Estudio De La Historia Arnold Toynbee Tomo_xiii.pdf

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Obras de Arnold f. Toynbee publicadas por Eme ce Editores LA C I V I L I Z A C I Ó N PUESTA A P R U E B A GUERRA Y CIVILIZACIÓN EL H I S T O R I A D O R Y LA R E L I G I Ó N LA C I V I L I Z A C I Ó N H E L É N I C A DE O R I E N T E A OCCIDENTE EL CRISTIANISMO E N T R E LAS R E L I G I O N E S DEL M U N D O E N T R E EL OXO Y EL Y U M N A LOS ESTADOS U N I D O S Y LA R E V O L U C I Ó N M U N D I A L ESTUDIO DE LA H I S T O R I A

ESTUDIO DE LA

HISTORIA POR

VOLUMEN I

Introducción Las génesis de las civilizaciones

ARNOLD J. TOYNBEE

V O L U M E N II

HóN. D. LlTT. OXON. HON. D. LlTT. BlRMINGHAM

Las génesis de las civilizaciones (continuación) VOLUMEN III

El crecimiento de las civilizaciones VOLUMEN iv (PRIMERA PARTE) El colapso de las civilizaciones VOLUMEN iv (SEGUNDA PARTE) El colapso de las civilizaciones (continuación) VOLUMEN v (PRIMERA PARTE) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN v (SEGUNDA PARTE) La desintegración de las civilizaciones (continuación) VOLUMEN vi (PRIMERA PARTE) La desintegración de las civilizaciones (continuación) VOLUMEN vi (SEGUNDA PARTE) La desintegración de las civilizaciones (continuación) VOLUMEN vil (PRIMERA PARTE) Estados universales VOLUMEN vn (SEGUNDA PARTE) Estados universales (continuación) V O L U M E N VIII

Iglesias universales - Edades heroicas VOLUMEN ix (PRIMERA PARTE) Contactos entre civilizaciones en el espacio VOLUMEN ix (SEGUNDA PARTE) Contactos entre civilizaciones en el espacio (continuación)

HON.

LL. D. PRINCETON, F. B. A.

EX-DIRECTOR DE ESTUDIOS DEL REAL INSTITUTO DE ASUNTOS INTERNACIONALES EX-PROFESOR DE INVESTIGACIONES DE HISTORIA INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE LONDRES (CON SUBVENCIONES DE LA FUNDACIÓN SIR DANIEL STEVENSON) Traducción de ALBERTO LUIS BIXIO VOLUMEN

XIII

VOLUMEN X

Contactos entre civilizaciones en el tiempo V O L U M E N XI

Ley y libertad en la historia V O L U M E N XII

Las perspectivas de la civilización occidental COMPENDIO

de los volúmenes I al vi COMPENDIO de los volúmenes Vil al XII

EMECÉ EDITORES, S. A. BUENOS AIRES

Titulo de la obra en inglés A STUDY OF H I S T O R Y Esta traducción castellana se edita por atención del autor, Profesor Arnold ]. Toynbee, del Royal Institute of International Ajfairs y de la Oxjord University Press de Londres. PRIMERA EDICIÓN

Pero a mis espaldas siempre oigo Que a toda prisa se acerca El carro alado del Tiempo. ANDREW MARVELL TCÓtsIV Tt áí YÓV TEÓCRITO: KuvíoKa? "Epco?, I. 70. O) 5" «¡e! T
Mi destino está en tu mano. SALMOS XXX. 1 6. Mas Tú eres siempre el mismo, y tus sueños no tienen fin. SALMOS CI. 28-29.

Queda hecho el depósito que previene la ley número 11.723. © EMECÉ EDITORES, S. A. - Buenos Aires, 1964.

PLAN DE LA OBRA

I INTRODUCCIÓN II LA GÉNESIS DE LAS CIVILIZACIONES III EL CRECIMIENTO DE LAS CIVILIZACIONES IV EL COLAPSO DE LAS CIVILIZACIONES

V LA DESINTEGRACIÓN DE LAS CIVILIZACIONES

VI ESTADOS UNIVERSALES

VII IGLESIAS UNIVERSALES

VIII EDADES HEROICAS

IX CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL ESPACIO

X CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL TIEMPO

XI LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

XII LAS PERSPECTIVAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

XIII LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

SCRIPTORIS VITA NOVA O silvae, silvae, raptae mihi, non revidendae, O mea, Silvani filia, musa dryas, non dolet: hoc Paeto dictum inmortale profata Arria procudit mi queque robur et aes— mi queque; non solus tamen exsulo: nonne priores clara creaverunt tristi opera exsilio? Exsul —et immeritus— divom, Florentia, carmen edidit, alma intra moenia tale tua nil orsus, vates. Non iuste expulsus Athenis, Pangaei clivis advena Threi'ciis, scripsit postnatis in perpetuom relegendam vir, bello infelix dux prius, historiam. His ego par fato: par sim virtute. Fovetur acrius aerumnis magnanimum ingenium. Me patriae excidium stimulat nova quaerere regna. Troia, vale! Latium per maria atra peto. Silvae, musa dryas, praesens Silvane, penates, "non" mihi clamanti "non" reboate "dolet". Quae sibi nil quaerens quarenti tanta ministrat, quae nil accipiens omnia suppeditat, quae constanter amat non tali robore amata, quae daré —et hoc totis viribus— ardet opem, nonne haec digna suo Berónice nomine sancto? Quod patet ante oculos, improbe, nonne vides. Cui tam cara comes, non exsul: ubique patria qua praesens coniugis adsit amor. Caece diu, tándem vidisti ciarías. Audi: Perdita mortali gaudia jlere nefas: non datus humanis in perpetuom esse beatos: mox marcent vitae praemia: segnities Elysii pretiumst: hebetat dulcedo: doloris sopitam recreant volnera viva animam. Haec non quesitae tibí ianua aperta salutis: tu jato felix: te nova vita vocal. Gavisus iuvenis vitae describere metas, ausus eram fatum propicere ipse meum. Prospexi triplicem —fauste ducentis Amoris, Musarum comitum, coniugis— harmoniam, amens, qui, vasti peragrans vagus, aequora ponti, non cavi fulmen, saeva procella, tuom. Non iterum de me dictabo oracular nosti, qui me servasti, Tu mea fata, Deus.

ÍNDICE XIII. LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES . . . . A. EL ÁNGULO DE VISIÓN DEL HISTORIADOR B. LA ATRACCIÓN DE LOS HECHOS DE LA HISTORIA I. RECEPTIVIDAD II. CURIOSIDAD III. EL FUEGO FATUO DE LA OMNISCIENCIA

C. EL IMPULSO A INVESTIGAR LAS RELACIONES ENTRE LOS HECHOS I. REACCIONES DE CRÍTICA II. RESPUESTAS CREADORAS

(a) Minúscula (b) Paulo Maiora 1. Inspiraciones del milieu social Clarendon, Procopio, Josefo, Tucídices y Rhodes Polibio Josefo e Ibn al-Tiktaká Alá-ad-Din Juwayní y Rashid-ad-Din Hamadaní Herodoto Turgot Ibn Jaldún San Agustín Un historiador occidental del siglo XX 2. Inspiraciones nacidas de experiencias personales Gibbon Volney Peregrinus Wiccamicus Yosoburo Takekoshi D. EL SENTIMIENTO POÉTICO Y LOS HECHOS DE LA HISTORIA E. LA BÚSQUEDA DE UNA SIGNIFICACIÓN DETRÁS DE LOS HECHOS DE LA HISTORIA

17 17 18 18 23 44

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75 75 85 85 91 94 97 ni 113 115 119 123 132 132 142 143 148 149 164

ANEJOS 189 Anejo a XIII. B. (ni): El mundo de los negocios como escuela de acción intelectual 189 NOTA SOBRE CRONOLOGÍA 217 I. El problema 217 II. Elementos positivos de la correlación Goodman-MartínezThompson de la cronología yucateca y maya con los años de la era cristiana 219 III. La actual controversia sobre el establecimiento de la fecha en la primera dinastía de Babilonia en años antes de Cristo 221

Invalidación de la reconstrucción que hizo Eduard Meyer de la cronología de la historia, del Asia sudoccidental Las pruebas estratigráficas de lugares de la Siria septentrional La prueba de los archivos de Mari La prueba de la lista de reyes asirías encontrada en Jor'sobad La significación cronológica de las observaciones de Amisaduga sobre Venus La certeza relativa de las fechas del "Imperto Medio" egipcíaco El cuadro que presentaban los archivos de Mari y los documentos babilónicos procedentes del reinado de Hamurabi La némesis del imperialismo de Hamurabi Estructura cronológica egipcíaca para, los doscientos diez años de historia, del Asia sudoccidental que van desde la más antigua, de las cartas de la correspondencia diplomática del rey Samsi-Adad I de Asiría hasta la incursión a Babilonia que realizó el guerrero hitita Mursilis I El dominio de la dinastía XII sobre Siria y la. fecha de la correspondencia diplomática de Samsi-Adad I El dominio de la dinastía XVHl sobre Siria y la fecha de la incursión de Mursilis I a Babilonia La contemporaneidad del reinado del Ekhnaton con el de Supilulluma, y la je cha de la Incursión de Mursilis I a Babilonia La conquista de Egipto por los hicsos y la fecha del reinada Hamurabi La conquista kasita de Babilonia y la fecha del reinado de Hamurabi Algunas conclusiones provisionales que pueden derivarse de la Información que se poseía en 1952 d. de C La cronología adoptada en los volúmenes VH-XIII de este Estudio

EXPRESIONES DE AGRADECIMIENTO I. A Marco, por enseñarme a agradecer a mis benefactores .. II. A mi madre, por hacer de mí un historiador III. A Edward Gibbon, por mostrarme con el ejemplo lo que un historiador puede hacer IV. A personas, instituciones, paisajes, monumentos, cuadros, lenguas y libros, por haber excitado mi curiosidad V. A personas y libros, por haberme enseñado métodos de trabajo intelectual VI. A personas y libros, por haberme enseñado métodos de exposición literaria VIL A personas, monumentos, cuadros, libros y hechos, por haberme dado intuiciones e ideas

221 224 226 227 233 234 237 239

241 242 247 251 253 266 268 270

273 273 273 273 274 288 291 294

CLAVE PARA EL MANEJO DE LAS REFERENCIAS INTERNAS EN LAS NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE LOS VOLÚMENES VII-X El texto final de esta obra, lo mismo que sus notas originales, se escribió (excepto en lo tocante a algunos anejos) en el orden en que aparecen los capítulos en el índice general. A cada paso, tanto al preparar las notas como al escribir el texto, el autor procuró siempre no perder de vista la relación entre el pasaje en el que estaba trabajando en ese momento y el plan general de la obra; de ahí que en las notas que van al pie de página se haga referencia a pasajes de la obra conexos con el texto de que se trata, pues el autor cree que el método de tener continuamente presente el conjunto, método que constituyó una guía y una disciplina indispensable para el desarrollo de su propio pensamiento, ha de ser asimismo de alguna ayuda para los lectores. Puesto que, por la naturaleza misma de este trabajo, la cantidad de notas relativas a referencias internas ha ido aumentando a medida que avanzaba el libro, el autor procuró, al imprimir esta serie final de cuatro volúmenes, aliviar los ojos del lector —y al propio tiempo aligerar el trabajo de la imprenta— reduciendo al mínimo el espacio dedicado a tales notas. En consecuencia, cada referencia estará representada por tres indicaciones: un número romano, en mayúscula, que indicará la parte; un número romano, en minúscula, que indicará el volumen; y un número arábigo, que dará la página; una n. indicará "nota al pie de página" cuando la referencia sea ésta. Por ejemplo, una referencia que en los volúmenes I-VI habría aparecido en una nota al pie de página así: "Véase IV. C. (m) (r) 2 (8), Anejo, vol. IV, pág. 637, supra", aparecerá en los cuatro volúmenes presentes, del modo que sigue: "Véase IV. iv. 637." El autor cree que ni el impresor ni el lector habrán de quejarse de esta forma más comprimida.

XIII LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES A. EL ÁNGULO DE VISIÓN DEL HISTORIADOR 'JR QUÉ se estudia historia? ¿Por qué, para formular la cuestión ad hominem, estudió historia el autor de este libro, desde que era niño, y se pasó treinta años en la obra que ahora está terminando? ¿Se nace historiador o se hace uno historiador? Cada historiador dará su propia respuesta a esta pregunta, porque hablará atendiendo a su propia experiencia. Quot homines, tot seníentiae: * "Cada cual debe hablar por sí mismo." La respuesta personal del autor de este Estudio era la de que un historiador, como cualquier otro que haya tenido la dicha de dar una finalidad a su vida, encontró su vocación en un llamado de Dios "para que lo buscasen, si acaso palpando a tientas le hallaran"^ Si esta respuesta personal encuentra algún favor por parte del lector, ella puede asimismo ayudarnos a contestar una segunda pregunta, que está implícita en la 'que formulamos en primer término. Al comenzar preguntándonos por qué estudiamos historia, hemos pasado por alto la cuestión, ¿qué entendemos por historia? Y el autor, siempre hablando sencillamente por sí mismo y atendiendo a su experiencia personal, contestará que entiende por historia una visión —tenue y parcial, aunque él creía, fiel a la realidad hasta donde le era dado juzgar—3 <je Dios que se revela en acción a las almas que sinceramente lo buscan. Puesto que "a Dios nadie jamás le ha visto" 4 y nuestras visiones más claras no son sino "fragmentos de luces" de Él,5 hay tantos ángulos Terencio: Phormio, Acto II, escena iv, verso 14 (verso 454 de la comedia). Hechos XVII, 27. 3 Edwyn Bevan ha comparado acertadamente la visión humana de Dios con la visión que un perro tiene de su amo. En la relación del perro con su amo hay algunos campos de acción en los cuales la actividad del amo está dentro del alcance de la comprensión del perro, en tanto que hay otros campos en los cuales el perro no comprende ni puede comprender lo que hace su amo. Lo que el perro llega a sentir y a conocer, aun dentro de su limitada inteligencia, si se trata de un buen perro y de un buen amo, es el hecho de que se halla al servicio de un ser que es inconmensurablemente superior al perro mismo. Y de esta intuición el perro —por más que sea un perro— llega a una conclusión intelectual y moral. Llega a la conclusión intelectual de que es muy probable que los actos y mandatos ininteligibles de su amo sean tan sabios como resultaron siempre aquellos que el perro puede comprender. Y el animal llega a la conclusión moral de que tiene el deber de confiar en los actos y mandatos de ese ser superior, de obedecer siempre esos mandatos con celeridad y de avenirse a esos actos con resignación. El autor de este Estudio no encuentra en las obras publicadas de Edwyn Bevan ningún pasaje en el que se establezca este símil. Tal vez lo haya recogido directamente en una conversación, de la propia boca de este historiador cristiano. * Juan I. 18; I Juan IV. 12. 6 Tennyson: I» Memoriam, Invocation, estrofa 5, verso 3. 1

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

de visión como vocaciones y profesiones, y el ángulo del historiador es el único, de entre los diferentes ángulos, desde el cual las almas con distintas dotes y distintas experiencias obtienen diferentes visiones parciales de Dios, vistas a través de diversas fracciones de sus "obras, inconcebiblemente altas".1 Además del ángulo del historiador, está el del astrónomo, el del físico, el del matemático, el del poeta, el del místico, el del profeta, el del sacerdote, el del administrador, el del abogado, el del soldado, el del marinero, el del pescador, el del cazador, el del pastor, el del artesano, el del ingeniero, el del médico. .., y esta lista podría extenderse por muchas páginas, puesto que las vocaciones humanas son tan numerosas y variadas como estrecho y endeble el atisbo de Dios que cada una de ellas ofrece. De entre estos innumerables ángulos de visión, el del historiador es sólo uno; pero, lo mismo que los otros, realiza una contribución distintiva propia a la visión fragmentaria de la realidad, que tiene el género humano. La contribución de la historia consiste en darnos una visión de la actividad creadora de Dios en movimiento y en una estructura, que de acuerdo con nuestra experiencia humana de ella, desarrolla cinco dimensiones. El ángulo histórico de visión nos muestra el cosmos físico en un movimiento centrífugo y en una estructura cuatridimensional de tiempo-espacio; nos muestra cómo la vida en nuestro planeta se mueve evolutivamente en una estructura de vida-tiempo-espacio, de cinco dimensiones; y nos muestra cómo las almas humanas, elevadas a una sexta dimensión por el don del Espíritu, en virtud de un tremendo ejercicio de su libertad espiritual se mueven hacia su Creador, o bien se alejan de Él.

B. LA ATRACCIÓN DE LOS HECHOS DE LA HISTORIA I. RECEPTIVIDAD

Si no nos equivocamos al ver en la historia una visión de la Creación de Dios en movimiento —desde Dios que es su fuente hacia Dios, que es su meta—,2 no nos sorprenderá comprobar que en los espíritus de criaturas dotadas de alma el mero hecho de estar vivas les despierte la conciencia de la historia; pero, como hemos observado el "eterno torrente" 3 del tiempo fluye a diferente ritmo 4 y que la superficie de sus aguas se presenta a veces más calma y a veces más encrespada, no nos sorprenderá tampoco comprobar que, en espíritus humanos cuya receptividad innata a las impresiones de la historia es, según puede presumirse, siempre la misma como término medio, la fuerza real de 1 "Die unbegreiflich bochen Werke" — Goethe: Fausto, verso 249, citado en II. i. 306. 2 "Ilayhi marji'ukum jami'an" ("A Él retorna cada cual"): Corán, X. 4. 3 Watts, Isaac: "Dios Nuestro, ayuda nuestra en edades pasadas", citado en I. i. 459* Véase XI. xi. 232-67.

Ip

la impresión varía según las circunstancias históricas de quien la recibe. Por ejemplo, en un lugar anterior ^ hicimos notar que la profundidad de las impresiones históricas suele ser proporcionada a su violencia y a su capacidad de conmover dolorosamente. En el mundo occidental y en la generación que se hallaba en su infancia en el momento en que la historia de Occidente pasaba de su Edad Moderna a la edad postmoderna, esto es, a fines del tercer cuarto del siglo xix de la era cristiana, un niño que vivió la guerra civil norteamericana en el territorio de la Confederación del Sur, probablemente haya adquirido un sentido histórico mayor que otro que vivió la misma experiencia en el Norte, mientras que, por la misma razón, un niño francés que vivió la guerra franco-prusiana y el ulterior establecimiento y supresión de la Comuna de París en 1870-1 d. de C., probablemente haya adquirido conciencia histórica más aguda que sus contemporáneos belgas, suizos o ingleses. Pero hasta el niño de Inglaterra o Nueva Inglaterra de aquella generación, que fue lo bastante afortunado para que el destino no lo iniciara en la historia de esa manera no solicitada y desagradable en que inició a sus contemporáneos de París y de Carolina del Sur, hubo de adquirir automáticamente y en alguna medida conciencia de la historia, sencillamente por el hecho de haber nacido en un milieu social en el que ocurría que el proceso de civilización se hallaba en ese momento en pleno vuelo. Hasta en la agradablemente plácida orilla del caudaloso río que le había tocado en suerte, un millar de experiencias familiares le harían recordar constantemente su hermosa herencia.2 La historia se grabaría en su espíritu receptor, por obra de los monumentos conmemorativos de las guerras y otros monumentos erigidos en lugares públicos,3 de los nombres de calles, plazas, granjas y campos, por obra de la arquitectura de antiguos edificios que el niño encontró ya hechos cuando cobró por primera vez conciencia del mundo exterior, y por obra de la arquitectura de nuevos edificios que él vio nacer junto a los más antiguos o en reemplazo de éstos; 4 por obra de los cambios operados en las modas del vestir; 5 por obra de aconted1

En XII. xii. 34-7.

Salmos XVI. 6. En sus expresiones de agradecimiento, pág. 275, infra, el autor menciona lo que debe al Albert Memorial de Kensington Gardens, Londres, por haberlo educado visualmente en la historia (aunque no en la belleza). * Los cambios que el autor de este Estudio vio, desde su infancia, en la arquitectura de Park Lañe, en Londres, lo educaron en la actual historia social. En la década de 1830 nuevos palacios, construidos por millonarios sudafricanos, se estaban haciendo lugar junto a los palacios más antiguos de la nobleza inglesa. Entre la primera guerra mundial y la segunda, los palacios de ambos géneros fueron demoliéndose para hacer lugar a enormes casas de pisos y monumentales hoteles. 5 La madre del autor de este Estudio solía decirle que, cuando era un niño, él le anunció una vez que había descubierto la diferencia que había entre las "señoras" y las "mujeres". "Las señoras", había dicho, "llevan sombrerete; las mujeres llevan mantilla", y era verdad que en la Inglaterra de la década 1890 el tocado femenino aún marcaba la aguda diferencia de dos categorías que se habían establecido desde los albores de la civilización. Mientras una pequeña minoría tenía el privilegio de seguir las mudanzas de una moda, deliberadamente mantenida en movimiento a fin 2 3

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

mientos políticos tales como las elecciones generales de los cuerpos parlamentarios representativos, las inauguraciones de períodos presidenciales y las coronaciones de reyes y reinas; por obra de festividades y ceremonias regularmente repetidas, tales como el Trooping of the Colours y el Lord Mayor*'s Show, en Londres; y por obra de la liturgia cumplida en las iglesias. El carácter conservador de los cuerpos eclesiásticos, que llegaron a representar a las religiones superiores sobrevivientes, hizo de tales iglesias fuentes de irradiación, incomparablemente potentes, de impresiones, de acontecimientos históricos y de personajes históricos. En efecto, las iglesias resolvieron el problema —que todas las religiones misioneras tienen que afrontar— de convertir en masse poblaciones iletradas mediante el recurso de expresarles su mensaje, su moral y su doctrina en forma visual.1 Hasta en las mezquitas, en donde las posibilidades de dar un uso educativo a las artes plásticas estaban

limitadas por la fidelidad con que el profeta Mahoma se atuvo al segundo mandamiento mosaico, la Kibla hacia la cual las líneas de la arquitectura atraían hábilmente la mirada del fiel, apuntaba, en virtud del elocuente simbolismo de un nicho impresionantemente vacío, no sólo interiormente en la dimensión espacial a la Kaaba de La Meca, sino también retrospectivamente, en la dimensión temporal, al profeta de Alá, que fuera el fundador humano del credo. En una iglesia cristiana —a menos que se tratara del tabernáculo de una secta protestante de cristianos occidentales que obedecían el segundo mandamiento con escrupulosidad islámica— aparecían representados individualmente los apóstoles, profetas y mártires, citados colectivamente en el Te Deum, con sus atributos distintivos tradicionales —la cruz, la espada, la rueda u otros medios de muerte en virtud de los cuales el mártir había conquistado su corona, o bien el libro y la pluma del evangelista— y estos cuadros, bajorrelieves o estatuas hablaban directamente al alma del espectador, en tanto que la significación del canto de la misa en una "lengua muerta" era revelado al ojo del devoto fiel por una réplica que la iglesia tenía de la mezquita, puesto que de continuo lo que ocurría en el altar hablaba visualmente a los fieles, de Cristo, de su Pasión, de su Divinidad y de su Encarnación. Como se ve, en los días en que las civilizaciones sobrevivientes estaban todas aún viviendo bajo la égida de las religiones superiores sobrevivientes, aderezadas en sus formas tradicionales, "acudir a la iglesia" (o a la mezquita o a la sinagoga o al templo hindú o budista) era una manera automática de educarse en la historia, que podía llevar al recipiente pasivo de esa educación muy lejos, tanto en el tiempo como en el espacio; y esa educación era tan eficaz como no formal, puesto que alcanzaba a amplios estratos de la población, que no tenían posibilidad alguna de asistir a la escuela, pues les enseñaba lecciones que llegaban más al corazón de sus discípulos que cualquier libro formal de instrucción. Cristo y sus apóstoles, los santos y los mártires, los patriarcas y los profetas, y la visión bíblica de la historia, comenzando por la Creación, pasando por la caída y la redención, hasta terminar en el Juicio Final, eran en verdad realidades de mucha mayor importancia para las almas cristianas que las historias seculares parroquiales y los hechos notables militares, civiles, literarios y científicos de una nación, cosas que los bienintencionados pero miopes organizadores de sistemas nacionales de educación universal obligatoria en los estados occidentales postmodernos hacían tragar a una plebs Octidentalis núper Christiam. Para referir otra vez este asunto ad hominem, a medida que iba avanzando en años el autor de este Estudio, tanto más complacido estaba por el hecho de haber nacido lo bastante temprano en la civilización occidental para que cuando niño lo llevaran a la iglesia todos los domingos, cosa natural, y para educarse formalmente en una escuela y una universidad en las que el estudio de los clásicos griegos y latinos, que reemplazara al estudio medieval occidental de las Escrituras y la teología, como con-

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de que los fabricantes obtuvieran beneficios y de hacer saber que sus clientes eran lo bastante ricos para no tener que esperar para hacer una nueva compra hasta que la última que habían hecho se hubiera gastado por el uso, la mayoría aún se cubría la cabeza con el chai inmemorial (Turcicé charshaf) que, a los ojos cristianos estaba consagrado por figurar el convencional modo con que se mostraba a la Virgen María en las representaciones tradicionales. En el ínterin, el autor había vivido lo bastante para ver cómo esa diferencia de dos categorías de tocado femenino no sólo desaparecía en Inglaterra, sino que aparecía primero y luego comenzaba a desaparecer en Turquía. En la época en que visitó por primera vez a Turquía, en 1921 d. de C, todas las mujeres turcas de todas las clases usaban aún el inmemorial charshaj; en el momento de su tercera visita, que realizó en 1929, d. de C., en Turquía la situación era la de Inglaterra en la década de 1890: mientras las "mujeres" turcas llevaban aún mantilla sobre las cabezas, las "señoras" turcas ya usaban entonces sombrero. Pero en la época en que el autor realizó su cuarta visita a Turquía en 1948 d. de C. la vestimenta femenina ya estaba enderezada hacia el igualitarismo —aunque no alia Turca, sino alia Franca—, pues todo el mundo se atenía a una nueva regla de "modas para todos", en lugar de la antigua regla del "charshaf para todos", regla que había estado en vigor sólo veintisiete años atrás. En la mañana del 3 de noviembre de 1948, el autor y su esposa, en lo alto del qaleh (la ciudadela), en Angora, iban andando por la calle principal detrás de tres mujeres que paseaban en fila y que, sin quererlo, exhibían un tableau vivant del último cuarto de siglo de la historia de la vestimenta femenina en su país. Las dos mujeres más jóvenes estaban vestidas según la moda occidental ecuménica común del año. Si un antiguo jinn hubiera recogido a cualquiera de ellas, la hubiera transportado en una alfombra mágica a Londres o a Nueva York y la hubiera depositado en una calzada o en una acera, no habría podido distinguirse a esa joven de otras mujeres de su edad que anduvieran por Edgware Road o Broadway. La tercer integrante del trío de Angora, que podría haber sido la madre de las muchachas, llevaba una curiosa mezcla de la moda del momento y de la vestimenta femenina inmemorial, mezcla que recordó al autor el vestido ecléctico que había visto usar a hombres —no a mujeres—• de Japón, en 1929 d. de C. Sobre los escalones de una de las casas por las que pasamos en procesión, recorriendo la calle principal de la ciudadela de Angora el 3 de noviembre de 1948, estaba sentada una anciana que llevaba el tradicional vestido turco completo, incluso el notable shalwar (pantalones abolsados). Cuando las dos muchachas pasaron frente a ella, nosotros vimos cómo la anciana las miraba con un aire en el cual la seguridad en sí misma y la desaprobación luchaban cómicamente contra la admiración y el recelo. 1 Véase V. vi. 514-39.

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secuencia del Renacimiento italiano del siglo xv,1 no había sido aún suplantado a su vez por el estudio de las lenguas y literaturas vernáculas occidentales de la historia medieval y occidental moderna y de la más reciente ciencia física occidental. Este estímulo automático derivado del milieu social en el que se educa un ser humano y en el que continúa viviendo y trabajando cuando es adulto es la primera y más amplia fuente de irradiación de los móviles que inspiran a los historiadores en potencia; pero esa inspiración primaria, por más que sea indispensable, es al propio tiempo insuficiente, y lo es de dos maneras. En primer lugar, ni siquiera en las civilizaciones de la tercera generación, que gozaban todas de la ventaja de haber tenido iglesias como sus crisálidas,2 la educación no formal en historia, realizada a través de un medio eclesiástico, penetró en las profundidades de la sociedad, puesto que durante toda la edad de las civilizaciones hasta la fecha, la vasta mayoría de la población de cualquier sociedad en proceso de civilización estaba constituida por un campesinado primitivo que, en 1952 d, de C, aún representaba unas tres cuartas partes de la generación viva de la humanidad, y para el campesinado, desde los albores de la civilización, la historia, tal como él la había experimentado, era un cuento que no significaba nada, a pesar de estar "lleno de ruidos y furia"^ Ese campesinado, que había ingresado en el rebaño de las civilizaciones y que había sido reclutado para que suministrara un superávit para una minoría privilegiada, permanecía casi en las mismas condiciones en que se hallaban sus aún menos desdichados hermanos de sociedades primitivas sobrevivientes, que las civilizaciones todavía no habían devorado. Y, en la conciencia de ese campesinado, el gobierno que siempre estaba interviniendo en su vida tan desagradablemente, no era el bnlante aparato histórico que se movía según un curso irreversible a través del tiempo, cosa que parecía a una minoría cultivada a la que se le había enseñado a aprender de memoria los nombres y fechas de los reyes de Inglaterra, Judá, Israel, Asiría, Babilonia y Ur, o bien los de los faraones de Egipto o de los emperadores de China y Japón; para el campesinado el gobierno era tan sólo una aflicción inevitable, eternamente presente como las guerras que el gobierno imponía abusando de su poder, y como las pestes y el hambre que el gobierno no podía impedir. Un pasaje de historia por el cual el campesinado podría haber sentido algún interés, en el caso de que hubiera tenido conocimiento de él, era la mutación prehistórica en virtud de la cual el infrahombre llegó a convertirse en hombre, por obra de un movimiento yang en la evolución de la vida, acontecimiento que fue un hito histórico más prominente que el ulterior surgir de las civilizaciones; 4 pero ese acontecimien1 Véase X. x. 95. Véase VII. vin. 32-52. 3 Shakespeare, Macbetk, acto V, escena v, verso 26. * Véase II. i. 219-22. 2

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to histórico, que arqueólogos, antropólogos y psicólogos occidentales habían comenzado a sacar a la luz, se había desvanecido, años atrás, de la memoria popular de sus contemporáneos, quienes en 1952 d. de C. se hallaban aún en el soñoliento estado yin del hombre primitivo; y, a los efectos prácticos, el sustrato humano primitivo de las civilizaciones vivas carecía aún por completo de toda conciencia histórica. El movimiento de la creación que daba el ritmo al cual danzaba el campesinado primitivo, era el ritmo cíclico de la naturaleza física: el ciclo de las estaciones, que regía el suministro de alimentos del campesinado; el ciclo del día y la noche, que le imponía el horario alternado de trabajo y descanso; y el ciclo de nacimiento y muerte, que determinaba el fin de la vida de cada ser humano. Las festividades que tenían alguna significación y valor para el campesinado no eran el 4 de julio, el día de Dingaan, el día de Guy Fawkes, el día del armisticio, etc., sino los días no históricos marcados en el almanaque del año agrícola. En verdad, para por lo menos tres cuartos de todos los hombres y mujeres que vivían en la tierra en 1952 d. de C., la historia virtualmente no existía; no porque esta mayoría fuera menos receptora de las influencias educativas de su milieu social que la minoría que en ese momento se hallaba en proceso de civilización, sino porque la mayoría se encontraba aún viviendo en un milieu social que le hablaba no de historia sino de naturaleza. Y hasta para la minoría cuyo milieu social le hablaba de historia, esa circunstancia de hallarse expuesta a las irradiaciones de un contorno social histórico no bastaba en sí misma para llevar a un niño a convertirse en historiador. La receptividad pasiva sin la cual ese niño nunca habría emprendido tal camino tampoco era suficiente para conducirlo a puerto, a menos que una curiosidad activa no inspirara a su espíritu la idea de lanzarse a navegar bajo su propia guía. Un planeador liviano sentirá en mayor medida que un avión pesado los arrebatos, ímpetus, sacudidas y giros de una brisa que vira caprichosamente, pero por esa misma razón el piloto estará a merced de una atmósfera caprichosa, a menos que convierta su aparato en un avión proveyéndolo de un motor, pues hasta que no disponga de una fuerza motora propia, nunca estara en condiciones de elegir una ruta y mantenerla. II. CURIOSIDAD

El espíritu del historiador en potencia es como un avión de retropulsión. Una vez que ha recibido su primer impulso para estudiar historia, en virtud de haber adquirido conciencia de la historia gracias a la influencia de un contorno social histórico, el espíritu logra su impulso siguiente de una transformación de la receptividad en curiosidad. Este paso de una actitud espiritual pasiva a una actitud activa inspira al que se inicia en la historia el deseo de tomar la iniciativa, de entrar en acción

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y de emprender una serie de viajes aéreos de descubrimiento a los ignotos cielos. Sin ese estímulo creador de la curiosidad los monumentos de la historia más familiares e impresionantes no ejercerán efecto alguno con toda la elocuencia muda de su exhibición. Porque los ojos a que se dirigirán serán ojos que no ven.1 Esta verdad de que no puede surgir una chispa creadora sin una respuesta y una incitación, se impuso en el filósofo peregrino occidental moderno Volney cuando visitó el mundo islámico en los años 1783-5 d. de C.2 Volney era oriundo de uno de los confines de la oikoumené, la Europa occidental transalpina, una región que había sido atraída a la corriente de la historia de las civilizaciones sólo en tiempos tan recientes como la época de la guerra de Aníbal (gerebatur 218-201 a. de C.),3 en tanto que la región que Volney estaba visitando había sido un teatro de historia durante unos tres o cuatro mil años más que las Galias y estaba proporcionadamente bien provista de reliquias del pasado, de las que la Francia de los días de Volney podía exhibir comparativamente pocas. Sin embargo, en el último cuarto del siglo xvm de la era cristiana, la población de Oriente Medio estaba viviendo como intrusa entre las pasmosas ruinas de civilizaciones extinguidas, apiladas estrato sobre estrato, y no sentía necesidad alguna de preguntar qué eran esos monumentos, cuándo, cómo o por que habían sido levantados y luego demolidos, o se había permitido que decayeran, o qué luz podrían arrojar esas tragedias históricas sobre la significación de la vida humana.4 La curiosidad para formular estas pregun-

tas se vio excitada no en ese lugar mismo, en la cuna de la civilización, donde el estímulo se hallaba en su punto máximo, sino en un rincón del Viejo Mundo donde el estímulo era relativamente débil. Con todo, en la Europa occidental y en la Edad Moderna de la historia occidental, la tenue marca de historia que ese débil estímulo imprimió en espíritus receptores suscitó en ellos una curiosidad que fue lo bastante viva para hacer que Volney abandonara su Francia natal para viajar a Egipto en 1783 d. de C.1 y que detrás de él fuera el grupo de savants franceses que aprovecharon la oportunidad que en 1798 d. de C. les ofreció Bonaparte para acompañar a su fuerza expedicionaria. A diferencia de aquellos intrépidos hombres de ciencia, ni el propio Napoleón ni sus oficiales y hombres se sentían atraídos a Egipto primariamente por su historia. El motivo principal de su acción era la inquietud y la ambición propias del bárbaro; sin embargo, Napoleón sabía que estaba tocando una cuerda a la que responderían hasta las tropas no educadas de un ejército occidental del siglo xvm cuando les hizo recordar, antes de entrar en acción en la decisiva batalla de Imbabah,2 que cuarenta siglos

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1 Isaías XLIII. 20; Jeremías V. 21; Ezequiel XII, 2; Mateo XIII. 14; Marcos IV. 12; Lucas VIII. 10; Juan XII. 40; Hechos XXVIII. 26; Romanos XI. 8. 2 Véase Volney, C. F.: Voyage en Syrie et en Égypte pendan! les Années 1783, 1784 et 178}, 2" ed. (París 1787, Desenne et Volland). 3 Véase I. I. 63. * Véase Volney, C. F.: Les Ruines, ou Méditation sur les Révolutions des Empires, caps, i y 2, en Oeuvres Completes de Volney (París 1876, Firmin-Didot), págs. 9-12. La diferencia ante los monumentos de un pasado preislámico que mostraba la población musulmana de Egipto y Siria en la novena década del siglo xvm de la era cristiana, época en que Volney visitó esos países, no era peculiar de aquella generación de musulmanes y no se limitaba al campo de la arqueología. Tratábase de una faceta de una indiferencia católica "por toda cosa que no tuviera importancia directa para la vida en este mundo o en el otro", que impusieran a todo musulmán piadoso los preceptos de la teología islámica ortodoxa (véase MacDonald, D. B.: The Religious Attitude and Life in Islam (Chicago 1909, University Press), pág. 120). "Y esto no es sencillamente teológico, sino que pertenece a la constitución misma del espíritu musulmán. Nosotros podemos decir: 'Éste es un libro interesante; pero en árabe no es posible expresar esa idea. . . No podemos traducir la noción de curiosidad ni siquiera en el sentido más alto y delicado. . . El alma libre, que se determina a sí misma, que se desarrolla por sí misma, no puede andar por su propia senda, por inocentemente que lo haga, sino que debe ajustarse al esquema y a las normas de las escuelas." (Ibid., págs. 120-1.) Macdonal continúa luego citando a "Odiseo" [Sir C. Eliot]: Turkey in Europe (London 1900, Edward Arnold), pág. 98, como testigo de que en la lengua turca, existe la misma laguna que en la lengua árabe. "La lengua turca, por más que es muy copiosa, no contiene ninguna voz equivalente a 'interesante'... El turco común no se interesa por cosa a l g u n a . . . La falta natural de curiosidad y la convicción de que su religión contiene todo lo que el hombre sabe o necesita saber»

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mantiene a la población de provincias en un estado de ignorancia que parece increíble y fantástico." Por lo menos en lo tocante a Turquía ese juicio intelectual que acaso aún estaba justificado por los hechos en 1900 d. de C, se había convertido en un anacronismo en 1948 d. de C., como consecuencia de la revolución occidentalizante que había estado sufriendo Turquía en el entretanto (véase pág. 27, n. 2, infra). 1 Volney informó a sus lectores —en prosa en el prefacio de su Voyage en Syrie et en Égypte, y en poesía en Les Ruines— de las circunstancias que lo habían movido a elegir Asia —y en particular Siria y Egipto— en lugar de América o Europa, como teatro de una serie de viajes por el extranjero, en los cuales había decidido gastar una herencia que recibiera: "C'est en ees contrées, me dis-je, que sont nées la plupart des opinions qui nous gouvernent; c'est de la que sont sorties ees idees religieuses qui ont influé si puissamment sur notre morale publique et particuliére, sur nos lois, sur tout notre état social. II est done intéressant de connaítre les lieux oü ees idees prirent naissance, les usages et les moeurs dont se composérent, l'esprit et le caractére des nations qui les ont consacrées. II est intéressant d'examiner jusqu'á quel point cet esprit, ees moeurs, ees usages, se sont alteres ou conserves; de rechercher quelles ont pu étre les influences du climat, les effets du gouvernement, les causes des habitudes; en un mot, de juger, par l'état présent, quel fut l'état des temps passés." — Volney, C. F.: Voyage en Syrie et en Égypte pendant les Alinees 1783, 1784 et 178$, Prejace. "Ah! si tu lis dans mon coeurs tu sais combien il desaire la vérité, tu sais qu'il la recherche avec passion. Et n'est pas a sa pursuite que tu me vois en ees lieux ecartes?... J'ait dit. . . J'irai dans la solitude vivre parmi les ruines; j'interrogerai les monuments anciens sur la sagesse des temps passés; j'evoquerai du sein des tombeaux l'esprit qui jadis, dans l'Asie, fit la splendeur des états et la gloire des peuples. Je demanderai a la cendre des législateurs par quels mobile s'élévent et s'abaissent les empires; de quelles causes naissent la prospérité et les malheurs des nations; sur quels principes enfin doivent s'établir la paix des sociétes et le bonheur des hommes." —• Volney, Les Ruines, en Oeuvres Completes, págs. 13 y 14. Léase también la invocación contenida en el comienzo de esta obra de Volney, ibid., pág. 9. El doble título de la obra —Les Ruines ou Méditation sur les Révolutions des Empires— expresa en sí mismo las etapas sucesivas del autor, en su viaje intelectual de exploración, quien de la receptividad pasó a la curiosidad y de la curiosidad a la investigación. 2 Véase IV. iv. 482-3.

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de historia los estaban contemplando * desde las pirámides que la audaz marcha de los franceses sobre El Cairo había puesto entonces al alcance de su vista. Podemos estar seguros de que Murad Bey, el comandante de la fuerza mameluca enemiga, nunca pensó en gastar aliento para dirigir una exhortación análoga a sus propios camaradas faltos de curiosidad. Los savants franceses que visitaron a Egipto siguiendo las huellas de Napoleón se distinguieron por descubrir una nueva dimensión de la historia para la insaciable curiosidad de conquista de la sociedad occidental moderna. El primer objetivo de esta curiosidad fueron en los albores de la Edad Moderna, las lenguas y literaturas clásicas de la civilación helénica de la cual la civilización occidental era filial; 2 y en 1798 d. de C. coronó su hazaña de recobrar la posesión de su propia herencia cultural al tomar posesión de las herencias culturales de las otras civilizaciones contemporáneas. Después de volver a dominar los propios clásicos griegos y latinos, los estudiosos occidentales dominaron los clásicos árabes y persas de la sociedad islámica, los clásicos sínicos de la sociedad del Lejano Oriente y los clásicos sánscritos de la sociedad hindú; y, no contenta con dominar el original hebreo de las escrituras, que la iglesia cristiana compartía con una diáspora judía, la erudición occidental dominaba también en esa época la lengua irania de las escrituras zoroástricas de una diáspora parsi que, lo mismo que el judaismo, era un fósil de una sociedad siríaca extinguida, que había sido hermana de la sociedad helénica. Después de haber llegado tan adelante en cuanto a apropiarse de todos los tesoros del pasado conservados en las herencias culturales de las civilizaciones sobrevivientes, la erudición occidental continuó desenterrando otros tesoros que se hallaban sepultados bajo tierra, envueltos en el pañuelo del olvido,3 desde hacía centenares y hasta millares de años. Era ésta una empresa intelectual mucho más formidable", puesto que aquí hacía ya mucho tiempo que se había roto la cadena de la tradición y por lo tanto no había intérpretes vivos que iniciaran a los catecúmenos eruditos occidentales en tales misterios. Esos estudiosos por sus solos esfuerzos tuvieron que descifrar escrituras olvidadas y descubrir la estructura, el vocabulario y la significación de "lenguas muertas" que estaban muertas en el sentido exacto de no tener ya ningún uso vivo para ningún fin, a diferencia de las llamadas "lenguas muertas", como el latín y el sánscrito, que tan sólo habían dejado de emplearse como vernáculas, sin haber dejado, empero de ser habladas en la liturgia y leídas en las obras clásicas de literatura. La exhumación de la civilización egipcíaca, empresa que realizaron los estudiosos occidentales a partir de 1798 d. de C., fue pues una realización de la curiosidad histórica occidental moderna más notable que el Renacimiento italiano de las letras latinas y griegas, que se verificó en los siglos xiv y xv de la era

cristiana; y en los días del autor de este Estudio habían vuelto a cobrar vida no menos de once civilizaciones muertas —la egipcíaca, la babilónica, la sumérica, la minoica y la hitita, conjuntamente con la cultura del Indo y la cultura Shang, en el Viejo Mundo, y las civilizaciones maya, yucateca, mejicana y andina en el Nuevo Mundo— en los espíritus occidentales cuya curiosidad los había llevado a emprender estos arduos viajes de exploración intelectual. Durante la vida del autor (vivebat 1889- d. de C.) se habían descubierto ya en el año 1952 d. de C. las últimas cuatro de las once civilizaciones antedichas •—a saber, la cultura Shang, la cultura del Indo y las civilizaciones hitita y minoica— y también se habían registrado enormes progresos en el aumento del conocimiento y comprensión, por parte de Occidente, de las otras siete. Y no fue este el límite o la cúspide de las realizaciones que llevaron a cabo estos pioneers intelectuales occidentales. Su chef d'oeuvre consistió en contagiar su propia curiosidad a aquellos pueblos no occidentales que, sólo un siglo y medio atrás, en los días de Volney y Napoleón, habían vivido y trabajado a la sombra de los monumentos visibles del pasado sin que esta circunstancia los moviera a nada.1 En 1952 d. de C., filólogos, historiadores y arqueólogos japoneses, chinos, indios, egipcios y turcos,2 trabajaban con los pioneers de Occidente en campos in-

"Soldats, quarante siécles vous regardent." En X. x. 89-102, se trató de este renacimiento italiano medieval tardío de las letras helénicas. 3 Lucas, XIX. 20. 1 2

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1 "Je pris l'hospitalité chez de pauvres paysans árabes, qui ont établi leurs chaumiéres sur le parvis méme du temple [dédié su soleil á Palmyre].. . Ah, comment c'est éclipsée tant de gloire? Comment se sont anéantis tant de travaux?" — Volney: Les Ruines, caps, i y 2. 2 El autor vio directamente cómo se producía en el espíritu turco esta revolución mental, que se cumplió desde la época de su primera visita al país realizada en 1921 y en virtud de la cual cambió la actitud frente al pasado preturco y preislámico de Turquía. En 1921 d. de C., cuando el pueblo turco otomano estaba empeñado en una lucha a muerte para conservar la posesión de su patria de Anatolia, los monumentos locales del pasado preturco y preislámico aún eran considerados por todos, salvo una pequeña minoría refinada, como otras tantas piéces justijicatives que el raiyeh cristiano ortodoxo de los turcos y sus amos francos podían exhibir en apoyo de su afirmación de que los turcos eran intrusos recientes, que nunca habían tenido un derecho cabal a los territorios en que se habían establecido y que por lo tanto deberían ser expulsados, a fin de restablecer a los propietarios legales, que fueran desalojados por los intrusos turcos y que nunca habían perdido sus derechos. Aún en abril de 1923, cuando el autor hizo su primera visita a Angora, prevalecía esta actitud, aunque por esa fecha los turcos ya habían logrado salvarse en virtud de sus propios esfuerzos. El intento que hicieron los invasores griegos de llegar a Angora había fracasado, la suerte de la guerra se había invertido dramáticamente a causa de una débetele que sufriera el ejército griego en Anatolia; y se estaban llevando a cabo nuevas negociaciones en Lausanne para llegar a un acuerdo de paz entre Turquía y las potencias de la Europa occidental, esta vez sobre un mismo pie de igualdad. Sin embargo, en abril de 1923, la impresión que produjo en el autor el espectáculo del templo de Augusto —ocupado por un jardín anejo a una mezquita y coronado con nidos de cigüeñas— era la misma que produjo en Volney ciento treinta y ocho años antes el espectáculo de las ruinas del templo del Sol de Palmira. Cuando el autor realizó su visita siguiente a Angora en el verano de 1929, unos seis años después de haberse firmado, el 24 de julio de 1923, el Tratado de Paz

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telectuales que estaban "ya. blancos para la siega";1 y las progresivas conquistas de un empeño intelectual, que exigía un grado cada vez mayor de especialización de los estudiosos que se ponían a adquirir su técnica, despertaban al mismo tiempo un interés cada vez mayor en un círculo de legos también cada vez más amplio. "La popularidad que había alcanzado la arqueología en los días del autor estaba atestiguada por la rapidez con que las revistas y periódicos ilustrados semanales encontraban lugar para publicar fotografías de excavaciones y descubrimientos arqueológicos. El descubrimiento (realizado a partir del 4 de noviembre de 1922) de la tumba del faraón Tutankamón (imperabot circa 1362-1352 a. de C.) suscitó en Inglaterra un entusiasmo casi tan grande como el nacimiento de un osito polar en el Jardín Zoológico de Regents Park en 1950 d. de C. La publicación, iniciada en 1924 d. de C, de los primeros volúmenes de la Cambridge Ancient History, dedicada a olvidados capítulos de la historia, que los arqueólogos acababan de sacar a la luz, cautivó análogamente la imaginación del público lego cultivado; y el contemporáneo interés por la historia y la literatura de la civilización helénica no

parecía haber disminuido ni en volumen ni en intensidad por el cambio que sufrió su carácter al quebrarse, en vida del autor de este Estudio, el virtual monopolio que en Inglaterra habían tenido durante unos cuatro siglos los clásicos latinos y griegos, conjuntamente con las matemáticas, en cuanto a constituir los fundamentos de la educación superior. En una generación en la cual los estudios helénicos se veían empujados del centro a un rincón del campo de la educación, en el sentido literal de la expresión, el número absoluto de jóvenes que aprendían latín y griego, por lo menos en este solo país occidental, aparentemente aumentaba —sin que esto comportara una catastrófica caída del número relativo— a causa del gran aumento de alumnos que recibían una educación secundaria en una u otra disciplina intelectual,1 en tanto que el incremento del interés popular por la vida y las letras del mundo helénico en un círculo más amplio que no dominaba los clásicos griegos y latinos en sus lenguas originales, estaba atestiguado por las crecientes ventas de un número cada vez mayor de traducciones que alcanzaban niveles de excelencia literaria cada vez más altos. El rasgo distintivo de estas traducciones recientes —que era asimismo sin duda la circunstancia que las recomendaba a sus lectores—- consistía en haber logrado que los originales griegos y latinos llegaran vivos a las lenguas vernáculas. En lugar de poner deliberadamente distancia entre los clásicos y sus lectores, traduciendo a aquellos en una "versión" ajena a la vida real, los traductores se esforzaron por poner al alcance de los lectores "la contemporaneidad filosófica" y "la equivalencia filosófica" 2 de la civilización helénica y de la civilización occidental, al reproducir los originales en el lenguaje vivo de los correspondientes géneros literarios del día.

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de Lausanne, encontró el templo de Augusto limpio de sus antiguas incrustaciones, convertido en un museo y lleno de monumentos hititas llevados de todas las partes del país. En esa época los turcos habían comenzado a adquirir confianza en su futuro y el presidente Mustafá Kemal Ataturk había lanzado un contraataque en el campo de batalla de la arqueología política al decretar que los hititas eran proturcos. El decreto puede no haber tenido un buen fundamento histórico, pero fue bueno, ello no obstante, para la historia misma, puesto que su corolario práctico fue la revolucionaria idea de que los monumentos hititas eran haberes nacionales turcos que el pueblo turco tenía que conservar patrióticamente. Cuando el autor realizó su cuarta visita a Turquía, en el otoño de 1948, el cambio de actitud era completo. La junta directiva pública de los museos de la capital tenía una réplica en cada museo local de cada sede de una administración provincial, y estos servicios arqueológicos turcos trabajaban con entusiasmo —sin que los trabara lo inapropiado de los medios de que disponían para llevar a cabo su inmensa tarea— para conservar y estudiar todos los monumentos del pasado de todos los estratos sin distinción. En Angora, el 13 de noviembre de 1948, el autor y su mujer conocieron a dos jóvenes arqueólogos turcos —un matrimonio— que acababan de encontrar unos archivos comerciales acumulados, en el segundo milenio a. de C., por una colonia de hombres de negocios asirios, en los suburbios de la ciudad protohitita de Kanesh(el 9 de noviembre de 1948 visitamos ese lugar, conocido ahora como Kultepe, cerca de Kaysari). En Bursa, el 21 de noviembre de 1948 el profesor de historia de la escuela secundaria local pidió al autor que diera una conferencia en el club sobre la historia preturca y preislámica de la región, a un grupo de naturales de Bursa que tenían interés por la antigüedad. El conferenciante se encontró con un público de varios centenares de personas que lo esperaban aunque la conferencia se había anunciado con sólo ocho horas de anticipación, y una vez que ésta terminó varios de los presentes le pidieron que les diera datos de ediciones de textos griegos de las obras de Dion de Prusias y de Arriano de Nicomedia, con traducciones al inglés o al francés en columnas paralelas, pues tenían la intención de familiarizarse directamente con los restos literarios de un ciudadano de Bursa y de un ciudadano de Ismid, que fueron figuras tan eminentes en la historia pasada de esa parte del país. Ésa experiencia de Bursa convenció al autor de que el cambio de actitud del pueblo turco respecto de la historia era un hecho consumado. 1 Juan IV. 35; cotéjese Mateo IX. 37-38; Lucas X. 2.

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1 Las vicisitudes que sufrieron los estudiosos griegos y latinos en las escuelas de Inglaterra estaban indicadas por las cifras, dadas en los informes anuales de H. B. M., del Ministerio de Educación (publicados por H. B. M. Stationeíy Office), del número de estudiantes que obtenía el Certificado de Escuela y el Certificado Superior, en las diferentes materias. La siguiente selección —que el señor F. J. Kinchin Smith, de la Universidad del London Institute of Education entregó gentilmente al autor de este Estudio— dará una idea de la tendencia registrada durante los treinta años que terminan en 1949 d. de C.

CERTIFICADO DE ESCUELA NÚMERO ABSOLUTO

Año 1919 1929 1939 1949

Latín 10,102 25,456 28,508 36,916

Griego 1,215 2,327 1,989 2,411

NÚMERO RELATIVO

Año I9I9 1929 1939 1949

Latín 35-i % 42.7 % 35.3 % 32.1 %

Griego 4.2 % 3.9 % 2.4 % 2.1 %

CERTIFICADO SUPERIOR NÚMERO ABSOLUTO

2

Año Latín 1929 1,980 J 949 4,!59 Véase I. i. 199-205.

Griego 818 915

NÚMERO RELATIVO

Año 1929 J949

Latín 21 % 12 %

Griego 9% 2%

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Esta insaciabilidad fáustica de los indagadores espíritus occidentales llegó a convertirse en tema de poesía occidental. El impulso de una curiosidad que de la exploración del océano físico del siglo xv de la era cristiana pasó a los insondables abismos psíquicos del subconsciente en el siglo xx, está acertadamente expresado por una de las Letters to Malaya de Martyn Skinner.1 Con todo, esta obra colectiva y acumulada de la curiosidad, por impresionante que fuera, no constituía el centro de una pasión y de un drama cuyo teatro no podía ser sino un alma; y esa experiencia individual encontró expresión inmortal en lengua inglesa en el soneto de Keats, On First Looking hito Chapmarís Homer:

Troya y las tumbas reales de Micenas se forjaron y afilaron en la pequeña aldea alemana en que pasé ocho años de mi infancia." i

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Entonces me sentí como un observador de los cielos cuando flota al alcance de la vista un nuevo planeta, o como Cortés cuando, con ojos de águila, contempló el Pacífico, mientras todos sus hombres se miraban unos a otros, con intensa perplejidad, silencioso desde lo alto de una cima del Darién. Para el espíritu del autor, el dechado heroico de la respuesta dada por una invencible curiosidad a la incitación de circunstancias estremecedoras fue siempre Heinrich Schliemann (vivebat 1822-90 d. de C.) desde el día memorable de Winchester, cuando el autor, siendo muchacho, escuchaba hechizado a su profesor L. J. Rendall, que con celo exponía menudamente los episodios salientes de aquella vida romántica, en un paréntesis de una clase oficialmente dedicada a explicar LA litada. "Si comienzo este libro con mi autobiografía [escribió el propio Schliemann en la introducción a su llios~p ello no se debe a ningún sentimiento de vanidad de mi parte, sino al deseo de mostrar cómo la obra de mi madurez fue la consecuencia natural de las impresiones que recibí en mis primeros años y cómo, por así decirlo, el zapapico y la azada para excavar 1 Skinner Martyn: Letters to Malaya, III and IV (London 1943, Putnam), págs. 40-7, citado en VII. vm. 154-5. 2 Esta relación de la vida de Schliemann, que compuso el propio héroe, es tan emocionante como breve (Schliemann no ocupa más de dieciocho páginas para mostrársenos desde la cuna hasta el momento en que se trasladó a Tróade cuando tenía cuarenta y siete años, en 1868 d. de C.); pero Schliemann no escribió esta autobiografía hasta casi los sesenta años de edad y ella no concuerda en todos los puntos con los documentos actuales de Schliemann, que alcanzan a ciento cincuenta volúmenes manuscritos y a veinte mil artículos (véase Ludwig, Emil: Schliemann of Troy (London 1931, Putnam), pág. 24), que usó también el biógrafo de Schliemann. En op. cit., pág. 27, n. . y págs. 47 y 52, Ludwig sugiere que la autobiografía retrospectiva ha de tomarse cum grano salís, a la luz de los documentos contemporáneos. (Un ejemplar de éstos (véase Ludwig, op. di., pág. 48) es una carta autobiográfica escrita por Schliemann cuando tenía veintiún años a sus hermanas, carta que llenaría unas ocho páginas impresas.) La información contemporánea más amplia que Ludwig tuvo a su disposición no lo llevó sin embargo a impugnar la autoridad de ninguno de los pasajes de la autobiografía de Schliemann que se citan en este Estudio.

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En la aldea de Ankershagen, entre Waren 2 y Penzlin, en el ducado de Mecklenburg-Schwerin, del que el padre de Heinrich, Ernst Schliemann era el pastor protestante y donde Heinrich vivió desde la edad de dos años a la de quince (1823-36 d. de C.), había dos elementos en el milieu social —el folklore local y el interés personal del pastor por la historia helénica— que dejaron su huella en el espíritu receptivo de Heinrich; y "la persistencia con que durante toda su vida recordaba las escenas de la juventud y escribía a la gente de allí —un sentimiento de familia que ningún amor del país había ayudado a nutrir en este cosmopolita— indica la profundidad de aquellas primeras experiencias y descubrimientos".3 "Justo detrás de nuestro jardín había una lagunita, 'das Silberschakhen', de la que se creía que una doncella surgía cada medianoche, con un vaso de plata. Había también en la aldea una pequeña colina rodeada por una zanja, probablemente un lugar de entierro prehistórico (o un llamado Hünengrab~), en la cual, según la leyenda, un caballero salteador en tiempos antiguos había sepultado a su querido hijito en una cuna de oro. También se decía que cerca de las ruinas de una torre redonda que se levantaba en el jardín del amo de la aldea estaban enterrados grandes tesoros. Mi fe en la existencia de tales tesoros era tan grande que cuando oía a mi padre quejarse de su pobreza yo siempre le manifestaba mi asombro por el hecho de que él no recogiera la copa de plata o la cuna de oro, y de esta suerte se hiciera rico." 4 Las charlas del padre sobre las excavaciones de Pompeya y Herculano y sus narraciones acerca de la guerra de Troya desviaron la curiosidad del futuro excavador de los tesoros sepultados en la segunda ciudad de Troya y en las tumbas reales de Micenas, desde Mecklenburg al Mediterráneo; y en aquella aldea, doce días antes de cumplir Heinrich los ocho años, recibió el impacto decisivo por obra de un grabado 5 que representaba a Eneas huyendo de la ciudad de Ilion en llamas, grabado contenido en una Historia universal 6 que era el regalo que el padre Schliemann, H.: Ilios (London 1880, John Murray), pág. i. Los Waren, de los que esta aldea recibió el nombre, eran, según es de presumir, representantes de un pueblo bárbaro teutónicohablante del norte de Europa •—los waros, alias Warmi, alias Varini—•, que en la Volkerwanderung posthelénica (aestuabat 375-675 d. de C.) anticiparon el descenso que en el siglo xrx hizo Heinrich Schliemann desde el Báltico al Egeo (véase Chadwick, H. M.: The Origin of the English Nation (Cambridge 1907, University Press), págs. 102-10). 3 Ludwig, E.: Schliemann of Troy (London 1931, Putnam), pág. 135. 4 Schliemann, ibid., 1-2. 5 Reproducido por Emil Ludwig en su Schliemann of Troy (London 1931, Putnam), frente a la pág. 106. 6 Escrita por el doctor Georg Ludwig Jerrer y publicada en Nürenberg en 1828. El biógrafo de Schliemann encontró unos cuarenta años después de la muerte de 1

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hiciera a Heinrich el día de Navidad de 1829. El muchacho se afligía, al oír decir al padre que Troya se había desvanecido sin dejar rastros y el pequeño Heinrich tomó ingenuamente aquel cuadro •—en el que aparecían los macizos muros de la ciudad— como prueba de que después de todo su padre felizmente se hallaba en un error, puesto que el autor del libro debía de haber visto a Troya tal como se hallaba representada en éste. Cuando el padre le replicó que el cuadro era una mera fantasía, Heinrich le hizo admitir que en verdad creía que Troya debía haber tenido muros tan macizos como aquellos que mostraba el imaginario cuadro.

Una vez forjados, esos sueños continuaron siendo la constante inspiración de la vida de Heinrich Schliemann.

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"Papá, le repliqué yo, si tales muros existieron alguna vez no es posible que hayan quedado destruidos por completo. Vastas ruinas de ellos deben de estar aún en el lugar, sólo que se encuentran ocultas bajo el polvo de las edades. Él sostenía lo contrario, mientras yo permanecía firme en mi opinión, y por último convinimos en que yo, algún día, excavaría Troya... Gracias a Dios mi firme creencia en la existencia de aquella Troya nunca se conmovió en medio de todas las vicisitudes de mi vida tan llena de hechos; pero no me estaba reservado realizar, hasta el otoño de mi vida. . ., nuestros i dulces sueños de cincuenta años atrás." éste el volumen, entre los libros y papeles que Schliemann tenía en su casa de Atenas (véase Ludwig, Emil, op. cit., pág. 2 4 ) . 1 La segunda persona de este "nuestros" no es el padre de Heinrich Schliemann, cuyo carácter y conducta no eran de condición tal que inspiraran en el corazón del hijo una admiración o un amor parejos al estímulo que el interés arqueológico del padre había suscitado en el intelecto del hijo. La segunda persona era Minna Meinecke, una muchacha de la misma edad de Heinrich, hija de un granjero vecino. Y las palabras omitidas en el pasaje citado arriba son "y entonces sin Minna, es más aún, lejos de ella". Schliemann, lo mismo que Dante, proyectó su anima a una figura femenina de carne y hueso. En 1829, inmediatamente después de haber encontrado Schliemann su meta en la vida, "Minna me mostró la máxima simpatía y entró en todos mis vastos planes para el futuro. De esta suerte nos unió una cálida adhesión y en nuestra infantil simpatía cambiamos votos de amor eterno" (Schliemann, ibid., pág. 4). Pero, lo mismo que Dante, Schlieman perdió a la mujer amada para recobrarla en el espíritu al orientar su pasión, trágicamente frustrada, a una elevada obra de creación, en la que proyectó la imagen de la mujer querida. EpYátjo(j.a( ¡Aef|W-'£?Ya Sc'epfwv roü •seXáaat.j.'av S'apa >,SIÍX<J¡¿GÍ', (j.e(j:ov'g:'spT'áao;j,a!

Las obras elevadas eventualmente se cumplieron; pero, ¿quién es ese "tú", por quien aquéllas fueron emprendidas? ¿Es realmente la mujer viva perdida? ¿o es el anima indomable e ineludible del propio héroe ("quam scilicet, ut fit effugere haud potis est"), en busca de otro objeto? Heinrich Schliemann heredó el destino del héroe troyano, quien, en la pintura de Jerrer huía de la ciudad de destrucción para lanzarse a un mundo nuevo. También él tuvo que perder a su Creusa para estar libre y poder casarse con Lavinia, llegado el momento; y Heinrich Schliemann volvió a vivir la legendaria experiencia de Eneas en la vida real al ver cómo Minna Meinecke se le escapaba por tres veces, las primeras dos como castigo indirecto por la mala conducta del padre de Heinrich (véase ibid., págs. 5 y 6) y la tercera vez por una cruel inoportunidad (págs. 11-12). La relación que hace Schliemann de su inesperado encuentro con Minna el Viernes Santo de 1836 (pág. 6) no es indigno de compararse con el capítulo XIV de la Vita Nuova de Dante.

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"Mientras viva, nunca olvidaré la tarde en que un molinero ebrio llegó a la tienda. . . Era el hijo de un clérigo protestante de Roebel, Mecklenburg, y casi había completado sus estudios en el gimnasio de Neu Ruppin cuando lo expulsaron a causa de su mala conducta. . . Insatisfecho con su suerte el joven se entregó a la bebida, lo cual sin embargo no le había hecho olvidar a Hornero, pues la tarde en que entró en la tienda nos recitó un centenar de versos del poeta, sin dejar de observar la cadencia rítmica de los versos. Aunque yo no entendí ni una sílaba, los melodiosos sonidos de las palabras me produjeron profunda impresión y derramé amargas lágrimas por mi desdichado destino. Tres veces le hice repetir aquellos divinos versos y yo recompensé su trabajó con tres vasos de aguardiente que compré con las pocas monedas que constituían toda mi fortuna. Desde aquel momento nunca dejé de rogar a Dios que me concediera la gracia y la felicidad de hacerme estudiar griego." i La tienda era la especiería de Theodoro Hückstádt, en Fürstenberg y el año —1837 d. de C.— era el segundo que Heinrich Schliemann, de dieciséis años de edad, pasaba allí como empleado. Unos cinco años después, cuando ya se había elevado de la condición de empleado de una aldea alemana septentrional a la de amanuense de una casa de finanzas holandesa de Amsterdam, probó una vez más la fidelidad a su sueño, al pagar un alto precio por otro paso que dio para convertirlo en realidad. "Mi salario anual alcanzaba sólo a ochocientos francos [treinta y dos libras], la mitad del cual yo gastaba en mis estudios; con la otra mitad vivía, por cierto, bastante miserablemente." 2 El resto de los actos de Heinrich Schliemann y todo cuanto hizo desde su llegada a Amsterdam en 1842 d. de C., como camarero de un buque que había naufragado, hasta la liquidación de sus negocios en San Petesburgo, en 1863 d. de C., siendo millonario —cómo labró su fortuna Ter conatus ibi eolio daré bracchia circum, Ter frustra comprensa manus effugit imago Par levibus ventis volucrique simillima somno. "En verdad nos ocurrió a Minna y a mí como suele acontecemos en nuestros sueños, cuando soñamos que andamos detrás de alguien y no podemos cogerlo porque, cuando lo alcanzamos, torna a escapársenos. Yo pensaba que nunca podría sobreponerme a la desgracia de perder a Minna como compañera de mi vida, pero el tiempo, que cura todas las heridas, curó por fin la mía, de manera que aunque permanecí durante años dolido a causa de ella, pude por lo menos continuar mis actividades mercantiles sin otras interrupciones" (Schliemann, ibid., pág. 12). 1 Schliemann, ibid., pág. 7. 2 Ibid., pág. 9.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 34 importando añil a Rusia y comerciando oro en polvo en California (con lo cual se convirtió automáticamente en un ciudadano de los Estados Unidos) y cómo en el ínterin aprendió por sí mismo a leer y escribir en inglés, francés, holandés, español, italiano, portugués, ruso, sueco, polaco, griego moderno, griego antiguo, latín y árabe— está consignado en la autobiografía del héroe troyano y en el libro de Emil Ludwig.1

"El cielo continuó bendiciendo todas mis operaciones mercantiles de manera maravillosa, de suerte que a fines de 1863 me encontré en posesión de una fortuna como la que mi ambición nunca se había atrevido a esperar; pero en medio del torbellino de los negocios nunca me olvidé de Troya ni del convenio que había hecho con mi padre y Minna en 1830, de excavarla. Verdaderamente me gustaba el dinero, pero sólo como medio para realizar esta gran idea de mi vida." 2 Y la idea hubo de realizarse en verdad más allá de todas las expectaciones, pues el héroe que se había pasado desde los quince a los cuarenta y dos años de edad (1836-63 d. de C.) acumulando los medios de realizarla, se pasó de los cuarenta y siete a los sesenta y nueve años (1868-90 d. de C.) 3 extrayendo de la tierra y recobrando del olvido, no sólo a Troya, sino también Itaca, Micenas, Orcomene y Tirinto. El primero de estos dos capítulos de la historia de la vida de Heinrich Schliemann podía haber salido directamente de Selj-Hélp de Smiles, y el segundo directamente de Las mil y una noches; pero de los dos el primero es no sólo más esclarecedor sino también más romántico. El autor de este Estudio, que nació sólo veinte meses antes de la fecha en que murió Schliemann, se vio compensado de no haber tenido la suerte de conocer vivo a este héroe de la historia por el hecho de haber podido tratar a dos contemporáneos más jóvenes suyos, inspirados por el mismo e indomable espíritu de curiosidad que les permitió obtener victorias en empresas difícilmente menos arduas. El profesor H. W. Bailey (natas 1899 d. de C.) un filósofo de renombre mundial que en 1952 d. de C. era el profesor de sánscrito de la universidad de Cambridge, despertó a la conciencia siendo niño en una granja de la Australia occidental; y sería difícil imaginar un contorno menos promisorio que aquél para crear un hombre de ciencia en el campo de las lenguas orientales. La tierra virgen de una recién colonizada térra nullius no exhalaba ningún folklore que desempeñara el papel de aquellas leyendas locales que encendieron en Heinrich Schliemann, en su aldea varangiana, el deseo de extraer tesoros enterrados; pero el contorno humano local de la Australia occidental en la primera 1 Ludwig, E.: Schliemann of Troy, The Story of a Gold-Seeker (London 1931, Putnam). 2 Schliemann, ibid., pág. 17. 3 En esta vida simétricamente rítmica, la cesura entre la estrofa y la antistrofa estuvo marcada por un viaje alrededor del mundo realizado en 1864-5 d. de C. y los estudios de arqueología realizados en París, a partir de 1866 d. de C.

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década del siglo xx de la era cristiana suministró a Harold Walter Bailey el equivalente de la Historia Universal que imprimió el curso decisivo a la vida de Heinrich Schliemann cuando éste la recibió como obsequio en el día de Navidad de 1829. Los libros como llovidos del cielo de que pudo hacerse aquel muchacho de una granja australiana eran "una serie de siete volúmenes de una enciclopedia (ansiosamente devorados) y otros cuatro volúmenes con lecciones de francés, latín, alemán, griego, italiano y español. Luego tocó el turno al árabe y al persa, principalmente a este último (conjuntamente después con el sánscrito)".1 Esto fue lo que inflamó la curiosidad de Bailey; y en 1943 el autor de este Estudio consiguió que el modesto estudioso le describiera cómo su familia solía observarlo, con una mirada benigna pero llena de extrañeza, mientras, durante el descanso del mediodía de los comunes trabajos en el campo, él estudiaba gramática avestana, a la sombra de una exótica niara. Cuando se estaba aproximando a la edad de matricularse en una universidad, el joven estudiante de lenguas orrientales comprendió que había alcanzado el límite de lo que podía aprender por sí mismo con los libros de que podía echar mano. ¿Cuál fue el paso siguiente? En aquella época, en la universidad de Australia occidental no había ninguna cátedra destinada a estudios orientales. Para llevarlos a cabo el estludiante debería ir a la Europa occidental o a Norte América. Entonces Bailey aprendió por sí mismo el latín y el griego, los enseñó como materias en su propia universidad, ganó una beca en la universidad de Australia Occidental, para estudiar en la universidad de Oxford, y en Oxford encontró la ayuda que necesitaba para completar su dominio de las lenguas orientales. Ni siquiera la Cambridge de Inglaterra podía ofrecer a este filólogo australiano una cátedra especialmente dedicada a la lengua jotanesa, afín al persa y al sánscrito, que fuera introducida en la cuenca del Tarim por los saces 2 y que, mientras H. W. Bailey estudiaba avestano, a la sombra de su niara de la Australia Occidental, fuera reconquistada del olvido por obra de los trabajos de una serie de pioneers occidentales de la cuenca del Tarim, trabajos que culminaron con los del explorador arqueólogo húngaro-británico Sir Aurel Stein, quien descubrió un tesoro de literatura religiosa y secular en lenguas conocidas y aún casi desconocidas, en mayo de 1907 en el santuario taoísta de Chien Fo-tung (Las Cavernas de los mil Budas), cercano a Tun huang, en la cuenca del Su-lo-ho, "un corredor natural" que conducía de la 1 Nota, con fecha 7 de abril de 1952, del profesor Bailey al autor de este Estudio, con la carta en la que el profesor otorgaba a éste el permiso solicitado para citar aquí la historia de su evolución intelectual. El autor de este Estudio agradece profundamente al profesor Bailey su amable consentimiento. "Me siento en sumo grado halagado", observa modesta y humorísticamente este eminente estudioso, "al comprobar que dejé por lo menos una tenue estela en la superficie de este agitado mundo de Samsara." 2 Acerca de esta ola indoeuropeohablante de nómadas eurasiáticos, véase VI. vil., passim: La Geografía administrativa del imperio aqueménida.

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China noroccidental al Asia Central y que se hallaba en el término occidental del antiguo limes de un estado universal sínico; x y el jotanés y el tocario eran los terrenos en que Bailey, en la fase siguiente de su trayectoria intelectual, iba a dar la demostración más acabada de su capacidad, en cuanto a hacer1 avanzar las fronteras del conocimiento filológico.2 La experiencia que vivieron Schliemann y Bailey, de verse inflamados por el ardor de una inextinguible curiosidad, por obra del impacto casual de uno o dos libros, fue compartida asimismo por otro contemporáneo y colega del autor de este Estudio, F. C. Jones, quien, en 1952 d. de C., era profesor de Historia Moderna en la universidad de Bristol y estaba especialmente encargado del campo de los estudios del Lejano Oriente. En esa misma universidad, unos treinta años antes, Jones, que era estudiante, mientras exploraba los pabellones de la biblioteca universitaria, dio con un escondrijo de libros antiguos referentes al Lejano Oriente, que legara a la universidad F. V. Dickins, un inglés que había servido como funcionario médico en China y Japón en 1866-70 d. de C. y que luego había llegado a ser lector de japonés en la universidad. El polvo con que el joven explorador encontró cubiertos aquellos libros le indicaba que era el primer miembro de la universidad que se había interesado por ellos; pero ese lote de libros hasta entonces abandonado ejerció una influencia decisiva en la vida mental del estudiante. A partir de aquel momento Jones llevó a cabo persistentemente estudios sobre el Lejano Oriente, como un asunto personal, además de su obra

académica regular. Continuó este empeño como profesor de historia, primero en Dalhousie and King's University de Halifax, Nueva Escocia, y luego en Harvard. Después de eso, con la ayuda de la Rockefeller Foundation, se llegó hasta la China y pasó allí cerca de dos años —desde el otoño de 1935 d. de C.hasta el verano de 1937 d. de C.— en parte estudiando chino en el Colegio de Estudios Chinos, de Pekín, y en parte viajando por el país; y aunque la China estaba agitada en aquel momento, se las arregló para viajar intensamente por el interior. A fines del año 1937, Jones entró a formar parte del personal del Departamento del Lejano Oriente del Royal Institute of International Affairs, de Londres, y de allí volvió luego a su alma tnater, Bristol. El autor de este Estudio, que en 1952 d. de C. había tenido el placer de conocer a este devoto estudioso de la historia del Lejano Oriente desde hacía más de catorce años, y el placer de trabajar con él, nunca sorprendió en su amigo ninguna señal de que la curiosidad decreciera un punto. En todos esos años Jones continuó mostrando el mismo ardiente y continuo celo por ampliar y profundizar su conocimiento y comprensión de sus temas amados. El autor de este Estudio hubo de vivir asimismo esa experiencia que tanta significación tuvo en F. C. Jones, H. W. Bailey y Heinrich Schliemann.1 El autor nunca olvidará una memorable mañana de uno de los primeros meses del año 1898 d. de C., cuando una serie de cuatro libros de encuademación uniforme apareció por primera vez 2 en una estantería del comedor de la casa de sus padres en Londres, número 12 Upper Westbourne Terrace. Tratábase de The story of the Nations, de Fisher Unwin, y los temas de los cuatro volúmenes eran El Antiguo Egipto; Asiría; Media, Babilonia y Persa; y Los Sarracenos.3 El autor, que en aquel día se estaba aproximando ya al fin de sus nueve años o acababa de cumplir los diez, despertó a la conciencia en el contorno humano más favorable que pudiera imaginarse para hacer un historiador, puesto que en su madre tenía a una historiadora para educarlo. El autor recordaba que en 1898 d. de C. su madre había escrito Trtte Stories from Scottish History,* su propia excitación al ver llegar las prue-

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1 Véase Stein, Sir Aurel: On Ancient Central Asían Tracks (London 1933, Macmillan), págs. 203-16, cap. 13: "Discoveries in a Hidden Chapel", con la fig. 86, frente a la pág. 204. "El sacerdote juntó valor aquella mañana para abrir ante mí la tosca puerta que cerraba la entrada al recóndito lugar excavado en la roca, donde se hallaba oculto el gran tesoro... La vista que se me manifestó a la tenue luz de la lamparita de petróleo del sacerdote me hizo abrir desmesuradamente los ojos. Amontonados en capas, pero sin orden alguno, aparecieron en sólida masa, manojos de manuscritos que se elevaban a diez pies del suelo y que llenaban, como las mediciones ulteriores demostraron, unos quinientos pies cúbicos. Dentro del pequeño cuarto, que medía unos nueve pies cuadrados, quedaba libre sólo el espacio para dos personas de pie" (Ibid., págs. 203-4). 2 Véase por ejemplo, Bailey, H.W.: "Hvatanica", en el Bulletin of the London School of Oriental Studies, vol. VIH, parte 4 (London 1937, Luzac), págs. 923-36. "Ttaugara", ibid., págs. 883-921: Zoroasírian Problems (Oxford 1943, Clarendon Press); "Recent work in Tokharian' ", en Transactions de la Philological Society (London 1947, David Nutt), págs. 126-53; Khotanese Texis, vol. I (Cambridge 1945, University Press); Khotanese Buddhist Texis (London 1951, Taylor's Foreign Press). En su carta del 7 de abril de 1952, dirigida al autor de este Estudio, el profesor Bailey, le dice: "Sólo esta mañana envié a Sven Hedin el volumen en el que explico sus documentos escritos en la lengua jotanesa de los saces (trabajo de cuatro años). La Cambridge University Press está imprimiendo en este momento el volumen II y yo aún proyecto dos o tres volúmenes más de ese material. Para mí el persa y el sánscrito se me han unido en estos estudios jotaneses. .., y el habla irania con la cultura budista. Mi 'curiosidad' por esa miscelánea del Asia Central es tan grande como siempre."

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1 En esta parte del presente Estudio el autor ha recurrido, entre otras fuentes, a su propia experiencia personal, no, desde luego, alimentando la engañosa creencia de que aquella fuera particularmente interesante o importante en virtud de ser la suya propia, sino porque, por la índole mÍ5ma del asunto, tratábase de la única información de primera mano sobre el tema de esta Parte, que el autor tenía a su disposición. 2 La fecha está fijada aproximadamente, por el hecho de que se dieron los tales libros a la madre del autor, porque ella era una historiadora, cuando se distribuyeron las posesiones personales de su suegra entre los miembros de la familia; la fecha de la muerte de la ahucia del autor era el 19 de diciembre de 1897. 3 Acerca de los autores y fechas de publicación de estos cuatro volúmenes, véanse las expresiones de agradecimiento contenidas en este volumen, pág. . . * Toynbee, Edith: Trae Stories from Scottish History (London N. D. Griffith Parren Browr.e). No hay fecha impresa, pero en el ejemplar que el autor acababa de tomar del estante que le regalara su madre y que se encuentra a sus espaldas en su estudio situado en el n' 45 Pembroke Square, Londres, el libro está fechado en

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bas de las ilustraciones y al tener por fin en las manos el primer ejemplar encuadernado. La madre había escrito el libro para poder pagar a la niñera hasta que él tuviera cinco años, es decir un año más; y aunque cuando pasó este año adicional, él se sintió desolado al ver partir a su niñera, pronto se reconcilió con el cambio por la compañía íntima que le brindó la madre durante los años que siguieron. Noche tras noche, mientras lo acostaba, ella le refería en breves sesiones la historia de Gran Bretaña desde el desembarco de César hasta la batalla de Waterloo, y el niño se mostró delicadamente receptivo a este gracioso impacto de la historia parroquial del país occidental en que ocurrió que había nacido. Sin embargo, aquella mañana de 1898 d. de C. en la cual flotaron al alcance de su vista, con toda su abrumadora grandeza, esos poderosos soles que eran las civilizaciones egipcíaca, babilónica y siríaca, fue el momento decisivo en la experiencia intelectual de aquel joven observador de los cielos de la historia; porque, en efecto, la aparición de aquellos cuerpos celestes hasta entonces desconocidos, lo arrancó del estado yin de receptividad y lo puso en un movimiento yang de curiosidad que, felizmente para él, era aún una marea creciente el 15 de setiembre de 1952, más de cincuenta y cuatro años después. Omnes Restinxit stellas, exortus ut aetherius sol.i La epifanía de aquellas civilizaciones de la primera y segunda generaciones eclipsó a los planetas comunes que eran las historias parroquiales de efímeras naciones nacidas abundantemente en un parvenú mundo occidental. Las aguas poco profundas y cercadas por tierra del lago Tenochtitlan ya no podían satisfacer el alma de un buscador de mundos nuevos, una vez que éste había contemplado el Pacífico. El niño se lanzó al océano 2 y desde aquel momento su horizonte continuó ampliándose frente a él más rápidamente que lo que la proa de su barco podía hender las aguas cada vez más anchurosas. La madre dio cuenta al padre de las preguntas que formulaba el hijo sobre si Méjico formaba parte de los Estados Unidos o sobre si los persas eran mahometanos. En la escuela su ya despierta curiosidad lo llevó a tornar a vivir la experiencia de Herodoto de introducirse en el nuevo mundo del imperio aqueménida y explorar dos cuñas aisladas de la cristiandad, Georgia y Abisinia. En la universidad esa curiosidad lo llevó a penetrar la dedicatoria, escrita de puño y letra por la madre: "A Arnold Joseph Toynbee, octubre de 1896, con amor maternal." 1 Lucrecio: De Rerum Natura, Libro III, versos 1043-4. 2 En 1952 d. de C. el primer recuerdo que el autor tenía de su vida se refería a la edad de dos años cuando, hallándose en la playa de Abersoch, Gales, tomó la decisión —y la llevó a efecto— de meterse en el mar por ver lo que ocurría. Lo que ocurrió fue que su niñera corrió tras él, lo sacó de las aguas y al hacerlo se torció el tobillo. No hubo ninguna benévola y oficiosa niñera que lo sacara de la zambullida intelectual que realizó seis años después en el océano de la historia.

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en el nuevo mundo del Lejano Oriente, vía la gran estepa eurasiática, siguiendo las huellas de sus compañeros francos, Juan de Piano Carpini, Guillermo de Rubruck, Marco Polo de Venecia y los sucesores vivos de éstos, Sven Eding, el sueco, y Aurel Stein, el húngaro,1 y a familiarizarse con la vida del qul otomano renegado, Scanderbeg. Tan pronto como rindió sus exámenes finales, aquella curiosidad lo llevó a pasar un año recorriendo a pie el teatro de la historia helénica, siendo alumno de las escuelas arqueológicas británicas de Roma y Atenas, y a realizar el descubrimiento de un mundo otomano vivo que ulteriormente le valió un lugar en la sección turca de la división del Foreing Ofice de la delegación británica a la Conferencia de la Paz de París de 1919 d. de C. Entre la primera guerra mundial y la segunda, la curiosidad lo llevó a ampliar su horizonte al familiarizarse con el curso general de las cuestiones internacionales del día y a agregar una nueva dimensión a ese universo mental, al transbordar, tomando a C. C. Jung como piloto psicopompo, de una nave de superficie a una nave submarina, a fin de sondar los abismos subconscientes de la psique. Después de la segunda guerra mundial la misma curiosidad, aún irresistiblemente punzante, lo llevó a hacer una incursión al plano económico y a la ciencia de los ciclos comerciales que prometían arrojar luz sobre el tema más amlio y más importante de la relación que hay entre ley y libertad en la istoria; y el 15 de setiembre de 1952 cuando se hallaba promediando sus sesenta y cuatro años de vida, la perentoria nota creciente del rugido del motor en aceleración de la alada carroza 2 del tiempo lo estaba urgiendo a penetrará; yóvu %Xwp6v, 3 en nuevos mundos que aquella curiosidad le había señalado desde mucho tiempo atrás para una futura conquista. A esa edad, se veía acicateado por el ejemplo del historiador, banquero y estadista George Grote (vivebat 1794-1871 d. de C.) quien, más de dos años antes de devolver a la imprenta, el 23 de diciembre de 1855,4 las últimas pruebas de páginas corregidas del volumen duodécimo y último de su historia de Grecia, había comenzado a componer dos obras hermanas sobre las filosofías de Platón y Aristóteles.5 Escribió y publicó sin dilación la obra de Platón en tres volúmenes; 6 y,

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1 El autor aún podía recordar la excitación que le produjo una conferencia con proyecciones luminosas que diera Sir Aurel Stein en Oxford, en el gran salón de exámenes en algún momento en que el autor era todavía estudiante (studia exercebat 1907-11 d. de C.). En su memoria visual aún se hallaban presentes los panoramas de enormes cordilleras de montes cubiertos de nieve y podía recordar cómo cuando el conferenciante mencionó, al pasar, que había perdido allí ciertos dedos de los pies a causa de la mordedura del frío, el ávido oyente reconoció que se hallaba en presencia de un descubridor que verdaderamente tomaba en serio su misión intelectual. 2 Marvell, Andrew: To His Cos Mi stress, verso 22. 3 Teócrito: KuvícKa? "Epo?, verso 70. 4 Véase Grote, Harriet: The Personal Lije of George Grote (London 1873, John Murray), pág. 224. B Grote, George: The History of Greece, vol. xi (London 1853, John Murray), prefacio fechado el 15 de abril de 1853, págs. III-IV. 6 London 1865, John Murray. El 23 de abril de 1951, el autor de este Estudio

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"apenas quedó completada la obra sobre Platón y apenas se inició la impresión de ella,1 el autor comenzó en seguida con su Aristóteles sin permitirse casi ningún respiro", antes de ponerse a "preparar la tercera parte de lo que él solía llamar 'mi trilogía' ".2 Pero, a pesar de toda la diligencia de la respuesta de Grote a la incitación del traqueteo de la presurosa carroza del tiempo, la muerte lo sobrecogió con el Aristóteles aún incompleto. Al tomar a pecho este ejemplo dado por George Grote, el autor estaba siguiendo las huellas de Lord Bryce (vivebat 1838-1922 d. de C), quien, cuando estaba escribiendo un libro tenía en su programa no sólo el libro siguiente, sino además un perpetuo libro postsiguiente. Ese permanente reclamo puesto en el horizonte literario del atleta intelectual, era una proyectada obra sobre la vida y el tiempo del emperador romano Justiniano I y de su consorte Teodora; y aunque éste, que era el más amado y atesorado de todos los proyectos literarios del historiador, jurista, y estadista, hubo de correr la misma suerte que la obra sobre Aristóteles del historiador, banquero y estadista, aquella presa intelectual nunca capturada y que siempre el autor tenía ante la vista prestó a Bryce el valioso servicio que presta "la liebre eléctrica" al galgo de una carrera de perros. Mantuvo avivadas al máximo las energías del corredor y su anhelo, que nunca flaqueó, de atrapar a su Justiniano no fue sin duda el menos potente de los estímulos que le hicieron realizar la heroica hazaña de componer su Modern Democracies (conscriptum 1918-21 d. de C.), 3 después de haber cumplido los ochenta años.

Alentado y exhortado por los ejemplos de Bryce y Grote, el autor tomó su llegada en diciembre de 1950 a los umbrales de la parte XII de las trece partes proyectadas de este Estudio como advertencia de que debía preparar su espíritu, con anticipación a la fecha ahora inminente en que pondría término a esta obra actual, para escribir una Religio historia y completar una historia del mundo helénico (comenzada en 1914 d. de C., en respuesta a una invitación de los editores de The Home University Library), de la que había escrito las primeras cuarenta y dos páginas,1 cuando el estallido de la primera guerra mundial interrumpió su tarea.

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vio en la biblioteca del Athenaeum Club de Londres la serie de estos volúmenes que fueron regalados por su autor al Club; el volumen I de la serie tenía una dedicatoria con la escritura de George Grote. 1 en setiembre de 1864. 2 Grote Harriet, op. cit., pág. 277. 3 El autor de este Estudio tuvo la buena suerte de tratar personalmente a Lord Bryce cuando éste tenía setenta y siete años y el autor era un joven al que se le había encargado compilar, bajo la dirección de Lord Bryce, un Libro Azul sobre The Treatment of the Armenians in tbe Ottoman Empire, publicado como Miscellaneus n° 31 (1916) [Cmd. 8.325] (London 1916, H.M. Stationery Office); y gracias a la amistad que Lord y Lady Bryce nunca dejaron de mostrar a personas de generaciones más jóvenes, el autor tuvo la felicidad luego de continuar viendo algo de la vida del historiador durante los últimos ocho años de ésta. A esa edad, Bryce aún mostraba un pasmoso carácter juvenil, que se revelaba físicamente en su persistente hábito de subir escaleras de a dos escalones por vez; esta fuente, aparentemente inagotable, de energía física provenía, por lo menos así le parecía al tutor, de manantiales espirituales y uno de ellos era una curiosidad sin desmayos. FTjpáaKd 5' aisi itoXXá SiSataKÓ^evo.; (Solón, Fragmento 17, en la edición de Bergkh-Hiller-Crusius). En el momento en que Bryce estaba limpiando la cubierta de su barco de los materiales de guerra, a fin de entrar en acción en su Modern Democracies, ocurrió que en una conversación con él, el autor mencionó el hecho de que conocía a G. D. H. Colé, que en esa época estaba exponiendo activamente la idea del socialismo gremial. Lord Bryce inmediatamente preguntó al autor si no podría indicarle alguna literatura que se hubiera publicado sobre el tema, pues ya se había propuesto no pasar por alto el socialismo gremial en su futura obra. Esta era en verdad una prueba de la frescura de espíritu que tenía Bryce a la edad de ochenta años. Cuando a esa edad se estaba preparando para la

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enorme tarca de escribir una obra general sobre los fenómenos políticos del mundo occidental moderno, bien cabía esperar que sintiera no entusiasmo sino repugnancia ante las perspectivas de tener que tomar en cuenta otra ideología advenediza; y semejante inhibición intelectual muy bien pudiera haberse visto reforzada por prejuicios políticos, atendiendo al hecho de que el propio Bryce no era un socialista, sino un liberal de toda la vida. Sin embargo, su devoradora curiosidad eliminó de un golpe estos dos obstáculos psíquicos. El 23 de abril de 1951, la propia curiosidad del autor de este Estudio lo movió a tomar del estante de una biblioteca el libro de Bryce Modern Democracies (London 1921, Macmillan, 2 vols.) y a buscar en el índice "Socialismo gremial". Desde luego que el tema estaba tratado, en el volumen II, pág. 645. Al autor nunca dejó de llamarle la atención el contraste (en las respectivas respuestas que dieron a la incitación de la edad cronológica) que había entre Lord Bryce y otro historiador, James Leigh Strachan-Davidson director de Dalliol, que era cinco años más joven que Bryce (vivebat 1843-1963 d. de C.). En 1913-15 d. de C., en reuniones mantenidas para tratar asuntos académicos en el estudio del director, el autor, al revolver los libros de la biblioteca de aquél descubrió, con sorpresa e interés, que desde la década de 1880 casi no había ninguna nueva adquisición, es decir, desde que el historiador había pasado los cuarenta y dos años de edad (véase Mackail, J. W.: James Leigh Strachan-Davidson (Oxford 1925, Clarendon Press), pág. 53). Hasta alrededor de aquella fecha las principales publicaciones inglesas, norteamericanas, francesas y alemanas sobre historia helénica, filosofía helénica y occidental, economía política occidental y belles lettres occidentales contemporáneas, estaban bien representadas; pero después de ella el río de nuevas adquisiciones había cesado bruscamente y esto no podía significar otra cosa que, al pasar de los cuarenta años, se había extinguido el fuego de la curiosidad de este estudioso. El autor no pudo descubrir ningún acontecimiento exterior de este período de la vida de Strachan-Davidson que explicara semejante accidente intelectual; pero el 22 de octubre de 1913 obtuvo una clave de toda la historia intelectual del maestro. En efecto, aquel día se festejaron los setenta años del director. Los colegas del colegio ofrecieron una comida en su honor por la noche y la clave, contenida en el discurso en el cual el decano brindó por la salud del homenajeado era el notable hecho de que el maestro nunca había estado alejado del colegio por más de doce meses, desde que había llegado a él como estudiante a la edad de dieciocho años. Cuando el autor oyó esto se quedó pasmado, pues él mismo, que tenía en ese momento veinticinco años, acababa de volver al colegio después de una ausencia de dieciséis meses y había sido admitido en términos tales que le permitían ser dueño de su propia vida mientras no se casara, no sufriera una bancarrota o cometiera algún acto inmoral. Aquella noche soñó que, siendo colega veterano del colegio, le ofrecían el brindis correspondiente en su honor el 14 de abril de 1959, después de haber pasado otros cuarenta y cinco años, cinco meses y veintitrés días tan rápidamente como él sabía que pasarían, en el caso de adoptar el régimen del maestro. Por la mañana siguiente se despertó con la firme resolución de no permitir que lo sobrecogiera esa suerte. I1 Cuando escribió estas pa'abras, el autor tomó esas hojas de un cajón de un

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En 1952 d. de C. la curiosidad del autor lo tenía también ansioso por terminar de aprender la lengua árabe y la lengua turca otomana y por comenzar a estudiar el nuevo persa clásico. Se había visto obligado a suspender su empeño de adquirir estas tres lenguas cuando, después de comenzar en 1924 d. de C. a escribir un Survey of International Affairs anual, con los auspicios de Chatham House emprendió en 1927 d. de C. la tarea de tomar notas sistemáticas para este Estudio, que empezó a escribir parí passu con el Survey, en 1930 d. de C. Desde el momento, alrededor de fines de los cinco años que pasó en Winchester (1902-7 d. de C.) en que adquirió sobre las lenguas griegas y latina, el dominio suficiente para sentirse familiarizado con los clásicos helénicos, tuvo asimismo la ambición de familiarizarse igualmente con los clásicos islámicos y dio el primer paso hacia ese fin entre 1915 d. de C. y 1924 d. de C., en la London School of Oriental Studies, donde comenzó a aprender los rudimentos del turco durante la primera guerra mundial con Alí Riza Bey,1 y los rudimentos del árabe, después de la Conferencia de la Paz de 1919 d. de C., con los profesores Sir Thomas Arnold y H. A. R. Gibb. En 1952 d. de C. un anhelo contenido desde 1924 d. de C. había acumulado una vigorosa, urgente presión. El autor se sentía avergonzado cuando recordaba que su héroe Heinrich Schliemann había aprendido por sí mismo no menos de trece leguas durante los veintisiete años (1836-63 d. de C.) que pasó haciendo su fortuna, pero luego recuperaba su coraje al recordar que su heroína Jane Ellen Harrison había aprendido el persa y el ruso, des-

pues de haber pasado los sesenta y cinco años de edad. Y este ejemplo llevaba consigo la exhortación: "Ve y haz tú lo mismo." * En 1952 d. de C. la curiosidad del autor estaba asimismo siendo estimulada por el hecho de verse aún acicateado por el anhelo de realizar su peregrinación a lugares históricos de la superficie de la oikoumené en los que todavía no había puesto los ojos o que sólo había vislumbrado una vez con una mirada desde la Pisgah. Había visto a Asís desde Spello, el 30 de octubre de 1911 y en los cuarenta años siguientes no logró nunca llegar una sola vez a Asís. Había entrado en Venecia y salido de ella, en el Expreso de Oriente, tres veces, pero nunca se había acercado a San Marcos más que hasta la presencia del par de emperadores romanos de pórfido que, de pie, en mutuo abrazo, se levantaban delante de una puerta que estaba cerrada con pasador y cerrojo, a las cinco y treinta de la mañana. Había pasado dos veces por Karamán en tren, sin haber tenido tiempo, ni el 31 de agosto de 1929 ni el 13 de noviembre de 1948, para interrumpir su viaje, visitar el interior de aquellos románticos muros de la ciudad y llegar más allá, a Selefke, a través de la Cilicia Tráquea. El 14 de setiembre de 1929, el autor había contemplado anhelante, aguas arriba del río Karún, a Persia, mientras el barco lo transportaba inexorablemente y pasaba por la confluencia del Karún con el Chat-el-Arab, en route de Basra a Karachi. En la Gran Muralla china, encontrándose en el paso Nankow debió volver sin haber seguido la Muralla en su culebreante curso hacia el oeste y hasta un punto terminal que se hallaba a más de mil trescientas millas de ese lugar. Y todavía no había visto Tréveris, Ravena, Yanina, Rodas, Diyarbekir, Kars, Ani, Van, Ispahan, Yazdijvast, Persépolis, Schiraz, Jotán, Turfán, el Najd, el Yemen, Abisinia, Kayrabán, el Atlas, Cholula, la tierra de los mayas,2 la isla de Pascua o la hiperciclópea manipostería de las tierras altas andinas. Cuando el autor sentía el escozor de esta ambición herodótica no cumplida de completar su peregrinación ecuménica, solía fortalecer su esperanza recordando una anécdota que había oído una vez de boca

armario para libros, que le había regalado la madre y que se hallaba en su estudio, en el n' 45 de Pembroke Square, Kensington, Londres. 1 La experiencia que llevó al autor en esa fecha hasta el punto de iniciar su largamente proyectado aprendizaje de la lengua turca fue el horror que le suscitaron los hechos que él estaba registrando en el Libro Azul sobre The Trealmeni of the Armenians in the Ottoman Empire y que estaba compilando bajo la dirección de Lord Bryce. ¿Cómo era posible que seres humanos pudieran perpetrar actos tan inhumanos? Los osmanlíes, por el hecho de ser seres humanos, debían tener las mismas pasiones que el autor y sus compatriotas ingleses. ¿Cuál era la explicación de este terrible misterio? El primer paso sería comprender a los turcos y la clave para comprenderlos sería conocer la lengua turca. Cuando el autor se inscribió en la escuela londinense de lenguas orientales en 1916, con el objeto de comenzar a aprender turco, el profesor de turco, Alí Riza Bey, objetó el hecho de que se le pidiera que tomara como alumno a un hombre que, como él sabía, acababa de manifestarse, en una obra publicada, enemigo del país de Alí Riza Bey. Cuando el profesor expuso sus objeciones al director de la escuela, éste, Sir Denison Ross, le replicó que si su patriotismo se fundaba —como en realidad se fundaba— sobre una sincera creencia en las excelentes cualidades del carácter nacional turco, se le presentaba ahora una oportunidad —que como patriota no debía dejar escapar— de convertir a un inglés. El profesor turco quedó convencido por la sagaz argumentación del director y por suerte posteriormente no tuvo que lamentarse de haber seguido el consejo de Sir Denison Ross; porque, en efecto, el conocimiento de la lengua turca •—por rudimentario que todavía fuera— que el autor había adquirido de Alí Riza Bey ya en 1920 d. de C., le permitió en 1921 exponer el trato que recibían los turcos en aquel año y en territorios otomanos ocupados entonces por fuerzas militares griegas. En esa época el autor había realizado el descubrimiento empírico de la verdad de que la naturaleza humana en ninguna parte ni nunca está a salvo —ni siquiera

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en las comunidades que han avanzado más a lo largo del camino que conduce a la civilización—• de la tentación de cometer atrocidades inhumanas. Siempre y en todas partes habrá un punto al llegar al cual la creciente fuerza de esa tentación haga estallar el precario dique dentro del que los hábitos sociales aprisionan las aguas de la marea del pecado original. La iniciación en la psicología de las atrocidades, que el autor comenzó como testigo presencial en la península de Karamursal, en el mar de Mármara, en 1921 d. de C., quedó completada cuando él volvió a Inglaterra y se enteró de lo que habían estado haciendo mientras tanto en Irlanda los "Black and Tans" ingleses. En aquel momento Alí Riza Bey y el autor de este Estudio estaban unidos por una estrecha amistad; pero sólo mucho después informaron al autor de la conversación que Alí Riza Bey había mantenido con Sir Denison Ross, en 1916 d. de C. 1 Lucas X. 37. 2 Gracias a una subvención de la Rockefeller Foundation para viajar, con miras a realizar una edición revisada de esta obra, el autor y su mujer acababan de visitar Cholula el 20 de abril de 1953 y Palenque, Chichen Itzá, Uxmal y Kabah entre el 7 y el 14 de mayo del mismo año y proyectaban visitar el mundo andino en el otoño de 1956.

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de aquel gran viajero del mundo, Lord Bryce. Después de haber explorado la mitad de la superficie del globo en el curso de una larga vida, Lord Bryce sintió un día recelo de que al avanzar su edad pudiera verse impedido de cumplir el resto del programa de viajes; de manera que decidió, después de haberlo consultado con Lady Bryce, que en su siguiente viaje elegirían alguna región que sirviera para poner a prueba la fibra física de los viajeros. Eligieron Siberia y cuando establecieron que podían soportar esa prueba física sin agotamiento desecharon toda inquietud y continuaron luego explorando el resto del mundo habitado.1 El ejemplo de Lord Bryce se hacía más alentador a medida que el autor se aproximaba al término de su Estudio de la Historia; y al promediar sus sesenta y cuatro años agradecía a Dios el hecho de que una curiosidad que lo había impulsado cincuenta y cuatro años atrás, no se hubiera calmado nunca hasta entonces. Antes que verse condenado a la muerte en vida del antiguo marino, el autor rogaría que el divino viento de la inspiración nunca menguante de su curiosidad lo impulsara al riesgo de encontrar el fin de la Kon-Tiki, entre las terribles rompientes de unos arrecifes de Raroia 2 en el océano, de inimaginables límites, de la historia.

Si se le permite que gire en el vacío, dando vueltas sus propias ruedas, se anula a sí misma y esteriliza también al alma en que se le ha permitido girar locamente. La curiosidad por sí misma no vale más que la receptividad por sí misma, tocante a hacer que un espíritu en capullo florezca. El espíritu que haya de florecer en un espíritu de historiador debe emprender un vuelo más alto y, si se permite que la curiosidad le determine su altura espiritual ello constituirá un grave error moral y asimismo un serio error intelectual, pues si la curiosidad es un Pegaso del que el historiador nunca debe desmontarse, éste nunca debe montar tal caballo alado sin un freno. El estudioso que permite que su curiosidad lo arrastre con ella corre el peligro de condenar sus condiciones creadoras a la esterilidad. Y era éste un peligro al cual los estudiosos occidentales estaban peculiarmente expuestos a causa de la tradición educativa occidental, en la cual la meta de la educación, que los maestros ponían ante los ojos de sus alumnos, era no la vida activa del adulto, sino el examen. Esta institución, que produjo tantos estragos en los intelectos occidentales durante los últimos ocho siglos de historia occidental, fue introducida, como es de presumir, por los padres medievales tempranos de las universidades occidentales, en el campo educativo, desde el campo teológico; pues el mito del Juicio Final formaba parte de la herencia que la iglesia cristiana recibiera de la iglesia de Osiris a través del zoroastrismo,1 y en tanto que los padres egipcíacos del culto de Osiris habían concebido el Juicio Final como una prueba ética simbolizada en el acto de pesar las buenas y las malas acciones de las almas en los platillos de la balanza de Osiris, la iglesia cristiana, que había tomado a bordo la pesada carga de la filosofía helénica,2 había agregado al cuestionario ético de Osiris (en el cual la pregunta era "¿bueno o malo?") el cuestionario intelectual aristotélico, en el cual la pregunta era "¿verdadero o falso?". Cuando esta abominación desoladora del intelectualismo, estando donde no debiera,3 llegó a dominar así la educación secular occidental y la teología cristiana occidental, el temor de que un examinador humano nos encontrara equivocados en cuestiones de conocimiento terrenal, llegó a pesar tanto en las almas de los que aprendían en las escuelas occidentales de educación superior como si el castigo de que los sorprendieran en un error intelectual fuera no la mera negación del título, que en realidad era la censura más severa que una universidad podía infligir, sino la tremenda condenación a los tormentos eternos del infierno, que, según la creencia cristiana occidental moderna temprana y medieval, era la inexorable retribución por haber sostenido principios no ortodoxos en la esfera de la teología. En los círculos educativos occidentales el temor a la condenación intelectual, que estaba pues inspirado originalmente en una analogía

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III. EL FUEGO FATUO DE LA OMNISCIENCIA

No puede haber un historiador sin la inspiración de la curiosidad, puesto que sin ella nadie puede salirse del estado yin de infantil receptividad para poner en movimiento el espíritu y orientarlo en el universo. Tampoco nadie puede convertirse en un historiador hasta haber adquirido la curiosidad, ni seguir siendo un historiador si la ha perdido. Con todo, esa inspiración que es indispensable es, al propio tiempo, insuficiente. En efecto, la curiosidad constituye una facultad que es valiosa sólo como fuerza motora para generar actividades superiores. 1 AI buscar este episodio, el 23 de abril de 1951, en la obra de H. A. L. Fisher, James Bryce (London 1927, Macmillan, 2 vols.), el autor lo encontró debidamente registrado en el volumen II, pags. 104-6. Cuando se retiró en 1913 d. de C., después de haber cumplido los sesenta y cinco años, del cargo de embajador británico en Washington, Lord Bryce aprovechó la oportunidad para volver a Inglaterra vía el Pacífico, Japón, Manchuria y Siberia. Y al viajar por el ferrocarril transiberiano no estuvo dispuesto a que se le escapara la otra oportunidad de echar un vistazo a los montes Altai, ya que éstos no representaban más que un desvío de unas cuatrocientas millas. En consecuencia, los Bryce abandonaron el expreso transibcriano en Taiga, se embarcaron en un buque fluvial en Tomsk y por agua siguieron el Tom y remontaron el Tobol, vía Novonikolayevsk (la posteriormente llamada Novosibirsk) y Barnaul, hasta Biisk. Al cambiar a!lí la barca por la tarantas, vivieron luego "ocho de los días de viaje más duros que pasamos en nuestra vida". Su recompensa fue una visión de los montes Altai desde lo alto del paso Semenski, el 22 de agosto de 1913. El "viaje de ida y vuelta" había representado unas mil doscientas millas hasta el momento en que volvieron a tomar el tren con destino a Moscú. 2 Léase Thor Heyerdahl: Kon-Tiki, Across the Pacific by Raft (Chicago 1950, Rand MacNally).

1 Véase 2 Véase

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V. vi. 44. VIL vm. 118-66. » Daniel XI. 31 y XII. ir; Mateo, XXIV. 15; Marcos XIII. 14; Lucas XXI. 20.

