Como Construir Tu Novela En 10 Preguntas - Ana Bolox.pdf

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Cómo construir tu novela en 10 preguntas © Ana Bolox, 2017 Todos los derechos reservados. Imagen de portada: Canva. Diseño: Ana Bolox Fecha de edición: Marzo de 2017 www.anabolox.com

A Cris Mandarica, por su tiempo y ayuda. Personas como ella fomentan mi fe en el ser humano.

Introducción

Hace un par de años me paré a pensar en cuáles serían las diez preguntas fundamentales que tendría que hacerme antes de empezar a escribir una novela. De esa reflexión surgieron una serie de artículos que publiqué en mi blog y que son la base de este libro. En “Cómo construir tu novela en 10 preguntas”, empezaremos por el primer paso antes de lanzarnos a escribir como locos: el de validar nuestra idea. Veremos qué hacer con esa bombilla que se ha encendido en nuestro cerebro y que así, de primeras, nos parece tan genial. Aprenderemos cómo hacerlo y así sabremos si merece la pena dedicarle todo el esfuerzo y tiempo que lleva escribir una novela. Después nos plantearemos cuál es el mejor desencadenante para nuestra historia, así como cómo y dónde debemos situarlo para que surta el efecto deseado y arranque la novela dándole la vuelta como un calcetín a la vida del protagonista. En la tercera pregunta nos plantearemos cuál es el objetivo del personaje principal. Veremos por qué es imprescindible dotarle de uno que, además, merezca la pena. Aprenderemos qué características debe tener para que desempeñe el papel que tiene asignado, estudiaremos cuáles son los principales errores que cometemos como escritores a la hora de elegirlo, qué pasos debemos seguir para no equivocarnos y repasaremos los principales tipos de objetivos de los que podemos echar mano. En cuarto lugar, nos preguntaremos acerca del conflicto. Qué es. Por qué es importante. Con qué tipos de conflicto podemos encontrarnos, cuáles son los puntos clave de la novela en los que debo situarlos y cómo debo desarrollarlos. Estudiaremos el conflicto de tu novela desde estas perspectivas para que, sea cual sea el que elijas, lo trabajes de forma adecuada y consigas ponerle las cosas realmente difíciles a tu protagonista. Por cierto… ¿quién va a ser? En la quinta pregunta nos plantearemos quiénes van a desempeñar el papel de protagonista y de antagonista de tu novela. Hablaremos de las funciones que ambos deben cumplir, aquello en lo que debes pensar cuando te sientes a crearlos, y haremos una pequeña introducción al arco dramático que debe recorrer cada uno de los personajes.

En el sexto paso, nos preguntaremos sobre la motivación de los personajes. Entenderemos por qué nuestro protagonista debe tener una y qué la origina. Estudiaremos los distintos tipos de motivación y veremos cómo podemos utilizarlos para profundizar en la naturaleza y personalidad de los personajes. Aprenderemos también por qué es necesario que no sólo el protagonista tenga esa motivación, sino por qué es importante, asimismo, que el antagonista cuente con la suya propia. Al llegar al capítulo 7, tendremos que sentarnos y empezar a pensar con mucho cuidado cuáles van a ser las acciones que van a llevar a cabo nuestros personajes para lograr la meta u objetivo que persiguen. Aprenderemos a qué nos referimos concretamente con «acción» y cómo podemos aprovecharla para definir a nuestros personajes sin tener que recurrir a la descripción, y también veremos cómo sus acciones y reacciones nos ayudan a llevar la historia hacia delante. Para cuando alcancemos la octava pregunta, «¿Cómo evolucionará nuestro protagonista?», habremos realizado tanto trabajo de campo que nos resultará mucho más fácil trabajar el arco dramático que le vamos a hacer recorrer a nuestro personaje principal. Hablaremos de las dimensiones del personaje, veremos la necesidad de justificar los cambios que se operen en él y también aprenderemos algunos trucos para hacerlo evolucionar de forma natural. En el capítulo 9, nos preguntaremos cómo mantener (e incrementar) la tensión en nuestra historia y, para ello, estudiaremos algunos recursos con los que cuenta el escritor y que debe tener siempre a mano. Finalmente, cuando alcancemos el capítulo 10, abordaremos el punto final de una novela: el clímax. Estudiaremos qué es, por qué es tan importante, cómo construirlo y los principales errores que debemos evitar. Así, con estas diez preguntas, habremos conseguido realizar un trabajo previo a la escritura de nuestra novela que nos facilitará enormemente esta tarea. Mientras tanto, y para darte un poquito más de trabajo, te invito a que te descargues de forma gratuita mi ebook “19 consejos que mejorarán tu novela”. Así vas haciendo músculo ;—)

1 ¿Merece la pena esa idea que has tenido?

Todo empieza con una idea feliz. De repente, no importa dónde te encuentres o la hora del día o de la noche que sea, tu mente concibe una idea que, de forma imprevista y sorprendente, brilla entre los millones de neuronas de tu cerebro con la misma luminosidad con que lo hace una supernova en el interior de una galaxia o la luz del faro en una noche serena. ¡Es genial! El embrión de una historia está ahí, esperando a que la lleves al papel. ¿Es genial? Hummm… Cuidado con el entusiasmo inicial. Cuando una idea luminosa aparece en nuestra mente, nos sentimos tan eufóricos que nuestra propia emoción puede llevarnos a engaño. Pero, tranquilo, eso es precisamente lo que vamos a intentar evitar en este primer punto del libro. ¿Cómo? Averiguando si la idea que hemos tenido es lo suficientemente buena como para dedicarle todo el tiempo y el empeño que requiere la escritura de una novela. Volvamos un momento al principio: decíamos que sonríes. Sí, ¡has tenido una idea feliz! y vas a escribir una novela a partir de ella. Enciendes el ordenador y te pones a trabajar. Y escribes y escribes. Puede que sacrifiques un par de horas de sueño y madrugues todas las mañanas para hacerlo. O, si eres ave nocturna, el sacrificio llegará por la noche. ¡No importa! Te sientes tan feliz, avanzando con esa historia que surgió un día en tu cerebro de ese fogonazo de creatividad que lo iluminó como un árbol de Navidad, que pones todo tu empeño en llevarla adelante. Sin embargo, puede que te haya sucedido ya, llega un día en que te atascas. No sabes por dónde seguir. La situación a la que has llevado la historia parece no tener solución y, las pocas que se te ocurren, no te convencen. Es posible que, llegado este caso, acabes por meter tu historia en un cajón y olvidarla. No al principio, claro. Primero habrás de pasar un periodo de “luto” en el que te sentirás frustrado: «¡Tanto trabajo para nada!». Sin embargo, con el tiempo ese embrión de novela, ese feto abortado pasará al olvido y tú, algún día, volverás a tener otra gran idea que te pondrá

ante el ordenador para, probablemente, recorrer un camino parecido y acabar llegando a un destino similar. O puede que te empeñes y te digas que, sí o sí, terminarás esa novela. Y lo harás. Lo harás de la primera forma que encuentres. De una forma que no contentará ni a ti ni al lector. Aun así la subirás a Amazon. Te ha costado un mundo escribirla, lo mínimo es que pruebes suerte. Pero nadie la lee y, los pocos que lo hacen, dejan comentarios negativos: 

Empezó bien, pero, a medida que avanza, la historia se desinfla.



Cuando leí la sinopsis, creí que la novela me gustaría, pero no deja de ser un cúmulo de tópicos.



Esta novela no vale nada. No la leas ni aunque te la regalen. Uffff, ¡qué frustración de nuevo! Ya sea porque tu historia acaba en un cajón, ya

sea porque el resultado obtenido es decepcionante, la realidad es que todo aquel esfuerzo, empeño y trabajo que pusiste no han valido de nada. Ahora quizá recuerdes las horas de sueño perdidas, las tardes que no saliste con tus amigos o que cerraste la puerta del estudio y no pasaste con tus hijos. Quizá incluso te plantees que no sirves para esto, que es mejor dejarlo y olvidar el asunto. Y hasta es posible que te des por vencido y no lo vuelvas a intentar. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué todo ha salido tan mal a pesar del empeño que pusiste? Las causas pueden ser múltiples, no voy a engañarte, pero la primera de ellas es que fuiste demasiado impulsivo. Te lanzaste a escribir sin preguntarte antes acerca de las posibilidades de esa idea maravillosa que había surgido en tu mente. Y es que: ¿puede una simple idea dar lugar a una gran novela? No. Las ideas no son más que fogonazos de inspiración. Es cierto que pueden causar terremotos en nuestro interior. Cuando surgen, nos emocionan, nos ilusionan y ponen en marcha nuestra creatividad, pero en realidad no son nada más que una chispa. Detrás de ellas no hay más que el efímero destello del fósforo cuando se rasca sobre el papel de lija. Si no acercas la cerilla a la yesca, si no abanicas las primeras llamas para avivarlas y no colocas un buen leño seco sobre ellas, no tendrás una hoguera. Lo mismo ocurre con las ideas. Hay muchas formas de conseguirlas, lo insólito es que contengan una buena historia y, si la atesoran, lo verdaderamente difícil es extraerla de allí y luego desarrollarla. Por esta razón, muchos escritores que no se han preocupado de comprobar la validez de su idea se dan cuenta, después de haber escrito cien páginas, de que su historia no va a ninguna parte, de que no vale, de que no está funcionando

como ellos esperaban. En la construcción de una novela abocada al fracaso, éste es el primer gran error que un escritor puede cometer: creer que tras esa primera chispa hay una gran historia, el germen de una novela alucinante. ¿Y, entonces, por qué lo cometemos? Porque somos humanos. El efecto liberador que produce la gestación de una idea es increíblemente placentero. De repente, salta la chispa y ante ti se abre todo un mundo de posibilidades. Las endorfinas corren ligeras por las venas y llegas a creer que con esa idea puedes ir hasta el fin del mundo. ¡No!, mucho más lejos, puedes llevarla hasta los confines del universo. No hay restricciones porque..., ¿quién puede poner coto a la imaginación? Así que no lo pensamos y nos lanzamos de cabeza, nos zambullirnos en la creación de una historia a partir de una idea feliz, sin pararnos a pensar si tiene futuro, si será capaz de sostener toda una novela y dar vida a unos personajes que seduzcan al lector. Hay que evitar esto. Echar por la borda todo el esfuerzo y el tiempo que lleva escribir una novela es un lujo que ningún escritor que pretenda triunfar con sus historias debe permitirse. Antes de arrojarnos sobre el teclado como un alma poseída, es imprescindible realizar un trabajo previo que nos ayude a cribar, a elegir lo que realmente vale la pena y desechar todo lo demás. Así pues, anota la primera lección: cuando tu cerebro se ilumine como un árbol de Navidad, siéntate delante de un papel, en vez de hacerlo frente al ordenador, y piensa. Reflexiona sobre ese mundo multicolor que brilla en tu cabeza y pregúntate si de verdad encierra un proyecto que será provechoso o sólo se trata del brillo efímero de unos fuegos artificiales. De esa reflexión y de la decisión que tomes dependerá en gran medida el éxito de tu novela. Dale la importancia que tiene, que es mucha, y no te pongas a escribir antes de hacerte esta pregunta: ¿Es suficientemente atractiva esa idea que se me ha ocurrido como para dedicarle todo el esfuerzo y tiempo que requiere escribir una novela?

No validar la idea es el primer error del escritor principiante.

De modo que vamos a evitarlo. ¿Preparado?

1. Cómo validar tu idea Muy sencillo: trabajándola y comprobando si posee sustancia suficiente para sustentar una historia que merezca la pena escribir y leer. En otras palabras: asegurándote de que contiene todo lo que una novela necesita para sostenerse. Y para ello, en primer lugar debes tener muy claro cuáles son los elementos básicos con los que ha de contar una novela para que funcione. Tranquilo, no vamos a hacer una lista confusa de puntos que te compliquen la vida. En realidad, en esta fase de tu trabajo sólo tienes que ocuparte de cuatro elementos:

Elementos básicos de una novela para que funcione A. Un protagonista con el que el lector empatice. Si quieres conseguir que el lector empatice con tu protagonista tienes que hacer de él un ser humano. No puedes presentarle un personaje que encarne la perfección del superhéroe. Tu protagonista ha de tener virtudes, pero también defectos. Y, además, debe ser alguien que actúe. Es decir, tienes que construir un personaje activo, no reactivo; un personaje que toma decisiones y las ejecuta en pos de un objetivo que está dispuesto a lograr, cueste lo que cueste. B. Un objetivo Para sostener toda una novela es obvio que no nos basta con un personaje principal, por muy carismático que logremos hacerlo. Con el fin de que la novela se sustente, necesitamos también un objetivo que sea claro y que esté bien definido. Ahora bien, no nos vale cualquiera. El objetivo de nuestro protagonista debe ser un gran objetivo. Es decir, algo que sea tan importante para él que esté dispuesto a pagar cualquier precio por conseguirlo. Un objetivo que, como decíamos antes, obligue a tu protagonista a actuar, a ponerse en movimiento y tomar decisiones. C. Acción En una novela tienen que pasar cosas. Si no sucede nada, el lector abandonará la lectura. Así que, tal y como ya se ha ido apuntando en los dos puntos anteriores, si tu protagonista tiene un objetivo activo será un personaje activo. Es decir, no se limitará a

reaccionar, sino que tomará decisiones y ello llevará a que haya acción en tu novela y ésta avance a buen ritmo y con interés. D. Antagonista y conflicto Una vez que tienes esbozado un protagonista al que le has proporcionado un objetivo claro y activo, debes ponerle muy difícil alcanzarlo. Es decir, has de colocar obstáculos entre el personaje y la consecución de su objetivo. O lo que es lo mismo: has de introducir el conflicto dentro de tu historia. Para lo cual, obviamente, necesitas un antagonista. Un personaje que, por supuesto, también tiene sus propios objetivos y motivaciones. Así que, cada vez que te asalte una nueva idea y te plantees escribir una novela a partir de ella, comprueba que incluye todos estos elementos: 

Pregúntate si tu idea da vida a un personaje protagonista con el que el lector empatice.



Si éste tiene un objetivo que alcanzar y si ese objetivo queda claro y es lo suficientemente importante como para que tu protagonista se ponga en movimiento.



Es decir, para que actúe. La acción es otro de los elementos indispensables de una novela.



Y, por último, pregúntate si tu historia cuenta con un antagonista que posea las cualidades que necesitas para obstaculizar el camino de tu protagonista, sembrando un conflicto que irá “in crescendo” a medida que la historia avance. Muy bien, ya sabemos cuáles son los cuatro elementos básicos que una buena idea

debe poseer para empezar a considerarla potable, ¿pero cómo nos aseguramos de que la nuestra los contiene? La respuesta es muy sencilla: la mejor herramienta con la que contamos para realizar esta comprobación es la premisa, porque una premisa bien redactada nos va a dar, en sólo un par de frases, la información que necesitamos acerca de estos elementos. Vamos a verla un poco más de cerca.

2. La premisa La premisa es una descripción general de la historia que quieres contar. Es una aproximación a ese «¿De qué va la novela?» con la que vas a encauzar la idea que estás valorando, de manera que te resultará mucho más sencillo comprobar si cuenta con los elementos indispensables que toda novela ha de poseer. Con la premisa vamos a realizar un primer desarrollo de nuestra idea, escueto, es verdad, pero con la suficiente claridad como para ir entreviendo si ésta cuenta con entidad suficiente. La fórmula para construir una premisa es muy sencilla:

Premisa = Protagonista + Objetivo + Acción + Antagonista.

Pongamos un ejemplo: Un informático alcohólico, cuya hija ha sido secuestrada por una compañía rival, debe hackear el sistema informático de la empresa para la que trabaja con el fin de recuperarla, incluso si ello le lleva a arrostrar la venganza del despiadado director general. Lo sé, no parece una historia muy original, pero como ejemplo de premisa nos vale puesto que tenemos en ella todo lo que necesitamos para realizar ese primer esbozo de aproximación a nuestra historia. Si observas con detenimiento, la premisa cuenta con los mismos cuatro elementos que toda novela debe poseer para, como antes dijimos, tener sustancia suficiente y capacidad para interesar al lector: 1. Un personaje protagonista: el informático alcohólico. 2. Que tiene un gran objetivo: recuperar a su hija. 3. Y debe realizar una acción: hackear el sistema informático de la empresa para la que trabaja. 4. Lo cual le enfrenta a un antagonista: el despiadado director general de su empresa.

3. Cómo construir una premisa El esquema general para construir nuestra premisa, por tanto, es el siguiente:

Cuando ____________ (algo ocurre que obliga al protagonista a actuar para lograr un objetivo), ____________ (protagonista) ________________ (adjetivo) debe hacer algo

_______________

enfrentamiento)

con

(acción) un

que

________________

_______________

(adjetivo)

(provocará

un

________________

(antagonista). Cuando la hija de James Parker, un informático alcohólico que trabaja para una empresa puntera en el campo de la cibernética, es secuestrada por una compañía rival, Parker se verá obligado a hackear el sistema informático de la empresa para la que trabaja, incluso si ello le lleva a arrostrar la venganza del despiadado director general. Observa que hemos añadido un adjetivo tanto al protagonista como al antagonista. ¿Por qué? Porque con ese adjetivo debes definir el rasgo más llamativo de la personalidad de cada uno de estos dos personajes. “Alcohólico” ya nos da una idea de cómo va a ser ese padre: probablemente separado o divorciado por sus problemas con la bebida, James Parker es bastante posible que sea un hombre solitario y amargado que ahoga sus problemas en alcohol, en lugar de hacerles frente. De modo que también nos otorga un buen punto de partida para construir un arco dramático del personaje que lo haga atractivo. Hablaremos sobre ello en un punto posterior. En cuanto a “despiadado”…, lo sé, no he sido muy imaginativa, pero aun así es un adjetivo al que le voy a sacar jugo: en un principio podemos imaginar que el director general de la empresa para la que trabaja James Parker va a cabrearse mucho con él cuando descubra que ha pasado información vital de la compañía a una firma rival. Pero es que despiadado va mucho más allá de cabreado. Despiadado implica que el director de James Parker no va a ser precisamente un tipo clemente. A James Parker le tocará encarar un montón de conflictos y problemas: su alcoholismo, la imperiosa necesidad de salvar a su hija, las complicaciones de hackear un sistema informático sin dejar huella, fracasar en este punto y, por ello, enfrentarse al gran conflicto: un jefe que está dispuesto a cualquier cosa con tal de vengarse… ¿Incluso a acabar con la vida de la hija de James Parker? (Acaba de ocurrírseme).

¿Ves? Tontamente, y de un solo adjetivo, podemos empezar a sacar hilos muy interesantes a nuestra historia. Por eso, cuando escribas la premisa no elijas dos adjetivos al azar, sino los dos adjetivos que mejor definan la naturaleza de tu protagonista y tu antagonista.

4. Vale, ¿pero cómo me ayuda la premisa a validar mi idea? Si echamos de nuevo un vistazo al ejemplo que escribimos antes y lo analizamos con detalle vemos que, al realizar esta breve descripción de nuestra idea básica, estamos logrando varios objetivos: 1. La premisa te obliga a dar forma a la idea y exponerla de una manera sencilla a partir de la cual podrás comenzar a trabajar la historia. 2. Te ayuda a reducir el alcance de tu idea hasta centrarlo en un problema específico. 3. Y a definir un conflicto con el que te obligas a trabajar dentro del modelo de estructura clásica de una novela. Es decir, te proporciona el primer basamento sobre el que vas a construir esa estructura. Vale, vale, esto puede sonar un poco lioso y lo que tú buscas es concreción. Así que voy a darte una respuesta muy concisa: a partir de la premisa podremos contestar a una serie de cuestiones que nos van a dar una primera respuesta a la pregunta de si nuestra idea es válida o no: 

¿Tienes un protagonista? Sí, James Parker, un informático alcohólico.



¿Tiene el protagonista un objetivo principal que deba conseguir? Claro, recuperar a su hija.



¿Y ese objetivo le motiva lo suficiente como para obligarlo a actuar? Si salvar la vida de su hija no motiva a un padre…, ¡ya me dirás!



¿Y tienes un antagonista que vaya a obstaculizar y crear conflictos al protagonista en la consecución de su objetivo? Sí, también lo tienes: el despiadado director general de la empresa para la que trabaja Parker y a la que ha hackeado. Así pues, de momento y sólo a través de un breve párrafo, ya vemos que la idea

que tuvimos apunta bien. Tenemos conflicto, tenemos un objetivo y tenemos una

motivación importante que empuje a nuestro protagonista, pero además tenemos a un antagonista que se encargará de ponerle las cosas difíciles.

Es decir, tenemos el germen de una historia.

5. Síntomas de que tu idea merece la pena Además de validarla a través de la premisa, hay una serie de síntomas que también pueden indicarte si la idea que has tenido merece la pena. Para comprobar si los “sufres”, hazte las siguientes preguntas: A. ¿A ti te gusta? La primera pregunta que debes hacerte es si la idea resulta interesante… para ti mismo. No, no estoy de broma ni es una chorrada que se me acaba de ocurrir. Date una vuelta por Amazon e investiga durante un rato la cantidad de novelas románticas sobre vampiros que se han escrito a cuenta del éxito de Stephenie Meyer. ¿Cuántas copias de “Crepúsculo” y del resto de títulos de la saga cuentas? ¿Y si haces ahora lo mismo con los clones de “Cincuenta sombras de Grey”? Puede que muchos de los autores de esas novelas sean apasionados lectores de romances vampíricos o del masoquismo erótico y hayan disfrutado escribiendo remedos de esas historias, pero también los hay que sólo han querido aprovechar el tirón. Si, al plantearte esta primera pregunta, tu respuesta es: «No, la idea no me interesa lo más mínimo», y simplemente consideras que puede ser una buena opción porque está de moda, entonces abandónala y busca otra. Te lo aseguro: escribir esa historia será un tostón insufrible para ti. Te aburrirás mortalmente y aburrirás a tus lectores hasta que decidan abandonar tu novela. Además… ¿te has planteado la posibilidad de que, para cuando la acabes, ese tipo de historias ya no esté de moda? Reflexiona. B. ¿Qué sientes por ella?

Si has contestado afirmativamente a la pregunta que se planteaba en el apartado anterior, vamos por buen camino, pero aún nos quedan algunas otras cuestiones a las que responder. Te toca ahora describir lo que sientes por esa idea. Hay algunos síntomas que pueden indicarte si de verdad crees que tu idea merece ser desarrollada en una novela. Estudia tus emociones y mira si puedes responder a todas las preguntas con una afirmación: a. ¿No puedes dejar de darle vueltas a esa idea? Cuando te hablan, ¿no escuchas porque tu mente está ocupada pensando en ella? Cuando vas conduciendo, ¿te pasa lo mismo? b. ¿Tu mente te bombardea constantemente con escenas o pedazos de diálogo entre los personajes? ¿Te cuesta dormir porque al meterte en la cama esa idea que ha nacido se expande y va tomando forma? ¿Comienzas a tener un mapa mental de cómo se irá desarrollando la historia? c. ¿Te sorprendes sonriendo al pensar en el final del proceso, cuando en tu mente ya estás viendo la novela escrita, encuaderna y lista para ser vendida? ¿Sientes una emoción que no puedes apaciguar? ¿Te apasiona la idea de escribir ese libro y alcanzar esa visión del producto final que hay en tu cabeza? Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, va a ser que sí estás entusiasmado con la idea. Ahora bien, que tú sientas esa emoción no significa que tus futuros lectores también vayan a experimentarla (recuerda el árbol de Navidad). Para que lo hagan, tendrás que proporcionarles una historia excelente que les haga vibrar. Por eso te aconsejo que continúes el interrogatorio. C. Preguntas que debes hacerte: a. ¿A quién le importa esta historia? Si la respuesta es: «Bueno, tal vez a nadie, pero me da igual. La escribiré de todos modos», te sugiero que o bien des vida a esa idea como un simple ejercicio de práctica, o bien la olvides hasta que encuentres cómo mejorarla. Si lo que deseas es tener lectores y ya desde el principio crees que nadie se va a sentir interesado por tu historia, entonces sigue mi consejo: tírala a la papelera o espera a que se te ocurra algo con lo que puedas hacer de ella una historia interesante. Si, por el contrario, decides que sí, que tu historia puede resultar interesante para el lector, entonces deberías seguir haciéndote algunas preguntas más…

b. ¿Es impactante? Esta es la siguiente pregunta en la lista y la respuesta debe ser siempre afirmativa, por supuesto. Si no lo es, abandónala y busca otra. Pero ¿cómo estar seguro de que tu respuesta afirmativa es correcta? Sólo siendo sincero contigo mismo y ahondando en ella hasta el final. Una buena forma de asegurarse consiste en acudir a la premisa y examinarla con toda la imparcialidad de la que seas capaz. Analiza ese pequeño resumen que has compuesto y desnuda la idea. Desenmascara los tópicos que se hayan colado y despójala de ellos. Ahora estudia lo que queda y sopesa su atractivo. ¿De verdad va a impactar al lector? Si tomáramos como caso de estudio el ejemplo de premisa que hemos puesto unos párrafos más arriba, no podríamos más que responder que no, que la idea no sólo no es impactante en absoluto, sino que es demasiado manida como para desperdiciar tiempo y trabajo en ella. c. ¿Dentro de qué género la voy a situar? ¿Qué le estás ofreciendo al lector? ¿Tu novela se encuentra dentro del género que los lectores esperan encontrar cuando la lean? Es importante que desde el principio fijes el género al que pertenece. Luego, igual de importante es hacérselo saber a tus lectores: es probable que a los que les guste la novela policíaca no les apetezca leer una de ciencia ficción. Asegúrate de que les dejas claro qué género van a encontrar cuando lean tu novela. d. ¿Es intrigante? Sé sincero: ¿de verdad lo es? ¿Qué estrategias vas a utilizar para que una novela enmarcada dentro de un género determinado, que debe contener una serie de elementos que le son propios y, por tanto, normalmente previsibles, sea fresca, original y absorbente? e. ¿Atrapará al lector? Muy bien, crees que ya has pensado las estrategias y que con ellas lograrás hacer de tu novela una historia intrigante. Ahora piensa: al añadir esos elementos, esos giros que crees inesperados, ¿te parece que tu novela logrará ser lo suficientemente persuasiva como para echarle el guante al lector y hacerlo, además, desde el principio? f. ¿Conectará con él emocionalmente? Este punto es importante. Muy, muy importante: ¿crees que tu novela será capaz de anudar un lazo emocional con el lector? Ten siempre presente que los lectores suelen acoger muy bien las novelas que, además

de contarles una historia, les hablan, es decir, que consiguen establecer una conexión emocional con ellos. Y hemos llegado al final del interrogatorio. Examina con detenimiento todas estas preguntas y respóndelas con objetividad. Si después de hacerlo, tu idea ha pasado el examen, entonces, adelante: ponte a trabajar en ella y escribe la novela que mejor seas capaz de pergeñar. Pero, antes, lee el segundo punto de este libro: ¿Cuál es el desencadenante de la historia?

2 ¿Cuál es el desencadenante de tu historia?

