducta del pueblo elegido. La santidad de Dios, el santo, el todo otro, el trascendente, es la motivación fundamental para la perfección de los miembros de su pueblo: "Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo". En el texto leído se insiste a continuación en evitar todo favoritismo, calumnia, odio y venganza. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", concluye la lectura. A esta máxima se remitirá Jesús más tarde en el discurso del monte, pero ampliando el significado judío de "prójimo" no sólo al pariente y connacional, sino a todos los hombres. En otra ocasión, cuando un doctor de la ley le preguntó sobre el mayor mandamiento, equiparó y unió el amor al hermano al primero de los mandamientos: el amor a Dios. Sobre el amor al prójimo habla también el evangelio de hoy, en el 99

que Jesús describe en parábola el juicio final. Éste versará sobre la conducta respecto del hermano, especialmente el más necesitado. El trato que damos a los demás viene a finalizar en Cristo, porque él se identifica con todo hombre. Si en el discurso del monte la motivación del amor universal, incluso al enemigo, que nos propone Jesús estriba, como en el Levítico, en la santidad y perfección de Dios Padre (Mt 5,43ss), aquí es la identificación de Jesús con el prójimo, especialmente con el más pobre y desamparado. En el texto evangélico de hoy queda patente el juicio divino de salvación no sólo para los judíos, como explicaban los rabinos, sino para todo hombre y mujer de buena voluntad, para todos los pueblos y naciones. Lo que salva o condena a unos y otros es el amor o el desamor.

No obstante, tú nos quieres a todos tal como somos y nos mandas amarnos unos a otros como Cristo nos amó. Nos cuesta mucho, Padre, ver a Jesús en los pobres, en los marginados, en los antipáticos y maleducados. Haznos ver en ellos la cara oculta del Cristo sufriente. Enciende nuestros corazones con el fuego de tu palabra y danos tu Espíritu de amor que nos transforme por completo para que, amando a todos, merezcamos aprobar tu examen final

Martes: Primera Semana de Cuaresma 2. El amor como programa de examen. En ese juicio de Dios se da una reducción o simplificación a lo esencial de la religión que Jesús vino a establecer en el mundo de los hombres: amar o no amar. Ésa es la cuestión; ése es el punto que nos califica definitivamente ante Dios. No cuentan tanto los sentimientos e intenciones, la ideología y las palabras, el decir "Señor, Señor", lo que uno fue e hizo, valió y representó, trabajó y sufrió, creó y organizó, cuanto lo que amó o desamó a los hermanos. Porque ésta es la voluntad de Dios, que el que le ama a él, ame también a los hermanos. Abundando en lo mismo, he aquí la razón que hoy nos da Jesús: Lo que hacéis a los demás, conmigo lo hacéis. Dios está presente en nuestros hermanos. Por eso decía san Juan: El que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. El prójimo es el camino para conocer y amar a Dios, aunque de primeras, muchas veces, quizá la mayoría, la cara del hermano no parezca reflejar la imagen de Dios. Pero no puede cabernos duda: "En el atardecer de la vida seremos examinados de amor" (san Juan de la Cruz). En este día de la cuaresma hemos de realizar una conversión a lo esencial del cristianismo: el amor, para no perdernos en lo periférico, en lo devocional, ni siquiera en lo cultual solamente. Amar al prójimo dándole de comer y de beber, hospedándolo y vistiéndolo, visitando al enfermo y al encarcelado, es lo que Dios nos pide, lo que nos identifica como discípulos de Jesús. Amar es el mandamiento que condensa toda la ley de Cristo (Rom 13,10). De tanto oírlo y saberlo de memoria puede ser que nos resbale o que lo olvidemos, perdidos en una maraña de normas y prohibiciones, preceptos y devociones. Señor Dios nuestro, ¡qué lejos nos vemos de tu santidad! Tú eres fuego, luz, amor, ternura y misericordia; y nosotros somos fríos, egoístas, violentos y vengativos. 100

Is 55,10-12: Eficacia de la palabra de Dios. Mt 6,7-15: Vosotros rezad así: Padre nuestro...

"PERDONA NUESTRAS OFENSAS" 1. El perdón, respuesta a la palabra. La primera lectura es la conclusión del Segundo Isaías o "libro de la consolación", y acentúa la eficacia de la palabra de Dios que, salida de su boca, no vuelve a él vacía, sino que realiza su voluntad. Eco de esto es lo que afirma la carta a los Hebreos: "La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo... Juzga los deseos e intenciones del corazón" (4,12). Aportación decisiva a una teología bíblica de la palabra, cuyo máximo exponente fue Cristo Jesús, palabra personal de Dios en naturaleza humana, palabra creadora de vida y salvación para quienes lo aceptan por la fe, o bien juicio de condenación para quienes lo rechazan. Por tanto, la palabra de Dios pide una respuesta del hombre. Y como positivamente eficaz se evidencia en aquellos que saben orar y perdonar, según dice el evangelio de hoy. En él habla Jesús de la oración. Ésta no es palabrería hueca, sino alabanza y gloria a Dios, anhelo de su Reino, aceptación de su voluntad, deseo del pan de cada día y del perdón divino, condicionado al que nosotros otorgamos a quien nos ofende, petición de ayuda para vencer las tentaciones de cada día y, sobre todo, la gran prueba final para no negar a Cristo, así como vernos libres de todo mal para poder servir a Dios fielmente (cf Le 11,1 ss). Son las peticiones del padrenuestro, la oración cristiana por excelencia, la única que nos enseñó Jesús, la oración más fácil, profunda y sencilla de todas, la que es modelo y resumen de toda oración. La oración del padrenuestro es, ante todo, una respuesta de fe a Dios que nos habló antes y de manera inigualable por su propio Hijo, Cristo 101

Jesús, en quien nos lo dio todo. Él es la palabra creadora y eficaz de Dios, más efectiva que la lluvia y la nieve sobre el suelo, hasta el punto que, gracias a esta palabra, de nuestra árida tierra brotó el Salvador. Numerosas veces aparece el padrenuestro en el cuadro de lecturas bíblicas del año litúrgico; pero en este día de cuaresma tiene un acento particular sobre la quinta petición del mismo: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". La palabra eficaz de Dios nos pide siempre conversión. Por eso imploramos el perdón de Dios, y él nos lo da gratuitamente, al mismo tiempo que nos invita a imitar su gratuidad amorosa mediante el perdón fraterno. Jesús nos dijo que Dios condiciona su perdón al que damos a los hermanos; así lo explicó en la parábola del deudor despiadado (Mt 18,23ss). 2. Padre nuestro, padre de todos. Jesús habló siempre de Dios con el término "Padre", habitualmente "mi Padre". Pero al enseñarnos a orar, sorprendentemente dice que nos dirijamos a Dios llamándole nosotros "Padre nuestro". Por tanto, al repetir el padrenuestro hacemos eco a la oración que Jesús mismo practicaba, llamando a Dios "Padre" (en arameo, abba=papá). Como un niño pequeño, balbucimos lo que ha dicho el hermano mayor; y lo hacemos movidos por el Espíritu, pues nadie puede llamar a Dios "Padre" sino a impulsos del Espíritu de Jesús, el Hijo por naturaleza. ¡Padre nuestro! Santa Teresa de Avila decía que a menudo le bastaban estas dos palabras para sumirse en larga oración. Llamar a Dios "Padre" no es una ficción poética ni una licencia sentimental. Dios es realmente nuestro Padre, aunque no exactamente como lo es de su Hijo, Cristo Jesús, la segunda persona de la santísima Trinidad. No somos hijos de Dios por naturaleza, sino por adopción. Dios nos hace hijos suyos por la fe en Cristo, por el bautismo y por el Espíritu de filiación que derrama en nuestros corazones. "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, pues lo veremos tal cual es" (Un 3,ls). Tenemos ya desde ahora una participación en su naturaleza. Por ser hijos de Dios somos hermanos de Cristo y de los hombres. Nuestra oración no puede menos de expresar esta doble condición: la paternidad de Dios sobre nosotros y nuestra fraternidad respecto de los demás. Porque tenemos un Padre común, todos somos hermanos. Con san Pablo podemos repetir: "Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,14). Fe y confianza, amor y humildad, filiación y fraternidad se dan cita en la oración incombustible del padrenuestro. 102

Te bendecimos, Señor, por la revelación de Jesús: tú eres nuestro padre que nos amas como a hijos. Porque tu amor es desbordante y paternal ha llegado el tiempo del perdón y de la reconciliación. Para que no recuerdes nuestros antiguos pecados, queremos también nosotros perdonar al hermano. ¡Gracias, Padre! La oración de Jesús es la nuestra. Queremos repetir sin cesar el padrenuestro para aprender a vivir la vida que nos viene de ti, para sentir tu ternura y providencia sobre nosotros, para responder debidamente a un cariño tan abrumador.

Miércoles: Primera Semana de Cuaresma Jon 3,1-10: Conversión de los ninivitas. Le 11,29-32: El signo del Hijo del hombre.

SIGNOS DE CONVERSIÓN 1. El signo de Jonás. El lenguaje del evangelio de hoy es cortante. Jesús recrimina a los hombres de su generación su dureza de espíritu, que rehuye la conversión. Piden un signo para creer en el profeta de Nazaret, pero él se remite al signo de Jonás, que el evangelista Lucas no concreta. Pero en el lugar paralelo de Mateo dice Jesús: "Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (12,40). He aquí la señal cumbre de Jesús: su resurrección de la muerte. Lo que pretende Cristo es evidenciar el contraste entre la incredulidad de los judíos y la conversión radical de los habitantes de Nínive, capital de la pagana Asiría, que creyeron en la predicación de un profeta mediocre como fue Jonás. Así lo muestra la primera lectura. Pues aquí hay uno que es más que Jonás, argumenta Jesús, refiriéndose a sí mismo. Junto con los ninivitas, la reina del sur, la reina de Saba, que vino de lejos a escuchar la sabiduría de Salomón, será también testigo de cargo contra los contemporáneos de Cristo, pues, a pesar de ser él más grande que Salomón, no le hacen caso. Se creen muy seguros de sí mismos y de su condición de pueblo elegido, pero verán con sorpresa que Dios destina su salvación a las demás razas y naciones, pues se complace* en perdonar a todo pecador que se convierte. Éste es el mensaje central que, en parábola, contiene el libro y signo del profeta Jonás. 103

Una vez más, en esta cuaresma la palabra de Dios nos plantea la urgencia de la conversión ante los signos que Dios nos da de sí mismo. Si no acogemos hoy con ánimo contrito y corazón humilde la invitación de Dios, por medio de su signo personal que es Jesús, los habitantes de Nínive y la reina del sur podrían testificar contra nosotros. Mas para leer las señales de Dios hace falta una disposición de fe, porque él no procede a base de milagros contundentes y publicitarios, como pedían los judíos. Dios no avasalla al hombre, sino que respeta su libertad. El quiere un amor libre, y no el servilismo de esclavos abrumados por el poder de un milagro. 2. Los signos de conversión han de aparecer en la prosa de la vida corriente de cada día. Es la aceptación serena y gozosa de la penitencia de la vida lo que evidenciará nuestra actitud de conversión. Ocasiones no faltan. Demostraremos que progresamos en la conversión continua si, por ejemplo, luchamos sin desmayo contra lo que hay de defectuoso en nuestro carácter para mejorar poco a poco; si en los momentos en que hay que hacer rupturas drásticas y dolorosas somos consecuentes con la opción bautismal; si actuamos sin dejarnos bloquear por los complejos, las autojustificaciones, el amor propio herido, los resentimientos, la susceptibilidad y los subjetivismos; si abordamos con fe y coraje las sorpresas de la vida; si no nos dejamos amargar ni herimos a los demás con la crítica destructiva; si perdonamos de corazón al que, según creemos, nos ha hecho daño; si remontamos las situaciones adversas sin hacernos la víctima y sin estancarnos en lamentos estériles; si compartimos nuestro dinero, nuestro tiempo y nuestro cariño con los hermanos necesitados, los que están enfermos, solos y abandonados, etc. Hacer todo esto, que transcurre en la llanura gris de la vida diaria, es progresar en la conversión evangélica. No esperemos momentos solemnes para demostrar nuestra fidelidad a Dios con gestos de relumbrón. San Pablo constataba: "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para los llamados en Cristo fuerza y sabiduría de Dios" (ICor l,22s). Esa sabiduría de la cruz que lleva a la vida es la que hemos de testimoniar al mundo de hoy con nuestra vida diaria de cristianos. Ésa será la prueba personal y viva de nuestra conversión continua al reino de Dios. Te bendecimos, Señor, porque sin forzar la mano y respetando siempre la libertad que tú nos diste sabes esperar pacientemente nuestra respuesta de hijos y no de esclavos que se doblegan abrumados por el poder. 104

Jesús es tu gran signo, la gran señal de tu amor, y una invitación constante a la conversión de cada día No tengas en cuenta la incredulidad que nos atenaza. Danos, Señor, valentía para cambiar por dentro; danos un corazón nuevo para alabar tu nombre y manifestar en nuestra vida la resurrección de Cristo, sin avergonzarnos de su cruz ante el mundo. Amén.

Jueves: Primera Semana de Cuaresma Est 14,1.3-5.12-14: Oración de Ester. Mt 7,7-12: Todo el que pide recibe.

ORACIÓN DE LA VIDA 1. Eficacia de la oración. La primera lectura contiene la hermosa oración de Ester, la esposa israelita de Asuero, rey de Persia, durante el destierro de los judíos en Babilonia. Ante la noticia de que el rey ha decretado el exterminio de los hebreos, Ester acude al Señor confiando en su providencia para salvar a su pueblo. Sobre la oración habla también Jesús en el evangelio de hoy: "Pedid y se os dará..., porque quien pide recibe... Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?" La eficacia de la oración tiene su causa, más que en nuestra insistencia, en la bondad paternal de Dios. Si un padre no engaña a su hijo cuando le pide algo, sino que le da el pan y el pescado deseados, cuánto más Dios. Él da a todo el que le pide con fe y confianza perseverante, porque nos ama más y mejor que un padre o una madre, mucho más de lo que podemos imaginar (cfLcll,5ss). Jesús afirmará después en su discurso de despedida de los discípulos: "Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará... Pedid y recibiréis... Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere" (Jn 16,23ss). En este texto de Juan se resaltan las dos razones de la eficacia de la oración cristiana "en el nombre de Cristo": la bondad paternal de Dios, según dice también Mateo, y la mediación intercesora de Jesús. Comentando estos pasajes evangélicos, advierte san Agustín: "Si tu oración no es escuchada se deberá a que no pides como debes, o a que pides lo que no debes". Porque el Señor no falta a su palabra. Dios sabe ya lo que necesitamos, pero le gusta que se lo pidamos, no para humi105

liarnos, sino para que le mostremos amor y confianza, que es también una manera de darle culto, reconociendo su poder divino. 2. Necesidad vital. La oración ha de ser el clima habitual de quien se sabe hijo de Dios y vocacionado a la santidad evangélica. Saber rezar no es difícil; basta hablar con Dios como un padre y un amigo. No hay cristiano, no hay apóstol, no hay testigo sin oración personal y comunitaria. Todos los grandes santos y espirituales de todos los tiempos han sido cristianos de mucha oración. Así fueron capaces de captar el misterio de lo indecible para transmitirlo y testimoniarlo después a los demás, una vez reafirmados en su identidad cristiana. Se dice que hoy hay crisis de oración entre los cristianos; que se reza poco y que se ora mal cuando se hace. Otros denuncian que los que oran se desentienden del mundo y que, en cambio, los que quieren revolucionarlo no rezan. Eso explicaría la ineficacia de unos y de otros. El ejemplo de Jesús, en perfecto equilibrio y unión entre oración y acción, es una lección evidente para cuantos le seguimos. La crisis de oración tiene una de sus causas en la manera chata de entender la oración cristiana, que no consiste en repetir mecánicamente fórmulas hechas. También es empobrecedor el reducir la oración a la súplica de petición más o menos egoísta. ¿Para cuándo dejamos la oración de acción de gracias y de alabanza por tanto como debemos al Señor? En la oración cultual por excelencia, la misa, se gratifica continuamente esta oración de alabanza y bendición; por algo es "eucaristía", es decir, acción de gracias. 3. Oración y vida. Al igual que en la vida de Jesús, la oración viene a ser para el creyente algo que se relaciona con todo el panorama de la vida en sus múltiples aspectos: personal, comunitario, familiar, laboral y cívico. La oración, cuando es auténtica, pasa a la acción por el amor; así se lleva la oración a la vida, y ésta, a su vez, a la oración. Si "el amante en todas partes ama" (Santa Teresa), el orante en todas partes ora, sin limitarse a espacios acotados como el templo, ni a horarios prefijados como la misa dominical o diaria: ora al ritmo de la vida, con sus penas y alegrías. Si la oración discurriera al margen de la vida, no sería más que una golosina para consumo espiritual, una coartada tramposa, una evasión alienante. Los verdaderos orantes poseen una vitalidad interior que se transvasa a la vida y transforma todo lo que tocan, sin establecer ruptura entre Dios y los hermanos. La oración, como la fe, es vivencia personal y no queda en el plano conceptual; por eso solamente ejercitándola se posee y viviéndola se comprende. Necesitamos crecer siempre más en la oración, al igual que en las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, pues la oración es expresión de éstas mismas. 106

Santificamos tu nombre, Señor, porque estás siempre dispuesto a escucharnos como un padre, cuando te invocamos. Tú conoces de antemano las necesidades que tenemos, pero te gusta que te expresemos confianza perseverante. Haz que sigamos a Cristo como modelo de oración en la alabanza, la unión, el gozo y la súplica. Gracias porque el Espíritu suple nuestra ignorancia y ora dentro de nosotros con gemidos inexpresables, dándonos la audacia de la fe y la confianza de hijos.

Viernes: Primera Semana de Cuaresma Ez 18,21-28: Dios no quiere la muerte del pecador. Mt 5,20-26: Reconciliarse con el hermano.

PARA UN CULTO AUTÉNTICO 1. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, dice la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, durante el tiempo del destierro babilónico. Gracias a la clemencia del Señor la conversión es siempre posible. Si es verdad que hay una solidaridad en el mal y el pecado que nos rodea, también es cierto que la culpabilidad colectiva no diluye la responsabilidad personal de cada uno en la parte que le toca del mal social. En nuestra mano está desandar el camino. Dios da siempre una segunda oportunidad porque es amigo de la vida; por eso borra el pasado de quien se arrepiente de su pecado. El texto evangélico se toma del discurso de Jesús en el monte. Comienza el Señor estableciendo una premisa sobre la nueva justicia, es decir, la nueva fidelidad, que pide el reino de Dios: "Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Jesús está refiriéndose al concepto de santidad que establecían los maestros de la ley judía, para decir que no alcanza el nivel requerido para la pertenencia al Reino, porque se queda en formalismo exterior y no va a la raíz interior, a las actitudes, al corazón. Al discípulo de Cristo se le pide más. Jesús lo va a concretar a continuación mediante seis antítesis, de las que se lee hoy la primera, relativa al homicidio. El Señor apela a toda su autoridad, la de quien no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud: "Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo". Jesús no se contenta con el mínimo legal de la letra escrita, sino que se sitúa en el máximo del amor y del espíritu de la ley. Por eso va mucho más allá de la prescripción mosaica sobre el homi107

cidio físico (quinto mandamiento), generalizando su aplicación a todo hecho, palabra y gesto con intención injuriosa respecto del hermano. 2. El amor es antes que el culto. De ahí concluye Jesús la necesidad de la reconciliación fraterna para estar en regla con Dios y poder rendirle el culto debido. "Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda". Jesús nos descubre hoy el nexo existente entre amor y culto, caridad y eucaristía. El amor fraterno y la reconciliación son condiciones previas para un culto auténtico a Dios. Por eso el sacramento de la reconciliación está orientado a la eucaristía, en la que también se incluyen actos penitenciales y gestos de reconciliación fraterna para prepararnos dignamente a participar de la cena del Señor. ¿Cómo podríamos acercarnos a la mesa de la fraternidad para comer el pan de la unidad si nuestro corazón está lleno de resentimiento? Esa no es la justicia del Reino. "Amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios", concluyó en cierta ocasión un doctor de la ley judía su conversación con Jesús sobre el primero de los mandamientos (Me 12,33). Afirmación que mereció el pláceme del Señor, "viendo que había respondido sensatamente". El peligro de una práctica religiosa formalista que pone más énfasis en el cumplimiento cultual que en el amor viene de lejos y es punto perenne de una conversión inacabada. La consecuencia de primar el rito sobre la caridad es creerse en paz con Dios por haber hecho fielmente las oraciones y haber observado exactamente las ceremonias religiosas. Todo eso es bueno, evidentemente; pero si va en solitario no garantiza la esencia de una religiosidad auténtica, que consiste más bien en amar a Dios y querer al hermano, reconciliándose con él en el caso de haber algo pendiente entre él y nosotros. Lo primero de todo y lo más importante es el amor, el primero de los valores en la economía de Dios. La lección evangélica de hoy contiene un no al individualismo religioso y un sí a la piedad impregnada de fraternidad. Es el amor y la unión lo que hemos de acentuar en las tensiones que inevitablemente surgen en la Iglesia y en toda comunidad cristiana, religiosa y familiar, ante opciones dispares y posibles por el reino de Dios. Desde lo hondo a ti grito, Señor, escucha mi voz. No permitas que me hunda en la fosa fatal, porque tú quieres la conversión y la vida del pecador, no su muerte. Si llevas cuenta del pecado, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti está el perdón, la gracia y el futuro. 108

Con toda mi alma espero en ti, Señor, con más ansia que el centinela aguarda la aurora, porque de ti viene la misericordia y la redención. Redime a tu pueblo, Señor, de todos sus delitos, y haznos vivir el gozo de la reconciliación contigo y con todos nuestros hermanos. Amén.

Sábado: Primera Semana de Cuaresma Dt 26,16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor. Mt 5,43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial.

PUEBLO SANTO DE DIOS 1. El pueblo santo de Dios. Éste es el tema de la primera lectura. Israel es y debe ser un pueblo consagrado al Señor; es la consecuencia de la alianza que Dios ha hecho con él. El Señor se compromete a ser el Dios de Israel, a quien ha elegido como su pueblo, e Israel se compromete a ser un pueblo fiel y observante de los mandamientos del Señor, que son las cláusulas de la alianza. Así hablaba Moisés a los israelitas al final de su segundo discurso según el Deuteronomio, último libro del Pentateuco. ¡Un pueblo santo y consagrado al Señor! Éste es el contenido de la alianza con Dios y lo que la hace siempre actual y no un hecho del pasado: Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo. Esa es también la idea que tiene en mente Jesús, según el texto evangélico de hoy, con la última de las seis antítesis del discurso del monte: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos". La conclusión "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" se refiere no sólo a esta última antítesis, sino al conjunto de las seis, pues en ellas ha perfilado Jesús la nueva santidad que exige el Reino. La santidad y la perfección según los judíos radicaban en el exacto cumplimiento de todas las prescripciones de la ley mosaica y de la complicada y minuciosa tradición de los antiguos. A esta escrupulosa observancia se vinculaban, casi como una exigencia, las bendiciones y promesas de la alianza por parte de Dios. Pues bien, a ese concepto de perfección legalista opone Jesús el suyo, que no estriba tanto en el legalismo cuanto en la respuesta incondicional al amor gratuito de Dios, "que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos" (cf Lc6,27ss). 109

2. Amor y obediencia más allá de la ley. Tal respuesta, como lo manifiestan las antítesis de Jesús, supera con mucho el mínimo legal. Así lo demuestra, por ejemplo, la consigna de hoy: "Amad a vuestros enemigos". Porque si amamos y hacemos el bien sólo a quien nos quiere, ¿en qué aventajamos a un no cristiano? Eso lo hace todo hombre y mujer bien nacidos. Al discípulo de Cristo se le pide más. Los criterios de la nueva justicia y santidad del Reino son más exigentes, dice Jesús, porque se basan en la imitación de Dios mismo, que es amor gratuito y perfección absoluta. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Eco agrandado del estribillo de la "ley de santidad" según el Levítico: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (19,2). La voluntad de Dios se manifiesta no sólo en la ley escrita, sino más allá incluso: en lo profundo de la conciencia personal, llamada por Dios a la obediencia total de la fe con Cristo y como Cristo. El pasaje evangélico de hoy es fundamental para la impostación de la moral cristiana, para la nueva justicia religiosa, para la nueva perfección, para la nueva santidad del Reino. Solamente así seremos "mejores que los letrados y fariseos" del tiempo de Jesús. La ley del amor cristiano, por ser respuesta al amor de Dios en Cristo, es ley del máximo. Como consecuencia de esta moral de la gratuidad, aparece la sinrazón de una moral del mérito y de una religión de contrato y compraventa con Dios al estilo automeritorio de los fariseos. 3. Porque Dios nos amó primero. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros... Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero" (Un4,10s.l9). El cristiano debe saber dar razón de su fe, manifestando en su conducta la respuesta a la elección gratuita de Dios. Esa elecciónvocación se realiza continuamente por medio de Jesucristo, que es el lugar personal de la nueva alianza con Dios y el cumplimiento efectivo de sus promesas de bendición. Son los sacramentos de la vida cristiana, como el bautismo, la reconciliación y especialmente la eucaristía, el nuevo espacio natural de una alianza de amor, siempre renovada por Dios a su nuevo pueblo, la Iglesia, y a cada uno de los miembros de ésta, es decir, a cada uno de nosotros. Haz brillar, Señor, en nuestros corazones ¡a luz que irradia tu amor desde el rostro de Cristo. 110

Así tu sonrisa de Padre será un oasis refrescante en nuestro desierto calcinado, incapaz de amar y perdonar. No permitas, Señor, que nuestros odios y violencias marchiten la primavera de tu ternura. Concédenos vivir reconciliados con los demás mediante un perdón y alegría diariamente renovados conforme a la nueva justicia de tu Reino. Amén.

Lunes: Segunda Semana de Cuaresma Dan 9,4b-10: Hemos pecado cometiendo iniquidad. Le 6,36-38: Perdonad y seréis perdonados.

PERDONAR PARA SER PERDONADOS 1. Reflejar el perdón de Dios. "A ti, Señor, la justicia; a nosotros, la vergüenza en el rostro... porque hemos pecado contra ti. Al Señor Dios nuestro la piedad y el perdón, porque nos hemos rebelado contra él". Así se expresa el profeta Daniel en su hermosa oración penitencial en nombre de todo el pueblo arrepentido. Eran los tiempos de la persecución religiosa del rey seléucida de Siria, Antíoco IV Epífanes, lo que suscitó la resistencia del sacerdote Matatías y de los hermanos Macabeos (s. n a.C). La respuesta del Señor a la oración del profeta será, en una visión retrospectiva, la profecía simbólica de las setenta semanas, previas a la liberación del destierro. No basta lamentar las calamidades públicas y políticas que padecemos, como si no tuviéramos que avergonzarnos, en primer lugar, de nosotros mismos. Pero venturosamente Dios está siempre dispuesto al perdón para el que se reconoce culpable. De esa actitud compasiva de Dios hemos de aprender nosotros comprensión y perdón mutuo, que son facetas siempre actuales del amor. En el evangelio de hoy oímos a Jesús decir: "Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará... La medida que uséis, la usarán con vosotros". La misericordia y el perdón son grandes cualidades'de Dios, como le gusta repetir al evangelista Lucas. Dios actúa así precisamente porque lo puede todo. Si san Juan define a Dios como amor, Lucas lo muestra como misericordia, que es decir lo mismo. De ahí se concluye que la verdadera grandeza del hombre, lo que le realiza como tal, es reflejar esa imagen del Dios santo que lleva dentro. Demasiadas veces la velamos con nuestra ruindad, estrechez de juicios y sed de venganza. 111

Reconocer que somos pecadores es nuestra única salida hacia la liberación y la salvación de Dios. Por eso nos dice hoy Jesús: Perdonad para ser perdonados, amad para ser amados. La vida de cada día es ambivalente: nos ofrece la oportunidad de abrir nuestros corazones a la generosidad, como hace Dios mismo e hizo Cristo, o bien cerrarnos en nuestra propia mezquindad e intransigencia. 2. Conversión al amor y al perdón. No tenemos otra opción: o crecemos en estatura espiritual mediante el amor que perdona y acepta a los demás con sus limitaciones humanas, o disminuimos hasta enquistarnos en el enanismo mediante una actitud egoísta. Huelga decir que la actitud correcta es la primera, la única que tiene proyección cristiana y de madurez personal, la única que verifica el seguimiento de Cristo por su discípulo. Los textos bíblicos de este día de cuaresma nos están pidiendo a gritos una conversión; de lo contrario, es imposible cumplir la consigna de Jesús: no juzguéis, dad, perdonad. Eso nos parecerá la bonita utopía de un soñador. ¿Perdonar a cambio de nada? ¡Eso es demasiado! A lo sumo decimos: "Yo perdono, pero no olvido"; con lo cual gratificamos un rescoldo de venganza y malquerer. Sin embargo, el amor auténtico padece de amnesia espiritual, que forma parte también de un amor real. Si con humildad ante el Señor entendemos que nosotros mismos necesitamos ese perdón gratuito de Dios, más todavía, que efectivamente somos objeto del mismo, las cosas cambian. Entonces podemos perdonar con el amor con que hemos sido perdonados por él. Así la ley del perdón no nos parecerá una ley impuesta exteriormente, sino una consecuencia necesaria que brota de nuestra condición de pecadores perdonados. Comencemos por convertirnos, desmontando el orgullo a base de humildad, quitándonos la careta de la mentira a toque de sinceridad, la coraza del egoísmo a punta de generosidad y la lija de la intransigencia a base de benevolencia tolerante. "Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo" con vosotros mismos, dice Jesús. Eso facilita enormemente el camino hacia el perdón fraterno, la tolerancia mutua, la comprensión que evita los juicios condenatorios y la reconciliación que abraza al hermano. Todo esto porque creemos en los demás, en su fondo inextinguible de bondad y siempre recuperable para el bien, sabiendo que los fallos que tan claramente vemos en el prójimo son los nuestros también. Todos somos pecadores ante Dios. Lo decimos al principio de cada misa, pero ¿lo confesamos de verdad? Te bendecimos, Señor, porque nos amas y perdonas. Confesamos que hemos pecado contra ti y los hermanos. 112

Nuestro pasado nos sofoca y el mal nos hace prisioneros. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados. Enséñanos a ser indulgentes como tú lo eres, para que desterremos todo juicio duro y toda acritud. Tú, que eres Dios lento a la cólera y lleno de ternura, cambia, a imagen de Cristo, nuestros corazones de piedra, para que, sin calcular ni medir nuestro perdón, podamos recibir de ti una medida colmada y rebosante.

Martes: Segunda Semana de Cuaresma Is 1,10.16-20: Aprended a obrar el bien. Mt 23,1-12: No hacen 18 que dicen.

CUIDADO CON LA HIPOCRESÍA 1. El camino de la verdad. Las dos lecturas bíblicas de hoy inciden sobre la hipocresía religiosa. En la primera el profeta Isaías se encara con el pueblo pecador, al que llama simbólicamente Sodoma y Gomcfrra. La palabra del Señor será ahora el fuego purificador que convierta los corazones a la sinceridad con Dios y a la liberación de los oprimidos. El culto debe traducir la conversión personal y comunitaria, una vida dedicada al Señor y a los hermanos, viene a decir el profeta. En esa misma línea, Jesús recrimina también en el evangelio de hoy la hipocresía de letrados y fariseos. Censura y aviso aplicables a todo cristiano que no procede con sinceridad. Sólo quien sigue el camino de la verdad alcanzará la salvación de Dios (salmo responsorial). A impulsos de los profetas, la interiorización de la religión, es decir, la verdad personal de las relaciones con Dios, fue un proceso ascendente en la vida y conducta del pueblo de Israel, pues el mero cumplimiento externo constituyó una tentación permanente. Es el corazón quien debe convertirse, porque de él procede la conducta. Dos partes advertimos en el evangelio de hoy. La primera es una acusación directa de Jesús a letrados y fariseos, como guías religiosos del pueblo judío. Su ataque y denuncia se centran en dos cargos a cual más grave, si bien el primero parece ser mayor. Doble vida, "porque no hacen lo que dicen"; y vanidad, porque "todo lo hacen para que les vea la gente" y les aplauda. Sin embargo, Jesús no los desautoriza ante el pueblo: Haced y cumplid lo que os digan, pues explican la ley de Moisés. La segunda parte del evangelio contiene una instrucción o cateque113

sis para todos los miembros de la comunidad cristiana: Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, padre ni jefe, porque todos sois hermanos, hijos del mismo Padre, y uno solo es vuestro maestro y Señor: Cristo. Y concluye Jesús con dos máximas paradójicas de valor universal: "El primero entre vosotros sea vuestro servidor. El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". 2. Buscando la aplicación actual del evangelio de hoy, hay que pensar ciertamente en los sacerdotes y guías del pueblo de Dios, pero no en exclusiva. No olvidemos que los primeros intencionados por Jesús, fariseos y escribas o doctores de la ley, no eran sacerdotes, sino laicos. Este detalle y la segunda parte del texto nos hablan de un destinatario más amplio que el clero. Aunque a veces fallen los pastores del pueblo de Dios, como humanos que son, ésa no es razón para abandonar la Iglesia, la fe y la práctica religiosa, como hacen algunos. En cierta ocasión un sacerdote ocurrente decía a sus fieles: "Ciertamente es una pena que yo no practico lo que predico, pero sería mucho peor que predicara lo que practico". Humor aparte, los sacerdotes y pastores de la Iglesia no son más que vicarios del gran pastor y maestro que es Cristo; y él no falla. Su ejemplo se acompasó con su doctrina. Nuestra fe no depende de los hombres, sino de Dios y de su palabra, que es verdad perenne. La condena de la hipocresía religiosa por parte de Jesús es un aviso extensivo a todos los miembros de la comunidad cristiana que han de seguir su ejemplo, pero especialmente a los practicantes habituales, para evitar que la doblez, el fingimiento y la impostura malogren su buena voluntad y el brillo de su testimonio. La hipocresía no fue monopolio de los fariseos. Todo creyente es candidato a este sistema de falsía mentirosa, que se manifiesta de múltiples maneras. Por ejemplo: en la disociación de creencias y conducta, en el divorcio entre fe y vida, en el orgullo religioso de quien se cree bueno y desprecia a los demás porque fallan; en contentarse con la estricta observancia legal, olvidando la conversión del corazón; en esgrimir como título ante Dios el mérito de las buenas obras; en beber los aires por la ortodoxia moral, teológica y cultual, relegando al desván del olvido el amor al prójimo, que debe empezar por los de casa; en un largo etcétera que demuestra que siempre nos queda mucho que convertir en nuestro corazón y que purificar en nuestra conducta. Oh Dios, nuestro Padre y nuestro único Señor, líbranos de la hipocresía y del complejo de superioridad, porque todos somos hijos tuyos y hermanos en Cristo. Fortalece con tu gracia a los servidores de tu pueblo, 114

para que la palabra que anuncian se haga verdad en ellos. Manten en la fe a los más débiles y tentados de abandonar. Haz que nuestro ejemplo evangélico de amor humilde y de fraternidad sincera robustezca a los vacilantes, para que, guiados por tu Espíritu, caminemos juntos con el corazón ensanchado por el camino de tu verdad.

Miércoles: Segunda Semana de Cuaresma Jer 18,18-20: Complot contra el profeta Jeremías. Mt 20,17-28: El cáliz que yo he de beber.

PARA SER GRANDE 1. La persecución del justo. El profeta Jeremías acude al Señor ante el pavor de la muerte que traman para él sus enemigos, aquellos precisamente por quienes intercedió él ante Dios. Dolorosa experiencia para el profeta. Le hubiera sido más rentable estar en la linea de los profetas oficiales, que pronunciaban oráculos halagadores para los poderosos y el pueblo. Pero eso hubiera sido traicionar su misión. "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir... La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día... Era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía" (Jer 20,7ss). Lamentos desgarradores que, junto con otras confesiones, leemos en el mismo capítulo y forman parte del llamado relato de la "pasión de Jeremías", siete siglos antes de la pasión de Cristo. Es Jesús mismo quien anuncia su pasión a los doce en el evangelio de hoy. En él distinguimos estas tres secciones: 1.a Anuncio de su pasión, muerte y resurrección por Jesús; es ya el tercero de los tres anuncios. 2.a Petición de los primeros puestos para sus dos hijos por parte de la madre de los apóstoles Santiago y Juan. En el lugar paralelo, el evangelista Marcos, que representa la versión original de este pasaje, pone la petición directamente en boca de los dos hermanos (10,32ss). A ellos se dirige Cristo en su respuesta: "No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?" Alusión a su pasión y muerte. Aunque, de hecho, participarán en los sufrimientos del Señor, los puestos están reservados ya por el Padre. La petición de los primeros puestos en el futuro reino del mesías revela dos puntos: 1.° Que los apóstoles, como todos los judíos, esperaban un mesías político con poder y reino temporal. 2.° Que, por tanto, les ha resbalado por completo el anuncio que de su pasión y muerte 115

humillantes, aunque coronadas con la gloria de la resurrección, acaba de hacerles Jesús. Después de lo que precede era un contrasentido mayúsculo pedir honores en el reino del mesías. Pero ellos no habían entendido nada; por eso los demás apóstoles se enojan con los dos hermanos por tan desleal competencia a su común ambición. Mucho les quedaba por aprender. 3.a A esa tarea se aplica Jesús en la tercera sección del evangelio. 2. El que quiera ser grande. Jesús no pierde esta ocasión para adoctrinar a los doce, futuros guías y pilares de su Iglesia, sobre la función que habrán de desempeñar en la comunidad. Una vez más el maestro rompe los esquemas convencionales: "Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo". En la comunidad cristiana la autoridad y la responsabilidad, e incluso la fraternidad, deben ser sinónimo de servicialidad. En el grupo de los que seguimos a Cristo no tienen cabida el dominio, el autoritarismo, la ambición y la voluntad de poder. Todo eso rompe la comunión eclesial; eso queda para los políticos. Así condena también Jesús, al menos implícitamente, toda equiparación de la Iglesia y del reino de Dios a las estructuras de poder y a los sistemas de gobierno. Es evidente que Jesús contrapone dos estilos de autoridad y convivencia diametralmente opuestos: mandar dominando, o bien servir sin factura. El primero era la idea original de los apóstoles y el modelo habitual de la sociedad civil, por muy democrática que parezca; el segundo es el estilo que Jesús quiere para su Iglesia toda, es decir, jerarquía o pastores y pueblo llano. Cristo recurre una vez más a invertir los criterios humanos y trastrocar la escala de valores, como hizo en la proclamación de las bienaventuranzas. Como motivación y ejemplo vivo de tan paradójica doctrina, Jesús apela a sí mismo: "Igual que el Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por todos". En cada eucaristía "bebemos del cáliz del Señor", comulgando así en su muerte y resurrección gloriosa por la redención del mundo y el servicio de los hombres. Pero no realizaremos dignamente esa comunión si no participamos en su destino. ¿Seremos capaces? Nosotros no somos más fuertes que Jesús, que conoció el miedo a la muerte y gimió en el Huerto de los Olivos. Lo que a nosotros toca es anegarnos en el torrente del amor de Cristo que renueva todas las cosas. El resto lo hará Dios. 116

Te bendecimos, Señor, por Jesucristo, tu Hijo, que vino a servir y no a ser servido, estableciendo un orden y universo nuevos, donde ser el último sirviendo a los demás, es ser el primero. Haznos comprender que hemos nacido a un mundo nuevo, el mundo de Cristo, el mundo de tu Reino, gracias al amor y la sangre de Cristo, servidor de los hombres. Transforma con tu Espíritu nuestros corazones para que, como Jesús, optemos por la grandeza de servir.

Jueves: Segunda Semana de Cuaresma Jer 17,5-10: Bendito quien confía en el Señor. Le 16,19-31: El rico Epulón y el pobre Lázaro.

COMPARTIR CON LOS HERMANOS 1. Los peligros de la riqueza. La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, plantea una antítesis de sabor sapiencial: "Maldito quien confía en el hombre, apartando su corazón del Señor; será como un cardo en la estepa... Bendito quien confía en el Señor; será un árbol plantado junto al agua... Nada más falso y enfermo que el corazón, ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón". En el texto subyace la idea de los dos caminos, que también desarrolla el salmo responsorial. A su vez, en el evangelio contrapone Jesús la dispar suerte final del rico Epulón y del pobre Lázaro. Es una parábola en tres cuadros: situación de ambos en vida, cambio de escena después de su muerte y diálogo de Epulón con Abrahán. En los dos primeros cuadros procede Jesús a base de contrastes e inversión de situaciones: felicidad de uno y desgracia del otro; en el tercero está la enseñanza de la parábola. El desigual destino final de Epulón y Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino, sobre todo, a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de serlo, sino porque no teme a Dios, de quien prescinde, y porque egoístamente se niega a compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a su puerta. Tampoco el pobre se salva simplemente por serlo, sino porque está abierto a Dios y espera la salvación de él, que hace justicia a los oprimidos. La enseñanza, intención y finalidad de la parábola no es resaltar la 117

escatología individual, aunque se indique al remitirse Jesús a la creencia y lenguaje habituales del judaismo de su tiempo, ni prometer una compensación a los pobres con un final feliz, ni, menos todavía, alentar en los desheredados de la vida una resignación esperanzada pero estoica, fatalista y alienante. No; se trata más bien de afirmar la peligrosidad de la riqueza, porque fácilmente crea olvido de Dios, sordera a su palabra (expresada en la ley de Moisés y en los profetas) y cerrazón al prójimo; hasta el punto de que tales personas "no harán caso ni aunque resucite un muerto" para hacerles ver su camino equivocado. Escuchar la palabra de Dios, convertirse a la ley de su Reino de justicia y amor, abandonar la falsa seguridad de los bienes materiales y compartir con los hermanos lo que tenemos son las consignas que se desprenden de la enseñanza de la parábola. 2. Solidaridad en el compartir. El peligro que nos ronda al leer o escuchar el evangelio de hoy es creer que va solamente por los ricos y los potentados del dinero. A ésos no pertenecemos nosotros, decimos. Sin embargo, la enseñanza de la parábola, en mayor o menor medida, tiene aplicación para todos. Pobre y rico son conceptos relativos. El que tiene un millón es pobre si se compara con el que tiene mil, pero rico si se compara con el que sólo tiene unas monedas. Todos tenemos a nuestro lado o encontramos a nuestro paso algún Lázaro que es más pobre que nosotros: familias humildes que pasan apuros, gente sin trabajo, enfermos y ancianos abandonados, alcohólicos y drogadictos, marginados que necesitan una mano amiga. Si les cerramos las entrañas, ¿cómo creernos en regla con Dios? Los cristianos no podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria ajenas, porque "los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Si no nos convertimos radicalmente de la codicia al amor que comparte, será imposible el cambio de unas estructuras nefastas que crean desigualdades injustas entre personas, grupos y naciones y que permiten que el 6 por 100 de la humanidad disfrute del 50 por 100 de la riqueza del mundo y que un 20 por 100 posea casi la otra mitad, mientras el resto malvive y muere de hambre. Los bienes de la tierra tienen destino universal y la propiedad privada no es un derecho absoluto (GS 69; PP 23). Si no somos solidarios compartiendo nuestros bienes y dinero con los que son más pobres que nosotros, nuestras eucaristías no serán auténticas, según venía a decir san Pablo a los cristianos de Corinto (lCorll,17ss). 118

Te bendecimos, Señor, porque oyes el clamor del pobre, liberas al oprimido y sustentas al huérfano y ala viuda. Tú derribas del trono al poderoso y enalteces al humilde; al hambriento colmas de bienes y al rico despides vacío. Cuando nuestro corazón se cierra ignorando al pobre, abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en él; cuando el pobre tiende su mano hacia nosotros, abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro. Ayúdanos a romper la malla del egoísmo acaparador, liberándonos del afán de poseer, gastar y consumir, para que no nos habituemos nunca a las desigualdades ni nos cerremos a ti y a los hermanos. Que así sea.

Viernes: Segunda Semana de Cuaresma Gen 37,3-4.12-13.17-28: José es vendido por sus hermanos. Mt 21,33-46: Parábola de los viñadores homicidas.

UN PUEBLO QUE PRODUZCA FRUTOS 1. Una parábola compendio. La primera lectura inicia la historia bíblica de José que es vendido por sus hermanos como esclavo porque la envidia alimentaba en ellos un odio mortal. Pero como Dios escribe derecho con líneas torcidas, con el paso de los años, y una vez constituido José primer ministro del faraón de Egipto, será él el salvador de sus hermanos, a punto de perecer por el hambre. En conexión con la figura de José, que llegó a la gloria a través del sufrimiento, como recuerda el salmo responsorial, la parábola evangélica de hoy muestra también la mala voluntad de unos labradores que por avaricia matan al hijo del dueño de la viña, hijo en quien está figurado Cristo. La línea narrativa de la parábola es clara por sí misma. Tratando de señalar quién-es-quién en la parábola, resulta evidente que la viña es Israel; el dueño, Dios; los arrendatarios, los jefes del pueblo judío; los criados, los profetas; el hijo muerto, Cristo Jesús, y el castigo de justicia, además de la destrucción de Jerusalén y del templo, la entrega de la viña a otros, es decir, la admisión de las naciones paganas en el reino de Dios. La reacción de los sumos sacerdotes y de los fariseos muestra ya en acción lo que Jesús preanuncia en parábola: "Comprendieron que hablaba de ellos; y aunque buscaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta". A medida que avanzamos hacia la pascua, va 119

adquiriendo relieve el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. La parábola de hoy, en la versión de Marcos (12,lss), se lee también el lunes de la novena semana del tiempo ordinario; ver ese día para completar lo que aquí se dice. La parábola de los viñadores homicidas es un compendio de la historia de la salvación humana por Dios, desde su alianza con el pueblo elegido, Israel, hasta la fundación de la Iglesia por Jesús como nuevo pueblo de Dios, pasando por los profetas y Cristo mismo, que anunció el reino de Dios y fue constituido piedra angular de todo el plan salvador, mediante su misterio pascual de muerte y resurrección. 2. La nueva viña del Señor. En esta perspectiva históriCo-salvífica hay dos momentos cumbre que acentúa la parábola en la redacción de Mateo que hoy leemos: Cristo y la Iglesia. La referencia cristológica es patente en dos detalles: 1.° El hijo del dueño es arrojado de la viña y muerto fuera de la misma por los arrendatarios malvados y avarientos. Alusión manifiesta a la muerte de Jesús en el Gólgota, fuera de las murallas de Jerusalén. 2.° La mención final de la piedra, primero rechazada y luego convertida en piedra angular del edificio, según el salmo 118, fue un pasaje preferido por el Nuevo Testamento para referirse a Cristo, el Señor resucitado y glorificado (He 4,11; IPe 2,4ss). Por eso es probable que este punto sea una adición posterior de la comunidad, tradición que consignan los tres sinópticos. La proyección eclesial es el segundo climax con que Mateo enriquece, con marcada intención, la enseñanza de la parábola. Fiel a su objetivo catequético sobre el nuevo pueblo de Dios que es la comunidad cristiana, enfatiza la misión de la Iglesia dentro del marco de la historia de la salvación: "Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos". De esta forma desplaza la atención desde la imagen inicial de la viña hacia el reino de Dios, que es confiado a la Iglesia. La viña que empezó representando a Israel, concluye significando tanto el nuevo Israel, la Iglesia, como el reino de Dios. En su reflexión pascual la comunidad cristiana primitiva entendió la parábola como una advertencia de Cristo también para ella misma. Se trata de una invitación del Señor a dar frutos según Dios, puesto que se nos ha confiado la viña, el Reino, para un servicio fiel y fecundo. La fe, el culto y la oración han de plasmarse en frutos para no frustrar las esperanzas que el Señor ha puesto en nosotros en esta hora del mundo, tiempo de vendimia, sazón y cosecha de Dios. Nuestra elección como pueblo consagrado a él no ha de ser motivo de orgullo puritano y estéril, sino de fértil responsabilidad cristiana. Así es como debemos aplicarnos hoy esta parábola para que la Escritura sea eficaz en nosotros: con espíritu de revisión y conversión cuaresmal. Así seremos un pueblo que produce frutos. 120

Te bendecimos, Padre, por el cáliz del vino nuevo que sella tu alianza con nosotros por la sangre de Cristo. Que ese virio nuevo de tu Espíritu, fermento de la nueva humanidad, haga reventar nuestros odres envejecidos. Tanto amaste al mundo que le diste a tu propio Hijo. Cristo Jesús se entregó en manos de los verdugos para que de su sangre derramada naciera el nuevo pueblo, como de la uva prensada nace el vino de la fiesta. Gracias también porque tu amor hace de nosotros la viña que tú cuidas desde siempre con ternura; con tu savia queremos producir frutos de vida, y no agrazones.

Sábado: Segunda Semana de Cuaresma Miq 7,14-15.18-20: Dios perdona el pecado. Le 15,1-3.11-32: Parábola del hijo pródigo.

EL CORAZÓN DEL PADRE 1. Un viaje de ida y vuelta. Lo característico de Dios es el amor y la misericordia. Él, que es el pastor de Israel, perdona siempre porque es fiel a las promesas hechas a los padres del pueblo israelita. Éste es el mensaje de la primera lectura, tomada del profeta Miqueas, y que también subraya el salmo responsorial. Igualmente en el evangelio de hoy Jesús muestra la misericordia y el amor de Dios Padre mediante la parábola del hijo pródigo. El evangelista comienza por señalar el motivo de la misma: "Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces Jesús les dijo esta parábola", la del hijo pródigo. Página sublime de la literatura bíblica, en la que Jesús hace una radiografía del corazón de Dios. La finalidad, pues, de la parábola es mostrar la misericordia de Dios; así justifica Jesús su conducta con los marginados de la salvación. El desarrollo de la parábola tiene dos partes diferenciadas, siendo protagonista de la primera el hijo menor, lo mismo que de la segunda es el hijo mayor. El padre de ambos, que es mencionado catorce veces, completa el trío de protagonistas e interviene relevantemente en una y otra parte. La parábola es una síntesis de la historia personal del creyente, de cada uno de nosotros, y describe un proceso psicológico de ida y vuelta, 121

huida y retorno. El hijo infiel refleja una situación humana, la estampa del hombre pecador que se aleja de Dios y luego vuelve a él: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". Y el padre lo recibió con inmensa alegría, sin recriminarle su conducta, tratándolo como hijo a quien restablece en su condición de tal, hasta el punto que organiza un banquete para celebrar su regreso. . 2. La fiesta de la reconciliación. En el banquete que celebra el retorno y la reconciliación del hijo perdido podemos ver una referencia eucarística, pues la eucaristía es el sacramento festivo que celebra el banquete fraterno de los hermanos reconciliados con Dios y entre sí. Pero he aquí que ahora interviene el hijo mayor, que, al volver del campo, se niega a participar en la fiesta. Es la segunda parte de la parábola, que podría parecer superflua porque la primera tiene sentido completo y termina la acción narrada. ¿Por qué la añadió Jesús? Para responder a la situación creada. Son los escribas y fariseos, críticos de la conducta de Jesús, quienes hablan por boca del hermano mayor, que se muestra resentido y trata de injusto a su padre. Tal protesta nacía de la envidia, del egoísmo y de la intransigencia, y no del sentido de la justicia y de la honradez. A pesar de ser el hijo bueno, se muestra más repugnante que el malo. Aunque parece tener razón, desempeña, no obstante, un papel antipático, hasta el punto de reclamar al padre un cabrito, cuando todo lo que hay en casa es suyo. Pero no nos cebemos en él y en los fariseos, porque todos podemos vernos reflejados también en él. El hijo mayor representa la persona intachable pero puritana, cumplidora pero dura e insensible, fiel pero sin amor. Su obediencia a la ley y su fidelidad al culto carecen de espíritu y de amor. Y sin amor, como dice san Pablo, de nada valen todas las demás supuestas virtudes (ICor 13). Como los observantes fariseos, quizá con buena voluntad, pero con estrechez de miras, hay quienes se hacen una idea de Dios a su medida mezquina. Pero la enseñanza y conducta de Jesús nos dice que no responde a la realidad. Dios ofrece siempre la oportunidad de un perdón que regenera a la persona; y cuando él perdona rompe la ficha del archivo y comienza historial nuevo. La parábola del hijo pródigo es la escenificación de nuestra situación y de la misericordia de Dios, significado en el padre; es un canto al amor perdonador de Dios; es la síntesis de la buena nueva de Jesús. Así es Dios, tan bueno, tan comprensivo, tan indulgente con quien se arrepiente, tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como el padre que se alegra del retorno de su hijo. Te bendecimos, Padre, porque eres misericordioso y perdonas compasivo nuestras culpas. 122

No nos tratas como merecen nuestros pecados, sino que corres a nuestro encuentro y, como al hijo pródigo, nos colmas de ternura. En las parábolas de la misericordia Cristo nos dejó una radiografía exacta de tu corazón de padre. Hoy queremos desandar nuestro camino equivocado para descansar al fin en tus brazos abiertos, dejándonos querer por ti Así, rehabilitados por tu amor, podremos sentarnos a tu mesa con todos los hermanos.

Lunes: Tercera Semana de Cuaresma 2Re 5,l-15a: Curación del leproso Naamán por Elíseo. Le 4,24-30: Jesús es enviado a todos los hombres.

AMPLITUD DE HORIZONTES 1. La salvación de Dios no es monopolio. En la primera lectura se narra la curación del leproso Naamán, general del ejército del rey de Siria. Después de lavarse siete veces en el río Jordán por indicación del profeta Elíseo, quedó completamente curado de la lepra. Aunque al principio se había mostrado renuente, al verse curado proclamó como único al Dios de Israel. En el evangelio de hoy subraya Jesús que Naamán no era judío, sino pagano; lo que no fue obstáculo para alcanzar el favor de Dios por medio de su profeta. Como Elíseo y como Elias, Jesús se sabe enviado no sólo a los judíos, sino a todos los hombres para salvarlos. Afirmar esto en la sinagoga de Názaret despertó la ira de sus paisanos, que intentaron despeñarlo sin conseguirlo. Se estaba verificando al pie de la letra la afirmación inicial de Jesús: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra", con la cual venía a responder a la pregunta que con desconfianza se hacían sobre él: "¿No es éste el hijo de José?" Los paisanos de Jesús, lo mismo que el resto de los judíos, estaban convencidos de que la salvación de Dios era monopolio judío; las naciones paganas quedaban excluidas. Dios era hebreo y sólo hebreo, según ellos. Y Jesús viene a decirles que están equivocados, porque Dios tiene horizontes más amplios. La redención de Cristo es para todos los hombres y pueblos, razas y naciones. Si hubieran aprendido la lección de la historia, por ejemplo, la actuación de los profetas Elias y Elíseo con paganos como la viuda de Sarepta, el primero, y Naamán el sirio, el segundo, entenderían que 123

Dios se da a todo hombre y mujer que buscan el bien y la verdad con buena voluntad y absoluta honradez. 2. El ungido del Señor. El evangelio de hoy, tomado de Lucas, muestra ya desde el principio el protagonismo del Espíritu en la persona, vida y ministerio apostólico de Jesús. Es el Espíritu quien interviene destacadamente en la encarnación y bautismo de Cristo y quien lo unge al comienzo de su actividad profética. Por eso en la sinagoga de Nazaret se autoaplica Jesús el texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor... Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Esto pareció demasiado a los oyentes de Jesús. En los pasajes paralelos de sus evangelios, Marcos y Mateo hacen notar que Jesús no pudo repetir en su patria chica los milagros de Cafarnaún, como querían los nazaretanos, porque les faltaba la fe en él como mesías enviado de Dios. Los que le conocieron desde pequeño son incapaces de asimilar el "escándalo" de la encarnación de Dios en la raza humana. ¿Es que puede ser el mesías el hijo de María y de José el artesano? Lucas adelanta ya al comienzo de la predicación de Cristo la suerte final del mismo. Rechazados él y su mensaje por el pueblo judío, su evangelio de salvación alcanzará a otros pueblos. Se inaugura así la misión entre los paganos o gentiles, tema querido de Lucas y que expondrá sobre todo en la segunda parte del libro de los Hechos. 3. También nosotros, los cristianos, hemos sido ungidos por el Espíritu en el bautismo y la confirmación para testimoniar y secundar la misión liberadora de Cristo. El don del Espíritu no es tampoco monopolio de la jerarquía eclesiástica, como lo demuestran los textos paulinos sobre los carismas, entre los que el amor cristiano ostenta la primacía (ICor 12-13). Un mismo y único Espíritu es el que anima la vida de la Iglesia hacia dentro y hacia fuera en su proyección misionera. Si no queremos dejar apagar el Espíritu de Jesús en nosotros y en nuestra comunidad, hemos de comprometernos a fondo perdido en la lucha por la liberación de los más pobres y débiles, según el programa de Cristo en la sinagoga de Nazaret. Pero hemos de hacerlo con el amor con que lo hacía Jesús. Pues no podemos implantar la justicia en las estructuras sociales sin estar nosotros mismos convertidos, es decir, sin el amor y la fuerza del Espíritu de Dios que nos libera interiormente. Nos incumbe una ardua y hermosa tarea de conversión, oración, 124

alabanza a Dios y amor a los hermanos. Ése fue el camino y el estilo de Jesús, y no hay otro que nos valga. Es justo darte gracias, Señor, Dios nuestro, con todos los que participan del gozo de la buena nueva que Jesucristo, tu Hijo y tu ungido, vino a traernos. Tú no nos dejas solos en la noche y en las lágrimas, sino que nos abres una senda de luz y de liberación. Te bendecimos con todo el impulso de nuestro espíritu y queremos celebrar unidos la fiesta de tu amor. Sé tú, Señor, nuestro presente y nuestro futuro; así la desesperanza no dominará a los que creemos en ti Maníannos firmes en la fe y en la fidelidad para que tus promesas se nos hagan realidad eterna. Amén.

Martes: Tercera Semana de Cuaresma Dan 3,25.34-43: El sacrificio agradable a Dios. Mt 18,21-35: Parábola del deudor despiadado.

MÁS ALLÁ DE LAS MATEMÁTICAS 1. El sacrificio agradable a Dios es un corazón humilde y contrito. Así lo dice la primera lectura, que es un extracto del cántico-oración de Azarías en el horno de fuego al que fue arrojado por Nabucodonosor. Es una súplica nacida de un corazón profundamente entristecido a la vista de la nación judía, privada de guías y en bancarrota total. Se acentúa aquí el valor del sacrificio espiritual de expiación, que compromete al hombre más que las ofrendas rituales. "Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros... Que éste sea hoy nuestro sacrificio agradable en tu presencia". La auto-oblación del siervo paciente, según Isaías, y realizada plenamente en Cristo, será el tipo del sacrificio futuro. La comunidad eclesial, todo cristiano, debe entender el culto como un "sacrificio espiritual" de la propia vida y persona a Dios. Esto es lo que nos conseguirá el perdón de Dios, cuya ternura y misericordia son eternas (salmo responsorial). Del perdón de Dios y de la reconciliación con los hermanos habla también Jesús en el evangelio de hoy. El tema lo introduce la pregunta 125

del apóstol Pedro al Señor, como un eco de la casuística rabínica: "Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". Réplica a la medida de la venganza salvaje de Lamek: setenta y siete veces (Gen 4,24). Jesús propone un perdón fraterno ilimitado; es la única manera de romper la espiral del odio y de la venganza. Mas ¿por qué tal perdón sin límite? ¿Qué es lo que sustenta tal doctrina y conducta? El comportamiento de Dios con nosotros, como explica Jesús en la parábola que sigue a continuación: la del deudor despiadado. El empleado que debe una suma fabulosa a su rey, una vez perdonado completamente por el rey-Dios, debiera perdonar a su vez al compañero que le debe una minucia. Al no hacerlo, él mismo se autocondena a perder el favor y el perdón recibidos. 2. Signo y testimonio del perdón recibido de Dios ha de ser nuestra disposición al perdón fraterno ilimitado. Es ésta una de las actitudes características del auténtico discípulo de Cristo. Porque experimenta la misericordia del Señor en su vida y se sabe reconciliado con Dios, el cristiano está invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado. El perdón que hemos de conceder a quien nos ofende no es sólo condición y medida del que Dios nos otorga, como decimos en el padrenuestro, sino también testimonio y signo del perdón recibido de Dios. Aunque la Biblia nos ofrece algunos ejemplos aislados de perdón en el Antiguo Testamento, tales como José a sus hermanos y David a Saúl, podemos decir que, superada la ley del talión, consagrada y regulada por la ley de Moisés, el perdón fraterno es una adquisición de la plena luz neotestamentaria. Abrió el camino el propio ejemplo de Cristo que muere perdonando a quienes lo crucifican, y lo siguieron el diácono Esteban y el apóstol Pablo perdonando a sus perseguidores. El deber cristiano del perdón y de la reconciliación fraterna no es una ley fría e impersonal, como un imperativo moral impuesto desde fuera, sino una consecuencia necesaria del perdón ya recibido. Este último es el indicativo que fundamenta el imperativo del perdón fraterno. Solamente será capaz de perdonar a los demás el que haya experimentado cada día en su carne la alegría de un perdón que lo rehabilita continuamente como persona y como hijo de Dios. Quien no se siente perdonado, no ama; pero aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho a su vez. Cuántas veces nos hemos acercado al sacramento del perdón que es la penitencia. ¿Por qué no salimos perdonando a los demás? ¿Por qué no sentimos la necesidad de compartir con los hermanos el perdón recibido de Dios? ¿Por qué seguimos viendo la paja en el ojo ajeno, sin 126

que nos moleste la viga en el propio? ¿No es ésta una denuncia de la rutina de nuestras confesiones y celebraciones penitenciales? Serios puntos de examen para un día de cuaresma, que nos urgen a una conversión sincera al Señor y al amor que olvida y perdona. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo, víctimas de un formulismo religioso. Te damos gracias, Señor, por tu perdón sin límites con el que muestras tu amor sin medida hacia nosotros. Todos ante ti somos deudores insolventes de millones, pero tan ruines que no perdonamos al otro ni un céntimo. Tú, Señor, eres comprensivo con nuestros fallos, pero nosotros somos intolerantes con los demás. Cuánto nos cuesta decir: Me he equivocado; pido perdónDanos, Padre, un corazón nuevo y enséñanos a perdonar las injurias como tú nos perdonas en Cristo. Así seremos sus discípulos e hijos tuyos de verdad. Amén.

Miércoles: Tercera Semana de Cuaresma Dt 4,1.5-9: Guardad y cumplid los mandatos del Señor. Mt 5,17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud.

LA PLENITUD DE LA LEY 1. La ley y los profetas. Tomada del primer discurso de Moisés según el Deuteronomio, el texto de la primera lectura acentúa el cumplimiento de los mandatos del Señor: "Así viviréis..., y ellos serán vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante las demás naciones". Se establece aquí un nexo profundo entre ley y vida, ley de Dios y felicidad del hombre, porque mediante la ley de la alianza el Señor está próximo a su pueblo. El libro del Deuteronomio (= segunda ley, en griego) es el último de los cinco del Pentateuco o ley de Moisés y constituye una "teología" de la historia israelita vista con la perspectiva que dan los siglos a los hechos narrados. Su redacción definitiva data probablemente de los tiempos del destierro babilónico, en los círculos sacerdotales (s. via.C). Jesús dice que no vino a abolir esa ley, junto con los profetas, es decir, el Antiguo Testamento, sino a darles plenitud. Los tres versillos 127

del evangelio de hoy introducen las seis antítesis del discurso del monte en que Jesús delinea la nueva justicia del reino de Dios, es decir, la nueva santidad y fidelidad. La frase inicial es clave: "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud". De ahí se desprende la importancia del cumplimiento de la ley en toda su extensión; como hizo Cristo mismo, aunque criticara duramente la interpretación que de la ley hacían los maestros judíos conforme a las tradiciones rabínicas. La alternativa que Jesús propone a la ley mosaica no es la simple abolición, sino una mayor perfección y exigencia, una fidelidad más radical, una santidad más profunda. La ley nueva de Cristo, la ley del Espíritu, fundamenta una moral y una ética religiosa en dinamismo progresivo, interior, totalizante y acorde con el ritmo ascendente de la revelación. Así lo demuestran las seis antítesis que seguirán. Porque "os lo aseguro: si no sois mejores (= si vuestra fidelidad no es mayor) que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (v. 20). 2. Cristo es la plenitud de la ley. Esta fidelidad mayor es la que quiere Jesús de su discípulo y la que diferencia a la comunidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, a los miembros de la sinagoga y de la Iglesia. San Pablo, que profundizó el tema de la ley mosaica en relación con la fe en Cristo y su nueva ley, afirma: "El fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente" (Rom 10,4). Cristo fue el cumplimiento pleno y la realización acabada de la ley y profecías de la antigua alianza. El hecho de que Jesús ponga la plenitud de la ley del Reino en el amor que debe animar toda la vida del discípulo indica la importancia y función de la ley en sí misma. La ley es necesaria en toda sociedad civil o Estado de derecho, como expresión de las condiciones mínimas que hagan posible la convivencia y salvaguardia de los derechos humanos; de lo contrario, se impondría la ley del más fuerte. También la comunidad cristiana tiene una ley de gobierno en el Código de derecho canónico; pero la Iglesia y el cristiano saben que su ley primera y básica es el evangelio de Jesús. Así lo entendió san Francisco de Asís; ésa fue la única regla que en un principio estableció en sus comunidades de mendicantes. La ley mosaica cumplió bien que mal su función de pedagogo —"niñera", dice san Pablo—, que preparaba para la fe en Cristo Jesús (Gal 3,19ss). La ley sigue teniendo su misión de pedagogo para la educación progresiva del cristiano en el amor. Cuando éste llega a su madurez y perfección no se siente coaccionado por la ley; ésta le sobra. Así decía san Agustín: "Ama y haz lo que quieras"; pero primero ama. Y san Juan de la Cruz al final de la Subida al monte Carmelo escribe: "Por aquí ya no hay camino; que para el justo no hay ley". El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de 128

Cristo, la nueva justicia, la nueva santidad del Reino, la nueva fidelidad religiosa; porque, resume san Pablo, "amar es cumplir la ley entera" (Rom 13,10). Dichoso el pueblo que sabe aclamarte, Señor.Hoy te bendecimos, porque Cristo es nuestra ley. El es tu Palabra eterna, más estable que el cielo. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandamientos del Señor son enteramente justos, más preciosos que el oro, más dulces que miel en la boca. Tus mandatos, Señor, son rectos y alegran el corazón; tu norma es límpida y da luz a los ojos. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tu ley es mi herencia gozosa, la alegría de mi vida. Jamás olvidaré tu palabra, pues con ella me das vida. Inclina mi corazón a cumplir tu voluntad cabalmente amando sin límites, porque amar es cumplir tu ley entera.

Jueves: Tercera Semana de Cuaresma Jer 7,23-28: Gente que no escucha al Señor. Le 11,14-23: Controversia sobre un exorcismo.

ESCUCHA EFICAZ DE LA PALABRA 1. Un pueblo de sordos y ciegos. El texto de la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, pertenece a su tercer oráculo contra el culto vacío de la adhesión interior que brota de la escucha de la palabra de Dios. En boca del Señor, el pasaje rezuma amargura respecto de su pueblo, obstinado en la infidelidad: "La fidelidad se ha perdido, se la han arrancado de la boca". Por eso Jeremías tuvo que proclamar de parte de Dios la ruina inminente de la nación. Hecho que sucedió en tiempos del rey Joaquín con la primera deportación a Babilonia (597 a.C). Pero como Dios mantiene sus promesas, salvará a un resto del pueblo judío, a pesar de su dureza de corazón, como recuerda el salmo responsorial. La historia se repite. Cuando llegó Cristo a Israel encontró la misma obstinación, como vemos en el evangelio de hoy. Si los contemporáneos 129

de Jeremías eran sordos a la palabra de Dios, los de Jesús son ciegos a sus signos. Después de arrojar Cristo un demonio de un mudo, hay algunos que dicen: "Si echa los demonios, es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios". Absurdo, contesta Jesús: Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? "Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros". La expresión "con el dedo de Dios" —que es sustituida por "el Espíritu de Dios" en Mt 12,28— recuerda la actuación de Moisés y Aarón cuando las plagas de Egipto, que precedieron al éxodo de los hebreos. Aunque el faraón se mostraba renuente, los fracasados magos de su corte hubieron de reconocer ante los prodigios de Moisés: "Es el dedo de Dios" (Ex 8,15). Implícitamente, Jesús aparece aquí como un nuevo Moisés, liberador del pueblo, que arroja los demonios con su propio poder divino. Lo cual es signo, según Jesús, de la venida del reino de Dios al mundo de los hombres. Pero los críticos de Jesús, sus enemigos, no detienen su mala fe ante nada, hasta el punto de calumniarle como cómplice del demonio. Calumnia que es calificada por Marcos como imperdonable "blasfemia contra el Espíritu Santo" (3,29). Los judíos, como en general los antiguos, atribuían a posesión diabólica las enfermedades mentales y los casos de epilepsia. Frecuentemente Jesús se acomodó a tal mentalidad, sin hacer problema de ello, pues no invalidaba el alcance de sus curaciones milagrosas. 2. O por Cristo o contra él. En esta ocasión Jesús añadió: "El que no está conmigo, está contra mí", haciendo buena la profecía del anciano Simeón, que proclamaba a Cristo signo de contradicción y piedra de tropiezo: "Será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones" (Le 2,34s). En la opción que hemos de hacer entre los dos espíritus —por seguir la mentalidad semita—, entre el bien y el mal, es decir, a favor o en contra de Cristo y su Reino, no tenemos otra elección válida que la obediencia a la palabra de Dios, porque éste es el único camino que conduce a la vida. Solamente optando por Cristo, que es el más fuerte y "ha vencido el mal, será posible también nuestra victoria sobre el pecado que trata de señoreamos. Toda elección supone un sacrificio y una renuncia a algo. Así, en vez de ser esclavos del egoísmo tenebroso que quiere hacerse señor de nuestro bajo mundo, podremos derrotarlo a base de amor, venciendo el mal con el bien (Rom 12,21). Para consolidar esta opción por Cristo hemos de poner en práctica la palabra escuchada. Porque el peligro del culto vacío, fruto de la sordera a la palabra escuchada, como denunciaba el profeta Jeremías, tiene aplicación también hoy en nuestras comunidades cristianas. La 130

palabra de Dios es eficaz, ciertamente, pero no de manera automática, es decir, no sin nuestra colaboración. La manifestación más profunda de Dios, su palabra más personal, no se agota en la proclamación de las lecturas bíblicas ni en la predicación y comentarios de las mismas, con ser ambas importantes. El nivel más hondo de la eficacia de la palabra de Dios se alcanza en el misterio de la fe, es decir, en el mismo acontecimiento salvador que celebramos y que la palabra actualiza mistérica pero realmente, gracias a la presencia de Cristo resucitado actuando por su Espíritu en la comunidad congregada en la fe y en la escucha de la palabra. Nuestra generación, que consume ruido y sonidos en cantidad, apenas oye porque no escucha. Hemos de volver a la oración del silencio, dándole prioridad en muchos momentos de nuestra vida, especialmente en la celebración litúrgica, para escuchar interiormente la palabra eficaz de Dios y actuar conforme a ella. Te bendecimos, Señor, porque tu Reino vino a nosotros por el poder y los milagros de Jesucristo, tu Hijo. Te alabamos también por tantos hombres y mujeres que dedican su vida a vencer el mal de nuestro mundo y testimonian tu Reino como embajadores de tu amor. Queremos optar hoy, una vez más, por Cristo. No permitas que se endurezcan nuestros corazones. Concédenos percibir tus signos y la voz de tu palabra en la celebración litúrgica y los acontecimientos de la vida.

Viernes: Tercera Semana de Cuaresma Os 14,2-10: No llamaremos dios a los ídolos. Me 12,28b-34: El Señor es único y hay que amarlo.

AMAR ES LO PRIMERO 1. ¿Qué mandamiento es el primero? El texto de la primera lectura es la conclusión del libro del profeta Oseas, que vivió en el siglo vni a.C. entre las tribus del reino del norte, Israel, poco antes de la caída de Samaría ante el empuje de los asirios (722 a.C). Su mensaje se centra en la conversión a Dios, abandonando los ídolos. De esa conversión brotará la bendición de Dios como una primavera de prosperidad. 131

Oseas fue el primero en inaugurar la tradición profética que entendió en términos nupciales la alianza de Dios con su pueblo elegido; el pasaje de hoy canta el triunfo de ese amor perdonador. Sobre el amor versa también el evangelio de hoy, que parte de la consulta que un letrado le hace a Jesús sobre "qué mandamiento es el primero de todos". La pregunta tenía mucha trastienda. Los doctores de la ley mosaica la desglosaban en 613 preceptos, de los que 248 eran prescripciones positivas y 365 eran prohibiciones, tantas como días tiene el año. Había que cumplir todos los preceptos, pues constituían la Tora (= ley, en hebreo). Ésta comprendía tanto la ley escrita (el Pentateuco) como la ley oral de las tradiciones vinculantes, puestas también por escrito más tarde en los círculos rabínicos (la Mishná, s. n d.C.); esta recopilación dio origen al Talmud (s. v d.C). No era, pues, cuestión baladí el saber qué mandamiento es el principal. En su respuesta, Cristo se pronuncia no sólo sobre el primer mandamiento: amar a Dios, sino también sobre el segundo: amar al prójimo, para concluir en singular: "No hay mandamiento mayor que éstos". Porque el segundo mandamiento es "semejante al primero", se dice en el lugar paralelo de Mt 22,39; quedan así unidos y equiparados ambos. Esto es lo novedoso en la respuesta de Jesús, que, por lo demás, combina dos textos conocidos de todo especialista de la ley mosaica. Para el amor a Dios repite el "Shemá" (= Escucha, Israel...), que todo judío piadoso decía mañana y tarde (Dt 6,4s); y para el amor al prójimo se remite al Levítico (19,18), si bien para Jesús "prójimo" es todo hombre y mujer, y no sólo el pariente y el compatriota. 2. El amor es la clave. Amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios; así concluyó el escriba su diálogo con Jesús. Afirmación que el Señor aprobó, "viendo que había respondido sensatamente". El amor es más importante que la misma práctica cultual, porque es lo que le da valor. Necesitamos sinceridad y valentía para examinarnos del amor, que es lo central de la religión. A nivel institucional, el cristianismo puede parecer externamente a los ojos de un observador superficial, e incluso de algunos practicantes, como un conjunto religioso-moral más o menos recargado de normas y consejos evangélicos, mandamientos de Dios y de la Iglesia, leyes de moral, cánones de derecho eclesiástico a nivel diocesano y parroquial, así como constituciones y estatutos para los institutos de vida consagrada a Dios. Ver solamente esto es quedarse en la estructura, sin llegar a la vida que el Espíritu de Dios alienta en la Iglesia. Por otra parte, a nivel de la existencia personal, familiar y social, cada uno de nosotros se siente, en mayor o menor medida, como piezas dispersas de un rompecabezas. Desorientados por la propaganda consumista que nos manipula como marionetas, atraídos como niños incautos por ideologías mesiánicas, solicitados por sentimientos y afec132

tos contradictorios, esclavos de los pequeños ídolos y tiranos de la vida actual, tenemos más de una vez la sensación de vivir desintegrados en muchas piezas, como el hombre del "Guernica" de Picasso. Ante tal dispersión de nuestros centros de interés, hemos de hacer un alto en el camino para preguntarnos sobre nuestra motivación religiosa fundamental, es decir, sobre la pieza clave para ensamblar el rompecabezas. Y ésta no es otra que el amor indisoluble a Dios y al prójimo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, y a tu prójimo como a ti mismo. He aqui lo que dará sentido, cohesión y valía a toda nuestra vida si nos liberamos de los ídolos muertos, "obra de nuestras manos": dinero y orgullo, prepotencia y dominio, egoísmo y sexo, afán de tener y consumir. Mediada ya la cuaresma, hemos de profundizar en nuestra conversión a Dios y al hermano, avanzando por el camino de la fe y del amor; porque para ese doble encuentro no hay vía mejor ni más rápida que el amor, que es nuestro centro de gravedad. Te reconocemos, Señor, como nuestro único Dios, a quien debemos amar y servir con entero corazón. Dios Padre de ternura, cercano a los que te invocan, infunde tu amor en nuestros corazones para que amemos a los demás con el amor con que tú nos amas. Somos piezas dispersas de un rompecabezas. Ensámblanos, Señor, en tu amor y enséñanos a amar. Concédenos en este día de cuaresma convertirnos totalmente al amor a ti y a los hermanos. Queremos abandonar los ídolos de nuestro egoísmo, porque amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Sábado: Tercera Semana de Cuaresma Os 6,1-6: Quiero misericordia y no sacrificios. Le 18,9-14: Parábola del fariseo y del publicarlo.

DOS TIPOS DE RELIGIOSIDAD 1. Religiosidad de pacotilla. El contexto de la lectura del profeta Oseas es una liturgia penitencial del pueblo israelita que, ante el peligro de una inminente invasión asiría (s. vm a.C), espera obtener el perdón de Dios. Pero éste les previene de la inutilidad de una conversión su133

perficial y de un culto hipócrita, tan efímero "como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora". El Señor quiere misericordia y amor más que sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. En la misma idea abunda el salmo responsorial, el Miserere, salmo penitencial por excelencia (Sal 51). A esa religiosidad interior y auténtica se remite también Jesús en la parábola del fariseo y del publicano, que acuden al templo a orar. Jesús pretende mostrar gráficamente la misericordia de Dios, que apareció visiblemente en él mismo, quien vino a salvar lo que estaba perdido. La compasión de Dios es precisamente el punto de apoyo del pecador publicano, mientras el fariseo cree no necesitarla porque le sobran sus méritos. La lección de la parábola evangélica es que agrada más a Dios un pecador penitente que un orgulloso que se cree justo. Por eso el despreciable cobrador de impuestos, ladrón y estafador, alcanza la justificación de Dios, es decir, su salvación; y el fariseo intachable, no. Porque la salvación no es fruto de los méritos de nuestras buenas obras, sino pura gracia y favor de Dios, que por la fe nos hace hijos suyos en Cristo y en el Espíritu. Son dos tipos distintos de religiosidad los que Jesús opone, encarnándolos gráficamente en protagonistas tan dispares como el fariseo y el publicano. Así se indica al comienzo: "Jesús dijo esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás", es decir, los fariseos y cuantos siguen su línea. Como, por desgracia, el fariseísmo sigue estando vivo y todos poseemos parcelas personales de esta falsa actitud religiosa, la de quien se autojustifica mientras condena a los otros, los destinatarios globales de la parábola somos todos y cada uno de nosotros, tan proclives a una religiosidad de pacotilla. 2. El fariseo y el publicano. Para el fariseo, Dios no es un padre misericordioso, sino un fiel contable que asienta en sus libros todos y cada uno de sus méritos, fruto de su esfuerzo y de su observancia legal. El publicano, en cambio, entiende mucho mejor al Dios santo y compasivo, ante quien todos somos pobres y pecadores. El fariseo representa el modelo autosuficiente de una piedad meritoria. Según él, es Dios quien tiene que pagarle sus propios méritos, acumulados mediante una escrupulosa fidelidad que va incluso más allá de lo prescrito por la ley mosaica. Como piadoso fariseo, ayuna dos veces por semana, cuando por ley sólo estaría obligado a ayunar una vez al año: el día de la expiación. Además, paga el diezmo de todo lo que posee, aunque la ley del diezmo no era obligación del consumidor, sino del productor, y se limitaba al grano, el mosto y el aceite. Además, no roba, ni adultera, ni comete injusticias. Realmente, este fariseo es un santo. 134

. Lo malo es que, quizá sin mentir, convierte en autoincienso tal religiosidad; y lo peor de toda su "santidad" es que, inmisericorde, desprecia a los demás —especialmente al publicano que está a su lado—, porque, a diferencia de él, son pecadores: ladrones, injustos, adúlteros... El publicano o recaudador de impuestos es el reverso de la medalla. Su inventario espiritual está vacío por completo y su curriculum es impresentable: ladrón y usurero, sanguijuela de pobres, huérfanos y viudas, avariento y estafador, dechado de sinvergüenzas, perteneciente a la casta de hombres perdidos sin remedio. Por eso en su oración comienza por reconocerse pecador y culpable ante Dios. Pues bien, el desenlace de la escena parabólica es que el publicano volvió a su casa justificado por Dios, pues halló gracia ante él; y, en cambio, el fariseo, no. Los prototipos contrapuestos del fariseo y del publicano, traducidos a términos actuales, quieren decir que somos fariseos cada vez que apelamos a nuestra buena conducta ante Dios para reclamarle su recompensa, para creernos mejores que los demás y despreciar a los nuevos "publícanos" de nuestra sociedad: marginados y mendigos, alcohólicos y drogadictos, divorciados y abortistas, timadores y aprovechados, madres solteras, prostitutas, gitanos, emigrantes, etc. Pobres de nosotros si rezáramos: Te doy gracias, Señor, porque no soy como esa gente. Así nos autoexcluiríamos de la misericordia de Dios, que sólo alcanzaremos confesándonos pecadores y diciendo con sinceridad: Señor, yo no soy digno... Gracias, Señor, por la lección de conversión de hoy. Haznos entender que somos tan fariseos como pecadores, tan hipócritas como medianos, tan necios como soberbios. Enséñanos, Señor, la oración que te agrada: ¡Ten compasión de este pecador! Señor, yo no soy digno... Tú sabes muy bien lo miserable y despreciable que soy, pero tu ternura, tu amor y tu perdón no tienen límite; por eso salvas a todo el que se acoge a tu misericordia. ¡Bendito seas por siempre, Señor! Nosotros encasillamos fácilmente a los demás, pero tú brindas siempre una oportunidad de conversión, porque crees en el hombre a pesar de todo. Líbranos, Señor, de ¡a religiosidad de pacotilla, y haz, que la brisa de tu misericordia oree nuestro corazón con la esperanza y el gusto de tu banquete de fiesta. Amén.

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Lunes: Cuarta Semana de Cuaresma Is 65,17-21: Voy a crear un cielo y una tierra nuevos. Jn 4,43-54: Curación del hijo de un funcionario real.

UN NUEVO CIELO Y UNA NUEVA TIERRA

eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida" (Jn 5,24). Con sus milagros, como el de hoy, que eran los signos del Reino, Jesús demostró su poder no sólo sobre la enfermedad, sino también sobre la muerte, el enemigo número uno y siempre victorioso sobre la vida del hombre. Porque Cristo resucitó de entre los muertos, la última palabra no la tienen el pecado y la muerte, sino la vida y la salvación de Dios para el hombre que lo acepta por la fe y el bautismo. Cristo entregó su vida por la causa del hombre, y lo que desea es hacernos partícipes de su victoria definitiva sobre la muerte, es decir, de su propia resurrección que nos'franquea las puertas de la dicha sin límites.

1. La pascua, en perspectiva. Se abre hoy la cuarta semana de cuaresma, y la proximidad de la pascua se hace sentir en las lecturas bíblicas. Todo en cuaresma está orientado hacia la resurrección con Cristo. Por eso no es la cuaresma un tiempo tristón. El triunfo de Jesús sobre la muerte es el nuestro si creemos en él y renovamos y vivimos la opción bautismal. Tema que se irá acentuando progresivamente hasta el final de la cuaresma. En la aurora de la resurrección, primera mañana del universo nuevo, se realiza la creación por Dios del nuevo cielo y de la nueva tierra de que habla el Tercer Isaías, el posexílico, en la primera lectura. El Señor colmará de gozo a su pueblo y todo llanto desaparecerá de Jerusalén. ¿Hablará el profeta en clave mesiánica? El hecho es que su oráculo comenzó a tener realidad en Cristo gracias a su poder sobre la enfermedad y la muerte. Así lo hace ver el evangelio de hoy, tomado de san Juan, cuya lectura se continuará hasta el final de la cuaresma. La súplica de fe que un funcionario real de Cafarnaún hace a Jesús pidiéndole la curación de su hijo, mortalmente enfermo, arranca el milagro de una curación a distancia por el poder de Cristo, que se encuentra en Cana de Galilea. Jesús se manifiesta en este episodio como la vida en persona, tema que el evangelista Juan desarrolla en los capítulos siguientes al de hoy. La narración de este milagro quizá sea la versión joánica de la curación del siervo del centurión, que refiere la tradición sinóptica (Mt 8,5ss y Le 7,lss). Juan le da todo el realce de "segundo signo" de Jesús en Cana, donde antes había convertido el agua en vino.

3. Oración de petición y gratuidad. Es la tercera idea que sugiere la liturgia de la palabra en este día de cuaresma. El padre del niño enfermo, al acudir suplicante a Jesús, admite humildemente que la situación se le escapa de las manos; pero solamente después de acaecida la curación llega a ser un "creyente". La súplica de petición a Dios es un reconocimiento humilde de nuestra dependencia de él; pero tal oración no debe agotar nuestra relación con Dios. Nuestro estilo más habitual es olvidarnos de Dios cuando la vida nos sonríe y acordarnos de él cuando las cosas nos van mal. Sin embargo, Dios es más que un tapagujeros y más que un supermédico. El es el centro de nuestra vida y, por lo mismo, merece y pide también nuestra oración de alabanza y adoración. Un buen creyente no piensa en Dios sólo cuando lo necesita. Una persona que quiere a otra cultiva el detalle del cariño desinteresadamente, como el marido que regala flores a su mujer nada más que para decirle que la quiere y recordarle que ha pensado en ella. Así también nuestra actitud respecto de Dios debe ser lo más desinteresada posible y con el mayor nivel de gratuidad a nuestro alcance. Él se lo merece.

2. Una fe en progreso. La fe del funcionario real al servicio de Herodes Antipas se refiere, en un principio, al poder taumatúrgico de Jesús. Después se fía de su palabra cuando el Señor le dice: Anda, tu hijo está curado. Y más tarde, al comprobar personalmente la veracidad de tal aserto, cree en Cristo, y con él toda su familia. Es un proceso ascendente de fe: primero creyó en el poder curativo de Jesús de Nazaret, después en su palabra y, finalmente, en su persona. Aquí se completa la fe. El contacto con Cristo es fuente de vida y nueva creación, que perdura y no pasa como el mundo que nos rodea. Él puede renovarnos cada día, aunque el cuerpo se vaya desmoronando. "Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, posee la vida

¿Cómo no te bendeciremos, Señor, Dios de la vida, si, quitando el velo de tristeza que cubría la tierra, cambiaste la noche en día con la resurrección de Cristo? En la mañana de pascua creaste el cielo y tierra nuevos, habitados por hombres y mujeres libres. Cristo venció el pecado, la enfermedad y la muerte, y de su victoria participamos por la fe y el bautismo. Concédenos, Señor, prepararnos a la pascua próxima mediante una vivencia profunda de la opción bautismal; y renueva nuestro corazón convirtiéndolo a la esperanza y al amor gratuito que se entrega sin interés ni medida.

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Martes: Cuarta Semana de Cuaresma Ez 47,1-9.12: La fuente del templo. Jn 5.1-3a.5-16: El enfermo de la piscina de Betesda.

EL AGUA QUE REGENERA 1. El agua, signo de vida y bendición. En este día de cuaresma las lecturas bíblicas hablan del agua como signo de vida y nueva creación. En la primera lectura el profeta Ezequiel, desde el destierro babilónico, consuela al pueblo con la visión de la nueva Jerusalén, de cuyo templo —al igual que en la Sión celeste del Apocalipsis 22, ls— brotan ríos de agua que todo lo fecunda, llenando de vida el desierto y hasta de peces el mar Muerto. Reminiscencia del río que con sus cuatro brazos regaba el jardín del paraíso y en cuyas márgenes crecía el árbol de la vida(Gén2,10ss). En todo el Antiguo Testamento, a partir del agua de la roca del Horeb, que apagó la sed del pueblo israelita en el desierto, el agua es señal de la bendición de Dios y de su presencia salvadora. "El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios", dice el salmo responsorial de hoy. Como tema bíblico, en los libros proféticos y sapienciales el agua es símbolo de los bienes mesiánicos y de la sabiduría, respectivamente. Igualmente, en el Nuevo Testamento el agua es vida, resurrección y anuncio del bautismo en el Espíritu. Cristo Jesús, que es esa bendición de Dios que el profeta entrevio para su pueblo, convirtió en Cana el agua de las purificaciones en el vino nuevo del Reino, y junto al pozo de Jacob se autorreveló a la samaritana como el agua viva, cuyo chorro alcanza hasta la vida eterna y apaga para siempre la sed del hombre. Esa agua viva es el don de Dios, unido necesariamente al conocimiento de Jesús, porque él es el don del Padre para la salvación del mundo. Además, el agua viva dice relación al Espíritu Santo, como insinuó Jesús: "El último día, el más solemne de la fiesta (de las Tiendas), Jesús en pie gritó: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7,3 7ss). Y en otro lugar dice Cristo a Nicodemo: El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios (3,5). Así el agua y el Espíritu hablan el mismo lenguaje bautismal en la simbología sacramental joánica. 2. Regeneración bautismal. El agua y el Espíritu están en mutua referencia bautismal para regeneración y vida del que cree en Jesús, de cuantos queremos en esta cuaresma recorrer de nuevo el itinerario 138

de la fe de nuestro bautismo para morir con Cristo al pecado y resucitar con él a la vida nueva de Dios. El evangelio de hoy sitúa a Jesús ya en Jerusalén, la ciudad que mataba a los profetas. En la piscina de Betesda realiza Cristo la curación física y espiritual de un enfermo que llevaba treinta y ocho años esperando quién lo metiera en las aguas termales cuando éstas se removían. Aquel día era sábado: "Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado". En los evangelios de estos días, a partir de hoy, irá creciendo la oposición a Cristo por parte de sus enemigos, hasta culminar en su pasión y muerte. El paralítico y los numerosos enfermos que yacen en los cinco soportales de la piscina esperando su curación, como hacían los devotos del dios griego de la salud, Asclepios, en su santuario de Epidauro, son imagen de una humanidad doliente que ansia el agua de una difícil salvación integral, siempre aplazada: "Señor, no tengo a nadie que me ayude". Pero hubo alguien que tomó sobre sí nuestras dolencias y enfermedades: Cristo, el varón de dolores, que mediante los sufrimientos de su pasión y el agua y la sangre que brotaron de su costado abierto nos sanó a todos. En la mañana de su resurrección gloriosa comenzaron el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva creación de Dios, la nueva humanidad, porque con Cristo el plan salvador de Dios entró en la recta final del cumplimiento de las promesas. También hoy Cristo nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quieres quedar sano? ¿Quieres curarte de tu pecado y mezquindad? ¿Quieres dejar tu camilla de inválido y comenzar a caminar? ¿Quieres saciar tu sed inextinguible de felicidad y liberación total? Repasa de nuevo el camino del agua y de la fe de tu bautismo; en él se operó tu nacimiento a la vida nueva de Dios, a la filiación divina y a la fraternidad eclesial. Tu vida puede cambiar si renuevas a fondo tu opción bautismal. Loado seas, Señor, por la hermana agua, que es útil, casta, humilde y preciosa en su candor. Esa agua de Dios que me regeneró en el bautismo; esa agua viva, surtidor que alcanza la vida eterna y calma para siempre la sed de tus hijos. Esa agua bautismal que es nueva creación y luz amanecida en la primera aurora del universo nuevo: en la resurrección gloriosa de tu Hijo, Cristo Jesús. Gracias, Padre, por tu Espíritu que me da vida. Ahoga mi condición pecadora en el río de tu amor; ábreme a la fraternidad con mis hermanos los hombres y haz que dé fruto cada día para tu Reino. Amén.

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Miércoles: Cuarta Semana de Cuaresma Is 49,8-15: El amor de una madre. Jn 5,17-30: El Hijo da vida a los que creen.

AMOR QUE CREA VIDA 1. Amor de madre que crea vida. La primera lectura, tomada del Segundo Isaías, se sitúa en el destierro de los israelitas en Babilonia (s. vi a.C). Recordando sus días felices en Sión, los deportados clamaban en medio de su amargura: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado". Por boca del profeta, Dios les recuerda su fidelidad y su amor: "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré". Amor que se manifestará en la repatriación próxima, porque Dios no se olvida de sus fieles, aunque éstos no lo merezcan. El evangelio de hoy empalma con el de ayer. En él responde Jesús a quienes le criticaban porque, según ellos, había violado el sábado curando al paralítico de la piscina de Betesda. Y contesta añadiendo un motivo más de escándalo al llamar a Dios Padre suyo y hacerse igual a Dios: "Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo... Lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace... Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere". Así comienza Cristo su discurso sobre la obra del Hijo, que continuaremos leyendo mañana. Según el Génesis, Dios descansó al séptimo día, después de completar la creación. De ahí la institución judía del sabbat, que significa descanso. Pero su reposo no fue inactividad, sino mantenimiento en la vida de todo lo que creó. Igualmente, Jesús da salud y vida, incluso en día de sábado, porque él es el señor del sábado, que se estableció para el hombre, y no viceversa. 2. La obra fundamental de Jesús es revelar el amor que Dios tiene al hombre y transmitirle la vida divina, porque tiene poder para ello. Ese amor de Dios crea vida, transforma y regenera; experimentarlo es pasar de la muerte a la vida, presente y eterna. Por eso decía Jesús: "Quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida". Dios se comunica al hombre como lo hace toda persona, es decir, a través del lenguaje. Pues bien, la palabra de Dios es Cristo Jesús, su Hijo; por él se nos revela, se nos comunica y se nos da. Mas para lograr ese objetivo, Dios hubo de usar un lenguaje que encontrara eco en la vida y experiencia humanas, pues el ser humano es su destinatario. Por eso el Hijo de Dios se hizo hombre, nos descubrió a Dios como Padre, 140

anunció una buena nueva de salvación y en sus parábolas habló de la alegría del Reino que es la felicidad del hombre. Así encuentra eco en éste su mensaje. Igualmente, la palabra de Cristo hoy a través de la Iglesia y de los cristianos ha de encarnarse en los centros de interés del mundo y del hombre actuales: en sus esperanzas y angustias, en sus logros y frustraciones, en el sentido de la vida y de la solidaridad humana, en el progreso y la justicia, en la liberación y los derechos humanos. 3. En contacto con la Vida. Al igual que Israel en el exilio, en los momentos difíciles de la vida nos preguntamos a veces si Dios se acuerda y preocupa de nosotros. Entonces se pone a prueba nuestra fe. En el aprieto e infortunio es cuando, acudiendo a la oración, hemos de creer más firmemente que Dios no nos ha abandonado, sino que sigue amándonos igual y más que antes. En los momentos de crisis sólo puede rehabilitarnos un encuentro personal y suplicante con el Dios que es vida y amor, y que los da a quien con él se comunica. La oración lo es todo en nuestra vida cristiana, como lo fue para Jesús: comunicación personal con Dios y experiencia de su amor que nos dignifica; apertura al don de la salvación divina y conciencia de nuestra identidad cristiana y condición filial; súplica, bendición y alabanza de su gloria; superación de las crisis de fe y de esperanza; fuerza y aliento en la tarea de cada día; fecundidad del grano de trigo que muere al egoísmo sin horizontes; amor solidario con los hermanos y con el mundo; compromiso con la vida, la fraternidad, la justicia y la liberación humana integral; vivencia y renovación de nuestra alianza con Dios por el bautismo. Te damos gracias, Señor, porque al sentirnos solos y abandonados hay alguien que piensa en nosotros. Eres tú, que nos quieres más que una madre a su hijo, porque sientes ternura por el hombre, tu criatura. En Cristo, tu palabra de vida, nos dices que somos queridos por ti y que nos sostienes con tus manos. No nos juzgues, Señor, conforme a nuestra mezquindad. Haznos experimentar tu amor, tu perdón y tu vida en Cristo resucitado, tu Hijo, en quiencreemos y cuya palabra escuchamos con fe despierta y activa. Así regenerados por tu amor de Padre, y restablecidos a nuestra condición de hijos tuyos, alcanzaremos la vida que nos da Jesús para siempre. Amén.

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Jueves: Cuarta Semana de Cuaresma Éx 32,7-14: El becerro de oro. Jn 5,31-47: Testigos a favor de Cristo.

EN MEDIO DE LA INCREENCIA 1. Un proceso judicial. Tanto la primera lectura como el evangelio de hoy muestran la obcecación y mala fe de los judíos. Mal que venía de antiguo, pues ya Moisés hubo de interceder ante Dios por su pueblo cuando, recién concluida la alianza con Dios, los israelitas construyeron y adoraron al becerro de oro. Igualmente nuestro gran mediador, Jesús, hubo de afrontar la incomprensión y mala voluntad de los jefes judíos, que se niegan a ver en él al mesías enviado por Dios. En el evangelio de hoy cobra relieve el proceso judicial que a lo largo de todo el evangelio de Juan tiene lugar entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y sus enemigos. Después de curar en sábado al inválido de la piscina de Betesda, Jesús prosigue su defensa a base de testigos, para acabar por constituirse en juez de sus opositores. El testimonio en favor de Cristo, de su persona y de su misión es múltiple y contundente. En primer lugar, Juan el Bautista; después, la elocuencia misma de las obras que Cristo realiza, o sea, las obras del Padre, quien testifica así también en favor de su enviado, y, finalmente, el aval de toda la Escritura que ha precedido a la venida de Jesús. A pesar de esta abrumadora evidencia, los judíos no creen en Cristo. ¿Por qué? Si bien la fe es don de Dios, se requiere la colaboración del nombre, la disposición humilde de apertura a él. Jesús señala estas dos razones que propiciaban la incredulidad de los jefes judíos: primera, el amor y la verdad de Dios no están en ellos; y segunda, son orgullosos que buscan su propia gloria y no la de Dios. Prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. No obstante, Jesús les dice: "No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre; hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza". Sólo con la fe se puede ver en Jesús de Nazaret el rostro de Dios, el vivo retrato del amor que da vida al hombre, como lo demostró Cristo perdonando a los pecadores y curando a los enfermos. Esas son las obras de Jesús, que son también las del Padre; pero fueron rechazadas por la incredulidad de los judíos. 2. En medio de la increencia. A los que buscan su interés y su gloría les cuesta aceptar un Dios amigo^ de los pecadores y de los pobres, de los marginados e ignorantes. Ésa fue la imagen del Padre que reflejó Cristo, demostrando con su solidaridad y atención al hombre que éste es la gloria de Dios. Sobre todo cuesta aceptar a un Dios 142

crucificado, porque la cruz de Cristo derriba el pedestal del becerro de oro, es decir, los falsos dioses que el hombre se crea: poder y soberbia, riqueza y bienestar, sexo y consumismo. Jesús tuvo que aguantar la increencia de sus contemporáneos. Igualmente su discípulo de hoy tendrá que vivir en medio del fenómeno actual de la increencia, que ha pasado de ser reducto de minorías intelectuales a ser patrimonio de masas. Esto nos obliga a reafirmar nuestra opción personal de fe y a revisar la imagen que de Dios, de Cristo y de su evangelio ofrecemos al mundo los cristianos. ¿Cuál es la reacción de los creyentes al desafío de la increencia actual? Ante los tiempos que corren, en algunos se produce un repliegue por miedo, pesimismo o complejo de acoso. Eso es olvidar la historia. Todos los tiempos han sido difíciles para la fe, "tiempos recios", como decía santa Teresa de Avila. Otros, los más, se dejan contagiar por los principios en boga. Por eso, aunque las estadísticas de confesión religiosa son entre nosotros ampliamente favorables a la fe católica, las encuestas y la experiencia demuestran que los criterios y conducta de muchos que se dicen creyentes no son más religiosos que los de quienes se declaran no creyentes. La respuesta que se pide hoy al discípulo de Cristo es tomar la situación de increencia como un reto y una oportunidad que, al descubrir también nuestras deficiencias, propicia una continua conversión evangélica, personal y comunitaria, para vivir y testimoniar mejor nuestro seguimiento de Cristo. Para esto, antes de nada, hemos de reconstruir nuestra propia identidad cristiana y ahondar nuestra experiencia de fe mediante el contacto personal con Dios. San Pablo decía: Creí, por eso hablé (ICor 4,13). El encuentro con Cristo resucitado es anuncio de vida y salvación para el cristiano y para todos aquellos con quienes éste se relaciona. Con todos aquellos cuyos nombres están en tu libro, te bendecimos, Señor de la vida y de la esperanza, porque nos descubres tu rostro y oímos tu voz en la persona y palabra de Cristo, tu Hijo resucitado. Concédenos creer firmemente en medio de la increencia; para eso haz que tu amor y tu verdad habiten en nosotros. Ayúdanos a derribar los ídolos de nuestro corazón. Queremos buscar en todo tu gloria, Señor, Dios nuestro. ¿Cómo revelar tu nombre a los que te ignoran sino a través del testimonio del amor? ¡Dichoso el pueblo que sabe aclamarte por siempre, Señor!

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Viernes: Cuarta Semana de Cuaresma Sab 2,la.l2-22: Condenaremos a muerte al justo. Jn 7,1-2.10.25-30: Trataban de prender a Jesús.

EL DESTINO DE JESÚS 1. Víctima del odio. La primera lectura se toma hoy del libro de la Sabiduría, último libro del Antiguo Testamento, escrito en griego hacia el año 50 a.C. por un piadoso judío de la diáspora en Alejandría de Egipto. En el texto se refleja la situación del israelita creyente, acosado por la increencia de una sociedad dominada por la cultura helenista. La persecución del justo por parte de los impíos anticipa y refleja el destino de Jesús de Nazaret, rechazado por sus contemporáneos. También él se considera Hijo de Dios, a quien conoce, siendo un reproche viviente para los jefes religiosos del pueblo judío, que tergiversaban la Escritura y corrompían la religión mosaica. Y, finalmente, también él es condenado a muerte ignominiosa para comprobar la promesa de ayuda que Dios le ha hecho. Pero "aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor" (salmo responsorial). En el evangelio de hoy, cuyo tema se continúa en el de mañana, se va preparando ese desenlace fatal. Los judíos trataban de matar a Jesús, pero todavía no había llegado su hora; por eso marcha el Señor a Galilea y, cuando sube a Jerusalén a la fiesta de las Tiendas, lo hace en secreto. No obstante, con acento profétíco y como un desafío, "mientras Jesús enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. A ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado". Los responsables judíos no ven en Cristo más que a un hombre ordinario, porque los letrados y doctores de la ley mosaica, supuestos conocedores de la Escritura, no conocen a Dios. Más todavía: ven a Jesús como un peligro muy grave para su seguridad, es decir, para el tinglado religioso que ellos habían montado. Les cegaba su maldad; no conocían los secretos de Dios. Hasta última hora, al pie de la cruz en que moría Jesús, tentaron a Dios diciendo: "Salvó a muchos y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él" (Mt 27,42). Ni aun así hubieran creído; aparte de que Dios quiere una fe libre y no coaccionada por un milagro aplastante. 2. Nuestro destino con Cristo. La persecución de que fue objeto Cristo se prolonga a sus discípulos. Jesús se lo predijo: "Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros... El mundo os odia porque no sois del mundo" (Jn 15,18s). Y san Pablo prevenía a su 144

discípulo Timoteo: "Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido" (2Tim 3,12). El cristiano auténtico, que es fiel al evangelio, no puede menos de convertirse, como Jesús mismo, en signo de contradicción, pues sus criterios desentonarán necesariamente de los del mundo. Si no abandona la carrera del seguimiento, el discípulo participará inevitablemente de la condición de su Maestro, que "vino a prender fuego en la tierra", abriendo así la era escatológica del juicio de Dios y anhelando un bautismo de fuego: su pasión y muerte por la salvación del mundo. Cristo es nuestra paz, efectivamente; pero no una paz a cualquier precio. Porque su paz no es conformismo con la injusticia, la violencia, el egoísmo, el desamor, la dulce comodidad del status quo, el laxismo y la mentira. La paz de Jesús no es la que da el mundo. Para alcanzar su paz hace falta una pelea contra el mal, una victoria de la luz sobre las tinieblas, una guerra en última instancia. Es la violencia que supone el reino de Dios para darle alcance (Mt 11,12). Nos ronda el cansancio y el miedo ante la incomodidad que conlleva el ser cristiano hoy. Para seguir a Cristo y mantener nuestra opción bautismal necesitamos pedir la fortaleza del Espíritu, porque nuestro destino está ligado al de Cristo, que hubo de soportar la oposición. No perdamos el ánimo, sino que, como el atleta, "quitándonos de encima lo que nos estorba y el pecado que nos ata, corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en aquel que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, renunciando al gozo inmediato soportó la cruz sin miedo a la ignominia y ahora está sentado a la derecha del Padre" (Hebl2,ls). Cuando sentimos la tentación de abandonar y de hacer papel mojado y tinta corrida nuestras promesas bautismales, el recuerdo del ejemplo de Cristo y de la victoria final con él ha de ser el aliento para nuestra debilidad humana. Je bendecimos, Padre, porque hoy nos das a entender que lo que tú quieres de nosotros es aceptar, como Jesús, el riesgo y la locura de amar sin medida. Él subió a la fiesta de la recolección y la vendimia, y del lagar de su cruz brotará el vino nuevo del Reino. Hazque, como Cristo, no temamos el odio del mundo, porque él llamó dichosos a los perseguidos por seguirle. ¡a a todos los que sufren la paz que de ti mana. Concede a los que sienten la soledad de la cruz el consuelo de tu presencia y de tu amor de Padre, y completa en nosotros la obra que ya has comenzado.

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Sábado: Cuarta Semana de Cuaresma

saje. El mayor pecado es, sin duda, cerrar la voluntad y el corazón a la verdad.

Jer 11,18-20: Como cordero manso llevado al matadero. Jn 7,40-53: Discusiones sobre el origen de Jesús.

2. Testimonio sin miedo. La intervención de Nicodemo en favor de Jesús es muy significativa. El, que en otra ocasión contactó con Jesús de noche y en secreto por miedo a sus colegas, los jefes religiosos, es ahora quien da la cara por él. Su miedo se ha cambiado en valentía, porque abrió su corazón a la verdad. Pues bien, su caso es un ejemplo para nosotros. Con frecuencia el miedo a confesar nuestra fe en Cristo, el miedo a significarnos, el miedo al ridículo, a perder nuestra reputación y seguridad, nos lleva a debilitar, si no a traicionar, nuestras convicciones. El miedo a comprometernos a seguir a Cristo incondicionalmente puede a veces con nosotros. Cuando confrontamos el evangelio con nuestros criterios personales y los que se llevan en torno nuestro, sentimos el vértigo del desánimo al ver que a cada paso que damos perdemos el compás. La palabra de Dios es fuego candente, y cedemos a la tentación de querer asirla con pinzas para no quemarnos. Como Jesús lo sabía, previno contra el miedo a sus apóstoles cuando los envió a anunciar el evangelio: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Pero si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo" (Mt 10,28ss). El testimonio valiente de la fe cristiana, el tomar partido por el evangelio, el dar la cara por Cristo y por los hermanos, especialmente por los más olvidados, es actitud necesaria y de perenne actualidad. Esta confesión no se reserva solamente para las situaciones límite de persecución religiosa oficial y abierta, cuyo final es la cárcel, la tortura e incluso la muerte. No; es más bien tarea de todos los días en los mil detalles de la existencia cotidiana en medio de un ambiente cada vez más difícil y descristianizado. Pero Dios ayuda con su fuerza.

SIN MIEDO A COMPROMETERNOS 1. De Galilea no salen profetas. La primera lectura es una muestra de las confesiones autobiográficas del profeta Jeremías, que se siente rechazado por sus compatriotas. Como cordero manso es llevado al matadero, mientras oye a sus espaldas los planes homicidas contra él: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos; que su nombre no se pronuncie más". Palabras que la liturgia eclesial aplica a la pasión de Cristo. En su desolación el profeta clamaba por la venganza del Señor; pero en una situación similar Jesús de Nazaret, a quien prefigura Jeremías, opta por la consigna que había dado a sus discípulos sobre el amor a los enemigos: Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen. El salmo responsorial hace eco al dolor del justo perseguido y acusado falsamente: "Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables y apoya tú al inocente, tú que sondeas el corazón y las entrañas, tú el Dios justo". El texto evangélico de hoy evidencia la división de opiniones que suscitaba la persona de Jesús. Hay gente sencilla que lo reconoce como profeta e incluso como mesías. Pero los sabios y conocedores de la Escritura son precisamente los que menos entienden y los más reacios a creer en Jesús. ¿Es que de Galilea puede venir el mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de David? Como ayer, vuelve de nuevo el tema del origen humano de Jesús. El relato de Juan cobra fuerza narrativa. Los sumos sacerdotes y los fariseos son los más beligerantes contra Cristo, hasta el punto de recriminar a los guardias del templo por no haberlo prendido. Como éstos demuestran su admiración por Jesús, los apostrofan: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos". Pero hay un fariseo que pone la nota de moderación y sensatez. Es Nicodemo, que en otro tiempo se entrevistó con Jesús: ¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo? No obstante, los entendidos tratan de hacerle callar: "¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas". Una vez más queda patente que sólo mediante la fe podía darse alcance al misterio de Cristo y comprender su personalidad y su men146

Te damos gracias, Padre, porque tu palabra denuncia nuestra incredulidad y nuestro miedo a confesarte, nuestra autosuficiencia y nuestra inconstancia. Concédenos conocer a fondo a Jesús, tu enviado, sin quedarnos en la superficie de la rutina. Descúbrenos, Padre, la personalidad fascinante de Cristo. Nosotros creemos que él es tu Hijo, hecho hombre, la fuente de la vida, el salvador de la humanidad Frente al miedo, danos la audacia del Espíritu, Señor, para confesar a Cristo ante nuestros hermanos los hombres con inquietud apostólica, fe madura y amor comprometido. 147

Lunes: Quinta Semana de Cuaresma Dan 13,1-62: Susana y los dos ancianos. Jn 8,1-11: La mujer adúltera. (O bien: Jn 8,12-20: Cristo, luz del mundo.)

TODOS SOMOS PECADORES 1. Hipócritas celadores de la ley. El evangelista Lucas dice que Jesús en los últimos días de su vida, después de enseñar durante el día en el templo de Jerusalén, solía pasar la noche en el monte de los Olivos. Y la gente madrugaba a la mañana siguiente para escucharle de nuevo (21,37s). Y sucedió que un día por la mañana, mientras hablaba en el templo, se le presentó una desagradable sorpresa, según relata el evangelio de hoy, tomado de san Juan. Los escribas y fariseos le trajeron una mujer, sorprendida en flagrante adulterio. Según la ley mosaica, insinúan capciosamente a Jesús, esta mujer debe morir apedreada. "¿Tú qué dices?" Cristo guardó silencio, mientras escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que tire la primera piedra". Esta respuesta no se la esperaban ellos. Uno tras otro se fueron escabullendo todos, comenzando por los más ancianos. ¿Por qué éstos los primeros? ¿Es que los más viejos eran los peores o los más sensatos? El hecho es que quedaron solos Jesús y la acusada. "Mujer —le preguntó él—, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más". Debió llorar de emoción y agradecimiento aquella pobre mujer. La mirada de perdón del maestro le había devuelto la vida y, sobre todo, su dignidad personal. Se sentía regenerada, porque el perdón de Dios rehabilita a la persona. En cambio, los hipócritas celadores de la ley querían hacer recaer discriminatoriamente sobre la adúltera —al igual que los dos viejos verdes sobre la casta Susana— todo el peso de una ley que era igual para ambos cómplices (Lev 20,10; Dt 22,23s). Para salir del paso, Jesús podía haberse remitido a la autoridad del sanedrín o consejo de los judíos, a quien competía dictar sentencia capital para que la ejecutaran los romanos. Pero prefirió mostrar el corazón de Dios. Si él condena el pecado —como hace aquí Jesús: "en adelante no peques más"—, absuelve al pecador, cuya conversión desea para que, arrepintiéndose, tenga vida (Ez 33,11). La solución de Jesús verifica la afirmación del prólogo al cuarto evangelio: "La ley se dio por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo" (Jn 1,17). 148

2. Ante Dios todos somos pecadores. Se aproxima ya la pascua, es decir, el juicio salvador de Dios, la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Jesús lo sabe. Por eso, renunciando a condenar a la mujer adúltera y desenmascarando a los acusadores de la misma, Cristo se va ganando a pulso su propia condena. Nosotros, en cambio, tenemos una innata tendencia a juzgar a los demás. Echar la culpa a los otros nos parece lo más natural. Acusando a los demás como fiscales, incluso nos creemos mejores. Ilusión estúpida, miope torpeza. Todos somos pecadores e imperfectos ante Dios. Y, sin embargo, él no nos rechaza si lo reconocemos e intentamos convertirnos, abandonando la mohosa levadura del pecado. Entonces Dios nos restaura a nuestra dignidad de personas e hijos suyos, sin interrogatorios y reproches —como Jesús con la adúltera—, sino abriéndonos a la alegre confianza del que se siente querido e invitado a una vida propia de quien ha renacido por el perdón. Aquellos falsos puritanos no eran mucho peores que nosotros, que vemos con precisión la brizna en el ojo ajeno, sin importarnos el tronco en el nuestro. Es absurdo constituirnos en jueces y fiscales de los hermanos. Eso es competencia de Dios, el único que conoce a fondo a las personas con sus condicionamientos psicológicos y sus limitaciones de libertad y, por tanto, la responsabilidad y culpabilidad de cada uno. Por eso dijo Cristo: "No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; porque con la medida que midáis seréis medidos" (Mt 7,1 s). La táctica habitual en la sociedad es marginar a los tarados y encarcelar a los delincuentes; pero la táctica evangélica es más humana, porque el amor y el perdón rehabilitan y regeneran a la persona. Reconocemos pecadores ante Dios nos dará la experiencia gratificante del perdón y de la misericordia divina, que transparenta Jesús en el evangelio de hoy. Te bendecimos, Padre, porque en Jesús de Nazaret denunciaste la hipocresía que nos corroe por dentro. ¡Pobre mujer adúltera! Todos la señalaban con el dedo, pero Jesús la perdonó y le devolvió su dignidad. Lección para nosotros, fiscales aficionados y baratos. Ante ti, Señor, todos somos pecadores e imperfectos. Reconocerlo es nuestra salvación, la única salida airosa. Restaurados por ti a nuestra condición de hijos tuyos, te alabamos porque eres bueno e indulgente con nosotros. Por eso estamos alegres. ¡Gracias, Señor!

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Martes: Quinta Semana de Cuaresma Núm 21,4-9: La serpiente de bronce. Jn 8,21-30: Cuando levantéis al Hijo del hombre.

UN SIGNO LEVANTADO EN ALTO 1. Una mirada de fe que salva. La lectura del libro de los Números nos recuerda al pueblo israelita trashumando por el desierto y acosado por la escasez de alimento y de agua. Lo cual provoca su queja contra Dios y contra Moisés. Entonces Dios aplica un correctivo: la aparición de serpientes venenosas, cuya mordedura fue mortal para muchos. El pueblo reconoce haber pecado, y ruega a Moisés que interceda por ellos ante el Señor. La respuesta de Dios es su perdón; y la señal del mismo es la serpiente de bronce que ordena a Moisés colocar en un estandarte. Al mirarla quedaban curados los mordidos por serpientes. ¿Burdo rito mágico? No, sino signo inicial de la salvación de Dios para el que sabe mirar con fe, buscando su gracia y su perdón, como se dice en el libro de la Sabiduría (16,6s). No obstante, en el segundo libro de los Reyes, cuando se hace mención de la reforma religiosa del piadoso Ezequías (716-687 a.C), leemos: "Él fue quien quitó las ermitas de los altozanos, derribó las estelas, cortó los cipos y trituró la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los israelitas seguían todavía quemándole incienso; la llamaban Nejustán"(18,4). Esto nos muestra vestigios del culto idolátrico al dios de la salud, muy extendido en todo el Oriente Medio desde tiempos muy remotos. Los griegos también daban culto al dios de la medicina, Esculapio o Asclepios, cuyo emblema era el caduceo o vara rodeada de dos serpientes, y a cuyo oráculo y santuario de Epidauro, en la Argólida, acudían enfermos de toda Grecia. De sus "milagros" se hizo leyenda bien conocida. En el evangelio de Juan se relaciona directamente el signo de la serpiente de bronce con la cruz de Cristo, mediador más excelso que Moisés: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" (3,14s). 2. ¿Quién eres tú? El evangelio de hoy continúa los discursos de Jesús con ocasión de la fiesta de las Tiendas. En un clima difícil prosigue el enfrentamiento de Cristo con los judíos, en especial con los fariseos. En el proceso judicial se acerca la hora de Jesús, quien poco a poco va desvelando su origen y condición divina. Previamente se ha revelado como agua viva y luz del mundo. Si los 150

hombres rechazan esa luz y esa vida, morirán en su pecado; pues el pecado radical, del que brotan todos los demás, es negarse a creer en Jesús. "Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo... Si no creéis que yo soy el que soy, vuestros pecados os llevarán a la muerte". Después de malinterpretar la insinuación de Jesús sobre su próxima partida, es decir, su muerte, como intención de suicidio, y para poner fin a las discusiones sobre su origen, los judíos plantean claramente al rabí esta pregunta: ¿Quién eres tú? Jesús viene a responderles: Lo que os estoy diciendo desde el principio y vosotros no queréis aceptar. "Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre —alusión tanto a la crucifixión como a la resurrección y exaltación de Jesús—, sabréis que yo soy el que soy". La expresión "yo soy" remite al nombre de Yavé en el Antiguo Testamento; con ella está declarando Cristo su condición divina. "Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él", concluye el texto evangélico de hoy. Son los que buscaban la verdad y hallaron la vida mediante la fe en Cristo. Otros, en cambio, permanecían ciegos ante los signos de su identidad mesiánica. Cristo es signo de contradicción; los hombres han de decidirse por él o contra él. Pero esa opción compromete definitivamente el destino personal. En este día de cuaresma, con la pasión, muerte y resurrección de Cristo en perspectiva, él nos invita a una conversión de fe antes de que sea demasiado tarde. Rechazar a Cristo, que es la vida, la luz y la salvación, supone optar por la muerte, las tinieblas y la ruina eterna. San Pablo escribía a los filipenses: "Lo digo con lágrimas: hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo. Su paradero es la perdición; su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas" (3,18s). En cambio, el que mira la cruz con fe y con espíritu de conversión, como los israelitas miraron la serpiente en el desierto, queda curado de su pecado, alcanza la salvación de Dios y tiene vida eterna.

¿Cómo podríamos, Padre, conocer la identidad de Cristo si tú no nos la revelaras en su muerte y resurrección? ¿Cómo superar el velo de las apariencias de Jesús sin escuchar su palabra y contactarlo personalmente? Te bendecimos, Señor Jesús, porque con tu santa cruz redimiste al mundo y nos salvaste del pecado. Desde que tú la santificaste con tu aceptación amorosa, la cruz dejó de ser signo de ignominia, para convertirse en signo de vida y entrega, de amor y ternura de Dios. Te pedimos, Cristo, que tu cruz, alzada en el calvario, haga florecer el desierto inhóspito de nuestro mundo. Amén. 151

Miércoles: Quinta Semana de Cuaresma Dan 3,14-20.91-92.95: Los tres jóvenes en el horno. Jn 8,31-42: Si ei Hijo os libera, seréis libres.

"LA VERDAD OS HARÁ LIBRES" 1. Libres a pesar de la persecución. El libro del profeta Daniel, del que se toma la primera lectura de hoy, está escrito en clave (s. n a.C). Para describir la situación de persecución religiosa en tiempos del rey seléucida de Siria, Antíoco IV Epífanes, y para mantener a los judíos en la fidelidad a su fe, el autor del libro se retrotrae en ficción literaria a los tiempos del destierro babilónico (s. vi a.C). Lo mismo que Antíoco colocó la estatua de Zeus en el templo de Jerusalén, así el rey Nabucodonosor condena a pena de muerte a todos los judíos que no adoren su estatua. Los compañeros de Daniel, los tres jóvenes Sidrac, Misac y Abdénago se niegan y son condenados a muerte. Pero Dios los libra de las llamas del horno y el impío rey se convierte, como en tantos relatos estereotipados de martirio. La lección global es que la persecución prueba la fe del justo, quien manteniéndose fiel a Dios en esa lucha entre el bien y el mal y conservando su libertad interior a pesar de la opresión y la tortura, acabará por triunfar gracias al favor de Dios. Desde sus primeras persecuciones, la Iglesia se vio representada en los tres jóvenes arrojados al horno de fuego y perseverantes en la alabanza divina, como dice el himno que leemos este día como salmo responsorial: A Dios gloria y alabanza por los siglos. 2. La verdadera raza de Abrahán. El evangelio de hoy prosigue la autodefensa de Jesús a base de invectivas contra sus enemigos, que no quieren aceptarlo por la fe. Como temas fundamentales destacan estos dos: primeramente, la libertad, que es fruto de la verdad y de la observancia de la palabra de Jesús; y en segundo lugar, la verdadera filiación del hombre respecto de Dios Padre. Ambos temas, libertad y filiación, son vistos en la perspectiva de una figura bíblica, central en la fe judía: Abrahán. Jesús declara que la mera descendencia natural del patriarca, es decir, una fe heredada, no es suficiente para la verdadera libertad y la filiación legítima. Para ser libres no basta ser linaje de Abrahán, como piensan los judíos, pues Abrahán tuvo dos hijos: Isaac e Ismael, el primero de la mujer libre Sara y el segundo de la esclava Agar. "Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en casa para siempre; el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis 152

realmente libres". ¿Y cómo nos libera Cristo? Mediante su palabra, que es la verdad. "Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". La verdad libera y la mentira esclaviza, al igual que el pecado. Hemos de optar entre una y otra. Cristo mismo es la verdad que nos hace libres de la mentira, del odio, de los prejuicios y del pecado. Es el Hijo quien nos constituye en auténtico linaje de Abrahán por la fe; más todavía, es Cristo quien nos hace hijos de Dios y hermanos de los hombres. Para esto hemos de guardar su palabra; porque si no damos cabida a sus palabras, permaneceremos siendo esclavos del pecado y de la mentira, cuyo padre es el diablo. Abrahán representa la libertad de un corazón que responde incondicionalmente a la llamada de Dios, confiando a fondo perdido en su promesa, a pesar de la oscuridad y de la ausencia de caminos en el desierto hacia el monte Moria. Los hijos auténticos de Abrahán, los verdaderamente libres, son los que imitan su fe y sus actitudes ante Dios, como hizo Cristo. Hoy menos que nunca nos sirve y nos salva una fe meramente heredada y no personal. 3. ¿Cómo ser libres y fieles a Dios en un mundo como el actual, que envilece y encadena a la persona masificándola cada vez más, coaccionando su libertad y presionando sobre su conciencia a base de manipulación ideológica, política, económica, social, publicitaria, consumista y moralmente permisiva? Frente a la gratificación de lo instintivo, solamente el que tiene criterios evangélicos y una fe madura puede mantener inviolada su independencia personal, sabiendo y testimoniando con su vida y conducta que su único Padre y Señor es el Dios de Jesucristo. La libertad no se destruye tanto por la presión y la prisión cuanto por el pecado. Los mártires y los santos de todos los tiempos atestiguan la afirmación de Jesús en el evangelio de hoy: "Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres".

Te bendecimos, Padre, por Cristo, el hijo de la promesa, en quien has reunido para ti un pueblo más numeroso que las arenas de la playa y las estrellas del cielo. Gracias a Cristo, el verdadero hijo de Abrahán, e imitando su ejemplo, somos una raza de creyentes. Pero nos preocupa más nuestro pecado que tu gracia; por eso preferimos el pesimismo inmóvil al anuncio gozoso de un futuro nuevo, aunque difícil 153

En este día de cuaresma, con la pascua en perspectiva, queremos seguir a Cristo por el camino de la cruz que nos llevará a cantarte el himno de bendición y victoria con todos los liberados por la verdad que es Cristo.

Jueves: Quinta Semana de Cuaresma Gen 17,3-9: Alianza de Dios con Abrahán. Jn 8,51-59: Antes de Abrahán existo yo.

LA FE QUE DA VIDA 1. Unaalianzay una palabra de vida. La primera lectura recuerda la alianza de Dios con el nómada solitario Abrahán, conforme a la versión sacerdotal, que es la más tardía (s. vi a.C.) de las cuatro tradiciones bíblicas que confluyeron en la redacción de los cinco libros del Pentateuco. Cuando en el destierro babilónico (s. vi a.C.) la nación judía y la alianza parecían aniquiladas, los círculos sacerdotales reafirman la alianza eterna de Dios con su pueblo y con toda la humanidad en la persona de Abrahán, quien para ser padre de muchedumbre de pueblos hubo de creer en la palabra de Dios contra toda esperanza. La figura de Abrahán, vista en referencia a Cristo, juega un papel importante en el evangelio de hoy, como en el de ayer. Jesús, en quien Dios realiza la nueva y definitiva alianza con la humanidad, afirma: "Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre". La reacción de sus oyentes judíos sigue siendo negativa porque les falta la fe y porque entienden ese "no morir" en sentido físico. Por eso acusan a Jesús de endemoniado y le recuerdan que Abrahán mismo murió, al igual que los profetas. "¿Eres tú mayor que ellos? ¿Por quién te tienes?" Jesús, que se confiesa una vez más Hijo de Dios Padre, acaba su discurso afirmando rotundamente su superioridad sobre Abrahán, pues "antes que él naciera existo yo. Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo". Así concluye el capítulo 8 de san Juan, en que el evangelista reseña los discursos de autodefensa y las invectivas de Jesús contra sus enemigos, como hemos visto estos últimos días. La hora de la muerte de Cristo no está a merced de quienes le odian, sino supeditada a la voluntad de Jesús mismo y a su libre aceptación del designio del Padre, que quiere salvar al hombre pecador. 2. Una fe que es y da vida. Cuando Abrahán estaba físicamente acabado, abocado a la muerte y sin descendiente directo que le here154

dase, recibe en la alianza con Dios su promesa de ser padre de multitud de pueblos merced a un hijo salido de sus entrañas. Este hijo de la promesa fue Isaac, que Dios le pedirá más tarde en sacrificio para seguir probando su fe. Esta fe creó vida y bendición para el linaje de Abrahán y para todos los pueblos de la tierra gracias al que fue el hijo por excelencia de la promesa: Cristo Jesús, el mesías de Dios. En la lucha entablada entre la muerte y la vida, la fe en Jesús, como la fe en Dios de Abrahán, "que salta de gozo pensando ver el día del mesías", es la que derriba el muro de la desesperanza y del sinsentido de la existencia humana para que fluya la vida a raudales. En su misterio pascual de muerte y resurrección, Cristo es la vida nueva de Dios, la bendición y la salvación para todo hombre y todos los pueblos. En Cristo la vida venció definitivamente a la muerte, y su victoria capacita para la vida y la esperanza sin fin a todo el que cree en él. El problema que, una vez más, apunta el evangelio de hoy se refiere básicamente al conocimiento y aceptación de la persona de Cristo, a la cual sólo se da alcance por la fe. Ésta es indispensable para descubrir, a través de los signos y obras que Jesús realizaba, su identidad personal en conexión con el Padre Dios, es decir, su filiación divina. Puesto que él es el Hijo, la imagen perfecta del Padre y su palabra personal, no puede menos de revelarlo y glorificarlo en toda su persona y conducta. Porque los judíos no conocían al Padre, a quien, no obstante, llamaban su Dios, no podían conocer ni aceptar tampoco a Jesús. Al final del cuarto evangelio se dice: "Todo esto fue escrito para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31). Para creer en Jesús, nuestra vida y nuestra salvación, hay que conocerlo. ¿Qué sabemos nosotros de Jesús? No basta una respuesta "ortodoxa" teológicamente, con la precisión de los términos del credo o del catecismo. Saber cosas de Dios no es todavía tener fe. Hace falta el contacto personal con Jesús mediante la escucha de su palabra y la oración; sin olvidar que un camino seguro para encontrar a Jesús es amar a los hermanos, especialmente a los más pobres, en quienes él se encarna. Este día de cuaresma nos urge a profundizar el contacto personal con Cristo mediante el amor a él y a los demás. Dios de Abrahán, Dios de los que creen y esperan, te bendecimos por tu Hijo resucitado, Cristo Jesús, el hijo de la promesa y bendición tuya para todos los pueblos. En él brilla la esperanza de nuestro futuro porque nos dio la victoria definitiva sobre la muerte. Un mundo nuevo se abre a los que saben creer y esperar, pues todo el que cree en él y guarda su palabra vivirá. 155

Ayúdanos a dar el paso a una fe consciente y madura, muévenos a conocer a fondo a Jesucristo, nuestro salvador. Renueva nuestras vidas y fecunda nuestros corazones con la gracia de tu Espíritu que da vida para siempre. Amén.

Viernes: Quinta Semana de Cuaresma Jer 20,10-13: Confesiones de Jeremías. Jn 10,31-42: Jesús se declara Hijo de Dios.

"CREED A MIS OBRAS" 1. El destino de los profetas. El pasaj e de la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, pertenece a la sección de su libro conocida como las "confesiones". Allí se nos describe una desgarradora crisis personal como resultado de la malquerencia persecutoria de los jefes religiosos y del desprecio del pueblo. Así reaccionaron a su denuncia de la violencia y a su predicción de la destrucción del templo de Jerusalén. Por su enorme humanidad, la figura de Jeremías nos parece próxima a nosotros y a nuestra situación, a pesar de su lejanía de siglos (año 627 a.C). Le hubiera sido más fácil estar en la línea de los profetas oficiales, que pronunciaban oráculos halagadores al rey, a los poderosos, a los sacerdotes del templo y al pueblo mismo. Pero eso hubiera sido traicionar su misión. En la lectura de hoy nos habla de un plan de sus enemigos para eliminarlo. La paga del profeta será la incomprensión, la discriminación social, el ridículo público con el mote "pavor-en-torno", la cárcel e incluso la muerte. Pero súbitamente el tono del texto leído pasa del lamento al canto de victoria y de alabanza a Dios, quien está a su lado como un fuerte soldado y libra la vida del pobre de las manos de los impíos. Similar fue la suerte de Jesús, según vemos en el evangelio de hoy, que se centra en el tema de la incredulidad de los judíos respecto de su persona. Durante la fiesta de la dedicación del templo los judíos le han preguntado directamente a Jesús: "Si tú eres el mesías, dínoslo abiertamente. Él les respondió: Os lo he dicho, pero no me creéis" (Jn 10,24s). Hay aquí una diferencia manifiesta entre el evangelio de Juan y los tres sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas. Esa pregunta tan directa la dejan los sinópticos preferentemente para el contexto del proceso judicial que precedió a la pasión y muerte del Señor. En el cuarto evangelio, en cambio, ese proceso judicial recorre toda la vida apostólica de Jesús ya desde el principio. 156

Como contexto inmediato al evangelio de hoy, Jesús acaba de afirmar: "El Padre y yo somos uno" (v. 30). Entonces los judíos agarraron piedras para apedrearlo por blasfemo, porque, siendo un hombre, se hacía igual a Dios. Y lo era. "A quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre". Como ellos intentaron de nuevo detener a Jesús, él se marchó al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan. No obstante, el texto evangélico acaba diciendo que "muchos creyeron en él allí". 2. El porqué de un rechazo. ¿Por qué fue rechazado Jesús por el pueblo judío en su conjunto, si era la persona más amable y encantadora que imaginar se puede? Es la pregunta que hoy hace Jesús a los judíos: "Os he hecho muchas obras buenas por encargo de mi Padre. ¿Por cuál de ellas me apedreáis?" Es la pregunta que debió hacerse también el autor del cuarto evangelio, quien ya desde el principio adelanta la incompatibilidad entre luz y tinieblas, entre fe e incredulidad. "La luz vino al mundo, y los hombres amaron más la tiniebla que la luz porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a ella para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios" (Jn 3,19ss). ¿Por qué es rechazado Jesús, por qué lo fue el profeta Jeremías, por qué lo es el cristiano que quiere vivir según el evangelio? Misterio difícil de explicar. Múltiples razones podrían darse. Comencemos por destacar una que resume otras muchas: porque se rechaza la verdad, que suele resultar molesta, como juicio implacable que es de nuestros fallos y errores. Por falta de humildad y sobra de orgullo rechazamos la verdad, que deja al desnudo nuestra innata maldad y nuestro proceder mezquino. Para el rechazo de Cristo contó también el misterio y escándalo de la palabra de Dios hecha carne, es decir, debilidad humana. La humanidad de Cristo, en todo igual a la nuestra menos en el pecado, era y es el gran obstáculo para ver su divinidad y la gloria del unigénito del Padre. Si bien sus obras, su vida y su conducta revelaban su origen divino, solamente mediante los ojos de la fe, que es don de Dios y no conclusión obligada de argumentos y raciocinios, se podía y se puede entender el misterio y la persona de Cristo. Te damos gracias, Padre, porque nos escuchas siempre que te invocamos en el peligro y la borrasca. Jesús fue el primero de los justos y fue perseguido a muerte, 157

aunque pasó su vida haciendo el bien a todos. Mientras él hablaba de amor, el odio crecía en torno suyo. Por las obras de Cristo te reconocemos a ti como Padre, y a él como tu imagen, nuestro salvador y hermano mayor. No permitas que el orgullo oscurezca nuestra mente y cierre nuestro corazón a la verdad que de ti procede. Haz que podamos cantar tu amor ahora y por siempre. Amén.

Sábado: Quinta Semana de Cuaresma Ez 37,21-28: Serán mi pueblo y yo seré su Dios. Jn 11,45-56: Para reunir a los hijos de Dios.

UNA MUERTE DECIDIDA 1. Conviene que uno muera por todos. La profecía mesiánica de Ezequiel que leemos en la primera lectura se centra en la futura unidad del pueblo judío, desterrado en Babilonia. Dios lo reunificará en un solo reino, y no habrá ya dos monarquías: Judá e Israel, como desde la muerte de Salomón. "Con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo", repite el Señor una y otra vez. Propone así la creación de una comunidad teocrática, dirigida por un único pastor, futuro David, representante de Dios, quien además realizará con su pueblo una nueva y eterna alianza de paz. Ideal mesiánico que sólo se realizó en Cristo, el buen pastor, quien aparece en el evangelio de hoy como blanco del odio mortal de los jefes judíos. El último milagro que Jesús acaba de hacer, la resurrección de Lázaro, fue el detonante de su condena a muerte por el sanedrín, que cree ya insostenible la situación religiosa que Jesús está creando en el pueblo, con la consiguiente inseguridad política. "Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el consejo y dijeron: ¿Qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación... Y aquel día decidieron darle muerte", porque, según Caifas, sumo sacerdote aquel año, convenía que uno muriera por el pueblo y que no pereciera la nación entera. La muerte de Jesús está decidida oficialmente por la autoridad religiosa de los judíos. Pero su muerte redentora va a ser muy fecunda, como profetizó Caifas, sin darse cuenta del alcance de su oportunismo nacionalista. Jesús morirá no sólo por la nación judía, sino también para reunir a todos los hijos de Dios, dispersos por el pecado. 158

La nueva familia eclesial de Dios no se basará en la pertenencia racial, como en el Antiguo Testamento, sino en la fe en Cristo. Un solo rebaño bajo un solo pastor, Jesús. La comunión con Cristo, reflejo de la que él mantiene con el Padre, es el núcleo de toda comunidad cristiana. Cuanto más unidos estén los creyentes con Cristo, más hermanos serán unos de otros. 2. Manipular a Dios y a la religión. La actitud oportunista de Caifas, que hace suya el sanedrín, está en la línea frecuente de querer manipular a Dios y la religión conforme a los propios intereses. Esto se realiza tanto a nivel institucional como individual. Es una constante histórica, verificada en el caminar multisecular de la Iglesia, la tentación de confundir y mezclar los ámbitos religioso y político, supeditando el uno al otro alternativamente. Lo más fácil es un cristianismo triunfalista en tiempos de bonanza y acomodaticio en tiempos de adversidad; pero la palabra de Jesús no se casa ni con una ni con otra actitud. Por eso hemos de revisar y ajustar continuamente, tanto en plan comunitario como personal, nuestra conducta e imagen cristianas. Éstas se han de plasmar en una línea firme aunque humilde, valiente pero servicial, incómoda quizá, pero alegre. Función de la comunidad creyente y de cada uno de los cristianos es ser conciencia crítica de la sociedad, equidistante tanto del privilegio social, de la alianza con el poder y del triunfalismo temporalista como de la connivencia servil y del silencio cobarde y fatalista. Con san Pablo hemos de repetir: ¡Ay de mí si no evangelizo! A nivel individual, los gestos de adueñamiento de lo divino es una de las tendencias de una religiosidad confinada en los estadios primitivos y naturales. Algo que en una fe madura debe quedar transformado en lo contrario: servicio a Dios, sin querer servirse de él. La religión natural se mueve de abajo hacia arriba: el hombre busca adueñarse de Dios y de la esfera de lo sagrado. La religión revelada, en cambio, tiene un movimiento de arriba hacia abajo: Dios toma la iniciativa, se inclina hacia el hombre con su gracia y lo llama. Y la respuesta del hombre se realiza en la obediencia de la fe y en el amor. 3. La cuaresma toca a su fin. ¿Estamos preparados para celebrar la pascua del Señor? ¿Hemos entendido que ser cristiano tiene un precio? ¿Hemos renovado nuestra opción bautismal? ¿Hemos hecho realidad en nuestra vida el lema que abría estos cuarenta días: Convertios y creed el evangelio? Es la última oportunidad para una conversión profunda de fe y de vida. Te bendecimos, Padre, porque Cristo murió por todos para reunir en torno a ti a tus hijos dispersos. 159

El aceptó incondicionalmente tu voluntad salvadora, pero nosotros con frecuencia tratamos de manipular tu evangelio conforme a nuestros intereses bastardos. Bendito seas, Señor, porque en la sangre de Cristo hiciste una perenne alianza de amor con nosotros. Te pedimos que cuantos participamos de la eucaristía seamos congregados en un solo pueblo para ti Haz de nosotros tu morada entre los hombres, para que todos conozcan que tú eres nuestro Dios.

Lunes de Semana Santa Is 42,1-7: El Siervo del Señor es manso, pero tenaz. Jn 12,1-11: Unción de Jesús en Betania.

FRAGANCIA QUE ANTICIPA LA PASCUA 1. El siervo del Señor. La primera lectura de hoy se toma del primero de los cuatro cantos o poemas del siervo del Señor según el Segundo Isaías. Durante estos tres primeros días de la semana santa, como introducción al misterio de pascua, leeremos pasajes de los tres primeros cánticos del siervo. Esta misteriosa figura es tanto un individuo como el pueblo de Israel que él representa. En la tradición eclesial estos poemas del siervo han sido leídos con sentido mesiánico y cristológico. En el primer canto, que hoy leemos, el profeta describe al siervo como compasivo y manso, que no grita ni quiebra la caña cascada, pero que promueve tenazmente la justicia y la liberación de los oprimidos. Cristo es este servidor que Dios ha ungido con su Espíritu y hecho alianza de su pueblo, la Iglesia. Él será la luz de las naciones, abrirá los ojos a los ciegos y sacará de la prisión a los cautivos y de la mazmorra a los que vivían en tinieblas. 2. La unción de Jesús en Betania. La página evangélica refleja un momento de descanso de Jesús en casa de una familia a la que él quería mucho. Son sus amigos los hermanos Lázaro —a quien había resucitado—, Marta y María. Esta amistad sincera es un alivio para Jesús en medio del odio de sus enemigos, como veíamos lo días anteriores. Si bien los adversarios no desisten en su empeño, y puesto que la resurrección de Lázaro era un hecho que hablaba por sí solo del 160

poder divino de Cristo, "decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús". Faltaban seis días para la pascua. Mientras estaban cenando, "María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume". Tal gesto es criticado por Judas Iscariote, alegando hipócritamente que el dinero que valía el perfume podría haberse dado a los pobres. Su valor calculado, trescientos denarios, venía a ser el salario anual de un trabajador. Realmente un despilfarro, según Judas. Pero no es que le importaran mucho los pobres, advierte el evangelista; si lo dijo fue "porque era un ladrón, y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando". Jesús hizo caso omiso de la crítica y, saliendo en defensa de María, concluyó: "Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis". 3. La fragancia de la pascua. Al narrar este mismo episodio —en sentir de los biblistas— el evangelista Marcos es más explícito y pone en boca de Jesús, al justificar el derroche de la unción, estas palabras: "Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio se recordará lo que ésta ha hecho" (14,8s). Jesús comprendió el detalle afectuoso y su significado más profundo como anuncio de su próxima muerte, sepultura y resurrección. El aroma que llena la casa adelanta ya la fragancia del amanecer del domingo de pascua. Hasta aquí el plan de los guías religiosos de Israel, orientado a dar muerte a Jesús, se había estrellado contra el plan divino y el señorío de Cristo sobre su propio destino final. Pero a partir de ahora ambos planes van a coincidir, porque Jesús quiere. Él sabe lo que le espera. Se va de este mundo y vuelve al Padre cuando y porque él lo ha determinado, al aceptar amorosamente el plan del Padre para la salvación del hombre sumido en el pecado. Como Cristo, también nosotros fuimos ungidos en el bautismo, que nos incorporó a su muerte y resurrección. La pascua se acerca, y en la vigilia pascual renovaremos nuestra fe y promesas bautismales, pues en la fe del bautismo radica lo más nuclear de nuestra identidad cristiana. Ahí está el punto de partida y el comienzo de toda nuestra existencia de creyentes. En el bautismo fuimos sumergidos y sepultados con Cristo para morir al pecado, y también con él renacimos a la vida nueva de Dios, como hijos suyos, miembros de Cristo y de la Iglesia y hermanos de todos los hombres. La renovada fragancia pascual del bautismo debe llenar toda nuestra vida. 161

Hoy te bendecimos, Padre, por muchos motivos: Porque Cristo es tu servidor fiel y compasivo, que no vino a quebrar la caña cascada ni a apagar la mecha que todavía humea, sino a liberar al oprimido; porque él es el grano de trigo que muere en el surco en siembra fecunda que da mucho fruto para ti; porque él estableció tu Reino no por la fuerza, sino por la humillación, la afrenta y la cruz. Todo ello anticipa la primavera de la pascua y nos evoca la fragancia pascual de nuestro bautismo. Por todo esto y mucho más, ¡gracias, Señor!

Martes de Semana Santa Is 49,1-6: Te hago luz de las naciones. Jn 13,21-33.36-38: Anuncio de la traición.

UN AMOR TRAICIONADO 1. En los preliminares de la pascua. La primera lectura de este martes santo se toma del segundo canto del siervo del Señor. En él se expone la misión que el siervo ha recibido de Dios ya desde el seno materno: proclamar la palabra del Señor, reunir a los supervivientes de Israel y ser luz de las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el último confín de la tierra. Tarea de salvación universal que Cristo realizará en plenitud. El pasaje evangélico de hoy, con el anuncio de la traición de Judas y de la futura negación de Pedro, se sitúa en los preliminares de la celebración de la cena pascual. Jesús está reunido con sus discípulos. Acabado el lavatorio de los pies, y no sin estremecimiento, pasa a anunciarles la traición de uno de ellos. La perplejidad invade al grupo. El discípulo amado, Juan, por indicación de Pedro, pregunta al maestro quién es. "Aquel a quien yo dé este trozo de pan untado. Y untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan entró en él Satanás". Aquel ofrecimiento del pan hecho por Jesús a Judas no dejaba de ser un signo de distinción, como invitándole a rectificar sus planes homicidas y rehacer una amistad rota por su ambición y resentimiento. Todo fue inútil. Judas rechazó definitivamente el amor de Jesús. Entonces, Cristo le dijo: "Lo que has de hacer, hazlo enseguida". Cuando salió Judas de la sala era de noche, anota el evangelista con 162

intención simbólica. El traidor es un ejemplo de las tinieblas sobre las que ha brillado la luz en vano, según dice el prólogo de san Juan. Judas es el que ama las tinieblas más que la luz, porque sus obras eran malas. Ha llegado la noche predicha por Jesús (Jn 9,4), la del poder de las tinieblas (Le 22,53). Pero la larga noche que entonces se abatió sobre la tierra tendrá su aurora en el primer día de la semana, en la mañana de la resurrección. 2. La cruz y la gloria. Cuando Judas marchó, añadió Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él". El evangelista Juan se refiere siempre a la muerte de Jesús en términos de glorificación: hasta veintitrés veces en su evangelio, por nueve en Lucas y Mateo y una solamente en Marcos. La muerte de Cristo encierra ya su gloriosa resurrección; por eso revierte también en gloria del Padre. La teología de la cruz y de la gloria van unidas, como expone el apóstol Pablo en su himno cristológico de la carta a los Filipenses y que se ha leído el pasado domingo de Ramos: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el 'nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo; y toda lengua proclame: 'Jesucristo es Señor', para la gloria de Dios Padre" (2,6-11). Los apóstoles no entendieron del todo a qué se refería Jesús con su glorificación, pero algo sobrecogedor sospechaban cuando Pedro le pregunta: "Señor, ¿a dónde vas?... Daré mi vida por ti. Jesús le contestó: ¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces". Los discípulos no pueden seguir a Jesús en su camino hacia la muerte; no están preparados todavía. El silencio se espesa. Cristo puede ya comenzar su discurso de despedida. 3. Un amor traicionado y negado. Dos hombres que fallan: Judas y Pedro. Pero su pecado tiene origen diverso: en uno es la avaricia que odia, en otro la debilidad que ama. Y su final es muy distinto: Judas desespera, Pedro se arrepiente. Naturalmente, el que amaba conocía a Jesús mejor que el que odiaba. Ni el plan traidor de Judas ni la generosidad impetuosa y fallida de Pedro influirán en el designio que está ya marcado por el Padre y aceptado por Jesús. Él había dicho: "Por eso me ama mi Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente" (Jn 10,17). Y en la cena comentó: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (15,13). Ésa es la misión de Jesús y del cristiano: amor que da vida a los demás. 163

Hoy te alabamos, Padre, y acatamos tus designios porque se acerca la hora final de Cristo en su pasión, la hora del cáliz en Getsemaní, la gloria de su cruz. Se echa encima la noche tenebrosa de la traición. Jesús se entrega; el amor es traicionado y negado. Concédenos, Señor, responder a tu amor fielmente, a pesar de nuestra innata y manifiesta debilidad Queremos demostrar con nuestra vida que el amor es amado, porque si grande es nuestro pecado, mayor es tu bondad Haz brillar pronto sobre nosotros el día de tu gloría, la pascua esplendorosa de la nueva alianza en Cristo. Amén.

Miércoles de Semana Santa Is 50,4-9a: "Pasión" del siervo del Señor. Mt 26,14-25: ¡Ay del traidor!

EL AMOR NO ES AMADO 1. La sombra del traidor. La primera lectura forma parte del tercer canto del siervo. En ella expresa éste su confianza en el Señor en medio de enormes sufrimientos, fruto de su fidelidad y de su empeño por la justicia, como le sucedió, por ejemplo, al profeta Jeremías. Se describe por adelantado la pasión del mesías Jesús: "Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos". Son las penalidades del justo perseguido, como recuerda el salmo responsorial en un clima de súplica y confianza en Dios: "Soy un extraño para mis hermanos... En mi comida me echaron hiél, para mi sed me dieron vinagre... Pero el Señor escucha a sus pobres" (Sal 68). En la escena evangélica de hoy, y a medida que nos aproximamos a la pasión de Jesús, va cobrando relieve la siniestra figura del hombre que será útil a los planes homicidas de los judíos. Es Judas Iscariote. Todo sucede en un clima de amistad traicionada y en el contexto de la cena pascual de Jesús con sus discípulos, es decir, en la primera eucaristía de la historia. Las autoridades judías, después de decidir la muerte de Jesús, dieron orden de que el que conociera su paradero les informara. Pues bien, Judas se presta a ello y junto con los sumos sacerdotes tasa Ja vida de Jesús en 30 monedas de plata. El precio de un esclavo (Ex 164

21,32). Su incontrolada avaricia aboca a Judas a un final deplorable. Durante la cena Jesús desenmascara las secretas intenciones del traidor, porque él, como señor de la vida y de la muerte, es quien dispone de su propia "hora". Pero todavía ensaya una última oferta de amistad para la conversión de Judas. Consternados los discípulos por el anuncio del maestro: "Uno de vosotros me va a entregar", preguntan uno tras otro: "¿Soy yo acaso, Señor?" También Judas hizo la misma pregunta; y la respuesta de Jesús fue afirmativa, intentando hasta el último minuto recuperar al discípulo extraviado. Pero él no dio marcha atrás. A continuación el pan y el vino, signo ya del amor creador de Dios y de la vida que de él mana a través de Cristo, pasan de mano en mano, significando el propósito de Jesús de compartir con los suyos, y éstos entre sí, la vida que él vive con Dios Padre. Pues eso significa comulgar eucarísticamente: integración del hombre pecador en la vida de Dios mediante el cuerpo y la sangre inmolados de Cristo; pero no en solitario, sino en comunión con los hermanos. De esta "comunión" fue de la que se autoexcluyó Judas por su cuenta, participara físicamente o no de la eucaristía. 2. "El Amor no es amado". El hecho de la traición de Judas es siempre impresionante, como lo debió ser especialmente para sus compañeros, los apóstoles, por realizarse precisamente en el círculo más íntimo y próximo al Señor. Ejemplo escalofriante que nos revela la profundidad del corazón humano, capaz de lo más noble: el amor y la amistad; y también de lo más vil: el odio y la traición. Todo ello fruto de la libertad del hombre, que Dios respeta escrupulosamente. Si Dios acepta al hombre y a la mujer tal como son y confía en ellos, incluso en un traidor como hizo Cristo, debemos aprender nosotros la lección: aceptar como hermano a todo hombre y mujer, por viles que nos parezcan. La regeneración siempre es posible, porque la gracia de Dios es más fuerte que la miseria humana. No somos nosotros quién para juzgar al traidor Judas, si bien Jesús hizo una observación terrible sobre él después de haberle ofrecido la última oportunidad: Más le valdría a tal hombre no haber nacido. Su caso debe hacernos reflexionar, porque en el fondo de nuestro corazón anida un posible santo o un posible traidor. La historia se repite aquí también. Hay incondicionales de Cristo y hay también falsos amigos, sin contar, obviamente, los enemigos declarados. Este miércoles santo nos invita a la revisión de vida personal y comunitaria sobre nuestra respuesta a un amor inmenso que nos ha precedido, el de Dios, visible en Cristo. Un careo personal con el cruci(i jo nos será hoy más que provechoso. Los santos vivieron tan intensamente la hondura de este amor, que se abismaban en él. U r san Alfonso d e Liguori, por ejemplo, no sale de su asombro en las reflexiones de su libro La práctica del amor a Jesucristo. Y un san Francisco de Asís 165

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recorría montes y soledades repitiendo como fuera de sí: "El Amor no es amado; el Amor no es amado". Te glorificamos, Padre, porque en su pasión Cristo inauguró un mundo nuevo, cuyo signo es su sangre vertida; éste es el vino nuevo del banquete del reino de Dios. Jesús no hizo alarde de su categoría divina ni exigió su derecho a ser tratado como lo que era, sino que adoptó la condición de servidor de todos, hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Por todo ello, Padre, glorificaste a tu Hijo resucitándolo del sepulcro y dándole el nombre más sublime; de suerte que toda rodilla se doble ante él, y toda lengua proclame en todas partes: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

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Jueves Santo Éx 12,1 -8.11 • 14: La cena pascual judía. ICor 11,23-26: La cena del Señor. Jn 13,1-15: El lavatorio de los pies.

LA CEÑA DEL SEÑOR 1. Institución de la eucaristía. Hoy es un día señalado en la vida de una comunidad cristiana. Jueves único en el año litúrgico. Si la celebración eucarística es siempre memorial de la muerte y resurrección del Señor, hoy lo es más si cabe. Este jueves requiere de nosotros una actitud y una celebración conscientes, como efecto de una fe alertada en circunstancias especiales. Durante cuarenta días nos hemos preparado a la pascua que hoy comienza con el triduo pascual, cuyo centro celebrativo es el misterio de la redención humana por la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El triduo pascual evidencia la unión inseparable que existe entre la teología de la cruz y la teología de la gloria, como se significa visiblemente en Jesús resucitado mostrando a sus discípulos las señales de la cruz en su cuerpo glorioso. Hoy celebramos la institución de la eucaristía por Jesús en la cena de despedida de sus discípulos, la víspera de su pasión. Tarde grávida de recuerdos, palabras de adiós, signos sacramentales y gestos de profundo sabor fraterno. Entre los temas principales que destacan en la liturgia de hoy: eucaristía, sacerdocio ministerial y amor fraterno en la comunidad cristiana, el primero y determinante de los demás es la eucaristía, memorial de la pasión y muerte del Señor hasta que él vuelva de nuevo (2.a lectura), y nueva pascua o banquete sacrificial del pueblo cristiano, que viene a sustituir a la cena pascual judía, memorial de liberación (1.a lectura). 166

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En la cena del Señor sitúan algunos teólogos el nacimiento de la Iglesia, pues es evidente que el mandato de Jesús "haced esto en conmemoración mía" origina la repetición de la eucaristía y, por tanto, la convocación permanente de la asamblea eclesial a través de los tiempos. Asimismo, ese mandato y deseo de Cristo de repetir su cena eucarística es posible en la comunidad gracias al ministerio sacerdotal de los obispos y presbíteros en continuidad con los apóstoles del cenáculo. 2. Un testamento de amor. En el transcurso de la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: "Me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros" (Jn 13,33ss). El amor fraterno o mandamiento de Jesús aparece como signo visible de la comunidad cristiana. Será lo que la identifique ante el mundo. Hay dos gestos en la cena del Señor que apuntan al amor fraterno: el lavatorio de los pies de los apóstoles por Jesús y la mesa común en que se participa eucarísticamente y por primera vez su cuerpo y su sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega por parte de Cristo e invitación para que nosotros hagamos lo mismo, pues para ambos aplica Jesús el mandato de repetirlos en memoria y a ejemplo suyo. "Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Sublime resumen e introducción a estos dos gestos finales: lavatorio de los pies e institución de la eucaristía, que iluminan y dan sentido a toda la vida de Cristo, centrada en esa doble motivación: amor al Padre y amor a los hombres, sus hermanos, como principio, medio y fin. El amor de Jesús no quedó en palabras, ni siquiera en esos dos signos: eucaristía y lavatorio de los pies, sino que pasó a la acción. Él dio la vida por sus amigos y por todos nosotros; y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", hizo notar entonces Jesús. De hecho es el amor lo que da la perspectiva y la profundidad de campo al cuadro de la pasión y muerte de Jesús, en cuyas vísperas está él ya desde la cena del jueves santo. . En aquella tarde se realizaron dos entregas bien diferentes. Jesús se da a sus amigos en la eucaristía: Este pan es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este vino es mi sangre, derramada por vosotros. A esta donación sin reservas Judas responde con la traición, que el Señor ya conocía: Uno de vosotros me va a entregar. Darse a sí mismo, como Jesús, o vender al hermano, como Judas, es la disyuntiva que constantemente nos plantea la vida. Nuestra opción de cristianos no puede ser otra que la de Jesús tal día como hoy: amar a los demás como él nos amó. 168

Te bendecimos, Padre de nuestro Señor Jesucristo, con todos los creyentes y los pobres de todo el mundo, porque el cuerpo de Cristo es el pan que nos fortalece y su sangre es el vino de la fiesta pascual que nos reúne. Te glorificamos, Dios nuestro, al partir el pan y te damos gracias cuando alzamos nuestra copa, porque son el cuerpo y la sangre de tu Hijo amado. Gracias a él son posibles el cielo y la tierra nuevos, el amor, la paz y la fraternidad entre los hombres. Concédenos tu Espíritu para seguir creyendo y amando porque ése es tu mandato y nuestro empeño para siempre.

Viernes Santo Is 52,13-53,12: Fue traspasado por nuestras rebeliones. Heb 4,14-16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación. Jn 18,1 -19,42: Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

PASIÓN Y CRUZ DE CRISTO 1. El secreto de la cruz es el amor. El viernes santo es un día polarizado litúrgicamente en torno a la pasión del Señor y su muerte en la cruz. Hoy se cumple el repetido anuncio de Jesús en los evangelios sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta es obvia: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla, pues pisamos el terreno insondable de la voluntad divina y su proyecto eterno de redención realizado en Cristo. Ni Dios Padre ni Jesús mismo quisieron el sufrimiento, la pasión dolorosa y la muerte violenta por sí mismas, pues son realidades negativas sin valor autónomo. La valía del dolor, pasión y muerte de Cristo radica en el significado que reciben desde una finalidad superior: la salvación del hombre, a quien Dios ama. Verdad central de nuestra fe: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo. Nos consta sobradamente la repugnancia natural de Jesús, como hombre que era, ante los sufrimientos de su pasión, tanto físicos: tortura, flagelación, coronación de espinas, crucifixión, como psíquicos: traición de Judas, precio de esclavo a su persona, negación de Pedro, deserción general de los discípulos, ingratitud del pueblo judío, odio de sus jefes religiosos. La "agonía" de Getsemaní es un prólogo suficientemente elocuente a este respecto. Jesús, no obstante, acepta el plan del Padre: No se haga mi voluntad, 169

sino la tuya. Éste es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el querer del Padre, que es la salvación del hombre por el amor que le tiene. Jesús carga con la cruz de su pasión por fidelidad al Padre y por amor al hombre, es decir, por solidaridad con sus hermanos. El motivo parece doble, pero en el fondo es único, porque la voluntad del Padre es el amor y la salvación del hombre. "Por nosotros y por nuestra salvación", como decimos en el credo, es la razón teológica que nuestra fe nos descubre para explicar y entender toda la vida de Jesús desde la encarnación a su pasión, muerte y resurrección. La segunda lectura de hoy afirma: "Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Heb 5,8s).

¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh cruz, tú nos salvarás! El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató; de ti, madero santo, nos viene la redención. Extiende por el mundo tu reino de salvación; oh cruz, fecunda fuente de vida y bendición. Impere sobre el odio tu reino de caridad; alcancen las naciones el gozo de la unidad Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad; el río de la gracia apague la iniquidad La gloria por los siglos a Cristo libertador; su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión. (E. MALVIDO-D. JULIEN)

2. Amor con amor se paga. El misterio de la cruz en la vida de Jesús —y, por tanto, también en la nuestra— es revelación cumbre de amor, pues no hay modo más verídico de expresar amor que dar la vida por aquellos a quienes se ama. Pues bien, el poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Cristo pide de nosotros una respuesta también de amor. "Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Pero si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (Un 4,19s). Creemos y decimos que la cruz es la señal del cristiano no por masoquismo espiritual, sino porque la cruz es fuente de vida y de liberación total, como signo que es del amor de Dios al hombre por medio de Jesucristo. El amor que testimonia su cruz es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo. Jesús pudo habernos salvado desde el triunfo, el poder y la gloria; es decir, desde fuera, como un superhombre. Pero prefirió hacerlo desde dentro de nuestra condición humana; ser uno más, demostrándolo a base de humildad, servicio, obediencia y renuncia, en vez de imponerse desde la categoría y el poder. Este segundo es nuestro estilo. Pero Cristo no vino para que le sirvieran, sino para servir; por eso, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz y la ignominia. El Señor nos invita a seguirlo en la autonegación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma, y de la que inútilmente intentaremos escapar. Saber sufrir por amor es gran sabiduría. El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará, dijo Cristo. El secreto de la cruz de Jesús es el amor, y la única manera de entenderla y convertirla en fuente de vida es amar generosamente a Dios y a los hermanos. 170

Sábado Santo: Vigilia pascual Lecturas del Antiguo Testamento. Rom 6,3-11: Incorporados a Cristo por el bautismo. A - Mt 28,1-10: Ha resucitado y os precedea Galilea. B - Me 16,1-8: El crucificado resucitó. C - Le 24,1-12: No está aquí; ha resucitado.

LA VIGILIA PASCUAL 1. Liturgia bautismal de la pascua. En el sábado santo celebramos durante el día la sepultura del Señor, y por la noche la gran vigilia pascual de la resurrección gloriosa del Señor, que constituye la cumbre de todo el año litúrgico. En las lecturas bíblicas de la vigilia pascual tenemos un resumen de toda la historia bíblica desde la creación, pasando por el éxodo y la pascua de Egipto, hasta culminar en la resurrección de Jesús. La liturgia de la vigilia pascual, que comenzó a celebrarse en la Iglesia romana a mediados del siglo n, posee en su estructura actual una rica simbología bautismal que es el sedimento de muchos siglos de culto cristiano. Así, siguiendo el orden del ritual: el rito del fuego nuevo (s. rx), la procesión de la luz (s. xi), el cirio pascual (s. v), el pregón pascual (s. iv), la bendición del agua (s. v) y la fuerte bautismal (s. n). Esta marcada impronta bautismal de la pascua nos recuerda que nuestro nacimiento a la vida nueva con Cristo resucitado se realiza por la fe en él y por el sacramento él bautismo que nos incorpora al misterio pascual de Cristo, es decii, a su muerte y resurrección. Así lo 171

expone la lectura apostólica (Rom 6,3ss). Los dos tiempos del bautismo en su liturgia primitiva: inmersión en el agua y emersión de la misma, simbolizan, respectivamente, la muerte al pecado y la sepultura con Cristo (inmersión), y la resurrección a la vida nueva con él (emersión). La liturgia bautismal más frecuente hoy día, con la sola infusión del agua, significa simultáneamente el lavado y perdón de los pecados y la vida nueva o adopción filial por Dios. Al realizarse así los dos movimientos —que son uno— de participación en la muerte y resurrección de Cristo, es decir, en su misterio pascual, queda el neófito incorporado a él y a su cuerpo social que es la Iglesia, la comunidad cristiana, el pueblo de Dios, el pueblo de la nueva alianza por la sangre de Jesús. 2. La vida nueva con Cristo resucitado. La gran fiesta cristiana es pascua de resurrección. Tan es así que el misterio pascual es lo que celebramos constantemente a lo largo de todos los domingos y fiestas del año litúrgico e incluso en la eucaristía diaria. La vigilia pascual, con el fuego nuevo y la luz del cirio, que representan a Cristo, expresa alegremente nuestra fe comunitaria en la liberación del hombre envejecido por el mal, mediante la creación del hombre y mundo nuevos en Cristo resucitado. Dios ha dado el primer paso en la resurrección de Jesús. Cristo resucitado es el nuevo Adán que restituye al hombre, imagen del Dios de la vida, la dignidad perdida por el pecado. Desde entonces son posibles en nuestro bajo mundo la esperanza, la libertad, la alegría y la solidaridad humanas, porque Jesús resucitado establece y consolida el reino de Dios en la tierra de los hombres. Él nos posibilita la vida nueva de seres regenerados y redimidos del pecado, que es la antigua condición y la vieja levadura. Al tronco añoso de la humanidad pecadora, como al olmo viejo que cantó el poeta, le han nacido nuevos tallos en la primavera que es esta pascua florida de la resurrección de Cristo. "Es el Señor quien lo ha hecho; ha sido un milagro patente" (salmo responsorial). La pascua cristiana es el día en que actuó el Señor, es la fiesta de la fe y de la vida inmortal, es el triunfo de la causa de Jesús, es la salvación del hombre, es el gran éxodo de la esclavitud del pecado y el comienzo de la gran marcha de liberación de la humanidad, que con Cristo camina en la esperanza presente y futura. Por todo ello, y por ser la victoria definitiva sobre la muerte, la pascua es la gran fiesta de la vida para todo el que cree en Cristo resucitado. Pero todo esto tiene un precio para nosotros: colaborar personalmente con la gracia y la fuerza del Espíritu, muriendo con Cristo al hombre viejo. Por eso se nos propone hoy la conversión total: de mentalidad, corazón y conducta, como principio de una vida nueva. El cristiano, resucitado con Jesús, ha de aspirar a los bienes de allá arriba donde está Cristo y barrer de su vida el pecado, que es la vieja levadura 172

de corrupción y de maldad. Sólo así seremos la masa nueva del pan ácimo pascual. Te damos gracias, Padre, Señor de la vida, porque Cristo resucitó hoy del sepulcro. ¡Aleluya! El es el lucero matinal que no conocerá ocaso. Esta es la noche venturosa que une cielo y tierra, cuando la muerte fue vencida por la vida. Esta es la noche en que por todo el universo los que confesamos nuestra fe en Cristo resucitado somos liberados del pecado y restituidos a la gracia. ¡Feliz culpa que nos mereció tal Redentor! Este es el día en que actuó el Señor, ¡aleluya!, sea nuestra alegría y nuestro gozo, ¡aleluya!

Lunes: Octava de Pascua He 2,14.22-32: Dios resucitó aJesús. Mt 28,8-15: Aparición de Cristo a las mujeres.

MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA HISTÓRICA 1. Durante la octava de pascua la Iglesia continúa celebrando la resurrección de Jesús, que inaugura la cincuentena pascual, el "gran domingo" continuado, como dijo'san Atanasio. La resurrección de Cristo no fue tan sólo un momento de la historia, sino su cumbre y la explicación de toda la historia humana y de la vida y muerte del hombre. Las apariciones de Cristo resucitado centrarán el evangelio de cada día; y el incipiente caminar de la primera comunidad cristiana se reflejará en las primeras lecturas, que contienen el primer anuncio de los apóstoles. El evangelio de hoy contiene dos episodios relacionados con la resurrección del Señor. El primero es la aparición de Jesús a María Magdalena y María la de Santiago, que fueron a visitar su sepulcro. Allí oyeron el anuncio del ángel: "Jesús, el crucificado, no está aquí: ha resucitado, como había dicho... Id aprisa a decirlo a sus discípulos". Es entonces cuando les sale al encuentro Jesús mismo, que les dice: "Alegraos... No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán". 173

La segunda parte del evangelio deja constancia del "invento" sobre el sepulcro vacío de Jesús. Los sumos sacerdotes y los ancianos compran el silencio y la mentira de los guardias del sepulcro, únicos testigos directos de la resurrección: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais... Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy". En esta reseña sobre la fábula del sepulcro vacío, exclusiva de Mateo, se trasluce el clima conflictivo entre la vieja Sinagoga y la joven Iglesia.

vida sin fronteras para todo hombre y mujer que creen en el Hijo resucitado de Dios. Hoy nace el hombre nuevo, la nueva humanidad redimida, con todo el esplendor con que salió en un principio de las manos de su Creador. Cuando confesamos a Cristo resucitado no decimos simplemente que su tumba quedó vacía, sino que vive para darnos vida. Por todo ello: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

2. Anuncio de la resurrección. Pero los discípulos de Jesús se encargaron de decir la verdad, como vemos en la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, que será la fuente de la primera lectura diaria durante todo el tiempo pascual. Así se ha venido haciendo desde el siglo iv. La lectura de hoy contiene el primer kerigma o discurso misionero de san Pedro, que es una proclamación pública y un testimonio personal de Cristo resucitado: "Dios resucitó a Jesús, y nosotros somos testigos". Así se expresaba Pedro el día de pentecostés, cuando la gente se asombraba de oír cada uno en su lengua a los apóstoles. "No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, sino que se realiza ahora la efusión del Espíritu de Dios, predicha por el profeta Joel para los tiempos mesiánicos". Y a continuación pasa a anunciarles a Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios ante el pueblo mediante signos y prodigios. No obstante, el pueblo judío lo crucificó "por mano de paganos"; pero Dios lo resucitó. En su resurrección culmina "el plan previsto y sancionado por Dios" y se cumple la profecía del salmo: "No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción" (salmo responsorial).