.(,

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con ideas religiosas del momento, sobrevivió cuando, en el capítulo moderno tardío de la historia occidental, la creencia de que la condenación eterna después de la muerte era el castigo del error teológico fue dejando paulatinamente de acosar y oprimir a los espíritus occidentales. Cuando, en el curso de esta época, la cantidad de información mundanal que los examinadores occidentales tenían a su disposición para emplear como municiones en su guerra intelectual contra los examinados occidentales, llegó, a aumentar en proporción geométrica, los exámenes educativos occidentales vinieron a convertirse en la pesadilla que fueran otrora las inquisiciones teológicas occidentales; y el peor efecto de tales exámenes era un efecto postumo, pues aun un alumno que hubiera pasado honrosamente todas las ordalías que su alma mater podía hacerle sufrir, solía salir de su período de educación acosado por el permanente temor subconsciente de verse pesado en la balanza de algún imaginario examinador futuro y de ser hallado falto; * y esas víctimas del intimador sistema de exámenes occidentales tenían necesidad de la intervención de la gracia de Dios para salvarse de pasar el resto de la vida, no viviendo, obrando y haciendo uso práctico de lo que habían aprendido, sino preparándose aún ansiosamente para un invisible examen final, que aguardaba en el futuro para confundir a las almas desencarnadas, después de haber llevado éstas consigo a la tumba los conocimientos acumulados durante toda la vida. Este empeño de ir tras el fuego fatuo de la omnisciencia hace culpables a sus adictos de un error moral en dos aspectos. Al ignorar la verdad de que el único objeto legítimo del conocer es hacer, en el término de la vida del que aprende, algo que pueda llegar a formar parte del caudal común de conocimiento útil de la humanidad, el estudioso-pecador revela falta de sentido social; y al ignorar la otra verdad —que es tan verdadera en el plano intelectual de la actividad humana como en cualquier otro— de que la perfección y acabamiento son inalcanzables para las almas humanas en este mundo, revela falta de humildad; y el segundo de estos dos pecados, que es el peor, es asimismo el más insidioso, pues la hybris intelectual del estudioso se enmascara ella misma como humildad. Un estudioso demuestra que es culpable de una hipocresía subconsciente a la que ex profeso cierra los ojos del espíritu cuando alega ignorancia y asegura que su conciencia no le permitirá escribir, publicar ni siquiera decir nada sobre el tema que está estudiando hasta que no haya dominado la última coma de información que pueda obtenerse en ese momento. Esta profesión de humildad es un camouflage de tres pecados mortales: orgullo satánico, negligencia en el cumplimiento del deber y pereza culpable. El estudioso que se declara humilde es culpable de orgullo porque el nivel intelectual que él confiesa que no logró alcanzar hasta entonces es el de la omnisciencia de Dios todopoderoso y no el conocimiento parcial y relativo que es lo más que, en verdad, puede abarcar i Daniel V. 27.

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en la vida humana cualquier espíritu humano que, lo mismo que el espíritu del estudioso, es el de un ser humano mortal; y esta apología de estar intelectualmente un poco por debajo de su Creador revela una disposición que es la antítesis de la modestia. El estudioso hipócrita también es culpable de negligencia porque la misión propia del estudioso es la modesta pero útil tarea de agregar, dentro del breve tiempo que es el límite inexorable de la vida humana más prolongada, siquiera sea provisionalmente a la comprensión humana algo que los contemporáneos y sucesores de esa abeja obrera intelectual puedan usar, criticar, mejorar y eventualmente descartar en favor de otras aproximaciones provisionales que se acerquen ligeramente más a la inefable verdad divina. El transitorio estudioso del día habrá cumplido su deber intelectual y habrá ganado su corona espiritual, si en su paso por este inundo obró siguiendo el ejemplo de los primeros dos siervos de la parábola de los talentos * y aportó un nuevo dedal de agua al inmenso y creciente torrente del conocimiento humano colectivo.2 Al ocultar en la tierra el talento que se le confiara 3 o al mantenerlo envuelto en un pañuelo,4 el hombre ha demostrado ser un siervo inútil.5 Deja tan sólo incierta la cuestión de si el motivo de su mala conducta fue su maldad o su pereza,6 y la acusación de pereza no es una acusación de la que él pueda librarse presentando pruebas para demostrar que estuvo trabajando seis días y medio por semana y diez horas y media por día, pues el temido examinador post mortem del inútil estudioso no dejará de desestimar ese argumento al preguntar al reo qué clase de trabajo ha sido el suyo; y todo estudioso sabe que se halla bajo la constante tentación de postergar o eludir la ordalía de realizar una obra creadora, con cualquier excusa plausible, porque este género de trabajo intelectual, que es el único que tiene un valor intrínseco y último, es también el género que exige los más extremados y penosos esfuerzos intelectuales. La innata flaqueza intelectual que tienta a todo ser humano en todos los tiempos a renunciar a su derecho de nacimiento de compartir la bendición de la creación, a fin de escapar a sus tormentos, tienta al estudioso sentado a su escritorio a continuar leyendo, mientras encuentre cualquier excusa para ello, en lugar de tomar la pluma y escribir. Y después, cuando la excusa ya no es válida, a escribir no esas palabras aladas, penosamente concebidas, que son necesarias para transmitir pensamientos de un espíritu a otro, Mateo XXV. 14-30; Lucas XIX. 12-26. "Una vez elaborado hasta el punto de poder escribirse, el pensamiento está completo, su trabajo. Es un fragmento, un grano agregado al pensamiento del universo, un grano de arena agregado al edificio, siempre creciente, de Dios." Walter Leaf, citado por Charlotte M. Leaf, en Walter Leaf (London 1932, John Murray), pág. 167. 3 Mateo XXV. 25. * Lucas XIX. 20. 5 Mateo XXV. 30. 6 Mateo XXV. 26. 1 2

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sino una sarta de notas fósiles y pedestres, en las tarjetas de un fichero. Esta perpetua propensión humana a adoptar la decisión más fácil es tan natural como culpable y tanto en el estudioso como en los otros hombres. El error intelectual propio de andar tras la omnisciencia es, como el error moral, múltiple. Y aquí el comienzo de los males está en identificar equivocadamente lo innumerable con lo infinito. Verdad es que las almas tienen una necesidad innata de ponerse a tono con lo infinito en el plano intelectual, así como en cualquier otro plano; pero en este plano, como en los demás, la única manera en la cual la criatura puede llegar a una comunión con el Creador es, "como cuando se enciende la luz al surgir la llama",1 la de un encuentro personal. La omnisciencia, según hubo de descubrirlo, con desconcierto y dolor, el insaciable espíritu de Fausto, no puede alcanzarse agregando conocimiento a conocimiento, arte a arte y ciencia a ciencia en un progreso infinito.

reducía el diámetro de su taladro con la esperanza de poder penetrar con él lo bastante profundamente para extraer petróleo, la ciencia occidental en progreso demostraba que los quanta infinitesimales eran tan infinitamente complejos como ios quanta de una inmensidad infinita y positiva. Y aun cuando la investigación de elementos infitesimales vino a resultar menos quimérica que la de magnitudes infinitas, los cazadores académicos nada podían hacer con su presa intelectual capturada, puesto que, como lo establecimos en el capítulo inicial de este Estudio,1 para los espíritus humanos es imposible emular la comprensión divina, eterna e instantánea, de un aquí y un ahora infinitos e infinitesimales, juntando fragmentos de información producidos por la división del trabajo intelectual, en una planta intelectual conjunta construida por analogía con una fábrica occidental postindustrial. A los ojos de un historiador, el juicio último que cabía formular sobre la manía del enciclopedismo (tanto de la variedad microscópica como de la variedad telescópica) había sido pronunciado por la historia misma, pues ese equivocado ideal intelectual era la última locura intelectual que abandonaba una civilización senil m extremis y la primera en ser abandonada por una civilización infantil,2 tan pronto como a ésta le llegaba el momento de alejar las cosas de niño.3 El autor de este Estudio —para ilustrar también este punto ab hominem—- pasó cierta vez por la anuladora experiencia de haber asumido este equivocado giro intelectual. El autor tuvo por primera vez conciencia de la actitud que había elegido, a los dieciocho años, cuando en diciembre de 1906 pasó una temporada con dos distinguidos estudiosos: su tío Paget Toynbee (vivebat 1855-1932 d. de C.), el autor de A. Dictionary of Prop-er ñames and Notable Matters in the Works of Dante,11 y su tía Helen Toynbee (vivebat 1868-1910 d. de C.),5 que editó las cartas de Horace Walpole. Al término de una agradable y estimulante visita, en la que el muchacho, inconscientemente, había revelado los temas históricos que le interesaban y que comprendían a los asirios, la Cuarta Cruzada y muchas otras cosas, el autor se quedó helado cuando, al despedirse, recibió el consejo que su tío le daba de todo corazón: "Tu tía Nellie y yo", le anunció el estudioso de Dante, "hemos llegado a la conclusión de que dispersas demasiado tu interés, y nosotros te aconsejamos

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Habe nun, ach! Phüosophie Juristerei und Medizin, Und leider auch Theologie! Durchaus studiert, mit heissem Bemühn. Da steh'ich nun, ich armer Tor! Und bin so klug ais wie zuvor. . . Und sehe dass wir nichts wissen konnen! Das will mir schier das Herz Verbrennen.2 Como ya observamos en un lugar anterior,3 Fausto no hizo sino aprisionarse en la inmovilidad de un estado yin; pero en la tragedia de Goethe el héroe obtuvo éxito en sus mal encaminados empeños intelectuales, por lo menos hasta el punto de adquirir toda la información accesible a cualquier estudioso de su efímero tiempo y transitorio lugar. Mas aquí Goethe se permitió una licencia poética, pues, como el autor de este Estudio hubo de aprender de su madre en edad temprana, Dante fue el último hombre de la historia occidental que realmente dominó todo el saber intelectual de su época; y hasta el prototipo histórico del siglo xvi, proyección fáustica del propio yo dieciochesco de Goethe, había nacido demasiado tarde para emular la hazaña de Dante en la vida real del siglo xvi.4 Desde la época de Dante, los estudiosos occidentales procuraron resolver un problema insoluble que ellos mismos se habían creado, al decidirse por "conocer cada vez más sobre cada vez menos"; pero ese procedimiento fue en verdad peor que el del Fausto goetheano, sin ser por ello más práctico, pues a medida que cada estudioso occidental Platón, Carias, n9 7, 341 B-E, citado en III. III., 265. Goethe: Faust, versos 354-9 y 364-5. 3 En II. i. 276. * Se cree que el doctor Fausto histórico vivió circa 1480-1540 d. de C. 1 2

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En I. i. 23-31. Como observamos en X. IX., el enciclopedismo era una debilidad de la civilización sínica, así como de la civilización helénica en su última fase. Y, lo mismo que la civilización helénica, la sínica legó su debilidad a sus sucesores. Esta herencia del enciclopedismo acaso explique en parte el ulterior surgimiento de un sistema de educación por exámenes en el Lejano Oriente y en el mundo occidental por igual. Sólo que los examinandos del Lejano Oriente eran menos infortunados que sus compañeros de desgracia occidentales pues se veían libres del terror, introducido en una ordalía intelectual vía el zoroastrismo, por el mito de Osiris del Juicio Final. a I Corintios XIII. u. 4 Oxford 1898, Clarendon Press. 5 Née Hellen Wrigley, de Bury, Lañes. 1

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que elijas algún tema, una solo, y te concentres en él." En 1952 d. de C., el autor guardaba aún un vivido recuerdo de su instantánea convicción de que aquel consejo era malo y de su igualmente instantánea decisión de no seguirlo. Y el caso es que su tío le dio razón ulteriormente, al sacrificar con cariño sus propios principios intelectuales perniciosos en el altar del afecto personal, cuando la obra literaria de su esposa quedó interrumpida por la prematura muerte de ésta. Desde aquel día el amante .sobreviviente se encargó de Walpole así como de su propio Alighieri, para completar la edición de las carta que ella había comenzado, un trabajo de amor.1 Mientras tanto, el sobrino, a pesar de la buena resolución que había tomado a fines de 1906 d. de C., se estaba encaminando hacia el callejón intelectual sin salida del que el estudioso de Dante fue sacado duramente en 1910 d. de C. por un hecho trágico ocurrido en su vida privada. Durante once años de su adolescencia, desde el otoño de 1900 d. de C. al verano de 1911 d. de C., el autor estuvo continuamente en una carrera intelectual de vallas que consistía en prepararse alternadamente para los exámenes y rendirlos; y el acumulado efecto desmoralizador de esta ordalía fue minando lenta pero seguramente su resolución de resistirse siempre a verse metido en el corral del especialista. En su último año de estudios académicos, 1910-11 d. de C., aún le chocaba violentamente comprobar cómo el culto ortodoxo de la especialización conquistaba a un contemporáneo mayor que él, G. L. Cheesman, quien en la escuela había abandonado su propio camino para estimular el interés que tenía su hermano menor en la última parte del imperio romano, una vez que se hubo enterado de que el muchacho más joven estaba leyendo Italy and her Invaders, de Hodgkin.2 Con estos excitantes recuerdos de la catolicidad de los intereses intelectuales de su amigo mayor aún frescos en el espíritu, el autor 1 Paget Toynbee se vio bonitamente recompensado por su piedad humana no profesional, que le hizo tomar como consejero a un corazón infalible en lugar de una cabeza falible. En efecto, llegó a distinguirse tanto en el campo de la erudición que le legó su esposa como se había distinguido desde tiempo atrás en su propio campo; pero su recompensa máxima fue la de que, cuando hubo hecho lugar en su carcaj para las obras de Horace Walpole, además de las de Dante, se encontró armado con un caudal importante de útiles citas. Difícilmente era posible que apareciera alguna noticia de algún hecho que un estudioso que de esa manera se había convertido en un doble hafiz no pudiera ilustrar con un pasaje u otro de los dos autores cuyas obras se sabía de memoria aquel arquero intelectual. A la menor provocación podía disparar una carta que contenía una cita ya de Walpole, ya de Dante, al director de The Times; y como la cita era siempre atrayentemente feliz y la carta en cuestión siempre discretamente breve, la flecha literaria habitualmente daba en el blanco y, en el curso de los años, el diestro arquero contaba con un prodigioso número de blancos. De manera que, gracias a haber agregado una segunda cuerda no profesional a su arco académico, Paget Toynbee logró publicar en las columnas de The Times una cantidad de cartas que difícilmente puede ser igualada por las de cualquiera de sus contemporáneos. 2 Hodgkin, Thomas: Italy and Her Invaden (Oxford 1892-9, Clarendon Press, 8 vols., en 9 partes).

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se fue un día en Oxford directamente a las habitaciones de Cheesman en New College (donde Cheesman era entonces ayudante de cátedra y enseñaba historia romana), después de una reunión en casa del doctor F. W. Bussell, en Brasenose, que aquel maduro estudioso había convocado con la esperanza de despertar en Oxford una ola de interés por los estudios bizantinos. Al separarnos convinimos en que habríamos de ampliar nuestro círculo alistando a otros colegas entusiastas y el autor de este Estudio daba por sentado que su amigo de New College se entusiasmaría tanto como él mismo con el proyecto del doctor Bussell. Con sorpresa y desconcierto comprobó que su amigo recibía la confiada proposición con la vehemente negativa que habría dado un consciente novicio resuelto a hacer méritos para que lo admitieran en una rigurosa orden monástica, si Mefistófeles se le hubiera acercado con alguna proposición tentadora. El joven ayudante de cátedra explicó apresuradamente que su deber manifiesto, ahora que había obtenido su nombramiento, era el de concentrarse en la tarea de dominar el tema especial de enseñanza que el colegio le había confiado. Ahora que había encontrado los límites de su provincia intelectual, "las nuevas praderas" 1 estaban en adelante fuera de sus fronteras. Su negación a conceder su interés personal a Bizancio en lo futuro era decisiva,2 y el frustrado tentador se marchó cabizbajo, aunque la penosa pérdida de la gracia intelectual que había sufrido su admirado amigo no conmovió sus propias convicciones intelectuales. Después de haber sido nombrado a su vez, a fines del verano de 1911 a. de C., ayudante de cátedra de historia griega y romana en Balliol y después de haber rendido ulteriormente sus exámenes académicos finales en la escuela de Utterae Hítmaniores, el autor aún veía lo bastante claro para mantenerse en la resolución de no someterse nunca a ningún otro examen académico en toda su vida. Y éste fue un voto que él cumplió fielmente por lo menos hasta sus sesenta y dos años, edad en que estaba escribiendo estas palabras. Sin embargo, la mañana de su examen final fue el momento de su propia caída, pues las sombras de la cárcel examinadora en la que había trabajado duramente durante once años se proyectaron sobre él con la rapidez de la caída de una noche tropical. Era un acto ocioso renegar de todo examen ulterior en la vida real en un momento en que estaba capitulando frente a la intimadora presencia espectral de un imaginario examinador post mortem. Millón: Lycidas, verso 193. Nunca pudo saberse hasta qué punto G. L. Cheesman habría persistido en explorar su callejón sin salida, ya que unos cuatro años después, en 1915 d. de C., falleció al desembarcar en la península de Gallipoli. La creencia personal del autor de este Estudio es la de que, si hubiera continuado viviendo, se habría convertido en el más grande historiador de Roma de su generación; y esa creencia se funda en la otra creencia de que, poseyendo el magnífico espíritu inquisitivo que Cheesman poseía, aquel gran estudioso en potencia pronto se habría arrepentido de su desdichada resolución de tratar de convertirse en un historiador de Roma por la vía negativa de resistirse a ser otra cosa que eso. 1 2

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Después de haberse pasado dos años y medio preparándose para ue lo examinaran otros mortales en el término del verano de 1911 . de C., sobre la historia del mundo helénico entre 776 y 404 a. de C., el autor pasó luego unas largas vacaciones leyendo todas las fuentes existentes relativas al período siguiente, y se había abierto camino a través de ellas desde el fin de la gran guerra de Atenas y el Peloponeso hasta la muerte de Alejandro Magno, cuando se vio piadosamente interrumpido por la llegada de un día en el cual comenzó un g-an viaje por París, Roma y Atenas, con la finalidad de volver a xford como profesor en el otoño de 1912 d. de C. Desde el momento en que se encontró en voyage, la pasión innata de empaparse de las cualidades de un país recorriéndolo, le impidió felizmente pasar más de un tiempo mínimo de su viaje en museos y bibliotecas, de leer libros que le eran accesibles en Inglaterra y de estudiar objets d'art que podría continuar estudiando en otro lugar en piezas fundidas o fotografías. Tuvo la sagacidad de'comprender que el paisaje del mundo helénico era el espectáculo que debía aprehender con sus propios ojos, pues él era el campo del que no había ningún sustituto para la autopsia; pero aun entonces el autor porfiadamente se esforzó al principio por excluir de su campo de visión limitado toda escena que no fuera helénica o minoica. Y fue por la gracia de Dios y no por obra del sentido común, cómo otros mundos se impusieron a la conciencia del peregrino académico. En París, durante la semana que transcurrió del 22 al 28 de setiembre de 1911, las reverberaciones de la crisis de Agadir le resonaron en los oídos como balas frías, a través de la arcaica estructura de hierro enrejado de la torre Eiffel. En retour a Roma, en la tarde del 8 de noviembre de 1911, de una expedición hecha para visitar las tumbas etruscas de Cerveteri y Corneto, el joven anticuario comprobó que sus compañeros de tren eran soldados napolitanos y advirtió, cuando el tren pasó a través de Civita Vecchia, grupos de otros jóvenes soldados italianos que, con una mirada de resignación falta de todo entusiasmo en los rostros, se disponían a marchar al teatro de la guerra de Tripolitania y Cirenaica. En Brindisi el 18 de noviembre de 1911 debió transbordar a un barco griego, desde el italiano en el que, según estaba anotado en un registro, llegaría a Patras, porque el barco italiano no podía arriesgarse al zarpazo de la costa turca enemiga, entre Acrocerauna y Prebeza; y durante los ochos meses siguientes, al pasar las noches en cafés de aldeas griegas, el autor oyó por primera vez en su vida, cómo se discutía la política exterior de Sir Edward Grey y cómo consideraban la cuestión de si "la guerra" estallaría aquella primavera o la siguiente, campesinos y pastores que conversaban animadamente con hermanos y primos que acababan de llegar, de vuelta a la patria, con billetes de cinco dólares y napoleones en sus maletas, tras haber desempeñado las lucrativas ocupaciones de lustrar zapatos en Kansas City o vender fruta en Omaha. Mientras tanto, los paisajes de la Grecia continental y de Creta, los castillos franceses medie-

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vales y las fortalezas venecianas modernas tempranas, competían con los templos helénicos y los palacios minoicos por cautivar la atención del autor. En aquel viaje en pos de antigüedades, el candidato electo de Oxford fue detenido como espía turco, primero en la noche del 16 de noviembre de 1911, durante la última etapa de un día de marcha de Terracina a Formia, por un carabíniere italiano 1 y luego, el 21 de julio de 1912, por una patrulla militar griega.2 En Cattaro y Ragusa en agosto de 1912, encontró la calles atestadas de tropas austrohúngaras en una pintoresca variedad de uniformes anticuados que recordaban el revolucionario año de 1848 d. de C. En Trieste contempló el rojo fez de los soldados de un regimiento bosníaco acuartelado en el castello y oyó cómo un viejo triestino explicaba en italiano a un muchachito que aquellos eran ahora soldados leales del emperador-rey, aunque los padres de esos mismos soldados les habían dado mucho trabajo al anciano y a sus camaradas en 1878, cuando servían en la fuerza expedicionaria que el gobierno imperial real envió en aquel año para ocupar Bosnia. Al día siguiente, en su viaje de Trieste a Flushing, el autor vio grandes cantidades de soldados alemanes que realizaban maniobras en verdes campos que se extendían entre los cultivos aún más verdes de lúpulo, en Baviera, sin que el ominoso espectáculo le produjera una impresión más aguda que la que había recibido once meses antes cuando, en las ediciones especiales de la prensa de París, veía los grandes títulos con las últimas nuevas de Agadir. Apenas había llegado al fin de su viaje, Southwold, encontrándose en un hospital a causa de la disentería contraída por haber bebido el agua corriente, traidoramente clara, de un riachuelo situado entre la boca del río Eurotas y la ciudad de Yythion, se sumergió de nuevo en la lectura que había tenido que interrumpir en el mes de setiembre anterior. Antes de la convalecencia había terminado de leer Geográfica de Estrabón y había comenzado a leer el Itinerario de la. Hélade de Pausanias; y antes de haber terminado con Pausanias durante el primer período que pasó en Oxford después de graduado, había comenzado a padecer agudamente la némesis que es el castigo de la búsqueda de la 1 En esta ocasión el sospechoso pudo salir bien parado mostrando una tarjeta en la que se leía: "Balliol College, Oxford". "Ah! Collegio, dunque non siete turco", dedujo el inteligente oficial italiano de seguridad, e inmediatamente dejó en paz al viajero de aspecto sospechoso. Cuarenta años después, en 1952 d. de C., el cara bin iere evidentemente ya no habría estado justificado en obrar de acuerdo con el supuesto a priori de que "turco" y "colegio" eran ideas incompatibles. 2 En esta segunda ocasión, lo arrestaron en virtud del cargo razonable de que había estado andando a través del peligrosamente vulnerable viaducto ferroviario tendido sobre la garganta del río Asopo, en Elefterojori, donde el único ferrocarril que iba de Atenas a la frontera grecoturca cruzaba un abismo para llegar nuevamente a tierra a lo largo del flanco oriental de la ciudadela helénica de Traquis. Esta acusación estaba apoyada por el argumento, menos convincente, de que el intruso tenía que ser un espía militar extranjero porque llevaba una insignia que tenía la forma de una cantimplora militar, que no era la del ejército griego.

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omnisciencia, por más restringido que sea el campo intelectual que se abarque. Un estudioso que aspira a la omnisciencia intelectual se está acarreando la misma némesis del alma que aspira a la perfección intelectual. Cada progreso sucesivo que realiza en procura de su ideal hace que su nivel se eleve en una progresión geométrica que deja siempre muy por detrás de los progresos aritméticamente alcanzados. Así como el aspirante a la santidad se hace tanto más culpable de pecado cada vez que alcanza una altura espiritual más elevada que la de los mortales ordinarios, así también el aspirante a la omnisciencia se hace tanto más culpable de ignorancia cada vez que agrega un nuevo conocimiento al ya acumulado caudal suprahumano de conocimientos. En ambas trayectorias el abismo que hay entre Ja meta y la realización no hace sino crecer cuanto mayor sea la conquista; y la némesis de esta inevitable y progresiva derrota, en una carrera que la naturaleza humana finita se condenó de antemano a perder, al medirse impíamente con la infinitud de Dios, es un retroceso moral que de la frustración da en el cinismo, pasando por el desengaño. Después de haber experimentado él mismo los dolores de este inútil andar tras una alucinación, el autor se vio liberado del hechizo de un implacable e imaginario examinador post mortem, por un hecho intelectual producido en su propio for intérieur, que nada tenía que ver con las guerras y rumores de guerras,1 las cuales, desde el estallido de la primera guerra balcánica el 17 de octubre de 1912, hasta el estallido de la primera guerra mundial, el i» de agosto de I9i4,2 estaban cayendo sobre el mundo occidental con un rugido que crecía con la misma rapidez del trueno de un tren expreso que se aproxima. En el verano de 1911, cuando llevó a cabo sus intensas lecturas de las fuentes originales griegas para la historia del mundo helénico del siglo iv a. de C, a intervalos la conciencia del autor se sentía intranquila porque ocasionalmente el autor no llegaba a cumplir su cuota diaria de lecturas, ya que su espíritu insistía en romper con el hábito de adquirir más información que le permitiera comenzar a componer una obra. Diversas informaciones sobre la organización y el número de hombres del ejército lacedemonio, en diversas fechas del siglo iv a. de C., que Jenofonte daba incidentalmente en su narración, confirmaban las dudas que habían surgido en el espíritu del autor cuando había leído en la escuela de Litterae Humaniores la manera en que Tucídides presentaba el orden de batalla lacedemonio en Mantinea, en 418 a. de C.3 Y lo que era más, las fechas dadas por Jenofonte parecían suministrar claves para rastrear el error de Tucídides •—en el caso de que realmente hubiera cometido un error— y para llegar, detrás de ese error, a la verdad. La cuestión dudosa era la proMateo XXIV. 6; Marcos XIII. 7; Lucas XXI. 9. Alemania estaba en guerra con Rusia en esa fecha; Gran Bretaña no se encontró en guerra con Alemania hasta el 4 de agosto. 3 Véase Tucídides: Historia de la Guerra, del Peloponeso, Libro V, caps. 64-74. 1

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porción, en diversas fechas, entre las fuerzas respectivas áe los contingentes espartanos del ejército lacedemonio y los contingentes de periecos; en última instancia, la cuestión se refería a la relación entre las respectivas superficies de tierra cultivable del propio territorio de Esparta y los territorios adyacentes de los estados-ciudades periecos, situados en dominios lacedemonios y dentro de sus fronteras, en la época en cuestión. Y éste era un problema, planteado por una lectura, que únicamente podía resolverse por autopsia. En consecuencia, cuando unos pocos meses después, el autor se encontró en Grecia, el interrogante histórico que ya le había surgido en el espíritu, contribuyó con la embriagadora belleza del paisaje de Mecenia y Laconia, para llevarlo a un reconocimiento de los estados periecos y de sus dominios; * y esta autopsia deliberada que realizó en 1912 d. de C., reforzó el efecto espontáneo de sus lecturas de 1911. El trabajo en el terreno mismo y el trabajo con los libros activaron juntos su espíritu hasta un punto en el que un saludable impulso a entrar en acción se impuso, en 1913 d. de C., al insaciable anhelo de agregar y agregar aún más elementos a un tesoro escondido de conocimiento inerte. En aquel año escribió y publicó un artículo sobre "El crecimiento de Esparta"; 2 y no tuvo tiempo de volver a desmandarse en lecturas sin objeto antes de que el estallido de la primera guerra mundial lo obligara a interrumpir su trabajo sobre una historia del mundo helénico que precisamente comenzaba a escribir para la Home University Ubraryp y lo impulsara luego a escribir y publicar un libro sobre el nuevo mapa político del mundo en la futura paz.4 Después de eso la presión financiera de los precios en alza sobre el presupuesto de una familia en crecimiento completó la educación del autor en el campo de la acción intelectual al conducirlo al periodismo como medio de subsistencia. Se había salvado como quien pasa en medio del fuego,5 y había encontrado esa salvación haciendo el sencillo descubrimiento de que su curiosidad le había sido dada no para que él la dejara perder a tontas y a locas entre los pastos de una pradera 1 En territorio ci-devant lacedemonio, los itinerarios del autor en 1912 fueron los siguientes (las fechas coresponden a las noches pasadas en los lugares citados): Kalamata (por tren desde Atenas) 20 de febrero, Koron ai, Navarino (vía Modhon) 22, Filiatrá 23, Olimpia (vía Arcadia, alias Kiparisia) 24. Astros (por barco desde Ermione, vía Petses y Lenidhi) 15 de abril, Arajova 16, Esparta (vía Sellasia) 17-19, Yeraki 20, Molaus 21, Neápolis-on-Malea 22, Monemvasía 23, Hiíraka (vía el jjord) 24, Kato Vezani 25, Yythion 26-27, Pyrgos-in-Mani 28, Paliros-on-Tenarum 29, Kotrona-in-Mani 30, Tsimova-in-Mani ("Areópolis") i* de mayo, Limeni-in-Mani 2, Kalamata 3, desde Kalamata por tren a Atenas, 4. El jani de Jelmón (desde Sinán, alias "Megalópolis") 19 de mayo, Esparta 20-22, Trypi (vía Mistrá) 23, Kalamata 24, Mavrommati (vía Ithome) 25, Pavlitsa (Figaleia) (vía Sulima) 26. 2 Véase The Journal of Hellenic Studies, vol. xxxni (London 1913, Macmillan), págs. 246-75. 3 Véase págs. 41, supra. * Nationality and the War (London 1915, Dent). 5 I Corintios III. 15.

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ilimitada, sino para que le pusiera guarniciones y la hiciera trabajar. Una vez que se hubo lanzado a la empresa literaria con un plan que determinaba su forma y con una forma que delimitaba su contenido, el autor encontró un talismán intelectual que tenía el poder de exorcizar la demoníaca fuerza psíquica subconsciente, que lo había atormentado mientras él había permitido ser su esclavo en lugar de insistir en convertirse en su amo. Para decirlo con lenguaje helénico, había logrado poner un límite (xépot?) a un caos antes ilimitado ( TÓ á'Tc--(pov), del cual los espíritus helénicos habían abominado con razón, porque se daban cuenta acertadamente de que en cualquier momento ese caos podría fluir sobre ellos y ahogarlos. En 1952 d. de C, a más de treinta y siete años de este decisivo giro de su vida intelectual, producido en 1913-15 d. de C., el autor hacía ya mucho tiempo que se había elaborado un régimen intelectual que era inverso al giro que había seguido su vida intelectual en 1909-13 d. de C. A partir de entonces se había acostumbrado a dedicar a escribir —no a leer— lo mejor de su tiempo y energías. Leer y viajar, que eran requisitos previos para escribir, fueron actividades que quedaron libradas a sí mismas; pero al propio tiempo el autor había aprendido a no ser tan imprevisor que pudiera darse a sí mismo una excusa para suspender el duro trabajo de la creación intelectual y entregarse a las más suaves opciones de viajar y leer, por el hecho de haberse permitido descuidar la necesaria tarea intelectual de preparación. Se había forjado la costumbre de apremiarse a reunir la información necesaria un número suficiente de meses o años anteriores a la fecha en que, según él esperaba, llegaría a los correspondientes puntos de su programa, para asegurarse que el fluir continuo de la creación escrita nunca se detendría. Al dar así a sus energías intelectuales una válvula de escape siempre abierta a la acción, ese régimen del autor adulto lo liberó de la penosa tiranía de una curiosidad que, antes de haber sido sujeta de esta suerte al freno y las bridas, solía ser tanto más insaciable en sus demandas cuanto más generosamente se la satisfacía. Desde 1916 d. de C. el autor estuvo practicando la artimaña de limar las aristas de cualquier deseo residuo, llevando un fichero bibliográfico de las obras publicadas en el campo de la historia en las que ésta era interpretada en el sentido más amplio; pero siempre puso cuidado en confinar este mucho de cualquier pretensión profesional al carácter exhaustivo, pues el tremendo espectáculo de espíritus potencialmente creadores anulados por ese afán pronto le había enseñado que la manía del coleccionista de consignar ad libitum fechas, títulos, nombres de autores y editores, en tarjetas de fichero, bien pudiera ser no menos esterilizadora que el afán de los ratones de bibliotecas por devorarse ad libitum los libros. Al permanecer de esta manera alerta para mantener a raya su curiosidad, el autor, sin embargo, puso cuidado en no matarla, pues ése habría sido en la vida real un paso tan fatal como el de matar a la gallina de los huevos de oro de la fábula. Lo que corres-

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ponde hacer con la curiosidad es no dar muerte a la preciosa ave, sino cortarle las alas, a fin de que no huya de su dueño. Al espíritu le es dada la curiosidad para que le sirva como el arco sirve a la cuerda. El arco adquiere el poder de disparar sólo cuando la cuerda lo dobla; y el espíritu debe manejar su curiosidad tan imperativamente como la cuerda maneja el arco. El espíritu debe insistir en ser él el dueño, no la cosa poseída, si se pretende que sus elementos potenciales para la obra creadora se realicen. Porque, en efecto, el precio de la creación continua es una tensión perpetua. El autor debía el hecho de haberse escapado por un pelo de la perdición intelectual después de haber completado su curso occidental común de educación por el sistema de exámenes, al feliz accidente de haber dado con una verdad que bien pudiera desdeñarse como una perogrullada, si tantos espíritus occidentales intelectualmente promisorios no la hubieran pasado notoriamente por alto, para daño de ellos mismos. Esa verdad tan obvia y sin embargo tan frecuentemente ignorada por los estudiosos en la de que la vida es acción. Una vida que no se resuelve en acción es un fracaso; y esto es tan cierto en el caso de la vida de un profeta, de un poeta o un erudito como en el caso de la vida de "un hombre de acción", en el sentido popular y convencionalmente limitado del término. Cuando Fausto se rebeló contra el culto de una estéril omnisciencia de la que él era esclavo, la sed de acción del erudito rebelde era saludable (aunque no tenía necesidad congruente de caer en el grueso error de imaginarse que el único remedio efectivo de su mal académico era permitir que Mefistófeles le inoculara una rabies Teutónica). Geschrieben steht: "Im Anfang war das Wort!" Hier stock'ich schon! Wer hilft mir weiter fort ?. . . Mir hilft der Geist! Auf einmal seh'ich Rat Und schreibe getrost: "Im Anfang war die Tat!" i Sobre la tumba de un estudioso, el epitafio obiit re infecta es tan condenador como sobre la tumba de un hombre de negocios, un estadista o un soldado. ¿Por qué, pues, los estudiosos suelen responder mucho menos a esta ley común fundamental del hombre, que "los hombres de acción" en general y en el sentido convencionalmente limitado de la expresión? La convencional limitación del significado de la frase nos da un indicio. ¿Por qué el mal distintivo profesional del erudito ha llegado a ser la resistencia a entrar en acción? Acaso la respuesta esté en el hecho de que la acción es un género de diferentes especies que tienen diferentes términos y alcances porque operan en medios diferentes. Éste fue el descubrimiento del filósofo helénico que por primera vez estableció una distinción entre la vida de una actividad de alcance 1

Goethe: Faust, versos 1224-5 y 1236-7.

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mayor (6¡od oseÉkoprj ms) y la vida de una actividad de alcance menor (i itpaKTticos pío?); pero Platón, en todo caso, nunca tuvo la intención de expresar la falsa idea —ulteriormente cristalizada en el uso occidental tardío de las palabras derivadas "teoría" y "práctica"— de que la antítesis entre dos tipos diferentes de acción era realmente una antítesis entre acción e inactividad. Platón no dejó de advertir a los candidatos msouciants a la iniciación en su filosofía, que "la única manera de adquirirla" era "mediante enérgica comunión intelectual"; 1 y Elias, cuando oyó la calma y suave voz detrás del fuego, el terremoto y el viento, tuvo instantánea e indudablemente conciencia de que se hallaba en la presencia inmediata del poder espiritual que era la fuente de toda la acción del universo.2 El "viento grande e impetuoso" que rompía los montes y hacía pedazos las peñas delante del Señor, llegó y pasó, frente a su Hacedor y Amo, a fin de poner a prueba la intuición profética de Elias. Elias tenía que demostrar, esperando al Señor, que reconocía que la tempestuosa fuerza física era tan sólo una de las altas obras de Dios, no el propio Dios Todopoderoso, antes de que pudiera oír la voz de Dios y recibir su mandato. Elias sabía, como sabía Laotsé,3 que la quietud de la fuente de la vida, Wu Wei, está en verdad llena de actividad que parece inerte a los hombres no iniciados sólo porque, siendo hombres, no nacieron para ver lo Absoluto tal como realmente es. Los profetas, los poetas y los eruditos son seres escogidos, a quienes su Creador destina para una acción de un tipo etéreo, que acaso es más parecida a la propia acción de Dios que cualquier otro tipo de acción que pueda llevar a cabo la naturaleza humana; y en ésta como en cualquier otra forma de encuentro entre Dios y una de sus criaturas, una ordalía es el precio de un privilegio; pues la verdad de que la vida es acción, es axioma tan duro para el seguidor consciente de un llamado espiritual superior como es de una chatura obvia para el hombre de acción que ha sido llamado a obrar en niveles espirituales más bajos. El propio Elias tuvo que ser llamado al orden por la palabra de Dios a causa de su culpable actitud, determinada por una desesperación que había sido la némesis de la pérdida de la fe.4 Pero este pecado de omisión, que es el pecado que acosa a los profetas, a los poetas y a los eruditos, no acosa a los hombres de negocios o a los hombres de lucha. Cuando Héctor y Ayax, combatiendo en una lucha física sobre la llanura de Troya,5 arrojaron uno al otro sus lanzas sin poner al adversario fuera de acción, ninguno de los dos guerreros se sintió tentado a permanecer quieto, puesto que nadie tenía que decirles que si lo hacían así perderían instantáneamente la vida, ya que el adversario le traspasaría el cuello con la espada. El sentido de la acción de

aquellos guerreros era tan agudo que sin detenerse a perder tiempo en sacar de la vaina las espadas, recogían las piedras que tenían a sus pies y las arrojaban al enemigo; y cuando esos proyectiles fracasaban también y no producían una decisión militar, los jefes no tenían necesidad alguna de incitar a los campeones a continuar la lucha; por el contrario, debían recurrir a todo su tacto para inducir a Ayax y a Héctor a que mantuvieran las espadas en las vainas e interrumpieran la acción por lo menos durante aquella noche. No era menester decir a Héctor y a Ayax que la vida es acción o bien fracaso; pero aquellos eran guerreros equipados para el combate cuerpo a cuerpo con armas cuyos golpes —acertados o fallidos— ellos podían registrar inmediatamente, puesto que los objetivos estaban frente a sus ojos. En cambio, el armamento espiritual del profeta, el poeta o el erudito se asemeja al del arquero que apunta a un blanco que está demasiado distante para ser visible.

Platón: Cartas, n' 7, 341 B-E, citado en III. m. 265. 2 I Reyes XIX. 11-13. 3 Véase III. ni. 205. * I Reyes XIX. 1-18. 5 La litada, Libro VII, versos 244-312. 1

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Disparé una flecha al aire, cayó a tierra, no supe dónde; pues voló tan rápidamente que la vista no pudo seguirla en su vuelo. Lancé una canción al aire, cayó a tierra, no supe dónde; pues, ¿quién tiene la vista tan aguda y fuerte que pueda seguir el vuelo de un canto? Después, mucho después, en un roble encontré la flecha, aún intacta; y la canción, desde el principio al fin, volví a encontrarla en el corazón de un amigo, i "Echa tu pan sobre la haz de las aguas; que después de muchos días lo hallarás."2 Ayax, o Héctor, no cometía el error de suponer que su blanco, hallándose ante su vista, a una distancia de un tiro de piedra, sería alcanzado por su disparo, si él mismo no emprendía la necesaria acción de recoger la piedra y lanzarla. La incapacidad de la inacción expectante de producir el efecto de una acción no cumplida, es la locura profesional del arquero cuyo blanco está más allá de la vista o del especulador cuyos beneficios del capital invertido se hallan ocultos en un futuro que se extiende más allá del horizonte mental del especulador. Al sobrepasar así en la acción "práctica" en las dimensiones del tiempo y del espacio, la acción espiritual demuestra ser, de los dos tipos de acción, la que más se asemeja a la de Dios. Un Agamenón Longfellow: The Arrow and the Song. " Eclesiastés XI. i.

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que vivió su breve vida física de manera bien visible y descollante debe su inmortalidad literaria a un poeta que murió en la oscuridad. Los poemas homéricos continúan conmoviendo el corazón de los hombres e inflamando su imaginación, después de haber transcurrido edades desde el momento en que el efímero imperio de Micenas dejó de tener algún efecto perceptible en la superficie política de la vida; y la larga serie de hombres fuertes y armados que antes de Agamenón debe de haber cruzado el escenario de la historia, pasó al olvido porque aquellos predecesores del héroe de Hornero no encontraron un poeta que los hiciera famosos.1 Sin embargo, precisamente porque las actividades espirituales de la naturaleza humana tienen ese poder divino de producir efectos a distancias de millares de millas y de años respecto del lugar de nacimiento y la época del agente humano, las almas llamadas a estas vocaciones espirituales son propensas a anularse y a hacer fracasar sus vidas, al pasar por alto la diferencia fundamental que hay entre la acción de largo alcance y la inactividad, como si porque el blanco del arquero esté fuera de la vista a éste le habría de ser más fácil dar en él sin disparar el arco que al espadachín herir a su adversario en un combate cuerpo a cuerpo sin descargar un golpe. Si la vocación de Acton,2 en no menor medida que la de Ayax, está pues en verdad sujeta a la inexorable ley de que la vida humana es acción o bien fracaso, luego debemos considerar las jactancias del erudito tan vanas como la de un miles gloñosus intelectual que, al expresarlas, se hace culpable de incompetencia en la profesión que ha elegido. Cuando los devotos discípulos del gramático muerto 3 de Robert Browning cantan de su maestro que "había bebido del frasco", estaremos de acuerdo con ellos en que aquél tenía un "alma hidrópica", pero le discutiremos la pretensión de que esa sed fuera "sagrada". Cuando preguntan: "¿Cómo la primavera podía advertir que sobrevendría el invierno?", les replicamos que las almas humanas se distingen de "las bestias que parecen" 4 precisamente por la facultad que les dio Dios de "mirar el futuro y el pasado".5 Cuando citan la 1 Horacio: Carmina, Libro IV, Oda IX, versos 25-28. El continuo dominio que ejerció Hornero en la imaginación de la posteridad era aún tan potente en el mundo occidental del siglo xix que cuando por fin sus expertos consejeros convencieron a duras penas a Heinrich Schliemann de que los huesos reales que él había desenterrado en Micenas eran los de los fortes ante Agamemnona y no los de los héroes homéricos y sus contemporáneos, Schliemann se sintió defraudado. "¿Cómo? —exclamó en una ocasión—. ¿De manera que éste no es el cuerpo de Agamenón? ¿No son éstos sus adornos? Muy bien, llamadle Schulze.": Ludwig, E.: Schliemann of Troy (London 1931, Putnam), págs.. 296-7. 2 La incapacidad de Acton para practicar la acción intelectual y el efecto esterilizador de esta inhibición psíquica, en la trayectoria intelectual de aquel gran historiador occidental moderno, se señalaron en I. I. 69-71. P Browning, R.: A Grammarian's Funeral shorlly ajter the Revival of Learning in Europe. 4 Salmos XLIX. 12 y 20. 5 Shelley: lo a Skyhwk, estrofa 18,

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exclamación del gramático: "Házmelo conocer todo. No me hables de más o menos", interpretamos esto como una infantil petición, dirigida a Dios, o como una impía emulación del carácter todopoderoso de Dios. Cuando comentan: Otros desconfían y dicen: "pero el tiempo huye; ¡Vive ahora o nunca!" Él decía: "¿Qué es el tiempo? Dejad el ahora para perros y monos. El hombre tiene para siempre",

les replicamos que el tiempo es el medio en el cual Dios ordenó que el hombre viva y trabaje en este mundo, vitaque, mancipio mtlli datar, ómnibus usu.i "Huye del estudio en el cual la obra resultante muere conjuntamente con el que la realiza." 2 El hombre no "tiene para siempre" —el eterno ahora de Dios— en la vida humana mortal. La desesperada afirmación del gramático no es ni siquiera cierta en el caso de la humanidad colectiva que, en el curso de sucesivas generaciones, acumula una creciente herencia colectiva de ciencia y técnica, pues tampoco ese arrecife de coral humano habría nacido si cada uno de los innumerables animálculos que cooperaron en construirlo no hubiera cumplido el acto individual positivo (dentro de los límites de su breve vida y estrecho campo de operaciones) de mezclar y transportar la pequeña contribución de mortero en su diminuto cuezo. Las conquistas colectivas de la ciencia y la técnica no se realizan automáticamente., así como no se realizan automáticamente las realizaciones únicas de la poesía y la profecía. Lo mismo que éstas, aquéllas deben su existencia a actos creadores de almas individuales que tuvieron el sentido y la gracia de entrar en acción en las condiciones impuestas a los seres humanos en esta vida por su Creador. Por eso nos negaremos a llamar a un homúnculo, que conservó oculto su talento envuelto en un pañuelo,3 "hombre elevado", a causa de haber echado a perder una unidad por aspirar a un millón; pues si es cierto que tiene "un grande objeto que perseguir", no tiene valor alguno que perder antes de haber alcanzado aquel objeto. Aun cuando concediéramos (cosa que no hacemos) que la conducta del gramático es magnifique, nos veríamos así y todo obligados a condenarla, pronunciando aquel ce n'est pas la guerre; 4 pues no es Lucrecio: De Rerum Natura, Libro III, verso 971. "Fuggi quello studio del quale la resultante opera more insieme coll'operante d'essa" — Leonardo da Vinci, en The Literary Works of Leonardo da Vinci, compilado y editado de los manuscritos originales por J. P. Richter, 2* edición (Oxford 1939» University Press, 2 vols.), vol. II, pág. 244, n" 1169. 3 Lucas XIX. 20. * Comentario que hizo el mariscal francés Bosquet sobre la carga de la brigada ligera británica, el 25 de octubre de 1854, en la batalla de Balaclava, durante la guerra de Crimea. 1



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tarea de Dios hacer que el período celestial perfeccione el período terrenal.

La misión del hombre consiste en ejecutar, en el tiempo que Dios le concede en esta tierra, la tarea humana de hacer la voluntad de Dios, trabajando para el advenimiento del reino de Dios en la tierra como en el cielo, y cuando un hombre irresponsablemente remite a Dios la tarea que Dios le ha impuesto a él en esta vida, no podemos estar de acuerdo con los discípulos del gramático en la confiada suposición de que a Dios "le gustan las cargas". Digamos más bien que a Dios le gusta ver cómo hace Su voluntad "aquel hombre bajo" que, impulsado por una sincera humildad y temor de Dios, busca hacer una cosa pequeñita, la ve y la hace. A los ojos de Dios lo que importa es hacer, pues Acton, en no menor medida que Ayax, fue creado por Dios para practicar la acción 1 en las condiciones señaladas por Dios al hombre durante su vida en la tierra. Si la erudición está en verdad sujeta, como cualquier otra vocación humana, a la necesidad de elegir entre practicar la acción o sufrir un fracaso, un erudito no es fiel a su vocación si replica a la incitación especial de que Dios hace objeto a los eruditos —Ars langa, vita brevis—2 lanzando a la faz de Dios la falsedad de que "el hombre tiene para siempre", en lugar de huir de las bravatas a fin de concentrarse en el prosaico trabajo de cortar bien la capa según la tela. Un estudioso no está más justificado que cualquier otro hombre de acción 1 El propio poeta, desde luego, atestiguó de esta verdad al producir sus obras. En efecto, Robert Browning era un hombre de acción, felizmente sin inhibiciones, en el plano de su propio arte imaginativo. En The Statue and the Bust declara cómo detestaba "la lámpara no encendida y la ijada no ceñida, pecado que imputo yo a cada espíritu frustrado". El poema que hemos estado analizando en este capítulo constituye un ejemplo particularmente brillante del don que tenía Browning de penetrar imaginativamente en la experiencia, el sentir y el pensar de almas cuyo temperamento difería mucho del suyo propio; pero en A Grammarian's Funeral hay un pasaje en el que podemos tomar desprevenido al autor de Dramatíc Romances

Decidió el asunto del boti. ¡Que quede así! Fundó propiamente el oun, Nos dio la doctrina del enclítico de, estando muerto de la cintura para abajo. ¡"Decidió"! ¡"Que quede así"! ¡"Fundó propiamente"! ¡"Nos dio la doctrina"! ¡Vaya! ¿Quién sino el irremediable hombre de acción que era Robert Browning podía haber atribuido a un erudito ortodoxamente inhibido una conducta tan no profesionalmente terminante como ésta? Si el gramático muerto realmente no hubiera practicado la acción, no habría agradecido a sus discípulos estas revelaciones indiscretas, y los propios discípulos podrían haber vacilado en honrarlo, como hicieron, en sus funerales. 2 'O Pío? PpajC<3«, í te T¿XVIJ [WK¡^ — Hipócrates: Aforismos, I. r.

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para eludir el deber que tiene todo obrero de hacer un inventario de los materiales y herramientas y de calcular el tiempo y la energía de que dispone para llevar a cabo el trabajo que se le ha confiado. Dejar el talento oculto en la tierra hasta que el cadáver descienda a la tumba para pudrirse junto a aquél es un pecado de omisión en el cual la negligencia criminal asume proporciones de alta traición. El obrero intelectual, lo mismo que el obrero manual, tiene a lo sumo una vida de pleno trabajo para usar del mejor modo posible; y, que él sepa, esa vida puede ser más breve que el término medio. Tiene que considerar en cualquier momento la posibilidad de que la muerte, o la espantosa muerte en vida de la incapacitación, pueda sobrecogerlo al año siguiente, el mes siguiente, a la semana siguiente, mañana, hoy. Sin pasar nunca por alto estos pertinentes reales de la vida humana, el obrero intelectual debe tener en cuenta la brevedad de la vida y no las longueurs de la disipación intelectual, como la medida para sus empresas intelectuales; debe hacer sus planes considerando el alcance de la vida humana y debe realizar esos factibles planes aquí y ahora, pues en la vida real no se produce ningún milagro que permita a la psique cumplir una tarea impracticable impuesta por un intelecto arrogante, puesto que una de las leyes fundamentales de la naturaleza humana establece que una empresa que se halla manifiestamente más allá del máximo que un hombre o una mujer mortal pueden esperar de tiempo, de trabajo y de energía, es ipso fació una empresa intrínsecamente enfermiza. En verdad, un obrero intelectual que está dispuesto a aprender por la experiencia y es capaz de hacerlo así, descubre que hasta la mayor de las obras de arte que un alma puede crear no abarcará necesariamente la totalidad del tiempo promedio de toda una vida humana de trabajo. En la creación de una obra de arte la duración de la vida de trabajo de que dispone un determinado obrero intelectual es, desde luego, una de las condiciones limitadoras, pues si lo que razonablemente le cabía esperar vivir quedara de pronto desmentido por el rechinar del cruel arado de la muerte, "los planes mejor trazados" * pueden salir torcidos.2 Pero las limitaciones imprevisibles impuestas a las oportunidades de creación de los seres humanos por los azares y cambios de esta vida mortal son sólo limitaciones exteriores y negativas; el factor positivo que determina el tiempo de duración de un acto creador es un factor interno, intrínseco al acto mismo. El ritmo de trabajo del artista le es impuesto por un cronómetro psíquico y las dos agujas de ese reloj humano son el intelecto y su compañera, la fuente subconsciente de la creatividad espiritual. Los actos humanos de creación están regidos por una ley de dinámica espiritual que puede formularse mediante un símil matemático. Cada acto tiene su propia curva, que describe con un ritmo que también le es propio; y cuanto más se aparta 1 Burns, Robert: To a Mouse, estrofa 5. 2 Ibid., estrofa 7.

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del curso que le corresponde, o si lo describe con mayor o menor rapidez de lo que le corresponde, la acción se apartará en la misma medida de la realización óptima de que es capaz. En la incubación de cada obra de arte, el alma del creador humano tiene su correspondiente período especial de gestación provechosa, que el autor podrá prolongar o abreviar en detrimento de su realización. Porque un huevo que permanezca más tiempo del debido bajo el sofocante cuerpo de una gallina clueca,1 será tan estéril como el fruto prematuro, nacido muerto, de un ave. El creador humano, si verdadera y seriamente se propone responder

al llamado que le hace Dios de cooperar con Él en Su obra creadora, debe hablar a su alma con las magistrales palabras del poeta y miembro del Parlamento, Andrew Marvell:1

1 El error, en el que los eruditos son propensos a caer, de dañar su obra por el hecho de continuar revisándola después de haber alcanzado y pasado ésta su estado óptimo, puede a menudo rastrearse hasta una ignorancia infantil de las reglas fundamentales del arte. La ocasión en que el autor de este Estudio aprendió esta regla dejó una marca indeleble en su recuerdo. El 17 de abril de 1951, cuando escribía esta nota podía recordar tan vividamente como si el episodio hubiera ocurrido el día anterior, una jornada de julio de 1894, en 'a cua l observaba intensamente a la madre que pintaba en acuarela una iglesia en ruinas que parecía estar a punto de desplomarse en el borde de un acantilado de Dunwich, sobre la costa de Suffolk. Cuando la madre terminó la acuarela y los dos la contemplaron juntos, el autor señaló que estaba incompleta porque la pintora sólo había representado los muros de la iglesia en ruinas y el paisaje marítimo que se veía a través de las ventanas sin vidrios y había omitido las abundantes ortigas y hojas de lampazo que crecían a través del roto pavimento de la iglesia (como sórdidos testigos de la efímera ocupación de aquel lugar por el hombre). La madre respondió con calma y sin la menor vacilación que el secreto de pintar o dibujar bien estaba en saber qué cosas habían de omitirse; y cincuenta y siete años después el hijo podía aún recordar claramente (aunque ya no podía reproducirla en el lenguaje no elaborado de un chico de cinco años) la sucesión de pensamientos que desencadenó en su espíritu aquella notable respuesta de la madre. El primer pensamiento fue el de que, al omitir las hojas de lampazo, la madre había mostrado algo menos que una fidelidad absoluta a la verdad, aun cuando por el momento el niño no pudo señalar ese punto débil que presentaba la defensa de la pintora. El segundo pensamiento fue el de que ésta le había levantado un velo que él tenía ante los ojos y le había mostrado la verdad oculta detrás de él. Este segundo pensamiento permaneció en el autor para iluminarlo durante los cincuenta y siete años siguientes; y en verdad al cabo de cinco años vino a gozar de la agradable sorpresa de obtener buenas notas en la escuela por haber obrado de acuerdo con el invalorable precepto de su madre. Se había dado a la clase del autor la tarea de escribir una breve relación del reinado de Isabel, según lo que los alumnos recordaran de la parte correspondiente del manual de historia inglesa que les habían mandado leer el día anterior. En el libro de texto el pasaje se iniciaba con la anécdota en la cual la princesa exclamaba: "De parte del Señor es esto; y es cosa maravillosa a nuestros ojos" (Salmos CXIII; Mateo XXI. 42; Marcos XII. ii), cuando, hallándose sentada bajo un roble en Hatfield Park, recibió las nuevas de que subiría al trono de Inglaterra y no al cadalso. Cuando el maestro leyó y comparó las composiciones comprobó que varios muchachos, dotados de mejor memoria verbal que el autor, habían reproducido esta anécdota verbalim y luego habían tenido que interrumpir la relación antes de haber podido mencionar los hechos del reinado de Isabel, pues había expirado el plazo que se les asignara para realizar la tarea. El autor había empleado ese plazo para consignar los que, a su juicio, habían sido los principales hechos del reinado, sin mencionar la anécdota del comienzo. Para asombro suyo, el maestro no sólo comentó la diferencia que había entre esas dos maneras de realizar la tarea, sino que dijo a la clase que la del autor (es decir, la de la madre del autor) era la manera correcta.

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Si dispusiéramos de espacio y tiempo suficiente, este recato, señora, no fuera crimen.. . Mi vegetal amor crecería más vasto que imperios, más lentamente. . . Una edad por lo menos a cada parte [tuya dedicaría yo], y la última edad mostraría tu corazón. . . Pero a mis espaldas oigo siempre la alada carroza del tiempo, que se acerca veloz. . . Por eso ahora...

y, con la sanción de la inexorable acometida del tiempo para reforzar la demanda del creador humano, el hombre de acción da a la mortalidad un imperioso ultimátum. Ahora. . ., mientras tu alma complaciente exhala por cada poro premioso ardor. .. dejemos que toda nuestra fuerza y toda nuestra ternura rueden y formen un solo ovillo. Y, en áspera lucha, precipitemos nuestros placeres a través de las puertas de hierro de la vida: así, aunque no podamos detener nuestro sol, lograremos, empero, hacerlo correr.2

C. EL IMPULSO A INVESTIGAR LAS RELACIONES ENTRE LOS HECHOS I. REACCIONES DE CRITICA

Hasta este punto en nuestra indagación sobre los móviles que inspiran a los historiadores vimos que si un niño ha de convertirse en un historiador su pasiva condición de recibir las sugestiones del contorno tiene que llevar a una curiosidad activa por conocer los hechos de la historia. Al establecer que un niño no puede convertirse en un historiador ni un adulto puede continuar siéndolo, si el mecanismo del espíritu no se pone en movimiento y continúa moviéndose en virtud de un perpetuo torrente de curiosidad, vimos asimismo que, si, en lugar de dar de mano las cosas de niño 3 después de haber pasado los um1 2 8

Marvell, Andrew: To Ilis Coy Mistress, versos 1-2, 11-12, 17-18, 21-23, 33. Ibid, versos 33, 35-36, 41-46. I Corintios XIII. n.

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brales de la virilidad, el presunto historiador permite que su curiosidad se desencadene locamente, ella probablemente lo hará ir tras el fuego fatuo de la omnisciencia y es ése un empeño erróneo, que no conduce a nada. ¿Cuál es, pues, el empeño correcto? "Pensar significa plantearse interrogantes' ; l y si el niño ha de convertirse real y verdaderamente en un historiador, debe aprender a poner su curiosidad por los hechos al servicio de algo que tenga una finalidad mayor que la de la propia curiosidad y que sea más creadora que ésta. Debe estar inspirado por el deseo, no sólo de conocer los hechos, sino también de penetrar su significación; 2 y es ésta una indagación en la que hay varias fases sucesivas, pues la significación de los hechos puede encontrarse, ora en sus relaciones recíprocas, ora en las relaciones que tienen con algo que está dentro de ellos, ora en las relaciones que tienen con algo que está detrás de ellos. Esta tarea es en verdad y en última instancia la búsqueda de una visión que muestre a Dios obrando en la historia. Y la primera fase del camino de esta peregrinación es el deseo de comprender cómo se relacionan entre sí los hechos de la historia. En esta investigación de las relaciones que hay entre los hechos, el primer movimiento mental es una reacción de crítica ante las discrepancias aparentes y el segundo una respuesta creadora a la incitación de los fenómenos. Tocante a establecer cómo despierta la facultad crítica en el espíritu de un futuro historiador, el autor se veía otra vez obligado a recurrir a su propia experiencia personal, porque no le era accesible ninguna otra fuente de información directa. El autor recordaba, por ejemplo, cómo en marzo de 1897, durante una visita hecha a algunos amigos de su familia, cuando él estaba cerca de cumplir nueve años, estalló en exclamaciones de sorpresa y disentimiento al oír hablar a una de las personas mayores presentes de la bondad, abundancia y variedad de las comidas de que había gozado en un viaje trasatlántico que acababa de realizar. El niño, que escuchaba aquellas cosas, no podía aceptar una afirmación que era inconciliable con lo que había oído una y otra vez directamente de boca de su tío abuelo Harry, quien en aquella época aún vivía y al que seguramente debía considerarse una autoridad mayor, ya que había sido no un pasajero en su barco, sino el capitán. El niño nunca se cansaba de oír al anciano contarle cómo el mohoso gusto de los bizcochos del barco era agradablemente sazonado por el gusto agrio del gusano del trigo, cuando los dientes del que comía daban con alguno de los ocupantes vivos del bizcocho, y cómo cuando, de tarde en tarde, el capitán y la tripulación perdían la paciencia con sus compañeros de viaje, las ratas, se lanzaban a una cacería de estos animales que les su1 Collingwood, R. G.: The Idea of History (Oxford 1946, Clarendon Press), pág. 281. En ibid., págs. 269-74 y 278-82, se encontrará una esclarecedora exposición de la verdad según la cual formular interrogantes es el método de la historia. 2 Collingwood, en op. cit., pág. 275.

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ministraban un sabroso pastel de ratas, el cual venía a ser en los días siguientes una agradable variación de la comida normal, compuesta de carne salada y budín de pasas. Éstos eran los hechos, que el niño conocía de seguro. De manera que aquella charla sobre la buena alimentación de que se gozaba a bordo no podía ser otra cosa que un cuento increíble ideado por el mendaz viajero. Y para el autor fue una revelación el hecho de que aquel viajero que acababa de desembarcar de uno de los modernos buques de la Cunard o de la White Star explicara de buen humor al niño, que había estado dudando de la realidad de lo que oía, que se habían producido muchos cambios en las condiciones de las travesías marítimas, durante los treinta y un años que habían transcurrido desde el momento en que el capitán Henry Toynbee había abandonado el mar en 1866 d. de C. Gracias a esta convincente explicación de la discrepancia que había chocado al espíritu del niño, éste vislumbró por primera vez que las cuestiones humanas estaban en movimiento y que ese movimiento podía ser tan rápido que produjera sensacionales cambios en el término de una sola vida humana. La discrepancia siguiente que advirtió el niño fue una discrepancia con la que tropezó al dar el primer paso para ampliar un nuevo panorama de historia que se le había abierto ante los ojos en alguna fecha inmediatamente anterior o inmediatamente posterior al día en que cumplió diez años. En ese momento había encontrado y leído de entre los cuatro volúmenes que componen la serie The Story of the Nations la obra de Z. A. Ragozin, Media, Babilonia y Persia^ que se refería a la entrada en el escenario de la historia ecuménica de los pueblos iraniohablantes, acontecimiento ocurrido entre la época de la decadencia y caída del imperio asirio y la época del choque del imperio aqueménida con los helenos; el autor había adquirido la costumbre de indagar "el futuro y el pasado", es decir los capítulos antecedentes y los capítulos siguientes de la historia irania, y por eso había elegido el volumen de S. G. W. Benjamin de la misma serie, titulado Persia 2 como regalo que iba a hacerle la tía Elsie Marshall al cumplir el niño diez años de edad. Cuando se lanzó, excitado, a la lectura de este nuevo libro, con la esperanza de poder contemplar así todo el paisaje histórico iranio, de que Media, Babilonia y Persia le había revelado sólo una tentadora parcela, comprobó que Benjamin lo llevaba por sendas desconocidas y comenzó a recorrer impacientemente las páginas, con la esperanza de llegar a algún episodio ya familiar de la historia irania, que le permitiera orientarse. Cincuenta y tres años después, el autor podía aún recordar vividamente su creciente sorpresa y desconcierto a medida que se iba viendo obligado a considerar el hecho que las relaciones de Benjamin y Ragozin de la historia eran inconciliables. Verdad era que al comienzo del capítulo VII de la obra de Benja1 2

Véase págs. 37, supra. Tercera edición; Londres, 1891, Fisher Unwin.

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min,1 se mencionaba por fin a un familiar Ciro como sinónimo de un exótico Kay Jusrú; pero el espíritu del joven lector no quedó satisfecho con esa transformación del escenario, aparentemente arbitraria y ciertamente brusca. Y en aquella época no le produjo impresión alguna la insatisfactoria y evasiva excusa de Benjamín 2 de que no era "pertinente en un volumen de estas dimensiones continuar una discusión sobre las discrepancias o dificultades históricas que existen entre los registros de los persas y los historiadores griegos o clásicos". Claro es que el penosamente perplejo lector no llegó al fondo de estas discrepancias Hasta muchos años después; primero tuvo que aceptar el hecho de que las versiones de la historia dadas en las inscripciones de los propios emperadores aqueménidas y por el historiador helénico Herodoto están autenticadas por la notable aproximación al acuerdo entre una fuente contemporánea y una fuente casi contemporánea, y tuvo luego que leer la obra de Theodor Nóldeke, Das Iranische Nationalepos 3 para comprender plenamente cuan poco había agregado su lectura de los capítulos presasánidas de la Persia de Benjamín al conocimiento de hechos históricos que antes tenía por haber leído Media, Babilonia y Persia, de Ragozin. Ulteriormente vino a ver que Benjamín, hasta el punto en que dejó de tener frente a sí a Herodoto y se lanzó en medio de la difícil corriente de la historia persa, se había apoyado en los más recientes poetas musulmanes del nuevo persa Dakikí (obiit 952 d. de C.) y Firdausi (vivebat circa 932-1020/1 d. de C.) y que las fuentes escritas en las que exclusivamente se basó Firdausi 4 eran traducciones (hechas al nuevo persa en Jorasán y en el siglo x de la era cristiana) de versiones en prosa pehlaví, de un cuerpo de poesía épica irania,5 en el cual los hechos verdaderos de la historia irania se habían transformado, hasta el punto de que no era posible reconocerlos,6 como resultado del obrar de una ley de evolución literaria que lleva a desarrollar un acontecimiento artísticamente promisorio según el criterio no de la fidelidad máxima a la veracidad histórica, sino de la máxima acomodación a las exigencias literarias.7 El ciclo de las leyendas de Rustem, que tiene parte tan descollante en la legendaria historia irania de Firdausi porque la riqueza de esta mina de inspiración literaria atrajo al genio del gran poeta tenía, como lo demuestra el ensayo científico de Nóldeke, un color local propio de Seistán y Zabulistán, que pueden haber introducido en aquellas dos provincias iranias orientales ios invasores saces del siglo n a. de C.8 En el Véase Benjamín, op. cit., págs. 82-86. Véase Benjamín, op. cit., pág. 83. 8 Segunda edición: Berlín y Leipzig 1920, de Gruyter. * Ibid., pág. 41. 6 Véase Noldeke, ibid., págs. 15-17. 6 Véase V. v. 602-5. 7 Ibid., págs. 609-17. 8 Véase Nóldeke, op. cit., págs. 9-11. Nóldeke rechaza la hipótesis de que este ciclo pueda ser de origen sace; pero su escepticismo se basa en el inapropiado motivo de que los nombres de personas de este ciclo son iranios y Nóldeke no tiene 1

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abigarrado conjunto de historia falseada y mutilada y de mitos racionalizados de que estaba compuesta la épica nacional irania en la edad sasánida, el ingrediente que más brillaba por su ausencia era el episodio aqueménida de la auténtica historia irania; en efecto, después de haber abatido Alejandro Magno el imperio aqueménida en la memoria folklórica de los pueblos iránicos se desvaneció casi todo recuerdo de los aqueménidas; y de las pocas y dispersas referencias a esos fundadores imperiales iranios que se hallan en la épica nacional irania,1 algunas, por lo menos,2 se abrieron paso hasta allí a través de traducciones del poema de Alejandro.3 En abril de 1899, más de cincuenta y tres años antes de la fecha en que este capítulo se envió a la imprenta, tales consideraciones estaban, desde luego, muy por encima de la mentalidad de un niño que trataba de comprender la historia; pero a impulsos de la conmoción intelectual que lo sobrecogió al encontrar una discrepancia que no pudo superar, el niño había llegado a la conclusión de que "las autoridades" podían desacreditarse al disentir unas de otras; y ese desconcertante descubrimiento fue para él el penoso principio de la sabiduría histórica,4 puesto que le había enseñado que no había que tomar las palabras de "las autoridades" como si fueran infalibles oráculos y verdades del Evangelio. Aproximadamente un año después el muchacho iba a experimentar otra conmoción del mismo género al descubrir un cabo suelto en un mapa cronológico de historia ecuménica que un día fijaron a lo largo de dos paredes del aula magna de la escuela preparatoria de alumnos internos —Wootton Court, cerca de Canterbury—, a la cual el autor fue enviado a los once años de edad. En su escuela anterior —Warwick House, adyacente al Regent's Canal de Londres— una lectura del capítulo x del libro del Génesis le había abierto el espíritu a la fascinante e inspiradora verdad de que el género humano era todo una familia y la historia, toda, una; y cuando comenzó a entretenerse localizando a los descendientes de Sem, Cam y Jafet en aquel mapa y a identificarlos con divisiones y subdivisiones existentes o extinguidas del género humano, encontró, en los mapas insertos en "The Queen's Printers' Aids to the Student of the Holy Bible", datos que le permitieron poblar la oikoiimené con los descendientes de Noé, desde su centro de dispersión, "la fértil media luna" del Asia sudoccidental, hasta la cuenca occidental del Mediterráneo, en una dirección, y el Irán central en la otra. Por el momento no fue más lejos; pero la exhibición del mapa en el aula lo

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en cuenta el hecho de que los saces, lo mismo que los anteriores ocupantes de esos países, eran iraniohablantes. 1 Ibid., pág. 13. 2 Ibid., loe cit. El poema de Alejandro pasó por una evolución que es en sí misma un poema (véase'V. vi. 447-50). * Proverbios IX. 10.

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puso de pronto frente a un problema que hasta entonces no había advertido. Al mirar primero la parte en que comenzaba el mapa le había llamado la atención la precisión de la fecha 4004 a. de C. asignada allí al año de la Creación; x al recorrer el mapa desde ese punto hasta el rincón extremo del cuarto donde aquél se interrumpía bruscamente en alguna fecha del siglo xix de la era cristiana, advirtió, entre las fajas de varios colores que representaban las historias de diversos pueblos y estados, una faja notablemente ancha, que llevaba el rótulo de "China". ¿Descendían los chinos de Sem, Cam o Jafet? Antes no se le había ocurrido formularse esta interrogación, pero ahora el gráfico iba-a respondérsela; en efecto, acababa de determinar que el gráfico comenzaba en un extremo con la creación de los dos padres del género humano, de manera que sólo tenía que seguir la faja de China hacia atrás para descubrir cuál de los tres hijos de Noé era aquel a través del cual los chinos se remontaban hasta Adán y Eva. La verificación debía ser fácil, puesto que la cinta culebreante que representaba a China era como un pitón y en consecuencia el joven investigador recorrió con dedo esa cinta continua de color hasta el segundo milenio antes de Cristo; pero se quedó con la boca abierta, cuando, en ese punto del recorrido de retroceso de su dedo, los tres mil años del sólido cuerpo del dragón chino se interrumpieron bruscamente, sin eslabonarse con Jafet, ni con Cam ni con Sem, como si mil años después de la fecha del desembarco del arca de Noé cuatrocientos millones de chinos hubieran surgido de pronto en virtud de un acto de generación espontánea. La artesanía del dibujante de aquel gráfico a primera vista imponente demostraba ser, en verdad, examinada con atención, una chapucería tan gruesa como el trabajo de un plomero que años después fue a la casa del historiador ya adulto a instalar un baño y no se tomó el trabajo de conectar el caño de desagüe con el tubo de las aguas usadas. Esta condenadora analogía no se le ocurrió a un niño que en 1899 d. de C. estaba aún viviendo en una edad de la historia inglesa en la cual las casas de la clase media rio tenían aún el engorro de los cuartos de baño; pero comprendió en seguida que los cartógrafos discípulos de Usher eran culpables de haber descuidado —o acaso, lo que era peor aún, eran del todo incompetentes— la tarea de rastrear hasta la fecundidad y multiplicación de Noé y de sus hijos 2 la ulterior diversidad en la unidad de un género humano que, en efecto, había de repoblar la tierra; y este escandalizador descubrimiento suscitó en el espíritu del presunto historiador sus primeras dudas sobre si un árbol genealógico era un vehículo que pudiera expresar efectivamente la historia de la diferenciación progresiva de la familia humana.

Como esas dudas persistieran y aumentaran, el autor probó otros sistemas de clasificación que tal vez pudieran abarcar todas las ramas vivas y extinguidas de la humanidad y explicar al propio tiempo todos los grados de diversidad y afinidad que había entre ellas. ¿Podía encontrarse la clave de este enigma histórico en los caracteres de las razas, si se descartaba el criterio mítico de relaciones raciales, en la forma de la genealogía bíblica, para adoptar un criterio "científico" según datos tan objetivos y mensurables como el color de la piel, la estructura de los cabellos, el "índice cefálico" y el ángulo facial? o bien, ¿podía encontrarse la clave en el lenguaje, si se descartaba el mito de la confusión de las lenguas en la abortada construcción de la torre de Babel * para adoptar las conclusiones de la ciencia occidental moderna tardía de la filología comparada? Una vez que las facultades críticas del autor se pusieron a trabajar en el problema de la diversidad en la unidad del género humano, gracias a la conmoción que sufrió su espíritu frente a un gráfico usheriano de historia ecuménica, en 1899 d. de C., tardó unos diez o doce años en llegar a la conclusión de que el criterio lingüístico y el criterio racial en este problema eran tan insatisfactorios 2 como antes había demostrado ser el criterio genealógico. Sólo después de este proceso negativo preliminar triple de eliminación, el autor pudo limpiar el terreno de su propio espíritu para que surgiera la solución positiva propuesta en este Estudio, en el cual se sostiene que, en las cuestiones humanas, las diferencias y semejanzas significativas no son las de la raza o el lenguaje, sino las de la cultura religiosa y secular. Otra discrepancia esclarecedora llamó la atención del autor un atardecer durante la primera guerra mundial cuando, al recorrer el Victoria and Albert Museum, de South Kensington, la mirada le quedó cautiva del busto de una muchacha hecho en mayólica y en el estilo occidental moderno naturalista. Entonces su curiosidad lo movió a determinar el origen y fecha de aquella atractiva obra de arte. No se sorprendió al establecer que una obra tan hermosa como aquella había sido hecha en Italia, pero se quedó pasmado al descubrir que una obra tan moderna procedía del siglo xiv de la era cristiana. Aquel busto era una prueba material de que en el siglo xiv Italia ya estaba viviendo en la Edad Moderna de la historia occidental. Pero en el resto de la cristiandad occidental, con la posible excepción de Flandes, la Edad Moderna no había comenzado a alborear antes de fines del siglo xv o comienzos del xvi. De manera que Italia ya era "moderna" quizá unos doscientos años antes de que el resto de la cristiandad occidental siguiera sus pasos; y aquel ejemplo demostraba que, en el seno de una y la misma sociedad, era posible que diferentes "secciones" (en el sentido "geocultural" en que esta palabra se empleaba en los Estados Unidos) estuvieran históricamente viviendo diferentes fases. Pueblos que eran cronológicamente contemporáneos podían en verdad estar viviendo unos junto a otros en dos épocas culturales diferentes. 1 ibid., XI 1-9.



1 Esa fecha de la Creación era, desde luego (véase XI. xi. 30) el signo de la mano del arzobispo Usher y por eso parece probable que los Ármales Veteris et Novi Testamenti del arzobispo (London 1650-4 Flesher, 2 vols.) fue la fuente última de los autores de aquel gráfico. - Génesis IX. i y 7.

2

En II. i. 236-79 se encontrará una crítica del criterio racial.

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Esta inferencia a que el autor llegó partiendo de la modernidad de un busto italiano del siglo xiv se confirmó en su espíritu cuando, unos treinta años después, al terminar la segunda guerra mundial, hizo otra visita al mismo museo con el fin de observar las estatuas y otros adornos de la capilla de la Abadía de Westminster del rey inglés Enrique VII, que se exhibían allí. En esa ocasión el autor pudo apreciar de cerca la extensión del abismo cultural que había entre el aún intacto estilo occidental medieval de la obra inglesa y el renaciente estilo helénico de la contemporánea obra del importado maestro italiano Torrigiano.1 Esta prueba visual de la transitoria precocidad cultural de la Italia septentrional y central en la Edad Media tardía de la historia occidental fue una de las señales que llevó al autor a concentrar su atención en el papel histórico de las minorías creadoras. Reacciones de crítica ante discrepancias tan sólo sospechadas y no verificadas, puden asimismo arrojar luz sobre la historia. En setiembre de 1952, el autor podía recordar un día de marzo de 1899, en que la madre le leía en voz alta Chaldea 2 de Z. A. Ragozin, de la serie The Story of Nations. Los asiriólogos y egiptólogos occidentales del siglo xix estaban impresionados por la amplitud de su nueva visión de la historia pasada (en comparación con la relativa estrechez de la visión bíblica) mucho más que lo que les había impresionado la estrechez de las visiones bíblicas arqueológicas en comparación con la relativa amplitud de las visiones geológicas y astronómicas, cjue los físicos occidentales contemporáneos estaban creando simultáneamente; en consecuencia, la antigüedad de la civilización "caldea" (es decir, sumérica) era uno de los temas principales de la estimulante oeuvre de vulgarhcüwn de Ragozin. Al exponer su tesis, la preparada autora citaba dos declaraciones cronológicas, ya entonces redescubiertas, que hicieran el rey asirio Asurbanipal (regnabat 669-624 a. de C.) y el emperador neobabilónico Nabonido (imperabat 556-539 a. de C.), sin preguntarse si los consejeros históricos de aquellos soberanos recientes poseían realmente información auténtica que garantizara las cifras confiadamente dadas. Sobre la cifra de Asurbanipal •—mil seiscientos treinta y cinco años, tiempo que habría transcurrido desde que una estatua de la diosa Nana 3 que Asurbanipal había vuelto a llevar a Uruk (Erech) desde Susa, en 645 a. de C. fuera llevada a un cautiverio elamita— el comentario que hacía la autora 4 era este: "mil seiscientos treinta y cinco años sumados a 645 hacen

2280, fecha que no puede discutirse"; y aunque la autora vacilaba i respecto de la antigüedad de la fecha —3750 a. de C.— que Nabonido asignaba al floruit del guerrero acádico Naramsin, es decir unos tres mil doscientos años antes de los días del propio Nabonido, se refugió aquí en "la posibilidad de un error de quien hizo las inscripciones", sin considerar la otra posibilidad de que el propio emperador arqueólogo podía haber exagerado y por eso, acaso, no mereciera que se lo tomara au pied de la lettre. El supuesto no sometido a crítica de Ragozin de que Nabonido y Asurbanipal sabían lo que decían fue desde luego aceptado por el niño sin más ni más; pero de pronto se le ocurrió preguntarse cómo la autora sabía que aquellos "años" asirios y babilonios eran períodos de la misma duración que los familiares años en que se contaba el tiempo en la Inglaterra del siglo xix, e interrumpió la lectura de la madre para formularle esta pregunta. Acaso se la hubiera suscitado algún eco del intento cristiano occidental "fundamentalista" del siglo xix de poner a salvo la veracidad del libro del Génesis con la indicación de que los "años" de vida atribuidos allí, por generosos centenares, a los patriarcas, eran en realidad períodos que podían interpretarse no como "años", sino posiblemente como "meses", si se tradujera la terminología cronológica de la Biblia en el lenguaje pedante y preciso de la época. Probablemente si el autor se hubiera educado en el campo nunca habría abrigado la idea de que pudiera haber semejantes variaciones arbitrarias en la duración del año, considerando que su duración estaba establecida para el agricultor, no por un fíat humano, sino por el ciclo de las estaciones, que invariablemente se repetían en el mismo curso y dentro del mismo período, cualquiera fuera el lenguaje que emplearan los autores humanos de calendario. Pero como el niño se había criado en la ciudad era ciego al reloj visual de la naturaleza en cuya esfera la alternancia regular de la primavera y el florecimiento y el otoño y la caída de las hojas, registraba las duraciones fijas de las estaciones que se sucedían y repetían. En su Weltanschatiung londinense propia de los diez años de edad, los "años" se le presentaban como períodos artificiales de tiempo, que los seres humanos podían ampliar o reducir a voluntad, porque las voluntades humanas los habían creado arbitrariamente ex nihilo, según era de presumir. El ingenuo averiguador vivió para reírse de su pueril ignorancia y continuó viviendo luego para descubrir que su pregunta era más sutil de lo que él había pensado al formularla. Apenas lo enviaron a la escuela de campo cobró conciencia del año solar de la naturaleza y apenas, guiado por Los sarracenos,'* de Arthur Gilman, de la serie The Story of the Nations, leyó Alohammadan Dynasties,3 de Stanley LanePoole, descubrió que el reloj de la naturaleza tenía más de una esfera y que donde, como en ese caso, la naturaleza estaba en desacuerdo con-

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En X. x. 114 ya nos hemos referido a este contraste. Quinta edición, London 1896, Fisher Unwin. Este volumen venía a constituir los prolegómenos de Asiría, de la misma autora, que el autor ya poseía (véase pág. 37, supra). La curiosidad de explorar los antecedentes de la historia asiría lo había movido por primera vez a gastar su dinero de bolsillo en comprar una obra de estudio y no una caja de soldaditos de plomo. 3 Es decir, Inana, el nombre original sumérico de la diosa cuyo nombre acádico era Istar. La Nana sumérica no era una diosa sino un dios, el dios de la luna, cuyo nombre acádico era Sin. 1 2

* En op. f/V., pág. 195.

1 2 3

Ibid., págs. 211-15. London 1887, Fisher Unwin. London 1894, Constable.

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sigo misma, las voluntades humanas tenían, en consecuencia por lo menos la limitada libertad de elegir una de aquellas esferas. El calendario de origen babilónico que estaba en vigor en el mundo del muchacho inglés en el paso del siglo xix al siglo xx de la era cristiana se basaba en el ciclo solar de las estaciones y, en el curso de los siglos, se había reajustado varias veces para hacerlo coincidir con ese ciclo con exactitud cada vez mayor, mientras que el ciclo lunar de los meses quedó abandonado a sí mismo al someterlo por la fuerza al lecho de Procusto de prolongar o reducir arbitrariamente la duración de los meses, a fin de que éstos se ajustaran al fundamental esquema solar. El muchacho inglés hizo entonces el descubrimiento de que el método de establecer el calendario que vino a ser el corriente en la cristiandad no era el procedimiento universal de todo el mundo. En efecto, en la comarca musulmana de la oikoumené había un calendario —basado, no en el ciclo solar, sino en el ciclo lunar— cuyo "año" nominal de meses literalmente lunares (que ignoraba la reiterada sucesión de las estaciones) se permitía apartarse ampliamente del verdadero año solar, con el resultado de que, a medida que pasaban esos "años" islámicos desde la fecha inicial de la era de la Héjira, los tales soit-disants "años" habían "pasado" una y otra vez el reloj solar babilónico de la cristiandad. Pero sólo en 1950 d. de C, cuando reunía material para escribir la nota sobre Cronología incluida en este Estudio y en este volumen,1 el autor comprendió toda la importancia del calendario lunar islámico que él había planteado a su madre, más de cincuenta años solares atrás. En Princeton, New Jersey, en el año solar de 1950 d. de C., el autor leyó primero los artículos de Poebel 2 sobre la recién descubierta lista de reyes asirlos de Jorsabad y se maravilló ante los recursos inventivos de las maneras y medios con que este asiriólogo contemporáneo armonizó tal lista con las afirmaciones cronológicas de dos soberanos tardíos, en este caso no Nabonido y Asurbanipal, sino Esarhadon (regnabat 680-669 a- de C.) y Salmanasar I (regnabal 1272-1243 a. de C., según Poebel) .3 Luego el autor leyó la crítica de Sidney Smith 4 de la reconstrucción que había hecho Poebel de la cronología asiría y se asombró de ver cómo un eminente arqueólogo profesional contemporáneo hacía aquí a un confrére la misma pregunta que el propio autor, cuando niño, había hecho una vez a su madre: ¿Cómo puede tenerse la seguridad de que los "años" a que se referían los cronólogos asirios eran años solares o, es más aún, siquiera presuntas aproximaciones a ellos? La correspondencia hipotética que Poebel había dado tácitamente por sentado en su reconstrucción de la cronología asiría, partiendo de la En las págs. 217-71, infra. En el Journal of Near Eastern Studies, vol. I, págs. 247-306; págs. 460-9-; y vol. H. págs. 56-90 (Chicago 1942-3, University of Chicago Press). 3 Véase J.N.E.S., vol. i, págs. 290-5. 4 Smith, Sidney: "Middle Minoan I-II and Babilonian Chronology", en el American Journal of Archaeology, vol. XLIX, n9 i (Concord, N. H. 1945, Rumford Press), págs. 1-24. 1

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75 recién descubierta lista de reyes de Jorsabad en combinación con el resto de la documentación, era redondamente rechazada por su distinguido adversario. En Asiría, sostenía Sidney Smith,1 el calendario solar babilónico que había llegado a aproximarse mucho al verdadero sistema solar, no parece haberse adoptado para usos oficiales antes del reinado de Teglatfalasar I (regnabat 1114-1076 a. de C.). "Durante un largo período de años aquel calendario es equivalente al de los años julianos. . .; pero el calendario asirio que antes se usaba muestra considerables variaciones respecto del babilónico y no es posible convertir con precisión años asirios en años julianos." En el calendario no babilónico empleado en Asiría antes de los días de Teglatfalasar, pudo haber habido un sistema diferente e inferior de intercalación; "pero los hechos conocidos ahora se inclinan en favor de la hipótesis de que no había ningún tipo de intercalación"; y "este es un factor importante para calcular fechas tempranas".2 Sidney Smith sugiere 3 que el calendario que, a juicio suyo, fue descartado en Asiría en 1114 a. de C. para adoptarse el calendario solar babilónico de la época era un calendario lunar, es decir, un calendario hecho sobre la misma base del calendario que, mil setecientos treinta y seis años después de la fecha en que pudo ser abandonado en una Asiría que se hallaba tan cerca del corazón del mundo babilónico, se empleaba todavía en el remoto y atrasado oasis árabe de La Meca, y que luego, por el accidente de su renacimiento en ese reducto aislado y rodeado por el desierto, iba a encontrar su fortuna al convertirse automáticamente en el calendario oficial de una nueva iglesia ecuménica fundada por un profeta de La Meca. Esta controversia entre Sidney y Smith y Poebel, en la cual esos dos campeones asiriólogos se lanzaban un calendario solar y un calendario lunar como Héctor y Ayax se lanzaron piedras, demostraba que una reacción de la crítica hasta ante una discrepancia discutible podía desempeñar un papel importante en un debate sobre todo un esquema de cronología de la historia de la civilización sumérica. LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

II. RESPUESTAS CREADORAS (a)

MINÚSCULA

Si la observación o hasta la sospecha no verificada, de discrepancias entre hechos históricos puede hacer que los espíritus humanos se vean impulsados a obrar asumiendo una negativa facultad crítica, podemos esperar, a jortiorí, encontrarnos con intelectos, impulsados a obrar por la observación o hasta por la intuición no verificada de relaciones entre hechos históricos que exigen alguna explicación positiva. Sidney Smith, ibid., pág. 19. Ibid., pág. 19. 3 Véase ibid., págs. 22-3. Algunos eruditos contemporáneos rechazaron esta sugestión. Véase la Nota sobre Cronología, pág. 229, infra. 1

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Enigmas históricos de este genero positivo nos plantea la observación de la existencia, en puntos muy diferentes en el espacio y en el tiempo, de elementos idénticos de cultura: por ejemplo idénticas vestimentas o idénticas palabras; pues, por alejadas que estén entre sí en la historia, sucesivas y separadas epifanías de esos elementos idénticos, una semejanza que se aproxima a la identidad probablemente se deba menos a una coincidencia que a alguna cadena continua de tradición histórica y de difusión geográfica que sea posible rastrear. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que en una medalla de bronce hecha en 1439 d. de C. por el maestro italiano Vittore Pisano (Pisanello) para el emperador romano de Oriente Juan VII Paleólogo (imperabat 1425-48 d. de C.) y en un fresco —pintado en el muro occidental de la iglesia de San Francesco de Arezzo, en alguna fecha entre 1452 d. de C. y 1466 d. de C.,1 por Piero della Francisca— en que el mismo Juan VII Paleólogo está pintado en el papel de Constantino el Grande en la batalla del puente Milvio,2 ese penúltimo ocupante del trono imperial bizantino fuera retratado por dos testigos italianos contemporáneos 3 con un tocado que se parece de manera harto curiosa a la doble corona egipcíaca,4 un tocado que había llegado a convertirse en una de

las insignias de los faraones, después de haber sido unificado políticamente el Alto Egipto y el Bajo Egipto por Narmer, área 3100 a. de C.? 1 ¿Cómo pudo este complejo y exótico tocado —que bien pudiera parecer extraño a quien no estuviera familiarizado con el episodio capital de la historia egipcíaca que él conmemoraba— sobrevivir (si en verdad sobrevivió) por un período de más de tres milenios y medio para reaparecer eventualmente, no en las orillas del Nilo donde se lo creó, sino en las costas extranjeras del Bosforo, por lo menos mil años después de que los últimos restos de la tradición egipcíaca viva se hubieran extinguido en lo que otrora fuera el mundo egipcíaco? El espíritu de un historiador que buscara una respuesta a esta pregunta podría recordar que los emperadores romanos precristianos consolidaron su pretensión de ser legítimos sucesores de los faraones haciéndose representar, en los monumentos de la última época de la historia egipcíaca, con las tradicionales insignias de los faraones. ¿Sería demasiado fantasioso imaginar que estos personificadores romanos de los faraones egipcíacos pudieran haber usado una serie de insignias faraónicas, incluso la simbólica doble corona y que, a pesar de la ulterior extinción de la cultura egipcia y de la ulterior pérdida del Egipto mismo que sufrió el imperio romano cristiano frente a los invasores árabes musulmanes primitivos, aquellas insignias egipcíacas desde mucho tiempo atrás anticuadas pudieran haberse transferido desde la antigua Roma a la nueva Roma y pudieran luego haberse conservado allí, en la oficina de los protovestiarios de un espectro romano oriental del extinguido imperio romano, hasta que el último de los Paleólogo tropezó con ellos en un cuarto de

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1 Sobre la fecha véase Clark, Kenneth: Piero dellcf Francesca (Hondón 1951, Phaidon Press), págs. 35-36. 2 Véanse las láminas, contenidas en op. cit., de todo el fresco (lámina 57), de la mitad izquierda de él que representa a Constantino y su ejército (lámina 58) y de la cabeza de Constantino (representado por Juan VII Paleólogo) (lámina 62). 3 "Warburg y otros han supuesto que Piero tomó el parecido de Paleólogo de la medalla de Pisanello de 1439, pero eso no es enteramente cierto. Las formas y ritmos característicos de las dos cabezas son diferentes. . . Piero", que vivía en Florencia en 1439, cuando el emperador llegó a esa ciudad para asistir al concilio eclesiástico que se reunió en Florencia en aquel año, "casi seguramente vio a Paleólogo con sus propios ojos" (Clark, op. cit., pág. 26, n. i). En el Cuadro de la Flagelación, de Piero della Francesca, en Urbino, que fue probablemente pintado en la década de 1450, tanto el rostro como el tocado de Juan VII reaparecen, pero aquí ya no en la misma figura (véase Clark, op. cit., pág. 19 y láminas 27-28). * La semejanza es particularmente notable en el fresco de Piero della Francesca, que hace resaltar dos detalles que no se advierten en la medalla de Pisanello aunque, a la luz del fresco, el primero de los dos detalles puede quizá descubrirse en el mejor de los dos ejemplares de la medalla que posee el British Museum. El fresco muestra que los dos elementos componentes del tocado estaban separados: el borde inferior del componente interior cónico es apenas visible por debajo del borde inferior de la porción frontal del componente exterior, que se parece al ala vuelta hacia arriba de un sombrero de tres picos occidental del siglo xvín; y ese detalle es visible porque los dos elementos componentes aparecen en colores que están en agudo contraste. Como las láminas de este fresco contenidas en el libro de Sir Kenneth Clark no están entre aquellas que se han reproducido con los colores originales, ellas revelan tan sólo que el componente interior cónico de la corona imperial es relativamente claro en cuanto al color y que el componente exterior vuelto hacia arriba es relativamente oscuro. En el fresco original, ¿es blanco el componente interior, como lo era la corona cónica del Alto Egipto, y verde el componente exterior, el color de la corona vuelta hacia arriba del Bajo Egipto? La respuesta a esta pregunta está dada en las siguientes palabras de una carta fechada el 6 de octubre de 1952, del reverendo padre P. Benedetto Renzi, cura párroco de la iglesia de San Francesco de Arezzo, carta escrita en respuesta a un requerimiento del autor de

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este Estudio: "I colorí della corona di Costantino risultano bianco con sfumature rosse nella parte superiore, verde cupo nella parte inferiore." El colorido aquí descrito por un testigo directo está fielmente reproducido en la obra de Paolo d'Ancona: Piero della. Francesca: II Ciclo Ajjrescato della Santa Croce nella Cbiesa di S. Francesco in Arezzo (Milán 1951, Pizzi), Lámina XVI. Los toques de rojo no aparecen en Longhi, Roberto: Piero della Francesca: La Légende de la Croix (Fresques d'Arezzo) (Milán 1952, Sidera; París 1952, Amiot-Dumont), Láminas xxxi, xxxiv, y xxxv. Como se ve, en el tocado del emperador Juan VII Paleólogo, pintado por Piero della Francesca, la corona del Alto Egipto (si se trata de ella) conserva su prístino blanco con un tinte del rojo del Bajo Egipto; pero la corona del Bajo Egipto (si se trata de ella) cambió su tinte del rojo al verde botella. Este mismo tocado y con los mismos colores fue puesto por el mismo pintor sobre la cabeza de Pilatos en el Cuadro de la Flagelación, del palacio ducal de Urbino. En una carta fechada el 30 de octubre de 1952, escrita en respuesta a un requerimiento del autor de este Estudio, el señor Pietro Zampetti, soprintendente alie Gallerie delle Marche, apunta que ese tocado "se aproxima mucho en su forma el gorro de los 'clerici vagantes', pero también podría recordar la corona de Egipto, aunque se distingue de ésta por el corte de su parte superior, que es muy pronunciado". "Per quanto riguarda i colorí, essi sonó il rosato per la parte interna del copricapo ed il verde scuro per quella esterna. La striccia bianca dovrebbe essere cosa a sé, specie de fascia che sí nota anche in altra figura dello stesso dipinto." La semejanza que presenta en este cuadro el tocado de Pilato con la doble corona egipcíaca es notada por Longhi en su Fiero della Francesca (Rome 1927, Valori Plastici), pág. 41: "Pilato si effigia faraónico." 1 Véase II. H. 125 y 127-8 y IV. iv. 524-6.

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trastos viejos imperiales y tuvo la fantasía de usarlos, probablemente sin conocer el origen o significación de tales insignias? ¿Cómo es posible también (para continuar con este fascinador tema de la difusión del tocado),1 que el sombrero sin alas de forma cilindrica (Persicé "taka") curvado hacia afuera en su chata copa, con el que aparecen representados los guardias persas en los bajorrelieves aqueménidas y con el que pastores de Beluchistán podían verse aún en las tierras altas del Irán Sudoriental en la época en que se estaban escribiendo estas líneas,2 tuviera un uso académico en los países anglohablantes del siglo xx, en la forma derivada, bien reconocible, del "gorro de profesor" o "gorro estudiantil" cuadrado? El penúltimo eslabón de la perdida cadena de transmisión podía descubrirse fácilmente en la "toque" que usaban los miembros de la profesión legal en Francia; pero, ¿de quién tomaron tal tocado estos representantes franceses de una de las profesiones liberales de la cristiandad occidental? ¿De los grandes otomanos, que, antes de la revolucionaria implantación del igualitario fez que llevó a cabo el sultán Mahmud II (imperabat 180838 d. de C.) llevaban la "taka" aqueménida envuelta en un voluminoso turbante? ¿O de los sacerdotes de la iglesia cristiana ortodoxa oriental, in partibus Ottomanicis, a quienes sus amos musulmanes habían impuesto una variante negra de este tocado persa? ¿O de los ulanos^? cuyo nombre turco atestigua que sus avíos deben de haberse introducido en Polonia desde Turquía en el proceso de aclimatarse en Prusia? Y por otra parte, ¿cuál era la línea de descenso por la cual la caperuza, que estaba relacionada con el gorro y la toga en el traje académico de los países anglohablantes del siglo xx, derivó de la "caperuza" que, en el bajorrelieve del emperador aqueménida Darío I esculpido en la superficie del risco de Behistán antes de terminar el siglo vi a. d C., atrae la mirada hacia la última de las figuras de una fila de jefes rebeldes vencidos que son llevados a juicio ante su poderoso sometedor? Verdad es que el gorro pronunciadamente en punta 'que lleva aquí el jefe sace masageta Skunja presenta una semejanza ligeramente mayor con el tocado de Caperucita Roja que con la glorificada banda que llevaban hasta sobre el hombro de los doctores y bachilleres anglosajones en teología, derecho, artes y ciencia, del siglo XX; sin embargo, la identidad del nombre atestigua la relación histórica, pues en virtud de su peculiar tocado distintivo, los masagetas eran llamados por sus conquistadores persas "los saces de la caperuza en punta" (saces tigraujadas). ¿Cuáles fueron las sucesivas fases de la ulterior metamorfosis del gorro de Skunja?

Cualquiera que contemplara la caperuza en punta de Skunja en una fotografía del bajorrelieve de Darío podría predecir que tarde o temprano la punta se inclinaría hacia adelante o hacia atrás. Y había documentación que mostraba que efectivamente se intentaron estas dos posibles variaciones en la moda de usar este ridículo tocado masageta. En el momento de escribir estas líneas la variante que se inclinaba hacia adelante podía verse en el Panjab en el gorro en forma de cuerno, hecho de fieltro azul oscuro, en el que los akalis sijs llevaban sus férreos aniílos de guerra, y en el más flojo tocado de la misma forma que era parte de los caracteres del polichinela napolitano, en tanto que la variante con la punta curvada hacia atrás era el liripipium occidental medieval —aún familiar a los ojos occidentales modernos en los bustos y retratos de Dante—, cuya punta, transformada de un enhiesto y rígido cono de fieltro en una blanca coleta de tela que colgaba por entre los hombros, hubo de cautivar a la mitad masculina de la población de toda la cristiandad occidental del siglo xiv, desde Florencia a Groenlandia.1 La supervivencia de la variante de la "caperuza" masageta con la punta hacia adelante en el Panjab se explicaba, desde luego, fácilmente. Los propios masagetas lo llevaron desde la cuenca del Oxo y del Yaxartes a la cuenca del Indo conjuntamente con su nombre de tribu (los jats) en la Vóíkerwanderung que realizaron en el siglo u a. de C. No era tan fácil explicar la epifanía de la misma variante de la caperuza en punta en la cabeza del polichinela napolitano; con todo, un historiador podría aventurarse a conjeturar que quienes la llevaron desde el Asia central a la Italia meridional pudieran ser los componentes de la horda de nómadas eurasiáticos turcohablantes, hunos, búlgaros, de Alzeco, a quienes el rey de los lombardos Grimwald (regnabat 662-671 d. de C.) traspasó a su hijo Romwald, duque de Benevento, y a quienes Romwald estableció en los territorios despoblados de Bovianum, Saepinum, Aesernia y otros estados-ciudades arruinados 2 del distrito del Samnio septentrional que luego llegaron a conocerse como Molise.3 Parece proba-

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1 En este Estudio y en otros lugares se dieron dos ilustraciones de esto: el sombrero de copa alta occidental del siglo xix derivado del sombrero occidental del siglo xvi, coronado por una coleta, en III. m. 154, con nota 2; y el sombrero de los cardenales, derivado del tocado en forma de escudo o en forma de hongo de los subditos del imperio aqueménida en el archipiélago egeo, en VI. vil. 613-14. 2 Véase VI. vn. 613. 3 Turcicé oghlanlar, que significa "los muchachos".

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1 Los colonos escandinavos de Groenlandia, cuya batalla perdida por sobrevivir terminó con su extinción alrededor del paso del siglo xv al siglo xvi, continuaron (véase Norlund, P.: Viking Seiilers in Greenland and their Descendants during Five Hundred Years (London 1936, Cambridge University Press), págs. no-ii y 126), hasta último momento, siguiendo las modas de una cristiandad occidental en la que había quedado absorbida la abortada sociedad escandinava pagana en el paso del siglo x al siglo xi (véase II. II. 341-60). Entre otras prendas de la vestimenta cristiana occidental medieval los groenlandeses adoptaron el liripipium del siglo XIV (véase Norlund, op. cit., págs. 118-25); y los diecisiete ejemplares (véase ibid.t pág. 118) que recobraron los arqueólogos occidentales modernos entre las ropas que sacaron de las tumbas del patio de la iglesia de Herjolfsnes eran probablemente (véase ib'td., págs. 123-4) los únicos ejemplares de liripipium que existían en el momento de escribir estas líneas. 2 Véase Pablo Diácono: Historia Longobardorum, Libro V, cap. 29. El historiador, que escribía en la medida en que puede establecerse, en alguna fecha entre 786 d. de C. y 795 d. de C, consigna de los búlgaros de Alzeco que "usque hodie in his, ut diximus, locis habitantes, quamquam et Latiné loquantur, linguae tamen propriae usum minimé amiserunt". 8 Estrabón (véase Geographica, Libro V, cap. IV, § n (c. 249-50, citado en

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ble que ese establecimiento de los búlgaros fuera en parte una medida de precaución contra los ataques que pudieran realizarse desde Roma o Ñapóles; l y si era así tampoco parece improbable que los leales al imperio romano unido, que continuaron, después de la irrupción de los lombardos, manteniendo cabeceras de puente en Ñapóles y Gaeta y en el ducatus Romanas, en favor del gobierno imperial de Constantinopía, hayan dado expresión visual a su desprecio y odio por la horda nómada eurasiática que los usurpadores lombardos habían establecido tan cerca de ellos, colocando la "caperuza en punta", distintivamente extranjera de esos ex nómadas, en la cabeza de un títere que representaba al archivillano Poncio Pilato, en una fábula atellana superficialmente cristianizada. Aunque aquí no hay prueba alguna de que los antepasados hunos de los búlgaros hayan recogido en verdad la "caperuza en punta" masageta en route desde Mongolia a la gran entrada occidental de la estepa eurasiática, parece empero posible que nuestro disparo hecho en la oscuridad pudiera dar en el blanco; pero, ¿de dónde tomó Dante su liripiptuml ¿Cuál era el eslabón perdido aquí entre la caperuza con la punta inclinada hacia atrás que usaba un poeta florentino nacido en 1265 d. de C, y la tendencia a usar la caperuza en punta masageta, inclinada también hacia atrás, tendencia revelada en las obras de arte existentes de un imperio aqueménida abatido en 334-30 a. de C.? También aquí el historiador puede encontrar una clave en una de las periódicas irrupciones de los nómadas desde la estepa eurasiática. En 1241 d. de C. la irrupción, de una violencia sin precedentes, de los mongoles que salieron del corazón de la estepa, hizo huir a los nómadas turcos cumanos de la gran entrada occidental de la estepa y los llevó a la cuña eslava de tierra esteparia del Al j oíd húngaro, mientras los propios mongoles seuían las huellas de los cumanos. Estos irrumpieron en Hungría como árbaros paganos y podían haber permanecido en esa condición si sus perseguidores mongoles se hubieran establecido allí con ellos; pero la ola de la invasión mongólica se retiró en Hungría tan rápidamente como había llegado, y una vez que los mongoles desaparecieron, los magiares, que sabían cómo tratar a los nómadas por el hecho de ser ellos mismos ct-devant nómadas, lograron convertir a la intrusa y pequeña horda de extranjeros cumanos a la religión y cultura cristianas occidentales a las cuales los huéspedes magiares de los cumanos se habían convertido un cuarto de milenio antes.2 De suerte que por obra de los magiares de las marcas que la cristiandad occidental tenía frente a la estepa eurasiática, los refugiados cumanos en el Alfoíd ingresaron en el rebaño de

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IV. iv. 413, n. 2 y en V. V. 48, n. i) encontró el distrito desolado, después de haber pasado no mucho menos de cien años desde la época (81-80 a. de C.) en que lo devastó Sila. El autor no sabe que alguna vez haya sido repoblado antes de que los búlgaros de Alzeco fueran establecidos allí al cabo de tres cuartos de milenio del momento en que Sila cometió su atrocidad. 1 Hodgkin, T.: I taly and Her Invaders, vol. VI (Oxford 1895, Clarendon Press), pág. 284, n. i. 2 Véase III. m. 465.

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la cristiandad occidental en el curso de la segunda mitad del siglo xm de la era cristiana; 1 y no parece excesivamente fantasioso conjeturar que dejaran un monumento de su conversión en la ulterior conquista que hiciera en el mundo occidental cristiano (en el cual habían penetrado de esta manera aquellos inmigrantes nómadas eurasiáticos) la variante curvada hacia atrás de la "caperuza en punta" masageta, en la forma outrée del Imptpium. No podemos contemplar la rígida "caperuza" de Skunja sin sentirnos movidos a plantearnos además la cuestión de si ese extraordinario tocado era un invento de los propios masagetas o si más probablemente los masagetas lo tomaron de Anatolia, donde la antigüedad del uso de la caperuza está atestiguada por el hecho de que aparezca en las cabezas de los guerreros del friso del lugar sagrado hitita de Yazili Kaya, cerca de la ciudad capital hitita de Bogashkoel, mientras que la persistencia de su uso allí -—posteriormente al servicio no de la guerra, sino de la religión— está atestiguada por el hecho de que se la conservara como parte de las insignias de las órdenes religiosas islámicas en Anatolia hasta el 2 de setiembre de 1925, día en que las disolvió el fíat del gobierno de una república turca occidentalizada. El tocado de estos orgiásticos adoradores del único dios verdadero los denuncia como herederos espirituales de aquellos orgiásticos adoradores de la diosa Cibeles, a quienes los observadores helénicos daban el sobrenombre de coribantes (sombreros alto). ¿Fue Anatolia el centro original de la difusión de la "caperuza en punta" en la prístina forma en que aparece sobre la cabeza del jefe masageta Shunja en el siglo vi a. de C. y sobre las cabezas de brujas, astrólogos, herejes condenados y bobos, de la cristiandad occidental moderna temprana? Cualquiera haya sido su origen último, la "caperuza en punta" masageta no era, en todo caso, el tocado normal de los nómadas eurasiáticos. Por lo común los pueblos nómadas eurasiáticos llevaban el "gorro frigio" con el cual están representados los escitas en las obras de arte helénicas y helenoescitas realizadas en los iglos v y iv a. de C., tocado que es asimismo aquel con el que aparecen los dacios (que chocaron con los romanos cuatrocientos o quinientos años después del floriiit de los escitas) en la columna de Trajano. Al referirnos al tocado nómada eurasiático común hemos anticipado la respuesta a otra pregunta: ¿Cómo se explica que el tocado oficial del dux de Venecia, familiar a quienes frecuentan la National Gallery de Londres en el retrato que Giovanni Bellini hizo del dux Leonardo Loredano (ducebat 1501-21 d. de C.), sea idéntico al que exhiben figulinas de arcilla que representan a funcionarios de la dinastía Tang (tmperabaí 618-907 d. de C.), del mundo del Lejano Oriente que se extendía al otro lado de la estepa eurasiática? El eslabón se manifiesta cuando nos damos cuenta de que ese tocado oficial vénetochino es el blando "gorro frigio" común de los nómadas eurasiáticos; rígidamente tieso; y no es difícil comprender cómo ese go1

Véase III. m. 482.