1. ¿Qué es el desencadenante? El desencadenante es el punto en el que una historia comienza. Antes de él sólo tenemos una situación de equilibrio inicial que nos muestra, en unos cuantos párrafos, la vida rutinaria de nuestro protagonista. Ahora bien, si nos quedáramos ahí, si no hiciéramos nada por cambiar esa situación, no habría historia y la novela se reduciría a la narración soporífera del día a día de un personaje. Para que la historia arranque de verdad e interese al lector, debes hacer algo que rompa esa monotonía y, para ello, cuentas con una herramienta que te va a ayudar a poner en movimiento la novela. ¿Y cómo te va a ayudar? Muy sencillo: aniquilando esa tranquila rutina en la que vive el personaje a través de un incidente que la pondrá boca abajo, que la convertirá en astillas, que volverá su mundo un caos: el desencadenante. El desencadenante es, por tanto, el suceso que va a transformar la tranquila vida del protagonista en un universo caótico. Es el Big Bang que va a originar un nuevo cosmos, y ese nuevo universo que nace a partir de él es el que va a narrar la novela. En este segundo capítulo del libro vamos por tanto a tratar dos elementos indispensables de cualquier historia: la situación de equilibrio inicial, que tocaremos brevemente, y el desencadenante.

2. Funciones del desencadenante A. La llave de contacto Si tu protagonista vivía en un mundo ideal, o casi, está claro que la modificación traumática de su existencia no puede dejarlo indiferente. Por el contrario, le va a obligar a marcarse un objetivo: el de recuperar la armonía perdida de su mundo, para lo cual

debe actuar. Y en el momento en el que el personaje empieza a actuar, es decir, a moverse, comienza la historia. Por tanto, el desencadenante es el incidente que pone en marcha la historia, es lo que da una razón o motivo al personaje para tomar una decisión, fijarse una meta y comenzar a realizar una serie de acciones con el fin de alcanzarla. Es decir, el desencadenante es la llave de contacto con la que vas a arrancar tu novela. Por eso no es un punto opcional dentro de la estructura de la novela, sino uno imprescindible. Sin un cambio, sin que nada altere la normalidad de la vida de nuestro protagonista y la catapulte en una dirección inesperada para él, el personaje no tendría ninguna razón para actuar, es decir, no sentiría ninguna motivación que lo empujara a ponerse en marcha y, si así fuera, la historia no tendría lugar. B. El anzuelo perfecto Sin embargo, ésa no es la única función del desencadenante, ya que este elemento es también la primera señal para tu protagonista de que se avecinan problemas. De modo que, si te paras a pensar un momento, verás que el desencadenante se convierte en la forma perfecta de estimular la curiosidad del lector, atraparlo desde el principio e intrigarlo lo suficiente como para evitar que abandone la lectura. Digamos, en palabras claras, que es el primer gancho de tu novela. Y fíjate si es importante en este sentido: Nancy Kress, en su libro Beginnings, Middles & Ends, nos cuenta que en un relato corto tienes unos tres párrafos para hacerte con la atención del editor o del lector; y alrededor de tres páginas, en el caso de una novela. Esto te da una idea de la importancia que tiene el desencadenante en tu historia al convertirse en ese gancho que vas a tender para que el editor y el lector piquen el anzuelo. De ahí su trascendencia a la hora de planificarlo. Ahora bien, el incidente inicial no tiene por qué consistir en una especie de acción suicida, quiero decir, puede tratarse de algo sutil. Por supuesto, en una novela de acción, fantasía o ciencia ficción, el desencadenante suele ser algo muy llamativo e incluso explosivo; pero en historias que tienden hacia las emociones, como una novela romántica, el hecho que provoca el cambio puede ser algo tan “vaporoso” como un malentendido o la entrada en escena de un personaje misterioso. De modo que aquí tenemos otro punto importante respecto a este elemento: como ves, el tipo de desencadenante que elijas debe estar íntimamente ligado al género al que pertenece tu novela. Un asesinato lleva a una historia detectivesca; una infidelidad

puede conducir a una historia romántica; una catástrofe cósmica, a una de ciencia ficción… En cualquier caso, y sea cual sea el desencadenante, debe cumplir con una serie de requisitos para llevar a cabo su función. Así que vamos a ver cuáles son.

3. Características de un buen desencadenante A. El desencadenante debe ocurrir en el primer acto de la historia (la presentación) y, si es factible (y debería serlo), lo antes posible dentro de ese primer acto. Ésta es otra de las preguntas que debes plantearte cuando estés planeando tu desencadenante: «¿Dónde lo sitúo?». En cada novela vas a tener que elegir el momento en el que quieres que ocurra, porque no hay una respuesta correcta a esa pregunta. He leído a autores de técnicas narrativas que dicen que el desencadenante debe ocurrir en las tres primeras páginas; otros, hacia el final del primer capítulo; otros, en las primeras treinta páginas y otros, en las cincuenta primeras. Es bastante probable que tú mismo hayas encontrado entre tus lecturas casos que ilustren cada una de estas opiniones. Personalmente, y como mi principal interés al escribir son las novelas policíacas, mi desencadenante (que es el crimen) suele ocurrir en la primera escena o en las primeras páginas. Pero tampoco tiene por qué ocurrir siempre así. El desencadenante, aunque parezca extraño, puede suceder incluso antes de que la historia comience, como ocurre en la novela de Preston & Child, The Relic, en la que los autores decidieron establecer la situación de equilibrio inicial de la coprotagonista en el capítulo 4 y, sin embargo, el desencadenante, es decir, ese incidente que va a trastocar su vida, ya ha sucedido para entonces, aunque ella todavía no lo sabe. De modo que, sí, el desencadenante puede colocarse incluso antes de establecer la situación de equilibrio inicial. Ahora bien, en caso de que optes por una solución como ésta, asegúrate de presentar los hechos de una forma atractiva e intrigante que estimule la curiosidad e interés del lector. En The Relic, los autores utilizaron un mecanismo típico de la novela de suspense que consiste en dar al lector más información de la que el protagonista posee, de modo que nosotros, como lectores, podemos ir anticipando lo que va a ocurrir, algo que nos genera tensión y aviva nuestra

necesidad de continuar leyendo para comprobar si lo que imaginamos sucede en realidad. Es decir, está actuando como un buen gancho. B. El desencadenante afecta al protagonista directamente, pero no tiene por qué hacerlo de forma inmediata. En otras palabras: el personaje principal de tu historia no tiene por qué verse envuelto en ese incidente inicial o desencadenante y puede que ni siquiera sepa que está ocurriendo. Imaginemos a un grupo terrorista que roba un arma biológica en Japón, mientras que nuestro protagonista, un exmiembro de los cuerpos especiales del ejército, apura su última cerveza en un bar de Los Ángeles antes de marcharse a casa. El desencadenante (el robo del arma bacteriológica) ha sucedido mientras nuestro protagonista disfrutaba de una velada tranquila en una ciudad situada al otro lado del Pacífico. Obviamente le va a afectar porque será él quien tenga que enfrentarse a la banda terrorista y recuperar el material robado (que para eso es el prota), pero, en el momento de suceder, la vida de nuestro personaje aún permanece tal y como ha sido hasta entonces. Se trata de un ejemplo similar al anterior. En este caso los dos elementos se dan al mismo tiempo, pero obviamente el segundo va a tener un impacto brutal en el primero. C. Por otra parte, y aunque ese incidente inicial de una forma u otra debe afectar directamente al protagonista con el fin de conseguir que éste reaccione de manera creíble e inevitable, puede que la respuesta de nuestro personaje no sea inmediata y que incluso dude sobre si debe actuar al respecto o no. En esta lucha interna que el personaje mantiene consigo mismo, debe acabar venciendo el sí, por supuesto. Recuerda que si nuestro prota no da una respuesta positiva, si no se involucra en lo que está ocurriendo, no habrá historia. Así que, y pese a las dudas que pueda tener (si es que quieres jugar con los conflictos internos), el desencadenante debe ser lo suficientemente potente como para que el personaje se vea obligado a actuar. D. Pero es que, además, el problema que plantee el desencadenante tiene que poseer la entidad suficiente para que la resolución del problema que ha causado necesite el desarrollo de toda una novela.

E. Y, por último, el antagonista es quien habitualmente causa el incidente inicial, pero tampoco tiene por qué. En ocasiones, el autor puede optar por que el antagonista tampoco se vea envuelto en el desencadenante con el que la historia comienza. Todo esto implica que, como escritor, tienes una gran responsabilidad a la hora de elegir el tipo de desencadenante que vas a utilizar en tu historia si quieres que funcione. Para ello debes optar por un incidente que se avenga con el protagonista, con sus puntos fuertes y débiles, con sus temores… Ten en cuenta que el contratiempo con el que todo empieza ha de alterar al personaje, sus pensamientos y emociones, etc., de forma que lo obligue a lanzarse a escena. De hecho, si se le pueden dar al personaje varias razones para actuar, conviene que se haga. No se trata de abrumarlo bajo una tonelada de dificultades, pero sí que debes buscar algo con el ímpetu suficiente como para que el protagonista se ponga en pie y camine hacia un objetivo. Si aún se quiere tensar más la cuerda, con ese cambio inicial se puede proponer, además, una disyuntiva, en general de tipo personal, que a tu protagonista le resulte difícil resolver, de manera que la elección que haya de tomar sea costosa para él desde un punto de vista emocional. Así que, antes de lanzarte sobre la primera idea que te haya venido a la cabeza, sopesa todos estos puntos y piensa bien si el desencadenante de tu historia responde a ellos.

4. Principales errores Hay algunos errores muy comunes que puedes cometer al diseñar el desencadenante de tu novela. Vamos a ver cuáles son y cómo evitarlos.  Uno de ellos es no acertar a colocarlo donde debes. Como acabamos de ver en el ejemplo con que hemos ilustrado la posición de este elemento dentro de la novela, Preston y Child eligieron abrir The Relic con el desencadenante y luego establecer la posición de partida (la situación de equilibrio inicial) de la protagonista. Probablemente, antes de empezar a escribir estudiaron con calma este punto y llegaron a la conclusión de que ésa era la mejor manera de plantear estos dos elementos. En mi opinión, no se equivocaron. En cualquier caso, y si ésta es tu decisión también, asegúrate de atrapar la

atención del lector en esas primeras páginas que transcurren antes de presentar al protagonista de la novela.  Otro de los errores consiste en comenzar la historia con demasiados detalles, normalmente acerca del personaje principal, de su vida actual o de su pasado, que no son relevantes en ese momento. Es decir, el error aquí se encuentra en el hecho de alargar demasiado la situación de equilibrio inicial. Los escritores principiantes suelen sentirse muy inseguros respecto a este punto. Creen que si no dan todos esos detalles el lector no va a ser capaz de situarse, no sólo en lo que se refiere a la dimensión espacio—temporal, sino en cuanto a su protagonista. Tranquilo, el lector no es bobo y con unos pocos detalles muy bien elegidos podrás situarlo perfectamente. Ningún lector necesita conocer cada particularidad de la vida de tu protagonista en estas primeras páginas. De hecho es mucho más efectivo ir esparciéndolas a lo largo de la novela e ir conformando, así, la imagen y naturaleza del personaje. Si necesitas darle cierta información antes de que ocurra el desencadenante, debes proporcionársela de manera que contenga ya la semilla del conflicto principal que va a recorrer la historia y, desde luego, de forma que no interrumpa la tensión que crea el desencadenante.  Enlazado con el error anterior, otro de los más comunes entre los escritores noveles consiste en que, puesto que ya están avisados de que deben comenzar con acción, dedican el primer capítulo a ese incidente o cambio inicial que trastoca la vida del personaje y luego –es aquí donde cometen la torpeza– se consagran por entero a contarnos el pasado del protagonista a lo largo del segundo capítulo, con lo cual detienen durante todo un capítulo la acción y movimiento que consiguieron introducir en el primero. Resultado: estancan la historia. ¡Error garrafal!  Pero hacer lo contrario también es una gran equivocación: la de comenzar con un desencadenante potente que conduce a una gran carga de acción y continuar ese ritmo acelerado durante capítulos enteros, sin dar un respiro al lector ni proporcionarle información básica que debe conocer. A este tipo de novelas yo las llamo “libros agotadores”. Un buen ejemplo es El mal de Judas, de James Rollins (no lo leas). Cuatrocientas ochenta y tres páginas de acción continua que extenúan al lector, desde el mismo desencadenante hasta la conclusión de la historia. No cometas este error, esmérate en encontrar el equilibrio adecuado.

 Luego, además, tenemos el problema de lograr que el lector empatice con el protagonista. Dentro del mundo de la edición y publicación, hay quien se lamenta de que una acción demasiado inmediata es igual de perniciosa que un comienzo lento y rebosante de datos, porque, según argumentan, empezar la historia con una acción muy rápida, que pone al protagonista en peligro o le enfrenta de inmediato con una cantidad exagerada de problemas, no concederá al lector el tiempo necesario para que se identifique y empatice con él, y, por tanto, para que se preocupe por su situación. Esta contradicción puede (y es razonable que lo haga) confundirte e incluso llegar a paralizarte ante la pantalla del ordenador, preguntándote qué debe hacer. Respuesta: busca el equilibrio, siempre el equilibrio y, además, elige muy bien los detalles que vas a dar sobre tu protagonista en ese momento concreto de la historia. Si los eliges de forma inteligente, lograrás hacerlos llegar al lector y que éste vaya interesándose por él.  Por último, otro error bastante común que puedes cometer con el desencadenante de la historia es el de no dotar a ésta del tipo de personaje necesario para enfrentarse a los problemas a los que el incidente inicial da comienzo, o proponer un protagonista que no actúa, sino que se deja llevar por los acontecimientos y más parece que los esté observando desde fuera que participando en ellos. Necesitas un protagonista activo, no reactivo. Así que asegúrate de que tu protagonista da la talla para el desencadenante que tienes pensado o guárdalo en el cajón y elije otro.

5. Breve recapitulación Atendiendo a la estructura de una historia, estos dos primeros puntos (establecer el estatus habitual del protagonista, o situación de equilibrio inicial, y presentar el incidente, o desencadénate, que va a trastocar su existencia) son esenciales para construir no sólo unas cuantas páginas iniciales de buena calidad, sino un excelente comienzo estructural. El equilibro que logres entre ambos puntos es lo que va a decidir si el principio de tu novela reúne las condiciones necesarias para captar la atención (ya sea del editor, ya del lector) o no. Además, al comenzar una novela con este tipo de estrategia estás obligando a que tu protagonista, normalmente un personaje pasivo en este punto concreto de la historia, se ponga en movimiento. Pero recuerda que, para lograrlo, el desencadenante ha de dar lugar a un conflicto que ataña directamente al personaje.

Y, por otra parte, el desencadenante que elijas debe poseer la entidad suficiente para sostener toda la novela.

6. Estudiemos un ejemplo Vamos a ver todo esto con un ejemplo que te ayudará a darte cuenta de cómo funcionan los dos elementos que hemos tratado en este punto. Pero para ilustrarlo no voy a tomar una novela, sino una película: La jungla de cristal 1. Probablemente la mayoría de los que estáis leyendo este libro la habéis visto y, si no es así, os resultará fácil encontrarla en internet. Vamos a ello. La situación de equilibro inicial y la importancia de los detalles La jungla de cristal 1 comienza presentando al espectador la situación de equilibrio inicial, la de un matrimonio que está pasando por una crisis después de que ella, por motivos de trabajo, se haya mudado a California con los niños y él, policía, se haya quedado en Nueva York. Es Navidad y nuestro protagonista, John McClane, acaba de aterrizar en Los Ángeles para pasar esos días con su familia. Mientras un chófer lo lleva al Edificio Nakatomi, lugar donde trabaja su mujer, Holly Gennaro aparece en su ambiente habitual de trabajo, preguntándose si su marido finalmente vendrá a pasar las fiestas con ella y los niños o no. La situación de equilibrio inicial nos es mostrada con detalles específicos y bien elegidos que no necesitan explicación para que el espectador los entienda. Por ejemplo, cuando el avión aterriza, la cámara nos muestra la mano izquierda de John McClane aferrándose al brazo de su asiento. En ella aparece, en primer plano, el anillo de casado. Luego, cuando McClane llega al edificio Nakatomi y busca a su mujer en el ordenador, se percata de que ella está utilizando su apellido de soltera. Con éste y otros detalles, ya sabemos que el matrimonio de John y Holly está en crisis sin necesidad de que los actores hayan hablado sobre ello o una voz en off nos lo haya contado. El resto de detalles sirven para situar al espectador temporal (es Navidad) y espacialmente (estamos en Los Ángeles, en el rascacielos de la empresa Nakatomi). Como ves, la película respeta los requisitos que se exigen a una situación de equilibrio inicial: no cuenta en profundidad la vida del protagonista, pero con unos pocos detalles sitúa al espectador de forma brillante.

La situación de equilibrio inicial y su duración Ya te he dicho que uno de los errores más importantes que comete el escritor primerizo es el de eternizarse en la presentación de esta situación de equilibrio inicial, ¿te acuerdas? Y que el motivo más habitual para cometer este fallo es el de creer que hay que contarle al lector la vida del protagonista antes de pasar a la acción. No es así. Créeme. Apúntatelo en un lugar visible cuando estés preparando esta parte de la novela y ten siempre presente que es mucho más eficaz, a la hora de mantener el interés del lector, ir proporcionando datos de nuestros personajes poco a poco. Lo acabamos de ver en La jungla de cristal 1: con simples detalles se va construyendo esa situación inicial sin alargarla más allá de lo estrictamente necesario. El simple detalle de mostrar que John MacClane y su mujer están pasando por una crisis matrimonial, el detalle de que ella haya cambiado el apellido de él por su apellido de soltera, y el de ella llamando a casa para saber si él ha llegado y recibiendo una negativa por respuesta, ponen al espectador ante unos personajes con preocupaciones que todos podemos comprender. El sufrimiento de uno y otro se ejemplifica con esos pocos detalles, bien elegidos y que nos empujan a sentir empatía por ellos y curiosidad por lo que va a ocurrir con su matrimonio. De igual forma, cuando John y Holly se encuentran en el Edificio Nakatomi, tras unos minutos de sorpresa tienen su primera bronca matrimonial. Él no le ha perdonado que se mudara a Los Ángeles y pusiera en peligro su matrimonio, lo cual proporciona a nuestro protagonista un conflicto interior que va a acompañar al conflicto exterior (los estudiaremos en el Capítulo 4) originado por el desencadenante. De esta manera, se ha conseguido lo que realmente importa con este primer punto, la situación de equilibrio inicial: hacer que el lector/espectador sienta afinidad hacia el protagonista de la historia y se preocupe por lo que pueda ocurrirle. Así, una vez que ya tenemos al lector amarrado al devenir de nuestro personaje, podemos pasar a la acción, siempre, eso sí, buscando un equilibrio entre ambos elementos. Éste es, pues, nuestro punto de partida en La jungla de Cristal 1, nuestra situación de equilibrio inicial. Ya se la hemos presentado al espectador. Ya hemos cubierto ese primer punto. Ahora hay que ocuparse del segundo, el desencadenante, y arrancar la historia de verdad. El desencadenante

En nuestra película, el desencadenante consiste en la repentina aparición de un grupo de terroristas que se hace con el control del Edificio Nakatomi. Cuando asaltan el rascacielos, sólo hay gente en la planta 30, donde se está celebrando la fiesta navideña de empresa. Para los terroristas, por tanto, es sencillo aislar a esas personas y dominar el edificio. El único elemento con el que no han contado es con la presencia de un policía, John McClane, que logra escapar al cerco. La situación que encontramos después de este desencadenante da lugar a dos puntos importantísimos que, como escritor, debes tener en cuenta y trabajar de forma adecuada: 1. Por una parte, el desencadenante ha dado un giro total a la línea argumental con que la película había abierto, es decir, ha puesto boca abajo la vida cotidiana de los protagonistas, convirtiéndola en un caos. 2. Y, por otra, nuestro héroe se ve obligado a actuar: tendrá que enfrentarse solo a un grupo terrorista. Es decir, lo hemos puesto en una situación en la que no le queda otra que arrancar la historia, ponerla en movimiento. ¿Te he convencido de la importancia que tiene este elemento en la estructura de una novela? Espero que sí, porque, créeme, sin él será bastante difícil que lo demás funcione y, también, que enganches al lector. Vamos ahora a ocuparnos del objetivo principal del protagonista. ¿Recuerdas que lo mencionamos cuando hablamos de la premisa? Pues ha llegado el momento de estudiarlo con mayor profundidad. Venga, pasa la página que te espero en el capítulo 3.

3 ¿Cuál es el objetivo principal del protagonista?

Todo objetivo nace de un deseo. Por ejemplo: «Me apetece un café». Aparece un deseo: el café, y ya tengo mi objetivo: conseguir uno. Ésta es la primera idea del capítulo 3 que debe quedarte clara: todo objetivo nace de un deseo. Ahora bien, imagínate tumbado en el sofá, en pleno verano, a la hora de la siesta y con la modorra puesta. Te apetece un café con hielo, «¡Hummm, qué rico!». Sí, ¿pero cuánto te apetece? ¿Lo suficiente como para hacer que te levantes del sofá, arrastres tu modorra hasta la cocina y pongas en marcha la cafetera? A lo mejor es demasiado esfuerzo y optas por quedarte tumbado, dormitando. ¿Y entonces…? Entonces acabamos de aprender otra lección muy importante: que el café debe apetecerme mucho para conseguir que me levante y lo prepare. O, en otras palabras, que el deseo ha de ser muy fuerte para que nuestro personaje se mueva del sofá y pase a la acción con el fin de alcanzar el objetivo. Ten en cuenta que un deseo pequeño no conduce a un gran objetivo, como acabamos de ver con el café, hasta el punto de que podemos renunciar a él y optar por continuar nuestra siesta en el sofá. Pero en una novela necesitamos que el deseo importe lo suficiente como para que la sustente de principio a fin. Si el deseo importa, tendrá la potencia necesaria para obligar al personaje a que se levante del sofá y comience a perseguir el objetivo: alcanzar ese deseo.

1. ¿Por qué es imprescindible el objetivo? A. Primero, porque es el que dota de significado a la historia. El objetivo principal de la novela o problema que se plantea y necesita ser solventado es la idea central en torno a la cual el escritor va a organizarla. Si no tuviéramos un objetivo principal que nuestro protagonista quiere conseguir, las acciones que desarrolláramos a lo largo de la trama no serían más que elementos sueltos que iríamos escribiendo aquí y allá, sin que un hilo conductor los cohesionara y les diera sentido. Una situación que llevaría al

lector a preguntarse: «¿Pero todo esto a qué viene? ¿De qué va la historia?». Y eso no es lo que queremos para nuestra novela, ¿verdad? El objetivo es el que contesta a esa pregunta. Es el que nos cuenta de qué va la historia. Por tanto, si presentas un objetivo bien definido y potente, el lector tendrá un contexto por el que transitar y podrá entender cada una de las acciones que los personajes lleven a cabo y cada una de las decisiones que tomen. De esta forma sí que conseguiremos que se interese por nuestra novela a la que, a través del objetivo, habremos dotado de un significado completo. B. Y, segundo, porque, como ya se apuntó antes, el objetivo es la pieza, el componente que va a motivar a tu protagonista y lo va a obligar a tomar decisiones y a moverse. Al plantearle un objetivo, el personaje va a actuar según sus motivaciones, lo cual dará vida a la historia y la hará avanzar. Además, es tu tarea como constructor de ficción el colocar obstáculos entre tu protagonista y la consecución de su objetivo, ya que de esta forma estás creando tensión y lograrás mantener al lector pegado a la página. Ten siempre en mente que el objetivo concreto que has fijado para tu personaje así como los grandes obstáculos que sitúes entre ambos son los que crean la acción dramática de la novela y los que van a forzarle a luchar por conseguir su objetivo, a crecer y, algo imprescindible, a cambiar. Pero de eso ya hablaremos en el capítulo 8. Por el momento, apúntate este par de ideas:

Si los personajes no tienen una razón poderosa para mantenerse activos durante la historia, se detendrán indecisos, no sabrán qué hacer y tu novela no avanzará.

Así que:

Los personajes necesitan objetivos, porque son éstos los que conducen la historia.

¿Entiendes ahora por qué el objetivo es un elemento imprescindible del que te debes ocupar en las primeras etapas de planificación de tu novela? Pues vamos a aprender un poquito más sobre él.

2. Cómo dotar a tu protagonista de un objetivo que merezca la pena No es muy difícil. Ya verás. ¿Recuerdas que toda novela arranca con un desencadenante o cambio inicial que trastoca la vida del protagonista y que es a partir de este cambio cuando el personaje comienza a moverse? Pues ahí tienes el objetivo que va a perseguir tu protagonista: lograr que las cosas vuelvan a ser como antes. Así es como le asignas una misión y le introduces en un mundo y en unas aventuras que el personaje no tenía previstos.  Él vivía tranquilo y secuestraron a su mujer. Objetivo: liberarla y llevarla de vuelta a casa para volver a vivir como una familia feliz.  Él vivía tranquilo y matan a su amigo de toda la vida. Objetivo: encontrar al asesino y vengar a su amigo / hacer justicia…  Él vivía tranquilo y lo despiden del trabajo, su mujer lo abandona y el juez le quita la custodia de sus hijos. Objetivo: … ¿Ves? El objetivo surge a partir de los cambios que el desencadenante ha provocado en la vida del protagonista. ¿A que es fácil? Pues no, tampoco lo es tanto, no te emociones. Tienes que tener cuidado con algunas cosillas. Por ejemplo…

3. ¿Por qué un escritor podría fracasar a la hora de establecer el objetivo principal? Hay muchas razones que podrían responder a esa pregunta, pero las más habituales son estas tres: A. Empiezas a escribir tu novela sin tener claro el final. Es el caso de los llamados «escritores de brújula», es decir, aquéllos que no planifican antes de escribir. Si ése es tu estilo, no seré yo quien te diga que lo cambies, pero, eso sí, asegúrate de que cada uno de los objetivos de escena apuntan hacia la consecución del objetivo principal

y hacen avanzar la historia. Por otra parte, cerciórate también de que no queda ningún cabo suelto una vez que hayas acabado la novela. B. El escritor (o sea, tú) se “enamora” de su personaje y se pierde entre los entresijos de su vida personal, explorándola, conociéndola, disfrutando cada elemento nuevo que descubre sobre él. Es decir, el escritor se convierte en un fisgón y deja de prestar atención a lo que realmente importa: la trama de la novela. Confieso que a mí me ha pasado. Y a ti tambiéééén. C. El escritor es un autor ambicioso que tiene la mente puesta en algo que va más allá de la novela que está escribiendo. Desea escribir una bonita e interesante serie con el mismo protagonista. En casos como ése, y también confieso que a mí me ha ocurrido, en los que el escritor es ambicioso y desea componer toda una serie, hay ocasiones en las que racanea información al lector pensando ya en la siguiente historia. No cometas este error. Necesitas un objetivo principal específico para cada historia, así que no guardes material para futuras novelas. Atrapa al lector con ésta en la que estás trabajando y confía en tu capacidad para imaginar nuevos objetivos, tan interesantes como ése sobre el que trabajas, para futuras historias. Cosa muy diferente es, por supuesto, la existencia de un Superobjetivo Principal que puede recorrer todas las historias y en el que, eso sí, tendrás que pensar mucho para decidir qué información vas aportando en cada una de ellas con el fin de que todo cuadre cuando la serie llegue a su final y el Superobjetivo sea alcanzado.

