Doctrina: La Importancia De La

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA, en el trabajo con nuevas generaciones. e625 - 2020 Dallas, Texas e625 ©2020 por Oscar Pérez Polidura

Todas las citas Bíblicas son de la Biblia Textual (BTX) ©2010 por la Sociedad Biblica Iberoamericana, Holman Bible Publishers, a menos que se indique lo contrario. Editado por: Carina Valerga Diseñado por: JuanShimabukuroDesign @juanshima RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS.

CONTENIDO HERIDAS DOCTRINALES............................................................ 4 BARRERAS DOCTRINALES....................................................... 13 DOCTRINA (AB)USADA................................................................ 22 HEREJES....................................................................................................... 35 SAÑA DOCTRINA................................................................................. 49 DOCTRINA EN CAMINO............................................................... 62 SANA DOCTRINA................................................................................. 77 DOCTRINA FINAL................................................................................ 92 ANEXO: Siguiendo la pista de la doctrina en el Nuevo Testamento.................................. 98 BIBLIOGRAFÍA......................................................................................... 106

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HERIDAS DOCTRINALES

«Habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados» — Ro. 6:17

1998 En 1998 mi vida dio un giro inesperado. Uno con apariencia de inofensivo. Uno de esos que no elegirías para el guion de tu propia película. Déjame que te ponga en contexto. Un año antes, en un retiro de jóvenes, me rendí. Llevaba un tiempo relacionándome con cristianos y había transitado desde un cierto desprecio inicial por sus puritanas costumbres, pasando por la sospecha sobre sus intenciones hacia mí, y llegando incluso hasta la envidia por la forma en que se trataban entre sí, especialmente dentro de sus hogares. Me costó mucho creer que su estilo de vida fuese genuino, pero la convivencia cercana acabó por dejarme sin argumentos. Las personas no pueden estar fingiendo todas las horas del día, dentro y fuera de su casa, en los días buenos y en los malos. En sus vidas pasaba algo más de lo que yo era capaz de entender en ese momento. Al final, no tuve más remedio que contemplar la opción de que vivían así por las razones que esgrimían al ser preguntados. Ellos confiaban en el Jesús al que yo veía como una mera figura histórica sin trascendencia. Me negaba a considerar a Jesús como una opción válida.

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Aun así me sumergí en los evangelios. Aquellos jóvenes decían que su comprensión de la realidad procedía de esos textos. Fue la vida de la Palabra la que acabó persuadiéndome, no solo sobre Dios sino sobre mí. Frente a la Palabra no me ponía a la defensiva. Estábamos ella y yo. No me sentía amenazado. La vida de aquellos jóvenes me condujo hacia la vida de la Palabra donde me encontré cara a cara con el dador de la vida verdadera. Para cuando rendí mi incredulidad, llevaba ya meses asistiendo a una iglesia los domingos. Inicialmente iba para investigar, para examinar, para encontrar respuestas. Continuamente estaba retando a Dios: «Si de verdad estás ahí, haz esto, o aquello»; «si de verdad me escuchas cuando hablo, respóndeme, que yo te pueda oír». Tuve varias experiencias que, sin yo comprender bien sus contenidos o el propósito que tenían, tuvieron el efecto de derribar las murallas de mi ciudad fortificada. Su paciencia fue infinita, mucho más abundante que mi tenacidad para retarle. Y en 1998, estando ya medio asentado en una iglesia de mi ciudad, una ‘Asamblea de hermanos’ pujante, con vitalidad, con juventud, donde tuve la oportunidad de empezar a servir y donde me sentía muy querido… ¡Fue entonces cuando se produjo el giro que ha orientado mi trayectoria espiritual durante los siguientes 20 años de mi vida! Los ancianos de la iglesia eran muy atentos con los jóvenes y realmente teníamos margen de maniobra y confianza para crecer, aprender, involucrarnos. En mi frenética lectura de las Escrituras1, y con mi comprensión del momento, yo percibía aquella iglesia  [1] El texto que guió mi inmersión en las Escrituras fue el evangelio de Mateo. Los discursos de Jesús me fascinaron y despertaron una profunda sed en mí.

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como un espacio de seguridad en el que «apostaban por mí». No sentía que lo hacían solo por mí, sino que querían apoyar el desarrollo de los jóvenes, de las siguientes generaciones. Por esta razón, cuando varias tardes de aquel septiembre de 1998 visité otra pequeña iglesia de la ciudad con apenas 15 asistentes, 5 de ellos de la misma familia, con tres o cuatro señoras mayores, y 4 o 5 jóvenes más, no entendí bien las dudas que se despertaron en mí acerca de mi pertenencia a la iglesia en la que me había asentado desde mi nacimiento espiritual. Esa inquietud no parecía tener ningún sentido. Desde el primer día que visité esta pequeña iglesia, quedé fascinado con la predicación de las Escrituras. Y en aquel momento, yo estaba hambriento, devoraba página tras página, capítulo tras capítulo, mi deseo de aprender era un fuego irrefrenable. Casi llegué a bautizarme en «mi iglesia» pero detuve el proceso al conocer esta otra pequeña iglesia. Me tomé muy en serio el asunto de aclarar las incómodas voces interiores que cuestionaban cuál era mi lugar. Lo puse en oración y recuerdo haber orado de forma constante durante unos 4 meses. En aquellos días difícilmente oraba más de 4 días por una misma cosa. Mi cabeza me decía que en esa pequeña iglesia no tendría la oportunidad de desarrollarme y que en la «mía» estaban «apostando» por mí. Podía ayudar a los niños, disponía de un tejido social amplio, podía tener muchos amigos, había varios adultos que estaban pendientes de mí… Incluso invertían tiempo y esfuerzo en formarnos. Una fantástica joven se aventuraba domingo tras domingo a torear un grupo de 10 jóvenes algo alocados, todos chicos —menos una chica—. Un ambiente no tan fácil de manejar,

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pero allí estaba ella, y nos enseñaba la Biblia de forma valiosa y participativa2. Y en la pequeña iglesia… ¿qué iba a hacer yo? Tras 4 meses, en mi interior la decisión estaba clara, y aunque iba en contra de mis instintos y mi lógica, Dios me hizo saber dónde me quería. El giro era ya inevitable. En ese momento de mi vida, yo no sabía que la iglesia en la que me reunía era una «Asamblea de hermanos», ni que la iglesia a la que me trasladaba era «Pentecostal». No tenía ni idea de lo que eran las denominaciones, ni era consciente de que había notables diferencias doctrinales entre unas iglesias y otras. Hoy sé que el giro que dio mi vida en 1998 me introdujo en una ruta que Jesús tenía pensada para mí, una que me iba a enfrentar de forma inesperada con el dolor que puede infligir la doctrina cuando se aplica mal la dosis o cuando confundimos los síntomas y damos la medicación equivocada.

Tropezar con la doctrina En cuanto me asenté en la iglesia solicité que me bautizaran. El pastor empezó a darme unas clases personales sobre los rudimentos de la doctrina de Cristo, tal como los cita Hebreos 6. Yo alucinaba con que aquel hombre que recitaba largos pasajes del texto de memoria, estuviera allí sentado conmigo… por mí. Me tomaba muy en serio las clases. El contenido de la enseñanza incluía el «bautismo del Espíritu Santo» como una segunda experiencia diferente a la conversión.  [2] En estos estudios recuerdo haber profundizado en el evangelio de Juan. Todavía hoy guardo un cariño especial por los evangelios de Mateo y Juan.

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Dicha experiencia era común a todos los cristianos verdaderos y era certificada por una señal inconfundible: hablar en lenguas. Ahora sé que esto forma parte, de la forma más o menos descrita, de la doctrina clásica pentecostal. Eso poco importaba en ese momento. Mi cabeza explotó. Tenía mil preguntas al respecto. Leía y no conseguía que las piezas encajaran. De acuerdo a esa enseñanza yo todavía era un cristiano incompleto, o quizá no era cristiano aún3. ¿Era la promesa veterotestamentaria del Espíritu4 solo para una parte de los cristianos? ¿Había dos niveles de cristianismo? Las preguntas me quemaban por dentro. Dado que no había vivido dicha experiencia del bautismo del Espíritu Santo, me puse a orar a Dios sobre ello. El texto bíblico era claro5: Dios iba a responder favorablemente y me iba a bautizar con su Espíritu. Oraba y oraba. Leía el libro de los Hechos, estudiando cada detalle para entender lo que me había sido enseñado. Las piezas seguían sin encajarme, pero los dos años anteriores había aprendido a no fiarme tanto de mí mismo, de mis propios criterios, los que habían rechazado a Jesús. Mi corazón no era confiable, y mi mente, mi argumentación, en la que yo confiaba mucho, había sido probada falsa en su incredulidad frente a Dios. La conclusión era lógica, basada en la desconfianza en mi propia reflexión: ¿Por qué no iba a estar equivocado una vez más, ahora en este tema del Espíritu Santo?

 [3] Evidentemente estas fueron algunas de las conclusiones a las que yo llegué por mí mismo.  [4] Joel 2:28-32  [5] Lucas 11:9-13

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En aquel momento, mi pensamiento sobre esta enseñanza era una agonía. Algo chirriaba, pero no lograba averiguar qué era. Encontraba textos que parecían refutar la doctrina tal y como me la habían explicado, pero también había cierta lógica bíblica en parte de la explicación doctrinal del bautismo del Espíritu Santo. Yo no tenía tanto conocimiento del contexto, ni trasfondo teológico, ni fundamentos sólidos. Mi mente no era tan fiable, así que empecé a renunciar a mis criterios. Mi decisión fue, en parte, algo inconsciente. Nadie tuvo que convencerme de nada, ni fui presionado, ni coaccionado. Mis propios procesos de pensamiento y de vida me llevaron a confiar más en quien me estaba enseñando la Biblia que en mis propias posibilidades de entender o contrastar la doctrina que me estaban enseñando.

Crisis con el Espíritu La inquietud no paró. Obsesionado, empecé a leer libros buscando respuestas. Hablé con un par de personas sobre el tema6, estudié pasajes bíblicos, pero no conseguía ninguna de las dos cosas que podían aliviarme de mis agobios: Ni confirmaba ni desmentía la doctrina del bautismo del Espíritu Santo que había recibido. Algunos jóvenes que tenía a mi alrededor en ese momento habían tenido esa experiencia. Hablaban en lenguas. Yo confiaba en ellos, veía sus vidas y testimonios. Eran personas coherentes, serviciales y fieles al Señor. Me contaban lo maravilloso que era, cómo había sido su experiencia inicial y cómo eso les conectaba con Dios. ¡Yo quería eso!

 [6] No las suficientes. Si estás en una situación parecida y te angustia cualquier tema bíblico, no temas buscar personas, preguntar, ampliar tus perspectivas. No cometas el mismo error que yo cometí.

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Regresaba a las Escrituras y luchaba con ellas. Volvía a leer Lucas 11:13 y no comprendía qué tecla debía de estar mal para que mi Padre no me diera el Espíritu Santo a mí. El único factor diferencial respecto a las experiencias de los demás, era yo. Estaba convencido de que no era posible que yo hubiera nacido de nuevo si no era por el Espíritu7, pero no hablaba en lenguas, así que no tenía el Espíritu, una contradicción insalvable… y entonces mis procesos internos colapsaban. ¿Había nacido de nuevo o era yo uno de esos casos de emocionalismo momentáneo? ¿Era yo la tierra junto al camino, o la de los pedregales8 y simplemente era cuestión de tiempo que se mostrara que mi experiencia de fe en Jesús había sido falsa? La vivencia que ahora lees en frases más o menos ordenadas, en aquel momento de mi vida era dolorosa. Muy intensa. Lloré. Lloré muchas veces. Me enfadé con Dios. Vivía asustado de mi propio corazón, convencido de que no podía evitar que más pronto o más tarde, mi renuncia a la fe demostrara lo falso de mi experiencia de conversión. Soy un tipo bastante cerebral, suelo darle vueltas a las cosas, no doy las cosas por sentado sin antes valorarlas. Empecé a buscar en mi interior las señales que me confirmaran que mi fe no era genuina. Mi diálogo interno era muy dañino, pero en ese momento era incapaz de sacar la cabeza del agua por mí mismo. Llegué a pensar que mi racionalidad era un síntoma claro de mi falta de confianza en Dios, la barrera que impedía que Dios me regalara su Espíritu. No era Él, el Padre bueno, que no quería dármelo. Era yo que, aunque no veía en qué, no estaba bien, no era verdadero, no  [7] Juan 3:3-6  [8] Mateo 13:1-9, 18-23

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era auténtico. Llegué a suponer que de boquilla yo decía querer al Espíritu Santo, pero de corazón lo rechazaba, y lo rechazaba en algún cuarto oscuro de mi ser que no encontraba. De nuevo, nadie me presionaba ni tuvo la intención de enseñarme estas cosas. Nadie me persuadía ni me coaccionaba. Mi propio proceso de búsqueda de Dios, mi personalidad, mi carácter y la doctrina con la que batallaba, me dejaron frente a una compleja ecuación, irresoluble para mí. Y no es fácil ni rápido salir del agujero. Honestamente, aún veo trazas de todo aquello en mi mochila, en mi lectura de la vida, en mis interacciones.

Adoctrinados ¿Cuántos jóvenes estarán ahora mismo en tu entorno luchando, como yo luché, con este o cualquier otro tema doctrinal? ¡Y cuántos no habrán superado alguna crisis doctrinal, o alguna crisis de fe! ¿Qué peso habrá tenido la doctrina enseñada, la doctrina asumida, la doctrina desconocida en estas crisis? ¿Cuántas heridas podríamos haber evitado en nuestro recorrido? ¿Cuántas podríamos haber tratado y ayudado a sanar? ¿Cuántas heridas eran verdaderamente necesarias, parte de un proceso de sanidad del Espíritu para restaurarnos y rescatarnos de una muerte segura? ¿Cuánta responsabilidad tengo yo en heridas que podría haber evitado?

Siento dolor por aquellos que se han alejado del Dios desfigurado que mis convicciones doctrinales hayan podido presentarles.

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No se trata de culpabilidad, no se trata de condicionar la verdad por una mala experiencia. Todos hemos sufrido en nuestros procesos de crecimiento. No hay nadie a quien le debamos más que a nuestros padres y, sin embargo, también ellos nos han hecho sufrir sin necesidad en alguna ocasión.

De lo que se trata es de nuestro aprendizaje, de todo aquello que podemos aprender hoy, de aquello en lo que podemos ser enseñados por Dios, de aquello en lo que ser adoctrinados por su Espíritu. ¡Dios, ayúdanos a ser fieles a tu persona y a tus palabras!

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BARRERAS DOCTRINALES «Y entendieron que les decía que se guardaran de la doctrina de los…» — Mt. 16:12

Murallas defensivas Llegados a este punto, habiéndote compartido un capítulo difícil de mi recorrido vital, necesito que comprendas algo muy importante: Relajar la tensión interna, ser consciente de tus barreras, de las murallas construidas a tu alrededor, reconocer que tienes prejuicios, sesgos teológicos, bíblicos y una mochila denominacional llena de ítems de todo tipo… Asumir nuestras limitaciones, las propias de cualquier ser humano que intenta relacionarse con Dios rechazando su naturaleza rota, es clave para entender la intención de este libro y, lo más importante, para relacionarse de una forma honesta y constructiva con la doctrina de Dios1. Algunos de ustedes ya se estarán posicionando ante mis reflexiones, que apenas han empezado aún. Mecanismos de defensa ante el peligro, alarmas que suenan ante cualquier apariencia de herejía pero que, a su vez, desconocen la multitud de herejías asumidas desde lugares familiares, por caminos de confianza no vigilados. A menudo construimos y mantenemos esquemas teológicos aprendidos, castillos de naipes de la fe que fortalecen sistemas teológicos imperfectos pero que, hasta donde hemos  [1] Te recomiendo la lectura de El Jesús que nunca conocí, de Philip Yancey, donde él narra su propio camino de descubrimiento de la persona de Jesús frente a la multitud de imágenes de Jesús que recibió de niño en su iglesia local, en su familia, en la universidad, en la cultura…

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conocido, son la mejor opción que vemos y, sobre todo, nos aportan tranquilidad y cierto descanso sobre nuestra capacidad de conocer la verdad.

A menudo construimos y mantenemos esquemas teológicos aprendidos, castillos de naipes de la fe que fortalecen sistemas teológicos imperfectos pero que, hasta donde hemos conocido, son la mejor opción que vemos. Atendiendo al capítulo anterior, algunos estarán asumiendo un posicionamiento doctrinal específico sobre el Espíritu Santo, o sobre la vigencia de los dones, o de algunos dones, o sobre la doctrina pentecostal histórica. Pensarán que pienso en un sentido o en otro, y en función de sus convicciones doctrinales y de las que están percibiendo en mí, de la iglesia o la denominación a la que pertenecen, o de otros criterios teológicos, eclesiales o espirituales —que tememos siquiera cuestionarnos—, construirán su juicio de valor sobre el valor de este libro y su credibilidad, o su fidelidad a las Escrituras, o sobre mi persona, mi fe o mis convicciones. ¡Es algo habitual! No es un juicio a tu persona, es una afirmación sobre la naturaleza humana frente a los desafíos de conocer la verdad y el temor a lo desconocido. Todos tenemos un fuerte sesgo hacia la confirmación tendenciosa, hacia lo que anhelamos encontrar, una confirmación de lo que ya sabíamos.

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Con suma facilidad, nos aferramos a información que reafirma lo que ya pensábamos previamente y descartamos todo aquello que cuestiona nuestro pensamiento o nuestra postura.

La lucha es interna ¿Has leído con atención mi testimonio? La receta de mi crisis estaba llena de ingredientes, algunos de ellos eran maravillosos, y otros no tanto: El deseo genuino de amar más a Dios, la búsqueda incansable de la verdad, las buenas intenciones de crecer y de enseñar, el deseo de pastorear a un joven hacia un encuentro profundo con Dios, la entrega a Dios, la escuela doctrinal en la que creció y se desarrolló mi pastor y sus propias experiencias, el diálogo con las convicciones doctrinales de otras personas, buena y mala literatura cristiana, mis temores personales, mis dudas de fe, la profundidad de mis raíces espirituales, mi personalidad, madurez o carácter, etc. De hecho, la lucha por la doctrina es tan fuerte que produce heridas de forma constante. No solo a los jóvenes, pero sobre todo a los jóvenes. No hablo de las heridas que produce extirpar el mal del corazón. Esas no podemos ni debemos evitarlas. La sanidad espiritual que opera el Espíritu en nuestras vidas nos introduce a menudo en procesos de restauración dolorosos porque estamos rotos, llenos de aristas cortantes, mentiras dañinas, convicciones erróneas. Cuando la verdad llega, nuestra naturaleza es revelada y expuesta, trae tristeza, vergüenza, a la par que la oportunidad de una nueva libertad y una sanidad profunda. La doctrina que creemos está arraigada en nosotros. Debemos ser conscientes de que afrontar asuntos sobre doctrina en materia

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de fe expondrá a plena luz las resistencias de nuestras almas, nos obligará a reconocer nuestras barreras o incluso a renunciar a alguna de ellas, nos hará sentirnos profundamente desprotegidos, dependientes, en territorio desconocido. Cuando llegue el momento, nuestro impulso defensivo querrá evitar estos delicados procesos del alma. No queremos tanta exposición, y existe el riesgo de que nos mantengamos ciegos frente a nuestras barreras con Dios, frente a los ángulos muertos de nuestra vida espiritual. Incluso es posible que lleguemos a vernos desnudos y que nos protejamos, nos justifiquemos… ¡o hasta que ataquemos y responsabilicemos a otros! Es la conducta que se puede esperar de Adán y Eva2.

