Estudio De La Historia Arnold Toynbee Tomo_xi.pdf

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Obras de Arnold ]. Toynbee publicadas por Eme ce Editores LA C I V I L I Z A C I Ó N PUESTA A PRUEBA GUERRA Y CIVILIZACIÓN EL HISTORIADOR Y LA R E L I G I Ó N LA C I V I L I Z A C I Ó N HELÉNICA DE ORIENTE A OCCIDENTE EL CRISTIANISMO ENTRE LAS RELIGIONES DEL MUNDO

ESTUDIO DE LA

HISTORIA

ESTUDIO DE LA HISTORIA

POR

VOLUMEN I

ARNOLD J. TOYNBEE

Introducción Las génesis de las civilizaciones VOLUMEN ii (CONTINUACIÓN) Las génesis de las civilizaciones V O L U M E N III

El crecimiento de las civilizaciones VOLUMEN iv (PRIMERA PARTE) EL colapso de las civilizaciones VOLUMEN iv (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) El colapso de las civilizaciones VOLUMEN v (PRIMERA PARTE) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN v (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vi (PRIMERA PARTE) (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vi (SEGUNDA PARTE (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vii (PRIMERA PARTE) Estados universales VOLUMEN vii (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) Estados universales

HON. D. LITT. OXON. HON. D. LITT BIRMINGHAM HON. LL. D. PRINCETON, F. B. A. EX-DIRECTOR DE ESTUDIOS DEL REAL INSTITUTO DE ASUNTOS INTERNACIONALES

EX-PROFESOR DE INVESTIGACIONES DE HISTORIA INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE LONDRES

(CON SUBVENCIONES DE LA FUNDACIÓN SIR DANIEL STEVENSON) Traducción de ALBERTO LUIS BIXIO VOLUMEN

XI

V O L U M E N VIII

Iglesias universales - Edades heroicas VOLUMEN ix (PRIMERA PARTE) Contactos entre civilizaciones en el espacio VOLUMEN ix (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) Contactos entre civilizaciones en el espacio VOLUMEN x Contactos entre civilizaciones en el tiempo COMPENDIO

de los volúmenes i al VI COMPENDIO

de los volúmenes vil al xil

EMECE EDITORES, S. A. BUENOS AIRES

Titulo de la obra en inglés A STUDY OF H I S T O R Y Esta traducción castellana se edita por atencton del autor, Pofeor Arnold J. toynbee, del Royal ImMute o InterZtional Ajiairs y de la Oxford Univers.ty Press de Londres. PRIMERA

EDICIÓN

Pero a mis espaldas siempre oigo Que a toda prisa se acerca El carro alado del Tiempo. ANDREW MARVELL

TEÓCRITo: KuvíaKa? "Epuí, i. 70. YrjpáaKü) 6'' aíei xo^yá Si8aaKÓy.svo;. SOLÓN Mi destino está en tu mano. SALMOS XXX.

l6.

Mas Tú eres siempre el mismo, y tus sueños no tienen fin. SALMOS CI. 28-29.

Queda hecho el depósito que previene la ley número 11.723. © EMECÉ EDITORES, S. A. - Buenos Aires, 1963.

PLAN DE LA OBRA

I INTRODUCCIÓN II LA GÉNESIS DE LAS CIVILIZACIONES III EL CRECIMIENTO DE LAS CIVILIZACIONES

IV EL COLAPSO DE LAS CIVILIZACIONES

V LA DESINTEGRACIÓN DE LAS CIVILIZACIONES

VI ESTADOS UNIVERSALES VII IGLESIAS UNIVERSALES

VIII EDADES HEROICAS

IX CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL ESPACIO

X CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL TIEMPO

XI LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

XII LAS PERSPECTIVAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

XIII LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

SCRIPTORIS VITA NOVA O silvae, silvae, raptae mihi, non revidendae, O mea, Silvani filia, musa dryas, non dolet: hoc Pacto dictum inmortale profata Arria procudit mi quoque robur et aes— mi quoque; non solus tamen exsulo: nonne priores clara creaverunt tristi opera exsilio? Exsul —et immeritus— divom, Florentia, carmen edidit, alma intra moenia tale tua nil orsus, vates. Non iuste expulsus Athenis, Pangaei clivis advena Threi'ciis, scripsit postnatis in perpetuom relegendam vir, bello infelix dux prius, historiam. His ego par fato: par sim virtute. Fovetur acrius aerumnis magnanimum ingenium. Me patriae excidium stimulat nova quaerere regna. Troia, vale! Latium per maria atra peto. Silvae, musa dryas, praesens Silvane, penates, "non" mihi clamanti "non" reboate "dolet". Quae sibi nil quaerens quarenti tanta ministrat, quae nil accipiens omnia suppeditat, quae constanter amat non tali robore amata, quae daré —et hoc totis viribus— ardet opem, nonne haec digna suo Beronice nomine sancto? Quod patet ante oculos, improbe, nonne vides. Cui tam cara comes, non exsul: ubique patria qua praesens coniugis adsit amor. Cae ce día, tándem vidisti clarius. Audi: Perdita mortali gaudia flere nefas: non datus humanis in perpetuom esse beatos: mox marcent vitae praemia: segnities Elys'ti pretiumsl: hebetat dulcedo: doloris sopitam recreant volnera viva animam. Haec non quesitae tibí ¡anua aperta salutis: tu jato felix: te nova vita vocat. Gavisus iuvenis vitae describere metas, ausus eram fatum propicere ipse meum. Prospexi triplicem —fauste ducentis Amoris, Musarum comitum, coniugis— harmoniam, amens, qui, vasti peragrans vagus, aequora ponti, non cavi fulmen, saeva procella, tuom. Non iterum de me dictabo oracula: nosti, qui me servasti, Tu mea fata, Deus.

ÍNDICE XI. LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA A. EL PROBLEMA I. ESTADO DE LA CUESTIÓN II. DEFINICIÓN DE TÉRMINOS III. EL ANTINOMISMO DE LOS HISTORIADORES OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS

(a) El rechazamiento de la creencia en una "ley de Dios" por parte de los espíritus occidentales modernos tardíos . . (b) La pugna entre la ciencia y el antinomismo por la posesión del reino intelectual derrelicto de las cuestiones humanas (c) La credulidad inconsciente de los declaradamente agnósticos (d) Los motivos del agnosticismo de los historiadores occidentales modernos tardíos IV. LA CUESTIÓN TODAVÍA EN DEBATE B. LA SUJECIÓN DE LAS CUESTIONES HUMANAS A LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" I. EXAMEN DE EJEMPLOS

(a) Las "leyes de la naturaleza" en las cuestiones ordinarias y privadas de una sociedad occidental industrial (b) "Leyes de la naturaleza" en las cuestiones económicas de una sociedad occidental industrial (c) "Leyes de la naturaleza" en la historia de las civilizaciones 1. Luchas por la existencia entre estados parroquiales . . . El ciclo de guerra y paz en la historia occidental moderna y postmoderna El ciclo de guerra y paz en la historia helénica postalejandrina El ciclo de guerra y paz en la historia sínica postconfuciana Visión sinóptica de las manifestaciones del ciclo de guerra y paz en la historia de las civilizaciones occidental, helénica y sínica 2. La desintegración y el crecimiento de las sociedades . . "Leyes de la naturaleza" en la desintegración de las civilizaciones . . .

17 X7

IJ 19 24

24 35 49 58 77 8o 8o

8o 84 98 98 98 129 139

153 160 160

"Leyes de la naturaleza" en el crecimiento de las civilizaciones (d) "No hay armadura contra el destino" II. POSIBLES EXPLICACIONES DE LAS MANIFESTACIONES DE LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LA HISTORIA

164 169 182

Los trabajos del hombre, emancipados del ciclo del día y del ciclo anual de las estaciones, por obra de la civilización .. 182 El ciclo comercial psicológico emancipado del ciclo físico de las cosechas, por obra de la revolución industrial 187 El uso educativo que el espíritu humano da al ciclo físico de las generaciones como regulador psicológico de cambios sociales 198 El sometimiento de las civilizaciones que sufrieron colapso a "leyes" de la naturaleza humana subconsciente 207 III. ¿SON INEXORABLES O GOBERNABLES LAS LEYES DE LA NATURALEZA QUE SE MANIFIESTAN EN LA HISTORIA?

22O

C. LA RESISTENCIA DE LAS CUESTIONES HUMANAS A SOMETERSE A LEYES DE LA NATURALEZA

232

I. EXAMEN DE EJEMPLOS

CLAVE PARA EL MANEJO DE LAS REFERENCIAS INTERNAS EN LAS NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE LOS VOLÜMENES VII-X

232

(a) La variabilidad del coeficiente de cambios culturales . .

232

1. La hipótesis de la invariabilidad y las pruebas en contra de ella 2. Ejemplos de aceleración 3. Ejemplos de retardación 4. Ejemplos de ritmo alternado de cambio

232 240 248 251

(b) Diversidad de episodios correspondientes en la historia de diferentes civilizaciones

263

1. Diversidad en la duración de las fases de crecimiento de las civilizaciones 263 2. Diversidad de las relaciones de la religión con los surgimientos y caídas de civilizaciones de diferentes generaciones 266 II. POSIBLES EXPLICACIONES DE LA NO VALIDEZ DE LEYES DE LA NATURALEZA EN ALGUNAS FASES DE LAS CUESTIONES HUMANAS

267

D. LA LIBERTAD DEL ALMA HUMANA QUE ES LA LEY DE DIOS

288

El texto final de esta obra, lo mismo que sus notas originales, se escribió (excepto en lo tocante a algunos anejos) en el orden en que aparecen los capítulos en el índice general. A cada paso, tanto al preparar las notas como al escribir el texto, el autor procuró siempre no perder de vista la relación entre el pasaje en el que estaba trabajando en ese momento y el plan general de la obra; de ahí que en las notas que van al pie de página se haga referencia a pasajes de la obra conexos con el texto de que se trata, pues el autor cree que el método de tener continuamente presente el conjunto, método que constituyó una guía y una disciplina indispensable para el desarrollo de su propio pensamiento, ha de ser asimismo de alguna ayuda para los lectores. Puesto que, por la naturaleza misma de este trabajo, la cantidad de notas relativas a referencias internas ha ido aumentando a medida que avanzaba el libro, el autor procuró, al imprimir esta serie final de cuatro volúmenes, aliviar los ojos del lector -—y al propio tiempo aligerar el trabajo de la imprenta— reduciendo al mínimo el espacio dedicado a tales notas. En consecuencia, cada referencia estará representada por tres indicaciones: un número romano, en mayúscula, que indicará la parte; un número romano, en minúscula, que indicará el volumen; y un número arábigo, que dará la página; una n. indicará "nota al pie de página" cuando la referencia sea ésta. Por ejemplo, una referencia que en los volúmenes I-VI habría aparecido en una nota al pie de página así: "Véase IV. C. (m) (r) 2 (8), Anejo, vol. IV, pág. 637, sufra", aparecerá en los ucatro volúmenes presentes, del modo que sigue: "Véase IV. IV. 637." El autor cree que ni el impresor ni el lector habrán de quejarse de esta forma más comprimida.

XI LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA A. EL PROBLEMA I. ESTADO DE LA CUESTIÓN

UANDO el autor estaba proyectando este Estudio en el verano de 1927 d. de C, comprendió que debía abordar el problema de los respectivos papeles de la ley y la libertad en la historia, antes de intentar cobrar una visión, cual desde el Pisgah, de las perspectivas de la civilización occidental. Sin embargo, en el invierno de 1928-9 d. de C., cuando, teniendo presente aquel objetivo ulterior redactaba las notas para escribir eventualmente esta Parte, se daba cuenta de que esa cuestión capital parecía aún académica a la mayor parte de los habitantes de los países occidentales que habían sido ya neutrales, ya vencedores, en la guerra mundial de 1914-8 d. de C En junio de 1950, cuando después de siete largos años de interrupción, que se extendieron de 1939 a 1946, el autor llegó por fin a redactar esta Parte del libro, se encontró trabajando en una nueva atmósfera que decididamente era más afín al tema. En 1950 d. de C., los sobrevivientes de una generación de occidentales que libraron dos guerras mundiales fratricidas en el espacio de una vida, habían salido del segundo de estos conflictos, incomparablemente destructores, sólo para verse empeñados en una "guerra fría" que no era menos ardua y menos crítica por ser menos bárbara que el preludio militarmente representado dos veces, en que el encoré había sobrepasado la primera representación. Y esas decepciones e inquietantes experiencias habían provocado, en la mayor parte de las almas occidentales vivas, un revolucionario cambio de sentimientos y concepciones. En esa época la mayor parte de los occidentales habían cobrado conciencia de que su civilización se hallaba en peligro de muerte, y la reflexión les había hecho recordar que, después de todo, ésa no era una perspectiva nueva en una arena histórica en la que casi todas —si no todas— las otras sociedades humanas de la misma especie ya habían perecido. En verdad, la generación viva de Occidente comenzaba a mirar los hechos de la historia tales como éstos se presentaban al ojo hbre, en lugar de continuar contemplando ese temible espectáculo a través de los lentes ahumados heredados de sus abuelos; y, a la luz de nechos luminosos, que por fin contemplaban directamente, los occi• enta/es se planteaban cuestiones que habrían escandalizado a sus abue°s, si alguna vez se les hubiera ocurrido formulárselas. *•* generación de homo Occidentalis que ya estaba en su chochez

C

LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA 18

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

en 1914 d. de C. fue la última generación que sostuvo, con incuestionable fe, un dogma que por esa época ya había servido durante un cuarto de milenio como la sustancia de una religión, mecánicamente disecada y peptonizada, del hombre occidental moderno tardío. Esta cómoda y errónea doctrina permitía a la sociedad occidental contemplar frente a sí un panorama ininterrumpido de progreso hacia un paraíso terrenal, y creer que su triunfante avance a lo largo de ese camino abierto era inevitable, puesto que la única "ley" que obraba sobre un homo sapiens, libre en todos los otros aspectos de labrar su propio futuro, era "una ley de progreso" que hacía inevitable que se cumplieran los deseos del pensador. En 1950 d. de C., los nietos de estos últimos mohicanos Victorianos se estaban planteando cuestiones que había formulado para los indagadores occidentales después de la primera guerra mundial, Oswald Spengler, un hombre de genio, de espíritu pontifical, que pensó y escribió en el milieu psicológico de un país que acaba de sufrir lo que, aun teniendo en cuenta los criterios moderados de la época, había sido una aplastante derrota militar. Unos treinta años después de la publicación de la primera edición de Der Untergang des Abendlemdes, en 1919 d. de C., un coro de voces occidentales se hacía eco del vidente cuestionario de Spengler. ¿Son las grandes tribulaciones que hemos sufrido, y las tribulaciones aún mayores que prevemos, productos de "leyes" que se hallan más allá de nuestro dominio y que no son, a la postre, "leyes" de progreso? Si leyes tan desagradables están verdaderamente en vigor, ¿gobiernan ellas toda la vida humana, o hay algunas provincias o planos de la vida en que el hombre es su propio amo, y por lo tanto tiene la libertad —dentro de esos límites— de encontrar remedios, mediante su propia acción, para males de su propia factura? Si las cuestiones humanas se hallaran, pues, sometidas, a un régimen dual, ¿qué cuestiones se hallan bajo nuestro régimen y cuáles son gobernadas por la "Ley"? Y, si comprobamos que el hombre tiene un mínimo de libertad, ¿no podríamos emplearlo como un oxoo CTCWJJ.SV partiendo del cual —mediante la virtud, la sabiduría y el trabajo— acaso pudiéramos ampliar los límites de la provincia que se halla bajo el dominio del hombre, a expensas de la provincia que se halla bajo el dominio de la "Ley"? El filósofo germano que inauguró el camino en cuanto a plantear estas nuevas e inquietantes cuestiones a los entonces complacidos y perezosos espíritus occidentales, dio a todas ellas una amplia y dogmática respuesta propia. La verdadera ley de la vida social humana •—declara Spengler— no es una ley de inevitable progreso, sino que es una ley de inevitable colapso, desintegración y disolución, proceso que se desarrolla en un período de tiempo que acaso es hasta más inflexiblemente uniforme que los períodos de vida de los organismos vivos. Afortunadamente, al hacerse cargo de las cuestiones planteadas por Spengler, sus contemporáneos occidentales no aceptaron de antemano

la respuesta oráculo que el hierofante germano dio a su propia y sagaz inquisición. Y puesto que ya en otros lugares mostramos la falacia que suponía la posición de Spengler, que confundía las sociedades con organismos vivos, e hicimos notar la falta de fundamento de su creencia en la omnipotencia de la salvaje diosa Necesidad,1 podemos considerar las cuestiones planteadas y respondidas por Splenger como —pace Spengleri •—aún en debate. II. DEFINICIÓN DE TÉRMINOS

Al aventurarnos, sin prejuicios, a buscar una nueva respuesta propia al problema de si las cuestiones humanas están gobernadas por leyes, nuestro primer paso debe ser definir lo que entendemos por "leyes" y por "cuestiones humanas". En el contexto de nuestro Estudio, cuestiones humanas significa manifiestamente no medicina, sino humanidades, no química orgánica, biología y fisiología del cuerpo humano, sino los asuntos de los seres humanos en el aspecto espiritual de la humanidad en que el hombre es una persona, con una conciencia y una voluntad que se mueven en la superficie de las aguas 2 de un abismo psíquico subconsciente, y no en el aspecto físico en que el hombre es un cuerpo cuyos constituyentes químicos pueden analizarse, pesarse, medirse y tasarse por el valor actual que tienen en el mercado de los bienes materiales. Si, a los efectos de este Estudio, definimos la expresión "cuestiones humanas" en el sentido espiritual, bien podemos ver que nuestro campo de las cuestiones humanas se articula en cuatro provincias ocupadas respectivamente por las diferentes relaciones en que está el alma con Dios, consigo misma, con un círculo relativamente pequeño de otros seres humanos con los que se halla en comunión directa y personal, y con un círculo relativamente amplio de seres humanos con quienes se halla en contacto impersonal e indirecto, a través del mecanismo de las instituciones.3 En esta parte de nuestro Estudio habremos de reconocer esas cuatro provincias. En este mismo contexto, "ley" manifiestamente no significa la legislación elaborada por el hombre que, desde luego, es la única "ley" auténtica en el sentido literal del término y que es, asimismo, la única ky de la que tenemos conocimiento directo en nuestra inmediata experiencia humana de todos los días. La "ley" que nos interesa considerar en este Estudio se asemeja a la institución familiar hecha por el hombre en el hecho de ser un conjunto de reglas que rigen las cuestiones búfanas; pero la diferencia de esta llamada "ley" estriba en el hedió de ^ue no la hizo el hombre. De manera que al emplear el término con esta transferencia de significación, estamos atribuyendo los caracteres \e IV. iv. 22-56. 8 Génesis I. 2. Véase I. i. 493-4 y III. ni. 242-9.

2O

LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

de una institución humana conocida, al enigmático obrar de un universo misterioso. Al recurrir al expediente lingüístico. Y si no podemos -—como en verdad no podemos— alcanzar nuestra meta sin este vuelo de la imaginación, hemos de reconocer que, al transferir un vocablo de la esfera social a la esfera metafísica, no podemos dejar de transportar las connotaciones de la palabra conjuntamente con el rótulo a que se adhieren tales connotaciones. La inherente amenaza a la precisión, así como a la claridad de nuestro pensamiento es tan evidente como inevitable. Por eso el seguro más eficaz contra tal amenaza será tener en cuenta, de antemano, cuáles son esas connotaciones a prhrt de la palabra "ley". El rasgo más característico de la ley elaborada por el hombre estriba en el hecho de que ella ha de aplicarse consecuentemente en circunstancias uniformes y en todas las situaciones humanas que parecen caer dentro de la jurisdicción de la ley en cuestión. Implícitamente se supone que la ley ha de imponerse con imparcialidad y que ha de ser válida para todos y cada uno de aquellos que se encuentran dentro de su ámbito. Por lo demás, se supone que la ley no sólo ha de formularse y aplicarse consecuentemente y administrarse imparcial y efectivamente, sino que también ha de ser reconocida por todos como moralmente correcta. Pero, puesto que la naturaleza humana es lamentablemente imperfecta en cuanto a su moral, su inteligencia y su conducta y puesto que esta imperfección que lo invade todo se refleja en la manera insatisfactoria en que el hombre dirige sus cuestiones humanas, ni siquiera la mejor ley conocida por la historia es del todo justa, se administra del todo imparcial o efectivamente y se formula o aplica del todo consecuentemente.1 Una formulación perfectamente coherente de ley es por cierto imposible por naturaleza, ya que las operaciones intelectuales más agudas y sutiles del más consumado genio legal no podrían nunca abarcar toda la sutileza y complejidad de las cuestiones humanas concretas de que tienen que tratar las abstracciones del legista. Este hecho de que la vida no se sujete a la ley explica la ambivalencia moral que es un rasgo insuperable de la ley y un testimonio irrefutable del poder del pecado original. La objetividad impersonal que es el ideal reconocido de la Ley, fue burlada, en cada "ley" promulgada desde los albores de la legislación, por el inconfundible reflejo, visible en ella, de alguna inclinación personal que injustamente favorece un "interés" al perjudicar injustamente otro. Ningún legislador humano exhibió la perfecta justicia de un Dios que "no hace acepción de per1 Existían notorios casos en los que la voluntad o poder de una comunidad —o ambas cosas a la vez— para administrar la ley imparcial y efectivamente quedaron muy por detrás de su voluntad o poder —o de ambas cosas a la vez—• de formular y aplicar coherentemente la ley. Un ejemplo era el estado del derecho municipal de los islandeses en el siglo x de la era cristiana; otro era el estado del derecho internacional de los estados soberanos de la sociedad occidental en el siglo xx de la misma era. En Islandia la secuela (véase II. II. 358, n. 2) sugiere que una anarquía de este tipo repugnantemente refinado puede acarrear un rápido final, al invitar a que intervenga alguna poderosa mano extranjera.

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sonas" ! y que "sin acepción de personas, juzga según la obra de cada cual".2 Hasta la legislación humana más escrupulosa y más desinteresada reflejó siempre, de manera perceptible y en alguna medida, la influencia de fuerzas religiosas, económicas, políticas, militares, etc. Pero, aun cuando imagináramos el advenimiento de un legislador humano omnipotente que al propio tiempo fuera perfecto en cada facultad del espíritu humano, la impersonalidad desinteresada que sería la gloria de la legislación y de la administración de justicia de este modelo imaginario, sería asimismo el escándalo de su obra, puesto que una ley que nunca puede ser lo bastante impersonal para ignorar los intereses personales del legislador, el juez y el administrador de la justicia, no puede tampoco ser lo bastante personal para tener lo bastante en cuenta a las circunstancias personales de cada alma humana que está sometida a esa ley y cuya causa está sub judice. El intrínseco y en consecuencia ineludible dilema de toda legislación humana y de todos los procedimientos legales es el de que, en la medida en que la ley logra ser impersonal, lo es necesariamente al odioso precio de tratar a las almas humanas •—que son individuales y únicas — como si fueran productos hechos en serie, objetos no humanos generalizados como monedas acuñadas o ladrillos o libras de mantequilla o sacos de carbón, en tanto que, en la medida en que logra tener en cuenta las circunstancias personales, lo hace necesariamente corriendo el grave riesgo de apartarse de una imparcialidad que corresponde a la esencia de la justicia humana. Este era el plano social e histórico del que el nombre y la noción de "ley" se transfirieron a un plano metafísico, mediante el peligroso pero inevitable recurso del antropomorfismo. En un lugar anterior de este Estudio hicimos notar que el milieu social en que puede realizarse este vuelo de la imaginación humana es el de la experiencia de una sociedad en desintegración que logró cierto alivio uniéndose políticamente dentro de la estructura de un estado universal; y hemos observado que en tales circunstancias sociales la idea de "ley" suele quedar, en el momento en que se la traslada del plano social al plano metafísico, polarizada en dos conceptos aparentemente antitéticos. Para espíritus en cuya visión mental la personalidad del legislador, del juez y del administrador humanos parece más importante que la ley de la que ellos son al propio tiempo amos y servidores, la "ley" metafísica que rige el universo es la ley de un Dios único y omnipotente, representado en la imagen de un César humano.3 Para otros espíritus, en cuya visión mental la figura de César queda eclipsada por una ley humana impersonalmente formulada, aplicada y administrada — tal como "la ley de los medos y persas que no puede abrogarse",4 que así era la ley ecuménica del imperio ac lueménida— , la ley metafísica que rige el universo es la ley de una naturaleza uniforme e inexorable. En esa visión difractada, la "ley" \s X. 34. . . a Pedro I.. 17.. 4 Véase V. vi. 43-46. Oaniel VI. 8 y 12,

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

metafísica a guisa de "ley" de Dios, y la ley metafísica a guisa de las "leyes de la naturaleza", presentan entre las dos el rostro doble de un Jano bifronte y en cada rostro se exhiben —como en la ley humana de la vida cotidiana— rasgos consoladores y rasgos horripilantes. El rasgo horripilante de las "leyes de la naturaleza" es su carácter inexorable, pues aunque en teoría esas "leyes" pueden considerarse de jure como meras "leyes accesorias" o "causas secundarias", sujetas al •fíat de una "Causa Primera" que se identifica con Dios, en la práctica han de tomarse como autónomas de jacto. En efecto, las "leyes de la naturaleza" cumplen el ideal de la ley de los medos y persas, que no puede rechazarse ni revisarse, ni siquiera a la luz de la experiencia.1 Esa cualidad inhumana de la inexorabilidad es por cierto horripilante; pero su monstruosidad moral lleva consigo una compensación intelectual, pues las leyes en las que "no hay variación ni sombra de mudanza" 2 pueden ser, por eso mismo, determinables, exacta y definitivamente por la inteligencia humana; y mientras solamente fragmentos aislados de esas "leyes de la naturaleza" pueden ser determinados así en un particular tiempo y en un particular lugar, por un particular espíritu humano, su estabilidad y permanencia intrínsecas las hacen accesibles a un proceso de progresiva exploración por parte del intelecto humano.3 El conocimiento de la naturaleza de esta suerte parece hallarse al alcance mental del hombre, y en un sentido ese conocimiento significa poder, pues los seres humanos que conocen las invariables leyes de la naturaleza y que por lo tanto pueden predecir con seguridad qué camino habrá de tomar ésta, no sólo estarán en condiciones de eludir los golpes sin meta de este inhumano monstruo, sino que también estarán en condiciones de aprovechar la energía generada y liberada en esas operaciones sin objeto para hacerlas servir a fines humanos (en la medida, claro está, en que las voluntades humanas individuales estén de acuerdo sobre cuál haya de ser su finalidad común). Y de esta manera el intelecto humano colectivo, que no puede desviar ni en el ancho de un cabello el inexorable curso de la naturaleza, puede, ello no obstante, crear un mundo diferente, para bien o para mal, mediante el obrar de las leyes de la naturaleza en las cuestiones humanas, al poner en acción recursos técnicos que pueden fiscalizar efectivamente no el obrar mismo de esas leyes, pero sí la influencia de su obrar en la vida del hombre. Así y todo, los límites dentro de los cuales hasta la técnica humana más ingeniosa puede anular la acción de una naturaleza encarrilada, son rigurosamente estrechos.

"El progreso biológico se da como un hecho de la naturaleza exterior al hombre" (Julián Huxley, en su "Conclusión" a T. H. y J. Huxley: Evolution and Eihics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), pág. 182). 2 Santiago I. 17. 3 Véase X. x. 270 y 274. 1

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"¿Podrás tú sacar al Leviatán con anzuelo o apretarle con una soga la lengua? ¿Podrás meterle una cuerda por las nances u horadarle con un garfio la quijada? ¿Acaso te hará muchas súplicas o te hablará palabras sumisas? ¿Hará pacto contigo para que le tomes por siervo para siempre? ¿Juguetearás con él como con algún pajarillo, o le atarás para entretenimiento de tus niñas? ¿Podrán ponerle trampa las cuadrillas de pescadores y repartirle entre los pescaderos?" i El universo estelar, que fue el primer terreno en que el intelecto colectivo del hombre en proceso de civilización hizo su primer descubrimiento sistemático y exacto de las "leyes de la naturaleza", todavía no se había sometido a la manipulación técnica en el momento de escribir estas líneas; y la inteligencia del hombre occidental moderno, que conquistara el mundo, había liberado a éste de la errónea creencia del astrólogo según la cual las cuestiones humanas estaban a merced de malignas influencias procedentes del inexorable curso de las estrellas, sólo para convencerlo de una verdad que lo hacía culpable de pecado. Los sucesivos descubrimientos del "saber" de la navegación aérea y de la disociación del átomo en una sociedad que aún no se había liberado de la institución de la guerra, habían mostrado claramente a la triunfante generación técnica que la malignidad de Leviatán "no está en nuestra estrella, sino en nosotros mismos".2 Un alma humana que fuera culpable de pecado y que estuviera convencida de que no podría reformarse sin la ayuda de la gracia de Dios, haría como David y caería en manos del Señor y no en las manos del hombre.3 El carácter inexorable en cuanto a castigar y en cuanto a revelar el pecado del hombre, que es el Juicio Final de las "leyes de la naturaleza" sólo puede superarse aceptando la jurisdicción de la "ley de Dios". El precio que hay que pagar por esta transferencia de adhesión espiritual es la pérdida de ese conocimiento intelectual exacto y definitivo, con su asistente el poder técnico, que es el premio material y la carga espiritual de las almas humanas que se contentan con ser amos de la naturaleza al precio de ser sus esclavos. "¡Es cosa espantosa caer en manos del Dios vivo!",4 pues si Dios es espíritu,5 sus tratos con los espíritus humanos serán impredictibles e inescrutables como lo son siempre los actos de cualquier persona para cualquier otra persona que debe encontrarse con ella. Al apelar a la ley de Dios el alma humana ha de abandonar la exactitud y certeza, para abrazar la esperanza y el temor; pues una ley que es la expresión de una voluntad está animada por una libertad espiritual que es la antítesis misma de la saeva necessitas de las leyes de la naturaleza; y una ley arbitraria puede estar inspirada ya por el amor redentor, ya por el odio vengador; puede ser Job XLI. 1-6. Shakespeare: Julio César, Acto I, escena II. 3 II Samuel XXIV. 14. * Hebreos X. 31. 6 Juan IV. 24.

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

administrada, ya con una conquistadora atracción, ya con una intolerante compulsión; y puede tener la finalidad de promover ya el bien, ya el mal. Al aferrarse a la ley de Dios un alma humana puede encontrar en ella misma lo que ella aporta, pues en el espejo de la perfección de Dios verá un reflejo de sí misma, y por eso las nociones que el hombre tiene de la ley de Dios llegaron a extremos irreconciliables de diversidad, en los que una visio beatifica de Dios Padre se opone a una visio malenca de Dios Tirano. En esta Parte hemos de examinar ese conflicto de visiones incompatibles; pero aquí hemos de limitarnos a tomar nota de la indiscutible verdad de que las dos visiones por igual coinciden en ver la imagen de Dios como una Persona representada antropomórficamente, concepto más allá del cual la imaginación humana parece no poder llegar, ni siquiera en sus vuelos más altos. III. EL ANTINOMISMO DE LOS HISTORIADORES OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS (a)

EL RECHAZAMIENTO DE LA CREENCIA EN UNA "LEY DE DIOS" POR PARTE DE LOS ESPÍRITUS OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS

La idea de una "ley de Dios" fue elaborada por los tratabajos de las almas de profetas israelitas l e iranios en intuitivas respuestas a las incitaciones de la historia babilónica y siríaca, en tanto que la exposición clásica del concepto de "leyes de la naturaleza" fue obra de observadores filosóficos del mundo índico y del mundo helénico en desintegración. Sin embargo, aunque éstas pudieran ser las ilustraciones de las dos posibles escuelas de metafísica que informaban más cabalmente a un espíritu occidental del siglo xx, ya hemos hecho notar,2 que uno u otro de los dos conceptos fue abrazado en alguna medida por los hijos de casi todas las civilizaciones que tuvieron las experiencias del colapso y la desintegración. Además, el mismo espíritu puede albergar al propio tiempo los dos conceptos sin incongruencia alguna, pues aun cuando ellos fueran incompatibles, en el sentido teórico de no ser lógicamente redudbles a la unidad, 3 esto no los haría ipso jacto incompatibles en el sentido prác1 Isaías XLIII. n. 2 En V. vi. 26-59. 3 En verdad el abismo que hay entre la regularidad repetida de una "ley de la naturaleza" y la persistente regularidad con un fin, y por lo tanto no repetida, de la "ley de Dios", parece insalvable sólo en la medida en que nos olvidemos de que al pensar en los fenómenos en que se manifiesta una "ley de la naturaleza" el propio espíritu humano pensante es una parte de la situación. En un sentido la facultad espiritual de la memoria —reforzada y amplificada en su alcance por la técnica social de elaborar y conservar registros de hechos—• convierte todo movimiento cíclico reiterado en un movimiento único en una sola dirección (es decir, un movimiento del mismo carácter, en este sentido, que el movimiento manifestado en la ley de Dios). Cuando no abstraemos, artificialmente las repeticiones de los fenómenos de su marco subjetivo, es evidente que la repetición n" X -r~ i

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tico de que sea inconcebible que esas dos clases de ley estén en vigor simultáneamente. Es más aun, podemos concebirlas como correinantes, no sólo sin conflicto alguno entre ellas sino en positiva cooperación recíproca, en virtud de la diversidad misma que hay entre las dos nociones de regularidad que ellas respectivamente encarnan. La "ley de Dios" revela la regularidad de un único fin, constante y resueltamente perseguido a pesar de todos los obstáculos y en respuesta a todas las incitaciones, por la inteligencia y voluntad de una persona. Las "leyes de la naturaleza" muestran la regularidad de un movimiento repetido, por ejemplo el movimiento de una rueda que gira múltiples veces alrededor de su eje. Si pudiéramos imaginar una rueda que existiera en virtud de su propia creación, y sin deberla a un artesano, y que luego girara ad infinitum sin ninguna finalidad determinada, ésas serían en verdad "vanas repeticiones",1 y tal era la conclusión pesimista a que llegaron los filósofos índicos y helénicos, partiendo de una Wellanschauung en la que, mediante un tour de forcé de abstracción intelectual, ellos habían hecho que girara para siempre in vacuo, la penosa rueda de la existencia. En la vida real, desde luego, no hay ruedas sin artesanos que las hagan y no hay artesanos sin carreteros que les encarguen la construcción de ruedas y las pongan en carretas para que las revoluciones repetidas de las ruedas no sean vanas, sino que realicen la finalidad práctica y practicable de conducir una carreta hasta la meta a la que se propone llegar el conductor. Las "leyes de la naturaleza" tienen sentido cuando se las representa uno como las ruedas que Dios puso a su propia carroza; 2 y una verdad que lo es en el caso de las órbitas de las estrellas puestas en movimiento por un acto del poder de Dios, es no menos manifiestamente verdadera en el caso de las reiteradas respuestas espirituales a las incitaciones del amor de Dios, tales como las experiencias que el alma humana tiene del pecado, de la caída, de la penitencia y de la gracia, o tales como las experiencias que una sociedad humana tiene del colapso, de la desintegración y de la iluminación lograda en virtud de la chispa de creatividad que anuncia la epifanía de una religión superior. 3 difiere de la repetición n" x, no ya tan sólo cuantitativamente sino también cualitativamente, porque aprehenderla lleva consigo un recuerdo de x casos anteriores, en tanto que aprehender x repeticiones lleva consigo tan sólo el recuerdo de X-i casos. "Consideremos el más estable de todos los estados interiores: la percepción visual de un objeto exterior en reposo. Por más que el objeto siga siendo el mismo y que yo lo mire por el mismo lado, desde el mismo ángulo y a la misma luz, la visión que tengo de él difiere, así y todo, de la visión que acabo de tener de él, aunque no haya transcurrido más que un instante. Mi memoria está allí y mi memoria inyecta al presente algo de ese pasado. Mi estado mental, a medida que avanza por la senda del tiempo, va hinchando constantemente su masa con la duración que acuhace, por así decirlo, consigo mismo, una bola de nieve. " (Bergson, H.: ution Créatrice, 24" ed. (París 1921, Alean), pág. 2.) 1 Mateo VI. 7. 2 Véase IV. iv. 50-4. " Véase I. i. Si y VIL viu. 218-23.

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En verdad, la aparente incompatibilidad que hay entre las dos clases de regularidad es tan sólo un espejismo que se presenta en el mundo de sombras de la lógica abstracta; en la vida real, no sólo no son incompatibles, sino que son inseparablemente complementarias, en una interacción de inspiración, en la que, en los diversos planos de la realidad, los movimientos cíclicos verificados de acuerdo con las leyes de la naturaleza queden sucesivamente trascendidos en experiencias y empeños que a su vez están sometidos a movimientos cíclicos de un plano superior, del que a su vez surgen experiencias y empeños aun superiores. Los ciclos astronómicos del día y del año quedan trascendidos en la experiencia y en los empeños acumulados de todo el transcurso de la vida de un ser humano. El transcurso de la vida de un ser humano está sometido al ciclo biológico de la generación, y éste a su vez queda trascendido por las experiencias y los empeños acumulados de una sociedad humana en proceso de civilización. Una civilización está sometida a la amenazadora posibilidad (aunque no a un destino inexorablemente predeterminado) de colapso y desintegración, y los colapsos y desintegraciones de las civilizaciones quedan a su vez trascendidos en el progreso espiritual acumulado de la religión, en virtud del aprendizaje por el dolor. Ese progreso acumulado de la religión —que son las experiencias y empeños espiritualmente más elevados que están al alcance del hombre en esta tierra— es un progreso en cuanto a suministrar al hombre, durante su paso por este mundo, medios de iluminación y gracia que ayuden al peregrino —mientras se encuentra aún empeñado en esta peregrinación terrenal— a alcanzar una comunión más estrecha con Dios y a ser menos diferentes de Dios.1 Si un mismo espíritu puede pues sustentar simultáneamente nuestros dos conceptos del carácter de "ley" metafísica, y si en todo caso uno u otro de ellos fue en verdad sustentado por los hijos de la mayor parte de las civilizaciones conocidas de la historia, no es sorprendente comprobar que la civilización cristiana occidental no fue originalmente una excepción a esta regla. La creencia de que toda la vida del universo estaba regida por la "ley de Dios" era la qiblah de una Weltanschauuwg judaica que era la herencia común de las sociedades cristiana ortodoxa, cristiana occidental, musulmana arábica y musulmana iránica; y una filosofía teocéntrica de la historia, derivada de las intuiciones e inspiraciones de los profetas de Israel y Judá y del profeta iranio Zarathustra, fue legada a la cristiandad occidental en De Chítate Det de San Agustín, y al mundo musulmán árabe, en los Prolegómena que escribió Ibn Jaldún a su Historia de los bereberes, dos obras de genio espiritual, que reflejan inconfundiblemente una única concepción común, y cuya afinidad mutua sólo puede explicarse por lo que deben a una fuente común, puesto que Ibn Jaldún ignoraba la teodicea, de su predecesor cristiano y compañero magrebí, así como San Agustín no cono1

Véase VII. vm. 223-4,

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ció el Mukctddamat, que vio la luz más de novecientos años después de la muerte del padre cristiano nordafricano. La versión agustiniana de una concepción judaica de la historia fue recibida como cosa obvia por los pensadores cristianos occidentales durante el primer milenio (área 675-1675 d. de C.) de vida de la civilización occidental. Y hubo de volver a formulársela —para incorporarla a las adiciones hechas al conocimiento occidental a partir del siglo XV de la era cristiana por el renacimiento italiano del helenismo y la conquista ibérica del océano— en un Discours sur l'Histoire Universelle publicado en 1681 d. de C. por Jacques-Bénigne Bossuet (vivebat 1627-1704 d. de C.). La majestuosa variación del Águila de Meaux sobre un tradicional tema judaico fue empero la última representación occidental seria de esta obra maestra espiritual, pues mientras Bossuet escribía su discurso clásico, se estaba verificando una revolución espiritual alrededor de él y en su mundo. En el breve período de las últimas pocas décadas del siglo xvn de la era cristiana, el mundo occidental, que estaba exorcizando a un majestuoso espectro del helenismo,1 estaba al propio tiempo abandonando su propia Weltanschaaung judaica atávica. Ese acto de apostasía occidental moderno tardío tiene una explicación que es asimismo una excusa. Los representantes occidentales de la concepción de que la historia estaba regida por una "ley de Dios" "habían dado a los enemigos del Señor sobrada ocasión de blasfemar", 2 al caer en una representación e interpretación antropomórficas del pensamiento de los profetas y los evangelistas sobre la relación que Dios estableció entre Él y el hombre. El corazón del descubrimiento —o de la revelación— judaico era la intuición de la verdad de que en virtud del amor, la indulgencia y la abnegación (idvwfft<;), 3 que eran las marcas de la creatividad divina, servir a Dios es la libertad del hombre,4 y de que la ley de Dios es una perfecta ley de libertad; 5 pero esa revelación se había ido desdibujando en los corazones y espíritus humanos, porque la experiencia mística de la relación entre el hombre y Dios no se reproducía ni podía reproducirse en la experiencia práctica de las relaciones entre el hombre y el hombre, en un milieu exclusivamente social y humano. Una justicia coercitiva que reinvindicaba una libertad imperfecta, al usurpar el lugar de una libertad perfecta, era lo mejor que el hombre, siguiendo sus propias artimañas, podía hacer en la difícil empresa de mantener unida una sociedad de pecadores, que se mostraban humanamente sin semejanza alguna con Dios, al aferrarse a sus propios derechos y al envidiar la prosperidad de sus vecinos, aun cuando ésta fuera inofensiva y legítima. Y la visión de Dios dada a los proVéase X. x. 89-103. II Samuel XII. 14. Filipenses II. 7-8 (como se da en la versión revisada). * Segunda Colecta, para la paz, en el orden de la Plegaria Matutina del Libro 6 la Oración Común, de acuerdo con el uso de la Iglesia de Inglaterra. Santiago I. 25 y II. 12. 1

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Original las más refinadas facciones de un Luis XIV; de manera que nuestro historiador filósofo tiene buenas razones para afirmar que

fetas por Dios no tuvo sino que encogerse y esfumarse, ante los nublados ojos de los hijos de los profetas, para que éstos interpretaran la "ley de Dios" en el sentido literal de la familiar ley humana en la cual los profetas habían encontrado su inapropiado pero indispensable símbolo humano, para hablar de los pensamientos y caminos de Dios, que siendo de Dios eran inefables. 1 Esta parodia de una intuición cristiana de la "ley de Dios" fue descrita con precisión y erróneamente identificada con la realidad, en el siguiente pasaje de un historiador filósofo occidental post-moderno:

"en el pensamiento medieval, la completa oposición entre la finalidad objetiva de Dios y la finalidad subjetiva del hombre, concebidas de manera tal que la finalidad de Dios se manifiesta como la imposición de un determinado plan objetivo sobre la historia, con presdndencia total de las finalidades subjetivas del hombre, lleva inevitablemente a la idea de que los designios humanos no modifican en modo alguno el curso de la historia y de que la única fuerza que la determina es la naturaleza de Dios".'

"Toda historia escrita de-acuerdo con principios cristianos, será necesariamente universal, providencial, apocalíptica y periodizada. . . Si se hubiera pedido que explicara cómo sabía que en la historia había un plano objetivo, el historiador medieval habría explicado que lo sabía por la revelación. Ello era parte de lo que Cristo había revelado al hombre referente a Dios. Y esa revelación no sólo le daba la clave de lo que Dios había hecho en el pasado, sino que nos mostraba lo que Dios iba a hacer en el futuro. La revelación cristiana nos ofrecía pues una visión de toda la historia del mundo, desde su creación en el pasado hasta su fin en el futuro, tal como la contemplaba la visión eterna e intemporal de Dios. Por eso la historiografía medieval consideraba el fin de la historia como algo preordenado por Dios y conocido de antemano por el hombre a través de la revelación. La historia contenía pues en sí misma una escatología." 2

Esta interpretación de una deformada Weltanschauung cristiana occidental medieval queda confirmada cuando examinamos sus reproducciones occidentales modernas tempranas. Bossuet por ejemplo se entrega en manos de sus críticos, cuando procura justificar su cuadro del plan de Dios, colocándolo bajo una lente magnificadora. "Vous voyez un ordre constant dans tous les desseins de Dieu, et une marque visible de sa puissance dans la durée perpétuelle de son peuple. . . "Plus vous vous accoutumerez á suivre les grandes dioses et a les rappeler á leurs principes, plus vous serez en admiration de ees conseils de la Providence. II importe que vous en preniez de bonne heure les idees qui s'édairciront tous les jours de plus en plus dans votre esprit, et que vous appreniez á rapporter les choses humaines aux oidres de cette sagesse éternelle dont elles dépendent. . . "Trois choses devaient. . . concourir ensemble: l'envoi du Fils de Dieu, la réprobation des Juifs, et la vocation des Gentils. . . L'Eglise, victorieuse des siécles et des erreurs, ne pourra-t-elle pas vaincre dans nos espirits les pitoyables raisonnements qu'on lui oppose; et les promesses divines, que nous voyons tous les jours s'y accomplir, ne pourront-elles nous élever au-dessus des sens ? Et qu'on ne nous dise pas que ees promesses demeurent encoré en suspens, et que, comme elles s'étendent jusqu'á la fin du Monde, ce ne será qu'á la fin du Monde que nous pourrons nous vanter d'en avoir vu l'accomplissement. Car, au contraire, ce qui s'est passé nous assure de l'avenir; tant d'anciennes prédictions si visiblement accomplies nous font voir qu'il n'y aura ríen qui ne s'accomplisse, et que l'Eglise, contra qui l'enfer, selon la promesse du Fils de Dieu, ne peut jamáis prévaloir, sera toujours subsistante jusqu'á la consommation des siécles, puisque Jésus-Christ, véritable en tout, n'a point donné d'autres bornes á sa durée. . . "Si on ne découvre pas ici un dessein toujours soutenu et toujours suivi; si on n'y voit pas un meme ordre des conseils de Dieu qui prepare des l'origine du Monde ce qu'il achéve á la fin des temps, et qui, sous divers états, TOais avec une succession toujours constante, perpetué aux yeux de tout

Mientras por un lado podemos poner en tela de juicio la pretensión de nuestro historiador filósofo que expuso de esta manera la teología de la Biblia, hemos de conceder que, por otro lado, el cuadro que nos presenta es un agudo exposé de la equivocada concepción sustentada por Bossuet, pues el candido obispo de Meaux nos suministró abundantes pruebas de inculpación contra sí mismo. "Ce long enchainement des causes particuliéres qui font et défont les empires dépend des ordres secrets de la divine Providence. Dieu tient du plus haut des cieux les renes de tous les royaumes; il a tous les coeurs en sa main: tantót il retient les passions, tantót il leur lache la bride, et par la il remue tout le genre humain. . . Dieu exerce par ce moyen ses redoutables jugements, selon les regles de sa justice toujours infaillible. C'est lui qui prepare les effets dans les causes les plus éloignées et qui frappe ees grandes coups dont le contre-coup porte si loin." '¿ En el cuadro de Bossuet, el imaginario retrato cristiano occidental medieval de Dios Tirano fue puesto al día al pintar sobre el ingenuo Isaías I.V. 8. Collingwood, R. G.: The Idea of History (Oxford 1946, Clarendon Press) págs. 49 y 54. 3 Bossuet, J. B.: Discours sur l'llistoire Unherselle, 3* ed. (París 1700), Troisiéme Partie, chap. vin. 1 2

-1 Pa8-

_

Collingwood, R. G.: The Idea of History 55; compárese pág. 48.

(Oxford 1946, Clarendon Press),

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l'univers la sainte société oü il veut étre serví, on mérite de ne rien voir, et d'étre livré á son propre endurcissement comme au plus juste et au plus rigoureux de tous les suppliccs." * El Águila de Mcaux consigue elevar esta parodia de una auténtica revelación cristiana en las alas de un magnífico estilo; pero cuando representantes pedestres de la misma escuela medieval de pensamiento histórico occidental moderno temprano toman el mismo tema de Bossuet, el risible paso de lo sublime a lo ridículo a que queda llevada la sublime doctrina bíblica, se hace prosaicamente evidente.2 El arzobispo Usher3 (vivebat 1581-1655 d. de C.) convierte la Weltanschauung cristiana occidental medieval en algo cronológicamente ridículo cuando moviliza la artillería pesada de la erudición occidental moderna temprana para demostrar que la creación se produjo en 4004 (sic, no 4000) a. de C.,4 a las seis de la tarde anterior al 23 de octubre; 5 y el doctor Hartmann Schedel, el erudito compilador de la Crónica de Nuremberg,6 la hace visualmente ridicula cuando entre un pasaje, en que se preven las últimas cosas que habrán de llevar a la historia a su final minuiciosamente predeterminado, y el colofón de un registro de hechos ya acaecidos, que él agregó en el momento en que iba a enviar el manus1 Bossuet, J. B.: Discours sur l'Histoire Universelle, 3* ed. (París 1700), Scconde Partie, chap. xxx; Troisiéme Partie, chap. i; Seconde Partie, chaps. XXIX y XXX. 2 "Du sublime au ridicule il n'y a qu'uri pas" (Napoleón a de Pratt, después de retirarse el Gran Ejército de Moscú en 1812 d. de C.). 3 Véase VI. Vil. 299. * "In hanc concessi sententiam: a vespera primum Mundi diem aperiente ad mediam noctem primum Christianae aerae diem inchoantem, annos fluxisse 4003, dies 70, et horas temporarias 6, verumque Christi Domini natalem, quadriennio toto (quod mortis Herodis tempus demonstrat) vulgaris aerae Christianae principio anteriorem extitisse. Juxta rationes enim nostras, et Salomonici Templi structura 3000 Mundi anno est absoluta; et 4000 Mundi anno, impletis diebus quibus Virgo ©eotÓKos erat paritura, Christus in perfecta carne, cujus Templum fuerat typus, hominibus primus apparuit et manifestatus est. Linde ad annos aerae Christianae 4 additis et ab annis ante eandem totidem detractis, pro communi et vulgata vera et germana obtinebitur Nativitatis Christi epocha" (Usher, J.: Annales Veteris Testamenii tt Prima Mundi Origine Dcducti (London 1650, Flesher), Lector!).

Anno Periodi Juliani "In principio creavit Deus Coelum et Terram" (Genes, i. 2), quod temporis principium (juxta nostram Chronologiam) incidit in noctis illius initium quae xxiti diem Octobris praecessit, in anno Periodi Julianae 710. "Primo igitur seculi die (Oct. 23, feria i) cum supremo Coelo creavit Deus angeles", etcétera.

710

Anno ante aeram Christianam 4004

Ibid., pág. i. Schedel, Hartmann: Líber Chronicarum (Nuremberg, 12 de julio de 1493, Antón Koberger). 0

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crito al impresor, inserta tres folios en blanco para ofrecer al industrioso poseedor del tomo el espacio necesario •—de estar dispuesto éste a escribir a ambos lados de cada hoja— para completar el registro entre el año 1493 de la era cristiana y el Día-D, preseñalado por Dios para que sonara la última trompeta, i Ni aun teniendo en cuenta el margen de elasticidad que el empleo de la pluma en lugar de la imprenta ofrecía te cerca de pretender desempeñar el papel de la Providencia, al aventual presunto cronista poseedor de un ejemplar, al permitirle contraer o estirar la escritura manuscrita, para llenar esta laguna cronológica^ podría absolverse fácilmente al doctor Schedel de haber estado impíamenrarse a determinar el número de páginas que sería necesario para com1 Después de hacer llegar su narración de la Sexta Etas Mundi hasta el momento (ka'as Junias Anno ab incarnatione salvatoris XPI Millesimo quadringentesimo ñoñalector en los siguientes términos, en el último párrafo contenido en el reverso de su folio CCLVIII:

"Cartas aliquas sine scriptura pro sexta etate deinceps relinquere convenit, indicio posterio Tf-, c[ emedare addere. atq; gesta principum £ privatorum succedentium perscribere possunt. Non em omnia possumus omnes. Et quando C£> bonus dormitat homerus. In térra em aurum queritur, Z de fluviorum alveis splendens profertur gloria pactolus <\1 ditior est ceno fifi fluento. Varii quoq") mirabilis c\Z motus in orbe in dies exoriuntur. Qui novos requirunt libros, quibus ordine referantur. Pauca lamen de ultima etate ut perfectum opus relinquatur in fine operis adjiciemus." Los tres folios que siguen inmediatamente, los números COLIX, CCLX y CCLXI, están en blanco en ambos lados de la hoja, salvo en lo tocante al número de página, puesto en lo alto del ángulo derecho de cada una de ellas. Y esos folios en blanco están seguidos a su vez por una narración ilustrada de la Séptima Etas Mundi Esto ocupa los folios CCLXII a CCLXVI inclusive y consiste en cuatro páginas y media de prosa narrativa: De Antichristo, De Marte ac Fine Rerum y De Extremo ludido ac Fine Mundi; un comentario en versos latinos sobre un grabado en madera que ocupa media página, sobre el tema La Danza de la Muerte, y dos grabados en madera, que ocupan páginas enteras, uno sobre la epifanía del Anticristo y el otro sobre el Juicio Final. El efecto pavoroso de este final queda en cierto modo disminuido por la adición del ¡suplemento, que ocupa desde el folio CCLXVII al ccc inclusive, como se anuncia en la ultima frase del último párrafo del folio CCLVIII, citado más arriba; pero es evidente que el erudito doctor no pudo resistir la tentación de dar cabida, en este POCO razonable receptáculo, a una ganga de información que le venía acerca de Polonia y a un mapa de Europa. Oif° I)"'/0 de I9°8> el autor de este Estudio encontró un ejemplar del Magnum del f r u°r Sfhedel) en B1ellach House, Dinnet, Aberdeenshire, y las páginas hall',!10 e" b!anco se le quedaron profundamente grabadas en la memoria; pero, landose aun en una edad poco metódica, no tomó nota del contenido de aquel iioro con esas páginas en blanco. El 23 de julio de 1952 identificó la obra como • Bromea de Nuremberg, cuando la cortesía de los conservadores de la Biblioteca Púhr • fvricAf Mueva York de libros raros le permitió consultar el segundo de los eiemi fien tí.'LI.'„ i. . * que poseía esa Biblioteca. !a inv> ^C6S ,?parece a!Sún eiemPIar en el que quien lo poseyera había aceptado tegistra scnto habitualmente por manos del siglo xvi, esos ejemplares sólo tantes nL£UfmS Casi olvidadas h°y> que eran sin duda alguna enormemente imporPosteriore, 8ente.q"e escribió sobre ellas- La falta de cuidado de encuadernadores h°ÍÍas en ° lddo el texto y que no veían razón al«una Pa™ incluir en un volumen, o que acaso deseaban adueñarse de unas pocas

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pletar el registro de "los tiempos señalados", 1 en la misma escala que la porción ya pasada e impresa de la historia. ¿Qué habría dicho un autócrata terrenal a uno de sus subditos que hubiera pretendido de esta manera realizar una especulación pública sobre el tiempo de un futuro acto de estado, cuando la fecha se había rotulado expresamente como ultrasecreta? ¿Y no había acaso Cristo desairado la importuna curiosidad de los apóstoles con las palabras de corrección: "No os toca a vosotros saber los tiempos ni las sazones que el Padre ha guardado en su misma potestad"? 2 Al exponer una parodia de la revelación cristiana en caricaturas tan estrafalariamente ridiculas como éstas, los historiadores occidentales modernos tempranos de inspiración medieval estaban provocando su ruina, al exponerse al fuego cruzado de un dogmatismo científico moderno tardío, por un lado, y de un escepticismo agnóstico moderno tardío, por otro. Y ellos estaban indefensos contra el castigo que aplicó a su "concepción teocéntrica abstracta y unilateral", un historiador filósofo occidental postmoderno. De acuerdo con este duro pero no inmerecido veredicto, los historiadores medievales "habían caído en el error de pensar que podían predecir el futuro", y "en su vehemente anhelo de descubrir el plan general de la historia, y en su creencia de que ese plan era de Dios y no del hombre, tendían a buscar la esencia de la historia fuera de la historia misma, es decir, apartándose de las acciones del hombre para descubrir el plan de Dios. "En consecuencia, los verdaderos detalles de los actos humanos llegaron a ser para ellos relativamente faltos de importancia, y por eso desdeñaron aquel primer deber del historiador, que consiste en estar dispuesto a tomarse infinitos trabajos para descubrir lo que realmente ocurrió. Por eso la historiografía medieval es tan débil en cuanto a método crítico. Esa debilidad no era accidental. No se debía a la limitación de las fuentes y materiales que estaban a disposición de los estudiosos, sino que dependía de la limitación, no de lo que ellos pudieran hacer sino de lo que ellos deseaban hacer. No deseaban realizar un estudio preciso y científico de los hechos reales de la historia. Lo que deseaban era un estudio preciso y científico de los atributos divinos, esto es, de una teología. . . que les permitiera determinar a priorí lo que debió de haber ocurrido y lo que debe ocurir en el proceso histórico. "La consecuencia de ello fue que, cuando la historiografía medieval se considera desde el punto de vista de un mero historiador, es decir, aquel historiador al que sólo le importa la precisión y la exactitud de los hechos, pahojas de fino, antiguo y hermoso papel, costó a muchos ejemplares de la Crónica sus famosas tres páginas en blanco. Pero en ejemplares completos aún muestran esas páginas su superficie blanca, sin manchas, que interrogan todavía a un futuro que ya se extendió casi medio milenio más allá de la época en que Hartmann Schedel las dispuso en el volumen, para que las llenaran sus lectores" (Schaffer, Ellen: The Nuremberg Chronicle (Los Angeles 1950, Plantin Press, for Dawson Book Shop, los Angeles), págs. 31-32). 1 Hechos XVII. 26, 2 Hechos I. 7.

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33 rece no sólo insatisfactoria sino deliberada y repugnantemente falsa, y los historiadores [occidentales] del siglo xix, que en general sustentaban una actitud puramente científica de la naturaleza de la historia, miraban la historiografía medieval con extremada falta de simpatía." i Esta hostilidad por una Weltanschauung occidental medieval no era peculiar tan sólo de una generación de historiadores occidentales tardíos, cuyo complaciente agnosticismo reflejaba la deleitosa tranquilidad de los lugares en que los cordeles les habían caído,2 sino que animó también con temperatura más elevada tanto a sus epígonos como a sus predecesores. Una generación del siglo xx de la humanidad que estaba viviendo la experiencia extremadamente desagradable de verse llevada de Escila a Caribdis por los azotes de dictadores humanos propensos a imponer a sus subditos planes quinquenales y de cuatro años, se nabría rebelado como castigada con escorpiones 3 contra toda sugestión seriamente formulada de que una deidad dictatorial le estaba imponiendo un plan de seis mil años. La grotesca precisión con que esta supuesta sentencia de servidumbre penal impuesta a la humanidad había sido fechada por la ingenuidad de un arzobispo, que se había constituido en amanuense nombrado por él mismo del tribunal de Dios, habría sido el golpe de gracia asestado al lomo del camello del siglo xx, si esta bestia de carga humana hubiera seguido tomando en serio los cálculos de Usher. El hombre occidental del siglo xvii que había tenido que pagar su fidelidad a una Weltanschauung medieval, al acarrearse los dolores de las guerras de religión, no podía permitirse ni despreciar la tesis de Bossuet a la manera cáustica del siglo xx, considerándola una mala pasada, ni ignorarla en la disimulada manera del siglo xix, considerándola el error insignificante y despreciable de una ignorancia ya seguramente superada. El rebelde intelectual occidental del siglo xvil se levantó desafiante en armas y los inaceptables dichos de su boca4 rugieron, en lugar de condescender mansamente, cuando proclamó su resolución de librar por la fuerza o el engaño eterna guerra, irreconciliables con nuestro gran enemigo, que ahora triunfa y, en el colmo de la alegría, reina solo y ejerce la tiranía de los cielos.s ... 'V:i:''^t.

Lo mismo que el Satanás en cuya indomable perversidad el genio vidente de Milton prefiguró el espíritu del hombre occidental moderno tardío, los heraldos de un Aufklarung mundanal iniciaron su campaña 1 Collingwood, R. G.: The Idea of History (Oxford Páfis. 55-56. 2 Salmos XVI. 6. 3 I Reyes XII. 1-16 * Salmos XIX. 14. Milton: El Paraíso Perdido, Libro I, versos 121-4.

1946, Clarendon Press),

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 34 cebándose en los rehenes que les entregara su adversario. Un Bossuet que conscientemente había seguido la guía de sus maestros cristianos y judíos y que inconscientemente había guardado el paso de sus contemporáneos musulmanes, al tomar como su estrella polar metafísica "la ley de Dios", que regía toda la vida del universo, encontró al propio tiempo dentro de la economía divina de las cuestiones humanas un lugar para colocar las "leyes de la naturaleza" que, según la creencia de Bossuet, eran leyes que Dios promulgaba como leyes accesorias y que el mismo legislador y potentado divino administraba para satisfacer las exigencias de su propio plan supremo. De acuerdo con esta concepción, la regularidad normal y psíquicamente repetida de esas "leyes accesorias de la naturaleza" podía quedar, y en efecto a veces quedaba, interrumpida por actos "milagrosos" de intervención personal, no diferentes de aquellos que realiza el conductor humano de un vehículo de ruedas cuando aprieta el freno al descender por una colina o cuando transitoriamente quita las ruedas al cuerpo del vehículo, para poder hacerlo pasar a través de una estrecha puerta o de algún lugar accidentado.1 La primera protesta que formularon los revolucionarios contemporáneos de Bossuet fue negar que las tales ruedas del universo estuvieran alguna vez desarmadas o frenadas de semejante manera. Sin alimentar prejuicio alguno sobre las cuestiones de si Dios existía y de si, en el caso de que se considerara que existía, tenía o no el mismo dominio sobre su universo que el que tiene el cochero humano sobre su carruaje, los heraldos intelectuales de la Edad Moderna tardía de la historia occidental declararon unánimemente que en verdad no había prueba alguna de que una deidad ejerciera prerrogativa tal. No había ninguna diferencia esencial de concepción entre los "deístas'^pccidentales modernos tardíos, que tomaron la guía de la "Gloriosa Revolución" de 1688 d. de C. de Inglaterra y Escocia, al permitir que su deidad aún reinara en el entendimiento de que ya no aspiraba a gobernar, y los ateos occidentales modernos tardíos que, adoptando como guía las ulteriores revoluciones políticas de Norte América y de Francia, declararan que habían destronado y acaso hasta decapitado a un Dios Capeto, como prefacio necesario para la declaración de la independencia de la naturaleza. De manera que al excluir a Dios del escenario cósmico y por ende al eliminar los milagros, los deístas y ateos occidentales modernos tardíos unieron sus fuerzas para liberar las "leyes de la naturaleza" de la antigua servidumbre a que antes estaba, sujeta, en virtud de arbitrarios frenos y equilibrios divinos. En adelante, esas "leyes de la naturaleza" iban a ser libres para ser enteramente 1 "Ce méme Dieu qui a fait l'enchainement de l'univers, et qui, tout puissant par lui méme, a voulu, pour établir l'ordre, que les parties d'un si grand tout dépendissent les unes des autres, ce méme Dieu a voulu aussi que les cours des choses humaines eút sa suite et ses proportions. . . et qu'á la reserve de certains coups extraordinaires oü Dieu voulait que sa main parüt toute seule, il n'est point arrivé de grand changement qui n'ait eu ses causes dans les siécles précédents." Bossuet, J. B.: Discours sur l'Hisioire Universelle, 3* ed. (París 1700), Troisiéme Partie, chap. II.

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35 inexorables y, en consecuencia, iban a convertirse en algo completamente inteligible para el intelecto colectivo del hombre. "Avec l'éclat du génie, Newton marque ce passage da trascendant au positif qu'un Pufendorf essayait d'opérer dans le droit, un Richard Simón dans l'exégése, un Locke dans la philosophie, un Shaftesbury dans la morale. Avec assurance, il ecarte les craintes qu'on pouvait concevoir au sujet des excés d'une raison qui, pendant un temps, se concevait comme destructive. II réalise l'union, si difficile qu'on pouvait la croire impossible, entre les exigences critiques et les faits d'expérience. L'homme repart á la cónquete de l'univers." i (¿) LA PUGNA ENTRE LA CIENCIA Y EL ANTINOMISMO POR LA POSESIÓN DEL REINO INTELECTUAL DERRELICTO DE LAS CUESTIONES HUMANAS

El reino de la naturaleza, que el hombre occidental moderno tardío pretendía pues llamar "suyo" abarcaba, en la visión de aquél, todo el campo de los fenómenos no humanos, incluso la composición física, la estructura y la fisiología del cuerpo humano, que en nuestra definición de términos2 excluímos del dominio de las cuestiones humanas cuando adoptamos un uso del término en que la palabra "humano" tiene la connotación de algo espiritual. Pero aquí, en su aéreo viaje hecho a la ligera, el hombre occidental moderno tardío chocó con el pie contra una paradoja pétrea de la que no podían hacerlo salir las ausentes manos de expulsados ángeles.3 Los sacerdotes humanos de la razón, que habían despojado a Dios de su privilegio divino de intervenir arbitrariamente, para afirmar la omnipotencia contraria de su propia diosa rival, apenas sometieron la antes rebelde provincia de la naturaleza no humana al gobierno de la razón, dieron un segundo paso revolucionario, al proclamar paradójicamente que otra provincia, que hasta entonces había estado sometida a la razón, se hallaba, después de todo, fuera de los límites de su jurisdicción. Los espíritus occidentales modernos tardíos que se habían rebelado contra la supuesta arbitrariedad de Dios, vieron que el hombre había usurpado una prerrogativa que se suponía había perdido la deidad; pues si ésa era la hora de la razón, era también la potestad de las tinieblas.4 Ni siquiera esos espíritus ingeniosamente racionales tuvieron el talento para hacer que la soberanía de la naturaleza fuera efectiva en todo rincón de un universo en el que ellos habían abrogado la soberanía de Dios; y una de esas recién creadas Alsacias, que los filósofos occidentales del siglo xviu se vieron tristemente obligados a abandonar Hazard, P.: La Crise de la Consciente Européenne (1680-171)) (París 1935, Bomn), pág. 328. véase págs. 19-20, supra. 3 Salmos XCI. 11-12. * Lucas XXII. 53.