4. Cómo debe ser el objetivo principal de la historia Ya que hemos visto tres tipos de tropiezos que no deberías dar, vamos a ocuparnos ahora de algunas de las características que debe cumplir el objetivo que asignes a tu protagonista para que te funcione bien y no te dé problemas. 4.1. El objetivo ha de ser concreto y cuantificable Lo primero que debes tener en cuenta a la hora de fijar el objetivo de la historia que va a comprometer la vida de tu protagonista es que no puede tratarse de un objetivo abstracto. Por ejemplo: «ser feliz». Éste no es un objetivo específico y lo más probable

es que conduzca a tu personaje por la novela dando bandazos y vagabundeando por sus páginas sin un fin concreto que alcanzar en cada estadio de ella. Si tu personaje desea ser feliz, tienes que plantear los pasos concretos que debe dar y las acciones precisas que ha de realizar para alcanzar esa felicidad que desea. Los objetivos específicos han de ser cuantificables, es decir, el lector ha de poder establecer, en cada escena, si tu protagonista se acerca o se aleja de ese objetivo. Por tanto, cuando te pongas a trabajar en el objetivo central de tu historia, ten una visión muy clara de cuál es el deseo del protagonista, concrétalo y después establécelo sobre una base cuantificable. Cuanta mayor sea la especificidad del objetivo a largo plazo y la concreción de los objetivos de escena, mayor será la implicación del lector con tu novela, porque la idea que tendrá de ella será clara y podrá seguir la dirección que marcas sin temor a perderse. 4.2. El objetivo debe plantear un desafío Otro aspecto a tener en cuenta cuando estés definiendo el objetivo de la historia es hacerlo exigente, de manera que rete al protagonista y ponga a prueba su inteligencia y habilidades. Si planteas un objetivo aburrido, la novela será aburrida e incluso puede llegar a ocurrir que tu personaje se niegue a participar en la aventura. Recuerda que el objetivo central es el que obliga al protagonista a actuar y el que hace que la historia avance. Si ese objetivo no tiene gancho para atrapar al lector ni sustancia suficiente para mantener al protagonista activo, tu novela se hundirá entre una serie de acciones incoherentes. 4.3. El objetivo ha de ser potente Uno de los errores más comunes en el desarrollo de una novela, especialmente entre los escritores noveles, es que sus personajes no tienen ninguna motivación. Si detectas que esto ocurre en tu historia, es porque no les has proporcionado un objetivo sólido Desde el principio de este capítulo hemos dejado claro que el objetivo procede de un deseo del personaje. El objetivo puede consistir en una aspiración de un tipo u otro, o quizá en una promesa implícita de que, al final de la historia, el personaje conseguirá lo que desea. Da igual. Lo importante es que tu personaje debe querer algo, y ese algo es el eje de la historia. Pero para que sea una historia relevante, el deseo del protagonista no puede ser intrascendente, puesto que en este caso la historia no tendrá interés y el autor

desperdiciará su tiempo y esfuerzo en crear algo que ningún lector va a sentirse inclinado a leer.

Si el objetivo, es decir, el eje de la historia, no es sólido, la novela no funcionará. ¡Recuérdalo!

De modo que estudia bien este aspecto. Pregúntate qué es lo que el personaje desea, pero no para un punto concreto de la historia, sino para toda ella. Como ya se ha dicho antes, el objetivo es el que responde a la pregunta: ¿De qué va? Es decir, el objetivo es la semilla que plantamos para que la trama crezca y se desarrolle. El motor que mueve tu historia son las acciones que realizan tanto el protagonista como el antagonista, así como el resto de personajes para conseguir sus objetivos. Si estos no son importantes, ninguno de ellos se molestará en perseguirlos y por tanto no habrá acción. Es decir, el motor se parará. Ahora bien, ten en cuenta que el objetivo del protagonista no es el objetivo del lector. Él desea rescatar a la princesa encerrada en una torre; el lector quiere entretenerse, así que esfuérzate en darle al protagonista un objetivo potente por el que luchar y a tus lectores, una historia memorable.

De modo que, recuerda: da a tu protagonista algo en lo que pueda creer y que necesite conseguir sí o sí y la historia avanzará por el derrotero correcto, seguida de cerca por el lector.

5. Pasos a seguir para establecer el objetivo principal de la historia Ahora que ya vamos entendiendo cómo debe ser el objetivo principal de una historia, vamos a ver qué pasos debemos dar para establecer el de la nuestra. Antes hemos dicho que, para hacerlo, debíamos echar una mirada atrás, hacia el desencadenante. Éste es el punto de partida: el cambio inicial que vuelve del revés la

vida de tu protagonista y le obliga a marcarse un objetivo específico: conseguir que todo vuelva a la normalidad. En este estadio, además, debes decidir si el personaje logrará alcanzar el objetivo o no y, por supuesto, como ya se ha explicado, también debes tener en mente que has de imaginar una serie de objetivos a corto plazo que vayan conduciendo la historia por el camino por el que tú quieres que avance. Ahora, ya sí, puedes empezar a planear: Paso 1: Partiendo del cambio inicial, elige el objetivo principal de la historia. ¿Qué es lo que tu protagonista desea y cuáles son los obstáculos que tendrá que salvar para conseguir que ese deseo se haga realidad? Recuerda que cualquier acción que lleve a cabo debe estar enfocada a la consecución de ese objetivo, es decir, debe ser coherente con el motivo por el que la realiza. Paso 2: ¿Cómo va a afectar ese objetivo principal al resto de personajes? En todas las novelas hay un elenco de personajes y en la tuya, por supuesto, también lo habrá. Y el objetivo principal que plantees no sólo va a interesar al protagonista, sino que, de una forma u otra, también afectará a la vida de los otros personajes, cada uno de los cuales, incluido el protagonista por supuesto, puede que tenga su propio objetivo personal, pero desde luego todos ellos, o casi todos, deben verse afectados por el principal en mayor o menor medida.

Si logras que tu protagonista tenga un objetivo potente, específico y retador que perseguir, habrás dado un paso muy importante en la construcción de tu novela.

6. Tipos de objetivo Son varios los tipos de objetivos que puede presentar una historia. Así que vamos a dar una vuelta entre ellos para que vayas conociéndolos. A. El objetivo principal, del que acabamos de hablar. Sustenta la historia y la dirige hacia un final.

B. El objetivo de la escena es un objetivo de menor importancia que el anterior, pero imprescindible también puesto que cada una de las escenas que componen la historia suponen un paso que da el protagonista en pos del objetivo principal. Así pues, toda escena debe plantear un miniobjetivo dirigido hacia la consecución del objetivo central. C. El objetivo en la vida del personaje. Los personajes de tu historia deben contar también con objetivos propios y separados del objetivo principal. Es lo que dará lugar a subtramas que completen la novela y la hagan más entretenida. En algunas ocasiones, estos objetivos que afectan a la vida personal de los personajes se entrelazan con el objetivo central, complicándolo; y en otras, son elementos ajenos a la trama principal que simplemente humanizan más al personaje y logran desviar la atención del lector para que la conclusión de la novela no haya sido prevista por éste y se mantenga fiel a la lectura. Por supuesto, estos objetivos van a afectar de un modo u otro a los personajes de manera que, cuando tras sus peripecias alcancen el final, deben haber sufrido algún cambio importante. Es lo que se conoce como el arco dramático del personaje (del que hablaremos en el Capítulo 8). D. Objetivos internos y externos. Luego, además, ten en cuenta que también podemos hablar de distintos objetivos atendiendo a su naturaleza: internos o personales y externos.  Objetivos internos: los objetivos internos de un personaje pueden ser objetivos muy fuertes, que planteen un importante conflicto al protagonista, obligándole así a tomar decisiones y realizar acciones, y muchas veces a buscarse problemas o adentrarse en situaciones que no tenía previstas y que se elevarán ante él como un obstáculo aparentemente insalvable. Cuando planteas este tipo de objetivos, tienes que poner al personaje contra las cuerdas desde un punto de vista personal, es decir, tiene que probarse a sí mismo en la carrera emprendida hacia la consecución de ese objetivo personal que persigue: ser mejor marido, ganar una medalla olímpica superando sus marcas, ascender en el escalafón de una empresa para mejorar la vida de su familia…

Sin embargo, frente al objetivo principal de la historia, que está presente y se ha hecho obvio para el lector, los objetivos internos muchas veces no son evidentes para éste, por eso es importante que te esmeres y consigas revelarlos bien a través del diálogo o de menciones al pasado del personaje que expliquen la situación actual en la que se encuentra y el porqué de sus acciones. De hecho, es una estrategia sutil el hacer que el antagonista utilice las flaquezas del protagonista relacionadas con su objetivo interno para colocar impedimentos en su camino hacia la consecución del objetivo principal. Y, puesto que el objetivo interno es un objetivo en la vida privada del personaje, como ya se indicó unos párrafos más arriba, puede ser hábilmente utilizado por el escritor para distraer la atención del lector y alejarlo de cualquier pista que pudiera hacerle imaginar el final antes de tiempo.  Objetivos externos: con ellos colocas al personaje en una situación en la que todo depende de él (salvar al mundo de una catástrofe natural que acabará con la especie humana, salvar al presidente de un ataque terrorista, desactivar una bomba que hará saltar por los aires toda una manzana…). En fin, ya sabes de lo que hablo.

E. Objetivos a corto y a largo plazo  Objetivos a corto plazo: Tienen una entidad menor que el objetivo principal. Son los que antes llamamos objetivos de la escena. De hecho, cada uno de esos objetivos no debería ocupar más de una escena o, como mucho, unos cuantos capítulos. Y, por supuesto, todos ellos han de plantear un conflicto, ya sea de carácter interno o de carácter externo. Una de las exigencias que debes plantearles a este tipo de objetivos es que hagan avanzar la historia, puesto que ésta es una de las razones por las que vas a utilizarlos: llevar adelante la historia, de una escena a otra, y darle consistencia al ir uniendo cada pedazo de ella con el siguiente de forma sutil y uniforme. Al mismo tiempo, deben cumplir con su segunda misión, que es la de ir aumentando la tensión y atrapando al lector en una trama cada vez más enredada que no le permita abandonar tu novela. De hecho, cada uno de esos objetivos de escena debe llevar la historia a un estado superior en cuanto a complejidad al complicar aún más la vida del protagonista. En palabras de Bickham, «toda escena debe acabar con un

pequeño desastre que dificulte el camino del protagonista hacia la consecución del objetivo central». Es decir, los objetivos a corto plazo u objetivos de escena son responsables de lograr que la tensión escale posiciones con cada uno de ellos y, además, deben estar relacionados con la trama principal de algún modo. Así que esfuérzate por lograr que las distintas escenas de las que se compone tu historia no aparezcan como islas dispersas e incomunicadas entre sí en el gran océano que es la novela.  Objetivos a largo plazo: Este tipo de objetivos se extienden a lo largo de toda la novela, de principio a fin, y, por tanto, deben gozar del suficiente atractivo y consistencia (es decir, ser suficientemente potentes) como para capturar y mantener la atención del lector. Sin embargo, sé cauto y no fijes un número demasiado elevado de ellos para el protagonista, pues un exceso de objetivos podría acabar colapsándolo y obligándolo a centrarse en demasiados asuntos al mismo tiempo. Con ello lo único que conseguirías es volver tu historia un galimatías en la que el personaje principal no tendrá tiempo de respirar ni actuar con coherencia. Actúa con inteligencia. Sé selectivo Si quieres tener éxito con tu novela, establece un objetivo a largo plazo dentro de la historia y luego ve añadiendo los objetivos a corto plazo que consideres oportunos para obligar a tu protagonista a actuar, de modo que sus acciones impulsen la historia con consistencia y continuidad, y la hagan avanzar poco a poco hacia la consecución del objetivo principal. En definitiva, y como has podido ver, el objetivo es la clave para construir una trama bien urdida e interesante, y el personaje debe estar ineludiblemente unido a él porque las historias en las que los personajes no tienen un objetivo que perseguir son incompletas y adolecen de una estructura inestable.

4 ¿Cuál es el conflicto principal de la historia?

1. ¿Qué es el conflicto? En una novela, el conflicto es la sangre que la recorre y le lleva el oxígeno que necesita para mantenerse viva. Una historia sin conflicto no es historia. Sencillamente no existe. Acabamos de ver que el desencadenante es el hecho que arranca la novela. Muy bien, ya la tenemos en marcha. ¿Y ahora qué? ¿Cogemos un tiralíneas y dibujamos una recta que nos lleve cómodamente hasta el final? Si quieres que tu lector deje de leerte, ésa es una buena opción. Pero después de haber trabajado tanto para encontrar un buen desencadenante y un objetivo que motive a tu protagonista, sería un poco tonto facilitarle al lector el camino de salida. No, lo que vamos a hacer es retorcer esa línea, añadirle curvas peligrosas, baches, bajadas espeluznantes, subidas agotadoras, precipicios a ambos lados… y luego obligaremos a nuestro protagonista a caminar por ella. Es decir, vamos a llenar nuestra narración con problemas y obstáculos a los que el personaje principal tendrá que enfrentarse o, en otras palabras, vamos a forzarle a encarar conflictos. Porque un conflicto es todo aquello que se interpone entre el protagonista y su objetivo. De hecho, el conflicto de la historia surge a partir de un protagonista que persigue un objetivo. Durante la persecución de ese objetivo, el personaje se topa con la oposición de un antagonista, que puede ser una persona, un grupo de personas, las fuerzas de la Naturaleza o incluso él mismo, y de esta oposición nace el conflicto. Así pues, el conflicto consiste en todo aquello que se opone al protagonista en la consecución del objetivo que persigue y es, por tanto, otro de los elementos cruciales en una novela: no tendrás historia si todos tus personajes están siempre de acuerdo y viven en feliz armonía. ¿Pero por qué? ¿Por qué tengo que hacerle la pascua a mi pobre protagonista durante cuatrocientas páginas? ¿Por qué hacerle sufrir tanto? Vamos a verlo.

2. ¿Por qué es importante? A. Porque sin conflicto no hay historia En primer lugar, ya lo hemos dicho, porque sin conflicto no hay historia. De hecho, en la trama de una novela no vas a encontrar sólo uno, sino que suelen existir varios conflictos o, en otras palabras: el autor va a colocar una serie de problemas ante los personajes que necesitan ser resueltos. Y las acciones que realiza el protagonista en busca de soluciones a esos problemas es lo que hace avanzar la historia. Por tanto, ¡nunca lo olvides!, sin conflicto puede que logres un texto perfecto desde el punto de vista narrativo y prosístico, puede que tus diálogos sean intensos y verosímiles, pero no tendrás una historia por la que el lector se sienta interesado. B. Al lector le encanta sufrir Todos sufrimos conflictos en nuestra vida, porque los problemas son una parte inseparable de ella y, por tanto, en la novela, como reflejo de la realidad, también debe aparecer. Así que aquí tienes la segunda buena razón para que le hagas pasar un calvario a tu personaje principal. El protagonista debe vivir algún tipo de pugna (o incluso más de una) a lo largo de la historia, de igual forma que el lector ha de sentir ese conflicto y la tensión que éste origina. Sólo si como escritor logras satisfacer ambos puntos, la historia alcanzará un final eficaz y placentero, de manera que tanto el personaje como el lector saldrán complacidos de ella: el personaje porque alcanzará el objetivo que perseguía y, por tanto, obtendrá la recompensa a sus esfuerzos (salvo que se trate de una novela con final trágico); y el lector, porque habrá experimentado las mismas emociones que el protagonista y se habrá enfrentado a los mismos peligros, que es, al fin y al cabo, para lo que lee la novela y para lo que el escritor la escribe: conseguir introducir al lector en un mundo diferente al suyo donde viva aventuras emocionantes. Si examinas la ficción comercial que se estila hoy en día, verás que todas las novelas de este tipo tienen algo en común: venden inquietud. Y lo hacen porque al lector de esta clase de novelas le gusta el drama que proporciona ver a un personaje en apuros, le encanta sentirse intranquilo por su futuro, preocuparse por lo que le ocurrirá. En pocas palabras: disfruta viendo a los personajes metidos en problemas y sudando la gota gorda para salir del atolladero. Los conflictos a los que se enfrenta el protagonista son como una descarga de adrenalina para el lector, que siente la misma tensión y los mismos miedos que el personaje.

Además, al ponerse en la situación del protagonista, el lector no sólo vive las aventuras que está experimentando el personaje, sino que, en cierto modo, ese maremágnum de problemas al que tiene que enfrentarse el protagonista le sirve de bálsamo que calma sus propias heridas y conflictos. No olvidemos que, cuando abre un libro, el lector quiere abstraerse de su mundo cotidiano y de sus problemas. Lo que busca es entrar en otro universo diferente al suyo. Es una cuestión psicológica: está cansado de vivir en un mundo lleno de preocupaciones y dificultades. Como tú, como yo, como cualquier ser humano también tiene que enfrentarse a ellas cada día, de modo que al ponerse en la piel de tu personaje principal, ése al que estás sometiendo a tantas pruebas, el lector siente que no está solo en su lucha por la supervivencia, que sus problemas quizá no son tan colosales, que hay maneras de enfrentarse a ellos, tal y como hace el protagonista, y salir victorioso. Tu novela, por tanto, se transforma en una fuente de inspiración para él. Si consigues eso, tienes el éxito garantizado. C. Pon un cine en tu libro Vivimos en una época visual y rápida. Hoy en día las noticias recorren el planeta en un suspiro, las cadenas de televisión nos traen a casa vívidas imágenes de cualquier suceso que acontece. Luego, además, pasamos muchas horas frente a la pequeña pantalla viendo películas o series de televisión y, cuando no estamos frente a ella, vamos al cine o navegamos por internet. Da igual el medio que utilicemos para informarnos o entretenernos, hoy en día todos comparten las mimas características: son visuales y son rápidos. Es bastante probable que un escritor como Dickens no fuera publicado en el mundo actual. En general, los lectores desean historias que les introduzcan rápidamente en la parte sustanciosa. No están dispuestos a leer páginas y páginas de descripción. El cine ha influido mucho en el modo en que se escriben las novelas hoy en día. Por todo ello es importante que como escritor tengas en mente el objetivo de mantener la atención constante de tu lector y, para lograrlo, tienes que darle lo que pide: no una literatura lenta y descriptiva, sino una historia que se mueva tan rápido como una película y que sea tan visual como ella. Y un buen método para conseguirlo es, una vez más, el conflicto. Grandes gurús de las técnicas narrativas aconsejan acabar todas y cada una de las escenas de la novela con un desastre que incomode a tu protagonista y le ponga las

cosas más difíciles. Personalmente no estoy de acuerdo con ello. No con ese “todas”, pero sí con una “mayoría”. Si, como resultado de un conflicto, una gran parte de las escenas que componen tu novela acaban en una situación que le complica la vida al personaje principal, habrás dado un paso importante para mantener la tensión de la historia y el interés del lector. Si, además, quitas toda la paja y vas a la “sustancia”, tu lector te lo agradecerá, porque le habrás metido en el tipo de mundo al que está acostumbrado: veloz y visual. Así que esfuérzate en crearle conflictos a tu protagonista y procura que tenga que enfrentarse a uno de ellos en la mayor parte de las escenas. Ésa es la clave para mantener al lector pegado a la página. D. Una novela hipertensa Aquí no importa que la historia tenga la tensión alta. Es más, nos interesa que sea así, de modo que no vamos a mover un dedo para bajársela. Mantener la tensión y el suspense en niveles altos (aunque no constantes) a lo largo de la novela la volverá adictiva para el lector. ¿Pero cómo elevamos y luego conservamos los niveles de tensión y suspense? A través del conflicto. Siempre el conflicto. E. No constriñas la libertad de tu personaje Sin conflicto tus personajes no son puestos a prueba y por tanto no son obligados a tomar decisiones y a moverse en pos de sus objetivos. ¿Qué ocurre entonces? Que no tenemos ninguna meta que alcanzar, de modo que lo habitual es que la historia comience a bandear de un lado a otro y a avanzar sin rumbo. Será una historia que acabará por ir a cualquier parte menos a la que quieres. Para que eso no ocurra, debes poner a tus personajes en apuros y obligarles a que expriman su inteligencia al máximo, de manera que salgan airosos de esos obstáculos que vas colocando durante su recorrido en pos del objetivo que persiguen. Al situarlos ante tesituras difíciles, además, los personajes no pueden sino mostrarse como son: valientes, cobardes, traidores… Y ésta, por cierto, es la mejor manera de dar a conocer a tu protagonista, de enseñárselo al lector sin necesidad de ser explicativo o descriptivo.

Así que quédate con esta idea: toda buena historia necesita un buen conflicto, ya sea físico, emocional o de ambos tipos.

3. Organización A la hora de organizar tu novela debes tener en cuenta que la estructura dramática de ésta establece una serie puntos dentro de la trama en los que el conflicto la obliga a tomar un nuevo rumbo, lo cual da variedad a la historia y no sólo mantiene el interés del lector, sino que lo aviva. Estos puntos indispensables dentro de la estructura de una novela son: 1.

El inicio de la novela o gancho. Aquí tiendes el anzuelo al lector con el

cambio inicial o desencadenante para captar su atención, presentas a los personajes principales y estableces el objetivo, la motivación y, por supuesto, fijas el conflicto y la pregunta dramática de la historia: «¿Conseguirá nuestro protagonista su objetivo?». Habitualmente, esta parte de la novela (que llamamos planteamiento) ocupa un 25%. 2.

Primer punto de giro principal. Es el incidente o hecho que da un vuelco a la

historia y la obliga a tomar una nueva dirección. Debemos introducirlo justo al final de ese 25%. Es decir, el primer punto de giro principal es el final del planteamiento de una novela y el que da inicio al desarrollo. 3.

Segundo punto de giro principal. Nuevo acontecimiento que vuelve a

revolver las aguas de la historia y la encamina hacia su final. Es decir, el segundo punto de giro principal pone fin al desarrollo (que debe ocupar en torno a un 50% de la novela) y abre la puerta al último y tercer acto, el desenlace. 4.

El clímax. Llegamos a la última parte de la novela, el desenlace, que ocupa el

25% restante. Es una parte que debe ser ágil y rápida, en la que la tensión es máxima y que está encaminada hacia la resolución de la trama. En ella, encontramos otro de los puntos esenciales dentro de una novela: el clímax, que está unido al desencadenante por

la trama. Es decir, el argumento de la novela debe moverse siguiendo una cadena de acontecimientos que conduzcan desde el desencadenante hasta el clímax, momento en el que se contesta a la pregunta dramática planteada en el primer acto: «Sí, nuestro protagonista consiguió el objetivo» o «No, no lo logró». Ten en cuenta que, tras cada uno de estos puntos hemos de ir complicando la historia. Por ello, cuando se alcance una solución a un determinado obstáculo, propón un nuevo problema o conflicto a partir de ella. Como ves, el conflicto es tanto un problema como la generación de otro nuevo obstáculo futuro, ya que la resolución de cada uno de ellos da lugar a nuevos conflictos. Sin embargo, ten cuidado: como escritor debes trabajar esto con inteligencia y un buen sentido de la armonía y el equilibrio, porque demasiados conflictos pueden estropear una buena historia y confundir al lector. Así que márcate como una de las primeras tareas que has de realizar la de tener muy claro cuáles son los conflictos que vas a presentar y cómo los va a desarrollar a lo largo de la novela (planifica bien tus escenas para conseguir un conflicto en continua ascensión, bien estructurado y repartido en la historia). La segunda tarea a la que debes prestar atención es la de asegurarte de que el lector entiende perfectamente cuál es el conflicto principal (o los conflictos principales, porque puede haber más de uno).

4. Desarrollo del conflicto Puesto que una novela es mucho más larga que un relato, es lógico que contenga un mayor número de personajes y por tanto encontraremos varios conflictos a lo largo de ella. Cada uno de ellos da lugar a una crisis, de manera que la trama se va construyendo mediante la suma de una crisis tras otra hasta alcanzar el clímax, momento en el que el protagonista se lo juega todo: o vence o es derrotado. A la hora de trabajar el conflicto, ten en cuenta los siguientes puntos:  Primero debes ocuparte de generar una variada gama de conflictos.  Además, debes dotarles de distinta intensidad: desde un grado cero, que no es sino la ausencia de conflicto, hasta un grado crítico en el que el protagonista se precipita en las redes de una batalla abrumadora. El tipo de historia o el momento de desarrollo en el que ésta se encuentra, te indicará si conviene un conflicto de baja intensidad, moderada o alta.

 Es importantísimo que manejes con inteligencia y habilidad este aspecto del conflicto. No todos los capítulos o las escenas deben acabar con un momento crítico para el personaje, pero el conflicto debe ir incrementando la tensión a lo largo de la novela hasta alcanzar el clímax. Juega con los picos y los valles. Propón obstáculos a tu protagonista y luego, de vez en cuando, permítele que descanse. Así, no sólo no lo agotas a él sino que tampoco extenúas al lector. Recuerda que una novela en la que no hay momentos de reposo es tan perniciosa como una historia llana por la que el protagonista se desliza tranquilamente. Planifica bien los momentos intensos y mézclalos hábilmente con otros amables y moderados, pero siempre tendiendo hacia la cumbre. Es decir, aunque proporciones instantes de respiro al personaje, la tensión de la historia debe ir constantemente «in crescendo» hasta alcanzar, tal y como se ha apuntado antes, el clímax. Una vez que hemos alcanzado esta parte de la novela, la intensidad ya no puede decaer, todo lo contrario: ha llegado el momento en el que debes arrojar a tu protagonista a los leones y llevarlo hasta el límite. Esta presión sobre los personajes, además de ayudar a entender sus reacciones, elevará la tensión de la historia y logrará que el contrato que firmaste con tu lector al empezar la novela lo satisfaga por completo. A estas alturas el lector estará totalmente comprometido con la historia y entregado a ella. Le habrás dado lo que te pidió cuando empezó a leerla: emoción y un mundo paralelo en el que vivir durante unas horas. Ahora, regálale un final grandioso.