Resucitó el Señor, y vive en la palabra de aquel que lucha y muere gritando la verdad Resucitó el Señor, y vive en el empeño de todos los que empuñan las armas de la paz. Resucitó el Señor, y está en la fortaleza del triste que se alegra y del pobre que da pan. Resucitó el Señor, y vive en la esperanza del hombre que camina creyendo en los demás. Resucitó el Señor, y vive en cada paso del hombre que se acerca sembrando libertad. Resucitó el Señor, y vive en el que muere surcando los peligros que acechan a la paz

3. Dato real y misterio de fe. Continuar este testimonio apostólico de la resurrección de Cristo es el cometido de la Iglesia y de los cristianos de todos ¡os tiempos. No podemos buscar entre los muertos al que vive, al viviente por antonomasia. La resurrección de Jesús, misterio central de nuestra fe y dato cierto y real, aunque no verificable por los métodos de las ciencias, es el acontecimiento salvador que nos llena de gozo y que, basados en la fe apostólica de la Iglesia, hemos de creer, proclamar y testimoniar mediante nuestra vida de resucitados con Cristo. Testimoniar la resurrección de Jesús es afirmar en primer lugar que su situación personal cambió por completo, porque Dios Padre puso su firma y rúbrica a cuanto dijo e hizo Jesús, cuyo camino era el del Padre mismo. Pero hay algo más. La resurrección de Cristo no se limita a él solo, sino que de hecho inaugura una nueva era y un mundo nuevo, en el que no es la muerte quien tiene la última palabra, sino la 174

(J. A. OLIVAR-M. MANZANO)

Martes: Octava de Pascua He 2,36-41: Convertios y bautizaos. Jn 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto.

CONVERSIÓN PASCUAL 1. El amor abre camino. El evangelio de hoy narra la aparición de Cristo resucitado a María Magdalena, según la versión de Juan. María estaba equivocada, buscando entre los muertos al que estaba vivo. Por eso su llanto se cambiará inesperadamente en gozo cuando Jesús la llame por su nombre. Aquel a quien ella tomaba por el jardinero era Jesús en persona. Oír su propio nombre de sus labios le despertó el sentido. Gracias a su amor, a través de sus lágrimas consiguió ver al Señor, a quien tanto quería. El Espíritu de Cristo resucitado le iluminó los ojos y la vida, porque el lugar donde Dios habita es siempre el corazón que ama. 175

Por eso el amor es el camino más directo para ver a Dios, para la fe, para reconocer al Maestro. "Dadme un corazón que ame y comprenderá las palabras de Jesús", decía san Agustín. ¿Cómo descubrir nosotros a Cristo resucitado sino a través de una fe despierta por el amor? ¿Y dónde encontrarlo sino en los hermanos, es decir, allí donde dos o tres se reúnen en su nombre y en la comunidad que celebra el memorial de la muerte y resurrección de Cristo? Porque es sobre todo en la eucaristía donde oímos las palabras de Jesús que abren los ojos de nuestra fe: Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, éste es el cáliz de mi sangre, derramada para el perdón de los pecados. Aquí está la fuente de nuestra fe, siempre renovada, en Cristo resucitado. 2. Para el perdón de los pecados. A la conversión y al bautismo para el perdón de los pecados se remite el apóstol Pedro al final de su primer discurso misionero, que leíamos también ayer y que concluye hoy. La primera lectura nos muestra la reacción de los oyentes a todo el discurso, especialmente a su resumen final: "Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías. Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertios y bautizaos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo... Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil". La culpabilidad de la muerte de Jesús tiene unos responsables históricos: los judíos, como abiertamente proclama el apóstol Pedro. Conocidos nos son los actores del drama de la pasión del Señor, que recordábamos recientemente; pero quien movía los hilos de la trama era Dios, según su plan divino para la salvación humana. En esa muerte injusta de un inocente todos hemos tenido parte. La pasión y muerte de Cristo sigue siendo y será siempre para el cristiano, para el creyente, el medio fundamental para tomar conciencia de su pecado y de la necesidad del perdón del mismo, así como del costo del rescate. Dios concede su perdón a todo el que se confiesa culpable y acude arrepentido a su encuentro en los sacramentos del bautismo y de la penitencia o reconciliación, que viene a ser un segundo bautismo para el perdón de los pecados. El sacramento de la conversión, continuamente renovada, es la penitencia "donde actúa la fuerza de la pasión de Cristo mediante la absolución del sacerdote, junto con la colaboración del penitente, que coopera con la gracia de Dios a la destrucción del pecado" (Santo Tomás de Aquino). La fuerza del Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de la muerte es la misma que destruye en nosotros el pecado, en virtud precisamente de la muerte y resurrección de Cristo. 176

3. La conversión también en pascua. Todos los pregones apostólicos en el libro de los Hechos concluyen con una llamada a la conversión, que es uno de los elementos esenciales del kerigma o anuncio de Cristo, como veremos pasado mañana. Pascua es también tiempo de conversión, como todo tiempo en la vida cristiana, pues es la conversión continua una tarea siempre inacabada, una asignatura siempre pendiente. Nunca podremos darnos por satisfechos en este empeño. Una vez convertidos del pecado, podremos anunciar y testimoniar ante los demás a Cristo resucitado. Porque también a nosotros, como a María Magdalena, nos dice Jesús en este día de pascua: Anda, ve a mis hermanos y diles que estoy vivo; anuncíales que soy el viviente, que soy la vida; y sobre todo, testimoníalo con tu persona y tu conducta de creyente. Resucitó el Señor, y manda a los creyentes crecerse ante el acoso que sufre ¡a verdad. Resucitó el Señor, y vive en el esfuerzo del hombre que sin fuerzas quedó por los demás. Resucitó el Señor, y está en ¡a encrucijada de todos los caminos que llevan a la paz. Resucitó el Señor, y llama ante la puerta de todos los que olvidan lo urgente que es amar. Resucitó el Señor, y vive en el que queda cautivo por lograrle al hombre libertad Resucitó el Señor, su gloria está en la tierra, en todos los que viven su fe de par en par. (J. A. OUVAR-M. MANZANO)

Miércoles: Octava de Pascua He 3,1-10: Pedro y Juan curan a un lisiado. Le 24,13-35: Los discípulos de Emaús.

EN EL CAMINO DE EMAÚS 1. Las claves de un encuentro. En el evangelio de hoy tenemos un nuevo relato de aparición de Cristo resucitado; esta vez a dos discípulos que caminan de Jerusalén a Emaús. Con gran maestría desarrolla Lucas en su línea narrativa un perfecto estudio psicológico de los prota177

gonistas, que van pasando progresivamente del desencanto mesiánico a una fe entusiasta en Jesús resucitado. ¿Qué proceso hubieron de seguir los desalentados discípulos de Emaús —al igual que el creyente de hoy representado en ellos— para su encuentro de fe con Cristo resucitado? Con base en el texto bíblico, destaquemos estas tres claves de lectura y de encuentro: la escriturística, la eucarística y la comunitaria. a) La Escritura es la primera clave o vía que Jesús les abre para acceder a la fe en su persona. Los dos discípulos no lo han reconocido presente en el caminante que se les une en la marcha y que parece ignorar todo lo sucedido aquellos días en Jerusalén. Ellos están desanimados; en la tumba del crucificado quedaron enterradas sus esperanzas mesiánicas, que no son capaces de resurgir ni con las noticias que empiezan a correr en su grupo sobre el sepulcro vacío e incluso la resurrección de Jesús, anunciada por los ángeles a las mujeres. "Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura". Esta lectura cristológica de la Escritura es el camino que, iniciado por Jesús, seguirá la Iglesia primitiva, como vemos en los pregones apostólicos de los Hechos; por ejemplo, en el que leeremos mañana y que sigue a la curación del lisiado de la Puerta Hermosa del templo por Pedro y Juan, como refiere la primera lectura de hoy. b) La eucaristía es la segunda clave. Cerca ya de la aldea de Emaús, el desconocido hizo ademán de seguir adelante. Quédate con nosotros, le dijeron ellos, porque atardece y el día va de caída. Y se dispusieron a cenar juntos. Entonces el Señor, "sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció". Lucas transcribe aquí exactamente el rito con que Jesús inició la institución de la eucaristía en la última cena, según leemos en san Pablo y en los tres evangelios sinópticos. "Partir el pan" es un término específico, relativo a la eucaristía, que Lucas emplea de nuevo en uno de los sumarios de los Hechos sobre la vida de la comunidad de Jerusalén. En el antiguo lenguaje cristiano la fracción del pan en fraternidad tiene sabor cultual y se emplea habitualmente en un contexto eucarístico. c) La comunidades la tercera clave. Así lo entendieron los peregrinos de Emaús. "Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros". Cuando los dos quisieron retener en su mirada la presencia recién descubierta de Jesús, él ya había desaparecido de su vista. Pero habían aprendido una lección fundamental, extensiva a todos los cristianos: Cristo resucitado sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de una 178

manera nueva y cierta, por la fe que nace de su palabra y de su pan. Y a Jerusalén, la comunidad madre, vuelven gozosos los dos "fugitivos" que se habían alejado de ella desalentados y rumiando sus dudas y reticencias. Ahora necesitan comunicar y compartir su experiencia personal del Señor resucitado. A su testimonio de fe hace eco la comunidad, que repite a coro: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan". 2. Para la revisión de vida. ¿Hemos descubierto la palabra de Dios como fuente y alimento de nuestra fe y de nuestro amor cristiano? ¿De verdad es la eucaristía dominical o diaria la raíz y cumbre de toda nuestra vida cristiana? ¿Es nuestra comunidad de creyentes un signo de Cristo resucitado para los demás? Mientras no vivamos a fondo estas tres claves del encuentro con el Señor: la palabra, la eucaristía y la fraternidad, no le conoceremos a él ni podremos darlo a conocer. Hoy, Señor, comenzamos por pedirte perdón porque somos tardos de corazón para creer en ti debido a nuestra desesperanza en el camino de Emaús. Te creíamos muerto, pero tú vives hoy como ayer. Ábrenos los ojos del espíritu para que te busquemos y entendamos que tú eres más fuerte que nuestro pecado. ¿Cómo conoceremos que tú eres el Dios de vida si tu palabra y tu pan no caldean nuestros corazones? Gracias, Señor, porque nos permites reconocerte en tu palabra, en la eucaristía y en los hermanos. Camina a nuestro lado y quédate con nosotros para siempre.

Jueves: Octava de Pascua He 3,11-26: Dios resucitó al autor de la vida. Le 24,35-48: El aval de la Escritura.

SE RESISTÍAN A CREER 1. Creían ver un fantasma. En el relato de la aparición de Cristo resucitado al grupo de los discípulos —evangelio de hoy— distinguimos el hecho en sí y el contenido o mensaje para el que el texto mismo aporta claves de lectura e interpretación. La línea narrativa es senci179

lia: 1.° Conexión con el episodio de Emaús que precede. 2.a Aparición de Jesús, saludo del mismo y reacción suspensiva de los discípulos. 3.° Pruebas físicas de su identidad personal por parte de Jesús. 4.° Catequesis del Señor sobre la Escritura, cumplida en su persona. Respecto de las claves de lectura del mensaje, en la transición inicial se recuerda la pista eucarística que, en su momento, abrió los ojos a los dos de Emaús, como veíamos ayer: Reconocieron a Jesús al partir el pan. Enseguida el evangelista sitúa el mensaje de la narración a dos niveles o dimensiones que constituyen sendas unidades temáticas. Primera: la sección "apologética", centrada en las pruebas que Cristo resucitado aporta sobre su identidad con el Jesús de Nazaret que habían conocido los discípulos. Y segunda: el repaso escriturístico con el que el Señor los instruye (igual que en el camino de Emaús). Sorprende que mientras el grupo está escuchando a los de Emaús y comenta la aparición de Jesús a Pedro, precisamente al aparecer Cristo en persona en medio de ellos, los discípulos tienen miedo y se resisten a creer lo que están viendo sus ojos. Hasta cierto punto era lógico. Lo habían visto padecer, morir y ser sepultado tan sólo unas pocas horas antes, si bien las suficientes para el desplome de toda ilusión y esperanza mesiánicas ante fracaso tan evidente. Por tanto, se debe tratar de un fantasma, piensan ellos, una alucinación colectiva, algo así como una presencia "espiritista". De la inseguridad se seguía la duda, y ésta creó el espectro del miedo que les impedía creer. Entonces Jesús resucitado acumula pruebas físicas de su identidad y que evidencian su humanidad corpórea: Palpadme; ¿tenéis algo que comer? Y comió delante de ellos. No obstante, su humanidad está glorificada, lo cual explica que en un primer instante no le reconozcan. Si bien, después de un proceso gradual de fe y con base en su experiencia y contacto personal con el Señor resucitado, acabarán por creer firmemente que el visitante no es otro que el mismo Jesús que ha resucitado. 2. El aval de la Escritura. Sin embargo, porque el contacto visual puede resultar insuficiente, Cristo añade otra prueba de su identidad mesiánica: es la lectura cristológica del Antiguo Testamento. Para que le conozcan en profundidad, Jesús les abre la inteligencia a la comprensión plena de la Escritura precedente. "Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse... Así estaba escrito: El mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto". Y, efectivamente, lo fueron. En los pregones que leemos estos días como primera lectura, los apóstoles, por boca de Pedro, demuestran 180

haber aprendido bien la lección escriturística de Jesús. Así, por ejemplo, como leemos hoy, en su valiente discurso misionero, motivado por la curación del minusválido de la Puerta Hermosa del templo, el apóstol Pedro deja en claro ante la gente que la sanación no se efectuó por su poder ni por el de Juan, su compañero, sino en el nombre de Jesús, a quien Dios glorificó "resucitándolo de entre los muertos; y nosotros somos testigos... Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentios y convertios para que se borren vuestros pecados". Están aquí, en síntesis, los elementos básicos de todo kerigma. El núcleo central del kerigma o anuncio apostólico, como vemos por el libro de los Hechos, es siempre el testimonio de la muerte, resurrección y exaltación de Cristo por Dios como Señor y salvador para todo el que cree en él. Este núcleo, siguiendo un patrón común, se desglosa en estos elementos: 1.° La persona histórica de Jesús, el mesías. 2.° Su muerte y resurrección. 3.° Testimonio apostólico de la resurrección. 4.° Salvación y perdón de los pecados para todo el que se convierte y cree en Jesús. Te bendecimos, Padre, porque Cristo resucitado vino a romper los cerrojos de nuestras puertas y corazones, cerrados por el miedo y el desánimo, y a compartir la mesa y el pan de la esperanza. Él hace brillar en cada amanecer la aurora de su paz para los que creen a pesar de la oscuridad y del miedo. No permitas, Señor, que nos resistamos a creer en ti Danos tu Espíritu que nos haga testigos valientes de tu salvación y de tu amor de Padre ante los hombres, para que, mano con mano, construyamos tu Iglesia como hogar de futuro y de esperanza para el mundo. Amén.

Viernes: Octava de Pascua He 4,1-12: Ningún otro puede salvar. Jn 21,1-14: Aparición junto al lago.

¡ES EL SEÑOR! 1. Ningún otro puede salvar. Hoy leemos como primera lectura el tercer discurso misionero de Pedro, que sigue el esquema habitual de 181

los demás kerigmas; pero esta vez ante el sanedrín. La curación del minusválido del templo ha traído consecuencias. El pueblo empieza a creer a los testigos de Jesús de Nazaret, lo cual desagrada a las autoridades judías. Por eso detienen a Pedro y a Juan. Se repite la misma situación conflictiva que en vida de Jesús, y se repetirá a lo largo de la historia eclesial. Al día siguiente, después del interrogatorio de rigor, tiene lugar el discurso del apóstol Pedro ante el consejo, haciendo buena la promesa de Jesús sobre la asistencia del Espíritu a los suyos ante jueces y tribunales. Pedro aclara, como lo había hecho ante la gente el día anterior, que la curación del enfermo se debió al poder del "nombre de Jesús Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos... Él es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular (salmo responsorial de hoy, Sal 117). Ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos". 2. Es el Señor. El evangelio de hoy se toma del epílogo o apéndice al cuarto evangelio y relata una aparición de Cristo resucitado a seis de sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades o mar de Galilea, al amanecer de una noche de pesca infructuosa. Pero, siguiendo las indicaciones de Jesús, la red se les colmará de peces. Y aunque eran tantos (153), no se rompió la red al arrastrarla hasta la orilla, donde les esperaba Jesús con pan y un pescado sobre las brasas, invitándoles a comer. En esta aparición del Señor a orillas del lago, comprendidos sus dos momentos: pesca y comida, se verifican todas las constantes de las apariciones pascuales del resucitado (como veremos mañana), excepto una. Efectivamente, la iniciativa es de Jesús, que no es reconocido por los discípulos en un primer momento, sino después, gracias a una palabra o un gesto suyo y mediante un proceso gradual de fe. Este proceso es iniciado en esta ocasión por "el discípulo que Jesús tanto quería", Juan, que se lo comunica a Pedro: ¡Es el Señor! Certeza que participan también a continuación los otros cinco discípulos allí presentes. "Señor" es el título por antonomasia que la fe pascual de la comunidad cristiana primitiva dio a Cristo resucitado.

Es el primer simbolismo y clave de lectura: la Iglesia misionera, que tiene presente el aviso de Cristo en el símil de la vid y los sarmientos: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). Porque todavía estaba ausente Jesús y su mandato misionero: "Echad la red", por eso quedaron vacías las redes de los apóstoles en el primer intento. Igualmente, la comida fraternal que siguió a la pesca ha de entenderse en clave eucarística. Es el segundo nivel de lectura del evangelio de hoy. Cuando los discípulos han descargado la red, que no se rompe a pesar del gran número de peces —detalle que acentúa la unidad de la Iglesia dentro de su plural universalidad—, Jesús les invita a comer del pan y del pescado que él les ha preparado sobre las ascuas, así como de los peces que acaban de capturar. La redacción textual: "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado", repite el ritual de la multiplicación de los panes y los peces, que a su vez es el mismo que el de la última cena y el de Emaús. Como un eco del pasaje evangélico de hoy, desde el principio el pez fue signo y contraseña de Cristo en la iconografía y arte cristianos. A todos nosotros nos dice Jesús en este día de pascua: Echad la red, es decir, servid a mi misión redentora entre vuestros hermanos los hombres. A esta misión nos remite la eucaristía que continuamente celebramos en nuestras comunidades. Te bendecimos, Padre, porque en la neblina mañanera la figura de Jesús resucitado disipa nuestros temores. Él nos toma de la mano, pronuncia nuestro nombre, nos alimenta con la eucaristía, nos hace crecer en el amor y nos confía una misión: Seréis pescadores de hombres. Bendito seas, Señor, porque necesitas nuestras manos, nuestra voz, nuestra pobreza. ¡Gracias por la confianza! Por tu palabra, echaremos la red hasta que rebose de peces. Por la fuerza de tu resurrección libéranos, Cristo, del poder del miedo y de la nada de la muerte. Tú has pronunciado tu nombre sobre nuestra miseria y nosotros te pertenecemos para siempre.

3. Misión y eucaristía. Pero a primera vista falta una de las características de las apariciones de Cristo resucitado, es decir, el envío misionero. Digo "a primera vista" porque, de hecho, la misión está indicada en el simbolismo misionero de la barca, la pesca, la red y los peces. Detalles todos que apuntan a la misión universal de la Iglesia, heredada de Cristo e iniciada por aquellos a quienes Jesús constituyó "pescadores de hombres" y que ahora faenan comunitariamente y ven cómo desborda de peces su red. 182

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Sábado: Octava de Pascua He 4,13-21: Hemos de obedecer a Dios. Me 16,9-15: Id al mundo entero.

LAS APARICIONES DE CRISTO RESUCITADO 1. Confesión de fe pascual. El evangelio de hoy, tomado del final canónico añadido a Marcos, contiene un breve recuento de apariciones de Jesús resucitado: primero a María Magdalena, después a los dos discípulos de Emaús y finalmente a los once, cuando estaban a la mesa. "Jesús les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación". Durante toda esta semana de pascua hemos leído en el evangelio sucesivas apariciones de Jesús, según los diversos evangelistas. Por eso estamos en condición de reflexionar brevemente sobre ellas. Hemos de entender las apariciones como signo fehaciente de la resurrección de Jesús. Vienen a confirmar el dato de su sepulcro vacío y suscitan y avalan decisivamente la fe de los apóstoles y de la comunidad eclesial, es decir, nuestra propia fe, en el hecho real y cierto, aunque metahistórico e indemostrable en sí mismo, de la resurrección del Señor. Los relatos de las apariciones, como todo el evangelio, son profesiones de fe pascual que contienen un lenguaje teológico, son kerigma o anuncio de fe. Su intención básica no es hacer historia exacta, crónica fiel, vídeo o reportaje diario de sucesos. No obstante, el sustrato de las mismas son datos objetivos, acaecidos realmente, y no mera creación literaria de tipo subjetivo, como veremos enseguida. Las apariciones son contactos personales con el mismo Jesús de Nazaret, que murió y resucitó; son experiencias de fe con base objetiva. De esta fe se sigue la total transformación personal de los discípulos, que son sus destinatarios más frecuentes. Pues del conjunto de las apariciones de Jesús resucitado, que suma unas diez, se ve que si bien algunas tienen destinatarios individuales, es al grupo de los discípulos y apóstoles a quienes se aparece con preferencia. 2. Divergencias y puntos comunes. Las diferencias en los relatos de los cuatro evangelistas son manifiestas, como hemos podido ver, y algunas irreconciliables, respecto de los momentos, fechas y lugares: Galilea, según Mateo y Marcos; Jerusalén, según Lucas y Juan. Al igual que en los diversos relatos de la resurrección del Señor, estos detalles divergentes no tienen importancia decisiva. Sencillamente reflejan las distintas tradiciones orales existentes en las comunidades apostólicas. La cristiandad primera no se preocupó de armonizarlas, lo cual da a los 184

relatos mayor autenticidad de testimonio kerigmático de fe, sin manipulaciones ni preocupaciones apologéticas. Las coincidencias o puntos comunes a todas las apariciones, según se desprende del conjunto de los relatos de las mismas, son éstas: a) La iniciativa es siempre de Cristo, que de manera inesperada aparece y desaparece, incluso con las puertas cerradas. Ninguna aparición sucede de noche ni en sueños, ni es provocada por la ilusión, expectativa o alucinación del grupo de los discípulos. b) Jesús no es reconocido en un primer instante. Los discípulos dudan y se muestran reacios a creer. Eso motiva que él aporte signos e indicios de su identidad. c) Mediante un proceso gradual de fe, el Señor es reconocido en un segundo momento, gracias a una palabra, un signo (por ejemplo, las llagas) u otro gesto característico que vence sus vacilaciones iniciales y les lleva a la certeza plena: es Jesús resucitado. Están totalmente seguros. Por eso dirán después, incluso hasta el martirio: Somos testigos. d) Finalmente, el mandato misionero, la misión, el envío para el testimonio y la evangelización. Para esta misión de la Iglesia, que es la misma de Jesús, él les da la fuerza y el dinamismo de su Espíritu. 3. La audacia de los apóstoles. La primera lectura nos muestra el servicio incondicional de los apóstoles a este mandato misionero de Jesús. Pedro y Juan están ante el sanedrín por causa del enfermo curado en el templo. Ante el apoyo popular, el consejo no puede castigar a los apóstoles, pero les prohibe hablar de Jesús. La réplica de Pedro y Juan es rotunda: Hemos de obedecer a Dios antes que a vosotros; y no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído. Admirable ejemplo de audacia apostólica para los cristianos de todos los tiempos, incluidos nosotros. A pesar de todas las amenazas y prohibiciones, no podemos ceder en el anuncio y testimonio de Cristo resucitado. Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte. Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible. Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su Espíritu puede realizar en y por nosotros. 185

Lunes: Segunda Semana de Pascua He 4,23-31: Oración de los apóstoles. Jn 3,1-8: Nacer del agua y del Espíritu.

NACIDOS DE NUEVO 1. Nacer del agua y del Espíritu. El mito de la eterna juventud, heredado del doctor Fausto de Goethe, es sagazmente explotado hoy día por la publicidad comercial. El sueño de volver a ser joven y mantener los veinte años produce mucho dinero a algunos avispados. Sin embargo, no es más que un mito de nuestro tiempo. Pero en cristiano sí es posible nacer de nuevo a una eterna juventud, gracias a la fuerza del Espíritu, como nos lo descubre la liturgia de la palabra de este día. El evangelio comienza la larga entrevista de Jesús con Nicodemo, que continuaremos leyendo los días siguientes. En su primera parte el texto y el tono de la conversación reflejan probablemente una primitiva catequesis bautismal. Nicodemo viene a ver a Jesús de noche, en el miedo y en la oscuridad de una fe incipiente: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él". Su fe es imperfecta todavía y necesita entender muchas cosas. Jesús le explica con calma y paciencia. "Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu". La expresión "nacer del Espíritu" designa un giro completo de la existencia. Abandonando la pretensión de salvarse uno por sí mismo —empeño propio de la "carne" en su fragilidad y debilidad humanas—, el hombre y la mujer se sitúan en absoluta dependencia de Dios mediante la fe. Así se verifica lo que afirma el prólogo de san Juan: "Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios" (1,13). Por el bautismo somos incorporados a Cristo y hechos uno con él, lo mismo en su muerte y sepultura que en su vida nueva. Éste es el gigantesco secreto del cristiano, que le explica los mayores interrogantes de la vida: su origen y su destino. Cristo resucitado es la respuesta que nos revela la fascinante tarea de nacer siempre de nuevo a una perenne juventud en Dios mediante el agua y el Espíritu. 2. La fuerza incontenible del Espíritu. Como el viento que sopla donde quiere, así es todo el que ha nacido del Espíritu, dice Jesús a Nicodemo. Tan inútil e imposible es querer encadenar el viento del Espíritu como querer conservar el vino nuevo en odres viejos. Para el Espíritu no hay obstáculos, como vemos en la primera lectura de hoy, tomada del libro de los Hechos. 186

Durante esta segunda semana de pascua que hoy comienza, y hasta el final del tiempo pascual, continuaremos leyendo los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor es el mismo que el del evangelio de Lucas. En el libro de los Hechos tenemos, además de la historia de la primera expansión del cristianismo, una teología de la acción del Espíritu y de la Iglesia misionera, que pronto abrió el campo de su misión no sólo a los judíos, sino también a los paganos. En la primera lectura de hoy vemos a los apóstoles y a la comunidad cristiana reunidos en oración. El hecho de vida que la motivó fue la persecución desatada contra ellos por las autoridades judías, como explican Pedro y Juan a su vuelta del sanedrín y de la cárcel. La joven Iglesia no pide al Señor verse libre de la persecución, pues sabe que ésta continúa el destino de Jesús, el mesías paciente (salmo responsorial), sino "valentía para anunciar la palabra". Al terminar la oración, como prueba de que Dios les había escuchado, sucede un nuevo y segundo pentecostés: "Tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía la palabra de Dios". Si estamos alerta a los signos de la presencia del Espíritu podremos oír su voz. Él nos guiará donde él quiere, no donde queremos nosotros, gracias a la nueva vida de Dios que está generando constantemente en nosotros. Y la señal de que hemos nacido de arriba será que vivimos y realizamos con eficacia la palabra y el mensaje de Jesús, como hicieron los apóstoles. Creer en la resurrección de Cristo es descubrir el poder de la vida sobre la muerte; más todavía, experimentarlo personalmente, hasta entusiasmarse con esa nueva vida que nace de Cristo resucitado. Porque con él lo viejo ha concluido; ha nacido un mundo nuevo y una humanidad nueva. Bendito seas, Padre, por el Espíritu que nos renueva, nos libera y nos hace renacer en Cristo resucitado. También nosotros, como Nicodemo, preguntamos en la noche por el sentido oculto de nuestra existencia enante. En Jesús está la respuesta, gracias a que su tumba se abrió, incapaz de retener cautiva la vida mirva. ¿Cómo podríamos conocerte como el Dios de la vida si no fuera porque renacemos de ti cada mañana? Haz que tu Espíritu complete en nosotros catín día lo que ya inició la gracia de nuestro bautismo en Cristo. Así experimentaremos tu soplo de libertad y cierna juventud

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Martes: Segunda Semana de Pascua He 4,32-37: Todos pensaban y sentían lo mismo. Jn 3,11-15: El que bajó del cielo.

UN SOLO CORAZÓN 1. Los sumarios de los Hechos. El evangelio de hoy continúa la entrevista de Jesús con Nicodemo, y se centra en lo que constituye el esqueleto de la teología joánica: el don de la vida eterna para todo el que cree en Jesús como enviado e Hijo de Dios. Como primera lectura tenemos el segundo de los tres sumarios importantes sobre la primera comunidad cristiana de Jerusalén. (Los otros dos son 2,42-47 y 5,12-16.) Estos sumarios son un cuadro-resumen en que el autor del libro de los Hechos presenta una imagen idealizada de la primera comunidad mediante el proceso, frecuente en Lucas, de generalizar hechos concretos que se mencionan antes o después. El mensaje que contienen los sumarios para hoy y para nosotros es éste: la fe en Cristo resucitado, vivida a fondo, nos ha de llevar a la comunión total en el amor fraterno, que se traduce en unanimidad, participación de_ bienes, tanto espirituales como materiales, y ayuda mutua en todo. Éste es el ideal que se nos propone, una utopía exigente como meta para un amor sin fronteras, según el mandato de Jesús. Si leyéramos estos sumarios al pie de la letra, como crónica de rigurosa historia, nos encontraríamos con dos sorpresas embarazosas: 1.a A continuación se mencionan casos que contradicen tan sublime imagen: Ananías y Safira, malestar entre los griegos por desatención a sus viudas. 2.a Sería terriblemente desalentador comparar cualquier comunidad de la historia eclesial, especialmente nuestras macrocomunidades en los núcleos urbanos, con aquella primera, tan optimistamente idealizada. No obstante, el ideal propuesto mantiene su valor de reto a la utopía cristiana del amor fraterno, que es la nota esencial de la doctrina de Jesús. 2. Una comunidad signo de Cristo. Del conjunto de los sumarios de los Hechos se desprende que los rasgos propios de una comunidad signo de Cristo resucitado y animada por su Espíritu consisten en ser: a) Comunidad de fe a la escucha de la palabra. El anuncio de Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación, crea la comunidad de fe y constituye el centro vital de la misma, que se mantiene a la escucha de la palabra transmitida por los apóstoles. Pues la fe nace del mensaje y éste consiste en el anuncio de Cristo. Además, la fe se vive en comunidad, y no por libre y en solitario. Lo que mantiene al grupo cristiano en cohesión interna, presidido por sus 188

pastores, es la fe en Cristo resucitado; y no la mera camaradería, la amistad, la ideología, un compromiso político y menos aún un proyecto económico. b) Comunidad de vida y de amor. Los creyentes vivían unidos y lo poseían todo en común; el fondo comunitario se repartía según la necesidad de cada uno. Es un ideal al que hay que tender para la plena comunión en la fe y el amor: vivir unidos, saber aceptarse y no sólo tolerarse, crear ambiente de hogar a base de cariño y respeto. Y sobre todo compartir. Amar es lo esencial del evangelio de Jesús, su mandato y la señal de sus discípulos ante los demás. c) Comunidad eucarística y de oración. Eran constantes en la fracción del pan y en las oraciones. La eucaristía es la fuente y cumbre de la vida comunitaria y cultual; por eso desde el principio, según el deseo de Jesús, la cena del Señor se celebró en todas las iglesias de la cristiandad primera. Sin eucaristía viva y eficaz no puede haber comunidad cristiana; y es la calidad de nuestras eucaristías la medida exacta de la valía de nuestra oración comunitaria. d) Comunidad misionera. La misión es rasgo fundamental del grupo cristiano. La misión se expresa en la evangelización, es decir, en el anuncio y el testimonio de Cristo salvador, de quien nos vienen la liberación del pecado y la reconciliación con Dios. Así lo practicaron desde el principio los apóstoles y la comunidad, por mandato y envío de Jesús: "Como el Padre me envió, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo". El Espíritu es el don de Cristo resucitado a su pueblo, la Iglesia, para la tarea evangelizadora confiada al grupo que hereda y continúa la misión de Jesús mismo: anunciar a los pobres la buena noticia de la liberación. ¿Reúne nuestra comunidad estas cuatro características? Gran misión, honor y responsabilidad la de cada uno de nosotros: hacer creíble, presente y eficaz en el mundo de los hombres la resurrección del Señor, sin reducir nuestra fe, gozo y esperanza pascuales al ámbito privado e intimista. Te bendecimos, Padre, porque gracias a Jesucristo, cuya resurrección alumbró una humanidady mundo nuevos, los creyentes podemos tener una sola alma y un solo corazón, testimoniando así el amor que él nos mandó vivir. Señor, tú que eres más fuerte que nuestras divisiones, perdona nuestro desamor, recelos y desconfianzas mutuas. Queremos vivir unidos como hermanos en Cristo Jesús. Ayúdanos a saber compartir lo nuestro con los demás, especialmente con los hermanos más pobres que nosotros, porque así nos realizaremos como discípulos de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. 189

Miércoles: Segunda Semana de Pascua He 5,17-26: Milagrosa liberación de la cárcel. Jn 3,16-21: Así amó Dios al mundo.

UN DIOS ENAMORADO DEL HOMBRE 1. Oferta de amor y salvación. La frase que abre la lectura bíblica de hoy es una admirable síntesis bíblica que condensa todo el cuarto evangelio, escrito para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida por él (Jn 20,31). Dice así: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (3,16). La oferta universal de vida y de salvación por parte de Dios tiene un motivo y una finalidad. El motivo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único". La finalidad: "Para que no perezca ninguno de los que creen en él". Motivo y finalidad constituyen unidos el versi11o 16, que para algunos es el más importante del evangelio de Juan, pues en él se resume el núcleo de la buena nueva: Dios ama al hombre. Cristo es el gran signo o sacramento de ese amor de Dios a la humanidad, como queda patente en la encarnación, vida, mensaje, pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Puesto que el móvil de su encarnación y muerte redentoras es el amor de Dios al hombre pecador, queda claro que "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (v. 17). Muchas definiciones se han dado de Dios desde el campo de la teología y de la filosofía. Pero ninguna más certera y breve que la de san Juan: Dios es amor. Por tanto, no puede menos de amar. Y sabido es que el amor auténtico lleva a dar y, sobre todo, a darse a sí mismo. Cuando dudemos del amor de Dios repasemos este texto de san Juan que hoy nos ocupa. La entrega de su Hijo al hombre por parte de Dios, como oferta de salvación, es perenne. Es decir, no queda en hecho pasado, sino constantemente repetido en el acontecer humano de nuestra vida, de nuestro mundo, de nuestra comunidad de fe; especialmente por el anuncio del evangelio y por los sacramentos en los que Dios opera la redención humana, como afirma la liturgia continuamente. 2. Respuesta del hombre. Dios mantiene su oferta de amor, vida y salvación a u n a riesgo del menosprecio del hombre, cuya libertad respeta incluso en la opción por el pecado. Éste no es sino la ruptura de su alianza de amor, la elección de las tinieblas y la actitud de donde mana el obrar perversamente, es decir, las malas obras. 190

Así lo sigue exponiendo el evangelio de hoy: "El que cree en el Hijo de Dios no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios". La fe o la incredulidad presentes contienen ya un adelanto del juicio definitivo de Dios: salvación o condenación, respectivamente. Es la escatología ya realizada y actual, si bien todavía no final, propia del cuarto evangelio. Lo que decide en última instancia es la responsabilidad personal, es decir, la aceptación o el rechazo de Cristo por la fe o la increencia, la opción por la luz o las tinieblas, por la verdad o la mentira, por el amor o el egoísmo, por el bien o por el misterio de iniquidad que es el pecado. "Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a ella para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios". 3. Amor que nos abre a los demás. Si el sentirnos mirados con amor por otro nos alegra, nos abre, nos esponja y nos hace felices, ¿qué decir si ese otro es Dios? Somos alguien para él. ¿Por qué? Por puro don suyo, por el gran amor que nos tiene gratuita e inmerecidamente. Pero el ser yo amado personalmente por Dios no me cierra en un círculo en torno al cual crece el desinterés por los demás. Al contrario, porque Dios ama al mundo y al hombre tal como son, he de sentirme hermanado con ellos. Nuestra fe es vida y luz que se difunden, fuerza positiva que crea optimismo, amor que abre a los demás. "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (Un 4,8). Si el mensaje de este día de pascua nos deja fríos e indiferentes, ha sonado la señal de emergencia espiritual: necesitamos una hospitalización urgente por enajenación del sentido y pérdida total de la consciencia religiosa, que nos impiden captar la sorprendente novedad: la "locura" de un Dios enamorado del hombre. Te glorificamos, Dios Padre nuestro, proclamando que Cristo resucitó y vive en tu luz para siempre. El no vino para condenar, sino para salvar al hombre, que tú amas con amor inmenso y con loca ternura. Haz que sepamos pagarte con la misma moneda. Tú no eres el dios lejano y frío de los filósofos, ni el controlador impávido de la máquina del cosmos, sino el Padre amante, siempre desvelado por tu amor. El secreto de la vida, del hombre y del mundo está fundado en el latir de tu corazón que ama. ¡Bendito seas por siempre, Señor! 191

Jueves: Segunda Semana de Pascua He 5,27-33: Testigos somos nosotros y el Espíritu Santo. Jn 3,31-36: El Padre ama al Hijo y todo lo puso en su mano.

TESTIGOS EN LA PERSECUCIÓN 1. Decidieron acabar con ellos. Al texto evangélico de hoy precede el episodio en que Juan el Bautista responde a los que, refiriéndose a Jesús, le dicen: "Aquel de quien diste testimonio está bautizando y todos se van con él". El Bautista ratifica su aval en favor de Cristo y, como amigo del esposo, se felicita de su éxito y de la popularidad del joven rabino. "Es preciso que él crezca y yo disminuya". Es ahora cuando parece ser el evangelista Juan quien expone sus reflexiones teológicas, siguiendo el hilo de la anterior conversación de Jesús con Nicodemo, que venimos leyendo desde el lunes pasado. Se presenta aquí un auténtico resumen del pensamiento joánico sobre la persona de Cristo y la salvación que de élfluye,abundando en las ideas del evangelio de ayer: "El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él". Creer o no creer es el dilema radical que plantea el cuarto evangelio; y vivir o no vivir es el resultado. He aquí el resumen de todo el evangelio de Juan. Como vemos en la primera lectura de hoy, la opción por la increencia fue la de los obstinados miembros del sanedrín que se oponen al anuncio pascual de los apóstoles. Estos están presos de nuevo y delante del consejo. Son reincidentes según la autoridad judía, que les había prohibido hablar de Cristo. La desobediencia se agrava porque de la enseñanza de los apóstoles se desprende la responsabilidad del consejo en la muerte de Jesús. La respuesta de los detenidos a estos cargos demuestra de nuevo la audacia de quienes están llenos de la fuerza del Espíritu: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y anuncian una vez más a Cristo resucitado y exaltado por Dios como "jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos". Mañana leeremos que la intervención del rabí Gamaliel, fariseo y maestro de san Pablo, inclinó la balanza a favor de la liberación de los apóstoles, no sin antes flagelarlos. Pero ellos se alegraron de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Cristo.

primeros testigos y al Espíritu Santo como segundo. Así testifican su interpretación religiosa del designio salvador de Dios por Cristo. Pero son conscientes de que el Espíritu no es monopolio del grupo apostólico; Dios lo da a todo el que le obedece. De esta forma, también la comunidad cristiana, en cuanto Iglesia, es igualmente responsable de testimoniar a Cristo resucitado. Y así lo hicieron los auténticos cristianos de todos los tiempos, ya desde el principio, por medio de su caridad, su pobreza, su solidaridad humana, su alegría y, a veces, su martirio. El itinerario de la persecución religiosa se repite a lo largo de la historia. Al igual que Jesús y sus apóstoles, los discípulos de Cristo han sido con frecuencia objeto de la enemistad de los hombres, en especial de los que gobiernan y de los poderosos. Pero la Iglesia, la comunidad cristiana, no debe temer las acusaciones e invectivas del mundo si sirve con fidelidad a la causa de Cristo y de su evangelio, porque su testimonio será confirmado por el Espíritu de Dios. San Pablo prevenía a su discípulo Timoteo: Todo el que se proponga vivir cristianamente será perseguido. Porque sus criterios y conducta desentonarán necesariamente de los del mundo, sumido en el mal, el egoísmo y el pecado. La celebración eucarística, al igual que los sacramentos del bautismo y de la reconciliación, es el momento por excelencia en que participamos del misterio pascual, es decir, de la muerte y resurrección de Cristo. Compartiendo su palabra y su pan, que es su cuerpo glorioso, pasamos continuamente de la condición de pecadores a la de penitentes. Aunque el mundo nos siente en el banquillo, sabemos que la victoria definitiva está con quienes siguen a Cristo por la cruz a la resurrección. Te glorificamos, Padre, porque hemos renacido en Cristo resucitado, que es camino, verdad y vida. Él es el camino, y nadie te alcanza sin caminar con él Él es la verdad, y nadie puede conocerte sin creer en él El es la vida, y nadie renace sin morir con él Ayúdanos, Señor, a crecer más y más en la je, porque todo el que cree en Cristo posee vida eterna. Haznos también fuertes ante la presión ambiental para que no claudiquemos en nuestras convicciones, sino que testimoniemos nuestra fe con alegría y amor, en todo tiempo y lugar, siempre y a pesar de todo.

2. Testigos en la persecución. Como en todo proceso era necesario el aval de dos testigos, los apóstoles se presentan a sí mismos como 192

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Viernes: Segunda Semana de Pascua He 5,34-42: Contentos de sufrir por Cristo. Jn 6,1-15: Multiplicación de los panes.

ESTABA CERCA LA PASCUA 1. Multiplicación de los panes. A partir de hoy hasta el sábado de la semana siguiente leeremos como evangelio el capítulo 6 de san Juan, que contiene la multiplicación de los panes —texto de hoy— y el discurso del pan de vida. El conjunto de estos ocho días constituye una oportunidad pascual para profundizar el tema de la fe en Jesús como verdadero pan de vida y pan eucarístico. La multiplicación de los panes es el único milagro del ministerio apostólico de Jesús que es narrado por los cuatro evangelistas, y con notables coincidencias. Más todavía, son seis las narraciones que tenemos de este suceso, que fue único en sentir de los biblistas, pues Mateo y Marcos relatan cada uno dos multiplicaciones, que probablemente responden a dos primitivas tradiciones paralelas que no fueron sincronizadas en la redacción final de sus evangelios. Todo ello prueba la importancia que la Iglesia apostólica atribuyó a tal milagro por su largo alcance de signo, como veremos a continuación. De hecho, el signo de los panes y de los peces adquirió desde el principio un puesto destacado en la iconografía cristiana: frescos y mosaicos de las catacumbas y basílicas. 2. Estaba cerca la pascua. El evangelista Juan califica siempre los milagros de Jesús con el término "signo", que se repite hasta diecisiete veces en el cuarto evangelio. Signo es, pues, un concepto teológico y cristológico, es decir, referido a Cristo y orientado a fundamentar la fe del discípulo en Jesús como Hijo de Dios, lo cual constituye la finalidad del evangelio de Juan. En este sentido, Cristo mismo es el gran signo de Dios Padre. La multiplicación de los panes es uno de los grandes signos de autorrevelación de Jesús que tenemos en el cuarto evangelio. Como veremos en días sucesivos, partiendo Cristo del pan material, multiplicado para la muchedumbre famélica, deja patente en su posterior discurso sobre el pan de vida que él mismo es el pan bajado del cielo y el pan eucarístico —su carne y su sangre—, que da vida eterna al que lo recibe. De lo que antecede se concluye que en la multiplicación de los panes, según el relato de Juan, además del plano histórico del hecho en sí tenemos el nivel teológico del mismo. Es el típico esquema dual del cuarto evangelio. Así, por ejemplo, el evangelista comienza por hacer 194

notar que "estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos". Estamos en primavera; por eso hay hierba abundante en aquel lugar. Pero esa ambientación pascual es más que una indicación cronológica; es alusión a la pascua nueva, en la que Jesús iba a ser sacrificado como nuevo cordero pascual. De este modo su carne sacrificada será la comida de la nueva pascua cristiana. 3. Dimensiones de un signo. Además de esta perspectiva pascual, en el signo de la multiplicación de los panes podemos distinguir, entre otras, estas dimensiones o características: su valor mesiánico, su intencionalidad eucarística y su referencia eclesial. El valor mesiánico de la multiplicación se desprende de su condición de milagro que, como tal, anuncia la llegada del Reino y de los tiempos mesiánicos para los pobres de Dios, que "le seguían porque habían visto los signos —las sanaciones— que hacía con los enfermos". Su entusiasmo colectivo desborda al final: "Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo. Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo". La intencionalidad eucarística del hecho aparece visible en el marco ritual y literario del mismo. Los gestos del Señor antes de la multiplicación son idénticos a los de la última cena: "Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados". Después mandó recoger las sobras para que nada se desperdiciara. Velado anuncio de la eucaristía que se explícita después en la catequesis eucarística que constituye el subsiguiente discurso sobre el pan de vida. La referencia eclesial de los panes radica en la condición itinerante del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Si el maná fue el alimento de Israel, peregrino en el desierto, el pan de vida, que es Jesús, será quien sacie el hambre y la sed del nuevo pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Repartir el pan eucarístico es y seguirá siendo obra confiada por Jesús a su Iglesia, así como la solidaridad con los que padecen hambre de "pan" en toda su amplitud: física, espiritual y afectiva. Te bendecimos, Padre, porque nos invitas a sentarnos a la mesa en que tu Hijo, Cristo Jesús, multiplica el pan para los hambrientos del mundo. Danos, Señor, hambre del pan de vida que eres tú, y sacíala abundantemente con tu cuerpo inmolado, que convierta en espléndida primavera nuestro desierto. El cáncer del egoísmo invade nuestras vidas mezquinas, marchitándolo todo con su atroz voracidad. Haz que seamos generosos en servir a los más pobres y estemos dispuestos a compartir todo lo que tenemos con nuestros hermanos más necesitados, como hiciste tú. 195

Sábado: Segunda Semana de Pascua He 6,1-7: Institución de los diáconos. Jn 6,16-21: Jesús camina sobre el agua.

CORRESPONSABILIDAD ECLESIAL 1. Primeras tensiones en la comunidad. La imagen ideal que de la primera comunidad cristiana de Jerusalén nos trazaba el autor de los Hechos (martes de esta semana) presenta hoy su primera crisis, como se deduce de la primera lectura. En los sumarios sobre la vida comunitaria que preceden al episodio de hoy se dice que los creyentes vivían todos unidos y pensaban y sentían lo mismo, lo tenían todo en común y ninguno pasaba necesidad. Descripción idealizada que es el mejor reto a la utopía cristiana del amor fraterno, solamente posible gracias a la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado. Sin embargo, hoy se nos habla de un problema que ensombrece tanta bonanza y viene a poner el contrapunto del realismo. Es el caso que los cristianos de la comunidad de Jerusalén, aun siendo todos judíos de raza, eran diferentes en lengua y cultura. Unos eran judíos palestinos que hablaban hebreo-arameo, y otros eran judíos provenientes de la diáspora que hablaban griego, la lengua común del imperio romano en Oriente Medio. Pues bien, estos últimos expresan en voz alta una queja: sus viudas son discriminadas al no ser atendidas debidamente en el suministro diario a los pobres. Entonces los apóstoles proponen a la comunidad, con agrado de ésta, que elija a siete varones ejemplares para que se hagan cargo de la administración, quedando así ellos liberados para la oración y el servicio de la palabra. Los si«te elegidos tienen nombre griego. Presentados a los doce, éstos les imponen las manos orando. Surgió así un nuevo ministerio eclesial, que más tarde se identificó con el diaconado; si bien los diáconos no se limitaron a la administración, pues Esteban y Felipe aparecen ocupados también en la evangelización. 2. Corresponsabilidad eclesial. Las lecciones actuales de este episodio son múltiples. Si, por una parte, es la comunidad quien democráticamente elige y propone los candidatos —algo que se perdió en los siglos siguientes—, son los apóstoles quienes les imponen las manos, asociándolos a su ministerio pastoral. Tal gesto es el signo del elemento institucional del servicio en la Iglesia, es decir, del carisma vertical o gracia del Espíritu Santo, como recuerda san Pablo a su discípulo Timoteo. Por otra parte, este pasaje nos descubre también un incipiente proceso de organización eclesial y un reparto de responsabilidades comu196

nitarias, fruto de un movimiento inicial de descentralización y de colegialidad. Se apuntan además las tres acciones pastorales básicas que construyen la comunidad desde dentro y potencian su misión hacia fuera: palabra, sacramentos y caridad. En este último servicio, desde los comienzos gozan de una atención preferencial los pobres, representados aquí en las viudas. Finalmente queda patente, una vez más, que en la comunidad eclesial la autoridad es servicio a los hermanos. Hacia esto mismo apuntaba Jesús en la escena de la multiplicación de los panes, que veíamos ayer, cuando entregaba a sus discípulos los panes multiplicados para que se los sirvieran a la gente hambrienta. Después de la multiplicación, los discípulos se embarcan hacia Cafarnaún, mientras Jesús seguía solo en el monte, orando, hasta que a media noche se reúne con ellos caminando sobre las olas del mar de Galilea. Es la escena del evangelio de hoy, sobre la que reflexionamos en el lugar paralelo del evangelista Mateo (14,22ss: ver martes de la decimoctava semana). 3. En el pueblo de Dios que es la Iglesia. Como alternativa auténtica a un modelo jerárquico y clerical de Iglesia que privó desde los primeros siglos de la Edad Media, la teología eclesial actual da la primacía al pueblo fiel, como reconoció la constitución del concilio Vaticano II sobre la Iglesia, que es entendida como pueblo de Dios (LG, c. 2). La ciudadanía cristiana es la dignidad básica que iguala fundamentalmente a todos los miembros del pueblo de Dios, que por el bautismo y demás sacramentos participan de la misión profética, sacerdotal y pastoral de Cristo. Esta visión horizontal gira en torno a la comunión eclesial y, como vemos en la primera lectura, conduce a algunas aplicaciones concretas; por ejemplo: descentralización de servicios, colegialidad a todos los niveles y base laical para que la Iglesia y su misión alcancen plenamente su madurez y objetivos apostólicos (AG 21,1). Te damos gracias, Señor, porque nos llamas a vivir en comunión eclesial con los hermanos y los pastores, y nos invitas a aportar calor fraterno a la convivencia y nuestra colaboración al servicio común del evangelio. Gracias por tu elección, y perdona nuestros fallos. Queremos responder generosamente a tu llamada sirviendo a los hermanos, especialmente a los más pobres. Concédenos asumir nuestras propias responsabilidades en la edificación interna de la comunidad cristiana y en la difusión de tu Reino entre los hombres bajo el impulso del Espíritu de Cristo resucitado. Amén. 197

Lunes: Tercera Semana de Pascua He 6,8-15: Prisión del diácono Esteban. Jn 6,22-29: El trabajo que Dios quiere.

EL QUEHACER DE LA FE

el Padre, Dios". No esperaba la gente esta reflexión, que venía a poner sordina a su entusiasmo, si bien dándole profundidad mediante un quehacer que requiere más esfuerzo que la consecución del pan material. Cuando la gente le pregunta: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?, responde Jesús: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado". Según los maestros de la ley mosaica, las obras que agradaban ,a Dios y conseguían de él la salvación para el hombre eran las oraciones y los ayunos, las limosnas y los diezmos, los ritos y las purificaciones. Pero Cristo corrige la perspectiva y deja en claro que la obra de Dios, el "trabajo" que le agrada, más que perderse en prescripciones legalistas, es aceptar a su enviado, creer en la persona de Jesús, el mesías, sellado por el Padre con la marca de la divinidad. Efectivamente, sólo mediante la fe, don de Dios, puede ser reconocido Cristo como su Hijo y mesías. De las palabras de Jesús se desprende que la fe es gracia y don de Dios y, al mismo tiempo, tarea y respuesta libre del hombre a la iniciativa y gratuidad amorosa de Señor. Así trabajaremos por el alimento que perdura y da vida eterna, como repetidas veces dijo Cristo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. En medio del ajetreo y de las preocupaciones de cada día hagamos un alto en el camino: ¿Qué es lo que buscamos y lo que centra nuestra vida y trabajo? Da pena ver la nula diferencia práctica entre muchos cristianos y otros que se dicen no creyentes. Ahondemos en la tarea esencial del seguimiento de Cristo y hambreemos su pan que sacia definitivamente nuestra hambre de justicia y paz, esperanza y amor, silencio y contemplación, convivencia y fraternidad, equilibrio y madurez.

1. Un dios de uso y consumo. El evangelio de hoy, junto con el de mañana, constituye la introducción al discurso del pan de vida que, según Juan, pronunció Jesús en la sinagoga de Cafarnaún y que leeremos íntegro durante esta semana. Concluida la multiplicación de los panes, Jesús despidió a la gente, que trataba de proclamarlo rey, y se retiró al monte a orar. Luego, durante la noche y caminando sobre el agua, se reunió con sus discípulos que se dirigían en barca hacia Cafarnaún. Pero el entusiasmo popular por el prodigio de los panes no se apagó tan fácilmente. Así es que muchos partieron en busca de Jesús hasta que lo encontraron al día siguiente en Cafarnaún. "Maestro, ¿cuándo has venido hasta aquí?" Jesús no responde a su pregunta, sino que empieza por comentar e\ signo de la multiplicación poniendo al descubierto, no sin cierto deje de amargura por no ser comprendido, la intención oculta de quienes lo siguen en clamor de multitudes. "Os lo aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Cristo sufre la incomprensión de la gente, en cuyo beneficio ha operado grandes obras. Igualmente, siguiendo sus pasos, el diácono Esteban verá correspondida su actuación en favor del pueblo con el odio, la calumnia y la prisión, como vemos en la primera lectura. La historia del protomártir Esteban, que leemos hoy y mañana, reproduce intencionadamente la pasión y muerte de Jesús, tanto en el proceso y condena como en el martirio del diácono (ver día 26 de diciembre). Como siempre sucede con toda masa, la muchedumbre alimentada por Jesús hasta la saciedad con cinco panes y dos peces quería un dios de uso y consumó, un dios que sirve a nuestros intereses y necesidades, un dios comercial que oferta y distribuye sus dones a merced de la demanda. Éste es el dios de una fe supersticiosa y de una religión natural, que quieren encerrar a Dios en los límites de los ritos y de las leyes cultuales, que buscan servirse de la divinidad en vez de servirla y adorarla.

Mendigos de pan y cariño, sedientos de esperanza, nos presentamos ante ti, Señor, con la escasez y la pobreza de nuestros yermos corazones.

2. El trabajo que Dios quiere. No obstante, Jesús ve en esa búsqueda del pan material una oportunidad para proclamar una consigna superior: "Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado

Danos hoy nuestro pan de cada día, el pan que perdura, el cuerpo y la sangre de Jesús en la eucaristía, pues él es el único alimento que puede conducirnos sin miedo hacia un futuro que no terminará jamás.

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Te damos gracias, Padre, por tu palabra que alimenta nuestra fe en Cristo, resucitado por nuestra salvación. Ése es el trabajo que quieres de nosotros: fe en Jesús, el Hijo sellado por ti con la marca de tu divinidad.

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Martes: Tercera Semana de Pascua He 7,51-59: Martirio de san Esteban. Jn 6,30-35: Mi Padre os da el verdadero pan.

EL PAN DEL CIELO 1. El recuerdo del maná. El evangelio de hoy tiene dos partes: 1.a Referencia al maná. 2.a Revelación de Jesús como pan de vida. El texto comienza empalmando con la consigna que Jesús acaba de urgir a sus oyentes: El trabajo y la obra que Dios quiere de vosotros es que creáis en su enviado, es decir, en Cristo mismo. De ahí la pregunta de la gente al maestro: ¿Y qué signo vemos que haces tú para que creamos en ti? La masa parece haber olvidado el gran "signo" de los panes. Es ahora cuando el redactor del texto introduce un tema básico de la tradición judía: el maná, que apunta a una persona clave: Moisés. A ellos se remiten los interlocutores de Jesús: "Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo". El maná avaló a Moisés ante el pueblo como profeta enviado por Dios. Dos veces más se repetirá el tema del maná en el discurso de Jesús sobre el pan de vida; es un tipo o referencia fundamental para la comparación que en el discurso se establece entre Moisés y Jesús, entre alimento perecedero y pan de vida eterna. El maná no era "pan llovido del cielo", sino un producto comestible que bien pudo ser las bolitas resinosas de la "tamarix mannífera", planta que se da en la península del Sinaí y que aún hoy día los beduinos llaman "maná del cielo". Su carácter sobrenatural no consistió en la sustancia misma del alimento, sino en las circunstancias providenciales de tiempo y lugar en que apareció para saciar el hambre de los israelitas, trashumantes por el desierto y añorando quejosos las ollas de Egipto. La creencia popular judía esperaba que en la era mesiánica volvería a repetirse el "milagro" del maná. He aquí un alimento material que simboliza otro superior y más completo: el pan de vida en referencia a Cristo. Por eso Jesús instruye a la gente acerca de la verdadera naturaleza del pan del cielo: "Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo". La expresión "pan bajado del cielo" relaciona el pan eucarístico, que es el cuerpo de Jesús, como dirá él más adelante en el discurso, con la encarnación de la palabra de Dios en la raza humana para la vida del hombre. 200

2. Jesús es el pan de vida. Entonces la gente, de acuerdo con su interpretación materialista del pan del que les habla Cristo —al igual que la samaritana respecto del agua viva (Jn 4,14)—, le dice a Jesús: Señor, danos siempre de ese pan. Esta petición propicia la gran autorrevelación en que Jesús se identifica con el pan en cuestión: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed" (6,35). Éste es el enunciado básico de la primera parte del discurso del pan de vida que, propiamente, se inaugura con este versillo 35. Jesús es el pan de vida que, al igual que el agua viva, satisface para siempre el hambre y la sed del que cree en él. La expresión "yo soy" es la fórmula con que Dios se reveló en el Antiguo Testamento. Pero en el uso que de la misma hace Cristo, el evangelista Juan suele añadirle un predicado: "Yo soy" el pan de vida, el agua viva, la luz del mundo, el buen pastor, la resurrección y la vida, la vid verdadera, etc. A su vez, en la expresión "pan de vida" subyace una referencia a los orígenes, por una parte, y a las realidades últimas, por otra. Cristo es la vida inmortal prometida al hombre desde el principio y a la que ahora puede tener acceso efectivo mediante la fe. En el paraíso, el hombre —Adán y Eva— quiso probar el fruto del árbol de la vida para hacerse semejante a Dios, quiso construir su propia felicidad sin contar con Dios. El resultado fue totalmente opuesto al deseado: aquel alimento fue veneno de muerte y el hombre fue expulsado del jardín del edén. Sin embargo, la esperanza de la restauración y de recuperar el paraíso perdido no murió a lo largo de los siglos. La tradición sinagogal judía veía en la ley del Señor el árbol de la vida para todo el que la estudiaba y hacía suya. Este lugar de la ley vino a ser ocupado después por la sabiduría, según la literatura sapiencial. En el Nuevo Testamento queda claro que Cristo Jesús es esa sabiduría y palabra de Dios. La cruz gloriosa de Cristo, plantada en el corazón del mundo, es el nuevo árbol de vida, gracias a cuyo fruto puede el hombre renacer a la vida eterna. Te bendecimos, Dios de nuestros padres, porque en la travesía del azaroso desierto de la vida nos ofreces el maná de tu pan y de tu palabra, que es Cristo en el sacramento de la eucaristía. Muchos quieren explotar nuestra sed de felicidad con el señuelo de los fabos sucedáneos de vida; pero no queremos la mentira y la supuesta felicidad de unas cisternas agrietadas que pierden el agua. Danos, Señor, tu pan y la libertad de tu Espíritu que nos permita recuperar el paraíso perdido y ¡a inmortalidad de tu vida sin límites ni ocaso. Amén. 201

Miércoles: Tercera Semana de Pascua He 8,1-8: Diáspora y evangelización. Jn 6,35-40: El que cree tiene vida eterna.

DIOS QUIERE LA SALVACIÓN DEL HOMBRE 1. Voluntad salvadora de Dios. Con el texto evangélico de hoy, que empieza por repetir el último versillo del de ayer, comienza el discurso propiamente dicho del pan de vida, que es Jesús mismo. Este discurso, tal como lo tenemos redactado, refleja el genio constructivo del evangelista Juan, de modo parecido a como el discurso del monte revela la habilidad de Mateo. Pues bien, en el pasaje parcial que hoy leemos del discurso del pan de vida se subraya fuertemente la voluntad salvadora del Padre, Dios, a través de su Hijo, Cristo Jesús. "Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día". Por eso el Dio» que no quiere la' muerte del pecador sino que se convierta y que viva, envió su Hijo al mundo no para condenar al hombre, sino para salvarlo. "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (ITim 2,4). A todo el que se acerque a él, Jesús no lo echará fuera —alusión a la exclusión del paraíso, como veíamos ayer—, porque "la voluntad del Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día". De aquí se desprende que no hay élites privilegiadas ni monopolios respecto de la salvación de Dios por Cristo. Su destinatario es todo hombre y mujer que, reconociéndose pecador y necesitado de curación, cree en Jesucristo, el Hijo resucitado de Dios. Éste es el núcleo del evangelio, es decir, de la buena nueva que iban difundiendo los miembros dispersos de la perseguida comunidad de Jerusalén, como vemos en la primera lectura. Es la ley del crecimiento de la semilla del Reino: por la persecución y la cruz con Cristo, el grano de trigo produce una cosecha espléndida al morir en el surco. Así la diáspora que provocó la persecución de la primitiva comunidad de Jerusalén contribuyó a la difusión del nombre de Cristo entre los samaritanos, cuya ciudad se llenó de alegría por la actuación del diácono Felipe. En el libro de los Hechos, Lucas muestra cómo, según el mandato de Cristo en su ascensión, la buena nueva alcanzó hasta los confines de la tierra: primero Palestina, después el Asia Menor, a continuación Grecia y finalmente Roma. 202

2. ¿Discurso eucarístico o sapiencial? Algunos autores, con base en textos sapienciales del Antiguo Testamento que refieren el maná del desierto a la sabiduría que Dios da al hombre, explican el pan de vida como la palabra y revelación divina que Jesús transmite al que cree en él. El pan de vida sería su doctrina. Sabido es que entre los Padres hubo quienes entendieron el discurso del pan de vida en sentido alegórico y espiritual, no eucarístico ni sacramental. Así Clemente y Filón de Alejandría, Orígenes y Eusebio. Posteriormente también los reformadores del siglo xvi. Para otros, en cambio, el pan de vida es la carne de Cristo, es decir, el pan eucarístico. Así los santos padres Juan Crisóstomo, Gregorio Niseno, Cirilo de Jerusalén, Cirilo de Alejandría y otros. El concilio de Trento recordó este pasaje evangélico, pero no optó por ninguna de las dos interpretaciones, en parte por no dar la razón a los Husitas, que exigían la comunión eucarística bajo las dos especies. Esta división de opiniones se mantiene todavía hoy día entre los biblistas. Unos defienden una interpretación sapiencial de todo el discurso: así, el pan de vida es la revelación de Dios por medio de la palabra de Jesús. Otros creen que la primera parte del discurso es exclusivamente sapiencial, referida a la revelación y a la fe en Cristo como condición de vida eterna (Jn 6,35-50); y que la segunda, añadida posteriormente, es eucarística: el pan es la carne de Jesús, garantía de vida eterna (vv. 51-58). Finalmente, unos terceros, quizá los más hoy día, opinan que todo el discurso es a la vez sapiencial y eucarístico. El pan de vida se refiere simultáneamente a la revelación de Jesús y a la consiguiente respuesta de fe (aspecto que predomina en la primera parte), y también al cuerpo eucarístico de Jesús (idea sacramental yuxtapuesta que se acentúa más en la segunda parte). Te bendecimos, Dios Padre, porque quieres que todos los hombres se salven por el conocimiento de tu nombre. Abre nuestros corazones, Señor, e ilumina nuestras mentes para entender el secreto y la riqueza de tu presencia. Haz que recibamos de tus manos el Reino como niños que reciben el pan de manos de su padre. No permitas, Señor, que nuestras viejas rutinas encadenen la novedad y la fuerza de tu palabra, sino que la semilla que has sembrado en nosotros dé el ciento por uno, el fruto abundante del Espíruu, el entusiasmo de la renovación pascual y la alegre felicidad de sabernos salvados por ti Amén.

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Jueves: Tercera Semana de Pascua He 8,26-40: Felipe y el eunuco. Jn 6,44-51: Yo soy el pan vivo.

EL ENCUENTRO DE LA FE 1. Pan vivo bajado del cielo. El evangelio proclamado hoy es la primera parte del discurso de Jesús sobre el pan de vida y contiene dos breves secciones: 1.a El origen de la fe en Cristo; y 2.a Jesús es el pan vivo que da vida al que lo come. En el texto inmediatamente precedente se dice que "los judíos criticaban a Jesús porque había dicho yo soy el pan bajado del cielo, y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?" En buena lógica, las palabras de Jesús eran para ellos una loca arrogancia. Es el escándalo, siempre actual, de la encarnación de Dios. Jesús comienza reconociendo que el misterio de su persona no se puede captar más que desde la fe, que es don de Dios: "No critiquéis (es decir, no seáis incrédulos). Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado... Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna". Cristo habla en presente: el que responde a la tracción del Padre, el que cree, ya tiene vida eterna. Ésta ha comenzado aquí y ahora: lo eterno ha entrado en el tiempo. Es la escatología presente o realizada, propia del evangelio de Juan, y que se completa con la futura: "Y yo lo resucitaré en el último día". Pero ese don de la fe está condicionado a una actitud responsable: escuchar a Dios. "Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí". La segunda parte del evangelio constituye el núcleo del discurso sobre el pan de vida. Mediante la fórmula de revelación "yo soy" —como Yavé en el Antiguo Testamento—, Jesús se autodefine como el pan que da vida eterna al que lo come. Ésa es la diferencia con el maná del desierto, que además de ser perecedero él mismo, no pudo impedir la muerte de quien lo comía. En contraposición, Jesús declara: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo". La frase última introduce abiertamente el tema eucarístico, como veremos mañana. 2. El encuentro de la fe. Nuestro caminar en la vida es ir al encuentro de Dios en la fe. Pero Jesús decía a los judíos: No murmuréis entre vosotros; nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Hasta aquí en Jn 6 se hablaba de "la gente" para referirse al interlocutor de Jesús. Ahora, a medida que el diálogo adopta un tono 204

más hostil, se dice "los judíos", expresión que en el cuarto evangelio no designa habitualmente al pueblo israelita en su conjunto, sino preferentemente a los dirigentes religiosos del pueblo. Pues bien, en su comentario a este pasaje san Agustín pregunta en qué consiste esta tracción del Padre que suscita la fe. Y responde: es el amor, porque el amor es nuestro propio peso. Los judíos que criticaban las palabras de Jesús, pan de vida, no creían en él porque no eran capaces de amar. Cristo Jesús es la palabra personal de Dios que quiere comunicarse con el hombre. Toda palabra es para el diálogo con un interlocutor, para el encuentro entre el tú y el yo, a fin de constituir entre ambos el "nosotros" comunitario. Los grados del encuentro interpersonal, de menos a más, son éstos": 1.° El contacto en un espacio y tiempo determinados, contacto que puede quedar en un saludo ocasional nada más. 2.° El diálogo y la conversación, en que entra en juego la palabra y el interés por el otro, sus ideas y actividades. 3.° La comunión, la reciprocidad, la coincidencia afectiva y, finalmente, el "enamoramiento". Aquí culmina el encuentro, que no necesita de una concatenación de verdades lógicas porque es algo vivencial. El encuentro de la fe sigue la misma gradación. Primeramente la persona de Cristo, su palabra y el pan de su cuerpo es el "lugar" de referencia a Dios, pues Jesús nos lo revela, como palabra personal que es del Padre. En segundo lugar sigue la fe como diálogo con Dios, como opción y respuesta nuestra a su palabra e iniciativa salvadoras. Y finalmente sucederá la visión de Dios cara a cara: fusión, comunión y encuentro que ya no necesitan la fe. "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es" (Un 3,2). Te glorificamos, Dios amigo de la vida, porque Cristo es el lugar de nuestro encuentro contigo en la fe. El pan que parten nuestras manos es ya el germen de un mundo nuevo en que los hombres son hermanos, y el cáliz de nuestra acción de gracias es la sangre de Jesús, derramada para la salvación del mundo. Te alabamos, Padre, porque la eucaristía preanuncia el encuentro definitivo en la mesa de tu Reino, porque tu Espíritu da vida nueva a nuestros corazones, y porque la palabra de Cristo nos urge a comulgar su cuerpo y su sangre, garantía segura de vida eterna.

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Viernes: Tercera Semana de Pascua He 9,1-20: Conversión de san Pablo. Jn 6,52-58: Mi carne es verdadera comida.

COMUNIÓN Y VIDA ETERNA 1. El escándalo de los cafarnaítas. Con el evangelio de hoy entramos en la segunda parte del discurso de Jesús sobre el pan de vida, que viene a explicar y desarrollar la afirmación con que acababa el evangelio de ayer: "El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo". Hoy pasa a primer plano el tema eucarístico, que continúa y completa el del pan vivo bajado del cielo, que veíamos ayer. "Entonces disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Esta discusión permite a Jesús volver sobre el tema, pero en su respuesta y aclaración Cristo no explica el cómo ni atenúa su afirmación, que a los cafarnaítas sonaba a antropofagia. Lo que hace Jesús es precisar el efecto de tal comida: la vida en plenitud y la comunión con él. "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mí sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él". Estas son afirmaciones que se entienden mucho mejor en el contexto de la última cena de Jesús con sus apóstoles que en el ambiente de la sinagoga de Cafarnaún. Aunque cuadran perfectamente en el discurso sobre el pan de vida, "parece imposible que las palabras de los versículos 51-58, que se refieren exclusivamente a la eucaristía, fueran entendidas por la multitud o incluso por los discípulos. Son palabras que no encajan en ninguna fase del ministerio público de Jesús, exceptuando la última cena" (R. E. Brown). El crudo realismo de las expresiones "comer mi carne y beber mi sangre" que escandaliza a los cafarnaítas excluye cualquier simbolismo o espiritualización irreal de los términos "carne" y "sangre". No nos vale ni la visión materialista y antropofágica de los cafarnaítas ni la interpretación metafórica y simbólica de los protestantes, sino la visión "sacramental" que es la real y auténtica.

complementan mutuamente. El cuerpo y la sangre, es decir, la persona de Cristo, recibidos con fe son fuente de vida eterna, ya desde ahora, para el que comulga eucarísticamente. No se dan la magia y el automatismo sacramentales. Sin la fe que resalta la primera parte del discurso del pan de vida no hay sacramento, vida ni comunión con Jesús. Esto mismo lo expresamos en la misa cuando la aclamación después de la consagración: "Este es el sacramento de nuestra fe", y lo rubricamos en el momento de la comunión: "El cuerpo de Cristo: Amén". La fe es premisa del sacramento, y éste la expresa y la alimenta. Jesús afirma todavía más: "El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí". Se resalta aquí la comunión de Cristo con el hombre y viceversa, fundada en el hecho de comer su carne y beber su sangre. La eucaristía comunica al creyente la vida que el Hijo recibe del Padre. Así el comulgante entra a participar de la vida trinitaria y de la alianza de Dios con el hombre por medio de la sangre de Cristo. La continua mención de la "carne" de Jesús remite al misterio de su encarnación en la raza humana; y la repetida separación que se establece entre cuerpo y sangre es una manifiesta referencia a los dos extremos de la vida del Señor: encarnación y muerte, asociadas ambas con la eucaristía, cuya institución vinculó Jesús de manera expresa con su muerte sacrificial la víspera de la misma. De ahí el valor de sacrificio y de kerigma que tiene la eucaristía y que declaramos al decir: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús. Te alabamos, Padre, porque nos invitas a todos a sentamos a la mesa en que tu Hijo, Cristo Jesús, multiplica su pan para los hambrientos del mundo. Cristo, danos hambre del pan de vida que eres tú y sacíala abundantemente con tu cuerpo y sangre inmolados, que dan vida eterna y comunión contigo y con los hermanos. Que tu Espíritu mantenga a tu pueblo, la Iglesia, fiel a la misión de salvación recibida de ti Haz que seamos generosos en servir a los más pobres y estemos dispuestos a compartir todo lo que tenemos con nuestros hermanos más necesitados, como hiciste tú.

2. Comunión y vida eterna. Si en la primera parte del discurso Jesús vinculaba la vida eterna a la fe en él, como veíamos el miércoles y el jueves pasados, en esta segunda sección la supedita a la comunión de su cuerpo y de su sangre, que son verdadera comida y bebida. De hecho, fe y comunión, fe y sacramento, fe y eucaristía, se necesitan y 206

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Sábado: Tercera Semana de Pascua He 9,31-42: Pedro resucita a una mujer en Jafa. Jn 6,60-69: Reacciones al discurso del pan de vida.

SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS? 1. Dos reacciones dispares. Con el texto evangélico de hoy concluye la lectura continua de Jn 6 que hemos seguido desde el viernes de la semana pasada. Hoy se deja constancia de las dos reacciones dispares a todo el discurso de Cristo sobre el pan de vida, que es su propia carne: reacción negativa una y positiva la otra. La insistencia fundamental de Jesús en este final de discurso es la disyuntiva entre fe o incredulidad. Por la fe optarán los doce por boca del apóstol Pedro, y por la incredulidad la mayoría del pueblo y de los discípulos. Es la gran crisis con que, según Juan, termina el ministerio profético de Jesús por tierras de Galilea. El protagonismo de los interlocutores de Cristo a lo largo de Jn 6 ha ido pasando de "la gente" en la multiplicación de los panes y a raíz de la misma, a "los judíos" después, y a "los discípulos ahora", para acabar finalmente en "los doce", entre los que destaca el apóstol Pedro. Si antes fueron los judíos quienes criticaban a Jesús porque dijo que él es el pan vivo bajado del cielo y que les daría a comer su carne, ahora son los hasta entonces sus discípulos quienes concluyen defraudados: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" Están decididos a abandonar a Jesús, pero antes él les recuerda el porqué de la fe o de la incredulidad: "¿Esto os hace vacilar? ¿Y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne —es decir, la débil condición humana— no sirve de nada... Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede". La reacción positiva, la fe, está expresada en la decisión del grupo de los doce, en cuyo nombre habla el apóstol Pedro. "Desde ese momento muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo, consagrado por Dios". Profesión de fe que recuerda la de Pedro en Cesárea de Filipo: Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). 2. La opción por Jesús. En la vida de todo creyente hay momentos en que se plantea una situación y una pregunta similar a la del evangelio de hoy. ¿Qué Dios seguimos o qué ídolo adoramos? ¿Continuamos 208

con Jesús o lo abandonamos? Cuando nos cansamos de seguir el bien, la verdad, el amor y la justicia; cuando nos hartamos de ir a misa; cuando nos pesa la fidelidad a Dios y a los hermanos; cuando el mal nos circunda y asedia; cuando la duda y la increencia nos abruman; cuando, en una palabra, nos resulta dura la doctrina evangélica y nos parece insoportable el modo cristiano de pensar y de actuar, estamos tentados a decir: ¿Quién puede convertirlo en norma de su vida? Solamente un santo o un tonto; y yo no soy ninguna de las dos cosas. Entonces nos pregunta Jesús: ¿También tú quieres marcharte y dejarme? Constantemente hemos de elegir entre varios dioses y señores. O el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo —y sólo entonces podremos llamarnos cristianos— o bien el dios dinero y poder, el dios placer y sexo, soberbia y egoísmo, vanidad y belleza, bienestar y consumo. Pero ninguno de éstos segundos ofrece garantía ni tiene palabras de vida eterna. Todos vamos buscando en la vida algo que nos llene, nos satisfaga y nos realice como personas. Así procede ya el niño, aunque de modo inconsciente y egoísta. Igualmente el joven que busca un sitio en la sociedad, un puesto de trabajo y un amor que llene de color su vida. Lo mismo el adulto, los casados y los padres de familia que desean sacar adelante el hogar y los hijos, para quienes sueñan lo mejor. Incluso el anciano mantiene su secreta esperanza. También en el aspecto religioso se detecta una aspiración insatisfecha. Es la entera estructura personal, en toda su complejidad, la que se siente sometida hoy día a tensiones internas y externas que con frecuencia provocan crisis de personalidad. Pero caemos en la cuenta de que solamente hay una persona que de verdad nos salva: Jesucristo. Si queremos optar por la vida en plenitud, sin límite ni ocaso, habremos de repetir con san Pedro, sin miedo ni complejo, en un mundo que prefiere los ídolos: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos en ti, el Hijo de Dios.

En medio de un mundo que prefiere ídolos de muerte te reconocemos, Padre, como el Dios de la vida. ¿A quién iremos, Señor? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, es decir, seguridad absoluta frente a los múltiples terrores que nos invaden y señorean. Dios, Padre nuestro, que amas a tus hijos los hombres, atráenos hacia Cristo con el don de la fe, para que creamos en él con estabilidad y con apertura al hermano. En ti, Señor, hemos puesto nuestra total confianza. No nos dejes ceder a la tentación del miedo vergonzante, sino móntennos firmes en nuestra opción por Jesús. Amén. 209

Lunes: Cuarta Semana de Pascua He 11,1-18: Pedro explica su conducta. Jn 10,1-10: Yo soy la puerta de las ovejas. (O bien: Jn 10,11-18: El buen pastor da la vida.)

UNA PUERTA ABIERTA 1. La puerta de las ovejas. Hoy y mañana se lee como evangelio la parábola del buen pastor, dirigida inicialmente por Jesús a los fariseos. La parábola global contiene varias imágenes parciales: puerta, pastor y ovejas, que se van desarrollando con mayor relieve en las sucesivas etapas de la parábola: la puerta (Jn 10,6-10), el pastor (vv. 11-18) y las ovejas (vv. 26-30). Todo apunta a una misma idea: Jesús es el buen pastor, es decir, su autoridad y misión son auténticas y se realizan en el servicio hasta la entrega de la propia vida para dar vida eterna a sus ovejas. Jesús acaba de calificar de ciegos a los fariseos a raíz de la curación del ciego de nacimiento, a quien finalmente ellos excomulgaron de la sinagoga. Y añade a continuación la parábola del buen pastor, que en su primera parte deja en claro que los fariseos, más que guías religiosos del pueblo, son "ladrones y bandidos" que no entran por la puerta, sino que saltan por la tapia del redil. Porque la puerta es lo primero que identifica al pastor auténtico, que entra por ella, llama a cada oveja por su nombre, las saca fuera y camina delante del rebaño, que lo sigue confiado. El ladrón hace todo lo contrario: lo mismo que el lobo, no entra en el aprisco más que para robar, matar y hacer estrago. La imagen del buen pastor, que tan hondamente ha calado en la tradición cristiana, tiene un largo sustrato bíblico. La metáfora del pastor y de las ovejas se emplea profusamente en el Antiguo Testamento para referirse a Dios y a su pueblo, haciéndose extensiva también a los jefes religioso-políticos como pastores del rebaño. Un lugar ya clásico a este respecto y que subyace en la parábola del buen pastor es el capítulo 34 del profeta Ezequiel: Dios se compromete a ser él mismo el pastor de su pueblo, esquilmado por los malos pastores. En el texto evangélico de hoy Jesús comienza por autodefinirse como la puerta de las ovejas. Él es la puerta que conduce a la vida y a la inmortalidad, abriéndonos la puerta cerrada del paraíso perdido y franqueándonos el acceso al Padre y a su Reino. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante".

Todo el que entra por él hallará un Dios Padre que acoge a todos sus hijos y una comunidad que vive unida en el amor y bajo el cayado de un pastor único. Así lo entendieron los apóstoles y lo puso en práctica san Pedro al abrir el evangelio a los paganos, como lo evidencia la primera lectura. En ella aparece el apóstol Pedro, cabeza de la comunidad cristiana, dando cuenta a todos de su actuación poco "ortodoxa" en sentir de los puritanos de mente estrecha: "Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos". En efecto, después de la misteriosa y triple visión que Pedro tuvo en Jafa mientras oraba, al presentársele tres hombres que venían de Cesárea marítima con un recado para él, acudió a casa del centurión romano Cornelio. Al comenzar a hablar a los reunidos en casa del centurión, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, como en un nuevo "pentecostés pagano", lo mismo que había descendido anteriormente sobre el grupo apostólico. Entonces Pedro los bautizó en el nombre de Jesucristo, agregando a la Iglesia toda la familia de Cornelio. Este episodio tuvo una importancia decisiva en el itinerario de la primera cristiandad, pues supuso la salida del g/;e/íojudío y la apertura misionera de la comunidad cristiana a los pueblos paganos. Algo que vino a confirmar después la carta apostólica del concilio de Jerusalén, el primero en la historia de la Iglesia, hacia el año 49. Las fronteras de la salvación estaban más allá de los límites del judaismo. "También a los gentiles ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida". Se verificaba así el deseo de Cristo, el buen pastor: "Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor". ¡Bienaventurada la comunidad cristiana de puertas abiertas! Feliz ella cuando sus pastores no encadenan la fuerza del Espíritu. Te bendecimos, Padre, por Cristo, nuestro pastor. Él ha venido para que tengamos vida en abundancia Él es la puerta siempre abierta a todos los hombres, que nos franquea-el paso a tu infinita bondad, a tu amor universal y al amor de nuestros hermanos. Abre nuestras puertas, Señor, rompe los cerrojos, elimina nuestras defensas y monopolios de gente bien. Que tu Espíritu rompa brecha en nuestros muros para que nuestra comunidad sea hogar abierto a lodos. Suscita vocaciones de servicio entre nosotros y da siempre a tu pueblo pastores según tu corazón. Amén.

2. Una puerta abierta a todos. Efectivamente, Jesús es la puerta que nos abre el paso para el encuentro con Dios y con los hermanos. 210

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Martes: Cuarta Semana de Pascua He 11,19-26: Surge la comunidad de Antioquía. Jn 10,22-30: Yo doy vida eterna a mis ovejas.

EL SEÑOR ES MI PASTOR 1. El buen pastor. El evangelio de hoy contiene en primer lugar el ultimátum que durante la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalén hacen los judíos a Jesús: "Si tú eres el mesías, dínoslo francamente". La respuesta de Cristo comienza por remitirse a las obras que hace; ellas son prueba elocuente de su propia identidad. "Pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías". Así introduce Jesús de nuevo el tema parabólico de ayer, volviendo sobre algunas ideas que ya expuso a lo largo de la parábola del buen pastor. Pero ahora resalta la comunión de vida eterna que él crea con sus fieles. Dos son las disposiciones fundamentales para esa comunión de vida: conocimiento del pastor y escucha de su voz, pues Jesús se identifica con Dios, hasta el punto, dice Cristo, que "el Padre y yo somos uno". En el evangelio de ayer Jesús declaraba ser la puerta de las ovejas. Pero hay más; después se autodefine como buen pastor, el único y auténtico pastor para un solo rebaño. Y lo es por tres razones que lo diferencian del pastor mercenario. Primera: Porque está dispuesto a dar la vida por sus ovejas en el momento del peligro. "El buen pastor da la vida por las ovejas. En cambio, el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa. Y es que a un asalariado no le importan las ovejas". Segunda: Porque conoce a sus ovejas y es conocido por ellas. "Yo soy el buen pastor que conozco a las mías; y las mías me conocen a raí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre". Bíblicamente, el verbo "conocer" no queda en el plano conceptual o meramente intelectivo, sino que significa un conocimiento que crea comunión de vida, relación personal, activa, amorosa, recíproca. En el caso de Jesús con los suyos es tan profunda, que la compara al mutuo conocimiento con el Padre. Tercera: Porque, de hecho, entrega la vida por los suyos. "Yo doy mi vida por las ovejas... Por eso m e ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente". Éste es el mejor aval del pastoreo de Jesús. 2. El Señor es mi pastor. Según Jesús, la pertenencia a su grey no se funda en la raza, sino tan sólo en la escucha de su voz, en la obedien212

cia de la fe. Él confió a la Iglesia su misión de agrandar el rebaño a la medida del mundo. Y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra ese empeño en marcha. Por ejemplo, en la primera lectura de hoy vemos cómo la cristiandad primera establece en Antioquía de Siria una segunda cabeza de puente para la misión a los griegos, es decir, a los paganos, equiparable a la de Jerusalén para los hebreos. Fue precisamente en Antioquía donde por primera vez se llamó "cristianos" a los discípulos de Jesús. Ayer veíamos el trasfondo bíblico que subyace en la imagen del buen pastor. Recordemos hoy que hay un salmo, el 22, que resume la gozosa espiritualidad bíblica del cristiano que celebra la resurrección de Cristo en todo tiempo, pero especialmente en este período pascual: El Señor es mi pastor, nada me falta. El Cristo resucitado de nuestra fe, el mismo Jesús histórico de Nazaret, no queda en mera fórmula o artículo de fe del credo, sino que es nuestro pastor que nos conoce personalmente por nuestro nombre y nos abre la puerta que conduce a la vida. Por eso alienta en nosotros una esperanza indestructible que nos impulsa a convertirnos a un amor sin límites, a un aguante alegre y a una acción siempre en marcha, sin desentendernos del mundo donde Dios nos quiere, por el momento, caminando como testigos de la resurrección de Jesús y de nuestra esperanza en él. Nuestra alegría y esperanza pascuales han de ser un mentís rotundo, tanto al derrotismo enervante y al conformismo resignado como a la prisa desesperada y a la revolución del odio. La gran oración del creyente, el fundamento de su esperanza, la utopía y el proyecto cristiano que mueven la historia es el "venga a nosotros tu Reino", combinando en exacto equilibrio la actividad con la paciente espera. Y abundando en la oración, no olvidemos de pedir al Señor, tal día como hoy, que provea a su pueblo de pastores idóneos que continúen su misión. Bendícenos, Señor, con muchas y santas vocaciones de hombres y mujeres consagrados al servicio de tu Reino y de sus hermanos. El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término. (Salmo 22). 213

Miércoles: Cuarta Semana de Pascua He 12,24-13,5a: Apartadme a Bernabé y a Saulo. Jn 12,44-50: Yo he venido al mundo como luz.

LA LUZ Y LA PALABRA 1. Luz del mundo y palabra del Padre. El evangelio de hoy nos ofrece una nueva identificación de Jesús, pues en él afirma Cristo abiertamente: "Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas". El pasaje pertenece al final de la primera mitad del evangelio de Juan o "libro de los signos", que concluye constatando la incredulidad de los judíos: "Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él... Y algunos que sí creyeron no lo confesaban en público por miedo a los fariseos y para no ser excluidos de la sinagoga, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios" (12,37ss). Es la incredulidad que ya se anunciaba en el prólogo al cuarto evangelio, del que se toman aquí dos temas que están en mutua relación: la luz y la palabra. A ambas confía Jesús el juicio definitivo sobre la incredulidad. Hablando con Nicodemo, Cristo había afirmado: Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas (3,19). Y ahora añade: "El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía... Yo hablo como me ha encargado el Padre". Cristo es la palabra personal de Dios hecha hombre; por eso escucharle es llegar a la luz y caminar en la misma, es ver a Dios en su persona, pues Jesús es uno con el Padre. Creer en Cristo es más que una declaración externa, e incluso más que una simple disposición interna; es un movimiento de adhesión a una persona, la de Jesús, y de entrega a la misma en un encuentro de absoluta confianza. En la fe hacemos nuestra su persona, de suerte que él llega a ser para nosotros nuestro principio de vida, puesto que Jesús nos ofrece comunión de vida y amor. Si Cristo transmite fielmente el mensaje que ha recibido del Padre, como palabra personal y enviado que es del mismo, igualmente el servidor del evangelio, el enviado de Cristo, debe mostrar plena fidelidad a la misión y al mensaje recibidos de Jesús por medio del Espíritu Santo, que reparte los cansinas en el pueblo de Dios. 2. El envío misionero. Predicar a Cristo, y no las propias ideas, es el servicio y la fidelidad a la misión por parte de Pablo y Bernabé, como 214

nos muestra la primera lectura. La ciudad de Antioquía de Siria se ha convertido en un foco pujante de cristianismo, desde donde parte la evangelización a los no judíos. El texto comienza con un tono de optimismo, propio de los resúmenes de Lucas en los Hechos: La palabra de Dios cundía y se propagaba. Entre los profetas y maestros que había en la carismática comunidad de Antioquía se mencionan cinco, entre los que destacan Bernabé y Pablo, a quien el primero había traído desde Tarso. Precisamente son ellos dos a quienes selecciona el Espíritu Santo, sin duda por boca de alguno de los profetas, un día en que ayunaban y daban culto al Señor. "Con esta misión del Espíritu Santo" emprendieron Pablo y Bernabé su primer viaje misionero, de cuya trayectoria y peripecias irá dando cuenta la primera lectura hasta el martes de la próxima semana. Importa mucho resaltar dos detalles. Primero: La elección de los misioneros tiene lugar en un contexto litúrgico. "Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado". Y segundo: La comunidad de Antioquía se solidariza con el envío misionero que tiene su origen en el Espíritu: "Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron". Así se unen culto y misión, fe y evangelización. Lo mismo que no hay amor a Dios sin amor a los hermanos, así tampoco hay liturgia auténtica sí la comunidad que ía celebra, y cada uno de sus miembros, no se siente interpelada por el Espíritu para la misión apostólica. Una comunidad abierta no se contenta con reunir a los que ya están dentro ni celebra el culto para regodeo espiritual de los devotos, sino que vive intensamente la dimensión misionera. Más todavía: según san Pablo, si toda la vida del cristiano animado por la caridad debe ser culto espiritual (Rom 12,1), "el sagrado oficio de anunciar el evangelio" es una liturgia en que el apóstol, es decir, Cristo por medio de él, ofrece los hombres a Dios (cf Rom 15,16). Te glorificamos, Dios Padre, porque Jesucristo, tu luz eterna, vino a nuestro mundo entenebrecido para que, creyendo en él, caminemos a la luz de tu verdad. Gracias porque cada día la aurora vence la noche y proclama que el sepulcro de Cristo está vacío. Por eso puede haber luz y esperanza, paz y serenidad en nuestras vidas, iluminadas por Cristo resucitado. Concede, Señor, que tu luz brille siempre en nosotros, de suerte que nuestras obras resplandezcan ante el mundo y te den gloria en el corazón de nuestros hermanos, fortaleciendo a cuantos luchan por un mundo mejor y hambrean la justicia de tu Reino entre los hombres. Amén. 215

Jueves: Cuarta Semana de Pascua He 13,13-25: Pablo en Antioquía de Pisidia. Jn 13,16-20: El criado no es más que su amo.

AL ESTILO DE JESÚS 1. Como el maestro. El texto evangélico de hoy, no sin influencias de los evangelios sinópticos, es un comentario a la escena que precede inmediatamente. Siendo el maestro y el Señor, Cristo se ha humillado a un gesto de esclavo: lavar los pies a sus discípulos. "Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros. El criado no es más que el amo, ni el enviado más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica". Jesús ha llevado al colmo los gestos fraternales de servicio que propone a sus discípulos, pues se ha hecho esclavo incluso de quien iba a traicionarlo a las pocas horas. "Pero tiene que cumplirse la Escritura: El que compartía mi pan me ha traicionado. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy". Reivindicar para sí este título divino "yo soy" en semejante contexto de traición y muerte es muy significativo, pues une la revelación de su divinidad con la máxima humillación de sí mismo. El Dios que Jesús revela en su persona no es un Dios prepotente y dominador, ni siquiera el Dios inmutable y estoico de los filósofos, sino un Dios humanado, un Dios que ama, que sufre, que muere en un gesto de servicio y de amor a los suyos. Dios es amor, dijo san Juan; y la medida del amor es amar sin medida, observó san Bernardo. La medida de la grandeza divina de Cristo no es el poder, sino el servicio y la entrega de sí mismo hasta la muerte, haciéndose el-hombre-para-los-demás. Por este camino de abajamiento y de humillación alcanzó la vida inmortal y gloriosa el que vino a servir y no a ser servido. Igualmente, como afirmó Jesús repetidas veces, la medida paradójica de la grandeza de su discípulo será también hacerse el último y el servidor de todos. El cristiano comprometido que piensa, habla y actúa como Cristo participará necesariamente en su destino de humillación y de gloria. Seguir el ejemplo de Jesús no es repetir ritos, sino actitudes: amor y servicio, entrega y renuncia, obediencia y autoabajamiento. Amor y servicio suenan más positivamente que sacrificio y renuncia, pero esto último indica con realismo el camino a recorrer para lo primero. El amor sincero y el servicio alegre, al estilo de Jesús, han de ser el modo de presencia del cristiano y de la Iglesia en nuestro mundo y sociedad.

claramente cómo ha de ejercerse la autoridad en la comunidad de hermanos que es la Iglesia: como servicio de amor. Y no sólo la autoridad, sino también la convivencia y las relaciones entre los que integran la asamblea de fe, cuya ley suprema es el amor fraterno. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?, pregunta Jesús a sus discípulos después del cuadro que protagonizó. Me llamáis "el maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el maestro y el Señor, os he lavado los pies, aprended el ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo. Jesús no fue amigo de grandes definiciones doctrinales ni declaraciones solemnes. Podría haber definido y aclarado teológicamente, por ejemplo, el significado y modo de la eucaristía, así como el alcance y ejercicio de la autoridad en su Iglesia. Así nos habríamos ahorrado discusiones, herejías y divisiones en la historia eclesial. Pero no lo hizo, sino que mostró en un ejemplo y signo su actitud personal a imitar por todos los que quieran llamarse discípulos suyos, es decir, por nosotros. Tampoco le gustaron a Cristo las filosofías deslumbrantes, pero vacías, ni las prescripciones casuistas, ni los códigos, normas e imperativos jurídicos. Prefirió más bien mostrar el camino, que es él mismo, partiendo de acciones y gestos que son elocuentes por sí mismos, como el lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía y el mandato y testamento del amor fraterno. A partir de estos ejemplos personales de una entrega que culminará en su pasión y muerte, es como adquiere fuerza su palabra y la invitación a seguirlo. Su mensaje ético radica, pues, en unas actitudes nuevas ante Dios, el hombre y el mundo, uniendo la fe, la religión y la conducta moral. Actitudes que se reducen básicamente a una: amor total a Dios y al hermano. Te damos gracias, Dios nuestro, por el ejemplo de humilde servicialidad que Cristo nos dejó al lavar los pies de sus discípulos como un esclavo. Él nos dio un mandamiento de amor fraterno para ser contados entre sus amigos y conocer el secreto del Reino. Oh Dios, amor sin medida, que nos amas con ternura, llénanos de tu Espíritu Santo para que renazcamos como hijos tuyos en Cristo resucitado. Haz que seamos de los que se atreven a soñar el día en que los hombres volverán a ser hermanos y están dispuestos a pagar el precio, amando a los demás.

2. La elocuencia del ejemplo, en vez de teorías solemnes, fue el estilo que prefirió Jesús. La escena del lavatorio de los pies muestra 216

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Viernes: Cuarta Semana de Pascua He 13,26-33: Pablo en Antioquía de Pisidia. Jn 14,1-6: Yo soy el camino, la verdad y la vida.

CAMINO, VERDAD Y VIDA 1. El camino para la casa del Padre. El evangelio de hoy está tomado de la primera sección del discurso de despedida de Jesús. Después de su anuncio de la traición de Judas y de la triple negación de Pedro, en el ambiente flota un cierto desánimo. Los discípulos están, además, tristes e inquietos ante la anunciada partida de Jesús. Por eso él les dice: No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. Yo voy a prepararos sitio en la casa de mi Padre para llevaros conmigo más tarde, cuando vuelva de nuevo. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Entonces interviene el apóstol Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí". Evangelio breve, pero de largo alcance. Dos temas mayores advertimos en él: en primer lugar, la casa del Padre, y después, el camino para llegar a ella. La "casa de mi Padre" evoca de inmediato el templo de Jerusalén; pero Jesús, al arrojar del templo a los mercaderes y en su conversación con la samaritana, dejó patente que la verdadera morada de su Padre Dios no puede confundirse con el templo material. Más todavía, en otra ocasión dio a entender que él mismo era el templo vivo de Dios, pues su obediencia al Padre constituía el sacrificio y culto definitivos que agradan a Dios. Ahora, en su despedida, al hablar Jesús de la casa del Padre se está refiriendo a la gloria del cielo, en la que él entrará pronto por su muerte y resurrección. Él va a preparar allí un sitio para los suyos. Como consecuencia lógica de lo que precede, surge el tema del "camino" para alcanzar la casa del Padre; camino que evoca el éxodo del destierro y la peregrinación por el desierto hacia la tierra de promisión. 2, Camino, verdad y vida. Pero en uno y otro tema, casa y camino, se trasciende el mero espacio material y físico para adentrarse, más bien, en la experiencia interna de comunión con Dios. Para lograr este objetivo el único mediador es Cristo. Él lo dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí". Jesús es la verdad en medio de la mentira del mundo, porque él es la revelación exacta del Padre; es la vida en plenitud y sin término en 218

un mundo de muerte y autodestrucción, porque, gracias a él, podemos entrar en comunión con el Dios vivo; y es el camino hacia el Padre porque en su persona nos revela a Dios, y en el ejemplo de su vida y en la luz de su palabra nos muestra el itinerario a seguir para nuestra realización definitiva como hijos de Dios y hermanos de los hombres. El pueblo de Dios camina peregrino por la tierra siguiendo a Cristo y guiado por su Espíritu, que orienta en la Iglesia el sentido de la marcha en medio de los quehaceres temporales y de las zozobras terrenas, alentando en los creyentes la esperanza de la patria celeste. Porque Jesús es uno con el Padre y ambos son mutuamente inmanentes, puede Cristo constituirse en camino hacia Dios, en verdad que nos lo revela y en vida que del mismo participamos. Jesús es esa vida y al mismo tiempo el cauce por el que llega a nosotros. Para eso murió y resucitó él: para que tengamos en abundancia la vida de Dios. Así cumplió el Señor sus promesas, dice san Pablo en su discurso en Antioquía de Pisidia, que recoge la primera lectura. En su primer viaje apostólico, Pablo y Bernabé adoptan el mismo sistema que siguió Jesús: asistir al culto de la sinagoga en sábado y tomar la palabra cuando les ofrecen su turno. Después de un recorrido histórico por el Antiguo Testamento, basado en las promesas de Dios a David, Pablo se centra en la figura de Jesús para anunciar su persona, su muerte y su resurrección, como cumplimiento de esas promesas de vida y bendición por parte de Dios. Cristo es el amor de Dios Padre al hombre pecador, es la imagen de su ser, el reflejo de su gloria, la revelación de su nombre, la comunicación de su vida, el cumplimiento de su voluntad, el anuncio y la presencia de su Reino. Nuestra confesión de fe en Cristo es para la acción. No sólo creemos que es el Hijo del Padre, sino también el primogénito, el hermano mayor entre muchos hermanos, pues por Jesús nos da Dios su Espíritu de filiación por el que nos hace hijos suyos. Te bendecimos, Dios Padre, Dios Espíritu Santo, por la comunión que contigo crea Cristo para nosotros. Él es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Llegando a los límites de su autodonación ha sido capaz de revelarnos la profundidad de tu amor y convertirse en el camino que nos conduce hasta ti, mientras esperamos el día en que él vuelva de nuevo para que donde está él estemos también nosotros. Haz, Señor, que, asumiendo nosotros personalmente su muerte al pecado y su resurrección a la vida nueva, alcancemos la comunión contigo para siempre. Amén.

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Sábado: Cuarta Semana de Pascua He 13,44-52: Nos dedicaremos a los gentiles. Jn 14,7-14: Quien me ve a mí ve al Padre.

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS 1. Ver, conocer y creer. El evangelio de hoy tiene dos partes. En la primera el tema es el conocimiento de Dios, y en la segunda la eficacia de la fe. El conocimiento del Padre está condicionado al conocimiento de Jesús porque, como acaba de afirmar Cristo, él es el camino, la verdad y la vida. "Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre". Pero si anteriormente fue el apóstol Tomás quien preguntó por el camino, ahora es el apóstol Felipe el que dice a Jesús: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Algo habían llegado a conocer los discípulos acerca de Jesús, pero intervenciones como éstas indican que están lejos de conocerlo a fondo. No entienden que Cristo es la imagen misma, el signo, el sacramento visible del Padre, pues es su Palabra personal en carne humana. Por eso le responde Jesús: "Hace tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre... (porque) yo estoy en el Padre y el Padre en mí". Jesús es la imagen visible y el rostro humano de Dios. Así, el que ve a Cristo, conoce y ve al Padre. Pero ni ese "ver" es físico ni este "conocer" es meramente intelectual. Si ese "ver" fuera físico, ya hubieran visto los discípulos al Padre en la persona de su maestro. También vieron físicamente a Jesús los fariseos y los letrados judíos, y no vieron en él al Hijo de Dios. Contemplaron sus obras, sus milagros, su conducta rebosante de bien, su doctrina rezumando verdad; tenían a la vista todos los avales de su persona, y no creyeron en él. Porque no es posible "ver" a Jesús en su identidad divina sino por los ojos del corazón, que dan la visión auténtica y más profunda: la visión de la fe. En el evangelio de Juan, la tríada que forman los verbos ver, conocer y creer es intercambiable, equivalente, casi sinónima. Los tres se conjugan generosamente en el evangelio de hoy. El "conocer" de la fe, según el pensamiento bíblico que Juan refleja aquí, es ante todo contacto y experiencia personal de Dios a través de su Hijo Cristo Jesús, totalmente identificado con el Padre en su ser, querer y actuar. Abundando en el argumento de la mutua inhabitación, Jesús se remite a continuación a sus palabras y obras como prueba de su unión con el Padre: "Lo que yo digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras". 2. Eficacia de la fe. Ahora entra Jesús en la segunda parte, cuyo tema es la eficacia de la fe en él. "Os lo aseguro: el que cree en mí, 220

también él hará las obras que yo hago y aun mayores". La contemplación del Padre en la persona y obra del Hijo se hace extensiva a la conducta del cristiano, que se convierte también en signo de la presencia de Dios en el mundo. Finalmente, la fe, unida a la oración, alcanzará de Jesús cuanto se le pide en su nombre, es decir, con tal de permanecer unidos a Cristo, como él lo está con el Padre. Por lo que precede vemos que en su despedida Jesús piensa en la continuidad del evangelio: Los que crean en él podrán realizar sus obras y aun mayores. En su ausencia surgirán nuevos testigos que, llenos del Espíritu, proclamarán su resurrección y su amor más fuerte que la muerte. Tales fueron, por ejemplo, los apóstoles Pablo y Bernabé, cuya actuación seguimos viendo en la primera lectura. En ella se nos relata hoy el desenlace de su misión en Antioquía de Pisidia. Dado el éxito de su primer discurso, Pablo es invitado a hablar de nuevo el sábado siguiente. Pero esta vez, de pronto, el panorama cambia bruscamente de tono. Lo mismo que el discurso inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret acabó en actitud hostil, y el anuncio de su resurrección por Pedro y los demás apóstoles suscitó la enemistad del sanedrín, igualmente aquí la misión entre los paganos se inaugurará bajo el común denominador de la persecución por Cristo. Algunos judíos del auditorio, llenos de envidia, respondieron con insultos a las palabras de Pablo. "Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: Teníamos que anunciar primerea vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicaremos a los gentiles". Así lo hicieron, con gran alegría de los no judíos; pero acabaron por ser expulsados de aquel territorio. La palabra de Dios siempre urge una libre decisión en favor o en contra de Cristo. Nosotros la escuchamos con frecuencia. ¿Cuál es nuestra respuesta? O lo que es lo mismo: ¿Hasta dónde alcanza la eficacia de nuestra fe? Te bendecimos, Padre, porque en Jesucristo se transparentó tu imagen con plena fidelidad Gracias a él, que es tu Hijo, te conocemos visiblemente y podemos abrirnos a tu misterio insondable. Abre, Señor, los ojos de nuestra fe para poder verte a través del rostro humano de Cristo. Concédenos que, viéndote en sus palabras y obras, te conozcamos y, conociéndote, creamos en ti y en él Haz, Señor, que por medio de nuestras buenas obras seamos también nosotros signo de tu presencia. Te lo pedimos en nombre de Jesucristo nuestro Señor. Amén. 221

Lunes: Quinta Semana de Pascua He 14,5-17: Curación en Listra. Jn 14,21-26: El que me ama guardará mi palabra.

LA PRESENCIA DE UN AUSENTE 1. Amar es guardar la palabra. Jesús prosigue su conversación de despedida. Aunque él se ausenta, no obstante se mostrará al que lo ama, es decir, al que guarda su palabra o mandamientos. "En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (Un 5,3). ¿Por qué se manifestará Jesús solamente al que guarda su palabra y no al mundo entero? Es el interrogante que le plantea el apóstol Judas el de Santiago, Judas Tadeo. En su pregunta subyace implícita la esperanza judía de un mesías glorioso, que alentaba en el corazón de todo israelita. Los apóstoles son conscientes de que hasta aquel momento Jesús no se había manifestado ante el pueblo con poder, sino más bien en actitud humilde, y que su figura había suscitado el rechazo de los jefes y la indiferencia de las masas. Pero ahora, cuando Cristo empieza a hablar de su hora y de su glorificación, no entienden por qué no avasalla con fuerza. Entonces Jesús declara que él, lo mismo que el reino de Dios que encarna en su persona, no se manifestará con sensacionalismo, sino en la intimidad y sólo a los creyentes, a los que unen en su vida la escucha de su palabra y el cumplimiento de la misma mediante el amor. Así el Padre, Jesús y el discípulo formarán un círculo de amor que irá descubriendo a las personas en un conocimiento mutuo cada vez más profundo. Algo que no tiene el mundo, enemigo de Dios. Su falta de obediencia y de amor le impide al mundo tener parte alguna en la manifestación del Padre y del Hijo. 2. "Haremos morada en él". En su respuesta a Judas Tadeo, dice Cristo: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". La obediencia de la fe es la prueba del amor, y es el amor lo que hace posible la comunión entre Dios y el hombre. De esta manera el discípulo verdadero de Jesús se convierte en templo espiritual donde Dios habita y recibe culto en espíritu y en verdad, pues el Señor no circunscribe ya su presencia exclusivamente al espacio material de un santuario. Así la ausencia de Cristo se verá compensada en los suyos con una presencia más plena que la meramente física. El Jesús vivo de la resurrección seguirá con aquellos que guardan su palabra y sus manda222

mientos. Pues "morar" significa presencia continua, y no esporádica como fue la de las apariciones pascuales del resucitado. Más todavía, esa inhabitación o morada del Padre y de Jesús en el creyente se convierte en trinitaria, pues se completa, como no puede ser menos, con la presencia dinámica del Espíritu Santo, al que Cristo llama también "Paráclito". Es éste un término complejo que comprende las funciones de abogado, defensor, asistente, valedor, maestro y consolador. Pues bien, dice Jesús, el "Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho". Lo mismo que el Hijo fue enviado en nombre del Padre para realizar su obra, así el Espíritu es enviado en nombre de Cristo para completar su revelación a la Iglesia. 3. Una presencia eficaz. La presencia de Cristo en los suyos se evidencia en la primera lectura de hoy, en la que Pablo y Bernabé pasan de la persecución al aura popular gracias a la curación de un minusválido. Eso motivó el que la gente quisiera ofrecerles sacrificios de animales como a dioses en figura humana, lo cual a su vez provocó el breve discurso de Listra, preludio y embrión del gran discurso de Pablo en la plaza de Atenas, dirigido también a paganos. Por eso, prescindiendo de toda referencia a la Escritura y a las profecías, el discurso de Listra apela a la presencia dinámica de Dios en la naturaleza como vía para su conocimiento. Una sesión clásica en logoterapia es liberar el subconsciente partiendo de una palabra clave que sugiere ideas y relaciones. Si hiciéramos la experiencia con la expresión "morada de Dios", la respuesta obvia sería: templo, iglesia, naturaleza... Pero la respuesta del evangelio de hoy es diferente. La morada de Dios es el discípulo de Cristo, el hombre y la mujer que lo aman guardando su palabra. Y su palabra resumen, su mandamiento nuevo, es abrirse a los hermanos y amarlos como él nos amó, porque ellos son el lugar de la presencia de Dios aquí y ahora. Cristo inauguró un nuevo estilo de religión en espíritu y en verdad, sin mediaciones externas que anulen al hombre como lugar sacro de relación personal con Dios, con el mundo y con los hermanos. Te damos gracias, Dios uno y trino, por tu presencia y morada en los que te aman. Tú que eres la fuente inagotable del amor, haz que guardemos tu palabra para mantenernos en tu amistad mediante la obediencia de la fe. Te pedimos, Señor, por todos nuestros hermanos que sufren persecución a causa del evangelio, 223

por todos los que has llamado al apostolado, por todos los que luchan por la paz y la justicia. Colma nuestra larga espera y hambre de ti, y haz de nosotros tu lugar de morada para siempre.

Martes: Quinta Semana de Pascua He 14,19-28: Fin del primer viaje apostólico. Jn 14,27-31a: La paz os dejo, mi paz os doy.

LA PAZ QUE DA EL SEÑOR 1. "La paz os dejo, mi paz os doy". Si el evangelio de ayer concluía con la promesa del Espíritu como maestro y mentor de todo lo que Cristo dijo en vida a sus discípulos, el de hoy empieza con otro don de Jesús a los suyos al despedirse de ellos-. "La paz os dejo, mi paz os doy. no os la doy como la da el mundo". La paz de Cristo es el conjunto de todas las bendiciones mesiánicas de la nueva alianza, contenidas en una palabra: vida, y en una realidad clave: salvación de Dios. Como el don de la paz que otorga Jesús es él mismo, con razón podemos llamar a Cristo "nuestra paz", como dice san Pablo (Ef 2,14). En este sentido, la paz de Cristo difiere absolutamente de la paz que da el mundo. La paz de Dios es don gratuito que brota del favor divino, es decir, del amor del Padre y de Jesús a los suyos, que así se saben amados y reconciliados con Dios. Por eso es distinta de la paz interesada y temporal que da el mundo, cifrada básicamente en la ausencia de guerra y de violencia o bien en el equilibrio de fuerzas, La paz de arriba alienta en el creyente la alegre seguridad de la permanente presencia de Cristo por su Espíritu: "Que no tiemble vuestro corazón n i se acobarde. Me habéis oído decir: Me voy y vuelvo a vuestro lado". La partida de Jesús, que es el contexto ambiental que flota en toda esta sección del discurso de despedida, no debe provocar en los discípulos miedo y desazón, sino paz y alegría, porque, de hecho, Cristo va a la gloria del Padre, de quien vendrán a nosotros todas las bendiciones c o n su paz. "Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito" (Jn 16,7). 2. "Si m e amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo". Aunque es igual al Padre y uno con él, como repetidas veces afirmó Jesús, el Hijo tiene ahora veladasu gloria divina, 224

como hombre que es también; gloria que tuvo desde el principio y que su vuelta al Padre manifestará de nuevo. Además, Jesús mismo había dicho: "El enviado no es más que el que lo envía" (13.16); y él es el enviado del Padre. Durante su misión en la tierra, Cristo "es menos" que el que lo envió; pero su partida significa misión cumplida. Ahora será glorificado Jesús con aquella misma gloria que poseía junto al Padre antes de que existiera el mundo. Aunque se acerca el final de Jesús, no es el diablo o príncipe de este mundo —que carece totalmente de poder sobre quien no tiene pecado— el que dirige los acontecimientos, sino la libre aceptación de la voluntad salvadora del Padre por parte de Jesús. "Es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago". Ya cuando la parábola del buen pastor, Cristo había dejado en claro que "nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre" (10,18). 3. Mensajeros de la paz. Así aparecen los apóstoles Pablo y Bernabé en la primera lectura, que narra la conclusión del primer viaje apostólico. Los misioneros regresan a la Iglesia madre que los envió a impulsos del Espíritu. El balance global es muy positivo. Pero antes se deja constancia de la lapidación de que es objeto Pablo en Listra. El que un día asintiera a la lapidación del diácono Esteban es ahora él mismo torturado por Cristo. La vuelta a Antioquía de Orontes, en Siria, se hace desandando el camino. Así podían los apóstoles consolidar las comunidades recién creadas, "animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios". Además iban dejando ya establecida una cierta estructura pastoral: "En cada Iglesia designaban presbíteros", es decir, ancianos que la presidieran y animaran. A base de amor, solidaridad y comprensión, también nosotros debemos ser mensajeros de la paz de Dios para todos aquellos con quienes nos relacionamos. En la celebración eucarística, cuando se acerca el momento de la comunión, las plegarias litúrgicas de la comunidad se centran en el tema de la paz que recibimos de Dios y que, al igual que el pan de la unidad, compartimos con los hermanos en Cristo. Te glorificamos, Señor Dios nuestro, porque Cristo selló con su sangre la nueva alianza. Desde entonces él es nuestra paz definitiva y son posibles los dones de tu amor: gracia y salvación, favor divino y reconciliación con Dios y los hermanos. 225

Manténnos siempre, Señor, en comunión contigo; y que tu Espíritu supere nuestras discordias fraternas para que podamos ser mensajeros de paz en nuestro mundo. Haz que la eucaristía traiga paz y reconciliación al mundo entero y que nos una en el amor a quienes compartimos el pan de la unidad y de la fraternidad Amén.

Miércoles: Quinta Semana de Pascua He 15,1-6: Controversia en Antioquía. Jn 15,1-8: La vid y los sarmientos.

"PERMANECED EN MÍ" 1. La vid y los sarmientos. Con el evangelio de hoy comienza Jn 15, segunda sección del discurso de despedida de Jesús durante la cena (o segundo discurso, según algunos). Viene a ser un desarrollo más amplio del capítulo precedente, Jn 14, que veníamos leyendo desde el viernes pasado. Si antes habló Jesús de la comunión de vida con los suyos mediante su morada en quien lo ama guardando su palabra y mediante la presencia del Espíritu, ahora acentúa de nuevo esos lazos de unión mediante otro símil: la vid y los sarmientos. "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada". La unión con Cristo es condición indispensable para dar fruto en cristiano, porque de él, que es la cepa, viene la savia a las ramas. Es evidente el trasfondo bíblico del símil joánico de la vid. En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel es la viña que el Señor cuida amorosamente. En san Juan la vid es Jesús. Pero esta vid evangélica, en cuanto símbolo de Jesús y de los creyentes, viene a ser también imagen del nuevo Israel que es la Iglesia. En el símbolo paulino del cuerpo, del que Cristo es la cabeza y nosotros los miembros, encontramos una equivalencia aproximada a la alegoría de la vid y los sarmientos. El concilio Vaticano JJ, aunque prefirió el concepto bíblico de Pueblo de Dios para definir la Iglesia, deja constancia de las múltiples imágenes bíblicas que nos aproximan al misterio de la Iglesia, tales como cuerpo, vid, redil, morada, templo, etc. En todas ellas se habla de relaciones personales y comunitarias con Dios, con Cristo y con los hermanos. 226

2. Una viña sin monopolios. Cristo dice que él es la "verdadera" vid, el nuevo Israel, que sustituye a la antigua viña, arrasada porque no dio más que agrazones. Por eso, como enseña la parábola de los viñadores homicidas, el reino de Dios pasó a otro pueblo que producirá sus frutos. La fe en Cristo no tiene connotaciones raciales ni es monopolio de nadie. Así lo deja en claro la primera lectura de hoy. Algunos integristas, venidos de Judea a Antioquía, intentaban cerrar la puerta que la Iglesia primitiva acababa de abrir a los no judíos con la conducta de Pedro en casa del centurión romano Cornelio y con la misión de Pablo y Bernabé a los gentiles. Esta minoría de puritanos, llamados "judaizantes", exigían, entre otras prescripciones de la ley mosaica, la circuncisión para los convertidos del paganismo. Según ellos, como condición de salvación. La comunidad antioquena delegó a Pablo y Bernabé para que fueran a Jerusalén a consultar con los apóstoles y presbíteros. Así tuvo lugar una asamblea plenaria en Jerusalén, el primer concilio, que optó por la libertad de Cristo, como veremos mañana. 3. En la raíz del seguimiento. La simple estadística revela que permanecer unido a Jesús, como el sarmiento a la vid, es el tema dominante en Jn 15,1-17, que nos ocupará desde hoy hasta pasado mañana como lectura evangélica. Hasta once veces se emplea el término "permanecer"; le sigue en segundo lugar de importancia la expresión "dar fruto" —hasta ocho veces—, que es la consecuencia de permanecer unido a Jesús por el amor. Dar fruto es lo propio del verdadero discípulo y la manera de dar gloria a Dios: "Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos". A la iniciativa de un Dios que ama al mundo y le entrega a su Hijo querido, debe responder el hombre con un amor probado en la obediencia. He ahí el núcleo esencial de la fe cristiana y del discipulado o seguimiento de Cristo. "El que me ama guardará mi palabra", decía Jesús (14,23). Ser cristiano, ser discípulo de Cristo, no será nunca cuestión solamente de aceptar y profesar una doctrina, de respetar ciertas normas de moral y de obrar en consecuencia. No; se trata sobre todo de permanecer unido a Jesús por el amor y la obediencia de la fe que da vida. Por eso repite machaconamente Jesús: Permaneced en mi amor, porque sin mí no podéis hacer nada.

Te bendecimos, Dios nuestro, porque nuestra tierra ha dado su fruto y la mejor de las cosechas; pues Cristo no sólo es la vid de la que somos parte, sino que además su sangre es el vino nuevo del Reino. 227

Somos tu viña, Señor, el pueblo que tú amas; y gracias a Jesús podemos tener vida en nosotros y producir fruto si permanecemos unidos a él Dios de misericordia, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y tú hiciste vigorosa. Purifícanos a fondo con la poda de tu Espíritu; restaúranos, Señor; que brille tu rostro y nos salve.

Jueves: Quinta Semana de Pascua He 15,7-21: Concilio de Jerusalén. Jn 15,9-11: Permaneced en mi amor.

AMOR, OBEDIENCIA Y ALEGRÍA 1. Amor y obediencia. La idea central del evangelio de hoy es la unión permanente del discípulo con Jesús mediante el amor, es decir, mediante el cumplimiento de sus mandamientos; porque el amor se prueba en la obediencia de la fe. Este breve texto es una transición entre el símil de la vid y la declaración de amistad que después hará Jesús a los que hasta entonces no eran más que sus discípulos. El amor mutuo del Padre y del Hijo se transvasa de Cristo al discípulo y de éste a los hermanos. Dice Jesús: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor". Jesús afirma ahora del amor lo que antes dijo de la vida en su discurso del pan de vida: "Lo mismo que el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57). Amor y vida son conceptos intercambiables y realidades equivalentes en la literatura joánica. ¿Y cómo permanecer en el amor de Cristo? "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor", dice Jesús, porque "el que me ama guardará mi palabra". Las expresiones "el que me ama" y "permaneceréis en mi amor", entendidas a la luz de todo el mensaje de Cristo, equivalen a "el que ama al hermano me ama a mí". Porque, ¿quién puede estar seguro de amar a Dios y a Jesús, a quienes no ve, sino amando al hermano a quien sí ve? Por eso más adelante insistirá Jesús en el amor fraterno, como veremos mañana. Amar a Jesús es guardar sus mandamientos. Amor y obediencia no son términos excluyentes, sino que dependen el uno del otro. Porque el 228

amor brota de la obediencia, y ésta, a su vez, expresa y aumenta el amor, como sucede con Cristo respecto del Padre. La relación existente entre el amor y la obediencia es muy estrecha; mutuamente se apoyan y plenifican. Cuando el amor lleva a sacrificar el propio querer para conformarse a la voluntad del otro, consiguiendo la fusión de voluntades, entonces es maduro el amor y se realiza lo que decía san Juan de la Cruz: "Amada en el Amado transformada". La felicidad está en relación directa con la capacidad de sacrificio. 2. Amor y alegría. El amor y la obediencia unidos crean alegría gozosa. Por eso Cristo comunica su gozo a los suyos, como un anticipo de la dicha eterna de amar y ser amados: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud". El amor genera gozo cuando es totalmente libre, es decir, cuando está exento por completo de egoísmo e interés propios. "El amor es comprensivo y servicial, no tiene envidia, no es egoísta, no se alegra de la injusticia sino que goza con la verdad, disculpa sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (ICor 13,4ss). El gozo de la libertad en Cristo es lo que se desprende también de la primera lectura, en la que se resuelve la controversia sobre la vigencia de la ley mosaica para los cristianos convertidos del paganismo. La intervención del apóstol Pedro en primer lugar, de Pablo y Bernabé después y, finalmente, del apóstol Santiago inclina la decisión de la asamblea hacia la libertad del evangelio. Así nació la carta apostólica de Jerusalén, que abría el evangelio al mundo grecorromano. La leeremos mañana. Fue el primer ejemplo de inculturación de la fe. La plenitud de la alegría del discípulo brota de su comunión con Cristo y consistirá en proseguir la misión del Señor y en dar mucho fruto para su Reino. Los creyentes necesitamos un tratamiento urgente de alegría en nuestra vida personal y entorno comunitario: familia, trabajo y sociedad. La impresión es que no abunda la gente feliz de verdad y que escasean las personas profundamente alegres que contagien humor jovial. Todos ocultamos un fondo de insatisfacción, una añoranza de dicha, quizá una amargura de tristeza. ¿Por qué? Aparte de las razones filosóficas y solemnes que apuntan a la radical limitación del ser humano, hay motivos más próximos y menos confesados: el vacío interior, la inmadurez personal, la incapacidad de entrega; en definitiva, la ausencia de amor. El que no ama ni se siente amado está arruinado como persona. Pero Dios siempre nos ama y nos da con qué poder amar. Pidamos al Señor una buena dosis de gozo pascual. ¡Lo necesitamos tanto! Un gozo con Jesús que no estará exento del sacrificio y donación que expresa la eucaristía, pero que es un adelanto y garantía de la dicha final. 229

Te bendecimos, Padre nuestro, que nos amas como hijos, porque Cristo nos amó con el amor con que tú lo amaste. Concédenos, Padre, permanecer en el amor de Jesús para dar fruto abundante de fe, paz y alegría. Fecunda los esfuerzos de los que, a costa de sudores, tratan de construir un mundo más humano y fraternal; ayúdalos y sosténlos con la fuerza de tu Espíritu para que no los venza el cansancio y el desánimo. Señor Jesús, inúndanos de tu gozo en el Espíritu para que nuestra dicha llegue a plenitud en ti y testimoniemos ante los demás tu amor y tu alegría.

nes por las que se accede a una amistad e intimidad en la que él tiene la iniciativa. Veamos lo que dice. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el servidor no sabe lo que hace su amo. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido". De lo que antecede se desprende que tres son, entre otras, las razones para la amistad de Jesús con los suyos: 1.a Porque él da la vida por ellos. 2.a Porque les ha descubierto todos sus secretos. 3.a Porque, sencillamente, él los ha elegido como amigos. De aquí se concluye lógicamente que el Padre concederá a los amigos de Jesús lo que éstos le pidan en nombre de Cristo.

Viernes: Quinta Semana de Pascua

2. Consecuencia: el amor fraterno. Amor, obediencia y amistad son los términos que expresan elocuentemente la comunión entre Jesús y los suyos. Asimismo el fruto necesario de esta amistad con Jesús es el amor mutuo de sus seguidores: Amaos unos a otros como yo os he amado. El amor fraterno tiene, pues, su medida en el amor de Jesús, que llegó hasta la entrega de la propia vida. Amor con sacrificio y con total olvido de sí mismo para darse al hermano necesitado, triste, deprimido, solo, anciano, enfermo, encarcelado..., es amor verdadero. Como el de Jesús, como el de tantos santos, como el de uno de ellos: san Maximiliano Kolbe, que se ofreció a morir por un compañero de prisión en el campo nazi de Auschwitz en 1941. El plan salvador de Dios es un círculo de amor abierto a todos sin discriminación, como se desprende de la carta apostólica del concilio de Jerusalén que tenemos en la primera lectura. En ese plan todos podemos entrar gracias al designio amoroso del Dios uno y trino, realizado en Cristo nuestro salvador. El Padre engendra al Hijo por amor, y del mutuo amor de ambos procede el Espíritu Santo. Pero como Dios, que es amor, ama también al hombre, su amor bajó hasta nosotros por Jesucristo. Y está dándosenos continuamente por el Espíritu Santo, que es espíritu de amor. Amando nosotros a nuestros hermanos con el amor que Jesús nos tiene, devolvemos al Padre el amor que en Cristo nos manifiesta. Todo este círculo de amor descendente y ascendente es un amor en estado de misión. San Juan lo expresa así: "Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Pero si uno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (Un 4,19s). El amor principia y finaliza en Dios, pasando por el hermano. Amar en cristiano no es más que corresponder a Dios, devolverle su ternura, compartir con los demás el amor y la amistad que de él recibimos

He 15,22-31: Carta apostólica de Jerusalén. Jn 15,12-17: Esto os mando: que os améis.

AMISTAD DE JESÚS Y AMOR FRATERNO 1. Amor y amistad de Jesús. El evangelio de hoy contiene dos ideas básicas: la amistad de Jesús con sus discípulos y, como consecuencia, el amor fraterno. El texto empieza y concluye con la misma consigna: mandamiento del Señor sobre el amor fraterno: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado... Esto os mando: que os améis unos a otros". Jesús dice que éste es "su" mandamiento; y en otro pasaje de la despedida lo califica de "nuevo", e incluso sitúa en el amor fraterno la "señal" externa de identificación de sus discípulos (13,31ss). Según el deseo y mandato expreso de Cristo, los creyentes deben amarse mutuamente. ¿Por qué? Porque ellos han sido previamente amados por él: Amaos como yo os he amado. ¿Pruebas de este amor? Muchas, en especial la mayor de todas: morir por sus amigos. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". El amor que se sacrifica es el más auténtico. "A vosotros os llamo amigos", dice Jesús a quienes hasta ese momento eran discípulos del maestro y Señor. ¡Sorprendente! La amistad suele definirse en términos de igualdad y no de superioridad e inferioridad. Ya lo decían los clásicos: La amistad supone o hace iguales a los amigos. Pero, a todas luces, no puede haber igualdad entre Jesús y sus discípulos, entre Dios y nosotros. Sin embargo, Cristo establece amistad con los suyos. ¿Cómo? Haciendo valer nuevas razo230

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gratuitamente por Cristo. La medida del mundo de una persona es el tamaño de su corazón; y la medida de nuestra fe en Cristo es la lista de gente en quien creemos y esperamos. Gracias, Padre, porque Cristo, tu Hijo, nos dio la mayor prueba de amor al morir por nosotros. Su último aliento fue una palabra de excusa y perdón. Por eso pudo mandarnos: Amaos como yo os he amado. Y nosotros queremos cumplir fielmente su mandato. Gracias, Jesús, por elegirnos como amigos tuyos. Enséñanos a corresponder a tu amistad y tu elección para que demos fruto abundante y duradero. Ensancha nuestro corazón a la medida del tuyo para que, viviendo en comunión contigo y los hermanos, alcancemos la felicidad de tus amigos para siempre.

Sábado: Quinta Semana de Pascua He 16,1-10: Pablo inicia el segundo viaje. Jn 15,18-21: Odio del mundo a Cristo y a los suyos.

COMUNIÓN DE DESTINO CON JESÚS 1. El odio del mundo. En profundo contraste con el evangelio de ayer, cuyo tema era el amor de Jesús a sus amigos y de éstos entre sí, el de hoy y el próximo constatan el odio del mundo a los discípulos de Cristo. Pero esto forma también parte de la comunión de vida con Jesús. El tema hace eco a la experiencia de la persecución que las primeras comunidades tenían ya cuando se escribió el cuarto evangelio; persecución proveniente de la sinagoga judía y también, incipientemente, del imperio romano. Pero el cristiano que vive en el mundo tiene razones para la serena esperanza en medio de la tribulación: Cristo le ha precedido en esta experiencia, y él ha salido vencedor. "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, éste os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia". El cristiano, renacido para Dios con Cristo mediante la fe y el bautismo, no forma ya parte del mundo que rechaza a Dios y su enviado, El evangelista Juan deja constancia del fracaso momentáneo de 232

Jesús debido a la incredulidad e incluso el malquerer de los judíos. Por eso dice Cristo a los suyos: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Pero la fe del discípulo tiene asegurada por Cristo su victoria sobre el mundo enemigo de Dios: "Tened valor, yo he vencido al mundo" (16,33). La persecución opera una proximidad y un conocimiento mayores de Jesús por parte de quien lo sigue con la cruz del sufrimiento. Así le sucedió al apóstol Pablo en las tribulaciones y malos tratos recibidos a causa del evangelio durante su segundo viaje apostólico, cuyos comienzos describe la primera lectura de este día. Su nuevo compañero de viaje es Silas, en vez de Bernabé. En las primeras etapas del viaje visitan las comunidades creadas en el primero, y en Listra asocian a Timoteo como compañero. Seguidamente los misioneros, bajo el impulso del Espíritu, se disponen a dejar Asia Menor para embarcarse rumbo a Macedonia, en Grecia. 2. Amor frente al odio. La palabra de Cristo, que el discípulo trata de encarnar en su vida y conducta, provoca frecuentemente el rechazo y la hostilidad del mundo. El verdadero creyente sufrirá por mantener su opción por el evangelio, pues sus criterios y prioridades chocarán con los del mundo, que se cierra a Dios porque lo desconoce. Por todo ello el discípulo necesita aguante para ser diferente, pues su postura resulta incómoda y arriesgada. La cruz de Cristo siempre será locura para la humana sabiduría y escándalo para el corazón del hombre y de la mujer actuales. Pero el cristiano tiene el cometido de testimoniar que el futuro y la felicidad del hombre sólo se alcanzan mediante el amor que se olvida de sí mismo y va tan lejos como el sacrificio y la cruz. La nueva vida del bautizado tiene un estilo propio y definido que nace de la enseñanza y del ejemplo de Jesús. Y su mandato y su manera de actuar fue amar a los demás y hacerles el bien. Solamente amando podemos testimoniar que creemos en Cristo y hemos renacido de Dios; porque el que no ama y el que odia siguen en la esclavitud de la muerte, en la vieja levadura de la corrupción y de la maldad. El amor es el testimonio pascual que mejor se entiende y que más puede convencer a un mundo que gratifica el egoísmo y el odio. El amor es además el sello de autenticidad del discípulo de Cristo, el signo de la primavera de la fe, de la vida, de la pascua florida. Al amor lo sostienen la fe y la esperanza de que lo ya iniciado en nosotros, la vida nueva escondida en Dios, culminará en la resurrección final con Cristo, en nuestra victoria juntamente con él sobre el pecado y el mal del mundo. Nuestro testimonio pascual del amor ha de ser tanto individual como comunitario. Amar a los hermanos, especialmente al más pobre, es testimoniar que en nuestro corazón se ha realizado el paso de las 233

tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, del egoísmo a la solidaridad, del odio y la indiferencia a la reconciliación y la fraternidad. En una palabra, amar es ser testigos, como los apóstoles, de que hemos visto al Señor con los ojos de la fe y él ha entrado por completo en nuestra existencia. Te damos gracias, Dios Padre, porque en Cristo nos elegiste para vivir contigo sin ser del mundo. Señor Dios nuestro, si el mundo te desconoce, nosotros creemos en ti y en tu enviado Jesucristo. Jesús dijo: Dichosos los perseguidos por seguir el bien. No permitas, Señor, que la persecución y el odio del mundo nos intimiden en nuestro compromiso cristiano. Danos fuerza para ser portavoces de la buena nueva y acompañara nuestros hermanos los hombres en la difícil conquista del sentido de la vida. Ya todos los que sufren persecución por tu causa dales, Señor, tu Espíritu de gozo y paz en el dolor. Amén.

Lunes: Sexta Semana de Pascua He 16,11 -15: San Pablo en Filipos. Jn 15,26-16,4: Testimonio del Espíritu y del creyente.

SUMA DE TESTIMONIOS 1. Testimonio en la persecución. La segunda parte del evangelio de este día continúa el tema de la persecución, fruto normal del odio del mundo a Cristo y a los suyos. Pero en la primera parte toca Jesús el tema del testimonio en favor suyo por parte del Espíritu y de sus discípulos. Pues éstos, además del ejemplo del maestro, que les precedió en la tribulación, dispondrán también del aval y de la fuerza del Espíritu de la verdad que procede del Padre y dará testimonio de Jesús. Según Juan, el proceso del mundo contra Jesús se prolonga en la existencia de los creyentes. Por eso el testimonio del Espíritu en favor de Cristo, como testigo de descargo, vendrá a sumarse al testimonio del discípulo y se hará oír en la voz de éste. El Espíritu es la presencia constante de Cristo entre los suyos; pero el Espíritu es también invisible para el mundo. Su aval en favor de Jesús sólo puede ser conocido a través del seguidor de Cristo. Antes de enviarlos de dos en dos, Jesús ya 234

previno a los doce: "Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros" (Mt 10,19s). Consciente de que libremente ha elegido un camino arduo en vez de una postura fácil y cómoda, el cristiano auténtico ha de mostrar que conoce y sigue a Cristo. Eso le granjeará inevitablemente la enemistad del mundo; según el texto evangélico de hoy, la enemistad de la sinagoga, aliada con el mundo. Después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70, el judaismo oficial, "la sinagoga", se refugió en Jannia y dictó excomunión formal para los judíos que abrazaban el cristianismo. "Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí". En ese momento del vacío en torno y del dolor, el Paráclito, el valedor, el Espíritu Santo, que Cristo enviará desde el Padre, acompañará al discípulo y le ayudará a mantenerse firme en su testimonio valiente de la fe en Jesús. Así el creyente puede estar seguro de la victoria definitiva con Cristo sobre el mal del mundo. 2. Nos aprietan, pero no nos aplastan. Según vemos en los Hechos, los apóstoles de Jesús no eran los mismos antes de la resurrección del Señor y después de pentecostés. Antes, tímidos y ambiciosos; después, audaces y serviciales. Llegado el momento de la prueba, delante del tribunal judío proclaman abiertamente: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Lo más fácil es un cristianismo triunfalista en tiempos de bonanza y acomodaticio en momentos de adversidad; pero la palabra de Jesús no se casa ni con una ni con otra actitud. Por eso hemos de revisar continuamente, tanto en plan comunitario como personal, nuestra conducta e imagen cristianas. Estas se han de plasmar en una línea firme aunque humilde, valiente pero servicial, incómoda quizá pero alegre, para poder repetir con san Pablo, sintiendo la fuerza del Espíritu en la fragilidad humana: "Nos aprietan, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados... En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nosotros" (2Cor 4,8ss). Por otra parte, para testimoniar a Cristo no hemos de esperar la enemistad declarada del mundo que nos rodea. El testimonio cristiano, aun sin palabras, es compromiso de todos los días y forma parte del quehacer de la evangelización que nos compete como miembros que somos de la Iglesia. Dentro de la comunidad humana en que vivimos hay múltiples ocasiones de manifestar nuestra capacidad de comprensión y acepta235

ción de los demás, nuestra comunión de vida y destino con nuestros conciudadanos, nuestra solidaridad en los esfuerzos de todos por cuanto existe de noble y bueno. En este contexto del vivir cotidiano hemos de irradiar de manera sencilla y espontánea nuestra fe y esperanza en los valores superiores (cf EN 21). Hagamos todo esto con la alegría de saber que nunca estamos perdidos en nuestra soledad, porque en el santuario más inviolable de nuestra intimidad tenemos la compañía del Espíritu de Jesús, que es su presencia continua entre nosotros. Te damos gracias, Señor Jesús, porque pensaste en nosotros como testigos de tu nombre. Reconocemos que, con frecuencia, el miedo al mundo nos puede y malogra nuestro testimonio evangélico. Fiados en tu palabra y en la fuerza de tu Espíritu, queremos demostrar que te conocemos y te amamos. Lo mismo en la adversidad que en la vida diaria, haremos nuestro un estilo humilde, servicial y alegre, para poder testimoniar nuestra fe y esperanza cristianas a base de comprensión, entrega, solidaridad y comunión de vida y destino con nuestros hermanos los hombres.

Martes: Sexta Semana de Pascua He 16,22-34: Pablo y Silas en la cárcel. Jn 16,5b-11: Si no me voy, no vendrá el Paráclito.

NO ESTAMOS SOLOS 1. Una nueva presencia. En el evangelio de este día Jesús anuncia de nuevo su partida, igual que en la primera sección del discurso de despedida (Jn 14). Pero si antes eran los discípulos Pedro, Tomás y Judas Tadeo quienes planteaban interrogantes al maestro, ahora nadie se atreve a preguntarle a dónde va, porque la tristeza ha invadido el corazón de todos. "Sin embargo, os conviene que yo me vaya —les dice Jesús—, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy os lo enviaré". Jesús está refiriéndose a su muerte, necesaria para su glorificación. Precisamente por el camino paradójico del fracaso, Cristo resucitado fundamentará definitivamente la fe de sus discípulos en él. 236

Ellos estaban destinados a ser los testigos de Jesús, hasta con su propia vida. Pero ¿cómo podrán testimoniar a Cristo sin comprender el sentido y alcance de su muerte y resurrección? ¿Y cómo los comprenderán sino a la luz del Espíritu de Jesús resucitado? Pero si Cristo no se ausenta de ellos, si no muere y resucita, no vendrá el Paráclito a los discípulos. Por tanto, "os conviene que yo me vaya". Jesús vuelve al Padre porque su misión está cumplida; pero el Espíritu lo hará presente entre los suyos para siempre. Esa nueva presencia se hace sentir especialmente en el momento de la prueba y de la persecución, como vemos en la primera lectura de hoy. Pablo y Silas, encarcelados en Filipos, son liberados de sus cadenas y consiguen la conversión y el bautismo del propio carcelero y su familia. 2. Revisión del proceso de Jesús. La presencia de Cristo en su Iglesia por medio del Espíritu adopta las características de una sentencia judicial favorable a Jesús. En ella culmina el proceso que estaba en marcha en vida del Maestro y se continúa en la existencia de su comunidad eclesial. Esta se encuentra como ante un tribunal en el foro de este mundo. Pero el Padre revisa el proceso del que Jesús resultó condenado a muerte. Ahora saldrá rehabilitado gracias a la intervención del Espíritu de la verdad, que "dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy del Padre y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado". Pasaje de los más difíciles de san Juan. El Espíritu evidenciará el pecado del mundo, que consiste en la incredulidad; dejará en claro además la justicia, el derecho y la razón que tenía Jesús al llamarse Hijo de Dios, pues efectivamente lo es, como lo demuestra su paso de la muerte a la resurrección, del sepulcro a la gloria inmortal que poseía desde el principio como unigénito de Dios. Los enemigos de Cristo que al pie de su cruz decían: Si es el Hijo de Dios, ¡que lo salve!, entenderán que precisamente por medio de su muerte entraba Jesús en la gloria de su Padre, Dios. Y, finalmente, la condena del mundo enemigo de Dios consistirá en la derrota del maligno, gracias a la resurrección del crucificado como vencedor de la muerte eterna y de su causa, el pecado, que es el único poder que tiene Satanás. 3. Gracias al don del Espíritu. La convicción de que Jesús resucitado está vivo y operante en nuestra vida personal y en el corazón de la comunidad de fe radica en el don del Espíritu, que se manifiesta en nuestra apertura a la vida, al amor, a la paz y al perdón fraterno. Nunca estamos solos en nuestra soledad. El evangelista Juan, comentando la metáfora de Jesús en el templo, "torrentes de agua viva", afirma: "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu 237

que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (7,39). De aquí se concluye no sólo que Jesús resucitado es quien otorga el Espíritu, sino también que el cometido de éste último es continuar la presencia viva de Jesús entre los que creemos en él. Pues bien, el juicio contestatario y testimonial, el juicio de apelación del Espíritu, no se realiza sin la colaboración de los creyentes, sin nuestro compromiso personal y comunitario de fe en medio del mundo. El Espíritu consolador es el mejor antídoto contra la tristeza y el miedo del corazón de los discípulos, es decir, de los creyentes de todos los tiempos, entre los que, venturosamente, nos contamos también nosotros. Te damos gracias, Padre, por el don de tu Espíritu, que es la presencia perenne de Jesús entre nosotros. Gracias también porque revisaste el proceso de Cristo. Así el Espíritu atestigua a Jesús como Hijo tuyo y vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Cristo resucitado fundamenta nuestra fe y esperanza; y eí Espíritu nos recuerda sus palabras de vida, especialmente en el duro momento de la prueba. Por eso nunca estamos solos en nuestra soledad ¡Gracias, Señor! Creemos en ti y con el gozo del Espíritu torrentes de agua viva brotan de nuestro corazón.

Miércoles: Sexta Semana de Pascua He 17,15.22-18,1: Discurso de Pablo en Atenas. Jn 16,12-15: El Espíritu os guiará hasta la verdad plena.

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD 1. Os guiará hasta la verdad plena. Además de la tarea "judicial" que veíamos ayer, el Espíritu tiene una función magisterial respecto de los discípulos, como afirma hoy Jesús: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas p o r ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Lo que hable no será suyo... Tomará de lo mío y os lo anunciará", Jesús habla de "verdad plena". No es que el Espíritu venga a revelar verdades nuevas sobre 238

Dios que Cristo no hubiere ya enseñado. Solamente Jesús es la palabra de Dios. Y cumplió plenamente la misión de revelarlo. Aunque ahora afirme Jesús: "Muchas cosas me quedan por deciros", anteriormente había dicho a sus discípulos: "Os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (15,15). Pero les falta aún el profundizar su enseñanza y comprenderla plenamente. De hecho, como lo demostraba la experiencia, muchas verdades, quizá la mayoría, de cuantas les comunicó Jesús les resbalaron y no las entendieron en su momento. Guiados por el Espíritu alcanzaremos los creyentes la verdad plena y completa, no tanto en sentido cuantitativo como cualitativo, es decir, comprendiendo en profundidad el misterio de la persona de Cristo y de Dios. Pues guiar a alguien por el camino de la verdad es llevarle a Jesús, que es la verdad por antonomasia. Esa es la tarea perenne del Espíritu en la comunidad eclesial, en continuidad con la obra de Cristo: guiar a los cristianos de todos los tiempos hacia un conocimiento profundo de lo que significa para el hombre de cada época el misterio insondable de Cristo, cuyo centro es su muerte y resurrección salvadoras. Así revela el Espíritu a los creyentes "lo que está por venir", es decir, les interpreta en cada momento el presente. De esta forma el Espíritu "glorificará" a Jesús, pues comunica a la Iglesia lo que recibe de él, lo mismo que Cristo glorificó al Padre dándolo a conocer a sus discípulos y comunicándoles cuanto de él había recibido; pues todo lo que tiene el Padre es suyo, dice Jesús. 2. La Iglesia, comunidad del Espíritu. En el evangelio de hoy tenemos dos de las seis tareas que Jesús asigna al Espíritu en su discurso de despedida, como estamos viendo estas últimas semanas de pascua: 1.a Acompañar a los discípulos en la ausencia de Jesús. 2.a Recordarles las palabras del mismo. 3.a Dar testimonio de él. 4.a Hacer un juicio constante sobre el pecado y la injusticia del mundo. 5.a Guiar a los discípulos hasta la verdad plena. 6.a Glorificar a Jesús. Aunque lo necesitamos imperiosamente, es difícil hablar hoy del Espíritu Santo a un mundo vacío de espíritu, sobrado de materia y sumido en la increencia. Como le fue difícil a san Pablo anunciar al Dios de nuestro Señor Jesucristo a los atenienses, adictos a la más crasa de las idolatrías. Según vemos en la primera lectura, Pablo partió del altar ateniense "al Dios desconocido" y de los argumentos en que la filosofía griega de los estoicos coincidía con la revelación bíblica, para centrar su discurso en el conocimiento de Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos; más aún, de quien somos estirpe. Todo esto invita a convertirse al Dios que constituyó juez a Jesús, resucitándolo de entre los muertos. Aunque el Espíritu de Dios actúa también fuera de la Iglesia, es la 239

comunidad de fe el espacio natural de su presencia y acción, según se desprende del discurso de despedida de Jesús. Así se concluye también de la lectura continuada que venimos haciendo del libro de los Hechos, que además de ser un ensayo histórico-teológico de la Iglesia naciente, es también la primera y mejor teología del Espíritu. Éste se comunica al grupo cristiano mediante los sacramentos, de suerte que, a partir del bautismo, toda nuestra vida cristiana está marcada por la acción del Espíritu. Necesitamos ser conscientes de ello y pedir con frecuencia al Espíritu Santo el coraje que nos es indispensable para ser cristianos hoy día, es decir, para confesar a Cristo como señor de nuestras vidas, para ser miembros activos de una Iglesia misionera, para poder rezar el padrenuestro, para llenar nuestro vacío, derretir nuestro hielo y vencer el pecado con la fuerza de lo alto, para vivir, en fin, la moral cristiana con talante de hijos de Dios y como ley del Espíritu que da vida y libertad en Cristo Jesús. ¡Envía tu Espíritu, Señor, que renueve la faz de la tierra! Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. ¡Envía tu Espíritu, Señor, que renueve la faz de la tierral (Secuencia de Pentecostés, I)

Jueves: Sexta Semana de Pascua (Donde la Ascensión se celebra en domingo) He 18,1-8: Fundación de la Iglesia en Corinto. Jn 16,16-20: Jesús anuncia su pronto retorno.

EL GOZO DEL ESPÍRITU 1. "Dentro de poco". En el evangelio de este día Jesús anuncia a sus discípulos su inminente partida y su pronto retorno, que cambiará 240

la tristeza de los suyos en alegría. Cristo no les dice adiós, sino hasta luego: "Dentro de un poco ya no me veréis; dentro de otro poco me veréis. Porque voy al Padre". Entendido a corto plazo y dentro del contexto de la última cena, en el juego de palabras que emplea Jesús y que desorienta a los discípulos, el primer "dentro de un poco" significa, según la mayoría de los padres griegos, el breve tiempo que separa la cena de la pasión, y el "dentro de otro poco" da a entender el corto intervalo entre la muerte y las apariciones pascuales del Señor resucitado. Otros, con san Agustín, piensan que esos "dentro de poco" contienen una intención escatológica y se refieren al tiempo intermedio que va desde la pasión y muerte de Cristo hasta su regreso al final de los tiempos. Finalmente, unos terceros creen que la expresión debe entenderse en las dos dimensiones: a corto y largo plazo. Hay que hacer notar también que el término "ver" viene expresado en el original griego con dos verbos diferentes que contraponen el "ver" y el "creer". El segundo "veréis" de Jesús trasciende la visión corporal de los ojos para entrar en la visión de la fe que cambiará la tristeza de los discípulos en gozo. Ésa es su promesa. El abandono y soledad en que queda la Iglesia al desaparecer Jesús es causa obvia de tristeza y desarraigo. Pero lo mismo que él fue liberado de la muerte, consecuencia de su naturaleza humana y del pecado de la humanidad, así el cristiano pasará del sufrimiento a la alegría y la paz de la nueva vida con Cristo resucitado, vencedor de la tristeza y del mal del mundo. Este gozo, alegría y paz del creyente son el don del Espíritu de Jesús a los suyos, es decir, el efecto de la nueva y perenne presencia de Cristo entre los creyentes. Esta asistencia del Espíritu era la que sostenía también al apóstol Pablo en medio de sus trabajos por fundar la Iglesia de Dios en la ciudad griega de Corinto hacia el año 49, como vemos en la primera lectura. 2. Razones para la alegría. El tiempo de la Iglesia es, pues, el tiempo del Espíritu Santo. Si ayer veíamos a éste como el Espíritu de la verdad, hoy lo entendemos también como el Espíritu de la alegría profunda de los creyentes. Idea que se acentuará de nuevo en el evangelio de mañana. La resurrección de Cristo fundamenta la alegre esperanza de la nuestra. Y aunque siempre será cierto que la fe pascual no es un calmante que suprima la dureza de la vida ni la limitación de la muerte, ni las huellas de ésta manifiestas en el penoso caminar de los humanos, también es constatable que el que cree y espera en Cristo mantiene un talante distinto frente a las realidades negativas de la existencia. Todo ello porque el Espíritu del Señor resucitado vive en nosotros, alentando la esperanza y la alegría, ayudándonos a entender en cristia241

no el mensaje positivo que paradójicamente se encierra en términos como cruz y muerte y enseñándonos abiertamente que la última palabra no la tiene el mal, sino el bien; no la muerte, sino la vida. Porque Cristo vive, tenemos vida también nosotros por su Espíritu. Por eso podemos repetir con el salmista: No he de morir, yo viviré para contar las hazañas del Señor. Y con san Pablo: Si nuestra vida está unida a Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya (Rom 6,5). Así estaremos prontos para dar razón de nuestra fe y esperanza a todo el que nos la pide (IPe 3,15). ¡Espléndida formulación del estilo cristiano que sabe conjugar la fe, la esperanza y el testimonio de la alegría en el caminar diario! Hoy hemos de examinarnos sobre la imagen cristiana que damos ante los demás. En un mundo sin espíritu, ¿sabemos los creyentes testimoniar el gozo del Espíritu y dar razón de nuestra esperanza? Con nuestro ejemplo de alegría, paz y amor fraterno hemos de hacer buena la palabra bíblica: "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡A bbal (padre)" (Rom 8,14s). No temáis, decía Jesús a los discípulos en su despedida; yo he vencido al mundo. Pero necesitaron que el Espíritu se lo recordara para entenderlo. También nosotros. ¡Envía tu Espíritu, Señor, que renueve la faz de la tierra! Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. (Secuencia de Pentecostés, II)

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Viernes: Sexta Semana de Pascua He 18,9-18: Pablo ante el tribunal de Galión. Jn 16,20-23a: Vuestra tristeza se convertirá en gozo.

"NADIE OS QUITARÁ VUESTRA ALEGRÍA" 1. El gozo de la vida que nace. La proclamación evangélica de hoy comienza repitiendo la última frase de Jesús a sus discípulos en el evangelio de ayer al anunciarles, una vez más, su partida: "Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría". Se trata de una alegría que surge triunfante del dolor. Para expresarla se sirve Jesús de una breve parábola, sacada de la experiencia del nacimiento de un ser humano. "La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre". Este lenguaje figurativo referente a los dolores del parto tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en que se aplica al día del Señor y a la venida del mesías. Así en los profetas Isaías, Oseas y Miqueas, por ejemplo. Igualmente en la literatura de Qumrán y en el Apocalipsis. Según la mentalidad judía que reflejan los discursos escatológicos de los sinópticos, al día final del Señor precederá una gran tribulación para los elegidos, preludio de la alegría por la victoria final, lo mismo que los dolores del parto dan paso al gozo de una nueva vida. La tristeza de los discípulos tendrá un doble motivo de dolor: la partida de Jesús en su muerte y las tribulaciones que él les ha predicho. Igualmente la alegría que seguirá tiene una doble causa: la victoria de Cristo sobre la muerte en su resurrección y la presencia duradera del Señor por medio de su Espíritu, si bien esta alegría no excluye el dolor impuesto por el odio del mundo. Exactamente ésa fue la situación del apóstol Pablo al servicio del evangelio. En la primera lectura le vemos hoy acusado por los judíos de Corinto ante el tribunal de Galión, procónsul de Acaya; pero salió bien parado al declararse el romano incompetente en asuntos religiosos. La muerte de Cristo supuso el doloroso parto de una humanidad nueva mediante la resurrección de quien es el hombre nuevo. Jesús fue el grano de trigo que, muriendo en el surco, dio espléndida cosecha de vida nueva según el proyecto de Dios. Precisamente en esa vida nueva reside la alegría que nadie podrá arrebatar a los que son de Cristo. Un gozo que ya se les concedió en las apariciones pascuales del resucitado y que se continuará en la asistencia del Paráclito, que hace presente a Jesús. 243

2. Bajo la acción del Espíritu que actuó en toda la vida de Jesús, desde su bautismo a su resurrección y en el pentecostés inicial de la Iglesia, debemos vivir también nosotros toda nuestra vida de cristianos discípulos de Cristo. Lo mismo que el Espíritu alentó en Jesús su conciencia de Hijo de Dios, profeta y mesías ungido para la obra de la salvación humana, igualmente es el Espíritu quien nos da a nosotros la alegre conciencia de nuestra adopción filial por Dios. Hay un sacramento que es punto de partida y comienzo de toda nuestra existencia de cristianos: el bautismo en el agua y el Espíritu. Entonces fuimos sumergidos en la muerte de Cristo para resucitar con él a la vida nueva de Dios. Culminación del bautismo es la confirmación, sacramento del Espíritu por antonomasia. Hemos de vivenciar y revivir continuamente ambos sacramentos para afirmar nuestra identidad. Para algunos cristianos, desgraciadamente, el Espíritu Santo aparece en el horizonte de su fe y de su vida religiosa como una persona de categoría inferior dentro de la santísima Trinidad, con una naturaleza, misión y actividad abstractas y menos definidas que el Padre y el Hijo. La tercera persona parece serlo también en rango. Y, sin embargo, está en absoluta igualdad. Él es "Señor y dador de vida... que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria", como decimos en el credo. Somos guiados por el Espíritu siempre que servimos a la verdad, al amor y la fraternidad, a los derechos humanos, a la dignidad y liberación integral del hombre; en una palabra, siempre que servimos al reino de Dios, es decir, al cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios en nuestra vida personal, familiar, laboral y cívica. Más aún: nos hacemos más personas, más hombres y mujeres, en la medida en que, bajo la acción del Espíritu, nos abrimos a Dios y a los demás, nos encontramos y reconciliamos con él y con nosotros mismos, y nos abrimos a la comunicación gozosa con Dios y con los hombres, nuestros hermanos. Dios Padre nuestro, Dios fiel a tus promesas, escucha el grito ardiente de nuestra plegaria; y, según la promesa de Cristo en su despedida, cambia nuestra tristeza en gozo indestructible. Reconocemos, Señor, que no sabemos orar en profundidad Danos el Espíritu de Jesús que nos enseñe a rezarte. Te presentamos nuestro mundo que gime bajo el peso de la increencia y de la desesperanza. Cuando el cansancio y el desánimo nos ronden, danos tu fuerza, tu luz, tu verdad y tu alegría para seguir firmes en la fe hasta el día de Cristo. Amén. 244

Sábado: Sexta Semana de Pascua. He 18,23-28: Predicación de Apolo. Jn 16,23b-28: Pedid en mi nombre. El Padre os quiere.

ORACIÓN EN NOMBRE DE CRISTO 1. Dos consecuencias de la unión con Jesús. En el evangelio de hoy expone Jesús dos consecuencias que brotan de la unión con los suyos. En días anteriores de este tiempo pascual, meditando sobre el discurso de despedida de Cristo, veíamos el círculo de amor que se establece entre el Padre, Jesús, el Espíritu, los creyentes y de éstos entre si. Hoy se extraen dos aplicaciones de tal intimidad y comunión de vida. La primera, respecto de la oración; y la segunda, respecto del conocimiento de Jesús y del Padre. Son "privilegios" que disfrutará el discípulo de Cristo. a) Jesús asegura el cumplimiento de las peticiones hechas al Padre en su nombre. "Yo os aseguro que si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa". Puesto que el creyente experimentará la presencia de Jesús en la inhabitación del Espíritu en él, permanecerá unido a Cristo y, por tanto, en comunión también con el Padre, con el que Jesús es uno. Los discípulos no podían alcanzar esa unión profunda con Cristo mientras no recibieran el don del Espíritu, que es el fruto de la glorificación de Jesús, es decir, de su muerte y resurrección. Por eso "hasta ahora no han pedido nada en su nombre", en unión con él. Además, lo que se pide a Dios en nombre de Jesús, también se recibe del Padre en nombre de Cristo. Es obvio, por otra parte, que no se trata de solucionar tanto las necesidades ordinarias de la vida cuanto las que atañen a la vida eterna: "para que vuestra alegría sea completa". b) Esa alegría cristiana se fundamenta, en última instancia, en el conocimiento pleno de Jesús como revelador del Padre: "Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente". Es el segundo privilegio del creyente: conocer en plenitud cuanto Jesús ha revelado. El contraste entre "comparaciones" y "claramente" alude sin duda a la parábola inmediatamente precedente de "los dolores de parto", que veíamos ayer; pero llega el momento en que signos e imágenes no serán ya necesarios para revelar al Padre, porque el misterio del Reino, oculto en parábolas al estilo de los evangelios sinópticos, se desvelará plenamente a los discípulos. Esto se logra con el don del Espíritu que procede del Padre y de ->/ic

Jesús y que hace nacer a los a eyentes a su condición de hijos de Dios, de suerte que el conocimiento de éste resultará casi connatural. Como decía san Pablo: "Ahora vemos en un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara" (ICor 13,12); con la diferencia de que, según san Juan, ese conocimiento final se adelanta al momento presente, porque el futuro ya ha comenzado. 2. Orar juntamente con Cristo. El secreto de la eficacia de la oración del cristiano es la unión con Cristo. Varias veces, durante el discurso de despedida, ha insistido Jesús en la eficacia de la oración hecha en su nombre; tal eficacia es el fruto de la comunión vital del discípulo con Jesús, en quien cree, a quien ama y cuya palabra guarda, convirtiéndose así el creyente en morada de la Trinidad (14,13s.23). Pero leemos en el evangelio de hoy una frase de Jesús que parece excluir su intercesión como mediador entre Dios y nosotros cuando dice: "Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios". Esto se explica así: Aun siendo Jesús nuestro único mediador, la relación de amor que se establece entre el Padre y el creyente mediante la presencia de Jesús en los suyos por el Espíritu es tan intensa, que en adelante Jesús no puede ser ya considerado como un mero intermediario. Pues el Padre ama al creyente con el mismo amor con que ama a Jesús, de manera que el Padre, Jesús y sus discípulos forman una unidad, como dirá Cristo en su "oración sacerdotal" que veremos la semana próxima. Así la oración de los bautizados en Cristo es también oración de Jesús, nuestro hermano mayor. Por eso nos escucha el Padre y nos dará lo que le pedimos para nuestra salvación; aunque no siempre sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inexpresables (Rom 8,26). "En su estado glorioso Cristo no pedirá por los suyos; pedirá con ellos y a través de ellos en su Iglesia. Llegamos aquí a lo más profundo de la mística cristiana" (A. Loisy).

Padre nuestro, en su despedida Jesús nos dijo: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará Nosotros confesamos nuestra propia indigencia y acudimos a ti, Padre, que nos quieres con ternura. En nombre de Cristo y en unión con él te suplicamos: Danos, Señor, tu Espíritu, que es tu don por excelencia; danos lo mejor de ti mismo, tu conocimiento y tu amor. 246

Y en la libertad de tu Espíritu haznos desear lo que tú quieres y querer lo que tú deseas. Que nuestro empeño sea cumplir siempre tu voluntad; así tu amistad será nuestra alegría completa. Amén.

Lunes: Séptima Semana de Pascua He 19,1-8: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo? Jn 16,29-33: Tened valor: Yo he vencido al mundo.

UN ILUSTRE DESCONOCIDO 1. El porqué de un desconocimiento. El Espíritu Santo parece ser el gran desconocido u olvidado, el gran silenciado, que no ausente, de los cristianos. En parte sucede hoy lo que refiere la primera lectura. Al llegar san Pablo a Éfeso preguntó a un reducido grupo de discípulos de Juan el Bautista que encontró allí si habían recibido el Espíritu Santo al aceptar la fe en Cristo. La respuesta no pudo ser más desoladora: Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo. La mayoría de los cristianos actuales no podría afirmar esto; pero si se les urgiera a explicar qué significa el Espíritu Santo para ellos, el problema sería sin duda embarazoso. Entre las posibles causas que hacen del Espíritu un ilustre desconocido podemos apuntar éstas: 1.a Falta de formación y catequesis antes y después de los sacramentos de la iniciación cristiana. 2.a Inexperiencia vivencial de su presencia y acción en nuestra vida personal y comunitaria, debido a un bajo nivel de fe y vitalidad cristiana. 3.a Abuso de las supuestas aplicaciones de su eficacia mecánica y actuación casi mágica en los sacramentos y en el ámbito espiritual. 4.a La dificultad misma que en sí encierra la comprensión de los símbolos, imágenes y expresiones que, por carencia de vocabulario y definiciones precisas, se aplican en la Biblia a la fuerza y acción del Espíritu Santo. El Espíritu, la tercera persona de la santísima Trinidad, no suele aparecer, según los textos bíblicos, en la intimidad de la vida trinitaria, sino en su acción exterior. Espíritu significa casi siempre presencia y acción de Dios, tanto en la persona y vida de Jesús desde su encarnación a su resurrección (así en los evangelios) como en la vida interna y en la actividad apostólica de la comunidad eclesial (así en los Hechos y Cartas). En la sagrada Escritura no encontramos, pues, una definición del Espíritu en términos conceptuales, pero sí en imágenes y símbolos que 247

son signos de su realidad, presencia y acción, tales como viento, fuego, lenguas, agua, paloma, defensor, consolador, amor, inspiración profética, frutos, dones y carismas, espíritu de adopción y de libertad, etc. 2. Es la hora del Espíritu. Si queremos definir al Espíritu con una expresión actual y bíblica, vital y única, tendremos que decir: es el don de Cristo resucitado a la Iglesia, que es su cuerpo; es el Espíritu de Jesús mismo en nosotros; es el "nosotros" trinitario y la conciencia eclesial; es el amor que Dios nos tiene, difundido en nuestros corazones; es nuestra nueva dimensión personal y comunitaria de discípulos de Jesús, cristianos, hijos de Dios y hermanos de los hombres. En nuestros días asistimos con gozo al redescubrimiento del Espíritu en la Iglesia, que pone de relieve el protagonismo decisivo del Espíritu en la renovación interna del pueblo de Dios y en su misión evangelizadora del mundo. Los carismas y la llama de pentecostés no se han apagado y son perceptibles en los constantes movimientos que de uno y otro signo vivifican a la Iglesia, tales como: comunidades neocatecumenales y carismáticas, cursillos, equipos matrimoniales, grupos de oración, ecumenismo y liberación; además de los institutos de vida consagrada, tanto religiosos como seculares. Estos institutos, órdenes y congregaciones religiosas, lo mismo masculinos que femeninos, así como los institutos seculares y sociedades de vida apostólica, ejercen un carisma propio para funciones concretas de la misión universal de la Iglesia. Tales como: contemplación y oración; evangelización del pueblo fiel y de las naciones no cristianas; enseñanza y educación de niños, adolescentes y jóvenes; atención de enfermos, ancianos, pobres y marginados; trabajo en los medios de comunicación social al servicio de la fe y de la misión; testimonio y consagración a Dios de la vida y quehacer cotidiano en el mundo. La fuerza y la acción del Espíritu se manifiesta no sólo en estos carismas que tienen ya forma institucional en la Iglesia, sino también en la vida de todo creyente, hombre o mujer, que secunda su vocación cristiana con un corazón dispuesto. Más todavía: como el Espíritu de Dios no es monopolio de nadie, también actúa fuera de la Iglesia, en tantos profetas laicos de la esperanza humana que entregan a los demás su talento y energías, su tiempo y su vida. Envía, Señor, tu Espíritu que renueve nuestros corazones. Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros pasos, que encienda nuestro amor. Envíanos tu Espíritu, y un rayo de tu luz encienda nuestras vidas en llamas de virtud. Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor. 248

Envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor. Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar. Envíanos tu Espíritu; su don renovador engendre nuevos hombres con nuevo corazón. (J. MADURGA)

Martes: Séptima Semana de Pascua He 20,17-27: Pablo habla a los presbíteros de Efeso. Jn 17,1-1 la: Padre, glorifica a tu Hijo.

