Ernesto Palacio - Historia De La Argentina

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Historia Argentina I – Zambrini

Luciano Moreyra

Turno Noche

Ernesto Palacio

HISTORIA DE LA ARGENTINA 1515-1976

XII. LA GUERRA CON BRASIL Y EL MANOTÓN UNITARIO Bolívar dictaba su ley en el norte. Las tropas de Ayacucho dominaban las provincias del alto Perú. En nuestro país se debía contemporizar con la poderosa influencia del caudillo militar Victorioso, que soñaba con la unión americana mediante el Congreso de Panamá. Era el momento para un gran juego diplomático. Pero nuestra diplomacia estaba en manos del ministro García, legista burócrata que sentía en Bolívar la misma desconfianza que sentía por San Martín y por los caudillos del Interior. El Congreso invitó a dichas provincias a concurrir con diputados a su seno, pero dejándolas en libertad, sin ninguna clase de reservas. Para decidir sobre su destino. La consecuencia no se haría esperar con la proclamación de la República de Bolivia. El Congreso dictó una ley de creación del ejército nacional sobre la base proporcional de los contingentes provinciales. Debíamos improvisar rápidamente ejército y escuadra, y en efecto, se creó una escuadrilla cuyo mando se confió al Almirante Brown y la defensa del Sur se encomendó al Coronel don Juan Manuel de Rosas. La escuadra brasileña inició, el 21 de diciembre, el bloqueo de Buenos Aires, dispuesta a no dejar entrar “ni un pájaro” a nuestro puerto. La situación por el momento no urgía, puesto que nuestros patriotas orientales mantenían en Jaque al enemigo: El 31 de diciembre tomaban la fortaleza de Santa Teresa y el 9 de febrero de 1826, al mando del coronel Oribe, triunfarían una vez más en Pantanoso. El mismo día, la escuadra del Almirante Brown tuvo su primer encuentro con las naves bloqueadoras frente a la ciudad, de la cual rompería el cerco para bombardear a la plaza de la Colonia. Mientras tanto, los imperiales habían intentado el proyectado desembarco en el sur, entre Bahía Blanca y Patagones. Resultó un completo fracaso. Se les opuso el vecindario armado, al mando del comandante Molina, y del coronel Sosa. Las provincias del interior concurrieron al Congreso, se aceptó la Ley Fundamental y esperaban el resultado de las deliberaciones. La guerra debía imponer una tregua a las actividades políticas: era necesaria la unión nacional y la paz interior. Así lo comprendió la oposición federal de la capital y de las provincias, que se congregó en torno al general Las Heras, encargado del Ejecutivo Nacional. En medio de la exaltación patriótica del pueblo, sólo un grupo de hombres permanecía frío y cauteloso: Mientras la nación se aprestaba a triunfar del enemigo, ellos concebían el propósito de aprovechar la ocasión para establecer su predominio partidario. El pretexto de las operaciones militares exigía un tesoro nacional y un mando unificado, sirvió para que se iniciara por dicho grupo una propaganda persistente a favor de la creación de un ejecutivo nacional permanente. Ella impresionó al propio general Las Heras, decidiéndolo presentar su renuncia. Se votó el 1° de febrero de 1826 la Ley de Presidencia como concreción de aquel propósito. Acto seguido se designó a cargo a don Bernardino de Rivadavia. Éste tomó posesión el 8, con el siguiente discurso: “El objeto de todos los estados de América es organizar los elementos sociales que ellos tienen (…). Tenéis medios de constituir el país que representáis y… para ello bastan dos bases: la primera que introduzca y sostenga la subordinación recíproca de las personas, y la otra que concilie todos los intereses y organice y active el movimiento de las cosas”. Además, que los pueblos necesitaban “una cabeza” y que era preciso que la capital fuese “nacional”.