La doctrina y el corazón ¡No es importante si alguien me rechaza por mis convicciones doctrinales! Eso procuro decirme al adentrarme en este libro y quitarme lentamente mi ropa teológica. Lo cierto es que, habitualmente, no tenemos ni idea de cuáles son las convicciones de otros, ni cuál es su historia, ni cómo han llegado a ellas, o cómo se plantean seguir su camino frente a Dios. Y de lo que menos idea tenemos es de cuán intrincada está la fe y sus ramificaciones en el corazón del ser humano. No con el corazón romántico al que nos referimos en películas y libros, sino con el corazón bíblico, a saber, el centro de operaciones de la vida: nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestra voluntad. Todo es mucho más complejo, profundo y está más interrelacionado de lo que solemos asumir o de lo que percibimos en nuestro día a día. No solo es así para mí, lo es para todos nosotros. Para mí, y para ti.

 [2] Génesis 3:12-13

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Creemos con suma facilidad que la doctrina se piensa, se estudia, se considera, se evalúa, se decide. Todo muy limpio, todo en el campo de acción de la mente pensante. Pero la doctrina que asumimos tiene mucho más de emocional de lo que solemos reconocer. Tiene mucho más de volitivo de lo que imaginamos. Está intrincada con nuestra historia personal, con nuestra vida, con nuestras heridas y nuestra conducta, con nuestros temores. No somos agentes asépticos frente a la verdad.

No somos el nuevo hombre nacido por el Espíritu haciendo alta teología celestial. Esa nueva criatura está en construcción, es una obra incompleta que el Señor está guiando hacia su madurez. Mientras tanto, no somos estudiantes objetivos frente a las Escrituras. No somos capaces de mirar todo en perspectiva, ni estamos libres de nuestro trasfondo, ni tan desinfectados de las consecuencias del pecado, del viejo hombre. Somos Adán ensayando sobre doctrina, aunque nos pensamos más como Jesús en lo que tiene que ver con nuestra capacidad para entender y asumir la verdad, seres infalibles. Tenemos un recorrido de vida, tenemos familias, de sangre y de fe. Contamos con nuestras capacidades o incapacidades hermenéuticas y, sobre todo, con las inclinaciones de nuestro corazón, que afectan a nuestro juicio, a nuestra comprensión y a menudo nublan nuestra sensibilidad espiritual.

El corazón de la doctrina La doctrina de Dios no existe solamente para ser creída. Existe para ser vivida, que es la plenitud de creerla. Doctrina creída y no

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vivida, es en realidad doctrina no creída, no asumida, no arraigada, inútil, ignorada, en la que no se confía, una cortina de humo, una brillante página web de una empresa que cerró hace tiempo, un producto asombroso que no tiene cadena de producción para ser fabricado. Son solo palabras sin vida. Nuestras convicciones doctrinales deberían ser trampolines que nos acercan a Dios porque nos hacen vivir en Su Espíritu, no barreras que nos separaran de nuestros hermanos por la distancia entre las convicciones de unos y de otros.

La doctrina de Dios no existe solamente para ser creída. Existe para ser vivida, que es la plenitud de creerla. Con frecuencia y para muchos seguidores de Jesús, las afirmaciones doctrinales son la justificación que les separa de los falsos hermanos. Falsos según sus criterios, condenados por testigos, no por el Juez. Se acogen con excesiva premura a excluir, a separar, a distanciarse, a etiquetar y categorizar al hereje. Sin embargo, en las Escrituras no hay nadie que esté, al mismo tiempo, cerca de Dios pero lejos de sus hermanos, sea cual sea la condición en la que se encuentren. Demasiados de nosotros nos dedicamos a juzgar a otros como indignos de estar en la casa del Padre de acuerdo a nuestras doctrinas, a nuestra comprensión sesgada e imperfecta del Padre. Pero como vivimos en la casa, o quizá la visitamos de vez en cuando, ni nos damos cuenta de lo lejos que estamos de parecernos a Él en su comprensión de la vida, en sus prioridades, en sus sacrificios, en su misericordia. Y la verdad de Dios no existe sin la gracia

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de Dios, ni la verdadera y sana doctrina sin la vida y el Espíritu de Dios. Son inseparables.

Barreras y heridas Casi sin darse uno cuenta, se alcanza una relativa madurez cristiana en la que uno ha desarrollado el núcleo duro de su pensamiento y se ha situado en un contexto eclesial, denominacional y doctrinal específico, aquel en el que se siente suficientemente identificado, con el que comparte al menos los no-negociables de su fe, aunque rara vez comparte el pack doctrinal completo. Las distancias ya están bien trazadas por los que nos precedieron y las líneas divisorias pintadas sobre el terreno de la discusión. Solo hemos tenido que ir decidiendo en qué lado de cada barrera queríamos situarnos. Hasta ese punto vivimos en un sistema dañado por un concepto de doctrina que hiere lo que somos. ¡Cuánto tiempo más nos moveremos por estructuras que hieren la voluntad de Dios! Sin necesidad de grandes fuegos artificiales exegéticos, diría que prácticamente todos los cristianos entendemos y aceptamos que solo hay una iglesia de Jesús, solo un bautismo, solo una fe, solo un Señor. El cuerpo de Cristo es uno solo. Todos afirmamos estas verdades obvias, redactadas amplia y repetidamente en la Biblia. El cuerpo de Cristo es uno solo. Sí, es plural, colorido, diverso. Y por supuesto que puede estar compuesto por diferentes maneras de vivir la fe, variaciones en aspectos periféricos de la vida cristiana, denominaciones con énfasis diferentes y enfoques misionales variopintos que responden a culturas, momentos y necesidades diversas.

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Sin embargo, el amor que a menudo no nos demostramos, el rechazo del otro, las miradas por encima del hombro, los sentimientos de superioridad, la asunción de ser poseedores de la verdad y la seguridad de que el otro está en la mentira, los libros evangélicos que parece que usará Dios para separar a las ovejas de las cabras3, post incendiarios en las redes sociales y las denuncias públicas al que piensa diferente… Todo ello anticipándole de qué se va a morir debido a sus ideas sobre algún aspecto doctrinal.

El uso torcido de las doctrinas bíblicas y la mala comprensión del propósito de la doctrina no han dejado de infligir heridas. Nos herimos. Nos hieren. Herimos. Las usamos como armas, como escudos, como lanzas, como barreras.

Adoctrinando Y los abusos relacionados con la doctrina hieren muy especialmente a los conductores noveles, a los soldados inexpertos, a los bienintencionados defensores del honor de Dios que salen al campo de batalla antes de entender la magnitud de la contienda, a aquellos que tienen poca experiencia, poco recorrido y pocas raíces. Están apenas empezando a afianzarse en la buena tierra y todavía no tienen recursos ni resistencia como para dejarles sin agua fresca y algo de comida durante muchas horas. Además, hay heridas peligrosas, en lugares peligrosos, en momentos peligrosos. Se requiere de un buen entrenamiento para que un ejercicio de fe exigente no cause daños irreparables ante retos de gran envergadura.  [3] Mateo 25:31-46

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Romanos 14 es un serio aviso a navegantes expertos para que no conduzcan sus navíos hacia aguas profundas si llevan marineros noveles a bordo. El grado de presión tolerable o el peso que se puede soportar están directamente relacionados con las pruebas que una fe ha superado ya en su camino. Esto no es una ley definitiva, porque Dios obra como quiere, pero sí es un principio extensamente comprobado en mi recorrido de vida. Es imprescindible que consideremos el peso de las mochilas de nuestros niños cuando van al colegio. Su cuerpo está formándose, fortaleciéndose. El peso aceptable es un reto, un peso inadecuado es un riesgo para la salud. No queremos que lleven una losa que los aplaste. Necesitamos sensibilidad del Espíritu Santo y sabiduría de lo alto. Argumentar siempre, sin excepciones, que quien no soporta la prueba es porque no tenía que pasar el corte es sacudirnos de nuestra responsabilidad como formadores de discípulos de Jesús. Somos padres, somos maestros, somos pastores… o, sencillamente, somos conscientes de la responsabilidad que tenemos. Es suficiente. Basta de excusas, no más justificaciones. Seguir empujando los límites más allá de lo responsable es un desprecio hacia las vidas por las que Jesús dio su vida. La doctrina de Jesús exige un llamado a la responsabilidad. Pide vivir una vida en el Espíritu, una vida sana, sanada en el plano eterno pero que sigue siendo sanada aquí y ahora, tanto por la comprensión de sus propias heridas como por su experiencia de sanidad en base a las heridas de Jesús4. La sana doctrina, sana. ¡Dios, sánanos!  [4] Isaías 53:5; 1 Pedro 2:24

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DOCTRINA (AB)USADA

«Porque enseñan como doctrinas mandamientos de hombres» — Mt 15:9 Todavía no he conocido a nadie que piense que su doctrina es errónea. Pero están todos equivocados.

Esquemas mentales Hace muchos años que clasifico la realidad y, dentro de ella, a las personas que conozco. No recuerdo un momento de mi vida en el que no lo haya hecho. En verdad, no ha existido un solo momento de la vida de ningún ser humano en el que no haya clasificado, tanto a las personas, como los eventos, los sucesos… ¡toda la realidad! La razón para ello es biológica. La realidad es inmensa, pero nuestra capacidad de analizarla, interpretarla y retener conocimiento es limitada. Desde niños, nuestros cerebros aprenden a aplicar esquemas, estructuras cognitivas que clasifican y categorizan todo lo que oímos, vemos, olemos, tocamos, etc. Mediante el uso de esquemas mentales reducimos el volumen de información que tenemos que digerir. De esta manera la cantidad de procesamiento es asumible y simplificamos los recursos neuronales para procesar la información y elaborar nuestras opiniones, teorías, asociaciones, entre otras. No debemos precipitarnos al juzgar como injusto el hecho de categorizar algo o a alguien. Sin estos procesos no podríamos vivir.

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Estos esquemas ayudan a nuestra mente a funcionar en ‘piloto automático’ en multitud de procedimientos y nos enseñan dónde debemos enfocar nuestra atención en cada momento. Sirva de ejemplo el proceso de conocer a una persona nueva. La persona es nueva para ti, pero el acto de conocer a alguien que no conocías es un proceso que has vivido muchas veces. Tu mente tiene estructuras sobre el protocolo, sobre las frases o las preguntas más habituales que se ubican en ese contexto social, sobre los gestos, sobre los tiempos, las formas, etc. No tienes que inventar la situación cada vez que te la encuentras. En tu mente hay esquemas aprendidos con los años que categorizan la realidad llamada ‘conocer a alguien nuevo’. La relevancia de estos esquemas es vital para nuestras vidas, pero también tienen su contrapartida. En ocasiones, podemos leer mal la categoría, equivocarnos aplicando el esquema, la situación puede pertenecer a una categoría distinta a la que hemos previsto, o, incluso, puede formar parte del amplio abanico de posibilidades que aún no hemos esquematizado en nuestras mentes. Estamos en continuo aprendizaje.

Categorías teológicas Cuando nos adentramos en cuestiones de fe, Biblia, doctrina o teología, nos encontrarnos con multitud de categorías y, como para el resto de la realidad, también construimos esquemas. Palabras como anglicano, católico, adventista, evangélico, bautista, pentecostal, reformado, asambleario, presbiteriano, cesacionista, universalista, dispensacionalista, creacionista, premilenialista, unitario, ecuménico, calvinista, liberal o tradicional, entre otras muchas aluden a categorías relacionadas con denominaciones,

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posturas teológicas o posicionamientos doctrinales diversos. Todas ellas llevan implícitas ideas sobre quién es Dios, quién es el ser humano, cómo leer la realidad, cómo interpretar las Escrituras, etc. La rica cultura protestante y evangélica y sus muchas expresiones empujan a categorizar para comprender. Los conocimientos exceden ampliamente nuestras posibilidades. Es una cuestión ejecutiva, práctica, de asunción y aplicación de los conocimientos. Sin embargo, es vital entender que no es lo mismo usar las categorías para aprender, memorizar, interpretar la realidad que para rechazar o estigmatizar a otro o sus ideas.

Las categorías pueden edificar pensamiento, diálogo y relación con Dios y con los demás, pero también pueden usarse para dividir, separar, alejar o juzgar al otro. En mi experiencia con personas cristianas, he aprendido a priorizar una categoría más simple que me ayuda a interpretar a las personas y situarlas en dos grandes grupos. Por un lado, están aquellos que —creen que— están seguros de que su doctrina es absolutamente correcta y, por el otro, aquellos que tienen criterios en cuanto a la doctrina que creen, pero mantienen un grado de prudencia o incluso cierta incertidumbre ante los dogmas asimilados, reconociendo la posibilidad del error humano, exponiéndolos sin temor ante Dios y su Palabra. Esta segunda postura solo es posible para aquellos para quienes la doctrina no es su dios.

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Es común que las personas de este segundo grupo hayan sufrido ya en algún momento de su experiencia de fe una crisis doctrinal que les haya llevado a evolucionar, cambiar, matizar, corregir algún aspecto de lo que creían cierto e incluso seguro hasta ese momento. Habiendo superado esa crisis con mayor o menor sufrimiento o rapidez, esas personas han madurado y ahora saben que lo que creen se corresponde con la luz que han recibido del Espíritu Santo hasta este momento de su vida. Aunque no imaginan cómo su postura doctrinal podría cambiar —han valorado las opciones y la que sostienen, la sostienen porque la consideran verdadera—, en sus esquemas mentales cabe la posibilidad de que haya ángulos ciegos en su conocimiento y su experiencia de Dios. Quizá mañana reciban más luz al respecto. No lo saben, no lo pueden prever ni controlar. Pero sí que saben que ya les ha sucedido antes y tampoco lo esperaban en aquella ocasión, así que no pueden descartar que Dios les guíe a un entendimiento mayor, mejor, más amplio, que descarte, que modifique, que ajuste una vez más. Se saben en proceso, no acabados. Son aprendices, discípulos, no el Maestro.

Perder el control Reconozcámoslo abiertamente: ¡esta segunda postura es sumamente incómoda! Es mucho mejor llegar a un cuerpo sólido de doctrinas y aferrarse a ellas… ¡y que no se muevan de sitio! No tener categorías que clasifiquen parte de la realidad que tenemos en frente nos produce ansiedad, sensación de pérdida de control. Además, nos gusta pensar en nosotros mismos como personas maduras en la fe. Firmes pero flexibles, sólidos en el conocimiento

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pero abiertos al diálogo, pilares doctrinales, asentados, estables, sostenimiento para los que nos rodean. Las personas del primer grupo perciben todo cambio o movimiento de los contenidos de su fe como una amenaza, con temor. A menudo, dicho movimiento las confunde o aturde, porque la verdad inmutable de Dios y Dios mismo no pueden cambiar. Viven en actitud defensiva, proteccionista, absorbiendo cualquier input que reafirme sus dogmas asumidos, la tan necesaria confirmación tendenciosa que nos tranquiliza: otros piensan igual que yo. No comprenden hasta qué punto son volubles como seres humanos. Las personas del primer grupo, los que saben seguro que su doctrina es la doctrina correcta, no suelen ser los otros. Muy a menudo somos nosotros mismos. No debemos pasar por encima de este asunto a la ligera. Nuestra capacidad para construir espacios favorables a nuestros intereses, espacios de comodidad, de control, espacios que procuran reconocimiento, estatus, posición, o incluso un estado de seguridad, o de bienestar… Nuestra capacidad para la supervivencia es enorme. Y esto no requiere mucha planificación, sucede en la medida en la que nuestra vida natural no ha sido invadida por la nueva vida del espíritu de Jesús. El producto de nuestras convicciones doctrinales no es solamente fruto de la acción del Espíritu Santo. Él trabaja con nosotros, con lo que somos hoy. Crea una nueva criatura con un nuevo corazón, pero usa el material de la vieja. Él no desecha y crea de cero, se comprometió a no hacerlo más tras el diluvio1. Él es un alfarero: reforma, restaura, recrea. Esculpe desde la ruptura del ser alejado, desfigurado y perdido que todos hemos sido y, en ocasiones —más de las que yo desearía—, aún puede percibirse en nosotros.  [1] Génesis 8:21

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Y ese ser que fuimos y que todavía tiene influencia en nuestra vida ha sido enseñado por años. Ha crecido en lugares concretos, en una familia concreta, con una cultura concreta, con tradiciones concretas. Todo ese bagaje que conforma nuestra historia personal es ambivalente. Por un lado, podemos estar agradecidos por él y es algo que Dios puede usar y redimir pero, al mismo tiempo, nuestro pasado es material peligroso que a menudo usamos para levantar altares que deshonran a Dios. Son voces que estamos acostumbrados a escuchar, principios asimilados en lo profundo de nuestro ser, doctrinas enraizadas que condicionan la tierra que Jesús quiere sembrar. Casi toda nuestra idolatría se construye en una búsqueda retorcida de las buenas cosas que Dios ha creado para nosotros. Tomamos algo, lo dejamos desprovisto de su significado y del sentido que le dio su Creador y... ¡ya tenemos un nuevo altar frente al que arrodillarnos! Y no son tan raras ni infrecuentes las veces en las que ni nos percibimos a nosotros mismos postrados frente a un algo, un alguien, una idea… un dios que no es Dios.

(Ab)usar Y la doctrina no es un ámbito diferente, no está excluida de nuestra subjetividad, ni ajena a las posibilidades de corrupción de las que somos capaces.