LA ORACIÓN DE JESÚS 1. La "oración sacerdotal". Tanto la primera lectura como el evangelio de este día respiran un clima de despedida. Pablo reúne a los presbíteros de Éfeso para decirles adiós, y Jesús se despide también de sus discípulos. En ambos casos flota una atmósfera de oración. A partir de hoy, durante tres días, leeremos fragmentado el capítulo 17 de san Juan, que es uno de los más sublimes del cuarto evangelio. Jesús concluye su coloquio final con los discípulos dirigiendo su oración al Padre. Una oración que resume el significado de toda su vida y que trasciende el tiempo y el espacio para alcanzar a los discípulos de Cristo de todos los tiempos. A partir del siglo V, ya desde san Cirilo de Alejandría, se ha calificado esta oración de Jesús como "sacerdotal", viendo en ella un himno de consagración en el que el Hijo se ofrece al Padre como sacrificio perfecto que, sobre el altar de la cruz, hará posible su glorificación. Pero no se puede exagerar esta línea sacrificial, pues el tema central, como iremos viendo, no es tanto el sacrificio de Cristo mediante la entrega de su vida cuanto su vuelta al Padre y la oración por la unidad de los suyos. Los evangelios sinópticos hablan muchas veces de los frecuentes y largos momentos de oración de Jesús; pero no nos dan su contenido, excepto en el texto del padrenuestro. Juan sí lo hace en su capítulo 17, en el que distinguimos estas tres secciones: 1.a Jesús pide al Padre ser glorificado, una vez concluida su obra reveladora. Es propio de la cristología de Juan ver toda la vida de Cristo, desde el prólogo al final, incluso su muerte, como expresión de su gloria divina (vv. 1-8). 2.a El 249

Señor ora al Padre por los que él le ha confiado y viven todavía en el mundo, para que los santifique en la verdad lo mismo que Cristo se consagra por ellos, y para que sean uno como él y el Padre. Es la oración por la comunidad presente (vv. 9-19). 3.a Jesús ora, finalmente, por cuantos creerán en él gracias a la palabra de los discípulos, para que, viviendo unidos con él y entre sí, el mundo crea que Cristo es el enviado del Padre. Es la oración por la comunidad futura (vv. 20-26). 2. Necesitamos orar con Jesús. El evangelio de hoy comprende la primera sección íntegra e inicia la segunda. El hecho de pronunciar Jesús su oración al Padre ante sus amigos y en voz alta es una invitación a que participen en la misma ellos y los creyentes de las generaciones futuras, es decir, todos nosotros, por quienes ruega el Señor. Pero se dice que hoy día hay crisis de oración entre los cristianos; que se reza poco y que se ora mal cuando se hace. Sin embargo, venturosamente, no faltan casas, grupos y vigilias de oración. La joven Iglesia comenzó el camino histórico de la misión entrenándose en la oración comunitaria, y no por una actividad febril sin contacto con Cristo y su Espíritu. Porque es en la oración, que crea comunión con Dios, donde está la fuerza secreta de la comunidad y del cristiano para testimoniar a los hombres la presencia de Cristo, el Señor glorioso y salvador de la humanidad. Necesitamos orar siempre, y con más intensidad todavía en los momentos de crisis personal o comunitaria, para reafirmarnos en nuestra identidad cristiana. Porque entonces sólo puede rehabilitarnos un encuentro personal con el Dios que es vida y amor, y los da a quien con él se comunica. La oración es hablar con Dios como personas libres; más aún, como hijos suyos que somos. Saber rezar no es difícil; basta hablar con Dios. A veces ni siquiera es necesario hablar, pues escuchar es suficiente. Nuestra oración puede ser individual o comunitaria, mental o vocal, espontánea o ya hecha: salmos, plegarias, cantos, bendiciones..., y la oración por excelencia: el padrenuestro. Necesitamos orar, ya sea en medio de los quehaceres de cada día, ya sea retirándonos a solas con Dios. Pero en un caso y otro, escuchando a Jesús, que es escuchar al Padre, y orando con él para captar el misterio de lo indecible y testimoniarlo después a nuestros hermanos los hombres. Porque la oración, la contemplación y la experiencia de Dios, cuando son auténticas, pasan a la acción liberadora. Eso es llevar la oración a la vida y la vida a la oración. Convenzámonos: la oración con Jesús nos es indispensable para una vida cristiana pujante. Hoy es la ocasión de preguntarnos cómo y cuánto rezamos individual y comunitariamente. 250

Padre, hoy nuestra oración se une a la de Jesús en el cenáculo, cuando era inminente su hora, la hora de compartir el pan y el vino nuevos del Reino, la hora de mostrar todo su amor con la mayor prueba: entregando su vida por aquellos que amaba. Así completó la obra que tú, Padre, le confiaste. Glorifica ahora a tu Hijo Jesús. Su hora es la nuestra, y su glorificación es la esperanza de cuantos sufrimos anhelando un futuro de liberación y la vida nueva que brota incontenible de la resurrección de Cristo.

Miércoles: Séptima Semana de Pascua He 20,28-38: Despedida de los presbíteros de Éfeso. Jn 17,llb-19: Padre, santifícalos en la verdad.

CONSAGRADOS EN LA VERDAD 1. En medio del mundo. El evangelio de hoy comprende la segunda sección de la "oración sacerdotal" de Jesús, intercediendo por sus amigos ante el Padre antes de ausentarse. Previamente Cristo les ha prometido un valedor, el Espíritu de la verdad, que será su presencia permanente entre ellos. Ahora pide al Padre que santifique a los discípulos en la verdad, lo mismo que él se consagra por ellos. La efusión del Espíritu, cuyo cometido se acentúa a medida que nos acercamos al día de pentecostés, será la consagración de los discípulos en la verdad. Esta consagración da al creyente acceso a la santidad de Dios y a la alegría cumplida, plena y rebosante de Jesús glorificado. Dos condiciones para lograr esta meta: 1.a Mantenerse unidos los discípulos entre sí por el amor, como Cristo con el Padre y el Espíritu, pues el amor forma parte esencial de la verdad de Dios: "Padre, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros". 2.a Aguantar y vencer con ese amor el odio del mundo, en medio del cual tendrán que vivir los cristianos: "Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal". Ya antes habló Jesús a los suyos del odio del mundo (Jn 15,18ss). ¿Por qué odia el mundo a los discípulos de Cristo? Precisamente porque, como él, están consagrados por el Espíritu de la verdad, y ésta no se aviene con la mentira del mundo, pues la deja al descubierto. En el esquema ideológico del evangelio de Juan el mundo se contrapone a 251

Cristo y los suyos, lo mismo que las tinieblas a la luz. Habitualmente Juan entiende al mundo como el aliado y el campo de acción del maligno; y por eso mismo, enemigo de Dios. Según san Juan, el mundo es el mal, amasado con "las pasiones del hombre carnal, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero" (Un 2,16). De ahí la tensión inevitable para el seguidor de Jesús: vivir en medio del mundo sin ser poseído por él; más aún, en cumplimiento de su misión de apóstol y testigo, tratando de ganar al mundo para el reino de Dios mediante el anuncio y testimonio de Cristo, luz del mundo al igual que su discípulo. 2. Testimonio de la verdad por el amor. Nuestro testimonio de la verdad, que es Cristo, se centra en el amor, según deseo de Jesús: "Que sean uno, como nosotros, para que el mundo crea". A su vez, ese amor brota del amor que Dios nos tiene y por el que nos regala la nueva vida pascual en Jesús y por su Espíritu. "Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (Un 4,11). De esto es capaz solamente quien vive como consagrado y santificado por la verdad, es decir, en unión con Cristo. Para testimoniar esa nueva vida de consagrado, el cristiano debe experimentarla antes y vivirla personalmente por la fe, pues esa nueva vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3,3). Por eso un creyente no tiene distintivo exterior alguno que lo identifique. El gozo pascual de nuestra adopción filial por Dios pertenece al mundo de la fe; y la fe es, ante todo, experiencia vivencia!, don y gracia del Señor, y no mero conocimiento conceptual del mismo. La vida nueva con Cristo, fruto de nuestra consagración por el Padre, se ofrece a todo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, como repite insistentemente el cuarto evangelio. Con la fuerza de esa fe y vida nueva seremos capaces de transformarlo todo, dentro de nosotros y en nuestro entorno: trabajo, estudio, vida familiar, problemas personales, compromiso social, soledad, enfermedad y muerte. Hemos de probar, gustar y ensayar con entusiasmo la nueva vida pascual, convirtiendo el corazón a los bienes de arriba, aunque sin desentendernos de la gente y del mundo. Considerémonos muertos al pecado y a sus obras, y resucitados con Cristo para Dios. Dos tiempos o movimientos de una misma melodía, con apariencia negativa el primero y con nombre positivo el segundo, pero inseparables y en el fondo iguales. Para vencer el odio del mundo, en medio del cual hemos de vivir, no hay medio mejor y más convincente que el testimonio de la verdad por el amor.

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Te damos gracias, Dios Padre, porque en Cristo nos elegiste y nos consagraste en la verdad para vivir contigo y con él sin ser del mundo. Señor Dios nuestro, si el mundo no te conoce, nosotros creemos en ti y en tu enviado Jesucristo. No permitas que la persecución y el odio del mundo nos intimiden en nuestro compromiso cristiano. Danos fuerza para ser portavoces de la buena nueva y acompañar a nuestros hermanos los hombres en la difícil conquista del sentido de la vida Ya todos los que sufren contrariedades por tu causa dales, Señor, tu Espíritu de paz y de gozo en el dolor. Amén.

Jueves: Séptima Semana de Pascua He 22,30; 23,6-11: Pablo ante el sanedrín. Jn 17,20-26: Padre, que sean uno como nosotros.

EL SIGNO DE LA UNIDAD 1. Para que el mundo crea. Hoy se proclama como evangelio la tercera y última parte de la "oración sacerdotal" de Jesús, que ruega al Padre por cuantos a lo largo de los siglos creerán en él gracias a la palabra testimonial de los apóstoles. El Señor ora por la futura comunidad cristiana. Y pide al Padre que todos sus miembros se mantengan unidos. Su unidad será el signo que avalará ante el mundo la filiación divina y la propia identidad mesiánica de Cristo, el enviado del Padre. "Te ruego no sólo por ellos (el grupo de los apóstoles), sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado". En estas palabras de Jesús se señala su comunión con el Padre como el modelo y la fuente de la unidad eclesial. Y esto en dos direcciones: fundamentando la relación de los creyentes con Jesús y con el Padre (dirección vertical) y de los cristianos entre sí (dirección horizontal). Por otra parte, realizar en la Iglesia la unidad dentro del pluralismo es obra del Espíritu Santo, como afirma abiertamente san Pablo en sus cartas; hasta el punto que el signo de que una comunidad cristiana posee el Espíritu de Cristo y actúa bajo su impulso es la fraternidad entre sus miembros. 253

El concilio Vaticano II comenta el texto evangélico de hoy, deduciendo del mismo el origen trinitario y el carácter comunitario de la vocación humana según el plan de Dios: "Cuando el Señor ruega al Padre 'que sean uno como nosotros somos uno', abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrena a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia identidad si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24,3). 2. La unión de los cristianos es un tema de perenne actualidad. Necesitamos el dinamismo de la conversión continua y progresiva a la unidad, tanto a nivel interno o intraeclesial como a nivel ecuménico o intereclesial. Unión primero entre los miembros de la misma Iglesia, y unión después con los cristianos de las diversas confesiones. Es normal que haya diferentes puntos de vista en lo que es accidental, y diversidad de enfoques para problemas que surgen en situaciones socio-culturales distintas. Pero no es cristiano que por eso levantemos muros de división, con escándalo de los que nos ven desde fuera. Pongámonos de acuerdo en lo esencial a nivel interno mediante el amor y el diálogo, y respetemos las legítimas diferencias. Así no perderemos eficacia misionera y evangelizadora. Criterios que tienen validez también en las relaciones con los hermanos separados. Es evidente el antitestimonio que hoy, como durante siglos, ofrecemos al mundo los creyentes en Jesús, divididos en diversas confesiones cristianas. Jesús rezó al Padre: "Que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado". Gracias a Dios está en marcha el movimiento ecuménico que trata de reunificar el cuerpo de Cristo, desmembrado a través de la historia por culpa e intransigencia de unos y de otros. Venturosamente, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Puntos básicos y comunes son éstos: 1.° Fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro, a quien rezamos la oración común de los hijos de Dios: el padrenuestro que Jesús nos enseñó. 2.° Fe en Jesucristo, Hijo de Dios y salvador nuestro, por quien tenemos la vida de Dios en un mismo bautismo. 3.° Fe en el mismo Espíritu vivificante. 4.° El mismo evangelio, el mismo credo básicamente y, fundamentalmente, la misma palabra de Dios en la Biblia. Todo nos está diciendo que somos "hermanos separados" que deben unirse, según el deseo de Cristo, para que el mundo crea en él y para que haya un solo rebaño, una sola Iglesia, bajo un mismo pastor. San Pablo expresaba así el ideal y fundamento de la unidad cristiana: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza 254

de la vocación a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos" (Ef 4,4s). Padre nuestro, hoy nuestra plegaria se centra en el deseo de Cristo al pedirte la unidad total de cuantos por el ancho mundo creemos en él Sólo tú puedes lograr lo que parece imposible: que los hermanos separados nos unamos en una Iglesia, formando un solo rebaño bajo un solo pastor. Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, la Iglesia de Jesús. Ayúdanos, Padre, a mantener la unidad con el vínculo de la paz, porque una sola es la meta de la esperanza de la vocación a la que tú nos llamas gratuitamente en Cristo nuestro Señor.

Viernes: Séptima Semana de Pascua He 25,13-21: Pablo ante el rey Agripa. Jn 21,15-19: Simón, ¿me amas? Apacienta mis ovejas.

PRIMADO DE AMOR 1. El desquite de Pedro. El evangelio de hoy contiene dos partes. En la primera de ellas Jesús confiere al apóstol Pedro una investidura pastoral preeminente, y en la segunda le preanuncia su destino martirial. Subyace en este evangelio la tradición neotestamentaria de una aparición del Señor resucitado a Simón Pedro, y vemos también afinidad con el pasaje del primado según Mateo (16,18s). En la triple pregunta de Cristo: "Simón, ¿me amas?", y en la correspondiente respuesta del apóstol con su triple y humilde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero", hay por parte de Jesús una rehabilitación de Pedro en su condición de discípulo después de su triple negativa en la noche de la pasión. Es su oportunidad y su desquite. A cada respuesta de Pedro, añade Jesús: Apacienta mis ovejas. Es su triple investidura pastoral, que consuma la rehabilitación con tal puesto de confianza. Encontramos, pues, aquí un testimonio escrito a finales del siglo I en que aparece la estima comunitaria sobre la misión y autoridad pastoral de Pedro en la Iglesia. El ministerio de Pedro —y de su sucesor el papa, obispo de Roma— 255

es el primado del servicio y de la caridad en la Iglesia de Cristo. Carisma que no se le concede para prestigio propio ni se basa en su capacidad personal y extraordinaria, pues es patente su debilidad humana. Todo es gracia, don y presencia invisible de Jesús por la fuerza de su Espíritu. Jesús examina a Pedro sobre el amor, y hay que reconocer que consiguió un sobresaliente el que en otra ocasión mereciera un suspenso. Y le examina de amor porque su tarea como guía de las ovejas del buen pastor, que es Cristo, habrá de ejercerse sobre la base del amor al rebaño, según aquellas palabras de san Ambrosio: "Cristo nos dejó a Pedro como vicario de su amor". Ya en la última cena Jesús había dicho al apóstol: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos" (Le 22,3 ls). Pedro es, efectivamente, el primero entre los hermanos. Pero la autoridad dentro de la comunidad cristiana es servicio a ejemplo de Cristo: "El primero entre vosotros ha de ser el servidor de todos, y el que manda como el que sirve" (22,27). 2. Al servicio de la comunión eclesial. La muerte de Pedro que Jesús le vaticina en enigma: "Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras", será la prueba definitiva de la sinceridad de su triple profesión de amor a Jesús y de su fidelidad a la misión recibida. Pero ya antes tuvo ocasión Pedro de testimoniar su amor y su fe en Cristo y de salvaguardar la comunión eclesial al servicio de la misión. Por ejemplo, llegado el momento de la prueba, ante el consejo de los judíos y desafiando su orden, proclama Pedro la muerte y resurrección de Jesús, porque "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Igualmente, en el concilio de Jerusalén supo mantener la apertura misionera de la Iglesia a los paganos y conservar la unión dentro de la comunidad. El primado de Pedro es servicio a la comunión eclesial, como dice el concilio Vaticano JJ: "Cristo envió a los apóstoles como él fue enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de aquéllos, los obispos, fuesen los pastores en su Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero para que el mismo episcopado fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión" (LG 18). Textos evangélicos como el de hoy nos despiertan la nostalgia ecuménica por los hermanos separados, como veíamos ayer. Somos conscientes de que la doctrina del primado y cátedra de Pedro es precisamente la piedra de tropiezo y el máximo punto conflictivo en el movimiento de unión de las Iglesias cristianas. Es también el escollo mayor 256

que pastores y teólogos ortodoxos, anglicanos y protestantes de las distintas confesiones ven en el diálogo de la Iglesia católica corl las demás Iglesias que siguen a Cristo, conservan la palabra de Dios en la Biblia y rezan al mismo Padre común. También hoy es día de rogar al Padre que haya pronto un solo rebaño bajo un solo pastor para que el mundo entero crea que Jesucristo es el enviado del Padre. Señor Jesús, tú nos repites hoy también a nosotros: ¿Me amas? Sí, Señor; pero concédenos amarte mucho más, con un corazón caldeado por el fuego de tu Espíritu. Tú nos abriste el camino que lleva hasta el Padre y, gracias a ti, la vida es más fuerte que la muerte. Estamos seguros en la fe de que tú vives en nosotros y estás presente en cada hombre y mujer, nuestros hermanos. Haz que nos entreguemos a la apasionante tarea de amarte, queriendo sin medida a los demás. Acompaña en su servicio a los pastores de tu pueblo y reúne en tu Iglesia a los hijos de Dios dispersos.

Sábado: Séptima Semana de Pascua He 28,16-20.30-31: San Pablo en Roma. Jn 21,20-25: El discípulo amado.

HEREDEROS DE LA FE APOSTÓLICA 1. La tradición apostólica. Hoy concluye la lectura continua que durante estas siete semanas del tiempo pascual hemos venido haciendo del libro de los Hechos de los Apóstoles como primera lectura, y del evangelio según san Juan como segunda. Los Hechos nos han mostrado la apasionante historia de los primeros pasos de la Iglesia y el anuncio misionero de los apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo desde el día de pentecostés, en cuya víspera estamos. A su vez, el evangelio de Juan nos ha transmitido el testimonio del discípulo amado de Jesús sobre el misterio y mensaje de la Palabra de Dios hecha carne. "Y sabemos que su testimonio es verdadero". Todo ello nos invita a reflexionar hoy sobre la tradición apostólica, es decir, sobre la herencia de los apóstoles, testigos de la resurrec257

ción del Señor y fundamento de la fe que recibimos en la comunidad eclesial. Desde el principio surgió en la Iglesia la tradición apostólica de la fe, que nos conecta con la palabra de Cristo Jesús, en quien creemos, a quien amamos y en quien esperamos sin haberlo conocido personalmente. Esa fe la recibimos de la comunidad cristiana, transmitida fielmente de generación en generación desde hace dos mil años. Somos herederos de la fe multisecular de generaciones de creyentes que supieron realizar en su propio contexto histórico el diálogo de la fe con la vida, con la cultura y con el mundo de su tiempo. 2. La apostolicidad es una de las notas de la verdadera Iglesia de Cristo, como decimos en la profesión de fe: "Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica". ¿Qué significa su carácter de "apostólica"? Sintetizando: a) Que la Iglesia afirma su origen en Cristo mediante el testimonio y la predicación de los apóstoles, testigos de su resurrección y fundamento de la fe de los creyentes. b) Que por voluntad expresa de Cristo, que es el cimiento invisible y la piedra angular de la Iglesia, ésta tiene como fundamento visible de su unidad y permanencia la cátedra y sede apostólica de Pedro y su sucesor el papa, obispo de Roma y cabeza del colegio episcopal, como san Pedro fue el primero entre los apóstoles. c) Apostolicidad significa, finalmente, fidelidad de la comunidad eclesial a la fe transmitida por los apóstoles e imitación de su ejemplo mediante el apostolado, es decir, por el servicio perenne a la misión recibida de Jesús, que es la evangelización del mundo. Solamente así es apostólica en plenitud la Iglesia: porque cree, mantiene y difunde la fe en Cristo, recibida del anuncio y testimonio apostólico.

impersonales, sino una fe viva que hemos de individualizar mediante una opción personal que: 1.°, refleje las bienaventuranzas evangélicas; 2.°, se manifieste en el amor como clave de la existencia humana; y 3.°, potencie los valores de la persona para el compromiso cristiano en la solución de los problemas de nuestro entorno. Solamente con el Espíritu de Jesús se puede discernir y mantener la auténtica tradición eclesial, que es el sustrato vivo y permanente de la fe cristiana en medio de las cambiantes circunstancias históricas. Pues la Iglesia de Cristo no es un espléndido museo de arqueología, donde se guardan tradiciones para ser contempladas como piedras muertas. No, la Iglesia está construida con piedras vivas. De hecho, la auténtica tradición apostólica es el fundamento y la praxis viva de la comunión eclesial. Padre, nuestra oración hoy es de agradecimiento por la fe apostólica que recibimos en tu Iglesia. Porque ella alienta en nuestros corazones, confesamos a Jesús como Hijo, Mesías y Enviado tuyo, y como nuestro Salvador por su muerte y resurrección. Creemos también en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Haz, Señor, que tu pueblo se mantenga siempre fiel a la herencia apostólica y al anuncio del evangelio para que, perseverando en la fracción del pan, tengamos un solo corazón y una sola alma. Amén.

3. La auténtica tradición eclesial. El papa Pablo VI afirmó que la renovación que supuso el concilio Vaticano II no fue romper con la tradición eclesial, sino que rinde homenaje a la misma y la valora en todo su peso y autenticidad, al limpiarla de toda adherencia mohosa. Porque en la Iglesia hay una tradición auténtica frente a tradiciones caducas. La primera no muere porque es corriente de vida y río en libertad; las segundas son agua estancada y peso muerto que tienden al inmovilismo, a la involución, a la rigidez y a la intolerancia. No es tradición auténtica el perpetuar el pasado con el lastre de costumbres mantenidas a ultranza; eso es envejecimiento de espíritu, aunque se maquille de sabiduría y prudencia. La auténtica sabiduría tradicional tiene un secreto: el equilibrio exacto del hoy entre el ayer y el mañana. Por fuerza hemos de aprender de la tradición de la Iglesia, que es anterior a nosotros; nadie comienza la vida desde cero. Pero tampoco heredamos un paquete de verdades congeladas e 258

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Tiempo Ordinario

Lunes: Primera Semana Me 1,14-20: Convertios y creed la buena noticia.

SE HA CUMPLIDO EL PLAZO 1. Comienza el evangelio de Marcos. Empezamos hoy la primera semana del tiempo litúrgico que corre durante el año y que comprende treinta y cuatro semanas. Desde hoy hasta la novena semana, inclusive, se proclamará el evangelio de Marcos, al que seguirá el de Mateo hasta la semana vigésima primera y luego el de Lucas hasta la última. Marcos es el primero de los cuatro evangelios, escrito rebasada ya la primera mitad del siglo I. A diferencia de los otros dos evangelios sinópticos, Mateo y Lucas —llamados así porque los tres siguen líneas paralelas en su conjunto—, Marcos no tiene sección narrativa de la infancia de Jesús, sino que éste aparece en escena ya adulto e introducido por la predicación de Juan el Bautista. En el evangelio de hoy distinguimos dos partes: 1.a Un resumen de la predicación inaugural de Jesús. 2.a Narración de las cuatro primeras vocaciones de discípulos por parte de Jesús. "Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios —Marcos es el único en emplear el término evangelio—; y decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertios y creed la buena noticia". He aquí un sumario o resumen de los muchos de Marcos. Hablar de cumplimiento supone una continuidad que enlaza las diversas etapas de la salvación. El motivo por el que Cristo urge la conversión y la fe en el evangelio es doble: 1.° Porque se ha cumplido el tiempo; y para decir tiempo cumplido o plazo vencido el texto original griego no emplea el término ¡ranos (tiempo del calendario), sino kairós (tiempo de gracia, de favor 261

de Dios y de oportunidad de salvación). Como comentaba san Pablo: "Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación" (2Cor 6,2). 2.° Porque está cerca el reino de Dios. Jesús mismo es la buena noticia del Reino; en su persona, su mensaje y su obra está ya presente la salvación que el reino de Dios trae al hombre. Por eso, "convertios y creed el evangelio". La segunda parte del texto evangélico relata la vocación de los cuatro primeros discípulos de Jesús, que son dos parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Todos ellos pescadores. Llama la atención tanto la autoridad e iniciativa de Jesús que los llama a su seguimiento como la respuesta inmediata e incondicional de los vocacionados. El discipulado, recordará más tarde Jesús, incluye una renuncia y una ruptura con todo: familia y posesiones. 2. Conversión al Reino. En el conjunto de la primera y de la segunda parte queda patente la aventura del Reino como motivación última de la conversión y del seguimiento. Pues la condición única para acceder al Reino es realizar una conversión de fe. Creer la buena nueva es creer en Cristo, porque él es el evangelio de Dios; y convertirse al Reino es convertirse a Jesús, porque el Reino se inaugura en su persona. La conversión ha de transvasarse al exterior, pero los presupuestos de la misma son primeramente interiores: cambio de actitudes, de criterios y de mentalidad; y, consecuentemente, cambio de conducta. Conversión de fe y renovación del corazón y de la vida; así orientaron los profetas su pregón de conversión, y así lo hizo también Jesús en línea con el último de ellos, Juan el Bautista. La conversión ha de ir acompañada de una adhesión a Cristo en la fe; convertirse y creer son realidades inseparables. Como creyentes, como discípulos de Jesús, necesitamos vivir en un perenne estado de conversión; porque ésta es una tarea siempre inacabada, de todo tiempo y para todos. Nunca estaremos suficientemente convertidos a los valores del Reino. Son demasiados los intereses que nos tientan constantemente a desvirtuar e incluso invalidar nuestra respuesta a la consigna del Señor: "Convertios y creed la buena noticia". Este imperativo es buena nueva de liberación, esperanza luminosa y transformante, empeño gozoso, don y tarea que hemos de asumir responsable y alegremente con un estilo nuevo de comportamiento personal y comunitario con Dios y los demás. La radicalidad de la conversión continua al reino de Dios nos pide sensibilidad y una clara opción por los valores del evangelio y los criterios de las bienaventuranzas. Estos se oponen necesariamente a las prioridades del "hombre viejo" que llevamos dentro, en lucha con el "hombre nuevo", liberado por Cristo. Así optaremos por el amor en vez del egoísmo, la pobreza compartida en vez de la riqueza acaparadora, 262

la solidaridad en vez de la explotación, el perdón en vez del odio, el compromiso y la colaboración en vez de la despreocupación social. Te damos gracias, Padre, Señor de nuestras vidas, porque, llegada la plenitud de tu plan salvador, nos hablaste sin intermediarios por tu propio Hijo. Jesús es tu Palabra personal, el reflejo de tu gloria. El sonido de tu Palabra es buena nueva de tu amor, evangelio de la salvación universal de tu Reino. Hoy nos llama Cristo a la conversión y a su seguimiento. Y el motivo no puede ser más feliz; Dios nos ama, y su Reino está entre nosotros, presente en su persona. Se ha cumplido el plazo de tu ternura y misericordia; convierte, Señor, nuestro corazón a tu llamada.

Martes: Primera Semana Me 1,21-28: Les enseñaba con autoridad.

UNA AUTORIDAD CON CARISMA 1. Jesús enseñaba con autoridad. La escena evangélica de hoy se desarrolla en la sinagoga de Cafarnaún, y en ella distinguimos dos partes: el estilo de enseñar de Jesús y la curación de un poseso. Si al llegar la plenitud de los tiempos Dios no habló ya por intermediarios, sino por su propio Hijo, eso tenía que notarse en la palabra de Jesús. Él no habla con autoridad vicaria, sino propia. Los profetas comenzaban siempre así: "Esto dice el Señor". En cambio, Jesús afirma: "Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo". Cristo tampoco hablaba como los rabinos, que comentaban la Escritura a base de citar autoridades y de casuística atomizada, cargando fardos pesados sobre los oyentes. No; el estilo de enseñar de Jesús era más bien liberador, era el anuncio de una buena noticia para los sencillos. Naturalmente, la gente captó la diferencia; por eso le entusiasma, "porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad". Es la autoridad que viene del carisma y no del poder; es la autoridad por la que optó Jesús. El poder se da y se quita a dedo o por los votos; pero la autoridad se gana a pulso, se merece y se goza. Tener autoridad supone tener carisma. Éste era el punto fuerte de Jesús, quien renunció 263

a todo poder para sí y los suyos: "El que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos". El poder abre muchas puertas, llena muchos bolsillos, obliga, impone silencio, se atribuye carismas e incluso suplanta al Espíritu; pero no sirve para hacer mejores y más libres a las personas. En cambio, el carisma no se atribuye poderes, habla hasta con el silencio, libera al hombre y transparenta el Espíritu. Este segundo fue el estilo de Jesús y debe ser el del cristiano y la Iglesia. 2. Autorrevelación de Jesús. El evangelista Marcos, en la primera parte de su evangelio, muestra con frecuencia a Jesús enseñando al pueblo y a sus discípulos el secreto del Reino a base de parábolas. Pero es sobre todo en la segunda parte de su relato donde detalla el contenido de esa enseñanza sobre el Reino con temas como el mesías paciente, el mandamiento principal, el hijo de David, el matrimonio indisoluble, la levadura de los fariseos, la escatología, etc. En todo caso, Marcos no prodiga los discursos doctrinales de Jesús y tiene menos pasajes didácticos que los otros dos sinópticos, Lucas y Mateo. Este último vertebra su evangelio precisamente en torno a cinco grandes discursos de Jesús. En cambio, Marcos relaciona más estrechamente que los otros dos la actividad docente del Señor con su autorrevelación como mesías e Hijo de Dios. ¿Cómo? A base de conectar la enseñanza de Jesús con sus milagros, cuya abundante narración viene a apoyar la palabra del maestro. Ambos aspectos, mensaje y obras, ponen de manifiesto la autoridad superior y el poder mesiánico de Jesús, revelando su persona divina. Éste es el caso del texto evangélico de hoy. A la enseñanza de Jesús sigue la curación de un poseso en la misma sinagoga de Cafarnaún. Es el primero de los milagros de Cristo, según la tradición sinóptica (cf Le 4,3 lss). Era una manera fehaciente de mostrar su autoridad, incluso sobre los demonios, a quienes la mentalidad judía atribuía las enfermedades mentales, como la epilepsia y la esquizofrenia. Poner término a ese dominio diabólico es obra del poder de Dios que reside en Jesús de Nazaret. 3. Una autoridad diferente. Es lo que demuestra Jesús en su enseñanza y sus obras, porque no se basa en la fuerza, sino en el carisma. Cuando en más de una ocasión sus enemigos le increpaban: ¿Con qué autoridad haces esto?, él se remitía precisamente al testimonio de sus obras. Ellas probaban sobradamente su identidad mesiánica, que sus adversarios no querían reconocer, cegados por la idea de un mesías poderoso. Pero estas obras a las que Cristo se remite no son actos de fuerza avasalladora, sino servicio humilde a la liberación de los pobres, los enfermos y los esclavos del pecado. Aquí radica la grandeza de quien 264

vino a servir y a salvar lo perdido. Eso es lo que le hace "profeta poderoso en obras y palabras", como reconocen los discípulos de Emaús. Así lo entendieron los apóstoles a la luz de la fe pascual: "Hombre acreditado por Dios con milagros, signos y prodigios..., que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él", como pregonaba el apóstol Pedro. Huelga decir que el estilo de Jesús debe ser nuestro modelo de acción. Te bendecimos, Padre, porque Cristo Jesús, tu Hijo, basó su autoridad en el carisma y no en el poder, en el servicio liberador y no en la opresión. En él nos mostraste que es posible ser hombres libres, desposeídos del pecado, señores de nuestro destino, hermanos de los demás y solidarios del que sufre. Ayúdanos a continuar su misión liberadora del hombre, poseído por los demonios del tener, acaparar y consumir, del egoísmo y la soberbia, la insolidaridad y el desamor. Así el anuncio del Reino llenará de luz nuestro mundo y viviremos en plenitud, libertad y esperanza segura

Miércoles: Primera Semana Me 1,29-39: Curaciones en Cafarnaún.

SOLIDARIOS CON EL DOLOR 1. Una jornada intensa. El evangelio de hoy describe la intensa actividad que Jesús desarrolló en Cafarnaún en el plazo de dos días consecutivos. El evangelista deja constancia de: 1.° La curación de la suegra de Pedro. 2° Sanación de multitud de enfermos y endemoniados. 3.° Oración y actividad misionera itinerante de Jesús. El primer episodio tiene lugar al salir el maestro de la sinagoga, donde le veíamos ayer enseñando con autoridad. "Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Pedro y Andrés. La suegra de Pedro estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles". En esta sucinta narración hay dos verbos que son clave: "levantar" y "servir". En el primero de ellos suenan ecos anticipados de la resurrección de Jesús que vence la enfermedad; y el segundo insinúa que los salvados por 265

Cristo deben entregarse como él al servicio de los demás en la comunidad humana y eclesial. Entre los restos arqueológicos de la ciudad de Cafarnaún, a orillas del mar de Galilea, cerca de las monumentales ruinas de la sinagoga, están los humildes vestigios de la casa de Pedro donde Jesús curó a su suegra y al paralítico cuya camilla descolgaron por el techo los cuatro que lo llevaban. Esta casa de Pedro fue posteriormente transformada en iglesia por los judeo-cristianos; de ahí el nombre de "casa de la Iglesia". El segundo momento de esta apretada jornada fue la curación de multitud de enfermos que trajeron a Jesús al ponerse el sol, es decir, al terminar aquel sábado y su consiguiente descanso de precepto. Entre los enfermos se destaca la presencia de "endemoniados". Son los demonios los únicos que captan la identidad de Jesús, que él quiere mantener en secreto; por eso, "como los demonios lo conocían, no les permitía hablar". A pesar de la publicidad manifiesta de sus portentos, y no obstante ser el esperado de los siglos, Cristo prefiere mantener su "secreto mesiánico" para evitar malentendidos de mesianismo político y temporal, que era la esperanza de la gran masa de los judíos. Están lejos todavía de la comprensión del mesías sufriente. 2. Una vieja tentación. Las sanaciones milagrosas de Jesús evidencian el poder salvador del reino de Dios, inaugurado y presente en su persona. Pero como señala el evangelista a continuación, ese poder lo tiene Jesús debido a su comunión con el Padre, con quien se mantiene unido en la oración. Es el tercer momento del relato de hoy. "Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Es donde lo encuentran Pedro y sus compañeros a la mañana siguiente; y al encontrarlo le dijeron: "Todo el mundo te busca". Era como decirle: ¿Por qué no capitalizas el éxito popular? Por lo que se ve, es ya vieja la tentación de utilizar el evangelio en la medida en que nos ayuda a resolver nuestros problemas o sirve a nuestros intereses. La actitud de Jesús al retirarse a la soledad, sin aprovecharse de la popularidad conseguida, viene a poner sordina al entusiasmo ambiguo de la gente y de sus discípulos. Él sabe que la muchedumbre no está en condiciones de entender todavía el misterio de su persona; tampoco sus mismos discípulos. El vulgo lo busca por interés, para instrumentalizarlo como curandero; lo mismo que lo buscarán entusiasmados después de saciarse con la multiplicación de los panes. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas. Él lo tiene muy claro: "Vamonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando demonios". La salvación de Dios que él trae no tiene fronteras; es para todos sin excepción. 266

3. Solidarios con el dolor humano. Hoy vemos el corazón compasivo de Cristo, solidario con la humanidad doliente. Efectivamente, "él cargó con nuestras dolencias", dice el evangelista Mateo comentando estas curaciones (8,17). "Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo... Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella" (Heb 2,27s: 1.a lect, año impar). Realmente, Cristo "amó con un corazón de hombre" (GS 22). Siguiendo el ejemplo de Jesús, "los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Te alabamos, Padre, porque Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por la enfermedad Él cargó con nuestras dolencias, sanándonos con su dolor. Y con sus milagros en favor de los pobres y enfermos inauguró la esperada salvación de tu Reino para el hombre que tú amas con ternura de padre. Su ejemplo nos estimula al compromiso cristiano en favor de la liberación de los más necesitados. Por eso hacemos nuestros los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de cuantos sufren. Acógenos a todos en la fiesta de tu Reino. Amén.

Jueves: Primera Semana Me 1,40-45: Curación de un leproso.

EL AMOR NO MARGINA 1. Recuperación de un marginado. "En cierta ocasión se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió Jesús la mano y lo tocó, diciendo: Quiero, queda limpio". Así comienza la escena evangélica de hoy (que también refiere Mt 8, lss). Según la Biblia, bajo el nombre de lepra se incluían diversas enfermedades de la piel, además de la lepra que nosotros conocemos. En 267

todos los casos la enfermedad era causa de marginación social y religiosa. El leproso debía vivir fuera de lugares habitados, pues, además de contagio, su contacto era causa de impureza legal (Lev 13,45s). El leproso era un herido por Dios; prácticamente quedaba excluido del pueblo elegido y le esperaba una vida miserable. Pero este hombre con fe no se resigna a su suerte y acude a Jesús. Tocando Jesús al leproso, contra la prescripción discriminatoria, no sólo no se hizo él impuro, sino que curó al enfermo. Su "quiero, queda limpio" produce, junto con la sanación externa, la liberación profunda de aquel hombre maldito, gracias al perdón de Dios. Pues según la mentalidad judía, toda enfermedad física revelaba una enfermedad moral, un pecado del paciente o de sus padres. Jesús, que había venido a salvar lo perdido, cura al leproso y lo restituye a la comunidad de salvación. Con lo cual se muestra superior a la ley mosaica. Ésta no podía más que aislar el mal, aunque de manera bastante inhumana; pero Cristo vence al mal y regenera la persona, restableciéndola en su dignidad primera e integrándola a la convivencia comunitaria. Una vez curado el enfermo, Jesús le dice: "No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote". Cristo no quiere publicidad del caso, sino rehabilitar al marginado; por eso le manda presentarse al sacerdote, a quien, según la ley, competía declararlo limpio y readmitirlo oficialmente en la comunidad. En este caso tal declaración no sólo atestiguará la curación del leproso, sino también la autoridad y el poder salvador de Jesús de Nazaret. 2. El amor no margina a nadie. El texto evangélico dice que, antes de realizar la curación, Cristo sintió lástima del leproso. Cada sanación nos dice más del corazón compasivo de Jesús que del mismo enfermo. Por algo Cristo había señalado tales curaciones como prueba de la venida del Reino, es decir, del amor de Dios al hombre. El amor no margina a nadie, sino que sale al encuentro del otro, como en el caso de Jesús, y no regatea molestias y tiempo, comprensión y cariño. Aunque no hacen ruido, venturosamente no faltan hoy hombres y mujeres que viven para los demás, como hizo Cristo. Hay en el mundo mucha gente que apuesta por los marginados, que a fondo perdido gasta su vida por sus hermanos, saliendo continuamente de sí mismos en busca de los hambrientos y desarrapados, emigrantes y parados, ancianos y enfermos, drogadictos y encarcelados, oprimidos y explotados, tristes y abandonados. Gracias al soplo y los carismas del Espíritu, hay en el mundo millones de corazones entregados a la apasionante tarea de amar al prójimo y millones de manos activas en la liberación de los pobres: organizaciones humanitarias, misioneros y misioneras del tercer mundo, religiosos y religiosas que sirven a enfermos y ancianos, cientos de miles de 268

sacerdotes y laicos que optan por la pobreza y hacen efectiva la buena nueva de la salvación de Dios a los pobres de este mundo. A través de estos cristianos y en medio de nosotros sigue Cristo curando a los enfermos, abriendo los ojos a los ciegos, limpiando a los leprosos, resucitando a los muertos; en una palabra, haciendo presente en nuestro bajo mundo el amor con que Dios ama al hombre y quiere que nos amemos unos a otros. Hay un Cristo ignorado y que solamente al fin de los tiempos descubriremos en tantos creyentes heroicos que, en situaciones muy duras para su fe, testimonian el evangelio del amor y viven comprometidos a fondo con la liberación humana de toda injusticia y marginación. Sumémonos a estos esforzados testigos del amor que no margina. Perdemos el tiempo si no amamos y servimos a los demás, porque no encontraremos al Señor más que en aquellos con quienes él quiso identificarse: víctimas del dolor, pobres, marginados y necesitados de la tierra. Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos, nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad. Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo y nos confirma en la venida de tu amor y de tu Reino. Gracias también por tantos hombres y mujeres entregados a la fascinante tarea de amar a sus hermanos y liberar a los pobres y marginados de la sociedad Sacia su hambre de justicia y sosténlos en su empeño; y a nosotros impúkanos a seguir el ejemplo de Jesús, sirviendo a Cristo en nuestros hermanos más abandonados.

Viernes: Primera Semana Me 2,1-12: Tus pecados quedan perdonados.

EL SACRAMENTO DEL PERDÓN 1. Un segundo bautismo. La escena evangélica de hoy nos es bien conocida por los sinópticos (Mt 9,lss; Le 5,17ss). Un hombre paralítico es curado de su enfermedad por Jesús con estas palabras: "Tus pecados quedan perdonados". Puesto que perdonar pecados es facultad divina, como acertadamente pensaban los entendidos de la ley mosaica allí 269

presentes, Cristo se está manifestando como Dios. Ese poder perdonador que él tenía y que demuestra venciendo la enfermedad —efecto del pecado, según la mentalidad judía— se lo delegó a sus apóstoles y, en ellos, a la Iglesia, que continúa el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación o penitencia. Este perdón reconciliador supone un proceso de conversión, por el que el hombre y la mujer se reconocen pecadores ante Dios y la comunidad eclesial, rehaciendo seriamente su opción bautismal. Por eso los santos padres llamaron "segundo bautismo" al sacramento de la penitencia. Es una segunda oportunidad, continuamente ofrecida por Dios, de renovarnos en nuestra identidad cristiana. Se dice hoy que la penitencia o confesión es un sacramento en crisis, al menos en su forma privada o individual, sobre todo entre los jóvenes. ¿Causas? Son múltiples: la rutina que demuestran algunos asiduos frecuentadores de la confesión; la expresión demasiado fugaz del proceso de conversión, que puede resultar largo y no puntual o instantáneo en cosa de minutos; la visión más personalista y menos cosificada del pecado/actitud frente al pecado/acto; el acento en la dimensión social del pecado como reacción a una visión excesivamente individualista (ofensa del hombre a Dios solamente); el peligro de automatismo casi mágico de un confesonario "taquilla" para pasar a la comunión, etc. A solucionar algunas de estas dificultades se orientó la reforma del ritual de la penitencia (1973), conforme al espíritu del concilio Vaticano II, "para expresar mejor la naturaleza y efectos del sacramento" (SC 72). 2. Dimensión eclesial del perdón. Hay cristianos, incluso practicantes, que rechazan el sacramento de la reconciliación diciendo: "Yo ya me confieso a Dios; por eso no necesito decir mis pecados al confesor, que al fin y al cabo es un hombre como los demás". En esta falsa excusa subyace un punto de verdad: Es Dios quien efectivamente perdona el pecado, y el sacerdote no es más que su intermediario. Pero éste actúa en nombre de la Iglesia; y aquí radica el fallo de ese pretexto individualista. La dimensión eclesial del perdón de Dios es una de sus características esenciales. Por eso decimos: "Yo confieso ante Dios y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión". Dios nos reconcilia en Cristo, su Hijo, por medio del servicio pastoral de la Iglesia. El apóstol Pablo escribía a los fieles de la comunidad de Corinto: "Dios por medio de Cristo nos reconcilió consigo, y nos encargó el servicio de reconciliar... A nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación... Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2Cor 270

5,17ss). Son ideas que resalta la primera parte de la absolución sacramental. Honra de la Iglesia, a través de los siglos, es haber sido siempre fiel al anuncio del perdón y misericordia de Dios para el hombre pecador. Sublime herencia eclesial que nos viene de Cristo: haber institucionalizado el perdón de Dios mediante un sacramento, el de la reconciliación o penitencia. Frecuentémoslo. Pero hay algo que, después de la celebración sacramental del perdón, evidencia la calidad de nuestra conversión personal y delata su profundidad o superficialidad. Es la vida corriente de cada día. La conversión se manifiesta en la virtud de la penitencia o proceso conversional, que verifica el cambio de actitudes y conducta que vamos operando en la dirección del reino de Dios. De ahí el sentido penitencial o conversional de toda la vida cristiana. Estamos rotos, Señor, bajo el peso de la culpa. Ayuda a los que paraliza y atenaza el miedo, la mezquindad, el error, la desesperanza y el desamor. Hemos traicionado nuestra opción bautismal Pero tú no nos rechazas, sino que nos invitas a levantarnos y caminar al ritmo de tu Reino. Señor, reconcilíanos contigo y con los hermanos para sentarnos de nuevo a tu mesa en la fiesta. Así caminaremos gozosos a la luz de tu rostro, porque tu amor y tu perdón son nuestra fuerza en el duro desierto hacia la patria definitiva Amén.

Sábado: Primera Semana Me 2,13-17: Jesús comía con pecadores.

ANDABA CON GENTE DE MALA FAMA 1. Los despreciados publícanos. El evangelio de este día se sitúa en un contexto polémico de sucesivas discusiones de Jesús con los escribas y fariseos. Si ayer censuraban a Jesús sus enemigos porque perdona pecados, hoy lo hacen porque se contamina con pecadores, y a continuación lo harán, como veremos, porque no se atiene a las tradiciones rabínicas del ayuno y del sábado. En el texto evangélico de hoy 271

se reúnen tres episodios interdependientes: 1.° Vocación de Leví por Jesús. 2° Escándalo y crítica de los fariseos porque el maestro come con gente de mala fama. 3.° Respuesta aclaratoria de Jesús. La vocación de Leví —futuro apóstol Mateo, según Mt 9,9ss— es la más sorprendente entre los doce apóstoles, por tratarse de un pecador público y declarado oficialmente como tal por los maestros de la ortodoxia judía. Mateo era un publicano, es decir, un recaudador de impuestos sobre la hacienda, las transacciones comerciales, los peajes y las aduanas. Tal cargo lo arrendaba el gobernador romano de Palestina al mejor postor, es decir, al que ofrecía una recaudación anual más sustanciosa y segura. El subarriendo era frecuente; así, por ejemplo, Zaqueo era "jefe" de publícanos. Un publicano era un vitando social y religioso entre los judíos por doble motivo: por ser colaboracionista con el poder extranjero y por tener las manos manchadas con dinero sucio, fruto de la extorsión, el cohecho, la estafa y la usura, habituales en su caso, pues ésa era la ganancia que les quedaba. Para los responsables de la ley mosaica y del culto, tal profesión los excluía de la salvación de Dios por la imposibilidad práctica de conversión y reparación de su mal. Por eso su dinero no era aceptado en el templo, carecían de derechos civiles, no podían ser jueces ni testigos y había que evitar su trato para no contaminarse con impuros. 2. Testigo de la misericordia divina. Publícanos y pecadores, prostitutas y pastores, bandidos y leprosos eran la escoria de Israel. Precisamente los que contactó Jesús, quien vino a buscar las ovejas perdidas de la casa de Israel. Se comprende, pues, la sorpresa de escribas y fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con Mateo y sus colegas. El cuadro es chocante para ellos y lo comentan con los discípulos de Jesús: ¿De modo que come con publícanos y pecadores? Jesús, que lo había oído, tenía que dar una explicación de su conducta; y lo hizo con claridad: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores". El término "justos" no carece aquí de un cierto matiz irónico en labios de Jesús para designar a quienes, creyéndose perfectos, se niegan a admitir y compartir la misericordia de Dios, encarnada en Cristo, respecto de los pobres y pecadores al margen de la ley. Necesitamos vivir la experiencia de la misericordia divina para entender la página evangélica de hoy. No hay descubrimiento más consolador que el comprobar el amor del Señor buscando al pecador incluso en su mismo pecado. Pero este interés de Dios por el pecador no es condescendencia eximente de responsabilidades, y menos aún connivencia con el mal. Si Cristo se "contamina" con el desecho social y religioso de la estructura en curso es para ayudarles a promocionarse, no para aprobarlos, ni siquiera para excusarlos. En Jesucristo, el Dios 272

santo vino en busca del hombre pecador para redimirlo. Por eso en el lugar paralelo de Lucas concluye Jesús: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan" (5,32). 3. Invitación a la conversión. Ésa es la respuesta de Jesús a quienes le acusaban de andar con gente de mala fama. La imagen de Dios que Cristo nos ofrece en el episodio de la vocación de Mateo el publicano es la de un Dios que acepta al hombre en su fragilidad, tal cual es, lo comprende y lo perdona porque lo ama. La única condición es que el hombre y la mujer se reconozcan pecadores y quieran convertirse, abandonando el pecado. Así rehabilita Dios al que se convierte, restaurándolo a su dignidad de persona y de hijo suyo, sin interrogatorios ni reproches, sino abriéndolo a la confianza y a la alegría e invitándolo a llevar una vida nueva, propia de quien ha renacido del Espíritu por el perdón. Todos tendemos a pensar que el mundo será mejor cuando cambien los demás, cuyos defectos bien conocemos. Sin embargo, la raíz del mal está dentro de cada uno. Si no reconocemos esto, nada mejorará dentro ni fuera de nosotros, porque nada cambiará. Te bendecimos, Señor, porque en la vocación de Mateo diste pruebas de creer en el hombre, a pesar de todo. Gracias también porque Jesús permitió que lo acusaran de ser amigo de pecadores. Eso nos consuela y anima. Nosotros encasillamos fácilmente a los demás, pero tú brindas siempre la oportunidad de conversión. En este día tú nos llamas a cada uno de nosotros sin tener en cuenta nuestros deméritos. Haz que la brisa de tu misericordia oree nuestro corazón con la esperanza y el gusto de tu banquete de fiesta, y concédenos un sitio en tu mesa al lado de Cristo.

Lunes: Segunda Semana Me 2,18-22: A vino nuevo, odres nuevos.

LA NOVEDAD DEL EVANGELIO 1. A vino nuevo, odres nuevos. La escena evangélica de hoy contiene dos partes, estando la segunda en función de la primera. Es decir, 273

las dos breves parábolas o comparaciones del paño y del vino nuevos vienen a esclarecer la respuesta de Jesús sobre la pregunta planteada respecto del ayuno y afirman la novedad radical del evangelio. La pregunta dirigida a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no ayunan?, tiene un trasfondo polémico. Los discípulos de Juan el Bautista ayunaban regularmente, así como los fariseos; en cambio, los discípulos de Jesús no lo hacían. Se refleja en el texto la práctica mitigada del ayuno en la Iglesia primitiva, un punto más de fricción con la vieja sinagoga (cfMt9,14ss;Lc5,33ss). Para el judaismo oficial el ayuno era práctica fundamental de religión, hasta el punto que los judíos piadosos, como eran los fariseos, ayunaban hasta dos veces por semana a fin de acelerar la llegada del mesías y del reino de Dios. En cambio, las comunidades apostólicas parecían minusvalorar el ayuno, que no es mencionado en ninguno de los sumarios del libro de los Hechos referentes a la vida de la comunidad, si bien se menciona en otros pasajes, aunque no muchos. ¿Por qué los cristianos no seguían las normas judías del ayuno? La respuesta la da Jesús en el evangelio de hoy: No pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos; no se estila ayunar en las bodas. Y Jesús es el novio de las bodas de Dios con su nuevo pueblo y con la nueva humanidad de los tiempos mesiánicos, inaugurados por el reino de Dios en la persona de Cristo. En su respuesta continúa Jesús la imagen viejotestamentaria de los desposorios de Dios con Israel. Cuando les falte el novio —alusión a la muerte de Jesús—, entonces ayunarán sus amigos, es decir, sufrirán persecución y dificultades, tristeza y desolación. Establecido el principio: "Mientras el novio está con ellos, sus amigos no pueden ayunar", lo esclarece el Señor con dos parábolas, tan cortas en palabras como largas de alcance y aplicaciones: "Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado, porque la pieza tira del manto —lo nuevo de lo viejo— y deja un roto peor". Igualmente, "nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos". 2. La novedad del Reino y del evangelio. Respecto de la salvación del hombre por Dios, las dos parábolas —paño y vino nuevos— subrayan la incompatibilidad de la nueva situación religiosa, creada por la venida de Jesús, con las viejas instituciones mosaicas, representadas aquí en el ayuno de los fariseos y discípulos de Juan. Tomando como punto de partida la cuestión del ayuno, el mensaje transmitido por Jesús es lo nuevo que se inaugura en su persona, doctrina y conducta. El ayuno en cuestión es símbolo del Antiguo Testamento, del viejo estilo religioso. Al rechazarlo, declara Jesús que en los viejos moldes de la ley e instituciones mosaicas no puede vaciarse el nuevo espíritu del evangelio y del reino de Dios, porque éstos son el paño y el vino nuevos, 274

incompatibles con el manto y los odres viejos. De hecho, Cristo no se empeñó en reformar la sinagoga y el viejo culto, sino que fundó el nuevo pueblo de Dios, la nueva comunidad cultual, el nuevo Israel, es decir, la Iglesia. Como vemos en el discurso del monte, Jesús preconiza un nuevo orden religioso y moral: el amor y la fraternidad frente al odio y la venganza, el espíritu de servicio en vez del poder y la explotación. Repetidas veces Cristo dijo no a lo viejo inservible, y así: frente a la religiosidad ritual y formulista, propone una religión en espíritu y en verdad; frente a la ley del mínimo obligatorio, la "ley" de las bienaventuranzas; frente al templo material de Jerusalén, el templo de su persona y la comunidad cristiana como templo de Dios por el Espíritu; frente a los sacrificios de animales de la antigua alianza, el sacrificio de sí mismo, realizado una vez en la cruz y actualizado constantemente en la eucaristía para la salvación del mundo. Tenemos que dejar que actúe en nosotros y en nuestra comunidad el vino nuevo del Espíritu de Cristo, fermento de nuevas relaciones con Dios y los hermanos. San Pablo escribía a los fieles de Corinto: "Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón... Dios nos capacitó para ser servidores de una nueva alianza: no basada en pura letra, porque la letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida" (2Cor 3,1-6). Te bendecimos, Padre, por el cáliz del vino nuevo que sella tu alianza con nosotros por la sangre de Cristo. El se entregó en manos de los verdugos para que de su sangre derramada naciera el nuevo pueblo, como de la uva prensada nace el vino de la fiesta. Que ese vino nuevo de tu Espíritu, fermento del Reino, haga reventar nuestros odres envejecidos, para que podamos asimilar la novedad del evangelio. Concédenos, Señor, movernos con la fiel libertad que dan el amor y la amistad contigo. Amén.

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Martes: Segunda Semana Me 2,23-28: El sábado se hizo para el hombre.

LA MEDIDA ES EL HOMBRE 1. El sábado se hizo para el hombre. En la controversia de Jesús con los fariseos sobre la observancia del sábado, que veremos hoy y mañana, subyace una tradición primitiva que refieren los tres evangelistas sinópticos, si bien con algunas diferencias entre ellos. Hoy leemos la versión de Marcos. Los fariseos sorprenden a los discípulos de Jesús arrancando espigas en sábado al pasar por un sembrado. La razón es que "tenían hambre", dice Mateo en el lugar paralelo (12,1). Los guardianes de la ortodoxia les acusan de violación del descanso sabático, pues según la Mishná —recopilación de las tradiciones rabínicas— era una de las treinta y nueve maneras de violar el sábado, porque equivalía nada menos que a la recolección. La respuesta de Jesús, defendiendo a los suyos, supera el plano de las discusiones de escuela y relativiza la intocable ley del sábado al situarla en el plano de la persona. Y lo hace mediante un ejemplo, un principio y su propia autoridad. a) El ejemplo, referido a cualquier ley en general y no sólo a la del sábado, es la conducta de David y sus compañeros cuando, huyendo de Saúl y hambrientos, en tiempos del sacerdote Ajimélek (no Abiatar: ISam 21,2), comieron los panes de la proposición, panes sagrados del templo, reservados por la ley a los sacerdotes. En la redacción de Mateo, Jesús añade un ejemplo más cercano: "Los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa"; para concluir, refiriéndose a sí mismo: "Pues yo os digo que aquí hay uno que es más que el templo" (12,5s). b) El principio: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado", dice Jesús. Ésa fue la intención original del legislador. De hecho, en las dos formulaciones del Pentateuco, la ley del sábado aparece como una ley humanitaria y social al servicio del hombre. Se prescribe el descanso laboral para todos, amos y asalariados (e incluso los animales), para celebrar la liberación de los trabajos de la esclavitud de Egipto (Dt 5,12s) y para imitar el descanso del Creador en el séptimo día (Ex 20,8s). La ley sabática era, pues, simultáneamente religiosa, cultual y social, una ley de libertad y no de esclavitud para el hombre. c) La autoridad de Jesús: Es el último argumento de Cristo: "El Hijo del hombre —título mesiánico referido a él mismo— es señor también del sábado". Por tanto, los que están con él, sus discípulos, participan de su libertad y señorío para transgredir sin culpa la ley ritual del sábado. 276

Si en el pasaje paralelo de Mateo, Jesús se declara más importante que el templo, porque él mismo es la presencia viva de Dios, al afirmarse también "señor del sábado" apunta a una nueva ley sabática, dentro del conjunto de la nueva ley evangélica que él promulgó en el discurso del monte. Además, llamarse "señor del sábado" era declararse mesías, pues según la tradición rabínica solamente él podía modificar la ley del sábado (cf Le 5,lss). 2. Las mediaciones y el mediador. Es el hombre, en apertura a Dios, quien da su valor y su medida a la ley del sábado, viene a decir Jesús; pues para el hombre se hizo tal ley, y no viceversa. El hombre debe, efectivamente, cumplir el sábado —es decir, la ley en general cuando es justa—, pero sin ser esclavizado por tal obligación. Y si, como en el caso evangélico de hoy, la ley se vuelve contra el hombre, se ha desviado de la finalidad del legislador y no obliga su cumplimiento. Esto era lo que no entendían ni admitían los rígidos fariseos. Es fariseísmo tratar de conseguir la salvación absolutizando algunos medios, tiempos y lugares, como el sábado y el templo, y sacralizando algunas mediaciones, como la de la ley, para asegurarse el favor divino. Así la religión, en vez de ser liberadora, se convierte en obligación esclavizante del hombre, muestra evidente del "yugo insoportable" que denunció Jesús. Cristo, en cambio, relativiza esos medios y mediaciones en función del hombre. Lo único sacro, después de Dios, es el hombre mismo, liberado por Cristo de la alienación de la ley por la ley. "La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo" (Jn 1,17). El cristiano sabe que su único Señor, su única ley y su único mediador es Cristo. Nuestra salvación no depende de mediaciones externas, sino de la oferta amorosa de Dios en Cristo y de una respuesta personal e incondicional a esa iniciativa de Dios, al don de su amor que precede siempre. Cristo fue el sí total a Dios, y su discípulo ha de seguir su ejemplo mediante la obediencia de la fe. Bendito seas, Padre, porque Cristo nos liberó de la esclavitud de la ley para vivir en la libertad de los hijos de Dios que se dejan guiar por tu Espíritu. Jesús nos enseñó que tú amas al hombre por sí mismo. Todo tu favor, tu gracia y tu verdad nos vienen por él, que nos constituyó en pueblo para tu gloria y servicio. Aceptamos a Cristo como nuestro Señor y mediador. Él fue el "sí" total a tu voluntad, y él es nuestra ley. Concédenos seguir su ejemplo por la obediencia de la fe, poniendo toda nuestra vida en tus manos de padre para poder celebrar contigo tu eterno día de fiesta. Amén. 277

Miércoles: Segunda Semana Me 3,1-6: Curación de un minusválido en sábado.

RELIGIÓN CON ESCLEROSIS 1. Instituciones enmohecidas. La escena de la curación por Jesús del hombre con un brazo paralizado sigue a la controversia sobre el sábado; de hecho, continúa la polémica. Si ayer eran los discípulos quienes, según los fariseos, violaban el sábado, hoy es Jesús mismo quien lo hace. El maestro entra en la sinagoga y allí encuentra a un hombre que tenía parálisis en un brazo. Los enemigos de Cristo estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y poder acusarlo después (cf Le 6,6ss). Pero antes Jesús les plantea una pregunta crucial: "¿Qué está permitido en sábado: hacer lo bueno o lo malo, salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?" En el lugar paralelo de Mateo, Cristo recuerda a sus oponentes que ellos mismos autorizaban rescatar en sábado a un animal que se accidentase (12,11). La respuesta lógica era: ¡Cuánto más curar a un hombre! Pero ellos se quedaron callados, porque la opción los comprometía. Por eso Jesús, antes de curar al paralítico, "echó en torno una mirada de ira, dolido de su obstinación". Quedaba en evidencia la inhumanidad de la ley sabática, tal como la entendían escribas y fariseos, primando de manera absoluta el ritualismo de la ley. Cuando se absolutizan la ley, las constituciones, los estatutos e instituciones como valor supremo, dejan de estar al servicio del hombre y de Dios, se enmohecen y crean incompatibilidad con el evangelio, que es la perenne buena nueva de la liberación. Fruto de esa incompatibilidad será el incipiente complot de los jefes religiosos judíos para eliminar a Jesús, como anota al fin el evangelista. 2. El problema de fondo que aquí subyace es la relación entre la novedad del evangelio y las viejas instituciones mosaicas, afectadas de esclerosis terminal. Algo que se va poniendo de relieve en las sucesivas discusiones de estos días últimos. Primero fue el gesto de Jesús perdonando los pecados al paralítico de la sinagoga de Cafarnaún, después su contacto con pecadores como el publicano Leví, más tarde la cuestión del ayuno, y ayer y hoy la del sábado. Toda esta serie de polémicas no sólo refleja situaciones de la vida del Señor, sino también conflictos de la Iglesia naciente con la vieja sinagoga respecto de las mismas cuestiones. Se ventilaba la vigencia o caducidad de la ley mosaica como mediación ya inútil para la salvación humana. 278

Tema que apasionó a san Pablo, enfrentado continuamente a los "judaizantes", los partidarios de aplicar la ley mosaica a los paganos convertidos al cristianismo. Repetidas veces afirmará el apóstol que Cristo vino a liberar al hombre de la esclavitud de la ley mosaica y de la vieja alianza, para devolverle la libertad de los hijos de Dios. Estos son los que se dejan guiar por la fe y por la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús (Rom 8,2; Gal 4,4s). 3. La religión auténtica que Jesús patrocina no es, en su origen, un movimiento ascendente del hombre hacia Dios, como en las religiones naturales, sino iniciativa descendente de Dios hacia el hombre. Escribas y fariseos entendían la religión en el primer sentido, queriendo conquistar la salvación y el favor de Dios a base de observancias legales como, por ejemplo, la del sábado. Tal actitud es "atentado", que no fe religiosa; es un intento de adueñarse el hombre de Dios y tenerlo a su servicio en vez de servirlo. La religión basada en el mérito es además triste y frustrante, porque el hombre nunca alcanzará a Dios por su solo esfuerzo. Jesús, en cambio, propone una religión en espíritu y en verdad que no se basa en mediaciones de tiempo y lugar, sacralizadas por el hombre, tales como la ley, el templo, los sacrificios, el ayuno y el sábado, sino en la iniciativa amorosa de Dios que, por Cristo, entró en la historia y raza humanas para liberar al hombre, salvarlo y elevarlo a la condición de hijo suyo. La respuesta religiosa del hombre que toma contacto con el todo Otro es la fe de quien escucha con atención la palabra de Dios y la cumple con amor. Pues no hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios: ¡Padre! (Rom 8,15). Por eso Cristo es el primero entre muchos hermanos, que nos constituimos coherederos con el hermano mayor. Toda la vida del creyente es tiempo de gracia, tiempo de la palabra y del espíritu. Y el Espíritu recibido de Cristo es libertad y valentía para vivir en el gozo y en la esperanza, sabiendo muy bien de quién nos hemos fiado. Te alabamos, Padre, porque tú tienes la iniciativa. Por medio de Cristo entraste en nuestra historia para elevar al hombre a la condición de hijo tuyo. Por eso tu Espíritu nos impulsa a llamarte: ¡Padre! Líbranos de una religión enmohecida y con esclerosis. Haz que vivamos cada día la novedad de tu evangelio, que es la buena nueva de tu amor al hombre pecador. 279

Queremos gastar nuestra vida en tu amor y servicio sin pasarte factura por nuestros méritos mezquinos. Alienta la respuesta de nuestra fe a tu amor en Cristo, para que vivamos siempre en tu gozo y tu esperanza. Amén.

Jueves: Segunda Semana Me 3,7-12: Las multitudes buscan a Jesús.

FERVOR DE MULTITUDES 1. Ambiguo entusiasmo. El evangelio de este día es, en parte, un resumen del ministerio apostólico de Jesús en Galilea y, en parte, perspectiva hacia el futuro. Las multitudes que, provenientes de toda Palestina, se reúnen en torno a Jesús son un preludio de la fundación del nuevo Israel, la Iglesia universal, que Cristo iniciará con la institución de los doce apóstoles, como veremos mañana. La presencia incluso de paganos de Tiro y Sidón responde al interés de Jesús por esas regiones que, según Marcos, visitará más tarde (7,24ss). El deseo masivo de tocar al Señor evoca los milagros que han precedido y los que seguirán. El texto presenta un cuadro un tanto idealizado, y en él destacan como protagonistas, aparte de Jesús obviamente, la gente y los demonios. A Marcos le gusta resaltar la intervención de éstos últimos, porque son los únicos que entrevén la identidad del rabí, a quien dan el título mesiánico de "Hijo de Dios". Adivinaban que él venía a destruir su poder. Pero Jesús les impone silencio para que no lo diesen a conocer. Actitud acorde con su secreto mesiánico. Quería evitar malentendidos de mesianismo político entre la gente, tan lejos de admitir un mesías paciente. En el fondo, Jesús no parece fiarse demasiado del entusiasmo de la gente porque, de hecho, es ambiguo. La muchedumbre lo busca más por el deseo de una curación que de una conversión, quizá más por su poder de taumaturgo que por su propio mensaje. Era muy probable que quedara fuera de su comprensión el misterio profundo de la identidad de Jesús y el significado de sus milagros como signo del reino de Dios que habíanrrumpido en su realidad cotidiana. Por eso Cristo no se embriaga de fervor popular y, por si acaso, "encargó a los discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío". Pues todo el mundo trataba de tocarlo, 280

porque salía de él una fuerza que los curaba a todos, anota el evangelista Lucas en el lugar paralelo (6,19). 2. Cristianismo de masas. Es, sin duda, sublime y halagadora la estampa de este Jesús del pueblo y para el pueblo. Pero él no había venido para el aplauso y la lisonja. Si los enfermos son curados, si los pobres se desquitan de sus amarguras y el mensaje de Cristo les suena a alegre noticia de liberación, es señal de que el reino de Dios ha llegado al mundo de los hombres con eficacia, más que con triunfalismo. Un imperativo actual de la pastoral eclesial es dar el paso de una multitud gregaria y amorfa al pueblo vivo de Dios. La religiosidad popular, con sus manifestaciones masivas en determinados momentos y lugares, como una procesión del Corpus o de semana santa, un congreso, un año santo, una visita del papa, un santuario mariano como Lourdes, el Pilar o Fátima, etc., se convierte en fenómeno de masas. Es para alegrarse de que esas fiestas, personas y lugares, relacionados con Jesús y con el evangelio, despierten todavía ese eco popular. Pero sería un espejismo y un error de perspectiva quedarse en un triunfalismo fácil de cristiandad masiva. También las muchedumbres, hambrientas de felicidad y portentos, seguían y aclamaban a Cristo, como se nos dice en el evangelio de hoy; pero él no vio en esta apoteosis multitudinaria una ocasión de mesianismo triunfalista y bobalicón, sino una oportunidad para ejercer su misión pastoral, compadeciéndose de la gente y evangelizando a las masas. Podríamos preguntarnos qué imagen ofrece hoy la Iglesia a un observador imparcial. En el ámbito social presenta un aspecto muy diferente de sus comienzos insignificantes. El Vaticano y su basílica, con la tumba del humilde pescador de Galilea, san Pedro, es el centro del mundo católico y la meta de millones de peregrinos y turistas de todo el orbe. Y aquellas reducidas comunidades del cristianismo primitivo en Jerusalén, Asia Menor, Grecia y Roma son ahora naciones enteras del ancho mundo, cientos de millones de hombres y mujeres que se declaran cristianos. Sin embargo, este dato sociológico y de masa no es suficiente para una pertenencia personal a la Iglesia de Cristo; anexión que es algo más que una herencia familiar, recibida por el simple hecho de nacer de padres ya cristianos y ser bautizados. Jesús nos pide hoy una respuesta individual de fe y un seguimiento efectivo. Bendecimos tu nombre, Padre nuestro, porque Cristo venció el poder del demonio y del pecado. Sus milagros nos hablan de tu amor y de tu Reino. Aunque el pueblo lo asediaba aclamándolo, 281

él sabía que no había venido para el aplauso de la gente, sino para la liberación de los pobres y oprimidos. Haz, Señor, que no quedemos en el fácil autoengaño de un cristianismo de éxito y relumbrón. Concédenos pasar de ser masa amorfa a ser pueblo tuyo: creyentes adultos que siguen a Cristo responsablemente, hombres y mujeres comprometidos a fondo con el evangelio, y sensibles, como Cristo, al dolor de cuantos sufren.

Viernes: Segunda Semana Me 3,13-19: Institución de los Doce.

LOS DOCE APÓSTOLES 1. La lista de los Doce. Es importante el detalle introductorio con que empieza el evangelio de hoy, como prólogo a la institución de los doce apóstoles: "Subió Jesús a la montaña". Expresión con reminiscencias bíblicas muy acusadas. Los montes de la Biblia, más que accidente topográfico son lugar de teofanía, es decir, de presencia, revelación y acción de Dios. Por ejemplo: el monte Sinaí para Moisés y el pueblo israelita, el monte Horeb para Elias, el monte Sión, el monte de las bienaventuranzas, el de la transfiguración y ahora el de la investidura apostólica. Con la elección de los doce apóstoles no trata Jesús de crear una secta como podían ser los fariseos, ni un grupo cerrado como fue la comunidad de esenios en Qumrán, sino que demuestra su intención de preparar los guías y pilares del futuro pueblo de Dios, la Iglesia. Al elegirlos, Cristo los asocia estrechamente a su vida, a su misión y a su autoridad y poder: "Llamó a los que quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios". Lucas añade: "Y los nombró apóstoles" (6,13). Sigue a continuación la lista de los doce, que dan los tres evangelistas sinópticos con ligeras variantes. En los tres casos Pedro encabeza la lista y Judas Iscariote la cierra. Todos eran galileos, menos este último. Es habitual distinguir en las listas tres grupos de cuatro nombres fijos en cada grupo. El primer grupo lo constituyen dos parejas, de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. En él se encuentran los tres predilectos del Señor, que estuvieron con él en momentos tan importantes como la 282

transfiguración, Getsemaní y algunas curaciones. Precisamente a los tres les dio un sobrenombre: a Simón lo llamó Pedro, que significa "piedra", y a Santiago y Juan los llamó Boanerges, que significa "hijos del trueno". El segundo grupo lo forman los apóstoles más abiertos a los no hebreos: Felipe, Bartolomé, Tomás y Mateo. Y el tercer grupo son los de características más judías: Santiago el de Alfeo, Judas Tadeo, Simón el cananeo o el fanático (el zelota) y Judas Iscariote, que fue el traidor. En el grupo de los doce había, pues, gran diversidad de caracteres y de condicionamientos previos. Nos consta que cuatro de ellos fueron pescadores: Pedro y Andrés, Santiago y Juan; Mateo fue funcionario de impuestos y aduanas al servicio de los ocupantes romanos; Simón fue miembro de la resistencia zelota; Felipe era un judío abierto; Santiago, en cambio, era un conservador; y los demás eran gente sencilla y gris del pueblo. Ninguno fue un prohombre influyente en la estructura social ni un sabio intelectual. Como se ve, para realizar su obra, Jesús prefirió lo que no pesaba socialmente, para que se manifestasen mejor la acción y la fuerza salvadora de Dios. 2. El itinerario de una vocación. Hay mucha diferencia entre el relato de vocación "oficial" de los doce apóstoles que leemos en el evangelio de hoy y los cinco relatos de vocación individualizada que Marcos ha consignado anteriormente. El episodio evangélico de hoy viene a llenar el vacío de la vocación de los otros siete apóstoles, cuyos detalles nos son desconocidos. Esto da pie a que distingamos tres etapas en la vocación de aquellos que llamamos "apóstoles" por antonomasia. Primero fue la respuesta de seguimiento personal a la llamada de un maestro que impacta por su autoridad: Ven, sigúeme. Después, cuando Jesús se propone fundar su Iglesia, designa a doce de entre sus numerosos discípulos y los nombra oficialmente apóstoles, palabra de origen griego que significa "enviados". Uno por cada una de las doce tribus del antiguo Israel. Y, finalmente, la tercera etapa vocacional tendrá lugar al ritmo de las apariciones pascuales del Señor resucitado. Entonces se acentúa fuertemente la misión para el testimonio y la evangelización, como el cometido básico de los vocacionados. De hecho, todos fueron mártires (es decir: "testigos"). Este itinerario vocacional ascendente puede tomarse como modelo de toda vocación cristiana. Necesitamos profundizar constantemente las primeras motivaciones de nuestro seguimiento de Cristo para crecer más y más en el conocimiento de su persona, su obra y su mensaje, así como en el amor j la fidelidad. En una palabra, siempre podemos avanzar en la larga aventura de la vocación cristiana al seguimiento de Jesús el mesías, el enviado del Padre, el misionero del Reino, el cordero inmolado en la cruz, el Señor resucitado y el dador del Espíritu a su Iglesia. 283

Hoy te alabamos, Dios Padre, porque Jesús pensó en nosotros al elegir a sus doce apóstoles como pilares y guías de tu nuevo pueblo la Iglesia. Tú nos llamas también a cada uno personalmente a embarcarnos con alegría y generosidad incondicional en la gran aventura de seguir los pasos de Cristo. El tiene la iniciativa y nosotros queremos colaborar. Gracias, Señor Jesús, por llamarnos a tu seguimiento, a compartir tu vida, tus afanes, tu palabra, tu misión evangelizadora y tu pasión por la justicia, en medio de nuestro ambiente familiar, laboral y social

Sábado: Segunda Semana Me 3,20-21: Decían que no estaba en sus cabales.

LOCURA A LO DIVINO 1. No estaba en sus cabales. Es propio del evangelista Marcos resaltar los aspectos difíciles de la misión de Jesús. El evangelio de hoy es prueba elocuente de ello. En su brevedad, es de gran dureza. De hecho, rara vez se da en las páginas evangélicas el conocimiento de la identidad más profunda de Jesús. Ésta pasa desapercibida para las multitudes que buscan entusiasmadas al rabí de Nazaret y ven sus portentosas curaciones. Sus mismos discípulos están lejos de entender quién es. Hoy son sus parientes quienes vienen a hacerse cargo de él y llevárselo, "porque decían que no estaba en sus cabales". Aunque la expresión no tenga más alcance que el que le damos en el lenguaje ordinario para referirnos a quien se sale de los cánones habituales de conducta —ha perdido la cabeza, está loco—, no deja de ser lacerante para Jesús. Duro sino el de Cristo, como el de todos los profetas: vivir en la más absoluta soledad e incomprensión, hasta ser excéntrico incluso para los suyos. "Ni siquiera sus hermanos (primos y parientes) creían en él", anota el evangelista Juan (7,5). A este juicio despectivo se sumará el de los ietrados venidos de Jerusalén, que, como veremos mañana, diagnostican que Jesús está endemoniado. El pasaje evangélico de hoy remite a aquel otro en que Cristo basa los verdaderos vínculos de parentesco espiritual con él en el cumplimiento de la voluntad de Dios (Me 3,3 lss: martes próximo); y anticipa el rechazo de que, por falta de fe, será objeto el Señor en su patria chica, Nazaret (6,lss). 284

Naturalmente que no podía "estar en sus cabales", es decir, a tono cor los criterios al uso, quien en el discurso del monte proclama la paradoja de las bienaventuranzas, llamando felices a los pobres y perseguidos por el reino de Dios, el que manda poner la otra mejilla al que nos abofetea, el que propone el perdón de las injurias y el amor al enemigo en vez de la venganza, el que entiende la autoridad como servicio y no como poder, el que se da sin medida y cura a todo el mundo sin pedir nada a cambio. 2. Los límites de lo "razonable". La incomprensión generalizada de que fue objeto Jesús por parte de los jefes del pueblo, la gran masa, sus parientes e incluso sus discípulos antes de la resurrección del Señor nos alerta sobre el peligro de incomprensión actual de Cristo. Hoy como entonces su persona es bandera discutida y suscita diversidad de reacciones, según el conocimiento que de él se tiene. En los extremos están el rechazo o indiferencia de muchos y el seguimiento incondicional de otros tantos; y en medio, la gran masa cuyas motivaciones religiosas son equívocas, o al menos inmaduras, por desdibujamiento de la imagen de Dios. Por todo ello el creyente auténtico sufrirá también incomprensión, tendrá que rumiar muchas veces en silencio el peso de su fe y verá sometida a prueba su esperanza. No es fácil asimilar muchas páginas del evangelio en que aflora incontenible la divina "locura" de Jesús. Por eso los cristianos que se tomaron en serio el evangelio, los santos de todos los tiempos, tuvieron que escuchar la misma censura que él: está loco. Como tal fue tenido por los suyos, incluso por su padre, rico comerciante, Francisco de Asís cuando, leyendo el evangelio "sin glosa ni comentario", se desposó con la pobreza evangélica, locamente enamorado de ella. Sin embargo, nosotros, como los parientes de Jesús, queremos reducir a los límites de lo "razonable" la llama abrasadora del evangelio, la radicalidad del seguimiento de Cristo y el escándalo de la cruz. Si los santos hubieran pensado en términos "razonables", ninguno hubiera escalado la cima de la santidad. Y si nosotros nos empeñamos en no arriesgar nuestras seguridades razonables, no llegaremos muy lejos como discípulos de Jesús, porque, por desgracia, lo razonable, lo común, lo que se lleva, lo que todo el mundo hace, no pasa de la mezquina mediocridad. Para creer en Cristo y para seguirlo a fondo perdido no hay camino más directo, fácil y corto que el amor, porque es el amor quien descubre los secretos valores de una persona. Conocer o desconocer a Cristo es cuestión de fe o increencia, de amor o desamor indiferente. El misterio más hondo de la personalidad de Jesús se alcanza solamente mediante la fe y el amor, que son dones del Espíritu de Dios. Pidámoslos al Señor.

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Te bendecimos, Dios Padre nuestro, por tantos "locos" como hay en el mundo al estilo de Jesús, enamorados del evangelio, de los pobres, marginados y hambrientos, de los parias, leprosos, drogadictos y alcohólicos, de los prostituidos, criminales, dementes y enfermos. Todos ellos son continuadores y testigos admirables de la locura a lo divino de Jesús, la locura del amor. Danos, Señor, fe y amor suficientes para conocer la personalidad fascinante de Cristo, nuestro modelo, para que, sobrepasando los límites de lo "razonable", alcancemos siquiera la frontera de lo indispensable.

Lunes: Tercera Semana Me 3,22-30: Satanás está perdido.

CRISTO, VENCEDOR DEL MAL 1. Una calumnia contra Jesús. En el texto evangélico de hoy subyace la creencia judía de la existencia de dos espíritus, uno bueno y otro malo. En el combate que se libra entre ambos, Cristo, que es el más fuerte, vence al maligno, por ejemplo, arrojando al demonio de los posesos. Lo cual origina una controversia entre Jesús y sus enemigos sobre el poder con que el rabí de Nazaret curaba a los "poseídos de un espíritu impuro". Así interpretaban los contemporáneos de Cristo, como en general los antiguos, los casos de enfermedad mental y trastornos neuropsíquicos, como la epilepsia, por ejemplo. Como evidencia el evangelio de hoy, los adversarios de Jesús se niegan a admitir que el reino de Dios se manifiesta en su persona y milagros, por ejemplo, en las curaciones de posesos, que ellos atribuyen a complicidad con el diablo, en vez de verlas como de hecho son: el fin del dominio de Satanás. Desde Jerusalén han venido unos letrados inquisidores que "oficialmente" califican a Jesús de endemoniado: "Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios". ¡Absurdo!, les contesta el Señor. Satanás no se autodestruye; si yo lo venzo es porque soy más fuerte que los poderes del mal. Según Jesús, la acusación calumniosa de los letrados a su persona constituye una blasfemia contra el Espíritu Santo, con cuya fuerza expulsa él los demonios. Pecado imperdonable, porque es la rebeldía obstinada, la negación total a la gracia salvadora de Dios, la ceguera 286

volunt aria ante la luz, atribuyendo al diablo lo que evidentemente es obra esplendorosa de Dios. Lo que pretenden con tal acusación es desprestigiar a Jesús ante el pueblo, que lo admira y lo sigue hasta no dejarle tiempo ni para comer. Algo, por lo menos, ya han conseguido: sus propios familiares vinieron a llevárselo porque decían que no estaba en sus cabales. 2. Los poderes del mal tienen nombre propio en el evangelio de hoy, así como en el resto de la Biblia: la serpiente, el tentador, Satanás (en hebreo, el adversario), diablo (en griego, el calumniador), Belzebú, demonio... Esta personificación del principio del mal es evidente en la Escritura. Aparte de los conocidos elementos míticos que tal encarnación individual contiene, lo que se nos enseña es la realidad del mal; éste es un "poder" que evidentemente existe, por desgracia. Es un dato de experiencia diaria. Está ahí presente en tantas situaciones de pecado, dentro y fuera de nosotros, encarnado en la tentación y en cuantos obran mal y pecan optando por la violencia y la destrucción, la corrupción y la injusticia, el odio y el rencor, la caza del hombre, el abuso y la explotación, la violación de los derechos de la persona, el egoísmo y el desamor. ¿Por qué todo esto? No porque lo cree ni lo quiera Dios, sino porque lo produce el hombre con el abuso de su libertad, es decir, con el pecado. ¿Podremos vencer el mal que quiere avasallarnos? Sí, porque Jesús lo consiguió. Venturosamente, Cristo venció el mal, el pecado y la muerte. Él es más fuerte que el mal que nos agobia, como se desprende del evangelio de hoy. Desde que Jesús fue capaz de vencer el mal y el pecado con su muerte y su resurrección, estableciendo el reinado de Dios en la tierra de los hombres, el discípulo de Cristo, unido a él y cumpliendo la voluntad del Padre, puede también derrotar el mal en su vida personal y en el ambiente que le rodea. Desde entonces podemos vencer el mal con el bien (Rom 12,21). Si, como Cristo prometió, el poder del infierno no derrotará a su Iglesia, tampoco podrá con cada uno de nosotros si optamos por el servicio del bien mediante el amor que Dios derrama en nuestros corazones por su Espíritu. Constantemente hemos de elegir entre el bien o el mal, el amor o el egoísmo, la bendición o la maldición, la vida o la muerte. Optemos por Cristo, optemos por el amor que es la única fuerza eficaz contra el mal. Es la victoria pascual de Cristo sobre el mal y el pecado lo que nos renueva interiormente y de forma perenne, aunque nuestro cuerpo y salud física se vayan desmoronando. La tribulación del combate presente para superar el mal y el pecado es insignificante en comparación con el tesoro de gloria eterna que producirá un día. 287

Bendito sea tu nombre, Dios de nuestros padres, porque nos convocas por la palabra de Jesús, tu Hijo; él es más fuerte que el poder de las tinieblas y del mal Libéranos de nosotros mismos, de nuestros miedos y pesares, de nuestras rutinas y mecanismos de defensa, para que no cerremos nuestro corazón, desafiando tu amor. Que tu misericordia sea nuestra fortaleza, tu gracia nuestra salvación, tu ternura nuestra esperanza y tu Espíritu el calor de nuestros fríos corazones. Danos la libertad y la fascinación de tu luz para que, quitado el velo de nuestros ojos, optemos por Cristo y su evangelio para siempre.

Martes: Tercera Semana Me 3,31-35: El parentesco con Jesús.

LA NUEVA FAMILIA DE CRISTO 1. Más que el parentesco natural. Según los biblistas, el episodio evangélico de hoy forma unidad y es continuación del pasaje que veíamos el sábado último, cuando los parientes de Jesús venían a llevárselo porque lo creían fuera de sí. Antecedente que en su lugar paralelo omiten los otros dos sinópticos, quizá por parecerles duro para sus lectores (Mt 12,46ss; Le 8,19ss). Como la gente se arracima en torno a Jesús, no es fácil para su madre y sus hermanos llegar hasta él. El uso lingüístico hebreo y arameo aplicaba el término "hermanos" a los primos y parientes próximos. Cuando la gente le avisa de ello, Jesús pregunta: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando la mirada por el corro, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre? En la respuesta de Jesús a su propia pregunta no hay menosprecio por su madre, María, ni desinterés por su familia, sino que se evidencia la prioridad que ha de tener el reino de Dios incluso sobre los vínculos familiares. Escuchamos un eco de aquellas otras palabras de Cristo: 'Si alguno quiere venir conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo" (Le 14,26). AI proclamar Jesús como familiar suyo a todo el que cumple la 288

voluntad de Dios, muy lejos de rechazar a su propia madre María, está ensalzándola. Porque ella fue la primera que cumplió la voluntad de Dios en su vida con su "hágase" inicial y definitivo. Al abrir Cristo el círculo del parentesco con él, fundado en los valores del Reino que son superiores a los lazos de la carne y de la sangre, está afirmando la perfecta unión que existe entre él y su madre, por doble motivo: los vínculos de sangre y la convergencia al unísono en el espíritu del Reino. 2. La nueva familia de Jesús, más que en razones de carne y sangre, se fundamenta, por tanto, en la obediencia a Dios, padre común de la familia humana y creyente. Así lo demostró Jesús también en otro episodio de su vida. Cuando María y José buscan angustiados al niño que creen perdido, al encontrarlo en el templo, él les dice: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Según Jesús, ha de prevalecer su condición filial y la obediencia a su Padre Dios sobre la autoridad paterna y las relaciones familiares. La respuesta de Cristo en ambos casos responde a la actitud de quien, al entrar en el mundo, dijo: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad (Heb 10,7:1.a lectura, año impar). Por eso pudo afirmar más tarde: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió (Jn 4,34). No cabe duda, Cristo relativizó los vínculos familiares desde la perspectiva del Reino. Aunque aceptó la familia como medio ambiental de su encarnación en la raza humana, no por eso dejó de cuestionar el peligro del "absolutismo" familiar y de los vínculos de parentesco ante la opción primordial por el reino de Dios y el servicio al mismo, ante su propio seguimiento y la primacía de la voluntad de Dios expresada en su palabra. El desapego de Jesús respecto de su familia natural es, pues, "teológico" más que afectivo. Tanto el sistema religioso como la sociedad con su derecho civil tienden a hacer de la familia un absoluto, estableciendo como sagrados los vínculos que en ella se crean. Pero el evangelio relativiza la institución familiar en lo tocante a la respuesta de la persona a Dios. El hombre y la mujer, el niño y el joven, se abren mediante la fe a otras relaciones que superan las meramente familiares, lo mismo que en su evolución social los adolescentes y jóvenes se abren a otras influencias extrafamiliares: cultura e ideas, estudios y amistades. El grupo familiar, aun siendo el más importante, insustituible y primario de los grupos humanos, no es el único. Esto es así y no constituye ningún mal; es ley tanto del Reino como del crecimiento, maduración y socialización de la persona que contempla la psicología evolutiva. Incluso en el campo religioso, aunque la familia, según el concilio Vaticano JJ, con base en san Pablo, es la "Iglesia doméstica", tiene sus límites de influencia en el ritmo de la evolución personal y social de sus 289

miembros. Lo cual no obsta para que "la familia cristiana proclame en voz muy alta los valores del Reino", como escuela de fe que es para la vida (cf LG 35,3). Te damos gracias, Dios Padre nuestro, por admitirnos en tu familia, que es la de Jesús, nuestro hermano mayor. Él vino a cumplir tu voluntad, y la realizó siempre. Gracias, Padre, porque nos das tu Espíritu de adopción que nos hace hijos tuyos y hermanos de todos los hombres. Gracias porque nos diste una familia que nos acogió. Gracias porque nos regalaste una nueva madre, María, la servidora fiel de tu designio de salvación humana. Gracias por el pan familiar de la eucaristía. Gracias porque Cristo nos enseñó a rezar: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Miércoles: Tercera Semana Me 4,1-20: Salió el sembrador a sembrar.

LA SEMILLA DEL REINO 1. El optimismo de Jesús. Empieza el capítulo 4 de Marcos, que contiene cinco parábolas seguidas. Hoy se proclama la primera de ellas: la del sembrador, en la que advertimos tres secciones: 1.a Proclamación de la parábola por Jesús. 2.a Intermedio explicando por qué habla Jesús en parábolas. 3.a Explicación de la parábola del sembrador. Es referida también por los otros dos sinópticos (Mt 13,1 ss; Le 8,4ss). Abre el relato una introducción circunstancial: "Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca". Y sigue la parábola del sembrador, en la que Jesús valora positivamente su anuncio del Reino, que es la semilla. Estamos ante una parábola que adelanta el balance final, como respuesta de Cristo a quienes ponían en duda los resultados de su misión, debido al rechazo de la buena nueva por los jefes y el pueblo judío en su conjunto. Esta reflexión se la hace también la primitiva comunidad cristiana, y la de todos los tiempos, ante las dificultades que encuentra en la continuación de la misión de Jesús. Aunque aparentemente los prime290

ros resultados hablan de fracaso, la eficacia de la semilla del Reino está asegurada, pues la tierra fértil compensa con creces la esterilidad de las otras tres parcelas: camino, pedregal y zarzas. El sembrador —Cristo y el apóstol— esparce generosamente la simiente confiando en el éxito final. Optimismo escatológico es la perspectiva en que se sitúa Jesús al pronunciar la parábola. Comienza comparando el reino de Dios con una siembra azarosa y acaba equiparándolo a una cosecha espléndida, sin prestar mayor atención a las etapas intermedias de crecimiento y maduración, algo que sí hace la parte explicativa de la parábola. El trío de cifras: treinta, sesenta y ciento por uno, habla manifiestamente de la plenitud final del Reino, que sobrepasa toda medida y supera con creces el baremo habitual de una buena cosecha. Aunque no sin dificultades, el éxito es seguro. 2. Sementera y cosecha; Iglesia y Reino. En sentir de los biblistas, la explicación de la parábola que se da en la última parte pertenece a la tradición primera de la comunidad apostólica. Así se deduce del estilo, ajeno al hebreo, y del vocabulario, en el que aparece hasta ocho veces el término cristiano "palabra"; con él se designó el conjunto del mensaje evangélico. En la interpretación de la parábola se desplaza el acento escatológico original hacia el aspecto psicológico y personal, que condiciona la productividad del que escucha la palabra del Reino. Así la parábola se convierte en una amonestación a los miembros de la comunidad, que deben examinar la constancia de su corazón para valorar la seriedad de su conversión. En consecuencia, una parábola de la que, según los peritos, debe extraerse una sola enseñanza global, el éxito final del Reino, se vio como una alegoría en la que se interpreta figurativamente cada detalle. "En primer lugar, la semilla se refiere a la Palabra (en vez de al Reino); y luego, el terreno, descrito de cuatro modalidades, se aplica a cuatro grupos de personas" (J. Jeremías). De hecho, esta interpretación de la comunidad viene a "completar" la proclamación de Jesús con un punto de vista interesante: la semilla desafía al terreno. Es decir, el anuncio del Reino por Cristo (la semilla) reta al oyente (el terreno) a actuar productivamente frente a la adversidad. Tanto de la primera como de la última parte de la parábola brota evidente una conclusión: hay que distinguir el tiempo de la sementera, que es de la Iglesia continuando la misión de Jesús, y el tiempo de la cosecha, que es el Reino consumado. Ni la Iglesia se identifica con el reino de Dios, a cuyo servicio debe estar, ni el Reino ha alcanzado ya su plenitud, sino que va construyéndose poco a poco y está llegando continuamente al mundo de los hombres, como la semilla que crece entre dificultades. La manifestación definitiva y esplendorosa del Reino 291

queda para los tiempos últimos. De ahí la perenne petición del padrenuestro: Venga a nosotros tu Reino. Jesús podía haber desplegado todo el poder de Dios para un éxito fulminante del Reino, tal como se imaginaban los judíos. Pero prefirió la lenta aventura de una humilde semilla sin triunfalismo avasallador. Con lo cual señaló el camino a su Iglesia, a nosotros: desprendimiento y pobreza, servicialidad y conversión continua, éxodo y diáspora itinerante. Gracias, Padre, por Cristo, esperanzado sembrador de la semilla del Reino con su palabra de vida Jesús fue el primer grano de trigo que, muriendo, dio espléndida cosecha de resurrección para todos. El es parábola viva y eterna de tu amor al hombre. Su optimismo nos contagia y estimula a dar fruto. Haz de nosotros, Señor, el campo de tu sementera, la tierra buena y mullida, con tempero y profundidad, para que prenda, germine y grane la semilla del Reino. Así, nuestra vida, escondida en Cristo como el grano en el surco, culminará en cosecha de eternidad Amén.

Jueves: Tercera Semana Me 4,21-25: Parábolas de la lámpara y de la medida.

EL TRIUNFO DE LA LUZ 1. Luz y penumbra del Reino. En el evangelio de este día, Marcos reúne varios dichos de Jesús, formando con ellos dos breves parábolasproverbio: la de la lámpara y la de la medida, con las que Cristo continúa desvelando el misterio del reino de Dios. Jesús decía a la gente: "¿Se trae un candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo es para que se descubra; si algo se hace a ocultas es para que salga a la luz". Se incide aquí de nuevo en la idea expuesta al justificar Cristo su lenguaje parabólico, como veíamos ayer en la parábola del sembrador. Las parábolas ocultan la luz del Reino a los que no creen, pero la luz de la verdad acabará por ser reconocida. Esa luz es Cristo mismo, que afirmó: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinie292

blas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12). Si por algún tiempo su palabra y persona están veladas para los que no creen, vendrá un día en que serán tan patentes que su rechazo merecerá una condena. Quien no haya entendido el misterio del Reino por rechazarlo, perderá incluso lo que hubiere recibido, como los terrenos estériles: el camino, el pedregal y las zarzas, que no sólo perdieron el fruto de la sementera, sino hasta la semilla misma. "Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene". Es decir: "el que tiene (= recibe) el Reino recibirá más; el que no tiene (= rechaza) el Reino perderá hasta lo que tiene: en el caso de los judíos, su posición como pueblo elegido que recibió la revelación de Dios" (CB, III, 225). Retribución que se insinúa en el proverbio: "La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces". Quienes, gracias a su fe en Cristo, conocen los secretos de Dios, gozarán de la plenitud de su luz, lo mismo que quienes escucharon eficazmente la palabra del Reino producen fruto abundante: el treinta, el sesenta y el ciento por uno. No podemos olvidar que el régimen actual de la fe es luz en penumbra, luminosa oscuridad. Como el Reino, la fe del creyente está siempre en proceso de crecimiento. En muchas ocasiones se acentuará más el claroscuro y la penumbra de la fe que su luz radiante, pero ésta no puede menos de alumbrar desde el candelero; algún día vencerá por completo las tinieblas del mundo y su pecado. 2. Iluminados por la luz de Cristo. La parábola de la lámpara pone en evidencia la oposición que existe entre la luz y las tinieblas, es decir, entre fe e incredulidad. Jesús afirmó de sí mismo: "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no siga en tinieblas" (Jn 12,46). Asimismo, la parábola de la lámpara acentúa también la necesidad de pasar de la fe a la vida, porque Cristo y su evangelio son luz, y ésta necesariamente ha de iluminar la existencia del que cree sinceramente; y no sólo su existencia, también la de los demás. "Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,14ss). La fe del bautismo es la lámpara encendida al principio de nuestro caminar cristiano para iluminar toda nuestra vida y conducta. Por eso el bautismo, sacramento de la fe, es visto en la tradición eclesial como sacramento de iniciación e iluminación, hasta el punto de designar a los bautizados con el título de "iluminados" por la luz de Cristo. "En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, cuyos frutos son toda bondad, justicia y verdad. Buscad 293

lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas" (Ef 5,8ss). Toda nuestra vida, criterios, valores y conducta deben estar conformes con esa luz de Cristo que nos ha iluminado. Luz que se nos dio no para guardarla en el baúl de los recuerdos, sino para que alumbre a los demás con nuestras buenas obras. Examinémonos si por miedo o cobardía, oportunismo o conveniencia, ocultamos la luz de la fe en Cristo en medio de los ambientes en que nos movemos. Porque Cristo dijo: "Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles" (Me 8,38). Te alabamos, Padre, porque Cristo es luz del mundo. En la noche de su pasión inició el día eterno de luz, resurrección, vida, esperanza, ternura y amor. Gracias porque en el bautismo nos iluminó tu claridad, y a quienes éramos tinieblas nos hiciste luz en Cristo. Sabemos que nos quieres luz del mundo, como él, centinelas que anuncian la perenne aurora que se alza sobre la noche de la desilusión y de la mentira. No permitas, Señor, que nos cerremos a tu Reino ni que por cobardía ocultemos la fe que nos diste. Haz que caminemos siempre a la luz de nuestro bautismo. Amén.

Viernes: Tercera Semana Me 4,26-34: Parábolas de la semilla que crece sola y del grano de mostaza.

LA FUERZA INTERIOR DEL REINO 1. La callada acción de Dios. El texto evangélico de hoy concluye el discurso parabólico de Jesús según Marcos. Hoy se proclaman dos parábolas sobre la naturaleza del reino de Dios: la semilla que crece sola y el grano de mostaza. La primera de ellas es exclusiva de Marcos; la segunda pertenece a la tradición sinóptica (Mt 13,3 ls; Le 13,19). Ambas coinciden en la enseñanza de que el Reino viene con toda seguridad, porque ya ha irrumpido en el mundo a través de la persona y mensaje de Cristo. Lo mismo que la semilla sembrada y que el grano de 294

mostaza, el Reino llegará a plenitud irresistiblemente, a pesar de su lentitud inicial. No obstante, cada una de las dos parábolas tiene su matiz propio. La de la semilla que crece por sí sola acentúa la gratuidad del Reino, y la del grano de mostaza el crecimiento del mismo. Con ambas parábolas justifica Jesús el aparente fracaso de su misión, propiciado tanto por la lentitud como por la pobreza de medios que emplea; algo que no se avenía con las fulminantes expectativas judías sobre el Reino. La semilla va creciendo por sí sola hasta la siega de la mies, referencia inequívoca al juicio de Dios, según la tradición bíblico-prof ética. Su crecimiento continuo es independiente de la inactividad del labrador, lo cual podría sugerir una despreocupación del mismo, es decir, de Dios. Pero no es así. El paciente silencio de Dios durante el desarrollo de la cosecha es más aparente que real, lo mismo que la expectante inacción del labrador. Debido a su fuerza interna, la semilla del Reino está actuando ya desde sus comienzos insignificantes y operando un crecimiento lento, pero imparable y perceptible ya en su realidad y en sus efectos desde que lo inauguró Jesús en la línea de salida. Su callada eficacia está asegurada, pero no su espectacularidad triunfalista, que debe descartarse. Tal paciencia de Dios es una lección para cuantos quieren colaborar con él en la instauración de su Reino en el mundo de los hombres. Dada nuestra afición al éxito rápido y espectacular, a la programación, a la eficacia productiva, a la estadística y al porcentaje, es frecuente la impaciencia por los resultados palpables y los frutos visibles. Pero ésa no es la táctica de Dios. 2. La desconcertante táctica de Dios. Si con la parábola de la semilla que crece sola responde Jesús a los impacientes que no aceptaban el ritmo lento del crecimiento del Reino, con la del grano de mostaza sale al paso de la objeción de quienes no entendían la pequenez y pobreza de los medios empleados por él para la manifestación del esperado reino mesiánico. Pero ése es el estilo de Dios, viene a decir Jesús. La parábola del grano de mostaza, junto con la de la semilla que crece sola, la del sembrador y la de la levadura, es una de las parábolas de contraste. Llamadas así porque muestran la expansión incontenible del Reino hasta su plenitud esplendorosa, en desproporción evidente con sus comienzos humildes. Por eso la parábola del grano de mostaza subraya el magnífico crecimiento del reino de Dios en contraste con su principio casi irrisorio, simbolizado en la diminuta semilla de la mostaza, del tamaño de una cabeza de alfiler. Pero en su insignificancia está operando ya el incontenible dinamismo expansivo que en sí mismo lleva el reino de Dios. 295

Importa resaltar el detalle final de la parábola del grano de mostaza. Su planta puede alcanzar a orillas del mar de Galilea hasta los tres metros de altura; por lo cual se convierte en un arbusto tan frondoso que los pájaros pueden anidar en sus ramas. Esto apunta a la universalidad del Reino y del evangelio, destinados a incorporar a sí todos los pueblos de la tierra, y no sólo al pueblo judío. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, no debe temer el fracaso del evangelio por la pobreza de medios al servicio del mismo; y menos todavía ceder a la tentación de una eficacia de relumbrón mediante recursos ricos, técnicas sofisticadas de choque y propaganda avasalladora al estilo comercial de consumo. Jesús no procedió así. Para fundar su Iglesia al servicio del Reino, eligió a doce pobres hombres, carentes de toda influencia social, incultos en su mayoría, simples pescadores algunos, incluso pecadores otros como Leví el publicano. Cristo podía haber actuado fulgurantemente, pero no lo hizo; porque el reino de Dios no necesita medios espectaculares, sino servidores pobres e incondicionales. Glorificado seas, Padre nuestro del cielo, porque Cristo inauguró tu Reino de amor entre nosotros con los medios pobres que tú prefieres para tus obras, sin avasallamiento, impaciencia ni espectacularidad Así nos mostró que la fuerza interior del Reino sólo necesita servidores pobres e incondicionales. Cristo mismo es la semilla y el fermento del Reino que, muriendo en el surco de la cruz, dio origen al hombre y mundo nuevos de la resurrección. Haz, Señor, que tu pueblo, la Iglesia, sea en el mundo el sacramento, germen y principio de tu reinado hasta alcanzar un día el Reino consumado en la gloria.

Sábado: Tercera Semana Me 4,35-40: La tempestad calmada.

CUANDO DIOS PARECE "ECHAR LA SIESTA" 1. Una pregunta de fe: ¿Quién es éste? Después de la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios mediante parábolas, como veíamos en días 296

anteriores, viene ahora en el relato de Marcos un ciclo de cuatro milagros de Cristo. Hoy leemos el primero: la tempestad calmada. El acento de estas narraciones milagrosas es marcadamente cristológico. Tales milagros son manifestación del poder divino de Jesús, vencedor de las fuerzas del mal, del demonio, de la enfermedad y de la muerte. El evangelista nos muestra así la presencia del Reino actuando en la persona de Cristo, tanto en su anuncio misionero como en su actividad milagrosa. La intención fundamental que subyace en el relato de la tempestad calmada es la fe en Jesús por parte de sus discípulos. Cristo realiza el prodigio para suscitar y confirmar la fe de sus apóstoles en él. Una fe que debe superar el miedo, el desánimo y la desconfianza. "¿Aún no tenéis fe?", les reprocha Jesús al final. Jesús dormía en la barca mientras rugían el viento y el mar; pero más dormida estaba la fe de sus discípulos en él. La duda y el miedo ante el misterio de Cristo les acompañaron siempre durante la vida del Señor. De suerte que una de las expresiones más repetidas del evangelio en boca de Jesús es: "No temáis". Se diría que el miedo y la duda fueron los presupuestos previos para dar el paso gozoso a la fe y la alegría de pascua. La pregunta final que, espantados, se hacen los apóstoles ante la tempestad cambiada súbitamente en plácida bonanza: "¿Quién es éste?", no parece expresar gozo, sino continuar el miedo que antes gratificaron: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" Ciertamente, su fe en Cristo no era todavía sólida; no podía serlo. Necesitarían la luz pascual de la resurrección de Jesús para llegar a la fe madura. Por eso, la cuestión planteada: ¿Quién es éste que hasta el viento y las aguas le obedecen?, incluye, al menos implícitamente, la respuesta posterior de la comunidad apostólica y de todo el evangelio: Este es Dios. Tal es el contenido básico de la fe cristiana, de la que habla la carta a los Hebreos (11,1 ss: 1.a lectura, año impar). 2. Dos son los niveles de lectura del hecho evangélico de hoy: el cristológico y el eclesial. Ambos están íntimamente relacionados. No podemos quedarnos en una lectura meramente "milagrista" de esta escena insólita, olvidando que los evangelios fueron escritos desde la fe y la experiencia pascual de los apóstoles y de la primitiva comunidad cristiana. En primer lugar, el milagro de la tempestad calmada es un signo de la divinidad de Jesús que, como el Dios bíblico, aparece dominando los elementos hostiles de la naturaleza, aquí el mar embravecido. Desde el origen del mundo el poder creador de Dios se manifiesta en su dominio de las aguas y en su señorío sobre el cosmos y los monstruos marinos, como el mítico Leviatán, que recuerdan los Salmos y el libro de Job. De 297

ese poder participa Cristo, que hoy se revela como Dios. Es el primer nivel. Y desde aquí hemos de pasar a la lectura eclesial del episodio. Desde siempre la tradición patrística vio una imagen de la Iglesia en el grupo de discípulos que reman desesperadamente dentro de la barca zarandeada por la tempestad. Si ésta no zozobra en la borrasca es porque Cristo va en la travesía, aunque a veces no captemos los signos de su presencia por el Espíritu y creamos que Dios "sestea", dejándonos solos ante el peligro. Pero no es así. El pasajero que ha subido a nuestra nave no la abandonará jamás; viene dispuesto a correr nuestra suerte hasta el final. Es Jesús, el capitán, que toma fuertemente en sus manos el timón y, a pesar de todos los escollos, llevará a buen puerto la barca de la Iglesia. "Dios ha muerto, paso al superhombre", gritaba Zaratustra en medio de la plaza y delante de la iglesia del pueblo, al bajar del monte con el águila en la mano. ¡Vana ilusión de Federico Nietzsche! El Jesús dormido en medio de la galerna simboliza al Cristo sumergido en la crisis de su pasión y de su muerte; pero su despertar en fuerza y poder sobre el viento y las olas verifica la gloria y el señorío de su resurrección. El cambio de la tempestad a la calma es el paso, la pascua, de la muerte a la vida gloriosa, tanto para él como para su pueblo, la Iglesia peregrina en medio de los avatares de la vida. ¿Por qué dudar, hombres y mujeres de poca fe? "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Hoy te bendecimos, Padre, por Cristo tu Hijo, señor de la creación y vencedor del mal y de la muerte. Aunque a veces lo olvidemos, él viene con nosotros en la azarosa travesía del mar de la vida. ¿Por qué dudar, hombres y mujeres de poca fe? Jesús nos acompaña con la presencia de su Espíritu y no nos deja solos ante el peligro. ¡Gracias, Padre! Haz que te descubramos, Dios "dormidoy ausente", en medio de los proyectos, aspiraciones y fracasos, cansancios y esperanzas, frustraciones y anhelos de nuestros hermanos, los hombres que sufren y esperan.

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Lunes: Cuarta Semana Me 5,1-20: Curación del loco furioso de Gadara.

JESÚS, PERSONA NO GRATA 1. Primer contacto con los paganos. El pintoresco episodio evangélico de hoy significa, según Marcos, el primer encuentro de Jesús con el mundo pagano, aunque con poco éxito. La curación del loco furioso, del "endemoniado", tiene lugar en la región de Gerasa, dice Marcos, o más probablemente de Gadara (Mt 8,28ss). La primera de estas ciudades está situada a 40 kilómetros al sudeste del lago de Tiberíades; en cambio, la segunda está a 10 kilómetros en la misma dirección. Se trata de uno de los milagros de Jesús más difíciles de interpretar. Es patrimonio común de la tradición sinóptica, si bien Mateo suprime muchos detalles folclóricos y accesorios de Marcos, a quien sigue fielmente Lucas. Sin negar la historicidad del hecho, los biblistas están de acuerdo en afirmar que hay bastantes elementos literarios y anecdóticos, como, por ejemplo, el hundimiento de la piara de cerdos en el mar. Pero tampoco basta con explicar el incidente como una anécdota de origen judeo-cristiano sobre la ceguera de los "impuros" gentiles respecto de la misión de Jesús, ni como una enseñanza moral historiada que mostraría que el mal se destruye a sí mismo, ni como un simple midrash, es decir, como interpretación bíblico-literaria de la situación de los no-judíos ante la salvación mesiánica, con base en Is 65. 2. La intención primaria del relato es teológica más bien. Se trata primordialmente del enfrentamiento victorioso de Jesús con el poder del demonio; esta vez en tierra de paganos, criadores de cerdos, el animal impuro por excelencia para los judíos. La actuación de Cristo con el loco furioso de Gadara es un signo de su poder salvador que vence las fuerzas del mal que se oponen a la salvación del hombre. Esa liberación que Jesús aporta mediante su palabra, que es anuncio del Reino, y mediante su acción que lo hace presente, comprende al hombre entero, cuerpo y espíritu. Es una liberación integral que restituye la persona a su dignidad humana. Al mismo tiempo, esta primera misión de Jesús entre no-judíos anticipa la futura misión universal de la Iglesia para evangelizar a todas las razas y naciones. En la curación de hoy aparecen claramente definidos los tres momentos habituales en las narraciones evangélicas de milagros de Jesús: 1.° Descripción de la situación del enfermo. Aquí se gratifican literariamente detalles pintorescos: sepulcros, cepos, cadenas, furia y autopu299

nición. 2° Actuación de Jesús. Aquí aparece la autoridad de su palabra y la eficacia de su voluntad sobre los espíritus impuros —que en el caso son "legión"—, expulsándolos del poseso y permitiéndoles entrar en la piara de puercos que se ahogan en el lago. 3.° Reacción de la gente (y del enfermo curado). El asombro primero de la multitud al ver tranquilamente sentado, vestido y en su sano juicio al loco de antes, se cambia rápidamente en animadversión hacia Jesús, a quien declaran persona no grata al enterarse de la ruina de sus animales. Es mejor que se vaya de su tierra un profeta y taumaturgo tan problemático. Por eso le rogaron que se marchara de su país. El curado, en cambio, quiere seguir a Jesús y unirse a su grupo, pero él no se lo permite. Si bien, rompiendo el secreto mesiánico, le confía la misión de proclamar entre la gente la misericordia que Dios ha usado con él por su medio. 3. Liberación personal y social. La presencia del mal dentro y fuera de nosotros es, por desgracia, algo siempre actual en nuestra propia vida, en la comunidad eclesial y en la sociedad. Son legión los demonios del mal que tratan de avasallarnos y con frecuencia lo consiguen: el orgullo y el dinero, el egoísmo y la sensualidad, el malquerer y la maledicencia, la mediocridad, la intolerancia y la ruindad. Pero Jesús es más fuerte que nuestro pecado y nuestros errores. Junto con él, los cristianos, sus discípulos, hemos de vivir empeñados en una tarea de liberación propia y ajena, rompiendo los cepos y cadenas que nos esclavizan. El creyente, animado por el Espíritu, denunciará abiertamente o, al menos, acusará con su actitud y conducta la tiranía del consumismo y del rendimiento económico, así como la alienación de los totalitarismos y de los racismos nacionalistas, la explotación del subdesarrollo y el infierno de la violencia y de la guerra, fruto todo ello de los demonios del egoísmo y del desamor entre los hombres. Bendito seas, Dios de nuestra liberación, porque el Espíritu de Cristo nos impulsa a vivir en la confianza y libertad de tus hijos. Te alabamos porque Jesús es más fuerte que el mal y venció la legión de demonios que quieren dominarnos: el egoísmo y la soberbia, la sensualidad y la ambición, el malquerer, la mediocridad y la intolerancia. Rompe, Señor, nuestros cepos y cadenas. Si tú, Padre, no nos liberas, ¿quién puede hacerlo? Restituyenos a nuestra condición de hijos tuyos, libres y señores del mal con Cristo y como él Amén. 300

Martes: Cuarta Semana Me 5,21-43: Contigo hat¿o, niña; levántate.

LA FE ES MÁS QUE TOCAR 1. Dos maneras de expresar la fe. En el evangelio de hoy leemos dos milagros de Jesús, incluido uno en la narración del otro. Son dos estilos de expresar la fe: abiertamente uno y en secreto otro: Jairo y la hemorroísa. Jesús está ya de vuelta de la región de Gadara, y mientras va de camino hacia la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, que le pide la curación de su hija, que está muriéndose, tiene lugar la curación de una mujer que padecía flujos de sangre. Mujer marginada, tanto religiosamente por su impureza legal (Lev 15,25) como socialmente por su condición de mujer. Por eso actúa en secreto; pero el encuentro con Jesús la rehabilitará plenamente. Ambos milagros tienen mucho en común. Los dos destinatarios del favor de Jesús son mujeres y poseen en común la cifra de doce años que tiene la niña de Jairo y que lleva enferma la hemorroísa. En ambos casos la fe de los demandantes es la condición que activa el poder curativo de Jesús y que realiza la salvación de la persona, algo más profundo y trascendental que el resultado físico, con ser importante la salud y la vida. Finalmente, en los dos milagros la finalidad última es el perfeccionamiento de la fe de los beneficiarios y, sobre todo, de los discípulos de Jesús. Por eso elige él a tres como testigos de la resurrección de la hija de Jairo; los tres que estuvieron presentes en la transfiguración y en la agonía de Getsemaní. 2. La fe es más que tocar. El gesto de la hemorroísa que cree que con sólo tocar el manto de Jesús quedará curada de su larga y fastidiosa enfermedad, que además la está arruinando, puede sugerir la actitud de una fe mágica. No es así, aunque de esa manera se curó, dice el relato de Marcos, a diferencia del de Mateo, en que la curación es fruto de la palabra de Jesús, supuesta obviamente la fe de la mujer (Mt 9,22). Al tocar ella el manto de Jesús hay algo más que un contacto físico. El texto evangélico se encarga de corregir el posible malentendido de magia. No es que el poder de Jesús emanara automáticamente de su persona por mero contacto, e incluso sin darse él cuenta. Muchos de la multitud circundante tocaban físicamente a Jesús, como le hacen notar los discípulos, pero no recibieron favor especial de él. Era la fe lo que marcaba la diferencia y superaba la magia. Así lo hace constar Cristo mismo cuando pone en evidencia a la pobre mujer delante de todos y ella le confiesa su propósito: "Hija, tu fe te ha curado, Vete en paz y con salud". El verbo curar es aquí 301

sinónimo de salvar, según el original griego (sózein). La frase de Jesús: "Tu fe te ha curado", resalta el encuentro personal, y no anónimo en la masa, que ha tenido lugar mediante una fe suplicante. A la fe se remite Jesús también en su diálogo con Jairo, jefe de la sinagoga. Éste confía en que Jesús curará a su hija, por muy desahuciada que esté; pero cuando, de camino, le anuncian que la niña ha muerto ya, ¿para qué molestar más al rabí? ¿Será capaz de resucitarla? Los mensajeros no lo creen, pero él sí. Entonces alcanza el climax su fe. Jesús le apoya: "No temas; basta que tengas fe". Y así consiguió el favor que pedía. Jesús tomó de la mano a la niña, la ordenó levantarse y ella se puso en pie inmediatamente y echó a andar. Sólo la fe podía dar paso a la manifestación de la divinidad de Cristo mediante el contacto con su humanidad. 3. Fe y sacramentos. Tanto la hemorroísa como Jairo son vistos por la tradición eclesial, que durante siglos ha leído este evangelio, como modelos de fe. Es frecuente en la narración de los milagros de Jesús el gesto de tocar con su mano a los ciegos, paralíticos y enfermos en general. Es una copia del gesto creador de Dios que dio espíritu y vida al hombre, a Adán, como vemos gráficamente en el fresco de Miguel Ángel en la capilla Sixtina del Vaticano. Nuestra vida cristiana está llena de contactos con Cristo, y no podría subsistir de otra manera. Estos contactos son, principalmente, la escucha de su palabra y los sacramentos. Así el poder curativo de Jesús continúa en la Iglesia, lo mismo que en vida del Señor. En comunión con los hermanos y especialmente en los sacramentos de la vida cristiana, Cristo nos toca personalmente: bautismo, eucaristía, reconciliación... Pero hoy, como en tiempo de Jesús, no hay lugar para la magia supersticiosa. Se necesita la fe para que estos encuentros sacramentales produzcan en nosotros el fruto de la salvación al nivel profundo de la persona. Hoy te bendice nuestro corazón, Padre, porque Jesús, anticipando su propia resurrección, daba vida a los muertos, como a la niña de Jairo. Cuando el mundo nos da vueltas y perdemos pie, cuando el dolor nos machaca altaneramente, cuando todo parece perdido sin remedio, entonces tú nos repites: "No temas, basta que tengas fe"; pues el encuentro contigo en tu palabra y tus sacramentos despierta, Señor, tu gesto creador que da vida al hombre. Concédenos ser testigos con Cristo de ese tu amor que hace presente el Reino y rejuvenece los corazones.

Miércoles: .Cuarta Semana Me 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra.

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA 1. Desconfiaban de él. Todo el profetismo del Antiguo Testamento está orientado hacia Jesús de Nazaret y en él culmina. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios ya no nos transmitió su palabra por intermediarios, sino por su propio Hijo, que es su Palabra personal hecha hombre. Después Jesús mismo verificó la autenticidad de su misión mediante los "signos" que eran sus milagros. Así apareció ante el pueblo como profeta acreditado por Dios y hablando con autoridad propia. Sin embargo, como todos los profetas que le precedieron, Jesús hubo de sufrir la desconfianza, la incredulidad y el rechazo de los hombres, incluidos sus paisanos de Nazaret, como vemos en el evangelio de hoy. Para los que lo vieron crecer entre ellos era evidente que su ambiente familiar no pudo proporcionarle la sabiduría y el poder milagroso que Jesús tenía. Por eso desconfiaban de él; lo que dio pie a la observación lapidaria de Cristo: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa". En el lugar paralelo de su evangelio, Lucas es más explícito al narrar esta actuación de Jesús en Nazaret y describe la escena en la sinagoga y el contenido de su alocución, centrada en el texto mesiánico de Is 61,ls, que Jesús se autoaplica: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor... Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Le 4,18ss). El resultado fue el mismo: rechazo de Jesús por sus paisanos, que no ven en él más que al hijo de María y de José el carpintero. De tan evidente como era, no pudieron asimilar el hecho "escandaloso" de la encarnación de Dios en la raza humana. Se cumplía aquello de que "vino a los suyos y éstos no lo aceptaron" (Jn 1,11). Reconocer a Jesucristo como mesías e Hijo de Dios requiere algo que a ellos les faltaba: la fe. Marcos anota que Jesús se extrañó de su falta de fe. Por eso no pudo hacer allí ningún milagro. No hubiera servido para nada, una vez que los corazones estaban cerrados a todo lo que no fuera la evidencia de la rutina. 2. La fe va más allá de las definiciones. Para ellos Jesús estaba ya etiquetado como el hijo del carpintero del pueblo; tal era su carnet de identidad. El Dios desconcertante no sería capaz de romper sus seguridades. Todo judío esperaba un mesías glorioso y deslumbrante, dueño

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y señor del poder espiritual y político. ¿Cómo podían los vecinos de Nazaret ver esa personalidad mesiánica en aquel hijo del pueblo? Con los ojos de la razón, imposible. Solamente la fe podía dar alcance al misterio; pero fe era precisamente lo que no tenían, a pesar de haber oído hablar de los milagros y portentos de Jesús en Cafarnaún y otros lugares de Galilea. Bordeamos el umbral del misterio de la libertad humana. Dios, porque respeta la libertad que dio al hombre, quiere una respuesta libre y confiada, respuesta de fe y amor, y no la aceptación impuesta por la fuerza de un milagro que abruma al hombre y le infunde el temor servil de los esclavos. Nosotros pensamos conocer mejor a Jesús porque lo tenemos definido en fórmulas teológicas, en la ficha del credo: "Hijo único de Dios..., engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho". Pero no basta una "definición" de Jesús, por muy ortodoxa que sea, pues corre el peligro de quedar en lo impersonal. Entonces su personalidad fascinante y única se nos escaparía como el agua entre los dedos. Hay que ir más allá. Se trata de "creer" en él, conocerlo y contactarlo personalmente, dejándonos sorprender y subyugar por él, el insólito, el inaudito, el Dios y hombre a la vez, el hombre nuevo que da sentido y esperanza a toda nuestra vida. Hoy se repite la escena del evangelio de este día. Jesús no es aceptado por los suyos ni por los de fuera de la Iglesia; más comprensible y excusable lo segundo que lo primero. Lo que más necesitamos los que nos decimos cristianos es una fe viva en Jesús, pues no podemos esperar que Cristo haga maravillas en nosotros, en nuestras actividades, familias, comunidad, ambiente, y ni siquiera en los sacramentos, por arte de magia y sin nuestra colaboración y entrega personal. Porque hemos confinado tu salvación a la medida de nuestra rutina y cálculos mezquinos, ¡Señor, ten piedad! Porque has venido a nuestra casa y te hemos rechazado, silenciando a tus profetas y dejando dormir tu palabra en nuestras cenizas, ¡Cristo, ten piedad' Porque te hemos encerrado en nombres vacíos de alma, sin dejarnos sorprender por la novedad de tu Espíritu, de tu palabra y de tu misericordia, ¡Señor, ten piedad! Oh Señor, Dios nuestro, sorprendente en tus venidas, sé tú nuestro refugio y nuestra fortaleza, y móntennos despiertos a la espera de tu amor. Amén.

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Jueves: Cuarta Semana Me 6,7-13: Primer envío de los doce apóstoles.

ENVIADOS CON LO PUESTO 1. Envío e instrucción de los Doce. El evangelio de hoy describe la primera misión, prepascual, de los doce apóstoles. Al hablar Marcos de la institución de los Doce había dicho: "A doce los hizo Jesús sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios" (3,14s). En días anteriores hemos visto a los apóstoles viviendo en comunidad con Jesús, escuchando su enseñanza del Reino en parábolas y viéndole realizar numerosos milagros. Llega ahora el momento de una nueva dimensión del discípulo: la misión. Para eso habían sido vocacionados por Jesús. "Los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos". El envío en parejas da sentido comunitario a la misión y apoya el testimonio y el mensaje de cada uno en el del otro. Según vemos en los evangelios, Jesús se hizo acompañar de discípulos, como los rabinos de su tiempo. Pero su estilo fue diferente. Él no era un rabí que sienta cátedra fija en un lugar determinado, sino un maestro y profeta itinerante. De-esta itinerancia, de su autoridad y de sus poderes curativos van a participar ahora sus discípulos al ser enviados por él. "Ellos salieron a predicar la conversión; echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban". La misión de los apóstoles aparece así como una prolongación de la misión de Cristo. Al enviarlos, Jesús les dio unas consignas muy concretas. Este "discurso misionero" es muy breve en Marcos y mucho más largo e n Mateo (c. 10). Lucas, por su parte, menciona dos envíos: la misión de los doce (9,lss) y la de los setenta y dos discípulos (10,lss), con sus correspondientes instrucciones. El contenido del mensaje que deben transmitir es la proclamación de la conversión, según dice Marcos, o la buena nueva de la llegada d e l reino de Dios, según dicen Mateo y Lucas. A este anuncio habrán d e unir los signos que lo avalan: la curación de enfermos de toda clase, e s decir, la liberación de los pobres. Éste es otro punto que diferencia a Jesús y los suyos de los rabinos y fariseos, poco atentos a los menesterosos y a los ignorantes de la ley mosaica. 2. La libertad de la pobreza. Respecto del equipaje para la misión, "les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, p e r o ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, p e r o no una túnica de repuesto". Según Mateo y Lucas, ni siquiera bastón n i 305

sandalias. No obstante, la idea es la misma en los tres sinópticos: el estilo o talante misionero es de total pobreza y desprendimiento. Éste es el común denominador de todas las consignas. Jesús los envía con lo puesto. Ligeros de equipaje, estarán más libres, desinstalados y disponibles para la misión confiada. Tal pobreza alcanza, pues, el nivel de testimonio profetice Con sobrevivir les basta, porque "el obrero merece su sustento" (Mt 10,10) o su salario (Le 10,7); y eso lo encontrarán en la hospitalidad de los evangelizados. Consecuencia de esta condición pobre del apóstol, nunca instalado y siempre en camino, es el trato con aquellos que lo reciban o lo rechacen: "Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudios el polvo de los pies para probar su culpa". El misionero está contento con la puerta que se le abre, pero tranquilo ante la que se le cierra; por eso es capaz de asumir la incomprensión de los evangelizandos. Como una prevención realista contra el triunfalismo estúpido, Jesús prepara a sus enviados para el fracaso posible de su misión. Ellos han recibido una tarea que realizar: sembrar a manos llenas, no cosechar. El éxito no está garantizado, porque el evangelio es oferta de gracia y de salvación, pero no imposición para nadie. Lo que Jesús dice a los doce apóstoles en su envío evangélico va dirigido a sus discípulos de todos los tiempos. Las consignas que les da para una misión pobre superan la situación concreta de la época de los primeros misioneros de la Iglesia y tienen validez para los cristianos de todos los tiempos. Porque por encima de las normas particulares contienen un espíritu, un talante y un estilo apostólico que es el de Jesús mismo: pobreza para la libertad, desinstalamiento para la disponibilidad y entrega para el servicio del evangelio del Reino en favor de los hermanos. Te bendecimos, Dios de los apóstoles y profetas, por Jesucristo, tu primer enviado en misión de paz para anunciar a los pobres el gozo de la liberación, para curar los enfermos y cosechar la mies abundante. Cristo delegó su misión a los suyos, a nosotros; desde entonces evangelizar es la vocación de tu pueblo. El nos quiere disponibles; con la libertad de la pobreza para compartir con los demás lo que tú nos regalas. Libéranos, Señor, de tanto bagaje inútil que nos instala y entorpece en el anuncio del Reino, para que no apaguemos el espíritu de la misión. Amén.

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Viernes: Cuarta Semana Me 6,14-29: Muerte de Juan el Bautista.

LA MUERTE DE UN PROFETA 1. Una muerte que es anuncio. El evangelio de hoy narra la muerte violenta de Juan el Bautista. Al situar Marcos este relato entre la misión de los doce apóstoles y su regreso de la misma, el hecho adquiere un valor de signo. El martirio de Juan es un anticipo y anuncio de la suerte final que correrán Jesús y sus discípulos, entregados como el Bautista al servicio de la buena nueva del Reino y de la conversión al mismo. Es el sino de los profetas. El evangelista comienza por dejar constancia de las opiniones de la gente sobre Jesús de Nazaret, cuya fama se había extendido por todas partes. Unos lo identifican con el profeta Elias reaparecido, otros con un profeta de los antiguos y unos terceros con el Bautista redivivo. De esta última opinión era también el tetrarca Herodes Antipas: "Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado". Sobre la muerte del Bautista tenemos dos versiones: una la del historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades judías (s. i), y otra la de los evangelios. Josefo constata el hecho del encarcelamiento y ejecución de Juan en la fortaleza de Maqueronte por orden de Herodes. Y lo atribuye a razones políticas de Estado: temor de Herodes Antipas a una rebelión del pueblo, alentada por Juan. En los evangelios tenemos la versión popular; es la que hoy da Marcos, a quien sigue Mateo (14,lss). Coincide con los datos del historiador sobre la prisión y muerte del precursor, pero explica los hechos por razones personales: venganza de una mujer, Herodías, la esposa de Herodes, y debilidad de carácter de éste. 2. Víctima de una intriga pasional. ¿A qué se debía esa enemistad personal? El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Herodes Filipo, y Juan se lo reprochaba como ilícito. Por eso quería eliminarlo Herodías; pero el tetrarca lo respetaba, dice Marcos. La ocasión llegó cuando Herodes Antipas dio un banquete por su cumpleaños, y la hija de Herodías, llamada Salomé según Josefo, bailó ante los comensales. Herodes se entusiasmó tanto que juró a la muchacha darle lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino. Como tetrarca, Herodes gobernaba con la anuencia de los romanos una cuarta parte de Palestina, las regiones de Galilea y Perea, que el año 39 le quitaría Calígula, enviándolo al destierro en Lyon. La petición de Salomé, instigada por su madre, fue la cabeza de Juan el Bautista. En esta narración evangélica hay un hiriente contraste 307

entre el lujo y la lujuria de una orgía de disolutos y la casta pobreza y digna austeridad de un testigo de la verdad. Trágica ironía del destino: toda la grandeza de un profeta sin igual y "del más grande de los nacidos de mujer", como dijo Cristo de Juan, sucumbe víctima de la banalidad de una intriga pasional. En el relato de Marcos subyacen referencias viejotestamentarias. El precursor Juan muere víctima de la venganza de una mujer, lo mismo que el profeta Elias fue perseguido a muerte por el odio de otra mujer, la impía Jezabel, esposa del nefasto rey Ajab, a quien Elias echaba en cara su idolatría (IRe 18; s. rx a.C). Asimismo la escena del banquete con la danza de Salomé recuerda una situación similar del libro de Ester. El rey Asuero (Jerjes) quitó la corona a su esposa Vasti por negarse a exhibirse ante la corte, y se la dio a la israelita Ester que lo sedujo con su belleza. La hizo su esposa y le prometió repetidas veces "hasta la mitad de su reino". El resultado fue la horca para el primer ministro Aman, perseguidor de los judíos y en especial de Mardoqueo, tío de Ester, que lo relevó en el cargo. 3. Dos profetas con mucho en común. En los evangelios hay una estrecha relación entre el ministerio apostólico del Bautista y el de Jesús, y un paralelismo evidente en sus personas. Ambos fueron profetas, justos y santos, escuchados con veneración por la gente y sus discípulos y temidos de los dirigentes religiosos: sacerdotes, escribas y fariseos, así como de la autoridad civil: Heredes Antipas. Antes de iniciar su predicación Jesús es bautizado por Juan y reconocido por él como el cordero de Dios y el mesías. Cuando Juan es encarcelado, Jesús toma el relevo de su anuncio del Reino; y ahora que es ajusticiado, Jesús dejará Galilea para encaminarse a Jerusalén, donde se consumará su destino. Así ambos murieron víctimas del bdio y como testigos de la verdad y del reino de salvación que anunciaban. Te alabamos, Dios de los profetas y los mártires, de los pobres, los perseguidos y los aplastados, cuyo único delito es amar el bien y la justicia. Así fue Juan Bautista, testigo fiel de tu verdad. Su testimonio se unió al de Cristo, tu Hijo; y al de Jesús se ha unido y se une el de tantos profetas y mártires, audaces testigos de tu Reino y de los derechos del hombre a quien tú amas. Danos, Señor, valentía para vivir nuestra fe, para seguir y confesar a Cristo con nuestra palabra, nuestra vida y nuestro amor a los hermanos. Amén.

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Sábado: Cuarta Semana Me 6,30-34: Como ovejas sin pastor.

LA PERTENENCIA A LA IGLESIA 1. Jesús y las multitudes. El evangelio de hoy contiene en primer lugar una amable invitación de Jesús a los apóstoles, que acaban de llegar de su misión apostólica satisfechos y cansados: Venid a descansar a un sitio tranquilo. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Pero la gente se enteró de su partida en barca y se les adelantó por tierra. "Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma". Es éste un relato de transición que prepara la escena de la multiplicación de los panes. El pan de la palabra precede al pan material y éste, a su vez, remite al pan de la eucaristía. Así aparece hoy Jesús como buen pastor, que reúne, instruye y alimenta su rebaño, el nuevo pueblo de Dios. En los evangelios vemos con frecuencia a Cristo rodeado de multitudes. Él supo conjugar en perfecto equilibrio la atención al grupo de sus discípulos y a la masa del pueblo, sin que esta relación multitudinaria degenerase en sectarismo gregario ni en liderazgo político, algo que Jesús evitó siempre. No estaba él a favor del mesianismo político que sus contemporáneos judíos anhelaban. 2. Persona y comunidad. Una nota característica del contacto del Señor con sus discípulos y seguidores fue la personalización. Por algo dijo él de sí mismo: "Yo soy el buen pastor, que conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí" (Jn 10,14). Así evita el gregarismo anónimo de la masa y da forma al concepto de pueblo de Dios, no acéfalo, sino organizado en la corresponsabilidad y presidido por los pastores, vicarios de Cristo mismo. "Fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente y sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera en santidad... Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo... Su condición es la libertad y la dignidad de los hijos de Dios..., su ley es el mandamiento nuevo del amor... y su finalidad dilatar el reino de Dios" (LG 9). Las pequeñas comunidades de la cristiandad primera son hoy macrocomunidades, naciones enteras, cientos de millones de hombres y mujeres que, bautizados en el nombre de Jesús, se declaran cristianos. Por eso, a nivel de pueblo fiel, la Iglesia puede dar la impresión de ser una gran masa sociológica. 309

Pero ¿es la pertenencia a la comunidad eclesial un mero dato sociológico? Desgraciadamente, en bastantes casos la anexión a la Iglesia por el mero hecho de haber nacido en familia y país cristiano y ser bautizado como tal, no pasa de ser una pertenencia puramente socioreligiosa sin compromiso personal. Sin embargo, sería muy pobre el quedarnos en un cristianismo tan sólo heredado y cultural. 3. Urgencias de la misión hoy día. Llegados a este punto, no podemos soslayar los interrogantes que una conciencia misionera nos plantea hoy día: ¿Va de acuerdo con esa imagen social el testimonio visible de fe individual y comunitaria? ¿Somos conscientes de que la comunidad eclesial es esencialmente misionera, como heredera que es de la misión de Cristo? ¿Somos los creyentes los pioneros de la justicia, del amor liberador, de la fraternidad universal y de los derechos humanos? En una palabra: ¿Testimoniamos nuestra fe en la persona y el evangelio de Cristo mediante un compromiso personal y colectivo? Hay situaciones en que no podemos ocultar la lámpara bajo el mueble, porque requieren la luz y la sal, la valentía audaz del creyente, el testimonio y la presencia pública de la fe, del amor evangélico y de la solidaridad humana; y no sólo como individuos, sino también comunitariamente. Definitivamente, hemos de pasar de masa amorfa y sociológica a pueblo de Dios, comprometido con la misión evangelizadora de Jesús. Lo mismo que necesitamos buenos pastores, hacen falta también comunidades y cristianos adultos, conscientes, responsables, bien formados y libremente comprometidos con el evangelio de Cristo y con el servicio al reino de Dios. Y esto a pesar de las sombras y fallos humanos, casi inevitables, de toda comunidad creyente. Así verá el mundo que "una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros" (2Cor 4,7). Señor, tú que cuentas el número de las estrellas y pusiste nombre a cada una, nos conoces personalmente y te dignaste llamarnos a tu pueblo, la Iglesia Nuestra vocación no es ser islas perdidas en el océano, sino personas en comunidad que se salvan en racimo. Porque tú, Señor, eres nuestro pastor, nada nos falta; nos preparas una mesa abundante y nuestra copa rebosa. Tú nos alimentas con tu pan e instruyes con tu palabra. Nos has confiado una misión de luz y testimonio; y nuestra alegría es caminar por tu ley y tus mandatos. ¡Bendito seas por siempre, Señor Dios nuestro!

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Lunes: Quinta Semana Me 6,53-56: Curaciones en Genesaret.

EN CONTACTO CON JESÚS 1. Nivel religioso de la enfermedad. El texto evangélico de hoy es un resumen de la actividad curativa de Jesús por tierras de Genesaret, a orillas del lago del mismo nombre o mar de Galilea. Después de la primera multiplicación de los panes que reseña Marcos, los discípulos embarcaron hacia Betsaida; pero el viento los arrastró hacia Genesaret, mientras Jesús, que había quedado en el monte orando, se les unía durante la noche, caminando sobre el agua. Apenas desembarcados en Genesaret, "se pusieron a recorrer toda la comarca. Cuando la gente se enteraba de dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. Y en la aldea, pueblo o caserío adonde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos". Excepcionalmente, este sumario no dice que Jesús predicara. En el gesto de los enfermos tocando el manto de Jesús aparece algo más que la necesidad de liberarse de una limitación física. Para los contemporáneos de Cristo la enfermedad tenía significado religioso, pues se la veía como efecto del pecado personal del enfermo o de sus padres, cuya maldad pagaban los hijos. Huelga decir que solamente Dios podía devolver la salud, perdonando el pecado. Por eso Jesús, al sanar a los enfermos, a veces les decía: Tus pecados quedan perdonados. Aun para el hombre actual, a pesar de los avances espectaculares de la medicina, la salud y la enfermedad superan el mero nivel físico y médico, para entrar en la esfera de lo trascendente, casi religioso, como parte del misterio tremendo y fascinante de Dios y de lo sagrado, que sobrepasa la vida misma. De ahí el aura de respeto y prestigio que entre la gente sencilla tiene el médico, pues su profesión toca lo más sagrado y personal que tienen el hombre y la mujer: su salud y su vida. Cuando una enfermedad azote de la humanidad llega a ser vencida, ya han surgido otras nuevas y desconocidas. La salud y la vida siguen y seguirán siendo don de Dios y parcela de su providencia. Sublime vocación la del personal sanitario: colaborar con Dios en el servicio a la vida del hombre. 2. En contacto con la fuerza del Reino. Repetidas veces relacionó Jesús las curaciones de enfermos con la venida del reino de Dios al mundo de los hombres; según él, las sanaciones eran signos de libera311

ción unidos y equiparables al anuncio del evangelio. Así lo hizo en la sinagoga de Nazaret cuando se autoaplicó el texto del profeta Isaías, como el ungido por el Espíritu de Dios para anunciar la buena noticia a los pobres, para dar vista a los ciegos y libertad a los oprimidos (Le 4,18s). Igualmente, a las curaciones se remite Jesús en su respuesta al Bautista, que desde la cárcel le envía emisarios preguntándole por su identidad mesiánica: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En aquel momento Jesús curó a muchos de enfermedades, y achaques y malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Le 7,20ss). Aunque un poco teñido de magia, el gesto de los enfermos queriendo tocar el manto de Jesús para curarse alcanzaba un nivel religioso de fe. Su intención era entrar en contacto con el poder sobrenatural del rabí de Nazaret, en quien, según decía la gente, actuaba la fuerza de Dios. Era un primer paso desde la religiosidad natural a la fe; pues con la fe, como condición previa, estaban estrechamente relacionados los milagros de Jesús, signos de la salvación que el Reino traía a los humanos. "Los lectores cristianos de este evangelio deben convencerse de que es necesario tocar a Jesús en un sentido más profundo del que lo hicieron los galileos; es decir, se debe creer en él como el mesías prometido, que reúne al pueblo de Dios y que es verdaderamente el Hijo de Dios" (R. Schnackenburg). Todo esto porque la fe es un encuentro personal con Dios a través de Jesús, pues Cristo es el lugar y sacramento visible de ese encuentro con Dios. Por eso no hay otro camino sino, mediante la fe, "tocar" primero a Jesús, imagen del Padre y su palabra hecha hombre. Gloria a ti, Dios Padre, señor de la vida, en cuyas manos está el destino de los hombres, porque Cristo se compadeció de nuestra fragilidad dando vista a los ciegos, alegría a los tristes, libertad a los oprimidos y esperanza a los pobres. Con estos signos de liberación, sus milagros, que él unió y equiparó al anuncio de la buena nueva, hacía presente la salvación universal de tu Reino. Permítenos, Señor, contactar contigo mediante la fe, para ser curados de nuestra ceguera y nuestro pecado y poder cantar para siempre tu alabanza. Amén.

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Martes: Quinta Semana Me 7,1-13: Las tradiciones judías.

TRADICIONES QUE NO SIRVEN 1. Algunas tradiciones judías. El pasaje evangélico de hoy refleja una discusión de Jesús con los fariseos sobre las tradiciones judías, de las que se mencionan dos en particular: las purificaciones y el corbán. El juicio de Jesús sobre ellas tiene aplicación a todo el conjunto de tradiciones. El tema viene introducido por un grupo de fariseos y algunos letrados o escribas venidos de Jerusalén, que le preguntan a Jesús con intención de acusarlo: "¿Por qué comen tus discípulos con manos i impuras?" "Manos impuras" quiere decir sin lavárselas. Tal detalle no era para los judíos mera cuestión de higiene, sino que tenía sentido religioso de pureza legal. Lo que en la ley mosaica sólo obligaba a los sacerdotes en el servicio del templo se hizo extensivo a todos, debido a una tradición rabínica. Así se evitaba la posible impureza legal contraída en el contacto callejero con pecadores e impuros. La respuesta de Jesús es un contraataque: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Partiendo de aquí, les muestra a continuación con un ejemplo concreto cómo hay tradiciones que anulan los mandamientos de Dios. Tal era el caso de la práctica del corbán. El decálogo de Dios, en su cuarto mandamiento, obliga a los hijos a mantener a los padres en caso de necesidad. Pero según una tradición rabínica, pronunciando la fórmula de juramento "corbán" (ofrenda, en arameo) sobre los propios bienes, éstos quedaban consagrados al templo de Dios. Artimaña casuística y ficción cultual que permitía al individuo retener la posesión de lo suyo y le eximía de ayudar a sus padres. De ahí la acusación de Jesús: Con esa tradición que os transmitís invalidáis la palabra de Dios, que es mucho más importante que vuestras tradiciones. Y concluye: "Como éstas, hacéis muchas". 2. Por una religiosidad auténtica. Jesús apela a una religiosidad auténtica. Toda tradición humana que desvirtúa un mandamiento divino es falsa e inservible, por muy intocable que la crean los conservadores. Porque lo que tiene la primacía absoluta es el "hágase tu voluntad" del padrenuestro. Jesús dijo también: "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt 7,21). 313

Cumplir la voluntad divina es el único medio y camino seguro que tenemos para entrar en comunión con Dios mediante una religión verdadera, porque así demostramos que creemos en él y lo amamos. Pues bien, para conocer la voluntad de Dios hemos de escuchar a Cristo, que es su palabra y nos habla en el evangelio y con su vida. En definitiva, lo que rechaza Jesús es el formalismo en que había degenerado la religión en manos de escribas, fariseos y rabinos. Jesús no va contra la ley mosaica ni contra el valor de la tradición auténtica, que no es agua estancada, sino corriente viva. Lo que denuncia él es el ardid hipócrita que prima la tradición humana sobre la ley del Señor. Cristo cumplió fielmente la ley mosaica, pero en su doctrina demostró una apertura y libertad que presagiaba el fin de la misma. Por eso no puede menos de condenar las tradiciones muertas que suplantan el espíritu de la ley y lo convierten todo en objeto intocable de museo. En la página evangélica de hoy, además de una situación concreta vivida por Jesús y orientada por él a la instrucción de sus discípulos, se refleja también un peligro que tuvo la primitiva comunidad judeocristiana: aferrarse a las tradiciones de su pasado judío, sin asimilar plenamente la novedad del cristianismo como religión en espíritu y en verdad, según dijo Cristo a la samaritana (Jn 4,23). Así cerraban sus puertas a los no judíos o, al menos, dificultaban la convivencia. Sería triste sustituir hoy las abluciones y tradiciones de los fariseos, sus ayunos y largas plegarias, por las velas de lampadario y el agua bendita, los escapularios y las peregrinaciones, las procesiones y las cofradías, las medallas y los primeros viernes, las ceremonias y las vigilias. Quiero explicarme: no se equipara ni se condena aquí cualquier manifestación tradicional de religiosidad popular, que se debe estimar en su justo valor. Lo que se nos pide es una revisión constante de nuestras prácticas de piedad para no incurrir en formalismos vacíos de espíritu y compromiso cristiano, para verificar su validez y para salvaguardar su autenticidad.

Miércoles: Quinta Semana Me 7,14-23: Lo que sale de dentro, del corazón.

LA FUENTE DEL CORAZÓN

El nos enseñó a cumplir tu voluntad en nuestra vida para evitar que la hipocresía nos endurezca el corazón con la falsa seguridad del egoísmo.

1. Lo que brota del corazón. El tema evangélico de hoy: doctrina de Jesús sobre lo puro y lo impuro, continúa la crítica que ayer hacía él de las tradiciones judías. Es una aplicación práctica de la religiosidad auténtica. Así da Jesús cumplida respuesta a la pregunta de los fariseos: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras, es decir, sin lavárselas? Si proceden así mis discípulos, viene a decir él, es porque "nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro", lo que sale de su corazón y su conciencia. En la historia de las religiones hay muy pocos principios religiosos tan fecundos como éste de Jesús porque, al mismo tiempo que interioriza la vida religiosa, establece un pilar básico de la moral: la conciencia del hombre como fuente de moralidad. Como otras veces, a petición de sus discípulos, Cristo les explica en privado la pequeña parábola que ha usado: "Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro", porque no entra en el corazón, sino en el estómago, y es desechado. El pasaje puede parecer uno de los más prosaicos del evangelio, pero no deja lugar a dudas. De ahí el comentario del evangelista, sacando la consecuencia de lo dicho por Jesús: "Con esto declaraba puros todos los alimentos", punto importante para sus lectores. "Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón de la persona, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo y frivolidad". Lista de trece productos viciados por defecto de fábrica, que es el corazón, y que nos recuerda otra lista que, con sabor helenístico, da san Pablo enumerando las obras de la carne (Gal 5,19ss). Con su enseñanza sobre lo puro e impuro Jesús reconoce que todo participa de la bondad inicial de la creación (1.a lect., año impar). Las cosas no son puras o impuras, sagradas o profanas, en sí mismas, sino a través del corazón del hombre, a cuya libertad queda el mal o buen uso de ellas en referencia a Dios.

Danos, Señor, el amor que supera la letra de la ley y va más allá en la generosidad de la respuesta. Con tu palabra descúbrenos el mundo nuevo de la fe, para que te demos el culto de la vida que tú prefieres: religión en amor y libertad, en espíritu y en verdad.

2. El escándalo de los fariseos. El evangelio de Jesús venía a establecer un nuevo orden de prioridades: el corazón, es decir, el centro de la persona, abierto a Dios. Algo que no comprendían los fariseos, quienes se escandalizaron de las palabras de Cristo, que los llamó "ciegos, guías de ciegos" (Mt 15,12ss).

Hoy te bendecimos, Padre, por Jesucristo, tu Hijo, que manchó sus pies con el polvo de nuestros caminos, se sentó a nuestra mesa y comió el pan de los pecadores.

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Pero ¿quiénes eran los fariseos? Debido a las polémicas de Jesús con ellos, nosotros identificamos fariseo y fariseísmo con "hipocresía". Puede resultar una calificación simplista. El movimiento fariseo del tiempo de Jesús, a pesar de los fallos que él denunció, tenía valores innegables por su piedad y observancia fiel de la ley. La secta de los fariseos ("separados", en hebreo) era un grupo virtuoso de laicos de base, sin aspiraciones de poder; creían en la resurrección de los muertos, no se contaminaban con los pecadores y aceptaban como Escritura no sólo la Tora o el Pentateuco, sino también las tradiciones rabínicas (la Mishná). Todo esto los distinguía de los saduceos, que eran grupo de élite, ricos y materialistas, pertenecientes a la nobleza y la clase sacerdotal; negaban la resurrección, así como la existencia de los ángeles, no admitían más Escritura que la Tora y buscaban el poder colaborando con los romanos. Los escribas o letrados, cuya función era interpretar la ley mosaica, pertenecían tanto a un grupo como al otro. El fallo de los fariseos fue dar prioridad a la ley sobre el amor, a la norma sobre la persona, a las prácticas rituales sobre las actitudes morales; todo lo cual los llevaba, aun sin buscarlo, a la hipocresía religiosa, separando el amor a Dios del amor al prójimo. Algo que Jesús unirá indisolublemente; y ésa es la originalidad de su doctrina y de la religión fundada por él, el cristianismo. La polémica con los fariseos continuó en el seno de las primeras comunidades cristianas. Frente al fariseísmo automeritorio, san Pablo, que había sido fariseo, acentuará vigorosamente la gratuidad de la salvación de Dios para todos medíame la fe en Cristo. El fariseísmo es "el peligro permanente que amenaza a todo espíritu religioso cuando condiciona la propia búsqueda de Dios a la práctica de una ley" (X. Léon-Dufour). No obstante, la libertad interior que nos da la ley de Cristo, ley del Espíritu, no viene a legitimar el laxismo, sino que es exigencia de mayor fidelidad en la respuesta personal del corazón a Dios. Gracias, Padre, porque Cristo vino a liberarnos del fariseísmo, esclavo de la letra de la ley, y estableció un nuevo orden religioso que une amor a ti y al hermano, y prima la persona sobre la norma, el amor sobre la ley, el corazón sobre lo de fuera. Danos, Señor, un corazón nuevo, limpio y recto; así toda nuestra vida cambiará por completo y recuperaremos la pureza original de nuestra imagen a tu semejanza, tal como salió de tus manos creadoras. Y haz que la libertad interior que Cristo nos ganó estimule en nosotros una respuesta más fiel a tu amor. 316

Jueves: Quinta Semana Me 7,24-30: Una sirofenicia intercede por su hija.

LA FE NO TIENE NACIONALIDAD 1. Porfiando con Cristo. Concluida la polémica de Jesús con los fariseos sobre las abluciones y la pureza legal, viene ahora en el texto de Marcos el episodio de la mujer sirofenicia (cananea, según Mt 15,22), intercediendo por su hija enferma ante Jesús, que se encuentra en la región fenicia de Tiro (hoy Líbano). La colocación del episodio en este contexto es un acierto, pues esta mujer pagana prefigura la superación del legalismo farisaico sobre lo puro y lo impuro. Además, su actitud demuestra que lo que cuenta ante Dios no es tanto la fidelidad a la ley cuanto la fe. Es ésta precisamente la que le consigue el favor de Jesús, cuya actuación señala el final de un monopolio: el que creían tener los judíos respecto de la salvación de Dios. Pero la fe y la salvación no tienen nacionalidad. En el diálogo de Jesús con la sirofenicia se establece un pequeño duelo verbal que acaba ganando la mujer. Cuando ésta le ruega que eche al demonio de su hija, le responde el Señor: "Deja que coman primero los hijos. No está bien echar a los perrillos (los paganos) el pan de los hijos (los judíos). Pero ella replicó: Tienes razón, Señor; pero también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños". Ante tan ingeniosa respuesta, que expresa una fe indesmayable, Jesús tuvo que ceder: "Anda, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". 2. La condición para entrar. El rodeo evasivo que Cristo dio en su respuesta a la sirofenicia avisa de lo difícil que resulta a veces asumir la universalidad del mensaje de salvación, que no conoce fronteras de cultura, lengua, nación, raza y color. El evangelista muestra, ya en vida del Señor, el acceso de los paganos a la mesa donde se parte el pan para todos los hijos de Dios. Lo cual tiene que ver, sin duda, con la situación creada en la primitiva comunidad cristiana, de origen judío, que se vio impulsada por el Espíritu a abrir sus puertas a los gentiles. Un ejemplo de estas tensiones iniciales se ve en el libro de los Hechos de los apóstoles, cuando Pedro recibió en la Iglesia a la familia del centurión romano Cornelio, y luego hubo de explicar su conducta ante la comunidad de Jerusalén, que acabó por aceptar gozosa la apertura misionera del evangelio a los paganos. Máximo exponente de esta apertura fue el apóstol Pablo, que en sus cartas repetirá machaconamente, frente a los "judaizantes", que el billete de entrada y la única condición para la pertenencia al nuevo 317

pueblo de Dios es la fe en Cristo. "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendientes de Abrahán y herederos de la promesa" (Gal 3,26ss). 3. La oración de la fe. Desde siempre, en la mujer sirofenicia se ha visto un modelo acabado de fe y oración unidas, es decir, de fe suplicante. Esta su fe aparece con un fuerte relieve personal: fe centrada en la persona de Jesús, a quien llama "Señor" (título posterior de la fe pascual), fe dinámica y orientada a la liberación del prójimo, su hija en el caso. Por otra parte, su oración reúne las condiciones que Cristo quiso para la misma: fe, confianza y perseverancia sin desmayo. La grandeza de su fe suplicante radica en su actitud personal, como reconoce Jesús; pues se abre con pobreza de espíritu a la salvación de Dios, a su voluntad, a la primacía de su Reino y su justicia y, simultáneamente, al bien del otro. Fe y oración deben ir unidas en nuestra vida, ya que ambas son expresión fundamental de la religión cristiana y mutuamente se potencian con el ejercicio personal y comunitario de las mismas. La fe es la actitud básica del creyente, la condición constitutiva e indispensable, lo primero de todo, como se concluye del evangelio de hoy; porque es nuestra respuesta a la oferta de amor y salvación de Dios. La oración, a su vez, evidencia la presencia y vitalidad de la fe en el diálogo del hombre con Dios, es decir, del hijo con el Padre; y la proyecta a la vida en el compromiso temporal y en la conducta social del creyente, que no se contenta con pedir anhelante la venida del reino de Dios al mundo de los hombres, sino que además presta su colaboración para acelerar tal venida. Es justo alabarte, Dios de todos los pueblos, porque tu amor no tiene fronteras de raza, color, lengua, cultura, sexo, clase y nacionalidad. Cristo abrió las puertas de tu Reino a unos y otros, y en su mesa parte para todos el pan de tus hijos. Nosotros, tu pueblo, debemos hacer lo mismo porque tu Iglesia es sacramento universal de salvación. Manten, Señor, a nuestra comunidad en esta tarea de compartir tu pan con todos los pobres del mundo. Y enséñanos hoy a unir fe y oración, oración y vida, para que podamos alabar por siempre tu nombre. Amén.

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Viernes: Quinta Semana Me 7,31-37: Curación de un sordomudo.

LOS PREFERIDOS DE DIOS 1. "Effetá", ábrete. Como vemos por el evangelio de hoy, la salvación mesiánica sigue actuando más allá de las fronteras de Israel. Jesús se encuentra en la Decápolis, adonde ha llegado desde Tiro y Sidón, dando un largo rodeo por Galilea. Allí cura a un sordo que, además, apenas podía hablar. Relato paralelo al del ciego de Betsaida (Me 8,22ss). Los tres tiempos habituales en la narración de milagros están perfectamente marcados: situación del enfermo, curación por Jesús y reacción de la gente. En este caso cobran un realce especial el segundo y tercer tiempos. Del enfermo sólo se dice que es sordomudo. No se menciona, como otras veces, su fe mediante palabras o gestos; si bien es cierto que, tratándose de un sordomudo, se explica fácilmente su pasividad. La fe la demuestran sus familiares o amigos que se lo presentan a Jesús pidiéndole que le imponga las manos. El proceso de curación, en cambio, se describe con más detalle de lo habitual, con una atención muy personal de Jesús al enfermo, como buen médico que era. "Apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos, y con la saliva le tocó la lengua", porque en la saliva se veían propiedades curativas. Estos gestos de Jesús coinciden con las descripciones helenistas de los curanderos y taumaturgos de la época. Pero tienen un carácter distinto, "sacramental" diríamos, porque realizan lo que significan: la apertura de los oídos y la soltura de la lengua. Esto daría pie a leer este evangelio en clave litúrgica, es decir, en relación con el primitivo ritual de la iniciación cristiana, en especial con el bautismo, en el que también se ungían los sentidos del catecúmeno, con la imposición de las manos y el rito del "effetá". A pesar de su aparatosidad, tales gestos de Jesús estaban exentos de toda intención mágica. Pero hemos de ser realistas. Jesús está actuando entre paganos y para un hombre que no oye ni habla; se necesita un lenguaje táctil, como al curar a un niño. Si exterioriza tanto es porque no puede limitarse a una simple orden. Pero además el Señor añade otros gestos que superan el nivel físico: "Mirando al cielo, suspiró y le dijo: 'Effetá' (esto es, ábrete)". Así expresaba, por una parte, su comunicación con Dios y, por otra, la conmoción de su espíritu por su profunda solidaridad con la limitación y miseria humanas. La orden de Jesús: "ábrete", tuvo efecto inmediato: 319

"Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad".

Sábado: Quinta Semana Me 8,1-10: Segunda multiplicación de los panes.

2. La esperanza de los pobres. La respuesta de la gente resalta el entusiasmo de los paganos por Jesús, que supera con mucho la adhesión de los judíos en situaciones similares. Haciendo caso omiso del silencio que Jesús les impone, "en el colmo de su asombro decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos". En este final hay dos referencias viejotestamentarias. Primera: Después de la creación, "vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno" (Gen 1,31). Jesús acababa de realizar una nueva creación: el nacimiento del sordomudo a una vida nueva. Su palabra eficaz, como Dios que era, no quedó vacía sino que consiguió lo que él quiso: Ábrete a la vida, al hombre nuevo, a la comunicación con los demás; libérate de tu marginación y tu desesperanza. La segunda referencia tiene sabor profético: "Vuestro Dios vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,4ss). Con Jesús ha llegado la era de la salvación mesiánica, anunciada por los profetas. Así interpretó él sus milagros: como signos de liberación que avalaban su anuncio del Reino. Desde entonces la evangelización debe unir a la palabra el compromiso liberador. En la sanación del sordomudo por Jesús comienza a ser realidad la esperanza de los pobres, tal como lo anunciaba ocho siglos antes de Cristo el Primer Isaías. La predilección de Dios por los pobres, los marginados y los oprimidos es una constante en la revelación bíblica, desde los profetas hasta Jesús de Nazaret. Cristo tomó partido por los pobres, los desvalidos, los pecadores y los desheredados. Siempre estuvo en medio de ellos, como uno más, y les dedicó la primera de sus bienaventuranzas: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Le 6,20). Bendecimos tu nombre, Señor Dios Padre, porque colmas la esperanza de tus preferidos, los pobres. Cristo es quien abre nuestros oídos a tu palabra y suelta nuestra lengua de mudos que no te cantan ni hablan a los demás de ti y de tus maravillas. Tócanos, Señor, con el soplo creador de tu Espíritu y renuévanos en la fe de nuestro bautismo. Así naceremos de nuevo como hombres y mujeres libres, cuya vida y labios confiesan a Cristo como Señor. Pronuncia tu nombre de Padre sobre nosotros y conviértenos en hijos tuyos para siempre. Amén. 320

EL PAN DE LA FRATERNIDAD 1. También los no judíos. En el evangelio de hoy Marcos relata una segunda multiplicación de los panes por Jesús en tierra de paganos, donde se encuentra. La primera tenía lugar dentro del territorio de Palestina (6,3 5ss). Es común sentir que ambos relatos se refieren a un mismo y único episodio, que en un principio circuló en dos tradiciones distintas, una palestinense y otra helenista, y que fueron recogidas por Marcos sin sincronizarlas. La pregunta de los discípulos: "¿De dónde se puede sacar pan aquí, en despoblado, para que se queden satisfechos?", sería inexplicable si acabaran de presenciar otra multiplicación. Jesús subraya el hambre de la multitud cuando dice a sus discípulos: "Me da lástima de esta gente; llevan tres días conmigo y no tienen qué comer. Si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos". El agravante de la distancia es un dato que tiene proyección teológica. "Los de lejos" es expresión bíblica referida tanto a los judíos de la diáspora como a los gentiles; y aquí se aplica a los paganos que se encuentran entre la muchedumbre, y a quienes va dirigida en especial la acción de Jesús. El milagro de los panes, como el maná del desierto, es un signo que prefigura la eucaristía que Cristo instituyó la víspera de su pasión con los mismos gestos y lenguaje de la multiplicación (ICor ll,23s). Pero también es un signo de la convocatoria universal a la salvación mesiánica y al banquete del reino de Dios por medio de Jesús. Así aparece especialmente en esta segunda multiplicación ante paganos: también los no judíos están invitados y son admitidos. En la mesa de la eucaristía, aquí prefigurada, ese pan compartido por los pobres será el cuerpo de Cristo que da vida eterna al que lo come. Así lo explicó Jesús en el discurso del pan de vida que, según el evangelista Juan, pronuncia en la sinagoga de Cafarnaún al día siguiente de la multiplicación de los panes (6,51). 2. Comunión con los hermanos. Para ser completas, la celebración y la comunión eucarísticas han de tener dos direcciones unidas: vertical la una y horizontal la otra, expresadas virtualmente en la misma condición del pan, que es vehículo de comunión religiosa con Dios y con los hombres. La eucaristía, la misa, es el memorial que actualiza la cena del Señor, y lo lógico y normal es participar en ella comulgando; además, como condición de vida, según Jesús: "Si no coméis la carne 321

del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53). A esta dimensión, llamémosla "vertical", de la comunión eucarística (ver viernes de la tercera semana de pascua) hay que añadirle una proyección horizontal para que sea plena. La comunión sacramental pide la comunión con los hermanos, con la comunidad eclesial que celebra la eucaristía y que también es el cuerpo místico de Cristo. "El cáliz de nuestra acción de gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan" (ICor 10,16s). Por eso la eucaristía es signo de la unidad eclesial. Pero, por desgracia, con demasiada frecuencia nuestras celebraciones eucarísticas, nuestras misas, no pasan de ser mera yuxtaposición de personas, sin llegar a ser reunión de hermanos y amigos que comparten todo: el pan, la fe, la esperanza, el amor y la vida. Así resultan deficitarias en humanidad y calor afectivo. Es triste constatar que hay más apertura, conocimiento e intimidad personales en muchos encuentros, convivencias, grupos y sociedades de diversa índole. El pan es vehículo de comunión entre los hombres, como símbolo por excelencia del trabajo humano, del sustento y del compartir. Eso es lo que le da su grandeza. El pan es la mesa compartida en los momentos felices y aciagos, pero fraternales y solidarios. El pan compartido, especialmente con el pobre, es además un gesto casi sagrado, expresión de piedad y religión auténticas. Todo esto lo incorpora y lo trasciende la comunión eucarística, la mesa fraterna del altar, donde el pan que se comparte es el cuerpo del Señor. La celebración y la comunión eucarísticas, dominicales o diarias, más que una devoción privada son acción comunitaria. Por eso, si son auténticamente vividas, fomentan un cristianismo fraternal, una fe liberadora y un compromiso social. Te bendecimos, Padre, al ver el corazón de Cristo compadeciéndose de la gente extenuada y hambrienta y repartiendo en abundancia el pan a los pobres. El invita a su mesa eucarística a todos tus hijos, como hermanos que comen el mismo pan familiar. Nosotros queremos celebrar tu cena, Señor, con un corazón abierto al amor y la fraternidad, compartiendo nuestra fe, pan y vida con los hermanos, especialmente con los más pobres de bienes y derechos. Danos, Señor, hambre del pan de vida que eres tú, y sacíala definitivamente en el banquete de tu Reino. 322

Lunes: Sexta Semana Me 8,11 -13: Los fariseos piden un signo.

LA SEÑAL MENOS ESPERADA 1. Pidiendo credenciales a Jesús. La página evangélica de hoy refleja bien la incredulidad de los fariseos respecto de Jesús y su misión. A pesar de tantos milagros como ha hecho ya, e incluso después de la asombrosa multiplicación de los panes, los fariseos le piden todavía una señal del cielo para creer en él. Tal petición evidenciaba una irremediable falta de fe, por ceguera voluntaria. ¿Qué señal pedían los fariseos? Sin duda un portento cósmico o apocalíptico que acreditara de forma contundente a Jesús, lo mismo que a los grandes profetas de la historia de Israel: Moisés, Samuel, Elias y Elíseo. Si él era el mesías, tenía que demostrarlo de manera aplastante y triunfal. Pero Cristo no acepta el desafío y se niega en redondo a dar una señal espectacular, mientras se lamenta de su generación. Este último término adquiere en labios de Jesús un matiz condenatorio, bien explícito en el pasaje paralelo de Mateo: "generación perversa y adúltera", es decir, malvada e infiel a la alianza con Dios (12,39). No obstante, según Lucas, Cristo promete una señal: "Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación" (11,30). Y en Mateo explica la señal: "Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (12,40). Alusión a su muerte y resurrección. Poner a prueba a Jesús es la intención de los fariseos al pedirle sus credenciales. Es la vieja y clásica actitud del hombre que tienta a Dios, como la generación del Éxodo. También en el desierto le pedía Satanás a Cristo una demostración clamorosa de mesianismo terreno. Más todavía, mientras Jesús moría en la cruz, sus enemigos repetirán el estribillo: Si es el Hijo de Dios y el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Jesús estaba dando el máximo signo de Dios: un amor hasta la muerte; pero nadie lo entendía. 2. Una señal inesperada. Los signos del Reino que Jesús aportaba no convencían a los fariseos y maestros judíos porque, según ellos, el reino rnesiánico no podía identificarse con la liberación de los pobres, los enfermos y los marginados de la salvación: pecadores, publícanos y paganos. El Reino que inauguraría el mesías debía ser tan avasallador que silenciara para siempre a los enemigos de Israel. Por tanto, la señal que ahora piden a Jesús debía ser de una fuerza deslumbrante. Si fracasaba, no era más que un pobre iluso como tantos otros. 323

Todo eran cálculos humanos. El signo que Dios Padre iba a dar del reino mesiánico será el menos esperado: la humillación suprema de su Hijo, que por obediencia a su plan de salvación muere en una cruz, resucita al tercer día y es exaltado sobre toda la creación. Todo esto habla un lenguaje desconocido para los enemigos de Jesús: el amor de Dios al hombre, hasta el punto de entregarle a su propio Hijo. Solamente en él habrá salvación. Desde entonces el amor y la cruz gloriosa de Cristo serán las señales del cristiano ante el mundo. En nuestro tiempo hay también quienes, viviendo todavía en un estadio primitivo de religiosidad natural, que no fe, reclaman y saludan alborozados algunos hechos accidentales y periféricos como signos de Dios: apariciones milagrosas y prodigios exóticos que movilizan multitudes de incautos y creyentes de ocasión. Es la milagrería parapsicológica como sucedáneo de la fe verdadera. En el polo opuesto están otros que, leyendo el evangelio en clave socializante, quieren ver en la Iglesia de Cristo actitudes radicales y signos espectaculares para la liberación de los oprimidos por la vía de la violencia revolucionaria. Ninguno de ésos fue el estilo de Jesús. Si él anunció el Reino y realizó signos y milagros, nunca buscó deslumbrar a las masas, sino liberar al hombre de la ignorancia, el pecado, la enfermedad y la muerte. Ésas fueron las credenciales de Jesús y de sus discípulos cuando los envió en misión pobre, sin más equipaje que su palabra. Lección siempre válida para una Iglesia misionera que busca servir al hombre y no acaparar puestos, prestigio y honores. Una comunidad cristiana que confiara demasiado en los medios económicos y en las influencias sociales demostraría que su fe se ha debilitado, porque no se fía plenamente del Espíritu de Jesús. Gracias, Padre, porque nos diste a Jesús, tu Hijo, que en su misterio pascual de muerte y resurrección es el signo personal de tu amor hacia nosotros. Él nos mostró sobradamente que tú nos amas. Su persona, su vida, su palabra y su pan son para nosotros la señal perenne de tu elección. En respuesta, tú quieres un amor libre, de hijos, no de esclavos abrumados por el peso de tu poder. Líbranos, Señor, de la tentación de pedirte pruebas de tu ternura para creer y convertirnos; y danos un corazón nuevo para alabarte por siempre.

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Martes: Sexta Semana Me 8,14-21: La levadura de los fariseos.

