Del Pacifico Al Atlantico

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Del Pacífico al Atlántico y otros escritos Olivier Ordinaire

DOI: 10.4000/books.ifea.6916 Editor: Institut français d’études andines, Monumenta amazónica Año de edición: 1988 Publicación en OpenEdition Books: 4 junio 2015 Colección: Travaux de l'IFEA ISBN electrónico: 9782821845114

http://books.openedition.org Edición impresa Número de páginas: 238   Referencia electrónica ORDINAIRE, Olivier. Del Pacífico al Atlántico y otros escritos. Nueva edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 1988 (generado el 30 mars 2020). Disponible en Internet: . ISBN: 9782821845114. DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea. 6916.

Este documento fue generado automáticamente el 30 marzo 2020. Está derivado de una digitalización por un reconocimiento óptico de caracteres. © Institut français d’études andines, 1988 Condiciones de uso: http://www.openedition.org/6540

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En una época en que los viajes y las exploraciones en el interior de la Amazonia peruana comenzaban a multiplicarse, ¿por qué priorizar los escritos de Olivier Ordinaire antes que otras obras? Sólo para los viajeros franceses, justo antes que, por ejemplo, se publicaba Des Andes au Para de Du Pacifique á L'Atlantique, Marcel Monnier y después Sud-Améríque del conde Charles d'Ursel y sobre todo Le Pérou de Auguste Plañe; este libro presenta “los resultados de una misión geográfica y comercial” llevada a cabo de 1899 a 1902 en “la América ecuatorial” y una gran parte de sus páginas está consagrada también al proyecto del establecimiento de una vía del Pacífico al Atlántico por el Perú central, en este caso por el río Pichis. Y todavía no mencionamos además a dos ilustres predecesores: F. de Castelnau y P. Marcoy que es el seudónimo de L. de Saint-Cricq, ni a justo título de oscuros escribidores que pasaron por esas tierras y creyeron bueno inmortalizar la pobreza de su estilo, la estrechez etnocéntrica de su juicio y de su visión, y a veces hasta su suficiencia narcisista. Lo que llama la atención en O. Ordinaire, en primer lugar, es su escritura vivaz a la vez que precisa y ligera, elegante sin floreos excesivos. Enseguida es una cierta dosis de espíritu crítico y de humor que agudiza su mirada y afina sus juicios; el hombre no está desprendido de los prejuicios de su tiempo, como lo muestran sus palabras sobre las razas amarillas, indias y blancas (ver por ejemplo, en el cap. XIX, la equivalencia entre indios y niños), pero como humanista, él tiene suficiente libertad de espíritu y de tolerancia para no dejarse llevar como tantos otros por una ceguera de clase, y para llamar “a un gato gato y a Rolet un bribón” según los términos de Boileau (ver el ejemplo de Laroni al fin del primer capítulo o sus palabras sobre las correrías en el cap. XV y al fin del cap. XXI). Es, finalmente, y sobre todo, el haber tenido la preocupación de recopilar la documentación existente, de informarse en las mejores fuentes contemporáneas y de dejarnos así una síntesis interesante de los conocimientos de la época sobre los lugares que atravesó y las gentes con que se encontró.

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ÍNDICE Monumenta Amazonica Clasificacion de las obras Comite cientifico de monumenta amazonica Introduccion France-Marie Renard-Casevitz

1.- Geografía 2 - Utilidad práctica LA COLONIA FRANCESA DEL CHANCHAMAYO

Del Pacifico al Atlántico por los Andes peruanos y el Amazonas I. Del pacifico al atlántico por los andes peruanos y el amazonas I

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II. Huacas y Huacos.- De omni re scibili - Las ruinas de Pachacámac- El campo de batalla de San Juan.- ¡No es el Perú!.- Los naturales del Franco Condado en América.- Historia de un evadido de Cayena.- Programa de un viajero.

III. El Perú del Pacífico y el Perú del Amazonas - Itinerario.- La canoa de las Misiones.-Salida.- Los Montoneros.- La Lloclla.- En un albergue abandonado.- Obrajillo y Canta.-

IV. La zona media y la Ceja de la Cordillera... Las Viudas - En la Puna.- Las Haciendas de Ganado (1).- Requisiciones.- Llegada a Ocopa.- Los Eucaliptos del R. P. Gabriel Sala.Como los monjes acostumbran a sus visitantes a la paciencia.- La sopa de los pobres.- Me enfermo en el convento.Mis dos médicos.

V. Salida del convento.- El Doctor de la Misa - El Perú del trigo.- Procesión de la Santa Virgen de Matahuasi.- Los Danzantes: Chunchos, Huyfallas, Tarucachas, Enanos Huamanguinos (1).- Los Indios Huancas.- El Cuy.- Hatun-Sausa y Tarma-Tambo.- El camino incaico de la Sierra.- Las Ruinas en el Perú.-

VI. Los Matusalenes de la Sierra - Estaciones sanitarias.- Fiebre y Soroche.- Tarma.- Los que comen piojos.- Soldados y Rabonas.-

VII. Sobre la meseta de Junín - El campo de batalla más elevado del cual haga mención la Historia.- La Maca.- Una tempestad entre las dos Cordilleras.- Ninacaca.- Una noche en Huando: en la choza y afuera.- El Lago Azul.- La Sierra de Huachón.- Buen consejo y malas noticias

VIII. Primeros bosques - El Valle de Huancabamba.- La patria de la papa.- Separación cruel.- Los cretinos del Pozuzo.- Una misión en territorio Campa.- Agravios del Padre Pallás en contra de sus ovejas.- Un crimen de los Antis.- La Pachamanca

IX. Ascención del Yanachaga - Los Aguaceros.- Parada en Cajón-Pata.- Un panorama conmovedor.- El Espíritu de Dios y el Espíritu del hombre.- La coca.- Bajo los tambos.- Ruidos nocturnos.- El Huatarochi.- La mañana en la selva.- Los monos.- Un asesinato

X. Tigres y Serpientes - Mi mejor guardián.- El Río San José.- Selva transtornada por una tormenta.- Un día terrible.- Defensas de los Lorenzos.- Accidente.- Una cabaña de Campas.- El Chumayro.- Colección de fieras en libertad.- La gorra de Puchuna

XI. En la desembocadura del Chuchurras - El Cauchero don Guillermo.- Un conquistador de la Montaña.- Resultados prácticos.- Explotación del caucho en el Perú y en el Brasil.- Religión de los Antis.- Las letanías de Juan Santos Atahualpa.- Brujería.- Ejecuciones bárbaras

XII. Perros Ochitis - Método de los Campas para prender fuego.- Aborto intelectual.- En qué la civilización asombra más a los Antis.Danzas nocturnas.- La caza del hombre.-La edad de piedra en el siglo XIX.-

XIII. Un extraño Robinson - Regresos a la vida salvaje.- Raptos de Campas.- Instintos primitivos.- Los Indios barbudos.-

XIV. Del Chuchurras al Pachitea - En canoa.- La Selva vista desde el río.- Claro de luna.-En la confluencia de los ríos Pichis y Palcazu.- Inventario después de un naufragio.-La Pampa del Sacramento.- Los Carapachos.-

XV. “Pour quí sont ces serpents---.?” - Tribus antropófagas del Perú.- De qué manera les conviene a los Mayorunas ser comidos.- Asesinato de los oficiales de marina West y Távara.- Una furia.- Masacre ejemplar.- Los Cashibos.- Niños esclavos.- Un almuerzo entre los Bunihahuas.-

XVI. En Chonta Isla - Un hogar de Conibos.- Aparato para comprimir el cráneo de los niños.- Las cabezas mitradas.- Mordido por un vampiro.- Los Murciélagos.- Los Chry-sothrix.- Historia de Riquet.-

XVII. Consideraciones geográficas y otras - Futuras carreteras.- Navegabilidad intermitente de los ríos Palcazu y Pachitea.- El Gran Pajonal.- Un misionero francés.- Continuación del viaje.- En la desembocadura del Pachitea.- Mosquitos, Zancudos y Garrapatas

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XVIII. Las Arpías del Ucayali - Piros, Conibos, Shipibos y Setebos.- Vanidad humana.- La religión de los Conibos.- Los Mucroyas.- El espiritismo en la Montaña.- La circuncisión india.- Curiosos detalles observados por los Padres Pallares y Sabate.- La viruela entre los salvajes.- Una advertencia mal entendida.-

XIX. El Ucayali - Procesión de árboles muertos y de árboles vivos.- El río Blanco.- Una emboscada.- Felices inspiraciones.- El Masato de la amistad.-

XX. Una comida por los Piratas - Lo que puede comer un explorador.- Una parada en la desembocadura del río Tamaya.- El Paiche.- Emoción.Versatilidad del viajero.- A bordo del Loreto.- Una gran pena.-

XXI. Sarayacu - Resultado de las misiones en la cuenca del Ucayali.- La nación de los Jíbaros.- Las cabezas reducidas.- Danza del Chancha-Tucui.- El organillo del Padre Pallares.- Estadística.- Desaparición progresiva de razas indias.-

XXII. El vapor Amazonia - Fascinaciones de una hogaza.- Un pie de viña.- La agricultura en el departamento de Loreto.- Los sombreros de Panamá.- El veneno de los Ticunas.- Movimiento comercial de la Amazonía.- Mercantilismo Americano.- Progreso de las importaciones francesas en Iquitos.-

XXIII. Los exploradores franceses en la cuenca del Amazonas - La Condamine y Crevaux.-Perspectivas fluviales.- Lagos y canales de agua.- Pasado el peligro uno se burla del Santo.- Contratiempo.- Encalladura en un banco de arena.- La Barra do Río Negro.-Interiores de Manaos.- ¿No ten Santo dentro do bahu ?- Santa María do Belem do Pará.- El beriberi.- El paisaje que más me impresionó durante mi viaje

Una excursion en el pais de los Campas I. Las puertas de la Montaña - Un alto en Uten-Yacu.- Serranos y Cíngaros.- La colonia del Chanchamayo.- Los salvajes.- El Morpho-Menelas.- El convento del Buen-Pastor.-Una noche entre los Campas.-

II. El Cerro de la Sal y el Gran Pajonal - Juan Santos Atahualpa.- Descubrimiento de una capilla y de su capellán.- Lengua religiosa dé los salvajes.Costumbres y creencias de los Campas.- El Camagari.-

Apendice Indice botánico Indice etnico Indice geografico Indice onomastico Indice de palabras indigenas Indice zoologico

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Monumenta Amazonica

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El Proyecto Monumenta Amazónica se propone investigar y editar o reeditar las principales fuentes históricas de la cuenca amazónica desde el siglo XVI hasta comienzos del XX.

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Monumenta Amazónica se inició en 1984, a raíz de una iniciativa del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonia (CETA), quien presentó el Proyecto al Instituto de Investigación de la Amazonia Peruana (IIAP). La propuesta fue aceptada por éste y dichas instituciones, ambas con sede en la ciudad de Iquitos, firmaron en Mayo de ese año un convenio de cooperación.

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En el mes de Agosto de ese año se realizó en Iquitos un encuentro al que asistieron diversos especialistas de la problemática amazónica, tanto nacionales como extranjeros. La reunión tuvo por finalidad defínir las series temáticas del Proyecto, seleccionar ¡os títulos a investigarse y publicarse, encargar la preparación de los primeros volúmenes y recoger información sobre personas e instituciones que podrían colaborar con la obra propuesta.

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Los participantes en dicho encuentro integran en ¡a actualidad el Comité Científico de Monumenta Amazónica. Este Comité, cuyos miembros brindan su valioso aporte ad-honorem, tiene por función coordinar y dirigir la marcha del Proyecto. Sus integrantes han asumido, además, ¡a preparación de uno o más de los títulos seleccionados.

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Desde su inicio, Monumenta Amazónica ha recibido la colaboración, también voluntaria, de muchos otros especialistas nacionales y extranjeros, sea a través de traducciones, de investigaciones, o del aporte de documentos e información.

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Las obras seleccionadas han sido clasificadas en cinco series temáticas determinadas, unas veces, en función de los autores que ¡as escribieron y, otras, además de los actores que protagonizaron ¡os hechos históricos. Dichas series son: 1. Conquistadores 2. Misioneros 3. Agentes Gubernamentales 4. Científicos y Viajeros 5. Extractores 6. Testimonios Indígenas

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De las obras seleccionadas, unas están inéditas, otras agotadas o muy escasas, y otras, finalmente, en idioma extranjero, de allí que sean de difícil acceso tanto a los estudiosos como al

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público interesado. Las obras se publicarán en castellano, salvo el caso de las que se encuentran en portugués que se editarán en este idioma. Monumenta Amazónica tiene como objetivos: Reunir en una sola colección Jo más significativo de ¡as fuentes históricas de la Amazonia, poniendo a disposición de especialistas, universitarios y público en general obras que documentan ¡os diferentes momentos y procesos por los que ha pasado la región. Ofrecer material de primera mano que haga posible ¡a realización de futuras investigaciones científicas y contribuya a esclarecer el pasado y reorientar el presente de la cuenca. Favorecer el mejor conocimiento y la enseñanza de la historia en los diversos países amazónicos, a fin de superar los prejuicios y las deformaciones que existen actualmente. 8

El Proyecto Monumenta Amazónica ha establecido contacto con instituciones nacionales y extranjeras en busca de nuevos acuerdos que permitan acelerar el cumplimiento de los fines propuestos.

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Clasificacion de las obras

1

Cada volumen de Monumenta Amazónica llevará una letra (de la A a la F) que se refiere a la serie temática y un número correlativo, que indica su orden de publicación dentro de una serie determinada.

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Las series temáticas y su letra correspondiente son: 1. Conquistadores (carátula roja) 2. Misioneros (carátula crema) 3. Agentes Gubernamentales (carátula violeta) 4. Científicos y Viajeros (carátula azul) 5. Extractores (carátula verde) 6. Testimonios Indígenas (carátula amarilla)

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TITULOS PUBLICADOS

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Serie B-1 FIGUEROA, Francisco de; Cristobal de Acuña y otros. INFORMES DE JESUITAS EN EL AMAZONAS.

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Serie B-2 URIARTE, P. Manuel, S.J. DIARIO DE UN MISIONERO DE MAYNAS.

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Comite cientifico de monumenta amazonica

1

JOAQUÍN GARCÍA SÁNCHEZ, agustino. Director del Proyecto. Director del CETA (Iquitos).

2

ALBERTO CHIRIF TIRADO, antropólogo. Coordinador General del Proyecto. CETA.

3

NELLY ARVELO-JIMÉNEZ, antropóloga. Directora del Departamento de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC-CARACAS).

4

JUAN BOTASSO, historiador salesiano. Director del Centro de Publicaciones “Mundo Shuar” (Quito).

5

JURG GASCHÉ, antropólogo. Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS). Director del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Amazonia Peruana, adscrito a la UNAP. (Iquitos).

6

JULIÁN HERAS, historiador franciscano. Director de la Biblioteca del Convento de Ocopa.

7

JEANINE LEVISTRE DE RUÍZ, historiadora. CETA.

8

CARLOS MOREIRA NETO, antropólogo. Miembro del Consejo Nacional de Investigación de Brasil (CNPq), y asesor del Museo “Emilio Goeldi” (Belém do Pará).

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FRANKLIN PEASE, historiador. Pontificia Universidad Católica del Perú.

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HANS van den BERG, historiador agustino. Centro de Estudios Aymaras (Cochabamba).

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JAIME REGAN, antropólogo jesuita. CAAAP (Lima).

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Introduccion France-Marie Renard-Casevitz

1

EN una época en que los viajes y las exploraciones en el interior de la Amazonia peruana comenzaban a multiplicarse, ¿por qué priorizar los escritos de Olivier Ordinaire antes que otras obras? Sólo para los viajeros franceses, justo antes que, por ejemplo, se publicaba Des Andes au Para de Du Pacifique á L'Atlantique, Marcel Monnier y después Sud-Améríque del conde Charles d'Ursel y sobre todo Le Pérou de Auguste Plañe; este libro presenta “los resultados de una misión geográfica y comercial” llevada a cabo de 1899 a 1902 en “la América ecuatorial” y una gran parte de sus páginas está consagrada también al proyecto del establecimiento de una vía del Pacífico al Atlántico por el Perú central, en este caso por el río Pichis. Y todavía no mencionamos además a dos ilustres predecesores: F. de Castelnau y P. Marcoy que es el seudónimo de L. de Saint-Cricq, ni a justo título de oscuros escribidores que pasaron por esas tierras y creyeron bueno inmortalizar la pobreza de su estilo, la estrechez etnocéntrica de su juicio y de su visión, y a veces hasta su suficiencia narcisista.

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Lo que llama la atención en O. Ordinaire, en primer lugar, es su escritura vivaz a la vez que precisa y ligera, elegante sin floreos excesivos. Enseguida es una cierta dosis de espíritu crítico y de humor que agudiza su mirada y afina sus juicios; el hombre no está desprendido de los prejuicios de su tiempo, como lo muestran sus palabras sobre las razas amarillas, indias y blancas (ver por ejemplo, en el cap. XIX, la equivalencia entre indios y niños), pero como humanista, él tiene suficiente libertad de espíritu y de tolerancia para no dejarse llevar como tantos otros por una ceguera de clase, y para llamar “a un gato gato y a Rolet un bribón” según los términos de Boileau (ver el ejemplo de Laroni al fin del primer capítulo o sus palabras sobre las correrías en el cap. XV y al fin del cap. XXI). Es, finalmente, y sobre todo, el haber tenido la preocupación de recopilar la documentación existente, de informarse en las mejores fuentes contemporáneas y de dejarnos así una síntesis interesante de los conocimientos de la época sobre los lugares que atravesó y las gentes con que se encontró.

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Nacido en Franco Condado el 28 de marzo de 1845, O. Ordinaire, después de estudios literarios clásicos y una formación superior, hizo su servicio militar en 1870-1871 en el momento de la guerra franco alemana. Ignoramos todo sobre su hoja de servicio. ¿Hizo parte de esos prisioneros enviados a Thiers por Bismarck y que, formando el grueso de las tropas versallesas, acamparon en París para reducir la Comuna, la que aplastaron (mayo, 1871)? En todo caso, entró tardíamente en la carrera puesto que su nombramiento de vice cónsul de segunda clase en el

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Callao, el 23 de enero de 1882, es su primer puesto. Manifiesta aquí tal vez un ardor de neófito y seguramente sus cualidades de analista, de investigador erudito y de escritor; así el embajador de la época, el marqués de Tallenay, le confía el encargo de diversos informes al gobierno francés, además de aquellos concernientes a sus funciones (Archivos del Ministerio de Asuntos extranjeros. París) 4

Es así, que él redacta, en agosto de 1883, un trabajo de conjunto sobre las causas de la baja de las importaciones francesas en el Perú. Recuerda los diversos aumentos de tasas (importaciónexportación) decididos por las autoridades chilenas y enumera los nuevos derechos de aduana, muy fuertes y discriminatorios, que gravan los productos franceses: juguetes, vinos, conservas, etc. Por ejemplo, la bisutería o “Artículos de París”, cuando es alemana, es tasada como tal; cuando es francesa, es tasada como joyería fina. O incluso la importación en grandes cantidades de calzado y guantes franceses (ver cap. I) es cargada con tal aumento de derechos de aduana que decrece en proporciones inquietantes. En cuanto a la importación de mantas bordadas provenientes de Lyon, casi se acaba por lo prohibitivo de los derechos.

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Informes más sectoriales siguen a este trabajo; uno a finales de agosto de 1883 concerniente a los productos químicos, los jabones (de los que Francia, y particularmente la casa Michaud hermanos de La Villette, tenían el cuasi monopolio en el Perú) y los aceites. Otro, en enero de 1884, incluido en apéndice por su importancia, trata del comercio del Perú oriental y del interés de abrir una vía interoceánica. Otros, además sobre la industria minera (diciembre, 1884) o sobre los grandes trabajos en ejecución (marzo, 1885) en el Perú. A estos se añaden informes no comerciales, como el dedicado a la epidemia de fiebre amarilla que asoló el Callao y después Lima en 1883 y de la que Ordinaire mismo fue víctima “por sus esfuerzos y su infatigable caridad” junto a sus compatriotas contagiados, según el homenaje que le rindió el embajador. Todo esto sin contar las cartas regulares, aquellas de “naturaleza confidencial” que acompañaron la mayor parte de esos trabajos, todos bien documentados, y algunos viajes de información en el Perú, de los que uno le llevaría, sin duda en el verano de 1882 y por primera vez, al valle del Chanchamayo en compañía de su amigo H. Michel.

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No se puede dar una mejor idea de este “infatigable” trabajador y además viajero que citando una de sus cartas. La hemos seleccionado porque trata de

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Madre de Dios y revela ser un documento útil e interesante sobre la selva; sobre todo muestra cómo el autor recurre a la historia y a las fuentes bibliográficas para aclarar un proyecto geográfico y comercial; es un testimonio de la seriedad de sus informaciones, como de sus cualidades analíticas y sintéticas.

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A Jules Ferry, Presidente del Consejo,

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Ministro de Asuntos Extranjeros.

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Callao, 28 de febrero de 1884.

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Señor Ministro

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El diario Boliviano La Estrella y el Heraldo de Cochabamba anuncian que “el Sr. Ingeniero Alexandre Haag ha llegado a La Paz de paso para trabajar en el Cuzco, donde debe continuar el curso de sus exploraciones amazónicas para el estudio de los orígenes del Madre de Dios, estudio que será de gran provecho para la ciencia”. El diario El Eco del Oriente publica la nota siguiente reproducida por otros órganos de la región: “El Señor Alexandre Haag es un ingeniero francés y como tal al servicio del Imperio del Brasil. Viene con la misión de efectuar, entre el río Acre y el Madre de Dios, el establecimiento de un camino cuyo trayecto será de 8 a 10 leguas. Este trabajo no exigirá más que un

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gasto de 25,000 soles (alrededor de 100,000 francos) y el empleo de 200 obreros durante cuatro meses.” 13

El río Acre es un afluente del Purús. Presentando un interés general la creación de una vía interoceánica en la parte central de América del Sur, me pareció necesario consagrar el estudio siguiente al río Madre de Dios y al proyecto del Sr. Haag, proyecto que es acogido con entusiasmo por la prensa boliviana.

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El Inca [Túpac] Yupanqui fue el primero que hizo reconocer el río Madre de Dios por una expedición organizada en el Cuzco, compuesta por 10,000 guerreros, dicen los historiadores del Perú, y con la cual fue a la conquista de la gran tribu de los Mojos que pueblan las riberas de ese río y las del Beni, sobre el territorio actual de Bolivia.

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En esta época el Madre de Dios era conocido con el nombre de Amarumayo, que todavía le dan los viejos geógrafos.

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El botánico Haenke, que formó parte de la expedición de Malespina en Perú en 1799, publicó en una memoria algunos detalles importantes sobre el Madre de Dios, río que se proponía explorar personalmente cuando la muerte le sorprendió.

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No obstante, las nociones sobre el verdadero curso del Madre de Dios han estado, hasta estos últimos tiempos, envueltas en una oscuridad casi completa. Se le han dado los diferentes nombres de Amarumayo, Tono, río de Castela, Parabari, Mano, Magno, y Madre de Dios.

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La confusión que denota esta multiplicidad de nombres dados a un mismo curso de agua se reproducía en las ideas sobre su dirección. Algunos lo suponían tributario del río Purús, y habiendo caído en este error el sabio Haenke, éste se hizo general.

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En 1802 el padre José Figueira, misionero del colegio de Mo-quegua, dio sobre el Madre de Dios algunas informaciones que obtuvo de un jefe de tribu de las orillas de ese rio.

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El padre Boso (sic Bovo) de Revello visitó, en 1846, esas riberas y en un folleto escrito a su regreso, comprometió a los cuzqueños a emprender la exploración partiendo de la opinión errónea de Haenke de que el Madre de Dios comunicaba con el Purús. El teniente de marina Gibbon, de la marina norteamericana, que acompañó al misionero Rebello (sic Revello) hasta el punto donde el Madre de Dios se forma por la unión de los ríos Tono y Piñipiñi, asigna a este punto la posición astronómica siguiente:

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latitud sur 12° 32'

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longitud oeste de París 72° 46' 9”

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altitud 383 metros.

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Esta determinación es considerada como errónea, sobre todo en lo que concierne a la longitud. En 1852, D. Manuel Ugalde dirigió una expedición al Madre de Dios con la intención de explorar todo su curso sirviéndose de balsas hechas con cilindros huecos de caucho para facilitar la navegación. Apenas la había emprendido, su embarcación naufragó y este accidente hizo abortar la expedición.

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Todos aquellos que habían intentado hasta entonces explorar el Madre de Dios, habían fracasado en su origen mismo sin haber llegado a conocer parte alguna de su curso. El padre Figueira, que descendió el río Beni, vio solamente la confluencia de los dos ríos y si él supo que tenía delante el Madre de Dios, fue por las noticias que le dieron los salvajes que le acompañaban.

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No es sino en 1861 que el valeroso explorador D. Faustino Maldonado, acompañado de algunos hombres de su provincia (Tarapoto), emprendió con sus propios recursos la

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exploración del Madre de Dios. Consiguió recorrer en toda su longitud el río desconocido y sólo entonces se conoció que vertía sus aguas profundas no en el Purús, como se creía generalmente, sino en el río Madera (sic). 27

La pobreza de los exploradores no les había permitido proveerse de armas y víveres necesarios para su empresa, de suerte que los peligros y sufrimientos que atravesaron sobrepasan todo lo que la imaginación puede concebir.

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Maldonado y tres de sus compañeros encontraron la muerte en la cascada del río Madera llamada Caldera del Infierno, que no es otro que uno de los 12 saltos de agua que impide la navegación en este río importante.

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Los cuatro exploradores sobrevivientes continuaron descendiendo el Madera, luego remontaron el curso del Amazonas después de haberse hecho entregar, por las autoridades brasileñas, una constancia del viaje que acababan de realizar. Llegaron finalmente a Tarapoto, en el departamento de Moyo-bamba* de donde eran originarios. Como no había entre ellos ninguno que pudiera determinar las distancias y los rumbos del camino recorrido, la ciencia geográfica está privada de esos importantes datos. Pero estaba resuelto el problema de la determinación de la Cuenca a la cual pertenece el Madre de Dios.

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Poco tiempo después, en 1864, el padre Marcini, siguiendo las indicaciones del misionero Figueira, penetró en los bosques bañados por este río y, a pesar de que él no emprendió la navegación, lo cruzó tres veces y diseñó un mapa que, aunque inexacto, dio por primera vez una idea de su recorrido. Después de haber terminado sus exploraciones, que comenzó en la provincia de Apolobamba en Bolivia, descendió por el Madera al Amazonas.

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El ingeniero americano Nystrom, hace unos años y poco después el coronel La Torre, prefecto del departamento del Cuzco, emprendieron expediciones al Madre de Dios que no so brepasaron los límites de las precedentes. El coronel La Torre murió víctima de una traición de los salvajes Sirimeyres**. Su expedición fracasó porque había sido emprendida con habitantes de la Sierra que, en general, se encuentran completamente desconcertados en la región de los bosques de la Montaña. Eran demasiado numerosos y no sabían maniobrar las balsas. De la misión era el ingeniero Gohring que hizo publicar un mapa de la región explorada y de una parte del departamento del Cuzco.

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De todos los conocimientos adquiridos, se puede sacar las siguientes conclusiones:

1.- Geografía 33

Al este de la Cordillera Oriental del departamento del Cuzco salen los ríos Piñipiñi, Pilcopata y Tono que, uniéndose en el 12° 51' de latitud sur y 73° 49' de longitud oeste de París, forman el río Madre de Dios que recibe al Inambari entre el 12° 30' de latitud sur y 73° 30' de longitud oeste de París, punto donde se cree que puede comenzar la navegación. El Madre de Dios fluye entre la latitud 11° y 12° hasta 69° 12' de longitud del mismo meridiano y 10° 50' de latitud, donde encuentra el río Beni. Recorre aún un grado antes de unirse al río Mamore y después de esta unión recibe el nombre de Madera.

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2 - Utilidad práctica 34

Aunque el Madre de Dios tiene una masa de agua suficiente, la navegación está impedida por las cascadas del río Madera. De ahí viene la idea de utilizar la parte superior de este río y de unirla por un camino a uno de los tributarios del Purús. Este proyecto, que tendría un interés inmediato para el Cuzco, es el que el Sr. Haag tiene la intención de realizar.

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Reproduciendo por ese motivo los artículos de la prensa boliviana, la prensa de Lima ha aprovechado la ocasión para exponer que todos los territorios bañados por el Madre de Dios pertenecen al Perú en virtud del Uti Possidetis de 1810 que es el punto de partida de las repúblicas sudamericanas para la determinación de sus fronteras. Por la observación de esta regla, ellas se conforman con lo que tenían bajo el régimen colonial. De todos modos, nos parece que el Purús es una vía muy alejada de Bolivia para poner en comunicación sus intereses comerciales y que ese país encontraría una salida más fácil por el mismo Madera con dos líneas de navegación, una aguas arriba, la otra aguas abajo de las cascadas. Estas dos líneas serían unidas por un camino en la región intermedia.

36

El Cuzco aprovecharía de esta vía. Aprovecharía sobre todo de un camino al Purús, el cual, más próximo, le permitiría extender sus relaciones comerciales con el Amazonas.

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Pero ninguna de estas dos rutas tendría la importancia de la vía interoceánica que debe, a mi entender, unir la capital del Perú al Ucayali pasando por centros poblados y atravesados ya por un ferrocarril.

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Prolongando el ferrocarril hasta la región del Chanchamayo, no faltaría más que franquear la del Pajonal para llegar a esta suerte de mar que se llama Ucayali. Y esta vía sería aún más corta para unir la capital del Perú al Purús.

39

Reciba el homenaje de respeto con el que tengo el honor de ser,

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Señor Ministro,

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de vuestra Excelencia muy humilde y obediente servidor.

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O. Ordinaire

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Así, en algunas páginas, disponemos de un resumen claro y bastante abundante de diversas tentativas emprendidas para reconocer el curso del Madre de Dios, y este es uno de los principales méritos de nuestro autor, ya que los documentos o las fuentes utilizadas están todos citados. Los científicos, geógrafos, historiadores, antropólogos y otros interesados por la cuestión encontrarán, por consiguiente, una buena base bibliográfica para comenzar sus investigaciones.

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Por lo demás las funciones de vice cónsul en el Callao de la época acumulan cargos administrativos, comerciales y científicos que requieren, entre otros, buenos conocimientos botánicos, zoológicos y mineralógicos. La obra de O. Ordinaire es pues rica en anotaciones precisas en este sentido, aunque las clasificaciones utilizadas son muy antiguas y han sufrido desde entonces muchas correcciones. Más que retomar los ejemplos en su libro o en uno de sus artículos, evocaría aquí una de sus cartas; ella responde a un despacho de Jules Ferry a consecuencia de un pedido del Gobernador de Argelia. Francia deseaba adquirir semillas de una variedad de quina (Cinchonnea), variedad llamada “Remidjio”, para aclimatarla en Argelia y en sus posesiones norafricanas. Esta variedad no existe en el Perú, escribe él, y es imposible obtener las semillas a menos de ir personalmente a buscarlas muy lejos. Las mejores quinas locales son la “Succirubra” boliviana y la Quina amarilla real ecuatoriana. Además, él recomienda utilizar

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libros ingleses y franceses sobre las plantaciones hechas con éxito en Java y en las Indias inglesas (Ceylán, Bombay...) y de necesarias. El lector, por su parte, encontrará en el texto o en las notas de Ordinaire numerosas ilustraciones de este rigor, el mismo que hemos querido conservar y que, teniendo en cuenta los avances científicos, nos ha llevado a diversas correcciones. 45

Habíamos señalado el aspecto “humanista” de su aproximación; se añade ahora el aspecto “ʺ naturalista”. Uno y otro se conjugan para distinguir sus escritos entre todos aquellos producidos por otros viajeros de la época; uno y otro, como lo hemos dicho, dan un gran interés no tanto al proyecto de apertura de la montaña central por la vía del Palcazu, cuanto a sus observaciones económicas, geográficas, históricas y etnográficas.

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A falta de obtener el acuerdo deseado para su “proyecto de exploración para abrir una vía del río Chanchamayo al río Ucayali”, Ordinaire será autorizado a regresar a Francia por la montaña, el Ucayali y el Amazonas. Su primera expedición en el valle del Chanchamayo después de ese viaje de regreso, comenzado el 25 de julio de 1885, siguiendo el trazado de su proyecto y prolongado durante varios meses, alimenta sus diversos artículos y su libro. He aquí la lista completa, ya que hemos decidido no reeditar sino una parte de sus obras: • Notas geográficas en el Boletín de la Sociedad de Geografía Comercial de París. Tomo VI, fascículo 7, Mayo 1884. • “Les Sauvages du Pérou”. Revista de Etnografía, París, Tomo VI, julio-agosto 1887: 265- 322. • “De Lima a Iquitos par le Palcazu”. Boletín de la Sociedad de Geografía. 7 a serie, IX, 1890: 217- 236. • Du Pacifique á l'Atlantique 1892, París, Plon.

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En efecto, el libro de Ordinaire retoma el contenido de sus artículos siguiéndolos a la letra en otro orden, eliminando sólo los datos en cifras de las distancias recorridas, cuidadosamente anotados en el artículo de 1890 para poner de relieve el interés de esta nueva vía. *

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No voy a insistir sobre el viaje mismo puesto que éste es el objeto principal de esta publicación y da lugar a numerosas notas. Seguidamente, O. Ordinaire será nombrado en diversos puestos en Europa antes de regresar como cónsul a Rosario, después a Santa Fe (Argentina), sus únicos otros puestos sudamericanos (1893-1897) que estuvieron lejos de suscitar de su parte tantos trabajos como el primero y no motivaron publicación alguna. Terminó su carrera como cónsul general de primera clase en Italia antes de gozar de un apacible retiro en Francia, lejos de los ríos campa de la montaña y de las “Arpies” del Ucayali.

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Para concluir esta breve introducción, quisiera resumir los principales elementos de un documento debido al vizconde de Saint-Genys, secretario de legación. Completarán útilmente, por su nomenclatura precisa, los textos de Ordinaire consagrados al valle del Chanchamayo, primera parte de su viaje amazónico.

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Trabajo sobre nuestra colonia francesa en el Chanchamayo por el Señor vizconde de Saint-Genys... autorizado... a acompañar en esta excursión al añorado Señor Casimir Perrier... Hay en este momento dos campos en esta colonia, cuestiones personales agriadas (de ahí la necesidad de aplazar el nombramiento de un agente consular en el Chanchamayo).

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Extracto de una carta del marqués de Tallenay acompañando este breve informe.

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Lima, 9 de setiembre de 1884.

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LA COLONIA FRANCESA DEL CHANCHAMAYO 53

...fundada hace pocos años en medio de dificultades inextricables... donde el hombre ha de luchar contra la naturaleza misma... contra los indios Campa que ha sido difícil de desposeer y que han asesinado a muchos de nuestros compatriotas, esta pequeña colonia... ha llegado a hacer prevalecer sus ideas en todo el país y se ha elevado por encima de los elementos extranjeros que están representado en una fuerte proporción...

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La riqueza principal de este valle viene de las haciendas de caña de azúcar y de sus fábricas que sacan su fuerza motriz de caídas de agua muy abundantes... otros [franceses] teniendo poco capital, se dedican al cultivo del café, maíz y cacao. Todos viven bien en esta región sana... Pero hay una gran falta de mano de obra... El árbol del caucho se encuentra aquí en abundancia y la tala de la selvas vírgenes, por la cual se paga mucho, podría ser utilizada en la fabricación del papel...

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Las haciendas donde se cultiva exclusivamente la caña de azúcar pueden dividirse en dos grupos: las del Chanchamayo y las de La Merced, distantes en algunas leguas.

56

Sobre la ribera izquierda del Chanchamayo se encuentra “la hacienda Auvergne del Sr. Monnier... en plena expansión” (ella dispone de trapiches y está instalando una máquina a vapor para fabricar azúcar además de su producción de ron). Ella estará “pronto en competencia con la hacienda de San Carlos del Sr. Shren, un alemán, pues está menos alejada. Ocupa casi 100 peones todo el año.”

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Siempre sobre la ribera izquierda viene “la hacienda de la Esperanza, en el valle del Tulumayo, y pertenece a una pequeña sociedad francesa. Las haciendas Naranja (sic. ¿Naranjal?), Roma, Tulumayo pertenecen a extranjeros pero emplean muchos franceses como contadores o capataces.”

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“El grupo La Merced se encuentra sobre la ribera izquierda del Chanchamayo; la más importante es la hacienda Francia perteneciente al Sr. Fort que vive en Lima y es dirigida en el lugar por el Sr. Modet, uno de sus más importantes accionistas. Allí también no se hace más que ron y nada de azúcar. La hacienda tiene buenas utilidades, pero hay que hacer notar lo poco extenso del terreno de cultivo con referencia a la importancia de la fábrica, es decir la destilería Francia que está bien organizada”.

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No lejos hay otra hacienda, “Casa Blanca”, del Sr. Maillard, pero él se ha ido sin intención de volver...

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Muchos franceses propietarios de pequeñas concesiones cultivan igualmente la caña de azúcar que hacen moler en las grandes haciendas.

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“Segundo en importancia [viene] el cultivo del café:

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Los cultivadores principales del grupo de Chanchamayo son los Srs. Lavallée y Chauvet.

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En el grupo La Merced, la más importante plantación de café es la hacienda Bellevue del Sr. Prugues (30 peones todo el año), nombrado últimamente por los extranjeros y las gentes del país alcalde de la ciudad de La Merced”. Las otras plantaciones de ese grupo son de los “Srs. Bossiére en Kimiri, Aubert, Chagrot, Barére, Strala en el río Blanco y de los hermanos Chauvet”.

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Nos queda aún por precisar las abreviaturas usadas en las notas al texto. Las notas indicadas con N.d.A. corresponden al autor, O. Ordinaire; las indicadas con N.d.E., o notas de ego, son mías; y las indicadas con N.d.T., notas del traductor, han sido hechas por A. Chirif.

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NOTAS FINALES *. Moyobamba es actualmente la capital del departamento de San Martín, donde también se ubica la ciudad de Tarapoto (N.d.T.) **. Se trata de los Sirineri o Sapiteri, etnia de la familia lingüística Harákmbet, de la cual sobreviven muy pocas personas, quienes hoy se han integrado en comunidades Amarakaeri. (N.d.T.) *. (. . .) “he dicho que la vía del Palcazu, comparada a la que pasa por Chanchamayo, la Viña, Chachapoyas, Moyobamba y Balsapuerto, acorta en 80 leguas -la legua es de 5 kilómetros- la distancia total de Lima a Iquitos. Ahora bien, esta diferencia de menos equivale a 72 leguas sobre la distancia por recorrer a lomo de mula o de caballo”. Viene enseguida el cuadro detallado de las distancias recorridas en ferrocarril, a caballo, a pie, en canoa y en barco a vapor. Una vez que el sendero del Yanachaga sea pracaticable para las bestias de silla, se podrá ir de Lima a Iquitos en 13 ó 14 días por esta vía, en lugar de los cuarenta a cuarenta y cinco necesarios para ir a Moyobamba, concluye. (N.d.E.)

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Del Pacifico al Atlántico por los Andes peruanos y el Amazonas

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I. Del pacifico al atlántico por los andes peruanos y el amazonas

I 1

Un país donde nunca llueve.- El Callao y Lima.- Zambos y Cholos.- La Perricholi.-Un angelito.- Estadística acerca del pie de las Limeñas.- Malaventura de una gran dama.Los Negros.- Un Indio golpeado por un comerciante.***

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Cuando desembarqué por primera vez en el Callao, en 1882, el Perú estaba en guerra con Chile. Los chilenos dueños de la Costa desde hacía un año, pero teniendo que luchar todavía contra las tropas del General Cáceres, juzgaron oportuno cortar las comunicaciones entre el territorio que ocupaban y el interior del país. Para este fin, cortaron la línea de ferrocarril que une la ciudad de Lima y el Callao, su puerto principal, a las mesetas de los Andes. De tal manera que me encontraba de cierto modo preso sobre la lengua de tierra que separa la Cordillera del Océano.

3

Debía quedarme en el Callao tres años y medio, y confieso que este tiempo me pareció largo.

4

Extrañamos más la tierra natal cuanto más diferente del nuestro es el país donde tenemos que vivir. Siendo así que en la costa del Perú la diferencia para los franceses es extrema, por el hecho que nunca llueve. Aun donde el suelo está fertilizado por un río u obras de irrigación, como en el valle de Lima, los vegetales no tienen ni la frescura ni la gracia de los que están regados directamente por el agua del cielo. Además, la uniformidad de la temperatura, el verano eterno, cansa a la mente tanto como al estómago y al hígado.

5

Callao (callado) significa mudo 1. La rada, protegida de la corriente del Sur y de los empujes de altamar por la estrecha península de La Punta y por la isla de San Lorenzo que deja ver su arista escarpada a ocho millas mar adentro, hace contraste, por su

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silencio habitual, con la agitación ruidosa del mar, que golpea las playas orientadas al Sur, o mar brava; la palabra brava significa en la lengua del país malo, feroz. 6

Esta bahía presenta una particularidad poco agradable para los marinos. De vez en cuando, se desprenden emanaciones sulfídricas bastante fuertes, como para ennegrecer rápidamente el casco de los navios albayaldados, y entonces el mar pierde su limpidez, se vuelve lechoso o toma un tono de herrumbre. Tiene peces en exceso. A menudo se distinguen en la superficie del agua grandes manchas movedizas que, a medida que se acercan a la orilla, centellean como el rocío al sol en una pradera. Son bancos de sardinas perseguidas por peces voraces, los cuales a su turno, son perseguidos por otros hambrientos. La ola acaba por echar la morralla en las playas, donde se vara y forma largas cintas plateadas.

7

Los pájaros de mar abundan. Penitentes flacos, parados sobre las guindolas del puerto, el cuello tenso, las alas desplegadas, se secan mirando pasar los barcos, como los ancianos de la verbena; pelícanos calvos se zambullen pesadamente. Pero la especie más común es la gaviota pequeña, de cuerpo blanco y de alas cenicientas. Al llegar las sardinas, el espacio se llena de gaviotas que forman, mientras remolinean, espirales sin fin, y producen, sobre el fondo gris del cielo, la ilusión de la nieve.

8

Porque si bien no llueve en la Costa, el cielo está cubierto a menudo de un velo uniforme de nubes.

9

En Lima, como en el Callao, las cosas son bajas: así lo requiere la prudencia en un país sacudido por los terremotos. Cuando, excepcionalmente, tienen dos pisos, el segundo está sobrecargado, según la moda española, de jaulas vitreas. Los techos son planos y generalmente están coronados, en el Callao por lo menos, por un andamiaje con aspas de molino de viento, destinadas a hacer funcionar una bomba que se hunde en una capa de agua subterra'nea. A eso de las tres de la tarde, cuando la brisa se levanta, todas esas aspas se ponen en movimiento al mismo tiempo, haciendo gemir sus aljarjías mal unidas y rechinar sus mecanismos herrumbrosos.

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El polvo es tan espeso en las calles que uno casi solamente se puede aventurar a caballo. En el campo mismo, donde no llega un arroyo, no hay traza alguna de vegetación. El polvo incluso invade los campos cultivados y echa como un velo sin brillo sobre su verdor. Pero si el paisaje es poco variado en tonos, no se puede decir la misma cosa de la población: todos los matices, desde el moreno oscuro hasta el amarillo aceitunado, desde el negro hasta el blanco exponen su gama sobre la cara de los Quichuas o indios autóctonos, de los Cholos o mestizos, de los Zambos o mulatos, de los Negros puros, de los Chinos y de los Europeos de todas las nacionalidades que viven en el Perú.

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La raza dominante es la del Cholo de tez color de tierra de Siena más o menos mezclada con betún, de faz ancha e imberbe, de nariz aplastada o arqueada, como los Incas cuyo tipo está representado sobre los huacos o cerámicas de los tiempos anteriores a la Conquista. Corto y gordo en relación con su talla, es totalmente diferente de los ágiles Campas que viven en los bosques del interior. En cuanto a las cholas, no puedo hacer mejor, para dar una idea de ellas, que reproducir, según el más notable literato peruano de nuestra época, don Ricardo Palma, el retrato de esa Perricholi, quien hizo perder la cabeza al Virrey Amat.

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“De cuerpo pequeño y algo grueso, sus movimientos eran llenos de vivacidad; su rostro oval y de un moreno pálido lucía no pocas cacarañas u hoyitos de viruelas, que ella disimulaba diestramente con los primores del tocador; sus ojos eran pequeños, negros

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como el Chorolque y animadísimos; profusa su cabellera, y sus pies y manos microscópicos; su nariz nada tenía de bien formada, pues era de las que los criollos llamamos ñatas; un lunarcito sobre el labio superior hacía irresistible su boca, que era un poco abultada, en la que ostentaba dientes menudos y con el brillo y limpieza del marfil; cuello bien contorneado, hombros incitantes y senos turgentes. Con tal mezcla de perfecciones e incorrecciones podía pasar hoy mismo como bien laminada o buena moza”.2 13

Las cholas tienen la cabellera muy abundante y larga, no lanosa pero menos fina que la de las europeas. Tienen la costumbre de hacerse trenzas que dejan caer en su espalda. Cuando no llevan la manta, se ponen un sombrero de paja, tipo Panamá, cuya ala levantan sobre la nuca con una cierta fanfarronería. Si todas no tienen las imperfecciones de la Perricholi, falta también que todas tengan sus ventajas. Por otra parte, casi todas son de la clase popular y no tienen a su disposición los primores del tocador. En general, ellas son eclipsadas por las zambas, terceronas, cuarteronas y toda la gama de criollas que tienen los ojos más grandes, la tez más blanca o de un tono más bermejo, y los rasgos más regulares.

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Una de las cosas que más me sorprendieron al llegar al Callao, es la cantidad de organillos o pianitos3, que hay allí. A ciertas horas se encuentran en todas las esquinas de las calles, y ocurre a menudo que tres o cuatro músicos se reúnen en una plazuela. Tocan entonces al mismo tiempo aires diferentes, y ni siquiera se preocupan de esta olla podrida (3) de sonidos discordantes, como si fueran sordos.

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Nunca había visto a uno de ellos tender la mano, ni a nadie darles un centavo (3), y me preguntaba con qué propósito hacían esta bulla; para aclarar el misterio seguí, una noche, al primero que pasó delante de mi puerta.

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Había hecho, al seguirle, varias paradas, cuando una chola vino a hablar con él, y les vi entrar juntos en una casa con las ventanas abiertas.

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En el medio de la pieza principal de esta casa había una mesa redonda, sobre esta mesa una silla, y sobre esta silla un niño sentado y atado a su asiento. Le habían puesto un sombrero de plumas rosadas y cosido alas de gaviotas en la espalda. Estaba cubierto de cintas y de flores. Era un niño de la casa muerto en la mañana.

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Al sonido del pianito4, las personas que le rodeaban se pusieron, algunas, a bailar, otras a acompañar la música con la voz o palmoteando. De vez en cuando se detenían para recobrar la respiración y beber Pisco, aguardiente de uvas del país. Algunos transeúntes entraban, bailaban un poco, tragaban una copita (4), y continuaban su camino. Esta ceremonia duró hasta la mañana siguiente, es decir hasta el momento en el cual se llevó al niño muerto, al cementerio, siempre sentado y al descubierto sobre su silla adornada con cintas.

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Los pueblos convertidos al cristianismo por los conquistadores del Nuevo Mundo exageran todavía el realismo que los españoles ponen en sus concepciones religiosas. Para el cholo, el niño bautizado que muere va sin duda al Paraíso. Es un angelito 5 (pequeño ángel). Y aquellos que le han dado a luz se esfuerzan en demostrar su alegría con danzas y libaciones.

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Sin embargo, no hay que creer que la música de los organillos sólo sirve aquí para acompañar a los niñitos que van al cielo. El baile es una necesidad innata en todas las clases del pueblo peruano. No hay ni una familia acomodada donde no haya un piano, ni

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una señorita que no sepa tocar, más o menos con propiedad. En el pueblo que vive al día, uno se contenta con una guitarra o con el pianito (5) que se anuncia en la calle. 21

No faltan las oportunidades de bailar. En el Perú casi hay un día feriado por semana, además del domingo, y se descansa días de fiesta que, en nuestro país, solamente los cabildos canónigos conocen. La danza popular es la zamacueca (danza zamba), que se ejecuta con una mímica tan expresiva como pintoresca. En una serie de piruetas atrevidas, de pisoteos provocativos, el caballero y su bailarina se persiguen y huyen, se escapan y vuelven a encontrarse. La dama, quien agita un pañuelo delante de sus ojos, trata de evitar la mirada del bailarín y acaba por entregarse. Se concibe que la zamacueca, que enciende actores y espectadores en el pueblo cholo y zambo, no esté admitida en los salones de la alta sociedad de Lima, por lo menos en presencia de extranjeros. Aun es solamente por contrabando que se mete la habanera o danza 6. La habanera es una cuadrilla menos agitada que la nuestra y perfectamente adaptada a los temperamentos lánguidos de la zona tórrida. Al final de cada figura, las dos parejas forman el círculo y, con un balanceo ritmado que estrecha todavía más las distancias, cada bailarín mira alternativamente en el fondo de los ojos a su vecina de la derecha y a su vecina de la izquierda. Este juego de miradas se prolonga durante varios compases de una lentitud encantadora. Se tocan también danzas europeas durante las fiestas, pero en un ritmo más lento que les hace perder su carácter.

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Las limeñas son famosas por su belleza en toda América del Sur y aun en otras partes. No creo que haya en Lima mujeres más bellas que en el resto del mundo, pero casi todas son bonitas. Cuando son totalmente blancas, tienen en general la cara atractiva sin ser irregular, la tez mate, la mirada dulce, y espléndidas cabelleras de sombra lisa donde les gustan amarrar, como una estrella blanca, la margarita del Perú, una especie de jacinto con pétalos glaseados y perfume penetrante. Y las que tienen por su origen tonos de piel más ardientes no son menos bellas.

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Los poetas que tienen la costumbre de comparar con las estrellas los ojos de las mujeres bonitas no encontrarían aquí sino estrellas de un tamaño de primera. En cambio, las limeñas tienen el pie de una pequeñez notable.

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Como los guantes, los calzados tienen sus números. Ahora bien, mientras que la medida mediana para las francesas es 34 a 37, para las alemanas y las inglesas, 37 a 40, los números que utilizan las peruanas están comprendidos entre 30 y 34. En los escaparates de los almacenes, los zapatos de satén hechos para sus pies combados parecen zapatos para niños. Estos calzados de Cenicienta, que llevan marcas francesas, antiguamente eran importados por el Perú en cantidades que asombran. La miseria de los tiempos y la alza de los aranceles han puesto a este lujo un freno deplorable para nuestro comercio. Pero las limeñas no han perdido por eso su amor por la danza. Raramente dejan el baile antes que el alba haya hecho amarillear el gas de los faroles y que la luz azulada de la mañana, que cae de las ventanas abiertas de par en par, no se haya reflejado en sus ojos límpidos.

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En la calle llevan la manta, especie de chal negro, llano o bordado, que envuelve la cabeza tal como una capa de religiosa, se abrocha sobre el hombro o en la espalda y cae sobre la falda. La manta tiene el inconveniente de esconder la cabellera y el cuello, pero sobre las lindas caras que encuadra, sus ribetes de tul y de encaje fino ponen deliciosas medias tintas. Finalmente, permite a las limeñas hacer resaltar su distinción en la manera de envolverse.

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Desde la negra pobre hasta la fastuosa descendiente de los conquistadores españoles, todas llevan la manta. Si esta moda se ha mantenido sin alteración desde el siglo XVI, se debe tal vez al hecho de que está prohibido para las mujeres entrar a la Iglesia si no tienen la cabeza cubierta con una manta. Conozco una dama francesa muy devota y de alta alcurnia quien, al día siguiente de su llegada a Lima, se fue a la misa mayor de la Catedral, vestida como lo hubiera estado en un caso parecido en París, y con un sombrero adornado con plumas. El negro que cumplía las funciones de pertiguero vino para rogarla de salir y presentarse en el futuro con un vestido más decente. Ella dejó la iglesia muy molesta y protestando.

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Según el último censo oficial, el cual data de 1876, el Perú cuenta solamente con 2'699,000 habitantes.

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Se sabe por la tradición y, a falta de la tradición se podría todavía afirmar basándose sobre numerosos indicios, que antes de la conquista la población era mucho más numerosa.

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Cuando uno penetra en los estrechos valles de los Andes, se nota sobre las pendientes de la Cordillera series de gradas formadas con muros groseros, similares a los que sostienen las viñas sobre ciertas colinas del Jura. Esas gradas o andenes estaban destinadas a apuntalar tierras que los Quechuas cultivaban en la época de los Incas. A la distancia, parecen como los rayos que el heno recién cortado forma en los prados y que en francés llamamos también andains. Ahora bien, cuando se considera esos espacios inmensos, en otro tiempo productivos, tan incultos hoy como los desiertos de la costa, los cuales también fueron fecundados antiguamente por gigantescas obras de canalización, y que, por otra parte, se piensa en la cantidad de ruinas acumuladas en todos los niveles del suelo peruano, uno entiende que la población del Perú haya sido, como lo sostienen algunos autores, de diez y aun de veinte millones de almas.

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En el Perú hay unos cien mil negros, todos descendientes de esclavos importados de Africa bajo el régimen español. Desde 1855, durante la presidencia del General Castilla, el Estado pagó su rescate y los liberó. Algunos continuaron trabajando como asalariados en las haciendas7, donde habían nacido. Pero la mayoría fueron reemplazados por chinos, y como era de esperar en un país donde la tierra da por ella misma casi todo lo que es necesario al hombre para su subsistencia, pronto añadieron a los vicios que nacen de la esclavitud los que son la consecuencia de la ociosidad. ¡Algunos han criticado el decreto de liberación; como si la causa principal de todo el mal no fuera la esclavitud misma y la trata odiosa que hace del hombre una mercancía! En una palabra, esos negros siempre están allí, listos para hacer campaña con el partido que se subleva en contra del gobierno establecido, verdadero fermento de guerra civil. Y se tiene la costumbre de atribuirles la mayoría de los delitos y de los crímenes que se cometen en los alrededores de las ciudades de la costa.

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Sin embargo, un buen número de gente declara que prefieren el negro al indio, al cual consideran más capaz de afecto verdadero y de abnegación sincera. Tal era el parecer de nuestro gran viajero Crevaux quien, durante sus exploraciones por diversos afluentes del Amazonas, tuvo al Negro Apatou como su más fiel compañero.

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Es verdad que los indios apenas han tenido más motivos que los negros para alabar a los blancos, y que, todavía en nuestro tiempo, ellos no tienen toda la culpa.

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Durante una de las excursiones que hice en el Perú, antes de emprender el viaje que quiero contar, tuve que quedarme varios días en un pueblito. El dueño de la única fonda

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(8) del lugar, un europeo llamado Laroni venido a América para hacer fortuna y que ya había amasado una cifra importante de pesos8, poseía, además de su hotel, un almacén donde hacía toda clase de tráficos. 34

Estaba en el hotel tomando una taza de café cuando un Indio trajo, para venderle, una carona (8), especie de alfombra de confección local, que se pone sobre el lomo de las muías antes de colocar la silla. • ¿Cuánto pides?, preguntó el comerciante. • Cinco soles en billetes. (Treinta sous)9.

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Laroni cogió la alfombra y la colocó sobre su mostrador; luego, sin haber pagado, se puso a limpiar sus uñas.

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Pasó media hora durante la cual la cara del autóctono, que estaba parado inmóvil enfrente del mostrador, expresó todos los grados de inquietud. Había caminado varias leguas para venir a vender esta carona a la ciudad. Pero no se atrevía a abrir la boca.

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A una señal del comprador, un mozo quitó la alfombra para llevarla al almacén ubicado en una casa vecina.

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El Indio, que sin duda temía que nunca le pagarían, salió detrás del mozo; al llegar a la calle le quitó el objeto de las manos diciendo que era su propiedad. A pesar de su aire distraído, Laroni no había perdido un detalle de la escena. Armándose de un palo se precipitó sobre el pobre diablo, descargó media docena de golpes sobre su espalda y acabó por romper el palo sobre su cara. El desgraciado pedía gracia mientras escupía sus dientes. Se alejó todo ensangrentado, y por cierto no ha vuelto desde entonces para reclamar el valor de su carona, de la cual el honesto comerciante no había olvidado apoderarse nuevamente.

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El acto de salvajismo había sido consumado en un abrir y cerrar de ojos y, cuando llegué a la calle, pude solamente decir a su autor que acababa de comportarse como un bruto.

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¿Habría motivo para asombrarse que el Indio golpeado y robado hubiera ido a unirse a los Montoneros10, para vengarse?

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¿Pero qué son los Montoneros (10). Pronto les vamos a conocer.

NOTAS 1. El poco conocimiento del castellano del recién llegado Ordinaire, lo ha llevado a esta confusión, error comprensible por la manera como en el habla cotidiana se pronuncia el participio del verbo callar: “callao” o “callau” que, así dicho, suena igual, en efecto, al nombre del puerto peruano. Callao, sin embargo, quiere decir “guijarro de río”, “anto rodado”, y es de allí de donde deriva el nombre del mencionado puerto, ubicado en la desembocadura del río Rímac. N.d.T. 2. Cita tomada del original en castellano y no retraducida del francés. Ver Ricardo Palma, Tradiciones Peruanas. Ed. Océano, Barcelona. 1982, T. II: 241-242. N.d.T. 3. En castellano en el texto. N.d.T. 4. En castellano en el texto. N.d.T. 5. En castellano en el texto. N.d.T.

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6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. Por la palabra hacienda se designa las explotaciones agrícolas, mineras y otras, y más particularmente la casa del dueño y las chozas de los trabajadores que la rodean. N.d.A. 8. En castellano en el texto. N.d.T. 9. “Sou” (plural: “sous”), moneda fraccionaria que valía la veinteava parte del franco o sea cinco céntimos. N.d.E. 10. En castellano en el texto. N.d.T.

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II. Huacas y Huacos.- De omni re scibili1 - Las ruinas de Pachacámac- El campo de batalla de San Juan.- ¡No es el Perú!.- Los naturales del Franco Condado en América.- Historia de un evadido de Cayena.- Programa de un viajero.

*** 1

El suelo peruano, en todas partes donde no hay bosques, está cubierto de ruinas. Dentro de un radio muy corto alrededor de Lima, están las ruinas de Pachacámac, Lurigancho, Cajamarquilla y la necrópolis de Ancón, donde se han hecho excavaciones fructíferas para los etnógrafos... y los impresores, pues han sido objeto de numerosos opúsculos en varios idiomas, y aun de un grueso volumen en alemán.

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Mis paseos en el llano inclinado, cubierto de pálido verdor, que riega el Rímac, me conducían a menudo hasta las Huacas, eminencias aisladas que a veces alcanzan las proporciones de verdaderas colinas, unas naturales, o que parecen tales, otras visiblemente elevadas por la mano del hombre, y que coronan restos de murallas de adobe2 o ladrillo crudo; la tierra, apretada o no en un molde, ha sido en esta costa, en todas las épocas, el elemento principal de las construcciones humanas.

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Las Huacas que se distinguen desde las dos líneas de ferrocarril que unen Callao con Lima, intrigan a todos los viajeros recientemente desembarcados. En cuanto a mí, no tuve reposo hasta que hube formado con algunos amigos una asociación para excavar uno de esos túmulos. Entre los miembros fundadores de dicha sociedad estuvieron dos de mis compatriotas naturales del Franco Condado: el recordado marqués de Tallenay, entonces ministro plenipotenciario de Francia en el Perú, y mi amigo Henry Michel quien, en su calidad de ingeniero, se encargó de la dirección general de los trabajos.

4

La huaca se componía de una multitud de habitaciones o chozas rectangulares de igual tamaño y sobrepuestas en filas decrecientes desde la base hasta el vértice, especie de pirámide alveolada de la cual el tiempo, que desgasta todos los ángulos, había hecho un cono. El tamaño de las chozas era el de una habitación quechua común. Encontramos momias acurrucadas, con las rodillas recogidas hacia el pecho, la cabeza apoyada en las

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manos, y, cerca de estos muertos, vasijas de tierra cocida o huacos, racimos de maíz, huesos, tejidos que presentaban en su trama dibujos raros, y cantidad de otros objetos, que están actualmente en el Museo del Trocadero3, lo que me dispensa de hablar de ellos aquí más detalladamente. Generalmente las momias estaban encerradas dentro de nichos o celdas colocadas contra las paredes de las chozas. 5

Ahora bien, mientras que nuestros peones cavaban los costados de la huaca, nosotros, miembros de la docta Sociedad, formábamos sobre la cima un cenáculo donde se agitaban las más transcendentales cuestiones etnológicas, por ejemplo la del origen de los primeros habitantes del país, que ciertos autores hacen partir de la China, otros de la India, aquellos de Egipto, ésos de Ophir, y que para llegar a América del Sur, pasaron, según unos, por el estrecho de Behring, según otros, por una cadena de islas del Pacífico de las cuales la mayoría de los eslabones han desaparecido, o también por algún continente sumergido, quizás por esa Atlántida de la cual habla Platón. Evitaba pronunciarme sobre un tópico tan arduo, limitándome a constatar una semejanza entre las figuras que ornan muchos de los huacos y ciertas figuras egipcias. No es que la plástica de los Incas haya alcanzado el mismo grado de perfección que la de los Faraones; para eso falta toda la diferencia que existe entre un bosquejo infantil y una obra de arte. Pero se encuentra, aquí y allá, las mismas formas cuadradas, la misma rigidez de líneas, y tipos que tienen un curioso aire de familia, cabezas de sacerdotes, por ejemplo, ataviadas de atributos más o menos parecidos.