¿Qué es la sana doctrina bíblica sin su propósito de ser la enseñanza que nos guía a ser y vivir como Jesús? Cualquier otro lugar que le demos a la doctrina en nuestra vida, o en nuestra mente, o en la realidad, o en las relaciones

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interpersonales, circula del uso edificante de la enseñanza de Jesús hacia un abuso indigno de los mandamientos de Dios. Entonces se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalem, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. Él respondió y les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por causa de vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra al padre y a la madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga al padre o a la madre: Es Corbán todo aquello con que pudiera ayudarte, de ningún modo tendrá que honrar a su padre. Así habéis invalidado la palabra de Dios por vuestra tradición. Mateo 15:1-6 La etimología de la palabra ‘abusar’ incluye, por un lado, la preposición ‘ab-‘, que expresa las ideas de alejamiento, o de repulsión, así como también la idea de exceso o superación y, por otro lado, la raíz ‘-usare’ que proviene del latín y significa ‘valerse de’, ‘servirse de’. En el levítico encontramos leyes que regulan la pureza ritual, enfocadas a la relación entre Dios y los seres humanos. Moisés entregó al pueblo estas leyes en nombre de Dios. Tenían el valor y el propósito de ayudar al pueblo a conocer a YHVH, y a conocerse a sí mismos y empezar a percibir su incapacidad de salvarse y redimirse a sí mismos. El pueblo podía servirse de ellas para acercarse y relacionarse con su Dios, pero también era capaz de reinterpretar las intenciones de Dios, retorcer las leyes, condicionarlas desde su experiencia o malinterpretarlas desde su ruptura moral.

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Estas leyes afectaban tanto a los sacerdotes que ministraban al pueblo como al propio pueblo ante su acercamiento a la presencia de Dios. Con el desarrollo histórico, cultural y teológico de la Mishná2, numerosos líderes, grupos o sectas fueron aplicando estas reglas, desde otros criterios teológicos, morales o experienciales, desvirtuando la intención de Dios y el espíritu de las leyes, minimizándolas a preceptos comprensibles, controlables y manejables, y autodenominándose custodios de la correcta interpretación de la doctrina de Dios. Con el paso del tiempo, la pretensión de sostener un sistema teológico sólido y la distancia con el corazón y el espíritu de la Torah, muchas de esas normas llegaron a equipararse a los mandamientos de Dios, por proceso de asimilación, por confusión, por enseñanza, por celo inadecuado, por temor, por necesidad de tener el control. Los hombres que aceptaban esa «verdadera doctrina de Dios» ya no se limitaban a la pureza ritual en el contexto para el que Dios había dado el mandamiento, sino que lo aplicaban en su día a día, lavándose las manos antes y después de las comidas, bañándose cada vez que regresaban de un lugar público, o priorizando el voto Corbán o compromiso de ofrendar a Dios antes que honrar a los propios padres en medio de su necesidad. Y afirmaban que lo que hacían era la interpretación correcta de la ley de Dios Habían pulido algunas leyes de Dios. Habían desvelado los misterios de la intención de Dios para su pueblo. Habían ayudado a Dios a perfilar una mejor versión de su voluntad para las personas. Vivían su interpretación de las Escrituras como la aplicación objetiva, única y verdadera de los mandamientos de Dios. Sin ser  [2] Obra exegética y teológica que los rabinos judíos desarrollaron acerca de la ley de Dios.

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conscientes —o quizá también algunos de ellos siendo conscientes— su doctrina estaba invalidando la doctrina de Dios.

El ídolo del control La doctrina ya no servía para conectarse con su Dios, sino que se valían de la doctrina para sus propios propósitos. ¿Qué propósitos tenían?

Siguiendo sus normas y sus tradiciones, los fariseos estipularon su visión de la realidad, adulterando la verdad de Dios. Usaron su posición privilegiada para estandarizar la espiritualidad. Sus rituales de pureza distinguían a los verdaderos hombres santos de los que no lo eran. Solo aquellos que seguían sus normas agradaban a Dios y eran ellos mismos quienes clasificaban a las personas en el plano religioso y, por lo tanto, también en el social. De ellos dependía la aceptación que Dios ofrecía o no a cada persona. En los inicios, probablemente sus intenciones fueron buenas: ayudar, comunicar a Dios, explicarle a otros. Poco tiempo después, sus distinciones fomentaban su propio statu quo frente a los demás, fortaleciendo sus perfiles públicos como autoridades espirituales para el pueblo. Eran los protectores de la verdadera doctrina, vigilantes de la realidad espiritual del pueblo, los vigilantes de la ley de Dios. Eso mantenía a unos en el poder y relegaba a otros al anonimato, a la marginación, al desprecio social, a los últimos asientos de las sinagogas, o incluso a la expulsión de la sinagoga3,

 [3] Juan 9:35, a modo de ejemplo.

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la excomulgación o a la excomunión, es decir, a dejar de formar parte de la verdadera comunidad. Las leyes de Dios fueron abusadas para construir imperios religiosos que proporcionaban el control. Los que estaban en el lado correcto de la santidad ejercían control sobre la vida del pueblo. Eran los que tenían voz y voto, los que podían hablar y debían ser escuchados, administradores de los misterios de Dios, inalcanzables para los demás, solo accesibles para los de su misma clase, la élite espiritual.

Abusos en la iglesia El panorama evangélico actual no se ha librado de tales conductas, intenciones o corrupción. Sigue habiendo multitud de personas y multitud de intereses. Algunos son más evidentes que otros, pero no por ello peores. Doctrinas que proporcionan posiciones de poder, riqueza, estatus social, estatus religioso, fama, importancia, roles de liderazgo… A nivel mundial, podemos observar los extremos de estas prácticas, sostenidas también en pequeñas comunidades invisibles para la luz pública. Teologías que parten de algún aspecto bíblico, más o menos adulterado, y le dan tal preponderancia que todo lo demás u otras partes de las Escrituras quedan totalmente desvirtuadas, para posteriormente usar ese énfasis doctrinal con el fin de producir movimientos, denominaciones o posicionamientos que perjudican la unidad en Cristo, dividen familias, rompen amistades, desacreditan el testimonio de nuestra fe ante los ojos del mundo incrédulo y, como resultado, alejan a multitud de personas de Jesús.

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Iglesias donde la doctrina que se cree, el gobierno de iglesia que se ejerce o la liturgia que se sigue se establece en función de aquellos que tienen el poder adquisitivo para ‘mantener’ o ‘sostener’ la iglesia y que, con mayor o menor grado de manipulación, producen sistemas insanos de comunidad, clanes familiares, control sobre la fe de otros, o expresiones desvirtuadas o desfiguradas del evangelio. Doctrinas levantadas para dividir entre los buenos y los malos, los santos y los pecadores; doctrinas que desvirtúan la vida, desfiguran la belleza del evangelio, confunden la identidad con las obras, deprimen la creatividad, los dones y el llamado, visten con uniformidad y producen en serie en lugar de florecer como fruto del Espíritu.

En el peor de los casos, el abuso consciente de la doctrina como herramienta de control de las personas desvirtúa los propósitos de Dios para la vida. Utiliza la deformación de la verdad para esclavizar a las personas en cárceles religiosas con apariencia de camino hacia la salvación, por lo que los barrotes que retienen de la libertad suelen ser invisibles para la mayoría de los encarcelados. «Créeme, estos muros embrujan, primero los odias, luego te acostumbras y al cabo de un tiempo llegas a depender de ellos, eso es institucionalizarse.»4

El abuso en casa Con la facilidad que tenemos para el mal, los abusos que nos resultan evidentes en el panorama global, nos resultan sumamente  [4] Cita literal del personaje Andy Dufresne en la película «Cadena Perpetua», interpretado por Tim Robbins.

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difíciles de detectar en el ámbito local de nuestras iglesias, y todavía mucho más difícil en el ámbito personal de nuestros corazones. A muchos se les llena la boca denunciando la teología de la prosperidad, pero no alcanzan a ver su falta de generosidad o su bien articulada teología del ahorro o del sentido común, justificantes teológicos para cerrar su mano al prójimo. Otros retuercen la sanidad que las heridas de Jesús traen a nuestras enfermedades hasta el punto de negar toda la teología del sufrimiento, del dolor o de las pruebas y la tentación. Deforman la realidad del mundo que el mismo Jesús sufrió en primera persona y de la que vino a salvarnos. Hacen oídos sordos ante la evidencia todavía presente de la naturaleza caída del ser humano, ya vencida en la cruz, pero aún incordiándonos en nuestro día a día, hasta que la segunda venida de nuestro Señor y su Reino lo resuelvan para siempre.

Muchos critican también el autoritarismo pastoral, los abusos de poder de personas en posiciones de liderazgo, pero ejercen ellos mismos los patrones de control, presión y manipulación que critican en sus propias familias o en sus trabajos, o con sus amigos, o en cualquier pequeño espacio en el que pueden ejercer dominio.

¿Adoctrinadores? ¿Cómo vamos a defender la sana doctrina que no somos capaces de vivir? La sanidad doctrinal no se limita a articular bien sus contenidos, o exponerla con las palabras, tono y orden

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adecuados. Estamos completamente desautorizados para juzgar aquello que nosotros mismos hacemos en otros ámbitos, lugares, espacios.

No distinguir entre lo esencial y lo que no lo es, está llevando a muchos a empujar criterios doctrinales artificiales y extra bíblicos. Está fomentando categorías de pensamiento insanas, está reteniendo el llamado de otros debido a su ortodoxia, o a su exégesis, o a su tradición eclesial o a su ignorancia en este o aquel asunto. La doctrina desvirtuada y abusada está marcando en muchos de nuestros contextos, los caminos por los que los jóvenes sinceros transitan buscando una fe genuina en Jesús. Reproducen conductas, son confundidos por la importancia desmesurada de unos temas frente a otros, reciben mala enseñanza, doctrinas de demonios, tradiciones de hombres. Y a menudo lo aprenden en mi iglesia, y en la tuya, y en nuestras casas. ¡Es tiempo de enfocarse y aprender a vivir en la libertad de Cristo! ¡Dios, libéranos!

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HEREJES

«Los que causan divisiones y tropiezos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido» — Ro. 16:17

Toda la verdad Te propongo un pequeño juego. Démonos la oportunidad de jugar a «Las 1000 verdades de la doctrina bíblica». Está claro que la doctrina bíblica tiene unos contenidos, unas verdades que pueden ser comprendidas, asumidas, compartidas, proclamadas. En nuestro juego, quisiera que imagináramos que el contenido completo de la doctrina cristiana está compuesto por 1000 verdades objetivas, todas ellas verbalizables y susceptibles de ser aprehendidas por cualquier hijo de Dios. No es importante si el número hace justicia a la realidad, solo sirve a un propósito pedagógico. Permíteme a continuación unas preguntas para tu reflexión. Es importante que hagas el esfuerzo de responder a las mismas con sinceridad, arriesgándote a responder lo que realmente piensas, antes de seguir adelante con la lectura del capítulo:  De las 1000 verdades de la doctrina cristiana, ¿cuántas tienes tú correctas?, ¿cúantas has asumido ya ajustadas a lo correcto en contenido y forma?  Si no las tienes todas, ¿todas las que no tienes es porque aún no las has aprendido (todavía queda vida por vivir si Dios lo permite) o también hay algunas que simplemente las

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tienes equivocadas, mal formuladas, mal comprendidas, no asumidas de verdad?  Tu experiencia cristiana previa, ¿te enseña que has estado equivocado o confundido antes en algún aspecto doctrinal, en algo que has creído honestamente y luego has entendido como incorrecto o falso? Quizás un enfoque, un contenido, una forma, una falsedad, una aplicación indebida… ¿algo?  ¿Existe alguna posibilidad, a pesar del trabajo del Espíritu Santo en tu vida y de tu buena intención de creer solo la verdad, de que estés confundido, equivocado, sesgado, condicionado o mal enseñado en algún aspecto doctrinal?  ¿Crees que alguien tiene las 1000 verdades?  ¿Cuántas verdades tiene la persona viva que tiene más verdades?  ¿Cuántas verdades mínimas crees que son necesarias para seguir a Jesús? ¿O para seguir siguiéndole, aunque ya hayan pasado años intentando seguirle?  ¿De qué manera influye la cantidad de verdades que tienes o crees actualmente? ¿Cómo influye en tu integridad o en tu vivir diario?

Fe racional ¿Te has tomado el tiempo de pensar tus respuestas? Quizá sea un planteamiento algo capcioso o condicionado, pero creo que puede servirnos para reflexionar desde un nuevo prisma sobre la doctrina y nuestra relación con ella. Lo cierto es que la doctrina bíblica está formada por contenidos específicos, eso es innegable. También es terreno de común acuerdo que los principios doctrinales se tienen que poder

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verbalizar, comunicar, entender o malentender, interpretar o malinterpretar, asumir, rechazar o aceptar. ¡Los seres humanos podemos relacionarnos con la doctrina bíblica de forma real! Otro asunto es cómo creemos y verbalizamos la doctrina. Ahí empiezan las diferencias entre nosotros. Sin embargo, el hecho de que son unidades comprensibles y comunicables es territorio de comunión interdenominacional. Así lo apoya el hecho de que el cristianismo ha ido desarrollando la doctrina bíblica en largas sesiones de concilios a lo largo de los siglos, o también que ha ido versionando sus catecismos para enseñar a los nuevos creyentes de cada época los fundamentos del cristianismo. También es un hecho asumido por la existencia de la Teología Sistemática, disciplina dentro del campo teológico que trabaja en formular una presentación de la fe racional, ordenada y coherente. A nivel local, en las iglesias, también sostenemos declaraciones doctrinales más o menos extendidas que pretenden ser, al menos, un compendio de lo que creemos, más o menos extendidas. Considera que hay unos contenidos que tu iglesia local ha elegido para enseñar a los nuevos creyentes. Y si no es así, ¿a qué principios elementales de la palabra se refiere el autor de Hebreos cuando habla de la doctrina del arrepentimiento de obras muertas, o de la doctrina de la fe en Dios, o de la doctrina de bautismos, o de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos o del juicio eterno?

¿Calidad o cantidad? Y así llegamos a uno de los puntos más sensibles de nuestra reflexión. Porque está claro que hay una «cantidad» de doctrina,

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unos temas, un volumen de contenidos. Pero es igualmente cierto que también existe una «calidad» de la doctrina, asunto al que estamos prestando menor atención y que, creo firmemente, es fundamental en el desarrollo doctrinal de las personas.

¿Qué sentido tendría una doctrina de Jesús que no fuera posible vivir? ¿Qué tipo de doctrina sería una doctrina que no enseñara nada útil? Tal cosa no existe. Un poco más adelante vamos a fijarnos en las palabras originales que aparecen en los textos del Nuevo Testamento cuando en nuestro idioma español leemos la palabra ‘doctrina’. Por ahora basta con afirmar que, como dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la doctrina es la «enseñanza que se da para instrucción de alguien». Si doctrina es enseñanza, «tener» una doctrina debe traducirse en un aprendizaje específico, en unos contenidos, no teóricos o, al menos, no solo teóricos, sino en unos contenidos de vida, en un estilo de vida, en una forma real de vivir.

No me digas solo en qué crees, enséñame cómo tu vida cree eso que dices. ¿Qué valor tiene afirmar creencias que negamos con nuestra vida, con nuestros hechos, con nuestra manera real de ser, estar y hacer? ¿Qué es lo que realmente creemos al final? ¿Lo que decimos o lo que vivimos? ¿De qué sirve una gran cantidad de doctrina que no califica para aplicarla a mi vida diaria? ¿Qué más da cuántos contenidos doctrinales posees si ellos no te poseen a ti?

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¿Qué poder tiene esa doctrina si solo puede articularse como una declaración formal que no se encarna en tu vida? ¿Qué alcance tuvo para la humanidad la doctrina de Dios antes de que Dios mismo se encarnara en Jesús y qué valor pedagógico y transformador ha tenido la doctrina de Dios cuando hemos podido ver cómo era vivida en la persona de Jesús? La encarnación es la calidad de la doctrina visibilizada en un ser humano. La vida de una persona es el único lugar acreditado para valorar cuál es su doctrina.

Las palabras no son suficientes. Las palabras comunican la información, pero la vida comunica la transformación que verdaderamente se ha producido. «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis, y sigáis conociendo que el Padre está en mí y Yo en el Padre» Juan 10:37-38. ¿Significa esto que la racionalización, comprensión y proclamación de la doctrina en un conjunto de verdades comunicables no tiene importancia? En absoluto. Sin comunicación, sin revelación, no habría vida posible. Sin la doctrina de Dios antes de Jesús, tampoco habríamos comprendido a Jesús. Él completa y da sentido a todo lo expuesto por el Padre a lo largo de los siglos previos a su venida. Él es la palabra final de Dios, la cúspide de la doctrina. Pero la comunicación no es un fin en sí mismo, tiene el propósito de la vida encarnada, de la relación con Dios y con los demás. La

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revelación es comunicación para el propósito de Dios: la restauración del ser humano. Lo que estoy tratando de decir es que no podemos conocer si los contenidos de la doctrina que una persona cree son sanos a menos que observemos si dichos contenidos están sanando su vida. Las verdades que aprendemos en las Escrituras deben encarnarse en nuestra vida, vivificarnos y sanarnos.

No hay cristianismo sin encarnación. No hay Cristo sin encarnación. No hay doctrina cristiana sin vida encarnada. Solo palabras estériles. Sí que existen, por cierto, multitud de doctrinas no cristianas con apariencia de cristianismo. Filosofías y huecas sutilezas, preceptos, religiones, ritos y liturgias, estilos de vida, fes y sistemas de creencias conforme a los rudimentos del mundo y no según Jesús, pero alimentadas de pedacitos bíblicos, maquilladas como bondad de origen celestial o incluso divulgadas como teologías cristianas.

Estudiantes Un buen amigo mío me ha contado muchas veces una anécdota que vivió durante su época de estudiante en el seminario católico en el que se convirtió al evangelio. Es un recuerdo útil, que repite como parte de una enseñanza que no quiere olvidar. Una anécdota que le da perspectiva en su vida de fe y en su reflexión doctrinal. A mí me ha servido también y por eso la comparto con su permiso.

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Cuenta él que en algunos exámenes sobre Teología Propia y sobre la trinidad, el cura que los examinaba les decía que escribieran en el papel todo lo que creyeran saber, y que después bajaran a la capilla a confesarse de todas las herejías y disparates que habían plasmado en el papel. En mi mente y en mi recorrido de fe, esto se traduce en un par de verdades sencillas que me han acompañado ya por años. La primera es que, ante Dios, todos somos estudiantes. Jesús es el Maestro y yo nunca dejaré de ser un aprendiz. Siempre estaré aprendiendo a sus pies. Y no hay nada que Él no pueda hablar. Él es el maestro. Él decide los contenidos y los momentos, el plan de estudios es suyo. Puede seguir preguntándome lo que quiera, examinándome de lo que considere apropiado, enseñándome sobre cosas de las que ya hemos hablado antes, corrigiendo o ampliando materias para mi crecimiento, para mi instrucción, para exhortarme, amonestarme o reorientarme. Yo no soy quién para decirle a la Verdad encarnada cómo enseñarme a ser verdad encarnada. No soy quién para llamarle Señor o Maestro y, acto seguido, impedir que actúe con libertad en mi vida. No permitirle que me lave los pies1 porque no encaja en mis esquemas teológicos, o mis ideas preconcebidas, en mi teología calvinista, o del Pacto, o reformada, o pentecostal. Yo solo soy un estudiante de vida. Estudio la vida. Estudio a Jesús porque es la única forma de vivir. Lo demás no es vida, es discurso, son palabras2.