LA VIEJA LEVADURA 1. Olvidadizos y, además, obtusos. En el pasaje evangélico de hoy se combina un aviso de Jesús sobre la levadura de los fariseos con un fuerte reproche a sus discípulos por no haber comprendido la precedente multiplicación de los panes. La ocasión se la da el hecho de haberse olvidado los apóstoles de llevar pan al embarcarse. Al decir Marcos que "no tenían más que un pan en la barca", parece querer centrar la atención en Jesús, el pan de vida. Por asociación de ideas, Cristo pasa del pan a la levadura: "Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de Herodes". En el lugar paralelo de Mateo se dice: "de los fariseos y saduceos" (16,5). Como los discípulos eran bastante romos, creyeron que se refería al olvido del pan; lo cual hizo nacer en ellos la preocupación obvia de no tener qué comer. Olvidadizos y, además, obtusos. ¿No podía solucionar su problema quien acababa de alimentar a cuatro mil personas con tan sólo siete panes? De ahí el merecido reproche de Jesús: ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? El milagro de los panes tenía como objeto alentar su fe en Jesús como mesías de Dios, pues al revelarles el secreto del reino mesiánico les descubría la personalidad de quien lo hacía presente. Pero sus mentes estaban embotadas y sus ojos ciegos, como los de los fariseos, aunque por distinta razón: los apóstoles por falta de visión atenta, y los fariseos por mala voluntad. Sin duda era doloroso para Jesús comprobar que sus discípulos, a pesar de su situación privilegiada, estaban a la misma altura de incomprensión que los demás. 2. La levadura de los fariseos. La cuestión más difícil del texto evangélico de hoy es determinar qué quiere decir Jesús con la "levadura" de los fariseos (y de Herodes). En otros pasajes de los evangelios se interpreta tal levadura como su "hipocresía" (Le 12,1) y como la "doctrina" de los fariseos y saduceos (Mt 16,12). Ambas interpretaciones parten del punto de vista judío que consideraba la levadura como principio simbólico de corrupción. Por eso la pascua israelita debía celebrarse con panes ácimos, sin levadura; igualmente la pascua cristiana, que celebra a Cristo muerto y resucitado como fermento del hombre nuevo. San Pablo escribía a los fieles de Corinto, en Grecia: "Barred la levadura vieja para ser masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la pascua, no con la leva325

dura vieja —levadura de corrupción y maldad—, sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad" (ICor 5,7s). Marcos ya ha dejado constancia de la alianza de fariseos y herodianos para eliminar a Jesús (3,6). Al hablar él ahora de la levadura de los fariseos y de Heredes conjuntamente, puesto que Heredes no era maestro de doctrina, "nos obliga a entender la levadura en el sentido de un poder corruptor común a ambos y capaz de contagiar también a los discípulos. Sólo puede tratarse de su visión nacionalista y política del mesías esperado, visión que tampoco era extraña a los discípulos y que en la presente ocasión les impide reconocer el verdadero carácter de la mesianidad de Jesús" (CB, JJJ, 106). 3. Fuerza yflaquezade la cruz. En este contexto, el aviso de Jesús sobre la levadura es una salvaguardia contra las falsas esperanzas mesiánicas de tipo temporal y triunfalista; y, al mismo tiempo, es una invitación a reconocer su auténtica mesianidad. Todo el pasaje prepara la confesión de fe en Jesús como mesías de Dios. El apóstol Pedro será el portavoz de sus compañeros (Me 8,27ss: jueves próximo). Como veíamos ayer, la tentación que repetidas veces se le sugirió a Cristo fue la del poder y la fuerza. Ésta ha sido también la tentación de la comunidad eclesial desde los tiempos del emperador Constantino hasta nuestros días. Sin embargo, "lo mismo que Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres" (LG 8,3). Tenemos que aprender bien esta lección: la flaqueza de la cruz de Cristo es la fuerza salvadora de Dios. Como decía san Pablo: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos y necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (ICor l,23s). Gracias, Padre, porque en Cristo nos revelaste que la flaqueza de la cruz es tu fuerza salvadora. Guárdanos, Señor, de la levadura de la increencia y de avergonzamos del evangelio de Jesús. Líbranos de nuestra estupidez y embotamiento. Abre, Señor, nuestros ojos, mente y corazón para captar tu cariño y responderte como tú mereces. Queremos barrer la levadura vieja y ser masa nueva, panes ácimos con que celebrar la pascua de Cristo con los hermanos, como hombres y mujeres nuevos, nacidos de tu Espíritu y de tu palabra. Amén.

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Miércoles: Sexta Semana Me 8,22-26: Curación del ciego de Betsaida.

LA ILUMINACIÓN DE LA FE 1. Iluminación gradual y progresiva. El relato evangélico de hoy es exclusivo de Marcos. Jesús cura a un ciego en Betsaida, la patria de los apóstoles Pedro, su hermano Andrés y Felipe (Jn 1,44). La estructura habitual de la narración de milagros no es observada aquí por el evangelista. Las circunstancias del enfermo se limitan a decir que es un ciego, y no se menciona la reacción de la gente. En cambio, la parte central, la curación, se describe con mucho detalle, en paralelismo con el caso del sordomudo de la Decápolis (Me 7,3 lss). Entre las semejanzas advertimos éstas: no se habla de la fe del enfermo, pero se muestra la de quienes lo traen a Jesús para que lo toque; éste lo saca de la población llevándolo de la mano, le unta con saliva los ojos y le impone las manos. Pero hay un punto que es exclusivo de esta curación: se realiza en dos tiempos. Es el único caso de los evangelios en que la sanación es gradual y no instantánea. Después de la primera imposición de manos, el ciego no distingue netamente los objetos: "Veo hombres, me parecen árboles, pero andan". Detalle que da a la narración un sello de autenticidad. Solamente después de la segunda imposición de manos ve todo con claridad. Finalmente Jesús le recomienda el habitual silencio. Lo mismo que dijimos comentando la curación del sordomudo, el "ritual" que emplea Jesús a base de signos eficaces: contacto, saliva, imposición de manos, visión paulatina y gradual, impulsó a las comunidades apostólicas a ver en esos gestos un carácter litúrgico-sacramental que se reflejó después en el proceso de la iniciación cristiana mediante la progresiva iluminación bautismal del catecúmeno. 2. Valor simbólico añadido. Es opinión común entre los biblistas que la intención del evangelista fue añadir al relato de la curación del ciego un valor simbólico, como se deduce de su colocación y de su proceso gradual. Respecto de la ubicación del episodio en el evangelio de Marcos, recordemos que la primera etapa del ministerio de Jesús en Galilea concluye con la animadversión de fariseos y herodianos hacia él (3,6); la segunda, con el rechazo de sus paisanos de Nazaret (6,6), y la tercera, en cuyo final estamos, la llamada "sección de los panes" por las dos multiplicaciones que reseña Marcos, corre el peligro de terminar con el embotamiento del corazón de los discípulos, según les reprochaba ayer Jesús: "¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? ¿No 327

acabáis de entender?" Sólo Jesús podrá curar su ceguera; y lo hará de manera gradual. Eso es lo que insinúa también la curación progresiva del ciego de Betsaida, en quien vemos simbólicamente el itinerario de la fe de los apóstoles. Para la plena comprensión de la persona y misterio de Cristo los discípulos necesitarán también, como el ciego, un proceso gradual de iluminación. Así entenderán, en primer lugar, que Jesús es el mesías de Dios, como dirá Pedro en su confesión de fe; y, en un segundo paso, verán qué clase de mesías es él, el siervo paciente del Señor y no el triunfador político que ellos se imaginaban (evangelio de mañana). 3. El itinerario de la fe. La fe tiene un itinerario que nosotros, como los apóstoles, hemos de recorrer progresivamente y no sin vacilaciones. Entre luces y sombras, avances y retrocesos, entendiendo a veces y preguntándonos otras muchas, avanzamos en el conocimiento de Dios mediante el seguimiento de Cristo. La fe es un don de Dios, pero no un tesoro adquirido de una vez para siempre, ni una pertenencia meramente individual. Para alcanzar una fe madura y responsable hay un camino y unas etapas a seguir: 1.a Alerta ante los signos de Dios en nuestra vida personal y en el mundo; son múltiples y hay que saber leerlos. 2.a Búsqueda para encontrar y reconocer a Dios, especialmente en los signos de la pobreza; para eso habrá que afrontar penalidades y renunciar a instalarnos cómodamente. El don de la fe requiere nuestra colaboración, porque a Dios no lo tenemos asegurado, menos aún "domesticado". Por eso hay que repetir siempre con el salmista: "Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro" (Sal 27,8). 3.a Finalmente, anuncio y testimonio de la luz que ilumina nuestra vida: Cristo, el Señor resucitado. La vocación cristiana es misionera por su misma naturaleza. Por eso en nuestra conducta hemos de evitar también a toda costa la degradación de la sal y la levadura, a fin de ser luz de Cristo para los demás. Bendito seas, Padre nuestro, Dios de la luz, porque en el bautismo nos diste el don de la fe, abriendo nuestra vida a tu misterio indecible. Somos ciegos que se ignoran, que creen ver, pero que tropiezan, Señor, por todos los caminos. Vamos buscando tu rostro a tientas en la noche, perdidos en la niebla de las dudas y vacilaciones. Tócanos, Señor, y llévanos de la mano con cuidado. Ilumínanos con la luz de Cristo y de tu Espíritu, haciéndonos transparentes como Jesús, para obrar el bien y caminar como testigos de tu amor. 328

Jueves: Sexta Semana Me 8,27-33: Profesión de fe mesiánica de Pedro.

¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO? 1. Punto central y divisorio del evangelio de Marcos es el pasaje evangélico de hoy: profesión de fe del apóstol Pedro. Por una parte, culmina la autorrevelación de Jesús; por otra, introduce el tema del mesías sufriente que se desarrollará en los capítulos sucesivos hasta concluir con la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El pasaje tiene perfecta unidad en Marcos, más que en Mateo, que interpola aquí el primado de Pedro (16,13ss). En el texto de Marcos vemos esta progresión: a) Breve encuesta de Jesús sobre su persona, preguntando a sus discípulos qué opina la gente sobre él. El pueblo sencillo, impresionado por la personalidad, doctrina y milagros de Jesús, cree que es un profeta indiscutible. Unos lo identifican con el Bautista redivivo, otros con el mítico Elias, que ha vuelto, y otros con uno de los grandes profetas. Hasta aquí no era difícil responder. Pero Jesús va más adelante: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pregunta comprometida, decisiva. b) Profesión de fe de Pedro. Entonces, en nombre de los demás, "Pedro le contestó: Tú eres.el mesías". Solamente los discípulos eran capaces de llegar a esta conclusión, que culmina todo un proceso de autopreguntas sobre el maestro al que seguían y por quien lo habían dejado todo. Jesús acepta tácitamente esta declaración, pues les prohibe terminantemente decírselo a nadie. Una vez más, la ley del silencio mesiánico para evitar la idea de un mesías restaurador triunfal del reino político de David, según el común sentir de todo judío, incluidos los discípulos. c) Primer anuncio del mesías sufriente. A continuación Jesús instruye a los apóstoles sobre qué clase de mesianidad es la suya, muy distinta de la que ellos esperaban. Con toda claridad les predice que "el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día". ¡Sorprendente! Eso se salía de sus cálculos. d) La reacción de Pedro, que lo acaba de confesar como mesías, es de oposición frontal. Eso le valió una dura reprimenda de Jesús ante los demás: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" (sección que suprime Lucas 9,18ss). Prueba fehaciente de lo imperfecta que era su fe mesiánica. 2. Una pregunta clave y personal. De las dos preguntas que hace Jesús en el sondeo de opinión, la que más le interesa es la segunda: Y 329

vosotros, ¿quién decís que soy yo? Interrogante que sigue abierto, hoy como ayer, esperando la respuesta de cada uno de nosotros. Es la pregunta central de la religión cristiana, pues contiene el fundamento de nuestra fe y la razón de nuestra vida y conducta. ¿En quién creemos? Cuestionario que hemos de responder personalmente con absoluta sinceridad, conscientes de que en la respuesta nos va el ser o no ser cristianos, porque no se queda en lo periférico, sino que toca el núcleo de la fe y del seguimiento. La pregunta sobre Cristo admite hoy, entre otras, estas tres formulaciones desde diversos ángulos de enfoque: 1) Quién es Jesús en sí mismo: su persona, doctrina, obra y misión. 2) Quién es Jesús para mí. 3) Qué significa para el mundo actual. Para el primer interrogante bastaría una contestación teológicamente correcta; por ejemplo, la del credo, la del catecismo e incluso la de una clase de religión. El segundo apartado pide respuesta más comprometida, que supone vivencia personal; respuesta en profundidad que no se satisface con fórmulas ya hechas, sean bíblicas, como la profesión de Pedro, o de teología dogmática, cuya síntesis más completa tenemos en el credo o profesión de fe que proclamamos en la misa. Contestar satisfactoriamente al tercer punto implica además la proyección evangélica y misionera que de Cristo ofrecen la comunidad eclesial y sus miembros. La imagen de Cristo que reflejamos los cristianos es decisiva para que el mundo crea en él, al ver nuestra vida iluminada por su persona y orientada al amor servicial, comprensión y solidaridad con los hermanos, especialmente los más desfavorecidos. Necesitamos conocer a fondo a Jesús y arriarlo con pasión, sabiendo cada vez más de su persona, meditando su evangelio y hablando con él de tú a tú en la oración. Cristo vive hoy como ayer, porque es una persona viva y del presente. Pues bien, solamente desde el amor y la amistad se llega a conocer en profundidad a las personas. Señor Jesús, también hoy nos preguntas: ¿Quién decís que soy yo? ¿Quién soy para vosotros? Ante un mundo que prefiere promesas de engaño te confesamos Hijo de Dios y salvador del hombre. ¿A quién seguiremos, Señor, que no nos defraude? Solamente tú tienes palabras de vida eterna. Te creemos resucitado y vivo hoy como ayer, y estamos seguros: vives en nosotros por tu Espíritu. Concédenos conocerte a fondo por la fe y la amistad; y haz que, queriendo a los hermanos, nos entreguemos a la fascinante tarea de amarte apasionadamente. Amén.

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Viernes: Sexta Semana Me 8,34-39: Condiciones del seguimiento de Cristo.

ASCESIS LIBERADORA, NO MASOQUISMO 1. Las condiciones del seguimiento. El evangelio de hoy es una recopilación de varias máximas de Jesús, a las que da unidad la primera de ellas. Llamando a la gente y a los discípulos, les dijo: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". He aquí dos condiciones para el seguimiento de Cristo: negarse a sí mismo y cargar con la cruz. Ambas expresiones son sinónimos del verbo seguir, pues su intencipn es designar algo esencial a la vida cristiana, es decir, al seguimiento de Cristo: la adhesión incondicional a él. No son consejos para una élite, sino para todo discípulo de Jesús. Él acaba de anunciar el destino del mesías doliente, y ahora esboza la trayectoria del discípulo, que ha de ser la misma del maestro: por la muerte a la vida. "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará". La fidelidad del seguimiento llega hasta perder la vida por Cristo. Lo cual significa que tiene que haber una razón tan poderosa como la vida misma para que el discípulo la entregue por seguir a Jesús; y esa razón es la nueva vida que alcanza con él. El texto, pues, juega con un doble sentido para el término vida: corporal o terrena y espiritual o eterna. Los tres evangelistas sinópticos repiten estas máximas de Jesús en el evangelio de hoy, incluso varias veces; prueba de la importancia que les dio la comunidad primitiva como catecismo breve de la vida cristiana para el seguimiento de Cristo. La moral del seguimiento es ante todo adhesión a una persona viva. El don de Dios, su gracia y su liberalidad preceden siempre a la norma ética, a la exigencia y al precepto. Antes de pedir nada, Dios comienza siempre dando amor y salvación; después invita a la escucha y al seguimiento. Los consejos, exhortaciones y avisos de Jesús no son más que la consecuencia del anuncio de esa oferta generosa de Dios: su Reino. 2. No masoquistas, sino libres para amar. El programa de Jesús no propone la renuncia, el sufrimiento y la ascesis por sí mismos. Todo eso, por sí solo, no tendría sentido positivo, sino negativo, hasta ser incluso masoquista. El valor se lo da el seguimiento de Cristo ("por mí, por mi causa"), es decir, su persona que encarna el modelo propuesto y el éxito final prometido. Caminando a su lado, Jesús nos quiere libres para amar, como él, y nos anima a romper amarras, echar lastre por la borda, arriesgar y apostar para ganar. Todo esto nos resultará siempre más o menos oscuro y paradójico 331

e incluso absurdo, mientras no lo veamos a la luz del ejemplo que Jesús mismo nos ofreció con su vida, su entrega y su amor a nosotros que le llevó a la muerte; y sobre todo, mientras no lo veamos desde la perspectiva de la vida nueva de su resurrección, de la que nos hace partícipes por este camino de autoliberación. Él nos precedió en el programa que nos presenta de opción radical por el reino de Dios, entregando su vida para ganarla definitivamente. El seguimiento que Cristo quiere hoy de sus discípulos, del creyente, de todo cristiano, es más que la fidelidad a la práctica religiosa, con ser ésta importante. Más todavía, ese seguimiento supera la simple imitación de su estilo de vida y de sus gestos concretos, porque pide interiorizar y hacer nuestros sus criterios, actitudes y sentimientos; en una palabra, su amor generoso que crea vida mediante la muerte al egoísmo y por la renuncia al proyecto autónomo de una existencia sin Dios. El hombre actual, cual niño caprichoso y mimado en la abundancia, no aprecia valores del espíritu como la renuncia y la ascesis. Pero asumir la cruz inevitable de la vida y practicar la abnegación, como condiciones del seguimiento de Cristo, no es atentado a la personalidad, sino liberación de nuestro yo mezquino para abrirnos al autodominio y la entrega a los demás. Esto nos posibilita una mayor madurez y plenitud humanas, es decir, crecer como personas y como discípulos de Jesús. El nos sugiere la liberación del autismo estéril, no la represión psicológica. Una ascética auténticamente liberadora no consiste tanto en liberarse "de" ataduras cuanto en ser libres "para" el bien y para amar. La capacidad de amar es la medida de la libertad; y el baremo de ésta es la capacidad de abnegación y renuncia, es decir, de ascesis evangélica. Es lo que Jesús nos propone hoy para ganar la vida. Te bendecimos, Padre, porque Cristo nos enseñó el camino que por la muerte lleva a la vida. Con su ejemplo nos mostró la ruta del seguimiento, siendo el primero en la opción total por el Reino y adelantándose en entregar la vida para ganarla. Caminando con él, Cristo nos quiere libres para amar. Ayúdanos a hacer nuestros sus criterios y actitudes para liberarnos de nuestro yo mezquino y estéril Por su palabra y ejemplo entendemos que la medida de nuestra libertad es la capacidad de amar y de ascesis evangélica. Ayúdanos, Señor, con tu gracia.

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Sábado: Sexta Semana Me 9,2-13: Transfiguración del Señor.

UN ANTICIPO DE LA RESURRECCIÓN 1. El Hijo amado del Padre. El contexto inmediato a la transfiguración del Señor —evangelio de hoy— es el derrumbe de las esperanzas mesiánicas de los apóstoles de Jesús debido al escándalo de la cruz. Tanto el reciente anuncio por Cristo de su pasión y muerte como las condiciones para su seguimiento los tenían sumidos en el desaliento y la confusión ante programa tan arduo y extraño. Esta situación del grupo apostólico es lo que determina el objetivo e intención del hecho de la transfiguración. Diríamos que ésta sucede más en función de los discípulos que de Jesús mismo. Por eso elige él como testigos a los tres apóstoles que después presenciarán su agonía en Getsemaní. Cristo ordena el suceso a la instrucción de los suyos; y para una mejor comprensión de la anunciada pasión y muerte del mesías, les muestra un anticipo de la gloria de su resurrección también predicha. La escenificación de la transfiguración del Señor por los evangelistas sinópticos responde evidentemente al género literario de las teofanías bíblicas en que se manifiesta la presencia de Dios, y cuyo prototipo es la teofanía del Sinaí: fuego, humo, nube, densa niebla, trueno y voz potente. Elementos todos de escenificación dramática al servicio de un mensaje teológico o revelación de fe. En el relato de la transfiguración encontramos esos recursos propios de la tradición viejotestamentaria, tales como subida a la montaña, que es el lugar de la presencia de Dios; luz irradiando en el rostro transfigurado de Cristo; color blanco de sus vestidos; Jesús en medio de Moisés y Elias, como representantes de la ley y los profetas, es decir, de todo el Antiguo Testamento avalando la mesianidad de Jesús; nube que los envuelve a todos: personajes y discípulos; temor y gozo de éstos últimos, es decir, del hombre ante el misterio tremendo y fascinante de Dios; y, finalmente, la voz del Padre que habla desde la nube: Éste es mi hijo amado; escuchadlo. 2. A la escucha de Jesús. La narración alcanza su cumbre en esta voz del Padre que, como en el bautismo de Jesús, proclama la identidad de su Hijo amado; pero aquí añade: "Escuchadlo". Todo el relato está, pues, al servicio de un mensaje teológico de fe pascual: Jesús es el Señor glorioso, el Mesías, el Hijo de Dios. La liturgia expresa y resume perfectamente el mensaje de la transfiguración: "Cristo, Señor nuestro, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria para 333

testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección". Más todavía, al hacerles ver el fulgor de su divinidad en su humanidad, es decir, en su cuerpo semejante en todo al nuestro, "fortaleció la fe de los apóstoles para que sobrellevaran el escándalo de la cruz y alentó la esperanza de la Iglesia al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya". El pasaje evangélico de hoy nos invita a la escucha de Jesús, palabra personal y definitiva del Padre. La fe del cristiano comienza por la escucha de Jesús; y para escucharlo hay que "subir con él a la montaña", expresión que en sentido bíblico significa ir al encuentro con Dios. Pues el monte, como el desierto, más que accidente topográfico, es una situación humana de prueba y una oportunidad de contacto con Dios. Subir a la montaña con Cristo es caminar en la oscuridad de la fe y en el silencio de lo absoluto; es dejar nuestras seguridades, renunciar y morir a uno mismo, optando por la vida a través de la muerte. Porque en lo alto del monte aparece la gloria de Dios, la vida y la luz, la bendición y la alianza, la respuesta divina a la muerte injusta del justo; en una palabra: el anticipo de la resurrección. El evangelio de hoy nos descubre la clave de la fe. La voz del Padre nos invita a escuchar a Jesús, lo mismo en el monte esplendoroso de la transfiguración que en la llanura prosaica de la vida, porque Cristo es la verdad, el camino y la vida, porque sólo él tiene palabras de vida eterna, porque, siguiéndole, la renuncia se transforma en libertad, la pena en gozo, la muerte en vida. La transfiguración es una meta posible para el que escucha a Cristo. Transfiguración quiere decir, en primer lugar, transformación personal por medio de la conversión del corazón a Dios para, en un segundo momento, caminar con Cristo hacia la fascinante aventura de la entrega total a los hermanos, especialmente los más pobres, siendo solidarios de los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de nuestros semejantes. Gracias, Padre, porque Cristo transfigurado, después de anunciar su pasión a los dbcípulos, les mostró en el monte el esplendor de su gloria, testimoniando así el camino de la resurrección. Al revelar en sí mismo la gloria futura, fortalece nuestra fe ante el escándalo de la cruz y alienta la esperanza de su pueblo, la Iglesia. Concédenos ir a tu encuentro en la montaña, dejar nuestras sendas trilladas, escuchar a Jesús y caminar con él en la llanura cotidiana de la vida; porque, siguiéndolo, la renuncia es libertad y la muerte es vida que anticipa la resurrección. 334

Lunes: Séptima Semana Me 9,14-29: Tengo fe, pero dudo; ayúdame.

FE Y ORACIÓN UNIDAS 1. Tengo fe, pero dudo; ayúdame. La escena evangélica de hoy —curación de un niño epiléptico— tiene lugar al bajar Cristo con sus tres acompañantes del monte de la transfiguración a la llanura, donde le esperan los demás discípulos y mucha gente. El relato de Marcos es de gran realismo y detalle. La curación del niño epiléptico y sordomudo aparece hoy como: 1) una manifestación pública del poder de Jesús sobre la enfermedad y el demonio; 2) una invitación a la fe en Cristo y a la oración, y 3) un signo de su propia resurrección. Nótese que en el segundo espasmo epiléptico, "el niño se quedó como un cadáver, de modo que la gente decía que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó tomándolo de la mano, y el niño se puso en pie". Ambos verbos, "levantó" y "se puso en pie", son precisamente los que emplea el griego del Nuevo Testamento para designar la resurrección de Jesús. Como hilo conductor de su narración, Marcos relaciona la fe suplicante del padre del muchacho con la falta de fe y oración de ios discípulos de Jesús, que no pudieron curar al enfermo. Fe y oración aparecen aquí en estrecha unidad. El padre del niño cree en el poder de Jesús, pero reconoce que su fe es débil; por eso ruega al Señor que le ayude en su empeño: "Tengo fe, pero dudo; ayúdame". Y a la falta de fe y oración de sus discípulos achaca Jesús su fracaso. Cuando ellos le preguntan a solas: ¿Por qué no pudimos nosotros arrojar al demonio?, él les contesta: "Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno". En Mateo la explicación de Jesús es más acusadora: "Por vuestra poca fe" (17,19). De hecho, fe y oración van unidas y mutuamente se suponen e influencian en la vida cristiana, como veremos enseguida. Según algunos autores, este relato evangélico hay que leerlo en clave bautismal, pues refleja en todo su conjunto una liturgia catecumenal. Así, acentúa fuertemente el papel de la fe en la intervención de la comunidad (padre y discípulos) que apadrina al candidato (el niño), así como el paso a una vida nueva (sanación), y finalmente las prácticas catecumenales de la comunidad primitiva (oración y ayuno) como disposiciones que, junto con la fe, colaboran (opus operantis) a la eficacia del sacramento (opus operatum) que no se produce por mero automatismo. 2. Fe y oración unidas. La oración cristiana es fe madura en diá335

logo con Dios. Sin la fe perdería la oración su sentido al carecer de referencia a un tú interlocutor; dejaría de ser diálogo con Dios para convertirse en monólogo estéril. Pero no es así. La oración es el diálogo real de una fe en ejercicio, porque orar es hacer la experiencia gratuita, y no utilitaria, de Dios. Tal como lo expresa el padrenuestro que Cristo nos enseñó. Por eso el modelo supremo de toda oración cristiana es Jesús mismo, el primer adorador del Padre en espíritu y en verdad; un modelo inalcanzable para nosotros en el nivel personal de su diálogo con Dios, pero que orienta nuestra aproximación al todo Otro. La mejor base para una buena oración es una fe madura que no entiende la oración como búsqueda egoísta de los favores de Dios ni, menos todavía, intenta comprarlos con espíritu mercantil a base de buenas obras e, incluso, de prácticas religiosas. En tal caso estaríamos en el estadio de una fe degradada o falsa fe que toma el relevo a la burda magia de una mera religiosidad natural. Si hoy día existe crisis de oración entre los creyentes y en nuestra propia vida, es porque hay quiebra en la fe tanto a nivel personal como comunitario. Necesitamos desesperadamente la oración como la tierra seca y agrietada necesita el agua que la vivifique, porque la plegaria hace germinar la fe adormecida. Mantenerse en pie como discípulos de Jesús hoy día a pesar de Ja increencia declarada, la injusticia, el desamor y los ídolos de muerte que quieren avasallarnos, es cuestión de fe, oración y contacto con el Dios que da vida. Ahondar en las raíces de nuestra identidad cristiana mediante un continuo encuentro en profundidad con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es fruto de la oración que el Espíritu alienta en el hondón de nuestra alma. Necesitamos hoy creer firmemente; por eso hemos de pedir a Dios una fe cada vez mayor, pues la fe es don suyo. Con el padre del niño epiléptico repitamos frecuentemente, como una jaculatoria breve: ¡Señor, yo creo; pero ayuda a mi poca fe! Gloria a ti Señor Jesús, porque en el evangelio nos muestras hoy la eficacia de la fe suplicante y nos enseñas que fe y oración han de ir unidas. Tú eres, Señor, el interlocutor con quien hablamos, y tú, Jesús, nuestro modelo de oración cristiana Concédenos orar como tú quieres que oremos: con plena disponibilidad a la voluntad del Padre. Infunde tu Espíritu en nuestros corazones para que sepamos pedirte lo que nos conviene; y danos siempre la fe, la esperanza y el amor para mantenernos como fieles discípulos tuyos. Amén. 336

Martes: Séptima Semana Me 9,30-37: El que quiera ser el primero.

AMBICIÓN DE PODER 1. La paciencia de Jesús. El evangelio de este día contiene dos partes bien definidas, aunque en mutua referencia. La primera es el segundo de los tres anuncios que de su pasión, muerte y resurrección hace Jesús a sus discípulos, que no se dan por enterados; aunque algo estremecedor sospechaban cuando "les daba miedo preguntarle". La segunda parte es una catequesis del Señor. "Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante". He aquí la mejor prueba de que no habían entendido nada del precedente anuncio. Mientras Jesús habla de un mesías sufriente, sus discípulos quieren ventilar el problema de la primacía en el reino político que esperaban. ¡Qué paciencia la de Jesús tratando de instruir a sus apóstoles con tan descorazonador resultado! Cualquier educador se hubiera dado por derrotado. Pero Jesús es inasequible al desaliento y sabe esperar tiempos mejores de comprensión pascual sobre su persona. Hay que reconocer que la ambición de los amigos de Cristo caía dentro de lo humanamente normal. Todos los judíos esperaban un mesías triunfador político. Además, los apóstoles no eran santos todavía. Cuando no comprenden se resisten a preguntar por miedo, y cuando Jesús les interroga se niegan a contestar por vergüenza. ¡Demasiado humanos para estar tan cerca de Dios! Su caso prueba que nadie está al abrigo de la ambición, ni siquiera en el círculo de los íntimos de Jesús. 2. La medida de la importancia personal. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Es la instrucción fundamental que Cristo pretende inculcar a los discípulos. Una medición tal de la importancia personal es tan desconcertante como predecir los sufrimientos del mesías. Pero Jesús afirma rotundamente que sus seguidores han de cambiar la ambición de poder por la actitud de servicio. La coexistencia de ambos extremos es imposible, pues la ambición es el cáncer del amor servicial. Padecemos todos una tentación casi irresistible de poder y dominio, y no sólo los políticos. Desde «1 ambiente familiar al contesto de las superpotencias, pasando por el lugar de trabajo y cualquier espacio social, la cuestión omnipresente es hacer ver quién es el que manda. 337

Pues bien, para ser el primero en el grupo de los creyentes, dice Jesús, hay que hacerse el último y el servidor de todos. Esto requiere mucha abnegación, renuncia a los propios intereses y gran madurez personal. La psicosis de liderazgo redentor crea los "salvadores" del pueblo y de las comunidades: ideólogos, revolucionarios, libertadores que se presentan como curanderos de todos los males sociales, también del pueblo de Dios. Pero en el fondo muchos se identifican con los bandidos, ladrones y mercenarios de la parábola del buen pastor, que no vienen a servir, sino a servirse, esquilmar y explotar. 3. A ejemplo de Cristo. Jesús nunca enseñó ni pidió a sus discípulos nada que él no cumpliera primero. Respecto del servicio tampoco se quedó en palabras. Aun sabiendo que él era el Señor y que el Padre había puesto todo en sus manos, entiende y practica su autoridad como servicio humilde. Así, por ejemplo, en la última cena Jesús adopta el papel de siervo y se pone a lavar los pies a sus discípulos. La invitación con que acabó este gesto: "Haced vosotros lo mismo", es una llamada a todos los miembros de la comunidad eclesial, pastores y fieles, a seguir su ejemplo de servicio a los hermanos. Éste ha de ser el testimonio de la comunidad cristiana como grupo y de cada fiel como discípulo, renunciando a toda apetencia de poder social, político y económico. No tiene sentido evangélico un "poder cristiano" o poder de la Iglesia. No fue ése el estilo de Jesús. El máximo testimonio de la comunidad creyente en medio de nuestro mundo y la auténtica novedad del cristianismo hoy, será volver a las fuentes del evangelio, es decir, a la persona y doctrina de Jesús, el servidor paciente. Por eso, rompiendo la malla asfixiante de la ambición de dominio optemos con Cristo por el servicio, la fraternidad y la solidaridad con los más humildes y marginados de la sociedad en que vivimos.

Bendito seas, Padre, porque en Cristo, Señor nuestro, has inaugurado un mundo nuevo, en que son los primeros quienes sirven a los demás y se hacen pequeños como niños. Las riquezas y secretos de tu Reino son para los que tienen alma de pobre y corazón de sencillos. Dispónnos a recibir tu palabra con hambre de cumplirla. Cambia por completo nuestros corazones y criterios, para que construyamos con Cristo un mundo nuevo a base de la revolución del amor y del servicio. Haz, Señor, que, siguiendo el ejemplo de Jesús, sirvamos en su nombre a los hermanos con alegre sonrisa, compartiendo los gozos y las tristezas de todos. Amén. 338

Miércoles: Séptima Semana Me 9,38-40: Quien no está en contra, está a favor nuestro.

DIOS NO ES MONOPOLIO DE NADIE 1. Un extraño exorcista. En cierta ocasión los discípulos de Jesús encontraron un extraño exorcista que no pertenecía a su grupo, pero que echaba demonios en nombre de Cristo. Los apóstoles quisieron prohibírselo "porque no era de los nuestros", dice Juan a Jesús. Pero éste comenta: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro". El caso recuerda un hecho similar narrado en el libro de los Números. El joven Josué quería conseguir de Moisés la prohibición de profetizar para Eldad y Medad, que no habían acudido a la asamblea con los setenta ancianos para recibir una participación del profetismo de Moisés. Éste le respondió: "¿Estás celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor" (Núm 11,29). Noble deseo cuyo cumplimiento anunció el profeta Joeí para los tiempos mesiánicos, y el apóstol Pedro declaró cumplido en pentecostés. En ambos casos se trataba de celo exclusivista, estrechez de espíritu, sectarismo intransigente e intento de monopolizar institucionalmente un carisma. En cambio, lo que revelan las respuestas de Jesús y de Moisés es apertura frente al número cerrado y tolerancia frente a la intransigencia. Jesús no quiere a su Iglesia como ghetto aparte y numerus clausus, sino como comunidad abierta. Nos quiere solidarios de todos los hombres y mujeres honrados y con calidad humana que, aunque no sean "de los nuestros" porque no pertenecen al grupo cristiano, no obstante buscan a Dios con sincero corazón, practicando con lealtad el bien, la verdad, la justicia y el amor al hermano. Es para alegrarse: todos éstos están con Jesús, con el evangelio, con nosotros. Son los cristianos implícitos, los creyentes anónimos que se autoignoran. 2. Dios no es monopolio. Según el libro de los Hechos de los apóstoles (19,13ss) y las cartas de san Pablo, el problema que plantea el evangelio de hoy se repitió en la comunidad primitiva. ¿Qué norma de conducta seguir con algunos que, sin contarse entre los discípulos de Jesús, arrojaban demonios en su nombre? La misma que aquí propone él. En casos similares el apóstol Pablo decía: "Con tal que se anuncie a Cristo, yo me alegro" (Flp 1,18), porque "el que planta no significa nada, ni tampoco el que riega; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios" (1 Cor 3,7). 339

El problema es también de hoy. La pertenencia eclesial no es el único criterio de adhesión a Cristo y al reino de Dios. Y este Reino no se autolimita al ámbito de la Iglesia, sino que alienta en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, aunque no pisen nuestros templos. Cuantos aman al prójimo y trabajan sinceramente por un mundo más humano y por los derechos de la persona, especialmente del menos favorecido, están a favor del evangelio y, mientras no rechacen expresamente a Cristo, están a su favor y están con nosotros, sus seguidores. Como vemos por la página evangélica de hoy, antes de pascua y Pentecostés los apóstoles se creían los únicos depositarios del nombre, misión, mensaje y poderes de Jesús. Era un modo más de ambición de poder (que veíamos ayer). Después entenderían que no era así. Pues bien, el problema del monopolio se hace extensivo hoy día también al interior de la propia comunidad cristiana. Dios, Cristo, su evangelio, los carismas, el bien y la verdad no son monopolio exclusivo de nadie; pertenecen lo mismo a la jerarquía eclesiástica, al clero y a los religiosos y religiosas, que a los apóstoles laicos y al pueblo llano. San Pablo repite en sus cartas que en el pueblo de Dios hay diversidad de carismas y funciones, pero un solo Espíritu que los reparte a todos, un solo Señor, una fe y una esperanza comunes, y un solo Dios y Padre de todos. En todo esto coincidimos muchos que somos diferentes en múltiples aspectos. Lo que se nos pide es fidelidad humilde al Espíritu de Dios, sin creernos los únicos depositarios del mismo. Jesús quiere a su comunidad eclesial con talante dialogal y abierta al servicio de todos los hombres, tanto a nivel interno como externo. Con esta apertura y empatia no abaratamos el cristianismo, ni hacemos saldo del evangelio, ni patrocinamos la indiferencia y las medias tintas que lo diluyen. La palabra de Dios es eficaz y exigente de conversión para todos, sin equívocos ni componendas, pero también es profundamente humana y comprensiva. Hoy nos alegra, Dios Padre de todos los hombres, el saber que tú no eres monopolio de nadie. Por la apertura de Jesús entendemos que quien no está contra nosotros está a favor nuestro, a favor de Cristo, de su evangelio y de su causa Líbranos, Señor, de todo sectarismo, intransigencia y mezquina estrechez de espíritu frente a los demás; y haznos una comunidad de puertas abiertas para cuantos te buscan con rectitud y sinceridad Convierte nuestro corazón a tu amor universal para compartir tu palabra y tu pan con todos los hombres.

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Jueves: Séptima Semana Me 9,41-50: Si tu mano, tu pie o tu ojo te hacen caer...

VIVID EN PAZ UNOS CON OTROS 1. Prioridad absoluta del Reino. El evangelio de hoy es una recopilación de varios dichos que Jesús pronunció en diversas ocasiones. Los biblistas apuntan en el texto algunas palabras de enlace que, con finalidad catequética, ayudarían a la memorización de las sentencias por la comunidad primitiva: en mi nombre, escándalo, sal... Son máximas que hay que ver dentro de un contexto global sobre las condiciones de acceso y permanencia en la comunidad del reino de Dios mediante el seguimiento de Cristo. Jesús las viene exponiendo en el evangelio de estos días. Para entrar en el reino de Dios y mantenerse en él hay que tener las disposiciones anímicas de un niño: humildad y sencillez, fomentar la caridad con los hermanos, atender a los más débiles, evitándoles escándalos, y, finalmente, hacer autoexamen para cercenar todo lo que puede malograr nuestro seguimiento de Jesús. Él dice: Si tu mano, tu pie ó tu ojo te hacen caer —te "escandalizan", en el texto griego—, córtatelos y sácatelo. El lenguaje de Cristo es intencionadamente exagerado, gratificando la hipérbole oriental. No se trata de mutilaciones corporales tomadas al pie de la letra. Jesús ya ha avisado que^el pecado sale del corazón del hombre, pero quiere encarecer la prioridad absoluta del Reino. De ahí que debamos plantearnos muy seriamente evitar todo lo que lo impide, como quien adopta medidas drásticas en su dieta, e incluso la cirugía, con tal de salvar la salud de su organismo. Porque más vale eso que ser arrojado al "abismo". El abismo es en el original la gehenna, barranco de Ge-Hinnón, al sudoeste de Jerusalén, donde antiguamente se sacrificaron niños al ídolo Moloc y posteriormente se quemaban las basuras de la ciudad. Por simbolismo pasó a significar el lugar del castigo futuro. La imagen se completa con una alusión "al gusano que no muere y el fuego que no se apaga" (Is 66,24). Y añade el texto: "Todos serán salados a fuego. Buena es la sal, pero si se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaréis? Repartios la sal y vivid en paz unos con otros". Salar los alimentos, especialmente las carnes y el pescado, era el único medio de conservarlos en una época que desconocía el frío industrial. Ser salado por el fuego aludiría a la incipiente persecución que ya conocieron las primeras comunidades cristianas. La persecución es elemento purificador, como la sal y el fuego, y con frecuencia el mejor medio para conservar la fe y demostrar la fidelidad a Cristo y 341

su evangelio. Desvirtuar la sal cristiana es renunciar a la propia identidad, pues Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. 2. "Vivid en paz unos con otros". La conclusión del texto: "Repartios la sal y vivid en paz unos con otros", apunta sin duda a la convivencia fraternal dentro de la comunidad. Repartiéndose la sal, que acompañaba siempre los pactos y el pan de la hospitalidad semita, se puede vivir en paz con los hermanos. Es decir, manteniendo el espíritu de sacrificio, de olvido de sí mismo y de resistencia al mal del mundo alcanzará un nivel óptimo la convivencia en el seno de la comunidad creyente. "Vivid en paz unos con otros" es la máxima de Jesús que cierra una sección que se abrió con una discusión en el grupo de los discípulos sobre quién era el más importante (9,33: martes pasado). La solución que entonces daba Jesús: "Quien quiera ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos", es la mejor disposición para la vida fraterna en todo grupo y comunidad cristiana, sea doméstica, de base, religiosa, parroquial o diocesana. Viviendo en espíritu de amor servicial a los demás, renunciando al propio egoísmo, a la ambición de poder y a la voluntad de dominio, florecerán la unidad y la paz. Tal es el fruto de la revolución del amor. La vida comunitaria que constituye la vida cristiana, cuando se desarrolla de acuerdo con las delicadas exigencias del amor fraterno, es un verdadero sacrificio que Dios acepta. Así nos convertimos en víctimas agradables a él. Por eso san Pablo entendía toda la vida del cristiano como culto personal: "Os exhorto, hermanos, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste será vuestro culto espiritual. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto" (Rom 12,ls). Señor Jesús, tú dijiste en tu evangelio que un vaso de agua no quedará sin recompensa, pues lo que hacemos a los hermanos acaba en ti Enséñanos a vivir en fraternidad como tú quieres, progresando tanto en la actitud de servicio y renuncia que podamos vivir en paz con todos los hermanos. Danos fuerza para romper con toda ocasión de pecado. Transforma y renueva nuestra mentalidad con tu Espíritu, para que podamos mostrar y repartir la sal cristiana. Así toda nuestra vida será religión en espíritu y en verdad, es decir, culto espiritual, agradable a Dios nuestro Padre. Amén. 342

Viernes: Séptima Semana Me 10,1-12: Indisolubilidad del matrimonio.

UN AMOR PARA TODA LA VIDA 1. Lo que Dios ha unido. Una de las realidades del seguimiento de Cristo y de la vida cristiana es el matrimonio, proyecto esencialmente comunitario. Jesús propone hoy la norma al respecto. Respondiendo a la capciosa pregunta de los fariseos: ¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?, Jesús afirma rotundamente la indisolubilidad del matrimonio remitiéndose al designio original de Dios. Para ello cita dos textos del Génesis que proclaman la básica igualdad personal de los dos sexos y su mutua complementariedad en el matrimonio: "Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer" (1,27); "por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (2,24). De ahí concluye: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Al establecer la indisolubilidad del matrimonio, Jesús afirma la dignidad de la mujer en una época y sociedad donde apenas tenía derechos. En la explicación de Cristo a sus discípulos en casa se contempla también la posibilidad del divorcio activo por parte de la mujer, algo descartado en la ley judía, pero admitido en el derecho romano vigente en la sociedad en que vivían los primeros cristianos. Esto diferencia a Marcos de Mateo (19,3ss) en este pasaje. Como se ve, el plan original de Dios no coincide con la posterior tolerancia de la ley de Moisés, que permitía al varón el divorcio, entregando a la mujer un acta de libertad, "porque descubre en ella algo que le desagrada" (Dt 24,1-4). Jesús interpreta esa ley divorcista como una concesión a la terquedad y mediocridad humana de los judíos, incapaces de una mayor altura moral. Pero con su autoridad mesiánica Jesús declara abolida tal ley, al restablecer el matrimonio a la intención primera de Dios. De donde se concluye que la indisolubilidad del matrimonio no surge de una norma exterior al mismo, sino de su naturaleza y condición, tal como Dios lo instituyó. San Pablo añadirá posteriormente la referencia cristológica y eclesial al amor de los esposos cristianos, que constituye un sacramento y refleja el amor de Cristo a su pueblo, la Iglesia (Ef 5,2 lss). 2. El riesgo de la fidelidad. Las estadísticas constatan el aumento de divorcios, por una parte, y de uniones de pareja sin intención de vínculos legales, por otra. Ambos datos obedecen a diversas actitudes y a complejas razones personales y sociales: 1.a Un matrimonio y una familia estables, dicen unos, no son el marco adecuado para mi realiza343

ción y felicidad personal. 2.a Es imposible e incluso inhumano, dicen otros, un compromiso vitalicio, definitivo y excluyente; así cancelan el hombre y la mujer su libertad para nuevas opciones. 3. a Finalmente, otros rechazan el matrimonio y la familia por una actitud egoísta, por no comprometerse a fondo con nada ni con nadie; pero no es fácil que confiesen esto abiertamente. Hacen falta mucha honradez y sinceridad consigo mismo para reconocer lo que yace en el fondo de las actitudes y razonamientos precedentes. Pero hay algo evidente: la vida es sacrificio y compromiso personal en todos los ámbitos, comenzando por la elección y ejercicio de cualquier profesión o actividad laboral, que suele ser de por vida. Es un hecho de experiencia que quienes optan definitivamente por una vocación —llámese investigación, ciencia, medicina, sacerdocio, apostolado, etc.— son precisamente los que presentan las personalidades más libres y maduras. La libertad y la madurez humana no se avienen con la falta de compromiso que gratifica el egoísmo y la volubilidad, sino que consisten más bien en una opción responsable por la entrega personal al servicio de los demás. Por tanto, es humano y maduro, lógico y normal, decidirse conscientemente por un amor fiel, único e indisoluble en un proyecto matrimonial y familiar para toda la vida. Un amor matrimonial que se prometiera con la condición tácita o expresa de una posible separación o divorcio cuando surjan las dificultades, la enfermedad u otras circunstancias imprevisibles sería una mentira radical al amor, que de por sí, cuando es verdadero, no tiene condiciones ni límite de tiempo. El dicho "hasta que la muerte nos separe" no es una mera fórmula romántica, sino realidad que han vivido y viven gozosamente todos aquellos a quienes Dios ayuda en su buena voluntad e incluso en su debilidad. Además, siempre será hermoso correr el riesgo total de una fidelidad enamorada. Gracias, Padre, porque Cristo devolvió a su fuente original el amor humano, el matrimonio y la familia, liberándolos del lastre del egoísmo que los degrada y dignificando, de paso, la figura de la mujer. Tú estableciste la complementariedad de los sexos y no quieres que separe el hombre lo que tú has unido. Tú que eres la fuente del amor y a él nos llamas, enseña a jóvenes y adultos a crecer en el amor cristiano, que refleja en el matrimonio el de Cristo a su Iglesia. A aquéllos y a los que llamas a la virginidad por el Reino ayúdales a vivir con gozo la fidelidad de cada día Amén.

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Sábado: Séptima Semana Me 10,13-16: Jesús y los niños.

ACEPTAR EL REINO COMO UN NIÑO 1. Jesús y los niños. La escena evangélica de hoy, sin precisiones de tiempo y lugar, es una de las más bellas y sedantes del evangelio. En su arduo camino hacia la pasión y después del espinoso tema del divorcio (que veíamos ayer), viene este pasaje en que aparece Jesús asediado por los niños, mientras él los abraza y los bendice imponiéndoles las manos. Los niños son una faceta de la vida de familia. Si del evangelio de ayer se concluía, entre otros puntos, la dignidad de la mujer, hoy se acentúa la de los niños. El episodio lo refieren los tres evangelistas sinópticos, pero solo Marcos muestra a Jesús abrazando a los niños y enfadándose con los discípulos porque los regañaban, impidiéndoles acercarse a él. Era costumbre presentar los niños a los rabinos para que los bendijeran imponiéndoles las manos, como dice Mateo (19,13); ese sentido tiene el "para que los tocara" que anota Marcos. Como los apóstoles trataban de alejar a los padres y niños para que no molestaran al maestro, él les dice: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios". Más todavía, continúa diciendo Jesús: "Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él". Para los jefes religiosos del judaismo la religión era asunto de adultos, y de varones más que de mujeres y niños. Sin embargo, según Jesús, el amor de Dios y su reino de salvación es ofrecido a todos: hombres, mujeres y niños. La única condición, aunque indispensable, es recibir esa oferta con la humildad y sencillez, receptividad y gratitud de un niño que acepta sin cálculos lo que se le ofrece. La acogida de Jesús a los niños no es invitación al infantilismo ni utópica añoranza de la inocencia de la primera edad. Más bien muestra el talante y la disposición consciente del adulto que, como niño ante Dios, se sabe dependiente de él, pobre de espíritu y necesitado de su amor y de su gracia, así como de la ayuda de los hermanos en el camino del seguimiento de Cristo. Poner por entero el corazón y las facultades personales en aquello que se recibe y se tiene entre manos, como hacen los niños, es la actitud más humana y completa para abrirnos a Dios sin reservas y dar cabida a su Reino en nuestra vida. 2. Hacerse como niños. Hacerse niño ante Dios es volver a nacer porque, como decía Jesús a Nicodemo, el que no nazca de lo alto, del 345

agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Este reino es don de Dios, iniciativa y oferta divina; por eso ha de recibirse como un regalo. Y la mejor disposición para recibir de Dios es la del niño que no tiene nada más que sus ojos abiertos y sus manos tendidas. Una vez aceptado el Reino, se entra en él. Aquí culmina la llamada "infancia espiritual", actitud interior de la que en otro tiempo se abusó ascéticamente, confundiéndola con la ñoñería infantil. Nada más lejos de la conciencia cristiana de filiación, que es actitud madura y responsable ante Dios y los demás. En su conducta con los niños Jesús hace patente el corazón amoroso de Dios. Ante él siempre somos niños, es decir, hijos, tengamos la edad o posición social que sea. "El comienzo de la conversión y de la nueva vida es éste: que el hombre aprenda a llamar a su Dios de modo filial y consolador: Abba (Padre), porque se sabe seguro en él y amado sin límites" (J. Jeremías). Vivir la experiencia filial del amor de Dios como niños e hijos que se sienten queridos de su Padre, es abrirnos ya al Reino y entrar por sus puertas: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos dio a su Hijo" (Un 3,1; 4,10). Y de la vivencia cristiana de la filiación surgirá la de la fraternidad humana, porque "si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (4,11). No se trata, pues, de ser niños y menores de edad, inmaduros, egoístas y movidos por el temor al castigo —eso no es evangélico—, sino de "hacernos como niños" ante Dios, gratificando las actitudes más nobles de los niños, como son la confianza y la libertad, la apertura receptiva y la gratitud que devuelve amor por amor recibido. Dios nuestro, hoy te llamamos Padre a boca llena porque sentimos en el rostro la brisa de tu ternura. No tenemos más mérito para tu amor que nuestra pobreza, como el niño no tiene más que sus manos para recibir. Haz que sepamos acoger el don de tu Reino con la actitud de hijos que se saben queridos por ti, con la sencillez y la receptividad de los niños y sencillos, a quienes tú revelas tus secretos. Tómanos de la mano, Señor, y guíanos con tu Espíritu para que experimentemos con gozo cada día tu paternidad que asegura nuestra filiación y la fraternidad humana.

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Lunes: Octava Semana Me 10,17-27: Vende lo que tienes y sigúeme.

UNA VOCACIÓN FRUSTRADA 1. Dos miradas de Jesús. El evangelio de Marcos es el más rico en señalar detalles emocionales de Jesús. Hoy, por ejemplo, tenemos dos de las muchas "miradas" de Cristo que Marcos consigna en su evangelio. La primera va dirigida con cariño a un joven rico, y la segunda a los discípulos con aliento y comprensión. Ambas miradas enmarcan las dos partes de que consta el evangelio de hoy: Encuentro de un joven rico con Jesús y enseñanza de éste a sus discípulos sobre la riqueza. En cierta ocasión un hombre rico se acercó a Jesús preguntándole: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Él le respondió enumerando los mandamientos. El rico —un joven, según Mt 19,20— dice haberlos cumplido desde pequeño. Entonces Jesús lo miró con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego sigúeme". Superado el nivel mínimo de la ley, entra el Señor en una etapa más exigente: el desprendimiento de todo lo que se posee. Solamente completando este segundo paso, la pobreza voluntaria, se accede a la categoría de discípulo por medio del seguimiento. Cristo hace la propuesta siguiendo las leyes de una pedagogía personalizada y responsabilizadora, es decir, sin avasallar ni imponer, y respetando la libre decisión del sujeto, que en este caso resultó ser negativa: "A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico". Ante el fracaso de esta vocación, Jesús comenta: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! El desenlace de la escena le brinda oportunidad de instruir a sus discípulos sobre los peligros de la riqueza y la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos para alcanzar el Reino. Porque tener alma de rico, es decir, "poner la confianza en el dinero" y en lo que se posee, supone una dificultad tan grande para ese objetivo como el paso de un camello por el ojo de una aguja. Hipérbole oriental que ilustra bien la idea. 2. Los peligros de la riqueza. Es la enseñanza del evangelio de hoy, que no es solamente para los ricos de hecho, sino para cuantos quieran ser discípulos de Jesús y heredar la salvación de Dios entrando en su Reino. Es un aviso para todos, pues todos tenemos apetencias de rico, incluidos los pobres que se apegan a lo poco que tienen mostrándose ambiciosos y avaros. A todos los niveles sociales se busca el dinero con espíritu de codicia, y se pone en él la confianza más que en Dios. 347

Tal actitud endurece y contrista los corazones, como le pasó al joven rico del evangelio de hoy; dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra al compartir con el necesitado, entorpece la solución del problema del hambre y la pobreza en el mundo, despersonaliza al individuo haciéndolo esclavo y no señor de su dinero, sea poco o mucho, y, finalmente, a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo por falta de asimilación del espíritu del Reino. Oyéndole ponderar los inconvenientes de la riqueza, los discípulos de Jesús se asombraron porque era desechar la idea común entre los judíos, heredada del Antiguo Testamento, de que la riqueza era un signo del favor divino. Pero para Cristo es un obstáculo muy serio, un material explosivo en las manos; hasta el punto que el culto al dinero y el seguimiento de Cristo por el camino del Reino son incompatibles. Pues bien, si Jesús dijo que para salvar la vida hay que perderla por él, ¿cuánto más habrá que desprender el corazón de los bienes materiales? De ahí el comentario desilusionado de los discípulos: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús se quedó mirándolos, y les dijo: "Es imposible para los hombres, no para Dios, que lo puede todo". Recibir el Reino como un niño, según veíamos ayer, exige reconocer la propia insuficiencia, poner nuestra confianza en la omnipotencia de Dios y dejarle hacer en nosotros por medio de su Espíritu. Los discípulos no contaban con la ayuda de lo alto; por eso les parece imposible el programa de Jesús. Pero venturosamente todo es posible para Dios. Él es capaz de hacer maravillas en quien se le abre totalmente. Quien se desprende de todo y se vacía de sí mismo ante Dios, para entregarse a él y a los hermanos, podrá comprobar que, sorprendentemente, no le falta nada e incluso anda sobrado. "Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta" (santa Teresa de Ávila). Gracias, Señor Jesús, porque tu mirada amiga se posa hoy con cariño también sobre nosotros mientras nos invitas a seguirte en pobreza total, con las manos vacías y el corazón libre de peso: Deja todo lo que te ata, deja tus seguridades, ten fe, arriésgate y sigúeme con lo puesto. Haz, Señor, que sepamos vivir libres contigo, despojándonos de todo para ganar el Reino y la Vida. Tú que haces posible lo que al hombre es imposible, danos tu Espíritu para llevar a cabo esta tarea: ordenar la vida en junción de los valores del Reino.

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Martes: Octava Semana Me 10,28-31: Premio al seguimiento de Cristo.

CIEN VECES MÁS 1. Una pregunta obvia. El texto evangélico de hoy continúa el tema de ayer. En nombre de sus compañeros, el apóstol Pedro quiere sacar consecuencias personales de lo dicho por Jesús respecto de su seguimiento mediante el total desapego de los bienes: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Según Mateo, añade: ¿Qué nos va a tocar? (19,27). En respuesta a tal pregunta, Jesús promete para el presente una recompensa centuplicada y para el futuro la vida eterna. Pero hay que entender las palabras de Jesús: "Os aseguro que quien deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más... con persecuciones; y en la edad futura, la vida eterna". Ese céntuplo temporal es más cualitativo que cuantitativo. Tras la renuncia a los afectos familiares y a sus posesiones materiales, el discípulo encontrará en la comunidad del Reino, en la comunidad de los hermanos en la fe, relaciones personales y hasta apoyo material mucho más gratificantes que las pequeñas pertenencias a que renunció. Hasta cien veces más; hipérbole que acentúa la desproporción generosa de la recompensa. El inciso "con persecuciones" es exclusivo de Marcos. Sería un toque de realismo —quizá una adición posterior—, alusivo a la experiencia temprana de las persecuciones que Jesús anunció a los suyos. Por otra parte, esa limitación a tanta bonanza prometida es un recordatorio de que por el seguimiento de Cristo el discípulo está lejos de tener resueltos todos los problemas. Embarcarse con él en la aventura del Reino supone estar dispuesto a afrontar las borrascas que acompañan a toda travesía de por vida. De una u otra forma, la cruz es consustancial al seguimiento de Cristo por el camino del reino de Dios, como Jesús dijo repetidas veces. Pero también es segura la vida eterna en la edad futura como culminación de una liberación ya iniciada mediante el desprendimiento y la pobreza. De esta suerte el discipulado cristiano no es senda oscura hacia la muerte, sino hacia la vida; no es yerma pobreza, sino fecundidad humana y ganancia presente y futura. Los discípulos, que ahora están en la categoría de los últimos, pasarán un día a ser los primeros. 2. Un programa de liberación. La invitación a seguir a Jesús en pobreza es una llamada suya a creer en las riquezas mayores de Dios. El seguidor de Cristo sabe de quién se fía, y su plena dependencia de 349

Dios se verá colmada con creces por su generosidad que sobrepasa toda medida. Nos es muy necesaria, indispensable, la esperanza cristiana para entender que "lo mismo que Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino, a fin de comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8,3). La pobreza evangélica que Jesús propone es una consigna liberadora para todos cuantos quieran seguirlo. La pobreza de espíritu y la pobreza efectiva son fe en acción y fuente de libertad. Fe, porque delatan que uno, fiado en Dios, no necesita seguros a todo riesgo; y libertad, porque sin equipaje y liberado de la seducción de la riqueza está uno más disponible para servir a Dios y abrirse a los hermanos. Los estudios psicológicos sobre la felicidad humana concluyen que ésta no es proporcional a la suma de dinero, riqueza, ocio y disfrute de la vida que uno pueda acumular, sino que consiste en sentirse realizado como persona. Tal sensación de plenitud personal no puede adquirirse ni comprarse con todo el oro del mundo. Pues bien, Jesús lo enseñó hace ya dos mil años al hablar del desprendimiento como condición para seguirle, alcanzando así la vida por la entrada en el reino de Dios. Aunque Jesús descarta el culto al dinero y a la riqueza, no obstante, el esfuerzo por crear estructuras de participación en los bienes de la tierra mediante el desarrollo y la justicia es un compromiso de solidaridad y fraternidad humanas que brota de la fe cristiana. Desde siempre la doctrina de la Iglesia ha insistido en la proyección social de la propiedad privada y de la riqueza, en la comunicación de bienes y en lo que hoy se llama "caridad política", es decir, un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano, en favor de un mundo más justo y más humano, con atención especial a las necesidades de los más pobres. Gracias, Señor Jesús, por la recompensa que prometes al que te sigue en pobreza generosa. Danos un corazón de pobres, vacíos de todo, para recibir centuplicada la riqueza de tu Reino, de tu amor, de tu gracia y de la vida eterna. Señor Jesús, queremos seguirte hasta el final, porque ir contigo es caminar libres hacia la vida. Alienta nuestra esperanza. ¡Lo necesitamos tanto! Afianza nuestra fe y corona tu obra en nosotros para que, libres de la seducción de la riqueza, estemos disponibles para Dios y los hermanos.

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Miércoles: Octava Semana Me 10,32-45: Cristo vino para servir y dar su vida.

VOCACIÓN DE SERVICIO 1. "No sabéis lo que pedís". El evangelio de hoy contiene tres partes en mutua conexión. Arranca del tercer anuncio de su pasión por Jesús y acaba como empieza: refiriéndose a la entrega de la vida por parte de Cristo. El evangelista Marcos sigue aquí el mismo esquema que cuando el segundo anuncio de la pasión (9,29ss), como veíamos el martes de la séptima semana: anuncio, discusión entre los doce sobre quién era el mayor e instrucción de Jesús sobre la verdadera grandeza. En la primera parte del evangelio de hoy Jesús anuncia una vez más a los apóstoles su futura pasión, muerte y resurrección en Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y hacia la que se encamina resueltamente. "Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados". Este anuncio previo se repite nueve veces en los evangelios, tres en cada uno de los sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas. Jesús se lo decía claramente y sin rodeos, pero ellos no lo entendían, como se ve a continuación. En la segunda parte, y en conexión paradójica con la primera, los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, le hacen a Jesús una petición sorprendente y absurda si se tiene en cuenta que es a renglón seguido del reiterado anuncio de la pasión. "Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Tal aspiración responde a su ignorancia respecto del futuro reino del mesías, que no sería político como ellos se imaginaban, al igual que el resto de los judíos. Por eso les contesta Jesús: "No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" Jesús habla en clave: cáliz y bautismo, para referirse a su próxima pasión y muerte. Efectivamente, con el correr del tiempo los dos apóstoles, al igual que el resto, participarán en la pasión de Jesús; pero los primeros puestos están reservados por el Padre. 2. En misión de servicio. En la tercera parte Jesús aprovecha la ocasión para instruir a todos sobre el ejercicio de la autoridad en la comunidad cristiana. "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos". Jesús les propone paradójicamente un mundo al revés. Cristo apela a un hecho de experiencia humana. Toda autoridad, 351

por dinámica interna, tiende al dominio e incluso, en casos extremos, a la tiranía y la explotación de los semejantes. Esto sucede tanto a nivel político y económico como ideológico, administrativo y práctico, sin que quede excluido el religioso. La voluntad de poder, que no de servicio, es la raíz de todos los males sociales, el pecado original que vicia la convivencia humana, montada sobre la lucha y la competencia. Aunque hay excepciones honrosas, suele prevalecer la ambición de dominio sobre la actitud de servicio; y adopta las más variadas formas, avasalladoras y descaradas unas, hipócritas y sutiles otras. Las firmas comerciales y los políticos han secuestrado el verbo "servir"; pero por sus "servicios" pasan factura al cliente, ya sea en dinero o en poder. No es ésta la servicialidad que Jesús propone a los doce y a todos nosotros, sino un servicio sin factura. En la Iglesia no hay ministerio auténtico ni función ministerial o comunitaria que no sea servicio a los hermanos. Ése es el significado original de "ministerio" (diakonía en griego, es decir, servicio). La vocación de servicio que propone Jesús en el evangelio de hoy no es tarea solamente de la jerarquía en la comunidad cristiana, sino también de la base. Es la común misión eclesial de servicio lo que nos iguala y une a todos los miembros del pueblo de Dios en comunión de vida y destino. Pastores y pueblo, todos en la Iglesia, estamos al servicio de la misión de Jesús, que es servicio al reino de Dios. La razón última de este planteamiento se basa en el ejemplo de Cristo, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Siguiendo sus huellas, todo cristiano, al igual que la Iglesia a la que pertenece, tiene una misión de servicio para la salvación del mundo. Te bendecimos, Señor, porque nos llamas a vivir libres con Cristo, que ha inaugurado un mundo nuevo en el que son grandes los que sirven a los demás. Haz que, asimilando su actitud y su ejemplo vivo de relaciones fraternas en el amor y el servicio, desechemos como fardo inútil nuestra supuesta importancia. Queremos beber con Cristo el cáliz de su pasión, y vivir su estilo de amar sin factura ni privilegios. No mires, Señor, nuestras dudas y titubeos cobardes, sino la fe y esperanza de tu pueblo, la Iglesia, para que sirvamos a los hermanos, como Jesús lo hizo. Amén.

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Jueves: Octava Semana Me 10,46-52: Curación del ciego Bartimeo.

LOS GRITOS DE LA FE 1. "Pero él gritaba más". El evangelio de hoy, curación del ciego Bartimeo, cierra la sección que Marcos dedica en su evangelio al seguimiento de Jesús, narrando sus viajes fuera de Galilea y de camino hacia Jerusalén (7,24-10,52). La escena se sitúa en Jericó, a la salida de la ciudad de las palmeras, a unos ocho kilómetros al oeste del Jordán y a unos 30 al nordeste de Jerusalén. El origen del relato parece remontarse a un testigo ocular. No suele Marcos citar nombres propios; el hacerlo en esta ocasión podría significar que Bartimeo llegó a ser discípulo conocido en la primitiva comunidad. Al final de la narración se dice de él que, después de curado, "seguía a Jesús por el camino", glorificando a Dios, añade Lucas (18,43). "Fe" y "seguimiento" son dos conceptos clave en este episodio. Sabemos que en el evangelio de Marcos los relatos de milagros, tan abundantes, están en función de la enseñanza de Jesús y como ilustración de la misma. Por eso la primera comunidad cristiana pudo ver en el presente milagro el esbozo de una catequesis bautismal. Al enterarse Bartimeo de que por el camino venía Jesús, comenzó a gritar a voz en cuello: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! La gente le regañaba, pero él gritaba con más fuerza. Y Cristo, que había sido enviado a anunciar la salvación a los pobres, se detuvo y lo mandó llamar. Lejos de prohibirle proclamar un título mesiánico referido a su persona —hijo de David—, como hizo otras veces, le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? La respuesta era obvia: Maestro, que pueda ver. A lo que Jesús replicó: Anda, tu fe te ha curado. Y al instante recobró la vista. Era lo que quería dejar patente Jesús: la fe del suplicante que le alcanza el favor divino. 2. Un signo, un exponente y un modelo. En los evangelios vemos frecuentes curaciones de ciegos por Jesús; era una de las señales mesiánicas de la llegada del reino de Dios. Pues bien, si todo milagro es "signo", quizá más que ningún otro lo es una curación de ceguera. Por la antítesis manifiesta entre tinieblas y luz, pasan a ser la ceguera y la vista un símbolo de la incredulidad y de la fe, respectivamente. La increencia consciente y el ateísmo activo constituyen una ceguera de espíritu que deja la vida del hombre totalmente a oscuras, sin que pueda discernir su vocación superior, su propia dignidad y su destino final. 353

Pero hay algo más. El ciego Bartimeo es un fiel exponente del ser humano, desamparado y ciego. En mayor o menor medida, todos estamos reflejados en él. Por eso en el mendigo Bartimeo reconoce Jesús a la humanidad caída y necesitada de luz, alegría y salvación de Dios; no pudo menos de acercarse a él y curarlo. El ciego Bartimeo es también un modelo de fe resuelta y tenaz, un hombre que no se avergüenza de reconocerse limitado y gritar, aunque la gente lo regañe. Cuando se le presenta su oportunidad, quita estorbos soltando el manto y de un salto se llega a Jesús. Y una vez curado, lo sigue con decisión total, con la misma fe que lo condujo a su curación. Se embarca en una vida totalmente nueva, como persona libre y responsable que glorifica a Dios por sus maravillas en él; pero no sin antes haber abandonado lo único que tenía para vivir, el manto de las limosnas, igual que otros dejaron la camilla o las muletas, signo de su miserable vida anterior y de las falsas seguridades de nuestra pobre condición. 3. El amor despierta y sostiene la fe. Para captar los signos de Dios en la historia humana, en el camino personal de cada uno y, sobre todo, en la persona de Jesús que es el gran signo del Padre y el sacramento del encuentro del hombre con Dios, necesitamos la fe de Bartimeo. La fe es la gran sabiduría de Dios, el gran tesoro por el que vale la pena sacrificarlo todo. Porque con la fe se ven las cosas, la vida y las personas con otros criterios: los de Dios y no los del hombre terreno. De lo contrario, los acontecimientos de cada día no pasarán de ser meros sucesos fortuitos, cuando no absurdos, simple resultado de circunstancias aleatorias; y no como de hecho son, historia en que Dios nos ama y nos salva, presencia del Señor en los signos de los tiempos y ocasión de discernimiento evangélico ante los valores morales y los problemas del progreso humano, de la vida y de la muerte. Pero la fe hay que despertarla y sostenerla mediante el amor. Éste no pasa de largo, sino que mira al hermano, como hizo Jesús al pasar al lado del ciego Bartimeo, mirándolo con cariño. Creer para ver, y amar para creer: dos tiempos de un mismo ritmo. Te bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo que en Jericó tuvo lástima del ciego del camino, imagen de la humanidad necesitada de tu luz. Hacemos nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenazan nuestras supuestas seguridades. Haz, Señor, que tu amor despierte nuestra fe curando nuestra ceguera, para poder verlo todo 354

con los ojos nuevos de la fe: los criterios de Jesús. Así lo seguiremos impulsados por la fuerza de tu ternura, como hombres y mujeres nuevos, guiados por tu Espíritu.

Viernes: Octava Semana Me 11,11-26: Higuera maldita. Mercaderes del templo.

EL NUEVO TEMPLO DE DIOS 1. Dos gestos proféticos de Jesús. Cristo ha entrado ya en Jerusalén, y comienza en el evangelio de Marcos la sección dedicada a la actividad de Jesús en la ciudad santa antes de su pasión. Hoy vemos dos gestos proféticos del Señor: maldición de una higuera y expulsión de los mercaderes del templo. Sigue una conclusión en que, partiendo del dato de la higuera seca, habla Cristo del poder de la fe y de la eficacia de la oración, a la que debe preceder el perdón fraterno. Conclusión que pertenece a otro contexto de la tradición sinóptica. Los dos gestos de Jesús son signos proféticos del juicio de Dios ya en acción, y se refieren al pueblo de Israel y sus autoridades, simbolizados en la higuera sin fruto, aunque con muchas hojas, y en el culto del templo, repleto de ritualismos, pero vacío de religiosidad. Algunos autores ven en el episodio de la higuera maldita la escenificación de la parábola de la higuera estéril (Le 13,6-9). Jesús busca fruto en la higuera cuando no es tiempo de higos. Detalle que viene a confirmar la categoría de signo del hecho en sí. No es la infructuosidad de la higuera lo que interesa, sino la del pueblo israelita, que no tiene excusa después de tantas atenciones y avisos de Dios; por eso ha llegado el momento de su juicio condenatorio, como prueba la escena de la purificación del templo (cf Le 19,45ss). Los vendedores y cambistas del templo, situados en el atrio de los gentiles, cumplían un servicio, vendiendo animales para el sacrificio (bueyes, ovejas y palomas) y cambiando las monedas grecorromanas por dinero judío para el pago del impuesto del templo. Con frecuencia los peregrinos eran explotados, y con tal comercio la casa de Dios había dejado de ser casa de oración para todos los pueblos, convirtiéndose en cueva de bandidos, dice Jesús citando a los profetas Isaías y Jeremías. 2. Nueva religión y nuevo templo. El evangelista san Juan sitúa este episodio del templo al comienzo de la actividad apostólica de Jesús, a diferencia de los sinópticos, que lo dejan para el final de la misma. 355

Después de purificar el templo a su manera, echando fuera a los vendedores y cambistas, Jesús habla de sí mismo como el nuevo templo para una religión y alianza nuevas: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré... Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2,19ss). Y sus discípulos lo entendieron así después de su resurrección. Como Jesús dijo a la samaritana, "se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así" (4,23). Con su gesto "violento" Jesús declara abolidos el templo y culto de la antigua alianza, y nos descubre el misterio de su persona. Él mismo encarna el nuevo templo y la nueva alianza, el nuevo culto y la nueva religión, el nuevo camino de acceso al Padre y el centro cultual del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, casa de oración abierta a todos los pueblos. A raíz de la resurrección de Cristo, los apóstoles y los primeros cristianos siguieron frecuentando el templo todos los días, leemos en los Hechos. Pero no tardó en llegar la ruptura que ya insinuaba la apología del culto espiritual que hizo el diácono Esteban ante el sanedrín. Con la destrucción de Jerusalén y de su templo por Tito (año 70) y con la enemistad declarada de la sinagoga judía, que por esas fechas excomulgó a los discípulos de Jesús, se consumó la ruptura total de la joven Iglesia con el templo de Jerusalén. No obstante, los primeros cristianos no sintieron la necesidad de construir otro nuevo, pues celebraban el culto y la eucaristía en las casas y en las catacumbas. Al principio no hubo templos, basílicas ni catedrales; éstas vinieron más tarde, después del edicto de Milán por Constantino el Grande (año 313). Incluso hoy día en las zonas de misión o en las barriadas industriales de las grandes urbes el lugar del culto comunitario no es a veces más que una cabana o un sótano, donde por Cristo se alaba al Padre y al Espíritu en cualquier lugar, clima, cultura y lengua. Aquellos cristianos eran conscientes, y debemos serlo nosotros, de que la asamblea de fe es la auténtica iglesia de Dios, su santuario espiritual, prolongación de Cristo, que es el templo de la nueva alianza. Incluso cada cristiano, cada bautizado entra como piedra viva en la construcción del templo del Espíritu (IPe 2,5); más todavía, es templo de Dios porque su Espíritu habita en él (ICor 3,16). Bendito seas, Padre, porque en Cristo, tu Hijo, estableciste con tu pueblo una alianza nueva en la que él es religión, culto y templo nuevos. Tú que nos pides frutos de fe y de amor, y no sólo hojas de estéril piedad y cumplimiento, concédenos vencer nuestra pasividad e inhibición, sintiéndonos piedras vivas del templo del Espíritu. 356

Queremos, Señor, transvasar el culto a la vida, al mundo, a los hermanos, al trabajo y la familia. Así podremos adorarte como tú quieres: con una religión auténtica en espíritu y en verdad.

Sábado: Octava Semana Me 11,27-33: ¿Con qué autoridad haces esto?

LA AUTORIDAD DE JESÚS 1. La controversia está servida. Jesús había expulsado del templo a los vendedores y cambistas, como veíamos ayer. Al día siguiente, mientras él se paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores, preguntándole: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús vio la intención capciosa que traían e hizo una contrapregunta, de cuya respuesta dependería la suya: El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Para no comprometerse con Jesús ni con la gente, respondieron: No sabemos. Entonces también él se guardó su respuesta. La escena también la refiere el evangelista Mateo(21,23ss). Éste es el primero de los cinco relatos de controversia que narra el evangelista Marcos, correspondientes a los días que precedieron a la pasión del Señor. Se va acentuando la ruptura entre Jesús y los jefes de la religión oficial, que conducirá a su proceso condenatorio. Cristo amaba el diálogo, pero también la sinceridad. Y cuando su interlocutor procedía con doblez, como es el caso de hoy, no respondía. Tampoco lo hizo ante el tribunal de Caifas, ni ante Herodes, ni ante Pilato; así defendió su dignidad con el silencio. Igualmente buscó una salida airosa a la cuestión del tributo al César o a la pregunta de los inquisidores de la mujer adúltera. Al reino de Dios se accede solamente por el camino de la verdad y de la sinceridad, que conducen a la fe; por eso los responsables judíos quedaron fuera del Reino. 2. Hablaba con autoridad. En repetidas ocasiones, especialmente a la conclusión de los discursos de Jesús, los evangelistas constatan que a la gente le gustaba y asombraba su enseñanza y el modo de exponerla, "porque hablaba con autoridad y no como sus letrados", que repetían fórmulas hechas y tradiciones complicadas y envejecidas. "Oísteis que se dijo a los antiguos..., pero yo os digo". Así se expresaba 357

Cristo en el discurso del monte. Por algo era él la palabra de Dios en voz humana, palabra a la que hemos de remitirnos siempre. La palabra de Jesús era alegre y liberadora nueva que introducía en la salvación del reino de Dios; no así la de los rabinos y maestros judíos de su tiempo. Éstos interrogan a Cristo en plan jurídico sobre el origen de su autoridad. Su pregunta no significaba sencillez de corazón y disposición abierta para creer, sino actitud crítica y doblez de espíritu. Si no querían ver la evidencia de las obras, milagros y enseñanza de Cristo, tampoco admitirían su explicación sobre el origen divino de su autoridad. 3. La respuesta de una fe sencilla. Por la estúpida coartada de los interlocutores de Jesús optamos también nosotros cada vez que no permitimos a Dios entrar en nuestra vida, nos hacemos sordos a su voz o queremos plantear nosotros las preguntas. No faltan hoy día quienes también cuestionan la autoridad de Cristo, de su evangelio y de la Iglesia que lo transmite e interpreta. No es que Dios nos pida un asentimiento servil, bobalicón e infantil. Pero siempre ha de acompañar una apertura humilde a la verdad de Dios y a su amor salvador, desmontando nuestras falsas seguridades y la autosuficiencia religiosa, aceptando su revelación y su palabra, asumiendo la necesidad de convertirnos, amando a los hermanos, especialmente a los últimos, como hizo Cristo, y, en definitiva, creyendo en él y en Dios Padre. Solamente una fe humilde puede ver a Dios a través del velo de la humanidad de Cristo, a través de su palabra y en los hermanos más pobres, así como su presencia en la eucaristía bajo las especies sacramentales del pan y del vino. Con toda seguridad, el don de la fe no lo consiguen los autosuficientes ni los sofisticados racionalistas, sino los hombres y mujeres de buena voluntad que responden con sencillez a la poderosa acción de Dios, presente entre nosotros bajo apariencias humildes e, incluso, despreciables a veces. Por eso en cierta ocasión, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla (Le 10,21).

Y cuando tú nos planteas la pregunta radical de la fe, nos inhibimos por cobardía y por egoísmo. Sin embargo, te necesitamos, Señor. Ven en nuestra ayuda en cada opción, grande o pequeña, para que seamos dóciles y fieles a tu palabra Amén.

Lunes: Novena Semana Me 12,1-12: Parábola de los viñadores homicidas.

LOS FRUTOS DE LA VIÑA

Señor, tú dijiste: La verdad os hará libres. Tú enseñas tus caminos a los humildes y sencillos, porque quieres reinar en corazones nobles y generosos.

1. La viña del Señor. Valiéndose de la imagen bíblica de la viña, la idea central del evangelio de hoy es el traspaso del reino de Dios a su nuevo pueblo, la Iglesia, que Jesús fundamenta como piedra angular; un pueblo que ha de producir frutos para Dios. La línea narrativa de la parábola de los viñadores homicidas es sencilla. Un propietario arrienda su viña a unos labradores. Llegado el tiempo de la vendimia, envía uno tras otro a sus criados para percibir los frutos; pero los labradores los maltratan a todos. Finalmente envía a su propio hijo, pensando que lo respetarán; mas, precisamente por ser el heredero, lo matan por avaricia. Las consecuencias de tal conducta son el castigo de los homicidas y el traspaso de la viña a otros arrendatarios más fieles que le entreguen al dueño los frutos a su tiempo. La imagen de la viña tiene un marcado trasfondo bíblico y profético. En el Antiguo Testamento la viña de Dios es Israel, según el lugar clásico de la alegoría de la viña según Is 5,lss. La alegoría isaiana contrasta el amor delicado y gratuito de Dios por su pueblo y el pertinaz desamor de éste, el cultivo esmerado frente a la cosecha de agrazones, tal como se repite en uno de los "improperios" del viernes santo. La primera comunidad cristiana dio gran importancia a la parábola de hoy, que abría el reino de Dios y la Iglesia a todos los pueblos. La prueba es que la relatan los tres evangelistas sinópticos. Hoy leemos la versión de Marcos, que representa la redacción original. El viernes de la segunda semana de cuaresma se lee la versión de Mateo (21,33ss); para completar estas reflexiones, ver lo que allí se dice.

Nosotros, en cambio, nos creemos autosuficientes. Pensamos tener la verdad Así bloqueamos tus preguntas; peor aún, nos pasamos el tiempo preguntando a Dios, como si fuéramos el eje de rotación del mundo.

2. Los frutos de la viña. Para una aplicación actual y correcta de la parábola de la viña hemos de superar la tentación reduccionista. Si bien es cierto que los primeros en aplicársela han de ser los responsa-

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bles y animadores de la comunidad cristiana, el compromiso de fructificar es de todo el cuerpo eclesial y de cada uno de sus miembros. Jesús dijo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí da fruto abundante. Pero al que no permanece en mí lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca" (Jn 15,5). La tentación reduccionista se centra sobre todo en el uso de la viña y en el cultivo de sus frutos. En primer lugar, respecto del uso, hay quienes intentan convertir la viña del Señor —entiéndase tanto la Iglesia como el mundo y la creación— en monopolio exclusivo para legitimar sus intereses mezquinos, en usufructo privado con mentalidad de propietarios. Estos tales olvidan que la Iglesia, el mundo y el Reino tienen un dueño: Dios, y que sus destinatarios son todos los hombres. La viña del Señor ha de estar abierta a todos los pueblos y etnias, a todas las razas y lenguas, a todas las culturas, clases y mentalidades, al primero y al tercer mundo; en una palabra, a todos los hombres que con sinceridad de corazón buscan el bien y la verdad. La sensibilidad aperturista, misionera, evangelizadora y universal pertenecen por necesidad al nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. En segundo lugar, respecto de los frutos de la viña, tentación frecuente de los cristianos es reducirlos a las parcelas personales e intimistas; básicamente, al cumplimiento dominical, a las relaciones familiares y a la moral del sexto mandamiento. Pero los frutos que el Señor nos pide, tanto a nivel personal como comunitario, se extienden a muchos más ámbitos. Es necesaria una ampliación del cultivo a todas las realidades de la vida y sociedad humanas: familia y propiedad, economía e impuestos, política y administración pública, cultura y técnica, convivencia cívica y problemas laborales, ecología y medio ambiente, derechos humanos y liberación integral, justicia y paz. Necesitamos una Iglesia y una sociedad nuevas que produzcan frutos de humanidad y fraternidad, coparticipación y solidaridad, justicia y progreso, liberación y desarrollo auténticamente humanos. Esos son los frutos maduros que hemos de producir y ofrecer en la eucaristía, no los agrazones del egoísmo: opresión del más débiL'rivalidad agresiva, competencia desleal, intolerancia y violencia. Éstas son también las lluvias acidas que arruinan la cosecha de frutos para Dios y los hermanos.

Te damos gracias, Señor, porque nos elegiste como tu pueblo y tu viña que cuidas con ternura. Tú nos renuevas siempre tu alianza por medio de Cristo. El es la vid y nosotros los sarmientos. Haz, Padre, que su savia fecunde nuestros corazones para que demos fruto abundante para tu Reino. 360

Que en el ofertorio de la misa, con el pan y el vino, podamos ofrecerte, no los agrazones de nuestro egoísmo, sino frutos maduros de humanidad y fraternidad, de coparticipación y solidaridad, de justicia y de paz.

Martes: Novena Semana Me 12,13-17: El tributo al César.

CRISTIANOS EN LA VIDA CÍVICA 1. El tributo al César. La ocupación romana de Palestina con sus servidumbres consecuentes, especialmente el pago del impuesto al César, suscitaba reacciones dispares en los conciudadanos de Jesús. Los saduceos y herodianos, colaboracionistas del poder extranjero, se mostraban partidarios del impuesto; los fariseos, en cambio, lo consideraban ilícito para un israelita; y los guerrilleros zelotas se oponían al mismo por las armas. Por eso la capciosa pregunta que fariseos y herodianos le plantean a Jesús era un difícil dilema para él: ¿Es lícito pagar impuesto al César? Es decir, ¿puede moralmente un israelita, adorador del único Dios verdadero, pagar un impuesto personal al emperador romano, que se presenta como una deidad extranjera con su efigie acuñada en la moneda? La cuestión cívica tocaba el nivel de la conciencia religiosa. Jesús tenía que medir sus palabras. Una respuesta afirmativa o negativa, e incluso el silencio evasivo, no dejarían de crearle problemas con la autoridad religiosa o la civil. Pero él procedió muy inteligentemente. Primero echa en cara a sus interlocutores su doblez e hipocresía; luego les pide que le muestren un denario romano, en el que estaba grabada la efigie del César (el emperador Tiberio en aquel momento), y finalmente sentencia: "Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Esta frase lapidaria de Jesús ha pasado a la historia, recibiendo interpretaciones diversas según épocas e ideologías. Es evidente que Cristo distingue aquí deberes cívicos para con la autoridad y deberes religiosos para con Dios. La cuestión es dilucidar si se trata de términos mutuamente excluyentes o complementarios. 2. Deberes complementarios, no excluyentes. Para los laicistas y secularistas a ultranza los términos César y Dios son excluyentes, no 361

pueden subsistir juntos, están enfrentados. La fe en Dios y la religión son cuestión privada y personal, sin espacio social. Los ministros del evangelio y los cristianos en general deben limitar el ámbito de su voz a los templos y sacristías. Así quitan a Dios y su reino lo que le pertenece: la vida del hombre. Jesús dijo: Anunciad el evangelio a todas las gentes; alumbre vuestra luz a todos los hombres para que den gloria a Dios. Otros en cambio, los teístas empedernidos, piensan que la autoridad civil debe estar al servicio del evangelio para implantar por la fuerza del brazo secular la ley de Cristo. Así niegan al César su autonomía y sus derechos. Pero en la solución que dio Jesús no se opone el César a Dios, lo temporal a lo espiritual, lo político a lo religioso, la autoridad civil al reino de Dios. En su respuesta no sacraliza Cristo la autoridad del que manda, pero sí le reconoce su derecho a mandar, y presenta la obediencia civil como un deber del ciudadano; por eso asiente al pago del impuesto. Pero, reconociendo la autonomía de lo terreno y del poder civil, establece, siquiera implícitamente, una jerarquía de términos que a nivel de la conciencia prima a Dios sobre el César. Cristo afirma deberes complementarios y no excluyentes en litigio permanente. El "dar a Dios lo que es de Dios" es lo primero; pero de ahí dimana el fundamento y la obligación de "dar al César lo que es del César". Ninguno de los términos en juego: autoridad civil y fidelidad religiosa —o si se prefiere menos exactamente: Estado e Iglesia— está supeditado al otro, sino que ambos lo están a Dios y su ley. 3. Cristianos en la vida cívica. El cometido de la autoridad pública es el ordenamiento de la sociedad al bien común; y para conseguir este objetivo cuenta necesariamente la ley moral, es decir, la ley de Dios. Por eso la lealtad que el ciudadano debe a la autoridad civil no ha de estar necesariamente en pugna con su obediencia a Dios. Pero en caso de conflicto de deberes por abuso de la autoridad pública, es legítimo el disentimiento, la objeción de conciencia, la oposición, la resistencia e incluso la desobediencia; porque en tal caso es Dios quien debe prevalecer, como proclamaron los apóstoles ante el sanedrín (He 5,29) y los mártires de siempre. El cristiano debe ser el mejor ciudadano, como lo fue Jesús mismo, que acató la autoridad civil y la ley religiosa de su tiempo, si bien con lealtad crítica. Nada de lo que debemos a Dios se lo quitamos al César; pero también hemos de ser conscientes de que la fe religiosa no nos exime, sino que nos obliga a dar a una autoridad estatal legítima y justa la obediencia debida y la colaboración ciudadana: pago de impuestos, cumplimiento de las leyes, responsabilidad cívica, participación democrática, crítica constructiva y solidaridad en la justicia. 362

Bendito seas, Señor Jesucristo, Hijo del Padre, porque nos enseñaste a dar a Dios lo que es suyo y ala autoridad civil la obediencia debida. Con el ejemplo de tu vida nos mostraste que tu discípulo debe ser el mejor ciudadano: leal, justo, responsable, crítico y solidario. Pero si tú, Señor, no nos construyes la casa, en vano vigilamos, madrugamos y trajinamos. Concédenos tu Espíritu de amor y de servicio para que testimoniemos ante nuestros hermanos que tu Reino tiene la primacía en nuestra vida.

Miércoles: Novena Semana Me 12,18-27: No es Dios de muertos, sino de vivos.

ESPERO LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS 1. Absurda casuística. Los saduceos preguntan a Jesús sobre la resurrección de los muertos, que ellos negaban a pesar de haber llegado a ser doctrina común en el judaismo de entonces. Partiendo de la ley mosaica del levirato (del latín levir= cuñado) que mandaba al hermano de un marido difunto y sin descendencia casarse con la viuda (Dt 25,5ss), tratan de ridiculizar la fe en la resurrección mediante un caso extremo, casi absurdo: una viuda sin hijos que se ha casado sucesivamente con siete hermanos. ¿De qué marido será esposa en la otra vida? La respuesta de Jesús tiene dos partes, referente la primera al matrimonio en el más allá, y a la resurrección de los muertos, la segunda. Jesús comienza por rechazar lo que daba motivo a la mofa de los saduceos: la explicación demasiado simplista y corpórea de los fariseos y algunos rabinos sobre la resurrección. "Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán". La vida sexual, tal como ahora se expresa, no tiene sentido ni finalidad en la otra vida, pues los resucitados "ya no pueden morir; son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección", se dice en el lugar paralelo de Lucas (20,36). En la segunda parte de su respuesta, para afirmar la resurrección de los muertos apela Jesús al testimonio de la Escritura en el pasaje de la zarza ardiendo cuando Yavé se reveló a Moisés como "el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob" (Éx 3,6). De ahí concluye Jesús que si el Señor 363

es Dios de los patriarcas que ya murieron, es porque están vivos en su presencia, pues "no es Dios de muertos, sino de vivos". Cristo podía haber citado otros textos bíblicos más expb'citos sobre la resurrección, en los libros de los Macabeos y del profeta Daniel (s. n a.C). Pero prefirió valerse del Pentateuco porque era la única Escritura que aceptaban los saduceos. 2. La vida tiene la última palabra. Toda la Biblia es un testimonio del Dios de la vida y amigo de la misma. La inmortalidad es la máxima aspiración del ser humano; por eso éste no se resigna a morir por completo. Si después de esta vida no hubiera nada, el hombre se sentiría íntimamente frustrado; efectivamente, la vida humana sería una "pasión inútil" y el hombre un ser para la nada, como aseguró el existencialismo nihilista. Pero no es la muerte quien tiene la última palabra, sino la vida. Ya lo dijo san Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados, y los que murieron con Cristo se perdieron. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos" (ICor 15,17ss). La certeza de nuestra resurrección radica en Cristo resucitado, a quien nos incorporamos por el bautismo. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Tal es nuestra fe: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Para el discípulo de Cristo la fe en la vida eterna significa creer primero en la vida presente, porque toda actitud de menosprecio o rechazo de ésta cuestiona ante los demás la credibilidad de aquélla. La actitud de Jesús mismo ante la vida presente y la futura hay que deducirla de su encarnación en la raza humana. Al asumir nuestra naturaleza plenamente, valoró todo lo humano y terreno en su justa medida. La vida tiene valía en sí misma y en sus valores humanos; por eso hay que asumirlos y potenciarlos como hizo Jesús: valores como la verdad y la libertad, la justicia y la liberación social, la salud y el amor, la promoción del nivel y calidad de vida, la cultura y la realización del hombre y de la mujer como personas, la solidaridad y la participación. El bautizado y creyente en Cristo es persona de optimismo y alegre esperanza porque ama la vida y a los hermanos, pues tiene en sí la semilla de eternidad. Mediante una muerte diaria y continua al hombre viejo y pecador, insolidario y caduco, da alcance a la meta de la liberación final que es la vida en plenitud. Si nuestra existencia está unida a Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya (Rom 6,5). Por eso podemos cantar con el salmista: No he de morir; yo viviré para contar las hazañas del Señor (Sal 118,17). 364

Te bendecimos, Padre, Dios de la vida, porque mediante la fe y el bautismo del Espíritu nos llamaste a vivir contigo para siempre. ¿Cómo vislumbrar y entender algo del mundo nuevo de la resurrección, sino desde la fe en la persona de Cristo resucitado, vencedor de la muerte? El hombre, a quien tú amas, Señor, es un ser para la vida. Alienta nuestra esperanza e ilumínanos con tu palabra, para que entendamos que la dicha futura que esperamos se gesta ya en el compromiso con el mundo presente, en el amor a ti y a nuestros hermanos los hombres.

Jueves: Novena Semana Me 12,28b-34: No hay mandamiento mayor que éstos.

EL AMOR ES LA RELIGIÓN DE JESÚS 1. La ley en el horizonte del amor. El pasaje evangélico de hoy relata el encuentro y diálogo de un letrado de la ley mosaica con Jesús. El legista pregunta al maestro qué mandamiento es el primero de todos, entre la poblada selva de los 613 preceptos en que los doctores de la Tora desglosaban la ley de Moisés. Se trata nada menos que de saber cuál es el principio fundamental de la religión. Según Marcos, el diálogo se inicia y desarrolla en tono amistoso, sin ánimo de polémica y sin la intención capciosa que los otros evangelistas atribuyen al interlocutor de Jesús (Mt 22,34; Le 10,25). La prueba es que, después de la respuesta de éste, el escriba le da la razón, y el Señor, viendo que había respondido sensatamente, le abre una puerta: "No estás lejos del reino de Dios". Porque ha captado que el amor a Dios y al hermano es lo constitutivo de ese Reino, la piedra de toque de una religiosidad auténtica, pues "vale más que todos los holocaustos y sacrificios". Lo novedoso de la respuesta de Jesús no es el contenido, pues se remite a pasajes conocidos del Deuteronomio y del Levítico, sino la unión sin fisura ni dualismo que establece entre el primer mandamiento: amor a Dios, y el segundo: amor al prójimo. Preguntado por el primer mandamiento, Cristo señala también el segundo, que es "semejante al primero" (Mt 22,39). "No hay mandamiento mayor que éstos", concluye Jesús, uniendo ambos en uno solo. 365

2. ¿Por qué son inseparables amor a Dios y amor al hermano? ¿Es posible cumplir un mandamiento sin el otro, amar a Dios sin querer a nuestros semejantes? San Juan se planteó las mismas preguntas, y su respuesta fue: "Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Pero si uno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano" (Un 4,19ss). Jesús afirmó: Cuanto hacéis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacéis (Mt 25,40). Y cuando se despedía de los suyos, corrigió y mejoró la medida viejotestamentaria del amor, cambiando el "como a ti mismo" por el "como yo os he amado": Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros (Jn 13,34s). La medida del amor de Cristo fue entregar la vida. Dios y el hombre son objetos de amor que se distinguen conceptualmente, pero que no se pueden separar, según Jesús. Así la ley del amor se coloca en el horizonte de la "buena nueva", del evangelio del amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros y a los demás que son hermanos nuestros, porque él es padre de todos. 3. Una religión positiva. Son innumerables los textos del Nuevo Testamento que señalan al amor como la esencia de la religión que Jesús fundó. Una religión que se basa en el amor es positiva, pues el amor crea vida en derredor. Sin embargo, las encuestas revelan que para algunos el catolicismo es una religión negativa porque dice no, por ejemplo, al divorcio, al aborto, a las relaciones sexuales por libre, etc. De hecho, no obstante, está diciendo sí al amor fiel, maduro y plenificante, sí a la vida, sí a la dignidad y vocación superior de la persona. No puede ser negativa una religión fundada en el amor y abierta a Dios, al hombre, al mundo y a la vida. Si la vida es lo más grande que tenemos, una religión como el cristianismo, cuyo centro es Cristo, vida del hombre, no puede menos de ser una religión humanista del sí a la vida, religión dinámica y atrayente, positiva y optimista. Es lo que debemos testimoniar los creyentes, amando a Dios y a los hermanos. Tarea urgente en un mundo difícil e insolidario como el nuestro, en el que la soledad, el hastío y el aburrimiento de vivir lo invaden todo, hasta a las nuevas generaciones. En este contexto social, proclamar y testimoniar un mensaje de vida y de amor es suscitar una brisa refrescante en el desierto calcinado. El cristiano debe ser un especialista en amar y ayudar a los demás, como lo fue Jesús. La experiencia revela que el amor es la secreta fuerza de muchas personas sencillas que no deslumhran por sus cualidades, pero que 366

irradian vida en torno suyo. Es que un gramo de amor crea más vida que toneladas de fría inteligencia. Por egoísmo y pereza, por falta de ascesis y de atención interior, cada uno de nosotros tenemos sin explotar muchas posibilidades de amar. Son los talentos que quedan baldíos. Te reconocemos, Señor, como nuestro único Dios a quien debemos amar y servir con entero corazón. Dios Padre de ternura, cercano a los que te invocan, infunde tu amor en nuestros corazones para que cumplamos el mandato de Jesús: Amaos como yo os he amado. Queremos abandonar los ídolos de nuestro egoísmo, porque amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Ayúdanos, Señor, a convertirnos totalmente alamor de Cristo para entregarnos por completo a ti y a nuestros hermanos. Amén.

Viernes: Novena Semana Me 12,35-37: El mesías, hijo y señor de David.

MÁS QUE "HIJO DE DAVID" 1. El mesías, "hijo de David". Si, como venimos viendo estos días, en las anteriores discusiones de Jesús con sus adversarios eran éstos quienes planteaban las cuestiones, hoy es Jesús mismo quien desafía la sabia autoridad de los maestros judíos. Éstos enseñaban comúnmente que el futuro mesías sería descendiente e hijo de David. Tal creencia popular se basaba en la profecía de Natán: David pensaba construir un templo al Señor, y éste le promete una dinastía eterna (2Sam 7,8ss). Partiendo de aquí, Jesús plantea una cuestión académica a la que los especialistas de la Escritura no saben responder: "¿Cómo dicen los letrados que el mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: 'Dijo el Señor (Dios) a mi señor (el mesías): siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies' (Sal 110,1). Si el mismo David lo llama señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" En el Oriente medio era impensable que un padre llamara "mi señor" a su propio hijo. Hoy se considera dudosa la paternidad davídica del salmo 110; al citarlo como tal, Jesús admite la opinión común de los rabinos de su tiempo que lo interpretan en sentido mesiáníco. La respuesta exacta hubiera sido concluir que el mesías, aun descendiendo de David por su origen humano, poseía también un carácter 367

divino que lo hacía superior a David. Ésa fue la solución de la fe cristiana, basada en la resurrección de Jesús. El mesías no podía ser al mismo tiempo hijo y señor de David si no fuera simultáneamente hombre y Dios. Por eso el salmo 110, de amplio uso en la liturgia, fue uno de los preferidos del Nuevo Testamento y de los primeros cristianos para demostrar que el mesías, hijo de David, era también Hijo de Dios. El punto esencial del relato que nos ocupa es la descalificación de los maestros judíos. Cristo evidencia que son incapaces de resolver un problema escriturístico. Por tanto, son incompetentes como guías religiosos y no pueden ser jueces de la identidad del mesías, puesto que no saben explicar un texto mesiánico fundamental. 2. Nueva imagen del mesías. Pero Jesús no pretendió hacer un mero alarde de ciencia escriturística, ridiculizando a los rabinos que no tienen respuesta a su pregunta. Más importante para él era purificar la idea excesivamente política que del mesías, hijo del rey David, tenían los jefes y el pueblo judío de su tiempo. Fue sobre todo a la vuelta del destierro babilónico (s. vi a.C.) cuando se mitificó la figura del piadoso rey David y, con base en la profecía de Natán, se despertó la esperanza del mesías que le sucedería en el trono y restablecería el esplendor y poderío del reino de David y del pueblo israelita. Anhelo que se agudizó con la ocupación romana. Jesús no rechazó ser llamado "hijo de David" por los enfermos que le suplicaban y el pueblo que lo aclamaba al entrar mesiánicamente en Jerusalén, pues lo era en verdad. Sin embargo, no fue ése el título que él prefirió, debido a sus equívocas resonancias políticas. Más bien se autodenominó "Hijo del hombre", título mesiánico que aparece en la apocalíptica del profeta Daniel (7,13) y que era más cercano a la imagen del sufrido Siervo del Señor según el Tercer Isaías. Así lo vemos en los repetidos anuncios que hizo de su pasión, muerte y resurrección. Para la mentalidad de sus discípulos, como de cualquier judío de su tiempo, era impensable un mesías sufriente que jugara a perder. No, el triunfo debía ser suyo de antemano, y no sólo espiritual, sino también político y social. Por eso la paciente pedagogía de Cristo hubo de prolongarse incluso hasta las apariciones pascuales en que explicaba a los suyos cuanto el Antiguo Testamento anunció de él. Así, poco a poco, los apóstoles y la primitiva comunidad comprendieron que desde el misterio pascual —muerte y resurrección de Jesús— adquirían perspectiva, luz y sentido las profecías, el itinerario y la espera mesiánica del pueblo de la antigua alianza. Un mesías que tenía que padecer y morir para entrar en su gloria era, sin duda, menos triunfalista de lo previsto. Fue necesario todo un lavado de cerebro. Junto con los apóstoles y primeros cristianos, también nosotros hemos de realizar una profunda conversión en nuestra comprensión y seguimiento de Jesús, el glorioso hijo de David que, a 368

pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios y cambió el trono y el cetro, el poder y la riqueza por el servicio, la pobreza, el sufrimiento, la humillación y la muerte, para alcanzar el señorío eterno (cf Flp 2,6ss). Gloria a ti, Señor Jesús, hijo de David, Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre en gloria y majestad. Tú que eres luz, verdad y meta de nuestro camino, ten piedad de nosotros. Bendito seas porque nos revelaste el secreto que conduce al triunfo y ala vida sin ocaso: no el poder, la riqueza y el avasallamiento, sino el servicio, la pobreza y la humillación. Permítenos unirnos a ti como discípulos y danos tu Espíritu para testimoniar ante el mundo las señales del cristiano: tu cruz y tu amor. Amén.

Sábado: Novena Semana Me 12,38-44: Esa pobre viuda dio más que nadie.

GENEROSA POBREZA 1. Dos estilos de religiosidad. En las dos partes que contiene la escena evangélica de hoy se contrastan dos estilos divergentes de religiosidad. El primero está representado por los escribas o letrados, profesionales de la ley mosaica; y el segundo por una mujer del pueblo, fiel exponente del "resto de Israel" y de los pobres de Yavé. Jesús contrapone el aparentar al ser, y deja al descubierto la vanidad, hipocresía religiosa y codicia de los escribas frente a la humildad, sinceridad y generosidad de la pobre viuda ante Dios. Como no podía ser menos, la opción de Jesús se decanta por la segunda actitud. La lección que brota del ejemplo de la viuda pobre y generosa es que una religiosidad auténtica es fruto de una fe viva. Esta se expresa en el desprendimiento, la disponibilidad y la autodonación al Señor y al hermano. Tal es la religión en espíritu y en verdad, sin hipocresía ni formalismos, que Dios acepta porque lee en el corazón humano y sabe lo que hay dentro del mismo (cf texto paralelo de Lc21,lss). La viuda echó dos reales en el cepillo del templo; pero, según Jesús, 369

dio más que nadie, incluidos los ricos que dejaban dinero en cantidad. "Porque los demás han echado de lo que les sobra; pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir". Dos reales. Es la traducción que hace el leccionario del original griego: "dos leptos, una cuarta parte del as". Un as era la decimosexta parte de la moneda romana base, el denario; y éste, a su vez, era el salario normal de una jornada. Por tanto, la pobre mujer dio una sexagésima cuarta parte de un denario. Realmente muy poco, unos céntimos; pero era todo el capital que tenía para vivir. La valoración de Dios, la de Jesús, para gestos así no se mide por el criterio al uso: la cantidad, sino por su significado intencional, es decir, la calidad que les da la plusvalía personal añadida. Por Dios se desprendió la buena mujer de todo lo que tenía; y aunque dio tan sólo dos moneditas, echó en el cepillo más que nadie, comenta Jesús. Así son las matemáticas de Dios. ¡Hermosa página evangélica! 2. La generosidad de los pobres. Nunca o casi nunca damos de lo que necesitamos para vivir; nos contentamos con dar a veces de lo que nos sobra. Y con esa limosna cicatera tranquilizamos nuestra conciencia y evitamos el tener que darnos nosotros mismos a los que necesitan calor y acogida, compañía y tiempo, alegría y consejo, sonrisa y empatia. También los que veía Jesús, sentado enfrente de la alcancía del templo, iban depositando dinero; y algunos ricos, en cantidad. Pero todos, sensatamente, daban de lo que les sobraba. Hasta que llegó la viuda de los dos reales y dio con una generosidad loca, como no hace nadie, pues se quedó sin nada para vivir.-Sin duda sería leyendo esta página evangélica y viendo a esta pobre viuda cómo llegó a afirmar san Vicente de Paúl con frase paradójica: "Por fortuna hay pobres para los pobres; sólo ellos saben dar". Como veíamos el jueves pasado, respondiendo Jesús al buen escriba le proponía el amor a Dios y al prójimo como la esencia de la religión; hoy nos señala con el dedo una encarnación viva de tal enseñanza. Si el buen escriba estaba cerca del reino de Dios, la viuda generosa entró ya por la puerta grande de la bienaventuranza de los pobres. Al destacar su figura, Jesús nos dice que el cristianismo, además de ser la religión positiva del sí a Dios y al hombre, a la vida y al mundo por estar basada en el amor, es también la religión del dar y sobre todo del darse a uno mismo. Ésta es la mejor manera de expresar amor. Largo alcance el del evangelio de hoy para aprender a conjugar más el verbo dar y algo menos los verbos pedir y exigir. Todos podemos y debemos dar a los demás, especialmente a quienes más lo necesitan, amor y servicialidad, respeto y sonrisa, justicia y dignidad, amistad y tiempo, vida y pan. Dar siempre y sobre todo darse a Dios y a los demás es el camino para ser personas, ser libres, estar 370

abiertos a los demás y, en una palabra, para amar y ser cristianos, es decir, discípulos de Jesús. Él nos precedió con su ejemplo. Él vino para darnos vida, y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. A pesar de no tener nada ni dónde reclinar la cabeza, gastó su vida dando a todos salud y movimiento, vista y luz, verdad y alegría, futuro y esperanza, para acabar por darse a sí mismo enteramente. Te alabamos, Padre, porque Cristo, tu Hijo, nos mostró un ejemplo vivo de religión verdadera, la que él practicó y a ti te agrada, en la viuda pobre y generosa que dio cuanto tenía. Nuestras matemáticas, Señor, no son las tuyas: donde nosotros sumamos cantidad, tú multiplicas calidad Danos, Señor, una fe operante y dinámica que nos lleve al desprendimiento y la autodonación. Concédenos la generosidad de los pobres vacíos de sí, para que no rindamos culto al dios dinero y nos entreguemos por entero a ti y a los hermanos.

Lunes: Décima Semana Mt 5,1-12: Dichosos los pobres en el espíritu.

UN PROGRAMA DE FELICIDAD 1. El discurso del monte. Concluida la lectura continua del evangelio de Marcos, comienza hoy la de Mateo hasta la vigésima primera semana inclusive. Como iremos viendo, el evangelio de Mateo está estructurado, como línea vertebral, por cinco discursos de Jesús: el del monte (ce. 5-7), el misionero (c. 10), el parabólico (c. 13), el eclesial (c. 18) y el escatológico (ce. 24-25). Hoy se proclaman como evangelio las bienaventuranzas de Jesús, que constituyen la obertura al gran discurso evangélico del monte. Mateo sistematiza en un todo enseñanzas que Cristo impartió en distintas ocasiones; lo iremos leyendo hasta el jueves de la semana duodécima. En este discurso del monte, Jesús, como un nuevo Moisés en un nuevo Sinaí, promulga con su autoridad mesiánica la nueva ley evangélica del Reino para todos los miembros del nuevo pueblo de Dios. Hay otro evangelista, Lucas, que refiere también las bienaventuran371

zas (6,20ss). Pero son propios de Mateo algunos matices éticos y espiritualizantes, ausentes en Lucas: pobres en el espíritu, hambrientos y sedientos de justicia, perseguidos por la justicia. Pobres "en el espíritu" tiene aquí el significado bíblico de actitud humilde ante Dios, en la línea de los pobres de Ya vé ('anawímj que, vacíos de sí mismos, esperan todo de la gratuidad de Dios. Igualmente el matiz sobre "la justicia" apunta, no a la justicia social o pública sino a la fidelidad a Dios. 2. Un programa nuevo de felicidad. Jesús conocía el corazón humano, sediento de felicidad. Todo hombre y mujer quiere ser feliz; en consecuencia, busca la manera de conseguirlo, conforme a lo que cada uno entiende por felicidad: riqueza y dinero, éxito y posición social, seguridad y amor, poder y dominio, sexo y placer... Jesús propone un camino seguro de felicidad, aunque nuevo y paradójico. La página de las bienaventuranzas es la más revolucionaria del evangelio, porque en ella establece Jesús una inversión total de los criterios mundanos respecto de la felicidad. Él declara dichosos, porque ya desde ahora poseen el Reino y el favor de Dios, a cuantos el mundo tiene por infelices: los pobres y los hambrientos, los que lloran y sufren, los misericordiosos que saben perdonar, los rectos y limpios de corazón, los que fomentan la paz y desechan la violencia, los perseguidos por su fidelidad a Dios. Debido a la novedad radical y paradójica de las bienaventuranzas de Jesús, hay quienes las tachan de utopía irrealizable y sin la más elemental lógica; para otros son un mero ideal espiritualista, sublime pero inalcanzable. Sin embargo, Jesús las pronunció consciente de su significado y alcance; y las propuso entonces y las propone hoy a todo hombre y mujer que quieran seguir su mismo camino, porque son las actitudes básicas para ser discípulo suyo, para asimilar el espíritu del Reino y para conseguir la felicidad en plenitud por el camino de la liberación. 3. Un programa posible y operante. Antes de Cristo nadie se había atrevido a hacer tales afirmaciones. Tan paradójicas son las bienaventuranzas que solamente las entiende quien las vive y practica, como hizo Jesús mismo. Su vida constituye la mejor clave de interpretación de las bienaventuranzas. Él fue pobre y sufrido, tuvo hambre y sed de justicia, creó paz y reconciliación, fue perseguido y murió por la salvación del hombre. Encarnando en su persona las bienaventuranzas, éstas se convierten para su discípulo en programa realizable y operativo. Las bienaventuranzas de Cristo no son espiritualismo desencarnado, ni pasividad alienante, ni resignación fatalista. Él no las pronunció para justificar y perpetuar una clase social de hombres y mujeres apocados, contentos con una esperanza futura. Su felicidad es presente, pero conlleva un compromiso personal y efectivo con la pobreza y el sufri372

miento humano en cualquiera de sus manifestaciones, mediante el desprendimiento y el aguante, la opción por la sinceridad y la justicia, la construcción de la paz, el rechazo de la violencia, la fraternidad, el amor y la solidaridad entre los hombres. Que el Señor nos conceda fe, amor y coraje suficientes para entender las bienaventuranzas, asimilarlas y vivirlas con Cristo. Gracias, Señor Jesús, porque, proclamándolos dichosos, devolviste la dignidad, el Reino y la esperanza a los que el mundo tiene por últimos e infelices: los pobres y los humildes, los que lloran y sufren, los que tienen hambre y sed de fidelidad a Dios, los misericordiosos que saben perdonar a los demás, los que proceden con un corazón limpio y sincero, los que fomentan la paz y desechan la violencia, los perseguidos por servirte a ti y al evangelio. Ti eres el primero que realizaste este programa, y tu ejemplo nos anima a seguirte hasta el final Tú eres nuestra fuerza. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

Martes: Décima Semana Mt 5,13-16: Sal de la tierra y luz del mundo.

SABOR DE DIOS PARA LA VIDA 1. Sal y luz: identidad del cristiano. El texto evangélico de hoy es continuación inmediata de las bienaventuranzas, que veíamos ayer y q u e resumen las actitudes básicas del que quiere pertenecer al reino de Dios. Mediante tres parábolas-proverbio nos muestra hoy Jesús la identidad de su discípulo: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?... Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelera y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo" (cf Me 4,2 ls; Le 8,16s). Con relación a todo el discurso del monte, que seguiremos leyendo e s t o s días, las tres parábolas sirven de introducción a las instrucciones q u e seguirán, en las que Jesús explica más en detalle la identidad y el 373

talante de su seguidor y cuáles son las obras que glorificarán a Dios. Como Cristo mismo, su discípulo debe ser sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte (alusión a Jerusalén, asentada sobre el monte Sión). Las tres imágenes convergen en una misma dirección: testimonio personal de la vida del creyente al servicio de los demás. 2. Sal de la tierra. La sal es elemento familiar a cualquier cultura, pues desde siempre se ha empleado para dar sabor a la comida. Incluso, antes del frío industrial, era el único medio de preservar de la corrupción los alimentos, especialmente la carne. Pero además, en la cultura bíblica y semita, la sal significaba también la sabiduría de la vida, que consiste en conocer y cumplir la voluntad de Dios, expresada en su ley. Según eso el cristiano, sal de la tierra, posee la sabiduría de Cristo y el conocimiento del reino de Dios por la fe en la palabra del evangelio. Por todo ello la sal resulta ser un feliz simbolismo, de gran riqueza expresiva, para centrar la misión del discípulo de Cristo en medio de la sociedad en que vive. La sal es un protagonista muy especial en el ámbito culinario, pues se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Su presencia discreta no se detecta apenas; en cambio, su ausencia no puede disimularse. Ésa es su condición-, pasar desapercibida, pero actuando eficazmente. Bella manera de definir el cometido del cristiano: ser sal de la tierra, sal humilde, fundida, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable. Gozosa responsabilidad la nuestra: descubrir el rostro auténtico y la cara oculta de Dios, ser la sal y el sabor de la vida, ser gracia festiva, ser esperanza y optimismo para el tedio y el aburrimiento de la existencia. Sublime tarea la del creyente: desbordar sin ostentación la riqueza de una vida cristiana interior fecunda y al servicio de los demás.

obras", como la sal y la luz, para conocer y bendecir a Dios, el Padre de todos que está en el cielo. No podemos perder el sabor y la luminosidad cristiana diluyéndolos en palabrería, ni siquiera en meras prácticas piadosas. Si la gente ve nuestra fe religiosa y nuestra conducta orientadas a la fraternidad y al amor, nos reconocerán como portadores de la luz de Cristo y darán gloria al Padre. Como la sal y la luz, nuestra fe y condición cristianas no admiten términos medios: o transforman e iluminan la vida, o no sirven para nada. Gracias, Padre, porque nos destinas con Cristo a dar sabor a un mundo insípido, áspero y desabrido y a una vida devastada por el egoísmo y la mentira. Gracias por la confianza. Pero es misión difícil la de ser sal fundida, sabrosa y necesaria, que actúa desde dentro sin ostentación y sin hacerse notar. Cambia, Señor, nuestras tinieblas en luz, nuestra noche en día, para que irradiemos gozo y paz, esperanza y optimismo en medio del tedio de la vida. Que tu palabra sea luz en nuestro caminar. Ayúdanos con tu gracia y transfórmanos con tu Espíritu para que no guardemos para nosotros tu sal y tu luz-

Miércoles: Décima Semana Mt 5,17-19: Plenitud de la ley mosaica.

3. Sabor de Dios para la vida. El que dice haber conocido a Dios y creer en Jesús, que es la salvación y la luz del mundo, no puede menos de compartir con los demás la sal y la luz, contagiando gozo y paz, irradiando la alegría de una fe activa. De ninguna de las dos funciones de la sal está eximido el creyente: 1.a Para que la vida humana merezca vivirse con sentido y con sabor de Dios. 2.a Para que el mundo en que habita no se corrompa por las pasiones del hombre terreno: lujuria, soberbia y codicia. Lo mismo que la comida y los alimentos, eso es lo que está necesitando nuestra sociedad: la sal que la libre de la insipidez y del sinsentido de la existencia, así como de la degradación de la convivencia humana. Cada uno de nosotros debemos preguntarnos hoy cómo podemos colaborar y en qué medida hemos de ofrecer los talentos recibidos de Dios a un mundo que necesita desesperadamente nuestras "buenas 374

ALTERNATIVA A LA LEY ANTIGUA 1. Plenitud de la ley. El breve texto evangélico de hoy es fundamental para determinar la actitud de Jesús y de la Iglesia primitiva respecto de la antigua ley mosaica. Es éste uno de los temas más difíciles de la teología del Nuevo Testamento. Los teólogos y moralistas del tiempo de Jesús (los sacerdotes y escribas), así como los laicos piadosos (los fariseos), habían hecho de la ley un absoluto, un compendio de toda sabiduría humana y divina, una revelación definitiva de Dios mismo y una guía completa y segura de conducta, dotada de capacidad salvadora para el hombre. La mayor parte de los miembros de la primera comunidad cristiana 375

procedían del judaismo y eran herederos de esa visión totalizante de la ley. Se necesitó un doloroso proceso de revisión de actitudes y valoraciones para entender el paso de la antigua a la nueva ley y alianza en Cristo. Las cartas de san Pablo y la carta a los Hebreos, por ejemplo, son testigos de los difíciles pasos de este desarrollo. Importaba mucho esclarecer la actitud de Jesús ante la ley mosaica. A esto responde el evangelio de hoy. En él comienza afirmando Jesús: "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud". Entra aquí en juego un concepto básico en el evangelio de Mateo: el cumplimiento en Cristo de todo lo escrito en "la ley y los profetas", expresión que resume el Antiguo Testamento. Toda la ley antigua tenía valor de profecía, cuyo cumplimiento se verifica en Cristo, una vez llegada la plenitud de los tiempos mesiánicos y escatológicos inaugurados en su persona y mensaje. Así es como eleva Jesús la antigua ley mosaica y todo el Antiguo Testamento a una perfección de plenitud. Este principio, que es punto de partida, lo ilustrará Cristo a continuación con algunos ejemplos concretos y relevantes: son las seis antítesis que iremos leyendo estos días. "Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo". En ellas se ve cómo la nueva ley de Cristo da profundidad y altura a la alianza y ley antiguas. Jesús no viene a destruir la ley mosaica, efectivamente; pero tampoco a consagrarla como intangible —así la entendían letrados y fariseos—, sino a darle con su enseñanza y conducta personal un alcance nuevo y definitivo en el que se realiza en plenitud la finalidad que la ley pretendía. San Pablo afirma expresamente: "El fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree" (Rom 10,4). 2. La alternativa de Jesús a la ley mosaica no es la simple abolición, sino una mayor perfección y exigencia, una fidelidad más radical y una santidad más profunda que superan la letra de la ley para abundar en su espíritu. Esa plenitud de la ley, es decir, la nueva alianza, la nueva economía u orden de la gracia, se alcanza en el misterio pascual de Cristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por la salvación del hombre a quien Dios ama. De ahí brota la nueva moral cristiana, centrada en la respuesta incondicional del hombre a ese amor de Dios que le ha precedido en Cristo. En este sentido, la ley de Dios mantiene su vigencia permanente, incluso en sus mínimos detalles. Los rabinos enumeraban hasta 613 preceptos en la ley del Pentateuco, y los clasificaban en grandes y pequeños, de acuerdo con su importancia. La fiel observancia de todos ellos aseguraba la justicia o santidad de escribas y fariseos. Pero esa fidelidad respecto de Dios no valía para alcanzar su Reino, dirá Jesús, porque era autosuficiente y se quedaba en la letra. Por eso él mismo no observaba todas las tradicio376

nes judías, por ejemplo respecto del sábado, del ayuno o de las normas de pureza legal, que incluso rechazó con su palabra y conducta. La fidelidad del discípulo de Cristo habrá de superar la de los escribas y fariseos mediante una sumisión amorosa a la voluntad de Dios, que va más allá de la observancia de la letra de la ley, porque "si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". De ahí que san Pablo hablara de una justicia de la ley que no salva. Lo que de hecho justifica y salva al hombre y la mujer es la fe en Jesucristo, porque nos hace entrar en comunión con Dios. Entre el cristiano y la ley existe una mediación que es esencial: la justificación que nos viene por la fe en Cristo. De esta suerte, aunque la mera observancia de la ley por el creyente no le da la justificación ante Dios, sí pone de manifiesto la justicia adquirida en Jesucristo por la comunión con Dios mediante la fe en su Hijo Cristo Jesús. Te bendecimos, Señor, Dios de nuestros padres, porque en Cristo Jesús realizaste con tu pueblo un nuevo pacto de amor total y fidelidad cabal En él se cumplieron la ley y los profetas, adquiriendo así plenitud la antigua alianza mediante el espíritu que supera la letra escrita. Gracias, Señor, porque por la fe nos permites entrar en comunión salvadora y filial contigo. En verdad el objetivo de la ley es Cristo Jesús para justificación de todo el que cree en él Concédenos cumplir siempre con amor tu voluntad. Amén.

Jueves: Décima Semana Mt 5,20-26: Vete primero a reconciliarte con tu hermano.

RECONCILIACIÓN FRATERNA 1. La nueva justicia del Reino. "Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos", afirma Jesús al comienzo del evangelio de hoy. Los maestros de la ley mosaica contemporáneos de Cristo estaban contaminados de legalismo. Situaban la justicia moral, es decir, la fidelidad a Dios, la vida virtuosa, la santidad, en el cumplimiento estricto de la letra de la ley; pero se olvidaban de su

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espíritu, de la observancia interior, del amor que da valor a las acciones. Y el amor no se contenta con el mínimo obligatorio. Jesús va a apelar a un principio superior: las actitudes interiores del hombre y de la mujer ante Dios y ante los hermanos, para alcanzar el nivel propio de la justicia religiosa, esa santidad moral que exige el reino de Dios. Y procederá a base de antítesis: "Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo". En ello empeña toda su autoridad mesiánica. Él no ha venido a abolir la ley mosaica, sino a darle la plenitud del espíritu sobre la letra. El texto evangélico de hoy, de fuerte sabor judío propio de Mateo, es la primera de las seis antítesis del discurso del monte. "Habéis oído que se dijo: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano 'imbécil', tendrá que comparecer ante el sanedrín; y si lo llama 'renegado', merece la condena del fuego". Está claro que Jesús va más allá de la prescripción mosaica relativa al quinto mandamiento, que prohibía el homicidio. Él declara que también es atentar contra la vida e integridad del prójimo el fomentar palabras, gestos y actitudes injuriosas. Ése es el espíritu y el sentido pleno de la ley escrita. 2. Nexo entre culto y fraternidad. De ahí concluye Jesús la necesidad de la reconciliación fraterna para estar en regla con Dios. "Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda". Según Jesús, es imposible el culto auténtico a Dios sin amor a los hermanos. El culto y la religión deben reflejar la vida, y viceversa; y la vida cristiana debe ser amor, porque Dios, la fuente suprema de la vida, se define como amor. Comer el cuerpo del Señor requiere amor en el corazón y paz con los hermanos, porque Cristo es el signo del amor de Dios Padre al hombre. El cuerpo eucarístico de Jesús está diciendo relación directa a la asamblea eclesial, que es el cuerpo místico de Cristo. De ahí que la eucaristía, la misa, para ser auténtico memorial del Señor, es decir, del misterio profundo de amor que es la pasión, muerte y resurrección de Jesús, está pidiendo la reconciliación, el amor fraterno y la completa unión del grupo que celebra con fe la cena del Señor. 3. La eucaristía es imposible sin comunidad de amor. La comunión fraterna, la comunión horizontal, que completa la comunión vertical con Dios, es inherente a la asamblea eucarística, por necesidad y no como referencia añadida. Hasta el punto de que sería imposible, como insistieron los santos padres, celebrar la misa en una comunidad pro378

fundamente dividida y enfrentada en desunión total. Anteriormente se lo había dicho san Pablo a los fieles de Corinto, en Grecia. Puede haber en la asamblea cultual pobres yricos,blancos y negros, de derecha, centro e izquierda; pero todos en igualdad y en amor de hermanos. La única clasificación inadmisible como simultánea, y sin reconciliación previa, es la que rompe la unidad del cuerpo de Cristo: opresores y oprimidos, explotadores y explotados, verdugos y víctimas, perseguidores y perseguidos por la justicia. Ya los profetas del Antiguo Testamento habían denunciado como falso todo culto que no llevara consigo la búsqueda y el seguimiento de la justicia. El perdón fraterno y la reconciliación son tarea cotidiana. Para ser reconciliadora, la comunidad de fe debe comenzar por estar ella misma reconciliada en sus miembros, lo mismo que para ser evangelizadora ha de estar primero evangelizada. La reconciliación de los hermanos que profesan un mismo credo es el testimonio que mejor entenderá el mundo de hoy. Así la Iglesia podrá presentarse ante los hombres como lo que de hecho es y debe ser: "sacramento de unidad y de salvación" (LG 9,3). Haz brillar, Señor, en nuestros corazones la luz que irradia tu amor desde el rostro de Cristo. Así tu sonrisa de Padre será un oasis refrescante en nuestro desierto calcinado, incapaz de amar y perdonar. No permitas, Señor, que nuestros odios y violencias marchiten la primavera de tu ternura. Concédenos vivir reconciliados con los demás, mediante un perdón y alegría diariamente renovados conforme a la nueva justicia de tu Reino. Amén.

Viernes: Décima Semana Mt 5,27-32: Adulterio y divorcio.

DINAMISMO PROGRESIVO DEL AMOR 1. Letra y espíritu de la ley. Declarado el espíritu de la ley nueva o nueva justicia, como veíamos anteayer, Jesús lo explica descendiendo a algunos puntos significativos. Son las seis antítesis, de las que ayer veíamos la primera. Hoy leemos la segunda y tercera, referentes al adulterio y divorcio, respectivamente. 379

Hablando del adulterio, Jesús afirma la plena fidelidad conyugal en el amor. Es inmoral no sólo el adulterio consumado, sino también el deseo, el adulterio de corazón. En contra de los maestros judíos, que separaban la intención de la acción, Jesús interioriza la ley; el deseo equivale a la acción. El radicalismo de la enseñanza de Cristo queda patente en la exageración consciente del ojo arrancado y de la mano cortada, como cómplices de los deseos del corazón. Respecto del divorcio, afirma Jesús la indisolubilidad del vínculo matrimonial, remitiéndose a la ordenación del Creador en un principio y anulando la tolerancia de la ley mosaica, sobre la que fundamentaban su interpretación laxista las escuelas rabínicas. El matrimonio indisoluble que preconiza Cristo devuelve la dignidad a la mujer y establece sus derechos y obligaciones en paridad con el varón. Este gozaba de todos los privilegios al respecto mediante el libelo de repudio (Dt 24, ls). Sobre el tema del divorcio volverá Jesús cuando le consulten los fariseos (Mt 19,3ss: Viernes de la decimonovena semana). Como se ve, las antítesis de Jesús contraponen cumplimiento externo y actitudes interiores. Así descalifica Cristo la casuística del mínimo legal, que se da por satisfecha con la observancia de la sola letra de la ley. Él urge más bien el espíritu de la norma, una observancia animada por el amor sin límites, que es lo que viene a dar plenitud a la ley. Si Cristo da la primacía al espíritu sobre la letra, es para mostrarnos que el seguimiento evangélico no se limita a la fidelidad legalista a un código de preceptos. Es el peligro que nos acecha continuamente. Pero la moral cristiana, la ética auténticamente religiosa, es más que eso. Toda nuestra vida, animada por la fe, ha de ser respuesta personal al don amoroso de Dios, manifestado en Cristo. El objetivo fundamental de la ley de Cristo es hacernos hijos libres de Dios y no esclavos de la letra escrita. 2. Libertad y fidelidad en el amor. Mientras no nos sintamos liberados del legalismo tacaño porque nuestro amor, como el de los santos, va mucho más allá de los límites de la letra de la norma, no habremos captado el mensaje evangélico del discurso del monte. La radicalidad de la ley de Jesús es el dinamismo progresivo del amor. Cobran así primacía las actitudes interiores y la opción fundamental por Dios y su Reino, sobre los mismos actos externos; aunque sin descuidar éstos, para no incurrir en un espejismo laxista. Cristo nos ha liberado para vivir en libertad (Gal 5,1): la libertad de los hijos de Dios. En lo profundo de esta libertad enraiza la moral cristiana como respuesta personal, fiel y agradecida al don y al amor de Dios en Cristo. "Hermanos, vuestra vocación es la libertad; no una libertad para que se aproveche el egoísmo. Al contrario, sed esclavos unos de otros por el amor... Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne" (5,13ss). 380

La libertad en Cristo es para amar más y mejor. La libertad del que ama a Dios y a los hermanos —la auténtica libertad cristiana— no es vivir sin ley, sino identificación total de la voluntad con la de Dios, con el bien y la verdad, con la ley evangélica, que se resume en amar. El que ama no siente la ley en Cristo como una obligación pesada porque, bajo la guía del Espíritu, la hace suya libremente; para él la ley del Señor es su gozo y su fortaleza. Por desgracia, hay cristianos minimalistas, herederos de un fariseísmo hipócrita y casuista, que se contentan con el "yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie". Eso es el límite mínimo que no asegura que ames de verdad a los demás. El amor va más lejos que la justicia y el derecho, aunque sin negarlos. Por eso el cristiano que ama de verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos con espíritu penal y de esclavo, sino que, a impulsos del Espíritu y del amor que Dios ha derramado en su corazón, como persona libre y liberada por Cristo, se entrega a una obediencia amorosa de hijo que responde a la ley interior de la gracia. Gracias, Padre, porque Cristo Jesús, tu Hijo, nos ha liberado para vivir en la libertad de los hijos de Dios. Con su palabra y su ejemplo él nos enseñó el dinamismo progresivo del amor agradecido. Concédenos, Señor, caminar según tu Espíritu sin gratificar los deseos y las obras de la carne. Queremos madurar en la libertad cristiana para amar más y mejor a ti y a los hermanos. Te pedimos vivir gozosamente la ley de Cristo en libertad y fidelidad, al límite máximo y no al mínimo. Así tu ley será nuestro gozo y nuestra fortaleza. Amén.

Sábado: Décima Semana Mt 5,33-37: No juréis en absoluto.

LA ORIGINALIDAD CRISTIANA 1. Lo propio de la ley de Cristo. Seguimos leyendo el discurso del monte según la espléndida composición literaria de Mateo. Y seguimos con las antítesis de Jesús. Si las tres anteriores se referían a las relaciones humanas, la de hoy, que es la cuarta, toca un deber para con Dios: 381

el juramento, por el que se le pone como testigo de algo. El juramento refleja la condición mala del hombre, pues pone de manifiesto tanto su mendacidad, contra la que se supone que el juramento es una defensa, como su desconfianza respecto de la veracidad del prójimo. Por eso excluye Cristo para sus discípulos no sólo el perjurio, es decir, la falsedad o el incumplimiento de un juramento hecho a Dios, sino también el mismo hecho de jurar por el cielo, la tierra, el templo de Jerusalén o la propia vida. Porque contra la mentira no hay mejor salvaguardia que vivir en la verdad. En la nueva ética de Jesús la veracidad se asegura por la integridad interior de la persona. Los ejemplos concretos que Jesús nos va presentando con sus antítesis nos orientan a una actitud más religiosa respecto de Dios y del hermano, a una mayor fidelidad y disponibilidad para el seguimiento de Cristo mediante el amor. Algo que afecta a la persona entera: mente, corazón y conducta. Aquí radica la originalidad de la ley de Cristo, la originalidad cristiana. Cuando se escribió el evangelio de Mateo, hacia los años 75/80, en una comunidad judeo-cristiana, el judaismo oficial trataba de rehacerse del desastre de los años setenta con la destrucción de Jerusalén y del templo por los romanos. Refugiado en Jannia, el movimiento sinagogal afirmaba la identidad judía en una renovada adhesión a la ley mosaica. También la comunidad cristiana de Mateo, formada en su mayoría por creyentes provenientes del judaismo, buscó a su vez la afirmación de la originalidad cristiana frente a la renovada ortodoxia judía que los excomulgaba. De ahí la contraposición que en Mateo se hace de la justicia o santidad de los escribas y fariseos a la nueva justicia o fidelidad que Jesús propone a sus discípulos. Esta mayor fidelidad a la voluntad de Dios no requiere un nuevo código de leyes, sino una más absoluta, fiel y amorosa respuesta del hombre al amor de Dios. 2. La ley nueva, pedagogo del amor. Jesús recupera el centro y el espíritu de la ley, que es el querer de Dios y no la letra atomizada en preceptos. Ese centro y ese espíritu dan la primacía al amor, como dirá Cristo al letrado que le pregunta por el mandamiento mayor de la ley (Me 12,28ss). Primero es el evangelio, es decir, la buena nueva del Reino y del amor de Dios al hombre; primero es el don, el indicativo; luego vendrá la moral, el imperativo, la respuesta del hombre con la misma moneda: amor incondicional que no se contenta con el mínimo de la letra de la ley, sino que aspira al máximo de la entrega a Dios y al hermano. Así la ley se convierte en pedagogo del amor. Esta será la novedad y superioridad de la ley cristiana. Acentuar el amor y la fidelidad interior a la voluntad del Señor, manifestada en su ley y mandamientos, es la manera de evitar el culto vacío que él condenó por boca de los profetas y de Jesús mismo. Una 382

fidelidad a carta cabal no se contenta con una observancia externa y para cumplir. La verdad es que solemos tener miedo a comprometernos a fondo con Dios; nos amedrentan sus posibles exigencias, a veces bastante radicales. Y queremos nadar y guardar la ropa, servir al Señor conservando la mayor parcela posible de nuestra vida para nuestro uso privado, pagar su factura con la mayor rebaja a nuestro alcance para poder seguir la corriente del momento. De esta coartada ilusoria a la actitud farisaica del cumplo-y-miento no hay ya más que un peldaño. Así, ¿cómo podremos vivir la disponibilidad ante Dios y testimoniar que la ley de Cristo es nuestro gozo y fortaleza? La ley es para el hombre y no el hombre para la ley; por eso la ley no es para la tiranía, sino para la alegre libertad del que sabe amar. Sucede con frecuencia que, sin ser conscientemente tramposos, tendemos a hacer trampas, incluso con Dios. Por eso hemos de estar alerta sobre el engaño de una religión de pacotilla, refugio de soñadores que dicen y no hacen. A Dios no se le sirve y honra con los labios si está ausente el corazón. Puesto que el corazón es la fuente de donde brotan el bien y el mal, es necesaria una actitud ética de conversión personal a la ley de Cristo con una alegría que responde agradecida al don de su amor y no por miedo a la amenaza de un castigo. Te bendecimos, Dios del amor y de la ternura, locamente enamorado de tu criatura el hombre, porque por medio de Jesús nos introdujiste en una nueva alianza de amor que nos hace hijos libres y no esclavos de la letra de la ley. Jesús fue tu "sí" rotundo al hombre para siempre. Por eso la nueva ley de Cristo prima el amor como respuesta a tu don que siempre nos precede, como descubrimiento de tu rostro en el del hermano. Concédenos comprometernos a fondo con tu voluntad mediante una fidelidad a carta cabal Amén.

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Lunes: Undécima Semana Mt 5,38-42: Recambio a la ley del talión.

LA REVOLUCIÓN DEL AMOR 1. Perdón en vez de venganza. El evangelio de hoy contiene la quinta de las antítesis del discurso del monte que venimos leyendo estos días, y se refiere a la ley del talión. "Sabéis que está mandado: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia". La llamada "ley del talión", que ya se encontraba en las leyes asirías (Código de Hammurabi, rey de Babilonia, hacia 1750 a.C), se formula también en algunos libros del Pentateuco o ley de Moisés. En síntesis: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir, puedes vengarte en la medida en que has sido ofendido, cobrando o pagando con la misma moneda. Hay que reconocer que el espíritu de venganza, una ley del talión a nuestra medida, está bien enraizado en el corazón humano, en todos nosotros: "El que me la hace, me la paga". Pues bien, Jesús excluye toda revancha; no sólo la venganza efectiva, sino también el deseo de la misma, hasta llegar a renunciar a la justicia vindicativa y toda violencia activa, incluso como autodefensa: "No hagáis frente al que os agravia; al contrario..." Y desarrolla esta afirmación con cuatro ejemplos o situaciones diversas: bofetada, pleito, requerimiento y préstamo. Muestras intencionadamente paradójicas, que no son para ser tomadas al pie de la letra en su contexto circunstancial, pero sí en su espíritu de perdón, reconciliación y fraternidad. Mediante la doctrina de esta quinta antítesis: perdón en vez de venganza, junto con la de la sexta, que veremos mañana: amor al enemigo en vez de odio, Jesús abunda en el mensaje de la bienaventuranza de la persecución y nos propone la gran revolución del amor cristiano: amar gratuitamente, sin pedir ni esperar nada a cambio. 2. Un evangelio difícil. Es el de hoy un evangelio sublime, pero difícil y molesto, casi imposible diríamos. Uno se siente incómodo leyendo o escuchando esta página evangélica; es tan sublime que resulta insoportable para nuestra mezquindad. Al vernos tan lejos de ese ideal, nos sentimos tentados a pasar la hoja y tachar a Jesús de soñador e irreal, desconocedor del corazón humano. ¿Ignoraba él que llevamos dentro una innata ley del talión que nos hace proclives a la venganza y al odio? Precisamente porque lo sabía, nos propone hoy una vía de liberación y felicidad, no mediante una estúpida pasividad, sino por la fuerza activa del perdón y del amor. La consigna de Jesús tiene aplicación cada día y a todas horas, 384

porque estamos siempre acosados por la injusticia y la revancha. Los conflictos y las reclamaciones por lo que cada uno considera sus derechos es crónica diaria a todos los niveles: cívico, administrativo, laboral y familiar, incluso entre amigos, socios y compañeros. Sin embargo, Jesús no patrocina ni establece simplemente como norma una tonta resignación o un estúpido apocamiento ante la violencia, el fanatismo, la explotación o la injusticia. No se le niegan al discípulo de Cristo los derechos humanos, pero el nivel del amor debe primar sobre el nivel jurídico. Jesús no propone al cristiano la resignación fatalista, sino la noviolencia activa del amor; porque él no aprueba cualquier pasividad y silencio ante la sinrazón y la injusticia. Una actitud cobarde ahorraría muchos mártires, es cierto; pero también frenaría el proceso de humanización y fraternidad, y en muchos casos silenciaría la voz de los pobres sin voz. Hoy como ayer hacen falta testigos rebosantes de amor al enemigo, defensores valientes de los derechos humanos, aunque en ello les vaya la vida. Aguantar la injusticia no significa aprobarla ni dejarla sin denuncia profética. Perdonar y amar gratuitamente nos resultará imposible si no vivimos habitualmente en el amor, como clima ambiental de nuestra vida y conducta cristianas. Lo que parece imposible al hombre terreno es posible para Dios, quien por el misterio pascual de Cristo y el amor de su Espíritu nos puede transformar en hombres y mujeres nuevos y espirituales si nosotros colaboramos. Devolver bien por mal, querer a los demás a pesar de su malquerencia, amar a fondo perdido, es el amor más grande y auténtico, el que Cristo practicó y nos enseñó, el amor que hace creíble el evangelio. Señor Dios, que no quieres la muerte del pecador sino que se convierta y viva, porque tú amas a todos, ten piedad de nosotros, que somos estrechos de corazón, incapaces de amar y renunciar a la venganza y al rencor. Enséñanos y ayúdanos a vencer el mal con el bien. Haz que creamos firmemente que es posible un mundo nuevo en donde no sean el odio) la revancha fratricida, sino el amor y el perdón, quienes digan la última palabra. ¡Dichosos los que se atreven a soñar un mundo nuevo de amor y fraternidad, arriesgando todo en este empeño, porque el reino de Dios está en sus manos!

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Martes: Undécima Semana Mt 5,43-48: Amad a vuestros enemigos.

AMOR AL ENEMIGO 1. Nuevos horizontes para el amor. "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos". Así empieza el evangelio de hoy, todo él en boca de Jesús. Es la sexta y última de las antítesis del discurso del monte, que se ha leído también el sábado de la primera semana de cuaresma. "Amarás a tu prójimo" es norma que encontramos en el libro del Levítico (19,18), si bien el prójimo significa ahí el pariente y el compatriota. La segunda afirmación, "y aborrecerás a tu enemigo", no se encuentra literalmente en ningún pasaje de la Biblia; pero así lo deducían los judíos como conclusión de lo primero. Todo el que no pertenecía al pueblo elegido desconocía al Dios verdadero y era un extraño, un "enemigo", a quien no había por qué amar. Ése es el sentido de "aborrecerás a tu enemigo". Pues bien, una vez más Jesús rompe con la tradición de los rabinos y va más allá. "Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian". El paso que da Cristo es de gigante y para gigantes. No contento con ampliar el concepto de prójimo a toda persona sin distinción, igualándolo en el amor con la persona de Dios —primero y segundo mandamientos en unión e igualdad—, y de extender el perdón hasta setenta veces siete, es decir, ilimitadamente, preceptúa ahora el amor incluso al enemigo. ¡Increíble! Es el no va a más. Jesús declara inviable y anticuada nuestra división usual de las personas en amigos y enemigos; para el que ama, como Cristo, no hay ya más que hermanos, hijos todos del mismo Padre, Dios (cf Le 6,27ss). "Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Nada más y nada menos. Así resume Cristo la nueva justicia del Reino, es decir, la santidad basada en la absoluta fidelidad a Dios. Esta conclusión de las seis antítesis es la motivación de todo lo que antecede y contiene una base ética profundamente religiosa: imitación del ejemplo de Dios, que es amor, y a cuya imagen están hechos el hombre y la mujer. "Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos".

co de hoy plantea serios interrogantes que inquietan a cualquier cristiano responsable: ¿Amar al enemigo es un programa realizable o una simple utopía para soñadores? Vista a la luz de la sabiduría del mundo, esta consigna de Jesús puede parecer un programa para ángeles o para tontos. Y nosotros decimos no ser ninguna de las dos cosas. Bien está, pensamos, que Cristo nos mande excluir todo sentimiento de odio, rencor, malquerencia, fanatismo e intolerancia, tanto a nivel de individuos como de grupos raciales, lingüísticos, ideológicos y políticos; pero ¡practicar el desarme unilateral y amar al enemigo! Tal como suenan las palabras de Jesús, ¿establecerían como norma de conducta el amor afectivo al enemigo? Por ley no se puede imponer la simpatía, el amor afectivo y el cariño emocional al enemigo que nos agravia. Eso iría contra nuestra estructura psíquica; resultaría inhumano. Tampoco lo exige Jesús por decreto. Incluso a personas muy cristianas y de buen corazón se les oye decir: "Yo le perdono, pero me es imposible olvidar, menos aún quererle". Con lo cual no están gratificando en su corazón sentimientos de odio, rencor o agresividad, y menos aún el placer exquisito de la venganza. Perdonar, sí; pero llegar a amar afectivamente al enemigo... Hace falta madera de santo o temple de héroe. ¿Y puede imponerse como norma el heroísmo? No extrememos los términos. Jesús no nos manda lo que no podemos hacer. Pero sí nos propone su ejemplo. Él murió perdonando a sus enemigos, y otros muchos cristianos a través de la historia han seguido sus pasos. Lo que nos manda Jesús es el amor efectivo: hacer el bien al enemigo, rezar por él, respetarlo siempre como persona y como hermano, hijo también de Dios. Así, a nuestra vez, seremos también hijos de Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos. Dios Padre bondadoso, que das tu sol a buenos y malos, haznos semejantes a ti para que reflejemos tu amor a todos. Nos cuesta mucho hacer el bien a quien nos quiere mal, perdonar a quien nos ofende y olvidar agravios pasados. Sin embargo, Cristo obró así, proponiéndonos su ejemplo. Suscita, Señor, muchos testigos de la no violencia. Escucha los gemidos de los torturados y oprimidos. Cambia el corazón de los poderosos para que sean justos. Líbranos, Señor, del amor calculador e interesado para que seamos capaces de dar a fondo perdido. Fecunda con tu palabra y tu gracia nuestro yermo corazón, para que se manifieste tu Reino en nuestro mundo. Amén.

2. ¿Un programa realizable? La radicalidad del mensaje evangéli386

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Miércoles: Undécima Semana Mt 6,1-6.16-18: Tu Padre te recompensará.

ATENCIÓN A LO INTERIOR 1. Buscando agradar a Dios. Jesús continúa exponiendo el alcance de la nueva justicia religiosa ante Dios. La santidad y fidelidad del discípulo de Cristo han de superar el nivel mínimo de la letra de la ley, en el que se quedaban letrados y fariseos, para entrar en el campo sin fronteras del reino de Dios. En el evangelio de hoy establece Jesús un principio con tres aplicaciones concretas. El principio es actuar para agradar a Dios sin buscar el aplauso de los hombres. Las aplicaciones se refieren a tres de las más importantes obras, en las que los judíos de su tiempo hacían consistir la religión y la piedad. Estas tres obras son la limosna, la oración y el ayuno. En cada caso concreto Jesús contrasta la conducta publicitaria de los farsantes con la actitud discreta del verdadero adorador del Padre, que le recompensará porque "ve en lo secreto". Los tres ejemplos no son exhaustivos, sino exponentes, entre otros, de dos actitudes interiores contrapuestas: la falsía o la sinceridad ante Dios. Lo que da valor a nuestras prácticas cristianas es la rectitud, la sinceridad ante Dios y la apertura al prójimo. La atención caritativa, por ejemplo, así como la aportación económica para los necesitados, la oración y la práctica sacramental, si son hechas para ser notado y aprobado por los demás, se quedan en acciones vacías. Es el amor desinteresado lo que les da la auténtica valía. El cristiano no debe ser nunca un actor que trabaja para la galería; eso queda para los hipócritas. "Cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará". Otro tanto continúa diciendo Jesús respecto de la oración y del ayuno. 2. Eficaces sin ostentación. Cristo se manifiesta como un revolucionario inconformista con las costumbres de su tiempo y propone una nueva religiosidad que prima la intención sobre la misma obra externa. En la vida cristiana el primado lo tiene la fe que actúa por la caridad; tal es la condición indispensable para ser testigo del evangelio de Jesús y del reino de Dios. Un corazón convertido al Señor es la fuente de donde brota el significado y el valor de la conducta. Solamente así será 388

ésta una expresión válida de la auténtica religión que da culto a Dios en espíritu y en verdad. La savia del tronco no se percibe desde el exterior, pero es lo que da vida a la planta y crecimiento al árbol. La semilla del Reino actúa calladamente y, con frecuencia, a partir de comienzos insignificantes, pero su eficacia se evidencia en su expansión, capaz de transformar las estructuras y el corazón de los humanos. La levadura, perdiéndose en la masa de harina, consigue fermentarla por completo. Así también el que busca a Dios con honradez no necesita apariencias de relumbrón, sino atención interior. San Juan de la Cruz hacía este resumen de la perfección cristiana: "Olvido de lo creado, / memoria del Creador; / atención a lo interior, / y estarse amando al Amado". Nadie buscó con más pasión el cumplimiento de la voluntad de Dios que Jesús mismo, hasta el punto de aceptar de buen grado la muerte en cruz para la redención del hombre. Cuando Cristo nos enseñó a rezar a Dios en el padrenuestro: "Hágase tu voluntad", nos invitó a seguir su ejemplo. Porque "todo el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana" (Mt 12,50). Adoradores en espíritu y en verdad, es decir, cumplidores incondicionales de su voluntad, servidores alegres de su plan de salvación, es lo que Dios quiere. Pues él no se conforma con palabras y apariencias, sino que mira al interior, al corazón del hombre y de la mujer. ¡Que su mirada paternal nos libre de la hipocresía! Dios Padre nuestro, que ves en lo hondo del corazón, purifícanos con tu mirada de santidad infinita. Infunde en nosotros tu Espíritu, que derrita el hielo de nuestra mentira y falsedad, para que no busquemos más que servirte con sinceridad probada. Inclina, Señor, nuestra voluntad a cumplir la tuya y vacíanos de la hipocresía y de la tonta apariencia. Transfórmanos por dentro para ser transparentes a tu luz. Haz, Señor, que el centro secreto de nuestra vida esté escondido en ti con Cristo, nuestro modelo, para que demos los frutos que tú quieres y aprecias. ¡Dichoso el hombre y la mujer que viven en la verdad, porque el reino de Dios está ya operando en ellos!

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Jueves: Undécima Semana Mt 6,7-15: El padrenuestro

LA ORACIÓN DEL REINO 1. El perdón que recibimos y damos. En el evangelio de hoy nos dice Jesús que no hace falta importunar a Dios con largos rezos a base de palabrería hueca, como hacen los paganos con sus ídolos. "No seáis como ellos, pues vuestro Padre celestial sabe lo que necesitáis antes que se lo pidáis". Y a continuación propone el gran modelo de oración, el padrenuestro, con sus^siete peticiones según el evangelista Mateo (cinco según Lucas ll,lss). Las tres primeras peticiones se refieren directamente a Dios, a quien comenzamos por llamar Padre nuestro: santificación de su nombre, es decir, de su persona; venida de su Reino al mundo de los hombres, y cumplimiento de su voluntad en la tierra como en el cielo. La segunda parte del padrenuestro son cuatro peticiones para nosotros: el pan de cada día, es decir, el sustento material, el pan de la palabra y el pan eucarístico; el perdón de nuestras ofensas a Dios, condicionado al perdón que nosotros concedemos a los hermanos; la perseverancia en las tentaciones de cada día y, sobre todo, en la gran prueba final de los creyentes ante el asalto del maligno, para no renegar de Dios y de Cristo, y, finalmente, el vernos libres de todo mal para poder servir a Dios y al prójimo fielmente todos y cada uno de los días de nuestra vida. La conclusión del texto evangélico de hoy vuelve sobre la quinta petición, la del perdón, para insistir en la reconciliación fraterna. Porque Dios nos perdona gratuita y personalmente, podemos y debemos imitar esa generosidad divina perdonando al hermano que nos ha ofendido. Con el perdón sucede igual que con el amor: así como hemos de amar a los demás con el amor con que Dios Padre nos ama en Cristo, así hemos de perdonar con el amor con que Dios nos perdona. Pues él nos da con su gracia y su Espíritu el ser y el obrar, el poder y el querer hacer el bien. 2. El Reino en el centro. Si queremos buscar la idea vertebral del padrenuestro para centrar en ella nuestra atención, conviene tener en cuenta que el reino de Dios, inaugurado por Jesús, es la idea omnipresente y determinante. Para que se cumpla el deseo ardiente con que debemos repetir una y otra vez el "venga a nosotros tu Reino", es decir, para que se manifieste plenamente el reino de Dios entre los hombres, siguen las demás peticiones: que santifiquemos el nombre y la persona de Dios, que cumplamos su voluntad fielmente, que agradezcamos y 390

compartamos con los demás el pan de cada día, que perdonemos al hermano como Dios nos perdona, y que resistamos a la tentación y al mal. Todavía hay dos aspectos, íntimamente unidos e interdependientes, que hemos de resaltar en el padrenuestro. En primer lugar, la afirmación vigorosa de la paternidad universal de Dios sobre todos los hombres, una paternidad siempre en acto porque el amor paternal de Dios actúa a cada instante creándonos y modelándonos a su imagen. Y en segundo lugar, la consecuencia lógica de esto mismo: la fraternidad común entre los hijos de Dios, que somos todos. El cristiano es hermano de los demás, y hermanos son éstos para él; lo cual es decir algo mucho más serio y comprometedor que compañero o camarada. La imagen de Dios como Padre está por encima del vaivén de los tiempos, más allá de ideologías y explicaciones psicológicas. Por eso toda la tradición eclesial ha rendido fidelidad y homenaje al padrenuestro. Los santos padres le dedicaron muchos de sus sabrosos comentarios, y en la catequesis cuaresmal de la alta Edad Media adquirió gran relieve, especialmente con la "entrega del padrenuestro" a los catecúmenos que iban a ser bautizados en la vigilia pascual. No debiera caerse nunca de nuestros labios la oración del padrenuestro, sobre todo en los momentos cumbre de la vida familiar, comunitaria y personal, como hace la liturgia de la Iglesia. Es la oración más excelente que imaginar podemos, al mismo tiempo que la más fácil y sencilla, la más profunda y ecuménica, la más viva y actual. Como que tiene por autor a Cristo mismo. Fue la única "fórmula" de oración que Jesús nos enseñó; pero es mucho más que una fórmula para recitar. Es todo un estilo de vida para los hijos de Dios, es una invitación a la entrega total a la voluntad del Padre, a fin de que su reinado se manifieste plenamente en nosotros. Padre nuestro del cielo, haz que tu Reino llegue a nosotros a impulsos de tu Espíritu, que es fuego y paz, viento recio y brisa que acaricia, de suerte que nuestras vidas se inunden de tu amor. Siguiendo a Jesús, que vino a hacer tu voluntad, deseamos ardientemente que tu nombre sea bendecido. Danos el pan de la vida temporal y eterna, de suerte que nuestra espera se vea cumplida en ti Y manténnos firmes en las tentaciones contra la fe, para que no sucumbamos a la infidelidad y al mal Amén.

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Viernes: Undécima Semana Mt 6,19-23: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.

EL VERDADERO TESORO 1. "No amontonéis tesoros". El evangelio de hoy es un conjunto de sentencias de Jesús sobre la actitud del discípulo ante los bienes y la riqueza. De hecho viene a ser un comentario a la bienaventuranza de la pobreza. El texto se agrupa en dos secciones: 1.a El verdadero tesoro. 2.a El ojo, lámpara del cuerpo. Jesús dice en primer lugar: No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y los ladrones los roban. Es muy importante colocar nuestro tesoro en lugar seguro, en el cielo, "porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón". La idea de que las buenas obras, especialmente la limosna, constituyen un tesoro o capital ante Dios era común en el judaismo tardío. Los que eligen ser pobres con Cristo no amontonan ni esconden tesoros perecederos, porque no ceden al ansia de acumular bienes que desorientan, oscurecen y, en definitiva, decepcionan el corazón del hombre, precisamente porque son perecederos. La segunda parte habla del ojo como lámpara del cuerpo, es decir, como luz de la persona. Se trata de la limpieza de intención con que se ha de buscar el verdadero tesoro, sirviendo a un solo Señor y evitando la ceguera de acumular estúpidamente. Como es el corazón del hombre, así es su mirada. Cuando la mirada de la persona, es decir, su atención se dirige por entero a Dios y su voluntad, toda su vida se mantiene en la luz y en el bien. De lo contrario vivirá en las tinieblas del pecado. 2. Consumismo frente a pobreza. Frente a la bienaventuranza de la pobreza, la sociedad consumista proclama la suya propia: Dichosos los que tienen y pueden gastar, porque son felices. Es el mensaje incluido en toda publicidad, verdadero jinete del apocalipsis que todo lo arrasa sembrando esclavitud e insatisfacción. A base de crearse necesidades ficticias, el hombre actual está abocado a una carrera sin fin, condenado a no descansar en ninguna meta, pues cada vez "necesita" más cosas para vivir. Como no se queda en las necesidades reales, todo sueldo le es insuficiente, todo trabajo es poco, cualquier adquisición nueva es incapaz de darle la felicidad soñada. Todo esto le sucede porque, manipulado como una marioneta, confunde el tener con el ser, como dijo Erich Fromm; confunde el acumular bienes con el ser persona y ser feliz, el tener medios de vida con el tener razones para vivir. 392

Cuando nuestra actitud personal ante el dinero y los bienes desplaza a éstos de ser "medios" de subsistencia digna y humana: comida, vestido, vivienda, familia, estudios, educación, ocio y cultura, para convertirlos en "fin" obsesivo de nuestra vida, hemos empezado a soldar los eslabones de la cadena que nos amarra a la tiranía de un nuevo ídolo: el consumismo. Ya tenemos un amo, un dios absorbente, despótico y totalizante que no admite al Dios auténtico como rival. ¿No es verdad que conocemos poca gente feliz? Parece mentira que el hombre actual, sabiendo tanto y teniendo tantas cosas, no haya aprendido a ser feliz. Quizá el secreto de la "común infelicidad", que denunciaba Sigmund Freud, esté no en lo que él lo ponía: la insatisfacción sexual, sino en crearnos necesidades sin cuento para ser felices en medio del vacío de humanidad, que es vacío de Dios. 3. El tesoro de la felicidad. Más que cosas, necesitamos razones para vivir y compartir, pues la felicidad no puede estar fuera de nosotros, en las cosas, sino que ha de brotar de dentro. La felicidad es un estado de ánimo y una posesión del espíritu que se basan en la realización del individuo como persona. Hay gente muy feliz con muy pocas cosas. Son los que han asimilado la bienaventuranza de la pobreza afectiva y efectiva, y saben ser solidarios con los demás en el compartir. Son los que se dan cuenta de que la sociedad del bienestar, de la abundancia y del desarrollo económico ilimitado da, efectivamente, medios de vida al hombre, cosas y más cosas; pero no le da razones para vivir, ni puede darle la sabiduría de la vida que nos descubre los motivos para trabajar y luchar, sufrir y gozar, esperar y amar incluso a fondo perdido. Jesús lo sabía hace ya muchos siglos, y proclamó dichosos y felices a los pobres de bienes y vacíos de sí mismos, que son solidarios y comparten con los hermanos lo que tienen, poco o mucho, porque así están en disposición de ser llenados por Dios y enriquecidos con los dones de su Reino. Al decirnos hoy: "No amontonéis tesoros perecederos", nos invita a vivir en libertad con el corazón puesto en el secreto tesoro de la verdadera felicidad: amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Bendito seas, Padre nuestro, porque Jesús nos mostró el camino de la felicidad verdadera, el auténtico tesoro que sólo en ti alcanzamos. Ayúdanos, Señor, a elegir ser pobres con Cristo, sin amontonar bienes perecederos que defraudan. Danos mirada limpia y rectitud de intención para servirte, viviendo en la luz y en el bien. 393

Enséñanos por tu Espíritu la sabiduría de la vida. No permitas que prefiramos el tener al ser personas, pues, más que cosas, necesitamos razones para vivir, amar y compartir lo nuestro con los hermanos.

Sábado: Undécima Semana Mt 6,24-34: No os agobiéis por el mañana.

CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA 1. No os agobiéis por el mañana. El texto evangélico de hoy es de gran belleza literaria y se abre con un dilema que es punto de partida: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. No podéis servir a Dios y al dinero". Pero lo que da unidad al pasaje es la consigna que Jesús repite machaconamente: No os angustiéis. Ésta es la solución al dilema planteado de entrada: abandonarse a la providencia amorosa de Dios. Idea que Jesús realza con dos bellas imágenes de la naturaleza: Si los pájaros y los lirios del campo son objeto del cuidado de Dios, que provee gratuitamente a su mantenimiento diario, cuánto más lo será el hombre, que vale mucho más. "No os agobiéis por la vida, el alimento y el vestido". Hasta cuatro veces se excluye en el texto la preocupación angustiosa por el sustento diario. El aviso se dirige tanto al rico a quien sobra, pero que puede ser esclavo de la obsesión del tener y gastar, como al pobre a quien le falta y que igualmente puede ser avasallado por la psicosis de penuria. Ya sabe nuestro Padre del cielo que tenemos necesidad de todo eso. Dios es padre y es madre; o mejor, no tiene sexo. Pero puesto que al hombre hay que hablarle al modo humano, la imagen del padre es la más usual en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento; fue la que prefirió Jesús mismo. "Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura". Esta conclusión responde a la actitud básica del cristiano, seguidor de Cristo. Mediante la opción prioritaria por Dios y su reinado en nuestra vida y en el mundo, establecemos la jerarquía de valores querida por Jesús. El no dice buscad "únicamente", sino "sobre todo"; con lo cual no excluye lo demás, pero lo coloca en su lugar apropiado. Cristo sabe muy bien que nosotros no somos pájaros ni lirios, y que necesitamos ganarnos la vida con diligencia y trabajo, pero descubriendo a cada paso la providencia amorosa de Dios y confiándo394

nos totalmente al Padre, sin angustia obsesiva por la adquisición de cosas para la manutención cotidiana. 2. A Dios rogando y con el mazo dando. A más de uno el lenguaje de Jesús en el evangelio de hoy puede parecerle de un romanticismo subido, poco realista y propio de un soñador ebrio de poesía, trinos y flores. Sin embargo, Cristo nunca habló como un iluso, tampoco hoy, aunque es evidente que la jerarquía de valores que establece choca frontalmente con la sabiduría de nuestros "sensatos" y romos criterios. La actitud del creyente frente al dinero y a los bienes materiales, es decir, el talante que señala Jesús para el que le sigue, pone a prueba nuestra fe y confianza en Dios. El dinero significa seguridad y una garantía económica muy acorde con nuestra psicología. Hambreamos seguros de todo tipo, también espirituales; por eso la psicosis de seguridad corre pareja a la de tener y poseer. No obstante, una obsesión de seguridad total choca con la fe; ésta será siempre riesgo, aventura y actitud de peregrino en marcha por la vida. Lo cual hace que no estemos a salvo de los avatares de una inseguridad temporal, aunque compensada con creces por una garantía superior de otro tipo. La confianza y el abandono en las manos de Dios que hoy nos pide Jesús es fe en Aquel a quien servimos por amor y por quien nos sentimos queridos. Dios sabe muy bien que necesitamos muchas cosas para la subsistencia de cada día, que se fundamenta en el dinero y los bienes que con él se adquieren. Por eso Jesús nos enseñó a rezar: Danos hoy nuestro pan de cada día. Esta confianza en Dios no es alienante, es decir, no nos exime de nuestra responsabilidad en las tareas temporales, no nos permite echar la siesta ni desentendernos de nuestro compromiso cristiano en el mundo. Ya lo dice el refrán: A Dios rogando y con el mazo dando. Ése es el espíritu de la parábola de los talentos. La búsqueda del Reino no excluye el desarrollo humano y temporal, sino que lo está pidiendo. El hombre es el colaborador de la obra de Dios en el mundo, cuyos recursos tienen destinatario universal: toda persona de cualquier raza, credo y cultura. Hoy debemos hacer un examen personal y comunitario, orientado a la conversión de actitudes, mentalidad y conducta conforme a los criterios y ejemplo de Jesús. ¿Cuál es el dios a quien damos culto? Nos urge una opción al dilema inicial: No podéis servir a Dios y al dinero. La propuesta de Cristo es clara: Libres de la angustia existencial y de la fiebre posesiva, busquemos ante todo el reinado de Dios y su justicia; lo demás se nos dará por añadidura. Dios Padre nuestro, que alimentas las aves del cielo y vistes de color las flores del campo, 395

enséñanos a poner toda nuestra confianza en ti, pues tú nos quieres y sabes lo que necesitamos. Danos hoy nuestro pan de cada día, Señor, y libéranos de la angustia obsesiva del mañana, para que, siguiendo los criterios de Jesús, libres de la fiebre de poseer y acumular, y compartiendo nuestro pan con el hambriento, busquemos sobre todo tu Reino y tu justicia, seguros de que nos darás lo demás por añadidura.

Lunes: Duodécima Semana Mt 7,1-5: No juzguéis y no seréis juzgados.

LA MOTA EN EL OJO AJENO 1. No condenar a los demás. A partir del capítulo 7 de Mateo, que hoy comenzamos, el discurso del monte parece tomar un giro nuevo, orientado más en particular hacia los discípulos, es decir, hacia los miembros de la comunidad cristiana de Mateo y de todos los tiempos. "No juzguéis y no os juzgarán... La medida que uséis la usarán con vosotros... ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame que te saque la mota del ojo', teniendo una viga en el tuyo?" El contraste exagerado entre la mota en el ojo ajeno y la viga en el propio puede reflejar un proverbio popular de entonces, pues la aguda observación de las faltas de los demás, en contraste con la tolerancia hacia los fallos del propio carácter, es tema común en muchos refranes de todas las culturas e idiomas. Con la enseñanza del evangelio de hoy Jesús pretende llamar la atención de sus discípulos sobre un peligro que los ronda: constituirse en élite, creerse superiores y apartarse de los demás, como los fariseos. Eso significa fariseo: separado. El sentido que tiene aquí el verbo "juzgar" no es simplemente hacerse una opinión, algo que difícilmente podremos evitar, sino juzgar duramente, es decir, condenar a los demás, como se dice en el pasaje paralelo de Lucas: "No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados" (6,37). 2. Tres razones para no condenar. No debemos juzgar y condenar a los demás por muchas razones, entre otras por éstas tres: 1.a El juicio pertenece a Dios y no a nosotros, porque sólo Dios 396

conoce a fondo el corazón del hombre. Constituirse en jueces de los demás es una osadía irresponsable. Dios nos acepta y ama a todos tal como somos, y nos mira con amor de Padre que disimula las faltas de sus hijos, a quienes ve a través de su propio Hijo, Cristo. Si anteriormente, a lo largo del discurso del monte, Jesús ha hablado del perdón de las ofensas y del amor incluso al enemigo, para tratar de acercarnos siquiera un poco a la perfección de Dios, ahora está apuntando a la imitación de su misericordia. Como dice el libro de la Sabiduría, Dios se compadece de todos porque lo puede todo; el Señor, que es amigo de la vida, perdona a todos y corrige a los que caen para que se conviertan y crean en Él (1 l,23ss). 2.a La medida que usemos con los demás la usarán con nosotros. Eso no quiere decir que Dios —a quien no se menciona directamente en el texto por respeto— nos juzgará con nuestra medida injusta e inmisericorde. Ése no es su estilo. Pero ciertamente quien obra así con los demás se expone a un juicio más severo para él mismo. Dios tendría, digamos, dos medidas para su juicio: una de justicia, otra de misericordia. Él nos medirá con la que utilicemos nosotros con los hermanos. Es la misma enseñanza de la parábola del deudor insolvente que es perdonado y no perdona, o la contenida en la petición del padrenuestro: Perdona nuestras ofensas... El que condena al hermano se autoexcluye del perdón de Dios y cae bajo la jurisdicción de la ley, que no dejará de acusarlo y condenarlo como imperfecto que es. 3.a Todos somos imperfectos, tanto y más que los otros, aunque juzgándolos con superioridad los despreciemos. Tal actitud, desprovista de amor, proviene de nuestra propia ceguera que nos impide ver nuestros defectos. Mantener conscientemente tal postura es hipocresía redomada, cuyo modelo en el evangelio son escribas y fariseos. Es muy vieja la costumbre de criticar a los demás; así creemos justificarnos nosotros como mejores. Pero la experiencia demuestra que los más críticos, los que creen ser perfectos, saberlo todo y tener la mejor solución para cualquier problema, suelen ser los que menos hacen y aportan a los demás. Una mirada al espejo, un vistazo a nuestra pequenez e insignificancia, a nuestra "viga" en el ojo, minimizará sin duda los fallos de los otros y nos hará más tolerantes y acogedores, pensando que los demás también tienen que soportarnos a nosotros. Conocer nuestras propias limitaciones, admitirlas y aceptarlas nos enseñará a saber estar y vivir con los demás. Así caminaremos en verdad y sencillez, con ánimo de compañerismo, tolerancia y comprensión hacia los demás sin condenarlos. Si Dios es optimista respecto del hombre y lo ama a pesar de todo, el discípulo de Cristo ha de hacer lo mismo respecto de sus hermanos. Éste es un camino más seguro para la realización y la felicidad personal que la trampa del engreimiento 397

Bendito seas, Señor Jesús. Tú nos dijiste: No condenéis a los demás y no seréis condenados. Dichosos los misericordiosos que excusan, comprenden y aceptan al hermano tal como es, porque así es el proceder de Dios con nosotros. Cúranos radicalmente de nuestra hipocresía que ve la mota del prójimo y traga la viga propia. Danos, Señor, ojos limpios para ver lo bueno, es decir, tu imagen, en el rostro del hermano, para creer en los demás y para amar la vida con un corazón grande como el tuyo. Amén.

Martes: Duodécima Semana Mt 7,6.12-14: Varias sentencias de Jesús.