6

El Culto del Sol ha sido practicado en Egipto como en el Perú; lo testimonia el edicto de Ahmenhotep IV, ese faraón de la dinastía XVIII, quien proscribió todos los demás cultos. Y los Peruanos han tenido, como los Egipcios, la noción de un Dios invisible al cual adoraron bajo el nombre de Pachacámac. En fin, unos y otros creyeron en la resurrección. Si los Quechuas enterraban, con sus muertos, maíz, frejoles y huacos llenos de un brebaje fermentado, era para que, al alcance de sus manos, tuviesen que comer y beber el día del despertar. Incluso, huecos y conductos practicados en la pared superior de las tumbas, permitían echar chicha fresca en los huacos para reemplazar al líquido evaporado, piadoso deber que los parientes del difunto no omitían cumplir con motivo de los Mallquis o fiestas de los muertos.

7

Mi amigo Henry Michel tenía sobre esas cosas resúmenes luminosos. Así, nos demostró que la huaca, esta colmena de la cual cada alvéolo contenía uno o varios cadáveres, había sido habitada por seres vivos.

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Para entender esta teoría, hay que saber que en el clima y al contacto del suelo salitroso de la costa, los cadáveres se desecan sin podrirse. En el tiempo de los Incas, sólo los mismos Incas conocían el arte de embalsamar, y lo practicaban únicamente con sus restos y los de sus esposas legítimas. Los simples mortales se contentaban con exponer al sol, protegidos de la voracidad de aves rapaces, los cuerpos de sus familiares, reintegrándoles en la casa luego que habían alcanzado un grado suficiente de desecación. De modo que la casa se llenaba poco a poco de nichos para momias, y que en un momento dado no quedaba lugar para los vivos. El muerto despedía al vivo, el cual, obligado a construir una nueva morada, la edificaba, según un plano establecido de antemano, contiguamente a la primera o encima. Así es, concluia Henry Michel, como fueron edificadas las pirámides genealógicas conocidas bajo el nombre de huacas.

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Algunas palmeras al pie de las Huacas del Callao, y viñas, cuyas hojas anchas aguirnaldan la base de los montículos, adornan el paisaje. Pero, de todas las ruinas de

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esta región, las más pintorescas como las más famosas, son, a seis leguas al norte de Lima, las del templo y de la ciudad santa de Pachacámac. 10

Para ir del Callao a Pachacámac, paseo que se hace a caballo en seis horas, hay que atravesar los campos de batalla de Miraflores y de San Juan, donde los Peruanos fueron vencidos por los Chilenos durante las sangrientas jornadas del 13 y 15 de enero de 1881. La acción más viva tuvo lugar sobre una cadena de colinas desnudas, cerca del pueblito de Chorrillos, el cual fue incendiado entre las dos jornadas.

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Ahora bien, cuando atravesé esas colinas por primera vez, en 1882, todas estaban todavía sembradas de huesos humanos, de restos de campamento, de jirones de uniformes, de vainas de espadas, de armas destrozadas. Los Gallinazos (Perenopteres urubus)4, feos pájaros negros y cotudos que viven en legiones en todas las partes habitadas de la América intertropical, donde todo lo que cae al suelo les pertenece, tuvieron de qué saciarse en este lugar. Los huesos limpiados de carne por ellos ya tenían la blancura de cal de los que se ven en los antiguos cementerios excavados por el arado. Sobre la vertiente septentrional del Morro Solar, una de las colinas, los restos humanos cubrían literalmente el suelo, sobre todo en los alrededores de una cruz que domina el paisaje. Era claro que una lucha heroica había tenido lugar allí, que los combatientes habían hecho esfuerzos supremos, éstos para guardar, ésos para conquistar un sitio al pie de esta cruz, cuyos brazos estaban adornados, según la costumbre americana, de una faja blanca y de grandes clavos simbólicos.

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Sin embargo, todos los muertos de ese día no fueron la presa de los urubús. Una parte fue inhumada, cubriéndoles de algunas paladas de tierra, cobertura ligera y que el viento podía llevarse. En efecto, algunos habían sido más o menos exhumados cuando pasé por allí. Pero en lugar de los huesos de los cuales Virgilio habla, Grandiaque effossis mirabitur ossa sepulcris,5, presentaban tegumentos intactos. Aquí y allí salía de tierra una mano rígida o una cabeza que los amigos del difunto hubieran podido reconocer. Esos restos espantaban mi caballo, el cual se echaba de costado a cada rato. Ningún olor salía del inmenso sepulcro.

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El aspecto de esos muertos que habían escapado de los gusanos bajo su mortaja de tierra seca, me convenció de que el estado de conservación de los cadáveres aymaras y quechuas que se extraen de las huacas, con sus largos cabellos adheridos al cráneo, resulta de una momificación natural.

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Las ruinas de Pachacámac han sido descritas minuciosamente por Rivero, Tschudi, Wiener y otros. Entonces, no voy a entretenerme haciendo la enumeración de los templos, palacios y hosterías de esa Meca quechua, donde los peregrinos afluian de todos los puntos del Imperio, ni de sus conventos de Vestales, verdaderos harenes para el uso de los Incas en viaje, ni de sus edificios extraños, inexplicados, formados de varios pisos o terrazas, a donde se sube por rampas sin gradas y en la cima de los cuales uno encuentra el orificio de un pozo o más exactamente de una vaina que ocupa la parte central del monumento. Sin embargo, quiero decir que este lugar es uno de los más pintorescos no solamente de la costa peruana, sino del mundo entero.

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Parece que los Peruanos le hayan escogido para edificar allí el templo del Creador como ofreciendo un resumen de la creación.

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El templo, de adobe, como la ciudad que domina, está sentado sobre un cerro 6, de rocas esquistosas de 150 metros de altura y que fue artificialmente ensanchado en su parte superior. Ahora bien, según que uno dirija su mirada hacia uno u otro de los puntos

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cardinales, se contempla, desde esta cima, la sierra o el mar, el desierto desnudado o la tierra arbolada y verdeante. 17

Al norte, el desierto de la naturaleza invade y borra aquí y allí el desierto de las ruinas. De los llanos sombríos de este sahara, el viento levanta sudarios de arena y los echa sobre la ciudad muerta, verdadero espectro de tierra, incoloro y vago, que toma un poco de relieve solamente en las horas cuando el sol oblicuo hace caer las sombras de los edificios desparrancados y proyecta líneas en sus ángulos. Un oasis compuesto de una corta alfombra de hierba, de una charca de agua y de algunas palmeras, hace resaltar más que corregir la inmensa desolación de este conjunto. Que el espectador dé la vuelta, y tendrá a la vista un valle fresco y fértil, regado por un lindo río, el río Lurín, el cual serpentea entre praderas risueñas y bosquecillos de árboles llenos de cantos de pájaros. Y el verdor es más vigoroso en este edílico lugar que en cualquier otro punto de la costa. Al este, están las grandes olas inmóviles de los Andes, las masas gigantes de la Cordillera en las cuales la nieve a veces blanquea las cimas. Y al poniente, el eterno movimiento, el Océano azul cuyas olas se rompen al pie del montículo y cuya voz siempre grave, que se apacigua o se infla, sube hasta el templo como un lamento o una oración.

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Cuando Atahualpa, prisionero de Francisco Pizarro en Cajamarca, le hubiera ofrecido pagar su rescate al precio del oro que podría caber en la sala que le servía de prisión, hasta el nivel que él trazó en la pared, tan alto como pudo, dice la tradición, él mismo indicó el templo de Pachacámac como uno de los edificios del Imperio donde había más objetos de oro. Lo que dijo sobre eso despertó tales codicias en el alma de los conquistadores, que Francisco Pizarro, no queriendo dejar a los emisarios del Inca el cuidado de ir a recoger los tesoros descritos, confió esta tarea a su hermano Fernando, el cual salió en seguida para cumplirla con veinte jinetes y algunos infantes.

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De Cajamarca a Pachacámac hay 130 leguas y, para hacer este viaje, por los senderos de la sierra que los Quechuas no habían trazado para caballos, los españoles necesitaron veintiocho días. Llegaron al término de su expedición el 30 de junio de 1533. Era un poco tarde, pues los sacerdotes de Pachacámac, prevenidos de su marcha y adivinando su intención, habían, desde varios días, quitado del templo sus estatuas de oro macizo y otros adornos que escondieron no se sabe dónde y que ciertas gentes buscan todavía.

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Al entrar en el templo que Cieza de León llama la Mezquita, los aventureros percibieron un olor nauseabundo de osario proveniente de un altar donde, como antiguamente en el templo de Jerusalém, tenían lugar sacrificios sangrientos. Arrancaron un ídolo de madera, especie de monstruo de cabeza humana cuyo papel principal era, parece, pronunciar oráculos que los sacerdotes traducían a los creyentes, lo que prueba que allí, como en el resto del mundo, el culto de Pachacámac había degenerado de manera extraña. Los españoles, quienes entonces no tenían tiempo que perder, se contentaron con quemar este ídolo, pero volvieron dos años después para continuar la obra de destrucción y poner la ciudad y el templo en el estado en el cual se encuentran hoy.

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Se sabe que no estuvieron decepcionados en todas partes como en Pachacámac. Encontraron en el Perú tanto oro y tanta plata en forma de ídolos, vasijas y otros objetos, piedras preciosas de una tan bella agua, y volvieron llevando a España tales tesoros que no es sorprendente que el Perú haya tomado lugar entre los países fabulosos y que Voltaire haya enviado a Cándido allí para descubrir este Eldorado, donde los guijarros eran de oro, esmeralda y rubí.

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En este siglo todavía, la explotación del guano y del salitre fue la fuente de fortunas enormes. Pero hoy en día las minas de oro rinden poco. Los chilenos se han apoderado del salitre y de lo que queda del guano en las islas Lobos. Y se escucha decir en el Perú, tan a menudo como en otras partes: “¡No es el Perú!”.

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Estimo en 2,500 el número de franceses que viven actualmente en el Perú. Una gran parte de las casas comerciales establecidas en Lima para la venta de mercancías europeas son francesas. Y tenemos allá grandes empresas, tales como la del Muelle y Darsena del Callao, e importantes explotaciones, sea agrícolas, sea mineras.

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Había en el Perú alemanes que pensaban realizar sus pertenencias para ir a terminar sus días en América del Norte. Más allá de los mares, el francés tiene un solo sueño que es volver a ver Francia.

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En mi provincia de Franco Condado7 está bastante de moda, bajo el Imperio, ir a buscar fortuna en América. La tenacidad que caracteriza a los naturales del Franco Condado era, si no una garantía, al menos una causa de éxito. En efecto, muchos han salido airosos, la mayoría haciendo el oficio que tenían en Francia. Pero no conozco ninguno que haya atesorado millones. Todos volvían, desde que tenían con qué vivir cómodamente, siendo la más tenaz de sus voluntades la de volver a traer sus huesos a Francia.

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La anécdota siguiente que tengo del Sr. de Tallenay puede asombrar al que nunca ha dejado su ciudad natal, pero no al exiliado, voluntario o forzado, que está alejado a tres mil leguas.

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Un francés que poseía una casa comercial en una de las capitales de la América española y que era muy estimado allí, se presentó un día al cónsul de Francia en dicha ciudad y le declaró que venía a entregarse. Expuso que se había escapado de Cayena, donde tenía que sufrir la pena de no sé ya cuántos años de trabajos forzados y que había atravesado solo, desafiando mil muertes, las quinientas o seiscientas leguas de selvas vírgenes, pobladas de tribus salvajes y de bestias feroces, infestadas de pantanos pestilentes, que separan nuestra colonia penitenciaria de la capital en cuestión. Había adquirido, después, una honrada fortuna por su trabajo y hubiera podido vivir de sus rentas en América, rodeado de consideración y estima; pero no podía ya soportar el pensamiento de que le estaba prohibido para siempre volver a ver su país. Esta idea le torturaba hasta tal punto que para conquistar el derecho de volver a Francia, había tomado la resolución de sufrir su condena. Y, derramando abundantes lágrimas, declaró su verdadero nombre a fin de que le remitan al presidio.

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El acta de sumisión fue redactada y, algunos días después, un buque francés recibía al prófugo arrepentido.

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Desde el presidio escribió al cónsul que, en viaje de vuelta, una sola cosa le había parecido dura: era que La Martinica, donde el barco debía pararse algunos días, se le hubiese hecho conducir a la cárcel “entre deux gendarmes” 8, como si hubiera podido, decía él, tener la intención de escaparse. Sin embargo, evitaba quejarse. Dos o tres años después fue indultado.

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El Señor de Tallenay, el ministro amado, a quien escuché varias veces contar este hecho con una voz emocionada, no debía él mismo tener la felicidad de volver a ver su país. Reposa en una tumba mural del cementerio de Lima, al lado de dos cónsules generales que representaron antes de él a Francia en el Perú: el Sr. Edmond de Lesseps y el conde de Ratti-Menton.

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Experimenté una viva emoción, cuando en el mes de junio de 1885, constaté que yo podía volver a Francia.

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Las cartas expedidas desde el Callao para París, vía Panamá, llegan a su destino al cabo de un mes y algunos días. Si hubiese escuchado solamente a mi corazón, hubiera tomado en seguida esta vía rápida. Pero, para completar los estudios geográficos, etnográficos y comerciales que me había fijado, era menester que yo recorriese las selvas del Perú y las del Brasil. En fin tenía un programa, que era atravesar el continente americano para ir a embarcarme sobre el Atlántico, en la desembocadura del Amazonas... ¡Y yo también soy un natural del Franco Condado!

NOTAS 1. “De todo lo que puede saberse”. Era la divisa del italiano Juan Pico de la Mirándola. N.d.E. 2. En castellano en el texto. N.d.T. 3. Es decir el Museo del Hombre en París, situado en la Plaza del Trocadero. N.d.T. 4. Los gallinazos (en castellano en el texto) peruanos del orden ACCIPITRES y de la familia CATHARTIDAE son: el Gallinazo cabeza negra o urubú en el Brasil (Coragyps atratus sp.), el más común; el gallinazo cabeza roja (Cathartes aura sp.); y el gallinazo cabeza amarilla (Cathartes melambrotos sp.), que se encuentra solamente en la selva virgen. Ver por ejemplo H. y M. Koepcke, Las Aves de Importancia económica del Perú. 1963, Ministerio de Agricultura, Lima. O. Ordinaire habla del gallinazo cabeza negra y su identificación corresponde a la vieja clasificación zoológica. N.d.E. 5. “Se extrañará uno de los huesos innumerables [en] estos sepulcros desparramados”. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. Provincia del este de Francia cuya capital es Besanzón. N.d.E. 8. Locución francesa que significa “entre dos guardias civiles”. N.d.E.

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III. El Perú del Pacífico y el Perú del Amazonas - Itinerario.- La canoa de las Misiones.-Salida.- Los Montoneros.- La Lloclla.- En un albergue abandonado.- Obrajillo y Canta.-

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Desde el punto de vista de sus comunicaciones con el exterior, el Perú se divide en dos regiones: el Perú del Pacífico y el Perú del Amazonas. El primero, que da salida a sus productos por el gran Océano, comprende la Costa, la Sierra y algunos valles altos de la Montaña1 o país de los bosques. El segundo, formado por la mayor parte de los inmensos territorios que separan los Andes del Brasil, tiene como capital efectiva a Iquitos y se comunica con el resto del mundo por el Amazonas y el Océano Atlántico.

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Esas dos regiones están separadas por una zona de selvas, consideradas como el dominio de tribus salvajes. Para atravesar esta zona, hay una vía conocida y bastante frecuentada: la que pasa por el norte del Perú y la provincia de Moyobamba. Pero es precisamente porque este camino es conocido que me convenía tomar otro. Todos los demás son caminos puramente teóricos que se confunden con el curso de los ríos. Algunos han sido explorados: el río Urubamba por franceses, el conde de Castelnau y Paul Marcoy; el Apurímac por un peruano, el Sr. Samanés (sic. Samanez y Ocampo); el Perené por el ingeniero suizo Arthur Wertheman2; el Huallaga por viajeros de varias nacionalidades. La ruta del Palcazú no había sido seguida todavía más que por algunos religiosos de la orden de los Descalzos3, yendo de su convento de Ocopa a sus misiones del Ucayali. Ofrece la ventaja de ser la más corta. Así, después de haber examinado, estudiado, debatido, revisado, recapitulado, balanceado el pro y el contra de los itinerarios posibles, fue la que adopté.

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Me enteré que, desde hacía cuatro años, una canoa de Indios bajaba y remontaba cada año, en épocas fijas, los ríos Palcazú y Pachitea, llevando a los misioneros o su correspondencia. Toda mi diplomacia desde entonces tuvo por objeto ser admitido en esa canoa. Era, según el parecer unánime, la única posibilidad de no ser comido, en las selvas del Pachitea, por los Cashibos. Así pues, escribií al Reverendo Padre Guardián (3), o Superior de los Descalzos, el cual tuvo a bien responderme que yo podía contar con la

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canoa. Al mismo tiempo me dio una cita en Ocopa para la primera quincena del mes de agosto. 4

En realidad, era obligarme, a realizar un desvio de una treintena de leguas. Pero, me dije, treinta leguas de más o de menos en un viaje de diez o doce mil kilómetros, no es una gran cosa, y activé mis preparativos.

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El Perú estaba entonces en plena guerra civil. Y como es la regla en tales casos, los Montoneros recorrían el país. Se decía que eran de dos tipos: los cuerpos francos guerreando por cuenta de uno de los partidos en pugna, y los simples bandidos sin predilecciones políticas reconocidas, sin contar las Indiadas 4 o levantamientos de Indios descontentos, cuyas bandas aparecían a veces, armadas de lanzas, sobre las alturas, desde donde hacían rodar rocas sobre quienquiera que se aventuraba en ciertos senderos.

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Mi programa era salir por el ferrocarril de La Oroya, el cual me hubiera conducido hasta Chicla, a una altitud de 3,700 metros y solamente a dos días de marcha de Ocopa. Pero algunos días antes de la fecha del 25 de julio de 1885 fijada para mi salida, las tropas limeñas abandonaron la línea de La Oroya y el servicio de los trenes fue interrumpido. Una buena mañana se supo que todos los caminos de la Sierra estaban ocupados por los Montoneros.

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Conociendo esta noticia, mis amigos me mandaron una delegación para hacerme reproches.

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Debía, según ellos, esperar tiempos más tranquilos. Lo menos que me podría ocurrir en las circunstancias actuales era que los Montoneros tomasen mi equipaje y me dejasen desnudo como un gusano sobre una roca. Y me citaban, en apoyo a sus siniestras profecías, un montón de ejemplos, cada uno más lamentable que el otro.

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Tal vez me hubiese dejado convencer si no hubiera temido perder la canoa de los frailes, la cual ya veía bajar las aguas verdes del Palcazú.

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Una grave dificultad se presentó. Necesitaba cuatro bestias, caballos o muías: una para mí, dos para mi equipaje, la cuarta para el arriero 5 encargado de cuidar dichas bestias y de devolverlas a su dueño. Todos los que las alquilaban, compartiendo la opinión de mis amigos, me negaban categóricamente sus animales. Sin embargo, terminé por encontrar cuatro muías cojas pagando por su alquiler más que su valor intrínseco. Incluso, fue a condición que en lugar de pasar por el valle de Chicla, como tenía la intención, pasaría por el de Canta. Consentí a todo dado la imposibilidad de hacerlo de otro modo y, el 25 por la mañana, me fui del Callao a Lima por el último tramo de ferrocarril que funcionaba en la costa del Perú.

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Animales y carga me esperaban en un albergue del suburbio, el Tambo de Bedón. Allí, mis excelentes amigos de Lima y del Callao vinieron a despedirse y a desearme buen viaje. Algunos incluso, montados sobre caballos que caracoleaban con soberbia al lado de mis pobres muías, me acompañaron hasta diez leguas fuera de Lima, a la hacienda de Maca, donde el Sr. Higueras nos hizo la más amable acogida. Que reciba mis agradecimientos, así como los señores Canevaro, Calmet, Heros, Camacho, quienes, en esta primera parte de mi viaje, me hicieron conocer todo lo que hay de cordial y de generoso en la hospitalidad peruana.

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Los valles de los Andes occidentales comprendidos entre paralelos poco alejados se parecen todos. Allí, los mismos paisajes se suceden, en el mismo orden, de suerte que a altitudes iguales se les podría confundir a menudo.

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Al salir de Lima pasamos al pie del Cerro de las Amancaes, cuyas cumbres estaban cubiertas de esta vegetación tierna y efímera que verdea las cimas vecinas del mar en época de brumas. Luego entramos en la zona más seca y más cálida de la Cordillera. Allí no había más verdor que el que bordea el río y sus derivaciones artificiales sobre el fondo plano del valle. Los costados de los cerros, de un gris terroso, a veces teñidos de rosado, son absolutamente desnudos, y sus crestas se destacan sobre el cielo con una nitidez incomparable.

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Esta región es el teatro de un fenómeno espantoso y cuyos efectos constaté incluso en Maca. Sobre los cerros, de ordinario tan áridos, caen, cada siete u ocho años, lluvias torrenciales. Al escurrirse sobre las laderas que no están protegidas por cobertura alguna, las aguas arrastran enormes cantidades de tierra y de roca disgregadas que forman al fondo del valle un verdadero río de barro. Eso es lo que los Quichuas llaman la lloclla. Su marcha es lenta y su proximidad se anuncia con un ruido formidable. Engloba todo lo que encuentra en su camino, acarrea enormes bloques, cava barrancos profundos en los terrenos que le ponen obstáculo. La casa del Sr. Higueras ha estado a punto de ser arrastrada por la última lloclla, la cual ha hundido y transtornado el suelo sobre una gran extensión frente a dicha casa, a nivel de su fachada principal, dejándola así al borde de un precipicio.

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Cuando, para obedecer a su impulso primitivo, la lloclla atraviesa el río, el cual, en Maca, se llama el río Chillón, ella bebe literalmente el lecho del río quedándose en seco debajo de la línea de encuentro. Al desecarse, forma una masa muy dura en donde rocas de toda especie están aglutinadas.

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Desde Maca hasta el Tambo de Yaso, donde el valle, al estrecharse, se vuelve lo que en el Perú llaman quebrada6, la etapa es corta. Pero la lloclla, la despedida de mis amigos y la cordial insistencia de mi huésped me habían retenido hasta después del medio día; por eso no llegué a Yaso más que en la noche.

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Encontré totalmente abierta la puerta del albergue, pero sin ningún posadero. Había dejado el sitio desde la víspera, llevándose sus provisiones para sustraerlas de la voracidad conocida de las tropas en campaña. En materia de muebles, sólo quedaba en la casa el armazón de una cama. Me instalé mal que bien sobre sus tablas mal unidas, no sin haber hecho un frugal préstamo a mis alforjas (6), talega tradicional del viajero en los Andes. Y, en un sueño atravesado de agujetas, soñé que los Montoneros, sobreviniendo repentinamente, me confundían con el posadero y querían, a la fuerza, que les sirviera de cenar.

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No debía encontrarles, en realidad, sino un poco más lejos.

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Desde hacía mucho tiempo había rivalidad entre la villa de Obrajillo, situada a la orilla del río, y la pequeña ciudad de Canta posada sobre la altura. De esta manera, los habitantes de Obrajillo se habían declarado partidarios del general X..., jefe de uno de los partidos beligerantes, mientras que los de Canta abrazaron como un solo hombre la causa del general Y... Cuando los ejércitos enemigos se encontraban en estos parajes, lo que ocurrió varias veces, canteños y obrajiños, aprovechando celosamente la ocasión, se peleaban entre ellos encarnizadamente por la causa de su partido y por su propia cuenta. El desenlace fue fatal para Canta, que fue tomada y quemada.

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A mi llegada a Obrajillo, fui recibido por una patrulla cuyo traje era bastante pintoresco: ponchos de varios colores, pantalones ad libitum 7, armas variadas. Solamente los fieltros eran semejantes, todos de forma cónica. Esta vez, tenía que habérmelas con

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Montoneros. Después de haber mirado a mis animales y a mi persona de una manera que parecía decir: tiene que ser un pobre diablo para tener muías tan malas, me condujeron a una casa de la cual salía un gran ruido y donde entré después de haber recomendado al arriero tener el ojo abierto sobre el equipaje. Era precisamente el 28 de julio, día aniversario de la Independencia del Perú, y los Montoneros celebraban esta fiesta nacional bebiendo ron y chicha. Eran buenos mozos, mestizos en su mayor parte y de talla alta para su raza. Su jefe, que tenía el grado de Coronel, me recibió cortésmente y, después de dar una mirada al pasaporte de la legación de Francia que le presenté, me invitó a sentarme y a beber. Mientras que le pedía un salvoconducto que pudiese presentar a aquellos de sus guerreros que la casualidad pondría en mi camino, las conversaciones, interrumpidas un instante, empezaron nuevamente con animación. Luego, no sé que conversación había excitado el entusiasmo general, todos gritaron: ¡Viva el general X...! 21

No podía decentemente tomar parte en esta manifestación. Al hacerlo, hubiera faltado a las normas de delicadeza más elementales. Tanto más cuanto que tenía también en mi bolsillo un pasaporte del general Y. Por eso, me soné la nariz para aparentar serenidad. Pero se notó mi abstención y uno de los Montoneros, mirándome muy de cerca e invitándome con un gesto a acompañarle, gritó por segunda vez: ¡Viva el general X...!

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Yo continuaba callado. • Después de todo, dijo el Montonero, que continuaba mirándome de arriba a abajo, ¡no sabemos quien es este individuo! ¿Qué nos prueba que no es un espía? ¿Sus papeles? ¡Conocido! Todos los espías tienen papeles. • Pretende que va a Francia pasando por Ocopa, observó otro, ¡qué buena farsa!

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Empecé a explicar que mi deber como extranjero era observar una estricta neutralidad entre los partidos, cuando el coronel puso fin a mi embarazo declarando que me conocía y respondía por mí. Además, tuvo la cortesía de darme el salvoconducto solicitado, el cual no tardaría en necesitar.

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En efecto, al día siguiente en la mañana, mientras continuaba mi camino y no estaba todavía más que a algunos pasos de la casa hospitalaria donde había pasado la noche, me encontré en medio de una nueva banda de guerrilleros. Como los de la víspera, envolvieron mis bestias y sus cargas con miradas expresivas, después de lo cual uno de ellos, agarrando por la brida la mula que le pareció mejor y sobre la cual estaba montado el arriero, exclamó: ¡Por fin encuentro mi mula! ¡Esta mula me pertenece!

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- ¡Vamos a hablar al coronel, dije yo, sacando de mi bolsillo mi salvoconducto, y veremos!

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El dudó un instante para reconocer el documento, y soltando la brida:

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- Perdone, señor, dijo muy humildemente, me equivocaba, la mula no es mía! 8.

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Después de esto, salimos de Obrajillo.

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No quisiera que el lector se imaginase al leer este relato, que no se puede viajar en el Perú sin habérselas con montoneros de una u otra clase. ¡De todos los Estados de América del Sur, el Perú es tal vez aquel donde uno tiene, por lo menos en la parte directamente sometida al gobierno central, más seguridad! Esto viene sin duda de que los Indios, quienes constituyen la mayor parte de la población, estaban ya civilizados en el tiempo de los Incas y sometidos a un régimen donde el crimen y la mayoría de los delitos estaban castigados con una severidad que nos parece incluso excesiva.

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NOTAS 1. Sierra y Montaña, en castellano en el texto, como regiones geográficas. N.d.E. 2. Ver las obras de estos cuatro viajeros, particularmente la nueva edición del diario de exploración de J. Samanez y Ocampo: Exploración de los Ríos Peruanos, Apurímac, Eni, Tambo, Ucayali y Urubamba. Lima, 1980. N.d.E. 3. En castellano en el texto. N.d.T. 4. En castellano en el texto. N.d.T. 5. En castellano en el texto. N.d.T. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. “A voluntad”, al gusto de cada uno. N.d.E. 8. En castellano en el texto. N.d.T.

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IV. La zona media y la Ceja de la Cordillera1... Las Viudas - En la Puna.- Las Haciendas de Ganado (1).- Requisiciones.- Llegada a Ocopa.- Los Eucaliptos del R. P. Gabriel Sala.- Como los monjes acostumbran a sus visitantes a la paciencia.- La sopa de los pobres.- Me enfermo en el convento.- Mis dos médicos.

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Las faldas de la Sierra, completamente peladas en la zona inferior, se adornan, hacia la altitud de mil quinientos metros, de arbolitos verdes, de gramíneas con frágiles espigas, de zarzas velludas, y, durante la época de lluvias, de una multitud de flores de frescos colores. En los alrededores de Obrajillo, a la altura de 2,591 metros, la vegetación crece y se torna espesa hasta formar ramilletes de bosques. Luego, el sendero se parece a una escalera de granito tan empinada que para conservar el equilibrio el viajero se ve obligado a inclinarse a medias sobre el cuello de su mula. El río a veces se rompe contra los bloques de peñascos cubriendo de incrustaciones verdes los vapores de gotitas que rebotan; a veces caen en cascadas desde lo alto de murallas verticales que flanquean el estrecho valle.

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En el pueblo de Culluay (3,688 metros) yo había alcanzado lo que llaman la Ceja de la Cordillera (1). A la orilla del río, que no es más que un arroyo (1), las rocas se visten de lίquenes grises. Respecto a los arbustos, casi no se ven más que chuquiragas floridas con tirsos morados y algunos altramuces de flores rojas. Sin embargo, desaparecen rápido para dejar su lugar al ichu, hierba corta que cubre las dos vertientes del valle de manteles uniformes. Este terciopelo, entrecano como nuestros pastos al fin del otoño, reposan los ojos cansados por los relieves violentos y las luces duras de la Sierra baja. Gozaba de esta naturaleza discreta como si, al haber escalado ya cincuentiocho grados de latitud, hubiese llegado a algún alto valle de los Alpes.

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A los 4,200 metros, sobre un césped rociado por claros chorrillos de agua, vi miosotas de un celeste tierno, al lado de la pulluaga (culcitium nivale) que abriga su corola amarilla en un pelluzgón de estopa. Esta zona, que forma el límite del mundo viviente, tiene verdaderamente un encanto particular. Allá mismo donde se acaba el ichu, en los

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pedriscos esquistosos, aparecen flores de corto tallo esparcidas como las estrellas en las regiones desnudas del cielo, entre otras, el Huamanripa (Chryptochoetes andicola) que florece hasta en la nieve. 4

Sobre la línea de división de las aguas del Pacífico y del Atlántico, en el punto culminante del abra, mi barómetro indicaba al altitud de 4,588 metros. Fajas de nieve que bajaban hacia el sendero, se pegaban a las faldas entretalladas de las masas rocosas de color oscuro, de formas extrañas, las que dominan este pasaje y que llaman La Cordillera de la Viuda2.

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Cuando un Inca moría, la regla era que sus viudas se matasen para ser sepultadas con él. En nuestra época, cuando un indio quechua pasa a un mundo mejor, su viuda, durante varias noches consecutivas, expresa su dolor al aire libre, y alaba los méritos del difunto en melopeas lúgubres que dan escalofios a las tinieblas. Entonces, no es por antífrasis que se les da el nombre de Viudas a las cimas de la Sierra Occidental que se yerguen, estériles y desoladas, en la atmósfera fría donde está proscrita la vida.

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Habiendo atravesado muy lentamente el abra, pues a esta altura tanto las muías como los hombres tienen mal de montaña, llegué sobre las Punas o mesetas entre las Cordilleras, donde el ichu reaparece y extiende oscuras alfombras hasta donde alcanza la vista. Manchas blanquecinas que indican el lugar de lagos desecados, verdaderos lagos sin orillas de cañas, extraños como son los ojos sin cejas, rocas a flor de tierra cubiertas de estrías, depresiones del terreno que dibujan valles poco profundos, bordeados de acantilados calcáreos, son los accidentes ordinarios de esas soledades salvajes donde se cabalga días enteros a una altitud de más de cuatro mil metros, sin percibirse un techo, sin encontrar alma viviente3.

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Las Haciendas de Ganado4 están separadas unas de otras por distancias de ocho a diez leguas. Dan la nota severa del paisaje. En el techo de la casa del dueño hay guirnaldas colgadas: son zorros disecados y a veces jaguares que la perspectiva de una comida de carne fresca había atraído desde las selvas de la montaña hacia esas alturas. Las chocitas de los pastores están agrupadas en los alrededores. En un edificio aparte se almacena la lana que se exporta a Inglaterra y que constituye el recurso principal de esas inmensas haciendas. La de Corpacancha, donde pasé una noche, tiene cuarenta leguas de contorno y alimenta, un año con otro, mil bueyes y cincuenta mil carneros. La de Atocsaico (palabra quechua que significa madriguera del zorro) tiene treinta y seis leguas de circunferencia. Es un promedio. Encontré un destacamento de húsares en visita de requisición: Atocsaico debía entregar cuarenta bueyes y ochocientos carneros; a Corpacancha se le impuso suministrar mil carneros y cincuenta cabezas de ganado mayor. Era la tercera o cuarta vez desde el principio de la guerra que los hacendados de ganado5 se veían obligados a responder a tales pedidos.

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De Atocsaico a Ocopa, que está solamente a una altitud de 3,353 metros, en un valle templado, hay veinticinco leguas. Hubiera podido descansar durante las etapas de Tarma y de Jauja, pero, pensando insistentemente en que la canoa partiría sin mí, me paré solamente durante el tiempo estrictamente necesario para no dejar mis bestias caer de fatiga o morir de hambre. En lo posible apuré el paso de mi mula que ya no podía más. Incluso mi perro, mi buen Pescador, al cual no había tenido el ánimo de dejar en el Callao, había gastado sus patitas en los senderos pedregosos de la Sierra y seguía con bastante dificultad. Por fin, el 3 de agosto, alrededor de las cuatro de la tarde, tocaba a la puerta del convento de los Descalzos.

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Después de cuarenticinco minutos, el fraile portero vino a abrirme. Me condujo a una celda que servía de locutorio y desapareció. Pude comparar tranquilamente entre ellas, sin ser molestado por ningún ruido, las cabezas calvas, más bien enérgicas que beatas, de los papas y cardenales de la orden de San Francisco reunidos en el cuadro que adorna esta celda principal. Me habían prevenido que la regla de los Descalzos es de hacer esperar a sus visitantes, sin duda como ejercicio de paciencia. De tal manera que, bien convencido que el procedimiento no había sido inventado para mí, no me desconcerté. Incluso me quedé tan quieto que me dormí, y parece que roncaba cuando el R. P. Gabriel Sala, superior de la comunidad, entró.- No pensaba encontrarle a Ud. aquí, me dijo, sino a alguno de mis penitentes habituales. ¡Pensaba que Ud. estaba todavía en el Callao! Y enseguida se mostró muy cordial y lleno de bonhomía.

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Para llegar a la puerta del convento, hay que atravesar un vasto jardín donde el padre Sala cultiva con ternura diversas variedades de eucaliptos, cuyas semillas le habían sido enviadas desde París por la casa Vilmorin-Andrieux. Desafortunadamente los Indios están convencidos que la vecindad de un Eucalipto preserva de toda clase de enfermedades, y, de muy lejos, vienen a arrancar, durante la noche, los jóvenes árboles del jardín monástico para replantarles cerca de sus casas. Es la manera de ellos de abusar del padre Sala.

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Un día que estaba en su vivero con el catálogo de Vilmorin-Andrieux en la mano, un joven oficial del Estado Mayor llegó todo flamante y con su bigote parado, rompiendo las cinchas de su caballo. Era un ayudante de campo del general X, portador de una carta. Puso pie a tierra y tocó la puerta. Como es costumbre en tales casos, nadie vino para abrirle. Le observé desde un macizo de flores donde no me podía ver, y comprendí por su manera de tocarse el bigote, que esta estación frente a la puerta le parecía intolerable. Evidentemente había sido atacada su altivez española, y ésta no es un sentimiento que ocupe poco espacio bajo el morrión de plumas de los jóvenes oficiales del Estado Mayor, nietos de los conquistadores del Perú. Se puso a sacudir con toda la fuerza la cuerda de la campana. Nadie respondió. Entonces su cólera subió a su paroxismo. Tomando por un fraile jardinero al padre Sala, quien, a dos pasos de esta tempestad, ponía etiquetas a sus eucaliptos con el aire más tranquilo del mundo, él le gritó:

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- ¡Monje!, ¡vaya a decir al superior de este convento que yo lo espero aquí para quitarme las espuelas!6. Palabra que, en una boca peruana, equivale a "lustrar mis botas" o "limpiar el barro de mis zapatos".

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El prelado -el R. P. Guardián tiene el título de prelado- se acercó a él con la sonrisa en los labios. Siento no haber podido entender lo que le dijo, pero se debe creer que sus palabras hicieron impresión sobre el militar, pues le vi luego besar la manga de su traje de monje, como la gente de este país tiene costumbre de hacerlo.

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La fundación del monasterio de Ocopa, que ha costado sumas fabulosas, data del primer siglo de la colonización española7. Comprende un convento propiamente dicho que alberga actualmente una docena de padres franciscanos, un noviciado y un colegio, semillero de las futuras misiones, donde son educados de cincuenta a sesenta niños. Estos monjecitos, que llevan capuchitas de fraile, son todos españoles y, en la mayoría, catalanes. Los trabajos manuales están confiados a hermanos legos, mulatos o mestizos, de nacionalidad peruana. Cada tres años se hacen elecciones en capítulo 8, bajo la presidencia de un padre comisario quien no forma parte del convento, y se renuevan los dignatarios o funcionarios, desde el R. P. Guardián (8) hasta el jardinero. Este último

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es reelegible, pero el R. P. Guardián no. Sin embargo, él puede ser nombrado Prefecto de las misiones, y entonces deja la casa madre para ir a convertir a los salvajes. 15

Como en el monte San Bernardo, todos los viajeros, cualquiera sea su nacionalidad o su religión, son recibidos y albergados en el convento de Ocopa, donde un refectorio especial les está asignado. No faltan quienes le aprovechan, pues encontrarían difícilmente en los pueblos de los alrededores hospedaje y comida, ya que los indios de esta región son por su naturaleza poco hospitalarios, más que todo con respecto a los blancos que designan bajo el nombre de gringos.

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Dos veces al día, al medio día y a las ocho de la noche, la puerta del monasterio, que a otras horas permanece cerrada con tanta obstinación, se abre de por sí, y en el patio interior aparece, al lado de una paila ventruda, un monje armado de un cucharón. Pobres de ambos sexos y de todas las edades, enfermizos y tullidos, vienen en procesión y tienden escudillas al monje, quien las llena con una sopa espesa que contiene pedazos de carne, papas, y repollos. En Ocopa, la carne no es un alimento grasoso, pues los religiosos mismos comen de ella y la hacen comer a los demás todos los días de la semana.

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El padre Sala es sin duda uno de los hombres más finos que haya encontrado entre los dos trópicos. Añade a esto que es un excelente músico que toca el órgano y el piano y conoce de memoria todos los yaravíes de la Sierra. Incluso me prometió anotar para mí algunos de estos motivos quechuas de factura extraña y que exhalan una tristeza singular.

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A fin de que yo pudiera volver a entrar a cualquier hora sin hacer nuevas estaciones en el Jardín de los Eucaliptos, me dieron una llave del convento. Estaba conmovido por estas atenciones. Sin embargo, si hubiera podido prever en el Callao lo que me esperaba en Ocopa, no me hubiera apurado tanto para ir allá. Primero, supe que el Capítulo 9, anunciado para los primeros días de agosto, no tendría lugar sino más tarde, no se podía decir cuando, pues no llegaba el Padre Comisario (9). Este había tenido que ir de Lima a Quito para presidir otras elecciones, y desde su salida no se había recibido ninguna noticia suya. Como sólo el Capítulo podía nombrar al Prefecto de las Misiones y designar los religiosos que debían acompañarle, la canoa del Palcazú estaría obligada a esperar. Mientras tanto, me enfermé.

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Mi enfermedad consistía en una fiebre, remitente según algunos, palúdica según otros, cuyo germen había sin duda contraído en el Callao. Ahora bien, no pueden imaginarse lo que es enfermarse en una celda de monje. El silencio frío del claustro hubiera sido suficiente, creo, para darme fiebre en caso de que no la hubiera tenido ya. Sin embargo no me faltaban los cuidados. Incluso tenía dos médicos: el enfermero nombrado a quien yo le preocupaba mucho, y un médico laico que vivía en una aldea vecina a Ocopa y que el convento tenía la costumbre de llamar para consultarlo en los casos graves. Era un hombre excelente, establecido desde hacía sesenta años y más en el país, donde había rendido grandes servicios y hecho su fortuna. Su única culpa era no tener ya la edad en la cual se tiene la costumbre de ejercer la medicina. Tenía más de ochenta años. Los rasgos de su rostro estaban como borrados, un rizo de cabellos ralos e incoloros pasaba como un soplo bajo el borde de su sombrero de fieltro tocándole ligeramente su nuca, visible sólo bajo ciertas luces; su voz no daba más que una sombra de sonido.

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Me decía que le mostrase mi lengua únicamente, creo, para probarme que podía reconocer su color. De igual manera, me auscultaba, aunque era pasablemente sordo, y me tomaba el pulso, aunque más o menos había perdido el sentido del tacto. Si hubiera

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estado de humor para reirme, hubiera hecho buenas migas con mis dos médicos, uno flaco y largo, el otro, pequeño monje rechoncho que parecía a su lado como un liliputiense. 21

Desafortunadamente, mientras éste era partidario decidido de los purgantes, ése sólo confiaba en la expulsión de la bilis por arriba y, para ponerse de acuerdo, decidieron administrarme, uno después del otro, sus remedios predilectos. Así es como tragué, en quince días, seis vomitivos y nueve purgas.

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Los amigos que había dejado en el Callao y en Lima apenas hubieran podido reconocerme al cabo de este régimen. Mis dos médicos constataron por ellos mismos el efecto desastroso sobre mi constitución del sen a todo trance y de la ipecacuana sin tregua, y declararon que el único medio que tenían todavía de salvarme era ponerme sanguijuelas. Pero no había sanguijuelas en la farmacia del convento, y tuvieron que mandar expresamente a un hermano lego a Lima para buscarlas. Ahora bien, se necesitaba aproximadamente quince días para que el hermano lego hiciera este viaje de ida y vuelta a lomo de burro. Cuando volvió la nieve cubría la puna; allá tuvo que pasar una noche en una altitud de 4,500 metros. Al día siguiente por la mañana, se dió cuenta que el agua del bocal con las sanguijuelas estaba congelada. Por supuesto las sanguijuelas habían muerto, y cuando me las presentó, creí que él me traía una conserva de vainitas.

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Desde luego, un cambio de aire me pareció indispensable y tomé la resolución de marcharme a pesar de la fiebre.

NOTAS 1. En castellano en el texto. N.d.T. 2. En castellano en el texto. N.d.T. 3. Mal de montaña, conocido también como “soroche” en el Perú. N.d.T. 4. En castellano en el texto. N.d.T. 5. En castellano en el texto. N.d.T. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. En realidad el P. Fr. Francisco de San José, que fundó el Colegio de Santa Rosa de Ocopa, eligió en el valle de Jauja un lugar llamado Ocopa en 1715. Es en 1724 que la provincia “hizo cesión a las conversiones de la capilla y dos pequeñas celdas” y que “écomenzose la ampliación”. Veinte años se emplearon en la construcción de este Colegio de Santa Rosa de Ocopa. Ver J. Amich y B. Izaguirre. Cita: Amich, Lima edición 1975, capítulo I. N.d.E. 8. En castellano en el texto. N.d.T. 9. En castellano en el texto. N.d.T.

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V. Salida del convento.- El Doctor de la Misa1 - El Perú del trigo.- Procesión de la Santa Virgen de Matahuasi.- Los Danzantes: Chunchos, Huyfallas, Tarucachas, Enanos Huamanguinos (1).Los Indios Huancas.- El Cuy.- Hatun-Sausa y Tarma-Tambo.- El camino incaico de la Sierra.- Las Ruinas en el Perú.-

*** 1

En el Perú hay entre mil quinientos y dos mil kilómetros de ferrocarril y solamente trece kilómetros de carretera (1) o camino carrozable, los cuales se encuentran entre el Callao y Lima. Los caminos ordinarios de la República, Caminos de Herradura (1), pueden ser recorridos sólo a pie o a caballo. Estaba demasiado débil para irme a pie, y la idea de montar a caballo, en el estado en el cual me había puesto el abuso de laxativos, no dejaba de inquietarme. Sin embargo, el 9 de setiembre, a las siete de la mañana, me despedí de mis huéspedes, quienes me ayudaron a alzarme sobre un animal paciente, y dejé Ocopa acompañado de un nuevo arriero2 y de mi fiel Pescador, el cual manifestaba su alegría describiendo a mi alrededor, a una velocidad de proyectil, círculos y parábolas. Si la Costa, con sus valles irrigados, es el Perú del azúcar, la Montaña es el Perú de los bosques y la Puna el Perú de los pastos, se puede decir que el valle de Jauja, entre 3,300 y 3,400 metros de altitud, es el Perú del trigo. En setiembre, aunque la cosecha esté ya hecha, el valle está todavía amarillento y dorado. Las pendientes de los cerros, desprovistas de la cubierta verde con la cual se visten durante los otros meses, se colorean de almagres por una arcilla mezclada con piedrecitas. Numerosos pueblos blanqueados con cal y cubiertos de tejas rojas -esta parte de los Andes es la más poblada- se asientan a las orillas del río y de sus múltiples afluentes. Los árboles, esparcidos en los alrededores, parecen, de lejos, particularmente en las proximidades de Ocopa, formar bosquecillos. La esencia más común es el Aliso (Alnus acuminata), especie de álamo bastardo cuyo verdor crudo contrasta con los fondos claros del paisaje.

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Bandadas de palomas se echaban en los campos; los zorzales brincaban en el camino, siendo ellos poco salvajes en el Perú donde no se tiene la costumbre de cazarlos, aunque

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sean allí tan suculentos como en otras partes; otros cantaban en las breñas de Molle (Schinus Molle) cubiertos de drupas maduras. Y algo en mí cantaba también a pesar de la fiebre. Era el pensamiento que cada paso que iba a dar me acercaría más no solamente a esa Montaña, con la cual había soñado tan a menudo, sino también a mi país y a los que me esperaban allá. 3

Si las impresiones del alma pueden provocar una feliz reacción en ciertas enfermedades, incluso cuando la causa del mal es puramente material, las que sentí en ese momento me fueron más saludables de lo que hubieran sido todas las sanguijuelas del mundo. Sin embargo, al llegar al pueblo de Ma-tahuasi, el primero que tenía que atravesar y el cual presentaba ese día una animación excepcional, me encontré tan laxo que fui obligado a echar pie a tierra.

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Pregunté a un grupo de indios si había un albergue o, a falta de éste, una casa hospitalaria en donde pudiera descansar.

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Me dijeron que no había otra más que la del Señor Doctor 3. • ¡Un Doctor!, exclamé sorprendido de que pudiera haber en la región otros médicos que los que me habían curado. • Sí, un doctor: ¡El Doctor de la Misa! (3). • ¿Ud quiere decir el cura?

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En efecto me condujeron a la casa del cura.

7

El cura del caserío, llamado el Rector en España, se llama en el Perú, en los pueblos de la Sierra, el Doctor4. Allá, por lo demás, no son avaros con el título de doctor: el abogado es doctor en leyes (4), el empírico doctor en medicina (4), el cura doctor en misa (4). En confianza, me llamaban también señor doctor (4). Hubieran estado muy sorprendidos que yo no fuese doctor en algo. Yo era doctor en viajes.

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En ese momento el doctor de Matahuasi celebraba la misa, pues era la fiesta de la patrona del pueblo. Prevenido de mi llegada, tuvo la amabilidad de enviarme su gobernante para hacerme entrar en el presbiterio, desde donde vi la procesión dar la vuelta a la Plaza, la cual, en Matahuasi, así como en todos los otros pueblos del Perú, está contigua a la Iglesia.

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Cordones de alambre habían sido tendidos a la altura de un hombre, destinados a suspender petardos con corredera. Al prenderlos esas piezas de artificio partían, como serpientes de fuego, al encuentro de la procesión que saludaban con detonaciones precipitadas. Al mismo tiempo se lanzaban cohetes, según la costumbre bien arraigada en el Perú y constatada por Wiener, de disparar fuegos artificiales entre las diez de la mañana y el mediodía.

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La Santa Virgen (4), cargada sobre un anda enchapada de plata, estaba precedida por una tropa de músicos armados de diversos instrumentos, tales como la vigüela (guitarra), la quena con sonidos de clarinete, y el arpa de Jauja, cuyas cuerdas están fijadas a una especie de caja larga poco elegante. Delante de ellos, algunos individuos disfrazados y enmascarados abrían la marcha bailando. Algunos se hacían notar por sus sobrebotas o polainas de hebillas de un rico paño brocado con plata. Otros, disfrazados de Chunchos o Salvajes, llevaban, a guisa de taparrabos, mandiles de plumas, y, sobre la cabeza, tocados piramidales, igualmente de plumas de papagayo.

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Esas procesiones con danzas son comunes en el Perú. Pero hay variantes. Aquí se reemplaza a los Chunchos por Huyfallas (hombres-pájaros) con alas de tela montadas sobre varitas, allá por Tarucachas con cabeza de ciervo5, en otra parte por Enanos

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Huamanguinos6 o Enanos de Ayacucho. Costumbres enteramente similares existen por otro lado en Europa, donde se ven procesiones precedidas por enanos o gigantes, como en Tarragona o en Douai, por animales fantásticos, como en Tortose o en Tarascón, e incluso por bailarines, como en Sitges, cerca de Barcelona, donde se ejecuta, el día de San Bartolomé, el famoso ballet conocido como el Baile de bastones (6). Esas costumbres son anteriores al descubrimiento de América, pero existían también en el Perú antes de la conquista. El imperio de los Incas tenía incluso su carnaval: durante las fiestas del Cápac Raimi o solsticio de diciembre, los Curacas, dice Sebastián Lorente ( Historia Antigua del Perú) se distinguían por su lujo y por sus disfraces de leones, cóndores y otros animales. 12

Bajo los Incas, cuyo sistema social era un verdadero comunismo, el individuo, no pudiendo pensar en incrementar su bienestar o sus bienes por el trabajo, no tenía otros placeres y otro ideal en este mundo que las fiestas públicas donde se embriagan sistemáticamente con chicha7. Con ocasión de los solsticios, las borracheras duraban varios días. Ahora que los habitantes de la Sierra tienen aguardiente de caña a su disposición, llegan al mismo resultado en medio día. De eso pude darme cuenta en Matahuasi donde, desde la caída de la noche, la plaza pública se enguirnalda de Indios hechos una uva.

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Esos indígenas pertenecen a la raza de los Huancas. Su tez, menos oscura que la de los naturales de la costa, es bastante exactamente indicada por el adjetivo español trigueño usado en el país y que significa color de trigo maduro.

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Mantienen limpio el exterior de sus casas; he tenido poca oportunidad de observar el interior, pues los Huancas no tienen la costumbre de invitar a los extranjeros a visitarles. He visto suficiente de ellas, sin embargo, como para poder decir que comparten sus domicilios, ya muy pequeños, con colonias de Cuyes o Cobayos, vulgarmente llamados en nuestro país conejos de la India. Se encuentran en todos los rincones y en todos los huecos y a menudo hasta en los jergones. Para comer el Cuy, al cual parece que los Hijos del Sol eran muy aficionados y sin el cual no podría haber, aun hoy, comidas de fiesta en la Sierra, se le lava con agua hirviendo y se le parte el hocico hasta la rabadilla como un verdadero puerco o escala, y luego se le pone sobre la parrilla. Sin duda convendría servirlo después con una mayonesa o una salsa tártara, pero los Huancas no conocen tan sabias composiciones culinarias.

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El Señor Doctor de la Misa8 me hizo comer cuy. ¿Es realmente bueno? A decir verdad, la fiebre, que me anulaba el gusto, no me permitió darme cuenta de eso. Pero, para darme fuerzas, eso era mejor que un vomitivo. De suerte que después de haber descansado hasta el día siguiente, pude nuevamente montar a caballo e hice de un solo tirón las cinco leguas que me separaban todavía de Jauja.

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Cuando Francisco Pizarro hizo estrangular a Atahualpa, en el momento en el cual acababa de pagarle su fabuloso rescate, se fue de Cajamarca al Cuzco por el camino imperial de la Cordillera y el valle de Jauja. A los Huancas, que unidos a sus vecinos los Yauyos habían querido cerrarle el paso, él les derrotó sin dificultad. Los españoles atravesaron a caballo el río de Iscuchaca o de Jauja, ante la gran estupefacción de los indios agrupados en la ribera derecha, donde se creían completamente seguros, puesto que el río se había entonces desbordado y que ellos habían cortado su único puente.

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El nombre indígena de la provincia y de su capital es Sausa, que los españoles transformaron en Xauxa o Jauja, palabra que en castellano significa cucaña.

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A las distancias respectivas de dos y tres kilómetros de la ciudad existen ruinas conocidas bajo los nombres de Hatun-Sausa y Hurin-Sausa (Sausa-Arriba; Sausa-Abajo). Las de Hatun-Sausa aparecen de lejos como coronas murales sobre los cerros que las dominan. De cerca son garitas de construcción uniforme, especies de alvéolos ordenados simétricamente en arcos de círculo cuya convexidad está dirigida hacia el oriente. Se notan otras ruinas entre Jauja y Tarma, no lejos de esta última ciudad, en Tarma-Tambo, donde están los restos todavía imponentes de un palacio que hizo construir el Inca Pachacútec, uno de los conquistadores de la región. Infortunadamente los habitantes del pueblo vecino toman de este palacio los materiales de sus casas, y los buscadores de tesoros, cuya raza se perpetúa en el Perú, hacen allá incesantemente su trabajo de termitas, de manera que Tarma-Tambo está amenazado por una completa y pronta desaparición.

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En medio de esas ruinas pasa el famoso camino incaico, el cual unía al Cuzco, hoy decaída capital del antiguo Perú, con Quito, que se ha vuelto la capital de la República Ecuatoriana>

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Esta vía se reconoce fácilmente por las plataformas, muy cercanas unas de otras, donde se relevaban, según, la tradición, los portadores del anda o litera imperial, y por los vestigios de los Tambos, construcciones amplias, a veces verdaderos palacios, donde se alojaba el Inca y que servían de depósito de provisiones para sus tropas. Por analogía se llama hoy tambos a los albergues, pero esa palabra sirve más especialmente para designar a simples chozas de piedra que el viajero está a veces feliz de encontrar en los desiertos de la puna, o también a cabañas de ramas erigidas al borde de ciertos senderos de la Montaña, sobre los cuales tendré la oportunidad de hablar más adelante. Se observa todavía, siguiendo la vía incaica, pero a distancias bastante grandes unos de otros, parques o paradas para las llamas, las cuales eran, antes del año 1531, los únicos animales utilizados en el país como bestias de carga.

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Ya he dicho que los recuerdos de los tiempos anteriores a la conquista abundan en todo el Perú occidental. No se puede viajar un día sin ver surgir, sobre el suelo desnudo, ciudades abandonadas, templos derribados, fortalezas destruidas. Ahora bien, sea que esas ruinas ocupen las lomas de la Costa o las partes altas de sus valles, sea que, en la Sierra, se levanten sobre los puntos culminantes, donde parecen a veces inaccesibles, indican la preocupación de los habitantes primitivos del país de protegerse de las agresiones de fuera. En el Perú entonces, como en el resto del mundo, lo que resalta con más claridad de la obra del hombre, es que se ha visto obligado, en todos los tiempos, a defenderse de su semejante.

NOTAS 1. En castellano en el texto. N.d.T. 2. Bajo el nombre de arriero se designa en Perú todo conductor de bestias de silla o carga. N.d.A. 3. En castellano en el texto. N.d.T. 4. En castellano en el texto. N.d.T.

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5. Tarucachas (hombres-ciervos). Tarucca en quechua que dio taruga, tarugón, ta-rush en español, o Guemal en araucano. Ver por ejemplo F. de Acuña (1586), Relaciones geográficas de Indias, T. 1: 312: “Hay venados y . . . tarugones a modo de venado. . . en la puna. Es el guemal del norte (Hippocamelus antisien-sis) que vive en Bolivia y Perú a una altura promedio de 4000 metros, sin bajar a los valles como el Guemal de Chile (Hippocamelus bisulcus)”. N.d.E. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. Especie de cerveza de maíz. N.d.A. 8. En castellano en el texto. N.d.T.

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VI. Los Matusalenes de la Sierra - Estaciones sanitarias.- Fiebre y Soroche.- Tarma.- Los que comen piojos.- Soldados y Rabonas.-

*** 1

Vi en Jauja algunos compatriotas que habían venido de Lima, o incluso de París, para curarse en ese valle de enfermedades del pecho; y debo decir que si bien no alabaron los atractivos del lugar, fueron unánimes en proclamar los efectos saludables de éste. En una palabra, preferían morir de aburrimiento en Jauja que de una tisis galopante en otra parte.

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Se cita al Perú como el país donde, en relación a la cifra de su población, hay más centenarios; y es en los valles altos de la Sierra donde se los encuentran.

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Tarma, cuya altura es de 3,054 metros, goza, como estación sanitaria, de una reputación casi igual a la de Jauja. En el pueblo de Acobamba, situado a dos leguas de Tarma, había, cuando pasé, tres centenarios para una población de 250 habitantes. En Huasahuasi, tres leguas más allá, habían ocho, cifra bastante elevada para una población de trescientas almas. Parece que la enfermedad más insaciable de este siglo, la tisis, no puede nacer ni desarrollarse en una cierta zona de los Andes, encima de la línea media entre el nivel del mar y el de las nieves persistentes. Por otra parte, los habitantes de Acobamba, Huasahuasi y lugares vecinos atribuyen su longevidad a que no beben agua pura, evitando así absorber vivos los animáculos que se encuentran en este líquido y que son los gérmenes de una multitud de enfermedades. Su bebida habitual es la chicha o cerveza de maíz muy ligera.

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Desde hace unos veinte años, es decir desde que los hacendados de la Montaña de Chanchamayo producen aguardiente de caña, el número de Matusalenes de la Sierra ha disminuido notablemente.

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Salí de Jauja como había entrado, es decir con fiebre. Tenía un buen caballo pero un mal arriero quien, durante el camino, parecía tener empeño en estar siempre fuera de mi vista, a veces delante de mí, a veces detrás. Ahora bien, de Jauja a Tarma hay once leguas, y el camino pasa sobre una meseta de 3,800 a 4,000 metros de altitud, no puedo decir la cifra exacta, pues no tuve el tiempo disponible para hacer observaciones

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barométricas. Llegué sobre esta puna cuando además de la fiebre que me quebrantaba el cuerpo, se juntó el efecto del soroche o mal de la sierra: mis oídos tintineaban, le ví varias cabezas a mi caballo y apenas tuve tiempo de bajar para desmayarme sobre la hierba. 6

El caballo peruano, cuyo ojo es dulce como el de la llama y que por su cuello y su cola larga evoca al caballo árabe, es verdaderamente, aunque de raza importada, un excelente animal. Cuando volví en mí, mi paciente montura esperaba. Pescador me lamía las manos. En cuanto al guía estaba, según su costumbre, muy lejos. No sabría decir cómo pude volver a montar, y atravesar la puna a gran galope, como si hubiese estado perseguido por algún jinete macabro, y hacer antes de la noche las cuatro leguas que quedaban para llegar a Tarma. Pero lo cierto es que a las ocho de la noche estaba acostado en una cama y que había en mi cabecera un médico que me tomaba el pulso.

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Creí deber informarle del tratamiento al cual me habían sometido en Ocopa; y tuve a este propósito la ocasión de constatar que los médicos no son más caritativos con sus colegas en el Perú que en otras partes. Cuando le hablé de las sanguijuelas: Ud. ha tenido mucha suerte, me dijo, que se hayan congelado en el camino, pues si les hubieran traído vivas, ¡es Ud. quien hubiera muerto!

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Me quedé un mes en Tarma, tanto para acomodarme a las prescripciones de mi nuevo doctor, como para esperar a los Descalzos. Pues había sido convenido que yo me juntaría a ellos cuando pasasen para ir a su establecimiento de Quillazú, cerca del valle de Huancabamba, y de allá al Río Palca-zú.

9

Primero no tuve más que un solo miedo: que ellos llegaran antes de que estuviera en estado de seguirlos; luego, desde que me sentí un poco más sólido sobre mis piernas, empecé a quejarme por sus retrasos. La estación de lluvias, que en la Montaña es también la estación de fiebres, llegaba a toda prisa. Escribí al Padre Sala para comunicarle mis inquietudes y rogarle que contrate para mí un arriero y muías; todas las bestias de Tarma, fuesen de silla o de carga, habían sido requisadas o alejadas de la región por miedo de las requisiciones. No solamente se encargó de esta diligencia, sino que me anunció que no habiendo llegado todavía ninguna noticia del Padre Comisario 1, un hermano lego me acompañaría hasta Quillazú donde los Indios del Ucayali debían esperar después de haber escondido, como los años anteriores, su canoa en la orilla del Palcazú, la canoa de mis sueños.

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En aquel entonces había un solo religioso en Quillazú, el Padre Pallás; sus compañeros habituales habían sido llamados a Ocopa para el Capítulo(1). Ahora bien, la salida de los misioneros no podía tener lugar, decididamente, antes de la estación de lluvias, lo que quería decir que estaría retrasada por lo menos en seis meses, y se volvía urgente mandar al Padre Pallás harina y vino para celebrar su misa. El hermano lego le llevaría esos productos necesarios y transmitiría a los indígenas del Ucayali la orden de volver allá y llevarme con ellos.