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La opinión federal y muchos elementos del antiguo partido directorial, manifestaron su violento desacuerdo. Rivadavia nombró Ministro de Gobierno al doctor Julián Segundo de Agüero; de hacienda al doctor don María del Carril, y de guerra y Marina al general don Carlos María de Alvear. De cartera de Relaciones Exteriores al general Cruz. Mientras tanto, la guerra sigue exitosa por la acción de la escuadra de Brown. Con una escuadrilla muy inferior en número. A fines de mayo ataca la plaza de Montevideo. Luego se repliega sobre Buenos Aires, ante el avance en masa de los barcos brasileños sobre la ciudad. En las balizas exteriores les hace frente y los obliga a retirarse. El 30 de junio ha limpiado de enemigos el río. Mientras las armas de la patria se cubrían de gloria, el plan del grupo unitario se iba mostrando con toda claridad. La Ley de Creación del Banco Nacional escondía en su articulado, el manotón a las minas de La Rioja, concebidas por Rivadavia a la casa Hullet. La Ley de Enfiteusis hipotecaba la tierra pública de todo el territorio a un empréstito extranjero, sustrayendo a las provincias una de sus principales riquezas. La política rivadaviana incubaba una guerra civil. En guerra con un fuerte enemigo y con el interior que empieza a convulsionarse, él se ocupa ante todo de materias cuyo tratamiento habría exigido la paz y amplitud de medios: crea cátedras de latín y un departamento de topografía. Necesitaba extender a todo el país los beneficios de su sistema, según lo había convenido con sus concejeros comerciales de Londres. La argumentación unitaria se centró sobre el supuesto de incapacidad de las provincias para regirse por sí mismas y en el intento de disimular la diferencia entre ambos regímenes. La de los federales hizo hincapié en los sentimientos públicos de las provincias, que identificaban el federalismo con la libertad. El proyecto de la comisión redactora, no era más que la reproducción modificada de la Constitución de 1819, a la extensión del sufragio. La Constitución se sancionó a fines de diciembre y se resolvió comunicarla a las provincias para su aprobación. Pero el interior estaba ya en plena rebelión. En la sesión del 9 de noviembre, Rivadavia había mandado a sus ministros a informar al Congreso la situación. El ministro Agüero señala como focos de perturbación a Córdoba y a La Rioja. A principios de 1827 l autoridad del presidente es una autoridad fantasma en un país que le es totalmente adverso: sólo se la obedece dentro del perímetro de la ciudad. Todas las provincias rechazan la Constitución, con excepción de la Banda Oriental. La provincia de Buenos Aires se halla asimismo en plena rebelión, pues a su decapitación política se ha agregado el proyecto de dividirla en dos. Mientras tanto se había producido la victoria de nuestras armas en la guerra del Brasil. Durante la primera parte de la guerra (todo el año 26) la actuación en tierra habría corrido por cuenta de las milicias orientales. Nuestro aporte había consistido principalmente en la acción de la escuadrilla de Brown. Los primeros encuentros parciales nos fueron favorables. Alvear consideró llevar a cabo una acción decisiva. Llevó al enemigo a una situación desfavorable que compensaría la desproporción de fuerzas y logró infligirles una derrota completa en Ituzaingó. Pocos días antes, el 9 de febrero, el almirante Brown había derrotado a la escuadra Imperial en el Juncal. De toda maneras, Alvear no cosecharía los frutos de su victoria, porque el gobierno de Rivadavia, en momentos en que nuestras armas triunfantes tenían el camino abierto hasta la capital del enemigo ¡Pedía desesperadamente la Paz! Para sofocar lo que él llamaba anarquía interna y disponer de las fuerzas del ejército nacional para lanzarlas Contra sus propios compatriotas. Rivadavia prefirió sacrificar los intereses nacionales a los intereses de su partido entregarse al extranjero para volver las armas contra los compatriotas rebeldes. El presidente decidió enviar a Río de Janeiro al doctor García, con instrucciones rigurosas de obtener, la terminación de la guerra. No tuvo pues reparos de proponer de entrada, como fórmula conciliatoria, la independencia de la Banda Oriental. No obstante, la situación apurada de su ejército el Emperador no accedió.

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Vencedores en la guerra, admitíamos una paz de derrota. La reacción del espíritu público fue violenta y unánime, el pueblo se lanzó a la calle en tumulto. La oposición periodística fue general. El gobierno no podía ya resistir, estaba muerto. El presidente mandó al congreso su renuncia. El Congreso eligió un presidente provisorio en la persona de don Vicente López; López designó a Rosas comandante general de la Campaña. En el plazo de un mes convocó a elecciones de representantes a la Legislatura de Buenos Aires. Fue electo gobernador el coronel don Manuel Dorrego.