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a la anarquía del caos y a la antigua noche,1 era el terreno de la historia humana entendida en el sentido convencionalmente restringido de la historia de aquellas sociedades humanas que habían estado en proceso de civilización durante los pocos millares de años pasados. En la visión legada por Amos, Oseas e Isaías a San Agustín a Ibn Jaldún y a Bossuet, este episodio de la historia no había erigido obstáculos intelectuales o morales insuperables, puesto que una fe que había sido "la prueba de cosas que aún no se ven" 2 no había dudado de que "todas las cosas cooperan juntas para bien de los que aman a Dios, los que son llamados según su propósito";3 pero los filósofos occidentales modernos tardíos quitaron del altar del destino un manto viviente,4 tejido según un modelo divino; y al apresurarse a cubrir una superficie chocantemente desnuda, con sus propios grabados de las "leyes de la naturaleza", quedaron desconcertados al comprobar que ese sustituto de papel no podía extenderse, por raudo que fuera el vuelo de la imaginación científica, para abarcar el determinado campo de hechos que interesaba al hombre más que ningún otro, en virtud de ser el campo en el cual estaba en juego la propia vida del hombre. "En el siglo xvm, la indagación científica se interesaba por lo que era 'natural' con exclusión de lo que se juzgaba 'no natural', 'monstruoso', 'accidental' e 'inusitado'... Los humanistas del siglo xvm suponían que el estudio científico debía tener por finalidad la determinación del curso 'natural' o normal de desarrollo de grupos sociales, con abstracción de interposiciones o impedimentos 'accidentales' ocasionados por los 'hechos' históricos ... Si adoptamos tal punto de vista... los acontecimientos históricos habrán de concebirse como meros impedimentos del 'orden natural'... Esta manera de enfocar los fenómenos hacía que el investigador ignorara, o mejor dicho eliminara de sus consideraciones, las influencias intrusas que habían trabado las operaciones del 'orden natural' en el curso del tiempo. Así se llegó a un punto de vista desde el cual los acontecimientos 'históricos' se consideraban como faltos de importancia a los efectos de la indagación científica en la investigación del 'progreso' y de la 'evolución'." 5

La posición que de esta suerte adoptaron los filósofos occidentales del siglo xvm era un corolario lógico de su actitud metafísica, pues una vez que fijaron en la puerta de la fábrica de la naturaleza el aviso: "No se admite nada que no sea un negocio de la naturaleza", no les quedó excusa para hacer entrar al hombre en recintos cuyas puertas ellos habían cerrado ante la cara de un Dios intruso. La lógica obligaba a los espíritus racionales a dar a los "acontecimientos históricos" la misma categoría que daban a los "milagros"; pero por lógica que fuera 1 Milton:

El Paraíso Perdido, Libro II, verso 970. 2 Hebreos XI. I. 3 Romanos VIII. 28. * Véase Goethe: Fausto, verso 509, citado en II. i. 204 y en V. vi. 324. 5 Teggart, F. J.: Theory oj History (New Haven, Conn. 1925, Yale University Press), págs. 84-87.

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esta actitud occidental del siglo xvín, no dejaba por eso de ser menos pobre; y su secuela del siglo xix fue aun más pobre, pues la ulterior evolución de la película de una Weltanschauung occidental moderna tardía proyectó en la pantalla el espectáculo de historiadores occidentales del siglo xrx y del siglo xx que aún se aferraban, en nombre de la ciencia, al principio de los filósofos del siglo xvm según el cual la historia no tiene sentido.1 Lo pobre de esta mentalidad del siglo xvm que se anulaba a sí misma y que sustentaban historiadores occidentales recientes,2 estaba en su impermeabilidad, que aparentemente resistía toda prueba, a la influencia de una serie de cambios radicales producidos en el siglo xix y el siglo xx en el milieu intelectual de su propio Occidente. El primero de esos cambios fue un revolucionario mejoramiento de la condición intelectual de la propia actividad mental de los historiadores. En el siglo xvm, el desprecio de la historia fundado en las razones metafísicas expuestas por el reciente estudioso de la historia a quien acabamos de citar, estuvo acompañado —como era de esperarse— por el desdén y descuido de las actividades prácticas de investigación histórica; y la aclamación con que fue saludada la obra genial de Gibbon (edebatur 1776-88 d. de C.) por los contemporáneos del ran historiador del siglo xvm, era la excepción que probaba la regla, a fama que alcanzó Gibbon entre sus contemporáneos, anunciaba empero también un alud que precipitaría a una nueva edad geológica, pues a los veinticinco años de la publicación de la última parte de The History oj the Decline and Fall of the Román Empire, en 1788 d. de C., el valor de la historia había comenzado a apreciarse en los almacenes intelectuales de Occidente; y luego la prosperidad de las actividades historiográficas fue conquistando progresivamente niveles más elevados hasta que, en el momento de escribir estas líneas, a mediados del siglo xx de la era cristiana, una escuela de científicos occidentales postmodernos, cuyo prestigio tal vez sólo acababa de pasar su cénit, había rendido su tributo de sincero halago al prestigio aún creciente de la historia de las cuestiones humanas al condescender a hacer observaciones de sus objetos de estudio no humanos en una perspectiva histórica.

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1 La formulación de este principio quedó reducida de cinco palabras a cuatro en un epigrama —"La historia es hojarasca"— que se atribuyó maliciosamente al señor Henry Ford I. 2 Formulaciones generales como ésta y las que siguen sobre los principios, concepciones y actitudes de los historiadores occidentales modernos tardíos y postmodernos son, desde luego, tan sólo caracterizaciones de lo que, a juicio del autor, era la escuela predominante de pensamiento entre ellos; y por lo tanto esas formulaciones, aunque resultaran correctas en lo fundamental, nunca serían más que aproximadamente exactas en el sentido de abarcarlo todo. En cada generación de esta edad sería posible señalar * distinguidos individuos en los que tales formulaciones no eran verdaderas. La finalidad de esta Parte del presente Estudio es rastrear, analizar y valorar la línea predominante de pensamiento histórico en el mundo occidental moderno tardío y postmoderno, corriendo acaso el riesgo de cometer alguna injusticia con una minoría perennemente disidente.

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Los físicos occidentales recientes, que de esta manera saludaban cortésmente con banderas a los historiadores occidentales recientes de las cuestiones humanas, a medida que iban deslizándose sus bajeles, uno tras otro, no dejaban empero al propio tiempo de cometer taimadamente contra sus colegas marinos una serie de actos de piratería en alta mar, zona que había quedado sin ley por el hecho de habérsela sustraído a la jurisdicción de Dios, sin haberla empero incluido dentro de las tres millas de las aguas territoriales de alguna disciplina intelectual humana. Los cartógrafos metafísicos del siglo xvm, habían dividido el universo, por un lado en una ordenada provincia de cuestiones no humanas en la que, según se creía, estaban en vigor las "leyes de la naturaleza" y que por lo tanto se consideraba accesible a la exploración progresiva por parte de la acumulada empresa de un intelecto humano colectivo; y por otro lado en una caótica provincia de historia humana que, según se declaraba dogmáticamente, no podía por su índole representarse en un mapa. Esta arbitraria división de la manzana de la vida era gesto tan presuntuoso como la pretensión que tuvo el papa occidental moderno temprano Alejandro VI de dividir la superficie de un planeta entre los compatriotas castellanos de los Borgia y sus compretidores portugueses; y también la operación metafísica del siglo xvm tenía los dos insalvables defectos que habían convertido en letra muerta las bulas cartográficas del papa Alejandro. Como éstas, estaba influida por inclinaciones humanas y como éstas también, no había tenido en cuenta la extensión y configuración de tierras y mares aún no descubiertos. La partición del universo que hizo el Occidente del siglo XVHI no tenía efectivamente en cuenta "todo lo que hay en él"; * no abarcaba ni siquiera la totalidad del área de la provincia de las cuestiones humanas. Había ramas o aspectos de las cuestiones humanas que, en virtud de esta imperfecta división, quedaron en una tierra de nadie. Y en el curso del cuarto de milenio que va desde la fecha de la muerte de Bossuet hasta el momento de escribir estas líneas, rapaces pioneers de una ciencia occidental moderna tardía ocuparon, polder tras p&lder, fajas de esa tierra de nadie intelectual occidental posterior a Bossuet, que aquellos piratas intelectuales fueron anexando progresivamente al dominio de las "leyes de la naturaleza". Al lanzarse a estas empresas intelectuales de fundación imperial, los agresivos ingenieros civiles occidentales encontraron una base de operaciones preparada desde mucho tiempo atrás para ellos y que aguardaba que se intalaran en ella, en una ciencia de las cuestiones humanas que esos científicos postcristianos habían heredado de predecesores cristianos a quienes filósofos helénicos habían a su vez legado tal propiedad. En el siglo XVH y en el siglo xvm, espíritus occidentales habían continuado (en virtud de aceptar una tradición que no estaba sometida a crítica y que no se reconocía conscientemente) creyendo que el espí1

Salmos CVLVI. <5.

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ritu humano consciente estaba efectivamente gobernado por "leyes del pensamiento". El propio Descartes nunca soñó con retirarse de ese polder venerablemente verde en que se hallaba, para colocarse en la yerma térra firma metafísica que tenía a retaguardia. Y, como los helenos no habían tenido conciencia del descubrimiento del subconsciente que habían realizado sus contemporáneos índicos, en tanto que los francos no comenzaron a realizar su descubrimiento propio e independiente de ese mundo subconsciente, hasta que los iluminó la neurosis de guerra después de la catástrofe sufrida en 1914 d. de C., los fundadores imperiales occidentales modernos de la ciencia en el dominio de las cuestiones humanas, pudieron aprovechar durante más de doscientos años la ilusión mental que hacía parecer que la "lógica" y la "teoría del conocimiento" eran decididamente más importantes que Ja vida. Partiendo de esa antigua base, entre comienzos del siglo xrx de la era cristiana y mediados del siglo xx, los conquistadores 1 occidentales, cuyo grito de guerra era la revindicación de los legítimo.? derechos de la naturaleza, ya habían reclamado y anexado por lo menos cuatro polders más de la tierra de nadie occidental moderna de las cuestiones humanas, sin verse desafiados y acaso ni siquiera observados por los historiadores modernos contemporáneos. Estas ciencias recién creadas sobre el campo de las cuestiones humanas, que la encarnación occidental moderna tardía del intelecto colectivo humano había conseguido agregar a la antigua ciencia ortodoxa de la lógica, eran la psicología, la antropología, la economía política y la sociología. En el terreno de la psicología, la más joven de estas cuatro nuevas ciencias de las cuestiones humanas —y a primera vista también la más obviamente sujeta de las cuatro al cargo de acrecentarse a expensas del tradicional dominio de la historia—, el espíritu científico occidental postmoderno, estaba verificando mediante la observación, la intuición de Pascal de que "el corazón tiene razones, que la razón no conoce".2 En el siglo xx de la era cristiana, la ciencia occidental postcristiana de la psicología estaba comenzando a explorar los abismos subconscientes de la psique humana y a descubrir que allí regían "leyes de la naturaleza" que no eran las leyes de la lógica, sino las de la poesía y la mitología. En el terreno de la antropología la ciencia occidental había comenzado, antes de terminar el siglo xvm,3 a sacar a la luz "leyes de la naturaleza" que regían la vida social, cultural y espiritual de representantes sobrevivientes del hombre primitivo, que yacían aún en un estado En español en el original (N. del T.j. "Le coeur a ses raisons, que la raison ne connait point" (Pascal, B.: Pensées, n' 277, en el texto ordenado por L. Brunschvicg). En el vocabulario de Pascal, el "corazón" incluye el "sentimiento" y la "intuición". 3 La obra clásica pioneer, de la ciencia de la antropología fue la de Martin Dobritzhofcr (Dobtizhoffer), Historia de Abiponibus, Equestri Bellicosaquc P.trttquariae Natioae (Vicna 1784, de Kurzbek, 3 vols.)1 2

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de embotamiento —después de un arduo ascenso de un nivel subhumano a un nivel humano, que a los antepasados de esos sobrevivientes les habían costado centenares de millares de años cumplir— en un estadio del que el hombre en proceso de civilización había comenzado, en los últimos cinco a seis mil años, a salir mediante una serie de esfuerzos por trepar al risco superior.1 El rótulo de "antropología" que se asignó a esta ciencia de las cuestiones humanas en el estado yin en que las sociedades primitivas hubieron de caer, lleva implícito el hecho no perseguido pero no por ello psicológicamente menos significativo de que el hombre sólo podría reivindicar su título a llamarse humano, mientras permanecía en un estado de embotamiento y de que el hombre en proceso de civilización se había despojado de su humanidad en el momento mismo de exclamar "Excelsior" y de reanudar el ascenso, transitoriamente interrumpido, de la humanidad. Pero, en rigor de verdad, a la ciencia de la antropología le era impracticable excluir el estudio de las civilizaciones, aun cuando hubiera tenido la intención de hacerlo, puesto que mucho antes de que la empresa de la civilización hubiera entrado en su quinto o sexto milenio de edad, la irradiación de una u otra de las civilizaciones históricas que habían surgido y desaparecido por esa época, había penetrado, afectado y modificado la estructura y la vida sociales de todas las sociedades primitivas que sobrevivieron al impacto de esta enorme fuerza social parvenue.2 Como consecuencia de estos encuentros de civilizaciones a que las sociedades primitivas estuvieron expuestas en el curso de su ulterior descanso sabático, y en virtud de los cuales se agregó un epílogo •—que no era ni hechura ni elección de esas sociedades primitivas—•, al capítulo dinámico y cerrado de su historia, a los antropólogos occidentales recientes les era imposible encontrar ejemplares puros de la especie primitiva de sociedad humana que pudieran certificar que estaban libres de toda contaminación social producida por la radiactividad de una u otra civilización; y la presencia de ese tinte de civilización en todas las organizaciones sociales primitivas accesibles a los antropólogos significaba que, si la nueva ciencia de la antropología había realmente logrado éxito —como en efecto se admitía—3 en descubrir leyes de la naturaleza que regían las sociedades semiprimitivas o ex primitivas sobrevivientes en el estado contaminado en que éstas se presentaban ahora, un método científico de determinar leyes de las cuestiones humanas que se justificaba empíricamente, al demostrar que era válido en este terreno de la cultura ex primitiva, sería asimismo, por decir lo menos, una promisoria línea de estudio científico de las sociedades de la especie conocida como civilizaciones, por obra de la cual todas las sociedades primitivas sobrevivientes estudiadas por los antropólogos 1 Véase II. i. 200-3. 2 Véase II. i. 196. 3 Véase I. i. 207.

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estaban contaminadas en alguna medida. En un momento de calma que se extendía entre dos guerras mundiales, un par de experimentados estudiosos de sociedades primitivas sobrevivientes aplicó deliberadamente la técnica de la antropología al estudio de la vida contemporánea de una ciudad típica situada en un sector de la provincia norteamericana de un Nuevo Mundo; l pero el preciado reconocimiento que esos antropólogos hicieron en el dominio de las civilizaciones estuvo anticipado por otras dos expediciones organizadas por conquistadores intelectuales occidentales recientes, que no se habían interesado por la conquista de los primitivos caribes y comanches, sino que, desde el comienzo, concentraron su interés en la levantada ambición de un Cortés o de un Pizarro, que querían conquistar Méjicos y Perúes. El primero de estos ataques científicos lanzados sobre la vida del hombre en proceso de civilización se había llevado a cabo por lo que, en el momento de escribir estas líneas, era de moda caracterizar como un enfoque "funcional". La erupción del industrialismo en el cráter social de Gran Bretaña y en las últimas décadas del siglo xvm de la era cristiana, y las amplias devastaciones producidas por la lava del cataclismo, produjeron monstruosidades de poder material, de injusticia social y de sufrimientos espirituales 2 que sobrecogieron la imaginación de un Frankenstein horrorizado y, al excitar sus sentimientos, estimularon a su intelecto colectivo a trabajar en el problema de determinar qué "leyes" de la naturaleza podían ser ésas que tan súbitamente afirmaban su tiránico gobierno sobre las cuestiones occidentales modernas tardías. Verdad es que en el siglo y tres cuartos que había transcurrido en el momento de escribir estas líneas desde la publicación de la obra de Adam Smith: The Wealth of Nations, en 1776 d. de C. la nueva ciencia occidental de la economía política apenas había comenzado a extender su horizonte más allá de los límites espaciales del mundo occidental, o de los límites cronológicos de la fase industrial de la historia de la civilización occidental; y desde luego éste era un fragmento casi irrisoriamente pequeño de la historia total, que ya alcanzaba a cinco o seis milenios, de una especie de sociedad de la que la civilización occidental era tan sólo uno de los más de veinte ejemplares conocidos. La importancia intelectual de esta nueva ciencia occidental moderna de las cuestiones humanas no podía empero medirse por la escasez de los datos que hasta entonces había conseguido abarcar en su esfera. En el mundo occidental moderno tardío la fundación de la ciencia de la economía fue un acontecimiento intelectualmente revolucionario porque en un plano de actividad social 3 y dentro de los límites de una sociedad que se hallaba en un determinado capítulo de su his1 Véase Lynd, Robert S. y Helen M.: Middletown (New York 1929, Harcout Brace) y Middletown in Tratisition (New York 1937, Harcourt Brace). 2 Véase IV. JV. 151-205. 3 En la expresión del siglo xvm "economía política", la palabra "política" se empleaba para significar lo que designaba la palabra "social" en el empleo occidental del siglo xx.

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toria, la economía política había traducido en actos reales el sueño de los filósofos occidentales del siglo xvm que consistía en sacar a la luz las leyes que rigen "el orden natural" 1 en las cuestiones del hombre en proceso de civilización. Además, los economistas políticos "clásicos" escoceses e ingleses del siglo xix, no se contentaron con informar sobre el descubrimiento de las "leyes de la naturaleza" en su recién conquistado polder, sino que proclamaron, ante una Israel británica despavorida, que esos mandamientos que ellos aventuradamente habían recogido del monte sagrado de la diosa ciencia, eran "leyes de hierro" de una severidad adamantina; y un pueblo ex cristiano que padecía de un vacío espiritual corno consecuencia de haber decaído sus propias creencias religiosas cristianas atávicas se tragó este oportuno sustituto psicológico de los terrores del infierno con voraz credulidad. En el año 1952 de la era cristiana, pocos niños occidentales se despertaban en medio de la noche a causa del temor de oír súbitamente el toque de la trompeta final; pero muchos hombres y mujeres occidentales cronológicamente adultos vivían en medio del terror —noche y día— de ver cómo "las leyes de hierro de la economía" ordenaban inexorablemente una catastrófica bancarrota en que los desdichados adeptos de la libre empresa serían llevados por los alborozados demonios del comunismo, para sufrir los tormentos que esperaban a los económicamente condenados y contra los cuales no había medio conocido alguno de asegurarse ni derechos morales a los que apelar. Una vez que estos mirmidones invasores de la ciencia lograron de tal suerte establecer triunfantemente un puesto de avanzada seguro y aparentemente inexpugnable en el nivel de la economía y en el hasta entonces dominio invioladamente irracional de la civilización habría sido sorprendente que no coronaran este primer éxito obtenido en un campo virgen con un avance general realizado en todos los niveles y en todas las líneas. Este ambicioso intento de afirmar la soberanía de las "leyes de la naturaleza" sobre la vida del hombre en proceso de civilización en todos sus aspectos y en todas sus dimensiones, fue iniciado por los pioneers de una nueva ciencia humana que hubo de recibir el rótulo de "sociología", aunque a los efectos de la claridad intelectual habría sido mejor que este departamento de la ciencia del hombre se hubiera distinguido explícitamente de la sociología del hombre primitivo, designándola la "antropología del hombre en proceso de civilización". La verdad es que las dos ciencias occidentales recientes que vinieron a conocerse con los convencionales nombres de "antropología" y "sociología" se distinguían una de otra no por una diferencia intrínseca que hubiera entre sus respectivos métodos y finalidades, sino tan sólo por una diferencia fortuita que había entre sus respectivos objetos de estudio. Las dos coincidían en ser esfuerzos para descubrir "leyes de la naturaleza" que rigen la vida humana. 1

Véase los pasajes de Teggart, citados en la pág. 36, supra.

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Esta afinidad entre las ciencias de la vida humana primitiva y de la vida humana en proceso de civilización quedó tácita pero elocuentemente reconocida en la práctica de la investigación y de la doctrina y esa aproximación práctica de las dos disciplinas académicas había llegado a ser tan estrecha en 1948 d. de C. que en ese año las palabras iniciales de un artículo escrito por un sociólogo sobre "las limitaciones de los métodos antropológicos en la sociología" ] pudieron rezar así: "Uno de los desarrollos contemporáneos más interesantes en el terreno de las ciencias sociales es la creciente relación íntima que se establece entre la sociología y la antropología. La influencia de los métodos, conceptos y hasta de las teorías de la antropología se ha hecho tan vigorosa en los recientes años que para muchos efectos y en muchas esferas de investigación, las dos ciencias ya no se distinguen. En una serie de departamentos académicos el personal es el mismo y, en las universidades donde se mantienen departamentos separados, la investigación y la enseñanza de la antropología social y de la sociología se caracterizan por una cooperación cada vez más estrecha." Podríamos agregar que en todas las universidades occidentales de mediados del siglo xx de la era cristiana, las cátedras oficialmente establecidas de lógica, psicología, antropología, economía política y sociología debían ver junto a ellas las cátedras no menos oficialmente establecidas de historia, sin que aparentemente se reconociera el hecho académicamente embarazoso de que si los credos intelectuales de los profesores de historia por un lado y los profesores de las ciencias de las cuestiones humanas por otro lado fueran a ser tomados verdadera1 Se encontrará esta discusión de "limitaciones de los métodos antropológicos en sociología" de Robert Bierstedt, con un comentario de Clyde Kluckhohn en The American Journal of Sociology, vol. Liv, n° i, julio de 1948 (Chicago 1948, University of Chicago Press), págs. 22-30. El propio Bierstedt resumió del modo siguiente su tesis: "Las profundas diferencias que hay entre las sociedades primitivas y las civilizadas restringen la eficacia de los métodos antropológicos cuando se los aplica a estas últimas. Entre otras, las más importantes de estas diferencias son: i) Las sociedades civilizadas son letradas; 2) tienen historia; 3) son susceptibles de un análisis causal amplio desde el punto de vista histórico; 4) su diversidad y variedad culturales son incomparablemente grandes; 5) sus relaciones con otras sociedades son constantes y de influencia recíproca tanto en el tiempo como en el espacio. En general, los métodos antropológicos tienen por finalidad resolver cuestiones cuya significación sociológica es limitada cuando el objeto de la indagación es una sociedad civilizada." El comentario que el autor de este Estudio haría sobre la tesis de Bierstedt es: i) la antítesis "letrado" versas "iletrado" no es un criterio de diferencia válido entre sociedades en proceso de civilización y sociedades primitivas: tenemos por lo menos un ejemplo de una civilización no letrada: la sociedad andina; 2) y 3) Ja l) la antítesis "letrado" versus "iletrado" no es un criterio de diferencia válido de diferencia, pues también ellas deben de haber tenido una historia viva alguna vez, aunque se haya perdido su registro y aunque las sociedades primitivas sobrevivientes hayan permanecido estáticas en el momento en que las civilizaciones hicieron sobre ellas sus primeros impactos (véase este Estudio I. I. 207-8 y II. i. 201-3); 4) la diversidad y la variedad culturales de las civilizaciones no son incomparable-

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mente en serio por las autoridades académicas, un decente cuidado por la integridad intelectual las obligaría a excluir de sus aulas ya a una ya a la otra de esas dos filas de cátedras profesorales... En otros períodos de la historia occidental que no eran los de la edad moderna tardía y postmoderna, intelectualmente anárquicas, la opinión occidental se habría por cierto rebelado contra la inconsecuencia intelectual y la lasitud moral de esta cínica monstruosidad, pues los credos intelectuales respectivamente sustentados por los historiadores y por los hombres de ciencias sociales eran irreconciliablemente contradictorios y, si un determinado credo hubiera llegado a canonizarse como ortodoxia sacrosante, el credo contrario habría quedado inmediatamente anatematizado como condenable herejía. En verdad, las dos escuelas occidentales recientes sustentaban puntos de vista incompatibles acerca de los métodos y fines que eran necesarios para la salvación intelectual del estudio de las cuestiones del hombre en proceso de civilización, durante los últimos cinco o seis mil años. Y como en la fase del siglo xx de la prolongada y hasta entonces no resuelta controversia, la palabra "científico", lo mismo que la palabra "democrático", era como una púdica hoja de parra que ningún savant occidental podía descartar sin chocar con un comité de vigilancia cultural, la controversia ideológica librada entre los hombres de ciencia occidentales y los historiadores occidentales debía llevarse a cabo, lo mismo que la controversia entre comunistas rusos y antiguos creyentes occidentales, en la forma de una disputa acerca de la significación que había que asignar a una palabra cuyo carácter sacrosanto ninguna de las dos partes se atrevía a impugnar. En el foro político, la palabra "democrático" significaba en la jerga rusa "igualitario" a expensas de la mente mayores, sino tan sólo comparativamente mayores que las de las sociedades primitivas; 5) las sociedades primitivas sobrevivientes tuvieron, ex hypothesi, relaciones con aquellas civilizaciones que registraron la historia de sus encuentros con aquéllas y esas relaciones fueron realmente constantes y de influencia recíproca, tanto en el tiempo como en el espacio, desde una fecha temprana de la historia de las civilizaciones de la primera generación. En suma, que las semejanzas entre las dos ciencias de la sociología y la antropología parecían al autor de este Estudio más profundas que sus diferencias. Por otro lado, en este Estudio, en I. I. 175, 494 y 497-500, hemos topado con lo que parece una diferencia pertinente y que Bierstedt no trata en su artículo. Me refiero a la diferencia del número respectivo de ejemplares de las dos especies de sociedad humana que se hallaban a disposición de los hombres de ciencia occidentales del siglo xx de la era cristiana. Los sociólogos disponían acaso de no más de veinte ejemplares de su objeto de investigación, en tanto que los antropólogos disponían de más de seiscientos ejemplares del suyo. Esta diferencia numérica no era una diferencia entre los respectivos métodos y finalidades de las dos ciencias y no era tampoco una diferencia entre las naturalezas intrínsecas de las dos especies sociales que las dos ciencias investigaban respectivamente. Era una diferencia en el alcance de las respectivas facilidades actuales para estudiar científicamente las dos especies de sociedad. En la práctica esa diferencia era seguramente importante, aun en una generación en la que la arqueología había por fin puesto las civilizaciones al alcance de la investigación científica, al elevar el número de ejemplares hasta la aún flaca cifra de veintiuno,

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libertad, en tanto que en la jerga occidental significaba "libertario" a expensas de la igualdad. Ninguna de las dos partes se aventuraba a descartar por completo ninguna de las dos ideas explosivas —igualdad y libertad— que la palabra "democrático" mantenía unidas a alta tensión; pero la diferencia en el énfasis relativo era una diferencia de frado que llegaba hasta el punto de ser equivalente a una diferencia e esencia, a los efectos prácticos. La no menos venerada palabra "científico", que era el balón de la arena intelectual, también mantenía unidas dos ideas —la idea de determinar los hechos de la naturaleza y la idea de inferir las leyes de la naturaleza de su estudio sin prejuicios, preciso y exhaustivo de los hechos— y aquí la diferencia de doctrina era irremediablemente aguda. En esa controversia intelectual occidental del siglo xx, el autor de este Estudio se daba cuenta de que él mismo era un combatiente y no un espectador neutral. Por lo tanto, para neutralizar en la medida de lo posible el efecto de cualquier inclinación personal que pudiera haber influido en su propia convicción sobre el tema, prefirió abstenerse de exponer con sus propias palabras la cuestión doctrinaria en discusión y exhibir en cambio ante sus lectores un par de exposiciones —una más favorable y la otra menos favorable a la tesis ortodoxa para los historiadores contemporáneos—• debidas a las plumas de dos estudiosos occidentales contemporáneos, uno de los cuales era historiador además de ser filósofo, en tanto que el otro era un historiador que había realizado un estudio especial de la historia de la ciencia occidental. El campeón filósofo de la tesis de los historiadores resume del modo siguiente la cuestión: "Toda ciencia natural —decían los positivistas— comienza determinando hechos y luego continúa descubriendo sus conexiones causales. Al aceptar esta afirmación, Comte proponía que se instituyera una nueva ciencia llamada sociología, que iba a comenzar descubriendo los hechos relativos a la vida humana (siendo en verdad ésta la obra de los historiadores) y que luego iba a continuar descubriendo las conexiones causales que había entre esos hechos. De suerte que el sociólogo vendría a ser una especie de superhistoriador, que elevaba la historia a la jerarquía de una ciencia al pensar científicamente sobre los mismos hechos sobre los que el historiador pensaba sólo empíricamente... Las pretensiones de la sociología comteana quedaron prontamente descartadas por los historiadores más capaces y conscientes, que llegaron a pensar que para ellos era suficiente descubrir y establecer los hechos mismos: dicho en las palabras de Ranke, wie es etgentlich gemesen.i La historia como el conocimiento de hechos individuales fue separándose gradualmente en su condición de estudio autónomo de la ciencia como el conocimiento de leyes generales." 2 1 Geschichten der Romanischen und Germanischen Volker, prefacio a la primera edición (Leopold Ranke, Werke, vol. xxxm-xxxiv, 2» ed. (Leipzig 1874, Duncker y Humbolt), pág. vn). — A. J. T. 2 Collingwood, R. G.: The Idea of History (Oxford 1946, Clarendon Press), Págs. 128 y 130-1.

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El contemporáneo crítico e historiador de la tesis de los historiadores traza un cuadro idéntico, a una luz diferente: "En la ciencia histórica y particularmente en las regiones superiores de este estudio, una. . . actitud de abstracción se ha hecho habitual. Los historiadores limitados por el tipo de aparato que usan y las pruebas concretas en que deben apoyarse, restringen su esfera a lo que casi podría llamarse el mecanismo de los procesos históricos: los factores tangibles que intervienen en un episodio, los desplazamientos producidos en las cuestiones humanas por un hecho observado o una influencia específica y hasta la clase de movimientos que pueden registrarse en estadísticas." l La diferencia —expuesta en estos dos pasajes— que hay entre el uso respectivo que hacen los historiadores occidentales del siglo xx y los contemporáneos hombres de ciencia occidentales de la palabra "científico", queda definitivamente expresada por nuestro historiador filósofo en los siguientes martillazos con que aplasta las devotas cabezas de los "historiadores positivistas. . . que concibieron la verdadera o suprema tarea de la historia como el descubrimiento de leyes causales que relacionarían ciertos tipos constantes de fenómenos históricos": "Las perversiones de la historia, según esta orientación, comparten todas un carácter común, es decir, una distinción entre dos clases de historia: historia empírica, que desempeña sólo la humilde tarea de determinar los hechos, y la historia filosófica o científica, que tiene la más notable misión de descubrir las leyes que relacionan los hechos. En este punto el historiador filósofo aplica con la izquierda un golpe en pleno rostro del historiador no filosófico, y con la derecha otro en el de los científicos: "No puede existir una historia empírica, pues los hechos no están empíricamente presentes en el espíritu del historiador, sino que son acontecimientos pasados que han de aprehenderse no empíricamente, sino mediante un proceso de inferencia de acuerdo con principios racionales, de datos dados o mejor dicho descubiertos a la luz de esos principios; y no puede haber tampoco un supuesto estadio más, el de la historia científica o filosófica, que descubra las causas o las leyes, o que en general explique los hechos, porque un hecho histórico, una vez auténticamente determinado y aprehendido por el acto en virtud del cual el historiador tiene !a intelección del pensamiento del agente, ya está explicado. Para el historiador no hay diferencia alguna entre descubrir lo que ocurrió y descubrir por qué ello ocurrió." 2 1 Butterfield, Herbert: Christianity and Hislory (London 1949, Bell), pág. 19. Las citas de este libro han sido hechas con el permiso del autor y de los editores. 2 Collingwood, op. cit., págs. 176-7; compárese con págs. 263-6.

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Como se ve, la exposición que hace el historiador filósofo del credo de los historiadores occidentales del siglo xx casi llega a afirmar que el genio de la historia está no ya sencillamente en "no tratar de", sino verdaderamente en "tratar de no" encontrar sentido a los hechos históricos. Al ignorar el acuerdo de los sociólogos, los economismas, los psicólogos, los epistemólogos y los lógicos, cuyas actividades científicas presuponían todas que era posible estudiar científicamente las cuestiones del hombre en proceso de civilización, así como las de un homo sapiens prístinas, que era el objeto de estudio de los antropólogos, los más de los historiadores occidentales del siglo xx sostenían aún que quien se aventurara a profesar semejante ciencia del hombre en proceso de civilización era, en el mejor de los casos, un herético, y en el peor de los casos un charlatán. Para un espectador interesado de esa pugna podría ser delicado declarar cuál de las dos partes estaba en lo cierto; pero no era difícil predecir cuál de las dos correcta o equivocadamente sería aprobada como ortodoxa y cuál condenada como hereje, si la causa fuera expuesta ante un concilio ecuménico de la república occidental de las letras, por alguno de los contendientes que tuviera el coraje de sus convicciones. Podía predecirse con confianza que en tal situación el anatema caería sobre los historiadores, pues era manifiesto que la línea principal del pensamiento occidental estaba representada, no por los historiadores, sino por aquellos que creían en la posibilidad de un estudio científico de las cuestiones del hombre en proceso de civilización, estudio entendido como un intento realizado en esta provincia de la realidad, así como en otras provincias, de descubrir "leyes de la naturaleza" infiriéndolas de hechos determinados. El credo fundamental del hombre occidental fue siempre la creencia de que el universo estaba sometido a la Ley y no abandonado al caos, de suerte que la versión que tenía un deísta o un ateo occidental moderno tardío de este credo occidental era (como ya vimos) la de que la Ley del universo era un sistema de "leyes de la naturaleza" accesibles a la investigación, descubrimiento y formulación progresivas por parte del intelecto humano colectivo. Grandes descubrimientos de "leyes de la naturaleza" hasta entonces latentes fueron los triunfos esenciales de los héroes intelectuales de la civilización occidental moderna tardía: Galileo, Newton, Lavoisier, Buffon, Lamarck, Cuvier,1 Daiwin, Einstein, para citar sólo ocho de los nombres más famosos. ¿Quién podría trazar una línea más allá de la cual estos conquistadores intelectuales no debían extender sus operaciones o, dicho con otras palabras, quien podría Quien haya leído The Origins of Modcrn Science, 1300-1800 (London 1949, de Herbert Butterfield, habrá observado que en la noticia que se da de la obra de estos seis primeros héroes, en las páginas 61, 125, 186, 203, 207 y 108-9, "ay un rasgo común que en cada caso es el rasgo esencial del héroe. En todos Jos casos la obra de la vida del héroe es la reivindicación del reino de las "leyes de la naturaleza" en las provincias de la realidad en que las pruebas de la jurisdicción de la naturaleza eran hasta entonces invisibles a la visión mental de la humanidad. 1

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confinar la jurisdicción de las "leyes de la naturaleza" dentro de ciertos límites convencionales? La proclamación de que una provincia del universo —la provincia metropolitana ocupada por el hombre en proceso de civilización—• había quedado reservada de una vez por todas, por alguna autoridad superior sin nombre como santuario del caos, y que iba a quedar para siempre sustraída a la jurisdicción de toda ley, natural o divina, habría sido odiosa traición y horrible blasfemia a los ojos de todos los espíritus del siglo xx científicamente bien pensante; de manera que si alguna vez los historiadores antinómicos fueran sometidos a juicio, una explícita confesión pública de su escandalosa creencia atávica del siglo xvni de que la vida del hombre en proceso de civilización era "un cuento narrado por un idiota, que no significa nada",1 inevitablemente provocaría la acusación de herejía y una sentencia de cualquier castigo que pudiera esperar a un hereje condenado, en un mundo occidental postmoderno, en el que la virtud occidental moderna tardía de la tolerancia había descendido varios grados por debajo del nivel dieciochesco de la "urbanidad". Podía predecirse con no menos seguridad que, si en nuestro imaginario concilio ecuménico alguna triquiñuela de la oratoria o algún capricho de la fortuna hiciera que los historiadores antinómicos obtuvieran la mayoría de los votos, los sociólogos, que habrían visto así invertida la suerte de la partida, serían herejes no menos aptamente combustibles de acuerdo con el veredicto de un inquisidor historiador. Es más aún, si los historiadores todavía no se habían acarreado dificultades al iniciar la ofensiva contra los científicos sociales y al acusarlos con el mismo cargo de herejía que pendía sobre las propias cabezas de los historiadores, esa tolerancia llena de tacto parecía ser el producto propicio de una capacidad infinita, no de poner bajo freno sus propias pasiones, sino de ignorar la existencia de sus agresivos adversarios. A mediados del siglo xx de la era cristiana, la mayor parte de los historiadores occidentales parecía aún estar cerrando un ojo a las sucesivas transgresiones, por parte de los científicos sociales, hechas en los cotos expresamente señalados a los historiadores, así como un Neville Chamberlain había cerrado un ojo en 1938 d. de C. a las sucesivas agresiones que el Tercer Reich llevara a cabo en la arena política del mundo occidental. En una era de calma, los historiadores permitieron que los economistas les arrebataran el mundo antinómico de una Austria y que los sociólogos les arrebataran el mundo antinómico de una Checoslovaquia, ante los ojos mismos de los antinómicos, sin que el menor parpadeo revelara que tuvieran alguna conciencia de las impúdicas depredaciones que se estaban cometiendo a expensas de los historiadores. Mientras algunos de esos seis hombres de genio científico se distinguieron también por haber determinado o verificado hechos, se hicieron famosos no por esto sino por el "descubrimiento de leyes causales que relacionan ciertos tipos constantes de. .. fenómenos", que, en la provincia de los fenómenos históricos era, como vimos, una actividad ilegítima a los ojos de los historiadores occidentales del siglo XX. 1 Shakespeare, Macbeth, Acto V, escena v.

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49 Un día del invierno de 1949-50, en que el autor de este Estudio teniendo presente este capítulo, meditaba en su ciudad natal de Londres sobre la extraña comedia que se estaba representando ante sus ojos en un contemporáneo escenario humano, sus pies lo llevaron hasta las orillas del Lago Redondo, de Kensigton Gardens, para que gozara de un espectáculo del que nunca se había cansado desde que el frío anormalmente cruel de los primeros meses del año 1894 d. de C. enseñara a las gaviotas marinas criadas en las provincias y en el extranjero a pasar el invierno en los parques de Londres como huéspedes no invitados, pero mimados, por los habitantes humanos de la metrópoli. Mientras oía aquella tarde el familiar griterío de las excitadas gaviotas, al tiempo que éstas revoloteaban, se precipitaban como aviones de combate y se empujaban unas a otras para atrapar en el iré los trocitos de pan que sus benefactores humanos, como siempre, les estaban arrojando, el autor observó, de pronto, el cómico aire de "no darse cuenta de nada" que exhibían los patos que vivían oficialmente en los Parques y Jardines Reales y que se deslizaban plácidamente por el agua y debajo del escenario de las frenéticas maniobras aéreas de las gaviotas. "Demasiado orgullosos para luchar",1 esos legítimos habitantes del lago disimulaban lo vergonzoso de la situación, al pretender que no se daban cuenta de cuan agresivamente obraban aquellos tumultuosos intrusos. Aun cuando una de las raras migajas caía en el agua sin que la hubiera interceptado el pico de una gaviota en su breve trayectoria aérea, algún chillón y turbulento merodeador la arrebataba de bajo el pico de uno de los patos que flotaba perezosamente en el agua, y el pato, en el movimiento de subida y bajada de las ondas que la turbulenta gaviota levantara violentamente, no daba señal alguna de advertir que se estaba cometiendo alguna irregularidad. Cuando el autor oyó que su esposa le preguntaba en tono de divertida sorpresa por qué había estallado de pronto en carcajadas, él comprendió que ese cómico encuentro de patos y gaviotas en el Lago Redondo de Kesington Gardens lo había regocijado al ofrecerle a la imaginación una animada alegoría del grotescamente similar encuentro de historiadores y científicos sociales. (f) LA CREDULIDAD INCONSCIENTE DE LOS DECLARADAMENTE AGNÓSTICOS 'Y' 1 »* *

¿Vivían en la vida real aquellos historiadores que, cual patos, ignoraban los rapaces descensos que los científicos, como gaviotas, realizaban en los cotos de los historiadores, de acuerdo con su propia interpretación antinómica de la sagrada palabra "científico"? La respuesta a esta interrogación parecería ser la de que tales historiadores no traducían su profesión de fe en la práctica y de que no lo hacían porque el ideal "Existe un tipo de hombre quf es demasiado orgulloso para luchar" (el presidente Woodrow Wilson, en Filadelfia, el 10 de mayo de 1915).

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que se habían propuesto era impracticable a priori; pero al encontrar la respuesta a una pregunta nos vemos frente a otra, y esa cuestión, más profunda, es la de por qué la mayoría de los historiadores de esta generación y en este milieu social determinado asumieron su posición antinómica. Un irónico rasgo del hecho de que los historiadores occidentales recientes no hacían honor a sus propios principios antinómicos estribaba en que no se daban cuenta de que con su práctica refutaban sus declaraciones de principios. "Los hombres de una generación dada generalmente no tienen conciencia del grado en que encaran su historia contemporánea dentro de una estructura supuesta, que expone los acontecimientos en ciertas formas o los encaja en ciertos moldes, que a veces se adoptan casi como en un sueño en pleno día. Pueden no tener la menor conciencia de la manera en que sus espíritus se ven limitados por la formulación rutinaria de los hechos, y sólo cuando el mundo es diferente y surge una nueva generación no sujeta desde el nacimiento a la estructura aceptada, todo el mundo se da cuenta de la estrechez de esa estructura. . . Es un error de los que escriben historia y de otros que la enseñan, imaginarse que si no son cristianos se abstienen de todo compromiso, o que trabajan sin el prejuicio de ninguna doctrina, al discutir la historia sin ningún supuesto previo. Entre los historiadores, así como en otros terrenos, el más ciego de todos los ciegos es aquel que es incapaz de examinar sus propios presupuestos y que por eso se imagina tranquilamente que no tiene ninguno." i Esta figura tragicómica del prisionero que se declara libre porque no advierte sus cadenas ya hubo de presentársenos en nuestro camino. En un lugar anterior citamos una declaración de incredulidad que su distinguido autor sentía evidentemente como una efectiva declaración de independencia intelectual: "Me ha sido negada cierta excitación intelectual. Hombres más sabios e ilustrados que yo distinguieron en la historia una trama, un ritmo, un curso predeterminado. Me ha sido negada la visión de esas armonías. Puedo ver tan sólo cómo un hecho sigue a otro, así como una ola sigue a otra. Solamente un gran hecho con respecto al cual, puesto que es único no puede haber ninguna generalización, solamente una regla segura para el historiador: que reconozca en el desarrollo de los destinos humanos el juego de lo contingente y de lo imprevisto." 2 Esta declaración llegó a convertirse en un locas classicus, a los diecisiete años de la fecha de su publicación; 3 pero antes de que se publi1

y 46-

Butterfield, Herbert: Christianity and History (London 1949, Bell), págs. 140

2 Fisher, H. A. L.: A History of Europe (London 1935, Eyre & Spottiswoode, 3 vols.), vol. i, pág. vil, citado en V. v. 414. ;i La sagacidad con que en este pasaje, un maestro del arte de la historia expone

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cara, ya la elección que el autor había hecho del título del libro del que este pasaje del prefacio pretendía exponer el principio fundamental, lo había invalidado. Un historiador que de esta manera había declarado públicamente su adhesión al dogma de que "la vida no es sino una condenada cosa tras otra", bien podía haber dado a su obra un título no comprometedor como el de "Historia de algunos hechos registrados en algunas cuestiones humanas", pero al llamarla, como lo hizo, "Historia de Europa", contradecía con ese título sus propias afirmaciones contenidas en el prefacio, según las cuales él no había distinguido en la historia "una trama, un ritmo, un curso predeterminado", pues esta palabra portamanteo, "Europa",1 es todo un corpus juris naturas en sí misma. Al escribir en el título de su libro esta sola palabra "Europa" el historiador se estaba comprometiendo irremisiblemente pues prestaba de manera implícita su adhesión a por lo menos treinta y nueve artículos de una sumergida religio historia occidental. El artículo primero de ese tradicional acto de fe es afirmar un claro molde de geografía cultural en que la oikoumené queda desmembrada, en virtud de una operación procústea, en fragmentos rotulados "Europa" y los demás "continentes".2 El artículo segundo es un acto de homenaje rendido a una ilusión egocéntrica que compartían los hijos de la sociedad occidental con los hijos de todas las otras sociedades conocidas por la historia y que los había llevado a todos al idéntico, y por lo tanto en cada caso incongruente, supuesto de que la cultura de la propia sociedad era la "Civilización" con C mayúscula.3 El artículo tercero consiste en descurrir una trama en que los hechos que siguen "uno tras otro como una ola sigue a otra ola", ocurren en la cultura y el país propios del historiador y alcanzan a un pináculo en que la historia encuentra su desenlace y consumación.4 El artículo cuarto consiste en una atribución, no ya confesada pero no por la Weltanschauung de la escuela antinómica de historiadores occidentales modernos tardíos y la fuerza de la impresión que produjo en los espíritus contemporáneos exposición tan desafiante de una tesis tan agudamente discutida y presentad.! por una autoridad eminente, fueron los dos hechos que movieron al autor de este Estudio a ilustrar aquí su tema citando a un historiador de una generación más vieja, por quien él sintió un constante respeto profesional y gran consideración personal. La amabilidad que le mostró Herbert Fisher en sus años mozos fue una de las felices circunstancias de la vida del autor, y una de las piedras miliarias de su educación fue Napoleonic Statesmanship in Germany, libro que a su juicio era una obra maestra del delicado arte de destilar la historia contenida en los archivos públicos. 1 "Ya ves, es como un portamanteo, hay dos significaciones encerradas en la misma palabra" (Humpty Dumpty, en Alite Through the Looking Glass, de Lewis Carrol). 2 En IX. IX. 41-65 se encontrará una crítica de esta tradicional estructura de geografía cultural. A los efectos de la presente exposición, no hace al caso establecer si esa estructura es o no es un reflejo de realidades históricas. En I. i. 184-91, se examinó esta ilusión egocéntrica. En I. i. 195-8, se examinó esta errada concepción del proceso de crecimiento entendido como un movimiento en línea recta, que culmina en el propio tiempo y lu gar del historiador.

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eso menos patentemente implícita, de esa trama del destino humano a un dramaturgo y escenógrafo divino, que, por un soberano acto de predeterminación, eligió a la tribu del historiador para que fuera el pueblo elegido de Dios. El artículo quinto consiste en la doctrina cristiana de que la elección de Dios se transfirió de Israel a la iglesia cristiana. El artículo sexto es el dogma cristiano occidental medieval de que la iglesia cristiana verdaderamente ortodoxa no es la iglesia canónicamente ortodoxa, sino la iglesia occidental (a pesar de las maniobras que un Focio pueda hacer con el FHioque). El artículo séptimo es el postulado occidental moderno tardío de que el manto de la cristiandad occidental medieval cayó sobre los hombros de una sociedad occidental moderna ex cristiana, en virtud de la Divina Providencia de un Dios que ahora había dejado de gobernar y acaso también hasta de reinar. El artículo octavo estriba en la identificación de esa sombra secularizada de una cristiandad occidental difunta con el continente cultural imaginario ya rotulado como "Europa". El artículo noveno es el grito de un loro que estaba siendo refutado por los nuevos movimientos del lápiz del antropólogo, de la pluma del orientalista y de la azada del arqueólogo, tantas veces como lo repetían las lenguas de los historiadores occidentales. Consistía en que "Europa" se distinguía tanto de un "Oriente inmutable" x como de los "pueblos primitivos que no tienen historia",2 por ser el único objeto posible de la historia. Y, como se ve, este grito de guerra era una afirmación de que la única historia posible era la historia de Europa, porque sólo las cuestiones europeas tenía un ritmo. Citar los restantes treinta artículos religiosos que aún estaban encerrados en la caja de Pandora llamada "Europa" podría agotar la paciencia del lector, siendo así que no son estrictamente necesarios a los efectos del tema que exponemos aquí. Con el apoyo de los artículos 1-9 que acabamos de citar, acaso podamos considerar como ya demostrado que la incapacidad declarada de un historiador para distinguir en la historia toda trama, todo ritmo o curso predeterminado, no es prueba de que un ciego Sansón haya en verdad logrado librarse del lazo de las "leyes de la naturaleza". El supuesto es en verdad el contrario, pues cuando los lazos son imperceptibles para aquel que los lleva, será más difícil que éste pueda liberarse de ellos, que cuando esos lazos revelan su presencia y algo de su forma y contextura, al rechinar y sonar. Es asimismo cierto que aun cuando un pensador tenga saludable conciencia de la estructura intelectual presente en su espíritu, esa conciencia no es en sí misma una garantía de que él pueda librarse aun de la estructura determinada que constituye su obsesión, para no hablar de que sea capaz de prescindir de toda estructura intelectual en general. Muy por el contrario, la conciencia del hombre se mostrará en esta situación, lo mismo que en otras, como el ángel guardián del hombre; En este Estudio, en I. i. 191-5, se analizó el concepto del "Oriente inmutable". En I. i. 207-8, se examinaron las razones que hay para rechazar este rótulo considerado como concepto erróneo. 1 2

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pues en la medida en que el hombre logre hacer llegar una de esas estructuras al foco de la conciencia, logrará por lo menos una posibilidad de discernir sobre si esa imagen que alberga su espíritu es un reflejo de la realidad o una alucinación sin base; y aun cuando compruebe que no puede pensar sino de acuerdo con los lineamientos de una estructura u otra, en todo caso tendrá una oportunidad, a la luz de la conciencia, de clasificar su propio contenido intelectual, de comparar una estructura con otra, de descartar aquellas que le parecen falsas y de conservar aquellas que le parecen verdaderas copias de las "leyes de la naturaleza". En cambio, cuando un pensador puede jactarse de que ya intencionadamente, ya por un acto de Dios (en el sentido en que se usa esta frase en las compañías de seguros), no descubra ninguna trama, ritmo o estructura en su panorama del universo, nos está diciendo en verdad que se encuentra a merced de cualquier estructura, ritmo o trama que pueda hallarse ocupando de manera invisible su casa mental supuestamente vacía, barrida y arreglada. 1 Y esa estructura que ocupa la casa puede ser tan arcaica, infantil, cruda y de vasto alcance que si el espíritu ocupado pudiera mirar frente a frente a su enmascarada ideología fundamental quedaría horrorizado, al verse cautivo de un mono, un niño, un Calibán o una Quimera.2 Sin embargo, mientras ese amo consiga gobernar al alma ciega en virtud de un invisible acte de présence, el alma —como "un jinete montado que nunca ve el caballo más abajo de un fémur"— 3 seguirá siendo impotente ya para cambiar por otra mejor esta estructura indigna, ya para redimirla en virtud de una operación de refinamiento que pudiera realizar en los crisoles de la reflexión y la autocrítica. La figura del historiador occidental reciente típicamente antinómico, prisionero de una estructura invisible, cuyo dominio sobre él era seguro precisamente porque él se creía libre de albergar semejante idea, era desde luego un testimonio vivo de la relatividad del pensamiento histórico que era el espejo a través del cual nosotros entramos en el panorama de nuestro presente Estudio. 4 Este mamut cautivo era una reliquia única en el siglo xx de una fauna intelectual occidental ahora ya envejecida que, excepto este representante sobreviviente, se había extinguido, porque su habitus había sido adaptado demasiado ajustadamente por la diosa de la selección natural, a las exigencias transitorias del contorno intelectual occidental del siglo xvin. El dogma del siglo XVIH, aún sustentado por muchos historiadores occidentales del siglo xx, según el cual no podían encontrarse ningún sentido en las cuestiones humanas, habían quedado gradualmente descartado, como vimos, por Mateo XII. 44; Lucas XI. 25. ~ "El peligro del teorizar subconsciente y primitivo no exigiría otra fundamentación. Nuestra elección no está entre la teoría y la no teoría, sino entre teoría acabada y teoría no acabada." (Schumpeter, J. A.: Business Cycles (New York 1939, McGraw-Hill, 2 vols.), vol. i, pág. 32, n. i. ;í Jalal-ad-Din Rumi: Mathnttwi, Libro I, versos 1109 y sig. traducido por Nicholson, R. A., en Rumi, Poct and Mystic (London 1950, Alien & Unwin), pág. 106. * Véase I. i. 23-38. 1

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el progreso de la ciencia durante el cuarto de milenio transcurrido. Sin embargo, las abiertas conquistas que la ciencia realizó a expensas de la escuela de historiadores presuntamente antinómica no eran tan perjudiciales a la tesis de esa escuela como la sujeción subconsciente de esa misma escuela a estructuras mentales que exhibían la marca indicadora de un determinado tiempo y un determinado lugar. Esta relatividad de una estructura de pensamiento no reconocida, que era una enfermedad tan notable y tan dañosa de los historiadores del siglo XX con mentalidad del siglo xvm, fue hábilmente explicada por un brillante historiador filósofo en un intento que éste hizo para reivindicar el antinomismo antediluviano de los historiadores desacreditando a su béte noire, en la forma de las "leyes de la naturaleza" relativas a las cuestiones del hombre en proceso de civilización.

más que una descripción generalizada de ciertas fases de la historia humana. Nunca será una ciencia del espíritu no histórica.. . "Basta estar un poco familiarizado con las llamadas ciencias del espíritu humano para comprender que ellas no son nada de eso, sino tan sólo inventarios de las riquezas acumuladas por el espíritu humano en una. determinada fase de su historia. La República de Platón es una expresión, no del inmutable ideal de vida política, sino del ideal griego tal como Platón lo recibió y volvió a interpretar. La Etica de Aristóteles describe, no una moral eterna, sino la moral del hombre griego. El Levialan de Hobbes expone las ideas políticas del absolutismo del siglo xvu en su forma inglesa. La teoría ética de Kant expresa las convicciones morales del pietismo alemán. Su Crítica de la Razón Pura analiza las concepciones y principios de la ciencia newtoniana en su relación con los problemas filosóficos de la época." i

"Las llamadas ciencias del espíritu humano, total o parcialmente, (me refiero a estudios tales como el de la teoría del conocimiento, el de la moral, el de la política, el de la economía, etc.) . . . se refieren todas a un tema único e inmutable, el espíritu del hombre tal como éste fue siempre y como será siempre. . . "Tal supuesto se halla. . . en Montesquieu, pero también está presente detrás de todas las obras filosóficas del siglo xvm, para no mencionar la de períodos anteriores. Las ideas innatas de Descartes son los modos de pensar naturales al espíritu humano como tal, en cualquier parte y siempre. El entendimiento humano de Loccke es algo que se supone que en todas partes es el mismo, aunque esté imperfectamente desarrollado en los niños, en los idiotas y en los salvajes. El espíritu kantiano que, corno intuición, es la fuente del tiempo y el espacio, como entendimiento la fuente de las categorías, y como razón la fuente de las ideas de Dios, libertad e inmortalidad, es un espíritu puramente humano, pero Kant incuestionablemente supone que es el único tipo de espíritu humano que existe o haya existido. Hasta un pensador tan escéptico como Hume acepta este supuesto . . Hume nunca muestra la menor sospecha de que la naturaleza humana [que] él analiza en su obra filosófica es la naturaleza de un europeo occidental de principios del siglo xvm, y que la misma empresa, emprendida en un tiempo o en un lugar muy diferente, pudiera haber arrojado resultados muy diferentes. Él siempre supone que nuestra facultad de razonamiento, que nuestros gustos y sentimientos, etc., son algo perfectamente uniforme e invariable, que está por debajo de todos los cambios históricos, a los que condiciona. . . "Una ciencia positiva del espíritu podrá, sin duda alguna, establecer uniformidades y repeticiones, pero puede no tener garantía alguna de que las leyes [que] establece sean válidas más allá del período histórico de que se tomaron los hechos que ellas rigen. Semejante ciencia (como recientemente hubimos de aprenderlo respecto de lo que se llama economía clásica) no puede sino describir de una manera general ciertos caracteres de la edad histórica en que ella se erigió. Si trata de superar esta limitación abarcando un campo más amplio, acudiendo a la historia antigua, a la antropología moderna, etc., para obtener una base más amplia de hechos, nunca será

Todo esto es muy cierto y está muy bien dicho, y entre paréntesis podemos observar que es una crítica pertinente de la obra de los historiadores declaradamente antinómicos, así como es una crítica de los intentos de descubrir "leyes de la naturaleza" que rijan las cuestiones humanas. Un confrére antinómico chino y contemporáneo del historiador antinómico occidental Herbert Fisher habría puesto como título del libro de éste no "Historia de Europa", sino "Historia del Reino Medio".2 Sin embargo, la diversidad de inscripciones en las páginas del título, que ilustraría de esta manera la relatividad de las concepciones de los historiadores antinómicos respecto de sus propios milieux sociales, atestiguaría también de la uniformidad de los engaños a que están sujetos los historiadores antinómicos sobre el modo de operar sus propios espíritus, pues estos dos títulos diferentes son, por igual, especificaciones de estructuras de las cuestiones del hombre en proceso de civilización, de manera que, al entregarse a una estructura en el momento de elegir el título de su obra, cualquiera sea esa estructura, al historiador "se le habrá escapado" (para emplear un giro del griego antiguo) que se estaba retractando públicamente de su jactanciosa incapacidad de descubrir en la historia una estructura, un ritmo o una trama. Y tampoco nuestro historiador escéptico chino u occidental lograría salvar su escepticismo, al caracterizar expresamente su obra como "Historia sin Estructura", pues suponiendo que pudiera concebirse realmente esa "falta de estructura" y que la idea pudiera ponerse efectivamente en práctica, el resultado no sería otro que el de una estructura. A esta luz, bien podemos ver que el acto de credo escéptico de Collingwood al cobrar un destello de relatividad en el primer plano del pensamiento histórico,3 no puede ser la última palabra. Y es más aún, * Collingwood, R. G.: The Idea, of History (Oxford 1946, Clarendon Press), págs. 229, 82-83, 223-4, 22 92 Véase el rescripto, citado en I. I. 188, que en 1793 d. de C. dirigió el emperador ecuménico Cliien Lung, al príncipe parroquial in ¡>ar/ibas barbarias, Jorge III, de Gran Bretaña. 3

Véase I. i. 38.

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todo escéptico que tenga la honestidad de serlo cabalmente, echa por tierra sus negaciones al aserrar la rama de que pende el aserrador escéptico. Al sobrepasar el échelon de posiciones de avanzada del combativo filósofo en las zonas sucesivas de la economía, la política y la moral, sin demorarnos aquí para acabar con ellas, dirijimos ahora nuestro contraataque a la zona de la teoría del conocimiento, que es la última trinchera del escepticismo en la que éste habrá de sobrevivir o caer decisivamente; y al llevar a cabo esta operación, apelamos a la táctica de un genio anónimo, quien, de acuerdo con una divertida leyenda, inició a sus compañeros en el secreto de cómo vencer en un conflicto sobre una situación hacía mucho tiempo olvidada, planteado entre los empleados del ferrocarril del estado italiano y el ministerio de comunicaciones de Roma. Cuando los dirigentes de los oprimidos ferrovtarii discutían nerviosamente sobre si correrían el riesgo de agotar los fondos de su sindicato y acaso ponerse fuera de la ley, al declarar la huelga, un espíritu ingenioso sugirió otro tipo de acción, que no dejaría de hacer caer de rodillas a los adversarios de los ferroviarios, sin que a los obreros les costara un centavo ni quedar fuera de la ley. "En lugar de declarar la huelga", sugirió, "cumplamos al pie de la letra las disposiciones oficiales"; y apenas propuesta esta elegante solución del problema de los ferroviarios quedó aceptada, nemine contradicente, como la táctica incuestionablemente más ventajosa. Su elegancia estribaba en el hecho —demasiado familiar para que se hubiera impuesto a la conciencia de un ferroviario ordinario— de que los servicios continuados de los ferrocarriles del estado italiano dependían de la continuada observancia de un tácito acuerdo de "caballeros" entre los empleados y las autoridades, según el cual las disposiciones oficiales que estaban en vigor habían de ignorarse discretamente. De manera que al cumplir al pie de la letra sus deberes legales, los ferroviarios podían paralizar instantáneamente el servicio de los ferrocarriles sin perder su paga y sin hacerse pasibles de sanciones. Y en efecto así se hizo. Cuando llegó el momento en que el tren expreso matutino debía salir de Milán con destino a Roma, el guarda hizo sonar debidamente su silbato y el conductor esperó, como correspondía, oír por segunda vez el mismo sonido, repetido a un intervalo de quince minutos; y cuando el tren se puso entonces en marcha, el conductor, otra vez correctamente, acomodó la velocidad del convoy al paso de marcha de un colega que, también correctamente de acuerdo con las disposiciones, avanzaba a diez pasos por delante de los amortiguadores de la locomotora, haciendo ondear una bandera roja en la mano derecha, para seguridad del público, en tanto que golpeaba los rieles con un martillo que sostenía en la mano izquierda, para seguridad de los pasajeros. Esta taimada "guerra fría" no podía tener sino un desenlace, y el final se produjo rápidamente. Al recibir un informe telegráfico del jefe de la estación de Milán, el ministerio de Roma anunció su rendición incondicional.

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Al trasladar las tácticas de los ferroviarios italianos de una arena económica a una arena intelectual, probemos cuál es su efecto explicándolas,1 ate pied de la lettre, a la afirmación de Fisher de que "no puede haber generalizaciones". Tal vez podamos aún legítimamente emplear la palabra "batalla" al referirnos a la batalla de Megiddo (commissa arca 1468 a. de C.); pero ahora que nos estamos ateniendo conscientemente a la disposición de que "la historia nunca se repite" debemos desde luego encontrar alguna otra palabra para designar lo que ocurrió en Maratón y alguna otra también para designar lo que ocurrió en \Vaterloo; y cuando hayamos agotado todos los proyectiles que pudiera contener nuestro diccionario de sinónimos más copioso (aunque en rigor de verdad incurriríamos en la culpa de "no jugar limpiamente", si recurriéramos a semejante subterfugio verbal) nos veríamos obligados a guardar silencio para siempre sobre el tema de las cuestiones del homo belligerans. Asimismo quizá podamos aún pronunciar legítimamente las palabras "Papa Juan I", pero todos los sinónimos conocidos de esa clase de hombre —"pontífice", "prelado", "primado", "hierofante", "gran lama", "Mobadh-an Mobad", etc.— difícilmente podrían legitimar nuestras veintidós (¿o son veintitrés?) repeticiones que sub rosa nos está pidiendo obstinadamente una historia que oficialmente se niega a repetirse. Pero nuestra situación se torna acaso más grave de lo que habíamos pensado, pues si "la historia nunca se repite", un solo "Juan" es el único "Juan" que nos es lícito nombrar. Y si bien podemos deshonestamente eludir este obstáculo comprando en un mercado negro filológico a un "Jack", un "Jean", un "Euan", un "Evan", un "Ivan", un "Johann" y un "Yohanan", el hambre continuará aún aguardándonos a la vuelta de la esquina, cuando ya no nos quede ningún inapropiado homónimo para asignar al hombre siguiente de la cola. Pero, ¿qué estamos diciendo? Adán, ahora que estamos pensando en esto, fue un hombre; y puesto que "la historia no se repite" nuestro padre común debe de haber sido el último hombre así como fue el primero, sin perjuicio de la cuestión de cómo hayamos de referirnos a los hijos de Adán. En este punto tanto el lenguaje como el pensamiento nos fallan. Aquí nos inhibimos efectivamente de pensar o escribir sobre historia o sobre cualquier otra cosa; de manera que si el historiador filósofo que eliminó las "uniformidades y repeticiones" de la esfera de la realidad * desea que se le dé cuartel, deberá prepararse a capitular con la prontitud que, según la leyenda, fue la única salvación del ministerio italiano de comunicaciones. El hecho que confunde a un escéptico consecuente y honesto es la verdad de que el intelecto humano está constituido de manera tal que es intrínsecamente incapaz de pensar nada si no es como uniformidades, repeticiones, regularidades, leyes, ritmos, tramas, y estructuras de otros tipos, en tanto que, por otro lado, desde luego, no puede con1 Vc:isc el p a s a j e citado en la pág. 50, SHprit. * Collingwood, cu el pasaje citado en la pág. 54, stipra.

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cebirse ninguna de estas estructuras sino como una disposición de hechos. "Las teorías con que trabaja la ciencia no pueden concebirse como algo que exista independientemente de los hechos de la experiencia humana y los hombres pueden aprehender los hechos sólo en virtud de las nociones que tienen sus espíritus. . . En el trabajo científico, estas dos mezclas —conocimiento de hechos y concepciones teóricas— se estimulan, se amplían y se enriquecen la una a la otra. Un investigador que parta de lo que pretende ser una exposición teórica, está usando tácitamente los hechos que modelaron a las ideas; y un investigador que parta de lo que pretende ser una exposición de hechos está usando tácitamente las concepciones teóricas en virtud de las cuales se aprehendieron los hechos." i De esta suerte horno sapiens se ve constreñido a priori a elegir entre dos conclusiones posibles, y esto sólo cuando se ve frente a la necesidad, en última instancia ineludible, de hacer que su espíritu se decida sobre las credenciales de sus propias estructuras mentales. O bien debemos llegar a la conclusión de que, en la medida en que aparentemente logramos pensar en algo, la estructura que registramos al cumplir cualquier acto de pensamiento es una estructura genuinamente presente en la realidad, o bien debemos llegar a la conclusión y en otras palabras, de que nuestros pensamientos no son reflejos de "cosas" sino ficciones mentales que no tienen rélica en ninguna realidad diferente de la de nuestra conciencia. Frente a este dilema., un escéptico que tenga el coraje de sus convicciones, debe o bien retirarse del campo o bien cambiar de posición; y cuando llega a este punto comprueba que para un filósofo desertar, no retirarse, es la solución honrosa, porque es la única lógica. En efecto, al reconocer que él es un escépcico, nuestro adversario proclama que es un pensador y que en ese mismo momento se compromete —en virtud de una voluntaria reafirmación de la célebre proposición de Descartes— a formular una declaración de fe en la estructura arquetipo: "Yo soy."2 (d)

LOS MOTIVOS DEL AGNOSTICISMO DE LOS HISTORIADORES OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS

El dogma de los historiadores occidentales modernos antinómicos, según el cual la historia del hombre en proceso de civilización es un cúmulo ininteligible y caótico de hechos, es pues una herejía tanto desde el punto de vista de la ciencia occidental como del pensamiento 1 Mitchell, W. C: Businees Cycles: The Problem and its Setting (New York 1927, National Burcau of Economic Research Inc.), pág. 59, n. 2. " Éxodo III. 14; Éxodo III. 6 y 16; Mateo XXII. 32; Marcos XII. 26-27: Lucas XX. 37-38, "

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humano mismo; y este espectáculo de las "leyes de la naturaleza" atrincheradas y embutidas en la estructura misma del intelecto del hombre nos obliga a preguntarnos qué cosa puede haber hecho que la progenie —aun antediluviana—• del hombre haya enarbolado esos heréticos colores en el mástil de su navio. La respuesta de los historiadores antinómicos a la incitación de un cambio decisivo de clima intelectual producido en su contorno cultural no era tan sólo reaccionaria sino además truculenta. Lejos de procurar borrarse el estigma con que los filósofos occidentales del siglo xvm los habían marcado l replicaban proclamando ante el mundo que "su gloria" era "su vergüenza".2 Su respuesta a la incitación de la proscripción consistía en proclamar que eran antinómicos. Al constituirse ellos mismos en el jurado de su propia causa comprobaron que el cargo que se les formulaba de no encontrar sentido alguno en la historia era una formulación verdadera y luego, como jurado, pronunciaban sobre sí mismos el indulgente veredicto de "inocentes", alegando que la culpa de no ver sentido en la historia constituía una garantía de que eran científicos. Aquí nuestra comparación de los historiadores con los patos del Lago Redondo difícilmente pueda ayudarnos, pues los patos como vimos no eran truculentos, sino que se comportaban pasivamente; y en su orgulloso abstenerse de luchar con las intrusas gaviotas para apoderarse de las migajas de pan que el público arrojaba a las aves, los patos daban por descontado el hecho, hasta entonces nunca defraudado, de que el ministerio de trabajo continuaría atendiendo a la subsistencia que anualmente les votaba un benévolo parlamento. En cambio, los historiadores no tenían una seguridad comparable de que, si permitían que delante de sus propias narices las cuestiones del hombre en proceso de civilización les fueran arrebatadas trozo a trozo por sus rapaces rivales, los científicos sociales, alguna providencia humana o divina iba a proveerles con otro medio de subsistencia. En verdad, en cualquier cálculo racional de posibilidades, las perspectivas serían, por el contrario, las de que la actitud de los historiadores de no cooperación y no violencia respecto de las depredaciones de los científicos sociales a expensas de aquéllos, terminaría dejándolos desprovistos de todo. De manera que para los historiadores, a diferencia de los patos, la actitud de ser "demasiado orgullosos para luchar" era un lujo que no podían permitirse. Pero así y todo se lo estaban permitiendo. Lo mismo que los patos, se negaban a luchar por el pan que caía del cielo como el maná. Se rehusaban a defender su propio derecho de nacimiento imitando las tácticas de sus rivales. ¿Qué había llevado a estos historiadores occidentales tardíos a jugar esta insensatamente peligrosa partida de desafiar la validez de las leyes ineluctables del pensamiento, al negarse a sustentar la hipótesis de los contemporáneos hombres de ciencia occidentales, de que había "leyes de la naturaleza" que gobernaban la 1 2

Véase Teggart, en los pasajes citados en la pág. 36, sufra, Filipenses III. 19.