LA PUERTA HACIA LA VIDA 1. Tres máximas de Jesús. El texto evangélico de hoy reúne tres sentencias inconexas de Jesús sobre lo santo, la regla de oro y la puerta estrecha. 1.a No profanar las cosas santas: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros". Quizá esté repitiendo Jesús un refrán popular. El perro y el cerdo eran animales impuros para los judíos. Lo santo pueden ser los alimentos santificados por el culto, o bien la doctrina del evangelio y del Reino. Es difícil precisar quién es esa gente no merecedora de lo santo; puede referirse a los judíos hostiles, como escribas y fariseos, o bien, menos probablemente, a los paganos. 2.a Regla de oro, así llamada porque resume toda la enseñanza moral de la ley en el amor que busca el bien del prójimo como el propio: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas". Es una norma que tiene paralelo tanto en el judaismo como en las antiguas literaturas. El más conocido es su forma negativa, atribuida al rabino Hillel (20 a.C): "No hagas a otro lo que no quieras para ti. Esto es la ley; lo demás es comentario". 3.a Puerta estrecha que lleva a la vida: "Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos". En Lucas esta sentencia es la respuesta de Jesús a una pregunta que se le hace sobre 398

si son pocos los que se salvarán (13,23). Pregunta que está ausente en Mateo para mantener la continuidad artificial del discurso del monte. La sentencia refleja la conocida doctrina bíblica y sapiencial de los dos caminos, que se repite en la literatura apostólica, por ejemplo en la Didajé. Algunos autores dan a esta máxima un valor ético: Entrar por la puerta acertada es producir frutos, cumpliendo la voluntad del Padre mediante la práctica de la palabra de Jesús. Otros prefieren una interpretación más directamente cristológica: Es "un llamamiento a seguir a Cristo, particularmente al Cristo sufriente, con todas las consecuencias morales y espirituales que esta obediencia entraña. Esta interpretación está avalada por todo el conjunto del evangelio en lo que tiene de más esencial: las llamadas al arrepentimiento, a la fe, a seguir a Cristo" (P. Bonnard). 2. La puerta hacia la vida. Se trata, pues, del camino de la cruz que conduce a la puerta angosta que da paso a la vida en el reino de Dios. Jesús mismo es esa puerta hacia la vida: "Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará" (Jn 10,9). Frente a la permisividad socio-moral de hoy día, la "puerta estrecha de Jesús no es moralismo intransigente, sino la responsabilidad y lucidez de quienes se esfuerzan por ser fieles a Dios y a los principios evangélicos: solidaridad, fraternidad y servicio al hermano, en vez de egoísmo, agresividad y violencia; control del consumismo en vez de idolatría del dinero y de los bienes materiales; asimilación, en fin, del programa de santidad que Cristo expone en el discurso del monte, cuya obertura son las bienaventuranzas y cuyo fundamento y motivación es la santidad de Dios a quien servimos: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La llamada de Dios a la santidad es para todos; vocación común, aunque diferenciada; universal, pero pluralista. Tender a la santidad cristiana no es algo facultativo y opcional, reservado solamente a algunos que consagran su vida a Dios y constituirían una clase aristocrática o élite de cristianos de primera categoría frente a la gran masa de a pie. No; todo discípulo de Cristo, y cada uno según su estado, situación y carisma propio, está llamado a la santidad en cualquier condición social y laboral: en el matrimonio y en la familia, en la vida consagrada, en el trabajo de casa y de la oficina, en el hospital y en la enseñanza, en el taller y en el campo, detrás de un mostrador, de una ventanilla o de un volante. ¿Y qué hacer para ser cristianos santos? Nada espectacular: amar, servir y glorificar a Dios en todas las circunstancias de la vida, y amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Ahí se resume toda la ley de Cristo, de la que él fue el ejemplo más consumado, el camino y la puerta hacia la vida del Reino. 399

Gracias, Padre nuestro, porque nos destinaste a ser imagen de Jesucristo, tu Hijo, de modo que él es el primogénito entre muchos hermanos. Él es también la puerta de entrada a la vida. Haznos entender, Señor, que su paso angosto no es moralismo intransigente, sino liberación necesaria antes de que sea tarde y se cierre la puerta del Reino. Concédenos, Padre, responder a tu llamada: a nuestra vocación cristiana a la fidelidad plena. Que tu Espíritu venga en ayuda de nuestra debilidad, pidiendo para nosotros lo que nos conviene. Amén.

Miércoles: Duodécima Semana Mt 7,15-20: Por sus frutos los conoceréis.

POR EL FRUTO SE CONOCE AL ÁRBOL 1. Los falsos profetas. Partiendo Jesús del aviso sobre los falsos profetas que se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces, se remite a sus obras para conocerlos, lo mismo que los árboles se conocen por sus frutos: "Los árboles sanos dan frutos sanos; los árboles dañados dan frutos malos". Mediante este proceso inductivo y experimental, Jesús previene contra el engaño de los falsos profetas, pastores y doctores que pretenden hablar a la comunidad en nombre de Dios. Aunque su lenguaje sea suave y manso, su interior es egoísmo sin escrúpulos. ¿Cómo conocerlos? Por su conducta, por sus obras; éstas delatan sus verdaderas intenciones, como el fruto al árbol. Aviso y enseñanza que son extensivos a todos los falsos discípulos de Jesús, los falsos hermanos, como se ve por el lugar paralelo de Lucas, en que Cristo se refiere a todo seguidor suyo. Si bien en Lucas los frutos, que en Mateo significan las obras, apuntan a las palabras que brotan del corazón: "Lo que rebosa del corazón lo habla la boca" (Le 6,45). "El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego". Esta consideración sobre el destino del árbol malo, imagen del falso profeta, conecta con la predicación de Juan el Bautista. Éste denunció la coartada de los fariseos y saduceos: fingiendo conversión ante el pueblo, que veneraba al profeta auténtico que era el Bautista, acudían a su bautismo sin ánimo de enmendarse. "Raza de víboras, ¿quién os ha 400

enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego" (Mt 3,7s). El tema de los falsos profetas tuvo mucha importancia en las primeras comunidades cristianas, como vemos por los escritos de entonces; y lo sigue teniendo hoy día. ¿Cómo distinguir al verdadero profeta, al santo, al carismático? El criterio evangélico de hoy será siempre de perenne actualidad y avalado por la experiencia: el fruto que producen con su persona, palabra y conducta. San Pablo, después de enumerar exhaustivamente las obras de la carne, da una lista de nueve frutos del Espíritu de Dios: amor, alegría y paz, comprensión, servicialidad y bondad, lealtad, amabilidad y dominio de sí (Gal 5,22). 2. Los frutos del corazón. Hemos de ir a la raíz y al fruto del árbol para no andarnos por las ramas; es decir, hemos de bajar al fondo de nuestro corazón para descubrir su maldad o su bondad, su mentira o su verdad, su esterilidad o su fecundidad. Porque no es oro todo lo que • brilla. ¿Y cuáles son los frutos por los que se conoce al discípulo de Jesús? Los que señala el discurso del monte que venimos meditando estos días: la práctica de las bienaventuranzas, el perdón y el amor a todos, incluido el enemigo, el dar sin pedir ni esperar nada a cambio, la limosna, el desprendimiento, la oración, el no juzgar y condenar a los demás constituyéndonos en guías improvisados, moralizantes censores y apremiantes fiscales de los demás sin haber convertido el propio corazón o, al menos, intentar una mejora. El auténtico discípulo de Jesús, el que es cristiano y profeta de verdad, el que se sabe incorporado a Cristo por el bautismo y la obediencia de la fe,- no dejará de producir frutos maduros porque no podrá menos de pensar, hablar y actuar como Jesús. Pero del árbol enfermo y del corazón que es un erial baldío no pueden salir más que frutos malos, palabras y acciones estériles; porque lo que llevamos dentro es lo que transparentamos y producimos. Por eso, desgraciadamente, en la palabra y actuación de tantos cristianos de número se transvasa también el vacío interior y la inmadurez religiosa, evidentes en sus criterios infantiles y egoístas, en sus críticas destructivas, agrias e intolerantes, así como en su comportamiento farisaico que los induce al cumplo-y-miento, o bien a constituirse en falsos profetas, guías ciegos de otros ciegos. Necesitamos un proceso previo de interiorización para que la calidad y la fuerza de la savia evangélica se note en nuestros frutos diarios. Pero ¿cómo sin oración ni contacto con Dios, sin experiencia de su misterio, sin escucha y asimilación de su palabra, sin diálogo personal con él en el silencio de nuestro corazón? 401

Te alabamos, Padre, porque Jesús nos enseñó a conocer a fondo nuestro corazón por sus frutos, pues lo que llevamos dentro, eso transparentamos: maldad o bondad, mentira o verdad, egoísmo o amor. No permitas que el vacío interior del corazón convierta nuestra vida en un erial baldío. Que la savia de tu Espíritu dé fruto en nosotros mediante la práctica de las bienaventuranzas y la escucha de tu palabra en oración y silencio. Porque es en tu amor, Señor, y en tu gracia donde nuestra casa tiene cimiento y consistencia

Jueves: Duodécima Semana Mt 7,21-29: La casa sobre roca o sobre arena.

OBRAS SON AMORES 1. Pase de entrada al reino de Dios. El evangelio de este día concluye el discurso del monte, que venimos leyendo desde el lunes de la décima semana. Hoy señala Jesús una condición indispensable para entrar en el Reino: cumplir la voluntad de Dios. Éste es el aval de pertenencia por el que él nos reconoce como hijos suyos y discípulos de Jesús. No basta confesar a Cristo, tan sólo de palabra, como Señor glorioso y resucitado de entre los muertos; hay que unir el cumplimiento de la voluntad del Padre. Solamente así nuestra justicia, santidad y fidelidad serán mayores que la de los escribas y fariseos, como deseaba Jesús. Para ilustrar la necesidad de esta fe práctica, la fe que nos salva, la fe que actúa por la caridad (Gal 5,6), expone Jesús la parábola de las dos casas, construida una sobre roca y otra sobre arena. El verdadero discípulo de Cristo es el hombre sabio que edifica sobre roca, y el falso es el hombre necio que construye su casa sobre arena movediza. El primero escucha y cumple la palabra del Señor; el segundo la escucha, pero no la pone en práctica. De ahí su ruina y descalificación, porque la fe sin obras es estéril; más aún, está muerta (Sant 2,17.20). "Obras son amores, y no buenas razones", reza el proverbio. El "guardar los mandamientos" de los antiguos catecismos sigue teniendo vigencia, si bien enriquecido con un mayor sustrato bíblico. Dios nunca empieza exigiendo, sino dando. El imperativo moral cristia402

no se funda en el indicativo del don de Dios, que nos hace hijos suyos, hombres y mujeres nuevos por el bautismo en Cristo muerto y resucitado. Lo primero es siempre el amor de Dios; después, lógicamente, se nos urge una respuesta personal mediante la conversión del corazón y la fidelidad cotidiana al Señor. De esta manera uniremos fe y obras, creencias y conducta, y evitaremos un escollo frecuente, causa de desprestigio y antitestimonio cristiano: el divorcio entre fe y vida por parte de quienes se confiesan creyentes y practicantes. 2. El ejemplo de Cristo, para evitar engaños. Cumplir la voluntad de Dios supone conocer el querer divino. ¿Dónde encontrar una guía segura que nos libre de ilusiones y subjetivismos? En la persona y conducta de Jesús de Nazaret, quien pudo afirmar: Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me envió (Jn 4,34). Y en el momento de la prueba suprema, en su pasión, repetía: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Le 22,42). Por tanto, siguiendo el ejemplo de Cristo, acertaremos. Él habló y actuó con autoridad. En el discurso del monte que ha precedido en fragmentos diarios, hallamos un excelente resumen de su pensamiento y de las actitudes básicas de quien se propone ser su discípulo. Asimilando el espíritu de las bienaventuranzas, el cristiano debe ser luz del mundo y sai de ía tierra, ha de hambrear la nueva justicia del reino de Dios, debe ser capaz de perdonar amando a todos, incluso al enemigo, y ha de servir a Dios y no al dinero. Así cumpliremos de seguro la voluntad divina. La palabra de Dios es eficaz como la lluvia y la nieve, y penetrante como espada de doble filo. Por eso la palabra de Dios pide una respuesta nuestra; más aún, lee lo profundo de nuestro corazón y nos juzga. Una meditación diaria y amorosa de la palabra la convertirá en eje de nuestra vida cristiana y en elemento constitutivo y nuclear de nuestra estructura personal. Tenemos una cierta tendencia a suavizar las rotundas afirmaciones de Jesús, tildándolas de radicalismo verbal o literario. Una de ellas es la del evangelio de hoy: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo". Puede uno incluso realizar milagros en nombre de Cristo y no ser reconocido por él como suyo; porque no son los labios, sino el corazón, la voluntad y las obras lo que cuenta para lograr el pase de entrada al reino de Dios. No podemos hoy soslayar los serios interrogantes que nos plantea la palabra de Jesús: ¿A qué clase de cristianos pertenecemos? ¿Somos la casa sobre roca o sobre arena? Amar a Dios amando a los hermanos es el cuadro completo de la voluntad divina sobre cada uno de nosotros, que queremos construir sólidamente sobre la roca y piedra angular que es Cristo. 403

Tu palabra, Señor, es eficaz y nos juzga. ¡Bienaventurado el que la escucha y la cumple! Será casa edificada sobre roca, árbol junto a la acequia. Pues tu ley, Señor, es perfecta y es descanso del alma; tu precepto es siempre fiel e instruye al ignorante, tus mandatos son rectos y alegran nuestro camino, tu norma es límpida y da luz a los ojos del ciego. Tus mandamientos, Señor, son enteramente justos, más preciosos que el oro, más dulces que la miel Por eso tu ley es mi herencia, la alegría de mi vida. Inclina mi corazón a cumplir tu voluntad cabalmente. Amén.

Viernes: Duodécima Semana Mt 8,1-4: Si quieres, puedes limpiarme.

LOS MILAGROS DE LA FE 1. Un diálogo de fe. El evangelista Mateo, después de presentar a Jesús como doctor y nuevo legislador en el discurso del monte (ce. 57), lo muestra como curador en una serie narrativa de diez milagros, agrupados por tríadas que se concluyen con un pasaje doctrinal (ce. 89). Así completa la imagen de Cristo, profeta y nombre de Dios, poderoso en obras y palabras. El evangelio de hoy relata el primer milagro de la primera tríada: curación de un leproso. La escena tiene lugar "al bajar Jesús del monte". Se le acercó el leproso y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: ¡Quiero, queda limpio! Y al instante se curó de la lepra (cf Me l,40ss; Le 5,12ss). Importa destacar que la curación va precedida de un breve diálogo que expresa la fe del agraciado. El leproso, de rodillas ante Jesús, lo llama "Señor", título que la primitiva comunidad cristiana dio a Cristo resucitado. La fe pascual se ha transvasado a la redacción evangélica, posterior a los hechos narrados. Pero la fe del enfermo es evidente: Si quieres, puedes limpiarme. Esto nos demuestra, una vez más, que la fe era condición indispensable para los milagros de Jesús, sobre los que reflexionamos en otra ocasión desde la perspectiva liberadora de Dios (ver miércoles de la vigésima segunda semana). 2. Condición previa. Los milagros, más que apoyar la fe en Cristo, brotaban de la fe previa en él. Era la fe de los que le suplicaban y 404

confiaban en el poder de un hombre de Dios lo que suscitaba la intervención extraordinaria de la energía divina que residía en la persona, palabra y gestos de Jesús de Nazaret. Sin embargo, también es cierto que, en un segundo momento, el milagro venía a confirmar y afianzar esa fe inicial, como anota el evangelista Juan después de relatar la conversión del agua en vino en las bodas de Cana: "Jesús manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él" (2,11). Hasta tal punto era la fe presupuesto esencial y condición indispensable para los milagros, que donde Jesús no encontraba fe, como sucedió con sus paisanos de Nazaret, "no podía" hacer ningún milagro (Me 6,5). Una y otra vez repite Cristo a las personas agraciadas por él con un favor prodigioso: Tu fe te ha curado, tu fe te ha salvado. El apóstol Pedro fue capaz de caminar sobre las olas encrespadas del mar de Galilea mientras le duró la fe; cuando dudó, empezó a hundirse. En cierta ocasión en que los discípulos trataron de curar a un endemoniado epiléptico sin conseguirlo, Jesús lo achaca a su falta de fe, que si hubiera sido como un grano de mostaza habría bastado (Mt 17,19s). La fe que requería Cristo como premisa para sus milagros era una fe, siquiera inicial, en su persona como mesías enviado por Dios; en definitiva, fe en el poder salvador de Dios. Pues los milagros estaban en relación directa con la salvación proclamada por la buena nueva del reino de Dios, presente en la persona y en el anuncio de Jesús. De ahí la necesidad de la fe en él. 3. Milagros y liberación humana. Cada milagro de Cristo proclama que él es fuente de vida, esperanza y liberación para el hombre; porque el significado más profundo de los milagros de Jesús radica en su misterio pascual, en su victoria sobre la muerte por medio de su resurrección, que es el mayor de sus milagros. Próximo a morir, Juan el Bautista preguntó a Jesús sobre su identidad mesiánica. Cristo le respondió remitiéndose a su predicación y milagros: "Los ciegos ven y los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Mt 1 l,4s). Notemos que el anuncio del evangelio va unido y equiparado a las curaciones. Así hacía efectivo Jesús el programa mesiánico de liberación integral del hombre que se trazó en la sinagoga de Nazaret, y así unió indisolublemente evangelización y liberación humana, como signos ambos de la presencia y eficacia salvadora del reino de Dios en su persona. Tal ejemplo liberador nos señala un camino de compromiso cristiano con la liberación del dolor de nuestros semejantes en cualquiera de sus manifestaciones: enfermedad y hambre, miseria e ignorancia, opresión y esclavitud. ¿Por qué otro medio, si no, puede captar el mundo de hoy la presencia de Cristo y la acción liberadora de su evangelio entre los hombres, nuestros hermanos? 405

Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos, nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad. Cada soñación de Cristo nos habla de su corazón sensible y nos confirma en la llegada de tu Reino y de tu amor. Gracias también por tantos hombres y mujeres entregados a la fascinante tarea de amar a sus hermanos y liberar a los pobres y marginados de la sociedad:' hambrientos, enfermos, ancianos, presos, exiliados... Sacia su hambre de justicia y da éxito a su empeño; y a nosotros impúlsanos a seguir el ejemplo de Jesús, sirviendo a Cristo en nuestros hermanos más abandonados.

Sábado: Duodécima Semana Mt 8,5-17: En Israel no he encontrado tanta fe.

CARGÓ CON NUESTRAS DOLENCIAS 1. Una puerta que se abre. Si ayer curaba Jesús a un leproso judío hoy es un centurión romano, un no judío, un pagano, más todavía, un miembro del ejército extranjero de ocupación, quien se beneficia de la vida que brota de Cristo. Todo gracias a la fe y la humildad del suplicante; hasta el punto que Jesús comenta: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. La alabanza de esta fe del centurión, que es comparada ventajosamente con la increencia del pueblo elegido, encierra un valor intencionado que apunta a la apertura del evangelio a los no judíos. Así el evangelista Mateo, que escribe para judeo-cristianos, señala abierta la puerta del Reino a los paganos. Punto importante en la vida de la primera comunidad cristiana, de origen judío en su mayoría, que debía abrir el evangelio a los no judíos, como hizo Cristo con el centurión romano. Igualmente la Iglesia de hoy debe ser hogar abierto a todos y signo de esperanza y salvación para todo hombre y mujer hoy día. Así se cumplirá la predicción de Cristo: Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. En el relato de Mateo el centurión acude en persona a entrevistarse con Jesús; en el de Lucas, en cambio, lo hace por medio de legados (7,lss). Pero en ambos casos la misma fe y confianza, la misma humildad —¿quién soy yo para que entres bajo mi techo?—, la misma cura406

ción a distancia. Esto último no es algo habitual en los evangelios. Jesús solía curar en presencia del enfermo, uniendo su palabra al contacto físico que transmitía el poder divino que de él manaba. Pero aquí la fe inmensa del suplicante —al igual que la de la mujer cananea, ambos paganos (Mt 7,2 lss)— consigue un milagro totalmente extraordinario. Se fundió así la eficacia de la fe suplicante y de la palabra todopoderosa. 2. La humildad es presupuesto para la fe. Hemos de dar un margen de confianza a Dios, fiarnos de Jesucristo, que es su Palabra personal, y aceptar el claroscuro de la fe sin ceder a la psicosis de seguridad palpable, que es siempre propicia a los mecanismos de la magia y de la superstición religiosas. ¿Por qué se le hace tan difícil al hombre de hoy el creer, fiándose de Dios y entregándose incondicionalmente a él? No puede haber fe verdadera sin una profunda humildad. El centurión de Cafarnaún es modelo de ambas virtudes. Todos los grandes creyentes y santos de la historia han sido profundamente humildes ante Dios y los demás. Nuestra actitud lógica, realista y consecuente ante Dios debe ser la del soldado romano: Señor, yo no soy digno. Así rezaba también el publicano de la parábola: Señor, ten compasión de mí. Esta actitud es la que nos merece el favor de Dios, pues su amor y salvación son siempre gratuitos y no se deben a nuestros méritos. La reflexión de Jesús: "Ni en Israel he encontrado tanta fe", es un aviso, si no una acusación, para cristianos viejos de toda la vida. De poco nos serviría repetir las palabras del centurión en cada eucaristía antes de comulgar si no copiamos su disposición anímica: fe impregnada de humildad. Fe y humildad son dos virtudes que van unidas. El que cree en el Dios santo, cuando se ve a sí mismo pecador y mezquino, no puede menos de exclamar con sinceridad: ¡Señor, yo no soy digno! 3. El siervo paciente. El evangelio de hoy, después de dejar constancia de la curación del criado del centurión romano y de la suegra del apóstol Pedro, anota en sumario una gran cantidad de curaciones de enfermos por Jesús. Y concluye: "Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades". Alusión evidente al siervo paciente del Señor que describe el profeta Isaías. Si Cristo puede aliviar a las personas de sus males corporales, que son la consecuencia y la pena del pecado, es porque tomó sobre sí la expiación de los pecados del hombre. En el primer viernes santo de la historia, por las calles de Jerusalén se hizo realidad la estampa patética del Varón de dolores que cargó sobre sí nuestro pecado y nuestras dolencias; pero mediante su humillación hasta la muerte fuimos sanados todos. De la maldición de la 407

cruz viene la bendición de Dios para todo el que cree en el poder del Crucificado, mientras repite humildemente ante Dios: Señor, yo no soy digno, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Te bendecimos, Señor, porque eres capaz de cambiar el llanto del que confía en ti en cantos de gozo y esperanza desbordantes. Estamos atenazados y paralizados por nuestra maldad, pero basta una palabra tuya para que te alabemos con todos los que tú invitas a la fiesta de tu Reino. Allí has puesto la mesa para los pobres de la tierra, sin reparar en condición, raza ni situación social No somos dignos de tus bendiciones, pero tú nos amas. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

Lunes: Decimotercera Semana Mt 8,18-22: Dos encuentros de vocación.

EL PRECIO DEL SEGUIMIENTO 1. Dos encuentros de vocación. Enmarcados en la narración de varios milagros de Jesús que estamos viendo estos días, tienen lugar dos breves relatos de vocación que leemos hoy. A un letrado o doctor de la ley mosaica que dice a Jesús: Te seguiré a donde vayas, él le responde: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Igualmente, a otro que ya era discípulo suyo y le pide: Déjame ir primero a enterrar a mi padre, Jesús le dice: "Tú sigúeme. Deja que los muertos entierren a sus muertos". Esta última exigencia, superior al deber sagrado de enterrar los propios padres (o acompañarlos en sus últimos días), sólo se aplicaba por ley al sumo sacerdote y a los nazareos consagrados a Dios (Lev 21,11; Núm 6,6s). Pero Jesús es el "santo" de Dios por excelencia y el sumo sacerdote de la nueva alianza; por eso solamente en relación con la misión de Cristo se entiende esta sentencia poco "humanitaria". Jesús no sólo estimaba el cuarto mandamiento, sino que incluso denunció las tradiciones rabínicas que lo desvirtuaban, como la del corbán (Me 7,9s). Él no prohibe enterrar a los muertos, sino que encarece la urgencia de su propio seguimiento para escapar a la muerte 408

total, que es la del espíritu, no la del cuerpo. Acompañar a Jesús es seguir al que es la resurrección y la vida. Por eso afirma: "Deja que los muertos (espiritualmente) entierren a sus muertos (físicamente)". Tú vete a anunciar el reino de Dios, añade Jesús (según Lucas 9,60). El evangelio de hoy evidencia que el seguimiento de Cristo tiene un precio. Ser discípulo suyo no queda en aceptar su doctrina; supone la participación en su vida y la comunión en su destino de sufrimiento y de gozo. La radicalidad del lenguaje de Jesús en los dos encuentros de vocación quiere acentuar la urgencia del Reino como referencia básica de la invitación a su seguimiento. 2. La comunión de destino con Jesús es algo extensivo a toda vocación cristiana. Cada creyente recibe de Dios la llamada a la fe en Cristo y al discipulado, a la conversión y a la santidad, al amor y al apostolado; y no de una vez por todas, por ejemplo en el bautismo, sino repetidamente en los sacramentos de la vida cristiana, en la proclamación de la palabra, en la comunidad de fe reunida en el nombre de Cristo, en los hermanos que sufren, en los signos de los tiempos y en los acontecimientos de la vida diaria. Hemos de entender la vocación cristiana sin reduccionismos, es decir, no como exclusiva de los cristianos consagrados a Dios por el sacerdocio o los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Pensemos en todos los cristianos sinceros, en cuantos responden con alegría a la invitación de Cristo a seguirlo, lo aman, le dedican su vida, lo testimonian y anuncian a los demás la buena nueva de la presencia del reino de Dios en su vida y en el mundo de los hombres. En todos ellos se encarna hoy y se realiza dinámicamente la misión de Jesús que continúa la Iglesia. Toda vida es vocación y llamada personal de Dios: a la vida y a existir como personas, a la fe y a la filiación divina, a la santidad y a la Iglesia, al amor, la libertad y la esperanza definitiva. El seguimiento de Cristo es la gran vocación al discipulado, que comprende todos estos dones y llamadas. La respuesta afirmativa a la invitación de Jesús a seguirlo es la clave que nos abre el secreto del reino de Dios, inaugurado en la persona de Cristo, y nos introduce en su estilo de vida, en su misión y en su destino. El seguimiento es mucho más rico, exigente y comprometedor que la simple imitación de Cristo. Lo peculiar del seguimiento es tener los mismos sentimientos que Jesús tenía y asimilar como nuestros los criterios y actitudes que animaron su vida y conducta: servicio al reino de Dios y misión de amor liberador para todos, especialmente para los pobres, al ritmo de las bienaventuranzas. El destino de Jesús, razón suprema de su vida y misión, culmina en su misterio pascual, es decir, en su paso a través de la cruz y de la muerte a la resurrección y la glorificación como Señor de la historia y 409

del cosmos. El discípulo que sigue a Cristo en la primera etapa, además de confirmar la autenticidad de su seguimiento, tiene la garantía de vivir con Jesús también el segundo tiempo glorioso de su destino: resurrección y vida. Con la alegría que tu Espíritu nos infunde te alabamos, Padre nuestro, porque nos llamaste a la comunión de destino con Cristo, tu Hijo. Permítenos, Señor Jesús, caminar a tu lado sin que perdamos el paso hasta la meta pascual definitiva, y fortalécenos con el fuego de tu Espíritu que abrase nuestros miedos, reservas y egoísmos. Manten en su propósito, sin volver atrás la vista, a quienes han consagrado su vida a tu Reino, y a nosotros haznos tus testigos en un mundo que sufre vacío de espíritu, de amor y de esperanza.

Martes: Decimotercera Semana Mt 8,23-27: Jesús calma la tempestad en el lago.

VIENTOS DE TEMPESTAD 1. ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! El relato de la tempestad calmada, que leemos hoy como evangelio, viene enmarcado por Mateo en una sección narrativa de diez milagros, agrupados con fines catequéticos. Los venimos leyendo estos días. Jesús quiere instruir a sus discípulos, probar su fidelidad y, sobre todo, arraigar su fe en él. Por eso, inmediatamente antes de calmar la tempestad, reprocha a los atemorizados apóstoles: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! En este episodio evangélico Mateo sigue a Marcos (4,35ss), pero tiene un matiz que le es peculiar. La escena se vincula con el tema y la actitud del seguimiento de Cristo: "Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron". De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; mientras, Jesús dormía. El pequeño mar de Galilea o lago de Tiberíades está rodeado de colinas y sometido a repentinas tempestades, causadas por las fuertes corrientes de aire que origina la diferencia de temperatura entre agua y tierra. Como en los otros dos evangelistas sinópticos, también en Mateo el 410

episodio de la tempestad (seísmo o maremoto, según el texto griego) precede a la curación del endemoniado de Gadara, que veremos mañana. La tradición sinóptica unió estas dos escenas por razones doctrinales: mostrar el poder divino de Jesús, que domina las fuerzas del mal lo mismo en la naturaleza que en el hombre. Así restablece Cristo a su estado primigenio la obra creadora de Dios, amenazada por los poderes del mal. Por eso al final se dirán los discípulos unos a otros: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!" La respuesta es obvia: Éste es Dios. Aquí alcanza su objetivo catequético el evangelio de Mateo, orientado a la iniciación de los discípulos en el seguimiento de Cristo, cuya condición primera es la fe en él. Así podrán resistir en un futuro próximo las borrascas inherentes a la vida de la comunidad cristiana que vive en medio del mundo. 2. En la prueba de la fe. La súplica desesperada de los apóstoles ante el acoso del viento y de las olas: "¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!", demuestra indudablemente una fe inicial en el poder de Jesús, y de manera más palmaria que en el relato paralelo de Marcos, en que los discípulos despiertan a Jesús diciéndole: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" Pero esa fe inicial no era lo suficientemente madura y fuerte como para vencer el miedo mediante una confianza incondicional. Fácilmente podemos trasladar la escena a la situación de la Iglesia, tanto de los orígenes, que pronto conoció la persecución, como la de hoy y de todos los tiempos, que camina hacia Dios entre cansancios y esperanzas. Debido a nuestra fe débil nos ponemos nerviosos con frecuencia; pero Jesús no falla. El guía siempre a su pueblo, lo mismo en tiempo de calma que de crisis y adversidad. Lo prometió y lo cumple: Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos. Por eso el poder del mal no hundirá la barca de la Iglesia. El seguimiento de Cristo tiene sus dificultades, hoy como siempre. Si en el pasado era relativamente fácil ver la presencia y la mano de Dios en los acontecimientos de la naturaleza y de la historia, hoy en cambio, en un mundo secularizado, el creyente necesita una fe robusta y sin miedo para descubrir la presencia del "Dios dormido y ausente" en medio de las aspiraciones del hombre actual y en el compromiso personal y comunitario en pro de la justicia, el progreso y la acción al servicio de la promoción y liberación humanas, especialmente del más desvalido. No faltarán los momentos de prueba para nuestra fe, similares a los de la tormenta en el lago. Cuando la tempestad nos azota despiadada; cuando la Iglesia de Cristo es perseguida y aherrojada; cuando el mal triunfa y se oscurecen los valores del bien y de la verdad; cuando sufrimos injustamente; cuando nos visita insistentemente el dolor; cuan411

do la pobreza, la enfermedad, la desgracia o la muerte hacen altaneramente acto de presencia en nuestra vida; cuando, en una palabra, nos duele el silencio de Dios, que parece estar "echando la siesta", como Jesús en la barca, entonces surge espontánea la queja en nuestros labios: ¿No te importa que nos hundamos? Si nuestro grito es oración, está bien; pero si es desconfianza por falta de fe, tendremos que escuchar el correctivo de Jesús: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! Te bendecimos, Padre nuestro, por Cristo, tu Hijo, señor de los elementos y vencedor de las fuerzas del mal Aunque a veces lo olvidemos, él viene con nosotros en la azarosa travesía del mar de la vida. ¿Por qué dudar hombres y mujeres de poca fe? Hoy queremos renovar nuestro seguimiento de Cristo. Para ello, renuévanos, Señor, en la audacia de la fe. Haz que te descubramos, Dios "dormido y ausente", en medio de los proyectos, aspiraciones y fracasos, cansancios y esperanzas, frustraciones y anhelos de nuestros hermanos, los hombres que sufren y esperan.

Miércoles: Decimotercera Semana Mt 8,28-34: Curación de dos endemoniados.

EL PODER DE UN EXORCISMO 1. Una misión con poco éxito. El evangelio de hoy narra la curación por Jesús de dos endemoniados en tierra de paganos. Eran locos tan furiosos, que nadie se atrevía a transitar por aquel camino, anota el evangelista Mateo, que localiza el relato en la región de Gadara, ciudad costera al sudeste del mar de Galilea. El término "endemoniados" no significa necesariamente posesión diabólica. Puede referirse a enfermos mentales: esquizofrénicos, epilépticos, etc., pues así explicaban los judíos los trastornos psíquicos. Jesús se acomodó a esa creencia popular. El relato de Mateo sigue al de Marcos (5,lss), pero con diferencias notables. Dentro de un estilo mucho más sobrio y menos imaginativo, difiere en puntos como éstos: En primer lugar, Mateo habla de dos individuos, en vez del único que reseña Marcos con más verosimilitud. 412

Los duplicados es táctica de Mateo; por ejemplo, los dos ciegos de Jericó (20,30) y los dos ciegos de Betsaida (9,27). Según su mentalidad, la más judía de los evangelistas, se atiene de esta manera a la norma mosaica de dos testigos para acontecimientos más importantes. En segundo lugar, Mateo suprime la insistencia de Marcos en muchos detalles accesorios y folclóricos respecto del estilo de vida de los dos locos furiosos. Y en tercer lugar, la diferencia más notable de Mateo se halla en la no mención del deseo de seguir a Jesús por parte de los curados y de la misión propagandista que, según Marcos, confía Cristo al enfermo restituido a su sano juicio. El resultado global de esta misión de Jesús en tierra de paganos es negativa para él. La gente, al ver ahogada en el lago la piara de los cerdos en que, con permiso de Jesús, se metieron los demonios expulsados de los posesos, le pidió que se marchara de su país. Cristo es rechazado también por los gentiles, lo mismo que por los judíos. Y Jesús, que acababa de mostrarse inflexible con el mal, accede al deseo de los gadarenos, porque el evangelio no es imposición, sino invitación. 2. Un poder más fuerte que el demonio. Como milagro que es, la curación que nos ocupa es también signo de que el reino de Dios ha llegado al mundo de los hombres por medio de Cristo y de que el Reino está operando ya la victoria del bien sobre el mal. La enseñanza fundamental que del hecho se desprende es que los exorcismos de Jesús liberan al hombre del miedo al poder del diablo y de la sumisión al mismo. Los demonios quedan sometidos instantáneamente con una sola palabra de Jesús, porque el poder de Dios vence cualquier otro poder. Y en él debe confiar el creyente. En el texto evangélico los demonios protestan porque Jesús los ataca antes de tiempo: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?" Según la escatología judía, al final de los tiempos Dios ataría y castigaría a los demonios que andan sueltos por el mundo haciendo mal a los humanos. Esa hora ha llegado con Jesús. Los demonios reconocen que la duración de su obra maléfica tiene un límite impuesto por Dios. Con su poder sobre los demonios Jesús destruye el imperio de Satanás e inaugura el reino mesiánico. El diablo lo sabe, pero los hombres parecen no comprenderlo. Aunque la manifestación definitiva de tal victoria de Cristo tendrá lugar en la escatología consumada final, ha llegado ya la hora en que es vencido por completo "el príncipe de este mundo" y "el poder de las tinieblas", como afirmó Cristo en vísperas de su pasión y muerte. El cerdo, el animal más impuro de todos según los judíos, era el lugar adecuado para los demonios expulsados por Jesús. Pero hasta los puercos los rechazan. Ya no hay lugar para los demonios en un mundo en que ha entrado el poder salvífico de Dios. El demonio es la personificación del poder enemigo de Dios que se 413

opone a la salvación del hombre, impidiéndole avanzar por el camino del bien y apartándolo de Dios. Liberarse de su influjo es el triunfo de la salvación, gracias al favor de Dios que es el más fuerte. Tal poder apareció visiblemente en Jesús de Nazaret y actúa eficazmente en su persona, su palabra, su muerte y su resurrección. Proclamarlo, como mandaba Jesús al enfermo curado, forma parte del mensaje evangélico de liberación. La comunidad cristiana y cada creyente personalmente han de mostrar en su vida y conducta que, por la comunión con Cristo y con la gracia de lo alto, han vencido al maligno en todas sus manifestaciones del mal y del pecado: odio y mentira, injusticia y opresión, ambición y egoísmo, lujuria y soberbia. Bendecimos tu nombre, Dios de nuestra liberación, porque Cristo es más fuerte que el mal y venció la legión de demonios que quieren avasallamos: egoísmo y soberbia, mediocridad e intolerancia, malquerer y ruindad, sensualidad y ambición. Rompe, Señor, nuestros cepos y cadenas, y libera a los que son víctima del pecado propio y ajeno. Cúranos de todas las alienaciones y esclavitudes que nos impiden realizarnos como personas y cristianos. Ayúdanos, Padre, a vivir como hijos tuyos, libres y guiados por el Espíritu en el amor a los hermanos. Amén.

Jueves: Decimotercera Semana Mt 9,1-8: Curación de un paralítico.

UN PERDÓN QUE SANA 1. Tus pecados están perdonados. El episodio evangélico de hoy tiene lugar en Cafarnaún, la ciudad de Jesús, adonde ha regresado desde la región de Gadara. Los protagonistas de la escena son Jesús, un paralítico y algunos letrados. Por el lugar paralelo de Marcos, de mayor viveza narrativa, sabemos que cuatro amigos o familiares de un minusválido lo descuelgan en su camilla por el techo de la casa en que se halla Jesús, asediado por la muchedumbre (Me 2,3s). Viendo el Señor la fe que tenían, comienza por decir algo que resulta sorprendente ante un enfermo que viene buscando curación: "¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados". Una vez más el milagro va a ser 414

fruto de la fe del enfermo y de la comunidad en que vive con sus familiares y amigos. Y va a evidenciar también el proceso de salvación integral del hombre mediante el perdón que Jesús le otorga. Al perdonarle los pecados, lo está curando también de su enfermedad, porque ésta, según la mentalidad judía, era consecuencia del pecado personal o de los propios padres. La reacción, inexpresada por cierto, de los doctores de la ley allí presentes es de supuesto escándalo: Éste blasfema; sólo Dios puede perdonar pecados. Además, la frase de Jesús les sonaba a jactancia hueca: ¿Cómo podía demostrar ese perdón? En otra ocasión vemos una reacción similar de escándalo farisaico cuando, sentado a la mesa de Simón el fariseo, dice Jesús lo mismo a la mujer pecadora (Le 7,48). Conociendo Cristo lo que pensaban, no se desdice, sino que para probar que él, el Hijo del hombre, es decir, el mesías, tiene ese poder perdonador, exclusivo de Dios, y que los pecados del enfermo están efectivamente perdonados, le ordena: "Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa". Así lo hizo delante de toda la gente, que "quedó maravillada y glorificaba a Dios, que da a los hombres tal potestad". De esta suerte, mediante el dato visible de la sanación, los letrados ven deshecha su objeción al hecho invisible del perdón de los pecados por Jesús. La sanación física era signo fehaciente de la curación espiritual. Por tanto, el mensaje global de la escena evangélica de hoy es que Jesús tiene el poder de perdonar pecados. 2. Las dimensiones del perdón. Dios sigue reconciliándonos consigo por medio de Cristo y a través de la Iglesia, como afirma san Pablo (2Cor 5,17s). Efectivamente, Jesús resucitado transmitió a los apóstoles, a la comunidad eclesial, el poder del perdón: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22s). El perdón de los pecados fue uno de los temas básicos de la evangelización de los apóstoles, como vemos por el libro de los Hechos. Cumplían así el mandato de Cristo resucitado antes de su ascensión: correr el mundo entero como testigos suyos, predicando en su nombre la conversión y el perdón de los pecados (Le 24,47s). De esta forma puede ser la Iglesia el "sacramento universal de la salvación" de Dios para el hombre pecador, para la humanidad entera. Según la teología, las dimensiones del sacramento del perdón, también llamado penitencia o reconciliación, son básicamente tres: la cristológica, la eclesial y la personal. La dimensión cristológica y pascual se verifica en la reconciliación del pecador con Dios en virtud del perdón universal de los pecados que se dio de una vez para siempre en la cruz redentora y gloriosa de Cristo. "En el sacramento de la penitencia actúa la fuerza de la pasión de Cristo mediante la absolución del sacerdote, junto con la colaboración del penitente que coopera con la gracia de Dios a la destrucción del pecado" (santo Tomás de Aquino). 415

La dimensión eclesial y comunitaria de la reconciliación indica que el perdón de Dios al hombre se realiza también por mediación de la comunidad de fe, culto y vida que es la Iglesia. Lo mismo que el pecado tiene proyección social, su perdón tiene también referencia comunitaria en la reconciliación con los hermanos y con Dios. Es la absolución del sacerdote la que restablece esa comunión vital. Finalmente, la dimensión personalista del sacramento de la reconciliación radica en la gozosa experiencia personal del perdón de Dios, que nos regenera y rehabilita, restableciéndonos a la condición de hijos suyos y hermanos de los demás. En su ritmo celebrativo, el sacramento de la penitencia es y debe aparecer siempre como la fiesta del perdón y de la reconciliación con Dios y con los hermanos. Estamos hundidos, Señor, bajo el peso de la culpa. Ayuda a los que paraliza y atenaza la mezquindad, el miedo, el error, la desesperanza y el desamor. Hemos traicionado, Señor, nuestra opción bautismal Pero tú no nos rechazas, sino que nos invitas a levantarnos y caminar al ritmo de tu perdón. Reconcilíanos, Señor, contigo y con los hermanos para poder sentarnos de nuevo a tu mesa en la fiesta. Así caminaremos gozosos a la luz de tu misericordia, porque tu amor y tu perdón son nuestra fortaleza en el duro desierto hacia la patria definitiva.

Viernes: Decimotercera Semana Mt 9,9-13: Vocación del publicano Mateo.

PARA UNA RELIGIÓN AUTÉNTICA 1. Una acusación con fundamento. Realmente era cierta la acusación de los puritanos a Jesús: Anda con gente de mala fama. Así lo evidencia el evangelio de hoy, en que el Señor llama a su compañía, como un apóstol más, a Mateo —a quien Marcos (2,14) y Lucas (5,27) llaman también Leví—, publicano de profesión, es decir, recaudador de impuestos para los romanos, la potencia extranjera de ocupación. Los abusos de los publícanos, "ladrones oficiales", eran manifiestos, 416

pues ahí radicaba su margen ganancial. Por eso mismo eran vitandos social y religiosamente, en sentir de los maestros de la ortodoxia judía. ¿Por qué esa preferencia de Jesús por los marginados de la salvación? "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". He aquí la explicación de la conducta de Jesús y el trasfondo de todo su misterio de encarnación en la raza humana, la razón de toda su vida y de su evangelio, la finalidad de su muerte y resurrección. Jesús provoca intencionadamente el escándalo de los puritanos tomando partido por los pecadores para mostrar la misericordia de Dios, que los acoge y perdona como el padre al hijo pródigo. Más todavía: avisó a los jefes religiosos del pueblo judío de que publícanos y prostitutas les llevaban la delantera en el camino del reino de Dios. De hecho fueron los pecadores y los ignorantes, los pequeños y los pobres, los enfermos y marginados, quienes captaron el mensaje liberador de Cristo mejor que los justos y los sabios, los grandes y los entendidos. Nadie, pues, debe escandalizarse; porque la misericordia de Dios no es complicidad y laxismo permisivo, sino búsqueda del hombre para promocionarlo y redimirlo. Mateo era un marginado de la salvación y un discriminado social, como lo son hoy tantos hombres y mujeres. No obstante, o por eso precisamente, Cristo lo dignifica y lo restablece a su condición de persona y de hijo de Dios con el voto de confianza que supuso la invitación del "sigúeme"; sugerencia que, por cierto, contaba con todos los presupuestos en contra. Pero para el Señor la pureza religiosa auténtica no es la legal, sino la conversión al amor, a la piedad y a la misericordia. 2. Para una religión auténtica. Remitiéndose a la frase de Dios por el profeta Oseas: "misericordia quiero y no sacrificios" (6,6), Jesús no patrocina una religión sin culto, sino una religión esencial que no se aviene con una práctica meramente ritualista, ajena al compromiso de la vida. En la línea profética, Cristo dice no a una religión que pasa por alto al hombre y el amor al hermano. No es un dilema excluyente; no se trata de suprimir el culto litúrgico, los "sacrificios", sino de proyectar su celebración al amor y a la fraternidad, que rompen las barreras discriminatorias; a la justicia, que libera a los más débiles. Hoy es día de examinar nuestras motivaciones religiosas: ¿Por qué creemos en Dios y por qué debemos practicar la religión? Hay motivaciones falsas y auténticas. Entre las falsas motivaciones están: el ver la religión como un seguro que garantiza la propia salvación; el individualismo egoísta, que se busca a sí mismo; la religión mercantil del mérito espiritual; el miedo al castigo de Dios, cuando este temor va huérfano del amor; el ritualismo formulista, que trata de ganarse mágicamente el favor divino a base de 417

mecanismos cultuales; el espíritu de ghetto incontaminado y privilegiado, frío y huraño ante los demás, etc. Entre las motivaciones auténticas en línea con la sinceridad evangélica al estilo de Jesús están: la fe y la entrega incondicionales a Dios como respuesta a un amor que nos precedió primero en Cristo; la actitud de receptividad y pobreza ante la gratuidad de Dios, que nos quiere porque él es bueno y no porque lo merezcamos; la adoración al Padre en espíritu y en verdad; la piedad y la misericordia, que priman el amor al hermano; la apertura al marginado social y religioso; la comprensión, la tolerancia y la justicia, incluso sobre el mismo culto; el conocimiento de Dios, en definitiva, por medio de su Hijo y de su Palabra personal que es Cristo, hecho hombre por nosotros, "muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25). Dios de misericordia, agradecemos tu cariño abrumador y te bendecimos porque en la vocación de Mateo por Cristo diste pruebas de creer en el hombre, a pesar de todo. Nosotros encasillamos fácilmente a los demás, pero tú brindas siempre la oportunidad de conversión. Tu Reino, Señor, pertenece a los pobres y a los pecadores. En este día tú nos llamas a cada uno de nosotros sin tener en cuenta nuestros deméritos. Haz que la brisa de tu ternura oree nuestros corazones con la esperanza y el gusto de tu banquete de fiesta, y concédenos un sitio en tu mesa al lado de Cristo. Amén.

Sábado: Decimotercera Semana

La ley mosaica no prescribía más ayuno que el día anual de la Expiación, pero los fariseos piadosos ayunaban dos veces por semana (lunes y jueves), privándose de alimento hasta la puesta del sol; lo mismo los discípulos de Juan. Tal práctica ascética se vinculaba a la espera del mesías, de la que los discípulos de Jesús parecían desentenderse por completo. Cristo da la razón: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras éste está con ellos? Comparar la venida del mesías y del Reino con una fiesta y banquete de bodas tenía profunda raigambre bíblica. Los discípulos de Jesús no necesitan ayunar, manifestando insatisfacción por el tiempo presente, pues el mesías está con ellos. La tristeza aflictiva del ayuno no encaja con la alegría del Reino y de los tiempos mesiánicos inaugurados en la persona de Cristo. Esta su alusión al novio, al mesías, enlaza con las palabras que pronunció el Bautista delante de sus propios discípulos, refiriéndose a Jesús: "Yo no soy el mesías... Pero el amigo del novio se alegra con su voz. Pues esta alegría mía está colmada; él tiene que crecer y yo tengo que menguar" (Jn 3,28s). Los discípulos de Juan lo habían olvidado, absorbidos por el viejo sistema. Pero Jesús les recuerda que los amigos del novio no están bajo la disciplina del ayuno, sino que se mueven en la libertad que da la amistad. Tal debe ser la relación del hombre con Dios en la nueva alianza y en la comunidad mesiánica del Reino. Puesto que los discípulos de Juan le sobrevivieron, constituyéndose en secta paralela a la joven Iglesia, no se excluye que la página evangélica de hoy refleje algo más que un episodio en la vida de Jesús, para apuntar también a una situación conflictiva en la primitiva comunidad cristiana respecto del viejo ayuno, que es poco mencionado en los Hechos. En todo caso, no sería más que un exponente de las muchas y dolorosas rupturas que los cristianos provenientes del judaismo tuvieron que hacer con las vetustas tradiciones rabínicas y la ley mosaica —recuérdese la circuncisión— como incompatibles con la novedad del evangelio y la libertad en Cristo.

Mt 9,14-17: Mientras el novio está con ellos.

CONVERSIÓN EVANGÉLICA A LO NUEVO 1. Los discípulos de Juan ayunaban. El texto evangélico de hoy comprende la respuesta de Jesús a una observación sobre el ayuno y dos breves parábolas para esclarecer esta respuesta. Según Mateo, son los discípulos de Juan el Bautista quienes introducen el tema, preguntando a Jesús: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Los otros evangelistas no identifican a los autores de la pregunta (Me 2,18; Le 5,33). 418

2. Esa incompatibilidad de lo nuevo con lo viejo es lo que acentúa Jesús con las dos breves parábolas del remiendo de paño nuevo en manto viejo y del vino joven en odres viejos. La pieza nueva tira del tejido pasado y deja un roto peor, o bien el vino nuevo revienta los pellejos gastados y se pierde el vino también. El orden de la salvación de Dios que Cristo inaugura es tan nuevo como lo fue la revelación de la alianza y ley antiguas por medio de Moisés. Aunque en lenguaje metafórico, las afirmaciones de Jesús sobre la novedad del Reino y del evangelio son más enérgicas que todo lo que leemos en san Pablo al respecto. Ya en otras ocasiones Jesús había hecho aplicaciones concretas de 419

la actitud que ahora toma respecto de lo nuevo; por ejemplo, al referirse a los ritos judíos de purificación, a la observancia del sábado, al templo de Jerusalén y su culto, al contacto con pecadores e impuros, paganos y leprosos, etc.; hoy lo hace respecto del ayuno. La religión en espíritu y en verdad que Jesús propone es una novedad tan radical que no depende en absoluto del pasado. Así lo entendió san Pablo cuando sacaba las consecuencias de lo que precede, para los cristianos de sus comunidades y de todos los tiempos: "El que es de Cristo es una creatura nueva; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2Cor 5,17). Los viejos odres son los anquilosados esquemas mentales y religiosos de siempre. Si los dirigentes judíos rechazaron a Jesús fue precisamente porque la novedad de un mesías humilde no encajaba con sus viejas ideas. Pero pensemos en nosotros mismos. La resistencia a la novedad de la palabra de Dios en el evangelio de Jesús y en los signos de los tiempos es, en el fondo, rechazar la conversión evangélica en nombre de tradiciones caducas y escudándose en lo que siempre se ha hecho. Pero es inútil querer domesticar e imposible confinar en moldes herrumbrosos y enmohecidos la novedad radical de un Dios siempre sorprendente. Bendito seas, Padre, por Cristo Señor nuestro. Él es el testigo viviente de tu amor al hombre, el novio de las bodas de la nueva alianza con tu pueblo, la Iglesia y la humanidad entera. Perdón, Señor, por querer confinar tu Espíritu en nuestros esquemas enmohecidos por la rutina. Con frecuencia nos atenaza el peso de lo viejo y nos resistimos a convertir nuestro corazón a la novedad radical del evangelio y del Reino. Concédenos, Señor, movernos con la fiel libertad que dan el amor y la amistad contigo. Amén.

Lunes: Decimocuarta Semana Mt 9,18-26: Resurrección de la hija de Jairo y curación de la hemorroísa.

SEÑOR DE LA VIDA 1. Tu fe te ha curado. Hoy leemos como evangelio dos milagros de Jesús, incluido uno en otro: curación de la hemorroísa y resurrección 420

de la hija de un jefe de la sinagoga, cuyo nombre conocemos por el lugar paralelo de Marcos (5,2lss). Se llamaba Jairo. En el relato de Mateo, más esquemático, advertimos dos diferencias mayores respecto de Marcos; la primera se refiere al caso de Jairo y la segunda a la hemorroísa. Esta comparación entre los evangelistas, en este episodio como en otros muchos, es una muestra de las diversas tradiciones orales y escritas de la Iglesia primitiva, nacidas de la predicación y catequesis de los apóstoles. Su coincidencia en lo esencial y sus divergencias en lo accesorio avalan su autenticidad y enriquecen las cuatro versiones evangélicas de la figura, obra y mensaje de Jesús. En primer lugar, cuando Jairo ruega a Jesús por su niña, ésta ya ha muerto; según Marcos, "está en las últimas". La versión de Mateo parece resaltar mejor la fe del padre en lo imposible, o quizá, diríamos, refleja la lectura que del hecho hizo la primitiva comunidad cristiana a la luz de la resurrección del Señor. En segundo lugar, la mujer que padece flujos de sangre no se cura, según Mateo, por tan sólo tocar el manto de Jesús, como ella esperaba (y como dice Marcos), sino por la palabra de Cristo, que, al volverse y verla, le dice: "¡Animo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel momento quedó curada la mujer". De esta forma, el relato de Mateo obvia el posible malentendido de magia que podría deducirse de la actitud de la pobre mujer, como si una fuerza superior emanara de Jesús automáticamente por simple contacto, incluso sin darse él cuenta e independientemente de la fe de quien lo tocara. Algo que no sucede entre la multitud que lo apretujaba. En todo caso, ambos milagros, como todos los demás, "son respuesta del poder de Jesús a la fe; la manifestación del poder corresponde en intensidad a la que tenga la fe" (CB, III, 206). Esto nos enseña cómo entender la frase tan repetida por Jesús en sus curaciones: Tu fe te ha curado (o salvado). La fe de los suplicantes no realizaba el milagro por sí sola, independientemente del poder divino de Cristo; pero esa fe de los destinatarios de sus favores era condición indispensable para activar tal poder. En este sentido, era la fe la que curaba. 2. La niña está dormida. En el evangelio de hoy aparece una vez más el corazón bondadoso de Cristo, que se compadece de la humanidad doliente. Tanto el dolor físico de la mujer, que lleva doce años padeciendo hemorragias, como el dolor moral de Jairo, que ve cómo su hija se le muere en las manos, encuentran eco en Jesús, que, profundamente humano, refleja el amor paternal de Dios al hombre, su criatura. En este sentido es también significativo el detalle que reseña Marcos en su relato y que pasa por alto Mateo. Una. vez que, al mandato de Jesús, la niña muerta se incorpora, él dice a los familiares que le den de 421

comer. Detalle banal a primera vista, sobre todo después del hecho deslumbrante de resucitar a un muerto, pero hondamente humano y natural, propio de quien no se engríe ni se hace el solemne. En la resurrección de la hija de Jairo, como en los otros dos relatos similares: Lázaro e hijo de la viuda de Naín (Le 7,1 lss), vemos, con la primitiva comunidad cristiana, un anticipo del triunfo personal sobre la muerte por parte de quien es él mismo la resurrección y la vida, Cristo Jesús. Por eso dijo él que la niña estaba tan sólo dormida, lo que hizo reír a los que nada comprendían de su persona. Lo mismo afirmó Jesús en el caso de Lázaro ya difunto (Jn 11,13). Para el creyente en Cristo la muerte no es un absurdo ni el final en la nada, sino un sueño cuyo despertar es la resurrección de "los que se durmieron en el Señor". De la actuación de Jesús en esta escena se desprende que anunciar el Reino de Dios (su empeño máximo según los tres evangelios sinópticos) era lo mismo que anunciar e inaugurar la vida por excelencia, la vida inextinguible o eterna (idea central en el cuarto evangelio, equivalente al Reino en los sinópticos). Esa tarea de Jesús ha quedado ahora en nuestras manos. Cristo nos quiere hoy testigos de su resurrección en el mundo de los hombres. Y el modo más eficaz de serlo es aportar signos de liberación humana amando a los demás, como hizo Jesús, porque amar es tener y dar la vida que resucita los corazones. Por eso el amor a Dios y a los hermanos es el resumen del evangelio y la señal de autenticidad del cristiano. Hoy te bendice nuestro corazón, Padre, porque Jesús, anticipando su propia resurrección, devolvía la vida a los muertos, como la niña de Jairo. Cuando el mundo nos da vueltas y perdemos pie; cuando el dolor nos machaca altaneramente; cuando todo parece perdido sin remedio, tú nos repites: "No temas, basta que tengas fe"; pues el contacto contigo en tu palabra y tus sacramentos despierta, Señor, tu gesto creador, que da vida al hombre. Haznos hoy testigos con Cristo de ese tu amor que hace presente el Reino y rejuvenece los corazones.

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Martes: Decimocuarta Semana Mt 9,32-38: La míes es mucha y los trabajadores pocos.

LA MIES ES ABUNDANTE 1. Dos imágenes bíblicas. El evangelio de hoy es un pasaje de transición que introduce el discurso apostólico de Jesús, que comenzaremos mañana. El texto contiene dos partes distintas: 1.a Curación por Jesús de un endemoniado mudo, hecho que provoca la admiración del pueblo sencillo y la crítica malintencionada de los fariseos, cerrados voluntariamente a la evidencia de Dios. 2.a Compasión de Jesús por las muchedumbres. El evangelista hace un resumen de la actividad apostólica de Cristo, que "recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el reino de Dios y curando todas las enfermedades y todas las dolencias". Eso le dio ocasión de ver la situación en que se encontraban las gentes. "Al verlas se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor". Y a continuación hace a sus discípulos esta reflexión: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies". Las dos imágenes que emplea Jesús, ovejas y mies, son bíblicas y se remontan al Antiguo Testamento. "Ovejas sin pastor" describe la situación del pueblo israelita, disperso, sin unidad y sin guías espirituales. El concepto viejotestamentario de "pastor del pueblo" era amplio y se refería tanto a jueces y reyes como a sacerdotes y profetas. Imagen familiar a una cultura de pueblos nómadas, cuyos antepasados fueron también pastores, como los patriarcas, Moisés y el rey David, por ejemplo. Jeremías y Ezequiel profetizaron que, ante el abandono del pueblo, el Señor mismo se convertiría en pastor de su rebaño. Profecía que tuvo pleno cumplimiento en la persona de Jesús, el buen pastor que siente compasión y ternura por sus ovejas, hasta dar la vida por ellas. Así la comunidad cristiana puede caminar confiada y sin angustia al encuentro del Padre, porque sabe que Cristo es su pastor. Asimismo la imagen de la cosecha de la mies fue empleada por los profetas para indicar el futuro reino mesiánico, que sería también el tiempo último, el de la siega, es decir, el juicio de Dios. Jesús mismo empleó la imagen en la parábola de la cizaña en el trigo. Pues bien, ese momento final ha llegado ya; la etapa última de la historia ya ha comenzado con la venida del reino de Dios. Todo está pronto para la recolección, vino a decir Jesús; pero hacen falta segadores. 423

2. Diversos sectores de evangelización definen las urgencias apostólicas de hoy. La situación presente reclama un compromiso global de toda la comunidad cristiana en el empeño evangelizador, para dar el paso de una pastoral de conservación y cristiandad a una Iglesia en perenne estado de misión, a fin de que la fuerza del evangelio penetre y vivifique las nuevas formas culturales de nuestra sociedad. Señalemos brevemente algunas líneas y sectores de actuación y testimonio cristiano. a) Necesitamos un talante dialogal, es decir, una actitud de acogida y discernimiento de los valores de la cultura actual (GS 57s). Esto supone reconocer la presencia pluríforme del Espíritu de Cristo en nuestro mundo y momento actuales, y vivir a fondo la corresponsabilidad y la comunión eclesial dentro de una legítima pluralidad de acentos y opciones (LG 13,3). b) Son necesarias también la profesión y la presencia públicas de nuestra fe en Cristo, sin cerrarnos en ghettos ni recluirnos, como grupo y como individuos, en la intimidad de la pequeña comunidad o de la vida privada. Para eso hay que orientar al apostolado y a la evangelización la vida de las comunidades y movimientos especializados, potenciando el apostolado de los laicos en toda su amplitud: a nivel social, cultural, laboral y de los medios de comunicación de masas (AG 21; EN 45). c) Debemos crear nuevas formas de presencia testimonial y efectiva, especialmente en los ambientes desvalidos y marginados, y en el espacio evangélico, común a creyentes y no creyentes, de la afirmación de lo humano: justicia, promoción y derechos de la persona. Así haremos evidente lo esencial cristiano: el amor. Porque "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Te bendecimos, Padre, por Jesucristo, Señor nuestro, que recorrió infatigable los duros caminos de Palestina anunciando el Reino y curando a todos los enfermos, porque su corazón se compadecía de las gentes sin pastor. Jesús necesita nuestros brazos y nuestras manos, porque la mies es mucha y los trabajadores son pocos. Envía, Señor, muchos y buenos operarios a tu campo y alienta en nosotros un espíritu apostólico de acogida, presencia, testimonio y liberación de los desvalidos, porque los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de nuestros hermanos son los nuestros con Cristo. 424

Miércoles: Decimocuarta Semana Mt 10,1-7: Misión de los Doce.

MISIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN 1. Llamada y envío. Con el evangelio de hoy se inicia el discurso apostólico de Jesús, que es el segundo de los cinco grandes discursos que vertebran el evangelio de Mateo y que iremos leyendo en días sucesivos. Si antes el evangelista mostró a Cristo como nuevo Moisés legislador (ce. 5-7) e introductor del Reino con sus milagros (ce. 8-9), ahora lo muestra como fundador del nuevo Israel de Dios, que es la Iglesia, e iniciador de la misión, característica esencial de ese nuevo pueblo (c. 10). Mateo da la lista de los doce apóstoles en la introducción a este discurso misionero de Jesús, en el acto de su primer envío por Cristo a la evangelización, y no en un momento solemne de vocación "institucional", como hacen Marcos (3,13s) y Lucas (6,12s). Al confiarles la misión, Cristo "les dio autoridad para expulsar espíritus impuros y curar toda enfermedad y dolencia". Así los signos milagrosos avalarían su palabra. Después de mencionar a los Doce, el texto de hoy inicia el discurso misionero de Jesús con dos consignas concretas, referente la primera a los destinatarios de su mensaje, y la segunda al contenido esencial del mismo: "No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca". En primer lugar, llama la atención el que Jesús ponga límites a la misión. Ésta se destina solamente a los judíos. Tal acotación parece responder a una tradición judeocristiana (fuente Q) de los primeros momentos de la Iglesia, y Mateo la incorporó al texto, redactado posteriormente. Históricamente, la misión de Jesús y sus apóstoles empezó por Israel, efectivamente. Pareció normal en un principio que los judíos, herederos de la elección y promesas de Dios, fueran los primeros en recibir la oferta de salvación mesiánica realizada en Cristo. Pasado pentecostés, la comunidad cristiana y su evangelización fueron abriéndose al mundo grecorromano, como vemos en el libro de los Hechos. A ello contribuyó en buena parte la diáspora generada por la persecución de los apóstoles en Jerusalén. Así respondía la Iglesia a la misión universal que Cristo resucitado le confió: Id al mundo entero y proclamad el evangelio a todas las gentes. 2. Mensaje esencial de la evangelización. La segunda consigna de Jesús a sus misioneros se refiere al contenido de su anuncio: "Procla425

mad que el reino de los cielos está cerca". Así había comenzado él su predicación. El mensaje esencial que debe transmitir hoy la Iglesia es la buena noticia de que Dios ama al hombre, lo invita a la fe, a su amistad, a su adopción filial y a la fraternidad humana mediante el seguimiento de Cristo, que es el hombre nuevo. Jesús no fue un revolucionario de estilo violento, ni un ideólogo político, ni un antropólogo humanista, ni un tecnócrata experto en programación y finanzas. Sin embargo, la esperanza teologal y humana que su anuncio del Reino despertó en los corazones vacíos de sí y abiertos a Dios tampoco fue angelical y desencarnada de la dura realidad cotidiana, que él asumió y transformó con su encarnación en la raza humana. Repasando, por ejemplo, el discurso del monte, cuyo prólogo son las bienaventuranzas, caemos en la cuenta de su carga explosiva y revolucionaria, pero en profundidad y hacia el interior de la persona. Es el corazón lo que hay que convertir a los nuevos criterios y valores de la justicia del Reino. Convertido el hombre, pueden transformarse las estructuras sociales; porque remodelando al hombre se reconstruye el mapa del mundo. La misión salvadora y la tarea evangelizadora de Jesús han quedado en nuestras manos por delegación suya, aunque con la asistencia del propio Jesús por medio de su Espíritu. "La evangelización constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios y perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa" (EN 14). Todos los miembros de la Iglesia, tanto los que presiden como el pueblo llano, necesitamos una profunda catequesis sobre nuestra misión evangelizadora, sobre el servicio evangélico y sobre la Iglesia misma como comunidad de hombres y mujeres que, a pesar de la fragilidad humana, siguen, anuncian y testimonian a Cristo. Te bendecimos, Dios de los apóstoles y profetas, por tu enviado Jesucristo, que anunció el Reino y fundó su Iglesia sobre las columnas de los apóstoles. Tú nos llamaste a formar un pueblo compacto que te sirva en la unidad, la verdad y la santidad Te damos gracias por la fe recibida de nuestros mayores a través de una larga cadena de testigos y creyentes. No permitas que la antorcha se apague en nuestras manos, sino que transmitamos su llama a las nuevas generaciones. Haz, Señor, de tu Iglesia un hogar de amor y esperanza para un mundo que camina en tinieblas buscando tu luz 426

Jueves: Decimocuarta Semana Mt 10,7-15: Dad gratis lo que gratis recibisteis.

EQUIPAJE PARA LA MISIÓN 1. El talante del apóstol. Una vez que Jesús eligió a los doce apóstoles y les confió la misión de proclamar la llegada del reino de Dios, como veíamos ayer en la apertura del discurso apostólico, siguen unas instrucciones muy concretas para realizar esa misión. Es el evangelio de hoy. Agrupando estas consignas misioneras, advertimos que el primer grupo se refiere a la tarea evangelizadora en sí misma: mensaje y signos de liberación: "Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios". Como delegados que son de Jesús, los enviados actúan como él, uniendo al anuncio del Reino el aval de la liberación de los pobres. El segundo grupo de consignas se centra en la psicología y el talante personal de los misioneros: gratuidad de su oferta, desprendimiento absoluto y relaciones de paz con los evangelizados, tanto en la hospitalidad como en el rechazo: "Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento... Al entrar en una casa, saludad con la paz". Jesús no se contenta con entregar a sus apóstoles el mensaje que deben transmitir; quiere también que su estilo de vida vaya de acuerdo con esa proclamación. El anuncio esencial no queda a la libre decisión, creatividad e interpretación del mensajero, sino que viene señalado por Cristo, que es quien envía con su autoridad. En cambio, las normas concretas de comportamiento y pobreza abren un margen a la propia responsabilidad e invitan a un siempre mayor compromiso personal que, salvada la absoluta disponibilidad al servicio del evangelio, admite matices de encarnación en cada tiempo, cultura, ambiente, circunstancia y lugar. 2. Pobreza y gratuidad. El único equipaje del apóstol, según Jesús, debe ser su palabra y su pobreza. Todo lo demás le sobra, incluso le estorba en el camino del Reino. El apóstol no necesita seguros de ninguna clase, porque "el obrero merece su sustento". El que sirve al evangelio tiene derecho a vivir de ese servicio, gracias a la respuesta generosa de los evangelizados, viene a decir Jesús, que está remitiéndose a la proverbial hospitalidad semita. Pero san Pablo renunciaba gustoso a ese derecho apostólico y se ganaba la vida con el trabajo de sus manos, sin dejar por ello de anunciar la palabra. Sabía muy bien de quién se había fiado. 427

Consciente de que todo lo que tiene y lleva consigo: mensaje y don de sanaciones, lo ha recibido gratuitamente, el apóstol lo dará también gratis, compartiendo su tesoro con los demás sin ánimo de lucro. En esto se diferenciará de los charlatanes, exorcistas, milagreros y santones interesados, los de aquella época y los de siempre. Reconocer que todo lo hemos recibido de Dios es la forma más profunda de pobreza de espíritu, que lleva a compartir todo en el amor fraterno. La gratuidad es un signo del auténtico enviado. En uno de los primeros escritos del cristianismo leemos: "Al apóstol que llega a vosotros, acogedlo como al Señor. Él no permanecerá más que un día; si hubiere necesidad, un día más. Si permanece tres días, es un falso profeta... Si pide dinero, es un falso profeta" (Didajé, s. II). 3. Carta magna del apostolado. El discurso misionero es la carta magna del apostolado, válida para todo tiempo. Sus raíces bíblicas conectan con el Antiguo Testamento, en el que la misión del pueblo de Israel era ser luz de las naciones, como repitieron los profetas de signo más aperturista. En la plenitud de los tiempos mesiánicos los pueblos vendrían al monte santo de Sión en Jerusalén, convertidos y atraídos por la gloria del Señor, para cantar su alabanza. Dando un paso más, la teología de la misión según el Nuevo Testamento parte ya del cumplimiento de las promesas mesiánicas con la venida del Reino en la persona de Cristo. La presencia del Reino urge la conversión de los pueblos y de los individuos. El movimiento ya no es centrípeto, sino centrífugo. Será la Iglesia la que vaya a las naciones, según el mandato misionero de Cristo resucitado, de quien recibe su propia misión. Por eso el vocabulario misionero neotestamentario es dinámico: Espíritu, envío, ida, camino, pesca, recolección, proclamación, signos, testimonio... Todo ello nos habla de nuestro compromiso activo como discípulos de Jesús.

Bendito seas, Padre, Dios de los apóstoles y profetas, por Jesucristo, tu primer enviado en misión de paz para anunciar a los pobres el gozo de la liberación, para curar a los enfermos y vendar los corazones rotos. Cristo delegó su misión a los suyos, a nosotros; por eso evangelizar es la vocación de tu pueblo, la Iglesia. Jesús nos quiere disponibles, en libertad y pobreza para ofrecer a los demás lo que tú nos das gratis. Libéranos, Señor, de tanto bagaje inútil que nos instala y entorpece en el anuncio del Reino, para que no perdamos el ritmo de la misión. Amén.

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Viernes: Decimocuarta Semana Mt 10,16-23: Predicción de persecuciones.

FUERZA Y FLAQUEZA DEL APÓSTOL 1. Persecuciones para los enviados. En el pasaje evangélico de hoy Jesús predice persecuciones a sus apóstoles: "Mirad que os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas... Os entregarán a los tribunales y os azotarán por mi causa". ¿Por qué serán los discípulos de Jesús objeto de persecución? Porque no siendo del mundo, su conducta y mensaje desenmascaran las motivaciones de un mundo en pecado. Además de pobre, el discípulo va inerme. La debilidad forma parte del estilo misionero, pero una debilidad colmada con la fuerza de Dios. Sabiéndose débil, el apóstol acentuará su fe y su confianza en el Señor, cuya obra tiene entre manos. Esto lo librará de cualquier presunción. Como decía san Pablo, "llevamos el tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados... En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nosotros" (2Cor 4,7ss). 2. Sagaces y sencillos. El mensaje del evangelio dividirá incluso a los miembros de una misma familia, avisa Jesús; y las consecuencias de la enemistad y de la persecución serán los malos tratos, la cárcel y los tribunales. Pero entonces no deben preocuparse de cómo se defenderán: "No seréis vosotros los que habléis; el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros", les dice Jesús. Así empezará a ser efectiva la bienaventuranza de la persecución por causa de Cristo y por la justicia del Reino. Cuando se escribió esta página evangélica la joven Iglesia ya tenía alguna experiencia de lo que aquí se trasluce. Primero fue la persecución en Jerusalén, con el martirio del diácono Esteban, el encarcelamiento de los apóstoles y la muerte de Santiago; después, a lo ancho del Asia Menor, Grecia y Roma, como vemos en los Hechos. Baste recordar la vida de san Pablo. La actitud del discípulo en medio de un ambiente hostil será de cautela y prudencia para no caer en la boca del lobo, fiándose de cualquiera; pero también de sencillez para no ser retorcido y falso. Si bien esta sencillez no permite la ingenuidad superficial ni la ligereza infantil. Por eso Jesús les manda combinar el candor de una paloma con la sagacidad de una serpiente. La sencillez es transparencia, lealtad 429

y sinceridad; y la sagacidad es prudencia que, con el Espíritu de Jesús, valora las situaciones y discierne el bien del mal en el servicio a Dios y a los hermanos, sin incurrir por ello en la astucia, el subterfugio, la doblez y el ansia de dominio, poder y explotación. 3. Optimismo a pesar de todo. No obstante y a pesar de la persecución propiciada por el odio, "el que persevere hasta el final se salvará". Todo lo que antecede no es un fracaso para el discípulo de Cristo, ni, menos todavía, una invitación a huir de la sociedad y de los hombres, sino el camino para el éxito final. "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros" (Jn 15,18). Éste fue el destino de Jesús, del que participa su seguidor, lo mismo que de su palabra, su Espíritu y su testimonio. Y aquí radica su fuerza secreta: ser testigo del Reino con Cristo. Ser cristiano de verdad, ser discípulo auténtico de Cristo, nunca ha sido fácil; tampoco hoy. Pero la fe no permite ser pesimistas. Aunque el camino de Jesús y sus apóstoles, y el nuestro con ellos, no fue ni es habitualmente una senda de rosas, su final no es la nada y el fracaso. Una luz brilla en la meta, más allá de las contrariedades y los sufrimientos. Inútilmente intentaremos huir de la cruz de la vida. Saber sufrir con Cristo es la gran sabiduría presente que abre el futuro. "Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre" (Heb 12,ls). Un tenaz optimismo alienta en quienes siguen con fe a Jesús, pues si él nos hace partícipes de su destino, éste nos lleva hasta las últimas consecuencias: por la cruz a la gloria de la resurrección. Es la paradoja real del seguimiento de aquel que dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Si creemos en Cristo, démosle gracias, porque él tiene previsto espléndidamente el final de nuestras vidas pequeñas. Te damos gracias, Señor Jesús, porque pensaste en nosotros como testigos de tu evangelio y de tu amor. Reconocemos que, con frecuencia, el miedo al mundo nos puede y malogra nuestro testimonio cristiano. Fiados en tu palabra y en la fuerza de tu Espíritu, queremos demostrar que te conocemos y te amamos. Lo mismo en la adversidad que en la vida diaria haremos nuestro un estilo sencillo, alegre y servicial, para poder testimoniar nuestra fe y esperanza a base de comprensión, entrega, solidaridad y comunión de vida y destino con nuestros hermanos los hombres. 430

Sábado: Decimocuarta Semana Mt 10,24-33: No temáis a los que matan el cuerpo.

¡AFUERA EL MIEDO! 1. "No tengáis miedo". Si en la lectura evangélica de ayer Cristo predecía persecuciones a los suyos, asegurando el éxito al que persevere hasta el final, hoy comienza apuntando el motivo de estas tribulaciones: la comunión de destino con él. "Un discípulo no es más que su maestro, ni un siervo más que su amo... Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!" Se trata de algo más que de proverbios, porque efectivamente el discípulo de Jesús pertenece a su familia (Mt 12,49). No obstante, la persecución no justifica el miedo ni la negación de Cristo. Son las dos ideas guía del evangelio de hoy. En primer lugar, ¡afuera el miedo! Es la consigna que por tres veces repite Jesús. Audacia, valentía y aguante deben ser las actitudes de su seguidor. El discípulo no ha de temer la contradicción, el aislamiento, el ridículo, la persecución, ni siquiera la muerte. Por estos tres motivos que da Jesús: 1.° La fuerza del evangelio es incontenible y adquiere transparencia incluso en las peores circunstancias: "Nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que os hablo al oído, pregonadlo desde la azotea". Motivo que conecta con el mandato misionero de Cristo resucitado: "Id al mundo entero y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Me 16,15). 2° La persona es inviolable en su nivel más profundo: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". Los tiranos aplastan la libertad de expresión y de acción, e incluso la vida física; pero no pueden destruir la persona y su libertad interior. El único "miedo" saludable es el temor de Dios, que no es terror a un fiscal, sino respeto a un padre, como apunta Jesús seguidamente. 3.° La providencia de Dios se manifiesta en su atención a todos los seres que ha creado, aun los más insignificantes. ¡Cuánto más cuidará de sus hijos, los hombres! "¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre... No tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones". Ser amados de Dios suscita alegría y devolución de amor; y éste expulsa el temor y crea la libertad y el gozo de los hijos de Dios. 2. Confesar y testimoniar a Cristo con valentía es su segunda recomendación. "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mí Padre del cielo. Y si uno me niega ante 431

los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo". En justa correspondencia, Jesús avalará ante Dios a quien lo confiese ante el mundo como Señor de la historia y de la vida humana. Entre los múltiples miedos que nos invaden y atenazan, uno de ellos es el miedo religioso. Hoy día abundan los cristianos vergonzantes y miedosos. Frente a un ambiente social poco favorable a la fe cristiana y, a veces, hostil a la misma, una de las tentaciones más frecuentes del creyente actual es el miedo que se disfraza de silencio cauteloso e inhibición, cuando no de disimulo del credo religioso en sus relaciones de amistad y en su vida laboral y cívica. Con el miedo en los talones no se puede servir a Dios ni confesar y testimoniar a Cristo. La entereza o el miedo del creyente se ponen a prueba y en evidencia ante los criterios en boga sobre el amor y la familia, el sexo y la pareja, el matrimonio y el divorcio, la vida y el aborto, la educación y la libertad religiosa, el dinero y la honestidad profesional, la fe y el compromiso cívico y político, la justicia y los derechos humanos, la ética religiosa y la amoralidad pseudoprogresista que tacha de arcaicos a los principios de la moral cristiana. Tener miedo a mostrarse diferente, avergonzarse de las propias creencias y amedrentarse ante el ridículo es ceder al viejo respeto humano. No se trata solamente de que el cristiano no ceda en su fuero interno a las máximas y criterios incompatibles con el evangelio y con su propio credo religioso, sino que tenga además el valor de disentir y el coraje de confesar sus principios cuando se tercie. Y esto aunque uno pierda amistades, popularidad, ingresos económicos y posición ventajosa en los negocios. Si el discípulo de Cristo debe estar dispuesto a arriesgar su vida por confesar su fe en casos extremos, cuánto más a posponer aplausos y dinero, poder e intereses. Así es como vivirá práctica y personalmente su compromiso bautismal. Hoy reconocemos ante ti, Dios Padre nuestro, que múltiples temores y dudas nos invaden: miedo de la vida, miedo de nuestro destino, miedo a confesar nuestra fe ante la gente. Pero Jesús nos dice: No tengáis miedo a nadie; vuestra suerte fue la mía, y yo estoy con vosotros. Señor, haznos fuertes ante la presión ambiental para que no claudiquemos en nuestras convicciones. Danos valentía para ser testigos de tu Reino, y amor para acompañar a nuestros hermanos en la difícil conquista del sentido de la vida.

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Lunes: Decimoquinta Semana Mt 10,34-11,1: No vine a sembrar paz, sino espadas.

UN EVANGELIO MOLESTO 1. Ser cristiano tiene un precio. Se proclama hoy como evangelio el final del discurso apostólico de Jesús. En el texto advertimos dos secciones: 1.a Condiciones para el seguimiento de Cristo. 2.a Recompensa para quien recibe a sus enviados. En la primera parte Mateo recopila dichos que Jesús pronunció probablemente en otra ocasión. Según la tradición sinóptica, el contexto preferido para situarlos es a raíz del primer anuncio del mesías doliente, entre la profesión de fe de Pedro y la transfiguración. Mateo mismo los repite allí de nuevo (16,24ss). El texto comienza con una sentencia taxativa de Jesús: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas" y división, incluso entre los miembros de una misma familia. La afirmación, además de verificar la profecía del anciano Simeón en el templo, refleja la experiencia de la Iglesia primitiva, que conoció la discordia dentro de la comunidad judía y de las familias, a causa de la novedad que suponía la proclamación del evangelio de Jesús. Posponer el afecto familiar, abrazar la cruz de cada día, estar dispuesto a perder por Cristo incluso la vida para ganarla definitivamente, constituyen las condiciones del seguimiento de Jesús por quien desee ser su discípulo. De lo contrario, repite él una y otra vez, "no es digno de mí" (o según dice el texto de Lucas 14,25ss: "no puede ser discípulo mío"). . Nos impresiona hoy este lenguaje de corte radical y estilo incisivo, casi rudo, sin matices ni atenuantes; propio, por lo demás, del estilo semita cuando se quiere encarecer una idea. Pero igualmente impactó a los oyentes de Jesús, pues el eco de sus palabras se prolongó en las comunidades del tiempo apostólico, en que debieron circular como aforismos proverbiales. Por eso las relatan todos los evangelistas. No cabe duda, éste es un evangelio molesto; porque ser cristiano tiene un precio. 2. La cruz, signo de amor y de vida. A partir del evangelio de hoy, la cruz aparece en la raya del horizonte cristiano como signo fehaciente del seguimiento de Jesús, porque es señal de amor, lo mismo que dar la vida por alguien. Y esto segundo es la prueba suprema de artior. Viendo la imagen de Cristo crucificado, porque así amó Dios al hombre (Jn 3,16), se entiende que la cruz y el dar la vida por amor son sinónimos para el discípulo de Jesús. Sus palabras de hoy son algo más que expre433

siones metafóricas. Él pretende inculcarnos un modo de pensar y un estilo de vivir para poder realizar cada día el seguimiento que nos pide. Con la cruz de Cristo se signa toda nuestra vida cristiana en los sacramentos, a partir ya del bautismo. La cruz bautismal sobre nuestra frente, junto con el agua y el Espíritu, nos dio el nombre de cristianos. Pero éste no es un título conferido por simple herencia, y menos honoris causa;hay que pasar las pruebas pertinentes, nos dice hoy Jesús. "El que no abraza su cruz y me sigue, no es digno de mí". Meditar, asimilar y transmitir íntegro el mensaje de Cristo requiere no silenciar la cruz en la vida del cristiano. Recordarlo es deber del servidor de la palabra, del educador de la fe y de los padres cristianos respecto de sus hijos. Nuestra gloria es la cruz de Cristo, podemos decir con san Pablo, porque es signo positivo de vida y no de muerte, de liberación y no de esclavitud. La mística del seguimiento por la renuncia y la cruz es monopolio del cristianismo, porque fue exclusiva del talante y doctrina de Jesús y supera con mucho el ideal de todas las religiones de la historia. No tiene punto de comparación con las técnicas orientales del silencio de los sentidos y del nirvana de las pasiones, ni con la ataraxia o serenidad despectiva de los estoicos a lo Séneca. La autorrenuncia y abnegación cristianas no son pasividad fatalista ni droga alucinógena o narcótico sedante para el dolor, el desprecio y la persecución, sino actividad fecunda del amor que destruye los criterios y centros de interés del hombre viejo, creando la vida del hombre nuevo, es decir, de Cristo y del discípulo que se incorpora a él por la fe del bautismo. Jesús concluye hoy su discurso misionero hablando de recompensa para quien reciba a sus enviados. Su demanda de fidelidad incondicional tiene una contrapartida gratificante, a la medida de quien nos hemos fiado. Todo sacrificio, trabajo y esfuerzo por el reino de Dios y todo servicio prestado al hermano, aunque no sea más que un vaso de agua, no quedarán sin retribución. Bendito seas, Padre, porque Cristo nos enseñó el camino que por la muerte lleva a la vida. Con su ejemplo nos mostró la ruta del seguimiento, siendo el primero en la opción total por el Reino y adelantándose en entregar la vida para ganarla. Haznos, Señor, discípulos dignos de él Ayúdanos a hacer nuestros sus criterios y actitudes para liberarnos de nuestro yo mezquino y estéril Concédenos entender por su palabra y ejemplo que la medida de nuestra libertad es la capacidad de amar y de ascesis evangélica. ¡Ayúdanos, Señor, con tu gracia! 434

Martes: Decimoquinta Semana Mt 11,20-24: ¡Ay de las ciudades impenitentes!

LA CONVERSIÓN, LEY DE CRECIMIENTO 1. Porque no se habían convertido. Concluido el discurso misionero de Jesús, comienza en el evangelio de Mateo una sección narrativa en que van tomando relieve la incredulidad y el rechazo de Jesús por parte de los jefes del pueblo judío (ce. 11-12). El texto evangélico de hoy es una recriminación de Cristo a tres florecientes ciudades galileas que bordeaban el lago de Tiberíades: Corozaín, Betsaida y Cafarnaún. Corozaín, a tres kilómetros al nordeste de Cafarnaún, no es mencionada en los evangelios más que en este pasaje de Mateo y en el paralelo de Lucas (10,13). Betsaida era la patria chica de los apóstoles Felipe, Pedro y su hermano Andrés. Cafarnaún era "la ciudad de Jesús", donde él recalaba después de sus correrías apostólicas. En estas tres ciudades había hecho Cristo la mayoría de sus milagros; pero no se habían convertido. "¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se hubieran convertido, cubiertas de sayal y ceniza". Si Jesús cita a Tiro y Sidón, ciudades costeras de Fenicia, quizá sea más por su proximidad a Galilea que por su maldad. Pero es para Cafarnaún, su ciudad favorita, para quien reserva el reproche más duro al compararla con Sodoma, que, junto con Gomorra, era el prototipo bíblico de descreimiento e inmoralidad. El orgullo de Cafarnaún es tan grande como lo será su hundimiento. Esta condena de las ciudades ribereñas del lago, cuyo juicio y destino van a ser peores que el de las ciudades paganas pecadoras, podría ser el balance negativo que hace Cristo de su misión en Galilea. Si bien consiguió algunos discípulos, la gran masa, que se sentía atraída por sus milagros, no respondió a su mensaje del Reino con la conversión que cabía esperar. La buena noticia encontrará más eco en los países paganos. Así, el texto evangélico de hoy apunta a la exclusión del pueblo israelita; y también de cuantos, sintiéndose interpelados por Dios, desoyen su llamada. 2. Conversión a los valores del Reino. Los rr, gros de Cristo eran el exponente, la prueba y la señal de la presencia de Dios y de la acción de su Espíritu en la persona de Jesús, así como signos del Reino y de la salvación de Dios que invitaban a la conversión, desandando el camino extraviado mediante la vuelta a la casa paterna. Por eso la falta de respuesta conversional al mensaje y milagros de Jesús por parte de 435

las ciudades impenitentes significaba rechazo de Dios y de su Reino. El reinado de Dios en nosotros comienza también por nuestra conversión a los valores del Reino que son los del ser: santidad, verdad, justicia, amor y paz, frente a los del tener: dinero, poder, soberbia, dominio e influencia. En el interior de la persona es donde ha de germinar la semilla del Reino, porque del corazón humano brota todo lo bueno y lo malo que vemos en el mundo, como avisó Cristo. Solamente si nos convertimos a los valores del Reino abandonaremos los criterios del mundo y del hombre terreno, asimilando las actitudes básicas que proponen las bienaventuranzas de Jesús: pobreza, hambre y sed de fidelidad, fraternidad, solidaridad, no violencia, reconciliación, perdón y amor al hermano, incluso al enemigo. Sin esta conversión en profundidad es imposible el cambio de estructuras en la familia y la sociedad, en la política y la economía; pues la trampa del viejo egoísmo se agazapará en la ley y situaciones nuevas, perpetuando así el desamor, la explotación del otro y la opresión del más débil. Únicamente la levadura que actúa desde dentro, es decir, la opción evangélica, puede transformar la masa entera y hacer efectivo el proyecto del Reino en nuestra vida personal y en nuestro ambiente. Motivémonos para crecer como personas y como cristianos en dimensión personal y en relación comunitaria; porque ésa es la regla evangélica del juego y la ley del reinado de Dios, ley de crecimiento a todos los niveles. De lo contrario, estaremos abocados al raquitismo, las malformaciones y la esclerosis espiritual. ¡Cuánta pequenez y ruindad humana nos circunda! Que el Señor nos abra los ojos para vernos tal como somos. Que él nos conceda el espíritu joven del evangelio para amar cada día más, para empezar la vida cada mañana a los veinte, cuarenta o sesenta años. Dios es muy espléndido; espera tan sólo un atisbo de generosidad por nuestra parte para darnos con creces y hacer fructificar nuestro esfuerzo hasta el ciento por uno. Para eso hay un secreto: vivir en perenne estado de conversión continua. Hoy nos humillamos ante ti, Señor Dios nuestro, porque nuestro corazón está endurecido en el mal a pesar de las continuas muestras de tu amor. Ábrenos, Señor, los ojos para vernos como somos, y el oído para escuchar tu llamada a la conversión, decidiéndonos con gozo por los valores del Reino. Renuévanos con tu Espíritu en la opción bautismal para avanzar cada día en la conversión cristiana, pues la meta que nos señalas está siempre más allá. Para eso, danos el espíritu joven del evangelio a fin de crecer más y más como personas y cristianos. 436

Miércoles: Decimoquinta Semana Mt 11,25-27: Dios se revela a los sencillos.

UNA SABIDURÍA SUPERIOR 1. Los sencillos entienden a Dios. Después de los reproches de Jesús a las ciudades impenitentes del lago, el pasaje evangélico de hoy es de un lirismo refrescante que nos permite entrever tímidamente y de puntillas el clima íntimo de la oración filial de Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor" (texto igual en Lucas 10,21s). Las "cosas" que Dios revela o esconde son el significado de la obra de Jesús, el conjunto del evangelio del Reino. Los "sabios y entendidos" son la élite religiosa de Israel, los teólogos y especialistas de la ley mosaica, como eran rabinos y fariseos. Los "sencillos" son los pequeños y los pobres, los ignorantes y los marginados social y religiosamente, que eran objeto del desprecio de escribas y fariseos. En la persona, mensaje y obras de Jesús se manifestó Dios a los hombres; pero sólo los sencillos de corazón lo entendieron. El pueblo corriente aceptó el evangelio mejor que sus guías religiosos. Éstos confiaban en su ciencia de la ley para conocer la voluntad de Dios y sus caminos; por eso no dieron con ellos. Al rechazar a Cristo, el revelador del Padre, quedaron con la mente vacía y el corazón endurecido. Tal aceptación y tal rechazo formaban parte del plan previsto por Dios. Jesús no logró hacerse entender ni aceptar de los sabios y letrados judíos, como él mismo reconoce: "Sí, Padre, así te ha parecido mejor". Jesús bendice al Padre porque los sencillos entran en comunión con él, guiados por su Espíritu, que les abre el corazón y la inteligencia a la revelación de su misterio y a la buena nueva del Reino. La revelación del misterio de Dios está en manos de Jesús porque él es el único que conoce al Padre: "Todo me lo ha entregado mi Padre; y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar". Ambos están en el mismo plano. Jesús ya no es aquí el Hijo del hombre, sino el Hijo de Dios Padre. Cristología en que abunda también el evangelio de Juan. La revelación de que Dios es Padre de Jesús y de los hombres es el centro y resumen de toda la buena nueva; de ahí se derivan tanto la relación paterna de Dios con el hombre como la relación filial de éste con Dios. 2.\ La fe es el saber de los sencillos. Por disposición del Padre o, lo que es lo mismo, debido a la soberbia autoexcluyente de "sabios y entendidos", el Espíritu de Jesús no revela el misterio de comunión con 437

Dios más que a los sencillos y pequeños que se le abren con un corazón humilde (como Moisés en el Horeb: 1.a lectura, año impar). El camino para entender la persona y el mensaje de Cristo no es la ciencia y la sabiduría, ni siquiera el conocimiento de la ley y de los profetas, como pretendían los profesionales de la ley judía, sino la revelación gratuita de Dios a los que él ama. El creyente accede por la fe a una sabiduría superior que es el conocimiento de Dios, como explica san Pablo (ICor 1-2). Para la comprensión de las cosas de Dios, según Jesús, la gente sencilla tiene ventaja incluso sobre los mismos teólogos, si éstos son tan sólo sabios autosuficientes, poseídos de orgullo doctrinal. Conforme a la constante bíblica, Dios prefiere a los humildes y sencillos de corazón —sean sabios o ignorantes—, que, vacíos de sí mismos, se le confían plenamente. La fe es una clase especial de sabiduría, pues no es ciencia, sino creencia por don de Dios; por lo mismo, su objeto no está al nivel de lo visible o demostrable, sino en el plano de la experiencia vivencial, de la comunión y de la opción personal. Pero tampoco carece de base objetiva, pues la fe se funda en la palabra y hechos reales de la intervención de Dios, especialmente en una persona: Jesucristo. De por sí y automáticamente, no cree más el que es más sabio, el que más teología y biblia conoce o el que pertenece a una élite religiosa; ni tampoco está incapacitado para creer y entender a Dios el inculto e ignorante, o el que está en el último peldaño de la escala social. Se explica así el que gente sencilla, de cortos alcances intelectuales, pero de una gran fe, comprenda vivencialmente a Dios e intuya su voluntad más certeramente que algunos investigadores de lo divino. Santa Teresa de Ávila reconocía no tener estudios de teología por Salamanca y, sin embargo, alcanzó de Dios tal sabiduría espiritual que es doctora de la Iglesia. Naturalmente, si se unen fe y ciencia, sabiduría y humildad de espíritu, como fue el caso de santo Tomás de Aquino, estaremos en la situación ideal y más ventajosa. Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, mediante la sabiduría de la fe y del amor, revelas a los pequeños lo que se oculta a los grandes, e iluminas con tu luz a los sencillos que te buscan, mientras ciegas a los sabios autosuficientes. Prepara y abre, Señor, nuestro corazón para escuchar y entender tu palabra de vida, para captar los signos de tu amor y tu ternura, para caldearnos con el fuego de tu Espíritu, para conocerte como Padre y a Jesús como hermano, para amar al prójimo y vivir contigo para siempre. 438

Jueves: Decimoquinta Semana Mt 11,28-30: Mi yugo es llevadero.

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EL YUGO LLEVADERO DE JESÚS / 1. Los cansados y agobiados. El texto evangélico dé hoy, exclusivo de Mateo, continúa el de ayer. Porque Jesús es el revelador del Padre a los sencillos de corazón, éstos son llamados por él'hacia sí: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Esos cansados y agobiados son los sencillos del evangelio de ayer; son también los pobres, a los que se les anuncia la buena noticia del reino de Dios. El "yugo" designaba con frecuencia en el judaismo contemporáneo de Jesús la observancia estricta de la ley mosaica, que los rabinos habían sobrecargado con tal número de prescripciones que el pueblo llano no podía conocer ni observar en su totalidad. De ahí que la mayoría de los maestros judíos, drogados por el legalismo intelectualista, fueran despiadados con el pueblo ignorante de la ley y, por lo mismo, maldito de Dios. Con razón calificó san Pedro la ley mosaica de yugo insoportable en el discurso que pronunció en el concilio de Jerusalén (He 15,10). Pero Jesús dice: "Cargad con mi yugo..., y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". A pesar de las exigencias con que Cristo caracteriza su seguimiento, según veíamos días atrás, la revelación del Padre a los sencillos no les impone nuevas obligaciones, sino que su Espíritu facilita el llevar las cargas que ya se tienen, aliviando su peso y ayudando a cumplir su voluntad. Las mediaciones que establecían los rabinos para poder entrar el hombre en contacto con Dios: conocimiento y práctica de la ley mosaica, sacrificios y ofrendas, observancia del sábado, ayunos y purificaciones, se diluyen por completo ante la invitación de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados..., y encontraréis vuestro descanso". Como la felicidad prometida en las bienaventuranzas, el descanso escatológico es ya una realidad para los que siguen a Cristo. Él es ahora el único mediador entre Dios y el hombre. 2. Religión y moral sin alegría. El legalismo de los maestros judíos era un peso agobiante, un yugo insoportable, que originaba una religión triste y una moral estéril. En cambio, la ley de Cristo es yugo llevadero y carga ligera, porque su clima es la' amistad, que genera alegría y confianza. No obstante, la levedad del yugo de Jesús no significa que exija menos que los rabinos judíos. Al contrario, exige más, como vemos 439

en el discurso del monte. Pero de otra manera; porque Jesús no es un mesías despótico, sino manso y humilde de corazón, como anunciaron los profetas (Zac 9,9). No cabe duda, Jesús reprobó la religión de su tiempo, que imponía una dura disciplina a los hombres, sin comunicarles la alegría de la salvación. Por desgracia, tal religión y moral sin alegría no han muerto del todo. Todavía hay quienes confunden el mensaje evangélico de Cristo, que es buena nueva de salvación, donación de vida y de filiación divina, libertad y gozo, solidaridad y amor fraterno, con un cúmulo de leyes, mandatos, prohibiciones, amenazas y temores al castigo de Dios. Tal moralismo es negativo, porque, en vez de suscitar la alegría de una buena noticia, produce tristeza y angustia, cumplimiento ritualista y pesimismo, sentido derrotista y moral de esclavos que cargan con un pesado fardo. Algo totalmente en desacuerdo con las palabras de Jesús en el evangelio de hoy. Hacer del cristianismo una hosca religión del deber contradice el programa de liberación que Cristo expuso en la sinagoga de Nazaret y falsea la invitación y el mensaje de felicidad de las bienaventuranzas. No creemos dogmas abstractos ni acatamos normas impersonales, sino que creemos y seguimos a Cristo Jesús, Hijo de Dios, salvador del hombre y verdad que nos libera. Él abre primero la puerta del Reino y de la salvación a los pobres y mansos como él; después pide una respuesta igual: de amor. El moralismo voluntarista es antievangélico y resulta estéril, porque silencia el amor de Dios que nos precede siempre y porque olvida que la vocación a la fe y al bautismo, que fundamentan nuestra condición cristiana, es el don más sublime, pues se trata de la vida que Dios nos regala. Somos hijos de Dios por su Espíritu que ora dentro de nosotros: ¡Padre nuestro! Esto es lo que nos posibilita la respuesta filial a Dios, el optimismo a pesar de todas las miserias humanas, la esperanza y la libertad en medio de la ramplonería mezquina de un mundo insolidario y egoísta. Gloria a ti Señor Jesús, porque nos dices: Venid a mí todos los cansados y agobiados; yo os aliviaré y encontraréis vuestro descanso, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Gracias porque tu ley se basa en la amistad y en el amor, que crean libertad y confianza, liberándonos de una religión triste y estéril Gracias porque, manso y humilde de corazón, comienzas por abrir el Reino a los sencillos, invitándoles después a la justicia del mismo: a la plena fidelidad, que se resume en amar. 440

Viernes: Decimoquinta Semana Mt 12,1-8: El Hijo del hombre es señor del sábado.

SEÑOR DEL SÁBADO 1. La ley del descanso sabático. Los tres evangelistas sinópticos refieren el pasaje de las espigas arrancadas en sábado por los discípulos de Jesús; pero parece ser Mateo, cuyo evangelio leemos hoy, el que presenta la versión más primitiva del incidente, pues escribe para judíos sobre una cuestión judía. La controversia se entabla entre Jesús y los fariseos, que le dicen: Mira, tus discípulos están haciendo algo que no está permitido en sábado: arrancar espigas. Ellos lo hacían "porque tenían hambre". Entonces Jesús defiende a los suyos, basándose en dos ejemplos, en una reflexión sobre la misericordia y en su propia autoridad. Apela en primer lugar al ejemplo de David; algo que tiene aplicación a cualquier ley, y no sólo al sábado. Cuando David y sus hombres desfallecían de hambre en su huida de Saúl, comieron los panes del templo reservados a los sacerdotes. Asimismo, añade Jesús, los sacerdotes pueden violar el sábado en el servicio del templo sin incurrir en culpa. "Pues yo os digo que aquí hay uno que es más que el templo", concluye refiriéndose a sí mismo. A estos dos ejemplos suma Cristo una reflexión: "Si comprendierais lo que significa 'quiero misericordia y no sacrificios', no condenaríais a los que no tienen culpa". Es un ataque a los inmisericordes fariseos. La misericordia de Dios, ofertando la salvación a todos, no se casa con la tiranía del ritualismo sabático, tal como lo proponían letrados y fariseos. El tercer argumento de Cristo para defender la conducta de sus discípulos remite a su propia autoridad, de la que ellos dependen y participan: "El Hijo del hombre —título mesiánico referido a Jesús— es señor del sábado". Esta afirmación del rabí de Nazaret, junto con la anterior respecto de su preeminencia sobre el templo, debió de sonar a los fariseos como una blasfemia insoportable. Sin embargo son consecuencia obvia de la función mesiánica de Jesús, a quien Mateo presentó como nuevo Moisés legislador en el discurso del monte. Su mesianidad le autoriza a cuestionar y reformar instituciones como el sábado y el templo, cuando ya no responden a la intención del legislador y dejan de servir a la grandeza y dignidad del hombre. Pues, como dice Jesús en el lugar paralelo de Marcos, "el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado" (2,27). 2. Adoración en espíritu y en verdad. Jesús no negó la validez de 441

un día consagrado al Señor mediante el culto y el descanso. Es el tercer mandamiento del decálogo. Pero el domingo cristiano, que celebra la resurrección de Jesús, vino a plenificar el sábado judío, liberándolo del formulismo estéril y de la minucia casuística. En su controversia con los fariseos sobre la observancia sabática, lo mismo que en su respuesta a la samaritana sobre el lugar de culto, Cristo se pronuncia por la adoración en espíritu y en verdad, es decir, por la religión purificada de ritualismos muertos, por el culto vivo y nacido de la fe. La teología protestante radical patrocinó una "fe sin religión" ni religiosidad exterior alguna, como templos y culto; porque la religión, dicen, es un producto humano, y la fe, en cambio, es obra de Dios. Interpretación tendenciosa de la "adoración en espíritu y en verdad". La fe no queda en una experiencia meramente intimista y sin proyección exterior y comunitaria. Esa adoración que Jesús quiere, si bien no se circunscribe y limita a lugares y tiempos, fórmulas y ritos, necesita, sin embargo, un ámbito externo de manifestación en comunidad que celebra su fe y alaba a Dios como grupo creyente. Es lo que hacemos en la liturgia dominical y diaria. Esto es algo connatural a nuestra común vocación en Cristo para formar un pueblo que confiese a Dios en la verdad y le sirva santamente (LG 9). El auténtico creyente ha de ser personalmente consciente de su fe y poner toda su existencia en manos de Dios, renunciando tanto a las falsas garantías rituales y mágicas como a una moral farisaica y antropocéntrica que supuestamente le aseguren la salvación, como pretendían los fariseos con la observancia del sábado. Cristo Jesús es nuestro modelo. Él fue el gran adorador del Padre en espíritu y en verdad. Como él, hemos de transvasar el culto a la vida y llevar la vida al culto, asumiendo la dimensión religiosa de toda nuestra existencia personal, familiar, laboral y cívica, aun manteniendo su carácter secular autónomo. Glorificado seas, Padre, porque Cristo nos liberó de la esclavitud de la ley para vivir en la libertad de los hijos de Dios que se dejan guiar por tu Espíritu. Toda tu gracia y tu verdad nos vienen por Jesucristo, que nos constituyó en pueblo para tu gloria y servicio. Jesús nos propuso una religión liberadora, que es: adoración en espíritu y en verdad, culto vivo en la fe, religión purificada de los ritualismos muertos. Él fue el sí total a tu voluntad, y él es nuestra ley. Concédenos seguir su ejemplo por la obediencia de la fe, para poder celebrar contigo tu eterno día de fiesta. Amén.

Sábado: Decimoquinta Semana Mt 12,14-21: Jesús es el siervo del Señor.

ESPERANZA DE LAS NACIONES 1. El siervo elegido. El evangelio de hoy tiene dos partes: un resumen de la actividad curativa de Jesús y una larga cita del profeta Isaías. El sumario contiene una de las pocas referencias de Mateo al secreto mesiánico, que sirve de introducción a la cita. El evangelista comienza afirmando: "Los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús". Al salir, ¿de dónde? De la sinagoga en que Jesús acaba de curar en sábado a un hombre con una mano paralizada. "Al enterarse, Jesús se marchó de allí, y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías". El evangelista ve en esta conducta recatada de Jesús el cumplimiento de una profecía del Segundo Isaías, o libro de la consolación a los desterrados, en el primer poema del siervo de Yavé. Y cita libremente los cuatro primeros versillos (Is 42,1-4). Se trata de la misión del siervo entre los gentiles. Es la cita viejotestamentaria más larga de Mateo y de todo el Nuevo Testamento. La figura del siervo del Señor puede representar, en primer lugar, al pueblo israelita, elegido y amado de Dios, que recibe de él la misión de anunciar a las naciones su nombre y su ley (su "derecho" o su "juicio"). Esto no se logrará por la guerra o la violencia, sino mediante el testimonio eficaz de la humillación en el destierro de Babilonia, donde fueron deportados los judíos. El redactor del. evangelio de Mateo, es decir, la comunidad cristiana primitiva, ve el cumplimiento de este oráculo en la discreción humilde con que Jesús ejerce su autoridad mesiánica en las curaciones y milagros. Es evidente por los evangelios que Cristo evitaba el triunfalismo fácil que confunde la fe con el entusiasmo suscitado por el aura popular de un carismático o de un líder de masas. "Mi elegido, mi amado, mi predilecto", son términos aplicados a Jesús por la voz del Padre en los pasajes del bautismo y de la transfiguración. De ahí que, según una idea clave y repetida en los evangelios, Cristo sea el siervo elegido y paciente; ungido por el Espíritu, culminará su programa liberador en el silencio de la cruz. He aquí la respuesta cumplida a las tentaciones del desierto. En el ejemplo humilde de Jesús hay también un indicador para sus discípulos del estilo con que han de promover el reinado de Dios en todo tiempo y lugar. 2. Planearon cómo eliminarlo. Jesús, el profeta del reino de Dios y de la buena nueva de salvación y liberación de los pobres, morirá a

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manos de sus enemigos, los jefes religiosos del pueblo judío. Morirá como un excomulgado, rechazado y condenado precisamente por su ministerio prof ético. Aparentemente toda la obra de Cristo acabará en un estrepitoso fracaso que le costará la vida. Su doctrina de amor y libertad, su nuevo concepto de religión en espíritu y en verdad, serán vencidos por el viejo estilo legalista y farisaico de la religión sin alma que representan los guardianes de la vieja ortodoxia y del culto muerto del templo de Jerusalén. El odio y la envidia podrán más que el amor, hasta conseguir ver a Jesús clavado en un madero como un maldito de Dios. Vana ilusión de victoria; triunfo momentáneo y falaz. Un signo lo indica: la escisión del velo del templo al morir Jesús. Se realizaba así la liquidación del culto mosaico, encarnación de la religión del Antiguo Testamento, para dar comienzo a la nueva alianza en la sangre de Cristo. En adelante nadie podrá acallar la voz de Jesús ni ahogar la semilla de su palabra. Pues su evangelio vive en el corazón de cuantos, muertos al pecado, resucitan con él a una vida nueva, a una religión sincera, a un amor sin fronteras, a una pobreza y vacío total de sí mismos, para optar, como Jesús, por el servicio humilde, la causa de la justicia y el espíritu del Reino al ritmo de las bienaventuranzas. Jesús lo predijo: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 12,23s). Si Cristo muere, no es porque así lo quieren sus adversarios, sino porque él entrega voluntariamente su vida aceptando el plan salvador del Padre sobre la humanidad. Desde entonces, la cruz del siervo sufriente del Señor aparece ante el mundo como signo de liberación, perdón y reconciliación. Por eso es él la esperanza de todos los pueblos. Gracias, Padre, porque Jesús fue tu ungido, tu servidor paciente, manso y humilde de corazón, que no porfía, no grita, no casca la caña quebrada, ni apaga el pábilo vacilante, como hacemos nosotros; pero tenaz hasta implantar tu ley de amor en el mundo y lograr la liberación de los pobres y oprimidos. Por todo ello es él la esperanza de los pueblos. Señor Jesús, enséñanos tu estilo para servir y amar a los humildes, a los marginados y a los débiles. Así podremos revelar a los hermanos tu nombre y la fuerza del Reino en la debilidad del amor.

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Lunes: Decimosexta Semana Mt 12,38-42: La señal de Jonás.

LA CONVERSIÓN DE CADA DÍA 1. Testigos de cargo. Respondiendo Jesús a los letrados y fariseos que pedían un milagro espectacular para creer en él como mesías enviado de Dios, afirma: "Esta generación perversa exige una señal; pues no se le dará otra que la del profeta Jonás. Lo mismo que él estuvo tres días y tres noches en el vientre del cetáceo, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra". Jesús, que había hecho ya tantos milagros en favor de los enfermos, y no ciertamente por el poder de Belzebú, como decían sus enemigos, apela ahora al signo máximo de su persona: su resurrección después de la muerte (cfMc8,lls;Lcll,29ss). De seguro que no le entendieron. Huelga toda prueba sensacionalista cuando falta la fe. Como vemos por los evangelios, los milagros de Dios vienen a confirmar una fe, siquiera inicial, que ya existe, pues la presuponen y son más su efecto que su causa. Jesús mismo era el gran signo y sacramento de Dios, la gran señal de la presencia de su Reino; pero los jefes religiosos del pueblo judío lo rechazaron. En cambio, lo aceptaron los no judíos. Los habitantes de la pagana Nínive creyeron al profeta Jonás y se convirtieron. Igualmente la reina de Saba vino de lejos a escuchar la sabiduría de Salomón. Jesús es más grande que los reyes y profetas que le precedieron, y, sin embargo, sus contemporáneos no creen en él. Por eso en el día del juicio los ninivitas y la reina del sur serán testigos de cargo contra ellos, porque no se convirtieron oyendo la palabra de Cristo y viendo su persona y su vida. Aviso que tiene aplicación también para nosotros, si después de escuchar repetidamente la palabra de Jesús y ver su ejemplo seguimos en nuestro pecado. Puede ser que nos acerquemos con frecuencia al sacramento de la reconciliación, ya sea individualmente o participando comunitariamente en celebraciones penitenciales; pero ¿se nota después que estamos convertidos al Señor y a los hermanos? 2. La conversión de cada día. La conversión que expresamos en el sacramento del perdón no es algo puntual o instantáneo, sino un proceso penitencial que comprende toda la vida. Después de la alegre noticia del perdón de Dios, viene la vida propia de un convertido, l a enmienda y la "satisfacción de obra" en términos clásicos. Pero ésta última no queda en cumplir la penitencia que pone e l confesor; es más bien el talante penitencial, que debe llenar de sentido 445

conversional toda nuestra vida cristiana en sus relaciones con Dios y con los demás. Es la penitencia de la vida, inevitable con frecuencia, que debemos asumir gozosamente y en plan de conversión continua y ascendente. Marco más amplio que el del sacramento del perdón. Esta conversión de cada día, que nace de una actitud penitencial, contiene un auténtico catálogo de penitencias, tales como la azarosa vida cotidiana como esfuerzo cristiano de superación y de aguante; la ayuda y el servicio a los hermanos mediante gestos de amor, comprensión y paciencia; la sonrisa y el silencio cuando nos ronda la tentación de devolver una desconsideración; el esmero en acoger y aceptar cordialmente a los demás, cuando lo fácil es el mal gesto, el desaire y la chapucería; la denuncia de la injusticia, cuando lo cómodo es callar y desentenderse; el acercamiento al marginado que nadie quiere; la disponibilidad para desinstalarnos del apoltronamiento estéril; la aceptación de quien nos resulta inaguantable por uno y otro defecto; el olvido de las propias penas y problemas, disgustos y sinsabores, para reír con el que está alegre, etc. Todo esto va transcurriendo en el curso vulgar de la vida diaria. Realizarlo es progresar en la conversión evangélica. Para demostrar nuestra fidelidad a Dios y nuestra opción por el hermano no necesitamos gestos de relumbrón ni momentos solemnes, que quizá nunca se nos presenten. Es la sabiduría humilde de la fe y del amor lo que hemos de testimoniar al mundo de hoy con nuestro compromiso diario de cristianos. Éste será el testimonio vivo y la prueba fehaciente de nuestra conversión personal y continua al reino de Dios. Aprendamos hoy bien esta lección: Es la penitencia de la vida lo que realmente expresa y avala nuestra conversión, liberándonos de nosotros mismos y haciendo fructificar para Dios y para los hermanos nuestros talentos al servicio del Reino. Te bendecimos, Señor, porque el mundo, la historia y nuestra vida están llenos de los signos de tu amor. Líbranos de la tentación de pedir pruebas de tu ternura y danos ojos para verte en los acontecimientos diarios. Con el salmista te decimos cada uno: "Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias". No nos prives, Señor, de tu presencia. Haznos vivir en la luz de tu verdad; y un canto de liberación brotará de nuestro corazón convertido.

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Martes: Decimosexta Semana Mt 12,46-50: Éstos son mi madre y mis hermanos.

EL DISCÍPULO ES FAMILIA DE JESÚS 1. Desde la perspectiva del Reino. Mientras Jesús hablaba a la gente, se presentaron su madre y sus parientes próximos (sus "hermanos"), que querían hablar con él. No era fácil. Hubieron de quedar fuera porque el gentío abarrotaba el lugar. Cuando se lo avisan, Cristo lanza una pregunta al aire: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Afirmación que no minusvalora ni excluye a María, la madre del Señor, pues ella cumplió siempre la voluntad de Dios, como bien sabía Jesús. Pero, indudablemente, la respuesta de Cristo a su propia pregunta relativiza los vínculos familiares desde la perspectiva del reino de Dios, que tiene la primacía absoluta y cuyo eje central es la voluntad divina. Dos capítulos antes Jesús ha pedido a quienes quieran seguirlo el posponer la propia familia, porque él no vino a sembrar paz, sino división entre los miembros de un mismo hogar (10,34ss). Pues bien, la escena evangélica de hoy viene a presentarnos en la persona de Jesús el ejemplo de esa opción prioritaria por el Reino. Si el discípulo no es más que su maestro, ante la opción por el Reino tendrá que experimentar personalmente, y más de una vez, el dolor de la renuncia a su familia e incluso la incomprensión de la misma, como le sucedió a Cristo. Por eso, todo el que pretenda pertenecerle, seguir su ejemplo y entrar en el ámbito de su verdadera familia debe, como Jesús, establecer una prioridad de opciones en que la primacía la ostente el cumplimiento de la voluntad de Dios en su vida. El programa no es negativo, sino positivo, pues desemboca en la pertenencia a Cristo como discípulo suyo y en la intimidad familiar con él, que es el hermano mayor de cuantos se deciden por los criterios de Dios. A éstos les abre Jesús la puerta de su casa, pero no como invitados y, menos todavía, como miembros de la servidumbre, sino como hermanos suyos por ser hijos del Padre Dios. 2. Talante del discípulo de Cristo. Al despedirse de los suyos, Jesús les decía: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos... Soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure" (Jn 15,15s). Elegido para compartir el mismo destino de Cristo y vivir en comunión con él, el 447

verdadero discípulo se mide por el cumplimiento de la voluntad de Dios. Queda así descalificada una fe que se agota en palabrería. ¿En qué se diferencia el seguidor de Cristo de un nó creyente? ¿Qué añade su fe a la realidad cotidiana, y con frecuencia prosaica, de la vida? Llamado el cristiano a tomar parte en la vida y familia de Jesús y hecho ya partícipe de su condición filial por el don del Espíritu, es Cristo mismo el arquetipo que ha de seguir el discípulo hasta la total identificación con él. Ser cristiano significa revestirse de Cristo y tener sus mismos sentimientos, criterios y actitudes. En los creyentes auténticos se advierte una visión de la vida y del hombre, del mundo y de los problemas humanos bajo una luz distinta: es su fe. Se les nota una estabilidad emocional que vence la mezquindad y la desesperación, una paz que se sobrepone a las dificultades y al desaliento, una alegría que supera la tristeza y el malhumor: es el fruto de su esperanza. Y sobre todo, lo más atrayente de su talante es la apertura a los demás, la aceptación de todos sin discriminación, la servicialidad y el compartir con los demás sus bienes, su tiempo y su persona, en especial con quien más lo necesita: es su vivencia del amor cristiano. Estas tres actitudes básicas del discípulo: fe robusta, esperanza alegre y caridad ardiente, constituyen la estructura personal del cristiano, su vida nueva en Cristo, su pertenencia familiar a Jesús, su servicio a la voluntad de Dios. Necesitamos todo un proceso previo de interiorización de la palabra de Dios que nos manifesta su voluntad, para que la calidad y la fuerza de la savia evangélica se note en nuestros frutos diarios. Pero ¿cómo sin oración ni contacto con Dios, sin experiencia del misterio de Cristo, sin escucha y asimilación de su palabra, sin silencio en nuestro corazón y sin diálogo personal con el Dios que da vida? Glorificado seas, Padre, porque Cristo, tu Hijo y nuestro hermano mayor, nos enseñó con su ejemplo a realizar la opción definitiva por ti y tu Reino. Te damos gracias porque Jesús nos admite en su familia, con tal que recemos con sinceridad en los labios: Hágase tu voluntad, Padre, en la tierra como en el cielo. Cristo nos eligió para compartir su destino. ¡Gracias, Señor! Queremos tener sus mismos sentimientos, mostrando el talante propio del discípulo: fe robusta, esperanza alegre y amor encendido a ti y a los hermanos. Móntennos siempre en la oración y el contacto contigo. Amén.

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Miércoles: Decimosexta Semana Mt 13,1-9: Parábola del sembrador.

LA SEMILLA AL VIENTO 1. Esperanza a pesar de todo. Comienza el discurso parabólico de Jesús, que es el tercer gran discurso del evangelio de Mateo. Lo constituyen siete parábolas que ocupan el capítulo 13. Hoy se proclama la primera, parábola del sembrador, que leeremos en tres días, fraccionada conforme a cada una de sus tres secciones: 1.a Proclamación de la parábola por Jesús (miércoles). 2.a Intermedio en que Jesús declara por qué habla en parábolas (jueves). 3.a Explicación de la parábola del sembrador (viernes). Esta parábola la refieren los tres sinópticos, pero las versiones de Marcos (4,lss) y Lucas (8,4ss) se leen formando un todo. La parábola del sembrador, en labios de Jesús, es un balance optimista sobre el éxito final de su ministerio apostólico al servicio de la buena nueva del Reino. Hemos llegado a un punto en que Jesús ha sido rechazado por ¡os jefes religiosos de Israel Por eso, apartándose de Ja estructura oficial, Cristo ya no enseña en las sinagogas como al principio, sino al aire libre y de forma itinerante. Hoy junto al lago y desde una barca. Toda coyuntura es ocasión para el anuncio del Reino. La parábola que ocupa nuestra atención es una de las cuatro "parábolas de contraste", junto con la del grano de mostaza, la levadura y la semilla que crece sola. Son llamadas así porque en ellas contrasta la insignificancia de los comienzos del reino de Dios con el gran desarrollo que luego alcanza, hasta culminar en un éxito esplendoroso. 2. La semilla al viento. El protagonismo de la parábola en boca de Jesús no lo tiene el terreno en que cae, ni siquiera el sembrador que la esparce a voleo, sino la semilla misma que en parte se pierde y en parte produce una gran cosecha. El sentido original de la parábola, tal como salió de labios de Cristo, pone el acento en su propia misión profética, es decir, en el éxito final de la semilla del Reino que siembra generosamente como un curtido y esperanzado sembrador. Jesús es optimista sobre el resultado del evangelio del Reino a pesar de las dificultades evidentes, a pesar incluso del fracaso inicial que él experimenta personalmente, debido al rechazo de los judíos, destinatarios primeros de la buena nueva. En la recolección final —perspectiva escatológica— la sementera del Reino tiene asegurada una espléndida cosecha, pues la productividad de la tierra buena: el ciento, el sesenta y el treinta por uno, compensa más que holgadamente la yerma esterilidad del sendero, las piedras y los espinos. 449

Como veremos el próximo viernes, en la explicación de la parábola pierde el protagonismo la semilla para adquirirlo el suelo que la recibe. No es ya el éxito final de la misión, la cosecha, lo que más cuenta, sino las etapas intermedias, es decir, la productividad personal del destinatario de la palabra, simbolizado en las diversas clases de terreno en que cae la simiente. Así, una parábola con enseñanza única se interpreta como una alegoría con aplicaciones múltiples. Si la primera parte de la parábola es proclamación kerigmática con remate escatológico, la última es aplicación moralizadora. La intención pasa de ser netamente cristológica a adquirir matiz antropológico y exhortativo. Huelga decir que ambas perspectivas se complementan mutuamente, pues no son excluyentes ni contradictorias. 3. Mensaje de felicidad en parábolas. Jesús anunció el reino de Dios y la conversión al mismo. Es un anuncio de salvación y felicidad para el hombre. Cristo no definió conceptualmente el Reino, pero nos desveló su naturaleza a base de parábolas, que son comparaciones tomadas de la vida y de la naturaleza. En sus parábolas Cristo habla de la salvación que para el hombre trae el Reino con imágenes de vida, dinamismo y felicidad que tocan a la persona en su núcleo más profundo, porque se centran en los puntos de interés sociológico del hombre y de la mujer. Así: la semilla que germina y grana a pesar de las adversidades, el perdón de una gran deuda, el tesoro hallado en el campo, la perla preciosa, la vuelta del hijo al hogar, el banquete de boda, la oveja y la dracma recuperadas, etc. Imágenes todas en que desborda la alegría del hombre por la salvación de Dios, concretada en la pertenencia al Reino. Si de verdad hemos entrado en el reino de Dios, necesariamente debemos irradiar alegría, testimoniar esperanza y contagiar optimismo, como hizo Jesús, pues el Reino es fermento de fraternidad y solidaridad en las relaciones humanas. Gracias, Padre, por Cristo, esperanzado sembrador de la semilla del Reino a pesar de los obstáculos. Jesús fue el primer grano de trigo que, muriendo, dio espléndida cosecha de vida y resurrección. Su optimismo nos contagia y nos estimula a dar fruto. Abre, Señor, nuestros corazones a tu palabra, para que no repitamos la yerma esterilidad del sendero, del pedregal y de las zarzas. Haz de nosotros, Señor, el campo de tu sementera, para que demos el ciento por uno a base de constancia, servicialidad, desprendimiento y conversión continua 450

Jueves: Decimosexta Semana Mt 13,10-17: Por qué hablaba Jesús en parábolas.

EL REINO EN PARÁBOLAS 1. Los secretos del Reino. El texto evangélico de hoy corresponde al intermedio o transición existente entre la proclamación de la parábola del sembrador y la interpretación de la misma. El pasaje bien puede pertenecer a otro lugar, pero el evangelista lo colocó aquí, cuando ha precedido tan sólo una parábola. "Los^ discípulos le preguntaron a Jesús: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les contesto: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, y a ellos no". Jesús traza una línea divisoria entre fe e incredulidad, entre los discípulos y "los de fuera", en expresión de Marcos. Para éstos el Reino en parábolas es un enigma indescifrable; para aquéllos, en cambio, mediante las parábolas se les franquea el acceso al conocimiento de los secretos del Reino, porque manifiestan disponibilidad para escuchar y receptividad para entender. Por eso dice Jesús a los suyos: "Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron". Queda en medio el difícil texto de Isaías que los tres sinópticos ponen en boca de Jesús para justificar su lenguaje parabólico. ¿Es que pretendía él que no le entendiera la gente? Sería absurdo. No, más bien hay que decir que Cristo asume la increencia de los judíos; es algo que está previsto en la Escritura: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo..." (Is 6,9s). Es el rechazo al profeta que habla en nombre de Dios; es la obstinación voluntaria en la incredulidad. Pero resulta especialmente dura la cita libre que trae Marcos en el lugar paralelo y que concluye así, según la traducción del leccionario: "No sea que se conviertan y yo les perdone" (4,12). J. Jeremías propone esta otra: "A no ser que se conviertan y Dios los perdone"; y otros: "Que se conviertan, pues, y yo los perdonaré". La situación de los incrédulos no es desesperada, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva (Ez 33,11). 2. El contenido básico de las parábolas de Jesús es el reino de Dios, que es el ámbito de su voluntad salvadora del hombre. El Reino es oferta de salvación, pero no fuerza que avasalla al ser humano; su eficacia está condicionada en parte por la respuesta del hombre. Según Jesús, el camino para entrar en el Reino y penetrar sus secretos es 451

conocer y cumplir la voluntad de Dios; y ésta se capta mediante la escucha de la palabra de Cristo y gracias a la fe en su persona. De ahí resulta que, mientras en unos la semilla del Reino es improductiva por respuesta nula o insuficiente, en otros produce mucho fruto: el treinta, el sesenta y el ciento por uno. El verdadero discípulo de Cristo es un perfecto oyente del mismo: escucha, entiende, obedece y produce fruto con su obediencia. En el intermedio de la parábola, que hoy ocupa nuestra atención, se entrevé el momento histórico que vivía la joven Iglesia del tiempo del evangelista Mateo: la constatación lacerante de la incredulidad de Israel en su conjunto ante el evangelio de Jesús, lo mismo que en vida de éste. Trasladando el problema a la Iglesia de nuestros días, también hoy la comunidad cristiana y el creyente de base perciben dolorosamente la increencia del mundo en que viven e incluso el rechazo abierto en algunos casos. Entonces es cuando deben hacer suyo el punto de vista del Cristo paciente que acepta con esperanza y optimismo escatológico la coexistencia de fe e incredulidad, amor y desamor, trigo y cizaña: frutos ambos de la libertad del hombre, que Dios respeta siempre. Sin duda, el entender los misterios de Dios no lo reservó Jesús para sus discípulos de entonces. Todo hombre y mujer que están prontos a escuchar y seguir a Cristo pueden compartir esa dicha de la fe que penetra los misterios del Reino. "Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen". Texto que nos recuerda aquel otro momento en que "Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido mejor" (Le 10,21). Te damos gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque en Cristo nos revelaste los secretos del Reino. Perdón porque hemos sido sordos que no quieren oír, ciegos que no quieren ver tu amor desbordante, y necios engañados por la fiebre del tener y del gozar. No permitas que se endurezca nuestro corazón como camino pisado e incapaz de acoger la semilla. Danos, Señor, disponibilidad para escuchar tu palabra y receptividad para entender sus exigencias de vida. Padre, haznos perfectos discípulos de Cristo, tierra fértil en que fructifica la semilla del Reino. Amén.

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Viernes: Decimosexta Semana Mt 13,18-23: Explicación de la parábola del sembrador.

EL QUE ESCUCHA Y ENTIENDE 1. Cuatro terrenos para la semilla. Se proclama hoy como evangelio la tercera parte de la parábola del sembrador: la interpretación de la misma. Es opinión mayoritaria entre los biblistas que esta explicación pertenece a la primitiva comunidad cristiana. Ésta entiende la parábola como una alegoría y, por tanto, da valor a cada detalle de la misma, en especial a las cuatro clases de terreno. "Los términos de esta explicación alegórica reflejan la situación de la Iglesia primitiva más que las circunstancias de la proclamación del reino de Jesús, y ello de forma tan clara que apenas pueden quedar dudas de que es la Iglesia quien está interpretando la parábola" (CB, IJJ, 226). Esta explicación no anula el primer nivel de interpretación, el que dio Jesús mismo: éxito final asegurado para la semilla del Reino a pesar de los obstáculos, sino que más bien se construye a partir de él. La semilla del reino de Dios nos llega a través de la persona y palabra de Cristo. Las reacciones a esta palabra es lo que desarrolla la parte explicativa de la parábola. En consecuencia, el terreno representa diferentes tipos de miembros de la Iglesia que han recibido el mensaje del evangelio, aceptándolo con fe. Pero esta fe, por desgracia, no siempre es perseverante; de ahí la diversidad de respuestas. 2. Cuatro respuestas a la palabra. Se especifican cuatro actitudes que expresan cuatro grados de receptividad y respuesta. El común denominador es la audición, pero los tres primeros, simbolizados en el camino, el pedregal y las zarzas, son los que tan sólo "oyen" y no "escuchan" las exigencias de la palabra del Reino, que deben prevalecer sobre los afectos del corazón, la inconstancia en la prueba, los afanes de la vida y la seducción de las riquezas. Lo sembrado al borde del camino y que comen los pájaros representa al que escucha la palabra del Reino sin entenderla; viene el maligno y roba lo sembrado en su corazón endurecido. La semilla en el pedregal simboliza al que escucha y acepta la palabra con prontitud y alegría; mas, por carecer de humus su terreno, no tiene constancia y aguante en el momento de la dificultad y de la persecución a causa del evangelio. La simiente entre zarzas y abrojos que al crecer la asfixian, refleja a los que viven absorbidos por las preocupaciones de la vida y la seducción del consumismo, ahogando estérilmente la palabra escuchada. Finalmente, la sementera en tierra buena es el que entiende y acepta 453

con generoso corazón la palabra que escucha. Solamente éste es discípulo verdadero de Cristo, porque se compromete con su palabra en toda su proyección práctica. Solamente éste produce fruto abundante: el ciento, el sesenta o el treinta por uno, según los talentos y aplicación de cada uno. 3. Las parábolas no han terminado. Todavía hoy nos habla Dios de su Reino en parábolas, es decir, en signos, al ritmo de la vida que sigue incontenible su curso. En primer lugar, continúa hablándonos por su Hijo, Cristo Jesús, que es la parábola viviente y eterna del Padre, como Jesús dijo al apóstol Felipe cuando éste le pedía que se lo mostrara: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9). También nos habla Dios por la palabra de la Iglesia y por la comunidad de los hermanos; nos interpela en parábola por los más pobres y necesitados de liberación, así como por los acontecimientos positivos y negativos de nuestro tiempo, por las legítimas aspiraciones de la humanidad, por el dolor de los pueblos oprimidos, por las víctimas de la opresión y de la injusticia, por la naturaleza y la inquietud de los ecologistas, por los éxitos y fracasos personales, familiares y sociales, por la inocencia de los niños, la ilusión e inconformismo de los jóvenes y la madurez y responsabilidad de los adultos, por el arte y la belleza, por todo lo que existe. El que ama percibe la voz del Amado en todo lo que es humano, bello y noble. Lo triste sería que nos situáramos en la actitud de sordos que oyendo no escuchan, ciegos que mirando no ven y necios que a pesar de las evidencias no entienden. Entender esa multiforme palabra de Dios en la vida personal y en la historia humana requiere trasladar la audición de la misma a la acción, superando los escollos que nuestras pasiones, la superficialidad, el oportunismo, la inconstancia, los afanes y la codicia suponen para una espléndida cosecha de la semilla del Reino en nosotros. Gracias, Padre, por la oferta salvadora de tu Reino en Cristo, que es parábola viviente de tu amor al hombre. Gracias también porque sigues hablándonos hoy y descubriéndonos tu voluntad en signos y parábolas, por Cristo y la Iglesia, por la comunidad de los hermanos, por los pobres y marginados, por el dolor de los oprimida, por la naturaleza y la inquietud de los ecologistas, por los niños y jóvenes, por el arte, el amor y la belleza. Con la fuerza de tu Espíritu libéranos, Señor, de nuestra superficialidad, inconstancia e idolatrías, para que fructifique tu palabra en nuestro surco. Amén.

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Sábado: Decimosexta Semana Mt 13,24-30: La cizaña en el trigo.

LA PACIENCIA DE DIOS 1. La cizaña en medio del trigo. En el evangelio de hoy expone Jesús la parábola de la cizaña en el trigo, cuya explicación leeremos el martes próximo. Es parábola exclusiva de Mateo. Así como la parábola del sembrador daba respuesta a la duda sobre los resultados tangibles del anuncio del Reino por Jesús, la de la cizaña viene a responder al movimiento radical de segregación religiosa que proponían los puritanos de su tiempo: fariseos, esenios de Qumrán y zelotas; estos últimos por la vía de la violencia. Según estos grupos de élite, solamente los "puros" podían constituir el pueblo santo de la alianza con Dios. Jesús, en cambio, se mezclaba con los pecadores y admitía en su compañía a los publícanos, e incluso a un traidor. ¡Intolerable! ¿Por qué no exigía una selección? El mismo problema hubo de planteárselo la joven Iglesia al comprobar la presencia dentro de ella de quienes fallaban en la fe y en la moral. La parábola de la cizaña en medio del trigo es la respuesta de Jesús, que viene a decir: La paciencia de Dios aguarda a que madure la cosecha para hacer la separación del trigo y de la cizaña, es decir, de justos y pecadores. Entonces aparecerá la comunidad santa de Dios. Mientras tanto, hay que rechazar por falso todo celo impaciente, esperar que madure la cosecha y dejar hacer a Dios. La parábola de la cizaña es, como todas, una revelación sobre el reino de Dios. El núcleo esencial de su enseñanza es la coexistencia del bien y del mal, representados en la buena y la mala semilla, procedentes de muy distintos sembradores. La cizaña no es arrancada ahora; éste es el punto central de la parábola. ¿Por qué? Por la paciencia del amo, que espera a separar el trigo y la cizaña en el momento de la siega de la mies, es decir, según la mentalidad bíblico-profética, en el juicio de Dios. Él es el único a quien compete esta decisión. Mientras tanto, es el tiempo de la paciencia y misericordia divinas. 2. Paciencia que nos pide tolerancia. La parábola es, por tanto, una justificación teológica de la política que sigue el reino de Dios: estilo pausado, por intolerable que parezca a los impacientes puritanos del tiempo de Jesús, de la primitiva Iglesia y de siempre. Aunque siga habiendo pecadores dentro y fuera de la comunidad eclesial, el Reino llega irresistiblemente. Estamos, pues, ante una parábola de acento escatológico, como es el caso de la del sembrador (miércoles pasado). Pretender adelantar el juicio del Señor es prisa impaciente e intole455

rancia manifiesta. Porque a la paciencia de Dios debe responder la tolerancia del hombre y no la intransigencia, el fanatismo y el celo excesivo que representan los criados del amo: "¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña? No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega". Es evidente la lección de comprensión y tolerancia que se desprende de la parábola de hoy. Todos somos intolerantes para los fallos ajenos, pero muy amigos de autojustificarnos y muy fáciles para excusarnos. Tenemos una vista muy aguda para ver la motita en el ojo del otro, y muy roma para percibir la viga en el nuestro. Pues bien, mientras no nos reconozcamos implicados en el mal que condenamos no nos convertiremos. ¿Cómo rezar entonces el padrenuestro pidiendo perdón para nuestros fallos, si no toleramos los del hermano? Somos muy dados a clasificar a los demás en buenos y malos, olvidando que sólo Dios conoce perfectamente el historial de cada uno y sus condicionamientos psico-sociológicos. El respeto a la conciencia de la persona y su dignidad es hoy un valor adquirido, un derecho humano inalienable. El error como tal no es admisible, y el pecado es siempre condenable; pero hay que salvar la persona del que yerra y peca. El mal y el bien no están sólo fuera de nosotros, sino dentro de nuestro corazón. Solamente porque olvidamos esto y no nos conocemos suficientemente nos atrevemos a constituirnos en jueces de los demás, gratificando la intransigencia. Sin embargo, Jesús dijo: "No juzguéis y no os juzgarán. Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros" (Mt 7,ls). Nadie puede presumir de ser trigo enteramente limpio, porque nadie es tan bueno que no tenga algo de cizaña. Jesús dijo también: Solamente Dios es bueno (Me 10,18). Te bendecimos, Padre nuestro, Dios de la paciencia, porque haces salir el sol cada mañana sobre tus hijos y mandas la lluvia a todos, justos y pecadores. Te damos gracias porque, con sus parábolas del Reino, Jesús nos enseñó que tú no discriminas a nadie; y él mismo fue acusado de ser amigo de los pecadores. Enséñanos a ser tolerantes con todos, como tú lo eres, desterrando toda intransigencia en juicios y actitudes. Así podremos rezarte como Jesús nos enseñó: Perdona, Señor, nuestras ofensas, porque también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.

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Lunes: Decimoséptima Semana Mt 13,31-35: Parábolas del grano de mostaza y de la levadura.

EL CRECIMIENTO DEL REINO 1. Manifiesta desproporción. Prosigue el discurso parabólico de Jesús con dos parábolas, de marcado paralelismo, en torno al misterio del reino de Dios: la del grano de mostaza y la de la levadura en la masa (que también están en Le 13,18ss). El texto evangélico de hoy concluye con una cita escriturística de cumplimiento, para apoyar el lenguaje parabólico de Jesús: "Así se cumplió el oráculo del profeta: Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo" (Sal 78,2). Las parábolas son una forma de revelación y no de ocultamiento. Ambas parábolas, al igual que la del sembrador y la de la semilla que crece por sí sola, son parábolas de contraste; es decir, ambas coinciden en acentuar la desproporción existente entre los principios insignificantes del Reino y su esplendoroso final. Aun así, cada una de las dos parábolas tiene su matiz propio: la del grano de mostaza habla del crecimiento del Reino en extensión, y la de la levadura en intensidad. Lo mismo que el frondoso arbusto de la mostaza, que puede alcanzar hasta los tres metros en la región del lago de Tiberíades, está ya en germen en su diminuta semilla, así está ya presente el reino de Dios en el ministerio apostólico de Jesús y de la Iglesia, a pesar de la pobreza de sus comienzos. Es la enseñanza básica de la parábola. De esta manera justifica Cristo su método misionero, que no respondía a las expectativas de triunfalismo y espectacularidad con que los judíos se imaginaban la irrupción del reinado de Dios en la era mesiánica. No obstante, como el evangelista escribe posteriormente al ministerio apostólico de Jesús, puede comprobar ya, junto con la comunidad primitiva, la primera expansión del Reino y del evangelio. En las ramas del esbelto mostacero pueden ya anidar los pájaros. Evidente alusión a la incorporación de los pueblos paganos a la Iglesia. La segunda parábola es la de la levadura en la masa, que es capaz de fermentar hasta tres medidas de harina, el pan suficiente para cien personas. Su sentido y lección son paralelos al grano de mostaza. En la persona y mensaje de Cristo está ya actuando eficaz e irresistiblemente el fermento del Reino; lo cual viene a avalar el éxito final de la misión de Jesús y de la Iglesia. 2. Desarrollo lento, pero incontenible. La manifestación plena del Reino en toda su fuerza y esplendor tendrá lugar en la etapa final del mismo; pero el Reino está ya presente en la acción de Dios, que es el 457

único que salva, aunque no por la fuerza, sino mediante la paradoja de la lenta debilidad con que va creciendo el Reino dentro y fuera de nosotros. El reino de Dios es su reinado de amor, justicia, paz y santidad en la tierra de los hombres; es la soberanía de su voluntad y el imperio amoroso de su designio salvador en la vida de los humanos. Por eso en el padrenuestro, cuyo tema central es también el reinado de Dios, a continuación de la petición: "Venga a nosotros tu Reino", Jesús nos enseñó a añadir enseguida: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", porque ése es el camino para la venida del Reino. Si esto se consigue en nuestra vida personal, familiar y comunitaria, se ha realizado lo más importante y fundamental de nuestra condición de discípulos de Cristo. Después vendrá lo demás, que se nos dará por añadidura: el pan de cada día, etc. El reinado de Dios es una realidad oculta y casi imperceptible en su desarrollo, tan lento que, como en las plantas, nuestro ojo no puede verlo ni nuestro oído percibirlo en el instante en que se está produciendo. Solamente con comprobaciones distanciadas en el tiempo podemos verificar su crecimiento, como nos pasa con los niños, las macetas y los árboles. Pero el creyente no debe gratificar nunca el desaliento ni el pesimismo derrotista. El reinado de Dios llega indefectiblemente gracias a Cristo resucitado y su Espíritu. Por eso siempre hay razones para una esperanza realista que no confunde el avasallamiento con la efectividad, ni la utopía de una Iglesia impecable y perfecta con las obvias limitaciones humanas. Si esperamos demasiado de una Iglesia santa y pecadora simultáneamente, quedaríamos amargamente frustrados, incluso descorazonados. Sólo Dios es santo, y la perfección absoluta no existe más que en él. Bendecimos tu nombre, Padre nuestro del cielo, porque Cristo inauguró tu Reino de amor entre nosotros con los medios pobres que tú prefieres para tus obras, sin espectacularidad, impaciencia ni avasallamiento. Así nos mostró que la fuerza interior del Reino sólo necesita servidores pobres e incondicionales. Enséñanos a rezar siempre: Venga a nosotros tu Reino y, para ello, que se cumpla tu voluntad en nuestras vidas. Haz, Señor, que tu pueblo, la Iglesia, sea en el mundo sacramento, germen y principio de tu reinado hasta alcanzar un día el Reino consumado en la gloria. Amén.

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Martes: Decimoséptima Semana Mt 13,36-43: Explicación de la parábola de la cizaña.

IMPACIENCIA DERROTISTA 1. "Acláranos la parábola". Dos tercios de las parábolas evangélicas sobre el Reino (41 entre 63) son explicadas por Jesús a sus discípulos. La de la cizaña en el trigo, que leíamos el sábado pasado, es una de ellas, como vemos hoy. Al igual que en la del sembrador, la explicación de la parábola de la cizaña hay que atribuírsela al evangelista, que, a su vez, refleja la lectura que de la misma hizo la primitiva comunidad. Lo cual no obsta lo más mínimo a la inspiración del texto sagrado. En la interpretación de la parábola de la cizaña advertimos dos partes. Primera: explicación alegórica de las siete palabras más importantes del relato; lo cual constituye un pequeño léxico de términos alegóricos, el "quién-es-quién" en la parábola. La explicación se pone en labios de Jesús, ya en casa, y a instancia de sus discípulos: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. Él les contestó: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores son los ángeles". La segunda parte de la interpretación opone el destino divergente de la cizaña y del trigo, es decir, de los pecadores y de los justos, en el juicio final que se describe con la clásica terminología apocalíptica de la Biblia: horno encendido, llanto y rechinar de dientes. Aquí también, como en la parábola del sembrador, se produce un deslizamiento de acento, pues la explicación no toca el punto central de la parábola en labios de Jesús, que es la paciencia tolerante de Dios. En vez de la inevitable coexistencia del trigo y de la cizaña, del bien y del mal, de justos y de pecadores, en el mundo y dentro incluso de la Iglesia —que es el principal acento teológico-kerigmático de la parábola en sí—, la interpretación de la misma resalta la suerte desigual de buenos y malos al fin de los tiempos. Para los primeros es el reino del Padre, y para los segundos el horno encendido. De donde se concluye implícitamente una exhortación: no abusar de la paciencia de Dios, porque al final llegará su juicio. 2. Impaciencia desalentadora. Además de la intolerancia que exponíamos el sábado último, otra tentación que nos ronda continuamente a los discípulos de Cristo y a la que cedemos frecuentemente es la impaciencia. Esta genera pesimismo desalentador ante la dura realidad de nuestra propia limitación y de un mundo secularizado que 459

se muestra impermeable a los valores del espíritu y a la trascendencia de Dios. Si hiciéramos balance histórico y social después de veinte siglos de cristianismo, los resultados podrían parecer ambiguos a primera vista; y más hoy día, en que el desierto de la increencia crece pujante en torno nuestro. A veces estamos tentados a pensar que nuestra súplica del padrenuestro: "Venga a nosotros tu Reino", repetida por generaciones de creyentes durante siglos, no acelera su venida. Espejismo derrotista, impaciencia pseudoevangélica que nos lleva al desaliento. Sin que sepamos cómo, la semilla del Reino germina y fructifica dondequiera que un hombre o una mujer responden a Dios. Él es quien da el crecimiento, y espera pacientemente la cosecha. La naturaleza misma de la evangelización y la experiencia histórica nos demuestran que los planes de Dios no coinciden con nuestra programación, activismo y cálculo de inversiones y plazos que vencen, ni con nuestros proyectos de rendimiento porcentual y eficacia avasalladora. Aunque también es verdad que a nosotros nos toca emplear todos los medios posibles al servicio del reino de Dios y del evangelio. Así, hemos de echar mano de todos los recursos que estén a nuestro alcance hoy día: alocuciones, escritos, charlas, homilías, catequesis, métodos de imagen y penetración social, pedagogía y psicología, estudios lingüísticos, medios de comunicación de masas, signos actuales de expresión como la literatura, el arte, la música, etc. Pero sin buscar protagonismo en todo ello y sin esperar, y menos exigir necesariamente, el éxito inmediato y palpable. El crecimiento del reino de Dios sigue un proceso desconcertante para nuestra impaciencia; pero no permite el derrotismo pesimista ni la desesperanza, porque el éxito final es de Dios, que tiene en sus manos las claves de la historia humana. Bendito seas, Dios paciente y misericordioso, porque "siendo soberano poderoso, juzgas con moderación y nos perdonas con gran indulgencia Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento"(Sab 12,16s). Haz que sepamos asumir nuestras propias limitaciones y las de nuestros hermanos, como tú nos aceptas a todos. Enséñanos a combinar la laboriosidad y la paciencia para vencer la inacción y el desaliento, sabiendo esperar que la semilla del Reino fructifique en nosotros. Amén.

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Miércoles: Decimoséptima Semana Mt 13,44-46: Parábolas del tesoro y de la perla.

LA MEJOR INVERSIÓN 1. El Reino vale la pena. Dentro del discurso parabólico de Jesús, leemos hoy las parábolas gemelas del tesoro y de la perla, exclusivas de Mateo. En ambas se utiliza, como punto de partida, un motivo frecuente en los cuentos orientales sobre hallazgos de tesoros en un tiempo en que, a falta de bancos y cajas fuertes, el dinero y las joyas se escondían bajo tierra. Pero Jesús no gratifica la fantasía describiendo lo conseguido posteriormente con el tesoro y la perla. Las dos parábolas están en función de una enseñanza común: actitud ante el descubrimiento del reino de Dios, significado en el tesoro escondido y hallado inesperadamente y en la perla fina buscada afanosamente. En ambos casos tanto el agricultor como el mercader venden todo lo que tienen para comprar el tesoro y la perla. A Jesús no le interesa hacer un juicio sobre la evidente avaricia de ambos, aunque traten de seguir la vía legal; él acentúa más bien la enorme alegría que el hallazgo les produce y que los impulsa a deshacerse de todo con tal de conseguir el campo del tesoro y la perla de gran valor. Y por nada del mundo renunciarán luego a su posesión, pues ninguno de los dos compra para especular con la reventa. Jesús quiere decir: El reino de Dios es el valor supremo, por el que vale la pena renunciar a todo con tal de darle alcance. El celo que esos dos hombres ponen en su empeño es un modelo para la prosecución del Reino, pues todo sacrificio se verá compensado con creces. El cristiano que los imita hace la mejor inversión de toda su vida. En adelante, donde está su tesoro allí estará su corazón. Captar el valor absoluto del Reino, como el primero en la escala de valores, requiere discernimiento y sabiduría de Dios, pues si genera gozo desbordante, es también llamada a una opción totalizante que supone renunciar a muchas cosas. Todos los que alcanzaron a Dios a lo largo de los siglos, cuantos santos han sido en la historia del cristianismo, con altar propio o en lista anónima, lo sacrificaron todo por el seguimiento del Reino. Ésa es también la opción de tantos hombres y mujeres hoy día que, tomando en serio el evangelio, se deciden a seguir fielmente a Cristo según su vocación cristiana, en la vida secular o en la vida consagrada. 2. Un tesoro de fábula. El misterio del reino de Dios fascina de tal modo que para el que lo descubre en toda su plenitud no existe nada comparable en este bajo mundo. Merece que se le sacrifique todo, 461

porque es lo único que en adelante dará sentido a la vida entera del auténtico discípulo de Cristo. Esto no es una simple afirmación. Refleja exactamente la entrega incondicional de todos los grandes convertidos de todos los tiempos: por ejemplo, san Pablo, que encontró el tesoro inesperadamente, o san Agustín, que buscó la perla afanosamente. Hay mucha gente cuyo deporte favorito es tentar la suerte esquiva en busca de un tesoro de fábula que los haga ricos de una vez por todas; por eso frecuentan toda clase de juegos de azar. Todos soñamos con mejorar; todos necesitamos dinero para sostener la casa y la familia, amén de atender a un sinfín de gastos y necesidades. Dios lo sabe y su providencia no nos olvida. Pero Cristo dijo: Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia —ése es el tesoro—; lo demás se os dará por añadidura. Es triste comprobar que hay muchos cristianos que no ven su fe en Dios, su relación con él y los demás, su religión y su cristianismo como un tesoro que alegra el corazón sobre manera y por el que merece la pena sacrificar tantas cosas y caprichos. El evangelio del Reino no es para ellos una alegre noticia que libera, sino una turbia fuente de obligaciones y consiguientes amenazas, es decir, una nueva y resignada esclavitud legalista en vez de la absoluta libertad del que ama. Quien entiende el secreto del Reino y asimila como criterio y norte de su vida el mandamiento cristiano básico que es amar, ha encontrado el tesoro de fábula, el tesoro escondido que le enseña a relativizar todo lo demás y a mantenerse en equilibrio y felicidad. Verá así que ésta última no consiste en tener y gastar, acaparar y consumir, sino en compartir y dar el afecto, el dinero y el tiempo a los demás. También comprenderá mejor las paradojas de Cristo sobre su propio seguimiento, cuando habló de perder la vida para encontrarla. Mientras alcanzamos la última etapa en la plenitud final del Reino, ya iniciado y presente, pero todavía sin consumar, la expresión de nuestro compromiso personal cristiano será la petición anhelante del padrenuestro: ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor! Llenos del gozo que el Espíritu nos infunde, te bendecimos, Señor Jesús, por descubrirnos en tu evangelio, en tu persona y en tu amor el tesoro escondido y la perla fina él Reino, por el que vale la pena arriesgarlo todo. Si alcanzamos tu Reino para siempre, Señor, habremos hecho la mejor inversiónie nuestra vida; y donde está nuestro tesoro, estará mestro corazón. Danos la alegría de quien descubre pr vez primera la secreta fórmula de una felicidad k fábula: la absoluta libertad del que ama a Dios y al hermano. 462

Jueves: Decimoséptima Semana Mi 13,47-53: Parábola de la red.

APUNTES SOBRE EL REINO 1. La parábola de la red. En el evangelio de hoy el reino de Dios es comparado a una red barredera. Es la última de las siete parábolas del discurso parabólico de Jesús, cuya conclusión entra también en la lectura evangélica. El punto central de la parábola no es tanto la red que arrastra toda clase de peces, buenos y malos, grandes y pequeños, cuanto la selección de los mismos. Tal selección es la última fase del reino de Dios: su juicio. Mientras, es el tiempo de la paciencia de Dios. La parábola de la red tiene mucho en común con la de la cizaña en medio del trigo. En el reino de Dios, como en el mundo y en la Iglesia, es inevitable la simultánea presencia de buenos y malos. Todos los que reciben el bautismo quedan incorporados a la Iglesia, siquiera nominalmente, y a todos se les ofrece el reino de Dios mediante el evangelio y el seguimiento de Cristo. Pero varía la respuesta personal. Por eso al final del tiempo habrá una selección con suerte desigual para justos y malvados. Como en la parábola de la cizaña, los malos serán pasto del horno encendido. "Allí será el llanto y el rechinar de dientes", es decir, la frustración definitiva de quien ha malogrado para siempre su vida. Si, por una parte, la parábola de la red enseña la tolerancia paciente hasta el juicio de Dios, por otra orienta al hombre hacia una decisión presente acertada, urgiendo la oportuna conversión. Al final de esta serie de siete parábolas del Reino, estamos en condiciones de tener una visión de conjunto, que podemos concretar en estos cuatro puntos: 1) La implantación del reino de Dios no se hará sin resistencias y dificultades (sembrador); 2) pero acabará por triunfar (grano de mostaza y levadura); 3) es necesario tener paciencia y no querer precipitar el juicio de Dios (cizaña y red); 4) mientras, vale la pena renunciar a todo para conseguir el Reino (tesoro y perla). Al concluir las parábolas, pregunta Jesús a los suyos: "¿Entendéis bien todo esto?... Un letrado que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo". Según los biblistas, esta sentencia es una reafirmación, en imagen, del principio sobre las relaciones entre la ley mosaica y el evangelio, que expuso Jesús en el discurso del monte (Mt 5,17ss). Lo viejo es la ley, lo nuevo es el evangelio; éste es la clave de lectura del Antiguo Testamento, lo que da sentido y valor a lo antiguo. Un modelo de ese "letrado cristiano" que entiende del Reino puede 463

ser el mismo evangelista con el nombre de Mateo, quizá un escriba convertido al cristianismo.

Viernes: Decimoséptima Semana Mt 13,54-58: ¿No es éste el hijo del carpintero?

2. La comprensión del Reino. Jesús comenzó su actividad profética proclamando la llegada del Reino y la conversión al mismo: "Se ha cumplido el plazo; está cerca el reino de Dios. Convertios y creed el evangelio" (Me 1,15). Oír el anuncio del Reino y la conversión al mismo es motivo de gozo, porque es proclamar la salvación. Pero, a pesar de hablar continuamente del Reino, Jesús no nos dejó un tratado sistemático sobre el mismo, ni siquiera una breve definición; tan sólo un mosaico de imágenes, parábolas y dichos que constituyen "apuntes sobre el Reino". Uno estaría tentado a meter en la memoria de un ordenador todos esos datos para su procesamiento exhaustivo. Vano empeño. El Reino no es objeto de manipulación electrónica; aunque en algo se parece a los microchips, dicho sea con todos los respetos: en las enormes virtualidades que en sí misma encierra la diminuta semilla del Reino. El reino de Dios es su absoluta y amorosa soberanía en la vida y el mundo de los hombres; es el contenido de la buena nueva de la salvación humana por Dios mediante la vida, muerte y resurrección de su Hijo. El Reino es Dios mismo que se manifiesta en la persona y humanidad de Jesucristo; por eso, el Reino es el determinante de las actitudes evangélicas del discípulo que sigue a Cristo y que se resumen en amar a Dios y a los hermanos, viviendo el espíritu de las bienaventuranzas. El Reino es el sustrato de toda la espiritualidad cristiana, la base de nuestra alegre esperanza, el fundamento del compromiso temporal inherente a la fe y la máxima exigencia de la moral cristiana que pide una conversión profunda a Dios y al hombre. Por todo ello es fe, esperanza y caridad en ejercicio. El Reino es un valor que cotiza siempre en alza; más todavía: es el valor supremo por el cual todo sacrificio resulta pequeño. Bendito seas, Padre, porque Jesús nos habló del Reino con maravillosas parábolas que unen el anuncio de tu salvación y la felicidaddel hombre. Haz, Señor, que la buena nueva del Mino nos fascine de tal modo que arriesguemos todo pandarle alcance, y que su diminuta semilla sea la fuente perenne de las actitudes básicas de nuestro seguimiento de Cristo al ritmo de las bienaventuranzas. Así, mediante la amorosa soberanía k tu voluntad, se realizará tu reinado en el mundo en que vivimos, comenzando por nuestra propia vida pewnaL Amén. 464

EL RECHAZO DEL PROFETA 1. El hijo del carpintero del pueblo. Concluido el discurso parabólico de Jesús sobre el Reino, comienza Mateo una larga sección narrativa (hasta el c. 17 inclusive). Hoy vemos a Jesús enseñando en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado. Pero esta vez el éxito no le acompañará. Si los jefes religiosos del pueblo judío, letrados y fariseos, no aceptaron a Jesús por sus nuevas posiciones ideológicas, que desbarataban sus esquemas religiosos, ahora son sus propios paisanos de Nazaret los que lo rechazan. Las razones de su rechazo eran evidentes para ellos y derivaban básicamente de una: su origen humilde y su crianza entre ellos. Con reserva aldeana pensaban y decían: "¿De dónde saca esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero?... Y desconfiaban de él". Lo cual motivó una cáustica reflexión de Jesús constatando la triste realidad: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Como consecuencia de la falta de fe de sus compatriotas no hizo allí muchos milagros. Marcos lo hace notar más vigorosamente: No pudo hacer allí ningún milagro (6,5) debido a esa falta de fe. Ésta era condición indispensable y causa inmediata de los signos con que Jesús avalaba la presencia del reino de Dios en su persona y actividad prof ética. Este revés de Jesús cuando, autoaplicándose el texto de Isaías (61,lss), expuso su programa de liberación mesiánica para todos (Le 4,16ss), es un adelanto que presagia el final de la cruz, adonde le llevaría el rechazo de los jefes del pueblo. 2. El rechazo del profeta. ¿Por qué esta enemistad declarada hacia Jesús? Porque en línea con los profetas, él decía: Lo que Dios quiere es amor y misericordia y no los sacrificios de un culto vacío. Frente a la complicada casuística de los maestros de la ley mosaica, guardianes de la ortodoxia, Jesús propuso una simplificación que recuperaba lo esencial de la religión. La ley y los profetas se resumen en un mandamiento con doble vertiente: amor a Dios y al prójimo. Frente al monopolio judío de la salvación, Jesús proclamaba un evangelio de gracia y bendición para todos los hombres. Como un desafío sonó todo esto a los fariseos, doctores de la ley, senadores y sumos sacerdotes. Se tambaleaba el tinglado que ellos habían montado, convirtiendo la ley de Dios, ley de amor y libertad, en una maraña capciosa de preceptos y prohibiciones que conducían a 465

una religión sin alma, porque olvidaban el espíritu y el amor, que es lo que da valor al cumplimiento de la ley y al culto. San Pablo anotaría más tarde: Los paganos, que no buscaban la justicia de la ley mosaica, hallaron la justificación ante Dios por la fe en Cristo, mientras que Israel, buscando una ley de justicia, ni siquiera llegó a cumplir la ley (cf Rom 9,3 Os). Jesús proclamó la novedad absoluta del reino de Dios que renueva por su Espíritu todas las cosas, empezando por el corazón del hombre. Pero el pueblo judío en su conjunto se mostró ciego y obstinado; y en vez de secundar este impulso salvador de Dios, lo frenaron una vez más, haciendo gala de su infidelidad de siempre, porque su amor era tan efímero como neblina mañanera. Se cerraron a la gratuidad de Dios para con ellos y todos los demás pueblos. Por eso rechazaron a su profeta y mesías, Jesús de Nazaret. 3. Piedra de tropiezo. El paso del tiempo se ha encargado de verificar la profecía del anciano Simeón en el templo de Jerusalén. Realmente Jesús, hoy como ayer, es piedra de escándalo, bandera discutida y signo de contradicción. Cristo y su evangelio siguen siendo contestados y dividen a los hombres. Situación que adquiere hoy matices propios. No se trata tanto de una opción a favor o en contra de Cristo cuanto de una actitud de fe o de increencia. Pero el tipo de increencia que hoy priva no suele ser el ateísmo militante y combativo, sino más bien la indiferencia religiosa y el agnosticismo. Sencillamente, se pasa de Dios; o se intenta pasar, porque no es tan fácil para el hombre prescindir de Dios, sin sustituirlo por nuevos ídolos: consumismo, poder, sexo, dinero..., que crean tiranía y decepción. Misión de la Iglesia y del cristiano, misión nuestra, es saber presentar hoy a Jesús ante los hombres y ser testigos de la luz que es Cristo mismo, para iluminar a cuantos caminan en tinieblas y sombras de muerte. Porque hemos confinado tu salvación a la medida estrecha de nuestra rutina y cálculos mezquinos, ¡Señor, ten piedad! Porque has venido a nuestra casa y te hemos rechazado, silenciando a tus profetas y dejando dormir tu palabra en nuestras cenizas, ¡Cristo, ten piedad! Porque te hemos encerrado en nombres vacíos de alma, sin dejarnos sorprender por la novedad de lu Espíritu, de tu palabra y de tu misericordia, ¡Señor, ten piedad! Oh Señor, Dios nuestro, sorprendente en tus venidas, sé tú nuestro refugio y nuestra fortaleza y manténnos despiertos a la espera de tu amor. Amén. 466

Sábado: Decimoséptima Semana Mt 14,1-12: Martirio del Bautista.

HERODES, EL BAUTISTA Y JESÚS 1. Martirio de Juan Bautista. Leemos hoy como evangelio el trágico final del Bautista, que presagia el destino de Jesús. Mateo abrevia mucho el relato de Marcos (6,14ss), dejándolo en lo esencial. Toda la figura del precursor es vista en los evangelios en orden a la persona de Cristo, desde su nacimiento a su muerte violenta. Precursor en todo. Como Jesús, Juan el Bautista fue el mensajero del Reino y de la conversión al mismo, así como un testigo insobornable de la verdad. Este fue su único delito, que pagó con su vida, como también Jesús. Juan vino como testigo de la luz, que era Cristo, y morirá con la libertad interior que dan la verdad y la absoluta fidelidad a su misión cumplida. Fue tal el impacto profético de Juan que el mismo Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, ante lo que oía contar de Jesús de Nazaret, "decía a sus ayudantes: Éste es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos". Así hablaba el remordimiento de su crimen, pues Herodes había hecho decapitar a Juan porque le echaba en cara como ilícito su segundo matrimonio con Herodías, la mujer de su medio hermano Herodes Filipo (ambos hijos de Herodes el Grande). Como la verdad no gusta, y menos a los poderosos que mandan, Herodes y su esposa intentaron silenciar la voz de Juan encarcelándolo. Herodes quería matarlo, pero temía al pueblo, que lo veneraba como profeta. La ocasión se presentó durante un banquete que Herodes ofreció por su cumpleaños. La hija de Herodías, llamada Salomé por el historiador Flavió Josefo, danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes que, en el vértigo de la orgía, juró darle lo que le pidiera, "hasta la mitad de su reino", dice Marcos. Ella, aconsejada por su madre, le pidió la cabeza del Bautista, que le fue traída en una bandeja; y la joven se la ofreció a su madre. Al enterarse, los discípulos de Juan enterraron su cadáver, así concluye Marcos su relato; "y fueron a contárselo a Jesús", añade Mateo. Esta adición final de Mateo, además de contener un implícito reconocimiento de la superioridad de Jesús sobre Juan, vincula de manera expresa el ministerio profético de Cristo con el del Bautista, cuyo anuncio del Reino continúa y plenifica, y establece una clara relación entre la muerte de Juan y la posterior salida de Jesús del territorio de Herodes, Galilea, para encaminarse a Jerusalén, donde se consumaría su destino. 2. La pregunta sobre Jesús. Es evidente que la figura de Jesús de 467

Nazaret impacto a cuantos lo conocieron. Su anuncio del Reino, la sabiduría de su palabra, la novedad de su doctrina, su poder, su autoridad y sus milagros suscitaban inevitablemente la pregunta: ¿Quién es éste? La respuesta es obvia para nosotros, pero no lo era para sus contemporáneos. Sus paisanos de Nazaret, como veíamos ayer, se escandalizaban de él, es decir, no captaban el misterio de la encarnación de Dios en la raza humana. Sus familiares pensaban que no estaba en su sano juicio; los maestros de la ley mosaica y los fariseos lo declararon endemoniado, y los responsables del culto oficial del templo lo veían como un revolucionario religioso de mucho cuidado. Aun aquellos del pueblo sencillo que lo aceptaban como profeta indiscutible trataron de explicar su personalidad remitiéndose al pasado, es decir, como reencarnación de algún profeta antiguo: Moisés, Elias, Jeremías o Juan el Bautista redivivo. De esta última opinión era Herodes Antipas. Dada su frivolidad, no se tomaba demasiado en serio sus temores, influenciados por la creencia de los fariseos en la resurrección de los muertos; pero su astucia y oportunismo político le mantenían alerta. Aunque parecía respetar a hombres justos y santos como el Bautista y Jesús, no dudaría en eliminarlos si sus denuncias le afectaban personalmente, como la de Juan. El común denominador de las opiniones de sus contemporáneos sobre Jesús, con un rechazo mayor o menor, es que nadie, ni siquiera sus propios discípulos, captó lo que constituía la novedad más profunda de aquel taumaturgo, profeta del Reino y amigo de los pobres: su identidad mesiánica, su condición de Hijo de Dios. A pesar de que en los evangelios leemos la profesión de fe del apóstol Pedro en Jesús como Mesías de Dios y oímos la voz del Padre en la transfiguración declarándolo su Hijo amado, habrá que esperar la plena luz pascual que brotó de la resurrección de Cristo, para que sus discípulos superen los malentendidos sobre Jesús como mesías político y triunfalista. Te alabamos, Dios de los profetas y los mártires, de los pobres, los perseguidos y aplastados, cuyo único delito es amar el bien y la justicia. Así fue Juan Bautista, testigo fiel de tu verdad Su testimonio se unió al de Jesús, tu Hijo; y al de Cristo se ha unido y se une el de tantos profetas y mártires, audaces testigos de tu Reino y de los derechos del hombre, a quien tú amas. Danos, Señor, valentía para vivir nuestra fe, para seguir y confesar a Cristo con nuestra vida, nuestra palabra y nuestro amor a los hermanos. Amén. 468

Lunes: Decimoctava Semana Mt 14,13-21: Multiplicación de los panes. (En el Año "A": Mt 14,22-36: Jesús camina sobre el agua.)