5. Tipos de conflicto El conflicto, ya lo hemos dicho, consiste en la lucha entre dos fuerzas con objetivos opuestos, pero estas fuerzas pueden ser internas (sentimientos, emociones) o externas. A partir de ahí, podemos clasificar el conflicto en dos grandes grupos:  Interno: procede del interior del personaje, lo cual hace de él una herramienta utilísima para ahondar en su naturaleza y añadir complejidad al conflicto externo. Cuando se plantea un conflicto interno, el protagonista se debate entre deseos contrapuestos y de esa controversia que batalla en su interior puedes sacar oro, tanto en lo que se refiere a la construcción del propio personaje, dándole una mayor profundidad, como a la complicación de la trama. De manera que procura siempre incluir en el bagaje

de tus protagonistas algún conflicto interno con el que puedas trabajar y que ofrezca al lector un elemento más de interés. El principal tipo de conflicto que vamos a encontrar dentro de este grupo es el del hombre contra sí mismo: la lucha del protagonista tiene lugar dentro de sí mismo, generalmente debida al enfrentamiento de deseos contrapuestos, como ya se ha apuntado, que ineludiblemente conducen a la necesidad de elegir. El personaje es situado ante un dilema que normalmente le saca de la zona de confort en la que ha venido viviendo. Ello le obliga a tomar decisiones difíciles y es ahí cuando el escritor aprovecha para mostrar el tipo de personaje con el que estamos conviviendo en su novela. Por otra parte este tipo de conflicto, bien utilizado, anima la trama, la complica y ofrece sabrosas oportunidades al escritor para elevar la tensión de la historia y obsequiar al lector con un texto interesante y emocionalmente atractivo. Esto es muy importante: “emocionalmente atractivo”. Recuerda que debes trabajar a tu personaje de manera que el lector se sienta atraído por él y preocupado por su futuro. Una de las formas de conseguirlo es, precisamente, a través del conflicto interno con el que el lector puede sentirse identificado y que, por tanto, lo acercará emocionalmente al personaje y le implicará en esa lucha interior que el protagonista mantiene consigo mismo. Si estudias cualquier novela de las que se publican hoy en día (estoy hablando de la literatura comercial, pero también podrías encontrarlo en historias más literarias), verás que es muy habitual que este tipo de conflicto aparezca en la mayoría de ellas, bien como conflicto principal de la historia, bien como secundario.  Externo: este tipo de conflicto se plantea desde fuera del personaje y lo provoca una fuerza exterior que se opone a los deseos del protagonista y que, por tanto, va a ir colocando obstáculos en el camino de nuestro personaje hacia la consecución de su objetivo Hay varios tipos de conflicto que se pueden englobar dentro de este grupo: El hombre contra el hombre: en cuyo caso necesitamos un antagonista humano. Las funciones de ambos personajes están muy claras: el protagonista es el personaje que persigue el objetivo principal que se ha planteado en la historia, mientras que el

antagonista es el personaje que se opone a éste y que hará todo lo que esté en su mano para que el protagonista fracase. Por supuesto, el conflicto en este caso no tiene por qué limitarse a dos personajes que se enfrentan entre sí, también podemos encontrar grupos de personajes que encarnan ambos extremos. Por ejemplo, en la novela que mencionamos en un capítulo anterior, The Relic, el antagonista en este caso es un animal, aunque con características humanas. Acabar con él es el objetivo principal de la historia para nuestro protagonista: Pendergast (y el grupo de personajes que trabajan junto a él en este cometido). Sin embargo, la bestia no es el único antagonista al que Pendergast y sus amigos tienen que enfrentarse. Los autores, Preston y Child, presentan también en la historia una serie de antagonistas, llamémosles menores, que complican la vida muchísimo a nuestro grupo de protagonistas: por una parte tenemos un agente del FBI, al que terminan poniendo al mando del caso y que se empeñará en hacer la vida imposible a nuestro Pendergast, complicando con ello el problema que supone el antagonista principal (la bestia); y por otra parte tenemos un grupo de científicos que saben algo de lo que está pasando, pero tienen un motivo para ocultarlo, razón por la que van poniendo zancadillas a nuestros protagonistas en su camino. En esta novela, como vemos, hay un antagonista principal, la bestia, junto a dos grupos de antagonistas secundarios. Nuestros protagonistas, por tanto, no sólo tienen que vencer el obstáculo principal que supone derrotar a un monstruo inteligente como un hombre y ágil como un animal, sino que además deben enfrentarse a los obstáculos que ambos grupos (el agente del FBI y el grupo de científicos) irán colocando ante ellos. Todo junto y bien armado en una estructura lógica hace de la novela una historia con una trama que atrapa al lector. El hombre contra la sociedad: en este tipo de conflicto, nuestro protagonista lucha contra la sociedad en la que vive (sus reglas, sus costumbres, sus exigencias…). La sociedad suele convertirse en estas historias en un personaje en sí mismo, y la lucha del protagonista es generalmente una lucha por la libertad o por la adquisición de unos derechos que no tiene. El hombre contra la naturaleza: el protagonista lucha contra la fuerza de la Naturaleza. Es el caso de las novelas de desastres naturales: «tsunamis», volcanes, meteoritos que acechan al planeta… En estas historias, el personaje lucha por su

supervivencia y, en general, por la de la especie. Es un tipo de protagonista al que se exige que ponga a prueba tanto sus habilidades como su personalidad y carácter. En este tipo de novelas, el viaje que el protagonista recorre a través de las situaciones que se ve obligado a enfrentar está más relacionado con el propio yo de ese protagonista que con la aventura externa que se nos presenta en la historia. Se trata de una búsqueda interior en la que el personaje acaba por encontrar lo que busca: esa parte de sí mismo que tenía y no había descubierto o que no tenía, pero desarrolla a lo largo de la novela. En este caso, la fuerza de la naturaleza a la que se enfrenta es, en el fondo, un mentor, un maestro que, a base de ponerle a prueba, acabará por enseñarle lo que es capaz de hacer por sí mismo. Estos son algunos de los tipos de conflictos que puedes plantearle a tu personaje, pero no creas que son los únicos. Esta clasificación engloba los más típicos, pero podemos encontrarlos de todo tipo: el hombre contra la tecnología, el hombre contra las circunstancias, contra lo sobrenatural, contra el destino… En cualquier caso, y como conclusión a este apartado, quedémonos con la idea de que el conflicto es un elemento indispensable en una novela y que, como escritores, deberíamos tener siempre presente tanto los internos como los externos a la hora de escribir nuestra historia, porque a los lectores les encantan los personajes que se ven en la tesitura de enfrentarse a ambos tipos de obstáculos. Recuerda que los conflictos internos son de vital importancia para atrapar la simpatía del lector y establecer un vínculo emocional entre él y nuestro protagonista, ya que los lectores se sienten más cercanos a los personajes cuando se ven reflejados en sus problemas. Es decir, el conflicto interno humaniza al personaje y, más importante aún, plantea un suspense que hará de tu novela una lectura mucho más interesante puesto que el lector no sabrá cómo va a resolver el protagonista su crisis vital hasta el último momento.

5 ¿Quiénes van a ser el protagonista y el antagonista?

Antes de plantearnos siquiera esta pregunta, debemos asegurarnos de que conocemos las razones de por qué en toda historia debe existir un protagonista y un antagonista. Si no entendemos ese porqué, será difícil que seamos capaces de crear unos personajes creíbles y con la fuerza suficiente para transitar por toda una novela con paso seguro y arrastrando al lector detrás. A modo de breve introducción diremos que el protagonista y el antagonista de tu novela son personajes arquetípicos que realizan una función vital: la de representar los dos puntos opuestos de un conflicto. En ellos, pues, es sobre quien va a recaer la atención del lector y por tanto son imprescindibles en toda historia. Veámoslo con más detalle.

1. ¿Por qué un protagonista y un antagonista? Una obra de ficción necesita un protagonista y un antagonista con el fin de persuadir al lector de que la historia en la que se ha introducido es verosímil, ya que una obra narrativa no se puede considerar completa desde el punto de vista dramático si no existe un conflicto entre al menos dos “bandos”, aun cuando en ocasiones formen parte de una misma persona. ¿Pero por qué es necesario un enfrentamiento? Porque sin él, la historia no tendría sentido. Tal y como vimos en el Capítulo 3, toda novela consiste siempre en la persecución de un objetivo. Este objetivo puede presentarse de millones de formas distintas, pero debe existir, y si en la lucha por su consecución no interponemos ningún obstáculo (Capítulo 4), la historia carecerá de verosimilitud. Sólo tienes que mirar a tu alrededor para darte cuenta de ello: en la vida todo es lucha: lucha por sobrevivir, por superar los problemas, por mejorar… Así que en la ficción debe ocurrir lo mismo. Y puesto que una lucha sólo se produce cuando hay dos puntos en conflicto (¿recuerdas

aquel refrán que dice: «Dos no riñen si uno no quiere»?), es imprescindible que los incluyamos en nuestra obra de ficción. Para entender el razonamiento que estoy exponiendo debemos partir, pues, del hecho de que toda historia debe girar en torno a un conflicto central en cuyos extremos se encuentran el héroe y el villano. El antagonista pone a prueba al protagonista y su compromiso con el objetivo que persigue al situarlo ante los conflictos externos e internos que le harán crecer y recorrer el arco dramático que le llevará del punto A (la manera de ser que tiene al principio) al punto B (el nuevo hombre en el que se habrá transformado cuando llegue al final de la historia). Es común identificar al villano con el Mal y al protagonista con el Bien, sin embargo, y visto desde la perspectiva expuesta en los dos párrafos anteriores, en realidad el protagonista y el antagonista no cobran vida para representar el Bien y el Mal, de modo que el lector pueda identificarse con el primero y abominar del segundo, sino que están ahí para que el autor cuente con unos “jugadores” que mover sobre el tablero y pueda conseguir, por una parte, resolver el problema que plantea en su historia y, por otra, dificultar todo lo posible el logro de esa solución, volviendo la trama mucho más interesante. De modo que independientemente de cuál sea su naturaleza (humana, extraterrestre, sobrenatural, tecnológica…), ambos papeles deben cobrar vida bajo la forma de un protagonista y un antagonista cuya misión es representar dos fuerzas opuestas que desarrollan la parte de la historia que les ha sido asignada. Quédate con esta idea:

No se trata de que el protagonista desempeñe el papel de tipo bueno y el antagonista el de tipo malo porque, en ocasione, el primero no es un buen tipo y el segundo, sin embargo, sí lo es. Y hay casos en que incluso los dos lo son. Tanto el protagonista como el antagonista representan mucho más que el simple papel de “bueno” y “malo”.

Por tanto, es imprescindible que dejes a un lado el aspecto emocional que te impulsa a pensar en términos de “tipo bueno” y “tipo malo”, y, por el contrario, explores a estos dos personajes desde un punto de vista imparcial, es decir, tu tarea es la de estudiar con ojo de cirujano el propósito o la función que desempeñan cada uno de

ellos dentro de la historia. Sólo de esta forma (superando la subjetividad de descubrir en nuestro protagonista todas las bondades y en nuestro antagonista todos los males), podrás trabajar con ambos de una manera competente y lograrás que tu historia sea eficaz. Ya, ya sé que es difícil, ya sé que nuestro protagonista suele caernos muy bien y que el antagonista es como un dolor de estómago, ¿qué me vas a decir si lo sufro cada vez que me enfrento a una nueva historia? Por eso, porque sé lo difícil que es, voy a darte un consejo para ayudarte a conseguir una exploración objetiva de la función que representan el protagonista y el antagonista: comienza con lo que en inglés llaman el Story Goal, es decir, el objetivo principal de la historia, ése que el protagonista persigue y alrededor del cual los dos personajes giran. Ten siempre presente que cada uno de ellos tiene una motivación diferente con respecto él, una motivación que los enfrenta y que, además, debe ser lo suficientemente fuerte en ambos como para sustentar toda la novela, de principio a fin. Por otra parte, a la hora de plantearte el objetivo central de la historia, no debes hacerlo en términos de «lo que el protagonista quiere o desea», es decir, no debes elegirlo basándote sólo en las motivaciones personales del personaje, porque no es éste el que define el objetivo, sino que es el objetivo el centro alrededor del cual girará el protagonista y el resto de personajes que integran tu historia. Lo cual significa que el objetivo central no es simplemente la meta que persigue el héroe, sino que todo el elenco de personajes se ve afectado, de una u otra forma, por él. Toda historia necesita estos dos personajes, ya que sin ellos la historia acabará naufragando antes o después. Así que, cuando estés organizando tu novela y encares esta quinta pregunta, deberás definir con claridad tanto al “tipo bueno” que debe enfrentarse al “villano” y vencerlo, como a este último. Y, para ello, lo primero que debes tener en cuenta cuando lo hagas es que las diferencias entre protagonista y antagonista vienen definidas por el papel que cada uno de ellos desempeña dentro de la novela.

2. Función del protagonista y del antagonista. Por lo visto hasta ahora, sabemos que la principal función del protagonista es solucionar el problema planteado en la historia; y la del antagonista, oponerse con

denuedo a los esfuerzos del primero. Sin embargo, hay mucho más detrás de estos personajes. Por ejemplo, una de las tareas más importantes del héroe consiste en lograr que la historia avance. ¿Cómo? Con las acciones que lleva a cabo para conseguir el objetivo central que se le ha propuesto. Sin un protagonista activo, que toma decisiones y arriesga, nuestra historia no llevaría a ninguna parte. Se reduciría a concatenar una serie de acciones que no se vincularían de forma razonable hasta conseguir un significado completo. Lo cual nos trasladaría hasta un clímax endeble, carente de ese punto de culminación que debe alcanzar. No es eso lo que queremos. No deseamos dejar en el lector el regusto amargo de un final insatisfactorio. De hecho, recuerda siempre que el protagonista proporciona a la historia de más o menos relevancia en tanto en cuanto un determinado hecho impacte en el lector. Si las acciones del héroe logran conmoverlo, la relevancia es mayor que si no le hacen sentir nada. Frente al protagonista, el antagonista aparece como el gran obstáculo para que nuestro héroe tenga éxito en su empeño, es decir, el “villano” es una especie de freno para nuestro personaje principal. Sin un antagonista que les dé un sentido, los obstáculos a los que tendría que enfrentarse el protagonista no serían consecuentes y probablemente carecerían de la potencia necesaria para motivar al lector. Además de que, una vez alcanzado el clímax, el lector sentiría que, en realidad, ese momento no es el “Gran Momento” que esperaba, sino un punto más de la novela, perdido en su propia insignificancia. Pero estos personajes también sirven como motores emocionales. Aunque un poco más arriba hemos dicho que nuestra obligación como escritores es la de estudiarlos desde un punto de vista objetivo, cuando se los despliega sobre el papel, ambos han de remover las emociones del lector y lograr que su lectura vaya más allá que el mero acto de leer, es decir, debemos conseguir que el lector sienta miedo, esperanza, odio, amor… por ellos. El protagonista Al protagonista puedes definirlo como mejor consideres: llámalo personaje principal, héroe, personaje central… Da igual, lo importante es que es en torno a quien va a girar tu historia y, por tanto, debes construirlo de pies a cabeza pormenorizadamente. Aunque luego no incluyas (y de hecho no debes hacerlo) todos esos detalles en la novela, es importante que tú los conozcas.

Una de tus principales tareas como escritor a la hora de crear al protagonista es la de lograr que los lectores simpaticen con él y con la lucha que entabla para lograr sus objetivos. Sin embargo, y aunque en ocasiones utilizamos la palabra “héroe” para referirnos a este personaje, tienes que asegurarte de humanizarlo, es decir, debes construirlo de manera que, además de virtudes, posea defectos, flaquezas e incluso vicios. Esto lo hará más verosímil y conseguirá que el lector congenie con él. Tú eres el responsable de lograr que, pese a esas carencias e imperfecciones, el lector se identifique con el personaje y se las perdone. A veces es complicado, pero no imposible. Te sorprenderá saber que hay ejemplos sobrados en los que el protagonista es precisamente el “tipo malo”. En este caso, conseguir que el lector empatice con él es una tarea compleja, pero, como te digo, se puede hacer. El antagonista En el otro extremo de la cuerda tenemos al antagonista, que es el principal elemento de oposición a los objetivos que se ha fijado y pretende conseguir el protagonista. Antes de seguir con él, conviene aclarar (aunque yo haya utilizado la palabra un par de párrafos más arriba) que el antagonista no tiene por qué ser un villano. Puedes referirte a él como “oponente” o “rival”. El nombre con que lo definas da igual, como da igual su naturaleza. Es decir, tampoco es necesario que sea humano. Cualquier elemento de la naturaleza puede muy bien ocupar este puesto, al igual que puede hacerlo un animal, como en el caso de Moby Dick; un ente impersonal, como el Destino o un dios. E incluso el protagonista puede convertirse en su propio antagonista: Dr. Jekyll y Mr. Hyde, o El retrato de Dorian Gray son dos buenos ejemplos en los que un mismo personaje ofrece los dos lados opuestos de su personalidad, uno de los cuales acaba por destruir al otro. Recuerda que hay tres tipos básicos de trama: 1. El hombre contra la naturaleza. 2. El hombre contra el hombre. 3. Y el hombre contra sí mismo. En este último caso sería cuando podríamos considerar al protagonista como el propio antagonista de sí mismo. Sea cual sea el tipo de antagonista que elijas, lo que sí debes tener muy claro es que, en esencia, este personaje es creado para evitar que el protagonista consiga su objetivo. No importa lo que deba hacer o el precio que haya de pagar, el antagonista es

un personaje cuya condición opositora es clara y cuya finalidad no debe decaer ni un solo instante. En ningún momento de tu historia puede permitirse el lujo de flaquear en su misión: lograr que el protagonista fracase. Y tú, como escritor, debes poner a su alcance todos los elementos que necesite (psicológicos, físicos, materiales, etc.) para que se alce con la victoria frente al personaje principal.

3. La elección del protagonista y del antagonista En la mayoría de los casos, el personaje principal es el que desempeña el papel de protagonista con el cual el lector se identifica y llega a establecer una conexión emocional, pero no siempre es así. En ocasiones, el personaje principal encarna la figura del antagonista. Por otra parte, los papeles de protagonista o de antagonista no siempre tienen que ser desempeñados por seres humanos. Son muchas las historias en las que la Naturaleza, o las máquinas, por ejemplo, aparecen como antagonista. En cualquier caso, a la hora de crear a tu protagonista (y éste es un error común entre los escritores noveles), no debes forzarlo a ser el héroe perfecto, sin vicios, todo virtud y valentía. Tu protagonista no tiene por qué ser el más fuerte o el más inteligente. Es más, debe tener defectos, dudas y a veces, incluso, ataques de cobardía. Es la única forma de hacerlo humano y conseguir que el lector pueda de veras identificarse con él y creerlo verosímil. En cuanto al antagonista, cuando te dispongas a crearlo debes elegir el personaje que más tenga que perder si el objetivo se consigue, así te asegurarás un opositor con ganas de hacer la pascua al héroe. Y, por supuesto, al igual que con el protagonista, tampoco cometas el error de concentrar en él todos los vicios y maldades del universo. Recuerda que no tiene por qué ser el tipo malo y, aunque lo sea, aunque necesites un antagonista realmente malvado, debes hacer que comenta errores (alguna vez debe fallar) y también dotarle con algún elemento positivo. Por otra parte, ambos deben sufrir cambios a lo largo de sus peripecias en la novela. Y eso nos lleva directamente al siguiente punto.

4. El arco dramático del personaje

Con la expresión “arco dramático” nos referimos al cambio que sufrirán los personajes y que vendrá provocado por los sucesos que vayan acaeciendo en la historia. Puedes elegir entre tres posibilidades:  Un cambio positivo: el personaje progresa con respecto al inicio de la historia. Crece, madura y sale de ella con nuevas lecciones bien aprendidas. Es decir, su evolución tiende hacia lo positivo. En una palabra: mejora.  Sin cambio: el personaje no sufre ninguna transformación. Al final de la novela es el mismo tipo de persona que era al principio.  Un cambio negativo: el personaje no ha sabido enfrentarse al conflicto que se le planteaba y sale derrotado. Si quieres, te doy un consejo: para mí lo deseable es que el personaje sufra algún tipo de cambio. Si es positivo, mejor, y aquí hablo como lectora: las historias en las que el protagonista sale derrotado suelen dejar mal sabor de boca.

Así pues, en este quinto paso o pregunta que has de plantearte, debes ocuparte de la construcción del protagonista y del antagonista, conocerlos lo mejor que puedas, tener muy claros los motivos por los que el protagonista persigue el objetivo y por los que el antagonista desea que no lo alcance, así como definir cuál va a ser el cambio o los cambios que cada uno de ellos va a sufrir a lo largo de la historia. Contar con la información acerca de cómo será el personaje al principio y cómo será cuando la novela acabe antes de sentarte a escribir, te ayudará a ir construyendo esa metamorfosis poco a poco, de manera que la transformación no resulte abrupta e ilógica y, por tanto, inverosímil.

6 ¿Cuál es la motivación del personaje principal?

1. ¿Por qué importa la motivación de los personajes? La motivación de los personajes para comportarse de la forma en que lo hacen y llevar a cabo las acciones que se nos cuentan en la historia es otro elemento clave a la hora de conseguir que nuestra novela sea verosímil. En las narraciones descuidadas y mal escritas, más de una vez el lector se encuentra preguntándose por qué demonios ese personaje hace lo que está haciendo. Éste es un error que no debes cometer si aspiras a ser un buen escritor: el lector debe entender los motivos que tiene el personaje para actuar del modo en que lo hace. Si no es así, comenzará a tener dudas sobre la historia y acabará abandonándola por inverosímil. Por supuesto, el lector no se adentra en una novela con la intención de descubrir, subrayar y memorizar las motivaciones de los personajes (ninguno de nosotros, como lectores, lo hacemos), pero sí que poseemos una especie de alarma que está conectada constantemente y que suena cuando algo no nos cuadra. Una de las razones que encienden la alarma se origina cuando no entendemos la motivación del personaje o, incluso peor, cuando éste carece de ella. Así pues, la lección que debemos aprender en este sexto capítulo es que los motivos que el personaje tenga para actuar de una u otra forma son fundamentales para sostener la verosimilitud de nuestra novela y mantener al lector en la creencia de que lo que está leyendo se acomoda fácilmente a la realidad. Para ello, hay que suministrarle razonamientos lógicos sobre el comportamiento de los personajes, en especial cuando nuestro protagonista decide aceptar situaciones de riesgo. Por ejemplo, ¿entendería un lector que el protagonista de la novela que está leyendo se arrojara a un río repleto de cocodrilos sin una buena razón para hacerlo? ¡Por supuesto que no! Lo entendería si su hijo hubiera caído al agua y el protagonista se lanzara al agua para salvarlo. Ya sé que éste es un caso extremo y que ningún escritor con dos dedos de frente obligaría a su protagonista a realizar una acción suicida como ésa sin un buen motivo, pero lo cierto es que en muchas novelas aparecen errores de

este tipo que, aunque menores en cuanto a lo llamativo de su incongruencia, no dejan de llamar la atención del lector. De modo que si eres escritor, sobre todo escritor novel, has de prestar mucha importancia a detalles como el de la motivación de los personajes porque deslices de este cariz colocarán sobre tu novela la etiqueta de chapuza y a ti, de autor descuidado.

Si el lector no entiende la motivación que lleva a un personaje a realizar una acción determinada, la novela dejará de ser verosímil para él y comenzará a tomarla como una historia forzada y artificiosa, escrita de ese modo con el único fin de servir a las necesidades del autor.

2. ¿Qué origina la motivación del personaje? Toda novela, ya lo hemos visto, comienza con una cambio inicial que de algún modo daña la vida del protagonista. Este cambio inicial le lleva a plantearse un objetivo: recuperar la normalidad, y ese objetivo es el que marca las motivaciones del personaje que le van a obligar a actuar de una u otra forma y a tomar unas decisiones determinadas. Luego la motivación de nuestro personaje principal la vamos a encontrar respondiendo a un simple pregunta: ¿Qué es lo que desea, qué es lo que persigue, qué es lo que quiere conseguir? Por tanto, nuestro primer paso a la hora de establecer la motivación del protagonista es conocer su objetivo. Una vez que lo tenemos claro, “simplemente” debemos fijar los pasos que ha de dar para alcanzarlo y, una vez identificados, determinar qué decisiones y acciones son las que van a dirigir el camino de nuestro personaje hacia ese objetivo. Por supuesto, no es tan sencillo (de ahí que haya escrito el adverbio “simplemente” entrecomillado). Si queremos que nuestra novela sea original, sorprenda al lector y lo mantenga pegado a la página, estos pasos que vamos dando tienen que estar muy bien pensados. Hay que sopesar todas las posibilidades, todos los escenarios, acciones y decisiones que podrían darse, y elegir las más insólitas y atrayentes. Y, por supuesto, no nos olvidemos: hay que buscar un antagonista de talla que plantee un serio conflicto a nuestro protagonista e intente obstaculizar sus pasos,

obligándole a tomar nuevas decisiones e incluso añadiendo nuevas motivaciones o acrecentando las que ya tenía. No olvidemos tampoco que, como en el ejemplo apuntado unos párrafos más arriba, cuanto mayor sea el conflicto al que debe enfrentarse nuestro protagonista, mayores serán los riesgos que habrá de correr y, por supuesto, para ello debemos dotarlo de una motivación relevante. Recuérdalo, nadie se tira a un río repleto de cocodrilos sin una razón realmente importante. Por todo lo dicho, ésta es una de las preguntas más importantes que debes plantearte mientras organizas tu novela, ya que la motivación es lo que explica el porqué del comportamiento de tu protagonista, es lo que le obliga a moverse, a actuar. Recuerda que nadie actúa si no tiene un motivo para ello.

La motivación del protagonista, por tanto, es el motor que propulsa al personaje y hace avanzar la historia.

3. Conocer al personaje Una vez más, para enfrentarte a este punto en la construcción de tu novela es imprescindible que conozcas bien a tu personaje. El aspecto psicológico de éste es fundamental para comprender su comportamiento. Y una manera muy efectiva de dárselo a conocer al lector es a través de lo que en inglés llaman “back story” o trasfondo del personaje, es decir, todo aquello que le ha ocurrido antes de que la historia comience. Las experiencias de su pasado han ido modelando la personalidad de tu protagonista y convirtiéndolo en el hombre o mujer que es hoy en día (el tipo de persona que es en el momento en que se desarrolla la acción de tu novela). Por eso es tan importante que, a la hora de construir el personaje, construyas con él su vida pasada, porque esa vida pasada es la que le ha formado, la que le ha hecho ser como es y, por tanto, actuar de la forma en que lo hace. Durante el proceso en el que desarrollas la motivación del personaje deberás tener muy claro cuál es el objetivo principal que se ha propuesto tu protagonista. Por ello planteábamos la pregunta acerca del objetivo en el Capítulo 3. Recuerda que el objetivo

es vital dentro de una historia a fin de hacerla avanzar. Después, obviamente, el siguiente paso consiste en conocer por qué el personaje quiere conseguir ese objetivo particular. ¿Por qué es importante hacernos esta pregunta y responderla correctamente? Porque una vez que la tengamos, conoceremos sus motivaciones. Profundiza en su psicología Muchos escritores subestiman la repercusión que la naturaleza y personalidad del personaje desempeñan en el desarrollo de la historia. Quizá por falta de conocimientos psicológicos o tal vez por simple ignorancia respecto al alcance de estos elementos, el escritor novel suele desaprovechar una herramienta vital para dar profundidad al personaje, complicar la trama y hacer de su novela una historia extraordinaria. Con frecuencia, el escritor principiante olvida la naturaleza humana del personaje, pero tanto el protagonista como el antagonista (y, aunque en menor medida, también los personajes secundarios) poseen una personalidad y un carácter que no les pueden abandonar cuando el autor los enfrenta con las situaciones que ha pensado para ellos. A la hora de mover a un personaje de un lado a otro de la historia, siempre debes tener presente que cualquier paso que el personaje dé ha de armonizar con su naturaleza y modo de ser. Y, sin embargo, no siempre tenemos en cuenta este aspecto, bien por inexperiencia, bien porque no conocemos en profundidad a nuestros personajes y en ocasiones ni siquiera llegamos a entenderlos, lo cual indica una seria falta de trabajo de fondo a la hora de construirlos. Tenemos que conocer a nuestros personajes hasta lo más profundo de su ser, y ello incluye su pasado que, aunque muchas veces no sea narrado en la historia, influye de forma decisiva en el comportamiento del personaje y por tanto en el desarrollo de la acción. Es un hecho incontestable (lo es en la vida real y también en la ficción) que en el pasado de una persona se encuentra el origen de su desarrollo personal: el modo en que piensa, en que actúa, en que se comporta y las decisiones que toma… Por tanto, ningún autor que aspire a escribir una novela en la que sus personajes resulten verosímiles e influyan en la trama con su personalidad, debe obviar ni ese pasado ni el influjo que ejerce la psicología humana sobre las acciones de la persona. Y si te detienes un instante a pensar en ello, te percatarás de que son unos cuantos los estímulos a los que debes

prestar atención: el resentimiento, la venganza, el amor…, porque van a dictar en buena medida las motivaciones de tu protagonista. No sólo el objetivo principal cuenta Así que, anótatelo: «Debo conocer en profundidad a mis personajes: cómo se comportan habitualmente, cuáles son los motivos que les impulsan a hacer lo que hacen y cuáles son las razones para mantenerse activos», porque no sólo importa el objetivo principal que persigue el protagonista. Cada personaje (no olvidemos su naturaleza humana) posee unas motivaciones diferentes que en muchísimas ocasiones no tienen nada que ver con el objetivo central. Se trata de las motivaciones que necesitan para acometer las obligaciones de su vida diaria. Porque los personajes también tienen una vida propia, tienen familia, rutinas…, y un buen escritor ha de conocer cuáles son esas razones que los impulsan y entender el proceso de causa—efecto a fin de conseguir la verosimilitud, coherencia y cohesión que necesita la historia. Utilizar bien este conocimiento del personaje y de sus pequeñas motivaciones, además, te proporcionará una buena madeja de la que sacar numerosos hilos de los que ir tirando para construir una tela de araña que haga de tu novela un mundo rico y palpitante. Así que no te olvides de ellas y busca el equilibrio adecuado entre unas y otras, de manera que la novela presente una historia armónica y proporcionada.