XIII. DORREGO Y LAVALLE Con el nombramiento de Dorrego como gobernador, se restablecía el régimen de autonomías provinciales. Por lo cual resurgía la confianza en el interior y se volvía a afirmar la unión nacional. El pensamiento común que inspira los pactos es la necesidad de la unión y de la victoria. Para ello se considera indispensable apurar la organización del país, mediante la instalación de un nuevo congreso que habrá de reunirse en Santa Fe. La administración rivadaviana había sido ruinosa y había agotado los recursos del Estado para combatir a sus enemigos políticos. En la política internacional se hacía sentir la acción del plenipotenciario inglés, empeñado en liquidar la situación bélica desfavorable para los intereses de su comercio, por lo cual intrigaba en Río, en Buenos Aires y en la convulsionada provincia oriental. El General Alvear había regresado a Buenos Aires, delegando el mando de las fuerzas. Dorrego nombró en su reemplazo a Lavalleja. Entre fines de 1827 y comienzos de 1828, el enemigo fue derrotado en Las Piedras, Yaguarón, Cerro de María, Pintos, San Miguel, Potreros y Laguna Merim. La escuadra de Brown triunfaba por su parte en San Blas, Colonia, Las Cañas, Bocas del Salado y Ensenada. El partido unitario había sido derrotado en todo el territorio, y el federalismo se hallaba triunfante en las provincias que se disponían a colaborar contra el enemigo histórico. Este optimismo y la confianza de Dorrego en sus fuerzas, explican la moderación con que se desarrolló su gobierno. Por primera vez en la historia de nuestras discordias civiles, no se inician persecuciones, no se aprisiona a los adversarios, ni se suprime la libertad de prensa. Lo que empieza a llamarse por estos años partido federal en todo el territorio no era en sustancia otra cosa que la forma tradicional de gobernarse en todos los pueblos del vasto interior, desde la época de las fundaciones. La ciudad estaba gobernada por los vecinos, quienes con sus hijos y servidores constituían la milicia. El mismo fenómeno se observaba en toda la extensión del territorio. Las relaciones entre las diversas ciudades se fundaron en la comunidad de intereses para la defensa contra el salvaje y en la mayor o menor felicidad de las comunicaciones. Pero así como había intereses a fines, los había contradictorios, entre una ciudad y otra y que originaban tensiones, rivalidades y, una intensa vida política. De tal modo que se dieron en la nuestra tipos de oligarquía, cesarismo y teocracia alternativamente, sin que desapareciera por ello el surgimiento del caudillismo militar en tiempos de peligro. Esas ciudades tenían su enemigo natural en el gobernante que venía de afuera. A las tensiones locales y regionales se añadía el clásico rencor contra la capital del virreinato, que se acusaba de tiranía. Todas esas modalidades, trasmitidas de generación en generación, constituyeron el alma de nuestro federalismo. Su sentido era tradición de libertades comunales y de inspiración hispánica y católica a que los pueblos obedecían. El partido unitario era porteño. Representaba la pretensión de la capital del antiguo Virreinato a dominar sobre todo el territorio de la vieja jurisdicción. El grupo que encaraba ese espíritu constituía la burguesía comercial muy próspera, que había sido profundamente conmovida por la filosofía de la “Ilustración”. El unitarismo no era otra cosa

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que Liberalismo: El grupo dirigente de ésta se consideró el único capacitado para dirigir la nación, lo cual favorecía al mismo tiempo las ambiciones de una clase extraña de abogados y negociantes. Contra las previsiones de Dorrego, la conciliación era imposible y la situación debía agravarse día tras día hasta desembocar en la guerra civil. Desgraciadamente, la situación de guerra externa y los episodios de la negociación por la paz, fueron el clímax para la tragedia, pues dieron motivo para que ambos partidos se enrostraran el crimen que no se perdona y se lanzaran la afrenta que sólo puede lavarse con sangre: la traición a la patria. El general Rivera se hallaba en abierta pugna con Lavalleja por el predominio provincial. Lavalleja había sido ganado a estas miras con la promesa de la presidencia de una nueva nación. La guerra marítima continuaba beneficiosa, no obstante, con la campaña de corso en las costas del Brasil, que tenía en Jaque a su Comercio (principalmente negrero), haciendo con ello más difícil la situación del enemigo. Para hacer frente a los gastos de la guerra y de la administración, Dorrego debió recurrir al crédito interno y a las emisiones. Mientras tanto, la diplomacia inglesa no retrocedió en su propósito de llegar al tratado de paz, para la cual ya había logrado la adhesión de los caudillos orientales. Obraba en virtud d la facultad de mediación que le había sido otorgada por ambos gobiernos y consideraba como base inalterable para las futuras negociaciones el reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental. El Banco Nacional le negaba recursos para proseguir la guerra a Dorrego. Se nombró embajadores para tratar la paz en Río de Janeiro a los generales don Balcarce y don Tomas Guido. El tratado que reconocía la independencia de la Banda Oriental bajo la garantía de las dos potencias signatarias se firmó el 27 de agosto de 1828. La patria sufría una nueva y dolorosa mutilación de su territorio. La operación era fácil: Explotarían contra Dorrego el patriotismo herido, haciéndolo responsable único y directo de la pérdida de la Banda Oriental. El 20 de noviembre llegó a Buenos Aires la primera división del ejército de la Banda Oriental, al mando del general Martínez. El 1° de diciembre un centenar de personas convocadas en la capilla de San Roque eligió gobernador interino “por aclamación” al jefe revolucionario. El general Lavalle salió en persecución del gobernador Dorrego. Contra la opinión de Rosas, Dorrego decidió esperarlo y hacerle frente. El 9 de diciembre se encontraron en las proximidades de Navarro, donde las milicias fueron derrotadas y dispersas por las tropas de línea. Dorrego buscó incorporarse al regimiento número, al mando del general Pacheco; pero los comandantes Acha y Escribano amotinaron la tropa, se apoderaron de Dorrego y se dirigieron con él hacia la capital. En el camino recibieron orden de cambiar de rumbo y conducir al prisionero al campamento de Navarro, donde se encontraba Lavalle. La logia unitaria había decidido que debía morir. El 13 llegó Dorrego al campamento y se le comunicó que sería ejecutado en el término de una hora. Lavalle escribió al gobierno anunciando que el gobernador había sido fusilado “por su orden” y fiándose al juicio de la historia. En lugar de aterrorizar al país, provocaron su reacción inmediata y violenta. El error político que cometieron fue mucho más grave que el crimen.