COMPARTIR LO QUE HAY 1. En la perspectiva del Reino. Hoy leemos como evangelio la multiplicación de los panes y los peces según la redacción del evangelista Mateo. El viernes de la segunda semana de pascua se ha leído la versión paralela de Juan (6,lss; ver lo anotado allí para completar lo que aquí se dice). Mateo comienza declarando la motivación que ambientará el milagro: "Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos". Luego sacia a la muchedumbre hambrienta con un espléndido milagro que hemos de ver en conexión inmediata tanto con las sanaciones que Mateo reseña sumariamente como con el anuncio del reino de Dios que Lucas hace constar expresamente en el lugar paralelo de su evangelio (9,11; cf Me 8,lss). El milagro de la multiplicación tiene, en primer lugar, un trasfondo viejotestamentario que viene a acentuar la superioridad de Jesús sobre Moisés y los profetas. Pues en el texto subyacen implícitamente dos referencias, una al maná con que Dios alimentó a su pueblo trashumante por el desierto bajo la guía de Moisés, y otra a la multiplicación de los panes de cebada por Eliseo en Guilgal (2Re 4,42ss). Hambre de siglos, es decir, una larga espera de liberación mesiánica se represa en el famélico gentío de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, que Jesús alimenta hasta la saciedad con solamente cinco panes y dos peces, Y además de ostentar esta condición de signo de los tiempos mesiánicos, que se han cumplido en la persona y misión de Cristo, el milagro de la multiplicación apunta al sacramento de la eucaristía como alimento del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia peregrina, y preanuncia escatológicamente el banquete definitivo del Reino. 2. El hambre de los pobres. Ante la necesidad de la gente, el mandato del Señor a sus discípulos fue: En vez de despedirlos, dadles vosotros de comer. ¿Es que podían ellos y podemos hoy nosotros multiplicar el pan para los pobres por arte de magia o de fe? En todo caso, a lo que ciertamente no podemos renunciar es a multiplicar el amor y la fraternidad entre los hombres mediante el compartir lo que hay, como se hizo con los cinco panes y los dos peces. Cuando vemos a Cristo saciando el hambre de los pobres nos vienen a la memoria las estadísticas mundiales de la pobreza. Según éstas, dos de cada tres personas están subalimentadas y la mayor parte de la humanidad es víctima del hambre, la enfermedad, la incultura y la 469

miseria. La gran mesa del mundo y sus riquezas son tan sólo para un 20 por 100, para las naciones ricas, mientras el 80 por 100 restante ha de contentarse con las migajas. Es absurdo que los pobres sean mayoría aplastante en el mundo cuando los recursos del planeta Tierra son suficientes y pertenecen a todos los que lo habitan. Por otra parte, aunque el concepto de pobreza tiene una connotación primaria y básica a los bienes materiales, no olvidemos que lo económico no agota todo el amplio campo de la pobreza. La necesidad, tanto en el tercer como en el primer mundo, y quizá muy cerca de nosotros, no se limita a la carencia de cosas, pues hay muchas clases de hambre y privación: hambre de pan y justicia, de trabajo y vivienda, de dignidad personal y cultura, de estima y afecto, de paz y libertad, de espíritu y religión. Hambre total, hambre de absoluto, hambre de Dios en definitiva. Igualmente la pobreza congrega hoy en su parcela a muchos "nuevos pobres" de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros. 3. El pan del amor que da vida. Porque Jesús sabía todo esto y era consciente de que no sólo de pan vive el hombre, apuró hasta el límite su opción radical por los pobres de la tierra, entregándose él personalmente. Sólo él es el pan de vida que sacia definitivamente el hambre del ser humano. Pues bien, su ejemplo nos está urgiendo en la misma línea. Ante el hambre y la pobreza pluriformes de nuestro entorno, nuestra solidaridad compasiva ha de impulsarnos, como a Jesús, a una acción eficaz en las múltiples formas de compromiso que despierta el amor creativo. En cada misa celebramos "la multiplicación de los panes". Celebrar la eucaristía nos urge a compartir más y mejor la palabra, la fe, el amor, el pan y la riqueza del mundo. Pero multiplicar hoy el pan para los pobres presupone el milagro de amar. Te bendecimos, Padre, porque nos invites a sentarnos a la mesa en que tu Hijo, Cristoksús, multiplica el pan para los hambrientos del mundo. Danos, Señor, hambre del pan de vida que eres tú, y sacíala abundantemente con tu cuerpo inmolado, que convierta en espléndida primavera nuestro desierto. El cáncer del egoísmo invade nuestras vidas mezquinas, marchitándolo todo con su atroz voracidad. Haz que seamos generosos en servir a los más pobres y estemos dispuestos a compartir todo lo qw tenemos con nuestros hermanos más necesitados, cerno hiciste tú. 470

Martes: Decimoctava Semana Mt 14,22-36: Jesús camina sobre el agua, y Pedro con él. (O bien:Mt 15,1-2.10-14: Son ciegos, guías de ciegos.)

SOY YO, NO TEMÁIS 1. Tres niveles de lectura. El episodio evangélico de hoy, Jesús caminando sobre las olas encrespadas, disipando los temores y suscitando la fe de sus discípulos, sigue inmediatamente a la multiplicación de los panes, que veíamos ayer. También es relatado por Marcos (6,45ss) y Juan (6,16ss); pero es Mateo quien presenta una mayor elaboración narrativa y una intención teológica más marcada. Para entender la escena en todo su alcance conviene realizar estos tres niveles de lectura: 1.° El hecho en sí, con su valor fáctico extraordinario. 2.° La teofanía o manifestación divina, subyacente en el mismo; y 3.° El significado eclesial que contiene. La línea narrativa del hecho es sencilla: Después de la multiplicación de los panes Jesús apremió a sus discípulos a que se embarcaran hacia la otra orilla del lago de Tiberíades, mientras él se retiraba al monte para orar. Bien entrada la noche, la barca iba ya lejos de tierra, agitada por vientos de tempestad. De pronto se les presenta Jesús caminando sobre las olas, lo que suscita el miedo de los discípulos, pensando que era un fantasma. Pero Jesús les dice: ¡Animo, soy yo, no temáis! Entonces el apóstol Pedro le replica: Si eres tú, Señor, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Así lo hizo, pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo y comenzó a hundirse, mientras gritaba: Señor, sálvame. Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuanto subieron a la barca amainó el viento; y los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: Realmente eres Hijo de Dios. La escena evangélica gana hondura si se la ve en la línea de las teofanías o manifestaciones bíblicas de Dios al revelarse al hombre. Es el segundo nivel de lectura. Si en la multiplicación de los panes Cristo apareció ante el pueblo como el mesías esperado, hoy, caminando sobre el mar y dominando el viento, se manifiesta a sus discípulos como Dios, según lo reconocen ellos en la versión de Mateo. La Biblia ve la soberanía de Dios en su dominio sobre los elementos, tal como lo demuestra hoy Jesús, que, además, pronuncia la fórmula viejotestamentaria de revelación de Yavé Dios: Soy yo, no temáis. 2. Ante el miedo y la crisis de fe. La barquilla de los discípulos, zarandeada primero por el mar de fondo y llevada a puerto franco después gracias a Jesús, es un símbolo clásico de la Iglesia. Entramos 471

en el tercer nivel de lectura del hecho. Al redactarse este evangelio, la Iglesia de los primeros tiempos tenía ya experiencia de las dificultades en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Experiencia suficiente, aunque corta si la comparamos con la que hoy tenemos después de una travesía de veinte siglos sin que las tormentas internas y externas hayan hecho zozobrar la nave de la Iglesia. Se cumple la promesa de Jesús: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. El episodio evangélico de hoy tiene validez en todo tiempo, tanto en la trayectoria comunitaria como personal de los creyentes, por cuanto es una lección de fe ante las crisis, las dudas y los fantasmas del miedo. Cuando se oscurecen los signos de Dios en nuestro entorno porque fallan el amor y la amistad en el mundo de los hombres, la fidelidad en el matrimonio, el respeto a la vida, la justicia y los derechos humanos en la sociedad; cuando el bien y la verdad parecen batirse en retirada ante el empuje del mal y de la mentira; cuando nos golpean con rudeza la enfermedad, los accidentes y la desgracia, entonces inevitablemente se nos hace más difícil seguir creyendo en Dios y en los hombres. Es natural. Surgen las crisis de fe, la duda sobre Dios y la desesperanza ante la casi imposible fraternidad humana; nos ronda el miedo, aparece el desánimo, nos puede la desconfianza en el futuro. Todo ello es señal inequívoca de una fe débil, que queda a la intemperie y sin raíces, tanto en los jóvenes como en los mayores. Entonces necesitamos hablar con Dios en el silencio de la oración para superar la tentación de abandonar, como ora Jesús en la noche de la tormenta y como grita el apóstol Pedro ante el peligro de hundirse. En medio de la noche confiemos en Dios a fondo perdido, prescindiendo de nuestras "razonables" seguridades. Sin querer arriesgar nada, atenazados por el fantasma del miedo, no se puede creer en cristiano. Señor, múltiples temores y dudas nos invaden: miedo de nosotros mismos, miedo de la gente, miedo de la vida, miedo de nuestro destino, miedo a decidirnos, miedo a equivocarnos, miedo a todo. Entonces tú nos dices: ¡Animo, soy yo, no temáis! No permitas que cuando sentimos en la noche la fuerza del viento y el empuje de las olas, nos portemos como hombres y mujeres de poca fe. Danos tu mano, Señor, para seguir la aventura de la fe y para avanzar más allá de las seguridades "razonables" sin más punto de apoyo que una absoluta confianza en ti

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Miércoles: Decimoctava Semana Mt 15,21-28: Curación de la hija de la cananea.

MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE 1. El poder de la fe. En el relato evangélico de hoy Mateo sigue a Marcos, pero con algunas diferencias, de las cuales dos son más importantes. Mateo parece situar en territorio judío la escena que Marcos describe en tierra de paganos, y dice que la mujer sin nombre es cananea, denominación arcaica y menos precisa que la de Marcos, que la señala como sirofenicia (7,24ss). Pero más importancia tiene la confesión de fe mesiánica que, según Mateo, pronuncia la mujer en su petición: "Ten compasión de mí, Señor, hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo". Jesús no le responde. Cuando los discípulos le dicen: "Atiéndela, que viene detrás gritando", su respuesta es tajante: "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". La limitación de la misión de Jesús a los judíos es evidente en los evangelios, pero rara vez es tan explícita como aquí. Punto importante que tampoco consigna Marcos, que escribe para cristianos provenientes del paganismo. En su texto el Señor dice menos exclusivamente: "Deja que primero coman los hijos" (los judíos). Ese "primero" apunta a un orden preferencial histórico no excluyente. A continuación se reanuda el diálogo entre Jesús y la cananea, que le suplica de rodillas: Señor, socórreme. Y él le contesta: No está bien echar a los perros (los paganos) el pan de los hijos (los judíos). Aunque Jesús repite probablemente un proverbio de su tiempo, la frase suena despectiva y poco amable. De hecho, no es más que un recurso narrativo para resaltar la ingeniosa réplica de la mujer y su fe a toda prueba: "Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". Esta respuesta obligó a Jesús a hacer la excepción a la regla en favor de la cananea, como en la súplica de su'madre, María, en las bodas de Cana; pero no sin antes dirigirle un espléndido elogio: "Mujer, qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija". En el duelo verbal la mujer ganó la partida a Cristo con su humilde pero aguda respuesta, fruto de una fe inmensa. 2. El mensaje bíblico y teológico de la escena evangélica de hoy es la fe como condición para acceder al favor de Dios. Porque la cuestión de fondo que aquí se plantea es el universalismo de la salvación. La pertenencia a Cristo y al nuevo pueblo de Dios, viene a decir el pasaje 473

de hoy, no se basa en la sangre ni en la raza, la nación o la cultura, el sexo o la situación social, como afirmó también san Pablo en sus cartas, sino que la única condición requerida y que no resulta discriminante para nadie es la fe en Cristo resucitado, Hijo de Dios y salvador del hombre. Aunque Jesús declare a sus discípulos que no ha sido enviado más que a los judíos y se lo recuerde después a la mujer que le suplica, no obstante, por el desenlace se ve claro que Cristo nunca rechazó la fe dondequiera que la encontraba; lo mismo en este caso que en otro de sanación también a distancia: el del centurión romano de Cafarnaún. Cuando éste le pedía una sola palabra para curar a su criado moribundo, Jesús encareció también su fe diciendo a los que le acompañaban: "Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe" (Mt8,10). En el relato evangélico de hoy están presentes sin duda los problemas suscitados en la Iglesia primitiva por la admisión de los gentiles a la misma. Mateo escribe su evangelio pensando en los cristianos provenientes del judaismo, y hoy da una explicación de la entrada de los paganos en la comunidad cristiana. Esa apertura misionera era consecuencia de la actitud que hoy demuestra Jesús y de su mandato misionero en pascua. Los gentiles, todas las naciones, heredan también las promesas mesiánicas de salvación, viniendo a ocupar los puestos que por su ciega obstinación dejaron vacíos los primeros invitados, los judíos, como se apunta en la parábola del banquete de bodas (Mt22,lss). La mujer cananea supo unir fe y oración; así consiguió lo que pedía para su hija. Toda oración debe ser fruto de una fe adulta y de un amor altruista, pues la oración cristiana tiene un campo más amplio que la mera petición interesada. La oración es diálogo de fe con Dios y disponibilidad ante él, es apertura a la fraternidad humana y a los problemas de los que sufren por cualquier motivo, es alabanza y bendición del Dios uno y trino, y es también, cómo no, súplica de quien se reconoce indigente ante el Señor y necesitado de su amor y su gracia, de la fuerza de su Espíritu y de otros muchos dones y favores de lo alto.

Es justo alabarte. Dios de todos los pueblos, porque tu amor no tiene fronteras de raza, color, lengua, cultura, sexo, clase y nacionalidad. Cristo abrió las puertas de tu Reino a unos y otros, y en su mesa parte para todos el pan de tus hijos. Nosotros, tu pueblo, debemos hacer lo mismo porque tu Iglesia es sacramento universal de salvación. 474

Manten, Señor, a nuestra comunidad en esta tarea de repartir tu pan a todos los pobres del mundo. Y enséñanos hoy a unir fe y oración, oración y vida, para que podamos bendecir tu nombre por siempre. Amén.

Jueves: Decimoctava Semana Mt 16,13-23: Confesión y primado de Pedro.

PRIMADO Y COMUNIÓN ECLESIAL 1. El primado, ¿piedra de tropiezo? El pasaje de la profesión de fe y del primado de Pedro, juntamente con los anuncios del mesías doliente, las condiciones del seguimiento de Cristo y su transfiguración constituyen el prólogo al discurso eclesial (Mt 18). En el evangelio de hoy, partiendo de las preguntas de Jesús a sus discípulos, distinguimos estas cuatro secciones: 1.a Identificación de Jesús por la gepte. 2.a Profesión de fe de Pedro. 3.a Primado eclesial del apóstol. 4.a Reacción de éste ante el anuncio por Jesús del mesías doliente. La confesión de Pedro en el texto de Mateo no se limita a la mesianidad de Jesús, como en Marcos y Lucas, sino que llega hasta su divinidad: "Tú eres el mesías, el Hijo de Dios". Afirmación cristológica que supone la revelación del Padre, como le dice Jesús. Aquí se adelanta ya la fe pascual de los apóstoles y comunidad cristiana después de la resurrección del Señor. La cuarta parte, la reacción negativa de Pedro, demuestra que su fe mesiánica y cristológica —así como la de sus compañeros— era menos lúcida de lo que sugerían sus palabras. La tercera sección, el primado eclesial de Pedro, es exclusiva de Mateo. Siendo importante, no se menciona en el pasaje paralelo de los otros dos sinópticos (Me 8,27ss y Le 9,18ss). Si en estos dos evangelistas el protagonismo absoluto de la escena es de Cristo, quedando Pedro muy en segundo lugar como interlocutor oponente, en Mateo, en cambio, se da mucho relieve a la persona de Pedro. No podemos ignorar que el texto del primado ha sido polémico en la historia eclesial y en el campo de la exégesis bíblica y de la teología. Polémica que alcanza su climax en estas palabras de Jesús: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". El texto tiene enorme importancia para la fundamentación bíblica y teológica de la cátedra de Pedro, su primado eclesial y su relación con el colegio apostólico de los obispos, así como con las Iglesias de los hermanos separados. La tradición católica aceptó siempre el texto como auténtico, pero 475

los biblistas protestantes de finales del siglo XIX y principios del XX lo consideraron como añadido en el siglo n por la comunidad de Roma en pro del papado. Hoy es opinión común entre los especialistas que el pasaje es auténtico, es decir, palabra de Jesús; si bien la mayoría piensa que su momento fue en las apariciones pascuales (cf Jn 21,15ss: viernes, 7.a semana de pascua). 2. La comunión eclesial. La piedra angular y el cimiento de la Iglesia es Cristo mismo, como dice san Pablo repetidas veces; por eso no la derrotará el poder del infierno, o "puertas del Hades" según el original griego, como personificación aquí de la muerte y del mal. No obstante, por disposición de Jesús, el cimiento visible de la permanencia y comunión eclesiales es la cátedra de Pedro, su vicario, en colegialidad con los obispos, sucesores de los apóstoles (LG 22). La "comunión" es un concepto básico en la actual visión teológica de la Iglesia. Pero es también uno de los aspectos que la historia de las herejías y cismas ha evidenciado como más vulnerable, por varias razones: intransigencia de unos y de otros cuando surgen situaciones conflictivas; actitud autónoma respecto de la Iglesia institucional por parte de algunos fieles que, no obstante, se dicen creyentes, si bien más o menos practicantes, y, finalmente, por una actitud de crítica destructiva, reduccionista e insolidaria ante los inevitables fallos humanos de los miembros que componemos el pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo. Son los nuevos "cristianos sin Iglesia", cuya ruptura de la comunión eclesial y cuyo grado de distanciamiento, tanto a nivel ideológico como práctico, tanto en el sector popular del hombre de la calle como en minorías más críticas y promocionadas cultural y religiosamente, varían según casos, formación y situaciones. La crítica es un derecho legítimo de personas adultas; pero no es constructiva más que cuando es solidaria y, en este caso, autocrítica, pues todos somos miembros del mismo cuerpo. En la praxis de la comunión eclesial la clave la dio hace mucho san Agustín: "Unidad en lo necesario, pluralismo en lo opcional y amor siempre y en todo". El diálogo, el respeto y la caridad fraterna son la esencia de la comunión eclesial, del pueblo de Dios, animado por los pastores que Cristo le da. Te bendecimos, Padre, porque Cristo, tu Hijo, piedra angular y cimiento de la Iglesia, tu pueblo, vive hoy como ayer en nosotros por el Espíritu. Haznos una comunidad santificada por tu amor; y no permitas que dejemos estéril tu elección, frustrando tus esperanzas en esta hora del mundo. Creemos en la Iglesia, que es comunión de hermanos presidida por los pastores que Cristo le dio. 476

Haz, Señor, que tu pueblo se mantenga unido para que, perseverando en la fracción del pan, tengamos un solo corazón y una sola alma. Amén.

Viernes: Decimoctava Semana Mt 16,24-28: Programa de Cristo para sus seguidores.

LA CONDICIÓN DEL DISCÍPULO 1. ¿Un dilema excluyente? El programa que expone Cristo en el evangelio de hoy va dirigido a sus discípulos de todos los tiempos para iniciarlos en el talante que supone el precedente anuncio del mesías doliente. Como en Marcos (8,34), a quien sigue Mateo, Jesús proclama: "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Una vez expuestas estas tres condiciones del discipulado: abnegación, aceptación de la cruz y seguimiento, da tres razones en conexión con esa sentencia global que da unidad a esta agrupación de dichos de Jesús: 1.a Perder la vida por él es ganarla. 2.a La vida vale más que el mundo entero. 3.a En el juicio de Dios, su Padre, Cristo "pagará a cada uno según su conducta". De todo el conjunto del texto se desprende que Jesús pide a su discípulo una adhesión incondicional, hasta el punto de renunciar a toda seguridad personal e incluso a la vida, precisamente para ganarla. Hay aquí un juego de ideas con el término "vida", que en un caso significa vida corporal y en otro eterna El que arriesgue y hasta pierda su vida por Cristo, la encontrará colmadamente, porque se incorpora a su muerte y resurrección, accediendo así a la vida inmortal de Jesús. Estos lemas suenan extraños al hombre de hoy, hijo de un mundo que preconiza el disfrute de la vida al máximo, sin limitaciones a la libertad ni cortapisas al capricho. Pero Jesús no dice que hay que renunciar a vivir esta vida para alcanzar la otra, ni despreciar los valores humanos y materiales para poseer los bienes espirituales. No plantea una disyuntiva entre esta vida o la otra, como términos opuestos de un dilema excluyente, sino que propone subordinar y orientar esta vida a la superior. Porque lo contrario conduce al vacío y fracaso que previene Jesús. Cerrarnos en nosotros mismos y en un proyecto de vida que no se ajusta al plan de Dios y a su jerarquía de valores es colocarnos al margen del evangelio, es decir, del amor a Dios y al prójimo. Gratificar 477

nuestro egoísmo, ambición, intereses e insolidaridad es lo que arruina la vida presente y la futura. 2. Por la cruz a la vida con Cristo. Hay una ascesis autopunitiva que no patrocina Jesús, y una ascesis liberadora que es la que él propone. El dolor por el dolor no tiene sentido; es un mal y, como tal, Dios no lo quiere porque no es cruel. Lo mismo que Dios no se complació en el sufrimiento de su Hijo, sino en su amor y obediencia por la salvación del hombre, tampoco se regodea en nuestro penar. Porque Dios no ama el dolor y la muerte, sino la vida de sus hijos y de todos los seres. Jesús nunca sugirió ni mandó algo que él mismo no cumpliera primero. Él nos precedió con su ejemplo, practicando lo que pide al cristiano de siempre; por eso es modelo a seguir. Cristo fue el primero en hacer la opción radical por el reino de Dios, plasmada en su desprendimiento y pobreza total, en su amor a todos, especialmente al más pobre, y en su talante de perdón y reconciliación. El se nos adelantó en la entrega de la vida para ganarla. Si Jesús nos pide autenticidad sin claudicaciones ante la incomprensión, la soledad, la animadversión, la persecución y la muerte, él fue delante con su sí fiel e incondicional a Dios, su Padre, al bien, a la justicia y a la fraternidad humana. De ahí el atractivo irresistible de su persona que fundamenta el seguimiento cristiano. Cristo es el modelo a seguir para todo discípulo, hombre o mujer, y en toda edad de la vida. Ningún maestro de espíritu ni fundador de religión planteó con tal radicalidad su propio seguimiento mediante la autonegación como condición de vida. Por eso la cruz salvadora es elemento exclusivo del cristianismo, del estilo y doctrina de Jesús. Si él promete la vida a quien la entregue por su causa, es porque efectivamente puede hacerlo con la garantía de su vida nueva y gloriosa, a la que tuvo acceso por su pasión y muerte en la cruz. La pasión de Cristo y su seguimiento son siempre de plena actualidad en el dolor de la humanidad sufriente y en los seres excomulgados de la vida y víctimas del odio, la explotación y la violencia, la enfermedad y la muerte. Participando de los sentimientos de solidaridad, servicio, disponibilidad y entrega absoluta de Cristo, seremos también partícipes de su glorificación. Caminando a su lado, nuestra suerte final será la condición gloriosa de Jesús; pero este segundo paso supone dar el primero. Gracias, Señor Jesús, porque nos llamaste a tu seguimiento mediante una ascesis liberadora. Tú nos precedes con tu ejemplo y nos muestras la vida que brota de la abnegación y de la cruz Tú nos quieres libres para amar sin medida. 478

Concédenos seguirte incondicionalmente, sin claudicar ante la dificultad y la incomprensión. Ayúdanos a hacer nuestros tus criterios y actitudes para no arruinar la vida presente y la futura, para alcanzar el fruto de tu cruz salvadora, para participar siempre de tu condición gloriosa. Amén.

Sábado: Decimoctava Semana Mt 17,14-19: Si tuvierais fe, nada os sería imposible.

EL PODER DE LA FE 1. No cantidad, sino calidad. El episodio evangélico de hoy refiere la curación por Jesús de un niño epiléptico. Es la misma escena de exorcismo que relata Marcos con gran realismo y viveza (9,13ss), en contraste con la sobriedad de Mateo. Pero en ambos evangelistas el eje central de la sanación es la fe suplicante. Un hombre ruega a Jesús por su hijo epiléptico: "Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo. Jesús contestó: ¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" Estas expresiones de Cristo son un desahogo de su corazón. Él piensa en la gente que sigue ávida de prodigios sin aprender la lección, a pesar de verlos con frecuencia; piensa en sus discípulos, que han fracasado en el intento de curación precisamente por falta de fe; piensa en los guías del pueblo judío, que lo rechazan como enviado de Dios, y piensa también, cómo no, en nosotros sus discípulos de todos los tiempos, creyentes de ocasión a veces e incrédulos las más. Jesús parece estar cansado de esta situación monótona y sin fin. Pero, a pesar de todo, vuelve a empezar: "Traédmelo". Él curará al muchacho enfermo. La suya es la tozudez de un amor mayor que la miseria humana; y al final de la larga paciencia de Jesús brotarán la resurrección y la vida. Mateo no menciona expresamente la débil e incipiente fe del padre del niño, como hace Marcos: "Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos... Tengo fe, pero dudo; ayúdame". En cambio, Mateo acentúa el poder de la fe más vigorosamente que Marcos en la respuesta de Jesús a sus discípulos: ¿Por qué no pudimos nosotros echar al demonio?: "Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí y 479

vendría. Nada os sería imposible". La hipérbole intencionada deja en claro el poder de la fe. Pero Jesús parece contradecirse. Echa en cara a los suyos su poca fe como causa de su fracaso, y dice a continuación que basta una fe tan pequeña como un grano de mostaza para realizar maravillas. Es que ese "poco" no es cantidad, sino calidad; se trata de tener una fe que no dude ni vacile. 2. Todo es posible para el que cree. Cuando la fe existe de verdad, aunque sea en la mínima medida, es eficaz porque participa del poder de Dios, para quien nada es imposible (Le 1,37). Tener la fe capaz de trasladar montañas y expulsar demonios es creer en la fuerza del Espíritu y en el futuro de la misión y del evangelio de Jesús, a pesar de todas las ruinas que el presente amontone ante nuestros ojos. Pero los apóstoles parecían tener miedo a creer en Jesús a fondo perdido. Por ello se resistían a aceptar el anuncio que él acababa de hacerles de su pasión y de las condiciones para seguirlo (ver evangelio de ayer y anteayer). Su problema es también el nuestro. Recelamos del misterio de Dios y nos resulta difícil abandonarnos en sus manos, pues para creer hemos de prescindir de nuestras seguridades tan "razonables" y dejar la tierra firme para avanzar entre las dunas movedizas del desierto de la vida, fiándonos totalmente de Dios. El caminar del hombre al encuentro de Dios, es decir, la fe, sólo puede realizarse venciendo la oscuridad de la duda temerosa; por eso, en el fondo, el miedo a creer es no fiarse de Dios. No acabamos de entender que la fe en Jesús es una invitación a firmar en blanco un cheque al portador que, paradójicamente, constituye una póliza de seguro evangélico a todo riesgo, pues Cristo nos brinda una certeza y confianza superiores a toda seguridad humana, una garantía total que barre las cautelas de nuestro mezquino egoísmo. Pero, como hemos dicho, sin querer arriesgar nada, atenazados por el fantasma del miedo, no se puede creer ni vivir en cristiano. Si no resulta fácil para el creyente de hoy la aceptación de Dios, que viene a nuestro encuentro porque tiene la iniciativa de la salvación, pensemos que tampoco lo fue para los cristianos de cualquier tiempo, empezando por los apóstoles y siguiendo por los mártires, los santos y cuantos nos han precedido con la pancarta de la fe. Dados los tiempos que corren, necesitamos hoy una fe a toda prueba. Pidámosla a Dios, repitiendo frecuentemente la súplica del padre del niño epiléptico a Jesús: ¡Señor, yo creo, pero aumenta mi fe! Gracias, Padre, porgue en el evangelio Jesús nos muestra hoy el poder de la fe suplicante. 480

Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenaza nuestra obsesión de seguridad. Tenemos miedo a creer y a fiarnos de ti Pero no te canses, Señor, de nuestra fe mezquina. Concédenos siquiera un granito de fe auténtica, para dar paso a tus maravillas en nuestra vida. Haz, Señor, que tu amor despierte nuestra fe y concédele la calidad y hondura que tú quieres. ¡Señor, creemos, pero aumenta nuestra fe!

Lunes: Decimonovena Semana Mt 17,21-26: El impuesto del templo

LOS HIJOS ESTÁN EXENTOS 1. El impuesto del templo. El evangelio de hoy consta de dos temas distintos en mutua referencia, como veremos a continuación. El primero es el anuncio (segundo ya) que Cristo hace de su muerte y resurrección; punto que hemos visto en otras ocasiones. El segundo tema es el impuesto del templo, signo de lealtad a la religión judía. El pago anual del impuesto del templo de Jerusalén, para el mantenimiento del culto, era obligación sagrada de todo israelita varón a partir de los veinte años, incluso estando fuera de Palestina (Éx 30,13ss). Su importe era medio siclo, equivalente a dos dracmas (un didracma) en moneda griega, o dos denarios en divisa romana; es decir, el jornal de dos días de trabajo. Se cobraba en marzo, antes de la pascua. Cuando los cobradores del impuesto le preguntan a Pedro en Cafarnaún si su maestro pagaba los dos dracmas, el apóstol no duda en contestar afirmativamente. Y ya en casa, Jesús se adelanta a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo —en el caso, los romanos—, ¿a quién le cobran impuestos y tasas: a sus hijos o a los extraños?"; es decir, ¿a sus subditos o a los extranjeros de los pueblos sometidos? Pedro contestó: A los extraños. "Entonces, los hijos están exentos", concluye Jesús. Es la frase clave del episodio, porque contiene la idea central del pasaje. Partiendo Jesús del didracma del templo ha pasado a hablar de los impuestos en general, es decir, del impuesto imperial de los romanos que atormentaba profundamente la conciencia judía del tiempo de Jesús. Los publícanos eran los recaudadores de este impuesto múltiple, 481

mucho más oneroso que el del templo, recaudado a su vez por los levitas. La ley romana eximía del impuesto imperial a los que gozaban del derecho de ciudadanía romana y se lo cobraba a los aliados, a las provincias sometidas y a los reinos satélites en los que, con este fin, se hacía el censo de la población. 2. "Los hijos están exentos". Jesús es el Hijo del Padre y mayor que el templo mismo; no estaba, por tanto, obligado a un tributo cuyo destino era el culto de Dios. Libertad que hace extensiva a sus discípulos, sus hermanos, que son hijos del mismo Padre. Sin embargo, "para no dar mal ejemplo", renuncia a su derecho y se somete al impuesto del templo. Pero la forma, humorística digamos, de pagarlo origina el milagro más curioso de todo el evangelio, cuando dice a Pedro: "Ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata —un estáter, según el texto griego, equivalente a cuatro dracmas—. Cógela y págales por mí y por ti". Todo el episodio parece reflejar la actitud de los judeo-cristianos de la primitiva Iglesia respecto de la contribución religiosa. Como judíos que eran conservaban una gran devoción por el templo de Jerusalén. Pero a medida que el cristianismo naciente se distanciaba de la sinagoga oficial, aumentaba el número de los partidarios de la emancipación cultual. Idea que no era, por tanto, exclusiva de las comunidades helenistas de san Pablo. Si los judeo-cristianos de la comunidad de Mateo —el único evangelista que relata este incidente— continuaron algún tiempo pagando el impuesto del templo era, como Jesús, "para no escandalizar", no por sentirse obligados. El problema se hizo extensivo a las relaciones con el poder políticosocial del Estado, mediante el impuesto civil que sólo los extranjeros pagaban. Los cristianos se consideraban ciudadanos libres e hijos de Dios, hermanos de Jesús, que los rescató. No obstante, para no crear problemas, harán buen uso de su libertad "pagando al César lo que es del César y a Dios lo que le pertenece" (Me 12,17). 3. El tributo de los hijos. El anuncio por Jesús de su muerte y resurrección, en conexión con el impuesto del templo, avisa de que Jerusalén deja de ser el centro de la nueva religión. Cristo será el templo de la nueva alianza, como él dijo cuando purificó el templo (Jn 2,19). La nueva comunidad que surge de la pascua, es decir, de la muerte y resurrección de Jesús, será taiftbién el templo espiritual del Señor. Por eso su culto a Dios no limita ya con el espacio del santuario, sino con la vida entera. ' La verdad fundamental que nos une a los creyentes es que Jesús es nuestro hermano y su Padre nuestro padre. Ahora bien, el tributo que un padre pide de sus hijos es el amor. Eso es lo que ha de manifestar 482

también nuestra ofrenda para el culto; de lo contrario sería una aportación monetaria vacía de contenido religioso. Te bendecimos, Padre, por Jesucristo, que nos rescató de la muerte y nos hizo hijos tuyos, libres en el Espíritu para amarte y amar a los demás; porque amor es el impuesto que tú pones a tus hijos. Somos, Señor, el pueblo que nació de la pascua, de la muerte y resurrección gloriosa de Jesús. Como de Cristo, haz de nosotros tu templo santo y de nuestra vida el culto espiritual que te agrada. Cristo nos ha redimido para vivir en libertad; manténnos firmes, Señor, para que no nos sometamos de nuevo al duro yugo de la esclavitud del pecado.

Martes: Decimonovena Semana Mt 18,1-5.10.12-14: ¿Quién es el mayor?

EL MÁS IMPORTANTE 1. El más pequeño es el mayor. Con el evangelio de hoy comienza el discurso eclesial según Mateo (c. 18). Es el cuarto de los cinco grandes discursos que estructuran su evangelio; han precedido el del monte, el misionero y el parabólico, según hemos ido viendo en la lectura continua de Mateo a partir de la décima semana. El discurso que hoy comenzamos señala actitudes y normas de conducta para las relaciones entre los miembros de la comunidad cristiana. Todo ello en la perspectiva del seguimiento de Cristo, el mesías paciente. En la redacción de Mateo, que reunió materiales de la tradición oral y escrita, el discurso forma una unidad literaria, si bien con temas diversos como veremos hoy, mañana y pasado. El texto evangélico de hoy contiene dos partes: 1) Respuesta d e Jesús a una pregunta de sus discípulos. 2) Parábola de la oveja extraviada. A simple vista parecen sin conexión, pero de hecho la tienen según veremos al final. Los discípulos comienzan preguntando a Jesús: "¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?", es decir, en la comunidad de Dios. La cuestión planteada aparece frecuentemente en los evangelios y re483

fleja una discusión también habitual en las escuelas rabínicas de la época. La respuesta de Jesús es desconcertante por lo inesperada. Llamó a un niño, lo puso en medio del grupo y dijo: "Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos". Los apóstoles debieron quedar desilusionados. Pero, según Jesús, el hacerse niño no es sólo condición para alcanzar la mayor grandeza en la comunidad del Reino, sino incluso es requisito indispensable para ser admitido en ella. Mas ¿qué significa ser como un niño y hacerse pequeño? ¿Patrocinará Jesús el infantilismo psicológico? Nada de eso. El niño es un ser débil y humilde que no posee nada ni tiene nada que decir en la comunidad de los adultos. El niño, como el pobre, sólo puede recibir con alegría lo que se le ofrece, porque depende totalmente de los demás. Esa es la situación del hombre ante Dios y, consecuentemente, la actitud que Jesús quiere de sus discípulos: receptividad, sencillez y humildad. Por eso, "quien no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Me 10,15). 2. Necesitamos una conversión a la receptividad y al servicio. Es lo que Cristo propone a sus discípulos de todos los tiempos. Habremos de dar un giro de 180 grados en nuestra manera de entender la grandeza espiritual. Este cambio no se refiere sólo a la conducta, sino también a la orientación fundamental de la vida. Tal conversión evangélica no consiste en volver a ser el niño que se fue, algo imposible, además de absurdo, "sino en optar por la humildad y el servicio que Jesús preconiza... Es precisamente esta conversión la que nos convertirá en niños" (P. Bonnard). El espíritu evangélico de infancia espiritual es una actitud interior de dependencia y confianza en Dios; pero para que sea completa hay que añadir gestos concretos de servicio a los más humildes, como hizo Jesús, el pobre de Dios, el más pequeño, el último y el servidor de todos. Por eso añade: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí". Y en Lucas dice: "El que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante" (9,48). Según explicó Jesús en la parábola del juicio final, que viene a completar el tema que nos ocupa, el niño y el pequeño significan la gente humilde y necesitada, indefensa y despreciada, los sedientos y los hambrientos, los prisioneros y los marginados: "Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis", pues con ellos se identifica Cristo (Mt 25,40). "Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños", dice Jesús al final de la parábola de la oveja extraviada. Tal parábola viene a explicar la orden que él acaba de dar a los suyos: "¡Cuidado con despre484

ciar a uno de estos pequeños!" En el contexto de hoy la parábola significa la solicitud de Cristo, el buen pastor, y de la comunidad cristiana con él, respecto de esos "pequeños" que son tanto los pecadores y alejados de Dios y de su redil, la Iglesia, como los miembros más débiles, humildes e ignorantes de la comunidad mesiánica. Gracias, Padre, por la lección que nos dio Jesús, enseñándonos quién es el más importante a tus ojos: el que se hace pequeño y sencillo como un niño, como Cristo mismo, el servidor de todos, y sabe acoger el Reino como don, entrando así en él Opera, Señor, en nosotros una total conversión a la humilde receptividad de quien espera todo de tus manos con la ilusión y gratitud de un niño. Haz que, siguiendo el ejemplo de Jesús, sirvamos en su nombre a los hermanos con alegre sonrisa, compartiendo los gozos y esperanzas de todos. Amén.

Miércoles: Decimonovena Semana Mt 18,15-20: La corrección fraterna.

UNA MEDIACIÓN DE LA CARIDAD 1. La corrección fraterna. El evangelio de hoy contiene dos secciones en relación mutua. La primera contempla la recuperación comunitaria del pecador mediante la corrección fraterna. Punto que conecta con la conclusión de la parábola de la oveja perdida (evangelio de ayer): Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños. La segunda parte acentúa la presencia de Cristo en la comunidad de conversión y de oración que es la Iglesia. Por desgracia, el pecado es una realidad siempre presente en la comunidad cristiana. Pues no es la Iglesia una asamblea angelical de seres impecables, sino de hombres y mujeres que, en medio de limitaciones y flaquezas humanas, caminan juntos como hermanos hacia Dios. Por eso es necesaria la corrección fraterna como medio de conversión. A esta finalidad se orientan las tres etapas que señala el texto. "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a 485

otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano". Esta última expresión en labios de Jesús repite una fórmula estereotipada para referirse a la exclusión de la comunidad, pues no se avendría con la actitud acogedora de Cristo respecto de los pecadores y publícanos. La comunidad eclesial, por medio de sus pastores, tiene la facultad de reconciliar al pecador bien dispuesto o, en última instancia, de excluirlo del grupo cuando por obstinación del culpable falla la pedagogía del amor dialogante y misericordioso. Este proceso con final dispar es el poder de "atar y desatar", de absolver y condenar, que tiene la misma comunidad por medio de sus pastores. La segunda parte del evangelio se refiere a la asamblea de fe reunida en nombre de Cristo. Un dicho rabínico afirmaba la presencia gloriosa de Dios en medio de los que se reunían para meditar su ley. Jesús afirma también su presencia en medio de dos que oran y del grupo que se congrega en su nombre. Pero el centro de interés no será ya la ley mosaica, sino su propia persona: "en mi nombre". 2. Presencia de Cristo en la comunidad. Un principio básico de la celebración cultual cristiana, en que se realiza la obra de la redención humana efectuada por Cristo, es que "él está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica" (SC 7). Presencia que han de transparentar nuestras asambleas y comunidades, tanto a nivel de Iglesia universal como local o diocesana, de parroquia como de comunidad de base, de congregación religiosa como de grupo apostólico de oración, estudio, acción, acompañamiento, amistad y convivencia. La fuerte conciencia comunitaria que subyace en el texto evangélico de hoy, dentro del discurso eclesial de Jesús, puede resumirse en estos puntos: a) Presencia de Cristo: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". La comunidad de fe y de oración está en comunión con Jesús a través de la relación fraterna. b) La comunidad es hermandad que se expresa en el interés por la corrección y mejora de los hermanos, por la conversión continua de todos sus miembros, por la unión en la fe, en la oración, en el amor y en la fracción del pan, como destacan los sumarios de los Hechos. La corrección fraterna, en especial, manifiesta la sensibilidad ante la hipoteca eclesial y socio-comunitaria que supone el pecado de un cristiano. Por eso, un punto importante en toda celebración comunitaria de la reconciliación es resaltar la solidaridad en la culpa, en la conversión y en el perdón. c) El aval de lo alto a las decisiones comunitarias confirma la 486

vinculación de la Iglesia de Cristo con el Padre, porque la comunidad actúa unida a Jesús, presente siempre en ella por su Espíritu. La corrección fraterna es una de las mediaciones de la caridad, pues si su objetivo es la recuperación del hermano, su raíz es el amor fraterno, que es el alma de la convivencia eclesial. No hurtemos la corrección del hermano por comodidad. Aunque sería peor todavía si, además de abstenernos, murmuramos a sus espaldas o le echamos en cara su defecto con tono ofensivo. Todo esto sería prueba evidente de que no lo amamos; porque, en definitiva, la corrección fraterna es fácil cuando existe el amor y muy difícil, por no decir imposible, cuando el amor está ausente. Señor Dios nuestro, hoy nos reconocemos pecadores ante ti, individual y comunitariamente. Es verdad que no somos mejores que los demás; pero, con tu gracia, queremos enmendarnos y mejorar, caminando juntos como hermanos hacia la conversión. Haz que nos ayudemos mutuamente en este empeño mediante la corrección fraterna que brota del amor. Danos comprensión, paciencia y talante dialogal ante los inevitables jallos humanos, propios y ajenos; porque donde dos o tres nos reunimos en nombre de Cristo, allí está él en medio de nosotros creando comunidad.

Jueves: Decimonovena Semana Mt 18,21-19,1: Perdonar siempre.

PERDÓN ILIMITADO 1. Hasta setenta veces siete. El pasaje evangélico de hoy cierra el discurso eclesial de Jesús (Mt 18), en el que el Señor expone las actitudes propias del discípulo que vive en comunidad, como venimos viendo estos últimos días: humildad y atención al hermano más débil (anteayer), corrección fraterna (ayer) y perdón de las ofensas (hoy). El tema es introducido por la pregunta del apóstol Pedro: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?" Sin duda se refleja aquí la casuística de las escuelas rabínicas, que señalaban límites al perdón según el ofensor fuera la esposa, el hijo o uno cualquiera. Con su respuesta, al igual que en eldiscurso del monte, 487

Jesús rompe los viejos moldes: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". Es decir, siempre, sin límite ni medida. Para mostrar gráficamente esta afirmación, expone a continuación el Señor la parábola del deudor despiadado, a quien el rey perdona por completo una deuda astronómica, aunque él sólo pide un aplazamiento de la misma. Lo sorprendente viene después, cuando el empleado absuelto no es capaz de perdonar una minucia a un compañero suyo; por lo cual el rey le retira el perdón y lo condena al castigo. La conclusión de la parábola contiene su enseñanza básica: "Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Oímos aquí un eco de la bienaventuranza: "Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Dios no nos perdona si nosotros no perdonamos al hermano. Su perdón se condiciona al que nosotros damos a los demás. Es lo que Jesús nos enseñó en el padrenuestro y lo que repetimos continuamente a Dios: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Nosotros somos ese deudor insolvente ante Dios, que no obstante nos perdona toda nuestra deuda porque hemos sido redimidos y rescatados a precio por la sangre de Cristo (ICor 6,20). Sin embargo, es un perdón de alguna manera condicionado. 2. Nos cuesta mucho perdonar y romper el círculo vicioso del odio y de la venganza. ¿Será el perdón una actitud para gente apocada que se deja pisar? Hay momentos en que explotan los nervios ante la ofensa y la injusticia, y uno exclama: ¿Es que tengo que ser tonto y perdonar para ser bueno? Y nos tienta el hacer una demostración de fuerza ante el insulto, la calumnia y el atropello. Lo más normal, y también lo más fácil, es vengarse cuando uno puede o al menos guardar rencor a la expectativa. La venganza es el placer del ofendido, y el odio rencoroso el único haber seguro del más débil. Lo difícil, lo que demuestra fortaleza, magnanimidad de espíritu, madurez humana y cristiana, no es vengarse —eso lo hace cualquiera—, sino perdonar y romper la espiral de la violencia mediante el amor sincero y reconciliador. ¿Que es indecible el placer de la revancha? Más sublime es la experiencia de perdonar y ser perdonado. Necesitamos experimentar el perdón para sentirnos amados, liberados y rehabilitados como seres humanos, como personas capaces de reconstrucción y de convivencia en el amor. La táctica habitual en la sociedad es marginar a los tarados y encarcelar a los delincuentes; pero la táctica evangélica es más humana, porque el perdón regenera a la persona. De hecho, el que no ha experimentado personalmente en su propia vida el gozo de ser perdonado porque es amado, difícilmente es capaz de perdonar a su vez, y casi ni siquiera d e ser persona, suplantando la ley del taitón y del odio por la actitud del perdón y del amor. 488

Perdonar es posible desde el ejemplo de Cristo. Como siempre, él practicó lo que nos enseñó y mandó. Estando Jesús para morir en la cruz, víctima del odio mortal de sus enemigos, teniendo el poder suficiente para confundirlos, no obstante optó por hacer justicia a lo divino, es decir, perdonando y venciendo el mal con el bien. Su ejemplo lo han seguido los aristócratas del espíritu, que son los santos, la flor de la humanidad. Y lo podemos seguir cada uno de nosotros con la ayuda de lo alto, con la fuerza del Espíritu de amor y reconciliación. Te bendecimos, Señor, porque en Cristo crucificado nos muestras todo el amor, perdón y misericordia que abriga tu corazón de Padre hacia nosotros. Tú nos dijiste que nos perdonemos como tú nos perdonas, es decir, sin número de veces ni medida para el perdón. Enséñanos a vivir según tu Espíritu cada día, de tal suerte que nuestro perdón a los hermanos sea para los demás un signo de tu amor y de tu Reino. Así mereceremos heredar la bienaventuranza de Cristo: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Viernes: Decimonovena Semana Mt 19,3-12: Lo que Dios unió, no lo separe el hombre.

LO QUE DIOS UNIÓ 1. Matrimonio y divorcio. "Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?" Mateo plantea la cuestión más exactamente que Marcos (10,2) al centrar la pregunta de los fariseos no sobre la licitud del divorcio —algo que daban todos por admitido en base al Deuteronomio (24,1-4)—, sino sobre los motivos del mismo. Éste era un punto discutido en las escuelas rabínicas de entonces, inclinándose el rabino Hillel por el laxismo (cualquier causa) y Shammai por el rigorismo (sólo por adulterio). Los fariseos quieren que Jesús se pronuncie en un sentido u otro, aperturista o restrictivo. Pero él se remite a la voluntad original del Creador, para concluir: "Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Lisa y llanamente, con 489

su autoridad estaba anulando la concesión divorcista de la ley mosaica a la terquedad de los judíos, mejor diríamos, a su mediocridad moral. Al oír a Jesús, sus discípulos reaccionan ingenuamente diciendo que, en ese caso, es mejor la soltería o el celibato que un matrimonio indisoluble. "Pero él les dijo: No todos pueden con eso; sólo los que han recibido ese don... Hay quienes se hacen eunucos —en sentido figurado— por el reino de los cielos. Hágalo el que pueda". Según Jesús, la unidad estable de la pareja brota de la misma naturaleza e institución del matrimonio y no como una ley exterior al mismo. La indisolubilidad parece ser escándalo para algunos ante la norma corriente de conducta, es decir, la permisividad legal del divorcio. Una ley de divorcio es útil para regular civilmente situaciones límites de ruptura, pero el creyente sabe que esa ley no es para él. Al igual que en otras exigencias del evangelio: bienaventuranzas, antítesis del discurso del monte, no violencia, perdón sin límites ni condiciones, amor al enemigo, etc., hay casos en que la fidelidad matrimonial de por vida supone una cierta dosis de amor heroico; por ejemplo, en casos de enfermedad o invalidez irreversible. Pero Dios ayuda con su gracia nuestra debilidad, como lo dice la experiencia. 2. El secreto es crecer en el amor. El fracaso o el éxito matrimonial y familiar no se previene ni se resuelve jurídicamente y por ley, pues básicamente es asunto de amor; por tanto, problema personal y con raíces psíquicas y emocionales las más de las veces. El medio mejor para la felicidad, unidad y estabilidad de la pareja es consolidar continuamente el proyecto matrimonial, creciendo más y más en el amor. Las causas de un divorcio o separación matrimonial son siempre complejas. Pero hay un principio elemental respecto de la salud que tiene aplicación aquí: Es mejor prevenir que curar. Es decir, los jóvenes han de prepararse debidamente al matrimonio, y los ya casados han de mantener siempre un ritmo ascendente. ¿Cómo? Creciendo constantemente en el amor auténtico mediante la madurez personal, la educación constante del amor y la espiritualidad que brota de su propia vocación cristiana. La base humana es el cimiento indispensable de todo el edificio conyugal y familiar. Los jóvenes y los novios, así como los ya casados, necesitan una madurez personal "a prueba de matrimonio". Porque amar de verdad es más difícil de lo que parece; es dar y compartir, más que recibir y disfrutar. Por desgracia, en unos y en otros falta responsabilidad y sacrificio, y sobra ligereza y egoísmo. La educación constante en el amor es también capítulo obligado para progresar en él, para evitar el caer en la rutina y la vulgaridad, la frialdad y el desamor de tantos. Aquí vale también el axioma común de que "estancarse es retroceder". Finalmente, la espiritualidad evangélica que brota de una fe autén490

tica supone una ayuda inestimable. El matrimonio cristiano proclama muy alto los valores de una vocación de Dios, que es llamada a la santidad cristiana. Si todo matrimonio es más que un simple contrato, el matrimonio cristiano es además un sacramento, es decir, un signo eficaz de gracia y de salvación. Todo amor verdadero viene de Dios, que es el Amor con mayúscula, y a él debe conducir como a su fuente y fin; por eso el amor humano y el cristiano no están en planos distintos, sino fundidos. Dios ayuda con su gracia a los esposos y padres de familia que se mantienen en contacto con él mediante la fe y la oración, viviendo así en plenitud la dimensión religiosa del matrimonio cristiano; lo cual dará lugar simultáneamente a un perenne y continuo crecimiento en el amor y la fidelidad. Gracias, Padre, porque Cristo devolvió a su fuente original el amor humano, el matrimonio y la familia, liberándolos del lastre del egoísmo que los degrada, y dignificando de paso la figura de la mujer. Tú estableciste la complementariedad de los sexos y no quieres que separe el hombre lo que tú has unido. Tú que eres la fuente del amor y a él nos llamas, enseña a jóvenes y adultos a crecer en el amor cristiano, que refleja en el matrimonio el de Cristo a su Iglesia. A aquéllos y a los que llamas a la virginidad por el Reino ayúdales a vivir alegres la fidelidad de cada día. Amén.

Sábado: Decimonovena Semana Mt 19,13-15: No impidáis a los niños acercarse a mí.

JESÚS Y LOS NIÑOS 1. Un rito de bendición. El episodio evangélico de hoy ha sido siempre muy valorado porque, al aparecer Jesús rodeado dé niños a quienes bendice imponiéndoles las manos, nos muestra su afabilidad y nos revela una faceta muy humana de su carácter. En su camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte, el mesías no desdeña detenerse para acoger a los niños. Los tres evangelistas sinópticos narran la escena. Es quizá el único lugar de la literatura cristiana primitiva que presta atención al niño. 491

El evangelista Marcos dice que en cierta ocasión trajeron a Jesús linos niños "para que los tocara" (10,13); Mateo es más exacto al decir "para que les impusiera las manos y rezara por ellos". Era el rito de bendición que realizaban los rabinos de la época con los niños que las madres les presentaban. Como los discípulos se mostraron contrariados, Jesús los reprende diciendo: "Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos". El niño es símbolo de la pequenez y de la debilidad, de la dependencia y de la indefensión, quizá del desprecio en aquel tiempo. Recibiendo a los niños, Jesús muestra que nadie está descartado del amor de Dios y del Reino, ni siquiera los insignificantes, los que no cuentan ni pesan socialmente. La salvación de lo alto es accesible a todos los hombres, cualquiera que sea su edad y categoría. Es precisamente a los sencillos y humildes como niños a quienes Dios entrega su Reino y les revela los secretos y la sabiduría del mismo. Mateo describe otra escena en que Jesús coloca a un niño en medio de los discípulos para responder a su pregunta sobre quién es el más importante en la comunidad del Reino, afirmando que es el que se hace pequeño como un niño (18,2ss: martes pasado). Entonces los niños jugaban un papel funcional de ejemplo, paradigma y símbolo; ahora tienen un significado más personal. Se trata de ellos mismos como destinatarios de ese Reino, porque Dios los ama en la persona de Cristo. 2. ¿Un rito que anuncia el bautismo? Según algunos estudiosos de la práctica bautismal de lo primeros siglos de la Iglesia, en el rito de la bendición de los niños por Jesús vio la comunidad cristiana una justificación del bautismo de los niños, como puerta de entrada al Reino. Así lo reconoce Tertuliano en el siglo m. Basándose en la fe de los padres, la práctica se hizo pronto común en la Iglesia. Pues bien, Osear Cullmann, estudiando el texto evangélico que nos ocupa, afirma: "Sin referirse al bautismo, este relato ha sido fijado de tal forma que en él se transparentan las costumbres bautismales del siglo i". En los interrogatorios o escrutinios bautismales de la antigüedad había una pregunta significativa al respecto: "¿Qué impide que este candidato sea bautizado?" Es la misma pregunta que aparece en los textos bautismales del libro de los Hechos de los Apóstoles. Por ejemplo, el eunuco de Candaces pregunta al diácono Felipe: "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?" (8,36). Y cuando el apóstol Pedro explica ante la comunidad de Jerusalén por qué admitió al bautismo y a la Iglesia a la familia pagana del centurión romano Cornelio, se justifica diciendo: "¿Quién era yo para poner obstáculos a Dios?" (11,17). Estos textos y otros, así como la pregunta del primitivo ritual del bautismo, harían eco a las palabras de Jesús en la escena de hoy: Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis. 492

El bautismo de los niños recién nacidos es uno de los puntos en que converge la problemática pastoral en nuestras comunidades actuales. Muchos patrocinan un bautismo "selectivo", basado no en la simple petición del mismo por los padres de los niños en fuerza a una costumbre tradicional, sino en el discernimiento de las disposiciones de los padres para garantizar la futura educación cristiana del bautizado. Si, por ejemplo, los padres no tuvieran fe, no se debe bautizar a sus hijos. Tal bautismo, "aun existiendo esta fe y garantía, debe considerarse no como el final, sino como el comienzo de una historia de fe bautismal que deberá crecer y completarse a través de todo el proceso de iniciación cristiana" (D. Borobio). Porque, como escribió Tertuliano, "el cristiano no nace, se hace". Dios nuestro, hoy te llamamos Padre a boca llena porque sentimos en el rostro la brisa de tu ternura. No tenemos más mérito para tu amor que nuestra pobreza, como el niño no tiene más que sus manos para recibir. Haz que sepamos acoger el don de tu Reino con la actitud de hijos que se saben queridos por ti, con la sencillez y receptividad de los niños y sencillos, a quienes tú revelas tus secretos. Renuévanos en la vida nueva de nuestro bautismo, para que experimentemos con gozo cada día tu paternidad que asegura nuestra filiación y la fraternidad humana.

Lunes: Vigésima Semana Mt 19,16-22: Encuentro de un jovenricocon Jesús.

SI QUIERES SER PERFECTO 1. ¿Una categoría de perfectos? En cierta ocasión se acercó a Jesús un joven rico, preguntándole: ¿Qué tengo que hacer de bueno p a r a obtener la vida eterna? La pregunta parece apuntar a las buenas obras a realizar para conseguir la salvación. La respuesta de Jesús se centra en los mandamientos, especialmente en los que atañen al prójimo, a l que se debe amar como a uno mismo. Como el joven confiesa habercumplido todo esto, Jesús le dice: "Si quieres ser perfecto (si quieres 493

llegar hasta el final), vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego vente conmigo". En Marcos estas palabras de Jesús tienen el acento de un mandamiento sin la premisa condicional: "Una cosa te falta: vende lo que tienes... y sigúeme" (10,21). Jesús propone al joven rico dos etapas a recorrer consecutiva y no alternativamente para entrar en la vida, en el reino de Dios y en su seguimiento: los mandamientos y la pobreza voluntaria. El modo de expresarse Cristo, según Marcos, a primera vista parece estar más de acuerdo con su mensaje escatológico y radicalmente profético y con la urgencia del Reino. Pero hay que reconocer que la pobreza que Jesús propone en Mateo está en consonancia con las célebres antítesis del discurso programático del monte, que concluyen pidiendo a todo discípulo una perfección más allá de la ley escrita: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Algunos han querido ver en el evangelio de hoy un matiz diferencial entre lo necesario para la salvación: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos", y lo que es un consejo optativo para la perfección: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes... y vente conmigo". Pero en el texto del discurso del monte, Mateo ha excluido ya tal distinción entre destinatarios de mandamientos y de consejos. La perfección cristiana, que es para todos, comprende ambas instancias. En otro tiempo se vio en el "si quieres ser perfecto" una clara referencia al seguimiento de Cristo mediante la vida consagrada a Dios por los consejos evangélicos, en concreto por el voto de pobreza. Pero Jesús no instituye aquí una élite de "perfectos", superiores a los cristianos corrientes. La perfección que se contempla aquí es la de la nueva economía de salvación, que supera a la antigua dándole cumplimiento y plenitud. Todos por igual son llamados a la perfección evangélica, si bien Jesús requerirá algunos colaboradores más especialmente disponibles por la renuncia total a las preocupaciones de la familia y de los bienes materiales. 2. El compromiso con la pobreza evangélica. Ante la propuesta de Jesús, el joven desiste y abandona, no sin frustración personal por su parte, porque le parece excesivo el precio que ha de pagar. Efectivamente, hay casos en que Dios pide mucho, y en la respuesta afirmativa está la línea que divide a los santos de los mediocres. Este joven rico, que es un exacto practicante religioso, está apegado a su riqueza; por eso rechaza la invitación de Jesús a seguirlo. En cambio, Leví, que era un pecador público, un recaudador de impuestos y también rico, aceptó su llamada, lo dejó todo y siguié a Cristo. Dios hace posible lo que el hombre encuentra imposible. La página evangélica de hoy nos enseña que lo decisivo es seguir a Jesús; la renuncia total a los bienes es condición personalizada y ocasional, como demuestran otros casos e n que la vocacióino fue acom494

panada de esta exigencia previa. "No obstante, todo este pasaje demuestra que la riqueza, en el pensamiento evangélico, es una de las 'posesiones' más contrarias a la vida cristiana" (P. Bonnard). Según lo que precede, la pobreza evangélica puede tener dos caminos o modalidades: uno, el que propone Jesús al joven rico del evangelio de hoy: quedarse sin nada; y otro, no poner su confianza en el dinero, no acumular egoístamente y comprometerse con los pobres, empleando socialmente los propios bienes. Hay que reconocer que la primera solución es heroica, al estilo de san Francisco de Asís, quien siendo de familia acomodada se desposó con la "hermana pobreza" por el seguimiento de Cristo. Pero hay un compromiso con la pobreza que es irrenunciable para todo cristiano, tenga abundancia o escasez de bienes materiales: es el segundo camino o modalidad, es decir, la pobreza de espíritu que comparte con los demás lo que se tiene. Así se empieza a caminar por la senda de la pobreza evangélica, se inicia el desprendimiento y la comunicación cristiana de bienes y se evitan los peligros de la riqueza y del dinero, que Jesús señala a continuación, como veremos mañana. Te bendecimos, Padre, porque la mirada de Cristo se posa hoy con cariño sobre nosotros mientras nos invita a seguirlo desprendidos, con las manos vacías y el corazón libre de peso: Deja todo lo que te ata, deja tus seguridades, ten fe, arriésgate y sigúeme con lo puesto. Señor, queremos seguir a Jesús hasta el final para alcanzar la perfección que él pide a los suyos. Danos tu Espíritu y corona tu obra en nosotros para que, libres de la seducción de la riqueza, estemos disponibles para ti y los hermanos. Amén.

Martes: Vigésima Semana Mt 19,23-30: Peligros de la riqueza. Premio al seguimiento.

VOLUNTARIOS DE LA POBREZA 1. Un aviso para todos. El evangelio de hoy continúa el tema del de ayer. En el texto distinguimos dos partes: 1.a Reflexiones de Jesús 495

sobre los peligros de la riqueza. 2.a Recompensa del que sigue a Cristo en pobreza. Partiendo del dato concreto del joven rico que, prisionero de su riqueza, rechaza la invitación al seguimiento de Cristo, éste declara: "Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos". Lenguaje duro y sorprendente para los discípulos, que, en la línea de la tradición judía, veían la riqueza como una bendición de Dios. "Entonces, ¿quién puede salvarse?", comentan ellos. Han comprendido que el aviso va por todos, y no sólo por los ricos de hecho, pues todos tenemos aspiraciones de rico; hasta el punto que, aun siendo pobres, nos comportamos como ricos frustrados, debido al ansia y codicia de poseer. ¿Tendremos entonces salvación? Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios, que lo puede todo, responde Jesús. El hombre no puede salvarse a sí mismo; Dios es el único que salva, tanto a los ricos como a los pobres. Aquí podemos ver el germen de la doctrina paulina sobre la gracia de Dios: en el orden actual de la salvación humana todo es gracia. El reino de Dios no se gana, como pensaba el joven, al igual que los fariseos, con los propios méritos y bienes, sino que se recibe gratuitamente de Dios como la luz del día cada mañana. El da su amor y su Reino a quien se abandona en sus manos y lo deja todo por seguir a Cristo y su evangelio. 2. Premio al seguimiento. Es lo que viene a decir Jesús al apóstol Pedro, que, en nombre de los demás, quiere sacar las consecuencias de lo dicho precedentemente por Cristo: "Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos va a tocar?" La pregunta puede parecer cálculo mezquino e interesado, pero no dejaba de ser obvia, y a Jesús le pareció normal. En la primera parte de su respuesta se refiere a los doce apóstoles, que en el reino mesiánico se sentarán en doce tronos para regir las doce tribus de Israel. Lenguaje figurado y arcaico, con base en el profeta Daniel (7,27). La segunda parte es extensiva a cualquiera que lo deja todo para seguir a Cristo: "El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna". Mateo modifica profundamente el texto de Marcos al suprimir las promesas relativas a la vida presente y el inciso "con persecuciones" (Me 10,28ss). La generosa recompensa que anuncia Jesús para sus seguidores pobres hace efectiva la segunda de las bienaventuranzas: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,4). Así "muchos últimos serán primeros", y viceversa. En todo este pasaje evangélico vemos que las expresiones: seguir a Jesús, entrar en el Reino y salvarse aparecen en perfecta equivalencia. 496

Pero todo arranca del seguimiento de Cristo, concepto básico en los evangelios. 3. Seguir a Jesús es un verbo que se conjuga hasta treinta veces en los sinópticos, y significa compartir su vida, actitudes y destino. Comprende estos aspectos: 1.° Una relación personal con Cristo, que es quien toma y conserva siempre la iniciativa; al discípulo no le toca sino responder libre e incondicionalmente; 2° La vinculación de este seguimiento no es solamente para un tiempo, por ejemplo, de estudio como en la relación rabino/discípulos en la época de Jesús, sino de una vez para siempre adhiriéndose a la persona de Cristo. 3.° Por eso el compromiso del seguimiento evangélico es más que una imitación del estilo de vida de Jesús; es una identificación total con sus actitudes, sentimientos y modo de pensar y actuar. No nos contentemos con "admirar" a Cristo; hemos de "seguirlo" en pobreza afectiva y efectiva. Venturosamente, hoy como ayer, hay hombres y mujeres que sienten el asombro de Dios y su llamada incandescente; unámonos a ellos. Sus labios y sus corazones perciben el fuego del Espíritu que los purifica y los marca para una misión. Son hombres y mujeres que responden en el silencio más profundo de su ser: Aquí estoy, cuenta conmigo, Señor. Entran así a formar parte de la saga de los profetas, de los apóstoles y de los voluntarios de la pobreza total, optando por el estilo de Jesús y la disponibilidad absoluta del "hágase" de María, la madre del Señor. Gracias, Padre, por la recompensa que Jesús promete al que lo sigue en pobreza generosa. Danos un corazón de pobres, vacíos de todo, para recibir centuplicada la riqueza de tu Reino, de tu amor, de tu gracia y de la vida eterna. Seguir a Jesús es camino alegre de liberación. Haz, Señor, que sepamos vivir libres con Cristo, despojándonos de todo para ganar el Reino y la vida Tú que haces posible lo que al hombre es imposible, danos tu Espíritu para llevar a cabo esa tarea, ordenando la vida en junción de los valores del Reino.

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Miércoles: Vigésima Semana Mt 20,1-16: Parábola del amo generoso.

HORA DE LA TARDE 1. Obreros en la viña. Hoy se proclama como evangelio la comúnmente llamada parábola de los obreros en la viña, y que sería mejor titular del "amo generoso". Un propietario contrata sucesivamente a varios jornaleros para trabajar en su viña: al amanecer, a media mañana, al mediodía, a media tarde y al caer el sol. Al acabar la jornada paga a todos el mismo salario. Eso suscita la protesta de los primeros contratados, que estiman injusto el proceder del amo. Pero éste aclara que, pagando según lo pactado: un denario por jornada, él no es injusto, sino generoso porque da a los últimos lo mismo que a los primeros. Ésta es la enseñanza de la parábola: generosidad del dueño de la viña. El término de comparación del reino de Dios no es el amo, ni los jornaleros, ni siquiera la viña, sino el denario que perciben todos por igual, y que era el salario habitual de un día laboral. Es obvio, por lo demás, que el amo generoso representa a Dios, los obreros los hombres y el trabajo en la viña su servicio. Conforme a la manifiesta preferencia de los santos padres por la interpretación bíblica alegorizante, en la contrata sucesiva de los jornaleros vio san Ireneo las etapas históricas de la salvación de Dios, comenzando desde Adán. Orígenes, en cambio, entendió en ese detalle las edades de la vida en que Dios llama a su servicio. Pero, de hecho, las distancias horarias están en función de la intención global de la parábola: proclamar la bondad gratuita de Dios, que supera la justicia sin lesionarla. Si les hubiera pagado menos a los últimos —es lo que habríamos hecho nosotros—, el amo habría sido justo; dándoles de más, es generoso, sin pecar de injusto con los primeros. En su redacción actual, la parábola es una catequesis a la comunidad cristiana del evangelista Mateo, compuesta en su mayoría de judíos convertidos al cristianismo. Ellos debían entender y aceptar que el nuevo pueblo de Dios está compuesto no sólo de israelitas como el antiguo —los primeros llamados a la viña—, sino también de paganos, llamados a segunda hora. Esto es fruto de la apertura misionera. 2. Bondad gratuita de Dios. Este acento eclesial casa bien con la intención original de la parábola en labios de Jesús, que, en un contexto polémico, fue dirigida probablemente a los fariseos. Éstos criticaban al maestro porque acogía a la escoria religiosa: pecadores y publícanos. Jesús demuestra con su parábola el proceder bondadoso de Dios, al que él se atiene. 498

"Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos". Los primeros llamados al reino de Dios eran, sin duda, los doctos rabinos y los fieles cumplidores de la ley que eran los fariseos, así como todo el pueblo judío en su conjunto, heredero de las promesas de Dios. Los últimos, en cambio, son los pecadores que Jesús vino a buscar y que, invitados por él, tienen parte en el reino de salvación. La parábola no viene a justificar una supuesta injusticia o una indiferencia religiosa, amparándose en la bondad divina. Lo que afirma Jesús es la gratuidad del amor de Dios al hombre frente a la religión mercantilista y la moral del mérito que patrocinaban los fariseos. Esa gratuidad de la salvación, del perdón y del Reino no es conducta arbitraria de Dios, y menos todavía injusta, sino la de un padre amoroso que sale al encuentro de todo el que lo busca mediante una sincera conversión. Desde la autosuficiencia farisaica que se cierra a la aceptación del hermano y desde la religión de contrato que ve la salvación de Dios como un "debe" a nuestras buenas obras, no podremos entender ni imitar la misericordia de Dios, que sobrepasa toda justicia humana. Ante Dios no hay monopolios exclusivistas ni tiene cabida la pretensión de manipular su libertad conforme a nuestros egoísmos personales. Pues los dones de Dios, su gracia, su llamada a la fe y la entrada en su Reino son inmerecidos siempre, efecto solamente de su bondad generosa. Los obreros de la primera hora, es decir, los cristianos viejos y los fieles observantes, han de alegrarse de haber sido llamados pronto al trabajo de la viña, al servicio de Dios; e igualmente han de amar a los de la última hora, porque Dios es bueno y los ama con amor gratuito. Pero ¿es ésta la imagen que tenemos de Dios? ¿El Dios compasivo y misericordioso que nos revela Jesús, o el Dios fiscal de conductas y haciendas? Si nos resistimos a aceptar que Dios es bueno con todas sus criaturas, es que nosotros no somos buenos. Hora de la tarde, / fin de las labores. Amo de las viñas, /paga los trabajos de tus viñadores. AI romper el día, / nos apalabraste. Cuidamos tu viña / del alba a la tarde. Ahora que nos pagas, / nos lo das de balde, que a jornal de gloria / no hay trabajo grande. Das al vespertino / lo que al mañanero. Son tuyas las horas /y tuyo el viñedo. A lo que sembramos / dale crecimiento. Tú que eres la viña, / cuida los sarmientos. (Liturgia de las horas.) 499

Jueves: Vigésima Semana Mt 22,1-14: Parábola del banquete de bodas.

REVESTIRNOS DE CRISTO 1. El banquete de bodas. El evangelio de hoy contiene una parábola principal: la del banquete de bodas, y otra secundaria, independiente en su origen, pero adosada a la misma por el evangelista: la del traje de fiesta. El reino de Dios es comparado por Jesús al banquete que un rey celebra con motivo de la boda de su hijo. Al festín son invitadas varias personas que por diversas razones se excusan de asistir. Algunos incluso maltratan y asesinan a los mensajeros que el rey les envía por segunda vez. Como represalia éste destruye la ciudad de los homicidas; y al quedar excluidos los primeros invitados, el rey extiende la invitación a todos los viandantes ocasionales. De esta suerte la sala de banquete se vio pronto llena de comensales, "buenos y malos", se dice en Mateo; "pobres, lisiados, ciegos y cojos", especifica Lucas en el lugar paralelo (14,15ss). Es obvio que Dios es el rey que presenta a su Hijo, Cristo, el esposo de la nueva humanidad y de la Iglesia, por medio del anuncio de los profetas en primer lugar. Al ser rechazado posteriormente Jesús mismo en persona por los judíos, que fueron los primeros invitados, Dios abre las puertas del banquete del Reino a todos: buenos y malos, pecadores y publícanos, gentiles y paganos. He aquí los nuevos destinatarios del evangelio del Reino para constituir el nuevo Israel de Dios que es la Iglesia de Cristo, el pueblo de la nueva alianza. La destrucción de la ciudad de los homicidas se refiere sin duda a la ruina de Jerusalén en el año 70 por las legiones romanas de Tito. Importa resaltar la calidad de signo que también este hecho encierra. Por una parte, la destrucción de Jerusalén es un anticipo del juicio último de Dios, como aparece en el discurso escatológico de Jesús; y por otra, aunque con la muerte de Jesús comenzó ya la nueva alianza, significa visiblemente el fin del Antiguo Testamento al retirar Dios su presencia del templo destruido. 2. El invitado que es excluido. Cuando el rey entra a saludar a los comensales, repara en uno que no lleva traje de fiesta, por lo que es echado fuera; "porque muchos son los llamados y pocos los escogidos". Conclusión que parece no cuadrar con lo expuesto anteriormente, pues la sala está llena de comensales y tan sólo uno es excluido como invitado indigno, por no llevar vestido apropiado. Sin duda, el evangelista adosó esta segunda parábola con una mar500

cada intención catequética. ¿Qué significa el comensal expulsado y condenado? Aun admitiendo las libertades alegóricas de una parábola, parece absurdo que el anfitrión exija etiqueta y protocolo a invitados tan casuales como los de la segunda tanda. ¿Qué secreto encierra tal severidad? La adición de Mateo es un aviso para todos los miembros de la comunidad mediante un ejemplo individualizado. Hay que evitar el error que podría crea? el hecho de una invitación universal al Reino. Los llamados por Dios gratuitamente, tanto judíos como gentiles, no deben engañarse con una falsa seguridad de salvación, "porque muchos (todos) son llamados y pocos elegidos" en el juicio de Dios. No olvidemos que la parábola del banquete, además de ser una de las "parábolas de la buena nueva" que Jesús dirige a sus críticos y enemigos para justificar su anuncio evangélico a los pobres y su conducta con los pecadores, es también una de las "parábolas de crisis", es decir, en la perspectiva del juicio. Dios nos pide una respuesta de gratitud a su favor inmerecido, para no caer en desgracia por nuestra desatención y presuntuosa arrogancia. El apóstol Pablo, valiéndose del símil del acebuche u olivo silvestre injertado en el ya cultivado, avisaba de lo mismo a los paganos convertidos al cristianismo (Rom 1 l,17s). Lo cual nos confirma que esta acotación catequética de Mateo respondía a una situación concreta que empezaba a darse en las comunidades primeras. Pero el nuevo pueblo de Dios no debe repetir los errores del antiguo. No se trata, pues, de un final deprimente que viene a aguar una parábola festiva, sino de una intimación a no dormirse en los laureles. El traje de fiesta que pide el rey nos urge a un cambio de vida por la conversión del corazón, a ponernos el vestido nuevo del hijo pródigo, a revestirnos de la nueva condición en el Espíritu, es decir, del hombre nuevo creado a imagen de Dios, justicia y santidad verdaderas; en definitiva, a revestirnos de Cristo (Ef 4,23s). Te bendecimos, Padre, con los pobres de la tierra porque nos reservaste un puesto en la vida y en la mesa abierta del banquete de tu Reino, donde el cuerpo de Cristo es nuestro alimento. Bendito seas, Señor, por Jesús tu Hijo, que es el novio de tus bodas con la humanidad y la Iglesia. Líbranos de la locura de rechazar tu invitación con las ridiculas excusas de una miope insolidaridad. Revístenos de la condición de nuestro bautismo, del hombre nuevo nacido en Cristo por el Espíritu, para ser dignos de sentarnos a tu mesa para siempre. Amén. 501

Viernes: Vigésima Semana Mt 22,34-40: ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?

EL MANDAMIENTO PRINCIPAL 1. Amar es cumplir la ley entera. La escena evangélica de hoy se desarrolla en un contexto de polémica entre Jesús y los fariseos. Así lo señala el comienzo del relato: "Los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se le acercaron y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" Tras la pregunta se ocultaba el bosque de preceptos, 613, en que las escuelas rabínicas desmenuzaban la ley mosaica. La respuesta de Jesús fue ésta: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas". En su respuesta Jesús se remite a textos de la Escritura que eran bien conocidos de sus interlocutores. Para el amor a Dios cita el "Shemá" ( = Escucha, Israel...), que repetía mañana y tarde como plegaria todo judío piadoso (Dt 6,4s); y para el amor al prójimo recuerda el texto del Levítico (19,18), si bien en labios de Jesús "prójimo" es todo hombre y mujer, y no sólo el pariente y el connacional como en el Levítico. La novedad de la respuesta de Cristo estriba en estos dos puntos: 1.° Define el amor a Dios y al hermano como el centro y esencia de la ley del Señor, algo olvidado por los maestros judíos, que andaban perdidos en una selva enmarañada de normas legales y en discusiones sutiles sobre su mayor o menor importancia. 2° Jesús se centra en un principio síntesis que unifica y equipara dos mandamientos que los especialistas de la ley judía entendían y explicaban como diferentes, separados y a distinto nivel: Dios y el prójimo. La unidad del precepto de amar a Dios y al hermano es indisoluble, afirma Cristo; más todavía, ahí se resume la ley entera y los profetas, es decir, toda la Escritura. Más tarde, san Pablo dirá que "amar es cumplir la ley entera... A nadie le debáis nada más que amor, porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley" (Rom 13,8ss). Afirmar esto no es suplantar la ley de Dios por el amor al prójimo, sino plenificarla. Pues el amor no es una alternativa a la ley cristiana ni viene a competir con la misma, sino a darle plenitud desbordante, porque es la esencia de la ley. 2. El cristianismo, religión del amor. Según lo que antecede, el cristianismo, es decir, tanto el mensaje como el seguimiento de Cristo, es fundamentalmente amar y encontrarse con Dios en el amor a través 502

de la fraternidad con nuestros semejantes. Jesús prima el amor como el marco, el contexto y la esencia de la entera ley del Señor y de sus aplicaciones concretas que decimos mandamientos. Es el amor lo que da valor y consistencia a la observancia legal, y no viceversa, porque el amor es el espíritu que alienta en la letra de la ley. En su despedida de sus discípulos Cristo agrandó la medida del amor fraterno, que no será ya sólo "como a ti mismo", sino "como yo os he amado". La ley de Cristo, la moral cristiana, es mucho más sencilla que la complicada casuística de escribas y fariseos: amar sin medida, como hizo Jesús. Desde esta perspectiva huelga preguntar hasta dónde puedo llegar sin violar los derechos del prójimo o hasta qué punto estoy obligado por la ley del amor fraterno. Cuando éste es auténtico, nunca se da por satisfecho, porque siempre puede crecer más. Efectivamente, va a ser ésta una deuda perenne que nunca liquidaremos por completo. Huelga también la cuestión sobre el acento vertical u horizontal por separado; porque si nuestra fe y nuestro cristianismo son auténticos incluirán por necesidad ambas dimensiones simultáneamente. Jesús las ha unido en un único y doble mandamiento. Amar a Dios sin amar al hombre es una ilusión o, como dice san Juan, una mentira, porque Dios se encarna en el hermano. Asimismo una filantropía humanitaria sin referencia a Dios, padre de todos, se queda a medio camino, es incompleta. El amor es lo primero y lo más grande. En el lugar paralelo de Marcos se dice que amar a Dios y al hermano "vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (12,33). Testimoniemos ante el mundo el evangelio del amor y mostremos el cristianismo como religión del sí, positiva y abierta a la vida y a la fraternidad, rompiendo el cerco del egoísmo, incompatible con la celebración del amor de Dios por Cristo en la eucaristía y demás sacramentos de la vida cristiana. Te bendecimos, Señor, por tu Espíritu de amor que nos permite amarte como hijos y abrirnos al hermano, completando así el círculo del amor en Cristo. Te reconocemos, Señor, como nuestro único Dios a quien debemos amar y servir con entero corazón. Queremos cumplir el mandato de Jesús: Amaos unos a otros como yo os he amado. Ayúdanos a abandonar los ídolos de nuestro egoísmo para centrarnos en el mandamiento principal, porque amar es cumplir tu ley enteramente.

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Sábado: Vigésima Semana Mt 23,1-12: No hacen lo que dicen.

NO HACEN LO QUE DICEN El evangelio de hoy es la introducción a siete duras invectivas de Jesús contra los escribas y los fariseos. Mateo, como en él es habitual, construye todo un discurso con dichos de Jesús, pronunciados en diversas ocasiones. Es el impresionante capítulo 23. El texto evangélico de hoy, dirigido a la gente y a los discípulos, tiene dos secciones: 1.a Acusación a los rabinos y fariseos, como representantes del judaismo oficial. 2.a Instrucción sobre el comportamiento de los miembros de la comunidad eclesial, en contraste con la conducta de los primeros. 1. En la cátedra de Moisés. La acusación de Jesús a los doctores de la ley judía y a los fariseos conjuntamente se centra en dos cargos: a) Hipocresía, porque su conducta personal está en desacuerdo con su enseñanza: "No hacen lo que dicen". Enseñan, interpretan y aplican la ley muy rígida y minuciosamente para los demás, pero ellos no se sienten obligados. "Lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar". Siguen la ley hipócrita del embudo: la parte ancha para mí y la estrecha para el otro. b) Ostentación: "Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros". Su religiosidad y honradez son de escaparate y de cara a la galería. Mantienen un protagonismo arrogante en su porte y atuendo, y se hinchan de vanidad haciéndose llamar "mi maestro". Las filacterias eran pequeños estuches colgantes que contenían fragmentos de pergamino, escritos con breves textos de la ley mosaica. Así cumplían literalmente una prescripción de la misma que mandaba tener siempre presentes las palabras de la ley: "Las atarás a tu muñeca como un signo; serán en tu frente una señal" (Dt 6,8s). La misma finalidad de recordatorio tenían las orlas o flecos en el borde del manto, con franjas de color púrpura (Núm 15,38s). Jesús mismo se adaptó a esta última costumbre; y fue la orla de su manto lo que tocó la hemorroísa buscando curación (Mt 9,20). A pesar de que en varios pasajes del Deuteronomio y de los profetas se reservaba a los sacerdotes la enseñanza e interpretación de la palabra de Dios, Jesús no pone en tela de juicio la autoridad de los rabinos para explicar la ley mosaica. Según una larga tradición, lo venían ha504

ciendo desde los tiempos del posexilío babilónico. De ahí que afirme Jesús: "En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan". No obstante, seguidamente y con absoluta libertad critica su hipocresía y abuso de autoridad. 2. El reverso de la medalla. En la segunda parte del evangelio tenemos una catequesis del Señor a los miembros del nuevo pueblo de Dios que, para ser tal, han de asimilar nuevas actitudes; porque "si vuestra fidelidad no es mayor que la de escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (5,20). "Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo". Comparando estas máximas con las precedentes instrucciones comunitarias del capítulo 18 de Mateo, podemos ver en ellas "un embrión de regla para la vida comunitaria, que presenta un espíritu general de fraternidad más bien que una exclusión positiva de toda clase de responsabilidad jerárquica en la Iglesia" (P. Bonnard). El pasaje no pretende negar toda autoridad en la comunidad, sino que avisa del peligro de un rabinismo cristiano, es decir, de emplear dicha autoridad para crear personajes que usurpan el honor debido a Dios y a Cristo. Jesús es el único maestro y señor de la Iglesia. Los responsables de la misma actúan en su nombre y en medio de una familia de hermanos que tienen un mismo Padre. Esto es lo original del evangelio. Aparentar virtud, ciencia y poderío, dominar y humillar a los demás, es el deporte favorito de muchos. Presumir de títulos que se tienen o se inventan, apuntarse tantos por valía, ideas e iniciativas es algo que se lleva mucho. Pero Cristo dijo: "El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Oh Dios, nuestro Padre y nuestro único Señor, nosotros somos los que decimos y no hacemos. Líbranos de la hipocresía y del complejo de superioridad, porque todos somos hijos tuyos y hermanos en Cristo. Fortalece con tu gracia a los servidores de tu pueblo, para que la palabra que anuncian se haga verdad en ellos. Manten en la fe a los más débiles y tentados de abandonar. Haz que nuestro ejemplo evangélico de amor humilde y de fraternidad sincera robustezca a los vacilantes, para que, guiados por tu Espíritu, caminemos juntos con el corazón ensanchado por el camino de tu verdad. 505

Lunes: Vigésima primera Semana

la ofrenda, cuyo valor viene precisamente del templo y del altar, que simbolizan y expresan la presencia de Dios en ellos.

Mt 23,13-22: ¡Ay de vosotros, guías ciegos!

GUÍAS CIEGOS Hoy comienzan las siete maldiciones de Jesús sobre escribas y fariseos conjuntamente. En el pasaje paralelo Lucas consigna tan sólo seis, repartidas por igual entre unos y otros separadamente (ll,38ss). De hecho, buena parte de los letrados (traducción del leccíonario) o escribas (denominación tradicional), es decir, rabinos, teólogos, juristas o doctores de la ley mosaica, pertenecían al grupo de los fariseos. 1. Las tres primeras imprecaciones de Jesús a escribas y fariseos, según Mateo, constituyen el texto evangélico de hoy. Se refieren a la actitud de los mismos ante el reino de Dios, el proselitismo y los juramentos, respectivamente. El común denominador de estas maldiciones, como de las restantes, es la hipocresía. Todas comienzan con sendos "¡ay de vosotros!", que es un grito de dolor y lamentación, indignación y condena. En esta parte del evangelio Jesús ya no exhorta a la conversión, sino que, enfrentándose a hipócritas tan obstinados, los condena con su juicio mesiánico. La primera amenaza es la más grave: "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren". Cristo es la puerta y el camino para el reino de Dios que él inauguró; no aceptar a Jesús es autoexcluirse del Reino. Eso hicieron los dirigentes judíos. Más aún: debido a su legalismo insoportable, desanimaban a la gente sencilla en el servicio de Dios que predispone y conduce al Reino. La segunda imprecación se refiere al nefasto proselitismo de los fariseos. En sus viajes apostólicos encontró san Pablo muchos de sus prosélitos. Eran paganos convertidos a la fe judía y circuncidados. Atosigados de legalismo rabínico, solían ser fanáticos de la justificación o salvación por la observancia de la ley mosaica. Hasta tal punto que, catequizados por los fariseos, se divorciaban de sus mujeres por razón de pureza legal; pues, según los fariseos, estaba prohibido y era impensable que un judío o un converso habitase bajo el mismo techo que un pagano. La tercera recriminación de Jesús se centra en los votos y juramentos hechos a Dios, que la casuística rabínica había desvirtuado por completo mediante fórmulas evasivas: Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga; jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está sobre el altar sí obliga. Cristo llama "necios y ciegos" a tales guías, porque el templo y el altar son más que el oro y 506

2. La actitud farisaica y ritualista, que falsifica la imagen de Dios y la religión, no muere fácilmente. Vemos todavía hoy personas que viven una religión comercializada, sin entusiasmo ni generosidad, sin alegría ni apertura. Éste es el culto vacío que honra a Dios con los labios mientras el corazón está lejos; que se aferra a la seguridad de lo que siempre se ha hecho y desoye la voz de los tiempos por miedo a los aires nuevos; que prefiere el tradicionalismo a ultranza y la ventana cerrada a la brisa fresca que orea ropas y muebles viejos. Si queremos ser discípulos de Jesús y cristianos maduros, no podemos entender nuestra fe como un mero asentimiento intelectual a unas verdades reveladas por Dios, ni como un simple modo de pensar, ni menos aún como una ideología alienante. La fe es una fuerza activa y dinámica que, lejos de quedar flotando en la esfera sobrenatural, tiene proyección mundana y se encarna al ras de la prosaica realidad de cada día. Por fidelidad a la palabra de Dios, la respuesta del hombre a la misma, es decir, la fe, debe ser acción. Fe y amor a Dios y al prójimo deben ir unidos. Por desgracia, es incontable el número de los que entienden su cristianismo como mera ideología, cuando en realidad es praxis. De ahí surge la forma más habitual de hipocresía religiosa que es el divorcio entre fe y vida, entre las creencias y la conducta, entre el pensar, el decir y el hacer. El concilio Vaticano II lamentó este hecho patente y deletéreo, fuente de antitestimonio evangélico y causa de ateísmo e increencia, por las críticas, acusaciones y rechazo que tal actitud hipócrita genera. Es terrible esta su afirmación: Con frecuencia los creyentes velamos, más que revelamos, el genuino rostro de Dios (GS 19,3). Examinémonos hoy a fondo sobre nuestra realidad y nuestra imagen. Te bendecimos, Padre, porque Jesús nos enseñó a caminar con sinceridad ante ti y los hermanos. Reconocemos humildemente que nuestra religión es con frecuencia el culto vacío que no te satisface. Nuestros labios te alaban, pero el corazón está lejos. De ahí nuestro poco entusiasmo, generosidad y alegría. Hoy te pedimos perdón. Ayúdanos con tu gracia a expresar prácticamente nuestro seguimiento de Cristo, evitando la separación entre fe y vida, la hipocresía y la inconsecuencia entre el pensar, el decir y el hacer. Así revelaremos a nuestros hermanos tu rostro verdadero. 507

Martes: Vigésima primera Semana Mt 23,23-26: Practicar esto, sin descuidar aquello.

JUSTICIA, MISERICORDIA Y SINCERIDAD Hoy leemos la cuarta y quinta de las invectivas de Jesús contra escribas y fariseos; la primera de ellas se refiere al pago de los diezmos y la segunda a la limpieza ritual. Como en el discurso del monte, Jesús está proponiendo, siquiera implícitamente y por contraste, un replanteamiento y una revisión de la piedad judía a la luz de la Escritura y según la nueva justicia o fidelidad del Reino (Mt 5,20). 1. La obligación del diezmo, es decir, el pago de la décima parte del valor de los productos, era una manera de reconocer la soberanía y propiedad de Dios sobre la tierra, la vida, la fertilidad y los bienes propios. Constituía, pues, un acto religioso. El diezmo lo pagaba el productor, no el consumidor; y el resultado del mismo se destinaba al mantenimiento del templo, del culto, de los sacerdotes, de los pobres, de los huérfanos y de las viudas. Se reunían así considerables riquezas, de las que los romanos se incautaron con frecuencia. De por sí, la obligación estricta del diezmo recaía en los tres productos más importantes de la tierra palestinense: el grano, el vino y el aceite, así como los primogénitos de los ganados (Dt 14,22s). Pero según los rigoristas fariseos, todo producto caía bajo la ley del diezmo, aunque fueran especias insignificantes. Jesús no los recrimina por este motivo, sino por su hipocresía: "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello". Cristo siempre mantuvo y aprobó la observancia de la ley, pero no el legalismo estéril y las tradiciones vacías de contenido religioso. Por cumplir minucias no se puede descuidar lo esencial de la ley del Señor: el derecho, es decir, el respeto debido a toda persona; la misericordia, es decir, la atención a los débiles y humildes, y la fidelidad, es decir, las cláusulas fundamentales de la alianza, que se resumen en amar a Dios y al prójimo (Mt 22,34s). Efectivamente, son guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello. 2. Atención a lo interior. Fruto también de la hipocresía e insinceridad de fariseos y rabinos es su fanatismo por la limpieza ritual externa, en contraste con su despreocupación por la pureza interior: "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa 508

y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera". Con las metáforas del plato y la copa alude Jesús a la persona entera, al hombre moralmente íntegro, por dentro y por fuera. La observancia exterior ha de responder a una rectitud interior. Si se disocian, surge la hipocresía religiosa y social. Para ser puro ante Dios y la propia conciencia, no bastan las purificaciones externas de los fariseos; es preciso renunciar a la codicia e intemperancia, que brotan del interior de la persona, es decir, del corazón. Purificar el interior de la copa significa, pues, convertir el corazón al cumplimiento de esos puntos esenciales de la ley que Jesús acaba de recordar: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esta es la respuesta u obediencia de la fe que Dios quiere de nosotros. Si la persona es fiel y honesta, toda ella será luz y así aparecerá ante los demás. La conversión del corazón y las victorias interiores terminan siempre por mejorar la conducta del hombre y de la mujer. En otra ocasión dijo Cristo: "Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro... Lo que sale de dentro, del corazón, eso sí mancha al hombre" (Me 7,15s). Lo que sale de dentro, es decir, las palabras y actos concretos en que está comprometido el hombre y su conciencia, es lo que hace puro o impuro ante Dios y los demás. Todo es puro cuando sale de un corazón limpio; pero puede malograrse cuando se contagia de hipocresía mercantilista, de contabilidad religiosa ante Dios y de ritualismo sacralizante que coloca algunas prácticas marginales por encima de la ley esencial de amar a Dios y al hermano. Religiosidad que no se dispensa de este amor lleva el marchamo que acredita su calidad de origen, porque une la palabra y la fe con la práctica de la misma. Hoy te damos gracias, Padre nuestro, por la paciencia que tienes con nosotros, tus hijos. Queremos aparentar ante los demás que somos buenos, pero descuidamos lo más esencial de tu ley: la rectitud y la limpieza intachable del corazón, la atención a los más débiles y humildes, la sinceridad y el amor a ti y a nuestro prójimo. En verdad, filtramos el mosquito y tragamos el camello. Haznos honestos y luminosos por dentro y por fuera, para que unamos la confesión de nuestros labios con el testimonio eficaz del amor a ti y a los hermanos.

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Miércoles: Vigésima primera Semana Mt 23,27-32: Sepulcros encalados.

SEPULCROS ENCALADOS 1. Colmando la medida. Con la sexta y séptima de las maldiciones concluye hoy el discurso imprecatorio de Jesús contra escribas y fariseos, según la excelente composición literaria de Mateo, con el denominador común de la hipocresía. La imagen y tema del sepulcro dominan hoy el texto. "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre". Esta recriminación viene a continuar la segunda de ayer sobre la corrupción interior en contraste con las purificaciones exteriores. Lo que cambia es la imagen; allí la copa, aquí el sepulcro. La costumbre palestinense de pintar de blanco los sepulcros, encalándolos, venía de lejos. Así era fácil identificar las tumbas para evitar la impureza ritual que suponía el contacto con las mismas. La hermosa apariencia de un mausoleo disimulaba también la realidad de su interior, que suponía el grado máximo de impureza. Así son los fariseos, dice Jesús: por fuera parecen justos, pero por dentro están repletos de hipocresía y crímenes. La estricta observancia legal de que hacían gala la mayoría de ellos no era más que un velo que ocultaba una vida en contradicción con la ley de Dios, cuyos puntos esenciales recordaba ayer Jesús. La séptima y última amenaza denuncia una hipocresía farisaica con matices que la diferencian del resto de las maldiciones. Levantando sepulcros y monumentos a los justos y profetas del pasado, los fariseos acaparan para su gloria la fidelidad de las grandes figuras de la historia israelita. Pero, de hecho, son los únicos profetas que toleran y soportan, los que ya están muertos. Este vano retorno al pasado pone de manifiesto su ascendencia asesina, y lo van a demostrar "colmando la medida de sus padres" con la muerte de Jesús y la persecución de los apóstoles y misioneros de la primitiva comunidad cristiana. Es lo mismo que expuso Jesús con la parábola de los viñadores homicidas (Me 12,lss). Por todo ello, concluye el Señor sus invectivas con una profecía inquietante: Vuestra casa quedará desierta (Mt 23,38). Alusión evidente a la destrucción de Jerusalén y la ruina del templo en el año 70 bajo las legiones romanas de Tito. 2. Frutos de conversión, en vez de autosuficiencia farisaica, es lo 510

que nos pide Jesús en el evangelio de hoy; porque ante Dios no vale la falsa seguridad de los clasismos. Cristo tuvo que desenmascarar la supuesta autovalía de fariseos y rabinos, que se creían convertidos y en orden con Dios. Todo lo tenían regulado y cumplido a la perfección: ritos y abluciones, diezmos y ayunos, observancia sabática y ofrendas al templo, oraciones y fórmulas. Y, sin embargo, olvidaban lo más importante de la ley: el amor y la justicia. Como no tenían el corazón convertido, no daban frutos de conversión; por eso les espera la suerte final del árbol estéril. Si la fe y la conversión no influencian nuestra conducta personal, familiar, laboral y social, o no modifican nuestra actitud ante el dinero, por ejemplo, o ante la pobreza material y espiritual de los demás o las necesidades de aquel hermano que conocemos bien, no mostraremos los frutos de la conversión. Lamentablemente, la actitud farisaica se repite en aquellos cristianos que no han convertido su corazón a una religión en espíritu y en verdad. ¡Cuántos cristianos nominales hoy día! Vivimos tiempos en que se decanta lo que es cada uno y quedan al descubierto una fe sin compromiso, la separación de creencias y conducta, la religión de herencia socio-familiar, la ignorancia religiosa, la rutina devastadora y el fariseísmo hipócrita. Nos acecha siempre el peligro de la coartada: creernos seguros como élite de salvación, en razón de nuestros sentimientos religiosos, cumplimiento cultual, buenas obras, aportación económica para el mantenimiento del culto, para beneficencia y caridad. Todo esto está muy bien y es necesario cumplirlo; pero Dios nos libre de pensar que con ello merecemos ya su salvación. Ésta es siempre gracia, don gratuito, amor que Dios nos tiene y por el que nos da el ser cristianos y el actuar como tales. Por todo ello hemos de bendecir a Dios continuamente; sin olvidar que su obra en nosotros no tiene lugar automática y coactivamente. Él cuenta con nuestra respuesta y colaboración libres. Y aunque seamos cristianos de toda la vida, al final habremos de decir: No somos más que unos pobres servidores; hemos hecho lo que teníamos que hacer (Le 17,10). Gracias te sean dadas, Padre nuestro del cielo, porque no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús; pues por la unión con Cristo, la ley del Espíritu que da vida nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Establece, Señor, tu ley de amor y de amistad en lo más profundo de nuestros corazones rejuvenecidos, 511

para que sepamos responderte como tú mereces, porque amarte a ti y a los demás es cumplir tu ley enteramente. Conviértenos, Señor, de la hipocresía autosuficiente, para que demos frutos abundantes de conversión. Amén.

Jueves: Vigésima primera Semana Mt 24,42-51: Estad preparados.

PARÁBOLAS DE LA VIGILANCIA 1. Escatología en parábolas. La lectura continua del evangelio de Mateo concluirá el próximo sábado, y los evangelios de los tres últimos días de esta semana se toman del discurso de Jesús sobre el fin del mundo y su segunda venida en gloria. En la redacción de Mateo parece Jesús relacionar estos hechos finales con el anuncio de la ruina de Jerusalén y de su templo. A este anuncio en lenguaje apocalíptico y figurado siguen las parábolas de la "parusía", es decir, Se la venida última del Señor. Son llamadas también parábolas de la vigilancia, y se encuentran en los capítulos 24 y 25 de Mateo, que constituyen el discurso escatológico, el quinto y último de los cinco grandes discursos que estructuran el primer evangelio. Dos niveles de lectura se combinan en este quinto discurso: el cristológico y el eclesial. El primero se refiere a la venida última de Cristo en majestad de juez, como confesamos e n el credo; y el segundo al tiempo de la Iglesia, es decir, al tiempo intermedio entre la ascensión y la parusía. Las parábolas de la vigilancia exponen la actitud apropiada de los miembros de la Iglesia a la espera d e Jesús. Hoy, mañana y pasado leeremos cuatro de estas parábolas: el ladrón en la noche y el mayordomo (hoy), las diez doncellas (viernes) y los talentos (sábado). El lema común que las precede es: "Estad en vela, porque no sabéis el día en que vendrá vuestro Señor". Así empieza el evangelio de hoy. La consigna tiene aplicación tanto en la primera de las parábolas que contiene: la del ladrón en lanoche, como en la segunda: la del criado constituido por su amo en mayordomo. Si en la primera no se concreta en qué consiste ese "estar en vela", por la segunda queda claro que se trata d e una vigilancia activa en el cumplimiento de una misión recibida. Ambas parábolas son relatadas también por Lucas, y sobre ellas volveremos el miércoles de la vigésima novena semana (Le 12,39ss). 512

2. ¿Temor servil o alerta esperanzado? La venida última de Cristo, que se anuncia en las parábolas de la vigilancia, tiene su certeza y su incertidumbre. Es segura su venida, pero incierto el momento. La ignorancia del cuándo fundamenta la vigilancia. Es sabido que en algunas comunidades apostólicas se vivió intensamente la espera de la parusía o segunda venida de Jesús. A esto alude san Pablo en su primera carta a los fieles de Tesalónica, en Grecia. Es el primer escrito de todo el Nuevo Testamento (hacia el año 51); y es la primera lectura estos días en los años impares. La psicosis adventista de los tesalonicenses motivaba reacciones diversas: desilusión en unos por el retraso de la parusía, alienación y falta de interés por el trabajo en otros, que vivían "muy ocupados en no hacer nada". Pablo avisa a todos de los espejismos de la impaciencia y, después de recordarles que el día del Señor llegará como ladrón en la noche, los exhorta a la vigilancia activa con estas palabras: "Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para que ese día os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente" (ITes 5,4ss). En otra ocasión, escribiendo san Pablo a los corintios, les dice: "No carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros... Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo... ¡Y él es fiel!" (ICor l,7s: 1.a lect, año par). En tiempos pasados, un enfoque excesivamente moralizante e individualista de la escatología centró toda la atención sobre la muerte y el juicio particular del cristiano, algo que, obviamente, está incluido en ella. Pero acentuar el temor y la angustia no es la finalidad ni lo constitutivo de la vigilancia cristiana; porque esperar el día de nuestro Señor no ha de ser motivo de temor servil para nosotros, seguidores de Cristo, sino de alerta esperanzado, deseo anhelante y alegría del encuentro. La fe y la esperanza cristianas no nos permiten tampoco difuminar el aspecto social y constructivo del último día. En el día del Señor culmina el curso de la historia humana, que es absorbida en la gloria esplendorosa de la manifestación final del Reino, puesto por el Padre en manos de Cristo. Entonces serán realidad "el cielo nuevo y la tierra nueva que esperamos, en que habítela justicia" (IPe 3,13). ¡Te bendecimos, Dios de la fidelidad eterna! Tú nos llamaste a participar en la vida de tu Hijo. Móntennos siempre en una vigilancia fiel y gozosa, propia de los hijos de la luz y no de las tinieblas, esperando la manifestación gloriosa de nuestro Salvador. 513

Ayúdanos, Señor, a descubrir tus constantes venidas en el curso de la historia de cada día y cada hora, en el hermano que necesita de nuestra ayuda y cariño, en los hombres y mujeres que sufren y te buscan, para que, caminando en la esperanza de la nueva tierra, alcancemos el nuevo cielo en que habita tu justicia.

Viernes: Vigésima primera Semana Mt 25,1-13: Parábola de las diez doncellas.

VIGILANCIA Y RESPONSABILIDAD 1. El retraso del novio. Hoy se proclama como evangelio la parábola de las diez doncellas que esperan la llegada del esposo al banquete de boda. La parábola incide sobre la actitud propia del cristiano en el tiempo que media entre la ascensión de Jesús y su vuelta gloriosa al final de los tiempos como juez de vivos y muertos. Hecho que se designa en los escritos del Nuevo Testamento con el término ya consagrado de "parusía". En la parábola se propone una actitud de fidelidad en tensión amorosa y a la espera, es decir, la vigilancia cristiana. Ésta, como en la precedente parábola del criado de confianza y en la siguiente de los talentos, no es pasividad, sino responsabilidad personal y comunitaria al servicio del reino de Dios. El protagonismo de la parábola, en contra de lo que sugiere una lectura superficial, no lo tienen las diez jóvenes, divididas por igual en dos grupos: necias y sensatas, sino el novio que se retrasa en llegar. Y el símil comparativo del reino de Dios, tema y núcleo central de todas las parábolas, es en este caso un banquete de bodas, en el que tienen un papel destacado las muchachas que acompañan a la novia durante la espera del esposo, según el uso de las bodas palestinas. Aunque una parábola no es una alegoría con significado propio en cada detalle, sino que del conjunto se deduce una enseñanza única, con la primera comunidad cristiana y los santos padres podemos señalar quién-es-quién en el reparto de papeles. El esposo esperado es Cristo; su retraso es la demora de la parusía; su llegada repentina a medianoche es la hora imprevisible del Señor; las diez doncellas del cortejo son la comunidad que aguarda; su admisión o rechazo es la sentencia del juicio. 2. Responsabilidad vigilante. La parábola concluye con la enseñanza: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora". Es el mismo lema que 514

ayer abría la serie de parábolas que vienen ocupando nuestra atención. Esta conclusión sobre la vigilancia es un toque de alerta ante el juicio final que acompaña a la manifestación final de Cristo. Hay que estar siempre preparados con aceite en las lámparas; así la luz viva se convierte en signo de la fe responsable y de la esperanza vigilante. Pero hay en la parábola dos detalles sorprendentes: 1.° El aparente egoísmo de las jóvenes que tienen provisión de aceite y no quieren compartirlo con sus compañeras. 2.° El rechazo inflexible del esposo, que no abre la puerta a las impuntuales. Tales detalles están al servicio de la idea global de la parábola. La negativa a compartir el aceite es un recurso literario en función del desenlace final de la misma. La lámpara encendida es signo de la previsión; y es precisamente la falta de previsión lo que provoca la exclusión del banquete. Ante la seriedad del momento, se trata de destacar una responsabilidad personal que no es sustituible. Previsión y vigilancia son cualidades anímicas que unos tienen y otros no, pero que no se pueden compartir o prestar. Algo así sucede con la respuesta personal a Dios. Es insustituible, pues, la responsabilidad y el compromiso personal de la vigilancia para estar siempre preparados. 3. Se necesita sabiduría de Dios para entender todo esto. En la primera lectura bíblica de estos días (en los años pares) se lee la primera carta de san Pablo a la comunidad de Corinto. En sus dos primeros capítulos contrasta el Apóstol la sabiduría de este bajo mundo con la de Dios, la sabiduría cristiana, cuya clave es Cristo crucificado, escándalo para unos y necedad para otros, pero fuerza y sabiduría de Dios para todos los llamados a Cristo por la fe y el bautismo. Esta sabiduría superior es la dimensión práctica de la fe para el discernimiento cristiano ante los signos de los tiempos y para seguir los valores morales. Por eso es don del Espíritu Santo. ¡Cuántos cristianos mantienen la lámpara de su fe apagada o mortecina, y deambulan por la vida sin personalidad ni consistencia evangélica, atolondrados, embotados e incapaces de percibir la urgencia de la hora actual! Otros viven sin horizonte ni ilusión de futuro, sumergidos tan sólo en el presente: dinero, poder, egoísmo, sexo y materialismo con sus múltiples tentáculos. Cuando la muerte llama a su puerta, lloran sin esperanza o fingen estoicismo ante la nada. Necesitamos la sabiduría de la fe que nos da una mentalidad nueva y despierta, previsora y activa. Es la única apta para superar la vaciedad, el aburrimiento y la vulgaridad de una vida superficial que se contenta con cualquier sucedáneo de Dios. ¡Gloria a ti, Señor Jesús! Tú eres luz del Padre y te revelas a quienes saben esperarte velando. 515

Queremos mantener viva en la noche la esperanza, hasta que despunte la aurora luminosa de tu llegada. No permitas, Señor, que se nos embote el sentido para percibir tus continuas venidas a nuestro mundo. Ayúdanos a tener siempre ardiendo la lámpara de la fe que tú encendiste el día primero de nuestro bautismo. Alimentándola con el amor y la fidelidad cotidiana, caminaremos a su luz hacia el encuentro contigo para ser admitidos al banquete eterno de tu Reino. Amén.

Sábado: Vigésima primera Semana Mt 25,14-30: Parábola de los talentos.

PECADOS DE OMISIÓN 1. Creatividad de los talentos. Hoy concluye la lectura continua de Mateo con la parábola de los talentos, dentro del contexto del discurso escatológico de Jesús. El destinatario de la parábola en su redacción actual es la comunidad cristiana. Al igual que en la precedente parábola de las diez doncellas, se urge la actitud de alerta a la espera del Señor, pero con un marcado acento sobre la creatividad. Un rico señor que se ausenta, confía sus bienes a tres de sus empleados para que los hagan redituar, según la capacidad de cada uno. Es fácil entender que el señor es Cristo; su ausencia, la ascensión al cielo; su vuelta, la parusía. Los empleados son los cristianos, a quienes se pide vigilancia productiva en el tiempo eclesial de la espera; los talentos son los dones del reino de Dios en la persona de su Hijo; el rendimiento de cuentas es el examen del juicio; y la sentencia es la participación o exclusión del Reino, simbolizado una vez más en la imagen habitual de un banquete. Cuando el amo vuelve y se pone a ajustar cuentas, los dos primeros empleados pueden presentar un balance muy positivo de la gestión de sus talentos. Un talento era una cifra considerable: diez mil denarios. Ellos lo han hecho redituar al cien por ciento; por eso son felicitados por su señor, que los recompensa con un cargo importante y los admite a su banquete. Pero a continuación entra en escena el tercer empleado, que a partir de aquí centra la atención del relato parabólico. Este perezoso devuelve íntegro su talento, su millón diríamos. Así, piensa él, está en regla con su amo. Ha sido un holgazán, pero ahora se las da de exacto 516

y cumplidor. No obstante, el señor lo condena por sus propias palabras. Ya se ve que era el menos capaz e inteligente de los tres. El tercer empleado, que no malgasta el dinero, sino que se limita a conservarlo, parece no hacer nada malo; y, sin embargo, es castigado. ¿Por qué? Precisamente por no haber explotado su talento, es decir, por su pecado de omisión. Pero abramos los ojos. En el empleado inútil y abstencionista estamos retratados todos con mayor o menor intensidad de luz. 2. No al abstencionismo. No solemos examinarnos debidamente ni sentirnos culpables, por tanto, de los pecados de omisión. Sin embargo, el abstencionismo y la apatía, la pereza y la comodidad, el egoísmo y el miedo paralizante, frutos de una psicosis de seguridad, son los mayores pecados sociales que puede cometer un cristiano hoy día. Dios nos pide una fidelidad productiva de sus talentos; de lo contrario quedaremos descalificados. Los talentos que de Dios recibimos son, en primer lugar, los bienes y riquezas de su Reino: la salvación, la fe, su amor, su amistad... Son también, en segundo lugar, los dones naturales: vida y salud, inteligencia y voluntad, familia y educación, iniciativa y trabajo, simpatía y personalidad... La vocación cristiana a la fe en Cristo es el gran talento que resume todos los demás. Pues bien, todos esos dones y talentos no son para nuestro uso privado y exclusivo. En realidad, más que propietarios, somos administradores de los mismos. El dilema insoslayable que se nos plantea es: explotar nuestros talentos al servicio de Dios y de los hermanos, o bien enterrarlos egoísta y estérilmente. Son innumerables los cristianos que entierran sus talentos, apuntándose al mínimo obligatorio para no complicarse la vida, para no tener que arriesgar nada en un compromiso serio en bien de los demás. Viven instalados, desilusionados, apáticos y fosilizados. Como el empleado haragán, no malgastan su talento, pero lo entierran; y se contentan con mantener intacto, pero infecundo, el depósito de la fe. Sin embargo, la filosofía del conservar y no perder es insuficiente en cualquier campo, incluido el servicio de Dios y de los hermanos. Por eso hemos de asumir el riesgo de invertir nuestros talentos en la construcción del reino de Dios en nuestra vida personal, de familia, de trabajo y de sociedad. Lo contrario es renunciar a crecer como persona y como cristiano, enterrándonos en vida con nuestros talentos en conserva. Pero Jesús no fundó el cristianismo como una religión de museo y conservadurismo, sino de revolución total que hemos de ir haciendo efectiva sus discípulos mientras esperamos su venida gloriosa. Solamente así podremos oír de sus labios: Porque has sido fiel, pasa al banquete de tu Señor. 517

Gracias, Señor Jesús, porque confiaste en nosotros entregándonos los talentos y la responsabilidad del Reino. Con la parábola de hoy nos abres los ojos sobre nuestros pecados de omisión y mediocridad Concédenos tener mucho amor para recibir más amor. Acompáñanos, Señor, con tu Espíritu de creatividad para que, haciendo redituar los talentos que nos diste para el servicio del reino de Dios y de los hermanos, merezcamos en tu venida escuchar de tus labios las palabras dirigidas al servidor fiel y responsable: Entra tú también en el gozo del banquete de tu Señor.

Lunes: Vigésima segunda Semana Le 4,16-30: Hoy se cumple esta Escritura.

JESÚS DE NAZARET ES EL "HOY" DE DIOS 1. Un evangelio que es programa y resumen. Es muy denso y amplio el mensaje que contiene el evangelio de hoy. El evangelista Lucas, cuya lectura continua comenzamos hoy y se prolongará hasta el fin del año litúrgico, ha llenado el primer episodio de la vida apostólica de Jesús con toda la profundidad de su vida: 1.° Su misión y programa mesiánico para judíos y paganos. 2° La incredulidad de Israel, representado aquí en sus paisanos de Nazaret. 3.° La persecución de la que es objeto ya inicialmente y lo será después hasta acabar en la cruz. Éstos son los tres momentos que responden a las tres partes que distinguimos en el texto evangélico de hoy: 1.a Cita de Isaías que Jesús se autoaplica en el hoy del presente. 2.a Rechazo de sus oyentes, que no ven en él al ungido o mesías del Señor, sino al hijo de José. 3.a Intento de eliminarlo. Unido al primer anuncio de Jesús va su primer revés apostólico. A diferencia de Mateo y Marcos, ha preferido Lucas abrir el ministerio profético de Jesús, no con un pregón de conversión, sino con una buena noticia de liberación para los pobres, los cautivos, los oprimidos y los ciegos; cuatro categorías de personas que representan globalmente la miseria y necesidad del hombre. La liturgia sinagogal del sábado, a la que Cristo asistía regularmente, tenía un esquema celebrativo del que se hace eco la primera parte de la misa o liturgia de la palabra. Constaba de una primera lectura de la ley mosaica, tomada de un libro del Pentateuco y comentada por un 518

especialista; seguía después una lectura de los profetas, que, con permiso del presidente, podía glosar cualquier varón mayor de treinta años. Es lo que hizo Jesús en esta ocasión en Nazaret. Impulsado por el Espíritu que lo ungió en su bautismo, proclama Jesús un mensaje de gracia. Él ha sido ungido y enviado para anunciar el favor del Señor a los humildes del pueblo, para pregonar la buena nueva de la liberación y el año jubilar, en que se devolvían las tierras enajenadas, se cancelaban las deudas y se daba libertad a los esclavos. Para centrarse en este mensaje de gracia, Jesús silenció el final del texto de Isaías que concluye con una amenaza, después del año de gracia del Señor: "Día de venganza de nuestro Dios" (Is 61,2b). 2. Jesús de Nazaret. La gente de Nazaret conocía demasiado bien a Jesús, que se había criado entre ellos, como para creer que el hijo de María y de José el carpintero había sido ungido por el Espíritu de Dios como el mesías esperado del pueblo judío durante siglos. Su nombre de siempre, el que repetirán los apóstoles en sus pregones después de Pentecostés, fue, es y será "Jesús de Nazaret"; un hombre hijo del pueblo y situado en un tiempo y espacio concretos. Jesús de Nazaret: Dios hecho hombre. Tal es el Cristo de nuestra fe. No creemos en un mito, menos todavía en una idea o una ideología, sino en Cristo Jesús, Hijo de Dios y su Mesías, que vivió en un contexto histórico y sociológico, enraizado en una familia nazaretana, representante de la humanidad en su conjunto. Si, como los habitantes de Nazaret y los judíos contemporáneos de Cristo, no somos capaces de superar el "escándalo" de la encarnación de Dios en la naturaleza humana, tal como se resume en estas tres palabras "Jesús de Nazaret", es que no hemos entendido nada del misterio personal de Cristo. Él es la meta y cumbre de la revelación bíblica de Dios y de su plan de salvación para el hombre. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Eterno "hoy" de Dios que es su última palabra, que es invitación a la fe y piedra de tropiezo para el que no la acepta. "Hoy" salvador, en cambio, para quien con los apóstoles, por boca de Pedro, exclama: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios" (Jn 6,68). Jesús proclama un evangelio de liberación para el presente. Por eso el cristianismo es fe anclada en la realidad, que es el hoy de Dios. No somos nostálgicos del pasado, ni es la Iglesia una comunidad vuelta hacia el ayer, ni siquiera en la celebración del culto. Pues éste no es memoria muerta, sino actualización en la fe de los hechos salvadores de Dios por Cristo Jesús. Hemos de vivir alegremente cada día como el "hoy" eterno de Dios, redescubriendo por la fe la Palabra que nos hace nacer cada día para Dios en el Espíritu de Cristo resucitado. 519

Gracias, Señor, porque en nuestro "hoy" nos salvas por medio de tu Hijo Cristo Jesús. El es tu Palabra que nos revela tu nombre y tu amor, tu gloria y tu rostro. Ábrenos los ojos de la fe para ver en él a tu Ungido, enviado a dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos y oprimidos la libertad, para inaugurar el tiempo de gracia de nuestro Dios. Que nuestra vida proclame tu paz y tu alegría, la buena noticia que hemos recibido de sus labios. Haz que nuestro hoy, que pasa fugazmente, florezca en eternidad y encuentro para siempre. Amén.

Martes: Vigésima segunda Semana Le 4,31-37: Jesús cura a un poseso.

UN EXORCISTA DIFERENTE 1. En funciones de exorcista. Como veíamos en el evangelio de ayer, Jesús acaba de fracasar en Nazaret, su patria chica, donde sus paisanos intentaron inútilmente despeñarlo por un barranco. Entonces bajó a Cafarnaún, que es llamada por los evangelistas "su ciudad", de donde partía para sus excursiones por Galilea a orillas del lago y en donde recalaba después de las mismas. La escena evangélica de hoy tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaún, y en ella distinguimos dos partes. La primera destaca la autoridad sin igual que emanaba de la persona y palabra de Jesús; y la segunda narra la curación de un poseso, que es el primer milagro de Cristo según la tradición sinóptica (cf Me l,21ss). Tal sanación es el fruto de esa autoridad y poder de Cristo, que se demuestra tanto en su enseñanza y mensaje como en sus obras y milagros. Si de su enseñanza la gente quedaba asombrada porque hablaba con autoridad, igualmente la reacción ante la curación del "endemoniado" es de entusiasmo: "¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen". En el mundo antiguo, tanto entre judíos como griegos, se admitía la existencia de dáimones (demonios) o espíritus intermedios entre Dios y el hombre o la materia. Para los griegos estos espíritus eran ambivalentes; podían ser benéficos o perjudiciales, aliento de genio o de locura, de fortuna o de desgracia. En cambio, para los judíos eran espíritus 520

impuros, hostiles al hombre, opuestos a la pureza religiosa y a la santidad moral que requiere el servicio de Dios. Su presencia se detectaba especialmente en las enfermedades mentales y psíquicas tales como la epilepsia y la esquizofrenia. Muchos de los "endemoniados" de los evangelios podían ser enfermos de este tipo. Pero Jesús se atuvo a la mentalidad judía de su tiempo, si bien en otros aspectos discrepó, como, por ejemplo, respecto de la supuesta interdependencia de enfermedad física y pecado personal. Cristo vino para liberar el hombre del mal en su totalidad: del mal moral, que es la esclavitud del pecado, y de sus consecuencias nefastas en el mal físico, que es la enfermedad, el hambre, la pobreza, la violencia, la guerra y la muerte. Todo lo que es mal pertenece de alguna manera a la esfera del pecado y se sale de los planes de Dios, que quiere el bien de sus hijos los hombres. 2. Al servicio de la liberación del hombre. Los evangelios nos muestran a Jesús actuando frecuentemente como "exorcista", conforme a esa mentalidad judia. Pero para vencer al demonio, Jesús no recurre a fórmulas mágicas y supersticiosas, tan frecuentes en el paganismo, sino al poder de Dios que en él residía; el mismo poder con que superó las insidias del tentador en el desierto. Los relatos evangélicos de sanación de posesos, tal como vemos en el endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún, suelen atenerse a un patrón convencional que sigue estos pasos: El espíritu inmundo empieza por reconocer a Jesús como quien es. Éste le ordena silencio y después lo expulsa del poseso. Sigue un signo exterior y convulsivo de tal expulsión, y, finalmente, los asistentes manifiestan su asombro. El significado más profundo de la curación de los "endemoniados" por Jesús es su dimensión liberadora de la persona. Así el hecho alcanza en la fe un nivel superior, porque es signo de la presencia del reino de Dios y de su salvación mesiánica, que llega al hombre en la persona de Jesús de Nazaret. Pues bien, a la comunidad cristiana y a cada uno de sus miembros se les ha confiado la tarea de continuar la misión liberadora de Cristo en el mundo actual. Es el compromiso evangélico con el hombre, nuestro hermano, especialmente con el más pobre y oprimido, ayudándole a encontrar en Dios el sentido de la vida y de la dignidad humana. El anuncio del Reino hoy, como en vida de Jesús, debe acompañarse con gestos de liberación del hombre actual, "poseído" por el mal, es decir, alienado por todo lo que es inhumano: la tiranía de la injusticia y del fatalismo, de la desesperanza y la indiferencia, del tener y gastar, del acaparar y consumir, de la soberbia y del sexo, de la insolidaridad, del egoísmo y del desamor.

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Te bendecimos, Padre, porque Cristo Jesús, tu Hijo, basó su autoridad en el carismay no en el poder, en el servicio liberador y no en la opresión. En él nos mostraste que es posible ser hombres libres, desposeídos del pecado, señores de nuestro destino, hermanos de los demás y solidarios del que sufre. Queremos continuar su misión liberadora del hombre, poseído por los demonios del tener, acaparar y consumir, del egoísmo y la soberbia, la insolidaridady el desamor. Así el anuncio del Reino inundará de luz nuestro mundo, y viviremos en plenitud, libertad y esperanza segura.

Miércoles: Vigésima segunda Semana Le 4,38-44: Numerosas curaciones de Jesús.

CON AURA DE TAUMATURGO 1. Frecuentes milagros. En la línea narrativa del presente evangelio de Lucas, que sigue aquí fielmente a Me l,29ss, advertimos tres secciones: 1.a Curación de la suegra del apóstol Pedro. 2.a Sanación de numerosos enfermos. 3.a Actividad misionera itinerante de Jesús. En las abundantes sanaciones que refiere este pasaje evangélico se realiza el programa mesiánico de liberación confiado a Jesús, el ungido del Espíritu, como poco antes expuso él mismo en la sinagoga de Nazaret. Ya que muchas de las lecturas evangélicas a lo largo del año litúrgico se refieren a hechos milagrosos, como los que reseña el pasaje de hoy, nos conviene reflexionar sobre el dato evangélico de los milagros de Jesús para entenderlos debidamente. Estos relatos de milagros se atienen a las leyes del género literario que constituyen las narraciones de prodigios, conforme a esquemas estereotipados y en un lenguaje que no es científico, sino popular. La tradición oral que surgió de la predicación y catequesis apostólicas, y que recogieron después los evangelios escritos, dio mucha importancia a los milagros de Jesús de Nazaret, "profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo" (Le 24,19), y que, "ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos del diablo, porque Dios estaba con él", "realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis", 522

proclama el apóstol Pedro en sus discursos del libro de los Hechos (10,38; 2,22). La estadística evangélica de los milagros concretos de Jesús —aparte de los sumarios frecuentes o resúmenes en que se incluyen milagros sin especificar—, suma 35, de los cuales 30 se encuentran en los tres evangelios sinópticos y cinco en san Juan. De los sinópticos es Marcos quien da mayor realce a los milagros del Señor, de los que menciona hasta 20, intercalándolos funcionalmente, como ilustración de la enseñanza de Jesús, según vimos en otra ocasión. La mayor parte de los milagros son curaciones de enfermos y "endemoniados". Hay también tres resurrecciones de muertos: hijo de la viuda de Naín, Lázaro e hija de Jairo, así como algunos portentos sobre la naturaleza: tempestad calmada, pesca extraordinaria, agua convertida en vino, multiplicación de los panes... 2. Desde la perspectiva del Reino. Hacer milagros no fue algo exclusivo de Jesús, si bien él lo realizó con potestad propia y no vicaria, porque era el Hijo de Dios. Pero también los apóstoles hicieron prodigios en las misiones que el maestro les confió y después de Pentecostés, según leemos en los Hechos, en especial los milagros de san Pedro y san Pablo. Asimismo el Antiguo Testamento conoció los milagros de los profetas Elias y Elíseo. ¿Cómo interpretar los milagros de Jesús? Desde la perspectiva liberadora del reino de Dios. Al realizar sus milagros, Cristo no se propuso hacer alarde de su categoría divina, algo a lo que más bien se opone ya en las tentaciones del desierto y en numerosas ocasiones en que se niega a capitalizar el éxito de la popularidad que tales portentos le granjeaban. Por eso hemos de rectificar interpretaciones que hoy resultan anticuadas. Así, por ejemplo, ver los milagros sobre todo como prueba apologética de la divinidad de Cristo o como simple muestra piadosa de su bondad y compasión. Los milagros de Jesús deben enfocarse desde la perspectiva en que él mismo lo hizo en repetidas ocasiones, lo mismo en la sinagoga de Nazaret que en su respuesta al Bautista; es decir, desde la liberación integral que el reino de Dios, inaugurado por Jesús y presente en su persona, trae para el hombre a quien Dios ama. Según la definición escolástica, el milagro es un hecho contra o sobre la naturaleza, como quien viola una ley natural. Pero para la Biblia es más bien una manifestación del poder salvador de Dios. Porque Jesús estaba ungido con la fuerza del Espíritu, se mostró señor de la naturaleza (milagros sobre los elementos), señoi de la vida y superior al pecado (sanaciones), vencedor del diablo (curación de endemoniados) y de la muerte (resurrecciones, a imagen de su propia resurrección). La historia evangélica de los milagros está íntimamente vinculada a 523

la fe de los agraciados por Cristo, y nos estimula al compromiso liberador de la fe. Sobre estos dos últimos puntos hemos reflexionado en otra ocasión (ver viernes de la duodécima semana). Te alabamos, Padre, porque Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por la enfermedad Con sus milagros en favor de los pobres y enfermos inauguró la esperada salvación de tu Reino para el hombre que tú amas con ternura de padre. Su ejemplo nos estimula al compromiso cristiano en favor de la liberación de los más abandonados. Por eso hacemos nuestros los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de cuantos sufren. Acógenos a todos en la fiesta de tu Reino. Amén.

Jueves: Vigésima segunda Semana Le 5,1-11: Dejándolo todo, lo siguieron.

LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE CRISTO 1. "Pescadores de hombres". El evangelio de hoy contiene tres secciones en conexión mutua y progresiva: Predicación de Jesús a la gente, pesca milagrosa y vocación de los cuatro primeros discípulos. La silueta de Cristo se dibuja primero en solitario sobre un fondo de multitudes que escuchan ávidas su palabra. En esto coincide el relato de Lucas con el de los otros dos sinópticos (Me l.lóss; Mt 4,18ss). Pero Lucas añade una circunstancia que va a ser determinante: la pesca milagrosa. Cuando Jesús acabó de hablar a la gente desde la barca de Pedro, le dice a éste: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón Pedro contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando, y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red".jEste dato viene a explicar su reacción positiva y la de sus compañeros a la llamada de Jesús, el joven rabí a quien apenas conocían: "Desde ahora serás pescador de hombres", le dijo a Pedro y a los otros. Y los cuatro, dejándolo todo, lo siguieron. Eran dos parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. 524

Éste es el relato de vocación de los cuatro primeros discípulos de Jesús. En él descubrimos el esquema vocacional que es habitual en la \ Biblia, y que suele seguir estos pasos: 1.° Estremecimiento, asombro y \ temor reverencial del hombre ante el Dios santo: "Apártate de mí, \ Señor, que soy un pecador —dice Pedro a Jesús—. Y es que el asombro \ se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían pescado". 2.° Misión confiada al hombre por Dios, que es quien tiene siempre la iniciativa: "No temas, desde ahora serás / pescador de hombres", dice Jesús a Pedro y sus compañeros. 3.° Res- / puesta incondicional de los vocacionados al profetismo, al discipulado j y al ministerio apostólico: Los cuatro, dejándolo todo: barca, redes y familia, siguieron a Jesús inmediatamente. 2. Vocación al seguimiento de Cristo. Se da continuidad entre la llamada hecha por Jesús a sus discípulos y la vocación de todo cristiano en la comunidad eclesial. Se inicia así la larga serie y el estilo del discipulado cristiano. En la vida individual de cada uno de nosotros, como en la escena evangélica de hoy, hay una llamada personal de Dios por nuestro propio nombre a la fe y al seguimiento de Cristo. Es una vocación gozosa; por eso hay que vivirla no como una triste carga, sino como una misión que ilumina el propio horizonte, nuestra vida familiar, nuestro mundo laboral y la realidad social en que nos movemos. Cristo es la salvación, Jesús es la luz, y el que lo sigue no camina en tinieblas. La página evangélica de hoy nos plantea serios interrogantes: ¿No tendremos dormida o muerta la fuerza original de nuestra vocación a la fe en Cristo? ¿No estaremos inmersos en un cristianismo sociológico de tradición y herencia familiar más que de opción personal y consciente por los valores del reino de Dios? Ya desde el comienzo de la Iglesia se vio el seguimiento de Cristo y el discipulado como expresión totalizante de la condición cristiana, que brota de la respuesta vocacional, es decir, de la conversión a la fe. Más de treinta veces se conjuga en los evangelios el verbo "seguir" a Jesús. Lá vocación cristiana a la fe y al bautismo es la vocación universal y básica a la santidad evangélica mediante el seguimiento de Cristo, que se va especificando en las diversas vocaciones, estados de vida y carismas que el Espíritu reparte como quiere dentro del pueblo de Dios (LG 39s). A pesar de nuestros errores y mezquindad, el Señor nos renueva su amor y su llamada en todo momento. Siempre es tiempo de responderle generosamente y de empezar cada mañana de nuevo el seguimiento de Cristo. A cada vocación de Dios va unida una misión confiada por él. La doctrina teológica aclara suficientemente que la misión eclesial de los laicos no es una concesión de la jerarquía para estar en línea con las corrientes de emancipación y mayoría de edad laical, ni se debe a 525

razones coyunturales de suplencia para cubrir puestos vacíos o alcanzar lugares y realidades inaccesibles a la jerarquía eclesiástica. No. El compromiso de todos los cristianos al servicio del evangelio y del reino de Dios brota de su condición de bautizados en Cristo y confirmados en el Espíritu. ¡Á todos nos dice hoy Jesús: Remad mar adentro y echad las redes para pescar. Te bendecimos, Padre, porque nos has llamado aja fe, al bautismo y al seguimiento de Cristo. Él nos toma de la mano, pronuncia nuestro nombre y nos confía una misión: Seréis pescadores de hombres. Bendito seas, Señor, porque necesitas nuestras manos, nuestra voz, nuestra pobreza. ¡Gracias por la confianza! Por tu palabra, echaremos la red hasta que rebose de peces. Por la fuerza de la resurrección de Jesús libéranos del poder del miedo y de la nada de la muerte. Tú has pronunciado tu nombre sobre nuestra pequenez, y nosotros te pertenecemos para siempre. ¡Gracias, Señor!

Viernes: Vigésima segunda Semana Le 5,33-39: A vino nuevo, odres nuevos.

¿LAS INSTITUCIONES O LA VIDA? 1. Las viejas instituciones mosaicas. Partiendo de la cuestión sobre el ayuno y valiéndose después de dos comparaciones, paño y vino nuevos, en el texto evangélico de hoy afirma Jesús categóricamente l a novedad radical del evangelio, que debe primar sobre las viejas instituciones mosaicas: A vino nuevo, odres nuevos. Así solventa Jesús l a cuestión polémica que fariseos y letrados le plantean: Los discípulos d e Juan y los fariseos ayunan a menudo; en cambio, tus discípulos n o ayunan nunca. Entrevemos aquí un punto de disensión entre la joven Iglesia y la vieja Sinagoga (cf Me 2,18ss; Mt 9,14ss). No pueden ayunar mientras el novio está con ellos, contesta Jesús, porque nadie ayuna en una boda. Así continúa Cristo la imagen esponsal que, a partir de Oseas, desarrollaron los profetas. Con lo cual se e s t á declarando a sí mismo como el nuevo esposo de las nuevas bodas d e Dios con su nuevo pueblo, la Iglesia. 526

A continuación añade Jesús dos imágenes que vienen a justificar su respuesta a la cuestión del ayuno. Nadie remienda un manto viejo con paño nuevo, porque se estropea; ni echa el vino nuevo en odres viejos, porque se revientan. Con estas comparaciones está diciendo Jesús que la vida nueva que trae el evangelio del reino de Dios no es compatible con las viejas instituciones, representadas aquí en el ayuno. El pasaje evangélico de hoy ha de entenderse, pues, desde la novedad que supone la presencia del Reino en la persona, mensaje y milagros de Jesús. Él no establece el cristianismo como una religión cuyo eje central sea la práctica cultual y religiosa a la vieja usanza, sino como un nuevo estilo de relación con Dios y con los hermanos. Religión que conlleva, naturalmente, un mínimo de prácticas como expresión de fe personal y comunitaria, pero no como lo más importante, pues la fe y el amor tienen la primacía sobre el culto. 2. ¿Las instituciones o la vida? El evangelio de este día plantea también un dilema insoslayable: ¿La ley y las estructuras, o la vida y el espíritu? Es verdad que los hombres pasan y las instituciones permanecen; pero también lo es que con el paso del tiempo las instituciones se anquilosan, mientras la vida sigue. Ha sido una constante histórica: la vida y la base han ido siempre abriendo camino, sin preocuparse mucho de que detrás van las leyes y la autoridad tratando de dar alcance a la vida, que en sí misma es cambio y evolución. Usos y costumbres que en un primer momento fueron sospechosos son reconocidos más tarde por la ley como logros maduros. Es comprensible que esto suceda a todos los niveles, porque las instituciones y el orden establecido tienden a perpetuarse y, por lo mismo, a anquilosarse en su instalamiento. Por eso necesitamos un talante evangélico, el de Jesús, para creer y amar, para tener perspectiva histórica, apertura a los demás, comprensión, tolerancia, respeto a las personas y valoración relativa de los métodos, costumbres, leyes e instituciones. Lo único absoluto es Dios, amarle a él y amar a los hermanos, manteniendo la unidad en lo evangélicamente fundamental y admitiendo la pluralidad en lo accidental, que es mucho. En otro pasaje evangélico, a propósito de las purificaciones habituales entre los judíos observantes, al ser recriminado Jesús por los fariseos: "¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?", respondió Jesús remitiéndose, en primer lugar, al profeta Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío". Y añadió: "Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraras a la tradición de los hombres" (Me 7,lss). Es fácil pensar que el evangelio de hoy es ideal para fustigar a tradicionalistas y conservadores a ultranza, olvidándonos de que todos 527

caemos con frecuencia en el cómodo inmovilismo, en el instalamiento y en el formulismo. No es fácil encajar y asimilar la novedad de un Dios sorprendente en cada instante y detalle de la vida. El evangelio de hoy nos plantea serios interrogantes: ¿Estamos nosotros y está nuestra comunidad en condiciones de contener y encauzar el vino nuevo del Reino, como una joven esposa de Cristo que se renueva cada día? ¿O estamos anquilosados como un manto viejo al que es imposible inyectar juventud? ¿Somos amigos de componendas y arreglos, es decir, de remiendos y petachos a nuestro cristianismo, sin optar por la novedad radical del evangelio? Te bendecimos, Padre, por el cáliz del vino nuevo que sella tu alianza con nosotros por la sangre de Cristo. Tanto amaste al mundo, Padre, que le diste a tu Hijo. Cristo Jesús se entregó en manos de los verdugos para que de su sangre derramada naciera el nuevo pueblo, como de la uva prensada nace el vino de la fiesta. Haz que el vino nuevo del Espíritu, fermento del Reino, reviente nuestros odres envejecidos por la rutina, para que podamos asimilar la novedad del evangelio. Concédenos, Señor, movernos con la fiel libertad que dan el amor y la amistad contigo. Amén.

Sábado: Vigésima segunda Semana Le 6,1-5: Los discípulos arrancan espigas en sábado.

SÁBADO Y DOMINGO 1. El sábado judío. Lucas presenta la redacción más breve de los tres sinópticos respecto del episodio evangélico de hoy, que refleja una polémica de Jesús con los fariseos sobre la observancia del descanso sabático. Lucas escribe para cristianos convertidos del paganismo grecorromano; y en éstos tenían menos eco las cuestiones estrictamente judías, como la institución sabática. "Un sábado atravesaba Jesús un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano". En el lugar paralelo, Mateo apunta la causa: "Porque tenían hambre" (12,1). Obrando así, no infringían ninguna prescripción de la ley mosaica, que 528

permitía coger uvas o espigas al pasar por elcampo de un vecino, sino una de las 39 prohibiciones que la tradición rabínica aplicaba al descanso sabático. De ahí que los fariseos les pregunten escandalizados: "¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?" Jesús, que lo oyó, toma partido por los suyos. Y recuerda a los acusadores el ejemplo de David y su gente, que, hambrientos y huyendo de Saúl, comieron los panes presentados al templo, los panes de la proposición; algo que sólo podían hacer los sacerdotes. A este argumento histórico, que tiene aplicación para cualquier ley, añade Jesús su propia autoridad, vinculada a la conducta de sus discípulos: "El Hijo del nombre —título mesiánico de Cristo— es señor del sábado". El que vino a perfeccionar la ley mosaica puede corregir las precisiones de los comentaristas de la misma y las tradiciones rabínicas respecto del descanso sabático; lo mismo que hizo respecto del ayuno, como veíamos en el evangelio de ayer. En su origen, la ley del sábado fue una ley humanitaria y social, para celebrar todo el pueblo judío, amos y asalariados, esclavos y libres, la liberación de los trabajos de la esclavitud de Egipto y el descanso del Creador al séptimo día. Pero los leguleyos la habían convertido en una ley de tiranía para el hombre, que estaba prácticamente al servicio de la ley del sábado. Algo inadmisible, según Jesús, que en el lugar paralelo de Marcos afirma rotundamente: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado" (2,27). Sin duda, esto sonó a los puritanos como una blasfemia. Una razón más para la condena capital que pronunciarán contra Jesús. 2. El domingo cristiano. El paso del sábado judío al domingo cristiano no se hizo de repente. Los primeros cristianos, aunque se reunían para la "fracción del pan", en un principio observaron el sábado; pero poco a poco se fue relativizando su obligación hasta ser sustituido definitivamente por el día primero de la semana, el domingo, en que resucitó el Señor. Ese día se reunían para celebrar su cena y su resurrección. Así lo hace constar san Justino mártir en su Apología (año 150). El domingo cristiano no es, pues, una mera transposición del sábado judío. Pero el peligro que nos ronda a los cristianos, como a los fariseos del tiempo de Jesús, es el legalismo que ve en la santificación del día del Señor tan sólo una obligación, y no una necesidad vital de expresar y compartir la fe en comunidad mediante el culto y la alabanza a Dios. Porque también para el cristiano el domingo o el fin-de-semana es un memorial de la liberación definitiva, gracias a la resurrección de Jesucristo en ese día como vencedor del pecado y de la muerte. La celebración del fin-de-semana en cristiano supone una liberación y una oportunidad. Liberados de la servidumbre del trabajo, podemos realizarnos humana y cristianamente, conviviendo con aquellos que 529

amamos o que nos necesitan, fomentando la cultura y el ocio reparador y creativo y dedicando parte de nuestro tiempo al culto. Por desgracia, muchos entienden el descanso dominical como un cheque en blanco para el consumismo, el vicio y la orgía. Pero no se hizo el hombre para el fin-de-semana, sino el fin-de-semana para el hombre. Ser católico no se reduce a ser "una persona que va a misa los domingos", y deja desatendido el resto de los valores de la vida. La fe cristiana no sacraliza parcelas estancas y reductos de tiempo, sino que es fe para todo tiempo y lugar. Por eso el sentido cristiano del domingo no se agota en la celebración eucarística. Porque queda todavía el sector familiar, la comunidad cristiana, la oración, la caridad y la atención a enfermos, pobres y abandonados, además de todo el resto de la vida semanal con sus afanes. Santificado sea tu nombre, Padre nuestro, porque Cristo nos liberó de la esclavitud de la ley para vivir en la libertad de los hijos de Dios, que se dejan guiar por la fuerza de tu Espíritu. Jesús nos enseñó que tú amas al hombre por sí mismo. Todo tu favor, tu gracia y tu verdad nos vienen por él, que nos constituyó en pueblo para tu gloria y servicio. Concédenos vivir nuestra fe en todo tiempo y lugar, para que santificando tu día en el culto y en la caridad, liberados de la servidumbre del trabajo y del pecado, podamos celebrar contigo tu eterno día de fiesta. Amén.

Lunes: Vigésima tercera Semana Le 6,6-11: El hombre del brazo paralizado.

AL LADO DEL HOMBRE 1. Estaban al acecho. El evangelio de este día continúa la controversia sobre el sábado. Si ayer eran los discípulos d e Jesús quienes, según los fariseos, violaban el descanse sabático, hoy es el Maestro quien lo hace al curar en la sinagoga a un hombre que padecía atrofia muscular en el brazo derecho. "Letrados y fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo". Antes de curar al minusválido, Jesús les lanza una pregunta a boca530

jarro: "¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien (como yo pienso hacerlo) o el mal (como vosotros tratáis de hacérmelo a mí), salvar a un hombre o dejarlo morir?" Ellos se quedaron callados, dice Marcos en el lugar paralelo (3,4). Si el sábado judío conmemorábala liberación de Egipto, ¿qué mejor manera de hacer tal memoria que liberar a un hombre de su enfermedad? Sin embargo, por un mal entendido honor y gloria de Dios los escribas y los fariseos se oponen a las curaciones de Jesús en sábado, a pesar de que autorizaban salvar la vida de un animal accidentado (cf Mt 12,11). Hacer prevalecer la estructura legal sobre el bien del hombre es traicionar la voluntad de Dios, viene a decir Jesús curando al enfermo en sábado. En su obstinada ceguera, aquellos celosos cancerberos de la ley estaban lejos de entender que la gloria de Dios es el hombre que tiene vida, como lapidariamente diría más tarde san Ireneo de Lyon (s. n). La institución judía del sábado traía su fuerza de los tiempos de la restauración religiosa del posexilio babilónico, a impulsos de la reforma del sacerdote Esdras, siendo gobernador Nehemías (ss. vi-V a.C). Con el paso de los años se constituyó, junto con la circuncisión —ambos signos de la alianza—, en la quintaesencia de la religiosidad judía, su identidad más profunda, la síntesis de la ley mosaica. Por eso, el impacto causado por Jesús tuvo que ser tremendo cuando osó poner en tela de juicio la interpretación rabínica de la ley sabática, cuando se afirmó señor del sábado y cuando dijo que el sábado se hizo para el hombre y no viceversa. 2. Al lado del hombre con Jesús. En la sinagoga de Nazaret, como veíamos el lunes pasado, Cristo expuso su programa de acción mesiánica al autoaplicarse el texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor" (Le 4,18ss). Jesús tomó partido decididamente por la causa del hombre, como vemos en la página evangélica de hoy. Y de acuerdo con ese programa de Cristo y con su línea de actuación, la finalidad de la evangelización, mediante la cual la Iglesia anuncia el reino de Dios, es la liberación integral del hombre, es decir, la liberación de todas las situaciones de esclavitud. De éstas, unas son fruto del pecado personal y otras del pecado social o estructural por el que se viola la dignidad de la persona y sus derechos humanos básicos: vida y educaciónjibertad ideológica y religiosa, trabajo y salario, familia, alimentación y vivienda. Para continuar la misión liberadora que Cristo nos ha confiado a sus discípulos, hemos de practicar con amor la denuncia profética de la opresión y explotación, proclamando y promoviendo la justicia, que 531

es la forma estructural de la caridad; en una palabra, hay que desenmascarar los ídolos de muerte, señores de este difícil mundo, pero vencidos por Cristo, el único Señor. No obstante, el reino de Dios no se limita a la justicia social, ni el mensaje de Jesús se reduce a las dimensiones de un proyecto meramente temporal, ni, menos todavía, se confunde con una ideología revolucionaria de tipo político, pues su contenido fundamental es la salvación, el amor y la gracia liberadora de Dios. Y, sin embargo, tampoco se realiza el Reino en nuestra vida personal y cívica sin conversión al amor del hermano y a la justicia social (cf EN 26ss). Por desgracia, no siempre hemos ofrecido los cristianos un testimonio convincente de compromiso eficaz por la justicia, la fraternidad y la promoción humana, mediante una opción decidida y visible por la liberación del hombre, en particular de quienes más la necesitan. Eso es fallar en la esperanza de nuestra vocación cristiana, que pide una encarnación dinámica de nuestra fe en la vida y en el mundo (cf LC 60). Gracias, Padre, porque has querido que tu gloria sea el hombre que tiene vida en Cristo por tu Espíritu. En Jesús has tomado partido por el hombre, tu criatura. Haz que seamos fieles a su misión liberadora, para responder plenamente a nuestra vocación cristiana. Líbranos de una religión enmohecida por la rutina, y haz que vivamos cada día la novedad de tu evangelio, que es la buena nueva de tu amor al hombre pecador. Queremos gastar nuestra vida en tu amor y servicio. Alienta nuestra fe en ti y nuestro amor a los hermanos, para que vivamos siempre en tu gozo y tu esperanza. Amén.

Martes: Vigésima tercera Semana Le 6,12-19: Escogió a doce y los nombró apóstoles.

BASADOS EN LA FE APOSTÓLICA 1. Del monte al llano. En los evangelios tenemos el relato de la vocación individual de cinco de los doce apóstoles; pero no sabemos nada de los pormenores de la vocación de los otros siete. A llenar esta 532

laguna viene la escena evangélica de hoy, en que tiene lugar algo así como una investidura general. Lucas da realce al preludio de tal acto y no silencia un detalle habitual en los momentos solemnes de la vida del Señor: la oración. "Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles" (que en su etimología griega significa enviados). Y sigue la lista de los Doce, que coincide básicamente con la que dan los otros dos sinópticos (cf Me 3,13ss). La elección de los Doce, número de las tribus del antiguo Israel, se asocia a la fundación de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, cuyo fundamento visible serán los doce apóstoles, junto con la piedra angular que es Cristo. Si en Mateo este pasaje precede inmediatamente al primer envío misionero de los doce (10,lss), en Lucas es la obertura al llamado "discurso del llano", que leeremos en días sucesivos y que equivale al discurso del monte que refiere Mateo. Al bajar del monte —lugar bíblico de encuentro con Dios— se detuvo Jesús con los Doce en un llano, donde se había congregado un grupo grande de discípulos y de pueblo procedente de todas las regiones de Palestina, e incluso de Tiro y Sidón en Fenicia. Todos venían a oír a Cristo y a que los curara de sus enfermedades. En el grandioso marco evangélico de hoy todo está en función del ministerio apostólico del Señor y su intención de fundar el nuevo pueblo de Dios. Monte, noche y oración constituyen el contacto de Jesús con el Padre; pero el efecto de ese encuentro en profundidad revierte hacia los hombres. En primer lugar hacia los doce que elige de entre el numeroso grupo de los discípulos, y en segundo lugar hacia éstos y la multitud que esperan en el llano la salvación de Dios. Se apunta así una ya incipiente estructura eclesial: Cristo, los apóstoles, los discípulos y la gran masa del pueblo sencillo, destinatario de la salvación de Dios para toda la humanidad. 2. En la fe de la Iglesia apostólica. El título de apóstol no fue exclusivo de los doce; en el Nuevo Testamento también se aplica a otros como san Pablo, Bernabé y los primeros misioneros del evangelio. Incluso todo cristiano es apóstol en la medida en que sirve a la misión de la Iglesia y aporta el testimonio de Cristo con su vida y su palabra. De ahí el término "apostolado". Jesús continúa llamando a la aventura de la fe y a su seguimiento a hombres y mujeres de toda raza y condición. En nuestro bautismo Cristo nos llamó por nuestro nombre, como a los apóstoles, a vivir con él, seguir sus pasos y comunicar nuestra fe a los demás. En la comunidad eclesial, como en la vida, nadie parte de cero. Todos somos herederos del pasado; y el futuro heredará nuestro presente. Somos herederos de la fe bimilenaria de los apóstoles a través de 533

generaciones de cristianos que creyeron en Cristo y lo siguieron al ritmo diario de los sufrimientos y esperanzas de la humanidad. Y las próximas generaciones la recibirán de nosotros. Por tanto, nadie es insignificante en el designio de Dios. Somos un eslabón de la larga cadena de transmisión de la fe; somos tan sólo un minuto, pero necesario, en el reloj de Dios y de su historia de salvación. Situados en el punto medio entre el pasado y el futuro, nuestra responsabilidad de creyentes y de testigos es que la antorcha de la fe no se apague en nuestras manos y seamos capaces de pasar el testigo a los que nos relevan en la carrera. Creemos basados en la palabra y el testimonio de los apóstoles, que fueron testigos oculares de Cristo resucitado y como tales se proclamaron. Testigos tan cualificados como indica esa palabra en griego: "mártires", que dieron su vida por Cristo y por el evangelio. Su testimonio es fidedigno y de plena credibilidad; es la base de la fe de cuantos no vimos personalmente a Cristo, pero creemos en él como Señor resucitado que da vida eterna a cuantos lo aceptan y lo siguen. Desde entonces la fe de los apóstoles, el credo apostólico, es la fe del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia, que somos todos nosotros. Te alabamos, Padre, porque Cristo, tu Hijo y enviado, anunció el evangelio del Reino a los pobres y humildes y fundó su Iglesia sobre las columnas de los apóstoles. Tú nos llamaste a formar un pueblo compacto que te sirva en la unidad, la verdad y la santidad Te damos gracias por la fe recibida de nuestros mayores a través de una larga cadena de testigos y creyentes. No permitas que la antorcha se apague en nuestras manos, sino que transmitamos su llama a las nuevas generaciones. Haz, Señor, de tu Iglesia un hogar de amor y alegría para un mundo que camina en tinieblas buscando la luz. Así todos encontrarán en ella un motivo de esperanza.

Miércoles: Vigésima tercera Semana Le 6,20-26: Bienaventuranzas y maldiciones.

EL REINO PARA LOS POBRES 1. Las bienaventuranzas de Jesús. El evangelio de hoy proclama las bienaventuranzas según la versión de Lucas. Tal proclamación co534

necta con el programa inaugural y mesiánico de Cristo en la sinagoga de Nazaret, con que abríamos la lectura continua de Lucas (4,16ss). Las bienaventuranzas son "evangelio", alegre noticia dirigida a los pobres de Dios para alentar su esperanza, y confirman el vuelco social que anunció el Magníficat o canto de María, la madre del Señor. Pues los pobres son los preferidos de Dios en toda la revelación bíblica y los primeros destinatarios de la buena nueva del Reino que trae Jesús. Este pasaje de Lucas equivale a la apertura del discurso del monte según Mateo (5,lss). Aparte de situar la escena en el llano, donde los discípulos y la gente esperaban a Jesús y a los doce, recién nombrados apóstoles, la diferencia mayor de Lucas respecto de Mateo es que Lucas menciona solamente cuatro bienaventuranzas, frente a las ocho de Mateo, si bien añade otras cuatro imprecaciones o amenazas inquietantes. A la felicidad mesiánica de los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos por Cristo, se contrapone la situación peligrosa de los ricos, los hartos, los que ríen y son aplaudidos por todos. Las bienaventuranzas en boca de Jesús son proclamación profética de la llegada del reino de Dios en su persona; pero proclamación paradójica que invierte la escala de criterios y valores al uso. Si los pobres y hambrientos, los que lloran y los perseguidos son dichosos, no es por su triste situación, como es obvio, sino porque gozan del favor de Dios, que les da el Reino. Las bienaventuranzas señalan, además, el espíritu y las actitudes anímicas de quienes optan por la nueva ley evangélica de Jesús, cuyo modelo supremo es él mismo. Por eso constituyen una contraseña de identificación segura del discípulo de Cristo, pues son un compendio del evangelio de Jesús, una síntesis y un avance de ideas, cuyo desarrollo encontramos en todo el conjunto del mensaje de Cristo. Las bienaventuranzas son toda una declaración de principios, la carta magna o constitucional para la ciudadanía cristiana, el programa de vida y el cuestionario de examen al que constantemente hemos de remitirnos para calificarnos como discípulos de Jesús. Un suspenso en esta prueba sería francamente alarmante. 2. Dichosos los pobres. Tanto en el texto de Lucas como en el de Mateo, la lista de las bienaventuranzas viene a desarrollar la primera y más fundamental de ellas: la pobreza efectiva y de espíritu. Porque pobres son los que sufren, lloran, tienen hambre y sed de fidelidad a Dios, los que son misericordiosos, limpios de corazón, artífices de la paz y perseguidos por el Reino. Con la proclamación de las bienaventuranzas Jesús de Nazaret devolvió su dignidad a los pobres, a todos ellos. Por eso es la bienaventuranza de la pobreza la primera y la más expresiva de todas, la que más impacto produce y la que puede resumir todas las demás como un denominador común. La urgencia de la pobreza efectiva y de espíritu es para todos los cristianos, pues se trata 535

de un consejo o indicativo evangélico que no es patrimonio exclusivo de los que hacen voto y profesión de pobreza en la Iglesia, como los que optan por la vida consagrada a Dios, sino algo necesario para todos los seguidores de Cristo e indispensable para la autenticidad y perfección cristianas. Dichosos los pobres en el espíritu, es decir, bienaventurados los que, incluso poseyendo bienes, tienen desprendido el corazón de su riqueza, comparten con los demás lo que poseen, se fían de Dios más que de su cuenta bancaria o sus ahorros, son acogedores sin autosuficiencia ni paternalismos y se muestran abiertos y humildes para ser enriquecidos espiritual y humanamente por los demás. Nadie es tan rico que no necesite de los otros, ni tan pobre que no pueda aportar nada a los hermanos. Quizá sea el testimonio de la pobreza lo que mejor entiende nuestro mundo actual: el compromiso real de los cristianos y de la comunidad eclesial con la pobreza efectiva y de espíritu, expresado en la opción personal y comunitaria por la liberación de los pobres, en el amplio sentido de la palabra. Pues "pobreza" es un concepto que engloba muchos aspectos: económico, social, cultural, espiritual, religioso, carencia de dignidad y derechos humanos, marginación, privación de libertades, negación de voz y voto, explotación, injusticia, opresión, enfermedad y muerte prematura. Gracias, Señor Jesús, porque, proclamándolos dichosos, devolviste la dignidad, el Reino y la esperanza a los que el mundo tiene por últimos e infelices: los pobres y los humildes, los que lloran y sufren, los que tienen hambre y sed de fidelidad a Dios, los misericordiosos que saben perdonar a los demás, los que proceden con un corazón limpio y sincero, los que fomentan la paz y desechan la violencia, los perseguidos por servirte a ti y al evangelio. Tú eres el primero que realizaste este programa, y tu ejemplo nos anima a seguirte hasta el final Tú eres nuestra fuerza. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

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Jueves: Vigésima tercera Semana Le 6,27-38: Sed compasivos como lo es Dios.

NUEVOS HORIZONTES PARA AMAR 1. La norma y su motivación. A continuación de las bienaventuranzas, que veíamos ayer, Lucas recoge en el evangelio de hoy lo esencial del texto paralelo de Mateo, en el que Jesús proclama en el discurso del monte la nueva justicia del Reino, es decir, la santidad y fidelidad a Dios por parte del discípulo que quiere seguirle. Así lo hizo a base de las seis antítesis que veíamos en las semanas décima y undécima (Mt 5,20-48). Al final del texto de Mateo, Jesús da como razón de la nueva justicia: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Eco agrandado del estribillo de la "ley de santidad" del Levítico: "Seréis santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo" (19,2). Lucas, en cambio, para encarecer Cristo el amor a los enemigos, pone en sus labios otra razón, aunque similar: "Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo". En uno y otro evangelista, Jesús, para mandar el amor al enemigo, acentúa la gratuidad de Dios, "que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt), "que es bueno con los malos y desagradecidos" (Le). Por tanto, en uno y otro caso la conducta del discípulo de Cristo se basa en la imitación de Dios. Mateo, con mentalidad más "jurídica" y judía, pues escribe para judíos, acentúa la perfección de Dios; y Lucas, que escribe para paganos, resalta la bondad y la misericordia divinas. No obstante esas pequeñas diferencias, la lección de Jesús es la misma en ambos evangelistas: El amor cristiano debe superar el espacio natural y limitado de la sangre, de la familia y de la amistad, donde el afecto se manifiesta más espontáneamente, para abrirse al amor universal a todo hombre, incluido el adversario y el enemigo. Imitando el amor gratuito y universal de Dios, frente al amor interesado y pequeño, seremos hijos de Dios y signo de su amor al mundo. 2. La medida del amor. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia; y dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios, había dicho Jesús en el discurso del monte. Hoy nos dice: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian... Pues si amáis sólo a los que os aman y hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?... Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará. La medida que uséis la usarán con vosotros". Bienaventuranzas y programa que no son para apocados y apáticos ni para resignados y fatalistas, sino para valientes y esforzados, para 537

pacientes y tenaces, que se deciden a romper la espiral del odio y de la venganza, imitando a Cristo. El tenía poder para confundir a sus enemigos y, no obstante, se calló cuando lo insultaban y lo golpeaban, y finalmente murió perdonando a los que tramaron su muerte. Así ama Dios al mundo, apasionada y "locamente". Bienaventurados los que, olvidándose de las razones de la gente razonable, segura de sí misma, sensata y cautelosa, rompen las amarras que los retienen varados en tierra firme y se lanzan con Cristo mar a dentro a la aventura evangélica de amar y al riesgo de hacerlo sin medida ni recompensa. San Pablo insistía también en el amor y el perdón, cuando escribía a los fieles de Colosas, en el Asia Menor: "Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada" (3,12ss; 1.a lect., año impar). "La medida del amor es amar sin medida" (San Bernardo). Optando por este estilo de vida no se crea un superhombre, ni siquiera un héroe prometeico, sino sencillamente un cristiano, un convertido al reino de Dios, que en unión con Cristo es capaz de realizar este programa con la ayuda de lo alto, con la fuerza del Espíritu. Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Donde hay odio, que yo ponga amor. Donde hay ofensas, que yo ponga perdón. Donde hay discordia, que yo ponga unión. Donde hay error, que yo ponga verdad. Donde hay duda, que yo ponga fe. Donde hay desesperanza, que yo ponga esperanza. Donde hay tinieblas, que yo ponga luzDonde hay tristeza, que yo ponga alegría. Haz que yo no busque tanto el ser consolado como el consolar, el ser comprendido como el comprender, el ser amado como el amar. Porque dando es como se recibe, olvidándose de sí mismo es como uno se encuentra a sí mismo, perdonando es como se obtiene perdón, muriendo es como se resucita para la vida eterna. (SAN FRANCISCO DE ASÍS)

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Viernes: Vigésima tercera Semana Le 6,39-42: La viga en el ojo.

LA EMPATÍA DEL AMOR 1. Ni jueces ni fiscales. Seguimos leyendo el discurso del llano según Lucas, correspondiente en parte al del monte según Mateo. Lo hemos comenzado el miércoles pasado y concluirá mañana. En el evangelio de hoy y en el de mañana, Lucas construye una unidad literaria poniendo en labios de Jesús un concatenado de sentencias o proverbios/parábola de estilo y sabor sapiencial: ciegos en el hoyo, maestro y discípulo, mota y viga en el ojo (hasta aquí hoy), árbol y frutos, corazón y boca, casa y obras (mañana). El evangelio de hoy guarda paralelo con Mateo7,lss. La corrección fraterna es buena cuando es mediación de la caridad y ejercicio de conversión propia y ajena. Todo miembro de la comunidad, sea superior o subdito, debe estar alerta ante la tentación de constituirse en juez, fiscal o censor al juzgar o corregir a otro hermano. Para eso ha de someterse previamente a una autocrítica sincera que lo exima de todo atisbo de actitud farisaica por supuesta superioridad. "Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano". Si Dios procediera como un fiscal, estaríamos todos perdidos, pues nadie es perfecto excepto él; pero, benévolamente, no se fija tanto en lo que somos o hemos sido cuanto en lo que intentamos ser, es decir, en nuestro esfuerzo por ser mejores. 2. La soberbia farisaica. El juzgar a los demás condenándolos es señal inequívoca de intolerancia; ésta, a su vez, nace de la soberbia —la viga en el ojo propio—, que nos impide vernos como somos y nos hace creernos mejores que los otros. Como veíamos ayer, hablando Jesús del amor a todos, incluido el enemigo, a quienes hemos de hacer el bien sin esperar nada a cambio, resume y motiva esta conducta en estas consignas: "Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados". El juicio sobre los hermanos no nos toca a nosotros, sino a Dios, cuya paciente comprensión de los fallos humanos hemos de imitar. Así se desprende de la parábola de la cizaña en medio del trigo, que pregona la tolerancia divina (Mt 13,24ss). En otra ocasión, pensando en algunos que se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, propuso otra parábola en la que aparece gráficamente la actitud misericordiosa de Dios: la parábola del fariseo y del publicano. El fariseísmo puritano sigue estando vivo, por desgracia. Es una actitud anímica que falsea nuestras relaciones con Dios y con los her539

manos; todo porque nos ciega, incapacitándonos para vernos tal como somos. Ese ánimo farisaico enraiza en la perenne soberbia humana. Por eso casi nadie está exento de su contaminación. Todos poseemos parcelas personales de fariseísmo, a veces incluso reconociéndonos pecadores sin creérnoslo. Una falsa humildad es la forma más refinada de orgullo. Si "un discípulo no es más que su maestro", un cristiano debe seguir los pasos de Jesús. Y él aceptó a todos con sus defectos, empezando por sus apóstoles, y no condenó a los débiles, sino que trataba de ayudarlos, por ejemplo, a la mujer adúltera o a la pecadora del banquete en casa de Simón el fariseo. 3. La empatia del amor. Toda nuestra relación con los demás tiene una táctica muy sencilla y un secreto muy eficaz: el amor. Querer a los demás lo mismo que Dios nos ama a todos, nos acepta como somos, nos comprende y nos invita a la conversión. Es evidente el atractivo y el testimonio cristiano de un rostro sereno, comprensivo y tolerante, a diferencia de un gesto adusto y un talante inquisitorial. Por eso todos nos sentimos a gusto en presencia de un amigo o un consejero que no hace juicios sobre nosotros, que no nos juzga condenándonos. Así es Dios. San Pablo escribía: "Si no tengo amor, no soy nada. El amor es comprensivo, es servicial y no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del malDisculpa sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (ICor 13,lss). En amar se resume toda la ley de Cristo. Por tanto, con amor y simpatía hemos de excusar los defectos ajenos y valorar en los demás sus cualidades. Aunque nadie tiene todas las virtudes, cada uno sobresale en alguna. Y no olvidemos que también nosotros tenemos fallos que molestan a los hermanos y, sin embargo, queremos que éstos nos comprendan, como de hecho lo hacen. Bendito seas, Señor Jesús. Tú nos dijiste: No condenéis a los demás y no seréis condenados. Dichosos los misericordiosos que excusan, comprenden y aceptan al hermano tal como es, porque ése es el proceder de Dios con nosotros. Cúranos radicalmente de nuestra hipocresía, que ve la mota del prójimo y traga la viga propia Danos, Señor, ojos limpios para ver lo bueno, es decir, tu imagen, en el rostro del hermano, para creer en los otros y para amar la vida con un corazón grande como el tuyo. Amén. 540

Sábado: Vigésima tercera Semana Le 6,43-49: Lo que rebosa del corazón.

LOS FRUTOS DE LA ESCUCHA 1. Lo que rebosa del corazón. El evangelio de hoy prosigue la unidad literaria de la que hablábamos ayer y comprende los proverbios/parábola referentes al árbol y los frutos, el corazón y la boca, las obras y la casa edificada sobre roca o sobre arena. Si buscáramos una palabra clave que dé unidad al texto evangélico de hoy, ésta sería "frutos". Los frutos delatan al árbol y su condición sana o enferma (cf Mt 7,15ss). Asimismo el fruto del corazón, lo que de él rebosa en la boca, es decir, la palabra, revela la bondad o maldad del mismo. "El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Igualmente los frutos que pide la escucha de la palabra de Dios se evidencian en la solidez o inconsistencia de quien edifica sobre roca o sobre arena. La parábola de la casa cimentada en roca o en arena movediza recuerda la de la semilla que penetra en lo hondo de la tierra o, por el contrario, se queda en la superficie. Hay quienes oyen la palabra distraídamente, sin humus donde arraigar; otros la escuchan con alegría, pero sin constancia para practicarla; unos terceros la reciben entre preocupaciones terrenas que la ahogan enseguida. Dan fruto solamente quienes escuchan atentamente la palabra de Dios y la practican con perseverancia (Mt 13,3ss). "¿Por qué me llamáis 'Señor, Señor' y no hacéis lo que digo?", pregunta Jesús, denunciando la religión falsa y el culto vacío de quienes disocian fe y vida y se contentan con palabrería sin obras, como la higuera frondosa sin higos. Estos tales aparentan o piensan que creen en Cristo, pero el cimiento de su fe es de ciencia-ficción. Sólo quien pone por obra la palabra del Señor es árbol fecundo y casa firme sobre roca (Mt 7,2 lss). En la tradición bíblica, la roca es Dios mismo. Es en el amor y en la gracia de Dios donde el hombre y la mujer encuentran cimiento y consistencia. 2. Silencio para la escucha. Del evangelio de hoy se desprende que no pueden existir frutos, es decir, eficacia en el campo de la fe y del espíritu, si no se escucha la palabra de Dios en lo más profundo de uno mismo. Pero ¿cómo lograr esa escucha sino en el silencio que nes llena de Dios? El silencio interior y exterior puede y debe ser oración, porque el silencio es momento ascético de suma importancia en la vida humana y cristiana. 541

Sin embargo, el silencio casi no existe, borrado por el ruido y el vértigo de la vida actual. Vivimos inmersos en una cultura de lo inmediato y de la prisa, confundimos eficacia con actividad febril, y no damos tiempo para que maduren las personas, los frutos y las cosas. Para colmo de desgracia y de inmadurez, al torbellino y la velocidad unimos el ruido que nos circunda por todas partes: máquinas y motores, radio y televisión, magnetófonos y transistores, grúas y excavadoras, mítines y propaganda, timbres y teléfono, automóviles y sirenas difunden por doquier decibelios en cantidad. Son ruidos que nos producen sordera para percibir el rumor del silencio, más elocuente con frecuencia que las grandes palabras. Un hombre poco religioso como era Federico Nietzsche afirmó que el hombre se mide por la cantidad de silencio que es capaz de soportar consigo mismo. Ardua medida para el hombre actual. Gran sabiduría es saber vivir en silencio, soportarlo, amarlo, saborearlo y sacarle partido. Si es inteligente, el silencio nunca es estéril. Necesitamos desesperadamente el silencio para captar la presencia y la voz de Dios, para escuchar su palabra a la sombra de una encina, como Abrahán en Mambré; para no dejar pasar de largo al Señor, como María en Betania; para que, en fin, el corazón rebose de Dios. Los místicos y los contemplativos adoraban y adoran el silencio en que resuena la soledad sonora que los une a Dios. Así, por ejemplo, san Juan de la Cruz, que escribía en versos las Canciones entre el Alma y el Esposo. Allí dice el Alma: "Mi Amado, las montañas, / los valles solitarios nemorosos, / las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, / los silbos de los aires amorosos. / / L a noche sosegada / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora". Te alabamos, Padre, porque Jesús nos enseñó a conocer a fondo nuestro corazón por sus frutos, pues lo que llevamos dentro, eso transparentamos: maldad o bondad, mentira o verdad, egoísmo o amor. No permitas que el vacío interior del corazón convierta nuestra vida en un erial baldío. Que la savia de tu Espíritu dé fruto en nosotros mediante la práctica de las bienaventuranzas y la escucha de tu palabra en oración y silencio. Porque es en tu amor, Señor, y en tu gracia donde nuestra casa tiene cimiento y consistencia.

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Lunes: Vigésima cuarta Semana Le 7,1-10: Dilo de palabra, y mi criado quedará sano.