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rro llegó a formar parte de las insignias del servicio público en la China septentrional, considerando que los nómadas habían dominado políticamente allí durante más de cuatrocientos años antes de que el régime Tang se estableciera con sus cuarteles generales dentro de estos dominios que los nómades habían arrebatado para sí ¡n partibus SinarumJProbablemente el mismo tocado oficial fue tomado por los venecianos de una u otra de las hordas sucesivas de nómadas —sármatas, hunos, búlgaros pseudoávaros y magiares— que repetidas veces realizaron incursiones por las llanuras de la Italia del norte en el curso de las Volkerwanderungen posteodosiana y postcarolingia.2 Y no solamente el tocado de los nómadas eurasiáticos se abrió paso hasta la cristiandad occidental, pues los avíos históricos de los escitas y los dacios, tales como están representados en obras de arte helénicas, reaparecen en la vestimenta con que el folklore occidental representó ulteriormente a la raza mítica de los enanos. Esos enanos eran, desde luego, numína —proyectados por la psique subconsciente en respuesta a la experiencia de extraer tesoros metálicos de las entrañas de la tierra— que nunca existieron en lo que la psique consciente llama "vida real". Pero la vestimenta en que los enanos tuvieron su epifanía en el país de la fábula debe de haber sido el auténtico traje de algún pueblo vivo, de carne y hueso, que encontraron los pioneers de la expansión terrestre hacia el este de la cristiandad occidental medieval. Si nos aventuráramos también a conjeturar sobre el origen de esa tribu perdida cuya vestimenta quedó de esta suerte inmortalizada por el hecho de tomársela como modelo para vestir a imaginarios enanos, podríamos representarnos un pueblo de pastores nómadas extraviados más allá de los límites de sus tierras de pastoreo en la gran entrada occidental de la estepa eurasiática abriéndose camino por el valle del Dniéster hasta las selvas de Galitzia, y podemos continuar imaginando que aquellos extraviados pastores se vieran obligados, en un contorno físico extraño, a cambiar su ocupación

económica y a practicar la minería. Los prototipos históricos de los enanos míticos habrían formado pues una comunidad de mineros en algún valle aislado de los Cárpatos o de los Riesengebirge, cuyo origen nómada era aún perceptible en su vestimenta atávica en el momento en que aparecieron en escena los primeros y agresivos explotadores de minerales alemanes medievales para suplantar a aquellos ci devant mineros nómadas. El prurito de encontrar explicaciones de las relaciones entre hechos históricos se ve desde luego excitado por hechos de otra clase, además de la semejanza en las modas del vestido. En el terreno del lenguaje, ¿cómo se explica que en el vocabulario de las niñeras inglesas de la clase media y de fines del siglo xix figurara el nombre de la divinidad sumérica Inana? La historia del paso de Inana desde un templo sumérico al lenguaje de las niñeras inglesas está iluminada por el hecho de que vino a aparecer con su nombre original —sin sufrir daño alguno en su prolongado viaje a través del tiempo y el espacio, salvo en lo tocante a perder su vocal inicial— como la Nana que, en el panteón pagano de la edad heroica escandinava postcarolingia, era aún honrada como la consorte de Balder, el "Señor' que muere y torna a surgir de la muerte. Aunque en la Escandinavia del siglo x d. de C. la versión nórdica del epíteto tradicional del dios que muere y que renace había eclipsado el nombre propio de esta divinidad sumárica, la identidad de Balder con Tamuz, que se proclama en la pasión de Balder, queda establecida por la supervivencia del nombre propio sumérico de la Gran Madre que es la esposa de Tamuz-Balder.1 En una Inglaterra victoriana en la que la niñera significaba para el niño más que su propia madre era natural que éste aplicara el nombre de esa inolvidable divinidad madre a la figura femenina más vigorosa que estaba dentro de su horizonte en miniatura.2 Por otra parte, ¿cuál era la etimología de gacriXei? , la palabra griea para designar al "rey", que era tan enigmática como familiar? Kral, a palabra eslava que significa rey, era familiar sin ser enigmática. Se sabía que la palabra Kral tenía su origen en la acuñación de un nombre común basado en el nombre propio de un rey histórico Karl, cuya fama era tanta, tan intensa y tan duradera en la imaginación de los barbaros eslavohablantes de más allá de las fronteras orientales del imperio de Carlomagno que en todos los dialectos eslavos (desde los de los vecinos vendos y servios a los de los distantes rusos y búlgaros) el nombre personal no eslavo del Gran Carlos vino a designar par excellence a toda persona que ocupara la posición real de la que Karolus Magnus fuera

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Véase X. IX., passim. Véase así y todo Zanetti, G., en su disertación Della berretta ducctle Vulgarmente chiamata corno, che portasi da serenissimi dogi di Venezia (1779), a quien el autor de este Estudio fue remitido por el señor Lames Laver, conservador del departamento de grabados, ilustraciones, dibujos y pinturas del Victoria and Albert Museum, de Londres. Zanetti dice que la forma moderna del tocado oficial del dux no era la forma original, sino el resultado reciente de un proceso de evolución que duró seis o siete siglos, proceso del cual él pretende haber identificado nueve fases (ilustradas al final del librito). El nombre reciente corno —que aludía a la punta del gorro del dux en su forma moderna, es decir inclinada hacia atrás—• no puede rastrearse a juicio de Zanetti más allá del siglo xvi (ibid., págs. xvni-xix). Zanetti encuentra el origen del corno moderno en un gorro cónico que usaba el dux de Venecia, según las representaciones de los mosaicos más antiguos de San Marcos (ibid., pág. v). Sugiere (ibid., págs. xix-xxi) que ese gorro cónico era un tocado trasalpino bárbaro teutónico que adoptó el dux de Venecia y que luego fue modificándose progresivamente en Venecia hasta que por fin llegó a adquirir su forma moderna. Después de seguir los argumentos de Zanetti y de examinar sus ilustraciones, el autor de este Estudio no quedaba convencido de que el corno, parecido al de los funcionarios Tang, y la berretta cónica parecida a la de los carolingios, fueran en verdad fases sucesivas de la evolución de uno y el mismo gorro. 1 2

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1 Véase V. v. 162. El autor podía recordar cómo, una vez en su infancia cuando la niñera y la soadre parecían preocupadas mientras hablaban de negocios, él procuró en vano atraer sobre sí la atención de las dos, gateando repetidamente bajo la cama y exclamandp cada vez: ¡Mamá y Nanny son buenas \_good']; Mamá y Nanny son Dios \God~\. Yo me estoy escondiendo de Dios! Sin saberlo, el niño estaba practicando uno de los principales cultos de una religión sumérica que, en la superficie de la vida, se había extinguido hacía unos dos mil años en su país nativo de Shinar. 2

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tan preeminente ocupante. De acuerdo,con esta analogía, ¿podrá un indagador aventurar la conjetura de que la palabra griega para designar al rey, lo mismo que la eslava, derivaba de un nombre propio extranjero de un rey histórico que hubiera hecho una impresión comparable en la imaginación de los bárbaros aqueos en el momento en que éstos entraron en el escenario de la historia? La réplica hitita de un Carlos de Australia se presentaba en la persona de Biyasillis, el hijo de Supiluliuma, a quien el padre nombró virrey hitita de Carquemish,1 comarca que dominaba la orilla derecha del Eufrates en su codo occidental, a mediados del siglo xiv a. de C, es decir, aproximadamente en la época en que los piratas aqueos estaban estableciendo sus primeros puestos sobre las costas de Pamfilia y Chipre. Aunque el reinado de Biyasillis en Carquemisch fue breve, él conquistó rápidamente renombre al invadir a los mitanes, en apoyo de su imperial padre, y al restablecer en el país de éstos a un títere hitita, Matiuaza, un refugiado pretendiente al trono de los mitanos.2 No sorprendería que el nombre de Biyasillis hubiera entrado en el vocabulario griego, considerando que el hermano de Biyasillis y segundo sucesor de Supiluliuma en el trono imperial hitita, Mursilis II, de quien se sabe que se encontró con los aqueos en Millauanda, entró ciertamente en la leyenda griega como Mirtilo, el instrumento y víctima del aventurero anatolio Pelops, en tanto que un emperador hitita posterior, Tutjaliya IV, que también trató con los aqueos en la Anatolia occidental, figura en la leyenda griega corno Deucalión, el sobreviviente del diluvio. El prurito de encontrar un eslabón entre dos términos históricos muy separados pero patentemente idénticos —lingüísticos, sartorios o de cualquier otro género— podría aún poner en movimiento el espíritu de un presunto historiador, cuando no sólo faltaba el eslabón medio, sino también uno de los dos eslabones terminales. ¿Quiénes fueron los antepasados de los etruscos? ¿Quiénes fueron los descendientes de las diez tribus perdidas de Israel? Quedarían pocos pueblos oscuros a los que algún anticuario occidental moderno o helénico no hubiera atribuido el papel de progenitores de los etruscos y habría aún menos pueblos ambiciosos y engreídos en los anchos dominios de la cristiandad y del Islam que no hubieran pretendido ser los herederos de las diez tribus. La fantástica historia de estas espurias pretensiones era una advertencia de que el impulso intelectual, potencialmente creador, a investigar las relaciones entre hechos históricos podría perderse en un lecho de arena de insensatez; de manera que un prudente historiador ya hecho debería restringir severamente la proporción de tiempo y energía destinada a semejantes cuestiones no resueltas, y acaso insolubles, referentes a las conexiones entre cosas que lo hubieran fascinado desde la in1 Véase Conteneau, C: La Civilisation des Hittites (París 1934, Payot), pág. 95; Delaporte, L.: Les Hitites (París 1936, La Renaissance c!u Livre), pág. 98; Cavaignac, E.: Le Probléme Hittite (París 1936, Leroux), págs. 35 y 37. 2 Véase Delaporte, o¡>, cit., pág. 108.

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fancia. Sin embargo había por lo menos dos razones que permitían ver en estas tentadoras curiosidades de la historia algo más que inútiles trivialidades. En primer lugar, curiosidades podían arrojar luz sobre cuestiones históricas generales de importancia manifiesta. Nuestra sarta de preguntas hechas a la manera de Plutarco sobre la historia de diversas prendas de vestir, hace resaltar por ejemplo la interesante verdad de que la condición conductora de la estructura social de la vida humana es excepcionalmente alta en dos milieux sociales particulares: en un estado universal, como el imperio aqueménida o el imperio romano, y en una sociedad pastoril nómada que vaga por el océano seco de la estepa. Nuestras especulaciones sobre el origen de una palabra del vocabulario inglés Victoriano de la crianza análogamente hacen resaltar la verdad de que la energía de irradiación de elementos de cultura es excepcionalmente elevada cuando esos elementos son divinidades. Tales luces en el paisaje de la historia ecuménica, por inciertas que fueran, eran, sin embargo, lo bastante esclarecedoras en sí mismas para justificar el ejercicio del intelecto en la investigación de conexiones entre hechos que a primera vista pudieran parecer triviales; pero el justificativo principal de ese empeño intelectual de apariencia pueril era el de que tal empeño estaba preñado con un interrogante —"¿cómo de aquello se llegó a esto?" "¿cómo aquello se convirtió en esto?"— que, en el plano intelectual, se hallaba presente en el centro de la preocupación seria de todo historiador ya hecho. Al procurar rastrear hacia adelante y hacia atrás la historia de la llamativa "caperuza en punta" de Skunja, el espíritu de un niño daba en la búsqueda última del intelecto "rerum cognoscere causas"; x y al ejercitar, mediante una práctica infantil, esta soberana actividad intelectual, el espíritu de un historiador en potencia se preparaba inconscientemente para el día histórico en que pudiera elevarse a la altura de alguna gran oportunidad para arrancar a la esfinge la respuesta a un enigma más importante. (b~) PAULLO MAIORA

i. Inspiraciones del milieu social Clarendon, Procopio, Josefa, Tucídides y Rhodes "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" Si ahora nos ponemos a rastrear la génesis de algunas de las realizaciones clásicas de grandes historiadores, comprobaremos que esta sencilla pregunta representó la incitación a la que las grandes obras de esos historiadores fueron respuestas. Al examinar ejemplos que son particularmente instructivos o particularmente célebres o ambas cosas a la vez, acaso fuera conveniente examinar primero aquellos casos en que la incitación intelectual estuvo repre1

Virgilio: Ceorgifoii, II, verso 490.

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sentada por algún acontecimiento público, y luego aquellos en los cuales la incitación fue alguna experiencia personal. Puesto que, en la historia de las civilizaciones hasta el momento de escribir estas líneas, las guerras fueron los más frecuentes y más notables factores de cambios sociales, producidos en un ritmo lo bastante rápido para hacer que el cambio fuera perceptiblemente revolucionario dentro del término de una sola vida humana, no sorprende comprobar que la pregunta elemental intelectualmente inspiradora, "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" se haya presentado a menudo en la forma: "¿Cómo de aquel estado de preguerra se llegó a este estado de cosas de postguerra?" Esta pregunta sugirió el tema para escribir una obra histórica clásica a Clarendon, Procopio, Josefo, Tucídides y James Ford Rhodes. Y de estos cinco grandes historiadores el mencionado en último término fue acaso el testimonio más notable de la fuerza de inspiración que podía insuflar en el espíritu de un historiador potencial el interrogante de cómo se pasó de un estado de cosas ante bellum a un estado de cosas post bellum tan llamativamente diferente de su predecesor, aunque los dos estados estuvieran separados cronológicamente por sólo unos pocos años alquírnicos de guerra. Después de todo bien cabía esperar que Clarendon se convirtiera en el historiador de la guerra civil inglesa de 1642-7 d. de C, pues en el momento del estallido de aquella guerra Clarendon era ya una figura activa y prominente en la política parlamentaria inglesa; tan pronto como estalló la guerra se convirtió en el principal consejero del rey Carlos sobre cuestiones legales y constitucionales y antes de que terminara la guerra, era uno de los más prominentes hombres de estado del partido realista. En suma, la guerra civil fue un acontecimiento tan grande en la vida personal de este historiador como lo fue en la vida pública de la nación que aquélla había desgarrado. Procopio, el historiador de las guerras de Justiniano, sirvió en las campañas de Belisario como secretario privado del comandante en jefe. 1 En cuanto a Josefo y Tucídides, el estallido de las guerras de las que ulteriormente ellos escribieron las historias los encontró a los dos en una edad y en una posición social que los calificaba para el servicio militar en puestos de gran responsabilidad; y en el caso de Josefo la dramática suerte personal que corrió en la gran guerra romano-judía de 66-70 d. de C. le dio la ventaja —inestimablemente valiosa para un futuro historiador— de contemplar el conflicto militar que iba a ser el tema de su obra, primero desde el campo de sus compatriotas judíos y luego desde el campo de sus capturadores romanos, gracias a la perspicacia y al espíritu abierto que mostró Vespasiano, al emplear al dotado prisionero de guerra judío como consejero confidencial sobre asuntos judíos. 2 No sorprende que

Tucídides, como nos lo dice en las primeras frases de su historia, haya previsto al estallar la guerra de Atenas y el Peloponeso de 431-404 a. de C., que esa guerra iba a ser no ya tan sólo una gran guerra sino acaso la más importante de todas las guerras de que hasta entonces tenía recuerdo la Hélade,1 o que Josefo, también en las primeras palabras de su historia, haya pretendido retrospectivamente que la guerra romanojudía de 66-70 d. de C. fue "la más grande de nuestros tiempos" y que no era exagerado agregar que fue "la más grande de todas las guerras que se conocen, libradas entre estados-ciudades o naciones".2 En cambio, James Ford Rhodes no sólo estuvo alejado de la vida pública, sino que

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1

Véase el prefacio de Procopio a Historia de las guerras de Justiniano (Libro I,

«P-jO-

2 "Lo que digo de la guerra en general y de los detalles incidentales es correcto, puesto que fui un testigo presencia! de todos los acontecimientos. Yo mandé a nuestros galileos mientras la resistencia era posible, en tanto que después de mi captura

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fui prisionero de los romanos. Vespasiano y Tito me obligaron a que les prestara constante ayuda, bajo guardia; primero encadenado, aunque luego me pusieron en en libertad y me enviaron de Alejandría con el estado mayor de Tito para el sitio de Jerusalén. Durante ese período no hubo operación que escapara a mis observaciones. Yo consigno cuidadosamente todos los hechos del campamento romano como testigo directo, pues era la única persona presente que podía entender los informes de los desertores del bando judio. Cuando tuve todo mi material en apropiado estado de preparación aproveché un período de ocio en Roma para emplear los servicios de colaboradores que me ayudaran con la lengua griega, y así escribí mi relación." — Josefo: Prefacio a La antigua historia de los judíos: una réplica a Apión (Libro I, caps. 47-50). 1 "Tucídides de Atenas ha escrito la historia de la guerra entre los del Peloponeso y los atenienses. Comenzó a escribir tan pronto como estalló la guerra, en la creencia de que ella eclipsaría a todas las anteriores en importancia. Lo infirió del hecho de que los dos beligerantes, cuando iniciaron las hostilidades, habían alcanzado el grado máximo de preparación en cada arma, en tanto que el resto del mundo helénico ya estaba tomando partido: algunos países intervinieron en seguida y otros se disponían a seguir su ejemplo. Esa guerra fue en verdad la máxima conmoción que experimentara la Hélade y parte del mundo no helénico (no sería en verdad exagerado decir 'el género humano'). Verdad es que el paso del tiempo ha hecho imposible la investigación exacta del pasado, tanto reciente como remoto; pero, a la luz de los documentos más antiguos que considero dignos de confianza, no imagino que el pasado haya producido guerras u otros hechos de dimensiones tan importantes." Tucídides: Historia de la gran guerra del Peloponeso, Libro I, cap. I. En Princeton, New Jersey y el 22 de febrero de 1947, el autor de este Estudio vivió la interesante experiencia de oír cómo un gran soldado norteamericano que acababa de asumir la carga de la secretaría de estado, confirmaba la alta estimación de la importancia de la guerra de la que Tucídides había sido el historiador. En un discurso pronunciado en Princeton en esa fecha —en el cual recalcaba la importancia que tenía para el país una opinión pública ilustrada que pudiera cooperar inteligentemente con la administración en cuanto a elegir y poner por obra una política exterior nacional— el general Marshall sugirió al público que una nueva manera de equiparse mentalmente para esa misión política contemporánea sería estudiar la historia del mundo helénico y de la generación que terminó con el estallido de la guerra de 431-404 a. de C. 2 La ventaja intelectual de una posición como la de Josefo, desde la cual se dominaban los dos bandos contendientes y las dos culturas en conflicto, inspiró a Josefo no sólo la idea de escribir una historia de la guerra en la que él había participado personalmente, en dos condiciones sucesivas distintas, sino también la idea de publicar una edición de la obra en griego y otra en arameo. En su prefacio de La Guerra romano-judía (Libro I, caps. 1-16), Josefo decía que su insatisfacción con las historias de esa guerra anteriormente publicadas (en griego) "me indujo a ofrecer al público del imperio romano, en una traducción griega, una obra mía originalmente compuesta en mi lengua natal [arameo] y publicada en el Oriente

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además era un muchacho en la época de la guerra ] que le inspiró la obra intelectual de su vida. La única relación personal directa —que el autor de este Estudio sepa— que Rhodes tuvo con los grandes acontecimientos públicos de los Estados Unidos durante la guerra civil o inmediatamente antes o después de ella fue la participación del padre, que era uno de los delegados demócratas douglasitas de Ohio, en la convención del partido demócrata celebrado en Charleston, South Carolina, desde el 23 de abril al i9 de mayo de i86o.2 Sin embargo, Rhodes respondió a la incitación intelectual de la revolución producida en la vida del país durante su mocedad, aparentemente de modo tan vigoroso que hasta en sus días de escolar se decía: "Él concibió la idea de escribir la historia norteamericana",3 en tanto que en su vida de adulto demostró la tenacidad del propósito ya concebido al esperar con paciencia hasta 1887 d. de C. para empezar la obra de su gran designio histórico 4 y al pasar los diecinueve años siguientes (1887-1906 d. de C.) escribiendo con persistencia A History of the United States irom the Compromise of 1850 hasta to the Final Restoratiom of Home Rule at the South in i S j j f y otros dieciséis años (1906-22 d. de C) escribiendo la historia desde 1877 hasta 1909 d. de C.6 La experiencia de vivir una guerra —ya como prominente participante de la catástrofe, ya como sensible espectador de ella— fue pues la inspiración de estos cinco historiadores; pero es asimismo evidente que el tema que una guerra ofreció a cada uno de ellos constituyó una revolución en las cuestiones humanas de mayor significación y magnitud que el conflicto militar que había ocupado el primer plano. El tema subyacente de Clarendon es la decisión, en la guerra civil inglesa, de una importante controversia sobre la evolución de la tradi-

cíonal constitución del remo; i y aunque Clarendon pueda sostener que esa decisión fue equivocada y espere que S u ostensible cambio inverso pueda demostrar que la restauración1 era la decisión germina y permanente su creencia en la importancia de ese tema constitucional esta atestiguada por el hecho de que el escribiera su historia. El tema subyacente de Rhodes es el clescaiabro registrado en Ia derrota de la Confederación en la guerra civil norteamericana, de una parte de los Estados Unidos y una provincia del mundo occidental de la época que se había aislado del resto de la comunidad norteamericana y de la sociedad occidental, por obra de la funesta herencia de la peculiar institución de la esclavitud de los negros. En la guerra ovil norteamericana el Sur que mantenía esclavos no consiguió conservar, en virtud de la ultima vatio de la secesión polít¡caf un mal social tradicional que, ya en esa época, había sido decisivamente condenado por la conciencia del mundo occidental en general. Al consignar el fracaso político de once de los estados comprendidos en los Estados Unidos en 1861 d. de C, que pretendieron ¿ mular a las Trece Colo. nías rebeladas contra la corona británica en 177^ d de C y que establecieron una nueva confederación independiente y soberana para alojar a una nación que pugnaba por nacer, el historiador estaba al propio tiempo consignando el fracaso social de la rama mantenedora de esclavos de la sociedad occidental moderna tardía, que pretendió emular a un cosmos de estados-ciudades q«e se había diferenciado del cuerpo principal de a cristiandad occidental en el capítulo medieval de la historia occidental. ' El tema subyacente de Tucídides es el terna más amplio del trá ¡co colapso de una promisoria civilización; 2 y la ¡ntuidó/de ese tema y el reconocimiento de su «nportancia fueron sin duda las circunstancias que llevaron a un estadista-soldado norteamericano, el 22 de febrero de 1947 a exhortar a un publico compuesto de miembros de la facultad, estudiantes y egresados de una gran un¡versidad norteamericana, para que estudiaran los antecedentes de la guerra que Tucídides había inmortalizado.^ " L El tema subyacente de Josefo era un episodio del prolongado encuentro de la sociedad siriaca y de la sociedad helénica en el cual un judaismo pales mo apostado en la peligrosa línea del frente del orden siriaco de batalla había sido en parte inflamado y en parte intimado por una minoría zelota para que se lanzara a la empresa desesperada de tomar las armas contra un estado universal helénico 4

no helénico. . . Me parecía una paradoja el hecho de que la verdad sobre acontecimientos de tanta importancia permaneciera sin ser expuesta y que los partos, los babilonios, las poblaciones más remotas de Arabia, mis propios compatriotas de más allá del Eufrates y los habitantes de Adiabene, estuvieran exactamente informados, por obra de mis trabajos, del origen, vicisitudes y desenlace de la guerra, en tanto que los helenos y todos los romanos que no sirvieron en la campaña no disponían de otra cosa mejor que de las halagadoras o ficticias relaciones que ocultan la verdad". En V. v. 495-9, nos referimos a la amplitud del alcance del arameo como lingua franca en el mundo siríaco de la época de Josefo. 1 Rhodes nació el i° de mayo de 1848, de manera que no tenía aún trece años el 12 de abril de 1861, cuando se inició el fuego en Porth Sumter, y no tenía aún diecisiete el 26 de abril de 1865, cuando Johnson firmó con Sherman la convención definitiva para la rendición de todas las fuerzas confederadas que se hallaban en armas. 2 Véase Nevins, Alien: The Emergente of Lincoln (New York 1959, Scribner, 2 vols.), vol. II, pág. 206. 3 Morse Jr., John Torrey: "Memoir of James Ford Rhodes" en el Proceedings of the Massachuselts Historicul Sociely, octubre igaó-junio 1927 (Boston (1927), pág. 178. * En las págs. 192 y 225, injra, se examina la estructura de la vida de trabajo de Rhodes. 5 Véase Morse, ibid., pág. 180; A. L. Lowell, ibid., pág. 124. 6 Ibid., pág. 190.

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"El elemento revolucionario de los judíos, qüe S£ hallaba £n su C£n¡ en cuanto a los fondos y en cuanto a las fuerz», Calculó d momento de su rebelión para aprovechar los desordenes que pícvaiedan entonces_ Las con1

Véase III. ni. 339.

2 Ibid., 311. 3 Véase pág. 87, n. i, supra. * Véase II. n. 289-90; III. m. 314-17 y V. v. 79 y

¿

TOYNDEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 9° vulsiones ulteriores fueron tan violentas que el destino del Oriente vino a depender del equilibrio entre dos beligerantes ,que tenían todas las razones para alimentar esperanzas y para abrigar temores. Los judíos esperaban que todo el cuerpo de sus compatriotas de más allá del Eufrates se les uniera en la rebelión, mientras los romanos eran hostigados por ataques de sus vecinos germánicos, por la inquietud de sus subditos celtas y por las convulsiones mundiales que siguieron a la muerte de Nerón." i

En cuanto a Procopio, el tema subyacente es la recuperación (registrada en las guerras de Justiniano) de la sociedad helénica que había cobrado cuerpo políticamente en un imperio romano, después de haber parecido moribundos tanto el imperio como la sociedad. Las cuestiones que se planteó a Procopio ante esta serie de contraofensivas militares romanas sobre los intrusos bárbaros de territorios romanos son: "¿Cómo consiguieron los romanos reconquistar el dominio? ¿Cuáles fueron el nuevo equipo militar y las nuevas tácticas que les permitieron obtener su victoria?2 ¿Cómo adquirió el gobierno imperial los recursos para construir iglesias, así como fortalezas? Y ¿cuál es ese revolucionario estilo arquitectónico con el cual Antemio, al construir la iglesia de Agía Sofía,3 reivindicó la recuperación justinianea de la civilización helénica tan señaladamente como Belisario la reivindicó al abatir a los vándalos y a los ostrogodos? ¿Cómo, en suma, la Romania de Arcadio y Teodosio II (imperabant 395-450 d. de C.) se convirtió en la Romanía de Justiniano (imperetbat 527-65 d. de C.)?" Éstas fueron las preguntas que movieron a Procopio a escribir Las guerras de ]ustimano y Las obras públicas de Justiniano.4- pero el historiador-abogado de la Cesárea del siglo vi no había llegado al fin de su exposición cuando se produjo el desdichado fin de un reinado que en la superficie había parecido tan magnífico que movió a Procopio a formularse estas otras preguntas: "¿No habrá sido en realidad un engaño esta aparente recuperación? ¿No habrá sido la política justinianea de acción y de grandes obras públicas el irreparable desatino de un megalómano? ¿No había demostrado en fin de comtes el emperador que no había conseguido sino estériles y efímeros triunfos al precio de disipar recursos irreemplazables que Arcadio y Teodosio II habían conservado y que León el Grande, Zenón y Anastasio habían aumentado?" 5 Estas fueron las preguntas que movieron a Procopio a desarrollar sus pensamientos ulteriores y consignarlos en una Historia secreta del reinado de Justiniano y Teodora.

Josefo: Prefacio a La guerra romano-judía (Libro I, caps. 4-5). " Véase el pasaje citado en III. m. 181. 3 Véase IV. iv. 70-1. * De Aedijiciis. 6 Véase IV. iv. 347-9. 1

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Polibio Como se ve, mientras los cinco historiadores que acabamos de considerar se sintieron inspirados a escribir sus obras por la experiencia de una guerra, la pregunta elemental: ¿cómo de aquello se llegó a esto? vino, en los cinco espíritus, a abarcar una gama mucho más amplia de cambios históricos que la de aquellos acontecimientos que podrían considerarse como efectos directos de la guerra que originariamente precipitó el tropel de preguntas intelectualmente fructíferas. Hay otros historiadores a quienes la pregunta elemental se les planteó desde el principio en esta forma más amplia. Por ejemplo, Polibio de Megalópolis (vivebat circa 206-128 a. de C.) vivió para ver cómo el número de grandes potencias del mundo helénico postalejandrino se reducía de cinco, que había aún en el momento de nacer el historiador, a una sola, h única victoriosa y sobreviviente. "Los acontecimientos que él eligió como tema son suficientemente extraordinarios en sí mismos para suscitar y estimular el interés de cualquier lector, joven o viejo. ¿Qué espíritu, por vulgar o indiferente que fuera, podría no sentir curiosidad alguna por conocer el proceso en virtud del cual casi todo el mando cayó bajo el indisputado dominio de Roma en un período de menos de cincuenta y tres años,1 o por familiarizarse con la organización política que fue el secreto de un triunfo sin precedentes en los anales del género humano? ¿Qué espíritu, por entregado que pudiera estar a otros espectáculos y a otros estudios, podría encontrar un campo de conocimiento más provechoso que éste?" 2 La experiencia de esta revolución política producida en el mundo helénico de su época, que movió a Polibio a formularse la pregunta: "¿Cómo se produjo esta revolución?", lo movió asimismo a formularse dos preguntas más: "¿Quiénes son estos romanos que conquistaron el mundo dentro del término de mi vida?" y "¿Cuál es el campo inteligible del estudio histórico?" 3 "Si las dos comunidades que lucharon en esta guerra por alcanzar el dominio mundial hubieran sido objetos de conocimiento común [para la minoría cultivada de público general del mundo helénico] acaso habría sido superfluo intercalar una parte de introducción para explicar la polí1 Es decir, desde la primavera de 219 a. de C., cuando Aníbal puso sitio a Sagunto, hasta el 22 de junio de 168 a. de C., cuando Lucio Emilio Paulo obtuvo su decisiva victoria sobre los macedonios en Pidna. — A. J. T. 2 Polibio: Prefacio a Historia ecuménica desde [el año inicial de la] centésima cua, aiíragésima olimpiada [220-219 a. de C.] (Libro I, cap. i), citado ya en III. ni. 532-33 Esta segunda pregunta, de las dos suplementarias de Polibio, fue la llave que abrió al Estudio de la Historia la puerta del espíritu del autor (véase esta obra I. I. 23-74).

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tica y los recursos que les inspiraron lanzarse a empresas de tal magnitud. Sin embargo, los recursos y operaciones de las comunidades romana y cartaginesa son en verdad tan poco familiares para la mayoría del público helénico que ha parecido esencial poner prefacio a esta historia con dos volúmenes de introducción. Ello asegurará que ningún lector se encuentre al comenzar mi exposición principal sin una respuesta a la pregunta: '¿Qué política alentaba en los espíritus de los romanos y qué recursos militares y económicos poseían en la época en que se lanzaron a estos proyectos que terminaron convirtiéndolos en dueños de todo el Mediterráneo y de su litoral?' Estos dos volúmenes de introducción explicarán cómo los medios de que disponían los romanos se adaptaban admirablemente al fin del poder mundial y del imperio mundial, tales como los romanos los concibieron y los alcanzaron." i La tarea intelectual que emprendió Polibio de situar a estos hombres de las marcas conquistadores del mundo helénico en el mapa mental del mundo helénico era una tarea para la cual el estadista-historiador megalopolitano estaba singularmente bien preparado por las vicisitudes de su propia vida. 2 Lo mismo que Josefo, Polibio fue deportado de su tierra natal por las autoridades romanas; pero no como el prisionero de guerra encadenado que era Josefo cuando lo llevaron a Alejandría, sino como un rehén político que debía permanecer internado. También lo mismo que Josefo, Polibio, en el capítulo siguiente de su historia personal, logró ganarse la confianza y la estima de sus capturadores romanos; y en el caso de Polibio esa estima.llegó a florecer en una cálida amistad personal entre el internado megalopolitano y su contemporáneo romano más joven, Publio Cornelio Escipión Emiliano, 3 el hijo del vencedor de Pidna, que llegó a ocupar una posición muy prominente en la vida pública romana, como comandante militar y como estadista durante el período en que Polibio estuvo internado en Italia (166-150 a. de C ) , y que luego llevó consigo a Polibio en su estado mayor al frente africano, en las dos campañas romanas (gerebantur 147-146 a. de C.) que dirigió Escipión y que terminaron con la destrucción de Cartago. Cuando los compañeros de deportación de Polibio, procedentes de los estados-ciudades de la confederación aquea, fueron enviados a ciudades del interior de Italia, Escipión obtuvo para Polibio el privilegio especial de que se le permitiera continuar residiendo en la capital. Como se ve, el retrato que Polibio trazó de Roma para instrucción de ojos helénicos fue tomado de la vida en condiciones excepcionalmente favorables a los efectos de un fiel parecido. La segunda pregunta suplementaria de Polibio —¿cuál es el campo inteligible de estudio histórico?— le abría horizontes mentales más amplios.

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"El hecho de que todas las negociaciones del mundo hayan coincidido en orientarse en una única dirección y hacia una sola meta es el carácter extraordinario de la edad presente, de la cual la índole especial de esta obra es un corolario. La unidad de los hechos impone al historiador una análoga unidad de composición cuando describe para sus lectores el obrar de las leyes de la fortuna en grandes dimensiones. Y éste fue mi principal móvil y estímulo en la obra que emprendí." i La virtual unificación del mundo helénico cumplida en el plano político y en el curso de la vida del propio historiador, le hizo advertir la continuidad, 2 la universalidad 3 y la unidad 4 de la historia. "Los que escriben y leen historia deberían concentrar la atención menos en el escueto relato de los hechos que en los antecedentes, los elementos concomitantes y las consecuencias de una acción dada. Si eliminamos de la historia el porqué y el cómo de un determinado acontecimiento y la racionalidad —o lo inverso— de sus resultados, lo que queda de la historia deja de ser una ciencia y se convierte en algo forzado, que puede dar momentáneamente gusto, pero que en modo alguno brinda una ayuda para encarar el futuro. 5 "Es imposible obtener de las monografías de especialistas de historia una visión general de la morfología de la historia universal. Al leer un escueto y aislado relato de lo ocurrido en Sicilia y España es manifiestamente imposible comprender la magnitud o la unidad de los hechos en cuestión, quiero decir los procedimientos e instituciones de que se valió la fortuna para llevar a cabo lo que fue su más extraordinaria obra en nuestra generación. Esa obra es nada menos que la reducción de todo el mundo conocido al dominio de un solo imperio, fenómeno del que no hay un ejemplo anterior en la historia escrita. Un conocimiento limitado de los procesos en virtud de los cuales Roma conquistó Siracusa y España, puede obtenerse sin duda de las monografías de los especialistas; pero sin el estudio de la historia universal, es difícil comprender cómo Roma llegó a obtener la supremacía universal. . . Sólo cuando consideramos el hecho de que el mismo gobierno y la misma república estaban produciendo resultados en una variedad de otras esferas simultáneamente con la realización de estas operaciones, y cuando en el mismo examen abarcamos las crisis y luchas internas que estorbaron a aquellos que llevaron a cabo las arriba mencionadas actividades en el extranjero, el notable carácter de los acontecimientos se nos manifiesta claramente y atrae la atención que se merece. Ésta es mi réplica a quienes se imaginan que la obra de los especialistas los iniciará en la historia universal y general." 6 Ibid., Libro I, cap. 4, ya citado en III. III. 338, n. i. Ibid., Libro III, caps. 31-32. s Ibid., Libro V, caps. 31-33. 4 Ibid., Libro VIII, cap. 2. 6 Ibid., Libro III, cap. 31. 6 Ibid., Libro VIII, cap. 2. 1

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Polibio, op. cit., Libro I, cap. 3. " Véase III. III. 330-9. 3 Véase Polibio, op. cit., Libro xxxi, caps. 22-30. 1

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Al releer estas páginas de la obra de Polibio, el 18 de setiembre de 1952 d. de C, un historiador occidental postmoderno se sintió movido a preguntarse si él mismo viviría para ver si "la reducción de todo el mundo conocido al dominio de un solo imperio" •—fenómeno del que en verdad había habido otros tantos ejemplos anteriores en la historia escrita como hubo "estados universales"—, inspiraba a otro Polibio la idea de escribir la historia de la unificación política de otra sociedad. En el momento de escribir estas líneas era imposible predecir si la "fortuna" presentaría la incitación de este tema a algún historiador de la nueva generación que respondiera a ella; ni siquiera era posible predecir si, en el caso de que la oikoumené del siglo xx se cristalizara en una unidad, se cristalizaría alrededor de los Estados Unidos o alrededor de la Unión Soviética. Con todo, podía conjeturarse que si los Estados Unidos hubieran de desempeñar en el mundo occidental postmoderno el papel de Roma, el historiador de la involuntaria representación de tal papel de dominio sería un europeo occidental, y podrá profetizarse con mayor confianza que si ese Polibio europeo occidental postmoderno abandonara su país natal para llevar a cabo su obra de creación intelectual, visitaría los Estados Unidos, no ya como prisionero de guerra ni como rehén político, sino como el huésped hospitalariamente invitado de alguna institución norteamericana no gubernamental, políticamente desinteresada y dedicada tan sólo a promover el conocimiento. Josefa e Ibn al-Tiktaká La oportunidad que Polibio tuvo y aprovechó de hacer que sus compatriotas conquistados conocieran a sus conquistadores romanos, fue una oportunidad que se le dio también a Josefo, quien marchó a Roma unos doscientos treinta y seis años después de haber sido deportado allí Polibio; pero la exposición de las instituciones y la política romanas, que Josefo podía escribir en tan ventajosas condiciones para instrucción de un público judío que leía arameo, bien podía no encontrar un mercado entre los restos de un sacudido pero aún zelota judaismo, para el cual los victoriosos romanos continuaban siendo los mismos abominables gentiles, carentes de interés, que siempre habían sido, y a cuyo juicio la victoria de las armas romanas sobre las armas judías se debía, no a una notable fuerza o virtud humana que poseyera la comunidad de Roma, sino a la inescrutable voluntad de un omnipotente Yahvé. Josefo emuló a Polibio en cuanto a aprovechar su posición intelectualmente ventajosa en dos campos culturales diferentes; pero el uso que dio Josefo a su oportunidad fue dirigirse, como había hecho Polibio, a un público helénico cuya curiosidad era todavía insaciable. La pregunta suplementaria que Josefo se formuló después de haber respondido a la cuestión planteada por la gran guerra romanojudía de 66-70 d. de C., no fue "¿quiénes son estos romanos que aplastaron al judaismo palestino rebelde?", sino "¿quiénes son estos

95 judíos que se acarrearon tal suerte, al atreverse a desafiar el poder de un imperio ecuménico que dominaba todos los recursos de un mundo helénico políticamente unido?" Ésta fue la pregunta a la que Josefo respondió al escribir, para un público helénico La antigua historia de los judíos. En esa obra Josefo expuso, para instrucción de sus conquistadores, la historia y el ethos de una vanguardia judía de la sociedad siríaca que había ido al desastre en una empresa desesperada, de las tantas que se intentaron en el curso de mil años de pugna entre la civilización siríaca posterior a Ciro y la civilización helénica posterior a Alejandro; y en la sociedad siríaca en general, en la última fase de su historia, quien realizó el equivalente de lo que Josefo había hecho respecto del judaismo de Palestina, fue el historiador musulmán shií Ibn al-Tiktaká, de Hilla i (natas circo. 1262 d. de C.). Ibn al-Tiktaká había nacido en la provincia metropolitana de un estado universal siríaco reintegrado después de la eliminación del califato abasida y de la incidental devastación del Irak 2 que llevó a cabo, en 1258 d. de C., el guerrero mongol Hulagú. La cuestión que le planteó su milieu social fue: "¿Cómo ha llegado a formarse este mundo en el que yo me crié —un mundo en el cual el Irak está económicamente desamparado y políticamente sometido al gobierno de una horda bárbara nómada eurasiática—, del mundo en el que mis antepasados vivieron, de generación en generación, por un período de más de quinientos años: un mundo en el que ef Irak era el jardín y el granero de la oikoumené y en el que un gobierno ecuménico abasida gobernaba desde Bagdad un estado universal que se extendía hacia el noreste hasta el Yaxartes, hacia el norte hasta el Cáucaso, hacia el oeste hasta el Atlántico, y hacia el sur hasta las costas árabes e indias del océano Indico?" La pregunta suplementaria que se formuló Ibn al-Tiktaká, como la que se formuló Josefo, fue: "¿Cuál era la historia y el ethos de esta sociedad que sufrió tal desastre?" Y en la generación de Ibn al-Tiktaká como en la de Josefo, ésta era una pregunta que revestía cierto interés para los conquistadores extranjeros de cuya mano provenía el desastre; e Ibn al-Tiktaká vivió para ver cómo un Dar-al-Islam militarmente sometido comenzaba a conquistar a sus salvajes conquistadores nómadas eurasiáticos.3 LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

1 Ibn al-Tiktaká, "el hijo cíe un parlanchín", era un sobrenombre onomatopéyico de Jalal-ad-Din Abu Jafar Muhammad b. Tajid-Din Abil-Hasan Alí, el vocero de la comunidad shií en las ciudades santas shiíes —Hilla, Najaf y Karbala—• de un Irak que iba a seguir siendo la fortaleza del shiísmo (véase la nota del profesor A. H. R. Gibb, incluida en este Estudio en I. I. 438-40) hasta que el sha Ismail safaví obligó por la fuerza la conversión del Irán. Véase los datos sobre Ibn al-Tiktaká, de Clement Huart en la Encyclopaedia of Islam, vol. II (Leiden, 1927, Brill), págs. 423-4. Según E. G. Browne, en su versión inglesa de la edición que hizo Mirzá Muhammad b. Abdil-Wahhab-i-Kazwini de la obra de Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní, Tarikh-¡-Jahan Gushá (London 1912, Luzac), pág. LX, el nombre de Ibn íl-Tíktaká era Safiyud Din Muhammad b. Alí b. Muhammad b. Tabataba. 2 Véase IV. iv. 59-62. 3 Véase Horacio: Epiíiulae, Libro II, ep. i, verso 156.

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Una vez que el hijo y segundo sucesor del conquistador mongol Hulagú, Ahmad Takudar (dominabatur 1252-4 d. de C.) hubo pagado su conversión al islamismo perdiendo el trono y la vida a manos de su encolerizado comitatus mongol pagano,1 el sexto sucesor de Hulagú, el jan Chazan, abrazó el islamismo en el año en que subió al trono, 1295 d. de C., sin correr la suerte de su tío abuelo, Takudar; 2 y esta conversión definitiva de la casa de Hulagú inauguró un cambio de actitud, "por parte de los conversos, frente a una religión y una cultura que ahora era la de ellos así como la de sus subditos".3 Ibn al-Tiktaká respondió a la pregunta "¿Cuál era la historia y el ethos de esta sociedad que está ahora conquistando a sus conquistadores?" en una historia del Islam desde la epifanía del profeta Mahoma hasta el saqueo de Bagdad que llevaron a cabo los mongoles en 1258 d. de C.; y una obra que se ha hecho célebre con el nombre de Al-Fajrí obtuvo su título del nombre del gobernador que el jan Chazan tenía en Mausil, Fajr-ad-Din-Isá, a quien el autor dedicó el libro. En su respuesta a la pregunta suplementaria, que el medio social formuló al historiador, Ibn al-Tiktaká logró recobrar y reproducir algo de la frescura y luminosidad de un alba en la que los Véase Browne, E. G.: A Literary History of Persia, vol. III (Cambridge 1928, University Press), págs. 25-26. - Véase I. I. 401. 3 El día 4 de Shabán de 694 (el 19 de junio de 1295), Ghazán "y diez mil mongoles hicieron profesión de fe en presencia del jeque Sadr-ad-Din Ibrahim, el hijo del eminente doctor Sad-ad-Din al-Hawawí. Y a Ghazán no le faltó el celo de sus nuevas convicciones, pues cuatro meses después de haberse convertido permitió que el [emir mongol] Nawruz [un converso anterior, que había sido el instrumento de la conversión de Ghazán] destruyera las iglesias, sinagogas y templos de ídolos de Tabriz. Ghazán también mandó que se acuñara una nueva moneda con inscripciones mahometanas y por un edicto publicado en mayo de 1299 prohibió el ejercicio de la usura, por ser éste contrario a ¡a religión mahometana. En noviembre de 1297, los emires mongoles adoptaron el turbante para reemplazar el tocado nacional". (Browne, E. G.: A Literary History of Persia, vol. III (Cambridge 1928, University Press), págs. 40-41). La conversión del jan Ghazán aseguró al islamismo no sólo su supervivencia, sino además la recuperación de su supremacía en los dominios de los janes II, que comprendían Irán, Armenia y Anatolia oriental, así como el Irak. En esta ocasión las reacciones antiislámicas del comitatus mongol pagano del jan II convertido quedaron triunfantemente aplastadas (véase Browne, op. cit., pág. 41); y el hermano y sucesor de Ghazán, Judabanda, alias Uljaytú (accessit 1305 d. de C.), que se había convertido al islamismo por obra de su esposa, no tardó en confirmar el restablecimiento del islamismo que había llevado a cabo su predecesor, como la religión oficial de este estado sucesor mongol del califato abasida (véase Browne, op. cit., pág. 48), aunque la madre cristiana lo había bautizado, siendo niño, con el nombre de Nicolás (op. cit., pág. 46). La trágica batalla perdida que libró la iglesia cristiana nestoriana en los dominios de los janes II, contra una marea creciente de fanatismo musulmán, desatada por la triunfante conversión del jan Chazan, está gráficamente descrita en "La historia de la vida y viajes de Rabban Sawna, enviado y ministro plenipotenciario de los janes mongoles, ante los reyes de Europa, y de Markos, quien como Mar Yahbhallahá III, llegó a ser patriarca de la iglesia nestoriana en Asia", traducido del siríaco por Sir E. A. Wallis Budge, con el título de The Monks of Kublai Khan, Emperor of China (London 1928, The Religious Tract Society). 1

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árabes musulmanes primitivos, a medida que iban "de fuerza en fuerza" ! habían encontrado la "bendición de estar vivos" 2 en una nueva organización políticocultural en la que los por mucho tiempo "despreciados y desechados" 3 hijos de Ismael se vieron fortificados por la convicción de que Dios los había elegido para convertirlos en instrumentos de su Voluntad y designios en lugar del pueblo judío y cristiano del Libro. "La misma piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte del Señor es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos." 4 En este cuadro del Islam primitivo, que pintó un heredero de la casa de Alí después de la muerte de la comunidad islámica premongólica para satisfacer la curiosidad postuma que los matadores pudieran sentir por sus víctimas, hay un toque de la serenidad que se difunde por un rostro humano cuando la mano de la muerte borra las líneas trazadas en él por las pugnas de la vida. Alá-ad-Din ¡uwayn't y Rftshid-tuf-Din

Hamadaní

La atractiva historia de su comunidad musulmana premogólica, que escribió el historiador iraqués Ibn al-Tiktaká, en su propia lengua árabe no fue la única obra histórica notable que se compuso bajo un dominio nómada eurasiático en la mitad oriental de Dar-al-Islam, después de la catástrofe de 1258 d. de C. en respuesta a las preguntas suscitadas por esa tremenda experiencia, ni fue ése el único tema histórico que suscitó el espectáculo del fatal choque del califato abasida con la potencia nómada eurasiática mongólica en erupción. Uno de los efectos incidentales y no previstos de la caída de los abasidas y de la devastación del Irak fue, como ya lo hicimos notar en un lugar anterior,5 el nacimiento, en una de las provincias nororientales ahora derrelictas del ci-devant mundo siríaco, de una civilización musulmana iránica, filial de la siríaca, en la cual para casi todos los usos, salvo para la exposición de la teología islámica, el idioma neopersa y la literatura escrita en esta lengua iban a suplantar a la lengua y a la literatura árabe que habían dominado en todas las provincias de Dar-al Islam durante los seis siglos que trascurrieron entre el abatimiento de los sasánidas, que llevaron a cabo los ghazis árabes musulmanes primitivos y el derrocamiento de los abasidas, que llevaron a cabo los mongoles paganos. Cuando la cultura árabe antes ecuménica se retiró hacia el oeste ante la acometida de los mongoles y se refugió 1 Salmos LXXXIV. 7. 2 Wordsworth, W.: French Revolution, as it appeared to Enthusiasts — The Prelude, Libro XI, verso 108. 3 Isaías Lili. 3. * Salmos CXVIII. 22-23. 5 Véase L, 95, con n. 2.

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en la fortaleza de Egipto que tenía un terraplén defensivo en Siria y una frontera oriental en el codo occidental del río Eufrates, la literatura escrita en nuevo persa, que al llegar ese momento había estado ganando posiciones durante unos trescientos años, alcanzó por fin toda su plenitud; y ésta fue tal vez la única actividad cultural creadora de la mitad conquistada y devastada de Dar-al Islam que se benefició por el desastre inmediatamente después de haber acaecido éste. Durante la generación de sobrevivientes de Dar-al Islam que era lo bastante vieja para haber completado su educación en la lengua y literatura árabes clásicas antes de la catástrofe de 1258 d. de C, el cultivo del nuevo persa y de la literatura escrita en esa lengua ya estaba liberado de la carga del dominio cultural del árabe sin verse empobrecido por haber perdido contacto con las fuentes vivas de la inspiración literaria árabe. El período del dominio mongol en Irán e Irak (currebat 1258-1337 d. de C.) fue una época en la que los principales hombres de letras persas eran aun bilingües en el sentido cabal de la palabra, esto es, que eran capaces no sólo de leer árabe sino también de escribirlo, del mismo modo que su lengua natal persa; * y fue también una época que produjo historiadores persas incomparablemente eminentes,2 a diferencia de la época anterior y de la época posterior, en las que los astros más brillantes del firmamento de la literatura escrita en nuevo persa fueron, no historiadores, sino poetas.3 El predominio de los historiadores en la época intermedia de los janes II es significativo y no es menos significativo el hecho de que los dos miembros más grandes de esta pléyade •—Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní (vivebat 1226-83 d. de C.) y Rashid-ad-Din Fadlallah Tabib al-Hamadaní (vivebat circa 1247-1318 d. de C.)— fueran asimismo eminentes funcionarios del servicio de los janes mongoles II, y que dos de sus astros menores, Wassaf-i-Hadrat Abdallah b. Fadlallah, de Shiraz, y Hamdallah Mustaufí, de Kazvín, los dos proteges de Rashid-ad-Din, fueran funcionarios del Departamento de Rentas Interna del gobierno de los janes II.* 1 Ésta es una observación que hace Browne en op. cit., vol. III, págs 62-65. El historiador Rashid-ad-Din (vivebat circa 1247-1318 d. de C.), por ejemplo, tenía la costumbre de adaptar la traducción de sus obras persas al árabe y de traducir sus obras árabes al persa. La relación que hace el propio Rashid de estas adaptaciones está citada verbatim del manuscrito árabe, n9 356, fol. i y sigs., en la Bibliothéque Nationale (ci-devant Royale) de París, por E. M. Quatremére, en su biografía de Rashid-al-Din, que puso como prefacio a su edición de parte de ]ami-al-Tau>arikh de Rashid-al-Din ("Colección general de Historias"), Histoire des Mongols de la. Perse, vol. I (París 1836, Imprimerie Royale), págs. cxxxivcxxxvi. Un estudioso de la historia recordará la situación cultural de Italia bajo el dominio ostrogodo (durabat 493-535 d. de C.), cuando los principales hombres de letras italianos hablaban aún en griego, así como en su latín natal. 2 Véase Browne, op. cit., vol. III, págs. 62 y 65. 3 La edad premongol de la historia literaria del nuevo persa fue hecha ilustre por Firdausi (vivebat circa 932-1020/1 d. de C.) y por Sadi (vivebat circa 11841292 d. de C.); Hafiz (obiit 1389 d. de C.) y Jamí (vivebat 1414-92 d. de C.) iban a hacer ilustre la edad postmongólica. Véase I. i. 398, n. i y II. u. 90, n. 3. * Véase Browne, op. cit., págs. 67 y 87.

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Los conquistadores bárbaros paganos del Irán y del Irak, que se mantuvieron durante treinta y siete años (1258-95 d. de C.) después de haber conquistado Bagdad y antes de sucumbir frente al islamismo, se encontraron desde el principio en la incapacidad de prescindir de los servicios de sus recién adquiridos subditos musulmanes, pues el objeto que habían tenido los conquistadores al invadir Dar-al-Islam y al derrocar al califato era el de calzarse las botas del califa; y el único medio por el cual estos bárbaros intrusos podían asegurarse (después de haber eliminado el califato) que el gobierno del califa continuaría ejerciéndose en beneficio de ellos, era contar con un personal ya existente de administradores profesionales musulmanes persas nativos. El hermano del historiador Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní, Shams-ad-Din Muhammad Juwayní, administró los dominios de Hulagú para el conquistador y para sus dos sucesores durante veintiún años (1263-84 d. de C.) del regime de los janes II, en la condición de Sahib-Divan; í y los dos hermanos eran hijos de un mustawfil-mamalik (ministro de finanzas) y nietos de un primer ministro de un estado sucesor juarizmí del por entonces ya fainéant califato abasida, estado sucesor que ocupaba las marcas nororientales del Dar-al-Islam, frente a la estepa eurasiática y contra las cuales la acometida mongólica estalló con toda su furia en 1220 d. de C,2 en virtud del jiat del conquistador mundial Gengis. El abuelo había acompañado al último sha de Juarizm, el sultán Muhammad, y a su indómito hijo y sucesor, Jalal-ad-Din Mankubirní, cuando tuvieron que "batirse en retirada" librando acciones de reta« guardia, mientras podían hacerlo.3 El padre, que había permanecido en Jorasán, fue cercado en Tus por el gobernador mongol Jintimur y, quieras que no, tomado al servicio de los mongoles, en 1232-3 d. de C.,4 y sus dos hijos Shams-ad-Din y Alá-ad-Din, siguieron las huellas del padre. Shams-ad-Din estuvo al servicio del nieto de Gengis y hermano de Kubilai, Hulagú, comandante de las fuerzas mongólicas, en el frente antiislámico de los dominios ya conquistados del sha de Juarizm, hasta el noreste de las puertas del Caspio, dos años antes de que su amo mongol eliminara a los asesinos shiíes ismailíes en Alamud, en 1257 d. de C., y tres años antes de que aquél saqueara a Bagdad en 1258 d. de C.5 El hermano de Shams-ad-Din, Alá-ad-Din el historiador (natus 1226 d. de C.) había ingresado en los servicios públicos de los mongoles antes de cumplir los veinte años de edad 6 como protege del protector mongol de su padre, Arghún, quien había sido gobernador dé la marca antiislámica del impeno mongol antes de que Sobre las fechas, véase Browne, apud Juwainí, ed. cit., págs. xxix y XLXII. Véase II. n. 155, n. i. 3 Véase Browne, E., en la edición que hizo Mirza Muhammad Kazwiní, de Tarikh-i-]ahán Gushá (London 1912, Luzac), pág. 21, de Alá-ad-Din Juwayní. * Véase Browne, ibid., págs. xxi-xxn. 5 Véase Browne, A Literary History of Persia, vol. III, 20. 8 Véase Browne, apud Juwayní, ed. cit., pág. XXIII. 1

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llegara a ese frente, en 1254 d. de C.1 el jan Hulagú, y fue uno de los tres comisionados a quienes Arghún confiara la administración de Jorasán cuando traspasó su mando a Hulagú.2 Al-ad-Din Juwayní acompañó entonces al jan Hulagú en sus campañas (gesta 1256-8 d. de C.) contra la potencia ismailí del Irán central y occidental y contra el resto del poder abasida en el Irak; 3 Hulagú lo nombró en 1259 d. de C. gobernador de Bagdad, antes de que transcurriera un año de la conquista; 4 y Alá-ad-Din continuó conservando —salvo unos pocos meses en 1281-2 d. de C. en que cayó momentáneamente en desgracia—5 este puesto administrativo de responsabilidad hasta su muerte, acaecida en 1283 d. de C.6 El historiador Rashid-ad-Din, que ingresó por primera vez en la corte de los janes II como médico profesional durante el reinado del primer sucesor de Hulagú, el jan Abaká (dominabatur 1265-82 d. de C.),7 fue nombrado por éste funcionario de la .administración pública; fue nombrado gran visir por el jan Chazan (dominabatur 1295-1304 d. de C.) 8 y conservó ese cargo durante el resto del reinado de Chazan y durante todo el reinado de su sucesor, Judabanda Uljaytú (dominabatur 1305-16 d. de C.). Tanto Shams-ad-Din Jufayní como Rashid-ad-Din Hamadaní obtuvieron importantes puestos en los servicios públicos para sus hijos y otros parientes. Uno de los hijos de Shams-ad-Din, Bahá-ad-Din, se distinguió como gobernador de Irak-i-Ajam (el Jabal) y Fars, antes de morir a la edad de treinta años; 9 y el hijo de Rashid-ad-Din, Ghiyath-ad-Din, fue nombrado para ocupar el puesto de gran visir que tenía su padre 10 por Abu Said (dominabatur 1317-34 d. de C.), el último gobernante efectivo de la línea de los janes II. El servicio público vino a ser una ocupación tan peligrosa para los hombres de letras persas bajo el régime mongol del Irán y del Irak como había sido para los hombres de letras romanos bajo el régime ostrogodo en Italia. El historiador-gobernador Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní, después de su caída de 1281 d. de C., y de su restablecimiento en 1282 d. de C., tuvo la suerte de morir en la cama como Casiodoro; pero la suerte que corrió Boecio hubo de tocarle primero al hermano del historiador, el Sahib-Divan y luego a Rashid Véase Browne, ib'id., pág. xxv. Véase Browne, ibid., pág. xxvi. 3 Véase Browne, ibid., págs. xxvii-xxvm. 4 Véase Browne, ibid., págs. XXVIH-XXIX, eudem: A Literary History of Persia, vol. III, pág. 20, nota i. 5 Véase Browne, apud Juwayní, ed. cit., págs. XXXIX-XLIV. 6 Véase Ibid., pág. 66. 7 Véase Quatremére, E. M.; en su biografía de Rashid ad-Din puesta como prefacio a su edición de parte de Jami-al-Taii'arikh ("Colección general de historias") Histoire des Mongols de la Perse, vol. I. (París 1836, Imprimerie Royale), pág. VIII. 8 Véase Quatremére, ibid. 9 Véase Browne, A Lilerary History of Persia, vol. III, pág. xxi. Otro de sus hijos, Sharaf-ad-Din Harán, fue poeta. 10 véase Quatremére, op. cit., pág. XLVII. 1

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ad-Din y a su vez al hijo de Rashid-ad-Din, Ghiyath-ad-Din. Shamsad-Din Muhammad Juwayní y sus hijos corrieron la suerte del jan Ahmad Takudar en la émeute antiislámica producida en el comitatus mongol pagano del jan II y provocada por la conversión al islamismo, temerariamente prematura, de Takudar.1 Rashid-ad-Din, después de haber sido destituido por el sucesor del jan Uljaytú, el jan Abu Said, en octubre de 1317, fue ajusticiado con su joven hijo Ibrahim, el 18 de julio de 1318, cuando tenía setenta y tres años de edad, como castigo por haberse dejado persuadir incautamente a reasumir sus funciones oficiales.2 Ghiyath-ad-Din y un hermano sobreviviente encontraron violenta muertes en 1336 d. de C., en la anarquía en que naufragó el régtme mongol en Irán e Irak después de la muerte de Abu Said.3 En el Irán mongólico así como en la Italia ostrogoda, los servicios civiles eran, pues, una ocupación arriesgada-4 para un hombre de letras, pero eran asimismo una ocupación llena de estímulos. Los historiadores-funcionarios persas de la época de los janes II se vieron estimulados por su medio social a formularse las preguntas que se formularon Polibio, Josefo y hasta el propio contemporáneo árabe de ellos, Ibn-al-Tiktaká, de una mentalidad semejante a la de Josefo. Lo mismo que Josefo, Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní dejó consignada, en la historia de los sha de Juarizm, que forma la segunda parte de su obra en tres partes Tarij-i-Jabán-Gushá ("Historias del conquistador mundial Gengis Jan"), 5 la empresa desesperada de una Véase Browne, A Literary History of Persia, vol. III, págs. 27-29. Véase Quatremére, op. cit., págs. XXXIX-XLIV. 3 Ibid., pág. LII. * En las dos situaciones el peligro procedía de la interacción de dos factores negativos. Uno de ellos era la propensión que tenían los gobernantes bárbaros a sospechar de la lealtad de subditos extranjeros cuyos servicios profesionales les eran indispensables a causa de lo intrincado de una administración civilizada que estaba más allá de la comprensión de los bárbaros. El segundo factor negativo era la rivalidad y la envidia recíprocas de los propios funcionarios civiles profesionales nativos, a quienes les era difícil resistir la tentación de adelantar en su carrera denigrando a los colegas ante sus amos bárbaros, ignorantes y por eso mismo crédulos. Bajo el régime de los janes II, los principales funcionarios de estado persas se veían casi obligados a arruinarse unos a otros, en virtud de la práctica —introducida sin duda deliberadamente por los gobernantes mongoles para contrarrestar posibles abusos del poder por parte de sus empleados persas— de nombrar a dos grandes visires, que eran iguales en cuanto a condición jurídica y que no tenían una demarcación, ya de territorios ya de funciones, en cuanto a sus respectivos campos de competencia. Véase Quatremére, op. cit., págs. xxxil-xxxm. 5 En la Memorial Series, de E. J. W. Gibb, n9 XVI, en tres vols. (London 1912 Luzac), se ha publicado una edición hecha por Mirza Muhammad b. Abd-al-Wahhab, de Kazvín. Véase también Browne A Literary of History Persia, vol. III, págs. 65-66. Esta obra, que se terminó en 1260 d. de C., concluye bruscamente con la caída de Bagdad producida en 1258, pero en la tercera de sus tres partes refiere la historia de la caída de Alamud, acaecida en 1256. Toda esta parte tercera está dedicada a la historia de los ismailíes hasta que Hulagú abatió a su último gran maestre, Rukn-ad-Din Jusha, en Kuhistán y en el Elburs. La obra de Juwayní continuó en la de Wassaf, quien refirió la historia regional del gobierno mongólico en el Irán y en el Irak desde 1257 d. de C., punto en que se interrumpía la historia 1 2

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vanguardia de su sociedad que había opuestp una valiente resistencia al asalto de una potencia extranjera abrumadoramente superior, en tanto que Rashid-ad-Din, en su Jami-al-Tawarij ("Colección general de historias") dejó consignados el ethos y la historia de toda la sociedad siríaca a la que los invasores mongoles dieran el coup de gra.ce que los cruzados cristianos occidentales habían tratado antes de dar sin éxito. Además, en esta parte de su obra, Rashid-ad-Din tiene una visión más amplia de la civilización siríaca que la de Ibn-al-Tiktaká en Al-Fajrí. La visión histórica del iraqués se limita a la historia de la comunidad islámica premongólica, en tanto que Rashid-ad-Din trata la historia del califato desde Abu Becr a Mostasem, meramente como el segundo de los tres capítulos de una historia esencialmente irania, en la cual el primer capítulo abarca desde los albores míticos hasta la caída de la dinastía sasánida y el tercero se ocupa de las historias de los estados sucesores persa y turco del califato abasida, hasta la irrupción de los nómadas mongoles que barrieron con todo.1 La historia de la misma civilización siríaca, considerada desde el mismo punto de visita iranio y presentada dentro de la misma estructura y el mismo criterio general, es el tema de la obra de Mustawfí, Tarij-iGuztdah ("Historia selecta"),2 en la que el autor se nos muestra discípulo y protege de Rashid-ad-Din. Además, para Rashid-ad-Din la historia de la civilización siríaca que cayera víctima de los mongoles no es, ni siquiera en el enfoque amplio del historiador persa, ni un todo en sí misma ni un fin en sí misma, como lo era para el contemporáneo historiador árabe Ibn-alTiktaká. En la obra de Rashid-ad-Din la historia de su propia civilización viene a ser una parte de la historia universal y el autor incluyó la historia universal en su "Colección general" porque se había propuesto responder a las tres preguntas que también habían inspirado a Polibio su Historia Ecuménica:^ "¿Cómo se produjo esta revolución en las cuestiones humanas? ¿Quiénes son estos bárbaros, antes oscuros, que de pronto se distinguieron al conquistar el mundo de nuestro tiempo? ¿Cuál es el campo inteligible de estudio histórico?" Según la relación que el propio Rashid-ad-Din hace de su historia intelectual, él comenzó a estudiar la historia de los mongoles por iniciativa pro-

pia; 1 pero no se le había ocurrido escribir historia 2 hasta que su amo, el jan Chazan, le encomendó que escribiera la historia de los nómadas eurasiáticos 3 (la parte de su obra correspondiente a la exposición que ofrece Polibio de las instituciones y política de los romanos), y luego el sucesor de Ghazán, Judabanda Uljaytú, le encomendó que escribiera una geografía e historia universales 4 (que viene a corresponder al resto de la obra de Polibio). Rashid-ad-Din dice que bien podría haberse abstenido de lanzarse a esta vasta obra literaria de erudición, dado el estrecho tiempo de ocio que le dejaban sus agobiadores deberes oficiales, si no hubiera sentido que parte de esos deberes era obedecer, lo mejor que pudiera, tales mandatos reales en un campo que trascendía el alcance normal de las actividades de un funcionario.5 El merecimiento de los dos príncipes mongoles que se acreditaron por haber hecho de esta manera que Hashid-ad-Din se pusiera a escribir historia, está proclamado en los títulos que el autor dio a las' dos partes de su "Colección general". La historia especial de los mongoles y turcos se llama Tarij-i-Ghazaní6 en tanto que la historia general de la humanidad está dedicada a Uljaitú. La pregunta intelectual primera del historiador, "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" se presentaba en el milieu social de Rashid-ad-Din en los mismos términos que en el de Polibio. Ese medio social hizo que el historiador persa se preguntara: "¿Cuál fue el proceso en virtud del cual casi todo el mundo cayó bajo el dominio indisputado de los mongoles, en un período de menos de cincuenta y cinco años?" 7 Y Rashidad-Din expuso esta pregunta en el prefacio de su "Colección general de Historia" en términos que recuerdan el correspondiente pasaje 8 del prefacio que puso Polibio a su Historia ecuménica.

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de Juwayní, hasta 1328 d .de C., en su Tajziyat-al-Arrisar iva Tazjiyat-al-Asar (véase Browne, op. cit., vol. ra, págs. 67-68). 1 Véase el ordenamiento que hizo Browne de las partes componentes de la "Colección general" de Rashid-ad-Din, en op. cit., vol. ni, pág. 74. En esta exposición iranocéntrica de la historia siríaca se trata el califato árabe, como se notará, considerándolo el sucesor del imperio iranio de los sasánidas y no del principado árabe establecido por el profeta Mahoma. Puesto que la vida de Mahoma fue contemporánea de los últimos días del régime sasánida, la biografía de Mahoma encuentra su lugar en esta parte de la "Colección general" de Rashid-ad-Din como un post scriptum del volumen dedicado a los sasánidas. 2 Véase el índice de materias de "Historia Selecta" de Mustawfí tal como lo reproduce Browne, en op. cit., vol. ni, págs. 90-94. 3 Véase págs. 91-3, supra.

"El comienzo de toda nueva religión o de todo nuevo imperio marca distintamente una nueva era (Ibtidá-i-Har milleti wa har dawlati tarij9-i1 Rashid-ad-Din: Jami-al-Tawarij, prefacio, págs. 80-81 de la edición y traducción del texto persa, de Quatremére. 2 Véase Rashid-ad-Din, prefacio de Jamí, traducción de Quatremére, pág. 47. 3 Véase ibid., págs. 7-9, 47, 51, 75 y 81. * Véase ibid., págs. 37-39 V 595 Véase ibid., págs. 47-51. 6 El segundo volumen de Tarij-i-Ghazaní, que comprende la historia de los janes mongoles desde que subió al poder el hijo de Gengis, Ogotay, hasta la muerte del nieto de Kubilai, Timur, fue editado por E. Blacket, en la Memorial Series, de E. J. W. Gibb, vol. XVIII (London 1911, Luzac). Los capítulos que tratan de la vida del jan Hulagú en el tercer volumen y que comprenden la historia de los janes II, del Irán y del Irak, hasta la muerte de Ghazán, fueron editados, junto con el prefacio de la totalidad de Jami-al-Tawarij, por E. M. Quatremére en Histoire des Mongols de la Perse, vol. I (París 1836, Imprimerie Royale). 7 Es decir, desde que Gengis Jan, el mongol, abatió al jan Wang, el karayita, en 1203 d. de C. (véase II. u. 237-8) hasta que el nieto de Gengis, Hulagú, derrocó al califa abasida Mostasem, en 1258 d. de C. 8 Citado en la pág. 91, supra. 9 En las dos frases anteriores, el autor ha indicado que "nueva era" es una de las dos significaciones de la palabra tari), y que la otra es "crónica". — A. J. T.

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muayyan bashad). Ahora bien, ¿qué hecho o acontecimiento ha sido más memorable que el comienzo de la dinastía de Gengis Jan, o ha merecido tomarse con más propiedad como el comienzo de una nueva era? Lo cierto es que, en el transcurso de unos pocos años, este monarca sometió a buen número de reinos del mundo y conquistó y exterminó una multitud de gentes díscolas. .. Cuando el dominio mundial recayó en Gengis Jan y en sus nobles parientes e ilustres descendientes, todos los reinos de la oikoumené —Chin y Machín (China meridional), Jitay (China septentrional), Hind y Sind (India), Transoxania, Turquestán, Siria, Rum, los as (alanos) los rusos, los circasianos, Kibkak, Kalar Q), 1 los basquires—• o, para decirlo en pocas palabras, todos los países de las cuatro direcciones de la rosa de los vientos, quedaron sometidos a estos príncipes y sujetos a sus decretos. . . [Gengis Jan] dio a todo el universo una y la misma fisonomía e insufló idénticos sentimientos en todos los corazones. Purificó los dominios de los imperios, al liberarlos de la dominación de perversos usurpadores y de la opresión de audaces enemigos. Transpasó su imperio a sus ilustres parientes y nobles descendientes." 2

de las puertas del Caspio, en la campaña que aquel año lanzaron contra los ismailíes. La finalidad de la historia especial de los mongoles y turcos que Rashid-ad-Din escribió siguiendo instrucciones del jan Chazan, era, para decirlo con las propias palabras herodóticas del autor, "asegurar que el recuerdo de los extraordinarios acontecimientos e importantes hechos que singularizaron el surgimiento de la dinastía de los mongoles no quedara borrado y destruido por el paso del tiempo..., ni corriera la suerte de permanecer oculto tras el velo impenetrablemente espeso [de la ignorancia]"; 1 y el historiador-funcionario explica luego los motivos del temor que tenía su real amo tocante a este punto. La historia de los mongoles anterior a su conquista del mundo, y aun la historia misma de esa conquista, ya había dejado de ser familiar a todos, salvo a unos pocos subditos del jan Chazan;, podía preverse ue la siguiente generación del comhatus mongol del jan II dejaría e sentir interés por la historia de su propia familia y las obras de sus antepastos; y sería particularmente lastimoso permitir que cayeran en el olvido las acciones de Gengis Jan y sus compañeros mongoles, que en su época habían cumplido la hazaña sin igual de conquistar el mundo. Si leemos a Rashid-ad-Din entre líneas podemos barruntar que Chazan dio instrucciones al funcionario musulmán persa para que consignara la historia de los nómadas paganos de la estepa eurasiática porque había comprendido que sus ci-devant partidarios nómadas •—que habían emigrado del "Desierto" a las "Tierras de sembradío", cuarenta años antes de la fecha en que él subió al trono en 1295 d. de C.2 y que inmediatamente habían cambiado de ocupación al convertirse en pastores de ganado humano en lugar de seguir siendo pastores de su antiguo ganado animal— 3 pronto tendrían, por fuerza, que asimilarse a sus subditos sedentarios más refinados y cultivados y perderían su herencia social nómada eurasiática tanto más rápidamente ahora que el propio Chazan había acelerado el proceso de asimilación mediante su política de conversión al islamismo. El jan Chazan se había convertido en un devoto musulmán sin dejar por eso de ser un patriótico mongol y un orgulloso gengisida; y al enco-

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Esta revolución, que hizo época en las cuestiones mundiales, planteó, en los espíritus de los que se habían educado después de ella, las dos preguntas suplementarias de Polibio: "¿Quiénes son estos conquistadores del mundo?" y "¿Qué mundo es éste que ellos conquistaron?" Rashid-ad-Din abordó la primera pregunta suplementaria a instancias de Chazan y la segunda a instancias de Uljaitú. En cuanto a la primera, Rashid-ad-Din había sido anticipado por Alá-ad-Din Ata Malik-i-Juwayní, pues su Tartj-i-Jahan-Gushá se terminó en 1260 d. de C,3 cuarenta y seis años antes de que Rashid-ad-Din presentara su Tarij-i-Ghasaní, al sucesor de Chazan, Uljaitú, el 14 de abril de I3o6.4 Y la primera de las tres partes de la obra de Juwayní trata de la historia de Gengis Jan, de sus predecesores y de sus sucesores, hasta Chaghatay, cuyos dominios se hallaban en la Transoxania y en la quebrada de Zungaria (Mongolistán).5 En verdad no cabía sino esperar que un historiador musulmán persa cuyo padre y abuelo habían sido funcionarios de sha juarizmies hubiera escrito su respuesta a la pregunta "¿Quiénes son estos irresistibles invasores mongoles?", cuarenta y seis años antes de que la misma pregunta fuera respondida por un historiador musulmán persa, que había nacido en Hamadán; pues la irrupción mongólica dio en la marca juarizmí de Dar-al-Islam, ya en 1220 d. de C.3 en tanto que el Irán occidental no estuvo expuesto a ella hasta 1256 d. de C., cuando los mongoles se abrieron paso a través 1 Véase la erudita, pero no concluyente, nota 88 de Quatremére, en op. cit., pág. 72, respecto de este enigmático nombre. — A. J. T. 2 Rashid-ad-Din, ibid., págs. 60-63 y 70-73. 3 Véase pág. roí, n. 5, supra. * Véase el artículo de E. Berthels sobre Rashid-ad-Din, en la Encyclopaedia. of Islam, vol. III (Leyden 1936, Brill), págs. 1.124-5. 5 Véase II, u. 157.

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1 Ibid,, págs. 78-79. Compárese con las palabras iniciales del prefacio que puso Herodoto a su historia: "Herodoto de Halicarnaso presenta los resultados de sus investigaciones en la siguiente obra, con el doble objeto de salvar del olvido el pasado de la humanidad y de asegurar que las extraordinarias obras del mundo helénico y del mundo oriental gocen de su justo renombre, especialmente los hechos que los llevaron a chocar el uno con el otro." 2 La fuerza expedicionaria con la que Hulagú hizo sus conquistas al oeste de las puertas del Caspio, había salido de Caracorum en julio de 1252 y había dejado atrás la estepa, al entrar en Trasoxania, en 1255 d. de C., una estación antes de la campaña de 1256 contra los ismailíes (véase Browne, E. G.: A Literary Hislory of Persia, 2 vols. London 1906, Fisher Unwin, págs. 452-3)). De suerte que en el momento en que Chazan subió al trono los mongoles habían estado vegetando durante cuarenta años en un desmoralizador país de leche y miel. 3 En III. m. 35-9 se hizo notar el carácter social malsano de este cambio en el estilo de vida de una horda nómada.

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mendar a Rashid-ad-Din que escribiera en nuevo persa una historia de los mongoles y turcos, Ghazán procuraba conciliar su nueva lealtad con la antigua. Rashid-ad-Din —que debió permanecer constantemente junto a sus amos, los janes II en el Irán noroccidental, en una época en la que el gobierno central del imperio mongol ya no tenía poder para convocar a los administradores de regiones tan apartadas a la corte del jan para que le rindieran cuentas de su desempeño— no gozó de las oportunidades que tuvo Juwayní,1 para visitar Mongolia y para recoger información sobre los mongoles en las fuentes mismas; sin embargo, 1 Tanto Alá-ad-Din Juwayní como su padre Bahá-ad-Din Juwayní, viajaron más de una vez desde Jorasán a Mongolia y viceversa, durante el ejercicio de sus deberes oficiales como funcionarios públicos de los mongoles. Bahá-ad-Din fue enviado en 1235-6 d. de C., por su capturador y protector Jintimur a la corte del jan Ogatay, quien confirmó el nombramiento de Sahib-Divan que Jintimur había acordado a Bahá-ad-Din (Browne, apiid Juwayni, ed. cit., pág. xxn); y Arghún, el segundo sucesor de Jintimur en el gobierno de Jorasán, lo llevó a Caracoytm (véase Browne ibid.), Alá-ad-Din "pasó unos diez años de su vida en esos viajes de ida y vuelta" (Browne, ibid., pág. 24); y el tercer viaje que hizo en compañía de Arghún (peregrinabantur 1251-4 d. de C.), durante el reinado del jan Mangú, le inspiró la idea de escribir su historia. En esa ocasión llegó a Caracorum el 2 de mayo de 1252 y no emprendió el viaje de regreso a Jorasán hasta setiembre de 1253. "Fue durante su estada de un año y cinco meses en la capital mongol cuando algunos de sus amigos sugirieron a nuestro autor. . . que debería componer esta historia para inmortalizar las grandes acciones y conquistas de los soberanos mongoles. Cierta desconfianza de su capacidad para llevar a cabo tal tarea, lo impulsó primero a negarse; pero por último lo convencieron de que él poseía de seguro condiciones casi únicas para el caso, es decir gran conocimiento del imperio mongol y de sus administradores más notables, libre acceso a las fuentes de información más auténticas, gracias a la alta posición oficial que ocupaba, y un conocimiento directo de muchos importantes acontecimientos políticos. Por eso terminó por prometer que realizaría la obra que comenzó en 650 de la Héjira y concluyó en 658 de la Héjira (1252-60 d. de C.)." — Browne, ttpud Juwayní, ed. cit., pág. xxv. Un análogo viaje hecho al ordu del jan mongol Mangú, situado en el corazón de la estepa eurasiática, inspiró una notable obra de literatura cristiana occidental medieval, el Itinerarium Fratris Willielmi de Rtibruquis, de Ordine Fraírum PAinorum Galli, Anno Gratiae 1253, ad Partes Orientales. El fraile Guillermo de Rubruck llegó a la corte de Mangú unos tres meses después de la fecha en que partió de ella Alá-ad-Din Juwayní, y estuvo con el jan desde enero a junio inclusive de 1254 d. de C. Esos viajes a través de todo lo ancho del Viejo Mundo eran posibles gracias a la organización de los mongoles de lo que fue recientemente el más vasto •—aunque acaso también el más breve— de todos los servicios postales imperiales conocidos por la historia (véase VI. vil. 142). Véase la relación de él que hace Marco Polo en The Description of the World, editado por Moule, A. C. y Pelliot, Paul, vol. I (London 1938, Routledge), págs. 242-7. La experiencia de viajar en rápidas postas desde la gran entrada occidental de la estepa eurasiática hasta la alta meseta de la Mongolia exterior era tan fatigante como inspiradora. Véase Guillermo de Rubruck, op. cit., caps. 23, 24 y 55: "En el curso de dos meses y diez días no descansamos sino una sola vez, cuando no pudimos obtener caballos" (cap. 55). El predecesor del fraile Guillermo, el fraile Juan de Pian di Carpini, que hizo el mismo viaje en 1245-47 d. de C., pinta el mismo cuadro: "Al pasar a través de Comania, cabalgamos sin tregua y cambiamos de caballos cinco o más veces al día." — Libellus Históricas Joannis de Plano Carpini, qui Missits est Legatus ad Tártaros A. £>, cap. 21.

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en muchos aspectos las fuentes a que pudo acudir Rashid-ad-Din dentro de los límites de los dominios de los janes II, podían soportar la comparación con aquellas a que .tuvo acceso Juwayní en Caracorum. "A intervalos se escribía y se ponía al día una crónica auténtica en lengua y escritura mongólica,1 y esa crónica se depositaba en los archivos [de los janes II]; pero de esa manera no había ni orden ni método en el trabajo. Tratábase de un conjunto de fragmentos aislados e incompletos; era inaccesible y desconocido para los estudiosos que hubieran podido extraer de él alguna noción de los hechos y acontecimientos registrados en la crónica; y nunca nadie obtuvo autorización o permiso para hacer uso de ella... "El jan Ghazán. . . concibió la idea de reunir estos documentos de estado y de ponerlos en orden.. . Y el autor [de tal trabajo). .. recibió instrucciones para reunir los documentos relativos a hechos sobre el origen y genealogía de todos los pueblos turcos que se hallaban en contacto con los mongoles y de poner por escrito [en lengua persa], artículo por artículo, los registros históricos referentes a esos pueblos, parte de los cuales se hallan en los archivos imperiales, en tanto que el resto está en manos de los emires [mongoles] y [otros] miembros de la corte [de los janes II]. "Hasta ese momento nadie había estado en condiciones de poder reunir esos registros ni había sido tan afortunado para poder ordenarlos y hacer con ellos una historia sistemática; y aquellos autores que [antes] intentaron escribir la historia de parte de estos acontecimientos tuvieron que trabajar sin poseer un conocimiento exacto de los hechos.2 Se vieron reducidos a recoger narraciones orales de boca del pueblo, según los criterios que les dictaban sus propias ideas preconcebidas; y nadie podía estar seguro de que esas tradiciones fueran verdaderas o exactas. "Al autor le fue encomendado que ordenase estos fragmentos de materiales históricos, después de someterlos a un escrupuloso examen; debía exponerlos en lenguaje sencillo y [de esta manera] sacaría a la luz tales registros, hasta entonces completamente inaccesibles. Si en esos documentos algunos hechos eran tratados demasiado sumariamente o con detalles demasiado escasos, el autor debía llenar las lagunas recogiendo información sobre esos asuntos de los sabios y doctores (daniján wa. hnkama) de Jitay (China 1 Como Quatremcre señala en op. cit., pág. XLIX, Rashid-ad-Din debe de haber hablado mongol para tratar los negocios oficiales con el jan II y su comitaíus. También había escrito varias obras en mongol, según una afirmación suya, que el editor francés cita del manuscrito árabe 356, fol. 213 r. —• A. J. T. 2 ¿Es una alusión al Tarij-i-Jabán Cus ha, de Juwayní? Si es así la despectiva indirecta se vuelve contra el propio Rashid-ad-Din, pues éste "dio cabida en su gran historia. . ., prácticamente a todo el contenido de los tres volúmenes de Jahán Guiha, de la que condensó algunos puntos (como la historia de gobernadores mongoles de Josarán y otras provincias de Persia y la historia de los sha juarizmíes), amplió otros (como la historia de la juventud de Gengis Jan y de sus hijos y nietos y la historia de los asesinos) y conservó otros (como la historia de las conquistas que realizó Gengis Jan en los dominios de los sha juarizmíes y en Persia y las anécdotas sobre las obras del jan Ogatay), casi sin modificación alguna". (Browne, apud Juwayní, ed. cit., págs. 59-60). — A. J. T.

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septentrional), India, Uigurlandia, Kipkak, y otros países, considerando que los representantes de todos los pueblos del mundo se hallan en la corte de su majestad, II. "Primero y ante todo iba a consultar al. . . chingsang Pulad, i que tiene un conocimiento. . . único de las genealogías de los pueblos turcos y de los hechos de su historia, especialmente la historia de los mongoles."2

Esas fueron las fuentes orales y documentales que Rashid ad-Din tenía a su disposición para cumplir las instrucciones del jan Ghazán de escribir una historia persa de los mongoles; pero, como nos dice el historiador persa, el sucesor de Ghazán, Judabanda Uljaitú, cuando leyó el Tanj-i-Ghúzaní, de Rashid-ad-Din, vino a comprobar que la respuesta que el historiador había dado a la pregunta de Ghazán "¿Quiénes eran estos conquistadores mongoles del mundo?" suscitaba en su espíritu esta otra pregunta: "¿Qué mundo es éste que los mongoles conquistaron?" y el nuevo empleador de Rashid-ad-Din tuvo también la inteligencia de darse cuenta de que por lo menos una de las fuentes de información de que se había valido el historiador para responder a la interrogación de Ghazán podría también aprovecharse para responder a la suya propia. Después de haber leído Tarij-i-Ghazaní, Uljaitú hizo notar al autor, como nos lo cuenta Rashid-ad-Din, que hasta entonces nadie había escrito una historia general de toda la oikoumené y de todos sus pueblos y que en ese momento se ofrecía una oportunidad sin precedentes para realizar obra de tal magnitud, "ahora que la oikoumené, de confín a confín, está sometida ya a nosotros, ya a [otros] gengisidas, lo cual hace que los doctores, astrónomos, hombres de ciencia e historiadores (hukamá wa munajjimán, wa arbab-idanish wa ashab-i-tawctrikh), representantes de todas las religiones y sectas (adyan wa milel) —oriundos de Jitay, Machín, Hind, Cachemira, Tibet, Higurlandia y otras naciones, turcas, árabes y francas— se reúnan en gran número ante nuestros ojos; y es de tener en cuenta que cada uno de ellos 1 Véase la nota 95 de Quatremére, ibid., págs. 77-79. Pulad era un mongol de la tribu de Durba. Su padre había sido cocinero de Gengis Jan (es decir, un funcionario confidencial de su casa). El propio Pulad estaba al servicio del nieto de Gengis y hermano de Hulagú, Kubilai, quien le había conferido el título chino de chingsang, además del título mongólico hereditario de baurji, "cocinero" en mongol. Fue el representante diplomático permanente de la casa de Kubilai en la corte de los janes II. En el comitatus mongol de los janes II había también profusión de tradiciones históricas que podían recogerse; pues, como lo consigna Rashid-ad-Din en su historia del jan Hulagú (véase la edición de Quatremére, pág. 130-3), el hermano de Hulagú, el Jan Mangú, cuando envió a Hulagú a que ampliara los límites del imperio mongol hacía el sudoeste, reforzó el comitatus de Hulagú mediante una leva especial de dos hombres por cada diez, tomados de las huestes de todos los otros príncipes gengisidas. "Esta es la razón por la cual en nuestros países [es decir en los dominios del jan II] siempre hubo y aún hay emires [mongoles] que son descendientes y parientes de cada uno de los emires de Gengis Jan, y cada uno de ellos todavía conserva su cargo hereditario." 2 Rashid-ad-Din: Prefacio de Jami-al Tawarij, ed. de Quatremére: texto persa en las págs. 74-78; traducción de Quatremére en las págs. 75-79.

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posee libros en los que se expone la historia, la cronología y las creencias religiosas de su país, y tiene por lo menos un conocimiento parcial de estos diferentes asuntos".1

Con estas consideraciones presentes en su espíritu, el jan Uljaitú, que se había negado piadosamente a que Rashid-ad-Din le dedicara su Tarij-i-Ghazani (la historia de los nómadas eurasiáticos), en lugar de dedicárselo a su hermano muerto,- encomendó al funcionario civil e historiador persa de la dinastía que ampliara el Tarij-i-Ghazani en un ¡(tmi-al-Tawarij, agregándole dos nuevas partes —una historia universal y una geografía universal—,3 que llevarían el nombre de Uljaitú. En esta obra suplementaria, que quedó terminada en 1310-11 d. de C,4 la historia universal llena cuatro volúmenes. Los primeros tres exponen la historia de la civilización siríaca desde el punto de vista de la historia irania, como ya dijimos; 5 el cuarto abarca un tema nuevo,6 al hacer entrar en el cuadro la historia turca, china, israelita, franca e india. Rashid-ad-Din, era entre sus correligionarios de los dominios de los janes II de la época, un caso excepcional por el hecho de estar psicológica e intelectualmente bien dotado para llevar a cabo esta segunda tarea histórica mayor. Casi todos sus correligionarios musulmanes estaban exasperados por el transitorio favor de que había gozado una minoría cristiana y judía local durante la primera fase de un régime revolucionario en el que los conquistadores bárbaros habían seguido siendo, no ya meramente paganos en sus prácticas, sino además positivamente antimusulmanes en sus sentimientos. La disposición fanática que en consecuencia prevalecía en la comunidad musulmana persa contrasta agudamente con el respeto y la simpatía de Rashid-adDin por la erudición no musulmana. "Si bien [se aventura a escribir en el prefacio] 7 la tradición de los musulmanes es en alto grado superior a la de los otros pueblos, así y todo no podemos tomarla como guía cuando tratamos la historia de los pueblos no musulmanes. Es cosa indiscutible que los hechos que, en las tradiciones Rashid-ad-Din-, ibid., págs. 38-39. Ibid., págs. 36-37. 3 Que se supiera, en el momento de escribir estas líneas no existía ningún manuscrito de la geografía universal de Rashid-ad-Din. 4 Véase Browne, op. cit., vol. III, pág. 72. 5 En la pág. 102, supra. 8 Con todo, Rashid-ad-Din tuvo por lo menos un predecesor en este exótico campo. Abú Rayhán al-Biruni (natus 973 d. de C.) no sólo había publicado, circa 1000 d. de C., una Cronología de las naciones antiguas, sino que además había aprovechado la oportunidad, que ofrecieron a los estudiosos musulmanes persas las conquistas er la India que hizo Mahamud de Ghazna, para publicar, poco después de 1030 d. de C., su Indica (véase Browne, A Literary Hislory oj Persia, vol. II, pág. 101). 7 En la edición de Quatremére, págs. 44-45. 1 2

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de cualquier pueblo, se han transmitido a través de una cadena continua de autoridades, han de aceptarse como auténticos."

Cataluña, Lombardía, París y Colombia; personas como los emperadores romanos, desde Rómulo en adelante, y los papas desde San Pedro hasta el papa contemporáneo del autor, de quien se dice que es el centesimo segundo de la sucesión; y acontecimientos tales como los diferentes concilios eclesiásticos, la conversión de Gran Bretaña al cristianismo en la época del papa Eleuterio, la herejía nestoriana, etc." i

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Y el autor nos informa que al compilar su diccionario geográfico, procedió de acuerdo con sus propios principios. "En su empeño por apoyarse en todas las fuentes accesibles y verificar los resultados a que llegaba, el autor, en este volumen, no se contentó sólo con reunir cuanto se conocía hasta ahora en este país y estaba descrito o narrado en [nuestros] libros, sino que complementó esta información existente con la de los hechos que en esta afortunada edad los doctores y hombres de ciencia (hukama iva daniyán) de Hind, Chin y Maching, Franklandia y otras partes extranjeras, encontraron en sus libros y certificaron que eran auténticos después de haberlos verificado escrupulosamente." i Un historiador-teólogo musulmán persa, Nasir-ad-Din- al-Baydawí, que fue contemporáneo de Rashid-ad-Din,2 consigna que cuando Rashid-ad-Din estaba escribiendo la parte correspondiente a la historia de Jitay (China septentrional) consultó a dos eruditos chinos de la corte de Uljaitú —Li Taqui y Mak Sun— que eran autoridades en medicina, astronomía e historia del Lejano Oriente y que habían llevado consigo, desde China, libros que tratan de estos temas. Nos dice Baydawí que Rashid-ad-Din, teniendo en cuenta las recomendaciones de esos dos eruditos, basó su relación de la historia china en un compendio escrito por tres monjes budistas chinos, el cual, corno le aseguraron los dos chinos, había sido verificado, aprobado y dado a la imprenta por un consenso de liiterati chinos. La visión ecuménica que inspiró pues a Rashid-ad-Din el milieu social de la corte de los janes II fue transmitida por él a un discípulo, Abu Solimán Daud, de Banakat, Transoxania, que gozó de las mismas ventajas intelectuales por el hecho de ser poeta laureado del jan Chazan. "Su información sobre los judíos, cristianos, indios, chinos y mongoles, aunque tomada en gran medida directamente y a menudo con las mismas palabras de las páginas de Rashid-ad-Din, estuvo, ello no obstante, indudablemente complementada por conocimientos que el autor obtuvo por vía oral de representantes de cada uno de esos pueblos. En ninguna historia persa anterior al período mongol, y en pocas posteriores a ese período encontramos tantas referencias a lugares, personas y acontecimientos históricos que estaban más allá del alcance de la mayoría de los escritores musulmanes: lugares como Portugal, Polonia, Bohemia, Inglaterra, Escocia, Irlanda,

Herodoto El elemento del milieu social que de esta manera movió a la escuela de Rashid de historiadores musulmanes persas postmongólicos a elevarse a una visión ecuménica de la historia fue evidentemente el brusco encuentro, en la corte de los janes II, de los representantes de diversas religiones y culturas. Este efecto cultural de la condición conductora, transitoriamente muy intensa, del imperio mongol, dentro de una extensión que iba hasta el Eufrates desde Corea y hasta el Volga desde Birmania, fue también el rasgo que impresionó del modo más vivo' la imaginación de observadores cristianos occidentales.2 Las listas, contenidas en las páginas cíe Rashid-ad-Din,, de países y pueblos sometidos —tan extraños unos a otros en cuanto a hábitos y ethos como se hallaban físicamente alejados —recuerdan las análogas listas de las inscripciones de los aqueménidas y de las páginas de Herodoto. La similitud no es fortuita pues en ambos casos nos hallamos frente a un estado universal establecido súbita e inesperadamente por obra de las demoledoras conquistas de un pueblo hasta entonces oscuro y semibárbaro procedente de los bordes de la oikoumené; y no sorprende el hecho de que un idéntico milieu social haya movido a Herodoto, así como movió a Rashid-ad-Din, primero a preguntarse: "¿Qué mundo es éste que acaba de ser unido políticamente por la conquista?", y luego, al buscar la respuesta, a concluir que ningún campo menor que toda la oikoumené, desde los albores de la civilización, es un campo inteligible de estudio histórico. Lo mismo que Clarendon, Procopio, Josefo, Tucídides y Rhodes, Herodoto encontró su inspiración inmediata en una gran guerra que se libró en el curso de su vida. Oriundo como era de una ciudad caria helenizada de la costa sudoccidental del continente asiático, había nacido subdito del imperio aqueménida y había vivido para ver cómo su lugar de nacimiento cambiaba la soberanía persa por la soberanía ateniense. "¿Cómo se ha producido este revolucionario cambio en la suerte política de los helenos asiáticos en el curso de mi propia vida?" fue la forma primera en que se presentó al espíritu de Herodoto la pregunta elemental del historiador: "¿Cómo de aquello se llegó Browne, op. cit., vol. III, págs. 101-2. Véase por ejemplo el pasaje que ilustra este punto (citado en V. v. 124-5) de la relación del fraile franciscano flamenco Guillermo de Rubruck, quien hizo el viaje "de ida y vuelta" desde Crimea hasta el ordu del jan Mangú, en Caracorum, vía el ordu del jan Batú, situado en la gran entrada occidental de la estepa eurasiática, en 1253-5 d. de C. 1 2

Rashid-ad-Din, ibid., págs. 58-61. Véase Quatremére, en la biografía de Rashid-ad-Din, pág. Lxxvili, En el momento de escribir estas líneas todavía no se había publicado la obra histórica de Baydawí. 1 2

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a ésto?"; y en tres libros, Herodoto escribió una historia de las dos primeras campañas decisivas de la gran guerra heleno-persa de 480450/449 a. de C.1 Pero Herodoto, lo mismo que Rashid-ad-Din y Polibio, no podía contestar su primera interrogación sin sentirse movido a formularse una pregunta suplementaria que ulteriormente vino a eclipsar la primera, pues la guerra cuya historia se había propuesto escribir era una guerra en la cual los beligerantes representaban no ya tan sólo diferentes potencias políticas, sino también diferentes civilizaciones. La sociedad helénica había chocado con una sociedad siríaca que, por obra de los aqueménidas, había unido los dominios de la sociedad babilónica, de la sociedad egipcíaca y de una sumergida sociedad hitita, con sus propios dominios, en la estructura de un estado universal.1 De manera que, al escribir la historia de la guerra helenopersa, Herodoto se vio llevado a estudiar un encuentro cultural en el que intervenían no menos de cinco civilizaciones diferentes, y en verdad seis, considerando que los nómadas eurasiáticos eran también parte del conflicto; y desde ese escenario contemporáneo fue llevado retrospectivamente en el tiempo a estudiar por separado la historia y el origen de cada uno de los personajes del drama y a investigar encuentros anteriores producidos entre ellos en una concatenación en la que la guerra heleno-persa, que había estallado en 480 a. de C. llegó a parecer el último eslabón de una larga cadena de episodios de ese tipo.2 De suerte que la obra de Herodoto, lo mismo que la de Rashid-adDin, fue creciendo en manos de su autor. La petición que hizo el jan Uljaitú a Rashid-ad-Din, de que escribiera una historia universal, llevó al autor a agregar cinco volúmenes (contando el diccionario geográfico) a los tres de su Tarij-i-Ghetzani. El descubrimiento que hizo Herodoto de una concatenación de encuentros entre Oriente y Occidente, lo llevó a anteponer seis libros a sus tres libros originales sobre la historia de las dos campañas de 480-479 a. de C. de la gran guerra heleno-persa. Al detenerse a considerar la diversidad de costumbres y elhos que había entre las varias civilizaciones cuyos encuentros él estaba consignando, Herodoto estuvo a punto de formular otra cuestión suplementaria que podía haberlo llevado a dar un largo paso hacia el centro del misterio de la naturaleza y del destino humanos.

dría a hacer semejante cosa; después de lo cual Darío llamó a los indios calatios, que comen a sus padres,1- y les preguntó (en presencia de los helenos a quienes se mantenía informados del tema de la conversación mediante un intérprete) por qué precio estarían dispuestos a quemar a sus padres cuando éstos murieran. Los indios lanzaron agudos gritos y le rogaron que no continuara hablando de cosas tan horripilantes, anécdota que ilustra la habitual actitud de los hombres respecto de esta cuestión y que a mi juicio justifica el aforismo poético de Píndaro, de que 'la costumbre es el rey de todo'."

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"Cuando Darío se hallaba en su trono [narra Herodotop convocó a su presencia a los helenos que se encontraban en la corte y les preguntó a qué precio consentirían en comerse a sus padres cuando éstos murieran. Los helenos replicaron que ni siquiera todo el dinero del mundo los indu1 450/449 a. de C., antes que 449/448 a. de C. es la fecha probable de la paz de Callias, según H. T. Wade-Gery, en Harvara Studies in Ciassical Philology, suplemento especial, págs. 149-52 (Cambridge, Mas. 1940, Harvard University Press). 2 Véase I. I. 102-14; II. n. 163-4; IV. IV. 480; V. v. 133-1 y VI. vn. 343. 3 Véase IX. vm. 4 Herodoto: Libro III, cap. 38 (véase este Estudio VI. vm., n. 5). Bien podría impugnarse la anécdota, por considerársela meramente ben tróvala, si su veracidad no estuviera reivindicada por relaciones de primera mano de análogas confronta-

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Turgot La confrontación de culturas agudamente diferentes, en virtud ae la unión política de sus habitúes bajo el régime aqueménida ecuménico cautivó la imaginación no sólo del contemporáneo observador helénico Herodoto, sino también la del funcionario-filósofo occidental moderno Turgot (vivebat 1727-81 d. de C.). "Effet singulier", observa Turgot en su Esquisse d'un Plan de Geógraphie Politique? "de la conquéte de la Lydie par Cyrus qui dévoila l'un a. l'autre comme deux mondes politiques"; y el espectáculo de un fenómeno cultural en el cual Herodoto no había visto otra cosa que uno de esos hechos menudos que podían ofrecerle una narración interesante, abrió el espíritu de Turgot para un nuevo enfoque del estudio de las cuestiones humanas. Este hombre de genio occidental moderno, de tantas facetas, era tan sensible a los indicios que le brindaba su herencia cultural y tan claro en su intuición de las cosas implícitas, que indirectamente logró adivinar la significación histórica de un estado universal; y lo logró con un mínimo de iluminación intelectual, procedente de su propio mUieu social, pues aunque la sociedad occidental del siglo XVIH, en la que Turgot había nacido, se hallaba en contacto con una serie de civilizaciones extranjeras y sociedades primitivas, como resultado de la conquista occidental moderna del océano, la generación de occidentales de Turgot estaba alejada en cuanto al espíritu, así como lo estaba en el tiempo, de toda experiencia directa de la agonía creadora de la cual nace un estado universal. La lección que Turgot encontró en el panorama histórico de Herodoto fue la idea de que la diversidad que podía observarse entre diferentes contingentes de la generación viva de la humanidad podría ofrecer una clave para entender la historia. cienes entre prácticas y creencias irreconciliables, en las cortes del rey de Northumbria, Oswiu (vé,.se II. II. 353), del jan de los já2aros (véase VI. vi. 83, n. i), del guerrero ruso Vladimir (véase ibid.), del jan mongol Mangú (véase la relación de Guillermo de Rubruck, cap. 51) y del emperador mogol timúrida Akbar (véase V. v. 716-17).— A. J.T. 1 En la relación de Guillermo de Rubruck, cap. 28, se atribuye esta práctica a los tibetanos. — A. J. T. 2 Oeuvres de Turgot (París 1844, Guillaumin, i vols.), vol. H, pág. 618.

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"Je vois tous le jour inventer des arts; i je vois dans quelques partes du monde des peuples polis, éclairés, et dans d'autres des peuples errants au sein des foréts. Cette inégalité de progrés dans une durée éternelle aurait dú disparaítre. Le monde n'est done pas éternel; mais je dois conclure en méme temps qu'il est fort ancien. Jusqu'á quel point? Je l'ignore.2 "Si je veux savoir quelque chose de précis, je suis entouré de nuages. . .8 Une ciarte faible commence á percer la nuit étendue sur toutes les nations, et se répand de proche en proche. Les habitants de la Chaldée, plus voisins de la source des premieres traditions, les Egyptiens, les Chinois, paraissent devancer le reste des peuples; d'autres les suivent de loin; les progrés aménent d'autres progrés. L'inégalité des nations augmente: ici les arts commencent a naítre; la ils avancent á grands pas vers la perfection. Plus loin ils s'arrétent dans leur mediocrité; aillcurs les premieres tenébres ne sont point encoré dissipées; et, dans cette inégalité variée á l'infini, l'état actual de l'univers, en présentant á la fois sur la terre toutes les nuances de la barbarie et de la politesse, nous montre en quelque sorte sous un seul coup d'oeil les monurnents, les vestiges, de tous les pas de l'esprit humain, l'image de tous les degrés par lesquels il a passé, l'histoire de tous les ages." 4

que el historiador occidental perdido para la historia trazó los planos de un gran edificio intelectual y al recordar que Turgot tenía sólo veintitrés años de edad cuando escribió estos luminosos fragmentos en 1750 d. de C., un historiador occidental posterior, que se había pasado diez años de su vida de trabajo siendo transitoriamente funcionario, no podía dejar de exclamar "Qualis artifex periit",1 cuando leyó en una biografía del gran funcionario y filósofo del siglo xvm que éste había ingresado en los servicios públicos el 5 de enero de 1752, apenas dieciocho meses después de haber pronunciado en la Sorbona el primero de sus dos discursos que hicieron época y doce meses después de haber pronunciado el segundo.

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Los ensayos y notas de los que citamos los anteriores pasajes atestiguan de la grandeza del estudioso de la historia que, en los umbrales de su carrera intelectual, fue puesto fuera de acción por el gran funcionario civil cuya obra consistió en promover el nacimiento de las ideas de 1789, desde su creadora administración de un decrépito ancien régime. Al releer en 1951 d. de C. los ensayos y notas,5 en los 1 Parece que este pasaje se escribió en 1750 d. de C. o alrededor de ese año, cuando Ja revolución industrial occidental, aunque inminente, no se había producido aún. Otra ilustración de la presciencia de Turgot es su predicción (del n de diciembre de 1750) de una declaración de independencia que iba a realizarse un cuarto de siglo después: "Los colonics sont comme les fruits qui ne tiennent á l'arbre que Jusqu'á leur maturité: devenues suffisantes á elles-mémes, elles firent ce que fit depuis Carthage, ce que fera un jour l'Amerique." Turgot: Second Discours en Sorbone, sur les Progrés Successijs de l'Esprit Humain (ibid., vol. II, pág. 602). — A.J.T. 2 Turgot, A. R. J.: Plan du Premier Discours, sur la Formation des Gouverncments et le Mélange des Nations (ibid., vol. II, pág. 628). 3 Ibid., vol. II, pág. 628. * Turgot, A. R. J.: Second Discours, sur les Progrés de l'Esprit Humain prononcé le ii Décembre, 1750 (ibid., págs. 548-9). En cuanto a darse cuenta de que las condiciones pasadas de las sociedades vivas más adelantadas podían reconstruirse partiendo del estudio de las condiciones actuales de sus contemporáneas más atrasadas, Turgot, desde luego, había sido anticipado por Tucídides, en la introducción a su Historia de la guerra del Peloponeso, Libro I, caps. 5-6. 6 _ Premier Discours en Sorbone, "Sur les Avantages que l'Établissement du Christianisme a Procures su Genre Humain", prononcé le 3 Juillet 1750; Second Discours en Sorbonne, "Sur les Progrés Successifs de l'Esprit Humain", prononcé le n Décembre 1750; "Géographie Politique: Idees Genérales" 1750; "Esquisse d'un Plan de Géographie Politique"; Plan de Deux Discours sur l'Histoire Universelle: "Idees de l'Introduction", 1750; Plan du Premier Discours, "Sur la Formation du Gouvernement et le Mélange des Nations"; Plan du Second Discours, dont l'objet sera

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Ibn Jaldún Ibn Jaldún al-Hadramí, de Túnez (vhebat 1332-1406 d. de C.), 2 se sintió movido por el mismo núlieu social que el seyida Ibn-al-Tiktatá al Hillawí y que el colega de Ibn Jaldún, Rashid-ad-Din alHamadaní, a dar a la pregunta elemental del historiador "¿Cómo de aquello se llegó a ésto?" la misma aplicación especial ."¿Cómo del antes floreciente Dar-al-Islam se llegó a este Dar-al-Islam desamparado?" fue la forma en que la interrogación se presentó al árabe y al persa por igual, en el Magreo 3 y en los dos Iraques,4 después de la disolución de la sociedad siríaca que en su última fase había cobrado cuerpo políticamente en el califato. "Con nuestros oídos, oh Dios, hemos oído (nuestros padres nos lo han contado) 5 la obra que hiciste en sus días, en los antiguos tiempos. Tú con tu mano expulsaste las naciones y los plantaste a ellos; quebrantaste los pueblos, mas a ellos los hiciste arraigar. Porque no por su espada heredaron la tierra, ni los salvó su propio brazo; sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro; porque los amaste. "Ahora, empero, nos has desechado y nos ha cubierto de deshonra, y no sales con nuestros ejércitos. Nos haces volver atrás delante del enemigo; y nos saquean para sí los que nos aborrecen. Nos entregas como ovejas destinadas para ser comidas; y nos esparces entre las naciones. Vendes a tu pueblo de balde, y nada ganas con su precio. Nos haces objeto de vituperios a nuestros vecinos, el escarnio y la burla de los que están en derredor "Les Progrés de l'Esprit Humain"; Autre Plan du Discours "Sur le Progrés et les diverses Epoques de Décadence des Sciences et des Arts", 1750; Pensées et Fragments, qui avaient été jetes sur le papier pour étre employés dans un des trois ouvrages sur l'Histoire Universelle, ou sur les Progrés de la Décadence des Sciences et des Arts (publiraJos en Oeuvrcs de Turgot, ed. cit., vol. u, págs. 586-675). 1 Suetonio: Nerón, cap. XLIX. § i. 2 Véase III. III. 342-9. 3 El África norocddental y Andalucía. * El Irak Arabí, alias Babilonia, o la Tierra de Shinar, y el Irak Ajam!, alias el Jabal o Media. 5 Cotéjese Salmos LXXVIII. 3.