 [1] Juan 13:6-8  [2] Muy recomendable sobre este punto de ser estudiantes de Jesús, la lectura del «Quinto movimiento» de Una obra de arte original, de Rob Bell, llamado «Polvo».

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¿Por qué iba a ser ninguna de las doctrinas cristianas materia de un solo día? ¿No tengo nada que aprender aún sobre el ser humano, o sobre el pecado, sobre Dios Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, la Iglesia, la salvación, los tiempos finales? ¿En qué momento estará completa en mí cualquiera de las doctrinas? ¿En qué momento cerraré el aprendizaje sobre una materia de enseñanza de Jesús? Todavía resuenan en mi cabeza las palabras de David Burt, uno de los mejores exégetas y comentaristas bíblicos que yo he leído, cuando cierto día me comentaba que creía que a su edad —decía esto cercano a sus 70 años— manejaba con cierta soltura 12 libros de la Biblia… ¡12! ¡Y tiene más de 30 libros publicados, la mayoría de ellos comentarios bíblicos de altísima calidad interpretativa!3 Insisto en esto: ¿por qué dar por zanjado un asunto ante Dios? Como si todo estuviera ya dicho, como si no se pudiera añadir ya nada al respecto, como si a Él se le hubiera agotado la sabiduría o la instrucción para nuestras almas. ¿Qué argumentos solemos esgrimir a menudo cuando alguien reflexiona sobre la doctrina bíblica? Decimos cosas como: «no se puede añadir ni una jota ni una tilde»; o «cuidado con quitar alguna de las palabras de este libro de profecía». Bien, ni tú ni yo somos la revelación ni la Biblia. A la revelación de Dios no podemos añadirle ni quitarle, pero eso no significa que tú y yo no tengamos espacio de ensayo, de aprendizaje, tiempo para creer cosas equivocadas, madurar, crecer. Si no tenemos

 [3] Si no has leído a Burt, te recomiendo encarecidamente sus comentarios bíblicos a los libros de Rut, Jonás, Hebreos o Efesios.

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margen para aprender, entonces no hay aprendizaje real posible tampoco para la verdad. Y respecto a la mentira… ¿es acaso lo que quiere alguno de los hijos de Dios? ¿Quién quiere creer algo equivocado? No estoy hablando ahora de los malintencionados, opositores, apóstatas; y no podemos jamás descuidarnos, abundan los falsos maestros. Hablo de los hijos de Dios, de sus discípulos. En los mismos apóstoles del Señor vemos desarrollo de su comprensión doctrinal. Caminan con Jesús, pero no tienen claro quién está con él o contra él, piden fuego del cielo que consuma a los samaritanos que no reciben a Jesús, no entienden las parábolas, sacan espadas contra los que vienen a apresar al Maestro… La misma Biblia expresa entre líneas los matices del desarrollo doctrinal de los autores humanos que la escribieron. Los muchos textos de Pablo nos permiten ver el avance en su pensamiento y su crecimiento doctrinal con los años. Además, hay que tener en cuenta segunda aplicación de la anécdota que te he compartido antes. Además de estudiantes, somos unos:

Herejes La segunda verdad que me ha quedado grabada durante años es que todos somos herejes. Todos sin excepción. Todos y cada uno de nosotros creemos lo que creemos, y lo que creemos no es una expresión fiel y ajustada exclusivamente a las Escrituras. Tampoco creemos solo lo que decimos. Creemos cosas que callamos. Incluso no creemos cosas que sí decimos o, por decirlo de una forma menos ofensiva, no estamos tan seguros como

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parece de algunas cosas que decimos. Tampoco creemos todo lo que dice o cree nuestro pastor o todo lo que está recogido en la declaración doctrinal de nuestra iglesia local. Y a propósito de las declaraciones doctrinales de las iglesias, ¿acaso son todas iguales? En absoluto. No todos sostenemos la misma doctrina. No todos somos calvinistas, ni todos creemos en el bautismo del Espíritu Santo de la misma manera. No todos somos dispensacionalistas, o cesacionistas, ni todos afirmamos la depravación total, la predestinación o la posibilidad de perder la salvación. Hay multitud de diferencias entre nuestras convicciones doctrinales. En cuanto hablamos de estos temas, solemos decir que existen muchos matices en doctrinas no primarias, sino secundarias. Eso nos ayuda a convivir con nuestras diferencias. Otros las llaman doctrinas esenciales y doctrinas complementarias. En cualquier caso, no encontramos esa diferencia en las Escrituras tampoco. No es que no tenga importancia esa separación entre doctrinas fundamentales y otras menos fundamentales. Claro que la tiene. Hemos llegado a ello en el consenso de la historia de nuestra reflexión conjunta. Solo digo que no es una diferencia que haya escrito Dios en la Biblia para nuestra mejor convivencia. Precisamente esa reflexión bíblica es el corazón de lo que estoy argumentando. Hemos llegado hasta aquí por la gracia de Dios, la obra del Espíritu Santo guiándonos a través de las Escrituras y la valentía de pensar todos juntos con honestidad sobre Dios, la fe, el evangelio y cada aspecto registrado en las Escrituras: la misión de Dios, su voluntad, su revelación, su persona… Y no todos los pensamientos han sido correctos, pero todos han formado parte

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del proceso. Y seguimos teniendo pensamientos equivocados, aún no hemos llegado al final del proceso. Algunos de los postulados teológicos que los admirados padres de la iglesia escribían y enseñaban, son consideradas herejías primarias hoy en día. Pero no les condenamos al infierno por ello. Mucha de la enseñanza que hemos asentado en el presente, la hemos reflexionado motivados por otros pensamientos que hemos acabado tildando como heréticos. Es decir, al menos la mayoría de los creyentes o una mayoría suficiente, o el liderazgo de un momento particular ha acordado lo que es ortodoxo —que no significa otra cosa que lo aceptado por la mayoría—. Es importante recordar aquí que la mayoría no es un contrato con garantía de éxito. Si hubiera sido por la mayoría, el pueblo de Dios se hubiera vuelto a Egipto al par de meses de circular por el desierto. Tenemos excelentes libros sobre la historia del desarrollo de las doctrinas cristianas4. No siempre fueron como son hoy. Ni mañana tampoco serán como son hoy. Esa visión romántica de haber llegado a la plenitud de la comprensión doctrinal es orgullo teológico y arrogancia de la peor clase. Arrogancia cristiana… ¡menudo oxímoron!

Esa visión romántica de haber llegado a la plenitud de la comprensión doctrinal es orgullo teológico y arrogancia de la peor clase. Si nuestra reflexión teológica debe amputar la honestidad de nuestras mentes, entonces no hay reflexión genuina. Y si no

 [4] A destacar aquí los dos volúmenes de Reinhold Seeberg, Manual de historia de las doctrinas.

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puedes abrir tu mente a Dios con sinceridad y sin censura, ¿qué mente esperas que sea transformada por Dios? Ahora bien, la honestidad no es Dios. La honestidad no es ni la verdad, ni una garantía de alcanzarla. Se puede ser honestamente hereje. Pero Dios puede hacer algo con un corazón honesto, humilde, sencillo, que le busca. Con el fingimiento, con la ocultación, con la pretensión, con la arrogancia, con la altivez, poco hará. Le desagradan.

Se puede ser honestamente hereje. Pero Dios puede hacer algo con un corazón honesto, humilde, sencillo, que le busca. Él ha venido a buscar al enfermo doctrinal, no a los sanos y ortodoxos. Por eso, entendernos como herejes en proceso de sanidad doctrinal será siempre una visión restauradora, misericordiosa y humilde que nos ayudará a buscar a Dios y seguir adelante a pesar de nuestras herejías.

Adoctrinamiento Siendo sincero: ¿acaso no creo que yo sí tengo el punto de equilibrio y comprensión doctrinal apropiado? Pues tanto como tú, o quizá más: ¡Ay, mi arrogancia! Me declaro enfermo ante Dios. Y cada cristiano que se toma con responsabilidad las Escrituras también debería, eso pienso. Estamos en tratamiento, en terapia doctrinal. ¡Los más grandes teólogos también! Una lectura detallada de varios libros de Teología Sistemática devela cómo cada autor

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enfatiza, acentúa o define conceptos teológicos o textos bíblicos de manera distinta al teólogo vecino. ¿Quién estará en lo cierto? No hay que volverse locos con este asunto. Esto no es más que afirmar nuestra condición incapaz, caída y humana frente a la revelación de Dios. El pueblo que vio la mano de Dios sacándoles de Egipto, sus plagas y el mar abierto, levantó un becerro de oro 90 días después. Pero no estaban cambiando de Dios ni cambiando sus lealtades, llamaron YHVH a aquel becerro. Pensaron que aquel becerro era YHVH, el dios que los había sacado de Egipto. Su doctrina respecto a la Teología Propia era un profundo desastre. ¡No es de extrañar que el primer mandamiento llegara a la redacción que leemos en Éxodo o Deuteronomio! El mismo Dios, en profecía a Isaías nos lo expresa de la siguiente manera: «¿A quién me compararéis, para que me asemeje? Dice el Santo». Isaías 40:25 Esto no nos deja en territorio inseguro, en un mar de incertidumbre insoportable. Nos deja en el lugar correcto: Él es Dios y nosotros no. El Dios infinito que estamos empezando a conocer no son arenas movedizas que atentan contra nuestra posibilidad de conocerle, sino la persona con mayor riqueza interior del universo, el Infinito. Revelado pero infinito. Siempre fue así, y el consenso de la iglesia por medio de la obra del Espíritu Santo siempre ha guiado nuestros pasos, como Cuerpo y como individuos. Su grandeza no ha sido impedimento para enseñarnos, salvarnos, redimirnos. Su grandeza es lo que lo permite.

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Nuestras mentes finitas no pueden abarcar al Dios infinito. Y la doctrina sobre ese Dios, si bien no es infinita y ha sido revelada por Dios para ser conocida por nosotros, no es un cuerpo muerto e inmóvil de pensamientos sobre la divinidad, es Palabra viva que puede ser creída, que transforma nuestras mentes y nos lleva a vivir la vida de Jesús. Dejemos de tratar la doctrina cristiana con la vulgaridad de expertos en la materia. Rebosan de sana doctrina los que rebosan de la vida de Jesús. ¡Dios, renueva nuestras mentes y nuestras vidas!

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SAÑA DOCTRINA «Siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis antepasados» — Ga. 1:14

En 2014 asistí al European Leadership Forum, uno de los congresos de liderazgo más importantes de Europa. Aquel año, uno de los ponentes en los talleres era Wayne Grudem, autor muy conocido, sobre todo por su Teología Sistemática, un volumen muy divulgado sobre doctrina que se encuentra en las bibliotecas de todos los seminarios bíblicos. A finales del año anterior, el comentarista bíblico John MacArthur había lanzado una publicación muy controvertida titulada Strange Fire. Ya en los años 90, MacArthur había publicado un texto muy crítico con el mundo carismático. En esta ocasión, con la publicación de Strange Fire, el revuelo fue enorme y se escribieron decenas de artículos posicionándose en todos los lugares del espectro teológico y doctrinal, además de algún libro en respuesta1. Al finalizar su taller, que versaba sobre nuestra relación con el Espíritu Santo, uno de los asistentes preguntó a Grudem sobre su opinión acerca del libro de MacArthur, en calidad de experto en doctrina sistemática. El ambiente cambió de un segundo para el otro. Ahora se respiraba tirantez. Grudem omitió elegantemente la pregunta y hubo otras participaciones, pero el mismo asistente insistió con gran vehemencia, generando un clima de tensión mucho mayor.  [1] Pouring holy water in strange fire de Frank Viola, es quizá uno de los más destacados.

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Se notaba que algunos querían que Grudem respondiera y que otros consideraban que la persona que preguntaba estaba siendo descortés, en contenido y en forma, y que intentaba imponerse y conseguir su respuesta. Parecía incluso que buscaba una respuesta concreta, algo que quería escuchar y hacer escuchar al resto en boca de una autoridad en la materia. Tras meditar unos segundos, Grudem respondió con mucha calma, pero afrontando la dificultad de la pregunta. Su respuesta me pareció brillante. A la mayoría no les dejó satisfechos. Por otro lado, nada que pudiera decir iba a satisfacer a todos. Lo que no volvimos a tener durante el resto del taller fue el maravilloso y sosegado ambiente que habíamos tenido antes del turno de preguntas. Mientras salíamos de la sala, las conversaciones giraban en torno a John MacArthur y su inmoderación, o su necesaria voz ante los excesos carismáticos. Otros hablaban sobre la sensibilidad de Grudem respondiendo al asistente, o su falta de compromiso al responder sin contundencia, o sobre la terquedad del asistente que se había negado a aceptar que Grudem no respondiera en primer término, o sobre su valentía afrontando el tema de las desviaciones doctrinales a pesar de la resistencia de parte de los allí congregados. Al finalizar el tiempo del taller nadie hablaba de lo que Grudem había expuesto durante 45 minutos. Nadie hablaba de lo que había aprendido, de las dudas que le habían surgido, de los textos que se habían meditado. Nadie hablaba del Espíritu Santo ni de su relación con Él.

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Polarización Tengo la sensación de que durante los últimos años estamos recuperando una fea costumbre que había quedado algo atenuada. Durante los años 70, 80 y 90, las discusiones doctrinales fueron intensas en España. No vamos a decir que la siguiente década no hubiera tensión, pero fueron sin duda años más dialogantes, más constructivos, en los que se tiraron algunas barreras del pasado y se hicieron esfuerzos por adornar la unidad que Jesús ganó en la cruz para sus discípulos, oración del corazón del Maestro en Juan 17. Esta última década, de forma global pero también en el contexto evangélico español, se han vuelto a levantar más voces que plantean sus posicionamientos doctrinales de forma beligerante, promoviendo un posicionamiento polarizado en todos aquellos que prestan su oído y se suman. O se está a favor o se está en contra, pero hay que mostrarse públicamente y con vehemencia. Vuelve a haber tensión en el ambiente. «Maestro, hemos visto a uno echando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, pues no andaba con nosotros. Pero Jesús dijo…» Marcos 9:38-39 Esta tensión no es un privilegio que solo podemos disfrutar los evangélicos. Se intuye en el ámbito político, en el ámbito social y se ve amplificado en las redes sociales. Los intercambios no buscan el enriquecimiento, ni el propio ni el del otro. La reflexión se penaliza tan pronto se adentra más allá de los titulares comúnmente aceptados. Se busca vencer y derribar. Se busca tener la razón, reforzar el pensamiento propio2.  [2] Una vez más, el principio de confirmación tendenciosa. Muy interesante al respecto, los incipientes estudios de la red social Twitter que muestran cómo solo seguimos a pensadores o teólogos que refuercen nuestras posiciones ya adquiridas, y no seguimos a quienes se oponen.

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En el ámbito bíblico y doctrinal de la defensa de la verdad, se escucha con cierta frecuencia la equiparación de los voceros de la verdad a profetas veterotestamentarios que arriesgaban su vida por la verdad. Se atribuye a la defensa de determinadas doctrinas ese espíritu combativo de los que levantaban la voz frente a una mayoría idólatra, ignorante, alejada de Dios, mal guiada por reyes malos. El lenguaje sin sal y sin gracia, la tensión sin gentileza, la falta de sensibilidad hacia la obra de Dios en el otro, el desprecio por el oponente… Todo se justifica como una defensa de las Escrituras o de Dios, o del nombre de Dios, o de la verdad. No se considera que de estas cosas también habla la Biblia de forma clara. Pocas actitudes me parecen más ingenuas que la pretensión de, nada más y nada menos, ¡defender a Dios!

Nuestro Dios sabe defenderse y nadie tiene el derecho de definir sus estrategias para avanzar su reino. De hecho, a lo largo de las Escrituras, Dios elige no defenderse con los medios con los que las personas solemos defendernos. No ataca, no ofende, no agrede, no insulta, no desprestigia3. Él no teme ser agraviado, tampoco teme la reflexión honesta, no teme los argumentos o el diálogo, no teme la herejía, no teme a sus adversarios. El noble arte de la Apologética que busca acercar a las personas a Dios está viéndose enturbiado por los hooligans de la doctrina y los defensores del honor agraviado del Dios, que  [3] Es importante aquí mencionar las excepciones bíblicas del Antiguo Testamento en las que existe una confrontación clara entre Dios y su profeta, frente a otro dios y su pueblo o sus profetas, sea en el ámbito interno del pueblo de Dios o en guerras con otros pueblos.

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escogió libremente el agravio de la cruz como medio de salvación de los agraviadores. Dios sabe cómo tratar al opositor, al desagradable, al equivocado e incluso al malintencionado. Los trata a todos con gracia, con amor y con verdad. Y sí, eso puede incluir callarles la boca por amor, o dejarles ciegos unos días. Lo que Dios considere. Pero lo que considere Él, no nosotros.

La caza de brujas El gran problema de la recurrente caza de brujas doctrinal es que, en lugar de estimular el fruto del Espíritu, frecuentemente estimula las obras de la carne4. Nace de orgullo, de arrogancia, de pretensiones, de inseguridades. No es una misión que Dios esté encomendando a nadie. No necesitamos ningún departamento de verificación y validación de la doctrina. No necesitamos prefectos de la congregación para la doctrina de la fe evangélica. La principal misión relacionada con la doctrina está encomendada a todos los hijos de Dios, no a una elite de ellos: «Estad siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón acerca de la esperanza que hay en vosotros, pero con mansedumbre…» 1 Pedro 3:15-16 La verdad orgullosa no transforma nada ni a nadie, por no decir que no existe tal cosa como una verdad orgullosa. El orgullo es falsedad, es una expresión del falso ser humano, espejo roto de la creación original de Dios.  [4] Gálatas 5:16-26

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La tensión doctrinal no guía a nadie hacia Jesús. Nadie resulta más parecido a Jesús después de pelear, aunque sea por un tema que es importante. Y parecerse a Jesús es la única transformación trascendente por la que vale la pena vivir y morir; pero con sus reglas, no con las nuestras. Los fines de Dios, pero también los medios de Dios. De la persecución doctrinal no florece amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre o dominio propio. Sí suele ir, sin embargo, acompañada de tensiones, impurezas, hostilidades, contiendas, divisiones… ¿No aplica Gálatas 5 en el contexto del debate teológico y doctrinal? ¿Por qué querría alguien ensañarse con sus hermanos equivocados o desviados doctrinalmente? ¿No es más útil enseñar que ensañarse? Se requiere un espíritu manso que confía en la obra que Dios ha empezado en cada uno y que, sabiendo que puede participar en ella como un medio de bendición, lo hace por los medios del reino de Dios, no sacando la espada cuando Jesús va a ser apresado… ¡Como si a Jesús pudiera apresarlo alguien si él quisiera evitarlo! La doctrina más dañina para el cristiano no es la doctrina mal comprendida, mal enseñada, mal transmitida. Esa es peligrosa, y hay que refutarla con la verdad. Pero no solo con la verdad teórica, sino con la verdad encarnada, una vida verdadera, no solo una proclamación correcta. Si de verdad confiáramos en el Espíritu Santo, y fuéramos honestos con nuestros procesos de crecimiento, juzgaríamos menos la

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paja doctrinal del otro y nos ocuparíamos de la viga doctrinal en nuestro ojo. La doctrina más dañina es la doctrina muerta, ideas acerca de Dios en mentes no transformadas por Dios. La doctrina que se ensaña contra el que no la comparte o contra el que piensa diferente es producto de una mente no transformada, una mente que busca tener la razón, es decir, no ser transformada, sino reforzar su estado actual5.