XIV. LA LUCHA POR LA LIBERTAD Lavalle retiró los diputados porteños al Congreso de Santa Fe y envió circular a los gobernadores, dándoles cuenta de lo ocurrido e invitándolos a concurrir a un nuevo Congreso en Buenos Aires. La negativa de todos fue indignada y violenta. El general Bustos hace una recapitulación histórica para concluir afirmando que los amotinados “son los autores de todas las desgracias”. El general Quiroga promete “venganza”. Durante el año transcurrido se habrían afianzado la paz interior y el orden legal. El país se estaba curando lentamente de sus heridas y reponiendo su economía; se extendía por todo el territorio una atmósfera de confianza; allanado así el camino, sólo quedaba la puja natural de las legítimas ambiciones a la presidencia futura, para la cual se perfilaban las candidaturas contrapuestas de Bustos en el interior y Dorrego en la capital.

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Lo pueblos que empezaban difícilmente a encauzarse en las vías del trabajo y la industria, dentro del orden y el acatamiento de las leyes debían armarse nuevamente en defensa de su libertad. Posesionados de la ciudad de Buenos Aires, empezaron a perseguir a sus adversarios políticos, disolviendo la Junta de representantes y suplantando por adictos a los miembros de la administración y los tribunales de justicia. Los personajes del partido federal fueron desterrados o presos en un pontón en el río. Se suprimió la libertad de prensa para los opositores. Las primeras acciones de guerra fueron de escasa importancia. Declarada la guerra por la convención, Lavalle se movió sobre Santa Fe. El general López nombró a Rosas segundo jefe del ejército de la Unión y marchó hacia Buenos Aires. Para prevenir el ataque de los contingentes de las provincias interiores, Lavalle envió al General Paz al frente de su división con destino a Córdoba. La batalla se trabó el 26 de abril en Puente de Márquez. Se peleó con encarnizamiento y el triunfo se inclinó a las fuerzas federales. No obstante la superioridad de su situación, López dirigió a Lavalle una propuesta de paz; pero éste respondió que no trataría mientras no se retirase de la provincia. El general Paz, había derrotado al general Bustos en San Roque, obteniendo el control de la situación cordobesa. En un punto estratégico que dominaba todas las rutas del interior. Temiendo ser atacado por la espalda, se volvió a Santa Fe. El grueso de las fuerzas nacionales quedó al mando de Rosas. Paz había oficiado incluso a la Convención, expresándole sus deseos de buena paz y armonía, por lo cual este cuerpo decidió enviar al interior una misión conciliadora compuesta de tres diputados. El comandante de armas general Martín Rodríguez había nombrado una Junta de Guerra integrada por los jefes militares más importantes para organizar la defensa. A fin de reforzarla, se formaron los batallones de “amigos del orden”, constituidos por extranjeros, que originarían la cuestión con el jefe de la escuadra francesa. Para fortalecer al gobierno se reemplazó, en el cargo de gobernador delegado, a Brown por el general Rodríguez, quien nombró de ministro de Guerra a Alvear, de gobierno y Relaciones Exteriores a Carril y de Hacienda a Díaz Vélez. Durante esos días se produjo el incidente con la escuadra francesa. El cónsul de esa nación había protestado contra el decreto por el que obligaba a los extranjeros al servicio militar. En junio, Lavalle mantuvo en riguroso secreto su proyecto para no verse obstaculizado por la oposición. El 16 de ese mes montó a caballo en su campamento de Los Tapiales y se dirigió acompañado de un solo oficial ayudante, a la estancia El Pino, donde se encontraba el comandante en jefe de las fuerzas nacionales. Rosas lo recibió cordialmente. El resultado fue el convenio de Cañuelas, del 24 de junio, que firmaron el gobernador interino, Lavalle y el coronel Rosas. En él se establecía la cesación de las hostilidades, el restablecimiento de las relaciones y el olvido del pasado. Debía convocarse a elecciones de representantes de la provincia. Desgraciadamente las cosas no ocurrieron como se había dispuesto. El grupo “ultra” del unitarismo, había recibido con disgusto la noticia del pacto, se hallaba tonificada por el triunfo que acababa de obtener en Córdoba el general Paz sobre las fuerzas del General Quiroga en La Tablada (22 de junio). Las elecciones se desarrollaron con gran violencia, obligando a los federales a retirarse de los comicios. El general Lavalle las dio por aprobadas. Esto significaba una ruptura del pacto y la reanudación de las hostilidades. Luego celebró con Rosas un nuevo convenio en Barrancas el 24 de agosto, que se consideró como adicional del anterior y por el cual resolvían nombrar gobernador provisorio al general don Viamonte, acompañado de un senado consultivo con cargo de pacificar los espíritus y constituir los nuevos poderes. La elección de Viamonte no provocó el aquietamiento de los espíritus. Contribuían en primer término a mantener la inquietud las noticias de la guerra del interior, y en segundo término, el encono del grupo que se veía derrotado por la opinión. Lavalle no puedo aceptar su derrota con serenidad y buscó pretextos para renunciar. La dificultad expresada movió al gobernador a derogar el decreto que convocaba a elecciones.