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El hotel de Tarma donde estaba alojado, da sobre la Plaza de la Constitución 2, la cual es al mismo tiempo el mercado. Durante la mañana, esta plaza pertenecía a las mujeres. Con sus fieltros acampanados como los hombres, se quedaban allá, sentadas en el suelo, unas en pleno sol, otras debajo de cuadrados de tela blanca, delante de montones de ajíes secos, hojas de coca, papas, ollucos (Ullucus tuberosum) u ocas (Oxalis tuberosa), tubérculos oblongos de color violeta y de sabor dulce. Otras vendían redomas de jarabes rosados o pasta de membrillos. Su ocupación favorita, mientras esperaban a los compradores, era espulgar minuciosamente la cabeza de un vecino o de una vecina

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ronzando completamente los piojos gordos, a la manera de los monos que viven en los bosques de la cercana Montaña. 12

Durante la noche, la plaza pertenecía al soldado y éste no era entonces lo que faltaba más en Tarma donde el general Cáceres venía de establecer su cuartel general. No había juzgado necesario aplicar a sus tropas el reglamento elaborado en 1750 por el Rey de Prusia Federico II y cuyo artículo está así concebido: “El comandante de plaza hará desvestir hasta la camisa y expulsar a toda mujer de mala vida que pasase en la guarnición”. América del Sur no está en Prusia, y el general que quisiera comandar un ejército sin mujeres se arriesgaría a ser abandonado por sus tropas. Cada soldado tiene derecho a una vivandera o rabona, que le sigue a la guerra, cocina para él, carga si es necesario su fusil. En el claustro del antiguo convento de Tarma, transformado en caserna, las rabonas pasaban una parte del día sentadas en el suelo, con la cabeza entre las manos como las momias que se encuentran, ordenadas en círculo, en ciertas grutas de los Andes.

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Mientras que descansaban así de sus últimas etapas, apunté hacia ellas mi cámara fotográfica, y no pude hacer menos que fotografiar en la misma ocasión una de las seis piezas de montaña fundidas en Arequipa para el general Cáceres.

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Siempre ha habido en el Perú como dos entidades contrarias: el Presidente de la República y el Otro. El Otro era entonces el general Cáceres, quien es, en el momento en que escribo estas líneas, Presidente de la República. Fue de una gran benevolencia para el viajero enfermo y a su vez le hizo remitir todos los salvoconductos posibles.

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Estaba en Tarma desde hacía un mes, y el tiempo empezaba a parecer-me largo cuando llegaron el hermano lego, el arriero y las muías que esperaba. Me sentía casi curado y es con una viva satisfacción que me puse nuevamente en camino.

NOTAS 1. En castellano en el texto. N.d.T. 2. En castellano en el texto. N.d.T.

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VII. Sobre la meseta de Junín - El campo de batalla más elevado del cual haga mención la Historia.- La Maca.- Una tempestad entre las dos Cordilleras.- Ninacaca.- Una noche en Huando: en la choza y afuera.- El Lago Azul.- La Sierra de Huachón.Buen consejo y malas noticias

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Teníamos que atravesar, a cuatro mil y algunos metros de altitud, la meseta de Junín, rodeada de colinas encima de las cuales las Cordilleras destacan en lontananza encajes de cimas blancas. El lago Chinchaicocha, de nueve leguas de largo por tres de ancho, se pierde en este valle donde se encuentran los pueblos de Junín, Carhuamayo y Ninacaca. A una legua de distancia de Junín, una pirámide alta de diez metros evoca la fecha del 6 de agosto de 1824, fecha memorable para el Perú, pues esa jornada, de la cual el general Bolívar fue el héroe, y aquella de Ayacucho (9 de diciembre del mismo año) decidieron su independencia. La meseta de Junín es el campo de batalla más elevado del cual haga mención la historia de los dos mundos, y es de presumir que hasta el día que se pelee en globos estará citado como tal.

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En la hierba rasa encontré unos hongos, pequeños agaricos en forma de bolas y parasoles, y como conocía perfectamente la especie, por haber cosechado a menudo otros iguales cuando era un niño en las praderas de mi pueblo, llené con ellos mis alforjas1. Un momento después estábamos en el albergue de Junín, y el posadero queriendo, decía, prepararnos una comida digna de nosotros, se fue a coger una lata de conserva en una caja, la cual debía costar mucho sí, como él nos afirmó, venía de París. ¡La lata precisamente contenía champiñones! Le invité a guardarla para una mejor ocasión y le rogué que hiciera cocinar mis setas frescas, las que estuvieron excelentes. Sin embargo, el hermano lego no las tocó con el pretexto de que esos criptógamos nacen del estiércol de los caballos, y me afirmó que nadie en el país las comerían. Se desquitó con un plato de maca.

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La maca, único vegetal que se cultiva a esas alturas para alimentación humana, es una planta con raíz tuberculosa, que se parece al nabo por su forma y al camote o papa dulce por su sabor. Prospera a las orillas del lago Chinchaicocha de donde es probablemente originaria, y que es tal vez el único lugar en el mundo entero donde se la encuentra.

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Ahora bien, parece que dada la temperatura relativamente fría que le conviene, podría aclimatarse en algunas de nuestras sierras de Francia, donde sería apreciada. 4

Llegábamos al pueblo de Ninacaca cuando estalló una tormenta espantosa. El trueno retumbaba de todos los costados al mismo tiempo. Era un disparo de artillería, un bombardeo continuo de la meseta. Primero granizó, luego llovió a torrentes, luego la lluvia se transformó en una tromba. Teníamos mucha dificultad para respirar, y no podíamos pensar en continuar nuestra ruta, incluso para atravesar los cien o doscientos metros que nos separaban del pueblo. Me había cubierto con mi poncho de caucho y envuelto la cabeza con un pañuelo de seda, siguiendo el ejemplo de la gente del lugar, y para volverme, tanto como fuera posible, un mal conductor de electricidad. Viendo finalmente a mis dos compañeros tenderse a todo lo largo en el suelo, yo hice igual...

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Nos secamos delante de un fogón donde ardían bostas de hierba seca mezcladas con excremento de llama, combustible ordinario de los habitantes de esta región privada de árboles.

6

La palabra Ninacaca significa en Quechua Roca de fuego. El rayo cae sobre la meseta de Junín más frecuentemente tal vez que en ningún otro lugar, lo que se atribuye, con razón o sin ella, a las masas metálicas que el suelo encierra. Se dice que mata dos hombres cada año. Las tormentas tienen lugar desde comienzo de Octubre hasta fin de Marzo, y siempre en la tarde, a partir de las tres. En la mañana, la atmósfera es transparente y el cielo límpido.

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A cinco leguas al norte de Ninacaca está la ciudad de Cerro de Pasco, sobre un cerro que es uno de los yacimientos argentíferos más considerables del mundo. Socavones penetran en ella por todas partes, como huecos de arador en una corteza 2.

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Dejamos a nuestra izquierda el camino de Cerro de Pasco para atravesar la defensa montañosa que bordea la meseta del Este. Pastos y más pastos sobre los montecillos, en los llanos y en el fondo de los valles, tintes uniformes atravesados acá y allá por la sombra de una nube, raros rebaños de carneros, bueyes paciendo aislados, sobre las vertientes grises, a veces una tropa ondulante de llamas, tales son las lontananzas y primeros planos de esos paisajes melancólicos. Viajábamos por pequeñas etapas para economizar nuestras monturas y no dejar atrás las muías, las que cargaban mi equipaje indispensable. Habiendo sido ésta región poca descrita por los geógrafos, aproveché esta lentitud forzada para hacer algunas observaciones hipsométricas. Es así que anoté 4,338 metros de altitud a la entrada del valle de Quiparacra, en el lugar que lleva el nombre de Huando, donde llegamos el 9 de octubre al anochecer.

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La aparición de una choza de piedras y de un rebaño de carneros fue la señal de alto.

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En primer lugar, el arriero mató a un carnero. Sabía que el único medio de conseguir cualquier cosa que fuese de los Indios, sus hermanos, era tomándolo, sin perjuicio de pedirlo después. A una buena mujer que había salido de la choza al vernos atacar su rebaño, le pagamos sin discutir el precio que fijó. Satisfecha entonces con nuestros procedimientos, se fue, a algunos pasos, a levantar una piedra bajo la cual había un hueco lleno de papas. Hicimos el guiso en la cabaña de donde el humo se escapaba por los intersticios del techo.

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Cuando se observa las ruinas peruanas, en la Costa así como en la Sierra, uno se queda asombrado por el hecho que los antiguos habitantes del país tenían, en su mayoría, casas sin chimeneas, sin ventanas y casi sin puerta. La choza de Huando era de ese estilo. Su puerta era tan baja que uno debía ponerse en cuclillas para entrar. Construida

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para tres seres solamente, el pastor, su mujer y su hijita de ocho años de edad, tenía justo las dimensiones necesarias para contenerles. El pastor estaba ausente porque había ido a arreglar una cuenta con el propietario del lugar, a quien le daba, por precio del arriendo, tres carneros por mes por cada cien ovejas criadas en la hacienda. En mi calidad de convaleciente, me fue asignado su sitio y yo me acomodé en él para la noche. Infortunadamente él era más pequeño que yo, y cuando quise tenderme largo a largo en el suelo, mis pies salían de la choza por su único orificio. 12

El hermano lego, mi compañero, era lo que llaman en el Perú un zambo o mestizo. Mitad mulato y mitad mestizo, como era mitad maestro y mitad servidor, mitad laico y mitad monje, tenía, por lo menos, sin restricción ni repartición, una magnífica salud. Le propuse quedarse en la cabaña donde, en rigor, podíamos caber los dos, pero si nos manteníamos constantemente sentados. Prefirió acostarse afuera, en un montón de pieles de carnero que le dio la dueña de la posada.

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Y la nieve, que cayó durante la noche, aumentó en una capa de guata el espesor de sus abrigos de pieles.

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En definitiva durmió mejor que yo, pues yo no cesé de escucharle roncar. En cuanto al arriero, tenía la costumbre, como todos los arrieros del Perú, de dormir al aire libre para guardar las bestias, ya que las caballerizas son raras en este país, tanto en la vecindad de las nieves como en los valles húmedos de la Costa.

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Al día siguiente entramos en una zona donde ya no se ve más a la nieve mezclar su armiño al terciopelo del césped. En la tarde aparecieron las primeras ericáceas, el Befaría Ledifolia y el Gaylussacia dependens, cuyas flores rojas realzan con un brillo de vida la monotonía de los pastos. A partir de la aldea de Chipa, cuya altitud es de 3,442 metros, el río Quiparacra entra, sobre un lecho pavimentado con lozas gigantescas, en una linda quebrada bordeada de árboles con tallos delicados y follaje ligero. Pero no estaba en nuestro itinerario seguir ma’s tiempo ese riachuelo que se dirige al este, hacia el río Paucartambo. Antes de bajar a los bosques, teníamos que subir una vez más a la región desnuda y atravesar la imponente cordillera oriental, conocida bajo el nombre de Sierra de Huachón.

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Subimos entonces, por un sendero rápido, en el valle de Añil-Cocha o del Lago Azul, y pasamos la noche allí, no en la cabaña de un pastor de carneros sino en la de un guardián de bueyes. ¡Paulo majora canamus!3. Y esta cabaña era a la choza de Huando como una vaca es a una oveja, lo que no quiere decir que fuese un palacio; se puede juzgar de eso por la fotografía que he tomado de ella, pero en fin pudimos dormir allí todos y enteros.

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El Lago Azul está al final de un valle, al pie mismo de la Sierra cuyas faldas escarpadas y cimas blancas se reflejan en su espejo de una limpidez admirable. Dejamos nuestras muías pacer un instante a sus orillas antes de emprender la subida a la Sierra. ¡Oh! ¡Qué excelentes bestias son estas muías del Perú que no saben lo que es un pesebre y que no conocen otro alimento ni otra hojarasca que la hierba de la puna, felices cuando ésta no se esconde bajo la nieve!

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Cuanto más escarpada sea la pendiente que tienen que escalar, menos el jinete se separa de su lomo, sobre todo en los parajes altos donde no podría dar dos pasos seguidos sin sentir la opresión del soroche; quiero decir con eso que hicimos la subida de la cordillera de Huachón sin poner una sola vez pie en tierra. Mi barómetro, que había indicado 3,830 metros a orilla del lago, indicaba 4,428 metros sobre el abra, y si el

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estado metereológico me hizo cometer un error, éste fue de menos, pues estábamos al límite de las nieves eternas, que a esta latitud casi no se encuentra por debajo de 4,700 metros. El pasaje está dominado de muy cerca por esas nieves cuyas masas sobresalientes tienen pliegues con reflejos azulados que indican el comienzo de una formación glacial. Cúpulas y picos de blancura resplandeciente forman todavía encima de este nivel una cadena de una altura considerable. 19

Al pie de las rocas abruptas de la vertiente oriental donde hay que descender, se distingue todo un rosario de pequeños lagos. Mientras sumía mi mirada en ellos vi moverse, a una profundidad vertiginosa, una especie de insecto que no me pareció exceder la talla de la isula4 o gran hormiga de la Montaña. Yo apunté mi largavistas en esa dirección y la hormiga se transformó en un hombre a caballo. Luego reconocí que ese hombre estaba vestido con el tradicional poncho de lana y tocado de un fieltro de bordes anchos. Subía el sendero en zigzag que bajábamos, de suerte que no podíamos dejar de encontrarnos. Cuando estuvimos cerca, el hermano lego le saludó con un ¡ Buenos Días señor Doctor]5.

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Me pregunté si era un médico o un cura. Nada en su fisonomía ni en su vestido hacía presentir que género de doctor era. Entendiendo el punto de interrogación que tenía en mi ojo, me informó que era el cura de Ninacaca y que venía de hacer una gira pastoral por el valle de Huancabamba que depende de su parroquia.

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Le declaré a mi vez mi nombre y profesión y le conté que me iba a Quillazú, donde encontraría indígenas del Ucayali esperando órdenes de Ocopa, de las cuales el hermano lego estaba proveido; que esos indígenas me servirían de guías y de portadores o peones hasta el río Palcazú; que desde allí descendería en su canoa el Ucayali, donde no faltaría alguna embarcación de comerciante para irme al Amazonas.

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El cura de Ninacaca tuvo un movimiento de sorpresa, pero me dejó acabar sin interrumpirme, después de lo cual me dijo: • Puesto que es así, Señor, no le queda más que volver conmigo. • ¿Qué dice usted? • Ud., no encontrará en Quillazú los guías con los cuales cuenta. Cansados de esperar a los Descalzos o sus instrucciones, se han ido desde hace tres días, y Ud. necesitaría por lo menos ocho para ir donde están a esta hora. Son mozos que andan más rápido que Ud. y yo.

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No es necesario estar en la calle para recibir un golpe, yo lo sabía, pero este me cayó tan fuertemente sobre la cabeza que me volvió mudo por un instante.

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- Si los indígenas del Ucayali se han ido, empezaré de nuevo, me queda mi brújula y tal vez encontraré en Huancabamba otros indios para cargar mi equipaje que yo reduciré a lo estrictamente necesario. • Al comienzo de la estación de lluvias que ya han empezado, ¡ni soñarlo! • Les daré mi dinero y la mitad de mi pacotilla. • Entonces decidirán seguirle, pero Ud. puede estar absolutamente seguro que le van a abandonar en el camino. • ¡Tendré mi fusil todavía! • Su fusil no le defenderá ni contra la lluvia, ni contra la fiebre, ni contra el cansancio, de los cuales uno muere. Piense que a partir de Huancabamba, Ud. tendrá por lo menos ocho días de marcha bajo bosque antes de encontrar solamente una cabaña de salvajes. ¡Créame! Regrese sobre sus pasos. Dormiremos esta noche en casa del pastor de Añil-Cocha donde Ud. pasó la noche anterior.

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• ¡Eso no es el camino para el Amazonas! • Como Ud. quiere ir al Amazonas de todas maneras, decídase a seguir la carretera de Chachapoyas y Moyobamba. Allá por lo menos Ud. podrá tener compañeros de viaje... 25

Hay una edad cuando el hombre valoriza barata su existencia, es la edad cuando ha perdido las ilusiones de la juventud y no tiene todavía el instinto del anciano quien se agarra a la vida como el niño a la sonajera cuya posesión se le disputa. Yo estaba precisamente en esta edad. Es por eso que, después de haber agradecido al cura por sus malas noticias y sus buenos consejos, continué bajando hacia el valle de Huancabamba.

NOTAS 1. En castellano en el texto. N.d.T. 2. En 1884 el Perú exportó, tanto en barras como en minerales, 80,000 kilos de plata, de los cuales 26,000 fueron extraídos de Cerro de Pasco. El rendimiento del famoso placer ha sido mucho más elevado; era el triple en 1844 y su decadencia se debe a la invasión de las obras subterráneas por las aguas que se filtran de la parte superior de la Sierra. La Compañía Norteamericana del inconcluso ferrocarril de Lima a Chicla [equivocadamente escrito Chicha en el original. N.d.T.] y a Cerro de Pasco se ha comprometido, en su trato con el Estado, a construir o, para ser más exacto, a acabar, el conducto colector destinado a devolver a Cerro de Pasco su antigua fama. Al lado de las minas propiamente dichas, se encuentran una centena de Haciendas donde el metal es extraído de sus aleaciones y fundido en barras. Quince mil individuos, de los cuales el 90% son de raza india, trabajan tanto en la superficie como en el interior de esta especie de pastel de plata. N.d.A. 3. “Cantemos algo más elevado”, Virgilio, Las Bucólicas, IV, 1. N.d.E. 4. Escrito isola en el original. Adoptamos la grafía actual.N.d.T. 5. En castellano en el texto. N.d.T.

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VIII. Primeros bosques - El Valle de Huancabamba.- La patria de la papa.- Separación cruel.- Los cretinos del Pozuzo.- Una misión en territorio Campa.- Agravios del Padre Pallás en contra de sus ovejas.- Un crimen de los Antis.- La Pachamanca

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Entre la Costa del Pacífico, donde la vegetación es mediocre, y las regiones altas de la Cordillera, donde es raquítica, el contraste no tiene nada de sorprendente; asombra al contrario entre esas mismas alturas y la Montaña, la cual, en las faldas de los Andes Occidentales se cubre, hacia la zona escarpada de la ceja, de magnificencia tropical. En los primeros bosques, llenos por todas partes del tumulto de los arroyos, y, acá y allá, del trueno de las cascadas, la mirada es menos atraída por las dimensiones de los árboles, todavía medianos, que por ciertas formas raras o desconocidas en los bosques de Europa, por hojas con cortaduras inesperadas, por ramajes en estratos curiosos de donde cuelgan cabelleras de lianas, por altas umbelas enmangadas con tallos ligeros.

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En el Valle mismo de Huancabamba, a 1,600 metros de altitud, la vegetación está lejos de ser tan lujuriante como en ciertas otras quebradas vecinas, por ejemplo en la del Chanchamayo la cual está como escondido bajo los bosques. El suelo está alternativamente cubierto de bosques y de pastos, gramíneas y ciperáceas, donde se crían bueyes, pero que son impropios para el mantenimiento de carneros. Siendo las partes boscosas largamente las más fértiles, los colonos las desmontan para instalar sus plantaciones cuyos productos mandan a Cerro de Pasco a lomo de muías o de llamas.

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He asistido a la operación del rozoo desbosque. Se derriba y se deja secar en el mismo lugar las especies arbóreas menudas, luego se les quema, dejando en pie los grandes árboles cuyos esqueletos chamuscados se yerguen acá y allá, como los resalvos de una tala.

4

Si el Valle de Huancabamba no tiene una fertilidad de primer orden, más que todo en el Perú, su clima es tan agradable como saludable. Su colonia se compone de dos aldeas: Lucuma y El Tingo y de dieciséis haciendas, incluidas las del Valle adyacente de Chorobamba. Después del maíz, que es para la mayoría de los serranos o habitantes de la

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Sierra la base de la alimentación, su producto más importante es la caña de azúcar de la cual se extrae el jarabe en Trapiches o molinos para transformarle en tafia. Se cultiva allá diversas raíces farináceas, tales como la yuca (manhiot Aipi) y la arracacha (arracacha esculenta), pero la papa, excelente en el piso inmediatamente superior, por ejemplo en Chipa, pierde allá sus cualidades. Allá está precisamente el límite entre la preciosa solanácea, originaria del Perú, y su pariente cercano el camote o papa dulce 1. 5

Huancabamba no tiene, propiamente hablando, población indígena, pues no se puede considerar como suyos a los salvajes Campas que vienen a pasearse de vez en cuando en pequeñas bandas. Se confían los trabajos de cultivo a Quechuas de la Sierra aclimatados y a quienes llaman Fronterizos o Indios de frontera. Estos Fronterizos trabajan en las condiciones siguientes: habitan en la misma hacienda o en alguna cabaña aislada, tienen el derecho de criar, para su consumo, gallinas, chanchos y vacas, y de cultivar en la propiedad todo el terreno que puedan durante el tiempo que no deben al propietario y el cual, según sus compromisos, es de una semana por mes. Las tres otras semanas se las pagaban, en la época cuando pasé por allá, a razón de 40 centavos por día, lo que representaba para el patrón un gasto mucho menor, pues él pagaba una parte de la suma adeudada en mercancías: vestidos, utensilios o aguardiente, y el resto en billetes de bancos peruanos que podía conseguir en Lima a un cambio de los más ventajosos. Se ve entonces que si los Fronterizos viven felices, no pueden con este sistema pensar en enriquecerse. En definitiva, su suerte me pareció preferible a la de los culíes chinos de la Costa, cuyas casuchas se amontonan en los alrededores de las haciendas donde se hace el azúcar.

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Como el cura de Ninacaca me lo había predicho, tuve todas las dificultades imaginables para conseguir la compañía de algunos Fronterizos. Ciertos propietarios peruanos se negaron absolutamente a ayudarme con el pretexto que el viaje del cual les hablaba era imposible. Y todavía me pregunto sobre la causa real de la mala voluntad de estos hacendados quienes deberían tener todo el interés porque su país fuese conocido y poblado.

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En cuanto a los Europeos de todas las nacionalidades que encontré en esta parte de mi viaje y más lejos, debo decirlo, no desatendieron, por lo que a mí toca, ninguno de los deberes que la humanidad manda, y me testimoniaron una respetuosa consideración. En una palabra, no tuve más que elogiar sus procedimientos.

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El hermano lego se fue primero a Quillazú para entregar al Padre Pallás sus provisiones para la misa, luego siguió nuevamente, con el arriero, el camino de Ocopa. Me fue penoso separarme de ellos, pero lo que me causó más pena, lo confieso, fue ver partir a mi mula, y acordándome en esta ocasión de los lamentos de Sancho cuando perdió a su asno, admiré, una vez más, el genio de Cervantes.

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Había establecido forzosamente mi cuartel general en la hacienda Descubridora, esperando el Día de Todos los Santos que es para los Fronterizos una ocasión de danzas y borracheras. Es decir ninguno hubiese consentido ponerse en marcha antes de haber celebrado esta fiesta. Aproveché mi ocio forzado para estudiar y recoger los elementos de una noticia publicada por la Sociedad de Geografía2.

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Por el camino que le une a la meseta de Junín, el valle de Huancabamba pertenece todavía al Perú del Pacífico. Está separado del Perú del Amazonas por el Yanachaga, imponente Ccordillera de cerros que se eleva entre la cuenca del Pozuzo, a la cual pertenece el río Huancabamba, y la Pampa del Palcazú.

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A la orilla del río Pozuzo, a cuatro días de marcha de la Hacienda Descubridora por un sendero imposible, hay una colonia que no pertenece ni a uno ni al otro de los dos Perú. El camino que la ponía en comunicación con la ciudad de Huánuco, sobre la Cordillera, había sido tan completamente obstruido y borrado por la exuberante vegetación que no se sabía exactamente dónde estaba. Esta colonia, prisionera en medio de los bosques, se compone de lo que queda de unas sesenta familias alemanas que vinieron, hace treinta años, para asentarse allí con la esperanza que una corriente de emigración se estableciera por esta vía hacia los ricos territorios de la Amazonia. Pero la desaparición del camino fue todavía la menor de sus desgracias: las nueve décimas partes de los niños engendrados en el Pozuzo, aunque de padres sanos hasta entonces, nacieron cotudos, hidrocéfalos, completamente cretinos, destinados a pasar su existencia en la basura, como los porquezuelos.

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La misión de Quillazú u Oxapampa no hace parte, hablando con propiedad, de la colonia de Huancabamba. Está a tres leguas aproximadamente de la hacienda Descubridora, y para ir allá hay que volver a subir el valle de Chorobamba, ya bien conocido antes de 1742 por los misioneros de Chancha-mayo y del Cerro de la Sal. El establecimiento de Quillazú se compone de una modesta casa con tabiques de caña, y de una capilla con paredes de tapia, techada con palmas artísticamente tejidas por los salvajes. Otros techos más bajos aparecen acá y allá en los alrededores: son las chozas o panguchis 3 de los neófitos y de los infieles, pues en el Perú se da indistintamente los nombres de chunchos, salvajes, gentiles e infieles, a los Indios de las Selvas que no son cristianos o que no lo hayan sido jamás. Los infieles de Oxapampa pertenecen todos a la raza de los Campas o Antis. Están vestidos uniformemente con cushma 4, ropa de tela fabricada por ellos, y a veces tocados de un madzeri5, corona de madera blanca adornada con una pluma, mientras los neófitos se distinguen sea por un pantalón, sea por una gorra o un fieltro de la Sierra, o por cualquier otro elemento de traje civilizado, debido a la munificencia de los misioneros.

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Los Descalzos no dan el bautismo a cualquier infiel que lo quisiera para recibir al mismo tiempo un sombrero o una camisa. Bautizan solamente los enfermos in articulo mortis, y a los niños a quienes consideran como los únicos capaces de aprovechar poco o mucho sus lecciones.

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El Padre Pallás, que constituia él solo, como lo he dicho, toda la misión al momento de mi llegada, estaba en ese momento bajo la impresión dolorosa que le habían causado los dos hechos siguientes: un buen día, todos sus Campas desaparecieron, fuesen o no bautizados. Se fue de un panguchi6 hasta otro sin encontrar alma viviente y, durante más de un mes, vivió en una soledad absoluta. Cuando al cabo de este período volvió su rebaño, los catecúmenos, apremiados de preguntas, confesaron que se habían ido a hacer sus devociones al Sol, en el Gran Pajonal, donde todos los años se celebra una fiesta en honor de este Dios de los Incas y otros pueblos primitivos.

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El otro agravio del Padre Pallás era de naturaleza más grave.

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Cinco individuos, un peruano, un chileno y tres italianos, quisieron pasar del valle de Chanchamayo al de Huancabamba. Guiados por un Campa escalaron el Cerro de la Sal, verdadero cerro de cloruro de sodio con una longitud de siete leguas, donde fueron bien recibidos por los numerosos salvajes que viven allí. Luego, habiéndose despedido de su primer guía, ellos resolvieron continuar su ruta con dos Antis que precisamente iban también a Oxapampa de donde habían venido para buscar sal. Pero, sea porque no caminasen tan bien como los indios, o porque éstos hubiesen a propósito acelerado el

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paso, no tardaron en perderles. Por fin, después de un viaje que, desde su salida de la colonia de Chanchamayo, no había durado menos de ocho días, llegaron a Quillazú. 17

Había entonces tres monjes en la misión.

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“Vimos de lejos, me dijo aquel de los cinco viajeros que me ha contado esos detalles, a dos religiosos entrar en el convento. Nos paramos en la plaza que está entre la capilla y la casa pensando que, por su parte, los misioneros nos habían visto y que, si querían recibirnos, nos llamarían. En verdad tuvimos la culpa de no tocar la puerta. Como nadie aparecía, visitamos la capilla, y luego decidimos continuar nuestro viaje. Hicimos alto un instante después al costado de un campo de maíz, y encendí fuego para preparar nuestra comida. José, el peruano, tenía los pies heridos y seguía con dificultad; por eso, luego que terminó de comer, le dije: Vete adelante, no tardaremos en reunir-nos.

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“Partimos poco después de él. Al llegar a la orilla del río, que habíamos atravesado en el lugar que los religiosos llaman Playa Negra, ví, plantado en tierra, en la otra orilla, el bastón de nuestro compañero.”¡José, dije yo, ha pensado que ya estaba bien cerca de Huancabamba, pues ha dejado allá su bastón!” Entramos en el agua, pero cuando estuvimos en medio del río, algunos salvajes, escondidos en la espesura, nos lanzaron una granizada de flechas.

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“Vi caer a mis tres compañeros, y yo mismo me deslicé sobre una piedra y fui llevado por la corriente. Habiéndome puesto de pie nuevamente, boté mi bolsa llena de agua y mi fusil y me puse a correr siguiendo el curso del río, luego entré en el bosque donde me dí cuenta que tenía una herida en el costado. Algunos pasos más adelante encontré al chileno quien había recibido una flecha en el pie. ¿Dónde están los demás? le dije.Acabo de ver a F., el italiano, me respondió; tenía una flecha en el vientre y otra en la cara que pasaba de una mejilla a la otra. Me ha pedido extraérsela, lo que he hecho, pero no ha podido levantarse. Creo que está muerto.

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“Resolvimos volver al convento si fuera posible y, con este propósito, subimos encima del barranco que encajona el río. Nos encontramos entonces cerca de una choza llena de infieles, que discutían vivamente entre ellos. “¡Nos van a matar!“ dijo mi compañero. “Nos han visto, contesté, y no podemos huir!“

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“Al acercarse una mujer campa, le preguntamos sobre el camino hacia el convento. Nos indicó un sendero donde nos introducimos al instante, aunque estuviéramos convencidos que ella nos engañaba. Cuando nos creíamos fuera de su vista, hicimos un rodeo en el bosque, luego subimos sobre una colina cubierta de gramíneas. Caía la noche; sin embargo pudimos ver todavía a los salvajes que se lanzaban al sendero en nuestra persecusión. El chileno, que no podía correr en razón de su herida en el pie, se precipitó nuevamente al bosque. En cuanto a mí, había visto a lo lejos el convento y corrí allí con todas mis fuerzas. Los Campas me habían visto, pero tuve la suerte de llegar a Quillazú antes que me hubiesen podido alcanzar.

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“Los Religiosos no podían creer mi relato. Sin embargo, tuvieron que rendirse a la evidencia viendo mi herida, y más todavía, ¡ay!, cuando descubrieron los cadáveres traspasados con flechas de tres de mis compañeros. El chileno, aprovechando que los salvajes habían seguido primero mi rastro, había tenido la suerte de encontrar un sendero que iba a Huancabamba, donde él llegó primero y donde uno de los monjes me acompañó al día siguiente.”

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Cuando los viajeros habían tomado (en Quillazú) la resolución fatal de continuar su camino sin entrar en el convento, los monjes les esperaban preparándoles café. Por su

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parte, los infieles quisieron explicar su triple asesinato con las razones siguientes: cuando en el territorio Campa, un extranjero aborda una casa sin intenciones hostiles, la regla es que se anuncie con gritos. Ahora bien, los recién llegados no solamente no habían llamado, sino que habían inspeccionado los lugares de una manera sospechosa. Por fin, los Campas les habían tomado por cinco chilenos y en ese tiempo, a consecuencia de la terrible guerra que acababa de ensangrentar al Perú, ellos no estaban precisamente en olor de santidad en la patria de los Incas, y menos todavía que en otras partes de la Montaña, donde los desertores habían cometido toda clase de crímenes. 25

Prefería contentarme con estas explicaciones que con las deducciones de los habitantes de Huancabamba, hostiles a mi viaje, quienes no dejaron de machacarme las orejas con el crimen de los Antis, para mostrarme bien lo que me esperaba si yo pasaba más allá. En cuanto al Padre Pallás, sus peones del Ucayali se habían vuelto a marchar, después de cuarenta días de espera, y él ya no podía poner a mi disposición, como lo hizo, sino sus buenos consejos. Y debo decir que varias de las informaciones que me dió me fueron muy útiles en el transcurso del tiempo.

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Habiendo fijado definitivamente mi salida para el 4 de noviembre, el 3 reuní a los indios que debían acompañarme y entregué en manos del hacendado7, su patrón, la suma fijada para su salario. Fue convenido formalmente que la cobrarían a su retorno solamente si traían una carta mía testificando que me habían acompañado hasta el río Palcazu. La precaución no era verdaderamente inútil, y mientras escribo estas líneas me felicito de haberla tomado. Además, fue convenido que cada uno de los peones cargaría una carga de sesenta libras, incluido el peso de sus provisiones personales para la ida y vuelta. Tuve que abandonar una gran parte de mis efectos que los heredó mi huésped.

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Antes de dejar el mundo conocido, hicimos una pachamanca, operación culinaria en la cual los Fronterizos son excelentes. Aquí está en qué consiste: se prende un fuego al aire libre, al costado de un hueco que se ha cavado en la tierra, y se calientan piedras de tipo refractario durante una hora aproximadamente. Cuando esas piedras han almacenado el calor necesario, se empuja hacia el fondo una parte de ellas con una vara, y sobre el lecho así formado, se extienden aves y pedazos de carne de caza mayor sazonados con ají, sal y orégano, planta aromática que reemplaza, en la cocina quechua, al tomillo, laurel, nuez moscada y clavo de olor. Se pone también en el hueco yucas, papas, ocas, mazorcas de maíz fresco, habas y arvejas en su vaina, y se cubre todo esto con el resto de las piedras calentadas. Sobre este techo ardiente como la tapa de una cacerola para gratinar, se pone hojas, sobre éstas una tela mojada, y sobre la tela una capa de tierra. Al cabo de tres cuartos de hora, las carnes están cocidas en su punto, tiernas como rocío, y no han perdido ni un átomo de sus jugos; las verduras, cocidas en su propio vapor, tienen un sabor particular.

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Gracias a la pachamanca tuvimos una buena comida, y al día siguiente comenzamos la ascención del Yanachaga.

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NOTAS 1. El nombre primitivo de la papa es la palabra quechua Papa, que ha prevalecido en el Perú, incluso en la población europea, sobre la de Patata, que sirve en este país para designar el tubérculo de sabor dulce conocido también bajo el nombre de Camote (la palabra quechua que significa padre es Taytá). En el departamento de Junín los Indios cultivan una treintena de variedades de papa. La más estimada por los europeos es la Papa amarilla, ovoide y de un amarillo de oro. Los indígenas prefieren la Mauna y la Schiri, también muy ricas en fécula, y que consumen de preferencia en forma de chuño, es decir después de haberlas hecho hervir y luego congelar al aire libre. N.d.A. 2. Bulletin de la Société de Géographie, 2do. trimestre de 1890 [N.d.E., ver pp. 217-236: “De Lima a Iquitos par le Palcazu] e informe de las sesiones de la Comisión Central, año 1890, p. 432. En el informe, el viajero ha querido rectificar el título dado por el Bulletin a un mapa que contiene varios sub-afluentes del Ucayali levantados por el padre Gonzáles (sic). N.d.A. En el Bulletin se atribuye a O. Ordinaire el mapa del Padre Bernardino González (ver de este Padre en Larrabure i Correa, 1905-1909, T. X: 13-54: “Importancia de la Comunicación ferroviaria de Lima con los Ríos navegables de Oriente” o en Izaguirre, 1923-29, T. X: 319-402: “Ojeada sobre la montaña”. N.d.E. 3. Pangotsi, casa; nobanko, mi casa; pibanko tu casa. N.d.E. 4. Escrito cusma en el original. Adoptamos la grafía usada actualmente. N.d.T. Según Weiss (T. 2: 595-596), se llama kitsarentsi para los hombres y mantsi para las mujeres en ashaninga. En matsiguenga, se llama kitsagarintsi (noguitsagari, mi cushma) o manchakintsi (nomanchaki). Según la manera de coser la cushma, la de los hombres tiene rayas y motivos verticales y la de las mujeres, rayas y motivos horizontales. N.d.E. 5. Weiss (ibid.) da dos nombres de corona “campa” (ashaninga): tsikenti y amatsae-rentsi (será el madzeri de Ordinaire). Por su parte los Matsiguenga llaman matsai-rintsi cualquier corona de plumas (ver “madzeri”). La misma raíz se encuentra en el verbo coronarse: p. amatsai.taka, te has coronado. En cambio tsiguenti significa libélula. Llaman matsairontsi un fleco o banda de pequeñas plumas negras cortadas puesto en la frente: shirikompiarintsi, la corona de caña brava (y no de madera blanca como dice Ordinaire) con dibujos pintados y una, dos o tres plumas fijadas detrás; tinerenkairintsi, una corona de plumas medianas (loros aurora, paucar...). Hay también coronas de algodón con plumas cosidas en el tejido o grandes coronas con plumas de guacamayo. N.d.E. 6. Ver nota 3. 7. En castellano en el texto y en nota su traducción en francés. N.d.E. Hacendado: propietario de una hacienda. N.d.A.

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IX. Ascención del Yanachaga - Los Aguaceros.- Parada en Cajón-Pata.- Un panorama conmovedor.- El Espíritu de Dios y el Espíritu del hombre.- La coca.- Bajo los tambos.Ruidos nocturnos.- El Huatarochi.- La mañana en la selva.- Los monos.Un asesinato

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Sabía que este Yanachaga que se levantaba delante de mí, cubierto de bosques de la base hasta la cumbre, había sido escalado por primera vez, hacía más de dos siglos, por los misioneros que descubrieron el valle de Huancabamba. La Historia de las Misiones del Padre Amich nos enseña en efecto que los franciscanos Caballero y Tineo pasaron desde este valle hasta el Ucayali en 1657 y 1661, y aunque no tengamos detalles sobre sus viajes, se debe forzosamente admitir que traspasaron esta imponente barrera. Para encontrar nuevamente el nombre de Huancabamba en un itinerario hacia el Amazonas, hay que hojear los anales de los Descalzos hasta el año 1860, cuando el Padre Calvo y su compañero don Esteban Bravo hicieron una exploración que terminó no en ei mismo Palcazu, sino en su tributario el Chuchurras. Sabía, por último, que en 1880, el Padre Gonzáles1, había abierto un camino desde Huancabamba hasta la confluencia de esos dos ríos, y que el trazo indicado por él había sido seguido, tres o cuatro veces, sea por los religiosos, sea por sus emisarios indios, entre otros por los neófitos con los cuales había contado para que me guíen.

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En verdad, ya es mucho saber que el camino donde uno está lleva a alguna parte, y yo digo que conocía al corazón humano ese guía de Alejandro

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Dumas, quien para confortar, sobre el monte San Bernardo, al viajero extenuado, le repetía: “Aie pas peur, Napoléon a passé par lá”2.

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Al pie del cerro está el caserío de Tingo3, último punto habitado a la orilla del río Huancabamba, el cual, bruscamente desviado por el Yanacha-ga de su primitiva dirección de oeste al este, corre hacia el norte en un lecho sembrado de rocas, y cuyas orillas son tan encajonadas que no se puede pensar en abrir un camino.

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Desde este punto, donde mi barómetro me dió 1,508 metros de altitud, hasta el abra de Cajón-Pata4 el camino que seguimos se confunde con el sendero de Huancabamba al

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Pozuzo, si se puede dar, sin embargo, el nombre de sendero a una línea atajada a cada paso por espesos bosques cerrados. 6

Dos de mis compañeros, Balta y Pedro, abrían la marcha armados con machetes 5 o sables de rozo, abatiendo y talando a derecha e izquierda, unas veces en el follaje de los arbolitos que forman un bosque secundario en el gran bosque; otras, en la maraña de las lianas que pendían delante de nosotros como un desorden sin fin. Yo noté entre los arbustos el Moho-moho o Matico, de hojas rubescentes, con olor a menta, y el Jurama cuyo fruto rojo, grueso como una cereza, exhala un perfume suave y embriagador que gusta a las mujeres; y, entre las lianas, Balta me mostró al Guaco, cuyo jugo es el más eficaz antídoto contra el veneno de los reptiles.

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Allá se encuentran las quebradas más pintorescas del mundo, con aguas cristalinas que corren en cascadas pequeñas o reposan en frescos valles en medio de orlas de tusílagos y de licopodios bajo cunas de helechos y de fucsias de flores rojas. ¡Qué delicioso soto bosque cuando el sol pone allí la alegría de sus rayos de oro! Pero entrábamos en la estación de lluvias y, durante la travesía del Yanachaga, no pasamos un solo día sin recibir por lo menos un Aguacero6 o bolsón de agua. Los arroyos aparecían por todas partes a la vez, crecían en un abrir y cerrar de ojos y, durante un instante, la montaña se transformaba en catarata. Se concibe, en esas condiciones, que hayamos necesitado dos días para alcanzar la cumbre cuya altura es sin embargo solamente, de 438 metros encima de Tingo.

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De Huancabamba había apenas entrevisto las cimas de Yanachaga constantemente envueltas de nubes en esta época del año o veladas por la lluvia. Cuando llegamos al Cajón-Pata, cerca de las cinco de la tarde, el aguacero caía torrencialmente, acompañado de truenos, y nos agazapamos bajo un tambo que los Indios del Padre Pallás habían levantado algunos días antes. El aguacero duró poco, pero toda la leña que encontramos estaba empapada hasta los tuétanos y tuvimos todas las dificultades del mundo para prender fuego para cocinar la sopa con arroz que era nuestra comida habitual. Mi barómetro en este lugar marcó 2,026 metros de altitud, y mi termómetro bajó durante la noche a once grados centígrados sobre cero. Aunque esta disminución de la temperatura no tenga nada de excesivo, sea porque teníamos los poros abiertos por los sudores de la ascención, sea porque no habíamos podido secarnos, estuvimos muy sensibles a ella. Despertado por el frío, antes del alba, vi a mi gente temblar de frío en sus ponchos, y me parecían todavía helados cuando tomé, un instante después, la fotografía del tambo.

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Al amanecer tuve la buena fortuna inesperada de contemplar, bajo un cielo claro, uno de los panoramas más magníficos que existan en el mundo. A mis pies estaba un océano de bosques, con grandes ondulaciones de terreno parecidos a olas de una soberbia amplitud; más lejos una línea de montañas invadidas por todas partes por los bosques, la Cordillera de San Matías que separa el Palcazú del Pichis y, más allá todavía, el tinte azulado de la selva, empalidecida por la distancia y que se confundía en el horizonte, como a veces la lontananza del mar, con el azul del cielo. La impresión que uno siente en presencia de esas inmensidades vírgenes se parece al sentimiento religioso. “El Espíritu de Dios estaba sobre las aguas”, dice el Génesis, y estas palabras volvían a mi memoria en mi contemplación: allá, pensé, está el-espíritu de Dios, donde no aparece el espíritu del hombre. Y por más que yo había interrogado al espacio tan lejos como alcanzase mi vista, no percibía ninguna huella del hombre, no veía despuntar ninguna manifestación de su espíritu.

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Antes de empezar la bajada propiamente dicha, tuvimos que atravesar una serie de escarpaduras de donde salen contrafuertes que forman entre ellos estrechas y profundas quebradas. La selva encrespada, al no poder escalar la roca vertical, parece, desde arriba, golpear al pie como un oleaje.

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Si la altura de Cajón-Pata encima del valle de Huancabamba es solamente de 438 metros, es de más de 1,600 metros encima de la Pampa del Palcazú, y la vertiente oriental es más abrupta que la otra. Para bajarla, uno está constantemente obligado a sujetarse de los árboles, de coger, al paso, los arbolitos o las ramas que se le presentan y que le dejan sus espinas en la carne. Imposible de llegar abajo sin tener las manos desolladas, las uñas arrancadas, el cuerpo cubierto de rasguños.

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Estas pendientes están felizmente cortadas por gradas o estrechas plataformas donde pasábamos la noche bajo el clásico tambo de hojas de palmeras que levantaban mis Indios con la habilidad que el castor construye su cabaña.

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Siguiendo su ejemplo, yo hacía un importante consumo de coca. Tenía a menudo en la boca mi bola de hojas donde introducía de vez en cuando, con el extremo de un bastoncillo puntiagudo, una pizca de cal o de pasta alcalina. Recomiendo a mi vez este uso a los Alpinistas, del cual tengo que hace solamente elogios. Se sabe que la coca atenúa o adormece las sensaciones del hambre y de la sed. Ahora bien, el extremo cansancio puede hacer olvidar el hambre pero no la sed, y no es una ventaja insignificante, cuando se trata de escalar una montaña, el estar precavido, sobre todo en una región caliente, contra la tentación perpetua de las fuentes frescas y de las pequeñas cascadas cristalinas.

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Necesitamos ocho días para atravesar al Yanachaga donde no vive ninguna raza humana.

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A cada escalón que descendíamos, la Selva crecía, se poblaba de nuevas esencias. A 1,100 metros encontré, muy cerca uno del otro, el Siphocampylus Caucho, árbol de caucho propiamente dicho y el Pas Seringa que da la goma fina del Pará.

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La voz de la Selva, hecha de una infinidad de ruidos y de voces, se volvía más sonora. La gama se extendía, tanto por el lado de los sonidos agudos, silbos y chirridos, como en el sentido de las notas graves. La noche más que todo me parecía ruidosa: en lugar del canto del ruiseñor, el grito del mono Uatarochi7, ululato extraño que parece salir de las entrañas de la montaña y pone la carne de gallina a quien lo escucha por primera vez. Este grito alternaba con el del Tuku8, especie de lechuza con cabeza enorme. Luego estaba el concierto de los batracios del Yanachaga cuyos cenagales están frecuentados por un sapo de canto ronco y entrecortado. Repentinos truenos dominaban todos estos ruidos, imponían silencio a todas estas voces anunciando que un antepasado de la Selva venía de ceder bajo el peso de los años y de quebrar, en su caída, numerosas generaciones ramosas establecidas a su sombra.

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Aunque en esta latitud los crepúsculos sean cortos, las mañanas tienen su encanto: la pava Barrigni9, cuyo canto de tonos polifónicos atraviesa el espacio como el desgarramiento de una cortina de seda, nos anunciaba el alba. Al escuchar esta Diana todos los pájaros se despiertan, mientras que el día aparece en las ventanas abiertas en la cúpula de las ramas, los tallos altos se dibujan y las masas del follaje, saliendo de los tonos neutros, entran en la gama de los verdes.

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Comíamos carne de animales que matábamos en el camino, y que, con más frecuencia, eran monos. Por costumbre, no se desuella al mono, sino que se le pasa al fuego y se le

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raspa la piel como al puerco. Por mas que haya sido asado, hervido o ahumado -el arte culinario de los Indios de la Selva se limita a estas tres operaciones- constituye un alimento muy buscado por los salvajes y que los Europeos encuentran bueno cuando se han acostumbrado a ello. 19

Las dos especies más numerosas en el Yanachaga oriental son el Choro, pequeño mono de un gris ceniza con un birrete de pelo negro sobre la cabeza; y el Maquisapa (Ateles Niger)10, el cual a veces tiene cuatro o cinco pies de largo desde la nuca hasta la palma de las manos de atrás.

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Me sorprendió la familiaridad de estos animales que, al no haber estado todavía en relación con el hombre, no sospechaban su ferocidad. Jugando en los árboles, los Choros no solamente no huían cuando nos acercábamos sino que buscaban atraer nuestra atención con sus ¡hi-hi!, y nos lanzaban ramitas. Cuando un tiro de fusil hacía caer a uno de ellos, los demás se escondían en el follaje y se callaban. Encontré los primeros Maquisapas cerca del pie de la montaña. Caminaba entonces a dos o trescientos metros de mis compañeros y sentía, lo confieso, una cierta emoción al ver uno de los más grandes sujetos de la banda bajar de su árbol y caminar derecho hacia mí, como si hubiera tenido algo que decirme.

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Tal vez Ud. conoce un cuadro de mi difunto compatriota el Maestro d'Ornans titulado ¡ Bonjour, Monsieur Courbet ! El pintor en traje de viaje, la talega en la espalda, es abordado, en el campo, por un amigo venido a su encuentro. Es el motivo de dos retratos11.

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Pues bien, sin hacer una comparación que sería poco halagüeña para uno u otro de esos dos personajes, no puedo acordarme de la aparición del maquisapa sin que al mismo tiempo este cuadro vuelva a mi memoria.

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También yo tuve la idea de tender la mano al recién llegado, pero, en lugar de seguir este buen movimiento, le mandé una carga de perdigones gruesos. En mi descargo debo decir que yo no estaba completamente seguro sobre sus intenciones y que sabía que hay en la montaña del Perú un mono que ataca al hombre. Esta especie feroz vive en bandas en las selvas del Alto Ucayali. El maquisapa -lo he aprendido demasiado tarde- es al contrario completamente inofensivo.

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Habiéndome alcanzado mis compañeros, uno de ellos ligó el animal sobre su carga, y, un instante después, llegábamos a una plataforma donde nos convenía acampar.

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Mientras algunos encendían fuego, otro desataba al mono que debía ser la pieza principal de la comida. Había recibido plomo en el hombro, y estaba solamente desmayado. Libre de sus ataduras nos miraba con ojos suplicantes y sin echar un grito; luego, comprendiendo sin duda en medio de qué bárbaros había caído, se puso literalmente a sollozar.

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Dije a uno de los portadores de acabarle.

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El indio pasó una liana debajo de sus brazos y le amarró al tronco de un árbol para cortarle la arteria carótida, método favorito de los Indios para matar a los animales.

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El mono seguía con los ojos todos sus movimientos. Cuando vió el cuchillo acercarse a su garganta, lo agarró con un movimiento rápido para alejarlo. Imposible de imaginar un gesto más humano. . . Su mano debilitada le soltó y al haberle el indio hecho una incisión en el cuello, un reguero de sangre corría sobre su pelo negro.

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Desde entonces, solamente he cazado el mono con repugnancia, incluso en las selvas donde se muestra mucho más salvaje que en el Yanachaga. Cuando me ocurría herir a uno, le acababa con mi revolver para evitar el espectáculo de una muerte más lenta.

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Cuando los Indios no pueden consumir de una vez todas las piezas cazadas en el día, ahuman lo que deben guardar, pues las carnes se corrompen con una extrema rapidez bajo el clima húmedo y caliente de esta región. La barbacoa tal como la he visto en todas las cabañas de salvajes, consiste en un encañizado sostenido más o menos a un metro encima del fogón. Ahora bien, cualquiera que haya visto a grandes monos extendidos sobre el encañizado del Panguchi, la piel desnuda, los ojos que han quedado abiertos, la cara aún más parecida a la del hombre por la expresión de dolor que le ha dejado el último suspiro, cualquiera, digo, que haya asistido a este espectáculo entiende que los Infieles que le consumen en cada comida tengan solamente poco que hacer para volverse antropófagos, como los Cashibos del río Pachitea.

NOTAS 1. Sic, ver capítulo VIII, nota 2. 2. Algarabía: “No tenga miedo, Napoleón ha pasado por acá”. Ver Impressions de Voyage de Alejandro Dumas, más conocido por sus novelas Los tres mosqueteros, El Conde de Montecristo, El collar de la reina, entre otras. N.d.E. 3. El nombre quechua Tingo, dado a una cantidad de localidades peruanas, significa ángulo y se aplica indistintamente a la unión de dos ríos, a la bifurcación de dos caminos, al punto de partida de dos ramales divergentes de una cadena de cerros. El Tingo de Huancabamba está en la confluencia del río de ese nombre con su afluente principal, el Chorobamba. N.d.A. 4. Cajón-Pata. De las dos palabras que componen este nombre la primera es española y la segunda es quechua y significa encima de. N.d.A. 5. En castellano en el texto. N.d.T. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. “Uatarochi”, no identificado. El único mono verdaderamente nocturno es el Mus-muqui (Aotes trivirgatus). Justo antes del alba, lanza gritos de llamada muy agudos que se funden en extraños conciertos. Pero puede ser que Ordinaire evoque aquí a los cotos o monos aulladores (Alouatta sp.) N.d.E. 8. “Tuku”, no identificado; pertenece probablemente a los Ciccata sp. u Otus sp. N.d.E. 9. En la Amazonia peruana, se llama generalmente pavas a las especies Penelope, Pipile y Ortalis conocidas también con algunos nombres propios; así la Penelope jacquacu se llama “Pucacunga”. En los idiomas nativos se distingue cada especie; así en matsiguenga-ashaninga, la Pipile cumanensis se llama “Kanari k'étari” (pava “blanca”), la Ortalis guttata, “maráti” y la pucacunga, “sankati”. La Ortalis guttata tiene varios nombres vulgares: Manacaraco (Iquitos), Garaco (Huánuco), Uatáracu y Chachalaca. La pucacunga (quechua, “pescuezo rojo”), se llama también Grasnadora por su voz. N.d.E. 10. Mono choro, Lagothrix lagotricha y maquisapa, Ateles sp.. Se llama también mono blanco (Áteles marginatus), marimonda (A. pentadactilus), mono negro (A. variegatus). Finalmente recordamos que el mono aullador se dice cotomono o mo-nocoto (Alouatta sp.). N.d.E.

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11. . Gustavo Courbet, pintor francés del siglo XIX nacido en Ornans, motivo de su apodo: Maestro d'Ornans. N.d.E.

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X. Tigres y Serpientes - Mi mejor guardián.- El Río San José.- Selva transtornada por una tormenta.- Un día terrible.- Defensas de los Lorenzos.- Accidente.- Una cabaña de Campas.- El Chumayro.- Colección de fieras en libertad.- La gorra de Puchuna

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En esta parte del viaje a través del Yanachaga y de la pampa del Palca-zu, mis Fronterizos me hicieron notar en el suelo indicios que atestiguaban el paso del “Puma”, leoncito sin melena, y del “Hamacari”1 (Ursus frugile-gus). Hubiéramos podido encontrar también diversas especies de Jaguares, tales como la “Onza” (Felis onza), el “Otorongo” (Felis pardalis), el “Oscollo” (Felis celidogaster) y el pequeño “Tigrillo”, con lunares plateados 2. Raramente los Felinos de América del Sur atacan al hombre al que, sin embargo, siguen a distancia, como nuestros lobos en tiempo de nieve. Dan vueltas alrededor de los Panguchis donde a veces raptan un niño. A fin de evitar las sorpresas nocturnas en estas cabañas sin paredes, los Campas vigilan, uno tras otro, cerca de un fuego que no dejan apagar.

2

Habíamos convenido que seguiríamos escrupulosamente este ejemplo, pero me ocurrió muchas veces, al despertarme, de encontrar a toda mi gente dormida. Mi mejor guardián era todavía mi perro que me había servido de almohada en las alturas frías de la Sierra, y que, en la Selva, se acostaba siempre muy cerca de mí. Cuando su olfato o su oído le advertía que cualquier animal se acercaba, él no se olvidaba de gruñir, y el peón de guardia, saliendo entonces de su somnolencia, hacía arder las ramas secas. Además, Pescador tenía la buena costumbre de olfatear minuciosamente el lugar donde yo manifestaba la intención de tenderme, y eso era para mí una seguridad, pues temía mucho más a los insectos y a las serpientes que a las fieras. El hubiera evitado la aventura de uno de mis peones quien, en la mañana, al sacudir la cubierta donde había apoyado su cabeza, hizo caer una faninta, víbora cuya mordedura tiene efectos fulminantes.

3

Despertamos varias veces en las hierbas a la Culebra de Cascabel (Crotho horridus), la cual, al huir, hacía sonar los anillos córneos de su cola, y maté a un Coral (Elaps affinís) de un metro y medio de largo, especie de color vivo y con diente corvo, cuyo veneno, en lugar

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de coagular la sangre, la vuelve tan fluida, dicen los Indios, que atraviesa la piel y sale por la punta de los dedos. 4

Al pie del Yanachaga corre un pequeño río que se lanza en el río Chu-churras y que mis gentes llamaron río San José porque un tal José Cárdenas uno de los propietarios de Huancabamba, había hecho una expedición hasta allá en busca de oro. Acampamos a la orilla de este río donde mi barómetro no indicó más que 399 metros de altitud. Había alcanzado esta Pampa del Palcazu donde la selva virgen toma sus proporciones más colosales y que constituye uno de los valles más prodigiosamente fértiles y menos poblados del globo.

5

El primer día que pasé allí fue terrible.

6

Al llegar al río San José después del anochecer, en lugar de la cortina de árboles que orilla los ríos de la Montaña, entrevi, en la otra orilla, formas convulsionadas que inquietaron mi sueño.

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Al día siguiente, la primera acción de los Fronterizos fue declararme que era imposible ir más lejos, que iban en consecuencia a volver a Huancabamba, y que, si yo no quería volver allá con ellos, mi deber era darles el permiso de salida a fin que luego se les pagase. Quedaban solamente dos leguas por hacer, lo sabía, para encontrar una Carretera que camina, el río Palcazu; pero así hubieran quedado veinte por nada del mundo hubiera consentido desandar lo andado. Rechazé entonces con toda mi energía la demanda de los peones, que por mi parte la excusaba en cierta medida, pues el espectáculo que teníamos delante de los ojos era verdaderamente horroroso.

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Una tormenta había transformado la Selva en una barricada, y ¡qué barricada! Todos los árboles destrozados o desarraigados, caídos unos sobre otros, formando inextricables aglomeramientos, donde los troncos revueltos, arrancados del suelo por no sé qué extraña resultante de fuerzas, retenían entre sus raíces fantásticas enormes masas de tierra. Y piense Ud. que la mayoría de esos árboles tenían troncos de ocho a doce metros de circunferencia, y lucían cúpulas bajo las cuales nuestras encinas hubieran parecido árboles enanos. El paso de! huracán era reciente, pues los gigantes que cubrían el suelo tenían sus hojas todavía verdes.

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Prometí a mis compañeros, además del sueldo convenido, una parte de las pacotillas que cargaban si llegábamos al río, y, como pago a cuenta, compartí con ellos mi última botella de coñac. Al haberse unido a mí uno de ellos, Balta, para atraer a los demás, entramos en el caos. Durante doce horas de gimnasia desenfrenada, de esfuerzos sobrehumanos, hicimos una media legua. Felizmente, el tifón no había pasado más que al pie de la montaña, entre el río San José y otro pequeño afluente del Chuchurras. Felizmente, digo, pues no hubiera tenido la fuerza para ir más lejos, ni menos aún para volver sobre mis pasos. Cuando a las seis de la tarde llegué al término habiendo, como único alimento en el día, tragado dos galletas y mascado algunas pulgaradas de hojas de coca, caí de cansancio, incapaz de dar un paso más, y; ¡mi gente levantó el techo de hojas en el lugar donde me había acostado!.

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El valle del Palcazu no es un llano como pareciera indicar el nombre de pampa con el cual se le condecora. Del río San José al Palcazu las subidas alternan regularmente con las bajadas, y en las cavidades de estas ondulaciones corren arroyos y ríos que se dirigen todos hacia el Chuchurras. El más importante es el río Lorenzo, llamado así porque sus orillas están frecuentadas por una tribu de salvajes que ellos mismos se han bautizados con el nombre de Lorenzos; más adelante diré en qué ocasión.

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A algunos pasos de una fuente donde maté a una “Pucacunga” soberbia “Penélope” (pava) 3 de garganta roja y cola verde oscuro, ví una chocita evidentemente destinada a servir de apostadero. Uno de mis compañeros reconoció que pertenecía a los Lorenzos y no a los Antis, dado que sus ramajes no habían sido cortados con un instrumento de fierro, sino quebrados con la mano. En lo tocante a instrumento contundente, los Lorenzos no conocen más que el hacha de piedra pulida. Viven completamente desnudos y huyen a la vista del hombre. Su principal medio de defensa más o menos eficaz contra los demás salvajes, consiste en plantar en tierra, de trecho en trecho, en los senderos o pasajes que conducen a sus campamentos, espinas de la palmera Chonta, resistentes como estiletes de acero, afiladas como agujas. Ahora bien, Pedro, el más joven de mis compañeros, quien se había calzado, como lo hacen generalmente los Fronterizos, con alpargatas con suelas de cuero no curtido, Pedro, digo, al haber caminado sobre una de estas emboscadas invisibles en las hierbas o los detritos, se atravesó el pie. Debí repartir su carga entre los demás, lo que no fue objeto de ninguna dificultad, porque sus fardos estaban ya muy aliviados por el hecho que se acercaban al término de su viaje y que habían escondido en el camino sus provisiones para el regreso.

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Yo mismo estaba en un estado bastante triste. El cansancio me agobiaba a tal punto que a pesar de todo el esfuerzo de mi voluntad estaba obligado a detenerme a cada rato. Tuve mucha dificultad para llegar a la cumbre de una colina donde Balta había notado una abertura en la cubierta de los árboles y donde encontramos un rozo y una cabaña de Campas, quienes muy felizmente nos recibieron como amigos.

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Al ver mi sofoco y mi agotamiento, el jefe Campa me urgió a mascar con mi coca una corteza seca que él me entregó. Hice lo que me decía, y experimenté casi en seguida una real sensación de bienestar y de descanso. Los Campas hacen uso de esta corteza, que proviene de una liana que llaman Chamayro 4, en todas las circunstancias donde tienen que luchar contra la fatiga. Siempre tienen una provisión de ella en una bolsa que llevan en bandolera, y cuando han hecho una larga carrera o un ejercicio violento, como la caza de un tapir, o recibido algun aguacero, no dejan de mascar cierta cantidad de esta corteza mezclandola con hojas de coca, de las cuales hacen también un gran consumo. Pero todos aquellos a quienes he podido interrogar me han declarado que pueden prescindir más fácilmente de la coca que del Chamayro.

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Mi huésped se llamaba Puchuna, palabra cuyo significado he omitido buscar, pero que debe ser el nombre de algún animal de la selva, un animal sin duda benéfico, pues Puchuna es un muy buen e incluso muy generoso Campa, quien me regaló casi todo el Chamayro que tenía en su choza.

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La liana que lleva este nombre y que el mismo Puchuna me mostró más tarde en la selva, crece en las espesuras del bosque donde alcanza el grosor del brazo. Los salvajes la cortan del grueso del dedo, y en seguida desprenden la corteza, única parte utilizada por ellos, y la dividen en fragmentos de más o menos un pie de largo, secándola y conservándola en atadijos. Para consumirla, no les queda más que quitarle, con cuchillo o con la uña, las rugosidades de apariencia calcárea que más o menos la cubren.

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Puchuna fue también el médico de mi peón Pedro quien se arrastra penosamente, aunque inmediatamente después del accidente se le hubiera quitado la espina de chonta del pie. Después de haber lavado los dos lados de la herida, el Campa aplicó sobre ella un emplasto de hojas que había previamente triturado en su laboratorio

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habitual, es decir en su boca; una cinta de corteza sirvió de vendaje, y se decidió que Pedro se quedaría en el hospitalario panguchi hasta el retorno de sus compañeros. 17

Había quedado muy sorprendido de encontrar en la persona de Puchuna, un Campa con cabellos cortos y tocado con una gorra. Por otra parte, parecía muy satisfecho de él mismo y manifestaba su satisfacción haciendo resonar el aire de You-Kou-Kou triunfantes. En fin era un excelente pero no un bello Campa. Su mujer, ella también de aspecto poco seductor, y dos chiquillos, uno de ellos de pecho, completaban su familia. Me enseñó que la gorra se la había dado, en cambio de una cierta cantidad de caucho, un hombre de raza blanca instalado no muy lejos de acá, en la confluencia de los ríos Palcazu y Chuchurras, donde convino acompañarnos.