Jesús no tenía la razón, vivía la verdad; y nada es más razonable que la verdad. No solía adoctrinar en el sentido teológico, sino que enseñaba con sus palabras y su vida. Lanzaba preguntas, más o menos incisivas, para ayudar a la gente a reflexionar, a cuestionarse su pensamiento, a reaccionar, a corregirse, a buscar a Dios con integridad. Su actitud siempre era la de tender puentes, la de acercarse, la de buscar al perdido.

La sana doctrina busca la salvación del perdido, no su condenación o la refutación de sus errores doctrinales. El cambio en el corazón irá conquistando cada rincón de la mente a medida que las personas cedamos al Espíritu el lugar que le corresponde en nuestra vida. Creer la verdad es solo un paso que debe provocar vivir la verdad.

 [5] Romanos 12:1-3

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Jesús no se apartaba de los pecadores, como algunos hacen con los desviados doctrinales. La doctrina que debería escandalizarnos es la de aquel que, llamándose hermano, vive desordenadamente, porque la enseñanza que proclama no es vivida. «Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre del Señor Jesús, el Mesías, que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente, y no según la enseñanza que recibieron de nosotros». 2 Tes. 3:6

Escondido bajo la doctrina La doctrina cristiana es un manto bajo el que escondemos muchos de nuestros problemas e inseguridades como seres humanos. Venimos al Señor, descubrimos el sabor a verdad y provoca reacciones encontradas en nosotros. Nunca antes habíamos probado algo así, nos impresiona, nos intimida. Pero, a la vez, no es simplemente el mejor sabor que hemos probado hasta la fecha, ¡es el descubrimiento del sentido del verdadero sabor! Sentimos por primera vez el aroma de algo que es genuino, que trasciende el sinsentido de este mundo y nuestra incapacidad ante la vida y la muerte. Empezamos a vivir para Jesús y nos centramos en los contenidos de la doctrina porque queremos tenerlo ya, alcanzarlo, comprenderlo. Nos adentramos en la doctrina sistemática porque nos ofrece la ilusión de control, de abarcarlo todo. Nos acomodamos a una idea artificial sobre la doctrina en lugar de centrarnos en la vida fruto de la doctrina sana que solo se aprende siguiendo a Jesús. Sin mala intención, elegimos la letra de la ley como medio para alcanzarlo, para sentirnos seguros. Preguntamos al Maestro qué

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hacer para heredar la vida eterna… porque queremos alcanzarla, y porque el Espíritu es un viento incontrolable, es territorio salvaje, y produce incluso ansiedad al ser humano, cuyas largas raíces internas desean conseguirlo por sus medios, por méritos, ganárselo a pulso. Esos somos tú y yo6. La verdad de Dios deja al descubierto todo. Y el proceso de asumir nuestra desnudez y nuestra bancarrota es un proceso lento. Al estar expuestos, no nos sentimos cómodos ni siquiera con Dios. Nos escondemos cuando Él pasea por el jardín buscándonos y llamándonos por nuestro nombre. Pasa algo de tiempo hasta que vamos entendiendo que, no es que nuestra desnudez sea bella y por eso Dios nos busca, sino que Dios nos ama tal como somos a pesar de nuestra desnudez desfigurada7. Conocemos a Dios en medio de experiencias traumáticas en las que la razón nos dice que Dios debería rechazarnos, no somos dignos. Sin embargo, vemos que Él no nos rechaza y que nos abraza aun con más fuerza, nos ama con el mayor sacrificio, se niega en la cruz por nosotros. Llega un momento en el que el foco se aleja de nuestra desnudez para empezar a iluminar su gloria, su belleza, su grandeza, su hermosura.

Llega un momento en el que tener razón es basura. Todo es una bendita pérdida en comparación con el conocimiento de Jesús el Mesías8.

 [6] El primer libro que empezó a arrojar luz sobre mis profundidades fue En el nombre de Jesús, de Henri J. M. Nouwen. Sus escritos han influido notablemente en mi visión del ser humano.  [7] Tesis de las cuatro rupturas de Francis Schaeffer en Génesis en el tiempo y el espacio.  [8] Filipenses 3:4-14

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Como seres humanos necesitamos llegar a experimentar cómo nuestros pequeños ídolos, las cosas que consideramos como ganancia, aquello en lo que tenemos esperanza, falla. Son dioses que fallan9. Todos los contenidos de tu mente sin Cristo, te fallarán. La necesidad de sentir que uno está en la verdad es emocional. Es subjetiva. La seguridad de la salvación no descansa sobre mi convicción de ella. No depende de mí. Las emociones son el motor para la vida. Las Escrituras nos enseñan a decidir en qué y cómo pensar10. No podemos controlar nuestras emociones, pero sí debemos trabajar sobre nuestro pensamiento y, de ahí, nutrir nuestras emociones. Edificar la mente de Cristo en nosotros, para ser invadidos también por sus emociones. La seguridad absoluta de manejar una doctrina correcta es irracional porque está vinculada a nuestros temores, a nuestra inseguridad, a incertidumbres trascendentes con las que tenemos que aprender a vivir. La rigidez con la que nos postulamos frente a otros en temas de doctrina es, a menudo, una proyección del grado de ansiedad interna que nos produce no saber determinadas cosas. Me refiero a no saber con total seguridad. Intuimos, suponemos, pero no conocemos por el método científico, otro ídolo más. La tensión que genera en nosotros la incertidumbre, a menudo sale hacia fuera, como un géiser, llevándose por delante a  [9] Sobre la idolatría de nuestras almas recomiendo la lectura de Dioses que fallan, de Timothy Keller.  [10] Por ejemplo, Josué 1:8, Filipenses 2:3, 4:8 o Romanos 12:3

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cualquier incauto que se atreva a expresar sus dudas, atropellando a los que se desnudan con mayor facilidad ante otros, o a los que expresan sus temores de formas amenazantes para mí. Los jóvenes, si tienen el espacio apropiado o el grado de confianza suficiente, son esos incautos, honestos, sinceros, que suelen expresar por sus bocas lo que piensan con sus mentes, sin algunos de los bonitos filtros que los adultos hemos aprendido a poner a nuestras palabras.

(A)doctrinar Por amor a Cristo y por amor a los jóvenes que siguen nuestros pasos, ha llegado el tiempo de renunciar a la saña doctrina. Es tiempo de renunciar al juicio, a la condenación, para tener el espíritu de valentía necesario para callarnos ante nuestros miedos y conducirlos ante Dios. Es tiempo de tener la valentía de confiar en la obra de Dios en las personas que nos rodean sin intentar controlarla o manejar sus tiempos, el currículum o incluso los ejercicios espirituales convenientes. Ha llegado el tiempo de empezar a enseñar vidas establecidas en la seguridad que es Jesús, nuestra roca. No podemos seguir levantando nuestras torres de Babel doctrinales porque igualmente seremos esparcidos y nuestros nombres no serán recordados. Nuestras torres no llegarán al cielo. No nos nombrarán con un nombre eterno. No nos proporcionarán ninguna seguridad duradera, ni frente a Dios ni frente a los demás.

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No acallarán nuestros temores ni resolverán nuestra incertidumbre. La doctrina es el dios de algunos cristianos y con su empeño de batallar por la doctrina con las herramientas del mundo, conducen a los jóvenes por sendas equivocadas. Nuestros jóvenes necesitan ver vidas enseñadas por Jesús, es decir, imitadores de Jesús que persiguen la salvación del mundo, con el contenido y la forma de Jesús. Los fines de Jesús, con los medios de Jesús.

Los jóvenes necesitan hombres y mujeres que renuncian al ídolo del control de la verdad que, esencialmente, es la utopía de procurar mantener domesticado a Dios. Él es la Verdad. No podemos controlarle como si fuera una reliquia de museo, una antigüedad valiosa que proteger, una idea indefensa y angustiada a merced de los engañadores, filósofos y falsos maestros del momento. Dios es suficiente para revelarse a las personas, a las vidas. Dios es Dios. No teme. Nosotros debemos temer. Nosotros debemos soltar la pretensión del control, la intención de ser los maestros, la ansiedad por alcanzar nuestra salvación, nuestra arrogancia de ser dioses.

Los jóvenes necesitan hombres y mujeres reales, vulnerables, firmes en sus creencias y vivencias, estudiantes en proceso, quizá en un curso avanzado, pero en proceso al fin y al cabo.

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Necesitan herejes perdidos y alcanzados cuyo avance doctrinal se aprende en la calidad de sus palabras y de su vida, no en la cantidad y rigidez de sus palabras. Los jóvenes anhelan ver a Jesús, pero nosotros se lo escondemos detrás de nuestras versiones descafeinadas de expertos en doctrina. La solución no es adoctrinar los contenidos. El único remedio para nuestros jóvenes es enseñar, es decir, que se vea a Jesús en nuestras vidas. ¡Qué Dios destruya nuestras falsas seguridades para que le veamos a Él!

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DOCTRINA EN CAMINO «Somos una carta de Cristo escrita con el Espíritu» — 2 Co. 3:3

Didaskalía, didajé y parádosis La palabra doctrina es definida en el diccionario de una forma bastante sencilla en comparación con la complejidad que implica como tema. La definición reza así: «Enseñanza que se da para instrucción de alguien». Pero, ¿es ese el sentido de la palabra en el texto bíblico? Doctrina no es un término exclusivo del cristianismo, sino que tiene aplicación también en otros ámbitos, tales como la jurisprudencia, la política, la sociología o la pedagogía. Cuando investigamos el término en el Nuevo Testamento, encontramos tres palabras en griego koiné que copan el grueso de menciones a la palabra que frecuentemente es traducida en las versiones españolas como ‘doctrina’. Dos de ellas pertenecen al mismo campo semántico. Ambas comparten la raíz con el verbo διδασκω (didasko), que significa ‘enseñar’. Son las palabras διδασκαλἱα y διδαχή —trasliteradas como didaskalía y didajé—. Ambas tienen significados y usos muy similares, en ocasiones incluso intercambiables, hasta tal punto que el diccionario Strong de terminología bíblica, en su idioma original, describe las mismas variantes para traducir ambas

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palabras. Esencialmente significan ‘aquello que es enseñado’, ‘enseñanza’, ‘instrucción’ o ‘doctrina’. Estas dos palabras aparecen más de 50 veces en los textos neotestamentarios. El número exacto varía en función de 2 o 3 apariciones de variantes de estas palabras. Además, contamos con 13 apariciones añadidas de otra palabra imprescindible para analizar el concepto bíblico de ‘doctrina’. Esa tercera palabra es παράδοσις —parádosis—, frecuentemente traducida en las versiones españolas como ‘tradición’, pero siempre referida al conjunto de enseñanzas sobre Dios heredado de las generaciones anteriores. Strong traduce la palabra como ‘transmisión de la ley judía tradicional’. Esta enseñanza tiene un peso histórico, ya que ha conseguido circular a través del tiempo hasta llegar a sus oyentes. Eso le confiere, por un lado, un valor de consenso, dado que significa que las personas se han puesto de acuerdo aceptando ese contenido como enseñanza verdadera originada en Dios. En otras palabras, es una enseñanza ortodoxa. Por otro lado, la ‘tradición’ tiene también un valor evolutivo y acumulativo, puesto que no se trata de que las personas de un determinado momento histórico se hayan puesto de acuerdo, sino que generación tras generación se ha considerado útil y verdadera esa enseñanza hasta llegar a nosotros. Eso no significa que dicha enseñanza, manteniendo la esencia de su contenido, no haya sido traducida y adaptada generación tras generación para ser comunicada de una forma pertinente al lenguaje y a la cultura de cada momento y lugar. Este recorrido histórico implica también la supervivencia de esa ‘tradición’ a

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diferentes idiomas y personas de trasfondos diversos y culturas diferentes. Un error común que cometemos al tratar doctrinas recibidas por la tradición —en nuestro caso la tradición evangélica, bautista, reformada, pentecostal, luterana, etc.— es la de visualizar dicha doctrina como una imagen fija, como una fotografía que debemos conservar, en lugar de entenderla como una película, haciendo justicia a su historia, llena de fotogramas, que ha evolucionado reverberando su vida, su plasticidad, la validez de su enseñanza ante cientos de retos y situaciones, para miles de personas diversas en épocas diferentes. Entendiendo la enseñanza de esa manera viva y adaptable, comprenderemos mejor también nuestra responsabilidad de: «Retén el modelo —hupotupôsis— de las sanas palabras que oíste de mí, con la fe y el amor que hay en Jesús el Mesías. Guarda el buen depósito por medio del Espíritu Santo que vive en nosotros». 2 Ti. 1:14-15 Nuestra labor no consiste en adquirir un bien y almacenarlo en un lugar seguro, donde no corra riesgos, donde no se toque, ni se use, ni sirva1. La enseñanza de Jesús ha sobrevivido en la vida de las personas reales, en medio de la misión, como luz en las tinieblas más oscuras, encarnándose en discípulos reales en misión de Dios. La doctrina de Jesús es un don que no debe ser enterrado, ocultado o guardado en una caja fuerte para protegerla de la corrupción. La doctrina de Jesús es precisamente aquello que debe mezclarse con la corrupción para sanarla y restaurar la creación original.  [1] La parábola de los talentos en Mateo 25:14-30 o de las minas en Lucas 19:11-27

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Resumiendo este primer punto, concluimos que cada vez que leemos en la Biblia versículos que contienen estas tres palabras, en frases como «la doctrina de los apóstoles», «conocer si la doctrina es de Dios o de los hombres» o de «no ser llevados por doctrinas diversas y extrañas», por poner algunos ejemplos, podemos intercambiar la palabra ‘doctrina’ por la palabra ‘enseñanza’ y el valor semántico en el momento histórico de la redacción de los textos es exactamente el mismo. Eso abre un poco nuestra lectura y comprensión del significado de ‘doctrina’ para los lectores originales.

La doctrina en personas En la mente de los primeros cristianos, la «doctrina de los apóstoles» no tenía el sentido de «conjunto cerrado o completo de conocimientos sobre Dios», sino una forma mucho más sencilla: era aquello que los apóstoles habían recibido de Jesús, vivían y enseñaban. La sistematización de la doctrina cristiana estaba en la página uno de su desarrollo, así que no había posibilidad real de interpretarla de esa manera hermética. Sin embargo, también desde el principio se entendió que no toda doctrina era válida, sino la de los apóstoles. El criterio de autoridad doctrinal residía en personas.

Aquellos primeros cristianos aceptaban enseñanza autorizada por las vidas autorizadas por Jesús para ello. Los que habían seguido al Maestro en vida y caminaban como Él porque la vida de Él estaba en ellos, estos eran los que marcaban

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la tendencia de la enseñanza legítima y, por tanto, de la no legítima también. Todo aquel que transmitiera a Jesús tenía que ajustarse a los criterios apostólicos. Aquel que no tenía el Espíritu de los apóstoles, no podía ministrarlo ni enseñarlo, no podía transmitir la verdadera enseñanza de la vida y para la vida. Para nosotros hoy, esto no quiere decir que la enseñanza que recibimos no pueda estar configurada en palabras diferentes, formatos diferentes u órdenes diversos. Seguimos teniendo graves problemas confundiendo la forma y el fondo, el contenido y el continente. Aunque cambiemos el orden de los factores, el producto deberá ser siempre la vida de Jesús transmitiendo la enseñanza de Jesús, de palabra y de hecho.

El mejor filtro para detectar la falsa doctrina es, por lo tanto, una vida que no es la de Jesús, aunque las palabras o los dichos suenen parecidos. ¿Cuántas veces nos fijamos en la vida de la persona para preguntarnos si su doctrina es fiable? ¿Por qué nos agita tanto cuando olemos a falsa doctrina en un discurso teológico a la vez que pasa tan desapercibida la falsa doctrina encarnada en vidas mediocres que no representan al Maestro de Galilea y manchan su testimonio ante el mundo? No podemos olvidar que la falsificación es una imitación de aquello que es verdadero. Puede ser más burda o más fina, pero nunca es verdadera. La falsa doctrina más peligrosa jamás será escandalosa, ni llamativa. Su perfil público no será obsceno y no chirriará a oídos de la mayoría. Su apariencia será de piedad,

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como imitación que es del movimiento espiritual de Dios en el mundo. Sus razones sonarán santas y sus argumentos parecerán lógicos e incluso bíblicos. El sonido de las palabras cubrirá bien el expediente ante el gran público. Los detectores de falsedad deberían apuntar más bien hacia la vida, no tanto hacia los discursos. La vida de Jesús ofrece menos campo de artificio e inventiva que algunas de sus enseñanzas.