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nuestro. Nos haces una fábula entre las naciones y objetos de ludibrio entre los pueblos." * ¿Cómo la brillante aurora de la primera generación del Islam se desvaneció de esta suerte en las lóbregas tinieblas de un interregno social? Una pregunta que se presentó al espíritu de Ibn-al-Tiktaká por obra del contraste que había entre el presente y el pasado del Irak, fue suscitada en el espíritu de Ibn Jaldún por el mismo contraste que se advertía en el Magreb; y aunque los bárbaros cuyas manos habían convertido un paraíso en un desierto no eran los mismos en las dos mitades de ese mundo devastado, la obra que cumplieron los banu Jilal al oeste del desierto de Libia no era diferente de la obra que cumplieron los mongoles al este del Eufrates, y una tragedia idéntica presentaba los mismos problemas intelectuales. "¿Qué era esa sociedad que había sufrido tal caída?" fue la primera pregunta frente a la cual se vieron tanto Ibn Jaldún como Ibn-al-Tiktaká; y una pregunta que el historiador seyida iraqués había contestado escribiendo Al-Fajrí, fue respondida por Ibn Jaldún en Historia de los bereberes. Lo mismo que los contemporáneos persas Alá-ad-Din al-Juwayní y Rashid-ad-Din al-Hamadaní, del iraqués Ibn-al-Tiktaká, el magrebí Ibn Jaldún expuso la historia de la comunidad islámica dentro de un marco más amplio; y también él comprobó que ni siquiera el marco regional más amplio podía ofrecerle un campo inteligible de estudio. Lo mismo que Rashid-ad-Din, Ibn Jaldún se vio de esta manera obligado, al responder una pregunta, a formularse otra: "¿Qué es esta oikoumené cuyas provincias —el mundo islámico o el Irán o Berbería— descubrieron la afinidad que tenían entre sí a través de la común experiencia de una calamidad suprema?" Lo mismo que la historia regional del Irán de Rashid ad-Din, la historia regional de Ibn Jaldún fue incorporada por su autor en una Historia Universal? sólo que este paso en el cual Rashid-ad-Din alcanzó su punto máximo de altura intelectual, movió a Ibn Jaldún a elevarse a una esfera intelectual superior, al formularse esta otra pregunta: "¿Cómo se explica que los imperios sufran la decadencia y caída ejemplificadas en la historia de la comunidad islámica?"; y el historiador respondió a esta pregunta en sus Prolegómenos (Muqaddamat).3 En su pasaje anterior de este Estudio 4 hicimos un intento de analizar esta respuesta, que no necesitamos recapitular ahora. Aquí sólo corresponde recordar que Ibn Jaldún se propuso explicar la decadencia y caída de los imperios desde el junto de vista sociológico, y que descubrió, empero, que esa expli-

cación presuntamente estricta y científica, no tenía validez para todos los fenómenos. Si bien Ibn Jaldún, como Rashid-ad-Din, tuvo una intuición de la historia universal, el verdadero alcance de la visión histórica del magrebí no era tan amplio. Se limitaba virtualmente a la historia del surgimiento y caída de la comunidad islámica del propio Ibn Jaldún; y la estrechez de ese campo hizo que el historiador magrebí diera en dos erróneas creencias. En efecto. Ibn Jaldún creía que el esprit de corps '(asabiyah) que constituía notoriamente el cemento psicológico de todas las comunidades políticas, era un carácter exclusivo de los pueblos nómadas en su prístina morada, y que, en virtud de poseer este haber psicológico, políticamente indispensable, los nómadas habían gozado también de la exclusividad de construir imperios. Como reconocía correctamente la verdad histórica de que el esprit de corps de los ci-devant nómadas se convierte en un elemento negativo una vez sus poseedores se transforman en parásitos pastores de hombres en lugar de seguir siendo providenciales pastores de ovejas, que tal es su verdadera vocación, el primer intento que hizo Ibn Jaldún para explicar la decadencia y caída de los imperios fue considerar éstas como las consecuencias necesarias de la inevitable desmoralización de los ci-devant conquistadores nómadas, en virtud del intercambio social con sus subditos sedentarios. Como no conocía otros pueblos sedentarios que las poblaciones que pagaban impuestos, de los imperios romano y sasánida, que tomaron los conquistadores árabes musulmanes primitivos como la parte más valiosa de su botín de guerra, Ibn Jaldún cayó en la otra errónea creencia de que, ex oficio, todos los pueblos sedentarios debían estar desprovistos de esprit de corps; y partiendo de esta equívoca combinación de tres premisas falsas y una verdadera, llegó a la conclusión lógica de que todos los imperios deben decaer y caer dentro del número de generaciones que tarden los constructores imperiales —quienes ex hypothesi eran ci-devant nómadas— en perder su atávica virtud, políticamente creadora, al adquirir los atávicos vicios, políticamente destructores, de sus subditos sedentarios. Esta explicación sencilla de la decadencia y caída de los imperios se veía confirmada por todos los hechos históricos que estaban al alcance de Ibn Jaldún y ella podía servir igualmente para explicar la transitoriedad de la obra de otros ci-devant fundadores imperiales nómadas, cuyas historias estaban más allá del horizonte de Ibn Jaldún. Pero, en nuestra lista de pueblos fundadores de imperios de nuestro cuadro de estados universales, contenido en este Estudio,1 sólo cinco son en verdad de origen nómada.2 Podemos inferir que, si Ibn Jaldún hubiera

Salmos XLIV 1-4 y 10-5 (como aparece en El Libro de la- Oración Común). Véase III. m. 344, n. 3. 3 Ibid., 322. De Slane, en su traducción del Muqaddamat (Les Prolégomenes d'lbn Khaldoun), traduits en ¿raneáis et commentés (París 1863-8, Imprimerie Impériale, 3 vols.), vol. i, págs. XCV-CV, da el contenido de toda la obra de Ibn Jaldún. * En III. ni. 495-501: "La relatividad del pensamiento histórico de Ibn Jaldún."

En el vol. vr., pág. 336, y en el vol. vin. frente a la pág. 324. Estos cinco pueblos ci-devant nómadas fundadores de imperios son: los restauradores amorreos del imperio de Sumeria y Acadia, los fundadores caldeos del imperio neobabilónico, los reconstructores árabes de un estado universal siríaco, los fundadores mongoles de un estado universal para el cuerpo principal de la sociedad del Lejano Oriente, y los fundadores osmanlíes de un estado universal para

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dominado el horizonte más amplio que estaba dentro del campo de visión de cualquier historiador occidental del siglo xx, habría reconocido que su hipótesis sociológica sólo servía para explicar una parte de los fenómenos; y aun en un horizonte limitado a los confines del Magreb había en verdad una prueba decisiva que se oponía a la explicación sociológica de las decadencias y caídas que daba Ibn Jaldún. Ibn Jaldún sabía que el estado derrelicto del Magreb de sus días, que fuera un punto de partida intelectual del historiador magrebí, era la consecuencia de los desmanes cometidos por dos tribus nómadas árabes, los banu Hilal y los banu Sulaym, que los gobernantes fatimitas de Egipto y Siria habían desencadenado contra un Magreb rebelde en 1051 d. de C.;1 pero, si el historiador tenía razón en sostener que el surgimiento y la caída de los imperios eran sencillamente obra de la fuerza y debilidad del esprit de corps de los fundadores imperiales nómadas, luego, ex hypothesl, los banu Silal y los banu Sullaym deberían haber llevado al Magreb, no el desastre que evidentemente habían producido, sino la prosperidad que había seguido a la invasión de los conquistadores musulmanes árabes primitivos del Magreb, unos cuatrocientos años antes de la época que los banu Hilal realizaran su devastadora incursión hacia el oeste tras aquella fertilizante ola anterior de la conquista. Las dos huestes invasoras eran árabes, las dos eran nómadas, y por lo tanto las dos estaban dotadas de la soberana virtud social del esprit de corps. ¿Por qué pues los efectos sociales de esas dos invasiones de nómadas árabes fueron, no idénticos, sino antitéticos? El hecho de que la teoría sociológica de Ibn Jaldún no pudiera explicar los hechos históricos del África Noroccidental condujo al autor a la conclusión 2 de que el esprit de corps nómada que (como él lo advirtiera) era una condición sine qua non de la empresa social de construir un imperio, no bastaba en sí mismo para asegurar el éxito. ¿Por qué la invasión nómada árabe' del siglo xi había producido estragos en un Magreb en el que la invasión nómada árabe del siglo vil había sido una bendición? La explicación debía estar en el hecho de que a la segunda ola de invasores nómadas árabes le faltaba alguna cualidad esencial diferente del común esprit de corps que la primera ola había poseído; y los títulos de capítulos de los Prolegómenos 3 de Ibn Jaldún registran el movimiento de las ideas del autor sobre este punto. "Es imposible", comienza esta cadena de pensamientos, "deterel cuerpo principal de la cristiandad ortodoxa. Los timúridas, que fundaron un estado universal para el mundo hindú, nú eran de origen nómada, a pesar de haber tomado el nombre de "mogoles". Descendían de un campeón de la población sedentaria de la Transoxania que había sido el jefe de sus compaíriotas en una guerra librada para liberarse de un yugo nómada (véase II. II. 156-62). Los reconstructores manchúes del estado universal del Lejano Oriente eran no nómadas sino habitantes sedentarios de las tierras altas que antes de entregarse a la agricultura vivían de la caza en las selvas y no de la cría de ganado en la estepa. 1 Véase III. III. 344. 2 Ibid., 496-7. 3 Libro I, § 2, ad jinem y § 3 ad inititim.

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minar un dominio o fundar una dinastía sin poseer el apoyo de un pueblo animado por un esprit de corps" y "una empresa que aspire a asegurar el triunfo del principio religioso sólo puede obtener éxito si encuentra una parte fuerte que la apoye". El esprit de corps es en verdad indispensable; pero al mismo tiempo —y éste es el nuevo punto decisivo— el esprit de corps no basta en sí mismo. "En general los árabes no son capaces de fundar un imperio a menos que hayan recibido un impulso religioso de cierta intensidad por obra de algún profeta o santo"; "la doctrina religiosa de un profeta o un predicador de la verdad es la única base sobre la que puede fundarse un grande y poderoso imperio"; y "una dinastía que comienza su vida colocándose sobre una base religiosa duplicará, por ende, la efectividad del esprit de corps, que es el medio de su establecimiento". Como se ve, el hecho de que una hipótesis sociológica secular del surgimiento y caída de los imperios no consiguiera explicar el curso de la historia del Magreb, condujo a Ibn Jaldún a introducir un nuevo actor en el escenario de la historia y, al hacerlo, a dar a la historia misma una nueva dimensión. Ibn Jaldún llega a la conclusión de que las cuestiones humanas no constituyen un campo inteligible de estudio, mientras el investigador las estudie aisladas de la acción del Creador del hombre. Y esto equivale a decir que la olkoumené del hombre sólo se hace inteligible cuando se reconoce que es un fragmento del universo de Dios. San Agustín En verdad, Ibn Jaldún viene a afirmar que el hombre es en esta tierra un habitante de dos mundos y un ciudadano de dos repúblicas simultáneamente. El hombre es un ciudadano de una república mundanal, en virtud de un esprit de corps humano, y al propio tiempo es un ciudadano de una república supramundanal, gracias a las revelaciones divinas. Esta última respuesta a una serie de preguntas suscitadas por el trágico espectáculo de la caída de una civilización, ya había sido dada, mil añ5s antes de Ibn Jaldún, por otro hombre de genio magrebí que era de origen beréber y no hadramí, y cuya lingua •franca semítica no era el árabe, sino el cananeo.1 Es virtualmente seguro que Ibn Jaldún nunca leyó De chítate Del de San Agustín y acaso sea hasta improbable que haya oído hablar de tal obra, y nosotros, por nuestra parte, podemos asimismo conjeturar que San Agustín, cuando propuso su trascendental tesis de la ciudadanía doble del hombre, difícilmente tuviera conciencia de que estaba aplicando, en una situación nueva y más amplia, un concepto que, desde el siglo iv a. de C. hasta el siglo u de la era cristiana, fuera la piedra fundamental constitucional de la república mundanal construida por los romanos.2 La indagación que San Agustín llevó a una altura trascendental 1 Véase 2

III. m. 156, n. 6. Véase IV. iv. 330-6.

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comenzó en su espíritu por la experiencia de desastre terrenal, que también movió a Ion Jaldún, Rashid-ad-Din Juwayní e Ibn-al-Tiktaká, a formularse sus preguntas creadoras. Estos cuatro historiadores musulmanes se vieron inspirados por la portentosa caída de una comunidad islámica, y tres de los cuatro sufrieron personalmente el golpe que conmovió a Dar-al-Islam de confín a confín, cuando Bagdad fue saqueada y condenado a muerte el califa Mostasem, por el conquistador bárbaro mongol Hulagú, en 1258 d. de C. En su época San Agustín vivió para sufrir el golpe comparable, que recibieron todos los ciudadanos entonces vivos del imperio romano por el saqueo de Roma que llevó a cabo Alarico en 410 d. de C.; l y esta tremenda experiencia común había precipitado una controversia entre la facción pagana y la facción cristiana en que se hallaba dividido el cuerpo social helénico en esa última fase de la historia helénica. Los paganos, que habían quedado derrotados en su prolongada lucha con sus adversarios cristianos, aunque sin haberse convertido aún voluntariamente o haber sido glekhgeschaltet por la fuerza, habían visto y aprovechado la oportunidad que se les presentaba de sacar partido de una calamidad común y usarla en una contienda interna. Habían insinuado que la causa de la caída de Roma de 410 d. de C. era la anterior supresión de los ritos de la religión oficial pagana tradicional de la comunidad romana, supresión debida a la intolerancia de los emperadores romanos cristianos Graciano (imperabat 367-83 d. de C.) y Teodosio I (imperabat 378-95 d. de C.). 2 ¿No cabía esperar que las deidades tutelares de Roma dejaran de prestar su habitual protección a la comunidad romana, cuando sus antiguos proteges habían cesado de rendirles el culto habitual que se les debía? Esta tendenciosa explicación romanopagana de la caída de Roma de 410 d. de C. fue la incitación que movió a San Agustín —como él lo consignó en un pasaje de sus Retractationes—3 a escribir su otra respuesta a la pregunta: "¿Cuál es la causa de esta demoledora calamidad pública que ha sobrecogido a nuestro mundo en nuestro tiempo?"

formulados por sus adversarios; y, al llevar a cabo este propósito, San Agustín escribió el tratado que comprende los primeros cinco de los veintidós libros que ulteriormente hubo de alcanzar De civhate Dei.

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"Cuando sufrimos el golpe de la desastrosa caída de Roma al irrumpir los godos, guiados por su rey Alarico, los adoradores 'paganos' de los dioses, que son tan falsos como numerosos, intentaron culpar de este desastre a la religión cristiana y aprovecharon esta oportunidad para introducir, en un grado sin precedentes, amargura y causticidad en sus blasfemias contra el único Dios verdadero. Esto encendió en mí tal celo por la casa del Señor contra las blasfemias que eran al propio tiempo falsedades, que comencé a escribir un tratado Sobre la ciudad de Dios." Como lo establece aquí San Agustín, su propósito inicial fue el de refutar a los paganos en una controversia cuyos términos habían sido 1 2 3

Véase V. v. 233, con n. 3. Véase IV. iv. 238-9 y V. vi. 98. Retracttttiones, Libro II, cap. 69.

"Los primeros cinco libros están dedicados a refutar la tesis de que la práctica del politeísmo tradicional de los paganos es una condición sitie qua. non del bienestar humano y de que la prohibición de tal culto explica el mar de tribulaciones que nos ha sobrecogido."l Este tratado, que fue el núcleo de cristalización original del posterior magnum opus de San Agustín, exhibe la habilidad polémica que cabía esperar de un vigoroso intelecto ejercitado por el tradicional adiestramiento en la retórica helénica, cuando por fin pudo encontrar un tema que atraía el corazón del sofista además de atraer su cabeza. El autor estableció ciertos puntos decisivos que sus adversarios paganos tendrían dificultades en refutar .¿Vivirían todavía esos romanos paganos que insinuaban que el cristianismo era la causa de la caída de Roma, para hacer tal insuinuación si durante el saqueo de la ciudad no se hubieran apresurado a acogerse a sagrado en lugares cristianos de culto? ¿Y cómo fue que pudieron encontrar asilo allí? Ello ocurrió porque los conquistadores bárbaros, habiéndose convertido ellos mismos al cristianismo, se abstuvieron voluntariamente de despojar o de esclavizar a la población conquistada que había buscado refugio en los templos cristianos. Y es más aún, algunos de los bárbaros hasta se habían privado de su legítimo botín al conducir personalmente hasta esos lugares de seguridad, voluntariamente concedidos, a las víctimas potenciales que habían encontrado en las calles.2 ¿Es que otros conquistadores anteriores, bárbaros o romanos, habían mostrado alguna vez en el pasado semejante tolerancia y misericordia?3 O (para establecer el mismo hecho en otros términos), ¿es que alguna vez algún templo helénico pagano aseguró a refugiados el asilo efectivo que habían ofrecido los lugares cristianos de Roma en 410 d. de C.? 4 ¿Por qué los romanos se habían imaginado que Roma sería salvada por divinidades que se habían visto obligadas a emigrar a Roma cuando no consiguieron salvar a Troya? 5 Y ¿por qué, si el paganismo era el talismán del éxito político y militar, el guerrero godo, devotamente pagano, Radagaiso había perdido, al marchar sobre Roma, tanto sus huestes como su vida, en tanto que el guerrero godo cristiano Alarico había obtenido el sensacional triunfo de tomar la ciudad imperial? ¿No está acaso manifiesta la mano del único Dios verdadero en esta significativa diferencia que hay entre las respectivas suertes de un asaltante bár1 2 3 4 B

Retrattationes, ibid. De chítate Dei, Libro I, caps. I, caps, i y 7, citado en V. v. 234. Op. cit., Libro I, caps. 2, 5 y 6. Op. cit., Libro I, cap. 4. Op. cit., Libro I, cap. 5.

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baro pagano, que se había mostrado cruel para con paganos y cristianos por igual, y un asaltante bárbaro cristiano que se había mostrado misericordioso para con refugiados paganos y cristianos en santuarios cristianos? í Este núcleo inicial de De chítate Del es una obra maestra de literatura polémica; pero su virtuosismo forense podía haber dejado fríos los corazones de la posteridad, una vez que la artificial tradición literaria de un paganismo helénico ya moribundo se hubiera extinguido, si el autor hubiera permitido que los otros numerosos e imperativos llamados que se hicieron a su tiempo y energía,2 le hubieran hecho no sólo interrumpir su obra sino le hubieran impedido terminarla. Afortunadamente San Agustín no pudo responder a la pregunta polémica formulada en la disputa sobre la causa de la caída de Roma, sin verse llevado a formularse otras preguntas. En primer lugar, su integridad intelectual le impedía replicar a la escuela de pensamiento helénico pagano, que había acusado a la iglesia cristiana, sin tratar también una doctrina pagana diferente que era incompatible con la creencia en la eficacia de la protección de las divinades paganas, aunque era igualmente incompatible con la teología cristiana. Y, al lanzarse contra este segundo batallón de adversarios paganos, San Agustín se vio llevado a escribir otra serie de cinco libros para completar su primer ensayo.

Agustín, al llegar al final de su libro X habría dado una respuesta completa y substancialmente cristiana a la pregunta: "¿Qué era este estilo de vida helénico que sufrió tan tremendo desastre en nuestros días?" Evidentemente era ésta una pregunta mucho más amplia e importante que la planteada en el debate polémico que originalmente moviera al combativo apologista númida a tomar su poderosa pluma en favor del cristianismo; pero la segunda pregunta de San Agustín estaba preñada por una tercera y esta última interrogación —que constituye el tema de los últimos doce de los veintidós libros que llegaron a constituir de De chítate Dei—. es el tema que dio a la gran obra de San Agustín no sólo el título, sino su inmortalidad. Después de preguntarse qué era esta república mundanal que ha caído, San Agustín se elevó a la consiguiente pregunta implícita: "¿Cuál es la otra república que continúa en pié ahora que la república mundanal ha mordido el polvo?" Y de esta suerte "el obstinado preguntar" * del historiador teórico cristiano le abrió ante sí al terminar su larga búsqueda, la visión de una gloriosa ciudad de Dios, que vive en dos dimensiones espirituales simultáneamente. En el torrente del tiempo vive por la fe, mientras se expone al guantelete de lo no divino, en su peregrinación terrenal; y en la estabilidad de su patria eterna que aguarda ahora con paciencia 2 hasta que el juicio vuelva a la justicia,3 ya está participando de la propia paz y felicidad de Dios.4 No necesitamos exponer aquí con mayor detalle la concepción agustiniana de las relaciones entre la ciudad mundanal y la ciudad supramundanal, pues ya nos hemos referido a ella en otro lugar 5 y además ningún sumario hecho por mano ajena puede dispensar al lector de ir a beber directamente en la fuente. Aquí sólo debemos hacer notar que, al pasar a la segunda parte de De chítate Dei, desde la segunda instancia de la primera parte, San Agustín se ve llevado, por el impulso 3ue tiene el espíritu humano a investigar las relaciones entre los hechos e la historia, a seguir los dictados del corazón humano, que pretende encontrar una significación detrás de ellos.

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"Los cinco libros que siguen [es decir, los libros VI-X, inclusive] combaten la tesis en la cual la práctica del politeísmo se defiende igualmente, a pesar de que esa otra tesis pagana concede que tribulaciones tales como las que hemos experimentado nunca dejaron ni nunca dejarán de acosar a la humanidad, y que las diferencias de grado de esas tribulaciones han de atribuirse a las diferencias de lugares, tiempos y personas. La doctrina que combato en esta parte de mi obra es la de que el politeísmo que se expresa en los ritos de sacrificio tiene su utilidad para una vida posterior a la muerte, aunque no para nuestra vida en este mundo." 3 En esta segunda instancia de De chítate Dei, San Agustín trascendió pues los límites de la pregunta inicial que habían formulado por él sus adversarios paganos. Después de preguntarse "¿Es porque Roma dejó de ser pagana que dio en el desastre?" continuó preguntándose: "¿Puede un paganismo que no consiguió demostrar su utilidad mundanal, probar que tiene una utilidad mayor en la otra vida?" Y si San Agustín se hubiera detenido aquí, después de haber dado su respuesta a esta segunda pregunta, su obra podría recordarse como una interesante crítica a dos variedades de la experiencia religiosa helénica pagana. En verdad, considerando que estas dos variedades abarcan virtualmente entre las dos toda la gama del paganismo helénico, San San Agustín, op. cit., Libro V, cap. 23, citado en V. v. 234-5. Véase Retrae/aliones, ibid. s. Retraclationes, ibid. 1 2

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Un< historiador occidental del siglo XX Las historias; intelectuales de no menos de once de los trece historiadores a que acabamos de pasar revista 6 indican que los acontecimientos públicos violentos suelen ser fecundos en inspiraciones intelectuales para los historiadores. De acuerdo con esto, la generación en que había nacido el autor de este Estudio en el mundo occidental Wordsworth: O de on Intimations of Immortalhy. Romanos VIII. 25. 3 Salmos XCIV. 15 (Según El Libro de la Oración Común'). * San Agustín: De Civitate Dei, Libro I, Prefacio. 6 En V. vi. 373-8. 6 Esos once historiadores son Clarendon, Procopio, Josefo, Tucídides, Rhodes, Polibio, Ibn-al-Tiktaká, Alá-ad-Din Juwayní, Rashid-ad-Din Hamadaní, Herodoto y San Agustín. 1

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postmoderno no podía alegar que su propio mttieu social no fuera propicio para el pensamiento histórico; y el propio autor podía atestiguar (si le era lícito aventurarse una vez más a apoyarse en la única experiencia directa de que disponía) que, en el momento en que se encontraba en sus sesenta y cuatro años de edad, los interrogantes planteados por hechos catastróficos que a él le había tocado vivir como testigo, le habían ofrecido los temas de por lo menos nueve obras históricas de diferentes alcances. Un historiador nacido en 1889 d. de C, que aún vivía en 1952 d. de C., ya había oído una larga serie de cambios en el repiqueteo de la pregunta elemental del historiador: "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" ¿Cómo —primero y ante todo— ocurrió que ese historiador viviera para ver rudamente frustradas las, en apariencia razonables, expectaciones de la generación inmediatamente anterior? En los círculos liberales de la clase media y de los países occidentales democráticos, en una generación que había nacido alrededor del año 1860 d. de C., parecía evidente, al terminar el siglo xix, que la civilización occidental, triunfantemente en marcha, había llevado el progreso humano hasta un punto en el cual podía contarse con que era posible encontrar el paraíso terrenal a la vuelta de la esquina. Esta esperanza occidental liberal de fin de stécle era una versión secularizada de la promesa que Cristo hiciera en los Evangelios: "En verdad os digo: que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte, hasta que haya visto el reino de Dios venir con poder." 1 ¿Cómo se explicaba que aquella infortunada generación hubiera vivido para ver en cambio no la segunda venida del Hijo del Hombre sino el advenimiento del Anticristo? ¿Qué había ocurrido con la paz mundial y perpetua que se auguraba confiadamente en 1851 d. de C. al inaugurarse una Gran Exposición de Londres y que aparentemente se había logrado veinte años después, al terminar la guerra franco-prusiana de 1870-1 d. de C.? ¿Cómo pudo turbarse esa paz en 1914 d. de C. y en 1939 d. de C., con las explosiones sucesivas de dos guerras mundiales libradas en el término de una vida? ¿Cómo llegó a ver el siglo Xx de la era cristiana arrojadas al viento las "leyes de la guerra civilizada" del siglo xvm? ¿Cómo prevaleció la naturaleza humana sobre sí misma para perpetrar las atrocidades que cometieron manos turcas contra los armenios y manos alemanas contra los belgas, los judíos, los polacos y todas sus otras víctimas? Semejante perversidad, si no era incompatible con la naturaleza humana era por lo menos inconciliable con la herencia moral que la civilización occidental recibió del cristianismo; y, si las atrocidades turcas podían explicarse como anacrónicos arrebatos de un residuo de salvajismo en el corazón de prosélitos recientes del estilo occidental de vida, ¿cómo iba a explicar un historiador occidental la apostasía de los alemanes que eran hijos nativos del hogar occidental? ¿Cómo, por obra de este cenegal de guerras y crímenes, llegó a mo-

dificarse el mapa político de la oikoumené hasta el punto de que ya no era posible reconocerlo? ¿Cómo llegaron a ser reemplazados el imperio otomano, la monarquía danubiana de los Habsburgo y el raj británico de la India, por una serie de estados sucesores? ¿Cómo ocurrió que el número de las grandes potencias del mundo occidental quedara reducido, en un período de treinta y dos años, de ocho —que era el número de grandes potencias al estallar la primera guerra mundial de 1914 d. de C.— a dos, que era el número de las grandes potencias al terminar la segunda guerra mundial en 1945 d. de C.? ¿Cómo era posible que estos dos sobrevivientes, la Unión Soviética y los Estados Unidos, estuvieran situados fuera de la Europa occidental? ¿Cómo ocurrió que esta península europea occidental de Asia, que dominara toda la oikoumené en los doscientos treinta y un años que terminan en 1914 d. de C., llegara a empequeñecerse en 1945 d. de C. y a verse rodeada por un anillo exterior de países nuevos, llamados a la vida por la empresa europea occidental? ¿Cómo llegó a quedar anulada la distancia, a los efectos humanos, por la invención del arte de volar? Y, ¿cómo la conquista del aire que había hecho la humanidad vino a ponerse al servicio de otra arma atómica posteriormente inventada, que amenazaba con aniquilar la civilización occidental y acaso la vida misma en este planeta? Había aquí temas contemporáneos suficientes para ocupar el tiempo, la energía y el genio de aquellos once grandes historiadores de nuestro catálogo, quienes, en otros tiempos y lugares, habían tenido que mostrar su temple al responder a la incitación de preguntas que les presentaba asimismo la historia de su propia época; y el autor de este Estudio se daba cuenta de que, si no hubiera recibido una educación clásica helena, bien pudiera haberse visto tentado a gastar sus caudales de munición intelectual en un ataque sobre uno u otro de los blancos históricos que había ofrecido a él y a sus contemporáneos el milieu social de sus días. La frustración de las esperanzas mesiánicas secularizadas de sus mayores podía haber movido a un historiador occidental del siglo XX a> estudiar la historia de la búsqueda de un paraíso terrenal, empresa a la que se había lanzado la sociedad occidental alrededor de fines del siglo xvn de la era cristiana en su repudio de las guerras de religión occidentales modernas tempranas. La ruptura de la paz de cuarenta y tres años (duraverat 1871-1914 d. de C.) que terminó con el empequeñecimiento de la Europa occidental y la polarización del poder político y militar del mundo alrededor de dos centros no europeos, podría haberlo movido a estudiar la historia del equilibrio de fuerzas del Occidente moderno. Las atrocidades que cometieron los turcos contra víctimas armenias en 1915-16 d. de C. podrían haberlo movido a estudiar la historia de los efectos que el impacto de la técnica, instituciones, ideas e ideales occidentales •—particularmente el exótico ideal occidental de los estados parroquiales nacionalmente homogéneos— produjera en las sociedades islámica, cristiana ortodoxa oriental y cristiana monofisita, geográficamente

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Marcos IX. i.; cotéjese Mateo XVI.

28 y Lucas IX. 27.

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entremezcladas. La apostasía alemana del credo secularizado de la civilización occidental podría haberlo movido a estudiar las peculiaridades del desarrollo ético del sector alemán de la sociedad occidental desde la guerra de los Treinta Años, y asimismo la debilidad en el desarrollo ético de una sociedad occidental moderna tardía que había adquirido la tolerancia religiosa al precio de separar la ética cristiana de sus raíces históricas, que estaban en el terreno de las creencias cristianas. El desmembramiento de los imperios otomano y Habsburgo y del raj británico podría haberlo movido a dedicar la obra de su vida al análisis de la anatomía política de una u otra de estas tres entidades. El hecho de que las "pugnas moderadas y no decisivas" de la época de Gibbon 1 se hubieran convertido en guerras de aniquilación por la conquista del aire y la disociación del átomo, podría haberlo movido a estudiar la historia de las consecuencias humanas de los triunfos técnicos de una ciencia occidental moderna tardía. Gracias a su buena suerte profesional de haber nacido en un tiempo de angustias, que, por definición era la edad de oro del historiador, el autor de este Estudio se sintió en verdad movido a interesarse por cada una de estas cuestiones históricas que los acontecimientos imponían a su atención; pero su buena suerte profesional no terminaba allí, pues en cuanto a educación había sido tan afortunado como Turgot. Lo mismo que éste, había nacido en una civilización que no surgió directamente del nivel primitivo, sino que era filial de una predecesora de su propia especie; y en la Inglaterra de 1896-1911 d. de C, como en la Francia de mediados del siglo xvm, la clase media occidental no sólo reconocía su herencia cultural helénica, sino que asignaba a esa herencia espiritual tan alto valor que hizo de los clásicos griegos y latinos el objeto de estudio general de la educación superior. Aunque había nacido ciento sesenta y dos años después del gran funcionario-historiador francés, el autor de este Estudio, que también había nacido en un país occidental intelectualmente más conservador, hubo de nacer justo a tiempo para recibir en Inglaterra una educación helénica aún no diluida. En el verano de 1911 d. de C., después de haber estudiado latín durante casi quince años y griego durante más de doce, las lenguas, literatura, historia y etbos de la civilización helénica habían llegado a serle (y así iban a seguir siéndole) más familiares y más afines a él que cualquiera de los tesoros culturales que su propia sociedad posthelénica nativa pudiera ofrecerle; y esta educación tradicional tenía el beneficioso efecto de inmunizar a quienes la recibían contra la enfermedad del culto del yo colectivo en la insidiosa forma del chauvinismo cultural. Ningún occidental que hubiera recibido una educación helénica podía caer fácilmente en el error de ver en la sociedad occidental el mejor de todos los mundos posibles ni, a fortiori, en el error más grosero de identificar la civilización cristiana occiden-

tal postmoderna con la "Civilización" sans phrase; * y ningún historiador occidental que hubiera recibido una educación helénica podría considerar las cuestiones históricas que su mitiett social occidental contemporáneo le estaba planteando sin referencia a los oráculos de una Hélade en la que él había encontrado su patria espiritual. Para ilustrar esta consecuencia intelectual de una educación clásica occidental moderna temprana con ejemplos pertinentes, el autor podía atestiguar que no le era posible observar el desengaño de las expectaciones de sus mayores, de espíritu liberal, sin recordar el desengaño de Platón respecto de la democracia ática de Pericles. No pudo vivir la experiencia del estallido de la guerra de 1914 d. de C., sin comprender que el estallido de la guerra de 431 a. de C., había representado para l'ucídides la misma experiencia. Al comprobar cómo su propia experiencia le revelaba por primera vez el sentido interior de las palabras y frases de Tucídides, que antes habían significado muy poco o nada para él, comprendió que un libro escrito en un mundo distinto más de dos mil trescientos años atrás, podría ser un depositario de experiencias que, en el inundo del lector, sólo comenzaban de sobrecoger a la propia generación del lector. Había un sentido en el cual las dos fechas, 1914 d. de C. y 431 a. de C. eran filosóficamente contemporáneas entre sí; 2 y esta verdad filosófica era evidentemente más significativa que el hecho aritmético de que las dos fechas estuvieran separadas por dos mil trescientos cuarenta y cinco años en un cuadro cronológico. Además, cuando el historiador occidental que recibiera una educación helénica continuó viviendo para ver cómo estallaba la guerra en 1939 d. de C., no pudo vivir esta repetición, menos sorprendente pero más terrible3 de la experiencia de 1914 d. de C., sin recordar que la gran guerra de Atenas y el Peloponeso de los días de Tucídides había asumido también la forma de una tragedia en dos actos, separados por un intervalo de ilusoria paz, y que la gran guerra romano-púnica de 264-201 d. de C. y la gran guerra romano-persa de 572-628 d. de C., fueron guerras dobles según el modelo de la descrita por Tucídides.3 En la crisis de la primera guerra mundial, en la primavera de 1918 d. de C., cuando la suerte de su país se hallaba en la balanza, los versos que acudieron a su espíritu no eran versos ingleses; eran los versos en los que Lucrecio expresó la indeleble impresión que hiciera en los espíritus romanos la terribles lucha de Roma con Aníbal:

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ad confligendum venientibus undique Poenis omnia cum belli trepido concussa tumultu hórrida contremuere sub altis aetheris oris.-* En I. i. 175-98 se examinó la errada concepción de "la unidad de la civilización". El I. i. 199-201 se discutió la contemporaneidad filosófica de todas las sociedades conocidas de la especie de las civilizaciones. 3 Véase XI. xi. roo. * Lucrecio: De rerum Natura, Libro III, versos 833-5. 1

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1 Gibbon, E.: The History of ths Decline and Fall of the Román Empire. "Observaciones generales sobre la caída del imperio romano en Occidente", en el cap. XXXVIII, ad jinem.

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Cuando sintió el golpe y el desconcierto que toda alma occidental no alemana tenía que sentir por fuerza ante la portentosa apostasía de los alemanes respecto de la común civilización occidental, recordó la apostasía de los asirios de Teglatfalasar III respecto de la civilización que Asiría había compartido antes con los babilonios, elamitas y urartios, una catástrofe moral cuyas consecuencias sociales ofrecieron a los helenos la oportunidad de luchar contra los iranios por obtener la hegemonía sobre los devastados mundos babilónico, siríaco y egipcíaco. Cuando el autor estudió los tremendos conflictos comunales de la Turquía, Palestina, India, Sudáfrica y los Estados Unidos contemporáneos, no pudo dejar de recordar episodios tan crueles en la historia del mundo helénico postalejandrino como la matanza de ciudadanos romanos y de personas protegidas de los romanos que llevó a cabo Mitridates en el Asia Menor en 88 a. de C. y el exterminio de minorías locales helenas y judías, cumplido por mayorías locales de judíos y helenos, a través de toda Siria, al estallar la gran guerra romano-judía de 66 d. de C. El naufragio del imperio otomano y de la monarquía danubiana de los Habsburgo, ocurrido en la primera guerra mundial, le recordaba la catástrofe de Macedonia, la monarquía seléucida y otros peritura regna x que habían topado con Roma. La reducción del número de grandes potencias contemporáneas del mundo occidental de ocho a dos, en el término de los treinta y dos años que van de 1914 a 1945 d. de C., le recordaba la reducción del número de las grandes potencias del mundo helénico postalejandrino, que había pasado de cinco a uno, en el término de cincuenta y dos años y cuarto (219-168 a. de C.).2 En empequeñecimiento de la Europa occidental, producido en la edad postmoderna de la historia occidental, por obra de un círculo de potencias gigantes que se habían desarrollado alrededor de ella en los bordes de un mundo occidental en expansión le recordaba el empequeñecimiento de la Hélade prealejandrina producido en la edad postalejandrina de la historia helénica por obra de los estados sucesores macedónicos del imperio aqueménida, de la talasocracia cartaginesa en el Mediterráneo occidental y de la república romana en Italia, potencias que tuvieron sus campos de batalla en Jonia, El Egeo, la Grecia europea continental y Sicilia.3 Como se ve, en el milieu social del autor había dos factores —ninguno de ellos personal, sino los dos propiedades de la roca de que él había sido cortado— que tuvieron una influencia decisiva en su enfoque del estudio de la historia. El primero de esos factores era la historia actual de su propio mundo occidental y el segundo era la educación helénica que constituía el precioso legado del renacimiento occidental de la vida y las letras helénicas en el siglo xv. Al influir continuamente juntos, esos dos factores contribuyeron a hacer que la visión de la historia que cobró el autor de este Estudio fuera binocular. Cuando algún

acontecimiento catastrófico actual le planteó la pregunta elemental del historiador: "¿Cómo de aquello se llegó a esto?", la forma que la Cuestión solía asumir en su espíritu no era "¿Cómo de aquel estado de cosas se llegó a éste en la historia de un mundo occidental no helénico eti el cual yo soy un extranjero y un transeúnte?" i Tan rara era la vez 9[tie un acontecimiento contemporáneo dejaba de suscitar en él un rectuerdo de algún acontecimiento comparable de la historia helénica que, e*i el espíritu de ese historiador occidental que había recibido educación helénica, la forma normal de la pregunta llegó a ser ésta: "¿Cómo de aquel estado de cosas-se llegó a éste en la historia occidental y en la historia helénica?" Dos fuerzas divergentes del milieu social del historiador —los acontecimientos actuales y la educación helénica— influían pues simultáneamente y siempre en su modo de pensar. Y esas fuerzas divergentes se resolvieron en el espíritu del autor en una costumbre de considerar la historia como una sene de comparaciones de dos términos. Esa visión binocular de la historia bien pudiera ser apreciada y probada por los contemporáneos del Lejano Oriente del autor, en cuya educación, por entonces también todavía tradicional, la lengua y la literatura clásicas de la civilización anterior desempeñaban un papel no ráenos prominente. Por cierto que la experiencia del autor inglés estaría compartida por cualquier Ittteratus chino que hubiera tenido la suerte suficiente de completar su educación antes de que en 1905 d. de C. se abandonaran los examenes públicos de los clásicos, que antes constituyeran el camino obligatorio para ingresar en los servicios civiles imperiales. Asimismo el litteratus confuciano no habrá podido considerar ningún acontecimiento actual sin que éste le recordara alguna alusión, reminiscencia o paralelo clásico que para él tendría un valor mayor y, es más aún, acaso hasta una realidad mayor, que los hechos postclásicos, S[üe le hacían abandonar la tarea afín a su espíritu de mascar la rumia de un familiar saber clásico sínico. La principal diferencia de mentalidad que había entre ese erudito confuciano Ching tardío y su contemporáneo inglés helénico Victoriano tardío podría estar en el hecho de 4üe un chino nacido en esa generación aún se contentaba con realizar sus comparaciones históricas en dos términos solamente, en tanto que el 'ftgles Victoriano tardío, una vez que hubo comenzado a pensar históricamente en dos términos, ya no podía permanecer tranquilo hasta no haber ampliado su horizonte cultural. Para un chino que hubiera recibido su tradicional educación clásica en paso del siglo xrx al siglo xx de la era cristiana aún podía ser una a nueva la de que cualquier otra civilización que no fuera la sínica 7 su sucesora viva del Lejano Oriente mereciera considerarse seriamente} pues en esa época había transcurrido poco más de medio siglo desde ^e los chinos tuvieron su primera experiencia de hallarse indefensos tente a los ataques de "bárbaros del mar meridional", equipados con

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Virgilio: Georgicon, II, verso 498. Véase el pasaje de Polibio, Historia Ecuménica, citado en la pág. 91, supra. Véase III. m. 330-7.

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Salmos XXXIX. 12 (14 en el Libro de la Oración Común); cotéjese Hebreos

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 130 armas de nueva factura. Un contemporáneo chino formado en los clásicos sínicos del autor de este Estudio podría quizá habérselas ingeniado para ignorar la existencia de todas las otras civilizaciones que no fueran las dos que habían significado todo para sus antepasados; pero semejante visión con anteojeras era imposible para cualquier occidental de la misma generación. Era imposible porque en los últimos cuatrocientos años la sociedad occidental que había conquistado el océano se había puesto en contacto con no menos de otras ocho representantes de su propia especie, del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo;* y desde entonces se había hecho doblemente imposible que los espíritus occidentales ignoraran la existencia o negaran la significación de otras civilizaciones, además de la suya propia y la helénica, porque en el curso del último siglo estos occidentales, que ya habían conquistado un océano antes virgen, continuaron conquistando un pasado antes sepultado. En los cincuenta años 3ue siguieron a la llegada de Napoleón a Alejandría (trescientos años espués de haber llegado Vasco da Gama a Calicut), la nueva ciencia occidental de la arqueología había agregado otras civilizaciones a las que estaban al alcance de los espíritus occidentales, al desenterrar por lo menos cuatro civilización sepultadas— la egipcíaca, la babilónica, la sumérica y la maya— y el autor iba a vivir para ver cómo esta lista se ampliaba en virtud del redescubrimiento de las civilizaciones hitita y minoica y las culturas del Indo y Shang. En una generación que había adquirido este amplio horizonte histórico, un historiador occidental a quien su tradicional educación helénica había llevado a hacer comparaciones históricas en dos términos, no podía contentarse hasta haber convertido este número dual en plural. Se veía obligado a continuar reuniendo, a los efectos del estudio comparativo, tantos ejemplares como le fuera posible encontrar de la especie de sociedad de la cual la sociedad helénica y la sociedad occidental eran sólo dos representantes. Los veinte o treinta ejemplares reunidos y utilizados en este Estudio eran los frutos del trabajo que el autor se sintió movido a realizar cuando se le impuso el hecho de que, a los efectos de un estudio comparativo de la historia, los recursos intelectuales que estaban al alcance de un historiador occidental de sus días eran de una riqueza sin precedentes.2 Cuando de esta suerte logró multiplicar los términos de comparación más de diez veces, ya no pudo ignorar una cuestión suprema que su primitiva comparación en dos términos le había insinuado que se planteara. El hecho aislado más portentoso de la historia de la civilización helénica era la ulterior disolución de una sociedad cuyo colapso se había producido en 431 a, de C. por obra del estallido de la gran guerra de Atenas y el Peloponeso; y si había alguna validez en el habitual proce-

Las ocho civilizaciones en cuestión eran la cristiana ortodoxa y su vastago en Rusia, la islámica, la hindú, la del Lejano Oriente y su vastago en Japón, la americana central y la andina. 2 En I. i. 87-155 se ha hecho un intento de examinar este rico campo de estudio histórico. 1

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dimiento del autor de establecer comparaciones entre la historia helénica y la historia occidental, parecería seguirse que la sociedad occidental, por su parte, debía en todo caso no estar a salvo de la posibilidad de encontrar a su vez un análogo fin, aun cuando bien pudiera no haber una necesidad a pr'wri de que su historia asumiera, tarde o temprano, este trágico curso helénico. Con todo, era menester abstenerse de considerar esta negra posibilidad mientras la historia de la civilización helénica continuara siendo el único término de comparación en el campo mental del autor, ya que las reglas de la lógica no exigían que se llegara a la inferencia de una ley general e inexorable de la historia partiendo de un solo caso que, después de todo, bien pudiera ser quiza un lusus Naturae. Pero cuando un estudioso occidental de la historia hubo reunido veintiséis ejemplares de sociedades de la especie de las civilizaciones, que habían surgido, sin considerar otras cuatro que habían quedado abortadas, y cuando hubo continuado observando que, de esas veintiséis, no menos de dieciséis estaban ya muertas en el momento de escribir,1 se vio obligado a inferir de este número mayor de casos que la muerte era en verdad una posibilidad para cualquier civilización, sin excluir la sociedad aún viva en la que había ocurrido que él mismo naciera. Haud igitur leti praeclusa est ianua cáelo nec solí terraecjue ñeque altis aequoris undis sed patet immane et vasto respectat hiatu.2 ¿Qué era esa "puerta de la muerte" a través de la cual ya habían desaparecido dieciséis de las veintiséis civilizaciones que estaban al alcance de un historiador occidental del siglo xx? Al disponerse a responder a esta pregunta, que le impusiera la iluminadora multiplicación de una visión binocular de la historia, el autor se vio llevado a estudiar el colapso y la desintegración de las civilizaciones, y al estudiar los colapsos y desintegraciones se vio llevado a estudiar la génesis y crecimiento de las civilizaciones. Como se ve, no menos de tres influencias propias del milieu social occidental moderno del autor obraron conjuntamente para hacerle formular la serie de cuestiones que lo movieron a escribir la presente obra. Los humanistas italianos del siglo xv, que invocaron a la vida el espectro de una extinguida cultura helénica, en un mundo cristiano occidental posthelénico, lo llevaron a ver la historia en dos términos, more Sínico. Los marinos portugueses y españoles del siglo xv que pusieron a la cristiandad occidental en contacto con todas las otras civilizaciones vivas de la oikoumené, y los arqueólogos franceses e ingleses del silo xix que desenterraron una serie de civilizaciones muertas, las cua¡s no sólo habían perecido sino que además habían caído en el olvido, lo llevaron a romper las limitaciones de una visión clásica y a aumentar

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Véase IV. iv. 17-18 y XII. xn. 22-3. Lucrecio: De rerum Natura, Libro V, versos 373-5, citado en IV. IV. 20.

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el número de sus términos de comparación, de dos a más de veinte. Estas tres benéficas compañías de creadores espíritus occidentales modernos cooperaron, pues, para educar a uno de los herederos de sus acumuladas obras intelectuales; y la ulterior obra de ese heredero hubo de producirse bajo los auspicios de estos inspirados e inspiradores pastores y maestros occidentales modernos.

En el Essai (comenzado en Lausanne en marzo de 1758) la lengua que empleó y el tema eran reconocimientos de la deuda personal que Gibbon tenía con la contemporánea corriente francesa de actividad intelectual de la sociedad occidental moderna tardía; y el autor hubo de contraer esa deuda como consecuencia de una acción privada propia y otra que ésta provocó por parte de su padre. El padre de Gibbon respondió al hecho de que éste se hubiera convertido al catolicismo romano en Oxford, en 1753 d. de C., enviándolo a Lausanne para que completara su educación allí, en la casa de un ministro protestante calvinista, durante los años 1753-8 d. de C. El interés personal por las instituciones de Suiza así como por las ideas francesas que esos cinco años de residencia en edad impresionable en un territorio francohablante sometido (como era entonces el Vaud, dentro del imperio en miniatura del cantón de Berna) suscitaron en el espíritu de Gibbon, explica la elección que éste hizo de la historia de Suiza como tema de su trabajo siguiente, después de haber publicado el Essai en 1761 d. de C.; y se puso a trabajar en los preparativos de esta segunda tarea que se había impuesto en el verano de 1765, también esta vez por razones personales. Acababa de volver a Inglaterra de la serie de viajes que hiciera por el continente (peregrinabatur enero de 1763-junio de 1765); y su amigo de Lausanne, Georges Deyverdun, había llegado simultáneamente a Inglaterra para pasar cuatro veranos consecutivos (los de los años 1765-8 d. de C.) * con Edward Gibbon en la casa del padre de éste en Buriton.

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2. Inspiraciones nacidas de experiencias personales Gibbon Si pasamos ahora a considerar las inspiraciones que les llegaron a los historiadores no de su milieu social sino de sus propias experiencias personales, encontraremos un ejemplo clásico en la génesis de The History of the Decline and Fall of the Román Empire, nacida de la experiencia que vivió Gibbon en Roma el 15 de octubre de 1764. La época que le tocó vivir a Edward Gibbon (vivebat 1737-94 d. de C.) no estuvo desprovista de grandes acontecimientos históricos. El historiador inglés tenia treinta y ocho años de edad al estallar la revolución norteamericana y cincuenta y dos años al estallar la Revolución Francesa. Vivió para ver cómo su país intervenía en no menos de cuatro guerras, y aunque aún era un niño en el momento de la guerra de la sucesión austríaca y de su preludio naval anglo-español (gerebanttir 1739-48 d. de C.) se hallaba en todo el vigor de sus facultades intelectuales cuando se libraron la Guerra de los Siete Años (gerebafur 1756-63 d. de C.) y cuando estalló la guerra de la Revolución Francesa (erapit 1792 d. de C.). Con todo —y aunque Gibbon arranca una sonrisa al lector cuando dice que "el capitán de los granaderos de Hamshire. . . no fue inútil al historiador del imperio romano"—* es evidente que ni la Guerra de los Siete Años ni ninguna otra catástrofe pública contemporánea fue la fuente de la inspiración de Gibbon. L'Essai sur l'Etude de la. IJttérature, escrito en 1758-9 d. de C., el fragmento inconcluso de una historia del surgimiento de la Confederación Suiza escrito (también en francés) en 1767-8 d. deC. y The History of the Decline and Fall of the Román Empire, que comenzó a escribir en borrador por lo menos ya en 1771 d. de C.2 y terminó en 1787 d. deC, así como los seis esbozos para una autobiografía, escritos entre 1788 d. de C. y 1793 d. de C., fueron todos inspirados por experiencias personales del autor.

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"Sometí a su consideración los dos proyectos históricos que yo había estado sopesando a los efectos de una elección. Y en el paralelo entre las revoluciones de Florencia y Suiza nuestra común parcialidad por un país que era el suyo por nacimiento y el mío por adopción, hizo inclinar el platillo en favor del último. . . La ayuda de Deyverdun pareció eliminar un obstáculo insuperable. Los memoriales franceses o latinos que yo conocía eran escasos en cuanto a número y peso; pero en el conocimiento perfecto que mi amigo tenía de la lengua alemana encontré el acceso a una colección de documentos más valiosa." 2 En cuanto a The History of the Decline and Fall of the Román Empire, poseemos el testimonio de Gibbon —tres veces declarado— de que la obra le fue inspirada por otra experiencia personal que sobrepasó en mucho a todas las demás, en cuanto a fertilidad creadora. El hecho de que los acontecimientos públicos contemporáneos no consiguieran hacer que entrara en acción el genio creador de que da irrefutable testimonio el magnum opus de Gibbon, es tanto más notable considerando que el historiador no era en verdad (como bien cabía

1 The Autobiographies of Edward Gibbon, editado por John Murray (London 1896, Murray), pág. 190 (Memoir B) y 401-2 (Memoir D). 2 Véase el cap. XXX, n. 86: "El conde de Buat está satisfecho con que los germanos que invadieron las Galias fueran las dos terceras partes que todavía quedaban del ejército de Radagaiso. Véase la Histoire Ancienne des peuples de l'Europe (tomo VII, págs. 87-121, Paris 1772): una obra elaborada, que yo no tuve la ventaja de leer hasta el año 1777. Ya en 1771, encuentro la misma idea expresada en un borrador de la presente historia."

1 Véase Low, D. M.: Eduwd Gibbon, 1737-7794 (London 1937, Chatto & Windus), págs. 197-8. 2 Gibbon, E.: Aulobiograpbies, ed. cit., págs. 275-6 (Memoir C). Cotéjese págs. 407-8 (Memoir D).

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 134 esperar) ni insensible ni indiferente a la historia contemporánea de sus días. La seguridad de su intuición histórica se manifestó verdaderamente en la diversidad de sus reacciones ante los diferentes acontecimientos públicos contemporáneos mencionados más arriba. Le impresionó profundamente y lo perturbó gravemente la Revolución Francesa pues aunque no vivió para ver el curso completo de ésta, Gibbon adivinó inmediatamente que se trataba de un nuevo punto de partida fundamental en la historia de la sociedad occidental y que desafiaba redondamente la complaciente visión que él tenía de las perspectivas de la civilización occidental moderna tardía, visión que había sostenido tan categóricamente en The History of the Decline and Fall of the Román Emptre, en las "Observaciones Generales sobre la caída del imperio Romano en Occidente", contenidas al final del capítulo XXXVIII.1 Pero cuando el golpe de la Revolución Francesa alcanzó a Gibbon, ya habían pasado casi dos años desde el momento en que él había escrito la última frase de su gran obra. Y aunque vivió más de cuatro años y medio después de haberse producido el Apocalipsis mundanal que sacudió la tierra y que conmovió la Weltanschauung de toda su vida,2 este cambio revolucionario producido en el mllieu social de Gibbon no lo impulsó a lanzarse a alguna otra empresa intelectual creadora. Después de terminar su Decline and Fall, sus únicas obras literarias dignas de nota fueron los seis esbozos de autobiografía; 3 y aunque esos fragmentos son obras maestras literarias que no desmerecen de la propia The Decline and Fall como monumentos del inimitable estilo del escritor, el contenido está compuesto por reminiscencias personales que no representan ninguna variante nueva de la elemental pregunta del historiador: "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" aunque arrojan torrentes de luz sobre las circunstancias personales que llevaron a Gibbon a formularse esa pregunta tres veces en el término de los treinta años que

van de 1758 a 1787 d. de C. En cuanto a la guerra de la revolución norteamericana, Gibbon mostró otra vez aquí su discernimiento histórico al desdeñarla, conjuntamente con la Guerra de los Siete Años, la guerra de la sucesión austríaca y las anteriores hostilidad de Gran Bretaña y España, como una de esas "luchas moderadas y no decisivas" que podrían producir continuas fluctuaciones en el equilibrio europeo sin merecer por ello que se las considerara algo más que "hechos parciales" que no podían "dañar esencialmente el estado general de felicidad" 4 del mundo occidental. La serie de guerras que se produjeron durante la vida de Gibbon entre 1739 y 1783 d. de C. eran en verdad de una clase diferente de la guerra que Véase XII. xn. 293-314. Gibbon terminó de escribir The Decline and Fall, el 27 de junio de 1787. Las sesiones de los Estados Generales franceses se inauguraron en Versalles el 5 de mayo de 1789; Gibbon murió el 16 de enero de 1794. 3 The Autobiographies of Edivard Gibbon, editado por John Murray (London 1896, Murray). * Gibbon: "Observaciones Generales sobre la Caída del Imperio Romano en Occidente", citado en IV. iv. 162 y en XII. xii. 38.

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vio estallar en 1792 d. de C., pues, como observamos en otro lugar,1 las guerras occidentales de 1739-83 d. de C. fueron coletazos, relativamente suaves, de la güera general occidental de 1672-1713 d. de C., en tanto que la guerra que estalló en 1792 d. de C. fue otra guerra general, comparable en magnitud al conflicto que precipitaran ciento veinte años antes las ambiciones de Luis XIV. Con todo, el hecho de que la Guerra de los Siete Años no inspirara a Gibbon ninguna obra es notable, pues aunque su concepción histórica puede haberle impedido estimar en más la importancia histórica de este ejercicio de las fuerzas europeas "moderado y no decisivo", su ambición literaria bien pudiera haberlo tentado a aprovechar un acontecimiento público contemporáneo en beneficio personal, puesto que, al estallar la guerra de 1756 d. de C., Gibbon tenía diecinueve años de edad y, entre marzo de 1758 y febrero de 1759, mientras la guerra aumentaba su intensidad, su ya despierta ambición literaria lo estaba llevando a escribir la primera de sus obras publicadas, el Essai sur l'Etude de la Littérature.% Desde el momento en que comenzó a escribir este ensayo juvenil, hasta el momento (unos diez años después) en que se lanzó a su segundo proyecto literario —una historia de Suiza— en el invierno de 1767-8 d. de C., Gibbon estuvo buscando penosamente temas de trabajo con una evidente falta de inspiración, que a un historiador occidental del siglo xx le recordaba la deplorable actitud que prevalecía entre los recientes candidatos a graduarse, quienes buscaban desesperadamente temas para las tesis que debían presentar a jefes de un industria intelectual cuyo fiat era ley en la economía académica industrializada de las universidades occidentales de la edad postmoderna.3 La elección que hizo Gibbon de las historias de Suiza y Florencia como dos temas posibles en los que él pudiera emplear su pluma, fue la consecuencia de una incursión que había llevado a cabo infructuosamente el explorador en otros áridos posibles depósitos metalíferos. "En el verano de 1761, después de considerar las posibilidades de la expedición de Carlos VIII a Italia y la cruzada de Ricardo I, la guerra del rey Juan y los barones, el Príncipe Negro, una comparación de Tito y Enrique V, la vida de Sir Philip Sidney o de Montrose, por fin se detuvo en la figura de Sir Walter Raleigh; pero en el verano siguiente se sintió obligado a abandonar a su héroe. Se dio cuenta de que podría agregar muy poco a la biografía ya existente de Oldys, por pobre que pudiera ser ésta, mientras vacilaba con la idea de complementar su obra con digresiones sobre historia contemporánea, cosa que ya habían hecho hombres tales como Walpole, Robertson y Hume." *

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En XI. 4.

Véase Low, V. M.: Edward Gibbon, 1737-1794 (London 1937, Chatto & Windus), pág. 102. 3 En I. i. 25-31 se ha considerado este intento de aplicar la técnica de la división del trabajo a las actividades intelectuales del mundo occidental postmoderno. * Low, op. cit., pág. 118, al resumir cuatro pasajes, que datan del 14 de abril 2

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En verdad, desde la época en que Gibbon completó su educación hasta el invierno de 1767-8 d. de C, cuando, después de abandonar la historia de Suiza "me propuse seriamente", como él mismo dice, "proceder con método en la forma y en recoger el material para mi Decadencia de Roma",1 fue víctima de una esterilidad en las facultades creadoras intelectuales, que él confiesa francamente.

esa musa iba ahora a abandonarlo tan arbitrariamente como cuando se le presentó —unos veintitrés años antes— el 15 de octubre de 1764.

"Entre [la publicación de] mi ensayo y [la publicación del] primer volumen de The Decline and Fall transcurrieron quince años (1761-1776) de fuerza y libertad, sin que publicara otra cosa que mi crítica a Warburton 2 y algunos artículos en las Mémoires Uttératres." 3 Es sorprendente que, después de este inauspicioso y prolongado preludio, Gibbon estuviera continuamente ocupado, durante un período de diecinueve años y medio que termina en la noche del 27 de junio de 1787, en la elaboración de una obra maestra de investigación, construcción y redacción históricas, que no tenía igual en su propio genre en ninguna literatura conocida por los estudiosos occidentales en 1952 d. de C. Pero más sorprendente aún es el hecho de que apenas hubo terminado esta obra supremamente creadora del intelecto, el autor recayera, durante los restantes seis años y medio de su vida, en la esterilidad intelectual que había padecido durante su juventud. Gibbon ni siquiera llevó a cabo una versión final completa de su autobiografía apoyándose en las seis redacciones sucesivas y fragmentarias; y la nueva empresa literaria a la que se lanzó entre su regreso de Lausanne a Inglaterra a principios del verano de 1793 d. de C. y su muerte, acaecida el 16 de enero de 1794, no era una idea suya propia, sino que se debía a la sugestión de "un joven anticuario escocés", John Pinkerton, quien se había aventurado audazmente a un terreno en el que, esta vez, la ausente musa de Gibbon le impedía pisar al propio Gibbon.4 Leyendo entre líneas el pasaje elegiaco en el que el historiador consignó sus sentimientos después de haber escrito la última frase de su obra supremamente grande, puede percibirse el presentimiento de que

"Era el día 27, o mejor dicho, la noche del 27 de junio de 1787, entre las once y las doce horas, cuando escribí las últimas líneas de la última página, en el jardín de una casa de verano. Después de dejar la pluma di varias vueltas en un berceau o recorrí la avenida de acacias, que domina el panorama del lugar, el lago y las montañas. El aire era templado, el cielo sereno, el plateado disco de la luna se reflejaba en las aguas y toda la naturaleza estaba silenciosa. No ocultaré las primeras emociones de alegría que experimenté al recobrar mi libertad y por el hecho de haber quizá establecido mi fama; pero el orgullo pronto se acalló y una suave melancolía se difundió por mi espíritu, al pensar que me había despedido para siempre de un antiguo y agradable compañero y que cualquiera fuera el futuro de mi historia, la vida del historiador era por fuerza breve y precaria." i El don que hizo Gibbon a sus semejantes está todo contenido en una inmortal obra que él tardó quince años (1773-87) en escribir, unos diecinueve años y medio (1768-87 d. de C.) en elaborar, incluso unos cuatro años y medio (1768-72 d. de C.) dedicados al estudio sistemático y a la redacción preliminar, 2 y casi veintitrés años (15 de octubre de 1764-27 de jumo de 1787) en crear, incluso más de tres años durante los cuales el historiador ya dedicado a la decadencia y caída de Roma "aún contemplaba, a respetuosa distancia",3 el tema que le otorgara 4 su visitante celestial en un sitio histórico y en una hora memorable, en circunstancias que el que recibió esa divina inspiración registró en palabras que se elevan a la altura de la ocasión. "Fue el 15 de octubre, en medio de las tinieblas del atardecer, estando yo sentado, meditando sobre el Capitolio, mientras los frailes descalzos cantaban sus letanías en el templo de Júpiter^ cuando concebí el primer pensamiento de mi historia." 6 Gibbon: Autobiographies, ed. cit., págs. 333-4 (Memoir E). Véase Gibbon, Autobiographies, ed. cit., pág. 284-6 (Memoir C) y 411-12 (Memoir D) y compárense estos pasajes con The Decline and Fall, cap. XXX, n. 86, citado en la pág. 132, nota 2, supra. 3 Autobiograpbies, pág. 275 (Memoir C). * Véase IV. iv. 75-6 y VI. vn. 5 El templo pagano que había sido reemplazado por la iglesia cristiana de Santa María, en Ara Coeli, atendida por los frailes franciscanos menores, los "Zoccolanti", era en verdad el templo de Juno Moneta, situado en el extremo septentrional del monte Capitolino. El templo de Júpiter Capitolino ocupaba el extremo sudoccidental de la colina. — A. J. T. 6 Ibid., págs. 405-6 (Memoir D). Esta experiencia está también consignada en otros dos de los esbozos que hizo Gibbon para una autobiografía. La relación contenida en Memoir E (ibid., pág. 302) no difiere en nada de la contenida en Memoir D, citada supra. La relación contenida en Memoir C (ibid., pág. 270) da como "el lugar y el momento de la concepción" de The History of the Decline and Fall "el 15 de octubre de 1764, al caer la tarde, estando yo sentado en la iglesia de los padres Zoccolanti o franciscanos, mientras cantaban las vísperas en el tem1

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de 1761 al 26 de julio de 1762, del diario de Gibbon, citado en Antobiographies, ed. cit., págs. 193-7 (Memoir B). 1 Gibbun, Autobiograpbies, ed. cit., pág. 284 (Memoir C). Cotéjese pág. 411 (Memoir D). 2 Gibbon, E.: Critica! Obscrrations on the Sixlh Book of tbe Aeneid (publicada originalmente en 1770 y reeditada en 'Ibe Miscellaneous \Vorks of Edward Gibbon Esq., nueva ed., vol iv (London 1814, John Murray), págs. 467-514). — A. J. T. 3 Gibbon, Autobiographies, ed. cit., pág. 411 (Memoir D). Cotéjese págs. 283-4 (Memoir C). * "Un joven anticuario escocés fue a verlo con un plan para publicar las crónicas inglesas desde Gildas hasta el advenimiento de la casa Tudor. Gibbon reflexionó, aprobó el proyecto y se entusiasmó: prometió primero su interés, luego su ayuda, ' y por fin su colaboración" (Young, G. M.: Gibbon, 2" ed. (London 1948, HartDavis), pág. 175). "Convino en escribir el prefacio general e introducciones a la proyectada edición de Pinkerton de los primeros historiadores ingleses" (Low, D. M.: EdtVítrd Gibbon, 1737-1794 (London 1937, Chatio & Windus), pág. 345).

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Esta experiencia imaginativa fue la única chispa de inspiración que tuvo Gibbon en toda su vida. Sin ella, aquel maravilloso genio podría no haber florecido nunca, y aquel famoso nombre podría no haber encontrado un lugar en los registros de la historia intelectual de la humanidad. Desde el punto de vista cronológico el acontecimiento psíquico que tuvo tan importantes consecuencias pudo haber durado no más de una fracción de segundo de los aproximadamente treinta y seis años que duró la vida intelectual adulta del gran historiador; pero su musa vigilante no dejó de ver y de aprovechar la fugaz oportunidad que se le ofrecía de penetrar en un espíritu que normalmente era impermeable a sus divinos apremios, a causa de un caparazón de escepticismo innato, templado en el clima intelectual occidental del siglo xvm, afín a él. Al advertir que la habitualmente inhibida alma de su vaso escogido se había ablandado momentáneamente por las acumuladas influencias emocionales de una vista que recordaba la grandeza de un pasado muerto y de unos sonidos cuyas tenues ondas expresaban la medida del abismo que se abría entre el pasado y el presente, la deidad se manifestó deslumbradora en un instante, desde las profundidades de la psique subconsciente, para hacer manar las aguas intelectuales de un vigoroso espíritu, al anunciarle un tema excelente l que, por fin, era plenamente digno del escritor. "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" Sería difícil encontrar otro ejemplo en el que la pregunta elemental del historiador hubiera producido un germen tan fecundo de pensamiento creador. El favorecido recipiente no aprehendió en seguida más que un fragmento de la riqueza mental que de pronto le habían derramado en el regazo; y hasta la obra, incomparablemente grande, que ulteriormente realizó no era más que una espiga de la enorme cosecha en potencia. "Mi plan original", nos dice Gibbon,2 "se limitaba a la decadencia de la ciudad; mis lecturas y reflexiones apuntaban en esa dirección"; y Gibbon hubo de realizar ese proyecto en el ensayo que ulteriormente encontró su lugar como el capítulo último de la obra completa, en el cual Gibbon examina las ruinas de Roma en el siglo xv de la era cristiana y discute las causas de la decadencia y destrucción físicas de una ciudad que había alcanzado el apogeo de su esplendor material en el siglo ii. Las últimas palabras de este capítulo, escritas en la última hora del 27 de junio de 1787, en Lausanne, casi veintitrés años después de la epifanía de la musa en Roma, son:

"Fue entre las ruinas del Capitolio donde concebí por primera vez la idea de una obra que entretuvo y ocupó casi veinte años de mi vida y que, por contrario que ello fuera a mis deseos, terminé por entregar a la curiosidad y bondad del público. — Lausanne, junio 27 de 1787."

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Pero en el ínterin el crecimiento del germen original de la idea se había ajustado al paso del tiempo, pues en la fecha en que Gibbon escribió estas palabras finales, el capítulo estaba numerado no "alfa y omega", sino LXXI. Y, en el curso de su enorme gestación, el germen sembrado en el espíritu de Gibbon el 15 de octubre de 1764 había pasado más de setenta veces las modestas dimensiones del núcleo primario. "Mi plan original se limitaba a la decadencia de la ciudad, antes que a la del imperio; y aunque mis lecturas y reflexiones comenzaron a apuntar hacia aquel objeto, transcurrieron algunos años y di en varias distracciones, antes de que me pusiera seriamente a ejecutar ese laborioso trabajo." i El historiador continúa diciéndonos 2 que "todavía tenía una noción muy imprecisa" de los "límites y extensión" de ese tema, aun en el momento en que comenzó seriamente su trabajo en 1768 d. de C. "Gradualmente fui pasando del deseo a la esperanza, de la esperanza al designio y del designio a la ejecución de mi obra histórica. . . A través de las tinieblas de la Edad Media exploré mi camino en Los Anales y Antigüedades de Italia, de Muratori, y los comparé con las líneas paralelas o transversales de Sigonio y Maffei, de Baronio y Pagi, hasta que casi tuve entre las manos las minas de la Roma del siglo xiv, sin sospechar que debía llegar a ese capítulo último mediante el trabajo de veinte años y seis volúmenes en cuarto."3 El 27 de junio de 1787 esos trabajos habían hecho una historia de la decadencia y caída del imperio romano con un tema que el 15 de octubre de 1764 la musa enunciara como una mera historia de la decadencia física de la ciudad que Trajano, Adriano y los Antonino habían legado a indignos sucesores. "¿Cómo de aquello se llegó a esto?" El trabajo de veinte años y de seis volúmenes en cuarto había ampliado el campo de la respuesta de Gibbon a la pregunta elemental del historiador, del pomoerium de una ciudad imperial a los limites del estado universal del que Roma fuera la fundadora y primera capital; pero por enorme que haya sido esa progresiva expansión del horizonte histórico de Gibbon, ello no obstante, la estrechez del núcleo original de la idea germinadora impedía que esa expansión llegara hasta "las fronteras naturales" de siquiera un campo de estudio inteligible desde el punto de vista mundanal. El contraste trágicamente dramático que encendió la imaginación de

pío de Júpiter y meditando [w] sobre las ruinas del Capitolio". Las otras dos relaciones dan la impresión —aunque no lo afirmen expresamente— de que Gibbon estaba afuera, al aire libre, teniendo ante sí las ruinas de la antigua Roma, mientras el sonido de las voces de los frailes le llegaba desde el interior de la iglesia cristiana, que ocupaba el lugar de un antiguo templo pagano. 1 Salmos XLV. i (2 en el Libro de la Oración Común). 2 Autobiographies, pág. 406 (Memoir D).

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Gibbon, E.: Autobiographies, ed. cit., págs. 270-1 (Memoir C). Ibid., pág. 284 (Memoir C). Ibid., pág. 411 (Memoir D). Cotéjese pág. 284 (Memoir C),

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Gibbon entre las ruinas del Capitolio, el 15 de octubre de 1764, fue el contraste físico que había entre aquellas ruinas presentes y la pasada magnificencia de los edificios cuando se hallaban intactos; y Gibbon tuvo razón en ver en el siglo n de la era cristiana el floruit arquitectónico de la ciudad física de Roma. Al proponerse trazar la historia de la ulterior decadencia física de la ciudad, Gibbon tuvo pues asimismo razón en tomar la muerte de Marco Aurelio en el momento en que Cómodo subió al trono, como su punto de partida cronológico. Con todo, no vio que la ampliación geográfica de su tema, que pasó de una urbs Roma a un orbis Romanas le exigía una correspondiente ampliación de sus límites cronológicos. No tuvo en cuenta la opinión de Bacon x de que la misión y significación del imperio romano estaba en haber servido de estado universal a toda la sociedad helénica, y que el orbis que los ciudadanos del estado-ciudad habían llamado arrogantemente Romanía y que había servido como instrumento de la historia para dar unidad política a aquel mundo, era en verdad un mundo helénico cuya decadencia y caída ya había comenzado a precipitarse antes de que surgiera Roma, y cuyas entidades políticas prerromanas principales —Esparta, Atenas, Olinto, Macedonia y Siracusa— habían dado a Roma la oportunidad de que ésta asumiera su papel, al no poder ellas mismas resolver a tiempo para la sociedad helénica el problema político que hubo de resolver luego Roma., demasiado tarde. El episodio de historia mundanal que era el tema implícito de la chispa de inspiración de Gibbon el 15 de octubre de 1764 era en verdad la decadencia y caída, no ya de un estado universal helénico romano, sino de la civilización helénica misma. Y el "comienzo de los grandes males para la Hélade" 2 en el que el historiador de la decadencia y caída debería haber encontrado su punto de partida cronológico no era el momento en que Cómodo subió al trono en 180 d. de C., sino el estallido de la gran guerra de Atenas y el Peloponeso, producido en 431 a. de C.3 No era éste sin embargo el único o el más grande tesoro espiritual latente en la fecunda experiencia que vivió Gibbon en el Capitolio que el sujeto de la experiencia dejó de recoger. El enfoque del anticuario que hizo abordar equivocadamente a Gibbon su historia en un punto que estaba a más de seiscientos años después de su verdadero comienzo, no fue una limitación tan grave como el temperamento escéptico y la mentalidad occidental propia del siglo que le impidieron aprehender el tema último de que estaba preñada esta maravillosa revelación. El tema último no consistía en la decadencia y caída de la civilización helénica, que ocupaba un período mayor en la dimensión temporal que la decadencia y caída del estado universal romano de esa sociedad después de la muerte de Marco Aurelio. No era éste o

aquel episodio de la historia puramente mundanal. Tratábase de un drama en el cual la acción se elevaba a una dimensión espiritual superior, por el hecho de que la eternidad invadía la esfera del tiempo. El corazón de la revelación, transmitida por los sonidos de un canto litúrgico cristiano que se oía sobre las ruinas de una Roma de Trajano, era la verdad de que Dios aprovecha los fracasos mundanales del hombre como oportunidades Suyas dadas por el infierno para ofrecer a las almas humanas una posibilidad de que encuentren la salvación espiritual.1 Esta verdad según la cual los fracasos, los pecados y los sufrimientos del hombre en este mundo pueden servir al hombre, por la fracia de Dios, como una carroza en cuyas alas el alma puede elevarse asta el cielo,2 es una revelación en la que la historia obra conjuntamente con la teología para levantar un ángulo del velo que oculta a la visión humana el misterio de la naturaleza y el destino del hombre. Porque, en efecto, al darnos un atisbo del bien que hay en el mal, esta verdad nos ofrece un atisbo de la congruencia y bondad de la Divina Providencia. Esta es la significación última del "triunfo de la barbarie y la religión" que Gibbon, en el capítulo LXXI y final de su obra, pretende haber mostrado a través de los setenta capítulos anteriores; y fue ésta una significación que adivinó un romano en cuya persona "la religión y la barbarie" se manifestaban, a la mirada poco simpática de Gibbon, repulsivamente combinadas.3 No mucho menos de doce siglos antes de la fecha en que Gibbon tuvo su experiencia, San Gregorio Magno, al predicar un sermón a su rebaño romano en el mismo contorno físico, proclamó la vacuidad de aquella grandeza exterior de la Roma de Trajano; 4 y el 15 de octubre de 1764 la musa que visitó a Gibbon debe de haber comunicado de buena gana la inspiración del santo cristiano al historiador postcristiano, pues la musa era un poder espiritual más grande que la Clío en cuyos atavíos se le había presentado, a fin de

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1 Véase el pasaje de Bacon, citado en 2 Tucídides, Libro 3 En IV. iv. 74-9

del ensayo "De la verdadera grandeza de los reinos y estados" VI. vn. 155. II, cap. 12. ya se ha expuesto este punto.

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Véase II. I. 301-32. Véase II. u. 216, n. 3; VII. vm. 64-75 y XII. xil. 272. 3 La manera que tiene Gibbon de tratar a Gregorio Magno es una magnífica muestra del virtuosismo del historiador en el poco amable arte de formular elogios en términos tales que resulten más dcmoledores que una censura manifiesta: "El pontificado de Gregorio Magno. . . es uno de los períodos más edificantes de la historia de la iglesia. Las virtudes del papa, y hasta sus defectos, una mezcla singular de sencillez y astucia, orgullo y humildad, sentido común y superstición, se ajustaban felizmente a su estado y al temperamento de los tiempos.. . "La experiencia le había mostrado la eficacia de estos pomposos ritos... y él estuvo dispuesto a perdonar la tendencia de ellos a promover el reinado del sacerdocio y la superstición. . . "Debe de haber tenido las ideas más bajas de su gusto e instrucción [de los italianos del siglo vi] puesto que las epístolas de Gregorio, sus sermones y diálogos son la obra de un hombre que no iba en zaga en cuanto a erudición a ninguno de sus contemporáneos." Estos son tres buenos ejemplos de las flechas encomiásticas que Gibbon clavó a su elevada víctima en la sarcástica página del capítulo XLV de su obra. * San Gregorio Magno: Homilías Quadraginta in Evangelia, tí> xxvm (Migne> J- P.: Patrología Latina, vol. LXXVI, col. 1.212) citado en IV. rv. 77. 1

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poner a prueba su vaso, presuntamente elegido. En verdad, quien visitó a Gibbon en aquel inefable momento fue la Hokmah —Santa Sabiduría de Dios—,! que fuera reconocida sin error, en lo que ella era, por los ojos, físicamente ciegos de un poeta inglés, cuando con su voz inextinguible la saludó como "primogénita celestial".2 Pero el corazón de Gibbon no supo responder a la epifanía de esta Luz Celeste con la oración de Milton.

de un dramático contraste entre un presente miserable y un pasado magnífico; la inspiración que recibió en voyage en 1783-5 d. de C. fructificó en la publicación de Les Ruines en 1791 d. de C.,1 así como la inspiración que tuvo Gibbon en voyage en 1764 fructificó en la publicación de The History of the Decline and Fall of the Román Empire entre 1776 y 1788 d. de C.

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Resplandece dentro e ilumina el espíritu, a través de todas sus potencias; pon allí ojos y toda bruma purga y disipa, para que pueda yo ver y decir las cosas que a la visión del mortal son invisibles. En lugar de responder a la pregunta elemental del historiador: "¿Cómo de aquello se llegó a esto?", con la humildad espiritual que hubiera permitido que su respuesta se extendiera en toda la medida de sus dimensiones potenciales, el seguro hijo de un iluminismo secular occidental postcristiano esterilizó la fructífera pregunta desde el comienzo al introducir en ella un elemento limitador. "¿Cómo de aquello se llegó a esto, en la tierra?" fue la forma en que Gibbon formuló, de acuerdo con su estilo propio, la pregunta que le había infundido en el espíritu su visitante celeste. Y al excluir así automáticamente la dimensión supramundanal de la realidad de sus consideraciones, Gibbon inconscientemente se estaba cerrando el camino para encontrar el tesoro oculto en su campo,3 aunque exploró el suelo con una diligencia que difícilmente superaría un arqueólogo occidental del siglo XX.

Volney Esa experiencia personal de la que Gibbon aprovechó tanto o tan poco, según el criterio con que midamos su obra, no fue, desde luego, única. Ya nos hemos referido 4 a la comparable experiencia personal que inspiró al contemporáneo más joven de Gibbon, Volney (vivebat 1757-1820 d. de C), a escribir Les Ruinas, ou Meditations sur les Révolutions des Empires; y aunque el relato de Volney sobre la inspiración que tuvo cuando meditaba en una columna caída entre las ruinas de Palmira,6 pueda ser apócrifo, no cabe abrigar duda alguna de que este mito, si lo es tal, constituye un artificio literario para expresar una genuina experiencia. Volney, en sus viajes por Egipto y Siria, así como Gibbon en su visita a Roma, se sintió inspirado a escribir una gran obra sobre las cuestiones humanas, por la experiencia personal 1 Véase Meyer, E.: Ursprung und Anjünge des Christentums, vol. II (Stuttgart y Berlín 1921, Cotta), págs. 104-5; Dodd; C.H.: The Bible and the Greeks (London 1935, Hodder & Stoughton), págs. 217-18. 2 Milton: El Paraíso Perdido, Libro III, verso i. 3 Mateo XIII. 44. * En págs. 23-4, supra. 5 Véase Les ruines, caps. 1-4.

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Peregrinas Wiccamicus El autor de este Estudio tuvo una auténtica experiencia personal menor de este tipo, el 23 de mayo de 1912, cuando se hallaba meditando en lo alto de la ciudadela de Mistrá, mientras hacia el oeste le cortaba el horizonte el empinado muro del monte Taigeto al que él estaba vuelto y teniendo delante al abierto valle de Esparta, en la opuesta dirección oriental, desde la cual había llegado aquella mañana. Aunque se pasó allí sentado, meditando y contemplando (y engañando prosaicamente su hambre con tabletas de chocolate de Pavlidhis) durante casi todo un largo día de verano hasta que la caída de la tarde lo obligó por fin a buscar a regañadientes una cena y una cama en Tripi, el autor no puede pretender que durante su ensueño en aquella altura lo hubieran inspirado los acentos que partieran de las gargantas de las monjas que atendían la iglesia de la Pantanassa, que él había dejado muy por debajo en su subida en espiral de aquel monte del Purgatorio en miniatura, coronado por la ciudadela cual un dantesco paraíso terrenal. La experiencia sensible que activó su imaginación histórica no fueron los sonidos de cantos litúrgicos; fue la vista de las ruinas que bordeaban el camino serpenteante que había seguido hasta lo alto. Y ese espectáculo se le había impuesto. En efecto, en aquella ciudadela el tiempo se había detenido desde la primavera de 1821 d. de C. en la que Mistrá había quedado desploblada; y en la primavera de 1912 d. de C. las monjas (raras aves en la cristiandad ortodoxa griega) eran las solitarias habitantes de un kastro que durante los aproximadamente seiscientos años que terminaron con la catástrofe definitiva había sido la capital de Laconia en una serie de sucesivos regimes. Fundada por los francos área 1249 d. de C., recobrada por los bizantinos en 1262 d. de C., conquistada por los osmanlíes en 1460 d. de C., arancada de manos otomanas por los venecianos en 1687 d. de C.2 y reconquistada por los osmanlíes en 1715 d. de C., 1 La fortuita ventaja cronológica que tenía Volney sobre Gibbon por el hecho de ser un contemporáneo veinte añoS' más joven, le permitió aprovechar mentalmente una catástrofe pública de la que su contemporáneo mayor no pudo obtener ninguna inspiración intelectual. El estallido de la Revolución Francesa que demolió a Gibbon estimuló a Volney para hacer que fructificara sus experiencias del Levante, aun cuando tuvo que pagar por ese estímulo con el hecho de pasar los últimos diez meses del Terror prisionero entre rejas. 2 Véase Hammer, J. de: Histoire de l'Empire Ottoman, traducción francesa, vol. XII (París 1838, Bellízard, Barthés, Dufour et Lowell), pág. 227.

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el papel de una Mistrá que fuera fundada por el príncipe francés de la Morea, el autor de este Estudio se dio cuenta de que esa tragedia histórica del siglo xix no era la única que él conocía. Después de todo, cualquier escolar occidental sabía que la actual ciudad de Esparta no era la primera que había ocupado aquel lugar y llevado aquel famoso nombre; y en verdad sólo el día anterior el soñador había llegado a conocer un rincón de la Esparta helénica excavada recientemente por otros miembros de la Escuela Arqueológica Británica de Atenas. Manos "dóricas" habían fundado antes que manos griegas modernas "la ciudad en la tierra de sembradío" (sparta), en alguna fecha quizá a menos de tres mil años antes de 1834 d. de C; pero si la historia de la sociedad occidental en el momento en que los griegos modernos se salieron de una cárcel otomana era un antitipo de la historia de la anterior civilización helénica —y éste era el aspecto en el que se presentaba la historia de la sociedad occidental al espíritu occidental que había recibido una educación helénica— luego la Esparta helénica, que era la réplica histórica de la actual ciudad de la llanura, debía de haber sido precedida, según era de presumir, por alguna réplica prehelénica de la Mistrá franca y otomana, en cuyo pináculo estaba encaramado en aquel momento el estudioso clásico occidental postmoderno. La fortuna de la Esparta helénica debe de haberse fundado en la catástrofe de una ciudad puesta en lo alto, que dominaba anteriormente. ¿Había tenido en verdad una tal predecesora la Esparta helénica? Y si la había tenido, ¿dónde estaba la eminencia sobre la que esta desventurada víctima de la Esparta helénica había estado asentada? "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder." í "Alzaré mis ojos a las montañas, de donde ha de venii mi socorro",2 y al alzar sus ojos a las montañas, como se lo sugerían estos textos, el contemplador vio frente a sí, en lo alto del risco que dominaba la otra orilla del Eurotas y en los asientos, casi coincidentes, de la primera Esparta y de la segunda Esparta, un monumento que le señalaba la ubicación de la réplica prehelénica de la ciudadela franca y otomana desde cuyos muros almenados él dominaba el paisaje. Aquella blanca obra de albañilería que resplandecía como un heliógrafo a la luz Uel sol, era el "Menelaion" adonde el autor se había apresurado a realizar una peregrinación cuando llegó a Esparta, tres días antes; y se creía que aquel santuario en ruinas se levantaba en el lugar de Terapné, la ciudad del monte, que fuera la capital de Laconia en la última fase micénica de la historia minoica. Allí, en un punto estratégico equivalente a la situación de Mistrá y al otro lado del valle, se había levantado el doble prehelénico de la Mistrá franca, que al caer había labrado la fortuna de la primera Esparta; y la tragedia histórica de Mistrá fue pues repre-

Mistrá había continuado, a través de todas estas viscisitudes políticas, religiosas y culturales, reinando durante esos seiscientos años, en un ancho paisaje que podía dominarse desde lo alto de sus murallas almenadas; y luego, una mañana de abril, como caído del cielo, el alud de salvajes montañeses procedentes del Maní cayó sobre ella. Los ciudadanos se vieron obligados a huir para salvar la vida y, a medida que huían, fueron despojados y muertos. Saquearon sus desiertas casas y las ruinas de la ciudad quedaron desoladas, desde aquel día a éste. Al contemplar la llanura que se extendía desde los pies de esa ciudad en ruinas, puesta sobre la loma, hasta su pulida y respetable sucesora de las tierras bajas, situada cerca de las orillas del Eurotas, donde el autor había pasado la noche anterior, y al leer en la guía que tenía en las manos que "la Esparta actual. . . fundada en 1834 d. de C. durante el reinado del rey Otho después de la guerra de la independencia..., es de origen enteramente moderno",1 experimentó un horrible sentido de pecado manifiesto en la realización de los asuntos humanos. ¿Por qué habría de haber sido sometido al saqueo este amable nido medieval, a fin de que pudiera fundarse una vulgar y pequeña ciudad moderna, en un sitio diferente, para cumplir los mismos fines públicos?2 La historia de Laconia entre 1821 y 1834 d. de C. era un ejemplo típico de la historia humana en general. Quam parva sapientia mundus regitur! 3 Un Gibbon podría haber encontrado difícil decidir si el defecto más condenable del hombre era su brutalidad o su irracionalidad . Es innecesario decir que el autor de este Estudio no avanzó nada en la interpretación del cruel enigma de los crímenes y locuras de la humanidad, cuando se vio obligado a abandonar las alturas de Mistrá por la doble presión del hambre y la caída de la noche. Sin embargo, antes de descender a regañadientes, la visión histórica binocular que él había adquirido gracias a su educación clásica italiana medieval tardía en Winchester y Oxford, había cobrado del paisaje laconio una intuición que fue el germen de la presente obra. A medida que cavilaba sobre la catástrofe en la que una Esparta fundada bajo los auspicios de un rey bávaro de Grecia había usurpado 1 Baedeker, K.: Greece, cuarta edición revisada (Leipzig 1909, Baedeker). Este viejo compañero de viaje, que el autor tuviera en sus manos en Mistrá el 23 de mayo de 1912, se hallaba sobre su escritorio de Londres el 31 de mayo de 1951, cuando escribía estas palabras. "Aun ahora, cuando está abandonada a las tortugas y a las ovejas, la colina de Mistrá mira hacia abajo, por así decirlo, con orgullo feudal, las calles enteramente nuevas y la fea catedral de la moderna Esparta." — Miller, W.: The Latins in the Levant (London 1908, John Murray), pág. 100. 2 La burocracia había completado a sangre fría la obra de destrucción que comenzó una guerra furiosa. "El gobierno del rey Otho, al transferir la residencia de las autoridades oficiales a la nueva ciudad de Esparta, determinó que los habitantes de Misithra las siguieran, y la ciudad de los príncipes francos se está convirtiendo en una aldea." — Finlay, G.: A Hisiory of Greece from its Conques! by the Romans to the Present Time, nueva edición, vol. iv (Oxford 1877, Clarendon Press), pág. 198. 3 Axel Oxenstierna, citado en I. i. 502, n. 3.

Mateo V. 14. 2 Salmos CXXI. i.

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sentada por lo menos dos veces en ese rocoso anfiteatro rodeado de collados eternos.1 Antes de que el contemplador descendiera aquella noche de Mistrá, el impacto que el paisaje laconio había hecho en su Weltamchauung clásica había dejado impresos en su espíritu dos duraderas lecciones: una sobre la geografía histórica de la Grecia europea continental, y la otra sobre la morfología de la historia de las civilizaciones.2 El autor había aprendido que en esta península mediterránea el contorno físico se prestaba a dos régimes políticos y sociales posibles, que en efecto se alternaron allí por lo menos dos veces. La disposición de la tierra y la situación de un mar insinuante decretaron que en este país se librara una perpetua guerra de guerrillas entre los pastores de las tierras altas que ocupaban toda la térra firma salvo una fracción, y los agricultores, artesanos y marinos de los fértiles trozos de la llanura y de los puertos provechosamente situados; y las fluctuaciones registradas en la perpetua lucha entre estos dos elementos de la población, que tan desigualmente se dividían el territorio, tenían por fuerza que reflejarse en correspondientes fluctuaciones de la suerte de los asientos geográficos de las ciudades y de la suerte de las instituciones políticas. Cuando la población marina y agricultura de los puertos y llanuras se hallaba a la defensiva —como solía ocurrir, especialmente cuando se trataba de intrusos extranjeros que habían llegado allí desde ultramar— esa población no podía mantener desde sus nidos fortificados sino un precario dominio sobre las llanuras y sobre los pasos que comunicaban una llanura con otra. Uno de tales nidos había sido puesto en lo alto de Mistrá por invasores francos del siglo XHI y otro en el risco de Terapné por invasores minoicos del segundo milenio a. de C, y la ulterior catástrofe en que terminaron estas dos variaciones del mismo tema histórico era manifiestamente el desenlace que cabía esperar de la inseguridad inherente a este tipo de régime. El exótico castillo pudo haber pasado una y otra vez de unas manos extranjeras a otras —así como Mistrá había pasado por manos francesas, bizantinas, otomanas, venecianas, otra vez otomanas, y así como Terapné había pasado por manos cretenses, pelópidas y aqueas—, pero era probable que tarde o temprano el toar de -forcé terminara del mismo modo. El puesto de avanzada, peligrosamente expuesto, de una civilización extranjera, podía sucumbir en un cataclismo social en el que los salvajes montañeses nativos —mantenidos a raya por los intrusos que empero no habían logrado ni someterlos ni asimilárselos— bajaría a las llanuras, en un devastador alud. Y esa repetida catástrofe, cuando ocurría, determinaba una peripeteia que inauguraba un período de dominio del régime opuesto. En efecto, una vez que los montañeses nativos se posesionaban —o volvían a posesionarse— de las llanuras, puertos y pasos, sus hijos adoptaban el correspondiente estilo de vida

agrícola y marítima sin dejar de ser adversarios temibles de sus primos que, habiendo permanecido en los montes, continuaban allí desarrollando sus dos actividades tradicionales de montañeses: el pastoreo y el bandolerismo.1 A diferencia de los intrusos extranjeros procedentes de ultramar, los montañeses nativos que los habían desalojado de las llanuras y que en consecuencia se habían dedicado a la agricultura, a la industria y a la navegación, conservaban aún un residuo del espíritu de los montañeses salvajes; y el símbolo visible del dominio efectivo que, bajo ese régime indígena establecerían sobre los conservadores pastores de las tierras altas los ci-devant montañeses que ahora vivían en las tierras bajas y se habían hecho agricultores, sería el reemplazo de una ciudadela fortificada de Terapné o de una ciudadela fortificada de Mistrá por una ciudad abierta, levantada en "las tierras de sembradío", una Esparta que podía prescindir de los muros de la ciudad porque las condiciones marciales de sus ciudadanos-soldados disciplinados podrían sembrar eficazmente el terror en los corazones de los montañeses sobrevivientes intimidados.2 El autor hubo de atesorar desde entonces esta lección sobre geografía histórica de Grecia, que aprendió en la ciudadela de Mistrá el 23 de mayo de 1912. Sin embargo, ella no resultó de tanto provecho para sus entonces aun inconscientes propósitos futuros, como la simultánea lección sobre la morfología de la historia de las civilizaciones. Verdad es que su educación clásica helénica le había dado la noción de la contemporaneidad filosófica y la equivalencia filosófica de repre-

Génesis XLIX. 26. En IX. ix. 532"6, ya nos hemos referido a estas dos lecciones implícitas en la geografía histórica de Laconia. 1

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1 En Macedonia, donde la peripeteia social que acompañó a la transferencia de soberanía (la que pasó del imperio otomano al reino de Grecia) se había verificado noventa y un años después que en Laconia, el autor tuvo la buena suerte de encontrar a un beneficiario vivo, que arrojó clara luz lateral sobre este punto. Mientras el 4 de setiembre de 1921 esperaba un ómnibus en Sorovich, el autor se puso a conversar con un hombre que resultó ser un esloveno nacido en Klagenfurt, Carinthia, y que había emigrado siendo niño a los Estados Unidos, había llegado a Macedonia como chofer de la Cruz Roja norteamericana, y manejaba ahora un tractor, al servicio de tres hermanos griegos, que eran copropietarios de una gran granja situada en las inmediaciones de Sorovich y que además eran dueños de todo un grupo de casas que bordeaba el camino de la estación de ferrocarril. Como la propiedad misma, los procedimientos de explotación agrícola, occidentales y modernos, que empleaban los actuales propietarios, eran un legado de su padre, que había muerto sólo cuatro meses antes. Al formularle el autor unas preguntas sobre los antecedentes del empleador fallecido, el mecánico esloveno manifestó: "El caso es que no poseyó esta propiedad durante mucho tiempo. Antes de la 'guerra' (se refería a las guerras de 1912-13 d. de C.) cuando los turcos eran dueños del país, él era sólo uno de esos 'cristianos'. . . ¿cuál es la palabra inglesa para designarlos ?. . . Ah, ahora lo recuerdo: 'bandidos'... de los montes. Pero cuando el ejército griego avanzó, los turcos retrocedieron y los bandidos bajaron desde las montañas y se apropiaron de las tierras. De ese modo mi empleador tuvo su propiedad y ahora yo tengo trabajo." 2 Esta sea tal vez la respuesta a la pregunta que se formulaba un historiador occidental moderno: "Al visitar hoy día el castillo de Villeardouin, se pregunta uno cómo los antiguos espartanos pudieron haber pasado por alto una posición estratégica tan incomparablemente superior a la de la ciudad abierta que se extendía efi las llanuras del Eurotas." — Miller, W.: The Laiins in the Levant (London *908, John Murray), pág. 100.

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sentantes no contemporáneos de esta especie de sociedad 1 y que esta idea hipotética hubo de madurar en convicción poco más de dos años después, por obra de la luz que arrojó sobre el vocabulario y la psicología de Tucídides el estallido de la primera guerra mundial de Occidente; 2 pero esas influencias del milieu social en que había nacido un historiador occidental postmoderno que recibiera una educación clásica, podrían no haber bastado por sí mismas para iniciarlo en una. visión sinóptica de la historia, si esa visión sinóptica no se le hubiera desplegado físicamente entre los ojos cuando él se hallaba en lo alto de Mistrá el 23 de mayo de 1912, viviendo una experiencia personal del espectador.

espíritu del interlocutor la simiente de una empresa intelectual que fue retardada, pero no ahogada, por la ardua carrera política que siguió durante aproximadamente nueve años el futuro autor de la obra sugerida. Tan pronto como Yosoburo Takekoshi se vio obligado a abandonar la vida política, por no haber conseguido conservar su banca en la dieta japonesa, en la elección general de 1915 d. de C, emprendió seriamente el proyecto, por tanto tiempo dilatado, y lo puso por obra en el curso de los cinco años que terminan el 25 de noviembre de 1920, fecha en que escribió el prefacio en el cual dejó consignada la génesis del libro. En este caso no representó el papel de musa ni un acontecimiento público catastrófico ni una aguda experiencia personal de primera mano, sino que lo hizo la relación de un encuentro personal de otros dos espíritus vivos.

Yosoburo Takekoshi Una experiencia que es personal en cuanto no se debe al milieu social del sujeto puede asimismo inspirar a un historiador, aun cuando se trate de una experiencia de segunda mano, como lo atestiguó un historiador japonés del siglo xx, Yosoburo Takekoshi, en el prefacio de su libro The Economic Aspects of the History oj the Civilisation of ¡apan.z "Cuando el vizconde Motono, que fue embajador japonés en París entre 1901 y 1906, conoció al señor Gustave Le Bon, un distinguido evolucionista, éste se refirió al reciente surgimiento del Japón, que consideró maravilloso y sin paralelos en la historia del mundo, y comparó el progreso del Japón con la marcha de un cometa que, brillante, surca el cielo pero que describe una órbita irregular, que es peligroso cuando se acerca y cuyas apariciones y desapariciones [son] extremadamente inciertas. Continuó diciendo que el Japón, lo mismo que un cometa, podría algún día desvanecerse de pronto de la vista, por debajo del horizonte. En su réplica, el vizconde Motono le hizo notar que el Japón no apareció en el cielo tan súbitamente como el señor Le Bon parecía creer; que, por el contrario, a lo largo de su prolongada historia, el Japón había pasado por varias fases de progreso, hasta que por último salió al escenario del teatro mundial, plenamente preparado y dispuesto a desempeñar su papel. El resurgimiento del Japón no había sido, pues, sino su curso natural. Entonces el señor Le Bon lo urgió a que se publicara una obra sobre el progreso del Japón. Y cuando luego el vizconde Motono volvió a la patria en uso de licencia me contó su entrevista con el señor Le Bon y me sugirió que yo escribiera una historia del Japón para ilustrar no sólo al señor Le Bon, sino a muchos otros europeos que podían alimentar análogas ideas respecto de Japón." Esta sugestión del barón Motono, determinada por el hecho de haber contado a Takekoshi su conversación con Le Bon, sembró en el 1 Véase págs. 126-8, supra. Véase pág. 127, supra. 3 London 1930 Alien & Unwin, 3 vols. 2

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D. EL SENTIMIENTO POÉTICO Y LOS HECHOS DE LA HISTORIA En nuestra anterior indagación del impulso a investigar las relaciones que hay entre los hechos de la historia, dimos con las fuentes de acción de una serie de historiadores. En algunos casos esas fuentes comenzaron a manar por obra de experiencias personales; en otros, por obra de los acontecimientos o las circunstancias del milieu social del historiador. Esta variedad de casos que citamos al tratar un tema de nuestro programa, indica la notable concordancia del testimonio incidental de estos diversos testigos, en lo referente a nuestro tema siguiente. Nuestro examen de las respuestas dadas a la incitación de la pregunta intelectual: "¿cómo de aquello se llegó a esto?", nos revela retrospectivamente la significativa verdad de que, en su intento de responder a ella, los historiadores se vieron llevados a trascenderla, tanto en amplitud como en profundidad. Cuando investigamos las relaciones que hay entre los hechos de la historia tratamos de ver a Dios a través de la historia, con nuestro intelecto. El ordenamiento de los hechos es esencialmente una actividad intelectual; pero el intelecto es sólo una facultad del alma. Cuando pensamos en algo solemos tener sentimientos sobre ese algo, y nuestro impulso a expresar esos sentimientos es aún más vigoroso que nuestro impulso a expresar los pensamientos. Los sentimientos sobre la historia, así como los pensamientos sobre ella, han inspirado obras históricas; y sentimientos análogos suscitados por hechos análogos se expresaron también en obras de imaginación, de los diversos géneros literarios. Por ejemplo, hay un género lírico, un género épico, un género narrativo y un género dramático, y el sentimiento poético de los hechos de la historia se valió de todos ellos. El género lírico, para comenzar con él, tiene muchas facetas. Puede presentarse en el regocijo de un alborear de algo, en la jubilosa exalta-

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ción de una liberación, en las celebraciones de una hazaña, en los elogios del heroísmo o en elegías por los dolores de la vida humana. El regocijo de un alborear es la carga emocional contenida en algunas de las escenas más famosas de la historia occidental —el grito de los guerreros cristianos y latinos de "Detis le volt" en respuesta a la predicación de la Primera Cruzada que hizo el papa Urbano II, el ministerio de San Francisco de Asís visto a través de los ojos de Giotto y de Santo Tomás de Celano, las recaladas de la Pinta x y del Mayflower, la firma de la Declaración de la Independencia— y la poesía, por lo menos en algunos de estos hechos históricos, se expresó en versos que son más elocuentes que volúmenes enteros. Emerson destiló en una cuarteta la poesía de la guerra de la revolución norteamericana. Junto al rústico puente tendido, cual un arco, sobre el río, desplegada la bandera a la brisa de abril, allí estuvieron un día los campesinos armados y dispararon el tiro que se oyó en todo el mundo.2 Wbrdsworth destiló en dos versos la poesía de la Revolución Francesa: Gloria era en aquel alba estar vivo, pero ser joven era el mismo cielo.3 No es sorprendente que, en estas manifestaciones de regocijo por un alborear, los historiadores hayan dejado que los poetas fueran sus voceros; pues la alegría suscitada por el comienzo de una nueva era de la historia es la respuesta que da el alma a una epifanía, la cual es algo más que un mero acontecimiento temporal. Los amaneceres despertaron tales alegrías por cuanto son irrupciones de la eternidad en el tiempo. Lo que ocurrió en esas ocasiones históricas ocurre análogamente al nacer cada niño: "La mujer cuando da a luz tiene dolor, porque ha llegado su hora; mas cuando ha dado a luz al niño ya no se acuerda más de la angustia, a causa del gozo que tiene de que ha nacido un hombre en el mundo." 4 En el gozo de la madre el alma saluda una encamación; y puesto que "alies Vergangliche ist nur ein Gleichnis",5 las albas de las eras mundanales que tienen esta poesía son antitipos de albas cósmicas en las que la luz divina irrumpe en este mundo. Una luz que resplandece 1 Aunque el primer miembro de la primera expedición de Colón que vio tierra, fue un marinero que se hallaba a bordo de la Pinta, el nombre de este barco no gozaba del mismo renombre que tenía la Santa María, la nave capitana. 2 Emerson: Concord Hymn, estrofa i. 3 Wordsworth: The Prelude, Libro XI, versos 108-9, <)ue incluye The Frencb Revolution as it appeared to Enthusiasts at ils Commencemettt, * Juan XVI. 21. 6 Goethe, Fausí, versos 12.104-5.

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ante nosotros a través del cuadro de Boticelli, de la National Gallery de Londres, del nacimiento en el establo de Belén, es asimismo manifiesta en la iluminación bajo el árbol bodhi, en el descenso de la paloma durante el bautismo en el Jordán, en la transfiguración sobre la montaña, en la visión del camino a Damasco, y en las señales del desierto; y, a medida que la voz de Milton se enciende en una oda franciscana, a la mañana del nacimiento de Cristo, la voz de Gibbon se apaga. El estremecimiento exultante de la liberación es la carga emocional de acontecimientos históricos designados con palabras tales como Maratón, Salamina, Befreiungskrieg, Risorgimento, Renacimiento; y estos hechos históricos mundanales, que tienen tal poesía son antitipos de la Resurrección en la mañana de Pascua. La gloria de las obras de creación humana es la carga emocional que tiene el recuerdo de Atenas y Florencia, el espectáculo del altar y del templo del cielo, los frisos del Partenón, la iglesia de Ayía Sofía y la Mezquita Verde,1 y la lectura de la Divina Commedia; y esas obras humanas que tienen esta poesía son antitipos de las misiones de Cristo y Buda y de las misiones de todos los bodhisatvas, profetas y santos hasta un John Wesley y un Mahatma Gandhi, que ya vinieron y pasaron y que, a través de las edades, serán seguidos por miembros de su egregia confraternidad. 2 La gloria del heroísmo es la carga" emocional que tiene el recuerdo de los trescientos de las Termopilas, los seiscientos de Balaclava, los cuatro mil de Waterloo 3 y los quince mil de Gettysburg; y estos héroes marciales son temas de poesía para un Tennyson o un Simónides, en la medida en que son antitipos del noble ejército de mártires.4 "Fueron apedreados, fueron aserrados, fueron tentados, fueron muertos a espada; anduvieron de acá para allá, en pieles de ovejas y de cabras, estando destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales no era digno el mundo), andando descaminados por los desiertos y por las montañas y abrigándose en las cuevas y en las cavernas de la tierra." 5 En cuanto a las lacrímete rerum G son tan innumerables como las gotas de agua del mar, puesto que el dolor es la tela de que está hecha la vida mortal del hombre. Ésta es la carga emocional de la 1 El autor, que había visto también la cúpula de la Piedra y del Taj Mahal, no podía, desde luego, dejar de mencionarlas asimismo en este punto. En 1952 d. de C. el autor ya había visitado tres veces a Brusa, pero aún no había puesto el pie en Jerusalén o Agrá. 2 Te Deum, versículo 8. 3 Si éste era en verdad el número de hombres de los batallones de la Guardia Imperial francesa que tomó parte en el asalto final y en la última resistencia, en Waterloo (véase Rose, J. H.: The Life of Napoleón I (London 1904, Bell, 2 vols.), vol. u, págs. 506-8). Te Deum, versículo 9. 6 Hebreos, XI. 37-38. 0 Virgilio: Eneida, Libro I, verso 463.

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elegía de Hesíodo por los héroes homéricos 1 y de las elegías de Chu Yuan y de Angilberto por las víctimas de la guerra fratricida Todos los guerreros están muertos: yacen en el cenagoso campo Salieron, pero no entrarán; fueron, pero no retornarán. Anchas y chatas son las llanuras y largo el camino de vuelta Yacen las espadas junto a ellos, las negras empuñaduras en las manos Aunque tuvieran los miembros desgarrados, no se les apaciguaba el Tenazmente hasta el final se mantuvieron incólumes. Deshechos estaban sus cuerpos, pero las almas conquistaron la f, , ., , , inmortalidad... Capitanes son entre los espectros, héroes entre los rnuertos.2 La misma voz que habla en estos versos escritos en un tiempo de angustias sínico se hace también oír en los versos escritos durante un interregno postcarolingio. Albent campi vestimentis mortuorum lineis Velut solent in autumno albescere avibus. . Maledicta dies illa, nec in anni circulo Numeretur, sed radatur ab omni memoria, lubar Solis illi desit, Aurora crepúsculo, Noxque illa, nox amara, noxque dura nimium, In qua fortes ceciderunt, proelio doctissimi, Pater, mater, sóror, frater, quos amici fleverant.3 La cuerda del sentimiento que toca el pahos de los guerreros muertos en el campo de batalla suena asimismo en respuesta a la tragedia del fracaso de la obra de toda una vida. Libanio expresó en dos exámetros, de los cuales el segundo es una reminiscencia homérica la tragedia del fracaso de una empresa sin esperanzas que, cual un fuego fatuo resplandeció en la breve trayectoria de Juliano el Apóstata. ' ' Tíypiv á¡i.4>ÓTSpov,

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El Apóstata era, a pesar de sí mismo, un imitador de Cristo pues vidas dedicadas de tal suerte a una empresa y muertes trágicas' tales, Hesíodo: Los trabajos y los días, versos 156-73, citado en VIII. VIH Chu Yuan (vivebat 332-295 a. de C), según la traducción de AI-H/ W i en A Hundrcd and Seventy Chínese Poems (London 1920, Constable) n' 3 Elegía de Angilberto sobre la batalla de Fontenoy (commissa 841 */S'j2*r\' contenida en The Oxford Book of Medieval Latín Verse cornciladn *. cf u Gaselee (Oxford 1928, Clarendon Press), págs. 45-46. comPlIad° por Stephen * Atribuidos a Libanio en Anthologia Palatina, Libro III n° 147 • j por>r Zósimo sin dar referencias, en su Historiae, Libro III,' cap. 34 ^° Cltad,os 1

2

describe a Agamenón.