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historia del hombre en proceso de civilización? Difícilmente habrían seguido el ejemplo de los fariseos, que se condenaron al ostracismo,1 si a su vez no se hubieran visto movidos por motivos farisaicamente compulsivos. ¿Podemos explicar la idiosincracia de estos historiadores antinómicos poniendo al descubierto los motivos intelectuales de ella? Un argumento que a veces propusieron historiadores occidentales modernos tardíos para probar que era impracticable aplicar a las cuestiones humanas aquellos métodos en virtud de los cuales las cuestiones no humanas quedaron triunfantemente reducidas a la jurisdicción de las leyes de la naturaleza, era señalar que en el estudio de las cuestiones humanas las hipótesis no podían verificarse mediante experimentos "controlados", pues que en la vida real, en agudo contraste con las utópicas condiciones de un Brave New World huxleyano, el hombre nunca había podido ser reducido a la sujeción de un conejillo de Indias, sino que aún exhibía todos los caracteres del más violento de los animales salvajes. 2 Esta observación era, desde luego, correcta, pero la conclusión agnóstica a que se llegaba partiendo de ella quedaba invalidada por las siguientes consideraciones. En primer lugar, un animal salvaje humano, que se negaba violentamente a someterse a la voluntad personal de otros representantes de su clase, podía ser al propio tiempo mansamente sumiso al yugo impersonal de los hábitos y someterse dócilmente a las fuerzas impuestas a la personalidad consciente por la capa personal e impersonal de un mundo psíquico subconsciente. Otra debilidad que presentaba el argumento consistía en el postulado de que una "ley de la naturaleza" nunca podía considerarse como correctamente determinada, a menos que se la hubiera verificado por los experimentos dispuestos y ejecutados de manera tal que aislaran los fenómenos particulares en que las regularidades y las repeticiones que constituían esta estructura, ritmo, trama o ley hipotética, se suponía que se revelaban. La aceptación de este postulado comportaría la exclusión de una serie de ciencias que el consenso general del intelecto humano colectivo había reconocido como poseedoras de títulos legítimos al nombre de ciencia, por haber señalado sistemas de "leyes de la naturaleza" generalmente admitidas como válidas. Puesto que el hombre primitivo no era más dócil que el hombre en proceso de civilización a dejarse convertir en una víctima de los experimentos "controlados", la ciencia de la antropología sería la primera en perder sus derechos de acuerdo con el criterio postulado; y sin duda los historiadores no se habrían apenado de encontrar esa oportunidad de desacreditar retrospectivamente un título que implícitamente habían reconocido a regañadientes, al guardar un desaprobador silencio. Pero felizmente para la ciencia de la antropología, vulnerablemente humana, la ciencia de la astronomía, impecablemente inhumana, se encontraba Sobre la etimología de la palabra "fariseo", véase V. v. 84, con n. 3. Véase Darwin, Sir Charles: The Next Million Years (Hondón 1952, Hart-Davis) cap. vn: "Man-A \Vikl Animal" (págs. 115-33). 1 2

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en verdad en el mismo bote. Los cursos de los astros l no se sujetaban más fácilmente a la prueba de los experimentos controlados - que las mareas de los asuntos humanos; 3 y por eso la astronomía y la antropología debían hundirse juntas o salvarse a nado juntas, compartir la misma tumba marina si se tomaba como criterio definitivo de la respetabilidad de una ciencia su capacidad en registrar las huellas digitales de sus asuntos, o bien capear el temporal juntas, si ese criterio propuesto se descartaba por considerárselo una imposición odiosa e innecesaria. En estas circunstancias era evidente que tanto la astronomía como la antropología conservarían y no perderían sus títulos a que se las reconociera como ciencias cabales, puesto que era notorio que, si el sentido común se veía frente a la elección de tener que anular las pretensiones de la astronomía a ser una ciencia3 o satisfacer la insistencia forense del historiador de que eran indispensables los experimentos controlados, el sentido común salvaría a la astronomía, al precio de echar por la borda la exigencia de que las soi-dhanls "leyes de la naturaleza" deben verificarse con experimentos controlados, para poder considerárselas como hallazgos de una ciencia. La astronomía era no sólo tal vez la mas antigua de todas las ciencias sino que además continuaba ocupando su lugar de honor hasta en una era que había visto el siniestro surgir de una física atómica advenediza; y ese brillo persistente de una ciencia venerable en que el método del experimento "controlado" era inaplicable por la naturaleza de los fenómenos que estudiaba, constituía una revmdicación práctica de la tesis según la cual, en el estudio de los fenómenos tanto humanos como no humanos, la observación no verificada por el experimento era, después de todo, capaz de determinar efectivamente "leyes de la naturaleza". Con todo, esta cuestión de principio probablemente importó mucho menos entre las circunstancias que inclinaban a los historiadores occidentales de una escuela reciente hacia el antinomismo, que la cuestión de si determinar "leyes de la naturaleza" en las cuestiones del hombre en proceso de civilización era posible en la práctica y en las condiciones en que esos historiadores se veían a causa de la cantidad de los datos que debían manejar. Podía alegarse que esa cantidad era demasiado grande, y podía asimismo alegarse que era demasiado pequeña. Y diferentes sectas de historiadores occidentales contemporáneos, todos de credo antinómico, emplearon estos dos argumentos que se excluían recíprocamente. Ya que aquellos que alegaban que los datos de que disponían eran demasiado numerosos para establecer en ellos un orden parecían superar en mucho a sus conjréres que llegaban a una conclusión igualmente agnóstica por la razón opuesta, será conveniente examinar esta posición según la cual la cantidad de datos era prohibitivamente abundante, antes de considerar la otra, según la cual esa cantidad era prohibitivamente escasa. Jueces V. 20. 2 Véase pág. 23, supra. 3 Shakespeare: Julio César, Acto IV, escena 3, verso 217.

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(Í2

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espectadores intelectuales, que cuando se suelta al animal humano en los espacios de un Yellowstone Park, puede exhibir un rostro menos repulsivo que el que estaba condenado a exhibir en su vida pública, en la que debía vivir en las condiciones patológicas de los jardines zoológicos de una metrópoli. Al reclamar para la historia esc espacioso parque de la vida privada, los historiadores se estaban apropiando legítimamente, para sus propios fines, de un campo de las cuestiones humanas que los economistas y los sociólogos cultivaban simultáneamente con fructíferos resultados. Era una lástima y también una paradoja el hecho de que los historiadores se sintieran inhibidos de unirse para buscar un "orden natural" por la adquisición que realizaban de los datos mismos que permitían a los sociólogos y a los economistas encontrar algún sentido en el caos humano, al establecer dos nuevas ciencias, gracias al descubrimiento de "leyes de la naturaleza" que regían en un terreno virgen. La inhibición que sentían los historiadores era paradójica, porque en todos los campos de estudio tanto humano como no humano, la experiencia del intelecto humano colectivo había comprobado que cuanto mayor era la cantidad de datos tanto mayor era la precisión con que podían determinarse "leyes de la naturaleza".1 Y esa comprobación era exacta, como vimos, siempre que la cantidad de los datos no fuera tan pequeña que con ella no pudiera hacerse más que establecer los hechos, ni tan grande que la única manera practicable de manejar los datos fuera el método no de la ciencia sino de la ficción. Acaso pudiera perdonarse a los historiadores occidentales por no haber conseguido encontrar ninguna razón o ritmo en quince batallas decisivas, doce imanes, siete sabios, cuatro Jorges, tres edades,2 y otros ejemplos en que los personajes aparecieron en el escenario en números tan exiguos; 3 pero, a diferencia de la cantidad de datos suministrados por

Desde el siglo xvm de la era cristiana, cuando los historiadores occidentales modernos incurrieron en la censura de los filósofos occidentales modernos, los historiadores habían aumentado verdaderamente en mucho la cantidad de datos que tenían a su alcance, al arrebatar enormes masas de ellos de dos montones de desperdicios antes no explotados. Por un lado abrieron los archivos de las instituciones públicas occidentales como la curia papal y los gobiernos, centrales y locales de los estados parroquiales del mundo occidental; y por otro lado hicieron entrar en su horizonte las cuestiones ordinarias de los simples particulares que habían dejado sus rastros en los archivos de establecimientos comerciales y familias. Si los historiadores se hubieran interesado en borrarse el estigma con que los filósofos los habían marcado, se habrían dado cuenta de que, a los efectos de una apología, sus dos simultáneas cacerías de documentos no eran igualmente promisorias. El peso de la acusación de los filósofos estribaba en que los historiadores desdeñaban lo que era susceptible de estudio científico, para atender exclusivamente a los hechos que eran impedimentos del "orden natural", en virtud de ser "no naturales", "monstruosos", "accidentales" e "inusitados"; l y el aguijón de la verdad que había en este cargo fue introducido retrospectivamente a través de la delgada piel de los historiadores por los ingeniosos autores de 1066 and AU That,2 en la parodia que hicieron de una concepción de la historia que realmente había estado en boga en el pasado. Al apartarse de la historia tal como la escribían los historiadores occidentales del siglo xvm, los filósofos occidentales de esa época rogaban en verdad para verse liberados "de la guerra, del asesinato y de la muerte súbita" (para decirlo con las palabras de la letanía de El Libro de la Oración Común, según el uso de la Iglesia de Inglaterra). Pero la muerte súbita, el asesinato y la guerra constituían el tema dominante no sólo de la historiografía occidental anterior a Ranke, sino también de los documentos que los historiadores occidentales del siglo xix extrajeron de los archivos públicos occidentales; y este "carácter no natural y monstruoso" de las cuestiones humanas no quedaba mitigado al sacar en bloque el material de los grandes almacenes de los comerciantes al por mayor y venderlo al público en un número infinito de piezas infinitesimalmente pequeñas. Por otra parte, los historiadores del siglo xix estaban realmente pisando un terreno nuevo —y por lo tanto convirtieron efectivamente su vergüenza en gloria— cuando salieron del manicomio de los sensacionales acontecimientos públicos en el que sus predecesores habían estado "oprimidos, encadenados, condenados y agarrotados" 3 por una convencional limitación del uso de la palabra "histórico", y cuando conquistaron la libertad de los grandes espacios abiertos de la vida privada, en la que la gente ordinaria demostraba diariamente, a los

Véase I. i. 491-6. En I. I. 195-8, se encontrará una crítica de la convencional periodización que los historiadores occidentales modernos tardíos hicieron de la historia del hombre en proceso de civilización, al dividirla en una Edad Antigua, una Edad Media y una Edad Moderna. 3 Sin embargo, era digno de notarse que de los cinco números aquí citados, sólo los dos últimos serían decididamente demasiado pequeños para revelar regularidades y uniformidades subyacentes, al ofrecer al juego de las posibilidades en la .superficie un margen suficiente para que éstas se neutralizaran a sí mismas. "Habitualmente el número no tiene por qué ser muy amplio a los efectos de establecer el promedio de posibilidades. En el ejemplo típico de echar al aire una moneda, aun cuando sea un número pequeño de veces, como por ejemplo diez, éste sería un número suficiente, ya que si se echa diez veces una moneda al aire el número de caras que salga, rara vez será superior en más de dos a cinco, que es el número de caras que debería salir normalmente. En la mayor parte de las cuestiones referentes a las probabilidades, tres o cuatro es un número pequeño; diez, un número bastante elevado, y cien un número muy elevado." (Darwin, C. G.: The Next Killion Ycars (London 1952, Hart-Davis), pág. 90.) Cuando uno de los más eminentes físicos matemáticos de la generación del autor publicó este pronunciamiento tan lleno de autoridad, el autor de este Estudio se había pasado unos veinticinco años de su vida de trabajo realizando operaciones 1 2

Véase Teggart, citado en la pág. 36, supra. Sellar, W. C. y Yeatman, R. J.: 1066 and AU That, A Memorable Hisíory oj England (London 1930, Methuen). 3 Shakespeare: Macbeth, Acto III, escena IV, verso 24. 1

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los acontecimientos públicos, la cantidad suministrada por las cuestiones ordinarias de la gente particular era del orden intermedio de magnitud que permite que las "leyes de la naturaleza" que rigen los datos se revelen al ojo humano. Por ejemplo, el número de cosechas anuales que recogió el hombre en proceso de civilización entre la fecha de la invención de la agricultura y el momento de escribir estas líneas, a mediados del siglo xx de la era cristiana, era probablemente de 6.000 a 12.000. El número de "ciudades" que surgieron y desaparecieron desde el floruit de Heliópolis, Ur y Harappa, hasta el -floruit de Chicago, Magnitogorsk y Shanghai, debe de haber sido de unos cuantos millares. Los economistas y los sociólogos mostraron lo que podía hacerse con datos que se presentaban en esas cantidades. ¿Por qué, pues, los historiadores no aprovecharon la misma ventaja que les ofrecía la misma oportunidad? Parece que los historiadores perdieron esta oportunidad por haber caído en una trampa y en un engaño. La trampa consistía en la obsesión de su propia técnica profesional; * el engaño consistía en la errónea impresión de que el panorama de la historia era incomprensiblemente complejo. "Para los estudiosos de la historia moderna fue un momento importante aquel en que el joven historiador alemán Ranke, considerando la época del Renacimiento, tomó a varios autores de aquel período, que habían escrito las crónicas de su propio tiempo, y mediante varias formas de labor detectivesca, fue minando su credulidad. Tal vez se exageró la novedad de esa técnica en el siglo XIX; 2 pero ella estableció el hecho de que era insensato depender de los cronistas y narradores contemporáneos del siglo xvi, pues si se deseaba saber lo que realmente ocurrió en ese período era menester acudir a los documentos oficiales... 3 La intensidad de la crítica y la conmentales con veintiún ejemplares de la especie "civilizaciones", sin tener segundad alguna de que ese número fuera en verdad suficiente para sus necesidades. De manera que cuando leyó este pasaje del libro de Sir Charles Darwin no dejó de tranquilizarse gozosamente. 1 Véase I. i. 23-31. ,,-,., 2 Seguramente Ranke estuvo anticipado por una escuela de filólogos y críticos textuales chinos del mundo del Lejano Oriente, y de la época del régimt imperial manchú (véase X. x. 85-6) y por una escuela griega de documentación, perteneciente a la edad aristotélica y postaristotélica de la historia helénica. Si Ramee y sus discípulos se hubieran hecho cargo cabal de los dos hechos históricos de que Aristóteles había organizado la elaboración de un digesto de las constituciones de 158 estados parroquiales, y de que Cratero había reunido un cuerpo de documentos oficiales atenienses registrados en inscripciones, habrían quedado con el ánimo tan abatido como el de la reina de Saba después de haber hecho ella el inventario del aparato del rey Salomón (I Reyes X. 5). — A. J. T. 3 Los estudiosos acuden a los documentos oficiales corriendo el riesgo de errar si antes no se han adiestrado para interpretarlos mediante el ejercicio de contribuir a elaborarlos; por eso, los estudiosos occidentales modernos de documentos, que no tomaron esa precaución deberían tener en cuenta el admonitorio episodio de la ayudante de investigaciones anónima de Aristóteles, la cual, al cumplir la parte narrativa de la Constitución de Aleñas, tuvo la temeridad de descartar la relación que da

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ciencia de las posibles trampas crecían notablemente a medida que transcurría el tiempo. .. El desarrollo del método científico de la historiografía en el siglo xix no sólo significaba que este o aquel hecho podía corregirse o que toda la historia o la parte narrativa debiera enmendarse en puntos marginales. Significaba que la reconstrucción total era necesaria, lo mismo que en las novelas policiales, en las que un solo hecho nuevo podría resultar cardinal, y en las que lo que se había considerado como un accidente podía ser el punto de partida de una historia completamente diferente del asesinato. En tales circunstancias, una prueba que había parecido signiTucídides del cotip d'état de 441 a. de C, que llevó al poder al efímero régime de los "Cuatrocientos". En nuestra edad post rankeana de la historia intelectual occidental podemos imaginarnos la emoción que habrá experimentado aquella joven consciente, cuando vio recompensada su paciente exploración de los papiros contenidos en los registros oficiales de Atenas o de las estelas de la Acrópolis, por el descubrimiento de una serie de documentos oficiales del año mismo en que había ocurrido el episodio de los "Cuatrocientos". "¡Quién podía haberse imaginado —debe de haber dicho la joven cuando anunció excitada su descubrimiento a su augusto maestro— que nuestra técnica de la documentación habría de reivindicarse de manera tan sensacional! Al acudir a los documentos oficiales demostramos cuan insensato sería depender de Tucídides si deseamos saber lo que realmente ocurrió en aquel período." Pero aquí también, como Horacio iba a escribir im día, bonus dormitat Horneras (Epistulae, Libro II, Ep. ni, 359). Pero la obra detectivesca de un historiador ulterior no quedaría completa hasta haber establecido la identidad del "soñoliento Hornero" en cuestión, y aquí la última carcajada se vuelve contra Aristóteles y no contra Tucídides, pues fue Aristóteles el que se durmió cuando, condescendientemente, puso su propio nombre a la redacción de la ingenua ayudante de investigaciones. La discrepancia que hay entre la crónica de Tucídides y los documentos oficiales contemporáneos que la joven había señalado a Aristóteles era tan evidente como ella lo sostenía, sólo que desgraciadamente para la reputación de Aristóteles, la explicación que él había permitido que su discípula le impusiera era agua de borrajas. La historia verdadera del coup d'état de los "cuatrocientos" wie es eigenlich gewesen ("para decirlo con las famosas palabras de Ranke") fue, después de todo, tal como la contó Tucídides, apoyándose en la autoridad de participantes y testigos cuyos testimonios él siguió sagazmente, aunque callando con discreción sus nombres. Los documentos discrepantes de los registros públicos atenienses era (si la joven marisabidilla no se equivocaba, al fijar la fecha de su producción en el momento en que los "Cuatrocientos" se hallaban en el poder) falsos y al propio tiempo auténticos. Eran falsos porque se habían producido (si en verdad se produjeron en esa época) obedeciendo a instrucciones de los "Cuatrocientos", con la seria finalidad práctica de encubrir las faltas de sus fabricantes políticos arrojando polvo a los ojos inocentes académicos. Tucídides desde luego no se dejó engañar por la maniobra; él mismo había actuando en política y conocía muy bien las deshonestas triquiñuelas de los políticos; pero los "Cuatrocientos" obtuvieron un notable éxito postumo cuando su nube de polvo de documentación (si es que realmente la levantaron ellos) hizo perder el rastro a Aristóteles, y eso después de haber sido revelada la verdad a cualquier cazador de aguda mirada, por la enhiesta cola del buen perro de caza Tucídides. Esta reivindicación de la veracidad de Tucídides fue la obra de detective cumplida por un estudioso occidental moderno, M. O. B. Cary (véase The Journal of Hellenic Siudies, vol. xxxiu (London 1913, Society for the Promotion of Hellenic Studies), págs. 1-18; vol ixxn (1952), pág. 56-61). Ese éxito postumo de la impostura documental de los "Cuatrocientos" resarcía plenamente a aquellos políticos del gasto de tiempo y pensamiento, los cuales, si lo gastaron, mal podían permitirse ahorrarlo en medio de una crisis en la que estaban

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ficar una determinada cosa, podía ser capaz de determinar una reconstrucción enteramente diferente." i Esta experiencia del siglo xix tuvo dos efectos psicológicos. El descubrimiento que hicieron los historiadores occidentales modernos de la clásica técnica del "trabajo detectivesco" les dio una injustificada sensación de gran poder. La disolución de hechos que presentaban antes aspecto de dureza, bajo el ácido corrosivo de las pruebas documentales, dio a los mismos historiadores una indebida sensación de irremediable impotencia. Cuanto más confiados se hacían sobre su capacidad técnica para manejar los hechos, menos confianza tenían sobre su capacidad intelectual para aprehender esos hechos, para no hablar de encontrarles sentido; y estas dos fuerzas psicológicas en conflicto se resolvieron en una concentración en la técnica profesional, concebida como un fin en sí misma y también como una ciudadela mental de refugio; 2 pues allí había arena en la que un avestruz podía tranquilizarse escondiendo la cabeza, cuando la vista del sabueso de los cielos que la perseguía hacía perder el dominio de los nervios a la fugitiva. luchando por el poder y la vida. Una impostura documental de la verdad que engañó a Aristóteles no fue por cierto trabajo perdido. Así y todo, los "Cuatrocientos", siendo hombres, de acción, obraban sin duda alguna con miras más cortas y trabajaban para recoger frutos más rápidos que éste, contenido en un engaño documental que ellos pudieron haber llevado a cabo. El motivo normal que lleva a elaborar un documento oficial es producir algún efecto práctico inmediato en la política de la época. La intención puede ser la de impedir que ocurra algo o hacer que ocurra algo, o crear una impresión falsa sobre algo que ha ocurrido o no ha ocurrido todavía; hay diversas finalidades prácticas cuyo logro puede ser el móvil de la elaboración de documentos oficiales; pero hay una finalidad •—que aunque teóricamente posible difícilmente se le ocurre a nadie, salvo a un historiador— que el historiador debería sabiamente eliminar de sus cálculos: el que elabora documentos oficiales nunca está inspirado por un interés académico de registrar la verdad para beneficio de los futuros historiadores, pues, desde el punto de vista del hombre de acción, informar a los futuros historiadores es en el mejor de los casos inútil, y en el peor de los casos, imprudente. Es ésta una circunstancia fundamental que los historiadores rara vez tienen en cuenta, aunque los políticos rara vez dejan de obrar de acuerdo con ella. Entre los documentos oficiales que hubo de conocer el autor de este Estudio, el Memorándum de Hossbach, del 10 de noviembre de 1937, que consignaba las particularidades de una conferencia celebrada en la Reichskanzlei, Berlín, el 5 de noviembre, era tal vez el único que, mediante un esfuerzo de la imaginación, podía suponerse que fue elaborado atendiendo a un ideal académico. En todo caso, el autor de este Estudio no podía ver otro motivo para escribir este registro acusatorio, salvo el interés de facilitar la futura tarea de los historiadores fiscales de los criminales de guerra nazis. Pero este documento oficial ejemplarmente académico era un joker de una baraja de la que casi todos los otros naipes eran severamente prácticos en sus designios. No era el coronel de Hitler, Hossbach, sino el anónimo secretario de los "Cuatrocientos" el representante típico; y era seguramente significativo el hecho de que el ingenuo Hossbach fuera un compatriota del ingenuo Ranke. — A. J. T. 1 Butterfiel, Herbert: Christiantty and Hislory (London 1949, Bell), págs 12-13

y 14-152

Véase el pasaje de la obra de Butterfield citado en la pág. 46, supra.

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El historiador cristiano occidental que acabamos de citar expuso en los siguientes términos la trampa de la técnica histórica: "Damos en ciertos hábitos mentales y fácilmente nos convertimos en esclavos de ellos, cuando en realidad sólo los adoptamos a los efectos de una técnica particular. Es lo mismo que le ocurre a una persona que se pasa tanto tiempo ocupada en desgarrar flores para estudiar su estructura, que se olvida de volver al punto de partida y ver la flor en su totalidad. Es posible que en el paso a la concepción moderna, el mundo fuera guiado mucho menos por alguna determinada filosofía de lo que se supone; y pienso que poca gente podría decir que llegó a esa concepción moderna en virtud de un auténtico proceso de concebir las cosas. Los hombres son a menudo las víctimas semiconscientes de hábitos mentales y procesos de abstracción como aquellos propios del estudio técnico de la historia o de las ciencias físicas; deciden que, a los efectos del análisis, sólo habrán de tomar nota de las cosas que pueden pesarse y medirse, y luego se olvidan del punto de que partieron y llegan a pensar que éstas son las únicas cosas que existen. . ." i Pero aún así y por insidiosos que sean estos instrumentos de la técnica, el ejemplo de los científicos sociales indica que los historiadores cautivos no tenían por qué haber permanecido prisioneros, si la pérdida del dominio de sus nervios no los hubiera llevado, por temor, a aferrarse a sus cadenas técnicas. Después de haberse visto intimidados por una creciente "conciencia de las posibles trampas" contenidas en un paisaje mental en que una tierra otrora sólida se estaba convirtiendo en un vaporoso caleidoscopio de "reconstrucciones totales", estos historiadores occidentales modernos tardíos se veían aterrorizados por una pesadilla en la que contemplaban cómo este caos proteico tornaba a solidificarse, sólo para poner frente al atormentado observador un nuevo universo de complejidad incomprensible; y esas perspectivas hacían que las protectoras arenas de la técnica parecieran el único refugio práctico para cobijarse del infierno mental, de verse uno obligado a jugar una eterna partida de croquet con los inmanejables utensilios que debían usar los desdichados jugadores de la partida descrita en la fantasía de Lewis Carrol, Altee through the Looking-glass. Si la apreciación de los historiadores occidentales recientes sobre la situación en que se hallaban era correcta, esa situación podía ser en verdad desesperada, pero por suerte el intento que hacían para distinguir entre apariencia y realidad, era exactamente lo inverso de lo correcto. La visión pesadilla de la realidad, de la que ellos buscaban refugio en los montones de arena de la técnica, era una ilusión engendrada por esa misma técnica oscurantista. La aparente disolución de un mundo antes estable en un caos proteico de electrones errantes infinitesimalmente pequeños, que volverían a formar un universo infini1

Butterfiel, op. cit., pág. 2r.

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tamente complejo, no era el Apocalipsis de una aterradora realidad; era el ilusorio efecto óptico de unas lentes deformadoras de difracción. Y la pesadilla podía desvanecerse en un instante, mediante el sencillo y saludable acto de abandonar ese aparato engañosamente refinado y tornar al uso efectivo de los ojos libres de lentes. El propio ojo físico presenta una alegoría viva de esta tragicomedia de un malacle imaginare intelectual: "En un órgano como el ojo hay dos cosas igualmente notables: la complejidad de la estructura y la sencillez de la manera en que ésta opera. . . El ojo es una maquinaria compuesta de un número infinito de máquinas, todas ellas extremadamente complejas; pero la visión es un hecho sencillo. El ojo tiene tan sólo que abrirse para que entre en acción la vista. .. Es este contraste que hay entre la complejidad del órgano y la unidad de su operación lo que desconcierta intelectualmente. . . "Por regla general, cuando un objeto parece sencillo mirado desde un lado e infinitamente complejo mirado desde otro, los dos aspectos distan mucho de ser de igual importancia o —para decirlo con mayor precisión— de estar en el mismo nival en el grado de la realidad. En tales casos la sencillez es intrínseca al objeto mismo, en tanto que la complejidad infinita es un efecto de los puntos de vista desde los cuales lo reconocemos, o un efecto de símbolos dispares a través de los cuales nuestros sentidos o nuestra inteligencia nos representan el objeto, y, de un modo más general, es un efecto de elementos de un orden diferente de aquel con el cual tratamos de imitar artificialmente el objeto, pero con el cual, ello no obstante, es inconmensurable, porque su naturaleza es diferente. "Un artista de genio ha pintado una figura en su tela. Podemos imitar esa figura en un mosaico, con piezas de muchos colores; y cuanto más pequeñas y numerosas sean esas piezas y cuanto mayor sea la variedad de sus sombras y colores, mejor podremos reproducir las curvas y matices del modelo. Pero necesitaríamos un número infinito de componentes infinitesimalmente diminutos que representaran un número infinito de matices para obtener el equivalente exacto de una figura que el artista concibió como una cosa sencilla, que él buscó trasladar a su tela en bloc, y que se asemeja a la perfección en su representación, en la medida en que ella se revela como la proyección de una intuición que es indivisible. . . Porque [en la propia obra del artista} no hubo realmente nada que se pareciera a una reunión de piezas en un mosaico. Lo que ocurrió es que el cuadro —y entiendo por ello el sencillo acto proyectado a la tela—• se descompuso espontáneamente ante nuestros ojos, por el mero hecho de haberse convertido en un objeto de nuestra percepción, en millares y millares de piezas pequeñas que, en su recomposición, ofrecen el espectáculo de un ordenamiento maravilloso. "De la misma manera, el ojo con su estructura maravillosamente compleja bien pudiera no ser más que el sencillo acto de la visión, a pesar de que se divide, para nosotros, en un mosaico de células cuyo orden nos parece

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maravilloso una vez que nos representamos esta totalidad como un conjunto de elementos. "Si levanto la mano desde el punto A hasta el punto B, el movimiento se me representa simultáneamente en dos aspectos. Sentido desde adentro es un acto sencillo e indivisible; percibido desde afuera, es el curso de una determinada curva A B. En esta línea puedo distinguir tantas posiciones distintas como quiera y la línea misma puede definirse como una coordinación particular de esas posiciones entre sí; pero esa innumerable cantidad de posiciones y el orden en que está una posición con otra son productos automáticos del acto indivisible en el que mi mano se movió de A a B. . . "Lo mismo ocurre con la relación del ojo respecto de la visión. .. [Lejos de haber producido la naturaleza] el sencillo acto de la visión, llevando a cabo un tour de forcé hercúleo con un número infinito de elementos infinitamente complicados, hacer un ojo no le costó más trabajo que el que me cuesta a mí mover un brazo. El sencillo acto de la naturaleza automáticamente queda dividido en un número infinito de elementos, todos coordinados con una idea única como el movimiento de mi brazo precipitó un número infinito de puntos que respondían todos a una ecuación única." i A la luz de las intuiciones de Bergson podemos ver cómo la pesadilla de los historiadores occidentales recientes era el ilusorio efecto visual de una embriagadora técnica. El baile de San Vito de un número infinito de datos infinitesimalmente pequeños que esos técnicos intelectuales que se confundían a sí mismos veían a través de sus lentes deformadoramente granulados, era un juego de sombras que sustituía a la sencillez e integridad de la vida real por obra de ese medio deformador. Los datos antes no publicados de que echaron mano los investigadores occidentales en los archivos occidentales privados y públicos y en cantidades aparentemente abrumadoras, no eran en verdad otros tantos hechos integrales, sino tan sólo muchos fragmentos artificiales en que los hechos integrales habían quedado arbitrariamente pulverizados por una técnica nihilista. Mientras los fragmentos eran numerosos y complicados hasta el punto de que parecía imposible manejarlos, la sustancia intacta continuaba siendo inteligiblemente escasa y sencilla. En efecto, el verdadero problema de la historia estaba en que los hechos integrales conocidos y significativos de la historia del hombre en proceso de civilización eran, no embarazosamente abundantes, sino embarazosamente escasos; 2 de manera que la cuestión de si era posible determinar "leyes de la naturaleza" en este episodio de la historia se convertía en la cuestión de si los hechos integrales conocidos y significativos eran en verdad lo bastante numerosos para suministrar una base que permitiera las generalizaciones. Esta situación queda descrita en el siguiente testimonio, debido a la pluma de un investigador del obrar de ¡as "leyes de la naturaleza" en el plano económico de la vida social occidental reciente: 1 2

Bergson, H.: L'Evoluliotl Créiilr'ice, 24* cd. (París :o2.t, Alean), págs. y6-ioo. Véase I. i. 454-5.

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"El volumen de las estadísticas económicas es ciertamente imponente. . . y hasta abrumador, a primera vista; pero un examen más atento revela que esa masa consiste menos en una multiplicación de observaciones independientes sobre fenómenos particulares que en observaciones sobre una vasta variedad de fenómenos, y en los detalles infinitos en que han de observarse ciertos procesos. . . Cuando un investigador profundiza un análisis cuantitativo de los ciclos comerciales, su primera impresión de que los datos estadísticos que debe tratar son embarazosamente abundantes se torna en la convicción de que son penosamente insuficientes." i Los agnósticos, que señalaban la escasez de hechos significativos conocidos para justificar su negación de que sea posible determinar "leyes de la naturaleza" en la historia del hombre en proceso de civilización, estaban pues de todos modos más cerca de la verdad —por equivocados que también pudieran estar—- que sus colegas agnósticos cuya idéntica negación se basaba en la tesis contradictoria de que las tolvas de su fábrica habían quedado ahogadas por una enorme superproducción. Esta defensa del agnosticismo, fundado no en la superabundancia de los datos sino en su insuficiencia, está sagazmente representada en el siguiente pasaje debido a la pluma de un distinguido historiador occidental del siglo XX: "El público lector pide una interpretación final de la historia y una respuesta a la interrogación de por qué las civilizaciones surgen y caen. ¿Hay aquí, como pensaba Hume, un movimiento de mareas en las cuestiones humanas y nada más que ese movimiento de flujo y reflujo? ¿No hay ninguna esperanza de estabilidad o de realización pura en la esfera temporal? ¿O será lícito decir que, a pesar de las épocas de regresión a la barbarie, los historiadores pueden mostrar pruebas de un progreso hacia un fin deseable? "Los historiadores británicos no se muestran muy dispuestos a dar una respuesta a estas preguntas y en general las respuestas que se dan no las formulan los más eruditos o los más profundos estudiosos. En el prefacio a su Historia de Europa, H. A. L. Fisher escribía que él no tenía una filosofía de la historia. Semejante concepción no implica escepticismo y ni siquiera falta de fe en la posibilidad de una síntesis final. La dificultad está por ahora en el hecho de que los datos son insuficientes.2 Para un historiador, la historia del mundo del hombre es una historia muy breve. Los años de los astrónomos y de los geólogos van mucho más allá que los 1 Mitchell, W. C: Business Cycles: The Problem and its Seiting (New York 1927), National Bureau of Economic Research Inc.), págs. 203 y 205. a "A mi juicio, no es del todo paradójico decir también que conocemos demasiados. Entiendo que conocemos tantos hechos que se prestan a que los dispongamos en estructuras, que podemos construir cualquier número de tales estructuras. Pero no conocemos lo bastante para juzgar entre esas estructuras o para estar seguros de que estamos haciendo algo más que recoger semejanzas fortuitas o superficiales." (Sir Llewellyn Woodward, en una carta fechada el 25 de julio de 1952, y dirigida al autor de este Estudio.)

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de los historiadores; sólo una pequeña fracción de esas vastas épocas abarca el período durante el cual el hombre, con el conocimiento de la rueda, el fuego, la alfarería y las herramientas cortantes, se puso a dominar el medio en que vivía. En ese fragmento de tiempo, la historia del hombre letrado y civilizado abarca un período aún más pequeño. Por eso no sorprende el hecho de que todavía no se haya encontrado una clave satisfactoria de la significación de los extraños actos de la más extraña de las criaturas vivas. Beda refiere la historia del gentilhombre northumbrio, quien comparaba la vida del hombre en la tierra, en relación con la inmensidad desconocida de tiempo, con un momento en el que un pájaro consiguiera introducirse en una sala cálida en medio del invierno y que luego tornara a perderse de vista en la tormenta. . . de hieme ¡n hiemem regrediens. Los hombres tenían conocimiento de ese breve espacio de tiempo, pero no sabían nada de lo que había ocurrido antes ni nada de lo que pudiera ocurrir después.1 "Los historiadores británicos no han de considerarse necesariamente faltos 'de interés por conocer las causas', si se niegan a comprometerse a formular 1 En el famoso pasaje (Baeda: Historia Ecclesiastica Gentis Anghrum, Libro II, cap. 13) que Sir Llewellyn Woodward cita aquí tan pertinentemente para ilustrar su propia tesis, los términos de la comparación no son desde luego ¡a brevedad del tiempo de las civilizaciones hasta la fecha y la inmensidad del tiempo que abarcaban la antropología, la geología y la astronomía, sino la brevedad de la vida visible de un alma en esta tierra, en comparación con la inconmensurable magnitud de la misteriosa historia no terrestre de esa misma alma. Las palabras importantes son: vita hominttm in terris, ad comparationem eius, quod incertum est, temporis y ¡la haec vita hominum ad modicum apparet; quid autem seqitaíur, quides praecesserit, prorsus ignoramus. La significación de estas palabras parece clara y se ve confirmada por el contexto; pues el debate en el que, según Beda, se habrían pronunciado estas palabras era una discusión sostenida en el tvítenagentot del reino de Northumbria, y el asunto que se discutía era establecer si debía optarse por un tradicional paganismo o convertirse al cristianismo; no se trataba pues de la cuestión de establecer si los datos para estudiar la historia del hombre en proceso de civilización habían de juzgarse insuficientes —según el criterio de las dimensiones estimadas del tiempo antropológico, geológico y astronómico— para intentar ver un sentido en este episodio actual postprimitivo de las cuestiones humanas. El tema clel debate de los notables de Northumbria era, en suma, no la historia, sino la religión y la política. Si, empero, pudiéramos imaginarlos discutiendo ya después de su debate histórico, la cuestión planteada por Sir Llewellyn Woodward, podríamos estar seguros a priori de que ya hubieran hablado como paganos aún no conversos, ya como recién convertidos al credo cristiano, habrían mostrado igual confianza en su capacidad para interpretar el enigma de la historia terrestre de la humanidad, así como se habrían mostrado cautelosos, en cuanto a tratar de interpretar el enigma del destino eterno de un alma. Las palabras "la desconocida inmensidad de tiempo" que Beda pone en labios del gentilhombre northumbrio del siglo vn no significaban los millones de años cronológicos que los geólogos y astrónomos occidentales del siglo xx asignan como duración del universo físico; significaban una eternidad que no podía medirse con el tiempo en e! sentido que tenía esta palabra para el astrónomo o el analista. En la Weltanschauting del siglo vu de un guerrero northumbrio pagano o de un misionero romano cristiano el período de tiempo de las historias de las civilizaciones no quedaba empequeñecido por el tiempo de la edad de la tierra y el tiempo, aun mayor, de la edad del cosmos estelar, puesto que aquellos espíritus occidentales del siglo vn no tenían la menor idea de que períodos cronológicos de semejante orden de magnitud pudieran haber transcurrido ya y pudieran continuar desarrollándose en el futuro. En su concepción más

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un juicio más definitivo sobre la estructura de la historia y la significación de la existencia humana." i La respuesta prudente a esta incitación, en la fecha en que ella se dio, era una respuesta del rey Agripa: "¡Con poca persuasión quisieras hacerme cristiano!" 2 Es indiscutible que el descubrimiento de "leyes de la naturaleza" por inducción no puede realizarse con alguna perspectiva de éxito, a menos que el investigador disponga de una cantidad mínima de datos que le sirvan para establecer hipótesis mediante el método empírico de la prueba y el error. Cuando el número es menor que ese mínimo —cualquiera sea ese mínimo indispensable en el determinado campo que se investigue— el margen de posible error en las conclusiones de inducciones de prueba se hace enormemente elevado. De manera que un estudioso de la historia de formación importunamente científica podría verse obligado a admitir que la rendición incondicional era la única respuesta honesta que podía darse a la incitación de un historiador de espíritu agnóstico, si esa incitación se dio no en el primer siglo de una edad postmoderna de la historia occidental, sino, digamos, unos cuatrocientos años antes. En 1532 d. de C, en lugar de en 1932 d. de C. (año en que se publicó el libro de Woodward), quien buscara leyes de la naturaleza que gobernaran la historia del hombre en proceso de civilización se habría visto obligado a declarar que el número de datos del orden supremo de magnitud en el campo de estudio elegido por él y en el que pretendía poseer conocimientos efectivos, en esa época temprana no pasaba de cómoda, tal como la presentaba el gran mito cristiano y el mito pagano, el cosmos, la tierra, la vida terrestre, la vida humana y la civilización habían nacido todos y entrado todos en sus respectivas trayectorias en la misma semana; y esa fecha imaginaria estaba más cerca de ellos que la fecha en que los historiadores occidentales del siglo xx estimaban que había nacido la más antigua de las civilizaciones, es decir, al culminar un preludio cronológico de dimensiones casi indeciblemente mayores. En esa Weltamchauung del siglo vil, ni la historia del mundo del hombre ni la (según esa estimación) coetánea historia del cosmos estelar, presentaba un enigma para el que no se habían encontrado aún una clave satisfactoria; y ni el northumbrio pagano del siglo vil ni el inquisidor romano cristiano del siglo VII habría vacilado en comprometerse a formular un juicio definitivo sobre una estructura de la historia cuya significación, como devotamente él creía, había sido revelada al hombre por Dios. De manera que al citar a Beda, Sir Llewellyn Woodward toma una antítesis precristiana o cristiana entre tiempo y eternidad, no como un equivalente preciso, sino como una alegoría sugestiva, de la antítesis postcristiana entre im período de tiempo de un orden de magnitud cronológica y otro período de tiempo de un diferente orden de magnitud en la misma dimensión cronológica. •— A. J. T. 1 Woodward, E.L.: British Hhtorians (London 1932, Collins, produced by Adprint in the "Britain in Piciures" series), pág. 48. La cita de este libro se da con el premiso del autor y de los editores. Véase además de la Conferencia Raleigh del mismo historiador, "Algunas consideraciones sobre el estado actual de los estudios históricos", leída el 17 de mayo de 1950 y publicada en los Proceedings oj ¡he Bril'nh Academy, vol. xxxvi. - Hechos XXVI. 28.

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tres; y esa insuficiente cifra de tres 1 era asimismo aquella de que disponían en la misma época los herederos intelectuales de las herencias culturales de cualquier otra civilización viva. El conocimiento efectivo que un estudioso occidental tenía de civilizaciones diferentes de la suya se reducía, en 1532 d. de C., a la civilización helénica de la que la occidental era filial, y la civilización siríaca, de la que había surgido la chispa de creatividad en el cristianismo. Un conocimiento de las mismas dos civilizaciones extinguidas de la segunda generación constituía todo el caudal intelectual de un contemporáneo estudioso cristiano ortodoxo, tanto en la provincia otomana como en la provincia rusa de la cristiandad ortodoxa, y de un estudioso islámico de la misma época. El conocimiento que tenía un contemporáneo erudito del Lejano Oriente de otras civilizaciones diferentes de la suya propia se limitaba, análogamente, a la civilización sínica y a la civilización índica, en tanto que un contemporáneo estudioso hindú no tendría ningún conocimiento de otra civilización que no fuera la suya propia y su predecesora índica. En cuanto a las civilizaciones vivas del Nuevo Mundo, en ese momento estaban perdiendo la conciencia por los brutales golpes que les aplicaban en la cabeza los conquistadores castellanos. Según esto, es evidente que en 1532 un agnóstico habría estado justificado para declarar que los datos que se poseían no bastaban para garantizar un intento de descubrir "leyes de la naturaleza" que gobernaran la historia del hombre en proceso de civilización; y en esa fecha esta declaración agnóstica habría sido incontestable, no sólo en la cristiandad occidental sino también en las academias contemporáneas de todas las otras civilizaciones. Pero en 1932 d. de C. —que fue el año en que se publicó el pasaje citado más arriba—• los elementos de que disponía un estudioso de la historia de formación científica se habían mejorado y ampliado enormemente, por obra de tres conquistas que la civilización occidental cumpliera en el curso de la Edad Moderna que había transcurrido en el ínterin. En primer lugar, el carácter agresivamente explosivo de los pueblos occidentales de esa época cubrió —por primera vez en la historia registrada— la totalidad de la humanidad, en una dimensión literalmente mundial para constituir una sola sociedad ecuménica; y mientras en el primer capítulo de este proceso que se iba desarrollando gradualmente, la unificación se producía dentro de una estructura francamente occidental y en los planos superficiales de la economía y la política, era evidente en 1932 d. de C., que el fermento estaba obrando ya en los planos más profundos de la vida, en el cultural y el espiritual, y que en esos niveles más profundos la receptividad de las sociedades vivas no occidentales a la irradiación de técnicas, instituciones e ideas occidentales estaba preparando el camino para una contraofensiva cultural. 2 1 Véase el pasaje «e la obra de Sir Charles Darwin citado en la pág. 63, n. 3. supra.

2

Véase IX. ix. 500-19.

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Una clase intelectual no occidental, culturalmente servil, que había sido llamada a la existencia como el monstruo de Frankenstein para promover a los designios de su endurecido creador y padrastro,1 había comenzado, en el siglo xx, a engendrar una clase de libertos más feliz y más feliz y más fecunda, los "occidentalistas", que se habían impuesto como misión satisfacer las necesidades de la hora de sus propias sociedades, al interpretar la intrusa cultura occidental en sus propios términos culturales y por lo tanto ofreciendo a la gran mayoría no occidental de la humanidad los medios de ejercer cierta selección en la tarea de represalia de despojar a los egipcios. Los "occidentalistas" ya se estaban apropiando, para uso y beneficio común de la humanidad en general, de la fortuna cultural que había amasado un Occidente de tendencias adquisitivas; y en el ínterin esa producción internacionalizada de miel se había visto notablemente aumentada por los trabajos de laboriosas abejas occidentales. Si los historiadores occidentales modernos hubieran sido los únicos representantes de la empresa intelectual occidental moderna, en 1932 d. de C. el robo de la colmena intelectual habría sido decepcionante y poco compensador para los "occidentalistas", pues en tales circunstancias imaginarias el saqueo que pudieran realizar los occidentalistas en 1932 d. de C. habría sido tan exiguo como pudiera haberlo sido cuatrocientos años antes. Como ya hicimos notar, los historiadores occidentales modernos tardíos y postmodernos no habían hecho nada para acrecentar el número de los datos de un orden significativamente alto de magnitud que los estudiosos occidentales modernos de la historia del hombre en proceso de civilización habían heredado de sus predecesores medievales. Si bien los historiadores occidentales recientes se habían mostrado no menos incansablemente industriosos que los contemporáneos aprendices occidentales que trabajaban en otras esferas intelectuales, habían gastado sus energías en pulverizar los datos significativos ya conocidos en multitud de detalles, sin realizar intento alguno de hacer significativas adiciones al conocimiento, descubriendo nuevos datos de una dimensión más esclarecedora; pero mientras los historiadores occidentales dejaron de esta suerte de hacer lo que debían haber hecho, sus apoderados, los contemporáneos "orientalistas" 2 y arqueólogos 3 occidentales habían avanzado mucho en el terreno del estudio propio de aquéllos. Desde los días del sinólogo occidental pioneer Matteo Ricci (vivebat 1552-1610 d. de C.) y del arabista occidental pioneer Edward Pococke I (vivebat 1604-91 d. de C.), los orientalistas occidentales habían hecho accesible a los estudiosos occidentales contemporáneos,4 y por lo tanto Véase V. v. 165-70. - Véase I. i. 382-3. 3 Véase I. i. 155, n. i y 184. 4 En I. i. 383, hicimos notar la alerta disposición que mostraron Voltaire y Gibhon para apreciar, dominar y aprovechar los nuevos datos que la erudición del siglo xvii y los sinólogos occidentales jesuítas del siglo xvui habían puesto al 1

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también a los futuros occidentalistas no occidentales, un conocimiento efectivo de todas las civilizaciones no occidentales vivas y de todas aquellas civilizaciones extinguidas de la generación anterior de que una u otra de las civilizaciones no occidentales vivas era filial. Mientras tanto, a partir del 2 de julio de 1798 —que fue el día en que Napoleón desembarcó en Egipto— un nuevo ejército de arqueólogos occidentales había entrado en acción hombro con hombro con los orientalistas occidentales, en una cruzada intelectual contra la innata ignorancia occidental de corte parroquial; y a los ciento treinta y cuatro años no sólo habían puesto en clara visibilidad, sacándolas de las penumbras, unas cuantas civilizaciones extinguidas —la egipcíaca, la babilónica, la mejicana, la yucateca y la andina—que ya estaban al alcance de la erudición occidental gracias a unos pocos monumentos que aún se erguían por encima del suelo y a unas pocas referencias fragmentarias y mutiladas, contenidas en los registros literarios conocidos de otras civilizaciones; los arqueólogos también sacaron a la luz —y ésta fue la gloria que coronó la rápida serie de sus sensacionales éxitos— otras civilizaciones extinguidas —la sumérica, la hitita, la minoica y la maya, para no hablar de una cultura del Indo y de una cultura Shang— cuyo olvido era tan completo que en vísperas de verificarse este movimiento, cuando los arqueólogos las estaban poniendo al alcance de los vivos mediante golpes de pico y azada que en la vida real se asemejaban a la mítica música de la trompeta final, no había ningún erudito humano vivo que tuviera noticias de que esas olvidadas civilizaciones que milagrosamente resurgían habían nacido y habían desaparecido alguna vez. Por estos verdaderos milagros de la fe y las obras intelectuales, los arqueólogos occidentales y los orientalistas occidentales elevaron juntos en siete veces el trío de civilizaciones conocidas por los eruditos occidentales; x y esta inmensa ampliación del horizonte histórico del Occidente, lograda por los pioneers intelectuales occidentales fue conquistada no ya tan sólo para el Occidente mismo, sino para una república ecuménica de las letras que era el producto, nacido en el siglo xjx, del asalto que el Occidente había librado sobre el mundo. ¿Cuál fue el efecto de esta revolucionaria transformación de una tradicional situación intelectual, en la controversia planteada entre el buscador de "leyes de la naturaleza" en la historia del hombre en proceso de civilización y el agnóstico que alegaba que esa búsqueda estaba predestinada a fracasar porque el número de datos significativos efectivamente conocido era insuficiente? alcance de Occidente. Gibbon asimismo aprovechó muy bien la obra realizada por los arabistas occidentales pioneers modernos. 1 En virtud de la contribución que hicieron los arqueólogos al conocimiento occidental de datos históricos de un orden de magnitud significativamente superior, los eruditos occidentales del siglo xx gozaban de una ventaja sobre Gibbon y Voltaire aún mayor que la que éstos a su vez habían gozado sobre un Bossuet o sobre un Hartmann Schedel, el compilador de la Crónica de Nurcmberg (véase pág. 178, 0. 5, siipra).

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La multiplicación por siete de los datos no era desde luego en sí misma una garantía de que el científico social ganara su causa gracias a las conquistas de los orientalistas y arqueólogos, pues el haber original del científico social tocante a conocimientos significativos era tan grotescamente incompatible con su ambicioso propósito que aun cuando la cifra de los datos significativos se hubiera elevado de tres a veintiuno, todavía podría tal vez discutirse que, como base de inducción, esas siete veces más fueran una cifra suficiente. A juicio personal del autor de este Estudio, un caudal de veintiún datos significativos alcanzaba para justificar una búsqueda de "leyes de la naturaleza" en la historia del hombre en proceso de civilización; y veinte años después de la publicación del libro de Sir Llewellyn Woodward ese juicio se vio fortificado por la autoridad de Sir Charles Darwin. 1 Pero el autor no negará que el margen suministrado por un caudal que llegaba a esta cifra —veintiuno— en el siglo xx era estrecho, de manera que a pesar de la tranquilizadora seguridad de Sir Charles Darwin de que un número no mayor de diez sería suficiente para realizar un estudio comparativo y para inducir "leyes de la naturaleza", llegaría hasta el punto de admitir que un agnóstico que no podía dejar de ganar su causa en 1532 d. de C., podría aún —a pesar de las conquistas que realizaron los orientalistas durante los dos siglos y tres cuartos transcurridos— haber tenido una posibilidad de ganarla todavía en 1798 d. de C., si su libro no estaba aún en la imprensa antes del 2 de julio de ese año intelectualmente importante. Pero luego, a juicio del autor, la batalla intelectual librada en este terreno hubo de ganarla la ciencia por la intervención de los arqueólogos, en apoyo de los orientalistas que combatían ya desde mucho tiempo atrás. Para el autor los arqueólogos habían desempeñado aquí el decisivo papel que representaron los prusianos en un campo de batalla militar en que sus aliados británicos habían estado soportando el peso y la carga de toda la jornada. En Waterloo, un conjunto angloprusiano de fuerzas militares mostró que era irresistible, y las fuerzas intelectuales unidas de los orientalistas y los arqueólogos derrotaron análogamente a los historiadores. Para un espectador del siglo xx, estos pintorescos guerreros antinómicos sufrieron, a manos de los disciplinados campeones de la ciencia, derrota tan ignominiosa como la que sufrieron sus prototipos, los mamelucos egipcios, el 21 de julio de 1798, en la batalla de las Pirámides, cuando quedaron cegados por el oportuno fuego de los bien manejados jenízaros de Napoleón.2 La impresión que produjo en el autor el espectáculo de esta decisiva batalla intelectual fue la experiencia que lo llevó a intentar un estudio de la historia. Y la respuesta del autor a la incitación de los agnósticos está presente no sólo en este pasaje, sino en toda esta obra.3 1 Véase pág. (13, n. 3, su¡ira. ~ La gráfica relación que hace Jabaití Je esta batalla se citó en IV. IV. 490-2. 3 Vcase I. i. 4-j-j.

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IV. LA CUESTIÓN TODAVÍA EN DEBATE

Sin perjuicio de los eventuales hallazgos de nuestra actual indagación sobre las relaciones entre los respectivos papeles de la ley y la libertad en la historia, podemos llegar a la conclusión, partiendo de los resultados obtenidos hasta aquí, de que al repudiar una creencia en el reinado de la ley, el hombre occidental moderno tardío (florebal circo. 16751875 d. de C.) había cometido el pecado de hybris y de que, en diferentes variaciones sobre su tema antinómico el pecador lo había llevado a diferentes grados de monstruosidad. En su unánime repudio de una creencia en una "ley de Dios" todos los espíritus occidentales modernos tardíos por igual estaban suponiendo injustificable y presuntuosamente que tenía una comprensión más profunda del secreto del universo que los profetas de Israel, Judá, Irán y los epígonos cristianos y musulmanes de éstos, desde Amos, pasando por San Agustín, hasta Ibn Jaldún y Bossuet. En su sectario repudio también de una creencia en las "leyes de la naturaleza", la escuela antinómica de historiadores occidentales modernos tardíos estaba haciendo una suposición aún más presuntuosa y aún más injustificable. Tan injustificable y tan presuntuosa que había hecho pasible a esta escuela de historiadores de una sentencia de herejía formulada por un jurado de científicos que habían sido los compañeros de los historiadores en la primera etapa del éxodo espiritual que el hombre occidental realizara al salir del reino de Dios. Los científicos occidentales modernos tardíos que habían acompañado a los historiadores hasta el punto de desechar la "ley de Dios" se aferraban aún a las camisas de los filósofos índicos y helénicos que habían promulgado "leyes de la naturaleza" en nombre de la diosa razón; de manera cjue los historiadores occidentales modernos tardíos echaron a andar por un solitario camino,1 cuando, desafiantes, hicieron una virtud del cargo que sus antiguos compañeros formularon contra ellos y según el cual habían negado la validez de las "leyes de la naturaleza" así como la validez de la "ley de Dios", en el dominio de las cuestiones del hombre en proceso de civilización. La hybris, en cualquier grado y en cualquier circunstancia, es siempre y en todas partes cosa mala y peligrosa. Pero era por lo menos comprensible, aunque no por eso necesariamente excusable, el hecho de que las generaciones moderna tardía y postmoderna del hombre occidental hubieran sucumbido a la hybris de imaginarse fantasiosamente que se hallaban por encima de la Ley en aquellos días de calma que alborearon sobre el mundo occidental, después de terminadas las guerras de religión y después de haber quedado rechazado el segundo asalto otomano a Viena. En aquella hora el hombre occidental había visto desaparecer simultáneamente las dos figuras gigantescas de un Dios todopoderoso y de un gran signar, de un horizonte mental en el que las dos habían 1

Mil ton: El Paraíso Perdido, Libro XII, verso 649.

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parecido otrora tan enormes. Y no se había parado a meditar en la advertencia del poeta helénico Menandro, de que "todo lo que daña viene de adentro".1 Pero los epígonos del siglo xx de los Bayle y los Fontenelle no tenían razón alguna para conservar la complacencia de sus predecesores de fines del siglo xvni, en una época que había visto igualado el carácter destructor de las guerras de religión y excedidas sus atrocidades en las guerras de la nacionalidad y de las ideologías, que había tornado a dividir la sociedad occidental y había, por eso mismo, hecho surgir contra ella un acusador más dañoso que el islamismo y un adversario más poderoso que los osmanlíes. El comunismo era más dañoso que el islamismo porque hablaba al mundo occidental con la voz de la propia conciencia de Occidente, y la potencia soviética era más poderosa que la otomana porque hacía la guerra al Occidente con armas materiales y espirituales occidentales. Estas horripilantes y aterradoras experiencias nuevas de Occidente habían demostrado de manera incontrovertible que un siglo de baja tensión, que comenzó para la sociedad occidental con el "cese de fuego" otomano bajo los muros de Viena en 1673 d. de C. y terminó en 1775 d. de C., con el disparo, realizado en Concord, Massachusetts, del "tiro que se oyó en todo el mundo", 2 no había sido, después de todo, más que un engañoso momento de calma; y, después de las sucesivas advertencias que la historia hizo al hombre occidental en 1775, 1792, 1914, 1917, X 933 y I939 d. de C., la curva había llegado a un punto tal, que los oídos del hombre occidental deberían de haberse abierto a las advertencias de Menandro, que algunos de sus propios poetas ya le estaban haciendo.3 "La source de ses calamites. . . reside dans l'homme méme", de Volney había anticipado a "Somos traicionados por algo falso que llevamos dentro" de Meredith; 4 y en estas frases el antinomismo occidental moderno tardío había escrito su propia acusación. La cuestión moral de si tales experiencias y advertencias moverían al hombre occidental a arrepentirse de su hybris era cosa que nadie podía responder sino el propio héroe trágico; pero en el punto intelectual en discusión entre los historiadores occidentales recientes y los científicos occidentales recientes, parecía razonable, en las circunstancias de 1952 d. de C, pedir a los historiadores que se adhirieran a los científicos hasta el punto de admitir que, después de todo, bien pudiera quedar por lo menos abierta a discusión la cuestión de si las leyes de la naturaleza gobernaban o no las cuestiones del hombre en proceso de civilización. En verdad era tan evidente que la cuestión estaba realmente abierta al debate, tan urgente la necesidad de considerarla y tan arraigada la afasia de que padecían los historiadores, que a un Menandto, fragmento 540, citado en IV. IV. 134, n. 3. Emerson, R. W., en el cuarteto que escribió en el lugar donde se disparó el primer tiro de la guerra de la revolución norteamericana. En IV. iv. 179, nos referimos a la significación histórica de esta guerra. 3 Hechos XVII. 28. * Véase IV. iv. 134. 1 2

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79 estudioso de la historia le parecía aquí justificado formular la necesaria declaración en favor de los historiadores. Si nos tomamos pues la libertad que se tomaron nuestros padrinos al administrar el rito de la iglesia cristiana del bautismo, declarando que está abierta a discusión la cuestión de si las "leyes de la naturaleza" rigen en el dominio de la historia, inmediatamente encontramos una sarta de cuestiones suplementarias que vienen a plantearse. ¿Qué casos (si hay alguno) de "leyes de la naturaleza" que rijan las cuestiones del hombre en proceso de civilización pueden descubrirse en verdad mediante el examen empírico de datos? Si de nuestro estudio surgen "leyes de la naturaleza" operantes en la esfera de la historia, ¿cuáles son las posibles explicaciones de su existencia? ¿Son esas "leyes de la naturaleza" que rigen las cuestiones humanas? ¿O puede reducirse su influencia en la vida humana al gobierno del hombre, por lo menos en alguna medida? ¿Hay sectores en la esfera de la historia en que las cuestiones humanas demuestren que no se sujetan a "leyes de la naturaleza", sino que escapan a su jurisdicción? Y, si es ésta una de las conclusiones a que nos lleva un examen empírico, cuáles son las posibles explicaciones de la aparente libertad de que goza el hombre respecto del gobierno de las "leyes de la naturaleza" en ciertas circunstancias? ¿Es esa apariencia tan sólo una ilusión nacida del hecho de que nuestros datos son insuficientes o del hecho de que la interpretación que hacemos de ellos es inapropiada? ¿O tenemos motivos para suponer que por grande que sea nuestro conocimiento, nunca encontraremos "leyes de la naturaleza" operantes aquí, porque esos sectores de las cuestiones humanas se hallan realmente fuera de la jurisdicción de la naturaleza? Pero, si cierto sector de las cuestiones humanas se halla realmente fuera del dominio de las leyes de la naturaleza, ¿cuáles son las potencias que reinan sobre esas Alsacias? ¿Están barridas esas agotadas tierras espirituales por los caprichosos vientos del azar o son arenas espirituales en las que se da el juego recíproco de la incitación y la respuesta en encuentros verificados entre personalidades? Como se ve, estas dos últimas cuestiones suplementarias nos llevan más allá de la esfera de las "leyes de la naturaleza" y nos vuelven a enfrentar con la ley de Dios. El enigma de la relación que hay entre la ley de Dios y la libertad del alma humana es la última, la más difícil y la más decisiva de todas las cuestiones de nuestro programa de trabajo.

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B. LA SUJECIÓN DE LAS CUESTIONES HUMANAS A LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" I. EXAMEN DE EJEMPLOS (¿) LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LAS CUESTIONES ORDINARIAS Y PRIVADAS DE UNA SOCIEDAD OCCIDENTAL INDUSTRIAL Nuestra indagación del problema de la ley y la libertad en la historia nos llevó al punto de hacernos suponer que la cuestión de si las "leyes de la naturaleza" tienen o no un lugar en la historia del hombre en proceso de civilización puede considerarse como legítimamente abierta a la discusión a los efectos de avanzar en nuestro estudio. Al permitirnos formular este postulado, nos obligamos a someterlo a una prueba empírica. Comenzaremos con un examen de las cuestiones del nombre en proceso de civilización en que las "leyes de la naturaleza" parecen ser operantes, y luego —cuando hayamos encarado las posibles explicaciones de tales fenómenos y la ulterior cuestión de si las "leyes de la naturaleza" son inexorables o gobernables en el dominio de las cuestiones humanas, si es que tienen alguna validez allí—• continuaremos haciendo un correspondiente examen de las cuestiones del hombre en proceso de civilización en las que las "leyes de la naturaleza" no parecen ser operantes; y por fin buscaremos las posibles explicaciones de tales fenómenos. Al lanzarnos a nuestro examen de las aparentes pruebas de que las cuestiones humanas se someten a "leyes de la naturaleza", sería conveniente comenzar con las cuestiones ordinarias y privadas, puesto que en esa esfera, en la que los historiadores occidentales recientes reclamaron atrevidamente y ejercieron provechosamente los derechos de pesca, el número de los datos, como ya lo observamos,1 alcanzaba cifras comparativamente altas, que se elevaban de miles a centenares de millones, y cifras de semejante orden de magnitud son lo bastante altas y al propio tiempo no demasiado altas para ofrecernos estadísticas precisas y sutiles. Las uniformidades y repeticiones establecidas estadísticamente no sólo pueden representarse en curvas matemáticas, sino que también pueden verificarse sometiéndolas a la prueba de constituirlas en bases para enunciar predicciones; y en el mundo occidental, a unos doscientos años del estallido de la revolución industrial de Gran Bretaña, que se produjo en la última parte del siglo xvm de la era cristiana, la posibilidad de abrigar expectaciones estadísticas a la luz de estructuras estadísticas representadas por series de importantes hechos ya verificados, quedó ampliamente demostrada por la magni1

Véase págs. 62-3, supnt.

tud de los beneficios financieros obtenidos por empresarios que invirtieron sus capitales en la creencia de que en su mtlieu social las cuestiones ordinarias y privadas de la gente estaban regidas por "leyes de la naturaleza" que a lo menos eran lo bastante regulares para poder determinarse y poder confiar en ellas. Había dos departamentos principales de la provincia de las cuestiones ordinarias y privadas en que las predicciones, comercialmente provechosas, hechas sobre la base de normas estadísticas, descubiertas en los datos de la historia pasada, llegaron a convertirse en los lugares comunes de la actividad comercial del Occidente de hoy. Una de esas dos fuentes de beneficio obtenido de las predicciones basadas en estadísticas del pasado, era el negocio de la provisión y abastecimiento, a diversos mercados, de servicios y bienes de consumo. La otra era el negocio de los seguros. La provisión y el abastecimiento eran sin duda alguna coetáneos de la civilización misma, aunque las proporciones en que había llegado a practicárselos en el mundo occidental y la escasez a que parí passu habían quedado reducidos los márgenes de error y beneficio en ese milieu social occidental, en virtud de la competencia de la empresa capitalista occidental en su adolescencia, pueden no haber tenido precedente alguno en la historia de otras civilizaciones. En cuanto al negocio del seguro, asegurar bienes comercialmente valiosos, diferentes de los barcos mercantes y sus cargamentos, parece haber sido una innovación occidental moderna tardía; y cuando consideramos las diferentes ramificaciones del negocio de seguros occidental reciente encontramos en ellas otras tantas demostraciones de que las "leyes de la naturaleza", que obran de modo lo bastante regular para ofrecer posibilidades de obtener beneficios financieros de predicciones estadísticas con escaso margen de error, eran válidas, no sólo en la esfera de la naturaleza no humana, en la que los riesgos de daño o destrucción debidos a la ciega furia de las tormentas o tempestades, eran corridos por los marinos embarcados en buques que surcaban los mares, sino también en terrenos en los que la inteligencia y la voluntad humanas, caprichosamente enderezadas, tenían algún arbitrario poder para trabar el curso de la naturaleza no humana.1 1 Este negocio de los seguros occidental reciente se realizaba con el supuesto de que Dios, en el caso de que existiera, era el Dios de los deístas del siglo xvm, que se contentaba con reinar, en tanto que dejaba a la naturaleza la tarea de gobernar y dejaba al hombre la posibilidad de valerse de la naturaleza, al ejercer sobre ella su inventiva intelectual. En la terminología técnica de este negocio, un "acto de Dios" era un hecho que, en las relaciones comerciales entre las dos partes de un seguro, era la réplica de un milagro en la significación que tal término tenía para los judíos, cristianos y musulmanes, porque se trataba de algo que no estaba previsto en el seguro, pues, un milagro era algo incongruente con lo que había llegado a considerarse como el curso normal de la naturaleza. Un terremoto, por ejemplo, sería un "acto de Dios" en un seguro tomado para la estructura de un edificio, seguro que únicamente cubría contra los riesgos de daño o destrucción por fuego. Pero no sería un "acto de Dios" en un seguro que abarcara el riesgo de daño o destrucción también por terremotos. Como se ve, la esfera del obrar de Dios, en la significación de esta pintoresca jerga profesional, estaría perpetuamente amplían-

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La probada posibilidad de obtener beneficios en el negocio de seguros aun con la elevada cotización de las primas para aceptar riesgos de daños causados por tormentas a barcos y cargamentos, de daños causados por incendios a materiales y edificios, de daños causados por las heladas a cañerías de agua y de daños causados por las pestes a árboles frutales y ganados, no era tan notable ni tan significativa como la posibilidad, asimismo probada, de obtener beneficios en seguros en que los factores humanos de la inteligencia y la voluntad intervenían en diferentes medidas. La muerte, por ejemplo, que era el punto en cuestión de los seguros de vida,1 era un hecho que la inteligencia y la voluntad humanas podían posponer en algunos casos, aunque no podían impedirla a la larga, mientras que, en una edad en que la medicina preventiva occidental estaba realizando sensacionales progresos la voluntad y la inteligencia del hombre mostraban ue eran capaces de mitigar y aun de impedir la enfermedad en granes proporciones, aunque claro está no podían evitar la muerte por dose o constriñéndose, de acuerdo con las variaciones de los términos de los contratos negociados entre los aseguradores y sus clientes. 1 El seguro de vida occidental reciente nunca podría haber nacido como negocio, si los empresarios pioneers de este campo no hubieran contado con datos estadísticos que eran lo bastante abundantes y lo bastante precisos para permitirles, desde el principio, cotizar primas en que el margen para admitir el elemento estadístico de la incertidumbre era lo bastante estrecho para hacer posible que la transacción cumpliera simultáneamente las dos condiciones comerciales pertineníes de no ser ni prohibitivamente costoso para la parte que quería asegurarse, ni prohibitivamente arriesgado para la parte que se proponía invertir capital aceptando los riesgos. Los elementos estadísticos con que las compañías pioneers occidentales de seguro de vida iniciaron sus actividades, consistían en estructuras estadísticas eme podían distinguirse en tres series de datos: "El Catálogo de Breslau" (editum 1693 d. de C), compilado por el doctor Edmund Halley, de registros de muertes ocurridas en la ciudad silesiana de Breslau, en los años 1687-91 d. de C.; "El Catálogo de Northampton" (editum 1783 d. de C.), compilado de registros de muertes, en que se consignaba la edad del muerto, ocurridas en una parroquia que comprendíala mayor parte de la ciudad inglesa de Northampton, durante los años 1735-80 d. de C.; y "El Catálogo de Carlisle" (editum 1815 d. de C.), compilado de consensos tomados en 1780 y 1787 d. de C. y de registros de muertes ocurridas en los años 1779-87, en las dos parroquias de la ciudad inglesa de Carlisle. Una vez que las compañías de seguro de vida comenzaron sus actividades con este haber original de información estadística que les ofreció un punto de partida, los propios registros que ellas confeccionaron les fueron suministrando un volumen cada vez mayor de datos, que les sirvieron para elaborar y refinar sus propias estadísticas, con miras a aumentar los beneficios, al realizar negocios con márgenes de error cada vez más estrechos. El primer catálogo hecho enteramente con registros de seguros de vida fue el "Catálogo Equitativo de Margan" (editum 1834 d. de C.), que se basaba en la experiencia de la Equitable Life Assurance Society. Se encontrará información de estos primordiales fundamentos en que se basó originalmente el indispensable aparato estadístico del seguro de vida en el Occidente moderno, en Farren, E. J.: "The History of Assurance", en The Assurance Magazine, vol. t (London 1851, Leyton), págs. 42-46; Raynes, H. E.: A History of British Assurance (London 1948, Pit'man), págs. 125-30; Anderson J. L. y Dow, J. B: Actuartal Statistics (Cambridge 1948, University Press, 2 vols.), vol. II, págs. 158-60. Quien remitió a estas autoridades al autor de este Estudio fue el amable señor Thomas Wallas, gerente general de la London y Lancashire Insurance Company, Ltd.