La doctrina en la cultura La forma en la que la doctrina se verbalice no debería importarnos tanto. No digo nada, digo tanto. De hecho, la forma está totalmente condicionada por el lenguaje, la cultura y la historia. Jesús transmitió su enseñanza en griego y/o arameo, por lo que recibir su doctrina en cualquier otro idioma ya supone un cambio formal pero esto no nos hace sonar las alarmas. No hay razón para incomodarse por las diferentes formas o continentes. Las formas son medios evangelísticos, no enemigos de la ortodoxia. Yendo aún más lejos, aunque recibiéramos la doctrina de Dios en el mismo idioma que Jesús la transmitió, muchas de las palabras que Él usó no tendrían ya el mismo sentido por el paso del tiempo. El idioma que Él usó ha evolucionado, ya no se usa igual. El griego moderno no es lo que se hablaba en tiempos del Nuevo Testamento. Incluso muchas palabras que aún se emplean con el mismo uso, tienen un valor semántico diferente en su contexto cultural actual, porque el estilo de vida y sus elementos son otros. ¿A dónde quiero llegar? A algo relativamente evidente pero frecuentemente pasado por alto: Incluso aquellos que son más rígidos en sus concepciones de qué es y cómo es la sana doctrina,

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la han recibido y la transmiten en formas lingüísticas, idiomas y expresiones culturales distintas a las que Jesús y los apóstoles usaron. Si los puritanos del siglo XVI levantaran la cabeza y escucharan la exposición doctrinal en boca de sus más acérrimos seguidores del siglo XXI, más de uno se rasgaría las vestiduras. No digo que sus seguidores no enseñen doctrina sana, digo que la doctrina está inserta en la cultura y el lenguaje, y nos cuesta entender su aplicación fuera de nuestro medio conocido. Conceptos como ecumenismo o liberal, aun teniendo un suelo común, tienen un trasfondo que varía de país en país, en función de la propia historia y los condicionantes teológicos y culturales de cada lugar. Seamos más o menos conscientes de esta barrera cultural, tenemos que tener muy claro que las convicciones doctrinales son un producto filtrado por traducciones e interpretaciones de otras personas, con sus principios hermenéuticos o la falta de ellos. En su elaboración han influido desde la capacidad de comprensión lectora y los conocimientos del lenguaje hasta sus habilidades exegéticas y trasfondos teológicos. Eso, sin contar con los múltiples filtros usados por el traductor de acuerdo a su momento histórico. Dicho de otra manera, la doctrina asumida por un creyente es influida no solo por el texto bíblico, sino también por todo lo que rodea al mismo, lingüística, histórica y culturalmente. En el siglo XII, entender latín o no entenderlo variaba la comprensión que uno podía tener de quién era Dios. Afectaba de forma notable, no debemos excusarnos en la obra del Espíritu Santo. Él no nos ha enseñado a leer a ninguno de nosotros y, estando Él, los abusos doctrinales se producen también.

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En el siglo XVIII la Ilustración enseñó a mirar las Escrituras desde otras perspectivas que influyeron en su comprensión, su investigación y en la forma de acercarse a ellas. En el siglo XX las herramientas lingüísticas, las ciencias sociales, la arqueología o la crítica textual, han aportado información que nos ayuda a interpretar los textos e influye en nuestros posicionamientos doctrinales. La lectura de la Biblia durante el romanticismo, el modernismo o el postmodernismo no es la misma. La comprensión de los textos difiere de una vietnamita a un noruego, una japonesa, un etíope o un nicaragüense debido a sus esquemas culturales inferidos desde niños.

La doctrina en la historia Después de más de 2.000 años de recorrido histórico doctrinal, las doctrinas existentes que circulan entre nosotros hoy, es decir, las enseñanzas de Dios que han sobrevivido al tiempo2, han ido evolucionando y siendo probadas por la realidad de la vida. Algunas declaraciones doctrinales no sobrevivieron a los primeros años del cristianismo o fueron reformuladas hasta adquirir un contenido y forma que expresara la revelación de Dios en Jesucristo. Eso significa que las doctrinas originales llevan 2.000 años creciendo. Y no están muertas, siguen vivas. Es fundamental comprender que la curva de evolución de las mismas se va aplanando a medida que dicha doctrina ha superado diferentes pruebas, reflexiones, críticas, discusiones, etc. También  [2] Algunos argumentan que precisamente la supervivencia a lo largo de los siglos es prueba fehaciente de que una doctrina viene de Dios, pero es un argumento engañoso y falaz. De acuerdo a esa lógica, ya no deberían existir más doctrinas falsas ni, por lo tanto, falsos maestros, pero la Biblia nos alerta ante ellos hasta el regreso de Jesús.

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es importante entender que esa madurez de elaboración histórica en una doctrina no es garantía de producto finalizado en mi vida o en mi mente. Cualquier doctrina puede sufrir desarrollo en mí. Esta idea altera a muchos y suele ser mal comprendida. La doctrina y el mundo interaccionan y el fotograma variará. En su perspectiva, en su color, en su iluminación, en su contraste, en su saturación. También es necesario rastrear el recorrido de las doctrinas hasta sus orígenes porque algunas doctrinas defendidas hoy día nacieron hace apenas 100 años, o 200 o 400. ¿Es posible que sean verdaderos sus contenidos? ¿Puede Dios seguir hablando a través de la historia? ¿Puede seguir enseñando? Algunos responden demasiado rápido, con una respuesta de emergencia, precocinada, cargada de temores ante el peligro de abrir la puerta de la duda: ¡La revelación de Dios fue ya entregada una vez y para siempre! Estoy de acuerdo con esa afirmación. La comparto. Pero la revelación de Dios entregada a los hombres no es un sinónimo de ‘doctrina bíblica’. La revelación de Dios está recogida en las Escrituras y exige ser leída, entendida, interpretada y aplicada. La doctrina bíblica no es sinónimo de revelación de Dios.

No es lo mismo lo que Dios dice que lo que yo digo que Dios dice. No es lo mismo lo que ha dicho que lo que yo le he oído decir. Quizá todavía se parece menos lo que yo he interpretado de la intención que Él tenía al hablar. A veces escucho bien, a veces entiendo bien, a veces interpreto bien. Otras no.

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Esa es la distancia y la distinción entre revelación y doctrina que muchos ignoran o quieren ignorar. La Torah no es la Misná. El libro de Hechos de los Apóstoles no es la Didajé. Las Confesiones de San Agustín no son las palabras de Jesús en los evangelios. La Teología sistemática de Grudem no es el pensamiento de Pablo en las epístolas. Lo que dice Dios en la Biblia no es necesariamente lo que yo digo que dice la Biblia. Los evangélicos deberíamos tener esto más claro. Afirmamos que ningún acuerdo de los concilios de la iglesia tiene el valor de las Escrituras. Sin embargo, cuando dialogamos sobre la doctrina referente al infierno, a la salvación o a los tiempos finales, nos enardecemos más contra el hereje en su discurso que ante cualquier barbaridad expresada sobre el texto bíblico de los evangelios o de cualquiera de las epístolas, o incluso que ante cualquier vida disoluta, vacía o alejada del llamado de Dios.

Si la Biblia es la palabra de Dios, entonces, las doctrinas bíblicas son nuestra interpretación en forma de compendio sistematizado de lo que entendemos que Dios dice. Una cosa y la otra no son lo mismo. ¡Con la iglesia hemos topado, Sancho!

Vivo, luego doctrino Lo que el conjunto de cristianos ha comprendido y aceptado como sana doctrina a lo largo de la historia, lo que ha perdurado, no se corresponde siempre con lo que el texto bíblico expresa. De hecho, hasta el final del siglo IV, la Iglesia no tuvo un acuerdo sobre la canonicidad de los escritos sagrados y, sin embargo,

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había desarrollado ya un número destacado de las doctrinas que conocemos hoy. Obviamente, el desarrollo de las doctrinas era muy incipiente. ¿Cómo hacían los creyentes del siglo II para determinar si una afirmación teológica era correcta o no lo era? Podemos responder a esta pregunta aludiendo a los criterios de canonicidad mediante los que se definió qué textos tenían su origen en Dios, y cuáles no, dado que los caminos de la doctrina y de las Escrituras pueden considerarse caminos paralelos. Los criterios de canonicidad fueron de índole interno, inherentes a los textos y a sus afirmaciones teológicas, y también de índole externo, más relativos a los condicionantes históricos y culturales del momento, tales como la aparición de herejías y la reacción frente a ellas o el papel de los líderes de la iglesia. Se pueden resumir en:  La conformidad del contenido con la fe enseñada por Jesús, conocido como el principio de la regla de fe.  La apostolicidad y la antigüedad de la enseñanza, procurando rastrear su origen hasta Jesús mismo.  El uso de dichos textos o doctrinas, su lectura y aplicación a la vida, su valor didáctico y su uso en los cultos y reuniones.  Su inspiración o, en el sentido propio y legítimo de ese momento histórico, la presencia y actividad del Espíritu Santo como fundamento de validez. Estos criterios fueron separando los textos inspirados de otros no inspirados por Dios, discerniendo entre ambos. Igual sucedió al considerar el desarrollo de cada doctrina. Su asentamiento en la vida de los creyentes y de la Iglesia responde a su coincidencia

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con la vida del Espíritu y el ejemplo en las vidas de aquellos que la enseñaron por primera vez. «Pero para esto alcancé misericordia: para que Jesús el Mesías mostrara toda su longanimidad primero en mí, como ejemplo —hupotupôsis— de los que habrían de creer en Él para vida eterna». 1 Ti. 1:16 No es casualidad que las únicas dos apariciones de esta palabra — hupotupôsis— en boca de Pablo, sean usadas tanto para el modelo, el patrón, la forma de la doctrina verbalizada —en 2 Timoteo 1— como para el ejemplo de vida, ser el modelo que vivifica la doctrina en la vida diaria —en 1 Timoteo 1—. Tampoco es casualidad que estas epístolas sean precisamente documentos en los que un hombre experimentado en la fe esté transmitiendo a un joven la importancia de la doctrina3: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza —doctrina—, persiste en estas cosas; porque si haces esto, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan». 1 Ti. 4:16 La vida de los apóstoles mostró la doctrina que podía ser vivida. Esa vida de acuerdo a la enseñanza de Jesús invitaba a ser imitada, era un libro abierto que podía ser leído por los demás. Doctrina vivida que tenía su expresión verbal y proclamada en la enseñanza de los que la vivían. Sus vidas concretas, los retos que asumieron, la misión en la que invirtieron sus días… les guiaron al ir recogiendo por escrito la doctrina que Jesús les había enseñado. Junto con la obra pedagógica, mnemotécnica y orientadora que ahora ejercía el Espíritu  [3] El 30% de las menciones de ‘doctrina’ en el Nuevo Testamento están en las dos cartas que Pablo envío a su joven amigo Timoteo.

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Santo en ellos4, la doctrina de Jesús les llevaba a vivir de esa manera. Con los años fueron formulando y reformulando la doctrina que vivían en afirmaciones y contenidos teológicos5 pensados, hablados y, finalmente, escritos. Si el proceso era sano e inspirado, esas doctrinas registradas debían corresponderse con las vidas que ellos vivían. Sus vidas debían ser la encarnación de la doctrina en vidas específicas y reales en su tiempo y cultura, para anunciar la Verdad a su generación. En su generación, tuvieron que aprender a llevar esas vidas al mundo gentil, a culturas diversas, en situaciones históricas de persecución y libertad, de hambruna y de guerra, de bienestar y de escasez. En todas ellas, el Espíritu no dejó de iluminar el significado profundo de la vida, muerte y resurrección de Jesús en cada ámbito de su realidad.

Los apóstoles y la Iglesia primitiva hicieron teología, pero la hicieron desde el camino, no desde púlpitos, tarimas o canales de YouTube. Nunca confundieron la misión con la proclamación. La única proclamación legítima proviene de las vidas que están en la misión de Dios, sea esta proclamación verbal o encarnada, conversada en un bar o predicada desde un púlpito, cuestionada

 [4] Ver Juan 14:26, 15:26 y Juan 16:13-15  [5] En las primeras décadas tras la resurrección de Jesús, sus seguidores vivieron un proceso que transitó de la transmisión oral propia del pueblo judío hacia la necesidad del registro escrito, empezando por las epístolas a las iglesias que se iban plantando para, posteriormente, redactar los evangelios para comunicar a la segunda generación y a los cristianos fuera de Judea quién era el Señor Jesús.

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en grupo pequeño, declamada a la multitud u orada en la intimidad.

La doctrina en el camino Dos de esos discípulos ejemplifican esta lección en su camino a Emaús tras la muerte de Jesús. Eran discípulos, sí, pero aun así sus ojos estaban velados y caminaban en una dirección equivocada. Jesús no les sermoneó con la verdadera doctrina que les había explicado ya durante su vida. Se puso a caminar con ellos sin ser reconocido. No se ofendió ni se hizo el ofendido. ¡Caminó en la dirección equivocada para poder mostrarse a ellos! Queremos que nuestros jóvenes anden por el camino correcto pero no estamos dispuestos a caminar con ellos el tiempo que necesitan para entender, para visualizar, para comprender y asumir. Tenemos que ayudarles a ver, no la dirección correcta, sino a Aquel que puede abrir sus mentes para que entiendan las Escrituras6. Nuestro llamado no es señalarles el camino. Nuestro llamado es ser medios para que sea Él quien abre sus mentes a las Escrituras. Aquellos dos discípulos hicieron sus reflexiones ante la Verdad. No fueron reflexiones impuestas. Se dijeron el uno al otro7, compartieron camino y experiencias con Jesús, se levantaron por decisión propia y escogieron el camino de regreso a Jerusalén8.

 [6] Lucas 24:45  [7] Lucas 24:32  [8] Lucas 24:33

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Abrir sus ojos y reconocer a Jesús es todo lo que necesita un joven. Desde ahí, el Espíritu de Jesús se sitúa en el centro de operaciones y guía la vida. El proceso de toma de decisiones será un aprendizaje. Conlleva errores, malos entendidos, confusiones, intereses privados, pecado, arrepentimiento. Implica una conversación continua con el Espíritu que les guía y que a menudo se opondrá a ellos por su egoísmo. En otras ocasiones, guardará silencio o se retirará hasta que ellos reconozcan su error. ¿Qué sabemos nosotros de los planes que tiene Dios para cada uno de ellos? Nuestro rol no es el de agoreros, es el de pastores, acompañantes espirituales en el camino, compartiendo la fe, la vida y la mesa. Partir el pan con ellos en el camino, en la misión. No somos sus maestros, ya tienen un Maestro. Si nosotros obedecemos al Nuestro, nuestra vida y palabras serán una herramienta para que el Maestro les enseñe a través de nosotros también.

Nuestro rol no es el de agoreros, es el de pastores, acompañantes espirituales en el camino, compartiendo la fe, la vida y la mesa. ¡Maestro, enséñales tú y ayúdanos a llevarlos a tus pies!

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SANA DOCTRINA «No seáis llevados de aquí para allá por doctrinas diversas y extrañas, pues mejor es que el corazón sea fortalecido en la gracia.» — He. 13:9

No toda la doctrina es buena. No toda la doctrina vale. No toda la doctrina se corresponde con la vida de Jesús, con su enseñanza y con el resto de la historia de la revelación que conduce hasta Jesús y parte de él. «Porque os doy buena doctrina, no abandonéis mis enseñanzas». Pr. 4:2

La sana doctrina, sana La vida de la doctrina, la doctrina para la vida.

La doctrina verdadera es la enseñanza de Dios, la palabra del Logos, la vida de la Verdad encarnada. Su enseñanza hecha realidad, encarnada, vivida en cualquier vida produce salvación, sanidad. El fruto de la verdadera doctrina en la vida jamás puede ser insano, ni producir fruto contrario a la vida del Espíritu. Pero no podemos obviar que hay doctrina falsa que aparenta ser sana, debemos ser cuidadosos con las apariencias.

Ahí donde las obras de la carne son visibles, constatamos una falta de sanidad, una falta de doctrina vivida.

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Eso no significa que la persona no conozca los versículos apropiados, que pueda explicar su significado o que pueda incluso recitarlos de memoria. Pero sí que significa que el espíritu de esa enseñanza no se ha encarnado todavía en esa vida o, quizá, en un área de la vida de esa persona, en un ámbito donde Jesús sigue sin gobernar su vida y hay una lucha por el control. Nuestra vida está llena de espacios, ámbitos, habitaciones, compartimentos en los que todavía no hemos tenido el tiempo de reflexionar, en los que con mayor o menor consciencia hemos mantenido y mantenemos las ventanas cerradas y las persianas bajadas para evitar que la luz de Dios ilumine el lugar, exponiendo y delatando realidades dolorosas, enfermas y destructivas.

La sana doctrina, sana; y si no sana es porque no es sana doctrina.

Jesús y los religiosos En los días de Jesús también había trolls doctrinales. La palabra fariseo ha quedado registrada en la historia como un sinónimo de hipócrita. El problema fundamental de un hipócrita es la enorme distancia entre lo que dice y lo que vive, entre lo que piensa y lo que hace. El mundo está lleno de gente que piensa de una manera, pero vive de otra. No es en todo y siempre, y quizá todos somos esa gente en parte, en algo. Personas que intuyen que ser deshonesto con los demás no es lo mejor, porque conocen el dolor de ser engañados, y aun así son incapaces de conducirse con honestidad ante los demás. Por temor, por interés, por autoprotección o por convicciones erróneas.

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Personas que anhelan ser aceptadas y amadas tal como son pero que, por un lado, no se muestran como son y, por otro lado, tampoco aceptan a los demás. Personas que tienen ideales éticos que no llevan a la práctica, porque el costo de asumirlos les perjudica en formas que no quieren experimentar, o en otras áreas de su vida que no quieren cambiar. Lo más curioso de la forma de proceder de los líderes religiosos a los que se enfrentó Jesús es que estaba fundamentada en las Escrituras. Ellos manejaban la información de la Torah con mucha más destreza que la mayoría de sus vecinos. Podían citar de memoria largos pasajes, tenían un archivo mental del Pentateuco almacenado en sus mentes. Habían desarrollado la destreza de relacionar situaciones de la vida con textos de la Torah o interpretaciones sobre la Torah. Jamás un vecino de Jerusalén hubiera sospechado que el problema de estos hombres fuera el desconocimiento o la ignorancia. Sin embargo, cuando Jesús es cuestionado sobre un tema doctrinal1, la resurrección de los muertos, un grupo de saduceos argumenta extrapolando situaciones de la vida presente a la vida futura en la que no creen. Su razonamiento no es banal, han asistido a clases de apologética judía y han participado en decenas de debates teológicos con rabinos de excelsa oratoria. El diálogo es difícil de seguir para la mayoría de vecinos de Jerusalén. No es que no entiendan las palabras. Es más bien que una participación inadecuada que demuestre que no se conoce algún punto de la Torah puede servir para que sean socialmente  [1] Mateo 22:24-28

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lapidados por su ignorancia. Y no están habituados al despliegue verbal y conceptual de estos teólogos de sinagoga. Algo parecido vivimos hoy en foros públicos y redes sociales como Facebook, o en los blogs personales de algunos creadores de contenido cristiano, o en sus canales de YouTube, o en sus púlpitos. Poco diálogo genuino y honesto cara a cara. Solo un tosco lanzamiento de verdades como puños en medios públicos donde cualquier respuesta estimula un griterío de mercado teológico en el que nadie escucha a nadie. El problema de estos saduceos y de su hipocresía, comparada con la hipocresía de muchos de sus vecinos, es que ellos están ubicados como maestros de los demás. Son líderes religiosos. Usan sus voces para proclamar y defender aquello que no viven. Usan la doctrina para fines interesados, personales, para el mantenimiento de su posición social. Muestran una completa falta de integridad. Algunos de esos vecinos ignorantes que no son capaces de seguir sus argumentos muestran mayor coherencia que ellos. Algunos de esos pecadores que no siguen las tradiciones religiosas que ellos quieren imponer, reconocen su falta de integridad y, callando sus propias bocas, no procuran dar lecciones de nada, ni a nadie. Jesús acusa a estas personas de ignorar las Escrituras. No solo les acusa de ignorantes, sino específicamente de ignorantes de las Escrituras. ¿Quién de sus vecinos hubiera pensado justo eso? Si son los que mejor manejan Levítico. «Estáis errando al ignorar las Escrituras y el poder de Dios». Mt. 22:29

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La ignorancia No es posible conocer las Escrituras e ignorar el poder de Dios. Solo aquellos que experimentan el poder de Dios, que sufren el trauma de la transformación personal que arranca en el arrepentimiento que proviene de la voz de Dios, solo estos pueden conocer la doctrina que tiene poder de Dios. La verdadera doctrina habita en aquellos que experimentan cómo la doctrina de Dios cambia sus vidas, sanándolas, y caminan por los caminos polvorientos de la misión que Jesús les ha encomendado.