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son antitipos de la Pasión de Cristo; y la poesía de esas elegías nos conmueve el corazón porque nuestros oídos están percibiendo los tonos de la liturgia del Viernes Santo y nuestra mirada interior está contemplando la Agonía en el Jardín, tal vez en las versiones visuales que nos ofrecen los cuadros de Bellini y Mantegna, y que en junio de 1951 estaban suspendidos uno junto al otro en la National Gallery de Londres. El género épico expresa el sentido de lo novelesco suscitado por las conquistas y las derrotas, por los viajes e incursiones, y por el fluir musical del océano de la historia, que todo lo abraza. Los deslumbrantes triunfos personales de un Ciro, de un Alejandro, de un César, de un Gengis, de un Timur, de un Cortés, de un Nadir Sha, de un Clive, de un Wellesley o de un Napoleón, y los triunfos colectivos de los conquistadores * macedónicos, árabes, mongoles, castellanos o británicos, tienen su reverso oscuro en las agonías de sus víctimas; y las simpatías de la humanidad se revelan en la elección que los poetas hacen de los temas épicos. Entre los poetas hay un acuerdo —que es impresionante porque es tácito y manifiestamente no deliberado— según el cual sienten que los punzantes ayes de los conquistados ofrecen a la imaginación tema más promisorio que los prosaicos éxitos de los conquistadores, de suerte que las víctimas suelen obtener un desquite postumo de sus derrotas históricas, sufridas en los campos de batalla, al levantarse de entre los muertos y verse coronadas con la inmortalidad literaria.2 Ni siquiera la violenta muerte sufrida a manos de Bruto cuando se hallaba en la cúspide de su carrera, consiguió recobrar para el vencedor de Pompeyo el pathos conferido a la muerte de éste, como lo atestigua la incapacidad de Plutarco para conmovernos con su relación del fin de César, de la misma manera en que nos conmueve con el correspondiente pasaje de la Vida de Pompeyo Magno.3 La sórdida eliminación de un señor de la guerra que ya había pasado la flor de la vida fue transfigurada por los sufrimientos de la víctima en un símbolo del dolor que está en el centro de la vida humana. En el mismo plano poético Yazdagird tiene la última palabra contra Sad b. abi Uakas, Rodrigo contra Tarik, Jalal-ad-Din Mankobirní contra Gengis, y Constantino Dragasis contra Mehmed Fatih. Hasta Mostassem, el lerdo, y Atahualpa, el usurpador y fratricida, quedan redimidos por la tremenda crueldad con que sus conquistadores los condenaron a muerte. Y si hubo laureles en el saqueo de Bagdad que llevó a cabo Hulagú o en la destrucción del imperio de las Cuatro Comarcas que llevó a cabo Pizarro, éstos no adornaron las sienes de los asesinos. En cuanto a los aztecas y a los asirios, nada convenía más a esos militaristas sedientos de sangre que la última resistencia en la cual exhibieron En español en el original (N. del T.). En V. v. 609-17, nos referimos a esta compensación de un hecho histórico en la tradición "heroica". 3 Caps. 77-80. 1 2

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154 gloriosamente el coraje de sus abominables convicciones. El espíritu y la conducta, en no menor medida abominables, del Aquiles de Hornero no podrían tampoco tolerarse si el lector no supiera que aquel salvaje egoísta sabía asimismo muy bien que estaba condenado a morir en la flor de su juventud. El verdadero héroe de La Uíada es, desde luego, no el Aquiles aqueo, sino el Héctor troyano; y aunque el retorno al hogar del guerrero aqueo Agamenón tuvo el poder de inspirar una consumada obra de arte, la tragedia de Esquilo tenía un tema sobrehumano en la pavorosa ironía de la retribución divina. Ni siquiera el lastimoso desmoronamiento de la potencia aquea, producido después del cruel saqueo de Troya, suscitó una obra poética que estuviera a la altura de Las Troyanas de Eurípides, o del segundo libro de La Eneida de Virgilio o de la elegía por el exddium de Andalucía, de Abul Baka de Ronda. Así como la enamorada amante llora al separarse del amado, amargamente llora la gloriosa religión de Abrahán, por los tristes países desamparados del Islam y poblados sólo por los infieles. En iglesias se han convertido las mezquitas: nada en ellas sino campanas y cruces; y así lloran los mibrab^ aunque inanimados, y los nimbar2 están de duelo, aunque son de madera. ¿Oh, quién acudirá en ayuda de un pueblo antes poderoso, pero ahora abatido, antes floreciente, pero ahora oprimido por los incrédulos? Ayer eran reyes en sus moradas y hoy son esclavos en el país del infiel. ¡Y qué dirías si pudieras verlos, agobiados por la consternación, sin nadie que los guíe y llevando las vestiduras de la ignominia! ¡Si pudieras verlos llorando cuando los venden, vacilaría tu espíritu y tu dolor rayaría en locura! ¡Ah, entre cuántas madres e hijos hay una separación tal como la de las almas cuando se separan de los cuerpos! ¡Y a cuántas muchachas hermosas como el sol naciente, sonrosadas como el rubí y el coral, el bárbaro arrastra por el suelo, para avergonzarlas, mientras lloran sus ojos y se les enloquece el ánimo! Ver cosas tales hiela de angustia el corazón, si en ese corazón hay el sentimiento y el credo de un musulmán.3 Los dolores de los conquistados debían ser el tema de la épica de Andalucía, puesto que los triunfos de los conquistadores militares —aqueos o castellanos— no son la materia de que está hecha la poesía. Nichos que señalan a La Meca. —• A. J. T. Pulpitos. — A. J. T. 3 Escrito circa 1250 d. de C. por Abul Baka de Ronda y traducido al inglés por R. A. Nicholson, en Translations of Easlern Poetry and Prose (Cambridge 1922, LTniversity Press), págs. 168-9, 1 2

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Sólo las acciones del justo exhalan suave aroma y florecen en su polvo, i Los únicos conquistadores que no tienen ninguna némesis literaria son los victoriosos misioneros de las religiones superiores, cuyas hazañas épicas fueron cantadas en los hechos de los apóstoles budistas, cristianos y musulmanes. La poesía de los viajes e incursiones también fluye en la épica. Se da en las Volkerwandemngen de los bárbaros, en las "cruzadas" de los latinos cristianos occidentales medievales ex bárbaros y de los árabes musulmanes primitivos; en la conquista del oeste por los pioneers sínicos del siglo li a. de C. y por los pjoneers norteamericanos del siglo xix de la era cristiana. En las incursiones al este que hicieron Juan de Piano Carpini, Guillermo de Rubruck, Nicoló Maffeo, Marco Polo y los otros intrépidos viajeros latinos del siglo xm, que realizaron el tremendo itinerario que los llevó a Caracorum y Xanadu, a través de todo lo ancho de la gran estepa eurasiática; se da en la hazaña de los barqueros cosacos que se abrieron camino por la tundra y la selva, desde los Urales al Pacífico, en el breve término de unos cincuenta años; 2 en el viaje que hizo Coleo a Tartesos, situada entre las columnas de Hércules; 3 y en el viaje de Colón a través del Atlántico, desde Tartesos a las Antillas; en la exploración del océano Indico que llevaron a cabo en el siglo xv marinos del Lejano Oriente,4 quienes casi se anticiparon, de este a oeste, a la ulterior hazaña de Vasco da Gama que rodeó el África de oeste a este; en la conquista del Pacífico realizada por canoas que navegaron hacia el este y (acaso) por balsas que navegaron hacia el oeste; 6 en la conquista del polo norte, del polo sur, del aire, de la estratosfera, del monte Everest realizada por aventureros occidentales durante la vida del autor y del lector de este Estudio; y en las peregrinaciones de todos los peregrinos a lugares santos. En cuanto a la gran épica cuyo tema es la historia misma, ésta se desarrolla en dos versiones opuestas, que no pueden conciliarse aunque las dos pueden deducirse del cuadro del caos de Watts o del pean 6 de Sófocles sobre la condición humana: Muchas son las cosas maravillosas, pero ninguna hay tan extraña, tan cruel, como el hijo del hombre. 7 Shirley: Deatb tbe Leveller, versos finales, Véase II. II. 168 y V. v. 216-17. 3 Véase Herodoto, Libro IV, cap. 152. 4 Véase Duyvcndak, J. J. L.: China's Dtscovery of África (London 1949, Probstnsin). Aléase Heyerdahl, Thor: Kon-Tlkt (Chicago 1950, Rand McNally); American maians tn thc Pacific (London 1952, Alien & Unwin). Sófocles, Atulgona, versos 332-75. 7 Según la traducción de Gilbert Murray. 1 2

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H. G. Wells, en The Outline of History ha escrito un poema épico sobre el tema "El hombre se hace a sí mismo", que es el título de un libro posterior debido a la pluma de un eminente arqueólogo occidental de la generación siguiente.1 Esta fría afirmación constituye una desafiante réplica del hombre occidental postcristiano a la gozosa seguridad del salmista de que "el Señor sólo es Dios" y de que "nosotros somos suyos, su pueblo, y las ovejas de su dehesa", porque "Él nos hizo",2 y no nosotros mismos. Y ese versículo enuncia el tema de la historia como una serie de encuentros del hombre y su Creador, en los cuales un paraíso que se perdió a causa de una caída, se recupera por obra de una Redención y en los cuales esta liberación3 de la criatura de Dios se logra al precio de una Pasión que Cristo padeció "por medio de la gracia y por la esperanza de la gloria". En otro salmo pueden encontrarse los versos iniciales de esta Divina Commedia. "Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido formado; admirables son tus obras; y mi alma lo sabe muy bien. "No te fue encubierto mi ser cuando fui labrado en secreto y entretejido maestramente en lo más recóndito de la tierra. "Tus ojos vieron mi imperfección y en tu libro mis días fueron delineados y todos ellos escritos cuando aún no había ninguno de ellos. "¡Y cuan preciosos me son tus pensamientos, oh Dios, cuan grande es la suma de ellos! "Los quisiera contar, pero son más numerosos que la arena: despierto y aún estoy contigo." *

Cuando pasamos a considerar el género de arte literario del narrador comprobamos que el novelista compite con el autor de diarios, con el autor de epístolas y con el biógrafo, en cuanto a determinar si "la ficción" 5 o los "hechos reales" constituyen un medio más propicio de expresar la poesía contenida en las cuestiones privadas de la gente común. En esa competición de dos formas rivales del arte de destilar la poesía de un suceso, un Pepys, un Saint Simón, un Boswell, un Manucci,6 un Cicerón y un Horace Walpole se hallan frente a un Herodoto,7 frente, digamos, a los autores anónimos de Los Tres ReiChilde, V. Cordón: Man Makes Himself (London 1936, Watts). Salmos C. 2. Romanos VIII. 21. * Salmos CXXXIX, 14-18 (13-18 en el Libro de la Oración Común). 5 En las llamadas "obras de ficción" el elemento ficticio nunca representa más que un pequeño porcentaje del total y ese ingrediente de auténtica ficción es capaz de expresar verdades filosóficas que son menos fáciles de expresar citando los llamados "hechos positivos o reales" (véase I. I. 487-9 y 491-2). « Manucci, Nicolao: Storia do Mogor, or Mogul India 16)2-1-708, traducido por William Irvine (London 1906-8, John Murray, 4 vols). 7 Por ejemplo, en sus relaciones de Micerino (Libro II, caps. 129-33), Rampsinito (Libro II, cap. 121), Giges (Libro I, caps. 8-13), Creso (Libro I, caps. 28-56 y 1 2 3

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nos,1 y frente a una escuela occidental moderna de novelistas históricos.2 El género dramático de arte literario tiene el poder de expresar la poesía de los hechos de la historia en un orden ascendente de grados. Puede contentarse con un mero ensayo del drama que ipso facto es inherente a toda inversión de papeles (peripeteia)p o puede presentar el drama como un acto de justicia poética, o bien puede interpretar la justicia como el obrar inexorable de las leyes del destino o como la operación trituradora de los molinos de Dios. Ejemplos clásicos de la inversión de papeles producida en la historia de las civilizaciones son los sucesivos derrocamientos del imperio aqueménida por Macedonia, y de Macedonia por Roma,4 el triunfo del cristianismo sobre el paganismo en el imperio romano, el cambio de suerte de los estados del sur de la Unión Norteamericana por obra del desenlace y las consecuencias de la guerra civil norteamericana, y la "Cadena de Destrucción" que rastreamos en una parte anterior de este Estudio,5 en la cual una efímera técnica militar tras otra quedaron dramáticamente derrotadas por una sucesora que luego a su vez corrió la misma suerte. En el plano de los encuentros personales, diferente del de las relaciones institucionales, podríamos citar un ejemplo de la esfera de los "hechos reales" y otro de la esfera de la "ficción". El drama desnudo de la peripeteia es el tema de Polibio, cuando éste describe los sentimientos del rey seléucida Antíoco III, una noche del año 214-13 a. de C., en la cual su primo disidente, Aqueo, a quien Antíoco sitiaba en la dudadela de Sardis, le fue entregado súbitamente en sus manos. "Desde las primeras horas de la noche el rey se hallaba en un estado tal de febril exaltación, mientras esperaba ver cómo resultaba lo que se había tramado [el secuestro de Aqueo], [que no consiguió dormir; de manera que} había despedido a su comitiva y se hallaba sentado en la tienda, alerta, sin servidores que lo atendieran, salvo dos o tres ayudas de campo. Y cuando Cambilo y su gente entraron y depositaron a Aqueo [cautivo y] atado, en el suelo, lo sorprendente de aquel espectáculo conmovió a Antíoco 85-91), Ciro (Libro I, caps. 107-30), Polícrates (Libro III, caps. 39-43 y 120-5), Democedes (Libro III, caps. 129-38) y Esciles (Libro IV, caps. 78-80). 1 San Kuo Chih Yen I, una leyenda romántica de los tres turbulentos estados sucesores locales del imperio Han, que se desarrolló a través de las edades hasta alcanzar su forma definitiva en la época de la dinastía Ming (traducción al inglés de Brewitt-Taylor, C. H, (Shanghai 1925 Kelly and Walsh)). 2 Véanse las citas en "Expresiones de agradecimiento" del autor, en la pág. 287, iafra. 3 En IV. IV. 256-72 se discutió el problema de la peripeteia, a propos de la némesis de la creatividad. * Véase Polibio: Historia Ecuménica, Libro XXIV, cap. 21, donde el historiador del derrocamiento de Macedonia por Roma hace un comentario de un pasaje que a su vez comenta el triunfo de Macedonia sobre Persia y que Polibio cita de la obra de su predecesor, Demetrio de Palero. 5 En IV. iv. 452-87.

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de modo tal que quedó sobrecogido de afasia. Pasó un largo rato antes de que pudiera pronunciar palabra, y cuando por fin sus sentimientos encontraron una salida se manifestaron en una efusión de simpatía, que lo hizo romper en llanto. "Si tratamos de interpretar esta reacción psicológica de Antíoco, mi diagnóstico sería el de que se vio abrumado por la convicción de la impotencia del hombre para guardarse de los mortales golpes de la fortuna y ni siquiera para preverlos. Allí yacía Aqueo, sobrino de Laodicea [II], la esposa de Seleuco [II], marido de Laodicea, la hija del rey Mitridates [II de la Capadocia Póntica] y hasta ese momento gobernante de jacto de todos [los dominios de la dinastía seléucida] situados al noroeste del Tauro. La ciudadela de Sardis, en la que él se había establecido, era considerada la más fuerte del mundo por el común consenso de sus propias tropas y de sus adversarios. Y ahora estaba allí, atado en el suelo, absolutamente en poder de sus enemigos, antes de que las nuevas de este extraordinario hecho hubieran tenido tiempo de llegar a ningún alma que no fuera la de los inmediatos participantes." i

"Luego Sophia sintió una emoción pura y primitiva, sin ningún elemento moral o religioso que la coloreara. No le apenaba que Gerald hubiera arruinado su vida ni que fuera una vergüenza para él y para ella. No tenía importancia cómo había vivido. Lo que la afectaba era el hecho de que una vez aquel hombre había sido joven y ahora había envejecido y estaba muerto. Eso era todo. La juventud y el vigor habían terminado en aquello. La juventud y el vigor siempre terminaban en eso. Toda cosa terminaba en eso. Él la había maltratado, la había abandonado, había sido un canalla sin remedio; pero qué triviales eran esas acusaciones. Todo aquel montón de motivos de queja se desmoronó de pronto. Ella lo veía joven, orgulloso y fuerte, como por ejemplo cuando la había besado mientras ella estaba tendida en la cama de aquel hotel de Londres —había olvidado el nombre— en 1866; y ahora era viejo y estaba gastado y era horrible y estaba muerto. Era el enigma de la vida lo que la atormentaba y la mataba." i

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Este relato de un hecho histórico positivo, que ocurrió en el mundo helénico en el siglo m a. de C, tiene una réplica inequívocamente ficticia en el siguiente pasaje, que se encuentra casi al final de una novela occidental postmoderna que, como su autor nos dice en el prefacio, fue terminada en julio de 1908. La mise-en-scéne no es aquí una tienda, sino un dormitorio y el personaje postrado no es un prisionero vivo esa noche y que habrá de morir al día siguiente, sino un cuerpo ya abandonado por la vida. El personaje, que permanece silencioso, es en este cuadro no un hombre sino una mujer, la cual no tiene en la figura postrada un rival que le dispute una corona, sino que es la esposa abandonada que "no veía al marido desde hacía treinta y seis años"; pero el choque que ella sufre no es menos intenso y la causa elemental es ese mismo abrumador sentimiento de lo indefenso que está el hombre frente al destino. "Lo que ella sintió no fue un golpe convencional, esperado. Fue un golpe absolutamente imprevisto, el más violento que hubiera recibido jamás. En su espíritu no se había representado a Gerald como un hombre muy viejo; sabía que era viejo, se había dicho que debía ser muy viejo y que pasaría los setenta años, pero no se lo había representado así. Esa cara en la cama era penosa, lastimosamente vieja.. . El cuerpo, cuyas líneas se dibujaban claras bajo las sábanas, era pequeñito, delgado, encogido, lastimoso como la cara; y en ésta había una expresión general de fatiga final, de agudo y trágico agotamiento. Esto hizo que a Sophia la consolara la idea de que la fatiga y el agotamiento se hubiera calmado en descanso, mientras pensaba continuamente y con horror: '¡Oh, cuan cansado debe de haber estado!' 1

Polibio: Historia Ecuménica, Libro VIII, cap. 20.

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En este enigma de la vida el paso de la vida a la muerte es, desde luego, la péncetela suprema. "Todos los hombres nacen con una soga al cuello; pero únicamente cuando quedan cogidos en el rápido, súbito tirón de la muerte los mortales se dan cuenta de los silenciosos, sutiles, siempre presentes, peligros de la vida." 2 Este cambio total que priva a la vida de la vida misma debe de ser de la misma magnitud absoluta para toda criatura. "Y el pobre escarabajo que aplastamos al pasar experimenta un dolor corporal tan grande como un gigante cuando muere"; 3 y la muerte niveladora hace que la tragedia de Gerald Scales sea pareja a la de Aqueo. El cetro y la corona habrán de desplomarse, y en el polvo serán iguales a las pobres y corvas azadas y guadañas.4 Sin embargo, el horror del cambio de suerte es, si no más evidente por lo menos más irónico, en la muerte de aquellos que, en esta vida transitoria, tuvieron el efímero goce del poder y las riquezas. Mortales, mirad y temed. Ved, qué cambio éste. Pensad cuántos huesos reales 1 Bennett, Arnold: The Oíd Wives' Tale, Libro IV: "What Lije is", cap. 4: "End of Sophia". 2 Melville, Hermán: Moby Dick, cap. XI. 3 Shakespeare: Mensure for Mensure, acto II, escena i, versos 79-81. * Shirley: Deatb the Leveller, estrofa i, versos 5-8.

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duermen dentro de estos montones de piedras. Aquí yacen, tuvieron reinos y tierras, y ahora les falta fuerza para mover las manos y, desde sus pulpitos sellados con polvo, predican: "No confiéis en la grandeza." Este campo ciertamente está sembrado con la más rica, más egregia semilla que la tierra haya absorbido desde que el primer hombre murió por el pecado. Aquí los huesos de los nobles claman: "Aunque eran dioses, como hombres murieron." Aquí hay cenizas, innobles cosas gotean del costado podrido de reyes: hay aquí un mundo de pompas y dignidades enterrado en el polvo, muerto una vez por el destino.!

a la retaguardia, marchando hacia su propia destrucción, en países que habían invadido a sangre fría.

El drama de la peripeteia, al que dieron estas expresiones clásicas grandes artistas de las esferas de los "hechos reales" y de la "ficción" y que constituye el tema de las vibrantes estrofas de Edmund Spenser sobre la mutabilidad, 2 alcanza su culminación en la esfera del "mito", en la cual la verdad puede expresarse toda y enteramente porque "aquí lo indescriptible se na realizado".3 En los encuentros entre Davia y Goliat, Solón y Creso, Jesús y Pilato, el misterio se revela progresivamente a la comprensión del iniciado. La justicia poética, cuyas sentencias este drama ejecuta, se manifiesta con mayor frecuencia en la esfera de la fuerza bruta. "Cuando un hombre poderoso, bien armado, guarda la entrada de su casa, todos sus bienes están seguros. Mas cuando sobreviniere otro, más poderoso que él, y lo venciere, le quita su armadura completa en que confiaba y reparte sus despojos." 4 "Todos los que toman la espada, a espada perecerán"; 5 y la justicia, que siempre está a la espera del "matador", que a su vez "será él mismo muerto",6 alcanzó a los hijos de Gratos y Bia,7 en una larga sucesión encabezada por la raza de bronce de Hesíodo,8 en la cual los aztecas siguieron las huellas de los asirios, mientras los prusianos iban Beaumont: On the Tombs in Westmimtej Abbey. Véanse las estrofas de The Faene Queen, canto vil y vm, citados en V.vi. 109, n. 2. 3 Das Unbeschreibliche Hier ist's getan. Goethe: Faust, versos 12.108-9. * Lucas XI. 21-22. Cotéjese Mateo XII. 29 y Marcos III. 27. B Mateo XXVI. 52. 6 Macaulay: Lays of Ancient Rome, "The Battle of the Lake Regillus", sección 10. 7 Estas dos potencias cósmicas aparecen entre los personajes de Prometeo Encadenado, de Esquilo. 8 Véase Hesíodo: Los trabajos y los días, versos 143-55, citado en VIH. vm. 411. 1 2

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OúS' Sari? itápoiflsv i¡v oúSé Xé^sirac itpív wv. 8? S'fbcsfT* £<Jw, ¿t'%etai Sin embargo, la funesta suerte de la aniquilación no es la sentencia más severa que la justicia pueda hacer recaer sobre un desorbitado militarista. En efecto, la justicia puede detener la mano del "enemigo y vengador" 2 exterior para dar tiempo y ocasión al triunfante vencedor a que emule la atroz venganza de que se hizo víctima al demente Cleómenes. "Una vez que se hubo hecho del instrumento afilado, Cleómenes comenzó a mutilarse desde más abajo de las rodillas hacia arriba, cortándose la carne en tiras. Comenzó por debajo de las rodillas y continuó desde allí por los muslos y 'desde los muslos a las caderas y costados, hasta que llegó al estómago y hasta que murió en el momento en que se lo estaba cortando en lonjas." 3 Semejantes actos prolongados de harakiri fueron la suerte que se acarrearon colectiva e individualmente algunos militaristas. Ergo Ínter sese paribus concurrere telis Romanas acies iterum videre Philippi.4 El siglo de revoluciones y guerras civiles de Roma (saeviebat 133-31 a. de C. ) fue la némesis de medio siglo de guerras de conquista, en el que Roma se convirtió en la dueña indiscutible del mundo helénico.5 Roma, y sólo Roma, quedaba para hacer justicia a Roma; y al cabo de los cien años que comienzan con el año del tribunado de Tiberio Graco, Roma se midió otra vez con la misma medida que había usado antes: "medida buena, apretada, remecida y rebosando".6 La nefasta semilla de la esclavitud en las plantaciones, sembradas en los campos devastados por la guerra de Aníbal produjo una cosecha inesperada de "viles libertos", y ejemplos no menos terribles de némesis autoprovocadas podían encontrarse en los capítulos postcristianos de la historia de la sociedad occidental moderna. La aparición de "viles blancos" fue la cosecha inesperada de aquellos lugares en que los ubiEsquilo: Agamemnon, versos 168-72. Salmo XLIV. 16. 3 Herodoto, Libro VI, cap. 75. * Virgilio: Georgicon, I, versos 894-96. 5 Véase Polibio: Historia Ecuménica, Libro I, cap. I, citado en la pág. 91, supra. 8 Lucas VI. 38; cotéjese Mateo VIL 2; Marcos IV. 24. 1

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cuos pioneers de la civilización europea occidental sembraron la semilla de la esclavitud negra, en tanto que el espíritu de los sindicatos y el espíritu de los servicios civiles fueron los frutos de una revolución industrial occidental moderna que esclavizó las almas a las máquinas.1 La inexorabilidad con que los molinos de Dios ejecutaban las sentencias de la justicia se impuso al alma de Escipión Emiliano en la última hora de la otrora formidable rival y adversaria de Roma, Cartago, según el testimonio directo del amigo y compañero megalopolitano del comandante romano, Polibio.

esta doctrina parece ajustarse a la vida, es la aproximación aparentemente inexorable de una guerra civil que todo el mundo puede prever pero que nadie puede evitar, porque nadie puede •—o nadie quiere— exorcizar el pecado de que está en la raíz del mal. En el seno de la república romana posterior a Escipión, la terrible guerra civil de 90-80 a. de C. estalló y continuó desarrollándose furiosamente hasta que se consumió ella misma en cenizas, aunque ese estallido había sido previsto y temido por lo menos cuarenta y tres años antes (133-90 a. de C.). En el seno de la Unión norteamericana la no menos terrible guerra civil de 1861-5 d. de C. estalló y siguió su horrible curso a pesar de los esfuerzos por evitarla que hicieron los estadistas de ambas partes, por lo menos durante los cuarenta y un años a partir de la negociación del "Acuerdo de Missouri", celebrado en 1820 d. de C. El drama de la inexorabilidad que estos trágicos pasajes de la historia ejemplifican puede expresarse mejor en poesía que en prosa, como lo atestiguan dos obras maestras de la literatura occidental postmoderna- el poema John Brown's Body, de Stephen Vincent Benet, y el "drama épico" de Thomas Hardy, The Dytzasts. Hay un verdadero orden helénico en la disposición del escenario de dos pisos del poeta inglés, en el cual las acciones de los seres humanos en la tierra que se creen en la libertar de ejercer su voluntad aparecen, en un nivel supramundanal, determinadas por el jiat de principados y potestades cuyas actividades son invisibles a sus títeres humanos. En este plano la poesía contenida en los hechos de la historia plantea la cuestión del sentido que hay detrás de esos hechos con una insistencia que es imposible ignorar. Si la necesidad es la reina del último acto del drama, ¿puede la libertad haber reinado en alguno de los actos? Si los pecadores son impotentes para eludir su castigo, ¿pudieron alguna vez evitar cometer el pecado cuyo castigo es la némesis? Y, si el pecado es tan inevitable como es inexorable el castigo, ¿cómo puede identificarse con la justicia la fatalidad que los implacables molinos ejecutan? Si hemos de salvar nuestra teodicea,

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"Cuando Escipión vio cómo esta grande y antigua ciudad encontraba su fin en la aniquilación total, se dice que rompió a llorar y que no ocultó que lloraba por el enemigo. Durante largo tiempo permaneció ensimismado en sus pensamientos. Comprendía que las ciudades, las naciones y los imperios estaban destinados, por la providencia divina, a perecer. Recordaba que ésa había sido la suerte de Ilion, una ciudad próspera en sus días, la suerte de los imperios asirios, medo y persa, que cada cual a su vez fuera otrora el más grande del mundo; y la suerte del imperio macedónico, el más reciente y más brillante de todos ellos. Luego, deliberada o inconscientemente, recitó en voz alta los versos: con Príamo, y aquel gran lancero, y sus hijos todos, Día vendrá en que la sagrada Troya será destruida.2 "Polibio, de quien Escipión era discípulo, le preguntó menudamente a qué había aludido con aquella cita, y se dice que Escipión dejó de lado toda reserva y nombró a su propio país, sobre el cual le había llenado de presagios el espíritu aquella visión del destino de los hombres. Esto fue consignado directamente por el propio Polibio." 3 Esta experiencia espiritual de Escipión indica que él se hallaba dominado por una doctrina de la fatalidad que estaba en la esencia de la Weltanschauung helénica y que obraba no menos vigorosamente en las almas helénicas que no lo declaraban que en aquellas en las que la doctrina era explícita. Esta doctrina está vigorosamente anunciada en la fórmula de Herodoto "El mal tenía que sobrevivir a éste o a aquél" y por eso siguió la acción, cualquiera pudiera ser ésta, que debía hacer que esa fatalidad se produjera.4 Una situación clásica en la que Véase XII. XII. 196-244. La litada, Libro IV, versos 64-5. 3 Polibio: Historia Ecuménica, Libro XXXVIII, cap. 22. El texto original se ha perdido, pero nos ha conservado el sentido de él, en la paráfrasis aquí citada, un historiador helénico posterior, Apiano de Alejandría (vivebat área 90-160 d. de C.) quien escribía a la engañosa luz solar de un "veranito de San Martín" antonino. El pasaje se encontrará en Estudios Romanos, de Apiano: "El libro de África", cap. 132. * Véase por ejemplo Herodoto, Libro I, cap. 8; Libro IV, cap. 79; Libro V, 1

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"tenemos necesidad de una teoría de los motivos humanos que nos permita concebirlos simultáneamente como causas sobrenaturales, procedentes de afuera, y también como partes integrantes del obrar del espíritu del agente." i Cuando en 1907 d. de C. o después de esa fecha, un estudioso clásico occidental de agudo espíritu, escribió estas palabras, vino a declarar lo que era verdad entonces, cuando agregó que "la moderna psicología no está desde luego a la altura de la tarea de esta conciliación"; cap. 33 (en forma negativa); Libro V, cap. 92; Libro VI, cap. 64; Libro VI, cap. 135; Libro VII, cap. u; Libro VII, caps. 17-18; Libro VIII, cap. 35; Libro IX, cap. 109. 1 Cornford, F. M.: Thucydides Mythistoricus (London 1907, Edward Arnold), págs. 154-5.

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pero al cabo de los cuarenta y seis años que transcurrieron entre la publicación del libro de Francis Conford y el momento de escribir estas líneas, una escuela postmoderna de psicólogos occidentales había rehabilitado como hipótesis científica la creencia religiosa helénica que Cornford había diagnosticado y expuesto. En el "complejo autónomo" que surge de los abismos de la psique subconsciente para desafiar la soberanía de la voluntad consciente que debe sojuzgar al intruso o bien sufrir las consecuencias de convertirse en su esclava, nos hallamos evidentemente en presencia de un nombre "científico" para designar el ker o daimon que acomete al héroe de la tragedia ática.1 En estas dos expresiones de la misma idea de "posesión" espiritual, los recursos lingüísticos de que dispone un espíritu limitado por el tiempo son equívocos e inadecuados, pues si todo el vigoroso lenguaje de la mitología helénica dista mucho de pintar la verdad cuando representa a estos terribles principados y potestades como personalidades conscientes y animadas de voluntad, el anémico lenguaje de la ciencia occidental dista igualmente mucho de expresar la verdad cuando los considera como abstracciones inanimadas. Con todo, a través de cada uno de esos cristales vemos oscuramente la misma verdad. Sin embargo, este problema de la relación que hay entre la ley y la libertad, planteado por el fenómeno de la peripeteia, no debe apartarnos aquí del curso de nuestro estudio. En lugares anteriores 2 ya hemos topado con este punto por lo menos dos veces y no ganaríamos nada si ahora nos detuviéramos otra vez a considerarlo. Nuestro tema presente y final es el de los móviles que inspiran a los historiadores.

nuestra búsqueda de Dios a una glorificación del hombre; y este pecado de asociar la criatura con el Creador x precipita al adorador del hombre a una continua caída que de la idolatría pasa a la desilusión y de ésta a un ulterior desprecio del hombre, que es casi tan excesivo como la adulación de la que ese desprecio es la inevitable secuela.

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E. LA BÜSQUEDA DE UNA SIGNIFICACIÓN DETRÁS DE LOS HECHOS DE LA HISTORIA La significación que hay detrás de los hechos históricos, hacia la cual la poesía de esos hechos nos está conduciendo, representa una Revelación de Dios y una esperanza de comulgar con Él; pero en esta búsqueda de una visión beatífica que es accesible a una comunión de los santos, nos hallamos siempre en peligro de vernos desviados de 1 "Interiormente la tentación asume la forma de una pasión violenta, ingobernable si su víctima no está en guardia y en seguro. Los conquistadores de Troya se ven acosados por Eros, el espíritu de la rapiña; pero no se concibe esa pasión como un estado natural del espíritu determinado por un estado anterior, esto es, como el efecto de una causa normal; trátase de un espíritu (daimon) que acecha al alma, la arrebata y toma posesión de ella cuando la razón dormita y no monta guardia. Los griegos hablan constantemente de Eros como de una enfermedad (nasos)-, pero esta palabra no tenía tan sólo el sentido del desgaste y la penosa corrupción del cuerpo. Las enfermedades eran producidas por espíritus invasores, aquellos keres malignos de los cuales la vejez y la muerte son los principales, y que se apoderan tanto del alma como del cuerpo. . . Para los griegos ésta era una idea muy familiar." — Conford, op. cit., págs. 157-8. 2 Por ejemplo, en IV. iv. 256-72 y en XI. xi., passim.

Desde el alba al mediodía cayó y desde el mediodía al ocaso.2 La idolización del hombre por el hombre mismo, que es manifiestamente ridicula cuando el ídolo es algún maniquí individual, puede resultar más engañosa cuando el blasfemo culto se rinde a algún Leviatán colectivo; pero el culto del estado que la sociedad occidental postcristiana elogiaba como "patriotismo" y el culto de la iglesia, que la misma sociedad denigraba como "fanatismo", es, en última instancia, tan amargo como el culto del héroe, como el culto de un Alejandro, de un Hitler, de un César o un Napoleón. Cualquiera sea la forma en que se practica esta antropolatría, ella se anula al caer en la ironía. "Plus c.a change, plus c'est la méme chose." 3 "Todo hombre de cuarenta años, que esté dotado de una inteligencia moderada vio —a la luz de la uniformidad de la naturaleza— todo el pasado y todo el futuro." 4 ¡Y qué espectáculo presenta "el mejor de todos los mundos posibles" con el que Voltaire juguetea a expensas de Leibniz en Candide\, mi fili, quam parva sapiencia mundus regitur." Un aforismo atribuido a un estadista occidental del siglo xvn es igualado por la sardónica caracterización de la historia que hace un historiador occidental del siglo xvm, pues considera la historia como "poco más que el registro de los crímenes, locuras y desdichas de la humanidad." 5 1 En I. i. 31, n. 3, nos hemos referido al juicio sobre "la asociación" (shirk) contenido en el Corán. 2 Milton: Paradise Lost, Libro I, versos 742-3. 3 Karr, Alphonse: Les Guépes, enero 1849. 4 Marco Aurelio: Meditaciones, Libro IX, cap. II, citado en V. vi. 146. La melancólica concepción de la vida humana que tiene Marco hubo de imponerse al espíritu del autor por obra de dos experiencias reiteradas; una cuando tenía cincuenta y un años, la otra cuando tenía cincuenta y siete. Un día de mayo de 194°. cuando se acercaba a la esquina de Cornmarket y Georgestreet de Oxford, la mirada le quedó presa de un cartel que llevaba en la mano un vendedor de diarios y que anunciaba: "Cae Liége: fuertes considerados inexpugnables son destrozados por la artillería alemana." Y por un instante el autor no supo si estaba viviendo en 1940 o en 1914 d. de C, porque en aquella misma esquina y en agosto de 1914 había experimentado la misma conmoción frente a un cartel con las mismas palabras. La segunda experiencia de este tipo ocurrió un día de abril de 1946 cuando el tren oficial que conducía a la delegación británica a la Conferencia de la Paz de París se detuvo en un punto situado entre el puerto de Calais y la ciudad de Calais; el autor pensó que aquel era el lugar en que había almorzado la Delegación cuando ese mismo tren recorriera el mismo camino en diciembre de 1918. Al mirar por la ventanilla del vagón para identificar el edificio el autor comprobó que esta vez aquel había sido completamente arrasado. 5 Gibbon, E.: The History of the Decline and Fall of the Román Empire, cap. ra.

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'Todo es vanidad" es el estribillo del Eclesiastés; y desde ese decepcionado punto de vista antropocéntrico la vida se presenta como el espejismo en un desierto, no sólo para la humanidad sino también para los dioses.

"¡Déjame, pues, porque mis días son vanidad! ¿Qué es el mísero hombre para que tanto caso hagas de él y para que fijes en él tu atención, para que le visites todas las mañanas y le pruebes a cada momento? ¿Hasta cuándo no apartarás de mí tu vista airada, y no me soltarás siquiera hasta que trague mi saliva?" i

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"El sol no oculta la Marisma Lúgubre de Virginia ni la maldita Campagna de Roma ni el ancho Sahara ni todos los millones de millas de desiertos y desolación que hay bajo la luna. El sol no oculta el océano, que es la parte tenebrosa de esta tierra y que constituye las dos terceras partes de esta tierra; de manera que el hombre mortal que tiene más alegrías que pesares, ese hombre mortal no puede ser verdadero.. ., o está sin desarrollar.. . Los propios dioses no están siempre satisfechos. La marca de nacimiento, imborrable y triste que el hombre lleva en la sien no es sino el sello de la tristeza de los que se la estamparon." * Felizmente el hombre no puede hallar sosiego en este cul-de-sac espiritual y su decepción de su yo grotescamente deificado vuelve a conducirlo al angoste camino que lleva a la vida,2 a través de un puente construido para él por la sabia ironía de los Evangelios. "¡Insensato! ¡Esta noche tu alma te será demandada!" 3 "Pues el que quisiere salvar su vida la perderá y el que perdiere su vida por mi causa la hallará. Porque, ¿de qué aprovechará al hombre si ganara todo el mundo y perdiere su alma? O, una vez perdida, ¿qué rescate dará el hombre por su alma?" 4 Cuando el hombre toma como clave para resolver el enigma de la vida humana "Dominus illuminatio mea", en lugar de "el hombre es la medida de todas las cosas",5 la vanidad del hombre queda transfigurada a esta luz divina. "¡Oh, Señor!, ¿de qué es el hombre para que Tú le conozcas, o el hijo del mortal para que le tengas en aprecio? El hombre es semejante a la vanidad; sus días son como una sombra que pasa." 6

Pero hay otro salmo en el que la petulante pregunta de Job encuentra su respuesta: "¿Qué viene a ser el mísero hombre para que tengas de él memoria y el hijo de Adán para que le visites? Sin embargo le hiciste un poco inferior a los ángeles; le coronas también de gloria y honra, le haces señorear las obras de tus manos; todas las cosas has puesto debajo de sus pies. ¡Oh, Señor nuestro, cuan admirable es tu nombre en toda la tierra!" 2 Un espectáculo en el que no puede encontrarse significación alguna mientras se busque ésta en los vanos empeños de la criatura, parece lleno de significación tan pronto como ésta se busca en los designios que moran en el Creador. "Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá",3 es el mensaje de salvación de Quien mora en lo más íntimo del hombre. "Les grandeurs et les miséres de l'homme sont tellement visibles, qu'il faut nécessairement que la véritable religión nous enseigne et qu'il y a •quelque grand principe de grandeur en l'homme, et qu'il y a un grand principe de misére. II faut done qu'elle nous rende raison de ees étonnantes contrariétés." 4 En la visión de Pascal hay parte de la paradoja de la naturaleza humana según la cual "Thomme n'est qu'un roseau, le plus faible de la Nature, mais c'est un roseau pensant"; 5 y Jalal-ad-Din Rumí proclama la finalidad para la que fue creada esta "caña pensante", en los primeros versos del Mathnawí:

Este interés divino por la vanidad del hombre, que para el salmista constituye un enigma, es para Job una de las circunstancias agravantes de la intolerable condición humana. 1 Melville, Hermán: 2 Mateo VIL 14.

Oíd esta caña desamparada que exhala, desde que la quebraron, en su juncoso lecho, acentos de apasionado amor y dolor. ..

Moby Dick, caps, xcvi y cvi.

3 Lucas XII. 20. Cotéjese Salmos XXXIX. 6 (7 en el Libro de la Oración Común). * Matso XVI. 25-26. Cotéjese Marcos VIII. 35-37; Lucas IX. 24-25. Cotéjese también Mateo X. 39; Lucas XVII. 33; Juan XII. 25. 5 Este aforismo, atribuido a Protágoras, se encuentra en el Teetelo de Platón, 183 B. 6 Salmos CXLIV. 3-4. Cotéjese Salmos XXXIX. 4-6 (5-7 en el Libro de la. Oración Común).

"Esta es la llama de amor que me encendió." "Este es el vino de amor que me inspiró." Job VIL 16-19. Salmos VIII. 4-6 y 9. Mateo VIL 7; cotéjese Lucas XI. 9. * Pascil: Pensées, n" 430 en el ordenamiento de Brunschvicg. 5 Ibid., n" 347.

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¿Queréis saber cómo sangran los amantes? Oíd, oíd la caña.1 Mientras "los cielos cuentan la obra de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos",2 esta caña que canta revela los designios de Dios. Así como el sol, cuando se "regocija, cual hombre esforzado para para correr la carrera",3 es la fuente de la que "las cosas que se ven" 4 obtienen no sólo su visibilidad sino la génesis, el crecimiento y la sustancia,5 así también Dios es la fuente de la que el hombre obtiene su significación, así como su conciencia y su vida; y los designios de Dios, que constituyen la razón de la existencia del hombre, son que la criatura vuelva a entrar en comunión con su Creador. Cuando la búsqueda del hombre encuentra así su verdadera kiblah, el espíritu del hombre se eleva a la plenitud de sus potencias y en esa altura espiritual el sentimiento del alma por la poesía que hay en los hechos de la historia se transforma en un sentimiento de pavor reverente ante la presencia de un Dios todopoderoso (azza iva jalla], que es también misericordioso y compasivo: Allah ar-rahman ar-Rahim. El sentimiento lírico se transfigura en reverente pavor ante las "entrañas de misericordia de nuestro Dios, en las que nos visitará el sol naciente descendiendo de las alturas"; ° el sentimiento épico, en reverencia ante la ejecución, por parte de Dios, de sus propios designios providenciales. "De parte del Señor es esto y es cosa maravillosa a nuestros ojos"; 7 y la vehemente aclamación del salmista está involuntariamente confirmada por un historiador laodiceo cuando, al escribir las últimas líneas de The History of the Decline and FM of the Román Emp-ire, Gibbon se siente movido a afirmar que su tema es "el escenario más grande y acaso el más terrible de la historia de la humanidad". El pavor presta alas a la poesía pedestre del narrador: "He sido joven y ya soy viejo; mas ^ no he visto al justo desamparado ni a su linaje mendigando el pan." s Pero el drama de los hechos históricos es la provincia de la poesía en la que el pavor reina. "Depone a los poderosos de sus tronos y ensalza a los humildes",9 es un tema cristiano que hasta en una versión pagana 10 pone al alma a un tiro de flecha de la pavorosa presencia 1 Rumí, Jalal-ad-Din: Selections jrom bis Wrilings, traducidos por R. A. Nicholson (London 1950, Alien & Unwin), pág. 31. 2 Salmos XIX. i. 3 Salmos XIX. 5. * Corintios IV. 18. 5 Platón: La República, 529 B. 0 Lucas I. 52. 7 Salmos CXVIII. 23. * Salmos XXXVII. 25. !) Lucas I. 52. 10 Un eco del versículo del Evangelio según San Lucas aquí citado choca al oído cristiano en la relación de la actividad de Zeus atribuida a Esopo, en un coloquio con Quilon por Diógenes Lacrcio en Las vidas, doctrinas y dichos de los filósofos de jama, Libro I, cap. m, § 2. Entre TÓC yuv Ú^X* Toncítvñv Ta 81 t-wivá tyüv de Diógenes y• Tairetvoús ¡tywae de Lucas hay una correspondencia verbal que indica una fuente literaria común.

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de Dios. Esa presencia se hace sentir detrás de las figuras humanas de los profetas, que libran de la carga de Nínive y de la carga de Babilonia.1 El poder del gentil no destruido por la espada se ha derretido como la nieve a la mirada del Señor.2 Y la funesta suerte del militarista es sólo la aplicación más dramática de una sentencia dada a todas las insustanciales y sombrías glorias de nuestra sangre y de nuestras naciones. Algunos hombres con espadas podrán segar los campos y plantar nuevos laureles donde matan, pero sus fuertes nervios terminarán por ceder: se domeñarán unos a los otros. Tarde o temprano sucumbirán al destino y tendrán que rendir su murmurante aliento cuando, pálidos cautivos, se arrastren hacia la muerte.s Cuando el sentimiento por la poesía que hay en los hechos de la historia se transforma así en un pavor reverente ante la epifanía ^de Dios en la historia, la inspiración del historiador está preparando a éste para una experiencia que almas a quienes les fue concedida llamaron "visión beatífica". En esa experiencia se ve a Dios frente a frente y no ya oscuramente, como a través de un espejo.4 Y ello significa que la visión transporta al alma más allá de los límites de la historia o de cualquier otro medio de acercarse a Dios a través de la revelación de Su naturaleza en Sus obras. Pero, para todo buscador de Dios el atisbo dado por Él de las maravillas del universo creado •—por estrecho que forzosamente sea este horizonte humano— es una antorcha para sus pies y una luz para su senda.5 Y la senda del historiador sube desde el sentimiento por la poesía que hay en la historia, pasa por un sentido de pavor reverente ante la acción de Dios en la historia, y llega a una participación de la confraternidad del hombre con el hombre, que lo pone en los umbrales de la comunión del santo con Dios. En este proceso de iniciación progresiva, la primera etapa de la peregrinación espiritual del historiador es la experiencia de un historiador en el plano mundanal con persona y hechos de los que, en su estado habitual de conciencia, está separado por un gran abismo 6 de tiempo y 1 Véase Nahum III. 2-3 y 18; Isaías XIV. 4-12, citado en IV. iv. 491-2, n. 2. Compárese con Ezequiel, XXI. 3- r 72 Byron: The Destruction of Sennacherib, versos finales. 3 Shirley, Death the Leveler, estrofa media. * I Corintios XIII. 12. 5 Salmos CXIV. 105. « Lucas XVI. 26.

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espacio que, en circunstancias ordinarias, es infranqueable para todas sus facultades, salvo para su intelecto. Un comercio, tenue y ejercido a la distancia, exclusivamente en el plano intelectual, es la relación normal en que el historiador se halla respecto de los objetos de su estudio. Sin embargo hay momentos en la vida mental del historiador —momentos tan memorables como raros— en los cuales las barreras temporales y espaciales caen y queda aniquilada la distancia psíquica. Y en tales momentos de inspiración el historiador se encuentra transformado súbitamente de remoto espectador en participante inmediato, a medida que los secos huesos cobran carne y se animan a la vida.

TJlterae Humctniores de Oxford, leía el précis sobreviviente de los libros perdidos de la obra de Livio, con la débil esperanza de obtener algunos fragmentos de conocimientos más de la tremenda historia del mundo helénico en los dos últimos siglos a. de C.

"Estaba sobre mí la mano del Señor; y él me sacó fuera en Espíritu del Señor y me colocó en medio de un valle, el cual estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar junto a ellos, todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la haz del valle; y he aquí que estaban muy secos. Y el Señor me dijo: 'Hijo del hombre, ¿podrán vivir estos huesos?' Y respondíle: '¡Señor, tú lo sabes!' Luego me dijo: 'Profetiza sobre estos huesos y diles: 'Oh, secos huesos, oíd la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: He aquí que me haré entrar espíritu en vosotros y viviréis. Y pondré sobre vosotros nervios, y haré crecer sobre vosotros carnes y os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros, para que viváis; y conoceréis que yo soy el Señor.' Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba; y luego he aquí una conmoción; y se acercaban los huesos, cada hueso a su hueso correspondiente. Y mirando yo, he aquí que nervios y carnes crecieron sobre ellos y cubrióles la piel por encima; pero no había en ellos aliento. Entonces me dijo: "Profetiza al aliento, profetiza, oh, hijo del hombre, y di al aliento: 'Así dice el Señor: ¡Ven de los cuatro vientos, oh aliento, y sopla sobre estos muertos para que vivan!' " Y profeticé como me había sido mandado y entró en ellos aliento y vivieron; y se levantaron y estuvieron sobre sus pies, un ejército sumamente grande." i "Debout les morís!" La chispa que enciende la imaginación del historiador y que la convierte en un vehículo para este milagro de resurreción puede ser un vivificador encuentro con algún pasaje contenido en una obra histórica o una vivificadora vista de algún monumento o paisaje histórico. Y esa experiencia memorable que constituye la recompensa humana del historiador por sus desvelos profesionales, puede encenderse con la yesca aparentemente menos promisoria. Por ejemplo, el autor de este Estudio aún conservaba, al cabo de unos cuarenta años de haber tenido una experiencia de este tipo, el perdurable sentido de una participación personal en la guerra de 90-80 a. de C., librada entre Roma y sus aliados italianos, como consecuencia duradera del instantáneo efecto que hiciera en él un pasaje de la lista de materias (peñocha) del libro LXXXIX de la Historia de Livio, con el que había tropezado un día cuando, siendo alumno de la escuela de i Ezequiel XXXVII. i-io.

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"Mutilo, uno de los [jefes de la confederación italiana] proscriptos, logró, embozándose el rostro, llegar sin que lo descubrieran hasta los fondos de la casa de su esposa Bastía, sólo para verse rechazado: ella alegó que Mutilo estaba proscripto. La respuesta de éste fue traspasarse el pecho y salpicar con su sangre la puerta de la esposa." i Cuando el estudiante leyó este vivido pasaje en un árido epítome se sintió transportado real y verdaderamente, a través del abismo del tiempo y del espacio, desde la Oxford de 1911 d. de C. a la Teano de 8o a. de C.,2 y se encontró en un patio trasero, una oscura noche, para presenciar una tragedia personal que era más amarga que el fracaso de cualquier causa pública. Vio cómo un fugitivo sidicino, expulsado de Ñola por cobardes camaradas de armas samnitas que temían las medidas que pudiera tomar Roma si continuaban cobijándolo,3 se deslizaba hasta su propia casa de su ciudad, con la confiada esperanza de que allí, por lo menos y por fin, contaría con el amor, la lealtad y un seguro refugio. Y luego, en respuesta a su llamado en voz baja, aparece la cabeza de la mujer en la ventana; y un breve coloquio lo informa de que su esposa es tan insensible como sus camaradas de armas. En un instante la espada sale de la vaina, el cuerpo cae con ruido apagado y la sangre derramada sella irrevocablemente la infamia de la traidora mujer.4 Ya podía oírse en el aire el batir de las alas de las furias vengadoras, cuando el testigo presencial del siglo xx se vio de nuevo llevado en un santiamén a su ubicación normal en el tiempo y el espacio. 1 "Mutilus unus ex proscriptis, clam capite adoperto ad posticas aedes Bastiae (sic) uxoris cum accessisset, admissus non est quia illum proscriptum dicere; itaque se transfodit et sanguine suo fores uxoris respersit." Livio, Epitome Libri, LXXXIX. 2 Gayo Papio Mutilo encontró su trágico fin en el año anterior a aquel en que Sila hizo capitular a Volaterra (véase el pasaje de la historia de Granio Liciniano, citado en la nota infra), y Volaterra capituló (véase ibidem) en el consulado de [Publio] Servilio [Vatia] y [Apio] Claudio [Pulcher], es decir en el año 79 a. de C. 3 "Et Volaterrani se Komanis dediderunt. . . et proscriptos ex oppido dimisserunt, quos equites a consulibus Claudio et Servilio missi conciderunt. lam ante (anno superiore) et Samnites qui Nolae erant Ídem fecerant metu obsidionis. Papiusque Mutilus inde fugiens, cum ne ab uxore quidem Bassia noctu Teani reciperetur, quod erat in proscriptorum numero, usus est pugionis auxilio." — Granio Liciniano, Libro XXXVI (Granii Licintani quae supersunt, ed. por Flemish, M. (Leipzig 1904, Teubner), pág. 32). * La infamia de Bastía era tanto más atroz considerando que durante un siglo de historia romana que puso a prueba a las almas (133-31 a. de C.), cuando "los enemigos del hombre" eran verdaderamente "los de su misma casa" (Mateo X. 36; cotéjese Mateo X. 21 y 35; Marcos XIII. 12; Lucas XII. 52-53 y XXI. 16), "id... notandum est, fuisse in proscriptos uxorum fiden summam, libertorum mediam, filiorum nulam". — Veleyo Patérculo, C.: Historia Romana, Libro II, cap. 67.

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Un reloj de segundos habría sin duda registrado que la duración de ese transporte había sido infinitesimalmente breve; sin embargo, en virtud de lo agudo de la experiencia, la imaginación del historiador momentáneo y postumo pudo, así y todo, volver a atrapar el clima de aquella mísera reunión de marido y mujer y esa sola escena del trágico drama de la guerra civil de la repúplica romana y de la confederación de Italia le suscitó ante los ojos del espíritu una serie de dramáticos incidentes que iban desde su pasado punto culminante de catástrofe hasta su víspera. A través de los ojos de Veleyo podía ver cómo el jefe samnita Pondo Telesino yacía, en la tarde del i9 de noviembre de 82 a. de C, en el umbral de la puerta Collina "mostrando en la muerte el rostro de un vencedor".1 (El héroe samnita fue en verdad felix opportunitate mortis 2 en comparación con su desdichado colega y camarada sidicino sobreviviente Mutilo.) A través de los oídos de Marco Tulio Cicerón el joven estudiante podía oír la plática del cónsul romano Cneo Pompeyo Estrabón y el jefe marso Publio Vetio Escatón. "¿Cómo he de llamarte?", pregunta el romano. "Por la voluntad, amigo; por la necesidad, enemigo", responde el insurgente.3 En aquel momento acaso todavía no fuera demasiado tarde para detener el vuelo de las furias; y poco antes también se había dado un momento en que la obra de gobierno bien podría haber evitado una catástrofe que durante una década iba a convertir toda Italia en un vasto anfiteatro de gladiadores. En el cuadro pintado por las palabras de Plutarco un estudioso inglés del siglo xx podía tornar a vivir una escena de la casa que tenía en la capital el político romano Marco Livio Druso, aproximadamente a fines de la primera década del último siglo a. de C, cuando el amigo marso de Druso, Quinto Pompedio Silón, pasaba unos pocos días en casa de aquél como huésped. El estudioso podía ver cómo el distinguido visitante se hacía amigo de los sobrinos de su anfitrión y luego les decía, a medias en broma, y a medias de modo extraño y trágicamente serio, "abogad por nosotros ante vuestro tío; rogadle que haga causa suya nuestra lucha para obtener la ciudadanía." 4 Esta resurrección producida en la experiencia de un estudioso inglés del siglo xx, de almas que pugnaron, sufrieron y murieron en la Italia de la segunda década del último siglo a. de C., era digna de nota por cuanto los huesos que habían tornado a cobrar vida eran en este caso no esqueletos perfectos, sino meros huesos sueltos y piezas fragmentarias. Al conjurar a la vida de estas escasas reliquias un grande ejército, la imaginación del historiador, inspirada por el pavor, estaba realizando, en su propio plano, algo equivalente al milagro realizado en el

plano intelectual por los paleontólogos occidentales contemporáneos que podían reconstruir un megaterio partiendo de una sola vértebra, y un pitecántropo partiendo de un solo diente. Si la imaginación podía encenderse con yesca tan insignificante como los resúmenes sobrevivientes del contenido de libros perdidos y los datos sobrevivientes de pedestres crónicas, no era sorprendente que se inflamara con mayor razón frente a las obras intactas de historiadores avezados. Y el autor de este Estudio hubo de vivir de nuevo la misma experiencia de un traslado mágico a un distante punto y momento en el espacio y en el tiempo •—que había vivido al leer los resúmenes de los libros perdidos de Livio en 1911 d. de C.— en 1951 d. de C., cuando leía la descripción que hace Bernal Díaz de su primera vista de las inmediaciones de Tenochtitlan.

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1 "Victoris magis quam morientis vultum praeferens." •— Valeyo Patérculo: Historia romana, Libro II, cap. 27. 2 Tácito: Agrícola, cap. 45. 3 "Quem cura Scato salutasset, 'Quem te appellem?' inquit. At ille 'Volúntate hospitem, necessitate hostem'." — Cicerón: Filípicas discurso XII, cap. u, § 27. Plutarco, Calo Minar, cap. 2: '"Aye 'eíicev, 'Smx; üicep ÍJIAÜV SefjosaSs TOÜ e(ou xep! TT)

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"Y otro día por la mañana llegamos á la Calcada ancha, Íbamos camino de Iztapalapa; y desde que vimos tantas Ciudades y Villas pobladas en el agua y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella Calcada tan derecha por niuel como iba á México, nos quedamos admirados, y deziamos que parecía á las casas de encantamiento, que cuentan en el libro de Amadis, por las grandes torres, y Cues, y edificios que tenían en el agua, y todas de cal, y canto; y aun algunos de nuestros soldados dezian, que si aquello q' veían, si era entre sueños.. , Digo otra vez que lo estuue mirando, y no creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como estas; porque en aquel tiempo no auia Perú, ni memoria del. Agora toda esta Villa está por el suelo perdida, que no ai cosa en pie. . . Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos que nos dezir, ó si ra verdad lo que por delante parecía, que por vna parte en tierra auia grandes Ciudades, y en la laguna otras muchas, é vejárnoslo todo lleno de Canoas, y en la calcada muchas puentes de trecho á trecho, y por delante estaua la gran Ciudad de México, y nosotros aun no llegauamos á 450 soldados, y teníamos muí bié en la memoria las platicas, é auisos que nos dieron los de Guaxocingo, é Tlascala, y Talmanalco, y con otros muchos consejos que nos auian dada, para que nos guardásemos, de entrar en México, que nos auia de matar quando dentro nos tuuiesen." i

El sentido de participación personal en la expedición castellana a Méjico, de 1519 d. de C., que el autor experimentó cuando leía este pasaje en el que Bernal Díaz dejó consignados sus recuerdos, había tenido un antecedente cuando en 1949 d. de C. el autor leía relaciones de "la Cuarta Cruzada" escritas por un dotado francés y un cultivado participante bizantino de aquella sórdida operación entre dos cristiandades recíprocamente antipáticas. En un determinado momento el autor se encontró a bordo de un barco francés del siglo xni, desde el cual cobró la primera y emocio1 Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de Nueva España (Madrid, en la Imprenta del Reyno, año 1632, primera edición), capítulos LXXXVII y LXXXVIII, págs. 64-65.

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nada visión de Constantinopla a través de los ojos de Geoffrey de Villehardouin:

a hacerlo. Las imperiosas pasiones —la lujuria y la rabia— se habían posesionado de él; pero cuando vio que los hombres estaban perdiendo la paciencia y oyó que lo amenazaban con empalarlo a causa de su mala conducta, agravada por su contumacia, y cuando se persuadió de que los otros hablaban realmente en serio, cedió a regañadientes y nos devolvió a la muchacha." i

"Or poez savoir que mult esgarderent Constantinople cil qui onques mais ne l'avoient veue; que il ne pooient mié cuidier que si riche vile peust estre en tot le monde, cum il virent ees halz murs et ees riches tours dont ele, ere cióse tot entor á la reonde, et ees riches palais et ees haltes yglisses, dont il i avoit tant de nuls nel poist croire, se il ne le veist á l'oil, et le lonc et le le de la vile qui de totes les autres are soveraine. Et sachiez que il n'i ot si hardi cui la chars ne fremist; et ce ne fut mié mervoille; que onques si granz affaires ne fu enpris de nulle gent, puis que li monz fu estorez." i

En otro momento el lector del siglo xx se encontró, al calzarse las botas de Nikita Joniatis, con el corazón en la boca arriesgando las fauces de la muerte en la empresa desesperada de tratar de rescatar a una muchacha que un soldado franco acababa de secuestrar de entre un grupo de refugiados bizantinos que se dirigía a la Puerta de Oro en el peligroso intento de abandonar la ciudad violada. "Abrigábamos temor principalmente por las mujeres; por eso las pusimos en el centro de nuestro grupo con un cordón de hombres que las rodeaba y habíamos mandado a las muchachas que se embadurnaran el rostro con lodo [para ocultar sus atractivos sexuales a los ojos de la soldadesca franca]. .. Nos dirigíamos hacia la Puerta de Oro, pero cuando llegamos más o menos hasta donde está la iglesia de Mocio el mártir, un bárbaro. .. arrebató de entre nosotros a una hermosa muchacha. Era ella la hija de un juez.. . y el padre, cuyas fibras habían quebrado la edad y las enfermedades, perdía fuerzas y cayó en un charco; y allí, encogido y lamentándose a gritos, se cubrió de barro. No dejaba de mirarme como si esperara por lo menos que yo diera alguna señal de ayudarlo, y de pronto empezó a llamarme por el nombre y a pedirme que hiciera cualquier cosa que lo ayudara a recuperar a su hija. Yo me volví entonces y, sin más ni más, me puse a perseguir al secuestrador mientras, derramando lágrimas, denunciaba a voz en cuello el crimen que acababa de cometerse. En el trayecto supliqué a algunos soldados del ejército franco que pasaban por allí y que no ignoraban del todo nuestra lengua [el griego moderno] traté de inducirlos a que acudieran en mi ayuda y cogí a algunos de ellos por la mano, hasta que logré ablandar sus sentimientos hasta el punto de que se decidieron a formar un pelotón para ir en seguimiento de aquella bestia lasciva. Yo encabezaba el grupo y el pelotón me seguía; llegamos al alojamiento del villano y entonces él empujó a la muchacha adentro y se quedó de pie ante la puerta, en truculenta actitud. .. Cuando mis compañeros le dijeron con cierto vigor que devolviera a la muchacha, él se negó insolentemente Geoffroi de Villehardouin: Conquéte de Constantinople, cap. xxvi, pág. 128 (3' ed. del texto y versión de N. de Wailly (París 1882, Didot), pág. 72). 1

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Si la imaginación podía encenderse no sólo por obra de las aladas palabras del aventurero francés, sino hasta por la narración contenida en un libro de historia bizantina cuyo fuego se veía amortiguado por el manto de un estilo y vocabulario pedantemente clásicos, menos sorprendente aún era el hecho de que pudiera realizar el mismo milagro también la vista de elementos y paisajes que eran ecos visuales del pasado. En 1952 d. de C, el autor de este Estudio guardaba vivido recuerdo de seis de esas experiencias en las que se había visto participando en un hecho histórico pasado, por una momentánea anulación del tiempo transcurrido en el hipnotizador lugar. El i o de enero de 1912, hallándose meditando sobre una de las dos cumbres gemelas de la cindadela de Farsalo, mientras los ojos le vagaban por los picos de Pelión, Osa y Olimpo y por los bajos de Cinocéfalos (Cabezas de Perro), en medio de un paisaje bañado por la luz del sol, la imaginación del contemplador le cubrió con la siniestra niebla que en una mañana, dos mil ciento nueve años atrás en el pasado, enceguecía a las patrullas de los dos ejércitos que, nerviosos, se aproximaban el uno al otro sobre aquellos declives, llenos de bruma. Cuando la desaparición de la niebla revela a la vista del espectador postumo que el ala derecha de la falange macedónica ya se ha adelantado en el impulso de su carga librada cuesta abajo, él siente instantáneamente el punzón de la ansiedad que en ese momento se clava en el corazón del rey Filipo cuando mira hacia atrás sobre el hombro izquierdo para buscar el ala izquierda de la falange, que debería haber seguido a la otra ala. "¡Oh, forma frente, Nicanor! ¡Forma frente y cubre mi flanco izquierdo! ¡Cierra la brecha, cierra la brecha, por amor de los dioses!" Pero el destino del último ejército de Macedonia ya está sellado. ¿No veis lo que está haciendo ese oficial de campo romano, con ojos de halcón, en la triunfante ala derecha romana? No pierde la oportunidad de asestar un golpe decisivo esperando órdenes de Tito. Mirad, ya ha retirado dos batallones de los que victoriosamente atacan la lerda ala de Nicanor, y los ha llevado en un giro hacia la izquierda, para tomar también por retaguardia el ala expuesta de Filipo. Y ahora eso ya no es una batalla, es una carnicería, pues aquellas rústicas tropas italianas nunca fueron instruidas sobre las humanas reglas que rigen las "luchas moderadas y no decisivas" en las que las fuerzas regulares de un mundo helénico civilizado se ejercían, más o menos inocuamente. Mi1 Nikita Joniatis: Relación de los acontecimientos después de la toma de la ciudad [por los francos], cap. 3, págs. 779-82 de la edición de Bekker (Bonn 1835, Weber).

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rad, los falangistas puestos fuera de acción están levantando las picas —están haciendo señales de que se rinden—, pero las asesinas espadas de los romanos completan, insensibles, su cruel obra. Cuando el horrorizado participante, procedente de un mundo diferente, aparta los ojos de un espectáculo intolerable, éstos tienen un atisbo de un desesperado comandante que cabalga ventre a terre con sólo la compañía de un puñado de guardias. ¿Es el jinete que huye el derrotado adversario de Tito Quinctio Flaminino, Filipo Demetrio? ¿O es el derrotado adversario de Cayo Julio César, Cneo Pompeyo Magno? Antes de que el soñador haya tenido tiempo de volver a poner en foco su difractada visión histórica, toda ella se desvanece bruscamente en el sutil aire, y el paisaje vuelve a un presente pastoral, en el que los sonidos que se elevan desde las laderas cíe Cinocéfalos a lo alto del Acrópolis de Farsalo son, no el estrépito de las espadas ni los gritos de los hombres heridos, sino el retintín de las campanillas de las cabras y el balido de las ovejas que pastan, placenteramente, al son de las notas que los pastores arrancan de los caramillos, en el lugar de un campo de batalla doblemente histórico. ¿Pudo el soñador, realmente, haberse sumergido durante aquel instante en aquellos veintiún siglos por debajo de la superficie actual de las aguas del tiempo, en la que ahora se halla una vez más, flotando en su vida normal de vigilia? Podría dudarlo si lo punzante de la momentánea experiencia no le hubiera dejado en el espíritu, donde se repetían persistentemente, una sucesión de versos elegiacos griegos.

En el extremo oriental de la isla de Creta, el 19 de marzo de 1912, cuando rodeaba el último monte del camino desde Jandra a Palaikastro, el mismo estudioso occidental del siglo xx divisó de pronto las ruinas de una villa barroca —construida, a juzgar por el aspecto, para uno de los últimos gobernadores venecianos de Candía—,* que, de haber sido levantada en tierra inglesa y no cretense, probablemente aún estaría entonces habitada por los descendientes de su ocupante original, pero que en Creta y en 1912 d. de C. era ya una reliquia de "historia antigua", como las ruinas del palacio imperial minoico de Cnosos, que el viajero inglés del siglo xx visitara una semana atrás. Mientras contemplaba aquella casa de campo jacobita, en la que la civilización occidental moderna en la cual el mismo vivía, se movía y tenía su ser, había sufrido las angustias de la muerte en suelo cretense un cuarto de milenio atrás, el espectador vivió una experiencia que era la réplica, en el plano psíquico, de la súbita caída de un avión cuando da en un pozo de aire. En aquel lugar, en el que el tiempo se había detenido desde que los osmanlíes expulsaron a los venecianos en la guerra de Candía (gerebatur 1645-69 d. de C.), 2 el espectador se vio súbitamente transportado en un "pozo de tiempo", de un día del año 1912 d. de C. a un día de la quinta década del siglo xvn, en el cual la historia, en aquella casa, había terminado bruscamente con una evacuación a la que no siguiera otra cosa que la soledad y la decadencia.3

At'Xtvov otíXivov sExá,

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w? OT' i] Sé 4>aXafij Impune» ává ¿atópsasv Bpsxávcp ®£craaXtKá<; £>? SY^OS Kairá KÓJ¡AOV oúS' «ú-céí KSÍVWV iá?tv IXua1 'ÍTXét xe¡P ájieviQvó? Irj? cfoxíSa S'ápYupérjv XuOpó? ¿^atpe TwvS''AaiÍT¡v xpófovoi ¡ASV eíXov, 5xsp<j)táXoii; K.f¡ps<; vúv S'auTOtí; ¿Tr)p&<; áxó atsT¿i; aixoXíots, 'Oicó? •f¡ §' 'EXXás ipl? oXwX1, aji¿x§ovo<; OUKSTI

KOipavou é<\>o[i.évr¡ aia¡xTpov 1 El amigo del autor, John Lodge, tradujo al inglés estos versos griegos especialmente para este Estudio: Ah! woe is me for Philip's house made void, And woe for Macedonia's land destroyed! In swathes the phalanx fell, like ears of corn By sickle of Thessalian reaper shorn: So sank warrior host, in strict array, And Death himself shook not their ranks astray. The nerveless hand its shatter'd pike retains,

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"La araña tejió su tela en el palacio imperial y la lechuza lanzó al aire su canto, sobre las torres de Afrasiab." En la costa oriental de Laconia, el 23 de abril del mismo año, 1912, el mismo viajero tuvo una análoga experiencia cuando escaló la ciudadela de Monemvasía, "el pequeño Gibraltar", que había adquirido And crusted gore the silver buckler stains. Their fathers dogg'd proud Persia with alarms And won fair Asia by prevailing arms; But these, with western foes ill-match'd in fight, Perish'd, as goats beneath an eagle's might. Thrice fall'n is Helias, never to behold Her realm again by native prince controll'd. 1 En otros lugares de este Estudio, en XII. XII. 46 y IV. IV. 294, ya hemos mencionado esta experiencia. 2 Véase IV. iv. 289. 3 "Desde Santa Sofía, él [Mehmed el Conquistador] se llegó hasta la augusta pero desolada mansión de un centenar de sucesores del gran Constantino, que, empero, en pocas horas, había quedado desprovista de la pompa de la realeza. Se le impuso al espíritu una melancólica reflexión sobre las vicisitudes de la grandeza humana, y entonces repitió un elegante dístico de la poesía persa" (Gibbon, E.: The History of the Decline and Fall of tbe Román Empire, cap. LXVIII). En una nota de pie de página, Gibbon observa que "este dístico que Cantemir da en el original, adquiere nuevas bellezas al ser aplicado. Y así fue como Escipión repitió, en el saqueo de Cartago, la famosa profecía de Hornero. El mismo generoso sentimiento alienta en el espíritu del conquistador del pasado y del futuro."

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este nombre del istmo que constituía el único punto de enlace con la tierra firma, y había prestado ese mismo nombre al vino de "malvasía" que, desde sus muelles, se exportara otrora a la cristiandad occidental. A medida que escalaba aquellas alturas de Abrahán en miniatura y trepaba por una brecha de los terraplenes que coronaban lo alto de la ciudadela, tornó a caer en un profundo pozo de tiempo, cuando contempló el antiguo cañón de bronce abandonado y derrumbado entre los afloramientos dentados de piedra caliza, las plantas espinosas y el silencioso pastar de las cabras. Allí estaban los cañones como los dejaran aquel día en que el tiempo se había detenido en Monemvasía. Allí habían permanecido hasta que sus soportes de madera se habían podrido, y nadie se había tomado el trabajo de volver a montarlos y de retirarlos de aquel lugar. En ese instante, el espectador se vio transportado a la tarde del día —cualquiera fuera la fecha que aquel día pudiera haber tenido en el mapa cronológico del arzobispo Usher—1 en que la histórica fortaleza había quedado arrumbada, en la inmóvil orilla del fluyente río del tiempo. Esta experiencia que vivió el autor en Monemvasía, el 23 de abril de 1912, tenía un doble el 24 de noviembre de 1936, en una experiencia vivida en el extremo opuesto del continente, en una península rocosa más grande, que, como una daga, penetraba en el golfo de Chihli, y que en aquella época China cedía a Japón en arrendamiento. "El puerto estratégico y el puerto comercial del territorio arrendado no distan mucho uno del otro en el espacio. Se hallan en dos especies de detalladuras, cerca de la punta de la daga, que forman sus dársenas; y de muesca a muesca hay sólo unas dos horas de automóvil. En el tiempo 'ideal' o 'filosófico', empero, están muy separados y la distancia se está ampliando 1 El espectador había dado por sentado que el espectáculo que estaba contemplando en 1912 d. de C. era el cuadro de Monemvasía, tal como la fortaleza quedó después de haberla recobrado los osmanlíes en 1715 d. de C, de manos venecianas (véase IV. IV. 290); pero la investigación mostraba que Monemvasía había cambiado de manos en virtud de una capitulación negociada pacíficamente, y no por un asalto armado, tanto el 7-10 de setiembre de 1715, cuando los venecianos la entregaron a los osmanlíes, como el 5 de agosto de 1821, cuando Jos osmanlíes la entregaron a los insurgentes griegos moreanos. Las negociaciones que terminaron con la entrega de Monemvasía el 7-10 de setiembre de 1715 están consignadas por Brue, B.: Journal de la Campagne que le Grand Vesir Alt Pacha a faite en 1715 pour la Conquéte de la Morée (París 1870, Thoriri), págs. 53-7. La entrega de la fortaleza, producida el 5 de agosto de 1831, está tratada en Finlay, G.: A History of Greece from its Conques! by the Romans ío the Presen! Time, B. C. 1^6-A. D. 1864, vol. vi (Oxford 1877, Clarendon Press), pág. 213. Este testimonio es explícito; sin embargo, el 23 de abril de 1912, la ciudadela de Monemvasía presentaba todas las apariencias de haber sido tomada por asalto en el momento en que el tiempo se detuvo allí. El autor no podía sino conjeturar que, ya en 1715 d. de C, ya en 1821 d. de C, los vencedores, después de haber entrado pacíficamente en la ciudadela, habían derruido los muros y desmontado y desmantelado los cañones para dejar la fortaleza permanentemente fuera de acción y asegurarse así contra el riesgo de una reocupación por fuerzas navales enemigas. Un perito de la técnica militar occidental moderna habría podido decir sin duda a la primera ojeada si aquellos cañones eran de fines del siglo xvn o de fines del siglo xvm.

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siempre. [Mientras] Dairén se sale de madre y apunta hacia un próspero futuro burgués, Port Arthur permanece fijada a un trágico momento del pasado.. . "Cuando, de pie en las alturas a lo largo de las cuales corrían antes las defensas de la fortaleza, dejé que mis ojos vagaran por el paisaje, sentí lo que había sentido cuando, en mi viaje hacia el Lejano Oriente pasé por Verdún unos pocos meses atrás. Aquel paisaje nunca había visto al hombre empeñado en las obras normales de la paz. Había visto la guerra y sólo la guerra, y ahora que la marea de la guerra se iba retirando, el paisaje de alguna manera había dejado de formar parte del mundo vivo actual. Era un paisaje sin presente, sin futuro, sin funciones, salvo la de prestar silencioso testimonio de las tragedias de que había sido escenario en sus grandes días, ahora para siempre pasados. "En Port Arthur había en particular una altura que dominaba el magnífico panorama en ambas direcciones: hacia adentro la ciudad y el puerto, con su entrada guardada por riscos a cada lado; hacia afuera el campo abierto a través del cual los japoneses habían lanzado su ataque. Estos habían conquistado aquella altura a terrible precio y los rusos la perdieron para daño suyo, pues una vez que la artillería japonesa abrió fuego allí, bombardeó... a la flota rusa que estaba en el puerto y deshizo toda la guarnición rusa, de manera que el comandante no pudo hacer otra cosa que capitular. "Después de aquella capitulación, el tiempo se detuvo en Port Arthur; el lugar estaba aún vivo —o yacía muerto— en aquella mañana en que lo visité. Nada había ocurrido en Port Arthur que rompiera el hechizo e hiciera que las manecillas del reloj tornaran a moverse; y entonces recordé que yo había tenido precisamente aquella sensación mucho tiempo atrás, en otra famosa fortaleza, muy distante de aquella." i

Quienquiera que visitase los campos de batalla de Chattanooga y Gettysburg, donde la espontánea detención del tiempo había sido secundada por el artificio del hombre, difícilmente dejaría de tener esta experiencia de comulgar con un trágico hecho pasado que había vivido un espectador en Monemvasía en 1912 d. de C. y en Port Arthur en 1929 d. de C. En Gettysburg, el 21 de abril de 1947, cuando el mismo espectador estaba haciendo un reconocimiento de aquel trágico paisaje, los cañones que habían entrado en acción el 1^-4 de julio de 1863, se hallaban dispuestos en batería y en sus auténticas posiciones, pues en aquel campo de batalla los soportes de madera de los cañones, que en Monemvasía se habían podrido, habían sido previsoramente reemplazados por réplicas de metal inoxidable. Al contemplar desde lo alto de las dos Cimas Redondas, a través de la tierra de nadie, las líneas de los confederados, y al contemplar luego, a través del mismo espacio intermedio y mortal en la dirección opuesta —desde el 1 Toynbee, A. J.: "Life and Life-Death" en A Journey to China. (London 1931, Constable), págs. 200-6.

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punto en que Lee se hallaba hasta el grupo de árboles de las líneas de los federales, que era el objetivo que debía tomar Pickett—, el espectador sintió una vez más la sensación que experimentara en Liaotung y en la Morca. Se encontró en una comunión personal momentánea con los semejantes que habían luchado, sufrido y muerto en aquel campo mucho tiempo atrás; y por la tarde del mismo día oyó el relato de una experiencia mucho más punzante que la suya propia, en aquel mismo lugar hechizado. Aquella noche la señora Hanson,1 la esposa del director de Gettysburg College, que lo mismo que su marido había nacido en el sur, me contó que, cuando, después del nombramiento del marido se encontró en Gettysburg por primera vez en su vida y fue a ver el campo de batalla, rompió a llorar ante el espectáculo que tenía frente a si. La emoción que había encontrado esta válvula de escape precedía de fuentes profundas, pues aquella señora tenía un tío que fuera uno de los sobrevivientes de la carga de Pickett. Aquella fuente de primera mano nunca le había descrito la batalla, puesto que el pariente de la señora Hanson nunca había conseguido hablar de aquello de que había sido testigo en ese terrible lance de armas; pero el silencio del hombre había iniciado a la sobrina desde la infancia en una comunión personal con la tragedia del 3 de julio de 1863, y cuando por fin, años después, siendo una mujer adulta, puso por primera vez los ojos en el escenario de la indescriptible ordalía de su tío y de los camaradas caídos de éste, no podía sorprender que los sentimientos la sobrecogieran. La más vivida de las experiencias que el autor tuvo de la anulación local del tiempo en un lugar donde el tiempo se había detenido, hubo de vivirla en Efeso el u de febrero de 1921.

hombre a producir la ruina de la ciudad, serpenteaba como una culebra, en malignas curvas y codos, por los diferentes niveles que había abatido." 1

iSo

"Me acerqué a la antigua Éfeso desde las laderas de un monte de piedra caliza adornada con rojas anémonas que crecían entre las canteras de las cuales se extraían las piedras para la ciudad y coronado con los restos de torres y muros defensivos. Había elegido la dirección de manera que pudiera descender directamente sobre el teatro, y la visión, súbitamente revelada, de la vasta cavidad, con los asientos aún en su lugar y levantadas todavía las construcciones del escenario, fue tan impresionante como yo lo había esperado. Más allá de él la gran vía central de la ciudad, un reguero de pavimento de mármol, que se destacaba contra el verde de la llanura, conducía hasta el antiguo puerto, ahora un cañaveral amarillo y pardo. Paralelo a la calle principal, a nuestra izquierda se levantaba el monte de Coreso, con las fortificaciones de Lisímaco en el horizonte. Más allá, en una colina separada y más baja de piedra caliza, se levantaba 'la prisión de San Pablo', una torre de las defensas de la ciudad. Y más allá se extendía el mar, de un azul profundo contra el horizonte, y a nuestra derecha la llanura de tierras de aluvión que había ahogado al puerto y desplazado al mar. El río Caistro, que formó la llanura y cooperó con la locura del 1

Mrs. Elizabeth Trimble Painter Hanson.

En el momento en que el panorama histórico se impuso a los ojos del espectador, el teatro vacío se pobló con una muchedumbre tumultuosa, cuando el aliento entró en los muertos y éstos vivieron y se pusieron de pie. "Unos pues gritaron una cosa y otros otra; porque la asamblea estaba en confusión y la mayor parte no sabía por qué causa se habían reunido." 2 Aquellas dos figuras desgreñadas deben de ser Cayo y Aristarco; aquella criatura de aspecto insignificante debe de ser Alejandro. ¿Qué es ese rítmico rugido en el que se está resolviendo la Babel de lenguas? ¿Salvarán la vida Cayo y Aristarco? Sí, gracias al cielo, por la prontitud y presencia de espíritu del amanuense de la ciudad. Pero en el momento en que los gritos de "Grande es Diana" se van acallando y el amanuense comienza, con tacto, a dirigirse a la multitud, la vida se desvanece de la escena y el espectador se ve de nuevo en un instante en la superficie actual de la corriente del tiempo, habiendo subido desde un abismo de diecinueve siglos de profundidad, en el que lo había sumergido el impacto de la vista del teatro de Éfeso. En cada una de las seis ocasiones que quedan consignadas, el autor se vio arrastrado a una momentánea comunión con los actores de un hecho histórico particular, por el efecto que ejerciera en su imaginación una vista súbita y arrebatadora del escenario en el que había tenido lugar esa distante acción pasada. Pero hubo otra ocasión en la que le fue dada una experiencia más amplia y extraña. En Londres, en la parte meridional del Buckingham Palace Road, mientras andaba hacia el sur a lo largo del pavimento que bordea la pared occidental de Victoria Station, el autor, una tarde no mucho después de terminar la primera guerra mundial —no consignó la fecha exacta— se encontró en comunión, no ya con éste o aquel episodio de la historia, sino con todo lo que había sido y era e iba a venir. Y en aquel instante tuvo aguda conciencia del paso de la historia que fluía mansamente a través de él en una vigorosa corriente, y de su propia vida, que se deslizaba cual una onda de ese vasto río. La experiencia duró lo suficiente para que el autor tomara nota visual de la superficie eduardiana de ladrillo rojo y de los revestimientos de piedra blanca del muro de la estación, que se deslizaban a su izquierda, y para preguntarse —a medias perplejo, a medias divertido— por qué aquel escenario, incongruentemente prosaico, había sido el marco físico de una iluminación mental. Un instante después la comunión había cesado y el soñador había retornado al cotidiano mundo londinense que era su milieu so1 Toynbee, A. J.: The Western Queition in Greece and Turkey (London 1922, Constable), págs. 148-9: "TVo Ruined Cities", escrito en Esmirna, el 21 de febrero de 1921. 2 Hechos XIX. 32.

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cial nativo y de uno de cuyos períodos los muros de la estación eduardiana eran característicos. El sentimiento de una comunión personal de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, cuya expresión está más allá del alcance de la prosa de un historiador, se manifiesta en un poema que ya era familiar y querido al autor de este Estudio en el momento en que vivió aquella inefable experiencia.

es un acto de Dios; y la presencia y participación de Dios transfiguran la precaria fraternidad del hombre en una comunión de los santos en la cual las criaturas de Dios están unidas unas a otras, en virtud de su unión con el Creador.1

Reían los hombres en el antiguo Egipto, hace mucho tiempo, y reían también junto al lago de Galilea, y se regocija aún más mi alegre corazón por saber, cuando salta, transportado de gozo, que aunque la risa y el que ríe son nuevos es vieja la alegría, como el mar antiguo.

"Veré Jerusalem est illa civitas",3 pues en esa plena y perfecta comunión, el hombre se reconcilia con el hombre y la humanidad con la naturaleza no humana.

Lloraban los hombres en la noble Atenas, según dicen, y en la gran Babilonia, la de las muchas torres, por las mismas penas que hoy sentimos; y yo, encallada en lo alto del último pico del tiempo, puedo, de los babilonios y de los griegos, sentirme hermana, por este dolor común. La misma hermosa luna que esta noche contemplo, esta luna de oro que resplandece sobre el mar, me produce deleite más rico y más dulce por todos los ojos que antes regocijó, por todos los corazones, fríos desde hace siglos, que compartieron este gozo que ahora ella me da. Cualquier cosa que sienta no puedo sentirla sola. Cuanto más feliz estoy o más desesperada, innumerables amigos a quienes nunca conocí, alegres o apesadumbrados, están junto a mí, esos amigos míos sin nombres, sin rostros, que murieron mil años o más antes de que yo naciera.1 "Por lo cual nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos por Dios, descargándonos de todo peso y del pecado que estrechamente nos cerca, corramos con paciencia la carrera que ha sido puesta delante de nosotros." 2 El corredor no ha llegado aún a su meta, pues la experiencia —que sólo la poesía puede expresar— de la unidad del espíritu en el vínculo de la paz,3 es la revelación de una confraternidad que no es obra de los hombres,4 sino que 1 Rosalind Murray. 2 Hebreos XII. i. 3 Efesios IV. 3. * Hechos V. 38.

Quae fessis requis, quae merces fortibus, Cum erit omnia Deus in ómnibus! 2

¡Oh, felices cosas vivas! Ninguna lengua podría decir su belleza: un manantial de amor me brotaba del corazón y yo las bendecía sin saberlo.4 En este rapto con que el amor de Dios transfigura un corazón humano, San Francisco predica el Evangelio a las aves y encuentra en el sol y en la luna un hermano y una hermana. Luna, dies et nox et noctis signa severa noctivagaeque faces coeli flammaeque volantes, nubila sol imbres nix venti fulmina grando—5 Este espectáculo de la majestad del cosmos estelar, que cautiva la imaginación de un poeta, atormenta el espíritu de un filósofo, con el temor de que el pavor que tal vista inspire en corazones humanos bastos pueda reducirlos a la tiranía de dañinas divinidades, a las que una filosofía militante ha relegado a los intermundia, después de haberlos desterrado de un mundo que ellas malignamente infestaron.6 Nam cum suspicimus magni coelestia mundi templa, super stellisque micantibus aethera fixum, et venit in mentem solis lunaeque viarum, tune,? mientras el filósofo menea la cabeza, el santo estalla de júbilo. 1 San Agustín: De chítate Del, Libro XIX, caps. 13, 17 y 20, citado en V. vi. 178 y V. vi. 3752 Abelardo: O quanta qualia sunt illa sabatta... 3 Abelardo: ibid. * Coleridge: The Rime of the Ancient Mariner, Parte IV, ad ftnem. 6 Lucrecio: De rerum Natura, Libro V, versos 1190-2. e Véase todo el pasaje en De rerum Natura, Libro V, versos 1183-1240. 7 Ibid., versos 1204-7.

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Altissimu omnipotente bon Signore, Tuo so le laude, la gloria e l'honore e onne benedictione. Ad Te solu, Altissimu, se confanno, Et nullu homo ene dignu Te mentovare. Laudatu si', Mi Signore, cum tucte le Tue creature, Spetialmente messor lu Frate Solé, Lo quale lu jomo allumeni per nui; Et ellu é bellu e radiante cum grande splendore: De Te, Altissimu, porta significatione. Laudatu si', Mi Signore, per Sora Luna e le Stelle; In celu l'ai fórmate clarite e pretiose e belle. Laudatu si', Mi Signore, per Frate Ventu, E per aere e nubilo e sereno e onne tempu, Per le quale a le tue creature dai sustentamentu.1

Oh, vosotros, espíritus y almas de los justos, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vosotros, santos y humildes hombres de corazón, bendecid ai Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente.1

Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día a otro día emite copiosamente el dicho, y una noche a otra noche divulga el conocimiento. No hay dicho, ni palabra ni es oída su voz; empero por toda la tierra ha salido su melodía, y hasta los cabos del mundo sus palabras. Para el sol colocó pabellón en ellos; y él como esposo que sale de su tálamo, se regocija, cual hombre esforzado, para correr la carrera... La ley del Señor es perfecta, que convierte al alma; el testimonio del Señor es fiel, que hace sabio al simple. 2 Oh, vosotras las obras todas del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente.. . Oh, vosotros, los cielos, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. .. Oh, sol y luna, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, estrellas del cielo, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, lluvias y rocío, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vientos de Dios, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. .. Oh, noches y días, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vosotras, ballenas y todo lo que se mueve en las aguas, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vosotras, las aves todas del aire, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vosotras, las bestias todas y ganado, bendecid al Señor, alabadlo y glorificadlo eternamente. Oh, vosotros, hijos de los hombres, bendecid al Señor, alabadlo y glcrificadlo eternamente. San Francisco de Asís: Laudes Creaturarum, versos 1-14 2 Salmos XIX. 1-5 y 7. 1

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Nostrum est interim mentem erigere Et totis patriara votis appetere.2 Te alabamos, oh Dios, reconocemos en ti al Señor. Toda la tierra te adora a ti, Padre eterno. A ti claman todos los ángeles, los cielos y todas las potestades. . . Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. La gloriosa compañía de los apóstoles te alaba. La piadosa confraternidad de los profetas te alaba. El noble ejército de mártires te alaba. En todo el mundo te reconoce la Santa Iglesia.3 Así como estas diversas pero concordantes voces conmovían el corazón de un historiador occidental del siglo XX que había nacido y se había educado en Londres, la versión humana que esas voces daban del lenguaje celestial de una comunión de los santos, suscitaba ante su mirada interior la representación humana de la Visión Beatífica de un cuadro que se hallaba en la National Galery en Trafalgar Square y que le había quedado grabado en la imaginación antes de cjue comenzara a correr el actual siglo de la era cristiana. En la obra pintada por fra Angélico para el altar de la iglesia de Santo Domenico de Fiesole, los ángeles, los patriarcas, los profetas, los santos y mártires se hallaban en sus compañías,4 prasiai prastaif y adoraban a Cristo que, en medio de ellos, resplandecía con toda su gloria. Das Unzulangliche Hier wird's Ereignis; 6 y la comunión de los santos hacíase así visible en un mudo llamado a la oración. Christe, aud't nos. Cristo Tamuz, Cristo Adonis, Cristo Osiris, Cristo Balder, óyenos; cualquiera sea tu nombre, te bendecimos a causa de la muerte que sufriste por nuestra salvación. Christe Jesu, exaudí nos. Buda Gautama, muéstranos la senda que nos haga salir de nuestras aflicciones. i The Song of the Three Holy Children, VV. i, 3, 6, 9, 15, 23-26, 30-31. a Abelardo, ibid. 3 Te Deum, VV. 1-3 y 6-10. 4 Marcos VI. 39. B Marco', VI. 40. 6 Goethe: Faust, versos 12.106-7.

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Sánela Dei Genetrix, intercede pro nobis. Madre María, Madre Isis, Madre Cibeles, Madre Kuanyin, ten compasión de nosotros. Cualquiera sea tu nombre, te bendecimos por haber traído al mundo a nuestro Salvador. Sánete Michael, intercede por nobis. Mitra, lucha junto a nosotros en nuestra batalla de la luz contra las tinieblas. Omnes Sancti Angelí et Archangeli, intercedite pro nobis. Todos vosotros, devotos bodhisatvas que, por vuestros semejantes vivos y por nuestra liberación, habéis postergado, por edades y edades, la entrada en vuestro descanso, quedaos, os lo suplicamos, un poco más entre nosotros. Sánete Jobannes Baptista, intercede pro nobis. Noble Lucrecio que, a pesar de ti mismo, eres también un precursor del Salvador, instila tu poesía en nuestros corazones y tu sinceridad en nuestro entendimiento. Omnes Sancti Patriarcbae et Prophetae, intercedite pro nobis. Arrojado Zaratustra, infunde tu espíritu en la iglesia militante aquí en la tierra. Sánete Petre, intercede pro nobis. Mahoma, de tierno corazón, que eres también uno de los más frágiles vasos de la gloria de Dios, ruega para que su gracia nos inspire, como te inspiró a ti, a elevarnos por encima de nuestra flaqueza, en nuestro celo por el servicio de Dios. Sánete Paule, intercede pro nobis. Bendito Francisco Javier y bendito John Wesley, continuad la obra de Pablo, de predicar el Evangelio en todo el mundo. Sacie joannes, intercede pro nobis. Bendito Mo-ti, discípulo de Cristo antes de la Epifanía de Cristo, en un remoto país, transmite tú también el mensaje de amor que un Dios desconocido te reveló. Omnes Sancti Apostoli et Evangelistas, intercedite pro nobis. Fuerte Zenón, ayúdanos a encontrar a Dios enseñándonos a ser viriles. Piadoso Confucio, ayúdanos a cumplir nuestro deber con Dios cumpliéndolo con nuestros semejantes. Sacie Stephane, intercede pro nobis. Bendito Sócrates, también mártir, muéstranos como Esteban, la manera de padecer la muerte en perfecta caridad para con aquellos que malignamente se sirven de nosotros. Omnes Sancti Martyres, intercedite pro nobis. Todos aquellos que habéis sufrido persecución por ser justos, sin dejar recuerdo, enseñadnos también a sufrir sin esperar siquiera una recompensa terrenal postuma. Sánete Gregori, intercede pro nobis. Bendito Asoka que, como Gregorio, serviste a Dios alimentando Su rebaño, enséñanos también a llevar las cargas de otro. Sánete Augustine, intercede pro nobis.

Jalal-ad-Din Mawlana, caña que canta, haz música celestial para nosotros, a medida que el aliento del Espíritu de Dios te penetra. Sánete Pater Benedicte, intercede pro nobis. Epicuro, que fuiste asimismo el venerable fundador de una familia espiritual, impártenos tus graciosos dones de ternura y luz. Sánete Antoni, intercede pro nobis. Marco, recluso en el palacio y ermitaño en el campamento, enséñanos también a hacer el vuelo del solitario a la soledad, en medio del fárrago de este mundo febril. Omnes Sancto Monachi et Eremitae, intercedite pro nobis. Todos vosotros, que habéis servido a Dios, aunque sin haberos enclaustrado ni retirado, enseñadnos también a estar en este mundo sin ser, empero, de él. Sánela María Magdalena, intercede pro nobis. Bendito Francisco, que por causa de Cristo renunciaste al orgullo de la vida, ayúdanos a seguir a Cristo siguiéndote a ti. Omnes Sancti et Sanctae Dei, intercedite pro nobis. Pues tlayhi marji'ukum jami'an: a Él retorna cada cual.1 Finis Londres, 15 de junio de 1951, a las 18 y 25, después de haber contemplado una vez más, esa tarde, el cuadro de la Visión Beatífica, de Fra Angélico.

Corán X. 4-

A N E J O S ANEJO a XIII. B. (m) EL MUNDO DE LOS NEGOCIOS COMO ESCUELA DE ACCIÓN INTELECTUAL

Si, como se discurrió en el capítulo a que se refiere este Anejo, la acción es el alfa y la omega * de la erudición, en no menor medida que de las cuestiones "prácticas", ello explica el hecho notable de que una gran proporción de una minoría efectiva de estudiosos de diversos campos, incluso el campo de la historia, procediera, no de entre los escribas y fariseos profesionales de una vida ortodoxamente académica, sino de publícanos y pecadores que habían emprendido su acción intelectual como aficionados, después de haber pasado por un laborioso aprendizaje en ocupaciones "prácticas" tales como la guerra, el derecho, la política y, por modo notable, el comercio. Si la esencia de la erudición es la acción, la primera y última exigencia para obtener éxito en la erudición es ser akttonsfáhig; y, en consecuencia, una profesión "práctica" en la cual el no ejercitar la acción provoca un desastre inmediato, es un adiestramiento más seguro en los elementos esenciales de la erudición (así como en aquellos de los negocios "prácticos") que una profesión académica en la cual la némesis de la inactividad no alcanza inmediatamente a un alma vacilante por obra de un acontecimiento desastroso. En un lugar anterior 2 ya consideramos la trayectoria de la vida de una pléyade de historiadores y una serie de poetas, sabios y santos que volvieron a una vida de acción en el plano espiritual, después de haberse retirado de la acción en el plano 'práctico" en el que habían hecho su aprendizaje. Clarendon e Ibn Jaldún eran estadistas-legistas retirados; Polibio era un político deportado e internado; Dante, un condenado al exilio; y Ollivier, un hombre que había caído en desgracia; Maquiavelo era un funcionario expulsado, Confucio un funcionario sin empleo y San Gregorio Magno un funcionario retirado; Josefo fue un prisionero de guerra y San Ignacio de Leyóla, un ex soldado,, en tanto que Tucídides y Jenofonte fueron soldados en el exilio; Mahoma y Solón eran hombres de negocios retirados. No necesitamos recapitular aquí nuestras anteriores observaciones sobre estos hombres de acción que se prepararon para sus actividades espirituales realizando antes un aprendizaje "práctico"; pero, a los efectos de nuestra actual indagación, es pertinente que recordemos que la trayectoria de la vida de siete de los ocho ulteriores historiadores de nuestra lista anterior, siguió un modelo uniforme. En todos los casos, salvo en el de Ibn Jaldún, el retiro transitorio o defintivo de la vida "práctica" fue involuntario. Todos ellos se dieron a la historia como un pis aller que ocupara un vacío forzoso y no Apocalipsis I. 8 y n. 2 En III. m. 283-353.

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bien recibido dejado por alguna otra forma de actividad "práctica";1 y cuando, gracias a su adiestramiento "práctico" en la acción, esos hombres obtuvieron un éxito mucho mayor en el plano intelectual de la acción que el que antes obtuvieran en la vida "práctica", nos es lícito conjeturar que los más de ellos se sorprendieron al comprobar que una actividad que les fuera impuesta por una desgracia personal les daba fama, además de brindarles consuelo. Ahora podemos continuar considerando otra serie de historiadores procedentes del mundo de las cuestiones "prácticas" —el mundo de los negocios en cuatro casos y el mundo del derecho y la política en el quinto— cuyas vidas, en tres de los cinco casos se ajustan exteriormente al mismo modelo; pero, cuando dejamos de lado los hechos exteriores y consideramos la esfera interior psíquica de ideales, objetivos, motivo y sentimientos, comprobamos que no sólo no coinciden, sino que son realmente antitéticos respecto de las trayectorias de los siete historiadores que lo fueron a pesar de sí mismos y que ya hemos examinado. Exteriormente hay una notable correspondencia entre la trayectoria de la vida de Tucídides, Jenofonte, Policio, Josefo, Maquiavelo, Clarendon y Ollivier, por un lado, y la trayectoria de la vida de George Grote (vivebat 1794-1877 d. de C), Heinrich Schliemann (vivebat 1822-90 d. de C.) y James Ford Rhodes (vivebat 1848-1927 d. de C.) por otro. Estas tres trayectorias, como las de los otros siete historiadores, pueden dividirse todas en una estrofa en la cual una profesión "práctica" hace la primera demanda -—y una demanda exigente— al tiempo y energías del héroe, y en una antistrofa, en la cual éste se dedica a la erudición. Y también en estos casos, como en aquellos otros, la separación entre los dos capítulos, simétricamente equilibrados, de historia personal, está igualmente marcada por una cesura. Es, con todo, significativo, el hecho de que en las trayectorias quebradas de un Rhodes, un Grote y un Schliemann, la cesura haya sido obra del propio héroe. Aunque la trayectoria de Schlieman puede soportar la comparación, en cuanto a la riqueza de acontecimientos, con la de cualquier otro héroe conocido por la historia, ni el banquero Victoriano de Londres Grote, ni el comerciante en carbón y hierro de la Cleveland de postguerra, Rhodes, corrieron el riesgo de ver su trayectoria cortada por una intervención tan sensacional de la historia como en el caso 1 Esta afirmación pide cierta reserva aplicada a Tucídides, puesto que él mismo nos dice en las primeras palabras de su obra (Libro I, cap. i) que "comenzó a trabajar en ella inmediatamente después del estallido de la guerra, pues creía que ésa era no sólo una gran guerra, sino la más importante que se hubiera librado jamás". El siguiente servicio activo del historiador fue sin duda un deber público que él asumió como cosa obvia. Con todo, podemos asimismo estar seguros de que Tucídides no acogió bien el período de veinte años de ocio total que le permitió concentrarse en su obra histórica y al cual se vio condenado cuando lo desterraron de Atenas como castigo por no haber logrado, en 424 a. de C. (véase Libro IV, caps. 104-7), impedir que una fuerza expedicionaria lacedemonia, mandada por Brasidas, tomara Anfípolis del Estrimón.

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de Josefo, que fue tomado prisionero, el de Polibio, que fue deportado, el de Tucídides, Jenofonte y Clarendon, que fueron desterrados, o hasta los infortunios más suaves de Maquiavelo y Ollivier, uno de los cuales fue expulsado y el otro cayó en desgracia. Lo mismo que Schliemann, Grote y Rhodes tuvieron que hacer ellos mismos una indispensable vítai pausa í que nunca les hubieran impuesto los arrebatos y circunstancias de la vida pública contemporánea, Schliemann, como ya lo observamos,2 separó su acumulación estrófica de una fortuna, de una excavación antistrófica de Troya y Micenas, al pasar dos años, después de haber liquidado sus negocios de San Petesourgo en 1864 d. de C., viajando alrededor del mundo y escribiente en voyage a través del Pacífico, un libro cuyo tema no se refería a sí mismo ni a Hornero, sino a China y Japón.3 El paso equivalente que dio Grote, después de haberse negado, en 1841, a presentarse otra vez como candidato parlamentario 4 y de haber preparado su espíritu para concentrarlo en la redacción de una Historia de Grecia, en el campo, fue disponer, aunque no le resultó fácil, su ausencia del banco, situado en el centro de Londres, entre octubre de 1841 y abril de 1842, y pasar una temporada en Italia, país que visitaba por primera vez en su vida,5 una liberación transitoria de una "cadena" 6 de deberes "prácticos", públicos y privados, liberación que fue definitiva cuando él se retiró de los negocios en el verano de 1843 d. de C.7 Rhodes, después de retirarse de sus negocios de Cleveland, Ohio, en 1886 d. de C., pasó un año en Europa antes de ponerse a escribir, primero en Cambridge, Massachusetts, y luego al otro lado del mismo río Charles, en Boston, A History of the United States from< the Compromise of 1850 to the Final Restoration of Home Rule at the South in 1877. "Si ésta parecía una manera extraña de comenzar una obra literaria era, seguramente, acertada; en efecto, borraba la oficina de su espíritu, representaba una separación completa de las dos mitades diferentes de su vida, y le permitía lanzarse a la segunda parte con un espíritu nuevo, libre. También inciden talmente, mientras se hallaba en el extranjero, tradujo una novela francesa, que vertió con cuidado y con la intención de afinar Lucrecio: De rerum Natura, Libro III, verso 86o. En la pág. 34, n. 3, supra. s Véase Ludwig, E.: Schliemann of Troy (London 1931, Putnam), págs. 117 y 118-9. * Véase Grote, H.: The Personal Lije of George Grote (London 1873 John Murray), págs. 140-1, sobre el texto de la carta de Grote en la que éste anunciaba su decisión de no volver a presentarse, y que dirigió a J. Travers, y la carta de Travers, dirigida a W. E. Hickson, en la que atestiguaba que el retiro de Grote "se debe a su propia decisión, y en este punto es inexorable". ¡Qué felices se habrían sentido Ollivier, Clarendon, Maquiavelo y Tucídides, si alguno de sus adeptos hubiera dado la misma versión de las circunstancias en que ellos se alejaron de la vida pública! 5 Véase Grote, H.: op. cit., págs. 143-51. 6 Carta de Grote a Sénior, 14 de setiembre de 1841, citada ibid. Véase pág. 144. 7 Grote, H., op. cit., pág. 153. 1 2

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el estilo y familiarizarse con el arte de la composición. Inmediatamente después de su regreso, se entregó a la verdadera obra de su vida." i

Ibn Jaldún (vivebat 1332-1406 d. de C.) y Lord Bryce (vivebat 18381922 d. de C.) y un erudito-banquero, Walter Leaf (vivebat 1852-1927 d. de C.), quienes, a diferencia de todos los otros, lograron desempeñar actividades "prácticas" y realizar simultáneamente una obra intelectual creadora durante toda su vida de trabajo.1 "Schliemann fue siempre más un luchador que un pensador; un hombre de acción antes que de contemplación. Y hasta en los últimos años de su vida sus cartas y discursos eran más arrebatadores que sus libros. .. Era por entero un hombre de acción y no de letras." 2 "La misma mañana siguiente", después de llegar a Itaca en julio de 1868, "sus innatos impulsos a la acción se manifestaron en seguida; alrededor de las cinco de la mañana escaló el pico" del monte Airo, "con cuatro obreros. .." 3 "Bryce, con su ilimitada energía y su ubicuidad poseía los caracteres generales de un hombre de acción, antes que los de un estudioso. Hasta proyectaba y esbozaba sus libros al aire libre y en movimiento, más que en el estudio." 4 Es más aún, ya dijimos 6 que la curiosidad de Bryce, que lo llevaba a agregar siempre nuevos conocimientos a su haber de información, estaba puesta al servicio de un programa que él se había impuesto y al que seguía fielmente, en el cual escribir libros, y no leerlos, era la ocupación fundamental del estadista-erudito. En cuanto a Walter Leaf, él mismo reconoció la verdad de que la obra intelectual, así como la obra comercial, es acción. "Mientras el pensamiento no esté definitivamente formulado no es nada", escribió en un artículo publicado postumamente.6 Y después de haber aceptado en 1878 d. de C. una invitación de la editorial Macmillan para terminar el trabajo de una edición de Hornero que había quedado incompleta a causa de la muerte por accidente de un amigo de Leaf que la había comenzado, "no perdió tiempo en ponerse a trabajar" 7 y escribió en su diario:8 "Para mí es un consuelo pen-

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De manera pues que la trayectoria de nuestros tres ci-devant hombres de negocios se parecía a la de nuestros siete ci-devant soldados y estadistas en el hecho de estar simétricamente dividida en estrofa y antistrofa, por una cesura; pero, al advertir que las cesuras de los tres hombres de negocios estaban hechas artificialmente porque no les fueron impuestas por hechos que estuvieran más allá del gobierno del héroe, ya hemos señalado la antítesis interior que hay entre dos modelos de vida que coinciden sólo exteriormente. En el caso de Schliemann y Grote y también en el de Rhodes, la "verdadera obra de su vida" fue la obra creadora intelectual que realizaron, principal o enteramente, durante el capítulo posterior a la cesura, en tanto que las cuestiones "prácticas" a las que se habían entregado durante el capítulo anterior a la cesura, representaban una "cadena" que les había impedido dedicarse a la obra a la que habían puesto su corazón; mientras que cada uno de nuestros siete soldados y estadistas realizó la "verdadera obra de su vida" en el capítulo anterior a la cesura, y nunca habrían abandonado las cuestiones "prácticas" por la historiografía, si no les hubiera impuesto ese destino creador el despiadado golpe con que quedaron cortadas sus actividades prácticas por las tijeras del tejedor cósmico que trabaja en el zumbante telar del tiempo.2 Cada uno de nuestros siete soldados y estadistas llegó a convertirse en historiador a pesar de sí mismo durante la segunda mitad de su vida, en tanto que nuestros tres hombres de negocios fueron hombres de negocios a pesar de sí mismos, durante la primera mitad de su vida. Según el criterio de las propias intenciones, deseos y sentimientos del héroe, la antítesis es extremada; y el hecho de que el tejedor cósmico consiga hacer un gran erudito de cada una de estas almas en bruto, es tanto más impresionante. Las conclusiones que hay que sacar de esta acción del tejedor cósmico son claras. Para un erudito que no desea ser otra cosa que eso, lo mismo que para un erudito que se vio convertido en eso por una jorce majeure, los asuntos "prácticos" tienen que constituir un magnífico aprendizaje para la obra intelectual creadora. Y la razón por la cual los asuntos prácticos tienen esa virtud, es la de que ellos dan al futuro historiador un estrenamiento preliminar efectivo en una vida de acción que es la verdadera vida del erudito, así como la verdadera vida del hombre de negocios, del estadista y del soldado. Compartían esta virtud de ser hombres de acción nuestros tres cidevant hombres de negocios no sólo con nuestros siete ci-devant soldados y estadistas, sino también con dos historiadores-estadistas-legistas, 1 Morse, Jr. J. T.: "Memoir of James Ford Rhodes" en Proceedings of ihe Massachuselts Histórica! Society, octubre 1926-junio 1927, vol. LX (Boston 1927), pág. 179. 2 Goethe, Faust, versos 501-9.