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XV. LA LUCHA POR LA LIBERTAD (segunda parte). La Legislatura restaurada reanudó sus sesiones el 1° de diciembre de 1829. Era indispensable elegir gobernador titular. La opinión general indicaba un solo candidato, Juan Manuel de Rosas el comandante general y caudillo indiscutido de la campaña. Tal fue el objeto de la ley del 6 de diciembre, en la cual se investía al gobernador que resultara nombrado con las “facultades extraordinarias”. Se trataba de una facultad de excepción para hacer frente a circunstancias excepcionales. Inmediatamente de votada la ley se eligió gobernador y capitán general de la provincia al coronel Juan Manuel de Rosas. En su breve discurso, expidió tres proclamas: una a la ciudadanía en general, otra al ejército y marina y la tercera a las milicias de las provincias. Nombró ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores al general Guido, de guerra al general Balcarce y de Hacienda al doctor García. El orden estaba restaurado en Buenos Aires. Pero el interior seguía convulsionado por la abusiva intervención militar. La guerra continuaba; en el Litoral el panorama era distinto. Tanto López como Viamonte habían firmado con el cordobés tratados de paz y amistad. Rosas afirmaba que la única posibilidad de lograr una conciliación con Córdoba consistía en la eliminación del general Paz. La tarea que Rosas debía enfrentar era doble y compleja. En primer término, afianzar su autoridad en la Provincia, restableciendo el orden moral; y en segundo término, reconstruir los poderes nacionales, darle una cabeza al país. La convención de Santa Fe acababa de declararse en receso por la nueva situación, que la privaba de recursos. Aparte de esa supervivencia del brote faccioso, era un motivo de inquietud la anarquía de ideas y el choque de intereses entre los propios jefes federales. Rosas estaba convencido de que cualquier convocatoria sería inoportuna. Consideraba que el país no podía deliberar mientras se hallaba anarquizado de hecho, y que era indispensable antes que nada reestablecer el orden social y político y las relaciones interprovinciales por un sólido sistema de pactos. En los primeros meses de su gobierno, la solución se veía lejos todavía. Rosas se apresura a ligarse con pactos a las provincias del litoral. Mientras se empeña en prolongar la paz, se prepara para la guerra. Logra imponer poco a poco a sus aliados su criterio de que es indispensable la eliminación de Paz, mientras tanto, éste no pierde el tiempo, depone a los gobernadores federales del interior y los reemplaza por jefes adictos. El 30 de agosto estas provincias ocupadas se unen por un pacto, en el que erigen un Supremo Poder militar que se encomienda al general Paz, como jefe de las fuerzas de todas las signatarias. Con la formación de la liga del interior, el país quedaba dividido en dos campos inconciliables. Frente a Buenos Aires y el litoral federales. La facción derrotada se movía ya alrededor del general Paz, ansiosa de desquite. Paz, con su posición consolidada, ha invitado a Buenos Aires y Santa Fe a concurrir a un Congreso Constituyente que ha de celebrarse en Córdoba. Estalló en Entre Ríos la revolución del 1° de noviembre, movida por los unitarios y realizada por el Coronel Ricardo López Jordán y los Jóvenes Cipriano y Justo José de Urquiza. El gobernador fue despojado. Los revolucionarios fueron derrotados en Nogoyá el 31 de marzo de 1831 y abandonaron el campo. Entre Ríos pacificado se incorporó al Pacto Federal. Por él adoptan las provincias signatarias la forma republicana, representativa y federal y estipulan una alianza contra cualquier agresión; declaran derechos y garantías recíprocas para sus habitantes, y crean una “comisión representativa” como órgano común. La Comisión Representativa se reunió en Santa Fe el 15 de febrero y su primer acto fue expedir un manifiesto explicando los motivos de la campaña que se iniciaría contra el general Paz y designando jefe de las fuerzas aliadas al general Estanislao López. La guerra ya se había iniciado en el norte con la sublevación (levantamiento, irritamiento) popular de Salta y la de Santiago del Estero, contra la tiranía del coronel Deheza.