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Al llegar al panguchi había tenido que retener a Pescador que manifestaba intenciones de caza. Había, en efecto, en los alrededores de la cabaña, no solamente gallinas, sino una multitud de animales, estos con plumas, como la Pucacunga, el Agamí o Trompetero, el Paujil (Ourax galeata) 5, etc.; esos con pelos, como el Ronsoco (Hydrochoerus capybara) y el Tapir6. Habiendo salido la salvajita para ir a sacar agua de la fuente vecina, fue en seguida escoltada por la mayoría de estos animales, unos volando, otros brincando, mientras que un mono trepaba precipitadamente sobre su cabeza para dirigir el movimiento.

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La excelente salvajita hizo hervir, en atención a nosotros, yuca y cocinó plátanos verdes en la ceniza.

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Pareciéndome poco reconstituyente esta alimentación, aunque sí sana, propuse a Puchuna que nos sacrificara una gallina, y le ofrecí al mismo tiempo diversos objetos que parecía desear. Pero se hizo el sordo. He sabido desde entonces, tanto por mis observaciones como por las de otros, que los Antis, más delicados que nosotros en ciertos aspectos, nunca matan para comer un animal que ellos han criado o que hace parte de su sociedad. A pesar de la rehuida sobre la gallina, hice regalos a mi huésped que le gustaron. Prefirió algunos granos de chaquira en lugar de una moneda de cobre. Este desprecio del dinero me entusiasmaba. ¡Honrado Puchuna, decía yo, se ve bien que todavía no tienes nada del civilizado sino la gorra!

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Esta gorra, producto de la industria europea, no había pasado, para llegar allá, como yo por el Pacífico y la Cordillera de los Andes. Había remontado los ríos que me quedaban por bajar. Entonces yo estaba realmente, esta vez, en el Perú del Amazonas.

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Guiados por Puchuna, llegamos en poco tiempo abajo de la colina donde el Palcazu recibe el Chuchurras, susurrante como su nombre, y que corre majestuoso entre acantilados de troncos de árboles y de ramas verdes. Habiéndole atravesado sobre una balsa de los Campas, encontramos en medio de una plantación de plataneros, una especie de Chalé de caña de bambú. Era el palacio que Puchuna nos había anunciado. Su propietario, el Cauchero don Guillermo, ausente en ese momento, había dejado allí a su hijo, un niño de diez años, su esposa y su hija.

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Un cierto número de Campas venidos de diversos lados para vernos, tal vez incluso para vigilarnos, nos rodeaban cuando llegamos a la entrada de la casa.

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Al ver esta tropa de salvajes, Doña Juana -tal era el nombre de la ricadueña-, conservó la más perfecta serenidad, pero tuvo a mi vista un instintivo movimiento de retroceso. Mi sombrero agujereado, mi barba espinosa, me daban sin duda un aspecto terrible. Sin embargo, hice para mí esta reflexión que, en la montaña, no es en general el Indio que da miedo, sino el Blanco, incluso al Blanco.

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NOTAS 1. Sic. Ucumari, Tremarctos ornatus. La clasificación zoológica utilizada por Ordinaire está hoy día en desuso. N.d.E. 2. En realidad la Onza es el otorongo, escrito “uturunco” en el texto (Felis onza y hoy día Panthera onca). En seguida, la clasificación de los FELIDAE de la Amazonia peruana: Puma, Puma concolor (o Felis concolor); Jaguarondi, Herpailurus yaguarondi; Tigrillo, Leopardus pardalis (o Felis pardalis); Gato margay, Leopar-dus tigrinus (el pequeño tigrillo que cita Ordinaire). N.d.E. 3. Penelope jacquacu, ver la nota 8, capítulo IX. N.d.E. 4. Escrito “chumayro” en el texto original. Adoptamos en esta edición el nombre con el cual se le conoce en la actualidad. N.d.T. 5. Agamí es el nombre argentino del trompetero, Psophia leucoptera, llamado también Huallali en el Departamento de Cuzco. El paujil es el Mitu mitu, mientras que se llaman Piuri (Crax globulosa) y Montete (Nothocrax urumutum) dos especies vecinas. N.d.E. 6. Generalmente, en la Amazonia se llama sachavaca o danta al tapir. N.d.E.

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XI. En la desembocadura del Chuchurras - El Cauchero don Guillermo.- Un conquistador de la Montaña.Resultados prácticos.- Explotación del caucho en el Perú y en el Brasil.Religión de los Antis.- Las letanías de Juan Santos Atahualpa.- Brujería.Ejecuciones bárbaras

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Habiendo los Fronterizos recibido de mí, con la prima convenida, su licencia definitiva, reemprendieron, después de dos días de descanso, su camino hacia Huancabamba. Yo tenía que contratar nuevos compañeros y, con este propósito, hice una gira a los panguchis establecidos mayormente en los puntos culminantes de la pampa. Un joven Campa, criado en casa de don Guillermo y que conocía algunas palabras de español, me servía de intérprete cuando yo no lograba hacerme entender con signos y con lo que había aprendido del idioma Antis. Los Gentiles del Palcazu me parecieron a la vez más altaneros y más hospitalarios que los indígenas de la Sierra que besaban la manga de mi gabán dándome en voz alta el calificativo de Taita (padre) y en el fondo del corazón el de Gringo (griego) 1. En resumen, todos me recibieron amistosamente, pero ninguno quiso tomar conmigo ningún compromiso antes del regreso de don Guillermo, a quien llamaban el Capitán y que estaba entonces, lejos de allí, en una recolección de caucho. Ocurrió así que yo pasé más de una semana en la boca del Chuchurras, de lo cual no me quejé, porque no hubiera podido escoger un lugar más propicio para los estudios geográficos, etnográficos e incluso comerciales, que eran la meta de mi viaje.

2

Don Guillermo Franzen, el cauchero del Chuchurras, es un colono originario del Holstein, y su esposa doña Juana, una Peruana de Moyobamba. Cuando vinieron a instalarse en el Palcazu hace siete u ocho años, existía entre la Cordillera del Yanachaga y los Cerros de San Matías una docena de familias Campas. Supieron atraerlas, incluso ligarlas a ellos con verdaderos beneficios. Numerosas parejas de infieles no demoraron en unirse a las primeras. Hoy son más de sesenta; diseminados, es verdad, dentro de un círculo de varias leguas de radio, pues los Campas, que se alimentan mayormente de la

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caza, no pueden vivir aglomerados, pero sin embargo están en constante relación con el Capitán2. 3

Otros colonos no han podido conseguir de los Antis un trabajo útil. Todo mi secreto, me dijo don Guillermo, es crearles necesidades para procurarles luego, como precio de sus servicios, el medio de satisfacerlas. Es así que les había regalado seis escopetas y les vendía la pólvora. Los Antis saben fabricar enteramente sus vestidos o cushmas 3, para los cuales los algodoneros que se ven cerca de los Panguchis proveen la materia prima. Pero hilan sin rueca y tejen con el más rudimentario telar. Y como necesitan, en estas condiciones, un tiempo considerable para confeccionar la tela de una cushma, los tejidos de fábrica tienen a sus ojos un gran valor. En la época de mi viaje, muchos sufrían de oftalmía, mal frecuente y contagioso en la Montaña. Don Guillermo aceleraba su curación lavándoles los ojos con una ligera solución de alumbre. No necesito decir que pagaban con caucho este remedio, así como algunas otras sustancias farmacéuticas, de las cuales les había hecho apreciar su uso. Por fin, por su misma presencia, les protegía contra las agresiones de los bandidos cosmopolitas, comerciantes de carne humana, que hacen continuas expediciones por toda la región salvaje. Los colonos de la escuela de don Guillermo son los verdaderos conquistadores de la Montaña.

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Podía recolectar con sus Campas aproximadamente mil arrobas de caucho por año, y cada arroba, que vendía en Iquitos entre 50 y 60 francos, le salía, según su cálculo, a menos de un franco4.

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Don Guillermo transportaba su caucho a Iquitos solamente una vez cada dos años, porque el viaje es largo, sobre todo para la vuelta. Algunos Campas le acompañaban hasta el Ucayali, donde él contrataba otros indios; y durante su ausencia, que duraba varios meses, su familia se encontraba de hecho bajo la protección de los Antis, quienes, entonces, no son tan feroces como se les cree en la parte civilizada, incluso en Perú. Si son desconfiados y vengativos, es porque los blancos les han dado y, en general, les dan todavía demasiadas razones para eso.

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Los Antis son de talla mediana, bien formados, esbeltos sin flacura. Tienen la mano y el pie pequeños. Se ve entre ellos efebos de catorce a dieciséis años, con la fisonomía grave y dulce, con formas de una perfecta elegancia. Pero, bajo la acción continua del aire libre, sus rostros se surcan de arrugas precoces, innumerables estrías que tratan en vano de disimular debajo de pinturas de genipa y achiote 5. Una cierta oblicuidad en la línea de los ojos, la nariz más o menos chata, y los pómulos salidos evocan vagamente al tipo mongólico. Son imberbes. Si hay excepciones a esta regla son, creo, debido en realidad al mestizaje. Su tez es parda oscura, más que bronceada, su cabellera negra, sin reflejos, abundante y larga, dura al tocar, como un crin. Ningún vestido les queda mejor que el que confeccionan ellos mismos enteramente, y que se compone del Madzeri ornado con una pluma, de la Cushma, parecida a una toga, de color pardo oscuro 6, que se armoniza con los tonos de la selva, y de una banda de granos que llevan majestuosamente como un cordón mazónico.

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Entre ellos, el sexo fuerte es al mismo tiempo el bello sexo. Tienen, sin embargo, muchachas bastante bonitas, de formas redondeadas, incluso hasta un poco llenas como la bella Shumo, a quien fotografié en la selva al lado de un tronco de cedro que los Antis acababan de cortar para hacer una canoa. El tiempo, que les raya la cara de una pátina prematura y les hace caer los senos como peras sobre maduradas, respeta una sola cosa en ellas: sus dientes que son siempre inmaculados. Llevan pulseras de algodón urdidas sobre el brazo mismo, rosarios de grano de estoraque, collares de dientes de mono o de

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huesecillos tallados en cruz. Por último, las plumas juegan un papel importante en su arreglo: engastes multicolores caen sobre el pecho o la espalda, guirnaldas de tangaras y colibríes que los Campas saben preparar como hábiles disecadores, gargantillas y cuellos anchos hechos de alas de guacamayo o de gallito de las rocas 7. 8

Los Campas tienen quizás el culto del sol de los Incas quienes buscaron vanamente de englobarles en su imperio.

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Les he escuchado a menudo recitar entre dos una especie de letanía, en un tono que evoca extrañamente el tono habitual de las oraciones en una iglesia. Uno decía la antífona y el otro los responsos, muy meditabundos, y sin que mi presencia pareciera de ningún modo turbarles o distraerles. Pero cuando les preguntaba el sentido de sus palabras, fingían no comprenderme y se apartaban como para dedicarse a alguna conjuración. Sin embargo, he acabado por saber que, en esta letanía, pasan revista a los principales deberes del Antis frente a su semejante. • Si tienes hambre, compartiré contigo mi caza y mi pesca y los frutos de mi chacra, porque tú eres Campa, y los Campas deben quererse entre ellos con verdadera amistad. • Si estás atacado por un enemigo, expondré mi vida para defenderte, porque tú eres Campa. • Si el Camagari8 (el Diablo) te hace morir, tus hijos serán míos, porque tú eres Campa y el recitado dura tres cuartos de hora.

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Todo me lleva a creer que esta pieza es la obra de Santos Atahualpa 9, este rey profeta de la Montaña que, en el siglo pasado, sublevó a los Antis contra la dominación española y quien conocía muy bien los elementos del cristianismo, ya que había sido alumno de los jesuitas e incluso acompañado a sus maestros en un viaje a España. Sea como fuese, el decálogo de los Campas no es para ellos letra muerta.

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Mientras recibía la hospitalidad en casa del colono del Palcazu, un Campa ya viejo, y que la viruela había vuelto ciego, vino de muy lejos, con su mujer y sus dos hijos de tierna edad, ¡para hacer un negocio! Propuso limpiar la chacra del cauchero de las malas hierbas que empezaban a ahogarla, si se le quisiera pagar este trabajo con algunas varas de tela de algodón; su mujer, obligada a abastecer de todo la choza, no encontraba tiempo para tejer, y las cushmas de la familia se volvían andrajos. La propuesta era de las más ventajosas para doña Isabela quien la aceptó. Entonces, los recién venidos se instalaron bajo el tejadillo de la casa de bambú, y, desde el día siguiente, pusieron manos a la obra. En el trato no se había hablado de su alimentación. De suyo, pensé, que doña Juana debía dársela. Me equivocaba, pues si ella a veces les hizo probar de su cocina, compartieron más a menudo su comida conmigo que con ella. Todos los días, los Campas de la vecindad se encargaban de proveerles comida, haciendo a veces largas expediciones para traerles, uno después de otro, quien un pescado, quien un mono asado o un pedazo de tapir, quien un racimo de plátanos o una carga de yucas. De donde saqué esta conclusión que en el caso que la humanidad se redujera solamente a los Campas, el hombre se distinguiría todavía de los demás animales por alguna cosa más que no ha dicho Beaumarchais 10.

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Las misiones franciscanas, que fueron muy activas al pie de los Andes antes de la insurrección de Santos Atahualpa, han dejado a los Antis con algunas prácticas cristianas y cantidad de palabras que usan todavía. No tienen apellidos y dan a sus niños, indiferentemente, el nombre de un animal o el de un santo. Así Shunto, el nombre de mi buena amiga, significa sapo. Otros se llaman Guatate (rana), Pimpiri (mariposa), etc. Llamaron a sus hijos Santiago, Pedro, Pascual, Antonio o Inchoquiri, Puchuna, Tahuanchi, Chungui-gate etc…11

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Si los Antis tienen de los Españoles y de los Incas algunas de sus ideas religiosas, tienen otras que parecen ser sus creencias primitivas y que son comunes a ellos y a naciones que no han conocido ni a los Incas ni a los misioneros. Tal es la creencia en un ser maléfico, el Camagari, el cual, para ellos, es la causa de todos los dolores, de todas las decepciones, de todas las catástrofes cuyo encadenamiento constituye la vida del hombre. Creen que es posible prevenir o provocar su acción con prácticas de brujería, y esta idea les lleva a crímenes abominables. Así, cuando la enfermedad aflige a una familia, no admiten que esta sea el resultado de causas naturales; se imaginan que una mujer se las ha enviado por medio de un sortilegio, porque las mujeres tienen, según ellos, facilidades especiales de comunicación con el diablo. Para saber cuál es la que ha cometido el maleficio, recurren al método siguiente: mientras piensan en alguna chica de su vecindad, mastican hojas de coca para escupirlas, mezcladas con saliva, en el hueco de la mano que cierran luego y sacuden en diversas direcciones. Si la coca ha formado sobre la piel cierto signo que equivale, según ellos, a una afirmación, creen haber adivinado exactamente. Si el signo es negativo, piensan en otra chica y empiezan nuevamente la prueba. Cuando han descubierto a la culpable por este medio, la matan retorciendo una liana alrededor de su cuello. Y lo que hay de extraño, es que los padres de la víctima, convencidos ellos mismos de su culpabilidad, inconsciente o voluntaria, no tratan de defenderla ni de vengarla.

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La víctima expiatoria es, a veces, aunque muy raramente, un niño, como entre los Vudús.

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Don Guillermo trató de apartar a sus Antis de este sistema médico. Esperaba, sanándoles a veces de sus enfermedades, demostrarles su error; pero se equivocaba, porque se imaginaron que sus remedios, así como los que tienen costumbre de utilizar ellos mismos, actuaban por una virtud sobrenatural. Por temor a desagradarle, no hicieron durante dos años ninguna ejecución de bruja, pero, cuando al cabo de este tiempo se fue a Iquitos, aprovecharon su ausencia para liquidar el pasado, y cuando él volvió habían estrangulado a cuatro mujeres de su tribu, una de las cuales vivía bajo su techo y era su cocinera.

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Tal vez es más difícil erradicar una creencia antigua del cerebro de los Campas que de implantar una idea nueva, y no es todavía por esto que difieren mucho del resto de la humanidad.

NOTAS 1. No sabemos si Ordinaire pensó que “gringo” significaba griego, como aparentemente así lo indica su anotación en paréntesis, o si esta palabra la usó en sentido figurado, ya que el diccionario francés contempla la acepción de la palabra “Grec” como “fulero en el juego”. N.d.T. 2. En castellano en el texto. N.d.T. 3. “Cusma”. Ver nota 4, capítulo VIII. 4. De las dos especies de caucho que la cuenca del Amazonas provee a la industria, una proviene en gran parte del Perú: es el jebe o caucho ordinario. Para extraerlo del Siphocampylus, árbol cuya

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altura excede raramente los quince metros, se empieza por hacer en la base del tronco una incisión en v, y el látex o jugo lechoso que sale de él y contiene la preciosa sustancia bajo la forma globular, se recibe en una bolsa. Cuando cesa de chorrear, se corta el árbol y ya sea en el tallo tendido sobre la tierra o en sus ramas principales, se practican nuevas sangrías, distantes unas de otras aproximadamente a un metro. El líquido poco fluido recogido de las incisiones se vierte en un hueco cavado en tierra, y para apresurar su coagulación se añade el jugo de una liana conocida bajo el nombre de Sacha Camote. Esto se retira de allí bajo la forma de un pastel gris, más o menos espeso, y que se ennegrece en la superficie. Con este procedimiento, y eliminando las raíces y las ramas menudas, se extrae de un siphocampylus en plena fuerza una arroba de caucho (14 kilos 690 gramos), incluido el sernambillo que se recoge en hilos, después de la operación principal, de los labios de las incisiones y que se conforma en bolas. Siendo el árbol de madera tierna, un hombre hábil puede explotar un pie en media jornada. Hice observar a don Guillermo que el hecho de cortar el árbol para extraer más rápido el jugo lechoso me parecía ser el colmo de la falta de previsión. Me respondió que es imposible coger la goma elástica del siphocampylus sin matarle, que los gusanos lo atacan en la incisión y lo pudren, que los viejos árboles, por lo demás, producen menos que los jóvenes, y que sobre el tronco del árbol derribado crece un retoño que, a su vez, es explotable al cabo de quince años. Faltaba poco para que me demostrara que si hay caucho en los bosques es debido a los caucheros. Sin embargo, el siphocampylus ha disminuido considerablemente, desde hace algunos años, en la orilla de los principales tributarios del Amazonas, y para encontrarle hoy en grandes cantidades hay que penetrar en el corazón de los bosques o remontar hasta las cabeceras de los ríos secundarios como el Palcazu. La Seringa (Hevea guianensis), cuya madera es menos blanda, no se derriba sino que se pica en pie, y el mismo árbol puede ser explotado durante veinte años con dos meses solamente de reposo al año. Cada mañana el seringuero va a hacerle su picadura para recibir el látex en su cubilete que él fija a la corteza. Este método exige cuidados y sobre todo una regularidad de trabajo que repugna al carácter de los Antis. Además el procedimiento más conveniente para coagular la savia de la seringa es exponerla al humo producido por la combustión del fruto del Asai, palmera muy abundante en Brasil pero que no se encuentra o es rara en las partes altas de la cuenca amazónica. Esta es la razón por la cual la Hevea, muy explotada en Brasil, lo ha sido muy poco hasta hoy en día en los valles del Perú. Los misioneros bautizaron la hevea con el nombre de seringa (jeringa) en consideración del uso al cual les parecía que la Providencia había destinado especialmente al caucho. N.d.A. 5. Genipa oblongifolia, llamada huito en la montaña; el achiote en la montaña, urucu en el Brasil: Bixa orellana N.d.E. 6. Ver notas 4 y 5 en el capítulo VIII. Nueva, la cushma es del color del algodón, sea blanco sea castaño, con bandas de dibujos tejidos en hilos negros y pardos oscuros. Pero la cushma usada se tiñe en una decocción de corteza rojiza que al aire libre y con el uso da a la cushma su color pardo oscuro. N.d.E. 7. Guacamayo, Ara sp.; Gallito de las rocas: hay dos especies en la montaña peruana, Rupicola rupicola, Rupicola peruviana sanguinolenta. En la parte meridional de la montaña, es uno de los pájaros llamados Tunqui. N.d.E. 8. Kamari o Kamaari en Weiss, T. 1: 144. v Kamagarini en matsiguenga: demonio. N.d.E. 9. Al contrario de la opinión de Ordinaire, es una acogida ritual muy antigua entre los Ashaninga, Nomatsiguenga y Matsiguenga. La constituye un diálogo muy formalizado y con palabras arcaicas que ahora bastantes jóvenes ignoran. En matsiguenga, se llama a esa acogida -y diálogokantabaquerontsi. En este diálogo, que puede durar varias horas, cada uno tiene que repetir en parte lo que viene de decir el otro antes de contestar. Empieza siempre por fórmulas que dan relaciones de parentesco y sitúan al visitante. La sublevación de Santos Atahualpa ocurrió, en su fase bélica, en el decenio 1742-1752. Su centro territorial fue el Gran Pajonal. N.d.E.

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10. Pedro Agustin Caron de Beaumarchais (1732-1799), autor dramático francés. Sus obras más famosas son dos comedias: El barbero de Sevilla y El casamiento de Fígaro, que inspiraron en parte “Las bodas de Fígaro” de Mozart. N.d.E. 11. Existe una prohibición absoluta de nombrar personas en su presencia y son probablemente sobrenombres para uso de los foráneos los que ha recogido Ordinaire bajo formas poco identificables; este es el caso de Shumo, Tahuanchi (Tawantin?), Guatate (hay una rana llamada Uaitu). La mariposa (diuarna) es pempero (“Pimpiri”); Inchoquiri podría venir de tsonkiri, picaflor y Puchuna de potsonai, de color castaño. N.d.E.

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XII. Perros Ochitis - Método de los Campas para prender fuego.- Aborto intelectual.- En qué la civilización asombra más a los Antis.- Danzas nocturnas.- La caza del hombre.-La edad de piedra en el siglo XIX.-

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Durante mis visitas a los Panguchis, mi llegada era casi siempre anunciada por ladridos de perros, porque los Campas tienen perros, que llaman Ochitis, de una única especie; con pelo negro y blanco, cuerpo alargado, inteligencia obtusa. Puestos sobre la pista de una bestia salvaje, los Ochitis cazan a la manera de nuestros perros comunes. Ahora bien, habiendo notado los Campas las cualidades superiores de Pescador, le trajeron sus perras, de suerte que si alguna vez vuelvo al Palcazu, encontraré allá descendientes de mi más fiel compañero de viaje.

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El arma habitual de los Campas es un arco liviano de madera negra de la palmera chonta. Sus flechas, cuya vara, empenachada con plumas de Ourax,1 es un tallo floral de caña brava (Gynerium sagittatum), terminan sea por una punta de chonta arpada, sea por una especie de cuchilla de bambú de doble filo, sea por un pequeño pabellón que tiene la doble ventaja de presentar una superficie relativamente ancha para alcanzar al pájaro y de matarle sin quebrar sus plumas. No conocen el curare o veneno de los Ticunas, pero tienen de los primeros misioneros y colonos españoles ciertas nociones que les bastan, aunque muy rudimentarias, para crearles una ventaja sobre una multitud de otras razas. Saben extraer el fierro del mineral en hornos establecidos según el sistema catalán, y forjarle para hacer con este algunos objetos toscos, como su cuchillo o ipudié. 2

3

Admiraba su habilidad para hacer fuego. Tienen pedernales y una yesca de su invención, pero su secreto consiste en el empleo de un copal en bruto que, bajo su forma de masa grisácea, porosa y de baja densidad, tal cual como se le encuentra al pie del árbol que le produce, reemplazaría ventajosamente a las bolas de resina que venden en París los comerciantes de carbón. Existen, en sus bosques, maderas más fácilmente inflamables que en los nuestros, y que hacen flamear en un abrir y cerrar de ojos, incluso sobre el suelo empapado por un aguacero, cuando tienen que hacer asar su caza o cocer una tortuga en la olla que la naturaleza le ha atado en la espalda.

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Los pequeños Campas me sorprendían por su inteligencia al mismo tiempo que por su agilidad física. Pero mientras que ciertos sentidos se perfeccionan en ellos más allá de lo que podemos imaginar, que llegan por ejemplo a repetir, como verdaderos ecos, el canto de un pájaro o las frases de un idioma que no entienden, como las mínimas entonaciones de la voz que han escuchado, su desarrrollo intelectual se detiene bruscamente alrededor de los doce años y durante el resto de su vida se les vuelve a encontrar semejantes a los niños.

5

De todo lo que yo podía contarles, lo que más les sorprendía es que hubiera ciudades donde, en un espacio relativamente estrecho, vivieran tantos hombres como árboles hay, por ejemplo, en una hectárea de bosques. ¿Cómo hacen ellos para nutrirse? preguntaban entendiendo que solamente la vida aislada permite al hombre vivir de la caza.

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Su idioma es suave, casi musical, con numerosas terminaciones en “i”. Cantan al hablar. Cuando cantan se podría creer que cantan canto gregoriano.

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Una vez al mes hacen con maíz, camotes o raíces de yuca, una chicha poco alcohólica que llaman noaseri3 y que está destinada frecuentemente a ser bebida en una sola sesión durante una fiesta nocturna. He asistido a una de esas reuniones que tienen lugar invariablemente en la época de luna llena. La reunión era sobre un entarimado cuidadosamente acomodado en el claro. Los invitados, venidos de diversos Panguchis, formaron el círculo alrededor de una gran tinaja de barro que contenía el líquido y recitaron la letanía habitual; luego, la copa, llenada por el más viejo, pasó de mano en mano y de boca en boca. Cuando esta hubo dado la vuelta a los asistentes, empezó la danza, lenta y grave, evolucionando los hombres por un lado, las mujeres por el otro, en dos filas que de vez en cuando formaban cadena. Los instrumentos musicales eran un tambor de madera de cedro y de piel de mono, una especie de octavín de hueso y un sankalí4 o flauta de pan con ocho tubos. El aire de danza, sin variaciones, era de tono menor. A intervalos regulares, durante las pausas, la calabaza circulaba, y los danzantes vaciaron la tinaja hasta la última gota. Sin embargo, ninguno me pareció ebrio. La luna, que tiene su parte en el culto de los Campas, bañaba de una serena claridad los grandes árboles, de los cuales caían alrededor del claro colgaduras de lianas. La señal de partida fue dada por el canto de tonos polifónicos de la pava (penélope sp.) que anuncia el alba en la Montaña.

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Cuando quiero evocar la imagen de los Antis, me aparecen muy a menudo en este escenario, como los Espíritus de la Selva, seres crepusculares, formas vagas, sombras chinas bailando en el claro de luna.

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Doña Isabela5 estaba sentada delante de su puerta cuando llegó, como una avalancha, una tropa de salvajes, de ambos sexos completamente desnudos. Eran Lorenzos huyendo de los cazadores de hombres. Se pararon al avistar a la esposa de don Guillermo, hecho sorprendente por parte de estos Indios, a quienes la vista de una cara blanca habitualmente les hace huir, e hicieron entender que tenían hambre. Se les dió plátanos y maíz crudo que devoraron ávidamente. Uno de ellos, anciano de alta talla y que debía ser de un raro vigor, había recibido un escopetazo de perdigón grueso. Los bandidos le habían robado a sus hijos y matado a golpes a su mujer, demasiada vieja para ser vendida.

10

Cuando hubieron acabado de comer, empezaron nuevamente su carrera violenta a través del bosque.

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Los indios polígamos del Valle del Ucayali, Piros, Conibos, Shipibos y Setebos han remontado, desde tiempo inmemorial, los afluentes de este río para hacer razzias de mujeres. Se dedican actualmente a estas cacerías, conocidas con el nombre de correrías, menos por cuenta propia que por la de ciertos colonos que hacen el comercio de las mujeres y de los niños. En la época de mi viaje, un Lorenzo de ocho a diez años valía de 280 a 350 francos; una niña bien conformada, de 300 a 400 francos. No se busca coger vivos a los varones adultos, pues se sabe que se escaparían por lejos que se les pudieran llevar, o que se dejarían morir. Los industriales que organizan las correrías y toman parte en ellas no pueden prescindir del concurso de los Indios adiestrados para este tipo de cacería, porque solos jamás lograrían sorprender a los salvajes. Cuando se apoderan de las niñas o mujeres de una morada, tienen como regla matar a su padre, hermanos y esposo, a fin de evitar cualquier disputa ulterior sobre la propiedad de ellas, y luego prenden fuego a la cabaña vacía... para que tengan menos pesar de dejarla.

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Los Lorenzos no tienen pues que temer de bestia feroz más feroz que el hombre, y particularmente el blanco. Siendo menos capaces para defenderse que otros, son constantemente acorralados.

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He buscado cual puede ser el origen de este nombre español de Lorenzos, en francés Les Laurents, dado a salvajes sobre los cuales, en verdad, nunca había oído hablar durante mi estadía en el Callao o en Lima. Los únicos mapas en los cuales se les mencionan son los de Paz Soldán y del Padre González. Este último, publicado en 1880, les designa con las palabras Indios Lorenzos en número escasos y meticulosos 6. La Historia de las misiones en el Perú durante este siglo por los Padres Pallarés y Calvo no habla de ellos, pero en el Compendio Histórico del Padre Amich, que abarca el período de 1635 a 1771, he encontrado la curiosa relación que sigue:

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El año 17677, los Descalzos Manuel Gil, comisario de misiones, el Padre Fray Francisco y Valentín Arrieta remontaron el Palcazu viniendo del Pa-chitea y del Ucayali, donde otros religiosos de su orden habían sido masacrados por los Cunibos.

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Dice Amich: “El día 28 [de agosto] salieron los soldados a cazar, y por la tarde el Padre Fray Valentín Arrieta tomó un fusil, y se entró al monte a ver si hallaba alguna cosa. Estando registrando, encontró dos arcos y un manojo de flechas. Tomólos en sus manos, y repentinamente se halló con dos indios desnudos hincados a sus pies, el uno de ellos dijo: “Padre, no nos mates”. El Padre los abrazó y los condujo a la playa donde se hallaban el Padre comisario de misiones, y el Padre Fray Francisco. Preguntados qué gente eran, el uno de ellos que hablaba algo de castellano, respondió que era de Pozuzo8, que siendo mozo había huido con su mujer, que él se llamaba Lorenzo y su mujer María; que eran cristianos, pero que sus hijos aún no estaban bautizados. Que tenían su pueblo allí cerca cosa de tres leguas. Los Padres les preguntaron si tenían bastimento, ofreciéndoles en recompensa un par de hachas. Respondieron que por la mañana traerían bastante, y con esto les despidieron. El día 29 a las 8 de la mañana vinieron a dicha playa el indio Lorenzo con toda su familia, que constaba de treinta almas de todas edades y sexos. Venían todos cargados de yucas, plátanos, maíz y otras cosas. Bien se deja discurrir el recibimiento que tuvieron de los nuestros. Por la tarde se fueron con ellos el Padre comisario y el Padre Arrieta con algunos fronterizos, y llegaron al pueblecito que tenían en una pampa muy fértil. Durmieron allí aquella noche, y al otro día volvieron por segunda vez a la playa cargados de víveres todos los del pueblo. Hicieron aquellos indios grandes instancias para que se quedase allí el Padre

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Arrieta, diciendo que querían ser cristianos, pero no se les pudo conceder por entonces su petición. Prometióseles que el verano siguiente se les daría el consuelo que deseaban, y habiéndoles regalado algunas cositas, se despidieron unos y otros con mucho agrado9. 16

Los Padres Manuel Gil y Valentín Arrieta regresaron, en efecto, en el mes de agosto del año siguiente, pero el pueblecito de Lorenzo estaba abandonado y su plantación devastada. De sus habitantes, que buscaron durante un mes, los Padres no encontraron ni rastro.

17

Este relato es, según todas las apariencias, el origen del nombre de los Lorenzos que viven en la Pampa del Palcazu, en las dos orillas del río, entre la desembocadura del Chuchurras y la del Pichis, allá precisamente donde Fray Arrieta hizo su descubrimiento.

18

Hablando de los Cashibos, que viven también en la cuenca del Pachitea, el Padre Calvo dice: “Felizmente su arco es muy tosco, y le falta la elasticidad necesaria. Se necesita para armarlo una fuerza hercúlea. Sus flechas también son muy pesadas. Es por eso que los Cashibos son solamente peligrosos a corta distancia.” Ahora bien, como es fácil de convencerse de eso al examinar los especímenes que he traído, el arco y las flechas de los Lorenzos son todavía más toscos y pesados. Por este hecho, se encuentran en un estado de inferioridad manifiesta frente a los demás indios.

19

Se han visto a Europeos, Españoles entre otros, separados del mundo civilizado por la fuerza de los acontecimientos, pasar al estado salvaje o casi, como los Gauchos de la República Argentina y algunos poblados del Perú. De igual manera, el ejemplo de los fugitivos del Pozuzo muestra que Indios que habían tocado la civilización pueden volver a la edad de piedra. Porque si se puede decir que los Campas están efectivamente en la edad de fierro, los Lorenzos están en la de piedra. Se sirven de hachas de diorita pulida, semejantes a las que se encuentran en las ciudades lacustres, y cuyos mangos de madera están fijados a la piedra por medio de una especie de pez o de caucho que se endurece como cemento. Comparen, por una parte, esta hacha de los Lorenzos con el cuchillo de los Campas y, por otra, el bienestar relativo de éstos con la miseria de ésos, y verán que el grado que, respectivamente, ocupan en la escala humana es en razón inversa del peso de sus armas.

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Los Lorenzos saben, sin embargo, urdir telas groseras, no para vestirse, puesto que se les ve siempre desnudos, sino para adornarse, tales como la banda que sirve para sujetar una diadema de plumas, que he entregado al museo de Etnografía, con algunos otros ornamentos que provienen de la misma tribu. En la colección está una bolsa de malla que les sirve para cargar hasta la choza lo que encuentran para su alimentación.

21

La panoplia compuesta por sus armas y por algunos objetos que resumen toda su industria, muestra que el primer instinto del hombre o el más vivaz, si los Lorenzos son Indios decaídos, es, con el instinto de la conservación, el de la coquetería. En su horrible miseria, los descendientes del fugitivo del Pozuzo, perpetuamente fugitivos ellos mismos, hacen collares de varias hileras, donde los granos de estoraque alternan con huesecillos y baratijas de plumas, como el pectoral del Museo, adornos que sirven indiferentemente a ambos sexos.

22

Los Lorenzos no hacen uso de la sal. ¿Y cómo podrían procurársela si, como creo, el suelo de sus bosques no contiene sal, y ellos no tienen otras relaciones con las tribus vecinas y con los blancos que aquella de la paloma con el gavilán?

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23

Doña Juana tenía en su casa dos pequeños Lorenzos, un niño y una niña, quienes, varios días todavía después de mi llegada, gritaban aterrorizados y se deshacían en lágrimas cuando yo quería aproximarme a ellos. La vista de mi persona producía en ellos el mismo efecto que la de un jaguar o de un cocodrilo. En la misma casa había una pequeña Campa cuya madre había muerto, me dijeron, de una picadura de serpiente, y que alimentaban con biberón de papillas claras de harina de maíz o de yuca. Don Guillermo parecía muy encariñado con esta niña, cuya piel me pareció muy blanca para una India de pura sangre; yo le hice un regalo agradable dándole dos latas de leche condensada que se encontraban entre mis provisiones. Tan luego lloraba en su hamaca que le servía de cuna, uno u otro de los Lorenzos acudía para mecerla. ¡Pobres Lorencitos! Se acostumbraron sin embargo a mi cara, y cuando me fui, tenían placer en seguirme.

NOTAS 1. Hemos visto, en la nota 5, capítulo X, que Ordinaire designa el paujil (Mitu mitu) bajo el nombre de Ourax. En efecto los “Campas” empenachan sus flechas con plumas de paujil y otras especies, siendo las más preciadas de gavilán. N.d.E. 2. Ninguna palabra aproximada es señalada por Weiss (op. cit.) o en el vocabulario de Lucien Adam (ver Arte de la Lengua de los Indios Antis o Campas, París, 1890) para el campa; y esto vale igualmente, por lo que sé, para el matsiguenga. N.d.E. 3. Este no es un nombre de masato o de chicha ni en matsiguenga ni en “campa” para los autores citados en la nota precedente. Aquí algunos nombres de bebidas: en Weiss: masato, pearintsi y chicha, shinkia; en matsiguenga: masato, ob'íroki, pearintsi, shitea, ish'tea, shinkiato compuesto de shinki = maíz y de -a o -ato = agua (para las tres últimas se utiliza yuca con un poco de maíz). La palabra dada por Ordinaire podría interpretarse como no = mi, a= agua, seri = tabaco o sea “mi jugo de tabaco” pero con un orden de aglutinación inverso al normal (noseri o noseriato, mi jugo de tabaco). N.d.E. 4. Sankari, más bien pífano; sonkarintsi, flauta de Pan; kob'írintsi, flauta. N.d.E. 5. Sic, ¿será doña Juana u otra esposa de G. Franzen? N.d.E. 6. En castellano en el texto. N.d.T. 7. Por error Ordinaire señala en su libro el año de 1797. En esta versión castellana de su obra, hemos corregido el dato. Ver Amich, Historia de las misiones del Convento de Ocopa. Lima, 1975, p. 218. N.d.T. (nueva edición de su “Compendio Histórico...”, París, 1854, con algunos cambios y supresiones sensibles. N.d.E.). 8. El valle del Pozuzo estaba entonces habitado por indios Amages que han desaparecido completamente, lo mismo que los colonos españoles en casa de quienes Lorenzo era doméstico o peón cuando huyó. Entonces se puede suponer que los Lorenzos son de raza amage. N.d.A. En realidad Amage es uno de los nombres dados a algunos grupos Amuesha y Campa. Si ellos han despoblado las orillas del Pozuzo, ellos no han desaparecido evidentemente. N.d.E. 9. Esta cita no ha sido retraducida del francés, sino tomada del original en castellano. Ver Amich, op. cit., 1975: 218. N.d.T.

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XIII. Un extraño Robinson - Regresos a la vida salvaje.- Raptos de Campas.- Instintos primitivos.Los Indios barbudos.-

*** 1

Hubiera querido ver nuevamente a los Lorenzos que no habían hecho más que aparecer y desaparecer delante de la casa del cauchero y, con este propósito, hice una caminata de dos días a través del bosque, guiado por Pu-chuna que era decididamente mi amigo. No encontramos más en el lugar que chozas incendiadas y miserables plantaciones de plátanos invadidas por la vegetación. En cambio, la expedición me reservaría una extraña sorpresa. Al seguir la orilla de un riachuelo, afluente por la izquierda del Palcazu, mi guía pronunció varias veces, con un tono misterioso, las palabras Sera Quetari1, que significan “EL Hombre Blanco”; y llegamos a una cabaña donde había, en efecto, un hombre blanco que encontramos sentado sobre una barbacoa 2 de bambú que le servía a la vez de mesa y cama. Estaba vestido de una cushma, al modo Campa, y llevaba sandalias nuevas recortadas de una piel de mono, cubierta todavía de pelo. Parecía tener máximo treintaidos o treintaitres años, tenía los ojos azules y el pelo castaño claro. Ninguna duda que fuese de sangre azul (2) es decir de pura raza blanca.

2

Me recibió con una indiferencia de la que se juzgará por el corto pero singular coloquio siguiente, que tuvo lugar en castellano, lengua que hablaba mejor que yo. • ¡Buenos días, Señor y amigo! • ¡Buenos días! • ¿Ud. vive aquí? • Como ve. • ¿Cuál es su país? • La Selva. • ¿Y vuestro nombre, por favor?

3

Había empleado la fórmula española ¿Cómo le llaman a Ud.? 3, cuyo sentido literal es Comment vous appelle-t-on?

4

Me respondió: No me llaman (3), es decir Personne ne máppelle. • ¡Pero finalmente, Ud. tiene un nombre!

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• Es posible. • Y Ud. no me lo quiere decir... Es su derecho. • ¡Hace tanto tiempo que no lo he escuchado pronunciar que ya lo he olvidado! (que ya no lo sé) (3). 5

Después de esto, intercambié con el hombre blanco un ¡Dios le guarde!(3), y retomé con Puchuna el camino del Palcazu.

6

Mucho tiempo estuve obsesionado por la imagen de este frenético solitario, de este Archi-Robinson, y a menudo todavía me reaparece envuelta en su enigma.

7

En todas las épocas, blancos se han ido a refugiar entre los salvajes, de quienes han adoptado su modo de vida y nacionalidad. Desde su llegada a la Montaña, los misioneros señalan hechos de este género. Así, en 1641, un tal llamado Francisco Villanueva y un cierto Gallego quienes habían escapado de la masacre que tuvo lugar cerca del Cerro de la Sal contra una banda de buscadores de oro, aceptaron las ofertas de paz de los salvajes y se confiaron a ellos. El Gallego se casó al estilo indio, tuvo varios hijos y murió, dice la crónica franciscana, en este estado de barbarie. En cuanto a Francisco Villanueva, tan bien había adoptado el partido de los Campas, que, en 1645, se le señala tomando parte en sus rangos, en un combate contra los soldados españoles del Capitán Bohórquez4.

8

Cuando en 1742 estalló la mencionada insurrección de Santos Atahualpa, los Europeos que no pudieron ganar a tiempo la Sierra, buscaron cómo pasarlo entre las tribus vecinas y enemigas de los Campas, y algunos debieron lograrlo. Finalmente, de 1742 a 1752, los Antis se apoderaron de un número bastante grande de mujeres blancas, que nunca devolvieron, y a las cuales al parecer dieron todos los cuidados de los que son capaces los salvajes.

9

Los peligros de la vida en la Selva, en las partes sanas de la montaña, son menores que los que se podría creer; pero para soportar esta vida se necesita un temple especial. No todos resisten, muchos no pueden hacerse a la soledad que es para otros una necesidad. Todos no tienen en el mismo grado ese instinto salvaje que está al fondo de nuestra naturaleza, como un recuerdo tal vez de nuestra condición primera, y que nos hizo encontrar tanto encanto, cuando éramos niños, al leer Robinson Crusoe, instinto más imperioso entre los Campas que entre los civilizados el instinto contrario, puesto que acabamos por querer sus bosques, mientras ellos no pueden vivir en nuestros hormigueros.

10

En su muy humorístico Voyage á travers l'Amérique du Sud, el Señor Paul Marcoy establece como axioma que los salvajes no tienen barba.

11

“Hubiéramos querido, dice él, poder confirmar al público lo que desde hace mucho tiempo está acostumbrado a leer en las geografías; a saber que los Antis, como algunas naciones que veremos más tarde, tienen de la naturaleza o han guardado de su contacto con otras razas, y particularmente con la de los Españoles, una tez blanca y rosada como la que misioneros entusiastas han dado a los Carapachos del río Pachitea, a los Conibos del río Ucayali, o barbas de zapador como aquellas con las cuales han recompensado a los Mayorunas del río Tapiche, tez blanca y barbas negras que nuestros geógrafos y nuestros viajeros modernos han celebrado bajo palabra. Desgraciadamente, no hemos encontrado entre los Antis o sus congéneres nada semejante o incluso aproximado.”

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Si misioneros entusiastas han dado a los Conibos una tez blanca y rosada, se han equivocado. En cuanto a las barbas, con perdón sea dicho del Sr. Marcoy, existen realmente. Que sean entre los salvajes una excepción rara o una anomalía, y que las tengan de su contacto con los extranjeros, es posible, pero se encuentran. El mismo autor del Voyage á travers l’Amérique du Sud reconoce que la piel de sus rostros no es ajena a toda vegetación pilosa cuando, al hablar de uno de sus jóvenes remeros Campas, dice que “una línea de pelusa negra sombreaba, con una huella de carboncillo, su labio superior.”

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El viejo lorenzo herido, del cual no pude descubrir su refugio, tenía una gran barba entrecana. Los Indios que le habían disparado y que encontré en el bosque me hicieron incluso la declaración que el pobre diablo debía la vida a esta barba que les había inspirado respeto.

14

En la quebrada Purkeale5, que baja del Pajonal al río Pichis, hay un samairinchi 6 o aldea de Campas donde vive un chuncho7 que pasa a los ojos de los demás como un hábil forjador y que es portador de una barba soberbia. Este Campa tiene ciertamente sangre española en las venas, y no lo ignora, aunque hable solamente la lengua de los Antis.

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Puesto que civilizados vuelven de vez en cuando a la vida salvaje, no es sorprendente que se encuentren entre los salvajes caracteres físicos más especialmente propios de las razas blancas.

NOTAS 1. en Weiss (op. cit., T. 2, apéndice A: 531), Shirompari: hombre, macho. En nomatsiguenga y matsiguenga, serari: hombre, K'ítari: blanco. N.d.E. 2. En castellano en el texto original. N.d.T. 3. En castellano en el texto original. N.d.T. 4. Escrito Bohorques en el texto original. N.d.T. 5. Se trata del río Apurucayali. N.d.T. 6. Samairintsi = chacra, nosamaire = mi chacra. Para referirse a un pueblo o a una aldea, se utiliza el plural de casa o la expresión “donde se agrupan casas”: pangot-siegyi o apatotara pangotsi. N.d.E. 7. “Chuncho” es un vocablo despectivo empleado en el Perú para designar, sin distinción étnica, a los indígenas amazónicos. N.d.T. Viene de una antigua distinción entre los piemonteses fronterizos o Anti (ver An-tisuyo), en su mayoría arawak y que tenían relaciones con el imperio Inca, y las etnias más alejadas o poco conocidas y más salvajes desde el punto de vista Inca. Propiamente, Chuncho era el nombre de los grupos Arabaona, Eparamona, Uchuparamona (Ver l’Inca, l’Espagnol et les “Sauvages”, F. M. Renard-Casevitz, Th. Saignes, A. C. Taylor. París, 1986 o su traducción española, Al este de los Andes en prensa. N.d.E

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XIV. Del Chuchurras al Pachitea - En canoa.- La Selva vista desde el río.- Claro de luna.-En la confluencia de los ríos Pichis y Palcazu.- Inventario después de un naufragio.-La Pampa del Sacramento.- Los Carapachos.-

*** 1

La Pampa del Palcazu, donde la tormenta transtorna el bosque formidable como el granizo un campo de trigo, está con más frecuencia en una calma absoluta. Las brisas que soplan sobre el Amazonas y sus grandes afluentes, tal como el Ucayali, no llegan hasta las cabeceras1 de los ríos secundarios, donde el viento se levanta solamente antes de la lluvia. Así, aunque la temperatura allá no sea en realidad excesiva, se ha remarcado que las fiebres intermitentes son más frecuentes en esta región que más abajo. Los mosquitos ya dan allá una idea de su habilidad. Parece incluso que son totalmente insoportables durante los meses de agosto y de setiembre.

2

La altitud del Palcazu en la desembocadura del Chuchurras es de 347 metros.

3

Una noche estaba sentado al borde del río donde el reflejo de las orillas ya no formaba más que una banda confusa, un gran carboncillo oscuro, cuando escuché sobre la gran sabana (gran extensión) de agua, debilitado por la distancia, el ruido de un remo cayendo en una canoa. La vibración sonora había llegado también a las orejas de Puchuna, quien bajó de su loma para prevenir a doña Juana que su esposo estaría de vuelta al día siguiente a las tres de la tarde. El Palcazu describe, aguas abajo de su confluencia con el Chuchurras, una curva que forma una argolla. Estábamos en uno de los extremos de esta argolla. Puchuna había calculado, por el sonido, que la canoa estaba en el otro extremo, es decir a poca distancia en línea recta, pero bastante lejos siguiendo el río que el cauchero y sus compañeros tenían que surcar. El remo tirado en la piragua indicaba que acababan de atracar para pasar la noche. Por lo demás, la predicción de Puchuna se cumplió con una diferencia de un cuarto de hora.

4

Antis venidos de todos lados, quienes habían calculado con igual certeza, al percibir alguna nota lejana, el instante en el cual él se encontraría allá, llegaron al puerto al mismo tiempo que don Guillermo. El Capitán, que había sido prevenido de mi presencia desde hacía mucho tiempo, aprovechó la oportunidad para componer un equipo de

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cinco individuos con los cuales fue convenido que partiríamos dos días después, en esa misma piragua que acababa de dejar. El 25 de noviembre, entonces, habiéndome despedido de mis huéspedes, tomé asiento en la embarcación donde ya me esperaban Josanto, Tahuanchi, Ambrosio, Isentuch y Puchuna. 5

Era una canoa con fondo plano, estrecha y larga, tallada en un cedro, y que llevaba, entre el medio y la parte de atrás, un pamacari o pequeño cobertizo de palmas en forma de arca. Esta techumbre destinada a abrigarme a mí y a mi equipaje, era forzosamente muy baja y no podía tenerme debajo más que acostado o sentado con las piernas cruzadas a la moda turca. Mis cinco Campas estaban premunidos de cortas canaletes. Cuatro se sentaron delante y Puchuna se puso en la popa para timonear con su remo.

6

Desde la boca del Chuchurras hasta la del Pozuzo el Palcazu forma una serie de remansos de 100 a 200 metros de ancho, donde se refleja el alto decorado de sus riberas y que se reúnen entre ellos por débiles corrientes. Grandes bloques de rocas esquitosas, medio cubiertas de hierba, mezclan sus tonos grises con el verdor de los taludes y, a veces, un pedazo de playa, guijarro o arena fina, pone una nota blanca en el paisaje. Aunque estuviéramos en época de grandes crecientes, el río estaba tan tranquilo que desde la canoa se escuchaba el alegre bullicio de los riachuelos que allí vierten. Focas 2, molestadas en su pesca, bajaban el río en pequeñas tropas, sumergiéndose para reaparecer más lejos, y haciendo girar a veces hacia nosotros sus caras redondas. Contemplativas zancudas nos miraban pasar sin alterarse.

7

Seguíamos el medio del río de donde uno tiene el retiro necesario para ver bien los dos frentes del bosque cuyos follajes, de masas colgantes, se adornan acá y allá de grandes flores, curiosas como las flores inventadas de un bordado heráldico. Y sin cesar desfilaban, a la derecha y a la izquierda, las arboledas muy altas a las cuales capiteles de orquídeas dan el aspecto de columnas corintias; y las palmeras sin tallo que se lanzan desde la tierra y se abren como la gavilla de un salto de agua; y las fantásticas cabelleras de lianas, y, por encima del nivel medio de las ramas, los árboles gigantes que se yerguen como, sobre una capital, las cúpulas de sus monumentos.

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Mis compañeros, quienes estaban locuaces y remaban gallardamente al partir, dejaron, poco a poco, caer la palabra y el remo. Cuando un aguacero se acercaba echando su velo sobre el horizonte, se quitaban prestamente sus cushmas que ponían al abrigo detrás de mí bajo la techumbre. Y cuando el chaparrón había pasado se apresuraban a ponérselas nuevamente. Siendo de 27 a 30 grados la temperatura, estos baños de lluvia me daban envidia. Al final, cansado de encorvarme bajo mi techo, me decidí a seguir el ejemplo de los Antis. Desde las primeras gotas, emergía completamente desnudo de mi casucha, como un caracol que salía de su concha. Los afluentes de la margen izquierda que bajan del Yanachaga y de los Andes son, en esta parte del valle, más importantes que los de la derecha. Pasamos, hacia el medio día, delante de la desembocadura del Mayro donde los misioneros de Ocopa venían a embarcarse antiguamente, cuando la quebrada del Pozuzo estaba en su itinerario. A unas dos o trescientas brazas abajo del Mayro, desemboca a su vez el río Pozuzo, cuya corriente agresiva empuja con sus aguas fangosas las aguas tranquilas, apenas perturbadas hasta entonces, del Palcazu. Un poco más lejos, nuestra canoa encalló en la arena cerca del islote Putumayo, llamado así en memoria del pequeño vapor Putumayo que, en 1866, después de haber explorado el río Pachitea, donde tuvo graves problemas con los antropófagos Cashibos, llegó hasta este punto en el cual él también varó. Pero, mientras él tuvo que esperar diez meses para

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que una nueva creciente lo sacase a flote, mi canoa fue liberada en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo necesario para un equipo de Campas para saltar al agua. 9

Desembarcamos a las cinco de la tarde en un lugar de la Selva donde hicimos una recolección de Chamayro3. Mientras Isentuch y Puchuna le quitaban la corteza, única parte utilizable, con sus uñas y con sus dientes, mis otros compañeros buscaban en la Selva algo para comer. Trajeron dos tortugas y un agami4 y tal es el apetito de los Antis que, pocos instantes después, de éste no quedaba más que las plumas, -Pescador había hecho desaparecer los huesos- y de ésas sólo los carapachos.

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Tan luego la luna apareció, continuamos nuestra navegación.

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Las noches de la Montaña son deliciosas en todas partes donde el mosquito nocturno, el terrible zancudo, permite apreciar su encanto, y no estábamos todavía en la región infestada por este díptero.

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La atmósfera estaba llena de olores balsámicos. La piragua se deslizaba sin ruido, escoltada por la estela de plata que caía del disco luminoso. El silencio, interrumpido solamente a largos intérvalos por una lejana caída de árbol, dejaba percibir el menor chapoteo del agua sobre las riberas. El huatarochi5 mismo se callaba. La luna vertía su paz sobre la Selva: Arnica silencia lunae6.

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La anchura del río, muy extendida por la incorporación de los ríos Lagarto, Mayro y Pozuzo, permitía seguir con la mirada las curvas de sus riberas, fuertemente sombreadas por un lado, bañadas en una suave claridad por el otro, donde desfilaban árboles fantasmas con sus sudarios de lianas, donde blanqueaban los tallos altos, donde, sobre el follaje brillante de las palmeras, se reflejaban los rayos pálidos como sobre el techo de metal de un campanario. Como una visión, apareció una playa donde habían gallinazos que saltaban pesadamente y cuadrúpedos de diversas tallas: agutíes, tapires, venados7, toda una sección del Arca de Noé. Pero lo que fijó más fuertemente mi atención, porque era un índice de la presencia del hombre, fue una luz, primero apenas entrevista a través de los árboles y que pronto se volvió muy visible sobre la orilla. Nos dirigimos hacia ella y no tardamos en reconocer una vivienda. Habíamos llegado a la desembocadura del Pichis, donde el Palcazu recibe un volumen de agua igual al suyo y toma el nombre de Pachitea.

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La vivienda era de un negociante cauchero que había establecido en ese lugar un almacén de provisiones diversas para sus propios peones y los de los demás, los caucheros que habían venido desde hacía algún tiempo en gran número al valle del Pichis. Si su lámpara, que brillaba todavía a la una de la mañana, nos había servido de faro, es que él mismo acababa de volver de viaje. Nos informó que se había ido a hacer compras a casa de uno de sus colegas en el Ucayali; de regreso, cuando remontaba el Pachitea y se encontraba ya a la vista de su casa, en un remolino, su canoa, demasiado cargada, había chocado contra un tronco de árbol y zozobrado. Se lamentaba por haber perdido la casi totalidad de su cargamento: telas de algodón, azúcar, fariña, etc., etc., más dos hombres, un mestizo y un indio, sus dos remadores, que se habían ahogado. Me pareció, por la manera como él contaba el acontecimiento, que echaba de menos, por lo menos al mismo nivel, tanto las telas y la fariña como el mestizo y el indio. Y constaté una vez más esta anomalía: que es precisamente allá donde el hombre es lo más escaso, que su vida tiene el menor precio.

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Los accidentes del tipo del que causó tanto perjuicio al cauchero de la desembocadura del Pichis, son de temer en el Pachitea donde el lecho está sembrado con palizadas 8, troncos o estacas encalladas y que se yerguen, invisibles, en el agua turbia.

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Ahora bien, como la felicidad de unos está hecha con la desgracia de otros, y que no hay siniestro del cual alguien no se beneficie, yo llegué muy a propósito para sacar provecho de éste. La fariña o yuca torrada es, hablando con propiedad, el pan de los caucheros; la mayoría de éstos incluso, contando con la caza y la pesca para alternar sus menús, no llevan a la Selva otros pertrechos para la boca. Pues bien, habiendo venido los indios que trabajaban por cuenta de mi huésped a reclamar su fariña, fue convenido que dos de ellos irían al Ucayali a buscar una nueva provisión de ésta. Al asegurarme una embarcación ipso facto despedí a mis Campas, quienes estaban tanto más dispuestos a abandonar la empresa, puesto que el Pachitea está asediado por razas que ellos odian. Puchuna me recomendó desconfiar de los Indios de abajo, particularmente de los Conibos. Y nos separamos en tan buenos términos que estoy seguro, cuando vuelva al Palcazu, de encontrar allá amigos.

17

En la ribera izquierda del Pachitea empieza la Pampa del Sacramento 9, la cual, en un espacio de más de cuatro mil leguas cuadradas, ve apenas el sol, ya que las copas de los árboles que la cubren no dejan que sus rayos lleguen a tierra. En esta Pampa, precisamente allá donde encontré la casa del cauchero, el mapa de Sobreviela (1791) ubica Amages y Carapachos, añadiendo a estos nombres la mención de N. B. (naciones bárbaras) que los misioneros aplicaban indistintamente a las tribus que no han sido catequizadas.

18

El más antiguo documento donde se mencione a los Carapachos es un informe del R. P. Simón Jara sobre una expedición que hizo en 1734 en la Pampa del Sacramento en búsqueda de gentiles para convertir. Este Padre, acompañado por un número bastante grande de Fronterizos, encontró en la Selva varias cabañas con una abundante provisión de maíz y yucas, pero los habitantes habían huido. Sabiendo que volverían, aunque no fuera más que para buscar sus víveres, el Padre Jara se instaló en ese lugar. De todos modos fue forzado a detenerse, puesto que varios de sus hombres se habían enfermado gravemente. Dice Amich:... el 27 de setiembre, a tiempo que el Padre Jara estaba ayudando a bien morir a dos fronterizos, y tenía otros cinco poco menos que en el mismo estado; como a las diez del día vinieron como cien indios gentiles, desnudos y pintados, con sus coronas de plumajes de diversos colores, y varias sartas de dientes de animales en los brazos y piernas.

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“Venían armados y con sus capitanes. Los Fronterizos viendo la indiada, discurrieron que venían de guerra, dieron voces y los infieles dispararon algunas flechas por alto, una de las cuales atravesó la pantorrila del Padre Jara que estaba arrodillado auxiliando a los moribundos. Mandó el Padre a los Fronterizos que arrojasen sus armas al suelo, a cuya acción llegaron pacíficos los infieles (...) No se pudo saber de qué nación eran aquellos indios gentiles porque entre tantos cristianos como se hallaban allí, no hubo quien les entendiese su idioma, siendo así que el Padre Jara era versadísimo en la lengua general y en la Amage. Y por verlos desnudos, les llamaba Carapachos aunque ese traje es común a todos los infieles de la Montaña. Al anochecer se fueron los indios con muestras de amor y de benevolencia. Y el Padre Jara viendo que en aquella Pampa se le moría la gente (pues ya se le habían muerto once personas), determinó retirarse a Pozuzo (...)10”.

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El Padre Girbal, quien remontó el río Pachitea en 1794, acusa a los Carapachos de haber matado a traición a uno de los indios Panos que le acompañaban y hace de ellos el retrato siguiente:

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“Los Carapachos presentan la rareza de ser extremamente rubios, y de tener los rostros tan bellos que ni en Lima se ve tipos más bellos que aquellos de esos bárbaros de ambos sexos.”

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Para captar todo el alcance de esta frase, hay que acordarse que las limeñas, españolas o criollas, pasan por las mujeres más lindas de América del Sur. El Padre Girbal estaba quizás un poco entusiasta. En todos los casos, sus Carapachos no son los mismos que aquellos del Padre Jara. Habiendo notado este último, en efecto, que las plumas de las que se componían las coronas de los infieles que le arrojaron una flecha en la pantorrilla eran de diversos colores, verosímilmente hubiera también notado la tonalidad de sus cabellos en caso de haberse presentado la anomalía, verdaderamente curiosa en esta región, de ser rubios. En resumen, el hecho no es imposible, porque se puede haber tenido sangre española, y, como lo observa muy justamente Théophile Gautier11, es un error creer que no hay rubias en España. Un tipo agradable es aquel de las mujeres de Moyobamba, antigua capital de la Amazonia Peruana. Ahora bien, es en las mestizas entre las que predominan las características de la raza blanca. Se admira la frescura de su tez y, como lo ha constatado el sabio Raimondi, quien hizo varios viajes a Moyobamba, algunas tienen el pelo rubio12.

23

Como se puede pensar, nada deseaba tanto como comprobar la aserción del Padre Girbal, pero por más que buscara, interrogara a indios y blancos, caucheros y misioneros, reclamara a los Carapachos a todos los ecos, no pude encontrar la sombra de eso. De las dos naciones bárbaras indicadas en el mapa de Sobreviela, una, la de los Amages, está verosímilmente reducida a la miserable tribu de los Lorenzos, y, la otra, la de los Carapachos, ha desaparecido completamente.

NOTAS 1. En castellano en el texto original. N.d.T. 2. El autor usa la palabra “phoques”: focas, lobos marinos, en vez de la palabra “loutre”. Este animal, sin embargo, no se encuentra en la Amazonia. Es probable que se trate de la nutria (Lutra incarum o Lutra paranensis); es decir la especie menor, ya que la mayor o lobo de río (Pteronura brasiliensis) no existe ni existía en esa región. N.d.T. y N.d.E. 3. Escrito chumayro en el original, ver nota 4, capit. X. N.d.T. 4. Trompetero en el Perú (Psophia leucoptera). N.d.E. 5. No identificado, ver nota 7, p. 104, capítulo IX. N.d.E. 6. “El silencio amical de la Luna”. N.d.E. Nuestras averiguaciones sobre el sentido de esta frase en latín, nos indican que una traducción más adecuada sería: “Los silencios son amigos de la luna”. Sin embargo, la frase en latín parece estar mal escrita. N.d.T. 7. Añuje o agutí, Dasyprocta sp.; sachavaca o tapir y venados, Mazama sp. N.d.E. 8. En castellano en el texto original. N.d.T.