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enfermedad, en última instancia. Cuando llegaron a aceptar los riesgos de los accidentes, las compañías de seguros se aventuraban a abarcar un terreno situado entre el dominio de la vida física y la vida psíquica subconsciente que estaban regidas por leyes de la naturaleza que podían determinarse y por lo tanto predecirse, y el dominio de la inteligencia y voluntad personales, que tenían la libertad de perseguir sus propios fines. El riesgo de los accidentes causados por la imprudencia y falta de cuidado personales era evidentemente mucho menos fácil de calcular que el riesgo de accidentes por respuestas físicas automáticas y psíquicas subconscientes inadecuadas para afrontar una emergencia que se daba demasiado súbitamente para que la inteligencia y la voluntad de la parte asegurada tuvieran tiempo de entrar en acción. Ello no obstante, las compañías de seguros estimaron que era conveniente cubrir los riesgos no sólo de los accidentes, sino también de los robos y asaltos en general, que eras actos personales conscientes, deliberados, y a menudo cuidadosamente planeados. El hecho de que pudieran obtenerse beneficios comerciales del seguro contra los riesgos de los robos demostraba que los actos individuales de la voluntad humana podían estar sujetos a "leyes de la naturaleza" estadísticamente determinables, si se reunía un número suficiente de casos; y este establecimiento, comercialmente próspero, de una rama para robos de las compañías de seguros en la historia de una sociedad occidental moderna tardía indicaba, por otro lado, que el dominio de las leyes de la naturaleza sobre los actos individuales de la voluntad podía muy bien no estar confinado a las cuestiones ordinarias y privadas sino extenderse a aquellas cuestiones públicas extraordinarias que habían sido el tema convencional de la historia en todas las sociedades en proceso de civilización,1 hasta que los historiadores occidentales del siglo xix ampliaron su horizonte para que éste abarcara en su panorama las cuestiones ordinarias y privadas. El fenómeno occidental tardío del seguro contra robos tenía esta significación histórica en el terreno de las cuestiones públicas porque los robos y asaltos eran en la vida privada las réplicas de actos de agresión militar y de embrollo diplomático en la vida pública, como hubo de señalarlo un pirata tirreno prisionero al virtuoso Alejandro Magno, si hemos de prestar crédito a una célebre anécdota.2 Mientras tanto, Véase págs. 35-8, supra. "Si se elimina la justicia, ¿qué cosas son los estados, sino pandillas de bandidos en grande? (quid sunt regna. nisi magna, latrocinia?), pues después de todo, ¿qué otra cosa son las pandillas de bandidos, sino estados en pequeño?... La respuesta que dio el pirata prisionero a Alejandro Magno fue tan clara como verdadera. Cuando el rey le preguntó qué se proponía al infestar el mar, el pirata lfi _ replicó francamente: ¿Y qué te propones tú al infestar toda la tierra? La única diferencia está en que porque yo lo hago con un barco pequeño me llaman bandido, en tanto que a ti te llaman emperador, porque lo haces con una gran nota." San Agustín: De Civitate Dei, Libro IV, cap. 4, ya citado en VI.vn. 273, n. 2. "«de luego que esta verdad siempre fue urs.i¿;¡a.!.ih!e para los ¡rfes de estado. 1 2

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en el terreno de las cuestiones privadas reconocer que los actos individuales de voluntad tienen que presentarse en número suficientemente amplio para que puedan ser objeto de cálculos estadísticos comercialmente lucrativos fue un descubrimiento que no tuvo que esperar a las compañías de seguros occidentales recientes para verificarse. La demanda económica satisfecha provechosamente por el alfarero egipcíaco, el conductor de caravanas nómadas y el mesonero1 siríaco, mucho antes de que pusieran en ella los ojos empresas productoras occidentales, compañías de ómnibus, ferrocarriles o transportes aéreos o propietarios de hoteles y restorantes, era, desde luego y a los efectos de nuestra presente indagación, un haber estadístico de la misma calidad que el seguro contra los riesgos de robos y asaltos, en la medida en que era una norma estadística colectivamente regular y por lo tanto predecible, que resurgía de actos de voluntad personal, individualmente caprichosos y por lo tanto impredecibles. (¿) "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LAS CUESTIONES ECONÓMICAS DE UNA SOCIEDAD OCCIDENTAL INDUSTRIAL Las normas estadísticas que podían distinguirse en las fluctuaciones de la oferta y la demanda, de los tratos entre proveedores y clientes, en la trama de la sociedad occidental industrial, se entretejían para formar una red más amplia de regularidades, uniformidades y repeticiones económicas, que se revelaban estadísticamente en los efectos generales de numerosos actos personales, los que individualmente eran demasiado caprichosos para poder predecirse. En el momento de escribir estas líneas a mediados del siglo xx de la era cristiana, el estado de los conocimientos y el alcance de las actividades en este peculiar terreno eran esclarecedores para el estudio del problema de si las cuestiones del hombre en proceso de civilización estaban o no estaban regidas por "leyes de la naturaleza" y del problema, en el caso de que lo estuvieran, de hasta qué punto lo estaban. En esa fecha el hombre de la calle de una Babilonia occidental hacía ya mucho que daba por sentada la realidad de los "momentos de auge" y de las "bancarrotas", cuya alternancia había labrado su fortuna privada o lo había arruinado acaso más de una vez en su propia experiencia personal; pero la norma de A principios de 1936 d. de C, uno de los subditos de Hitler que había invitado al autor de este Estudio a dar una conferencia en Berlín se vio obligado a traducir oralmente a su Führer un pasaje de una de las obras publicadas del futuro visitante, en la que el inglés había escrito que "escandalizaba ver cómo el jefe de un estado —aun cuando fuera el jefe de un movimiento revolucionario recientemente victorioso— eliminaba a balazos a sus antiguos secuaces, a la manera de un gángster norteamericano", el 29-30 de junio de 1934 (Survey of International Affairs 1934 (London 1935, Milford), pág. 325). El comentario que hizo Hitler fue éste: "Eso no es honesto, porque los gángsters lo hacen por dinero y yo no." la candidez de este tipo de defensa tenía cierto sentido, pero no impugnaba la justicia de la observación del pirata tirreno.

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estos "ciclos comerciales" popularmente reconocidos no estaba aún elaborada en términos estadísticos con claridad o precisión suficiente para llevar a las compañías de seguros a establecer una rama de sus actividades asignando primas de seguros contra los enormes riesgos procedentes de las fluctuaciones económicas.1 Por otra parte, los investigadores científicos se habían aventurado a un terreno en el que los hombres de negocios aún temían asentar la planta; en la historia occidental moderna la desinteresada investigación científica había sido seguida por la aplicación industrial provechosa de los resultados de aquélla, así como en el campo de la contemporánea empresa colonial occidental, a la llegada del misionero siguió la del comerciante y el soldado. Los aún desinteresadamente académicos estudiosos de los "ciclos comerciales" occidentales recientes parecían, ctrca 1952 d. de C., coincidir en que esas estructuras económicas particulares eran peculiares a un medio social en el que la economía monetaria había sustituido a la economía fundada en el trueque, en el que la agricultura estaba socialmente subordinada a la industria y al comercio, y en el que el proceso de manufactura (a pesar de la etimología de la palabra) había llegado a cumplirse por la fuerza suministrad no por los músculos de hombres y animales, sino por las fuerzas inanimadas de la naturaleza que iban desde los vientos apresados en las velas de los navios y las aspas de los molinos, hasta los electrones liberados en plantas industriales capaces de disociar átomos. "Los ciclos comerciales que influyen en las fortunas de la masa de la población de un país, que se suceden unos a otros continuamente y que alcanzan cierta regularidad, no llegan a ser prominentes en la historia económica de un país hasta que una gran proporción de la gente vive principalmente ganando y gastando dinero." 2 "La 'causa', si deseamos emplear este término, de los ciclos comerciales. .. se halla en los hábitos e instituciones de hombres que hacen que la economía monetaria con su dinero y créditos, precios, propiedad privada, compra y venta, etc., cargue toda, por así decirlo, en el proceso industrial." 3 En la historia de la civilización occidental los ciclos comerciales tuvieron su epifanía pan passu con el predominio de una economía 1 La falta de disposición por parte de las compañías de seguros a realizar operaciones en el terreno de las fluctuaciones comerciales se debía probablemente a la excesiva ^ inseguridad que mostraban las estadísticas antes que a excesiva timidez o a espíritu conservador por parte de los hombres de negocios que acababan de aventurarse, no menos riesgosa que provechosamente, el nuevo terreno abierto a los seguros por la mecanización del tráfico de las carreteras. 2 Mitchell W. C.: Business Cycles, The Problem and its Setting (New York 1927 (2* ed. 1930), National Bureau of Economic Research Inc.), pág. 458. Las citas «e este libro han sido hechas con el permiso del autor y de los editores. Prank, L.K.: "A Theory of Bussines Cycles", en The Quarlerly Journal of Efonomics, vol. xxxvn (Cambridge Mas. 1923, Harvard University Press), págs. 62 5-42, citado por Mitchell en o¡>. cit., pág. 45.

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monetaria en la que el incentivo de la acción económica era el deseo de obtener beneficios representados en valores monetarios; * este ritmo cíclico de la marea de la actividad económica era un fenómeno que parecía peculiar a la organización comercial del Occidente moderno.2 "Es de presumir que la mayor parte de los teorizadorcs admita esta afirmación de que los ciclos comerciales surgen de esa peculiar forma de organización económica que llegó a imponerse en Inglaterra en los dos últimos siglos y en casi todo el mundo en épocas más recientes." 3 "La concepción de los ciclos comerciales, alcanzada en virtud de un estudio de los datos contemporáneos, comienza con el hecho fundamental de las fluctuaciones rítmicas en actividad y agrega que esas fluctuaciones son peculiares a países organizados sobre bases comerciales, que esas fluctuaciones aparecen en todos esos países, que ellas tienden a desarrollar la misma fase aproximadamente en la misma época en diferentes países, que siguen unas a otras sin intermitencias, que están influidas por toda clase de factores no comerciales, que representan cambios de dirección predominantes antes que universales, y que mientras varían en intensidad y duración, las variaciones no son tan pronunciadas que nos impidan identificar diferentes casos como pertenecientes a una misma clase de fenómenos."4 En la historia intelectual de la sociedad occidental industrial, el fenómeno de los ciclos comerciales fue descubierto empíricamente mediante la directa observación social antes de quedar estadísticamente confirmado por las normas que podían descubrirse en colecciones de datos.5 La descripción de él más antigua que conocemos fue la que hizo en 1837 d. de C. un observador británico, S. J. Loyd, alias Lord Overstone (vivebett 1796-1883 d. de C.), teniendo en cuenta la experiencia de Gran Bretaña desde la época de las guerras napoleónicas; 6 y nada indicaba que esta relatividad empíricamente demostrada del fenómeno en relación con el núlieu social en que se presentaba no fuera uno de sus rasgos intrínsecos. En un libro publicado por primera vez en 1927 d. de C, un estudioso norteamericano de los ciclos comerciales declaraba su creencia de que "cabe esperar que los caracteres de los ciclos comerciales cambien a medida que se desarrolla la organización económica".7 Sobre la base de "anales comerciales" compiVéase Mitchell, op. cit., págs. 62 y 63. 2 Véase ibid., pág. 61. 3 Ibid., pág. 56. * Mitchell, op. cit., págs. 458-9. 5 Véase Hawtrey, R. G.: "The Monetary Theory of the Tradc Cycle and its Statistical Test", en The Quarterly Journal of Economía, vol. XM (Cambridge Mass. 1927, Harvard University Press), pág. 471. "Ninguna conclusión estadística puede probar o dejar de probar una proposición en la que tenemos razón para creer, en virtud de hechos más sencillos y fundamentales." (Schumpeter, J. A.: Business Cycles (New York 1939, McGraw-Hill, a vols.), vol. i, pág. 33.) 0 Véase Hawtrey, op. cit., págs. 471-2. 7 Mitchell, op. cit., pág. 413. 1

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lados por otro estudioso norteamericano, W. L. Hhorp,1 con documentos no estadísticos para la historia económica del Occidente en su edad industrial, un tercer estudioso norteamericano,2 descubrió en el período de tiempo más prolongado e iluminado por esta clase de información menos precisa pero de alcance más amplio, una tendencia secular hacia una prolongación de la longitud de onda de los "ciclos comerciales" del tipo más breve. A la luz de estos datos, F. C. Mills calculó que la longitud de onda media de un ciclo breve era de 5,86 años en las primeras fases de la industrialización; de 4,09 años en la fase siguiente de rápida transición económica; y de 6,39 años en el estado siguiente, de relativa estabilidad económica. Y, según el primero de los tres estudiosos norteamericanos citados, como hubo de expresarlo en un libro publicado por primera vez en 1927 d. de C.,3 cabe abrigar pocas dudas de que la duración media de los ciclos comerciales sufrió cambios seculares en los países de los cuales Thorp compiló los registros más vastos. En un libro publicado en 1939 d. de C., un economista alemán, para quien "la innovación" era "el hecho sobresaliente de la historia económica de la sociedad capitalista" 4 y era el propio tiempo la causa de las fluctuaciones cíclicas en la vida económica de esta sociedad, aclaraba que esta tesis suya se limitaba en su plicadón al milie u social del mundo occidental en su edad industrial, 5 y se aventuraba a suponer que en el momento en que él estaba escribiendo, ese determinado milteu social de esta determinada sociedad acaso ya se había desvanecido.6 En un libro publicado en 1947 d. de C., un economista belga expresó la idea de que "l'expansion contemporaine. . . ne peut étre qu'un épisode de l'histoire de l'humanité et doit se terminer un jour, soit devant des impossibilités matérielles de continuer, soit parce que le complexe économique et social provoque la désagrégation de l'effort, soit enfin parce que les aspirations collectives se donnent un autre bout".7 Sin embargo, por efímero que pudiera ser el mtlieit social de estos cambios en la marea de la actividad económica y por breves que fueran las experiencias de estos peculiares fenómenos que se registraron hasta la fecha en esas peculiares circunstancias, los padres de la ciencia 1 Thorp, W. L.: Business Atináis (New York 1926, National Bureau of Economic Research Inc.). 2 Mills, F. C., en The Journal of the American Slatisíical Associntion, diciembre de 1926, págs. 447-57. ;! Mitchell, W. C., op. cit., pág. 415. * Schumpeter, op. cit,, vol. I, pág. 86. La misma autoridad, en vol. I, pág. 223, define el capitalismo como "aquella forma de la economía de la propiedad privada en que las innovaciones se verifican por medio de préstamos de dinero lo cual, en general, aunque no por necesidad lógica, implica la creación del crédito. 6 Véase Schumpeter, op. cit., vol. I, págs. 144 y 223. " Véase ibid., pág. 145. Dupriez, L. H.: Les Moui'ements Économiques Généraux (Louvain 1947, Instituí de Recherches ficonomiqucs et Sociales, 2 vols.), vol. H, pág. 280.

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económica occidental lograron, a menos de doscientos años del estallido de la revolución industrial en Gran Bretaña,1 discernir ciclos económicos de diversa longitud de onda en la historia occidental reciente, sin permitir que los inhibiera el anticuado acertijo de la lógica formal que estaba paralizando a los contemporáneos historiadores occidentales no económicos. Los economistas occidentales satisficieron la más exigente de las condiciones rankeanas de los historiadores no económicos al estudiar el curso de la historia uñe es eigentlich geivesen y al tomar debida nota del elemento de unicidad que había en cada dato histórico; pero a diferencia de los historiadores no económicos, no dejaron de aferrarse a los puntos lógicos no muy nuevos o muy abstrusos, según los cuales había también un elemento de uniformidad común a un dato y a otro, y ese elemento de uniformidad, lejos de ser ilusorio en virtud de la coexistencia del elemento de la unicidad, era el fondo contra el cual resaltaba el elemento de la unicidad, y sin el cual éste habría sido invisible.2 Esta diferencia en la semejanza y esta semejanza en la diferencia fueron advertidas, por ejemplo, por un investigador que había distinguido una serie de siete ciclos en las fluctuaciones de los efectos de la desocupación en la historia económica del Reino Unido durante los años 1850-1914 d, de C.: "El movimiento general e s . . . rítmico, tanto en la longitud de onda como en amplitud... El ritmo es aproximado e imperfecto.3 Todos los ciclos registrados son miembros de la misma familia, pero entre ellos no hay hermanos gemelos." 4 Un estudioso de la historia económica de Gran Bretaña durante los años 1790-1914 d. de C., llega a la misma conclusión: "Una lectura de la documentación estadística y cualitativa sobre los movimientos económicos británicos registrados en los tiempos modernos, tomados añor por año, mes por mes, semana por semana, deja dos perdurables impresiones. Primero, se siente uno impresionado por la unicidad y 1 A juicio de Schumpeter, el período mínimo de historia conocida que se necesitaba para un estudio de los ciclos de la vida económica occidental moderna era de doscientos cincuenta años (op. cit., vol. I, pág. 220). 3 La verdad es, desde luego, como lo señaló W. C. Mitchell, en Bussines Cycles, The Problem and its Setting (New York 1930, National Bureau of Economic Research Inc.), pág. 382, que el problema planteado por la simultaneidad de la unicidad y la uniformidad de los ejemplares de una especie es un problema general del pensamiento y no un problema especial, peculiar al pensamiento sobre los ciclos comerciales. 3 Según Mitchell, ibid., pág. 377 y 453-4, las pruebas estadísticas y de los anales coincidían en indicar que los. ciclos comerciales eran "cíclicos", en el sentido de ser repeticiones mensurables, pero no eran "periódicos", en el sentido de ser repeticiones mensurables con una longitud de onda uniformmente regular. — A. J. T. 4 Pigou, A. C.: Industrial Flttctuations, 2* ed. (London 1929, Macmillan), págs. 12-13.

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variedad del proceso de la vida económica. Las combinaciones de fuerza dentro de la economía son, como aquellas de la vida política, siempre nuevas y frescas en un importante sentido. Ningún año es exactamente igual a otro año; i y al cabo de un tiempo llega uno a conocerlos como si fueran viejos amigos. . . Segundo, uno queda impresionado por la sólida realidad de la estructura cíclica que se repite permanentemente en Gran Bretaña y luego —ampliándose gradualmente— a través de todo el mundo,2 desde el fin de la revolución norteamericana hasta el estallido de la primera guerra mundial. No hay desde luego dos ciclos que sean exactamente ¡guales; y uno puede asimismo descubrir ciertos cambios prolongados en el carácter de los ciclos. Pero es evidente que toda la evolución de la sociedad moderna de Occidente se verificó en una estructura rítmica que tuvo consecuencias tanto en los acontecimientos sociales y políticos como en los hechos económicos." 3 Este hallazgo, de que la semejanza en la diferencia no es un rasgo peculiar a la historia económica británica del siglo xix, sino que puede distinguirse en toda la historia económica contemporánea de Occidente, queda confirmado por el notable consenso de opiniones llenas de autoridad. Por ejemplo, los autores de un ensayo realizado para medir los ciclos comerciales declaran que "de este análisis surgen dos conclusiones. En primer lugar, hasta aquí nuestras pruebas confirman el concepto de los ciclos comerciales considerados como unidades de fluctuaciones más o menos presentes en muchas actividades.4 En segundo lugar, demuestran que si bien las medidas cíclicas de series individuales habitualmente varían mucho de un ciclo al siguiente, existe una tendencia pronunciada a la repetición en las relaciones entre los movimientos de diferentes actividades de sucesivos ciclos comerciales. Nuestro análisis de cien series está lo suficientemente avanzado para darnos completa confianza en estas conclusiones. Monografías posteriores demostra1 "Cada [ejemplo de una serie de ejemplos de un fenómeno: 'fluctuaciones, crisis, momentos de auge, depresiones'] es históricamente individual y nunca semejante a otro, ya en la manera en que se verifica, ya en el cuadro que presenta". (Schumpeter, op. cit., vol. i, pág. 34). — A. J. T. 2 Según Pigou, op. cit., pág. n, las fluctuaciones industriales se hicieron ecuménicas en su alcance desde alrededor de 1872 d. de C. en adelante. Sencillos como son y breves en lo que abarcan, los anales revelan una tendencia secular hacia la expansión territorial de las relaciones comerciales y una concomitante tendencia hacia la unidad económica" y según Mitchell, ibid., pág. 446, esto ocurre tanto en los EE. UU. como en el mundo en general. Cotéjese con la pág. 456. — A. J. T. 3 Rostow, W. W.: Brítish Economy of the Nineteenlh Century (Oxford 1948, Clarendon Press), págs. 31-32. * "Las oscilaciones de las diferentes industrias no son independientes. . . Concuerdan en la dirección. Nos es lícito hablar de oscilaciones comunes de expansión y contracción en el cuerpo principal de industrias tomadas separadamente, y no tan sólo en su conjunto o en el promedio de las industrias. Pero. . . la amplitud de las oscilaciones en diferentes ocupaciones dista mucho de ser concordante; algunas VJrt mucho más amplias que otras." (Pigou, A. C., op. cit., pág. 13). — A. J. T.

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rán. . . que los fenómenos de los ciclos comerciales son mucho más regulares de lo que creen los estudiosos de formación histórica." i "En rigor de verdad, todo ciclo comercial es un episodio histórico único. .. Los ciclos comerciales difieren en su duración en general y en la duración relativa de sus fases componentes; difieren en cuanto al alcance industrial y geográfico, difieren en intensidad, difieren en los rasgos que alcanzan prominencia, difieren en la rapidez y la uniformidad con que pasan de un país a otro. . . [Pero] las diferencias que hay entre los ciclos comerciales. . . no nos dan una razón suficiente para dudar de que esos ciclos constituyan una especie válida de fenómenos." 2 "La tendencia hacia las alternancias de prosperidad y depresión debe tener una considerable constancia y energía para imprimir su sello en la historia económica de un mundo en el que otros factores de fuerza muy desigual se hallan constantemente presentes... 3 Las calladas fuerzas occidentales que se enderezan hacia la uniformidad de las fortunas deben de ser en verdad poderosas para imprimir un sello común en el curso de los ciclos comerciales de muchos países." 4 Estas conclusiones reaparecen en la visión panorámica del fenómeno que da otro sesudo estudioso: "Cada ciclo, cada período de prosperidad o depresión, tiene rasgos especiales que no se presentan en todos los otros o en muchos otros. En cierto sentido, cada ciclo es un hecho histórico individual: está encajado en una estructura económicosocial que le es propia. El conocimiento técnico, los métodos de producción, el grado de la intensidad de capital, el número, la calidad y la distribución por edades de la población, los hábitos y las preferencias de los consumidores las instituciones sociales en el sentido más amplio, que forman la estructura legal de la sociedad; las prácticas en materia de intervención del estado y otras instituciones públicas en la esfera económica, los hábitos de pago, los hábitos bancarios, etc., todos estos factores cambian continuamente y no son exactamente los mismos en dos casos... "Esto... plantea la cuestión de si es posible formular enunciaciones generales sobre las causas y condiciones de los ciclos o, dicho con otras palabras, si la misma teoría puede aplicarse a los ciclos de la primera mitad del siglo xix y a los del segundo cuarto del siglo x.x, a los ciclos de los países industriales de la Europa occidental y los EE. UU., y a los ciclos de los países agrícolas de la Europa Oriental y de ultramar. "Creemos... que puede desarrollarse una teoría muy general de los aspectos más importantes del ciclo, que por un lado no sea tan formal 1 Burns, A. F. y Mitchell, W. C: Measuriag Bussines Cycles (New York 1946, Naíional Burean of Economic Research Inc.), págs. 488-91. 2 Mitchell, W. C.: Business Cycles, the Problem and hs Selting (New York 1930, National Bureau of Economic Research Inc), págs. 354 y 383. 3 Ibid., pág. 421. * Ibid., pág. 450.

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que resulte inútil a los efectos prácticos, y que por otro tenga un campo de aplicación verdaderamente amplio. . . El mero hecho de que cada ciclo sea históricamente individual no es suficiente argumento contra una teoría general. ¿Hay acaso dos hombres que se asemejan en todo? ¿Destruye acaso esa falta de semejanza en muchos aspectos la posibilidad y la utilidad práctica de la anatomía, la fisiología, etc.? El hecho de que cada ciclo sea único en muchos sentidos no impide que todos los ciclos sean semejantes en otros sentidos, principalmente en aquellos aspectos que constituyen los elementos fundamentales del ciclo." í En este resumen descuellan ciertos rasgos, A. C. Pigou,2 señala tres puntos: "el primer carácter general de las fluctuaciones industriales es su amplio alcance internacional; el segundo, la similitud general que presentan ciclos sucesivos; el tercero, la concordancia general en cuanto a tiempo y dirección, que hay entre los movimiento de onda de diferentes ocupaciones." La primera y última palabra de W. C. Mitchell reza así: "La historia comercial se repite, pero siempre con una diferencia", lo cual no hace empero que la búsqueda de uniformidades sea impracticable o inútil.3 Atendiendo a la escasez de datos que se hallan a disposición de los investigadores, no era sorprendente comprobar que algunas de las cuatro o cinco clases diferentes de ciclos que diversos investigadores pretendían haber descubierto fueran menos ampliamente aceptadas que otras, en cuanto a ser realidades históricamente probadas, o que todavía se mantuvieran controversias sobre muchos puntos relativos hasta a las clases de ciclos que habían sido reconocidas por el consenso general de eruditos llenos de autoridad; los rasgos notables y significativos de la historia de la ciencia económica occidental moderna adolescente, eran la audacia con que un conjunto de phneers intelectuales usaron los aún escasos datos de que disponían para aventurarse a formular generalizaciones y la extensión del acuerdo fundamental que había por debajo de sus superficiales controversias domésticas. La actitud dominante entre los economistas de mediados del siglo xx, se revela con toda claridad en el siguiente pasaje de una carta fechada el 2 de diciembre de 1949, que el profesor T. S. Ashton dirigió al autor de este Estudio, en respuesta a preguntas que él le formulara sobre estas cuestiones. "No cabe abrigar duda alguna de la existencia de lo que razonablemente puede llamarse un ciclo comercial o económico en el siglo xix: todos están de acuerdo sobre este punto. Es igualmente evidente que los momentos de prosperidad y depresión se dieron en la misma época, o casi 1 Haberler, G.: Prosperity and Depression: A Tbeorctical Analysis of Cyclical Movements, 3* ed. (Ginebra 1941, Sociedad de las Naciones), págs. 275-6. 2 Pigou, A. C.: Industrial Fliictuations, 2" ed. (London 1929, Macmillan), pág. vn. * Véase Mitchell, W. C.: Business Cycles and theb Causes, que es una nueva edición del autor de Business Cycles, p.irle III (Bcrkclcy, Cal. 1941, University of California Press), págs. K. Xf.

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en la misma época, en todos los países industrializados y en las zonas menos desarrolladas relacionadas con aquéllos por el comercio. El único punto discutible es el de la periodicidad."

mica del país.1 "Los dos tipos de fluctuaciones", sin embargo, "no siguieron su curso en canales separados y distintos. Se unieron por lo menos de cuatro maneras".2

De las cuatro o cinco clases de ciclos en cuestión, la mejor establecida en el momento de escribir estas líneas parecía ser una con una longitud de onda que iba de n a 7 años,1 o de 10 a 7 años; 2 de 9,4 años, contando de elevación máxima a elevación máxima de la curva (entre las fechas 1792 d. de C. y 1913 d. de C), a 9 años, contando de depresión mínima a depresión mínima (entre las fechas 1788 y 1914 d. de C.), en una serie que podía distinguirse en la historia económica de Gran Bretaña;3 y de 9,2 años, como promedio. Un ciclo con una longitud de onda de alrededor de cuatro años como promedio fue descrito lo menos por un observador que lo veía alternándose con el ciclo de nueve años en Gran Bretaña y durante la primera fase de la edad industrial; pero para ese observador tales ciclos de cuatro años "tienden virtualmente a desaparecer de la serie de los ciclos comerciales [en la historia de Gran Bretaña], después de 1860", salvo el caso especial del año 1907 d. de C.; 4 y ese autor explica esta progresiva desaparición de los ciclos de cuatro años bajo los ciclos de nueve años en Gran Bretaña, interpretando el ciclo de cuatro años como un "ciclo inventario", cuyo "carácter depende de la naturaleza del tráfico del comerciante", y que "podría encontrarse casi con entera seguridad en el siglo xvm y acaso hasta en los tiempos medievales".5 El autor señala que "hasta alrededor de 1850 las exportaciones principales de Gran Bretaña eran bienes de consumo antes que bienes de capital",6 pero que, "a partir por lo menos de 1780. . ., ese ritmo se entreteje para formar un ritmo más prolongado y profundo de fluctuaciones en las inversiones a largo plazo" 7 y que la sexta década del siglo xix marca la fecha en que, en la vida económica de Gran Bretaña, las inversiones de capital a largo plazo suplantan la producción de bienes de consumo como la principal actividad econó-

Los estudiosos de la historia económica de los EE. UU. en su edad industrial descubrieron en ella un ciclo de una longitud de onda de 42 o 43 meses, como promedio.3

Véase Hawtrey, op, cit., pág. 476. Carta del profesor T. S. Ashton, fechada el 2 de diciembre de 1949 y dirigida al autor de este Estudio. En esa carta el profesor Ashton llama la atención sobre los "claramente marcados momentos de prosperidad registrados en Inglaterra en 1818, 1825, 1836, 1845, 1856, 1866, 1873, 1882, 1889-90, 1899-900, 1906, 1913, etc.". Según Mitchell, en Business Cycles, the Problem and its Setü/ig, pág. 334, "los ciclos memorables que culminaron en 1882, en 1893, en I 9°7> en !9J7 V <-'n 1920, se destacan claramente en todas nuestras curvas". 3 Véase Huntington, E.: Mainsprings of Civilisation (New York 1945, Wiley), pág. 477. El ciclo de esta longitud de onda fue descrito por primera vez por Clément Junglar, en Des Grises Commercinles et de leur Retour Périodiriue en Frunce, en Angleterre, et aux États-Unis ( i * ed.: Paris 1862, Guillaumin; 2* ed.: Paris 1889, Guillaumin). 4 Rostow, op. cit., págs. 38-39. 5 Ibid., op. cit., pág. 41. Compárese con págs. 39-40. 0 Ibid., pág. 41, n. i. 7 Ibid; pág. 41. 1

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"El promedio (y el modelo) del ciclo norteamericano parece estar compuesto de dos segmentos desiguales, un período de dos años de actividad gradualmente creciente y un período, más breve que el anterior en cuatro a seis meses, de actividad que va restringiéndose menos gradualmente." 4

La misma escuela de investigadores norteamericanos vio en este ciclo de tres años y medio de los Estados Unidos una variante local de un tipo, igualmente ejemplificado en el ciclo de cuatro años de Gran Bretaña, del que podían encontrarse otras variantes locales en la historia económica contemporánea de Francia, Alemania y Austria, 5 donde el espacio cronológico de este ciclo de onda más corta se extendía entre límites mínimos y máximos de tres y seis años.6 por otra parte, a juicio de un estudioso belga, "Pour qui dépasse le cadre de l'histoire des Etats-Unis, la distinction entre le cycle de sept á dix ans et le cycle court de quarante mois ne trouve plus aucun semblant de confirmation dans les faits: le cycle de quarante mois n'existe simplement pas." 7

Un estudioso británico 8 que asimismo considera dudosas las pruebas de la existencia de una "onda corta puramente comercial de alrededor de tres años y medio", muestra las mismas reservas de juicio sobre las pruebas de la existencia de "ondas más largas, de veinte a ochenta años de duración". "Ciclos prolongados de una duración notablemente regular" —con un espacio cronológico de límites mínimos y máximos de quince y veinte años— fueron descritos, ello no obstante, por algunos investigadores, en la historia de la construcción de edificios en los Estados Unidos.9 Y en la historia económica general de Gran Bretaña entre 1790 y 1914 d. de C., uno de los investigadores Rostow, op. cit., págs. 42-43. " Enumeradas en ibid., pág. 43. 3 Mitchell, Business Cycles, the Problem and its Settiiig, pág. 341. Véase también Huntington, op. cit., págs. 463-8. * Véase ibid., pág. 337. 5 Véase ibid., págs. 385 y 390-1. 0 Véase ibid., pág. 457. 7 Dupriez, op. cit., vol. II, pág. 280. 8 Profesor T. S. Asthon, en la carta citada supra. 9 Véase Burns, A. F. y Mitchell, W. C.: Measuring Business Cycles (New York 1946, National Bureau of Economic Research Inc.), pág. 418. 1

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ya citados distinguió cinco fases de un promedio de longitud de onda de veinticinco años.1 Estos ciclos económicos de un orden de magnitud de alrededor de un cuarto de siglo, que W. W Rostow descubre en la historia económica británica, se articulan del siguiente modo según el mismo autor: (i) 1790-1815 d. de C: Período de guerras, de estancamiento económico y de declinación de los salarios reales.2 u) 1815 hasta fines de la década 1840: "Este fue el período en que los coeficientes de incremento en la producción industrial alcanzaron el punto máximo de toda la era hasta 1940 d. de C.";3 y fue también el período en que los "salarios reales aumentaron para una población en rápido crecimiento".4 m) Desde fines de la década 1840 a 1873 d. de C.: Período de guerras, período de la explotación de las minas de oro y período de la construcción de ferrocarriles. 5 (iv) 1873-1900 d. de C.: Réplica del período u, con una tendencia a concentrar las inversiones en empresas del país.0 (v) 1900-1914 d. de C: Réplica del período m con una correspondiente explotación de las minas de oro y una tendencia a realizar inversiones en el extranjero, en terrenos económicamente vírgenes.7 Como se ve, las últimas cuatro de estas cinco fases, de un promedio de longitud de onda de unos veinticinco años, se unen para formar un par de ciclos aún más prolongados, uno de cincuenta y ocho años (1815-73 d. de C.) y otro que parcialmente repite el anterior, de cuarenta y un años (1873-1914 d. de C.), si se considera que el año 1914 marca el final de este segundo ciclo. A. Spiethoff describió una estructura cronológica —parecida a la que describió W. W. Rostow en la historia de gran Bretaña entre los años de 1790 y 1914 d. de C.—, en la historia contemporánea del mundo occidental en general durante los años 1822 a 1913 inclusive, período en el que el investigador alemán encuentra fases, de un promedio de longitud de onda de veintitrés años, articuladas del modo siguiente:8 (i) 1822-42: en general, de depresión. (u) 1843-73 d. de C.: en general, próspera. (m) 1874-94 d. de C.: en general, de depresión. (iv) 1895-1913 d. de C.: en general, próspera. Véase Rostow, op. cil., pág. 7. 2 Ibid,, pág. 17. 3 Ibid,, pág. 17. * Ibid,, pág. 19. 5 Ibid., pág. 20, 21 y 23. 0 Ibid., pág. 25. 7 Ibid., pág. 26. 8 Como lo resume Habeler, C.: Prosperity and Depression: A Theoretical Analysis of Cyclical PAovements, 3* ed. (Ginebra 1941, Sociedad de las Naciones), pág. 273. Véase también Schumpeter, op. cit., vol. i, pág. 164. 1

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Habrá de notarse que en la visión de Spiethoff, geográficamente más amplia, como en la de Rostow, geográficamente más estrecha, hay cuatro fases de un promedio de longitud de onda de no mucho menos de un cuarto de siglo,1 que se unen para formar un par de ciclos más prolongados, que según el cálculo de Spiethoff acarean respectivamente cincuenta y dos años (1822-73 d. de C. inclusive) y cuarenta años (1874-1913 d. de C. inclusive). El par de ciclos de un promedio de longitud de onda de alrededor de medio siglo, que surge de la visión de Spiethoff y de la visión de Rostow, representa una clase de ciclo de onda larga que hubo de describir independientemente una pareja de estudiosos holandeses. •—J. van Gelderen, que publicó sus conclusiones en 1913, y G. de Wolff, que confirmó las conclusiones de van Gelderen en 1924 d. de C.—2 y un estudioso ruso, N. D. Kondratieff, quien publicó sus propias conclusiones en 1926 d. de C.3 Kondratieff articula del modo siguiente sus ciclos de onda larga: 4 Depresión ( i) circo. 1790 ( ") 1844-51 (m) 1890-96

Ciíspide 1810-17 1870-75 1914-20

Depresión 1844-51 1890-96

Duración tola! 50/60 años 40/50 años

J. A. Schumpeter hizo un intento por relacionar estos "ciclos Kondratieff" de 40/60 años, con los "ciclos Juglar" de 9/10 años y con los "ciclos Mitchell" de 3 años y medio.5 Schumpeter sugería que cada "ciclo Kondratieff" era un conjunto de seis "ciclos Juglar" p cada "ciclo Juglar", un conjunto de tres "ciclos Mitchell". "Postulamos que cada Kondratieff contendría un número integral de Juglar, y cada Juglar un número integral de Kitchins.6 Lo que justifica este postulado es la naturaleza de las circunstancias que dieron nacimiento a la multiplicidad. Si las ondas de innovaciones de períodos más breves, se dan alrededor de una onda de análogo carácter, pero de período más prolongado, las secuencias de las fases de la última habrán de determinar pues las condiciones en que la primera nace y se desvanece, formando una unidad superior de ellas, aun cuando las innovaciones que las crean sean enteramente independientes de las innovaciones que comporta la onda más larga. . . Las tres depresiones más profundas y prolongadas de la edad in1 S. S. Kuznets también describió un ciclo de veinticinco años (véase Mitchell, ibid., pág. 226 y el propio S. S. Kuznets en su Secular Movements in Production and Pnces (New York y Boston 1930, Houghton Mifflin)). 2 Véase Mitchell, Business Cycles, the Problem and its Setting, pág. 227. 3 Kondratieff, N. D.: "Die Langel Wellen der Konjunktur", en Archiv jiir Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, diciembre de 1926; "The Long Wavís of Economic Life" en Review of Economic Staíistics, noviembre de 1935. * Como lo resumió, Mitchell, ibid., págs. 227-8. 5 Schumpeter, J. A.: "The Analysis of Economic Change", en The Reriew of Economic Statistics, mayo de 1935, pág. 8. u Alias de Mitchell. — A. J. T.

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dustrial —1825-30, 1873-8, 1929-34— fueron depresiones en los ciclos de las tres longitudes de onda por igual. . . Salvo muy pocos casos en que surgen dificultades, es posible calcular, histórica y estadísticamente, que 6 Juglars equivalen a un Kondratieff, y 3 Kitchins a un Juglar. . . [Y esto] se da no como promedio, sino en cada caso individual." i Sin embargo, la hipótesis de Schumpeter no conquistó el apoyo de W.CMitchell. "Ninguna disposición de nuestras medidas mensuales en grupos de tres ciclos consecutivos podría aproximarse a los 'ciclos Juglar' de nueve a die?. años. . .2 Hay mejores pruebas de que los ciclos comerciales varían sustancialmente en períodos de 'ciclos Juglar' que aquéllas que muestran que varían sustandalmente en períodos de ciclo prolongado.3 Las fechas de depresión de los 'ciclos Juglar' corresponden más o menos a las fechas de depresión de rigurosas depresiones comerciales." 4 Pero, a juicio de W. C. Mitchell y de su colega A. F. Burns, aún había que discutir si "los períodos que separan depresiones graves son genuinas unidades cíclicas; 5 en tanto que el juicio que estos dos mismos investigadores formulaban sobre los "ciclos Kondratieff" era el de que, en general, las pruebas se pronunciaban contra la existencia de esos ciclos.0 Como se ve, los que creían en la existencia del ciclo de tres años y medio y los que creían en la existencia del ciclo de nueve años, se mostraban recíprocamente escépticos sobre la realidad del artículo de fe de los otros, y ambas escuelas son aún más escépticas respecto de la existencia del "ciclo Kondratieff", al que se asignaba una longitud de onda de alrededor de cincuenta años. Al propio tiempo, se comprende que a mediados del siglo XX los datos eran todavía exiguos, pues aun cuando las manifestaciones más antiguas de los fenómenos mismos fueran anteriores a la última década del siglo XVHI, pues no había prueba alguna apropiada de que se hubieran manifestado antes de esa fecha, era evidente que en el período de ciento sesenta años que iba desde 1790 d. de C. a 1950 d. de C., no se habían podido completar más de cuarenta y cinco ciclos de tres años y medio, más de diecisiete ciclos de nueve años y un quinto, o más de tres ciclos de cincuenta años. Aun cuando se multiplicaran los ejemplos de la más breve y por lo tanto más representada de estas tres clases de ciclos, al considerar como otros tantos datos separados las simultáneas epifa1 Schumpeter, J. A.: Business Cydes (New York 1939, McGraw-HilI, 2 vols.), vol. I, págs. 172-4. 2 Burns, A. F. y Mitchell, W. C.: Measuring Business Cycles (New York 1946, National Bureau of Economic Research, Inc.), pág. 442. 3 Jbid., pág. 444. 4 Uid,, pág. 448. B Ibid., pág. 464. Compárese con la pág. 460. 6 Véase ibid., pág. 465.

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97 nías de una y la misma manifestación en diferentes provincias geográficas del mundo occidental, el número total sería aún de tres cifras.

"En el sentido en que usamos aquí el término —repeticiones de prosperidad, de retraimiento, de represión y de reactivación de las actividades comerciales en países tomados como unidades— el número total de ciclos comerciales pasados no alcanzaría a un millar. En efecto, los ciclos comerciales son fenómenos peculiares a cierta forma de organización económica que dominó en la Europa occidental durante menos de dos siglos y en períodos más breves en otras regiones. Y si podernos confiar en nuestros datos, el ciclo promedio duró unos cinco años. De todos los casos que conocemos hasta la fecha, los ciento sesenta y seis ciclos que hemos medido forman una fracción significativa. . . Nos complacería mucho poseer un número mayor; pero éste ya constituye una apreciable fracción de 'su universo'." * Lo exiguo de los datos que podían obtenerse durante la primera mitad del siglo XX a los efectos de investigar ciclos comerciales aun de longitudes de onda muy corta, impedía que los investigadores intentaran aplicar a las fluctuaciones registradas en las actividades económicas el método del "análisis mediante períodogramas" que era pertinente en el terreno de las ciencias naturales. En la hasta entonces breve historia de la sociedad occidental industrial las series eran todavía demasiado breves; todavía no se tenía la seguridad de que esas series fueran estrictamente periódicas, y todavía no se tenía la seguridad de si, en el caso de que fueran genuinamente periódicas, se mantenían en períodos lo bastante largos para hacer posible el "análisis mediante períodogramas".2 Pero sin llegar a estos extremos matemáticos, los investigadores de los ciclos comerciales recurrieron a expedientes matemáticos que habrían horrorizado a todo historiador contemporáneo convencionalmente heterodoxo. "El procedimiento adoptado para determinar tendencias es habitualmente empírico en alto grado. Se parte de una serie temporal transportada al papel en una escala conveniente, y entonces el estadístico procura encontrar para esa serie y dentro del período que abarcan sus datos, la línea que represente mejor 'las tendencias prolongadas' que muestra la curva transportada al papel. . . El procedimiento técnico consiste habitualmente en: (i) acomodación de una 'curva matemática' (por ejemplo una línea recta o una parábola de tercer grado) a los datos o a los logaritmos de los datos mediante el procedimiento de los cuadrados mínimos o de los momentos; (2) cómputo de medios móviles o progresivos aritméticos o de medianas móviles, incluidos en los promedios de cualquier número de casos que 1 Mitchell, W. C.: Business Cycles, the Problem and its Setting (New York 1930, National Bureau of Economic Research, Inc.), págs. 395-6 y 397. ~ Véase Mitchell, ibid., págs. 259-60.

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parezca dar resultados satisfactorios; (3) primero, cómputo de promedios móviles, y luego adaptación de las líneas que representan tendencias a los resultados; (4) trazado de una curva libre, a través de los datos que representan la impresión del investigador, formada en virtud de un cuidadoso estudio de la tendencia prolongada; (5) empleo de proporciones entre casos pareados de series, que se supone que tienen sustancialmente las mismas tendencias seculares." i

Los pioneers de la ciencia económica occidental tuvieron el coraje de sus convicciones y se vieron justificados en su fe de que la historia económica debe tener un sentido, por la validez y el valor de los resultados intelectuales que obtuvieron al cifrar su fortuna intelectual en la racionalidad de sus hipótesis y al elevar hasta la tercera potencia sus interrogaciones de los datos. (c) "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LA HISTORIA DE LAS CIVILIZACIONES

i. Luchas por 'la existencia entre estados parroquiales El ciclo de guerra y paz en la historia occidental moderna y postmoderna Si consideramos ahora los capítulos moderno y postmoderno de la historia de la civilización occidental, pero enfocándolos en el plano político en lugar de hacerlo en el plano económico, veremos que en una época en que el fenómeno económico sobresaliente fue la epifanía y difusión del industrialismo, el fenómeno político sobresaliente fue la temprana epifanía de un equilibrio europeo entre estados parroquiales y la progresiva inclusión de un círculo cada vez mayor de estados en el campo gobernado por este sistema unitario de equilibrio político. El equilibrio de fuerzas políticas del Occidente moderno se parecía a su contemporánea más joven, la economía industrial occidental moderna, no sólo por su tendencia a una expansión progresiva para abarcar una zona geográfica cada vez más amplia, sino también por exhibir 1 Mitchell, W. C, op. cit., pág. 213, cap. ni: "The Contribution of Statistics", m: "The Analysis of Time Series", 3. "The Problem of Secular Trends", ( i ) "The Empirical Approach to the Problem". Schumpeter (Business Cycles, vol. I, págs. 200-5) se declara escéptico en cuanto a las "tendencias adaptadas", salvo en la medida en que éstas sigan una guía dada por una investigación empírica de los hechos históricos. "El análisis de las tendencias mediante el procedimiento de la nivelación o el de la acomodación, puede obtener de la información teórica e histórica adicional, un^ derecho de existencia que naturalmente o generalmente no es suyo propio" (pág. 203). "Mediante métodos formales, en ningún caso pueden encontrarse tendencias tales (como cambios autónomos producidos en el gusto, por ejemplo respecto de las bebidas alcohólicas o de los alimentos)" (pág. 205).

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en su historia un ritmo cíclico. Fases alternadas de guerra y paz eran las réplicas políticas de las fases alternadas de prosperidad y depresión económicas; y una comparación de las series políticas con las series económicas de fluctuaciones registradas en el Occidente moderno arrojaba nueva luz sobre aquellos ciclos de longitud de onda de alrededor de veinticinco años y aquellos ciclos dobles con una longitud de onda de alrededor de medio siglo, ciclos estos últimos cuyas pruebas económicas eran tan inapropiadas que los investigadores económicos más cautos habían pronunciado veredictos de "no probadas" sobre las pretensiones a ser realidades económicas que tenían estos ciclos más largos.1 La documentación política sustentaba empero la concepción sostenida por juiciosos indagadores económicos,2 de que la aparición de "ondas largas" económicas pudiera muy bien no ser alucinaciones sino reflejos económicos de realidades políticas que ya se habían dado en el mundo occidental moderno durante unos trescientos años antes del estallido de la revolución industrial de Gran Bretaña.3 En todo caso, y cualesquiera fueran las relaciones que los ciclos políticos tuvieran con los ciclos económicos había indicios de que los ciclos políticos, lo mismo que sus réplicas económicas, cambiaban su carácter de acuerdo con una tendencia secular. Las repetidas guerras occidentales, por ejemplo, se estaban haciendo, como ya veremos, aparentemente cada vez más breves y agudas, en tanto que inversamente los repetidos períodos de paz registrados en la historia política occidental, como asimismo veremos, tendían a ocupar un número progresivamente mayor de años en cada sucesivo ciclo de paz y guerra, hasta el estallido de la guerra general de 1914-18 d. de C., aunque al mismo tiempo esas progresivas ganancias cronológicas que obtenía la paz a expensas de la guerra quedaran neutralizadas por una progresiva agravación de las devastaciones económicas políticas, y (sobre todo) espirituales producidas por las guerras a medida que se repetían. Al estudiar las pruebas de la existencia de "leyes de la naturaleza" en las cuestiones económicas de la sociedad occidental reciente, dijimos que investigadores que creían que tales leyes existían y eran determinables, tenían asimismo conciencia de que la validez de ellas se limitaba a un regime económico monetario e industrial, que no había llegado a establecerse, ni siquiera en su lugar de nacimiento, Gran Bretaña, antes de las últimas décadas del siglo xvm, y que bien cabía esperar que se desvaneciera ulteriormente, después de una efímera aparición, y de un aún más breve dominio ecuménico en el escenario de la historia.4 En el momento de escribir estas líneas, a mediados del siglo XX, el equilibrio europeo había ocupado muchas más veces el escenario que el industrialismo en toda la historia de la civilización occidental, puesto que la epifanía del equilibrio de fuerzas políticas occidental moderno 1 2 3

Véase págs. 93-5, supra. Por ejemplo, W. W. Rostow, en el pasaje citado en la pág. 94, supra. Véase págs. 159-60, iafra. Véase págs. 85-7, supra.

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coincidía con la inauguración del capítulo moderno de la historia occidental, que puede fecharse en el último cuarto del siglo xv, es decir, unos trescientos años antes de que apareciera el industrialismo. Por otra parte, la muerte, que en la historia del industrialismo occidental no era todavía más que una expectación académica, ya estaba quizá afirmando su dominio sobre el equilibrio de fuerzas entre los estados parroquiales occidentales. La edad postmoderna de la historia occidental, que comenzó en la séptimo y en la octava década del siglo xix,1 vio quebrado el ritmo del ciclo de guerra y paz occidental moderno en el curso de su cuarta curva, por el portentoso hecho de que una guerra general siguiera casi inmediatamente a otra, con un intervalo de sólo veinticinco años entre el estallido de 1914 d. de C. y el estallido de 1939 d. de C, en lugar del intervalo de ciento veinte años o más que había separado 1914 d. de C. de 1792 d. de C. y 1792 de 1672 d. de C. En la historia de las civilizaciones que ya se habían extinguido, de suerte que el historiador occidental del siglo Xx tenía allí la ventaja de conocer todo el proceso, tales repeticiones sin tregua de grandes guerras habían anunciado catástrofes históricas. Cuando en el segundo capítulo de la historia helénica, la guerra de Decelia, de 413-404 a. de C. siguió a la guerra de Arjidamos, de 431-21 a. de C., al cabo de un intervalo de sólo ocho años, la consecuencia de esta doble guerra del Peloponeso fue el colapso de la civilización helénica. Cuando la guerra de Aníbal de 218201 a. de C. siguió a la primera guerra romano-púnica de 264-241 a. de C., después de un intervalo de sólo veintitrés años, la consecuencia que tuvo, después de su primera recuperación, en la sociedad helénica que ya había sufrido colapso y comenzaba a desintegrarse fue la de la primera recaída.2 Cuando la gran guerra romano-sasánida fue 603-28 d. de C., siguió a la gran guerra romano-sasánida de 572-91 d. de C., al cabo de un intervalo de sólo doce años, la consecuencia fue la eliminación de una frontera que se extendía entre el estado universal helénico y una inquieta potencia irania y que, desde la fecha en que la estableció originalmente el constructor imperial romano Pompeyo en 64 a. de C., se había mantenido durante casi siete siglos hasta el momento en que la transitoria restauración del status qito ante bellum territorial de 628 d. de C., quedó anulada de una vez por todas por la fuerza militar de los primitivos árabes musulmanes, que terminaron de aniquilar el dominio helénico postalejandrino al sur del Tauro y restablecieron, en la forma de un califato árabe, el estado universal siríaco que Alejandro había derrocado, en la forma de un imperio aqueménida. En un momento del capítulo postmoderno de la historia occidental en el que las consecuencias de la doble guerra germano-occidental de 1914-18 d. de C. y de 1939-45 d. de C. no era aún un hecho consu1 2

Véase I. i. 23, con n. 2. Véase V. VI. 302-3.

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mado la ruptura de un equilibrio europeo que había mantenido su precaria existencia desde su inauguración, producida en la última década del siglo xi, ya estaba anunciada por un aumento en el coeficiente de mortalidad de las grandes potencias occidentales u occidentalizadas que fue tan acusado como súbito; y esa mortandad era ominosa, considerando que la primera ley de todo equilibrio político o físico es la de que la inestabilidad del equilibrio varía en proporción inversa al número de sus points d'appHi. Mientras un taburete, una silla o una mesa de dos patas están condenados a caer en un santiamén por lo poco práctico de su construcción, un taburete de tres patas puede sostenerse por sí mismo, aunque una persona corpulenta se sentaría con más seguridad en una silla de cuatro patas; y una cuidadosa ama de casa preferiría a una mesa de cuatro patas, una de seis, para asentar en ella su mejor porcelana. Puesto que la política nunca es estática, sino que siempre es dinámica, un símil más apto de las posibilidades y cambios de la vida física se encuentra en la superioridad de un triciclo sobre una bicicleta, para quien encuentre dificultad en mantener el equilibrio y en la superioridad de un ómnibus de seis ruedas sobre uno1 de cuatro, como vehículo para transitar por las arenas de un desierto. A la luz de estas analogías domésticas y físicas, el aumento y la disminución del número de las grandes potencias occidentales u occidentalizadas entre 1552 d. de C. y 1952 d. de C., eran políticamente en alto grado significativos. Desde la primera epifanía de un sistema occidental moderno de relaciones internacionales, producida a fines del siglo xv, hasta el estallido de la guerra general de 1914-18 d. de C., producido más de cuatrocientos años después, la precariedad del equilibrio internacional en la vida política del mundo occidental quedó progresivamente reducida por el gradual aumento del número de potencias participantes del calibre más alto. En el primer estallido de las guerras occidentales modernas (gerebatnr 1494-1559 d. de C.) en el que la constelación original de grandes potencias occidentales modernas se había cristalizado, al salir de la nebulosa medieval tardía que rodeaba el cosmos de estados-ciudades de la Italia septentrional, la Alemania meridional y occidental y los Países Bajos, hubo una fase (durabat 1519-1556 d. de C.) •—y verdaderamente fase decisiva— en que sólo dos potencias de calibre verdaderamente supremo hubieron de enfrentarse; y ese duelo preliminar entre los Valois y los Habsburgo, que fue preludio de las fluctuaciones rítmicas de un equilibrio europeo en el curso ulterior de la historia política occidental, f u é, en última instancia, una guerra civil entre Valois y Valois, puesto que en este capítulo de la historia de los Habsburgo el co(M • ? S e Fueter, E.: Geschichte des EuropSischen Siaatensystems von fundam y , B e r l i n I9I 9, Oldenbourg), págs. 101-3, sobre la tesis de que la causa en este este cicl ciclo fueuna una rivalidad entre los dos estados nacioViiíe r! co?^*cto en ° nonofré cisco I O ht Franaa y España. . Fueter sugiere que después de la victoria que Fran1 l >vo sobre los suizos en Marignano, el 13-14 de setiembre de 1515, España

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razón de la potencia habsburga era la porción de la herencia del duque borgoñón Valois, Carlos el Temerario, que el yerno Habsburgo de Carlos, Maximiliano I, había logrado conservar en 1477-82 d. de C., para su esposa borgoñona Valois, María, y reivindicar en 1493 d. de C. Ese núcleo borgoñón de los dominios de un bisnieto y tocayo Habsburgo de Carlos el Temerario, que además era rey de Castilla y Aragón,1 y hubo de ser luego sacro emperador romano,2 así como conde de una Borgoña imperial y de una Flandes francesa,3 era el corazón que bombeaba la sangre vital que nutría las fibras guerreras de la potencia de los Habsburgo; y si la tesorería y el arsenal de Carlos V eran pues de origen francés, por el hecho de que se los había suministrado una Flandes que era un condado francés, la corte de Carlos era francesa en su cultura, por estar modelada en la tradición de una Borgoña que era un ducado francés. La casa borgoñona Valois había sido fundada por la corona francesa en fecha tan reciente como 1363 d. de C, cuando el rey Juan de Francia confirió a su cuarto hijo, Felipe el Temerario, el ducado de Borgoña que había quedado anexado a la corona francesa por la extinción, producida en 1361 d. de C., de los duques de la línea francesa de los Capetos. Y la fortuna de esta recién creada rama borgoñona de la casa de Valois hubo de labrarle el matrimonio de Felipe el Temerario, que se casó en 1369 d. de C. con la hija y heredera del conde reinante de Flandes, Margarita, pues Flandes era un feudo de la corona francesa aún más importante que Borgoña; y esta alianza matrimonial determinó —a la muerte del padre de Margarita, el conde Luis II de Flandes, que falleció en 1384 d. de C. sin dejar herederos varones— la unión del feudo francés de Borgoña con los feudos franceses de Flandes, Artois, Nevers, Retel y el condado imperial de Borgoña.4 El duelo librado entre los Valois franceses reales y los Valois franceses ducales borgoñones, que se habían disfrazado tenuemente bajo podía haber admitido la partición de Italia entre ella y Francia, si ¡a unión de las coronas de Castilla y Aragón con la potencia Habsburgo-Valois, producida en 1516 d. de C., no se hubiera resuelto en la subordinación de los intereses de España a los intereses borgoñones, en la política exterior de Carlos V. 1 Desde el 23 de enero de 1516. 2 Desde el 28 de junio de 1519. •' Desde el 5 de enero de 1515. 4 El condado imperial de Borgoña (Franco Condado) fue heredado en 1347 d. de C., por Juana, esposa del conde Luis II de Flandes e hija de otra Juana que había sido esposa del rey Felipe V de Francia e hija del conde Otón IV de Franco Condado. Felipe de Francia se había casado con esta Juana mayor en 1307 d. de C., diez años antes de llegar él mismo al trono de Francia en 1317 d. de C., de manera que el Franco Condado cayó transitoriamente en la posesión de la corona francesa. Luego había pasado a manos del duque Capeto del ducado francés de Borgoña, Otón IV, en 1330 d. de C., por haberse casado éste con Margarita, la hija de juana la mayor y hermana de Juana la menor; después, en 1347 d. de C. fue heredada por Juana la menor, a la muerte del duque Otón IV de Borgoña; y, a través de Juana la menor, fue heredado después por la hija de ésta, Margarita, a la muerte, acaecida de 1384 d. de C., del conde Luis II de Flandes, marido de Juana la menor y padre de Margarita.

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una máscara imperial habsburga, no terminó empero en la reunión de estas dos ramas de la casa de Francia que, en las circunstancias políticas del mundo occidental de la época, habría llevado consigo una reunificación política de la cristiandad occidental, bajo el gobierno ecuménico de un resucitado imperio carolingio; y al demostrar que era por lo menos una "pugna no decisiva" si no "moderada",1 esa primera fase de una serie rítmica de guerras occidentales modernas y postmodernas, justificaba la inauguración de un equilibrio de potencias que abarcara todo el mundo occidental,2 si el valor de ese recurso político ha de medirse por su capacidad de obtener la máxima descentralización política y el máximo grado de diversidad cultural, al precio mínimo de fricciones políticas y conflictos militares. Después, a medida que las ulteriores fluctuaciones de este equilibrio occidental moderno seguían su rítmico curso, continuaron en general sirviendo los intereses de un homo Occldentalis que era al propio tiempo el causante y la víctima de aquéllas, si nos es lícito ver un índice de los beneficios de esas fluctuaciones en el concomitante crecimiento del número de grandes potencias participantes que, de dos que eran en vísperas de la abdicación de Carlos V en 1555-6 d. de C., se habían elevado a ocho, en el momento de estallar la guerra de 1914 d. de C. En el curso de esos tres siglos y medio, el número de las grandes potencias del mundo occidental había ido creciendo gradualmente. Se elevó de dos a tres, en virtud de la división de la potencia HabsburgoValois borgoñona, en una monarquía Habsburgo española y una monarquía danubiana de los Habsburgo, después de la abdicación de Carlos V, producida en 1555-6 d. de C.,3 y luego durante el primero de los ciclos regulares de guerra y paz de esta serie (currebat 1568-1672 d. de C.), el número volvió a elevarse de tres a cinco, por la triunfante autoafirmación de los Países Bajos Septentrionales Unidos —que se 1 Véase Gibbon, E.: The History of íhe Decline and Fall of the Román Empire, cap. xxviii, ad finem: "Observaciones generales sobre la caída del imperio romano en Occidente." 2 Un equilibrio de fuerzas local, que abarcaba los estados-ciudades del norte y centro de Italia, ya se estaba dando durante el cuarto de milenio que iba desde la muerte del sacro emperador romano Federico II, acaecida en 1250 d. de C., hasta la invasión de Italia por el rey Carlos VIII de Francia en 1494 d. de C. 3 El primer paso dado hacia la construcción de la monarquía danubiana de los Habsburgo se dio ya en 1522 d. de C., cuando, en virtud de un tratado firmado en Bruselas el 7 de febrero de aquel año, Carlos V dio a su hermano Fernando la regencia sobre las posesiones hereditarias de la casa de los Habsburgo. El segundo paso se dio en 1526 d. de C., cuando las coronas de Hungría y Bohemia fueron conferidas a Fernando, después de la desastrosa derrota que los húngaros sufrieron trente a los osmanlíes en Mohacz (véase II. II. 186-9). Se dio el tercer paso cuando femando fue elegido sacro emperador romano, para suceder a Carlos V, el 28 de febrero de 1558 d. de C. hac existencia separada de una monarquía española de los Habsburgo puede en *ESe íemontar a i55<í d. de C., momento en que Felipe II sucedió a Carlos V de tUJ?3"? y en Ios dominios borgoñones, que quedaron reducidos n la condición ^pendencias españolas.

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habían desmembrado de la monarquía española- • y de una Suecia que se había separado de la monarquía danesa. Durante el segundo de estos tres ciclos regulares (currebat 1672-1792 d. de C.), el número de grandes potencias amenazó caer tan verticalmente como había subido durante el ciclo anterior; pues ahora España, así como los Países Bajos y Suecia se mostraron incapaces de afrontar el curso de los acontecimientos, en tanto que la división producida en el siglo XVI de la potencia de los Habsburgo en una rama española y una rama austríaca estuvo a punto de quedar neutralizada en el siglo XVIH por la unión de la monarquía española con Francia para crear una potencia borbónica que, en manos de Luis XIV, habría sobrepasado a todas las otras potencias del mundo occidental tan vigorosamente como la casa Habsburgo unida había sobrepasado a su rival francesa antes de la abdicación de Carlos V. Sin embargo, ninguna de estas posibilidades se materializó; en efecto, el reemplazo de una dinastía Habsburgo por una dinastía Borbón en Madrid no abolió,1 después de todo, los Pirineos. La España borbónica permaneció por lo menos tan separada de la Francia borbónica después de 1713 d. de C. como lo había estado la España de los Habsburgo, a partir de 1556 d. de C. de la Austria de los Habsburgo; y las bajas sobrevenidas entre las potencias que habían sido grandes, fueron cubiertas por otras potencias. El Reino Unido de Inglaterra y Escocia ocupó el lugar de los Países Bajos Unidos, que se habían agotado al ganar la guerra general de 1672-1713, en la que fueron los protagonistas de una coalición antifrancesa; Prusia ocupó el lugar de Suecia, que se había agotado en la guerra septentrional de 1700-21 d. de C.; y si bien la España del siglo xvni, que logró mantenerse independiente, no consiguió empero tornar a convertirse en una gran potencia, esa brecha abierta en las filas de las grandes potencias del mundo occidental fue ocupada por una Rusia cristiana ortodoxa que, en su decisiva victoria sobre Suecia, demostró hasta qué punto había asimilado los elementos de la civilización occidental, en todo caso en el plano militar. Durante el tercer ciclo (currebat 1792-1914 d. de C), un número que había permanecido constante durante los siglos xvn y xvni, en la cifra de cinco, se elevó una vez más, ahora de cinco a ocho, en virtud de las sucesivas adiciones de una Italia unida, los Estados Unidos de Norteamérica y un Japón occidentalizado. La Italia del siglo xix alcanzó la estatura de gran potencia, que habían alcanzado la Holanda y la Suecia del siglo xvii. El Japón del siglo xx conquistó sus galones al derrotar a Rusia, así como la Rusia del siglo xvm había conquistado los suyos al derrotar a Suecia. Los Estados Unidos surgieron en virtud de una división del imperio británico producida en el siglo xvm, que tuvo el efecto de hacer de una gran potencia dos grandes potencias, del mismo modo que la división de la potencia de los Habsburgo después de la 1 Según Voltaire: Le Siécle de Louis XIV, cap. xxvor. "II n'y a plus de Pyrénées" fue el comentario que hizo Luis XIV, cuando su nieto subió al trono de España en 1700 d. de C.

