De La Simplicidad_vittorio Gregotti

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De la Simplicidad Vittorio Gregotti

La simplicidad como proceso de adhesión a la esencia del uso, como falta de adorno e imitación de la reproductibilidad técnica del rigor expresivo del utensilio, fue, como se sabe, la bandera estilística más evidente y común de la modernidad en este siglo. Pero no hay duda de que si se abandona el orgullo moral y tenaz de la modestia, la tensión igualitaria, schilich, como mimesis de la razón colectiva, del progreso y de la liberación, resulta mas difícil de explicar cuales son los valores de la simplicidad en épocas de elevada complejidad e intensidad de las señales. O por lo menos el discurso sobre la simplicidad en la arquitectura se convierte en objeto de diversas interpretaciones posibles. Es verdad que hoy, proyectar un edificio simple se ha convertido en un problema harto complicado, al menos para todos los que piensan que la simplicidad en la arquitectura no tiene nada de neutral ni de espontáneo, que no es el resultado de la restauración de la deducción lineal, que no es tautología, ni simplificación, ni alejamiento de la complejidad de lo real, ni, mucho menos aun, renuncia a la invención. Hoy la simplicidad se coloca en una peligrosa cresta en la que, en una vertiente, se encuentra la pura oposición a la coalición del mercado, del hallazgo sin objetivo y sin razón expresiva interna, mientras que en la otra vertiente están al acecho la esquematicidad y la pobreza de invención, la afasia y el manierismo del silencio poético; en una palabra, la inarticulada superstición de los simple. Esto requiere decir que, para mí, la simplicidad no equivale a la simplificación, sobre todo a la simplificación como modelo formal: a la simplicidad elocuente es posible llegar con esfuerzo, pero jamás puede ser un buen punto de partida, ni, mucho menos aun, un objetivo a cualquier precio: la arquitectura no es simple, solo puede devenir simple. Tampoco quisiera, en estos tiempos de redundancia comunicativa rumorosa y exhibicionista, verme obligado a tomar partido ideológico a favor de la simplicidad como imitación a piori de todo rigor lógico o moral. Eso es importante, pero, en cualquier caso, transitorio. Es cierto que el fragmentarísmo contemporáneo tendría necesidad de puntos firmes, de clavos seguros bien implantados, pero, a mi juicio, tales firmezas no han de reconstruirse a través de las formas de la reducción, sino impulsando la búsqueda proyectual hasta desenredar la madeja enmarañada de la complicación para reconstruir, ante el caso especifico, una hipótesis de estructura que organice la arquitectura según el ejercicio de una claridad puntual, aunque conscientemente provisional. Es muy difícil imaginar hoy retornos al orden que no se limiten a un mero enjalbegado sobre el desorden y la contradicción de nuestra época, que no aborden el sentido de las profundas aporías que nociones como las de lógica y razón nos ponen a diario ante los ojos: la simplicidad debe hacer clara y comprensible la contradicción misma, sin negar su existencia ni su valor en tanto material para la fundación de la diferencia. Las razones de un edificio simple no deben cubrir las grietas de la duda, sino revelarlas; no aislar, sino reconectar. Deben proponer ante todo un discurso sobre sus propios límites, contener los peligros de la instauración de una ley sin orden interno necesario, esto es, ser conscientes de la precariedad de su equilibrio, pero, al mismo tiempo, perseguirlo con tenacidad. Esto significa que un edificio simple debe construir su propia imagen como tensión superficial de la complejidad: sin simplificación no hay nivel de complejidad que no pueda expresarse con la claridad de la simplicidad.

En este sentido, un edificio nunca es lo suficientemente simple: librarse de lo superfluo, esto es, individualizarlo sin confundirlo con la riqueza de la curiosidad, de la interrogación, del cuestionamiento, requiere un trabajo de distinción cuidadosos y difícil, aun cuando naturalmente la liberación de lo superfluo no garantice por si sola el acceso al corazón de la simplicidad. Un edificio no es simple porque sus formas remitan a la geometría elemental, ni porque sea visible con total inmediatez o porque la lógica de sus conexiones sea evidente, sino porque sus partes se comunican como necesarias sin excepción, recíprocamente y con respecto al sentido de la solución arquitectónica especifica. En la simplicidad no ha de haber nada preconstituido, nada inmóvil, sino que todo ha de volverse equilibrio, medición, relaciones entre puntos, organización vital y transparencia misteriosa. La simplicidad tiene que dar la impresión de que todo lo que se encuentra en el proyecto es absolutamente inevitable y seguro, pero que, sin embargo, más allá de lo organizado hay siempre algo de esencial. En este sentido, también la oscilación, la cancelación y la tensión de las partes pueden compartirle rigor de la simplicidad, ser participes de la dorada y generalísima regla de la economía expresiva. Además, la simplicidad en arquitectura no es hoy una proposición de totalidad, confinamiento en una forma pacifica de lo absoluto, sino que, por el contrario, se presenta como iluminación de un breve fragmento de verdad, como el trabajoso desciframiento de una pequeña frase de un texto que, en su conjunto, sigue siendo desconocido. Un edificio simple también puede tener un interior complejo – por funciones, espacios, usos, distribuciones - , un interior rico en las interrelaciones más que en las formas para las cuales la simplicidad es ante todo triangulación del campo del experimento. Pero un edificio simple es también lo contrario de una carrocería que cubre y unifica superficialmente un motor complejo construido con diversa racionalidad, que niega el acceso al mecanismo de funcionamiento y solo revela el aspecto de la presentación; en cambio, debe custodiar y revelar al mismo tiempo su esencia. Además, el edificio simple no puede aludir a un intento de refundación de sentido y representación que se construye también como reorganización del sistema de las funciones, repensamiento radical de las razones del organismo y de su papel público y contextual. En este sentido, lo simple es también lo contrario de lo mixto, lo combinado; hace referencia a la idea de unidad y de homogeneidad, de lo exento de posibilidades añadidas, en las que todas las razones que lo comprenden han encontrado una disposición propia y provisionalmente definitiva. La arquitectura, la gran arquitectura, siempre ha sido un intento de reducción a un razón única de los problemas de la construcción, del uso, del contexto y de lo simbólico; el edificio simple lleva consigo, de manera estable, aun cuando estas razones se vuelvan remotas, la organización de sus elementos en un sistema unitario, como fundamento de la propia identidad especifica. Luego, la simplicidad de un edificio tiene que ver con el silencio: es la constitución de una pausa en el tumulto del lenguaje, precisa la eliminación de sentido entre los signos, aparece, como la fijación orgullosa de una ínfima serie de vacilaciones, pruebas, cancelaciones, experiencias: es la reescritura de lo que siempre supimos. El proyecto simple destruye toda neurosis del porvenir, (restituye el pasado – como dice Merleau Ponty – no ya una supervivencia, que es la forma hipócrita del olvido, sino una nueva vida, que es la forma noble de la memoria). La simplicidad de un edificio es también aspiración a instaurarse junto al origen mismo de la arquitectura, a aparecer como presente desde siempre, definitivamente fijado al terreno y al cielo, en abierta discusión con el entorno, a partir del reconocimiento y de la crítica de las identidades y distancias recíprocas. Esto quiere decir que un edificio simple se apoya en un principio de implantación tanto como en los propios cimientos físicos. De la capacidad de individualizar con certidumbre tales cimientos – en tanto conexión con el suelo y con la geografía que representa su historia – muchos de los cuales dependen de la posibilidad que una arquitectura tiene de hacerse simple, es decir, necesaria, en todas sus partes y directamente en conexión con los principios de su propia constitución. De la simplicidad – Vittorio Gregotti

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