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9. La Pampa del Sacramento debe su nombre a que ella fue descubierta el día de Corpus Christi (21 de junio de 1726). N.d.A. 10. Esta cita no ha sido retraducida del francés, sino tomada del original en castellano. Ver Amich, op. cit., 1975: 135. N.d.T. 11. Teófilo Gautier, poeta y novelista francés del siglo

XIX.

Ver por ejemplo su novela Le Capitaine

Fracasse. N.d.E. 12. “Algunos pocos habitantes tienen el pelo casi rubio, lo que los acerca más todavía a (sic) raza blanca”. Raimondi. Apuntes sobre la provincia litoral de Loreto. N.d.A. en castellano

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XV. “Pour quí sont ces serpents---.?”1 - Tribus antropófagas del Perú.- De qué manera les conviene a los Mayorunas ser comidos.- Asesinato de los oficiales de marina West y Távara.- Una furia.- Masacre ejemplar.- Los Cashibos.- Niños esclavos.Un almuerzo entre los Bunihahuas.-

*** 1

Me fui de la confluencia de los ríos Pichis y Palcazu el 28 de noviembre. Mi nueva embarcación tenía casi las mismas dimensiones que la primera y estaba provista como ella de un pamacari. Navegaba de noche, porque para mantenerse lejos de las orillas, en un río de tres a cuatro cientos metros de ancho, basta que un rayo de luna pase entre las nubes o incluso con la claridad de las estrellas. Dormíamos de día, por turno, y desembarcábamos solamente para coger algunas frutas, en lugares conocidos por mis nuevos compañeros, o para hacer una cocina rudimentaria. Al despertarme, hacia las tres de la tarde al día siguiente de la salida, vi una serpiente de un pie y medio de largo, con anillos rojos y negros, balancearse sobre mi cabeza, con la cola enrollada a uno de los arcos del techo de follaje que me abrigaba. ¿Era una serpiente acuática, de las cuales existen peligrosas especies en la Montaña, o se había deslizado en las palmas del pamacari mientras la piragua estaba acostada a un talud de la orilla?... Me hice estas preguntas solamente después de haberme yo mismo deslizado fuera del cobertizo, y cuando hube deslomado al intruso con un golpe de remo. Y si todavía me hago estas preguntas es por culpa de los Fronterizos de Huancabamba, quienes, al beber todos mis licores espirituosos, me habían puesto en la imposibilidad de conservar este ofidio en el bocal.

2

Si el Padre Girbal ha inventado los ojos azules y el pelo rubio de los Carapachos, su descripción del Pachitea es de una exactitud perfecta. Reconocí 2 sus cuatro series de corrientes sin violencia y sus colinas formando entre ellas pequeños vallejos que son como el desarrollo del sistema de ondulaciones que yo había observado en la Pampa del Palcazu, desde las cimas del Yanachaga.

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3

Del país de los Carapachos, pasé al territorio que todos los mapas asignan a los Cashibos.

4

Entre tantas razas dispersas sobre el suelo peruano, un pequeño número son, en diferentes grados, acusados de canibalismo. Los exploradores y los misioneros representan como tales a los Capanahuas y los Mayorunas de la ribera derecha del Ucayali, y, en la Montaña comprendida entre este río y los Andes, a los Ruanahuas, los Cumabus, y los Cashibos, cuyo nombre, según el Padre Calvo, significa, en lengua pana, vampiro o chupador de sangre.

5

El Padre Biedma, quien exploró el río Tambo en 1686 acompañado por un jefe conibo llamado Caya-bay, se expresa así en su diario de viaje: “Caya-bay dice que surcando siete leguas el Taraba (afluente por la izquierda del Tambo), se encuentra un gran número de Cumabus y Ruanahuas quienes comen carne humana. Cuando uno de los suyos está demasiado viejo para estar apto para la guerra, le matan y le comen”. Por su parte, el Padre Calvo, cuyos viajes son recientes, declara que, por una suerte de piedad a su manera, los Capanahuas comen a sus parientes difuntos, ahumados o asados, como la carne del monte.

6

La raza de los Cumabus y de los Ruanahuas ha desaparecido, como tantas otras, a menos que hubiesen pertenecido a alguna tribu destacada de los Mayorunas. En cuanto a los Cashibos, han cometido desde hace un siglo, y cometen todavía, bastantes daños para que no se pueda poner en duda su existencia. Al hacer conocer algunas de sus víctimas, entre las cuales fue el Padre Francés, el primer misionero que quedó entre ellos (1763), los anales franciscanos les representan como un objeto de horror y odio para todos los demás Indios.

7

Sin embargo, cuando el Sr. Raimondi escribió, en 1862, sus Apuntes sobre la provincia litoral de Loreto, dudaba todavía que fuesen antropófagos, en el sentido más común y más completo de la palabra. El decía: “Si es verdad, lo que se dice, que comen a sus ancianos, ¡esta costumbre es más bien debida a una superstición religiosa que a un acto de crueldad! En efecto, se dice que cuando se anuncia al anciano que va a ser víctima, éste se llena de júbilo, porque cree que pronto va a encontrarse con sus parientes. Por otra parte, esta costumbre parece también común a otras tribus salvajes del Perú; y una prueba que es debida a una creencia religiosa o a una costumbre que no encierra malicia en ellos, es el hecho que presenció, hace algunos años, el viajero Osculati entre los Mayorunas, en su bajada por el río Napo al Amazonas. Un indio de esta tribu, que se había hecho cristiano, al tiempo de morirse, se hallaba triste y lloraba; habiéndosele preguntado la causa de su llanto, contestó que sentía mucho, porque muriendo cristiano, en vez de servir de alimento a sus parientes, debía ser comido por los gusanos. En este ejemplo, parece que el indio tenía repugnancia de ser comido por los gusanos y consideraba más noble el ser comido por sus parientes.” 3.

8

Las circunstancias que siguieron al homicidio de los dos oficiales de la Marina West y Távara, y que el mismo Sr. Raimondi relata en su Historia de la Geografía del Perú proveyeron al concienzudo sabio la prueba que el canibalismo de los Cashibos es cuestión de gusto o de apetito así como de religión.

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En el año 1866, el gobierno peruano confió la misión de explorar el Pa-chitea al pequeño vapor “Putumayo”, del cual he hablado ya, y al que pertenecían los dos oficiales. El “Putumayo”, al surcar el río, tuvo una avería en Chonta Isla, y tuvo que quedarse varios días en este lugar, que parece ser el Puerto Desgraciado de los antiguos

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misioneros. Mientras reparaban el barco, algunos Cashibos aparecieron en una playa e invitaron, por signos, a los marinos a ir hacia ellos. West y Távara, respondiendo a la invitación, abordaron dicha playa en una canoa que habían cargado de presentes de todas clases. Los salvajes recibieron los regalos transportados de alegría, después de lo cual, queriendo completar la fiesta, mataron a golpes a los dos oficiales y les llevaron al bosque para comerles4. 10

El año siguiente, el “Putumayo”, acompañado de otros dos vapores de la flotilla armada que el gobierno peruano poseía entonces en el Amazonas, volvió al Pachitea con el objetivo de continuar la exploración interrumpida y de castigar a los culpables. Los Cashibos fueron sorprendidos en el interior del bosque, a dos leguas de la playa de Chonta Isla, en el momento en que estaban en plena orgía, sin duda con motivo de la muerte de uno de los suyos. Les tomaron catorce niños y tres mujeres, de las cuales una era la esposa del jefe, llamado Yanacuna. Echaba espumarajos por la boca, dice el informe del coronel Arana, comandante de la expedición, y se parecía a una verdadera furia. Interpelada al respecto por la muerte de los dos marinos, ella no solamente confesó el crimen, sino que empujada por la venganza, se fue a buscar, en un rincón de su choza, un pequeño collar de dientes humanos medio calcinados y lo botó a los pies del coronel como para evocar la escena de canibalismo que había seguido al asesinato.

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Los Cashibos, asustados por las detonaciones, en un principio se habían escapado, pero no tardaron en reaparecer haciendo resonar la Selva de clamores siniestros, y atacaron a su vez con un coraje y un encarnizamiento extremos. Su número aumentaba a cada instante y el resultado de la lucha hubiera sido fatal para el coronel Arana sin las órdenes que había dado muy a propósito, antes de desembarcar, a los comandantes de los vapores anclados en el medio del río. Al estar los salvajes agrupados en la playa para cortar la retirada de los blancos, las piezas de artillería, cuya existencia a bordo de los barcos no podían ellos sospechar, se descubrieron súbitamente e hicieron una espantosa masacre.

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No se ve entre los Cashibos a efebos con formas esbeltas. Tienen la nariz más chata que los Campas, la barriga más prominente y las piernas relativamente delgadas. Salen generalmente desnudos; sin embargo, se cubren en sus chocitas con cushmas muy cortas. Las más temidas de sus tribus son la de los Buninahuas y los Puchanahuas. Parece incluso que sean las únicas que se dediquen a la caza del hombre considerado como carne del monte. Matan a golpes para comerlos, además de sus parientes de edad provecta, a las mujeres estériles y a todo individuo mayor que, por un motivo u otro, no puede proveerse de su subsistencia.

13

Las correrías que tienen por objeto la destrucción de estos seres monstruosos son reputadas legítimas y útiles. Desgraciadamente, so pretexto de Cashibos, se hace la caza de tribus completamente inofensivas.

14

Existe actualmente, en las orillas del Pachitea y del Ucayali, un centenar de Cashibos mansos5.

15

Los pequeños salvajes que han sido tomados del nido, son generalmente bien tratados por sus dueños, cuyos buenos procedimientos son interesados. Incluso en estas condiciones, más de la mitad mueren poco tiempo después de su captura. ¿Cuántos quedarían si les maltratasen? La costumbre es que llamen papá al dueño de la casa, haya sido o no el matador de sus verdaderos padres, y mamá a su mujer. Cuando son bastante fuertes, les emancipan en cierta medida al mandarles reunirse a los trabajadores que, esparcidos por grupos en el bosque, recolectan caucho. Les dan entonces un machete, un

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hacha, fariña, algunos utensilios de caza y de pesca, algunas veces incluso un fusil. Al mismo tiempo, establecen su cuenta... Pagan con caucho. Pero tienen que renovar sus provisiones. Les han hecho conocer también el ron y la ginebra. Cualesquiera que sean sus esfuerzos, jamás logran desadeudarse. Muchos ni lo sueñan. Si al dueño le place hacer un lance de comercio o de dejar el país, les vende o, lo que viene a ser lo mismo, vende su deuda. Así cambian de papá bastante a menudo. 16

A estos Indios sumisos vienen a unirse otros, Piros, Conibos, etc., los cuales son libres, pero que, estando desde hace mucho tiempo en relación con los blancos, han contraído gustos que solamente pueden satisfacer al dar también su contingente de trabajo. Son aquellos que, para pagar sus deudas, se dedican a las correrías con el mayor ardor, teniendo la carne humana más valor todavía que el jebe.

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Los Cashibos mansos, hayan ellos mismos nacidos de padres sumisos o hayan sido tomados de tierna edad, son muy buscados por los colonos, no por su inteligencia, desde este punto de vista, los Antis, que se ven poco mezclados con otros salvajes, son superiores a ellos-, sino por su coraje en la faena y por su sumisión. Saben que su raza está proscrita y que son tolerados, incluso por los otros Indios, solamente porque están esclavizados.

18

Para bajar el Pachitea yo tenía solamente dos compañeros, y eran precisamente dos de estos Cashibos.

19

Durante las cuarentisiete leguas que hicimos juntos del Pichis al Ucaya-li, percibimos, desde el medio del río, tres o cuatro campamentos de Indios, todos buscadores de caucho. Al pasar frente a sus voladizos, los Cashibos no dejaban de llamarles. Y, sin parar la canoa, intercambiaban con ellos cortas frases evocando el coloquio del centinela y del transeúnte quien se ha comprometido en una ronda. Pero en lugar de gritar: “¿Quién vive? o “¿Quién es?, se preguntaban mutuamente: “¿De quiénes son? y se respondían: “Somos de fulano” o sino “Somos los hijos de fulano”.

20

Llegamos a Chonta Isla entre las cuatro y las cinco de la tarde.

21

Un año antes de mi viaje, los Cashibos habían dado allá una nueva prueba de su gusto por el asado de hombre. Era en el mes de setiembre de 1884 y el colono L. R. acababa de desembarcar en este lugar a la caída de la noche con una quincena de Indios, cuando una flecha se plantó a su lado en un tronco de árbol. Esta flecha había sido lanzada por un Cashibo en acecho y que huyó en el mismo instante. Le mandaron varios fusilazos y le vieron caer. Pero L. R. temiendo una emboscada, volvió inmediatamente a la embarcación con sus hombres. Al día siguiente entraron en el bloque por otro lugar y, después de una larga marcha, sorprendieron a los antropófagos alrededor de un fuego sobre el cual asaban a su compañero matado o herido la víspera.

22

Mis guías me declararon que desde esta aventura no se habían visto más a Cashibos bravos6 en Chonta Isla.

23

Buninahuas y Puchanahuas han desertado de las riberas del Pachitea para refugiarse en los valles del Aguaytía y del Pisqui, donde no tardarán, sin duda, en destruirlos hasta el último.

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NOTAS 1. El verso completo es “Pour qui sont ces serpents qui sifflent sur vos tetes?” “Ra-cine, Andromaque: Acto V, última escena. (¿Para quién son estas serpientes que silban sobre sus cabezas?). Famoso verso muy usado como ejemplo de aliteración. N.d.E. 2. En idioma pano, los sufijos -nahua y -bo o -bu significan “la gente”. Así Cashi-nahua o Cashibo es la gente-murciélago; Sharanahua, la bella gente, etc.... N.d.E. 3. Sigue Raimondi: “La misma costumbre puede ser que exista entre los Cashibos y haya sido la causa de que se consideran como antropófagos”. Esta cita ha sido tomada del original y no retraducida al castellano de la versión francesa (ver edición de 1942 de Apuntes sobre la provincia litoral de Loreto, p. 93). N.d.T. 4. El Perú, tomo III, Lima, Imprenta del Callao, Calle de la Rifa nro. 58, 1879. N.d.A. 5. En castellano en el original.N.d.T. 6. La palabra “bravo” tiene un significado opuesto a la de manso y se traduce «en francés» por los adjetivos que significan salvaje, ruin, feroz. N.d.A. Para los Buninahuas y Puchanahuas, ver nota 2, p. 167 y nota 5, p. 178. N.d.E

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XVI. En Chonta Isla - Un hogar de Conibos.- Aparato para comprimir el cráneo de los niños.Las cabezas mitradas.- Mordido por un vampiro.- Los Murciélagos.- Los Chry-sothrix.- Historia de Riquet.-

*** 1

El lugar donde se encuentra Chonta Isla, incluso aunque las hazañas de los Cashibos no lo hubieran señalado en mi atención, se hubiera quedado en mi memoria. Allá se encuentran los únicos peñascos que haya visto durante todo mi viaje del Palcazu al Atlántico. Con tres a cuatro metros de altura, forman, al pie de la Selva, un zócalo continuo rodeando una serie de cuencas donde el menor golpe de remo es repetido por un eco. Al salir de estos encajonamientos el río baña la isla de Chonta o de la Palmera Negra. En esta isla, al frente mismo a la playa de la masacre, descubrí, desde la canoa, un gran techo o galpón cubierto de palmas, y, en el ribazo, un Indio cuyo labio superior estaba marcado con un punto luminoso que no me expliqué al principio. Abordamos. El Indio era un Conibo, y el punto brillante era una patena de plata del grosor de una pieza de cincuenta centavos, objeto que los Conibos tienen la costumbre de suspender bajo la nariz, cuyo tabique es, para este fin, horadado. Además, llevaba, plantada como una barrena en el labio inferior, un filete de madera grabado con líneas entrecruzadas.

2

Este Conibo me presentó su familia que se componía de dos esposas, una vieja y la otra joven, dos chiquillos y un mamoncillo de siete meses, que sentía no poder mandar al Doctor Hamy, con el aparato que le comprimía el cerebro y que consiste en dos tablitas sujetadas por una banda, una sobre la frente, la otra en el occipucio 1. Comprimida entre estas dos reglas, la caja craneana, todavía no soldada, solamente se puede desarrollar hacia arriba y toma la forma de una mitra que, para los Conibos, los Shipibos y los Setebos, es la forma que mejor conviene a una cabeza. El cacique de Chonta-Isla me vendió collares, sartas de Schacapa (cerbera peruana), frutas con cascabeles que estos Indios atan a sus pantorrillas para bailar, cayanas, vasijas de barro adornadas con dibujos y que, para ser fabricadas por salvajes, son objetos de una fineza y de un contorno remarcables, un uchate, pequeño cuchillo de hoja curva que tienen la costumbre de llevar al cuello, colgado de una soguilla2.

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3

Ante la inminencia de una tormenta, tomé la resolución, primero, de comer en Chonta Isla donde los Conibos estaban asando Pacos y Gamitanas 3, excelentes pescados; después, de acostarme allá. Apenás terminada la comida, mi huésped se deslizó, con sus dos mujeres y sus tres niños, bajo un vasto mosquitero armado en el pisó. Al ver eso, me recosté también sobre una barbacoa y me cubrí con mi mosquitero.

4

Al día siguiente, al despertarme al despuntar el día, ví grandes manchas rojas en una de las mangas de mi camisa y reconocí que la mano que salía de esta manga estaba llena de sangre. Habiéndome lavado y examinado minuciosamente, descubrí en la punta de mi dedo pequeño una minúscula herida. Era una llaga capilar producida por el diente puntiagudo de un murciélago (Phyllostoma hastatum), vampiro, del tamaño de una urraca, que los Indios del Ucayali designan también bajo el nombre de Cashibo 4. Sea que la horrible bestia hubiese entrado bajo el mosquitero, sea que, en un movimiento inconsciente, hubiese echado mi mano afuera, ella se había alimentado a costa de mí y sin despertarme. Este hecho bastaría, a falta de otros, para quitarme la gana de ir a gastar mi pensión en Chonta Isla, pues se sabe que los murciélagos vuelven sin cesar para cebarse en el individuo, hombre o animal, cuya sangre han probado una vez.

5

Al dejar la isla de la Palmera negra, tenía un nuevo compañero. Era un mono de la familia de los Chrysothrix (ver nota 7), que en la Montaña llaman Frailecitos o Pequeños Monjes a causa de su pelaje, gris como el vestido de los misioneros de Ocopa. No solamente no hacía muecas, sino que se puede decir que con su cara lisa, su nariz rosada, sus grandes ojos redondos, muy negros, era un lindo monito.

6

Fue todo un problema para salir, y si no lo hubiera atado al pamacari se habría echado al agua. No quería entender absolutamente nada, y gritaba con todas sus fuerzas estirando sus brazos hacia las mujeres del Conibo que le hacían signos de despedida desde la ribera.

7

Hasta este día se había llamado Rino, palabra que, en lengua pana 5, significa mono, y como era, en la especie símica, un verdadero grillo, ya que no medía mucho más de un pie cuando se alzaba sobre sus manos de atrás, cambié este nombre por el de Riquet. Había nacido en los bosques de la Pampa del Sacramento donde un buen día se había precipitado de lo alto de un cedro colgado al cuello de su madre, a la que una flecha de cerbatana6 acababa de alcanzar.

8

Cuando Riquet hubo perdido completamente de vista las riberas de Chonta Isla, se volvió un poco más sociable y cuando llegamos, el 1 de diciembre en la noche, a la desembocadura del Pachitea sobre el Ucayali, éramos los mejores amigos del mundo. Su manía era ponerse a horcajadas sobre mi brazo, que apretaba con todas sus fuerzas cuando yo quería mandarle a practicar equitación a otra parte. Le gustaba también instalarse sobre la espalda de Pescador el cual me consultaba con la mirada para saber si debía tolerar tal familiaridad. Muy reservado, por otra parte, con respecto los extranjeros, se dejaba agarrar solamente por mí. Su alimento se componía casi exclusivamente de insectos, y hacía una caza activa sobre todo de aquellos que viven en las hojas de los árboles.

9

Un día que había dejado el río para pasar a uno de esos pequeños lagos o cochas que forman, en el soto bosque de cada lado del Ucayali, interminables sartas, mis compañeros Indios, después de haber arponado grandes pes-desembarcaron para cazar paujiles, de los cuales habían escuchado cloqueos. Al no poder seguirles a través de las

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espesuras, les esperé en la ribera en compañía de Pescador y de Riquet que parecía muy feliz de esta ocasión de retozar en las ramas. 10

Al cabo de un instante escuché un ruido confuso, extraño concierto de picoterías atravesadas por notas agudas, y que primero creí producido por gaznates de pájaros.

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Las laringes de varios centenares de chrysothrix7 hacían esta batahola que no tardó en llenar las bóvedas del bosque, y me encontré repentinamente en medio de un hormiguero de monos. Tenían el color y la talla de Riquet, el cual se perdió en medio de la barahunda. Pasaron como un vuelo de pájaros, todos dirigiéndose en la misma dirección, como si hubiesen estado persiguiéndose unos a otros. Había visto desaparecer las últimas colas y el ruido se apagaba a lo lejos cuando volvieron mis dos Indios trayendo un par de paujiles. -Riquet, me dije, ha encontrado nuevamente a su familia: ¡tanto mejor para Riquet! Sin embargo, le silbé dos o tres veces en descargo de mi conciencia; después, al no venir nada, entré en la piragua que, con algunos golpes de remos, no volvió al Ucayali.

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Bajábamos el río, rápido en este lugar, cuando escuché una voz conocida. Era la voz de Riquet que había dejado a sus compañeros para volver a su dueño. Como no podíamos atracar, siguió la canoa por la ribera durante más de media hora, corriendo en las ramas, desapareciendo entre las Cañas de Indias, pasando su cabeza despavorida a través de las hojas, gritando hasta desgañitarse. Luego que nos fue posible acercarnos, saltó sobre mi hombro, se aferró a él, y, reiteradas veces, frotó su rostro, a guisa de caricia, en mi cara. Al mismo tiempo su voz se aterciopelaba: a los gritos agudos de hacía un momento sucedían pequeños hus-hus aflautados. Pescador mismo fue conmovido por tal conducta, ya que, por primera vez, lo ví lamer a Riquet. ¡Pobre Frailecito! ¡Mejor hubiera hecho quedándose en el bosque!

NOTAS 1. Es la costumbre Conibo del Panchaque o achatamiento de la frente. Para una descripción precisa del aparato, ver Izaguirre, Misiones Franciscanas, t. 1: 305-306; t. 12, 450. N.d.E. 2. Se puede ver, para los dibujos, la colección del autor en el Museo del Trocadero. N.d.A. 3. Cama o mesa de caña brava sostenida por cuatro estacas. N.d.A. En realidad se llama “barbacoa”, en esa parte de la Montaña, a una larga tarima hecha generalmente de rajas de palmera chonta donde la gente se sienta o duerme, y también tanto a la alta plataforma del mismo material o de caña brava donde se hace secar al sol carne y pescado, como a la más pequeña que sirve de parrilla y ahumadero. N.d.E. 4. El murciélago (Phyllostomus hastatus) del cual habla O. Ordinaire es el gran murciélago “punta de lanza” de color rojizo: carnívoro y frugívoro vive en grutas o en troncos huecos, no es un vampiro como tampoco lo es otra especie vecina, el más grande murciélago sudamericano, tomado como tal y llamado “falso vampiro de Linné” (Vampyrum spectrum). Igualmente bermejo y carnívoro, se le confunde frecuentemente con el anterior. De hecho, los verdaderos murciélagos vampiros (Desmodontidaes sp.) son todos de pequeño tamaño y de pelage gris. N.d.E. 5. Los Conibos, los Shipibos, los Setebos y los Cashibos hablan dialectos de una misma lengua a la cual los Descalzos dieron el nombre de Lengua Pana, que viene de los Indios Panas (sic, Pano) que

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se agruparon alrededor de su misión de Sarayacu y de los cuales queda solamente un número muy reducido. N.d.A. Hoy día el Pano constituye una familia lingüística a la cual pertenecen también los Amahuaca, los Yaminahua y todos los otros grupos -nahua. N.d.E. 6. Los Conibos reservan el arco para la pesca y cazan con la cerbatana cuyo proyectil es una flecha muy pequeña, parecida a una aguja de hacer medias, provista de una cabeza o borra de algodón en uno de sus extremos e impregnada de curare en el otro. Aunque el animal cuya piel ha sido perforada por una de estas agujas muere envenenado, se le puede comer sin temor, puesto que el curare no ejerce su acción tóxica por las vías digestivas. N.d.A. 7. Los frailecitos pertenecen al género Saimirí (4 especies). El mono de Ordinaire debe ser probablemente un Saimirí sciureus. N.d.E.

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XVII. Consideraciones geográficas y otras - Futuras carreteras.- Navegabilidad intermitente de los ríos Palcazu y Pachitea.- El Gran Pajonal.- Un misionero francés.- Continuación del viaje.- En la desembocadura del Pachitea.- Mosquitos, Zancudos y Garrapatas

*** 1

Nos fueron necesarios exactamente dos días y dos noches, deduciendo el tiempo pasado en Chonta Isla, para bajar el Pachitea. Para surcarlo, lleno como estaba, hubiéramos necesitado por lo menos quince días.

2

Con esto pido el permiso para abrir un paréntesis. Los viajeros que tienen que irse de Lima a Iquitos, capital de las provincias amazónicas del Perú, pasan todavía por Moyobamba, es decir por el camino primitivo que los españoles abrieron, poco después de su llegada al Perú, sin otro objeto o concepción global que el de ir en búsqueda de El Dorado.

3

La vía que yo había seguido, al menos desde la meseta de Junín, y que pasa por el llamado ferrocarril de La Oroya o del Cerro de Pasco, la Cordillera de Huachón, los Cerros del Yanachaga y el río Palcazu, es, de Lima a Iquitos, 80 leguas más corta 1. Hay solamente 70 leguas de la capital del Perú a la confluencia de los ríos Palcazu y Chuchurras, y este punto es así el puerto fluvial más próximo a Lima donde pueden llegar, en todas las estaciones, canoas venidas del Amazonas 2.

4

Pero el Palcazu y el mismo Pachitea no son navegables para los vapores, incluso para los de más bajo tonelaje, más que durante la época de creciente, o sea durante cuatro o cinco meses cada año. Si me hubieran quedado dudas sobre este asunto, los caucheros de la cuenca del Pachitea me las hubieran aclarado. Todos aquellos con quienes hablé sobre este capítulo, me afirmaron que los más pequeños piróscafos que vienen de Iquitos para cargar caucho y que tratan de remontar lo más posible los ríos secundarios, donde hacen intercambios lucrativos, no pueden, en tiempo ordinario,

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surcar el Pachitea más allá de Chonta Isla, es decir a más de ocho leguas de su unión con el Ucayali. 5

Para terminar con un verdadero puerto, la carretera sólida, ferrocarril o camino de herradura (camino bueno para animales herrados) deberá ir directamente de Lima al Ucayali atravesando el Gran Pajonal. Ya que es sobre el Ucayali, más arriba de la desembocadura del Pachitea y casi exactamente bajo el décimo grado de latitud sur, donde está el punto más próximo de Lima donde pueden llegar en todas las estaciones barcos a vapor.

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El Gran Pajonal, que ocupa la mayor parte del territorio comprendido entre los ríos Perené, Tambo, Ucayali, Pachitea y Pichis, y cuyo nombre significa espacio cubierto de pajas, ha sido injustamente considerado hasta ahora por los geógrafos y el público peruano como formado por montes escarpados. He expresado desde 1884, y he sido creo el primero, en dar la opinión que es al contrario una vasta meseta donde el establecimiento de un camino sería relativamente fácil. Y he adquirido, en mi viaje, la certeza de que no me había equivocado.

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En el Pajonal viven los Antis, cuyos antepasados, más o menos convertidos al cristianismo durante la primera mitad del siglo pasado, tomaron nuevamente sus costumbres y su religión primitivas después de la insurrección de Juan Santos Atahualpa (1742), quien hizo recular a los españoles hasta las cimas desnudas de la Cordillera. Desde esta época hasta estos últimos años, ningún hombre de raza blanca había escalado las pendientes del Pajonal, sobre el cual los misioneros, que fueron masacrados en su mayoría al principio del levantamiento, no han dejado ninguna descripción topográfica.

8

El caucho había de ser la llave de esta salvaje ciudadela.

9

He dicho que en el Brasil se recolecta la seringa o goma fina del Pará explotando el mismo árbol durante veinte años, mientras que en el Perú, para extraer el caucho o jebe, se empieza por cortar el árbol. De eso resulta que si los Seringueiros del Brasil son trabajadores sedentarios, los Caucheros del Perú son esencialmente nómadas, y tienden a alejarse sin cesar de las regiones explotadas para escrutar nuevos bosques.

10

Y los Antis, guardianes del Pajonal, se han dejado seducir por los presentes de los caucheros.

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Uno de ellos, don Presentación Guerra, peruano que vive actualmente en la desembocadura del Pachitea, surcó en canoa, en el mes de agosto de 1885, el río Unini hasta un lugar designado por los Campas bajo el nombre de Toso, y de allá ganó la cima del Pajonal en un día y medio, por un sendero de indios bien practicable y con pendiente suave. En la cumbre encontró un llano cubierto mitad de bosques, mitad de pastos donde aparecían numerosas cabañas de Antis, y, acá y allá, tropas de bueyes. Al haber seguido, con sus guías indígenas, uno de los numerosos senderos que se cruzan allá, y al borde de los cuales los Campas mantienen tambos o abrigos de hojas de palma, llegó, después de dos nuevas jornadas de marcha, a la entrada del valle de Purkealé 3 que termina en el Pichis. Y durante estas dos jornadas, con tiempo despejado, no vio ninguna cresta de montaña, ningún montecillo que se levantase entre él y las alturas del Chanchamayo, del Cerro de la Sal y del Paucartambo, que conocía perfectamente por haber sido uno de los compañeros del explorador Wertheman. De esto sigue que mis cálculos de 1884 eran exactos.

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12

El camino que atraviesa la meseta del Pajonal tendrá la ventaja de hacer el servicio de comunicación con el valle de Chanchamayo, uno de los más fértiles de los Andes y que está habitado por una colonia en parte francesa.

13

Este Pajonal, que será algún día el lazo de unión entre el Perú del Pacífico y el del Amazonas, fue descubierto por un francés en el siglo pasado.

14

Jean de la Marque -tal es el nombre de ese francés- se fue al Perú con el ingeniero Albert de Minson, se hizo sacerdote y entró en 1722, en la orden de los Franciscanos de la cual fue, durante diez años, uno de los más intrépidos misioneros. El Padre Amich le consagra, en su Compendio Histórico, una interesante noticia.

15

“Jean de la Marque, dice Amich, aprendió con perfección el idioma ande o lengua de los Campas de la cual hizo la gramática y el diccionario. Fundó el pueblo de San Antonio de Catalipango4, descubrió el Gran Pajonal y la mucha gente que en él había y fundó con ella varios pueblos. Habiendo dejado la Montaña en 1735 por orden del Virrey para ir a reconocer el puente de piedra del río de Jauja, cayó enfermo en el valle de este nombre y murió.”5.

16

De hecho Jean de la Marque no solamente ha sido el primer explorador, sino el principal civilizador del Gran Pajonal. No hubiera de extrañar, entonces, que se encontrasen en este dominio de los Antis, ideas y palabras que llevan el sello francés.

17

Cierro el paréntesis.

18

En la confluencia del Pachitea y del Ucayali, donde llegué el 1ro. de octubre, encontré un verdadero pueblo cosmopolita. Vi allá alemanes, peruanos, portugueses, brasileños, blancos y mestizos quienes tenían, todos, en sus chalés con paredes de encañizada, depósitos de mercancías para pagar sus equipos y traficar con los indios buscadores de caucho y otros.

19

Mis guías Cashibos me hicieron recalar delante de la casa de un peruano quien tuvo a bien tomarme de pensionista hasta la llegada, considerada como muy próxima, de un vapor en el cual podría embarcarme para continuar mi viaje.

20

Fue en 1866 cuando apareció el primer barco a vapor en el Ucayali, y éste fue el Putumayo que, el mismo año, se arriesgó sobre el Pachitea donde dos de sus oficiales tuvieron la suerte que sabemos. En el año de gracia de 1885, varios pequeños barcos o lanchas a vapor, arqueando de dos a cien toneladas, hacían el servicio de comunicación en el Ucayali, que remontaban con frecuencia hasta el Pachitea, trayendo a los colonos, una o dos veces al mes, sus provisiones, y cargando caucho y pescado salado como principales fletes de retorno.

21

Tenía que tomar notas en la desembocadura del Pachitea y hubiera esperado pacientemente la lancha anunciada si no hubiera sido por el suplicio verdaderamente atroz que en ese lugar debían infligirme los Mosquitos, Zancudos, Tábanos, Garrapatas y otros bichos que pululan en las orillas de los grandes afluentes del Amazonas, particularmente del Ucayali donde despliegan una febril actividad.

22

No contentos de saciarse en mi cara y en mis manos, los Mosquitos atravesaban mi pantalón con sus trompetillas y me ponían las piernas en carne viva.

23

La cabeza del mosquito, visto con la lupa, se parece, con su trompa y sus ojos combados, a una cabeza de escafandra. Durante la succión, su barriga se enrojece y se hincha como una grosella.

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24

El mosquito trabaja del alba a la noche, y, en el mismo instante que se detiene, entra en campaña el zancudo con largas piernas quebradas como las de una araña, con la trompa en escobillón y la picadura profunda.

25

Creí un día encontrar un alivio rodándome sobre un cesped verde... Cuando me levanté estaba cubierto de insectos sin alas, suerte de pequeños cangrejos rojizos que se hundían en mi piel con todas sus patas y mandíbulas 6. Uno debe evitar rascarse para no irritar las picaduras. ¡Pero sucede con esta regla lo que con muchas otras!. Es más fácil de formular que de seguir. Uno se rasca tanto que muchos colonos tienen llagas, particularmente llagas en las piernas, que a veces se tornan malignas y postran a un hombre en la cama durante semanas y meses.

26

Me fue necesario un coraje que no vacilaré en calificar de heroico para montar, al borde del río, mi cámara fotográfica, enfocar, con las manos devoradas por los feroces dípteros, sacar y poner nuevamente el obturador, y tomar así una media docena de vistas. Estas vistas tienen valor para mí, ya que supongo que no existan otras del mismo lugar, y estoy seguro de que jamás un pintor paisajista se instalará frente a un caballete a orillas del Ucayali para hacer un cuadro.

NOTAS 1. La legua de la cual se trata aquí es de un quinto de grado o de cinco kilómetros. N.d.A. 2. Sin embargo, hubiera ventaja, según yo, en lugar de ir al Palcazu por el Yanacha-ga, en abrir un sendero que uniese el Perú del Pacífico al Pichis por el Chancha-mayo. Para más detalles, ver el Bulletin de la Société de Géographie Commerciale de Paris, Tomo VI, fascículo 2, y el Bulletin de la Société de Géographie, 2do trimestre de 1890. N.d.A. 3. Se trata del valle del río Apurucayali. N.d.T. 4. Catalipango: es, apenas deformado, Kataripango, la casa del mergo (o cuervo fluvial) compuesto de katari = mergo, y -pango = casa en ashaninga-matsiguenga. Usado como topónimo, el vocablo pango significa ángulo y se aplica a la unión de dos ríos (ver Tingo, nota 3, capítulo IX); así kataripango es “la confluencia del mergo”. N.d.E. 5. Esta cita es en realidad un resumen de lo que escribe el Padre Amich sobre las “Conversiones del Pajonal” por el Padre La Marca, en el capítulo XXIII. Ver José Amich, o. f. m. y continuadores, Historia de las Misiones del Convento de Ocopa, ed. de 1975, Lima, pp. 139-141. N.d.T. 6. El autor se refiere a un ácaro muy pequeño conocido con el nombre de “isango” (Tetranicus molestissimus). N.d.T.

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XVIII. Las Arpías del Ucayali - Piros, Conibos, Shipibos y Setebos.- Vanidad humana.- La religión de los Conibos.- Los Mucroyas.- El espiritismo en la Montaña.- La circuncisión india.- Curiosos detalles observados por los Padres Pallares y Sabate.- La viruela entre los salvajes.- Una advertencia mal entendida.-

*** 1

La desembocadura del Pachitea, adonde llegan toda clase de Indios, sería, sin estos malditos mosquitos, un observatorio etnográfico sin par. Allá vi Piros del Alto Ucayali, cuya cushma provista de una capucha se parece al albornoz árabe; Amahuacas o Impetiniris1, últimos representantes de una raza destruida por los Piros; algunos Panos descendientes de la única tribu que se abstuvo, después de ser convertida, de masacrar a sus misioneros; y mayormente Conibos, Shipibos2 y Setebos, que deben a sus costumbres de latrocinio el apodo de Arpías del Ucayali3.

2

Estos salvajes designan a los demás bajo el nombre de Nahuas, palabra que, en su lengua, significa infieles. Y aunque sus tres familias provengan, no cabe duda, de un mismo tronco, hablen el mismo idioma, tengan las mismas creencias religiosas, cada una de ellas se considera como más noble que las otras dos.

3

Obtuve de un grupo de Shipibos4, mediante algunas chaquiras, que se quedasen un segundo inmóviles delante de mi cámara fotográfica.

4

- No se equivoque, me decían para recibir un regalo más importante; ¡somos verdaderos Shipibos!.

5

Los Indios-Arpías son superiores a los demás por su aptitud para el dibujo, por la elegancia de las líneas y arabescos con los cuales saben adornar sus alfarerías. Pero ellos mismos tienen una forma poco artística. El Conibo sobre todo es grueso y pesado ; su cabeza parece entrar en sus hombros. Además, tiene la epidermis tan áspera que ciertos viajeros le representan como si tuviera el cuerpo envuelto con una corteza. Este aspecto escamoso se debe, por lo menos en parte, a las picaduras de insectos. El dardo del mosquito hace aparecer puntos oscuros sobre la dermis formados con sangre coagulada, los cuales, al multiplicarse, acaban por crear una costra que los Conibos tienen la costumbre de cubrir con una capa de tintura de genipa. Y dan a esta pintura

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negra, según el lugar que ocupa, la forma de un guante o de una media, de un coturno o de un mitón. Esta cota de malla, que la trompetilla del zancudo atraviesa fácilmente, vuelve un poco menos dolorosa la picadura del mosquito. 6

La religión de los Conibos, que tiene ciertas analogías con la de los Campas, es una especie de espiritismo reforzado con magia. Sus sacerdotes, médicos o brujos, a los cuales dan los nombres de Mucroyas y de Yutumis, pueden, según ellos, curar o provocar las enfermedades por sus relaciones secretas con el diablo o Yurima. Estos sacerdotesmédicos empiezan por exorcizar a los enfermos que recurren a ellos, luego aplican los labios en el lugar indicado como si fuera la sede del dolor, y aspiran con fuerza haciendo el trabajo de ventosas. Pretenden retirar así imperceptibles astillas de chonta que el diablo ha hecho entrar en el cuerpo del paciente y que son la causa de su mal.

7

La entrada en la orden de los yutumis o mucroyas está precedida de un noviciado, retiro de dos meses durante el cual el aspirante está sometido a un ayuno riguroso. Por todo alimento le dan cada día una porción conveniente de plátanos hervidos. Desde la mañana hasta la noche fuma una pipa de corto tubo de hueso de mono y en cuya hornilla de madera cabe igual que en una de esas damajuanas de porcelana que fuman los Alemanes. Por fin, les está prohibido durante este retiro hablar con quien quiera que sea, a no ser el mucroya encargado de su iniciación.

8

Los Shipibos consideran como Yutumis de nacimiento a los Indios Cocamas del distrito de Nauta, un cierto número de los cuales habita en el valle bajo del Ucayali. Es por eso que les tienen en muy respetuosa consideración. Si un Shipibo rehusa venderle un objeto al cual él tiene apego, su canoa por ejemplo, vaya a buscar un Cocama y encárguele hacer el trato por vuestra cuenta ; el Shipibo le dejará la piragua por la mitad del precio que Ud. había ofrecido, por el temor de que el Cocama, usando de su poder infernal, le sople en el cuerpo barbas de chonta.

9

Los Yutumis son temidos y obedecidos por todos aquellos que les rodean.

10

La parte esencial del culto de las Arpías es la evocación de los espíritus. Las reuniones tienen lugar en el claro de la luna: el Mucroya, muy adornado, con la cabeza cargada de una especie de pantalla de hojas, escotada en la cara, se queda primero en una pequeña cabaña. Su voz, que se escucha desde afuera, empieza con una suerte de murmullo, se infla poco a poco y acaba por volverse atronadora. Habiéndose puesto de esta manera en comunicación con un espíritu o Tute, se presenta a la asamblea que está silenciosa y estupefacta, como si fuese a suceder un acontecimiento considerable. Si el Tute no contesta, le llama con furor, se agita como un energúmeno, hace gestos desesperados. Cuando el Tute se digna a aparecer, le anuncia a los asistentes para quienes dicho Espíritu sigue siendo invisible, y les habla en su nombre.

11

Lo que es curioso es que los salvajes han hecho con este sistema, sin quererlo ni saberlo quizás, más prosélitos entre los colonos de la Montaña, donde en verdad se cuentan muchos mestizos, que los misioneros conversos entre los salvajes.

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Pregunté a uno de los brasileños que mora en la desembocadura del Pa-chitea, si los Conibos creen realmente en estos sortilegios. -No solamente creen en ellos, me contestó, sino que los hacen. -¡Hum! ¡Hum!, me decía otro acerca de la evocación de los Espíritus, se encuentra a veces entre los Indios verdades que los civilizados reconocen más tarde. Por fin, la mayoría de aquellos con quienes hablaba sobre ese capítulo salían del enredo con las dos palabras estereotipadas de América del Sur: ¿Quién sabe?

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La costumbre más singular de las Arpías es, para emplear la expresión consagrada por los misioneros, la circuncisión femenina, que el Padre Pallarés describe como sigue:

14

Luego que una joven llega a la edad de once o doce años, se celebra una gran fiesta a la cual son convidados sus parientes y amigos, los cuales se presentan con sus Cushmas nuevas y muy pintados; la joven que ha de ser circuncidada, aparece de medio cuerpo arriba llena de chaquiras de varios colores y puesta sobre su cabeza una corona de plumas a su alrededor; se forman varias danzas al son de pequeños tambores por espacio de siete días, soliendo ir acompañados de algunas borracheras. Al octavo día, después de salido el sol, hacen beber a la pobre joven hasta que pierde el sentido, y luego dos mujeres diestras en la operación, se apoderan de ella tendiéndola en una barbacoa, llamada Quischiquepiti, preparada de antemano, y realizan luego la sangrienta ceremonia; el flujo de sangre consiguiente lo contienen con la aplicación de una yerba particular (...)5.

15

Esta manera de circuncidar a las doncellas impresionó también al Padre Sabaté quien da algunos detalles más:

16

“Terminadas las libaciones y los festines, todos los invitados que están todavía en estado de mantenerse de pie se reúnen para presenciar el acto de la circuncisión de la muchacha. Algunas viejas mujeres son las sacerdotisas encargadas del sacrificio. Armadas con un bisturí de madera, cortan con este instrumento grosero “el pedacito de carne de la infeliz paciente”, la cual aunque con la sensibilidad entorpecida por la embriaguez, pone gritos de dolor que atraviesan el alma.

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“Hecha esta operación bárbara, queda terminada la fiesta, salvo cuando no le da fin otro acto todavía más bárbaro, que tiene lugar si por desgracia se encuentra allí algún salvaje prisionero de distinta tribu, al cual, sin más ni más, cualquiera de ellos da un fuerte macanazo en la cabeza, partiéndola en dos pedazos como quien abre una granada, sin que nadie le diga porqué lo matas, ni nadie dé señales de admiración alguna.”6.

18

A algunos pasos de la vivienda del negociante cauchero que me albergaba, había una suerte de galpón que servía de vivienda a una decena de Combos cuya ocupación principal era, por el momento, reparar los techos de hojas de la colonia; los Conibos son renombrados así como las demás Arpías por su habilidad en este trabajo. Sabiendo estos Indios hacerse entender en español, sea porque los misioneros de los dos últimos siglos hayan introducido en su idioma algunas palabras de esta lengua o porque las hayan aprendido de los colonos, me propuse, al llegar, cultivar relaciones con ellos. Me recibieron bien los primeros días, luego me apercibí que mis visitas les parecían sospechosas.

19

Había además en la colonia un grave motivo de inquietud.

20

La viruela acababa de declararse precisamente en la nación de los Conibos. Ahora bien, la viruela que los Campas llaman chami7, y las Arpías muru es, en la Montaña, una terrible plaga que destruye, a veces en algunas semanas, tres cuartas partes de una tribu. Importada de México, según Ulloa por un esclavo negro de Narvaez, pasó rápidamente a América del Sur donde hace más estragos quizás que la fiebre amarilla, la cual no castiga más que en las costas. Inútil decir que la vacuna es desconocida entre los salvajes.

21

Que los Conibos me demostrasen frialdad, me dejaba indiferente. En cambio el dardo de los mosquitos empezaba a exasperarme.

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22

Desde hacía más de diez días sufría la horrible tortura, ¡y no llegaba la lancha!

23

Sabiendo que la nebulosa de insectos venenosos en la cual uno está envuelto sin cesar en estos parajes, es menos densa hacia el medio del río que en las orillas, tomé la decisión de continuar mi viaje en canoa. No podía dejar de encontrar la famosa lancha si realmente debía venir.

24

Para procurarme una embarcación, tuve que dirigirme a los Conibos quienes primero me la negaron, y luego, al cambiar de opinión, se comprometieron a proveerme de una piragua y un guía hasta el teritorio de los Shipibos.

25

Entre los numerosos Indios que al azar de las circunstancias había agrupado en la boca del Pachitea, había dos Campas de la tribu del río Unini, quienes debían precisamente acompañar al cauchero don Presentación Guerra en una nueva expedición al Pajonal. Estos dos Campas, de los cuales había tomado fotografías, eran mis amigos: sabían que yo tenía por ellos más simpatía que por las Arpías del Ucayali. Espontáneamente vinieron a buscarme la víspera de mi salida, durante la velada, para disuadirme de salir con los Conibos. A decir verdad, de su discurso no comprendí más que Conibo, Yutumiz, Chani y Nomageti8, que significa morir; y creí que querían Simplemente comprometerme a que no me detenga entre los Conibos donde estaría expuesto a morir de viruela.

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Les agradecí con efusión, pero, como me había hecho vacunar nuevamente poco tiempo antes de mi salida del Callao, no temía al Chami, y al día siguiente en la mañana, es decir el 12 de diciembre de 1885, me alejé de la desembocadura del Pachitea sentado en la piragua, teniendo al guía Conibo frente a mí, Riquet sobre el brazo y Pescador entre las piernas.

NOTAS 1. Impetiniris o más generalmente en la literatura Ipetineris, Ipitinere, etc... es un término despectivo que significa cobardes en Piro y que es utilizado por este grupo para designar varias etnias enemigas, particularmente a los Amahuaca, aunque también a los Lorenzos y otros. Para Carlos Fry, Ipiteneres significaría "ronsoco" (capivara). La visión pesimista de Ordinaire sobre el destino de los Amahuacas no está, por fortuna, justificada más que parcialmente, y los Amahuacas están en la actualidad todavía bien representados. N.d.E. 2. Escrito Sipibos y Shetebos en el texto francés. Quizás es un lapsus calami; de todos modos, optamos por escribir Shipibos y Setebos por ser los nombres conque se conoce hoy a estos grupos Pano. N.d.T. y N.d.E. Para la traducción de Nahua más adelante, ver nota 2. 3. Se da también este nombre a los Piros quienes no valen más. N.d.A. 4. Ver nota 2, “Sipibos”. 5. Noticias Históricas de las Misiones por los R. P. Fray Fernando Pallares y Fray Vicente Calvo, cap. XII, Barcelona, 1870. N.d.A. Esta cita no ha sido retraducida del francés, sino tomada del original en castellano del cual se valió Ordinaire, en Amich, op. cit., Lima, 1975: 298. N.d.T. Se trata en esta circuncisión de una excisión del clítoris. N.d.E.

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6. Cita no retraducida del francés, sino tomada del original en castellano. Ver Iza-guirre, Historia de las Misiones Franciscanas, Lima, 1925, Tomo X: 271. N.d.T. Ordinaire consultó dicho texto, tal como lo indica en su libro en una nota a pie de página: “Viaje de los Padres Misioneros del Cuzco”, por el R. P. Fray Luis Sabate. Cap. XXII. Lima, Tipografía de la Sociedad, 1877. N.d.T. y N.d.A. 7. No se encuentra tal palabra en Weiss (op. cit.) u otros textos campa. En matsiguenga, la viruela se llama Inaenka; en el mito de origen de la enfermedad, Inaenka remonta el río, viniendo de las tierras “chama”, nombre que designa al conjunto de los Shipibos, Conibos y Setebos. ¿Será el origen del nombre “chami”? N.d.E. 8. La raíz de morir es -kama-; nokamake, muero y vimos la palabra kamagarini, demonio, que significa literalmente “él que causa la muerte”. -Maga-, -magye- es dormir, soñar; tera nomagyeti = no duermo. N.d.E.

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XIX. El Ucayali - Procesión de árboles muertos y de árboles vivos.- El río Blanco.- Una emboscada.- Felices inspiraciones.- El Masato de la amistad.-

*** 1

El Ucayali es un río magnífico, con seis a ocho brazas de profundidad, de quinientos a mil metros de ancho, y particularmente imponente en la desembocadura del Pachitea que irrumpe hasta el medio de su lecho. La línea de separación de los dos ríos, que corren algún tiempo lado a lado antes de mezclar sus aguas, está marcada por una fila de árboles flotantes, caídos la mayoría bajo el peso de los años, algunos en el Alto Ucayali, otros en el Pachitea. Islotes, pedazos de orilla desprendidos de la tierra firme, pasan con árboles que han quedado parados y que son como los doseles de esta procesión sin fin.

2

Ucayali significa Río Blanco. Y aunque sus aguas estén, por lo menos en la época del año en la cual lo he visto, matizadas de amarillo, se concibe que se haya llamado con este nombre al gran afluente del Alto Amazonas al compararle con el Río Negro, o, sin ir tan lejos, con algunos de los ríos color de tinta que él mismo recibe en su última etapa. Su nombre puede provenir también de sus paisajes, luminosos. Al salir de cualquiera de los canales que desembocan en su lecho, y cuyas aguas duermen bajo carenas donde no penetra más que de cuando en cuando un rayo tamizado por la bóveda de follajes y como reducido en polvo de oro, el Ucayali, con sus tonos claros, con sus grandes espacios soleados, aparece de veras como el Río Blanco. Incluso en el Palcazu, la Selva es la parte importante del cuadro, mientras que en los paisajes del Ucayali el cielo y el agua ocupan generalmente más de las tres cuartas partes del marco.

3

Cuando dejamos el puerto el alba ponía sus blancuras en las brumas que la noche había dejado sobre una parte de la Selva. Las nubes en forma de copas se teñían de rosado como las plumas de los flamencos que se reúnen en las charcas de agua de las riberas. Una multitud de delfines (Inia geoffrensis) nos escoltaba haciendo sus saltos de carnero alrededor de la canoa. Alciones blancos rozaban el río, o, posados sobre el agua, cerca de las orillas, se dejaban flotar. Gaviotas dejaban escuchar, muy alto en el cielo donde se plateaban sus plumas, su grito semejante a un vagido.

110

4

Al cabo de tres horas de navegación, durante las cuales no intercambié con mi compañero más que pocas palabras, percibí de bastante lejos, sobre la ribera derecha, un galpón de Conibos similar a aquel donde había pasado una noche en la isla de Chonta.

5

La nitidez con la cual se graba en nuestra memoria el aspecto de los lugares donde nos hemos encontrado frente a cualquier peligro serio es realmente sorprendente, y veo todavía, como si llegase allá, ese pedazo de ribera con su orilla color ocre pálido formando talud, con su corto sendero frecuentado que va del río al galpón, cuyo alto techado en ángulo apoyaba sobre unos fustes de madera negra, con su plantación de plátanos cargados de racimos verdes y, en la lontananza, limitando la vista como una muralla, la fachada de la selva, toda tapizada de lianas.

6

Aproximadamente al mismo tiempo que la cabaña, descubrí, cerca de doscientos metros más allá, seis canoas alineadas sobre el río en orden de batalla. Dirigí mis anteojos en esta dirección, y reconocí que estaban montadas por una treintena de salvajes armados con fusiles, arcos, cerbatanas y macanas, suerte de mazas de madera que tienen la forma de una espada para dos manos.

7

¿Qué hacen allá esos guerreros?, pregunté a mi guía.

8

Pero, mientras tenía los anteojos puestos, el traidor se había tendido en todo su largo en el suelo de la piragua y no respondió ni palabra.

9

El peligro, según se dice, abre la inteligencia. El hecho es que entendí en seguida todo lo que los Campas me habían dicho la víspera: a saber que los Conibos me acusaban, según testimonio de un Yutumiz, de ser la causa de la epidemia de viruelas, cuya aparición en su tribu coincidía con mi llegada; habían decretado mi muerte.

10

Al acostarse en el fondo de la piragua mi piloto no había tenido otro propósito que el de no molestar el tiro general del cual yo debía ser el blanco.

11

Era tiempo, sepa Ud., que tomase un partido.

12

Continuar la bajada, de pie o sentado, hubiera sido responder exactamente a la expectativa de las Arpías y darles toda facilidad para poner en ejecución su plan. Aplastarme entre los rebordes de la embarcación, a imitación de mi Iscariote de guía, a quien lo hubiese de buena gana roto la cabeza si hubiera tenido el tiempo, era quizás evitar las flechas envenenadas, pero solamente para ser muerto a golpes de macana. Tampoco podía soñar en huir surcando el río, puesto que los Conibos son remeros sin par, que me hubiesen alcanzado y rodeado en pocos instantes.

13

Mientras razonaba así la situación, con tanta y tal vez más lucidez de espíritu como si se hubiese tratado de un juego de damas o de ajedrez, mis ojos cayeron por segunda vez sobre la cabaña a la cual la corriente me había acercado.

14

Entonces me acordé que los Conibos, así como la mayoría de los demás salvajes, tienen una extrema repugnancia a derramar sangre, así fuese aquella de su enemigo mortal, en el interior de la casa donde habitan. Es por eso que atraqué con un vigoroso golpe de remo, y corrí hasta dicha cabaña dejando a mi infame piloto hacerse el muerto en la canoa.

15

En ese momento había bajo el galpón dos mujeres que huyeron al verme, como si hubiese sido el diablo en persona. Sin embargo, se volvieron para hacerme las más feas muecas que se puedan ver, y escupir dos o tres veces muy precipitadamente por mi lado, con el propósito, según parece, de exorcizarme, o, mejor dicho, de conjurar mi influencia nefasta.

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16

Los pocos minutos de soledad que pasé en la choza me parecieron largos, aunque mis facultades intelectuales estuvieron muy absorbidas por la elaboración de mi sistema de defensa.

17

Un gruñido de Pescador, a quien debí imponer silencio brutalmente, me advirtió del desembarco de las Arpías que esperaba; adosado a una barbacoa, con la mano derecha apoyada sobre mi fusil que ya no era más que de un solo tiro, puesto que el aire de la Montaña, generalmente saturado de humedad, había oxidado una de sus baterías. Constaté en esta ocasión la superioridad del instinto del perro sobre el del mono, porque mientras tenía gran dificultad para hacer escuchar razones a Pescador, el cual, con el pelo enteramente erizado, quería ir al encuentro del enemigo, Riquet inconsciente del peligro que corría su dueño, cazaba arañas.

18

Un joven salvaje, adelantándose a los demás, me escupió, por así decirlo, estas palabras en la cara: ¡Nos has traído la peste!

19

Pero al instante él mismo fue amonestado por el Yutumiz quien, tres pasos atrás, llegaba a la cabeza de la banda, y le dijo con voz iracunda que no se metiera.

20

Me apresuré en abundar en la opinión del jefe. • No tengo, dije, que explicarme con este muchacho, pero estoy listo para responder al Mucroya. • ¡Estás acusado, me repitió este, de habernos dado el muru! • ¿Por qué? • ¡Uno de tus parientes nos lo ha dicho!

21

Bajo este nombre de parientes, los salvajes designan a todos los Indios de una misma tribu, o si se trata de colonos, a todos los individuos del mismo color. Algún pirata organizador de correrías, al temer que yo hiciera conocer el género de proezas al cual se dedicaba, ¿había sugerido a los Conibos la idea de su emboscada? No sé. • ¡Aquel que ha mentido de esa manera, dije, es su enemigo así como el mío! • ¡El muru ha llegado entre nosotros al mismo tiempo que tú! • El muru viene en el aire, como el oco (el resfriado). ¿Cómo hubiera podido traerle?... ¿En mi cuerpo? El sabio Yutumiz no lo creerá, porque él sabe que el hombre que tiene el muru en el cuerpo está agitado por la fiebre y no puede tenerse en pie. ¿En mi maleta? ¡La abriré delante de todos Uds., y constatarán que nada de lo que encierra se parece al muru!

22

El lector juzgará sin duda que esta argumentación hubiera sido mejor para niños que para hombres maduros. Es la única, sin embargo, que me pareció al alcance de mis oyentes y de naturaleza que hiciese impresión sobre su espíritu. Los salvajes, del punto de vista intelectual, son, lo repito, niños. Esta manera de empeñar la partida debía, por otra parte, permitirme ofrecer a estos salteadores mi maleta y su contenido, que era lo menos que pudiese perder en la ocurrencia. Cuando les habré dado todo lo que tengo, pensé, no tendrán más interés en matarme.

23

Al escuchar mis últimas palabras, el bribonzuelo que me habían puesto como guía, y quien después de mi desembarco se había unido a los otros, se fue a buscar mis efectos acompañado por una parte de la banda.

24

Además de las muestras etnográficas y los productos de la Montaña recogidos en la ruta, cosas sin valor para los Conibos y que dejaron en la canoa, yo poseía todavía siete camisas, cinco pañuelos y tres pares de calcetines usados, más siete pañuelos de seda

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para el cuello teñidos, veinticinco cuchillos, cuatro machetes, tres gruesas de agujas y treintinueve botones de cobre, restos de mi pacotilla. 25

En cuanto a los cachivaches con los cuales yo estaba vestido en ese momento, estaban tan andrajosos que nadie, ni siquiera entre los salvajes, podían desearlos.

26

– ¡Ud. ve, empecé de nuevo vaciando la maleta sobre la barbacoa, que no hay ningún muru ahí dentro!

27

Y dirigiéndome al jefe:

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– Todo eso es para ti, le dije, quiero ser el amigo de los Conibos del Ucayali como lo soy de aquellos del Pachitea quienes no me hubieran dado los objetos, preciosos para mí, que has visto en la piragua, si me hubieran creído capaz de esconder el muru en mi bolsa.

29

El Mucroya tomó todo, hasta los calcetines, inútil superficialidad para Arpías, incluso la maleta, incluso la pequeña provisión de víveres que yo me había procurado en la desembocadura del Pachitea, después de lo cual, al haber consultado al Tute en voz baja, declaró que verdaderamente no era yo quien le había traído al muru. Luego, sin otra transición, me invitó a tomar el masato1 de la amistad.

30

Una mocahua, especie de copa de barro cocido adornada con dibujos y que contenía dicha bebida, pasó de mano en mano y de boca en boca. Y yo mojé mis labios en este brebaje que los Conibos habían preparado para festejar mi muerte. Las dos mujeres a quienes mi llegada había turbado tan fuertemente los espíritus, y quienes habían reaparecido detrás del sexo fuerte, llenaban por turnos la mocahua en una jarra enterrada hasta el cuello bajo el galpón, y cuya capacidad podía ser de cincuenta a sesenta litros.

31

Sabiendo que el instinto feroz de estos salvajes vuelve fácilmente a ganar terreno cuando están ebrios, me apresuré en evadirme y, subiendo solo esta vez en la piragua, con Pescador y Riquet, me alejé tan rápidamente como me fue posible.

NOTAS 1. Especie de papilla de frutas, con mayor frecuencia de plátanos, fermentada o no, y más o menos diluida en agua. N.d.A. El autor llama “masato” a lo que se conoce como “chapo” en la Amazonia Peruana. El masato es generalmente de yuca, a veces de pijuayo (Bactris gasipaes), bebida que se hace fermentar. N.d.T.

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XX. Una comida por los Piratas - Lo que puede comer un explorador.- Una parada en la desembocadura del río Tamaya.- El Paiche.- Emoción.- Versatilidad del viajero.- A bordo del Loreto.- Una gran pena.-

*** 1

Entre el Pachitea y el Marañón, el Ucayali atraviesa, del Sur al Norte, más de cuatro grados de latitud y da tantas vueltas que su longitud es de 208 leguas de cinco kilómetros. Y para ir a Iquitos, desde la desembocadura del Ucayali hay que bajar todavía el Marañón durante 24 leguas. Era entonces, deduciendo las tres leguas hechas en la mañana, un trayecto de 1,145 kilómetros que me quedaba por recorrer en canoa, en caso que no encontrase un vapor.

2

Me vino el temor que los Conibos se pusieran a perseguirme para recuperar la piragua que, sin embargo, yo les había pagado. Era, de verdad, una embarcación muy pequeña, un verdadero cascarón de nuez y que no les había costado caro, pues su única dificultad para procurársela había sido cogerla al paso en el desfile de árboles muertos y de despojos que baja el río. Los Indios tienen la costumbre, cuando desembarcan, de atar su canoa a un remo plantado en tierra, de suerte que dicha canoa puede ser llevada por la menor crecida. Y, de hecho, yo mismo vi varias piraguas vacías bajar el río. Por gran fortuna, los Conibos sólo habían tenido poco interés en poseer la mía.