SEÑOR, YO NO SOY DIGNO 1. Una curación a distancia. Según el admirable relato evangélico de hoy, un centurión romano tenía enfermo de muerte a un criado a quien estimaba mucho. El romano simpatizaba con los judíos. Al oír hablar de Jesús, le envió algunos ancianos judíos, pidiéndole que fuera a curarlo. Los delegados recomendaron al suplicante, quien, cuando el Señor estaba ya cerca de su casa, le envió una segunda legación por medio de unos amigos: "Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano". Y apela a un argumento disciplinar, acorde con su psicología militar. Jesús se admiró de él y comentó: "Ni en Israel he encontrado tanta fe". Al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano. Aunque ninguno de los dos interlocutores, Jesús y el centurión, conoce al otro, el diálogo, no obstante, es cercano, porque la fe del suplicante y la palabra eficaz de Cristo acortan la distancia. El romano admira la persona y el poder sobrenatural de Jesús, y éste le paga con la misma moneda admirando su fe. Gran madurez humana en ambas personalidades, pues una cualidad que engrandece a una persona es su capacidad de reconocer los gestos nobles de los demás, demostrando así sensibilidad para apreciar los valores. Asombrosa figura la de este centurión, estupenda síntesis de fe, humildad y confianza. Ya era bastante duro para él tener que pedir un favor a un judío; pero su intuición religiosa descubre en el rabí de Nazaret a un hombre de Dios. Para él es un profeta, cuya palabra es eficaz como la de Dios mismo; y esto le basta. El romano es consciente de no pertenecer al pueblo elegido, y sabe que para un judío suponía impureza legal el entrar en casa de un pagano; por eso no se cree digno de hospedar a Jesús. En el lugar paralelo al evangelio de hoy, Mateo dice que el centurión vino a entrevistarse personalmente con Jesús (Mt 8,5ss). No obstante, la intención del relato es la misma: resaltar una fe que Jesús n o encuentra en Israel. 2. ¡Si yo tuviera esa fe! A cualquiera de nosotros que hubiera estado en el lugar del centurión nos habría gustado contar c o n la presencia física de Jesús tocando al enfermo. Para el romano huelga tal contacto físico, pues la confianza de su fe suple con creces la distan543

cia. Él ha firmado un cheque en blanco: Señor, dilo de palabra, y basta. Es la fe del "más difícil todavía". ¡Qué diferencia con nuestra obsesión de seguridad! Ante tal ejemplo fuera de serie, uno está tentado a exclamar: ¡Si yo tuviera esa fe! ¿Por qué no alcanzamos ese nivel nosotros, que conocemos mucho mejor que el soldado romano el amor y el poder de Dios? Que cada uno se responda. Pero podemos apuntar a una razón, entre otras: debido a nuestra psicosis de seguridad. Es un hecho la obsesión de garantías que persigue al hombre actual. Se exige y se ofrece seguridad para todo: enfermedad, accidentes, invalidez, jubilación, desempleo, casa, automóvil, viajes, etc. Es fabulosa la suma de dinero invertida en seguridad. Traspasando el problema al plano religioso, también aquí buscamos seguridades y garantías. La mejor y más completa es la que nos da la palabra misma de Dios, pero sólo si firmamos previamente una póliza en blanco, es decir, solamente si tenemos fe. Porque "la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve" (Heb 11,1). "Señor, no soy yo quién para que entres bajo mi techo". El presupuesto primero para la fe es la humildad; así sabremos andar en verdad y ocupar el puesto que nos corresponde como criaturas limitadas, aunque también como hijos de Dios, queridos por él a pesar de nuestra pequenez. En cada eucaristía, antes de comulgar, repetimos esas palabras del centurión romano, y no sólo con una proyección personal, sino también en sentido comunitario. La eucaristía edifica la Iglesia y, a su vez, la Iglesia hace la eucaristía. Cuando nos sentamos a la mesa eucarística, nuestra comunión no será digna si no compartimos, sí no perdonamos, si no somos solidarios, en una palabra, si no amamos. "El pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan" (ICor 10,17). Unidad que tiene como base la fe, la fraternidad y la humildad. Ante tu misterio insondable, reconocemos, Señor, que no podríamos siquiera decir tu nombre de Padre si tu Hijo Jesucristo no nos lo hubiera revelado. No somos dignos de acercarnos a ti y recibirte; pero basta que pronuncies esa palabra que puede curarnos. Así podremos sentarnos a la mesa de tu Reino y servirte y vivir según tu ley de amor. Que la fe, la humildad y el amor fraterno hagan de nuestra comunidad eucarística un hogar de acogida y un oasis de esperanza para todos. 544

Martes: Vigésima cuarta Semana Le 7,11-17: Resurrección de un joven en Naín.

OPCIÓN POR LA VIDA 1. Dios ha visitado a su pueblo. El evangelio de hoy narra la resurrección del hijo único de una mujer viuda. Episodio exclusivo de Lucas. Como los otros dos relatos de resurrección que leemos en los evangelios: Lázaro (Jn 11) e hija de Jairo (Mt 9,18ss), el milagro de hoy también es signo que anuncia la propia resurrección de Jesús, señor de la vida. La escena pone de relieve el corazón de Cristo, lleno de humanidad, que se compadece del dolor de una pobre viuda en trance de enterrar a su hijo único. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: No llores. Luego se dirigió al difunto, ordenándole: ¡Muchacho, levántate! El joven se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. El gesto de Jesús resucitando al joven de Naín recuerda la acción prof ética con que Elias devolvió la vida al hijo muerto de la viuda de Sarepta. Pero Cristo lo logra con su sola palabra, sin necesidad de largas oraciones ni ritos simbólicos y repetidos, como hizo el profeta Elías(lRel7,17ss). La clave teológica de interpretación del hecho evangélico de hoy está en la exclamación de la multitud que ve el portento realizado por Jesús: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". Este milagro de Cristo es signo mesiánico del reino de Dios inaugurado y presente en su persona y palabra. Por eso, a continuación de esta escena, Jesús se remitirá ala misma en su respuesta a los emisarios del Bautista, que, desde la cárcel de Maqueronte, le pregunta por su identidad mesiánica. "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena nueva" (Le 7,22). Efectivamente, Dios ha visitado a su pueblo. La resurrección del hijo de la viuda de Naín es un gran signo de la liberación que Cristo trae a todos los hombres. 2. Opción por la vida. Del relato evangélico de hoy se desprenden, entre otras, estas dos ideas: 1 .a Según la línea de todo el mensaje bíblico, Dios es el gran amigo de la vida, del ser humano y de todos los seres vivientes que él creó en la naturaleza, como afirma rotundamente el libro de la Sabiduría (1 l,24s). 2.a La fe en Jesús conlleva para elcristiano un compromiso liberador, a ejemplo de Cristo: servicio a la vida y a la libertad, y no a la muerte y la opresión de los semejantes. Por desgracia, el hombre actual parece preferir las r e l a i o n e s de agresividad, dominio y explotación, y no la convivencia pacífica en 545

libertad y solidaridad. En vez de emplear su avanzada técnica exclusivamente en mejorar la calidad y el nivel de la existencia de las personas y de las naciones, la usa en gran medida para destruir la vida, creando y manteniendo industrias de armas y de muerte, orientadas a aplastar unos pueblos a otros, a la caza del hombre por el hombre, a la degradación del ambiente y de la naturaleza. Sin embargo, el creyente ha de proclamar una y otra vez el carácter sagrado de la vida humana, como don supremo que recibimos de Dios, su autor y dueño. Queda excluido, por tanto, todo atentado contra la vida, lo mismo en su principio (aborto) y en su fin (eutanasia) que en las etapas intermedias de la existencia diaria: violencia y terrorismo, hambre y enfermedad, incultura y subdesarrollo, paro y marginación, alcohol y drogas, etc. Optar por la vida, defenderla y elevar su nivel humano es tarea confiada por Dios al hombre. Pero no hay que olvidar que la calidad de la vida radica no sólo en el nivel económico de producción y consumo, sino ante todo en la esfera de las personas y sus relaciones de amor y amistad con Dios y con los demás: esposos y padres, hijos y hermanos, familiares y compañeros de trabajo, vecinos y conciudadanos que viven en sociedad familiar, laboral y política. Desde la cuna a la tumba vamos muriendo cada día un poco biológica y físicamente. Esto no es un drama, pues aunque el cuerpo se vaya desmoronando podemos crecer siempre en vida interior, psíquica y espiritual, si nos mantenemos abiertos a Dios y a los hermanos, "sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con él" (2Cor 4,14). Hoy te bendice nuestro corazón, Padre, porque Jesús, anticipando su propia resurrección, devolvía la vida a los muertos, como el joven de Naín. Cuando el mundo nos da vueltas y perdemos pie; cuando el dolor nos machaca altaneramente; cuando todo parece perdido sin remedio, tú nos repites: No llores, basta que tengas fe. El contacto contigo en tu palabra y tus sacramentos despierta tu gesto creador que da vida al hombre. Hamos, Señor, testigos con Cristo de ese tu amor que hace presente el Reino y resucita los corazones.

Miércoles: Vigésima cuarta Semana. Le 7,31-35: Jesús juzga a su generación.

COMO CHIQUILLOS 1. Como niños caprichosos. "¿A quién se parecen los hombres de esta generación?", comienza preguntando Jesús en el evangelio de hoy. "Esta generación" son los contemporáneos de Cristo y del evangelista que se niegan a creer en Jesús. Los judíos de su tiempo, especialmente los más preparados y responsables, demuestran no tener buena voluntad ante la persona de Cristo y su mensaje sobre el reino de Dios. Algo que no fue exclusivo respecto de Jesús, pues con Juan el Bautista se comportaron lo mismo. Lo va a recordar el Señor con la parábola de los niños que juegan en la plaza. Inmediatamente antes del pasaje evangélico proclamado hoy, Lucas apunta la intención de esa parábola. Después de constatar el elogio sin igual de Jesús al Bautista, comenta el evangelista: "Al oír a Juan, toda la gente, incluso los publícanos, que habían recibido su bautismo, bendijeron a Dios. Pero los fariseos y letrados, que no lo habían aceptado, frustraron el designio de Dios sobre ellos" (7,29s). El Bautista y Jesús, a pesar de presentar características y métodos tan distintos, coincidieron en el anuncio del reino de Dios. Por caminos diferentes hicieron presente la acción del Reino entre los hombres. Pero ambos fueron rechazados por los jefes de Israel. Y para explicar esta reacción similar en casos tan dispares, se sirve Jesús de una parábola viva: los niños que juegan en la plaza simulando mediante el canto y el baile situaciones tan diversas como un entierro o una boda. Un grupo se queja de que el otro no hace eco a su juego imitativo, porque ni lloran cuando se prodigan las endechas ni danzan y ríen cuando hay motivo sobrado para ello. Así es la generación presente, concluye Jesús: son como chiquillos caprichosos que rechazan el mensaje de Dios, presentado en dos variantes y ritmos de un mismo tema. Porque vino Juan el Bautista, austero profeta del desierto, que apenas comía ni bebía, y la élite religiosa de Israel: fariseos, rabinos, saduceos, sacerdotes y doctores de la ley mosaica, no se sienten interpelados por su llamada a la conversión. Para ellos Juan es un estrafalario, un endemoniado, un pobre loco. 2. La sabiduría de Dios se acredita. Llega después Jesús anunciando la buena noticia del banquete del Reino y la fiesta de l a misericordia de Dios, haciendo vida normal, comiendo y bebiendo como todo el mundo, y los dirigentes del pueblo lo rechazan y desprecian, colgándole 547

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sambenitos fáciles: Ahí tenéis a un comilón y un bebedor, a un frivolo, amigo de pecadores y publícanos. ¿Qué podemos esperar de él? En uno y otro caso se trata de excusas y pretextos para no comprometerse con Dios. Los judíos se empeñan en rechazar todos los caminos que él les abre. Ante el fracaso, al parecer inevitable, de un anuncio ascético y penitencial o de un evangelio de amor y fraternidad, ¿qué salida le queda a Jesús? Sencillamente dejar a Dios hacer, porque "los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios", leemos en el lugar paralelo de Mateo (11,19). En Lucas se dice: "Sin embargo, los discípulos (o los hijos) de la sabiduría le han dado la razón". Cuando en la Biblia se emplea el término "sabiduría", sin calificativo alguno, no se refiere al concepto de "ciencia", sino que responde a la sabiduría de Dios, es decir, a su designio salvador respecto del hombre y del mundo. Él lo realiza valiéndose de agentes dóciles y al servicio de su plan de salvación, como fue el caso de los profetas, en especial de Juan el Bautista y de Jesús, cuyo mensaje, vida y conducta acreditan plenamente esa sabiduría de Dios. Los contemporáneos de Cristo que lo rechazaron son un fiel exponente de los hombres y mujeres de todos los tiempos —nosotros mismos en ocasiones— que no admiten a Dios en su vida, porque no aceptan ninguna de sus manifestaciones, sean del signo que sean. No saben responder en cada momento como deben. Sus negativas sucesivas a entrar en el juego de Dios pueden llegar a ser más que una rabieta pasajera de niños testarudos e inestables, para alcanzar el nivel de una resistencia consciente a la invitación y llamada de Dios al gozo de la conversión a él y a los hermanos. Pidamos hoy al Señor que nos cuente entre los discípulos de su Sabiduría personal, Cristo Jesús, y en el grupo de cuantos reciben la buena nueva con sencillez y apertura de corazón, haciendo fructificar la semilla de su palabra mediante una conversión eficaz al amor y la justicia del Reino. Hoy nuestra oración a ti, Padre nuestro, comienza con una humilde confesión: Somos sordos a tu voz, ciegos a tu luz e impermeables a tu Espíritu de amor. Y lo peor es que todavía nos justificamos con pretextos. Libéranos, Señor, de nuestra dureza de corazón que malogra el seguimiento de Cristo y de su evangelio. Enséñanos hoy a vivir y juzgar según tu sabiduría, para evitar el capricho infantil de los descontentos. Para vencer nuestra rutina, haznos experimentar la urgencia de una decidida conversión a tu Reino. Así no frustraremos tu designio sobre nosotros. Amén. 548

Jueves: Vigésima cuarta Semana Le 7,36-50: La pecadora perdonada.

¿CUÁL DE LOS DOS LE AMARÁ MÁS? 1. Dos deudores: una parábola al vivo. En cierta ocasión una mujer de la vida, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa de Simón el fariseo, vino con un frasco de perfume y, llorando, se puso a regar los pies del Señor con sus lágrimas; después se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Huelga notar el incomodo y el rechazo puritano de los comensales, marcados, como todo grupo cerrado, por la imagen social del mismo y las reglas del juego. El propio Simón pensó para sus adentros: Si éste fuera profeta, sabría muy bien qué clase de mujer lo está tocando. Demostrando una gran madurez personal, Jesús se hizo cargo perfectamente de la situación. Él se sabía enviado a llamar a los pecadores y salvar lo perdido y marginado de la salvación. Así que dejó caer una parábola de las suyas: Dos deudores insolventes debían cincuenta y quinientos denarios, respectivamente. Ambos fueron perdonados pof su acreedor. ¿Cuál le amará más?, preguntó el Señor al fariseo. Su respuesta fue obvia: Aquel a quien más perdonó. Simón y la mujer sin nombre son los dos personajes de la parábola; la encarnan al vivo. El fariseo es el que debe cincuenta, y la mujer quinientos. Es manifiesto quién agradece más el favor, quién ama más-' la pecadora. Ahí están sus detalles de cariño hacia Jesús, quien afirmó en voz alta: "Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor", es decir, el amor que me muestra esta mujer es la señal y" el agradecimiento del perdón que ha recibido. Al oír hablar de perdón de los pecados, surge entre los fariseos convidados la misma sorpresa y crítica de otras veces: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados? Sencillamente, Dios; porque sólo él puede hacerlo. Pero ¿cómo llegar a esta conclusión lógica sino desde la fe? Precisamente fe es lo que tiene la mujer pecadora, junto con el amor. Por eso la despide Jesús diciéndole: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". 2. Dos actitudes, dos tipos de religiosidad. La escena evangélica de hoy habla por sí sola; sobraría todo comentario. El fariseo y la mujer representan dos actitudes ante Dios, dos tipos de religiosidad (lo mismo que el fariseo y el publicano de otra parábola). Por su actitud autosuficiente, el primero no alcanza el reino de Dios ni recibe su favor, que ya cree poseer; por su postura humilde, la segunda entra por la puerta grande del Reino sin más credenciales que su indigencia, su arrepentimiento, su vacío personal y su amor, que le consiguen el perdón y el 549

don de Dios. El amor y el perdón se implican mutuamente, "porque el amor cubre la multitud de los pecados" (IPe 4,8). Nosotros somos el fariseo Simón cuando perdemos la conciencia de ser pecadores. No se trata de vivir morbosa, sino realistamente, la culpabilidad. Ante Dios todos somos deudores insolventes y perdonados gratuitamente. Como vemos en la pecadora perdonada, es la fuerza del amor que nos otorga quien nos ama lo que regenera a la persona y mantiene en pie la esperanza y dignidad de la misma. Aquí, una vez más, como en el caso de la mujer adúltera (Jn 8,1-11), la mirada de Jesús, llena de ternura, rescató una vida perdida. Para lograr este perdón que impulsa al amor, o este amor que perdona, es necesario comenzar por reconocernos pecadores, necesitados y no merecedores del mismo. No nos liberamos del propio pecado ni merecemos la gracia de Dios por nuestro esfuerzo personal (es la actitud del fariseo), sino aceptando el amor y el perdón gratuitos de Dios (es la opción de la pecadora). Igualmente, en relación con los hermanos, el que no se siente pecador e imperfecto es incapaz de construir fraternidad, comprendiendo y perdonando a los demás. Dios está siempre por el perdón, porque en Cristo tomó partido por el hombre. El cauce de esta misericordia y benevolencia para con nosotros es, por disposición suya, el sacramento de la reconciliación o penitencia, en el que actúa y se nos aplica la fuerza redentora de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Te bendecimos, Señor, porque eres un Padre bueno. Dichoso el que experimenta tu amor y misericordia, como la mujer sin nombre del evangelio de hoy. Feliz el que se sabe querido locamente por ti a pesar de su limitación y miseria sin fondo. ¡Qué asombroso beneficio el de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y cariño nos has demostrado! Para rescatar al esclavo, entregaste a Jesús, tu Hijo. ¡Feliz la culpa que nos mereció tal Redentor! Así la gracia y la vida, y noel pecado y la muerte, tendrán la última palabra. ¡Bendito seas, Señor!

Viernes: Vigésima cuarta Semana Le 8,1-3: Mujeres que colaboraban con Jesús.

JESÚS Y LA MUJER 1. Las mujeres que seguían a Jesús. El texto evangélico de hoy es una sección exclusiva de Lucas, cuyo evangelio presta atención especial a la mujer. Comienza por hacer un resumen de la misión itinerante de Jesús, que confiere a un grupo de mujeres una dignidad y un papel inusitado en su tiempo. No sólo les reconoce el derecho a ser sus discípulas, escuchando y conociendo su evangelio del Reino, sino que incluso las asocia como colaboradoras de su evangelización, al lado de los doce. Este pasaje de Lucas concuerda con otro dato que tenemos en los cuatro evangelios: la presencia de las mujeres al pie de la cruz donde moría Jesús. "Estaban unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén" (Me 15,40s). La actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta con la de los maestros de su tiempo, que dudaban de la capacidad de la misma para estudiar y comprender la Tora, la ley mosaica, que ellos enredaban a placer. Ningún rabino tenía mujeres entre sus discípulos; no las consideraban aptas. En los evangelios, en cambio, las mujeres aparecen como muy receptivas al mensaje de Cristo, comenzando por María la madre del Señor, hasta el punto de que son ellas las primeras que llevan a los apóstoles la alegre noticia de la resurrección de Jesús. Entre las mujeres que colaboraban con Cristo, aparte de otras muchas que le ayudaban con sus bienes, Lucas menciona hoy con nombre propio a tres de ellas: María Magdalena, Juana y Susana. No hayrazon para identificar a María de Magdala (en la orilla occidental del lago de Galilea) con la mujer pecadora del evangelio d e ayer. Esta María es distinta. De ella había echado Jesús siete demonios: número bíblico y simbólico, que viene a significar una enfermedad muy grave. Juaia era la mujer de Cusa, administrador de Herodes Antipas. Si este Cusa fuera el funcionario real del que habla Juan (4,46ss) y cuyo hijomoribundo curó Cristo, se comprendería por qué permitió a su mujer estar al servicio de Jesús. 2. Colaboración de la mujer en la misión. La promoción d e la mujer por Cristo, como vemos en el evangelio d e hoy, es uno de los signos del reino de Dios que Jesús anunció en s u programa lüxrador

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en la sinagoga de Nazaret. Porque en la sociedad judía de aquel entonces la mujer, además de un marginado social, era un pobre ante la salvación de Dios, un creyente de segunda categoría. Jesús rompió todos esos tabúes sociales y religiosos. Haciendo caso omiso de los prejuicios del judaismo rabínico, restituyó a la mujer el lugar que le corresponde en el plan de Dios, según su dignidad personal, idéntica a la del varón. Así, por ejemplo: en la consulta sobre el divorcio, en el caso de la mujer adúltera, en la conversación con la samaritana, en su amistad con Marta y María y en la anexión de mujeres a su obra evangelizadora, como vemos en el pasaje de hoy. Según algunos, el evangelio es el libro más profeminista que puede leerse. No se encuentra en todo él ni un gesto de Jesús, ni una palabra suya, ni el más mínimo detalle en su enseñanza, que incida, siquiera simbólica o parabólicamente, en la inferioridad de la mujer, proclamada como axioma por la cultura judía y helenista de su tiempo. El ejemplo personal de Cristo, su mensaje y el aprecio que demostró de los valores femeninos, invitando a la mujer al reino de Dios e iniciando su liberación religiosa y social —que luego entre luces y sombras continuaría la Iglesia de todos los tiempos, aunque influenciada inevitablemente por los condicionamientos socio-culturales—, nos marcan la pauta a seguir hoy día. Queda camino por añadir al ya andado, para superar todo vestigio de minusvaloración femenina en la praxis eclesial y para realizar el principio de igualdad entre hombre y mujer, en combinación con el de mutua complementariedad, de acuerdo con la antropología bíblica. Complementariedad de salvación que es patente en las personas de Cristo y de María, el hombre y la mujer nuevos, en quienes aparece la imagen que debe mostrar la humanidad restaurada, según el designio primero de su Creador. Puede ser decisiva la aportación de la mujer a la misión de la Iglesia actual si se eliminan totalmente los prejuicios misóginos, nefasta herencia del pasado, estimando efectivamente los valores femeninos, fomentando la integración de la mujer en la comunidad eclesial y creando estructuras, cauces y sectores de responsabilidad, iniciativa y libertad evangélicas para la mujer cristiana.

Te bendecimos, Padre, por Jesucristo, Señor nuestro, y por María, su madre, la bendita entre las mujeres. Cristo y María representan al hombre y la mujer nuevos y son signo de la nueva humanidad que tú quieres, restaurada a tu imagen, según tu designio creador. Gracias, Padre, porque Jesús liberó a la mujer, la llamó a tu Reino y la asoció a su propia misión. 552

Él rompió todos los prejuicios sociales y religiosos, restituyendo a la mujer su puesto y su dignidad. Concede, Señor, a tu Iglesia la apertura de Cristo para continuar hoy día la promoción integral de la mujer.

Sábado: Vigésima cuarta Semana Le 8,4-15: Parábola del sembrador.

LA SEMENTERA: RIESGO Y ESPERANZA 1. Los avatares de la semilla. En el relato de la parábola del sembrador según Lucas, al igual que en los otros sinópticos, advertimos tres partes: proclamación, intermedio y explicación de la parábola. Es Lucas el que aporta el intermedio más breve, introducido por la pregunta de los discípulos: ¿Qué significa la parábola? En la respuesta de Jesús, Lucas recorta el texto de Isaías que Jesús cita justificando su lenguaje parabólico por la incredulidad de los judíos, como resumen de los condicionamientos personales y psicológicos (cf Me 4,lis; Mt 13,14s). Es patente el deslizamiento de óptica que se produce entre la primera y la última parte de la parábola. Si en la proclamación Jesús pone el acento en el éxito final de la semilla del Reino a pesar de todas las dificultades, en la interpretación de la parábola —que comúnmente se atribuye a la primitiva comunidad cristiana— se resalta la productividad personal del que escucha la palabra. La atención pasa de la semilla del Reino a la semilla de la palabra. No se trata ya de la penosa expansión del Reino —problema que experimentó personalmente Jesús en su misión debido al rechazo de los judíos—, sino de la respuesta a la palabra, es decir, al mensaje evangélico por parte de los miembros de la comunidad cristiana en cuyo seno se pronuncia continuamente la parábola del sembrador. Sin embargo, el protagonismo de la parábola no lo tiene el sembrador, ni tampoco el terreno, sino la semilla misma cuya eficacia está asegurada, aunque también sometida a la aventura de la respuesta del destinatario y a los avatares de los diversos grados de aceptación por parte del oyente de la palabra. 2. La colaboración del hombre. Del conjunto de la parábola se deduce que Dios brinda al hombre gratuitamente la salvación que el Reino aporta; pero tal salvación no se logra de manera automática y 553

fulminante, ni sin la colaboración del ser humano. Queda patente que son dos los factores determinantes de la liberación humana: el primero y fundamental es la iniciativa de Dios, y el segundo la respuesta afirmativa del hombre y de la mujer, a quienes Dios quiere con amor gratuito. El Señor no se impone al hombre ni violenta su libertad, que él le dio y respeta en todo momento. Aunque la palabra de Dios es siempre eficaz porque en todo caso pide respuesta y siempre nos juzga, su eficacia positiva se supedita al querer del hombre, que puede aceptar o rechazar la invitación de Dios. Ésa es nuestra responsabilidad, nuestra grandeza y nuestra miseria. Para que fructifique en nosotros la palabra del Reino hemos de despojarnos de cuanto la asfixia: superficialidad, oportunismo, inconstancia, afán de riqueza e idolatría del placer, para poder ofrecerle un suelo mullido, con la hondura suficiente y el calor que necesita la simiente para germinar y granar.

Jesús fue el primer grano de trigo que, muriendo, dio espléndida cosecha de vida y resurrección. Su optimismo nos contagia y nos estimula a dar fruto. Perdona, Señor, la inhóspita y yerma esterilidad de nuestro camino, nuestro pedregal y nuestras zarzas. Con la fuerza de tu Espíritu libéranos, Señor, de nuestra mezquindad, superficialidad, inconstancia, fiebre consumista e idolatría del dinero y del placer. Así tu palabra dará en nosotros cosecha de eternidad. Amén.

Lunes: Vigésima quinta Semana Le 8,16-18: La luz sobre al candelera.

3. La ley de crecimiento del Reino. La transformación del hombre y de la mujer en creyentes y discípulos de Cristo, en depositarios de la salvación de Dios, en seres renacidos con criterios y actitudes nuevas, se produce de manera lenta y progresiva, como el crecimiento de la semilla del Reino. Ésta requiere tiempo y un terreno apto, es decir, el corazón noble y generoso de los que escuchan la palabra, la guardan y danjruto, perseverando en las pruebas cotidianas de la vida. Ésa es la ley de crecimiento del Reino que Jesús mismo estableció como regla del juego, sin recurrir a su poder divino para propiciar un triunfo avasallador y fulminante, como esperaban los judíos que sería la salvación mesiánica del reino de Dios. Y ése eS el estilo paciente y humilde que debe asimilar la Iglesia de Cristo, cada cristiano y cada comunidad, con una actitud de amor y servicio al hermano, en medio de un mundo sumido en la increencia y la inconstancia, el materialismo y el vértigo consumista, la soberbia autónoma y el sentido hedonista de la vida, la violencia y la explotación de los semejantes. Todo eso constituye los condicionamientos negativos que ahogan la semilla del Reino, transmitida por la palabra de Cristo. Llegados a este punto, es el momento de preguntarnos cada uno con sinceridad: ¿Qué clase de terreno soy yo para la gracia de Dios y la sementera del evangelio? ¿Cae en mí la semilla como en el duro camino? ¿Soy el pedregal en que no puede echar raíces? ¿Fallo en el momento de la prueba? ¿Ahogo la semilla con mis intereses mezquinos? ¿Qué necesito yo para ser la tierra fértil? Gracias, Padre, por Cristo, esperanzado sembrador de la semilla del Reino a pesar de los obstáculos. 554

LUZ DEL MUNDO 1. La luz en el candelero. Leemos hoy como evangelio la parábolaproverbio de la lámpara según Lucas (que es un duplicado de Me 4,2 lss). Jesús decía a la gente: "Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama, sino que lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz". Cristo es la luz destinada a iluminar a todo hombre. Aunque de momento su personalidad y mensaje pasen por una etapa de penumbra, propia de la noche humana de la increencia, algún día se manifestarán plenamente. Porque "nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o hacerse público... Al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener". La plena revelación de la luz producirá alegría y conocimiento exhaustivo de los secretos del Reino a los que se han abierto a Dios y su palabra, poseyendo el Reino ya inicialmente. Éstos son los que, como veíamos ayer en la parábola del sembrador, producen fruto en abundancia. En cambio, los que se niegan a creer, ellos mismos se cierran el acceso a los secretos de Dios y perderán no sólo el gozo de la luz y el fruto de la cosecha, sino incluso la semilla misma del Reino, como los terrenos inhóspitos y estériles de la parábola. 2. Sobre el tener y el no tener. En las bienaventuranzas según Lucas decía Jesús: "Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los hambrientos, porque quedaréis saciadosPero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de 555

vosotros los que estáis saciados, porque tendréis hambre!" (6,20ss). Ahora, en cambio, afirma que al que tiene se le dará más y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener. ¿Hay contradicción entre ambos pasajes? El tener o no tener evangélicamente no es mera situación económica, sino también actitud espiritual ante Dios. No es cuestión de que aumente sus bienes el que tiene posesiones o dinero, mientras el pobre se convierte en un pordiosero. En las bienaventuranzas se trata de la pobreza y del vacío ante el don de Dios; y ahí radica la ventaja de los pobres y los hambrientos sobre los ricos y los hartos. En el texto de hoy, en cambio, "el que tiene" es el que está abierto a Dios por la fe; Cristo le dará más, es decir, recibirá la plenitud de la luz del Reino. Y "el que no tiene" es el que ha rechazado la oferta de Dios; por lo cual acabará perdiendo incluso la oferta. "Quien ya tiene un tesoro de fe y de amor, de buena voluntad y de fuerza para la actuación de la vida cristiana, recibirá dones aún mayores escuchando la palabra de Dios como es debido. Quien, por el contrario, está privado de todo esto, verá incluso desaparecer la fe acogida por él sólo externamente, y terminará por quedar del todo con las manos vacías" (R. Schnackenburg). 3. Testigos de la luz, que es Cristo. Según el lugar paralelo de Mateo, no sólo Cristo es la luz; también su discípulo, el cristiano, lo es y debe ser consciente de ello: "Vosotros sois la luz del mundo... Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo" (5,14ss). El misterio del Reino y su luz no son privilegio de una minoría de iniciados, sino que están abiertos a todos los que quieren entrar en la casa del Reino. La luz es para iluminar; por eso es un absurdo antinatural el ocultarla. Y el cristiano debe ser luz para los demás, como lo es Cristo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12). Una de las cualidades del pueblo israelita era ser luz de las naciones, como el siervo del Señor. Los miembros del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, heredan de Cristo, que "es la luz original que alumbra a todo hombre" (1,9), la sublime misión de ser luz para el mundo. Así la luz de Cristo y su claridad resplandecerán sobre el rostro de la comunidad cristiana (cf LG 1). La fe en Cristo es nuestra propia luz personal. Cada uno de nosotros tiene su propio historial de la luz, desde el cirio bautismal que se encendió al comienzo de nuestra vida cristiana hasta la definitiva luz pascual, pasando por la vivencia diaria de nuestra identidad y compromiso cristianos, expresados en cada uno de los sacramentos que acompañan nuestro peregrinar por la vida. Ya no podemos inhibirnos y ser meros espectadores del antagonismo declarado entre la luz y las tinieblas. 556

Necesitamos una continua opción radical por Dios y los hermanos para ser, con Cristo y como él, luz del mundo. Bendito seas, Padre, porque nos diste en Jesús tu palabra que nos inicia en los secretos del Reino, y tu luz que, viniendo al mundo, ilumina a todo hombre. En Cristo nos hiciste también a nosotros luz que ha de brillar en medio de la noche oscura del mundo. Libéranos de nuestra1; tinieblas que velan tu imagen, y guárdanos de la desilusión y de la desesperanza, del odio y del desamor, de la mentira y de la tristeza Haz, Señor, que caminemos a la luz de nuestro bautismo, irradiando siempre la luz del rostro de Cristo, hasta alcanzar la luz sin fin y el día sin ocaso. Amén.

Martes: Vigésima quinta Semana Le 8,19-21: La familia de Jesús.

UN PARENTESCO MÁS CERCANO 1. Éstos son mi madre y mis hermanos. La escena evangélica de hoy viene a continuación de las parábolas del sembrador y de la lámpara, que definen al discípulo auténtico de Cristo como tierra fértil y luz del mundo; y conecta especialmente con la primera de ellas. El terreno más apto para la fecundidad de la semilla lo constituyen aquellos que con un corazón noble y generoso responden a la palabra escuchada. A ambas actitudes, escucha y respuesta efectiva a la palabra, se remite Jesús de nuevo para designar su verdadera familia según el espíritu del Reino. Contestando a los que le avisan que afuera están su madre y sus parientes esperándolo, afirma Cristo: "Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra". Pertenecen a su familia cuantos, como él mismo y su propia madre María, se entregan sin reservas a la voluntad de Dios en su vida. El evangelista Lucas no explica por qué quieren ver a Jesús sus familiares. Pero Marcos aclara previamente la intención que les mueve: Vienen a hacerse cargo de él y llevárselo, "porque decían que no estaba en sus cabales" (3,21.3 lss). Dura circunstancia de la que Lucas prescinde por respeto a la madre del Señor (ídem, Mt 12,46ss). 557

Alarmados por el eco popular que la palabra y milagros de Jesús producen en el pueblo llano, e influenciados quizá también por el dictamen negativo de los letrados venidos de Jerusalén, los "teólogos", que oficialmente lo declaran endemoniado, los parientes de Jesús —eso significa en el uso hebreo el término "hermanos"— pretenden hacer valer la fuerza del parentesco para mediatizar su misión profética. Como se ve, es ya vieja la humana tentación de querer manipular a Dios y los carismas de su Espíritu conforme a los propios intereses y puntos de vista. Superando el parentesco natural, fundado en la sangre y la raza, Cristo establece las bases de la pertenencia a su nueva familia, la casa solariega y universal del Reino, la asamblea de los discípulos, la comunidad eclesial de fe. Los requisitos exigidos son dos: escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica. De hecho, se trata de una sola condición, porque solamente el que cumple la palabra, traduciéndola a la vida, demuestra haberla escuchado en su interior y no tan sólo haberla oído. En el relato paralelo de Marcos y Mateo la expresión condicionante que emplea Cristo es "cumplir la voluntad de Dios", que viene a decir lo mismo que poner en práctica la palabra escuchada. Y no olvidemos que la Palabra viva del Padre es la persona y el mensaje de Jesucristo, él y su evangelio. 2. En la escucha y práctica de la palabra, un modelo cristiano perenne fue la propia madre de Jesús, María, su primera y mejor discípula, la primera creyente y modelo de la Iglesia, pues respondió con su "hágase" incondicional y de por vida al designio divino sobre ella. Por eso la reflexión de Cristo sobre su nueva familia no es un menosprecio hacia su madre, sino una alabanza implícita de la misma. Ella encarnó personalmente en su vida la oración del discípulo, la oración del Reino: Hágase, Padre, tu voluntad en la tierra como en el cielo. En la escena de la transfiguración del Señor, en medio de la claridad de la nube retumbó en el monte la palabra del Padre: "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo". Ya sabemos, pues, dónde encontrar la palabra de Dios que nos habla. La escucha de Jesús es el principio de la fe y la clave del discipulado que nos introduce en el círculo entrañable de su familia. Pero ¿cómo oír esa palabra sino creando silencio en torno y clima de oración? Hoy nos resulta difícil escuchar de verdad a los demás. Era más fácil en otros tiempos, en que la transmisión de la cultura se hacía por tradición oral y se escuchaba con veneración la sabiduría y experiencia de los mayores. Hoy día, en cambio, más que "oír", consumimos ruidos de todas clases, desde los frenéticos ritmos musicales hasta los alienantes discursos políticos. Pero no sabemos escuchar a las personas. Necesitamos sosegar nuestra morada interior para percibir el susu558

rro de la soledad sonora, para orar y hablar con Dios, para escuchar a Jesús, para responderle con el seguimiento de su enseñanza y ejemplo. Que los demás nos vean como oidores y cumplidores de la palabra escuchada, es decir, como hombres y mujeres de bien, rebosantes de bondad y comprensión, justicia y fraternidad, paz y reconciliación. Oh Dios nuestro, Padre común de la familia humana, te damos gracias porque Jesús, nuestro hermano mayor, hizo familia suya a los pobres y marginados de la tierra, sentando a su mesa a cuantos cumplen tu voluntad Gracias, porque la única condición, el único título, la única carta de identidad para la pertenencia a Cristo, al Reino, a su familia, a su pueblo, a su Iglesia, es la escucha de la palabra y la práctica de la misma. Jesús nos rehabilita a nuestra condición primera y nos sirve el pan familiar de la eucaristía. ¡Gracias! Maníannos unidos a ti mediante la oración del Reino: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Amén.

Miércoles: Vigésima quinta Semana Le 9,1-6: Envío apostólico de los Doce.

TODOS APÓSTOLES 1. Contenido y espíritu de la misión. Leemos hoy como evangelio la versión lucana del discurso misionero de Jesús. Son evidentes sus coincidencias con Marcos y Mateo en esta primera transmisión de la autoridad, tarea y poderes de Cristo a sus apóstoles. Pero Lucas no ha unificado, como hace Mateo (c. 10), las dos tradiciones primitivas del discurso apostólico: forma breve (Me 6,7ss) y forma larga (Le 10,lss), sino que las mantiene por separado. Lo que origina en su evangelio dos discursos, dirigido el primero a los doce apóstoles, tal como vemos hoy, y el segundo a los setenta y dos discípulos, como veremos el jueves de la próxima semana. Lucas redacta estos discursos misioneros de Jesús en función de la experiencia apostólica de la Iglesia primitiva de su tiempo e instruido, quizá, en la escuela de san Pablo. Lo cual supone un paso importante para definir la figura de todo apóstol del evangelio, basada en esta 559

primera misión y en el mandato misionero cuando las apariciones de Cristo resucitado. Por eso Lucas suprime las restricciones territoriales que anota Mateo (10,5: sólo a judíos). Las normas que Jesús da a sus enviados se refieren: 1) Al contenido de la misión: mensaje y signos del mismo. 2) Al talante adecuado para ejercer tal misión. El contenido del mensaje es el reino de Dios; y a este anuncio deben unir los signos que lo avalan y que brotan de la fuerza de la palabra. "Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos". Tal como hacía Jesús. "Curar, al mismo tiempo que se predica, supone que el Reino no es simplemente una empresa espiritual, sino que apunta a la plena renovación del hombre en cuerpo y alma" (CB, m, 359). La disposición anímica de los enviados y su estilo de evangelizar exigen que vayan totalmente libres de equipaje y pertenencias, en absoluta disponibilidad, pobreza y desinstalamiento. Su trabajo les asegurará lo necesario para subsistir porque, lo mismo que los levitas de la antigua alianza, tienen el derecho de ser mantenidos por la comunidad que evangelizan, como recordará san Pablo, basado en que "el obrero merece su sustento" (Mt 10,10) o su salario (Le 10,7; cf ICor 9,13s). Respecto de las relaciones con los huéspedes que reciban a los misioneros o que los rechacen, la norma de conducta es la paz y la permanencia en la casa que les abra las puertas o bien sacudir el polvo de los pies para probar su culpa. 2. Todos apóstoles. "Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (EN 14). Por eso, evangelizar es misión de todo cristiano y no tarea exclusiva de los pastores del pueblo de Dios, ni monopolio de los misioneros de vanguardia, ni mera celebración anual del Dómund. Toda la comunidad eclesial es misionera siempre y en todo lugar, y todo en ella ha de estar en función de la evangelización de los que no conocen a Cristo o, conociéndolo, están alejados de él. Todos, como discípulos de Jesús, podemos y debemos ser evangelizadores —con tal que estemos evangelizados nosotros mismos—, pues en los sacramentos de la vida cristiana Cristo nos hace partícipes de su misión prof ética (AA 3). No todos son vocacionados para ir al tercer mundo; tampoco hace falta para sentir la urgencia del anuncio de Cristo. Hay campo de apostolado muy cerca de nosotros, en nuestro propio entorno existencial: los padres respecto de los hijos, los esposos entre sí, los familiares, los vecinos, las amistades, los compañeros de trabajo. Pero ¿cómo evangelizar? No hace falta pronunciar sermones proselitistas. Hoy más que de conquista se habla de presencia y testimonio. Lo que más necesita hoy el evangelio son testigos que lo vivan mediante el amor a los hermanos. Como en tiempo de Jesús y de los apóstoles, el anuncio de la buena 560

nueva debe ir hoy acompañado de los signos de liberación del hombre. La promoción humana es compromiso inalienable de la fe cristiana y del creyente que la profesa. Ésa es la proyección del amor evangélico al hermano, especialmente al más pobre y marginado. Amar como Cristo nos amó, es decir, dando nuestro cariño, tiempo y vida a los demás, será el testimonio eficaz que impacte y cuestione al mundo sumido en la increencia y al hombre de hoy, harto de propaganda, palabrería y mesianismos frustrantes. Aquí está también la clave de la autenticidad de nuestra celebración de la eucaristía, sacramento del amor de Cristo al hombre. Te bendecimos, Dios de los apóstoles y profetas, por Jesucristo, tu primer enviado en misión de paz para anunciar a los pobres el gozo de la liberación, para curar los enfermos y vendar los corazones rotos. Cristo delegó su misión a los suyos, a nosotros; por eso evangelizar es la dicha y vocación de la Iglesia. Él nos quiere disponibles, con la libertad de la pobreza para compartir con los demás lo que tú nos regalas. Libéranos, Señor, de tanto bagaje inútil que nos instala y entorpece en el anuncio del Reino, para que no ahoguemos el espíritu de la misión. Amén.

Jueves: Vigésima quinta Semana Le 9,7-9: Herodes Antipas se pregunta por Jesús.

EL PROFETA ESPERADO 1. ¿Quién es este Jesús de Nazaret? Entre la misión de los doce y su vuelta gozosa, el evangelista Lucas, siguiendo a Marcos, introduce el pasaje en que el virrey Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, se pregunta por Jesús. Pero Lucas no narra a continuación la brutal ejecución del Bautista por orden de Herodes. Éste aparece en el texto lucano como bastante escéptico e incrédulo respecto de Juan, mientras que en Marcos se muestra respetuoso con él (6,20) y en Mateo disimula sus intenciones asesinas por miedo a la gente, que quería a Juan (14,5). En el fondo, Herodes no acepta ninguna de las versiones que corren entre el pueblo sobre Jesús: el Bautista redivivo, Elias reaparecido o 561

alguno de los antiguos profetas vuelto a la vida. Se limita a constatar un hecho: "A Juan lo mandé decapitar yo"; y plantea un interrogante: "¿Quién es este Jesús del que oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de verlo". Frivolo e incrédulo, pero curioso y astuto. ¿Por qué se interesaba por Jesús? Más tarde Cristo lo calificará de "zorro" cuando los fariseos le digan: Vete de aquí porque Herodes quiere matarte (Le 13,3 ls). Llegado el proceso de la pasión de Jesús, tendrá Herodes ocasión de conocerlo personalmente, cuando se lo remita Pilato al enterarse de que Jesús era galileo. Entonces el tetrarca, que esperaba verlo realizar algún portento, le hizo muchas preguntas. Pero Jesús no le respondió palabra. Herodes lo despreció y, burlándose de él, lo remitió de nuevo a Pilato. El asesino de Juan el Bautista necesariamente tenía que equivocarse respecto de Cristo.

profesión de fe de Pedro para superar las hipótesis populares, como veremos mañana. Pero, sobre todo, habrá que esperar la respuesta del Padre resucitando a su Hijo de entre los muertos para, a la luz de la fe pascual, responder en plenitud a la pregunta que seguidamente planteará Cristo a los suyos: ¿Quién soy yo para vosotros?: Tú eres el mesías, el Hijo de Dios. A su categoría de Dios unía Jesús la plenitud de los valores humanos: profundamente humano y sencillamente divino, sublime como hombre y adorable como Dios. Motivos más que suficientes para seguir y amar a Cristo apasionadamente, porque él es una persona de hoy día, viva, cercana a nosotros y amigo personal nuestro.

2. El profeta esperado. La creencia popular judía esperaba que al comienzo de los tiempos mesiánicos, según la profecía de Malaquías (3,23), vendría de nuevo el profeta Elias, que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego (s. IX). Elias vendría "para calmar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel" (Si 48,10). Algunos identificaron a Elias con el Bautista, y ahora lo identifican con Jesús de Nazaret. Otros esperaban un nuevo Moisés. La creencia en el retorno de un gran profeta pertenecía también a la esperanza escatológica judía, vinculada a la venida del mesías. Éste estaba ya presente en Jesús; pero, sorprendentemente, entre todas las hipótesis que se barajaban sobre su persona ninguna incidía en su condición mesiánica. ¿Por qué? Porque el mesías esperado por los judíos era de tipo triunfalista y político; y era claro que Jesús no reunía esas características. El encarnaba, más bien, al siervo sufriente del Señor, conforme a los poemas del Segundo Isaías. No obstante, Jesús aparecía evidentemente como un gran profeta. Así lo entendieron el pueblo sencillo, sus discípulos, los curados por él e incluso sus enemigos declarados. Lo que le definía era su anuncio del reino de Dios, los signos de sus curaciones y milagros que avalaban la buena nueva de la presencia de ese Reino, su dedicación a los pobres, su invitación a la conversión, su insistencia en el fin de los tiempos ya cumplidos en parte con la oferta de la salvación de Dios y, sobre todo, su fidelidad al mensaje y a la verdad hasta su muerte violenta, acaecida en Jerusalén, como la de los antiguos profetas.

Te alabamos, Dios de los profetas y los mártires, de los pobres, los perseguidos y los aplastados por el único delito de amar el bien y la justicia. Así fue Juan Bautista, testigo fiel de tu verdad. Su testimonio se unió al de Jesús, tu Hijo; y al de Cristo se ha unido y se une el de tantos profetas y mártires, audaces testigos de tu Reino y de los derechos del hombre, a quien tú amas. Danos, Señor, valentía para vivir nuestra fe, para seguir y confesar a Cristo con nuestra palabra, nuestra vida y nuestro amor a los hermanos. Amén.

3. Respuesta de la fe sobre Jesús. Según muchos, todo esto hacía de Jesús el gran profeta esperado. Pero había algo más que pasó desapercibido a todos, incluso a sus discípulos hasta después de la muerte y resurrección del Señor: él era también el mesías anunciado por los profetas. La pregunta sobre Jesús seguía en pie. Habrá que esperar la 562

Viernes: Vigésima quinta Semana Le 9,18-22: Tú eres el Mesías de Dios.

¿QUIÉN SOY YO PARA VOSOTROS? 1. Un momento cumbre. La profesión de fe del apóstol Pedro, que hoy se proclama como evangelio, prepara el comienzo del viaje o subida de Jesús a Jerusalén. En la narración del episodio Lucas sigue a Marcos (8,2 7ss) en los tres momentos básicos de su desarrollo: 1.° Sondeo de Jesús sobre la opinión que la gente y sus discípulos tienen de él. Ayer veíamos el fondo histórico-bíblico de las opiniones del pueblo sobre Jesús. 2.° Profesión de fe mesiánica de Pedro: Tú eres el Mesías de Dios. 3.° Primer anuncio por Jesús de su pasión, muerte y resurrec563

ción. Es una corrección de perspectiva respecto del mesías esperado por los judíos y los discípulos, como glorioso instaurador político del reino de David. Pero Lucas aporta también sus peculiaridades: 1.a El principio: "Una vez que Jesús estaba orando..." Adición característica de Lucas, que siempre alude a la oración en los momentos importantes de la vida de Jesús. 2.a No precisa la geografía del hecho, que Marcos y Mateo sitúan en Cesárea de Filipo, a unos 40 kilómetros al nordeste del mar de Galilea, cerca de las fuentes del Jordán y del monte Hermón. 3.a Suprime la reprimenda de Jesús a Pedro por oponerse al plan de un mesías sufriente. Por lo demás, coincide con Marcos en suprimir la sección del primado eclesial de Pedro, que tanto relieve adquiere en Mateo (16,18ss). 2. ¿Quién soy yo para ti? Como a los discípulos, ésa es la pregunta personal de Jesús a cada uno de nosotros. Solamente a un amigo se le pregunta: ¿Qué piensas tú de mí? Para responder tal pregunta de Cristo hacen falta dos condiciones: conocerlo íntimamente, es decir, desde la experiencia de la fe, y además quererlo. La pregunta sobre Jesús es inevitable en nuestra vida, porque es el interrogante fundamental sobre nuestra propia identidad cristiana. No es lo mismo saber de él por la historia que conocerlo personalmente como a un amigo íntimo. En un maestro de espíritu lo más importante es su doctrina. No es éste el caso de Cristo. Lo más atrayente de su persona es que él vive hoy como ayer: vive en cada época de la historia, en cada hombre y en el mundo; vive por su Espíritu en la comunidad eclesial, en cada creyente, en mí mismo. Por eso la pregunta de Jesús no pierde nunca actualidad: ¿Quiénsoy yo para ti en este momento de tu vida? La respuesta a esta pregunta está condicionada y es condicionante. Está condicionada: 1) Por nuestra propia fe más o menos adulta; 2) por nuestra práctica religiosa más o menos asidua, y 3) por nuestra propia estructura psicológica con sus preocupaciones vitales y sus centros de interés, que no son los mismos en las diversas etapas d e la evolución personal: infancia, juventud y madurez. Esto requiere una progresión constante en la fe hasta su plena mayoría de edad, para que nuestra idea personal de Cristo sea viva y fecunda, completa y exacta. Y es también condicionante la respuesta, porque Jesús no nos pide una definición de su persona; no está examinándonos d e nuestros conocimientos, sino de nuestra adherencia personal. Si confieso a Cristo como Hijo de Dios, su palabra, sus criterios y su estilo de vida me comprometen; si lo reconozco como salvador y liberador del hombre, mi fe h a de colaborar apostólicamente a que la salvación de Dios se haga realidad entre los hombres; si, inalmente, proclamo a Cristo como 564

revelador del Padre, entro en el círculo de la paternidad de Dios y, consecuentemente, en el de la fraternidad humana. 3. La figura del viviente Jesús es extraordinaria, fuera de lo común, compleja, rica, única y original por ser dios-hombre u hombre-dios. ¿Dónde centrar nuestra atención para poder abarcarla y no perdernos? Los caminos e intentos de aproximación a la persona de Cristo son varios: la teología, la liturgia, la oración, la experiencia mística... La vía más completa es, junto con todo eso, el evangelio mismo. Como Pedro, tenemos la respuesta exacta de nuestra fe a la pregunta sobre la identidad de Jesús; pero hemos de añadir la respuesta de nuestra vida para hacer creíble ante el mundo nuestra profesión de fe cristiana. Pues la proyección de la fe en Cristo no se limita al templo y la práctica religiosa, sino que penetra y transforma todos los sectores de la vida: amor y familia, dinero y trabajo, cultura y relaciones sociales, para lograr superar todas las situaciones de pecado y marginación, desamor y pobreza. Señor Jesús, también hoy nos preguntas: ¿Quién decís que soy yo? ¿Quién soy para vosotros? En medio de un mundo que prefiere promesas de engaño te confesamos Hijo de Dios y salvador del hombre. ¿A quién seguiremos, Señor, que no nos defraude? Solamente tú tienes palabras y hechos de vida eterna. Te creemos resucitado y vivo hoy como ayer, y estamos seguros: vives en nosotros por tu Espíritu. Concédenos conocerte a fondo por la fe y la amistad; y haz que, queriendo a los hermanos, nos entreguemos a la fascinante tarea de amarte apasionadamente.

Sábado: Vigésima quinta Semana Le 9,44b-45: Les daba miedo preguntarle.

PREGUNTAR A JESÚS 1. El escándalo de la cruz. "En medio de la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres". Es l a segunda predicción que de su pasión y muerte hace Cristo en el evan565

gelio de Lucas; esta vez sin mencionar expresamente su resurrección. Jesús se autoaplica el título mesiánico de "Hijo del hombre" (Dan 7,13), que él relaciona con la figura del siervo doliente del Señor, según los poemas del Tercer Isaías. Ayer veíamos el primer anuncio de la pasión; pero entre el texto de ayer y del de hoy se han sucedido varios pasajes: condiciones para el seguimiento de Cristo, su transfiguración y la curación de un endemoniado epiléptico. Al asombro que este último portento de Jesús causó entre la gente se refieren las palabras del comienzo: "En medio de la admiración general por lo que hacía"... Pues precisamente en ese momento de éxito es cuando predice Cristo por segunda vez su pasión y muerte. ¿Por qué? Para ir preparando a sus discípulos a superar el gran escándalo de la cruz en que morirá el mesías. Cuando se la ve con ojos de fe, esa derrota ignominiosa es su gran victoria sobre el mal y la muerte. Pero, por desgracia, los discípulos "no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no captaban su sentido". No obstante, algo estremecedor vislumbraban cuando "les daba miedo preguntarle sobre el asunto", es decir, sobre qué clase tan extraña de mesías era él. La actitud de los apóstoles es a veces la nuestra; para superarla debemos seguir profundizando en la figura y personalidad de Cristo, preguntándole nosotros para que él nos descubra su propio misterio. Así daremos una respuesta mejor a su pregunta personal de ayer: ¿Quién soy yo para ti? 2. Jesús es modelo plural. Dada la enorme riqueza de su personalidad, y dentro del común denominador del seguimiento evangélico, Cristo es modelo plural de identificación. Así, hay cristianos que valoran en su persona y estilo la espiritualidad del desierto, de la oración y del trabajo, con base en su vida oculta y laboriosa de Nazaret y su continua comunicación con el Padre. Otros acentúan en su figura sublime los rasgos modélicos de su actividad apostólica: anuncio del reino de Dios, su doctrina, sus milagros, su opción por los pobres, su testimonio de vida y su enfrentamiento valiente con los representantes de una religión farisaica y estéril. Lo cual le llevó a una dolorosa pasión y muerte, víctima del odio de sus enemigos, como predice hoy a sus discípulos. Una visión totalizante y una perspectiva exacta de la persona de Jesucristo y del conjunto de su vida y obra sólo se adquiere desde el final de ese camino anunciado, es decir, desde su resurrección del sepulcro y su glorificación por el Padre. Por tanto, solamente desde la fe pascual que resumía la profesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" (Mt 13,16). El ideal supremo, vivo y fascinante que encarna Jesús de Nazaret es loque mantiene en pie la esperanza de los pobres de Dios y la ilusión de tantos hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que ven en Cristo un 566

guía que no defrauda, un modelo de identificación válido y capaz de justificar la entrega incondicional a los demás, porque él mismo es el signo y la prueba definitiva del amor de Dios que salva al hombre. 3. Sublime como hombre y adorable como Dios. Jesús no se presentó ni actuó como un levita o sacerdote judío, ni como un rabino más de escuela, ni como un jefe de sinagoga, ni, menos aún, como un político, un economista o un filósofo. Lo suyo fue el profetismo itinerante, el servicio de la palabra anunciando el Reino, testimoniando la verdad y denunciando una religión corrompida por los maestros judíos. Destinatarios principales de su buena noticia de Dios fueron los pobres, los humildes y los marginados de la salvación y de la sociedad de su tiempo. Por ellos tomó partido; y, a impulsos de su pasión por la justicia, no quedó en palabras, sino que hizo realidad la liberación mesiánica: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (He 10,38). Sublime como hombre y adorable como Dios: razones suficientes para seguirlo y amarlo con locura. Señor Jesús, te bendecimos porque tu cruz es signo y prueba de lo mucho que Dios nos quiere. Tú mantienes en pie la esperanza de los pobres, pues tu cuerpo entregado y tu sangre derramada son para nosotros pan y bebida de salvación. Perdona, Señor, nuestras dudas y vacilaciones. Nos cuesta entender tu mensaje de vida por la muerte. Con tu palabra y tu Espíritu danos un corazón nuevo y descúbrenos el misterio de tu persona adorable, para que, amando a los demás como tú nos amaste, participemos en la gloria de tu resurrección. Amén.

Lunes: Vigésima sexta Semana Le 9,46-50: ¿Quién es el más importante?

EXTRAÑO TÍTULO DE GRANDEZA 1. El más pequeño es el más importante. Los discípulos de Jesús discutían sobre quién era el más importante, es decir, quién tenía mayores títulos para ocupar el primer puesto en el futuro reino que espe567

raban. Lo más sorprendente es que tal discusión sigue al segundo anuncio del mesías sufriente (que veíamos ayer). Prueba evidente de que no entendían qué clase de mesías era Jesús. Según Lucas, Jesús adivinó sus pensamientos; según Mateo, son los discípulos quienes preguntan al Señor quién es el más importante en el Reino (18,1). Cristo procede de manera gráfica, al estilo profético: Coloca a un niño a su lado y dice: "El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante". El niño y el pequeño representan aquí al humilde y al débil, al indefenso y al despreciado, cuyo valor social es nulo. Pues bien, según Jesús, ese tal es el más importante en la comunidad del Reino, y no los que tienen las funciones de responsabilidad y decisión, dirección y presidencia, o los que sobresalen por sus cualidades. Fueron los primeros quienes constituyeron el centro de atención de Cristo, por ser los preferidos de Dios, hasta el punto que Jesús se hizo uno de ellos y el servidor de los mismos. Por eso él es el más importante. Más todavía: Cristo llega hasta identificarse con esos "pequeños", según dijo en la parábola del juicio final. Aun siendo el pequeño el más importante, es mayor el que lo sirve en nombre de Cristo, pues se hace todavía más pequeño que él. Por tanto, en la respuesta de Jesús se combinan dos ideas en ritmo ascendente: 1) El mayor en el reino de Dios es el más pequeño y más pobre, el que mejor reconoce su absoluta indigencia y dependencia de Dios. 2) Pero todavía es mayor el que ama y sirve al más humilde, porque así se hace el más pequeño, como Cristo mismo, el enviado del Padre. 2. Planteamiento paradójico. El criterio de Cristo para medir la grandeza personal dentro de su comunidad significa la total inversión de las reglas vigentes en la sociedad. Los más pequeños, estén dentro o fuera, han de ocupar el centro preferente de interés. El que los sirve, y no el que manda, es el más grande. Obviamente, esa actitud de servicio no se casa con la ambición de poder y dominio, de la que nadie está al abrigo, ni siquiera entre los amigos de Jesús. Cuando se escribió este pasaje evangélico, la comunidad cristiana en cuyo seno se gestó su redacción, tenía ya experiencia de los problemas diarios que surgen en las relaciones comunitarias, tanto en su línea vertical (la autoridad respecto de la base, y viceversa) como en su línea horizontal (los miembros entre sí). Esta andadura y la crítica a las pequeñas o grandes ambiciones y rivalidades que nos descubren las cartas apostólicas no están ausentes al recordar esta catequesis del Señor sobre la verdadera grandeza en la comunidad del Reino. El tema es de ayer y de hoy. La razón última del planteamiento paradójico que hace Cristo se basa en su propia persona y actuación, es decir, en su ejemplo. 568

3. Es el nombre de Jesús lo que da conexión a la primera y segunda parte de la proclamación evangélica de hoy: acoger a los pequeños y arrojar demonios "en su nombre". Fruto de la actitud de humildad y servicio que propone Jesús no es monopolizar su nombre, como se dice en la segunda parte del evangelio de hoy (del que nos hemos ocupado más ampliamente comentando a Marcos 9,3 8s: miércoles de la séptima semana). Bíblicamente el nombre significa la persona; y por otros pasajes neotestamentarios vemos que el nombre de Jesús, su persona, es lo que reúne a los que creen en él, da eficacia a su oración y a su misión evangelizadora, garantiza el envío y la presencia del Espíritu Santo, es la única esperanza de salvación, como dijo el apóstol Pedro ante el sanedrín, y es el fruto de la glorificación y del señorío de Cristo después de pasar por la humillación suprema, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, como dirá san Pablo. Siguiendo la línea servicial de Cristo, la comunidad eclesial debe ser la servidora de su evangelio, pero no creerse su propietaria; por eso no debe impedir que lo utilicen los de fuera, como pretendían los discípulos. Lo que importa es la difusión del reino de Dios y no el triunfo de la Iglesia, pues la comunidad cristiana está al servicio del Reino y de los hombres, cuyos problemas, gozos y esperanzas comparte. Gracias, Padre, por la lección que nos dio Jesús, enseñándonos quién es el más importante a tus ojos: el que se hace pequeño y sencillo como un niño, como Cristo mismo, el servidor de todos, y sabe recibir el Reino como don, entrando así en él Opera, Señor, en nosotros una total conversión a la humilde receptividad de quien espera todo de tus manos con la ilusión y gratitud de un niño. Haz que, siguiendo el ejemplo de Jesús, sirvamos en su nombre a los hermanos con alegre sonrisa, compartiendo los gozos y esperanzas de todos. Amén.

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Martes: Vigésima sexta Semana Le 9,51-56: Decisión de ir a Jerusalén.

"NO SABÉIS DE QUÉ ESPÍRITU SOIS" 1. La subida a Jerusalén. Comienza hoy en el evangelio de Lucas una nueva sección, en la que se aparta de Marcos, y que está dedicada al viaje de subida de Jesús a Jerusalén. "Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén". El viaje que ahora empieza Cristo inaugura el camino que acabará en su ascensión, en su vuelta al Padre. Es una senda de sufrimiento y humillación, pasión y muerte, que, sin embargo, no acabará en el sepulcro. Si en los evangelios sinópticos tiene gran relieve este viaje, es quizá en Lucas donde adquiere una intención teológica más marcada; hasta el punto que se advierte imprecisión y hasta inexactitud en detalles geográficos, algo secundario para Lucas. Sobre el fondo del camino de Jesús hacia Jerusalén, es decir, hacia su muerte y resurrección, cobra realce el seguimiento de Cristo por sus discípulos, como un nuevo éxodo hacia la patria definitiva. Lucas irá acentuando cada vez con más énfasis el discipulado cristiano como comunión en el destino del maestro. Los discípulos, que han dicho "sí" a Jesús, irán descubriéndolo poco a poco. Pero de momento el evangelio de hoy nos muestra que todavía están lejos de ello. En el texto evangélico distinguimos estas tres partes: rechazo de los samaritanos a Jesús, reacción violenta de Santiago y Juan y correctivo del Señor. Al igual que el ministerio apostólico de Jesús en Galilea comenzó, según Lucas, con el rechazo de sus paisanos de Nazaret, así la subida a la ciudad santa empieza con otra repulsa: la de los samaritanos. "De camino entraron (los mensajeros de Jesús) en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén". Los samaritanos eran el pueblo resultante de las tribus orientales con que Sargón U de Asiría repobló Samaría, que era el reino del norte o Israel, cuando la deportación de sus habitantes a Babilonia (721 a.C). En un sincretismo religioso adoptaron la religión yavista y, a su manera, rendían culto a Dios en el templo que construyeron en el monte Garizín como rival del templo de Jerusalén. Por eso se mostraban hostiles con los judíos que peregrinaban a la ciudad santa, como ahora Jesús. 2. No violencia, sino amor paciente. Ante el hecho, la reacción de Santiago y Juan fue de venganza a lo divino, presuntuoso remedo del profeta Elias: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y 570

acabe con ellos?" Con razón dio Jesús a los dos hermanos el sobrenombre de "hijos del trueno". Pero Cristo, que rechazó siempre la violencia como método del Reino, e incluso como defensa personal, los regañó diciendo: "No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos". Los discípulos que van acompañando al mesías en su camino hacia Jerusalén no tienen todavía ideas claras de lo que este seguimiento significa. Son todavía deudores de las viejas categorías mesiánicas del poder y del dominio triunfalista. Por eso no saben encajar el rechazo de los samaritanos. Jesús deja en claro que su seguimiento no es motivo, ni siquiera ocasional, de intransigencia, intolerancia y fanatismo religioso; algo que, por desgracia, podrían testificar hechos de la historia pasada y presente. Seguir a Cristo y profesar su evangelio no es aplastar y avasallar, imponerse a la fuerza y despreciar otros modos de entender la vida y la religión, cerrándonos así a los demás hombres. La actitud justiciera de los "hijos del trueno" persiste todavía entre algunos creyentes cuando han de enfrentarse al mal del mundo y de los humanos. ¿Por qué Dios permite el poder y la arrogancia de los malos que oprimen a los buenos? ¿Por qué no hace justicia? Ruge así la rebelión interior clamando por la venganza divina. Sin embargo, Jesús se muestra tolerante y paciente. Todavía es el tiempo de la misericordia de Dios que aplaza su justicia hasta el final, como enseña la parábola de la cizaña en medio del trigo. Cristo prefiere el fuego de su amor a los hombres, a quienes ha venido a salvar y no a condenar. Por este fuego vindicativo ha de optar el cristiano: el amor que vence al mal con el bien y pone ascuas encendidas sobre la cabeza del enemigo que nos odia (Rom 12,20s). Jesús eligió la vía del amor como la única y auténtica revolución capaz de transformar las relaciones humanas. ¡Utopía!, dicen los que "no saben de qué espíritu son". Gloria a ti, Señor Jesús, por la paciencia que muestras con nosotros, tus torpes discípulos, a quienes llamas a caminar contigo hacia la vida Hoy nos enseñas que tu seguimiento requiere saber encajar tolerantemente la incomprensión, sin espíritu de intransigencia y de venganza. Haz, Señor, que asimilemos tu talante y estilo para hacer la revolución del amor en un mundo que prefiere el egoísmo, la opresión y la violencia. Danos hambre y sed de fidelidad para seguirte por el camino de la cruz hasta la resurrección. Amén. 571

Miércoles: Vigésima sexta Semana Le 9,57-62: Tres vocaciones.

LA VOCACIÓN AL SEGUIMIENTO 1. Exigencias del seguimiento. Al inicio del viaje de Jesús a Jerusalén y "mientras van de camino", Lucas narra tres casos anónimos de vocación, no sabemos si fallida. El primero y el tercero son espontáneos; el segundo es invitado por Jesús. En el lugar paralelo Mateo reseña sólo los dos primeros casos, identificando al primer individuo como un escriba y al segundo como uno que ya era discípulo (8,18ss). Con tres frases lapidarias, pronunciadas en sendos encuentros, constata Jesús la radicalidad del seguimiento. Al primer individuo le advierte: "Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Al segundo, que quiere ir primero a enterrar a su padre, le dice: "Deja que los muertos (espiritualmente) entierren a sus muertos (físicamente). Tú vete a anunciar el reino de Dios". Y al tercero, que quiere despedirse de la familia, le contesta: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios". En esta última sentencia de Jesús hay implícitas dos referencias bíblicas. La primera es al profeta Eliseo, a quien, mientras araba con sus bueyes, llamó el profeta Elias a su seguimiento. Eliseo le pidió que le dejara despedirse de los suyos; a lo que accedió Elias (IRe 19,20s). Pero Jesús exige más a sus discípulos. La segunda referencia es a la mujer de Lot que por volverse a mirar hacia atrás, cuando la destrucción de Sodoma y Gomorra, quedó convertida en estatua de sal (Gen 19,26). Jesús es un maestro itinerante y no instalado; por eso la vida común con sus discípulos está sometida a condiciones muy peculiares que superan el nivel de la mera enseñanza doctrinal. Se requiere la pobreza total, hasta el punto de no tener asegurado el alojamiento del día siguiente, así como la ruptura con todo, incluidos los lazos familiares, porque el seguimiento no admite dilaciones, descuentos ni rebajas. No es que Jesús invalide el cuarto mandamiento, que reafirmó en otras ocasiones, sino que establece un orden de prioridades. Y lo primero es el reino de Dios. Optar por él, como en toda elección, supone renunciar a lo demás. 2. La vida cristiana es seguimiento. Si en los evangelios el camino de Jesús se define como subida a Jerusalén, es decir, como camino hacia la cruz, muerte y resurrección —según veíamos ayer—, la vida de su discípulo se describe como seguimiento. Esto es sencillamente la 572

vocación cristiana: seguimiento de Cristo por el camino desnudo de la cruz y de la abnegación, pero sabiendo que al final de esta ruta de libertad se encuentra la resurrección y la vida con él. Ya a raíz del primer anuncio de su pasión, Jesús había señalado las condiciones de su seguimiento: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Le 9,23). Ciertamente, Jesús es radical, es decir, va a la raíz de las cosas y nos pide coherencia entre lo que decimos creer y la conducta diaria. Su evangelio es exigente, pero no inhumano, porque se sitúa en la línea del amor y de la libertad, de la vida y de la resurrección. El seguimiento de Cristo constituye la fórmula síntesis del cristianismo, pues resume la totalidad de la vida cristiana y la identifica desde dentro, es decir, en referencia a Cristo, iluminando los matices propios de cada vocación en la Iglesia y dentro de la común vocación cristiana a la santidad. Jesús invita a todos a recibir gozosos el reino de Dios como un don que supone renuncias liberadoras, asumiendo una actitud de fidelidad en pos de él. La opción por Jesús y por el Reino no permite seguir mirando atrás, a lo que se ha dejado en el camino. Sólo el que arriesga con Cristo, gana con él: "hasta cien veces más en este tiempo; y en la edad futura, la vida eterna" (Me 10,30). Y no olvidemos el compromiso apostólico de la vocación cristiana. Según la constante de la revelación bíblica, a toda llamada de Dios va unida una misión. Es triste constatar que muchos cristianos no han descubierto todavía la dimensión apostólica de su vocación a la fe en Cristo. La tarea evangelizadora no es parcela exclusivamente clerical ni monopolio de profesionales, sino competencia de cuantos han recibido la consagración bautismal. Todos estamos en la misma barca con Jesús como patrón de empresa, todos comprometidos en la misión de la Iglesia, todos llamados a ser luz y sal de la tierra, fermento del Reino en la masa y testigos de la resurrección de Cristo. Con la alegría que tu Espíritu nos infunde te alabamos, Padre nuestro, porque nos llamaste a la comunión de destino con Cristo, tu Hijo. Permítenos, Señor Jesús, caminar a tu lado sin que perdamos el paso hasta la meta de pascua; y fortalécenos con el fuego de tu Espíritu que abrase nuestros miedos y egoísmos. Manten en su propósito, sin volver atrás la vista, a quienes han consagrado su vida a tu Reino; y a nosotros haznos tus testigos en un mundo que sufre vacío de espíritu, de amor y de esperanza. 573

Jueves: Vigésima sexta Semana

y del mensajero; hecho de experiencia constatado por Jesús mismo y por la Iglesia de todos los tiempos.

Le 10,1-12: Misión de los setenta y dos.

SIN ARMAS NI BAGAJE 1. Envío de los setenta y dos. El evangelio de hoy contiene el segundo discurso misionero de Jesús según Lucas. Si el primero se dirigía a los doce apóstoles (9,lss), este segundo lo motiva el envío de los setenta y dos discípulos. La alocución que Jesús les dirige al enviarlos "por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él", parte de una imagen: la mies lista para la cosecha. Puede responder a una situación vivida en aquel momento. Lo mismo que, partiendo de una escena de pesca, Jesús habló de convertir en pescadores de hombres a los primeros discípulos que él vocacionó, transforma ahora la mies dorada en campo del reino de Dios que necesita segadores: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!" Palabras dichas para la Iglesia de todos los tiempos, cuya vocación, identidad, dicha y razón de ser es la evangelización. Esta segunda misión resalta quizá mejor que la de los doce la universalidad de la evangelización. Su destinatario no es solamente el pueblo israelita (Mt 10,5), cuyas doce tribus están representadas en los doce apóstoles, sino todas las naciones del mundo entonces conocido, simbolizadas en la cifra 72 (Gen 10). Además, en la vocación de estos primeros misioneros están representados todos los cristianos que a lo largo de la historia de la Iglesia fueron y son llamados por Cristo al apostolado. A través de sus brazos prolonga él su misión en el mundo. 2. Las consignas misioneras de Jesús a estos primeros evangelizadores se refieren al estilo, contenido y dificultades del anuncio: a) El estilo ha de ser itinerante y desinstalado, basado en la pobreza y la gratuidad: "No llevéis talega, ni alforja ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino". En el pasaje paralelo de Mateo añade Jesús: "Dad gratis lo que recibisteis gratis" (10,8). b) El contenido esencial del anuncio es el reino de Dios y su paz; mensaje que avalarán con signos de liberación para los pobres. "Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa... Comed y bebed lo que tengan: porque el obrero merece su salario... Curad los enfermos que haya, y decid: Está cerca el reino de Dios". c) Las dificultades son inherentes a la misión. Jesús envía a los suyos "como corderos en medio de lobos"; inermes y sin bagaje. El éxito tampoco está asegurado porque es posible el rechazo del mensaje 574

3. Mensajeros de la paz. El anuncio del Reino y la paz de Dios van unidos. Es la realidad del Reino la que origina la misión para el anuncio; por eso el contenido básico de la evangelización es la salvación que trae al hombre el reino de Dios, inaugurado en la persona y obra de Jesús. Y el fruto de este anuncio es la paz de Dios, la paz bíblica, que es la síntesis de todas las bendiciones y bienes mesiánicos que anunciaron los profetas y que se cumplen en Cristo Jesús. El es el príncipe de la paz (Is 9,5), él es nuestra paz (Ef 2,14). Por eso anunciar la paz de Dios es anunciar a Cristo resucitado, que en sus apariciones pascuales saludaba siempre a sus discípulos con la paz, como fruto que es del Espíritu. Cuando los profetas, Cristo y los apóstoles hablaban de la paz mesiánica, del Reino y de la salvación de lo alto, se referían a algo muy concreto: el amor de Dios al hombre, amor que instaura en el mundo de los humanos la paz y la justicia, la solidaridad y el compartir, la noviolencia y el servicio, la pobreza y la disponibilidad, la aceptación y la entrega al prójimo, así como el valor de los derechos humanos. Objetivos todos ellos de una evangelización completa y auténtica. En el texto evangélico de hoy subyace la experiencia ardua, y gozosa a la vez, de la primitiva comunidad cristiana, que veía cómo el evangelio de Jesús y su paz se extendían por el mundo de entonces, aunque no sin dificultades. Esta alegría esperanzada acompañó siempre y acompañará a la Iglesia de todos los tiempos. Nuestra misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y bendición que para el hombre y el mundo actuales traen el anuncio y el testimonio de la salvación por Cristo. Te bendecimos, Dios de los apóstoles y profetas, por Jesucristo, tu primer enviado en misión de paz para anunciar a los pobres el gozo de la liberación, para curar los enfermos y cosechar la mies abundante. Cristo delegó su misión a los suyos, a nosotros; desde entonces evangelizar es la vocación de la Iglesia. El nos quiere disponibles, con la libertad de la pobreza para regalar a los demás lo que tú nos das gratis. Libéranos, Señor, de tanto bagaje inútil que nos instala y entorpece en el anuncio del Reino, para que no perdamos el ritmo de la misión.

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Viernes: Vigésima sexta Semana Le 10,13-16: Quien me rechaza a mí...

LLAMADA A LA CONVERSIÓN CONTINUA 1. Las ciudades impenitentes. Dentro de las instrucciones de Jesús a los setenta y dos discípulos antes de su misión, el texto evangélico de hoy contiene dos secciones dispares: condena de tres ciudades galileas y autoridad de los enviados en nombre de Jesús. Mateo sitúa las imprecaciones de Cristo a las ciudades impenitentes en un contexto más apropiado que el de Lucas: como continuación del juicio de Jesús sobre su propia generación (Mt 1 l,20ss). A pesar de haber visto tantos milagros del Señor, las ciudades ribereñas del lago de Tiberíades, tales como Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, se endurecieron en su incredulidad. Algo que no hubieran hecho, dice Jesús, algunas ciudades paganas que eran tenidas en la Escritura por modelos históricos de maldad. Por eso el juicio de Dios será más severo para las ciudades galileas, porque a quien más se le dio, más se le pedirá también. El tono de las amenazas de Cristo a Corozaín, Betsaida y Caf arnaún conecta con la tradición profética del Antiguo Testamento. Ciudades paganas como Sodoma y Gomorra, Babilonia y Nínive, e incluso judías como Samaría y Jerusalén, llenan páginas enteras de invectivas amenazadoras de los profetas. Jesús concluye diciendo a sus misioneros, los setenta y dos discípulos: "Quien os escucha a vosotros, a mí me escucha; quien os rechaza a vosotros, a mí me rechaza, y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado". Tal paralelismo se basa en el principio comúnmente admitido de que "el enviado es igual al que lo envía", porque tiene su representación, su autoridad y sus poderes. Tal es el caso de Jesús respecto del Padre que lo envió, y de los apóstoles respecto de Jesús que los envía. 2. Invitación a la conversión continua. El duro reproche de Cristo a las ciudades impenitentes contiene una última invitación a la conversión comunitaria y personal, por un doble motivo: porque el reino de Dios tiene la primacía absoluta y porque la mera pertenencia al pueblo israelita no garantiza la entrada en el mismo. Algo que se aplica también a nosotros los cristianos, miembros bautizados de la Iglesia. Sería muy peligroso desoír hoy a Jesús. Pero hay mucha diferencia entre percibir la urgencia de la conversión como una fría amenaza o como una invitación liberadora. En el 576

caso de amenaza, la inminencia deljuicio de Dios crea angustia; como invitación liberadora, en cambio, se trata de una llamada estimulante que genera gozo porque nos libera del lastre que está impidiéndonos crecer como personas y como creyentes. No creamos que la conversión es sólo para los grandes pecadores y descreídos. A pesar de ser quizá cristianos de toda la vida, necesitamos siempre convertirnos. El "hombre viejo" que llevamos dentro se opone constantemente al "hombre nuevo" liberado por Cristo. Por eso la conversión a Dios y a los valores evangélicos de su Reino es labor continua de toda la existencia, tarea callada de cada día. Nunca estaremos suficientemente convertidos, porque el amor cristiano no tiene nunca fin de etapa; la meta está siempre más allá. La conversión continua es, pues, una asignatura siempre pendiente. Necesitamos convertirnos cada día del pecado profundo que anida en nuestro corazón con múltiples manifestaciones: egoísmo y soberbia, agresividad y violencia, mentira y lujuria, desamor y clasismo, doblez, apatía y desesperanza..., para cambiar a ser altruistas y generosos, humildes y pacíficos, sinceros y castos, serviciales y acogedores, solidarios con los demás y testigos de esperanza para todos. 3. Ser cristiano, estar convertido al reino de Dios, es un reto exigente, es tensión perenne, es algo siempre inacabado, porque no es un título de fin de carrera. Sería un espejismo peligroso aplazar la conversión, pues la palabra de Dios nos juzga cada vez que la oímos. Señalémonos hoy con realismo metas personales y comunitarias de conversión y progreso a corto y medio plazo, concretando nuestra renovación bautismal. Signos que expresan y medios que reafirman la conversión son, entre otros, la penitencia sacramental y la penitencia de la vida, la oración y la meditación de la palabra de Dios, la caridad y el compartir con los hermanos. Adelante siempre, sin desanimarnos en esta tarea de conversión. Tenemos ya la fuerza del Reino dentro de nosotros; el Señor camina a nuestro lado con su amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu de Jesús. Y es el amor la vitamina del crecimiento cristiano y la clave de la conversión que progresa hasta alcanzar la talla requerida. Señor, hoy nos reconocemos pecadores ante ti porque nuestro corazón está endurecido en el mal, a pesar de las perennes señales de tu amor. Ábrenos, Señor, los ojos para vernos como somos, y el oído para escuchar tu llamada a la conversión, decidiéndonos con gozo por los valores del Reino. Renuévanos con tu Espíritu en nuestra opción bautismal

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para avanzar cada día en la conversión cristiana, pues la meta que nos señalas está siempre más allá Para eso, danos el espíritu joven del evangelio a fin de crecer más y más como personas y cristianos.

Sábado: Vigésima sexta Semana Le 10,17-24: Regreso de los setenta y dos.

LOS OJOS DEL CORAZÓN 1. Alegría de Jesús y los suyos. El texto evangélico de hoy contiene tres secciones en mutua conexión: regreso de los setenta y dos, gozo de Jesús y bienaventuranza de los discípulos. El común denominador es la alegría. a) Los setenta y dos discípulos regresan muy satisfechos de su misión apostólica. En nombre de Jesús han reahzado una gran obra de liberación humana, y le dicen: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Señal fehaciente de que el reino de Dios y su juicio están ya presentes y actuando; por eso Satanás es derribado como un rayo que cae del cielo. Pero a continuación Jesús pone un poco de sordina a tanto entusiasmo o, si se quiere, apunta motivos mayores para el mismo: "Estad alegres, porque vuestros nombres están inscritos en el cielo". b) Sigue el himno de alabanza de Jesús al Padre por la revelación de su misterio a los sencillos. Sección coincidente con Mateo (1 l,25ss). Pero Lucas la inicia con aliento más carismático al mencionar el intenso gozo de Jesús en el Espíritu Santo. Es un momento de gran emoción en todo el evangelio: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien". El Padre y Jesús constituyen una unidad de amor y conocimiento mutuo, en la que son admitidos los que se abren a Dios con humildad y se abandonan en sus manos. c) La bienaventuranza particular de los discípulos es que sus ojos ven y sus oídos oyen lo que muchos reyes y profetas de la antigua alianza desearon ver y oír sin conseguirlo. Los discípulos de Jesús gozan del singular privilegio que supone tanto el ser testigos de la victoria sobre el maligno por el cumplimiento en Cristo de la multisecular esperanza mesiánica como el conocer los secretos del Reino (Mt 13,16s). 578

2. Los ojos del corazón. En una de sus cartas el apóstol Pablo oraba así: "Que Dios ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santificados" (Ef 1,18). "Los ojos del corazón": hermosa expresión que hace eco a la bienaventuranza de los limpios de corazón que ven a Dios, y que une inseparablemente la fe y el amor, bajo cuyo impulso alienta la esperanza de nuestra vocación cristiana. Retirado en la abadía de Port-Royal, Blas Pascal escribió en sus Pensamientos que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Bíblicamente hablando, el corazón, es decir, el centro de la persona y no la sola inteligencia, es el terreno donde puede arraigar la semilla del Reino. Con un corazón limpio, recto y honesto se entienden mejor todas las cosas, también las de Dios, así como la verdad del hombre y de la vida. "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis". Para esto hay que tener los ojos del espíritu libres de la miopía que generan los prejuicios y las pasiones, las ideologías y los fanatismos; es decir, todo lo que se opone a la luz de Dios que nos comunica Jesús de Nazaret. Por eso son los sencillos, los humildes y los limpios de corazón —sean doctos o ignorantes— quienes más entienden y saben vivencialmente de Dios, más que los poderosos y entendidos e incluso a veces más que los mismos teólogos. Para la pregunta sobre Dios en la desierta soledad de su ausencia, no tenemos más respuesta que la fe en Jesucristo, palabra eterna de Dios en lenguaje humano. Respuesta válida también para un segundo interrogante: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo, a dónde camino? Es la pregunta obvia de quien percibe su condición itinerante. 3. Esperamos la ciudad futura. Alegres porque nuestros ojos ven la salvación de Dios y porque hemos sido elegidos en Cristo como candidatos al libro de la vida, es la esperanza cristiana la que nos guía en la trashumancia de la historia, en medio del inmenso campamento que es la vida humana, en donde Dios quiso plantar también su tienda. Dentro de la historia cada uno de nosotros no es más que un breve episodio, pero con valor de eternidad. Por eso hemos de vivir desinstalados, que no alienados ni despreocupados; insatisfechos, que no amargados, con el mundo presente cuya figura pasa, sabiendo que buscamos otra ciudad futura, ciudad de eternidad. Ésta es la sabiduría cristiana de la fe que supera toda filosofía terrena; ésta es la iluminación de Dios para los ojos de nuestro corazón, a fin de comprender la esperanza de nuestra vocación y la herencia a la que él nos llama en Cristo Jesús.

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Alegres porque nuestros ojos ven tu salvación, te bendecimos, Padre, Señor de cielo y tierra, con la emoción y alegría de Cristo en el Espíritu. Vacía, Señor, nuestro corazón de la soberbia para hacer sitio a la revelación de tu nombre. Desocupa nuestras manos de la codicia estéril para recibir en ellas tu medida colmada. Ilumina los ojos de nuestro corazón para verte, para ver también al hermano, para comprender la esperanza de nuestra vocación cristiana y la herencia de gloria que tú nos preparas. Amén.

tierno y servicial, personal y eficaz. Al concluir la parábola, Jesús devuelve la pregunta a su interlocutor: ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: El que practicó la misericordia con él. Y concluye Jesús: Anda, haz tú lo mismo. En la contrapregunta de Jesús hay un cambio básico de impostación o perspectiva. "Mientras el doctor de la ley pregunta por el objeto del amor (¿a quién tengo que amar como compañero?), Jesús pregunta por el sujeto del amor (¿quién ha obrado como compañero?). El doctor de la ley piensa a partir de sí cuando pregunta: ¿Dónde está el límite de mi deber? Jesús le dice: Piensa a partir del que padece necesidad, colócate en su situación, reflexiona: ¿Quién espera ayuda de ti? Entonces verás que no hay límites para el mandamiento del amor" (J. Jeremías).

Lunes: Vigésima séptima Semana

2. Amar es tener vida. Es importante destacar en el texto evangélico de hoy la insistencia de Jesús en dos verbos que van unidos y equiparados: amar y vivir. Cuando al principio el escriba pregunta: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?, después de contestarse él mismo con toda exactitud sobre el amor a Dios y al hermano, Cristo le dice: Haz tú lo mismo y tendrás la vida. Y al acabar la parábola con la pregunta de Jesús y la respuesta del letrado, concluye el Señor: Anda, haz tú lo mismo. No se trata tanto de saber, como quiere el doctor de la ley, cuanto de actuar amando, como señala Jesús una vez que le ha demostrado que todo hombre es nuestro prójimo. Así pues, amar es vivir, es tener vida. Ésa es la ecuación que establece Cristo. Él mismo es el buen samaritano que amó y redimió al hombre caído. De los tres transeúntes de la parábola: el sacerdote, el levita y el samaritano, solamente éste último tiene esa vitalidad del amor que no repara en molestias y no duda en complicarse la vida por los demás, siendo compañero del otro. Aviso para quienes piensan que su piedad y religiosidad les permite poseer a Dios, ser prudentemente egoístas y tener frialdad, malos modos y mal carácter con los demás. Perderíamos el tiempo si buscamos a Dios solamente en el empeño ascético, en las prácticas religiosas y en largas horas de meditación y oración alejadas de la vida y de los hermanos. Impresiona esta afirmación tajante de la Escritura: "Quien no ama permanece en la muerte" (Un 3,17). Sólo el que ama a Dios y al hermano vive de verdad, porque es capaz de salir de sí mismo, de sus propios intereses y exigencias, para ponerse en el lugar del que sufre, pasa necesidad, es frágil o está marginado. Sólo el que ama puede ser acogedor y hospitalario con todos, aunque no sean simpáticos, ni agradables, ni dignos, ni humildes, ni educados, ni siquiera razonables.

Le 10,25-37: El buen samaritano.

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO? 1. Un amor sin fronteras. El tema central del evangelio de hoy con la conocida parábola del buen samaritano es el amor al prójimo, tema que viene introducido por dos preguntas de un letrado a Jesús. Primera: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús logra que el doctor de la ley se autorresponda con palabras de la misma Escritura: "Amarás al Señor con todo el corazón... y al prójimo como a ti mismo". Esta primera parte es similar al pasaje en que se le pregunta a Jesús sobre el mandamiento primero y principal (Me 12,28ss y Mt 22,34ss). La segunda pregunta del legista viene a justificar su primera: ¿Y quién es mi prójimo? Él no lo tiene claro porque la respuesta de las escuelas rabínicas no era uniforme, aunque siempre era restrictiva: sólo los parientes, los amigos, los compatriotas... El letrado quiere saber cuáles son los límites del amor al prójimo y hasta dónde alcanza su obligación de amarlo. Y Jesús, con la parábola del buen samaritano, viene a responderle que no hay límites para el mandamiento del amor; todo hombre y mujer que necesite ayuda es su prójimo. De los tres viandantes que se encuentran en su camino con el herido, los dos primeros, el sacerdote y el levita, se desentienden de él; pero el tercero, que no es un laico judío —como pediría la lógica si Jesús pretendiera una conclusión "anticlerical"—, sino un samaritano, es decir, un discriminado religiosamente hablando, es el único que atiende al desventurado, demostrando un amor espontáneo y desinteresado, 580

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Gracias, Padre, porque en Cristo, el buen samaritano, sales siempre al encuentro del hombre caído. Tú no nos dejas solos en las lágrimas y en la noche, sino que nos recoges en el hogar de tus manos. Con su ejemplo nos enseña Jesús a no pasar de largo, ignorando al hermano que encontramos en la ruta. Puesto que conocemos, Señor, tu misericordia que te inclina a apiadarte de nosotros pecadores, haz que por tu gracia vivamos para los demás, como prójimos de todo hombre y mujer que nos necesite, entregados a la apasionante tarea de amar a todos. Así el amor será nuestra vida y nuestra felicidad.

Martes: Vigésima séptima Semana Le 10,38-42: Marta y María.

ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN 1. Ni dilema ni oposición excluyente. En el evangelio de Lucas cobran relieve especial los personajes femeninos. Hoy son dos hermanas, Marta y María, que viven en Betania con su hermano Lázaro, a quien Jesús resucitó. Cristo es huésped de esta familia amiga. Marta se multiplica para dar abasto con el servicio, mientras María está sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. Llega un momento en que Marta pide a Jesús que su hermana le eche una mano. Entonces él le dice cariñosamente: Marta, estás inquieta y nerviosa con muchas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor. La respuesta de Jesús a Marta merece atención especial. Primeramente, Cristo no descalifica el trabajo de Marta al servicio de la hospitalidad, sino que le advierte de un peligro: la ansiedad. En segundo lugar, resalta una oportunidad que su hermana María ha sabido aprovechar: la escucha de la palabra. Esta ha de tener la primacía, porque "no sólo d e pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"; por eso, "buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se o s dará por añadidura" (Mt 4,4; 6,33). Así se explica que sólo una cosa e s necesaria. La intención de Jesús no es plantear una disyuntiva excluyente entre la acción (Marta) y la contemplación (María), para valorar y quedarse tan sólo con la segunda. No hay oposición entre trabajo y oración, refkión y praxis cristiana, porque una y otra tienen un mismo 582

origen: la palabra de Dios, y una misma finalidad: el servicio del Reino. La escucha de la palabra se orienta a la acción, y ésta se alimenta en las fuentes de la palabra. Son los dos aspectos que Jesús incluyó en la "bienaventuranza de la palabra": escucha y cumplimiento. Contestando el Señor al piropo de una mujer del pueblo sobre su madre bendita, y a los que le avisaban de la presencia de sus familiares, dijo: Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Ésos son mi madre y mis hermanos (Le 11,28; 8,21). 2. Se complementan mutuamente. Marta y María representan para la comunidad cristiana y para el creyente de todos los tiempos sendas actitudes complementarias de la acogida del reino de Dios, presente en la persona y palabra de Cristo. No se trata, pues, de elegir una alternativa en solitario: Marta o María, acción o contemplación, trabajo u oración. Tal exclusivismo sería actitud propia de extremistas radicales. Marta y María significan dos dimensiones matizadas de un mismo quehacer, que deben ir unidas en simbiosis perfecta y en equilibrio fecundo. Son las dos caras de una misma moneda; no puede estar la una sin la otra, pues forman parte indivisible del seguimiento de Cristo. Se dice que hay dos modos de orar: con los ojos cerrados y las manos juntas el uno (contemplación), y con los ojos abiertos y las manos ocupadas el otro (acción). Ambos se necesitan y se complementan mutuamente para el servicio de Dios y del prójimo. Es la fórmula síntesis que san Benito (s. vi) propuso a sus monjes: Ora et labora, oración y trabajo, y que después han repetido numerosos fundadores de congregaciones religiosas: contemplativos en la acción. Nos equivocaríamos, por tanto, lo mismo si queremos revolucionar el mundo sin orar, es decir, sin escuchar la palabra de Dios y hablar con él, como si nos quedamos perdidos en la oración y la contemplación sin pasar a la acción. Todas las actitudes radicalizadas resultan igualmente antievangélicas y, por lo mismo, ineficaces. Para que la acción sea fecunda necesitamos dedicar tiempo, silencio y concentración para escuchar y asimilar la palabra de Dios. Y a su vez, esta escucha atenta ha de orientarse a la vida para que no quede en golosina espiritual y deleite baldío del espíritu. La fe que nos salva es la fe que actúa por la caridad (Gal 5,6). Nos resulta difícil unir actividad y oración en equilibrio exacto. Jesús lo logró a la perfección. Él supo asociar el diálogo y la comunicación con el Padre a la prosecución enérgica de la justicia y de la santidad del Reino mediante una acción generosa de liberación en favor de los hombres. Igualmente hicieron los santos, los grandes orantes y contemplativos de la historia eclesial, hombres y mujeres que tocaron de cerca el misterio de Dios y supieron amar a sus hermanos. 583

La oración auténtica no aliena al cristiano de la vida y de los problemas humanos, sino que el creyente saca precisamente de la oración la energía que necesita para transformar la realidad y las estructuras para gloria de Dios. ¡Gloria a ti, Señor Jesús! Tú supiste unir en equilibrio exacto la contemplación y la acción, dándonos ejemplo de oración y comunicación con Dios y de entrega generosa a la liberación de los hombres. Queremos dedicar tiempo, silencio y atención para escuchar y asimilar tu palabra, como María, buscando ante todo tu Reino y tu justicia. Ayúdanos en este empeño y concédenos, Señor, la diligencia y la servicialidad acogedora de Marta, lo mismo respecto de ti y de tu palabra de vida que de nuestros hermanos, los hombres más necesitados.

Miércoles: Vigésima séptima Semana Le 11,1-4: Señor, enséñanos a orar.

ESCUELA DE ORACIÓN 1. Un taller de oración. Por tercera vez en el ritmo diario de la palabra aparece hoy el padrenuestro como tema central del evangelio del día. (Ver anteriormente el martes de la primera semana de cuaresma y el jueves de la undécima del tiempo ordinario). Según el evangelista Lucas, es el deseo que expresan los discípulos: "Señor, enséñanos a orar", lo que introduce el padrenuestro en labios de Jesús. Solamente dos evangelistas, Mateo y Lucas, nos refieren la "oración del Señor" por antonomasia. Aunque los dos coinciden básicamente, hay pequeñas variantes en el texto de uno y otro. La diferencia mayor radica en que Lucas pone solamente cinco peticiones, y Mateo, en cambio, deja constancia de siete, añadiendo la segunda: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", y la última: "Líbranos del mal" (Mt 6,7ss). Cadauno refleja, sin duda, la versión habitualmente seguida en su comunidad cristiana de origen. La versión de Mateo es la de uso litúrgico y habitual, por ser la más completa; pero la de Lucas quizá refleje con m á s fidelidad el lenguaje mismo de Jesús. 584

El padrenuestro es una verdadera síntesis de todo el evangelio, un compendio de teología, un catecismo de vida cristiana, una auténtica escuela y taller de oración. Necesitamos descubrir de nuevo el padrenuestro como escuela de oración cristiana para rezarlo siempre con la sorpresa de una primera comprensión del mismo en profundidad. En la primera parte del padrenuestro pedimos la santificación del nombre de Dios, la manifestación plena de su Reino y el cumplimiento de su voluntad. En la segunda parte pedimos el pan de cada día, el perdón de los pecados y la victoria sobre la tentación y el mal. Como se ve, la oración cristiana es muy rica y fecunda. No tiene solamente la modalidad de petición, sino que abarca toda una gama de matices que va desde la alabanza a la súplica, desde la acción de gracias a la conversión. La oración auténtica no se orienta primordialmente a la verificación de nuestros deseos, sino que es ante todo encuentro y diálogo con Dios, apertura a él y plena disponibilidad a su voluntad amorosa de Padre. 2. Al ritmo del padrenuestro. Comenzamos por llamar a Dios padre; así entramos confiadamente en el círculo de la familia trinitaria. Audacia casi irreverente para un judío. De los varios miles de veces que se menciona a Dios en el Antiguo Testamento, tan sólo catorce veces se le llama "padre". Si a esto añadimos que la traducción más exacta del vocablo arameo abba, que Jesús empleó, es nuestro "papá", el asombro y el júbilo se desbordan incontenibles. En este abba = papá culmina la historia de la oración de todos los tiempos. Pero padre nuestro; así nos abrimos también a Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, y a todos los demás hombres, nuestros hermanos. Que tu nombre —semitismo que indica la persona— sea bendecido y reconocido como santo por todos. Que tu reino venga a nosotros, es decir, que tu reinado de amor, tu soberanía amorosa y salvadora llegue al mundo de los hombres, manifestándose en toda su plenitud. Para esto, hágase tu voluntad en nuestra vida personal y comunitaria, porque tú no reconoces como hijos a quienes se contentan con decir tan sólo: ¡Señor, Señor! Danos hoy nuestro pan de cada día, el sustento diario, lo que necesitamos para vivir, sin acaparar lo superfluo y abiertos a compartir lo nuestro con los hermanos, especialmente con los más necesitados; pues Dios hizo el mundo y sus bienes para todos. Danos también, Señor, el pan de tu palabra y el pan de la eucaristía, el cuerpo de Cristo que da vida eterna, y un puesto en el banquete de la consumación final de tu Reino. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación que nos aparta de ti, para salir victoriosos de todas las pruebas, especialmente de la gran prueba del combate final. Manténnos en la fidelidad y líbra585

nos del mal que pudiéramos realizar nosotros y del que podamos ser víctimas, para que, vencedores del maligno, alcancemos la felicidad y bienaventuranza de tu compañía para siempre. Padre nuestro del cielo, haz que tu Reino llegue a nosotros a impulsos de tu Espíritu, que es fuego y paz, viento recio y brisa que acaricia, de suerte que nuestras vidas se inunden de tu amor. Siguiendo a Jesús, que vino a hacer tu voluntad, deseamos ardientemente que tu nombre sea bendecido y que toda nuestra vida se ajuste a tu querer divino. Danos el pan de la vida temporal y eterna, de suerte que nuestra espera se vea cumplida en tí Y manténnos fuertes en las tentaciones contra la fe, para que no sucumbamos a la infidelidad y al mal. Amén.

Jueves: Vigésima séptima Semana. Le 11,5-13: Pedid y se os dará.

CRISIS DE ORACIÓN 1. Importunar a Dios. Después de enseñar Jesús el padrenuestro, como veíamos ayer, habla de la necesidad y eficacia de una oración perseverante. Viene a ser un comentario a la cuarta petición del padrenuestro: Danos hoy nuestro pan de cada día. Dos partes advertimos en el texto evangélico de hoy: primera, la parábola del amigo importuno, y segunda, tres ejemplos de petición de un niño a su padre. El objetivo de la parábola es encarecer la necesidad de la oración persistente. Dios es el amigo que escucha desde dentro al importuno de fuera. Podemos confiar que acabará por escucharnos, más que por nuestra constancia, porque él es bueno. Hay otra parábola, exclusiva también de Lucas (18,lss: sábado de la semana 32), que incide en la misma idea: la del juez inicuo y la viuda pertinaz. A ilustrar esta necesidad y eficacia de la oración vienen también las tres comparaciones de la segunda parte. Son tres peticiones de un niño que todo padre y madre atienden cuando les pide un pan, un pez o un huevo. "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los 586

que se lo piden?" Lucas, que es el evangelista de la oración, ha sustituido el "dará cosas buenas" del lugar paralelo (Mt 7,11) por "el Espíritu Santo", que es el don de Dios por excelencia, conteniendo en sí todas las bendiciones mediante la filiación adoptiva. 2. Actitudes ante la oración. Respecto de la oración se dan, entre otras, estas tres actitudes: desprecio, descuido y estima práctica. a) Desprecio: La oración está superada, dicen algunos. La increencia actual despierta la sospecha de que la oración cristiana es pietismo alienante que carece de significado para el hombre actual. Bastantes afirman no sentir necesidad alguna de rezar. Otros dicen que la oración es actividad improductiva y propia de holgazanes, además de inútil porque no cambia el mundo ni las personas. Finalmente, otros creen ver oposición entre progreso y oración, quedando ésta para las etapas primitivas en la evolución de la humanidad. Buena parte del supuesto peso de estas objeciones radica en un malentendido inicial: la oración no es más que pedir cosas a Dios. Y no es así. Hay también una oración que es alabanza y acción de gracias, por ejemplo la eucaristía, oración cumbre del culto cristiano. Por mucho que progrese la humanidad, siempre serán el hombre y la mujer seres limitados e indigentes, necesitados de encuentro personal con eí todo otro, de razones para vivir y trabajar, para amar y esperar, con hambre de justicia y fraternidad, con nostalgia, en definitiva, de los valores que encarna el reino de Dios. La oración no está pasada de moda. Es útil y necesaria, aunque no fuera más que por lo que tiene de liberación y catarsis o purificación en el plano psicológico para toda persona, religiosa o no, pero necesitada de paz y silencio, serenidad y revisión, conversión y diálogo con un tú que responda satisfactoriamente al clamor de su llamada existencial. b) Descuido y abandono: No tengo tiempo de rezar, dicen otros muchos, a pesar de que el tiempo libre va en aumento. Pero el trabajo y la familia, la preocupación del presente y del futuro, la vida moderna y su ritmo vertiginoso, los problemas y las frustraciones, el estudio y la investigación, los viajes y el deporte no les dejan tiempo de "vacar a la oración", según la expresión clásica. Por todo ello se dice que hoy día hay crisis de oración: se abandonan las prácticas de piedad y de oración personal y no se reza en familia. Sin embargo, la oración no requiere un lujo de tiempo ni es monopolio de contemplativos. Puesto que lo fundamental es la orientación hacia Dios de toda nuestra vida, no hay que descartar como imposible, por falta de tiempo y de silencio interior, el hablar con Dios, aunque sea en telegrama, aun en medio del trabajo, en casa o en la oficina, en el taller o la fábrica, así como en los acontecimientos de cada día, penosos y alegres. 587

c) Estima práctica: Es la tercera de las actitudes respecto de la oración, la de aquellos que descubren continuamente el gozo, el valor y la espiritualidad de la oración cristiana, su necesidad y trascendencia para la vida de fe. Son los que cultivan la oración personal y comunitaria, en la intimidad y en grupo, en el trabajo y en la soledad, siguiendo el ejemplo de Cristo. Que seamos de éstos últimos. Dios Padre, Cristo nos dijo: Pedid y se os dará Nosotros confesamos nuestra propia indigencia y acudimos a ti, que eres Padre bueno de todos. En nombre de Cristo y en unión con él te suplicamos: Danos, Señor, tu Espíritu, que es tu don por excelencia; danos lo mejor de ti mismo, tu amor y tu Reino. Y en la libertad de tu Espíritu haznos desear lo que tú quieres y hacer lo que tú deseas. Sea nuestra oración básica el cumplir tu voluntad; así tu amistad será nuestra alegría para siempre. Amén.

Viernes: Vigésima séptima Semana Le 11,15-26: El que no está conmigo, está contra mí.

CRISTO ES EL MÁS FUERTE 1. Un signo y su interpretación. Jesús acaba de expulsar un demonio de un poseso, "un demonio que era mudo; y apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada; pero algunos de ellos dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios". Jesús había realizado un signo, un milagro; pero todo signo es ambivalente y se puede interpretar en un sentido o en otro, porque Dios respeta la libertad de quien ve el signo y lo interpreta. Es lo que aquí sucedió. Unos admiraron el poder liberador y la misericordia de Dios que Jesús manifestaba; pero otros lo atribuyeron a complicidad de Cristo con el demonio. Ilógico a todas luces porque, como les dice Jesús, "todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino?" La única explicación válida es afirmar que otro más fuerte que el demonio, es decir, Jesús mismo, lo ha •vencido. Porque él echa los 588

demonios "con el dedo de Dios", es decir, con su poder y "por el Espíritu de Dios" —como dice el evangelista Mateo en el lugar paralelo (12,28)—, por eso ha llegado al mundo de los hombres el reinado y la misericordia liberadora de Dios. Es la explicación correcta, dice Jesús. Para aceptar como evidente tal interpretación se requería una luz especial, es decir, la fe, que era precisamente lo que faltaba a los adversarios de Cristo. La fe es don de Dios y no una conclusión racional; por eso no nacía necesariamente de los milagros que Jesús hizo. Si no, hubiera creído todo el mundo en él, pues las pruebas que dio del poder de Dios eran abrumadoras. Además, todo signo de Dios, como palabra eficaz que es de él mismo, apela a una decisión en favor o en contra. Por eso añade Jesús: "El que no está conmigo, está contra mí". Y tácitamente compara la suerte del pueblo elegido con la del poseso curado. Si no acoge el reino de Dios con un corazón abierto y agradecido, se colocará en una situación peor que al principio. 2. Por Cristo o contra él. Pues bien, ese pueblo elegido es hoy la Iglesia, somos nosotros. O nos abrimos a Dios por la fe, reconociendo la presencia de su Reino en la persona, vida y evangelio de Cristo, o nos situamos en contra de él. En este segundo caso nuestra suerte sería bien deplorable. Puesto que el Padre le dio todo poder a su Hijo y lo resucitó de la muerte por el Espíritu, la figura de Cristo se ha convertido para nosotros en signo y sacramento de lo que Dios nos reserva: la vida y no la muerte, la libertad y no la esclavitud, la felicidad y no la desesperación. "Jesús es la piedra que desecharon los arquitectos, y se ha convertido en piedra angular. Ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (He 4,1 ls). Dondequiera que impere el mal y sus consecuencias: pecado y miseria, orgullo e injusticia, explotación y opresión, anulación de la persona y violación de los derechos humanos, allí puede transformarse todo por la salvación de Cristo, porque él es el más fuerte. Colaboremos con él y pongámonos de su parte. El cristiano de base no puede ser neutral, por no decir pasivo o ausente, respecto de la misión del evangelio de Jesús en el mundo. Su fe, si de verdad la tiene y la vive, le compromete. Este compromiso, gozoso y no impuesto, libre y no coaccionado, brota d e la vocación cristiana a la fe y al seguimiento de Cristo. Como él, somos servidores del reino de Dios y de su palabra; y no podemos servirnos de ellos. Si Jesús vino a servir y no a ser servido, con cuánta mayor razón nosotros. Sólo se comprende bien aquello que uno ama y vive personalmente. Para conocer a una persona a la perfección hay que vivir y compartir la existencia con ella. Eso mismo sucede con Cristo. Para conocerlo y 589

amarlo, para estar de su parte incondicionalmente, no tenemos otro camino y posibilidad que ^familiaridad con él mediante la oración y la escucha de su palabra. Esta nos invita a una continua y siempre inacabada conversión; así iremos venciendo con Jesús el mal que anida dentro de nosotros e impera a nuestro alrededor. Porque Cristo es el más fuerte. ¿Cómo reconocerte, Señor, si no por medio de la fe? Gracias, Padre, porque nos diste esa fe como don mediante tu Espíritu que nos abre la inteligencia. Nosotros creemos, pero creemos poco. Auméntanos la fe; pues, ¿cómo podríamos conocer y decir tu nombre si tu amor y tu luz no caldeasen nuestro corazón? La fe nos hace ver en Jesús a tu Hijo y enviado, imagen de tu gloria y nuestro único salvador; por eso él es el más fuerte y el vencedor del mal y del pecado. Concédenos profundizar día a día su misterio sublime para tomar partido por él decididamente y llegar un día a su conocimiento definitivo cara a cara. Amén.

Sábado: Vigésima séptima Semana Le 11,27-28: Bienaventuranza de la palabra.

LA BIENAVENTURANZA DE MARÍA 1. "Dichoso el vientre que te llevó". El breve episodio evangélico de este día rezuma el sabor del pueblo sencillo que, entusiasmado por la figura de Jesús, se expresa espontáneamente por boca de una mujer: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!" A través de Cristo, el piropo se dirige a María, su madre bendita, que debe sentirse orguUosa de tal hijo. Y el Señor lo acepta complacido, pero añade una puntualización: "Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!" Tenemos aquí una nueva bienaventuranza de Jesús, la de la palabra, que en su intención primera tiene destinatario universal, pero que viene a constituir un nuevo piropo para María, esta vez en labios de su propio hijo. Porque ella fue la primera que escuchó y aceptó la palabra de Dios en el anuncio del ángel con un "sí" incondicional. Su "hágase en mí 590

según tu palabra" fue un asentimiento de fe que abrió todo un mundo de salvación y de nueva creación. "María se convirtió en madre de Jesús al aceptar el mensaje divino", es decir, por la fe y la obediencia primeramente; de suerte que es más dichosa por escuchar y cumplir la palabra de Dios que incluso por ser la madre biológica de Cristo, como subrayó san Agustín (cf LG 56). Esta bienaventuranza de la palabra recuerda inevitablemente aquel otro pasaje en que Jesús declara familiar suyo a todo el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica (Le 8,21). Dentro de la gran familia de Cristo, que es la comunidad del Reino, María es la madre de Jesús por excelencia y por doble parentesco: el de la sangre y el del espíritu al nivel de la palabra escuchada eficazmente. Y es también María la madre espiritual de la comunidad que forman los hermanos de Jesús, la Iglesia. Es decir, madre de cuantos por la fe, la aceptación sincera de la palabra de Dios y el cumplimiento alegre de su voluntad entran a vivir en la casa familiar y solariega de Jesús, cuya puerta les abre él como a hermanos y no como a meros invitados de visita o, menos todavía, como a miembros de la servidumbre. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando... Yo os elegí" (Jn 15,15). 2. Bienaventuranzas de la fe y de la palabra. Con la bienaventuranza de la palabra guarda estrecha relación la bienaventuranza de la fe que leemos en dos textos evangélicos. Primero: Cuando María visita a su prima Isabel, ésta le dice: Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (Le 1,45). Segundo: Cuando Cristo resucitado se aparece a los apóstoles, estando Tomás presente, dice: ¡Dichosos los que crean sin haber visto! (Jn 20,28). Es la dicha de la fe viva que encarna la palabra en la vida y que nos constituye en discípulos de Jesús. Ambas bienaventuranzas, de la fe y de la palabra, que hemos de sumar a las ocho del discurso del monte, van unidas y tienen pleno cumplimiento en María, como Jesús conocía muy bien; por tanto, a ella se aplican como a la primera aludida. "A lo largo de la predicación de Jesús, María acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y cumplen la palabra de Dios. Así avanzó también la santísima Virgen en la peregrinación de la fe" (LG 58). Entre luces y sombras alternas, entendiendo en parte y preguntándose muchas veces, progresó María en la comprensión del proyecto salvador que Dios estaba llevando a término en la persona de su Hijo y en medio de la historia de los hombres. Todo esto, lejos de disminuir a María, la hace más grande y próxima a nosotros. El significado básico de la figura de María consiste en ser la primera cristiana, "la primera y más perfecta discípula de Cristo, lo cual tiene valor universal y per591

manente" (MC 35). Así, la Virgen se constituye en imagen y "tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo" (LG 63). La altura que María de Nazaret alcanzó en la fe mediante la escucha y la práctica de la palabra de Dios la convierte meritoriamente en tipo y ejemplar acabado de la fe del discípulo de Cristo y de la misma comunidad cristiana, además de miembro singular y madre de la Iglesia. Su figura, encarnación viva del evangelio de hoy, nos muestra que creer eficazmente supone un giro copernicano en nuestra existencia personal, porque afecta a nuestra actitud ante Dios y los hermanos, el mundo y el trabajo, la vida y la convivencia. Hoy te bendecimos, Padre, por María, la madre de Jesús. Ella fue la madre bendita y virginal de su propio Señor; pero fue dichosa, ante todo, porque en el silencio de su fe atenta escuchó tu mensaje y tu designio y te respondió: "Sí", inaugurando un mundo de bendición. Gracias, Señor, por la ternura maternal de María. Ella fue la primera cristiana y discípula de Jesús; por eso su figura tiene valor universal y permanente. Con Jesús, ella es modelo de nuestra opción por el Reino. Enséñanos, Señor, a rezar con María, madre de la Iglesia: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Amén.

Lunes: Vigésima octava Semana Le 11,29-32: El signo de Jonás.

LOS SIGNOS DE LA FE 1. Cristo es el gran signo de Dios. En el evangelio de hoy distinguimos dos partes: 1.a Negativa de Jesús a dar una señal espectacular que avale su persona. 2.a Cristo resucitado, prefigurado en el signo de Jonás, es la señal que Dios ofrece. Jesús comienza diciendo a la gente: "Esta generación es perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el de Jonás". En el pasaje paralelo de Marcos, los que piden la señal son los fariseos; en el de Mateo, un grupo de escribas y fariseos. Según Marcos, Jesús se niega a darla (8,11); según Mateo y Lucas, se remite al signo de Jonás, 592

y en Mateo lo explica: "Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (12,40). Basada en el testimonio apostólico, la comunidad primitiva, y nosotros con ella, releyó estas palabras de Jesús a la luz de la resurrección. Cristo es el signo de Dios por excelencia, que supera a los reyes y profetas del antiguo testamento. Por su sabiduría, Salomón fue para la reina del Sur un testigo del Dios de Israel; y Jonás, con su predicación penitencial, lo fue igualmente para los habitantes de Nínive, que, siendo paganos, creyeron en su palabra y se convirtieron al Señor. Por eso tanto la reina de Saba como los ninivitas serán testigos de cargo en el juicio de Dios sobre la generación que conoció y oyó a Jesús. Es vieja la tentación de pedir señales a Dios, cuyo silencio a veces nos resulta insoportable. Con eso busca el hombre su coartada, bien sea queriendo atraer a Dios a su terreno o bien provocando una manifestación de poder divino que lo avasalle con su evidencia. Ya la generación israelita del éxodo reclamó a Moisés pruebas de Dios. Ahora lo hacen los contemporáneos de Jesús. Más tarde, el apóstol Pablo, al anunciar el evangelio, comprobará que los judíos exigen signos, es decir, manifestaciones del poder de Dios, y los griegos, en cambio, buscan sabiduría para contactar con la divinidad. Pero el único signo salvador que puede ofrecer a unos y otros el Apóstol es la cruz de Cristo, escándalo para los judíos, que no podían admitir tal mesías, y necedad para los griegos, que no entienden a un Dios en el patíbulo. Sin embargo, Cristo crucificado y la debilidad de su cruz son la salvación y la fuerza de Dios para todo el que cree en él (ICor l,22s). 2. La fe no depende de los milagros. Los judíos quieren un gran signo para convertirse y creer en Jesús; no les bastaban los que hacía continuamente. Lo cual demuestra, una vez más, que la fe no depende de los milagros, sino viceversa. Es más, el hombre actual desconfía de los milagros e incluso los rechaza. Es cierto que los milagros de Dios invitan a creer, pero no dan automáticamente la fe. Pues ésta no es la conclusión inevitable de un silogismo o de un raciocinio, ni siquiera de una evidencia; sin que por eso deje de ser "razonable" el creer y fiarse de Dios. Pero la fe es don de su Espíritu al corazón del hombre sincero. Algunos se preguntan a veces por qué Dios no da a los ateos señales aplastantes, por qué no escribe su nombre en el cielo con tanta claridad que sea imposible negarse a creer. No lo hace por la misma razón que Cristo no quiso ofrecer portentos, ni en esta ocasión, ni al tentador en el desierto, ni a sus enemigos cuando moría en la cruz. Tales reclamos publicitarios no servirían para nada, a lo sumo para suscitar un asentimiento forzoso, es decir, una falsa fe. 593

"No bajaste, Señor, de la cruz porque no querías hacer esclavos a los hombres por medio de un portento, porque deseabas un amor libre y no el que brota de un milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encanto servil ante el poder, que inspira temor a los esclavos" (F. M. Dostoievski, El gran inquisidor). En su precioso libro Práctica del amor a Jesucristo, san Alfonso María de Liguori dice que Dios quiere una respuesta de la misma clase que su oferta, es decir, de amor libre; por eso Cristo no obliga al hombre con un signo aplastante, sino que prefiere ganarse su amor muriendo por él. Jesús mismo, en su misterio pascual de muerte y resurrección, es la gran señal del amor de Dios hacia nosotros; si no la captamos, es imposible la fe, por muchos milagros que se acumulen ante nuestros ojos. El verdadero creyente no pide ni necesita milagros para creer y convertirse a Dios. Le basta con ver la obediencia incondicional y el amor sin medida de Jesús. Gracias, Padre, porque en Jesús nos diste un signo personal de tu amor hacia nosotros. Haz que no nos avergoncemos de su cruz, escándalo para unos y necedad para otros, pero salvación y fuerza de Dios para todo el que cree en Jesús. Líbranos, Señor, de la tentación de pedirte pruebas de tu ternura para creer y convertirnos. Tú prefieres un amor libre y de hijos amantes, no de esclavos abrumados por el peso de tu poder. Abre, Señor, nuestros ojos, mente y corazón para captar tu cariño y responderte como mereces. Amén.

Martes: Vigésima octava Semana Le 11,37-41: Limpiáis por fuera la copa

MEDIACIONES INSUFICIENTES 1. Un invitado disconforme. Dentro del contexto de una comida de Jesús en casa de un fariseo, coloca Lucas sorprendentemente una serie de seis invectivas durísimas de Cristo contra los fariseos primero y los escribas después; tres andanadas para cada grupo por separado, 594

que en Mateo van unidos (23,13ss). Pero en ambos evangelistas el motivo común en las imprecaciones es la hipocresía, que constituye la levadura de los fariseos, de la que los discípulos deben guardarse (Le 12,1). El texto evangélico de hoy es la introducción a esos seis inquietantes "¡ay de vosotros!", en que se mezcla la indignación y el dolor, la maldición y la condena del juicio mesiánico de Cristo. La ocasión se presenta cuando al sentarse Jesús a la mesa del fariseo que lo invitó a comer en su casa, no se atuvo a las abluciones rituales, es decir, no se lavó las manos. Algo que sorprendió sobremanera al anfitrión. Entonces el Señor le dijo: Vosotros los fariseos limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. Jesús no se somete intencionadamente a una práctica pseudoreligiosa, dictada por las tradiciones rabínicas que él condenó en otra ocasión similar, cuando escribas y fariseos le llamaron la atención porque sus discípulos comían sin lavarse las manos (Me 7,lss). Jesús los acusó entonces de ser minuciosos con estas normas de pureza legal externa, mientras, basados en tradiciones humanas, desprecian los mandamientos de Dios. Ahora los acusa además de hipócritas, codiciosos e intemperantes. Frente a su hipocresía redomada, Jesús hizo notar que no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón (7,2 ls). Por tanto, es el corazón del hombre y de la mujer, es decir, el núcleo más íntimo de la persona, sus intereses y criterios, actitudes e intenciones, lo que hay que convertir en primer lugar. Y luego, de un corazón convertido brotarán el bien y las buenas acciones. Eso es lo que quiere decir la expresión de Jesús con que concluye el evangelio de hoy: "¡Necios! Dad limosna de lo de dentro (de los recipientes), y lo tendréis limpio todo". La limosna os dejará más puros que vuestras repetidas e inútiles purificaciones. Porque lo que el hombre retiene egoístamente para sí mismo, lo hace impuro ante Dios; en cambio, lo que comparte con los hermanos necesitados, incluida su propia vida, es lo que lo hace puro y limpio ante el Señor. 2. Mediaciones insuficientes. Los ritos, como mediaciones visibles entre lo sagrado y el hombre, han sido y son comunes a toda religión, porque en esos gestos simboliza, más aún, ve el hombre el contacto con la divinidad. El peligro es absolutizar la mediación de los ritos, que vienen así a ocupar el primer puesto en la esfera religiosa, relegando al olvido las actitudes personales del creyente. Eso hicieron los guías del pueblo judío en tiempo de Jesús. De tal modo primaron la mediación de los ritos exteriores, como purificaciones y ayunos, ley y tradiciones, sábado y diezmos, votos y ofrendas, que anulaban las disposiciones interiores del corazón como determinante primero de la comunión del hombre con Dios. 595

Esto último es lo que Jesús quiere revalorizar aquí, como en el discurso del monte. El constitutivo esencial de la religión, según Cristo, no son las mediaciones de lo sagrado, ni sus símbolos más o menos opacos, sino la adoración a Dios en espíritu y en verdad que él inauguró con su ejemplo personal y su mensaje. Ésa es la nueva alianza interior que anunciaron los profetas (Jer 31,31ss). La esencia del fariseísmo rabínico y del moralismo legalista es sustituir a Dios por la ley, reemplazando la adoración por el ritualismo. La seguridad de conciencia que de aquí se sigue no es más que un espejismo miope, porque absolutizando la ley se pierden por completo la perspectiva religiosa y la alegría evangélica. Para el cristiano la ley no es un ente autónomo, un tirano prepotente que exige obediencia incondicional siempre y en todo lugar. Esa ley no libera ni salva al hombre. La ley del creyente, del nuevo adorador del Padre en espíritu y en verdad, es Cristo mismo, Jesús en persona. Él es la nueva y única mediación liberadora entre Dios y el hombre. Su ley se resume en el amor a Dios y al hermano; ley que no tiene límites ni fronteras. Por eso es el amor la plenitud de la ley; y por eso es la fe que actúa por la caridad la fe que nos salva (Gal 5,6: 1.a lectura, año par). Hoy te damos gracias, Padre nuestro, por la paciencia que tienes con nosotros, tus hijos. Queremos aparentar ante los demás que somos buenos, pero descuidamos lo más esencial de tu ley: la rectitud y la limpieza intachable del corazón, la atención a los más débiles y humildes, la sinceridad y el amor a ti y a nuestro prójimo. En verdad filtramos el mosquito y tragamos el camello. Conviértenos a Cristo, nuestra ley y nuestro mediador, para que no sustituyamos el amor por el ritualismo; porque amar es cumplir tu ley enteramente.

Miércoles: Vigésima octava Semana Le 11,42-46: Pasáis por alto lo más importante.

LIBRES EN CRISTO 1. Dictadores en vez de guías. En las frecuentes controversias evangélicas de Jesús con los responsables judíos, son éstos los que suelen 596

empezar acusando a Cristo. Pero hoy es él quien toma la iniciativa y condena en primer lugar a los fariseos por tres veces, y seguidamente a los legistas o escribas. De hecho las acusaciones son intercambiables, como hace Mateo. Unos y otros daban la primacía a los ritos exteriores sobre el compromiso interior de la persona ante Dios y el prójimo. Cristo acusa a los fariseos de tres cargos: a) Pagan escrupulosamente el diezmo de productos nimios, no incluidos en la ley, y pasan por alto lo más fundamental: el derecho y el amor de Dios; o, como dice Mateo: la justicia, la misericordia y la sinceridad (23,23). "Esto habría que practicar, sin descuidar aquello", añade Jesús. b) Son esclavos de la vanidad y de la ostentación orgullosa. Les encantan los asientos de honor en las sinagogas y les enloquecen las reverencias de la gente por la calle. Es claro que prefieren los honores al servicio. c) Son sepulcros irreconocibles, "tumbas sin señal que la gente pisa sin saberlo". El pueblo sencillo trata con estos hombres "piadosos" sin sospechar que están muertos ante Dios, pues por dentro están repletos de hipocresía y crímenes. En segundo lugar ataca Jesús a los legistas, es decir, a escribas, rabinos y doctores de la ley judía. La intervención de un jurista, que se siente aludido por los reproches de Jesús a los fariseos, hace de transición artificial entre la primera y la segunda parte. Más le habría valido callarse. "¡Ay de vosotros también, juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!" Además de ser hipócritas que no cumplen lo que enseñan, imponen a la pobre gente un yugo inaguantable. Por el contrario, el yugo de Jesús es llevadero y su carga ligera, como dijo él en otra ocasión (Mt 11,30). Procediendo así, los rabinos, en vez de ser guías que ayudan a sus hermanos en el camino hacia Dios, se han convertido en dictadores que controlan no sólo la ley del Señor, sino también la vida y conciencia de los pobres e ignorantes. De esta forma les hacen odiosa la religión e imposible la moral. 2. La libertad que Cristo nos ganó. Los escribas y fariseos, condenados por Jesús, se creen sabios y justos; pero, rechazando la persona y palabra de Cristo que es el centro del reino de Dios, demuestran ser necios y estar ciegos a la luz. Por eso caminan perdidos entre minucias casuísticas, descuidando lo más importante. No es que Jesús niegue la observancia de la letra menuda de la ley, sino que la coloca en su lugar secundario. La primacía la tienen la justicia y el amor que derivan de Dios al hombre, y que éste ha de convertir en norma de conducta respecto de Dios mismo y de las relaciones humanas. Algo que no era nuevo del todo; estaba ya incluido en la antigua alianza de Dios con su pueblo. Pero los representantes 597

oficiales del judaismo lo habían olvidado. Jesús se lo está recordando al volver a las fuentes profundas de donde mana la vida religiosa y moral. Al igual que los escribas y fariseos que fustiga Jesús, el cristiano encerrado en esquemas legalistas es esclavo de las normas, cánones y rúbricas, vive vuelto hacia sí mismo y obsesionado por su propia perfección y salvación, se muestra pasivo y conformista y ve peligros en todo y en todos. Es evidente que no vive en el clima filial de libertad que Cristo ganó para los hijos de Dios. De ahí que no testimonie la buena noticia liberadora del evangelio ni presente la imagen cordial y atractiva de los hombres y mujeres atentos a los problemas del hermano y comprensivos con la condición humana. La respuesta moral del discípulo de Cristo no parte ni se fundamenta en la obligación de una ley impersonal y fría como un imperativo moral kantiano, sino del amor que Dios nos ha manifestado en su Hijo Cristo Jesús, es decir, arranca del indicativo cristiano. Antes de pedir nada, Dios comienza ofreciendo su amor, su salvación y su Espíritu de filiación al hombre pecador, pobre y limitado. De ahí debe nacer la respuesta de éste a Dios en la libertad que, frente a la tiranía de la ley, nos ganó Cristo, y en la fidelidad y confianza de quienes pueden llamar padre a Dios gracias al Espíritu que mora en ellos y cuyas obras siguen (Gal 5,18ss: 1.a lectura, año par). Señor Dios nuestro, hoy te llamamos Padre con la confianza que nos da el Espíritu de Jesús. Queremos vivir siempre alegres en un clima filial, en la libertad que Cristo ganó para los hijos de Dios. Ayúdanos, Señor, en la lucha de cada día por la difícil conquista de la libertad cristiana, viviendo del Espíritu y actuando según él. Líbranos de la vieja esclavitud del pecado y del moralismo estéril que desvirtúa la amistad contigo; para eso, haz que nuestra respuesta moral se funde no en una ley exterior e impersonal, sino en tu amor: en ese cariño abrumador y en esa ternura sin límites que nos manifestaste en Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Jueves: Vigésima octava Semana Le 11,47-54: Se pedirá cuenta a esta generación.

LA SANGRE DE LOS PROFETAS 1. Llave que cierra y no abre. El evangelio de hoy continúa el de ayer con las dos últimas recriminaciones de Jesús contra legistas o escribas. No contentos con imponer a los demás obligaciones que ellos no cumplen, mantienen la misma actitud de quienes en tiempos pasados desoyeron y mataron a los profetas, y cierran la entrada del Reino a sí mismos y a los demás. Poseedores de la llave del saber religioso, los juristas no aciertan a franquearse el paso hacia Dios y, lo que es peor, cierran la puerta de la salvación a los humildes y sencillos que buscan anhelantes y bien dispuestos el reino de Dios. Fallan, pues, como personas y como guías. Ésta es la más grave acusación que puede hacerse a un responsable de los demás, pero así lo demuestra la experiencia que vivió Jesús y lo confirma la historia posterior a él. En su sabia providencia Dios envía al pueblo israelita profetas y apóstoles; pero los judíos, siguiendo la tradición de sus antepasados, los persiguen y los matan. Efectivamente, el libro de los Hechos muestra palmariamente que, después de eliminar a Jesús, la sinagoga oficial, es decir, los jefes judíos, intentaron inútilmente ahogar también la Iglesia naciente. Por todo ello, concluye Cristo, a esta generación se le pedirá cuenta de tanta sangre derramada inocentemente, desde la sangre del justo Abel hasta la del profeta Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Así consta en el último libro del canon judío, el segundo libro de las Crónicas (24,20). Jesús está apuntando, sin duda, a la destrucción de Jerusalén y de su templo. Había comenzado a ser realidad lo que escribió san Pablo: "Ahora la justicia de Dios, atestiguada por la ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la ley (mosaica). Por la fe en Jesucristo viene la salvación de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención de Cristo Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre" (Rom 3,2 lss: 1.a lectura, año impar). 2. La saga de los profetas culminó en Jesús de Nazaret. La ley mosaica y los profetas fueron dos realidades complementarias que resumen todo el Antiguo Testamento. De hecho, la palabra de los profetas se remitía siempre a la ley y la alianza, al culto verdadero, al juicio y a la salvación de Dios para su pueblo infiel.

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El profetismo fue, junto con el sacerdocio y la monarquía, una de las tres grandes instituciones viejotestamentarias. Profetas, sacerdotes y reyes constituyeron la cadena de transmisión del espíritu del pueblo de la antigua alianza en su caminar histórico. La Biblia enumera hasta 104 profetas, de los que 49 nos son conocidos por su nombre. Diecisiete de éstos nos dejaron su mensaje por escrito. Son los libros proféticos, entre los que destacan los de los cuatro profetas llamados mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. La vida no fue fácil para ninguno de ellos, y su misión les pesó duramente por el rechazo con que su mensaje fue correspondido las más de las veces. No obstante, según los datos de la Escritura, fueron muy pocos los profetas que murieron violentamente, aunque sí bastantes los que sufrieron persecución, destierro y cárcel. De ahí surgió la tradición deuteronomista acentuando el destino trágico de los profetas; algo que vino a ser referencia proverbial, con base en la peculiar idea de comunión generacional en el pecado, según la mentalidad hebrea. Por eso dirá Jesús a escribas y fariseos: "Colmad también vosotros la medida de vuestros padres", apuntando a su propia muerte violenta y la de sus enviados (Mt 23,32). A la conclusión de las invectivas de Jesús contra fariseos y escribas, una idea debe quedarnos clara: Frente a la religiosidad externa de aquéllos, hay que primar la interiorización de la religión mediante la fe y la conversión del corazón. Éstas, a su vez, han de transparentarse en nuestra conducta sin permitir la separación entre la fe y la vida, la vivencia interior y la acción, lo interno y lo externo, lo religioso y lo profano, lo divino y lo humano. Hoy como ayer, Jesús necesita seguidores y testigos de la ley del Espíritu que nos da vida en Cristo, liberándonos de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8,2). Gracias te sean dadas, Padre nuestro del cielo, porque no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús; pues por la unión con Cristo, la ley del Espíritu que da vida nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Conviértenos, Señor, de la hipocresía autosuficiente, para que demos frutos abundantes de conversión. En lo más profundo de nuestros corazones rejuvenecidos establece, Señor, tu ley de amor y de amistad, para que sepamos responderte como tú mereces, porque amarte a ti y a los demás es cumplir tu ley enteramente.

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Viernes: Vigésima octava Semana Le 12,1-7: Hablar francamente y sin temor.

CONFESAR A CRISTO SIN COBARDÍA 1. No estamos a la intemperie. En el capítulo 12 de Lucas tenemos una recopilación de dichos que Cristo pronunció en diversas ocasiones. Comienza el texto con un aviso de Jesús a los discípulos: "Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía". De ella ha hablado Cristo claramente, como veíamos estos últimos días. Y enseguida se adentra en otro tema: hablar francamente y sin temor. El lugar paralelo de Mateo sitúa estas recomendaciones en el contexto del discurso misionero (10,26ss). La palabra de Jesús, que ahora alcanza un círculo reducido, se difundirá ampliamente gracias a sus discípulos que continuarán su misión, recibida de él. Este cometido al servicio de la verdad no les va a resultar fácil a los apóstoles, como tampoco lo fue para Cristo mismo. No faltarán quienes quieran cerrarles la boca con amenazas y persecuciones. Por eso les previene Jesús: "Amigos míos, no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más... Temed al que puede matar y después echar al fuego". El miedo a la muerte corporal no debe acobardarlos. Jesús exhorta a los suyos al valor por dos razones: porque la persona es inviolable y porque Dios no se olvidará de ellos. No hay que temer a los que matan la vida física, pero no la persona entera. No hay más que un temor justificado: a Aquel que puede condenar al hombre en cuerpo y alma a la perdición eterna. 2. El amor vence al temor. El único miedo que salva es el santo temor de Dios. Pero Dios se comporta con los hombres como un padre que cuida de sus hijos en todos los detalles. Si él no se olvida de unos pajarillos que valen dos reales, cuánto menos de sus hijos los hombres. "Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones". Como humanos que somos, es normal el miedo ante el peligro que supone la persecución, y es explicable la angustia ante el riesgo que corre de perder posiciones, e incluso la vida, el que testimonia la verdad del evangelio frente a la mentira e hipocresía del mundo. Jesús lo sabía; por eso recuerda a los suyos que solamente hay un fracaso realmente temible y una catástrofe irreparable que se debe evitar a toda costa: perder la vida para siempre. Precisamente la victoria sobre el miedo, la vergüenza y el respeto humano es la raya divisoria que marca la diferencia entre el discípulo 601

verdadero de Jesús y el que es cristiano solamente de ocasión, mientras las cosas le corren bien. Pero el temor no puede vencerse sino a base de amor. Tal ha de ser nuestra respuesta al cariño que Dios nos tiene y que debe suscitar en nosotros una fe y una confianza total, como en el caso de Abrahán, el nómada de Dios, que creyó contra toda esperanza (Rom 4,lss: 1.a lectura, año impar). Aunque seamos débiles, la mano poderosa del Señor nos sostendrá en sus caminos si acudimos a él en la oración. 3. Señal de autenticidad y aviso de fidelidad. Según Jesús, el discípulo suyo que quiera vivir conforme a su fe encontrará dificultades con toda seguridad. Pero la aversión del mundo es señal de la autenticidad de su seguimiento de Cristo. Si no se diera tal enemistad, habría que sospechar que hemos traicionado el mensaje evangélico. La conducta cristiana choca necesariamente, como una denuncia, con el estilo de un mundo entregado a "las pasiones del hombre terreno, la concupiscencia de la carne y la arrogancia del dinero" (Un 2,16). Jesús nos lo previno: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Como no sois del mundo, por eso os odia el mundo" (Jn 15,18s). Al mismo tiempo que señal de autenticidad, la persecución que repetidamente anuncia Cristo puede ser también un aviso de fidelidad. Porque no toda repulsa de los cristianos y de la comunidad eclesial es rechazo a Jesús y a su evangelio. Esta oposición es evidente cuando la persecución proviene del poder establecido, que se siente incómodo con la voz que recuerda la justicia y los derechos humanos de los sin voz. Lo cual viene a avalar la fidelidad de los cristianos al reino de Dios, que es amor y fraternidad, liberación del pobre y solidaridad con el oprimido. Pero, a veces, la resistencia, la crítica y el rechazo se deben a nuestro antitestimonio cristiano por haber velado más que revelado el genuino rostro de Cristo y de Dios (GS 19,3). En este caso, la persecución y el fracaso son catarsis o purificación que debe alertarnos para la conversión siempre renovada a la fidelidad evangélica.

para poder testimoniar nuestra fe y nuestra esperanza a base de comprensión, entrega, solidaridad y comunión de vida y destino con nuestros hermanos los hombres.

Sábado: Vigésima octava Semana Le 12,8-12: El Espíritu Santo os inspirará.

LA ASISTENCIA DEL ESPÍRITU El evangelio de hoy continúa profundizando el tema de ayer: la fidelidad del discípulo de Jesús en medio de la prueba. En el texto distinguimos tres unidades:

Fiados en tu palabra y en la fuerza de tu Espíritu, queremos demostrar que te conocemos y te amamos.

1. Dos opciones contrapuestas. Jesús comienza diciendo: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Pero si uno me niega, también lo negarán a él". El juicio de Dios se va realizando ya en la lealtad o deslealtad a Cristo en nuestra vida diaria. Se establece así una relación de causa a efecto entre fidelidad testimonial del cristiano y defensa de éste por Cristo como testigo a su favor ante el Padre. Jesús fue y sigue siendo signo de contradicción, bandera discutida, que decanta lo que hay en el corazón del hombre. Por eso afirmó él: El que no está conmigo está contra mí (Le 11,23). Igualmente, de la postura que el discípulo de Jesús tome ante los hombres respecto a la fe en su Señor depende su destino personal definitivo. El que lo confiesa sin miedo es el que persevera hasta el final y se salva. Pero quien se acobarda y reniega de Jesús, él mismo se autodestruye; queriendo salvar su vida, acabará por perderla. Tomar partido por Cristo significa también y necesariamente mostrarse eficazmente solidario con el prójimo, en especial con el más desfavorecido. Todo esto nos advierte que la fe es para la vida, y no algo meramente intimista y privado. Una fe sin obras ni testimonio, una fe que no actúa por la caridad, no nos salva. Nuestra conducta debe responder a nuestras creencias, so pena de incurrir en la hipocresía farisaica y el abstencionismo dimisionario de los que dicen y no hacen. Entonces, ¿cómo podríamos ser luz del mundo y sal de la tierra?

Lo mismo en la adversidad que en la vida diaria haremos nuestro un estilo sencillo, alegre y servicial

2. La blasfemia contra el Espíritu Santo. En segundo lugar, Jesús da por supuesto que algunos lo negarán, o no admitirán su divinidad,

Te damos gracias, Señor Jesús, porque pensaste en nosotros como testigos de tu evangelio y de tu amor. Reconocemos que, con frecuencia, el miedo al mundo nos puede y malogra nuestro testimonio cristiano.

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por motivos más o menos comprensibles, entre los cuales uno puede ser el miedo, como le sucedió al apóstol Pedro, y otro las apariencias humanas que velan su divinidad, como sucedía a sus contemporáneos. Todos tendrán una segunda oportunidad. "Su pecado se les podrá perdonar; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará". Cuando otro evangelista, Marcos, cita también estas palabras inquietantes de Jesús, añade una explicación: "Se refería a los que decían que estaba endemoniado" (3,30). Así procedieron los guías de Israel que atribuían al poder del demonio las curaciones de posesos que realizaba Jesús. Y así proceden los que niegan la manifestación esplendorosa del Espíritu en la persona de Cristo resucitado y en el dinamismo de Pentecostés. Pecado imperdonable porque es mala fe ante la evidencia, ceguera voluntaria ante la luz de Dios, rebeldía obstinada y rechazo pertinaz de su presencia y de su gracia. Pecado que cierra toda salida y excluye del perdón y de la vida. 3. La asistencia del Espíritu. Finalmente, dice Jesús, la fuerza del Espíritu que actuó en él seguirá obrando en sus discípulos. Por eso, cuando sean perseguidos y llevados ante los tribunales, no deben preocuparse de lo que van a decir o de cómo se defenderán, porque el Espíritu Santo los inspirará, como a los profetas. Se refleja aquí el entusiasmo de las comunidades apostólicas, y del evangelista Lucas en particular, sobre la asistencia del Espíritu Santo en los procesos de que fueron objeto los primeros cristianos. De ello tenemos constancia por el libro de los Hechos, en que destacan los admirables discursos de los apóstoles Pedro y Pablo. Según el evangelio de Juan, el proceso del mundo incrédulo contra Jesús se prolonga en la existencia de los creyentes. De ahí que el testimonio del Espíritu en favor de Cristo venga a sumarse al testimonio del discípulo y se haga oír en la voz de éste, como testigo de descargo (cfjnl5,26s). Los cristianos de hoy necesitamos ser hombres y mujeres poseídos del Espíritu, testigos valientes y audaces del evangelio de Jesús. Para eso, como san Pablo, oremos a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo pidiéndole que ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza a la que nos llama, la riqueza de gloria que da en herencia a sus hijos y la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo (Ef 1,18ss: 1.a lectura, año par). Te damos gracias, Padre, por el don de tu Espíritu que es la presencia perenne de Jesús entre nosotros. 604

Gracias también porque revisaste el proceso de Cristo. Así el Espíritu Santo atestigua a Jesús como Hijo tuyo y vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Cristo resucitado fundamenta nuestra fe y esperanza. Y el Espíritu nos recuerda sus palabras de vida, asistiéndonos en el duro momento de la prueba Gracias porque nunca nos dejas solos en nuestra soledad. Señor, creemos en ti y con el gozo del Espíritu queremos ser testigos fieles de Cristo y de su evangelio.

Lunes: Vigésima novena Semana Le 12,13-21: Parábola del rico insensato.

CONSUMISMO A ULTRANZA 1. El que acumula riquezas para sí. El evangelio de hoy tiene tres partes: 1.a Introducción ocasional: Un hombre pide a Jesús que dirima un litigio de herencia. 2.a Esto da pie a una sentencia del Señor: Guardaos de toda clase de codicia, pues la vida no depende de los bienes. 3.a Parábola del rico insensato, cuya conclusión es: Igualmente necio es el que acumula riquezas para sí y no es rico ante Dios. El pecado del rico cosechero de la parábola no es ser rico ni asegurar su porvenir, sino desentenderse de Dios, a quien no agradece nada, y de los hermanos, con quienes no comparte su riqueza porque acapara solamente para sí: "Tienes acumulados bienes para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida". Se ha convertido en un idólatra de su dinero y haberes; es un hombre necio que no sabe dar a su vida más sentido que el disfrute egoísta. La cuestión que nos plantea hoy Jesús es ser ricos o pobres ante Dios, es decir, la actitud evangélica ante los bienes materiales, pocos o muchos, que poseemos. No coincide el concepto de pobreza y riqueza que Dios tiene con el que nos hacemos comúnmente. Es pobre ante Dios el que amontona riquezas para él solo, cerrado a los valores del Reino y al compartir con los demás; es rico, en cambio, el que mantiene su vida y su corazón abiertos a Dios y sabe poner al servicio de los hermanos su abundancia o su escasez. Los ídolos del corazón humano son múltiples. El dinero es quizá el número uno; pero junto a él están el dominio y el poder, el placer y el sexo, la codicia y la avaricia e, incluso, cuando se absolutizan, la ciencia 605

y la técnica, el trabajo y el desarrollo económico, la cultura y el ocio. Lo mismo que todos queremos ser felices, todos deseamos ser ricos. Es lo que también quiere Dios: que todos sus hijos vivan bien, sin que les falte lo necesario, pues la miseria material no es un bien en sí misma. Por tanto, el bienestar no es una aspiración despreciable, con tal que no se logre a costa de otros valores superiores, tales como la libertad de espíritu, la disponibilidad, apertura y confianza en Dios, el compartir con los que no tienen, el respeto a los derechos de los demás, el sentido de la justicia social y de la responsabilidad cívica, la caridad y el desprendimiento de lo superfluo para uso de los demás, en especial de los más pobres. 2. La idolatría consumista. Es universal la tentación del consumisrao, pues vivimos alienados por una sociedad de consumo que prima el tener sobre el ser. Por eso casi nadie se libra de ser manipulado por la propaganda del bienestar que cifra la felicidad humana en la opulencia, en producir y consumir, tener y gastar y poder equilibrar los ingresos con un abultado régimen de gastos. La sociedad occidental es una fábrica de sueños para "ricos insensatos" de hecho o de deseo, pero empobrecidos interiormente, drogados por la codicia y el afán de poseer, sumisos adoradores del dios dinero. En el fondo de todo esto subyace un enorme error: se identifica el ser persona con el tener bienes y cosas. De esta forma la personalidad y la felicidad se supeditan al tener y al consumir, gastando no sólo en las necesidades perentorias y razonables, sino también en las ficticias y artificiales. Las consecuencias de la idolatría consumista son terribles y degradantes, aunque el hombre actual parece encajarlas con la mayor naturalidad. El consumismo: 1) Degrada la dignidad humana, la noble condición del hombre y de la mujer, que se convierten en máquinas de producción y de consumo de bienes. 2) Bloquea la solidaridad en el compartir, la fraternidad y la comunicación humanas, sobrealimentando hasta el empacho el egoísmo, la manipulación y la explotación de los demás. 3) No hace más libre y feliz al hombre; al contrario, lo deshumaniza. Cuando la propiedad se vive en plan egoísta, se desentiende de su exigencia básica que es la orientación al bien común y a la participado! de los demás, quedando sólo en poseer y acumular para el individuo; así éste, a su vez, queda poseído por las cosas y bienes que tiene. En mayor o menor medida todos corremos el peligro de ser "necios", según el baremo de calificación de Jesús. Coloquémonos por un momento al final de nuestra vida: ¿Qué podemos llevarnos sino lo que hayamos invertido e n el amor a Dios y al prójimo? "Lo que has acumulado, ¿de quién será?" 606

Te pedimos, Señor, asimilar la bienaventuranza de la pobreza de espíritu y de la pobreza efectiva Cúranos de nuestra necia idolatría monetaria y libéranos, Señor, de la tiranía del consumismo, para que, libres de la seducción de la riqueza, entendamos que la vida no depende de los bienes y seamos enriquecidos con los dones de tu Reino. Queremos compartir nuestro pan con los demás, inviniendo nuestros haberes en los más pobres. Así seremos ricos ante ti con el secreto tesoro de la felicidad: amar a Dios y a los hermanos.

Martes: Vigésima novena Semana Le 12,35-38: Siervos que esperan a su señor.

AMOR QUE VELA 1. Tiempo de espera. "Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas". Con esta exhortación de Jesús comienza el evangelio de hoy. Es el lema que introduce la breve parábola de los siervos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. La "cintura ceñida" no guarda relación con la actitud prescrita para el ritual de la pascua, sino prontitud para el trabajo. Pues para trabajar, el oriental, vestido con hábitos largos y flojos, necesitaba recogerlos a la cintura sujetándolos con un cinturón o una correa. Lo más sorprendente de la parábola es el cambio de situación que se produce como premio a la vigilancia activa de los criados. Éstos se convierten en señores a quienes el amo hace sentar a la mesa y los va sirviendo. Forma bíblica de presentar la recompensa de los pobres de Israel en la literatura escatológica. La llegada del reino de Dios los compensará con creces de su situación miserable; por eso serán "dichosos" con la bienaventuranza mesiánica, dos veces anunciada en el texto. En ese mismo detalle hay también una referencia eucarística. En la mitad de la cena pascual Jesús pregunta a los suyos: "¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Le 22,27). La insistencia de Cristo en la vigilancia porque son desconocidos el día y la hora de su venida, como se dice en la parábola afín de las diez doncellas esperando la llegada del esposo, contiene también un aviso y 607

un descrédito para los adventistas de todos los tiempos que señalan fechas por su cuenta y riesgo (Mt 25,13). 2. Esperando en la noche. La vigilancia es la actitud propia del amor que vela; es la lámpara que, a través de los visillos de una ventana, se ve encendida a, horas intempestivas de la noche esperando la vuelta del esposo o del hijo. El amor mantiene el corazón alerta, lo mismo el del enamorado que vive pensando en la persona que ama que el de la madre que vela el sueño y la salud de su hijo enfermo. Así son también la fe y el amor cristiano; nunca duermen, sino que atisban siempre anhelantes el futuro, a la espera del Señor que puede llegar en cualquier momento de la noche. En el pensamiento bíblico el término "noche" es ambivalente. Cuando se sustantiva en sí mismo, sin contraposición, como en el evangelio de hoy, puede significar y de hecho significa un tiempo privilegiado en la historia de la salvación humana por Dios. La noche fue ocasión de grandes intervenciones divinas en favor del hombre. Así, por ejemplo, la noche israelita de la pascua y éxodo de Egipto, la noche del nacimiento de Dios en Belén, la noche pascual de la resurrección... Pero cuando se menciona a la noche por contraposición al día, su significado es diferente. La noche y las tinieblas son símbolo del mal y del sueño, del pecado y del rechazo de Dios; en cambio, el día y la luz son signo del bien, de la vigilancia y de la gracia del Señor. San Juan y san Pablo entendieron la vida cristiana como un azaroso combate de la luz contra las tinieblas. 3. En la oscuridad luminosa de la fe tendrá que caminar con frecuencia el creyente, mientras espera al Señor sin angustia neurótica. La espera del más allá no constituye para el cristiano una obsesión que crea ansiedad. Aguardar a Cristo no le produce congoja, porque no es una expectación angustiosa, sino confiada. El momento imprevisible de su llegada excluye todo temor, pues no hay temor en el amor, ya que Dios es nuestro padre y nos llama a participar en su vida por medio de Jesús. De hecho, esperamos lo que ya poseemos en garantía por la fe, que es el fundamento de nuestra esperanza. Ésta, a su vez, mantiene y reaviva el amor; por eso el esperar cristiano es productivo, alegre y sereno. En la "noche oscura" del sentido y del espíritu percibieron los místicos la presencia luminosa de Dios. Así un san Juan de la Cruz: "Oh noche que guiaste, / oh noche amable más que la alborada; / oh noche que juntaste / Amado con amada, / amada en el Amado transformada". A los hijos de la luz, a los hijos de Dios, Jesús los libera de la oscuridad y peligros de la noche tenebrosa, porque él es la luz que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Por eso dijo: "El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12). 608

¡Gloria a ti, Señor Jesús! Tú eres luz del Padre y te revelas a quienes saben esperarte velando. Queremos mantener viva en la noche la esperanza, hasta que despunte la aurora luminosa de tu llegada. No permitas, Señor, que se nos embote el sentido para percibir tus continuas venidas a nuestro mundo. Ayúdanos a tener siempre ardiendo la lámpara de la fe que tú encendiste el día primero de nuestro bautismo. Alimentándola con el amor y la fidelidad cotidiana, caminaremos a su luz hacia el encuentro contigo para ser admitidos al banquete eterno de tu Reino. Amén.

Miércoles: Vigésima novena Semana Le 12,39-48: Parábola del criado de confianza.

TIEMPO DE ESPERA ACTIVA 1. La vigilancia cristiana. El evangelio de hoy consta de dos parábolas de Jesús; una muy breve, la del ladrón, y otra más desarrollada, la del mayordomo. Ambas tienen su paralelo en Mateo (24,42ss). Respecto de la primera parábola, sorprende el que la venida del Hijo del hombre, Cristo, sea comparada a la llegada del ladrón en la noche. Pues el primero es un suceso alegre, al menos para los discípulos de Jesús, y el segundo, en cambio, es luctuoso para cualquiera. Pero el centro de interés no está en la imagen, sino en la intención de la parábola, que no es fomentar el temor y la angustia, sino acentuar lo inesperado de la venida de Cristo, cuyo día y hora nadie conoce más que el Padre. Lo cual requiere una actitud apropiada: la vigilancia. Lo mismo viene a decir la segunda parábola con otra imagen. Pero en el relato de Lucas la intervención del apóstol Pedro, que hace de nexo entre las dos parábolas, le da un matiz especial. Pedro pregunta a Jesús si la precedente parábola de los siervos que aguardan a que su señor vuelva de la boda (como veíamos ayer) va por los apóstoles o por todos en general. Jesús le responde con la parábola del criado de confianza, puesto por el amo al frente de la servidumbre de su casa. Su fidelidad se pondrá a prueba con el retraso de la vuelta de su señor. La Iglesia primitiva vio en este detalle una alusión a la demora de la parusía o venida final de Cristo en gloria. La enseñanza de la parábola parece ser en Lucas un aviso más directo, aunque no exclusivo, para los pastores 609

de la comunidad, porque "al que mucho se le confió, más se le exigirá". Sin embargo, todo servidor o empleado que conoce la voluntad de su amo, es decir, todo hombre y mujer que conocen la voluntad de Dios y no la cumplen serán castigados con más razón y rigor que el que la ignora. El discurso escatológico de Jesús según Marcos concluye con la parábola llamada del portero, cuya conclusión en boca de Jesús es ésta: "Lo que a vosotros digo, a todos se lo digo: ¡Velad!" (Me 13,37). Es todo el grupo de los que siguen a Jesús el que ha de mantenerse alerta en la fe y en la caridad durante la ausencia de Cristo. 2. En el tiempo de la Iglesia. La vigilancia y la fidelidad cristianas son las actitudes apropiadas del pueblo de Cristo en el tiempo de la Iglesia que media entre su ascensión y su venida última. Así lo expresan las cinco parábolas de la vigilancia, a las que pertenecen las dos del evangelio de hoy. La Iglesia primitiva refirió las parábolas, en general, a su situación concreta, provocando a veces un ligero desplazamiento de acento en las mismas. Según los especialistas, las cinco parábolas de la vigilancia serían originalmente en labios de Jesús parábolas de crisis. Es decir, pretendían alertar a un pueblo ciego y a sus guías religiosos ante la seriedad de la hora del reino de Dios, presente en Jesús. Hay que aceptarlo con prontitud y no dejarse sorprender sin estar preparados, porque el juicio de Dios vendrá tan inesperadamente como el ladrón nocturno, como el esposo que aparece a medianoche, como el amo que regresa del banquete a una hora tardía, como el señor que vuelve de un largo viaje. "La Iglesia primitiva es quien interpreta estas parábolas cristológicamente y como palabras a la comunidad, a la cual se amonesta para que no sea negligente porque la parusía tarda en venir" (J. Jeremías). En la vivencia cristiana de la esperanza debe haber un equilibrio entre las diferentes venidas de Cristo. La primera en su encarnación y la última en su gloria se actualizan en sus continuas venidas en este tiempo de gracia que es el tiempo de la Iglesia. Pasado y futuro se hacen presente en el "ya" iniciado de la salvación de Dios, que "todavía no" poseemos en su plenitud final. La esperanza cristiana es un cheque al portador que ya posee en mano el creyente, pero que todavía no ha cobrado; es la tensión y el equilibrio entre el "ya sí", pero "todavía no". Todo esto no es motivo de desazón o falta de identidad para el cristiano, sino de vigilancia permanente, espera activa, esperanza gozosa y seguridad en la fe, que es la garantía del futuro. La vigilancia activa es, por tanto, una actitud permanente, un estilo de vida para el cristiano, un proceso de liberación siempre en marcha hacia Dios, hacia los hermanos y hacia el mundo como lugar teológico de la presencia y acción salvadoras de Dios. 610

Señor Jesús, tú dijiste: Dichosos los servidores que el amo, al llegar, encuentra en vela esperándolo. Maníannos, Señor, despiertos, activos y responsables, con la prontitud de tu Espíritu, oteando tu aurora en el horizonte de tu mañana pascual definitiva. Aleja, Señor, de nuestros ojos la somnolencia, de nuestras manos la pereza y el cansancio, de nuestro ánimo la desilusión y la desesperanza. Así, cuando tú vengas, nos encontrarás con las manos ocupadas en la tarea que nos encomendaste y con el corazón dedicado a amarte a ti y a los hermanos.

Jueves: Vigésima novena Semana Le 12,49-53: No vine a traer paz, sino división.

LA OPCIÓN POR CRISTO 1. No una paz a cualquier precio. Las palabras iniciales del evangelio de hoy nos permiten atisbar las profundidades humano-divinas del Espíritu de Jesús frente a su propia misión: "He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!" El fuego es habitualmente en la Biblia una figura del juicio de Dios que purifica la impureza del hombre y lo acrisola por dentro. Pues bien, ese fuego está actuando ya en la tierra, en la comunidad de los creyentes y en el corazón de cada hombre a través de la palabra de Jesús y por medio de su Espíritu. El primero que pasará tal prueba del fuego es Jesús mismo. El bautismo a que alude es su pasión, que le "sumergirá" (bautizará, en griego) en la muerte, después de vivir la angustia, el dolor y la tristeza suprema. "No he venido a traer al mundo paz, sino división". Estas palabras de Jesús parecen contradecir la espera de un mesías que, según anunciaron los profetas, sería el príncipe de la paz. ¿No envió Cristo a sus discípulos a evangelizar en misión de paz? ¿No dijo en otra ocasión: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios? ¿Cómo es que ahora dice que no vino al mundo a traer paz, sino guerra y división? ¡Difícil paradoja! Cristo es nuestra paz, efectivamente, dirá san Pablo (Ef 2,14), pero no una paz de saldo y a cualquier precio. La paz que él trae no es la que 611

da el mundo (Jn 14,27). Para disfrutar la paz que aporta el mensaje de Cristo tiene que operarse antes una purificación por el fuego, una división entre luz y tinieblas, una lucha del bien contra el mal, contra la injusticia, la opresión, el desamor, la mentira y el cómodo instalamiento en la injusta situación establecida. 2. La opción por Cristo. Más todavía: esa situación conflictiva alcanzará el seno de cada familia y el corazón de cada creyente que quiera ser consecuente hasta el final con su fe. Tal experiencia fue ya vivida entre los cristianos contemporáneos del evangelista cuando la sinagoga oficial decretó excomunión para todo judío que confesara a Jesús de Nazaret como el mesías de Dios (Jannia, año 70). La opción responsable y definitiva por Cristo es lo que define al cristiano, haciéndolo diferente en sus criterios y conducta. Es el seguimiento evangélico de Jesús lo que le caracteriza, y no la mera pertenencia socio-religiosa a la Iglesia por estar bautizado. La llamada de Jesús a su seguimiento, al discipulado, no se debe entender como dirigida solamente a los cristianos que deciden consagrarse más especialmente a Dios en la vida sacerdotal, religiosa o secular. No; ser cristiano y seguir a Cristo como discípulo suyo son sinónimos. Los consejos, consignas, avisos e invitaciones de Jesús en su evangelio son para todo el que quiera ser discípulo suyo, es decir, cristiano de verdad. Hoy nos propone él, una vez más, la entrega total y la plena disponibilidad ante Dios, primando el valor del seguimiento del Reino por encima de todo afecto familiar y apego material. Seguir a Jesús como discípulo tiene un precio, incluso el de la vida. 3. La fidelidad cotidiana. Hemos de reconocer que el riesgo mortal por Cristo no es situación habitual y constante, salvo en casos límite de persecución, cárcel y tortura. Pero lo que sí ha de ser actitud perenne, fruto del seguimiento amoroso y fiel de Cristo, es una absoluta disponibilidad para el caso posible de perder la familia, lo que tenemos y hasta la vida, o bien perder a Cristo. Quizá se nos plantee pocas veces tal dilema, pero sí continuamente las pequeñas opciones entre Cristo y las demás cosas de este picaro mundo que nos emboba con su arte de encantamiento. Es la fidelidad cotidiana, punto primero en el orden de cada día. Es tal el radicalismo del seguimiento de Cristo que no admite medias tintas, ni es afición para ratos perdidos, ni queda en mero simpatizar con su causa. El discipulado cristiano es una entrega tan totalizante que constituye, diríamos, una rendición sin condiciones. Así lo exige la índole y la urgencia del reino de Dios, ante el cual todo es relativo: los afectos familiares, los bienes materiales e incluso la propia vida. No hay otro modo de ser cristiano sino amando incondicionalmente a Jesús, encarnación personal del reinado de Dios en nuestra vida. 612

Te bendecimos, Dios de la palabra y del fuego, que son juicio, purificación y llama de vida, porque Jesús nos mostró en el bautismo de su pasión el arduo camino para la conquista de la paz. No una paz a cualquier precio, sino mediante la decisión responsable y definitiva por el Reino. Purifícanos, Señor, con el fuego de tu Espíritu para que, renovados en la opción de nuestro bautismo, te sirvamos alegres en la fidelidad cotidiana. Así cantaremos eternamente tus misericordias y anunciaremos tu fidelidad por todas las edades. Amén.

Viernes: Vigésima novena Semana Le 12,54-59: Interpretar el tiempo presente.

LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS 1. Leyendo los indicadores. La proclamación evangélica de hoy contiene dos "dichos" de Jesús, sin aparente conexión entre sí: lectura de los signos de los tiempos y reconciliación fraterna. Es claro, no obstante, que una buena lectura del presente es aprovechar la oportunidad de reconciliarse con el hermano. En el evangelio de Mateo el primer dicho lo pronuncia Jesús cuando fariseos y saduceos le piden una señal del cielo (16,lss), y el segundo en la primera antítesis del discurso del monte (5,25s). Nuestra reflexión versará sobre los signos de los tiempos. (De la reconciliación fraterna hemos tratado el viernes de la primera semana de cuaresma y el jueves de la décima semana del tiempo ordinario.) Gracias a la ciencia y la técnica, el hombre actual puede leer en la naturaleza y en la historia los signos del futuro mediante el análisis de los indicadores que le brinda el presente, lo mismo en el terreno meteorológico que en el campo de la investigación, de la economía y de la política. La programación se impone a todos los niveles, pero no hay planificación posible del futuro sin lectura del presente. Es lo que dice Jesús a sus contemporáneos: "Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?" Jesús invita a interpretar el tiempo presente; y para designar este "tiempo" el original griego no emplea el término jrónos (paso del 613

calendario), sino kairós, que es el vocablo habitual en el Nuevo Testamento para expresar la hora cumplida del reino de Dios: tiempo de gracia y oportunidad de salvación. Por tanto, ha llegado el tiempo de la decisión; y ante el anuncio del Bautista y de Jesús, señal evidente de la llegada del Reino, los contemporáneos de Cristo debieran deducir una conclusión acertada: su conversión. 2. Sabor bíblico es, pues, lo que rezuma la expresión ya consagrada "signos de los tiempos". Los "signos" designan, ante todo, la persona y la actividad de Jesús: predicación y curaciones, poder sobre la muerte y el demonio, liberación de los pobres y recuperación de los pecadores. Y el genitivo "de los tiempos" significa que esos signos manifiestan estos tiempos como decisivos para la conversión al reino de Dios. Ha llegado, por tanto, el tiempo mesiánico anunciado por los profetas, aunque los signos del mismo que aporta Jesús, especialmente su muerte y resurrección —el signo de Jonás: Le 1 l,29ss—, no respondan a la expectativa política de los judíos. El concilio Vaticano II desarrolló una teología de los signos de los tiempos como base del diálogo de la Iglesia con el mundo y del evangelio con el hombre de hoy. El Espíritu de Dios, que habló por los profetas, sigue haciéndose oír en las voces de los tiempos, como señales de Dios que revelan su presencia salvadora y la acción de su Reino entre los hombres. Por eso la Iglesia debe escrutar continuamente y a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que pueda responder a los interrogantes, aspiraciones y esperanzas de la humanidad (GS 4). Refiriendo el aviso de Jesús a los creyentes de toda época, el discernimiento de los indicadores de la presencia y acción de Dios requiere una sabiduría que no se aprende en ninguna facultad ni instituto científico, pero que el cristiano posee por la fe. Así no le pasará desapercibido "el tiempo de la visita de Dios" por medio de Jesús, como apunta él mismo en su lamentación sobre Jerusalén (Le 19,41ss). 3. Hay que saber mirar y ver con esa luz de la fe, porque el reinado de Dios está ya presente y actuando entre nosotros e invitándonos a sumarnos a su dinamismo (Le 17,21). Está presente y actuando: en los gestos de liberación, esperanza y solidaridad que se dan entre los hombres, grupos, iglesias y naciones; en tantos hombres y mujeres que aman al pobre, al enfermo, al sin familia ni hogar y le consagran su vida; en la fidelidad de los esposos y en la existencia de los consagrados a Dios. Está presente y actuando el reino de Dios también en los ojos que lloran con los que sufren y en los labios que sonríen con los hermanos; en cuantos trabajan por la paz y la erradicación del hambre y del subdesarrollo; en todo hombre y mujer que busca a Dios con sincero 614

corazón; en una palabra, en todo lo que es bondad y amor, paz y bien. Porque todo ello es reflejo y semilla del signo básico y del sacramento perenne de Dios mismo, que es Cristo Jesús, el profeta del Reino. Te alabamos, Padre, porque Cristo nos invita hoy a interpretar el tiempo presente, descubriendo así las huellas de tu paso amoroso por la historia humana. También hoy es el día de tu visita por medio de Jesús. Gracias porque nos das esta hora de gracia y salvación. Tu Espíritu, Señor, que habló por los profetas, sigue haciéndose oír en las voces de nuestro tiempo, como señales de tu presencia y de tu amor salvador. Enséñanos a mirar y ver con la sabiduría de la fe, para secundar el dinamismo incontenible de tu Reino en todo lo que es bondad, amor, justicia, paz y bien.

Sábado: Vigésima novena Semana Le 13,1-9: Si no os convertís, todos pereceréis.

SIEMPRE LA CONVERSIÓN 1. Aviso y ocasión de conversión. El evangelio de hoy tiene dos partes: comentario de Jesús a dos tristes sucesos y parábola de la higuera estéril. Ambas secciones urgen la conversión antes de que se agote la paciencia de Dios. Si ayer insistía Jesús en la necesidad de saber leer los signos de los tiempos, hoy ofrece un ejemplo de cómo realizar esa lectura en dos hechos: muerte violenta de unos galileos, cuya sangre vertió Pilato con los sacrificios que ofrecían en el templo, y derrumbamiento de la torre de Siloé, al sur de Jerusalén, que aplastó a dieciocho hombres. Jesús comenta: "¿Pensáis que eran más pecadores que los demás? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo". La desgracia no es castigo de un Dios vengativo, sino ocasión y aviso para la conversión. Igualmente la parábola de la higuera estéril que consigue un año de plazo para dar fruto antes de ser talada es una invitación a la conversión y penitencia fructuosa sin querer apurar la paciencia de Dios. Señalando quién-es-quién en la parábola, diríamos que la higuera es el 615

pueblo de Israel; el dueño, Dios; el viñador, Cristo y los profetas; los tres años de esterilidad, la duración del ministerio apostólico de Jesús; el año de cuidados intensivos, la misión a los judíos por parte de la Iglesia apostólica, y la tala definitiva, la destrucción de Jerusalén y del templo. En la tradición bíblica, sobre todo en los profetas, la viña y la higuera son vistas como signo del antiguo pueblo de Dios y de su bendición generosa en la nueva tierra de promisión. Si hoy se emplaza a la higuera estéril a dar fruto, es que el pueblo israelita de la antigua alianza, así como el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia, deben ser una comunidad fecunda por la fe activa que brota de un corazón continuamente convertido al Señor. 2. Conversión continua a Dios. Reflexionando san Pablo sobre las vicisitudes de la historia del antiguo Israel, concluye: "Todo esto sucedía como ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro" (ICor 10,11). Nos es indispensable una fe que actúe por la caridad, una fe personal y activa en la práctica del amor a Dios y al prójimo; porque ante Dios no hay élites privilegiadas, como no lo fue el viejo Israel. Por eso tampoco nos basta una pertenencia nominal a la comunidad eclesial de salvación por medio de un sacramentalismo estéril. Los sacramentos de la vida cristiana piden de vosotros una fe personal, práctica y consecuente. Es obvio que la conversión es siempre del pecado, que es el mal radical, a Dios, que es el bien supremo. Pero el pecado en abstracto no es asible; lo que cuenta es el agente de pecado, es decir, la persona, nosotros. Según esto, lo primero que debemos cambiar es nuestra manera de pensar y sentir, para asimilar los criterios de Jesús y su estilo de conducta, tal como lo expresó en todo el conjunto de su vida y doctrina; por ejemplo, en las bienaventuranzas. Así convertiremos el corazón al desprendimiento y la fraternidad, la paz y la concordia, la misericordia y el amor, la limpieza de corazón y la alegría, la generosidad y la esperanza. Cambiar por dentro nos cuesta mucho porque estamos muy a gusto instalados en nuestra mezquindad y en la hojarasca inútil de nuestra higuera, frondosa quizá, pero estéril; con todas las soluciones en la mano, pero sin aplicar ninguna para renovarnos y mejorar el ambiente en que nos movemos. Pues no se trata de que cambien los demás; somos nosotros, cada uno, los llamados a reforma. Y no basta tranquilizarnos con la crítica y la denuncia de la culpabilidad ajena. Jesús dijo: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Percibamos, no obstante, esta urgencia de la conversión no como una fría amenaza, sino como una invitación liberadora. De un corazón convertido a los valores del reino de Dios y del evangelio brotarán lógicamente los frutos visibles de una conversión que toca la realidad de la vida. Pues el reinado de Dios no es espiritua616

lismo etéreo y barato, sin incidencia en la vida de los hombres. Por eso la fe cristiana no es un saldo de religión, ni el refugio de un oasis para zafarnos de la problemática, angustias y tensiones de nuestro mundo y de nuestros hermanos. Vana conversión sería ésa. Y no olvidemos que una auténtica conversión es un proceso continuo; no es un dato instantáneo, puntual y de una vez por todas, sino que requiere un crecimiento ininterrumpido y ascendente. Para eso contamos con la ayuda del Señor. Te bendecimos, Dios de la paciencia, porque continuamente nos invitas a una conversión que nos libere de nuestra propia mezquindad. Nosotros nos contentamos con la hojarasca estéril, pero tú nos pides los frutos de la fe madura. Queremos convertirnos a los valores del Reino: desprendimiento, fraternidad, paz, misericordia, limpieza de corazón, generosidad y esperanza. Así seremos hombres y mujeres nuevos, hijos de tu ternura, hermanos de los pobres y discípulos de Cristo guiados por su Espíritu.