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1 En la vida de Leaf, este desempeño simultáneo de un par de actividades diversas era consciente y deliberado, como él mismo consignó en el párrafo inicial de una autobiografía inconclusa, publicada al principio del libro de su esposa Charlotte M. Leaf, Walter Leaf (London 1932, John Murray), pág. i: "Siempre tuve conciencia de que en mi conformación mental había un doble empeño que, según yo sabía, tenía que fomentar y realizar en un perfecto equilibrio, a través de toda mi v i d a . . . Los caracteres pronunciadamente diferentes de mis dos abuelos. . . tipificaban. . . la combinación, en uno de sus descendientes, de dos aspectos de la vida activa: el administrativo y el estudioso o reflexivo. Siempre tuve el deseo de demostrarme que era fiel a la tradición de la familia de mi padre —hombres de acción de Yorkshire, hombres de negocios que alcanzaron el éxito—• y al propio tiempo de no perder mi vena literaria y erudita, que, según parece, heredé de mi abuelo materno, quien hace unos cien años fue uno de los mejores helenistas de su tiempo." 2 Ludwig, E.: Scbliemann of Troy (London 1931, Putnam), págs. 113 y 25. 3 Ibid., pág. 136. * E. I. Carlyle, en The Dictionary of National Biograpby 1922-7930 (Oxford 1937, University Press), pág. 134. 5 En la pág. 40, n. 2, supra. 6 Véase Leaf, C. M., op. cit., pág. 167. 7 Ibid., 149. 8 Ibid., pág. 150.

ANEJO a XIH. B. (m) 194 sar que por un largo tiempo estaré ocupado... en algo que alguien tiene que hacer y que no se trata de una mera adquisición de conocimiento de un dilettante." Es digno de notarse el hecho de que en este punto vital del aprendizaje en los negocios para convertirse en hombres de acción efectivos, los dos homeristas Leaf y Schliemann hayan sido almas afines, porque el temperamento innato del comerciante de índigo, que tomó la vida por asalto, está en agudo contraste con el temperamento del comerciante de sedas y cintas que, mientras admitía sotto voce que "si se me impone una tarea y estoy convencido de su bondad, puedo llevarla a cabo con gran capacidad de ejecución",1 declaraba, con característica modestia, que "nunca tuve una verdadera ambición, salvo la de llevar a cabo, lo mejor que pudiera, el deber que se me presenta en el momento." 2 El instinto de la acción, que inspiró a estos "hombres prácticos" tanto en sus actividades intelectuales como en sus negocios, se revela en los métodos de autoeducación que desarrollaron. Schliemann por ejemplo, que hubiera sido un prodigio ya sólo como lingüista aun cuando no hubiera excavado a Troya ni hubiera amasado una fortuna, logró dominar por lo menos doce lenguas extranjeras —aunque, como él declara, "yo tenía mala memoria, puesto que desde mi niñez no la había ejercitado en nada"— al hacer siempre uso activo de la lengua que estaba estudiando. "La necesidad me enseñó un método que facilita mucho el estudio de una lengua. Este método consiste en leer abundantemente en voz alta, sin traducir; practicar una lección cada día, escribir constantemente ensayos sobre temas de interés, corregirlos bajo la supervisión de un maestro, aprenderlos de memoria y repetir en la lección siguiente lo que se corrigió el día anterior. Nunca salía yo a mis correrías, aun en días de lluvia, sin llevar mi libro y aprender algo de memoria." 3 Y Schliemann predicaba lo que él mismo practicaba, cuando aconsejó a un amigo que no se retirara de los negocios, a menos que tuviera un hobby. "Cometerás un error enorme si crees que la buena lectura te dará una ocupación apropiada. Te enfermarás; pero ahora recuerdo que eres un violinista. Bravo, Bravísimo! Eso lo arregla todo. Lo único que debes hacer es dedicarte apasionadamente a la música, a tocar en conciertos, a componer, a practicar día y noche." 4 Walter Leaf en C. M. Leaf, op. cit., págs. 115-16. Ibid. 3 Schliemann, H.: Ilios (London 1880, Murray), págs. 9-10; cotéjese 10-11 y 14-16. * Citado en Ludwig, op. cit., pág. 283. 1 2

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De acuerdo con este principio, Schliemann cuando por fin se puso a estudiar griego lo hizo aprendiéndose de memoria pasajes de los clásicos y luego escribiendo él mismo en esa lengua. "Aprendí griego antiguo [nos dice] como habría aprendido una lengua viva. Puedo escribir en griego antiguo con la máxima fluidez, sobre cualquier tema que me sea familiar." i El biógrafo de Schliemann, Ludwig, demostró luego la veracidad de lo que pretendía Schliemann al obtener, de un especialista en lenguas orientales, una opinión 2 sobre los cuadernos de ejercicios en manuscritos, con los cuales Schliemann había aprendido por sí mismo no sólo el griego sino, poco después, el persa, el árabe y el turco. El especialista comprobó, con asombro y admiración, que el método propio que Schliemann tenía para aprender una lengua extranjera le permitía, al cabo de seis semanas de estudio, "expresar sus pensamientos tanto oralmente como por escrito". En la primera carta 3 que Schliemann escribió en griego, dice de esa lengua que es "la lengua de mis pensamientos vigilantes y de mis ensueños". Y posteriormente su biógrafo encontró, en esos cuadernos de ejercicios griegos —que "representan el verdadero monólogo de un comerciante que anhela evadirse a la esfera de lo ideal"— documentos de valor psicológico mayor que los que se encuentran en toda la acumulación de millares de papeles que Schliemann reunió y conservó.4 En suma, el método de Schliemann para aprender una lengua era eficaz, y es significativo el hecho de que Grote y Rhodes lo hayan adoptado independientemente. Rhodes, como ya dijimos,5 se preparó deliberadamente, cuando le llegó el momento, para su proyectada empresa de composición literaria en su lengua materna, traduciendo al inglés un libro francés. En cuanto a Grote, "constituyó... para mí una sorpresa, [consigna la señora Grote en la relación que hace del primer día que pasaron en Verona en 1841 d. de C.}, cuando de pronto Grote se puso a hablar en una lengua nueva que aparentemente empleaba con facilidad y a preguntar a nuestro servidor sobre todos los puntos que atraían su curiosidad. Al cabo de un día o dos de nuestra llegada a Roma. .. Grote contrató a un maestro para familiarizarse con la lengua italiana. .. y a ese fin traducía lo mejor que podía, comedias inglesas al italiano, viva voce, durante una hora diaria." 6 Schliemann, Utos, pág. 15. Reproducido en Ludwig, op. cit., en las págs. 104-5. 3 Escrita a su tío, el pastor de Kalkhorst. Véase la cita, en Ludwig, op. cit., pág. 103. * Ludwig, op. cit., págs. 107-8. Véanse los pasajes citados, en una traducción inglesa, ibid., págs. 108-12. 5 En la pág. 191, sufra. 8 Grote, H., op. cit., págs. 146-7. 1 2

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Aunque el respeto que sentía Grote por lo que Schliemann llamaba "las tediosas reglas de la gramática" l era característicamente mayor 2 que el de Schliemann, coincidía con su contemporáneo más joven en practicar habitualmente la acción en sus estudios así como en sus negocios, y en su caso, como en el de Schliemann, el método que empleaba para aprender una lengua era tan sólo la aplicación de un hábito constante que parece que él nunca abandonó salvo en el crítico invierno de 1833-4 d. de C.3 "La cantidad de notas, borradores, resúmenes, fragmentos y disertaciones que escribió. . . atestiguan de la gran sed de conocimientos que lo devoraba." 4 Y esta observación de su esposa está confirmada por lo que dejó consignado su futuro marido, según los resúmenes 5 que ella hizo del diario de Grote desde el 22 de setiembre de 1818 al 28 de marzo de 1819. La vida de George Grote no es la menos notable de nuestros diez ejemplos en que una sobresaliente obra de creación intelectual fue el resultado de un entrenamiento "práctico"; en efecto, en el temperamento de este historiador-banquero acaso había habido bastante levadura de los fariseos 6 para impedirle que realizara una obra intelectual, si el padre no hubiera sido lo suficientemente egoísta para colocarlo, antes de que el muchacho tuviera dieciséis años,7 en un escritorio del banco de la familia, situado en Threadneedle Street, en lugar de permitirle que completara su educación académica en la universidad. En verdad, la tendencia innata de Grote a la disipación intelectual era tan fuerte que bien cabría pensarse que ni siquiera su aprendizaje forzoso en la banca le habría asegurado su salvación intelectual, si la esposa no hubiera unido sus propias fuerzas a las de los negocios del marido para inducirlo a perseverar en una autodisciplina que es el requisito previo de toda acción efectiva en cualquier campo. Una vez que el padre lo hubo obligado a participar en los negocios de banca de la familia, Grote dividió el escaso margen de tiempo que le quedaba para ocupaciones culturales, en las que no había dejado de cifrar sus tesoros, en aprender a tocar el violoncelo, aprender alemán y estudiar economía, historia y metafísica; 8 no contento con esto se lanzó al movimiento en pro del establecimiento de la universidad de Londres, y en 1827 d. de C. llegó a ser uno de los miembros primeros del consejo; 9 y aunque abandonó el violoncelo en 1830 d. de C.,10 la libertad personal que obtuvo antes de terminar ese mismo año, en Schliemann, ¡líos, pág. 15. Véase Grote, H., op. cit., pág. 146. 3 Véase pág. 198, injra. * Grote, H., op. cit., pág. 41. 5 Ibid., págs. 29-37. Cotéjese pág. 134. 8 Mateo XVI. 12; Lucas XII. i. 7 Grote, H., op. cit., págs. 8 y 10. Q r r ' j ' s Iota., págs. 11-12. 9 Ibid., pág. 55. "A veces volvía de las reuniones del consejo completamente agotado" (ibid., pág. 57). 10 Véase ibid., pág. 41. 1

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virtud de la muerte de su egoísta y tiránico padre,1 le permitió dejarse absorber por la política parlamentaria en el movimiento contemporáneo, que en Gran Bretaña abogaba por la reforma del Parlamento, pero no retirarse de los negocios para concentrarse en la redacción de una historia de Grecia, tema que había elegido acaso ya en 1822 d. de C. para un futuro magnum opas.2 Desde el momento en que se lanzó a la política en 1830 d. de C., hasta el momento en que se retiró primero de la política en 1841 d. de C. y luego de los negocios en 1843 d. de C., la esposa, que era asimismo la Egeria del historiador in posse, temía constantemente que el marido pudiera frustrar, por obra de una desorbitada disipación de sus energías, el destino intelectual que hacía mucho era para ella manifiesto. "La 'Historia de Grecia' —escribió la señora Grote en su cuaderno de notas el i 9 de febrero de 1831, pocas semanas antes de que Grote aceptara la invitación del alcalde mayor de Londres para que se presentase como candidato a una de las bancas parlamentarias de la city— debe publicarse antes de que él se lance a cualquier actividad de tipo político. . . La reputación de él debe cimentarse en el 'opits magnum' (como John Mili llama a la 'Historia')."3 Y al fracaso de la esposa en cuanto a hacer que él diera prioridad a su obra literaria antes que a la obra política, siguió la realización de lo que ella temía. Después de la elección de Grote, en diciembre de 1832, "la Historia quedó arrumbada" 4 y en vísperas de la sesión parlamentaria de 1834 d. de C. la señora Grote escribió en su cuaderno de notas: Ibid., págs. 61-62. La señora Grote pretende que la decisión de escribir una historia de Grecia fue tomada por su marido a sugestión de ella, a fines de 1823 d. de C: "Alrededor del otoño de 1823, la señora Grote, viendo que el tema de la historia griega se discutía frecuentemente en su casa de Threadneedle Street y comprendiendo cuan atrayente era para su marido el estudio, pensó que le cuadraría bien escribir una nueva historia de Grecia. En consecuencia, se lo propuso a George Grote: 'Estás siempre estudiando a los autores antiguos, apenas tienes un momento libre. Ahora bien, aquí tendrías un excelente tema que tratar. Podrías intentarlo.' La idea pareció aceptable al joven estudioso quien, después de reflexionar algún tiempo, tomó la resolución de poner manos a la obra. Sus estudios se enderezaron principalmente hacia ese objeto a partir de aquel momento. La cantidad de mateilales que acumuló en la forma de notas y resúmenes, durante la época en que se preparó para escribir la historia (que se conservaron gracias al cuidado de la esposa) dan prueba de su laboriosidad y del profundo interés que sentía por la tarea que él se había asignado." (Grote, H., op. cit., págs. 49-50). Sin embargo, esta relación de la génesis de la gran obra de Grote está en contradicción con otro documento que proviene también de la pluma de la señora Grote. En una carta dirigida a G. V/arde Norman, escrita por ella en octubre de 1823, dice que "la historia griega prospera, y G. está absorbido en ella más que nunca. Casi terminó la parte referente a. las colonias griegas" —es decir, los capítulos 22 y siguientes de la segunda p.irte de la historia, tal como hubo de publicarse luego (véase Momigliano, A.: George Grote and the 5tndy of Greek History (London 1952, Lewis), pág. 7 con n. 12 de la pág. 21). ;i Ibid., pág. 67. * Ibid., pág. 75. 1 2

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"G. no se aplicó, como yo lo urgí seriamente, a proseguir su Historia durante el invierno, sino que se distrajo rozando el campo de las letras, propensión que en él no es en general reprensible, pues habitualmente tenía en vista distintos objetos en sus horas de estudio. Este invierno ha dado en toda clase de lecturas variadas y, que yo recuerde, ha escrito menos notas sobre libros que en otros inviernos. Me temo mucho que persista en esta mala costumbre de leer cosas inconexas y le resulte penoso reanudar los antiguos trabajos a los que antes se aplicaba con tanta atención y energía sostenida. Veo también cómo en su espíritu crece el deseo de adquirir la ciencia física, la geología y en particular la química." i

Y no se equivocaba esta indomable mujer de acción por sustitución, al alarmarse de esta suerte ante el desorbitado apetito que sentía el espíritu del futuro historiador por una omnisciencia sin objeto; en efecto, los síntomas del marido eran verdaderamente aquellos de un alma que se hallaba en vías de la perdición intelectual. Desde luego que no había que ir muy lejos para buscar la causa de esa calamidad intelectual. El esfuerzo que se había impuesto Grote al desempeñar una parte activa en las sesiones parlamentarias de 1833, mientras continuaba siendo el gerente responsable de los negocios de banca de la familia, habían agotado, en esas actividades "prácticas", hasta la excepcional capacidad para la acción de que la naturaleza había dotado a aquel banquero-político-historiador; y, al cabo de esa ordalía excesivamente severa, el intelecto sobrecargado se protegió instintivamente al negarse a emplear un tiempo excesivo en la obra de creación intelectual. Pero el diagnóstico de la enfermedad no hacía que ésta fuera menos alarmante. "Estos trabajos por la cosa pública rne hicieron", recuerda la esposa,2 "quejar con frecuencia del sacrificio; pero Grote fue inflexible" hasta que su gradual desilusión de la política práctica se hizo por fin lo bastante aguda para moverlo a escribir, como escribió en febrero de 1838: "Ahora recuerdo ansiosamente mi Historia Griega no terminada. Espero que llegue pronto el momento en que pueda reanudar mis trabajos en ella." 3 Lo notable no fue que Grote se retirara ulteriormente de la política, de la que estaba harto, para dedicarse a la historiografía, que en 1843 d. de C. había abandonado hacía por lo menos veinte años; el hecho notable que dio después de todo un final feliz a la vida de Grote consistió en que, durante los últimos veintinueve años de su vida (1842-71 d. de C.) demostró que era un Salomón, al terminar por construir su templo, después de haber estado haciendo lo posible, durante los veinte años anteriores, por incapacitarse para desempeñar el papel de hombre de acción intelectual, al demorarse en la tarea preliminar de David de reunir los materiales de construcción para el templo de Salomón.1 Ibid., pág. 87. Ibid., pág. 101. 3 Ibid., pág 127. * II Samuel VII.; I Crónicas XXII.; I Crónicas XXVIII. 3.

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Apenas él y su mujer, regresaron a Inglaterra de su visita de cinco meses a Italia, en 1841-42 d. de C., Grote "trazó ahora metódicamente el plan de sus dos primeros volúmenes, como la base real de su largamente proyecta 'Historia de Grecia' "-1 Durante la primera mitad del año 1843, cuando Grote era aún responsable de los negocios del banco, "pasaron pocos días en los que no dedicara por lo menos ocho horas a la composición de su historia".2 En el invierno de 1845 d. de C., "entregaba a la imprenta los primeros dos volúmenes, mientras continuaba escribiendo el tercero y el cuarto".3 Grote nunca se desvió de su sistema de trabajo diario; "después de desayunarse a las nueve de la mañana se retiraba a su biblioteca de donde rara vez salía hasta las horas de la tarde".4 Las últimas pruebas de página del volumen XII y final fueron devueltas a la imprenta el 23 de diciembre de 1855.5 Han de dividirse los honores del historiador, por haber alcanzado la meta que se había fijado más de treinta y dos años antes, entre el héroe, su esposa y los negocios bancarios, en proporciones que acaso únicamente la señora Grote podría determinar; y el caso es que ella no divulgó esta información; pero el espectador de ese drama Victoriano cuyo desenlace fue el triunfo de un empeño intelectual sobre la disipación intelectual en el alma del héroe, puede ver que el final feliz fue el fruto de la disciplina.. . cualquiera haya sido la fuente de que esa disciplina hubiera procedido. Cuando en 1864 d. de C., Grote continuó, sin hacer una pausa, dedicándose a su libro sobre Aristóteles, apenas hubo enviado a la imprenta el libro sobre Platón,6 un amigo dijo a la señora Grote cuando se enteró por ella de esta circunstancia: "El curso intelectual de Grote siempre me pareció como la marcha de un planeta a través del firmamento; nunca se detiene, nunca se desvía de su senda, mientras se dirige continuamente hacia la meta fijada; verdaderamente me maravilla." i

La discipina es en verdad la nota clave de la vida de todos estos triunfantes hombres de acción intelectual, y ella se manifiesta principalmente en el uso disciplinado que hicieron de su tiempo. Todos ellos mostraron una capacidad de persistir, durante períodos equivalentes a la mitad o los tres cuartos de una vida normal de trabajo, en su empeño de lograr objetivos intelectuales muy remotos. Y en el ínterin arrancaron a la vida de trabajo, principalmente ocupada con deberes "prácticos", 1 Grote, H., ibid., pág. 152. 2 Ibid., pág. 153. 3 Ibid., pág. 162. * Ibid., pág. 170 sobre el régimen de vida del historiador en 1846-7 d. de C. 5 Ibid., pág. 224. 6 Véase págs. 41, supra. 7 Grote, H., o¡>. cit., pág. 277.

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módicos momentos que emplearon para acercarse gradualmente a una distante meta intelectual, al aprender a disponer y economizar su tiempo del mejor modo posible en las labores diarias. Hasta Grote, que acaso fue el vaso más frágil de entre estas voluntades de hierro, consiguió, después de todo, reunir las fuerzas necesarias para persistir en virtud de su decisión de escribir una historia de Grecia, que duró por lo menos veinte años antes de que comenzara a poner por obra su proyecto, y doce años más, antes de que la obra quedara terminada. James Ford Rhodes se mantuvo fiel a su proyecto durante veintiséis años antes de entregarse al trabajo, en 1887 d. de C, de escribir su History of the United States from the Compromise of 1850, y durante no menos de sesenta y un años, hasta que publicó, en 1922 d. de C. un volumen final que completaba la historia hasta el año 1909 d. de C., si es cierto

ie eran incomprensibles. Y el griego fue, en verdad, "la primera lengua ue aprendió con una finalidad que no fuera práctica",1 aunque era la écima de las doce que él aprendió por sí mismo.2 Pero, precisamente porque su avidez de apurar esa copa era tan intensa, Schliemann se abstuvo deliberadamente, durante cerca de diecinueve años, de llevársela a la boca.

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"que hasta en los días de escolar él había concebido el propósito de escribir la historia americana, y cuando se libraba la guerra civil vio alrededor de sí su tentador material, en rápida y excitante creación, de suerte que el plan inevitablemente hubo de adquirir mayor poder sobre su imaginación".1

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"Mis deseos de aprender griego fueron siempre grandes, pero antes de la guerra de Crimea no me aventuré a estudiarlo porque temía que esta lengua ejerciera sobre mí una fascinación demasiado vigorosa y me apartara de mis negocios comerciales; y durante la guerra me vi tan abrumado de trabajo que ni siquiera podía leer los diarios y, con mucha menos razón, un libro. Pero cuando en enero de 1856 llegaron a Petesburgo las primeras noticias de la paz, ya no pude contener mi deseo de aprender griego y en seguida me puse a trabajar vigorosamente en esa lengua." 3 Pero, así y todo, después de haber abierto por fin las compuertas al torrente de sus deseos, su voluntad de acero continuaba aún regulando la abertura de salida.

En la vida de Schliemann un intervalo de treinta y nueve años seiraba la fecha de su resolución, tomada en 1829 d. de C., de excavar roya, del momento en que por primera vez tomó por asalto el túmulo de Hisarlik, en 1868 d. de C. Bryce vivió para escribir la más ambiciosa de todas sus obras, Modern Democracias, aunque la imprevista interrupción de ella en su programa literario por los deberes públicos que lo llamaron a actuar durante la primera guerra mundial, le impidió poner la pluma en el papel para realizar este proyecto literario planeado desde mucho tiempo atrás y tan persistentemente acariciado, hasta la edad de ochenta años. Y estos caracteres heroicamente autodisciplinados mostraron la misma tenaz paciencia en esperar oportunidades que les permitieran dar los principales pasos intermedios hacia el logro de sus ulteriores objetivos, y en llevar hacia adelante sus zapas y travesanos, década tras década, hacia esas metas últimas. Schliemann, por ejemplo, pudo haber dedicado sus maravillosas dotes lingüísticas para dominar el griego antiguo, en cualquier momento después de aquel memorable día de 1837 d. de C.2 'el que, hechizado, había oído la recitación de versos homéricos que entonces aún

El mismo héroe de la acción intelectual mostró una comparable contención en cuanto a posponer su visita a la tierra de Troya. El hombre de negocios que disponía de los medios financieros para trasladarse de San Petesturgo a California ya en 1850 d. de C, evidentemente podía visitar Tróade, por lo menos desde aquel año en adelante, en cualquier momento que se le ocurriera. Sin embargo, deliberadamente postergó su primera visita hasta 1868, cuando tuvo por fin completo su equipo financiero e intelectual de guerra arqueológica, aunque en el ínterin viajó alrededor del mundo en 1864-5 d. de C.5 y antes había estado en puntos tan cercanos a Troya como Esmirna y las Cíclades en 1859 d. de C.6 Walter Leaf asimismo tuvo los medios financieros para realizar su obra en la Tróade durante por los menos tantos años como Schlie-

1 Morse, Jr. J. T.: "Memoir of James Ford Rhodes" en Proceedings of tbe Massachusetts Histórica! Society, octubre de iy26-junio de 1927, vol. i x (Boston 1927), pág. 178. La memoria continúa: "Ahora bien, el señor Rhodes era, por su naturaleza, hombre muy sabio. Ya, estando tan cerca del comienzo de la vida, mostraba ese sano buen sentido y amplitud de visión que la mayor parte de nosotros, en el caso afortunado de que realmente esto ocurra, adquiere muchos años después. No era tan ávido, que comenzara algo antes de estar seguro de poder hacerlo, y así retuvo su ardua tarea hasta haber completado todos los preparativos y hasta poder dedicar todo el espíritu y todas las horas a su obra." - Véase pág. 33, supra.

1 Ludwig, E.: Schliemann o¡ Troy (London 1931, Putnam), pág. 104. "En el banco para comprar oro en polvo que Schliemann estableció en Sacramento, California, en 1851 d. de C., él dirigía, según su propia información, en ocho lenguas un negocio en el que trabajaba todos los días de las seis de la mañana hasta las diez de la noche" (Ludwig, op. cit., pág. 90), 2 Véase págs. 33, supra. 3 Schliemann, H.: Ilios (London 1880, John Murray), pág. 14. 4 Citado por Ludwig en op. cit,, pág. 107. & Schliemann, Ilios, pág. 18; Ludwig, Schliemann, págs. 118-19. 6 Schliemann, Ilios, pág. 16; Ludwig, Scblitmann, págs. 115-16.

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"Mi recreo —escribía a su hermana— está en las lenguas, a las que me ata una consumidora pasión. Durante la semana estoy continuamente ocupado en mi despacho, pero los domingos me paso desde la mañana temprano hasta bien entrada la noche con Sófocles, a quien estoy traduciendo al griego moderno." *

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mann tuvo a su alcance financiero el mismo codiciado objetivo arqueológico, antes de permitirse llevar a cabo su primera peregrinación a La Meca de su imaginación poética. Sin embargo, Leaf no se llegó a la Tróade hasta 1911 d. de C., veinte años después de haber sido elegido, en 1891 d. de C, director del London and Westminster Bank, circunstancia que lo convirtió en un hombre de medios, y ocho años después de haber tenido su primer atisbo tentador de Troya, en un viaje de vacaciones de tres semanas, que había realizado en 1903 d. de C. y que le había dejado una estela mental de "recuerdos de Troya que bullían tras él".1 El obstáculo que obligó a este banquero-erudito a apelar tan largamente a su paciencia, no era la incapacidad de encontrar los^ necesarios medios financieros, sino la incapacidad de encontrar un período de tiempo continuado en el que pudiera verse transitoriamente libre de las responsabilidades financieras cotidianas que tenía en la city de Londres y que eran la penitencia del erudito por percibir la remuneración del banquero; 2 y Leaf el erudito acaso haya tenido momentos en los que envidiara a un maestro de Cambridge u Oxford por su tiempo libre, tan ávidamente como un profesor con hijos que educar podría haber envidiado a veces a Leaf, el banquero, por sus ingresos. George Grote, en sus días y en su doble vida, ya se había encontrado ante la misma dificultad para obtener que la araña-banquero diera a la mosca-erudito permiso para ausentarse. En 1827 d. de C, Grote, en efecto, se había visto obligado por las exigencias de sus deberes de Threadneedle Street, a anular un proyecto (para el que ya no se le presentó luego ninguna otra ocasión) de visitar en Bonn al historiador alemán D. G. Niebuhr.3 Y continuó de esta suerte atado a los negocios durante los catorce años siguientes. "Hasta ahora", escribe la señora Grote al hacer la crónica del viaje de cinco meses que realizaron por Italia en 1841-2 d. de C., "las condiciones inexorables de nuestra posición excluían toda idea de un viaje distante"; 4 y aun en esa fase de su vida, cuando había trabajado en el banco de la familia durante treinta

años y había sido "el socio que realmente trabajaba" durante veinticinco años,1 Grote debió pagar por adelantado a sus socios, pago no de dinero sino de tiempo, el lujo de unas vacaciones de cinco meses.

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1 Leaf, C.M.: Walter Leaf (London 1932, John Murtay), págs. 201 y 203. Leaf tuvo un segundo y breve atisbo de Troya en 1910 d. de C. (véase ibid., pág. 325). 2 Leaf mencionó casualmente en el curso de una conversación con el autor de este Estudio en 1913 d. de C. esa necesidad de tener que esperar durante ocho años el tiempo libre necesario para visitar la Tróade; y aquel ejercicio de la paciencia que el maduro hombre de acción comercial e intelectual daba manifiestamente como obvio, produjo profunda impresión en el espíritu de un joven de Oxford en cuya escala subjetiva de tiempo, cuando tenía veinticinco años de edad, un período de ocho años parecía toda una era. 3 Grote, H.: op. cit., págs. 51-52. * Grote, H., op. cit., pág. 143. "La anulación de la distancia", en virtud del progreso de la técnica occidental en la edad industrial de la historia occidental, en que habían nacido tanto Grote como Leaf, no estaba todavía lo bastante avanzada que pudiera abreviarles sus períodos de espera para realizar sus peregrinaciones, abreviándoles el tiempo necesario del viaje de ida y vuelta. En 1841-2 d. de C. no había todavía una conexión por ferrocarril entre Calais y Roma, y en 1911 d. de C. no había todavía una conexión por aire entre Londres y Constantinopla. — A.J.T.

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"Para ejecutar este [para nosotros] vasto programa, Grote debió ganarse el tiempo libre necesario concurriendo asidua y continuamente al banco durante los meses de julio, agosto y setiembre [de 1841]. Sus socios, William Prescott y Charles Grote, tomaron sus respectivas vacaciones en ese tiempo. Este arreglo exigía que pasaran mucho tiempo en Londres, George y su mujer, que durmieron en la ciudad cuatro o cinco noches por semana durante todo el verano." 2

Y aun entonces, "Grote se vio obligado a hallarse en Inglaterra de nuevo a principios de abril [de 1842) para liquidar los dividendos del banco".3 La autodisciplina que se manifestó de esta suerte en la persecución paciente y tenaz de distantes objetivos intelectuales, no habría sin duda producido frutos si no se la hubiera asimismo ejercitado simultáneamente en un régimen cotidiano que permitía al hombre de negocios erudito avanzar a lo largo de la senda intelectual que él se había trazado, al lento pero seguro paso de la tortuga.* Por ejemplo, Leaf determinó (por una experiencia sufrida en setiembre de 1875 en un momento en que, hallándose en los umbrales de su carrera de hombre de negocios, se preparaba por segunda vez para rendir examen y obtener puesto docente en el Trinity College, Cambridge)5 que podía resistir un duro trabajo intelectual durante seis horas por día, pero no más. "Y yo siempre tomé esto como regla en mi vida posterior. No necesito decir que no ha de aplicarse esto al curso ordinario de rutina, más o menos mecánica que, para la mayor parle de la gente, pasa por ser trabajo. Me refiero sólo a la atención verdadera, a pensar realmente, que es la más agotadora de todas las ocupaciones. . . Pero hay un gran alivio cuando la tensión no está concentrada sólo en un tema y cuando es posible dividirla entre dos. 1 George Grote fue "el socio que realmente trabajaba" desde 1816 d. de C. (Grote, op. cit., pág. 46), y había entrado en el banco antes de cumplir dieciséis años, es decir, en 1810 d. de C. 2 Grote, H., op. cit., pág. 143. 3 Ibid., págs. 151. * "Ciertamente nada es más potente que una ley que no puede ser desobedecida. Tiene la fuerza de la gota de agua que horada la piedra. Una pequeña tarea diaria, si realmente es diaria, superará los trabajos de un espasmódico Hércules. Es que la tortuga siempre alcanza a la liebre. . . La constancia en el trabajo superará todas las dificultades." — (Trollope, Anthony): Autobiograpby, caps. 7 y 20. 5 En octubre de 1875, Leaf ganó en este segundo intento, un premio que era la distinción intelectual máxima a que podía aspirar un graduado en la universidad de Cambridge. Con su característico buen sentido, renunció a su cargo, al cabo de unos pocos meses, porque la conciencia le objetaba recibir remuneración por una sinecura (véase Leaf, C. H.: op. cit., págs. 125 y 126).

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AI limitar deliberadamente mi atención durante las horas de oficina en el día y al ocupar ese tiempo con la rutina que reina en las oficinas, conseguí siempre volver por las tardes con el espíritu fresco para estudiar o escribir dos o tres horas con provecho; y es esta alternancia de ocupaciones lo que me permitió interesarme simultáneamente por dos esferas durante toda mi vida. . . Solía retirarme a mi estudio después de cenar y allí leía o escribía a menudo hasta la medianoche, y me inclino a pensar •—aunque nunca medí el tiempo— que durante considerables períodos logré aprovechar mi máximo de seis horas diarias, dividido entre la oficina y el estudio, además del tiempo incierto de mera rutina que pasaba en el despacho y que contaba poco." l Grote, por lo menos hacia sus veinticuatro años, encontró el tiempo para realizar su obra intelectual, no después de la comida sino antes del desayuno, a juzgar por los resúmenes (publicados por la señora Grote) 2 de un "diario que llevaba George Grote, hijo, para mantener a la señorita Lewin (la futura señora Grote) informada de su manera de vivir durante el primer período de su compromiso". Grote dejó consignada la 1 Walter Leaf, en el fragmento de la autobiografía publicada en C. M. Leaf, Walter Leaf, págs. 123-4. Cotéjese con las propias observaciones de la señora Leaf, ibid., págs. 148 y 225. Las ventajas de un régimen alternado de trabajo intelectual fueron asimismo descubiertas por John Stuart Mili, quien fue funcionario de la oficina del Examinador de la Correspondencia de la India, en la Casa de la India, durante treinta y cinco años (1823-58 d. de C.) •—durante los dos últimos años como jefe de la oficina—• y luego se retiró sólo porque no aprobaba la decisión del Parlamento por la que se disolvía la Compañía de las Indias Orientales y se transferían a la corona las funciones políticas y administrativas que aquella desempeñaba. "En unos pocos años estaba yo calificado para ser, y prácticamente lo fui", escribe Mili en el tercer capítulo de su autobigrafía, "el principal encargado de la correspondencia con la India en uno de los departamentos más importantes, el de los Estados Nativos. Éste continuó siendo mi deber oficial hasta que se me nombró Examinador, sólo dos años antes del momento en que la abolición de la Compañía de las Indias Orientales como cuerpo político determinó mi alejamiento. No conozco ninguna ocupación, por la que pueda ganarse uno el sustento más apropiada que ésta para cualquiera que, no teniendo independencia económica, desee dedicar parte de las veinticuatro horas del día a trabajos intelectuales privados. Por mi parte, durante toda mi vida encontré en los deberes de la oficina un descanso verdadero de otras ocupaciones mentales a las que me entregaba simultáneamente. El trabajo de la oficina era lo bastante intelectual para no ser una tarea desagradable, sin serlo empero tanto que exigiera gran esfuerzo de las facultades mentales de una persona acostumbrada al pensamiento abstracto o a los trabajos de una cuidadosa composición literaria." El hecho de que Anthony Trollope coincida en este punto con John Stuart Mili es notable considerando la diversidad de temperamento de estos dos buenos funcionarios que lograron también ser distinguidos hombres de letras en sus muy diferentes vidas. "Si es necesario que vivas de tu trabajo, no comiences confiando en la literatura. Acepta el taburete de la oficina. . . y luego, en las horas de ocio que te pertenecen. . . persevera en tus intentos literarios. . . Dirás que ese trabajo doble es severo. Sí, pero si deseas eso has de someterte al trabajo duro. . . Más de nueve décimos de mi obra literaria fue realizado en los últimos veinte años, y durante doce de esos años yo desempeñaba otra profesión." — Trollope, o[>. cit., caps, n y 20. 2 En o¡>. cit., pígs. 28-37.

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gran cantidad de alimento intelectual, formidablemente sólido, que consumió entre la primera anotación —"martes 2? de setiembre de 18i8. Me levanté a las siete; leí a Say durante un par de horas"— y la última: "Domingo 28 de marzo de 1819. Me levanté a las cinco y media; estudié a Kant hasta las ocho y media, hora en que me desayuné con el señor Ricardo. Vi al señor Mili [padre] y gocé de una muy interesante e instructiva conversación con ellos, primero dentro y luego fuera (paseando por los jardines de Kensington) hasta las tres y media, hora en que monté mi caballo y me marché a Beckenham. Cuando llegué allí estaba agotado de cansancio y hambre y comí y bebí en abundancia, lo que me apagó el vigor intelectual por la noche. Me acosté a las diez y media." i "Grote no abandonó sus hábitos de trabajo después de establecerse en Treadneedle Street, ya casado. . . Una campanilla. . . estaba instalada en nuestro dormitorio, y un sereno privado la hacía sonar a las seis de la mañana,2 para asegurar que Grote se levantaría a esa hora"; 3 y verdaderamente "me levanté a las seis" son las palabras iniciales de seis de las ocho anotaciones del diario de Grote en el que éste consignó su trabajo intelectual de antes del desayuno, desde el 3 al i o de diciembre de i822. 4 1 Esa orgía intelectual de todo un día, en la que Grote pasó un domingo de Kant, Ricardo y Mili, no era, desde luego, el programa normal del héroe intelectual en los días hábiles de la semana, así como no lo era el domingo que Schliemann pasaba en compañía de Sófocles. La siguiente anotación es un ejemplo característico del régimen de vida de Grote de un día laborable. "Sábado i¡ de marzo (1819). Me levanté a las siete y media después de una noche de insomnio. Leí algunos pasajes del ensayo de Hume sobre la filosofía académica. Me desayuné y fui a Londres, donde encontré una carta de mi queridísima H., que me encantó grandemente; y también encontré una de la señorita Hale. Fui a Guildhall dos veces durante el día, para examinar ciertas deudas. Entre las cuatro y las cinco le! algo más de Kant. Comí a las cinco y media; toqué el violoncelo. Tomé té a las siete y media. Luego pasé la velada estudiando a Kant y anotando algunas observaciones que se me ocurrieron. Consigné en el diario los últimos tres días y me acosté a las once." (Ibid., pág. 35). 2 Este régimen de vida del historiador-banquero Grote fue emulado por el funcionario civil y novelista Anthony Trollope. "Tenía yo la costumbre de sentarme a mi escritorio todas las mañanas a las cinco y media; y tenía asimismo la costumbre de no acordarme en esto merced alguna. Un anciano criado, cuya obligación era llamarme y a quien yo pagaba cinco libras más al año por ese deber, no me permitía ninguna flaqueza. Durante todos los años que pasé en Waltham Cross no llegó ni una sola vez tarde con el café que debía servirme. No sé si no debiera yo sentir que le debo más a él que a nadie el éxito que obtuve. Al comenzar a trabajar a esa hora yo podía completar mi obra literaria antes de vestirme para el desayuno." — Trollope, Autobiography, cap. 15. 3 Grote, H.: op. cit., pág. 48. 4 Ibid., págs. 48-49. Edward Gibbon, durante sus voluntarias estadas en la casa de campo que el padre tenía en Buriton, debía asimismo ganar el tiempo que quería destinar al trabajo intelectual levantándose temprano, pues se hallaba sometido a presión, no de los negocios de la familia, sino de las exigencias "sociales" de la época. "En la casa ocupaba yo un agradable y espacioso departamento; la biblioteca,

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El régimen de vida diario del historiador-banquero inglés había sido practicado antes por un contemporáneo persa de Dante, Rashid-ad-Din al Hamadaní, quien al hacer buen uso de un mínimo de tiempo ahorrado se las ingenió para escribir el ]amí-at-Tawarij ("Colección general de historias"), mientras desempeñaba las funciones de primer ministro del gobierno mongol de los janes II, "si nos es lícito aceptar como válido su propio testimonio, citado por Dawlatshah,1 según el cual el intervalo que transcurría entre el momento del alba y el de levantarse el sol era el único en que podía, después de haber dicho sus oraciones y cumplido algunos ejercicios religiosos, dedicarse a escribir su historia, pues debía dedicar cualquier otro momento del día a los negocios de estado".2 Rashid-ad-Din dejó asimismo consignado que realizó muchos de sus escritos históricos robando algún tiempo a su día de trabajo oficial.3 "Era tan avaro de su tiempo que aun hablándose en viaje no cesaba de meditar en puntos de bastante importancia para que él encontrara necesario considerarlos maduramente." 4

Leaf, a pesar de su costumbre de ponerse a trabajar tarde, era también, lo mismo que Rashid-ad-Din y Grote, un gran madrugador, como lo atestigua la anotación: "2 de abril de 1894.. . Me levanté, como de costumbre, a las seis, y miré afuera por la ventana"; * pero este banquero-edurito inglés de una generación más joven que la de Grote, se sentía tentado a levantarse temprano por el cebo no de un Kant o de un Say, sino del amanecer y los pájaros.2 Estos hombres de negocios que llegaron a ser eminentes eruditos tuvieron al propio tiempo éxito sobresaliente en sus negocios. Schliemann demostró su capacidad en este campo al amasar una fortuna a pesar de haber comenzado sin un centavo; pero Grote, Rhodes y Leaf, que no se vieron acicateados por el estímulo de las penurias, dejaron asimismo su marca en el mundo de los negocios. "Tengo razones para saber", dice la señora Grote,3 "que la reputación de George Grote como competente y sensato banquero vino a reconocerse en general en este período \circa 1828-9 d. de C.] y que el resultado de ello fue la ampliación de los negocios de la casa de Treadneedle Street". Rhodes "se encontró en posesión de una cómoda fortuna y con la absoluta libertad de hacer lo que se le ocurriera" 4 en 1886 d. de C., cuando ya había pasado diecisiete años en los negocios de la familia; y durante esta estrofa comercial de su vida produjo en sus colegas comerciales una impresión lo bastante profunda, por las cualidades que compartía con ellos, para que uno —mucho después de que el periodo antistrófico y erudito de Rhodes hubiera cimentado la fama del ci-devant comerciante de carbón en un mundo que no era el de ellos—•, "observara con pena cuando se mencionó su nombre: Yo conocí muy bien al señor Rhodes en los viejos días. Era verdaderamente un cerebro. Es una lástima que se haya retirado, pues se habría hecho famoso."5 Walter Leaf, que en 1875 d. de C. tomó sobre sus hombros la carga de los negocios en decadencia de la familia inmediatamente después de haber terminado su educación en Cambridge, hizo y conservó su reputación en la tity de Londres por el éxito que obtuvo en esta ingrata tarea inicial en Oíd Change. La creciente estimación en que se lo tenía en el mundo de los negocios se registró en los sucesivos nombramientos de que fue objeto: presidente de la cámara de comercio de Londres en 1887, director del London and Westminster Bank en 1891 d. de C., presidente de la junta del mismo banco en 1909 d. de C. y por último, en 1918 d. de C., presidente de esta empresa comercial en rápido crecimiento.6 Mientras Leaf vivió,

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que estaba en el mismo piso, pronto se consideró como mi dominio propio y bien podría decir con verdad que nunca me hallaba menos solo que cuando estaba conmigo mismo. Mi único motivo de queja, que yo callaba por discreción, era cierta limitación que se imponía a la libertad de mi tiempo. Con la costumbre de levantarme temprano yo conseguía siempre asegurarme una sagrada porción del día y robaba y empleaba muchos momentos dispersos en mis estudios; pero las horas en que la familia se desayunaba, almorzaba, tomaba el té y cenaba eran regulares y largas: después del desayuno la señora Gibbon esperaba mi compañía en su cuarto de vestir; después del té, mi padre exigía mi conversación y que leyera en voz alta los diarios; y a menudo, cuando me hallaba en medio de una obra interesante, me llamaban para que recibiera la visita de algún vecino ocioso. Las comidas y visitas de ellos exigían, a su debido tiempo, una retribución, y yo temía el período de luna llena, que se reservaba habitualmente para realizar nuestras excursiones más distantes." The Autobiographies of Edward Gibbon (Londres 1896, Murray) Memoir B, págs. 162-3. Cotéjese Memoir C, pág. 286. 1 En su Tadhkirat-ash-Shuara, manuscrito persa n° 250, fol. 83 r., en la Bibliothéque Nationale (ci-devant Bibliotheque Royale) de París. 2 E. M. Quatremére, en la biografía de Rashid-ad-Din, que antepuso a su edición del prefacio de Jamí-at-Tawarij, y a las partes que consignan la historia del jan Hulagú: Histoire des Mangáis de la Perse, vol. I (Paris 1836, Imprimerie Royale), pág. LXX. 3 Véase Quatremére, ibid., pág. LXII. * Quatremére, ibid., págs. LVIII-LIX. Compárese con C. Plinio Secundo, el joven, Epistulae, Libro III, ep. V, en que refiere los hábitos de trabajo de su tío, conocido como Plinio el Viejo: "Solía comenzar a quemar el aceite a medianoche, en la Volcanalia [23 de agosto]..., pues se levantaba a las primeras horas del día. En invierno solía levantarse a la una de la mañana o a lo sumo a las dos, y a menudo a medianoche. . . Antes de romper el día acostumbraba a esperar al emperador Vespasiano (otro trabajador nocturno) y luego a ir directamente a su despacho. Una vez en la casa dedicaba al estudio lo que le quedaba de su tiempo. . . En el camino despejaba su espíritu de todos los negocios y atendía exclusivamente a sus estudios. Tenía siempre junto a sí a un secretario provisto de libro y recado de escribir y en invierno también de mitones que le protegían las manos e impedían que la inclemencia de la estación privara a su amo de un tiempo que él dedicaba al estudio. Por la misma razón mi tío solía andar por Roma en una silla cerrada. Recuerdo que una vez me reprendió por ir yo a pie. 'Podrías, me dijo, haber aprovechado esas horas.' Consideraba que todo tiempo que no dedicaba al estudio era perdido... Tan avaro era de su tiempo."

Leaf, C. M., op. cit., pág. 181. Lo mismo que Grote, Leaf era aficionado a la música. Escalar montes era otro de sus recreos. Grote, por su parte, era un hábil jugador de cricket (véase Grote, H., op. cit., pág. 14). 3 En op. cit., pág. 59. 4 Morse, Jr. J. T., en Proceedings of the Massacbusetts Historical Society, octubre de i926-junio de 1927 (Boston 1927), pág. 179. 5 Robert Grant, en Proceedings of the Massacbusetts Historical Society, octubre 1926-junio de 1927 (Boston 1927), pág. 125. 6 El London and County Bank se fusionó con el Westminster Bank en 1909 1

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ningún hombre de la city podría haberse imaginado que aquel eminente banquero abandonaría el mundo de los negocios aunque puede haber habido hombres de la city no más enterados que el antiguo colega comercial de Rhodes de la fama que había adquirido el versátil hombre de acción en una esfera no comercial de actividad. Inversamente, Leaf puede haber tenido contemporáneos en el mundo de la erudición clásica que no estuvieran enterados de que él era algo más que uno de ellos; pues "Walter Leaf fue indudablemente una de las figuras sobresalientes entre los eruditos clásicos de su generación. .. Llegó a ser la autoridad reconocida en su materia, y su producción, tanto en calidad como en cantidad, habría sido notable aún en el caso de un estudioso profesional que no se hubiera ocupado de ninguna otra cosa; en el caso de un hombre atareado toda su vida en otras esferas era poco menos que milagrosa".1 ¿Cuál era el secreto de un milagro que realizaron no sólo Walter Leaf, sino asimismo George Grote, Heinrich Schliemann, James Ford Rhodes y James Bryce? Era el antiguo secreto de la milagrosa transformación de un Demóstenes tartamudo en un orador público pico de oro. Era la respuesta que un alma cargada con una misión intelectual creadora daba a la incitación de una profesión "práctica" que quitaba al aprendiz sus esperanzas de alcanzar su objetivo intelectual, sino tomaba medidas heroicas para afrontar esta amenaza de frustración. Así fue hasta en el caso de Bryce y Rhodes, que abrazaron una carrera "práctica" voluntariamente, es decir, sin que ninguna presión exterior los obligara a ello. A jortiori fue éste el caso de Schliemann, Grote y Leaf que, de varias maneras y grados, fueron todos víctimas de defectos o fallas de sus padres. Los pecados que cometió el pastor Ernst Schliemann contra su hijo fueron más flagrantes que los del banquero George Grote, padre, o los del comerciante Charles John Leaf. Los desórdenes del pastor costaron a su famoso hijo Heinrich la pérdida de la dulcinea de su niñez, Minna Meineke, al escandalizar a los vecinos de Schliemann y al condenar al ostracismo a toda la familia, después de la prematura muerte de la madre de Heinrich Schliemann, cruelmente agravada, y también costaron a Heinrich Schliemann la mejor parte de la educación que habría sido normal en el hijo de un pastor. Pero esta larga lista de la columna del debe del pastor Ernst Schliemann queda en parte compensada por ciertos asientos en la columna del haber, con que no contaban ni George Grote, padre, ni Charles John Leaf. Georges Grote, padre, "no sentía la menor simpatía por la ilustración",2 en tanto que la inspiración intelectual que Walter Leaf recibió de su padre 3 era insignificante comparada con la que Heinrich Schliemann recibió del d. de C. y el Banco de Parr se unió con el London County and Westminster Bank, en 1918 d. de C. (Sir Montagu Turner, en C. M. Leaf, op. ch., págs. 301-2). 1 Cyril Bailey, en C. M. Leaf, op. cit., 317. 2 Grote, H., op. cit., pág. 10. S Véase Walter Leaf, en C. M. Leaf: Walter Leaf, págs. 17-19.

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suyo, para no hablar de la herencia física automática de una vitalidad que permitió al pastor Ernst Schliemann prolongar, desafiando a la naturaleza, una vida disoluta hasta la edad de noventa años,1 y dejar a su hijo Heinrich Schliemann un haber transmitido de energía que le permitió hacer su fortuna, dominar doce lenguas extranjeras y excavar a Troya y Micenas.2 De los tres hombres de negocios que se asociaron con hijos intelectualmente promisorios, George Grote, padre, Charles John Leaf y Daniel Pomeroy Rhodes, únicamente el mencionado en último término sale bien parado del examen. No hay indicio alguno de que James Ford Rhodes haya entrado en los negocios de la familia por imposición de una voluntad que no fuera la voluntad espontánea del joven, ni tampoco hay indicio alguno de que luego el padre haya ejercido una tiranía paralizadora en la vida privada del hijo. (Es significativo, por ejemplo, el hecho de que en 1872 d. de C, sólo tres años después de haber entrado en los negocios de la familia en 1869 d. de C., James Ford Rhodes hiciera el feliz matrimonio que Grote y Leaf se vieron obligados a aguardar.) Por otra parte, hay ciertos indicios que sugieren que el padre de James Ford Rhodes pueda haber inspirado al hijo la resolución —-que según otros el futuro historiador habría tomado en sus días de estudiante—a de escribir algún día la historia de la tragedia contemporánea de su país, pues Daniel Pomeroy Rhodes había sido uno de los principales delegados douglasistas del noroeste, en la funesta convención que el partido demócrata realizó en Charleston, S. C, desde el 23 de abril al i° de mayo de i86o.4 En cuanto a los otros dos padres socios, George Grote, padre, era un tirano egoísta y Charles John Leaf un patético inválido. El padre del historiador banquero puso a George Grote, hijo, en los negocios de la familia, antes de que éste cumpliera dieciséis años, a fin de estar en condiciones de pasar su propio tiempo entregado a sus gustos personales que eran los de llevar la vida convencional de un caballero rural.5 Se opuso durante casi cinco años (1815-20 d. de C.) a los deseos que tenía su hijo de casarse; 6 luego dio su consentimiento, pero sólo con la condición de que la joven pareja viviera en una casa adyacente al banco de Threadneedle Street (condición que, según la creencia de la señora de George Grote, hijo, fue la causa del prematuro alumbramiento y muerte de su hijo y de un ataque de fiebre puerVéase Schliemann, H. Utos (London 1880, Murray), pág. i, n. i. "La casi nunca desviada adhesión del hijo por el padre, a pesar de todas las formas de provocación por parte de éste, sólo puede explicarse por el sentido que Heinrich tenía de su afinidad espiritual" (Ludwig, E.: Schliemann of Tro y, pág. 39)3 Véase pág. 87, supra. 4 Véase Nevins, A.: The Emergente of Lincoln (New York 1950, Scribner, 2 vols.), vol. H, pág. 206. 5 Véase Grote, H., o¡>. cit., págs. 8 y 9-10. u Ibid., págs. 18 y 38. 1 2

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peral casi fatal para la madre). 1 Y aunque el joven Grote se había convertido en "el socio que realmente trabajaba" en i8i6, 2 el padre, hasta su muerte ocurrida en 1830 d. de C, se adueño de la mayor proporción de los beneficios que tocaban a la familia Grote y asignó a su hijo mayor sólo lo suficiente para que no contrajera deudas.3 Esta tiranía paterna era odiosa. Sin embargo, las tribulaciones que sufrió George Grote bajo ella fueron acaso difícilmente peores que las que sufrió Walter Leaf al resentirse la salud del padre, circunstancia que puso al hijo, consciente de su deber, bajo la tiranía, más severa, de su propia conciencia escrupulosa y de su tierno corazón. En el mismo año de 1874 d. de C, en el que se resintió la salud del padre de Walter Leaf, el tío de Walter, Frederick, murió de cáncer y como el otro tío, William, ya había muerto en 1871, los negocios de la familia se encontraron inesperadamente privados de los tres socios de la generación mayor.4 En estas trágicas circunstancias, que en sí mismas bastaban para ejercer una enorme presión moral en un sensible miembro de la nueva generación, el padre de Walter Leaf apeló a éste para que acudiera en socorro de la familia; y el hijo "aceptó voluntariamente el ofrecimiento de un lugar en los negocios con todas las consecuencias", aunque "desde el principio lo consideró un desagradable deber".s Las consecuencias fueron en verdad difíciles para él, pues a diferencia de George Grote, hijo, que se había encargado de los negocios de la familia en una época favorable para ellos y a quien el padre había dado libertad para que aprovechara las oportunidades que se le presentaran y para que hiciera uso de su propia capacidad personal a discreción suya, siempre que obtuviera para el padre beneficios suficientes, Walter Leaf se hizo cargo de un negocio que ya estaba en decadencia y que, como ulteriormente hubo de demostrarse, debería haberse vendido en aquel momento, de suerte que Walter Leaf debió pasarse los primeros dieciocho años de su vida comercial (1875-93 d. de C.) soportando, como socio de la casa de banca, los embates más fuertes de una batalla perdida, antes de que el padre •—que no dejó de poner obstáculos en la dirección del hijo, aun después de hallarse incapacitado para ejercer él mismo la responsabilidad—6 se dejara por fin persuadir de que debía renunciar a sus objeciones sentimentales a unirse con otra firma. 7 Sólo cuando en 1891 d. de C., dieciséis años después de haber entrado en la ctty, lo invitaron a formar parte de la junta del London and Westminster Bank, Walter Leaf inició por fin una carrera comercial que se ajustaba a su temperamento. Mientras tanto el sentido de deber para con sus padres lo llevó no sólo a pasar

dieciocho años de su vida de trabajo (1875-93 d. de C.) en la ingrata tarea de mantener a flote los negocios de la familia, sino además a abstenerse durante diecinueve años (1875-94 d. de C.) de casarse.1 Lo penoso de estos sacrificios frustradores de la vida personal y profesional llevaron tanto a George Grote, hijo, como a Walter Leaf a buscar consuelo en actividades intelectuales. "Al considerar el futuro curso comercial de la vida, segura de que éste no sería interesante en sí mismo", Grote "resolvió buscar para sí recursos superiores de ocupación intelectual".- "No tenía yo ninguna pretensión de que me gustara ese trabajo rutinario", escribió luego Walter Leaf, refiriéndose al comienzo de su participación en los negocios de la familia en 1875 d. de C., "pero era menester encararlo y desde el primer día me resolví a que el trabajo no me hiciera olvidar los intereses intelectuales superiores".3 "Mis difuntos amigos de Calf and Russia", escribía George Grote, hijo, a G. W. Norman, en mayo de 1819, "aún continúan siendo fieles e interesantes y si no fuera por ellos la vida me sería en verdad muy aburrida".4 "Sólo Hornero me mantiene vivo" y "me he dado al trabajo así como algunos hombres se dan a la bebida, para ahuyentar mis pensamientos", son dos de las anotaciones que contiene el diario de Walter Leaf en 1879 d. de C.5 "Éstos son los que salen de la grande tribulación",6 pues, en última instancia, Grote y Leaf fueron no trabados, sino estimulados por su ordalía.

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Véase Grote, H., op. di., págs. 39-40. Véase ibid., pág. 46. 3 Ibid., pág. 51; cotéjese pág. 39. * Walter Leaf, en C. M. Leaf: Walter Leaf, págs. 109-11. 6 Walter Leaf, ibid., págs. 114 y 113. 6 Véase Leaf, C. M.: Walter Leaf, págs. 145-7. 7 Véase Walter Leaf, ibid., págs. 112-15. 1 2

"Pronto la poda de aquellos años iba a fructificar tanto más vigorosamente por lo despiadado de la supresión. ¿No poda acaso el jardinero los rosales? Este mismo proceso que en la vida de Walter significó un rígido corte, fortaleció todas las fibras de su ser para lo que siguió, una vez que tuvo las alas libres para volar." 7 En cuanto a Schliemann, "mientras. . . tuvo que luchar contra la suerte de un joven despojado por la vida irregular del padre, no se dio cuenta de la fuerza del impulso que puede cobrar un río artificialmente obstruido antes de que por fin rompa el dique." 8 Y los beneficios intelectuales de las tribulaciones personales y profesionales no son sólo negativos. Una ordalía que estimula el intelecto al incitarlo, también le da una escuela positiva para adquirir amplitud Véase Leaf, C. M., ibid., pág. 159. Grote, H., op. cit., pág. n. 3 Leaf, C. M., op. cit., págs. 121-2. * Grote, H., op. cit., págs. 21-22. 5 Leaf, C. M., op. cit., pág. 144. 6 Apocalipsis, VIL 14. 7 Leaf, C. M., op. cit., págs. 161. Compárese con el símil del sauce podado que se expuso en este Estudio I. i. 195; II. i. 303. 8 Ludwig, op. cit., págs. 134-5. 1

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mental, juicio, cualidades de percepción y el arte de comunicar ideas a otros espíritus, lo cual constituye la indispensable realización intelectual del animal social humano y al propio tiempo la fase más ardua del proceso de la composición literaria. Sir Arthur Evans í advierte en Schliemann que "su vieja e intensa facultad de contención se manifestó otra vez en las últimas campañas de Schliemann en Troya, en las que, a pesar de lo mucho que le repugnaban interiormente los métodos científicos, se sometió por fin a ellos"; y Cyril Bailey2 análogamente advierte en Leaf "la disposición con que, conservando su concepción general de las cosas, acogía bien toda suerte de nuevas luces y el coraje con que abandonaba cualquier teoría que ya no sintiera que pudiera sostenerse". John Torrey Morse, hijo, en su apreciación de James Ford Rhodes y su obra,3 observa que Rhodes nunca sucumbe, como lo hace Macaulay, a la tentación de bordar desorbitadamente sus descripciones de incidentes pintorescos, y da una explicación del sentido de la proporción y de la artesanía que tenía Rhodes.

el estudio de las opiniones de un centenar de expertos cuando, antes de digerirlas, el arqueólogo no estuvo nunca en el lugar que va a investigar."

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"¿Sería posible que la fría contención de Rhodes se debiera indirectamente a los largos años de su entrenamiento comercial ? . . . Los negocios enseñan lo que puede llamarse una manera clara de pensar. En ella el impulso queda absolutamente descartado y es esencial el conocimiento exacto de los hechos. Ha de darse el peso debido a diferentes sugestiones en conflicto. En suma, que el estudio que se dedique al asunto que se tiene entre manos ha de ser exhaustivo y desapasionado.* Ese fue el entrenamiento mental de Rhodes durante muchos años y tal entrenamiento le hizo formar la manera en que contemplaba su tema principal. . . Me inclino realmente a creer que los años que pasó Rhodes en los meros negocios prácticos fueron una ventaja sustancial para él cuando se puso a escribir los anales de una gran multitud de hechos muy difíciles y confusos." Además de ejercitar de esta manera el juicio, la práctica comercial puede también aguzar la intuición. Al consignar el hecho de que Schliemann adivinó a la primera mirada cuál era el verdadero sitio de Troya, Emil Ludwig,5 cita una observación de Herder a Goethe: "En usted la mirada es todo"; y luego Ludwig continúa comentando: "Ese ojo rápido, profundo, examinador, cotejador, era característico de Schliemann; y no puede negarse que una década pasada en mirar mercaderías, muestras, barcos de vapor y depósitos adiestra los ojos mejor que En Ludwig, op. cit., pág. 19. En Leaf, C. M., op. cit., pág. 319. Cotéjese pág. 320. 3 En Proceedings of the Massachusetts Historial Society, loe cit., págs. 181-2; 4 En este_ aspecto una carrera práctica tiene el mismo efecto en la esfera de la administración pública y en la de los negocios privados: "Mis ocupaciones me acostumbraron a ver y a atender las dificultades de todo trámite y los medios de superarlas, que yo decidía y discutía deliberadamente con miras a la ejecución" (Mili, J. S.: Autobiography, cap. III, ad finem). — A. J. T. 6 En op. cit., pág. 140. 1

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En cuanto al adiestramiento que la práctica de los negocios da en el arte social de transmitir ideas, John Stuart Mili observa,1 sobre su experiencia en la Casa de la India, que "me fue muy valioso convertirme, en esta porción de mis actividades en sólo una rueda de una máquina, cuyo conjunto debía trabajar unido. Como autor especulativo no tenía a nadie a quien consultar sino a mí mismo, y en mis especulaciones no encontraba ninguno de los obstáculos que habrían surgido de aplicarse a la práctica; pero, en mi condición de secretario responsable de la correspondencia política, yo no podía emitir una orden o expresar una opinión sin convencer a varias personas muy diferentes de mí mismo de que era oportuno adoptar una determinada medida. Me hallaba pues en buena posición para encontrar, por la práctica, la manera de expresar un pensamiento que fuera admitido del modo más fácil posible en espíritus no preparados para ello por el hábito; mientras tanto yo me familiarizaba prácticamente con las dificultades de los cuerpos móviles de hombres, con las necesidades de la conciliación, con el arte de sacrificar lo no esencial y conservar lo esencial. Aprendí a obtener el máximo cuando no podía obtenerlo todo." 2 Esta filosofía práctica, en la que el funcionario Mili de la Casa de la India inició al lógico Mili, puede producir una acción intelectual más efectiva que el "imposibilismo" del gramático que en el poema de Robert Browning es llevado re injerta a la tumba como castigo de su bybris de jugar a "todo o nada".3 El valor de la autoeducación en las cuestiones prácticas se le hizo evidente al autor de este Estudio en virtud de una experiencia propia que le dejó una profunda y duradera impresión. En el 18 al 20 de noviembre de 1911, en route desde Brindisi a Atenas y en la primera visita que hacía a Grecia, el autor se puso a conversar con un joven norteamericano de su edad, que era uno de los compañeros de viaje del buque Mykali. El autor había estado estudiando latín durante quince años, griego durante doce y medio e intensivamente durante dos años, historia helénica, de suerte que en el último día del viaje, cuando el barco avanzaba por el golfo de Corinto y luego, a través del canal, al golfo Sarónico, estaba gozando de la conmoción de identificar en el paisaje un accidente tras otro: los montes gemelos Calcis y Tafiaso, que se levantaban uno junto al otro como un par de gigantescos meteoritos vis-a-vu de Patras; Panacaico, envuelto en nubes, el Parnaso, al que seguía el Helicón y hacía frente el Suene, Acrocorinto, que se levani su su Autobiography, ibid. En :¡11, J. ni, ad jinem. ^ Mili, j. S., j., op. uy. cit., ítt., cap. L 3 Véase éase pág. páe. 61, sufra. sufra 1

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ANEJO a XIII. B. (III)

taba recto en el golfo y, como punto culminante de este panorama que se iba desplazando continuamente, la súbita visión, al doblar el codo de Salamina, de la Acrópolis de Atenas, con el Himeto que se levantaba detrás. Sin embargo, esta emoción constantemente renovada de poner los ojor por primera vez en su vida sobre objetos célebres y hermosos, que hacía mucho le parecían enormes en su horizonte mental, no podía distraer al inglés de acordar cada vez mayor atención a la conversación que mantenía con su contemporáneo norteamericano, quien estaba apoyado en la barandilla junto a él, pues mientras el joven inglés se había estado convirtiendo en un estudioso clásico, el joven norteamericano había estado haciendo una media docena de cosas que eran tan diferentes de las experiencias que hasta la fecha tuviera el inglés que no podían dejar de despertar su curiosidad. En el breve curso de su vida de trabajo el joven norteamericano ya había trabajado en una granja, en un banco, en una panadería, en el estudio de un abogado y en un almacén de especias; y en verdad había confutado el proverbio sobre el hombre que no se queda quieto al acumular incidentalmente dinero ahorrado bastante para viajar por el mundo (ya había pasado tres veces en viaje de ida y vuelta por el túnel Mont Genis). Aquel día y el siguiente estaría en Grecia; al otro día se dirigiría a Egipto. En comparación con su compañero de viaje inglés era un niño en cuanto a conocimientos de griego y un anciano en cuanto a conocimientos de la vida. Cuando, al anclar el barco en el Pireo, los dos anglosajones descubrieron que sus en otros aspectos muy diferentes educaciones eran idénticas en el punto negativo de encontrarse los dos en el ancho mundo incapaces de hablar las lenguas de los hombres o de los ángeles,1 fue el norteamericano el que, en tal emergencia, concertó comercialmente para los dos el trato con un barquero para que Jos llevara a la costa y luego con un cochero para que los llevara a Atenas. Dos días después se embarcaba, de acuerdo con su programa, para Alejandría; y aunque el autor ya nunca supo más de él nunca abrigó la duda de que había llegado debidamente a destino, cosa que cuarenta años después el propio autor no había conseguido aún. Este breve encuentro enseñó al inglés una lección sobre las virtudes cardinales de la vida práctica que le hizo apreciar uno de los fragmentos de la obra del historiador-estadista Polibio que han llegado hasta nosotros. "Dice Platón 2 que las cuestiones humanas nunca estarán bien hasta que 'los filósofos tengan una autoridad real o los reyes se hagan filósofos'; y tomando yo de él esta guía diré por mi parte que el estudio de la historia nunca estará bien hasta que ocurra una u otra de dos cosas. Una de estas alternativas es la de que los hombres de acción ( oi icpay^a-riKá TWV avSpíjjv ) se pongan a escribir obras de historia y lo hagan no como una 1 2

I Corintios XIII. i. Platón, La República, 473 D.

ANEJO a XIII. B. (lll)

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ocupación incidental (xapápyw?), según ocurre ahora, sino con convicción tan genuina de que esa ocupación es importante y digna de practicarse [como cualquier ocupación 'práctica'] que se sientan inspirados con una devoción que les dure toda la vida a realizar ese empeño y se nieguen a verse distraídos de él. La otra alternativa es la de que los historiadores presuntamente profesionales adopten la opinión de que la historia no puede escribirse efectivamente a menos que el autor haya adquirido una visión que sólo puede darle la experiencia real de la vida práctica. Hasta que no ocurra esto, no habrá 'esperanza alguna de que cese' la ignorancia de la actual generación de autores de historia." i

1 Polibio, Historia Ecuménica, Libro XII., cap. xxvm, §§ 2-5. En el Libro XII., cap xxv, sección h y sección ;', §§ 1-2, Polibio ya ha hecho la misma observación ad hominem, al referirse a su predecesor Timeo de Tauromenio: "Timeo confiesa que estuvo durante cincuenta años en Atenas, como visitante, que durante todo ese tiempo no tuvo, según lo admite, ninguna experiencia del servicio militar, y que no se familiarizó directamente con la topografía [de los escenarios de los acontecimientos históricos que estaba consignando]. De suerte que no maravilla el hecho de que, cuando en su narración trata estos puntos, muestre gruesa ignorancia y cometa gran cantidad de errores. Además, cuando ocasionalmente se acerca a la verdad es como uno de esos pintores que usan figuras fingidas como modelos. A veces consiguen reproducir las líneas del original, pero no atrapan la verosimilitud y vitalidad de las criaturas vivas reales, es decir, que no consiguen hacer lo que precisamente constituye el trabajo profesional de un artista. Timeo, como todos los otros historiadores librescos, falla de la misma manera. Esos autores no consiguen atrapar la verosimilitud de los hechos históricos porque nada, sino la experiencia personal (aÓToxa fleía^) puede hacer que historiador consiga tal cosa. Un historiador que él mismo no haya participado realmente en los hechos históricos nunca conseguirá excitar a sus lectores. Los historiadores de la escuela clásica asignan tanta importancia a la verosimilitud que cuando tenían que tratar la política observaban como cosa natural que el autor había sido un político que había tenido experiencia práctica en los negocios públicos. Cuando tenían que tratar de la guerra, que el autor había estado en servicio activo y había combatido. Cuando tenían que tratar de la vida, que el autor había sido un hombre casado, que había formado una familia. Y análogamente para todos los otros aspectos de la vida. Pero es evidente que esta calificación para escribir historia sólo se encontrará en aquellos historiadores que la dominaron por haber intervenido ellos verdaderamente en los hechos históricos. . . La moraleja es la de que la preocupación por los materiales y documentos es sólo una tercera parte de la tarea del historiador, y esa tercera parte es la tercera en orden de importancia."

NOTA SOBRE CRONOLOGÍA I. EL PROBLEMA En esta obra el primer enfoque de la historia de las civilizaciones fue realizar un estudio comparativo de las representantes de esta especie de sociedad humana, y ese tratamiento comparativo postula que todas las representantes de la especie son, en cierto sentido, "filosóficamente contemporáneas" entre sí,1 por distantes que estén sus ubicaciones en el mapa cronológico. En las partes II-V inclusive, que abarcan los volúmenes i-iv, salvo la parte I de introducción, la relación cronológica de las civilizaciones no fue, pues, una cuestión de importancia decisiva, ya que un conocimiento más o menos correcto de la cronología interna de cada civilización es todo cuanto se necesita para intentar un estudio comparativo de la génesis, crecimiento, colapso y desintegración de las civilizaciones conocidas que existieron hasta la fecha. En esta serie final de volúmenes, empero, el autor debió hacer el intento de relacionar las respectivas cronologías internas de todas las civilizaciones conocidas, colocándolas todas en un solo mapa temporal, en la medida en que se lo permitía la documentación histórica accesible en 1952 d. de C, pues estos volúmenes vn-x, que contienen las partes VI-XIII, se refieren en las partes VI-VIII, a la relación de "paternidad" y "filiación" entre una civilización anterior y una civilización posterior, y en las partes IX-X, a los encuentros verificados entre sociedades contemporáneas en la dimensión espacial y los encuentros verificados entre sociedades no contemporáneas en la dimensión temporal. Además, la indagación sobre las iglesias universales que realizamos en la parte VII planteó la cuestión de la relación en que se hallaban estas instituciones religiosas con las civilizaciones que las precedieron y las siguieron; y esto nos llevó a dividir la especie de sociedad que hemos llamado "civilización" en subvariedades, representantes de diferentes generaciones, que se distinguían unas de otras por las diferencias que presentaban en sus relaciones históricas respecto de las religiones superiores.2 Es evidente que para tales fines necesitábamos conocer la relación entre las varias cronologías internas de nuestras veintiuna civilizaciones (o cualquiera sea su número); y apenas intentamos elaborar un mapa temporal coherente comprobamos que los medios de que disponemos difieren mucho en el grado de su propiedad o impropiedad en dos series diferentes de casos. Para un estudioso de la historia de las civilizaciones que trabajaba en el mundo occidental del siglo xx de la era cristiana era comparativamente fácil correlacionar la cronología de la civilización occidental con las cronologías de las sociedades contemporáneas vivas (Ja cristiana ortodoxa del cercano Oriente, la cristiana ortodoxa rusa, la musul1 2

Véase I. i. 199-201. Véase VII. vm. 66-8.

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LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

mana iránica, la musulmana arábica, la hindú, la china del Lejano Oriente y la japonesa del Lejano Oriente) y también con las cronologías de civilizaciones anteriores (la helénica, la siríaca, la índica y la sínica), de las cuales una o más de las civilizaciones vivas era filiales. Pero la documentación de que disponía el historiador occidental del siglo xx no le permitía reconstruir con cierto grado de certeza la cronología de los capítulos más antiguos de las historias de ni siquiera aquellas cuatro civilizaciones que pertenecían a una generación inmediatamente anterior a la suya propia y a sus contemporáneas vivas; y la inseguridad era mayor todavía en los casos de otras civilizaciones —algunas pertenecientes a la misma generación inmediatamente anterior y otras a una generación más temprana aún— de cuya historia no había conservado una tradición continua ninguna de las civilizaciones que todavía se hallaban vivas en el siglo xx de la era cristiana. Estas civilizaciones olvidadas habían quedado mentalmente sepultadas en el olvido, además de haber quedado físicamente enterradas, durante algunos millares de años antes de que la azada del arqueólogo occidental moderno las desenterrara. Evidentemente la dificultad de correlacionar la cronología de esas civilizaciones con las civilizaciones vivas y con las predecesoras inmediatas de éstas era mucho mayor que la dificultad de establecer la cronología de estas civilizaciones aún vivas y de aquellas otras hasta ahora nunca olvidadas; y era casi igualmente difícil traducir en años de la era cristiana la cronología de las civilizaciones precolombinas de las Américas que fueran contemporáneas de la civilización occidental del Viejo Mundo pero que habían sido abatidas y sumergidas por el impacto de la civilización occidental que no las conocía antes de haberles aplicado ese golpe de efecto instantáneamente destructor. Traducir en años de la era cristiana las cronologías de las civilizaciones precolombinas del Nuevo Mundo y de las civilizaciones desenterradas del Viejo Mundo era una tarea que un estudioso de la historia estaba obligado a intentar porque no podía permitirse ignorar la valiosa nueva luz que la arqueología había arrojado sobre la historia en el campo de visión occidental, al hacer conocer al historiador occidental moderno estas civilizaciones, antes desconocidas. Con todo, al intentar coordinar los hallazgos de la arqueología con la tradicional información histórica del historiador, colocando las cronologías de las civilizaciones desenterradas en su propio mapa temporal occidental, el historiador occidental estaba acometiendo manifiestamente una riesgosa empresa. Y el riesgo era más evidente cuando el autor reanudó otra vez ese Estudio, después de una interrupción de siete años determinada por la segunda guerra mundial, que durante los años 1927-39 d. de C, en los que él había proyectado todo el libro, escrito las primeras cinco partes y publicado éstas en los primeros seis volúmenes. Durante los años 1927-39 d. de C., el autor sabía muy bien que la relación de la cronología de la civilización maya y de la filial civiliza- • ción yucateca con la de la civilización occidental era el tema de una

controversia aún no decidida entre los expertos.1 Pero al propio tiempo creía erróneamente que las cronologías de las civilizaciones desenterradas del África nororiental y del Asia sudoccidental —las civilizaciones egipcíaca, minoica y sumérica, la cultura del Indo en la primera generación, y las sucesoras babilónica e hitita de la civilización sumérica en la segunda generación—• estaban definitivamente correlacionadas, con más o menos precisión, tanto entre sí como con la cronología de la civilización occidental, en un mapa cronológico que había elaborado Eduard Meyer. El autor no vaciló durante esos años en adoptar las conclusiones de esta gran autoridad y en verdad en 1952 d. de C. esas conclusiones aún parecían, vistas retrospectivamente, justificables a la luz de toda la documentación de que se disponía en esa época. Con todo, entre 1939 y 1946 d. de C., las conclusiones de Meyer comenzaron a ponerse en tela de juicio como resultado del análisis y la discusión de nuevas pruebas descubiertas en la década de 1930. El autor reanudó el Estudio de la Historia en 1946 d. de C. y hubo de comprobar que en la historia sumérica, babilónica e hitita, los antiguos hitos cronológicos habían quedado barridos y que todavía no se habían establecido nuevos hitos, aceptados por todos. Los expertos coincidían en que la nueva documentación demostraba que el cálculo cronológico que había hecho Eduard Meyer era demasiado elevado. Pero aquí terminaba el acuerdo. Había ahora en la arena por lo menos cuatro nuevas cronologías diferentes para la historia del Asia sudoccidental; y mientras las más conservadoras de ellas reducían el cómputo de Meyer de la primera dinastía de Babilonia en sólo unos cien años —del 2049-1750 a. de C. a 1950-1651 a. de C.— la más radical de las cuatro lo reducía en casi doscientos cincuenta años: de 2049-1750 a. de C. a 1806-1507 a. de C. Pero, en compensación, en el ínterin el antiguo desacuerdo que había sobre la cronología maya y yucateca parecía hacer quedado resuelto por una victoria de la más baja sobre la más alta de las dos principales correlaciones de la cronología interna de las civilizaciones maya y yucateca con los años de la era cristiana.

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II. ELEMENTOS POSITIVOS DE LA CORRELACIÓN GOODMANMARTÍNEZ-THOMPSON DE LA CRONOLOGÍA YUCATECA Y MAYA CON LOS AÑOS DE LA ERA CRISTIANA

En las cinco primeras partes y seis volúmenes de este Estudio, el autor expuso una junto a otra la correlación más elevada de C. P. Bowdich y H. J. Spinden y la correlación más baja de S. G. Morley y J. E. S. Thompson, sin aventurarse a dar a sus lectores ninguna guía para que eligieran.2 Ésta era la única actitud que, considerando su propia ignorancia del tema, podía adoptar el autor sin hacerse culpa1 Véase I. I. 150-1. - Véase por ejemplo I. I. 150-1.

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ble de desvergüenza intelectual, aunque este agnosticismo tenía la seria desventaja de dejar en el aire la cronología, puesto que había una discrepancia de unos 260-70 años entre los dos sistemas.1 Pero hasta un aficionado podía ver que la cronología que daba Spinden para la civilización maya, yucateca y mejicana, presentaba una ominosa debilidad que compartía con la cronología que daba Meyer para las civilizaciones sumérica, babilónica e hitita. En efecto, la cronología de Spinden pedía el supuesto de que, en el mapa reconstruido, hubiera una brecha cronológica en la cual la historia era un lugar en blanco no ocupado por ningún resto arqueológico desenterrado. Ese hipotético interregno en los registros arqueológicos que era aproximadamente de 150-200 años en la cronología de la historia del Asia sudoccidental establecida por Eduard Meyer 2 alcanzaba a unos 350 años en la cronología que ofrecía Spinden para la historia de la América central.3 Sin embargo, en los dos casos las pruebas arqueológicas indicaban no un interregno sino la continuidad; 4 y por esta razón entre otras, "en los años recientes... la opinión se ha vuelto contra ella [la correlación de Spinder]".5 J. E. S. Thompson defiende —por considerarla "la más aceptable"—• la correlación (sin pretender que las pruebas que están a favor de ella sean irrefutables) de GoodmanMartínez-Thompson,6 una afinación de la correlación de Morley que adoptó el propio Morley.7 En las partes VI-iXIII del presente Estudio se aceptó, teniendo en cuenta la autoridad de Morley, Thompson y otros eruditos de historia maya relacionados con la Carnegie Institution de Washington, la conversión de años mayas en años gregorianos de la era cristiana, de acuerdo con la correlación Goodman-Martínez-Thompson. Sin embargo, en 1952 d. de C, la revolución producida en la cronología del Asia sudoccidental entre 1939 y 1946 d. de C., constituía una advertencia de que el ulterior progreso de los descubrimientos arqueológicos Véase del Museo Británico, Cuide lo the Maudslay Collecthn oj Maya Sculptures (London 1923, British Museum), pág. 48, y Gann, T. y J. E. S. Thompson: The History of the Maya (London 1931, Scribner) prefacio. 2 Véase I. I. 136. 3 Véase Thompson, J. E. S.: Maya Hieroglyphic Writing: Introduction (Washington, D. C. 1950, Carnegie Institution of Washington), pág. 306, col. 2. 4 En el campo de la historia hitita la brecha antes postulada de 200 años es "artifici.nl e increíble", a la luz de las pruebas arqueológicas, según Sidney Sinith, en Alalakh and Chronology (London 1940, Luzac), pág. 17. Cotéjese Bohl, F. M. Th: "King Hammurabi of Babylon in the Setting of this Time" (alrededor de 1700 a. de C.) en Mededcelingen der Koninklijke Ncderlandscke Akadcmie van Wetenschappen, Afd. Letterkunde, Nieuwe Reeks, Deel 9, n° 10 (Amsterdam 1946, Nordhollandsche Uitgevers), pág. 344. 5 Thompson, o¡>. cit., pág. 33. 6 Véase Thompson, op. cit., pág. 5 y 303, siguiendo su Maya Chronology, The Córrela/ion Question (Washington D. C. 1935, Carnegie Institution of Washington, Publication 456, n° 14, págs. 51-104). "A la luz de las pruebas actuales sólo puede darse un veredicto no definitivo" (Maya Chronology, pág. 82. Cotéjese pág. 75). 7 Morley, S. G.: The Ancient Maya (Palo Alto 1946! Stanford University Press), P% 458. 1

LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

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podría reducir a ruinas, como ya había hecho con el de Eduard Meyer, el aparentemente definitivo sistema cronológico de Morley y Thompson. Un punto débil inevitable, que presentaba todo intento de correlacionar el cómputo del tiempo de los mayas con los años de la era cristiana, en el estado actual en que se hallaba el conocimiento occidental del sistema del calendario maya, estribaba en que, antes de que los mayas chocaran con los españoles aquéllos habían sustituido por un "recuento breve", relativamente imperfecto, en el que "podía lograrse precisión dentro de un período de sólo 256 años' ,x un "recuento largo", antes en vigor, que "era exacto en cuanto a los días por un período de 374.440 años".2 "De manera que el problema de correlacionar el 'recuento largo' maya con la cronología cristiana comporta dos operaciones diferentes: primero, correlacionar el calendario gregoriano con el 'recuento breve' maya; y segundo, correlacionar el 'recuento breve' maya con el 'recuento largo' maya." 3 El desacuerdo sobre el método para llevar a cabo esta segunda operación ha sido una de las causas de la diferencia que representan los cómputos occidentales de la cronología maya en términos occidentales; y mientras la correlación Goodman-Martínez-Thompson podría verse confirmada por ulteriores descubrimientos en la provincia del calendario de los mayas, podría asimismo verse a su vez invalidada. Ello no obstante, y sin olvidar esta advertencia, la correlación Goodman-MartínezThompson parecía la más conveniente de adoptar en las circunstancias de la época en que se escribían y publicaban las partes VI-XIII del presente Estudio. III. LA ACTUAL CONTROVERSIA SOBRE EL ESTABLECIMIENTO DE LA FECHA DE LA PRIMERA DINASTÍA DE BABILONIA EN AÑOS ANTES DE CRISTO

Invalidación de la reconstrucción que hizo Eduard Meyer de la cronología, de la historia del Asia sudoccidental En 1952 d. de C., la correlación de la cronología maya con la cronología occidental según la fórmula de Goodman-Martínez-Thompson, parecía más segura —pues dependía de algún nuevo descubrimiento arqueológico subversivo en el campo de la América central— que cualquiera de los cuatro o más sistemas rivales que, en la arena de los estudios cronológicos del Asia sudoccidental, competían entre sí por reemplazar un sistema elaborado por Eduard Meyer, que el progreso de los descubrimientos arqueológicos ya había desacreditado. Verdad es que la cronología interna de la primera dinastía no había quedado impugnada. Todavía se creía que esa dinastía había ocupado el trono durante once reinados consecutivos, cuyas diversas duraciones 1 Morley, op. cit., pág. 291. 2 Ibid., pág. 457; cotéjese págs.

3 Ibid., pág. 457.

288-9.

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LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

individuales sumadas daban un período de trescientos años, que terminaba con el derrocamiento del undécimo rey Samsuditana, por obra de una incursión realizada a Babilonia por el guerrero hitita Mursilis I. Pero había ahora cuatro o más sustitutos rivales de la correlación de Eduard Meyer —adoptada en las partes I-V de este Estudio—l de esos 300 años con los años 2049-1750 a. de C; y aun cuando una de estas correlaciones rivales, o alguna otra diferente de cada una y toda ellas, demostrara ulteriormente que era correcta, era menester observar que "las dinastías anteriores" no podían "fecharse exactamente atendiendo a la lista de reyes, porque el período en el cual los reinados de IshbiIrra [el primer rey de la dinastía de Isin] e Ibsi-Sin [Ibbi-Sin, el último rey de la tercera dinastía de Ur} se superponían, no podía fijarse" y porque se abriga "la misma duda sobre los reinados de Ur-Namu [nombre anteriormente trasliterado como Ur-Engur, el primer rey de la tercera dinastía de Ur] y Utujegal [de Erech, el precursor de Ur-Namu]".2 En 1952 d. de C. no había en verdad acuerdo entre los estudiosos respecto de las correlaciones de ninguna fecha de la historia del Asia sudoccidental anterior a aproximadamente 1450 a. de C.3 Ello no obstante, la aún no decidida controversia sobre la fecha de la primera dinastía de Babilonia era evidentemente la clave potencial de una posibilidad de tornar a adquirir eventualmente algo que se pareciera a la seguridad aproximada que Eduard Meyer había creído alcanzar. Pues el cálculo más elevado y el cálculo más bajo de los diferentes sistemas rivales actuales de fechar esta dinastía diferían en no mucho menos de ciento cincuenta años; y en comparación con una discrepancia de este orden, las inseguridades cronológicas provenientes de la superposición del reinado de Ishbi-Irra con el de Ibi-Sin y del de UrNamu con el de Utujegal, eran bien limitadas.* De manera que si la actual controversia sobre el establecimiento de la fecha de la primera dinastía de Babilonia se decidiera, ello fijaría con escaso margen de error las fechas de capítulos anteriores de la historia del Asia sudoccidental, por lo menos desde los días de Lugalzaggisi de Erech y su víctima l/rukagina, de Lagash, que había reinado unos quinientos o seiscientos años antes de que se fundara la primera dinastía de Babilonia.5 En 1952 d. de C., los diferentes sistemas de fechar la primera dinastía de Babilonia en años antes de Cristo eran los siguientes:3

Abogados occidentales modernos (a) Sidersky; Thureau-Dangin; * Goetze (¿) Ungnad; Sidney Smith 2 (r) Albright; 3 Cornelius; Van der Waerden (d) Poebel;B6hl;6Dossin;Schubert

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Período de la primeReinado ra dinastía babilónica de Hamurabi 1950-1651 1894-1595 1831/0-^.1531/04 1806-1507

1848-1806 1792-1750 i728-i686 5 1704-1662

Cuando los expertos se hallaban en semejante desacuerdo, habría sido por cierto impertinente que un lego pretendiera tener una opileyó ante la American Oriental Society, en la reunión que ésta celebró en Cincinati, en Pascua de 1950, y quien permitió gentilmente al autor de este Estudio que lo citara. Véase asimismo el artículo del profesor Gotze sobre "The Problem of Chronology and Early Hittite History" en The Bulletin oj tbe American Schools of Oriental Research, n" 122, abril de 1951, págs. 18-25, especialmente págs. 19-20. 1 Véase Thureau-Dangin, F.: "lasmah-Adad" en la Rei'ue d'Archéologie, vol. XXXIV (i937), Págs. 135-9. 2 Véase Smith, S.: Alalakh and Chronology (London 1940, Luzac); "Middle Minoan I-II and Babylonian Chronology", en el American Journal oj Archaelogy, vol. XLIX, n' i (Concord, N. H. 1945, Rumford Press), págs. 124. 3 Véase Albright, W. F.: "A Third Revisión of the Early Chronology of Western Asia", en B.A.S.O.R., n* 88, diciembre de 1942, págs. 28-32, que reemplaza un artículo anterior sobre el mismo tema del mismo estudioso, ibid., "New Light on the History of Western Asia in the Secpnd Millenium B. C.", en el n p 77, febrero de 1940, págs. 20-32, y n' 78, abril 1940, págs. 23-33. En este primer artículo, Albright había adoptado el sistema (¿); pero la publicación posterior de los artículos de Poebel sobre la lista de reyes asirios, descubierta en 1932-3 d. de C. en Jorsabad, hizo que Albright rebajara su cálculo referente a la primera dinastía de Babilonia en sesenta y cuatro años, y esta cifra precisa de reducción estaba determinada por las exigencias astronómicas de las observaciones de Venus que hizo e! décimo rey Ammisaduga (véase "New Light", págs. 30-313. La posición a que llegó Albright en su tercera revisión, es decir, el sistema ( r ) , está sostenida por él en su crítica de la Alalakh and Chronology, de Sidney Smith, publicada en A. J.\A., vol. XLVII, 1943, págs. 491-2, y en un artículo sobre "An Indirect Synchronism between Egypt and Mesopotamia área 1730 B. C.", en B. A. S. O. R., n' 99, octubre de 1945, págs. 9-18. En la página 10 de este artículo, Albright dice que, al rebajar su anterior reducción de la cronología de Eduard Meyer otros 64 años, "combinaba las pruebas de las observaciones de Venus con los datos de la lista de Jorsabad", y luego continúa manifestando la opinión de que "esta cronología reducida últimamente encaja en el cuadro arqueológico e histórico tan exactamente que no puede haber un error apreciable, que yo sepa". * En B. A. S. O. R., n9 88, de diciembre de 1942, pág. 31, Albright fechó la primera dinastía babilónica 1831/0-1550 (sic, no 1530) a. de C.; pero sin duda trátase aquí de un error de imprenta, puesto que en A.J.A., vol. xivn (1943), pág- 492, Albright restaura a esta dinastía su bien establecido período total de aproximadamente trescientos años, al dar como fecha terminal circo. 1530 a. de C. 5 Según Albright, en B. A. S. O. R., n9 88, diciembre de 1942, págs. 30-31. En A. J. A., vol. XLVII, 1943, pág. 492, hace durar el reinado de Hamurabi diez años más, hasta 1676 a. de C. Trátase sin duda de un error de imprenta. 0 Véase Bóhl, F. M. Th.: "King Hamurabi of Babylon in the Setting of his Time (circa 1700 B. C.)", en Mededeelingen der Koninkljke Nederlandsche Akadcmie van Wetenschappen Afd. Lettcrkunde, Nieuwe Reeks, Deel 9, n' 10 (Amsterdam 1946, Noord-Hollandsche Uitgevers), págs. 341-70, especialmente pág 352.

Por ejemplo en I. i. 131, 135 y 136, y en V. vi. 329-31. Smith, Sidney: Alalakh and Chronology (London 1940, Luzac), págs. 30-31. Véase Smith, op. cit., pág. i. * "Existen nuevas pruebas que muestran que el margen de error en la superposición de Ibi-Sin/Ishbi-Irra no alcanza a más de un año o dos; véase Falkenstein, A., en Z. A. xv (1949), págs. 59 y sigs. especialmente pág. 76. Ishbí-Irra conquistó a Isin alrededor del duodécimo año del reinado de Ibi-Sin." — Nota de M. B. Rowton. 5 Véase I. r. 134. 6 Este cuadro ha sido tomado de un artículo del profesor A. Goetze, quien lo 1

2 R

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nión propia; pero el lego podía por lo menos examinar por sí mismo las nuevas pruebas arqueológicas sobre las que se basaban por igual los cuatro sistemas en conflicto y podía asimismo tomar nota de por lo menos ciertos puntos, relativamente bien establecidos, de la cronología asiría y egipcíaca y de la historia hitita, con los cuales cualquier versión revisada de la cronología del Asia sudoccidental tenía que contar. Se habían hecho tres nuevos descubrimientos que, entre los tres, venían a invalidar la reconstrucción que hiciera Eduard Meyer de la cronología de la historia del Asia sudoccidental.

Estas pruebas estratigráficas de la Siria septentrional tenían cierta importancia en la historia de la actual "batalla de las fechas", por cuanto constituían una de las informaciones más antiguas que pusieron en tela de juicio la validez de la cronología de Eduard Meyer, antes aceptada. Pero tal información adolecía de la debilidad de ser inevitablemente imprecisa, y era significativo el hecho de que la argumentación aducida en favor del sistema (¿>), sostenido por Schaeffer y Smith, fuera rechazada por M. B. Rowton, que era un abogado del sistema (r), y por el profesor Albrecht Goetze, que era un abogado del sistema ( a ) . El señor Rowton comenta:

Las pruebas e stratigráficas de lugares de la Siria septentrional

"Poco es lo que puede hacerse con los sellos encontrados en Rash ashShamrah o en cualquier otra parte del área egea.i Podría agregarse que todavía no se ha establecido la fecha exacta de los sellos del período 'babilónico antiguo'. Esta expresión se aplica frecuentemente y de manera más o menos libre a todos los sellos mesopotámicos de entre fines de Ur III y el período kasita, esto es, un total de unos cuatrocientos años. Desde luego que puede distinguirse claramente un sello que pertenece a los comienzos de ese período de otro que pertenece al fin de él; pero todavía no se ha establecido (probablemente por falta de pruebas cronológicas dignas de confianza) la época de aquellos sellos (la mayoría) que no pertenecen a ninguno de estos dos extremos. En consecuencia, en la situación actual de nuestros conocimientos apenas es posible decir si un sello de este período ha de fecharse, digamos, cincuenta años antes o cincuenta años después de mediados del reinado de Hamurabi." 2

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El primer descubrimiento —realizado en lugares de la Siria septentrional, especialmente en Ugarit (Ras ash-Shamrah), sobre la costa, y en Alalaj (Atshanah), sobre el río Orontes, que en el segundo milenio a. de C. estaban sometidos a la irradiación cultural tanto del mundo sumérico como del mundo egipcíaco— fue el de objetos de origen o estilo sumérico que podían atribuirse a la época de la primera dinastía de Babilonia y que se hallaban en estratos posteriores a objetos de origen o estilo egipcíaco que podían atribuirse a los reinados de los emperadores egipcíacos de la dinastía XII, hasta Amenemhat III inclusive. "Á Ras Shamra les cylindres babyloniens graves d'inscriptions du temps de la premiére dynastie et dont certains ont pu étre attribués au temps d'Hammourabi se trouvent dans les strates ou dans les tombes de l'Ugarit Moyen 2, et non dans celles de l'Ugarit Moyen i (2100-1900), sauf remaniements. lis y sont done atribuables avec certitude á la période entre 1900 et 1750 en chiffres ronds. Dans plusieurs cas ncus avons pu établir que les strates qui conticnnent les cylindres en question sont postérieures aux monuments egyptiens commencant á Ugarit avec ceux de Sésostris I et se terminant avec ceux d'Arriénemhat III; cela restreint encoré davantage la date de certains des cylindres babyloniens provenant d'Ugarit et permet de les placer entre 1800 et 1700 environ. "Ainsi, les monuments et les observations statigraphiques et chronologiques de Ras Shamra s'accordent fort bien avec les dates proposées par Mr. Sidney Smith. . ., d'aprés lesquelles la premiére dynastie babylonienne ne venait au pouvoir que vers 1900 en chiffres ronds et s'écroulait vers 1600.1 D'aprés la méme chronologie, le régne d'Hammourabi s'étend de 1792 á 1750, c'est á diré qu'il est contemporain de la fin de la période correspondent á la preponderance politique dont l'Egypte du Moyen Empire avait joui en Syrie et en Palestine." 2 1 "Les dates exactes proposées par Mr. S. Smith sont 1894 pour le commencement, 1595 pour la fin de la dynastie." 2 Schaeffer, C. F. E.: Stratigraphie Comparée et Chronologie de I'Alie Occidentale (nia et u" millénaires) (London 1948, Oxford University Press), págs. 29-30.

Por su parte, el profesor Goetze sostenía la opinión de que, "en los casos en que es posible la verificación, los documentos hasta ahora publicados no confirman las pretensiones de Schaeffer"; 3 y manifestaba 4 las mismas dudas que abrigaba el señor Rowton respecto de las fechas que el doctor Schaefer atribuía a los sellos cilindricos desenterrados en lugares de la Siria septentrional. El profesor Goetze también rechazaba, apoyándose en razones arqueológicas, la argumentación del doctor Sidney Smith 5 para fechar los estratos Alalaj VI y Alalaj VII circa 1800-1600, y por lo tanto para adoptar el sistema (b) Cotéjese Sidney Smith, Alalakh and Chronology (London 1940, Luzac), pág. 15, donde Smith cita la afirmación de Schaeffer más hipotética sobre el mismo punto, contenida en Ugaritica, l 18, n. 2. Compárese Albright, "New Legh", en B. A. S. O. R., n' 77, pág. 29 y Neugebauer, O. "The Chronology of the Hammurabi Age", en el Journal of íhe American Oriental Society, vol. LXI (New Haven 1941, Yale University Press), pág. 58. 1 Véase Rowton, M. B. en el Journal of Near Eastern Studies, vol. x (Chicago Press), pág. 202. 2 M. B. Rowton, en una nota al autor de este Estudio. Compárese Porada, E. en el Journal of Cuneijorm Studies, vol. IV (1950), págs. 155-62. 3 Nota del profesor Goetze enviada conjuntamente con una carta, el 13 de noviembre de 1951, al autor de este Estudio. * Ibid. 5 En Alalakh, págs. 8-10.

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LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORAS

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tocante a la primera dinastía de Babilonia. Parecía evidente que las pruebas estratigráficas procedentes de la Siria septentrional, aunque bastaban para impugnar la cronología de Eduard Meyer, no eran empero suficientes para suministrar un criterio que permitiera juzgar sobre los méritos relativos de los nuevos sistemas de fechas.1

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Las pruebas de la lista de reyes asirías encontrada en ¡orsabad Ese tercer descubrimiento fue la exhumación, llevada a cabo en Jorsabad en 1932-3 d. de C., de una lista de los reyes de Asiría que pretende consignar la serie consecutiva completa hasta Asur-Nirari V (regnabat 754-745 a. de C.), a partir del primer rey. Esta lista de Jorsabad también da cifras para los períodos de los reinados desde el reinado del rey 39', Samsi-Adad I, inclusive, salvo en ocho reinados —desde el 42 al 47 inclusive y el 84 y 85— en los que la cifra está reemplazada por la fórmula t-duppisu sarruta e pus ("Ejerció la realeza durante su t/duppu"}.1 A veinte años de este descubrimiento la lista aún no se había publicado y en el momento de escribir estas líneas la información que podía obtenerse sobre ella era todavía la que podía encontrarse en un artículo del profesor Poebel publicado en el Journal of Near Eastern Studies, en tres partes.2 El artículo de Poebel expone el contenido de la lista de Jorsabad en la forma de una interpretación y este método expositivo suscitó la crítica de otros eruditos que evidentemente se justificaba.3 Sin embargo, se sabía lo suficiente sobre la lista de reyes de Jorsabad para que fuera evidente por lo menos que se trataba de un documento que hacía padecer a los estudiosos el suplicio de Tántalo. Como ya se sabía con certeza que el reinado del último rey enumerado en la lista v, el número 107, Asur-Nirari V, correspondía a los años 754-754 a. de C., y como se sabía, por los archivos de Mari, que el primer rey para cuyo reinado se da en la lista una cifra que indica la duración —el número 39, Samsi-Abad I— había gobernado Mari durante veintiún años entre el fin del reinado de Yajdun Lim y el comienzo del reinado del hijo de Yajdun-Lim, Zimri-Lim, de quien los archivos de Mari certificaban que había sido un contemporáneo de Hamurabi, la lista de los reyes asirios encontrada en Jorsabad debería haber hecho posible fechar aproximadamente en años antes de Cristo el reinado de Hamurabi y con él todo el período ocupado por la primera dinastía de Babilonia. Pero para suministrar esta información ansiosamente deseada con entera exactitud y certeza, la lista de Jorsabad debería hallarse intacta, es decir, no mutilada, y al propio tiempo debería ser indiscutiblemente completa y precisa en sus datos; mas desgraciadamente no llenaba ninguna de estas tres condiciones. En primer lugar, las cifras para los reyes números 61, 65 y 66 están borradas; y aunque la cifra para el rey 61 podría restaurarse mediante

La prueba de los archivos de Mari Un segundo descubrimiento revolucionario fue el de los archivos de Zimri-Lim, rey de Mari (Maer), sobre el Eufrates Medio, descubrimiento realizado en 1935-8 d. de C. Se recuperaron allí veinte mil documentos,2 quince mil económicos pero otros cinco mil políticos. Los documentos políticos de este tesoro abarcaban un período de por lo menos sesenta y dos años, y que abarcaba los últimos nueve años del reinado del padre de Zimri-Lim, Yajdun-Lim, veintiún años de dominio asirio (que ejerció el rey de Asiría Samsi-Adad I) y los treinta y dos años del reinado del propio Zimri-Lim, que terminó en el año de la destrucción de Mari, por Hamurabi de Babilonia,3 que, como se sabe por los registros de Hamurabi, fue un hecho que ocurrió en el trigésimo quinto año del reinado de Hamurabi.4 Las consecuencias históricas y cronológicas de estos archivos de Mari y de documentos contemporáneos procedentes de otros lugares del mundo asiático sudoccidental pueden apreciarse mejor si postergamos nuestra consideración de ellos hasta después de haber estimado el tercero de los tres revolucionarios descubrimientos.

1 La utilidad de las pruebas arqueológicas en lo tocante al período de la historia del Asia sudoccidental que consideramos en esta nota sobre cronología, es considerada del modo siguiente por el doctor Sidney Smith, en una carta fechada el 13 de octubre de 1951, dirigida al autor de este Estudio: "Las pruebas arqueológicas son cronológicamente importantes sólo para establecer series sucesivas. . . [Los materiales arqueológicos] no prueban nada en cuanto a la duración de períodos en el caso de Palestina. En Siria a veces el material arqueológico se presenta asociado en diferentes niveles con documentos fechados, lo cual constituye un estado de cosas bien diferente." 2 Véase Dossin, G., en Syriet, vols. XIX (1938), págs. 105-26 y XX (1939), págs. 97-113, y el resume de W. von Soden, en Die Welt des Orients, Heft 3 (1948), págs. 187-204. 3 Éstas eran las cifras dadas por G. Dossin, en Studia Mariana, editado por Parrot, A., Leiden 1950, Brill, págs. 51-61, especialmente pág. 59, como se lo indicó al autor el profesor Goetze. Las cifras de Dossin suplantaban las dadas por Bóhl en op. cit., pág. 348, es decir, cincuenta y ocho años por junto, que comprendían los últimos ocho años del reinado de Yajdun-Lim, veinte años de dominio asirio y un reinado de treinta años para Zimri-Lim. Era posible que el progreso de la investigación aumentara aún más el número total de años. * Véase Bohl, op. cit., págs 348 y 354. La conquista de Mari que llevó a cabo Hamurabi en el trigésimo segundo año de su reinado y que, según Bohl, op. cit., pág. 354 n. 18, no constituyó la conquista definitiva, es considerada como definitiva por van der Meer, P.: The Ancient Chronology of Western Asia and Egypt (Leiden 1947, Brill), pág. 21.

1 Véase Smith, S.: "Middle Minoan MI and Babylonian Chronology", en el American Journal of Archaelogy, vol. XLIX, n' i, pág. 19, y Rowton, M. B.: "Tuppu and the Date of Hammurabi" en el Journal of Near Eastern Studies, vol. X (Chicago 1951. University of Chicago Press), págs. 184-204. 2 En /. N. E. S., vol. I, n' 3, julio de 1942, págs. 247-306 y 460-91 y el vol. u, enero-octubre de 1943, págs. 56-90. 3 Véase por ejemplo la acerba crítica de Sidney Smith, en "Middle Minoan I-II and Babylonian Chronology", pág. 18.

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la copia de otro ejemplar de la lista, las duraciones de los reinados de los reyes números 65 y 66, continuaban siendo cantidades desconocidas.1 En segundo lugar, la significación de la fórmula "su período", que sustituía a las cifras en ocho casos (números 42-47 y 84-85) era discutida. En tercer lugar, se sostenía —por lo menos lo hacía una autoridad, el doctor Sidney— que no había garantía alguna para dar por sentado que los años registrados en esta lista fueran •—desde el comienzo del año babilónico que luego llegó a conocerse retrospectivamente como el año 45 a. de C, hasta la cifra dada para el reinado de Zamsi-Abad I— años solares babilónicos calculados de acuerdo con el sistema llamado "juliano" en el mundo occidental reciente por alusión al hecho de que el gobierno romano lo hubiera adoptado oficialmente bajo la dictadura de Julio César. Un estudio del artículo de Poebel hacía evidente, hasta para un lego, que el autor había sucumbido a la tentación de tratar de forzar la lista de Jorsabad para resolver el enigma de la cronología del Asia sudoccidental con precisión y seguridad completas, a pesar de estos tres impedimentos. Poebel tácitamente supone que todos los años registrados en la lista son años julianos. Postula 2 que el compilador de la lista emplea la fórmula "su período" en el sentido técnico de significar la fracción del último año del reinado del rey anterior que aún no había expirado en el momento de la muerte o deposición de ese rey anterior; y -—-como resultado de empeñosos intentos de verificar los datos en la lista de Jorsabad comparándolos con afirmaciones cronológicas aisladas y aparentemente contradictorias entre sí, hechas por Salmanasar I (regnabat 1272-1243, suponiendo que el año solar ya se hubiera adoptado en Asiría en la época de Salmanasar) y por Esarhadon (regnabat 680-669 a. de C.)— llega a la conclusión de que las cifras perdidas correspondientes a los reinados números 65 y 66, en el caso de que se las hubiera conservado o se las recuperara, demostrarían que no abarcaban entre ellas más que un fragmento de un solo año, que ya está tenido en cuenta en la lista. Según esto, Poebel concluye que las cantidades desconocidas de la lista de Jorsabad en el estado en que la poseemos no alcanzan, sumadas, a un año, y que es lícito usar las cifras correspondientes a los años de reinados contenidas en la lista, como si representaran una serie ininterrumpida de años solares julianos. Evidentemente, al adoptar este procedimiento Poebel corre el riesgo de rebajar indebidamente la fecha del reinado de Samsi-Adad I en Asiría y Mari, y por lo tanto también la fecha del reinado de ZimriLim en Mari y del de Hamurabi en Babilonia. En verdad, si los supuestos de Poebel respecto a los tres puntos en los cuales otros estudiosos impugnaban la lista de Jorsabad fueran todos igualmente vulnerables al ataque, el resultado habría sido no sólo desacreditar la reconstrucción que hizo Poebel de la cronología asiría basada en la lista de 1 2

Véase Smith, ibid., pág. 18. En /. N. E. S., vol. i, pág. 296, n. 130.

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Jorsabad, sino también demostrar que toda reconstrucción hecha sobre esa base sería impracticable. Pero el caso era que el punto de la exposición de Poebel que resultaba menos convincente para los críticos era aquel que introducía el margen más pequeño de inseguridad aritmética en un cálculo basado en las cifras que suministraba la lista de Jorsabad. Si se hubiera demostrado que la frase t/duppisu siginificaba, cuando se la empleó en la lista de reyes, "un período indeterminado" o "un período no especificado", luego la cronología de la historia asiría desde los reinados números 84 y 83 hacia arriba quedaría aún sujeta a una considerable posibilidad de error, en tanto que de los reinados números 47-42 hacia arriba, todos serían completamente incalculables. Y se habría agregado otro elemento de inseguridad si se hubiera demostrado también que el año solar no fue adoptado para fines oficiales en Asiría hasta el reinado de Teglatfalasar I (regnabat 1114-1076 a. de C) y que antes de ese reinado los "años" registrados en los anales asirios eran años lunares que podrían haber sido o no ajustados a los años solares de tiempo en tiempo, en virtud de toscas pero eficaces intercalaciones. Mas, tocante a estos dos últimos puntos, los supuestos de Poebel, impugnados por el doctor Sidney Smith, eran aprobados por la mayoría de los expertos y el único punto de los tres en que Poebel tenía contra él una gran mayoría era su supuesto de que el par de reinados cuyas cifras correspondientes se habían perdido en la lista de Jorsabad por haberse borrado accidentalmente, equivaldrían a un valor de cero años, si las cifras se hubieran conservado. El escepticismo del doctor Sidney Smith respecto al empleo de años solares en la cronología oficial asiría antes del reinado de Teglatfalasar I, no era compartido por otros eruditos contemporáneos; * y se señalaba asimismo que si los años oficiales asirios anteriores a esa fecha hubieran sido en verdad años lunares, el efecto automático de ello sería no elevar sino rebajar las fechas en años solares, en alrededor de tres años cada siglo, y que una corrección hipotética excesiva de esta reducción automática hipotética, en virtud de ocasionales intercalaciones, era el único expediente que permitía que la hipótesis del año lunar pudiera servir como argumento en favor de fechas más altas. Además, había otro indicio positivo tanto de que la expresión tuppisu tenía el valor numérico de cero como de que los años oficiales asirios eran en verdad años solares durante por lo menos un cuarto de milenio 1 Según van der Meer, P.: The Ancient Chronology of Western Asia and Egypl (Leiden 1947, Brill), págs. 1-2, tanto los asirios como los babilonios empleaban años lunares y tanto los unos como los otros ajustaban esos años lunares al año solar juliano, de manera que babilonios y asirios usaban en la práctica años solares julianos. Los asirios tenían un método automático de ajustar sus años —"el mes cuyo comienzo estaba más próximo al equinoccio de primavera era el primer mes del año"—, en tanto que los babilonios introducían las necesarias intercalaciones por decreto. Según van der Meer la única ¡novación que llevó a cabo Teglatfalasar I de Asiría fue reemplazar el anterior método asírio de ajustar los años lunares a años solares por el método babilónico.