3

Al anochecer, percibí en los bordes de la Selva, en la ribera izquierda, un fuego de vivac. En seguida dirigí la proa hacia ese punto gritando con todas mis fuerzas, siguiendo el ejemplo de mis guías del Pachitea. Habiéndome respondido unas voces en el mismo tono, atraqué y me encontré en medio de una veintena de Indios Shipibos, entonces en viaje para una correría. Me lo dijeron motu propio1, sin que les hubiese hecho ninguna pregunta, y como si se hubiese tratado de la cosa más natural y más inocente del mundo. Pronuncié los nombres de varios negociantes de la desembocadura del Pachitea, y me tomaron por uno de sus empleados que iba hacia el río Tamaya, donde se hace una pesca lucrativa del paiche y de la vaca marina. Por suerte no habían cenado todavía y me hicieron lugar en su círculo, alrededor de una olla de pescado hervido, donde cada uno pescaba los pedazos con la mano.

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Pocas personas confiesan que son difíciles para alimentarse. Al dejar Francia para un largo viaje a países poco civilizados, uno se dice: ¡Bah! Puedo comer de todo lo que es comestible, entendiendo in petto por esta palabra, lo que es asado o cocinado a la francesa. Apenas desembarcado en tierra americana, uno está obligado a extender la fórmula y se dice: ¡Como de todo con tal que sea limpio! Y uno acaba por comer de todo, con tal que no sea veneno.

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Llegué al día siguiente al río Tamaya, al cual tomé primero por un brazo del Ucayali porque la corriente parecía más bien entrar que salir2. Una familia peruana estaba establecida en su desembocadura. Al lado de la vivienda se erigían dos torrecillas cuadrangulares, las cuales, de lejos me habían intrigado mucho. Eran montones de paiche salado 3, en piezas de igual espesor, que habían sido apiladas para hacerlas secar, como tablillas en un astillero. Toda la casa estaba llena de bidones de grasa fundida y de cajas de mixira o conservas de manatí4.

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Estaba explicando al colono cómo me encontraba allá, lo que a él le parecía muy difícil de entender, cuando un sonido, débil primero pero que pronto retumbó, me causó una de las más fuertes y al mismo tiempo de las más dulces emociones que jamás me hayan hecho latir el corazón. Este ruido, que se propagaba por vibraciones armoniosas, que llenaba toda la naturaleza con su música intensa y hacía soñar a los animales salvajes en sus refugios, este ruido, digo, era producido por el aliento de un barco a vapor.

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Me imagino que los habitantes del Arca, cuando volvió la paloma con su rama de olivo, experimentaron un sentimiento análogo al que me encantó en aquel momento.

8

El barco no debía parar en el Tamaya, para cargar la mixira y el paiche, más que después de haber tocado la desembocadura del Pachitea. Vi pasar con entusiasmo su flotante penacho de humo blanco, soberbio como la cimera de un vencedor, como el símbolo del triunfo de la civilización sobre la barbarie... Pero cuando el ruido se hubo apagado, cuando el humo se hubo desvanecido en el aire, regresé sobre mi mismo: ¡Así eres!, me dije, ¡oh versátil individuo, ser cambiante, lleno de instintos contrarios! ¡En medio de tus semejantes aspiras a la soledad, y luego que la has encontrado, nada te parece más envidiable que esta sociedad de la cual has huido!

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Mientras esperaba el regreso del “Loreto”, tal era el nombre del vapor, lavé en el Tamaya mi único par de calcetines y mi última camisa, protegiéndome la espalda de los mosquitos debajo de una cushma de campas que hacía parte de mi colección etnográfica.

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El “Loreto” reapareció el 14 de diciembre al final de la tarde. Era una lancha de una veintena de toneladas, que tenía un equipo de diez indios Cocamas, cuya tarea principal era embarcar y desembarcar los cargamentos. Un almacén lleno de artículos de toda especie, en medio de los cuales el capitán enganchaba su hamaca, ocupaba una parte de la popa. El caucho, el paiche y la mixira se embarcaban adelante, en la cala y encima. Una tienda de madera, levantada sobre varillas de fierro, daba sombra al puente.

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El capitán hizo colgar una hamaca para mí bajo esta tienda. Y el 16 tomé lugar como pasajero a bordo. El “Loreto” hacía una verdadera buhonería fluvial, deteniéndose frente a los menores caseríos para traficar, y echando desde el puente sobre la orilla, si tenía flete que tomar, una pasarela hecha con un fondo de piragua. Cuando se largaba a todo vapor los zancudos desaparecían, arrastrados en la corriente de aire formada por su desplazamiento, y entonces yo estaba feliz de vivir. Pero tan luego como se paraba, sobre todo de noche, los dípteros, más activos en las riberas del Bajo Ucayali que en

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cualquier otra parte, tomaban cruelmente su desquite. Encima de mi hamaca había tenido que suspender un mosquitero, cuyos bordes libres me pasaba cuidadosamente bajo el cuerpo; los zancudos, que envolvían con su zumbador torbellino esta cama cerrada bastante semejante a un colosal nido de larvas, aprovechaban el menor agujero para irrumpir en el interior. 12

El “Loreto” hizo una escala en la entrada del río Sarayacu, donde se encuentra un pueblo separado del río por una estrecha lengua de tierra y por un pequeño lago de orillas pantanosas. Me convenía acompañar al capitán en su visita a los traficantes de este pueblo, pero sin mi perro que, al entrar en casa de colonos, había tenido varias veces problemas con monos de especies grandes. Es por eso que lo até a uno de los soportes de la tienda. Ahora bien, atravesaba el lago en piragua con el capitán y dos Indios, cuando uno de estos últimos, que estaba sentado en la proa y frente a frente conmigo, exclamó: “¡El perro!”.

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Al ver alejarse la canoa, Pescador había saltado para seguirme por encima del enlonado poco elevado que rodea el puente del “Loreto” y así había quedado colgado de su cuerda. Habiendo luego un hombre del equipo tenido la infeliz idea, de cortar dicha cuerda en lugar de izarle, mi perro se había lanzado hacia la canoa.

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A la exclamación del indio, me volví y ví a mi pobre perro perseguido por seis caimanes que habían salido de la folla de plantas acuáticas de la ribera. Había dejado mi fusil a bordo del vapor, pero si lo hubiese tenido no hubiera por cierto logrado salvarle, porque apenas le había visto nadando con todas sus fuerzas, con el cuello tendido hacia mí, cuando uno de los saurios le agarró con sus formidables mandíbulas y se zambulló en seguida. Mis ojos se fijaron en el lugar donde habían desaparecido y durante largo tiempo vi burbujas de aire subir a la superficie del agua amarillenta, de lo que concluí que Pescador había sido devorado en ese mismo sitio, en el fondo del estanque. De los cinco caimanes, dos se habían zambullido tras el primero, y los otros tres habían vuelto filosóficamente a su emboscada.

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La pérdida de mi perro fue para mí una gran pena. Me reproché no haberle cuidado siempre como él lo merecía, de no haber sabido, por ejemplo, hacerle sitio cerca de mí bajo el pamacari al bajar el Pachitea, ya que en cualquier parte de la canoa estaba obligado, para no acostarse en un charco moviente, a dormir de pie, bajo el duro sol, con la cabeza apoyada sobre el borde de la barca. Por cierto, bien merecía mis pesares, porque era tan valeroso como fiel, y el coraje ennoblece a todos los seres. Por qué, además, enrojecernos de nuestro apego por los animales, cuando devolvemos el saludo a tanta gente que no les iguala? Juzgo que el salvaje que quiere a los perros es superior al civilizado que no les entiende o que les maltrata.

NOTAS 1. En el original dice proprio motu. N.d.T. 2. El Tamaya, navegable por los pequeños vapores, es en realidad un canal natural que atraviesa varios grandes lagos y pone al Ucayali en comunicación con el Yuruá. N.d.A.

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En realidad el Tamaya no une directamente el Ucayali con el Yuruá a través de un canal; más bien, como la distancia entre las cabeceras del Tamaya y del Yuruá es corta, se puede pasar de uno al otro a través de trochas conocidas en la región como “varaderos”. N.d.T. 3. Designan en el Perú bajo el nombre de “Paiche” y en el Brasil bajo el de “Pirarucú,”al Vastres gigas cuyo peso alcanza 300 libras y cuyo tamaño excede a menudo los tres metros. Le dividen para salarle y secarle en 5 ó 10 piezas delgadas cuando debe ser consumido en la Montaña del Perú, y solamente en cuatro pedazos cuando está destinado a la exportación para el Brasil. N.d.A. El nombre científico del paiche en la actualidad es Arapaima gigas. N.d.T. 4. En el Perú se encuentran dos variedades de esta especie designada comúnmente bajo el nombre de “Vaca Marina”: el Manatus americanus y el Latirostris. N.d.A. El nombre científico del manatí en la actualidad es Trichechus inunguis. N.d.T.

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XXI. Sarayacu - Resultado de las misiones en la cuenca del Ucayali.- La nación de los Jíbaros.- Las cabezas reducidas.- Danza del Chancha-Tucui.- El organillo del Padre Pallares.- Estadística.- Desaparición progresiva de razas indias.-

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El nombre de Sarayacu es conocido como el de uno de los establecimientos más importantes que los Descalzos hayan tenido en la Montaña. En el tiempo del Padre Girbal, su fundador (1791), contaba con un millar de catecúmenos de diversas tribus, agrupamientos imposibles en la región Campa, pero relativamente fáciles en una región donde la pesca podría alimentar a una ciudad; y tenía todavía un gran renombre en 1846, cuando el conde de Castelnau y Paul Marcoy recibieron allí la hospitalidad del Padre Plaza. Pero tan pronto se produjo la partida de este monje, que fue nombrado Obispo de Cuenca en el Ecuador, la decadencia de Sarayacu empezó. Sus misioneros vieron poco a poco formarse un vacío alrededor de ellos, que atribuyen principalmente a las maniobras de los organizadores de Correrías y de otros industriales interesados en substraer a los Indios de su influencia y protección. Fueron obligados a abandonar la plaza en 1863. Después de todo tuvieron que sentirse felices de no compartir la suerte de sus colegas de la vecina misión del río Manoa, quienes, en 1766, habían sido asesinados por los Conibos y los Setebos1.

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Los monjes Descalzos, que mucha gente se representan, por lo menos en Lima donde la imaginación popular es tan fecunda como en cualquier otra capital, como poseedores de suntuosos conventos en medio de las selvas, de misteriosos el dorados donde unos Indios con las corvas quebradas amontonan, sin tregua, montones de oro, los Descalzos, digo, no poseían, en toda la Montaña del Perú en la época de mi viaje, más que la pequeña misión de Quillazu de la cual he hablado, y otro minúsculo establecimiento a orillas del río Callaría, afluente por la derecha del río Ucayali 2, y estas dos casas eran atendidas en total por tres misioneros. He aquí lo que quedaba de más de ciento cincuenta establecimientos que los franciscanos fundaron sólo en la cuenca del Ucayali. Según la estadística de Ocopa, setenta Padres de la orden murieron allá asesinados por los salvajes. Su labor fue dura y casi nula la cosecha que se proponían. Es a ellos, sin

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embargo, que se deben las primeras nociones geográficas sobre la Montaña, son ellos quienes abrieron todos los caminos que conducen allá y que el comercio sigue hoy en día. ¡Sic vos non vobis!...3. 3

Entre los Indios de razas muy diversas que se encuentran hoy en día, sea en el Bajo Ucayali, sea en el Marañón, un pequeño número se dice cristianos aunque no hayan abandonado ninguna de sus creencias primitivas y no difieran de sus congéneres no bautizados más que por el pantalón cuyo uso han adoptado. Algunos poblados de esta región hablan el quechua o inca, el cual fue verosímilmente introducido en la Montaña en el tiempo de Túpac Yupanqui, conquistador del valle de Moyobamba 4 (en quichua Muyupampa). En este número está la nación de los Jíbaros, bien conocida por los etnógrafos como aquella de la cual provienen las Cabezas Reducidas. Estos salvajes, cuyo dominio se extiende desde el Pongo de Manseriche hasta el río Pastaza y del Marañón a los Andes ecuatorianos, se dividen en Antipas, Aguarunas, Ayulis, Muratos, Cherembos y otras tribus que obedecen a jefes que tienen cada uno su corte o guardia de honor y están entre ellos en perpetuo estado de guerra. Los Jíbaros andan habitualmente desnudos, y su arma favorita es la lanza. El único trofeo que les gusta es la cabeza del jefe enemigo. Después de haberla separado del tronco por un corte neto, retiran el cráneo y otras partes óseas, luego someten esta cabeza deshuesada a una especie de curtimiento y la hacen soportar una retracción uniforme, que la reduce al grosor de una naranja, sin destruir completamente el tipo del rostro. (Ver la cabeza de un jefe aguaruna que he mandado al Museo del Trocadero).

4

Ellos guardan un completo secreto sobre su procedimiento o dan explicaciones incomprensibles.

5

En medio de largos cabellos rudos que caen como una cola de caballo de la cabeza minúscula, atan despojos de pájaro y guirnaldas de élitros de coleópteros.

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Se adornan con estos horrorosos trofeos o les agitan en el aire, suspendidos en una T, bailando la Chancha-Tucuy o Danza de las Cabezas, con motivo de la fiesta con la cual celebran sus victorias cada año.

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Me guardaré de querer hacer aquí la monografía de todas las tribus de las cuales he encontrado algún especimen, pero quiero todavía decir una palabra de los Yaguas 5 que he admirado en el pueblo de Pebas, en la ribera izquierda del Marañón. Es a propósito que empleo la palabra “admirado”, porque los Yaguas, por el contorno de sus formas y su gracia nativa, realizan de algún modo el tipo ideal de la raza india. La tez albaricoque de estos Apolos y de estas Venus del Amazonas es más clara que aquella de todos sus vecinos salvajes que parecen, al lado de ellos, de un matiz terroso. Los Yaguas de ambos sexos llevan un cinturón del cual caen flecos de chambira 6, cuyo objetivo parece ser adornar mucho más que esconder. Mechones y pulseras de chambira rizada adornan sus brazos y sus muslos. Una cinta de la misma materia les cae sobre la espalda, atada a la diadema de corteza fina que les ciñe la cabeza. Para pintar su carácter, el juicioso Raimondi se sirve del adjetivo español cariñoso que significa, según el caso, afectuoso o acariciador.

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Queriendo hacer el Padre Pallarés, en 1854, la estadística de los Indios del Ucayali, remontó no solamente este río hasta su origen, sino también cada uno de sus afluentes en un recorrido de ocho a diez leguas. Había tenido la idea original de traer un organillo al cual le hacía girar de vez en cuando la manivela para hacer salir a los salvajes de sus retiros. Desde la desembocadura del río Santa Catalina hasta la del

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Tambo, es decir en un espacio de ciento ochenta leguas, que representa casi la mitad del curso del Ucayali, él contó 1780 salvajes, incluidos las mujeres y los niños pequeños. 9

Su medio de atracción era insuficiente, porque esta cifra estaba sensiblemente por debajo del número verdadero. No menos resalta de su trabajo que, de las tribus descubiertas por los Descalzos, algunas estaban ya aniquiladas en 1854, y otras se habían reducido a efectivos relativamente ínfimos. Así, del pueblo de San Miguel, donde habían dos mil Conibos en 1685, quedaba solamente la plaza. Así, de la tribu de los Sensis, la cual en 1811 contaba un millar de Indios, no habían más que veintinueve individuos de los que solamente dos tenían más de treinta años. Desde entonces han desaparecido completamente, como están en trance de desaparecer los Lorenzos, los Remos, y los Amahuacas que son presa de los bandidos 7. Del mismo modo han desaparecido los Maspos del río Manipaboro, entre los cuales el Padre Biedma había encontrado, en 1686, un pueblo de quinientos habitantes, y los Pichabos de la ribera derecha del Ucayali, y los Muchabus de la ribera izquierda. Se han olvidado hasta los nombres de los Chuntis, de los Ormigas y de los Vinabis del Padre Girbal, y de tantos otros de los cuales sería más largo hacer la enumeración que contar los que quedan.

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Los Indios, fuesen independientes o sometidos, han disminuido en número desde la llegada de los blancos, según una progresión tan neta que se puede predecir la época de su completo aniquilamiento. Raimondi estima que la viruela es una de las principales causas del despoblamiento de la Montaña. Pero no es solamente al traerle sus virus y sus vicios, sus licores fuertes y sus epidemias que el blanco es fatal al indio. En estas regiones apartadas, casi sin comunicación con la sede del Gobierno, la explotación del débil por el fuerte es tanto más dura cuanto que no puede haber represión. He hablado de las Correrías, podría citar otros hechos. Pero esto me llevaría demasiado lejos, y debo resumir diciendo que donde aparece la civilización sin sus gendarmes, ella es peor que la barbarie.

NOTAS 1. Escrito Shetibos en el original. N.d.T. 2. El R. P. Gabriel Sala ha establecido desde entonces una misión en el Cerro de la Sal. N.d.A. 3. “Así vosotros [trabajáis] no para vosotros” N.d.E. 4. Garcilaso, Comentarios Reales, Parte 1ra. libro VIII, cap. III. N.d.A. 5. Escrito Yahuas en el texto original, según la antigua doble grafía (-hua o -gua). Adoptamos la grafía actual. N.d.T. y N.d.E. 6. Las fibras de la palmera chambira proveen un material textil estimado. N.d.A. 7. Los Padres de Ocopa se establecieron en dos ocasiones a orillas del río Tamaya para convertir a los Amahuacas, pero éstos pillaron y quemaron su capilla. Convirtieron en andrajos las casullas para utilizarlas, dice el Padre Ibañez, en sus mascaradas y danzas grotescas (mogigangas). Una pequeña Rema me fue presentada, por un colono que ella llamaba papá, como el último retoño de la raza. Me apresuré en sacar su fotografía. Pensando en proteger a los Remos contra las Correrías, el Padre Calvo fundó, en 1859, la misión de Callaría en el valle del mismo nombre. Pero como ciertos negociantes, según él, no cesaban de

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pedir niños a los Shipibos en cambio de los cuales ofrecían hachas y machetes, el convento dejó de ser suficiente para inspirarles respeto, y los Remos fueron atacados con encarnizamiento. Aquellos que escaparon se retiraron al interior del Piyuya. No se puede saber, añade el Padre Calvo, el lugar preciso de su retiro. Desde entonces, las Arpías se encargaron de descubrirlo. N.d.A.

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XXII. El vapor Amazonia - Fascinaciones de una hogaza.- Un pie de viña.- La agricultura en el departamento de Loreto.- Los sombreros de Panamá.- El veneno de los Ticunas.- Movimiento comercial de la Amazonía.- Mercantilismo Americano.- Progreso de las importaciones francesas en Iquitos.-

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Alcanzamos en la mañana del 22 de diciembre la confluencia del Ucayali con el Marañón1, y pocos instantes después echamos anclas frente al pueblo de Nauta, donde llegaba al mismo tiempo que nosotros el vapor brasileño Amazonia, uno de los paquebotes que hacen un servicio regular desde el Pará hasta Yurimaguas, puerto del río Huallaga. Como ningún otro vapor bajaría el Amazonas antes de dicho paquebote, pasé a bordo, aunque entonces estuviese remontando la corriente hacia los Andes. Y ponerme nuevamente a navegar volviendo la espalda al meridiano de París me dio la prueba, una vez más, que el hombre es el juguete de las circunstancias que le obligan muy a menudo a hacer exactamente lo contrario de lo que quisiera.

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El “Amazonia” es una nave de dos puentes, el más elevado de los cuales, que sirve de dormitorio y comedor, está sombreado por una extensa techumbre bajo la cual cuelgan dos filas de hamacas. Al lado del “Loreto” que poco a poco se había transformado en una pirámide de caucho y de pescado salado, donde la falta de espacio me obligaba a una inmovilidad que el perpetuo aguijoneo de los zancudos volvía odiosa, este navio me pareció como un palacio flotante. Sobre la mesa larga, mientras llegaba, acaricié con los ojos una cosa con la cual había soñado a menudo durante mis peregrinaciones a través de la Montaña y que no hubiese cambiado entonces por las más sabias combinaciones culinarias de cualquiera de nuestros Apicius modernos. Y esa cosa era una hogaza de pan. Pero hay que haber vivido tres meses en una región donde el pan es reemplazado por mono para entender la alegría que sentí con la forma de esta hogaza de corteza dorada.

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El puerto de Yurimaguas, término de la navegación a vapor sobre el río Huallaga, es el almacén de los distritos de Tarapoto y Moyobamba que exportan, el primero, tabaco, el segundo, sombreros de paja. Pero lo que me interesó más en Yurimaguas fue un pie de viña, cuya presencia en este lugar me sorprendió, pues sabía que las viñas plantadas en

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el valle del Chanchamayo no habían producido nada, lo cual se debía - estoy, por lo menos hoy, convencido de eso- a que se había omitido podarlas. Este pie formaba, él solo, un vasto cenador y cargaba de tres a cuatrocientos racimos, de grosor mediano, con un bonito grano negro ligeramente acídulo, agradable al gusto. Vi otros semejantes, en casi, varias localidades de la provincia de Loreto 2, particularmente en Caballo-Cocha, a orillas de un pequeño afluente del Marañón y en todas partes me afirmaron que daban unas tres veces al año. ¡Tres veces! Me imaginaba que la gente a la cual me dirigía se equivocaba en cuanto a la duración del año. Aquí está, me decía, el resultado de la falta de punto de partida para medir el tiempo en un país donde las estaciones difieran tan poco unas de las otras, tanto que, sin almanaque, uno estaría a menudo en dificultades para saber si está en invierno o en verano. Pero en fin, todos se equivocaban de la misma manera, y saqué la conclusión que la viña da en la Amazonia Peruana resultados sorprendentes. No se ha determinado todavía el poder fecundante de este suelo hecho de detritos que se acumulan desde la formación de la corteza terrestre. 4

Sin embargo, allá nadie cultiva la viña para hacer vino. Todo el vino que se bebe viene de Europa y cuesta muy caro. De igual manera, las papas son importadas de Le Havre, aunque la sierra vecina produzca las mejores papas del mundo. Es verdad que para ir a buscarles allí se necesitarían caminos, y que los habitantes de la Amazonia no tienen tiempo de hacerlos.

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Los únicos productos agrícolas de la provincia de Loreto que se pueden señalar como objeto de un comercio serio son la caña de azúcar y el tabaco de Tarapoto que, en parte, es exportado al Brasil, aunque esté menos apreciado allí que ciertos tabacos de ese país, aquel de la provincia de Acara, por ejemplo3. En cuanto a la caña de azúcar, de la cual existen algunas plantaciones en los valles del Marañón y del Huallaga, se le extrae el jugo para transformarla en cachaza (tafia) que se consume en la misma provincia.

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El arado es desconocido en esta región, iba a decir inútil. Para establecer cualquier cultivo, se contentan con quemar el bosque, luego siembran sobre el suelo puesto así al desnudo, sin removerle. Todavía si se tratan de verduras, no se dan el esfuerzo de hacer un desmonte. Aprovechan el limo que ciertos ríos, como el Ucayali, depositan en sus playas, donde se hacen, en el intervalo de dos crecientes, varias cosechas. En las Haciendas del Marañón, la caña de azúcar se corta cada ocho meses, con una altura de tres a cuatro metros, y la misma plantación dura de doce a quince años. Mucho menos rica es la tierra de la Amazonia brasileña, en el Pará, por ejemplo, donde una plantación de caña puede dar solamente tres cosechas, como en la costa del Pacífico, en la provincia de Lima.

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Si esta región, donde la tierra pertenece al primer ocupante, es decir a quien la quiere, es aquella en la cual se puede decir con mayor razón que ésa es el caudal que menos falta, es al mismo tiempo aquella donde la mano de obra más falta.

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En las únicas tribus que hablan el quechua, y ni siquiera en todas, se encuentran Indios que se dedican de una manera seguida a las labores agrícolas; los demás no han podido plegarse hasta ahora más que a la explotación de los productos forestales, como el caucho.

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El Amazonia embarcó en Yurimaguas 8,000 mazos de tabaco y veinticuatro fardos que encerraban cada uno cuarenta docenas de sombreros.

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Los sombreros de paja, conocidos en Francia bajo el nombre de sombreros de Panamá, sin duda porque pasan a veces por el itsmo de este nombre para llegar hasta nosotros, son fabricados en el Perú, particularmente en Moyobamba, y en algunos pueblos de Colombia y del Ecuador. En Panamá hacen revoluciones, pero no sombreros. La industria de los panamás, conocida también bajo el nombre de bombonaje porque su materia prima o paja es proporcionada por la palmera Bombonax, está en decadencia desde hace algunos años. A consecuencia de los progresos de la industria europea, los panamás soportan difícilmente, incluso en Brasil, su principal mercado, la competencia de ciertos artículos manufacturados, de los sombreros de paja de Italia, por ejemplo, que son de calidad muy inferior, duran mucho menos, pero se venden más baratos. Por último, los sombreros de Moyobamba son de forma invariable; las mujeres indias que les manufacturan son incapaces de seguir las fluctuaciones de la moda, de añadir el menor floreo, o de hacer la más ligera modificación al panamá tradicional 4.

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El distrito de Moyobamba exportó por el Amazonas 48,204 sombreros en 1884, y solamente 32,770 en 1885. En cambio la exportación de caucho de la provincia de Loreto, que en 1884 era de 540,529 kilogramos, subió en 1885 a 714,161.

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Estas cifras me han sido dadas en la aduana de Iquitos donde llegué el 31 de diciembre después de haber bajado nuevamente el Marañón y saludado al paso la desembocadura del Ucayali.

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El Amazonia debía quedarse toda una semana en Iquitos. Allá encontré compatriotas que me acogieron con los brazos abiertos. Al placer de comer pan se añadía para mí el de escuchar hablar francés. ¿Qué más se puede desear?. . . me decía. No vayan a creer, sin embargo, que yo comía solamente pan. Gracias al Sr. Bonvoisin de quien nunca olvidaré la cordial acogida y la generosa hospitalidad, y a los señores Mourailles, Castagné, Anselmo, compensé en ocho días de regocijo y de festines seis meses de cansancios y privaciones. Finalmente, tuve la satisfacción de constatar que la casa más próspera de Iquitos y de la Montaña era una casa francesa, la del Señor Charles Mourailles a quien pertenecen varios vapores que hacen cabotaje en el Amazonas y sus grandes afluentes. Al dirigir mis agradecimientos a la colonia de Iquitos, no puedo olvidar ni al Prefecto peruano, el Sr. Medina, ni al Sr. de Miranda Chávez, Cónsul general del Brasil en Loreto, quienes me hicieron también la más amable acogida y me comunicaron estadísticas muy interesantes.

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El valor de las exportaciones de toda la cuenca del Amazonas, recapituladas en la aduana del Pará, era, en 1868, de 11’600,000 francos y, en 1885, de 62’000,000. Es decir que el producto anual se ha incrementado en 18 años de la proporción de uno a seis. Agassiz ha estimado en 400 millones de valor de los productos de la selva que la industria deja perder cada año en la Amazonia. Tomando por base esta cifra, ciertamente por debajo de la verdad por el hecho mismo que el cálculo del ilustre sabio data de hace treinta años, quedaría, deducción hecha de los 62 millones actualmente exportados, una pérdida anual de 338 millones. Todavía se puede, entonces, ir a buscar fortuna en la cuenca del Amazonas.

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Poseyendo el Brasil la porción más grande de dicha cuenca, la parte que le corresponde en el total de las exportaciones es de lejos la mayor. Vienen después, por orden de importancia, las exportaciones del Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela. En resumen, el Perú del Amazonas exporta caucho, sombreros de Panamá, tabaco, zarzaparrilla, quinina, copaiba, marfil vegetal, paiche, vaca marina, castañas o frutos del Bertholetia excelsa, hilo de Chambira, con el cual se hacen hamacas, por último, una

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cierta cantidad de oro proveniente de diversos afluentes del río Marañón y que, al no estar declarada en la aduana, no puede ser evaluada. 16

No he visto en ninguna parte clasificada entre las mercancías de exportación al curare, que debo mencionar aquí, como un importante artículo del comercio que los indígenas hacen entre ellos. Diversas tribus, tales como los Lamas del Huallaga, los Orejones del Napo, los Pebas de la quebrada Chichita, saben preparar este veneno, pero el más reputado es aquel que proviene de los Ticunas del río negro de Caballo Cocha. En el pueblo de este nombre, uno puede procurarse dos variedades de curare: una en tubos de caña brava de medio pie de largo, otra en vasijas de tierra cocida. El curare contenido en estas vasijas pasa por más activo que aquel de los tubos; además mientras que este último se debilita al envejecerse, el curare en vasija toma, según se dice, fuerza con los años, como un buen vino toma fragancia. Este tóxico debe tener la consistencia de una pasta. Basta con remojar en él una vez o, para hablar más exactamente, con plantar los objetos, puntas de flechas o estiletes que uno quiere envenenar 5.

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Claude Bernard ha descrito los efectos terribles del curare cuando es introducido directamente en la sangre.

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Tragado en pequeña dosis, actuaría como un purgativo. La sal sería su antídoto.

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Los Ticunas emplean en su preparación al cocculus toxicoferus y diversos strychnos, tales como los Strychnos Castelneana (Vedd.), Gigantea, Macrophila, Criatina, Urbani, pero, según el Sr. Barbosa Rodríguez, químico brasileño y Director del Museo de Manaos, quien me dijo haber conseguido el curare, sea en pasta por el método Indio, sea en tintura, se puede extraer sólo del Strychnos Gigantea una sustancia que tenga todas las propiedades de este veneno.

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Se cuentan de Iquitos al Pará 731 leguas de cinco kilómetros cada una, que el vapor Amazonía podría fácilmente recorrer en diez días, pero como está restringido a numerosas escalas, sea por coger flete, sea para embarcar la madera de capirona con la cual alimenta el fogón de su máquina, y que incluso de vez en cuando da una puntada sobre ciertos afluentes del gran río, el viaje dura habitualmente tres semanas.

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En la primera parte del recorrido, reconocía que el instinto comercial es muy desarrollado entre los peruanos de la Amazonia, quienes en este sentido difieren completamente de los peruanos de Lima, donde casi todo el comercio está en las manos de los extranjeros. El yankismo de los amazonenses va incluso un poco lejos.

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Ud. está, por ejemplo, en una familia para la cual tenía una carta de recomendación. Una joven le mira como una persona que desea hacerle una pregunta. Ud. se imagina que tal vez ella quiere saber si está casado. ¡Grueso error! Ella acaba por preguntarle cuánto le ha costado su corbata o su paletó o su sombrero. Otra aprovecha la oportunidad para interrogarle sobre el precio de su pantalón y, cuando Ud. se despide, sus huéspedes saben, casi al céntimo, el costo de lo que Ud. tiene sobre el cuerpo. Pero no hay que dar demasiada importancia a esta crítica, y me apresuro en decirlo: los peruanos, sean o no comerciantes, son, al fin de cuentas, gentes muy amables.

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En el departamento de Loreto, parecían generalmente muy sorprendidos que estuviese allá sin tener nada que vender. Había tenido que comprar allá, por el contrario, todo un guardarropa, por haber llegado al Amazonas en el estado en el cual me habían dejado los Conibos. Por lo menos encontré en Iquitos ropas francesas.

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La importación francesa en Iquitos6, estaba en progreso comparándola con la importación alemana; índice seguro de prosperidad, el país donde se incrementa la

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fortuna pública tiene una tendencia natural a dejar de lado las falsas marcas y las pacotillas de precio reducido para procurarse artículos de buena calidad.

NOTAS 1. A partir de este punto el río toma en los Atlas peruanos el nombre de Amazonas y en las geografías brasileñas el de Solimoes. Los brasileños le otorgan el nombre de Amazonas solamente a partir de la desembocadura del Río Negro. Por fin, de la desembocadura del Ucayali a la frontera con Brasil, se le designa muy a menudo bajo el nombre de Marañón. N.d.A. 2. La provincia de Loreto, que el Gobierno Peruano creó en 1853 y a la cual anexó, en 1857, la antigua provincia de Maynas, comprende los distritos forestales de Moyobamba, Tarapoto, Sarayacu, Loreto, etc. Su capital nominal es Moyobamba, que lleva en las geografías el nombre de ciudad y cuenta con 3,000 a 4,000 habitantes, pero su capital real es Iquitos que hoy en día es la sede de la Prefectura. Loreto es solamente un pueblecito, importante sin embargo por su posición cerca de la frontera con Brasil y por ser la sede del Consulado general brasileño en el Perú amazónico. N.d.A. 3. El tabaco de Tarapoto, muy fuerte y espirituoso, se vende en “mazos” o zanahorias, enrollados en cintas de corteza (atajidos) o en hojas de palmera (sogas de aguaje). N.d.A. 4. La paja de los panamás, cuya preparación exige mucho más cuidado, se extrae de la hoja todavía no desarrollada del Bombonax. El valor de un sombrero crece en razón de la fineza de esta paja. Los llamados sombreros ordinarios son de tres números, siendo el número 1 el menos fino. En Moyobamba, los precios son los siguientes: Nro. 1, la docena, 6 soles = 24 francos Nro. 2, la docena, 8 soles = 32 francos Nro. 3, la docena, 12 soles = 48 francos El tejido de un sombrero nro. 1 demanda en promedio tres días de trabajo, el de un nro. 2 cuatro días y el de un nro. 3 cinco. Algunas obreras, entrenadas desde la infancia y de una habilidad excepcional, llegan a confeccionar un nro. 3 en un día y medio. El precio de los llamados sombreros finos de Moyobamba varía de 10 a 50 soles (40 a 160 francos). Su confección exige de uno a tres meses. No todos los sombreros traídos de la provincia de Loreto descienden por el Marañón; una gran parte son vendidos en la Costa del Pacífico. Además, Moyobamba manda cada año a Celendín, en la Sierra del Perú, la paja preparada, lista para ser tejida, para 50,000 sombreros. N.d.A. 5. Cuando se endurece, los Indios le ablandan al grado deseado enterrando la vasija o el tubo durante una noche en un suelo húmedo. N.d.A. 6. Sea en razón de la extrema dificultad de las comunicaciones con Lima, o porque todos los gobiernos del Perú han tendido a favorecer la colonización de la Montaña, la provincia de Loreto no ha resentido más que muy indirectamente el contragolpe de la guerra peruano-chilena y de las guerras civiles que, durante varios años, han paralizado el comercio de la Costa. Goza de un régimen aduanero especial, muy ventajoso, comparado con el de todos los países vecinos. N.d.A.

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XXIII. Los exploradores franceses en la cuenca del Amazonas - La Condamine y Crevaux.-Perspectivas fluviales.- Lagos y canales de agua.- Pasado el peligro uno se burla del Santo.- Contratiempo.Encalladura en un banco de arena.- La Barra do Río Negro.-Interiores de Manaos.- ¿No ten Santo dentro do bahu ?- Santa María do Belem do Pará.- El beriberi.- El paisaje que más me impresionó durante mi viaje

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Si el descubrimiento del río de las Amazonas pertenece al español Orellana quien, en 1541, llegó allá por el río Napo, es un francés, el no menos heroico que sabio La Condamine, quien levantó el primer mapa de éste basándose en observaciones astronómicas y medidas geodésicas serias. El gran río todavía medio salvaje y sus fabulosos bosques, antaño poblados, a decir de Orellana, de Dianas cazadoras que recibían con golpes de lanza a los Acteónes de toda índole, para humanizarse, una vez al año, con los Indios Tahuaris, no han cesado de ejercer una fascinación poderosa sobre las imaginaciones francesas. De hecho, los franceses están en primer lugar entre los exploradores de la Amazonia.

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La gran obra del conde de Castelnau y las descripciones de Paul Marcoy son citadas en el Perú por quienquiera que se ocupa de las cuestiones relativas a la Montaña.

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En Manaos y en el Par encontré muy vivo el recuerdo de Crevaux quien antes de ir a Bolivia para la gloriosa expedición de la cual nunca volvió, había explorado, entre otros cursos de agua, el Ica y el Japurá, tributarios del Solimões 1, el Jari y el Paru, afluentes del Bajo Amazonas. En Iquitos, me habían pedido noticias de Emile Carrey y del Sr. Onffroy de Thoron quienes hicieron, el primero, un viaje de estudio, el segundo, una tentativa de colonización en la provincia de Loreto. No pasa un año sin que uno de nuestros compatriotas vaya a buscar en la cuenca amazónica los documentos de un mapa o de un libro. Aquí me hablaban del Sr. Wiener, allá, del Sr. Coudreau, en otra parte del Sr. de Mathan el más intrépido de los coleccionistas naturalistas, quien, desde hace quince años, persigue mariposas en la Montaña. Algunos se han quedado allá y duermen al ruido del río que había encantado su sueño, como Jules Cailla, quien

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remontó, en 1877, hasta los afluentes del río Trombetas donde fue asesinado, según lo que relató un negro cimarrón, por indios Pauxis. 4

La tarea que yo mismo me había impuesto se acababa en la frontera del Perú, sobre la gran arteria que todos han seguido, sea a la ida o a la vuelta, y que muchos han descrito. Así, pues, en Tabatinga, primer puesto brasileño, donde se percibe, encima del talud que forma el ribazo una garita blanca con un soldado negro montando guardia, y las bocas de cuatro o cinco cañones medio disimulados en las hierbas, declaré terminada mi misión de explorador. A partir de ese punto estratégico, no me consideré más que un simple turista, un diletante de la navegación fluvial que mira las cosas para él porque le gusta mirarlas, no porque debe escribir un informe o un libro. Y el sentimiento de esta libertad de espíritu no fue lo que hubo de menos agradable en la ociosidad del viaje en hamaca que me quedaba por hacer para llegar al Para.

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Así, la descripción de todos los sitios que desfilaron delante de mis ojos en este inmenso recorrido, sería fastidiosa. Por más que uno admire el desarrollo soberbio, la incomparable majestad del Río cerca del cual el Ródano y el Rin son solamente arroyos, la sucesión de las perspectivas amazonenses es de una excesiva monotonía. Es como el cuento de una tragedia cuyos alejandrinos serían todos sublimes... y que duraría quince días. Las nubes mismas toman formas regulares, iba a decir académicas, y que se repiten constantemente: aquellas de grandes cúmulos blancos, reposando sobre bases horizontales paralelas a las riberas. Cuando uno baja el río siguiendo el medio de su lecho, se ven borrarse poco a poco los detalles de las orillas, la selva se apoca al nivel de un seto, luego no es más que un cordón alrededor del fluctuante velo gris, una línea azulada que se pierde en las profundidades del horizonte.

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A veces el vapor entra por un estrecho canal o igarapé que desemboca en uno de los lagos negros de los cuales está sembrada la Amazonia. El decorado, que el agua negra refleja como un espejo de una pureza ideal, se vuelve nuevamente interesante por los primeros planos. Un rayo de sol deslizándose a través de las arboledas sobre la alfombra de musgos y de hierbas verdes que cubren las márgenes del igarapé, hace surgir los efectos más maravillosos que pueda soñar un pintor. Y, en los bordes del lago, una cabana de indios con su techo de hojas, una canoa amarrada en la ribera con su pamacari en forma de arca, la selva con sus fiorituras de plantas volubles, el cielo con sus nubes, hacen lindos cuadros cuya imagen, reflejada en el espejo de ébano, tiene finezas de miniatura.

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Se capta tanto mejor el encanto de estos paisajes porque en la vecindad de las aguas negras los zancudos son menor abundantes que al borde de los ríos de otro matiz.

8

¿Por qué son negras estas aguas? Se ha atribuido su coloración a partículas orgánicas, sin haber, creo, demostrado nada. El hecho es que son negras como el agua del Canal de la Mancha es verde, como la del Mediterráneo es azul. Son, por lo demás, las aguas más puras, las más cristalinas y las más sanas de la cuenca. En un vaso, apenas si están matizadas de oro, como adicionadas con algunas gotas de té. El surco que abre el barco en su seno tiene oleajes ambarinos.

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Es de remarcar que los más importantes caseríos de la Provincia de Amazonas, tales como Tefé y Coary, están asentados al borde de tributarios negros del Río, del mismo modo que su capital Manaos, cuyas blancas fachadas se reflejan en el imponente Río Negro.

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Pasan a veces sobre el Amazonas terribles golpes de viento que pueden ocasionar naufragios. Pero si tuve muy a menudo el curioso espectáculo de varias tormentas

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estallando simultáneamente en diversos puntos del inmenso horizonte, donde se veía zigzaguear los relámpagos sin escuchar el trueno, no me fue dado de asisitir a un verdadero ciclón. La sola tempestad de la cual mis notas hacen mención, es aquella de la que se trata en una leyenda amazónica que escuché contar por el capitán del “Amazonia”, el senhor don Juan Lopez Pereira Pires, portugués con un espíritu agradable, a quien, durante las bellas noches estrelladas, le gustaba charlar con los pasajeros, sentado como Pantagruel en la proa de su nave. 11

Aquí está la historia:

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Un barco, sorprendido por la terrible prororoca o macareo del Amazonas, estaba a punto de naufragar. El capitán, no sabiendo qué hacer, se dirigió al santo, cuyo nombre llevaba.

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¿Cuál santo era? Ya no me acuerdo y no es indispensable saberlo.

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Dirigiéndose entonces al santo que era su patrón, el capitán dijo en voz alta e inteligible:

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Si me sacas de este mal paso hago voto de prender un cirio en tu honor, que será de la talla del palo mayor de este barco, al llegar al Para 2.

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Había a bordo un amigo del capitán quien, habiéndole escuchado, le dijo:

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¡Vamos! ¡Sé razonable! Reflexiona un poco sobre lo que prometes! ¿Cómo te procurarás en el Pará semejante cirio?

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– ¡Qué tonto eres!, contestó el capitán. Deja primero al santo hacer el milagro, ¡después veremos! Y bajando la voz de manera que el santo en cuestión no pudiera escuharle, añadió: ¿Después... ? ¡No le daremos absolutamente nada!

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Este apólogo me pareció un desarrollo bastante bonito del proverbio lombárdico citado por Rabelais: Passato el pericolo, gabbato el santo (Pasado el peligro, uno se mofa del santo), y me recordó el procedimiento habitual de ciertos partidos políticos que, cuando están en peligro de naufragio, bamboleados por la oleada popular, prometen al santo, es decir al pueblo, toda suerte de cirios más grandes que mástiles.

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En el momento que el “Amazonia” entraba en el puerto de Manaos, el vapor inglés “Sobralens” salía de éste con destino a Liverpool, con escalas en el Pará, Lisboa y Le Havre. En la convicción, ¡ya demasiada fundada! en la cual estaba de que mi ausencia, prolongada más allá de todas las previsiones por las vicisitudes que he contado, causaba varias inquietudes a mi familia, no me hubiese consolado ver partir este vapor, si el comandante Pires no me hubiese afirmado que estaba en el itinerario del “Sobralens” quedarse hasta el 3 de febrero en el Pará, donde llegaríamos el primero del mismo mes a más tardar. Pero las desgracias vienen por series. Además de sus paradas acostumbradas entre Manaos y el Pará, particularmente en Obidos donde el efecto de las mareas es ya apreciable aunque esté todavía a más de seiscientos kilómetros del mar, y en Santarem, pequeña ciudad blanca que se destaca sobre un fondo de colinas, el “Amazonia” hizo una escala imprevista sobre un banco de arena. Era uno de esos bancos efímeros que se forman de vez en cuando en las partes más anchas del río y que los mejores pilotos no siempre logran evitar. Nos quedamos varados allá durante tres días, hasta el momento que una marea más fuerte que las precedentes vino a desprendernos. De suerte que en lugar de llegar al Pará el 1ro. de febrero, llegamos allá el 3, y que, desde el puente del “Amazonia” donde estaba observando con mi larga vista, percibí a lo lejos un navio que se largaba a todo vapor en dirección del mar. No necesito añadir que este navio era el “Sobralens”. Si hubiera podido prever estos

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acontecimientos y aquellos que fueron la consecuencia de ellos, al entrar en la Barra de Río Negro, otro nombre de Manaos, mi estadía en esta capital hubiera sido todo menos alegre. 21

Manaos es una ciudad de nueve mil habitantes donde tuve el placer de encontrar algunos compatriotas, entre ellos un colega, el Sr. Jacquot d’Antonay, miembro de la Sociedad de Geografía Comercial de París.

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Las brasileñas de Manaos y del Pará están lejos de ser tan blancas y bellas como las peruanas de Lima y de Moyobamba. Como todas las flores tropicales, ellas florecen temprano y se marchitan rápido. Su modo de andar es de una flojedad extrema. Se encuentran a menudo en las calles de Manaos senhoras locales seguidas por uno o dos pequeños pajes, negros o indios, que llevan sobre la cabeza, en canastas redondas, efectos de mujer. Ellas van, al instante, a visitar a algunas de sus comadres o amigas, y como en este país las visitas de vecina a vecina duran generalmente varios días, se hacen traer todo lo que es necesario para su atavío. Inmediatamente después de haber besado a su comadre, la visitante se quita sus botines, deja caer su vestido que reemplaza por una bata, y se echa, descalza, en una de las hamacas suspendidas en el salón, que sirven, a la vez, de diván o de cama. Cuando una necesidad cualquiera obliga a la senhora a bajar de ella, se calza pantuflas con tacos chatos. Los pequeños domésticos color de ébano o de bronce -se sabe que en el Brasil no hay más esclavosvan y vienen en la casa, juegan bajo las hamacas de sus dueñas, parecen estar enteramente en su casa. Una vieja negra cocina, por cierto una cocina poco complicada cuyos principales elementos son el pescado del río, los frejoles que de Candolle considera originarios de la América del Sur, y la harina de yuca. De ordinario los hombres se sientan solos a la mesa; las mujeres prefieren, durante las comidas, estar agachadas sobre las esteras que tapizan el suelo.

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La vieja negra fuma desde la mañana hasta la noche en una pipa de tierra negra con tubo rojo. La gente de color más claro fuma cigarrillos enrollados en corteza de Tahuari, película blanca que reemplaza sin demasiada desventaja al papel de nuestros estancos de tabaco.

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Las viviendas de Manaos están muy poco amobladas. En el salón donde la familia recibe, a menudo no hay otros muebles que las hamacas y un baúl largo que sirve también de banca. Pero antes de sentarse sobre este baúl, los visitantes nunca dejan de informarse si no hay algún santo adentro, si no ten santo dentro do bahu, pues, sin esta precaución, correrían el riesgo de sentarse, por ejemplo, sobre San Benedicto, el patrón de Manaos, quien tiene su nicho de madera tallada en la mayoría de las casas de la ciudad.

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Santa María do Belem do Para o simplemente el Pará, palabra que, en un dialecto indio significa El Río, es más que una capital como Manaos. Con su ancho malecón, sus fachadas guarnecidas con balcones, sus catorce iglesias de estilo rococó, su inmenso teatro rodeado con columnas más o menos corintias, sus líneas de tranvía y sus magnificas avenidas bordeadas con cedros o palmeras cerca de los cuales los árboles de nuestros paseos serían simples arbolejos, el Pará es una gran ciudad.

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No se bebe allá el agua amarillenta del río, sino una agua perfectamente límpida que proviene de las fuentes y riachuelos de la Selva vecina. Y los paraenses deben esta ventaja a la iniciativa de uno de nuestros compatriotas, el Sr. Barreau, aquel mismo del cual habla Crevaux en sus relaciones de viaje en términos agradecidos.

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El único camino sólido que hay en todo el valle del Amazonas es un ferrocarril. Destinado a unir el Perú con el pequeño puerto de Braganca, comunica en la actualidad la aldea de Benavides donde vino a establecerse, después de la comuna de París, una colonia de refugiados franceses.

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No dejé de ir a ver a estos compatriotas. Algunos han prosperado y poseen hoy en día Haciendas (en portugués Fazendas) cuyos productos agrícolas y hortenses son vendidos ventajosamente en el mercado del Pará. Pero de las setenta familias que componían la colonia al principio, queda apenas un tercio.

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Si el negociante que pasa su vida en un almacén o bajo la tienda de un vapor y sigue las reglas de una higiene rigurosa puede vivir en la Amazonia, incluso en la parte baja, incluso en el Pará, este clima es a menudo matador para el colono agrícola o forestal obligado de dedicarse, por lo menos durante algún tiempo, a un trabajo violento. El hombre de raza blanca se siente impotente frente a esta vegetación colosal, está aplastado por este sol ardiente bajo el cual el indígena trabaja con la cabeza descubierta y sin sudar. Por lo tanto, la Amazonia brasileña es más bien un país de explotación que de colonización propiamente dicha.

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Encontré en Benavides franceses felices de tener una oportunidad de hablar de su país, propietarios que tenían indios a su servicio y que me han parecido profesar, en el capítulo Propiedad, las mismas ideas que todos los propietarios del mundo.

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Además de la Fiebre Amarilla, endémica en el Pará como en todos los puertos de la zona tórrida, reina en esta ciudad una enfermedad que no conocía antes de mi viaje, ni siquiera de nombre, y que llaman el Beri-Beri, palabra importada de la India al Brasil como la cosa horrorosa que representa. Beri-Beri significa literalmente carnero-carnero. ¿Estarían los carneros de la India sujetos a algún mal análogo? Dejo a otros el cuidado de elucidar la cuestión. El Beri-Beri se anuncia por hormigueos en los pies, seguidos por parálisis intermitentes. Los individuos atacados sienten repentinamente sus piernas débiles. Se les ve flaquear en la calle presa de horribles angustias. En el segundo período, los miembros inferiores rehusan todo servicio. Los pies se tuercen en la cama y caen de costado. La parálisis sube más o menos rápidamente. Cuando ha ganado el estómago, el enfermo está perdido. Su pecho, entonces, se hincha lentamente y alto, como un fuelle de fragua. El único remedio es cambiar de aire. Aquellos que pueden salir para Europa desde los primeros ataques, con frecuencia se sanan.

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A bordo del vapor “Anselm” en el cual me embarqué, varios pasajeros manifestaban una alegría delirante al pensar que sus pies inseguros y sus piernas flácidas muy pronto volverían a encontrar su primitiva firmeza.

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Este vapor “Anselm”, que pertenecía a la Booth Seanslisp Co. (sic), era el primero que, desde la salida del “Sobralens”, dejaba el puerto del Pará para hacer rumbo hacia Europa. Infortunadamente no hay línea francesa directa entre la Amazonia y Francia. Ahora bien, el “Anselm” no tenía que tocar Le Havre, como el “Sobralens”, sino solamente Lisboa y Liverpool. Me propuse en consecuencia desembarcar en Lisboa para dirigirme desde allá por ferrocarril hasta Besanzón, mi ciudad natal. Pero no estaba todavía al fin de mis contratiempos: estaba escrito que yo iría a hacer un paseo por Inglaterra. Desde el 1 de marzo al 1 de setiembre de cada año, los viajeros que vienen del Pará no pueden entrar a Lisboa o pasar libremente sobre el suelo portugués sin haber hecho una estación de ocho días en el lazareto que se avista desde el barco,

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semejante a una fortaleza, en una de las alturas que ciñen la rada. Y el “Anselm”, salido del Pará el 17 de febrero, debía llegar a la rada de Lisboa solamente el 2 de marzo. 34

Esta es la razón por la que, después de los campos de lapislázuli de los mares equinocciales, vi todavía en este viaje los mares verdes del norte y las neblinas del canal de Saint-Georges, donde los barcos de vela pasan y desaparecen como fantasmas, y las costas de la Gran Bretaña, entonces cubiertas de nieve, y sus ciudades negras, y sus bosques de chimineas de fábricas. Por fin, el 9 de marzo, sobre el puente del vapor que hace el servicio de Dover a Boloña, vi las costas bravas de Albión hundirse en sus brumas, al mismo tiempo que aparecía la costa de Francia, borrada al principio, flotante como un sueño en las palideces del horizonte, delineando más netamente, a cada minuto desvanecido, sus líneas armoniosas. Y esta vista me causó una impresión más viva que ninguno de los paisajes, por muy pintorescos o imponentes que fuesen, cuya imagen habían percibido mis ojos desde mi salida del Callao.

NOTAS 1. Ica y Japurá son los nombres con los cuales se conocen al Putumayo y Caquetá en Brasil. Solimões es el nombre que recibe el Amazonas en Brasil en la parte comprendida entre la frontera con Perú y Manaos. N.d.T. 2. El Pará está todavía a 188 kilómetros del Atlántico. N.d.A.

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Una excursion en el pais de los Campas

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I. Las puertas de la Montaña - Un alto en Uten-Yacu.- Serranos y Cíngaros.- La colonia del Chanchamayo.- Los salvajes.- El Morpho-Menelas.- El convento del BuenPastor.-Una noche entre los Campas.-

Cabaña de colonos en tiras de palmera (Grabado de Meunier, a partir de una fotografía)

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Nunca llueve en la Costa del Perú, al menos en la provincia de Lima, que goza de un eterno verano, incluso se podría decir de una eterna primavera sin verdor naciente. Las garúas o ligeras lloviznas que humectan el suelo durante ciertos meses no podrían ser condecoradas con el nombre de lluvias, y el pabellón portátil que los habitantes de las latitudes europeas tienen tan a menudo la ocasión de desplegar encima de sus cabezas es desconocido en este país. Un verano tal es aburrido y monótono en extremo, por la misma razón que es eterno.

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Residía desde hacía dieciocho meses en el Callao, puerto principal de esta Costa, bien cansado de sus tonos polvorientos, de sus cerros descarnados y de sus cañaverales, cuando en el mes de noviembre de 1883, pude poner en ejecución un proyecto de mucho tiempo acariciado de viajar a la Montaña o región de las Selvas. Partí por el

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ferrocarril de La Oroya, el único que pone la capital del Perú moderno en comunicación con el interior. 3

Este ferrocarril pasa por ser el más curioso del mundo, tanto por la audacia de sus obras de arte, de las cuales el grabado del puente Verrugas, que encontrarán más adelante, puede dar una idea, como por la altitud que alcanza y que es, en el túnel de la Cima, de 4,729 metros, o sea 21 metros menos que la altura del Monte Blanco. La compañía norteamericana concesionaria de esta línea se ha comprometido a prolongarla hasta Cerro de Pasco, donde se encuentra el yacimiento argentífero más rico del Perú; pero, en la época de mi viaje, los trenes paraban a una treintena de leguas del Callao, en el pueblo de Chicla, en la vertiente occidental de la Cordillera.

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En Chicla alquilé un caballo y una mula, y tuve la suerte de hallar un excelente guía en la persona de un indio llamado Domingo. Como todo viajero que atraviesa la Cordillera, tenía un revolver en mi bolsillo; y, como yo debía recorrer regiones abundantes en caza, me había cuidado de no olvidar mi fusil. Uno de los objetivos principales de mi excursión era el valle de Chanchamayo, donde viven varias familias francesas, y del cual mi amigo y compatriota del Franco-Condado Henry Michel, artista de talento y viajero entusiasta a quien debo los dibujos hechos sobre la naturaleza que acompañan este relato, me había contado maravillas poco tiempo antes de mi salida.

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Las estribaciones de los Andes que miran al Pacífico son generalmente estériles. Sus faldas terrosas, de un tono uniforme, están sembradas de rocas desnudas, y sus aristas se destacan duramente sobre el cielo. Es casi solamente a doce o quince leguas de la Costa, y a la altura de mil a mil doscientos metros más o menos, que ellas empiezan a cubrirse con gramíneas y con arbustos.

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A la altitud de 4,000 a 4,500 metros, los Andes forman inmensas mesetas o punas tapizadas con hierba corta y dominadas todavía por cimas nevadas. Los animales que se encuentran más a menudo en estas soledades son las llamas, a las cuales los Indios hacen llevar sus cargas, y manadas de vicuñas tan salvajes como graciosas.

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Atravesé en el abra de la Galera, a cerca de 5,000 metros por encima del nivel del mar, la línea de división de las aguas del Pacífico y del Atlántico, especie de frontera entre dos sistemas de nubes y también separación de dos climas muy diferentes uno de otro.

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Si la ascensión a través de paisajes nuevos e imprevistos para un hijo del Jura me había interesado en extremo, la bajada sobre la vertiente oriental, que forma con la otra un extraño contraste, me reservaba verdaderos encantos.

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Nada es tan fascinante como las transiciones de matices y de efectos desde las cimas blancas de la Cordillera hasta la zona de los bosques. Al pie, de las nieves, las flores de tallo corto se esconden en la hierba gris y delgada como en el pelaje de un abrigo de pieles. Más abajo, los valles verdecen, la flora crece en las praderas y se abre en las ramas de las breñas; más abajo todavía, el verdor se acentúa y pasa a un matiz vecino al azul. Tal me pareció ser el tono dominante del valle de Chanchamayo, a la altura de 2,700 metros, cerca del pueblo de Palca, última etapa donde bajan las llamas. Más allá, ya no encuentran los pastos ni el frío que les conviene, y son reemplazadas por asnos. Llegué a Palca por un sendero bordeado de setos donde los rosales floridos se mezclaban con las mimosas, los huarangos y los tantales cubiertos de cápsulas amarillas y de campanillas azules. De las esencias que había encontrado la víspera, casi no observé otras aquí que los áloes de hojas carnosas, de un gris azulado, fasces espinosas de donde salen tallos semejantes a espárragos gigantes. Al pie de las breñas, entre una

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multitud de flores, resaltaban una especie de vincapervinca y una pequeña orquídea de un rojo escarlata. Un viento entibiado encorvaba los álamos y los sauces que bordean al río, y, bajo un cielo de tormenta de donde caían sombras vigorosas, el verde azulado de la pradera tomaba singulares intensidades de tonos. Se olía con anticipación el olor de la lluvia, desconocida en Lima, y que no tardó en caer. Si llueve menudo, particularmente del mes de octubre al mes de abril, en esta vertiente de la Sierra la lluvia no es triste como en Europa, pues en lugar de durar, como ocurre frecuentemente en nuestro país, semanas y meses, pasa generalmente bajo la forma de cortos aguaceros y de refrescantes chaparrones. 10

A algunos kilómetros al este de Palca, los bosques empiezan a vestir las dos vertientes del valle. Primero son árboles raquíticos, si se les compara con los grandes oquedales de troncos derechos, los cuales, más abajo, se parecen, bajo las bóvedas de la Selva, a columnas de catedral. Poco a poco toman formas más esbeltas y elevan su cúpula de ramas sobre el sendero que baja por el flanco del ribazo y que está formado, a decir verdad, por una sucesión de resbaladeros escabrosos. Pero, para quien acaba de pasar largos meses en las planicies monótonas de la Costa, sobre una tierra blanqueada por el salitre, un sendero bajo bosque, cualquiera que sea su declive, tiene encantos indecibles. El gluglú de los pequeños manantiales negros que se derraman, al borde del camino, entre heléchos y escolopendras encintadas, el estremecimiento de las hojas, el ruido de las cascadas que abren en la folla de los árboles sus aberturas luminosas, me deleitan como una sinfonía querida no escuchada desde mucho tiempo.

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Llegué alrededor del medio día a Matichacra, donde se encuentran, sobre un terraplén bastante estrecho, dos o tres cabañas de tablas. Mi guía Domingo, cuya mula no vacilaba en trotar en pendientes donde un hombre a pie no se atrevería a correr, había tomado la delantera para pedir el almuerzo. Encontré una mesa puesta al aire libre, y una buena mujer nos sirvió, después de una sopa de pollo, un picante, o guisado con ají y papas mezcladas con charqui (carne secada al sol).

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A guisa de vino bebimos chicha, especie de cerveza de maíz que es, en el Perú, la verdadera bebida nacional. El picante de papas es una comida de la Sierra que, esta vez, me pareció bien preparado.

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Mientras manifestaba mi satisfacción a la chola que lo había preparado, me aseguró que no comería semejante plato en la colonia de Chanchamayo, donde el popular tubérculo es reemplazado por la yuca, especie de mandioca1. En una palabra almorcé con el mejor apetito, no descontento de vivir, mientras que a mi alrededor legiones de gallinas cacareaban en las grandes hierbas, familias de chanchos negros se revolcaban al sol en los charcos, y picaflores con su vuelo zumbador, sumían en el cáliz de las flores su cabeza de rubí o de záfiro, armados con picos tan finos como una trompetilla de insecto. Cuatro horas más allá, llegamos al pie del cerro y atravesamos el río sobre una pasarela de mimbre. Delante de nosotros se abría un abra que puede ser considerada como la puerta de la verdadera Montaña del Chanchamayo2.

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En este fondo lleno de frescura, encerrado entre dos murallas de rocas azulinas de las cuales cuelgan interminables cabelleras de lianas, algunos grandes árboles con tallos rectilíneos parecen buscar el día, y el río, al romperse sobre pedruscos negros, hace brotar por todas partes vapores de gotitas. Este lugar se llama Utcu-Yacu, palabra que significa en quechua “espumas blancas”, literalmente “agua de algodón”.

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Cuando pasaban bandadas de pericos por encima del abra, formaban como un velo verde tendido de un borde al otro. El corredor desemboca en un terreno descubierto,

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donde han tenido el buen pensamiento de construir una posada (albergue). Parada cómoda para los viajeros, ¡y que sería maravillosa para un pintor! En el envés de los bosques que cubren los cerros contiguos emergen aquí y allá las cabezas imponentes de árboles centenarios. El Chanchamayo, que al cruzar el estrecho césped se rodea de tusílagos, se introduce entre las masas de verdor de la Selva que grandes flores colgantes siembran de tonos de malva; luego desaparece en el primer recodo, como encerrado en estas cortinas donde penetran misteriosos golpes de luz. 16

Después de haber tomado en el río un excelente baño y en la posada una comida que, sin merecer absolutamente el mismo calificativo, tenía también su mérito, me fui a fumar mi cigarro afuera para gozar, yo no diría de la frescura, sino de la inefable dulzura de la noche. Una estudiantina de grillos dejaba escuchar bajo las ventanas de la posada sus serenatas, cuyo pizzicato a ultranza acompañaba la voz del Ferrocarril, especie de chicharra que silba como una locomotora.