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abdicación de Carlos V, aunque los Estados Unidos se separaron del imperio británico por la fuerza de las armas, con la que Suecia y los Países Bajos Unidos habían conquistado su independencia respecto de Dinamarca y España, y no mediante el pacífico y amistoso proceso en virtud del cual la monarquía habsburga danubiana y española se había dividido.1 De suerte que en vísperas del estallido de la guerra general de 1914-18 d. de C., que iba a inaugurar el cuarto ciclo regular de la serie, parecía, a la luz de la experiencia de los trescientos cincuenta años pasados, que el equilibrio de las fuerzas del mundo occidental había asegurado su propia permanencia por tiempo indefinido, al aumentar progresivamente el número de las bases en que descansaba, hasta llegar a hacerlo seguramente en ocho pilares, en lugar de en dos. Y esta apariencia de seguridad se acrecentaba por el espectáculo de una serie de palos del juego de bolos, que se levantaban entre los pilares mayores; pues el aumento del número de las grandes potencias en el sistema occidental de relaciones internacionales entre 1556 d. de C. y 1914 d. de C., estuvo acompañado, pan passu, por un aumento del número de "estados-tapones" a los que las mutuamente frustradoras envidias de grandes potencias rivales que los rodeaban habían otorgado una independencia que esos pigmeos no habrían podido conquistar o mantener por la fuerza de sus propias armas. Tales "estados-tapones" surgieron y sobrevivieron en la medida en que las presiones equilibradas, que sus poderosos vecinos ejercían entre sí, crearon y conservaron aquí y allá algún rincón o grieta en que un estado menor, militarmente impotente, podía anidarse y florecer como esas plantas que crecen en medio de las rocas, en un intersticio que presentan las ásperas caras de peñascos sin labrar, 2 en el muro de una construcción ciclópea. Por ejemplo, los Estados Unidos en su infancia militar y política pudieron conquistar la independencia en la guerra de 1775-83 d. de C. gracias a una transitoria neutralización de la potencia marítima, britá1 El primer paso que dieron los Estados Unidos para elevarse a la condición de gran potencia fue emanciparse en la guerra de la revolución de 1775-83 d. de C.; el segundo paso consistió en el desarrollo de su fuerza potencial, mediante la adquisición política y la explotación económica de un territorio transcontinental (estadio correspondiente a la expanden geográfica de la potencia danubiana de los Habsburgo, a partir de 1526 d. de C.); el tercer paso fue el mantenimiento de !a Unión por la fuerza de las armas en la guerra civil dei86i-5 d. de C. (la guerra de los treinta años de 1618-48 d. de C., fue en la historia de los Habsburgo la replica de este Paso); el cuarto paso fue la victoria que obtuvieron los Estados Unidos en la guerra hispano-norteamericana de 1898 d. de C., que sacó a los Estados Unidos |j? un aislamiento político que habían mantenido desde 1783 d. de C. y que les "I2o contraer compromisos en ultramar. 2_ La creación de estados menores como productos accesorios de la presión ejercida rec¡procamente por las grandes potencias rivales, cuando esas presiones se neutralizan a otras, es un resultado del equilibrio del poder, que ya consideramos en este s*udio con motivo del surgimiento de los estados-ciudades de la Italia septentrional K¡uei?tra'' en un intersticio abierto entre el Sacro Imperio Romano y el papado a,et>randino (véase III. ni. 366-7; IV. IV. 546; y pág. 168, tnfra).

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nica por obra de la potencia marítima francesa, y pudieron luego extender sus dominios hacia el oeste, a través del continente, al asegurarse los derechos sobre la cuenca del Mississippi, en virtud de la adquisición de Louisiana, la cual pudo verificarse gracias a la superioridad de la potencia marítima británica sobre la potencia marítima francesa en la guerra general de 1792-1815 d. de C., circunstancia que había hecho imposible a Napoleón entregar a Francia un territorio transatlántico que él obligara a España a devolverle en el papel. A su vez, las repúblicas latinoamericanas debieron su independencia a la desconfianza recíproca que alimentaban las potencias europeas continentales, circunstancia que movió a Gran Bretaña a cooperar con los Estados, al respaldar tácitamente con su poder marítimo la doctrina del presidente Monroe, declarada el 2 de diciembre de 1823, para asegurarse de que las insurrecciones producidas en el imperio americano español contra la corona española no terminaran con el restablecimiento del gobierno español impuesto por las armas y bajo la égida de las potencias de la Santa Alianza. La doctrina Monroe sostenía que las comunidades americanas que habían declarado y mantenido su independencia no debían volver a caer bajo la fiscalización de ninguna potencia europea; y puesto que en esa época no había ninguna gran potencia en el sistema occidental de relaciones internacionales que no estuviera situada en Europa, la doctrina Monroe equivalía a declarar que ninguna gran potencia debía aprovecharse del desmigajamiento del imperio español de las Américas. Y porque los Estados Unidos no estaban aún en condiciones o no estaban aún dispuestos a desempeñar el papel de una gran potencia en el reñidero europeo de la política occidental,1 las grandes potencias de la época admitieron que los Estados Unidos adquirieran en 1803 d. de C., Louisiana de Francia, que vetaran en 1823 d. de C., la entrada de cualquier gran potencia en el vacío político creado por el colapso del gobierno español en las Américas, y que se anexaran la orilla septentrional de los antiguos dominios españoles en Norteamérica, desde Texas a California inclusive, después de librar una victoriosa guerra de agresión —en 1846-7 d. de C.— contra el estado sucesor local del imperio español, Méjico. El principio teórico establecido de esta manera por primera vez en la historia occidental respecto de las Américas hubo de aplicarse en el Cercano y Medio Oriente, cuando, después de la guerra general de 1792-1815 d. de C., "la cuestión oriental" vino a entretejerse con las urdimbres más antiguas de la diplomacia occidental. El desmembramiento del imperio otomano, lo mismo que el desmembramiento del imperio español creó un vacío político que habría sido peligroso para la conservación de la paz si las grandes potencias hubieran entablado una lucha por recoger los despojos otomanos con miras a su propio 1 En el mensaje en que el presidente Monroe advertía a las grandes potencias que se abstuvieran de intervenir en los antiguos dominios españoles de las Américas, el presidente puso cuidado en asegurarles, al mismo tiempo, que la política de losj Estados Unidos respecto a Europa era la de una benévola no intervención.

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engrandecimiento; y precisamente porque ese peligro de perturbar el equilibrio existente habría sido imposible de conjurar por medios menos drásticos que el de recurrir a la guerra, quedó prudentemente eludido mediante la concertada aplicación en el Cercano Oriente de un equivalente de la doctrina Monroe, que no fue menos eficaz por el hecho de que no se lo enunciara explícitamente. La medida de la eficacia de esta tácita doctrina Monroe aplicada al Cercano Oriente está dada por la diferencia que hay entre las respectivas suertes que corrieron los territorios que perdió el imperio otomano después del año 1815 d. de C. por una parte y antes de esa fecha, por- otra parte. En tanto que las pérdidas territoriales sufridas por el imperio otomano entre 1815 d. de C. y la débácle final de 1918 d. de C., fueron mucho más amplias que las pérdidas sufridas entre el cambio de marea en las relaciones otomano-occidentales producido en 1683 d. de C. y el fin de la guerra general occidental de 17921815 d. de C., la cantidad de territorio ex otomano que pasó a depender de la soberanía de grandes potencias occidentales u occidentalizadas, en el curso del último de estos dos períodos, era insignificante, comparada con la extensión de las adquisiciones que realizaron las mismas potencias a expensas del imperio otomano, entre 1683 d. de C. y 1815 d. de C. Después de 1815 d. de C., las únicas adquisiciones que realizaron las grandes potencias a expensas directas del imperio otomano t fueron los pequeños distritos caucasianos de Ajaltziki y Ajalkalaki, que quedaron sometidos a la soberanía de Rusia, después de la guerra ruso-turca de 1828-9 d. deC., 2 y las adquisiciones de Kars-Ardahan-Batum, Bosnia-Herzegovina, y Chipre, por parte de Rusia, Austria-Hungría y Gran Bretaña respectivamente, después de la guerra ruso-turca de 1877-8 d. de C. Todos los otros territorios que perdió el imperio otomano después de 1815 d. de C. pasaron a convertirse en los estados nacionales de Grecia, Servia, Rumania, Bulgaria y Albania. La monarquía de los Habsburgo ni siquiera volvió a apropiarse de la Servia septentrional ni de la Valaquia occidental, que había poseído desde 1718 d. de C. a 1739 d. de C. En cambio, los territorios que perdió el imperio otomano entre 1683 d. de C. y 1815 d. de C.y fueron todos adquiridos por una u otra de las dos grandes potencias vecinas del sistema occidental. Entre esas dos fechas la monarquía danubiana de los Habsburgo adquirió toda la porción otomana de Hungría y Croacia, conjuntamente con la Bukovina, y Rusia adquirió todo el Hinterland septentrional y nororiental del Mar Negro, 1 Los territorios del norte de África que Francia y Gran Bretaña redujeron respectivamente a su fiscalización entre 1830 d. de C., fecha del comienzo de la conquista francesa de Argelia, y 1881-2 d. de C., que vio el establecimiento de un Protectorado francés en Túnez y la ocupación militar británica de Egipto, ya habían Cejado de ser otomanos de jacto, aunque eran aún otomanos de jure. 2 Véase IX. VIH. 141, n. 2. 3 La Morea, que Venecia conquistó al imperio otomano en 1684 d. de C. fue '«conquistada en 1715 d. de C.

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desde la orilla oriental de Pruth hasta la orilla meridional del Rion, que antes había estado bajo soberanía otomana. Estos racimos de estados menores recientemente creados en los bordes americano y del Cercano Oriente del mundo occidental, no eran empero productos accesorios del equilibrio de fuerzas políticas occidental tan notables como los estados de pequeño calibre que surgieron o sobrevivieron más cerca del centro del sistema, donde la presión política era más intensa. Aquí el ejemplo clásico estaba dado por el éxito con que desde 1667 d. de C. a 1945 d. de C. coaliciones de potencias impidieron primero a Francia y luego a Alemania que adquirieran los Países Bajos meridionales, al tomar las armas para conservar la soberanía de España, Austria y Bélgica sucesivamente sobre ese pequeño pero estratégicamente importante territorio. Una correspondiente derivación del equilibrio europeo permitió a Portugal en el siglo xvn separarse de España, con lo que Portugal se anticipó a la obra que cumplieron los países americanos españoles en el siglo xix y permitió a la misma España, así como a los Países Bajos Unidos y a Suecia, conservar en el siglo xvm la independencia, después de haber salido de las filas de las grandes potencias. En vísperas de la guerra general de 1914-18 d. cíe C., que iba a iniciarse con la no provocada violación por parte de Alemania de la neutralidad de Bélgica, la existencia de nueve pequeños estados neutrales de la Europa occidental —los tres Países Bajos, los tres países escandinavos, los dos países ibéricos y Suiza— parecía un augurio aún mejor del futuro mantenimiento del equilibrio europeo que la existencia en la misma época de ocho grandes potencias mundiales. De manera que en el momento en que el equilibrio de las fuerzas políticas occidentales duraba ya más de cuatro siglos, el aspecto internacional presentaba una apariencia engañosamente promisoria. Aun cuando, como lo profetizaban los publicistas más sensacionales de fines del siglo xix y principios del xx, la monarquía danubiana de los Habsburgo que había prolongado la vida al pactar con el nacionalismo magiar en el Ausgle'tch austrohúngaro de 1867 d. de C., se desmembrara, así y todo —después de la muerte del venerable rey-emperador Francisco José— bajo la presión de movimientos nacionales eslavos que el acuerdo parcial de 1867 d. de C. había dejado insatisfechos, podía esperarse que las consecuencias de la deba.de danubiana local en el sistema general de relaciones internacionales del mundo occidental fueran tan sólo reducir el número de las grandes potencias de ocho a siete. En 1912 d. de C, ni siquiera al profeta más osado se le habría ocurrido predecir que en 1952 d. de C., el número quedaría reducido, como realmente quedó, de la cifra de ocho que había alcanzado en el paso del siglo XIX al siglo XX, a la cifra de dos, que había tenido entre 1519 d. de C. y 1556 d. de C.; ] y sin embargo esa 1 La potencia indivisa de los Habsburgo, que Carlos V había mantenido unida antes de su abdicación producida en 1535/6 d. de C., se le había venido a las manos

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drástica reducción se había verificado en el término de treintidós años, que iban desde 1914 d. de C. a 1945 d. de C. inclusive. El desmigajamiento de la monarquía danubiana, resultado de la guerra general de 1914-18 d. de C., no fue sino la primera de una media docena de bajas. Después de la guerra general de 1939-45 d. de C., la Alemania prusiana que, de esfuerzo en esfuerzo, estuvo por dos veces en el término de una generación a punto de conquistar el mundo, se encontraba no sólo postrada sino dividida, con su frontera oriental llevada hacia el oeste hasta la línea en que la había tenido ochocientos años antes.1 En el destino asirio de Alemania, un profeta israelita habría visto el juicio de Dios sobre los crímenes asirlos de Alemania, que habían consistido en afligir a la humanidad por dos veces en una generación con los horrendos sufrimientos de una guerra general y en violar a sangre fría, en el curso de sus dos orgías de agresión, la neutralidad de siete de aquellos nueve estados menores de la Europa occidental, cuya exención de la contribución de sangre —que era el precio para ingresar en el elenco de las grandes potencias— había sido la piedra de toque de la dignidad moral de un sistema occidental reciente de relaciones internacionales. Los crímenes más leves cometidos por los cómplices de la Alemania nacionalsocialista —Italia y Japón— recibieron castigos más suaves; pero la muerte, que había sido asimismo el destino de las otras grandes potencias que con no menor culpabilidad intervinieron en las guerras generales occidentales de 1914-18 d. de C. y 1939-45 d. de C., no podía explicarse ni interpretarse tan convincentemente como los gajes del pecado.2 Gran Bretaña y Francia, lo mismo que Italia y Japón, no pudieron afrontar el curso de los acontecimientos, así como no habían podido hacerlo doscientos años antes ni los Países Bajos ni Suecia, aunque el imperio británico, lo mismo que la Alemania prusiana, había ido creciendo, durante los doscientos años que terminaron en 1914 d. de C., hasta alcanzar una altura en que esas dos potencias habían conseguido eclipsar a todas las demás, en tanto que Francia había mantenido la misma posición de preeminencia desde 1648 d. de C. a 1815 d. de C. En 1952 d. de C., la Unión Soviética y los Estados Unidos de América eran las dos únicas grandes potencias que se mantenían erguidas; y desde un punto de vista estratégicopolítico, las respectivas posiciones de esas dos potencias, una frente a la otra, recordaban las de Francia y la potencia de Habsburgo borgoñona, unos cuatrocientos años antes. En una arena que en el ínterin se había extendido más allá de los límites de la Europa occidental hasta hacerse coextensiva con toda la os estadios durante los años 1515-19 d. de C. El 5 de enero de 1515,

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superficie del planeta, el premio de la lucha que parí passu se había extendido más allá de los límites de Italia, hasta llegar a abarcar todo el Viejo Mundo fuera de los límites cíe los actuales dominios de Rusia, estaba siendo librada en 1952 d. de C, entre una Rusia que gozaba de las ventajas de las líneas interiores del compacto territorio metropolitano y del gobierno autocrático centralizado —ventajas de que otrora gozara Francia— y unos Estados Unidos, cuya abrumadora superioridad en el conjunto de fuerzas teóricas, cuando los haberes de sus dependencias y de sus propios aliados se sumaban a los suyos propios, quedaba en la práctica muy neutralizada, como las fuerzas del conde-rey-emperador Carlos V, por las responsabilidades que esos haberes comportaban y por la amplia dispersión de los diseminados territorios y poblaciones cuyos recursos América debía defender para poder contar con ellos. En el siglo xx era más fácil para Rusia, como lo había sido para una Francia del siglo xvi, tomar al adversario por sorpresa, atacando súbitamente en diversas direcciones, que para los Estados Unidos movilizar sus propias fuerzas y las de sus amigos en la ardua tarea de contener al adversario en todo el trayecto de una línea de circunvalación que, en su escala, era proporcionada en sus dimensiones a la línea que Carlos V se había propuesto mantener. Las circunstancias políticoestratégicas del enfrentamiento de dos grandes potencias y sólo de dos, eran pues más o menos las mismas área 1952 d. de C. y área 1552 d. de C. Sin embargo, en estas circunstancias geográficamente análogas, las esperanzas de vida del equilibrio de las fuerzas políticas occidentales eran, por razones ideológicas, decididamente menos promisorias en el siglo xx que en el siglo xvi. Si la división del poder del mundo occidental entre no más de dos competidores durante los años 1519-55 d. de C. hubiera terminado, no en un aumento del número de las grandes potencias, sino en la reducción de una dualidad a la unidad, lo más probable es que esa unificación se hubiera llevado a cabo mediante las negociaciones de un oportuno matrimonio dinástico; y aun cuando algún desvío de la diplomacia matrimonial hubiera hecho imposible evitar la bárbara alternativa de la unificación mediante la fuerza de las armas, la guerra unificadora habría sido, aun así, moderada, como aquellas "luchas no decisivas" en virtud cíe las cuales el número de las grandes potencias fue no disminuyendo sino aumentando en el curso que siguió la historia durante los tres siglos y medio que van de 1556 d. de C. a 1914 d. de C. Los Valois franceses reales y los Valois borgoñones imperiales estaban divididos tan sólo por una rivalidad dinástica, que podía haberse eliminado sin dolor con un matrimonio, y casi sin dolor, con una conquista. No estaban separados los unos de los otros por un infranqueable abismo de credos o prácticas religiosos o ideológicos incomparables, tal como el que en 1952 d. de C. se abría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Verdad es que el punto de diferencia ostensible que había entre la Weltanschauung y estilo de vida rusos del siglo xx y la Weltans-

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chewiing y estilo de vida norteamericanos del siglo xx, no era insuperable, pues evidentemente las dos potencias se hallaban en conflicto sobre la cuestión de la proporción en que la empresa económica privada y la empresa económica pública debería estar, en una sociedad predominantemente industrial; y ésta era una cuestión a la que no podía .responderse de manera absoluta con un "correcto o equivocado" o con un "sí o no", sino con un conjeturable y adaptable "más o menos". En cada fase de cada civilización conocida por la historia, la economía siempre fue una combinación de empresa pública y de empresa privada, en proporciones que variaban continuamente en respuesta a cambios producidos en las circunstancias sociales; la determinación de la mezcla mejor para satisfacer las necesidades prácticas de un determinado tiempo y de un determinado lugar era una cuestión, no de principios que concernieran a los fundamentos religiosos de la vida, sino de oportunidad en cuanto a regular la superficie económica de la vida; de manera que si esto fuera todo lo que estaba en conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en 1952 d. de C., tal conflicto no tendría por qué ser más trágico que la reyerta surgida entre la rama local borgoñona y la rama real francesa de la casa de Valois. El duelo de 1952 d. de C. era más formidable que el duelo de 1552 d. de C. porque en 1952 d. de C. el ostensible conflicto económico, que en sí mismo no era más grave que el conflicto dinástico, encubría un conflicto moral entre los principios y prácticas de una autocracia totalitaria por un lado y los de una democracia parlamentaria por otro, en el cual la aún no respondida cuestión utrorum ad regna cadendum ómnibus humanis esset terraque manque i era una cuestión de vida o muerte para toda criatura humana. De manera que el retorno del número de las grandes potencias que ocupaban la arena internacional occidental en los últimos tiempos, de una cifra máxima de ocho a la cifra anterior de dos, al cabo de unos cuatrocientos años en que el equilibrio se mantuvo precariamente entre un número mayor de gladiadores, indicaba que el ritmo cíclico que era la primera ley que gobernaba este equilibrio internacional de fuerzas políticas estaba él mismo gobernado por una ley más trascendente, que condenaba este sistema a la mortalidad, así como las vueltas que mantienen transitoriamente en equilibrio un trompo, están sometidas a un movimiento de oscilación, que lo inclina, en cada vuelta, cada vez más hasta que por último el trompo se detiene y cae a tierra. Este diagnóstico quedaba confirmado por otros síntomas, que apuntaban en el mismo sentido que la drástica reducción del número de las a n e s potencias producida entre 1914 d. de C. y 1945 d. de C. odos esos síntomas tomados en conjunto, indicaban que el ritmo Lucrecio: De Rerum Natura: Libro III, versos 836-7.

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cíclico que había mantenido el equilibrio político durante los capítulos moderno y postmoderno de la historia occidental iba acompañado por un movimiento secular que tendía permanentemente a producir una eventual destrucción del equilibrio inestable, entre una pluralidad de estados parroquiales, y a reemplazar ese equilibrio por un régime ecuménico, por lo menos transitoriamente estable, en el que el poder político era un monopolio administrado desde un único centro. En el plano político, que era el campo de los ciclos de guerra y paz, así como en el plano económico de "momentos de prosperidad" y "momentos de bancarrota", la fuerza de esa tendencia secular hacia la integración estaba indicada por la incapacidad de contrarrestarla que mostraba una concomitante tendencia hacia la expansión geográfica. En 1952 d. de C., la extensión mundial de los tentáculos del sistema de economía industrial occidental, que había tenido su epifanía en Gran Bretaña durante las últimas décadas del siglo XVHI, corría pareja con el fenómeno por el cual todos los estados que aún sobrevivían en la superficie del planeta se habían visto atraídos a un sistema occidental de relaciones internacionales que tuvo su epifanía en la última década del siglo xv, como un torbellino político europeo occidental local creado alrededor del núcleo de un cosmos medieval tardío de estados-ciudades de Italia. En 1952 d. de C., el premio que se disputaban los Estados Unidos y la Unión Soviética era nada menos que el dominio de todos los otros países habitables y de todas las vías aéreas y marítimas del globo; y la guerra general de 1939-45, ya era "global" y no tan sólo "europea"; pues en esa guerra los campos de batalla no se limitaron a una Lombardía y una Flandes que fueran los reñideros de las guerras occidentales recientes, en su preludio y en sus tres primeros ciclos regulares (currebant 1494-1914 d. de C.), ni se limitaron tampoco a la más amplia arena europea continental de la guerra general de 1914-18 d. de C., cuyo frente occidental se extendía desde el Mar del Norte a los Alpes y cuyo frente oriental se extendía desde el Báltico a los Cárpatos. La guerra general de 1939-45 d. de C. fue una guerra literalmente "mundial" en la que el campo de batalla que comprendía Europa, el Mediterráneo y el Atlántico oriental tenía la misma importancia que otro campo de batalla que comprendía el Pacífico occidental y el Lejano Oriente. Esta integración producida en el siglo xx de todas las relaciones internacionales del globo en un único sistema, cuyo centro era el equilibrio de las fuerzas políticas que se había originado en la Europa occidental y que luego progresivamente había abarcado en el campo de su atracción magnética el resto de la superficie de la tierra, mostraba agudo contraste con la configuración del campo de fuerzas de capítulos anteriores del mismo proceso. El preludio de tal proceso (currebat 1494-1559 d. de C.) no había abarcado regiones más extensas que las que se hallaban en la competición por obtener la hegemonía sobre Italia, que se disputaban las nacientes grandes potencias de las provincias transalpina y transmarina de la Europa occidental; y hasta

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Flandes no fue sino un teatro secundario de operaciones • militares, aunque las dos grandes potencias de la época limitaban allí una con otra, sin que en ese frente estuvieran aisladas por ningún vacío político o estado-tapón. La guerra civil empeñada entre católicos y protestantes en Francia (gerebatur 1562-1598 d. de C.) siguió su curso más o menos independientemente de la contemporánea guerra civil librada entre holandeses y españoles de la monarquía Habsburgo española (gerebíttur 1568-1609 d. de C.). La guerra civil de Inglaterra (gerebatur 1642-8 d. de C.) análogamente siguió su propio curso, sin verse envuelta en la contemporánea guerra civil del Sacro Imperio Romano (gerebatur 1618-48 d. de C.). Las Américas y las Indias fueron llevadas al torbellino principal de las guerras occidentales sólo en el curso del primer ciclo regular (currebat 1568-1672 d. de C.); y aunque durante el segundo ciclo regular (currebat 1672-1792 d. de C.) las decisivas operaciones militares verificadas en los campos de batalla flamencos y lombardos estuvieron habitualmente acompañadas por "operaciones laterales" en Norte América y en la India continental, donde intervenían los mismos beligerantes, la sincronización de los conflictos locales en los teatros de la guerra europeos occidentales y de ultramar, no era aún exacta. Las más veces, las campañas realizadas en suelo americano e indio durante el siglo xvm comenzaron antes o después y terminaron antes o después que las correspondientes campañas de la Europa occidental, de suerte que hubo años en que Francia y Gran Bretaña estuvieron en guerra en Europa, mientras mantenían la paz en ultramar, o inversamente se hallaban en guerra en ultramar, mientras permanecían en paz en Europa.1 En cuanto a las guerras que los estados del borde oriental del mundo occidental libraban con la potencia cristiana ortodoxa moscovita, en el Hinterland del Báltico, y con la potencia musulmana iránica otomana en la cuenca del Danubio y del Mediterráneo, tales prolongaciones de las Cruzadas se verificaron primero con virtual independencia de las luchas fratricidas que mantenían entre sí las potencias occidentales. El paso que dio Francia en 1534-6 d. de C.2 para restablecer el equilibrio 1 Por ejemplo, en la guerra general de 1672-1713 d. de C., los respectivos años de guerra fueron 1672-8, 1688-97, 1702-13 en la Europa occidental; 1690-7, 1702-10 en Norte América. En el epílogo de la guerra general de 1672-1713 d. de C, los respectivos años de guerra fueron 1733-5, 1740-8, 1756-63, en la Europa occidental; 1744-63, 1775-83, en Norte América; 1746-9, 1750-4, 1758-61, 1778-83, en la India. _ Esta sincronización de los conflictos locales continuó siendo inexacta en el tercer ciclo regular (currebat 1792-1914 d. de C.). En la guerra general de 1792-1815 **• de C., los respectivos años de guerra fueron: 1792-1802, 1803-14, 1815, en Europa; i8i2-r4 en Norte América; 1799-1805, 1816-18, en la India. En el epílogo °e la guerra general de 1792-1815 d. de C., los respectivos años de guerra fueron: 1848-9, 1859, 1864, 1866, 1870-1, en Europa; 1861-7, en Norte América (teniendo en cuenta la expedición francesa a Méjico de 1862-7); 1838-42, 1843, 1845-6, 1848-9, 1857-9, 1878-81, en la India; 1839-41, 1853-6, 1875-8, 1882, en el Cercano úñente y el Medio Oriente. En mayo de 1534, Francia celebró un tratado con el corsario otomano Jair-ad-Din

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entre ella misma y la potencia de los Habsburgo dallarse con el adversario otomano de los Habsburgo era una aplicación obviamente expeditiva del racional arte político maquiavélico que escandalizó al contemporáneo público cristiano occidental, incluso a los propios franceses, de manera tal que Francia no siguió adelante por ese camino, a pesar de la importancia de las ventajas políticas y militares que podía obtener de ello y a pesar de los extremados apuros en que se veía en aquel momento; i y todavía en 1664 d. de C, Luis XIV dio preferencia a los intereses ecuménicos cíe la cristiandad occidental sobre los intereses parroquiales de Francia, cuando permitió que voluntarios franceses acudieran a ayudar a una potencia occidental rival, en la forma de la monarquía danubiana de los Habsburgo, para contener una invasión otomana cuyo éxito habría sido ventajoso para Francia desde un punto de vista maquiavélico.2 Francia no explotó, como pudiera haberlo hecho, la situación apurada de la potencia de los Habsburgo, que estaba empeñada en una guerra de frontera, en defensa de la cristiandad occidental, con los osmanlíes, así como en una lucha de familia de los Habsburgo con Francia; y gracias a esa abstención francesa, ya fuera deliberada, ya fuera inadvertida, 3 la monarquía danubiana de los Habsburgo, durante los siglos xvi, xvu y xvín, habitualmente consiguió evitar luchas simultáneas en su frente francés y en su frente otomano. Rusia siguió la misma política de limitar sus responsabilidades militares a un solo frente, una vez que .intervino en el equilibrio de fuerzas políticas occidental, en el paso del siglo xvn al xvín; y, hasta después de terminar la guerra general de 1-792-1815 d. de C., aislar del torbellino de la frontera que separaba la. cristiandad occidental y el imperio otomano, del torbellino interior del mundo occidental, demostró habitualmente ser una política práctica.. "La cuestión oriental" comenzó a introducirse en el equilibrio europeo sólo cuando el^ fracaso de Napoleón, que no consiguió extender ed dominio francés sobre los restos Barbarroja; en febrero de 1536 firmó con la Puerta un tratado comercial que servía para disimular una alianza política. 1 Véase Fueter E.- Geschichte des Eiriropaischen Staatensystems von i492'1>59 (Munich y Berlín 1919, Oldembourg), t^ágs. 47-49- No hubo continuación alguna de las operaciones navales combinadas fra. !n cootomanas de 1543-4 d. de <~., auraim las que una flota otomana se alojó en la base naval francesa de Tolón. 2 Una fuerza expedicionaria francesa regular, así como una multitud de voluntarios franceses, acudieron para ayudar a lo >s venecianos en 1668-9 d. de C., durante la última fase del sitio de Candía; pero es^te apoyo que los franceses dieron a Venecía contra los osmanlíes era menos meritorio que el apoyo que los franceses dieron a la monarquía danubiana contra los mism-ios asaltantes, atendiendo al hecho de que Venecia, a diferencia de la monarquía > danubiana, no podía ser considerada por Francia en esa época como una potencia^ rival, mientras que por otra parte, los franceses podían esperar, sí su intervencdón contra los osmanlíes hubiera tenido éxito, que recogerían la herencia de Vesnecia, por lo menos en un resto de los dominios que ésta tenía en Creta. 3 Según Fueter, op. cit., pág. 48, ni Venecia ni ningún otro estado de la comunidad occidental mostró consideración alguna por la monarquía danubiana de los Habsburgo, en retribución por el servicio público que este estado-marca antiotornano estaba prestando a la cristiandad acddenctal en general.

de un cosmos de estados-ciudades medievales a todo el mundo moderno occidental y occidentalizado,1 dejó a una Rusia victoriosa y a'una Gran Bretaña victoriosa en libertad de rivalizar entre sí en el Cercano Oriente y el Medio Oriente. El torbellino formado alrededor de la frontera que separaba la cristiandad occidental y la cristiandad ortodoxa rusa no llegó a fundirse completamente con el torbellino del interior del mundo occidental, ni siquiera a más de cien años después de haber obtenido Pedro el Grande su victoria de Poltava, en 1709 d. de C. sobre Carlos XII de Suecia. No era pues tan sorprendente el hecho de que antes de que Rusia fuera recibida en el seno de la sociedad occidental como resultado de la obra de toda la vida de Pedro, la gran guerra septentrional de 1700-21 d. de C., se librara al margen de la guerra general del mundo occidental de 1672-1713, así como la gran guerra septentrional de 1558-83 d. de C. se había librado al margen de las últimas ondas del preludio (currebat 1494-1568 d. de C.) a una serie occidental de ciclos de paz y guerra, y al margen de las primeras ondas del primer ciclo regular de esta serie (currebat 1568-1672 d. de C.). Era más notable el hecho de que la división de Polonia-Lituania, de 1772-95 d. de C., entre Rusia y dos potencias-marcas orientales del mundo occidental, y hasta la adquisición por parte de Rusia de Finlandia, a expensas del estado-marca escandinavo del mundo occidental, durante la guerra ruso-sueca de 1808-9 d. de C., se hubieran llevado a cabo al margen y no en el centro del sistema occidental de relaciones internacionales. Verdad es que Rusia fue un país beligerante en la guerra de los Siete Años, desde 1756 d. de C. hasta 1762 d. de C., y que al retirarse de esta guerra en 1762 d. de C. puede haber determinado un vuelco en la fortuna de Federico el Grande; sin embargo, la primera guerra general occidental, en la que Rusia desempeñó un papel importante fue la guerra de 1792-1815 d. de C., y aún en esa guerra, sólo en 1812 d. de C. el papel de Rusia llegó a ser decisivo. Por otra parte, desde 1812 d. de C. hasta la guerra de 1939-45 d. de C. inclusive, no hubo ninguna guerra general en el mundo occidental en la que el papel de Rusia no fuera de una importancia capital. Hubo sin embargo, hasta vísperas del estallido de la guerra general de 1914-18 d. de C., algunas guerras locales —libradas en regiones periféricas, sólo recientemente incorporadas a un mundo occidentalizado— que siguieron cursos independientes y propios, al margen del torbellino central de las relaciones internacionales de la sociedad occidental. La guerra ruso-japonesa de 1904-5 d. de C. fue una de ellas: la guerra hispano-norteamericana de 1898 d. de C. y la guerra entre Gran Bretaña y África del Sur de .1899-1902 d. de C. fueron otros dos ejemplos. La expansión geográfica de un sistema de relaciones internacionales, originalmente europeo occidental, a una dimensión mundial, no bastó 1

Véase V. v. 621-44.

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empero para contrarrestar la influencia de una fuerza centrípeta que, a partir de 1914 d. de C. se había hecho sentir al reducirse el número de las grandes potencias de este sistema de ocho a dos. Y esta disminución revelaba una tendencia secular en la historia del equilibrio de fuerzas del mundo occidental a hacer que ese equilibrio inestable que fluctuaba en ciclos reiterados se rompiera eventualmente al convertir una competición en un monopolio. Esa tendencia bien pudiera no ser un rasgo peculiar ni del equilibrio político europeo, ni de los equilibrios políticos en general considerados como una especie de la estructura social genérica representada por un equilibrio de fuerzas entre competidores. "Las experiencias de nuestro tiempo refutan la noción, que estuvo rigiendo el pensamiento de los hombres durante más de cien años, de que un equilibrio de fuerzas entre unidades en libre competición —ya sean éstas estados, organizaciones comerciales, artesanos o lo que se quiera— es un sistema que puede mantenerse en esta condición de equilibrio inestable por tiempo indefinido. Hoy, lo mismo que en el pasado, ese estado de equilibrio de una competición que está libre de las restricciones del monopolio, tiende a pasar a convertirse en una u otra forma de monopolio." i Esa tendencia podía probablemente descubrirse, en última instancia, en el obrar de alguna ley de la dinámica humana que se daba en cualquier terreno en que un equilibrio de fuerzas humanas se había establecido en cualquier plano de la actividad social; cuando el plano de actividad era la política y las partes del encuentro eran estados parroquiales, el modo particular en que operaba esta ley general era una cuestión del conocimiento común. La dificultad de mantener perpetuamente un equilibrio de fuerzas políticas entre estados parroquiales se debía en el fondo al carácter pecaminoso de la naturaleza humana, que constituía la materia prima del arte político. En política, hombres y mujeres que en otros sectores de la vida pueden ser conscientes trabajadores, fieles amigos, y amantes padres, solían comportarse como idólatras hombres de las tribus; y en el culto que rendían a sus ídolos tribales de poder orgullo, pasión, prejuicio y codicia colectivos, eran propensos a transgredir leyes morales que en su vida privada nunca habrían pensado transgredir y a perpetrar crímenes que en su vida privada nunca habrían soñado cometer. Este temperamento inmoral no era un clima psicológico auspicioso para llevar a cabo la delicada y laboriosa tarea de ajustar constantemente un equilibrio en respuesta a constantes cambios producidos en las fuerzas relativas de las partes cuyo poder estaba condenado a cambiar, en virtud de ser aquellas no objetos inanimados sino criaturas vivas. Los miembros de una tribu que sobrepasaban a sus vecinos 1 Elias, N.: Über den Prozess der Zivilisation, vol. u: Wandlungen der Gesellsckaft: Entwurj zu einer Theorie der Zivilisation (Basel 1959, Haus zum Falkcn), pág. 436.

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en cuanto a población, riqueza, técnica u otro elemento constitutivo de poder militar y político, eran propensos a caer en la tentación de aprovechar su relativa ventaja en cuanto a fuerza colectiva para promover a su mayor engrandecimiento; y esas ambiciones colectivas criminalmente pueriles no podían conjurarse mediante medidas contrarias meramente diplomáticas. Cuando las partes cuyos intereses se veían amenazados por el funesto surgimiento de un nuevo Marte en la constelación internacional recurrían al crudo expediente de romper alianzas y al sutil expediente de imponer una disposición general que obligara a todas las grandes potencias por igual a abstenerse de competir por el botín de algún imperio desamparado, no quedaban muchas otras cartas pacíficas en manos del diplomático; en la historia de todo equilibrio de poder político entre estados parroquiales cuyos registros poseemos se comprueba invariablemente que está más allá de los recursos de la diplomacia impedir que el equilibrio quede destruido sin recurrir por lo menos ocasionalmente a una guerra entre estados; y la institución de la guerra, que era ella misma un producto y una expresión del espíritu de tribu, demostró una y otra vez que no era sujetable a disposición y fiscalización racionales, y que cuando se desencadenaba era destructora. La guerra demostró que era fatal, no sólo para un equilibrio político que ella tenía la misión de restablecer, sino también para la civilización, cuyo cuerpo político se intentaba mantener en equilibrio; y este carácter destructor de la guerra no era incidental y propio de su torpeza, sino inherente a su naturaleza misma. Recurrir organizada y colectivamente a la violencia era en verdad un procedimiento tan brutal de intentar restablecer un equilibrio político que, aun cuando solía restablecer ese equilibrio en un lugar, solía determinar un nuevo desequilibrio en algún otro lugar. El diplomático obligado a recurrir a la guerra faute de mieux, se veía en !a desdichada situación de un relojero a quien se hubiera encomendado la tarea de reparar un reloj y que no dispusiera de otras herramientas para realizar su trabajo que un martillo. Pero la guerra era también destructora por su propia esencia, independientemente del uso que pudiera hacer de ella el diplomático; y su carácter destructor tendía a aumentar progresivamente a cada nuevo martillazo. El derecho de peaje exigido por la guerra tendía a elevarse con el paso del tiempo, porque en cualquier sociedad en que la guerra era una institución establecida, el servicio de Marte debía ser la primera carga impuesta a las energías de la sociedad; y el mantenimiento de la competición por medio de la guerra, habiendo fallado la diplomacia, entre estados parroquiales llevaba pues a las potencias militares contendientes a dedicar a la guerra una proporción cada vez mayor de sus fuerzas. Aun cuando una sociedad estuviera todavía en crecimiento, el aumento de las exigencias de la guerra sobrepasaría pues el aumento de la capacidad que la sociedad tenía para satisfacerla; el coeficiente de la contribución de sangre se elevaría con cada mejora

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realizada en la capacidad técnica para movilizar los recursos no humanos y humanos de una sociedad; y aun cuando el creciente esfuerzo de la guerra hubiera producido un colapso social, la sociedad aún beligerante continuará dedicando a la guerra una proporción creciente de una fuerza que ya no continuará creciendo, sino que disminuirá. En un lugar anterior l observamos cómo la civilización helénica seguía este fatal curso durante su desintegración y en ese caso conocemos a qué destino se condenó una sociedad desorbitadamente beligerante. En el curso del tiempo de angustias helénico, las contribuciones exigidas por la guerra se elevaron con el tiempo a un punto en que la sociedad helena debería haber muerto por las heridas mortales que ella misma se había infligido, si la inminente disolución del cuerpo social no hubiera quedado pospuesta (aunque no evitada, en última instancia), como consecuencia de un súbito desquiciamiento del equilibrio de fuerzas. En el mundo helénico y en el curso de los cincuenta y tres años que van de 220 a 168 a. de C., el equilibrio entre los estados parroquiales quedó convertido en un monopolio de poder concentrado en un estado universal, en virtud de una rápida sucesión de "golpes de knock-out", con los que una sobreviviente victoriosa abatió a cuatro de las cinco grandes potencias existentes.2 Este dramático episodio de la historia helénica mostraba una ominosa semejanza con el dramático curso que había seguido la historia occidental a partir de 1914 d. de C.; y los dos procesos arrojaban luz sobre una muerte que parecía el destino inevitable de todos los equilibrios de fuerzas políticas. Mientras los equilibrios de fuerzas políticas se manifiestan, pues, como intrínsecamente inestables y transitorios, es aún más claramente evidente que esos equilibrios no seguirían este curso secular desde su establecimiento original hasta su eventual ruptura, si en el ínterin, y como trompos, no se vieran mantenidos por fluctuaciones rítmicamente alternadas. Por eso nuestra tarea es aquí analizar los caracteres regularmente reiterados de los ciclos, tales como éstos se presentan en la historia occidental moderna, en la historia helénica postalejandrina y en la historia sínica postconfuciana, y someter nuestro análisis a la prueba empírica de identificar las sucesivas manifestaciones de la operación de esta "ley cíclica" de la naturaleza, en una arena internacional occidental, helénica y sínica. Si consideramos el papel preponderante que desempeñó la guerra en cuanto a establecer un equilibrio político entre estados parroquiales, no ha de sorprendernos comprobar que el punto más saliente de una sucesión uniforme de hechos que se repiten en un ciclo reiterado tras otro, es el estallido de una gran guerra en la que una potencia que se adelantó a todas sus rivales realiza intentos tales para obtener el dominio mundial que suscita una coalición contraria de todas las 1 2

En III. m. 168. Véase la cita de Polibio en III. ni. 332-3 y también en IV. iv, 222-6.

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otras potencias que intervienen en ese determinado sistema de relaciones internacionales. De suerte que la tormenta que estalla en la forma de "una guerra general" —como podríamos llamar apropiadamente a una gran guerra en la que interviene el conjunto de las potencias de un determinado sistema— se preparó habitualmente en el curso de un tiempo de bonanza que siguió a la calma de la última perturbación atmosférica anterior. La ruptura de un equilibrio establecido manifestada tan scnsacionalmente en el estallido de una guerra general, suele ser el desenlace de graduales procesos de crecimiento, dcadencia y otras diversas formas de cambio que la vida siempre experimenta en el tiempo. Un equilibrio retrospectivamente establecido para servir como respuesta a una determinada serie de incitaciones ya pasadas, está pues virtualmente condenado, con el pasar del tiempo, a perder cada vez más su relación con los hechos y necesidades, a medida que éstos cambian en el fluir de la corriente del tiempo; cada uno de estos cambios aumenta el creciente esfuerzo por mantener el equilibrio establecido al aumentar la discrepancia que hay entre una organización epimeteica y una realidad prometeica; y mientras por un lado podría alegarse que la consiguiente tensión nunca desencadenaría una guerra general, sino por el desproporcionado aumento de la fuerza relativa de una de las grandes potencias, por otro lado podría también sostenerse que el agresor nunca se habría aventurado a desafiar a sus iguales para obtener el premio del dominio mundial, si no hubiera estado en condiciones de reforzar sus propias fuerzas y de enmascarar el egotismo de sus propias ambiciones, presentándose como el defensor de otras fuerzas que asimismo podían pretender que un anticuado equilibrio ya no les estaba haciendo justicia. La tormenta en que esta tensión acumulada se descarga a veces ulteriormente, estalla sin ningún aviso en un claro cielo. A veces, contrariamente, está precedida por señales premonitorias que son ominosas para observadores que tienen ojos para ver. Un preludio característico de una guerra general es el estallido de guerras menores locales y breves, aunque no es éste un síntoma que se dé invariablemente. Cuando, con este preludio o sin él, estalla una guerra general, su desenlace inmediato suele ser negativamente decisivo, sin ser positivamente constructivo. El resultado directo y sobresaliente es en general la derrota del archiagresor; pero, en este acto del drama el agresor suele quedar transitoriamente frustrado antes que permanentemente atado, o sinceramente convertido, a un estado de espíritu y sentimiento de buena voluntad; y los otros problemas, acaso en última instancia más importantes, que no encontraron solución en la estructura del antiguo orden, suelen quedar ahora arrinconados antes que resueltos en una precaria paz que se improvisa primariamente a fin de satisfacer la urgente e inmediata necesidad de dar a la sociedad un reposo en el que ella pueda recobrarse de su agotamiento. Aun cuando la urgencia de restaurar la paz por ella misma no obli-

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gara a forzar el paso de los negociadores de la paz, a éstos sin duda les sería difícil o imposible elaborar los planes para suministrar una solución sumaria y amplia de los problemas, que no se resolvieron todos en seguida o todos en la Cámara del Consejo. El paso del tiempo que en el período de paz que precede a la guerra general creó maléficamente difíciles problemas al convertir un ajuste cabal en un anacronismo, hace madurar ahora benéficamente esos problemas aún no resueltos hasta el punto en que por fin se hace posible encontrarles una solución. Pero aun cuando el tiempo obre de esta manera para facilitar el trabajo de la diplomacia, en lugar de obrar como antes para agravar las dificultades de la tarea del estadista, la diplomacia, una vez más, se manifiesta incapaz de llevar a cabo su obra, sin recurrir nuevamente al instrumento de la guerra para imponer su política a la inercia y embotamiento colectivos. A un período de paz, que da a una sociedad castigada por la guerra el necesario respiro, suele seguir por eso otro estallido de guerra que se libra en virtud de los aún no resueltos conflictos que habían sido el motivo de la reciente guerra general; pero este epílogo marcial de una guerra general difiere habitualmente y de manera auspiciosa de la anterior guerra general, en el hecho de que produce soluciones más constructivas y más duraderas para los problemas sociales que desencadenaron esas dos guerras, y por el hecho de lograr esas soluciones a un precio menor en cuanto a destrucción y agotamiento.! Aunque este epílogo bélico de una guerra general suele sobrepasar en proporciones al preludio marcial de la guerra general, asimismo se parece habitualmente al preludio en cuanto a asumir la forma de un estallido de guerras breves, algunas de las cuales por lo menos son sólo locales, a diferencia del carácter prolongado y del carácter ubicuo que son los funestos rasgos típicos de una guerra general; y si bien los tratados de paz que siguen a estas guerras suplementarias menores son parciales y fragmentarios en comparación con el gran ensayo amplio y definitivo de hacer la paz después de la anterior guerra general,2 el Esta serie sucesiva de hechos no es, desde luego, invariable y aun cuando se presente no siempre se conforma exactamente al modelo aquí delineado. En la historia occidental moderna, por ejemplo, la Guerra de los Treinta Años (gerebatur 1618-48 d. de C.) llevaba el sello de la frustración, ya exhibido por la anterior guerra general (gerebatur 1568-1609 d. de C.), de la ambición de los Habsburgo por obtener el dominio mundial. Pero en todo caso en el teatro de hostilidades de la Europa Central esta concluyente confirmación de una decisión militar y política anterior exigió un precio no menor sino mayor que el que exigió la guerra general anterior. Análogamente, en la historia helénica postalejandrina, el precio de sangre que exigieron las guerras suplementarias de 90-80 a. de C. fue más elevado en Italia —y, es más aún, también en la cuenca del Egeo— que el exigido por los disturbios civiles y las revoluciones sociales de 133-111 a. de C., que habían ocupado el lugar de una guerra general en este capítulo de la historia helénica, así como las guerras civiles del imperio Habsburgo español y de Francia habían ocupado el lugar de una guerra general en el capítulo de la historia occidental correspondiente a la Guerra de los Treinta Años. 2 También aquí la Güeña Je los Treinta Años representa una excepción a la 1

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efecto de aquéllos es a menudo encontrar soluciones más o menos adecuadas y duraderas para los problemas que precipitaron la guerra general y que habían quedado aún sin resolver en la abortada paz que siguió a ésta. Por eso el roto equilibrio queda transitoriamente restaurado más por positivas medidas que por la mera frustración de las ambiciones que una gran potencia tiene de alcanzar el dominio mundial, frustración que es el triunfo negativo de la coalición contraria a la gran potencia en la guerra general. Por esta razón, el intervalo de paz general que transcurre entre el constructivo establecimiento de la paz logrado en el epílogo marcial de una guerra general y el estallido de otra guerra general, como resultado de la explosión última de nuevas fuerzas gradualmente reprimidas, es rnás genuinamente pacífico y por ende también más creador en sus cualidades, aun cuando no dure más que el momento de respiro que transcurre entre el fin de una guerra general y el comienzo de su epílogo marcial. El análisis anterior nos mostró la composición y estructura de la sucesión uniforme de hechos que forman un ciclo de guerra y paz en una serie reiterada de ciclos de esa clase. La sucesión uniformemente repetida se compone de estallidos alternados de guerra y períodos alternados de paz; hay en total cuatro de estos ciclos, a saber, dos de cada clase; pero estas parejas no son parejas de gemelos, pues tanto en la pareja de períodos de paz como en la pareja de paroxismos de guerra, una de las dos pulsaciones es más pronunciada que la otra. La tranquilidad del intervalo de paz general que sigue al epílogo marcial de una guerra general presenta un contraste tan agudo con la inquietud del momento de respiro que se extiende entre la guerra general misma y su epílogo marcial como el contraste que presenta la suavidad que este epílogo frente a la severidad de una guerra general anterior. Ahora que hemos establecido cuál es la fisonomía típica de un ciclo de guerra y paz, nuestro próximo paso será el de representar en forma de cuadro l las sucesivas manifestaciones de esta sucesión de fenómenos en los capítulos moderno y postmoderno de la historia occidental. El cuadro muestra que en el curso de los cuatro siglos y medio que transcurrieron entre la última década del siglo xv de la era cristiana —cuando se inauguró en el mundo occidental este determinado equilibrio de fuerzas políticas— y el año 1952 d. de C, el ciclo repetido, en virtud del cual se mantuvo turbulentamente un equilibrio precario e inestable, se dio hasta ahora cinco veces, contando el preludio de la serie, así como la cuarta fase, aún inconclusa, de los ciclos ulteriores. El cuadro muestra asimismo que este cuarto ciclo, así como el preludio, se apartaron de la norma representada por los ciclos regulares que se dieron entre 1568 d. de C. y 1914 d. de C., y que, entre esos tres, regla general, por cuanto el tratado de paz de Westfalia que la siguió, fue en verdad el primer ensayo occidental moderno de establecer la paz en una dimensión ecu.-. ménica. 1 Véase el cuadro I contenido en la pagina anterior.

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el segundo y el tercer ciclos eran réplicas más fieles entre sí que lo que el primer ciclo lo era de cualquiera de ellos. Los puntos en que el preludio y el cuarto ciclo se apartaban de la norma general no eran del mismo género; en efecto, el cuarto ciclo difería del preludio y de los tres ciclos regulares anteriores en cuanto a la estructura, en tanto que el preludio se asemejaba a los ciclos regulares en la estructura y difería de ellos sólo en la longitud de onda. La novedad estructural del cuarto ciclo consistía, como ya vimos,1 en el hecho significativo de que una guerra general siguiera casi inmediatamente a otra de aun mayor severidad, atrocidad y carácter no decisivo, en lugar de seguir a la primera guerra general un período de guerras suplementarias más moderadas pero no obstante más decisivas, que, teniendo en cuenta el antecedente de la sucesión uniforme de hechos que se daba en los ciclos anteriores cabía esperar como secuela de un período de respiro. No había esta diferencia radical de estructura entre los tres ciclos regulares y el preludio. En éste, así como en los ciclos regulares, a un respiro producido después de la guerra general seguían guerras suplementarias, a las que a su vez seguía una paz general. En este caso la diferencia era puramente cronológica. La duración del preludio de setenta y cuatro años (currebat 1494-1568 d. de C.) no era mucho mayor que la longitud de onda máxima de un "ciclo Kondratieff" del plano económico de la historia occidental reciente, y no tan prolongada como la suma de un par de longitudes de onda mínimas del mismo "ciclo largo" económico,2 en tanto que la duración del segundo y del tercer ciclo regulares (currebat 1672-1792 d. de C. et 1792-1914 d. de C.), que alcanzaba a ciento veinte años en un caso y ciento veintidós años en el otro,3 era igual a la suma de un par de longitudes de onda "Kondratieff" máximas, mientras el primer ciclo regular (currebat 1568-1672 d. de C.), con una duración de ciento cuatro años, era igual a la suma de un par de "ciclos Kondratieff" de longitud de onda media. Cabe asimismo hacer notar que la brevedad del período total del preludio, en comparación con los períodos de los tres ciclos regulares, se explicaba principalmente por la brevedad anormal de sus dos períodos En la pág. 99, supra. En las págs. 94-5, supra, nos referimos a estos "ciclos Kondratieff" con una longitud de onda que iba de un máximo de alrededor de sesenta años a un mínimo de alrededor de cuarenta años. 3 Éstas son las respectivas longitudes de onda de los ciclos II y III, midiendo los intervalos que hay entre estallidos de guerras generales; y la duración de ciento cuatro años y setenta y cuatro años, del ciclo I y del preludio respectivamente, se obtiene midiendo de acuerdo con la misma base. Ésta base es la obvia manera de tomar, desde el estallido de guerras generales, como hemos observado, el más acentuado de todos los puntos que resalta de la sucesión uniforme de hechos que componen cada uno de estos ciclos repetidos. Otra base sería la de medir los intervalos registrados entre restauraciones de la paz general; y teniendo en cuenta esta base, la longitud del ciclo regular I, sería de ochenta y nueve años (1559-1648 d. de C.); la del ciclo II, de ciento quince años (1648-1763 d. de C.) y la del ciclo III, de ciento ocho años (1763-1871 d. de C). 1 2

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de paz y que, en cambio, sus dos estallidos de guerra no eran apreciablemente más breves que los de los ciclos regulares. El momento de respiro registrado después de la guerra general duró once años, en el preludio, nueve años en el primer ciclo, veinte años en el segundo, y treinta y tres años en el tercero. La paz general registrada después de las guerras suplementarias duró nueve años en el preludio, veinticuatro años en el primer ciclo, veintinueve años en el segundo, cuarenta y tres años en el tercero. Por otra parte, la guerra general duró treinta y un años en el preludio (1494-1525 d. de C), frente a los cuarenta y un años (15681609 d. de C. y 1672-1713 d. de C.) de los ciclos primero y segundo, y a los veintitrés años (1792-1805 d. de C.) del tercer ciclo, en tanto que las guerras suplementarias duraron veintitrés años (1536-59 d. de C.) en el preludio, frente a los treinta años (1618-48 d. de C. y 1733-63 d. de C.) del primer y segundo ciclos, y a los veintitrés años (1848-71 d. de C.) del tercer ciclo. El cuadro nos muestra también una tendencia que ya señalamos,1 según la cual el número de los años de guerra en un ciclo tiende a disminuir y la relación entre los números de años de guerra y años de paz tiende a cambiar con ventaja numérica rara los años de paz, con cada repetición sucesiva de la serie. Verdad es que esta tendencia no se manifiesta tan marcada cuando se la mide desde el punto de vista de los años individuales como cuando se la mide en grupos de años que representan estallidos alternados de guerra y períodos alternados de paz, en que se descompone la sucesión; pues aunque la longitud total del estallido que hemos llamado "guerra general" se aparta notablemente de la cifra de cuarenta y un años que tiene en el primero y en el segundo ciclos, para alcanzar sólo a veintitrés años en el tercer ciclo y cuatro años en el cuarto, esas reducciones de duración quedan parcialmente compensadas por las correspondientes eliminaciones de los años de paz que se intercalan. No menos de quince años de paz, por ejemplo, se intercalaron en la guerra general de 1672-1713 d. de C, guerra compuesta de tres estallidos separados por dos treguas que duraron de 1678 a 1688 d. de C. y de 1697 a 1702 d. de C., en tanto que en la guerra general de 1792-1815 d. de C., la tregua, de 1802-3 ^[uc siguió a la abortada concertación de la paz en Amiens y la tregua de 1814-15 d. de C, que precedió a "los Cien Días", eran cuestión no de años sino de meses, y la única tregua registrada en la guerra general de 1914-18 d. de C. fue la fraternización del día de Navidad del primer año de guerra. Sin embargo, cuando se corrigen las cifras totales para adaptarlas a estas intercalaciones de años de paz y meses de paz, la tendencia a disminuir las longitudes relativas de los períodos de guerra descuella aún notablemente en comparación con el período de cuatro años de la guerra general de 1914-18, frente a las cifras corregidas de aproximadamente veintiún años, de la guerra gcne1

En la pág. 99, ¡upra.

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ral de 1792-1815 d. de C., y de aproximadamente veintiséis años de la guerra de 1672-1713 d. de C.1 Al propio tiempo, un cuadro sinóptico de las guerras generales de esa sene occidental nos muestra asimismo que al hacerse más breves las guerras generales de Occidente se hacían más concentradas, más intensas e implacables, y que lejos de significar un alivio del flagelo de la guerra, la progresiva abreviación de las ondas de las guerras generales y la progresiva concentración de ellas en un número de años cada vez más pequeños y de creciente intensidad, determinaban mayores estragos en la vida de la civilización occidental que los que esas guerras produjeron cuando se verificaron en períodos de tiempo más prolongados. Mientras por un lado era cierto que en esta fase anterior la plaga de la guerra fue más o menos endémica en el cuerpo social occidental, era asimismo cierto que una enfermedad perenne relativamente suave, era en muchos sentidos más tolerable y menos peligrosa que una serie de súbitos, ocasionales y violentos estallidos epidémicos producidos en períodos de salud relativamente buena. Esa abrupta alternancia de la guerra total con la paz total era en verdad manifiestamente más penosa para la sociedad que la anterior condición, en la que la diferencia entre los períodos de salud y los brotes de enfermedad eran menos agudamente acentuados. En la Edad Moderna temprana de la historia occidental la sociedad castigada por la guerra se vio afectada como un víctima de paludismo crónico, cuya vitalidad quedara permanentemente rebajada, sin que su vida corriera empero peligro. En la Edad Moderna tardía la sociedad occidental se vio aliviada de su paludismo gracias a las conquistas realizadas por la medicina preventiva de Occidente; pero el enfermo tuvo que pagar por este nivel más elevado de salud sometiéndose a fulminantes golpes, que eran súbitos hasta el punto de no poder predecirse y violentos hasta el punto de ser letales. En tanto que el carácter mortal de la guerra aumentaba, pues, en progresión geométrica con cada repetición de un ciclo de guerra y paz occidental, en el que el brote de guerra era más breve y los períodos de paz más prolongados cada vez, las respectivas posiciones de las potencias contendientes era tan uniforme, en toda la serie de ciclos 1 La cifra promedio de la longitud de onda en virtud de la cual cada sucesiva guerra general occidental se hacía más breve que su predecesora inmediata es de once años, como ocurrió en las tres últimas guerras generales de esta serie, de acuerdo con el cálculo corregido de su duración. Cuando el autor de este Estudio estaba haciendo este cálculo en la mañana del 2 de agosto de 1950 tenía junto a sí las notas originales que había escrito en 1929 d. de C. y, considerando que en esa fecha la posibilidad de construir una bomba atómica estaba más allá del horizonte mental de un lego como él, el autor se maravilló al leer lo que había anotado veintiún años antes con su propia mano: "Puesto que la guerra general de 1914-18 d. de C. duró poco más de cuatro años, hallamos que, siguiendo la progresión, la próxima guerra general que bien cabría esperar que estallaría alrededor de 2035 d. de C. sería instantánea en cuanto a la duración, es decir cabalmente aniquiladora. Esta fantasía matemática queda confirmada por todos los indicios empíricos a que puede apelarse para hacer una predicción en este año de 1929."

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repetidos, como la sucesión de hechos en que, ciclo tras ciclo, se habían resuelto repetidamente las fuerzas políticas y militares. Ya hicimos notar,1 que el cuadro internacional occidental de 1952 d. de C, en el que la Unión Soviética pugnaba por romper un anillo dentro del que los Estados Unidos se esforzaban por contenerla, era una reproducción del cuadro de 1552 d. de C. con una Rusia del siglo xx que desempeñaba el papel cíe la Francia del siglo xvi y unos Estados Unidos que representaban el papel de Carlos V. Podemos notar ahora que esta disposición de fuerzas no era peculiar a la situación de estas dos fechas, en cada una de las cuales el número de grandes potencias no pasaba de dos. En cada fase, con la única excepción del primer ciclo regular (currebat 1568-1672 d. de C.), la potencia agresora había sido invariablemente una potencia continental que poseía una posición central, al ocupar un territorio compacto, con puertas que se abrían a retaguardia de los países que constituían los escenarios del combate, los muros de contención y los premios de la victoria. En el preludio (currebat 1494-1568 d. de C.) desempeñó este papel Francia, que limitaba con Italia a lo largo de una frontera terrestre y con Flandes a lo largo de otra; y, después de un transitorio eclipse que fue el castigo recibido por su guerra civil de 1562-98 d. de C., Francia arrebató otra vez ese papel de manos de una monarquía Habsburgo española, que lo había tomado en la ausencia transitoria de Francia producida durante la guerra general de 1568-1609 d. de C., que había inaugurado el ciclo regular I (currebat 1568-1672 d. de C.). 2 En las En la pág. no, sufra. Esta guerra general de 1568-1609 d. de C. asumió, lo mismo que la contemporánea guerra de Francia librada durante los años 1562-98 d. de C., la forma de una guerra civil empeñada entre intereses locales y convicciones religiosas en conflicto, por lo menos en lo tocante a los dos principales beligerantes. Esta guerra civil, librada entre los subditos católicos españoles y los subditos protestantes holandeses de Felipe II, se convirtió en una guerra general al entrar en ella Inglaterra, como adversaria de España. Esta intervención inglesa dio una significación ecuménica a lo que de otra manera habría sido un conflicto interno del cuerpo político de una sola gran potencia, porque si la Armada Invencible hubiera conquistado a Inglaterra en 1588 d. de C. y hubiera impuesto en ella un gobierno católico romano minoritario y dependiente del respaldo español, este aumento del poder de la monarquía Habsburgo española habría probablemente asegurado no ya tan sólo el ulterior sometimiento de los insurgentes protestantes de los Países Bajos, sino además la supremacía provisional de España en la arena internacional occidental, puesto que España habría podido entonces aprovechar todas las ventajas de la oportunidad que le ofrecía la guerra civil de Francia, para someter también este país a la hegemonía española, a través del gobierno católico romano de Francia, que asimismo habría buscado el apoyo de España. La insurrección de los Países Bajos, producida en 1568 d. de C., contra la corona española y la provocación de los españoles por parte de los ingleses en 1572 d. de C. y después de esa fecha, daban la medida de la parálisis transitoria en que se hallaba la potencia francesa durante la guerra civil francesa de 1562-98 d. de C. La incapacidad de España para aprovechar la posibilidad de obtener el dominio mundial, que le ofrecía el transitorio eclipse de Francia, daba la medida de la intrínseca y permanente debilidad de España, por debajo de su transitoria apariencia exterior de fuerza. Mientras Francia se mantuvo en su poder normal, sus vecinos, España, los Países 1 2

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guerras generales de 1672-1713 y de 1792-1815 d. de C, Francia tornó a desempeñar el papel de agresora; pero en el ínterin el mundo occidental, que se había empeñado en estos conflictostos internos por un lado, estaba ampliando sus dominios territoriales por el otro; y este cambio producido en la dimensión geográfica y en la estructura del mundo occidental, privó ulteriormente a Francia de su posición central. La última posibilidad que tuvo Francia de conquistar el dominio mundial se desvaneció en Waterloo, después del fracaso final de su tercer intento, en la guerra general de 1792-1815 d. de C. Luego, el centro de gravedad continental del mundo occidental se desplazó hacia el este, de Francia a Alemania, como resultado de haberse recibido la cultura occidental, primero en la cristiandad ortodoxa rusa y luego en la cristiandad ortodoxa otomana. Las rápidas conquistas culturales que extendieron las marcas orientales de un mundo occidentalizado hasta Alejandría y Vladivostok sustituyeron también a Italia y a Flandes por el Cercano Oriente y el Medio Oriente, como la arena en que se libraban las luchas, en que se empeñaban las guerras y en que se ganaban los premios; y esa transformación del paisaje geográfico del mundo occidental se reflejó en el plano político y militar, en la transferencia del papel de potencia central agresora que pasó de Francia a la Alemania Bajos e Inglaterra •—ninguno de los cuales era por sí solo adversario suficientemente poderoso para Francia— tuvieron un profundo interés en mantenerse unidos contra la potencia central que era una amenaza para todos ellos. El matrimonio contraído entre Enrique VIII y Catalina de Aragón en 1509 d. de C. y el de Felipe II y María de Inglaterra, de 1554 d. de C. —lo mismo que las operaciones militares combinadas angloespañolas en la península ibérica, en 1811-13 d. de C.— eran reflejo de una comunidad de intereses españoles e ingleses que fue normal hasta que Francia quedó eliminada de la competición por obtener el dominio mundial, después de 1815 d. de C.; y fue una desgracia que estas dos alianzas matrimoniales fueran excepciones a una regla que había hecho proverbial —en el caso de los Habsburgo si no en el de los españoles— la felicidad política de las alianzas matrimoniales. Un hecho aún más significativo que la ruptura entre Inglaterra y España, producida durante la guerra civil francesa de 1562-98 d. de C., fue sin embargo la celeridad con que ingleses y holandeses se disputaron el botín español y portugués de ultramar y la tardanza con que ulteriormente llegaron a concebir la conveniencia de una tregua entre ellos frente a la amenaza de una rehabilitada Francia, que er.i más peligrosa para ambos de lo que había sido nunca la amenaza de España. El tratado que firmó Inglaterra con Francia el 29 de mayo de 1527, después de la aplastante derrota que los franceses sufrieron en Pavía el 24 de febrero de 1525, no era, desde ningún punto de vista maquiavélico, un precedente que pudiera justificar el tratado celebrado el i* de junio de 1670, después de la invasión de los franceses a los Países Bajos españoles en mayo de 1667. Aunque el premonitorio ataque que Luis XIV lanzó contra los Países Bajos españoles en 1667 d. de C. impulsó a los Países Bajos Unidos y a Inglaterra a sellar la paz entre sí en aquel año y a entrar en una triple alianza antifrancesa, en la que intervenía Suecia, triple alianza celebrada en 1668 d. de C., Francia tuvo así y todo a Inglaterra como aliada contra Holanda durante los tres primeros años (1672-4 d. de C.) de una guerra general en Ja que el ataque francés contra los holandeses fue el primer paso de un nuevo intento francés por obtener el dominio mundial. El peligro que representaba España para las libertades de los estados parroquiales occidentales nunca fue tan grande como el peligro francés —ni siquiera en el mo-

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129 dos intentos por obtener el dominio mundial, en un par de guerras generales libradas en rábida sucesión (gerebatur 1914-18 d. de C. y X 939'45 d. de C), se vio obligada a su vez, en 1945, a ceder su papel de potencia central agresora a la Unión Soviética, que ocupaba una posición de predominio en un marco geográfico que era ahora ecuménico y no ya meramente regional. En 1952 d. de C., cuando la arena de la competición, que originalmente se limitaba a Italia y a Flandes, llegó a abarcar la totalidad del Viejo Mundo, fuera de los propios límites de la Unión Soviética, ésta poseía puertas que se abrían a la retaguardia de Escandinavia, la Europa occidental, el Cercano Oriente, el Medio Oriente, el subcontinente indio, el Asia sudoriental, Indonesia, China, Corea y Japón. En el curso de cuatro siglos, la dimensión geográfica del sistema occidental de relaciones internacionales se había ampliado pues en un grado enorme; sin embargo, la disposición de la arena y las posiciones de los gladiadores que se hallaban uno frente al otro eran innegablemente las mismas en 1952 d. de C. y en 1552 d. de C.

prusiana, en el curso de las guerras suplementarias (gerebatur 1848-71 d. de C.) que siguieron a la guerra general de 1792-1815 d. de C. Pero el papel que Alemania había arrebatado a Francia iba a ser mucho más breve que el de su predecesora. El ritmo más lento de la expansión del mundo occidental moderno durante sus primeras fases permitió a Francia aferrarse a este papel —a pesar de que hubo de pagarlo atrayendo sobre sí desastres cada vez más grandes— desde 1494 d. de C. a 1870 d. de C., período en el que sólo se registró un temporario eclipse entre 1562 y 1598 d. de C. Pero en el momento de pasar la civilización occidental de una Edad Moderna a una Edad Postmoderna de su historia, es decir, en el momento mismo en que Alemania suplantaba a Francia, se produjo una súbita e importante aceleración en el ritmo de la expansión geográfica occidental; y un cambio de dimensión geográfica que había permitido a Alemania obtener una posición de predominio en 1871 d. de C. comenzó, a partir de entonces, a cobrar un ímpetu tal que en 1945 d. de C. dejó a Alemania en una posición en la que Francia nunca había caído. En el sistema de relaciones internacionales occidental, que en el entretanto había continuado ampliándose hasta alcanzar una dimensión literalmente mundial, la Alemania que en una sola generación había hecho

El ciclo de guerra y paz en la historia helénica postalejandrina Tal vez ahora hayamos alcanzado el límite a que nos es posible llevar nuestro análisis del ritmo de guerra y paz en los capítulos modernos y postmoderno de la historia occidental; y en todo caso lo llevamos lo bastante lejos para que nos permita, si consideramos los capítulos postalejandrinos de la historia helénica, ver en seguida que también aquí puede distinguirse un ritmo de guerra y paz y que algunos de sus rasgos principales son idénticos a los rasgos que ya observamos en el caso occidental del obrar de esta determinada ley de la naturaleza en las cuestiones políticas de las civilizaciones. En el caso helénico, así como en el caso occidental, la serie de ciclos comienza con un preludio en el que las partes en competición rivalizan entre sí no ya tan sólo por obtener la victoria en la carrera sino por conquistar un lugar en ella; y esta fase inaugural del ciclo asume la forma de una guerra civil que libran los sucesores de Alejandro por la herencia de éste, guerra civil que recuerda la librada entre la rama real y la rama ducal borgoñona de la casa francesa de los Valois, por la herencia de los duques Valois de Borgoña. También en el caso helénico, una sucesión de estallidos alternados de guerra y períodos alternados de paz, que tiene su primera epifanía en el preludio, se repite luego en un ciclo de competición entre los sobrevivientes de la ordalía, a la que el preludio sometió a todos los competidores que habían tenido la audacia de entrar en la liza. También hemos de observar en el curso helénico de los acontecimientos una tendencia que observamos en el correspondiente proceso occidental y según la cual los torbellinos regionales que al principio se comportan como otros tantos focos independientes de fuerza militar y política, tienden a fundirse en un único torbellino que atrae hacia sí toda la acción de todas las comarcas de la arena internacional. En la evolución del equilibrio europeo observamos

mentó de auge del poder de Felipe II— pues la potencia española era un ídolo con pies de barro en una arena internacional occidental en que las fibras económicas de la guerra iban contando progresivamente más en cada nueva fase frente al mero valor militar. Los descendientes de los bárbaros cristianos occidentales ibéricos que habían derrotado a los bárbaros musulmanes bereberes magrevíes en una pugna por obtener los despojos del califato omeya andaluz, que sufriera colapso en 1010 d. de C., eran soldados del estilo gótico y vándalo; y en su profesión, socialmente parásita, manifestaron una notable adaptabilidad cuando, en la guerra general de 1494-1525 d. de C., dominaron la recién creada técnica de la infantería suiza, que en esa fase de la guerra occidental era el talismán de la victoria. Sn embargo, ese material militar español era inapropiado en cantidad, así como sobresaliente por su calidad, pues los cristianos de la España del siglo xvi no eran más que una "clase dominante" en una población que llegaba acaso aún a no más de siete millones de almas por junto, frente a los quince o dieciséis millones de habitantes cultural y comunalmente homogéneos de la Francia contemporánea; y las comunidades subditas musulmanas y judías eran el sostén económico de España. Mientras la soldadesca castellana y aragonesa de la España del siglo xvi, estaba hecha de pastores de la vida civil, su agricultura estaba en manos de un campesinado morisco y catalán que trabajaba en el valle del Guadalquivir y a lo largo de la costa marítima del Mediterráneo, mientras los judíos constituían la vida del comercio y de la industria de las ciudades españolas. Mientras Francia podía alimentar a sus dieciséis millones de habitantes con cereales del país, España no podía alimentar a sus siete millones sin importar cereales de Sicilia y de la Europa septentrional; y como si estas desventajas económicas no fueran lo bastante serias como en verdad lo eran, la "clase dominante" española hizo lo posible por agravarlas al oprimir y expulsar a los productores moriscos y judíos de la riqueza española. Al mismo tiempo, hasta la reserva de fuerzas militares cristianas castellanas hubo de agotarse por la ambición de los conquistadores de vivir felices para siempre, como rentistas, de las contribuciones exigidas a la población campesina de los invadidos mundos mejicano y andino. Eduard Fueter, en su Geschichte des Europiiischen Staatensystems ton 1492-1559 (Munich y Berlín 1919, Oldenbourg), págs. 79-103, ofrece un brillante cuadro de la España del siglo xvi.