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antes de los días de Teglatfalasar. Se sabía, por los archivos de Tallal-Amarnah, cjue el rey Asirio Asur-Uballit I (el número 73 en la lista de Jorsabad) había sido contemporáneo del emperador egipcio Ekhnaton, de cuyo reinado se sabía por fuentes egipcias que se había desarrollado dentro del segundo cuarto del siglo xiv a. de C. (en los años 1380-1362 a. de C, según J. A. Wilson);! y sobre la base de las cifras dadas en la lista de Jorsabad habría que fechar el reinado de Asur-Uballit en 1362-1327 a. de C.,2 si la duración de reinados de los reyes números 84 y 85 (dos reinados tuppu) se computara en cero años y si se supusiera que los años registrados en la lista de Jorsabad eran años solares. De manera que parecía haber elementos positivos en favor de estos dos supuestos de Poebel, por lo menos a partir de este punto de la lista de Jorsabad hacia arriba, y no haber prueba definitiva contra el supuesto de Poebel de que los años de la lista eran años solares desde el reinado de Samsi-Adad I. El doctor Sidney Smith atacó el supuesto de Poebel de que la fórmula t/dupfHstt sarmta epus era equivalente a cero a los efectos cronológicos, al impugnar las afirmaciones filológicas en las que el propio Poebel había basado su supuesto.3 A juicio de Rowton,4 Smith había logrado demoler la base filológica de Poebel para identificar tuppisu con cero; pero Rowtoo, por su parte, propuso otra interpretación filológica de la frase que, lo mismo que la interpretación de Poebel, atribuiría un valor cero a la frase en el uso que se le daba en la lista de Jorsabad. La cuestión estaba en establecer si la fórmula empleada en la lista de Jorsabad significaba, como sostenía Sidney,5 "un período indeterminado" o si significaba, como sostenía Rowton, un "fragmento final" necesario para completar una medida de tiempo. La respuesta dependía de la interpretación que se diera a la palabra acádica tuppu en otros contextos, y en esta cuestión nadie que no fuera un asiriólogo, y un asiriólogo muy competente, podría atreverse a formular un juicio. El punto era decisivo para la cuestión cronológica que constituye el tema de la presente nota, pues si la interpretación de Smith era correcta, la fórmula significaría que el compilador de la lista de Jorsabad, o bien no conocía, o bien no quería consignar la duración del reinado al que estaba aplicando la frase; y considerando que la fórmula se aplica a no menos de ocho reinados antes de que lleguemos 1 Véase Wilson, J. A.: The Burden of Egypt (Chicago 1951, University of Chicago Press), pág. vn. 3 M. B. Rowton, en Iraq, vol. vm (1946), pág. 96, calculó que el año en que subió al trono Asur-Uballit fue no 1362 sino 1356 a. de C.; pero había también otras fechas que se proponían para el reinado de Ekhnaton que, según esas cifras se habría prolongado hasta 1352 a. de C. La contemporaneidad de Ekhnaton y Usur-Uballit estaba atestiguada, más allá de toda duda, por la recuperación de la correspondencia cambiada entre ellos y encontrada en los archivos de Tall-al-Amarna. 3 Véase Smith, Sidney: "Middle Minoan I-II and Babylonian Chronology", en A. ]. A., vol. xix, n" i, págs. 1-24. * Véase Rowton, M. B.: "Tuppu and the Date of Hammurabi", en J.N.E.S., vol. x (1951), pág. 201. 5 Ibid., pág. 19.

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(en un orden cronológico ascendente) al reinado de Samsi-Abad I, esto significaría que era prácticamente imposible establecer la fecha del reinado de Samsi-Adad I sobre la base de la lista de Jorsabad. Por otra parte, si la interpretación de Rowton era correcta, la fórmula tal como se la usó en la lista de Jorsabad significaría que el reinado a que se la aplicaba caía dentro de una fracción de tiempo que habría transcurrido entre el resto de un período ya asignado en la lista a un rey anterior y la fecha de la muerte de ese rey anterior.1 Y, según esta interpretación, un reinado caracterizado en la lista por esta fórmula vendría a ser, después de todo, cronológicamente equivalente a cero, como suponía Poebel. Un lego, que no era competente para establecer las razones filológicas que había en pro o en contra, podía empero apreciar la observación no técnica de Rowton de que era improbable que la fórmula fuera un circunloquio para confesar ignorancia o para no dar información, considerando que al consignar los nombres de los treintidós primeros reyes de la serie el compilador de la lista de Jorsabad dejó lisa y llanamente en blanco el lugar correspondiente a cada nombre, sin dar ninguna cifra de la duración del reinado y sin emplear una fórmula para encubrir su ignorancia. De manera que si el compilador admitía francamente su ignorancia en estos treinta y un casos, ¿es acaso probable que haya intentado encubrir su ignorancia en los otros ocho casos? De esto puede inferirse que la fórmula significa, en términos occidentales modernos, no "una cantidad desconocida" que como es de presumir, se habría indicado por un espacio en blanco, como antes, sino "cero".2 Si nos decidiéramos en favor de Rowton y contra Smith en cuanto a la interpretación de la fórmula t/duppisu sarruti epus, y si adoptáramos asimismo la opinión de que el compilador de la lista de Jorsabad contaba en años solares, seguiríase que la lista de Jorsabad podría emplearse como base para una reconstrucción aproximada de la cronología de la primera mitad del segundo milenio a. de C.; en efecto, con estos supuestos la única cantidad desconocida sería la duración conjunta de los dos reinados número 65 y 66, cuyas duraciones, registradas originalmente en la lista, no habían llegado al alcance de la erudición occidental moderna, debido al accidente de que la tabla de arcilla en que se había inscripto originalmente esta información se había quebrado antes de que la tablilla fuera desenterrada. La proposición de Poebel de identificar estas dos cifras que faltan con cero no era convincente por dos distintas razones. En primer lugar, parecía a priori 1 Esta interpretación del uso de la fórmula tuppu en la lista de reyes de Jorsabad es defendida no sólo por Rowton, sino también por van der Meer, P.: The Anclent Chronology of Western Asia and Egypt (Leiden 1947, Brill), pág. 10. 2 "Para expresar 'cero' (que significaría, en este caso, que la cifra que faltaba estaba incluida en la cifra dada para el rey anterior), un escriba asirio, habría tenido que usar una frase de algún tipo por la sencilla razón de que no tenía un signo que representara 'cero'." Véase Neugebauer, O.: The Exact Sciences in Antiquity (Princeton 1951, University Press), págs. 16, 20 y 29. — M. B. Rowton, en una nota al autor de este Estudio.

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improbable que precisamente esas dos anotaciones que se había perdido por un accidente físico hubieran sido originalmente, ya "lugares en blanco", ya "ceros", y no cifras que indicaran número de años, considerando que de las 69 anotaciones intactas de la lista ((desde el rey número 33, cuyo reinado es el primero que tiene indicaciones de fecha hasta el rey número 103 con cuyo reinado termina la lista) ninguna presenta "un lugar en blanco" y sólo ocho están marcadas con "cero".1 en segundo lugar, si a pesar de esta improbabilidad a priori, se aceptara la hipótesis de Poebel de que la suma de las dos anotaciones perdidas equivalía a cero, un efecto de ello, como veremos más adelante en esta nota,2 sería sincronizar capítulos de la historia sumérica y capítulos de la historia egipcíaca que, a la luz de nuestro conocimiento histórico, parece improbable que hubieran sido contemporáneos. Atendiendo a estos dos motivos, Albright 3 adjudicó una cifra de 20 años —que luego extendió a 22-27 ai"í°s—4 a ^as dos cifras que faltan, en tanto que Rowton propuso 5 adjudicarles 32 años, fundándose en que "el promedio de un reinado en el antiguo Cercano Oriente es de 16 años". La asignación primera de Albright elevaría a las fechas que da Poebel para el reinado de Samsi-Abad I de 1726-1694 a. de C. a 1746-1714 a. de C; la de Rowton, las elevaría a 1758-1726 a. de C. Como se sabe que Samsi-Adad ejerció un dominio de 21 años sobre Mari, inmediatamente antes del reinado de Zimri-Lim, y como se sabe que éste fue derrocado por Hamurabi de Babilonia en el 32? año del reinado de Zimri Lim y en el 35' año del reinado de Hamurabi, nuestra elección entre las fechas para el reinado de Samsi- Adad sobre la base de la lista de Jorsabad condicionará nuestra elección entre las diferentes fechas para el reinado de Hamurabi y, en consecuencia, para toda la época de la primera dinastía de Babilonia; pero al propio tiempo este sincronismo no basta para permitirnos establecer la fecha del reinado de Hamurabi en años antes de Cristo con precisión, puesto que presentaba aún cantidades desconocidas. No se conocía el valor numérico de la duración conjunta de los dos reinos asirios números 65 y 66, calculada en 20 o 22-27 anos por Albright y en 32 años por Rowton; y había una inseguridad —aún no superada por ninguna prueba de las existentes en los archivos de Mari— sobre la sincroni-

zación del reinado de Samsi-Abad (reinó durante 33 años como rey de Asiría, según la lista de Jorsabad) con los reinados de Zimri-Lim y Hamurabi.

1 El señor Rowton comenta, en una carta fechada el 22 de enero de 1952 y dirigida al autor de este Estudio: "Independientemente de la improbabilidad puramente matemática de que los dos reinados que faltan fueran reinados tuppu (las probabilidades en contra son por lo menos de 69 a 8), está también el factor genealógico. Si estos dos reinados, el número 65 y el número 66, han de considerarse "cero", luego los reyes 61-71 reinaron durante un total de sólo 79 años en seis generaciones, según la lista de Poebel publicada en /. N. E. S., vol. u (1943), pág. 86 V sig. Que yo sepa en toda la historia mundial no hay un caso semejante. " En las págs. 259 y 261, infra. 3 Véase Albright, \V. F.: "A Third Revisión", pág. 30 y su crítica de Alalakh and Chronology, de Sidney Smith, en A.J.A., vol. XLVII, pág. 491. 4 En una carta del 2c^ de noviembre de 1951, dirigida al autor de este Estudio. r> En una nota al autor de este Estudio.

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La significación cronológica de las observaciones de Amisaduga sobre Venus Si consideramos que ni siquiera el testimonio combinado de la lista de Jorsabad y de los archivos de Mari conseguía fechar con precisión el reinado de Hamurabi en años antes de Cristo, era una circunstancia afortunada la de que el establecimiento de fechas que daban las dos documentaciones pudiera reducirse a la elección de una determinada serie de años antes de Cristo, en virtud de una información independiente —en la forma de las observaciones del planeta Venus registradas por el cuarto sucesor de Hamurabi, Amisaduga, en tablillas de pronósticos— que restringía la posible elección de fechas para los reinados de los reyes de la primera dinastía de Babilonia a un número limitado de series de años antes de Cristo. Si esas observaciones de Venus hubieran sido los únicos datos existentes no habrían tenido ninguna utilidad a los efectos cronológicos. El doctor Smith señala 1 que "los pronósticos o augurios sólo pueden fijar fecha si, atendiendo a otros motivos, el reinado de Amisaduga puede limitarse a un período de un año o dos, dentro del cual cabría una posible determinación astronómica de la fecha de la observación"; y el juicio de Sidney Smith sobre este punto astronómico se ve confirmado por O. Neugebauer 2 quien señala que "las observaciones de Amisaduga... no bastan para decidir por medios astronómicos entre. . . por lo menos cinco posibilidades [cronológicas para la fecha del reinado de Hamurabi]".3 Neugebauer llega a la conclusión de que mientras "la astronomía postula para Hamurabi uno de los años 1856, 1848, 1792, 1736 (y acaso unas pocas fechas más intercaladas, si reo'rdenamos un poco la elección de las fechas consignadas en las tabletas de Venus) . . . la arqueología y las listas de reyes bastan para establecer la fecha tanto de la primera dinastía babilónica como de la XII dinastía egipcia".-* Según la opinión de Albright y Rowton, la lista de reyes de Asiría encontrada en Jorsabad, conjuntamente con los archivos de Mari suministra —a pesar de la inseguridad proveniente de la pérdida de las cifras para los reinados números 65 y 66 y de la falta de pruebas para establecer una sincronización exacta del reinado de Samsi-Adad con los de Zimri-Lim y Hamurabi— las pruebas históricas independientes que se necesitan para hacer uso de la información astronómica ofrecida por las tablillas de Venus. Y las fechas aproximadas que dan estos dos eru1 En A. ]. A., vol. XLIX, n» i, pág. 19. Véa-se Neugebauer, O.: "The Chronology of Hammurabi Age", en J.A.O.S., vol. i.xi, págs. 58-61. 3 Ibid., pág. 59. * Ibid., pág. 61. 2

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ditos del reinado de Samsi-Adad los llevan, atendiendo a la información de las tabletas de Venus, a considerar las fechas 1726-1684 a. de C.1, astronómicamente admisibles, como las fechas exactas del reinado de Hamurabi. Sidney Smith, que se manifiesta escéptico en cuanto a la posibilidad de obtener información cronológica de la lista de reyes de Jorsabad, pero que encuentra otra información independiente en la estratificación de objetos desenterrados en sitios de la Siria septentrional y del Egeo, se decide, fundándose en esta base, por las fechas 1792-1750 a. de C.,2 que astronómicamente son igualmente admisibles y que darían las fechas 1814-1782 a. de C, a más tardar 3 para el reinado íde Samsi-Adad I de Asiría, de acuerdo con la interpretación que hizo Dossin en 1950 d. de C. de la cronología interna de la edad de Mari. Dar tales fechas para este rey implicaría a su vez, de acuerdo con la interpretación de la lista de Jorsabad en que se considera que tuppisu significa "cero", que los dos reinados asirios números 65 y 66, de los que faltan las cifras en la lista de Jorsabad, habrían durado ochenta y ocho años por junto. No es ésta una cifra imposible para la duración conjunta de los reinados de un padre y un hijo. Hay consignada una cifra más alta para la duración del reinado del emperador egipcíaco Pepi II.4 Al mismo tiempo, la cifra hipotética 88 es de un orden de magnitud tan diferente del promedio conocido de 32 años 5 para la duración de dos reinados en el Cercano Oriente antiguo, que si no es imposible parece en alto grado improbable. Desde luego que esta cifra improbable no existe para el doctor Sidney Smith, porque él no acepta la interpretación de la lista de Jorsabad —según la cual tuppisu equivale a "cero"— de la cual surge esta cifra: y en todo caso la improbabilidad del valor numérico "88 años" no es una prueba concluyente —así como no lo es la improbabilidad del valor numérico "cero" de Poebel para las dos cifras que faltan—- en favor de las fechas que dan Albright y Rowton para Hamurabi [es decir, el sistema (c) ], considerando que el valor numérico "88", lo mismo que el valor numérico "cero" no es imposible, por más que sea improbable.

pruebas concluyentes para decidir entre los sistemas de fechas (b) y (r) para la primera dinastía de Babilonia, el paso siguiente sería el de ver si puede llegarse a una decisión tomando tomando como base la cronología de la historia egipcíaca de la misma época. Que esta investigación fuera provechosa dependía de la respuesta que se diera a dos preguntas. ¿Era posible establecer sincronismos entre la cronología de la historia del Asia sudoccidental de esa época y la cronología egipcíaca? Y, en el caso de ser posible, ¿sería esclarecedor? En otras palabras, ¿estaba la cronología, en años antes de Cristo, de la historia egipcíaca, menos en duda —o en todo caso era menos disputada— en la sexta década del siglo XX de la era cristiana, que la cronología de la historia del Asia sudoccidental en la misma época? Pudiera ser prudente considerar primero esta segunda pregunta puesto que si la respuesta que se diera a ella fuera negativa la primera pregunta sería difícilmente digna de considerarse. En el campo egipcio —como en el del Asia sudoccidental— la información astronómica en sí misma no era decisiva. Por ejemplo las declaraciones astronómicas contenidas en los papiros de Kahun encajaban igualmente bien en cronologías rivales propuestas para la dinastía XII de Egipto, que diferían una de otra en unos cien años.1 Además,

La certeza relativa de las Jechos del "Imperio Medro" egipcíaco Si ni las observaciones de Venus que registró el rey babilónico Amisaduga ni la lista de reyes de Asiría hallada en Jorsabad suministraban * Véase pág. 223, supra. 2 Véase pág. 223, supra. 3 El doctor Sidney Smith, en una carta del 13 de octubre de 1951, dirigida al autor de este Estudio. En A.J.A., vol. XLIX, n' i (1945), pág. 23, el doctor Smith sugiere las fechas, ligeramente más bajas, de 1812/1811-1780/1779 a. de C. para el reinado de Samsi-Adad I. * El doctor Smith, en una carta al autor de este Estudio, fechada el 13 de octubre de 1951, sugiere que "el reinado de Asur-rabi I [el rey número 65] tiene que haber sido muy largo para explicar los reinados breves anteriores y los reinados breves posteriores". Van der Meer, en op. cit., pág. n, dice que el reinado de Asurrabi debe de haber sido importante, si se consideran las referencias postumas que se hicieron a él. 5 Véase pág. 232, supra.

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"la cronología de Egipto antes de la dinastía XI sigue siendo completamente incierta. El sistema de Eduard Meyer propuesto para el período primero se ha desmoronado y con él han de fracasar todos los intentos de precisión hasta que no poseamos más informaciones." 2 "En cuanto a las fechas de la dinastía VI y de todos los períodos anteriores ha de contarse en siglos el margen de inseguridad." 3 Por otra parte, en 1937 d. de C. parecía que "las fechas aproximadas de la dinastía XII y períodos posteriores de la historia egipcia se habían establecido con un grado de probabilidad que se acercaba mucho a la certeza, [aun cuando] las fechas exactas —no sólo de meses y días, sino de años enteros—* deban tomarse aún cum grano salís". Puede verificarse esta última afirmación comparando las fechas que dan Edgerton, Wood y Parker5 para los reinados de los emperadores 1 Véase Neugebauer, ibid., págs. 60-61 y Wood, L. H.: "The Kahun Papyrus and the Date of the Twelfth Dynasty" en el Bulletin of the American Schools of Oriental Research, n' 99, octubre de 1945, págs. 5-9. 2 Smith, S., en A. ]. A., vol. XJX, n9 i, pág. 24. 3 Edgerton, W. F.: "On the Chronology of the Early Eighteenth Dynasty (Amenhotep I to Thutmose III)", en el American Journal of Semitic Languages and Liíeratures, vol. LUÍ, n" 3, abril de 1937, págs. 188-97- Las frases citadas se encontrarán en la pág. 197. * Edgerton, ibid., pág. 197. 5 Véase Parker, R. A.: The Calendan of Ancienl Egypt (Chicago 1950, Umversity of Chicago Press), pág. 69.

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egipcíacos de la dinastía XII. Edgerton i coloca el primer año de reinado de Amenemhat (Amenemmes) I entre 1995 a. de C. y 1970 a. de C, y propone la fecha 1986 a. de C., en tanto que Wood calcula que el emperador comenzó a reinar el 3 de enero de 1991 a. de C.,2 y Parker calcula que el año fue aproximadamente 1991 a. de C.3 Senuosret (Sesostris) III habría comenzado a reinar, según Edgerton,4 entre 1882 a. de C. y 1870 a. de C. y este estudioso propone el año 1876 a. de C., en tanto que Wood sostiene que comenzó a reinar el 6 de diciembre de 1879 a- de C-5 y Parker 6 cree que el primer año del reinado de Sesostris fue aproximadamente 1878 a. de C. Un lego bien podía tener la impresión de que no se apartaría mucho de la correlación correcta de la cronología interna de la dinastía XII de Egipto con años anteriores a Cristo, si aceptaba con Albright 7 las correlaciones de Wood y la cronología interna de Edgerton, y realizaba luego los pequeños reajustes necesarios del cuadro de fechas de Edgerton en años antes de C. y si continuaba después siguiendo a Albright, Rowton y Sidney Smith, en cuanto a considerar como virtualmente definitivas las conclusiones de Parker.8 Alentaba asimismo observar que estos tres egiptólogos, en artículos publicados en 1942 y 1945 d. de C. y en un libro publicado en 1950 d. de C., estaban sustancialmente de acuerdo no sólo entre sí sino también con Eduardo Meyer. Edgerton fecha el período total de la dinastía XII área 1989-1776 a. de C.; Wood (partiendo de las cifras que él da para los primeros años de Amenemhad (Amenemmes) I Senuosret [Sesostris] ) área 1991-1778 a. de C; Parker, 1991-1786 a. de C; Meyer circa 2000-1778 a. de C.9 En 1952 d. de C., la supervivencia, notablemente excepcional, de la cronología de Meyer,10 en este caso,

indicaba a un lego que la información que se halla a disposición de la ciencia occidental moderna de la egiptología para fechar la dinastía XII en años antes de Cristo debía de haber sido más o menos adecuada ya desde comienzo del siglo XX de la era cristiana; y a esta luz no parecía demasiado optimista tomar el sistema de Parker sobre las fechas de la dinastía XII en años antes de Cristo como un hito cronológico más o menos seguro, y llegar luego a la conclusión de que la cronología de todos los capítulos siguientes de la historia egipciaca estaba asimismo bien establecida en sus rasgos generales, por más que pudieran quedar aún dudas sobre el lugar y duración de algunos reinados aislados o sobre las relaciones en que se hallaban entre sí ciertos reinados (especialmente el de Totmes II, el de Hatshepsut y el de Totmes III).

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1 Véase Edgerton, W. F.: "Chronology of the Twelfth Dynasty" en el Journal of Near Eastern Studies, vol. I (Chicago 1942, University of Chicago Press), págs. 306-314. Véase el cuadro de la pág. 314. 2 Véase Wood, ibid., pág. 8. 3 En op. cit., pág. 69. * Véase Edgerton, ibid., pág. 314. B En op. cit., pág. 8. 6 En op. cit., pág. 69. 7 Véase Albright, en B.A.S.O.R., n" 99, pág. 13. 8 "The Calendan of Ancient Egypt, de Parker, no sólo sobrepasa a Meyer y Borchardt, sino que además reconstruye la cronología de la dinastía XII muy sólidamente" (profesor Albrigth en una carta fechada el 20 de noviembre de 1951 y dirigida al autor de este Estudio). "Admito que la obra de Parker estableció la cronología de la dinastía XII de Egipto más allá de toda duda razonable" (Rowton en una nota al autor de este Estudio). "A mi juicio, Parker ha decidido esta cuestión" (la de las fechas lunares en los documentos egipcíacos) (doctor Sidney Smith, en una carta fechada el 13 de octubre de 1951 y dirigida al autor de este Estudio). Para un lego este consenso unánime de los expertos en favor de las conclusiones de Parker era tan alentador como impresionante. 9 Véase este Estudio, I. I. 163 y V. vi. 204. 10 La cronología de Meyer, tanto para la fundación de la dinastía XII como para la anterior reunificación política de todo el mundo egipcíaco alcanzada por el príncipe Mentuhotep de la dinastía XI, quien conmemoró esta realización asumiendo el título de "Sam Tawi", "el Unificador de los dos países", ha sido conservada virtualmente sin alteraciones por H. E. Winlock, en "The Eleventh Egyptian Dynasty"

El cuadro que presentaban los archivos de Mari y los documentos babilónicos procedentes del reinado de Hamurabi Podríamos considerar ahora el cuadro del Asia sudoccidental tal como se nos presenta en los archivos de Mari, en documentos babilónicos del reinado de Hamurabi y en otras informaciones sobre ese capítulo de la historia del Asia sudoccidental descubiertas a mediados del siglo XX de la era cristiana. Una vez que hayamos examinado este cuadro, podremos establecer si la era de Hamurabi y su secuela, esto es, los restantes 155 años de vida de la primera dinastía de Babilonia, desde el primer año del reinado del sucesor inmediato de Hamurabi, Samsu-Iluna, hasta el año en que su último sucesor, Samsu-Ditana, fue derrocado por el guerrero hitita Mursilis I, pueden coordinarse o no con la aparentemente más o menos segura estructura de la cronología egipcíaca en la época de la dinastía XII de Egipto y posteriormente. (Journal of Near Eastern Studies, vol. II, n' 4, octubre de 1943 (Chicago 1943, University of Chicago Press), págs. 249-83). En este artículo Winlock, lo mismo que Meyer, estima que el primer año del reinado de Amenemhat I fue el año 2000 a. de C. (pág. 283); considera que la reunificación del mundo egipcíaco que llevó a cabo Mentuhotep "Sam Tawi" estaba a punto de completarse en 2061 a. de C. (pág. 266); y estima que el reinado total de este príncipe se extendió de 2070-2019 a. de C. (pág. 261). Pero en una obra posterior, The Rise and Valí of the Middle Kingdom in Thebes (New York 1947, Macmillan), Winlock adopta la cronología de Wood (véase págs. 8-9, conjuntamente con el cuadro cronológico de la pág. 2 ) . En esta obra, Winlock establece como fecha en que subió al trono Mentuhotep "Sam Tawi" el año 2o6r a. de C., de la reunificación que llevó a cabo Mentuhotep del mundo egipcíaco, el año 2052; y de la muerte de este emperador, 2010 a. de C. De suerte que en 1952 d. de C. había un condenso entre los egiptólogos a favor de una cronología para las dinastías XI y XII de Egipto, que colocaba las fechas iniciales nueve años más abajo que las que tenían en la cronología de Eduard Meyer. Ello no obstante, R. A. Parker colocaba la fecha terminal de la dinastía XII sólo dos años más abajo que lo que lo había hecho Eduard Meyer (es decir, Parker la colocaba en 1886 a. de C., en lugar de 1888 a. de C.), puesto que Parker corrigió la cifra 2r3 años para el período total de la dinastía XII, del papiro de Turín, y la reemplazó por la cifra 223, y así llegó a la cifra 206 para el total neto de años, considerando que 17 años de reinado del total de 223, eran años en los que se superpusieron dos reinados, como resultado de la institución de las corregencias, propias de la dinastía XII (véase Parker, op. cit., págs. 68-69).

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El cuadro que presenta el Asia sudoccidental en la edad de Hamurabi es claro. A comienzos de esa edad, veintisiete años antes de subir al trono Hamurabi, en la fecha en que comienzan los archivos de Mari, el Asia sudoccidental está aún dividida entre estados sucesores de un estado universal —"el Imperio de Sumeria y Acadia", alias el "Imperio de las Cuatro Comarcas"— que fuera fundado por Ur-Namu (antes transliterado como Ur-Engur) de Ur y fuera desmembrado después del derrocamiento del cuarto sucesor de Ur-Namu, Ibi-Sin (Ibbi-Sm), por rebeldes elamitas.1 A comienzos de ese capítulo hay nueve grandes potencias en la arena del Asia sudoccidental —Elam, Larsa, Eshnuna (en el Shinar nororiental), Asiria, Isin (en el Shinar central), Babilonia, Mari (sobre el Eufrates medio; y se extendía hacia el noroeste hasta el valle del Balij), Carquemish (sobre la orilla occidental del codo del Eufrates que dobla hacia el oeste), y Alepo (alias Yamjad)— 2 junto con un número de estados menores cuya adhesión compiten por obtener las grandes potencias.3 Las grandes potencias suméricas de la época están interesadas no en las amenazas exteriores que pudieran afectar a la sociedad sumérica en general, amenazas que podían provenir de una civilización vecina o de los bárbaros, sino en una rivalidad interna, que alimentan entre sí. Entre ellas la competición-es intensa y el período culmina en un triunfante intento de reintegrar el "Imperio de las Cuatro Comarcas" de Ur-Namu, en virtud de la aniquilación que lleva a cabo, de todas las otras potencias parroquiales, una sola victoriosa sobreviviente, que con ello alcanza el dominio universal. Esta reunificación política del mundo sumérico por la fuerza de las armas, que es la obra del rey amorreo Hamurabi de Babilonia, está precedida por un abortado brote de agresión en escala menor, en el cual los presuntos fundadores imperiales son el rey amorreo Samsi-Adad I de Asiria (el rey número 39 de la lista de Jorsabad) y sus hijos, IsmeDagan (número 40) y Yasmaj-Adad.4 Estos reyes logran dominar a Mari durante veintiún años (del io9 al 309 año inclusive de los años que comprenden los archivos de Mari); y, de acuerdo con una interpretación de cierto documento, también Eshnuna se halla transitoriamente bajo el gobierno de estos reyes de Asiría.5 Este imperialismo de

guerreros amorreos se ve frustrado por la reposición en Mari de la dinastía local anterior en la persona del rey Zimri-Lim; pero una vez que un gobernante amorreo de Asiría hubo fracasado, un gobernante amorreo de Babilonia obtiene luego éxito en ambiciones más amplias. Ya en los años 7' y 89 de su reinado, el rey Hamurabi de Babilonia ha conquistado a Isin y se la ha anexado; 1 y ahora, después de haber esperado su oportunidad durante veintidós años, establece su dominio sobre la mayor parte de sus otros rivales, en una serie de nueve sucesivas campañas anuales llevadas a cabo desde su 30' a su 389 año de reinado inclusive.2 Asiria (doblegar el poder de la cual cuesta a Hamurabi dos campañas), Larsa, Mari y Eshnuna —en verdad todas las potencias sobrevivientes en la arena del Asia sudoccidental, salvo Alepo (Yamjad), situada en el extremo noroccidental,3 y Elam situada en el extremo sudorienta!— caen bajo el dominio de Babilonia en ese período de nueve años. Hamurabi corona estas victorias obtenidas sobre otras potencias suméricas sometiendo a Gutium, 4 la parte estratégicamente vital del borde montañoso occidental de la meseta irania, a través del cual, entre Elam al sur y Asiria al norte, corre el camino (que bordea el risco de Behistán) por el cual un conquistador procedente de la cuenca del Tigris y del Eufrates avanza hacia el oriente hasta la meseta, y por el cual un bárbaro agazapado en lo alto de la meseta baja hacia el oeste sobre las tierras bajas.5

1 Véase V. vi. 308. Véase Bohl, op. cit., págs. 346 y 353. 3 Véase la carta citada por Bohl, ibid,, págs. 352-3 y por Sidney Smith en Alalakh, pág. ii, dirigida al rey Zimri-Lim de Mari por uno de sus subditos. La carta enumera cinco potencias además de Mari, esto es, Babilonia, Larsa, Eshnuna, Yamjad (es decir, Alepo) y Catana. En ella se dice explícitamente que cada una de esas potencias tiene un número de satélites y que, entre las grandes potencias mismas, hay un equilibrio de fuerzas que fluctúa según el éxito o el fracaso de cada potencia, en la perpetua competición por conquistar la adhesión de los estados menores. 4 Véase ibid., pág. 346. El rey Samsi-Adad I de Asiria no era un asirio sino, lo mismo que Hamurabi, un amorreo (véase Dossin, G.: "Samsi-Addu ler, Roí d'Assyrie" en Academie Royale de la Belgique: Bulletin de la Classe des Lettres, 5" Serie, tome xxxiv, pág. 6o). 5 El profesor Goetze comenta: "La opinión de que Eshnuna estuvo dominada por Samsi-Adad se basa en la fecha encontrada en tablillas procedentes de Ashjaly,

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La némesis del imperialismo de Hamurabi La hazaña que cumplió Hamurabi de abatir a cuatro potencias rivales en el término de nueve años recuerda a un estudioso de la historia, la que llevó a cabo Tsin Shi Huang-ti de abatir a seis potencias rivales en el término de diez años, en tanto que el desorbitado sacrificio que hizo Hamurabi de sangre y bienes en aras del arcaísta ideal de restablecer un estado universal que se hallaba desde tiempo atrás en suspenso, le recuerda las costosas campañas que Justiniano realizó en el África noroccidental, en Italia y en la península ibérica, con el objeto de recobrar para el imperio romano las remotas provincias occidentales que aquel estado universal helénico había perdido después de la muerte de Teodosio I. Teniendo en cuenta la némesis que alcanzó a la obra

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que dicen: 'año en que murió Samsi-Adad'. La argumentación no es sólida porque en la misma región se ha sacado a la luz toda una serie de fechas que conmemoran la muerte de potentados. . . Sólo puede suponerse que en ese período existía Ja costumbre de mencionar el paso del gobernante por un estado vecino en una fórmula de fecha." 1 Véase Bohl, ibid., pág. 353. 2 Ibid., págs. 346 y 353-4. 3 El señor D. J. Wiseman, del Departamento de Antigüedades Asirías y Egipcias del Museo Británico, señala la importancia que tenía en esa época Yamjad, situada en el Asia sudoccidental, como guardiana de las marcas noroccidentales de la "Fértil Media Luna" frente a los bárbaros de las tierras altas de Anatolia. * Véase Bóhl, op. cit., pág. 355. 6 Sobre este camino, véase VI. vn. 268-9 y 273, n. 4.

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tanto de Justiniano como de Tsin Shi Huang-ti a los pocos años de la muerte del funesto conquistador mundial, no es sorprendente que la misma némesis alcance al mismo perverso toar de -forcé cuando Hamurabi es el héroe —o el villano—- de la pieza. En verdad, el sucesor inmediato de Hamurabi, lo mismo que el sucesor inmediato de Justiniano y de Tsin Shi Huang-ti recogió tempestades.

nico, encontramos toda la Babilonia bajo el dominio kasita.1 Y no son estos legados kasitas del imperio de Hamurabi en las provincias metropolitanas de éste los únicos bárbaros que aprovecharon el colapso precipitado por el excesivo gasto del resto de energía de la moribunda sociedad sumérica que exigió Hamurabi. El estado sucesor kasita de un transitoriamente restaurado imperio de Sumeria y Acadia en Babilonia coexiste en el siglo XV con un estado sucesor mitanio, en la Mesopotamia, que tiene su centro en la cuenca del río Jabur; y aunque la víctima asiría de Hamurabi, a diferencia de la propia Babilonia imperial de Hamurabi, logró mantenerse libre de un gobierno directo bárbaro, Asiría se encuentra en el siglo xv en grave apuro; se ve casi rodeada por territorio mitanio y tal vez, a veces, obligada a reconocer la soberanía de los mitanes.2

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"Estas conquistas no duraron más que media [sic~\a de años: los últimos cuatro años del propio Hamurabi y los primeros ocho años de su sucesor Samsu-Iluna." i El "Imperio de Sumeria y Acadia", superficialmente reintegrado, quedó dividido desde adentro, durante el reinado de Samsi-Iluna, por la secesión de un "reino de la Tierra del Mar"; 2 y "la fórmula-fecha del 9' año de Samsu-Iluna ("el año que el ejército kasita. ..") aun en la forma abreviada en que está registrada, muestra que una invasión kasita, la única mencionada en algún documento,3 tuvo lugar en el 8' año de Samsu-Iluna." 4 Al invadir a Gutium sin llegar hasta una frontera natural, Hamurabi de Babilonia cometió el mismo error militar y poliítico de su predecesor Naramsin de Acadia.5 Provocó a los bárbaros de las tierras altas sin someterlos efectivamente, y en ambos casos la consecuencia de ello fue precipitar un alud bárbaro.6 En el segundo milenio antes de Cristo, los bárbaros montañeses kasitas reaccionaron, como habían reaccionado los bárbaros montañeses de Gutim, en el tercer milenio. Los kasitas fueron los beneficiarios de la obra de Hamurabi en el Shinar, así como los lombardos fueron los beneficiarios de la obra de Justiniano en Italia. Y cuando, después de un interregno social, el telón se levanta, en el siglo xv a. de C, ante un naciente mundo babilóBóhl, ibid., pág. 354; cotéjese págs. 346-7. Véase Smith, S.: Alalakh, págs. 18-19. 3 El profesor Albrecht Goetze, observa: "También se menciona una invasión kasita en la fórmula del 4' año del hijo de Samsu-Iluna, Abi-esuh. Véase /. C. S., vol. v, (1951), pág. 99." * Smith, op. cit,, pág. 24. 5 Véase I. i. 134. 6 El señor M. B. Rowton comenta: "Las fuerzas militares capaces de defender [la cuenca inferior del Tigris y del Eufrates] contra los bárbaros eran los ejércitos nacionales de los estados-ciudades mayores. Hamurabi destruyó tantos de estos ejérpitos como destruyó estados-ciudades. En sustitución de ello tenía sólo sus propias tropas para oponer a los bárbaros, e inevitablemente esas tropas estaban excesivamente diseminadas. En los territorios conquistados una buena parte de la población masculina había quedado reducida a la esclavitud, y en la parte restante la amargura sería demasiado grande, a lo menos durante una generación, para que el gobierno babilónico pudiera correr el riesgo de alistar a gran número de esos hombres en sus propias tropas. 1

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Estructura cronológica egipcíaca para los doscientos diez años de historia del Asia sudoccidental que van desde la más antigua de las cartas de la correspondencia diplomática del rey Samsi-Adad I de Asiría hasta la incursión a Babilonia, que realizó el guerrero hitita Mursilis I Ahora hemos de examinar de qué manera la estructura más o menos bien establecida de la cronología egipcíaca puede acomodarse a una fase de la historia del Asia sudoccidental que abarca en total un período de alrededor de 210 años, representados por los 12 últimos años de ue dan cuenta los archivos de Mari antes del primer año del reinado e Hamurabi,3 los 43 años del reinado de Hamurabi y los 155 años que terminan en el año en que Mursilis saqueó a Babilonia y durante los cuales la primera dinastía de Babilonia se prolongó después de la muerte de Hamurabi. Para que encaje en nuestra correlación, aproximadamente establecida, entre la cronología egipcíaca y años antes de Cristo, cualquier correlación de estos 210 años de la historia del Asia sudoccidental con años antes de Cristo debe llenar cuatro condiciones. La fecha inicial (es decir, la fecha en que comienza la correspondencia diplomática de Samsi-Adad) debe ser posterior a la última fecha del dominio efectivo de la dinastía XII de Egipto sobre Siria, la fecha terminal (es decir la fecha en que Mursilis I saqueó a Babilonia) debe ser anterior a la fecha más temprana del dominio continuo y efectivo de la iXVIII dinastía de Egipto sobre Siria; la fecha del reinado de este rey hitita Mursilis I debe ser lo suficientemente anterior a la fe-

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Véase I. i. 141. Véase Goetze, A.: Helhiter, Churriter und Assyrer (Leipzig 1936, Harrassowitz), págs. 98-99 y 116-17. 3 Los archivos de Mari se remontaban en el tiempo a 27 años antes del primer año de reinado de Hamurabi; pero la correspondencia particular de estos archivos, que atestigua del estado de relaciones entre el mundo sumérico y el mundo egipcíaco, es la correspondencia diplomática del rey Samsi-Adad I de Asiría, y si por un lado ésta se extiende por lo menos hasta los últimos diez años antes de subir al trono Hamurabi, parece que no hay garantía alguna para suponer que algunos de los documentos de las series daten de mucho más atrás de esa época. 1

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cha del reinado del ulterior sucesor de Mursilis I, Supiluliuma, contemporáneo del emperador egipcíaco Ekhnaton, para ofrecer el necesario espacio de tiempo en que debió desarrollarse la serie de acontecimientos conocidos de la historia hitita entre la época de Mursilis I y la de Supiluliuma; y la fecha de la muerte de Hamurabi debe ser anterior a la fecha en que llegó al ángulo nororiental del delta del Nüo una horda de bárbaros hicsos, si los hicsos estaban ya entonces equipados con carros tirados por caballos. Antes de que estas condiciones puedan usarse como criterios para juzgar los cuatro sistemas cronológicos rivales que se proponían en 1952 d. de C. para la primera dinastía de Babilonia, es menester explicar y justificar los motivos que se tienen para postular tales condiciones. El dominio de la dinastía XII sobre Siria y la fecha de ía correspondencia diplomática de Samsi-Adad I A los más de los eruditos que estudiaron los archivos de Mari hasta 1952 d. de C. parecía chocarles en ellos la falta de referencias a Egipto, y en su mayor parte habían adoptado la opinión de que en este caso un argumentum ex silentio era una inferencia legítima.1 Si se considera que las tablillas cuneiformes descubiertas en el valle del Balij, que datan del período en que Samsi-Adad dominó sobre Mari, atestiguaban que los dominios de aquel principado estaban en este capítulo de su historia tan cerca de Siria,2 la fecha en que comienza la correspondencia diplomática de Samsi-Adad I -—y a jortiori la fecha en que este rey de Asiría, que fue amo de Mari desde el 10' al 30' de los 62 años que abarcan los archivos, marchó a través de Siria hasta el Mediterráneo—3 debe ser, parecería, posterior al momento último en que el dominio de la dinastía XII de Egipto sobre Siria era aún efectivo. 1 Véase por ejemplo W. F. Albright, "New Light", en B. A. S. O. R., n° 77, págs. 27 y 31; y O. Neugebauer, en J.A.O.S., vol. LXI, pág. 58. Parecía que las pruebas positivas de la arqueología apoyaban este testimonio negativo de los archivos de Mari. "Si Hammourabi avait été un contemporain des premiers pharaons de la xu* elynastie, comment les Sesostris et Amenemhat qui avaient envoyé des cadeaux diplomatiques á Ugarit a Qatna et méme plus loin au Nord, en Asie Mineure, auraient-ils pu ignorer des centres de culture et de politique aussi importants que ceux de Babylone et de Mari? Comment expliquer aussi que ees centres, qui selon les textes de Mari avaient acheté des produits originaires de pays aussi éloignés que la Créte, soient restes dans l'ignorance de la grande culture de la vallée du Nil au temps du Moyen Empire? Enfin, comment expliquer qu'á l'occasion de l'importation des produits égéens á Mari et en Babylonie par l'intermédiaire d'Ugarit alors saturée d'influences egyptiennes, aucun monument égytien du Moyen Empire ne soit parvenú dans ees pays, alors qu'ils y furent importes du temps du Nouvel Empire?" — Schaeffer, C. F. A.: Stratigraphie Compares et Chronologie de l'Asie Occidentale (III' et II' millénaires) (London 1948, Oxford University Press), pág. 29. 2 Esta información fue comunicada al autor de este Estudio por el señor M. B. Rowton, el 6 de octubre de 1952. 3 Véase Smith, S.: Alalakh, págs. 12 y 15. "Samsi-Adad alcanzó la cumbre de su poder, como lo muestra su incursión al Mediterráneo, probablemente a fines de su reinado". — Profesor Albrecht Goetze, en una nota al autor de este Estudio, acompañada por una carta fechada el 13 de noviembre de 1951.

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El profesor Goetze rechazaba esta conclusión: "El argumento de que Egipto debería estar mencionado en los documentos de Mari [si éstos son contemporáneos de la dinastía XII] no me impresiona. Si el hecho [de que Egipto no aparezca mencionado en ellos] se tiene en cuenta, éste sencillamente confirma [la información que indicaría] las limitaciones del poder egipcio, que muchos de nosotros no queremos reconocer. Personalmente creo que ni siquiera Sesostris [Senuosret III] ejerció poder político en Siria y que la influencia de ese emperador en ciudades como Ugarit era meramente diplomática y cultural. . . Las deducciones a que llega Sidney Smith en Alalakh, págs. 13 y sigs., partiendo de ciertos sellos de estilo egipcio, no son en modo alguno convincentes. A mi juicio no existe ninguna prueba de que algún faraón de la dinastía XII haya gobernado Alalaj o Yamjad/Alepo. Mi escepticismo respecto de la dinastía XII ha ido creciendo constantemente." i El profesor Gotze señalaba que Wilson2 tenía la opinión de que la dinastía XII de Egipto había ganado influencia en Siria no por la conquista militar, sino por la "penetración pacífica" y que Wilson no era el único en sostener esa opinión. 3 Sin embargo, el profesor Albright 4 rechazaba esta explicación de la índole del dominio de la dinastía XII en Siria. "Como usted sabe, Goetze coloca el reinado de Zimri-Lim (el período de Mari, propiamente dicho) más o menos alrededor de 1850-1820 a. de C. Esto no puede acomodarse al imperio tebano de Senuosret III (Sesostris) y Amenembat (Amenemmes) III. Verdad es que algunos eruditos pretenden rebajar la estimación que sostenemos muchos de nosotros respecto del poder y prestigio egipcios durante este período e insisten en afirmar que no había un dominio real. Olvidan que (salvo en lo tocante a los Textos de Execración y algunos otros pocos puntos) nuestro conocimiento de que el imperio tebano dominaba a Nubia proviene principalmente de descubrimientos realizados en Nubia y en la región de la Primera Catarata. Análogamente nuestro conocimiento del imperio egipcio en Asia proviene de excavaciones realizadas en Palestina y Siria. En verdad se han explorado pocos estratos de este período, pero hasta donde se ha llegado aparecen invariablemente objetos egipcios. Esto es cierto en el caso de Gezer, Megido, etc., en Palestina, y también en el caso de Biblos, Katna y Ugarit, en la Siria [septentrional]. En cuanto a los Textos de Execración demuestran (y usted 1 Observaciones acompañadas por una carta del 13 de noviembre de 1951, del profesor Goetze al autor de este Estudio. 2 En The Barden on Egypt, pág. 134. 3 "Recientemente han expresado parecidas opiniones A. Scharff, en Scharff, A. y Moortgat, A.: Aegypten und Vorderasien im Altertum (Munich 1950, Bruckmañn), págs. 106 y sigs., y R. Dussaud, en L'Art Phénicien du 11" Millénaire (Paris 1949, Geuthner), págs. 25 y sigs.". — Profesor Goetze, ibid. * En la carta del 20 de noviembre de 1951, al autor de este Estudio,

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lo menciona) i que el límite septentrional de la soberanía egipcia (por precaria que pudiera ser la defensa de esta línea) corría aproximadamente a lo largo del valle Eleuterio, que seguía hacia el sur, para pasar alrededor del borde septentrional del territorio de Damasco. Hasta en la época de la dinastía XIII había aún cierta apariencia de unidad bajo los primeros reyes y desde Sebekhotep II hasta Sebekhoted IV incluso especialmente Neferhotep, que aún tenía el título 'señor de Biblos' alrededor de 17401730 a. de C.2 En verdad, hubo sólo unos pocos años anteriores a alrededor de 1720 a. de C. en los que Egipto se encontró verdaderamente en un estado de anarquía y de los que no se ha conservado ningún monumento. Fue esa una época en que floreció la literatura, y el arte del periodo no podía pasarse enteramente por alto. Es seguro que aún se exportaban mercaderías egipcias (por ejemplo escarabajos tallados). Si seguimos la cronología de Sidney Smith 3 y fechamos el período de Mari propiamente dicho en alrededor de 1790-1760 a. de C., nos encontraremos en la última década aproximadamente de la dinastía XII y en la primera generación de la dinastía XIII. Es increíble que no se mencionara a Egipto y que no se encontraran objetos egipcios en Mari, durante ese período (cuando la influencia egipcia era tan intensa en Biblos, precisamente antes y después del fin de la dinastía XII). Los registros de Mari mencionan con frecuencia a Ugarit y Katna, a Biblos y Hazor menos frecuentemente, a Chipre y Creta a menudo; habrían tenido que mencionar a Egipto, a menos que ese período fuera precisamente aquel en que la influencia egipcia había quedado reducida a la nada por los semitas nómadas que se habían apoderado del delta y del bajo Egipto en general (no hay ningún monumento de los últimos reyes de la dinastía XIII al norte del Alto Egipto)."

fechar el reinado de Hamurabi en época tan posterior como 17041662 a. de C. (es decir, a adoptar el sistema de cómputos ( d ] ) . La hipótesis de Bohl de fechar los archivos de Mari en una época posthicsos es una reductlo ad absurdum si, como se arguye más abajo, hay otras circunstancias que pudieran indicar que los hicsos difícilmente habrían fijado sus primeras posiciones en el delta mientras Hamurabi estaba aún vivo.1 Además, ni siquiera el sistema de cómputo (d} tendría el efecto de hacer que la correspondencia diplomática de Samsi-Adad fuera posterior al establecimiento de los hicsos en el delta, a menos que aceptáramos para este acontecimiento de la historia egipcíaca, el más temprano de los varios sistemas de fechas que se proponen para él y que oscila en un período de más de cincuenta años (entre circa 1730 y arca 1675 a. de C.). 2 Un observador lego de esta controversia cronológica podría sentirse inclinado a rechazar los dos extremos representados por las respectivas tesis de Bohl y Goetze; y ese observador podía advertir asimismo que el único punto en que parecía existir cierto acuerdo entre los expertos, en disidencia tocante a todos los otros puntos, era la impresión predominante de que la decadencia del dominio del "Imperio Medio" en Siria había sido un proceso gradual. ¿En qué fase del proceso la decadencia llegó a un grado en que pudiera ser digno de crédito el hecho de que en la correspondencia diplomática de una potencia que ocupaba el Eufrates medio, el factor egipcio en las cuestiones internacionales no dejara ninguna señal? En 1952 d. de C., la mayor parte de los expertos parecía estar de acuerdo en que el dominio del "Imperio Medio" en Siria, cualquiera fuera su índole precisa, ya que había pasado su cénit, por lo menos después de la muerte de Amenemhat III (Amenemmes) acaecida circa 1797 a. de C., pero que se hallaba aún en su auge hasta la fecha de la muerte de Sesostris (Senuosret III), acaecida circa 1843 a- de C. El punto sobre el cual no existía aún acuerdo era el de la situación política de Siria durante el reinado de Amenemhat (Amenemmes) III (imperabat circa 1842-1797 a. de C.). En su apogeo, el dominio del "Imperio Medio" egipcíaco se extendía por los principados sirios septentrionales de Biblos, en la costa, de Alalaj sobre el Orontes y de Yanjad entre los codos del Orontes y el Eufrates, como estaba atestiguado por las pruebas de monumentos desenterrados.3 Con todo, antes de terminar el reinado de Amenembat (Amenemmes) III, Biblos (y por lo tanto, como es de presumir a fortiori, el interior de la Siria septentrional) se había hecho independiente.4 Por otra parte, el mantenimiento efectivo de gobierno egip-

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Como se ve, los abogados del sistema de cómputo (r) y del sistema de cómputos (a) difieren in toto en sus respectivas estimaciones del grado de visibilidad que tenía el "Imperio Medio" egipcíaco en el horizonte de una potencia que ocupaba el Eufrates Medio hacia el noroeste hasta el valle de su afluente, el Balij. Mientras Goetze estima que la presencia del "Imperio Medio" en Siria podría haberse ignorado en Mari, aun en el momento culminante del poder de la dinastía XII, Albright estima, por su parte, que nunca pudo haberse ignorado hasta una fase de la decadencia y caída de los epígonos de la dinastía ¡XII a la que se llegó sólo más de cien años después de la muerte de Senuosret III (Sesostris). Por su lado, Bóhl aparentemente no cree que Egipto pudiera ser ignorado en Mari antes de que los invasores oárbaros hicsos de Egipto llegaran al ángulo nororiental del delta del Nilo; 4 y éste parece ser uno de los motivos que lo llevan. :a Véase pág. 245, injra. — A. J. T. Véase Albright, W. F.: "An Indirect Synchronism between Egypt and Mesopotamia área 1730 B. C.", en B.A.S.O.R., n* 99 (1945), págs. 9-18. •—• A. J. T. 3 Es decir, el sistema de cómputo (b). Desde luego, esta argumentación del profesor Albright iría, a fortiori, contra el sistema de cómputo (a) que sostiene el profesor Goetze. — A. J. T. * Véase Bohl, op. cil., págs. 248 y 252. 1

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Véase págs. 254, infra. Véase págs. 253, infra. 3 Véase Smith, S.: Alalakh, págs. 13-15. * Véase Albright, F. W.: "The Land of Damascus between 1850 and 1750 B. C", en B.A.S.O.R., n" 83 (New Haven, octubre de 1941), pág. 32; eundem: "An Indirect Synchronism between Egypt and Mesopotamia circa 1730 B. C.", ibid., n' 99, octubre de 1945, pág. 17, n. 52. 1 2

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ció en la Siria media y meridional durante por lo menos los primeros años de los 49 del reinado de Amenemhat (Amenemmes) III parece estar atestiguado por listas de toponímicos y nombres personales inscritos en figulinas, conservadas en Bruselas, que Albrigh fecha en el tercer cuarto del siglo xix a. de C; en cuanto a los toponímicos aquí mencionados, abarcan la Palestina occidental y Fenicia hacia el norte hasta el río Eleutero (Arabicé Nohr-al-Kabir) —es decir más al norte que Biblos—• sobre la costa y Galaad septentrional, el Haurán y Damasco, en el interior, en tanto que en la Baka se extienden hacia el norte hasta Ras Balbak, cuarenta millas al sur de Homs.1 Sidney Smith 2 admite que "la disminución del poder egipcio fue lenta. Los monumentos de Has ash-Shamrah implican gobierno [egipcio] de Ugarit en la época de Amenemhat III. No hay ninguna razón válida para creer que el debilitamiento de Egipto no comenzó hasta los disturbios dinásticos producidos después de la muerte de este emperador y que el dominio de Egipto en Asia no se perdió por completo hasta alrededor de veinte años después de la muerte de Nefer-hotcp". Sidney Smith llega a la conclusión de que "el dominio de la dinastía XII de Egipto en Siria cesó en alguna época del reinado de Amenemhat III".3 Con todo, Goetze, al admitir, teniendo en cuenta el ítrgumentum a silentio, que la fecha inicial de los archivos de Mari debe ser posterior al fin del reinado de Senuosret (Sesostris) III, sostiene* que la falta en ellos de toda referencia al mundo egipcíaco es compatible con un cómputo de fechas que pondría el comienzo de esos archivos ya a comienzos del reinado de Amenemhat ,(Amenemmes) III. Frente a este desacuerdo de los expertos, la actitud más prudente que podía adoptar un lego en 1952 d. de C. era suponer provisionalmente que el límite hacia arriba más aproximadamente probable para situar nuestros problemáticos 210 años de historia del Asia sudoccidental era el punto medio del reinado de Amenemhat (Amenemnes) III, esto es, área 1820-1819 a. de C., mientras reconocía por otro lado que ese límite hacia arriba podría llegar hasta 1842 a. de C., o hacia abajo hasta 1797 a. de C. Esto significaría que 1792-1750 a. de C. (sistema de cómputo (b)) sería el más probable de los varios cómputos de fechas astronómicamente posibles propuestos para el reinado de Hamurabi, puesto que, según este sistema, las cartas más antiguas de la correspondencia diplomática de Samsi-Adad datarían de circo, 1804 a. de C.; y entonces 1595 a. de C. sería la fecha de la incursión que Mursilis realizó a Babilonia, aunque, atendiendo a las informaciones relativas a la dinastía XII egipcíaca, estas fechas podrían remontarse hasta 1842 a. de C., para el comienzo de la corresVéase Albright, en B.A.S.O.R., n° 83, págs. 32-33. En una carta del 13 de octubre de 1951, dirigida al autor de este Estadio. Alctlakh, pág. 29. * En un artículo leído por él en la American Oriental Society de Cincinnati, en Pascua de 1950. 1

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pendencia de Samsi Adad, a 1830-1788 a. de C. para el reinado de Hamurabi y a 1623 a. de C. para la incursión a Babilonia, o bien hacia abajo, a 1797 a. de C, 1785-1743 a. de C. y 1588 a. de C. respectivamente, si aceptamos que el momento en que Egipto desapareció por debajo del horizonte diplomático de Mari pudo haber sido algún momento de los 46 años del reinado de Amenemhat (Amenemnes) III (área 1842-1797 a. de C.). Como se ve, aun cuando admitiéramos la posibilidad de fechar la correspondencia de Samsi-Adad al comienzo mismo del reinado de Amenemhat III, esto excluiría aún el sistema de cómputo ( a ) , mientras que podríamos fechar la correspondencia de Samsi-Adad tan tardíamente como sería un punto medio del reinado de Amenemhat III sin por ello excluir el sistema de cómputo (b). Por otra parte, si sostuviéramos que la correspondencia de Samsi-Adad en que se ignora a Egipto no comenzó hasta después de la muerte de Amenemhat III, esto excluiría el sistema de cómputo (¿>) así como el sistema (a), según lo señaló Rowton.1 "El límite teórico más alto es, como usted dice, 1842 a. de C., puesto que Amenemhat III está atestiguado en Ras ash-Shamrah. La cronología de Goetze da como primer año del reinado de Hamurabi circo, 1850 a. de C. y el fin del dominio egipcio en Siria no después de 1860 a. de C. La cronología de Smith da circo, 1805 a. de C. para ese último acontecimiento y por eso entra dentro de los límites que usted señala; pero esto exige que postulemos que el dominio egipcio en Siria terminó durante el reinado del poderoso Amenemhat III (cotéjese Alalakh, pág. 29). No hay prueba alguna de ello y ciertamente no puede considerarse probable a priort. El hecho de que en Ras ash-Shamrah los monumentos de Amenemhat III (y otros) fueran deliberadamente dañados muestra que el dominio de ese emperador allí se sentía y era por eso muy real." Si atendiendo a estas razones resultan inadmisibles los sistemas de cómputos (b) y ( a ) , en cambio el sistema (c) sería compatible con la estimación más larga de la duración de la influencia del "Imperio Medio" en Siria, pues según el sistema (c) la correspondencia de Samsi Adad no habría comenzado antes de área 1740 a. de C., es decir, alrededor de medio siglo después de la muerte de Amenemhat III. El dominio de la dinastía XVIII sobre Siria y la fecha de la incursión de Mursilis I a Babilonia ¿Cuándo se estableció efectivamente el dominio de la dinastía iXVIII sobre Siria? En una inscripción que data del segundo año de su reinado, Totmes (Tutmosis) I pretende que su dominio se extendía al Eufrates; 1 En una nota acompañada por una carta al autor de este Estudio, con fecha 20 de noviembre de 1951.

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y puesto que el emperador no dice expresamente que él mismo conquistó ese dominio es posible que lo haya heredado de alguno de sus predecesores. Mientras se sostiene como cosa improbable que el cauteloso fundador de la dinastía XVIII, Amosis, haya mantenido posiciones permanentes en Asia más al norte de Palestina, no hay prueba alguna en contra —aunque tampoco la hay en favor— de que el dominio sobre toda la Siria hasta el Eufrates que Totmes I pretende ejercer fuera logrado por el inmediato sucesor de Amosis y predecesor inmediato de Totmes I, Amenhotep (Amenofis) I.1 Si prestamos crédito a la pretensión de Totmes y adoptamos las fechas que da Wilson de estos reinados 2 (y esas fechas se contaban entre las estimaciones más bajas en el momento de escribir estas líneas), podemos considerar como seguro que la incursión que hizo a Babilonia Mursilis I no puede haber sido posterior al momento en que subió al trono Totmes I, es decir en 1525 a. de C., y es posible que esa incursión no fuera posterior a alguna fecha del reinado de Amenhotep I, quien, según Wilson, ocupó el trono desde 1545 a 1525 a. de C. El saqueo de Babilonia que llevó a cabo Mursilis no puede haber ocurrido después de que la dinastía XVIII de Egipto hubiera establecido un dominio efectivo y continuo en el norte de Siria, puesto que en los registros de esta dinastía no se hace mención alguna de la histórica campaña hitita ni mención alguna del propio Mursilis I; y considerando que Mursilis I no sólo saqueó a Babilonia sino que además pretende haber abatido al reino de Alepo,3

en que subió al trono Amenhotep (Amenemnes) I, según el cómputo de Wilson). Con todo parecía que no había garantía alguna para tomar lo bastante en serio la pretensión de Totmes (Tutmosis) I para aventurarnos a usarla confiadamente como prueba, a los efectos cronológicos. La única información corroboradora conocida por los estudiosos occidentales en 1952 d. de C., era la declaración de Totmes (Tutmosis) III contenida en su registro de la campaña que realizó en el 33' año de su reinado, en la que llegó al codo del Eufrates que dobla hacia el oeste y durante la cual realizó una incursión a través del río, en cuya orilla occidental erigió una estela junto a la estela de Totmes I que había encontrado allí. Este testimonio de Totmes III probaría que Totmes I o alguno de sus lugartenientes había penetrado hasta ese punto en el Asia y había establecido allí un límite del imperio egipcíaco en la "frontera natural" ofrecida por el curso del Eufrates, donde el río se aproxima más a la costa del Mediterráneo. Pero esto no sería prueba de que el propio Totmes I o cualquier sucesor suyo anterior a Totmes III haya mantenido continua o efectivamente esa línea; en verdad, la conquista sistemática de Siria que Totmes III realizó gradualmente en un período total de los doce años que van desde el 22' al 33' de su reinado, permitiría presumir que Siria no se hallaba bajo gobierno egipcio efectivo durante por lo menos el capítulo de historia inmediatamente anterior, esto es, cuando ocupaba el trono la emperatriz Hatshepsut; y, según esto, mientras no tenemos por qué abrigar dudas de que había llegado alguna vez hasta el Eufrates una fuerza expedicionaria conducida o enviada por Totmes I, no podemos estar seguros de que la Siria septentrional, hasta la línea del Eufrates, haya sido alguna vez efectivamente ocupada o gobernada continuadamente por el "Imperio Nuevo" de Egipto, en una fecha anterior al 339 año del reinado de Totmes III. Como Wilson fecha el reinado de Totmes III en 1490-1436 a. de C., esto significa que la información que tenemos sobre la historia egipcíaca no excluye de manera inequívoca nuestro cómputo según el cual los 210 años de la historia del Asia sudoccidental serían 1668-1458 a. de C. (es decir, los 210 años que precedieron inmediatamente al 33' año del reinado de Totmes III). Como se ve, el dominio de la dinastía XVIII de Egipto sobre Siria no nos proporciona un criterio cronológico decisivo para fechar nuestros 210 años de historia del Asia sudoccidental, porque los hechos referentes a este episodio de historia egipcíaca que los estudiosos occidentales modernos habían sacado a la luz hasta 1952 d. de C., eran aún tan fragmentarios que dejaban en esa época un margen de no menos de 87 años entre la fecha más temprana (1546 a. de C.) y la fecha más tardía (1459 a. de C.) que eran las fechas teóricamente posibles que para el último año antes de Cristo en que Mursilis realizo su incursión a Babilonia podían proponerse sin encontrar oposición en los datos cronológicos egipcíacos. Si el dominio de la dinastía XVIII sobre Siria hasta el Eufrates fue la obra de Amenhotep I realizada a co-

"es increíble que. . . cuando Egipto ejercía un gobierno nominal en Siria hasta el Eufrates. . ., las inscripciones egipcias no mencionaran a los hititas, en una época en que, bajo Mursilis I, aquéllos conquistaron la Siria y la Mesopotamia occidental".* Esto significaría que si Totmes (Tutmosis) I no ejerció en verdad ni siquiera un gobierno nominal sobre Siria hasta el Eufrates, la correlación más baja de nuestros 210 años de historia sumérica con años antes de Cristo que podría permitir nuestra estructura cronológica egipcia de la dinastía XI, sería 1733-1524 a. de C. (es decir, los 210 años que precedieron inmediatamente al segundo año de reinado de Totmes I, según el cómputo de Wilson). Ello significaría asimismo que, atendiendo a las informaciones de la historia egipcíaca, no estaríamos enteramente seguros, a menos que hiciéramos remontar nuestros 210 años de historia del Asia Sudoccidental a 1755-1546 a. de C. (es decir los 210 años que precedieron inmediatamente al momento 1 Véase la discusión sobre este punto contenida en Drioton, E. y Vandier, J.: L'Égypte (París 1946, Presses Universitaires de France), pág. 381. 2 Véase Wilson, J. A.: The Burden of Egypt (Chicago 1951, University of Chicago Press), pág. vil. 3 Véase Smith, S.: Alalakh, págs. 12-13. * Albright, W. F., en A. J. A., vol. XLVII, pág. 492.

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mienzos de su reinado, circa 1545 a. de C, ello excluiría los dos sistemas de cómputos (d) y (c) de los cuatro sistemas rivales para fechar la historia del Asia sudoccidental, que sitúan la incursión de Mursilis I en 1507 a. de C. y en 1531/0 a. de C. respectivamente. pero no sería incompatible con el sistema (¿) que fecha la incursión en 1595 a. de C., o a jortiori con el sistema (a) que la fecha en 1651 a. de C. Si por otro lado el dominio de la dinastía ¡XVIII de Siria se había extendido hasta el Eufrates sólo antes del segundo año del reinado de Totmes I, circa 1523 a. de C., ello excluiría aún el sistema de cómputo (
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baja aún que la fecha de Poebel (el cuarto y más bajo de los cuatro sistemas rivales), y el sistema de Poebel es el más bajo que las cifras contenidas en la lista de reyes de Jorsabad permiten, aun cuando se atribuya —como hace Poebel —un valor numérico de "cero" a todas las cantidades desconocidas de la lista. Además, fechar el reinado de Mursilis I en el segundo cuarto del siglo xv a. de C. no encajaría con los hechos conocidos de la historia hitita, pues tal hipótesis reduce el intervalo entre el reino de Mursilis I y el de Tutjaliya I a menos de treinta años. Con todo, la posibilidad teórica, atendiendo a la información egipcíaca —por improbable que resulte a la luz de otros hechos— de que la incursión de Mursilis I puede haberse producido en época de Hatshepsut inhabilita el dominio de la dinastía XVIII sobre Siria como criterio decisivo para decidir entre los cuatro sistemas de cómputo rivales de la cronología del Asia sudoccidental, puesto que si la fecha de la incursión hubiera sido en verdad tan tardía, habría resultado demasiado tardía para que fuera compatible con cualquiera de estos cuatro sistemas de cómputo, de manera que no nos ofrecería guía alguna para decidir acerca de sus respectivos méritos relativos. La contemporaneidad del reinado del Ekhnaion con el de Supiluliuma, y la fecha de la incursión de Aíursilts I a Babilonia Había sin embargo otro punto de referencia en la cronología de la dinastía XVIII de Egipto que tal vez pudiera arrojar alguna luz indirecta sobre la fecha de la incursión de Mursilis I. Ekhnaton (imperabat 1380-1362 a. de C., según Wilson) era contemporáneo, como se sabía, del guerrero hitita Supiluliuma; éste era uno de los sucesores de Mursilis I, de manera que bien pudiera ser posible estimar el intervalo de tiempo transcurrido entre los reinados de estos dos reyes hititas asignando fechas hipotéticas a los hechos conocidos de la historia hitita de ese período. Este otro modo de enfocar la fecha de la incursión de Mursilis era, sin embargo, en alto grado problemático en el momento de escribir estas líneas; puesto que hasta 1952 d. de C. la información sobre este período de historia hitita que se hallaba a disposición de los estudiosos occidentales era aún fragmentaria y la interpretación de lo que existía, aún discutida. El profesor Albrecht Goetze, que era el pioneer de este enfoque,1 procuraba afianzar el terreno estableciendo un sincronismo adicional —hitita-egipcio— para reforzar el sincronismo entre los reinados de Supiluliuma y Ekhnaton. Goetze suponía que el reino del bisabuelo de Supiluliuma, Tutjaliya I, no podía haber comenzado antes de circa 1449 a. de C., puesto que el renacimiento de la potencia hitita en el reinado de Tutjaliya I se "hizo sentir en la expansión del imperio hitita a Siria, y era inconcebible que esa expansión pudiera haberse iniciado mientras 1 Véase Goetze, A.: "The Problem of Chronology and Early Hittite History", en B.A.S.O.R., n° 122, abril de 1951, págs. 18-25.

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vivía el emperador egipcíaco Totmes (Tutmosis) III.1 De este par concordante de sincronismos de la cronología egipcíaca y de la cronología hitita se seguiría que la incursión a Babilonia del rey hitita Mursilis I debería fecharse lo bastante temprano para permitir intercalar entre ese hecho y el momento en que subió al trono Tutjaliya I los hechos de la historia hitita que salieron a la luz al exhumarse los archivos de Bogashkoel. Después de examinar la documentación sobre esos hechos intermedios, que estaba al alcance de los estudiosos occidentales, Goetze llegó a la conclusión,2 en 1951 d. de C, de que el saqueo de Babilonia que llevó a cabo Mursilis I estaba

bió al trono circa 1430 a. de C., esto haría que el momento en que subió al trono Mursilis I fuera circa 1550 a. de C. Un corolario de esta revisión que hizo Rowton de las cifras de Goetze sería el de que la información ofrecida por los hechos conocidos de la historia hitita podría conciliarse con la fecha 1531/0 a. de C., para la incursión de Mursilis I (la fecha que le asigna el sistema de cómputo (c)), en lugar de obligarnos a fechar la incursión en 1651/0 a. de C., fecha que, de aceptarse, excluiría no sólo los sistemas de cómputo (d) y (r), sino también el sistema (¿>), lo cual dejaría dueño del campo exclusivamente al sistema (a) de Goetze. Con todo, la crítica de Rowton a la tesis de Goetze ! parecía mostrar que mientras la argumentación tomada de la historia hitita hablaba en contra del sistema de cómputo ( d ) , no excluía ni el sistema (c) ni a fortiori el sistema (¿>). En otras palabras, la historia hitita, lo mismo que la historia del dominio sobre Siria de la dinastía XVIII egipcíaca, no nos ofrece el criterio decisivo que estamos buscando.

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"separado del [renacimiento de la potencia hitita bajo los predecesores de Supiluliuma] por no menos de nueve reinados, de los cuales por lo menos dos fueron muy largos. Los nueve reyes en cuestión representan 5 -j- X, más probablemente 7, generaciones. En años, esto equivaldría a un período aproximado de doscientos años. Puesto que el hecho II se fija en área 1450 a. de C., deberíamos colocar, teniendo en cuenta esta base, el hecho I alrededor de 1650 a. de C. De manera que de las cuatro soluciones propuestas del problema de la cronología babilónica, (V) y (d) resultan imposibles; (¿>) es improbable. Quedaría pues únicamente (¿)." La reconstrucción que hace el profesor Goetze de este capítulo de la historia hitita y, en consecuencia, también las conclusiones cronológicas a que llega partiendo de aquélla eran rechazadas por los abogados de los otros tres sistemas rivales, incluso el doctor Sidney Smith,3 cuyo sistema de fechas era el más alto después del propio Goetze 4 no aceptaba la duplicación que hacía Goetze de la serie de tres reyes hititas: Hantili, Zidanta y Huzziya. "De estos reyes no se sabe nada" sugería, "que apoye la opinión de que hubo dos de cada uno de ellos". Rowton 5 atacaba las conclusiones cronológicas de Goetze fundándose en la información estadística de las historias del Asia sudoccidental y de Egipto. Sobre esa base, Rowton sostenía que 1432 a. de C. era una fecha más probable que 1449 a. de C. para el año en que subió al trono Tutjaliya I; que el promedio de una generación de las familias reales de esa época era, a lo sumo, 25,2 años y acaso no más de 23, contra lo que opinaba Goetze, que calculaba ese promedio en 28 años; y que, en una edad políticamente turbulenta, los hechos conocidos de la historia hitita, desde el comienzo del reinado de Mursilis I hasta el comienzo del reinado de Tutjaliya I, no exigen que se adjudique una cantidad de años mayor de 120, contra la opinión de Goetze de unos 200. Si se considera que Tutjaliya I su1 Goetze, ibid., págs. 19 y 20, hace esta segunda observación. Sin embargo, la fecha que daba Wilson para la muerte de Totmes III era no 1449 a. de C., sino 1436 a. de C. 3 Ibid., pág. 23. 3 Por ejemplo en una carta fechada el 13 de octubre de 1951, el autor de este Estudio. 4 En una carta del 20 de noviembre de 1951, al autor de este Estudio. 5 En B.A.S.O.R., n9 126, abril de 1952, págs. 20-24.

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La conquista de Egipto por los hicsos y la fecha del reinado de Hamurabi Otra fecha de la relativamente bien establecida cronología egipcíaca que podría ofrecernos un punto de referencia para la cronología, relativamente insegura, del Asia sudoccidental era, como observamos, la fecha en que llegaron al ángulo nororiental del delta del Nilo invasores bárbaros hicsos. En 1952 d. de C., los egiptólogos fechaban de manera diferente en años antes de Cristo este hecho y lo hacían en fechas que oscilaban desde circa 1730 a. de C.,2 pasaban por circa 1720-1715 a. de C.,3 1750 a. de C.4 y 1682 a. de C.,5 y llegaban hasta circa 1675 a. de C.° La elección de las fechas, en esta fluctuación de alrededor de 55 años, para la llegada de los hicsos a las márgenes asiáticas del mundo egipcíaco, arrojaría luz sobre la cronología del Asia sudoccidental, si se estableciera que los invasores bárbaros hicsos de Egipto, lo mismo que los contemporáneos invasores bárbaros mitanios y kasitas de la Me1 En B.A.S.O.R., n" 127 (1952), págs. 21-26, se encontrará una réplica del profesor Goetze a Rowton. Véase también ibid., págs. 27-30. Albright, W. F.: "Further Observations on the Chronology of the Early Second Millennium B. C." 2 Véase Drioton, E. y Vandier, J.: L'Égypte (París 19-16, Presses Universitaires de France), págs. 282-4. Compárese Save-Soderbergh, I.: "The Hyksos Rule in Egypt" en el Journal of Egyptian Archaeology, vol. xxxvn, diciembre de 1951 (London 1951, The Egypt Exploration Society), págs. 55, con n. i. 3 Fundándose en la prueba de "la estela del año 400" (que Drioton y Vandier interpretan como que indica una fecha ciña 1730 a. de C. para el primer establecimiento de los hicsos en el Delta) Sidney Smith, en Alalakh, pág. i, n. i, fecha ese establecimiento entre 1720 y 1715 a. de C. * Véase Bóhl, op. cit., pág. 348, siguiendo a Stock, H.: Studien zur Gescbicbte und Arcbüologie der i¡ bis 17 Dynastie Agyptische Forschiingen, Helf 12 (Glückstadt-Hamburg 1942 ). 8 Sewell, J. W. S., acerca de la prueba de "la estela del año 400", en The Legacy of Egypt (Oxford 1942, Clarendon Press), pág. 10. 8 El señor M. B. Rowton, en una comunicación al autor de este Estudio.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 254 sopotamia y del Shinar, llevaban consigo por lo menos un contingente de guerreros sánscritohablantes de origen nómada centroasiático, pues se seguiría que ese contingente, en todo caso, debía de haber llegado a Siria desde el Asia central, vía Mesopotamia, y de esto se seguiría a su vez que no habrían pasado por la Mesopotamia hasta después de la muerte de Hamurabi, puesto que la cuenca del Tigris superior y por ende, a fortiori, las cuencas del Jabur y del Balij, formaban parte de los dominios de Hamurabi, según lo demostraba el descubrimiento hecho en Diyarbakr de un monumento que mostraba en relieve un retrato de Hamurabi."1 Verdad era que en 1952 d. de C, los resultados de los recientes descubrimientos e interpretaciones de documentos ponían en tela de juicio la efectividad de la autoridad de Hamurabi sobre los varios principados que él pretendía haber sometido. Pero aun cuando se excluyera la relación de Hamurabi de sus propias obras a la luz de estos nuevos conocimientos, parecería todavía difícil creer que si una horda nómada eurasiática hubiera irrumpido a través de la frontera septentrional del imperio de Hamurabi mientras éste vivía, no se hubiera encontrado ninguna referencia a ese conmovedor suceso entre los registros desenterrados de Hamurabi. En consecuencia, si se demostraba que los invasores bárbaros hicsos de Egipto llevaban consigo un contingente de nómadas procedentes del Asia central, el establecimiento de la fecha en que invadieron Egipto ofrecería un criterio para juzgar sobre los cuatro sistemas de fechas rivales para el reinado de Hamurabi. Pero en 1952 d. de C., esta opinión sobre la composición y el origen de los invasores hicsos se veía combatida por críticos que sostenían que en verdad no había prueba alguna de que entre los hicsos hubiera otros bárbaros que los bárbaros locales semíticohablantes, oriundos de las vecindades inmediatas del ángulo nororiental del delta del Nilo; y que tampoco había prueba alguna de que la invasión de los hicsos hubiera sido un cataclismo súbito y abrumador y no una infiltración gradual. Si esta otra opinión sobre los hicsos fuera la correcta, luego evidentemente no podría obtenerse ningún criterio para la cronología del Asia sudoccidental de la fecha en que los hicsos invadieron a Egipto, cualquiera haya sido esa fecha, ni en el caso de que se la identificara con un determinado año antes de Cristo, ni en el caso de que se la identificara con un período que se extendía tal vez a más de medio siglo, pues una infiltración gradual en Egipto de bárbaros locales procedentes de la península de Sinaí o, a lo sumo, de Palestina o TransJordania, podía haberse producido durante la vida de Hamurabi, sin dejar ninguna marca en los registros de su reinado. Como se ve, la actual controversia sobre la composición y origen de los hicsos y sobre las circunstancias del establecimiento de su dominio en Egipto, giraba en torno a la cuestión de si la fecha en que los hicsos invadieron Egipto podía o no podía emplearse como criterio para establecer fechas de la historia del Asia sudoccidental. Por eso he-

* Véase Bohl, op. cit., pág. 354.

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mos de considerar las razones en pro y en contra de esta controversia egiptológica, antes de todo intento de aplicar este criterio a la cronología del Asia sudoccidental; y al considerar luego cómo respondían a esta prueba los cuatro sistemas rivales de fechas propuestos para la historia del Asia sudoccidental, no debemos olvidar nunca que esa prueba sería válida únicamente en el caso de que la opinión de que los hicsos llevaban consigo un contingente de nómadas del Asia central sánscritohablantes, prevaleciera sobre la opinión de que los hicsos no eran sino bárbaros locales semíticohablantes procedentes de los bordes asiáticos del delta del Nilo. La controversia sobre la composición y origen de los hicsos se refería a tres puntos: la lengua que hablaban, las armas que usaban y la manera en que se hicieron dueños de Egipto. La creencia de que entre los hicsos había un contingente sánscritohablante se basaba en dos circunstancias: primero, la presencia filológicamente bien atestiguada, de un contingente sánscritohablante entre los más o menos contemporáneos invasores bárbaros mitanios de la Mesopotamia e invasores kasitas del Shinará y segundo, la conjetura de que ese elemento que había entre los hicsos estaba representado por el elemento de la población de Siria del siglo xv que llevaba el título de "mariannu" y la conjetura de que la voz rnarianrm era una palabra indoeuropea que significaba "varones" y por lo tanto "guerreros". Parecía que los mitanios y los kasitas er?.n hordas compuestas en las que los bárbaros transfronterizos de más allá de los límites septentrionales y orientales del imperio de Hamurabi estaban reforzados por contingentes de nómadas del Asia central que hablaban una lengua indoeuropea. 'Parece que los kasitas eran montañeses guteos del Zagros, reforzados por nómadas sánscritohablantes; los mitanios, montañeses horcos de Armenia, reforzados por nómadas sánscritohablantes. Si se demostrara que los hicsos eran bárbaros de Palestina o de Sinaí semíticohablantes reforzados por nómadas sánscritohablantes y acaso también por horcos, esto coincidiría con el resto del cuadro de la Volkerwanderung de los siglos xvm y xvn a. de C. La distribución geográfica de los descendientes de los intrusos indoeuropeohablantes procedentes del Asia central que invadieron el Asia sudoccidental, como los encontramos distribuidos a partir del siglo xv a. de C., se ajusta por lo menos a un elemento arqueológico de información i que sugiere que una ola de invasores sánscritohablantes que había irrumpido de la estepa eurasasiática a la meseta irania, se dividió en un ala izquierda, que pasando por el Irán oriental llegó a los dominios de la cultura del Indo, y un ala derecha, que se había extendido hacia el oeste a través de las puertas del Caspio, para llegar a Azerbaiján y desde allí, a través de Armenia, a Anatolia y, a través de la Mesopotamia, a Siria y posteriormente a Egip1 Stuart Piggott, en su Prehistoric India (London 1950, Pelican), págs. 228-9, señala la afinidad que hay entre espadas llevadas a Mohenjo-daro por los bárbaros sánscritohablantes que destruyeron la cultura del Indio, y espadas de la época de los hicsos encontradas en Palestina.

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to, así como en el siglo xi de la era cristiana los invasores nómadas turcoha'blantes del califato abasida se dividieron en un ala izquierda que descendió a los dominios que el califato tenía en el valle del Indo, y un ala derecha que, desde una nueva base de operaciones situada en Azerbaiján, invadió a partir de 1037 d. de C. los dominios que el imperio romano de Oriente tenía en Anatolia, a partir de 1071 d. de C. Siria y por último Egipto, en 1164-9 d. de C. Atendiendo a esta analogía histórica podríamos asimismo inferir que en la época de la primera dinastía de Babilonia el Asia sudoccidental desempeñó el mismo papel que en la época del califato abasida en cuanto a obrar como un imán que atrajo a los invasores nómadas de sus distantes y montañosos lugares de pastoreo del Asia central, y que, en las dos épocas por igual, las ulteriores invasiones que llevaron a cabo los nómadas a Anatolia, Siria y Egipto, fueron consecuencias incidentales de un ataque que había tenido como primeros objetivos la cuenca del Tigris y del Eufrates y la cuenca del Indo.1 Contra esta sugestión de que los hicsos probablemente hayan sido un caso análogo al de los mitanios y al de los kasitas en cuanto a su composición y origen, Albright observa que

procedentes de Escandinavia. Según esto, el argumentum a silentio de Save-Soderbergh y de Albright podría quedar refutado, si los descubrimientos y la investigación confirmaran dos tesis de Eduard Meyer: la de que habría que considerar epígonos sobrevivientes de los hicsos a los "mariannu", que se encuentran en Siria en el siglo xv a. de C., y la de que la voz "mariannu" es indoeuropea.1 En el siglo xv a. de C., los mariannu que había en Siria estaban dispuestos inmediatamente frente a los mitanios a través del Eufrates en la Mesopotamia, y la aparente supervivencia del nombre mariannu, unos mil años después, en Anatolia, parece asimismo indicar que los mariannu estuvieron asociados con los mitanios en una Volkerwanderung que había llegado en el siglo xviu o xvn a. de C. a Anatolia, desde un punto de partida situado en el Asia central. Herodoto 2 coloca a los mares (cuyo nombre estaba perpetuado aún en 1952 d. de C. en el distrito de Georgia llamado Imeretia) en el Hinterland montañoso del ángulo sudoriental del Mar Negro; en tanto que los mariandinos 3 que ulteriormente fueron esclavizados por colonos helénicos de la Heraclea póntica, en una faja occidental de la costa Anatolia del Mar Negro, atestiguan por la estructura "compuesta" de su nombre que en aquel lugar los mariannu se encontraron y mezclaron con invasores tinos, procedentes de la Europa sudoriental, así como en el Hinterland de la costa mediterránea de España análogamente los celtas se encontraron y mezclaron con íberos, para formar la comunidad mixta conocida como los celtíberos. Un fenómeno semejante muestra que un destacamento de mitanios se abrió camino en Anatolia siguiendo las huellas de los mariannu, así como en el siglo vn a. de C. los escitas se abrieron camino hasta Anatolia siguiendo las huellas de los cimerios.4 Herodoto coloca una comunidad de "matienos" 5 sobre la orilla derecha 3él río Halis (Kyzyl Irmak) frente a los frigios, y dice 6 que en la fuerza expedicionaria de Jerjes estos "matienos" estaban junto a los paflagonios y llevaban el mismo equipo que los paflagonios, los ligies, los mariandinos

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"después de todo, los nombres reales hicsos son predominantemente cananeos o amorreos, de manera que la irrupción de los indoiranios y horcos [en el Asia sudoccidental] parece haberse agotado en gran medida antes de llegar a las fronteras egipcias".2

Sáve-Sóderbergh 3 se pronuncia en el mismo sentido aún más categóricamente: "Los más de los nombres hicsos son semíticos puros y aquellos que no pueden explicarse de esta manera son, en todo caso, difícilmente horeos. . . 4 Los nombres de tipo horco brillan notablemente por su ausencia entre los hicsos".5 Se comprueba el carácter endeble de este razonamiento cuando se considera la posibilidad de que por los mismos motivos puede llegarse a la conclusión de que la irrupción de los escandinavos en la cristiandad occidental durante la edad de tinieblas de la historia occidental debió de agotarse antes de llegar a Normandía, puesto que los nombres que llevaban y las lenguas que hablaban los conquistadores normandos de Apulia, Sicilia e Inglaterra eran, después de todo, predominantemente franceses. Sólo que en este caso ocurre que sabemos que a pesar de esta prueba lingüística los antepasados de los amos normandos del siglo XI de una provincia costera de Francia habían llegado allí en el siglo X, En I. i. 130-4, se ha hecho esta observación. - Albright, W. F., en B. A. S. O. R., n° 78, abril de 1940, pág. 33. 3 Save-Soderbergh, T.: "The Hyksos Rule in Egypt", en The ]ournai of Egyptiam Archaeology, vol. xxxvji, diciembre de 1951 (London 1951, The Egypt Exploration Society), págs. 53-71. * Ibid., pág. 58. 5 Ibid., pág. 58, n. 3. 1

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1 Véase Meyer, E.: Gescloicbte des Alterlums, vol. H, Parte I, 2* ed. págs. 33-38, citado en I. i. 131. 2 En el Libro III, cap. 94 y Libro VII, cap. 79. 3 Véase Herodoto, Libro I, cap. 28; Libro III, cap. 90; Libro VII, cap. 72. * Hrozny se aventura a conjeturar que los madianitas eran los epígonos de un destacamento de estos mitanios, que habían acompañado al ala izquierda de los mariannu o se habían anticipado a ella en la invasión de Siria, y desde allí se habían lanzado a las tierras altas de la Arabia nororiental. Véase Hrozny, B.: Die Atieste Geschicbíe Vorderasiens und Indiens (Fragüe 1943, Melantrich), págs. 134, 152, 213-14. Hrozny señala en op. di., pág. 134 que su identificación de los madianitas con los mitanios está confirmada por la presencia de los asociados de los mitanios, los horeos, sobre el Camino Real inmediatamente al norte del país de los madianitas, en las tierras altas situadas al este del uadi Arabah, que ulteriormente fueron tomadas a estos "horitas" por los edomitas (véase VI. vil. 145, n. i ) . Sin embargo, Goetze rechazaba la identificación de Hrozny de los nombres "madianitas" y "mitanios". 5 En el Libro I, caps. 72. 6 En el Libro VII, cap. 72.

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y los capadocios. Recateo * acaso consigna la presencia de una vanguardia de estos "matienos" en la orilla izquierda (es decir, occidental), del Halis, cuando menciona una ciudad llamada Hyopé, cerca de Gordii, habitada por "matienos" que llevaban la vestimenta de los paflagonios, en tanto que los "matienos" de Mecateo, que son vecinos de los moscos,2 serían los "matienos" anatolios de Herodoto, si los moscos en cuestión son aquellos que lucharon contra los asirlos en Licaonia en el siglo vin a. de C; pero serían vecinos de los mares, que ocupaban el Hinlertancí del ángulo sudoriental del Mar Negro, si los moscos asociados con ellos, como era implícito en el pasaje de Recateo, constituyen el resto de los moscos que habían sobrevivido en esa región aislada.3 Esta asociación geográfica del nombre "mariannu" con el nombre "mitanio" podría recomendar la tesis de que los mariannu, lo mismo que los mitanios, incluían un elemento indoeuropeohablante, si hubiera también alguna garantía filológica que lo indicara. Sin embargo, los eruditos más recientes rechazaban la hipotética etimología indoeuropea de la palabra conjeturada por Eduard Meyer. Según el doctor Sidney Smith,4 la sílaba "mar-" de "mariannu" derivaba de una voz sumérica que significaba "carro", en tanto que la sílaba "-annu sería un sufijo de la lengua horea, no de una lengua indoeuropea". Según D. J. Wiseman,5 no se encontraba ningún nombre personal indoeuropeo entre los aproximadamente dos mil nombres personales de mariannu conocidos por los estudiosos occidentales modernos hasta octubre de 1952. El señor Wiseman coincidía con el doctor Sidney Smith en sostener que "mariannu" era una voz horea; y esto era lo que cabía esperar considerando que, en Alalaj, alrededor del 90% de los nombres personales eran horeos en el siglo xv a. de C., en tanto que en el mismo lugar y en el siglo xvín a. de C. ya eran corrientes algunos de esos nombres horeos del siglo xv.6 Parece que la palabra mariannu no era un nombre gentilicio, sino una voz para designar una clase. Existía, por ejemplo, un decreto del siglo xv, dado por Nikmepa, por el que se hace a Gabia "mariannu" a perpetuidad. En la Siria septentrional del siglo xv a. de

C. los mariannu parecen haber constituido la más alta de las tres clases en que se dividía la población.1 Y parece asimismo que se distinguían por poseer transporte rodado, considerando que las anotaciones "tiene un carro / carretón" y "no tiene carro" estaban colocadas frente a los nombres de mariannu de una lista desenterrada. También se ha encontrado un registro de caballos de un año puestos al servicio de "mariannu".2 Esta asociación de los mariannu con caballos en el siglo xv a. de C. parece ser otra indicación de que, aun cuando los mariannu no compartieran con los mitanios un elemento indoeuropeo en su composición racial, compartían en cambio con ellos el dominio de una técnica militar atribuida asimismo a los hicsos por una escuela de eruditos occidentales modernos. Esta escuela atribuía a los hicsos la posesión de dos armas nuevas: el carro de guerra tirado por caballos 3 y el arco compuesto.-4 Y se sostenía que esas dos nuevas armas habían sido introducidas en el Asia sudoccidental súbitamente en el siglo XVH o en el siglo xvii, por invasores nómadas sánscritohablantes, procedentes del Asia central.5 Pero posteriormente esta tesis hubo de rechazarse. Según Save-Sóderbergh,6 por ejemplo, "el caballo era conocido en la Mesopotamia mucho antes de que encontremos rastros de los indoeuropeos 7 y . . . no hay la menor prueba de que los hicsos emplearan el caballo hasta la última parte de su gobierno en Egipto." Entre las reliquias materiales de la vida de Egipto durante el período del dominio de los hicsos en el país "no se ha encontrado ni siquiera un hueso de caballo en ninguna tumba egipcia de esa época ni ningún cuadro de caballo, y en las escenas de caza del cazador aparece a pie".8 De entre todas las supuestas obras dé defensa de tierra de los hicsos, tomadas antes por los característicos campamentos en círculo de un ejército de conductores de carros, sólo dos se identificaron en el Egipto mismo, y esas dos resultaban ser probablemente no fortalezas, sino cimientos de templos.9 En cuanto a las nuevas armas de los hicsos, Save-Sóderbergh sostiene 10 que

Hecateo, fragmento 287, en el ordenamiento de Jacoby. Ibid., 288, en el ordenamiento de Jacoby. 3 Quien adujo la prueba sobre los matienos anatolios fue F. H. Weissbach, en Pauly-Wissova: Realensyklopadie, nueva edición, vol. XIV (Stuttgart 1930, Metzler), cois. 2203-4. En el mapa helénico de Anatolia, "Matiané" (Turcicé Machan) también figura como el nombre de una estación (exatamente al sur de la curva más meridional del río Halis), del camino entre Soando (Nevshehir) y Sacasena (Süksün). * En una comunicación personal al autor de este Estudio. Véase también The Antiguarles' Journal, vol. xix., pág. 43. 8 En una comunicación personal al autor de este Estudio. Véase también D. J. Wiseman: The Alalakh Tablets (London 1952, British School of Archaelogy at Ankara: Ocassional Papers, n9 2), pág. 9-10. 6 En el siglo xvm a. de C., los nombres de los utensilios más comunes eran asimismo horeos en Alalaj; y esto sugería que en esa época el horeo se había convertido en la lengua predominante de la Siria septentrional." (Nota del señor Wiseman.) 1

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1 "Alalaj tiene treinta y cuatro mariannu, que parecen ser los principales ciudadanos en todas las esferas de la vida. Uno de ellos es el alcalde. Las aldeas vecinas tienen menos." (Nota del señor Wiseman.) 2 Nota del señor Wiseman. 3 Véase Winlock, H. E.: The Rise and Fall of the Middle Kingdom in T'bebes (New York 1947, Macmillan), págs. 152-8. * Véase Winlock, ibid., pág. 158-9. 5 Véase VIII. VIH. » Ibid., pág. 59. 7 "Véase por ejemplo Goetze: "Kleinasien, 72 (para el caso de un rabí sise, en las tabletas capadocias del siglo xix); caballos y carros en Mari bajo Zimri-Lim (Syria, n' XIX, pág. 125); Mallowan, Iraq, n' IX, pág. 216 ('el carro ya estaba muy difundido en los primitivos períodos dinásticos sargónidas III, y la guerra con carros, practicada tan libremente a mediados del segundo milenio antes de C., era entonces una explotación relativamente moderna de un invento que se había hecho más de mil años antes')." (Nota del señor Wiseman.) 8 Véase ibid., págs. 59-60. 9 Ibid., pág. 61. 10 Véase ibid., pág. 6o.

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"sólo alrededor de fines de su gobierno en Egipto los hicsos itnrodujeron una serie de mejoras en la técnica militar, en un intento de sostener su poder político contra la creciente oposición egipcia. Entonces importaron de Asia los primeros carros tirados por caballos, nuevos tipos de dagas y espadas, armas de bronce, el fuerte arco compuesto asiático, etc.".1

De suerte que en 1952 d. de C. la tesis de que entre los hicsos había un contingente de nómadas sánscritohablantes del Asia central era muy discutida; y aunque en el estado aún indeciso de la controversia no pudiera afirmarse todavía que esta tesis hubiera quedado invalidada, era ya claro que todo intento de usarla como criterio para fechar el reinado de Hamura'oi estaba sujeto a la posibilidad de que, al fin de cuentas, fuera una caña quebrada. Sin olvidar estas reservas, podemos ahora continuar considerando cómo la fecha de la invasión de los hicsos a Egipto afectaría la elección entre las cuatro reconstrucciones rivales de la cronología del Asia sudoccidental, si, después de todo, entre los hicsos hubiera habido un contingete del Asia central que no habría llevado sus carros de guerra a través de Asia sudoccidental, mientras Hamurabi estaba todavía vivo.1 Si, de acuerdo con esto, considerábamos como seguro que la muerte de Hamurabi debió producirse antes que la invasión de los hicsos a Egipto, ello excluiría el sistema (d) que fecha la muerte de Hamurabi en 1662 a. de C, es decir, trece años después de la más tardía de las diferentes fechas, que oscilan entre 1730 a. de C. y 1675 a - de £•> <íue se proponían para la invasión de los hicsos a Egipto, en 1952 d. de C.2 Sin embargo, no puede emplearse este hecho de la historia egipcíaca como criterio para decidir entre los sistemas cronológicos (c) y (d} propuestos para el reinado de Hamurabi, a menos que podamos llegar a alguna conclusión respecto de la fecha de la propia invasión de los hicsos, pues en 1952 d. de C., los sistemas rivales oscilaban, para este hecho, como vimos, dentro de un término de no menos de 5 5 años, que se extendía desde 1730 a 1675 a. de C.; y mientras la más temprana de estas dos fechas extremas excluiría no sólo el sistema (d} para el reinado de Hamurabi, sino también el sistema (c), que fecha la muerte de Hamurabi en 1686 a. de C., la más tardía de las dos fechas extremas sería compatible con el sistema (c) y también con el sistema (&). Como se ve, la posibilidad de aceptar el sistema (c) para el reinado de Hamurabi podía discutirse en la actual controversia sobre la fecha de la in-

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La opinión contraria, de que los hicsos habían llevado consigo estas nuevas armas en el primer momento de su aparición y de que, gracias a ellas, conquistaron a Egipto de golpe, podría verse apoyada por el tardío e indirecto, pero único sobreviviente, registro literario de la conquista de los hicsos. Manetón, en un pasaje de su obra que cita Josefo en su Contra Apionem,2 dice: "La historia es casi increíblemente fantástica. Un pueblo del Oriente, de oscuro origen, tuvo la audacia de marchar contra Egipto y lo conquistó de un golpe. Para ese pueblo fue un juego de niños, no encontró ninguna resistencia y luego, cuando venció al anterior gobierno de Egipto, se comportó atrozmente. Incendió ciudades y arrasó los templos, y la totalidad de la población nativa sufrió cruelmente a manos de ellos: los varones fueron muertos, las mujeres y los niños reducidos a la esclavitud."

En este pasaje, que era la única información literaria sobreviviente de aquel hecho, la nota de lo inesperado, de lo súbito, de lo sorpresivo y de lo rápido es inconfundible y, más aún, enfática; pero contra esta interpretación del tecstimonio de Manetón, sea o no digno de crédito, Sáve-Soderbergh aduce pruebas arqueológicas para sustentar la tesis de que la conquista fue gradual y que ésta consistió tan sólo en la sustitución de gobernantes egipcios por gobernantes locales semíticohablantes y no en la inmigración de una horda de bárbaros extranjeros procedentes de más allá del mundo egipcíaco. En el Delta oriental, monarcas con nombres semíticos comienzan a aparecer acaso ya en 1730 a. de C.3 El término que fue transliterado al griego como "hicsos" y que significa "gobernantes de países extranjeros", nos "da la impresión de que los hicsos formaban sólo un pequeño grupo de dinastas extranjeros, antes que un pueblo numeroso con una civilización propia".4 "En Egipto hay gran número de tumbas del período de los hicsos, pero en ninguna parte se da un claro indicio de una invasión de algún pueblo extranjero procedente del norte. . . En ninguna parte se registra algún cambio en las costumbres funerarias" 5 y el argumento que se ha alegado, tocante al estilo de la alfarería egipcia de la edad de los hicsos, que indicaría una inmigración de un pueblo extranjero a Egipto en ese período, es endeble.6 1

Ib id., pág. 61.

Josefo: Contra Apionem, Libro I, caps. 75-82. 3 Véase Sáve-Soderbergh, ibid., pág. 55, n. i. * Ibid., pág. 56. 5 Ibid., págs. 56-57. » Ibid., págs. 57-58. 2

1 Goetze, en un artículo leído en la American Oriental Society de Cincinnati, en Pascua de 1950, sostenía que una invasión de Egipto por bárbaros del Asia central no podía haberse producido mientras estuvo en el trono el sucesor de Hamurabi, Samsu-iluna, puesto que durante su reinado Babilonia aún mantenía el dominio sobre la región del Eufrates medio; pero, ¿no podrían aquellos bárbaros haber marchado de este a oeste a través de las llanuras de la Mesopotamia septentrional y haber cruzado el Eufrates en el codo que dobla hacia el oeste, en algún punto situado al norte de Carquemish? Esa ruta difícilmente habría violado los dominios del imperio babilónico, situados en el territorio del antiguo reino de Mari. 2 El profesor W. F. Albright comenta, en una carta fechada el 5 de enero de 1952 y dirigida al autor de este Estudio: "Ciertamente se produjo una conmoción militar en la Mesopotamia, Siria y Palestina en los años que siguieron inmediatamente a la muerte de Hamurabi. Y como es difícil separar ese ataque militar del surgimiento de la dinastía XV en Egipto [es decir, el establecimiento del dominio de los hicsos — A. J. T.] aparentemente nos veríamos obligados a fechar el último acontecimiento tan tardíamente como después de 1660 a. de C., fecha muy improbable."

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vasión de los hicsos a Egipto, suponiendo, claro está, que la horda de los hicsos comprendiera un contingente de bárbaros procedentes del Asia central. A la luz de la información egipcíaca de que disponían hasta la fecha los estudiosos occidentales, existían dos posiciones independientes para establecer la fecha de la invasión de los hicsos. Como las fechas de la dinastía XII y la fecha de la expulsión de los hicsos de Egipto que llevó a cabo Amosis estaban ya más o menos bien establecidas, podía reconstruirse la cronología de la época intermedia sobre la base de listas de reyes egipcíacos y nombres, años de reinado y actos de reyes individuales que estaban registrados en documentos desenterrados. Si se fechaba el colapso del poder de los hicsos en Egipto, en drca 1567 a. de C, la cifra de 108 años que da el Papiro de Turín para la duración total de la dinastía XV de los hicsos l colocaría la invasión de los hicsos a Egipto en 1675 a. de C. y esta fecha daría bastante tiepo para intercalar, por un lado, a cinco o seis guerreros hicsos de la dinastía XV que ejercieron dominio en Egipto,2 y por otro para agrupar los faraones anteriores, puestos juntos en las listas de reyes como la dinastía XIII, que habían reinado entre el fin de la dinastía XII, fechado por Parker en 1786 a. de C, y la irrupción de los hicsos. Este sistema de fechas se ajustaba tan bien a todas las interpretaciones de todas las informaciones que se poseían, salvo un solo punto, que difícilmente habría podido ponérselo en tela de juicio, si no hubiera aparecido esa excepción en la forma de "la estela del año 4oo".3 Ese monumento se descubrió en el lugar de la ciudad del Delta, Tanis (alias Ramsés), a la que se trasladó desde Tebas la capital del "Imperio Nuevo" en época de la dinastía XIX.4 La inscripción de la estela declara que fue erigida por orden de Ramsés (Ramesses) II (imperabat 1301-1234 a. de C., según Wilson), para conmemorar una visita oficial que hizo a Tanis el padre de Ramsés (Ramesses) II, Seti (Setos) I —en alguna fecha, a juzgar por el tratamiento y título empleados en este contexto, anterior al momento en que subieron al trono imperial Seti I y su padre, Ramsés II con motivo de la celebración del reinado de "Seth el Grande de Fuerza, el hijo de Re, su amado". Como Set era la divinidad local tutelar de Tanis y como el año 400° de su reinado fue la ocasión que condujo a la erección de la estela, el año inicial de este período de cuatrocientos años debía ser una fecha en la que Tanis, por

alguna razón, se había convertido en un lugar importante. Si se suponía que Tanis era "Avaris", la ciudad en que el guerrero hicso que conquistó el Egipto estableció sus cuarteles generales militares y su residencia de verano, según el pasaje de la obra de Manetón citado por Josefo en Contra Apionem^ algunos estudiosos occidentales conjeturaban que la elección de la ciudad que hicieron los hicsos para ese importante papel era el acontecimiento ocurrido en la historia de Tanis que se había tomado como fecha inicial de una era cuyo año 400' había dado ocasión para la erección de la estela de Ramsés (Ramesses) II. Y esta conjetura podría parecer apoyada por la representación del dios Set, que en la estela aparece con ropas asiáticas, puesto que se sabía que los hicsos habían identificado a la divinidad egipcíaca autóctona Set con una divinidad tutelar propia importada. Si se supusiera además que el período de cuatrocientos años había de empezar a contarse no desde la fecha de la erección de la estela, sino desde la fecha de la visita oficial que hizo Set a Tanis en algún momento anterior al fin del reinado de Horemheb (imperabat área 1349-1319 a. de C.), el resultado de este cúmulo de suposiciones indicaría que la conquista de Egipto por los hicsos se habría producido alrededor de 1730-1720 a. de C. A menos que se supusiera, como lo hacía Sáve-Soderbergh 2 que a la dinastía XV de los hicsos había seguido una dinastía XVI de los hicsos, esta interpretación de la estela del año 400 era la única base para fechar la conquista de Egipto por los hicsos antes de área 1675 a- de C. que, como vimos, era la fecha indicada por la cifra, contenida en el Papiro de Turín, de 108 años para la duración de la dinastía XV. Aceptar siquiera la más baja de las fechas propuestas para la conquista de los hicsos que pudiera conciliarse con esta interpretación de la "estela del año 400" tendría el efecto, cronológicamente negativo, de dejar demasiado poco tiempo para la totalidad de los reinos conocidos que se desarrollaron entre el fin de la dinastía XII y el comienzo de la dinastía XV de los hicsos.3 Algunos de los eruditos que ponían su fe en la estela procuraban superar esta dificultad suponiendo que los reinados de algunos de los faraones de la dinastía XIII eran contemporáneos entre sí, en tanto que otros eruditos procuraban superarla suponiendo que el último de estos reinados era contemporáneo de la primera fase de la conquista de Egipto que llevaron a cabo los hicsos y que, según esta hipótesis, se habría cumplido en fases sucesivas. Habría algo que decir a favor de la primera de estas dos maneras propuestas de resolver la dificultad cronológica, considerando que por lo menos en la fase última antes de la conquista de los hicsos el gobierno imperial egipcio parecía haberse desintegrado en una serie de pequeños principados parroquiales; pero la segunda de las dos maneras difícilmente podía conciliarse con la versión de Manetón, según la cual los hicsos conquistaron a Egipto de un golpe; y la historia de Ma-

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1 Manetón da la cifra de 104/3 años para la misma época, es decir, la duración de la dinastía XV. Save-Soderbergh, en loe. cit., pág. 66, prolonga la duración total del gobierno de los hicsos en el norte de Egipto y en el sur de Palestina, al considerar que los gobernantes hicsos de la dinastía XV fueron seguidos de "un segundo grupo", que podemos llamar dinastía XVI. 2 Manetón dejó registrados cinco nombres de faraones hicsos de la dinastía XV; los arqueólogos occidentales modernos recobraron cinco nombres (cuatro de ellos correspondientes a cuatro de Manetón) (véase Drioton y Vandier, op. cit., pág. 285). 3 Traducción inglesa en Pritchard, J. B.: Ancient Near Eastern Texis (Princeton 1950, University Press), págs. 252-3. * Véase II. n. 125 y 127.

1 2 8

Libro I, caps. 75-82, parcialmente traducidos en la pág. 260, supra. Véase pág. 262, n. i, supra. Drioton y Vandier, en op. cit., pág. 283, hacen esta observación.

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netón, por fantástica que pudiera parecer, no era increíble, atendiendo a la hipótesis de que los hicsos hubieran llevado en sus filas un contingente de guerreros nómadas eurasiáticos que se habrían precipitado sobre el Asia sudoccidental, equipados con nuevas armas que eran irresistibles para adversarios que aún no hubieran aprendido a usarlas. Estos arqueros y conductores de carros se habrían asegurado la plena eficacia de su armamento en su ataque a Egipto porque habrían caído súbitamente sobre el país, y así lo habrían tomado completamente de sorpresa. Con todo, este elemento decisivo de la sorpresa no se habría aprovechado bien. Tan pronto como se estableció contacto militar, las víctimas de los carros tirados por caballos y del arco compuesto se habrían visto obligadas a aprender las artes de sus conquistadores. En Egipto, después de la conquista de los hicsos, a los tábanos les llevó en verdad más de un siglo —área 1670 a. de €.-1567 a. de C.— convertirse en conductores de carros lo bastante competentes para poder expulsar a los hicsos de nuevo al Asia. De este hecho histórico real podemos inferir que si —contrariamente al cuadro pintado por Manetón— la conquista de Egipto que hicieron los hicsos se prolongó en verdad durante un período de alrededor de medio siglo, esa incitación "vacilante" habría suscitado por parte de los egipcios una respuesta cada vez más efectiva; y, es más aún, si la conquista se hubiera realizado verdaderamente a ritmo lento, habría sido improbable que alguna vez se hubiera completado. Según esto, un lego podría sentirse inclinado a aferrarse al testimonio de Manetón, a pesar de una interpretación de "la estela del año 400" que, después de todo, no era ni podía ser otra cosa que un tejido de conjeturas. La inscripción de la estela no aclaraba si los 400 años habían de comenzar a contarse desde la fecha en que Ramsés II mandó erigir la estela, o desde la fecha de la visita oficial de Seti. Si el período habría de hacerse comenzar en la fecha de la erección, no había dato alguno del año del reinado de Ramsés II en el que se llevó a cabo tal erección; y hasta la fecha del reinado de Ransés II en años antes de Cristo era incierta.1 Si por otra parte, comenzara a contarse el período desde la fecha de la visita oficial de Seti, no había ninguna indicación del año del reinado de Horemheb en que se verificó tal visita. Por último, cualquiera fuera la fecha inicial de ese período de 400 años, no había prueba alguna de que el acontecimiento conmemorado por ella, de la historia de Tanis, hubiera sido el hecho de que un conquistador hicso de Egipto eligiera a Tanis como su cuartel general y residencia de verano.2 En verdad, no era seguro que Tanis fuera una place d'armes de

los hicsos, que Manetón, en la única información histórica acerca de ella, llama no "Tanis", sino "Avaris". Si renunciáramos a este empeño, manifiestamente arriesgado, de extraer de "la estela del año 400" una fecha para la conquista de Egipto que llevaron a cabo los hicsos, quedaría en indiscutida posesión del campo una fecha circa 1675 a. de C. para ese acontecimiento; y nuestra condición de que el reinado de Hamurabi debía haber terminado antes de que los hicsos llevaran a cabo su conquista de Egipto, no nos suministraría luego un criterio para juzgar entre los sistemas (r) y (¿>), tocante al reinado de Hamurabi; pues si los hicsos conquistaron a Egipto circa 1675 a - de C., Hamurabi ya estaba muerto en esa época, según los sistemas (c) y (¿) y, es más aún, esa fecha de la conquista de los hicsos encaja muy bien en el sistema ( c ) . Como el profesor Albright señala,1

1 El señor Rowton, M. B., ha sostenido en The Journal of Egyptian Archaeology, vol. xxxiv (1948, pág. 72) que Ramsés II habría subido al trono, no en 1301 a. de C., sino en 1290 a. de C. 2 Por otro lado, el acontecimiento tomado como la fecha inaugural de una era de Tanis podría haber sido la elección de la ciudad para que sirviera de sede local de gobierno a uno de los principados parroquiales —algunos gobernados por príncipes egipcios nativos y otros, acaso, gobernados por guerreros extranjeros semítico-

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"según mi cronología [es decir, el sistema (V) ], los poderosos gobernantes hicsos de la dinastía XV, que conquistaron el alto Egipto alrededor de 1675 a. de C., reflejan en un grado, aún desconocido, la irrupción de las hordas horcas e indoarias que invadieron la Mesopotamia y casi abatieron a Babilonia, después de la muerte de Hamurabi, durante los primeros años del reinado de su hijo, Samsu-iluna".