Caserío de Palca (Grabado de Méaulle, a partir de un dibujo de Henry Michel) 17

Una multitud de luciérnagas aladas se entrecruzaban en el aire, suerte de abejorros con cuerpos alargados, que tienen bajo la cabeza dos carbúnculos que, en la claridad de una vela, son de un verde esmeralda. Y bajo esos torbellinos de minúsculas estrellas fugaces, un lienzo de rocas o una ala de bosque salía por instantes de la noche vagamente iluminado. Unos arrieros, al llegar de la colonia del Chanchamayo con tropas de asnos cargados con barriles, se instalaban en el césped, estación forzada para las bestias y los hombres, pues buscarían en vano más arriba, hasta Matichacra, una superficie plana bastante ancha para dormir sin riesgo de rodarse hasta el fondo del barranco. Mientras los asnos se iban a buscar su pastura a diestra y siniestra, sus conductores, todos indios de la Sierra, preparaban la suya sobre fogatas de ramas secas.

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Si durante mis antiguas excursiones de turista hubiera encontrado, al fondo de algún valle de suiza o del Franco-Condado, campamentos semejantes, no hubiera dejado, al ver esos rostros bronceados reflejando la rojez de los braseros, de creerme en medio de un alto de Bohemios.

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Hay, sin embargo, entre los dos tipos diferencias notables. Por ejemplo, la cabellera del Quechua, que es de ébano como la del Cíngaro, nunca es crespa, ni rizada, ni ondulada; cae en espátulas bajo los rebordes de la campana de fieltro duro que es su sombrero ordinario. Y si el indio del Perú tiene también sus instintos de rapiña, son menos desarrollados, sin embargo, que los de su primo el gitano. Testimonio la confianza de los patos de la posada, que iban de un grupo a otro a mendigar a los arrieros algunos granos de cancha o maíz asado, que constituia el plato fuerte de su comida...

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Los fuegos se habían apagado uno tras otro, mientras que en las estrellas, hacía un instante veladas por los vapores de la noche, se habían encendido por enjambres. Los indios, envueltos en sus ponchos, dormían bajo la bóveda estrellada. Y no tardé yo mismo en saborear el reposo del sueño, no bajo un cielo de cama tan magnífico, sino bajo el techo de la posada, cuyas ventanas estaban todas sin vidrio, detalle de poca importancia en este clima.

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Después de haber traspasado un nuevo pongo (abra o desfiladero) encontré terrenos cultivados. El valle se ensancha y se estrecha alternativamente, formando como una continuación de inmensas canastillas de donde desborda una exuberante vegetación. Las propiedades más importantes pertenecen a franceses.

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No me olvidé de visitarles, y recibí del Sr. Maudet, quien dirigía entonces la bella hacienda Francia del Sr. Monier quien, en su propiedad l’Auvergne, logra, un año con otro, unos cien mil francos; de los Señores Royer, Prugue, Bossier, en fin de todos nuestros colonos, la acogida más solícita, feliz de encontrar en este rico valle la lengua, las costumbres y la cordial hospitalidad francesas. La caña ocupa generalmente estas partes bajas de la cuenca, y los cafetales se escalonan en la falda de los ribazos. En las haciendas, la caña es transformada en alcohol, que los indios de la Sierra vienen a buscar con sus asnos y del cual hacen un consumo exagerado. Se fabrica allá poco azúcar, a causa de la dificultad del transporte. Mientras que en la Costa, en los alrededores de Lima, la caña da tres cosechas en sesenta meses y no produce mucho más que la remolacha (o beterraga) en Europa, la fertilidad de la tierra en el Chanchamayo es tal que las cosechas tienen lugar cada ocho o nueve meses, es decir que el rendimiento es más que el doble en el mismo tiempo. Se ve con eso cuál sería la fortuna de esta región si estuviera puesta en comunicación con la vía comercial que debe, más tarde o más temprano, unir Lima al Amazonas. Añadimos que su clima es de los más salubres y que no se conoce allá las fiebres tercianas endémicas en la Costa.

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Las haciendas y chacras (granjas) están en su mayor parte rodeadas de bosquecillos de árboles donde cuelgan todas las pomas de oro de la creación: naranjas, cidras, limones, granadinos o granadillas, y donde se encuentran, al lado de los plataneros cargados de racimos pesados, los papayos, cuyo fruto, semejante a un melón verde, es de un sabor fresco. En los bosques dominan las maderas blandas de proporciones gigantes. Contienen, sin embargo, numerosas y bellas especies de ebanistería, tales como el Palo peruano de madera roja y blanca, nogales, cedros rosados, etc... Entre las palmeras citaré la Chonta, con la cual los salvajes hacen sus arcos y las puntas de sus flechas, y entre las cyclanthaceae, al Humiro o Cabeza de Negro, cuyo fruto en forma de bola grosera constituye el marfil vegetal y cuyas magníficas palmas sirven a todos los Chunchos para cubrir los techos de sus chozas.

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Estuve absolutamente fascinado por el fasto y la riqueza de adorno de los pájaros. ¡Qué incomparable pintor al pastel ha engalanado estos pequeños marqueses!

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El Tangara de siete colores, el más adornado de todos; el Tunkey o gallito de las rocas, de plumaje anaranjado, brillante como una flama, bajo alas negras, con doble cresta que parece salir de una luz de Bengala; el Yuna tunkey, que lleva sobre la cabeza un elegante parasol; el Cotinga de cuerpo azul con una garganta de un pardo aterciopelado; los Tucanes con sus enormes picos; los Tchi-ouacs o Paucares que viven por tribus y suspenden sus nidos como las peras de todas las ramas del árbol donde han señalado domicilio; los loros, que atraviesan la quebrada en altos vuelos; los Picaflores, verdaderas joyas aladas; los Pilcos, los Aracaris y tutti quanti 3. El viajero y naturalista alemán Tschudi, quien permaneció en el Perú de 1838 a 1843, ha reconocido cuatrocientas variedades de pájaros. Su nomenclatura está lejos de ser completa: el Sr. Raimondi acaba de mandar a Varsovia su bella colección, con miras a la publicación de una obra grande donde él describe mil doscientos.

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Como carne del monte con plumas, encontré en el Chanchamayo el Paujil, suerte de pavón negro que tiene como pico un cartílago rojo, la Pava y la Gallina del Monte, diversas variedades de perdices, de patos y de faisanes. La carne del monte con pelo no es menos abundante. Además de los corzos y de los Pecaríes (pequeños jabalíes) 4, se puede cazar allá al Tapir o Gran Bestia, y a dos especies de osos, el Ursus ornatus, carnívoro y feroz, al cual le gusta las alturas frías, y un oso amante de las frutas que queda en los valles. Se encuentra allá también a un león y a un tigre de pequeña talla, el Puma y el Tigrillo, a serpientes de tres a cuatro metros de largo, a sapos enormes y a caracoles fantásticos. Los cuadrumanos están representados por tres especies: un gran mono negro, otro de talla mediana y de color plomo, finalmente un mono muy chiquito de un tono pelirrojo tirando a amarillo. Generalmente la vista del hombre les hace gritar de terror.

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Pero de todos los habitantes de la Montaña que la casualidad puso en mi camino, es aquel del cual me queda por hablar el que me impresionó más vivamente.

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El 28 de noviembre de 1883 dejé la hospitalaria hacienda de San Carlos y me introduje con mi guía en un sendero frecuentado sobre todo por los salvajes y que llega al convento abandonado del Buen-Pastor.

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Al montar a caballo sentí una emoción que era, en verdad, llena de encanto, pues iba a satisfacer uno de los sueños de mi infancia y conocer por fin a estos hombres de los bosques de quienes yo había envidiado, bajo los claustros del colegio, la vida libre.

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El Sr. Raimondi en su obra El Perú, dice: “Mucho se ha escrito y hablado sobre los salvajes conocidos en las diferentes partes del Perú con los nombres de Infieles, Bárbaros y Chunchos, y mucho también se ha exagerado su ferocidad. En toda sociedad humana hay buenos y malos: muchísimos son los salvajes que tienen índole benévola y que podían ser excelentes amigos.

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“Los salvajes que nunca han tratado con gente culta son como unos niños malcriados, entre los cuales naturalmente unos son de buen carácter y otros de malo. Pero los salvajes verdaderamente peligrosos son los que han tenido contacto con los hombres que se llaman civilizados; pues éstos con el pretexto de civilizarlos también, han invadido sus casas y destruido sus cultivos; los han despojado de sus terrenos y cazado a veces como animales feroces. Estos infelices no han recibido de la civilización sino agravios. Si nosotros les damos el nombre de salvajes, porque no están bautizados y viven independientes en sus bosques, ellos a su vez, nos consideran como hombres pérfidos y de corazón depravado.

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“Dichos Indios nos tienen odio profundo, por los perjuicios que han recibido, y nunca pierden la ocasión de vengarse”5.

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El sendero del Buen-Pastor domina generalmente el Chanchamayo desde una treintena de metros y pasa a veces sobre balcones de ramas hundidos entre dos capas geológicas de la roca abrupta. Estos puentes sin balaustrada están muy a menudo podridos, y el viajero no debe aventurarse sobre ellos sino después de haber hecho pasar, para probar su solidez a su caballo o su mula.

Puente Verrugas (Grabado de Meunier, a partir de una fotografía) 34

Los excelentes animales que teníamos se metían valientemente sobre el puentecito y se detenían por ellos mismos al otro extremo. Contamos una quincena de puentes de este genéro. En el espacio que les separa, el camino está invadido por las ramas que azotan la cara del jinete, quitan su sombrero, le agarran por los cabellos, mientras que su montura continúa trotando. ¡Pero este mismo sendero atraviesa paisajes maravillosos! Traspasa barrancos al fondo de los cuales corre una agua límpida, cuyas cascaditas se pierden entre bloques ennegrecidos por la humedad, bajo arcos de helechos arborescentes que tamizan la luz en el fino encaje de sus hojas. Luego el sendero entra en carenas de una profundidad indefinida, donde las higueras sicomoras y los bombax levantan sus columnatas y cuya bóveda no deja pasar, a través de sus colgaduras de plantas sarmentosas, más que un día recogido. En esta penumbra aparece una gran mariposa azul, el Morpho-Menelas, con su vuelo descontrolado, como el de una hoja seca. Este lindo lepidóptero no se encuentra más que en las profundidades oscuras de la Selva, y los indios, que creen en la metempsicosis, le toman por el alma de un muerto. Agarré al vuelo uno de estos espíritus con alas nacaradas, pero, como no tenía ningún deseo de presentarme a los salvajes con apariencias de sacrilego, me abstuve de prenderla sobre mi sombrero, donde por lo demás no hubiera tardado en volverse polvo. De vez en cuando, golpes de luz se abren a través de la folla de las ramas y del

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destello de las hojas, y se ve correr al río en un encajonamiento azulado de bosques. En uno de los recodos estrechos de la trocha, me encontré repentinamente cara a cara con dos seres de talla alta, que tenían la cabeza y las piernas desnudas y el cuerpo cubierto de una suerte de toga que era más o menos del color de su carne, de un tono de hojas muertas. 35

Cada uno tenía un arco distendido y dos flechas. Estos salvajes, los primeros que yo veía, pertenecían a la gran tribu de los Campas o Antis, que vive al pie de los Andes. Se apretujaron contra la roca para dejarme pasar con la cara volteada hacia mí, y fui sorprendido por la extrema gravedad o, mejor dicho, por la inmovilidad melancólica de su fisonomía. Les saludé en español y les tendí la mano. Cada uno de ellos me dio un apretón de manos con una sonrisa, pero sin pronunciar una palabra.

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Para llegar al Buen-Pastor teníamos que atravesar por el vado dos afluentes del Chanchamayo, el río Blanco y el río Colorado. En la orilla del Colorado pasamos cerca de una choza bajo la cual una carnada de pequeños Campas jugaban en la arena. Quise pararme un instante para observar a gusto la curiosa vivacidad de sus movimientos, pero, al vernos, se pusieron a gritar. Vi entonces enfrente de mí, en la otra ribera, a un Campa que parecía en observación. Coronado con un círculo de madera blanca 6, bajo la cual caía su pelo largo, tenía en la mano derecha un arco y unas flechas; su ropa o cushma7 bajaba apenas hasta sus rodillas; se había parado al momento de entrar en el río, vadeable en ese lugar, y nos miraba. Como los primeros que habíamos encontrado, tenía un aire muy serio, aunque no parecía tener más que dieciséis o diecisiete años. Los rasgos de su rostro eran regulares y bellos. En no sé ya qué cuadro, el joven rey David está representado con rasgos casi semejantes. Detrás de él, a la orilla de la selva, apareció una anciana completamente arrugada y encogida, y con la espalda curvada bajo un cuévano con hojas de coca.

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Dos horas después, sobre el flanco de un cerrito desboscado, percibimos un grupo de casas de listones de palmera. Era la Misión del Buen-Pastor, habitada únicamente entonces por un guardián laico y francés, el Sr. Hébrard, y por algunos chinos.

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La tentativa de colonización del Buen-Pastor, representada en carne y hueso por el Sr. abad D..., fracasó por una razón muy simple. Las ovejas venidas de Lima bajo su dirección eran chicas arrepentidas y huérfanas salidas del convento. Ahora bien, aunque el lugar donde las instaló fuese a cinco leguas de las últimas casas habitadas, su presencia atrajo muchos lobos, tanto más hambrientos cuanto que en las nuevas colonias el bello sexo era raro. El abad D... juzgó prudente y sabio, sino necesario, casarlas a todas. Eso fue una buena suerte para la colonia de Chanchamayo, pero no para el Buen-Pastor, cuyos cafetales se volvieron baldíos.

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El Sr. Hébrard, de quien recibí la más amable acogida me hizo servir crema y mantequilla frescas. Vale decir que la crianza de rebaños tiene buen éxito en esta región. Sin embargo mi huésped se quejó de que los Murciélagos le hubiesen hecho perder algunos animales. Esos murciélagos vampiros8 chupan la sangre de las bestias y a veces de los hombres sobre los cuales se posan durante su sueño. Cuando han probado de un individuo, hombre o animal, le buscan nuevamente con preferencia a todos los demás, y le encuentran entre mil. Si su víctima es un buey y no se puede sustraerle a su persecución, se encarnizan a menudo sobre él hasta que muera exangüe.

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Al día siguiente me fui a explorar a pie, acompañado por mi fiel Domingo, las riberas del río Paucartambo, que se precipita en el Chanchamayo para formar el Perené, más o menos a media legua del Buen-Pastor.

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Al encontrarme hacia las cuatro de la tarde en una playa de cascajo sentí un deseo irresistible de tomar un baño. Por consiguiente me desvestí y entré en el río, poco hondo pero bastante ancho y rápido en ese lugar. Una cortina de árboles daba sombra frente a mí en la otra ribera, y un poco aguas abajo aparecía una cabaña de Campas. Avancé hasta el medio de la corriente donde perdí el fondo y, para gozar completamente de la relajante frescura del agua, me extendí sobre la espalda y me dejé ir un momento a la deriva.

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Este instante fue corto, pues, al escuchar la voz de Domingo que había quedado en la orilla para guardar mi ropa y mi escopeta, levanté la cabeza y v una balsa montada por dos salvajes y que venía directamente hacia mí. Me acordé que los Campas habían acribillado con flechas, en el Perené, del cual estaba entonces a solamente algunas brazas las embarcaciones del explorador Wertheman y que, en 1877, estos mismos Campas habían matado en una emboscada a varios colonos del Chanchamayo, entre ellos a tres franceses; y aunque me hubiesen asegurado que desde esta época habían adoptado hacia los blancos un modus vivendi pacífico, no dejaba de sentir una cierta emoción. Me apuré en retomar piso nuevamente y en volver a la orilla, donde mi guía, cogiendo la escopeta con una mano, hacía con la otra grandes señales a los chunchos para atraerles hacia él. Se dirigieron en efecto por ese lado, y llegamos al mismo tiempo a la playa.

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Los dos salvajes, el más joven de los cuales tenía una cara despierta, eran padre e hijo. Nos hicieron entender sus buenas intenciones al repetir varias veces la palabra amigos, la única de la lengua española que parecían conocer. Y nos invitaron con gestos suficientemente expresivos a tomar asiento en su balsa para acompañarles hasta la cabaña que nos indicaban con la mano. Domingo no conocía el idioma campa más que yo. Es por eso que les hizo en quichua, su lengua nativa, una arenga que escucharon con atención pero de la cual ellos no entendieron ni una palabra, ni yo tampoco. Durante este intermedio me vestí de nuevo prestamente y tomé una decisión. ¿Qué había venido a hacer aquí, sino estudiar el país y sus habitantes? Entonces salté sobre la balsa, haciendo la reflexión que un hombre desnudo tiene menos aplomo, incluso en medio de salvajes, que cuando tiene puesta su camisa sobre la espalda.

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La balsa, hecha de troncos unidos con estacas de palmera chonta que hacen las veces de clavos, era muy estrecha y apenas podía flotar con el peso de nuestras cuatro personas. Pero, con algunos golpes de botador de una destreza notable, nuestros remeros nos hicieron pasar a la otra orilla, y abordamos en una pequeña ensenada cerca de su cabaña o panguchi. Como aquella que yo había observado cerca del río Colorado, no tenía ni paredes ni tabiques y consistía en un techo de palmas de dos vertientes sostenidas por troncos o pilares de madera. Diversos objetos, entre los cuales noté algunos peces, estaban colgados de unas cuerdas tendidas entre estas columnitas.

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Fuimos recibidos por tres mujeres y algunos chiquillos, que se recuperaron muy rápido del primer efecto de temor que les causó nuestro aspecto. El traje de las mujeres era el mismo que aquel de los hombres, con la diferencia que su saco-túnica, escotado sobre el pecho, dejaba los senos al descubierto9. Entre ellas estaba una joven salvajita máximo de quince años, que me pareció bien hecha y de rostro agradable. Incluso su tatuaje no le quedaba mal. Consistía en puntos y rayitas negras con genipa, que hacían el efecto de

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rizos y de lunares postizos. Sobre su cadera izquierda caía una cinta de sartas de granos alternativamente negros y blancos y de donde estaban colgados unos pájaros embalsamados de ricos colores. Las dos otras chunchas podían ser, una su madre, la otra su abuela, esta última encorvada y apergaminada por la edad, con la faz completamente plegada de arrugas. Tenía la nariz pintada con rucu 10, es decir de rojo, con rayas transversales que bajaban sobre las mejillas como patas de cangrejo, y llevaban collares de huecesillos pulidos y dientes de mono. Lo que me sorprendió más era la vivacidad de los niños. Por su extrema agilidad, me recordaban a mi mono “kiri” dejado en el Callao, y esperaba verles saltar sobre mis hombros en cualquier momento. Se contentaron con introducir sus manos en mis bolsillos, donde encontraron tres o cuatro cuchillos, dos pañuelos de seda para el cuello teñidos y algunas chaquiras, objetos que yo había traído con toda intención para familiarizarles y que examinaron con signos de admiración. 46

Sabía que los Campas conservan, incluso bajo los cabellos blancos, una curiosidad infantil, pero que tienen su moral y respetan al extranjero al cual han dado hospitalidad. Sin embargo, experimenté una verdadera sorpresa cuando vi a uno de los salvajitos poner nuevamente en mis bolsillos todo lo que había salido de ellos, hasta el último grano de chaquira. Entonces les regalé, de muy buen grado, estos juguetillos, de los que tenía una pacotilla de reserva en el Buen-Pastor. Les recibieron con demostraciones de alegría y trataron a porfía de hacerme entender que yo podía tomar a mi vez en el panguchi todo lo que me gustase.

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Escogí un arco y flechas con puntas de diversas formas; la abuelita me dio su collar de huecesillos, y la más amable de las chicas de la Montaña me regaló su cinta.

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Como empezaba a sentir el estómago vacío, mis miradas se dirigieron alternativamente sobre los acantopterigios que se balanceaban en las sogas y sobre un cuerpo de forma oblonga, envuelto en hojas y suspendido delante de un fuego que la anciana atizaba de vez en cuando. Los salvajes, captando mi intención, hicieron asar en parrillas dos de los peces más gordos. El día declinaba y me encontraba bastante lejos del Buen-Pastor como para temer no poder volver allá antes de la noche, tanto más cuanto que mi guía no conocía mejor que yo estos parajes. Decidí entonces aprovechar la hospitalidad de los Campas hasta el día siguiente por la mañana, y me senté en el círculo familiar resuelto a hacer honores a la comida.

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Sobre la hoja de plátano que nos servía de mantel, no vi aparecer ninguna porcelana de Sevres, ni cristales de Baccarat, ni ninguno de esos objetos que constituyen generalmente el servicio de mesa en una casa bien tenida. Incluso no vi cucharas ni tenedores, pues estos instrumentos son desconocidos más allá del Paucartambo o considerados como indicios de un lujo corruptor. Sobre la hoja de plátano tendida en el suelo, había una sola vasija: era una gran olla de barro de fabricación Campa, y muy semejante a los huacos que se encuentran en la Costa del Perú en las tumbas antiguas. Contenía chicha de yuca. El mayor de los salvajes la levantó a la altura de sus ojos, como para hacer una invocación, tomó un trago de su contenido y me la presentó. Desgraciadamente yo sabía de qué manera había sido preparada esta chicha. Los Campas empiezan por hacer cocer las raíces de yuca, luego las machacan y las transvasan. Durante esta operación, que se practica con lentitud, las mujeres, sentadas alrededor del recipiente, mastican y remastican los camotes crudos (papas dulces), y, cuando les han reducido a una pasta blanca y semi líquida, les hacen pasar directamente de su boca a la masa fermentable. Hubiera sido injuriar a mis huéspedes

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el rehusarme a beber, y yo no quería que hubiese entre nosotros la menor equivocación. Por otra parte, consideré que los salvajes de ambos sexos tienen muy bellas dentaduras, sanas y blancas como el marfil, incluso en una edad muy avanzada, y que no sufren de ninguna de esas infecciones repugnantes y contagiosas que son el producto de una civilización perversa. Por fin, tomé la vasija y bebí... El brebaje tenía un sabor agrillo a sidra fresca. 50

Lo que había visto asar a fuego lento era un paujil de un husmo excelente. Despedacé un ala cuando dos nuevos huéspedes se presentaron. Habían llegado sin hacer más ruido que las sombras y sin que yo hubiese escuchado crujir una hoja. Eran dos Campas de la familia que volvían de la caza trayendo un mono de la gran especie, con la faz lisa como una pelota de caucho desinflada, y otro más pequeño que habían desollado y hecho asar en el bosque. La carne del mono es la que los salvajes aprecian más. En cuanto a mí, la probé pero con una cierta repugnancia, y preferí la del paujil.

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Terminada la comida, mis huéspedes me invitaron a dormir y, para darme el ejemplo, las mujeres se recostaron por uno de los lados de la choza y los hombres por el otro sobre la estera de palmas que les servía de alfombra y al mismo tiempo de piso. Me hicieron entender que yo podía entregarme al sueño, puesto que cada uno de ellos debía velar por turno por la seguridad común. En efecto, cada vez que durante esa noche dirigí los ojos al hogar del panguchi, que, como el fuego de las vestales, es alimentado noche y día, vi un Campa sentado al lado, inmóvil como una esfinge de pórfido rojo, y masticando silenciosamente su coca.

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Me hice una almohada de una piel de mono y me dormí con el zumbido monótono del río, que dominaba de vez en cuando la voz triste de los pájaros de la noche.

NOTAS 1. La palabra yuca designa las especies “dulces”, sin ácido prúsico. N.d.E. 2. En el Perú, designan bajo el nombre de “montaña” a la “región de la selva”; la palabra española “monte” significa “tierra inculta, cubierta con árboles o plantas vivaces”. A las palabras francesas “montagne” y “mont” corresponden allí las pa-labras “sierra” y “cerro”. N.d.A. Más precisamente, “montaña” designa las vertientes orientales de los Andes cu-biertas por la selva amazónica y se llama selva a la parte baja ya perteneciente a la cuenca amazónica. N.d.E. 3. El Tangara de siete colores es el Tangara c. chilensis; el Tunkey debe ser el “tün-qui”, un apodo dado, como a otros pájaros, al gallito de las rocas (aquí la especie Rupicola peruviana sanguinolenta); el Yuna Tunkey (o tunqui) parece ser el Cep-halopterus ornatus (Amazonian umbrellabird); este cotinga azul es el Cotinga nat-tererii; Tucanes o Ramphastos sp.; los Tchi-ouacs o Paucares pertenecen a la fami-lia ICTERIDAE, Oropendola y Cacique sp. ; los Pilcos (o pilleo) a la familia de los PICIDAE (Colaptes rupicola puna sp.); los Aracaris a la familia RAMPHAS-TIDAE: son pequeños tucanes (Pteroglossus sp.). Para estas identificaciones, ver R. Meyer de Schauensee, A Guide to THE BIRDS OF SOUTH AMERICA, Edinburgh, 1971 y las obras de los Koepcke. N.d.E. 4. En la montaña se da el nombre de sajino a la pequeña especie (Tayassu tajacu) y el de Huangana a la grande (Tayassu pecari). N.d.E.

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5. Esta cita ha sido tomada del original en castellano y no retraducida del francés. Hemos respetado los párrafos como aparecen en dicho original y que Ordinaire presenta como si fuese uno solo. Ver A. Raimondi, El Perú. Escuela tipográfica Salesiana. Lima, 1940, Tomo 1: 94. N.d.T. 6. Ver en el libro de Ordinaire, cap. VIII, nota 5. N.d.E. 7. El autor escribe “cusma”. Adoptamos la grafía actual. N.d.T. 8. Ver en el libro de Ordinaire, la nota 4 del capítulo XVI. N.d.E. 9. Ver también la otra diferencia (rayas horizontales o verticales) señalada en la nota 4 del cap. VIII. N.d.E. 10. Se trata de una pintura obtenida de la planta conocida como achiote (Bixa orellana) en el Perú, urucu en el Brasil y roucou en Guyana francesa. Ver nota 5, cap. XI. N.d.T. y N.d.E.

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II. El Cerro de la Sal y el Gran Pajonal - Juan Santos Atahualpa.- Descubrimiento de una capilla y de su capellán.- Lengua religiosa dé los salvajes.- Costumbres y creencias de los Campas.- El Camagari.-

*** 1

Continué mis exploraciones, guiado por mis huéspedes que me presentaron al jefe Intschoquiri, el único Campa de la región que sabía un poco de español. Luego, lleno mi diario de notas, volví al Callao forzando las etapas. Me guardaré de relatar ese viaje de vuelta por un camino ya recorrido; el lector me agradecerá más, lo espero, si le hablo de los Campas y su región.

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El río Paucartambo está separado del Ucayali, tributario navegable del Amazonas, por el Cerro de la Sal y el Gran Pajonal, formado por serranías cubiertas no de bosques, sino de pajas o hierbas. El Cerro de la Sal es un monte de sal de varias leguas de largo y de treinta a cuarenta metros de ancho en la cima. Su contrafuerte, que avanza en el ángulo formado por los ríos Rumiansac y Paucartambo, se distingue de las eminencias vecinas por su altura, su color rojo y sus elegantes palmeras, entre las cuales se distinguen numerosas cabañas de Campas, que a veces forman muy pequeños grupos o samairinchis1. Todo este país es rico en mineral de fierro, y los salvajes saben extraer el metal por el método catalán que tienen de los primeros colonos 2 Sus hornos de fundición, construidos con ladrillos recubiertos de adobes 3 , son cuadrados, tienen, con mayor frecuencia, dos metros de alto y están alimentados por dos pares de fuelles colocados uno frente al otro. Pocos hábiles en trabajar el fierro, saben, sin embargo, forjar algunos objetos de una factura simple, tales como cuchillos y hachas.

3

Las gramíneas y ciperáceas que cubren los Pajonales próximos al Cerro de Pasco son a veces tan altas y frondosas que las manadas de bueyes están allá como perdidas y escondidas bajo tierra. Allá los españoles explotaron numerosos yacimientos de oro, plata, fierro y plomo.

4

No contamos con una descripción de la zona que se extiende entre el Cerro de la Sal y el Ucayali, pero se sabe que está cubierta también por grandes hierbas y que la ganadería bovina, importada por los conquistadores, prospera allá en estado salvaje o

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domesticado por los Antis. En su exploración del Perené, el Sr. Wertheman vio magníficas manadas pastar sobre las vertientes que descienden hacia el río. Todo lo que yo sé del Pajonal me lleva a creer que está formado por vastas mesetas como aquellas que existen en el piso superior de los Andes. La ausencia de grandes afluentes en la ribera izquierda del Perené, prueba que no está dividido en ese lado por quebradas 4 , donde, en un clima tan lluvioso, no dejarían de formarse ríos de una importancia más o menos proporcional a su extensión. El camino interoceánico que une Lima y el Chanchamayo con el Amazonas debe pasar, a mi entender, por estas mesetas para bajar al Ucayali, donde encontrará un puerto seguro y estable. Los otros proyectos tienen el inconveniente de llegar a unos ríos que son navegables solamente de manera intermitente y para vapores de tonelaje insuficiente. Se ve por esto cual sería la importancia de una exploración del Pajonal. Bajo otro punto de vista, además, presentaría un gran interés.

Puentecillo de mimbre (Grabado de Kohl, a partir de un dibujo de Henry Michel) 5

Los pueblos de esta región fueron, hace dos siglos, evangelizados por los misioneros españoles5 y, según las estadísticas que han dejado, comprendían cerca de veinte mil almas. Incluso el valle del Chanchamayo, donde los colonos tenían lindas haciendas y hacían con los Campas numerosos intercambios, era entonces más floreciente que hoy en día. Pero en 1742 los Indios se sublevaron, y, en una lucha que no duró menos de 10 años, hicieron retroceder a los españoles hasta las alturas de la Sierra. El jefe e instigador de este movimiento fue un Indio del Cuzco quien, después de haber cometido un asesinato, dicen los Padres Jesuitas, se refugió en el Pajonal, donde supo conquistarse una autoridad soberana. Había acompañado, en su juventud, a un jesuita a España y recibió una instrucción muy cuidada para la época. Se llamaba Juan Santos y, como se hizo pasar por descendiente de los Incas, añadió a su apellido el de Atahualpa. En la Montaña, su triunfo fue completo, pero, impotente para llevar hasta la Costa el teatro de la guerra, entró con sus Antis en el Pajonal y no se ha podido saber hasta ahora cual ha sido su fin.

6

La tentativa de Juan Santos Atahualpa de disputar con la corona de España el territorio de su país, le merece en la historia del Perú, al parecer, sea de origen incaico o no, un lugar menos ingrato que aquel que le es otorgado por los autores religiosos. Aunque sus

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esfuerzos hayan tenido resultados negativos para la civilización y el progreso, es injusto reprocharle su incapacidad y tal vez excesivo incriminar sus intenciones. En una conferencia que él tuvo con Fray Santiago Velásquez de Caicedo, religioso mandado como parlamentario y con el cual se expresó en latín, declaró su intento de reconquistar el Perú y de apoyar su imperio sobre el elemento nacional con exclusión de cualquier otro. Según el relato que los Jesuitas hicieron de él, era de estatura por encima del término medio, de fuerza poco común, de tez mestizo-claro. Llevaba al cuello un crucifijo y se asumía como soberano temporal y religioso. ¿Gobernó los pueblos del Pajonal inspirándose de la historia de los antiguos soberanos del Perú de los cuales se decía descendiente? ¿Les inculcó algunos principios de la civilización europea que había observado? Todo lo que se refiere al Pajonal está todavía envuelto en misterio e inspira una viva curiosidad. 7

Poco tiempo antes de mi pasaje por el Buen-Pastor, los chinos al servicio de esta hacienda fueron informados por algunos salvajes que, no lejos de ahí, en dirección del Norte y en la ribera derecha del Paucartambo, existía, en un claro, una iglesia o capilla que, según la tradición, había sido el centro de un importante pueblo. Y, algunos días después, dichos chinos, guiados por sus amigos en cushmas, salieron a explorar. Tuvieron que pasar rocas abruptas y bosques cerrados. En una palabra, aunque el lugar indicado estuviese a una distancia de solamente tres leguas geográficas, necesitaron dos días para llegar allá. Se admiraron bastante al encontrar la capilla anunciada en un perfecto estado de conservación, en la encrucijada de dos caminos obstruidos a poca distancia por los árboles. Se apoderaron de dos campanitas, que he visto en el BuenPastor, de un Espíritu Santo o paloma de madera pintada, de diversos objetos de oro y de plata para el uso del culto y de un registro de actas de bautismo, documento importante que está hoy en día en posesión del Sr. abad D. . . Hallaron, finalmente, en un cajón largo con doble compartimiento y cuya abertura había sido cerrada con un fuerte tablero de chonta, un esqueleto cubierto todavía de emblemas sacerdotales. Según la descripción que me hicieron de este cajón en forma de caseta, reconocí un confesionario en el cual, según toda apariencia, los neófitos habían, en la época de la insurrección, encerrado vivo y sellado a su cura.

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Indio Quechua (Grabado de Hildibrand, a partir de una fotografía). 8

Cometido el crimen, sin duda tuvieron remordimiento. No solamente respetaron la iglesia y todo lo que encerraba, sino que pusieron cuidado en renovar su techado toda vez que le encontraron podrido por las lluvias. Aquellos que proveían este mantenimiento han estado, según parece, muy descontentos por la expedición de los chinos, pues consideraban como pertenencia de derecho los objetos que sus padres y ellos se habían tomado el trabajo de conservar.

9

El Sr. Wertheman, quien declara haber visto en varias cabañas Campas algunas cruces adornadas con flores, relata un hecho comprobando que la capilla de la cual acabo de hablar no es la única que, en esta región, haya sido preservada de la ruina. Dice que un Campa del valle del Unini le afirmó que “los adornos de las iglesias de los misioneros existen todavía y han sido religiosamente conservados por los descendientes de aquellos que fueron sus sacristanes”.

10

Se concibe que las creencias e incluso las costumbres de las diversas tribus varían según que hayan, en otro tiempo, admitido entre ellos o rechazado a los misioneros.

11

A orillas del río Apurímac existen importantes tribus de Antis: los Ca-tongos y los Queringasates6.

12

Ahora bien, un viajero peruano, que acaba de explorar los ríos Apurímac y Ene, el Sr. Samanés, (sic, Samanez y Ocampo), declara que los Catangos tienen solamente Genoquiré 7 Otro viajero de la misma nacionalidad, quien permaneció varios a ños entre estos mismos salvajes, el Sr. Gastelu, hoy ayudante naturalista del sabio Raimondi, me ha contado a menudo que siempre había conseguido de ellos las respuestas siguientes: • ¿Qué es Dios? • No sabemos. • ¿Quién ha creado el cielo, la tierra y los Campas?

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• Tal vez nuestros ancestros lo han sabido, pero nosotros no sabemos nada. 13

Sin embargo, creen en la supervivencia del alma, que anima el cuerpo, dicen, como el viento invisible agita las hojas de los árboles, y en la metemp-sicosis. Cuando muere un Anti, sus padres le entierran bajo el panguchi, que luego abandonan después de haber esparcido arena fina alrededor. Regresan para observar esta arena, y el primer animal cuya huella reconocen es, en su mente, aquel que, de hoy en adelante, frecuenta el alma del difunto. A pesar de abstenerse de pronunciarse sobre la existencia de un Ser Supremo, veneran al sol y no dejan de verter sobre la tierra, en su honor, el primer vaso de la chicha recién preparada. Y cuando les interrogan sobre los motivos de este culto:

Joven indígena campa (Dibujo de Sirouy, a partir de una fotografía) 14

“Es el sol, dicen, que nos ilumina, es él que hace crecer las plantas y madurar las frutas.”

15

A orillas del Paucartambo, así como en el valle del Apurímac, todos creen en el diablo, que llaman Camagari8, y que es para ellos una suerte de cuco. Están sujetos a alucinaciones durante las cuales se imaginan que el Camagari les persigue a través de la Selva, bajo la forma de algún animal fantástico o de un hombre blanco que lleva patillas. Por lo demás, tienen una tendencia a tomar por el diablo a todo lo que les parece feo. Campas que habían venido del Cerro de la Sal al convento del Buen-Pastor trayendo sal para cambiarla por algún cuchillo, vieron, al llegar, un par de pavos domésticos que el propietario de una hacienda de Chanchamayo había mandado al Sr. abad D. . . Aterrorizados por el aspecto de los bocios rojos, abandonaron sus cargas y huyeron a carrera abierta gritando: ¡Camagaril El Sr. Gastelu atribuye las frecuentes visiones del Camagari a una causa fisiológica. Sea a consecuencia de su costumbre de dormir muy cerca del fuego, sea por cualquier otro motivo, los Campas sufren perturbaciones cerebrales que les predisponen para las alucinaciones. Para conjurar al Camagari, beben el jugo del Charero y se administran sahumerios quemando esta planta,

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a la cual atribuyen una virtud sobrenatural y que en realidad posee propiedades calmantes. Exorcizan además al Camagari durante la tormenta o cuando enfrentan cualquier peligro, murmurando ciertas palabras. 16

“El idioma en el cual se hacen estas súplicas, dice el Sr. Gastelu, es muy extraño y no tiene ninguna semejanza con aquel que usan generalmente. Su significado, que escapa a la mayoría, es conocido solamente por el jefe de la tribu, ancianos y algunos iniciados”.

17

La existencia de una lengua religiosa especial ha sido constatada también por los misioneros entre los salvajes de las orillas del Ucayali. En su historia de las misiones del convento de Ocopa, los Padres Pallarés y Calvo se expresan así: “Para practicar sus ceremonias religiosas, los infieles del Ucayali se reúnen de vez en cuando en la choza de uno de sus jefes, al que los neófitos llaman brujo y los infieles Muraya. Cuando están reunidos, se coloca éste debajo de una especie de toldo con una gran pipa de tabaco en la mano, y sentados todos con el más profundo silencio, el Muraya empieza a hablar en una lengua que los circunstantes no entienden, contestándole en el mismo idioma otra voz distinta que se deja oir; luego los que están fuera del toldo entonan unas canciones que sólo comprenden los que pertenecen a la tribu, y permaneciendo otro rato en silencio, principia el Muraya una especie de letanía muy larga, a la que los circunstantes van contestando. Por más diligencias que hemos practicado no nos ha sido posible averiguar lo que en esas letanías dicen los infieles, pues ni aún los neófitos que hablan su mismo idioma, han sabido explicárnoslo. Concluido este acto el Muraya pronuncia algunas palabras, prorrumpiendo al instante los demás en gritos y muestras de regocijo con lo que se acaba la ceremonia9. Esta lengua religiosa, diferente de la lengua usual de los salvajes, puede ser de una gran ayuda para el estudio de los orígenes tan discutidos de los primeros habitantes de la América del Sur.

Matrimonio de indígenas campas (Dibujo de Sirouy, a partir de una fotografía) 18

La principal ocupación de los Antis, como de la mayoría de las razas salvajes, es la caza, y son de una destreza maravillosa. Para darse una idea de esto, Intschoquiri trazó un pequeño círculo en el suelo, luego retrocedió dos pasos y disparó una flecha en el aire, como si hubiese apuntado a un punto en las nubes. La flecha volvió a caer verticalmente

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y se plantó en tierra en medio del círculo. Los anzuelos que usan para la pesca son de chonta o de hueso. A menudo desvían un brazo de río o envenenan el agua con una raíz que llaman cubi10. Alrededor de sus casas cultivan maíz, frejoles, yuca, maní, que es una leguminosa cuyo fruto, envuelto en una vaina, tiene el grosor y sabor de una avellana; camotes, plátanos, piñas, un poco de caña de azúcar, magonas y uncuchas, suerte de papa, finalmente coca, que les da una cosecha cada dos meses. Mascujan constantemente algunas hojas de coca, cuyo gusto acrecientan con la cal o con la ceniza de ciertas plantas. En la bolsa que tienen la costumbre de llevar en bandolera, nunca omiten una pequeña calabaza llena de su condimento alcalino. Pero tal vez prefieren todavía a la coca, sobre todo cuando tienen que soportar grandes cansancios, la corteza de una liana que creo desconocida en Europa y que llaman Chumayro 11. Recién he traído a Francia una cierta cantidad de esta corteza, que parece tener importantes propiedades médicas. 19

Han dicho que el sistema social de los Campas es el comunismo. El hecho es que ni siquiera tienen la idea de la propiedad fundiaria, pues no podrán cultivar, incluso si lo quisieran, la milésima parte de los terrenos que constituyen el dominio de su nación. Desmontan mediante el fuego, cerca de su choza, el espacio necesario para cultivar las cuantas plantas que estiman necesitar y, cuando uno de los suyos llega a morir, abandonan el techo de palmas que la muerte ha tocado con su ala para ir a establecerse en otra parte. Nunca es la tierra lo que les hace falta.

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En sus relaciones entre ellos o con los extranjeros, no hacen uso de ninguna especie de numerario. Todos sus intercambios tienen lugar en artículos, y los objetos a los cuales les otorgan el mayor valor son los instrumentos de metal y las telas. Los productos de la caza, de la pesca y de la huerta se tienen en común en cada familia; además, quienquiera que pasa cerca del panguchi puede entrar ahí, ya sea que sus dueños estén presentes o no, y tomar lo que necesita para su subsistencia. Tal es la costumbre y por consiguiente el derecho. Pero, si se le ocurriera a Ud. robarles algún objeto al cual dan mucho valor, sabrían, si llega la ocasión, probarle que tienen la noción de propiedad. Si un miembro de la familia se niega a dar su contingente de trabajo, los demás le expulsan y está condenado a vivir solo en las selvas.

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Tienen respeto por los ancianos y someten a su juicio los litigios y querellas que, según parece, ocurren menos a menudo entre ellos que entre nosotros. En el samairinchi obedecen casi siempre a un jefe. Los Antis del Pau-cartambo, cuyos antepasados fueron bautizados, tienen en general cada uno una sola mujer: es al menos lo que me afirmó Intschoquiri; pero he sabido por el mismo intérprete, y por lo que el Sr. Samanés (sic) ha observado, que en algunas tribus son polígamos. En estas tribus tienen la costumbre de aumentar el número de sus cónyuges a medida que envejecen. Si, en su primavera, se satisfacen con una sola esposa, después de haber pasado la cuarentena tienen a menudo cuatro. Y, mientras que los jóvenes salvajes son celosos, es de notar que al revés de lo que pasa entre los pueblos civilizados, los viejos consideran a sus mujeres con una indiferencia filosófica.

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Horno Campa (Dibujo de Sirouy, a partir de un croquis de Henry Michel) 22

Los Antis no escriben ni leen y no tienen otra historia que algunas tradiciones orales. Una de ellas relata la conquista del Perú por los Españoles: “En aquel tiempo, dicen, los hombres blancos llegaron en grandes embarcaciones, y en seguida empezaron a matar”.

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Algunas emboscadas fueron tendidas al Sr. Samanés durante su viaje, no por los Antis, sino por indios que se dicen civilizados de los distritos de Chungo, Aneco e Iquicha 12 que separan la Sierra de Ayacucho de la Montaña salvaje. Estos Indios, que hablan el español o por lo menos el quichua y se dicen cristianos, parecen tener como principio asesinar a quienquiera que se aventure en su territorio, pretendiendo, sin duda, conservar de esta manera el monopolio de un lucrativo comercio con los Campas, los cuales, por algunas mercaderías de pacotilla, les traen cacao, vainilla, pájaros valiosos y, se dice, incluso polvo de oro. Los salvajes, al contrario, prestaron al explorador mil servicios, sea como guías, sea como remeros, sea al proporcionarle los víveres que necesitaba. Aquellos mismos que libraron, hace algunos años, sobre el río Tambo, combates encarnizados con el Sr. Wertheman y con su escolta armada de rifles, le dejaron pasar libremente.

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El territorio de los Campas, de una altitud media bastante elevada, está delimitado, al oeste, por la Sierra que es una barrera infranqueable, y, al este, por el valle del alto Ucayali donde viven salvajes de otras razas: Combos, Piros, etc. Estos, más audaces y más fuertes aunque menos numerosos, hacen sobre el territorio de los Campas, que les temen como la peste, expediciones para robar mujeres y niños que conducen en esclavitud. Estos piratas de la Montaña trabajan más frecuentemente por cuenta de bandidos civilizados que buscan fortuna en un vergonzoso tráfico de carne humana. Sus golpes de mano tienen fácil éxito sobre chozas aisladas en la Selva, diseminadas en extremo; y sus presas tienen tanto más valor como mano de obra que es más rebuscada

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a orillas del Ucayali, donde el número de europeos, atraídos por el incentivo de la explotación del caucho, aumenta cada año. 25

En cambio, desde las estadísticas del siglo pasado, el número de los Campas, ha disminuido singularmente. Lean la historia de las misiones y verán que, si han expulsado anteriormente, y en reiteradas oportunidades, a los misioneros, es mucho menos por hostilidad contra sus personas o repugnancia por sus doctrinas, que porque no han podido soportar las agrupaciones, aun rudimentarias, sin las cuales no puede haber ni predicación ni enseñanza. Han querido romper con el sistema de las aglomeraciones, contrario a sus gustos y a sus necesidades. Su gran desdicha es que necesitan demasiado espacio para vivir. ¡Pobres Campas! ¡La desconfianza que está al fondo de su naturaleza melancólica está bien justificada! Tomados entre el flujo que baja de la Cordillera de los Andes y aquel que sube por el Amazonas y el Ucayali, están marcados en la frente por el sello que llevan las razas condenadas a desaparecer en un futuro relativamente próximo.

Desbosque en el país de los campas (Grabado de Méaulle, a partir de un dibujo de Henry Michel)

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Río Paucartambo (Grabado de Hildibrand, a partir de un dibujo de Henry Michel)

lntschoquiri (Grabado de Hildibrand, a partir de un dibujo de Henry Michel)

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NOTAS 1. Ver cap. XIII, nota 6. N.d.E. 2. Más bien que los primeros misioneros. N.d.E. 3. En castellano en el original. N.d.T. 4. . En castellano en el texto. N.d.T. 5. Los Descalzos de Ocopa en su mayoría. N.d.E. 6. Katongo significa “río arriba” y keringa (en nomatsiguenga, “kamatika” en matsi-guenga), río abajo. El sufijo -sati en nomatsiguenga es “gente”. Así, es una división entre “gente de río arriba” y “gente de río abajo”. N.d.E. 7. Genoquire viene de henok'í, cielo. N.d.E. 8. Ver nota 8, cap. XI sobre kamari y kamagarini y nota 8, cap. XVIII sobre la raíz -kama-. N.d.E. 9. Esta cita ha sido transcrita directamente del original en castellano y no retraducida del francés. Ordinaire no llama Muraya al shamán pano sino Mucroya. Ver Ami-ch, op. cit., edición 1975 : 301. N.d.T. 10. Cube o Cumo (Barbasco) es el nombre conque hoy se conoce esta raíz. N.d.T. 11. Conocida hoy como Chamayro. N.d.T. 12. Ver J.B. Samanez y Ocampo, Exploración de los ríos peruanos, nueva edición, Lima, 1980: 45. Son los distritos de Chungi, Ancco y Iquicha. N.d.E.

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Apendice

Callao 26 - I - 1884 1

Vice Consulado de Francia en el Callao

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Dirección de Asuntos Comerciales y Consulares

3

Sub-Dirección de Asuntos Comerciales.

4

Movimiento comercial de la Hoya Amazónica. Nuevo mercado para el comercio europeo. La colonia francesa del Chanchamayo. Creación de una via interoceánica.

5

Sr. Ministro

6

Existe en el territorio peruano una región que está llamada a un gran porvenir comercial, es la Hoya del Amazonas.

7

Mientras que, por múltiples razones que he expuesto en varios estudios, el comercio en las costas del Pacífico llegó a un estado muy poco floreciente, los intercambios en el departamento fluvial de Loreto tomaban una importancia que merece la atención de las naciones exportadoras.

8

Los promedios anuales de exportaciones en ese departamento por el Amazonas fueron:

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de 1853 a 1858 de 453,705 fs

10

de 1858 a 1863 de 776,012 fs

11

de 1863 a 1868 de 913,426 fs

12

de 1868 a 1870 de 1’262,676 fs

13

La progresión que se desprende de estas cifras recogidas por los agentes del Brasil en Loreto, se acentúa después y el valor oficial de la exportación del departamento solamente para los seis últimos meses de 1882 se ha elevado a 2’419,000 francos, es decir que en diez años la cifra de las exportaciones, la cifra anual de las exportaciones, se ha cuadruplicado.

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Estos resultados dan una leve idea de los que podrán ser obtenidos cuando el departamento de Loreto, casi desierto aún, sea colonizado, cuando los inmensos territorios que separan el Amazonas de la Cordillera se abran al comercio, cuando en

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fin el rey de los ríos o su afluente el Punís se comunique por una vía directa a la capital del Perú, (mapa n. 1)1 15

Francia, siempre en la vanguardia de la civilización, ha enviado varias veces exploradores a la parte central de la América del Sur.

16

En 1847 el Gobierno organizó, con interés científico y con el fin de abrir nuevos cauces a nuestro comercio, una comisión a la cual se le encargó del estudio del Perú oriental. Esta comisión, presidida por el Sr. Conde de Castelnau, descendió el curso de los ríos Santa Ana, Ucayali y Amazonas y contribuyó en gran medida a hacer conocer las maravillosas riquezas de los países que atravesó.

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Recientemente, en los territorios de Bolivia y Paraguay, otros franceses exploraron el río Pilcomayo que, al unirse al río Paraguay al sur y no lejos de Asunción, forma el río de la Plata en la desembocadura del cual está el puerto de Montevideo.

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Esta expedición, que se debe a la iniciativa del valeroso e infortunado Creveaux y a los esfuerzos de su sucesor, el Sr. Ingeniero Thouar, presenta bajo diversos aspectos una importancia de primer orden. Pero las comarcas que recorren no ofrecen, del punto de vista del desarrollo colonial y comercial de Francia, el mismo interés que el Perú y que la vía del Amazonas, cuya desembocadura está a treinta grados más de latitud al norte que la del río de la Plata, y por ende más cercana a Europa. Los productos naturales y agrícolas de la zona tropical bañada por el Amazonas tienen un valor comercial superior a los de la zona templada del río de la Plata y de sus afluentes antes citados. Por último, los intereses franceses son muy limitados en el Paraguay y se puede temer que una inmigración, ya permanente, ya temporal, no sea recibida sino con una acogida incierta.

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Por el contrario, en el Perú existen leyes especiales para favorecer el establecimiento de colonias extranjeras y, actualmente la prensa de Lima, estimando que la pérdida de los yacimientos de guano y las salinas -que es una de las condiciones para la paz con Chilepueda encontrar una compensación en el porvenir de los territorios inexplorados del país, es unánime en pedir al poder que haga todos los esfuerzos y todos los sacrificios posibles para acelerar el incremento de la población.

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Tenemos además ejemplos de los resultados que la inmigración puede dar en el suelo peruano en las colonias de Pozuzo y Chanchamayo, las que, establecidas a cincuenta leguas de Lima, dan las señales no solamente de estabilidad sino de bienestar.

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La colonia de Chanchamayo, que fue en su origen de mayoría italiana, hoy es mayoritariamente francesa. Sus haciendas más importantes pertenecen a nuestros compatriotas que están satisfechos del rendimiento de la tierra y de las perspectivas que les ofrece la prolongación del ferrocarril de Lima a La Oroya para comunicarse con el Pacífico. Pero para que esta prolongación dé todos los resultados posibles, para que el valle de Chanchamayo llegue a una prosperidad real, será necesario también ponerlo en comunicación por el Oriente con el Ucayali o con alguno de sus afluentes navegables. Será necesario, en una palabra, unirlo a un puerto fluvial por donde se pueda exportar fácilmente sus productos y recibir de Francia lo necesario. Una vez abierta esta nueva vía, nuestros asentamientos del Chanchamayo recibirán ciertamente refuerzo de colonos, porque si su número no es más elevado hoy, se debe a los excesivos costos de la travesía hasta el Callao y del viaje por los largos y difíciles caminos de la cordillera.

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La inmigración asiática, que en el Perú es la más numerosa y que provee mano de obra en la costa a las necesidades de la agricultura, ha mostrado sus inconvenientes. Está

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generalmente condenada hoy por los peligros que presenta el cruce de la raza china con la raza indígena que amenaza con degenerar. Admitida como una ineludible necesidad, es considerada como un mal positivo. 23

Para despertar la Selva del Perú del silencio de muerte que pesa sobre ella desde el comienzo del mundo, hace falta una corriente de inmigración sana y vigorosa. Es al establecimiento de esta corriente, por la creación de una vía interoceánica, que yo he consagrado el presente trabajo.

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Este estudio me ha sido facilitado por la magistral obra del sabio geógrafo y naturalista Raímondi, por los trabajos personales y preciosos informes que ha tenido a bien comunicarme el Sr. Charon, ingeniero de la Comisión hidrográfica del Amazonas, y por las publicaciones de los misioneros. Y por fin, también, sobre los datos que yo mismo he recogido en diversos viajes al interior de la Hoya Amazónica hasta las orillas del río Perené más allá de las fronteras del mundo civilizado.

Vías actuales de comunicación entre las costas del Pacífico y la Hoya Amazónica. Sus defectos. 25

Los medios de comunicación entre las costas del Perú y la Hoya Amazónica son muy imperfectos y rudimentarios. Existen tres vías principales:

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La primera, al norte del país y la más frecuentada, atraviesa los departamentos de Trujillo, Cajamarca2, Chachapoyas y Loreto. El recorrido por tierra termina en el puerto de Yurimaguas donde comienza la navegación a vapor. Esta vía es frecuentada por los empleados del Gobierno que van al puerto de Iquitos sobre el Amazonas, donde existe una factoría y algunas casas de comercio. Para llegar a este punto desde Lima se emplean ordinariamente cuarenticinco días.

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La segunda vía atraviesa los departamentos centrales de Junín y Huánu-co y alcanza el río Huallaga donde comienza la navegación fluvial, en canoas, en el puerto de Tingo María, a cuarenta leguas de Huánuco. El lecho del río tiene una fuerte pendiente sembrada de peligros de toda especie. No es navegable sino en algunos meses del año y gracias a la destreza extraordinaria de los indios en el manejo de sus embarcaciones, que ellos arrastran a tierra cuando encuentran corrientes infranqueables. Tan rápido como es el viaje en la bajada, lo es lento al regreso. En el pongo de Aguirre terminan los peligros, y un poco más abajo se encuentra el puerto de Yurimaguas que es, como ya lo he dicho, el puerto de llegada del camino del norte y el punto de partida de la navegación a vapor.

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La tercera vía pasa por los departamentos de Arequipa, Puno y Cusco y penetra en la región del Ucayali por el tributario de ese río conocido indistintamente con los nombres de Vilcamayo, Urubamba y Santa Ana. La navegación comienza en el río Urubamba en el punto llamado Echarate, a cuarenta leguas de Cuzco. Ofrece, sobre prolongados espacios, tantos peligros, si no más, que los del río Huallaga. Descendiendo el curso del Vilcomayo (sic) perdió la vida el religioso Bousquet que acompañaba al Conde de Castelnau en su expedición.

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La parte final por tierra de los tres caminos indicados es extremadamente mala. Obligadamente hay que franquearla a pie teniendo que atravesar parajes muy peligrosos y subir pendientes casi verticales. El trayecto que se hace a lomo de bestia está sembrado de pasos difíciles. Los caminos de la Haute-Savoie, que conducen a los

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turistas de Chamonix al mar glacial o al Chale de Pierre Pointue, en comparación puede, ser considerados como buenos. 30

Además de estas vías principales, se han abierto algunos senderos que acortan las interminables distancias. Conviene mencionar especialmente a aquel que tiene su punto de partida en Huánuco, atraviesa la colonia alemana del Pozuzo y llega al puerto de Mairo, situado en la confluencia de los ríos Palcazu y Pozuzo, que uniéndose más abajo al río Pichis dan nacimiento al Pachitea, cuyas riberas están habitadas por las tribus antropófagas de Cashibos.

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Si se examina en el mapa la situación respectiva de los caminos arriba mencionados, sorprende la falta de conexión directa entre la capital del Perú y la Hoya del Amazonas. Para comprender los motivos de los grandes rodeos de estos caminos, es necesaria una rápida visión histórica.

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Las expediciones de los primeros conquistadores tuvieron lugar a la sombra de los descubrimientos de Gonzalez (sic) y Fernando Pizarra en el extremo norte y en el extremo sur del Perú. Es en estas regiones que se originó la corriente de inmigración española, y los caminos que ellos abrieron para penetrar en la Montaña son los mismos que existen aún. (En el Perú se designa con el nombre de montaña la región boscosa, la palabra española Monte significa en el diccionario de la Academia de Madrid tierra eriaza, cubierta de árboles o de pintas vivaces. La palabra cerro se usa en particular para los relieves desnudos). Es cierto que Gonzalo Pizarra llegó al río Napo por Quito, en el Ecuador, y que los relatos de su lugarteniente Orellana sobre las riquezas del Amazonas dieron como resultado una primera exploración de esta zona por la ruta de Moyobamba. La misma que se sigue hoy.

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Estando la atención de los gobiernos coloniales constantemente absorbida por los acontecimientos políticos de la metrópoli y de la costa del Perú, ellos se preocupaban poco o nada de la Hoya Amazónica. Y como consecuencia de la oscuridad que envolvía la geografía de esta región, los portugueses del Brasil pudieron usurpar a su gusto. Esta situación empeoró en 1742: un levantamiento de indios conducidos por el jefe conocido bajo el nombre de Juan Santos Atahualpa hizo retroceder a los españoles y fijó las fronteras de la civilización a solamente cincuenta leguas de Lima. Y más allá de este límite, por mucho tiempo infranqueable, quedó el Chanchamayo.

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Aunque se haya tomado posesión de esta importante región hasta el río Paucartambo, la del Pajonal que le sigue hubiera quedado completamente ignorada sin los trabajos de algunos misioneros de la Orden de los Descalzos. Estos religiosos han dejado un mapa que, aunque inexacto, indica el curso de los ríos y la existencia de diversas poblaciones convertidas al cristianismo y que después han vuelto a su estado primitivo.

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La propaganda de los religiosos Descalzos se extendió no solamente a las regiones del Chanchamayo y del Pajonal sino también a grandes extensiones de la Amazonia peruana. Ellos fundaron en Sarayacu, en el Ucayali, un convento que existe aún y es su centro de operaciones. Desde Lima y desde su casa madre de Ocopa en el valle de Jauja, alcanzaron el Ucayali, sea por la ruta del Norte o del Centro, sea por la del río Pachitea y aun por los senderos de los ríos Ene, Pangoa y Perené, hasta que la rebelión de Santos Atahualpa cerró completamente éstos últimos.

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De todo lo que precede se deduce que la comunicación entre Lima y el Amazonas se hizo hasta hora por los puntos por donde pasaron los primeros exploradores y

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misioneros, y que estos lugares no tienen relación con los que deberían estar directamente unidos desde el punto de vista de las necesidades políticas y comerciales. 37

Se cuenta hoy con estudios geográficos de suma importancia, los trabajos del eminente americanista Raimondi, los mapas levantados por este sabio, y cuya publicación está próxima, serán un precioso recurso para el trazado de caminos. No hay razón para temer seriamente a los salvajes Campas del Pajonal. Impedidos por los vapores del Ucayali, no pueden unirse a otras poblaciones ribereñas de ese río y han sido encajonadas del lado del Chanchamayo por la colonia de la que he hablado.

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El importante asunto del establecimiento de una vía directa entre el Amazonas navegable y la capital del Perú no es la primera vez que se discute. Varios proyectos han sido priorizados por los geógrafos modernos. Me parece necesario analizarlos brevemente y mostrar sus ventajas y defectos.

Proposiciones Tucker, Gonzales, Wertheman Discusión comparativa de estos proyectos. 39

El almirante Tucker, presidente de la comisión hidrográfica del Amazonas organizada por el gobierno peruano en 1867, propuso alcanzar el curso del río Pichis. Exploró todos los afluentes navegables del Amazonas y surcó el Pachitea y el Pichis río arriba, el lugar donde se detuvo en este río, está a 16 leguas geográficas de la confluencia de los ríos Paucartambo y Chancha-mayo que con su unión forman el Perené.

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El camino a mula, malo en su última parte que atraviesa la colonia del Chanchamayo, llega hasta esa confluencia donde está establecido el convento del Buen Pastor.

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El segundo proyecto es el del Padre Bernardino Gonzales, Prior del convento de los Descalzos de Lima. En 1881 se abrió un sendero desde el pueblo de Ninacaca al río Palcazu. Este camino, que termina en un punto situado a seis leguas aguas arriba del puerto de Mayro, evita el largo recorrido que hay que hacer para llegar por Cerro de Pasco, Huánuco y la colonia alemana del Pozuzo, pero tiene el inconveniente de atravesar la cordillera de Huachón y los altos cerros de Yanachaga para llegar al Palcazu por una pendiente rápida. El Palcazu, lo mismo que su afluente el Pichis, donde el almirante Tucker propone el comienzo de la navegación, tiene poco calado en verano. En uno como en el otro no pueden anclar sino vapores pequeños solamente durante nueve meses al año, según el mismo almirante.

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El estudio comparativo del curso de estos ríos es favorable al Pichis (mapa n.2).

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La altura por encima del nivel del mar del puerto Tucker es de 213 metros, la del puerto de Mayro de 242, y el puerto del padre Gonzales está, como lo he dicho, a seis leguas aguas arriba de este último. Ahora, si se estima la pendiente del Palcazu en 5 metros por legua, son 30 metros que hay que añadir a la altitud del puerto de Mayro para obtener la del puerto Gonzales. Se ve así que su altitud es de 272 metros o sea 59 metros más que el del puerto Tucker.

44

Corriendo el Palcazu paralelamente al Pichis, medio grado más cerca de la cordillera aproximadamente, sería extraño que no estuviese a una mayor altura que éste y, por consiguiente, en condiciones más desventajosas para la navegación.

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En el mapa que el padre Gonzales ha puesto en circulación, él da 400 metros de altura para el puerto de Mayro y 430 para el puerto sobre el Palcazu, lo que casi es el doble de las alturas encontradas por la comisión hidrográfica.

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Como ya lo he dicho más arriba, según los trabajos de esta comisión, la altura del puerto de Mayro es de 242 metros y la de la confluencia del Palcazu y el Pichis es de 188 metros, lo que hace una diferencia de nivel de 54 metros sobre una longitud de solamente seis leguas geográficas que separan un punto del otro.