No son necesariamente los que conocen toda la terminología, ni los que pasan por seminarios, ni los que tienen cargos en la iglesia. Son los que experimentan el poder de la doctrina de Dios. Ellos son testimonios vivos de lo que Dios puede hacer cuando enseña a una persona y esta se deja enseñar. La hipocresía es un problema del corazón, es una falta de entendimiento y de confianza en Jesús y en la validez de su vida en medio de este siglo malo. Es, a la postre, verdadera ignorancia de las Escrituras y del poder de Dios. Y esta ignorancia puede estar revestida con las mejores galas religiosas. Sigue siendo mona por más seda que vista. La ignorancia puede estar perfectamente ilustrada, vestir de corbata, codearse en las más altas esferas sociales y tener las cuentas del banco muy saneadas. La ignorancia no es feudo exclusivo de pobres, analfabetos y marginados sociales. Muchos de ellos irán delante de nosotros en el reino de los cielos.

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El llamado de Dios no es un llamado a la acción, es un llamado a la identidad. Dios quiere enseñarnos quién es Él y quiénes somos nosotros. Cuando la doctrina de Dios se afirma en el corazón y gradualmente asumimos nuestra identidad en Cristo, entonces empezamos a hacer lo que se corresponde a quiénes somos y acortamos lentamente la distancia entre nuestra boca y nuestro corazón. La integridad se adquiere día a día, a medida que la sana doctrina nos sana.

Practicar la doctrina Dios no creó una doctrina, Dios creó la vida.

Tu propósito no es aprender doctrina, sino aprender a vivir. Y es para aprender a vivir que vale la pena sumergirse en la doctrina de Dios. No hay otra razón que sea sana. Tu servicio al mundo estará siempre limitado a la vida de Jesús latiendo en ti, a su sangre redentora cubriendo tu incapacidad de aportar sanidad y salvación por ti mismo. Cuanto más dominio de tu vida tenga su reino, mayor y mejor servicio harás a los que te rodean. No será por tus conocimientos de doctrina, sino por la vida de la doctrina de Dios en ti, por la coherencia entre lo que la Biblia dice en el papel y lo que tu vida proclama hoy. ¿Cómo podemos practicar la doctrina en nuestras vidas? En su vejez, Pablo escribió bastante al respecto, cuando mejor podía reflexionar sobre ello, con una retrospectiva amplia sobre su propia vida, sus errores y aciertos en el ministerio y en la misión.

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Aunque dijo muchas cosas sobre la doctrina, en sus escritos se aprecian tres elementos que se repiten con frecuencia y que conforman una guía de buenas prácticas doctrinales.

Nutrirse «Nutrido con las palabras de fe y de la buena doctrina que has seguido de cerca». 1 Ti. 4:6 Dicen que somos lo que comemos. Filogénesis y ontogénesis. O lo que es lo mismo, ya somos lo que somos desde que nacimos, pero también vamos llegando a ser durante el proceso de crecimiento. Teológicamente, ya pero todavía no. Santidad posicional y santidad progresiva. Ya somos en Él, pero está por revelarse lo que seremos. La espiritualidad y la biología tienen, a menudo, un ADN muy parecido. Supongo que es porque el Creador de ambas es el mismo. La espiritualidad se define desde quién es el Espíritu original, no creado, que ya estaba antes de la creación. Y la biología es estructura de la creación, arquitectura y logística, actualmente gimiendo por su restauración a manos de su Creador. Y, aun así, podemos ver en ella destellos del diseño perfecto de Dios, su belleza y misterio. Los cristianos debemos nuestro ser a Cristo. Nacemos de nuevo, somos hijos de Dios. Somos peregrinos en esta tierra, llamados a una misión y herederos del verdadero ser y el reino que llegarán a su plenitud cuando el Rey de los tiempos así lo quiera.

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Mientras tanto, a este lado de la eternidad, lo que somos es afectado por lo que comemos. ¿Qué leemos? ¿Qué escuchamos? ¿Qué consumimos? Aquello que alimenta nuestro corazón, ocupa nuestro tiempo, quema nuestras energías, nuestras calorías… ¡Eso modifica y afecta nuestra realidad presente! Dios ha decidido poner su Espíritu para guiarnos y sellar nuestra identidad, es decir, la suya en nosotros. Pero no somos todos iguales. Dios respeta su propia creatividad y la singularidad de cada uno de nosotros. No estamos llamados a ser Jesús en su misma personalidad, sino a reproducir el carácter de Jesús en nuestra propia singularidad redimida y restaurada. Pablo escribe a Timoteo y le habla de ser un buen ministro. Supongo que porque existe la posibilidad de ser un mal ministro de Jesús el Mesías. ¿Cómo es posible eso? Ministros desnutridos. Timoteo alimenta su ser con las palabras de la fe. No es un conocedor de ellas, sino un vividor por ellas. Se nutre con ellas, son su alimento. Cada día las prepara, las cocina y se las come, dejando que hagan su efecto en su cuerpo, para ser fortalecido y afirmado en su ser. Es un acto de mayordomía y responsabilidad. Es el mismo acto de fe que vemos en los tres mil2 que recibieron su palabra y fueron bautizados. ¿De qué se nutrían desde aquel mismo día? Se nos dice que «estaban dedicados constantemente a la doctrina de los apóstoles»3.

 [2] Hechos 2:41  [3] Hechos 2:42

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Nutrirse implica una dedicación, una constancia. Es un estilo de vida. Algunos consideran la lectura y meditación diaria de las Escrituras una religiosidad, pero jamás se olvidan de desayunar, comer y cenar. No son menos religiosos. Eligen su dieta y rechazan otras. En lo espiritual, nadie está no-nutrido. Todos nos nutrimos de algo, de alguien. A diario consumimos. Nuestro ser está diseñado para el gusto, la vista, el olfato, el tacto y el oído. Es un cuerpo diseñado para la comunicación con el medio, para una retroalimentación con el exterior. Así que probamos, vemos, olemos, tocamos y oímos. Nos nutrimos constantemente. La gran diferencia es que Timoteo escogió su dieta o, al menos, parte de ella. Al margen de otras posibles cosas, en su dieta había un lugar privilegiado para «las palabras de la fe». No solo para oírlas, verlas o tocarlas, sino para vivirlas, para «seguirlas de cerca». Se dedicaba a leer, a exhortar, a enseñar las palabras de la fe4 porque toda la Escritura es útil para enseñar, para refutar el error, para corregir, para instruir en la justicia5.

La Escritura obra en mí. Su propósito es sanarme, enseñarme, corregir mis errores, refutar mis doctrinas desviadas, instruirme en la justicia para alejarme de la injusticia. Estamos llamados a acercarnos a las palabras de la fe para nutrirnos de ellas y dejar que hagan su obra en nosotros. Aprender su forma para predicarlas sin haberlas comido y digerido primero nos sitúa en el lado de los hipócritas, y desvirtúa  [4] 1 Timoteo 4:13  [5] 2 Timoteo 3:16

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la intención de las propias Escrituras, que me piden una vida saludable antes de promoverme como «spiritual personal trainer» de nadie. Porque el ejercicio físico para poco aprovecha, pero la piedad es provechosa para todo. Es una dieta que aporta todos los nutrientes, y no solo vale para la vida de allí, sino que nutre y provee para la de aquí y ahora6.

Recordar «En todo os acordáis de mí y retenéis las instrucciones tal como os las entregué». 1 Co. 11:2 La memoria es muy frágil. Tengo un hábito irregular que necesito. Cada cierto tiempo ayuno tres días. Es un ejercicio espiritual, pero no es el tipo de ayuno en el que estás pensando. No ayuno esos tres días para orar y buscar a Dios de forma más intensa que otros días. Lo hago para disciplinar mi cuerpo olvidadizo, mi frágil voluntad y mis hábitos alimentarios y físicos. En casa de mis padres aprendí a comer equilibrado. Nunca ha sido un problema para mí, es algo que mamé desde muy pequeño. El concepto de la dieta mediterránea se aplicaba con mucha naturalidad y aprendí a disfrutar de una buena ensalada tanto como de cualquier otro tipo de alimento. Sin embargo, cuando he sido el responsable de mi propio menú, he descubierto que hay muchos factores que dificultan seguir una buena dieta. Y también debo reconocer lo mucho que me atrae determinado sector de comidas que, aunque no son malas  [6] 1 Timoteo 4:8

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por sí mismas, sí que se convierten en un desequilibrio a toda la alimentación cuando pasan a dominar el menú. Carnes, pastas y otras comidas calóricas proporcionan un placer efervescente difícil de negar. Antes o después acabo observando que estoy comiendo menos equilibrado, que estoy comiendo cantidades mayores de las necesarias, que estoy comiendo más ansioso e, incluso, si no lo acallo, escucho a mi cuerpo diciéndome que no está igual de cómodo, que el ritmo es insano. El ayuno de tres días me pone en mi lugar. Necesito recordar. Necesito repensar cosas que teóricamente ya sé y volver a organizarme para reiniciar una nutrición más equilibrada. Y que nadie se equivoque: somos seres físicos y espirituales. Ambas realidades están intrincadas y son indisolubles. La disciplina física afecta a mi vida espiritual sin ningún tipo de duda. Recupero el orden de Dios. Como para vivir, no vivo para comer. «Así pues hermanos, estad firmes y retened las enseñanzas con que fuisteis adoctrinados». 2 Tes. 2:15 Somos muy olvidadizos e, incluso cuando nos nutrimos bien, podemos olvidar el propósito por el cual estamos haciendo lo que hacemos, o la forma en la que lo hacemos. En el mismo momento en el que olvidamos el sentido, aunque seamos correctos en la teoría, nos desvinculamos de quiénes somos y de nuestra misión… todo se desvirtúa. Las palabras correctas no son suficientes. La doctrina correcta también incluye la guía del Espíritu para entender los tiempos, los

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momentos. Las palabras de verdad en el momento equivocado no siempre nutren. Porque no todo el mundo está preparado o capacitado para digerir la carne7, hay que saber cuándo administrarla.

La doctrina correcta también incluye la guía del Espíritu para entender los tiempos, los momentos. Las palabras de verdad en el momento equivocado no siempre nutren. Olvidamos por qué nos nutrimos con la sana doctrina. Olvidamos para qué nos nutrimos con ella. Olvidamos la sabiduría y la sensibilidad del Espíritu para ayudar a otros con la sana doctrina. Olvidamos las formas de la sana doctrina para aplicar el rodillo de su contenido, adulterándola, desnaturalizándola —o quizá debería decir desespiritualizándola con nuestra carnalidad—. Es necesario retener la palabra fiel, conforme a la doctrina8 fortaleciendo el corazón con la gracia, no con régimen de alimentos que no aprovechan, sino con la nutrición apropiada que se ingiere por las razones correctas.

Cuidar «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina, persiste en estas cosas». 1 Ti. 4:16

La doctrina es una cuestión de responsabilidad personal que no se puede delegar. Nadie puede comer por ti. Nadie estará recordando por ti.

 [7] 1 Corintios 3:2  [8] Tito 1:9

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Malvivir semi-desnutrido de lo que otros comen y depender de que otros te recuerden quién eres, es totalmente insostenible. Jesús camina, sus discípulos le siguen. Somos peregrinos, estamos en camino. Nadie aguanta el ritmo sin depender del Maestro. Lamentablemente, y una vez más, la interpretación y aplicación más común de «tener cuidado de la doctrina» ha llevado a muchos a autoproclamarse guardianes de la verdadera fe y protectores del reino. Parecen saber mucho, pero son unos ignorantes. No quiero ofenderles, solo digo que ignoran el sentido profundo, la verdadera razón de la doctrina y, por lo tanto, la ignoran desde su misma raíz. Lo que creen saber está desvirtuado. Pero eso sí, suena a verdad, porque ciertamente se le parece. Eso es lo que hace tan difícil distinguir la verdadera doctrina de la falsa. No son las doctrinas de demonios9 ni las de los nicolaítas o la de Balaam. No son negaciones rotundas y frontales. Las falsas doctrinas que mantienen a muchos enfermos son como medicaciones mal tomadas, errores en la dosis, en el diagnóstico, en la aplicación. No hace demasiado tiempo le mandaron un tratamiento con corticoides a mi hijo para tratar una tos que no quería irse. Los siguientes tres días fueron una verdadera pesadilla. Su estado de irritabilidad era desbordante. Gritaba, pegaba, estaba incómodo y ansioso todo el tiempo. La tos se fue, pero su salud no fue integral hasta que su cuerpo expulsó también el medicamento. El tratamiento no fue necesariamente equivocado. Había otras vías para tratar el problema de tos que tenía. Esta fue solo una opción. A menudo no podemos predecir cómo será el proceso o  [9] Apocalipsis 3:14-15

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qué riesgos, contraindicaciones o efectos secundarios tiene para la salud. La salud no es algo lineal. No son matemáticas. No son fórmulas. Somos seres complejos e intrincados. Afectados por dos naturalezas, una que nos pertenece y otra a la que nos vendimos y de la que tratamos de deshacernos. Necesitamos cuidarnos. Necesitamos cuidar la doctrina. Necesitamos cuidar la doctrina que pensamos, creemos y vivimos. La primera y necesaria aplicación que debería tener este texto radica en la importancia de cuidar que la doctrina que leo en las Escrituras se vaya encarnando en mí. Puedo comer 1kg de fruta ahora mismo, pero no seré capaz de digerirlo y no me aprovechará más que una parte reducida. Si no cuido de poner por obra, de encarnar, de llevar a mi vida la doctrina que leo, medito, aprendo y Dios habla a mi corazón, empiezo a descuidar uno de los procesos más importantes de mi vida: la digestión espiritual. No sobreviviremos por más que comamos, si no le cedemos el control de nuestra vida al Espíritu que nos guía a cambiar nuestros malos hábitos. Leer, leer y seguir leyendo doctrina que no se encarna en nuestra vida acaba por producir esquizofrenia espiritual, entre otras enfermedades del espíritu. Empezamos a disociar la realidad, alimentando la hipocresía y torciendo las Escrituras para justificar la vida que practicamos.

Leer, leer y seguir leyendo doctrina que no se encarna en nuestra vida acaba por producir esquizofrenia espiritual, entre otras enfermedades del espíritu.

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Si no vivimos la vida que proclamamos, acabamos proclamando la vida que sí vivimos. En este proceso de integración, de ser íntegros, de integrar pensamiento y vida en un solo ser, hay muchos momentos en los que necesitaremos apartarnos de los que no viven según la doctrina10 porque no estaremos en condiciones de ayudarles, solo de ponernos en peligro. En el proceso de cuidarnos y cuidar la doctrina, deberemos estar atentos a que no haya quien nos engañe con sofismas, o que nos esclavice con filosofías y doctrinas de hombres, que no haya quien nos juzgue por nuestros hábitos y liturgias, y que no haya quien nos prive de Jesús mismo, nuestra herencia11. El camino no es sencillo. La sanidad no es sencilla. ¡Que el Señor sea nuestro médico!

 [10] 2 Tesalonicenses 3:6  [11] Colosenses 2:4, 8, 16, 18.

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DOCTRINA FINAL

«Pero tú has seguido de cerca mi doctrina, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi amor, mi paciencia» — 2 Ti. 3:10 Unas palabras finales, enfocadas en la pastoral y la pedagogía.

Estructuras y procesos La doctrina sistemática no puede sustituir a la doctrina. La única manera de que la doctrina llegue a ser sistemática en el corazón, renovando la mente de una persona y conduciéndola hacia una transformación espiritual sana1, es que la misma persona haya llegado a la convicción de que debe sumergirse en la doctrina por sistema, con la voluntad de vivir por ella. Los esquemas con los que otros estudian, sus apuntes o notas no suelen servirnos para mucho. Algo, pero no mucho. El aprendizaje se encarna al haberlos creado, al haber caminado por el error, al haber entendido otros enfoques, al haber cambiado el lugar desde el que miramos y la perspectiva desde la que interpretamos. Su valor pedagógico radica en el proceso experimental de vivir, de crear. El proceso es el que nos lleva a entender una información vital, a captar su estructura, a diferenciar lo esencial de lo complementario, a ordenar la enseñanza de manera útil para nosotros, de acuerdo a nuestra manera de ser, pensar y aprender. Así es como crecemos, aprendemos, recordamos y aplicamos.

 [1] Romanos 12:1-3

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Tus estructuras doctrinales no valen para vivir mi vida. Podrán orientarme en la búsqueda porque, cuando quiero hacer algo que no sé hacer, veo cómo lo han hecho otros para empezar a hacerlo yo también. Sin embargo, el producto de tu proceso no puede sustituir mi propio proceso de aprendizaje.

Comida Los jóvenes no necesitan beber tanto refresco adulterado con químicos y azúcares rápidos. Sin duda hay un lugar y momento para beberlos. Tienen su efervescencia, su hype, su atracción… pero no son muy nutritivos, solo gasolina a corto plazo. Quizá llegue un momento en que los rechacen de forma definitiva. Tampoco les conviene comer tanta comida precocinada; procesada y ultraprocesada por otros, esa comida va perdiendo los nutrientes, el sabor, las propiedades que la identifican. Los jóvenes no necesitan nuestras composiciones doctrinales, trabajadas durante años en paralelo a nuestra experiencia vital del Jesús resucitado. No pueden vivir con nuestra dieta teológica. Necesitan aprender por sí mismos, relacionarse por sí mismos, vivir la vida de Jesús ellos. Nosotros somos modelos, pero no el contenido. Dios no les ha llamado a comer las migajas que caigan de nuestra mesa. Son de escaso valor. El banquete que comemos nosotros no alimenta al que nos rodea, aunque rebose nuestra panza de espiritualidad. Los jóvenes tienen que llegar a comer sano por sí mismos, pero para ello, tienen que aprender a comer primero.

Ellos necesitan pintar su propio cuadro, no pasar el día en el museo viendo las pinturas de otros.