En verdad, la primera aparición en la historia que hicieron los primos kasitas de los hicsos, cuando en el octavo año del reinado de Samsu-iluna hablantes procedentes de una tierra de nadie de más allá de los bordes orientales del Delta— en que el Bajo Egipto pudo haberse desintegrado durante la última fase de decadencia del "Imperio Medio", antes de la conquista de los hicsos. En una carta del 20 de noviembre de 1951 al autor de este Estudio, el profesor Albright observa que él colocaría el imperio hicso de la dinastía XV, alrededor de 15901580 a. de C., 20-30 años más abajo de la fecha inicial sugerida para ese imperio por H. Stock, en sus Studien zar Gescbichte und Archaeologie der 13 bis 17 Dynasiie Agyftens. En el mismo lugar, el profesor Albright agrega que el imperio de los hicsos "estuvo claramente precedido por un período anárquico de dominio semítico, que duró acaso 20-30 años, durante los cuales el prestigio de Egipto quedó reducido a la nada". A diferencia de una Volkerwanderung nómada asiática del Asia central a Egipto, una infiltración de bárbaros locales semíticohablantes a Egipto, desde la península de Sinaí, o aun desde el desierto sirio, era, como observamos, evidentemente algo que podría haber ocurrido durante el reinado de Hamurabi, sin dejar ninguna marca en los contemporáneos registros babilónicos. La hipótesis de que pudo haberse producido esta infiltración de bárbaros locales semíticohablantes al Delta oriental, a partir de circa 1730 a. de C., es, desde luego, perfectamente compatible con Ja hipótesis de que la conquista de Egipto que realizaron los hicsos fue un acontecimiento catastrófico súbito y posterior, producido en circa 1675 a. de C., en el cual participaron nómadas procedentes del Asia central. Sáve-Soderbergh, que identifica la invasión de los hicsos con la infiltración de bárbaros locales semíticohablantes, rechaza la hipótesis de Albright según la cual la dinastía XV de los hicsos se habría extendido circa 1690-1580 a. de C., y propone fecharla circa 1720-1610 a. de C., a fin de dar tiempo a su dinastía XVI de los hicsos, antes de que Amosis expulsara a los hicsos (véase Save-Soderbergh, en op. di., pág. 62, n. 4). 1 En una carta del 20 de noviembre de 1951, al autor de este Estudio.

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lanzaron un infructuoso ataque a Babilonia,1 habría acontecido, según el sistema (V) área 1678 a. de C3 es decir, unos tres años antes del triunfante ataque de los hicsos a Egipto.

fuera no 12 años, sino 16, en tanto que no podía remontarse a más allá de 1749 a. de C., aun cuando —cosa que parecía improbable— se corrigiera la "lista de reyes A" y aun cuando, además de eso, Eduard Meyer no estuviera, después de todo, equivocado al fechar el año terminal de la dinastía en momento tan temprano como 1172 a. de C. Se ve, pues, que lo que se sabía en 1952 d. de C. sobre la cronología de la dinastía kasita era casi seguramente compatible con el sistema de cómputo (¿>), puesto que la fecha más alta posible para la inauguración del ray kasita era 1749 a. de C. y, según el sistema (¿), ese año seguía casi inmediatamente a la fecha de la muerte de Hamurabi, 1750 a. de C, y era en sólo 7 años anterior al octavo año del reinado de Samsuiluna —el año 1743 a. de C., según el sistema (¿)—, en el cual los kasitas hicieron su primera aparición consignada. La probabilidad de que algunos de los reinos kasitas fueran contemporáneos entre sí y la posibilidad de que la fecha terminal del raj kasita pudiera ser la de circa 1151/1150 a. de C, y no circa 1172 a. de C, hacía en alto grado probable que la fecha inaugural del raj kasita fuera posterior a 1743 a. 'de C., aun cuando la duración total del raj fuera de 576 años, como lo declara la "lista de reyes A". Al propio tiempo, este criterio kasita no excluye categóricamente el sistema de cómputo (r), pues, como vimos, la cifra de 576 años para la duración total del raj parece estar impugnada por la cifra para el promedio de duración de cada reino individual de los 19 reinados cuya duración se conocía; y es asimismo significativo el hecho de que el doctor Sidney Smith —cuya cronología [el sistema (&)] admitiría que la conquista que los kasitas hicieron de toda Babilonia hasta los muros de la propia ciudad de Babilonia se produjo de golpe en algún momento después de 1743 a. de C., que era, según este sistema, la fecha del octavo año del reinado de Samsu-iluna— acumule * una importante serie de informaciones que indican la probabilidad de que los kasitas se hayan hecho dueños de Babilonia en virtud de un proceso gradual de sucesivas conquistas, que comenzaron en el octavo año del reinado de Samsu-iluna y que no se completaron hasta que la propia ciudad de Babilonia fue ocupada por Agum II Kakrime, el noveno rey de la dinastía kasita, 148 años después y una vez que se hubo extinguido la primera dinastía de Babilonia por obra del incursor hitita Mursilis I. Agum II Kakrime era "el primer kasita de quien se sabía que se había puesto a restaurar edificios de Babilonia . . . No hay prueba segura de que algún otro rey anterior gobernara las provincias centrales".2 Smith infiere que los kasitas fecharon la inauguración de su raj, no a partir del momento en que su conquista de Babilonia estuvo completa,3 sino a partir del momento en que esta-

La conquista kasita de Babilonia y la jecha del reinado de Hamurabi Si sostenemos que el reinado de Hamurabi tiene que haber terminado antes de la conquista de Egipto por los hicsos, a fortiori debemos sostener que debe de haber terminado antes de la conquista de Babilonia por los kasitas, y la cronología del ulterior raj kasita en Babilonia nos ofrece, pues, un sexto criterio para juzgar entre los cuatro sistemas rivales de cómputo propuestos para esta época de la historia del Asia sudoccidental. En 1952 d. de C, este criterio, lo mismo que los otros, no era un instrumento de precisión, pues en 1952 d. de C. no se sabía aún con seguridad cuánto tiempo reinaron los kasitas, cuál era el año exacto del siglo xu a. de C. en que había terminado su reinado y a partir de qué fase exacta de la progresiva conquista que hicieron de la tierra de Shinar fecharon retrospectivamente la inauguración oficial del regime. El año final del reinado de la dinastía kasita había sido fechado de diferente manera circo, 1172, por Eduard Meyer y circo. 1150 a. de C., por Albright.2 En la más baja de estas dos estimaciones, el comienzo oficial del reinado de la dinastía caería circa 1727/1726 a. de C. atendiendo a la autoridad de la "lista de reyes A", que asigna a los 36 reyes kasitas un total de 576 años y 9 meses; 3 pero la discrepancia que había entre esta lista y una de las listas desenterradas en Assur indicaba que algunos de los reinados registrados como sucesivos en "la lista A" podrían en verdad haber sido por lo menos parcialmente contemporáneos entre sí 4 y esto significaría que la fecha de la inauguración oficial de la dinastía podría ser apreciablemente más baja que 1727/1726 a. de C., aun cuando el promedio de duración de los 36 reinados kasitas Véase págs. 239, supra. Véase Smith, Alalakh, pág. 20. La fecha exacta era probablemente 1151 a. de C., según M. B. Rowton en Iraq, vol. VIH, pág. 97; 1157-1155 a. de C., según el doctor Sidney Smith en una carta del 13 de octubre de 1951, dirigida al autor de este Estudio; 1158 a. de C., según Van der Meer, op. cit., pág. 16; 1162 a. de C., según Cavaignac, E., en Revue d'Assyriologie, vol. XL (1945-6), pág. 20. 3 De acuerdo con el cálculo de Rowton, según el cual en el Cercano Oriente antiguo 16 años era el promedio de duración de un reinado, el total de 576 años para el raj kasita se ajustaría exactamente al promedio general, suponiendo que ninguno de los 36 reinados asignados a este período de 576 años por la "lista de reyes A" estuviera superpuesto a otro. Por otra parte, el promedio de duración alcanzaba a sólo 12 años por reinado en el caso de 19 reinados de reyes kasitas, del total de 36 en los que se conservaron las cifras dadas en la "lista de reyes A". Si se considera que este promedio kasita, de aplicarse a los 36 reinados, dayía una duración total de no más de 432 años para el raj kasita, la cifra de 576 años dada para ese período total en la "lista de reyes A" precería demasiado elevada •—aun suponiendo que ninguno de los reinos estuviera superpuesto con otro—, no obstante su exacta conformidad al promedio general, 4 Véase Smith, Alalakh, pág. 18. 1

2

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1 En Alalakh, pág. 21-25. 2 Smith, Alalakh, pág. 21. 3 El noveno rey, Agum II Kakrime, recorrió un largo camino para completar la conquista, pues según Smith, ibid., ese rey se anexó no sólo la ciudad de Babilonia sino también "el distrito de Nippur, antes en posesión de la dinastía del país del mar".

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blecieron sus primeras posesiones sustanciales en tierra babilónica, acaso a consecuencia de haberlos rechazado Samsu-iluna, o acaso a partir del momento ulterior en que extendieron sus primeras posiciones hacia el oeste a partir del momento en que adquirieron las provincias orientales como al reino de Jana (Anah/, situado en el Eufrates Medio.1 Smith observa que dos de los sucesores de Agum II Kakrime (el rey kasita número 9), Kadashman-Harbe I (el número 16) y Burna-Buriash III (el número 20), eran contemporáneos del emperador egipcio Amenhotep (Amenofis) III (imperabat 1413-1377 a. de C, según Wilson). El intervalo entre la ocupación de Babilonia por Agum II y la muerte de Amenhotep III sería de 218 años (1595-1377 a. de C.) según el sistema cronológico (/;); de 154 años (1531-1377 a. de C.), según el sistema ( c ) ; y la posible duración de los reinados kasitas números 9-20 inclusive, sería algo mayor que este intervalo, cualquiera sea la duración que se le atribuya, puesto que Agum II pudo haber ocupado el trono algunos años antes de tomar la ciudad de Babilonia, en tanto que Burna-Buriash III pudo haber sobrevivido a Amenhotep III. Puesto que 12 reinados habrían ocupado alrededor de 192 años por junto, en un promedio de duración de 16 años por reinado, y alrededor de 144 años por junto, en un promedio de duración de 12 años por reinado, los sistemas (b) y (r) eran igualmente compatibles con el sincronismo entre los reinados de Kadashman-Harbe I y Burna-Buriash III, por un lado y, el reinado de Amenhotep III, por otro. Según esto, la cronología del raj kasita no excluiría categóricamente el sistema (c), aunque el sistema (d) difícilmente sería compatible con la cronología kasita, en cualquiera de sus interpretaciones.2

forma de una planilla de calificaciones de examen, si los distinguidos eruditos, cuyas opiniones contrarias se revisan aquí, quisieran perdonar a un lego este trato relativamente impertinente.

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Algunas conclusiones provisionales que pueden derivarse de la información que se poseía en 1952 d. de C, Hemos examinado seis criterios para juzgar acerca de los méritos de cuatro sistemas de cronologías rivales, propuestos para un período de 210 años de historia del Asia sudoccidental, que se extendían desde la fecha de la más antigua de las cartas de la correspondencia diplomática del rey Samsi-Adad í, hasta el momento en que el guerrero hitita Mursilis I derrocó a la dinastía I de Babilonia. Comprobamos en los seis casos que la información hasta la fecha era demasiado fragmentaria para que en nuestras conclusiones pudiéramos tener exactitud o certeza. Pero, por inexactas y provisionales que fueran evidentemente estas conclusiones, ellas pueden por lo menos arrojar cierta luz sobre los méritos relativos de los cuatro sistemas cronológicos rivales, si las sometemos a la prueba de la información que se posee hasta el momento. Podríamos expresar convenientemente los resultados de nuestra indagación en la La capital de Jana era Tirka, la moderna Ashrah (Smith, o/>. cit., pág. 2 2 ) . Observación hecha por el profesor W. F. Albright en una carta del 5 de enero de 1952, al autor de este Estudio. 1

2

Criterio

i

Sistema de fechas

Lista de ]orsabad de reyes de Asiría

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y—

(b) (c) (d)

P— *+ P-

4 El periodo de historia hitiLa dinas- ta entre La dinas- tía XVIII Mursilis I y Tutjatía XII egipcia liya I egipcia en Siria 2

y— Pa a

3

a a a

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P P P

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269

5

6

La conLa conquista de quista de Egipto 'Babilonia por los por los hicsos kasitas CL

a a

y—

y «+ ¿8 y—

En este cuadro, a -j- indica "probable casi hasta el punto de la certeza", a "probable", /? "posible", /?— "apenas posible", y "improbable", y— "improbable casi hasta el punto de la imposibilidad". Todo intento de traducir estos símbolos en números precisos y luego sumar los totales de cada competidor sería doblemente equívoco. Tal procedimiento sugeriría que era posible llegar a conocimientos mucho más definitivos que los que realmente eran accesibles en 1952 d. de C; y asimismo sugeriría que los seis criterios eran de igual significación, siendo así que en verdad el N' 4 era, por su naturaleza misma, más subjetivo que el resto, en tanto que los números 3 y 5 eran redes cuyas mallas estaban tan flojamente unidas que podían dejar pasar indistintamente camellos y jejenes. Según esto, la incapacidad completa del sistema (d) de satisfacer siquiera el criterio N9 5, sería una muy mala nota si no se abrigaran graves dudas sobre si la fecha de la invasión de los hicsos a Egipto era o no un criterio válido a los efectos de determinar la cronología de la historia del Asia sudoccidental. Si consideramos las seis columnas de calificaciones, comprobamos que los sistemas (a) y (d) merecieron dos y—, en tanto que los sistemas (&) y (r) no tienen ninguna a que los desacredite. Si tenemos en cuenta solamente los criterios i, 2 y 6, comprobamos que las notas del sistema (a) son y—, y—, y y las notas del sistema (d) /?—, a, y—, en tanto que las notas del sistema (b) son /?—, /?— y a-|- y las notas del sistema (c) a +, a, /3. Quizá podamos llegar lisa y llanamente a la conclusión de que, aunque el sistema (
2 yo

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fuerte del sistema (b) consistía en que se ajustaba a todo cuanto se sabía hasta entonces sobre la cronología del raj kasita en Babilonia, y el punto fuerte «del sistema (c) estribaba en que se ajustaba a todo lo que hasta entonces se sabía sobre la lista de reyes de Asiría de Jorsabad. Estas deas cartas aparentemente de triunfo no podían jugarse la una contra la otra porque no había medio de establecer su valor relativo. En consecuencia, en 1952 d. de C. parecía prudente tener en cuenta al mismo tiempo los sistemas (b) y ( c ) , sin intentar una valoración absoluta de sus méritos respectivos. Por otra parte, el hecho de que el sistema (a) no se acomodara a ninguna interpretación posible de la lista de Jorsabad ni a la sincronización de la correspondencia diplomática de Samsi-Abad con el apogeo del dominio de la dinastía XII de Egipto en Siria, ponía notas que entre las dos parecían eliminar el sistema (tí); y el sistema (d} parecía análogamente eliminarse por el hecho de colocar la muerte de Hamurabi en una fecha más baja que la fecha más baja posible propuesta para la conquista de Egipto por los hicsos y porque no daba tiempo suficiente para la duración del raj kasita en Babilonia, ni siquiera en la estimación razonablemente más breve que pudiera asignársele.

y absoluto lugar en blanco"; y por eso reprodujo aquí las fechas de Wilson,1 que son recomendables no sólo por la autoridad de Wilson, sino por la tranquilizadora actitud de modesto intento con que él las presenta. Al seguir la guía de un eminente egiptólogo vivo, en un curso que también aquí parecía menos malo, el autor de este Estudio se daba cuenta de que, en estos capítulos primeros de la historia egipcíaca la probabilidad de error —en el estado en que se hallaba el conocimiento en 1952 d. de C.— era considerable.2 Asimismo se ha seguido el sistema de Wilson en las fechas dadas en los volúmenes VII-XHI de este Estudio para los reinados de los faraones de la época del "Imperio Nuevo".3

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La cronología adoptada en los volúmenes VH-XHI de este Estudio En virtud de las consideraciones expuestas más arriba, los reinados de Hamurabi y de otros soberanos pertenecientes a la dinastía I de Babilonia se fecharon, en los pasajes en que se los menciona en los volúmenes VH-XHI de este Estudio, dando sencillamente las cifras de los sistemas (¿>) y (c) conjuntamente. Hechos anteriores de la historia sumérica se indicaron con los correspondientes pares de fechas, calculadas al reducir a los términos de los sistemas (b) y (c) respectivamente los intervalos de tiempo asignados a la historia de esta edad en la cronología de Eduard Meyer. El autor se da cuenta de que, por las razones que aduce Sidney Smith,1 este procedimiento de fechar los capítulos prebabilónicos de la historia del Asia sudoccidental es arbitrario y de que los resultados, en el mejor de los casos, no puede ser más aproximadamente correctos. Así y todo, parece mejor aventurarse a dar una fecha aproximada que dejar todos los capítulos anteriores de la historia sumérica en el aire, sin dar siquiera el más vago potnt d'appui cronológico. En el campo de la historia egipcíaca desde el comienzo de la dinastía XI hasta el fin de la dinastía XII, el autor adoptó la cronología de Parker 2 que, en su mayor parte, es en 9 años más baja que la de Eduard Meyer. En cuanto a los capítulos anteriores de la historia egipcíaca, el autor ha sentido también aquí, como en el campo sumérico, que siquiera la más vaga aproximación es preferible a un "perfecto Véase el juicio de Sidney Smith, en la pág. 222, supra. Tal como la da Parker, R. A.; en The Calendan of Anáint Egypt (Chicago 1950, University of Chicago Press). 1

2

1 En Wilson, J. A.: The Burden of Egypt (Chicago 1951, University of Chicago Press), pág. vil. El doctor Sidney Smith, en una carta fechada el 13 de octubre de 1951 y dirigida al autor de este Estudio, indica como fechas mínimas las mismas fechas que Wilson propone para las dinastías III-V inclusive y para las dinastías VI-XI inclusive. 2 Véanse los juicios de Sidney Smith y de W. F. Edgerton, citados en las pág. 235, supra. El propio Wilson observa, en loe. cit., que "en general puede afirmarse que fechas propuestas para el período de alrededor de 3000 a. de C. pueden tener un margen de error de 100 años y aquellas propuestas para alrededor de 2300 a. de C., de 75 años". s El propio Wilson observa, ibid., que las fechas que él propone para el período de alrededor de 1500-1000 a. de C. pueden tener un margen de error de 10-15 años.

EXPRESIONES DE AGRADECIMIENTO I

A Marco, por enseñarme a agradecer a mis benefactores Marco Aurelio me enseñó con el ejemplo cuan conveniente y agradable es para un autor declarar su gratitud a sus pastores y maestros. El primero de los doce libros de las Meditaciones de Marco es una enumeración de sus deudas espirituales; y cuando leí las Meditaciones por primera vez, en 1913, ese solo libro me conmovió más que los once que contienen la filosofía de Marco. Me conmovió el calor del sentimiento humano que exhala y la sinceridad y delicadeza con que está expresado este sentimiento. La lección que aprendí de Marco estuvo presente en mi espíritu durante los pasados treinta y nueve años, y ahora me ha llegado la hora de obrar de acuerdo con ella.

II A mi madre, por hacer de mi un historiador Mi madre despertó en mí el interés por la historia, que duró toda mi vida, al comunicarme el interés que ella misma tenía por la historia, en una fase muy temprana de mi existencia. En la edad primera de que guardo recuerdo, ya me poseía, gracias a lo que mi madre había hecho por mí, un amor a la historia que nunca me abandonó. Si mi madre no hubiera dado a mi espíritu —y a mi corazón también— esa inclinación temprana, estoy seguro de que nunca habría escrito este libro. De manera que ella es, en cierto modo, responsable de la empresa.

III A Edivard Gibbon, por mostrarme con el ejemplo lo que un historiador puede hacer Edward Gibbon en A Hisiory of the Decline and Fall of the Román Empire, fue siempre el blanco de mis miradas y yo llegué a apreciar la grandeza de sus facultades intelectuales cuando comprendí que Gibbon hizo casi todo lo que hizo a fuerza de trabajo intelectual, a pesar de la desventaja impuesta a su imaginación por la poca simpatía que despertaban en él los objetos humanos de sus estudios históricos.

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IV A personas, instituciones, paisajes, monumentos, cuadros, lenguas y libros, por haber excitada mí curiosidad Mi tío abuelo, el capitán Henry Toynbee (vivebat 1819-1909 d. de C.), que mandó el Ellenborough, el Gloriana, el Marlborough y el Hotspur, de la Compañía de las Indias Orientales y se retiró del mar en 1866 d. de C., para ocupar el cargo de superintendente marino de la Oficina Meteorológica de Londres, sin haber servido nunca en un barco de vapor, me familiarizó con la construcción y vida del barco de pleno velamen que fuera el instrumento maestro de la civilización occidental en su Edad Moderna y que desapareció de la superficie de los mares durante mi propia vida. Mi tío abuelo suscitó ante mí como realidades vivas, no sólo el velero occidental moderno de aparejo de cruzamen y los mares que éste surcaba, sino también los puertos de la India y la China en que anclaba. Yo podía representarme al piloto nativo que llegaba a bordo con toda su gloria y a los lascadores que cantaban sonora poesía épica mientras trabajaban en el cabrestante. Todos los domingos por la tarde el viejo amigo de mi tío, el general Crofton, del ejército de la Compañía de las Indias Orientales, que había navegado desde Inglaterra a la India a bordo del barco de mi tío para llevar refuerzos durante la época del motín indio, solía tomar el té en nuestra casa de Londres n9 12 Upper Westbourne Terrace, y yo nunca me cansaba de oír a los dos ancianos que recordaban tiempos idos. (Uno de esos domingos, el sobrino político de mi tío, el coronel Badén Powell, que acababa de regresar al país procedente de Mafeking y se hallaba en la cúspide de su fama, también estuvo en casa; y los dos ancianos, después de su habitual conversación sobre el motín indio, se volvieron por fin hacia su colega más joven y le preguntaron, muy urbanamente, si no tenían razón al pensar que también él había estado en el servicio activo en una parte u otra, y si no podría decirles algo sobre sus acciones. Mientras mis padres y yo apenas podíamos contener la risa, el héroe de la guerra sudafricana nos contó, como nuevas, todas las noticias que meses atrás habían aparecido en grandes titulares de los diarios. Hizo lo que se le pidió con un buen humor que hablaba mucho en favor de el.) Las conversaciones del capitán de barco y del general de cipayos, el gigantesco mueble de caña de bambú triple que estaba junto al fuego en la parte posterior del comedor, el bonzo de cobre cabalgando sobre un búfalo (que se hallaba entonces en la vitrina de libros y hoy está en la repisa de mi estudio), el juego indio de piezas rojas y blancas de ajedrez, las acuarelas de tía Ellen que representaban escenas de la India y que adornaban las paredes del comedor y la fascinante leyenda de la barca de los patos del Yangtsé, a la que los patos eran



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llamados al caer la noche por un toque de trompeta —y ellos se aprestaban a acudir porque sabían que el que llegara último sería bonitamente zurrado— todo esto hizo que la India y la China cobraran vida para mí. La evocación de estos otros mundos se completó en mi imaginación por el deleite que me producía la vista de los exóticos árboles del "Camino de las flores" de Kensington Gardens, los modelos de casas y aldeas indias "con monos y todo", y los jardines de roca chinos del museo indio. Si recuerdo bien, estos últimos eran obsequios de la corte imperial manchú a Napoleón que fueron interceptados por la armada británica. El Albert Memorial de Kensington Gardens pobló mi mundo, mientras me llevaban aún en cochecito, con continentes, cuadrúpedos, poetas, artistas, escultores, filósofos y hombres de ciencia. El Indial Museum, el Victoria and Albert Museum de South Kensington, los United Services Museum de Whitehall, el British Museum, la Wallace Gallery, la Tate Gallery, la National Gallery y la Torre de Londres, pusieron las obras visibles del hombre en mi mapa mental mucho antes de que hubiera yo viajado más lejos de un día de marcha desde las Fuentes de la Serpentine de Kensington Gardens, que eran y son el omfalós de mi oikoumené. El Charterhouse Oxford and Cambridge Atlas de los hermanos Relfe, que adquirí cuando fui a la escuela en el otoño de 1896 d. de C, puso en mi mapa a Nueva York, el Vesubio y Palestina. En la portada aparecía un cuadro del Vesubio humeante y un igualmente fascinador esbozo de mapa de Nueva York en expansión, y el último de todos los mapas —"el mundo tal como lo conocían los antiguos"— me excitó porque tenía como centro el Mar Mediterráneo y no la península europea de Asia. En ese esclarecedor mapa comencé a aprender los nombres de las provincias del imperio romano y recuerdo cómo un muchacho puso un día el dedo sobre la costa del rincón más remoto del mar cercado por tierra, mientras me decía: "Esto es Palestina." Apenas podía creer que un país que ya me era tan familiar por la Biblia pudiera estar arrinconado en lugar tan fuera de camino. Sólo mucho después, cuando la civilización índica y la civilización sínica aparecieron en mi horizonte comprendí cuánta razón tenían nuestros antepasados cristianos occidentales medievales cuando colocaban el centro de la otkoumené en Jerusalén y no en Roma, París, Greenwich o algún otro punto de su excéntrico Feringistán propio. Karl von Spruner y Theodor Menke me revelaron la historia de la civilización en la visión de vuelo de pájaro de la cartografía, en la cual mucho antes de los días de los vuelos a la estratosfera el hombre había encontrado el medio de abarcar, de una ojeada, trechos de espacio y tiempo tan vastos que habrían exigido innumerables volúmenes para

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ser descritos en el prolijo medio de las palabras. El primer atlas histórico que llegó a mis manos fue un atlas inglés, que me compró en una librería de Birmingham mi tío Percy Frankland cuando me hallaba con él y tía Grace en la primavera de 1903 d. de C, durante un período de convalecencia. Y ese regalo ya me había proporcionado una nueva visión de la historia; pero, por lo que puedo recordar, mi madre me había dicho que el mejor atlas histórico del mundo era la obra maestra alemana de Spruner-Menke. Al regresar a la escuela de Winchester en el período del verano de 1903 d. de C. encontré en la biblioteca Moberly una edición antigua de esa obra y luego la primera adquisición que hice con mi primer dinero fue una serie de las últimas ediciones de los tres volúmenes de esta obra, supremamente grande, de la erudición alemana.1 Mi madre me hizo un forro en lienzo castaño para esos volúmenes, como muestra de que eran una K.tf¡\j.oi sisas!; y desde entonces ellos continuaron siendo mis constantes compañeros y mentores.

los riscos de Aatos; cenotafios de héroes de Japón bajo la sombra de gigantescas criptomerias en Koya San, la Gran Muralla china, que serpenteaba como una culebra por ondulados montes; la Muralla Romana que coronaba los riscos de Howsteads; los Siebengebirge, que descendían hacia la gran llanura de la Europa septentrional; el Gran Camino del norte, que salía de Seúl en busca de Pekín; los montes rocosos, que se precipitaron durante una hora antes de que los alcanzáramos, para salir al encuentro de nuestro avión a una velocidad de 300 millas por hora; la línea del cielo de Nueva York, vista desde el este; las almenas del Kremlin, en una noche de invierno, a las 2.30 a. m.; el lago Baikal con el sol detrás de los montes que lo circundan, cuando el tren avanzaba alrededor de la costa meridional; el valle del río Connecticut, con sus bosques de escarlata y oro en el otoño; el valle mongol del Shilka y el valle otomano del Hebro; Bogashkoel, que ofrecía un escenario más grandioso que Hisarlik, para el segundo libro de La Eneida; la aparición, entre apretados bosquecillos de palmeras y apretados bosquecillos de palmeras, de los muelles de majnún y las refinerías de Abadán; la catedral de Colonia, erguida al final de un viaje transcontinental, de regreso a la cristiandad occidental desde Vladivostok; la púrpura ciudadela de Jodhpur y el cielo azul contra el mármol entre rosado y rojo de los calados de Ahmadabad; las ruinas de la abadía de Rievaulx, vistas desde la terraza; la Sainte Chapelle; la catedral de Chartres; la catedral de Durham, adusta, vista desde el otro lado del río, y la sobrecogedora impresión primera de las gigantescas columnas redondas, de misteriosas e hipnotizadoras formas; el enrejado de Waynflete, en los claustros del College of St. Mary de Winton prope Winton; las encinas de los claustros del College of St. Mary de Winton ad Oxon; Ayía Sofía, Kuchuk Ayía Sofía y la mezquita del bajá Rustem, en Estambul; los azulejos de la mezquita del bajá Mahmed Sokollu; Kahriyah Jamisy, con sus vividos mosaicos; la Mezquita Verde de Brusa; la manipostería de Alepo; el altar y el Templo del Cielo en Pekín; las pirámides del Sol y de la Luna en Testihuacán; la pirámide de Cholula, coronada por una iglesia; Palenque, desafiando la selva tropical; las sedientas ciudades del Puuc; el monte Albano, ante cuya aparición el Acrópolis de Sardis parece una madriguera de topo; los cantos de los gallos, que salen, débiles pero claros, de la dormida ciudad de abajo cuando rompe el día en lo alto de la ciudadela de Afyún Kara Hisar; el azul muro del Tauro, que se levanta recto a uno y otro lado, cuando contemplamos la vertiente en foute desde Nigdeh a las Puertas de Ciiicia; el busto de Antíoco el Grande y la estatua de Juliano el Apóstata en el Louvre, el busto de Nefertitis en el Reichsmuseum de Berlín.

La ciudad de York sacó para mí a Inglaterra de una insularidad artificial y volvió a poner ese presunto alter orbis 2 en su lugar propio, como parte integrante de la oikoumené. En los nombres de las calles —Coney Street, Gudrumgate, etc.— redescubrí a los antepasados daneses de mi propia familia, cuyo hogar se hallaba en los pantanos de Lincolnshire y recordé que, en el reinado del rey Canuto, Inglaterra había sido una provincia de una talasocracia escandinava que dominaba el mar del Norte, así como en los días de Constantino el Grande que fue elevado sobre el escudo en York, y de Septimio Severo, que vivió allí, Gran Bretaña había sido una provincia de una talasocracia romana que dominaba el Mediterráneo. La Gloria de Dios,3 declarada en la belleza de los unbegreijlich hohen Werke^ sobre los cuales el hombre entretejió sus insignificantes obras, me fue revelada cuando vi el Parnaso, el Helicón y el Acrocorinto desde el golfo de Corinto, el Acrópolis de Atenas desde el codo de Salamina, el Olimpo desde Domoco (un blanco pico que flota en el aire); el Taigeto, torvo, desde Dimitsana, los montes de Creta desde el borde de cráter de Santorim, cuando sacaban sus cabebas del mar en la súbita visibilidad que les prestaba la caída de la noche; el sol poniente a través de la Puerta de Oro de San Francisco; la Via Appia Antica y el mar interior de Japón a la luz de la luna; Nara, posesionada de su ciervo sagrado; monasterios puestos como nidos sobre 1 Spruner, K. von: Atlas Antiquus, 3" ed., puiblicado por Th. Menke (Gotha 1862, Perthes); ídem: Hand-Atlas jiir die Geschichte des Mittelallers ttnd der Neuerett Zeit, 3* ed., publicado por Th. Menke (Gotha 1880, Perthes); ídem: Hand-Atlas zur Geschichtc Asiens, Afriéas Amerikas, und Australiens 2» ed (Gotha 1885, Perthes). 2 Véase I. i. 39. 3 Salmos XIX, i. * Goethe, Paust, verso 249.

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Como regalo para el día en que cumplía dieciséis años, mi tío William Toynbee me obsequió con entradas para que mi madre y yo pudiéramos ver una representación de las Mujeres Troyanas de Eurípides en una traducción de Gilbert Murray. Al escribir esto, el

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ii de mayo de 1951, he tomado del estante en que están las obras de G. M. en la biblioteca que me obsequió mi madre y que está en mi estudio de 45 Pembroke Square, el ejemplar del texto que compramos en el teatro y que lleva mi nombre, con la letra de mi madre, y la fecha "25 de abril de 1905". Aquella tarde aprendí que una obra de teatro griega podía hacerse retornar a la vida. Mi madre me inició en la poesía de Robert Browning. En el cuarto año de la escuela de Winchester la poesía de Browning era uno de los tres temas especiales de nuestro curso de literatura inglesa y en los días de las fiestas de Navidad de 1905-6 d. de C, mi madre y yo leímos junto a Browning. Puedo recordar aquella noche, a la luz de la lámpara, cuando abrió un volumen y me dijo: "Comenzaré por My Star; no sé qué te parecerá." El placer que ella sentía ante las perspectivas de nacerme compartir su amor por la poesía de Browning me abrió el corazón al poeta antes de haber oído siquiera un verso. Cyril Bailey me inició en la poesía de Lucrecio, cuando yo estaba terminando mis estudios sobre literatura helénica, en la escuela de Lttterae Graecae et Latinas de Oxford. Supremus veniet, clueat qui dignu'poeta— Hic deus, hic— fúndeos divina carmina voce.

Nunca pude emular el conocimiento que mi profesor tenía del texto del poema de Lucreciol o de la filosofía del maestro de Lucrecio, Epicuro,2 o de las ideas de la escuela atomista de científicos helénicos, en cuyo sistema Epicuro se apoyó para elaborar sus propias ideas éticas; 3 pero algo recogí de su admiración por la obra del poeta romano y de su amor por la noble y sensible personalidad que resplandece a través de una impersonal exposición de una grisácea teoría sobre la naturaleza del universo. El profesor Sir Thomas Arnold y el profesor H. A. R. Gibb me proporcionaron un invalorable impulso inicial —que aun no he llevado más lejos— para aprender el árabe, y Alí Riza Bey, para aprender el turco. Reynold A. Nicholson, en sus Translations of Eastern Poeíry and Prose 4 me permitió tener un atisbo de la literatura islámica clásica que yo no podía leer en el original. 1 Ti ti Lucreti Cari de Rerum Natura libri ¡ex, publicado por Cyril Bailey (Oxford 1947. Clarendon Press, 3 vols.). 2 Epicurus: The Extant Remains, publicado por Cyril Bailey (Oxford 1926, Clarendon Press). 3 Bayley, Cyril: The Greek Atomists and Epicurus (Oxford 1928, Clarendon Press). * Cambridge 1922, University Press.

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Arthur Waley, en su A Hundred and Seventy Chínese Poems * me permitió tener un atisbo de la literatura clásica sínica, que yo no podía leer en el original. La Biblioteca Moberly del College of St. Mary de Winton prope Winton, la biblioteca del Balliol College, Oxford, la Biblioteca Finlay y la biblioteca general de la British Archeological School de Atenas, la biblioteca de las Societies for the Promotion of Hellenic and Román Sludies de Londres, la biblioteca de la School of Oriental Studies de la Universidad de Londres, y la Long Gallery de Clastle Howard, me dieron acceso al vasto universo de libros impresos occidentales modernos. Thor Heyerdahl, en Kon-Tiki,2 me reveló "las obras del Señor y sus maravillas en el mar profundo" 3 y esta revelación me enseñó el secreto de las hazañas cumplidas por los antepasados viquingos de un héroe noruego actual. La genealogía de los descendientes de los tres hijos de Noé, contenida en el capítulo X del libro del Génesis, me dio la primera noción de la diferenciación del género humano en diversos grupos y subgrupos y de los problemas históricos planteados por la cuestión de cómo esos grupos están relacionados entre sí. Al leer ese capítulo, como lo hice, en una lección de la escuela cuando tenía yo siete años de edad, me excitó la idea de participar, según yo suponía, en una visión íntima del panorama del desarrollo de la historia del hombre desde el comienzo. Sólo cuando leí Die Pr&vinzeinteilung des Assyrischen Reiches 4 de E. Forrer, págs. 70-82, comprendí plenamente lo tardío de la fecha y la brevedad del período representado por el catálogo, que aparece en los versículos 2-5, de los hijos y nietos de Jafet. A la luz de la asiriología se ha demostrado que ese catálogo es un espejo del mapa político de las tierras fronterizas septentrionales del imperio asirio en los cien años que comienzan circa 1725 a. de C. Así y todo, aquel tardío y efímero mappa mundi israelita me prestó el inestimable servicio de introducirme en el problema de la diversidad en la unidad, del género humano. H. Drummond, en su Tropical África,5 me reveló, siendo yo niño, la vida del hombre primitivo en uno de sus últimos reductos, en el momento en que el estilo de vida primitivo estaba siendo desmenuzado por la trilladora mecánica de la civilización occidental moderna, lanzada sobre los surcos del arado de la civilización islámica. London 1920, Constable. Chicago 1950, Rand McNally. 3 Salmos CVII. 24. 4 Leipzig 1920, Hinrichs. 5 London 1888, Hodder & Stoughton. 1

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Sir Edward Creasy, en The Fifteen Decisive Battles of the World i me dio la primera noción de historia universal. En la dimensión temporal el libro lleva al espíritu del lector hacia atrás hasta 490 a. de C. y hacia adelante hasta 1815 d. de C., en tanto que en la dimensión espacial lo lleva, dentro de ese lapso de 2.305 años, desde la cuenca del Mar Egeo, a través del Asia sudoccidental, hasta el Panjab, a través del Mar Negro hasta Ucrania, y a través del océano Atlántico hasta Norte América. De las quince batallas que contiene el canon de Creasy de las escrituras históricas, Arbela, Metauro, Chárlons y Tours, fueron las que más me fascinaron. Al leer veía yo cómo Alejandro, Aníbal, Atila y Abd-ar Rahman surgían en mi horizonte; pero mientras mi imaginación se veía acicateada por estas titánicas figuras, mi espíritu se iba educando, por obra de las sinopsis de acontecimientos en las que el autor había puesto hábilmente sus quince grandes ocasiones, a lo largo de un hilo cronológico continuo.

en este volumen está escrito, con letra de mi madre: "A Arnold J. Toynbee, marzo 1899."

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Los autores de cuatro volúmenes de The Story of the Nations 2 —cuatro volúmenes que tengo sobre mi escritorio en este día 21 de febrero de 1951, cincuenta y tres años después de haber llegado ellos a mis manos—• me revelaron de pronto, cuando tenía yo ocho o nueve años, las historias de las civilizaciones egipcíaca, babilónica y siríaca simultáneamente, y con ello me dieron una visión sinóptica de la historia, que desde entonces fue esclarecedora para mis estudios históricos. Esos cuatro volúmenes habían pertenecido a mi abuela Harriet Toynbee (cada uno de ellos lleva su sello) y, después de su muerte, acaecida en 1897 d. de C, fueron a poder de mi madre, porque ella era la historiadora de la familia. Recuerdo como si fuera ayer aquella mañana, después del desayuno, en que descubrí ese conjunto no familiar de volúmenes de color verde y castaño, en la familiar estantería de libros. La curiosidad me llevó hasta ellos y, apenas los abrí, quedé absorbido por su lectura. Me revelaron un panorama que desde entonces se ha ido ampliando continuamente. Mi primer paso para ampliarlo consistió en comprar, con ahorros del dinero para gastos menudos, Chaldea (5* ed., 1896), de Z. A. Ragozin,3 la misma autora de Assyria. 1 El ejemplar que me regaló mi padre en 1898 d. de C., pertenecía a la edición 41*, publicada en aquel año (London: Bentley). 2 Fisher Unwin publicó la serie en Londres. Los cuatro volúmenes, que tuvieron tanta importancia para mí, fueron: Ancient Egypt, de George Rawlinson (2' ed. 1887); Assyria (1888), de Z. A. Ragozin; Media, Babylon and Penia (1889), de Ragozin The Saraceus (1887), de Arthur Gilman. 3 La primera edición de Chaldea se publicó en 1886 c!. de C. A pesar del título de este libro el tema no era las andanzas de los bárbaros nómadas caldeos que se habían filtrado a las márgenes sudoccidentales de la tierra de Shinar desde la estepa árabe septentrional, en una VSlkerwanderung, área 1425-1125 a. de C., sino la génesis y crecimiento de una civilización que en este Estudio hemos llamado "sumérica" atendiendo al nombre del pueblo sumérico que la creó. La terminología bíblica "Ur de los caldeos" (Génesis XI. 31) llevó a los descubridores pioneers occidentales modernos de esa cultura olvidada y sepultada desde mucho tiempo atrás, a la errónea conclusión de que los caldeos eran los más antiguos sucesores de los

Las Stories of the Easi from Herodotus,1 de A. J. Church me introdujeron en el vasto y heterogéneo paisaje de la oikoumené de Herodoto. Los cuadros a que mis ojos se abrieron fueron dos estilos diferentes de arte que constituían las respectivas marcas de la civilización egipcíaca y de la civilización babilónica. J. P. Mahaf fy, en su volumen 2 Alexandetjs Empire 3 de la Story of the Nations, me reveló el capítulo postalejandrino de la historia helénica. Puedo recordar mi excitación cuando al abrir el libro, en el foyer de un teatro al que me llevaron mis padres durante unas vacaciones escolares, di con el mapa que mostraba la expansión del helenismo desde la Grecia europea al valle del Indo, a través de todas las satrapías desamparadas del abatido imperio aqueménida. Pero sólo cuando volví a abrir el libro, al cabo de un intervalo de muchos años, el 17 de abril de 1951, advertí y aprecié la sagaz visión histórica del autor cuando hizo reproducir en la portada el busto no de Alejandro, sino de Epicuro. Edwyn Bevan, en su The House of Seleucus,^ me llevó a proseguir el fascinante estudio de la historia helénica postalejandrina en el que había sido iniciado por J. P. Mahaffy, en su Alexander's Empire. Posteriormente, cuando tuve la felicidad de conocer a Edwyn Bevan personalmente, aprendí de este gran historiador cristiano más de lo que él expuso en cualquiera de sus libros. Emil Schürer, en su A History of the ¡ewish People in the Time of Jesús Cbrist,5 me reveló la esclarecedora verdad histórica de que, en la época de Cristo, la Coele Siria, que fuera conquistada a los To!omeo por los seléucidas en 202-198 a. de C., era una arena cultural en la que la empresa desesperada judaica de la sociedad siríaca se hallaba en un corps a corps con el agresivo helenismo. Recuerdo vividamente un domingo por la mañana en Winchester, en 1907 d. de C., cuando al leer la división segunda, vol. I, §§ 22 y 23, de la historia de Schürer en la cama, antes del desayuno, hice el excitante descubrimiento de los estados-ciudades helénicos —dispuestos en un par de filas paralelas, una que corría a lo largo de la costa y otra a lo largo de las tierras altas bien arboladas y regadas de TransJordania— de los sumerios, siendo así que eran los últimos que llegaron inmediatamente antes que los árabes. 1 London 1881 (1880), Seeley. 2 Dedicado al padre de mis dos contemporáneos y amigos Alien y Rex Leeper. 3 Sexta ed.: London 1895, Fisher Unwin. 4 London 1902, Edward Arnold, 2 vols. 5 Traducción inglesa: dos partes en cinco volúmenes, con un sexto volumen de índice: Edinburgh 1890-1, Clark.

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que ya tenía un conocimiento visual, aunque sin haber comprendido su plena significación histórica, por dos mapas : del Atlas Antiquus de Spruner, en los cuales se destacaban por su color rojo y en los cuales llevaban el rótulo: urbes Grae canica. Aquella mañana de verano, a medida que me iba familiarizando con esa galaxia de estados-ciudades helénicos de la Coele Siria, representada en el industriosamente compilado diccionario geográfico de Schürer, me enteré de que la Gadara helénica que para sus vecinos judíos de la época de Cristo se había hecho notable sólo por su desdén gentil hacia el tabú mosaico de criar cerdos, había dado nacimiento, en el paso del siglo u al último siglo antes de C, a Meleagro, que fue el autor del famoso poema contenido en la Anthologia Palatina, y luego a Teodoro, que llegó a hacerle lo bastante eminente como profesor de literatura griega para ser preceptor del futuro emperador Tiberio. A medida que a esta nueva luz que se derramaba sobre el escenario de la huida de los cerdos gadarenos comenzó a iluminarme, me pareció que la primera luz matinal que en aquel momento convertía en resplandeciente oro las paredes de Chapel estaba realizando en mi espíritu una operación alquímica equivalente.

Sir Aurel Stein, en una conferencia con proyecciones sobre la expedición al Asia central de 1907-8 d. de C., que dio en el aula magna de Oxford, cuando era yo estudiante (studia Oxoniae exercebdm A. D. 1907-11), me reveló el corredor del Asia central en el cual la religión índica y la religión judaica se encontraron una vez y desde el cual avanzaron luego en su jornada hacia el este hasta un mundo sínico. Completé la visión que cobré por obra de esa conferencia leyendo la obra del explorador-arqueólogo Sand-Buried Ruins of Khotan.^-

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El canónigo George Rawlinson, en The Seventb Great Oriental Manarchy,% que leí durante la convalecencia de una enfermedad en el invierno de 1902-3 d. de C., me reveló el capítulo sasánida de la historia irania, en el cual el Irán se sostuvo contra una Roma que había mandado las fuerzas unidas de todo el mundo helénico. V. A. Smith, en The Early History of India,3 me reveló la historia del surgimiento y caída de la civilización índica y del surgimiento de su sucesora hindú. Di con una edición temprana de esta obra en la biblioteca del Balliol College, Oxford, en 1907 d. de C. Un ejemplar de una edición posterior fue uno de mis constantes compañeros desde abril de 1920. Friedrich Hirth, en The Ancient History of China* me reveló la historia de la civilización sínica hasta treinta y cinco años antes de que Tsin Shi Huang-ti fundara el estado universal sínico. Encontré un ejemplar de la obra en una de las librerías del lado sur de Broad Street, Oxford, cuando era estudiante. Un ejemplar de la segunda edición, que compré en Boston, Mas., en octubre de 1925, fue uno de mis constantes compañeros. Sir William Tarn, en The Greeks in Bacina and India,5 me reveló el crisol del Mahayana.

Sir Charles Eliot, en su Hinduism and Budáhism? me dio la sensación de que me mostraban la otra cara de la Luna, al revelarme la historia y el elhos de aquella mitad de la oikoumené que recibió su iluminación religiosa superior de una fuente índica y no de una fuente judaica; antes de terminar de leer este gran libro, se habían ampliado al doble mi horizonte geográfico, mi panorama histórico y la gama de mis experiencias espirituales. Michael Rostovtzeff, en su Iranians and Greeks in South Russia,^ me reveló la civilización nómada de la gran estepa eurasiática. Sir Henry Yule, en su edición del libro de Marco Polo,4 y Sir Henry Howorth, en su historia de los mongoles,5 me revelaron el corazón de la estepa eurasiática, con un alter orbis en el Asia oriental, en la parte más remota de ésta, que Herodoto deja aún cubierta cuando levanta una de las puntas del velo de la ignorancia, para descubrir la entrada occidental del océano sin aguas. Nunca olvidaré la sensación que experimenté una noche de junio de 1908, cuando el tren nocturno para Aberdeen salió de la estación de King's Cross y yo abrí el primer volumen de la obra pioneer de Howorth, mientras se extendía ante mis ojos un vasto paisaje desconocido: Kin y Sung y Tangut; Kara Kitay y Juarizm; Naiman y Karayit. Cuando el tren entró en Edinburgo en las primeras horas de la mañana siguiente, aún estaba yo ocupado en la tarea de adquirir los nuevos y excitantes conocimientos que constituyeron una parte capital de mi alimento mental desde entonces. Apoyado sobre un cojín en mi asiento de tercera clase, me adormecí pero no estaba todavía saciado. Gracias al contagioso entusiasmo que Howorth sentía por su tema de estudio, tuve, según creo, aquella noche, algún atisbo de segunda mano, de la excitación que sintió Messer Millione cuando vio por primera vez a China con los ojos carnales. M. A. Stein: Sand-Buried Ruins of Khotcín (London 1904, Hurst & Blackett). London 1921, Edward Arnold, 3 vols. 3 Oxford 1922, Clarendon Press. * The Book of Ser Marco Polo, traducido al inglés por Sir H. Yule 3' ed., revisada por H. Cordier (London 1903, John Murray, 2 vols.; notas y aditamentos de H. Cordier (London 1920, John Murray). 5 Howorth, H. H.: Hislory of ¡he Mongols, Partes I-III, en 4 vols. (London 1876j888; Longmans Green); parte IV, Suplemento e índices (London 1928, Longmans). 1

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1 Números XIII ("Mare Internum cum Populis Adiacentibus a Pompei ex Asia Reditu usque at Bellum Actiacum") y XXVI ("Judaea Maccabaeorum Tempere"). 2 London 1876, Longmans Green. 3 Publicado en Oxford, por Clarendon Press (i* edición, 1904; 3* edición, 1914). * Publicado en Nueva York en 1908 d. de C. por la Colurr.bia University Press. B Cambridge 1938, University Press.

TOYNBI-E - ESTUDIO DE LA HISTORIA 284 W. H. Prescott, en su History of the Conquest of México, que se nos leyó en voz alta en la escuela preparatoria, puso en mi mapa mental las civilizaciones del Nuevo Mundo.

La Maudslay Collection me reveló la historia de la civilización maya. Cuando un día de 1923 recorría yo el Museo Británico, di con una sala en la que el objeto central de exhibición era un vaciado de una piedra en forma de tortuga, pero mucho más grande que la tortuga más gigantesca que yo hubiera visto en el Jardín Zoológico de Regent's Park; y comprobé que ese objeto y los otros que allí se hallaban estaban cubiertos con relieves en un estilo, nuevo para mí, que me recordaba el egipcíaco, el sumérico y el sínico y que sin embargo era evidentemente distinto de todos y cada uno de ellos. Esos vaciados y originales —fruto de los trabajos que había realizado en tierras mayas A. P. Maudslay desde 1881 d. de C.— acababan de ser llevados desde el sótano del South Kensington Museum a Bloomsbury para exhibirlos. No salí del Museo Británico aquella tarde sin haber comprado la Cuide to the Maudslay Collection of Maya Sculptures from Central America, publicada en 1923 d. de C. por orden de los depositarios. Los objetos exhibidos y el libro guía me introdujeron en una cultura que antes se hallaba más allá de mi horizonte mental. Determiné que el objeto que me había llamado la atención era un vaciado de "animal monolítico P", procedente de Quiriguá. Desde aquel día la civilización maya tuvo un lugar en mi mapa mental. Cuando en julio de 1908 me hallaba yo en la casa de la ex discípula y amiga de toda la vida de mi madre, Urith Perrot, en Blellach, cerca de Dinnet on Donside, encontré en la biblioteca De mortibus persecutorum, de Lactancio y la Crónica de Nuremberg, y me di a leerlos en las primeras horas de aquellas crepusculares noches escocesas de verano. Thomas Hodkin, en líaly and her Invatfers,1 me despertó el interés por el interregno posthelénico, cuando encontré y leí el libro en la Biblioteca Moberly, de Winchester. La abadía benedictina de Arnpleforth me hizo cobrar conciencia del impulso espiritual de la vida monástica cristiana occidental y me mostró que el secreto de la continuidad histórica de la orden benedictina está en la sinceridad de la fe de los hijos espirituales de San Benito. Al escuchar los cantos del oficio en la iglesia y al recordar que este opus Dei se había prolongado sin presentar una brecha, a lo largo de los mil cuatrocientos años que transcurrieron desde la generación del fundador, comprendí que esta comunidad religiosa occidental que fuera la matriz de la cristiandad occidental poseía una vitalidad mayor que cualquier institución secular derivada de ella. Llevada de Westminster 1

Oxford 1892-9, Clarendon Press, 8 vols. en 9 partes.

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al continente por el estallido de la Reforma, esta comunidad benedictina tornó a echar raíces en Dieulouard, Lorena, donde el siguiente cuarto milenio se mantuvo viva en virtud de una constante corriente de aspirantes ingleses que podían seguir su vocación monástica sólo al precio de su expatriación. Llevada de nuevo de Dieulouard a Inglaterra por el estallido de la Revolución Francesa, la comunidad volvió a echar nuevas raíces en el valle de Ampleforth, en Yorkshire. ¿Cómo logró sobrevivir a estos sucesivos desarraigos? La experiencia de los amigos que tuve la felicidad de encontrar entre los miembros vivos de la comunidad, respondió a esta pregunta. Mi madre me hizo cobrar conciencia de que había habido un imperio bizantino así como un imperio carolingio, y de que los normandos habían conquistado a Sicilia así como a Inglaterra. Historical Essays,^ de E. A. Freeman, me ofreció panoramas de la historia occidental y helénica que me condujeron a los grandes espacios abiertos que hay detrás de ella. Charles Omán, en A History of the Art of War from the Fourth to the Fourteenth Centary,2 me hizo conocer el catafracto 3 y cobrar conciencia de que una época que había sido testigo de tan gran revolución en la técnica militar, como el retorno a la caballería y el abandono de la infantería por parte de Roma, no podía ser un mero epílogo, sino el comienzo de un nuevo capítulo de la historia. Un amigo de mi madre me mostró en el Museo Británico el salterio de Teodoro de Cesárea, del cual Omán había reproducido algunas figuras de guerreros bizantinos. Geoffroi de Villehardouin, cuando leía yo su Conquete de Constantinople en la atrayente edición de Wailly 4 junto al fuego, en la biblioteca de mi tío Paget Toynbee en Fiveways, Burnham Bucks, en diciembre de 1906, hizo que yo me repitiera mentalmente el poema satírico de Lewis Carroll, Walms and the Carpenter, a medida que iba leyendo 1 London: Primera Serie 1871; Segunda Serie 1873; Tercera Serie 1879; Cuarta Serie 1892. Todas publicadas por Macmillan. 2 London 1898, Methuen. 3 El primer contacto que tuve con este tipo de equipo militar, que nunca dejó de fascinarme, me puso en situación embarazosa cuando, en la escuela preparatoria, tuve que traducir al latín un relato en inglés de la marcha que realizó Creso hacia el este, en 53 a. de C. Cuando llegué a una frase en la que aparecía el consejo que el rey de Armenia dio al comandante romano de que se ciñera a los montes armenios y se apartara de las llanuras mesopotámicas, a causa de la caballería parta, yo traduje la palabra inglesa "caballería" por la latina "Cataphracti". "¿De dónde diablos sacó usted esta exótica palabra?" me preguntó el maestro mientras la tachaba con tinta roja y la sustituía por la trivial "equites". Yo no me atreví a protestar y ni siquiera a explicar. Sin embargo, sabía que ninguna tachadura de la pluma del maestro podía realmente quitar a aquellos centauros partos su caparazón de metal. 4 Paris 1882, Firmin-Didot.

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la zalamera relación de este dotado aventurero de la Champagne, sobre las piadosas lágrimas que derramaron los franceses y los venecianos mientras concertaban a sangre fría sus acuerdos a expensas de Zara y Bizancio. Recuerdo la tarde del 21 de febrero de 1912, en que por primera vez puse los ojos en el castillo de Kalamata de Villehardouin. Bajo los auspicios de Campbell Dodgson, mi madre y yo pasamos muchas horas en la Sala de Estampas del Museo Británico, contemplando dibujos y esbozos de Albrecht Diirer. George Finley, en A History of Romans to the Present Time, B. C. desintegración del imperio otomano llet-i-Rum, de una kibla otomana a

Greece from its Conquest by the 146 to A. D. 1864,1 me reveló la y la reorientación cultural del Miuna kibla occidental.

Stonewall Jackson,2 del coronel G. F. R. Henderson, que mi padre me dio a leer en las vacaciones de verano, un año en que me hallaba yo en la escuela de Winchester, me reveló tanto lo trágico como lo novelesco de la guerra civil norteamericana. Beech Point, cerca de Danville, Kentucky, donde estuve con mi querido amigo Robert Shelby Darbishire por primera vez en el verano de 1925 d. de C., me ofreció un atisbo, desde adentro, de un Sur rural post bellum que estaba entonces tan alejado en espíritu de Cincinnati, a través del Ohio, como comprobé que estaba Lituania de la Prusia oriental, cuando crucé esa otra frontera cultural, en la primavera de 1928. ' Sir Herbert Maxwell, en su Sixíy Years a Queen, "The Story of Her Majesty's Reign, Illustrated Chiefly from the Royal Collections" 3 me reveló en su exposición las obras de la Inglaterra victoriana. La conversación, que mi madre me contó que había sostenido con el enfadado guardián del desierto palacio real de Hanover, cuando ella lo visitó durante su estada en Alemania en 1885 d. de C., me hizo comprender, ya de niño, que no todo andaba bien bajo la superficie de la Prusia-Alemania. Sir Lewis Namier, cuando hizo su memorable primera aparición en el Balliol College, Oxford, todavía como estudiante, en 1908, puso en mi mapa mental la monarquía danubiana de los Habsburgo y el cerco judío, mundos aún completamente desconocidos para los estuNueva edición, revisada por H. F. Tozer; Oxford 1877, Clarendon Press, 7 vols. London 1898, Longmans Green, 2 vols. London 1897, arreglo y edición de Eyre & Spottiswoode, publicado por Harmsworth Bross. 1

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diantes ingleses de nuestra generación, aunque siete u ocho años después la mitad de nosotros iba a perder la vida en una guerra general librada para impedir que Alemania estableciera su dominio sobre la Europa oriental, lo cual, en la fase siguiente le habría permitido aspirar al dominio mundial. R. W. Seton- Watson ("Scotus Viator"), en su Racial Problems in Hungary,1 que me prestó A. E. Zimmern, en el verano de 1909 d. de C., me mostró claramente un lugar de plagas del paisaje europeo oriental que Sir Lewis Namier había colocado dentro de mi horizonte. Aunque las "novelas históricas" suelen hacerme rechinar los dientes, al ofrecer piedras en lugar de pan, sería en verdad ingrato si no reconociera mi deuda con Herodoto por sus narraciones de Micerino, Rampsinito y Nitocris; con León Tolstoy, por La guerra y la paz, con Naomi Mitcheson por The Corn King and the Spring Queen,2 con L. S. Woolf por The Village in the Jungls,2 con O. E. Rólvaag por Giants in the Earth,* con Georg Moritz Ebers por su Uarda,5 con Víctor Hugo por su Qitaíre-Vingt Treize y Les Miserables; y con Émile Erckmann y Alexandre Chatrian, por su Le Blocus. Cuando vi a Phalsbourgh, el 26 de julio de 1929, en route de Calais a Constantinopla, sus bastiones y casamatas me eran ya tan familiares que apenas podía creer que las veía por primera vez en mi vida. Encontré Le Blocus en un lote de libros viejos en una estantería del comercio n9 12 Upper Westbourne Terrace, y Quatre-Vingt Treize en la biblioteca de mi tía Gertrude Toynbee. C. G. Jung, en sus Tipos psicológicos 6 me descubrió una nueva dimensión en ia esfera de la vida. La admirable catolicidad con que Jung se apoya en materiales de los géneros más diversos para ilustrar sus temas, me permitió encontrar el camino que conduce a la térra incógnita de los abismos subconscientes de la psique, pasando de lo conocido a lo desconocido. Me fascinaba observar cómo, en el análisis de Jung, salía a la luz la misma imagen primordial en un mito familiar y en algún rebarbatif caso clínico, que se presentaba en la práctica profesional de Jung y que podría haber hecho que mi espíritu se apartara si el interés que sentía por el análisis del mito no me hubiera llevado a un consiguiente interés por la réplica clínica del mito. Una vez que Jung me hubo dado así la libertad del Nuevo Mundo de la psicología, encontré allí los equivalentes, en las experiencias del alma, de una serie de fenómenos que yo ya había observado en las 1 2 3 4 6 8

London 1908, Contable. London 1931, Cape. London 1913, Edward Arnold. New York 1927, Harper. Traducción inglesa de C. Bull, Leipzig 1877, Low, 2 vols. Traducción inglesa; London 1923, Kegan Paul.

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experiencias de la sociedad. La polarización de la libido (energía psíquica) cuando topa con un obstáculo era el equivalente del cisma producido en el cuerpo social y en el alma, después de un fracaso a responder a una incitación. El descenso al subconsiente de las funciones subordinadas era el equivalente de la separación de un proletariado respecto de una minoría dominante. La descarga explosiva de la libido contenida era el equivalente de una Volkenvandenmg de hordas bárbaras producida cuando el limes que las contenía cede por fin en un colapso que yo he simbolizado en el estallido del dique de Marib. La salvación procedente del subconsciente era el equivalente de una salvación procedente del proletariado interno. El resurgimiento, después de un viaje submarino, de esquirlas de vida psíquica consciente, que habían quedado sumergidas en la subconciencia era el equivalente del resurgimiento en el mito de Jesús —después de un viaje submarino por el fondo del río de los recuerdos del pueblo— de la historia de Agís y Cleomenes, que se habían sumergido en el folklore de un proletariado interno. La proyección de elementos subconscientes' en objetos exteriores era el equivalente de la irradiación de elementos de la vida de una civilización en desintegración a su proletariado externo.

J. A. Smith contribuyó a educarme permitiéndome escuchar cómo un amplio y fértil espíritu pensaba en voz alta.

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A personas y libros, por haberme enseñado métodos de trabajo intelectual H. J. Haselfoot, que me inició en Wootton Court School, Kent, en el arte de traducir a primera vista autores griegos antiguos cuando me preparaba para los exámenes selectivos de Winchester College en 1901-2 d. de C, me enseñó la soberana lección intelectual de dar deliberadamente tiempo —aun cuando éste sea. breve— al espíritu para que pueda girar alrededor de un problema y comprenderlo en su conjunto, antes de lanzarse a cualquier intento de resolverlo en sus detalles. Ésta fue la más valiosa lección de método intelectual que recibí en mi vida. En aquella época me produjo una impresión tan profunda que la tomé a pechos y, desde entonces, la apliqué a todo trabajo intelectual que haya emprendido. Recuerdo que mi maestro y yo comenzamos a trabajar juntos en una descripción de una batalla naval que da Tucídides en su Historia de la guerra de Atenas y el Peloponeso. Mi maestro se valió de este texto (creo que debe haber sido el libro II, cap. 91) para mostrarme la manera de llegar a la significación de la palabra griega [xsTéwpo? poniendo mi escaso conocimiento de vocabulario griego en relación con el contexto de la palabra en el pasaje. Fue aquélla una obra maestra educativa por la que guardo perenne agradecimiento.

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La experiencia de trabajar en H. B. M. Foreign Office, en Whitehall, durante la primera guerra mundial y luego durante la segunda, me enseñó, como funcionario provisional, dos lecciones que resultaron valiosas para el historiador. La primera de estas lecciones consiste en que adquirir información no es un fin en sí mismo, sino sólo un medio para llegar al fin de practicar la acción. En el servicio de un gobierno o de cualquier otra institución, la acción que es el fin de adquirir información, es desde luego la acción del tipo "práctico". Pero la regla dorada que aprendí en el Foreign Office, adquiriendo información para emplearla en la acción "práctica", podía aplicarse con igual fuerza a la obra de un historiador. La acción, emprendida en cualquier plano, correrá el peliro de ser dañosa, si no se la emprende a la luz de la verdad y sólo e la verdad; pero correrá asimismo el peligro de no conducir a ninguna parte, si no se la emprende también a la luz de no más del mínimo de verdad que sea necesario a los efectos de la acción particular que se emprenda en ese momento. Esta regla de oro, que el intelecto debe aprender por la experiencia práctica, es obvia en el nivel subconsciente donde ella obra automáticamente. En efecto, la memoria humana, como lo señaló Bergson, es un mecanismo psíquico que da a la voluntad la posibilidad de emprender una acción, al retirar de la conciencia todo registro de la vasta, y cada vez mayor, colección de impresiones pasadas, almacenadas en un depósito psíquico subconsciente, a menos que la conciencia necesite un registro determinado para el efecto práctico de permitir que la voluntad ponga por obra algún designio. Si el mecanismo de la memoria no retirara, pues, implacablemente de la conciencia toda la información registrada que no sea pertinente a la acción que debe emprenderse, la conciencia quedaría paralizada, y acaso perturbada, por una abrumadora ola de recuerdos que no hacen al caso. Esta primera lección que se aprende trabajando en un departamento de estado tiene como corolario una segunda lección. Los informes que se encuentran en un documento oficial se han consignado allí —si suponemos que el documento fue redactado por algún funconario competente— con alguna finalidad oficial que, cualquiera haya sido, seguramente no será la no pertinente finalidad de informar a un futuro historiador. Cuanto más se ajusten los documentos a sus finalidades prácticas, tanto mayor será su valor potencial como elementos de información histórica; pero el historiador no podrá aprovecharlos para sus propios designios intelectuales, a menos que logre redescubrir o reconstruir los muy diferentes fines para los que fueron hechos.

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John Stuart Mili, en su Autobiography, me enseñó a mantener el espíritu fresco mediante el expediente de alternar, en un ritmo más

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o menos regular, diferentes clases de trabajo intelectual. En el período de entre las guerras solía yo escribir el Chatham House Survey of International Afjairs, durante el invierno y la primavera en Londres y el Estudio de la Historia, durante el verano y el otoño en Yorkshire. Al escribir las partes VI-XIII del Estudio de la Histtoria, a partir del i' de julio de 1947, gracias a la generosidad de la Rockefeller Foundation de Nueva York que hizo posible que Chatham House me acordara el tiempo necesario, pude cumplir un ciclo diario en Londres, en el cual trabajaba en mi casa por las mañana y en Chatham House por las tardes. Cuanto más breve es la onda de este ritmo alternado de trabajo intelectual, tanto mayor es, a juzgar por mi experiencia, el tiempo en el que es posible continuar trabajando ininterrumpidamente en una prolongada tarea, sin que se "atasque" el motor mental.

ble de vanidad si permite que el viejo Adán le cierre el espíritu a cualquier sugestión de que es posible modificar algo de la primera redacción y responde: "Lo que he escrito, he escrito." í Un autor haría mejor en abandonar su pluma ni no tiene la humildad de concebir la posibilidad de que, después de todo, puede haberse equivocado y si no tiene asimismo el sentido común de ver, en los maestros vivos de su tema, no a críticos que habrá que combatir después de la publicación, sino a mentores que habría que consultar antes de la publicación, en la fase en que no es aún demasiado tarde para aprovechar sus fructíferas críticas y censuras. Al tomar como guía a Lionel Curtís aprendí a desarrollar mi obra en dos fases, cuando algún tema sujeto a controversia se hallaba en el programa. La primera fase consiste en exponer lo mejor posible el tema con mis propios recursos. La segunda fase consiste en hacer conocer esa primera redacción a una serie de autoridades que tienen diversa experiencia, conocimiento, punto de vista y sentimientos, y luego tornar a redactar el pasaje a la luz de los comentarios que se hicieron de la primera redacción. La primera fase es indispensable, porque la redacción de un tema puede suscitar comentarios, cosa que no ocurre con un cuestionario, que suele ir a parar a un casillero, si no al cesto de los papeles inútiles. Pero esta primera fase no es más que un preludio de la segunda, que es la fructífera. El proceso de tornar a redactar a la luz de los comentarios es fructífero porque una visión sinóptica de los comentarios hechos desde diferentes puntos de vista, da al autor una visión estereoscópica de su tema, visión que no puede ofrecer un solo par de ojos. Este procedimiento de considerar otras opiniones no dispensa, desde luego, al autor de la responsabilidad de adoptar una actitud propia y de mantenerse firme en ella; pero está dentro del poder del autor ofrecerse así la posibilidad óptima de prestar algún servicio a sus lectores.

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Al contemplar los enormes restos de las fortalezas venecianas en el Levante vine a saber algo de la propia Venecia, sin haber puesto los ojos en ella. Al observar los impactos que había hecho la civilización occidental en otras sociedades, vine a saber algo del ethos de Occidente, sin haber estudiado historia occidental. Platón me enseñó con el ejemplo a no avergonzarme de emplear la imaginación, así como el intelecto. Me enseñó cuando, en un viaje mental, me encontraba yo en el límite superior de la atmósfera accesible a la razón, a no vacilar y permitir que la imaginación me llevara a la estratosfera en las alas del mito. Al no mostrarse nunca demasiado soberbio ni demasiado tímido en tomar un mito para realizar una incursión a regiones del universo espiritual que están más allá del alcance de la razón, Platón mostraba la humildad y la audacia de un gran espíritu, y el ejemplo de este filósofo helénico me fortificó en un contorno mental occidental adverso, en el cual yo no pude encontrar ningún buen ejemplo contemporáneo sobresaliente que seguir. Ahora he vivido para ver cómo la fontana subconsciente de la poesía y la profecía eran restauradas, para honor del mundo occidental, por el genio de C. G. Jung; pero antes de que la estrella de Jung se elevara por fin sobre mi horizonte, el ejemplo de Platón, puesto a mi alcance por una educación clásica helénica, me había infundido el coraje para apartarme de un Zeitgeist occidental de principios del siglo xx, cuyos oráculos eran platillos de balanza y reglas, porque para los ojos de ese Geist que él mismo había cubierto con anteojeras, las únicas realidades eran aquellas que podían pesarse y medirse. Lionel Curtís me enseñó con el ejemplo un método de exposición y una actitud mental que, por mi experiencia, comprobé que constituía una ayuda soberana para tratar temas difíciles y, sobre todo, sujetos a controversia. Me enseñó que, al escribir un libro, lo mismo que en cualquier otra actividad humana, el peor de todos los vicios es la hybns, que constituye la némesis del autoengaño. Un autor es culpa-

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VI A personas y libros, por haberme enseñado métodos de exposición literaria Theodor Mommsen, en la Historia de la República Romana que leí en traducción inglesa en el ejemplar de mi tía Gertrude Toynbee,2 durante el verano de 1907, en el momento en que dejaba la escuela para ingresar en la universidad, me enseñó que una obra histórica era una mejor exposición de la historia cuando era también una obra de arte. Juan XIX. 22. Traducción inglesa de W. P. Dickson: London 1887-8, Bentley, 4 vols. El ejemplar de mi tía Gertrude, con mi nombre escrito por ella y con la fecha "setiembre de 1906" se halla sobre mi escritorio en mayo de 1951. 1

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Píndaro, los dramaturgos áticos y Herodoto, interpretado para mí por Sir John Myres,1 me enseñaron a usar el ritmo simétrico de la estrofa y la antistrofa. Heredóte también me enseñó el arte de aligerar el curso principal de una narración tratando en anejos cualquier tema que estuviera lo bastante apartado del tema central para que pudiera separarse de él, pero no tan apartado que pudiera quedar sencillamente fuera del libro. Aristóteles me enseñó su método, del cual hace magistral uso en la Política, de ilustrar proposiciones generales sobre las cuestiones humanas con apropiadas anécdotas históricas. Lucrecio, en su De rerum Natura, Libro I, versos 58-61, me enseñó el valor literario de los cambios de sinónimos para expresar las nociones claves de un sistema de ideas, como expediente para evitar la monotonía del efecto que produciría el empleo invariable de la misma palabra para designar la noción que inevitablemente debe repetirse. La posibilidad de Lucrecio en manejar su cohorte de intercambiables sinónimos para designar las partículas atómicas de la materia —primoria, principia, prima elementa, corpora prima, semina rerum, genitalia corpora rebus—2 me movió a seguir su ejemplo y a emplear voces casi sinónimas tales como "civilización", "sociedad", "cultura" y "mundo", y expresiones compuestas aproximadamente sinónimas tales como "estado universal" e "imperio ecuménico". Clarendon, en The History of the Rebelión and Civil Wars in Englcmd begun m the Year 1641, me enseñó a dar siempre en nota de pie de página la referencia, el capítulo y versículo de toda cita de la Biblia. Si era ésta una buena práctica en la Inglaterra de los días de Clarendon, cuando la Versión Autorizada de la Biblia era un libro del hogar, no debería abandonársela en nuestro tiempo, cuando la Biblia está pasando rápidamente al olvido en los países anglohablantes. De acuerdo con este principio, he dado referencias de mis citas no sólo de la Biblia, sino también de los clásicos griegos y latinos. Estoy agradecido por la buena suerte personal de haber nacido justo a tiempo para recibir la antigua educación humanista inglesa fundada en los clásicos y en la Biblia. Muchos giros del lenguaje de la Versión Autorizada de la Biblia han quedado depositados en mi memoria por haberlos oído repetidas veces en lecciones leídas en la iglesia, de manera que cuando escribo se me viene al espíritu un flujo de frases o reminisciencias de frases de las Escrituras; 5 pero nací demasiado tarde para Véase Myres, J. L.: Herodoto: Outline Analysis of Books l-Vl (Oxford 1912). " Véase la edición de Cyril Bailey, de De rerum Natura. (Oxford 1947, Clarendon Press, 3 vols.), vol. I, pág. 140. 3 Un autor anglohablante, educado en la Versión Autorizada de la Biblia, suele dar por sentado el uso de su lenguaje. Sir Lewis Namier que se había educado en un país católico donde la lengua vernácula polaca era impermeable a las influen1

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poder convertirme en un hafiz, siquiera en el libro sagrado de mi propia religión atávica; sé de memoria sólo una palabra o dos del Corán y no tengo el menor conocimiento de las escrituras palis de la secta hinayánica del budismo ni de los clásicos confucianos. Si hubiera podido adueñarme de estas riquezas espirituales, acaso habría estado en condiciones de hacer más justicia al tema de este Estudio. F. M. Cornford, en su Thucydides Mythistorícus^ me enseñó a indicar mediante el uso de un nombre abstracto con letra inicial mayúscula, la presencia de una de esas potestades o principados psíquicos —"las pasiones trágicas", como las llama Cornford— para los cuales no hay nombres apropiados en el vocabulario esterilizado de la sociedad occidental racionalista tardía. Hilm y Aidos, Civilización, Democracia e Industrialismo, Arcaísmo y Futurismo, Tiempo y Espacio, Ley y Azar, son unos pocos ejemplos, tomados al acaso. Este uso tiene, desde luego, sus inconvenientes. Por la analogía con los nombres personales podría interpretarse que expresan la falsa y no deliberada sugestión de que esas presencias son personales, siendo así que son emanaciones no personales del abismo subconsciente de la psique, el cual es asimismo la matriz de las personalidades. Con todo, un uso que sugiere la personificación es, en todo caso, menos equívoco que el uso que sugiriera que esas entidades son abstracciones —como quedaría implícito si se pusieran en minúscula las letras iniciales de las correspondientes palabras inglesas—, pues aunque no son personalidades, están cargadas de energía psíquica que tiene el poder de acarrear el bien o el mal en las cuestiones humanas, y la falta de nombres apropiados para designarlas en el vocabulario occidental reciente revela una importante laguna en el pensar, la imaginación y el sentimiento occidentales modernos. Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña la filosofía occidental de Horatio. TÍ) TÓÉV Satiiówv TcX^pev?; 2 y si yo hubiera escrito en latín o en griego nunca me habría visto ante este problema de semántica. La palabra griega Saí[j;ov£<; y la palabra latina numina atestiguan juntas que las almas helénicas tenían conciencia de que esas presencias psíquicas no personales eran vigorosas realidades vivas. Al contemplar una noche de noviembre de 1926, un espectáculo de títeres japoneses en Osaka, comprobé, como me habían asegurado cias del latín de la Vulgata y de la liturgia, me comunicó en cierta ocasión, excitado, el descubrimiento que había hecho en Inglaterra, de que una traducción arcaica de la Biblia y la liturgia a una lengua vernácula viva, aumenta los poderes de expresión de esa afortunada lengua, no sólo al duplicar su vocabulario, sino también al ofrecer al orador o al escritor un medio efectivo de suscitar emociones, en cualquier grado que él desee, al acudir a la Biblia en busca de refuerzos, los cuales van desde las fugaces alusiones a las citas explícitas, en apoyo del lenguaje pedestre de la vida cotidiana. 1 London 1907, Edward Arnold. 2 voúv TOÚ KÍJIJLOU tov 0e6v, ti 8£ áv eiA4"J/cov &W Kz ' !zt|x6v(>)v xXfjp;? (Tales, Fragmento XXII). »ívTare>.Tjpir¡ diüv etvot'—Diels H.: Die Fragmente der Vorsokratiker, 5* ed., vol. I (Berlín 1934, Weidmann), pág. 79.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 294 de antemano, que era posible alimentar la ilusión de que los títeres estaban animados de una vida autónoma propia, aunque los artistas humanos que los manejaban eran perfectamente visibles al espectador. Un efecto artístico que en Occidente se habría logrado mediante el artificio de mantener fuera de la vista a los manipuladores, se conseguía en el Japón por el arte, que mostraban los que manejaban los títeres, de borrarse de la atención a pesar de su visibilidad. Los artistas japoneses realizaban este tour de forcé de apartar la atención del espectador de ellos mismos y orientarla a los títeres, haciendo que sus movimientos parecieran carentes de vida y sus rostros impasibles. Y en verdad conseguían borrar subjetivamente sus objetivas formas humanas vivas visibles; y este chef d'oeuvre del arte japonés me enseñó a servir a mis lectores indicándoles las posiciones y fechas de los personajes mencionados en el texto sin distraer la atención de la parte expositiva. Aprendí a hacer que estas útiles inserciones no fueran un obstáculo, al ponerlas en latín y en bastardilla, entre paréntesis.

VII A personas, monumentos, cuadros, libros y hechos, por haberme dado intuiciones e ideas Debo a Robert Browing la frase "incitación y respuesta". Me jactaba de haber acuñado yo mismo la frase hasta que, más de diez años después de haberla escrito por primera vez, me topé con la cuarta estrofa de Master Hugues of Saxe Gotha, de Browning: Oh, podéis incitarlos, ni una respuesta obtendréis de los santos de la iglesia en sus círculos. Estas dos palabras deben de haber quedado sumergidas en algún nivel subconsciente de mi espíritu durante alrededor de un cuarto de siglo, es decir, desde las fiestas de Navidad de 1905-6 d. de C, en que leí por primera vez el poema con mi madre. Cuando yo me imaginaba que estaba inventando, lo que hacía era apelar a mi memoria. El profesor F. J. Teggart, en su Theory of History,^ cap. XIV, me mostró cómo entrar en materia, después de haberlo intentado yo sin éxito por mis propias luces.2 Las oscuras perplejidades en que veía New Haven, Conn. 1925, Yale University Press. En primer intento, realizado durante las vacaciones de verano de 1920 d. de C., traté de expresar mis ideas en la forma de un comentario al segundo coro de la Antífona de Sófocles (versos 332-75). El tema de ese poema —"el misterio del hombre"— era oportuno y la poesía, magnífica; pero mi enfoque no resultaba promisorio, pues este expediente de referir un asunto a algún oráculo clásico era la manera de abordar un tema que tenía el Occidente medieval y moderno temprano, en el cual me había iniciado en la escuela, en tanto que la empresa intelectual a la 1 2

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ante mi problema inicial de método y procedimiento me fueron iluminadas por los aforismos de Teggart:1 "en el estudio del hombre.. ., el primer paso ha de ser un retorno al presente"; "el punto de partida debe ser necesariamente la observación de las diferencias que singularizan la condición del hombre en diversas partes del mundo", y "la observación de las diferencias culturales que distinguen a los grupos humanos lleva inmediatamente al reconocimiento del mayor problema de la ciencia del hombre", esto es " '¿Cómo han de explicarse estas diferencias?'; '¿Cómo han llegado a producirse las diferencias que observamos en las actividades culturales de los hombres, tales como las encontramos en el tiempo actual?' " Yo tomé a pechos estas directivas y las seguí desde el principio al fin de esta obra. Me resultaron una ayuda valiosísima que no sólo me inició en mi tema, sino que me dirigió a través de él. Alfred Zimmern me enseñó, ocho años antes de la publicación de Teoría e Storia de la Storiograjia, de Benedetto Croce, en 1917 d. de C., que "toda verdadera historia es historia contemporánea".2 Aprendí esto por el fermento intelectual suscitado en mi espíritu en New College, en el verano de 1909 d. de C., cuando escuchaba a A. E. Z., que daba un curso de conferencias de introducción a la historia helénica para estudiantes que comenzaban a cursar Lztterae Humaniores, serie de conferencias que era el núcleo inicial de The Greek Commonwealth.3 Mientras escuchaba aquellas catalíticas palabras, las convencionales divisiones de "pasado" y "presente" y de "antiguo" y "moderno" se desvanecieron en mi espíritu y ya nunca tornaron a trabarlo. Había aprendido que la vida, el pensamiento y los sentimientos del mundo helénico del siglo v a. de C. eran presencias vivas que obraban sobre mí en un aula cristiana occidental del siglo XIV, en la que una multitud de estudiantes occidentales del siglo xx estaban sentados en aquel momento a los pies de un maestro. Eduard Meyer, en su ensayo "Der Gang der Alten Geschichte: Helias und Rom",* me ayudó a salirme de la convencional concepción de la historia occidental del siglo xix considerada
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y su propia edad moderna. Esta visión unitaria de la historia griega y romana que me dio Eduard Meyer me condujo a buscar un nombre unitario para designar la sociedad cuya historia era ésa. La llamé "civilización helénica" y una vez que hube identificado una civilización, otras veinte sociedades de la misma especie se me fueron presentando, una tras otra, en mi campo de visión histórico.

Alfred von Kremer, al revelarme, en su Kulturgeschichte des Orients unter den Chalifen^ la semejanza morfológica del califato con el imperio aqueménida, me llevó a ver en el califato una "reintegración" o "reanudación" o "avatar" del original estado universal siríaco, después de un milenio durante el cual el curso normal del proceso de desintegración de una civilización que había sufrido colapso, había quedado interrumpido en el mundo siríaco en virtud de la intrusión por la fuerza del helenismo en los dominios de la sociedad siríaca.

Polibio, en su Historia ecuménica, Libro I, cap. 4, me indicó el orden de marcha, con sus palabras: "El hecho de que todas las negociaciones del mundo hayan coincidido en orientarse en una única dirección y hacia una sola meta es el carácter extraordinario de la edad presente"; "la unidad de los hechos impone al historiador una análoga unidad de composición"; "el estudio de contactos y relaciones generales y de semejanzas y diferencias generales es el único camino que lleva a una perspectiva general, sin la cual no puede obtenerse ni beneficio ni placer, de la investigación histórica". La guerra general occidental de 1914-18 d. de C. ("primera guerra mundial") abrió mis ojos a la verdad histórica, y al propio tiempo verdad filosófica, de que el mundo de mi generación estaba comenzando a vivir las experiencias que Tucídides, en el mundo de su generación, ya había consignado y registrado. Cuando, siendo niño, solía yo volver a casa desde Kensington Gardens, en las tardes de invierno al anochecer por el puente que conduce desde Westbourne Terrace a Upper Westbourne Terrace sobre el Great Western Raiuway, veía un arco de luz voltaica, sostenido en una gran columna que, sobrepasando el puente, iluminaba el patio de cargo de abajo; y cuando pasaba yo, me fascinaba la llama azul que resplandecía entre las dos puntas de negro carbón. Mucho después, cuando meditaba sobre el misterioso proceso en virtud del cual nace la iluminación espiritual del cisma producido en el alma y en la sociedad, el vivido recuerdo de mi temprana impresión visual de aquel arco voltaico acudió en ayuda de mi imaginación. Eduard Meyer, en su magistral pintura del imperio aqueménida,1 me reveló la función histórica específica de un estado universal. Al eliminar una multitud de estados parroquiales idolizados, sin lograr inspirar el mismo grado de devoción para sí, un estado universal libera, para conversión al culto de Dios, una energía psíquica que antes estaba concentrada en los cultos idólatras, recíprocamente en conflicto, del yo colectivo del hombre.

J. B. Bury, en A Hist&ry of Later Román Empire jrom Arcadtus fo Irene,2 que encontré y leí en la biblioteca Moberly de Winchester, no sólo me reveló la existencia de la civilización cristiana ortodoxa, sino que me mostró el espectáculo de cómo una civilización se cambiaba en otra bajo la lente de aumento del historiador. En el otoño de 1912 d. de C. tuve la felicidad de conocer personalmente al gran historiador. Lord Bryce, en su The Holly Román Empire, no sólo me reveló la edad de tinieblas y la edad media de la historia occidental, sino que asimismo me dio mi primera noción del proceso en virtud del cual instituciones consagradas por el tiempo pueden adquirir una nueva finalidad y una nueva significación, sin que se haya producido ninna ostensible interrupción en la continuidad de su historia. En 1915 de C. tuve la felicidad de conocer personalmente a este gran estadista, viajero y erudito —un patriarca cuyo perenne celo lo hizo inmune al destino de Titón—, gracias a la buena suerte que tuve de que se me asignara una tarea bajo su dirección.

f

A. H. Lybyer, en The Government oj the Ottoman Empire in the Time of Suleiman the Magnificent,3 me reveló el clisé de la república ideal de Platón transportado a la vida real en la casa de esclavos del padisha otomano, y esta revelación me enseñó lo que podía conseguirse y lo que no podía conseguirse tratando a los seres humanos como si fueran animales domesticados. D. G. Hogarth fue el primero que me habló de la obra de Lybyer, antes de que conocier?. yo al propio Lybyer y trabajara con él en París, durante la Conferencia de la Paz de 1919-20 d. de C. El general J. C. Smuts, en su Holism and Evolution 4 me comunicó su concepto del movimiento cósmico en el cual la realidad pasa a través de diferentes órdenes del ser sin perder su continuidad o identidad. Los órdenes difieren, pero el genio de la Creación y la meta hacia la ue se encamina su curso, son los mismos en cada uno de los niveles e la jerarquía de las criaturas sucesivas.

3

Véase 1875-7, Braumüller, 2 vols. London 1889, Macmillan, 2 vols. 3 Cambridge, Mass. 1933, Harvard University Press. * Segunda ed.: London 1927, Macmillan. 1 2

i Meyer, E.: Gescbichte des Allertums, vol. vil (Stuttgart 1901, Cotta), Erstes Buch: "Der Orient unter der Herrschaft der Perser", págs. 1-233.

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El más meridional de los dos túmulos redondeados que hay en Slingsby Moor, sobre el cual solía yo tenderme a menudo en las tardes de verano, durante la década de 1930, mientras escribía las partes I-V de este Estudio me sirvió como una estación física para recibir las reverberaciones, aún no agotadas, de las ondas de hechos psíquicos que habían pasado por este extremo de la oikoumené desde la época inmemorial en que ese túmulo se había levantado allí sobre las cenizas del hombre desconocido cuya presencia aún estaba alentando en el lugar y en mis días. Cuando mi perra Tilda y yo, estábamos tendidos uno junto al otro sobre el túmulo, ella solía levantar sus lanudas orejas al oír los ruidos que hacían los conejos, por debajo de nosotros, en sus madrigueras, mientras mi sexto sentido se estremecía con la inaudible música de "los cornos de la región encantada, que sonaban tenuemente". Los Eeisebilder, de Heine y el Faust, de Goethe, que leí en Winchester, me introdujeron en dos mundos nuevos. Los Reisebilder me dieron una visión del imperio de Napoleón; Faust me dio una visión del bien en el mal. Quedaré siempre agradecido a E. J. Turner (el sementero) por haberme introducido en estas obras alemanas del arte literario occidental con un entusiasmo que era contagioso porque venía de la comprensión. Los Evangelios y Herodoto me hicieron cobrar coinciencia de la ironía divina que hay en las cuestiones humanas : la más tremenda de todas las lecciones de la historia. Esquilo me hizo anticipar la experiencia de la vida al enseñarme, cuando estaba yo todavía en la escuela, que el saber viene a través del sufrimiento, y que ésta es una ley que nos fue ordenada por Dios. Aunque aún yo no había apurado la copa por mí mismo, la verdad de las palabras de Esquilo TÓV

Kupiwc, me estaba garantizada por su belleza. La Versión Autorizada de la Biblia, hecha en el reinado del rey James I, me da, ya la lea ya la oiga leer, un indicio de la presencia divina que informa nuestro fragmento de un misterioso universo. El efecto de un lenguaje arcaico, pero al propio tiempo familiar, se parece más al de la música que al del discurso ordinario. Pasa a través del intelecto directamente al corazón. 1

Esquilo: Agamenón, versos 177-8.

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Paradise Lost, cuando lo descubrí y lo devoré en tres días, antes de haber cumplido ocho años, insufló en mi espíritu —aunque no pudiera comprenderla— mi primera noción de una teodicea. Ibn Jaldún, en su Muqqadamat (la introducción a su Historia universal*} me dio la visión de un estudio de la historia que trascendía los límites de este mundo e irrumpía en otro mundo. San Agustín, en su De chítate Det, me ofreció una visión de la relación en que se hallan esos dos mundos. Henri Bergson, en Les Deux Sources de la Moral et de la Religión 1 me enseñó que el ideal de la fraternidad del género humano presupone una creencia en la paternidad de Dios. El cuadro 2 de Fra Lippo Lippi de los ángeles y las almas de los elegidos reunidos icpacta! xpa'tai y adorando a Cristo en Su gloria, me dio una imagen visual de la comunión de los santos.

A personas e instituciones, por haberse mostrado amables conmigo • "Alabemos ahora a los hombres famosos y a nuestros padres, que nos engendraron." 3 A William de Wykeham debo mi educación, y él la previo para mí quinientos siete años antes de que yo ingresara en su College de St. Mary de Winton prope Winton. Fue aquél un hombre que sirvió a Dios haciéndose ministro de la Providencia de Dios. Fui et ego puer Wiccami y, lo mismo que otros hijos suyos, siento por nuestro fundador una gratitud y un afecto personales que, según creo, no podrían ser más cálidos si yo lo hubiera conocido en este mundo, en lugar de haber nacido, como nací, cuatrocientos ochenta y cinco años después de su muerte. "Las almas de los justos están en la mano de Dios' 4 y el tiempo no tiene poder para separarlas de sup hijos adoptivos. M. J Rendall me reveló la belleza de los poemas ingleses que él solía proponernos para traducir en versos griegos y latinos, y la belleza de los cuadros italianos que él solía mostrarnos, en proyecciones de linterna mágica, fuera de las horas de clase. "Mediante la activa comunión intelectual y el íntimo trato personal", nos comunicó su amor 1 París 2 Ahora

1932, Alean. en la National Gallery, de Londres. 3 Eclesiástico XLIV. i. 4 La Sabiduría de Salomón, III. i.

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por la belleza "como se enciende la luz cuando surge la llama"; i pero su revelación máxima de la belleza fue inconsciente y no deliberada. Cuando nos sentábamos a sus pies aprendimos lo que significaba encontrarse en presencia de un áví¡p "Y algunos hay que no tienen monumento" 2 en ninguna de esas pedestres realizaciones que son la lenta obra del tiempo y que por lo tanto se hallan a merced de todos los azares y cambios de esta vida mortal. La obra del azar, que, al llegar el 23 de setiembre de 1952 d. de C., había prolongado la vida del autor de este Estudio hasta la edad de sesenta y cuatro años,3 había tronchado la vida de contemporáneos y amigos suyos, muertos en el campo de batalla unos treinta y ocho años antes; y en el momento de terminar una obra que había tardado más de treinta años en realizar, el autor no podía dejar de pensar en las obras no escritas y perdidas para el mundo, a causa de las • heroicas y prematuras muertes que sufrieron en la acción Guy Leonard Cheesman, Lesle Whitaker Hunter, Alexander Douglas Gillespie, Robert Hamilton Hutchison, Arthur Innes Adam, Wilfrid Max Langdon, Philip Anthony Brown, Arthur George Heath, Robert Gibson, y John Brown, diez representantes de los innumerables jóvenes que se sacrificaron valientemente (y "de los cuales no era digno el mundo") 4 y cuyas vidas quedaron cortadas en las guerras que se libraron desde la edad de las civilizaciones. Esos estudiosos, que dieron la vida como soldados en su temprana virilidad, durante la primera guerra mundial, continuaron viviendo en los corazones y espíritus de sus amigos sobrevivientes y la vida y la obra de uno de esos sobrevivientes debía más de lo que él podía expresar al recuerdo perenne de aquellos compañeros prematuramente muertos. The Council on Foreign Relations de Nueva York conservó seguros para mí, desde antes de la semana de Munich hasta después del día V. J., mis notas para las partes VI-XIII de este libro y los cuadernos en que yo había anotado el fruto de mis lecturas, durante los veinte años anteriores. Este acto de gentileza me procuró muchas veces, du1 Cartas de Platón, n" 7, 341 B-E. 3 Eclesiástico XLIV. 9. 3 Al llevarlo, el 26 de abril de 1912 —por haber prestado crédito a un mapa de Grecia (que tiene ahora sobre el escritorio) levantado por el estado mayor austrohúngaro en el que se indicaba como camino para carruajes un trecho que no era ni siquiera una senda de cabras— a calcular erróneamente el número de horas de marcha a pie que habría entre Kato Vezani y Yythion y en consecuencia al agotar el contenido de su cantimplora de agua y al volver a llenarla con agua de un río que estaba infectado con gérmenes de disentería. ("Esa es agua muy mala", había dicho con razón un hombre que vivía en una choza, después de haber observado en silencio cómo el inadvertido viajero bebía de ella hasta saciarse.) Este accidente incapacitó al autor para el servicio militar en la guerra de 1914-18 d. de C. * Hebreos XI. 38.

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rante la segunda guerra mundial, el consuelo de sentir non omnis moriar.i La doctora Sylvia Payne me ayudó, en una época de grandes tribulaciones personales, a encontrar, a través de la selva oscura, un camino que ya no habría podido encontrar por mí mismo. E quanto a dir qual era é cosa dura Questa selva selvaggia ed aspra e forte, che nel pensier rinnuova la paura. La Rockefeller Foundation de Nueva York me hizo posible, después de ocho años de interrupción, escribir la primera redacción de las partes VI-XIII de este libro, en el término de los cuatro años que van desde el i9 de julio de 1947 y enviar estos cuatro volúmenes a la imprenta en la segunda mitad del año 1952, al suministrar al Royal Institute of International Affairs de Londres los medios financieros para reforzar el personal del Departamento encargado de realizar el Sttrvey of International Affarrs (y acordarme a mí una parte sustancial de tiempo libre), que hubo de reanudarse, después de la guerra, con ocho años (y no años comunes) de atraso. Además la Foundation nos hizo financieramente posible a mi mujer y a mí aceptar invitaciones del Institute for Advanced Study de Princeton, para visitarlo periódicamente, lo cual nos fue valiosísimo en el progreso de nuestra obra. Si la Rockefeller Foundation, el Royal Institute of International Affairs y el Institute for Advanced Study de Princeton no hubieran cooperado entre sí de manera tan considerada y efectiva, yo no habría podido terminar el libro en esta época y acaso nunca habría podido siquiera volver a reanudar su redacción. Sidney Marsh se me mostró un verdadero amigo en la necesidad, al ayudarme a encontrar mi camino cuando pasaba yo por un tiempo de angustias. Su gentileza era conmovedora, porque provenía del corazón; pero no podía sorprenderme porque era característica de él. La loggict de Ardens, que se abre hacia el sur sobre el bosque de Aasrdown frente a los Downs, fue un lugar en el que pude, al cabo de siete años de interrupción del trabajo de este libro, reanudar mi obra y concentrar mis pensamientos cuando me proponía volver a abordar mi empresa, a medias realizada, y llevarla hasta su final. El profesor Roland G. Kent y el profesor George G. Cameron dedicaron generosamente mucho tiempo y mucho trabajo para ayudarme a corregir algunas de las faltas más crasas —que iban a desde errores de juicio y enunciaciones falsas de hechos, hasta errores de grafía— 1

Horacio: Carmina, Libro III, oda xxx, verso 6.

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en el ensayo, propio de un aficionado, que escribí sobre la geografía administrativa del imperio aqueménida.1 Desde luego que estos dos eminentes eruditos no son responsables, en virtud de declararles yo mi gratitud por su ayuda, de ninguno de los errores que pudieran aún haber quedado. El valioso comentario del profesor Kent sobre la primera redacción de mi ensayo, debe de haber sido uno de los últimos de los muchos actos de gentileza, tan caractísticos en él, que pudo realizar antes de su muerte, acaecida el 27 de junio de 1952.

El doctor Sidney Smith, el profesor Albrecht Goetze, el profesor F. W. Albright, el señor M. B. Rowton y el señor D. J. Wiseman, acudieron del modo más amable para ayudarme en el ensayo sobre cronología de la historia del Asia sudoccidental durante la primera mitad del segundo milenio a. de C.1 Es muy fácil que un lego se vea en apuros en un campo en que los profesionales están de acuerdo tan sólo en declarar francamente que sus diferentes reconstrucciones no pueden ser sino hipotéticas, atendiendo al estado actual de nuestra información. El conocimiento que tenemos de la historia del Asia sudoccidental por obra del progreso de las excavaciones arqueológicas está aumentando tan velozmente que este enigma cronológico bien pudiera quedar resuelto algún día —acaso antes de que se publique este volumen— por algún nuevo descubrimiento decisivo. Mientras tanto, el ensayo que los cinco eruditos a quienes declaro ahora mi gratitud, me ayudaron a revisar, puede servir al lector como un informe provisional sobre las diferentes y principales reconstrucciones posibles de ese pasaje de la historia, a la luz de la información qué se posee hasta hoy (24 de setiembre de 1952).

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El señor Martin Wight dedicó la mayor parte de unas vacaciones de verano, que necesitaba mucho, a la primera redacción de la parte VII de este Estudio y a escribir para mí sus bien pensados comentarios y críticas. Yo he demostrado el alto aprecio en que los tengo, al incorporarlos in extenso en notas de pie de página y en apéndices. El resultado del trabajo del señor Martin Wight fue convertir mi monólogo original en un diálogo, que decididamente habría de ser más interesante y valioso para el lector. El señor Wight expuso con toda claridad, con motivo de mis referencias al cristianismo, cuáles son las inconmovibles posiciones cristianas tradicionales y señaló las cuestiones en que mi punto de vista difiere de ellas. Llamó la atención sobre la perdurable vena judaica del exclusivismo y la intolerancia en el cristianismo y, en este punto decisivo, mostró que yo estaba con Símaco y contra San Ambrosio, con Mangú y contra Guillermo de Rubruck 2 y con Radha Krishnan y contra Karl Adam, Jean Daniélou y Hendrik Kraemer. El señor Thomas Wallas, de la London and Lancashire Insurance •Company, me comunicó del modo más amable la información, llena de autoridad, sobre el material estadístico que fuera accesible a las primeras compañías de seguros de Gran Bretaña en la época en que comenzaron a trabajar. El señor James Laver, Conservador de los Departamentos de Grabados, Ilustraciones, Dibujos y Pinturas, del Victoria and Albert Museum de Londres; el Rev. Padre Benedetto Renzi, párroco de la iglesia de San Francisco de Arezzo; y el señor Pietro Zampetti, Soprintendente alie Gallerie delle Marche, me prestaron todos la más cordial ayuda en mis indagaciones sobre las afinidades de ciertas formas de tocado.

1

VI. vn. 495-622.

"Así como Dios puso varios dedos en la mano, también dio al hombre varios caminos." — El jan mongol Mangú, en su conversación, mantenida el domingo de Pentecostés de 1254 d. de C, con el fraile franciscano Guillermo de Rubruck, como lo refiere el fraile Guillermo en su Itinerarium Fratris Willielmi de Rubruquis, de Ordine Fratrum Minorum, Galli, Anno Gratie 1253, ad Partes Orientales, cap. 51 2

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Estoy particularmente agradecido al señor Rowton por el gran trabajo que se tomó en orientarme con su segura mano, a través de semejante laberinto. Mis hermanas, la profesora J. M. C. Toynbee y la señorita M. R. Toynbee, me mostraron su cariño, al tolerar mis preguntas, y su erudición, al no dejar nunca alguna de ellas sin respuesta. La bibliotecaria del Royal Institute of International Affairs de Londres, señorita Barbara Kyle, y la bibliotecaria del Instituto for Advanced Study de Princeton, señorita Judith Sachs, con todos sus colegas, me ayudaron en cada etapa de un largo viaje literario, con su inagotable amabilidad y eficiencia profesional, para superar un enorme río de dudas y para procurarme los innumerables libros, sobre una variedad tan grande de temas, que debí pedirles. La señorita Elizabeth Horton del Institute for Advanced Study de Princeton, me hizo posible, por la gentileza que me manifestó en repetidas visitas, gozar del pleno beneficio de las raras facilidades que el Instituto ofrece a los estudiosos. En enero de 1951, cuando la situación internacional se presentaba tan grave que parecía insensatez llevar conmigo, de vuelta a Europa, el único texto de un manuscrito aún no pasado a máquina, la señorita Horton y su colega, la señorita Farr, tranquilizaron generosamente mi espíritu al pasarme a máquina el manuscrito que yo había redactado en Princeton durante los tres meses anteriores. 1

Publicado en este volumen, en las págs. 217-271, supra.

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La señorita J. K. Galbraith ha cotejado, con la señorita Redding.. todas las copias escritas a máquina con el manuscrito. Su generosa ayuda hizo posible algo que no podría haberse hecho sin la cooperaración de dos espíritus y dos pares de ojos. El trabajo fue tan cuidadoso y laborioso como era indispensable para asegurar la reproducción exacta del texto. Tener que habérselas con partes tan exóticas como, digamos, el anejo sobre la organización administrativa del imperio aqueménida, eran actos no ya amables, sino angélicos.

El profesor E. D. Myers, director del Departament of Philosophy •de Washington y de la Lee Úniversity de Lexington, Virginia, compiló -el diccionario de nombres geográficos para los trece volúmenes de este libro, que se publicará como volumen suplementario, y proyectó y dibujó —en una forma que permite a los cartógrafos de la Oxford Úniversity Press hacerse cargo de ellos— la mayor parte de los mapas que ilustran los diez volúmenes y que también aparecerán en el volumen xiv. El diccionario geográfico esclarece pasajes del libro en que el marco geográfico de la narración pudiera no ser familiar a algunos lectores occidentales, en tanto que los mapas permiten que el lector se familiarice, de una ojeada, con los hechos geográficos que habrían exigido muchas páginas de aburrida letra impresa, en el caso de que el autor hubiera tratado de describir esos hechos con palabras. Al acudir así en ayuda del lector, el profesor Myers ha dado asimismo una satisfacción al autor. En efecto, a éste le ha complacido mucho tener la posibilidad de trabajar conjuntamente con un viejo amigo que conoce el contenido y estructura de la obra, comprende sus designios y ha tenido la habilidad y la gentileza de interpretarla para el público.

3°4

La señorita Bridget Redding pasó a máquina, del principio al fin, un complicado manuscrito de letra desigual, plagado de notas y anejos. Su paciencia, cuidado, precisión, perseverancia y amistad, llevaron los diez volúmenes de este libro, desde las manos del autor a las del impresor, a través de un abismo tan ancho como el Atlántico. Uno de los días decisivos de mi vida fue un día en 1933, en el' cual, después de haberme aventurado, con el corazón en la boca, a presentar las copias escritas a máquina de los volúmenes i-in de este Estudio, a sir Humphrey Milford, recibí de él una nota, característicamente lacónica, que decía: "Publicaré su voluminoso libro." Desde aquella fecha continué recibiendo la amable e inteligente ayuda de todos miembros de Amen House de 114 Fifth Avenue y de Oxford, en la difícil y trabajosa tarea de imprimir y publicar una obra de estas dimensiones. Cinco veces en el término de veinte años descargué en sus oficinas una maleta íntegra de páginas escritas a máquina. Y el peso sumado de esas cinco cargas debe haber sido muy grande. En cada rase del largo proceso de producción, estos amigos y colaboradores en la parte técnica de la empresa me dieron innumerables ocasiones para considerar con gratitud la decisión de Sir Humphrey Milford que tanto significó para mí, primero bajo sus propios auspicios y luego bajo los del señor Geoffrey Cumberlege de Warwick-Square y bajo los del señor H. Z. Walck, del otro lado del Atlántico. El señor John Lodge —director emeritus de Nantwich and Acton Grammar School— leyó las pruebas de galeras de los volúmenes VII-XIH y además de hacer una serie de sugestiones que el autor siguió con agradecimiento y de encontrar una serie de errores que se habían escapado tanto al ojo del autor como al de los impresores, se encargó generosamente de realizar por el autor la laboriosa, pero indispensable, tarea de verificar las referencias internas de pasajes de este Estudio y las referencias a la Biblia, a los clásicos griegos y latinos, a las obras de literatura occidental en lengua inglesa y otras lenguas vernáculas, y a otros libros que se hallan en la biblioteca del señor Lodge. Ayuda tan amable, desinteresada, oportuna y efectiva como ésta tiene la virtud de llegar al corazón. Lamento su súbita muerte el i« de abril de 1954.

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Mi esposa, por tercera vez, ha hecho el magnífico índice sin el cual ninguna de las series de volúmenes de este libro estaría completa. Estos tres índices, que son las claves de los volúmenes MU, iv-vi y VII-XIH, representan trabajos que no fueron menos esforzados por haber sido trabajos de amor. Los índices fueron tarea difícil porque no son meros catálogos de nombres y hechos, sino análisis magistrales de ideas expuestas en el libro. Y esta exposición analítica, que exigió un trabajo intelectual tan severo a la autora de los índices, habrá de ser proporcionadamente valiosa para el lector. En cuanto al autor, cada vez que leyó en borrador uno de esos índices de una serie de sus volúmenes, experimentó la fortificante y tranquilizadora sensación de que, después de todo, el libro no podía estar completamente desprovisto de sentido, puesto que algún sentido había encontrado en él, bona -fide, un espíritu cuyas facultades críticas, así como su benevolencia, le eran bien conocidas. Hay personas —algunas ya mencionadas— a las que debo tanto y con las que mantengo amistad tan íntima, que no puedo poner en palabras la exacta medida de lo que dieron, de manera que sólo me es posible expresar los sentimientos que alimento por ellas, inscribiendo aquí sus iniciales —tot pignora amoris— en el orden alfabético de sus nombres de pila, videljcet: B. H., B. H. S., C. C.-E., D. D., E. R. M., G. M., H. T. W.-G., J. A. S., J. D. D., J. L. H., R. M. Y. G., R. S. D., R. T., S. E. T., V. M. T.

FIN

ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN BUENOS AIRES EL 29 DE MAYO DE 1964, EN LOS TALLERES DE LA COMPAÑÍA IMPRESORA ARGENTINA, S. A., ALSINA 2049.

EMECÉ EDITORES, S. A. LUZURIAGA 38 — BUENOS AIRES

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