Lunes: Trigésima Semana Le 13,10-17: Curación de una mujer encorvada.

UN ERROR TEOLÓGICO 1. Al servicio de la liberación. El milagro del evangelio de hoy, la curación de una mujer encorvada, solamente lo relata Lucas. Tiene en común con el que veremos el viernes próximo, sanación de un hidrópico, el que Jesús realiza ambos milagros en sábado, si bien el primero en la sinagoga y el segundo en un banquete. Lucas presenta tres relatos de curación de enfermos por Jesús en sábado, a diferencia de Marcos y Mateo, que sólo narran la curación de un paralítico (cf Me 3,lss). Según esto, en los evangelios sinópticos tenemos una tradición que sitúa una curación de Jesús en sábado, en el ámbito de la sinagoga y en un contexto de polémica (cf Le 6,1-11). Es probable que los tres casos de Lucas constituyan variantes de un milagro originalmente idéntico, pues las características se repiten con 617

fidelidad. Más que el milagro en sí, lo que parece resaltarse es que sucede en sábado, lo cual decanta la actitud de Jesús y de la primitiva comunidad cristiana sobre la observancia sabática. Como la enfermedad no es mortal en ninguno de los casos, Jesús podía haber aplazado la curación para no "violar" el descanso sabático, como dice hoy indignado el jefe de la sinagoga a la gente: "Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados". Es obvio que el destinatario de estas palabras cargadas de rencor, más que la gente, es el propio Jesús. Pero si éste actúa así en sábado, por propia iniciativa y sin que medie petición de los beneficiarios, no es por menosprecio de la ley sabática, sino para servir a la liberación del hombre. Una obra de caridad y misericordia como la que Jesús realiza con la pobre mujer enferma y encorvada hace ya dieciocho años, más que constituir una transgresión del sábado, viene a dar perfecto cumplimiento al sentido y finalidad del mismo: la gloria y el culto a Dios mediante la liberación del hombre de toda esclavitud. La respuesta de Jesús al jefe de la sinagoga es un claro ataque a los dirigentes religiosos del pueblo judío: "Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado?" Argumento paralelo al que esgrime Jesús cuando cura al paralítico (Mt 12,11) y al hidrópico (Le 14,5): permitís en sábado el rescate de una animal accidentado. Por eso, estrechando el cerco a sus oponentes, continúa Jesús: "Y a esta mujer, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado? Ante estas palabras sus enemigos quedaron abochornados". 2. El hombre es gloria de Dios. Si antes anotó Lucas que la mujer recién curada por Jesús glorificaba a Dios, ahora concluye diciendo: "Toda la gente se alegraba de los milagros que hacía Jesús". Son detalles que, como un estribillo, repite Lucas en ocasiones similares. Por lo que se ve, el pueblo llano, gracias a su instinto religioso, entiende más de Dios que los expertos, cegados por el legalismo. Acomodándose a la mentalidad judía, insinúa Jesús que la enfermedad de la mujer encorvada se debe al espíritu del mal. Ya antes el evangelista hizo notar que "estaba enferma por causa de un espíritu". En esta perspectiva es evidente que la curación trasciende el plano fisiológico para alcanzar el nivel liberador de la persona en toda su profundidad. Así se da paso a la regeneración humana por medio de la salvación que trae el Reino y que se basa en la misericordia y el amor de Dios al nombre. Tal liberación no puede ser obstaculizada por la ley sabática. Pero a los fariseos no les cabía esto en la cabeza. Su principio era que primero es la gloria de Dios, después el bien del hombre. Disociar 618

estos términos en plan de dilema o disyuntiva encubre un error teológico, viene a decir Jesús. La gloria de Dios no se realiza al margen del bien del hombre, no porque éste suplante a Dios como centro de la realidad humana y cósmica, sino porque el honor y la grandeza del Dios todopoderoso se manifiestan precisamente en su misericordia y en su amor al hombre, cuya vida es gloria de su Creador. La observancia del sábado (y de cualquier otra ley divina) ha de celebrar ese amor de Dios que quiere el bien del hombre, y no bloquearlo con formalismos ritualistas que Dios no aprueba. Por eso afirmó Jesús: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado" (Me 2,27). Es decir, la ley se hace para el hombre, y no el hombre para la ley; algo que no podemos olvidar nunca. Gracias, Padre, porque has querido que tu gloria sea el hombre que tiene vida en Cristo por tu Espíritu. En Jesús has tomado partido por nosotros, tus hijos. Haz que seamos fieles a la misión liberadora de Jesús para responder plenamente a nuestra vocación cristiana. Líbranos de una religión enmohecida por la rutina y concédenos vivir cada día la novedad de tu evangelio, que es la buena nueva de tu amor al hombre. Queremos gastar nuestra vida en amarte y servirte. Alienta nuestra fe en ti y nuestro amor a los hermanos, para que vivamos siempre en tu gozo y tu esperanza. Amén.

Martes: Trigésima Semana Le 13,18-21: El grano de mostaza y la levadura.

SABER ESPERAR 1. Dos parábolas de crecimiento. El evangelio de este día contiene dos breves parábolas sobre el reino de Dios: el grano de mostaza y la levadura en la masa de harina. Lucas coincide con Mt 13,3 lss, pero es más breve. Ambas parábolas contrastan los comienzos insignificantes del Reino y el gran desarrollo final que el mismo alcanza, acentuando la primera el crecimiento en extensión y la segunda el incremento en profundidad. En uno y otro caso, gracias a la fuerza intrínseca del Reino, que con frecuencia no es visible más que por la fe. 619

En la exposición de las parábolas, Jesús se fija más en el estadio final de éxito que en el proceso de desarrollo. Lo que importa es la masa fermentada y el arbusto frondoso que cobija los nidos de los pájaros. Imagen que apunta al aspecto universal del Reino, abierto a todos los hombres. En toda la historia bíblica, y de forma clamorosa en el evangelio de Jesús, se ve la predilección de Dios por la debilidad, los pequeños, los pobres y los sencillos que se abren a Dios con sinceridad y le responden incondicionalmente. A éstos revela Dios los secretos de su Reino, porque él gusta de medios pobres y humildes para realizar sus grandes obras, y rechaza los métodos deslumbrantes y avasalladores. Es lo que viene a decir Jesús con las dos parábolas de hoy. Lección insoslayable para una Iglesia pobre al servicio del mundo. 2. Un mensaje de esperanza y optimismo es lo que encierran las dos parábolas. Aunque hoy día tengamos sobrados motivos para la preocupación, aunque parezca que el mundo va a la deriva, en su entraña hay ya una fuerza capaz de transformar la humanidad y las relaciones entre los hombres. Es la diminuta simiente y el fermento del reino de Dios. Esa semilla y ese fermento son Cristo resucitado que en su misterio pascual de muerte y resurrección —como el grano que muere en el surco para germinar la espiga— transforma desde dentro el curso de la historia humana. Puesto que el reinado de Dios está ya actuando aquí, en el mundo, a pesar de los contratiempos y fracasos, no intentemos evadirnos de la realidad, por mezquina y pobre que sea. Tanto la fe sin esperanza de algunos creyentes como la esperanza sin fe de los agnósticos, vistas desde la realidad luminosa del mensaje de Cristo sobre el Reino, resultan igualmente alienantes y falsas, aunque por razones distintas. Es frecuente la impaciencia por los frutos visibles y palpables, dada nuestra afición al éxito rápido y espectacular, a la eficacia productiva, a la estadística y al tanto por ciento. Impaciencia que aplicamos a todos los sectores de la vida, tanto eclesial y pastoral como familiar y educacional, lo mismo a los medios de difusión al servicio del evangelio que a las obras sociales, igual a la catequesis que a los grupos de jóvenes, a la pastoral de los sacramentos que a las reuniones de oración y de vida ascendente o de la tercera edad.

rico y cargado de frutos. Pero frente al agobio de los problemas diarios, siempre en aumento, el crecimiento del Reino y del bien es tan lento que no lo vemos; por eso, a veces, no entendemos cómo puede ser verdadero. De ahí al desaliento no hay más que un paso. Así cedemos a la desesperanza, creyendo que estamos perdiendo el tiempo y el esfuerzo. Sin embargo, la semilla de Dios tiene un dinamismo incontenible, aunque silencioso; fructificará con toda seguridad. No le apliquemos nuestros criterios de eficacia inmediata, casi violenta, porque ésos no son los haremos de Dios para la perenne virtualidad de su reinado. Sin ánimo evasivo ahondemos en la oración y la contemplación, en la admiración y el gozo del Espíritu, para captar la gratuidad y profundidad de Dios, para dar valor a las cosas pequeñas, al detalle acogedor, a la suave sonrisa, a los gestos sencillos y fraternales, pero auténticos, como la minúscula simiente del reino de Dios y la insignificante porción de levadura en la masa. Bendito sea tu nombre, Padre nuestro del cielo, porque Cristo inauguró tu reino de amor entre nosotros con los medios pobres que tú prefieres para tus obras, sin avasallamiento, impaciencia ni espectacularidad. Así nos mostró que la fuerza interior del Reino sólo necesita servidores pobres e incondicionales. Jesús fue la semilla y el fermento del Reino que, muriendo en el surco de la cruz, dio origen al hombre y al mundo nuevos de la resurrección. Concédenos, Señor, abrirnos a la gratuidad de tu amor, conocer tus secretos, mantenernos en la esperanza activa y saber esperar el día de tu manifestación gloriosa. Amén.

Miércoles: Trigésima Semana Le 13,22-30: Últimos que serán primeros.

3. Saber esperar es el secreto. Llevamos la impaciencia y el mal humor hasta la autopunición masoquista. Y nos preguntamos: Después de años de cumplimiento religioso, ejercicios espirituales y lectura de la Biblia, meditación personal y oración comunitaria, e incluso de predicación, ¿para qué han servido tantos esfuerzos si todo sigue o parece seguir igual? Uno quisiera ver crecer rápidamente en nosotros mismos y en los demás, por dentro y por fuera, un cristianismo maduro, pletó620

ANTES DE QUE SE CIERRE LA PUERTA 1. ¿Serán pocos los que se salven? El interlocutor anónimo que en el evangelio de hoy pregunta a Jesús sobre el número de los que se salvarán, está refiriéndose a una cuestión habitual en las escuelas ra621

bínicas de entonces y frecuentemente repetida a lo largo de los siglos, hasta constituir para algunos una obsesión por la salvación o condenación eternas. Todos los rabinos del tiempo de Jesús estaban de acuerdo en afirmar que la salvación era monopolio de los judíos; pero, según algunos, no todos los que pertenecían al pueblo elegido la conseguirían. En vez de responder directamente al tema planteado, Jesús comienza exhortando: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha; os digo que muchos intentarán entrar y no podrán". Y a continuación explica esta sentencia con la parábola de la puerta que se cierra para algunos, impidiendo su acceso al banquete del Reino, mientras se abre para otros, venidos de los cuatro puntos cardinales; porque "hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos". Con esta conclusión desestima Jesús la falsa seguridad de la salvación fundada en la pertenencia al pueblo israelita (o a la Iglesia, diríamos hoy). El mensaje de este evangelio, más que el número de los salvados o la dificultad misma para salvarse, como podría sugerir la puerta estrecha, es la oferta universal de salvación por parte de Dios, simbolizada en la imagen prof ética del banquete mesiánico. Jesús avisa que la puerta de entrada a la vida, al Reino, es estrecha para todos: "Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos" (se dice en el lugar paralelo de Mateo 7,13s). La puerta que encuentran cerrada los que llaman tarde anuncia la autoexclusión de los judíos y la franquicia del Reino y del evangelio a las naciones paganas. 2. Urgencia de la conversión. Los excluidos de la mesa del Reino, ésos que conocen y llaman "Señor" a Jesús y se tienen por amigos suyos porque han comido con él, son en primer lugar sus propios conciudadanos. Ellos, efectivamente, oyeron a Jesús en sus plazas; no obstante, él los desconoce porque no convirtieron su corazón a la buena nueva del Reino. Y lo son también, en segundo lugar, los cristianos de todos los tiempos que, habiendo participado en la mesa del Señor, habiendo oído su palabra y habiéndolo proclamado Señor en su plegaria, no fueron cumplidores de la palabra escuchada. Jesús los ignorará y quedarán fuera a la puerta. Su lugar lo ocuparán otros, venidos de oriente y occidente, del norte y del sur, de todas partes, también del olvidado submundo del hambre y de la marginación. La salvación de Dios por Cristo no se vincula a un determinado pueblo, raza, religión, cultura o herencia familiar. Para Dios no hay monopolios. Todo el que en medio de un mundo pluralista busca y sirve a Dios con sincero corazón se salvará. La parábola de la puerta que se abre para unos y se cierra para otros es una invitación universal de Jesús a la conversión radical del 622

corazón, a fin de conquistar el reino de Dios; pues sólo los esforzados le dan alcance. Conversión urgente, antes de que se cierre la puerta; mañana puede ser tarde. ¡Qué mal nos sentimos cuando por nuestra culpa perdemos un viaje previamente planeado con ilusión! ¿Y si llegáramos tarde al reino de Dios por entretenernos en lo que no vale la pena? Sin embargo, el evangelio que nos ocupa no da licencia para la neurosis obsesiva de la propia salvación. Hay gente que se pregunta angustiada: Después de participar fielmente cada domingo, o cada día, en la eucaristía, ¿me salvaré o me condenaré? Pregunta que es un fiel exponente de la obsesión de seguridad de la que son tributarios el hombre y la mujer actuales. Interrogarse por la salvación y desear alcanzar la vida eterna es consecuencia lógica de nuestra fe y nuestra esperanza cristianas. Pero evitemos las deformaciones religiosas. Con san Pablo, debemos saber a quién servimos, de quién nos hemos fiado y en qué manos está nuestra recompensa. Nosotros apliquémonos generosamente a la tarea de amar a Dios y a los hermanos, y el Señor hará el resto, abriéndonos la puerta de la vida a su tiempo. Gracias, Padre nuestro, porque nos destinaste a ser imagen de Jesucristo, tu Hijo, de modo que él es el primogénito entre muchos hermanos. El es también la puerta de entrada a la vida. Haznos entender, Señor, que su paso angosto no es moralismo intransigente, sino liberación necesaria antes que sea tarde y se cierre la puerta del Reino. Concédenos, Padre, responder a tu llamada, a nuestra vocación cristiana, con fidelidad plena. Que tu Espíritu venga en ayuda de nuestra debilidad, pidiendo para nosotros lo que nos conviene. Amén.

Jueves: Trigésima Semana Le 13,31-35: Apostrofe a Jerusalén.

FUERZA Y FLAQUEZA DEL CARIÑO 1. El astuto Herodes Antipas. En el evangelio de hoy advertimos dos partes: hostilidad de Herodes hacia Jesús y apostrofe de éste a 623

Jerusaién. Cristo se encuentra en camino hacia la ciudad santa y todavía en la jurisdicción de Herodes Antipas (Galilea y Perea), probablemente en Perea, en la orilla oriental del Jordán. En estas circunstancias le avisan unos fariseos: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte". A Herodes no le caían bien los profetas. Ya había hecho decapitar al Bautista y ahora intenta deshacerse de Jesús, intimidándolo para que al menos se aleje de su territorio. El astuto político evitaba así el peligro de un movimiento mesiánico de masas, con la consiguiente represalia de los romanos. También es posible que los fariseos trataran de tender una celada a Jesús atrayéndolo hacía Judea, territorio de administración romana directa, donde el sanedrín judío ejercía un poder mayor que en la demarcación de Herodes Antipas. Pero Jesús responde con intrepidez: "Id a decirle a ese zorro: Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término. Pero hoy y mañana tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusaién". Comentando esta última reflexión de Jesús, T. W. Manson afirma, no sin ironía: "Herodes no debe ser egoísta. Jerusaién tiene mejores títulos para la sangre de los mensajeros de Dios". Ninguna amenaza detendrá a Jesús. El seguirá haciendo el bien y cumpliendo la misión que el Padre le ha confiado, hasta el día de la consumación de su obra por la muerte y de su perfeccionamiento por la resurrección. 2. Vuestra casa se os quedará vacía. La segunda parte del texto evangélico contiene una interpelación de Cristo a Jerusaién en que aparece su dolor por el fracaso de su cariño a la ciudad: "¡Jerusaién, Jerusaién, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido". Por asociación de ideas, el pasaje nos trae a la memoria las imprecaciones y amenazas de Jesús a las ciudades impenitentes del lago de Galilea (Le 10,13ss). El fracaso de su misión en Galilea se hace extensivo a Jerusaién, la ciudad santa y pecadora, elegida y maldita, que también rechaza a Cristo. Debido a eso, "vuestra casa se os quedará vacía", predice Jesús citando al profeta Jeremías (22,5). Alusión probable a la ruina de Jerusaién y de su templo (cf Le 19,41ss). Jesús amenaza también con su próxima ausencia que ellos mismos provocarán dándole muerte. Pero Dios no rompe definitivamente con su pueblo. Queda aún una última oportunidad, dice Jesús: "Me volveréis a ver el día en que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor". Estas palabras parecerían presagiar el hosanna de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusaién. Pero puesto que Mateo coloca este mismo pasaje después de esa entrada y al final de las invectivas de Cristo contra los escribas y fariseos (23,3 7ss), parece más correcto 624

entenderlo en sentido escatológico, como referido a la segunda venida de Cristo. 3. Fuerza y flaqueza del cariño. Todo el cariño de Jesús por Jerusaién fracasó, lo mismo que el amor de Dios por su pueblo elegido. Dios ama al hombre, pero, al respetar su libertad, acepta de antemano el no ser correspondido. Sin embargo, no deja de ser antinatural rechazar su amor. En su Regla monástica mayor, escribía san Basilio Magno: "Nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores; así también, y con mayor razón, el amor a Dios no es algo que pueda enseñarse con normas y preceptos, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él, como semilla, una fuerza espiritual que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor". La fuerza y la flaqueza del amor de Dios a sus hijos los hombres se manifestó en Jesucristo, crucificado por amor al hombre. Ante esta prueba fehaciente exclamaba san Pablo: "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo: la aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado... Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss: 1.a lectura, año impar). De bien nacidos es devolver amor por amor. Que Dios no tenga que llorar sobre nosotros. Gracias, Padre, porque en Jesús nos manifestaste toda tu ternura y tu cariño paternal hacia nosotros. Tú mereces una respuesta generosa del mismo signo; pero, con frecuencia, nosotros no te correspondemos, como Jerusaién, que no supo devolver el afecto recibido. Hoy es el día de tu visita, tiempo de tu misericordia. Reúnenos como hijos tuyos a la sombra de tus alas, Señor, y convierte nuestra corazón de piedra en otro de carne, capaz de agradecer el amor sin igual que nos muestras. Para que no tengas que llorar también sobre nosotros, haz que nada ni nadie nos aparte del amor de Cristo. Amén.

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Viernes: Trigésima Semana Le 14,1-6: Curación de un hidrópico.

LA LIBERTAD DEL AMOR 1. Un discurso de sobremesa. Con el evangelio de hoy se inicia un discurso de sobremesa o cena-coloquio de Jesús. El primer versillo sirve de introducción general y determina las circunstancias de tiempo y lugar: un sábado y durante la comida en casa de un fariseo distinguido. En este contexto Lucas va engarzando con maestría los diversos episodios y temas de conversación (que iremos viendo hasta el lunes próximo). Se crea así una interdependencia de ideas; cuanto allí sucede tiene relación simbólica con el gran banquete escatológico y mesiánico del reino de Dios. En el desarrollo del conjunto Lucas sigue las normas del estilo griego exigidas en este género literario llamado "simposíaco", cuyo prototipo en el terreno filosófico es El banquete, de Platón. En estas circunstancias cada invitado pronunciaba un discurso o escuchaba con veneración a los maestros, en este caso a Jesús. La inesperada presencia del hombre enfermo de hidropesía —acumulación de agua en los tejidos celulares— recuerda la escena de la curación del paralítico en la sinagoga (Le 6,6ss) y de la mujer encorvada (lunes de esta semana: 13,10ss). En cualquiera de los casos mencionados —quizá el mismo con variantes— puede adivinarse un segundo plano de lectura. Los enfermos encarnan la situación del pueblo judío, oprimido por los legistas con las prescripciones de la ley mosaica, y no sólo la sabática, tal como ellos la explicaban a la gente. Jesús viene a liberarla de ese yugo insoportable. Libertad de espíritu que alegra a los sencillos y rechazan los guías religiosos; por eso deciden eliminar a un sujeto tan "subversivo" como era Jesús. Como Jesús es consciente de que escribas y fariseos están espiándolo para poder acusarlo, antes de curar al hidrópico les lanza esta pregunta directa y comprometedora: ¿Es lícito curar los sábados o no? Cristo conocía muy bien los 39 trabajos prohibidos en sábado según las tradiciones rabínicas recopiladas en la Mishná; entre ellos estaba el curar, considerado como ejercicio de la medicina. Pero sabía también los subterfugios y excepciones a que recurrían los leguleyos para salvaguardar la propiedad privada; así, permitían socorrer a un animal accidentado en sábado. Entonces Jesús, que valoraba más al hombre que a sus bienes, les dijo: "Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro (su hijo, según los mejores manuscritos) o el buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea 626

sábado?" Con cuánta más razón estará permitido curar a un enfermo devolviéndole la salud, que es junto con la vida el mayor bien humano. "Por tanto, es lícito hacer bien en sábado" (Mt 12,12); porque hacer bien al prójimo no puede violar ninguna ley de Dios. 2. La libertad del amor. Los fariseos se preocupaban mucho de la obediencia a la ley y olvidaban lo esencial: el amor y la misericordia. Jesús les recuerda que el reino de Dios no llega al mundo de los hombres por la mera fidelidad a la ley y a los ritos, en este caso a la observancia sabática, sino por el amor a las personas y por la misericordia con el hermano. Éstos son los valores que tienen la primacía sobre todos los demás, incluida la ley, aunque sea una ley tan sagrada como la del sábado. Dios es amor, dice la Escritura; y amor que crea vida, la sostiene y la alimenta. Por eso, donde hay amor que ayuda y libera al hombre, de seguro está ya presente, siquiera inicialmente, el reinado de Dios. Un orden religioso que impidiera el amor y la liberación humana, tal como sucedía con la interpretación legalista de la ley sabática, estaría en oposición al reino de Dios y su don gratuito, ofrecidos en la persona, palabra y obra de Jesús, que es "señor del sábado" (Mt 12,8). Éste fue el motivo del enfrentamiento de Cristo con semejante concepción religiosa, incapaz de entender lo que diría más tarde san Pablo: la ley no es más que pedagogo del amor que lleva a la fe en Cristo (Gal 3,24s). Trasladando el problema de la cuestión sabática a cualquier otra situación humana, relacionada con la ley de Dios o la ley eclesiástica o particular, en que se plantee la disyuntiva del hombre o ía ley, del amor o el derecho, habrá que recordar la solución que da hoy Jesús al problema de las curaciones en sábado. Como Cristo, el cristiano deberá tomar partido siempre por el amor al hermano y su liberación de toda esclavitud y opresión. Glorificado seas, Padre, porque Cristo nos liberó de la esclavitud de la ley para vivir en la libertad de los hijos de Dios que se dejan guiar por tu Espíritu. Toda tu gracia y tu verdad nos vienen por Jesucristo, que nos constituyó en pueblo para tu gloria y servicio. Jesús nos propuso una religión liberadora, que es: adoración en espíritu y en verdad, culto vivo en la fe, amor y religión purificada de ritualismos muertos. Él fue el sí total a tu voluntad, y él es nuestra ley. Concédenos seguir su ejemplo por la obediencia de la fe, para poder celebrar contigo tu eterno día de fiesta. Amén.

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Sábado: Trigésima Semana Le 14,1.7-11: Elección de puestos.

LA HUMILDAD ES SABER ESTAR 1. El que se humilla será enaltecido. Al sentarse Jesús a la mesa en casa del fariseo que le había invitado, observó que los demás convidados escogían los primeros puestos. Pero él les propone elegir los últimos; así, "cuando venga el que te convidó te dirá: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". La propuesta de Jesús no es mera norma de educación ni argucia para medrar, pues él no patrocina segundas intenciones. Esta humildad es actitud religiosa que tiene que ver con el puesto en el banquete del reino de Dios, que es quien humilla al soberbio y encumbra al humilde, como cantó María en su Magníficat. La sencillez y la llaneza constituyen una opción básica del discípulo que vive en la fraternidad del Reino. Humilde proviene del latín húmilis, que a su vez se deriva de humus (=tierra). Humilde es, pues, el que está al ras del suelo y se mueve cerca de la tierra. Algo que responde exactamente a nuestra pequenez y condición de creatura, parte insignificante del cosmos. Humilde es el que con sabiduría y realismo reconoce la distancia que lo separa de su Creador. Por eso, "humildad es andar en verdad" (Santa Teresa). Si fuéramos capaces de entender y practicar el evangelio de hoy "sin glosa ni comentario", al estilo de san Francisco de Asís, empezaríamos a progresar en el camino del Reino. Pero no acabamos de asimilar la lección de Jesús, no queremos romper el lazo para volar libres como pájaros, no optamos por ser libres y sensatos. Los primeros puestos atraen siempre nuestra mirada, porque el éxito de los triunfadores se ha convertido en patrón de conducta. También los discípulos de Jesús, en un principio, ambicionaban los primeros puestos en el reino político del mesías que ellos imaginaban. Pero él les dijo: Entre vosotros, quien quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos. Ésta es la escala personal que él quiere. 2. La actitud más apropiada. Jesús avaló su doctrina con su propio ejemplo. "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre" (Flp 2,6ss). 628

Una conducta evangélicamente humilde y acogedora, al estilo de Jesús, resulta diferente, chocante y hasta incómoda para la mentalidad al uso, que es la contabilidad del mérito para la recompensa y el ascenso. Por eso no es la humildad una virtud demasiado cotizada en nuestro mundo. El hombre y la mujer actuales se creen disminuidos en su valía y dignidad personal por la práctica de una virtud "pasiva", como llamó J. Ortega y Gasset a la humildad. De ahí que muchos digan que la humildad es una virtud pasada de moda, arcaica, medieval, apta solamente para gente apocada, sin aliento ni aspiraciones, con alma de esclavos que se dejan pisar por los demás. No casa con la psicología agresiva y de triunfador que el hombre de hoy necesita para hacerse valer en la vida. No nos entra en la cabeza que la humildad es la actitud religiosa más propia del hombre ante Dios, porque no lo disminuye, sino que lo sitúa en su puesto. Conocer nuestra grandeza de origen, así como nuestras limitaciones de naturaleza, es "andar en verdad", base indispensable para ser humilde y creyente, sabiendo estar en cada momento en nuestro puesto como criaturas, hijos de Dios y hermanos de los demás. Por eso es también la humildad el estilo más social y que mejor posibilita la relación del ser humano en alteridad con sus semejantes. Saber estar y vivir con los otros, caminando en verdad y sencillez, reconociendo nuestras deficiencias y compartiendo nuestros talentos con los demás, es el estilo que Jesús nos muestra hoy. Un camino más seguro para la realización personal y la felicidad humana que la trampa de la altanería y del engreimiento, del cálculo y de la soberbia. Mas para entender esto necesitamos ser pobres de espíritu ante Dios, es decir, vaciarnos de nosotros mismos para poder ser llenados por él y enriquecidos con la aportación de los demás. Bendito seas, Padre, Dios de la grata sorpresa, porque humillas al soberbio y enalteces al humilde. Con quien primero obraste así fue con Cristo, tu Hijo. Él consiguió la gloria por la vía de la autohumillación. Él practicó lo que dijo: Quien quiera ser el primero que se haga el último y servidor de todos. Concédenos, Señor, seguir su ejemplo y doctrina para saber estar y vivir en relación con los hermanos. Danos un corazón grande y humilde para saber acoger tu invitación, tu amor, tu gracia y tu misericordia y poder ser enriquecidos con la aportación de los demás.

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Lunes: Trigésima primera Semana Le 14,12-14: Elección de invitados.

AMOR GRATUITO 1. Elección de invitados. Prosigue el discurso de sobremesa de Jesús en casa de un fariseo principal. Ayer hablaba Jesús de la elección de asientos y decía que en el banquete de la vida, es decir, en las relaciones con los demás, hay que saber ocupar el propio puesto con espíritu de humildad y servicio. Hoy trata de la elección de los comensales, diciendo al que lo había convidado: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos: porque corresponderán invitándote y así quedarás pagado". En las nuevas relaciones interpersonales que pide el reino de Dios, la ley no puede ser el intercambio interesado. No vale una actitud mercantilista: te invito para que tú me invites, te doy para que tú me des, te ayudo porque espero ser ayudado por ti. Así, las relaciones humanas se convierten en transacción comercial. Pero la ley del Reino no es la conveniencia egoísta, sino el amor y la gratuidad. Tal fue el estilo de Jesús, porque Dios ama y da gratuitamente. Por eso, "cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos". Esta resurrección apunta al banquete mesiánico del Reino. Allí tiene reservado su premio, ya desde ahora, el que ayuda a los otros sin pasarles factura, el que da sin pedir nada a cambio. Vista desde los criterios del mundo y del hombre terreno, esa actitud de dar a fondo perdido parece propia de gente estúpida; pero, de hecho, invertir en los pobres es la mejor inversión, según Jesús. La recompensa del que así procede consistirá en la semejanza con Dios, que hace subir al más humilde a los puestos superiores (evangelio de ayer). "Es imposible alcanzar, siquiera por un momento, una pura bondad altruista sin experimentar un sentimiento de dicha que no viene por ningún otro camino, un gusto anticipado de algo que llegará a su perfección en la resurrección de los justos" (T. W. Manson). 2. Un patrón evangélico de conducta. En el capítulo 14 de Lucas, que venimos leyendo estos días, podemos descubrir una intención particular que respondería a la situación de las primeras comunidades cristianas. Una vez que habían roto con la sinagoga y el judaismo, no sin tensiones dolorosas, necesitaban un modelo evangélico de identificación para evitar el peligro de copiar el estilo elitista de las asambleas 630

paganas de su tiempo. Lo mismo advertimos en algunos pasajes de las cartas apostólicas (por ejemplo, ICor 1 l,20s; Sant 2,lss). Tenemos así una embrionaria teología de la comunidad cristiana, donde adquiere un relieve especial la presencia de los pobres, representados hoy en los lisiados, cojos y ciegos, y el viernes pasado en el enfermo hidrópico. Todos ellos eran excluidos expresamente de la comunidad por la Regla de los esenios de Qumrán. Pero Cristo suprimió todas las barreras de impureza legal con que los judíos, en particular los puritanos fariseos, habían protegido sus reuniones. Por eso la asamblea de Cristo no es una élite cerrada de puros e impecables, sino una comunidad de pecadores, redimida por el amor de Dios manifestado en Jesús y abierta a todos: judíos y gentiles, sabios e ignorantes, pobres y ricos, santos y menos santos, excelentes y mediocres. Lo que los une es el amor y el don gratuito del Espíritu, de suerte que todos puedan sentirse a gusto y como hermanos. Así se desprende de la doctrina y ejemplo de Jesús, que fue acusado repetidas veces de contactar y comer con pecadores reconocidos como tales. Porque él no se contentó con exponer la sublime doctrina de altruismo desinteresado que enseña el evangelio de hoy, sino que fue el primero en ponerla en práctica. Su amor desinteresado regaló a manos llenas salud, alegría y libertad a los más necesitados. Más todavía, se dio a sí mismo hasta el punto de entregar su vida por todos. Por eso la cruz de Cristo fue y sigue siendo la gran oferta divina de amor al hombre, pobre de solemnidad ante Dios y deudor insolvente que no podrá pagarle jamás. Si en la plenitud gloriosa de su resurrección Cristo recuperó con creces lo que había derrochado sin cálculo ni límite: vida y amor, igualmente el discípulo de Jesús que lo imita en la entrega desinteresada al hermano será recompensado con él "cuando resuciten los justos". Te bendecimos, Padre, Dios del amor gratuito, porque en la mesa de tu Reino reservas el primer puesto para los humildes, los marginados y los desheredados: son precisamente los últimos en el banquete de la vida. Allí has puesto la mesa para los pobres de la tierra sin reparar en condición, raza ni situación social Conscientes de tu gratuidad absoluta, te alabamos porque Cristo, tu Hijo, el primero de los pobres, sacia a todos y nos enriquece plenamente con su pobrezaSiguiendo el ejemplo de Jesús, concédenos, Señor, tener parte con él celebrando la fiesta de tu Reino. Amén.

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Martes: Trigésima primera Semana Le 14,15-24: Invitados que se excusan.

INVITADOS A LA FIESTA DEL REINO 1. Todos invitados. En el clima distendido de la sobremesa y después de oír las consignas de Jesús sobre la elección de asientos e invitados, uno de los presentes pronuncia la bienaventuranza con que se abre el evangelio de hoy: ¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios! Lo que da pie a Jesús para exponer su parábola del gran banquete, que también es relatada por Mateo (22,1 ss). Pero las diferencias entre ambos evangelistas son notables en muchos detalles, fruto sin duda de tradiciones orales distintas. No obstante, la enseñanza fundamental coincide en ambas versiones: Las puertas del Reino se abren a los no judíos. Mediante el banquete abierto a todos, signo del amor gratuito de Dios, la parábola muestra la vocación universal al reino de Dios, que, de acuerdo con la tradición profética, se describe como un festín. Según los profetas, en los tiempos mesiánicos el Señor prepararía para todos los pueblos en el monte Sión, en la ciudad de Jerusalén, una mesa de manjares suculentos y de vinos de solera (Is 25,6ss). La primitiva comunidad cristiana debió rumiar detenidamente la parábola de Jesús sobre el banquete al comprobar que, como fruto de su apertura misionera, los gentiles habían venido efectivamente a ocupar los puestos que dejaron vacíos los primeros invitados, es decir, los judíos en su conjunto: guías religiosos y pueblo. En la ya iniciada era mesiánica que simboliza el banquete de bodas en que Cristo es el esposo de la nueva humanidad y de su pueblo, los no judios son admitidos también al Reino mediante su incorporación a la Iglesia. Aquí alcanza su objetivo la misión evangelizadora eclesial, continuación de la misión de Jesús. 2. Respuesta desigual. El anfitrión envió a su criado para avisar a los convidados: Venid, que el banquete está preparado. El siervo por excelencia del Señor es Jesús; él está avisando a los fariseos, a cuya mesa se ha sentado, del grave peligro que corren de perder sus puestos. Su negativa, es decir, el rechazo de los guías religiosos judíos, dará ocasión a la llamada del pueblo llano, de todos cuantos están en las plazas y calles de la ciudad, los pecadores y publícanos, "la turba maldita que no conoce la ley" (Jn 7,49), una multitud de pobres, lisiados, ciegos y cojos. Como todavía hay sitio, serán invitados también los de fuera de la ciudad, el "desecho" de los caminos y senderos del mundo, es decir, los no judíos, los paganos. 632

En la respuesta a la invitación al banquete advertimos gran diferencia entre los que poseen bienes: campos, animales, hacienda y familia..., y los que no tienen más que su pobreza. Los primeros, los que han recibido tarjeta nominal de invitación, rechazan la llamada, aunque se excusen educadamente, porque en el fondo valoran más sus pertenencias que el reino de Dios. Pierden así lo que vale por lo que no vale. En cambio, los segundos, los de la convocatoria general, los que no poseen nada o no están apegados a lo que tienen, responden incondicionalmente a la invitación de Dios a su Reino. Como nada los ata, les resulta fácil dejarlo todo y disfrutar a tope de la fiesta que se les brinda. Incluso son ellos mismos capaces de invitar a otros sin cálculos de recompensa —como decía ayer Jesús—, compartiendo con los demás lo poco o mucho que tienen. No es que todo esto les resulte fácil sin más; es que previamente han hecho una opción decisiva: arriesgarlo todo por el Reino. 3. Referencia sacramental. La parábola evangélica de hoy tiene también una referencia sacramental a la eucaristía, que es el gran signo del banquete del Reino y anticipa el eterno festín mesiánico. La importancia y alegría de una invitación se mide por la categoría del que nos invita, ya que tal atención significa entrar o estar en el círculo de sus amigos. Pues ¿qué decir si el que nos convida es Dios? ¡Dichosos los invitados a la cena del Señor! Por eso la misa dominical no es un deber triste y penoso, sino participación en la fiesta de Dios y de los hermanos. Lo indicado es dar una respuesta agradecida a la gratuidad amorosa de Dios. Pero, desgraciadamente, abundamos con frecuencia en las excusas de los primeros invitados de la parábola y nos autoexcluimos de la fiesta por la ceguera de nuestros mezquinos intereses. En el fondo, tal negativa a la amistad de Dios es también negación de la fraternidad humana que se expresa en el ambiente festivo de una mesa amiga. Si somos invitados al banquete de la eucaristía no es porque seamos dignos, sino porque Dios nos dignifica con su llamada. De ahí la respuesta propia de bien nacidos, de los que han nacido del Espíritu a la filiación de Dios. J>

Te bendecimos, Padre, con los pobres de la tierra porque nos reservaste un puesto en la vida y en la mesa abierta del banquete de tu Reino, donde el cuerpo de Cristo es nuestro alimento. Bendito seas, Señor, por Jesús, tu Hijo, que es el novio de tus bodas con la humanidad y la Iglesia. 633

Líbranos de la locura de rechazar tu invitación con las ridiculas excusas de nuestra miope insolidaridad Revístenos de la condición de nuestro bautismo, del hombre nuevo nacido en Cristo por el Espíritu, para ser dignos de sentarnos a tu mesa para siempre.

Miércoles: Trigésima primera Semana Le 14,25-33: Seguir a Cristo supone renuncias.

UN AMOR PREFERENTE 1. Un amor totalizante. Jesús continúa su viaje de subida a Jerusalén, donde le espera el destino del mesías paciente. En este contexto dinámico del camino adquieren pleno sentido las máximas que dirige a todos: Quien no posponga los afectos familiares, quien no lleve su cruz detrás de mí y quien no renuncie a todos sus bienes "no puede ser discípulo mío" (porque "no es digno de mí", dice en Mt 10,34ss). Luego ilustra estas consignas con dos breves parábolas, exclusivas de Lucas. Ante empeño de tal envergadura como es el seguimiento de Cristo, no se puede proceder impulsivamente y a la ligera, sino con la seria responsabilidad de quien sopesa los medios a su alcance antes de construir una casa o librar una batalla. Jesús pide abiertamente a todo discípulo suyo el desapego de la familia y de los bienes materiales, porque ambos sectores pueden condicionar, dificultar y, a veces, impedir su propio seguimiento. En otras ocasiones, además de la primacía sobre los afectos familiares y los bienes, reclamó también la prioridad sobre el propio yo y la propia vida del discípulo. De tal suerte que el que quiera conservar su vida para sí, la pierde; en cambio, el que la pierda por él, la encuentra. Paradojas que son más que un mero juego de palabras. "Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío". La expresión "llevar la cruz" nos recuerda inevitablemente una referencia a la crucifixión, método de ejecución oriental que los romanos aplicaban a esclavos y rebeldes. Su ley prohibía aplicarla a ciudadanos romanos. El uso convencional de la cruz como símbolo cristiano nos dificulta a los creyentes actuales comprender la dureza de estas palabras cuando Jesús las pronunció. Pero él añadió: "detrás de mí", lo cual supone que nos precede con su ejemplo. Tiene que haber razones muy fuertes y convincentes para que Jesús se atreva a proponer este programa. San Pablo lo explica así: "Es doc634

trina segura: Si morimos con Cristo, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él" (2Tim 2,1 ls). Desde esta perspectiva de vida en plenitud con Cristo no resultan negativas, duras y difíciles de asimilar las consignas de Jesús en el evangelio de hoy. La abnegación y el dolor, la cruz y la muerte no tienen valor en sí mismas, pues solamente son medios para un fin. Es su finalidad de vida lo que les da la consistencia, el sentido y la eficacia de un amor totalizante. 2. El Reino y los vínculos familiares. Es evidente que en el evangelio de hoy Jesús relativíza los vínculos familiares desde la perspectiva del Reino. También lo hizo en otras ocasiones: pérdida en el templo, llamadas vocacionales, escucha de la palabra, relaciones con sus parientes y con María, su madre. Ante la primacía del Reino pierden puesto los afectos de familia y los lazos de sangre y raza, nación y grupo cultural. Sin embargo, Jesús no minusvalora estos vínculos de parentesco en su vertiente humana y religioso-moral. Al contrario, reafirmó las relaciones paterno-filiales que regula el cuarto mandamiento de la ley de Dios cuando condenó las tradiciones judias contrarias al mismo (por ejemplo, el corbán: Me 7,10ss). Al reclamar Cristo para sí, como Dios que es, un amor más grande que a la propia familia, ¿pretende acaparar afectos humanos tan entrañables y vivencias tan personales como la filiación, la paternidad y la maternidad? ¿Estará Dios celoso del hombre? En la Biblia se dice, efectivamente, que Dios es celoso, pero no al modo humano; celoso de su adoración y gloria, que no tolera ídolos, pero no del hombre, que refleja su imagen, como hijo suyo que es. Además, Cristo afirmó que amar al prójimo es amarle a él; y los miembros de la propia familia son, sin duda, los más."próximos". Jesús intenciona aquí casos concretos de dilema preferencial. Es decir, si los lazos familiares significaran en un determinado caso el obstáculo insalvable para la opción del discípulo por el reino de Dios, presente en la persona de Jesús, es el Reino el que tiene la primacía de valor y, por tanto, de opción. En tal caso, proceder contrariamente al requerimiento del Señor sería hacer bueno el refrán que dice: Hay amores que matan. Gracias, Señor Jesús, porque nos llamaste a tu seguimiento mediante una ascesis liberadora. Tú nos precedes con tu ejemplo y nos muestras la vida que brota de la abnegación y la muerte. Con san Pablo decimos: Nuestra gloria es tu cruz. Concédenos seguirte incondicionalmente sin claudicar ante la dificultad y la incomprensión. 635

Ayúdanos a hacer nuestros tus criterios y actitudes para no arruinar la vida presente y la futura, para alcanzar el fruto de tu cruz salvadora, para participar de tu condición gloriosa. Amén.

Jueves: Trigésima primera Semana Le 15,1-10: Oveja y dracma perdidas.

LA ALEGRÍA DE DIOS 1. El gozo de salvar lo perdido. El evangelio de hoy contiene dos parábolas, la oveja y la dracma perdidas, que junto con la del hijo pródigo (sábado de la segunda semana de cuaresma) constituyen las tres parábolas de la misericordia de Dios (Le 15). En ellas resalta el gozo y la alegría de recuperar lo que estaba perdido, gracias a la salvación de Dios; son temas preferidos del evangelista Lucas. El motivo que da pie a estas parábolas de Jesús fue la crítica que le hacían los fariseos y letrados, es decir, los puritanos: "Acoge a los pecadores y come con ellos". Cristo justifica su conducta en contra de la marginación religiosa y social mediante la enseñanza que se desprende de las tres parábolas. Con ello viene a decir: Yo me porto así con los marginados de la salvación porque también así actúa Dios, acogiendo a los perdidos, los fracasados, los malos, los que nadie quiere. Dios, padre de todos, no margina a nadie, sino que se alegra de recuperar y salvar al hombre perdido en la soledad de su pecado, restaurándolo a su dignidad propia. Porque "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva" (Ez 33,11). La misericordia divina es una de las constantes bíblicas y resumen de toda la historia de la salvación humana por Dios, que culmina en Cristo, imagen y espejo del rostro misericordioso del Padre. El libro de la Sabiduría dice que Dios se compadece de todos porque lo puede todo, cierra los ojos a los pecados del hombre para que se arrepienta, le perdona y ama a todos los seres que por amor creó él mismo, que es amigo de la vida (1 l,23ss). La palabra "misericordia" no tiene mucha prensa, pues parece rebajar al que es objeto de la misma. Pero no es así con Dios. Su perdón y su misericordia, lejos de humillar al hombre y ofender su dignidad personal, lo rehabilitan en su alta condición humana y lo regeneran, devolviéndole su categoría de hijo de Dios Padre y de hermano de los 636

demás hombres. El papa Juan Pablo II afirmó: Es la mirada paternal de Dios lo que nos libera del sentimiento de culpabilidad, de la sensación de fracaso, del peso de una vida inútil y perdida, de la angustia e impotencia que nos produce la mezquindad propia y ajena (Rico en misericordia, 6). 2. El puritanismo que margina no es cristiano. El puritanismo de los que criticaban a Jesús porque acogía a los pecadores que se le acercaban no queda en mero problema judío o cuestión cultural semita, ajena a nuestra mentalidad. El puritanismo que margina se da también hoy. Todos somos actores de un circo hipócrita y vivimos gustosos el engaño de las apariencias. Aunque lo repetimos al principio de cada eucaristía, olvidamos fácilmente que formamos parte de una comunidad eclesial que es pecadora. En su tiempo Jesús se encontró con dos grupos contrapuestos de personas: los puritanos que marginaban a los demás, es decir, los letrados y fariseos, y los marginados como parias religioso-sociales, es decir, los pecadores, los ignorantes de la ley mosaica, los publicanos, las prostitutas, etc. En ningún momento se le ocurrió colocarse en el primer lugar como juez del segundo. Pero nosotros sí lo hacemos con facilidad. Las formas actuales del puritanismo hipócrita que margina a los demás son variadas, aunque básicamente se centran en una discriminación a dos niveles: religioso y social. A nivel religioso, la tentación de constituirse en élite despectiva se da tanto en los conservadores como en los progresistas. Unos por complejo de ortodoxia y otros de progresismo, fácilmente se muestran intolerantes e intransigentes, incapaces de amar y críticos de todo y de todos, muy satisfechos de sí mismos, de su cumplimiento y de sus círculos. Y a nivel social, es muy cómodo condenar las numerosas lacras sociales que nos afligen, como basura que produce una sociedad desabrida, insolidaria y egoísta, mientras mantenemos las causas de las mismas. Con sus parábolas de la misericordia y mostrando la alegría contagiosa de Dios por salvar lo perdido, Jesús denuncia toda discriminación clasista y su consecuencia: la marginación a todos los niveles. El puritanismo no es cristiano ni liberador, sino que representa más bien la inversión de los valores evangélicos, como falso sucedáneo que es de la auténtica pureza del corazón. Lo que mancha, minusvalora y rebaja al hombre no es lo de fuera, sino lo que sale del corazón. Te bendecimos, Dios de la alegría comunicativa, porque tu Hijo, Cristo Jesús, fue conocido 637

como "quien acoge a los pecadores ". Él nos habló de tu corazón de Padre que sale en busca de la oveja descarriada y se alegra más por haber recuperado la perdida que por las otras noventa y nueve que están en casa. Gracias, Padre, porque somos objeto de tu amor y porque tu ternura es más fuerte que nuestro pecado. Concédenos reencontrar el camino que nos lleva hacia ti

Viernes: Trigésima primera Semana Le 16,1-8: Parábola del administrador infiel.

AVISO A LOS HIJOS DE LA LUZ 1. Un modelo muy especial. La parábola del administrador infiel, a quien su amo despide por malversación de fondos, tiene una conclusión desconcertante a primera vista, que dificulta su comprensión: "El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz". Jesús parece sumarse a la felicitación del amo a su administrador cuando conoce las rebajas que ha hecho a los acreedores, pues lo pone como ejemplo para los hijos de la luz. ¿Es que puede presentarse como modelo a un perfecto sinvergüenza? Aclaremos el malentendido. El amo no aprueba la gestión anterior de su mayordomo, pues lo está despidiendo precisamente por fraude, sino que alaba su previsión del futuro queriendo granjearse amigos para los tiempos malos que se le avecinan. Al reducir la cifra de los recibos, probablemente no estafaba a su amo, sino que renunciaba a su propia ganancia. Los administradores de entonces no solían tener un sueldo fijo, sino comisión a cargo de las transacciones comerciales que lograran. Aquí se fundamenta la reflexión de Jesús: Los hijos de la luz, es decir, los buenos, deben imitar la agudeza, astucia y previsión que en sus negocios ponen los hijos de este mundo, es decir, los malos (o los hijos de las tinieblas, en los escritos de los esenios de Qumrán). No es la corrupción y la falta de honradez lo que se pone de modelo, sino la sagacidad. Ésta es la lección de fondo o enseñanza global de la parábola: un aviso para los hijos de la luz, para los buenos. En el empeño por conseguir los bienes y la meta definitiva del Reino, el creyente debe imitar el esfuerzo y dedicación de tantos otros 638

por alcanzar objetivos terrenos y provisorios: adquirir dinero, ganarse influencias y poder, culminar una carrera, conseguir un puesto de renombre, asegurar el éxito político o deportivo. Pues si estos intereses suscitan de tal modo las energías del hombre, cuánto más debe hacerlo el reino de Dios, que ha de tener la primacía absoluta en nuestra vida y es fuente de bienes que se poseen para siempre. Por ellos vale la pena sacrificarlo todo. 2. Para vivir como hijos de la luz. Nuestro problema es que estamos fluctuando entre la luz y las tinieblas, entre Dios y el dinero. Con demasiada frecuencia cedemos a la comodidad y la inhibición, a la desilusión y al "cansancio de los buenos", como dijo el papa Pío XII. Nos contentamos con lamentarnos y queremos que los problemas se solucionen sin nuestro sacrificio personal. Sin embargo, misión nuestra es testimoniar que se puede servir a Dios y no a nuestros intereses mezquinos usando los bienes materiales sin perder los eternos y haciendo realidad el reinado de Dios en medio de las ocupaciones y el trabajo, el amor y la familia, la convivencia cívica y la vida de cada día. A pesar de su sagacidad, el administrador infiel sólo supo solucionar su futuro inmediato y asegurarse un porvenir caduco. El cristiano ha de saber administrar mejor los bienes perecederos de esta vida ganando amigos para la eterna. Para vivir como hijos de la luz, como hijos de Dios, hemos de ser hermanos de los demás; algo imposible para el que vive al servicio del dinero, excluyendo a los otros. El afán de dinero es la raíz de todos los males, dice san Pablo (ITim 6,10). De ahí brotan la explotación del hombre por el hombre, la pobreza, incultura y subdesarrollo de unos frente al despilfarro y opulencia de otros, así como las rivalidades, odios y guerras entre todos. ¿Qué hacer para un uso acertado y seguro de material tan explosivo como es el dinero? ¿Renunciar al mismo y hacernos pobres de solemnidad por amor a la "hermana pobreza", como san Francisco de Asís? ¿Cruzarnos de brazos y abandonarnos perezosamente a la providencia de Dios? Hoy Jesús nos señala otro camino: Invertir el dinero y los bienes que tengamos, pocos o muchos, en los hermanos, especialmente en los pobres, colocando nuestros haberes en el banco del amor y no en el del egoísmo, porque sólo el primero reditúa para la vida eterna. Si no convertimos nuestro corazón a los criterios de Jesús sobre el dinero, los bienes y la riqueza, renunciemos a ser cristianos. No valemos para ello, aunque aparentemos llevar una vida piadosa y cultualmente observante. Oh Señor, bendito seas por el aviso que hoy das a tus hijos queridos, los hijos de la luz, para que despertemos las enormes energías 639

del Reino, sin ceder al cansancio y la rutina. Muchas veces no actuamos como discípulos de Cristo porque nos vence la comodidad y el abstencionismo. Señor, ten compasión de nosotros y perdónanos. Enséñanos a usar los bienes perecederos de esta vida, inviniéndolos en los hermanos y ganándonos amigos en las moradas eternas; así no perderemos las inmensas riquezas de tu Reino.

Sábado: Trigésima primera Semana Le 16,9-15: Buen uso del dinero.

DIOS Y EL DINERO 1. Ganarse amigos con el dinero. El evangelio de hoy contiene tres aplicaciones que, en boca de Jesús, se desprenden de la parábola del administrador infiel que vimos ayer. Las tres se refieren a la actitud ante el dinero y al buen uso del mismo. 1 .a "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas". Es un pasaje difícil que podría explicarse así: Usad bien el dinero que tenéis, a fin de asegurar vuestra situación en la última hora; y recordad que el dinero es "injusto", porque suele impulsar a las personas hacia la falta de honradez o ser fruto de la misma. Entonces, cuando fallen los bienes terrenos, seréis bien recibidos en el reino de Dios. Es una invitación al buen uso y sabia inversión del dinero mediante el empleo altruista y religioso del mismo. 2.a "El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar... Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?" Esta segunda aplicación, a base del paralelismo antitético entre menudo e importante, vil dinero y lo que vale de veras, ajeno y propio, sitúa el acento, no en la era escatológica como la primera, sino en la fidelidad cotidiana. Dios nos ha confiado lo menudo, es decir, los bienes de la tierra. Hemos de ser buenos administradores de este depósito según la voluntad de su dueño, empleándolo no sólo en nuestro provecho, sino también en el servicio de los demás. Entonces Dios nos confiará y dará lo que vale de veras: el Reino. 3.a "Nadie puede servir a dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero". Esta tercera aplicación es un dicho de Jesús, que Lucas comparte con Mateo (6,24). En el dilema el verbo servir, siguiendo la tradición bíblica, tiene aquí sabor cultual. El que adora al Dios verdadero y 640

ama a sus hermanos no puede hacer de la riqueza la meta de su vida. Si el dinero y los bienes no nos valen para "ganar amigos" poniéndolos al servicio de los demás, se convierten en un ídolo incompatible con Dios. 2. Incompatibilidad evangélica. Desviar los avisos de Jesús sobre el dinero exclusivamente hacia los ricos de hecho es una trampa que reduce el campo de un mensaje que es para todos; pues el peligro de rendir culto al dinero lo tenemos todos con nuestras apetencias de rico. El dinero es un dios que tiene altar y banco en casi todos los corazones, lo mismo en el rico que en el pobre, en el adulto realista que en el joven idealista. El dinero es un ídolo tirano que, además de esclavizarnos personalmente, nos insensibiliza ante las necesidades de los demás, a quienes hace ver como mercancía y no como hermanos. El dinero es un ídolo engañoso, voraz y excluyente, que pide sacrificarlo todo en su altar: principios morales y honradez personal, sentimientos y afectos, sentido religioso, fraternidad y solidaridad a todos los niveles; más aún: hasta la salud y la vida de sus adoradores. Además, con frecuencia, sus aliados son la injusticia, la opresión y la explotación de los demás. Por todo ello el poderoso y nefasto caballero que es Don Dinero, ante quien se abren todas las puertas, suele crear incompatibilidad evangélica con el Señor Dios. Jesús ya lo sabía; de ahí la alternativa que nos plantea: Dios o el dinero. Es un dilema excluyente, una disyuntiva inconciliable. Hemos de optar por el reino de Dios y su justicia o por el vil dinero y su injusticia, porque donde esté nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón (Mt 6,21). No obstante, a pesar de las serias reservas de Cristo al dinero y la riqueza, que Lucas se complace en reseñar una y otra vez, Jesús no los condena en sí mismos, sino su mal uso. El dinero y los bienes que con él se adquieren tienen entidad y sentido en la medida en que están al servicio del hombre, de su familia y de la sociedad, posibilitando así el desarrollo y el bienestar que Dios quiere para todos sus hijos. Usarlos así es ser buen administrador de los mismos. Al final del texto evangélico de hoy se dice que "oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de Jesús". No faltará quien lo haga hoy también, aquellos a quienes ciega y tiene bien amarrados el dios dinero, quizá nosotros mismos, que alimentamos una secreta idolatría monetaria. Pues bien, si el dinero es lo primero en nuestra vida, no somos discípulos de Cristo, quien siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza y proclamó bienaventurados a los pobres. Señor Jesús, que siendo rico te hiciste pobre para enriquecernos a todos con tu pobreza, 641

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la redacción de los evangelios; situación de crisis, frecuente por lo demás en la vida de cualquiera. No es un tópico decir que corren tiempos difíciles para la fe, "tiempos recios", como decía santa Teresa de Ávila hace siglos. Nunca ha sido fácil creer de verdad, pero la duda y la inseguridad parecen ser hoy un elemento del esquema existencial de muchos; hoy, cuando han caído tantos apoyos sociológicos de una fe tradicional o heredada y hay menos condicionamientos ambientales y menos tabúes sociales, resulta más difícil creer. Y no sólo hay crisis de fe religiosa; también humana. La reluctancia a creer se hace extensiva contra todo programa social, político y económico. Surge el desencanto, el escepticismo y la indiferencia, tanto en los adultos como, sobre todo, en las nuevas generaciones. Entonces brota en el corazón la indignación ante la injusticia y clamamos doloridos: ¿Hasta cuándo, Señor?; o bien pedimos con los apóstoles: Señor, auméntanos la fe. Pero ¿en qué consiste la fe?

1. Tiempos "recios" para la fe. El texto evangélico de hoy reúne fragmentos inconexos que parecen formar parte de un discurso de Jesús sobre las condiciones para entrar y vivir en la comunidad del Reino. Contiene estos tres temas: 1) El escándalo causado a los hermanos más débiles: "Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una rueda de molino y lo arrojasen al mar". 2) Perdón fraterno ilimitado: "Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: 'lo siento', lo perdonarás". 3) El poder de la fe. Sobre el escándalo ajeno y propio y sobre el perdón fraterno hemos reflexionado en otra ocasión (comentando a Marcos 9,40ss y a Mateo 18,21ss, respectivamente). Fijamos ahora nuestra atención en el tercer tema: el poder de la fe. A la petición de los apóstoles: "Auméntanos la fe", Jesús no responde directamente ni les enseña una táctica de conquista. Sólo dice: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y os obedecería". Exageración intencionada. La condición "si" es lo que limita el poder de la utopía. Los discípulos piden cantidad, pero Jesús habla de calidad; bastaría un poquito de fe, con tal que fuera auténtica. "Fe" es palabra muy corta en letras, pero muy larga en significado y alcance; similar a otros dos monosílabos: sí y no, que pueden decidir toda una vida. La súplica de los discípulos responde, sin duda, a una situación vacilante de ellos mismos o de la comunidad cristiana en que se gestó

2. Una fe viva y operante. La fe está más allá de toda definición, porque pertenece a la esfera psíquica de la persona, al entramado y contexto de la experiencia religiosa y personal, al contacto vivencial con Dios en nuestro ser más íntimo. Por todo ello la fe se sitúa en el ámbito de las vivencias y valores como el amor, la amistad, la alegría, la esperanza, el miedo, la confianza en alguien, en una promesa o una palabra dada. "La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve" (Heb 11,1). Ésta es la definición bíblica. La fe en Dios existe realmente y se posee como don suyo al hombre, pero es difícil, y hasta ocioso, el tratar de definirla. Escapa a toda medida física de peso, volumen, longitud y profundidad, para entrar en el nivel del espíritu. Por eso es más fácil saber cada uno si tiene fe, si poca, si mucha, si la ha perdido. Puede parecer desilusionante, pero la fe no nos da ventaja temporal alguna, ni es estatuto de privilegiados, ni droga alienante o anestesia ante la dura realidad, ni talismán mágico para resolver los problemas sin costo adicional. Tampoco es posesión vitalicia, adquirida de una vez para siempre. Puede perderse si no se cuida. Sin embargo, la fe —ese don gratuito de Dios que hemos de pedirle continuamente— lo es todo en nuestra vida de cristianos, porque nos da una luz que todo lo ilumina, porque es optimismo, alegría y fuerza de Dios que nos infunde el temple y el talante de Jesús, todo un estilo nuevo de enfrentarnos a la vida para dar la cara por él. Por eso la fe en Dios no es reaccionaria, sino progresista y constructiva de un mundo mejor, más humano, más justo y más fraterno. Necesitamos tanto una fe viva y operante... Profundicemos y personalicemos más y más nuestra fe mediante la oración, el estudio, la lectura bíblica, la meditación y los grupos de fe para la acción. Y pidamos siempre: ¡Señor, auméntanos la fe!

ayúdanos a mantenemos en la fidelidad cotidiana para que, sirviendo a Dios y no al dinero, puedas confiarnos lo que vale de veras: el Reino. Líbranos, Señor, de la adoración y culto al ídolo tirano, ciego y voraz que es el dinero. Poniendo nuestra meta en los bienes de arriba, nos veremos libres de la obsesión de acumular, y donde está nuestro tesoro: en Dios y en los hermanos, allí estará también centrado nuestro corazón.

Lunes: Trigésima segunda Semana Le 17,1-6: Señor, auméntanos la fe.

SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE

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Gracias, Señor Jesús, porque en el evangelio nos muestras hoy el poder de la fe auténtica. Tú eres, Señor, el interlocutor con quien hablamos, y tú, Jesús, nuestro modelo en el diálogo de la fe. Concédenos siquiera un granito de fe verdadera para dar paso a tus maravillas en nuestra vida, para tener luz, optimismo, fuerza y alegría, para creer de verdad en estos tiempos difíciles. Haz, Señor, que tu ternura despierte nuestra fe y concédenos la calidad y el empuje que tú quieres. ¡Señor, creemos, pero aumenta nuestra fe!

Martes: Trigésima segunda Semana Le 17,7-10: Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

EL SALARIO DEL SERVIDOR 1. Somos humildes servidores. El evangelio de este día contiene la parábola lucana del salario del servidor. En su redacción actual está dirigida por Cristo a sus discípulos para enseñarnos la humilde renuncia a la autojusticia farisaica en el servicio a Dios y a la comunidad de los hermanos. Pero es probable que, en su origen, fuera dicha por Jesús para censurar a los fariseos que creían tener derechos sobre Dios. Los fariseos, es decir, los creyentes que sopesan sus propios méritos y quieren hacer valer sus derechos ante Dios, en realidad no pasan de ser unos siervos inútiles, incapaces de hacer algo meritorio por sí mismos. A esta actitud mercantilista de contabilidad espiritual, basada en un espíritu legalista, es decir, en la ley del premio al mérito, opone Jesús tácitamente otra actitud: la de la amistad servicial y desinteresada, basada en la confianza incondicional en Dios. El auténtico discípulo de Cristo, quien vino a servir y no a ser servido, sabe muy bien de quién se ha fiado y en qué manos generosas está su recompensa. Es lo que decía el apóstol Pablo al final de su vida entregada al evangelio. Como el fariseo de otra parábola, no aprobaremos el examen de Dios si preferimos la seguridad de la ley escrita a la aventura del amor sin cálculos, la contabilidad del mérito a la fragilidad humana. Porque a Dios no le gusta la actitud mercantil en aquellos que le sirven. Para él están de más los contratos salariales y los convenios laborales. Ese no es el cristianismo que fundó Jesús: la religión del sí total. "Cuando 644

hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer". Jesús dijo también: El que quiera ser el primero entre vosotros, que se haga el último y el servidor de todos. Nuestro principal título de gloria consistirá, pues, en ser esmerados servidores de Dios y de los hermanos. 2. No queramos pasar factura a Dios. Para Dios no cuenta nuestro sentido utilitarista de la eficacia ni nuestros haremos de justicia laboral, que establecen perfecta actuación entre prestación y salario, categoría y sueldo. Así lo explicó Jesús en la parábola de los obreros en la viña (Mt 20,lss). Nuestra vida cristiana no se puede estructurar sobre una contabilidad de haber/debe respecto de Dios —siempre saldríamos perdiendo—, sino sobre su don y su gracia que nos preceden en toda ocasión. Pero también es verdad que el Señor espera nuestra respuesta agradecida, nuestra colaboración libre y responsable. Y ése es nuestro gozo y nuestra gloria de fieles servidores: el que Dios y Cristo hayan querido "necesitar" nuestra colaboración. Humildes servidores, pero no inútiles. Dios debe sonreírse bonachonamente ante los dígitos de nuestras calculadoras del mérito religioso. Estar bautizados, ser cristianos, pertenecer a la Iglesia, cumplir nuestros deberes religiosos para con Dios y los hermanos, vivir la moral cristiana no da derechos adquiridos ni nos hace mejores que los demás. A lo sumo, "hemos hecho lo mandado". Y es absurdo que un buen hijo piense que su padre le debe algo porque ha hecho lo mandado; es además feo que exija un pago a su obediencia. Si reflexiona, caerá en la cuenta de que tal actitud huelga, pues su recompensa está asegurada. Dios no hace injusticia a nadie. Él es amor gratuito, pero no injusto ni desagradecido. Hoy es ocasión de examinarnos sobre nuestra motivación religiosa fundamental: ¿Es el amor gratuito a Dios y a los hermanos, o bien el amor y el servicio interesados? ¿Por cuál de estos motivos nos guiamos en la práctica religiosa, en nuestra conducta moral y en las relaciones con los demás? Probablemente necesitamos una conversión profunda para llevar una vida digna del evangelio de Cristo. Aunque Dios nos trata como amigos y nos sienta a su mesa a compartir el pan de la eucaristía que es el cuerpo de Cristo, en realidad no podemos exigir más que ser tratados como sus humildes servidores. Este es nuestro título de gloria; lo demás es amor gratuito del Señor para con nosotros. Hora de la tarde, / fin de las labores. Amo de las viñas, /paga los trabajos de tus viñadores. 645

Al romper el día, / nos apalabraste. Cuidamos tu viña / del alba a la tarde. Ahora que nos pagas, / nos lo das de balde, que a jornal de gloria / no hay trabajo grande. Das al vespertino / lo que al mañanero. Son tuyas las horas ¡y tuyo el viñedo. A lo que sembramos / dale crecimiento. Tú que eres la viña, / cuida los sarmientos. (Liturgia de las horas)

Miércoles: Trigésima segunda Semana Le 17,11 • 19: Los diez leprosos.

AGRADECER ES DE BIEN NACIDOS 1. ¿Dónde están los otros nueve? La escena evangélica de hoy es también exclusiva de Lucas, que siente predilección por los marginados. El relato de la curación de diez leprosos por Jesús es un canto a la fe agradecida de uno solo de ellos, que alcanza la salvación plena porque sabe responder a la gratuidad de Dios. Jesús está de camino hacia Jerusalén, y cuando iba a entrar en un pueblo le salieron al encuentro diez leprosos, que de lejos le gritaban: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. De ellos, nueve eran judíos y uno samaritano; la desgracia los unía. Jesús les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. A éstos competía declararlos libres de la lepra y reintegrarlos a la comunidad del pueblo elegido. Los leprosos necesitaron fiarse de la palabra de Cristo, porque su curación no fue instantánea, a diferencia de otro leproso curado por contacto (Me l,40ss; Mt 8,lss). Mientras iban de camino, se sintieron limpios de la lepra. Y uno de ellos, el samaritano precisamente, se volvió, alabando a Dios a grandes gritos y se echó a los pies de Jesús dándole gracias. ¿Volvió el samaritano porque no le obligaba la ley judía de presentarse al sacerdote, como a los otros nueve? Sería desvirtuar su gesto, que Jesús encarece como acto de gloria a Dios: "¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado". 646

La lepra aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento como símbolo y efecto del pecado. Según la ley mosaica, el leproso —entendiendo bajo el nombre de lepra diversas enfermedades de la piel— era un marginado social y religioso, un herido por Dios, un excluido de las promesas de salvación hechas al pueblo elegido, un paria intocable (Lev 13). Por eso el milagro de Cristo rebasó el significado de la mera curación para situarse en el nivel de la salvación de Dios que libera al hombre integralmente. La verdad es que de los diez curados sólo uno, que además de marginado por leproso lo era también por samaritano, es decir, por cuasi hereje y excomulgado, fue quien alcanzó la salvación en plenitud y no solamente la sanación física. Todo gracias a su apertura a la gratuidad del amor de Dios, que él sabe agradecer; en definitiva, gracias a su fe, como le dice Jesús: Tu fe te ha salvado. 2. Agradecer la gratuidad de Dios. En esos nueve que no vuelven a dar gloria a Dios están reflejados muchos cristianos que no fomentan el espíritu de agradecimiento ni frecuentan la oración de alabanza a Dios por lo mucho que de él reciben. Adictos quizá a la contabilidad espiritual mercantilista —como veíamos ayer—, incluso al escrúpulo y a la minucia, viven en una actitud cerrada sobre ellos mismos, sin horizonte y sin apertura a la gratuidad de Dios y al amor de los hermanos. Estos tales olvidan que la eucaristía, la misa, es la perenne acción cristiana de gracias por definición y por excelencia; pero, sobre todo, olvidan que la salvación del hombre es siempre iniciativa de Dios, quien empieza por darnos amor gratuito en abundancia a través de su hijo Cristo Jesús. A nosotros no nos toca más que agradecer como bien nacidos y responder a Dios con la misma moneda: amándole a él y a los hermanos y fiándonos plenamente de su ternura de Padre. En contra de lo que pensaban los judíos, y todavía piensan algunos cristianos, la salvación de Dios por Cristo es gratuita y para todos; no se vincula a un determinado pueblo, religión, raza o herencia familiar. Jesús no se cansó de repetirlo en numerosas parábolas que hablan de la gratuidad de Dios, como la de los obreros en la viña, la de los invitados a la boda o la de los dos hijos enviados a la viña por su padre. Y san Pablo insistió machaconamente en que para Dios no hay judíos ni griegos, esclavos ni libres, sino hijos suyos, que son todos los hombres. Todo el que en medio de un mundo pluralista cree en Dios, lo busca y lo sirve con sincero corazón, se salvará. Para Dios no hay élites ni ghettos. No nos salva la mera y fácil pertenencia socio-religiosa a la Iglesia, sino la respuesta a Dios en la fe y la fidelidad cotidiana que se expresa en el seguimiento de los valores del Reino, por ejemplo las bienaventuranzas. Y como no podemos reducir el cristianismo a un ritualismo 647

estéril, ni siquiera la práctica religiosa y sacramental nos asegura y conquista la salvación, si no es expresión de una adhesión personal a Cristo y su mensaje y si no se transvasa a la vida diaria. Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos, mostró su predilección por todos los marginados y cambió el llanto de los pobres en cantos de liberación. Encareciendo el gesto del leproso samaritano, nos enseña Jesús a creer en ti y agradecer tus dones. Señor, estamos deformados como leprosos debido a nuestro orgullo, ansia de dominio, egoísmo y desamor; pero una palabra tuya bastará para sanarnos. Líbranos, Señor, del espíritu mezquino y mercantil que contabiliza supuestos méritos de buena conducta, confinando la salvación de Dios a cotos privados. Cúranos del ritualismo estéril e introdúcenos en tu Reino.

Jueves: Trigésima segunda Semana Le 17,20-25: El reino de Dios está dentro de vosotros.

EL REINO ESTÁ DENTRO DE VOSOTROS El evangelio de hoy tiene dos partes. En la primera responde Jesús a la pregunta sobre el cuándo de la venida del reino de Dios; y en la segunda inicia el tema del día del Hijo del hombre, que se continuará en el evangelio de mañana. 1. Los signos menos esperados. Una de las cuestiones religiosas que más afloraban en la época de Jesús era el cuándo y los signos de la llegada del reino de Dios, que se identificaba con el reino de su mesías. En el ambiente flotaba la expectación de una manifestación divina inminente y decisiva en favor de Israel (Le 19,11). Pero ¿dónde y cómo descubrirla? De ahí la pregunta de los fariseos a Jesús con que se abre el evangelio de hoy: ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios? Cristo comenzó su anuncio de la buena noticia proclamando abiertamente la presencia del reino de Dios en su persona y obra; por eso urgía la conversión al mismo. ¿Los signos del Reino? No eran precisamente los esperados por los judíos: fuerza espectacular y poder político 648

avasallador, que aplastaría a los romanos opresores y establecería en todo su esplendor el reino de David. Más bien, todo lo contrario. Los signos del reino de Dios, según Jesús, son pobreza y humildad, solidaridad con los pobres, curación de los enfermos, liberación de la mujer, nueva religión en espíritu y en verdad, nuevo templo en su persona y, sobre todo, pasión y muerte del mesías. ¡Algo desconcertante! Por eso, respondiendo a los fariseos, insiste hoy Jesús en que "el reino de Dios no vendrá espectacularmente, porque está dentro de vosotros (o "en medio de vosotros", según otras traducciones del original griego: entós hymón). El reino de Dios está ciertamente dentro de los que cumplen la voluntad del Padre, porque ése es el camino de la realización de su reinado, como nos enseñó Jesús en el padrenuestro. Como para el mesías antes de su triunfo, también para sus discípulos vendrán días de tribulación en que desearán el retorno de Cristo. Pero no lo verán, porque aún no es el día señalado para su manifestación gloriosa ante todos los pueblos, y no sólo el judío. Cuando esto suceda, todos lo verán sin lugar a dudas sobre el auténtico mesías y su Reino, porque "como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día". 2. Las etapas del Reino. Según Cristo, el reino de Dios no es accesible a través de la observancia de la ley mosaica ni se identifica con los portentos y prodigios de la apocalíptica tradicional judía que gratifican los evangelios sinópticos. La plena manifestación del Reino en el día mesiánico no llegará hasta un futuro imprevisible, pero su presencia es ya un hecho en medio del mundo y de los hombres. La historia de la salvación humana por Dios mediante su remado puede dividirse, según Lucas, en estas etapas: 1.a Una preparación que culmina en Juan el Bautista: "La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la buena nueva del reino de Dios" (16,16). 2.a La persona de Jesús, cuya vida y mensaje proclaman e inauguran ya el Reino. 3.a Reinado del Espíritu en el tiempo de la Iglesia, como demuestran los Hechos de los Apóstoles. 4.a Futura y plena manifestación del Reino en el gran día mesiánico de Cristo. Mientras llega ese día, la Iglesia participa del misterio pascual de Jesús: cruz, muerte y resurrección. El gran futuro y el día final de la manifestación mesiánica del Reino glorioso que esperamos para los últimos días ha comenzado ya en la muerte y resurrección de Cristo. Él recapituló en sí mismo toda la creación y la historia de la humanidad, de las que fue constituido señor y salvador por el Padre Dios. De ahí que Jesús afirme: "El reino de Dios está ya dentro de vosotros". Ésta es la verdad clave que relativiza la pregunta escatológica y los signos de la apocalíptica antigua y moderna. Dios está viniendo sin cesar a la historia humana y a nuestra vida 649

personal y eclesial. El tiempo humano y el de los años están enteramente en sus manos. Mas para saber leer los signos de su presencia necesitamos la fe como participación de la sabiduría admirable de Dios (de la que la primera lectura —Sab 7,22ss: año impar— enumera hasta veintiún atributos, número bíblico perfecto por doble partida: tres veces siete). En todo caso, el reino de Dios no es mera presencia inmanente del Espíritu. Tiene una proyección tanto interna como externa y pide nuestra respuesta y compromiso personal mediante la conversión efectiva al mismo. Hoy te alabamos, Padre, porque Jesús nos dijo que tu Reino se encuentra ya entre nosotros como semilla de amor y de esperanza en nuestra vida, como fermento de la transformación humana y cósmica que arranca de la muerte y resurrección de Cristo. Gracias, Señor, porque tu Reino es para tus hijos paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo. Danos tu sabiduría, la ciencia y la visión de la fe, para captar los signos de la presencia de tu Reino; y ayúdanos, Señor, a cumplir tu voluntad fielmente para que tu reinado sea fecundo en nosotros. Amén.

Viernes: Trigésima segunda Semana Le 17,26-37: El día del Hijo del hombre.

EL GRAN DÍA MESIÁNICO 1. A la hora inesperada. Continuando el tema iniciado ayer, Jesús habla en el evangelio de hoy del "día del Hijo del hombre", es decir, de su venida última. Lucas, a diferencia de Mateo y Marcos, ha mantenido por separado dos tradiciones orales primitivas, referentes una a la caída de Jerusalén y otra al fin del mundo, en que tendrá lugar el retorno glorioso de Cristo como señor y juez. Vuelta que los sinópticos designan con la expresión profética viejotestamentaria "día del Hijo del hombre" y san Pablo llama "parusía", término del lenguaje helenístico. El texto evangélico de hoy acentúa un aspecto de ese día del Hijo del hombre: el juicio, cuya característica es la sorpresa de lo inesperado. 650

Para expresar esto, Jesús se remite a dos comparaciones históricas. Lo mismo que la gente vivía despreocupada del fin que les aguardaba cuando el diluvio en tiempos de Noé y cuando la destrucción de Sodoma en tiempos de Lot, así sucederá en el día del Hijo del hombre. Como entonces, también hoy los hombres viven inmersos en las realidades temporales que absorben su atención por completo: subsistencia diaria, familia, negocios, dinero y placer. Dios está ausente de su horizonte, pero un día se manifestará repentinamente con su juicio. Entonces quedará patente el verdadero valor de la existencia humana y, sobre todo, lo que hay en el fondo de cada uno y su conducta. Hasta el punto que será muy dispar la suerte de dos que viven y trabajan juntos, compartiendo los mismos afanes, aunque no las mismas actitudes ante Dios. 2. Siempre preparados. Al oír a Jesús, los discípulos le preguntaron dónde tendría lugar ese juicio de Dios. Según Cristo, el dónde de esa venida definitiva del Señor para cada uno no tiene mucha más importancia que el cuándo, como respondía ayer a los fariseos. "Donde esté el cadáver se reunirán los buitres". Con este proverbio viene a decir Jesús que el juicio de Dios tendrá lugar dondequiera esté uno. El cuándo, el cómo y el dónde del día del Señor son secundarios; lo que importa es estar siempre preparados, como enseñan las parábolas de la vigilancia. La llamada de Cristo a su seguimiento requiere una disponibilidad total, viviendo desinstalados y desprendidos de todo lo que uno posee y usa. Tratándose de Dios y de su Reino, no sirve mirar atrás como hizo la mujer de Lot al salir de Sodoma; eso fue su perdición, pues se convirtió en estatua de sal. Cuando Dios llama no hay que volver sobre los propios pasos a recoger pertenencias que no valen ni salvan al hombre. La vida y la historia humanas siguen como si nada germinara dentro de ellas; pero ahí está ya la semilla y el fermento del Reino, que sólo perciben los que saben "perder" su vida, entregándola a Dios y a los hermanos, para recobrarla definitivamente. Lo que cuenta es la decisión personal de cada día para saber aprovechar el tiempo presente. Solamente así será verdad que el reino de Dios está ya dentro de nosotros. 3. La espera del día del Señor no ha de ser motivo de angustia neurótica ni de temor paralizante, sino estímulo en el cumplimiento de la misión que cada uno ha recibido de Dios. La mejor manera de estar preparados para su encuentro es hacer confluir en nuestra vida la esperanza y el esfuerzo, el futuro y el presente de la fe, la vigilancia escatológica y el trabajo diario. En la segunda carta del apóstol san Pedro se exhorta a los fieles a esperar y apresurar la venida del Señor (3,12s). Pensamiento alentador 651

y estimulante: está en nuestras manos acelerar el ritmo del advenimiento de ese mundo que esperamos en que habite la justicia. Es decir, según el concepto bíblico de justicia, hemos de propiciar un mundo en que el reinado de la voluntad de Dios, la plena fidelidad evangélica, el espíritu de las bienaventuranzas y la hermandad universal bajo nuestro Padre común sean realidad esplendorosa. La condición previa es hacer presente la fidelidad del Reino con nuestra conducta irreprochable, animados por el amor de la espera y ocupados en servir a Dios y a los hermanos. El futuro soñado y maravilloso puede ser realidad ya desde ahora en nuestro bajo mundo, con tal que mejoremos el presente, aplicando el hombro a la tarea; porque en el presente está el germen del futuro. Pero no olvidemos que el alumbramiento de una humanidad y un mundo nuevos no es fruto automático de la máquina del tiempo ni de revoluciones estructurales, sino de la conversión de las personas. Éste es el primer presupuesto para el cambio social y eclesial. Bendito seas, Señor Dios y Padre de todos, porque en nuestro mundo y nuestras vidas pequeñas está ya actuando la semilla eficaz de tu Reino y porque el juicio que tendrá lugar en el día de Cristo es nueva creación, destrucción del pecado y de la muerte, y salvación para quienes viven la fidelidad cotidiana. Enséñanos a relativizar todo lo que no eres tú, a fin de vivir disponibles para ti y los hermanos. Y ayúdanos, Señor, a hacer confluir en nuestra vida el futuro y el presente, la esperanza y desfuerzo, para acelerar el día glorioso de tu venida. Amén.

Sábado: Trigésima segunda Semana Le 18,1 -8: El juez corrupto y la viuda suplicante.

LA ORACIÓN ES FE EN EJERCICIO 1. ¿Sirve para algo el rezar? "Para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, Jesús les propuso una parábola": la del juez corrupto y la viuda suplicante. Así empieza el evangelio de hoy. La conclusión de la parábola es clara: Si un juez que deja tanto que desear porque es un perfecto sinvergüenza, que ni teme a Dios ni 652

a los hombres, acaba haciendo justicia a una pobre viuda que le importuna tenazmente, cuánto más Dios, que es santo y justo, atenderá la oración insistente de sus hijos. Una pregunta frecuente en el hombre actual respecto de la oración es si orar sirve para algo. La respuesta de muchos que entienden la oración tan sólo como "pedir favores a Dios" es, simplemente, para nada. Efectivamente, la oración es inútil para conseguir de un Dios paternalista y tapagujeros lo que es deber nuestro y está en nuestras manos realizar. La oración no es para eso. Pedir favores a Dios: salud y felicidad, éxito en los negocios y buenas cosechas, felicidad y seguridad, etc., no es la única finalidad, la razón de ser y el constitutivo de la oración. Acentuar unilateralmente estos aspectos es medir utilitaria y egoístamente la función de la oración cristiana, es olvidar que ésta es ejercicio de fe y expresión de religión en espíritu y en verdad. Por tanto, no se la puede confinar al ámbito de la magia y de la superstición, empeñadas en servirse de Dios en vez de servirle a él y a su Reino. Todo eso sería deformación caricaturesca de la oración. Cuando Jesús nos enseñó el padrenuestro, por ejemplo, dedicó la primera parte del mismo a pedir "para Dios" nuestro Padre la santificación de su nombre y la manifestación de su Reino mediante el cumplimiento de su voluntad por nuestra parte. Y entre las peticiones de la segunda parte, "para nosotros", tan sólo una tiene carácter material, y no del todo: el pan de cada día, junto con el pan de la palabra y de la eucaristía. El resto es pedir su perdón, condicionado al que nosotros otorgamos; nuestra fidelidad en las tentaciones y en la gran prueba final, junto con la victoria sobre el mal y el maligno. 2. La oración es fe en ejercicio. Trátese de la práctica o de la eficacia de la oración, el problema de la misma es cuestión de fe. Es la plegaria perseverante y sostenida por la confianza que da la fe la que nos consigue el favor de Dios. El clamor de la plegaria continúa el grito de la fe de tantos que suplicaron a Jesús por los caminos de Palestina. Jesús lo dijo: Basta que tengamos un granito de fe. La oración, cuando es auténtica como la que Jesús nos enseñó y practicó, brota de una fe viva, la expresa y la alimenta. Toda nuestra vida cristiana ha de ser oración y diálogo con Dios a nivel personal y familiar, comunitario y eclesial. Es la oración el clima apropiado, la temperatura ambiente ideal para que funcione bien y a tope nuestro ordenador espiritual. Por todo esto necesitamos la oración, que si se realiza con fe es siempre eficaz porque Dios nos dará su Espíritu Santo (Le 11,13), que nos hace hijos de Dios y hermanos de los demás hombres. Es el Espíritu quien nos hace más creyentes y más humanos, más sinceros ante Dios y mejores por dentro, más fuertes en nuestra debilidad y más personas, 653

más alegres y generosos, más esperanzados y dinámicos, más profundos y transparentes. Todo ello porque entramos en contacto con la fuente de la vida, que es Dios mismo. Nuestro Padre no nos abandonará en medio de las mayores dificultades, miedos, depresiones, soledad y desengaños. He aquí la auténtica eficacia de la oración hecha con fe. Conscientes de que no sabemos orar en profundidad, hemos de escuchar al Espíritu de Cristo que habita en nosotros y nos da la seguridad de ser hijos de Dios con la confianza suficiente para llamarle Padre. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inexpresables" (Rom 8,26). Por eso, a veces, rezar no es más que abandonarse al Espíritu. La oración no es un monólogo consigo mismo, sino un diálogo de fe en ejercicio y en conversación con el todo Otro. Orar es hacer con Jesús y como Jesús, modelo supremo de toda oración cristiana, la experiencia gratuita y no utilitaria de Dios. Tal como lo expresa el padrenuestro. Dios Padre nuestro, Dios fiel a tus promesas, que no defraudas al que te suplica con fe, escucha el grito ardiente de nuestra plegaria. Reconocemos, Señor, que no sabemos orar en profundidad. Danos el Espíritu de Cristo que nos enseñe a rezarte. Te presentamos nuestro mundo que gime bajo el peso de la increencia y de la desesperanza. Cuando el cansancio y el desánimo nos ronden, danos tu fuerza, tu luz, tu verdad y tu alegría para seguir firmes en la fe hasta el día de Cristo. Amén.

Lunes: Trigésima tercera Semana Le 18,35-43: Ei ciego de Jericó.

LOS OJOS DE LA FE 1. Fe y seguimiento de Cristo. Lucas sitúa a la entrada de Jericó la curación de un ciego, cuyo nombre conocemos por Marcos; se llamaba Bartimeo (Me 10,46). Jesús está ya casi al final de su camino de subida a Jerusalén, que tanto relieve cobra en el evangelio de Lucas. Tanto en 654

Marcos como en Lucas el hecho sucede después del tercer anuncio del mesías paciente. Los discípulos no acaban de comprender esta visión nueva del mesías y las condiciones del seguimiento de Jesús (Le 18,34). Están ciegos y necesitan la luz de la fe para vencer su ceguera espiritual. Es lo que parece querer insinuar Lucas con el relato del ciego Bartimeo. Después de su curación, dice el evangelista que Bartimeo siguió a Jesús glorificando a Dios. Fe y seguimiento son dos conceptos fundamentales en este episodio. La primera comunidad cristiana vio en el mismo el esquema básico de una catequesis bautismal o de iniciación a la fe y al seguimiento de Cristo. Antes de abrir sus ojos a la iluminación del bautismo, es decir, a la luz de la fe, el catecúmeno debe recorrer las etapas del ciego de Jericó: 1) Presentir la presencia de Dios en los acontecimientos; 2) vencer los obstáculos que le presenta el mundo que lo rodea y quiere silenciar su pregunta por Dios (muchos le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte); 3) romper con su pasado despojándose del hombre viejo (soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús; 4) comprometerse a fondo en el diálogo con Dios (¿Qué quieres...? Que vea, Señor); 5) contacto con Cristo mediante la visión nueva de la fe (Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. Recobra la vista, tu fe te ha curado); 6) finalmente, seguir a Cristo como testigo de su Reino (lo siguió glorificando a Dios). El mesías, el hijo de David, que está a punto de entrar en su ciudad, Jerusalén, no rehusa atender a un pobre ciego que pide limosna al borde del camino, porque Jesús no ha venido a ser servido, sino para hacerse el servidor de todos. Ser peregrino del Reino con Cristo en su viaje a la ciudad que mata a los profetas requiere seguirlo paso a paso por el camino de la renuncia y de la cruz hasta la gloria de la resurrección. Este seguimiento resume toda la vida cristiana. 2. Los ojos nuevos de la fe. Mas para eso hemos de superar un serio obstáculo: como en el caso de Bartimeo, necesitamos creer para liberarnos de nuestra ceguera innata. Del hecho evangélico de hoy se concluye que una fe que es capaz de curar la invidencia no es ella misma ciega, sino todo lo contrario: es luz que ilumina la vida y el camino de cualquier hombre o mujer. Ni la fe cristiana ni la obediencia religiosa son abdicación de la racionalidad y de la responsabilidad personal. Sí son ciegos, en cambio, el fanatismo, que es la antítesis de la fe, y el egoísmo, que es lo contrario del amor. Como una prueba experimental de lo dicho se nos ofrece la vida de muchos testigos del evangelio, hombres y mujeres convertidos a Dios y al servicio de los hermanos que hicieron en su vida la estremecedora experiencia de Dios, de forma chocante y repentina algunos, o de modo lento y paulatino los más; al estilo de san Pablo unos, y al de san Agustín otros. Porque creyeron en Jesús a fondo perdido y se fiaron 655

totalmente de Dios, lo "vieron", lo entendieron de verdad y siguieron a Cristo. La fe equivale a estrenar ojos nuevos, como el ciego Bartimeo, para ver la vida, el mundo, las personas y las cosas desde Dios, para iluminar y dar sentido a la existencia individual y comunitaria, para entender la realidad personal, familiar y social, incluso cuando no se les vería ya sentido ni valor alguno. Por ejemplo, la fe ilumina para saber si desconfiar del otro o tenderle la mano, si romper con el cónyuge infiel o perdonarlo, si divorciarse o mantener el matrimonio desenmascarando los motivos egoístas, si aprobar y procurar un aborto o decidirse por la vida, si ejercer la autoridad con poder y dominio o más bien como servicio; en definitiva, si hemos de ignorar al hermano o aceptarlo y amarlo como es. Para concluir, que esté siempre en nuestros labios y nuestro corazón la súplica del ciego del evangelio: Señor, que yo vea; que te vea presente en el curso de la vida y en los hombres mis hermanos, especialmente en los más pobres y marginados, para descubrir así los signos constantes de tu presencia y de tu llamada. Te bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo que en Jericó tuvo lástima del ciego del camino, imagen de la humanidad necesitada de tu luz. Hacemos nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenazan nuestras supuestas seguridades. Haz, Señor, que tu amor despierte nuestra fe curando nuestra ceguera, para poder verlo todo con los ojos nuevos de la fe: los criterios de Jesús. Así lo seguiremos impubados por la fuerza de tu ternura, como hombres y mujeres nuevos, guiados por tu Espíritu.

Martes: Trigésima tercera Semana Le 19,1-10: Conversión de Zaqueo.

UNA CONVERSIÓN MUY SONADA 1. La pequeña figura de un gigante. La escena evangélica de hoy se desarrolla en Jericó. Atravesando Jesús la ciudad, la gente se agolpa656

ba en torno a él. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publícanos y rico, quería ver también a Jesús. Pero el gentío se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se subió a una higuera para poder verlo. Pero al pasar, Jesús lo miró y le dijo: Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que hospedarme contigo. Eso no lo esperaba él. Con gran alegría lo recibió en su casa, lo que suscitó la crítica de todos, pues los cobradores de impuestos para los romanos eran tenidos por pecadores públicos. Pero eso no le importaba a Jesús, que había venido a salvar precisamente lo que estaba perdido. Ya en casa, Zaqueo dijo al Señor: La mitad de mis bienes se la voy a dar a los pobres, y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Según la ley mosaica estaba obligado a restituir el total sustraído, más un quinto de la suma (Lev 5,24); si bien la ley romana imponía el cuadruplo. Zaqueo da señales fehacientes de que se ha convertido al bien y a la justicia, a la fraternidad y la solidaridad. Demuestra un cambio total de mentalidad y de conducta, es decir, una conversión auténtica. Su pequeña figura da la talla de un gigante gracias al amor, que lo libera de su egoísmo explotador. Se ha producido una liberación en dos tiempos: búsqueda y conversión. Zaqueo busca afanosamente a Cristo y, una vez que lo encuentra, renuncia a la codicia y a la explotación de los demás, compartiendo generosamente lo que tiene. Por eso dice Jesús: Hoy ha sido la salvación de esta casa. En este "hoy" que pronuncia Jesús al final de su camino hacia Jerusalén, resuena otro "hoy" histórico que proclamó Cristo al comienzo en la sinagoga de Nazaret: "Hoy se cumple esta Escritura", es decir, la salvación de los pecadores y la buena noticia de la liberación de los pobres. 2. Los frutos de la nueva justicia. Jesús aprovechó el gesto inicial de Zaqueo, mezcla de curiosidad infantil, búsqueda e insatisfacción de sí mismo, para consolidar espléndidamente una conversión que él mismo suscitó con su mirada amiga. Así procede Dios, con paciencia y siempre dispuesto al perdón, en el que precisamente manifiesta su omnipotencia un Dios que es amigo de la vida y del hombre. Tal debe ser nuestra actitud y proceder con el hermano que se desvía y peca. Frente al sentido clasista y puritano que suscitó la murmuración contra Jesús porque fue a hospedarse a casa de un pecador, él nos advierte que la comunidad cristiana es también comunidad de pecadores que celebra la misericordia de Dios, y no élite cerrada de santos y piadosos que viven satisfechos de sí mismos. Como en el caso de Zaqueo, lo que agrada a Dios es la conversión a la justicia de su Reino, justicia en pleno sentido bíblico, incluyendo las dos vertientes: la religiosa y la social. O lo que es lo mismo: conversión a la fidelidad para con Dios y con los hombres. Precede primero la gracia divina que nos justifica y nos libera con el don del Espíritu que 657

nos hace hijos del Padre. Esta liberación de Dios, fruto de su justicia que es misericordia y amor, es lo que nos capacita para ser nosotros mismos liberadores de nuestros hermanos. Porque la transformación interior del hombre, que Dios opera en nosotros, ha de proyectarse al exterior en una acción fraternal y liberadora sobre la comunidad humana en que el cristiano vive. Ése es el fruto de la nueva justicia del Reino. Pues Jesús no realizó la salvación del hombre como si ésta fuera sólo para el más allá o al nivel del espíritu solamente. Tanto al principio de su ministerio apostólico, cuando se autoaplicó el texto del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, como después en su respuesta a los enviados del Bautista, Cristo expuso y mostró su plan de liberación integral del hombre, especialmente de los pobres, los preferidos de Dios. De ahí se concluye que la fe, la esperanza y la religión cristianas no son mera utopía o anestesia paralizante, ni opio y droga que adormecen ante las punzadas de la realidad humana, según la acusación marxista al cristianismo. El discípulo de Cristo no detesta al mundo y al hombre, sino la satisfacción egoísta por el momento y situación presentes. Porque el cristiano verdadero sabe que ha de tener el corazón ligero de lastre para la marcha si ha de ser hoy mensajero, centinela y signo de esperanza al servicio del evangelio de la salvación del hombre por Dios. Dios de la misericordia y del cariño abrumador, te bendecimos porque en la conversión de Zaqueo diste pruebas de creer en el hombre a pesar de todo. Nosotros encasillamos fácilmente a los hermanos, pero tú brindas siempre una segunda oportunidad. Por eso tu Reino pertenece a los pobres y los pecadores. En este día tú nos invitas a cada uno de nosotros a dar los frutos de la nueva justicia del Reino. Haz que la brisa de tu ternura oree nuestros corazones con la esperanza y el gusto de tu banquete de fiesta, y concédenos un sitio en tu mesa al lado de Cristo. Amén.

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Miércoles: Trigésima tercera Semana Le 19,11-28: Parábola de las onzas de oro.

AL QUE TIENE SE LE DARÁ 1. Dos parábolas en una. La parábola de las onzas de oro tiene la misma intención que la de los talentos (Mt 25,14ss). "Onza de oro" es una traducción libre del original griego "mina", equivalente a cien dracmas griegas o cien denarios romanos: el salario de cien días de trabajo. A pesar de las diferencias de redacción y desarrollo entre Lucas y Mateo, debidas a la transmisión oral de la parábola antes de ser puesta por escrito, la coincidencia temática es evidente. Un rico señor que se ausenta entrega dinero a sus empleados para que lo hagan redituar. A su vuelta, el amo premia a los diligentes y castiga al perezoso. Se trata de la productividad de los dones de Dios al servicio de su Reino. Parece ser que Lucas ha fundido en una sola dos parábolas distintas en su origen: la de las onzas de oro y la del pretendiente al trono. Esta última parábola aludiría a un hecho concreto que Flavio Josefo consigna en su historia de la Guerra judía. Arquelao, a la muerte de su padre, Herodes el Grande (año 4 a.C), hizo un viaje a Roma para conseguir del César la jurisdicción sobre toda Palestina. Debido a una legación de judíos que le acusaron de crueldad, recibió de Roma el gobierno de tan sólo la mitad del territorio: Judea, Samaría e Idumea; y no con el título de rey, sino de etnarca. A su vuelta de Roma se vengó sangrientamente de sus enemigos. Diez años más tarde, Arquelao era depuesto por los romanos. Mateo coloca la parábola de los talentos en la perspectiva del discurso escatológico de Jesús y bajo el lema de la vigilancia para el tiempo de la Iglesia: Velad porque no sabéis el día ni la hora de la venida del Señor. Lucas, en cambio, tiene una perspectiva más inmediata. Su relato parte de la proximidad de Jesús a Jerusalén, ya al final de su viaje, y de la expectativa popular del reino de Dios como inminente. Con la parábola de las onzas Cristo viene a puntualizar que, antes de la inauguración del reino del mesías, habrá una revuelta contra él (pasión y muerte), a la que seguirá un castigo del pueblo israelita (destrucción de Jerusalén). Si se prefiere ver un acento escatológico también en la parábola de Lucas, habría que explicarla así: Ese hombre noble que se ausenta para hacerse investir de la dignidad real y que a su regreso pide cuentas a sus empleados es el Hijo del hombre, Cristo, que subió al cielo y volverá como rey para el juicio final. Esta interpretación tiene el inconveniente de comparar a Jesús con un hombre codicioso y cruel. 659

2. Sin actitud mercantilista. Según los biblistas es Mateo el que en su parábola de los talentos ha conservado la versión más original de la parábola que nos ocupa. No obstante, tanto Mateo como Lucas concuerdan en la conclusión: "Al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene". Esta afirmación resume perfectamente la parábola. En el juicio último de Dios, el que "tenga", o sea, el que le haya sido fiel en lo poco, en los pequeños servicios de la vida terrena, recibirá una gran recompensa; pero el que no tenga nada, es decir, el que' haya sido infiel y perezoso, será castigado severamente. Tal concepción de la fidelidad necesaria para la salvación última parece, a primera vista, oponerse a la gratuidad de la salvación. Pero en realidad no se trata aquí de gratificar un espíritu ruin y mercantilista respecto de Dios mediante la acumulación de "obras meritorias". Los empleados no ganan su dignidad de tales con su trabajo; espontánea y gratuitamente su señor les ha ofrecido ya antes su confianza. Esta gracia generosa debe, consecuentemente, hacer de ellos no unos perezosos, sino hombres activos y responsables. Enseñanza similar se desprende de la parábola del deudor insolvente, que es perdonado gratuitamente por su amo y que, en justa y noble correspondencia, debiera perdonar a su compañero una minucia. Al no hacerlo pierde el favor gratuito del rey, que le había perdonado una deuda enorme (Mt 18,23ss). Dios empieza siempre dándonos y ofreciéndonos sus dones gratuitamente: amor, amistad, gracia y filiación por Cristo y el Espíritu. Lo que pide de nosotros es una respuesta de hijos bien nacidos. Cuando ésta se da por nuestra parte, hemos hecho lo que teníamos que hacer, sin que por ello podamos pasar factura a Dios ni exigirle la salvación como un "debe" suyo. Pero él no dejará de recompensarnos generosamente, porque ya antes nos ofreció todo gratuitamente. Gracias, Señor Jesús, porque confiaste en nosotros entregándonos los talentos y la responsabilidad del Reino. Con la parábola de hoy nos abres los ojos sobre nuestros pecados de omisión y mediocridad Concédenos tener mucho amor para recibir más amor. Acompáñanos, Señor, con tu Espíritu de creatividad para que, haciendo redituar los talentos que nos diste para el servicio del reino de Dios y de los hermanos, merezcamos en tu venida escuchar de tus labios las palabras dirigidas al servidor fiel y responsable: Entra tú también en el gozo del banquete de tu Señor.

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Jueves: Trigésima tercera Semana Le 19,41-44: Jesús llora sobre Jerusalén.

LÁGRIMAS FECUNDAS 1. El llanto de Jesús. El texto evangélico de hoy es exclusivo de Lucas, aunque presenta semejanzas con otro pasaje suyo que comparte con Mateo: apostrofe de Jesús a Jerusalén (Le 13,34s). El episodio rebosa tristeza amarga en el llanto impotente del Señor: "Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos comprendieras en este día lo que conduce a tu paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te arrasarán con tus hijos dentro porque no reconociste el momento de mi venida". En la predicción de Jesús sobre la ruina de Jerusalén se cumple el vaticinio profético que Cristo hizo suyo: Vuestra casa se os quedará vacía (13,35). El evangelista Lucas es amigo de los contrastes fuertes: bienaventuranzas y maldiciones, rico Epulón y pobre Lázaro, fariseo y publicano... Hoy nos brinda otro. Jesús acaba de entrar triunfante en Jerusalén, pero a continuación llora sobre ella porque sabe muy bien lo que la gente ignora: el significado mesiánico de tal entrada. No le espera el triunfo y el poder político que los judíos se imaginaban, sino la cruz y la muerte. Y al ver la obstinación en que vive la ciudad, llora sobre ella por lo que le sucederá a causa de su crimen: matar al Hijo y enviado de Dios. No se le ahorra a Jesús el desgarrón penoso de todos los profetas al comprobar la frialdad de un pueblo endurecido que no reconoce la visita de Dios en la persona y palabra de su propio Hijo. Jerusalén adquiere así la categoría de símbolo, no sólo del pueblo elegido, sino también de todo hombre y mujer, persona y comunidad, que ignoran la presencia de Dios rechazando su llamada amorosa a la conversión. 2. El tiempo de la visita de Dios a su pueblo designa habitualmente en la Biblia la actuación misericordiosa del Señor, que hace justicia al pobre, al huérfano y a la viuda y libera al pueblo de la opresión, la esclavitud y el destierro. En este sentido, después de la resurrección del hijo de la viuda de Naín por Jesús, exclama la gente: Un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo (7,16). Es también la idea central del canto de Zacarías, el Benedictus, y del canto de María, el Magníficat: Dios ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres; por eso nos visita el Sol que nace de lo alto. Pero la visita del Señor puede cambiar de signo, debido al rechazo de Dios y de sus mensajeros por el pueblo. Entonces suscita un castigo 661

divino como correctivo: guerra, muerte, destrucción y destierro. Este segundo caso es el de Jerusalén y del pueblo judío contemporáneo de Jesús. Por eso llora Cristo sobre su ciudad: porque no supo reconocer la visita de Dios en su persona. Jerusalén significa "ciudad de paz", pero no la conocerá. La vieja casa solariega se irá quedando vacía, triste y agrietada hasta su desplome total. Jesús llora, pero sus lágrimas serán fecundas. 3. Una nueva casa para todos. En las cáusticas palabras de desahucio de Jerusalén por parte de Jesús culmina y se liquida una etapa del plan salvador de Dios. Idea preferida de Lucas, según vemos en su evangelio y en el libro de los Hechos de los Apóstoles, es destacar a Jerusalén como centro de polarización y de irradiación misionera de la salvación de Dios. En ella está el origen y punto de partida del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Rechazados Cristo y la Iglesia naciente por las autoridades religiosas judías, residentes en la ciudad santa y en torno a su templo, la única salida que le queda a Jerusalén es la destrucción. Así el reino de Dios, el evangelio y la Iglesia se abrirán a los no judíos, al ancho mundo con todas sus naciones. Será así verdad que con su sangre adquirió Cristo para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, haciendo de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios y reine sobre la tierra (Ap 5,9s: 1.a lectura, año par). Este nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia de Cristo, para ser fiel a esa misión recibida de Jesús, deberá aparecer como casa y comunidad abierta a todos. ¡Si comprendiéramos en este día lo que nos conduce a la paz! Aceptar a Cristo por la fe y seguirlo fielmente es conquistar la vida; rechazarlo por la incredulidad y el desamor es granjearse la ruina. La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar, pues bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre, otra persona, que pueda salvarnos (He 4,1 ls). Gracias, Padre, porque en Jesús nos manifestaste toda tu ternura y tu cariño paternal hacia nosotros. Tú mereces una respuesta generosa del mismo signo; pero, con frecuencia, nosotros no te correspondemos, como Jerusalén, que no supo devolver el afecto recibido. Hoy es el día de tu visita, tiempo de tu misericordia. Reúnenos, Señor, como hijos tuyos a la sombra de tus alas y convierte nuestro corazón de piedra en otro de carne, capaz de agradecer el amor sin igual que nos muestras. Para que no tengas que llorar también sobre nosotros, haz que nada ni nadie nos aparte del amor de Cristo. 662

Viernes: Trigésima tercera Semana

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Le 19,45-48: Purificación del templo por Jesús.

RELIGIÓN EN ESPÍRITU Y EN VERDAD 1. "El celo de tu casa me devora". Lucas simplifica notablemente el episodio de la purificación del templo por Jesús, que Marcos relata con más detalle (11,15ss). Eso es debido a los destinatarios no judíos de su evangelio. En el apostrofe de Jesús a los vendedores y cambistas, a quienes echa del templo, derribándoles mesas y puestos, se conjugan dos citas proféticas: "Escrito está: Mi casa es casa de oración (ls 56,7); pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos (Jer 7,11)". El evangelista Juan sitúa la escena al comienzo de la actividad apostólica de Jesús y nos da la clave de interpretación de este episodio en que aparece la cólera de Cristo o, mejor, el celo que lo devoraba por la casa de Dios (Sal 69,10). Respondiendo Jesús a los jefes judíos que le piden una señal justificante de su conducta, declara: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré... Hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho" (Jn 2,19ss). El templo de Jerusalén estuvo siempre unido a los avatares de la historia nacional hebrea ya desde la construcción del primer templo por Salomón (950 a.C); y cumplía doble función: religiosa y política. La fiesta anual de la Dedicación databa de los tiempos de Judas Macabeo, cuando se consagró el templo (164 a.C), profanado por el rey seléucida Antíoco IV Epífanes (cf IMac 4,36ss: 1.a lectura, año impar). Por eso el gesto de Jesús purificando el templo adquiere categoría de signo prof ético que, por una parte, denuncia la corrupción del culto israelita y, por otra, anuncia el fin de la religión de la antigua alianza. Lo cual desagradó tanto a los jefes del pueblo que intentaban eliminar a Jesús. Mal que les pesara, había llegado el momento del relevo de un signo provisional y ambiguo como era el templo de Jerusalén. Debido a esto, el velo del templo se rasga de arriba abajo en el momento en que Jesús muere en el Gólgota (Mt 27,51). Jesús mismo será el nuevo templo de la nueva religión que brotará de la nueva alianza en su sangre. 2. Religión, culto y vida. Templo, altar, ritos y ofrendas tienen valor cultual, pero no se bastan solos. Para un culto vivo a Dios cuenta más el factor humano, es decir, la fe del creyente y de la comunidad que, unidos a Cristo, adoran y alaban al Padre en espíritu y en verdad, como dijo Cristo a la samaritana. No obstante, la vivencia de la fe y su expresión no son intimistas, 663

sino comunitarias, sin dejar de ser personales. Nuestra común vocación en Cristo es formar un pueblo que confiesa a Dios en la verdad y le sirve santamente (LG 9). Sin romper el equilibrio persona/comunidad, ni minusvalorar la manifestación exterior de las formas religiosas y litúrgicas, la primacía es del espíritu, de la fe y del corazón. Hay quienes identifican religión con práctica cultual semanal o incluso diaria, o bien ocasional tan sólo (bautizo, primera comunión, boda y funeral). Otros cifran su fe y religiosidad en llevar encima o tener en casa objetos piadosos. Otros, finalmente, se creen ya religiosos por tener sentimientos heredados y ancestrales de respeto a lo sagrado, o bien conocimientos de religión. Evidentemente, todo esto tiene relación directa con la religiosidad, siquiera natural; pero según Jesús no constituye la religión en su esencia y raíz. El culto verdadero, la auténtica religión y adoración, es una respuesta de fe a la revelación de Dios. Y tiene dos direcciones que se interseccionan: una vertical, que va de Dios al hombre y viceversa (revelación/fe), y otra horizontal, que pasa del creyente y de la comunidad cultual a los demás hombres, a la vida, a las realidades mundanas, conectando todo intencionalmente con la línea vertical, con Dios. Por eso la religión completa, en espíritu y en verdad, es el culto de la vida entera, vivida con absoluta fidelidad a la voluntad de Dios y en solidaridad con los hermanos, especialmente con los más débiles y necesitados. Al salir del templo cada domingo, o cada día, es cuando palpamos la verdad o mentira de nuestra religión. Cristo Jesús es nuestro modelo. Él fue el gran adorador del Padre; él es también el gran sacerdote y la víctima sacrificial del culto cristiano, que culmina en la fórmula cristológica y trinitaria que cierra la plegaria eucarística de la misa: "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". Bendito seas, Padre, porque en Cristo, tu Hijo, estableciste con tu pueblo una alianza nueva en la que él es religión, culto y templo nuevos. Tú que nos pides frutos de fe y de amor, y no sólo hojas de estéril piedad y cumplimiento, concédenos vencer nuestra pasividad e inhibición, sintiéndonos piedras vivas del templo del Espíritu. Queremos, Señor, transvasar el culto a la vida, al mundo, a los hermanos, al trabajo y la familia. Así podremos adorarte como tú quieres: con una religión auténtica en espíritu y en verdad.

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Sábado: Trigésima tercera Semana Le 20,27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos.

UN SER PARA LA VIDA 1. Los saduceos consultan a Jesús. El tema del evangelio de hoy, la resurrección de los muertos, es introducido por una consulta capciosa de los saduceos a Jesús. Es la misma escena que refiere Marcos (12,18ss). Los saduceos negaban la resurrección, y su caso hipotético venía a ridiculizar la creencia en la misma: una viuda sin hijos que, en aplicación de la ley mosaica del levirato, había sido sucesivamente mujer de siete hermanos, ¿de qué marido será esposa en el más allá? Los saduceos eran un grupo judío cuyo nombre derivaba quizá del sumo sacerdote Sadoc en tiempos de David, y formado por aristócratas y sacerdotes. No aceptaban más ley que la Torca los cinco libros del Pentateuco, negando todo valor vinculante a las tradiciones rabínicas orales y escritas. Tenían complejo de élite y eran materialistas y pragmáticos. No admitían la existencia de los ángeles ni la resurrección de los muertos, por ser esta última una creencia tardía en el judaismo (a partir del s. II a.C: libros de los Macabeos y del profeta Daniel). Despreciaban la apocalíptica escatológica y eran escépticos respecto de la espera mesiánica. Políticamente buscaban el poder; por eso colaboraban con los romanos. Por todo ello, los saduceos estaban totalmente enfrentados a los fariseos, piadosos conservadores. Pues bien, en su respuesta a los saduceos Jesús niega primeramente la necesidad del matrimonio en la otra vida; carece de finalidad, pues los resucitados "ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Luego afirma la realidad de la resurrección que ellos negaban. Para eso apela al pasaje bíblico de la zarza ardiendo, en que Yavé se reveló a Moisés como "el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob". Si esto es así, "no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos" en su presencia. Aunque Jesús afirma rotundamente la resurrección de los muertos, no nos desvela el modo y las condiciones de la supervivencia; su misterio permanece íntegro. Sin embargo, algo es seguro: será vida ciertamente, aunque distinta de la presente, pues no se trata de una prolongación de la misma mediante la reanimación de un cadáver. Como dice la liturgia en un prefacio de difuntos: "La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina: se transforma". 2. Cristo nos liberó de la muerte. La muerte es un dato constante de experiencia. La muerte biológica, su anuncio paulatino en las múltiples enfermedades, su presencia brutal en los accidentes y su mani665

festación en todo lo que es negación de la vida debido a la violación de la dignidad y derechos de la persona constituye el más punzante de los problemas humanos (GS 18). Las ciencias del hombre, la filosofía y la historia de las religiones han dado y dan respuestas más o menos convincentes al enigma de la muerte: ¿Es un final o un comienzo? ¿Nos espera la nada u otra vida distinta? ¿Somos aniquilados o transformados? ¿Al final del camino está Dios o el vacío? Según las respuestas, así son las actitudes vitales: miedo visceral, silencio ante un tabú, fatalismo estoico ante un hecho natural e inevitable, hedonismo a tope ante la fugacidad de la vida (¡que mañana moriremos!), pesimismo, rebeldía, náusea existencial ante el mayor de los absurdos..., o bien la serena esperanza de una creencia en la inmortalidad y la resurrección. Jesucristo resucitado es la única respuesta válida al interrogante de la muerte del hombre. La fe y la esperanza cristianas de resurrección y vida perenne se vinculan y fundamentan directamente en la resurrección de Cristo, con quien nos unimos en el bautismo. El bautizado, el creyente, se siente radicalmente libre y salvado por Cristo, porque él lo libera del pecado y de su consecuencia: la muerte. Esta liberación no es de la muerte biológica, pues también Cristo murió, sino de la esclavitud opresora de la muerte, del miedo a la misma, del sinsentido y absurdo de una vida inútil que acabara en la nada. A la luz de la resurrección del Señor, el creyente sabe y vivencia, ya desde ahora, que la muerte física, inevitable a pesar de los adelantos de la medicina y de la apasionada aspiración del hombre a la inmortalidad, no es el final del camino, sino la puerta que se nos abre a la liberación definitiva con Cristo resucitado. Gracias a él el hombre es un ser para la vida. Te bendecimos, Padre, Dios de la vida, porque mediante la fe y el bautismo del Espíritu nos llamaste a vivir contigo para siempre. ¿Cómo vislumbrar y entender algo del mundo nuevo de la resurrección sino desde la fe en la persona de Cristo resucitado, vencedor de la muerte? El hombre, a quien tú amas, es un ser para la vida. Alienta nuestra esperanza e ilumínanos con tu palabra, para que entendamos que la dicha futura que esperamos se gesta ya en el compromiso con el mundo presente, en el amor a ti y a nuestros hermanos.

Lunes: Trigésima cuarta Semana Le 21,1-4: La viuda de los dos reales.

RICOS O POBRES ANTE DIOS 1. La viuda de los dos reales. La pobreza y el desprendimiento que encarna la viuda del evangelio de hoy y que Jesús resalta ante sus discípulos es el camino que Cristo nos mostró repetidamente para una religiosidad auténtica; La escena la refiere también Marcos (12,38ss). La actitud generosa de la pobre viuda que entrega a Dios todo lo que tiene para vivir, depositándolo en el cepillo del templo, contrasta con la actitud egoísta e insolidaria de tantos otros que no piensan más que en amontonar bienes y dinero para sí. En la conclusión de la parábola del rico insensato decía Jesús: Igualmente necio es el que acumula bienes para sí y no es rico ante Dios (Le 12,21). Por eso la pobre viuda de los dos reales es muy rica ante él. En la revelación bíblica, riqueza y pobreza no son conceptos meramente cuantitativos; pesa también la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene. Esto es lo que nos hace ricos o pobres de espíritu ante Dios. El dinero, junto con el consumismo que en él se fundamenta, ha venido a constituir para muchos el sucedáneo de la auténtica religión. Desde siempre, y hoy más que nunca, se rinde culto al dios dinero con verdadero ritual de sacrificio al ídolo tirano. Todo se le sacrifica en su altar: trabajo y salud, principios morales, familia y amistad; todo, con tal de triunfar, tener apariencia social, poder de consumo, diversión y goce de la vida. Una sociedad.de consumo en un mundo que adora el mito del progreso ilimitado viene, desgraciadamente, a dar cauce legal y favorecer la tendencia que todos llevamos dentro y transmitimos a niños y jóvenes: tener y gastar. Por eso todo el mundo admira y envidia a los que triunfan, hacen dinero y logran una posición desahogada. Sin embargo, el tema de la pobreza y los avisos de Jesús sobre los peligros de la riqueza son frecuentes en el evangelio, especialmente en Lucas. Aunque en muchos pasajes del Antiguo Testamento la riqueza es tenida como señal de la bendición de Dios para el que le sirve fielmente, como en el caso de los patriarcas y reyes (libros del Pentateuco e históricos), en otros muchos lugares se formulan reservas a la riqueza y se denuncia abiertamente a los malos ricos (salmos, profetas y sapienciales). 2. Bienes y felicidad. Para Jesús el dinero y la riqueza son una espada de doble filo, un material explosivo en las manos, cuya bondad o maldad depende de su uso.

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El dinero y los bienes nos son necesarios para vivir, es cierto; pero no son la fuente de la vida ni está en ellos la clave y el secreto de ser persona. Solamente el que ama y vive en solidaridad y apertura a los demás, dándose a Dios y al hermano, tiene vida auténtica y, en definitiva, es feliz porque entiende la vida con sabiduría. El sinsentido de la vida hace su aparición cuando el hombre y la mujer se cierran a Dios y al prójimo; pues, sin relación a estos valores perennes, los bienes y las cosas carecen de referencia que les dé un valor que en sí mismos no poseen para la felicidad humana, como lo demuestra sobradamente la experiencia. Si no, ¿por qué hay ricos infelices? ¿Por qué el índice de suicidios es más alto precisamente en los países más ricos y entre las clases más pudientes? La incomunicación con Dios y los demás, la soledad del egoísmo insolidario, el ser rico sólo para sí sin compartir con los otros crean desequilibrios muy lamentables en las personas. Solamente en amar a Dios y a los hermanos están la vida y la plenitud humana, la seguridad y la esperanza definitiva que no podemos comprar con todo el oro del mundo. Por eso en las bienaventuranzas, especialmente en la de la pobreza, nos señaló Jesús un camino de j , liberación y felicidad, aunque en clave paradójica. El evangelio es luz y respuesta para los problemas diarios. Y uno de ellos es la pobreza y la riqueza, que tienen nombres concretos y responden a situaciones lacerantes: hambre y paro, explotación y subdesarro11o, marginación, incultura y carencia de derechos la primera; y poder, influencia, dominio, lujo, confort, abultadas cuentas bancarias, sabrosos dividendos, múltiples casas, coche último modelo, joyas deslumbrantes y viajes de placer la segunda. Si, domesticados por el consumismo sin freno, optamos por la idolatría del dinero y del desarrollo meramente económico y no integralmente humano, no habrá solución para los problemas de la existencia humana ni alcanzará la persona el destino de su vocación y dignidad, tal como Dios quiere para todos sus hijos. Te alabamos, Padre, porque Jesús, tu Hijo, nos mostró un ejemplo vivo de religión verdadera en la viuda pobre y generosa que dio cuanto tenía. Tú, Señor, que sacias a los pobres y hambrientos y despides a los ricos con las manos vacías, no permitas que hagamos del dinero nuestro dios. Enséñanos a conjugar los verbos dar y compartir, para entregar a los demás amor y servicialidad, respeto y sonrisa, amistad y tiempo, vida y pan; pues en darnos a ti y a los hermanos descubriremos la sabiduría de la vida y el secreto de la felicidad 668

Martes: Trigésima cuarta Semana Le 21,5-11: Señales precursoras del fin.

UN MENSAJE DE ESPERANZA 1. Escatología y apocalíptica. El tema escatológico en lenguaje y estilo apocalíptico domina esta última semana del año litúrgico, tanto en la primera lectura, tomada del profeta Daniel o del Apocalipsis (en años impares o pares, respectivamente), como en el evangelio. El de hoy inicia el difícil discurso escatológico de Jesús, según la versión de Lucas que sigue, en parte, a Marcos (c. 13), gratificando las imágenes de la apocalíptica tradicional judía. Pero Lucas la simplifica, en atención a sus lectores no judíos. Lucas ha hablado ya anteriormente del "día del Hijo del hombre" (17,20ss). En esta nueva sección que hoy comenzamos acentuará más el significado cósmico de la venida última de Cristo; pero, al igual que en la anterior, insiste en que los cristianos no deben esperar que se les dé una fecha concreta y próxima de la vuelta de Jesús, sino que han de hacerse a la idea de una larga etapa de espera y persecución. Así avanzarán por el camino de la cruz que Cristo siguió para la glorificación. En el texto evangélico de hoy Jesús comienza por anunciar la ruina del templo de Jerusalén, en cuyo recinto está hablando. A pesar de su imponente belleza, orgullo de todo israelita, el templo será arrasado hasta no quedar en él piedra sobre piedra. Al ser preguntado Jesús sobre el cuándo, no responde ahora directamente; si bien más tarde puntualizará que "antes que pase esta generación" (21,32). Ahora previene a los suyos sobre los falsos profetas y los futuros agoreros del fin. Efectivamente, habrá revoluciones y guerras, terremotos y cataclismos, hambres y epidemias. Son expresiones bíblicas de la apocalíptica convencional para designar grandes catástrofes. Sin embargo, "no tengáis pánico; eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida". Lucas deslinda así claramente la caída de Jerusalén, acaecida ya cuando él escribía su evangelio, y el tiempo de la parusía. 2. Un mensaje de esperanza, no de terror. El lenguaje apocalíptico constituye un género literario, frecuente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, algunos capítulos del profeta Ezequiel, el apocalipsis de Isaías (ce. 24-27), la segunda parte de Zacarías, el libro de Daniel, el discurso escatológico en los sinópticos, la apocalíptica paulina (1 y 2Tes) y, finalmente, el libro del Apocalipsis (palabra griega que significa revelación). 669

En las descripciones apocalípticas no hay que dar valor literal a cada detalle y fenómeno cósmico. La imaginería tremendista, propia de este género, es lenguaje simbólico al servicio de una idea básica: el mundo no es eterno, tendrá fin junto con la humanidad, a la que Dios ofrece su salvación por Cristo. La finalidad didáctica y catequética es, por tanto, urgir la vigilancia activa, como lo expresan las parábolas de la parusía, según vimos en otra ocasión (Mt 24,42ss). El mensaje bíblico que contiene la apocalíptica recuerda al hombre su condición caduca, es verdad; pero no para hundirlo en la desesperanza, el desánimo o la indiferencia alienante, sino para invitarlo a una conversión personal que debe transvasarse a las estructuras sociales, laborales y familiares, alentando así la esperanza de una transformación total y gloriosa, tanto del propio hombre con sus limitaciones como del mundo con las suyas. En los tres sinópticos la venida última de Cristo y el juicio final que la acompaña constituyen un evento positivo, cósmico y universal, sin dejar de ser personal. No es anuncio de terror, sino de liberación y de esperanza vigilante. De la transformación cósmica y del juicio del Señor surgirán el nuevo cielo y la nueva tierra que esperamos, donde habiten la justicia y la paz mesiánicas. Hay dos maneras incompletas, que resultan erróneas cuando se disocian, de entender y vivir la esperanza cristiana que brota del anuncio escatológico: 1) Creer que la salvación de Dios por Cristo queda en hecho del pasado; 2) limitar la esperanza al futuro consumado, desentendiéndose del presente. La síntesis de pasado y futuro en la hora actual que vivimos es la visión exacta y completa de la esperanza cristiana. La liberación salvadora de Dios es realidad ya ahora y no sólo para el futuro. En este entretiempo de la Iglesia a la espera del Señor, el papel de la fe, alertada por la vigilancia, es descubrir a Dios que está viniendo constantemente al mundo de los humanos para salvarnos porque él nos ama. Te alabamos, Señor del universo y de la historia, porque estás presente en nosotros y en nuestro mundo, en nuestras esperanzas y temores, éxitos y fracasos. Gracias, Padre, porque has sembrado generosamente tu semilla de eternidad en nuestras vidas caducas. Ayúdanos, Señor, a descubrir tus constantes venidas en el curso de la historia de cada día y cada hora, en el hermano que necesita de nuestra ayuda y afecto, en los hombres y mujeres que sufren y te buscan, para que, caminando en la esperanza de la nueva tierra, alcancemos el nuevo cielo en que habita tu justicia. 670

Miércoles: Trigésima cuarta Semana Le 21,12-19: Os echarán mano y os perseguirán.

LA PERSECUCIÓN COMO SIGNO 1. No preparéis vuestra defensa. Continuando el evangelio de ayer, en el de hoy presenta Jesús la persecución de sus discípulos como señal precursora de la plena manifestación del Reino. El lugar paralelo de Mateo se encuentra en un contexto diferente: en las instrucciones que Cristo da a los suyos cuando los envía en misión evangelizadora (10,16ss). Los discípulos de Cristo no deben temer la persecución porque él está con ellos: "Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel... Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro". Se atribuye aquí a Jesús lo que otros pasajes de los sinópticos, incluido Lucas (12,12), asignan a la inspiración del Espíritu Santo. La fe en el mensaje evangélico dividirá incluso a los miembros de una misma familia; y las consecuencias de la enemistad serán la traición y la persecución, los malos tratos y los tribunales, la cárcel e incluso la muerte. Pero como Jesús asiste a los suyos, "ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá"; es decir, nada les sucederá sin que el Padre, en cuyas manos están, lo disponga para su bien. Empieza así a ser efectiva la bienaventuranza de la persecución por causa de Cristo y por la fidelidad al reino de Dios. Cuando Lucas escribía estas premoniciones de Jesús, la joven Iglesia ya tenía experiencia de ello en la muerte violenta del apóstol Santiago y del diácono Esteban, así como en el encarcelamiento y malos tratos de los apóstoles en Jerusalén y de Pablo y sus compañeros en sus viajes apostólicos. Pero Jesús, que había dicho a sus discípulos: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10,28), no gratifica el miedo, sino que alienta el optimismo a pesar de todo: "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". La persecución no es un fracaso para el discípulo de Jesús; menos todavía una invitación a huir de la sociedad y de los hombres, sino el camino para el éxito final. 2. Optimismo tenaz e incorregible. Cristo previno también a los suyos en el discurso de despedida cuando la última cena: Si el mundo os odia, sabed que primero me odió a mí. Como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso os odia (Jn 15,18s). Tal fue el destino de Jesús; y de él participa quien lo sigue, lo mismo que tiene comunión en su palabra, su testimonio y su Espíritu. Ahí 671

precisamente radica el secreto de su fuerza y su victoria: "En el mundo tendréis tribulación, pero tened valor: Yo he vencido al mundo" (16,13). Un proceder evangélico acorde con el espíritu de las bienaventuranzas necesariamente desentona de los criterios del mundo y suscita la enemistad de éste. Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido, avisaba san Pablo a su discípulo Timoteo. Es el inevitable antagonismo que resalta el cuarto evangelio entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el mundo enemigo de Dios, entre la verdad y la mentira, entre el amor y el egoísmo, entre el servicio a los hermanos y la explotación del más débil, entre la liberación y la opresión de los pobres. El aguante y la paciencia perseverante que salvan al creyente, convierten su corazón y realizan eficazmente el reinado de Dios en nuestro mundo no son virtudes pasivas y de apocados, sino de esforzados y valientes. Optimismo tenaz e incorregible es el talante propio de quien sigue de cerca a Jesús, varón de dolores, pero también camino, verdad y vida para todo el que cree en él hasta el final. Tal es la ley establecida por Dios en la historia de la salvación humana: la vida brota de la muerte y por la cruz de la tribulación se alcanza la gloria de la resurrección. Tal es también el dinamismo del Reino que se evidenció en el misterio pascual de Jesucristo, en su muerte y resurrección, y que se cumplirá igualmente en el cristiano que persevera con Cristo. El gozo de la esperanza, que brota de la persecución por Cristo y con él, entra de lleno en el torrente vital del esperar humano, que es el motor de la transformación social. La esperanza cristiana, como todo el evangelio en su conjunto, es revolucionaria si se entiende el adjetivo en su sentido más serio, profundo y original, sin manipulación alguna y exento de toda violencia. Transformación total, que no mero cambio. Gracias, Señor Jesús, por tu paciencia con nosotros, tan proclives al miedo, el desaliento y la vergüenza. Cuando todo se nubla en nuestro entorno y horizonte; cuando la paz huye de nuestro corazón y convivencia; cuando el sarcasmo, la mofa y el desprecio nos humillan, danos la perseverancia que nos alcanza la salvación, infúndenos entonces la fortaleza de tu Espíritu y el optimismo tenaz que brota de tu misterio pascual Te pedimos, Señor, un corazón fuerte y valiente para acompañar a los hermanos en el camino de la vida como testigos audaces de la esperanza de tu Reino. Amén.

672

Jueves: Trigésima cuarta Semana Le 21,20-28: Asedio de Jerusalén y señales cósmicas.

SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN 1. La agonía de la historia. Dos unidades mayores advertinfos en la redacción del evangelio de hoy: 1.a Anuncio del asedio y ruina de Jerusalén. 2.a Señales cósmicas que precederán a la venida última de Cristo en poder y gloria. La primera destrucción total de Jerusalén tuvo lugar en agosto del año 70, bajo las legiones romanas de Tito, y la segunda el año 135, en tiempos del emperador Adriano. Según Jesús, en esa ruina, como en la de otras ciudades de la Biblia: Sodoma, Samaría, Babilonia..., y en todas las catástrofes históricas de Israel: guerras, destierros y deportaciones, hay que ver algo más que un mero suceso político-social. Es también un acontecimiento religioso. Es la presencia del "día de Yavé", día de cólera, en que se ha roto ya la alianza de Dios con su pueblo; por eso el templo, lugar de su presencia, quedará reducido a un montón de escombros. La ruina de Jerusalén es consecuencia de su pecado: haber rechazado la salvación que el Señor le ofreció por su mesías. Se cumple así la profecía de Cristo, con que concluía su lamento sobre la ciudad que mata a los profetas: Vuestra casa se os quedará vacía (Le 13,35). La descripción del asedio y caída de Jerusalén es bastante detallada, y resalta sobre todo el sufrimiento humano; lo cual despierta la compasión de Jesús por las víctimas del mismo. Los discípulos habrán de huir para no perecer. Pero la ciudad santa y el pueblo judío no son desahuciados por Dios para siempre, como dirá san Pablo. Su rechazo es una especie de tregua para dar paso a la "hora de los gentiles" en los planes salvadores de Dios. De hecho, la ruina de Jerusalén y la destrucción de su templo fueron una etapa decisiva en la implantación del Reino; pues la naciente Iglesia, de origen judío en su primer momento, tuvo así oportunidad de extender el evangelio a todo el mundo de entonces, anunciando la aurora de una nueva creación. La segunda sección del texto evangélico se proyecta hacia un futuro más allá de la ruina de Jerusalén, describiendo en lenguaje apocalíptico y figurado las señales que en el cielo y en la tierra precederán a la venida del Hijo del hombre. El tiempo de aparición de esas señales queda indefinido en el texto y no se vincula a la destrucción de la ciudad santa. El título mesiánico "Hijo del hombre", empleado sesenta y nueve veces en el conjunto de los evangelios sinópticos, y casi siempre en 673

boca de Jesús mismo, es el preferido para referirse a Cristo. Se toma del profeta Daniel (7,13). El uso de la expresión en el discurso escatológico remite a su sentido mesiánico original para urgir la vigilancia. 2. Se acerca vuestra liberación. El evangelio concluye con un grito de consuelo y esperanza: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". No son la destrucción y la muerte quienes tienen la última palabra, sino la liberación y la vida, porque Cristo resucitado es el Señor del cosmos, de la historia y de la humanidad. Aquí alcanza su finalidad la apocalíptica. Cada etapa de la evangelización del mundo y de la humanización del planeta Tierra, cada conversión personal del corazón, cada hombre y cada mujer que se abren a la acción del Espíritu de Cristo resucitado, cada victoria del espíritu sobre la carne y del amor sobre el egoísmo, cada eucaristía celebrada en comunión fraterna, son jalones en la marcha de la historia hacia la venida gloriosa de Cristo. Se va adelantando así la hora de nuestra liberación definitiva. En ese grito de esperanza hay sin duda una respuesta a la expectativa radical del hombre de todos los tiempos y del cristiano actual, que se pregunta por su quehacer en la hora presente del mundo. A esta inquietud se ha respondido de muchas maneras; pero necesitamos una respuesta que no defraude, pues la esperanza constituye un elemento fundamental de nuestra estructura personal y psicológica. El hombre es un ser que espera, y sólo esperando puede sobrevivir. Pues bien, no existe más que una respuesta que no defrauda, una piedra angular sobre la que se puede construir el edificio de la liberación humana: Jesucristo. Ningún otro nos puede liberar, ni bajo el cielo ni sobre la tierra se nos ha dado otro nombre, otra persona, que pueda salvarnos y en quien podamos confiar a fondo perdido (He 4,1 lss). Por eso cobremos ánimo; se acerca nuestra liberación; más todavía: es ya realidad presente y no mera promesa para el más allá. ¡Bendito seas, Padre nuestro! Tú fundaste la esperanza de nuestra liberación sobre Cristo Jesús, Señor de la historia, del cosmos y de la humanidad El es la piedra angular de todo el edificio, él es el único que no defrauda y nos salva de verdad. Por eso, Señor, no son la destrucción y la muerte quienes al fin prevalecen, sino la vida y la liberación. Bajo el impulso de tu Espíritu, señor y dador de vida, concédenos acelerar la venida de Cristo y de tu Reino haciendo realidad su liberación mediante una respuesta de conversión a tu evangelio y al amor de los hermanos. 674

Viernes: Trigésima cuarta Semana Le 21,29-33: Parábola de la higuera que despunta.

LA PRIMAVERA DEL REINO 1. Parábola de la higuera. El pasaje evangélico de hoy contiene la parábola de la higuera y una afirmación enigmática sobre la cercanía del fin. La parábola de la higuera viene a ilustrar la consigna con que acababa el evangelio de ayer: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". La higuera que despunta es signo de la salvación que trae el reino de Dios. Los brotes de la higuera o de cualquier árbol de hoja caduca anuncian la primavera cercana. Igualmente el cumplimiento de los acontecimientos predichos por Jesús a lo largo de su discurso escatológico constituye la señal precursora de la próxima manifestación gloriosa del Reino con la venida última de Cristo en poder y majestad. Sólo después de haber experimentado la agonía de una muerte aparente, como la de la higuera y los árboles caducifolios en invierno, entenderá por sí mismo el cristiano que es inminente la primavera del reino de Dios. La parábola es, pues, una invitación al discernimiento evangélico y a la espera vigilante del Señor. 2. "Antes que pase esta generación". La sentencia enigmática y difícil de explicar en labios de Jesús es ésta: "Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá". ¿Se refiere a la ruina de Jerusalén o al fin del mundo? Si se refiere al fin del mundo y la afirmación fuera original de Jesús y no un añadido posterior, habría que concluir que Cristo, sumándose a los apocalípticos de su tiempo, predice el fin del mundo con una proximidad tal que alcanzaría a su propia generación. Con lo cual se habría equivocado. Pero, al decir de los biblistas, es más probable que la afirmación sea un reflejo de la impaciencia adventista que vivieron las primeras comunidades cristianas a la espera de la parusía. Según la Biblia de Jerusalén, lo que afirma Cristo es que su generación verá no el fin del mundo, sino la caída de la ciudad santa y de su templo, con la apertura del evangelio y del reino de Dios a los no judíos (evangelio de ayer). En el discurso escatológico según los tres sinópticos, Jesús ha excluido toda tentativa de precisión cronológica del fin del mundo y de su venida última. La ignorancia total de esa segunda llegada de Cristo descalifica toda curiosidad escatológica, todo milenarismo y toda especulación adventista. El día del Hijo del hombre tendrá la claridad de un relámpago que brilla de un horizonte a otro, es decir, la nitidez suficiente para que a nadie quepan dudas de su presencia e identidad mesiánica. 675

3. El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará, dice Jesús. Esto, más que una profecía sobre la destrucción del universo entero, es una afirmación de la validez eterna del mensaje de Cristo. Su palabra eterna fundamenta la espera vigilante y activa, así como la esperanza confiada que elimina la duda y el miedo, la psicosis de seguridad y la obsesión morbosa por el cuándo, el cómo y el dónde. El fin del mundo lo vive ya cada hombre y mujer en la conciencia de su propia limitación y en su propia muerte. Pero sobre las ruinas de la humanidad y del cosmos brilla un signo de vida y esperanza. Es la cruz gloriosa de Cristo, su muerte y su resurrección, que son también las del hombre y el universo, abriendo paso a la nueva creación, al hombre nuevo, a los cielos nuevos y a la nueva tierra. Por tanto, el mensaje apocalíptico de Jesús es de optimismo esperanzado. Así, la escatología bíblica y cristiana, además de la dimensión futura y última, tiene también la presente. La venida de Cristo y la presencia del reinado de Dios son realidad siempre actual en los acontecimientos de la historia humana que Dios guía para la salvación del hombre. Descubrir esto es la función gozosa de la vigilancia evangélica. El futuro está ya presente en el hoy salvador de Dios para quien sabe leer sus indicadores. Pero en medio de la increencia que nos rodea no es fácil percibir las señales de las continuas venidas del Señor, que tienen lugar con frecuencia por caminos insospechados e incluso desconcertantes. Por eso oración, vigilancia y discernimiento cristiano deben ir unidos. Los valores del reino de Dios, proclamados en las bienaventuranzas, por ejemplo, no se captan sino con un receptor que esté en onda. Desgraciadamente, los criterios mundanos se interfieren de continuo y la señal de frecuencia se debilita. Rectifiquemos constantemente nuestro dial. Hoy, Padre, saludamos con el gozo de tu Espíritu la esplendorosa primavera de tu Reino entre nosotros. Aliéntanos a vivir en un clima de optimismo esperanzado, pues tú no quieres el temor y la angustia de tus hijos, el embotamiento y el descuido, la somnolencia y el vicio, sino que nos propones la fe activa y el amor vigilante. Líbranos, Señor, de todo mal y asístenos siempre para que, ayudados por tu infinita misericordia paternal, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de todo peligro y tentación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.

676

Sábado: Trigésima cuarta Semana Le 21,34-36: Estad siempre despiertos.

¡VEN, SEÑOR JESÚS! 1. Vigilancia y oración. Hoy concluye el discurso escatológico según la versión de Lucas y acaba también el año litúrgico, dando paso al adviento. Desde su llegada a la ciudad de Jerusalén, Cristo ha estado enseñando en el templo. Su pasión y muerte son ya inminentes. Hoy finaliza la instrucción a sus discípulos y a la gente con estos avisos: "Tened cuidado no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día como un lazo... Estad despiertos, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza para escapar de todo lo que va a venir y podáis así manteneros en pie ante el Hijo del hombre". En esta consigna de vigilancia hay un detalle propio del evangelista Lucas: la oración. Vigilancia y oración son virtudes hermanas e inseparables que se apoyan mutuamente; han de ir unidas, como actitudes básicas que son del cristiano, verdaderas virtudes cardinales, eje y quicio de una vida animada por la fe y la esperanza. "Aplicaos a la oración y velad en ella con acción de gracias", recomendaba san Pablo a los Colosenses (4,2). La oración sostiene la fe y la esperanza vigilante, manteniendo nuestro contacto y diálogo con Dios, como hacía Jesús. Por eso es la oración el mejor antídoto contra la somnolencia y la modorra espiritual que nos privan de la agudeza, la sensibilidad y los reflejos cristianos para discernir la hora de Dios en nuestra vida personal y comunitaria. Es también la oración una gran fuerza para superar las tentaciones diarias que anticipan ya el gran combate escatológico final. El supremo modelo cristiano de vigilia y oración alertada es Cristo en su agonía (= lucha) de Getsemaní, por contraposición al sueño y despreocupación de sus discípulos. Por eso les avisó: "Velad y orad para no sucumbir a la tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26,41). Ya antes, cuando Jesús les enseñó la oración maestra del padrenuestro, entre sus siete peticiones al Padre, la sexta dice: No nos dejes caer en la tentación. 2. En la ausencia del Señor. En el entretiempo de la Iglesia, cuando nos duele la ausencia de Cristo, necesitamos aguante para no desfallecer y ser fieles a Dios. A veces nos pesa mucho la vida, y en las horas bajas buscamos ayuda; pero en el ambiente que nos rodea palpamos con dolor el silencio de Dios. Nos circundan la increencia y la indiferencia religiosa, la ambigüedad y la confusión de valores, la injusticia y el clamor de los pobres, el desencanto de muchos y el agnosticismo o el 677

ateísmo declarado de no pocos, el desprecio a la fe cristiana e incluso el malquerer y la persecución más o menos abierta o solapada. Todo ello constituye una dura prueba a nuestra fidelidad, una noche oscura, un toque de alerta a nuestra fe adormecida quizá; pero también una ocasión de madurar nuestra esperanza. Sabemos de quién nos hemos fiado. El Señor es fiel y nos mantendrá firmes hasta el final si acudimos a él en la oración. Revelación consoladora y central de la buena nueva de salvación de Jesús es que, a pesar de todo y no obstante nuestra miseria sin fondo, Dios sale al encuentro de quien busca su rostro con sincero corazón. Dos condiciones señala el evangelio de hoy para encontrar al Señor en nuestra vida: 1.a Tener la mente despejada y el corazón sin lastre. Las tres amenazas a la vigilancia que señala el texto: vicio, bebida y dinero, son tan sólo tres indicadores del amplio espectro de maldad que anida en el interior del corazón del hombre pecador, todavía sin convertir al reino de Dios. 2.a Estar despiertos, velando en oración y pidiendo a Dios fuerzas para perseverar hasta el fin. La oración es actitud liberadora y condición para vivificar la vida teologal del cristiano. La oración vigilante es, pues, fe que se expresa en el trabajo y la convivencia de cada día, es esperanza activa y es amor que no echa la siesta cuando hay tanto que transformar y construir en nuestro mundo, donde muchos hermanos nuestros necesitan una mano amiga. La espera del Señor no es una coartada para desentendernos del mundo presente. ¿Creemos en Dios? Creamos también en el hombre, amándolo como Dios lo ama en Cristo Jesús. Que al llegar él nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de la vida, con las manos en la tarea de amasar un mundo mejor y con el corazón ocupado en querer a los demás. Como peregrinos en país extraño y sabiendo que no tenemos aquí ciudad permanente, caminemos gozosos al encuentro de Cristo que llega. ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20). Te bendecimos, Padre, porque nos amas con ternura. Enséñanos a contar nuestros años en tu presencia para saber relativizar todo lo que no eres tú y vivir siempre disponibles para ti y los hermanos. Ayúdanos, Señor, a hacer confluir en nuestra vida el futuro y el presente, la esperanza y el esfuerzo por acelerar el día glorioso de la venida de Cristo. Aleja de nuestro corazón el embotamiento del pecado; así, cuando tú vengas nos encontrarás con las manos ocupadas en la tarea que nos encomendaste hacer. Mientras tanto, te decimos: ¡Ven pronto, Señor Jesús! 678

índice de lecturas bíblicas ANTIGUO TESTAMENTO Págs.

Págs. Sabiduría

Génesis 17,3-9 37,34.12-13.17-28 49,2.8-10

154 119 43

12,1-8.11-14 32,7-14

167 142

19,1-2.11-18

99

Números 21,4-9 24,2-7.15-17a

150 33

Deuteronomio '

127 109 93

Jueces 13,2-7.24-25a

47

1 Samuel 1,24-28

53

2 Samuel 7,l-5.8b-11.16

57

2 Reyes 5,l-15a

123

Ester 14,1.3-5.12-14

105

51

Sirácida (o Eclesiástico) 48,1-4.9-11

Levítico

144

Cantar de los Cantares 2,8-14

Éxodo

4,1.5-9 26,16-19 30,15-20

2,la.l2-22

31

Isaías 1,10.16-20 2,1-5 4,2-6 7,10-14 11,1-10 25,6-10a 26,1-6 29,17-24 30,18-21.23-26 35,1-10 40,1-11 40,25-31 41,13-20 42,1-7 45,6b-8.21b-26 48,17-19 49,1-6 49,8-15 50,4-9a 52,13-53,12 54,1-10 55,10-12 56,l-3a.6-8 58,l-9a 58,9b-14 65,17-21

113 9 9 49 11 13 15 17 19 21 23 25 27 160 37 29 162 140 164 169 39 101 41 95 97 136

Págs.

Págs.

Jeremías 7,23-28 11,18-20 17,5-10 18,18-20 20,10-13 23,5-8

Oseas 129 146 117 115 156 45

107 158 138

133 131

Joel 2,12-18

91

Joñas 3,1-10

Ezequiel 18,21-28.'. 37,21-28 47,1-9.12

6,1-6 14,2-10

103

Miqueas 7,14-15.18-20

121

Sofonías Daniel 3,14-20.91-92.95 3,25.34-43 9,4b-10 13,1-62

152 125 111 148

3,1-2.9-13 3,14-18a

35 51

Malaquías 3,l-4;4,5-6

55

NUEVO TESTAMENTO

Mateo 1,1-17 1,18-24 2,13-18 4,12-17.23-25 5,1-12 5,13-16 5,17-19 5,20-26 5,27-32 5,33-37 5,38-42 5,43-48 6,1-6.16-18 6,7-15 6,19-23 6,24-34 7,1-5 7,6.12-14 7,7-12 7,15-20 7,21.24-27 7,21-29 8,1-4 8,5-11 8,5-17 8,18-22 8,23-27

680

8,28-34 43 9,1-8 45 9,9-13 63 9,14-15 78 9,14-17 9,18-26 371 373 9,27-31 127, 375 9,32-38 107, 377 9,35-10,1.6-8 10,1-7 379 10,7-15 381 10,16-23 384 109, 386 10,17-22 91, 388 10,24-33 101, 390 10,34-11,1 11,11-15 392 11,16-19 394 11,20-24 396 11,25-27 398 11,28-30 105 12,1-8 400 12,14-21 15 12,38-42 402 12,46-50 404 13,1-9 9 13,10-17 406 13,18-23 408 13,24-30 410

412 414 416 95 418 420 17 423 19 425 427 429 59 431 433 27 29 435 437 25, 439 441 443 445 447 449 451 453 455

13,31-35 13,36-43 13,44-46 13,47-53 13,54-58 14,1-12 14,13-21 14,22-36 15,1-2.10-14 15,21-28 15,29-37 16,13-23 16,24-28 17,10-13 17,14-19 17,21-26 18,1-5.10.12-14 18,12-14 18,15-20 18,21-35 18,21-19,1 19,3-12 19,13-15 19,16-22 19,23-30 20,1-16 20,17-28 21,23-27 21,28-32 21,33-46 22,1-14 22,34-40 23,1-12 23,13-22 23,23-26 23,27-32 24,42-51 25,1-13 25,14-30 25,31-46 26,14-25 28,1-10 28,8-15 Marcos 1,14-20 1,21-28 1,29-39 1,40-45 2,1-12 2,13-17 2,18-22 2,23-28

i

457 3,1-6 459 3,7-12 461 3,13-19 463 3,20-21 465 3,22-30 467 3,31-35 469 4,1-20 469, 471 4,21-25 471 4,26-34 473 4,35-40 13 5,1-20 475 5,21-43 477 6,1-6 31 6,7-13 479 6,14-29 481 6,30-34 483 6,34-44 23 6,45-52 485 6,53-56 125 7,1-13 487 7,14-23 489 7,24-30 491 7,31-37 493 8,1-10 495 8,11-13 498 8,14-21 115 8,22-26 33 8,27-33 35 8,34-39 119 9,2-13 500 9,14-29 502 9,30-37 113, 504 9,38-40 506 9,41-50 508 10,1-12 510 10,13-16 512 10,17-27 514 10,28-31 516 10,32-45 99 10,46-52 164 11,11-26 171 11,27-33 173 12,1-12 12,13-17 12,18-27 12,28b-34 261 12,35-37 263 12,38-44 265 16,1-8 267 16,9-15 269 271 Lucas 273 276 1,5-25

Págs. 278 280 282 284 286 288 290 292 294 296 299 301 303 305 307 309 80 82 311 313 315 317 319 321 323 325 327 329 331 333 335 337 339 341 343 345 347 349 351 353 355 357 359 361 363 131, 365 367 369 171 184

47

681

75 76 186 188 190 88 192 136 138 140 142 41 194 196 198 200 202 204 206 208 144 146 148 148 150 152 154 210 210 212 156 158 160 214 167 216 162 218 220 222 224 226 228 230 232 234 236 238 240 243 245 247 249 251

17,20-26 18,1-19,42 20,2-8 20,11-18 21,1-14 21,15-19 21,20-25

253 169 61 175 181 255 257

Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32 2,36-41 3,1-10 3,11-26 4,1-12 4,13-21 4,23-31 4,32-37 5,17-26 5,27-33 5,34-42 6,1-7 6,8-15 6,8-10;7,54-59 7,51-59 8,1-8 8,26-40 9,1-20 9,31-42 11,1-18 11,19-26 12,24-13,5a 13,13-25 13,26-33 13,44-52 14,5-17 14,19-28 15,1-6 15,7-21 15,22-31 16,1-10 16,11-15 16,22-34 17,15.22-18,1 18,1-8 18,9-18 18,23-28 19,1-8 20,17-27 20,28-38 22,30:23,6-11 25,13-21 28,16-20.30-31

173 175 177 179 181 184 186 188 190 192 194 196 198 59 200 202 204 206 208 210 212 214 216 218 220 222 224 226 228 230 232 234 236 238 240 243 245 247 249 251 253 255 257

Págs. Romanos

63n

--

Págs. 1 Juan

m

¡ji-::::::::::::::::::::::::::::::::::: t\ 2,3-11 21217

1 Corintios 11,23-26 „„ . . 2Conntios 5,20-6,2

167

91

Hebreos 4,14-16:5,7-9

169

2,18-21 2 22 28 . 2,29-3,6 3,7-10 33,22-4,6 11.21 4,7-10 4,11-18 4,19-5,4 5,5-6.8-13 5,14-21

65 67

índice general

69 71

73 75 76 78 80 82 84 86

Págs. Presentación Abreviaturas y siglas

5 7

88

ADVIENTO PRIMERA SEMANA Lunes: Un tiempo de gracia Martes: El saber de los sencillos Miércoles: Hambre de pan Jueves: ¿Sobre roca o sobre arena? Viernes: La fe hace milagros Sábado: Al servicio de la evangelización

9 11 13 15 17 19

SEGUNDA SEMANA Lunes: Flores en el desierto Martes: La ternura de Dios Miércoles: Una carga ligera Jueves: La violencia del Reino Viernes: Acrobática ambigüedad Sábado: El sino délos profetas

21 23 25 27 29 31

TERCERA SEMANA

684

Lunes: El bautismo de Juan Martes: La táctica del "sí" y del "no" Miércoles: El escándalo de Jesús Jueves: El profeta del desierto Viernes: El testimonio de las obras

33 35 37 39 41

Día 17 de diciembre: Cristo, el Hombre nuevo Día 18 de diciembre: Las dudas de José, el Justo Día 19 de diciembre: Alegría por la gratuidad de Dios

43 45 47

685

Págs. Día 20 de diciembre: El "sí" de María para el hombre nuevo Día 21 de diciembre: La bienaventuranza de la fe Día 22 de diciembre: La revolución del Reino Día 23 de diciembre: Cuando nace un profeta Día 24 de diciembre: El Sol que nace de lo alto

49 51 53 55 57

Págs. Miércoles: Para ser grande Jueves: Compartir con los hermanos Viernes: Un pueblo que produzca frutos Sábado: El corazón del Padre

TERCERA SEMANA

NAVIDAD

Lunes: Amplitud de horizontes Martes: Más allá de las matemáticas Miércoles: La plenitud de la ley Jueves: Escucha eficaz de la palabra Viernes: Amar es lo primero Sábado: Dos tipos de religiosidad

Día 26 de diciembre (San Esteban, protomártir): El primer testigo 59 Día 27 de diciembre (San Juan, apóstol y evangelista): El discípulo amado. 61 Día 28 de diciembre (Santos Inocentes): Víctimas inocentes 63 Día 29 de diciembre: Cristo, signo de contradicción 65 Día 30 de diciembre: Jesús en familia 67 Día 31 de diciembre: Palabra de Dios en lenguaje humano 69 Día 2 de enero: Testimoniar a Cristo, el desconocido 71 Día 3 de enero: Hijos nacidos de Dios 73 Día 4 de enero: "Hemos encontrado al Mesías" 75 Día 5 de enero: A la vida por el amor 76 Día 7 de enero: (o Lunes después de Epifanía): Creer y amar 78 Día 8 de enero (o Martes después de Epifanía): Dios es amor 80 Día 9 de enero (o Miércoles después de Epifanía): E\ amor vence altemor.. 82 Día 10 de enero (o Jueves después de Epifanía):Cristianismo de encarnación. 84 Día 11 deenero(o Viernes después de Epifanía): La victoria déla fe 86 Día 12 de enero (o Sábado después de Epifanía):Los esponsales de Dios.... 88

Lunes: Un nuevo cielo y una tierra nueva Martes: El agua que regenera Miércoles-. Amor que crea vida Jueves: En medio de la increencia Viernes: El destino de Jesús Sábado: Sin miedo a comprometernos

CUARESMA

QUINTA SEMANA

Miércoles de Ceniza: En camino hacia la pascua Jueves después de Ceniza: El secreto de la cuaresma Viernes después de Ceniza: El ayuno que Dios quiere Sábado después de Ceniza: El Dios de la misericordia

91 93 95 97

PRIMERA SEMANA Lunes: Examen de amor Martes: "Perdona nuestras ofensas" Miércoles: Signos de conversión Jueves: Oración de la vida Viernes: Para un culto auténtico Sábado: Pueblo santo de Dios

j jg ¡ ]y ¡ jg pt

99 101 103 105 107 109

123 125 127 129 13 j J33

CUARTA SEMANA 135 133 \4g 142 144 145

Lunes: Todos somos pecadores Martes: Un signo levantado en alto Miércoles: "La verdad os hará libres" Jueves: La fe que da vida Viernes: "Creed a mis obras" Sábado: Una muerte decidida

148 150 152 154 156 158 •

Lunes de Semana Santa: Fragancia que anticipa la pascua Martes de Semana Santa: Un amor traicionado Miércoles de Semana Santa: El Amor no es amado

160 162 164

PASCUA TRIDUO PASCUAL

SEGUNDA SEMANA Lunes: Perdonar para ser perdonados Martes: Cuidado con la hipocresía

686

111 113

Jueves Santo: La Cena del Señor Viernes Santo: Pasión y cruz de Cristo Sábado Santo: La vigilia pascual

j

167 169 171 687

Págs.

Págs. PRIMERA SEMANA (Octava de Pascua) Lunes: Más allá de la ciencia histórica Martes: Conversión pascual Miércoles: En el camino de Emaús Jueves: Se resistían a creer Viernes: ¡Es el Señor! Sábado: Las apariciones de Cristo resucitado

SEXTA SEMANA 173 175 177 179 181 184

SEGUNDA SEMANA Lunes: Nacidos de nuevo Martes: Un solo corazón Miércoles: Un Dios enamorado del hombre Jueves: Testigos en la persecución Viernes: Estaba cerca la pascua Sábado: Corresponsabilidad eclesial

234 236 238 240 243 245

SÉPTIMA SEMANA 186 188 190 192 194 196

Lunes: Un ilustre desconocido Martes: La oración de Jesús Miércoles: Consagrados en la verdad Jueves: El signo de la unidad Viernes: Primado de amor Sábado: Herederos de la fe apostólica

247 249 251 253 255 257

TIEMPO ORDINARIO

TERCERA SEMANA Lunes: El quehacer de la fe Martes: El pan del cielo Miércoles: Dios quiere la salvación del hombre Jueves: El encuentro de la fe Viernes: Comunión y vida eterna Sábado: Señor, ¿a quién iremos?

Lunes: Suma de testimonios Martes: No estamos solos Miércoles: El Espíritu de la verdad Jueves: El gozo del Espíritu Viernes: "Nadie os quitará vuestra alegría" Sábado: Oración en nombre de Cristo

198 200 202 204 206 208

PRIMERA SEMANA Lunes: Se ha cumplido el plazo Martes: Una autoridad con carisma Miércoles: Solidarios con el dolor Jueves: El amor no margina Viernes: El sacramento del perdón Sábado: Andaba con gente de mala fama

261 263 265 267 269 271

CUARTA SEMANA Lunes: Una puerta abierta Martes: El Señor es mi pastor Miércoles: La luz y la palabra Jueves: Al estilo de Jesús Viernes: Camino, verdad y vida Sábado: El rostro humano de Dios

210 212 214 216 218 220

SEGUNDA SEMANA Lunes: La novedad del evangelio Martes: La medida es el hombre Miércoles: Religión con esclerosis Jueves: Fervor de multitudes Viernes: Los doce apóstoles Sábado: Locura a lo divino

273 276 278 280 282 284

QUINTA SEMANA Lunes: La presencia de un ausente Martes: La paz que da el Señor Miércoles: "Permaneced en mí" Jueves: Amor, obediencia y alegría Viernes: Amistad de Jesús y amor fraterno Sábado: Comunión de destino con Jesús

688

222 224 226 228 230 232

TERCERA SEMANA Lunes: Cristo, vencedor del mal Martes: La nueva familia de Cristo Miércoles: La semilla del Reino Jueves: El triunfo de la luz

286 288 290 292

689

Págs,

Págs. Viernes: La fuerza interior del Reino Sábado: Cuando Dios parece "echar la siesta"

294 296

Miércoles: Vocación de servicio Jueves: Los gritos de la fe Viernes: El nuevo templo de Dios Sábado: La autoridad de Jesús

299 301 303 305 307 309

NOVENA SEMANA

351 353 355 357

CUARTA SEMANA Lunes: Jesús, persona no grata Martes: La fe es más que tocar Miércoles: Nadie es profeta en su tierra Jueves: Enviados con lo puesto Viernes: La muerte de un profeta Sábado: La pertenencia a la Iglesia

Lunes: Los frutos de la viña Martes: Cristianos en la vida cívica Miércoles: Espero la resurrección de los muertos Jueves: El amor es la religión de Jesús Viernes: Más que "Hijo de David" Sábado: Generosa pobreza

359 361 363 365 367 369

QUINTA SEMANA Lunes: En contacto con Jesús Martes: Tradiciones que no sirven Miércoles: La fuente del corazón Jueves: La fe no tiene nacionalidad Viernes: Los preferidos de Dios Sábado: E) pan de la fraternidad

31 ] 313 315 317 319 321

DÉCIMA SEMANA Lunes: Un programa de felicidad Martes: Sabor de Dios parala vida Miércoles: Alternativa a la ley antigua Jueves: Reconciliación fraterna Viernes: Dinamismo progresivo del amor Sábado: La originalidad cristiana

371 373 375 377 379 381

SEXTA SEMANA Lunes: La señal menos esperada Martes: La vieja levadura Miércoles: La iluminación de la fe Jueves: ¿Quién decís que soy yo? Viernes: Ascesis liberadora, no masoquismo Sábado: Un anticipo de la resurrección

,

323 325 327 329 331 333

UNDÉCIMA SEMANA Lunes: La revolución del amor Martes: Amor al enemigo Miércoles: Atención a lo interior Jueves: La oración del Reino Viernes: El verdadero tesoro Sábado: Confianza en la Providencia

384 386 388 390 392 394

SÉPTIMA SEMANA DUODÉCIMA SEMANA Lunes: Fe y oración unidas Martes: Ambición de poder Miércoles: Dios no es monopolio de nadie Jueves: Vivid en paz unos con otros Viernes: Un amor para toda la vida Sábado: Aceptar el Reino como un niño

335 337 339 341 343 345

OCTAVA SEMANA Lunes: Una vocación frustrada Martes: Cien veces más

690

Lunes: La mota en el ojo ajeno Martes: La puerta hacia la vida Miércoles: Por el fruto se conoce al árbol Jueves: Obras son amores Viernes: Los milagros de la fe Sábado: Cargó con nuestras dolencias

396 398 400 402 404 406

DECIMOTERCERA SEMANA 347 349

Lunes: El precio del seguimiento Martes: Vientos de tempestad

.'

408 410

691

Págs. Miércoles: El poder de un exorcismo Jueves: Un perdón que sana Viernes: Para una religión auténtica Sábado: Conversión evangélica a lo nuevo

412 414 416 418

420 423 425 427 429 431

DECIMOQUINTA SEMANA Lunes: Un evangelio molesto Martes: La conversión, ley de crecimiento Miércoles: Una sabiduría superior Jueves: El yugo llevadero de Jesús Viernes: Señor del sábado Sábado: Esperanza de las naciones

433 435 437 439 441 443

445 447 449 451 453 455

692

481 483 485 487 489 491

Lunes: Si quieres ser perfecto Martes: Voluntarios de la pobreza Miércoles: Hora de la tarde Jueves: Revestirnos de Cristo Viernes: El mandamiento principal Sábado: No hacen lo que dicen

493 495 498 500 502 504

Lunes: Guías ciegos Martes: Justicia, misericordia y sinceridad Miércoles: Sepulcros encalados Jueves: Parábolas de la vigilancia Viernes: Vigilancia y responsabilidad Sábado: Pecados de omisión

506 508 510 512 514 516

VIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA 457 459 461 463 465 467

Lunes: Jesús de Nazaret es el "hoy" de Dios Martes: Un exorcista diferente Miércoles: Con aura de taumaturgo Jueves: Llamados al seguimiento de Cristo Viernes: ¿Las instituciones o la vida? Sábado: Sábado y domingo

518 520 522 524 526 528

VIGÉSIMA TERCERA SEMANA

DECIMOCTAVA SEMANA Lunes: Compartir lo que hay Martes: "Soy yo, no temáis"

Lunes: Los hijos están exentos Martes: El más importante Miércoles: Una mediación de la caridad Jueves: Perdón ilimitado Viernes: Lo que Dios unió Sábado: Jesús y los niños

VIGÉSIMA PRIMERA SEMANA

DECIMOSÉPTIMA SEMANA Lunes: El crecimiento del Reino Martes: Impaciencia derrotista Miércoles: La mejor inversión Jueves: Apuntes sobre el Reino Viernes: El rechazo del profeta Sábado: Herodes, el Bautista y Jesús

473 475 477 479

VIGÉSIMA SEMANA

DECIMOSEXTA SEMANA Lunes: La conversión de cada día Martes: El discípulo es familia de Jesús Miércoles: La semilla al viento Jueves: El Reino en parábolas Viernes: El que escucha y entiende Sábado: La paciencia de Dios

Miércoles: Mujer, qué grande es tu fe Jueves: Primado y comunión eclesial Viernes: La condición del discípulo Sábado: El poder de la fe DECIMONOVENA SEMANA

DECIMOCUARTA SEMANA Lunes: Señor de la vida Martes: La mies es abundante Miércoles: Misión para la evangelización Jueves: Equipaje para la misión Viernes: Fuerza y flaqueza del apóstol Sábado: ¡Afuera el miedo!

Págs.

469 471

Lunes: Al lado del hombre Martes: Basados en la fe apostólica

'..... 530 532

693

Págs.

Págs, Miércoles: El Reino para los pobres Jueves: Nuevos horizontes para amar Viernes: La empatia del amor Sábado: Los frutos de la escucha

534 537 539 541

Lunes: Señor, yo no soy digno Martes: Opción por la vida Miércoles: Como chiquillos Jueves: ¿Cuál de los dos le amará más? Viernes: Jesús y la mujer Sábado: La sementera: riesgo y esperanza

543 545 547 549 551 553

555 557 559 561 563 565



605 607 609 611 613 615

Lunes: Un error teológico Martes: Saber esperar Miércoles: Antes de que se cierre la puerta Jueves: Fuerza y flaqueza del cariño Viernes: La libertad del amor Sábado: La humildad es saber estar

617 619 621 623 626 628

TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA Lunes: Extraño título de grandeza Martes: "No sabéis de qué espíritu sois" Miércoles: La vocación al seguimiento. Jueves: Sin armas ni bagaje Viernes: Llamada a la conversión continua Sábado: Los ojos del corazón

567 570 572 574 576 573

Lunes: Amor gratuito Martes: Invitados a la fiesta del Reino Miércoles: Un amor preferente Jueves: La alegría de Dios Viernes: Aviso a los hijos de la luz Sábado: Dios y el dinero

630 632 634 636 638 640

TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA

VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA Lunes: ¿Quién es mi prójimo? Martes: Acción y contemplación Miércoles: Escuela de oración Jueves: Crisis de oración Viernes: Cristo es el más fuerte Sábado: La bienaventuranza de María

580 582 534 586 533 590

Lunes: Señor, auméntanos la fe Martes: El salario del servidor Miércoles: Agradecer es de bien nacidos Jueves: El Reino está dentro de vosotros Viernes: El gran día mesiánico Sábado: La oración es fe en ejercicio

642 644 646 648 650 652

TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA

694

Lunes: Consumismo a ultranza Martes: Amor que vela Miércoles: Tiempo de espera activa Jueves: La opción por Cristo Viernes: Los signos de los tiempos Sábado: Siempre la conversión TRIGÉSIMA SEMANA

VIGÉSIMA QUINTA SEMANA

Lunes: Los signos de lafe Martes: Mediaciones insuficientes

596 599 601 603

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA

VIGÉSIMA CUARTA SEMANA

Lunes: Luz del mundo Martes: Un parentesco más cercano Miércoles: Todos apóstoles Jueves: El profeta esperado Viernes: ¿Quién soy yo para vosotros? Sábado: Preguntar a Jesús

Miércoles: Libres en Cristo Jueves: La sangre de los profetas Viernes: Confesar a Cristo sin cobardía Sábado: La asistencia del Espíritu

,

592 594

*

Lunes: Los ojos de la fe Martes: Una conversión muy sonada

'..... 654 656

695

Págs. Miércoles: Al que tiene se le dará Jueves: Lágrimas fecundas Viernes: Religión en espíritu y en verdad Sábado: Un ser para la vida

659 661 663 665

TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA Lunes: Ricos o pobres ante Dios Martes: Un mensaje de esperanza Miércoles: La persecución como signo Jueves: Se acerca vuestra liberación Viernes: La primavera del reino Sábado: ¡Ven, Señor Jesús!

667 669 671 673 675 677

ÍNDICE DE LECTURAS BÍBLICAS

679

ÍNDICE GENERAL

685

696

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