4. Tipos de motivación A la hora de tratar las motivaciones de nuestros personajes debemos considerar que éstas tienen distinta entidad, según persigan un objetivo pequeño, el objetivo principal o simplemente respondan a la forma de ser y carácter de nuestro personaje. Motivaciones de entidad menor Vamos a encontrarlas repartidas a lo largo de las escenas que construyen nuestra novela. La motivaciones de menor entidad responden a los pequeños retos que se plantean en cada una de esas escenas y es en ellas, precisamente, donde debemos poner especial cuidado, porque el error ilustrado en el ejemplo de los cocodrilos, que ya admití que era un poquito exagerado, no suele ocurrir, por supuesto, pero el escritor novel sí que comete ese error a pequeña escala en las motivaciones que llamaremos “de entidad menor”.

Cuando, dentro de una escena, el personaje tiene una reacción incomprensible para el lector, lo único que conseguimos con ello es dejarle perplejo. Si eso es lo que buscas como autor, entonces adelante (de todas formas tendrás que explicar esa reacción antes o después), pero lo normal en los escritores principiantes es que este tipo de deslices ocurran porque no han definido de forma adecuada una justificación previa que explique esa extraña manera de actuar. Recuerda que, como escritor, debes proporcionar al lector unas motivaciones lógicas que éste pueda aceptar y, por tanto, creer. En este sentido, te aconsejo que sigas la serie de entradas relacionadas con la estructura que he publicado en mi blog (y basadas en el libro “Scene and Structure”, de Jack M. Bickham) porque en ellas trato la importancia de la relación causa—efecto. Motivaciones de entidad mayor Este tipo de motivaciones están directamente relacionadas con el objetivo principal de la historia y dirigidas, por tanto, a resolver el problema propuesto y contestar a la pregunta dramática central que se ha planteado al lector al principio de la novela. No voy a insistir mucho en ellas porque ya las hemos tratado de una forma u otra, pero sí ofrezco este pequeño resumen a modo de recordatorio:  Cuanto mayor sea el problema planteado, más riesgos debe correr el protagonista y, por tanto, mayor debe ser su motivación. Cocodrilos…, recuerda.  El tipo de motivación que guía al protagonista debe armonizar con su naturaleza y personalidad. Será absolutamente inverosímil para un lector creer que un personaje, que durante toda la novela se ha mostrado melindroso y cobardón, de repente actúe con una bravura que nadie espera. Si quieres que ese personaje se comporte de esa manera, o cambias su personalidad o vas modificándola a lo largo de la historia para que, cuando llegue el momento, el lector crea que esa reacción es posible. No obstante, ese cambio debe ser progresivo y, por supuesto, estar en consonancia con lo que ha ido ocurriendo en la historia. Motivos internos y externos Una de las mayores preocupaciones del escritor a la hora de levantar las bases sobre las que sustentará su novela es construir personajes completos, es decir, personajes tridimensionales, y para ello ha de dotarlos no sólo con una vida exterior que todos pueden ver, sino de un mundo interior que el autor revelará al lector cómo y

cuándo le parezca bien, y que conferirá al personaje una profundidad similar a la del ser humano. De esta forma, y una vez que nuestro personaje puede ser tomado sin problema como una persona real, podremos dotarle de motivos no sólo externos, sino también internos.  Motivos externos: una vez más, están en relación con el objetivo principal y, por tanto, son fáciles de dar a conocer.  Motivos internos: responden a ese mundo interior con que hemos dotado al personaje y son, desgraciadamente, mucho más difíciles de trasladar al papel. Pueden, además, estar en relación con el objetivo principal, o no. En este segundo caso, el trabajo del escritor se complica aún más. Y, sin embargo, conviene introducirlos en la historia y jugar con ellos, porque así logramos una combinación de motivos que hará de nuestra novela una historia más interesante, compleja y atractiva, sobre todo si hacemos que esa combinación sea difícil de conjugar para el personaje. Que unos excluyan a los otros lo pondrá en una situación realmente difícil que puede llevarnos a giros inesperados en nuestra historia, volviéndola más atrayente y atrapando al lector, de quien ya sabemos lo mucho que le gusta que nuestro protagonista se meta en problemas de difícil solución.

5. La motivación del antagonista También hemos hablado ya de la necesidad de un antagonista en nuestra novela para que ésta responda a los cánones exigidos y llegue a tener éxito, de modo que no ahondaré mucho en ello, pero sí recordaré que toda historia necesita un conflicto, necesita tensión y debe avivar las emociones del lector si quiere atraparlo. Pues bien, el elemento perfecto para conseguirlo es el antagonista y las motivaciones que le mueven a intentar sabotear cualquier movimiento del protagonista en pos de su objetivo. Para lograrlo también debemos asignar a nuestro antagonista unas motivaciones creíbles y fuertes. Sin ellas, su oposición al protagonista no tendría sentido y la novela, tampoco. Al igual que ocurre en el caso de los cocodrilos, cuanto más potentes sean las razones del antagonista para oponerse al personaje principal, mayor tensión conseguiremos en nuestra historia y mayor será la implicación del lector con ella.

7 ¿Qué acciones planean los personajes para vencer en su empresa?

Tal y como acabamos de explicar en el capítulo anterior, la motivación del personaje es lo que hace que la historia se mueva, puesto que esa motivación es la que le obliga a tener que elegir y actuar. Ahora bien, tengamos en cuenta que, en principio, las motivaciones son de naturaleza emocional: debido a un cambio que se ha producido en su vida (por ejemplo, el cambio inicial al que da lugar el desencadenante del que hablamos en el Capítulo 2) o a algo ocurrido en su pasado, el personaje experimenta una emoción o una serie de emociones que le impelen a conseguir un determinado objetivo, es decir, que le motivan. Aunque estas motivaciones pueden ser dispares, en muchos casos su origen parte de emociones tales como: 

La venganza.



La justicia.



El temor.



El resentimiento.



El sentimiento de culpa.



Etc. Pues bien, son esas motivaciones las que llevan al personaje hasta la acción.

1. ¿Pero qué es la acción? La acción es la manera en la que el personaje responde a esas motivaciones. Ahora bien, tengamos siempre presente que las acciones del personaje no sólo le afectan a él, sino que son de gran importancia para conducir la trama hacia el punto que como escritores necesitamos que se dirija. Sin embargo, ¡cuidado!, la motivación debe ser propia del personaje, no nuestra, aunque como autores la utilicemos para lograr nuestros propios fines.

Y es que éste es un aspecto importante a tener en cuenta: el escritor debe trabajar para la historia, no la historia para las necesidades del escritor. Veamos un ejemplo:  Acción: Joe, un broker de la Bolsa de Nueva York, sale a navegar en su velero cada sábado al amanecer.  Motivación: Le gusta alejarse del mundo y relajarse del estrés semanal en la soledad del mar.  Motivación del autor: el escritor necesita que Joe salga cada sábado por la mañana en su velero para que el asesino que lo persigue tenga pautada esta rutina de nuestro personaje y pueda aguardarlo en el muelle, a unas horas en las que no hay nadie, para asesinarlo. Esto implica que, para que la acción sea creíble, a lo largo de la novela y hasta que se produzca el asesinato, el autor deberá hacer que Joe salga a navegar los sábados antes del amanecer. De no hacerlo así, la credibilidad de la acción no se sostendrá y el lector encontrará extraño que un asesino sepa lo que piensa hacer Joe el sábado por la mañana y pueda, así, aguardarlo en el muelle. Habitualmente el lector está tan inmerso en el objetivo del protagonista que puede llegar a resultarle bastante difícil aceptar las acciones que desarrolla si son endebles e incoherentes con respecto al objetivo que persigue. Así que debemos tener especial cuidado en este punto si deseamos que el lector crea al personaje y la historia.

2. Acciones de los personajes: la manera perfecta de definirlos Un error bastante común es el de definir los personajes y el arco dramático que estos recorren durante la historia a través de técnicas que, aun no siendo malas, no son las mejores. Por ejemplo, la descripción. Todos hemos escuchado cientos de veces la advertencia: «Muestra, no cuentes», y en otras tantas ocasiones nos han explicado por qué es mejor mostrar que contar. Sin embargo, cuando nos plantamos ante el papel, suele asaltarnos una cierta tendencia natural a describir e ir contándole al lector todos y cada uno de los pensamientos, emociones y movimientos de nuestro personaje, hasta que estamos completamente seguros de que los entiende. A eso se le llama ser explicativo, y es un error: el lector no

es tonto. No tienes por qué dárselo todo mascado. Es más, cuando lo haces, tu historia le suena falsa, como un cuento de niños que se lee a un adulto. Las acciones de los personajes son un método extraordinario para revelar su personalidad y carácter. De hecho, son el mejor modo de hacerlo, puesto que nos permiten mostrar cómo es ese personaje sin tener que contárselo al lector y además dan vida a la novela e impactan en nuestros lectores con una profundidad que otras técnicas no consiguen alcanzar. La descripción es quizá el método más utilizado y, sin embargo, el más flojo a la hora de conseguir lo que deseamos lograr: que nuestra narración sea impactante. ¿Por qué? Sobre todo por estas dos razones:  La descripción ralentiza el ritmo de la narración. Si eso es lo que deseamos, por la causa que sea, entonces adelante, utilicemos la descripción. Pero si con ella no buscamos un fin determinado, como el descrito, es mejor que no la utilicemos para dar vida a nuestros personajes, salvo en contadas excepciones y, de cualquier forma, siempre con brevedad.  Por otra parte, con la descripción jamás se alcanzará el mismo impacto sobre el lector que cuando se utiliza una acción para mostrar al personaje, porque cuando los lectores “ven” las acciones que realizan éstos, sienten una impresión emocional mucho mayor que cuando se las cuenta el escritor ya que de esta manera están experimentando lo mismo que el personaje, lo cual hace mucho más vívida y real la novela. El diálogo, sin embargo, es una herramienta mucho más eficiente que la descripción. Veamos un ejemplo: Kelly Reynolds era una periodista profesional que sabía cómo hacer su trabajo. Segura de sí misma, no le importaba tratar con quien fuera menester para conseguir el dato que necesitaba, pero entre sus principios había uno que se alzaba por encima de los demás: jamás utilizaría su femineidad para obtener información. Steve Jarvis, por otra parte, era un hombre de carácter destemplado, a quien le importaba el dinero más que su propia reputación. Sabía reconocer a una mujer bella y también sabía que nunca ponía obstáculos entre ella y su cama.

En este breve párrafo hemos contado al lector quién es Kelly Reynolds y cuál es el principio más importante por el que rige su actividad laboral. También le hemos contado quién es Steve Jarvis y el tipo de hombre que representa. No está mal. De hecho es un párrafo bastante eficiente, pero el lector no obtiene de él más que un par de líneas de información como las que podría haber cosechado de la lectura de un diccionario. ¿Qué tal si, en lugar de un párrafo descriptivo-narrativo, diéramos esa información al lector utilizando el diálogo? Veamos este extracto de la novela La cuarta cripta, de Robert Doherty: —¿Diga? —¿Es usted Steve Jarvis? —¿Quién llama? —Kelly Reynolds. Soy una periodista independiente que escribe artículos sobre… —Mi tarifa por una entrevista es de quinientos dólares —la interrumpió Jarvis—. Eso le da derecho a una hora. —Señor Jarvis, sólo pretendo encontrar… —Quinientos dólares la hora —repitió—. En efectivo o por giro postal. No acepto cheques. No hay preguntas gratis. Kelly calló para intentar contener sus emociones. —¿Podría verlo hoy? —En el bar Elefante Zanzíbar. Estaré allí a las siete en punto. —¿Cómo lo reconoceré? —Yo la reconoceré a usted —repuso Jarvis—. Lleve algo rojo. Algo sexy. Pida un trago al camarero. Kelly apretó los dientes. —Oiga. Soy una profesional y voy a Las Vegas para hacer un trabajo serio. No necesito… —Evidentemente —la interrumpió de nuevo Jarvis—, no necesita entrevistarme. Ha sido un placer hablar con usted, señora Reynolds. Kelly aguardó. Él no colgaba, y ella tampoco. Habían llegado a un punto muerto. —¿Tiene el dinero? —Finalmente fue Jarvis quien habló—. ¿Quinientos dólares en efectivo? —Sí. —Bien. Pregunte sin más al camarero. Él le indicará. Estaré ahí a las siete.

Es obvio que la longitud de este diálogo es mucho mayor que la del párrafo presentado en primer lugar, pero también es obvio que nos da más información sobre los dos personajes y, sobre todo, lo más importante: nos hace sentir empatía por Kelly y desprecio por Jarvis. Y ésta es la primera misión del escritor: hacer sentir al lector. Si además introduces acción dentro del diálogo, habrás ganado muchísimo. Y es que es mucho más fácil desvelar la naturaleza de tu personaje cuando combinas estos dos mecanismos. Especialmente en las novelas de aventura o en los “thrillers”, donde la acción es el elemento fundamental de la trama. Eso sí, no nos vale cualquier cosa. Recuerda que toda acción debe empujar la novela hacia adelante, acelerar el ritmo y todo ello al mismo tiempo que va mostrándonos al personaje y haciendo crecer la tensión dentro de la historia. Si en algún momento de la novela el «muestra, no cuentes» es importante, es justo en los pasajes en los que la acción debe hablar por sí misma. Olvida entonces la descripción, guárdala en el cajón de herramientas para cuando sea realmente necesaria y opta por una inteligente combinación entre diálogo y acción. Si el lector va conociendo a los personajes a lo largo de la historia a través de sus acciones y palabras, el escritor habrá hecho bien su trabajo.

3. Las pequeñas acciones Cuando hablamos de acciones de los personajes, no nos referimos sólo a esas grandes acciones que llevan a cabo en momentos críticos y que dejan al lector sin aliento. No, hablamos también de las pequeñas acciones que los humanizan y los hacen verosímiles. Son esos diminutos movimientos o maniobras que todos realizamos de vez en cuando, como rascarse la nariz, poner la mano en la frente a modo de visera o cruzarse de brazos. Estos pequeños gestos son también un buen aliado del escritor para mostrar cómo son sus personajes y, aunque parezcan accesorios, el lector los percibe y construye con ellos un personaje más real en el que cree, porque con esos movimientos aportamos elementos a la personalidad de nuestro personaje, a sus motivaciones, tanto internas como externas, a sus actitudes y, por supuesto, lo mantenemos en movimiento, aun cuando no caiga sobre él la responsabilidad de la acción en ese momento. ¿Has visto alguna vez una obra de teatro de niños en un colegio? Si lo has hecho te habrás dado cuenta de que normalmente no saben qué hacer. Permanecen sobre el

escenario de forma estática y artificial. En la ficción podemos evitar esa sensación adulterada y poco real obligando a que nuestros personajes realicen las acciones cotidianas que todos llevamos a cabo alguna vez. Sabiamente introducidas en la acción principal, dan una capa de realismo a la novela difícil de conseguir de otra manera. Más aún si algún gesto es específico de cierto personaje. No todos ellos tienen por qué morderse las uñas, por ejemplo, pero si caracterizas a uno con esta obsesión te será muy fácil, por ejemplo, mostrar al lector cuándo está nervioso. Aunque, eso sí, estate atento siempre a que el personaje y la acción armonicen con el momento. No porque un personaje tenga la manía de morderse las uñas has de mostrarlo siempre así, y tampoco debes hacerlo cuando no venga a cuento o esté de más. Es decir, evita saturar tu narración de pequeñas acciones. Busca el equilibrio perfecto. Para hallarlo sólo hay una receta: ¿esa acción que tu personaje va a realizar dice algo?, ¿tiene alguna función? Si la respuesta es sí, escríbela. Si no, olvídate de ella. Tú eres el escritor y los personajes son tus criaturas, así que deberías conocerlos bien y saber cuándo hacen algo y cuándo no. Deberías conocer cuál es su estado emocional en cada momento y si es necesario que realicen ese pequeño gesto. Si encaja con su personalidad, si concuerda con el objetivo que va persiguiendo y la motivación que lo mueve, si quieres mostrar un cambio al lector y ésa es la mejor manera de hacerlo, entonces utiliza esas pequeñas acciones. Piensa bien, por tanto, cada una de ellas y recuerda que nunca son accesorias en un texto. Siempre han de tener una misión.

4. Las reacciones de los personajes Si las acciones de los personajes son de vital importancia para darlos a conocer, no se quedan atrás en esta carrera las reacciones que muestran ante los sucesos a los que se enfrentan o las palabras que se les dirigen. La reacción de un personaje puede mostrar facetas de éste que no podrían ser reveladas a través de sus acciones o palabras. Las reacciones que otros personajes causan en nuestro protagonista indican matices de su personalidad: qué le molesta, le disgusta, le enfurece, le place… De igual forma, cuando no hay respuesta por parte del personaje, también el escritor está dando una pauta al lector para entenderlo mejor o para indicar que aquel hecho o diálogo que se le ha dirigido carece de importancia para él. Puede que en ocasiones el escritor decida que el personaje A no responda al personaje B y éste se

quede sin réplica y sin conocer lo que el personaje A piensa acerca de lo que sea que haya propuesto el personaje B. Sin embargo, eso no significa que el lector también se quede in albis. Los personajes pueden ocultar sus emociones y pensamientos a otros personajes, pero no deben hacerlo con el lector. El escritor debe serle leal y, salvo que sea imprescindible ocultar la información a causa de la trama, jamás debe dejarle sin respuesta. Los personajes responden a otros personajes mediante lo que dicen o no dicen, lo que hacen o no hacen y lo que piensan y sienten. Lo que dicen los personajes Un personaje puede responder a otro con la palabra, esto es, mediante el diálogo. Y en su respuesta puede utilizar palabras dulces, apasionadas, irritadas, vengativas… Por lo tanto, a la hora de escribir el diálogo es importante que tengas siempre presente cuál es el efecto que quieres obtener de él y cómo afecta esta conversación al devenir de la historia. En ocasiones la contestación que da el personaje es deliberada y conduce la historia por donde se desea que transcurra, al encaminar a su interlocutor hacia donde él quiere. Otras veces, sin embargo, la respuesta puede ser involuntaria y la historia podría llegar a tomar un nuevo rumbo. Pero además de lo que dicen los personajes, cuentas con otra herramienta muy útil que consiste en hacerlos callar. Lo que no dice un personaje, las palabras que no pronuncia es un método igualmente efectivo para darlo a conocer y manejar la manera en que la historia transcurre. Aunque, como ya te conté, no debes permitir que esa no— respuesta le llegue también al lector. Recuerda: el lector debe conocer la información aunque el personaje no la verbalice. Cuando el lector sabe por qué un personaje no ha contestado y la razón por la que le está ocultando esta información a otro personaje, entiende la escena. Pero si el escritor deja al lector sin esa respuesta y no le suministra una manera de entender por qué no la da, no la comprenderá. Lo que hacen los personajes Ya lo hemos dicho: las acciones de un personaje son una manera excelente de mostrar cómo es, cómo piensa, siente, etc.. Si, además, como se ha apuntado arriba, mezclamos las acciones con el diálogo, el retrato puede ser perfecto. También hemos explicado que la respuesta (tanto verbal como física) que un personaje da puede ser deliberada o involuntaria. Un personaje que da una respuesta

deliberada muestra que controla sus emociones y pensamientos. Uno que da una respuesta involuntaria es un personaje controlado por su oponente, por sus sentimientos o por su carácter. Es decir, es un personaje que no sabe gobernarse y permite que las pasiones conduzcan sus actos. En cualquiera de los casos, la reacción (o la falta de reacción) del personaje permite atisbar al lector parte de su personalidad o de sus propósitos. Lo que piensan y sienten los personajes Cuando permitimos al lector que entre en la mente del personaje y conozca sus pensamientos y emociones, le estamos dando acceso a una información que nadie más en la novela posee (a excepción del propio personaje, naturalmente). Una información que, además, es real: nadie se miente a sí mismo con sus propios pensamientos (salvo en casos de naturaleza psicológica, en cuyo caso el lector también estaría recibiendo una información extra: la de que el personaje se engaña a sí mismo). Los pensamientos y emociones de un personaje revelan no sólo su carácter y personalidad, sino también sus propósitos, motivaciones y aquello que realmente le importa, si bien (y esto el escritor debe manejarlo con habilidad), el personaje puede manipular sus propias emociones y pensamientos para conducir a otros personajes por el camino que le interesa, pero incluso esto revela nueva información sobre él. De modo que permitir que el lector tenga acceso a sus pensamientos es una decisión que debes sopesar con cuidado porque, una vez que decidas hacerlo, el lector tendrá una visión clara de su mundo interior y conocerá información que nadie más tendrá. Así pues, sé muy cauto. Piensa muy bien si quieres o necesitas (y por qué) que el lector conozca todos esos datos, o, por el contrario, si es imprescindible que ignore alguno de ellos en pro del correcto devenir de la trama. Elegir bien cuáles son los pensamientos y emociones que el lector puede conocer y cuáles no es un punto clave para que la historia discurra por el camino que deseamos. Por otra parte, también es necesario tener presente que no es necesario dar a conocer todos y cada uno de los pensamientos de un personaje. Si nos entretuviéramos en ello, la novela ralentizaría su paso y el ritmo se haría demasiado lento para mantener la atención del lector.

5. Las acciones y las reacciones de los personajes hacen avanzar la historia

El par acción—reacción es imprescindible en una novela. Si un personaje no reacciona a lo que dice o hace otro personaje, el resultado es una acumulación de elementos narrativos que se siguen los unos a los otros sin ton ni son. Lo que conduce una historia de su principio a su final y lo que mantiene al lector pegado a la página es precisamente esa relación inseparable que dictamina que a toda acción le sigue una reacción. Luego es imprescindible que ninguna de las acciones que presentamos en nuestra novela quede sin respuesta, es decir, sin reacción por parte de otro de los personajes. Esta relación entre acción y reacción ahonda en la historia, la hace avanzar y afecta al tono de una escena, pudiendo incrementar la tensión al elevar el nivel de conflicto entre esos dos personajes cuyas acciones y reacciones llevan el peso de la escena en ese momento determinado. De modo que, como ves, se trata de una labor importante a la que debes prestar suma atención. Recuerda: no puedes hacer que tu personaje reaccione de forma incoherente con respecto a las acciones a las que está dando respuesta, o que su reacción no se ajuste al género al que pertenece la historia. Tampoco puedes obviarlas, ni magnificarlas, ni minimizarlas. Has de encontrar el equilibrio justo para que la historia no se desvíe por caminos que no conducen al fin que busca ni para que deje de tener sentido para el lector. Debes dar a cada acción la reacción que se aviene con la primera o la que necesite para que tu historia no se desquicie por vericuetos inesperados incluso para ti mismo. También es importante que cada acción y reacción armonicen con la naturaleza y modo de ser del personaje, que respondan a las necesidades de la escena en que tienen lugar y al objetivo a largo plazo que plantea la novela al protagonista. Y, por otra parte, deben variar en cuanto a su intensidad. No todas las acciones y reacciones deben ser aparatosas o tan sutiles que rocen la flacidez. Contamos, pues, con una buena lista de elementos que hemos de tener presentes mientras escribimos. El resultado, si los manejamos con habilidad, será excepcional, de modo que el esfuerzo, tiempo y atención que dediquemos a este punto merecerá la pena con creces. ¿Te ha gustado el capítulo? ¿Te ha parecido interesante? Pues no te entretengas y pasa la página, que ahora vamos a ver cómo conseguimos que nuestros personajes evolucionen. Te espero en el Capítulo 8.

8 ¿Cómo evoluciona el protagonista?

¿Cómo evolucionan los personajes protagonistas en tu historia? Porque deben hacerlo. Si no, puede que en tu imaginación el personaje que has creado sea un notable representante del personaje de ficción y, sin embargo, lo siento, no habrás logrado lo que realmente importa: un personaje completo que parezca verosímil a los ojos del lector y por el que se sienta interesado. Si sólo atiendes a su creación, y no a cada uno de los aspectos que necesitan ser cuidados con esmero, será un personaje de una sola dimensión, sin sombras, sin aristas y bordes suaves que le den profundidad.

1. Las dimensiones del personaje Habitualmente, cuando aparece la idea para escribir una historia, con ella vienen dados los personajes (al menos los principales). En nuestra menter se dibuja la imagen del protagonista, como mínimo su aspecto físico, o un esbozo de él, y alguna que otra característica de su personalidad. En estos momentos y con estos datos, sólo tenemos formado el personaje en una dimensión. Cuando comenzamos a trabajar en él y le dotamos de una historia, un pasado, el personaje comienza a adquirir cierta forma redondeada y ya podemos apreciar en él algunas luces y sombras. En este punto de su creación adquiere una segunda dimensión, pero todavía no está completo. Para que parezca una persona real, debemos dotarle de esa tercera dimensión que define nuestro mundo. ¿Y cómo lo conseguimos? Simple: haciéndolo evolucionar (es decir, cambiar) a lo largo de la historia. Para ello un buen método es obligar a nuestros personajes a que se debatan en la contradicción, ya sea con un conflicto interno, externo o, mejor aún, con ambos. Para atribuir una tercera dimensión a nuestros protagonistas no podemos quedarnos en los tópicos: el héroe es bueno y el villano es malo. Eso es un error fatal. Ninguna persona de este mundo vive en esos extremos, todos nos movemos en una gama de grises desde la cual derivamos hacia el blanco en algunos aspectos y hacia el negro en otros.

Pues bien, como escritor tú también debes crear a tu personaje en ese abanico grisáceo. Debes dotarle de virtudes, por supuesto, pero también de defectos. Con ello no sólo logramos hacerlo más verosímil, sino que tendremos un terreno ideal sobre el que ir trabajando para que el protagonista, en su viaje a través de la novela, vaya creciendo y transformando alguna de esas partes negras de su personalidad en algo más claro, más gris…, incluso blanco. Y esto que se dice sobre el héroe debe aplicarse igualmente al antagonista. No podemos hacer de él un ser pérfido que no posea ni una sola característica positiva. Hay que jugar bien estas cartas y colocar a nuestros personajes en un punto intermedio desde el que puedan moverse hacia otra posición. Por tanto, una de tus tareas es la de dotar a tus personajes protagonistas de tres dimensiones y asegurarte de que ninguno de ellos nace en los extremos del abanico, sino en una posición más centrada que le permita moverse hacia uno u otro de los bordes y cambiar a lo largo de la historia. Ten en cuenta algo de lo que a veces nos olvidamos cuando trabajamos en nuestras novelas y es que la historia que escribimos no es sino un viaje para el protagonista, un recorrido que le llevará a conseguir o no el objetivo que persigue. Pero en ese viaje pasan muchas cosas y el personaje vive una serie de experiencias extraordinarias que han de marcarle de alguna forma. Cómo se verá afectado por estas experiencias es lo que le hará cambiar y transformarse en una persona diferente a la que era cuando comenzó su viaje al principio de la novela. Y esto es lo que llamamos evolución del personaje, también conocido como arco dramático, que ya se mencionó brevemente en el Capítulo 5.