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Los jóvenes necesitan beber agua fresca que sacie su sed. La sed real que seca sus bocas y demanda respuestas. No nos debería sorprender, por tanto, que durante cierto tiempo beban otras cosas también. Serán ambivalentes. Están en proceso de tomar decisiones, cada uno crece a su ritmo. Elegir la dieta es algo muy personal. Nuestro éxito discipulándoles no consiste en que coman lo mismo que nosotros, o que coman como nosotros comemos. Sus cuerpos son diferentes. Habrá principios nutricionales aplicables, pero al fin y al cabo, ninguno comemos sano por lo que dicen las tablas, o por lo que dice el nutricionista al que seguimos en Instagram. Nuestro cuerpo lo diseñó un Creativo Infinito y Él nos proporciona comida que, cuando aprendemos a disfrutarla, ya no queremos abandonar. Nuestra tarea es enseñarles a comer. Es absurdo intentar emular para ellos la experiencia de la comida. Nosotros no somos la comida. Ellos tienen que experimentar por sí mismos el placer de descubrir los sabores, y el poder de la comida en sus vidas. Es natural que antes de que lleguen a apreciar un buen solomillo, elijan panecillos industriales llenos de azúcar. No carguemos las tintas en exceso por lo que es propio de la juventud. La evolución de nuestras papilas gustativas marca nuestra evolución con la comida. Ni siquiera nosotros comemos bien aún siendo adultos. Seguimos aprendiendo. No promovamos mini-adultos artificiales. Tienen que ser jóvenes y avanzar como corresponde al camino que Dios ha diseñado para ellos. Acompañémosles en el proceso de aprender a comer. No neguemos la biología inherente a su proceso.

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No promovamos mini-adultos artificiales. Tienen que ser jóvenes y avanzar como corresponde al camino que Dios ha diseñado para ellos. Por eso es importante que compartamos la mesa con ellos. Mesa y comida. Nuestra comida y su comida. Comprensión y afecto. Instrucción y escucha. Si nuestra comida es realmente la mejor comida que existe, dejemos que hable por sí misma. Dejemos que la prueben, dejemos que decidan, dejemos nuestro deseo de controlar sus procesos espirituales y la doctrina que creen en el presente. Lo realmente importante es, aunque caminen mal, si están en el camino correcto en el que se encontrarán a Jesús y sus ojos serán abiertos de acuerdo a la obra del Dador de la doctrina.

Los jóvenes necesitan ir a la fuente de la doctrina y aprender a beber en ella.

Relación de amor Cada joven necesita tener su propia historia de amor con la voz de Dios. Eso implica citas, discusiones, pasión, contacto físico y emocional, risas, compromisos. La relación es insustituible. No podemos hacer eso por ellos. Sí podemos tener una relación de amor con la Palabra que despierte el deseo en ellos de tener también una relación de amor parecida. Y eso es todo. No traspasemos la línea. No desconfiemos de Dios. Antes de enamorarse de la Palabra, se enamorarán de la idea de tener una relación de amor con la Palabra. No con la que conocen, sino que lo que idealizan. Eso les dará la oportunidad real de sumergirse en la Palabra y descubrir al Dios que habla en ella. Cuando la vayan conociendo y experimentando en sus carnes

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

tendrán que ajustar sus pensamientos y creencias a la verdad, día a día, paso a paso. Como tú y como yo. La sanidad que produce en nosotros la Palabra hoy es el testimonio que ellos van a escuchar a gritos sin que alcemos nuestra voz. Pero claro, eso exige un grado de exposición por nuestra parte que solemos negarnos a ofrecerles.

Pastores de jóvenes Nuestros jóvenes no necesitan adoctrinadores, necesitan pastores.

Nuestros jóvenes necesitan que cambiemos la dieta de los grupos de jóvenes. Menos efervescencia y más mesa compartida. No negamos la necesidad de cierta efervescencia, es propia de la edad. No hay que rechazarla, no hay que penalizarla. De hecho, hay que estimularla con creatividad y sabiduría, pero sabiendo que dicha efervescencia no sostiene la vida. Como mucho quita algún dolor de cabeza puntual. ¿Qué problema tenemos nosotros para entender estas cosas? ¿Por qué tanto juicio acerca de todo lo que rodea al peinado, a la ropa, a los saltos o las redes sociales, pero tan poca inversión en el corazón? Si invirtiéramos toda nuestra energía en enseñarles a pensar, a buscar sus propias respuestas en las Escrituras, a valorar la importancia de sus vidas para Jesús, a inspirarles para que atesoren la verdadera doctrina que les hace vivir libres, sanos, salvos, y que les guía hacia su propósito de vida… Si lo hiciéramos… ¿Quién sabe qué pasaría con la siguiente generación en manos de Dios?

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Si en nuestras casas les entregáramos la fuente de la doctrina en lugar de ofrecerles doctrina precocinada, veríamos con mucha más frecuencia e intensidad al Espíritu Santo hablándoles verdad y persuadiéndoles de su amor. Nos sorprenderíamos escuchando la doctrina que han escuchado solos, sin nuestra ayuda, por la voz de Dios en las páginas de sus Biblias. Nadie quiere comer procesado cuando ha probado un manjar original cocinado por un chef experto… pero cuesta un cierto tiempo elegir bien la mejor dieta, aprender a comprar los productos adecuados, aprender a cocinarlos, aprender a comer y a compartir la mesa. Es una inversión de vida.

Quizá es la hora para los líderes de jóvenes de aprender a compartir la mesa y enseñar a comer sin imponer la comida. Quizá es la hora de enviar a los jóvenes a cocinar y a comer por sí mismos, y a que compartan su mesa con otros que no tienen nada que llevarse a la boca. Jesucristo es la doctrina. ¡Él nos convenza y nos guíe!

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ANEXO:

SIGUIENDO LA PISTA DE LA DOCTRINA EN EL NUEVO TESTAMENTO didaskalía · didajé · parádosis

Mateo «Y sucedió que cuando Jesús terminó el Sermón del Monte las multitudes quedaron asombradas de su didajé porque les didáskon como quien tiene autoridad y no como los escribas de ellos» (7:28-29) «Entonces se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la parádosis de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. Entonces respondió y les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra parádosis? (…) Así habéis invalidado la palabra de Dios por vuestra parádosis. Bien profetizó Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y en vano me adoran, didáskontes como didaskalías mandamientos de hombres» (15:1-3, 6b-9; citando Isaías 29:13, LXX) «Entonces entendieron que no les decía que se guardaran de la levadura de los panes, sino de la didajé —enseñanza o doctrina según versiones— de los fariseos y saduceos» (16:12) «Y las multitudes, oyéndolo, se maravillaban de su didajé» (22:33)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Marcos «Y se asombraban de su didajé, porque les didáskon como quien tiene autoridad, y no como los escribas (…) Y todos se maravillaron, y discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? Una nueva didajé autoritativa? ¡Aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen!» (1:22, 27) «Y les edidásken muchas cosas por medio de parábolas; y en su didajé les decía…» (4:2) «Porque los fariseos y todos los judíos, cumpliendo la parádosis de los ancianos, no comen, a menos que se laven las manos muchas veces (…) y le preguntaban los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la parádosis de los ancianos, sino que comen el pan con las manos inmundas? Bien profetizó Isaías: Este pueblo me honra de labios, pero su corazón está lejos de mí. Y en vano me honran, didáskontes como didaskalías mandamientos de hombres. Haciendo caso omiso del mandamiento de Dios, os aferráis a la parádosis de los hombres. Les decía también: ¡Qué bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra parádosis (…) invalidando la Palabra de Dios con vuestra parádosis que transmitís, y hacéis muchas cosas semejantes a éstas». (7:3, 5, 6b-9, 13; citando Isaías 29:13, LXX) “Y lo oyeron los principales sacerdotes y los escribas, y buscaban cómo acabar con Él, porque le temían, pues todo el pueblo estaba maravillado de su didajé” (11:18) “Y les decía en su didajé: Guardaos de los escribas, que anhelan andar con largas ropas y recibir saludos en las plazas” (12:38)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Lucas «Y se admiraban de su didajé, porque su palabra era con autoridad» (4:32)

Juan «Está escrito en los profetas: Y serán todos didaktos de Dios. Todo el que oyó de parte del Padre, y aprendió, viene a mí» (6:45; citando Isaías 54:13) «Entonces Jesús tomó la palabra y les dijo: Mi didajé no es mía, sino del que me envió. Si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá la didajé, si es de Dios, o si yo hablo de mí mismo» (7:16-17) «Entonces el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y acerca de su didajé» (18:19)

Hechos «Y estaban dedicados constantemente a la didajé de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a las oraciones» (2:42) «¿No os mandamos estrictamente que no didáskein en este nombre? He aquí, habéis llenado a Jerusalén de vuestra didajé, y queréis traer sobre nosotros la sangre de este hombre» (5:28) «Viendo lo sucedido, el procónsul creyó, maravillado a causa de la didajé del Señor» (13:12) «Tomándolo pues, lo condujeron al Areópago, y le preguntaron: ¿Podemos saber qué es esta nueva didajé que enseñas?» (17:19)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Romanos «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de didajé a la que fuisteis entregados» (6:17) «De manera que teniendo diferente dones, según la gracia que nos fue dada (…) el que didáskon, en didaskalía» (12:6-7) «Porque lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra didaskalía fue escrito; para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, sostengamos la esperanza» (15:4) «Os ruego, hermanos, que pongáis atención a los que causan disensiones y tropiezos contra la didajé que vosotros aprendisteis, y apartaos de ellos» (16:17)

1 Corintios «Lo cual también hablamos, no con palabras didaktos por sabiduría humana, sino con las didaktos por el Espíritu, adaptando lo espiritual a lo espiritual» (2:13) «Y os alabo, porque en todo os acordáis y retenéis las parádosis tal como os las paredoka» (11:2) «Porque, hermanos, si yo fuera a vosotros hablando lenguas, ¿de qué provecho os sería si no os hablara con revelación o conocimiento, o con profecía o didajé?» (14:6) «Entonces, ¿qué hay hermanos? Cuando os reunáis, cada uno tiene salmo, tiene didajé, tiene revelación, tiene lenguas, tiene interpretación; hágase todo para edificación» (14:26)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Gálatas «Y en el judaísmo aventajaba a muchos de los contemporáneos en mi nación siendo mucho más celoso de las parádosis de mis antepasados» (1:14)

Efesios «Para que ya no seamos niños fluctuantes, zarandeados por las olas, llevados a la deriva por todo viento de didaskalía, por la astucia de hombres que emplean con maestría las artimañas del error» (4:14)

Colosenses «Mirad que no hay quien os esclavice por medio de filosofías y huecas sutilezas, según la parádosis de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según el Mesías» (2:8) «¿Por qué, cómo si vivierais en el mundo, os sometéis a preceptos «No uses, ni comas, ni toques» (según mandamientos y didaskalía de hombres) cosas que están todas destinadas a perecer con el uso?» (2:20b-22)

2 Tesalonicenses «Así pues hermanos, estad firmes y retened las parádosis con que fuisteis edidásken, bien por palabra o por nuestra epístola» (2:15) «Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre del Señor Jesús, el Mesías, que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente, y no según la parádosis que recibieron de nosotros» (3:6)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

1 Timoteo «Cuando pasaba a Macedonia, te rogué que permanecieras en Éfeso, para que mandaras a algunos que no enseñen diferentedikaskaleo» (1:3) «Nosotros no obstante sabemos que la ley es bueno, si uno la usa legítimamente, sabiendo esto: Que la ley no está puesta para el justo, sino para los transgresores y desobedientes (…) para cualquier otro que se opone a la sana didaskalía» (1:8-10) «Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a didaskalías de demonios» (4:1) «Indicando estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Jesús el Mesías, nutrido con las palabras de fe y de la buena didaskalía que has seguido de cerca» (4:6) «Mientras voy, dedícate a la lectura, a la exhortación y a la didaskalía» (4:13) «Ten cuidado de ti mismo y de la didaskalía, persiste en estas cosas; porque si haces esto, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan» (4:16) «Los ancianos que guían apropiadamente, sean tenidos por dignos de doble honra, especialmente los que trabajan arduamente en la palabra y la didaskalía» (5:17) «Todos los que están esclavos bajo yugo, consideren a sus propios amos dignos de todo honor, para que no sea difamado el nombre de Dios ni la didaskalía. Los que tienen amos creyentes no los tengan en menos por ser hermanos, al contrario, sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician del servicio.

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Estas cosas didásko y exhorta. Si alguno diferente-dikaskaleo, y no se amolda a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la didaskalía que es conforme a la piedad…» (6:1-3)

2 Timoteo «Pero tú has seguido de cerca mi didaskalía, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi longanimidad, mi amor, mi paciencia…» (3:10) «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para la didaskalía, para la refutación del error, para la corrección, para la instrucción en la justicia» (3:16) «Predica la Palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, exhorta y reprende con toda paciencia y didajé. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana didaskalía, sino que sintiendo comezón de oír, se acumularán para sí mismos didáskalos conforme a sus propias concupiscencias» (4:2-3)

Tito «Es necesario que el obispo (…) retenga firmemente la palabra fiel, conforme a la didajé, a fin de que sea capaz de exhortar con sana didaskalía y de refutar a los que contradicen» (1:9) «Pero tú habla lo que conviene a la sana didaskalía (…) mostrándote en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de didaskalía, con dignidad (…) A los siervos, no hurtando, sino mostrando completa fidelidad, para que en todo adornen la didaskalía de Dios nuestro Salvador» (2:1, 7, 10)

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

Hebreos «Por tanto, dejando los principios elementales de la palabra del Mesías, avancemos a la perfección, no echando otra vez el fundamento de (…) la didajé de bautismos…» (6:1-2) «No seáis llevados por didajé diversas y extrañas, pues mejor es que el corazón sea fortalecido con la gracia, no con régimen de alimentos, del que no sacaron ningún provecho los que lo observaban» (13:9)

2 Juan «Todo el que se desvía, y no permanece en la didajé del Mesías, no tiene a Dios. El que permanece en la didajé, éste tiene al Padre y al Hijo. Si alguno llega y no lleva esta didajé, no lo recibáis en casa ni le digáis: Bienvenido» (1:9-10)

Apocalipsis «Pero tengo unas pocas cosas contra ti, porque tienes ahí a los que sostienen la didajé de Balaam, quien edidásken a Balac a poner tropiezo antes los hijos de Israel, a comer lo sacrificado a los ídolos, y a fornicar; e igualmente tienes también a los que sostienen la didajé de los nicolaítas» (2:14-15) «Pero a vosotros, a los demás en Tiatira, a cuantos no aceptan esta didajé, a quienes no han conocido las profundidades de Satanás (como dicen ellos) digo: No os impongo otra carga» (2:24)

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BIBLIOGRAFÍA - BIBLIA TEXTUAL, Sociedad Bíblica Iberoamericana, 2010, Nashville, Holman Bible Publishers - BRUCE, F. F., El canon de la Escritura, 2002, Barcelona, Editorial Clie - CROUCH Andy, Crear Cultura. Recuperar nuestra vocación creativa, 2010, Santander, Editorial Sal Terrae - ERICKSON Millard, Teología sistemática, Colección Teológica Contemporánea 2008, Barcelona, Editorial Clie - GAVIRIA Elena y Isabel Cuadrado y Mercedes López, Introducción a la psicología social, 2010, Madrid, Editorial Sanz y Torres - GONZÁLEZ Justo L., Culto, cultura y cultivo. Apuntes teológicos en torno a las culturas, 2014, Bogotá, Ediciones Puma - KELLER Timothy, Dioses que fallan, 2015, Barcelona, Publicaciones Andamio - LUZ Ulrich, El evangelio según San Mateo. Mt. 89-17 (vol. II) 2001, Salamanca, Ediciones Sígueme - MAYORDOMO Moisés, Introducción al Nuevo Testamento, Notas de clase del seminario, no publicado - NOUWEN Henri J. M., En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, 2001, Madrid, PPC - ORTIZ Félix, Cada joven necesita un mentor, 2017, Dallas, e625

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LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA

- PACKER J. I., Conociendo a Dios, 1985, Barcelona, Editorial Clie & Oasis - SCHAEFFER Francis A., Génesis en el tiempo y en el espacio, 1974, Barcelona, Ediciones Evangélicas Europeas - SCOTT Duvall J. y J. Daniel Hays, Hermenéutica. Entendiendo la palabra de Dios, Colección Teológica Contemporánea 2008, Barcelona, Editorial Clie - SEEBERG Reinhold, Manual de historia de las doctrinas, 1963, El paso, Casa Bautista de Publicaciones - STRONG James, Diccionario de palabras originales del Antiguo y Nuevo Testamento, 2002, Miami, Editorial Caribe - WILLARD Dallas, Renueva tu corazón. Sé como Cristo, Colección Teológica Contemporánea 2004, Barcelona, Editorial Clie - WILLIAMS Peter, Can we trust the gospels?, 2018, Wheaton, Crossway - YANCEY Philip, El Jesús que nunca conocí, 1996, Miami, Editorial Vida - Scripture Tools for every person, Tyndale House, Cambridge, 2020, https://www.stepbible.org

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Oscar Pérez Polidura Es graduado en teología en el Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España, actualmente finalizando su master en Teología en el South African Theological Seminary en colaboración con Facultad Internacional de Educación Teológica. Desde enero de 2018 es pastor de la Iglesia Evangélica de Palma de Mallorca. Anteriormente desarrolló ministerio como pastor de jóvenes, también varios años de ministerio en Juventud para Cristo, y en el equipo pastoral de la iglesia Valentia, en Valencia. Nacido en Barcelona, vive actualmente en Palma de Mallorca. Casado con Valeria desde 2008, papá de Mateo y a punto de ser papá de nuevo.

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mensaje importante Especialidades 625 es un equipo de pastores y siervos de distintos países, distintas denominaciones, distintos tamaños y estilos de iglesia que amamos a Cristo y a las nuevas generaciones. Lo que entendimos como encargo de Dios fue a ayudar a las familias cristianas en Iberoamérica a siempre encontrar buenos materiales y recursos para el discipulado de las nuevas generaciones y para facilitar la tarea es que abrimos un SERVICIO PREMIUM de SUSCRIPCIÓN por iglesias que funciona con una cuota o costo mensual por congregación que le permite a todos sus líderes descargar materiales como este libro para compartirlos en su congregación y también hacer la copias necesarias de las partes que encuentren pertinentes para las distintas actividades de la congregación o sus familias. Además de libros, esta membresía a nuestro servicio Premium brinda acceso a materiales visuales, audios, clases, hojas de actividades, encuestas y materiales en serie. El esfuerzo detrás de este servicio es muy grande y hay familias cuyos ingresos dependen de que sus padres o madres tengan el tiempo suficiente para dedicarse a esta tarea y por eso es que hay un costo que entenderás que es bueno compartir entre todos los que creemos que vale la pena tener un servicio así. Por favor, usa estos materiales con sabiduría sin postearlos online y asegúrate que tu iglesia es responsable con su suscripción mensual para poder seguir invirtiendo tiempo, dinero y esfuerzo en seguir proveyendo cada vez mejores materiales. Te amamos. e625

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