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cómo esos torbellinos periféricos creados alrededor de las marcas que separaban la cristiandad occidental del imperio otomano y la cristiandad occidental de Moscovia, se fundían con el torbellino central creado alrededor de Italia y Flandes. En la historia helénica comprobamos cómo un torbellino del Levante, creado en las costas del Egeo, y un torbellino de la cuenca occidental del Mediterráneo,1 creado alrededor de Sicilia y la Magna Grecia, se funden en un torbellino que abarca todo el Mediterráneo de un confín al otro. También hemos de ver la neutralización parcial de la fuerza de las grandes potencias en virtud del respectivo éxito que tuvieron en cuanto a frustrar las ambiciones de otras, con lo cual dieron oportunidad a que nacieran estados menores, que se desarrollaron en los intersticios producidos entre las ásperas piedras ciclópeas que las rocas deliberadamente introducidas en el alud pusieron en precario equilibrio. Por ejemplo, una Trípolis rodense, que se hallaba en una posición clave en el nuevo mundo que hizo nacer el derrocamiento del imperio aqueménida cumplido por Alejandro, pudo, en el curso del preludio, durante la guerra general de 321-301 a. de C, mantenerse en 305 d. de C. contra el sitio de Demetrio Poliorcetes, con la ayuda de la coalición de otros sucesores de Alejandro que se oponían al intento de dominio mundial de Antígono Monoftalmo, padre de Demetrio. Una confederación etolia de cantones y estados-ciudades griegos continentales, una análoga confederación aquea del Peloponeso y un principado atalida situado en el Hinterldnd inmediato de la mitad asiática continental de la patria del helenismo, iniciaron todos su trayectoria política en el curso del preludio y durante la catastrófica secuela de una guerra suplementaria que había seguido, en 282-281 a. de C, a la guerra general de 321-301 a. de C.; y el agotamiento de las grandes potencias en la siguiente guerra general (in Oriente gerebatur 266-241 a. de C.) no sólo dio a estos cuatro estados menores ya establecidos oportunidades para consolidarse y extender sus anteriores adquisiciones territoriales, sino que además permitió a los partidarios espartanos de la reforma regenerar su comunidad mediante la revolución social de 227 a. de C., y a los abogados atenienses de una vida tranquila, a reconquistar una precaria independencia para su país, en 229 a. de C. Mientras todos estos rasgos del paisaje internacional helénico postalejanclrino recuerdan los correspondientes rasgos del paisaje del mundo occidental en su Edad Moderna temprana, la tragedia helénica difería de la occidental por el hecho de dar rienda suelta a la violencia con una falta de contención que no reconocía paralelos; y esta demoníaca locura, que hacía recordar al historiador occidental del siglo XX la violencia que había irrumpido en su propio mundo en sus propios días, acarreó a la sociedad helénica postalejandrina, en la primera repetición del ciclo de paz y guerra después del preludio, la catástrofe de una doble guerra general que la sociedad occidental tardía no iba a conocer sino después 1

"El Poniente" de los marinos occidentales medievales.

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de haber pasado a través de los tres ciclos regulares y de haber entrado en el cuarto. La despiadada violencia con que la sociedad helénica postalejandrina dirigió sus cuestiones internacionales explica cómo ocurrió que las promesas del preludio de la sinfonía general quedaran pronta y rudamente desmentidas por la ejecución del primer movimiento. El primer ciclo de guerra y paz que siguió al preludio presenció el derrumbe decisivo e irreparable del equilibrio de fuerzas políticas helénico postalejandrino, al quedar eliminadas todas, salvo una, las grandes potencias que en el curso del preludio (in Oriente currebat 321-266 a. de C.) se habían elevado no de dos a tres, como en el curso del correspondiente capítulo de la historia occidental moderna temprana (currebat 1494-1568 d. de C), sino de dos a cinco. En el momento de morir Alejandro Magno el 13 de junio de 323, había sólo dos grandes potencias y sólo dos en un mundo helénico cuyos límites orientales Alejandro había llevado, en los últimos once años, desde el Hinlerland anatolio de la costa oriental del Mar Egeo, a las orillas de un afluente oriental del Indo. El propio Alejandro reunió momentáneamente bajo su gobierno personal los dominios máximos sobre los que había dominado el imperio aqueménida, con los dominios de la potencia macedónica que el padre de Alejandro, Filipo, había levantado en la Grecia europea continental 1 entre 357 y 338 a. de C. La única otra gran potencia que en ese momento se hallaba dentro del horizonte de un vasto mundo helénico en expansión era el imperio cartaginés que había fiscalizado la mitad meridional de la cuenca occidental del Mediterráneo, con sus Hinterland'er africano e ibérico continentales, desde los últimos años del siglo vi a. de C.2 y que Alejandro no había tenido tiempo de eliminar cuando eliminó el imperio aqueménida, del que los cartagineses eran una réplica colonial en la geografía política del mundo siríaco. Una vez que se asentó el polvo levantado por las dos sucesivas guerras libradas para obtener la posesión de la herencia de Alejandro, guerras que terminaron respectivamente en Ipso, en 301 a. de C. y en Ciropedión en 281 a. de C., era posible distinguir en la arena no menos de cinco grandes potencias. El imperio cartaginés estaba aún allí, no sólo intacto sino, según todas las apariencias, más poderoso que nunca, en un todavía casi aislado teatro mediterráneo occidental de la competición colonial entre la sociedad siríaca y la sociedad helénica.3 Mientras tanto, la herencia de Ale1 Esparta fue el único estado griego europeo del continente que consiguió mantenerse apartado de la Liga de Corinto, impuesta por Filipo en 338 a. de C., como instrumento constitucional de la hegemonía macedónica. a Véase IX. ix. 457-8, 459-60 y 525-6. 3 Al conseguir mantener su condición de gran potencia en un mundo helénico o helenizado, a pesar del súbito y vasto aumento de las dimensiones de la vida helénica en el momento de pasar su historia de una edad prealejandrina a una edad postalejandrina, Cartago logró realizar algo que Venecia no consiguió hacer en el Paso de la edad medieval tardía a la edad moderna temprana de la historia occidental. Circa 281 a. de C., Cartago era aún una gran potencia, mientras que Venecia, circa r 559 d. de C., podía considerarse afortunada por ser aún independiente y verse en

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jandro, efímeramente unida, se dividió en tres estados sucesores más o menos seguramente establecidos que, teniendo la apariencia de creaciones nuevas, artificialmente labradas por caprichosos golpes de espada de aventureros militares macedónicos, eran en verdad, como el imperio cartaginés, antiguas estructuras disimuladas, a diferencia del imperio cartaginés, detrás de nuevas farades. La potencia tolemaica, establecida en el valle del Nilo inferior, era un avatar del Egipto de Psamético I; la potencia seléucida establecida en el valle del Tigris inferior y del Eufrates inferior (Graecé Babilonia, Arabicé Irak) era un avatar del imperio aqueménida de Ciro; la potencia antigónida establecida en los valles interiores del Vardar (Axius) y del Estruma (Strymon) era un avatar de la Macedonia de Filipo II. La única creación auténticamente nueva de las cinco grandes potencias helénicas que existían al terminar el preludio (currebat 321-266 a. de C.) del capítulo postalejandrino de la historia helénica era una república que el estado-ciudad de Roma había construido en la Italia central entre 340 y 290 a. de C.1 En 168 a. de C. esta nueva potencia era también la única sobreviviente de las cinco potencias que habían luchado en la arena en 266 a. de C. De las cuatro potencias que tenían la ventaja de fundarse en viejos cimientos, Cartago, la monarquía seléucida y Macedonia fueron derribadas por golpes romanos, en los años 201, 190 y 168, en tanto que el Egipto tolemaico quedó reducido a la condición de protectorado romano cuando la intervención diplomática de Roma lo salvó en 170 a. de C. de quedar anexado por el derrotado adversario seléucida de Roma. Esta ruptura del equilibrio de fuerzas políticas del mundo helénico postalejandrino y su reemplazo por un monopolio indiscutido de poder, concentrado en las manos de Roma, eran comparables, por su posesión de un imperio en el Levante y en suelo italiano, imperio que quedaba ahora empequeñecido por la gigantesca estatura de grandes potencias de calibre superior, que habían crecido alrededor de Venecia. Esta diferencia que había entre las respectivas suerte de Cartago y Venecia durante estos capítulos correspondientes de sus historias se explica por dos diferencias en sus respectivas experiencias. En 1559 d. de C. hacía ya mucho que Venecia encontrara su destino frente a los otomanos, en tanto que Cartago no iba a encontrar el suyo frente a los romanos hasta 264 a. de C. Y en 1559 d. de C. Venecia también había sentido los adversos efectos económicos de la conquista portuguesa de las Indias y de la conquista española de las Américas, en tanto que la conquista macedónica del imperio aqueménida no tuvo ningún efecto similar económicamente adverso para el monopolio que Cartago ejercía en los Hinterlander ibérico y africano de su "cortina de madera". 1 La república romana de la Italia central, que nació en 290 a. de C. era tan genuinamente nueva como la monarquía danubiana de los Habsburgo que nació en 1526 d. de C.; pues aunque la Italia central romana, que en 290 a. de C. era ya un hecho consumado, estuviera anunciada en un imperialismo etrusco del siglo Vil y del siglo vi a. de C., tales intentos etruscos de reducir las colonias griegas de la costa de Campania y las colonias latinas del valle inferior del Tíber, a la hegemonía de las colonias etruscas situadas entre el Tíber y el Arno, fueron empeños tan infructuosos como las diversas uniones efímeras entre Hungría, Bohemia, Polonia y el patrimonio de la casa Habsburgo, de la Alemania sudoriental, que en sus sucesivos cambios y combinaciones habían anunciado el establecimiento, producido en 1526 d. de C., de una monarquía danubiana de los Habsburgo que iba a mantenerse unida por casi cuatrocientos años (véase II. II. 187-8).

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carácter súbito, a la destrucción del equilibrio de fuerzas políticas de la historia sínica, cuando Tsin eliminó a sus seis pares, entre los años 230 y 221 a. de C. Y la violencia helénica, que recordaba el espíritu de aquellos "estados contendientes" sínicos, explica la notable diferencia que había entre el curso que siguieron los acontecimientos helénicos, en el que un equilibrio internacional quedó roto, antes de terminar el primer ciclo que siguió al preludio, y el curso que siguieron los acontecimientos occidentales en el que el equilibrio internacional, iniciado durante un análogo preludio, se prolongó en los tres siguientes ciclos regulares, antes de comenzar a perderse. La diferencia de carácter entre el combate de gladiadores occidental empeñado entre 1494 y 1559 d. de C. y el combate helénico de 321-281 a. de C., puede medirse por la diferencia de las suertes que corrieron los principales aventureros de las dos arenas. La derrota militar que sufrió Francisco I en Pavía en 1525 d. de C. fue no menos aplastante que la que sufrió Antígono en Ipso en 301 a. de C. y Lisímaco en Ciropedión, en 281 a. de C. Sin embargo, lo peor que le ocurrió a Francisco fue tener que pasarse casi un año como prisionero de guerra y rescatarse él mismo al precio de contraer matrimonio con la hermana de su adversario y renunciar a las pretensiones que tenía sobre los territorios italianos y borgoñones, que eran el objeto de su lucha con Carlos V. Nunca se trató en modo alguno de la destrucción y ni siquiera del sometimiento del reino de Francia, que se había acarreado este terrible golpe; y apenas recobró Francisco su libertad y su trono, rompió las promesas, a cambio de las cuales había quedado en libertad, y reanudó una lucha que no entrañó ningún peligro mortal ni para su persona ni para su reino. Francisco vivió para morir en la cama, más de veintidós años después del día en que fue tomado prisionero en la batalla de Pavía. Hay una aguda diferencia entre la impunidad con que Francisco jugó con fuego y lo que les ocurrió a Antígono y a Lisímaco, cuyos reinos perecieron con ellos en el campo de batalla. En la lucha de gladiadores occidentales de 1494-1559 d. de C., no se produjeron bajas fatales como éstas; y la diferencia de los caracteres que presentaban el episodio occidental y el episodio helénico descuella aún más agudamente cuando pasamos a comparar las respectivas suertes que corrieron los vencedores. Lo peor que le ocurrió a Carlos V fue cansarse tanto de su tarea de Sísifo que insistió en descargar sus cuidados públicos en otros hombros, y en retirarse a la vida privada en condiciones hábilmente calculadas para dar a su cuerpo el merecido descanso que se le debía, sin perjuicio de la salud de su alma, largamente descuidada. Lo mismo que el derrotado Francisco I, el desilusionado Carlos V murió en la cama; y esa suave muerte no lo alcanzó hasta haber transcurrido más de treinta y tres años desde la victoria de Pavía, cuyos resultados fueron aún más irónicamente decepcionantes para el vencedor que para su vencido rival. Destino más trágico era el que esperaba a la réplica helénica de Carlos V, Seleuco Nicátor quien, después de

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 134 vencer y dar muerte a su último adversario, fue traidoramente asesinado en la vejez por un aventurero más joven y más inescrupuloso (a quien Nicátor temerariamente había otorgado su confianza) antes de satisfacer el deseo de su corazón de volver a ver la patria macedónica que abandonara cincuenta y cuatro años atrás. El mutuo agotamiento de los beligerantes en esta última fase (debellatum 282-281 a. de C.) de las guerras de sucesión de Alejandro era tan extremado que la Macedonia de la que Alejandro había salido venciendo para vencer í en 334 a. de C. fue invadida en 279 a. de C. por bárbaros procedentes del Hinterland europeo septentrional quienes, en 278 a. de C. cruzaron los Dardanelos e irrumpieron en los vastos dominios asiáticos del hijo y heredero de Seleuco Nicátor, Antíoco I.2 La justicia poética que, al año del asesinato de Nicátor, iba a determinar la muerte en el campo de batalla del Macbeth macedónico, Tolomeo el Rayo •—que intentaba vanamente defender el reino cuya diadema había usurpado contra la arremetida de los bárbaros noroccidentales—, hubo de pagarla el genio tutelar de Macedonia, a un precio verdaderamente prohibitivo. Du treibst mir's gar zu toll, Ich fürcht', es breche! Nicht jeden Wochenschluss Macht Gott die Zeche.

Esta aprensiva exclamación, lanzada por un Goethe que observaba con el corazón en la boca la criminal impiedad de sus propios contemporáApocalipsis, VI. 2. En II. u. 285, n. 2, dijimos cómo los macedónicos provocaron esta invasión bárbara, por la imprudencia que mostraron, primero al estimular a los bárbaros europeos mediante una expansión agresiva a expensas de ellos, en el reinado de Filipo Amintu (regnabat 359-336 a. de C.) y luego descuidando esa frontera de los bárbaros reanimados para volver las armas contra los aqueménidas y para luchar después entre sí. El hecho equivalente de la historia occidental moderna temprana sería la invasión a España, después de la batalla de San Quintín (commissa el 10 de agosto de 1557), por una horda de renacientes bereberes almohades, procedentes del Atlas o de bereberes almorávides, procedentes del Senegal, con un impulso que bien podemos imaginar que habría llevado a esos bárbaros invasores más allá de la invadida España a Italia en una dirección, y a Méjico en la otra. Castilla descuidó su frontera beréber cuando, después de completar la conquista de Granada en 1492 d. de C., no se aseguró la tranquila posesión de este último resto no subyugado de Andalucía, apoderándose del África noroccidental, que era el siguiente paso lógico en la marcha del imperialismo castellano. En lugar de concentrar todos sus esfuerzos militares en la expansión hacia la frontera natural que le ofrecía el borde septentrional del Sahara, llevó a cabo unas pocas e indecisas incursiones a los puertos del África noroccidental, mientras eucauzaba la mejor parte de sus energías a la conquista de las Américas y a la competición con Francia por la hegemonía en Italia. España, lo mismo que Macedonia, hubo de pagar por haber mirado hacia atrás, después de haber puesto la mano en el arado (Lucas IX. 62); se expuso al flagelo de la piratería organizada por corsarios otomanos refugiados en las bases navales del África noroccidental, que España no había tenido el cuidado de someter. Sin embargo, estos daños eran triviales comparados con la catástrofe que se atrajo Macedonia en 779-276 a. de C. 1

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neos, podía haber sido lanzada, con no menos razón, por un espectador de la arena internacional del mundo occidental del siglo xvn de la era cristiana o del mundo helénico de la época de los sucesores de Alejandro; pero, en el menos turbulento curso de la historia occidental, Dios ajustó las cuentas con el hombre con una demora relativamente larga. El destino que en la tragedia helénica el militarista perro rabioso Pirro, acarreó en 272 a. de C., antes de terminar el preludio, a un reino pequeño y atrasado, al que él irresponsablemente intentó imponer el insostenible papel de una gran potencia, no se lo acarreó Carlos XII a Suecia, hasta la fase de la correspondiente tragedia occidental en que ésta entraba en el segundo de sus repetidos ciclos regulares; y aunque Epiro, después de haber dado muerte a Pirro en Argos en 272 a. de C., cayó en la tranquilidad de un prematuro agotamiento, lo mismo que Suecia, después de la muerte de Carlos XII, desafiantemente buscada por él en las trincheras frente a Frederiksten, en 1719 d. de C.,1 aquel pequeño país continental griego, desde hacía ya mucho inofensivo, fue entregado a sangre fría al pillaje por el conquistador romano de Macedonia, Lucio Emilio Paulo, en 167 a. de C, es decir, ciento cinco años después de la muerte de Pirro, en tanto que en 1952 d. de C., a doscientas treinta y tres años de la muerte de Carlos XII, Suecia seguía aún incólume, aunque Holanda, la otra gran potencia que había sido compañera suya, así como sus dos vecinas escandinavas, Dinamarca y Noruega, sufrieron a manos de los alemanes, en 1940 d. de C., lo que Epiro sufrió a manos de los romanos en 167 a. de C. En 1952 d. de C., era aún oscuro el desenlace militar y político que habría de tener el equilibrio de fuerzas occidentales iniciado en 1494 d. de C.; pero, por impenetrables que fueran las tinieblas que aún rodeaban el futuro, el paso ya cumplido de cuatrocientos cincuenta y ocho años atestiguaba que ese equilibrio occidental moderno y postmoderno, cualquiera fuera el desenlace hacia el que se estaba dirigiendo, había durado en todo caso ya decididamente mucho más que el equilibrio helénico roto por Roma, al establecer esta potencia su única supremacía, en 168 a. de C., a no más de ciento cincuenta y tres años de la inauguración del equilibrio postalejandrino, creado por el estallido de las hostilidades entre los sucesores de Alejandro. Después de estas consideraciones generales será conveniente representar las sucesivas manifestaciones del ciclo de paz y guerra en la historia helénica postalejandrina en un cuadro que podemos componer a la luz del cuadro anterior de los correspondientes fenómenos occidentales.2 1 Entre 1494 d. de C. y 1952 d. de C., el otro único actor de un papel importante en el drama del poder occidental que perdió la vida en el campo de batalla, fue uno de los que habían precedido a Carlos XII en el trono de Suecia: Gustavo Adolfo. Napoleón, lo mismo que Francisco I, murió en la cama; Hitler murió en su escondrijo; en cambio las muertes de eminentes participantes en la lucha por el poder de la época helénica postalejandrina son demasiado numerosas para consignarlas. ^ Véase cuadro I, pág. 121, y II, págs, 140-1.

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El rasgo más notable que presenta la historia de los ciclos de paz y guerra helénicos postalejandrinos, según lo pone de relieve nuestro cuadro, es la importancia funesta y decisiva de la doble guerra general de 220-189 a. de C. Antes de estallar esta guerra, el mundo helénico, cuya extensión se había ampliado vastamente por obra de las conquistas de Alejandro Magno, no constituía un sólo campo unitario de política internacional, sino que estaba formado de dos arenas distintas —una en el Levante y la otra en la cuenca occidental del Mediterráneo—, en las que la competición sostenida entre grandes potencias se llevaba a cabo más o menos independientemente. En el curso de la doble guerra general de 220-189 a. de C., esas dos arenas se fundieron en una; el acontecimiento político en que se registró esta fusión fue el tratado de alianza contra Roma que el rey Filipo V de Macedonia celebró temerariamente con Aníbal en 215 a. de C. Durante el período anterior, cada una de las dos arenas estaba dominada por una potencia agresora: el papel que desempeñó Egipto en el Levante fue desempeñado por Roma en el Poniente.1 Después de terminar la guerra general del primer ciclo (in Levante gerebatur 266-231 a. de C.), Egipto no sólo sucumbió, sino que vino a convertirse en la víctima principal de agresión, en lugar de continuar siendo el principal perpetrador de ella, en tanto que Roma fue provocada, por una abortada guerra cartaginesa de desquite y por una guerra macedónica de engrandecimiento a asumir en el Levante, a partir del año 200 a. de C., el papel de potencia agresora que había comenzado a desempeñar en el Mediterráneo occidental, en 264 a. de C. La doble guerra general de 220-189 a - de C. no unificó tan sólo la acción militar y política en el escenario de la historia helénica, alrede1 Es digno de notarse que tanto Roma en la primera guerra romano-púnica (gerebatur 264-241 a. de C.) como Egipto en la contemporánea guerra general del Levante (gerebatur 266-241 a. de C.), emplearon la fuerza naval como principal instrumento de agresión, en tanto que en la historia del equilibrio de fuerzas occidental moderno los sucesivos archiagresores —Francia, Alemania y Rusia— fueron todos potencias terrestres, que eran comparativamente débiles en el mar. En la primera guerra romano-púnica, Roma se transformó en virtud de un tour de forcé técnico de la potencia terrestre que había conquistado Italia y frustrado el intento que hiciera Pirro por anular su obra, en una potencia marítima capaz de conquistar a Sicilia y de invadir al África noroccidental, desde una base de operaciones italiana. Esta diferencia de armamentos que había entre el típico agresor helénico y ¡a típica potencia agresora occidental era el corolario de una correspondiente diferencia en la estructura geográfica del mundo helénico y del mundo occidental. El mundo helénico, a lo largo de toda su historia, se concentró en un mar cerrado: la cuenca del Egeo al principio y luego la cuenca Mediterránea en general. La expansión geográfica de la sociedad helénica no modificó la estructura marítima del mundo helénico (aunque ésta quedó ampliada en dimensiones), ni siquiera después de la incorporación del Asia sudoccidental y de la India septentrional. En cambio, el mundo occidental originalmente estaba concentrado en un ángulo del continente eurasiático; y tampoco aquí la expansión geográfica de la sociedad produjo un cambio radical inmediato en su estructura original, puesto que la extensión oceánica de dimensiones mundiales del mundo occidental, que comenzó a fines del siglo xv de la era cristiana, quedó compensada por una expansión hacia el este, hacia el interior del continente eurasiático. Debido a esta progresiva expansión continental del Occidente, la potencia

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dor de una Roma que ahora se proyectaba por todas partes,1 sino que además introdujo en la guerra helénica un nuevo espíritu de atrocidad del que no era responsable únicamente la archiagresora Roma. Si bien, en este episodio de la historia helénica, el preludio (currebat 321-266 a, de C.) y la guerra general del primer ciclo (in Levante gerebatur 266-241 a. de C.) produjeron grandes bajas entre los señores de la guerra en comparación con los actos correspondientes del drama occidental moderno, esta primera fase del episodio helénico parecía, considerada retrospectivamente, suave, comparada con los hechos ulteriores. Juzgada de acuerdo con este criterio retrospectivo, la guerra general de 266-241 a. de C. fue una pugna "moderada", así como lo fueron las guerras occidentales modernas del segundo ciclo regular (currebat 1672-1792 d. de C), que Gibbon miraba con complacencia falta de visión futura, 2 hasta que lo sobrecogió el estallido de la guerra general de 1792-1815 d. de C. La relativa suavidad de la guerra helénica en esta fase puede medirse por el hecho de que la política de Egipto, deliberada y persistentemente agresiva, y dirigida tanto contra la monarquía seléucida como contra Macedonia simultáneamente, llevó a estas dos potencias atacadas a iniciar una acción concertada para defenderse sólo en una ocasión, que sepamos, y sólo por un período de cinco o seis años (260-255 a- ¿e C.). Esto debe de significar que ninguna de las dos potencias sentía la agresión de Egipto como una amenaza seria a su propia supervivencia. La relativa suavidad de la guerra general de 266-241 a. de C. en el Levante está también atestiguada por la recuperación de la sociedad helénica durante el momento de respiro (durabat 241-220 a. de C.), que siguió a aquélla; en efecto, estas dos décadas vieron la culminación de la primera recuperación 3 de la civilización helénica, desde el colapso sufrido en la guerra del Peloponeso, de 431-404 d. de C. Contra el fondo de esta falsa aurora, hubo de desarrollarse, con siniestro relieve, la ulterior caída sin precedentes en las atrocidades que archiagresora de la arena occidental continuó siendo una potencia terrestre, desde que se inició el equilibrio occidental moderno de fuerzas en 1494 hasta 1952 d. de C. Así y todo, el Nuevo Mundo occidental de ultramar, que nació por obra de la empresa marítima occidental, llegó a desempeñar gradualmente un papel cada vez más importante en lo tocante a restablecer el equilibrio del Viejo Mundo occidental del continente eurasiático. Mientras las barras de oro y plata importadas por España desde las Américas a la Europa occidental durante el preludio (currebat 1494-1568 d. de C.) y el primer ciclo regular (currebat 1568-1672 d. de C.) de este episodio moderno y postmoderno de la historia occidental, no bastaron para impedir que España perdiera su condición de gran potencia, las "mercancías coloniales" que los anexos ultramarinos del mundo occidental hubieron luego de producir, desempeñaron un apreciable papel en cuanto a decidir el resultado de la guerra general de 1792- 1815 d. de C.; y en las ulteriores guerras generales de 1914-18 d. de C. y 1939-45 d. de C., el potencial bélico de los Estados Unidos contribuyó decisivamente a la derrota de Alemania. 1 Sobre este punto, léase el pasaje de Polibio: Historia Ecuménica, Libro I, caps. 1-4, citado en III. III. 332-3. 2 Véase el pasaje citado en la pág. 103, n. i, supra,. 3 En V. vi. 299-300, se estudiaron los síntomas de esta recuperación.

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iban a iniciarse con la doble guerra general de 220-189 a. de C. En un lugar anterior, 1 ya observamos que cuando los orgullosos y viriles macedonios cruzaron por primera vez las espadas con los belicosos romanos, en 200 a. de C., el alto comando macedónico sintió que era necesario preservar la moral de sus magníficas tropas frente al terrible espectáculo de la matanza que eran capaces de provocar las nuevas armas que los romanos aprendieron a usar en la guerra romano-cartaginés de 218201 a. de C.; sin embargo, durante estos años decisivos, el rey macedónico Filipo V, hombre relativamente sensible, se atrajo el odio de la gente por la inhumanidad de su propia manera de hacer la guerra, que ofrecía marcado contraste con la práctica de los sucesores de Alejandro y los epígonos de éstos. En una abortada conferencia celebrada entre los beligerantes de la segunda guerra romano-macedónica, en el invierno de 198-197 a. de C., en Malis, antes de la campaña que iba a decidirse militarmente en Cinocéfalo, un vocero etolio, Alejandro Isio, habría formulado a Filipo los siguientes reproches: "Alejandro se quejaba de que Filipo no quisiera sinceramente la paz y no tuviera la costumbre de hacer honrosamente la guerra, ahora que la guerra era la orden del día. .. Filipo abandonó todo intento de enfrentar a sus rivales en el campo de batalla, pero hizo notable su huida al quemar y saquear las ciudades. . ., una actitud que pretendía vengarse de la derrota al echar a perder el botín de los vencedores. ¡Qué enorme diferencia con las normas observadas por los que en el pasado llevaban la corona macedónica! Aquellos soberanos combatieron continuamente entre sí en campo abierto, pero rara vez destruyeron y saquearon las ciudades. Es éste un hecho que conoce todo el mundo, establecido por la guerra que Alejandro Magno libró contra Darío por el imperio de Asia, y también por la lucha en que se empeñaron los sucesores de Alejandro para obtener su herencia, cuando, coligados, combatieron a Antígono por la posesión de Asia. Además, la actitud de los sucesores de la segunda generación hasta Pirro fue siempre la misma. Estaban dispuestos a jugarse la suerte en una batalla empeñada en campo abierto y no ahorraban sacrificio para vencerse unos a otros por la fuerza de las armas; pero solían respetar las ciudades, a fin de que los vencedores pudieran gozar de su dominio y recibir los debidos honores de manos de sus subditos. Por otra parte, destruir los objetos de la lucha en la guerra, mientras se dejaba que la guerra misma continuara su curso, era el acto de un loco y no de un loco cualquiera, sino de uno en el que la enfermedad estaba muy avanzada, sin embargo eso era precisamente lo que estaba haciendo ahora Filipo." 2 En el paso del siglo ni al siglo n a. de C., se produjo en verdad, tanto en el Levante como en el Mediterráneo occidental, un enorme rebajamiento de aquellas normas que regían las relaciones internacionales en el mundo helénico durante las tres o cuatro generaciones anteriores. En 1 2

fin II. ii. 174. Polibio: Historia Ecuménica, Libro XVIII, cap. ),

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la doble guerra general de 220-189 a- de C., no se dio ningún reflorecimiento de aquellas actitudes caballerescas que se mostraron por ambas partes durante el sitio a que Demetrio Poliorcetes sometió a Rodas en 305-304 a. de C. y que Seleuco Nicátor hubo de mostrar luego a Demetrio, después de haberse entregado1 éste en 285 a. de C.; y, si en este capítulo posterior a Aníbal de la historia helénica, no hubo nada que pudiera compararse con aquellas mitigaciones primeras de la barbarie de la guerra, a fortiori no hubo ninguna réplica de la solidaridad social que, en los días de calma de un anterior período de paz, engañosamente promisorio, mostró el mundo helénico cuando, en 227 a. de C., reyes, príncipes y estados-ciudades rivalizaron entre sí para contribuir a aliviar a Rodas después que este ornamento del mundo helémco postalejandrino quedó reducidos a ruinas por un terremoto.1 Si comparamos nuestros dos cuadros, comprobaremos otro hecho: el de que en las repeticiones de ciclos de guerra y paz, las guerras entre estados y guerras civiles, son equivalentes entre sí e intercambiables. Ya observamos 2 que, en el episodio occidental moderno, la serie de guerras que libraron, como guerras entre estados, Francia, España y otros estados parroquiales, se inició con una guerra civil empeñada entre dos ramas de la casa francesa de los Valois. Inversamente, en el episodio helénico postalejandrino, una serie de guerras, que asimismo se inició con una guerra civil empeñada entre sucesores rivales del rey macedónico Alejandro Magno y que análogamente se desarrolló en guerras entre estados libradas por Egipto, Asia, Macedonia, Roma y Cártago, no terminó con la victoria romana de 168 a. de C., que abatió la última potencia sobreviviente rival, sino que continuó luego a través de un segundo ciclo para seguir en un tercer ciclo en la forma de una sucesión de guerras civiles libradas en el seno de una república romana, ahora ecuménica. El ciclo de guerra y paz en 'la historia sínica postconfuciana Si ampliamos ahora nuestro campo de visión histórica para abarcar en nuestro examen sinóptico el episodio de la historia sínica tradicionalmente conocido como el "período de los estados contendientes" (Chan Kuo) descubriremos correspondencias entre este capítulo postconfuciano de la historia sínica, el capítulo postalejandrino de la historia helénica y los capítuos moderno y potsmoderno de la historia occidental, correspondencias que se dan no sólo en los rasgos generales del paisaje histórico, sino también en a estructura particular de los sucesivos ciclos de paz y guerra. Lo mismo que las otras dos series, esta serie sínica de ciclos se puso originalmente en movimiento por obra de la lucha librada por la posesión de la herencia derrelicta de una ex gran potencia en la que se produjo un colapso del gobierno central. La herencia de Alejandro Magno Véase Polibio, ibid., Libro V, caps. 88-90. - En este volumen, en las púgs. 102-3, jv//w. 1

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y la de Carlos el Temerario, que fueron las originales manzanas de la discordia en el episodio helénico postalejandrino y en el episodio occidental moderno tenían su réplica sínica postconfuciana en la herencia del estado de Chin,1 que quedó desmigajado en el siglo V a. de C., después de desempeñar un papel rector en el capítulo anterior de la historia sínica, en la condición de uno de los dos principales competidores para conquistar la hegemonía sobre el mundo sínico.2 En el episodio sínico postconfuciano, la serie de ciclos también tuvo un preludio en el que el acontecimiento históricamente significativo asumió la forma de guerra civil; y en el curso del primer ciclo regular siguiente, la crudeza de la influencia de la guerra en la sociedad se vio acentuada, asimismo en el mundo sínico, por el enorme aumento del poder de las armas,3 por el aumento de la crueldad con que eran tratados no combatientes y combatientes derrotados 4 y por el aumento en la magnitud de los premios políticos de la victoria y de los castigos de la derrota.2

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Véase V. vi. 305-6. Véase IV. iv. 82 y V. vi. 303-4. Durante este capitulo temprano de la historia sínica, el principal rival de Chin fue Chu. ;i La adopción que en el paso del siglo IV al siglo ni a. de C., de las armas, equipos y tácticas militares nómadas eurasiáticas, hizo Chao, un estado sucesor de Chin que había heredado de éste la misión de guardar la marea antinomádica, se consideró en III. ni. 185, n. 2. Esta innovación militar técnica sínica era la réplica, en la historia sínica postconfuciana, de la adopción de nuevas armas por parte de los romanos, durante la guerra de Aníbal y también la réplica de la aplicación a la guerra de las nuevas fuerzas motoras de la de democracia y el industrialismo del mundo occidental moderno, adopción y aplicación que se realizaron en la séptima década del siglo XIX de la era cristiana (véase IV. IV. 165-6). Es significativo el hecho de que el estado sínico, que fue el primero en llevar a cabo esta revolución en su técnica militar, durante la guerra general sínica de 333-247 a. de C., hubiera sido también el estado que en una fase ulterior de la misma guerra logró rechazar los ataques del estado de Tsin, que en ese momento había establecido su dominio militar sobre todas las otras potencias del mundo sínico. La triunfante resistencia que opuso Chao a los repetidos intentos de Tsin de conquistarlo durante los años 270-258 a. de C., hizo que esta guerra terminara en una paz no definitiva y se postergara la unificación del mundo sínico, por obra de las armas de Tsin, durante un medio siglo (desde 270 a. de C. a 221 a. de C.). * Véase Franke, O.: Geschii'hte des Chinesischen Reiches, vol. I (Berlín y Leipzig 1930, de Gruyter), pág. 194. 5 Véase Maspéro, H.: La Chine Antigüe (Paris 1927, Boccard), págs. 390-1, citado en V. vi. 295, acerca de la observación de que, durante el paroxismo postconfuciano de un tiempo de angustias sínico, los estados contendientes luchaban por la existencia, pugna diferente de la que se libró anteriormente, por premios más reducidos de independencia o hegemonía, durante el paroxismo preconfuciano. Sin embargo, Franke señala, en op. cit., vol. I, pág. 178, que la limitación convencional de la expresión "período de los estados contendientes", al paroxismo postconfuciano es arbitraria, considerando que el asesinato de no menos de treinta y seis príncipes y la destrucción de no menos de cincuenta y dos estados, entre los años 722 y 481 a. de C., están consignados en los anales de Confucio de aquel período de la historia sínica. La serie postconfuciana de los ciclos de guerra y paz, era el segundo de dos paroxismos que juntos constituyen el tiempo de angustias sínico. En lugares anteriores (en IV. iv. 81-2 y en V. vi. 303-6) fechamos el comienzo del tiempo de angustias sínico en el estallido de la primera gran guerra entre Chin y Chu (gerebatur 634-628 a. de C.).

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Una vez que hubo exacerbado los males de la guerra hasta este punto intolerable, el episodio sínico terminó, como el helénico, con el establecimiento de una paz ecuménica, en virtud de la eliminación de todas las potencias contendientes salvo la de una única vencedora sobreviviente. Un análisis cronológico de este episodio postconfuciano de la historia sínica revela una serie que consiste en un preludio y dos ciclos ulteriores, con respectivas longitudes de onda de 78,86 y 112 años.1 En el preludio, el Leitmotiv fue el desmembramiento del estado Chin en tres estados sucesores; en el primero de los ciclos siguientes, el Leitmotiv fue el abortado intento, por parte de uno de los tres estados sucesores de Chin, Wei, de desempeñar el papel de potencia archiagresora; en el ciclo siguiente el Leitmotiv lo constituyó el hecho de que el estado Tsin desempeñara el papel de archiagresor con un éxito tal que ese ciclo terminó con la unificación política del mundo sínico, merced al derrocamiento, por parte de Tsin, de todas las otras potencias que luchaban en la arena internacional sínica. En el preludio (currebat 497-2419 a. de C.), los estallidos más significativos de la guerra asumieron la forma de guerras civiles. Durante este preludio, una tendencia común a la espontánea disociación en virtud de fuerzas centrífugas internas obraba en todos los estados mayores del mundo sínico de la época. El anárquico efecto de la institución del feudalismo, que anteriormente se había hecho sentir a expensas de una potencia Chou antes ecuménica, y que había determinado el colapso de la civilización sínica y el comienzo de un tiempo de angustias sínico, antes de terminar el siglo vn a. de C., y después de que Chou se hizo manifiestamente impotente para fiscalizar a sus propios vasallos parroquiales, se hacía sentir ahora en el seno del cuerpo político de cada uno de esos estados paroquiales, que se habían beneficiado con esa tendencia centrífuga, en el capítulo anterior del proceso. Los principales estados que sufrieron esta tendencia en el siglo v a. de C. fueron aquellos que se habían agotado en los siglos vn y vi al asumir papeles importantes en la competición por obtener la hegemonía durante aquel paroxismo temprano. Pero ahora que tocaba a los estados parroquiales sufrir una ordalía que ya había arruinado al estado imperial Chou, las respuestas locales a esta idéntica incitación distaron Véase cuadro III. Este año, que vio el estallido de la gran guerra civil (gereíatur 497-490 a. de C.) en el estado de Chin, marca el verdadero comienzo del primer ciclo de guerra y paz del período Cban Kuo de la historia sínica. Como esa gran guerra civil fue el comienzo del desmembramiento de Chin y como el desmembramiento de Chin fue el acontecimiento histórico que puso en movimiento esta nueva serie de ciclos de paz y guerra, el año 497 a. de C. es evidentemente una fecha más significativa, para marcar el comienzo del período Chan Kuo, que la fecha de 403 a. de C., que vio el reconocimiento de jure del desmembramiento de Chin en tres estados sucesores que en ese momento eran ya hechos consumados desde hacía medio siglo, o que la fecha de 479 a. de C. que es la fecha tradicional de la muerte de Confucio (véase V. vi. 306, con n. i). 1

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mucho de ser uniformes. Los estados parroquiales que habían desempeñado los papeles más ambiciosos —y en consecuencia los más agotadores— en el primer paroxismo del tiempo de angustias sínico (saeviebat 634-528 a. de C.) fueron Chin y Chu; y después del fracaso primero del intento final que hizo Chu por imponer su hegemonía por la fuerza de las armas en la guerra de 538-528 a. de C.1 y luego del ulterior movimiento de Chin para dar un coup de grace a Chu, en 506 a. de C.,2 la autoridad del gobierno central quedó muy rebajada en ambos estados. Con todo, los hechos que siguieron fueron dramáticamente diferentes en los dos casos. La situación de Chu era, a juzgar por todas las apariencias, con mucho, la más grave de las dos. Mientras Chin en esa época se veía amenazado tan sólo por fuerzas disociadoras internas, Chu era además el blanco de ataques extranjeros. En el mismo año, 506 a. de C., en que Chin se veía demasiado débil para lucha, Chu fue atacada e invadida por Wu, un a-devant estado bárbaro de la cuenca del Yangtsé inferior, que había seguido el ejemplo de Chu en cuanto a adoptar la cultura sínica y aprovechar el consiguiente aumento potencial de sus fuerzas militares para intervenir en la arena de las luchas políticas sínicas. En esta crisis de la suerte de Chu, este estado quedó salvado por la temeridad de su intruso adversario Wu y por el surgimiento, a retaguardia de ese adversario, de otro ambicioso estado ct-devant bárbaro, el principado de Yue, en el país que ulteriormente iba a convertirse en la provincia china de Chekiang. En 506 a. de C. Yue salvó a Chu de la aniquilación, al atacar a Wu por la espalda. Y, si bien Wu logró luego vengarse de Yue, al imponerle su soberanía en 494 a. de C.,3 Wu quedó arruinado por estos sucesivos triunfos obtenidos sobre Chu y Yue. Estos dos últimos estados tentaron a Wu a realizar un intento de alcanzar la hegemonía; y mientras Wu estaba empeñado en un infructuoso ataque contra Tsi durante los años 489-485 a. de C.,4 el rey Hui de Chu aprovechó la oportunidad para restablecer su reinado sobre sólidas bases, entre los años 488 y 481.5 Luego, en 473, Chu quedó súbitamente liberado de la amenaza de Wu, en virtud de la destrucción de este estado a manos de un renaciente Yue. El efecto combinado de la reconstrucción interna de Chu, operada durante los años 488-481 a. de C., y de verse libre de presiones exteriores, en 473 a. de C., permitió a Chu no sólo sobrevivir, sino lograr cierta expansión. El éxito con que respondió a la incitación de la desintegración interna que se había presentado a todos los estados parroquiales mayores del mundo sínico en el siglo v a. de C., estaba marcado por las sucesivas conquistas de estados menores adyacentes que intervenían en la pugna de la arena central del mundo Véase Maspéro, of. cit., págs. 348-51 y este Estudio V. vi. 304. Véase ibid., págs. 352-3. 3 Véase ibid., pág. 355* Ibid., pág. 350. 5 Véase Franke, up. cit., vol. I, pág. 187. 1

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sínico. Chu se anexó a Chen en 479 a. de C, a Tsai, en 447 a. de C. y a Ki, en 445 a. de C.1 La efectiva reafirmación de la autoridad del gobierno central, verificada en el estado Chu en 388-381 a. de C., tuvo su réplica en el estado de Tsi, que análogamente sobrevivió a un ataque de Wu y análogamente superó las disociadoras fuerzas feudales internas, aunque en el caso de Tsi ello hubo de pagarse con el eventual cambio de dinastía producido en 379 a. de C.'¿ Estos triunfos sobre el feudalismo, obtenidos en Tsi y Chu, presentan agudo contraste con el colapso de la autoridad del gobierno central del estado Chin, en 497-490 a. de C. Durante esos años, Chin quedó dividida y devastada por una guerra civil entre facciones rivales de señores feudales, que la corona no pudo impedir. El resultado fue la virtual partición de Chin entre cuatro casas feudales del bando vencedor. Esta división quedó confirmada por el desenlace de una guerra civil suplementaria (gerebatur 455-453 a. de C.)3 en la que uno de los cuatro estados sucesores nacientes de Chin fue aniquilado por una coalición formada por los otros tres. La división de Chin producida de jacto en 453 a. de C. entre los estados sucesores Chao, Wei y Han, fue reconocida de jure en 403 d. de C., y la casa real de Chin quedó formalmente destituida en 376 a. de C., es decir, a ciento treinta años de la pérdida efectiva del poder. Este desmembramiento de Chin, producido en el siglo v a. de C, era un acontecimiento de mayor importancia históirca que la contemporánea supervivencia de Chu, porque cambiaba la configuración política y militar del mundo sínico y preparaba el camino para el ulterior triunfo de Tsin, el vecino occidental, antes aislado y atrasado, de Chin. Este desenlace del drama sínico postconfuciano que se había preparado durante el preludio, quedó sin embargo pospuesto por un intento abortado pero determinado, por parte de Wei —uno de los tres estados sucesores de Chin—- de desempeñar, en el paroxismo postconfuciano de un tiempo de angustias sínico, el papel que había desempeñado en el paroxismo preconfuciano el propio estado Chin. El empeño de Wei por alcanzar la supremacía en el mundo sínico fue el Leitmotiv del primer ciclo regular de guerra y paz (currebat 419-333 a. de C.) de la serie postconfuciana. Al aspirar de esta suerte un papel en el que Chin había fracasado, Wei estaba buscando el desastre que eventualmente hubo de sobrecogerlo. El mayor y más fuerte de los tres estados sucesores de Chin no era Wei, sino Chao; y Chao tenía oportunidades que no se le ofrecían ni a Wei ni a Han, para extender su territorio y mejorar su técnica militar, gracias a la situación geográfica que ocupaba en el límite del mundo sínico y de la gran estepa eurasiática.4 En cambio, Wei tenía por vecino occidental, no el mundo nómada eurasiático, sino el potencialVéase Véase 3 Véase * Véase 1 2

Franke, op. cit. ibid., págs. 181-2. ibid., pág. 180; Maspéro, op. cit., pág. 366. Franke, op. cit., vol. i, págs. 180-1.

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mente más temible estado-marca sínico de Tsin, frente a los nómadas. Y el territorio de Wei era no sólo más pequeño en general que el de Chao, sino que además estaba dividido en fragmentos geográficamente discontinuos, uno de los cuales se extendía junto a la extremidad del territorio de Chao y el otro junto a la extremidad del de Han, en tanto que el territorio metropolitano de Han, situado al sur del río Amarillo, se encontraba igualmente aislado por el territorio de Wei y por el resto del patrimonio imperial de Chou que lo separaban de una provincia, situada al norte del río, la cual se introducía a manera de cuña entre los territorios de Wei y Chao.1 Esta desventajosa distribución geográfica del antiguo dominio de Chin condenaba a Wei a estar perpetuamente en guerra con esos dos estados, además de las guerras que libraba con otros vecinos por su agresiva política de expansión. La guerra general (gerebaíur 419-370 a. de C.), con la que comenzó este ciclo, fue una serie de esfuerzos, por parte de Wei, para dominar a sus vecinos.2 El primer paso que dio Wei fue aprovechar los disturbios internos, comunes a todos los estados del mundo sínico de la época, por los que el vecino occidental de Wei, Tsin, se vio paralizado durante los años 415-384 a. de C.3 En el curso de los años 419-409 a. de C.,4 Wei reconquistó de manos de Tsin una faja de territorio, estratégicamente importante, dentro de la gran curva del río Amarillo superior, que había sido parte de los dominios originales del estado padre de Wei, Chin, pero que Tsin había conquistado durante el paroxismo preconfuciano del tiempo de angustias sínico. A la reconquista que llevó a cabo Wei del "país del oeste del río" (Ho-si), en 419-409 a. de C., siguió el sometimiento, transitoriamente efectivo, de Han; pero en 386 a. de C., Chao, con la ayuda de Tsi, logró resistir los esfuerzos de Wei por completar la reunificación de los antiguos dominios de Chin, sometiendo también a Chao; y aunque Wei derrotó a Tsi, en 384, 380 y 378 a. de C, y a Chu en 371 a. de C., sus ambiciones de supremacía ecuménica quedaron frustradas en 370 a. de C., por las fuerzas combinadas de Chao y Han, una vez que Han hubo doblado su extensión y sus recursos en 375 a. de C., al anexarse a su vecino occidental, el estado de Cheng.5 Este desenlace negativo de la guerra general de 419-370 a. de C., quedó confirmado por el desenlace de las guerras suplementarias de 374-340 a. de C.6 Esta serie de guerras se inició, significativamente, con una campaña en la que Wei perdió frente a Tsin parte del territorio reconquistado "del oeste del río". Ese revés fue la señal de un ataque 1 Véase Maspéro, op. cit., págs. 369-70; Hermann, A.: Histórica! and Commercial Atlas of China (Cambridge, Mass. 1935, Harvard University Press), pág. 16; y xi, mapa 26. 2 Véase Maspéro, op. cit., págs. 391-3. 3 lh>d- pág. 377.

ij ' > • Ibid., op. cit., págs. 369; Franke, op. cit., vol. I, pág. 181. Véase Maspéro, op. cit., pág. 394-6.

j.,g"

general contra Wei, y aunque Wei pospuso su ahora inevitable destino, mediante repetidas victorias que obtuvo contra fuerzas numéricamente superiores, quedó ulteriormente abatida en 340 a. de C. El resultado más importante de estas guerras suplementarias en lo referente a la redistribución de territorio fue la transferencia permanente de Wei a Tsin, de una porción de territorio largamente disputado "al oeste del río", que dio al "País de dentro de los pasos",1 hasta entonces rodeado de montes, una salida a la gran llanura de la cuenca del río Amarillo inferior; y este decisivo desplazamiento de la frontera que separaba a Tsin y Wei, en favor del primero, quedó registrado en los cambios de las ciudades capitales de los dos estados. En 350 a. de C., la capital de Tsin se trasladó hacia el este desde su antigua ubicación, en el valle del Wei medio, a un punto del valle del Wei inferior, frente al asiento de la futura Si Ngan;'-' en 340 a. de C., la capital de Wei se trasladó hacia el este desde su ahora peligrosamente expuesta ubicación anterior en Ngan-yi, que en 352 a de C. habían invadido las fuerzas de Tsin, al asiento de la futura Kai-feng. 3 El segundo y último de los ciclos regulares sínicos postconfucianos de guerra y paz (currebat 333-221 a. de C.) vio cómo la serie terminaba en virtud de la unificación política de todo el mundo sínico, por obra de las armas de Tsin. A Tsin se le presentó la oportunidad para llevar a cabo esa conquista, al no poder Wei establecer su supremacía durante el ciclo anterior; pero Tsin no habría estado en condiciones de lograr éxito en una empresa en la que Wei había fracasado, si antes no se hubiera preparado mediante las innovaciones introducidas en su técnica militar, en su organización administrativa y en su política económica (sobre todo medidas para aumentar la producción agrícola y por lo tanto el número de combatientes) que eran más racionales, radicales y despiadadas que cualquier otra reforma contemporánea llevada a cabo en cualquier otro estado sínico. Esta transformación interna del estado Tsin se operó durante los reinados del príncipe Hien (dominabatur 384-361 a. de C.) y de su hijo Hiao (dominabatur 361-338 a. de C.). 4 El espíritu motor fue Wei Yang (alias Kung-sun Yang, altas Shang Yang), 5 un hermano menor de la casa principesca del antiguo estado central de Wei.6 Wei Yang estuvo primero al servicio del gobierno del estado del mismo nombre —uno de los tres estados sucesores de Chin— que en esa época no sólo había impuesto su soberanía sobre el estado natal de Shan Yang, Wei, sino que intentaba establecer su supremacía Sobre este expresivo sinónimo de Tsin, véase VI. vn. 229, n. 3 y 230. Véase VI. vn. 274. 3 Véase Franke, op. cil., vol. I, págs. 184-5. * Véase ibid,, págs 183-5; Maspéro, op. cit., págs. 377-9 y este Estudio, VI. vir. 448, 449 y 475. 5 Véase The Book of Lord Shang, traducido por Duyvendak, J. }. L. (London 1928, Probsthain). 0 Que no hay que confundir con el advenedizo Wei, que fue uno de los tres estados sucesores de Chin del siglo v. Aunque los dos nombres son oralmente homónimos, se escriben en caracteres sínicos diferentes. 1

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sobre todos los otros estados del mundo sínico. Después de haber rechazado una anterior proposición de Tsin, Shang Yang terminó por transferir su fidelidad de Wei, el estado sucesor de Chin, a Tsin, durante el reinado de Hiao. Y aunque el carácter revolucionario de sus medidas provocó una oposición a la que él hubo de sucumbir después de la muerte de Hiao, logró empero cambiar la estructura de Tsin, al hacer promulgar disposiciones que no podían haberse rechazado sin detener la expansión militar y agresiva que esas drásticas medidas permitieron a Tsin realizar con éxito cada vez mayor. Aunque el motivo más notable del primer ciclo regular sínico postconfuciano de guerra y paz (currebat 419-333 a. de C.) fue el abortado intento que hizo Wei por conquistar la supremacía ecuménica, en el curso del ciclo siguiente (currebat 333-321 a. de C.) iba a hacerse retrospectivamente manifiesto que el acontecimiento más significativo de la historia sínica registrado durante el primer ciclo regular había sido realmente la reconstrucción interna de Tsin. La gran guerra (gerebatur 333-247 a. de C.) con la que se inició el segundo de los ciclos regulares sínicos postconfucianos de guerra y paz, comenzó, lo mismo que la gran guerra del primer ciclo helénico postalcjandrino, con dos series de hostilidades, contemporáneas pero sin relación entre sí, que se desarollaron en dos teatros diferentes: una en la cuenca del río Amarillo y la otra en la cuenca del Yangtsé. Y la acción de 333 a. de C., que tuvo lugar en la cuenca del Yangtsé y que asumió uno de esos giros sensacionales, característicos de la guerra y la política en esos bordes meridionales del mundo sínico, debe de haber parecido, en aquella época, con mucho, el acontecimiento público más importante del año. En 333 a. de C. Yue atacó a Chu y sufrió una aplastante derrota, que significó el fin de Yue como gran potencia.El antiguo territorio de Wu, que había poseído desde 473 a. de C., quedó anexado a Chu, en tanto que el territorio propio de Yue quedó desmembrado en una serie de insignificantes principados que cayeron bajo la soberanía de Chu.1 Los hechos posteriores iban a mostrar, sin embargo, que este imponente y manifiesto aumento de las fuerzas de Chu no iban a valerle, frente a las fuerzas científicamente desarrolladas que Tsin estaba haciendo avanzar por la cuenca del río Amarillo. El acrecentamiento de las fuerzas de Tsin en virtud de las reformas de Shang Yang, se había hecho ya lo bastante manifiesto durante las guerras de 354-340 a. de C., para suscitar en 333 a. de C. un pacto de seguridad colectiva celebrado entre las otras seis grandes potencias del mundo sínico de la época —los tres estados sucesores de Chin junto con Chu, Tsi y Yen—, pacto en el que las partes acordaron acudir todas en ayuda de cualquiera de ellas que se viera atacada por Tsin.2 Sin embarVéase Maspéro, op. cil., pág. 400, con n. i; Franke, op. cit., vol, i, págs. 188-9. El espíritu motor de este acuerdo fue Su Tsin, un estadista profesional, que con este conp diplomático se desquitó de la injusticia que había cometido el gobierno de MI propio estado natal, Tsin, al no aprcxiar su capacidad. Después de haber buscado un empleo profesional c-n Tsin y de no haberlo hallado, Su Tsin ingresó en el 1

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go, las seis potencias que se consideraban amenazadas continuaron chocando unas con otras, en tanto que Tsin mostraba una infalible habilidad para fomentar el mutuo antagonismo de aquéllas y para acallar las sospechas sobre sus propios designios agresivos, aun cuando una y otra vez éstos quedaron desenmascarados en la acción que era lo bastante clara para quienes tenían ojos para ver; y, en consecuencia, desde el comienzo de este segundo y último ciclo de la serie, es decir, desde 333 a. de C., hasta 221 a. de C., en que se cerró el ciclo, sólo una vez Tsin tuvo que hacer frente en el campo de batalla a las fuerzas unidas de las seis potencias. La política de Tsin, como la de Hitler, consistía en tomar "una a una" a sus presuntas víctimas; y, a diferencia de la Alemania nazi del mundo occidental postmoderno, Tsin logró llevar esta política transparentemente maquiavélica hasta su meta largamente premeditada, cuando, en 221 a. de C., completó por la fuerza la unificación de todo el mundo sínico, bajo su propio gobierno ecuménico. El primer paso que dio Tsin en la guerra general sínica de 333-247 a. de C., fue lanzarse a una campaña contra Wei (gerebatur 332-328 a. de C.), en la que Tsin, aprovechando la ventaja de las tierras que había arrebatado a Wei, en la primera campaña de las guerras de 354-340 a. de C., conquistó a Wei el resto del "País del oeste del río" y además otros distritos fronterizos.1 Un contraataque contra Tsin realizado en 318 a. de C., por las fuerzas combinadas de las otras potencias y reforzado por mercenarios nómadas eurasiáticos terminó con la sangrienta derrota de los aliados y la reducción de Wei y Han a la calidad de satélites impotentes de la potencia vencedora;2 y, después de haber confirmado Tsin de esta suerte su dominio sobre los pasos que se abrían hacia el este desde el valle del Wei a la cuenca del río Amarillo inferior^ se anticipó en 316 a. de C. a Chu, al adueñarse de la posición que dominaba los pasos que se abrían hacia el sur desde el valle del Wei a la cuenca del Yangtsé superior, y al imponer su propia soberanía a los dos estados locales semibárbaros contendientes, entre los cuales estaban divididos en esa época los territorios, vastos y potencialmente productivos, que iban a constituir la provincia china de Szechwan.4 En 285 a. de C., los recursos de Tsin se habían duplicado por la incorporación total de ese país a su cuerpo político; 5 pero Tsin no esperó esto para emplear el territorio ocupado como trampolín contra Chu. En una serie de ofensivas lanzadas en 312-311 a. de C.,6 en 302-292 a. de C.,7 y en 280-272 a. de C.,8 Tsin se anexó, primero el valle Han y luego

la cuenca del Yangtsé medio que era el territorio patrio de la potencia Chu. La ciudad capital Ying cayó en 278 a. de C.1 El primer paso de la última de estas tres campañas fue un movimiento envolvente, en el que Tsin se apoderó de la tierra de nadie bárbara que se extendía más allá de los bordes suroccidentales de Chu.2 Mientras Tsin golpeaba de esta manera a Chu con la mano derecha, aún tenía bastante fuerza en la izquierda para aplastar una coalición formada por Tsi, Han y Wei (debellatum 298-293 a. de C.). 3 Entre 286 a. de C. y 275 a. de C., Tsin llevó a cabo rápidas anexiones del corazón de Wei.* Y ni siquiera entonces, cuando la sombra ominosa de Tsin se proyectaba ya por todo el mundo sínico, sus futuras víctimas se abstuvieron de lucha entre sí para beneficio de Tsin. En 286 a. de C., Wei, Tsi y Chu convinieron en repartirse Sung como desquite por conquistas que Sung había hecho en 318 a. de C. a expensas de los tres aliados.5 Luego, en 285-279 a. de C., Tsi fue atacado y transitoriamente ocupado por Yen, con el apoyo de Chao, Wei, Chu y, desde luego, Tsin,6 que fue el beneficiario último de esa guerra fratricida en la que los otros estados sobrevivientes estaban usando los restos finales de sus fuerzas. Al terminar la tercera década del siglo m. a. de C., parecía que una ofensiva que se había mantenido por esa época durante unos sesenta años había llevado a la potencia archiagresora a la distancia de un tiro de piedra de su meta, que era la conquista mundial; pero aquí la trayectoria de las agresiones de Tsin quedó detenida y luego la guerra general terminó sin alcanzar un resultado decisivo que, desde hacía ya mucho tiempo, se había hecho empero eventualmente inevitable. La causa principal de la transitoria frustración de Tsin fue la resistencia del estado de Chao que, como el propio Tsin, era un estadomarca de mundo sínico frente a los bárbaros nómadas eurasiáticos y que, según vimos, fue el primer estado sínico que aumentó su eficiencia militar al adoptar las tácticas y armamentos de los nómadas. Aunque Tsin derrotó a Chao en 280 a. de C.,7 sufrió severos reveses cuando tornó al ataque en 270 a. de C.8 y luego en 262-258 a. de C.9 La segunda causa de la transitoria frustración de Tsin fue el estímulo que dio a las otras potencias amenazadas la valiente y eficaz defensa de Chao. Cuando en 263 a. de C., Tsin invadió la aislada cuña septentrional de territorio Han (el Shang-tang), metida en un intersticio que se abrió entre los territorios de Wei y Chao, y cuando el gobierno central de Han de-

servicio de Yen y Chao. (Véase Hirth, F.: The Ancient History of China (New York 1908, Columbia University Press), págs. 308-11.) 1 Véase Maspéro, o[>. cit., pág. 398; Franke, op. cit., vol. I, pág. 185. 2 Véase Maspéro, op. cit., págs. 401-3; Franke, op. cit., vol. I, pág. 186. 3 Véase Maspéro, op. cit., pág. 403. * Véase Franke, op. cit., vol. I, pág. 186. 5 Véase ibid., pág. 187. 8 Véase Maspéro, op. cit., págs. 404-5. 7 Véase ibid., págs. 410-11. 8 Véase ibid., págs. 418-19.

Maspéro, op. cit., pág. 418; Franke, op. cit., vol. i, pág. 194. Véase ibid., ¿J.-ig. pág. -iy4V cabe íuiu., 3 Véase Hirth, op. cit., pág. 318; Maspéro, op. cit., págs. 411-12. 4 Véase Franke, op. cit., vol. i, pág. 196. 5 Ibid., pág. 196; Maspéro, op. cit., pág. 415; Hirth, op. cit., pág. 319. 8 Véase Franke, op. cit., vol. i, págs. 190 y 196; Maspéro, op. di., págs. 415-18; Hirth, op. cit., pág. 319. 7 Véase Hirth, op. cit., pág. 319. 8 Véase ibid. 9 Véase Maspéro, op, cit., págs. 421-2; Hirth, op. cit., págs. 321-2. 1

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mostró que era impotente para defender esa alejada provincia, el Shangtang ofreció su adhesión a Chao y Chao aceptó el peligroso don. Este fue el casus belli que tuvo Tsin contra Chao, en 262 a. de C., y la primera consecuencia de la guerra fue desastrosa tanto para los proteges de Chao como para los propios protectores. En 260 a. de C., una vigorosa fuerza que Chao había enviado a la capital del Shang-tang se vio obligada a capitular ante el ejército sitiador de Tsin y luego fue exterminada. En 258 a. de C., empero, cuando un ejército de Tsin puso sitio a Han-tang, la capital del propio Chao, no consiguió tomar la ciudad y ulteriormente sufrió un desastre bajo sus muros, por la intervención de Wei a favor de Chao. Si bien Wei hubo de pagar luego muy cara esta audacia, Chao se salvó y la concertada diplomacia de cuatro estadistas que representaban a los estados de Chao, Wei, Tsi y Chu,1 logró llevar la guerra a un final no decisivo en 247 a. de C.2 Esa diplomacia se vio favorecida —y ésta fue la tercera causa de la transitoria frustración de Tsing— por la caída de un estadista y un general que habían sido los que labraran los anteriores éxitos de Tsin. En el año 265 a. de C., cayó en desgracia el ministro Wei Jan, que había encabezado el gobierno de Tsin durante los pasados treinta y un años.3 En el año 258 a. de C., se suicidó, por orden real, Po Ki,4 a quien Wei Jan, al hacerse cargo de sus funciones de ministro, había nombrado generalísimo de los ejércitos de Tsin, y que había sido el autor de las hazañas militares de Tsin, desde la derrota que sufrió la coalición en 293 a. de C.,5 hasta la conquista del Shang-tang, arrebatado a Chao, en 260 a. de C. El crimen que costó la vida a Po Ki fue negarse a continuar sirviendo bajo el indigno sucesor de su antiguo jefe y asociado Wei Jan. Esta combinación de circunstancias pospuso la fecha del inevitable desenlace; pero cuando, después de un respiro de diecisiete años (currebat 247-230 a. de C.), Tsin volvió al ataque bajo el mando del implacable rey Cheng (accessit 246 a. de C.), que iba a convertirse en el primer emperador de un estado universal sínico con el título de Tsin Shi Huang-ti,6 las guerras suplementarias (ger.ebc.tur 230-221 a. de C.), 7 fueron tan dramáticamente breves como la anterior guerra general (gerebatur 333-247 a. de C.) fuera desorbitadamente larga. En el período de los diez años que van de 230 a 221 a. de C., Tsin abatió y se anexó los otros seis estados sobrevivientes, junto con los Véase Hirth, op. cit., págs. 321-2. Véase Maspéro, op. cit., pág. 423. ;1 En 296-265 a. de C., según Maspéro, op. cit., págs. 412-20. Según Hirth, op. cit., págs. 318-20, Wei Jan cayó en 266 a. de C. y había llegado al poder en 298 a. de C. o después. * Véase Maspéro, op. cit., pág. 421; Hirth, op. cit., pág. 322. fl Véase Hirth, op. cit., pág. 318. 0 El espíritu motor de esta última fase del proceso de unificación del mundo sínico fue el ministro de Tsin Shi Huang-ti, Li Sse (véase Bodde, D.: Cljinifs First Uaijier (Leiden 1938, Drill). 7 Véase Maspéro, o¡>. cit., pág. 424; Franke, op. cit., vol. r, págs. 198-9.