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El ejército porteño se puso a las órdenes del general Balcarce. Quiroga, con fuerzas reclutadas en Buenos Aires, debía operar sobre Cuyo, y López sobre Córdoba. Las operaciones se iniciaron con éxito fulminante. La situación de Paz en Córdoba se hacía sumamente crítica, con sus enemigos victoriosos en todos los flancos y amenazando cercarlo. Decidió dirigirse sobre el enemigo más próximo, que era López. Cayó prisionero. López lo trató con toda consideración, y de allí se marchó preso a Santa Fe. La prisión de Paz descabezaba al ejército unitario y lo privaba de su mayor capacidad militar. El general Lamadrid lo había reemplazado en el mando. Dejó que el gobernador delegado Fragueiro pactara con López las condiciones de rendición de la ciudad de Córdoba y se dirigió a Tucumán. Con la pérdida de Córdoba y Cuyo estaba liquidada ya la causa unitaria y sólo faltaba una operación de limpieza. El 11 de junio entraron en Córdoba los generales López y Balcarce. Ya la provincia se había declarado adherida al Pacto Federal y elegido como gobernador al coronel Reynafé. El ejército de Balcarce volvió a Buenos Aires, trayendo como prisioneros al coronel Videla y un grupo de oficiales, que fueron fusilados por orden de Rosas. Quiroga había barrido de enemigos el resto de las provincias andinas y el general Ibarra había sido restituido a Santiago del Estero. Quedaban en poder los unitarios de Tucumán y Salta. En la primera dominaba Lamadrid y en la segunda el general Alvarado; Quiroga se dirigió contra los primeros y el 4 de noviembre, con fuerzas iguales en número, se impusieron su táctica y su coraje en la batalla de Ciudadela. A Salta no le quedaba más que capitular (rendirse).

Con diversas alternativas, la guerra civil suscitada por el motín de Lavalle había durado tres años. Habían luchado por su libertad y habían vencido; pero la guerra había sido dura.

XVI. LA CONSOLIDACIÓN DEL PODER. ROSAS Dos tareas primordiales ha debido acometer Rosas en el orden provincial: reestablecer la confianza y restaurar la hacienda pública. Rosas recorrió personalmente los departamentos del norte de la provincia para enterarse de sus necesidades. Reorganizó la policía, dividiendo en nuevas secciones la urbana y la rural y dictó diversas disposiciones que mostraban la intención de atender a muchos problemas rurales descuidados hasta entonces. Como afirmación del espíritu nacional y su voluntad de independencia declaró fiesta solemne al 9 de Julio, y decidió que no se admitiesen cónsules de ninguna nación que no hubiese expresamente reconocido la Independencia. En 1829 sólo se habían recaudado 8 millones de pesos y los gastos ascendían a 23. La práctica de las emisiones sin respaldo había desvalorizado pronunciadamente la moneda. Unos cuantos meses de administración ordenada y las primeras lluvias bastaron para devolver la confianza a los capitalistas y restablecer el crédito. Se reanudó el comercio internacional y las rentas de la Aduana subieron. Esta última circunstancia habría de provocar un nuevo brote de resentimiento contra Buenos Aires, ya que esa política comercial no era más que la continuación de la de Rivadavia, favorable al puerto único a expensas del interior. Quedaba un país profundamente dividido y receloso. El Pacto Federal estaba lleno de sabias previsiones, pero su aplicación constituía un camino de peligros, a causa de las pasiones encendidas y los intereses contrapuestos. La vida en el campo lo puso en contacto (a Rosas) con los problemas rurales, lo cual debía llevarlo insensiblemente a la política. Sabía que la causa primera de las perturbaciones sufridas consistía en la acción de los ideólogos y demagogos, que pretendían sujetar a los pueblos a principios que éstos rechazaban. El peligro próximo del federalismo era la desintegración. Tal era el argumento de los dictoriales y los unitarios, que habían pretendido conjurarla mediante la intervención militar y la constitución centralista, sin otro resultado que exacerbar el patriotismo local y el odio a Buenos Aires. Esa política nos había ocasionado la perdida de las provincias alto peruanas, del Paraguay y de la Banda Oriental. Rosas se aplicó a la tarea de conciliar dos términos contradictorios y triunfó en ella.

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La revolución no había dado ningún estadista, ningún político de gran envergadura, salvo Moreno, que señaló un rumbo y se hundió. El general Alvear había mostrado ciertos dotes; pero las circunstancias internacionales y su extrema juventud lo hicieron fracasar. Dorrego, más soldado que político había fracasado por su liberalismo doctriniano y su falta de ductilidad (flexibilidad) para adecuarse a las circunstancias. Pueyrredón no había sido más que una brillante mediocridad y Rivadavia, todo lo contrario de un político. Ninguno había podido crear un orden nacional, dominar la anarquía. Esta sería la obra de don Juan Manuel de Rosas. Con la terminación de la guerra civil, quedaban de pie dos grandes influencias, además de la del gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores, la de Quiroga en el interior y la de López en el litoral. Era natural que surgiese inmediatamente la rivalidad por el predominio nacional, que se centró al principio en la situación de Córdoba, donde López había triunfado sobre Quiroga con la imposición de Reynafé. Rosas modificó su ministerio dividiendo las carteras de Gobierno y Relaciones Exteriores e incorporando al doctor Anchorena y a don Roxas y Patrón en reemplazo de Guido y García. En la campaña, se realizaban numerosas reformas útiles, sobre todo en materias de educación e higiene. Se estableció el uso del cintillo rojo con la inscripción “Federación” como obligatorio para todos los funcionarios administrativos, civiles y militares. El “gringo” dejaría de ser un objeto de culto para convertirse en un objeto de mofa y de natural recelo. Y “el hijo del país” recuperaría el sentido de su dignidad y tranquilo orgullo de saberse dueño de casa. A la expiración de su mandato, Rosas fue reelecto. Pero rehusó aceptar. Se designó entonces al general Balcarce, a quien Rosas transmitió el mando el 17 de diciembre de 1832.