2. El arco dramático del personaje El arco dramático del personaje nos conduce a través de su evolución: desde el tipo de persona que era al principio de la historia hasta el nuevo hombre o mujer en que se ha convertido cuando alcanza el final de su viaje. Por tanto, este cambio que ha de experimentar el protagonista, y que es un elemento fundamental en la construcción de la novela, es algo que debe ir desarrollándose a lo largo de toda la historia. Recuerda que los cambios repentinos no son creíbles. Para que sea verosímil, la transformación ha de ser el resultado de una serie de experiencias por las que el protagonista ha pasado y que le han ido modificando poco a poco.

Las historias que se nos quedan grabadas en la memoria y que recordamos con buen regusto son aquéllas en las que nos hemos topado con un personaje con el que nos hemos sentido identificados y al que hemos dispensado nuestra admiración. Esos personajes que son capaces de enfrentarse a sus temores y debilidades son los que acaban enamorándonos. Su forma de ser, de encarar los problemas y superar las situaciones más duras nos cautivan, se apoderan de nuestra simpatía y se quedan a vivir en nuestra memoria. Si, como lector, has degustado la experiencia descrita en el párrafo anterior, es indudable que desearás con todo tu corazón de escritor regalar a tu lector la misma vivencia. Por esta razón debes esmerarte en dar vida a un personaje de este tipo, un personaje que, con esfuerzo e incluso a veces con dolor, sepa superar las dificultades que pongas en su camino y aprenda una lección: la de dominar sus miedos y debilidades, sobreponerse a ellos y acabar alcanzando el destino al que se dirige. El arco dramático del personaje se convierte así en el camino pedregoso y traicionero que debe recorrer en su crecimiento personal, es decir, en su evolución. Así pues, un personaje que evoluciona, que crece y es capaz de cambiar sus perspectivas a causa de los conflictos a los que ha de enfrentarse (tanto internos como externos) resulta mucho más atractivo a los ojos del lector que uno que no modifica su actitud, su personalidad ni sus habilidades pese a las experiencias vividas. La razón de que el lector se sienta más identificado con el personaje que modifica sus posiciones de partida frente al que no lo hace es muy lógica y se origina en la psicología humana: si eres un buen escritor y has conseguido introducir de lleno al lector en tu historia, éste experimentará las mismas dificultades por las que va pasando el protagonista e irá creciendo y aprendiendo al mismo tiempo que él, o bien encontrará una explicación a vivencias propias que haya experimentado anteriormente. Es una forma de llegar a la mente y al corazón del lector, y de embarcarlo en un viaje no tanto físico como mental y emocional. Y retomando de nuevo el arco dramático del que acabamos de hablar, una de las decisiones que habrás de tomar a la hora de construir a tu protagonista es la de definir cómo va a ser su arco, esto es, el cambio que va a experimentar. Tienes tres posibilidades:  Puede cambiar a mejor.

 Puede quedarse tal cual y ser el mismo personaje al final de la historia que el que encontramos al principio.  Puede cambiar a peor. En el primer caso estarás optando por una historia con final feliz; en el tercero, por un drama; y en el segundo (que deberías evitar), estarás utilizando un personaje que no experimenta ningún cambio a lo largo de la historia: no aprende ninguna lección, no mejora en ningún aspecto, no le enseña ni le hace sentir nada al lector, salvo la admiración que pueda experimentar por la cualidad por la que destaca el personaje. Es el caso, por ejemplo, de Sherlock Holmes, de Poirot o de James Bond. Puede que al final de cada novela el lector se admire de su inteligencia o de su valor, pero estos personajes no habrán conseguido darle lo que realmente desea encontrar cuando lee una historia: introducirse en ella, vivirla y enamorarse del personaje.

3. Justifica los cambios Un personaje no puede ser un egoísta en la primera página y un tipo generoso en la última sin que nada haya ocurrido entremedias. No puedes permitir que eso ocurra, no puedes provocar ese cambio sin haberlo explicado antes o el lector no se lo creerá. Una idea a tener en mente durante el proceso de escritura de la novela es que cualquier cambio supone tanto las causas que lo han provocado como el resultado al que ha dado lugar. Y ello no puede ocurrir de forma fortuita o repentina. No. A lo largo de la novela debes ir mostrando cómo se va produciendo esa transformación paso a paso, poco a poco. Al igual que ocurre en la vida real nadie cambia de un día para otro. Son las circunstancias de cada uno y las experiencias vitales que va acumulando en su vida lo que hace que una persona modifique su naturaleza. Y si la vida real es así no puedes dar a tu lector algo diferente a riesgo de que éste lo considere totalmente inverosímil. De modo que, mientras planificas el desarrollo que tienes pensado para tu personaje, señala bien cuál va a ser la causa del cambio, cómo lo vas a desarrollar en la novela y cuál será el efecto final. Todo ello es una información que tienes que darle al lector, aunque, eso sí, de forma sutil.

4. Evolución del personaje Si ya tienes cierta experiencia escribiendo, habrás observado que en ocasiones tu historia deriva hacia una situación que no tenías en mente. Te paras entonces, vuelves a leer el texto y te das cuenta de que aquello no ha salido de ti, sino que procede de algún lugar que no sabes ubicar. Yo te digo de dónde viene: de tu personaje. De ese personaje que creaste, al que pusiste en movimiento y que, al dotarlo de vida, ha ido construyéndose a sí mismo y alejándose de ti, hasta tener una existencia propia que tú ya no puedes manejar (o al menos, no totalmente). La evolución del personaje es un elemento indispensable dentro de la novela. Si no cambia a consecuencia de las experiencias que vive durante la historia, será una especie de robot que ni siente ni padece. Una de tus tareas es lograr esa transformación, conseguir que sea una persona diferente a la del principio. En caso de que tu novela forme parte de una serie, entonces el cambio se producirá a lo largo de toda ella, en sucesivas entregas, lo cual implica que tienes más tiempo para hacerlo y, por tanto, puedes dar a tus personajes mayor profundidad aún que las que se les puede dar en una sola novela. Pero para que esto ocurra, para que el personaje pueda desarrollarse y adquirir vida propia, debes proporcionarle suficientes pertrechos y colocarlo en situaciones en las que se vea obligado a actuar, a tomar decisiones, a inclinarse por un camino u otro y a ponderar la validez o inutilidad de la alternativa por la que ha optado. En palabras llanas: tienes que construir a su alrededor un mundo con los entresijos necesarios para que evolucione. La pregunta que surge llegados a este punto es: «Pero, entonces, ¿el personaje evoluciona por sí mismo o es el escritor quien lo hace evolucionar?». En realidad, es el escritor quien está evolucionando y el personaje lo hace al mismo tiempo que él. Fíjate la próxima vez que te adentres en la escritura de una novela. Verás que, a medida que escribes, vas conociendo cada vez mejor a tu personaje y llega un punto en el que te resulta tan familiar que entre vosotros se establece una relación de amistad. En alguna parte leí que un personaje se ha metido en la mente del escritor y se ha convertido en su compañero de viaje cuando el escritor, al hablar de su historia a alguien, llama a sus personajes por el nombre de pila y se refiere a ellos como si fueran personas que realmente existieran. Esto no se consigue de hoy para mañana. Hemos de pasar muchas horas con el personaje antes de alcanzar una relación tan cercana con él. Pero una vez que lo hemos

hecho es incluso bastante probable que la trama que teníamos en mente en un principio cambie, porque el personaje que hemos creado jamás recorrería ese camino, sino otro diferente. Es decir, estamos permitiendo a nuestro personaje que tome cartas en el asunto y “co-escriba” la novela con nosotros. Entonces, y volviendo a nuestra pregunta: ¿quién evoluciona en realidad? Yo creo que entre escritor y personaje llega a establecerse una simbiosis que acaba por afectar a los dos, de manera que la idea de la evolución, al final, no sólo se aplica al personaje. En cualquier caso recuerda que de una u otra forma debes lograr que tu protagonista cambie.

5. ¿Cómo consigo que mi personaje evolucione? Utilizando una variedad de tácticas que debes tener claras antes de comenzar a escribir (aunque, por supuesto, durante el proceso de escritura también irán surgiendo elementos que te ayudarán y en los que no habías pensado en un principio). Tal y como se ha mencionado en el epígrafe “Las dimensiones del personaje”, el punto de partida para darle la oportunidad de que pueda cambiar es situar a nuestros protagonistas en un punto intermedio (ni blanco ni negro) desde el que puedan moverse a otras posiciones, es decir, desde el que puedan cambiar. Además,

hemos

hablado

de

que

es

imprescindible

crear

personajes

tridimensionales y, para ello, un buen método es introducir en nuestros protagonistas conflictos internos, además de los externos. Los conflictos internos no sólo darán lugar a un personaje más interesante a los ojos del lector, sino que permitirán al escritor jugar con ellos y conseguir una mayor tensión en su novela. Mezclados con los conflictos externos que la historia, y en especial el antagonista, le plantean, el resultado es un personaje que ha de enfrentarse a decisiones que le obligarán a cambiar. Es decir, a evolucionar. No le fuerces a evolucionar El escritor no puede coaccionar al personaje para que evolucione, sino que tiene que proporcionarle una historia (tanto pasada como presente) y un tiempo determinado para que lo haga. Construye la historia de manera que tu personaje vaya avanzando al mismo ritmo que ella y experimentando una evolución progresiva, pero lógica, o dicho de otra manera: una evolución que responde a las situaciones que el personaje ha vivido.

Por ello es necesario, en primer lugar, dotarle de un pasado, porque es ese pasado el que ha conformado su personalidad actual. También debes suministrarle un presente que le plantee determinadas circunstancias que vaya moldeándolo; y un tiempo, el necesario, para que el personaje vaya cambiando poco a poco. Como escritores no podemos saltarnos esta regla y pretender que nuestro protagonista aprenda, en el número de palabras que nos viene bien para la novela, las lecciones que ha de asimilar. ¡No! Para experimentar un ligero cambio el personaje necesita menos tiempo que si queremos que sufra uno profundo (de ahí que en los relatos los personajes no puedan tener un desarrollo tan amplio como lo tienen en una novela). Así que sé realista en cuanto al cambio que deseas que tu personaje experimente y dale el tiempo necesario para que vaya haciéndolo. Recuerda que los cambios no se producen de un plumazo, sino poco a poco, página tras página, situación tras situación, peligro tras peligro. Colócalo en situaciones difíciles El escritor ha de crear las condiciones necesarias para que el personaje evolucione, y una de las maneras en que lo puede conseguir es enfrentarlo a problemas y obstáculos que le obliguen a actuar. La acción mueve la historia de tal manera que, a medida que se va desarrollando, el personaje evoluciona con ella. Es una especie de círculo vicioso: el personaje conduce la trama con sus decisiones, pero la trama moldea al personaje y va dibujando el arco dramático que éste recorre. Es un trabajo conjunto. Ninguno de los dos elementos puede funcionar por separado. Así pues, al enfrentarse a los conflictos que le vayamos proponiendo y a sus propias flaquezas y debilidades para conseguir el objetivo que persigue, el personaje irá experimentando un crecimiento personal, de forma que ese vencerse a sí mismo y las decisiones que toma para superar los obstáculos es lo que le va cambiando, es decir, lo que va construyendo su arco dramático. Deja que comenta errores Nadie es perfecto en la vida real y tus personajes tampoco pueden serlo en el mundo de ficción que has creado para ellos. Supermán no existe, recuérdalo. De modo que no pretendas la perfección absoluta para tu protagonista. Si lo creas de esa manera, no resultará verosímil a los ojos del lector.

El personaje tiene que cometer errores, tiene que equivocarse, tomar decisiones de las que luego se arrepentirá. Los errores le llevarán a tener que buscar soluciones diferentes, a retractarse, a excusarse y, por supuesto, a plantearse preguntas sobre sí mismo y decidir si debe ¡cambiar! Permítele vivir su propia vida. Tal y como se ha apuntado en el punto anterior, la forma más efectiva de conseguir que el personaje evolucione es enfrentarlo a profundos conflictos (tanto externos como internos), de manera que se vea obligado a tomar decisiones y a actuar. Pero no decidas por él. El personaje ha de decidir por sí mismo y nosotros hemos de transigir con las equivocaciones que cometa. Además, el escritor debe estar abierto a las sorpresas con que su propio personaje lo asombre. Muchos escritores podrán dar fe de ello porque han tenido esta experiencia: llega un momento en que, de repente, su historia toma un rumbo que ellos no habían previsto. ¿Por qué ocurre esto? Porque el personaje ha decidido por sí mismo y ha tomado un camino que el escritor no esperaba. Cuando esto ocurre, la evolución del personaje se está consiguiendo de una manera natural, de modo que, si tienes esta experiencia, alégrate, estás haciendo un buen trabajo. No lo supedites a tus necesidades. Créeme, eso no funciona. Deja que tu personaje camine solo, permite que te sorprenda con sus decisiones y te lleve por caminos que ni siquiera habías entrevisto. Si logras que esto ocurra, date una palmada en el hombro porque significará que vas por el buen camino.

Trabajando de esta manera tendrás el campo bien abonado para que tu personaje experimente una evolución creíble a medida que transcurre la historia. Así que ya sabes, plantéate estas tácticas antes de comenzar a escribir y así tendrás una idea bastante aproximada de cuál es la causa que va a provocar el cambio o los cambios que va a sufrir tu protagonista, cómo los va a experimentar y cuál va a ser el resultado final, es decir, el efecto de ese cambio.

9 ¿Cómo mantendré la tensión durante la historia?

La tensión es lo que engancha al lector durante el trascurso de la novela, lo que le obliga a pasar las páginas y decirse una y otra vez: «Sólo un capítulo más y me voy a dormir». Por tanto, crear tensión y saber mantenerla a lo largo de toda la historia es una de las labores que mayor tiempo y esfuerzo deben consumir en nuestra tarea de escritores. Ahora bien, ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo creamos tensión y, sobre todo, cómo podemos conseguir mantenerla página a página para lograr que nuestro lector amanezca al día siguiente con ojeras? Hay varios métodos de los que podemos echar mano para conseguirlo. Veamos algunos de ellos.

1. Cómo mantener la tensión a lo largo de una novela A. No adelantes acontecimientos El suspense y, con él, la tensión se producen cuando el lector intuye que «algo va a pasar y que va a pasar pronto». Por tanto, sé habilidoso y no le cuentes antes de tiempo nada que frustre tu esfuerzo por mantenerlo intrigado. A la hora de planificar tu novela debes pensar con mucho cuidado e inteligencia no sólo la información que vas a dar, sino cómo vas a darla y cuándo. Estos tres aspectos, bien utilizados, son los que hacen que una novela sea entretenida y que el lector no pueda dejar de leerla o que, por el contrario, sea una novela en la que todo es previsible y el lector se aburra como una ostra. Es una tarea difícil que requiere mucho esfuerzo y tiempo, pero si logras cuadrar de forma adecuada esas tres facetas que afectan al modo en que la información será proporcionada y consigues encajarla con lógica dentro de la estructura y de la trama de la novela, lograrás un texto lleno de suspense y tensión que hará las delicias del lector. No hay un método específico que pueda enseñarte para que lo utilices en la planificación de tu novela. El único método efectivo es el del trabajo duro, paciencia y

el uso de tu inteligencia. Toma un papel y un bolígrafo, y comienza a planificar teniendo en cuenta todos los parámetros en juego (trama, personajes, momento de la novela en el que te encuentras, etc.). Con todos esos elementos, empieza a trabajar. ¿Cuándo es necesario que el lector conozca este hecho? ¿Y cuándo es necesario que lo conozca el personaje? ¿Al mismo tiempo? ¿Uno antes que otro? ¿Cómo va a afectar esta información al desarrollo de la historia, a los presentimientos o sospechas del lector, a las acciones y decisiones que tome el personaje cuando la conozca? ¿Y cuál es la mejor forma de introducirla? ¿Con un diálogo? ¿Con un resumen? ¿Con una introspección?... Si vas trabajando de ese modo conocerás por adelantado si la novela va a funcionar en ese sentido o no. Ten en cuenta que no te saldrá todo redondo desde el principio. En ocasiones habrás hecho una gran parte del trabajo cuando, de repente, llegarás a un punto en que te percatarás de que el lector o el personaje o ambos necesitan conocer determinado detalle que no has incluido y tendrás que volver atrás para rehacer la parte en la que ese detalle deba insertarse. O puede ocurrir lo contrario: que hayas dado una información que no se puede conocer hasta más tarde. B. Adelanta acontecimientos Sí, has leído bien. Se trata de hacer justo lo contrario de lo que te aconsejaba en el epígrafe anterior. Y es que a veces tendrás que adelantar acontecimientos precisamente para crear suspense y tensión. Por ejemplo, en The Relic, Preston y Child dedican dos capítulos a contarnos el modo en que la bestia ha llegado al Museo de Historia Natural. Lo hacen de forma muy atractiva para el lector, por supuesto, pero lo que de verdad van buscando es crear en él una sensación de alerta y cierto terror. Cuando la historia comienza verdaderamente, en el tercer capítulo, nos encontramos a unos críos que están visitando el museo en compañía de sus padres. En cierto momento logran escapar a su vigilancia y emprenden su propia exploración del museo, hasta adentrarse en una zona prohibida para los visitantes y en la que el lector intuye (de hecho, sabe) que hay un peligro: el monstruo está por ahí, oculto en alguna parte, aguardando la llegada de su próxima víctima. Primero entra el hermano mayor y el lector sabe lo que le va a ocurrir. Luego los autores nos describen al hermano pequeño sumido en la duda: ¿debe seguir al hermano mayor o no? Se asoma a la escalera, está oscuro, llama a su hermano, pero no obtiene respuesta, y entonces decide bajar por esa escalera de caracol sumida en la penumbra.

Mientras tanto, el lector, que sabe lo que se oculta allí, ve con horror que el hermano pequeño ha decidido finalmente seguir al mayor, se ha asomado junto a él a la oscuridad de esos peldaños que conducen a una muerte segura, le ha gritado mentalmente que vuelva atrás y, cuando ha visto que el niño no le escuchaba y se dirigía hacia su fin, se ha sentido frustrado y aterrorizado por lo que le espera a ese pobre crío. ¿Cómo han conseguido Preston y Child que el lector recorra todas estas reacciones? Utilizando de forma muy inteligente el modo en el que han suministrado la información (por supuesto, también han usado otros recursos que no son, sin embargo, objeto de estudio en este apartado). Han adelantado al lector una información que los personajes desconocen y con ello le están colocando en una posición privilegiada con respecto a los niños. La angustia que le produce al lector la incertidumbre sobre qué hará el niño pequeño (si seguir o no a su hermano mayor), sabiendo, como sabe, lo que le espera si toma la decisión equivocada, es un modo muy eficaz de crear suspense e incrementar las cotas de tensión en tu historia. De modo que, como ves, y tal y como te decía en el apartado anterior, trabajar bien qué información vas a dar, cuándo la vas a proporcionar, cómo lo vas a hacer y quién la va a conocer es una herramienta utilísima para crear, mantener o incrementar la tensión de tu historia a lo largo de toda ella. C. Pon en marcha el reloj ¿Recuerdas una serie de televisión que se titulaba 24 horas? El agente federal Jack Bauer tenía 24 horas para resolver un caso. Cada episodio ocupaba una de esas horas, de manera que cada temporada constaba de veinticuatro episodios. Lo que nos importa aquí de esa serie es que, en cada capítulo, el protagonista sólo tenía una hora para salvar los obstáculos que los guionistas iban poniéndole por delante (y eran muchos) a fin de avanzar en la resolución del caso que tenía encargado. Si has visto la serie, recordarás que el pobre Jack Bauer no descansaba un instante y que los episodios corrían a un ritmo frenético. Algo parecido es lo que trato de decirte ahora: coloca a tu personaje en una situación en la que el tiempo corra en su contra y marca el tiempo que le queda para salir de ella o solucionar el problema. Sé específico: tu protagonista tiene dos horas, tres días, quince minutos... Esta estrategia crea tensión de inmediato (mayor cuanto menor sea el tiempo del que dispone el personaje para salir del embrollo en el que lo hayas metido). Si, además, le complicas un poquito más la vida colocando algunos obstáculos

entre él y el objetivo que persigue, el lector pasará la página aunque se esté cayendo de sueño. No obstante, ten en cuenta que la dificultad en la que sitúes a tu protagonista debe ser jugosa. Quiero decir, escapar de ella no ha de resultarle fácil y, además, el tiempo juega en su contra: una bomba de relojería cuya cuenta regresiva está constantemente a la vista, la inundación de un barco con tu protagonista atrapado en un camarote del cual no parece que haya salida, pero sí hay entrada para el agua que va cubriéndolo poco a poco, primero los pies, luego las rodillas, la cintura, el pecho, los hombros, el cuello… En cualquiera de esos casos, como vemos, fracasar significa el fin. Limitar el tiempo que el protagonista tiene para finalizar una determinada tarea o escapar de una muerte segura significa aumentar la presión sobre él, pero también el conflicto, porque la muerte de nuestro protagonista o el fracaso en la tarea que tiene encomendada beneficiarán al antagonista. Y ya sabemos que la oposición entre uno y otro es lo que crea el conflicto y, con ello, la tensión. Ahora bien, para que esta estrategia tenga éxito, debes respetar una serie de parámetros, así que apúntatelos:  Tal y como ya se ha señalado, al fijar el tiempo límite del que dispone el personaje para resolver el problema en el que está envuelto debes también especificarlo con absoluta precisión: 4 días, 10 horas, 30 minutos.  Por otra parte, debes ponerle las cosas muy difíciles al protagonista. Es absurdo fijar un tiempo límite de dos horas para que nuestro personaje principal escape del problema en cinco minutos.  Además, sé astuto: cada pocas páginas (o párrafos, si es necesario) ve recordando el tiempo que queda o el lector perderá la sensación de urgencia.  Por último, a medida que nos acercamos al final de la cuenta atrás, tensa la cuerda aún más e incrementa el suspense. Seguro que alguna vez has visto una película en la que te presentan una situación de este tipo y tú, como espectador, de repente te sorprendes a ti mismo saltando del sofá y gritándole al protagonista: «¡Vamos, vamos! ¡Venga!». ¿Sí? ¿Te recuerdas en una circunstancia de ese tipo? Pues ésa es la reacción que tienes que conseguir en tu lector.

D. Ten un control absoluto del ritmo El ritmo de una historia es una táctica que, si se maneja con maestría, provoca resultados espectaculares en la creación e incremento de la tensión. En las novelas bien escritas encontramos puntos críticos seguidos de momentos planos que vuelven a escalar y bajar sucesivamente con el fin de hacer interesante la historia que se cuenta. Un buen manejo del ritmo es la clave para lograrlo. Así que, cuando estés trabajando la planificación de tu novela, no olvides que uno de los aspectos que también has de planear es la “carrera” de tu historia. De este modo mantendrás el control del ritmo en todo momento y lo utilizarás de acuerdo a los intereses de la novela. Voy a pedirte que, durante un momento, pienses en cómo está estructurada una novela (desde el punto de vista clásico). Hay tres unidades en esa estructura: el planteamiento, el desarrollo y el desenlace. Por su naturaleza y función, cada una de ellas requiere un ritmo diferente. En el planteamiento tenemos primero un paso tranquilo cuando presentamos la situación de equilibrio inicial. Ese paso reposado de repente se ve alterado por el desencadenante, que vuelve del revés la vida del personaje y le obliga a actuar. En este momento, lógicamente, el ritmo se acelera un poquito hasta que llegamos al primer punto de giro principal (fin del desenlace y principio del desarrollo) en el que el argumento da un giro radical e inesperado, tanto para el lector como para el propio protagonista. De nuevo, el ritmo sufre un cambio. En el desenlace la cadencia de nuestra novela es vertiginosa. Nos estamos aproximando al final. Para alcanzarlo, primero tenemos que llegar al clímax, que es el momento de máxima tensión en la historia, y para llegar a ese clímax el movimiento de la novela es frenético. Luego, una vez que la trama se ha resuelto, la velocidad se ralentiza en ese último capítulo de cierre. El ritmo en estos dos actos de la novela está más o menos establecido aunque, por supuesto, se pueden modificar: por ejemplo, podemos comenzar nuestra historia con una escena de acción que deje al lector sin aliento. Pero por lo general así es como se mueve la historia en el planteamiento y en el desenlace. Un ejemplo de ello lo tenemos en la novela que hemos tomado de estudio: The Relic comienza con unos capítulos en los que los autores prácticamente no nos dan respiro, pero ésa es otra estrategia de la que ya hemos hablado en el apartado del suspense: la de dar al lector más información de la que tiene el personaje para crear en

él la sensación de angustia que le produce prever el peligro en el que el protagonista está a punto de caer. El verdadero problema para el escritor, en lo que se refiere al ritmo, se encuentra en el desarrollo. Este acto, que ocupa más o menos el 50% de la novela, es como un desierto sin final que hemos de ir ajardinando para que el lector no se aburra entre los infinitos granos de arena. En ese desierto unas veces tendremos que correr para huir de los beduinos que nos persiguen y otras habremos de buscar un sitio tranquilo donde descansar. De vez en cuando, durante esos momentos de respiro, nuestro reposo se verá alterado por la aparición de un alacrán junto a nuestro saco de dormir que nos hará poner en movimiento. Otras veces tendremos que ocultarnos y, aun sin movernos, sentiremos la angustia de que nos están buscando y pueden descubrirnos en cualquier momento. Es decir, en nuestro viaje por el desierto hemos tenido que correr, también hemos descansado, pero nuestro sosiego se ha visto alterado por la aparición de un peligro del que hemos tenido que escapar (nuevo movimiento). Luego nos hemos visto amenazados mientras permanecíamos ocultos (no nos movemos, pero la tensión está ahí: podemos ser descubiertos en cualquier momento). ¿Lo vamos viendo? Un buen escritor transforma esa travesía por el desierto en un desarrollo lleno de aventuras, jugando con el ritmo y la tensión, y consiguiendo así mantener vivo el interés del lector. Por tanto el manejo del ritmo en una historia es fundamental para que ésta se mantenga viva en todas sus fases y para que el lector no cierre el libro, harto de una novela en la que no hay ninguna variación. La clave para mantener ese buen ritmo está en descubrir cuándo hay que acelerarlo y cuándo hay que frenarlo, es decir, cuáles son los momentos que requieren acción y movimiento, y cuáles los que necesitan un paso más lento; dónde debemos introducir las situaciones de suspense y cuándo podemos darle un respirito tanto a nuestro protagonista como a nuestro lector. Cuando el personaje se enfrenta a un punto crítico en la historia, por ejemplo, el ritmo se acelera; sin embargo, una vez que ha resuelto el problema y superado el obstáculo, la velocidad de la historia disminuye y se torna, como decíamos antes, plana. Se trata de dar una tregua al personaje y al lector que aprovecharán estos momentos para tomar aliento, pero tú, que eres un escritor astuto, no vas a permitir que pase demasiado tiempo antes de que tanto el uno como el otro se vean obligados a contener el aliento de nuevo. Tras ese breve respiro colocarás una nueva dificultad en el camino del personaje que, para más inri, le planteará una crisis mayor que la anterior. De nuevo

el ritmo se acelera, la tensión crece y ya tenemos al protagonista y al lector otra vez en el bote diciéndose: «Un capítulo más, sólo uno más y…». ¡Ja! Así que, tal y como te decía al principio de este epígrafe, planifica el ritmo de tu novela antes de comenzar a escribirla, eligiendo con habilidad los momentos en los que debes acelerar el ritmo y los momentos en los que debes ralentizarlo. No dejes que sea el azar quien lo decida. E. Juega con la longitud y estructura de las frases Quizá debería incluir este apartado dentro del epígrafe anterior, sin embargo, prefiero separarlo ya que aunque ambos hablan del ritmo éste lo hace desde una perspectiva diferente, la del uso de la lengua. Es decir, cómo utilizar la sintaxis y el vocabulario a la hora de conseguir la cadencia adecuada para las escenas de tu novela. Y es que hay un modo de manejar el ritmo dentro la historia que no se basa en los sucesos que acontecen en ella, sino en la utilización de la lengua de una forma u otra. Mediante un buen uso de la sintaxis y el léxico adecuado podrás conseguir el objetivo que persigues: incrementar la tensión y el suspense o ralentizar la acción. Por ejemplo, las frases cortas aceleran el ritmo; las largas (y en especial las descriptivas) lo ralentizan. Si quieres que tu protagonista, en una determinada escena, no tenga tiempo de respirar, escribe esa parte del texto con frases cortas y verbos de acción que tensen la narración. Si lo que buscas es “desesperar” a tu lector y retrasar el momento crucial en el que un punto crítico alcanza el clímax, entonces desacelera el paso y haz que el lector no pueda contener la impaciencia por acabar la lectura de esos párrafos intermedios que han de llevarlo al momento culmen. Eso sí, no te olvides de hacer interesantes esos parágrafos que utilizas para retrasar el momento del clímax y aumentar el suspense en el lector. Si escribes una parrafada sin sentido y que no venga a cuento, el lector se percatará de ello. F. Los diálogos Sí, los diálogos son un extraordinario instrumento para crear tensión y elevarla hasta el punto que nos interese. Puedes hacerlo de forma directa, esto es, con una confrontación franca entre dos personajes y sin eufemismos que rebajen la tirantez entre ellos; o puedes utilizar una manera más sutil, obligando al lector a leer entre líneas e inferir, de las palabras que cruzan tus personajes, que algo gordo está a punto de pasar.