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fragmentos sobrevivientes de Yue, que se hallaban bajo la soberanía de Chu, desde 333 a. de C1 Han, que fue la primera víctima, aceptó mansamente su extinción en 230 a. de C., y de los seis estados el único que ofreció una resistencia desesperada fue Chao. Reducir a Chao costó a Tsin dos años de dura lucha (debellettum 229-228 a. de C.); y aún después de la caída de la capital, Han-tang, producida en 228 a. de C., un indomable resto del ejército de Chao se retiró hacia el norte, a las tierras altas adyacentes a la estepa eurasiática, y estableció allí un estado refugiado Tai, así como un resto del ejército asirió se retiró a Harrán, después de la caída de Nínive en 612 a. de C. El año 226 a. de C. vio la caída de Yen, excepto su remoto anexo nororiental, situado en Liaotung, y el año 225 a. de C., la caída de Wei. El sometimiento de Chu, lo mismo que el de Chao exigió dos campañas (gerebantur 223-222 a. de C.), en la segunda de las cuales los ejércitos de Tsin se apoderaron de los principados de Yue así como de su soberano. El mismo año 222 vio la destrucción de los restos refugiados de Yen, en Liao-tung, y de Chao, en Tai. En 221 a. de C., la unificación política del mundo sínico, impuesta por la fuerza de Tsin se completó mediante la Gleichschallung de Tsi que, después de haber observado pasivamente cómo sus compañeros y víctimas iban extinguiéndose uno a uno, se sometió a su vez tan mansamente como se había sometido Han en 230 a. de C.2 Visión sinóptica de las manifestaciones del ciclo de guerra y paz en la historia de las civilizaciones occidental, helénica y sínica Si disponemos la serie de los ciclos de guerra y paz de la historia sínica durante los años 497-221 a. de C., en forma de cuadro, como ya hicimos con los ciclos de la historia helénica durante los años 321-31 a. de C. y con los ciclos de la historia occidental durante los años 1494-1945 d. de C., observaremos una estructura común que es inconfundible; y esa uniformidad de la estructura de los tres episodios en la historia recíprocamente independiente de tres civilizaciones, de los cuales el episodio occidental no coincidía cronológicamente con ninguno de los otros dos, en tanto que el episodio sínico y el helénico estaban separados cronológicamente por un período de unos 190 años,3 indica que el equilibrio de fuerzas políticas que hay entre estados parroquiales rivales está regido por sus propias "leyes de la naturaleza" particulares, que se revelan regularmente en diferentes milieux sociales, porque

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Véase VI. VH. 223. Después de 221 a. de C., el único estado parroquial sínico que conservaba aún una independencia nominal como cuña metida dentro del estado universal establecido por Tsin fue el antiguo estado central de Wei, el estado en que había nacido el estadista del siglo IV Shang Yang, cuyas revolucionarias innovaciones en Tsin fueron el secreto de los ulteriores éxitos militares y políticos de ese estado. 3 La obra que realizó Augusto, al establecer un estado universal en el mundo helénico en 31 a, de C., estuvo anticipada en el mundo sínico, ciento noventa años antes, por la obra de Tsin Shi Huang-ti, que fundó allí un estado universal en 221 *• de C. Ni el episodio postalejandrino ni ningún otro episodio de la historia helé1 2

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son inherentes a una determinada situación humana, que fue la experiencia común de estas diferentes sociedades. Nos restaría ahora extender nuestro campo de inducción para determinar el alcance de estas "leyes", agregando más ejemplos a los tres que hemos examinado. En verdad, cada uno de estos tres episodios es un segundo capítulo en un proceso cuyo primer capítulo hemos dejado sin analizar. Por ejemplo, la continuidad del episodio sínico postconfuciano con el capítulo preconfuciano de la misma historia es manifiesta, puesto que la mayor parte de los personajes de los dos actos es idéntica, a pesar del cambio producido en cuanto a la distribución de los papeles y al agolpamiento de los actores, en un escenario cada vez más amplio, como resultado del desmembramiento del estado de Chin, verificado en el siglo V a. de C. En los correspondientes pasajes de la historia helénica y de la historia occidental, la continuidad de la acción queda oscurecida a primera vista en cada caso por un súbito cambio en la distribución de los papeles y un rápido y sensacional aumento en las dimensiones del escenario en que se representa la tragedia. Sin embargo, el equilibrio de fuerzas helénico postalejandrino entre potencias de un calibre de supraestado-ciudad fue, ello no obstante, históricamente continuo, con un equilibrio anterior entre estados-ciudades que habían actuado desde 479 a 338 a. de C.; y el equilibrio occidental moderno inugurado con la invasión francesa de Italia, de 1494 d. de C., era asimismo históricamente continuo con un equilibrio anterior entre estados-ciudades medievales tardíos, o aglomeraciones de ellos, de la Italia septentrional y central. Podemos ahora analizar cada uno de estos capítulos anteriores de los tres procesos, de acuerdo con el criterio que acabamos de exponer. Por ejemplo, podemos discernir que el equilibrio de fuerzas políticas helénico prealejandrino entró en acción en 478 a. de C., en virtud del desmembramiento de una coalición panhelénica que se había formado en 480 a. de C., contra el imperio aqueménida, y que quedó roto en 338 a. de C., al formarse una nueva coalición contra el mismo adversario común. En la historia de la serie sínica preconfuciana de ciclos de guerra y paz, podemos asimismo distinguir un ciclo que va de 634 a 506 a. de C., y en el que el Leitmotiv fue una lucha no decisiva por la hegemonía entre Chu y Chin, y podemos distinguir también un preludio de ese ciclo, en el que la decadencia de la potencia ecuménica Chou ofrecía oportunidades cada vez mayores a una serie de estados locales, para que afirmaran su independencia y entraran en competición entre sí. Podemos fechar el comienzo de este preludio a partir del momento en que el gobierno imperial Chou reconoció, en 68o a. de C.3 la hegemonía que nica coincidía cronológicamente con ningún episodio de la historia occidental, puesto que la sociedad occidental surgió de las ruinas de la sociedad helénica, así como ésta había surgido de las ruinas de la sociedad minoica. Si podemos hacer remontar la civilización occidental a fines del siglo vn de la era cristiana y la helénica a fines del siglo xn a. de C., comprobamos que el "intervalo" que las separa es de una magnitud cronológica de alrededor de mil ochocientos años.

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cuatro de los estados centrales menores habían conferido, en 681 a. de C., al estado parroquial de Tsi,1 o bien podemos considerar como fecha inicial el año 771 a. de C.2 en que los bárbaros occidentales tomaron la ciudad capital de Chou, catástrofe que invitó a los feudatarios parroquiales de la potencia Chou a afirmar de jacto su independencia respecto de un soberano que flagrantemente había perdido los derechos a ejercer su autoridad sobre ellos,, al mostrarse incompetente para cumplir su tarea ecuménica de defender la frontera común del mundo sínico contra ataques bárbaros. Con un cálculo análogo, podríamos fechar el comienzo del preludio del equilibrio medieval tardío entre los estadosciudades de la Italia septentrional y central, desde el comienzo del proceso de consolidación política que redujo el número de estados de la Italia septentrional y central, de setenta u ochenta que eran, a diez, en el curso de los siglos xiv y xv de la era cristiana,3 aunque por otra parte podríamos considerar como fecha inicial de este episodio de la historia occidental el año de la muerte del sacro emperador romano Federico II, acaecida en 1250 a. de C, acontecimiento que tuvo como consecuencia reducir el Sacro Imperio Romano a la condición de impotencia práctica en que había caído el imperio Chou, después de la catástrofe de 771 a. de C. Por cierto que podríamos prolongar y ampliar mucho más nuestro examen de los ciclos de paz y guerra. Por ejemplo, en el mundo sumérico se dio un equilibrio de fuerzas entre estados parroquiales contendientes que duró siglos, antes de quedar roto por el establecimiento de un estado universal sumérico en la forma del "Imperio de las Cuatro Comarcas" de Ur-Engur (alias Ur-Namu), y en el mundo egipcíaco un historiador occidental del siglo xx podría conjeturar, dependiendo de la recuperación de registros que nos faltan, que también allí debe de haberse dado un preludio similar, antes de que Narmer estableciera el Reino Unido.4 Tampoco tenemos por qué limitar nuestras investigaciones a las luchas en que las partes son estados contendientes y en las que el desenlace es la eliminación de todos los competidores salvo una potencia vencedora sobreviviente, cuya victoria la convierte de un estado parroquial en un imperio ecuménico. Al examinar la historia del equilibrio de fuerzas helénico postalejandrino, ya observamos5 que en los últimos dos ciclos de esta serie los estallidos de guerra asumían la forma de guerras civiles y revoluciones sociales, en lugar de la de guerras internacionales libradas entre estados soberanos parroquiales, en virtud de las cuales la misma corriente de violencia se descargó, antes de que quedara cerrada la válvula, por la eliminación, producida en el curso del ciclo anterior, de todas las otras grandes potencias del mundo helénico Véase Véase s Véase * Véase 6 Véase 1 2

Maspéro, op. clt., págs. 299-300. ibid., págs. 63-64; Hirth, op. clt., págs. 176-7. III. III. 376. X. x. 258. pág. 139, sufra.

j-cg

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

postalejandrino salvo Roma. Podríamos ahora recordar que este ritmo alternado de estallidos de guerra y de períodos de paz no1 dejó de manifestarse en el mundo helénico, después de la inauguración de la Pax Augusta en 31 a. de C, así como no había dejado de manifestarse después de quedar afirmada la supremacía ecuménica de Roma, en la doble guerra general de 220-189 a. de C. y después de confirmarse este resultado en las guerras suplementarias de 171-146 a. de C. En las formas de guerra civil, revolución social e invasión de bárbaros, los estallidos rítmicos de desorden continuaron dándose en toda la historia del estado universal helénico que fundó Augusto y que posteriormente rehabilitó Diocleciano, hasta que se produjo un estallido final de una gravedad tal que esa vez la moribunda sociedad no pudo recobrar sus fuerzas vitales agotadas. En efecto, se produjo la erupción de 66-70 d. de C., la convulsión que terminó con la ascensión al poder de Diocleciano en 264 a. de C. (cuyo comienzo puede fecharse en el año del asesinato de Alejandro Severo, acaecido en 235 d. de C., o bien en el año de la muerte de Marco Aurelio, acaecida en 180 d. de C), y la reiterada convulsión de 376-394 d. de C., que resultó fatal para el imperio en Occidente y a la que siguió en el centro y en el este un acceso también fatal, después de la muerte de Justiniano, acaecida en 565 d. de C. Con el mismo criterio podríamos continuar analizando la historia de otros estados universales que hemos identificado en este Estudio y, además de tomar en consideración revoluciones sociales, guerras civiles e invasiones bárbaras, podríamos también hacer entrar en nuestro panorama las guerras libradas con potencias vecinas que representaban civilizaciones extranjeras. Por ejemplo, el imperio romano sirvió, desde 64 a. de C., a 632 d. de C., como guardián de las marcas que el mundo helénico postalejandrino tenía frente a una renaciente potencia siríaca enmascarada en las sucesivas formas del imperio arsácida y del imperio sasánida; ] y el imperio otomano, que había suministrado al cuerpo principal de la sociedad ortodoxa un estado universal extranjero, se vio repetidas veces en guerra con Hungría y con la sucesora de Hungría, la monarquía de los Habsburgo, en el teatro de operaciones de la cuenca del Danubio, con Venecia y con España en la cuenca del Mediterráneo y con la potencia safaví en el Asia sudoccidental. Pero nuestro propósito no es el de llevar a cabo un examen exhaustivo de los ciclos de guerra y paz, sino llevar nuestra investigación lo bastante lejos para que nos permita reunir pruebas suficientes, a los efectos de juzgar si hay o no hay algún ritmo común uniforme que pueda distinguirse en las diferentes series de aquellos ciclos que están lo bastante separados unos de otros, en cuanto a fecha y ubicación, para que puedan considerarse razonablemente como recíprocamente independientes; y a estos efectos positivos una ampliación mayor de nuestro 1

Véase I. i. 99.

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campo de visión podría resultar menos esclarecedora que una visión comparativa más ceñida de las tres series que acabamos de examinar con algún detalle. Por eso podemos poner punto final a este capítulo, yuxtaponiendo nuestras tres series, con miras a determinar si la semejanza que hay entre ellas y que ya hemos observado es algo más que una semejanza de estructura general, o si ella se extiende a una correspondencia cronológica entre las duraciones de los períodos de tiempo de los alternados estallidos de guerra y de los alternados períodos de paz, que constituyen la estructura más o menos uniforme de estos tres episodios. El cuadro que aparece en la página siguiente l presenta los datos, dados separadamente en los tres cuadros anteriores, que muestran las sucesivas manifestaciones de los ciclos de paz y guerra en la historia occidental moderna y postmoderna, en la historia helénica postalejandrina y en la historia sínica postconfuciana respectivamente. En cada una de las tres columnas triples de fechas contenidas en el cuadro IV, las fechas dispuestas en la columna de la izquierda son las fechas históricas de los pasos alternados más importantes de estallidos de guerra a períodos de paz y viceversa, tales como figuran en el cuadro anterior, en el que se consigna la serie particular —occidental, helénica o sínica— que esa columna reproduce. Las fechas de pasos de períodos de paz a estallidos de guerra están representadas en letras redonda y las fechas de pasos de estallidos de guerra a períodos de paz en bastardilla. Las fechas representadas entre llaves en las columnas de la izquierda corresponden a pasos menores, que en los cuadros se identifican en notas. El par de fechas que aparece entre paréntesis corresponde a transposiciones de las fechas correspondientes de cada una de las otras dos series a términos de la serie histórica representada por las fechas del lado izquierdo de cada columna triple. Una fecha helénica se traspone a una fecha occidental, agregándole 1.800 años y a una fecha sínica restándole 190 años, atendiendo al hecho de que la civilización occidental nació unos 1.800 años después de la helénica (es decir, circo. 675 d. de C. frente a circa 1125 a. de C.) y de que el episodio sínico terminó con el establecimiento de un estado universal 190 años antes de la fecha del correspondiente desenlace del episodio helénico (es decir, en 221 a. de C., frente a 31 a. de C.). De acuerdo con el mismo cálculo una fecha occidental se traspone a una fecha helénica restando 1.800 años y a una fecha sínica restándole 1.990 años; y una fecha sínica se traspone a una fecha helénica sumando 190 años y a una fecha occidental sumándole 1.990 años. Las fechas traspuestas, calculadas de acuerdo con estas escalas, que se apartan en más de diez años de las correspondientes fechas históricas de la serie con las que se las compara, aparecen marcadas con un asterisco; y, como se ve, de 84 fechas traspuestas que en nuestro cuadro aparecen entre paréntesis, 22 caen fuera y 62 dentro de este margen 1

Cuadro IV, de la página siguiente.

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

14778 1482* 1494 I>3°3]

Fechas correspondientes transpuestas 2 Helén.

d. de C. (i479

(1484 (1485 (1499 [152!) (1518 1325 ('.5*9 1536 (i534 1559 (1339 1568 (1580* 1609 (1611 1618 (1629* 1648 (1654 1672 (166-! [1697] (1689 [1702] (1709 17x3 (1720 1733 (1751 * 1763 (1769

Fechas

5.2 a

•ja C 'S correspondientes transpuestas 2 i¡ •§ '5 fe, -5 "5 <; ~£: Occident. Sínica Sínica

Fechas históricas sínicas

Fechas históricas occidentales

CUADRO IV. — Cuadro sinóptico de las fechas que marcan cambios de estallidos de guerra a períodos de paz y viceversa, en las series de ciclos de paz y guerra occidental moderna y postmoderna, helénica postalejandrina y sinicapostconfuciana.1

í. de C.

) ) 1493 ) 1500 ) ) ) 1535 ) 1537*) 1571 ) 1620*) 1636*) 1650 ) 1657*) )

321 fjíó] 5 [W]6 301 282

) 1743 *) 1760 *) 1769 )

90

281 266

241 220

189 171

146 133 III

8o 49 ¡i

(323 (318

a., de C.

) )

(306 297

307 ) 300 )

(273 (264 (241 (232*

) 265 ) 263 *) 229 )

(191 (182* (132 (128

180 164 150 143

(279

("3 ( 98

( 87 ( 67* (37

Fechas correspondientes transpuestas 2 Occident. Helén.

)

) ) ) ) ) )

57 *) 40 ) 30

—. —. (496 (487 ( ( (454

— — 5°5 ) 491 ) ) ) 456 ) 410 379 361 336 323

— 230

(422 (38i* (372* (342 (318* ( ( (277* (257*

) ) ) ) ) ) ) 270*) 239 )

221

(227

221

— —

497 490 -—

455 453 419 370 354 34° 333 •—•

•247

(431*

431*)

)

1 Las fechas correspondientes a. cambios de paz a guerra están representadas en letra redonda y las fechas de cambios de guerra a paz en bastardilla. Las fechas encerradas entre corchetes son las de momentos de cambios menores. 2 Se marca con asterisco una fecha transpuesta cuando ésta se aparta más de diez años de la correspondiente fecha histórica con la que se compara. 3 Fecha del estallido de la guerra por la herencia del duque Valois borgoñón Carlos el Temerario. * Fecha de la paz en cuyo tratado se dividió la herencia de Carlos el Temerario entre la corona francesa y los Habsburgo Valois borgoñones. 5 Fecha de la eliminación de Eumenes. 6 Fecha en que se formó la coalición contra Antígono Monoftalmo.

de proximidad cronológica respecto de las fechas históricas de que son equivalentes. Se verá también que, mientras los "tiros fallidos" evidentes se elevan pues a algo más del 25 % del número de "disparos" y los "blancos" aproximados, a algo menos del 75 %, la comparación de las tres series que revela este sorprendente grado de coincidencia,1 es sencillamente una comparación de puntos de cambios 1 El autor ha de confesar que se sorprendió al comprobar este grado de correspondencia cronológica entre las tres series de fechas. Sobre todo porque no estaba convencido de haber descubierto una 'armonía preestablecida" mediante el maní-

decisivos, que marcan alternancias de estallidos de guerra y períodos de paz. Apenas tenemos en cuenta las distinciones que establecimos entre "guerras generales" y "guerras suplementarias" y entre "momentos de respiro" y períodos de "paz general", comprobamos que las más veces las correspondencias que se muestran en este cuadro no se extienden a estas diferencias cualitativas de estallidos de guerra y períodos de paz, de carácter distinto. Por ejemplo, la correspondencia cronológica que hay entre el estallido occidental de guerra, de 1536 d. de C. a 1559 d. de C. y el estallido helénico de guerra, de 266 a. de C. a 241 a. de C., es en verdad muy estrecha; pero mientras el estallido helénico en cuestión asume el carácter de una "guerra general" en nuestro análisis, el correspondiente estallido occidental se presenta como una serie de guerras suplementarias. Además, en varios casos un punto decisivo de cambio registrado en una serie tiene como réplica en una de las otras dos series un punto de cambio sólo menor. Por otra parte, nuestro cuadro nos permite calcular el período promedio de los intervalos que corren entre puntos de cambio que marcan pasos importantes de períodos de paz y estallidos de guerra y viceversa. Al comparar la serie occidental y la serie helénica, independientemente de la sínica, comprobamos que hay 13 de esos intervalos en un período total de 286 (1477-1763 d. de C.), en la serie occidental, y 15 de ellos en un período total de 290 años (321 a. de C31 a. de C.) en la serie helénica. Una división de la duración promedio de estos dos períodos, promedio que alcanza a 288 años por el promedio de los dos números de intervalos, promedio que alcanza a 14, nos da un intervalo medio de 20, 57 años entre puntos de cambio y una longitud de onda media de 41,14 años entre sucesivos puntos de cambio en una u otra de las dos direcciones, esto es, de paz a guerra o de guerra a paz. En nuestra confrontación de las tres series se dan n intervalos entre puntos de cambio que marcan pasos de importancia en un período total de 269 años (1494-1763 d. de C.) en la serie occidental, y de 276 años (497-221 a. de C.) en la serie sínica, mientras en la helénica se dan 15 intervalos entre puntos de cambio que marcan pasos importantes en un período total de 284 años (315-31 a. de C.). Una división del promedio de estos tres períodos que alcanza a 276 años, por el promedio de las tres cifras de los intervalos que alcanza a 12,33, nos da un intervalo promedio de 22,38 entre puntos de cambio y una longitud de onda promedio de 44,76 años, entre sucesivos puntos de cambio en la misma dirección. puleo de las cifras, cuando compilaba los tres cuadros que fueron la base de este cuadro IV. El autor compiló en 1929 d. de C., los cuadros de los ciclos de guerra y paz correspondientes a la historia occidental moderna y postmoderna y a la historia helénica postalejandrina y compiló en 1950 d._ de C. el cuadro de los ciclos de guerra y paz correspondiente a la historia sínica postconfuciana; sólo después de haber compilado este tercer cuadro al autor se le ocurrió representar los tres juntos en una visión sinóptica.

TOYNBEF. - ESTUDIO DE LA HISTORIA 16o Estas cifras medias acaso no tengan una gran significación, atendiendo al hecho de que en nuestro análisis de la serie occidental de los ciclos de paz y guerra comprobamos que el preludio era mucho más breve que cualquiera de los siguientes ciclos regulares y que, asimismo, en el curso de éstos se advertía una tendencia a que los estallidos de guerra se hicieran cada vez más breves y los períodos de paz cada vez más prolongados. La correspondencia aproximada de longitud de onda entre estos ciclos regulares occidentales de paz y guerra y los contemporáneos ciclos comerciales "largos" occidentales * bien pudiera ser más esdarecedora.2 El período total de estos tres (ciclos alcanzaba a 346 años (1568-1914 d. de C.) y en ese período se dieron 12 intervalos entre puntos de cambio importantes. La duración media de un intervalo entre puntos de cambio en estos tres ciclos regulares occidentales de paz y guerra era pues de 28,83 anos > en tanto que la longitud de onda promedio entre sucesivos puntos de cambio en la misma dirección (ya de paz a guerra, ya de guerra a paz) alcanzaba a 57,66 años. Como se ve, estos dos períodos son respectivamente de una magnitud aproximada a la duración de 22 a 25 años, de las fases "Rostow-Spiethoff de los momentos de auge y de depresión económicos, y de unos 40 a 6o años que es la longitud de onda de los ciclos económicos "Kondratieff".

2. La desintegración y el crecimiento de las sociedades "Leyes de la naturaleza' en la desintegración de las civilizaciones En nuestra investigación de los ciclos de paz y guerra a través de tres episodios de la historia de tres civilizaciones diferentes hallamos indicaciones de que esas fluctuaciones rítmicas eran, en cada episodio, productos de una tensión entre dos tendencias que estaban en conflicto. La tendencia a mantener perpetuamente el equilibrio, al corregirlo cuando estaba en peligro de verse roto, quedaba en cada caso contrarrestada y ulteriormente superada por la tendencia a que las repetidas guerras, en virtud de las cuales periódicamente tornaba a ajustarse un equilibrio perturbado, se hicieran progresivamente más severas en su influencia sobre la sociedad hasta que alcanzaban un punto en el que las "luchas moderadas y no decisivas", que antes acaso habían cumplido más o menos satisfactoriamente su función reguladora del equilibrio, llegaban a frustrar las intenciones de los gobiernos, al escapar a su dominio y al convertirse en monstruosidades que, tarde o temprano, estaban condenadas a desaparecer ya destruyendo la sociedad en que habían hecho presa, ya incitando a una sociedad, cuya vida se encontraba ahora en peligro, a poner fin a esa serie de guerras cada vez más destructoras entre estados parroquiales, Véase págs. 93-6, supra. ~ Véase pág. 202, injra. 1

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al aceptar que todos los contendientes salvo uno, quedaran barridos del campo. Esta autoanulación de un ritmo cíclico que constituye pues la tendencia dominante en las luchas libradas por la existencia entre estados parroquiales, fue cosa que ya tuvimos ocasión de examinar al estudiar la desintegración de las civilizaciones; y no ha de sorprendernos que haya esta visible afinidad entre los ritmos respectivos de dos procesos históricos que manifiestamente están ligados entre sí. Nuestro estudio * de los colapsos que fueron el origen de la desintegración de civilizaciones nos mostró que la ocasión frecuente, el síntoma y hasta la verdadera causa del colapso, era el estallido de una guerra entre estados parroquiales, en la que un mal perenne que antes se había mantenido bajo fiscalización y se había practicado moderadamente, se desata ahora de manera desconcertante, en una de sus periódicas repeticiones, hasta alcanzar un grado de intensidad que no reconoce precedente alguno y que constituye un mortal peligro para la supervivencia de la sociedad. En el capítulo prealejandrino de la historia helénica, por ejemplo, la "doble guerra general" del Peloponeso, de los años 431-404 a. de C., fue un flagelo de ese género letal sin precedentes, a diferencia de la guerra, relativamente moderada, que libraron la facción ateniense y la facción lacedemónica del cuerpo político helénico, hasta esa fecha desde que se separaron en 478 a. de C. En el capítulo preconfuciano de la historia sínica, análogamente la gran guerra de 634-628 a. de C., en la que los principales beligerantes fueron Chin y Chu marcó una correspondiente crisis en una serie de ciclos de guerras libradas entre estados parroquiales. En el examen que hicimos de las tres series de este tipo observamos que al reemplazo de una serie de estados parroquiales contendientes por una sola potencia ecuménica suele seguir, no la cesación completa de los reiterados estallidos de violencia anárquica, sino su transformación de la forma anterior de las guerras entre estados parroquiales a la forma de guerras civiles y de desórdenes sociales; de manera que, si establecemos que la fundación de un estado universal no pone inevitablemente fin al ritmo alternado de guerra y paz engendrado por un anterior equilibrio de fuerzas entre estados parroquiales, es tanto más evidente que esta realización constructiva de un estado universal, por magnífica que sea, no basta para invertir y por lo tanto para impedir un proceso de desintegración que, eso sí, transitoriamente ella detiene. Hemos observado 3 que —en la historia de las civilizaciones hasta el momento de escribir estas líneas— la desintegración de las civilizaciones, lo mismo que las luchas que los estados parroquiales libran por la existencia y que precipitan el colapso de las civilizaciones, siguió 1 2 3

En IV, passim, en el vol. iv. En las págs. 139 y 155, supra. En V. vi. 291-331.

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su curso en una serie de fluctuaciones rítmicas; y un examen empírico de diez ejemplos —examen en el que no consideramos la perdida civilización minoica y los incompletos registros de la civilización occidental—• nos permitió determinar * que el ciclo rítmico de caída-yrecuperación, en el que la tendencia dominante hacia la desintegración libraba su prolongada batalla con un movimiento de resistencia, solía —independientemente de casos en los que la historia interna de una sociedad fue desviada de su propio curso por el impacto de un cuerpo social extranjero— asumir un ritmo de tres pulsaciones y media (caídarecuperación - recaída - recuperación - recaída - recuperación - recaída), para cumplir la jornada histórica desde el colapso de una civilización hasta su disolución final irremediable. La primera caída arroja a la sociedad que sufrió colapso al primer paroxismo de un "tiempo de angustias" del que la sociedad queda aliviada en la primera recuperación, a la que sigue un segundo y habitualmente más violento paroxismo, que representa una recaída; a ella sigue a su vez un segundo momento cíe recuperación, más robusto y duradero que el primero, en cuanto se manifiesta en el establecimiento de un estado universal; y cuando, así y todo, sobreviene luego otra recaída, el estado universal consigue de todos modos recobrarse. Esta tercera recuperación es, sin embargo, la última para la que la civilización en desintegración encuentra fuerzas. Cuando por fin el estado universal queda sobrecogido por un segundo ataque de parálisis, ello significa el fin no sólo de este cuerpo político ecuménico, sino también del cuerpo social cuya vida el estado universal consiguió prolongar, al protegerla dentro de un caparazón. Como se ve, el drama de la desintegración social tiene —a juzgar por lo que ha ocurrido hasta la fecha— una trama más precisa y regular que el drama del equilibrio de fuerzas políticas. En este drama de la desintegración, el número de actos parece ser normalmente tres y medio. Podemos ahora observar que la regularidad de la estructura de la trama es pareja a la uniformidad en el tiempo que esa trama se toma para desarrollarse. Si examinamos nuestro cuadro de los estados universales 2 comprobaremos que —en los casos en que el curso de los acontecimientos no se ve perturbado por el impacto de cuerpos sociales extranjeros— unos cuatrocientos años es el tiempo que ocupa el movimiento de caída, recuperación, recaída y recuperación más efectiva, desde el colapso inicial de la civilización hasta la terminación de su tiempo de angustias por obra del establecimiento de un estado universal; y que otro período de aproximadamente la misma duración —también unos cuatrocientos años—• está ocupado por el ulterior movimiento de reiterada recaída, última recuperación y recaída final y decisiva, desde el establecimiento del estado universal hasta su disolución. De manera que el período normal tanto de los tiempos de anVéase ibid., especialmente págs. 291-9. Impreso en el vol. vi, pág. 337 y reproducido en el vol. VIH, como Cuadro I, en la pág. 325. 1 2

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gustia como de los estados universales, sería de una duración de unos cuatrocientos años en cada caso; l pero un estado universal suele resistir mucho a la muerte, aun cuando lo haya sobrecogido el segundo y mortal ataque de parálisis. El imperio romano, que se resquebrajó en las provincias occidentales socialmente atrasadas, después de la catástrofe de Adrianápolis, ocurrida en 378 d. de C., no siguió el mismo camino en las provincias centrales y orientales, hasta después de la muerte de Justiniano, acaecida en 565 d. de C. Análogamente, el imperio Han, que había recibido su segundo golpe mortal en 184 d. de C. y que se desmembró luego en los "Tres Reinos", logró reconstruirse por un tiempo en el imperio del Chin Unido (imperabat 280-317 d. de C.) antes de alcanzar su disolución final en el siglo iv de la era cristiana. En los casos en los que a la disolución de una civilización que sufrió colapso siguió el nacimiento de una civilización filial, se dio habitualmente un intervalo de unos trescientos años entre la fecha en que la civilización en decadencia recibió su último y fatal golpe y la fecha en que por primera vez la civilización naciente se hizo visible en el horizonte histórico. Si consideramos que ese interregno cronológico queda ocupado en alguna medida por un epílogo de resistencia a la muerte por parte de la historia del estado universal de la anterior civilización moribunda, 2 hemos de calcular que el proceso de desintegración puede exceder su mínimo período de unos ochocientos años, a contar desde el colapso inicial de la sociedad hasta el segundo colapso de su estado universal, ya que da lugar a un ulterior interregno1 en el que puede desarrollarse un epílogo de una duración que puede llegar hasta un límite de trescientos años. De manera que la duración máxima del proceso de desintegración sería pues no de ocho siglos, sino de once. En el período mínimo de ochocientos años, los seis intervalos entre puntos de cambio (en que pueden dividirse los tres ciclos completos de caída-y-recuperación) forman dos grupos, cada uno formado por tres intervalos, que son aproximadamente iguales en cuanto a duración general. El primero abarca unos cuatro siglos y, constituyendo el tiempo de angustias, está ocupado por un movimiento descendente que se verifica entre la caída original y la primera recuperación, un movimiento ascendente que se verifica entre la primera recuperación y la ulterior recaída, y otro movimiento descendente que se verifica entre esta recaída y la segunda recuperación. Esa segunda recuperación, que se da en la mitad del curso total de ochocientos años lleva consigo 1 Ibn Jaldún, cuyo estudio de los estados universales se limitó a la clase especial de los imperios fundados por nómadas (véase III. m. 496), calcula que la duración normal de un imperio es de circa 120 años, es decir un período que abarca tres generaciones de cuarenta años cada una (véase su Muqaddamat, traducción francesa de Slane, barón McG. (París 1863-8, Imprimerie Impériale, 3 vols.), vol. I, págs. 348-50). E s te número de generaciones es en verdad el término normal de los imperios nómadas in panibus agñcolarum (véase este Estudio III. il£. 37-8). * Véase V. vi. 221-4.

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el establecimiento de un estado universal, y los siguientes cuatro siglos, durante los cuales prevalece una Pax O ecuménica, están ocupados por un movimiento ascendente que se verifica entre la segunda recuperación y la recaída siguiente, un movimiento descendente entre esta recaída y la recuperación final, y un movimiento ascendente entre esta recuperación final y la recaída decisiva y final, en que la fábrica de la sociedad en desintegración se disuelve y da lugar a un interregno social. Mientras cualquier grupo de los tres intervalos que hay entre puntos de cambio suele pues abarcar un período de cuatro siglos en general, no tenemos indicación histórica alguna de que exista en cada uno de estos períodos de cuatrocientos años, alguna correspondiente tendencia, de los tres intervalos que lo ocupan a ser uniformes en cuanto a su duración; por el contrario, parece que la articulación cronológica de esos intervalos en períodos de cuatrocientos años fuera en alto grado elástica, pues todos los ejemplos de la serie difieren entre sí en cuanto a la duración y esa diferencia de duración que se manifiesta en la historia de cada civilización en desintegración parece también existir, en cada caso, en lo tocante a las respectivas proporciones. En efecto, no parece haber ninguna proporción uniforme entre las diferentes duraciones de los intervalos sucesivos que sea común a todos los ejemplos de esa serie de intervalos registrados en las historias de diferentes civilizaciones. "Leyes de la naturaleza" en el crecimiento de las civilizaciones Cuando apartamos nuestra atención de la desintegración social para dirigirla al crecimiento social, hemos de recordar que en una fase anterior de este Estudio l comprobamos que el crecimiento, así como la desintegración, muestran un movimiento cíclicamente rítmico. El crecimiento se verifica cuando una determinada incitación suscita una respuesta triunfante que a su vez provoca una nueva incitación, la cual no es idéntica a la anterior que había suscitado aquella respuesta provocativamente creadora. No encontramos ninguna razón intrínseca que nos demostrara que este proceso no pudiera repetirse ad infinitum, aun cuando la mayor parte de las civilizaciones que nacieron hasta el momento de escribir estas líneas no hubiera conseguido, como es hecho histórico incontrovertible, mantenerse en el proceso de crecimiento más que mediante el expediente de dar, tan sólo un número pequeño de veces, una respuesta que fuera al mismo tiempo una eficaz contestación a la incitación que la había provocado y también la fructífera madre de una nueva incitación que exigía una nueva respuesta. Vimos por ejemplo,2 que en la historia de la civilización helénica la incitación inicial de una barbarie anárquica (que era el legado del desmembramiento del estado universal de una anterior civilización mi1

En III. ni. 138-46.

Ibid., págs. 139-41. Véase también I. i. 47-9; II. u. 51-63; III, m. 158-9 y 215-17. 2

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noica), suscitaba una efectiva respuesta que se dio en la forma de una nueva institución política, el estado-ciudad, creado acaso por tripulantes refugiados de barcos que fueron a dar a las costas orientales del Mar Hgeo, en el curso de un interregno postminoico (durabat arca 1425-1125 a. de C ) ; y en el mismo lugar observamos que el éxito con que ,se dio esta respuesta a una incitación en el plano político suscitó a su vez una nueva incitación, ahora en el plano económico y en la forma de la creciente presión de una población cuyo aumento natural y;i no estaba frenado por la batalla, el asesinato y la muerte súbita, tan drásticamente como lo había estado antes del retorno de la ley y del orden, que acompañó el nacimiento de los estados-ciudades. Esta incitación ofrecida a los helenos por el aumento de la población que pesaba sobre los medios de subsistencia en un contorno físico en el que la naturaleza había puesto rígidos límites al aumento de la producción agrícola, suscitó como vimos una serie de respuestas de desigual eficacia. Se dio por un lado la desastrosa respuesta espartana, que consistió en conquistar los campos de los mesenios, que eran los vecinos más próximos que Esparta tenía dentro de la común patria helénica. Se dio por otro lado la respuesta transitoriamente efectiva de corintios y calcidienscs, que consistió en conquistar nuevos campos para el arado helénico, en tierras de ultramar arrebatadas a pueblos más atrasados, que ocupaban la cuenca occidentl del Mediterráneo; y se dio la permanentemente efectiva respuesta ateniense, que consistió en aumentar la productividad general de ese mundo helénico ampliado —una vez que su expansión geográfica quedó detenida por la concertada resistencia de competidores fenicios y tirrenos— T mediante una revolución económica en la que un regime de subsistencia granjera, económicamente indiferenciado, se reemplazó por un régtme diferenciado de producción industrial, destinada a la exportación, a cambio de bienes generales de consumo y materias primas. Esa triunfante respuesta helénica a la incitación económica representada por la creciente presión de la población suscitó, como vimos, otra incitación en el plano político; 2 en efecto, un mundo helénico ahora económicamente interdependiente necesitaba un régtme político de ley y orden de una dimensión ecuménica; el existente regime de estados-ciudades parroquiales que había fomentado el nacimiento de una economía agrícola autárquica en cada parcela aislada de llanura de la Hélade original, alrededor de las costas del Egeo y luego también tn la Magna Grecia, del Mediterráneo occidental, ya no era una estructura política apropiada para una sociedad helénica cuya estructura económica se había hecho unitaria. Los helenos no lograron responder a esta tercera incitación de la historia helénica —la incitación a trascender el estado-ciudad y crear una organización política de dimensiones ecuménicas— oportunamente para que el crecimiento de la * Véase í. i. 47-8; II. n. Véase IV. iv. 219-26.

53 - 7 ;

III. m. 141 y IX. IX. 469.

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civilización helénica se salvara de quedar interrumpido por un colapso. En el crecimiento de la civilización occidental podemos distinguir una concatenación de sucesivas incitaciones que suscitaron respuestas efectivas, las cuales a su vez suscitaron nuevas incitaciones, serie que sobrepasa la concatenación helénica, ya que en ella pueden distinguirse tres eslabones completos, frente a los dos que logró forjar en total la civilización helénica en crecimiento. La incitación inicial frente a la cual se vio la naciente sociedad occidental era la misma incitación de una barbarie anárquica frente a la cual se había visto la naciente sociedad helénica; el desmembramiento del imperio romano y el desmembramiento de la "talasocracia de Minos" transmitieron un idéntico legado a sus respectivas herederas; pero la respuesta que los francos dieron a esta idéntica incitación no fue la misma que dieron los helenos. Mientras éstos dominaron la anarquía al crear la institución política parroquial del estado-ciudad, los francos la dominaron creando una institución eclesiástica ecuménica en la forma del papado hildebrandino; * y esta manera diferente de responder a una incitación idéntica suscitó una nueva incitación de carácter diferente. La civilización occidental en crecimiento, que había alcanzado una unidad ecuménica bajo la égida eclesiástica del papado, necesitaba un estado parroquial política y económicamente eficiente, y esa necesidad fue satisfecha por el renacimiento de la institución helénica del estado-ciudad, producido en la Italia occidental y la Flandes medievales.2 Estas materialización locales producidas en el mundo occidental, de una institución helénica, en las originales dimensiones en miniatura, no eran empero más que un anuncio de la respuesta que la sociedad occidental iba a dar a la incitación frente a la cual se encontraba; pues el cosmos 3 medieval tardío de estados-ciudades que se extendía desde la Italia central y septentrional a través de la Alemania meridional y occidental, hasta Flandes, no abarcaba más que un sector del mundo occidental de la época, y el estado-ciudad mismo no era una institución que pudiera injertarse tel quel, en las monarquías feudales medievales, de dimensiones geográficas mucho más vastas, que eran las organizaciones parroquiales típicas del mundo occidental en general. En consecuencia, la respuesta localmente efectiva, en la forma del renacimiento del estado-ciudad helénico, que Italia y Flandes habían dado para satisfacer la necesidad de una eficiente forma de entidad política parroquial, representaba para el resto del mundo occidental una nueva incitación. ¿Podría aplicarse la solución del problema de crear eficientes órganos parroquiales, de vida política y económica occidental, solución que habían alcanzado Italia y Flandes al hacer resucitar una institución helénica, al mundo occidental en general, trasladando esta 1 2 3

Véase IV. iv. 533-54. Véase X. x. 24-5. Véase III. m. 319-20 y 362-9.

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eficiencia italiana y flamenca de la dimensión del estado-ciudad a la dimensión del estado-nación? Como ya vimos, este problema quedó a su vez resuelto1 en Inglaterra primero en el plano político, al inyectarse una eficiencia de origen italiano en la institución transalpina medieval del gobierno parlamentario y representativo,1 y luego en el plano económico mediante la revolución industrial. 2 Pero la revolución industrial occidental moderna tardía, lo mismo que la revolución económica de Solón de la historia helénica, tuvo como consecuencia reemplazar una autarquía económica parroquial por una interdependencia económica ecuménica; de suerte que la civilización occidental se vio, como resultado de su triunfante respuesta a una tercera incitación, frente a la misma nueva incitación ante la cual se vio la civilización helénica después de haber respondido eficazmente a la segunda incitación registrada en su historia. ¿Podría una sociedad que había llegado a la interdependencia económica en una dimensión ecuménica, suministrar a su cuerpo económico unificado la necesaria estructura política unitaria? Esta incitación que se le presentara a la sociedad helénica antes de terminar el siglo vi a. de C, y que hubo de frustrar el crecimiento de esa sociedad antes de terminar el siglo V a. de C., se presentó también a la sociedad occidental antes de terminar el siglo xvm de la era cristiana, cuando la irrupción de la democracia y el industrialismo ya habían amenazado infundir una nueva y demoníaca fuerza motora en la vieja institución de la guerra. En el momento de escribir estas líneas, a mediados del siglo XX, el hombre occidental todavía no había respondido a esa incitación, pero ya se le había hecho evidente que si no lograba responder eficazmente a ella, no podría salvar a su civilización del desastre. Estos breves vistazos que dimos a la historia del crecimiento de la civilización occidental y la civilización helénica bastan para mostrarnos que no hay uniformidad alguna entre ellas en lo tocante al número de los eslabones de la cadena de incitación-y-rcspuesta, en virtud de la cual se verificó el crecimiento social en los dos casos; y esta conclusión negativa no quedaría ni confirmada ni impugnada por una ampliación de nuestro examen de la historia de civilizaciones en su fase de crecimiento, pues entre los casos que podríamos comparar no había ninguno cuya fase de crecimiento misma no fuera demasiado breve, o en el que los conocimientos que los estudiosos del siglo XX poseían sobre la historia de las sociedades en esa fase de crecimiento no fueran demasiado escasos, para que un historiador pudiera intentar siquiera un análisis sumario como el que acabamos de hacer de esta fase en la historia de las sociedades occidental y helénica. Si no hay pues indicación alguna de que exista uniformidad en el número de los capítulos de la historia del crecimiento social, entre una civilización y otra, tampoco hay prueba alguna de que exista alguna * Véase III. m. 371-85, 2 Véase IV. IV. 181-7.

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duración general a la que se ajusten los períodos de los sucesivos capítulos. Si, sin perder de vista esta última cuestión, tornarnos a considerar la historia del crecimiento de la civilización occidental, bien pudiera parecer quizá a primera vista que cada uno de los eslabones de la concatenación incitación-y-respuesta, a través de la cual se verificó el proceso de crecimiento en este episodio, se asemejara a una longitud de onda regular que abarcaría aproximadamente cuatrocientos años. Éste era, en efecto, el intervalo de tiempo que se extendía entre la fecha del nacimiento del estado nacional en el mundo occidental (alrededor del paso del siglo xv al xvi de la era cristiana) y el anterior surgimiento del papado hildebrandino (alrededor del paso del siglo xi al xu); y este hito anterior de la historia del crecimiento de la civilización occidental está asimismo separado por un intervalo de unos cuatrocientos años de la fecha de nacimiento de la propia civilización occidental (alrededor del paso del siglo vn al siglo vm de la era cristiana). Esta uniformidad de longitud de onda que aparece entre sucesivas fases de la concatenación incitación-y-respuesta, en el crecimiento de la historia occidental queda desmentida empero por una ominosa ausencia, alrededor del paso del siglo xix al siglo xx, de algo que se parezca al surgimiento de una efectiva organización política occidental de dimensiones ecuménicas, como respuesta a la incitación a la que debía hacer frente la civilización occidental en virtud de haber respondido triunfantemente a la incitación anterior, al crearse una eficiente forma parroquial de entidad política en la dimensión estado-nación. Si el proceso de crecimiento fuera en verdad no sólo cíclico sino también periódico, esto es, que se desarrollara por ciclos de una longitud de onda uniforme, el problema actual de la sociedad occidental de establecer algún género de orden ecuménico en el plano político debería estar visiblemente en vías de encontrar la solución, en el año 1952 d. de C; de modo que el fracaso de la civilización occidental en resolver este problema hasta la fecha debía indicar o bien que la aparición de una longitud de onda uniforme de cuatrocientos años en el proceso de crecimiento era una ilusión, o bien que en 1952 d. de C. la civilización occidental ya había sufrido colapso. La primera de estas dos posibles, pero no necesariamente incompatibles, inferencias, estaba confirmada por la irregularidad de la fecha en que se produjo el renacimiento occidental medieval del estado-ciudad helénico. Lejos de estar separado en el tiempo por un intervalo de unos cuatrocientos años del anterior surgimiento del papado hildebrandino y del ulterior surgimiento del estado-nación, el renacimiento del estadociudad helénico en el mundo occidental siguió muy de cerca a la epifanía del papado hildebrandino y es más aun fue uno de sus efectos incidentales inmediatos, considerando que un transitorio equilibrio de fuerzas políticas en la lucha librada entre un papado creciente y un sacro imperio romano menguante, era la conjunción de fuerzas que

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dio a los estados-ciudades occidentales medievales, situados en una tierra de nadie intermedia de la Italia septentrional y central, la oportunidad para levantar cabeza.1 Nuestro estudio de la historia del crecimiento de la civilización occidental apunta pues a la conclusión negativa de que, en el proceso del crecimiento social, el movimiento cíclico de incitación-y-respuesta, en virtud del cual se verifica el crecimiento, no tiene una longitud de onda uniforme y fija en las sucesivas palpitaciones del ritmo, así como no tiene un número uniforme y fijo de pulsaciones del ritmo, más allá de las cuales el movimiento no puede seguir. Parece pues que el resultado final de nuestra actual indagación es el de que el obrar de las "leyes de la naturaleza" es tan poco perceptible en la historia del crecimiento de las civilizaciones como es notablemente visible en la historia de la desintegración de éstas; y en un capítulo ulterior encontraremos motivos para pensar que esta notable diferencia no es precisamente un efecto accidental e ilusorio, derivado del carácter fragmentario de nuestra información y de la debilidad de nuestras facultades de comprensión, sino que es inherente a una intrínseca diferencia de carácter que hay entre el proceso de crecimiento y el proceso de desintegración.

(d)

"NO HAY ARMADURA CONTRA EL DESTINO" 2

Al estudiar el obrar de las "leyes de la naturaleza" en la historia de las civilizaciones, comprobarnos que el ritmo en que se muestran estas leyes suele estar producido por una pugna entre dos tendencias de fuerza desigual. Hay una tendencia dominante que prevalece a la larga contra repetidos —y repetidamente triunfantes por un tiempo— movimientos contrarios, en los que la tendencia opuesta se afianza. La lucha establece la norma de la acción; la persistencia de la tendencia más débil a negarse a aceptar la derrota explica las repeticiones del encuentro que forman una serie de ciclos sucesivos; el predominio de la tendencia más fuerte se hace sentir por el hecho de poner tarde o temprano punto final a la serie, en lugar de hacer que ésta se repita ctd tnfímtum, como acaso podría ocurrir en teoría, si las dos fuerzas en conflicto fueran exactamente de igual potencia. De acuerdo con estos criterios, hemos observado 3 luchas por la existencia entre estados parroquiales que seguían —a través de tres o cuatro ciclos de guerras, libradas por una parte con el fin de romper, y por la otra con el fin de mantener, un equilibrio de fuerzas— un curso en el que ulteriormente quedaba roto el equilibrio y terminaba la lucha, al * Véase III. III. 366-7; IV. iv. 546 y pág. 105, n. 2, stiprit. Shirley James: Deaih the Leicller, •3 En las págs. 98-160, stipra.

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quedar eliminados todos los competidores salvo uno, cuya supervivencia significaba reemplazar una serie de estados contendientes por un imperio ecuménico unitario. Observamos asimismo * cómo la pugna librada entre la tendencia a desintegrarse de una sociedad que sufrió colapso y un esfuerzo contrario por restaurarla al perdido estado de salud, seguía, a través de tres ciclos y medio de caída-y-recuperación, un curso que en cada caso terminaba ulteriormente con la disolución que era final, en cuanto esta vez la sociedad no se recuperaba siquiera parcialmente de la recaída. Al estudiar 2 el obrar de las "leyes de la naturaleza" en las cuestiones económicas de la sociedad occidental industrial, vimos cómo expertos investigadores de los "ciclos comerciales" suponían que esos movimientos reiterados de diferentes longitudes de onda bien pudieran ser ondas que rizaban la superficie de aguas que fluían continuamente en una corriente, cuyo ímpetu podría eventualmente hacer que terminaran esas fluctuaciones rítmicas, al disiparse el conjunto particular de condiciones económicas y sociales —el sistema de la libre competencia para obtener beneficios en dinero— en que nació la serie de "ciclos comerciales" occidentales modernos tardíos y postmodernos. Podemos recordar aquí nuestra conclusión 3 de que, cuando un conflicto entre una civilización en desintegración y hordas de recalcitrantes bárbaros de más allá de sus fronteras hubo pasado de una guerra de movimiento a una guerra estacionaria, librada a lo largo del 'limes de un estado universal, el paso del tiempo solía militar contra los defensores profesionales del limes y en beneficio de sus asaltantes bárbaros, hasta que por fin los presionados muros del dique estallaban súbita y devastadoramente en los dominios de una sociedad cuya defensa había terminado por exigir una contribución intolerablemente pesada de sus recursos. Podemos asimismo recordar aquí nuestra observación 4 de que una civilización tiene una innata tendencia a reafirmarse, tarde o temprano, contra el desviador efecto del renacimiento de algún incongruente elemento, artificialmente resucitado del osario de una muerta cultura anterior. Las precedentes observaciones ilustran todas nuestra comprobación más general 5 de que los movimientos cíclicos de la historia humana, lo mismo que las revoluciones de las ruedas de un vehículo, tienen una manera cíe desarrollar, en virtud de su propio y monótono movimiento circular repetido, otro movimiento, de onda más larga, que puede verse en cambio como un progreso acumulado en una dirección, aunque no sea igualmente seguro que ese curso se haya tomado deliberadamente en ejecución de un designio. En cada uno de los ejemplos históricos en que descubrimos una de estas series finitas de ciclos generados por una pugna entre dos tendencias de fuerza desigual, la tenEn las págs. 160-4, íuprtt. En las págs. 84-98, siipra. 3 En VIII. vnr. 342-76. * En X. x. 89-102. 1 2

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En IV. jv. 50-3.

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dencia más fuerte solía poner fin a la serie, al obtener una victoria decisiva sobre la tendencia opuesta más débil; pero, claro está, ese desenlace no nos muestra, sobre la tendencia vencedora otra cosa que el hecho de que, en ese particular episodio, ella era más fuerte que su opositora en una medida tal que le valió, en última instancia, poner fin a la desigual lucha. No hay justificación alguna que permita interpretar estas victorias de una tendencia sobre otra de jacto Historíete como victorias de jure Naturde. Hechos positivos, empíricamente observados, no son necesariamente el resultado de un destino inexorable; el onus probandi está aquí relacionado con el determinista, no con el agnóstico. La injustificada suposición de que el desenlace histórico cuyo cuyo desarrollo histórico se ha consignado retrospectivamente tenga por eso que haber estado predestinado, a pesar de todas las posibles variaciones de los actos anteriores del drama, fue cosa que propuso como un jeu d'esprit, Levvis Carrol en su fantasía de "la máquina del tiempo".1 Pero el matemático inglés C. L. Dodgson dejó a su conjrere alemán Oswald Spengler que cristalizara esta visionaria presunción, en el imponente dogma bajo el que un hombre de genio sepultó petulantemente las brillantes comprobaciones de su intuición. Este determinismo no documentado es la calamidad de muchos pasajes de la obra de Spengler, además del que ya citamos en este Estudio,2 en el que la afirmación del innato espíritu de la cultura occidental frente al renacimiento italiano del siglo xv de las letras y el arte helénicos se describe con lo que bien pudiera constituir un fino sentido de la realidad histórica, si el filósofo hierofante se hubiera contentado con exponer sus comprobaciones como los hechos incontrovertibles que eran. . ., sin que ello importara el juicio ex cathedra de que eran también actos preordenados de un destino ineluctable. Después de habernos puesto de esta manera en guardia contra la visión de las gafas de Spengler, que lo hacen caer en el error de interpretar el obrar no probado de un hipotético destino como tendencias regulares en las cuestiones del hombre, que terminaron por imponerse decisivamente a otras tendencias opuestas que le ofrecían tenaz resistencia, podemos ahora, sin perjuicio de dejar aún abierto a discusión el conflicto entre ley y libertad en la historia, considerar otros episodios en los que alguna tendencia se afirmó frente a sucesivas rebeliones producidas contra ella. Tales modos de resolverse conflictos de fuerzas humanas, en los que Spengler ve la mano del "sino", pueden observarse en la historia de la suerte política que corrieron diferentes territorios, en la historia de encuentros producidos entre diferentes civilizaciones y en la historia de luchas libradas entre conceptos religiosos, doctrinas y adhesiones en conflicto; y este ritmo es endémico en la historia del hombre, en la que están comprendidos todos estos episodios particulares. * Véase V. VI. 225-6. Spengler, O.: Der Untergatig des Abendlandes, vol. I (Munich 1920, Beck), paS- 32i, citado en X. x. 92-3.

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Se da una notable versión de este ritmo en la historia política de Norte América desde que ésta se incorporó a un mundo occidental en expansión ultramarina, partiendo de un núcleo europeo occidental. La fisiografía unitaria de Norte América, con su magnífico sistema natural de vías de agua internas que ofrece medios de comunicación desde el delta del Mississippi hasta el estuario de St. Lawrence, vía los grandes Lagos, evidentemente daba a esta gigantesca isla septentrional del hemisferio occidental una predisposición física a convertirse en el dominio político unitario de alguno de los estados nacionales europeos occidentales modernos que competían allí por un Nuevo Mundo para la sociedad occidental. Los pioneers franceses de la empresa europea occidental en Norte América percibieron muy pronto esa tendencia geográfica hacia la unidad política y dieron pasos deliberados y sistemáticos para reducir a toda Norte América al gobierno de la corona francesa, al atrincherarse en las dos extremidades de la vía de agua central y al establecer en el interior una cadena cuyos eslabones se tendían entre esos dos puntos terminales marítimos. 1 En el curso de los cien años que terminaron en 1763 d. de C, ese plan francés, grandiosamente concebido y ambiciosamente iniciado, se frustró por dos hechos imprevistos que se dieron en contra de Francia mientras ésta luchaba por la posesión de Norte América con su rival, Gran Bretaña. En primer lugar, las colonias británicas fundadas a lo largo de la costa marítima oriental superaron a la Canadá y a la Louisiana francesas en cuanto al crecimiento de su población hasta un punto que hacía más que compensar la desventaja de una ubicación —enclavada entre el Atlántico y los Apalaches— que era en sí misma mucho menos favorables para la expansión al interior.2 En segundo lugar, la población colonial francesa de Norte América, que si quedaba abandonada a sus propios recursos, no podía competir con la vecina población colonial británica, se vio privada del indispensable apoyo de la madre patria europea en horas de necesidad por el predominio que la flota británica obtuvo sobre la francesa. En virtud de los combinados y acumulados efectos de estos dos desplazamientos del equilibrio de fuerzas, la corona francesa no sólo no consiguió satisfacer su ambición de reducir toda Norte América a su gobierno, sino que además perdió las posiciones que tenía en Norte América durante la guerra de los Siete Años. Sin embargo, el tratado de paz de 1763 d. de C., que ratificó este resultado de una guerra franco-británica en Norte América, guerra que se había prolongado por unos setenta años, defraudó las ambiciones francesas, sin invalidar empero la concepción geográfico-política en que aquéllas se fundaban. Al declararse contra el designio francés de unir toda Norte América bajo la bandera francesa, el curso de la historia occidental moderna aparentemente había sostenido la tesis "geopolítica" francesa de que la unificación bajo una bandera u otra era el 1 2

Véase II. II. So-i. Véase ibid.

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destino a que estaba predestinada Norte América por su estructura fisiográfica. La suerte de la guerra pudo haber decidido que la potencia europea occidental unificadora fuera, no Francia, sino Gran Bretaña, pero en 1763 d. de C., esto bien pudiera haber parecido una mera modificación superficial del curso de acontecimientos políticos que aún se movían sin cesar hacia una meta última de unidad, aparentemente más inevitable que nunca. Ello no obstante, a no más de veinte años de haber desaparecido la bandera francesa de Norte América en 1763 d. de C, el tratado de paz de 1783 d. de C. iba a indicar que la tendencia dominante en este episodio norteamericano de la historia occidental no era aquella de la unificación política —inherente a la fisiografía de la isla gigante y que, en 1763 d. de C., se había traducido momentáneamente en un hecho político consumado—, sino una tendencia a dividirse, a pesar de la fisiografía, en dos dominios políticos separados, de acuerdo con las líneas anunciadas en las fundaciones rivales de colonias inglesas y francesas, instaladas en las costas norteamericanas en el siglo xvn de la era cristiana. Después de 1783 d. de C., el mapa político de Norte América iba a continuar siendo, en su estructura general, el mismo mapa de la isla, políticamente dividida, que había sido antes de 1763 d. de C., con los dos dominios políticos originalmente separados que se hallaban bajo banderas cambiadas,1 en tanto que el mapa de una isla norteamericana políticamente unida, que había sido una realidad política entre 1763 y 1775, no fue otra cosa que un pasajero tributo de la historia a una fisiografía cuyas exigencias políticas la historia evidentemente se inclinaba a desafiar. Después de haber permitido que la bandera británica suplantara en Quebec y Montreal a la bandera francesa, la historia prontamente reafirmó su dominio sobre la fisiografía, haciendo que las Estrellas y Listas reemplazaran al pabellón militar de Gran Bretaña, desde Nueva Inglaterra a Georgia inclusive. La nueva bandera que la historia había pues introducido en el paisaje norteamericano, para que sirviera a su capricho antiunitario, nunca hubo de defraudar las intenciones de la historia, haciendo que Norte América alcanzara su fisiográficamente manifiesto destino político, en virtud de algún movimiento realizado a espaldas de la historia. Durante la guerra de 1775-83 d. de C., la historia mantuvo abierto un ojo vigilante para asegurarse de que los Estados Unidos de Norte Amé1 Mientras la bandera francesa desaparecía de Norte América y la bandera de los Estados Unidos tenía su epifanía allí, la bandera británica mantuvo una posición en la isla norteamericana, dándose maña para suplantar a la bandera francesa en el Canadá, antes de que ella misma se viera a su vez suplantada en los Estados Unidos por las Estrellas y las Listas. Un viajero inglés en rouíe en ferrocarril desde Nueva York a Montreal en 1952 d. de C., vivía la notable experiencia histórica, en el momento en que el tren cruzaba la frontera, de volver a entrar en los dominios del soberano de quien él era subdito y al mismo tiempo de salir del dominio de su propia lengua materna inglesa para entrar en los condados orientales de la provincia de Quebec, en los que los toponímicos bien podían ser ingleses, pero donde la lengua predominante era incuestionablemente el francés.

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rica no se metieran subrepticiamente al Canadá en el bolsillo; y en el curso de los cien años siguientes a la negociación del tratado de paz de Ghent, Clío se aseguró de que los Estados Unidos continuarían realizando en Norte América los designios que esta oficiosa musa tenía cuando hizo nacer en tierra no europea el primer estado nacional independiente y soberano occidental; en efecto, en curso del siglo xix la historia condujo al pueblo de los Estados Unidos a perder todo deseo de anexarse el Canadá, en el momento mismo en que habían podido reducir toda Norte América al gobierno de las Estrellas y las Listas, si les hubiera quedado aún la ambición necesaria para convertir en realidad un sueño francés del siglo xvii. Este resultado de una contienda librada en Norte América entre dos tendencias en conflicto, una de las cuales apuntaba a la división política y la otra a la unificación política de la isla, es un caso interesante porque la tendencia hacia la unidad, que terminó frustrándose, estaba favorecida por fuerzas fisiográficas que eran tan potentes como obvias, en tanto que la tendencia —en última instancia victoriosa— hacia la partición era en la carrera el "caballo sin chance" de la historia. El "sino" de Norte América de quedar dividida en dos dominios políticos separados, a pesar de una estructura fisiográfica que "predestinaba" a esta isla a alcanzar la unidad política, tiene un paralelo histórico en el "sino" del imperio romano posterior a Diocleciano, de perder la posesión de Italia, a pesar del hecho histórico de que Italia fue la base de operaciones desde la cual el mundo helénico había sido reunido para formar un estado universal, por obra de las armas romanas. En el curso del siglo v de la era cristiana, el imperio romano posterior a Diocleciano perdió a Italia de jacto frente a una serie de guerreros bárbaros de la Europa septentrional •—primero frente a Ricimero (dominabatur 454-72 d. de C.), luego frente a Odoacro (dominabatur 476-93 d. de C.) y luego frente a Teodorico (dominabatur 493-526 d. de C.)—, y esto no era sorprendente, considerando que en el curso de los treinta y siete años que van desde 293 d. de C., cuando Diocleciano estableció oficialmente sus cuarteles generales en Nicomedia, a 330 d. de C., cuando Constantino celebró haber completado el establecimiento de una Nueva Roma en el Bosforo,1 la capital política del estado universal helénico ya se había desplazado desde la ubicación en Roma, siempre excéntricamente occidental, hacia una línea fronteriza que corría entre las provincias centrales y las orientales, que siempre habían sido el centro de gravedad económico del imperio romano. Éstos eran los hechos políticamente pertinentes cuando, en el siglo v, Italia escapó a la fiscalización del gobierno imperial; sin embargo, las realidades políticas presentes contaban menos en cuanto a determinar la reacción emocional de Constantinopla frente al eclipse de la autoridad del gobierno imperial en la Italia de esa época, que el papel histórico desempeñado por una Italia romana en cuanto a la creación de un impe1

Véase VI. vir. 282-3.

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rio romano en una edad pasada que hacía ya mucho tiempo se había convertido en histori antigua. La soberanía cíe jacto que obtuvieron los guerreros bárbaros en Italia nunca se reconoció en Constantinopla de jure; y en cuanto la obra de reconstrucción financiera, económica y militar que el gobierno imperial constantinopolitano había llevado a cabo gradualmente durante el siglo v en las provincias centrales y orientales ! produjo frutos en la acumulación de una reserva de recursos públicos, el emperador del siglo vi, Justiniano dilapidó esos frutos en la empresa arcaísta de tornar a someter a Italia al directo gobierno imperial romano. Justiniano alcanzó este objetivo político al precio de una guerra de dieciocho años (gerebatur 535-53 d. de C.); pero a los cinco años del colapso que sufrió en 563 d. de C., la última resistencia gótica frente a las armas romanas en suelo italiano,2 los dominios italianos laboriosamente reconquistados de la corona imperial romana volvieron a perderse frente a otra horda de invasores bárbaros. La invasión lombarda a Italia, desencadenada en 568 d. de C., no se detuvo hasta que arrebató al imperio toda Italia, salvo siete cabeceras de puente situadas en las playas,3 y una línea de aisladas fortificaciones terrestres4 que se extendían a lo largo del camino que unía Ravena y Roma y que sobrevivieron como guijarros en medio de la marea de la invasión lombarda que bañaba sus muros en un torrente que iba desde la cuenca del Po a los Abruzos. Esta pronta reanudación de la marcha de la historia, a pesar del contraataque arcaístamente concebido de Justiniano, era menos sorprendente que la anticipación de la hazaña cumplida por un Albuino postjustimaneo, por parte de los precursores prejustinianeos de éste, Ricimero, Odoacro y Teodorico, pues la efímera conquista de Italia que hiciera Justiniano para el imperio romano de Constantinopla, fue pagada al triple precio de arruinar las provincias orientales productoras de las rentas del imperio, despoblar, a los efectos del reclutamiento militar, las tierras de las provincias danubianas, y enajenarse a los italianos "liberados", primero al devastar a Italia en el momento de exterminar a los ostrogodos, y luego al exigirle impuestos para la tesorería de un gobierno imperial transadriático a cuya jurisdicción Italia nunca había estado sometida antes de que el propio Justiniano la anexara. En tales circunstancias habría sido un milagro que la conquista que hizo Justiniano de Italia hubiera tenido efectos duraderos. El "sino" de una Italia posterior a Diocleciano, a diferencia del "sino" de una Norte América moderna, era en verdad tan claro como la luz del día, y ni siquiera un Justiniano habría podido permanecer ciego Véase IV. iv. 347-9. La fecha de la capitulación de las guarniciones góticas de Brescia y Verona. |* guarnición de Compsae había capitulado en 555 d. de C. 3 El exarcado de Ravena junto con la Pentapolis adyacente; el Ager Romanus junto con el adyacente estado-ciudad marítimo de Geta; el "dedo" y el "talón" de Italia; y los tres estados-ciudades marítimos aislados de Venecia, Amalfi y Ñapóles. De las que Perugia era la más importante. 1 2

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a él, si no se hubiera tomado el trabajo de reforzar su congénita miopía con las anteojeras del arcaísmo. La "fatalidad" en virtud de la cual el imperio romano posterior a Diocleciano perdió a Italia tiene su paralelo histórico más próximo en la pérdida de las provincias orientales situadas al sur del Tauro, pues esa pérdida tampoco era una sorpresa histórica. Si bien el dominio helénico en el Asia sudoccidental, al oeste del Eufrates, alcanzaba a poco menos de mil años el momento en que, en el siglo vn de la era cristiana, conquistadores i árabes lo eliminaron casi tan rápidamente como conquistadores i macedónicos lo habían establecido en el siglo iv a. de C, el helenismo nunca logró, al sur del Tauro —independientemente de un racimo de colonias griegas marítimas situadas en las llanuras de Cilicia y fundadas en la edad prealejandrina— ser otra cosa que una cultura extranjera exótica, casi confinada dentro de los muros de unas pocas ciudades helénicas o helenizadas, de las que se irradiaba débilmente a un interior agrícola aun fuertemente siríaco y egipcíaco. La capacidad del helenismo para obtener conversiones en masa fue puesta a prueba allí por el monarca seléucida helenizador Antíoco IV Epifanes (regnabat 175-163 a. de C), cuando se propuso hacer que Jerusalén fuera tan helénica como Antioquía o Atenas; y la estridente derrota de esta empresa cultural misionera anunciaba la desaparición última y total de la cultura intrusa /'« partibus Orientalium. En verdad, la esporádica capa superficial de helenismo que Epifanes no había conseguido transformar en sólida armazón, habría quedado barrida antes de comenzar la era cristiana por intrusos nómadas árabes procedentes del desierto sirio y por intrusos nómadas iranios procedentes de Eurasia, si Roma no hubiera dado al helenismo otro aliento de vida en el Asia sudoccidental y en Egipto, al calzarse magistralmente las botas de los prematuramente seniles seléucidas y Tolomeo. Lo extraordinario era que un movimiento de resistencia antihelénico —que en Egipto había entrado en acción ya en el paso del siglo m al siglo n a. de C.—- no hubiera dado una respuesta efectiva al dominio helénico antes de ese mismo siglo V de la era cristiana que vio cómo la Italia romana caía bajo el dominio de guerreros bárbaros. El dominio helénico sobre las sociedades siríaca y egipcíaca había sido impuesto y mantenido por la fuerza de las armas y, mientras las sociedades sometidas reaccionaron replicando del mismo modo, corrieron derechamente a la derrota. Cuando los judíos y los egipcios se envalentonaron por el éxito de las insurrecciones que emprendieran contra los epígonos de sus conquistadores macedónicos, para tratar con los herederos romanos de aquellos peritnra regna,s comprobaron a subido precio que esa segunda ola romana de dominación helénica era mucho más temible que la anterior macedónica. El descalabro que sufrió 1 2 s

En español en el original. Véase V. V. 79. Virgilio: Geórgicas, Libro II, verso 498.