XVII. LA CONQUISTA DEL DESIERTO Y LA REVOLUCIÓN DE LOS RESTAURADORES El problema del indio había sido descuidado veinte años por los gobiernos revolucionarios. El indio no sería ya el enemigo, sino el hermano desgraciado a quien había que amparar (ayudar), y el progenitor a quien había que honrar. La consecuencia de este indigenismo literario era la indefensión de los poblados y la insolencia cada vez mayor de las tribus. Rosas se había criado y hecho hombre en la frontera y tenía en la sangre la tradición viva de la guerra contra el infiel. No participaba por consiguiente, de aquellas ilusiones y consideraba que el problema del indio sólo se resolvería por su total sometimiento o el exterminio de los recalcitrantes: la continuación del sistema de la conquista. Durante su actuación como comandante de la campaña había propuesto el avance paulatino de las líneas fronterizas y el sistema mixto de negociación y rigor que aplicó con éxito. Combinó entonces con el presidente de Chile la realización de una campaña conjunta por medio de 3 columnas convergentes. La de la derecha, al mando del general Bulnes, tendría por misión atajar a las tribus que pasasen la Cordillera. En nuestro territorio operaría una columna central al mando del general Quiroga y otra izquierda al mando de Rosas, las que se encontrarían junto a las nacientes del Río Negro. El general Aldao avanzaría hacia el sur de Mendoza. Rosas asumió la dirección de la campaña como jefe de la división de Buenos Aires y estableció su cuartel general en Monte. Inició su marcha el Río Negro. El 26 de mayo obtuvo el primer triunfo importante. Rosas regresó con su división a Napostá, en el cuartel general del Río Colorado, en las márgenes del Negro y en los puntos donde antes se establecían fortines. Los tehuelches y los pampas de Catriel y Cachul estaban sometidos. El peligro del indio no existía ya y no se volvería a hablar de él sino incidentalmente durante los veinte años del gobierno del Restaurador.

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Turno Noche

En las márgenes del arroyo Napostá, el 25 de mayo de 1834, afirmaba: “Las bellas regiones que se extienden hasta la Cordillera de Los Andes y las costas que se desenvuelven hasta el afamado Magallanes quedan abiertas para nuestros hijos. Habéis excedido las esperanzas de la patria”. El gobernador Balcarce se hallaba embarcado en la política de darle fin a Rosas. El plan consistía de dos partes: primero provocar el fracaso de la expedición al desierto para aniquilar el prestigio del Restaurador; y luego producir una división del partido gobernante, que triunfaría en las elecciones con el apoyo de los elementos unitarios, todavía fuerte en el centro urbano. El blanco principal de los ataques eran Rosas y su partido. Se ordenó suspender los actos electorales, alegando como pretexto los disturbios que ella misma había provocado. El 11 de octubre la ciudad apareció empapelada de carteles anunciando que a las diez de la mañana se enjuiciaría a “El Restaurador de las Leyes”. El juicio hubo de suspenderse; pero se produjeron choques entre las tropas y la multitud. En Barracas se habían reunido ciudadanos, que se preparaban militarmente para la revolución. El 1° de noviembre los revolucionarios iniciaron el ataque. En la madrugada del 3 el gobernador mandó un mensaje a la Legislatura, poniendo en sus manos la solución del pleito; había oficiado a Rosas para que con sus tropas viniera a restablecer el orden. El mismo día la sala daba por terminado el mandato de Balcarce y nombraba en su reemplazo a Viamonte. La crisis había durado veinte días. Durante el gobierno del general Balcarce se produjo la usurpación de las Islas Malvinas por Inglaterra. El 3 de enero de 1830, la fragata inglesa “Clío” se apoderó de esas islas despojando al gobernador argentino Vernet y creando una situación de hecho que dura todavía. En el conflicto con los Estados Unidos se llegó a la ruptura de relaciones el 3 de septiembre de 1832.