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Siendo la altura del puerto Tucker de sólo 213 metros sobre el nivel del mar, si se le resta la de la confluencia del Pichis y del Palcazu se encuentra una diferencia de 25 metros en una distancia geográfica de doce leguas, lo que da una pendiente de apenas dos metros por legua.

48

La comisión hidrográfica calcula la corriente del Pichis en 2 1/5 millas por hora y la de su afluente el Palcazu en 3 1/4, esto sin ocuparse de la parte superior del puerto de Mayro que no conoce.

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Tales son las condiciones favorables al Pichis. Sin embargo, es claro que no teniendo este río suficiente profundidad durante todo el año, no conviene establecer por él la ruta del Chanchamayo al Amazonas. Navegando con vapores de 16 pulgadas de calado durante todo el año hasta el punto inferior del río, como lo propone el Sr. Tucker, no es una gran ventaja. Es preferible hacer un camino más largo para llegar a un puerto donde pudiesen arribar navios más adecuados, porque los vapores de poco calado y de mucho tonelaje pueden tener poca velocidad y difícilmente servirían para remontar el curso de los ríos de fuerte corriente.

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El tercer proyecto es el del Sr. Wertheman, ingeniero. Consiste en llegar por el Chanchamayo, al Perené y seguir el curso de este río. Según el Sr. Wertheman, la navegación a vapor puede comenzar en el Perené en un punto situado a 16 leguas geográficas de la confluencia del Paucartambo con el Chanchamayo. El proyecto presupone que el curso entero del río Tambo, entre el Perené y el Ucayali, es navegable. Pero las exploraciones hechas anteriormente por el Sr. Tucker y por los oficiales de la flota peruana Raggada (¿Raygada?) y Gutiérrez, que intentaron remontar el río a vapor, contradicen la opinión del Sr. Wertheman y presentan el río Tambo como no conveniente para la navegación, incluso para los más pequeños barcos a vapor.

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Esta imposibilidad se debe a los rápidos del río, a las rocas que obstruyen su lecho y a los codos bruscos que se forman cuando pasa por estrechos desfiladeros.

52

Estas afirmaciones contradictorias, que provienen de personas igualmente dignas de toda confianza, encuentran una explicación natural en la diferencia de aspecto que presenta un río, según esté o no pleno por las crecientes, y en la diferencia de impresión de dos observadores, de los cuales uno, remontando en vapor las aguas tranquilas del Ucayali, como acaeció al Sr. Tucker, se encuentra rechazado por las corrientes poderosas del Tambo, y el otro, el Sr. Wertheman, dirigiéndose en sentido contrario y navegando a razón de doce millas por hora sobre una frágil balsa que se precipita, según lo que dice él mismo, entre las cascadas y los rápidos del Perené, llega a un río relativamente más calmo. Es natural que a partir de los contrastes opuestos que han impresionado a los dos viajeros en la región intermedia del Tambo, este río le haya parecido al primero innavegable y lleno de riesgos, mientras que al segundo le haya parecido una corriente insignificante y sin ningún peligro.

162

53

En fin, como el uno y el otro lo han estudiado sólo en los días y horas en que lo han recorrido, sería muy aventurado pronunciarse sobre su navega-bilidad permanente. Las probabilidades nos inclinan a admitir la opinión de aquel que, en el terreno de la práctica y a bordo de un vapor, no puede en más de una ocasión vencer la corriente del Tambo. Que si algún otro llegase a entrar a vapor en el Perené, el resultado sería el mismo que aquel obtenido en otro paso peligroso en el pongo de Manseriche sobre el Alto Marañón, es decir sería más una hazaña que un provecho para la navegación, no teniendo más consecuencias que exponer la vida de algunas personas a un inminente peligro. Pero aun admitiendo que el Tambo fuera navegable, un simple vistazo al mapa de la región sería suficiente para rechazar la idea de seguir esta vía y para que se buscase evitar el inmenso rodeo que describen los ríos Perené, Tambo y Ucayali.

Necesidad de explorar el Pajonal. Proyecto por el Pajonal y el Unini, el Cerro de la Sal y las minas de hierro. 54

Considerando todas estas dificultades pienso que hay que explorar otra vía más directa y seguramente con menos obstáculos. Quiero hablar de la región del Pajonal donde viven numerosos pueblos olvidados desde hace siglo y medio y que en otra época fueron parte de la Comunidad peruana. Si, por su historia pasada, ellos han despertado el interés y la simpatía de algunos, no ha sido dado a nadie hasta el día de hoy de hacerles entrar en el seno de la civilización de la que han salido por obedecer a un deseo imperioso de su carácter: aquel de la vida independiente.

55

El Gran Pajonal empieza con el histórico Cerro de la Sal que es la prolongación de la Cordillera de Huachón, la que separa las aguas del Paucartambo de aquellas que bajan a los ríos Huancabamba y Palcazu. Ocupa casi todo el territorio comprendido entre los ríos Perené, Tambo, Ucayali, Pachitea y Pichis, siendo su forma la de un triángulo cuya hipotenusa reposa sobre el Ucayali mismo. Sus lados son escarpados y quebrados, sobre todo la vertiente que mira al Perené, a juzgar por los relatos de antiguos misioneros.

56

En cuanto a la descripción de la parte interior del Pajonal, ella no existe en ninguna parte. Pero el hecho que el macizo se extiende sobre el gran espacio donde corren ríos en todas direcciones que no lo dividen ni lo encierran sino que dejan un vasto campo para su desarrollo, y de la certeza que se tiene de que sus alturas están coronadas de una corta vegetación, como lo indica el nombre de Pajonal, induce a creer que la cumbre es una gran planicie que favorece indudablemente el trazado de un camino. El camino, bifurcándose con aquel del Chanchamayo al Cerro de la Sal, se dirigiría al río Unini donde terminará en un puerto seguro y estable. El río Unini vierte sus aguas en el Ucayali más abajo que el Tambo, en un punto accesible durante todo el año a vapores con capacidad de hasta 500 toneladas. El Unini no es un gran río, pero de acuerdo con los informes que me han sido dados y que tengo motivos para creer, su curso es tranquilo, sin obstáculos y es navegable en una extensión de muchas leguas.

57

El camino proyectado comenzaría pues, como lo indica el mapa n.2, en un punto navegable del río Unini, atravesaría el Pajonal hasta el Cerro de la Sal y, de ahí, seguiría el curso del Paucartambo para unirse al camino del Padre Gonzales al pie de la Cordillera de Huachón. Llegando a la pampa de Ju-nín, encontraría el ferrocarril de La Oroya que debe continuarse hasta las minas de Cerro de Pasco. O bien, si esta última

163

parte del trazado no conviniese, seguiría, desde el Cerro de la Sal, el valle del Chanchamayo confundiéndose con el camino actual de la Colonia hasta Tarma aunque la pendiente sea muy fuerte. 58

Si la región indicada estuviese atravesada, aunque no fuese al comienzo más que por un camino para bestias de silla, en español camino de herradura, el valle del Chanchamayo adquiriría una importancia considerable así como los valles adyacentes y su comercio no tardaría en extenderse hasta el Ucayali y el Amazonas por los vapores. Los indios del Pajonal, atraídos poco a poco a la vida civilizada, podrían ser de gran utilidad en las haciendas del Chanchamayo. El número de aldeas y villas que existieron cuando tuvo lugar la rebelión de 1742 era de más de doce y su población sobrepasaba las 20,000 almas.

59

La renombrada vena de sal que se encuentra en la confluencia del Paucartambo y el Chanchamayo es de una longitud de seis leguas por 20 a 30 metros de ancho según los antiguos misioneros, y de 30 a 40 según el comandante La Rosa que exploró hace pocos años estos parajes, donde de todas partes llegaban en multitud los indios para procurarse el indispensable condimento.

60

Debe haber también grandes manadas de bueyes sobre el Pajonal porque en la época del memorable levantamiento dirigido por el que tomó el nombre de Atahualpa, este jefe capturó e introdujo las bestias provenientes de las poblaciones limítrofes. Y se sabe que existían cerca de la región sublevada haciendas de crianza de ganado como la de Tumaque. La presencia de la raza bovina sobre estos territorios es una certeza desde el viaje del Sr. Wertheman. Este explorador expuso, en efecto, que había visto pastar inmensos rebaños en las riberas del Perené en una planicie que él llamó Pampa Hermosa.

61

Recientes descubrimientos han dado luz a otro hecho importante. Los indios del Pajonal saben no solamente forjar el hierro sino también extraerlo del mineral y reducirlo al estado de hierro dulce y maleable. Es cierto que ellos poseen esta industria desde los tiempos de los españoles y que existen en estos parajes minas del útil metal, el cual no se extrae en la parte civilizada del Perú.

62

Difícilmente se comprende, desde el punto de vista económico, que en la costa del Perú donde no tiene lugar la extracción del hierro, y que está igualmente desprovista de bosques, se haya emprendido, en las condiciones en que se ha hecho, la construcción de tantas vías férreas que exigen una importación tan grande de materias primas, cuando se podría, comenzando la obra sobre un punto navegable, procurarse, y más allá, lo necesario no solamente para todos los ferrocarriles del Perú, sino para aquellos de la América entera.

63

Que si en lugar de construir tantas líneas pequeñas, pedazos de caminos cortados por la Cordillera y que no dan satisfacción más que a exigencias aisladas de tal provincia o departamento, se hubieran invertido las enormes sumas gastadas en esos trabajos en una línea que respondiera a las necesidades generales del país, uniendo, como lo hemos indicado, la Amazonia a la capital de la República o incluso a una otra línea que hubiera atravesado el Perú de Norte a Sur pasando por sus principales centros, no hay la menor duda de que el comercio se hubiera desenvuelto considerablemente y que el Gobierno hubiera duplicado los medios de acción para combatir la invasión chilena. La mala distribución de los caminos en el Perú puede ser ciertamente considerda entre las causas de sus reveses y de su estado de malestar actual.

164

64

Así pues el país sacaría las más importantes ventajas con el establecimiento de un camino en las condiciones que he indicado para el Pajonal. El costo de la exploración sería poco elevado si el Gobierno Peruano quisiera apoyarlo, como no dudo que lo haría, con la ayuda de los vapores que tiene en Loreto y de algunos soldados de la base militar de ese departamento.

Programa de una exploración del Pajonal. Ventajas que ofrece a los inmigrantes. Conclusión. 65

Por los datos recogidos en mis propias excursiones y por el estudio que he hecho de las diversas exploraciones que tuvieron lugar en la Montaña, he llegado a la convicción de la necesidad de penetrar por el lado opuesto a la Cordillera para alcanzar el lado más cercano de ella, donde se esté seguro de encontrar los recursos necesarios. Las expediciones intentadas en sentido contrario se han estancado por la incertidumbre en que se han visto los viajeros al no saber si habían llegado o no al punto deseado y por el temor de que les faltasen los víveres.

66

Por estos motivos, pienso que la comisión exploradora, saliendo de Lima, debe tomar la ruta de Cerro de Pasco y Huánuco, llegar a Tingo María que, como ya lo he dicho, sirve de puerto a las pequeñas embarcaciones del río Huallaga y descender hasta el puerto de Chasuta que está a pocas leguas de la ciudad de Tarapoto, donde los exploradores podrán terminar los preparativos de su expedición. Las dificultades estarán en gran parte vencidas si se les provee de cartas del Gobierno y que les permitan obtener del Prefecto de Loreto una escolta de veinticinco a treinta soldados y, de la compañía de navegación fluvial, uno o dos vapores pequeños para conducir la comisión al Alto Ucayali. En las orillas de este río se debe enganchar veinticinco indios para llevar los víveres, instrumentos y diversos artículos que conviene ofrecer a los salvajes como una prueba, a la que ellos además están acostumbrados, de que el objetivo de la expedición es pacífico y que ellos tienen interés en su éxito.

67

Además de los cargadores se debe enganchar otros cinco indios cuya tarea será abrir camino, con sus machetes, a través del bosque, en la dirección que se les indique... La brigada así organizada puede recorrer con seguridad el trayecto que separa Chanchamayo del río Unini en diez días, y durante otros veinte explorar el resto del Pajonal.

68

Tengo la firme esperanza de que los trabajos de la comisión serán coronados por el éxito y darán como resultado la creación para el comercio europeo de una nueva salida de mercancías por donde podrían circular sus productos en intercambio con los de la Montaña, tales como caucho, quina, cera, vainilla, zarzaparrilla, y esto en condiciones favorables porque desde 1867 la navegación en el Amazonas está liberada de restricciones y monopolios que la gravaban. En fin un nuevo y vasto campo se abrirá para la actividad y la industria de aquellos que no pueden encontrar en la ciudad bienestar y fortuna.

69

El Gobierno del Perú ha buscado favorecer los movimientos de inmigración hacia el Amazonas creando un servicio de vapores que ha pasado, hace pocos años, a manos de una compañía. Esta compañía ha contraído la obligación de transportar mensualmente cincuenta inmigrantes desde el Pará hasta el punto del Amazonas peruano elegido por ellos, sin otro dispendio de su parte que el pago de la alimentación a bordo. Además, a

165

partir de las leyes vigentes el Gobierno se encarga de hacer préstamos a los colonos durante los seis primeros meses siguientes a su llegada. El debe ocuparse de su sustento y suministrarles los instrumentos y las semillas necesarias debiendo los colonos reembolsar con descuentos fijados sobre los productos de la primera cosecha. 70

Las colonias del Pozuzo y Chanchamayo se han instalado en esas condiciones, pero estas disposiciones liberales no han sido hasta ahora puestas en práctica en las riberas del Amazonas donde aún no se han establecido oficinas especiales encargadas de atender con la diligencia correspondiente las necesidades del servicio.

71

Es de esperar que cuando el Gobierno se organice definitivamente, el establecimiento de una corriente de inmigración, que tendrá para el país grandes ventajas, será uno de los objetivos privilegiados de su atención.

72

Una empresa de inmigración que actuase por su propia cuenta y con elementos suficientes de independencia se encontraría en condiciones excepcionalmente favorables. Poseyendo vapores, evitaría frecuentes y costosos transbordos de diferentes líneas del Amazonas desde su desembocadura hasta el Ucayali, y se vería liberada de numerosos inconvenientes que acompañan las visitas de aduana y de policía en los puertos del Brasil. En efecto, para los barcos que no anclan en sus puertos, el tránsito hasta el Perú es libre y está exento de derechos según el tratado de navegación que existe entre los dos países.

73

Para terminar esta apreciación, diré que los pequeños barcos a vapor de hasta dos metros de calado, lo que es suficiente para atravesar el Atlántico, pueden llegar durante todo el año de un puerto de Francia a la confluencia del Unini sobre el Ucayali, y evitar los transbordos en Perú, Manaos, Iquitos y Sarayaco (sic. Sarayacu), lo que vuelve las mercancías actualmente importadas por el Amazonas tan caras como las expedidas desde Lima, a lomo de mula, hasta la ciudad de Moyobamba en el departamento de Loreto 3.

74

El tiempo necesario para llegar del puerto del Unini hasta Pará es de 10 días con un vapor de buena marcha. En cuanto a la travesía por tierra entre el Unini y el Chanchamayo se podrá efectuar en cuatro días a caballo cuando el camino se abra. Añadiendo seis días del Chanchamayo a Lima, se tendrá un total de veinte días que es el tiempo necesario para llegar del Pará a Lima o al Callao.

75

Si se prolonga el ferrocarril de La Oroya hasta un puerto fluvial, lo que probablemente tendrá lugar un día, y si se establece la navegación por el río Purús en lugar del Amazonas, el tiempo necesario para llegar del Pacífico al Atlántico, del Callao al Pará, se reducirá a diez días, (mapa n. 1).

76

Reciba el homenaje de respeto con el que tengo el honor de ser, Sr. Ministro, de vuestra Excelencia muy humilde y obediente servidor.

77

Olivier Ordinaire

78

Extracto de la carta enviada acompañando este informe. Fechada el 22 de Enero de 1884 y registrada en París el 18 de Marzo de 1884, está dirigida “A su Excelencia Jules Ferry, Presidente del Consejo, Ministro de Asuntos Exteriores”, y menciona el envío en el mismo pliego, además del informe, de un mapa del conjunto de la zona comprendida entre el Callao y el Pará y un mapa indicando el trazado del camino proyectado; faltan uno y otro.

79

Después de haber recordado el aumento rápido del movimiento de los intercambios en el Perú oriental y su disminución sobre la costa del Pacífico, O. Ordinaire prosigue: “Pienso que conviene buscar los medios para establecer en la región nuestra

166

preponderancia comercial. Muchas colonias se han instalado en la Hoya Amazónica. El valle del Pozuzo está ocupado por una colonia alemana, el del Purús por inmigrantes de Estados Unidos, finalmente, la colonia que puebla el valle del Chanchamayo es en su mayoría francesa. Mi proyecto tiene por objeto abrir un camino del Chanchamayo al Ucayali. 80

Ese camino, de la mayor importancia para mis compatriotas, unirá directamente la capital del Perú al Amazonas navegable y abrirá vastos territorios a una nueva inmigración.

81

Conforme a las instrucciones contenidas en la circular del Sr. Challemel Lacour, de fecha 24 de abril de 1883, he eliminado cuidadosamente de mi informe los datos que podrían ser considerados de carácter confidencial reservándolos para esta carta de envío.

82

(Sigue el pedido, en caso de aprobación del proyecto, de que se le confíe la ejecución y la presidencia de la comisión exploradora, propuestas nominales concernientes a los miembros de esta comisión y un presupuesto de los créditos necesarios para esos trabajos)...

83

“... A las consideraciones expuestas en este informe, creo necesario añadir consideraciones de otro orden que pueden servir para la organización de una empresa colonial entre el valle de Chanchamayo y el río Ucayali.

84

Aunque el territorio de la Amazonia peruana sea de gran fertilidad, se encuentra sin embargo despoblado y la agricultura no es considerada como actividad que pueda conducir por ella sola a la fortuna. El tabaco, el cacao y el café darán buenos resultados para la exportación si hay brazos para el cultivo. El arroz, el maíz, la yuca, el azúcar, los plátanos no se exportan; el costo del flete no está en proporción con el valor de estos productos. Los habitantes de la región del Alto Amazonas no los cultivan sino para su propio uso.

85

Se puede decir que las tierras del Amazonas no tienen en el presente un valor positivo. Ellas son donadas por las autoridades locales sin dificultad y sin otra condición que la de trabajarlas. Y aún así casi todos los que las ocupan se eximen del título escrito; la posesión de hecho y la roturación, es decir la destrucción por el fuego de la vegetación, son considerados como títulos suficientes de propiedad.

86

No es necesario abrir la tierra con el arado para sembrar. Es suficiente despojarle en primavera de los árboles que la cubren para quemarlos dos o tres meses después. El terreno así despojado está apto para recibir la semilla. Hecha la sementera, no hay que preocuparse sino de arrancar las malas hierbas que lo privan de una parte de su sustento. Esta operación se ejecuta una o dos veces durante el crecimiento de las plantas que ocurre con una rapidez sorprendente. Después de un cierto número de cosechas hechas así, la tierra comienza a fatigarse. Entonces, más que cultivarla y abonarla, se considera como más cómodo sembrar otros terrenos, ya que casi todos están inhabitados y sin propietario.

87

La posesión de un gran lote de tierra es una de las principales recompensas a las que aspira el inmigrante y cuando reconoce que su adquisición no tiene valor de venta no deja de experimentar un vivo desengaño. Es esto lo que acontece al hombre generalmente aislado y a las pequeñas agrupaciones colonizadoras, y esto lo evitaría una asociación establecida, la cual daría por ella misma un valor a las tierras.

167

88

Pienso que una sociedad de colonización, cuyo capital estaría formado por acciones, encontraría entre el Chanchamayo y el Unini un campo de operación excepcionalmente favorable. Los elementos de su prosperidad serían: 1. la apertura entre el Ucayali y el Chanchamayo de un camino que daría trabajo a los colonos y valor a las propiedades vecinas; 2. la explotación de las minas de sal y de hierro; 3. la explotación de productos naturales de la montaña que son actualamente su verdadera riqueza (caucho, quina, cera, zarzaparrilla); 4. el cultivo del café, cacao y tabaco para la exportación; 5. el cultivo de cereales para el consumo de la colonia; 6. la navegación de los ríos por cuenta de la sociedad.

89

Hay pues un vasto campo para ocupar a un número considerable de colonos y desarrollar una infinidad de industrias que darían importantes resultados a los capitales comprometidos y una gran remuneración para aquellos que tomasen una parte directa en la empresa.

90

En una palabra, es necesario unir los tres elementos del trabajo para vencer a la naturaleza y arrancarle sus frutos en medio de sus más formidables trincheras que son la soledad y la barbarie.

91

La sociedad colonizadora podría establecerse en tres grupos: uno en la vecindad de las minas de sal y de hierro, otro en el puerto del Unini en la desembocadura de este río y el tercero en un punto intermedio. Ellos servirían de puntos de apoyo para muchos otros establecimientos, y los terrenos comprendidos entre estos tres centros podrían ser repartidos entre el Gobierno, los colonos y la sociedad.

92

Pero como esas tierras deben ser dadas gratuitamente a los inmigrantes y como aquellas que se reservaría la sociedad no llegarían a ser valoradas sino varios años más tarde, ¿cómo se lo indemnizaría de sus gastos para organizarse, comprar vapores, construir caminos y mantener a sus empleados y dependencias? Pedir al Gobierno del Perú una subvención con este objeto sería inútil a consecuencia del estado de penuria en el que se encuentra el tesoro público desde la guerra con Chile. Gravar el tránsito del camino que construiría la empresa, además de ser poco productiva al principio, esta medida alejaría la inmigración en lugar de atraerla.

93

Habría pues que asegurarse por parte del Gobierno Peruano:

94

Primeramente, la posesión de la mina de sal, llamada Cerro de la Sal, durante cincuenta años al menos. Sería una poderosa fuente de beneficios en manos de la empresa; la sal puede ser enviada en grandes cantidades a los centros poblados más cercanos de la sierra, particularmente Cerro de Pasco donde su consumo está en progresión creciente por la exploración de los minerales de plata. Este artículo se vendería también en el Ucayali y Amazonas y sería un flote de regreso asegurado para los vapores. Finalmente, sería un gran recurso para entrar en relación con los indios a quienes la sociedad podría concedérselo gratuitamente cuando vengan a buscarlo por su camino, línea central para la salida de los productos de la montaña.

95

La segunda propiedad que la empresa debería reservarse, es aquella de las minas de hierro por la importancia de este metal en las industrias del Perú.

96

Pero a mi juicio la sociedad se resarciría de todos sus gastos y de todos sus esfuerzos por la introduccion, en sus propios vapores, de las mercancías para satisfacer las

168

necesidades de la colonia y para efectuar con ella y con los indios el intercambio de productos preciosos de la región amazónica. 97

Reciba el homenaje...

98

Correspondencia consular y comercial

99

Callao T III 1878 (mayo) -1895-

100

De 31 R a 46

NOTAS FINALES 1. Como se explica más adelante, los mapas a que Ordinaire hace referencia en este documento no han sido hallados (N.d.T.). 2. Trujillo y Chachapoyas son hoy las capitales de los departamentos de La Libertad y Amazonas, respectivamente (N.d.T.) 3. Moyobamba en la actualidad es la capital del departamento de San Martín (N.d.T.)

169

Indice botánico

1

Achiote: 91, 94, 198

2

Aguaje: 156

3

Aji: 59, 74, 171

4

Alamo: 171

5

Algodón: 94, 110, 124

6

Aliso: 52

7

Alnus acuminata: ver aliso

8

Aloes: 171

9

Altramuce: 44

10

Arachis hypogaea: ver maní

11

Arracacha esculenta: 69

12

Arveja: 74

13

Asaí: ver palmera

14

Bactris gasipaes: 141

15

Balsa palo de: 180

16

Befaría ledifolia: 64

17

Bertholetia excelsa: 154

18

Bixa orellana: ver achiote

19

Bombax: 178

20

Bombonax: ver palmera

21

Barbasco: 199

22

Cabeza de negro: ver Humiro

23

Cacao: 194, 217

24

Café: 175, 179, 217

25

Camote: 62, 69, 74, 97, 182, 192

26

Caña de azúcar: 51, 53, 58, 69, 152, 153, 175, 192

170

27

Caña brava: 96, 155, 169

28

Capirona: 155

29

Castaña: 154

30

Caucho: 62, 87, 90, 100, 126, 128, 144, 151, 153, 194, 217

31

Cedro: 91, 175

32

Cidra: 175

33

CIPERACEAE: 68, 185

34

Coca: 59, 78, 85, 86, 182, 192

35

Cocculus toxicoferus: 155

36

Copaiba: 154

37

Copal: 97

38

Curare: 96, 124, 154, 155

39

CYCLANTHACEAE: 175

40

Chamayro: 86, 109, 192

41

Chambira: ver palmera

42

Champiñón: 62

43

Charero: 190

44

Chonta: ver palmera

45

Chuño: 74

46

Chuquiraga: 44

47

Dioscorea trífida: ver magona

48

ERICACEAE: 64

49

Escolopendra: 171

50

Estoraque: 91, 100

51

Eucalipto: 46, 47, 48

52

Frejol: 162, 192

53

Fucsia: 77

54

Gaylussacia dependens: 64

55

Genipa sp.: 94, 131

56

GRAMINEAE: 44, 68, 185

57

Granadilla: 175

58

Guaco: 77

59

Gynerium sagitatum: 96

60

Haba: 74

61

Helecho: 77, 171

62

Hevea sp.: 94

63

Higuera: 178

64

Hongo: 61

171

65

Huamanripa: 45

66

Huarango: 171

67

Huito: ver genipa

68

Humiro: 175

69

Ichu: 44, 45

70

Ipomonea batatas: ver camote

71

Jacinto: 26

72

Jebe: ver caucho

73

Jurama: 77

74

Latex: ver caucho

75

Liana: 94, 110

76

Licopodio: 77

77

Limón: 175

78

Maca: 62

79

Maíz: 58, 69, 74, 97, 99, 101, 174, 192

80

Magona: 192

81

Mandioca: 172

82

Manihot aipi: ver yuca

83

Maní: 192

84

Marfil vegetal: 154

85

Margarita: 26

86

Matico: 77

87

Mauna: 74

88

Membrillo: 59

89

Mimosa: 171

90

Miosotas: 45

91

Moho-moho: 77

92

Molle: 52

93

Nabo: 62

94

Naranja: 175

95

Nogal: 175

96

Oca: 59, 74

97

Olluco: 59

98

Orégano: 74

99

Orquídea: 171

100

Oxalis tuberosa: ver oca

101

Palmera asai: 94

102

Palmera bombonax: 153, 156

172

103

Palmera chambira: 149, 150

104

Palmera chonta: 85, 96. 131, 175, 180, 187, 192

105

Palmera: pijuayo: 141

106

Palo peruano: 175

107

Papa: 59, 63, 69, 74, 152, 171, 192

108

Papaya: 175

109

Patata: ver camote

110

Piña: 192

111

Plátano: 87, 92, 99, 175, 192

112

Pulluaga: 45

113

Quinina: 154

114

Rosa: 171

115

Remolacha: 175

116

Sacha camote: ver liana

117

Sacha papa: ver magona

118

Sauce: 171

119

Schinus molle: ver molle

120

Schiri: 74

121

Seringa: 79, 94, 126

122

Sernambillo: ver caucho

123

Sicomoras: 178

124

Siphocampylus caucho: ver caucho

125

Strychnos sp.: 155

126

Tabaco: 152, 154, 156. 217

127

Tahuari: 162

128

Tantal: 171

129

Trigo: 51

130

Tusílago: 77

131

Ullucus tuberosum: ver olluco

132

Uncucha: 192

133

Urucu: ver achiote

134

Uva: 25, 152

135

Vainilla: 194

136

Vincapervinca: 171

137

Viña: ver uva

138

Yuca: 69, 74, 87, 92. 97, 99, 101. 162, 172, 182. 192. 196

139

Zarzaparrilla: 154

140

Zarzas: 44

173

Indice etnico

1

Alemán: 26, 70, 128, 131, 156

2

Aguaruna: 148

3

Amages: 102, 111, 112

4

Amahuaca: 123, 130, 134, 149, 150

5

Amuesha: 102

6

Anti: 70, 71, 73, 85. 87, 89, 90, 91, 92, 93, 98, 101, 105, 106, 108, 109, 118. 126, 127, 178, 185, 186. 188, 192, 193, 194

7

Antipas: 148

8

ARAWAK: 106

9

Arpías: 130, 131, 132, 134, 138, 140

10

Ashaninga: 74, 75, 95, 129

11

AYMARA: 33

12

Ayulis: 148

13

Barbaros: 176

14

Blanco: 28, 88, 117, 128

15

Brasileño: 128, 132

16

Buninahua: 117, 118, 119

17

Campa: 24, 69, 70, 71, 72, 73, 83. 86, 87, 89, 90, 91, 92, 93, 96, 97, 98, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106. 108, 109, 111, 117, 127, 131, 133, 134, 137, 144, 147, 178, 180. 181, 182, 184, 186, 188, 190, 192, 194

18

Capanahua: 115

19

Carapacho: 105. 111, 112, 115

20

Cashibo: 39, 81, 100. 109. 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 123. 128

21

Cashinagua: 119

22

Catongo: 188, 198

23

Cocama: 131, 144

174

24

Conibo: 98, 99, 105, 111, 115, 117, 120, 121, 123, 130, 131, 132. 133. 134, 137, 138, 139, 140, 142. 147, 149, 156, 194

25

Criollo: 24

26

Cumabus: 115

27

Cunibo: ver Conibo

28

Chama: 135

29

Cherembo: 148

30

Chileno: 32, 35, 72, 73

31

Chino: 24, 27, 69, 179, 186, 188

32

Cholo: 24, 25, 26

33

Chuncho: 53, 70, 106, 175, 176, 180, 181

34

Chuntis: 149

35

Egipcio: 31

36

Español: 34, 47, 54, 92, 100, 104, 186, 194

37

Europeo: 24, 28, 69, 79, 100, 105, 194

38

Francés: 26, 35, 38, 127. 174

39

Gentiles: 70, 89, 111

40

Huanca: 54

41

Impetiniris: 130, 134

42

Inca: 24, 27, 31, 32, 33, 43, 45, 53, 71, 73, 91, 92, 186

43

Indio: 28, 39, 59, 70, 111

44

Infiel: 71, 130, 176, 192

45

Inglés: 26

46

Italiano: 71. 72

47

Jibaro: 148

48

JIVARO: 148

49

Katongosati: 198

50

Keringasati: 198

51

Lamas: 154

52

Limeña: 26. 162

53

Lorenzo: 85, 98, 100. 101. 103, 105, 112, 134. 149

54

Maspos: 149

55

Matsiguenga: 74, 75. 95. 101, 106, 129, 135, 198

56

Mayoruna: 105, 115, 116

57

Mestizo: 47, 63, 128

58

Muchabus: 149

59

Mulato: 47, 63

60

Murato. 148

175

61

Negro: 26, 27, 28

62

Nomatsiguenga: 95, 106

63

Orejones: 154

64

Ormigas: 149

65

PAÑO: 115, 121, 123, 130

66

Pano: 112

67

Pauxis: 159

68

Pebas: 154

69

Peruano: 26, 31, 32, 33, 38, 47, 69, 128, 155, 162

70

Pichabo: 149

71

Piro: 98, 117, 130, 134, 194

72

Portugués: 128

73

Puchanahuas: 117, 118, 119

74

QUECHUA: 40, 69, 194

75

Quechua - Quichua: 24, 27, 31, 33, 34, 40, 45, 174

76

Queringasates: 188

77

Remo: 149, 150

78

Ruanahua: 115

79

Salvaje: 38, 71, 72, 79, 86, 98, 104, 176, 178, 180, 182, 194

80

Sensis: 149

81

Setebo: 98, 121, 123, 130, 147

82

Shipibo: 98, 121, 123, 130, 131, 134, 142, 150

83

Suizo: 38

84

Tahuaris: 158

85

Ticuna: 96, 154, 155

86

Vinabis: 149

87

Yagua: 149, 150

88

Yaminahua: 123

89

Yauyo: 54

90

Zambo: 24, 26, 63

176

Indice geografico

1

Acara, provincia de: 152

2

Acobamba: 57

3

AFRICA: 27

4

Aguaytia, rio: 118

5

Alpes: 45

6

Amancaes, cerro des las: 40

7

Amazonas, rio: 28 , 38, 65 , 66 , 70 , 76, 94, 116, 125, 127, 128, 136, 151, 153, 154, 156, 158, 159, 160, 163, 165, 175, 184, 185, 196, 203, 205, 206, 207, 208, 212, 214, 215, 216, 218

8

AMAZONIA: 70, 112, 152, 153, 154, 155, 158, 163, 164, 213, 216

9

AMERICA: 32, 35, 53, 213

10

AMERICA DEL NORTE: 35

11

AMERICA DEL SUR: 31, 59, 105, 192, 204

12

Ancco, distrito: 194

13

Ancón: 30

14

ANDES: 22, 27, 34, 38, 40, 41, 51, 52, 57, 59, 68, 92, 109, 115, 127, 148, 170, 185, 196

15

Añil-cocha: 64, 66

16

Apurímac, río: 38, 188, 190

17

Apurucayali, río: 106, 127, 129

18

Arequipa: 59

19

ATLANTICO: 38, 45, 120, 165, 170, 215

20

Atlántida: 31

21

Atocsaico, hacienda: 46

22

Ayacucho: 53, 61, 194

23

Barcelona: 53

24

Behring, Estrecho de: 31

25

Benavides, aldea: 163

177

26

Besanzón: 37, 164

27

BOLIVIA: 154, 158, 204

28

Boloña: 164

29

Bragança: 163

30

BRASIL: 36, 38, 94, 126, 145, 152, 153, 154, 156, 162, 163, 165, 204, 215

31

Buen-Pastor, misión del: 176, 177, 178, 179, 181, 186, 187, 190, 208

32

Caballo-cocha: 152

33

Cajamarca: 34, 54, 62

34

Cajamarquilla: 30

35

Cajón Pata, abra de: 77, 78

36

Callao: 22, 23, 24, 40, 46, 48, 49, 51, 99, 134, 169, 170, 184, 203, 215, 216, 219

37

Callaría, río: 148, 150

38

Canta: 40, 41

39

Caquetá, río: 165

40

Carhuamayo: 61

41

Catalipango: 127

42

Cayena: 35

43

Ceja de la Cordillera: 44, 68

44

Celendín: 157

45

Cerro de la Sal: 70, 104, 184, 190, 211, 212, 218

46

Cerro de Pasco: 62, 68, 71, 125, 127,

47

150, 170, 185, 209, 214

48

Coary: 160

49

COLOMBIA: 153, 154

50

Colorado, río: 178, 180

51

Cordillera: 22, 27, 34, 40, 45, 54, 61, 64, 68, 70, 126, 170, 171, 204, 213

52

Corpacancha, hacienda: 46

53

COSTA: 23, 32, 33, 38, 51, 63, 64, 69, 157, 169, 170, 171, 175, 182, 186

54

Cuenca: 147

55

Culluay: 44

56

Cuzco: 54, 55, 186, 206

57

Chachapoyas: 66, 206

58

Chanchamayo, río: 58, 68, 70, 71, 127, 129, 152, 170, 171, 172, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 185, 186, 190, 203, 205, 208, 210, 211, 212, 214, 215, 216, 217

59

Chichita, quebrada: 154

60

Chicla: 39, 40, 170

61

CHILE: 22, 204, 218

62

Chillón, río: 41

178

63

CHINA: 31

64

Chinchaicocha, lago: 61, 62

65

Chipa, aldea: 64, 69

66

Chonta Isla: 116, 118, 120, 121, 122, 125, 126, 137

67

Chorrillos: 32

68

Chorobamba: 69, 70

69

Chuchurras, río: 76, 84, 85, 87, 89, 90, 100, 107, 108, 125

70

Chungi, distrito: 194

71

Douai: 53

72

Dover: 164

73

ECUADOR: 147, 153, 154

74

EGIPTO: 31

75

Eldorado: 35, 125

76

El Tingo, aldea: 69

77

Ene, río: 188

78

ESPAÑA: 35, 92, 186

79

EUROPA: 53, 68, 152, 164, 171, 204

80

FRANCIA: 31, 35, 36, 37, 42, 62, 153, 164, 192

81

Franco Condado: 31, 35, 36, 170, 174

82

Galera, abra de la: 170

83

Gran Bretaña: 164

84

Gran Pajonal: 71, 106, 126, 127, 134, 184, 185, 186, 207, 208, 211, 212, 213, 214

85

Hatun-Sausa: ver Jauja

86

Holstein: 90

87

Huachón, Sierra de: 64, 125 , 212

88

Huallaga, río: 38, 151, 152, 154, 206, 214

89

Huando: 63, 64

90

Huancabamba: 58, 65, 66, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 76, 77, 78, 84, 89. 114

91

Huánuco: 70, 207, 209, 214

92

Huasahuasi: 57

93

Hurin-Sausa: ver Jauja

94

Iça, río: 158, 165

95

INDIA: 31, 163

96

INGLATERRA: 46, 164

97

Iquicha, distrito: 194

98

Iquitos: 38, 90, 93, 125, 126, 142, 153, 154, 155, 156, 159, 215

99

Iscuchaca: 55

100

ITALIA: 153

179

101

Japurá, río: 158, 165

102

Jari, río: 159

103

Jauja: 46, 51, 53, 54, 55, 57, 58, 127

104

Jerusalém: 34

105

Junín: 61, 62, 125

106

Jura: 27, 170

107

Lagarto, río: 110

108

Lago Azul: ver Añil-cocha

109

La Oroya: 39, 170

110

La Punta, península: 23

111

Le Havre: 152, 161, 164

112

Lima: 22, 23, 30, 32, 35, 36, 40, 48, 49, 51, 57, 69, 99, 125, 126, 153, 155, 157, 162, 169, 171, 175, 179, 204, 209, 215

113

Lisboa: 161, 164

114

Liverpool: 161, 164

115

Lobos, islas: 35

116

Lorenzo, río: 85

117

Loreto: 152, 153, 154, 156, 159, 203, 204, 206

118

Lúcuma: 69

119

Lurigancho: 30

120

Lurín, río: 34

121

Maca: 40, 41

122

Manaos: 155, 158, 160, 161, 162, 165, 215

123

Mancha, Canal de la: 160

124

Manipaboro: 149

125

Manoa, río: 147

126

Marañón, río: 142, 148, 149, 151, 152, 153, 154, 156, 157, 211

127

Martinica, La: 36

128

Matahuasi: 52, 53, 54

129

Matichacra: 171, 174

130

Maynas, provincia de: 156

131

Mayro, río: 109, 110, 207, 209, 210

132

Meca (y Mezquita): 33, 34

133

Mediterráneo: 160

134

México: 133

135

Miraflores: 32

136

MONTAÑA: 38, 51, 52, 55, 58, 59, 65, 68, 73, 80, 88, 98, 115, 127, 133, 138, 140, 145, 147, 148, 150, 152, 154, 157, 159, 172, 176, 181, 186, 194, 196, 213, 214

137

Monte Blanco: 170

180

138

Morro Solar: 32

139

Moyobamba: 38, 66, 90, 112, 125, 148, 152, 153, 156, 157, 162

140

Napo, río: 116, 154, 158

141

Nauta: 131, 151

142

Negro, Río: 136, 156, 160, 161

143

Negro, río: (de Caballo Cocha) 154

144

Ninacaca: 61, 62 , 65 , 69

145

Obidos: 161

146

Obrajilio: 41, 43, 44

147

Ocopa: 39, 42, 46, 47, 48, 51, 52 , 58, 59, 65, 70, 109, 148, 150, 190, 208

148

Ophir: 31

149

Oroya: ver La Oroya

150

xapampa: 70, 71

151

PACIFICO: 31, 38, 45, 68, 70, 127, 153, 157, 170, 203

152

Pachacámac: 30, 32, 33, 34, 35

153

Pachitea, río: 39, 81, 99, 100, 104, 109, 110, 111, 112, 115, 116, 117, 118, 122, 125, 126, 127, 128, 130, 132, 134, 136, 140, 142, 143, 145, 208

154

Palca: 171

155

Palcazú, río: 39, 40, 48, 58, 59, 65, 70, 73, 76, 78, 83, 84, 85, 87, 89, 90, 92, 94, 96, 99, 100, 103, 104, 105, 107, 108, 109, 110, 111, 114, 115, 120, 125, 129, 137, 207, 209

156

Palmera negra: 120

157

Pampa del Sacramento: 111, 113, 122

158

PANAMA: 36, 153

159

Pará: 79, 126, 151, 153, 154, 155, 158, 159, 161, 162, 163, 164, 215, 216

160

París: 36, 46, 57, 61, 97, 162

161

Parú: 159

162

Pastaza, río: 148

163

Paucartambo, río: 64, 127, 179, 182, 184, 186, 190, 193 , 207

164

SIERRA: 38, 44, 45, 46, 48, 53, 54, 55, 57, 58, 63, 64, 69, 89, 171, 172, 174, 175, 186, 194

165

Sitges: 53

166

Solimões: 156, 159, 165

167

SUIZA: 174

168

Tabatinga: 159

169

Tamaya, río: 143, 144, 145, 150

170

Tambo, río: 115, 149, 194, 210, 211, 212

171

Tapiche, río: 105

172

Taraba, río: 115

173

Tarapoto: 152, 153, 156

174

Tarascón: 53

181

175

Tarma: 46, 55, 57, 58, 59, 60, 212

176

Tarma-Tambo: 55

177

Tarragona: 53

178

Tefé: 160

179

Tingo: 77

180

Tortose: 53

181

Trombetas, río: 159

182

Ucayali, río: 39, 59, 65, 73, 76, 80, 90, 98, 99, 105, 107, 111, 115, 117, 118, 121, 122, 126, 128, 129, 130, 131, 136, 137, 140, 142, 143, 144, 145, 148, 149, 151, 153, 154, 156, 184, 185, 190, 194, 196, 205, 210, 215, 216, 218

183

Unini, río: 127, 134, 188 , 212, 214, 215, 217

184

Urubamba, río: 38, 206

185

Utcu-Yacu: 172

186

Varsovia: 176

187

VENEZUELA: 154

188

Viuda, cordillera de la: 45

189

Xauxa: ver Jauja

190

Yanachaga, cordillera del: 70, 74, 76, 77, 79, 81, 83, 84, 90, 109, 115, 125, 129

191

Yaso, tambo de: 41

192

Yurimaguas: 151, 152, 153, 206

193

Yurúa, río: 145

194

Pebas: 149

195

Perené, río: 38, 179, 180, 205, 210, 211, 212

196

PERU: 22, 24, 27, 28, 30, 31, 35, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 47, 51, 52, 53, 55, 57, 58, 59, 61, 64, 69, 70, 73, 80, 94, 100, 125, 126, 127, 145, 148, 153, 154, 158, 159, 169, 170, 172, 174, 175, 176, 182, 185, 186, 204, 205, 206, 207, 208, 213, 214, 215 , 218

197

Pichis, río: 78, 100, 106, 110, 114, 118. 127, 129, 208, 209

198

Pisqui, río: 118

199

Piyuya, río: 150

200

Playa negra: 72

201

Pongo de Manseriche: 148

202

Pozuzo, río: 70, 77, 99, 100, 102, 108, 109, 110, 111, 207, 214, 216

203

PRUSIA: 59

204

PUNA: 45, 49, 51, 55, 58, 64

205

Purkeale: ver Apurucayali

206

Putumayo, río: 165

207

Quillasú o Quillazú: 58, 59, 65, 70, 71, 72, 73, 148

208

Quiparacra: 63 , 64,

209

Quito: 48, 55

182

210

Rímac, río: 30

211

Rin, río: 159

212

Ródano, río: 159

213

Rumiansac, río: 184

214

Saint-Georges, canal de: 164

215

San Antonio de Catalipango: ver

216

Catalipango

217

San Bernardo, Monte: 47, 77

218

San José, río: 84, 85

219

San Juan: 32

220

San Lorenzo, isla: 23

221

San Matías, cordillera de: 78, 90

222

San Miguel de los Conibos: 149

223

Santa Catalina, río: 149

224

Santa María do Belém do Pará: ver Pará

225

Santarém: 161

226

Sarayacu: 123, 144, 147, 156, 215

227

Sausa: ver Jauja

228

SELVA: 36, 38, 196

183

Indice onomastico

1

Agassiz: 154

2

Ahmenhotep IV: 31

3

Amat Virrey: 24

4

Amich J., O.F.M.: 76, 99, 111, 127

5

Anselmo: 154

6

Apatou: 28

7

Arana, coronel: 116, 117

8

Arrieta F. y V.: 99, 100

9

Atahualpa: 34, 54

10

Balta: 77, 85, 86

11

Barreau: 163

12

Beaumarchais, P. Carón de: 92

13

Bernard Claude: 155

14

Biedma M., O.F.M.: 115, 149

15

Bohórquez, Pedro: 104

16

Bolívar, Simón: 61

17

Bonvoisin: 154

18

Bossier: 174

19

Bravo, Estevan: 76

20

Caballero, O.F.M.: 76

21

Cáceres, General A.: 22, 27, 59, 60

22

Cailla, Jules: 159

23

Calmet: 40

24

Calvo, O.F.M.: 76, 99, 100, 115, 150, 190

25

Camacho: 40

26

Cándido: 35

184

27

Canevaro: 40

28

Cárdenas, José: 84

29

Carrey, Emile: 159

30

Castagne: 154

31

Castelnau, conde F. de: 38, 147, 158, 204, 206

32

Castilla, General R.: 27

33

Cervantes: 70

34

Cieza de León: 34

35

Coudreau: 159

36

Courbet G.: 80

37

Crevaux, J.N.: 28, 163

38

Charon: 205

39

Chunguigate: 92

40

Dumas, Alejandro: 76

41

Federico II: el Grande, rey de Prusia: 59, 60

42

Ferry, Jules: 216

43

Frances, O.F.M.: 115

44

Franzen, Guillermo: 87, 89, 90, 93, 98, 101, 108

45

Franzen, Juana de: 88, 90, 92, 98, 101, 107

46

Gastelu: 188, 190

47

Gautier, Teófilo: 112

48

Gil, Manuel, O.F.M.: 99

49

Girbal, O.F.M.: 112, 115, 147, 149

50

González, O.F.M.: 74, 76, 99 , 208, 209, 212

51

Guatate: 92

52

Guerra, P.: 127, 134

53

Guillermo, don: ver Franzen

54

Hamy, Dr: 120

55

Hébrard: 179

56

Heros: 40

57

Higueras: 40, 41

58

Ibáñez, O.F.M.: 150

59

Intchoquiri: 92, 184

60

Isentuch: 108, 109

61

Jacquot d’ Antonay: 162

62

Jara Simón, O.F.M.: 111, 112

63

Juana, doña: ver Franzen

64

La Condamine, M. de : 158

185

65

La Marca: ver Marque, Jean de la

66

Laroni: 28

67

Lesseps, Edmond de: 36

68

Lopez Pereira Pires, Juan: 160

69

Lorente, Sebastián: 53

70

Lorenzo: 99

71

Marcoy, Paul: (L. de Saint-Cricq): 38, 105, 147, 158

72

Marque, J. de la, O.F.M.: 127, 129

73

Mathan, de: 159

74

Maudet: 174

75

Medina, prefecto: 154

76

Michel, Henry: 31, 32, 170,

77

Minson, A. de: 127

78

Miranda Chávez: 154

79

Monier: 174

80

Mourailles, Ch.: 154

81

Narvaez: 133

82

Onffroy de Thoron: 159

83

Orellana, Fco de: 158

84

Osculati: 116

85

Pachacámac: 31, 34

86

Pachacútec: 55

87

Pallarés, O.F.M.: 99, 132, 149, 190

88

Pallás, O.F.M.: 59, 70, 71, 73, 77

89

Palma, Ricardo: 24

90

Pantagruel: 160

91

Paz Soldán: 99

92

Perricholi: 24

93

Pimpiri: 92

94

Pizarro, Fernando: 34, 207

95

Pizarro, Francisco: 34, 54

96

Pizarro, Gonzalo: 207

97

Plaza, O.F.M.: 147

98

Prugue: 174

99

Puchuna: 86, 87, 92, 103, 104, 107, 108, 109, 111

100

Rabelais: 161

101

Racine: 119

102

Raimondi, A.: 112, 115, 116, 149, 150, 176, 188, 205

186

103

Ratti-Menton, conde de: 36

104

Rivero: 33

105

Royer: 174

106

Sabaté, L., O.F.M.: 132

107

Sala, Gabriel, O.F.M.: 46, 47, 48, 59, 150

108

Samanez y Ocampo, José B.: 38, 188, 193, 194

109

San José, F., O.F.M.: 50

110

Santos Atahualpa, Juan: 92, 105, 126, 186, 207

111

Shumo: 91, 92

112

Sobreviela, M. de, O.F.M.: 111, 112

113

Tahuanchi: 92, 108

114

Tallenay, marqués de: 31, 35, 36

115

Tàvara: 116

116

Thouar: 204

117

Tineo, O.F.M.: 76

118

Tschudi, Juan de: 33, 175

119

Tucker: 208, 210

120

Túpac Yupanqui: 148

121

Ulloa, A. de: 133

122

Velásquez de Caicedo, Santiago, O.F.M.: 186

123

Villanueva, Francisco: 104

124

Vilmorin-Andrieux: 46, 47

125

Voltaire: 35

126

Wertheman, Arthur: 38, 127, 180,185, 188, 194, 208, 210, 212

127

West: 116

128

Wiener, Charles: 33, 53, 159

187

Indice de palabras indigenas

1

Achiote: 91, 94, 198

2

Amatsaerentsi: 75

3

Andenes: 27

4

Anti: 106

5

Añuje: 110, 113

6

Atocsaico: 46

7

-bo o -bu: 119

8

Camagari: 92, 190

9

Camote: 62, 69, 74, 97, 182, 192

10

Cancha: 174

11

Cápac Raimi: 53

12

Capirona: 155

13

Carona: 28

14

Cashibo: 115, 117, 121

15

Cashinahua: 119

16

Catalipango: 127, 129

17

Catongo: 188, 198

18

Caya-bay: 115

19

Cayana: 121

20

Coca: 59, 78, 85, 86, 182, 192

21

Corpacancha: 46

22

Cube o Cumo: 199

23

Curare: 96, 124, 154, 155

24

Cushma: 71, 90, 91, 92, 103, 109, 130, 144, 186

25

Cuy: 54

26

Chacra: 175

188

27

Chamayro: 86, 109, 192

28

Chambira: 149, 150

29

Chami: 133, 134, 135

30

Chancha-tucuy: 148

31

Chapo: 141

32

Charero: 190

33

Charqui: 172

34

Chicha: 31, 42, 53, 58, 97, 101, 172, 182

35

Chinchaicocha: 61, 62

36

Chonta: 85 , 96, 131, 175, 180, 187, 192

37

Chuncho: 106

38

Chunguigate: 92

39

Chuño: 74

40

Chuquiraga: 44

41

Gamagari: ver Kamaari Garúa: 169

42

Genoquire: 188

43

Guacamayo: 95

44

Guano: 35

45

Guatate: 92, 95

46

Hatun: 54

47

Henok’í: 198

48

Huaca: 30, 31, 32, 33

49

Huaco: 24, 30, 31, 182

50

Huamanguinos: 53

51

Huamanripa: 45

52

Huatarochi: ver Uatarochi

53

Huito: 94, 131

54

Hurin: 54

55

Huyfalla: 53

56

Ichu: 44, 45

57

Igarapé: 159

58

Impetiniris: 134

59

Inchoquiri: 92, 95, 184, 192

60

Inaenka: 135

61

Ipudie: 96

62

Isango: 129

63

Ish’tea: 101

64

Isentuch: 108, 109

189

65

Isula: 65

66

Kama-...: 135

67

Kamáari o Kamári: 95, 198

68

Kamagarini: 95, 135, 198

69

Kamatika: 198

70

Kanári: 82

71

Kantabaguerontsi: 95

72

Kataripango: 127

73

Katongo: 188, 198

74

Keringa: 198

75

K’ítari: 82, 106

76

Kitsagarintsi: 75

77

Kitsarentsi: 74

78

Kob’írintsi: 101

79

Lloclla: 40, 41

80

Maca: 61, 62

81

Macana: 137, 138

82

Madzeri: 71, 91

83

Maga-..: 135

84

Magona: 192

85

Mallqui: 31

86

Manchakintsi: 75

87

Mantsi: 75

88

Maquisapa: 80, 82

89

Maráti: 82

90

Matahuasi: 52

91

Matsairintsi: 75

92

Matsairontsi: 75

93

Masato: 101

94

Mixira: 143, 144

95

Mogigangas: 150

96

Moho-moho: 77

97

Molle: 52

98

Mucroya: 131, 132, 139, 140, 198

99

Muraya: 190, 192, 198

100

Muru: 133, 139, 140

101

Musmuqui: 82

102

Muyupampa: 148

190

103

Nahua: 119, 130, 134

104

Ninacaca: 62

105

Noaseri: 97

106

Nomageti: 61, 62, 65, 69, 134

107

Ob’íroki: 101

108

Oca: 59, 74

109

Oco: 139

110

Ochiti: 96

111

Olluco: 59

112

Oscollo: 83

113

Otorongo: 83

114

Otsiti: ver Ochiti

115

Pachamanca: 73, 74

116

Pachanque: 123

117

Paiche: 143, 144

118

Pamacari: 108, 114, 121, 145, 160

119

Pangotsi: 71, 74, 81, 83, 86, 89, 90, 96, 181, 182, 188, 192, 193

120

Panguchi: ver pangotsi

121

Papa: 74

122

Pará: 162

123

Pata: (Cajón Pata) 81

124

Paucar: 175

125

Paujil: 87, 176

126

Pearintsi: 101

127

Pempero: 92, 95

128

Pijuayo: 141

129

Pilco o Pillco: 196

130

Pimpiri: ver pempero

131

Pisco: 25

132

Poncho: 62

133

Potsonai: 95

134

Prororoca: 160

135

Pucacunga: 82

136

Puchuna: 86, 92, 95

137

Pulluaga: 45

138

Puma: 83

139

Quena: 53

140

Queringasate: 188

191

141

Quetari: ver k’ítari

142

Quischiquepiti: 132

143

Rabona: 59

144

Rino: 121

145

Ronsoco: 134

146

Sacha-camote: 94

147

Sachavaca: 87

148

Sajino: 176, 198

149

Samairintsi: 106, 193

150

Sankari: 97, 101 (“sankali”)

151

Sankáti: 82

152

Sati: 198

153

Sera o Serari: 103, 106

154

Seri: 101

155

Sharanahua: 119

156

Shinkia: 101

157

Shirikompiarintsi: 75

158

Shirompari: 106

159

Shitea: 101

160

Shumo: 91, 92, 95

161

Sonkarintsi: 101

162

Soroche: 58, 64

163

Tahuanchi: 92, 95

164

Taita o Tayta: 74, 89

165

Tambo: 40, 55, 77, 78, 127

166

Tarucacha: 53

167

Tchi-ouac: 175

168

Tinerenkairintsi: 75

169

Tingo: 77, 81

170

Tsikenti: 75

171

Tsonkiri: 95

172

Tunqui: 95, 196

173

Tute: 132, 140

174

Uatarochi: 82

175

Ucayali: 136

176

Ucumari: (“Hacamari”) 83, 88

177

Uchate: 121

178

Uncucha: 192

192

179

Urucu: 91

180

Utcu-Yacu: 172

181

Vigüela: 53

182

Yanacuna: 116

183

Yanachaga: 70, 74

184

Yaraví: 48

185

Yuca: 69, 74, 87, 92, 97, 99, 101, 143, 162, 172, 182, 192, 196

186

Yurima: 131

187

Yutumi: 131, 134, 137, 139

188

Zamacueca: 25

193

Indice zoologico

1

Agami: ver trompetero

2

Agutí o añuje: 110, 113

3

Alción: 137

4

Alouatta sp.: ver cotomono

5

Amazona sp.: ver loro

6

Aotes trivirgatus: ver musmuqui (mono)

7

Ara sp.: ver guacamayo

8

Araçaris: 175

9

Arapaima gigas: ver paiche

10

Asno: 70, 171, 174, 175

11

Ateles sp.: ver maquisapa

12

Batracio: 79

13

Buey: 45, 46, 63, 64, 68, 179, 185

14

Caballo: 40, 51, 58, 170, 178

15

Cacique sp.: ver paucar

16

Caimán: 145

17

Carnero: 45, 46, 63, 68, 179

18

CATHARTIDAE: ver Gallinazo

19

Cephalopterus ornatus: ver yuna tunkey

20

Cobayo: ver cuy

21

Colibrí: ver picaflor

22

Coral: 84

23

Cotinga sp.: 175

24

Cotomono: 82

25

Crax globulosa: ver Paujil o Piuri

26

Crotho sp.: 84

194

27

Cuy: 54

28

Chachalaca: 82

29

Chancho: 69, 172

30

Choro: ver mono

31

(Chrysothrix sp.): ver frailecito

32

Danta: ver tapir

33

Dasyprocta sp.: ver agutí o añuje

34

Delfín: 137

35

Dicotiles labiatus: ver pecari (huangana)

36

Dicotiles torcuatus: ver pecari (sajino)

37

Elaps sp.: ver coral

38

Faisán: ver pava

39

Faninta: 84

40

Felis celigaster: 88

41

Felis onza: 88

42

Felis pardalis: 88

43

Flamenco: 137

44

Focas: 108

45

Frailecito: 121, 124

46

Mula: 40, 42, 58, 60, 64, 68, 70, 170, 171, 178

47

Murciélago: 121, 123, 179

48

Musmuqui: 82

49

Nutria: 112

50

Onza: 83

51

Ortalis guttata: ver manacaraco y pava

52

Oscollo: 83

53

Oso (ucumari): 83, 88, 176

54

Otorongo: ver jaguar

55

(Ourax sp): ver paujil

56

Oveja: ver carnero

57

Paco: 121

58

Paiche: 143, 144, 145, 154

59

Paloma: 52, 101

60

Papagayo: ver guacamayo

61

Pato: 174, 176

62

Paucar: 175, 196

63

Paujil: 87, 88, 96, 101, 122, 176, 182

64

Pava: 79, 176

195

65

Pecari: 176, 198

66

Pelícano: 23

67

Penelope sp: 82, 98, 175

68

Penitente: 23

69

Perdiz: 176

70

Perico: 172

71

Perro: 96, 145

72

Pescado: 92, 122, 128, 151

73

Phyllostomus hastatus: ver murciélago

74

Picaflor: 91, 172, 175

75

PICIDAE: ver Pilco

76

Pilco á Pillco: 196

77

Pipile sp.: ver pava

78

Piojo: 59

79

Pirarucú: ver paiche

80

Piuri: 88

81

Psophia leucoptera: ver trompetero

82

PSITTACIDAE: ver guacamayo, loro, perico

83

Pteroglossus sp.: ver Araçaris

84

Pucacunga: (penelope sp.) 82, 85, 87

85

Puma: 83, 176

86

Puma concolor: o Felis c. ver puma

87

RAMPHASTIDAE: ver tucán, araçaris

88

Gallina: 69, 172

89

Gallina del monte: 176

90

Gallinazo: 32, 37, 110

91

Gallito de las rocas: 91, 95, 175, 196

92

Gamitana: 121

93

Garaco: 82

94

Garrapatas: 128

95

Gavilán: 101

96

Gaviota: 23, 137

97

Gran bestia: ver tapir

98

Grasnadora: 82

99

Grillo: 172

100

Guacamayo: 53, 91, 95

101

Hippocamelus antisiensis: ver taruca

102

Hormiga: 65

196

103

Huallali: (trompetero) 88

104

Huangana: ver pécari

105

Huatarochi: ver mono

106

Hydrochoerus capyvara: ver ronsoco

107

Inia geoffrensis: ver delfín

108

Isango: 129

109

Isula: 65

110

Jabalí: ver pécari

111

Jaguar: 45, 83

112

Lagothrix sp.: ver mono choro

113

Lechuza: 79

114

Lobo de río: ver nutria

115

Loro: 175

116

Luciérnaga: 174

117

Lutra incarum: 112

118

LLama: 55, 58. 62, 63, 68, 170, 171

119

Manacaraco: 82

120

Manatí: 143, 145, 154

121

Maquisapa: (Áteles ater) 80, 82

122

Mariposa: 92, 178

123

Mazama sp.: ver venado

124

Mitu mitu: ver paujil

125

Mono: 59, 76, 79, 80, 81, 92, 109, 110, 121, 122, 131, 176, 181, 182

126

Mono choro o choro: 82

127

Montete: 88

128

Morpho sp.: ver mariposa

129

Mosquito: 107, 128, 130, 131, 133, 144

130

Ramphastos sp.: ver tucán

131

Rapaz: 32

132

Ronsoco: 87, 134

133

Rupicola sp.: ver gallito de las rocas

134

Sachavaca: ver tapir

135

Saimirí sp.: ver frailecito

136

Sajino: ver pécari

137

Sanguijuela: 49, 52, 58

138

Sapo: 79, 176

139

Sardina: 23

140

Serpiente: 114, 176

197

141

Tábano: 128

142

Tangara sp.; 91, 175, 196

143

Tapir: 87, 92, 110, 113, 176

144

Tarucca: 53, 56

145

Tayassu sp.: ver pécari

146

Tchi-ouac: ver paucar

147

Tetranicus molestissimus: ver isango

148

Tigrillo: 83, 176

149

Tortuga: 97, 109

150

Tremarctos ornatus: 88

151

Trichechus inunguis: ver manatí

152

Trichechus manatus: ver manatí

153

Trompetero: 87, 88, 109, 113

154

Tucán: 175, 196

155

Tunqui: 95, 196

156

Uatáracu: 82

157

Uatarochi: ver mono

158

Ucumari: ver oso

159

Urubú: ver gallinazo

160

Vaca: 69

161

Vaca marina: ver manatí

162

Vampiro: ver murciélago

163

Vampyrum spectrum: ver murciélago

164

(Vastres gigas): ver paiche

165

Venado: 110, 113

166

Víbora: 84

167

Vicuña: 170

168

Yuna tunkey: 175

169

Zancudo: 109, 128, 131, 144, 151, 160

170

Zorro: 45, 46

171

Zorzal: 52

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