Con un buen diálogo puedes lograr lo que quieras. ¿Desdén? ¿Odio? ¿Traición? Con habilidad, puedes disfrazar la amenaza de una tormenta inminente que de un modo u otro afectará a tus personajes bajo la “trivialidad” de una conversación aparentemente frívola. Sin embargo, el uso del diálogo no es fácil. En ocasiones el escritor pone a sus personajes a conversar, pero, ¡cuidado!, una conversación no es diálogo: —¡Eh, Pedro!, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va? —Hola Miguel, sí, mucho tiempo. Bien, ¿y a ti? —No puedo quejarme. Eso es una conversación que podríamos escuchar entre dos conocidos que se encuentran después de largo tiempo sin verse, pero no es un diálogo porque no nos dice nada de los personajes ni aporta drama, que es lo que siempre hemos de buscar en nuestras historias. Con ese intercambio de frases hemos conocido que les va bien. Vale, y ¿qué más? El escritor no ha logrado transmitirnos ninguna información útil para la historia y, desde luego, el nivel de tensión o suspense es cero. No, un diálogo es mucho más. Un diálogo siempre, siempre, siempre tiene un objetivo determinado. Si, una vez que lo has escrito, encuentras que no aporta nada a la historia, bórralo o transfórmalo: —¡Eh, Pedro! Pedro se giró y reconoció a su antiguo compañero de facultad, Miguel. Hacía siglos que no se veían y justo tenía que encontrárselo ahora, cuando acaban de despedirlo. Lo vio acercarse con paso decidido y una feliz sonrisa en el rostro. —¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo sin verte! —Hola Miguel. Sí, es cierto. –Pedro esbozó una débil mueca que no llegó a convertirse en sonrisa. Se sentía incómodo y pensó que debería poner una excusa y marcharse de allí, pero sabía cómo era Miguel. No lo dejaría en paz hasta que se sintiera satisfecho, como una araña que va alimentándose de su víctima poco a poco. —¿Cómo te va? Ahí estaba la primera andanada. Por supuesto, no iba a contarle la verdad. —Bien, ¿y a ti?

—No puedo quejarme. Acaban de nombrarme subdirector del departamento de logística y bla, bla, bla… Esto es un diálogo. Hemos transformado una conversación intrascendente que no aportaba nada en algo mucho más sutil: tenemos a dos personajes, Pedro y Miguel, de los cuales en una primera impresión sacamos que el primero es un perdedor mientras que el segundo desempeña el papel de ganador. También sabemos que Pedro acaba de ser despedido y suponemos (no es difícil hacerlo) que está hecho polvo. Un momento especialmente delicado para él en el que, para su infortunio, se topa con la gota que puede colmar el vaso: un antiguo compañero, cotilla y que, a diferencia de él, navega sobre las mieles del éxito. El diálogo puede convertirse en una extraordinaria herramienta con la que envolver al lector en una atmósfera de suspense o con la que acrecentar la tensión de la historia. También es una buena forma de proporcionar información sin necesidad de contarla en unos párrafos narrativos que ralentizarían el ritmo de nuestra novela en un momento en el que, es probable, necesitemos dinamismo y agilidad. Para que esto no nos ocurra, la regla clave es tener siempre presente que todo diálogo que escribamos ha de cumplir una función. No incluyas nunca un intercambio de palabras entre dos personajes que sea anodino, que no aporte nada y, sobre todo, que no ayude a que la novela avance. Una de las formas con que contamos para crear tensión es la de enfrentar a dos personajes y, en este caso, el diálogo se transforma en la mejor de nuestras armas para conseguirlo. Sin embargo, tal y como decía unos párrafos más arriba, el diálogo no es una conversación. El diálogo atesora en su interior una riqueza de la que carece el simple chachareo de dos personajes. Es cierto que podemos utilizar el diálogo como una aparente “conversación” trivial, es lo que hemos hecho en el ejemplo de arriba. Pero mientras que en el primer caso el resultado de ese “diálogo” es verdaderamente baladí e improductivo; en el segundo caso, sin haber modificado una sola de las palabras que los dos personajes intercambian, lo hemos transformado en algo mucho más profundo, pues aporta interesante información sobre Pedro y Miguel, y crea una atmósfera que puede conducirnos a un momento de intensa tensión: el del ganador frente a un perdedor, de la que el escritor puede sacar lo que quiera dependiendo de cuál sea su interés para ese momento concreto de la novela.

G. Elige el escenario adecuado El lugar en el que desarrolles tus escenas puede servirte también como herramienta para crear tensión y no sólo en lo que se refiere al ambiente (lugar lúgubre, solitario, oscuro), que también. Por ejemplo, en la novela que estamos estudiando, The Relic, una parte se desarrolla en los corredores subterráneos del Museo de Historia Natural, muchos de los cuales no aparecen en los planos que Pendergast, el protagonista, maneja porque quedaron obsoletos después de las obras de remodelación del museo. Sin embargo, la bestia ha vivido en ese lugar durante años y los conoce perfectamente, de manera que vemos a nuestros personajes metidos en una especie de laberinto en el que llevan las de perder. A eso, además, Preston & Child han sumado que no hay luz, que las pilas de las linternas se acaban, que está lloviendo a mares y los pasadizos se inundan, poniendo a parte de nuestros protagonistas al borde del ahogamiento, etc. ¿Lo ves? Preston & Child han “construido” un lugar lleno de obstáculos para los personajes. Ésta es una herramienta increíblemente útil para crear tensión y suspense, pues, entre otras cosas, cuenta con una cantidad de recursos casi ilimitados: todos aquellos que tu mente sea capaz de inventar. Pero decíamos que el escenario no sólo es útil para crear tensión de esta forma. Hay también otras que son sumamente efectivas. ¿Has visto Titanic? Es bastante probable que sí. Intenta ponerte en la piel de uno de esos pasajeros que no tiene cabida en los botes salvavidas y ven cómo el trasatlántico se está hundiendo. ¿Qué otra posibilidad de escape tiene? Lanzarse al agua, naturalmente. ¿Pero qué le espera allí? Unas temperaturas gélidas que no será capaz de soportar y le conducirán también a una muerte segura. Así pues, colocar a tu personaje en la difícil disyuntiva de elegir este camino o este otro, ambos difíciles o imposibles, le obligará a elegir (lo cual le hace crecer), sino que también incrementará la tensión al plantearle una disyuntiva del tipo: Guatemala o Guatepeor. El escenario, por tanto, desempeña un papel que va mucho más allá del simple lugar por el que movemos a nuestros personajes y tú, escritor, estás obligado a dotar de “personalidad” a cada uno de los lugares que aparecen en tu novela, así como a manejar con ingenio esa “personalidad” para conseguir el efecto deseado (que, por cierto, no siempre tiene por qué ser el de incrementar la tensión). Si deseas envolver a tu

protagonista en un escenario romántico, utilizarás un lugar con una personalidad absolutamente distinta a si buscas arrancarle al lector un alarido de espanto. Luego, además, puedes utilizar el escenario como un lugar claustrofóbico con el que aumentar la presión y el miedo de tus personajes. ¿Habría sido lo mismo la novela “Diez negritos”, de Agatha Christie, si la escritora la hubiera situado en un espacio del que les hubiera resultado fácil escapar? Claro que no. Encontrarse prisioneros en una isla a la que el barco que lleva las provisiones no puede llegar debido a una tormenta intensifica la tensión de una manera que sólo la magistral escritora británica podría haber concebido. De modo que, a la hora de elegir el escenario de tu novela, ten en cuenta el partido que puedes sacarle en lo que se refiere a la angustia y el estrés al que puedes someter a tus protagonistas y, por ende, hacer las delicias del lector.

2. Otros recursos Cuando creas que la narración va decayendo y tu novela ha entrado en ese páramo en el que lector no está dispuesto a acompañarte, revisa los puntos que hemos estudiado hasta ahora e intenta darle un poco de vida a la historia utilizándolos con inteligencia. Ahora bien, no son los únicos. Hay otros recursos que el escritor esconde en la manga y de los que puede echar mano cuando la necesidad acucie. Por ejemplo: A. Abre una nueva subtrama Incluir una nueva subtrama en la historia puede darle alas a la novela, sobre todo si con ella consigues alimentar la intriga del lector. Sin embargo, y pese a que el recurso puede darte buenos réditos, ten cuidado con él. No vale cualquier subtrama, por muy interesante que te parezca. Tiene que ser una vinculada de algún modo a la historia principal. Ésta es una regla que no se puede incumplir: toda subtrama incluida en una novela debe engarzarse de alguna forma con la principal y apoyar el avance de la historia, ya que su función básica es precisamente la de profundizar en ella. B. Introduce un nuevo personaje Sí, este es un buen recurso también, pero, al igual que ocurre con la inclusión de una nueva subtrama, no vale cualquier personaje. Tiene que ser uno que complique

muchísimo la vida a tu protagonista. Es decir, en palabras muy claras: un personaje que cree nuevos conflictos. En nuestra novela de estudio, The Relic, Preston & Child echan mano de este recurso hacia mitad de la novela cuando Pendergast es relevado del cargo y la investigación de los crímenes que están sucediendo en el museo recae sobre un nuevo personaje, el agente federal Cofffey, que va a ir metiendo la pata y complicando todo el asunto, además de ponerle la zancadilla a nuestros protagonistas todo lo que puede. El resultado: Preston & Child le dan un empujón a ese paso por el desierto que es el segundo acto de la novela, añadiendo nuevas complicaciones a los protagonistas y aumentando, así, la tensión de la historia. C. Descansa En efecto, si estás atascado y no ves la forma de dar a tu historia un empujón que la lleve adelante y mantenga el interés del lector, tómate un respiro. Dale a tu cerebro un tiempo de reposo. Deja que se aleje de la historia durante un par de días y piense en otras cosas. Cuando retomes la escritura, tu mente volverá más fresca y probablemente encontrará hilos interesantes de los que tirar y que dos días antes le habrían pasado totalmente desapercibidos. Eso sí, no dejes que transcurra demasiado tiempo. Si lo haces, el efecto será el contrario: habrás perdido el hilo principal de la historia y te costará retomarlo. Tampoco dejes pasar demasiado tiempo en ir al siguiente capítulo. ¿Qué tal si lo haces ahora mismo? Venga, que ya es el último y estás a punto de completar la construcción de tu novela con las diez preguntas que te planteo.

10 ¿Cómo abordar el clímax de la historia?

Hemos llegado a la última de las preguntas de esta serie con la que intentamos organizar nuestra novela y, como es lógico, la décima pregunta hace referencia al último de los elementos que debemos tener muy claros antes de ponernos a escribir: el clímax. Vamos a por él.

1. ¿Qué es el clímax? El clímax es la culminación de la historia que has venido narrando, la cima a la que nos han conducido todas las acciones, luchas y conflictos por los que el protagonista ha tenido que pasar. Aquí es donde va a tener lugar la batalla final entre el protagonista y el antagonista, y también donde se va a decidir si nuestro héroe saldrá de ella como vencedor o como derrotado. Tras el clímax, el lector por fin conocerá la solución al conflicto que se ha venido desarrollando a lo largo de la historia, es decir, la respuesta a la pregunta dramática que planteaste al principio de la novela: «¿Conseguirá o no conseguirá nuestro protagonista el objetivo que ha perseguido página tras página?». Durante los capítulos que has escrito para construir tu historia has mantenido al lector en un estado de suspense mediante la confrontación de dos fuerzas que perseguían objetivos opuestos e incompatibles. Ese suspense lo ha colocado en un estado de incertidumbre sobre cuál de las dos fuerzas vencerá. Pues bien, con el clímax de la historia das respuesta a esa pregunta. El clímax es la confrontación definitiva que le cuenta al lector quién es el vencedor. Es el momento culmen que nuestro lector ha estado esperando página tras página.

2. ¿Por qué es tan importante?

El clímax es una herramienta utilísima para incrementar la tensión y conducir la trama de la historia hacia el final. Mediante este recurso lograrás que el lector se percate de la importancia que tiene una acción cuya tensión va “in crescendo” e intuya que la novela está a punto de llegar al momento en el que el conflicto planteado alcanzará su punto máximo. De manera que con un clímax bien construido logras dos objetivos: 

Aumentar el interés del lector por lo que está a punto de pasar.



Encaminar la historia hacia su resolución. Este elemento de la narración es tan importante que, cuando se llega a él, si es

flojo, si no se consigue un clímax potente y que responda a todas las preguntas que se han venido planteando a lo largo de la historia, la novela fracasará. ¿Cómo? Dejando en el lector el poso amargo de la decepción porque tendrá la sensación de que el autor no ha sabido concluir la historia. No importa si hasta entonces tu trabajo lo ha entusiasmado, no importa si la trama lo ha envuelto y no ha podido resistirse a leer capítulo tras capítulo, no importa si ha empatizado tanto con los personajes que ha ido de la mano con ellos, sufriendo con ellos y luchando con ellos, lo que importará es que tu final no habrá dado una respuesta satisfactoria a los problemas y preguntas planteadas en la historia. Y eso conduce inevitablemente a la decepción. Apaga durante un momento el chip de escritor y conecta el de lector: ¿no te ha ocurrido a ti? Seguro que sí, de modo que, como escritores, tenemos la obligación de evitar que esa sensación la experimenten nuestros lectores. Después de tenerlos enganchados durante un buen número de páginas, no podemos ofrecerles un clímax pobre que no cumpla con los requisitos que se le exigen. El clímax es, en realidad, la razón por la que los lectores leen novelas. El escritor va alimentando su curiosidad página tras página hasta llevarlos a un estado de máxima emoción que coincide, cómo no, con el clímax; momento en el que la trama, las subtramas, los conflictos, el viaje del protagonista y los intereses de cada uno de los personajes que se han ido desgranando a lo largo de la novela convergen en un mismo punto. Un punto en el que la historia gira como un carrusel y todo cambia. Desde el punto de vista comercial, el clímax es un elemento fundamental para el novelista. Todos sabemos que el inicio de una novela es el elemento que la vende, pero es su clímax el que hará que se venda la siguiente. Un inicio adecuado excitará las ganas de tu lector para seguir leyendo. Un final que cumple todos los requisitos exigidos por

el clímax ganará un nuevo lector para tu siguiente obra. De modo que, ya sólo por lo que atañe a la cuestión económica, te interesa darle al lector algo lo suficientemente sustancioso como para que desee volver a leerte. No hay que ser muy listo para deducir que, si no logras vender tu segunda novela, tu carrera como escritor se habrá acabado en la primera. Así pues, si tanta es la responsabilidad que recae sobre este momento específico de la historia, ¿cómo lo trabajamos para que cumpla con las expectativas puestas en él? Veámoslo.

3. ¿Cómo construimos el clímax? A. Escribe el final desde el principio Como escritor debes tener siempre en cuenta que la historia que estás escribiendo debes construirla persiguiendo un objetivo final: el de alcanzar ese clímax en el que todo se resuelve y se da respuesta a la pregunta dramática que se planteó al principio, así que el punto de partida para crear un buen clímax al final de una historia se encuentra en el principio de ésta. Desde la primera frase de tu novela todo ha de estar perfectamente calculado para que cada hilo que va entretejiendo la historia llegue al clímax en el momento justo y en las condiciones adecuadas para enlazar un buen nudo que dé un final lógico al enredo con el que has estado envolviendo y amarrando al lector. Pero, para tener éxito en esa lazada, no puedes permitirte dejar al azar la resolución del clímax. En palabras claras (aunque más adelante veremos cuáles son los principales errores en la construcción de un clímax): para que la historia tenga un final lógico, y por tanto aceptable, debes haber ido colocando hábilmente y a lo largo de ella todos los elementos que necesitarás para cuadrar al final el laberinto que has creado. No valen apariciones estelares en el último momento que nadie espera y nadie puede explicar. No vale dejar algún cabo sin atar porque no se ha pensado bien cómo hacerlo antes de soltarlo en la historia. No vale que la resolución no sea lógica ni esté sustentada por todo lo acontecido antes del clímax. De ahí la importancia de que persigas ese momento culmen durante toda la novela y vayas colocando en ella los elementos que necesitarás para que el clímax lo explique y resuelva todo de una manera que nadie pueda objetar.

Así que recuérdalo: empieza a construir el clímax desde la primera frase de la novela. B. Ofrece un conflicto directo Dale al lector un conflicto directo entre el protagonista y el antagonista. Durante toda la novela el protagonista y el antagonista han estado entablando “pequeñas” batallas que deben conducirles de forma lógica hasta la batalla final, que tiene lugar durante el clímax. Un componente ineludible, pues, en el clímax es la confrontación directa entre estos dos personajes. Ten siempre presente que el clímax encamina la novela hacia el desenlace, con la resolución del conflicto principal y los secundarios. Por ello es en el clímax donde tiene que aparecer esa confrontación directa y final entre las dos partes opuestas sobre las que se ha ido construyendo la historia, a fin de que el destino de nuestro protagonista quede sellado: o bien vence, o bien es derrotado. O bien el protagonista experimenta un cambio a causa de las vivencias sufridas a lo largo de la historia o bien no lo hace. En cualquier caso, este paso es imprescindible para que inmediatamente después, durante la resolución, se establezca ese nuevo estado del protagonista: la metamorfosis experimentada por el personaje o la falta de cambio. C. Contesta a la pregunta dramática planteada al principio Nuestro lector no puede quedarse sin respuestas, es más, hay que dárselas todas y deben convencerle; pero, por supuesto, la pregunta dramática que planteaste al principio de la historia, al establecer el conflicto, debe ser respondida con toda claridad. En la novela “El médico”, de Noah Gordon, por ejemplo, un brevísimo resumen argumental sería algo como: Rob Cole es un huérfano recogido por un barbero que le enseña los rudimentos de una medicina arcaica y fraudulenta. Sin embargo, Rob posee un don especial para curar que muchos confunden con la magia, pero que él desea utilizar para sanar. Desencantado por la ciencia falsa con que los médicos engañan a sus pacientes, Rob Cole decide que no quiere formar parte de ese fraude, sino convertirse en un auténtico médico, y para ello viajará a Persia con el fin de aprender del mejor: Avicena.

Como vemos, después de leer este breve resumen sobre el argumento de la novela, el objetivo de nuestro protagonista reside en su deseo de dejar de formar parte de esa medicina fraudulenta y convertirse en un auténtico médico. Así pues, la pregunta dramática que Noah Gordon propone es muy simple: «¿Logrará Rob Cole superar todos los obstáculos que se interponen entre él y su sueño, y conseguirá convertirse en un médico formado en la mejor universidad de medicina de la época?». Una de las obligaciones que debe cumplir el clímax, sí o sí, es la de dar respuesta a esta pregunta. El lector no puede quedarse sin ella. Debes resolver el conflicto. Esto explica la importancia del primer punto de este epígrafe: Escribe el final desde el principio, es decir, toda tu novela debe dirigirse hacia un final que persigue explicar la pregunta dramática planteada al inicio de la novela.

4. Fases en la construcción del clímax. Uno de los errores más comunes que comenten los escritores noveles cuando abordan este punto de la novela es creer que el clímax consiste en un solo momento, asombroso y explosivo, pero en realidad el clímax está construido en torno a cuatro pilares: A. El desarrollo o fase previa al clímax: es el momento en que la historia cambia, el ritmo se acelera, la tensión crece y los acontecimientos giran hacia un desenlace inesperado. La presión que tu protagonista viene soportando desde el inicio de la novela está a punto de hacer explosión. Con estos ingredientes estás apresurando la lectura del lector, que intuye el final muy próximo. B. La ratonera: en este segundo punto que compone el clímax, colocas a tu protagonista frente a frente con el antagonista y lo emplazas a tomar la decisión final. Es el momento de la verdad para él, la meta de ese viaje que emprendió tras el desencadenante con el que abriste la historia. Tu personaje principal no puede escapar de esa ratonera en la que lo has metido. Ya no hay vuelta atrás, el protagonista debe tomar la decisión final. Y, dependiendo de cuál sea esa decisión, el siguiente paso o elemento de que consta el clímax se desarrollará de una forma u otra.

Muy importante, a la hora de tomar esta decisión final, es que tengas en cuenta el cambio que se ha operado en el personaje a lo largo de la historia como resultado de sus vivencias. Tal y como se explica en el siguiente apartado, al hablar del arco dramático del personaje, cuando estés trabajando en la composición del clímax debes contar con esos cambios. Puede que el protagonista sea consciente de ellos antes del enfrentamiento final con el antagonista, o, como escritor, puedes optar porque la luz se encienda en la mente de tu protagonista durante la lucha final, pero en cualquier caso es imprescindible que tengas en cuenta el cambio experimentado por el personaje a la hora de planificar el clímax y determinar cuál será la decisión irrevocable que tomará en este momento de la historia, ya que, como es comprensible, esa decisión se verá afectada de uno u otro modo por la nueva perspectiva con la que el protagonista ve las cosas. C. El pitido final. El propio clímax: hemos llegado al final del partido, el árbitro está a punto de pitar y la novela a punto de alcanzar su conclusión. El personaje principal va a actuar de un modo determinado que decidirá el final de la historia. Es el momento de hacer que todo explote. Sube el fuego a la cocción que has venido preparando a lo largo de la novela, de manera que la olla no pueda soportar la presión un segundo más, y entonces… Entonces dale más fuego aún e intensifica esa presión. Cuanta mayor sea la desesperación de tu protagonista y peor su situación, mejor se lo pasará el lector y mayor será su atracción por él. Como vemos, en este tercer punto en la construcción del clímax, tu protagonista toma la decisión definitiva y, con ella, la novela alcanza la cúspide. Éste es el momento en el que la historia da su último paso, desemboca en la resolución y tu protagonista llega al final de su viaje. D. La resolución: con ella damos fin a la historia. Dos son los elementos esenciales de esta cuarta etapa con la que concluye el clímax:  Saca a tu protagonista del lugar donde se ha desarrollado la batalla. Si la lucha ha tenido lugar en el mar, por ejemplo, haz que el lector vea cómo tu personaje alcanza la playa, agotado, tosiendo y arrojándose sobre la arena para echar un vistazo atrás y observar los restos de esa lucha. Si has situado la batalla en el interior de una mina, consigue que el lector vea cómo el protagonista sale a trompicones entre una nube de

polvo, con su compañero herido en brazos antes de que la mina se derrumbe detrás de él. Muy tópico, lo sé. ¿Pero entiendes a qué me refiero? Con una escena de este tipo, pones el punto final al clímax. ¿Y luego?  Luego es imprescindible que lo que viene detrás sea breve. Si para cerrar la novela necesitas diez páginas más, echarás por tierra toda la emoción que has logrado crear con los pasos previos. Ten en cuenta que además de todas estas funciones que el clímax está obligado a cumplir, también sirve como tubo de escape para todas las emociones que el escritor ha venido plantando en el lector. La historia ha alcanzado su punto máximo de tensión y dramatismo, y ahora es el momento del relax. Por ello, solventa la resolución con un breve capítulo o incluso, mejor aún, con una simple escena. 5. Cómo evitar que nuestro clímax no cumpla las expectativas  Si el clímax que hemos elegido no cuadra con la historia, estaremos fastidiando este momento crucial de la novela.  Creer que el clímax se construye en torno a un simple enfrentamiento de “fuerza” entre el protagonista y el antagonista en una batalla final de la que el primero sale vencedor es otro error de los escritores principiantes al enfrentarse con este punto. Si el protagonista vence simplemente porque es más fuerte que el antagonista, tu clímax no responderá a las expectativas que has ido creando en el lector. Lo que de verdad le gusta, y por tanto lo que espera de tu novela, es que lleves a tu protagonista hasta el límite. Cuanto más le cueste alcanzar la victoria, más lo admirará el lector y más satisfecho quedará con el final de la historia.  Crear una especie de deus ex machina que resuelva la situación es otro de los grandes errores. No puedes haber llevado a tu protagonista hasta ese momento crucial y después resolverlo todo de un plumazo con la aparición de alguien que salva la situación. Este es un modo muy grosero de engañar al lector. El protagonista tiene que sacarse sus propias castañas del fuego. No lo engañes con una salida fácil que frustre sus expectativas. Si lo haces, lo habrás perdido para futuras novelas.

 Provocar un cambio repentino en el comportamiento del protagonista o del antagonista es otro error que no debes cometer. Tu final está obligado a guardar una lógica con la historia que has venido contando y en esa lógica están incluidos los personajes. No puedes cambiarlos sin avisar ni justificar ese cambio sólo porque conviene al final de la novela. Ésta es otra forma muy tosca de engañar al lector.  Por último, el clímax no puede pasar por tu historia sin dar respuesta al cambio (¿recuerdas el arco dramático del personaje?) que ha experimentado el protagonista a lo largo de la novela a causa de las vivencias que se ha visto obligado a enfrentar. Es cierto que este cambio no tiene por qué ocurrir necesariamente durante el desarrollo del clímax. Puede muy bien hacerlo un poco antes, de manera que tengas la opción de presentar a tu protagonista en el momento del clímax con la lección bien aprendida y, por tanto, con nuevas armas con las que enfrentarse al antagonista. Pero también puedes optar por que la luz se haga en su mente durante la lucha o batalla final. En cualquier caso, éste es un cabo que debe quedar bien atado antes de que la novela termine. Recuerda que el viaje que emprende el protagonista tras fijarse un objetivo, al principio de la novela, no es sólo un viaje externo, repleto de acciones y tensión, sino también un viaje interno del que tu personaje principal debe salir cambiado. En conclusión, y a modo de resumen, el clímax debe completar la historia. Es decir, debe ofrecer la resolución de todos los frentes abiertos y dejar bien atada tanto la trama principal como las subtramas; ha de mantener la lógica de la novela y dar una respuesta satisfactoria a los problemas planteados y, además, debe explicar el cambio que el protagonista ha experimentado en su viaje.