XVIII. BARRANCA YACO Viamonte nombró ministros al general Guido y al doctor García. El restaurador no se mostró satisfecho con la solución de la crisis y se prepara para luchar. Se funda la Sociedad Popular Restauradora, que agrupa a los federales netos. Se elige presidente al coronel Burgos y vice a don Salomón. Las manifestaciones rosistas recorren las calles y realizan mostraciones hostiles contra los comprometidos en el régimen que acababa de caer, quienes se preparaban para emigrar. Balcarce, Martínez y Olazábal pasan a la Banda Oriental. El general Guido reveló a la Legislatura una comunicación enviada de Londres por el ministro Moreno, por la que se denuncia un plan de las monarquías europeas para dividir a los países de América entre diversos príncipes y en cuya realización estarían comprometidos varios personajes americanos, entre ellos Rivadavia y los unitarios de Montevideo. En esas circunstancias llega Rivadavia a Buenos Aires. Se organizan manifestaciones de entusiasmo federal, con gritos y balazos y el ministro García firma la orden de expulsión del ex presidente. Como la inquietud pública continuara (debido principalmente a la actitud de Rosas reciente con respecto al gobierno) el general Viamonte presentó su renuncia el 5 de junio. La renuncia fue aceptada el 27 de ese mes; tres días después se eligió gobernador a Rosas. Pero Rosas no aceptaba la designación. Por tres veces insiste la Legislatura y otras tantas rehúsa. No le interesa el gobierno por el mismo gobierno, no puede realizar el establecimiento de un orden nacional que afiance la unidad en peligro por las intrigas del extranjero y los emigrados. Al insistir en su actitud, Rosas ofrece su colaboración de ciudadano de orden al gobierno que se elija, y aún su propio retiro del país, si la Legislatura considera que su permanencia en él puede ser un peligro para su tranquilidad.

Historia Argentina I – Zambrini

Luciano Moreyra

Turno Noche

Se nombra a don Tomás de Anchorena. Éste renuncia, por considerarse incapaz de gobernar en circunstancias tan difíciles. La legislatura resuelve que el 1° de octubre no hay todavía gobernador provisional, se hará cargo del gobierno el presidente de la Sala. De acuerdo con lo resuelto y en la fecha indicada, asume la primera magistratura de la provincia el presidente de la Legislatura, doctor don Manuel Vicente de Maza. Cuando el doctor Maza se hizo cargo del gobierno, la conspiración unitaria se hallaba activa en todas las fronteras. Los generales Heredia y Latorre, gobernadores de Tucumán y Salta, se acusan recíprocamente de apoyar con fines de hegemonía personal las conspiraciones de los unitarios en la provincia del vecino y estaban en vísperas de apelar a las armas. El gobierno de Buenos Aires decidió enviar un mediador. La designación recayó en el general Quiroga; éste aceptó de buen grado la comisión, seguro del éxito. El 3 de enero de 1835 llegó a Santiago del Estero y convocó a una conferencia de los contendientes. Heredia llegó 3 días después, pero el 8 se puso la noticia de haber muerto Latorre en un disturbio de su provincia. Quiroga logró un arreglo de la situación del norte mediante un tratado entre Tucumán, Salta y Santiago, que se firmó el 6 de febrero. Quiroga tenía poderosos enemigos y había recibido noticias de que se atentaría contra su vida. Despreció no obstante los avisos y hasta rechazó la escolta que le ofreció el general Ibarra para acompañarlo en la travesía. El 15 de febrero, al llegar a la posta de Ojo de Agua se le anunció que el Capitán Santos Pérez se hallaba en Barranca Yaco al frente de una partida que lo esperaba para matarlo. Respondió que esa partida le serviría de escolta hasta Córdoba. Siguió su camino, y al ser detenido e inquirir (averiguar, informar) lo que pasaba, recibió un balazo en el ojo. Con él fueron muertos todos sus acompañantes. La muerte de Quiroga provocó una gran conmoción en todo el país. En Buenos Aires, Maza presentó su renuncia. Los federales doctrinianos, que hasta entonces se resistían a aceptar los puntos de vista de Rosas sobre la necesidad del gobierno fuerte, comprendían al cabo que no le faltaba razón. La Legislatura se reunió en sesión permanente y el 7 de marzo sancionó dos proyectos: El primero aceptaba la devolución del gobierno de manos del doctor Maza. Por el segundo es nombrado gobernador y capitán general de la provincia al general Juan Manuel de Rosas con la función de conservar y proteger la religión católica y sostener la causa de la Federación apoyada por todos los pueblos de la República. Éste, el 16 de marzo respondió con una nota, solicitaba a la Legislatura que tuviera a bien “considerar en Sala plena tan delicado negocio” y procurar para que sobre él se pronunciaran “precisa y categóricamente” los ciudadanos, “quedando este (voto) consignado de modo que en todo tiempo y circunstancia se pueda hacer constar el libre pronunciamiento de la opinión general”. Sobre 40 diputados, 36 votaron favorablemente. El 13 d abril, Rosas asumió el gobierno.

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