11 Recapitulación

En este último capítulo vamos a hacer un repaso rápido por las diez preguntas que debes hacerte y trabajar antes de enfrentarte a la escritura de tu novela. ¿Preparado? Pues vamos a ello… 1. ¿Merece la pena esa idea que has tenido? En primer lugar, valida tu idea. No te lances a la piscina sin haber comprobado antes que hay agua. Este simple paso puede ahorrarte una gran cantidad de frustración porque no toda las ideas, por mucho que resplandezcan, son brillantes. Utiliza el mecanismo de la premisa y asegúrate de que cuenta con un protagonista con el que el lector empatice, que éste tenga un gran objetivo que alcanzar, que ese objetivo le obligue a actuar, que le motive y le lleve a tomar decisiones, es decir, que sea un personaje activo y no reactivo; y, por último, que tu idea contenga también el germen de un antagonista digno, capaz de crear conflicto. Luego sopésala desde el punto de vista emocional. No te olvides de que al primero al que debe emocionar esa historia es a ti. No te dejes llevar por las modas, pero pregúntate también si interesará al lector. Si lo impactará de alguna forma novedosa, que no haya visto antes, y sobre todo si logrará conectar con él emocionalmente. Sólo después de realizar este trabajo previo y de estar seguro de que tu idea merece todo el tiempo y esfuerzo que le vas a dedicar, ponte a trabajar en ella. Y entonces sí, dalo todo de ti y aparta esos momentos de desmotivación, desconfianza e incluso miedo que aparecerán, porque lo harán. No te preocupes, es algo natural. Tú sigue trabajando y lograrás construir una historia de la que te sientas satisfecho.

2. ¿Cuál es el desencadenante de tu historia? Por favor, que no sea el primero que se te ocurra. ¿Sabías que nuestro cerebro supone aproximadamente el 2% de nuestro peso y, sin embargo, requiere cerca de un

20% de la energía total que consumimos? ¿Y sabías que nuestro organismo está programado para ahorrar toda la energía posible, algo que también incumbe a nuestras células grises? Por ello normalmente las primeras respuestas a las preguntas que nos hacemos son aquéllas que al cerebro le resulta más fácil encontrar. Es decir, las más manidas, las más conocidas, las que todo el mundo, al igual que nosotros, localiza en primer lugar. En nuestro caso de escritores, son las que proceden de recuerdos de nuestras lecturas o de películas que hemos visto. Por ello suelen ser demasiado típicas para sorprender. Así que tómate el tiempo que necesites para idear un buen desencadenante. No creas que será tiempo perdido. Todo lo contrario. Haz un listado con distintas posibilidades, estúdialas todas en profundidad y ve descartando aquéllas que te resulten más conocidas o que te parezca que poseen menos “chicha” de la que luego sacar jugo. Elige con cuidado, pero asegurándote, en cualquier caso, de que tu elección cumple las dos funciones básicas de un buen desencadenante: arrancar la historia y servir como primer anzuelo para enganchar al lector y, por supuesto, no te olvides de colocarlo en el mejor lugar posible, en aquel punto de la novela donde más impacto cause.

3. ¿Cuál es el objetivo principal del protagonista? Si los personajes no tienen una razón poderosa para mantenerse activos durante la novela, se detendrán indecisos, no sabrán qué hacer y la historia no avanzará. Tu protagonista necesita un objetivo que perseguir y alcanzar. El objetivo es lo que le va a motivar, lo que le va a obligar a moverse, a actuar, es decir, lo que va a conseguir que la historia avance. Para establecer el objetivo principal de tu protagonista, parte del desencadenante. Es ese incidente inicial el que va a trastocar su vida y la va a poner boca abajo, y, por tanto, el que va a fijar su objetivo: recuperar la armonía perdida en su vida. Pero, además, asegúrate de que el objetivo que propones es concreto y cuantificable, que plantea un desafío y que es lo suficientemente potente como para sostener toda la novela. Por otra parte, considera los diferentes tipos de objetivo entre los que puedes elegir e intenta asignar al protagonista algunos otros, aparte del principal.

4. ¿Cuál es el conflicto principal de la historia? Anótate esta idea en la cabeza: una historia sin conflicto no es historia. Sencillamente no existe. Así que tienes que llenar la tuya de obstáculos que se interpongan entre el protagonista y la consecución de su objetivo. A la hora de trabajar el conflicto, estudia los distintos tipos con los que cuentas y asegúrate de que no sólo planteas a tu protagonista el gran conflicto que recorrerá toda la historia, sino que también le provees de conflictos menores, ya sean internos como externos. Ahora bien, no vale sólo con eso. Tienes que conseguir que el lector sienta ese conflicto y la tensión que se origina con él, que experimente las mismas emociones que el protagonista y que se enfrente a los peligros junto a él. Presta atención también a cómo vas a presentar el conflicto. Recuerda que, en general, la tensión ha de ir “in crescendo”, pero que cada parte de la novela, cada acto o unidad dramática, requiere diferentes grados de tensión y, por tanto, conflictos de diversa naturaleza.

5. ¿Quiénes van a ser el protagonista y el antagonista de tu novela? Ya hemos dicho que toda novela consiste en la persecución de un objetivo por parte del protagonista, pero sin entre él y el objetivo no interponemos ningún obstáculo, la historia no será creíble. ¿Te acuerdas de lo que decíamos en el Capítulo 5 respecto a esto? «Todo en la vida es lucha: lucha por sobrevivir, por superar los problemas, por mejorar…», pues en la ficción debe ocurrir lo mismo. Por ello necesitamos un protagonista que persiga el objetivo y un antagonista que se oponga a él. Ahora bien, recuerda no desvirtuar estas figuras simplificándolas a las de “tipo bueno” y “tipo malo”. El protagonista no puede ser un superhéroe y el antagonista un gran villano. Eso ocurre en los tebeos de Marvel, pero no en las novelas. El protagonista debe cumplir la función de motor, es decir, debe hacer que la historia avance. ¿Cómo?, siendo un personaje proactivo, es decir, que toma decisiones y que actúa. Frente a él, el antagonista va a cumplir la función de freno. Es el gran obstáculo que se interpone entre el personaje principal y la meta que persigue. El antagonista es el que da sentido a los obstáculos. Sin él, éstos sería simplemente estorbos inconexos e incluso absurdos, encadenados unos con otros pero sin un vínculo razonable que les diera un sentido completo.

Estos dos personajes, por otra parte, deben servir como motores emocionales. Han de remover las emociones del lector y lograr que su lectura vaya más allá del mero acto de leer, es decir, debemos conseguir que el lector sienta miedo, esperanza, odio, amor… por ellos. Y, por último, debes obligarlos a recorrer un camino de cambio: el arco dramático, de manera que el personaje que empezó la novela sea diferente al que la acaba.

6. ¿Cuál es la motivación del personaje principal? La motivación de los personajes es el combustible que les hace moverse y actuar. Ahora bien, los motivos que nuestro protagonista tiene para realizar tal acción o tal otra han de basarse en un razonamiento lógico, en especial cuando el personaje acepta una situación de riesgo. No puedes lanzar a tus personajes a realizar acciones suicidas sin un buen motivo, ni tampoco otro tipo de acciones que, aunque no sean arriesgadas, no tengan ningún sentido en el desarrollo de la novela. Así que recuerda que nuestro primer paso a la hora de establecer la motivación del protagonista es conocer su objetivo. Una vez que lo tenemos claro, “simplemente” debemos fijar los pasos que ha de dar para alcanzarlo y, una vez identificados, determinar qué decisiones y acciones son las que van a dirigir el camino de nuestro personaje hacia ese objetivo. Ten presente en todo momento, además, que existen diversos tipos de motivación y que el personaje debe atender a todas ellas, aunque por supuesto la motivación principal será la que le dirija hacia el Gran Objetivo. Dota al protagonista, por tanto, de motivaciones internas, externas, de entidad menor y de entidad mayor, y, por supuesto, no te olvides de suministrar también una buena motivación al antagonista. El personaje que se va a oponer a tu protagonista ha de tener una buena razón para hacerlo.

7. ¿Qué acciones planean los personajes para vencer en su empresa? Ahora que ya tenemos una buena motivación para el protagonista, hemos de ponerle en acción, porque la acción no es más que la manera en la que el personaje responde a las motivaciones que le mueven. Por ello es muy importante que las acciones que realiza sean coherentes no sólo con la motivación que siente, sino también con el

objetivo que persigue. Cualquier acción que lleve a cabo debe responder a un porqué, y también ha de ajustarse a la naturaleza del personaje. No podemos obligarle a realizar algo que no cuadre con su carácter o personalidad, salvo que se vea obligado a ello por las circunstancias en que se encuentra. Pero, además, recuerda algo importantísimo: la manera en que un personaje actúa es la mejor forma de darlo a conocer, así que a través de sus acciones no sólo haces avanzar la historia sino que también te sirve de magnífica herramienta para “describir” cómo es tu personaje e ir aportando información sobre él de manera sutil, pero sumamente efectiva. Luego, además, cuentas con las reacciones, que son igual de importantes que las acciones en sí. Servirte de ellas para profundizar en la forma de ser del personaje te ayudará muchísimo a presentarlo y a hacerlo crecer, cambiar, desarrollar su arco dramático.

8. ¿Cómo evoluciona el protagonista? Antes de empezar a trabajar su arco dramático, tienes que asegurarte de que has creado un personaje tridimensional. Para ello, ya sabes: dótale de un pasado y de conflictos internos, de manera que le obligues a debatirse en la contradicción, a tomar decisiones difíciles, a retratarse, pero también a ir cambiando. Recuerda que debe tener virtudes, pero también defectos y que, a pesar de ellos, has de conseguir que el lector empatice con él. Luego, una vez que has construido un personaje satisfactorio, ya sí puedes ocuparte del arco dramático que va a recorrer y para realizar un buen trabajo con este punto, ten siempre presente que la novela que estás escribiendo es un viaje para el protagonista, un trayecto al final del cual se encuentra el objetivo que desea alcanzar. Pero a lo largo de ese viaje van sucediendo muchos acontecimientos y, con ellos, el personaje va viviendo una serie de experiencias que habrán de marcarle de alguna manera. La forma en que lo hagan es lo que le llevará a cambiar, a transformarse en una persona diferente a la que era cuando comenzó su periplo, al principio de la novela. Esto es lo que llamamos evolución del personaje o arco dramático. Pero para que esa transformación resulte verosímil debe ser, sí o sí, el resultado de las vivencias por las que el personaje ha pasado. Los cambios repentinos no son creíbles. Así que, con el fin de construir un arco dramático que sí lo sea, trabájalo

teniendo siempre en cuenta cómo van a afectar a tu protagonista las distintas experiencias por las que pasa y de qué manera lo van a ir transformando.

9. ¿Cómo mantener la tensión durante la historia? La tensión es lo que engancha al lector, así que éste es un punto que debes trabajar con mucho cuidado. Cuentas con recursos muy variados para lograrla y para mantenerla. Hagamos aquí una enumeración rápida de ellos: A. No adelantes acontecimientos. B. Adelanta acontecimientos. C. Pon en marcha el reloj. D. Ten un control absoluto del ritmo. E. Juega con la longitud y estructura de las frases. F. Utiliza los diálogos con habilidad. G. Elige el escenario adecuado. H. Abre una nueva subtrama. I. Introduce un nuevo personaje. J. Cuando te veas colapsado…, descansa.

10. ¿Cómo abordar el clímax de la historia? El clímax es la confrontación definitiva entre el protagonista y el antagonista, el momento culmen que nuestro lector ha estado esperando página tras página. Es un elemento muy importante porque encamina la novela hacia su final y, por tanto, hacia la respuesta a la pregunta dramática que se presentó al principio: «¿Conseguirá el protagonista…?». En este momento de la novela, todo tiene que cuadrar perfectamente, tanto la trama principal como las subtramas que todavía no hayamos resulto. Luego, además, y desde un punto de vista meramente comercial, recuerda que el final de tu novela será el que venda o no la siguiente que escribas. Así que tienes que darle motivos al lector para que desee esa próxima historia. Para que el clímax funcione como es debido, sigue estas recomendaciones:

A. Escribe el final desde el principio: el punto de partida para crear un buen clímax al final de una historia se encuentra en el principio de ésta. B. Ofrece un conflicto directo entre el protagonista y el antagonista. C. Contesta a la pregunta dramática planteada al principio.

Evita también errores como: A. Que el clímax que elijas no cuadre con la historia. B. Crear “deus ex machina” o efectos inesperados que resuelven la situación como por arte de magia. C. Provocar cambios repentinos que no guardan una lógica con la historia. D. No dar respuesta a la pregunta dramática principal. E. Olvidarse del arco dramático del personaje y la transformación que ha experimentado como resultado de las vivencias por las que ha pasado.

Escribir una novela lleva mucho tiempo y requiere un gran trabajo, pero hacerlo con inteligencia, planificando primero y sólo después escribiendo, rebaja tanto el uno como el otro. Por eso es importante que este libro no se quede en una simple lectura teórica, sino que lleves a la práctica cada uno de los capítulos, pongas sobre el papel la teoría y la transformes en un primer boceto de planificación. Para ayudarte a hacerlo, recuerda que puedes bajarte una Hoja de trabajo con plantillas para trabajar las 10 preguntas. No dejes que pase al olvido o que se quede almacenado en el disco duro de tu ordenador o del lector electrónico. Si lo haces, el tiempo que has empleado en leer este libro habrá sido un tiempo desaprovechado. Venga, coge papel y lápiz, y ponte a trabajar…

Después de la lectura

Hola de nuevo, querido lector. Si has llegado hasta aquí, doy por supuesto que es porque el libro te ha interesado. No sabes la alegría que me das. Te diría que es suficiente (y se trata de un gran regalo, de verdad), pero, para ser franca, necesito algo de ti: todos los escritores aspiramos a que nos lean, por eso, y puesto que parece que “Cómo construir tu novela en 10 preguntas” te ha gustado, me atrevo a pedirte que dejes un comentario en Amazon y me ayudes a darlo a conocer. Sólo te llevará unos minutos, que es poco esfuerzo para cumplir con tu buena acción del día, y a mí me ayudarás muchísimo ;—). Si, además, te apetece, puedes dejarme un comentario en el blog o a través de un tuit (@ana_bolox) o en mi página de FaceBook (https://www.facebook.com/AnaBolox/) Muchas gracias y nos vemos, si quieres, en mi web: www.anabolox.com

Ahora te dejo con los primeros párrafos del próximo título de esta colección: Cómo construir el escenario de tu novela.

Cómo construir el escenario de tu novela Introducción Querido lector, tienes entre tus manos un libro dedicado exclusivamente al escenario en el que se va a desarrollar tu novela y el modo en el que lo puedes utilizar para conseguir objetivos diversos. La razón fundamental que me ha decidido a escribirlo no es otra sino la de auxiliar, en la medida de lo posible, a aquellos escritores en ciernes que tienen dificultades para crear el mundo donde ha de desarrollarse su historia. El principal impedimento para lograrlo normalmente radica en que los escritores principiantes suelen tener una idea equivocada de lo que de verdad es el escenario de un relato o de una novela. En realidad, no es sólo cosa de ellos (y quizá éste sería un buen motivo para que también los escritores más avezados leyeran el libro) porque, desgraciadamente, muchos novelistas creen que la construcción del escenario es algo imprescindible, por supuesto, (¿dónde, si no, transcurriría la acción y se moverían los personajes), pero sólo le otorgan una importancia relativa. Están seguros de que casi nadie, y mucho menos el lector de hoy en día, está dispuesto a deglutir página tras página de descripciones interminables. Así que ¿por qué molestarse en desarrollar un buen escenario? De acuerdo, son escritores que se encuentran en un estadio más avanzado que el del principiante, pero ellos también están equivocados. No en lo que se refiere al segundo punto. Ahí tienen razón: el lector actual es un lector con prisas que quiere ir al grano, sin parafernalias ornamentales que le roben tiempo. Sin embargo, yerran en el primero puesto que en el escenario de cualquier obra narrativa, sea del género que sea, reside una de las claves de toda buena historia de ficción. ¿Por qué? La respuesta es muy sencilla y, tan obvia, que tú mismo puedes contestarla si lo piensas un poco y te pones en modo lector… ¿Ya la tienes? Claro que sí: al lector le encanta que le transporten a otros mundos en los cuales pueda vivir una aventura. Seguro que tú, como lector, también has experimentado ese deseo. Y apuesto a que, cuando un autor ha conseguido introducirte en su universo, te has olvidado del tuyo propio y te has entregado al ficticio en cuerpo y alma.

Si como lector has tenido la fortuna de vivir esta experiencia, como escritor tienes el deber de conseguir que otros también la vivan. Y por tanto es imperativo que prestes al escenario de tu historia tanta atención como prestas a la trama, a los personajes o al conflicto. El éxito en la construcción de un buen escenario para tus historias reside en encontrar el punto exacto en el que das la información necesaria para que tu mundo sea tan vívido y atractivo que el lector no pueda resistirse a entrar en él, pero sin llegar a sobrepasar la línea que marca la frontera donde la seducción y el hechizo se transforman en tedio. ¿Y cómo encontrar ese equilibrio? ¿Dónde está el truco? En cambiar la idea errónea que tenemos sobre el escenario, normalmente asimilado sólo al lugar y tiempo en los que transcurre la historia. Si das ese paso, abres tu mente a nuevas ideas y estudias los múltiples usos que tiene el escenario de una historia, empezarás a transformar una vacua descripción en mundos auténticos y seductores donde no sólo vivirán tus personajes, sino el lector de tus historias. Y de eso trata este libro. En él vamos a hablar del escenario y de los elementos que lo componen. Vamos a aprender cómo trabajarlos para que tengan un resultado efectivo y también cómo incorporarlos a la novela y cuándo hacerlo. Estudiaremos la importancia de los detalles concretos, la forma de introducir al lector en la historia mediante la estimulación de sus sentidos para que sienta que forma parte de ese universo. Pero iremos mucho más allá y aprenderemos a utilizar el escenario para presentar el estado de ánimo de los personajes así como la manera en que se ven afectados por el entorno que los rodea. Es decir, conoceremos nuevas herramientas para mostrar aspectos de nuestros personajes sin necesidad de contárselos al lector. ¿Te das cuenta de la varita mágica con la que contarás a partir de entonces? Saldrás del grupo de escritores que no saben transmitir si no es contando las cosas y aprenderás a revelar a tus personajes de forma mucho más sutil: mostrándoselas. Pero el escenario no sólo es el lugar donde se desarrolla la acción. También lo es el tiempo en el que sucede. Así que éste será otro de los aspectos que estudiaremos en el libro. Aprenderemos a manejar el tiempo dentro de la novela para beneficiar nuestros intereses como novelistas y también estudiaremos cómo mantener bien situado al lector, desde el punto de vista temporal, en todo momento. Veremos cómo podemos hacer las transiciones temporales de forma efectiva, de manera que no interrumpan la acción pero

quede claro que nos hemos movido hacia delante… o hacia atrás, porque, sí, también veremos cómo introducir flashbacks de manera adecuada, sin que rompan el ritmo y que, por el contrario, cumplan con la función que se requiere de ellos. Como ves, el escenario es un cofre del tesoro que no tiene fondo en las manos de un escritor que ha aprendido a manejarlo. Bien utilizado, puede ayudarnos a mostrar emociones, reforzar el tema de nuestra historia, crear conflicto, mover la acción, ralentizarla… Todo ello con un único fin: enriquecer nuestra novela de manera que proporcionemos con ella una gran experiencia al lector. Nos queda mucho trabajo por delante. ¿Empezamos?

Capítulo 1 ¿Qué es el escenario y por qué es tan importante? Por experiencia personal sé que los escritores principiantes suelen tener una idea equivocada de lo que verdaderamente es el escenario de una historia. Pensamos que la respuesta correcta a la pregunta planteada en el título de este punto es precisamente la expresada en la Introducción. Y, sí, por supuesto, el escenario provee a la historia del tiempo y del espacio donde ésta debe moverse, pero, aunque acertada, es una respuesta incompleta. El escenario de una historia es mucho más. Es, de hecho, un elemento crucial dentro de ésta. El escenario incluye, además del espacio y el tiempo, el trasfondo histórico, el pensamiento de la época, sus creencias, la cultura imperante, el modo en el que los personajes hablan y se comportan, así como un buen montón de detalles más que van a influir de forma notable en la trama, los personajes, el tema e incluso en el tono general de la obra. Cuando era profesora en un colegio de Secundaria, en Madrid, cada vez que comenzábamos una nueva unidad de literatura lo hacíamos fijando ese trasfondo histórico del que te hablo. Los chicos siempre me decían: «Profe, pero esto es historia, no literatura» y yo siempre les contestaba lo mismo: «Para entender una obra literaria es preciso conocer el momento histórico en el que fue escrita y también el momento histórico en el que se desarrolla». Apúntatelo porque es fundamental, y no sólo para los

estudiantes, sino también para ti como escritor. Cuando vayas a ponerte manos a la obra con tu novela, éstos son detalles importantísimos que has de tener en cuenta si quieres lograr esa verosimilitud de la que hablábamos antes y que diferencia una historia que el lector lee con gusto de una de la que el lector sale decepcionado. No obstante, la mayoría de escritores noveles, que conocen la importancia de crear personajes casi perfectos y que se devanan los sesos construyendo el armazón de su historia para que todo encaje, no prestan la misma atención a la creación del escenario donde todo lo anterior ha de tener lugar. Y éste es un enorme error porque el escenario, es decir, el mundo que vas a crear para tu historia, no sólo te provee del telón de fondo y el plano físico-temporal sobre el cual se desarrollará la acción y se moverán los personajes, sino que cumple unas funciones cruciales dentro de ella, sin las cuales la historia jamás alcanzará el nivel al que cualquier escritor debería aspirar. Así que primera tarea de este libro, antes de que continúes leyendo, es la de suprimir la idea de que el escenario de una novela se refiere únicamente al lugar donde transcurren los hechos. Es errónea. Deshazte de ella porque, si la mantienes, estarás echando a perder uno de los puntales sobre los que se basa una buena historia y perdiendo la oportunidad de utilizarlo para mejorar la tuya. Un buen escritor siempre utilizará el escenario en el que tiene lugar su novela como algo más que el simple lugar donde se desarrollan los hechos.

Anota: El escenario no sólo vale para “decorar” la historia

El escenario es una herramienta útil para otros menesteres, tales como buscar problemas a los personajes y complicarles la vida, además de servir como soporte para entenderlos, tanto a ellos como a los conflictos con los que tienen que enfrentarse. Por otra parte, un escritor que utiliza el escenario de forma adecuada consigue algo sumamente importante en la construcción de su historia: hacerla verosímil. La verosimilitud es una pieza del rompecabezas narrativo a la que no debemos renunciar nunca. Si conseguimos que nuestra historia sea creíble, el lector aceptará cualquier cosa que le contemos. Si no lo logramos, entonces es bastante probable que abandone el libro

con un pensamiento no muy halagador para con su autor. Habremos perdido un lector. Y lectores es precisamente lo que queremos tener, ¿no? El escenario es también uno de los instrumentos con los que contamos para establecer el ambiente emocional y anímico de nuestra obra y uno de los elementos narrativos que podemos utilizar para influir en el lector a través de su imaginación. El escenario es, por tanto, un arma poderosa de la que obtendremos jugosos frutos si sabemos manejarla con acierto. ¿Nos damos cuenta de lo que esto supone? Bien empleado no sólo ayuda al lector a situarse y hacerse una imagen mental del lugar donde los personajes se mueven, que es a lo que remitía nuestra primera respuesta, sino que, con el uso adecuado de los recursos que pone a nuestra disposición, podemos utilizarlo para manipular al lector.

¿Tenía o no tenía razón cuando afirmaba que el escenario es una potente herramienta en manos de un escritor hábil? Espero que tu respuesta sea afirmativa y que ya hayas empezado a pensar que la importancia del escenario es grande y variada, y por tanto bien merece la atención que requiere. Así que empecemos a aprender ya. Pero… antes de meternos de lleno a aprender para qué puedo utilizar el escenario de mi novela, vamos a conocer cuáles son los elementos que lo componen. Si los reuniéramos en una lista sucinta, los tres primeros a los que yo prestaría atención serían: el lugar o mundo físico, el tiempo y el entorno. 1.

El mundo físico: informa al lector del lugar en el que se desarrolla la novela

y es el elemento que otorga sensación de espacio. 2.

El tiempo: a la hora de trabajar este elemento en nuestra novela, hay dos

tipos de tiempos que debes tener en cuenta: uno se refiere a la época en que se desarrolla; el otro, lo que dura la historia en sí. 3. detalles

El contexto: dentro del escenario de una novela, el contexto es el conjunto de sociales,

culturales,

históricos,

religiosos,

políticos,

etc.

que

van

indefectiblemente unidos al lugar y momento en el que tu novela se desarrolla. Pero vamos a ver cada uno de estos elementos con un poco más de detalle.

¿Te ha gustado este aperitivo? Si la respuesta es afirmativa y quieres hacerte con el libro, puedes conseguirlo aquí.

Sobre la autora

Ana Bolox es licenciada en Filología Inglesa. Ha ejercido como profesora de idiomas, español e inglés, durante más de veinte años y ha trabajado como traductora de textos científicos. Es escritora de novela policíaca y editora de su propio blog, Detrás de un escrito, donde imparte y ofrece tanto talleres de novela policíaca como servicios de mentoría para escritores. En 2015 publicó en ebook su primer libro de ficción, una serie policíaca que se desarrolla en la Inglaterra de la posguerra y que lleva el título genérico de Carter & West, con el que recupera la novela de misterio al estilo cozy para el público de habla hispana. Publicado en papel un año después por Medianoche Editorial, comenzó también a crear la serie Las cosas y casos de la señora Starling, que, como en el caso anterior, sigue el estilo clásico de novela policíaca, pero en esta ocasión situado en el Nueva York de finales de la década de los 70. Publica también libros de ayuda al escritor. Es directora y presentadora del programa de radio Vidas Asesinas, en Radio Ya, un programa de acción que cuenta casos reales de personas cuyo instinto fue el de matar: http://ow.ly/nfTD30jCbj2, y forma parte del equipo de redacción de la revista MoonMagazine, en la que, además de su tarea como redactora, se hace cargo de una sección fija, dentro del Club Literario, titulada Construye tu novela con Ana Bolox. Participa, además, y colabora activamente en blogs relacionados con el mundo de la escritura. SI deseas estar al tanto de mis nuevas publicaciones, puedes apuntarte a la lista que más te interese (¡o a las dos!) a través de los siguientes enlaces: Lista de avisos de libros de no ficción. Lista de avisos de libros de ficción.

Otros libros de Ana Bolox No ficción:



“Cómo construir tu novela en 10 preguntas”



“Cómo construir el escenario de tu novela”

Ficción: Serie Carter & West: 

“Carter & West”.



“Quadrivium”.

Serie las cosas y casos de la señora Starling: 

Las cosas y casos de la señora Starling 1: “Un cadáver muy frío”.



Las cosas y casos de la señora Starling 2: “Muerte en los Hamptons”.



Las cosas y casos de la señora Starling 3: “Crimen imprevisto”. (¡Muy

pronto!)

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