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Epifanes a manos de los macabeos quedó vengado en el judaismo palestino por Tito y Adriano; y luego, cuando el transitorio colapso de la Pax Augusta producido en el siglo ni de la era cristiana dio al movimiento de resistencia oriental militante otra oportunidad para tentar fortuna, el estado sucesor del imperio romano encabezado por Zenobia corrió la suerte, que corrió no el estado de Mohavia unos cuatrocientos años después,1 sino el estado sucesor del imperio seléucida encabezado por Samsigeramo, unos trescientos años antes. En el nuevo capítulo de la historia, después de haber derrocado Aureliano a Zenobia, Jas conversiones en masa de la población de las provincias orientales al cristianismo, que se venían realizando durante el estallido de anarquía anterior a Diocleciano, bien pudieran parecer en ese momento realizar incidentalmente por el helenismo lo que Epifanes había procurado hacer una vez deliberadamente y sin éxito, pues en las provincias orientales la triunfante iglesia cristiana católica había conquistado tanto al campesinado nativo sometido como a la "clase dominante" helénica urbana; y, desde que el cristianismo penetrara triunfalmente allí en ropaje helénico, parecía que los orientales hubieran por fin "recibido" inadvertidamente, junto con el cristianismo, un helenismo que habían rechazado vehementemente cuando se les ofreció sin alteraciones ni disfraces. Esta conclusión no quedó desmentida por el primero de los cismas que dividieron a la iglesia cristiana después de haberle prestado su ayodo el gobierno imperial, imperante Constantino; en efecto, la pugna entre partidarios de Atanasio y partidarios de Arrio no era un conflicto cultural entre helenos y orientales, sino una reyerta de familia entre dos facciones filosóficas rivales de griegos alejandrinos. El ulterior rompimiento de católicos y nestorianos dividió por otro lado la población de las provincias orientales de acuerdo con criterios comunales; y, al reanudar el movimiento de resistencia oriental contra el helenismo en la forma de una controversia teológica, empeñada en el seno de la iglesia cristiana, los orientales recurrieron a una nueva técnica de guerra cultural que iba a imponerse al helenismo, el cual se había manifestado invencible mientras los orientales se contentaron con combatirlo, en el terreno elegido por el helenismo y no por ellos.2 La serie de contraataques que los orientales lanzaron contra el helenismo en la forma de movimientos teológicos cristianos que la minoría dominante de "meiquitas" 3 estigmatizaba como "herejías", ya ha sido objeto de nuestro estudio tantas veces que aquí bien podemos limitar nuestra observación a hacer notar que éste fue uno de esos movimientos "fatales" que avanzan hacia una victoria última a través de sucesivas derortas. Cuando el movimiento de resistencia oriental castigó al helenismo en la forma de un ataque cristiano nesto1 En I. i. 98, n. 4, nos referimos a la relación histórica que había entre los estados sucesores del imperio romano de Oriente, que encabezaron Mohavia y Zenobia. 2 Véase IX. IX. 442-3. 3 Este sobrenombre de los cristianos católicos que le daban los monofisitas era una forma helenizada de una palabra siríaca que significaba "imperialistas".

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riano a la cristología cristiana católica, la ortodoxia helénica era aún lo bastante fuerte para proscribir el nestorianismo siríaco fuera de las fronteras del imperio romano, aunque no lo bastante fuerte para impedir que los desterrados nestorianos encontraran una segunda patria bajo la égida política de los sasánidas, que conquistaran espiritualmente toda la comunidad cristiana de los dominios sasánidos y que luego tuvieran el monopolio de un campo cristiano de misión que se extendía por ultramar hacia el sudeste hasta la India meridional y por tierra hacia el noreste hasta la China occidental. Cuando luego el mismo movimiento oriental aplicó un segundo golpe al helenismo en la forma de un ataque cristiano monofisita a la teología cristiana católica —con lo cual se usaba la cristología, que era la antítesis del nestorianismo, para alcanzar los mismos fines, como arma de una guerra cultural—, esta vez la ortodoxia helénica no consiguió expulsar más allá de las fronteras el movimiento rebelde antihelénico, sino que tan sólo le hizo el caldo gordo al obligarlo a vivir clandestinamente. Pero, así y todo, clandestinamente y a la larga, los misioneros del monofisismo convirtieron en masse las poblaciones egipcíaca y siríaca que se hallaban dentro de las fronteras del imperio romano y aumentaron luego su grey al conquistar también a los armenios, que era el primer pueblo del mundo que adoptara el cristianismo como religión nacional. Estos rápidos triunfos subterráneos de un monofisismo antihelénico y militante revelaban la permanente debilidad del "dominio" helénico, pues el helenismo había llegado a identificarse ahora con una ortodoxia cristiana antimonofisita y antinestoriana, y había llegado a hacerse evidente que dentro de las fronteras de los tres patriarcados orientales de Alejandría, Jerusalén y Antioquía, los "melquitas" eran, como lo indicaba su odioso nombre, tan sólo una minoría dominante compuesta por diseminados funcionarios y soldados imperiales romanos que tenían sus destinos en esas provincias, por un puñado de gente urbana helénica y de señores rurales helenizados, que contaban con las autoridades imperiales para mantenerse en su posición de privilegio vts-a-vis un campesinado oriental monofisita. La abrumadora superioridad numérica de ese campesinado nativo sobre la intrusa "clase dominante" helénica, comenzó a hacer sentir su peso cuando el campesinado cobró conciencia de esa circunstancia gracias a haber adquirido una iglesia nacional monofisita propia que le daba un alentador sentido de solidaridad, así como le ofrecía un motivo de inspiración. A los treinta y un años de la ruptura de la ortodoxia y del monofisismo, producida en 451 d. de C, el emperador Zenón había hecho pública, al promulgar una "ley de unión teológica" (Henotikon) en 482 d. de C., su convicción de que el gobierno imperial ya no podía abrigar la esperanza de mantener su dominio político sobre las económicamente indispensables provincias orientales, sino al precio del apaciguamiento teológico; y, cuando las exigencias de la vana empresa de Justiniano de conquistar a Italia obligaron a este poco político sucesor de Zenón a

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dejar de lado el apaciguamiento del monofisismo, que para el papado era anatema, Justiniano se enajenó la voluntad de sus subditos orientales sin lograr, empero, ganarse la de los italianos. La secesión moral de los subditos orientales cristianos monofisitas del imperio romano cristiano ortodoxo se afianzó a partir de entonces; en las provincias orientales, así como en el Ilírico e Italia, el cuerpo político constantinopolitano llegó a convertirse en una cascara sin contenido, en el momento de la muerte de Justiniano (decessit 565 d. de C.), y ya no tenía perspectiva alguna de sobrevivir al diluvio que el arcaísta emperador había preparado para sus desdichados sucesores al trono imperial. Una cascara vacía, que Jusrú II Parwis rompió tan fácilmente y que Heraclio volvió a unir tan penosamente, estaba sin duda destinada a resquebrajarse luego aun cuando el monofisismo hubiera sido la última de las herejías orientales internas y la invasión de Jusrú el último de los asaltos militares extranjeros a que la carcomida estructura del cuerpo político imperial romano estuviera expuesta. Al crear un sucesor de Nestorio y de Eutiques en la persona de Mahoma, y al lanzar a los asaltantes árabes musulmanes primitivos del imperio inmediatamente después de sus predecesores persas zoroástricos, la historia se estaba tomando un trabajo innecesario para asegurarse doblemente su designio. Un "sino" que condenó al imperio romano a perder irremisiblemente Italia y sus providencias orientales, a pesar de los repetidos y obstinados intentos que el gobierno imperial hizo por detener e invertir la implacable marcha de la historia, afirmó su poder sobre el imperio aqueménida y el imperio Maurya, en virtud del movimiento contrario de obligarlos a restablecerse, tarde o temprano, en nuevas formas, una vez que la intrusión de la sociedad helénica en los dominios de las sociedades siríaca e índica hubo derrocado prematuramente primero al estado universal siríaco y luego al estado universal índico, antes de que éstos hubieran alcanzado el término de cuatrocientos años de vida, que parece ser el término normal de vida de las entidades políticas de este género.1 Hemos identificado un avatar del imperio aqueménida en el califato árabe y un avatar del imperio Maurya en el imperio gupta.2 En la pugna librada entre una intrusa sociedad helénica, que se esforzaba por absorber el deshilacliado tejido social de las sociedades siríaca e índica en su propio cuerpo social, y en la tendencia de las dos sociedades invadidas a expulsar al invasor, aunque tardíamente y a un precio muy alto, para reanudar y completar el curso regular de la historia de_ una sociedad en desintegración, tenemos otro ejemplo, en el plano político, de una pugna entablada entre fuerzas sociales en conflicto y desarrollada en una serie de fases sucesivas. Si pasamos ahora del plano político al plano religioso, encontraremos aquí una réplica del "sino" de Norte América, de quedar dividida 1 2

Véase pág. 162, sufra. Véase I. i. 100-1 y iio-in.

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entre dos soberanías, en el "sino" de Francia e Inglaterra de quedar divididas entre dos iglesias. En otro lugar l ya observamos que, a partir del siglo xn de la era cristiana, en Francia la iglesia católica romana se vio empeñada en una lucha —en la que sólo triunfó transitoriamente— por restablecer la unidad eclesiástica de Francia como país católico, contra un impulso tendiente a la secesión, que desde aquella época en adelante continuó reafirmándose en alguna nueva forma, después de haber quedado reprimida cada manifestación anterior. La rebelión contra el cristianismo católico, que asumió la forma del catarismo en su primera epifanía registrada en el sur de Francia y en el siglo xn, quedó sofocada en^el siglo xin en esa forma sólo para tornar a surgir en la misma región en el siglo xvi y en la forma del calvinismo. Proscrita como calvinismo reapareció prontamente como jansenismo, que era la forma más próxima al calvinismo posible dentro del cristianismo católico. Proscripta como jansenismo reapareció como deísmo, racionalismo, agnosticismo y ateísmo. Cada vez que la iglesia católica, repetidamente incitada, parecía que había logrado reimponer una unidad eclesiástica católica en Francia, por una victoria aparentemente definitiva sobre el movimiento dis'idente de la época, las fuerzas momentáneamente derrotadas de los disidentes frustraban al vencedor al entrar de nueva en la liza con una nueva bandera y con un nuevo armamento. Al cabo de más de setecientos años de la salvaje represión de los albigenses, completada en 1229 d. de C.,2 Francia se hallaba más lejos que lo que había estado en el siglo xn, cuando el catarismo se encontraba en su cénit en el Languedoc, de la unidad eclesiástica que la iglesia católica había restablecido en Francia por forcé majeure no menos de tres veces en ese período. La estratagema proteica de la metamorfosis salvó invariablemente al movimiento religioso disidente, repetidamente vencido, de quedar eliminado de una vez por todas; y en el momento de escribir estas líneas a mediados del siglo xx de la era cristiana, parecía que esta pugna histórica librada entre Proteo y Menelao en la arena eclesiástica francesa, habría de teoninar, a diferencia del fabuloso incidente de la Odisea^ con la rendición y capitulación de Menelao, y no de Proteo. Esta rebelión inconteniblemente reiterada en Francia contra la unidad eclesiástica propiciada por la iglesia romana, tiene su réplica en Inglaterra en una rebelión, asimismo incontenible, contra la unidad eclesiástica, propiciada por la iglesia Establecida Protestante Episcopal de Inglaterra. Un movimiento secesionista protestante antiepiscopal, que surgió en el curso del último cuarto del siglo xvi y que en 1643 d. de C. logró desalojar a la iglesia episcopal de su sede, quedó sofocado en la forma de puritanismo en 1662 d. de C., sólo para reafirmar1

En IX. ix. 669-70.

2

Véase IV. IV. 392, n. 4.

3

Odisea, Libro IV, versos 363-570.

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se en la forma del metodismo, en el siglo xvm. La iglesia Establecida Episcopal de Inglaterra, cuyos prelados bien podían haberse imaginado en 1662 d. de C. que habían logrado alcanzar una uniformidad eclesiástica que su temible predecesor, el arzobispo Laúd, no logró imponer en su época, vivía en el mismo limbo efímero en que vivieran los "melquitas" después de la proscripción del nestorianismo que había sido la señal de la acometida más impetuosa del monofisismo. En Inglaterra, lo mismo que en Francia, a mediados del siglo xx el repetido fracaso de sucesivos intentos por obtener una victoria definitiva había demostrado que el ideal de una autoridad eclesiástica unificada era una causa perdida. También en otros lugares observamos cómo el "sino" del monoteísmo judaico se vio perpetuamente acosado por un politeísmo que tornaba a surgir una y otra vez, y cómo el "sino" del afín concepto judaico de la trascendencia del único Dios verdadero, se vio no menos perpetuamente acosado por la aspiración, manifestada una y otra vez, a un Dios encarnado. El monoteísmo abatió el culto de Baal y Astoret sólo para ver cómo los tradicionales asociados divinos, severamente proscriptos de un celoso Yahvé se escurrían de nuevo a la ortodoxia judía como personificaciones del "Verbo" del Señor, "Sabiduría" del Señor, y "Ángel" del Señor,1 y luego para establecerse en la ortodoxia cristiana, desde el principio y con derecho propio en la doctrina de la Santísima Trinidad y en los cultos del Cuerpo y la Sangre de Dios, la Madre de Dios y los santos. Estas intrusiones de politeísmo en el monoteísmo de la iglesia cristiana, que eran más flagrantes que las intrusiones registradas en el judaismo, suscitaron una cabal reafirmación del monoteísmo en la forma del islamismo, y una reafirmación menos cabal en la forma del protestantismo. Sin embargo, éste hubo de confesar su nostalgia por las cómodas prácticas de la abandonada iglesia romana, al nacer el anglocatolicismo, en tanto que un islamismo que presuntamente era monoteísta a carta cabal no superó al judaismo o al protestantismo o al catolicismo, en cuanto a vivir de acuerdo con sus principios sobrehumanamente etéreos. El islamismo, a su vez, hizo las ahora familiares concesiones a la irreprimible sed del alma por una pluralidad de dioses. Hasta la Sunna encontró su equivalente de un Verbo personificado de Dios en un Corán increado y admitió el culto de santos que debía por lo menos tanto a la correspondiente práctica cristiana como ésta debía al culto de los paganos héroes y semidioses helénicos, en tanto que la doblemente herética secta de Alí Ilahí tuvo el coraje de dar forma a las sordas convicciones de la Shía cuando confirió abiertamente a Alí la apoteosis que Jesús recibiera de la iglesia cristiana. El profeta Mahoma, primo y suegro del propio Alí, había rechazado la apoteosis que los cristianos hacían a Jesús, por considerarla una recaída en el politeísmo. La aspiración, manifiesta en la Shía, de encontrar un legí1

Véase VII. vn. 269.

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timo sustitutc, islámico del proscripto Dios encarnado de los cristianos da razón a l^s palabras de Horacio: Naturctm expelles jarea, lamen usque recurrft i Estas variaciones sobre el tema de la pugna entre tendencias en conflicto en (|Ue ja tendencia ulteriormente derrotada lanza una y otra vez coces contra el aguijón, sin lograr a la larga vencer a su "sino", están todas comprendidas en e j drama del "sino del hombre", que día a día y hora a ilora ¿Q^Q adquirir y tornar a adquirir su derecho a la vida y a la libertad, respondiendo perpetuamente a repetidas incitaciones. Nur der verdient sich Freiheit, wie das Leben, Der taglich sie erobern muss.2 Al buscar un criterio que explicara el proceso de crecimiento 3 lo encontramos t^n e j éxito acumulado con que se responde a incitaciones, y que^se recoinpensa no con quedar la parte que responde liberada de toda incitación —lo cual equivaldría a abandonar el servicio activo de la vida , sino con una transposición del campo de la incitación, que del macrocosn1O; donde Dios incita al hombre a través de la naturaleza no huma na o de los otros seres humanos, pasa a un microcosmo en el que Dic )s incita al hombre a través de la propia alma del hombre, en virtuc^ ¿s una inefable epifanía de Dios, el Incitador mismo. II. POStBLES EXPLICACIONES DE LAS MANIFESTACIONES DE LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LA HISTORIA

Los trábalos i$ei hombre, emancipados del ciclo del día y de la noche y del ciclo <.~mu(tl de lds estaciones, por obra de la civilización Los iindicio.^ je qj. ue ias cuestiones humanas se sujetan a "leyes de la i >» f J naturaleza qiíe encontramos en nuestro anterior examen de los hechos históricos, bascan para justificar y, es más aún, para exigir que busquemos las pasibles explicaciones de la aparición de regularidades y repeticiones demasiado ¿ien atestiguadas para que no intentemos explicarlas. Si han, ¿e aceptarse tales repeticiones y uniformidades como realidades efe^-tiya^ nay dos maneras obvias posibles de investigarlas. Las cuestiones humanas que nos interesan en la parte presente de este Estudio son, vcomo podemos recordarlo aquí, cuestiones psíquicas y espirituales de•[ hombre y no su parte corporal, física y fisiológica, que, a los efectos dte nuestro estudio, consideramos como parte del contorno no humano de^i hombre. Si las cuestiones humanas, en este pertinente sentido restriñido ¿e{ término, se someten a "leyes de la naturaleza", I Horacio, Ep'nsloias¡ Libro TÍ ep x¡ verso 2 4 _ , :?°^ re> Faui
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esas leyes que la rigen deben de ser ya leyes corrientes en el contorno no humano del hombre, que se imponen a las cuestiones humanas desde afuera y por forcé majeure, sin tener empero ninguna relación más íntima con la naturaleza humana, ya leyes que rigen las cuestiones humanas, en virtud de ser inherentes a la estructura psíquica de la propia naturaleza humana. Será conveniente considerar estas dos posibilidades en el orden en que acabamos de mencionarlas. Acaso podamos comenzar suponiendo que en las provincias no humanas de la naturaleza hay "leyes de la naturaleza" que son no sólo operantes, sino manifiestas. Los hombres de ciencia occidentales postmodernos parecían dar por sentado el dominio de la ley sobre la naturaleza no humana y, que supiera el autor de este Estudio, los historiadores occidentales postmodernos no habían llevado su antinomismo hasta el extremo de desafiar a los savants de las ciencias no humanas en los campos propios de esas ciencias. Tampoco parecía que los historiadores rechazaran la tesis de que en el contorno no humano del hombre se daban algunas uniformidades, regularidades y repeticiones que ejercían cierta influencia en las cuestiones humanas. Casos obvios de este género eran algunos de los ciclos astronómicos del movimiento físico del universo estelar. El ciclo del día y de la noche, por ejemplo, evidentemente influye en la vida cotidiana común de todas las sociedades humanas de cualquier especie, puesto que los seres humanos tienen la necesidad fisiológicamente ineludible de dormir por lo menos una vez cada veinticuatro horas, y la noche es el momento para dormir, según se lo indican al hombre las leyes fisiológicas que rigen su cuerpo. Aunque los arponeros, los panaderos, los ladrones, los monjes 1 y los periodistas pueden 1 Los monjes de un monasterio del monte Atos, en el que el autor de este Estudio pasó una noche como huésped en junio de 1912, le dijeron cortésmente por la mañana que esperaban que sus frecuentes rezos nocturnos no le hubieran perturbado el sueño. El autor deseando a su vez retribuir la cortesía, manifestó la esperanza de que los monjes no encontrasen demasiado penosas y agotadoras aquellas prolongadas vigilias nocturnas. •—"En modo alguno", le replicaron los monjes, "pues lo que hacemos es dormir durante el día". —"¿Y cómo se las arreglan para vivir?", preguntó el huésped inglés..—"Ah, bueno, es que poseemos hermosas heredades en Rumili, con campesinos que trabajan para nosotros. Recordará usted que ayer le mostramos nuestro depósito situado junto a las aguas y provisto abundantemente de grano, aceite y vino. Todo eso nos llega de nuestras heredades y los campesinos nos lo entregan en nuestro depósito." —"¿Y cómo viven los campesinos?", pregunté. —"Pues viven como perros", dijeron los monjes; "pero usted mismo podrá juzgar cuan admirablemente bien concertado es el arreglo. Como los campesinos trabajan para nosotros y nos traen aquí sus productos, en lugar de tener que hacerlo nosotros mismos, podemos permitirnos dormir durante el día y estar frescos para orar por la noche. Y, como usted se imagina, esto es realmente muy ventajoso. Después de todo, la mayor parte de la gente del mundo —incluso tal vez Vuestra Honorabilidad (TÍ>V 5 óyov era?)— está en este sentido en la posición, menos favorable, de nuestros campesinos. Como debe pasarse el día entero trabajando, la gente se ve obligada a dormir durante la noche, en lugar de rezar para poder estar en condiciones de reanudar el trabajo al día siguiente; de manera que durare la noche el número de los que se dirigen a Dios es un número mínimo y ello

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verse obligados por las exigencias de sus arduas profesiones a cambiar el horario común al hombre y a las bestias, por el horario propio de los buhos, zorros y murciélagos, pues deben trabajar por la noche y dormir durante el día, tales trabajadores nocturnos, en no menor medida que la demás gente se ajustan al ritmo astronómico del ciclo del día y de la noche a su propia manera trascordada; no hacen sino invertir el modo ordinario humano de adaptarse a la rotación periódica del planeta alrededor de su eje. En cuanto a la mayor parte de la humanidad, que duerme por la noche y vela durante el día, ajusta sus ocupaciones a las alternancias de luz y oscuridad, tanto en la vida del campo como en la vida urbana. El campesino moreano que todas las mañanas va desde su aldea, situada en medio de los riscos, a su campo de la llanura, y todas las tardes torna a subir del kambos al kastro, baila al son del mismo ritmo astronómico —dado por el girar rítmico de la tierra— que el hombre de negocios de Nueva York, que viaja entre New Canaan y Manhattan, o que el confrére constantinopolitano del neoyorquino que hace el más breve viaje diario de ida y vuelta entre Asia y Europa.1 Así y todo, en los días del autor de este Estudio, el hombre en proceso de civilización se había dado maña para romper las cadenas hasta de este ciclo, físicamente imperativo, del día y de la noche. El hombre se liberó de la esclavitud en que se hallaba respecto de esta particular ley de la naturaleza física, al inventar los turnos dobles. Un recurso de organización que ya hubieron de practicar en una edad heroica postminoica, pastores lestrigoncs, quienes dieron con él gracias a vivir lo bastante al norte para conocer días de verano que se sucedían unos a otros sin noches intermedias, 2 había sido adoptado antes de los días del autor de este Estudio en todas las latitudes por los navegantes de alta mar y por los trabajadores industriales de térra firma de un planeta occidentalizado. Por este expediente al que acudió Micerino,3 los empresarios científicos de la industria occidental reciente tradujeron una fábula egipcíaca en prosaica realidad.4 significa que Dios puede prestar al que ora durante la noche una atención individual que no puede prestar en modo alguno durante el día, cuando la gran mayoría de los hombres está despierta y en medio de sus ocupaciones encuentra un momento para dirigirse a Dios. Sí, gracias a las donaciones que nos legaron piadosos benefactores, los monjes nos encontramos en una posición decididamente ventajosa." 1 En esta comparación lo que nos importa hacer notar, a los efectos de nuestra actual indagación, es el hecho de que el movimiento cíclico de la tierra, que da lugar al día y a la noche, rige diariamente las actividades tanto del trabajador rural como del trabajador urbano. Es desde luego cierto que diversas circunstancias obligan a estas dos clases de trabajadores a realizar el viaje diario en una dirección cada mañana y en la dirección opuesta cada tarde. El campesino se ve movido a hacerlo por la inseguridad de vivir en su propio campo de trabajo; el hombre de negocios, por la congestión de su lugar de trabajo; pero esta diversidad de causas que determinan su idéntico movimiento diario, no hace aquí el caso. 2 Véase Odisea, Libro X, versos 81-86. 3 La leyenda de Micerino está contada por Herodoto, en el Libro II, cap. 133. * Los sucesivos turnos de trabajo en virtud de los cuales una planta industrial occidental moderna funcionaba durante las veinticuatro horas del día, estaban anticipados por las guardias sucesivas en virtud de las cuales un barco podía mantener

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Otro ciclo astronómico de que el hombre fue esclavo era el ciclo anual de las estaciones, y aunque este ciclo de invierno y verano no influía tan directamente en el hombre como lo hacía el ciclo del día y de la noche, al comunicar su ritmo a las exigencias fisiológicas del cuerpo humano, ejerció empero un dominio indirecto difícilmente menos vigoroso sobre la vida del hombre, en virtud del dominio directo que tenía sobre el contorno físico de que el hombre extraía su sustento y además un excedente, por encima del mínimo necesario para la subsistencia, para gastar en la guerra contra sus semejantes, en un mundo que hasta ahora no había conseguido llegar a una unidad política permanente y completa bajo el régimen de un solo gobierno mundial. El ciclo de las estaciones, producido por el movimiento anualmente repetido de la tierra alrededor de una órbita cuyo centro es el sol, determinó las épocas de las actividades militares y económicas del hombre, tanto en las sociedades pastorales y agrícolas, como en las sociedades recolectoras de los frutos de la tierra, cazadoras y pescadoras. * En la era de las civilizaciones, cuando las sociedades recolectoras de frutos de la tierra y las cazadoras quedaron ya exterminadas, ya empujadas a cuevas y reductos, y cuando luego el agricultor Caín estableció un decisivo dominio sobre el pastor Abel,2 la danza que el agricultor bailaba al son del repetido ritmo de las estaciones imprimió profundamente su ritmo en los sentimientos e ideas de todos los sobrevivientes —salvo una pequeña fracción— de una lucha por la existencia que duró unos cinco mil o seis mil años y que se libró entre los belicosos adeptos de diferentes maneras de ganar el sustento. Aunque hasta el momento de escribir estas líneas la serie anual de las operaciones del agricultor se había repetido quizá no más de unas cinco mil o diez mil veces, aun en las regiones del Asia sudoccidental, en donde se inventó la agricultura del Viejo Mundo, el ¿VI«UT¿<; Safpuov 3 había logrado en ese breve período de tiempo erigir en los abismos subconscientes de la psique humana una imagen primordial de una fuerza espiritual tal que, a través de ese oscuro espejo, el credo cristiano aprehendió su visión de un Dios que sufre y muere. En el mundo occidental industrial postcristiano del siglo xx de la era cristiana, esa visión aún era, a los ojos cristianos, la más penetrante y esclarecedora su rumbo durante las veinticuatro horas del día, sin aproximarse a tierra cada noche, a fin de que la tripulación durmiera allí. 1 Este ritmo anual de los trabajos del hombre se verificó, desde luego, en diversas variaciones, que eran reflejos de otras tantas diversidades de clima y ocupación. En algunas variaciones la estación cálida, en otras la estación fría y en otras la estación lluviosa, era la de las actividades económicas; y los máximos anuales de actividad económica y militar se concentraban en algunos casos en una y la misma estación, en tanto que en otros casos se distribuían en diferentes épocas del año; pero todas estas variaciones de las actividades anuales del hombre tenían un tema central común, en el ciclo astronómico de las estaciones, al que, de una u otra manera, se adaptaba cada uno de los ciclos anuales humanos. 2 Véase III. ni. 26-35. ,3 Véase III, m. 276-8.

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de todas las que el hombre había conocido hasta ese momento. Sin embargo, en el mismo siglo, la danza económica que bailaba el agricultor al son del ritmo astronómico de las estaciones, de que había nacido esa sublime imagen religiosa, estaba a punto de perder un dominio sobre la vida humana que, en la perspectiva temporal del astrónomo y hasta del teólogo occidental postmoderno, podía verse retrospectivamente como muy breve, aun en su estimación máxima, cuando se la comparaba con la escala de tiempo de la vida del género humano, en el capítulo primitivo preagrícola de la historia del hombre. Una técnica organizadora que había conseguido liberar al hombre occidental industrial de su esclavitud física respecto del ciclo del día y de la noche, pudo asimismo liberarlo de manera relativamente fácil de su esclavitud económica respecto del ciclo de las estaciones, al disponer, con doble o triple turno de hormigas humanas, que una planta industrial trabajara no sólo durante las veinticuatro horas del día, sino durante los trescientos sesenta y cinco días del año. Y el mismo espíritu occidental de empresa había logrado, para beneficio de algunos consumidores occidentales, anular el dominio de las estaciones sobre la agricultura. En un mundo occidental que se extendía desde el hemisferio norte al hemisferio sur y que había inventado la refrigeración y expeditivos medios de transporte, cualquier miembro de la sociedad que tuviera el dinero suficiente para adquirirlo, podía comprar cualquier vegetal, cualquier fruto o cualquier flor. Un triunfo aún más importante del hombre sobre la naturaleza física era el descubrimiento del hombre occidental de los procedimientos y medios de cultivar productos fuera de la estación propia, sin tener que hacerlo en el hemisferio opuesto para llevar a cabo este juego de prestidigitación agrícola. En efecto, el hombre occidental había aprendido a sustituir el calor natural y la luz solar por la luz y el calor artificiales, y esto le permitió además cultivar productos particularmente valiosos en latitudes más frías que las que éstos podían afrontar en un estado natural y sin el cuidado humano. La inventiva del hombre occidental cubrió las irrigadas tierras bajas del sur de California con un manto de humo que se elevaba de fogatas especiales destinadas a combatir los efectos de las heladas y distribuidas entre las hileras de naranjos, cuyo número superaba en varias veces el de las hogueras, en tanto que en el valle de Connecticut había cubierto las plantaciones de tabaco con cendales que tenían el mismo fin de proteger la producción contra el agotador invierno. Tal vez el más grande de todos estos tours de forcé agrícolas fuera la producción de todo el año de frutos meridionales cultivados, en el borde del Círculo Ártico, en una Islandia que se había transformado de yermo desierto en un jardín cubierto de vidrio, gracias al aprovechamiento de la inagotable fuente natural de agua caliente, que manaba de un millar de geysers.

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El cido comercial psicológico emancipado del ciclo -físico de las cosechas, por obra de la revolución industrial Posiblemente el familiar ciclo anual no fuera el único ciclo astronómico a que estaba sometida la flora de la tierra y al que el hombre estaba indirectamente esclavizado en la medida en que dependía de la agricultura para su subsistencia. Las investigaciones de meteorólogos occidentales recientes descubrieron indicaciones de que existen ciclos de buen tiempo y mal tiempo con una longitud de onda superior al período de un año. Al considerar las irrupciones de los nómadas desde "el desierto" a "las tierras de sembradío", encontramos algunas indicaciones indirectas —en la forma oscilaciones producidas en el equilibrio de fuerzas entre los nómadas y sus rivales sedentarios de tierras fronterizas disputadas— de la existencia de un ciclo que comprendía unos seiscientos años y que estaba formado por dos fases alternadas de humedad y aridez.1 Este hipotético ciclo climático de seiscientos años distaba mucho, empero, en el momento de escribir estas líneas, de verse confirmado como parecían estarlo otros ciclos de la misma clase con longitudes de onda que llegaban sólo a un número de años de dos cifras o de una sola cifra, ciclos estos últimos que los meteorólogos distinguieron en fluctuaciones periódicas observadas en la producción, no de los pastos naturales de la estepa en la que los nómadas hacían pacer a sus rebaños, sino de las cosechas artificialmente sembradas y recogidas por el agricultor en sus campos cultivados.2 Las correspondencias aproximadas de las fechas de momentos de depresión máxima y momentos de elevación máxima, así como la corespondencia de longitudes de onda entre ciertas series de esos supuestos ciclos de producción en las cosechas y las contemporáneas series de ciclos "Kitchin" y ciclos "Juglar" que se dan en la historia económica del mundo occidental industrializado hizo pensar que la coincidencia observada entre estas series rítmicas de orden diferente bien pudiera ser, no un capricho del azar, carente de significación, sino un indicio de que la serie de las cosechas y la serie comercial estaban en una relación de causa y efecto. Si esta conjetura quedara confirmada por pruebas y razonamientos convincentes, deberíamos agregar el ciclo de las cosechas al ciclo anual y al ciclo del día y de la noche, al componer nuestra lista de cosas en que "leyes de la naturaleza", válidas en la naturaleza no humana, llevaron u obligaron al hombre a bailar al son de sus ritmos; y por cierto que también el ciclo de las cosechas ejerció también a veces un tiránico dominio sobre la vida de sociedades predominantemente agrícolas; Véase III. ni. 418-77Véase Huntington, E.: Mtúnsprings of Civilisation (New York 1945, Wiley), pág. 460, fig. 57: "Cycles in Wheat Prices for Three Centuries (after Beveridge) and in Weather for a Century in Europe (after Brunt and others)." Según Huntington, ibid., "los puntos Je acuerdo en que más se acercan Beveridge y Brunt son de aproximadamente 3 y le, 5, 8, 9 y % y 35 años". 1 2

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pero, entre los estudiosos profesionales de los ciclos comerciales que se daban en el mundo occidentalizado, predominantemente industrial, en el momento de escribir estas líneas no había una opinión preponderante, lo bastante clara para ser manifiesta aun al ojo del lego, contra la sugestión de que la existencia de los ciclos comerciales bien pudiera explicarse como consecuencia de los ciclos de las cosechas, los cuales en sí mismos eran, como podría presumirse, un efecto de fluctuaciones periódicas producidas en aquellas condiciones meteorológicas de que dependía una buena o una mala cosecha de cereales. En esto coinciden W. C. Mitchell, T. S. Ashton,i R. C. Hawtrey,2 J. A. Schumpeter,3 y G. Haberler. Haberler señala que hay un gran desacuerdo entre diferentes representantes de la teoría según la cual han de buscarse causas agrícolas a los ciclos comerciales 4 y da su propia opinión de que "No puede haber una 'teoría agrícola' del ciclo como alternativa digamos de la teoría monetaria o de la teoría de la inversión, así como no puede haber una 'teoría de la invención' o una 'teoría del terremoto'. . . Bien puede concebirse que una buena cosecha ejerza ya una influencia estimuladora ya una influencia depresiva según la fase del ciclo, los lugares de la superficie de la tierra y la población del mundo que se vean afectados. Tampoco es lícito suponer, sin más ni más, que una buena cosecha de trigo y una buena cosecha de algodón tengan la misma clase de efectos." 5 Mitchell señala que "hasta los autores que consideran los cambios de los rendimientos de las cosechas como la causa de las fluctuaciones comerciales. . . reconocen que esas fluctuaciones se manifiestan principalmente en el tráfico comercial, en las actividades fabriles, en el transporte y en las operaciones financieras." 6 Por lo menos dos de esas mismas autoridades coinciden también en rechazar las sugestiones de que los ciclos comerciales puedan ser el producto de fluctuaciones periódicas producidas en algún otro medio no humano que no sea el buen tiempo o el mal tiempo de la tierra, cuyas fluctuaciones probablemente expliquen los diferentes rendimientos de las cosechas. Ashton y Mitchell mencionan, sólo para descartarla, 7 En una carta personal del 2 de diciembre de 1949 al autor de este Estudio. 2 Hawtrey, R. G.: "The Monetary Theory of the Trade Cycle and its Statistical Test", en The Qualerly ]ournal oj Economía, vol. XLI (Cambridge, Mass. 1927. Harvard University Press), pág. 473. 3 Schumpeter, J. A.: Business Cydes (New York 1939, McGraw-Hill, 2 vols.), vol. I, págs. 177-8. * Véase Haberler, G.: Prosperity and Dtprtssion, tercera ed. (Ginebra 1941, Sociedad de las Naciones) págs. 152 y 154. R Ihid., págs. 163 y 164. 8 Mitchell, W. C.: 'Business Cydes, the Problem and its Setting (New York 1927 (nueva impresión 1930), Bureau of Economic Research Inc.), pág. 87. 7 Véase Mitchell, ibid., pág. 13; Ashton, loe. cit. 1

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la audaz conjetura astrológica del brillante pioneer Stanley Jevons según la cual los ciclos comerciales bien podrían ser el resultado de fluctuaciones producidas en la radiactividad del sol y reveladas por la aparición y desaparición de manchas solares; y Mitchell rechaza luego en principio todas las teorías de causas físicas, fundándose en el hecho de que ninguna teoría física puede conciliarse con los cambios producidos en la longitud de onda del ciclo "Kitchin" que él creyó descubrir en el curso de la manifestación de este ciclo hasta el momento en que realizaba sus investigaciones durante la tercera década del siglo xx.1 Había un acuerdo mayor en el que A. C. Pigou coincidía con las autoridades ya citadas para apoyar la concepción de que la independencia de los ciclos comerciales occidentales modernos tardíos y postmodernos de diferentes longitudes de onda respecto del dominio del ciclo de las cosechas o de cualquier otro ritmo periódico manifestado en la naturaleza no humana era el resultado de un proceso progresivo de emancipación; y, según este concepto, la revolución industrial del mundo occidental era revolucionaria en dos sentidos. No sólo había inaugurado una nueva clase de técnica y organización económicas, sino que al propio tiempo había liberado progresivamente la vida económica misma —parí passu con el progresivo establecimiento del predominio de la industria sobre la agricultura— del lazo que la sometía al ciclo meteorológico de las cosechas y a otras fuerzas extrañas, tanto no humanas como humanas, a cuyo dominio había estado sujeta la vida económica del hombre, en alguna medida, durante la organización económica preindustrial. 2 A. C. Pigou, por ejemplo, que veía una correlación positiva entre el rendimiento de las cosechas y la producción de hierro en los Estados Unidos,3 y una correlación aproximada entre los rendimientos de las cosechas y el volumen de la actividad industrial en general, del mundo occidental,4 admite luego que mientras "los cambios producidos en las cosechas son un importante factor en cuanto a determinar fluctuaciones industriales", 5 su influencia en ese campo quedó disminuida por la relativa pérdida de importancia de la agricultura frente a la industria del mundo occidentalizado.0 "Las variacioiies de las cosechas como factores determinantes (ya mediante un proceso directo, ya mediante un proceso indirecto) de las fluctuaciones de la actividad industrial son sustandalmente menos importantes Véase Mitchell, ibid., pág. 418. Según Mitchell, op. cit., págs. 80-8-, esta liberación relativa del dominio de fuerzas exteriores constituía el carácter distintivo de la economía occidental industrial. 3 Véase Pigou,A. C: Industrial Fluctuations, 2" ed. (London 1929, Macmillan), págs. 42-44. * Véase ibid,, pág. 46. 6 Véase ibid., pág. 221. 6 Véase ibid,, pág. 221. 1

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 190 [en la tercera década del siglo XX de la era cristiana] que lo que lo eran cincuenta o cien años atrás." i

Y Pigou llega a la conclusión final de que las correlaciones estadísticas entre variaciones en el rendimiento de las cosechas y los ciclos comerciales "no justifican la opinión de que las variaciones sean los únicos, o los principales, factores determinantes de la periodicidad que se da en las fluctuaciones industriales". 2 Ashton describe el mismo cuadro de un desplazamiento, que acompaña la marcha de la revolución industrial occidental moderna tardía, producido en el equilibrio entre las fuerzas externas no humanas y las fuerzas internas humanas, que ejercen su dominio en la vida económica del hombre occidental. "Creo que no puede dudarse de que las fluctuaciones de las cosechas eran una causa importante de las variaciones registradas en la actividad económica del siglo xvm. Pero ahora casi todos los economistas coinciden en aceptar que los movimientos cíclicos del siglo xix pueden por lo menos atribuirse a una oscilación producida en las inversiones (es decir, a la creación de bienes de capital o de bienes de una forma tal que no estaban destinados al consumo directo). Esto se debe al factor humano, antes que al mundo físico circundante." 3 Para W. W. Rostow,* "las cosechas del país desempeñaron un papel muy importante en las fluctuaciones mercantiles británicas" hasta 1850 más allá de toda duda, y probablemente hasta 1870. La epifanía de las peculiares fluctuaciones económicas rítmicas que llegaron a conocerse como ciclos comerciales fue simultánea con el surgimiento y la difusión del tipo industrial de economía. Atendiendo a las pruebas ordenadas por W. R. Scott, "parece claro", a juicio de W.C. Mitchell, "que las crisis inglesas de 1558-1720 no eran crisis comerciales del tipo moderno, y que los intervalos transcurridos entre esas crisis no estaban ocupados por ciclos comerciales".5 Según el propio W. R. Scott, las vicisitudes registradas en la historia económica de Inglaterra en la Edad Moderna temprana se debían, Pigou, o¡>. cít., pág. 224. 2 Ibid., pág. 233. 3 Ashton, loe. cit. * Rostow, W. W.: British Economy of the Nitieteenth Century (Oxford 1948, Clarendon Press), pág. 50. 5 Mitchell, ibid., pág. So. 1

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en su mayor parte, a efectos de fuerzas que obraban en planos no económicos de la vida. "Una crisis se produce cuando las previsiones de la mayoría de los hombres de negocios son erradas. La causa del error de cálculo puede estar en los hombres que juzgan o bien en los acontecimientos que han de juzgarse.. . En períodos ulteriores, la importancia del juicio y de los cálculos del hombre queda marcada en el período de actividad especulativa que precede a una crisis. Pero, antes del desarrollo de las instituciones bancarias, apenas puede esperarse una actividad intensa semejante. . . Si se analizan las crisis producidas hasta 1720... se verá que, debido a la defectuosa comprensión de los datos o a mal gobierno, tiende a predominar el aspecto objetivo." * El siguiente capítulo del proceso está descrito con estas palabras de Mitchell, Ashton y Dupriez: "Los ciclos comerciales aparecen mucho más tarde que las crisis económicas o que las crisis estrictamente financieras. En la propia Inglaterra parece que no comenzaron antes de terminar el siglo xvm. Pero cuando aparecieron, ello ocurrió con una extensión —a todas las ramas de la industria— de dificultades no diferentes de las que sufrieron durante más de cien años los grandes capitalistas, banqueros y especuladores en acciones. Con esa extensión del campo, se produjo un desplazamiento de la importancia relativa de las causas. En el pasado la declinación del crédito habitualmente se había debido a la guerra, al establecimiento de la paz, o a alguna violación de obligaciones financieras por parte del gobierno. En el futuro, iba a deberse con mayor frecuencia a tensiones engendradas dentro del mundo mismo de los negocios. La causa de este cambio está en la extensión gradual de la empresa comercial altamente organizada, que de sus anteriores centros de comercio, minería, finanzas y banca en el exterior, pasó a abarcar el amplio campo de la manufactura y el comercio interno, extensión ésta que acompañó a la revolución industrial... A medida que la revolución industrial y los cambios concomitantes que producía en la organización del comercio y del transporte se difundían a otros países, en éstos comenzaban a desarrollarse los fenómenos de los ciclos comerciales ya familiares en Inglaterra." 2 "Es. . . evidente que los momentos de prosperidad y de depresión se dieron al mismo tiempo, o casi al mismo tiempo, en todos los países industrializados y en las zonas menos desarrolladas relacionadas con aquéllos por el comercio." 3 1 Scott, W. R.: The Constitution and Finance of English, Scottish and Irish JointStock Campantes to 1720 (Cambridge 1910-12, University Press, 3 vols.), vol. I, págs. 4Ó9-7I. a Mitchell, W. C: Business Cycles and the their Causes, en una nueva edición de Mitchell: Business Cycles, Parte III (Berkeley Cal. 1941, University of California Press), págs. 170-1. 3 Ashton, loe. cit.

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"Dans le monde, par extensif¡catión géographique, comme dans la nation, par pénétration des sphéres d'activité les moins industrielles, les spasmes, de la conjoncture tendent a gagner du terrain et á se synchroniser." i En la economía ecuménica de origen occidental, en la que la industria estableció su predominio sobre la agricultura y en la que este nuevo modo predominantemente industrial de vida económica se difundió desde su lugar de nacimiento occidental por toda la superficie del planeta, el rasgo distintivo del ritmo de la actividad económica era su autonomía. "El crecimiento, lo mismo que el decaimiento de la prosperidad. . . ha de deberse, no a la influencia de 'causas perturbadoras' de afuera, sino al proceso que se desarrolla regularmente dentro del propio mundo de los negocios." '¿ "Lo misterioso de estas [fluctuaciones] está en que no pueden explicarse por causas 'exteriores', tales como malas cosechas por las condiciones adversas del tiempo, enfermedades, huelgas generales, cierres de fábricas, terremotos, súbitas obstrucciones de los canales del comercio internacional, etc. Serias mermas del volumen de la de producción, de los ingresos reales o del nivel de empleo como resultado de cosechas malogradas, guerras, terremotos y parecidas perturbaciones físicas del proceso de producción, rara vez afectan el sistema económico en general y seguramente no constituyen depresiones en el sentido técnico de la teoría del ciclo comercial. Por depresiones en este sentido técnico entendemos aquellas caídas notables y prolongadas del volumen de la producción, de los ingresos reales y del empleo, que sólo pueden explicarse por el obrar de factores que nacen dentro del propio sistema económico y, en primera instancia, por una insuficiencia de demanda monetaria y por la falta de un margen suficiente entre precios y costos." 3 "Por varias razones parece deseable, en lo relativo a la explicación del ciclo comercial, asignar la menor importancia posible a la influencia de perturbaciones exteriores. . . Las respuestas del sistema comercial parecen prima facie más importantes en cuanto a formar el ciclo comercial que los impactos exteriores. En segundo lugar, la experiencia histórica parece demostrar que el movimiento cíclico tiene una fuerte tendencia a persistir, aun en aquellos casos en que no obren influencias sobresalientes que plausiblemente puedan considerarse como causas. Esto sugiere que en nuestro sistema económico hay una inestabilidad inherente a él, una tendencia a moverse en una dirección o en otra." 4 1 Dupriez, L. H.: Les Mouvements Économiques Généraux (Louvain 1947, Institut de Recherches Économiques et Sociales, 2 vols.), vol. u, pág. 542. 2 Mitchell, ibid., pág. 26. Cotéjese con págs. 2 y 71. 3 Haberler, op. cit., pág. 265. * Haberler, op. cit., pág. 10. Sin embargo, ha de leerse este pasaje teniendo en cuenta el de la página anterior, en el que el autor declara su opinión de que no son convincentes las explicaciones puramente endógenas o puramente exógenas de los ciclos comerciales.

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Siglas fluctuaciones que se manifestaron en la marea de la vida económica industrial occidentalizada no fueran ni ritmos astronómicos del movimiento del universo estelar, tales como el ciclo del día y de la noche y encielo anual, ni ritmos meteorológicos, en la temperatura, la circulación de la atmósfera y la distribución de agua en la tierra, tales como se manifiestan en el ciclo de las cosechas, debemos identificar el medio en que se producen estos ciclos comerciales; y también aquí el consenso de las autoridades a quienes acabamos de citar como testimonios de la autonomía del sistema económico occidental industrial viene a responder a nuestra pregunta. El medio en que giran los reiterados ciclos de expansión y contracción de la actividad económica de la sociedad industrial es el medio psíquico y espiritual de la naturaleza humana misma. "Todo hecho económico tiene un aspecto psicológico. La cuestión fundamental de la ciencia económica es la conducta humana, principalmente la conducta consciente y deliberada... De manera que la psicología de la conducta humana es una parte del tema fundamental de la economía. Cuando suponemos que un empresario habrá de aumentar sus ganancias si crece la demanda o si rebaja el costo de sus productos, o que los obreros habrán de responder a los cambios producidos en los salarios monetarios, pero no tan prontamente a los cambios producidos en los salarios reales, o que los consumidores comprarán más cantidad de un determinado producto si el precio baja, y menos si piensan que continuará bajando, o que la gente ahorrará dinero si sube el valor de la moneda. .. Todas estas suposiciones son suposiciones referentes a la conducta humana, que presupone cierto estado de espíritu por parte de los agentes humanos." i "Que el individuo gane dinero y la nación tenga prosperidad comercial son fines artificiales de empeños impuestos por instituciones pecuniarias; por debajo de uno están las actividades impulsivas del individuo, su urdimbre de reacciones instintivas, parcialmente sistematizadas en deseos conscientes, conocimiento definido y esfuerzos que tienden a una finalidad. En el otro caso, por debajo están los vagos ideales en conflicto del bienestar social que los miembros de cada generación tornan a forjar de acuerdo con sus propias imágenes. En ese oscuro mundo interior yacen las significaciones y motivos últimos de la acción, y desde él emergen a la superficie consciente, con la que los hombres juzgan sobre las cosas que vale la pena tener." 2 "La 'causa', si deseamos emplear este término, de los ciclos comerciales... se halla en los hábitos e instituciones de hombres que hacen que la economía monetaria con su dinero y créditos, precios, propiedad privada, compra y venta, etc., cargue toda, por así decirlo, en el proceso industrial." 3 1 Haberler, G.: Prosperity and Depressión: A theoretical Analysis of Cyclical Movements, 3* ed. (Ginebra 1941, Sociedad de las Naciones), pág. 144. 2 Mitchell, W. C.: Business Cycles and their Causes, págs. 190-1. 3 Frank, L. K.: "A Theory of Business Cycles", en The Quarterly Journal of

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En este medio psíquico, una potente fuerza motivadora es la incertidumbre respecto del futuro. "Toda decisión económica forma parte de un plan económico que se extiende al más o menos distante futuro. Por eso en principio siempre hay un elemento de incertidumbre en toda actividad. Hay sin embargo ciertos casos en que el elemento de incertidumbre es especialmente importante y notable, como por ejemplo el caso de invertir recursos en procesos prolongados, en instalaciones de construcción lenta y en el caso de proveer los fondos para tales fines. Cuanto más prolongados sean los procesos en que se invierte el capital y cuanto más lenta sea la construcción de los instrumentos e instalaciones, tanto mayor es el elemento de incertidumbre y el riesgo de pérdida." 1 "La 'incertidumbre'. . . es. . . una fase que está presente en toda empresa comercial. La cuestión capital es la incertidumbre relativa a lo que el público comprará y a qué precios habrá de hacerlo. . . Los frutos de la incertidumbre se manifiestan en las aberraciones emocionales de los juicios comerciales.2 [La incertidumbre respecto del futuro] hace que los estados de ánimo esperanzados o de desaliento contribuyan en gran medida a las decisiones de los negocios." '¿ "Esos estados emocionales son en parte.. . productos de sugestiones. . .4 [El optimismo] ayuda a producir condiciones que lo justifican e intensifican." 5 "La generación recíproca de errores de pesimismo y de errores de optimismo desempeña un papel importante en cuanto a formar el ritmo de la industria." 6 Acaso el testimonio más impresionante de la verdad de que los ciclos comerciales son productos de causas psíquicas que obran en un medio psíquico sea la confesión que su probidad intelectual obligó a hacer a Stanley Jevons, a pesar de su propensión a ver en los ciclos comerciales el efecto de causas no humanas. Mientras por una parte no puede resistirse a comentar; "Parece muy probable que los modos del operar comercial, que constituyen la parte principal cíe los fenómenos, puedan regularse por los acontecimientos exteriores, especialmente la condición de las cosechas", Economics, vol. xxxvn, agosto de 1923 (Cambridge, Mass. 1923, Harvard University Press), pág. 639, citado en la pág. 85, supra. 1 Haberler, op. cit., pág. 145. 2 Mitchell, Business Cycles, the Problein and ils Setting, págs. 156-7. 3 "El crédito -—la disposición que tiene un hombre a confiar en otro—- es singularmente variable" (Bagehot, citado por Rostow, en op. cit., pág. 164). — A. J. T. * Mitchell, Business Cycles and tbeir Causes, pág. 5, cotéjese págs. 57-58. 5 Ibid., pág. 5, cotéjese pág. 25. Cotéjese también Bagehot, Walter: "Todas las personas son en alto grado crédulas, cuando son en alto grado felices" (Lombard Street (London 1931, John Murray), pág. 151). tí Pigou, op. cit., pág. 230.

195 si on muestrai que este comentario no es más que una ansiosa expresió de deseos,, al admitir francamente que LEV V LIBERTAD EN LA HISTORIA

"Los colapsos periódicos son en realidad mentales por su naturaleza, pues dependen de las variaciones de desaliento, esperanza excitación, desengaño y pánico." ! "En años recientes se ha hecho habitual cargar el acento en el elemento de la expectación." 2 "Como los acontecimientos económicos dependen de las acciones del hombre, es menester investigar qué cosa determina esas acciones. Estas siempre se refieren a un futuro más o menos distante. De ahí que debamos estudiar esas expectaciones sobre el futuro que gobiernan los actos del hombre." 3 "Los movimientos registrados en los precios y en las tasas de interés muestran que las fluctuaciones producidas en la demanda real de trabajo se verifican predominantemente en virtud de cambios producidos en las expectaciones" [y no en virtud de cambios producidos en los ingresos reales].4 "Un cambio producido en las expectaciones... puede considerarse que define el comienzo de una depresión." 5 Estas perturbaciones psíquicas que se manifiestan en la forma de fluctuaciones económicas pueden nacer ya en los abismos subconscientes de la psique, ya en su superficie consciente y volitiva; y, desde cualquiera de estas dos posibles fuentes psíquicas, pueden comunicarse al otro plano psíquico. Por ejemplo, "La deflación no ha de interpretarse en el estrecho sentido de constituir un deliberado acto o una deliberada actitud por parte de las autoridades monetarias o los bancos comerciales. . . Una vez que comenzó el proceso, una suerte de deflación automática o de autodeflación del sistema económico (a diferencia de una deflación impuesta a la economía por las autoridades monetarias) es más un efecto que una causa." 6 Inversamente, los tratos entre el consumidor y el productor comienzan en el nivel subconsciente del consumidor, pero se elevan al nivel consciente en la respuesta que el productor da a la incitación del consumidor. En el primer movimiento de esta danza mercantil, 1 Jevons, W. Stanley: Investigations in Currency and Finance, 2* ed. (London 1909, Macmillan), pág. 184. 2 Haberler, op. cit., pág. 144, n. 2. 3 Ohlin, B. en The Economic Journal, vol. XLVII (London 1935, Macmillan), Pág. 58. * Pigou, op. cit., pág. 56. Ibid., pág. 163. El mismo estudioso llama la atención sobre "el papel de las expectaciones sobre el futuro que operan a través de las instituciones de crédito", en la teoría de Bagehot, de los ciclos económicos. 6 Rostow, op. cit., pág. 56. Ibid., 163, el mismo estudioso llama la atención sobre "el papel de las expectaciones respecto al futuro, que operan a través de las instituciones de crédito", en la teoría de los ciclos económicos de Bagehot. ; 6 Haberler, op. cit., pág. 323. La significación que el autor pretende dar a las "'timas siete palabras aquí citadas parece ser: "es no sólo un efecto, sino también una causa".

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"las categorías psicológicas que importan para comprender la demanda del consumidor son el hábito, la imitación, y la sugestión, no la elección reflexiva".!

En el segundo movimiento, "la producción está guiada por cálculos sobre lo que el consumidor habrá de comprar, complementados por juicios relativos a los procedimientos convenientes para suministrar los artículos que el consumidor demande y la infinita variedad de instrumentos de producción que exige la técnica moderna"^

Un progresivo aumento de la influencia relativa que ejercen ideas, propósitos, planes y decisiones conscientes, en la relación psíquica de causa y efecto de los hechos económicos, parecía uno de los elementos característicos concomitantes de la industrialización de la vida económica occidental. "Los factores más significativos [de entre varios factores que determinan la amplitud de las fluctuaciones industriales] en un mundo de organización compleja. .. son las disposiciones monetarias y bancadas del país, la actitud de los industriales frente al empobrecimiento del mercado, y la actitud de los obreros frente a la congelación de los salarios." 3

En una economía monetaria en la que empresa privada está por encima de la empresa pública, el deseo del individuo de ganar dinero es la más obvia de las fuerzas motoras psíquicas conscientes y deliberadas que mueven la maquinaria de la producción.4 "Obtener beneficios es la cuestión central del cúmulo de cosas que forman las actividades de la economía comercial".5 Como Pigou lo señala, "en el mundo moderno la industria está íntimamente envuelta en un manto de dinero".6 En la particular forma asumida por la economía monetaria en el mundo occidental industrializado, un índice de que había aumentado la importancia relativa de la fuerza motora psíquica consciente sobre la fuerza motora psíquica subconsciente era el hecho de que los ciclos comerciales que eran fluctuaciones de la demanda y del suministro de bienes de consumo, quedaran eclipsados por los ciclos comerciales que eran fluctuaciones producidas en el volumen de las inversiones en bienes de producción. Este cambio registrado en el carácter de los ciclos comerciales se dio en Gran Bretaña alrededor de la sexta década del siglo xix, como ya tuvimos ocasión de hacerlo notar en otro lugar.7 En una edad 1 Mitchell: 2 Ibid., pág.

Business Cycles, The froblem and its Setting, pág. 165. 164. 3 Pigou, op. cit., pág. 208. * Véase Mitchell, ibid., págs. 65-66. 5 Ibid., pág. 183, cotéjese con Mitchell, Business Cycles ant their Causes, pág. 149. 6 Pigou, op. cit., pág. 132. 7 En la pág. 93, supra, siguiendo a W. W. Rostow.

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cabalmente industrial, "los momentos de auge industrial se caracterizaron casi siempre por una notable y amplia inversión en construcciones de alguna clase"; * y esto era evidentemente una forma deliberada de acción. El papel desempeñado por la razón en cuanto a generar ciclos comerciables en la vida económica del mundo occidental industrializado, fue valorado en su punto máximo en la teoría "monetaria" de la que el representante más eminente y sincero, en el momento de escribir estas líneas, era R. G. Hawtrey. Según esta teoría, el ritmo de los momentos de "prosperidad" y de los momentos de "depresión" estaba dado por palancas monetarias, movidas por los banqueros. "Los bancos no pueden permitir que el optimismo prevalezca cuando el oro es escaso, o que prevalezca el pesimismo cuando el oro abunda." 2 Se ha reconocido ampliamente que esta causa "monetaria" de los ciclos comerciales es, entre otras, no ya tan sólo auténtica, sino muy importante. W. C. Mitchell 3 subraya "la importancia capital de la actitud asumida por los bancos rectores en cuanto a determinar si una crisis habrá de convertirse en pánico", en tanto que Haberler, después de admitir que la teoría "monetaria" debe estar muy cerca del corazón de la explicación de los movimientos cíclicos registrados en la economía occidental industrial,4 llega al punto de admitir que una depresión "puede comenzar en virtud de fuerzas puramente monetarias, sin que ocurra ninguna perturbación en la estructura misma de la producción".5 Sin embargo, en su forma más absoluta, la teoría monetaria de los ciclos comerciales parecía inaceptable a la mayor parte de las autoridades, hasta el momento de escribir estas líneas. Por ejemplo, Haberler expresa su opinión de que las medidas de deflación tomadas deliberadamente por los gobiernos o los bancos, no constituyen una explicación suficiente de todas las depresiones económicas;6 Pigou dice que su "juicio personal es adverso a las pretensiones totales de la escuela monetaria"; 7 según Mitchell,8 el estado del mercado monetario no es un índice infalible del estado general del cuerpo económico; y el estudio que hizo Rostow de la hisotoria económica de Gran Bretaña durante los años 1790-1914^3. de C. lo llevó a la conclusión de que "en ningún ciclo, de este período [en Gran Bretaña], la falta de elasticidad en el suministro de dinero parece haber sido el factor decisivo determinante de los momentos de depresión".9 Pero, aun cuando el veredicto último que se pronunciara sobre Pigou, op. cit., pág. 14. Hawtrey, R. G.: "The Monetary Theory of the Trade Cycle and its Statistical Test", en The Quaterly Journal of Economics, vol. XLI (Cambridge, Mas. 1927, Harvard University Press), págs. 481-2. 3 Mitchell, Business Cycles and their Causes, pág. 126. * Haberler, op. cit., págs. 14-15. ü Ibid., pág. 323, n. i. ° Ibid., pág. 350. Cotéjese págs. 362-3. ' Pigou, op. cit., pág. 219, al resumir su crítica de la teoría de Hawtrey, de las Págs. 210-19. |j Véase Mitchell, op. cit., págs. 7-8. Rostow, op. cit., pág. 57. 1 2

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esta explicación ultrarracionalista de la psicología de los ciclos comerciales fuera adverso en general, parecía ya seguro que existía un consenso en favor de considerar una explicación psicológica de cualquier clase, en uno u otro plano de la vida psíquica, como opuesta a una explicación física de las fluctuaciones registradas en el volumen y los beneficios de la actividad económica industrial del mundo occidental reciente. El uso educativo que el espíritu humano da. al ciclo jtsico de las generaciones como regulador psicológico de cambios sociales El ciclo del rendimiento de las cosechas —que, según establecimos apoyándonos en diferentes autoridades, no generaba los ciclos comerciales registrados en un mundo industrializado— era un ciclo meteorológico de longitud de onda mayor que el ciclo astronómico anual o que el ciclo astronómico del día y de la noche; pero había otro ciclo físico, con una longitud de onda mayor aún, que difería tanto del ciclo del rendimiento de las cosechas como del ciclo anual de las estaciones, pero que se parecía al ciclo del día y de la noche en ejercer su dominio sobre el espíritu del hombre, no en dos movimientos y en virtud de partes del contorno terrestre del hombre, del cual él obtenía su sustento, sino en un solo movimiento y en virtud de una ley biológica que en este caso era una ley que regía la procreación física del género humano. Ese ciclo biológico era, desde luego, el ciclo de la generación, es decir, el ciclo del nacimiento, del crecimiento, de la vida de trabajo, de la procreación y de la senectud, que terminaba en la muerte, la cual dejaba el campo libre para que lo ocuparan sucesores del ser humano individual, cuyo término de vida había expirado. La longitud de onda de este ciclo de las generaciones variaba entre límites máximos y mínimos de alrededor de un cuarto y un tercio de siglo, que respondían a diferencias de costumbres sociales y a lo que cabía esperar normalmente sobre la duración de de la vida en diferentes sociedades y en diferentes lugares y tiempos; y era indiscutible que las periódicas rupturas de la continuidad de la vida, nacidas del reiterado reemplazo de representantes de una generaera una ley que regía la procreación física del género humano. Ese ciclo de nacimiento y muerte, producían un ritmo propio en las cuestiones humanas, que se hacía sentir en la marcha de la historia del hombre. ¿Hemos encontrado aquí un ritmo periódico que, aunque se daba en el medio biológico exterior a la naturaleza psíquica y espiritual del hombre, mantuviera, ello no obstante, la naturaleza psíquica y espiritual del hombre bajo su dominio, y obligara al alma a bailar al ritmo de la mortalidad? Una siniestra "Danza de la Muerte", que parecía burlar los ideales y aspiraciones espirituales del hombre, al troncharlas brutalmente con movimientos rápidamente repetidos de una inhumana guadaña, parecía apropiada para acosar la imaginación de los hombres de épocas no bien definidas, como por ejemplo el momento de transición entre el capí-

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tulo medieval y el capítulo moderno de la historia occidental, como lo demuestran los contemporáneos grabados en madera alemanes1 y en un interregno postminoico, un pasaje de la Ilíada. que ya citamos en este Estudio. 2 Pero la naturaleza replicaba tanto al patbos homérico como a la morbosidad teutónica de un modo que hubo de expresar por ella, en penetrantes versos, un poeta filósofo que se había elevado por encima de las reacciones emocionales personales, frente al espectáculo de la procesión de las generaciones del hombre. Denique si vocem Rerum Natura repente mittat et hoc alicui nostrum sic increpet ipsa 'quid tibi tanto opérese, mortalis, quod nimis acgris luctibus indulges ? quid mortem congemis ac fies ?. . .' iure, ut opinor, agat, iure increpet indletque. Cedit enim rerum novitate extrusa vestustas semper, ct ex alus aliud reparare necessest. . . materias opus est ut crescant póstera saecla, quae tamen omnia te vita perfunctíi sequentur; nec minus ergo ante haec quam tu cecidere, cadentque. Sic alid ex alio numquan desistet oriri, vitaque mancipio nulli datur, ómnibus usu.3 La ordalía de la muerte, que era tan trágica catástrofe para cada criatura viva individual, constituía evidentemente un recurso indispensable de la ambiciosa Natura Creatrix, si ésta pretendía salir del callejón sin salida de un organismo unicelular inmortal y por lo tanto estático, para llegar a la infinita variedad de la vida orgánica multicelular. Dar a su nueva creación el don de la multiplicidad en la unidad, al precio de la mortalidad, hacía que la naturaleza no se comprometiera sino a una responsabilidad limitada, frente a un solo ejemplar o a una sola especie de su progenie. Esto le ofrecía la oportunidad, siempre repetida, de anular sus propias equivocaciones y llevar a cabo experimentos más promisorios. En efecto, la epifanía de la muerte en la historia de la vida en la tierra, lejos de indicar que la naturaleza era inepta o impotente, era prueba de que ella había logrado conservar una iniciativa que era sinónimo de la creatividad misma, pues la mortalidad de la criatura era tan sólo el reverso de ia libertad nunca perdida que tenía la naturaleza de cumplir su obra de creación haciendo variar a voluntad la proporción entre cambio y estabilidad de una especie, en las series, siempre fluyentes, de su creación. Si este "concede: necessest" 4 fuera todo el papel que desempeña la muerte en los tratos que la naturaleza tiene con su criatura humana, bien 1 Por ejemplo, el grabado en madera contenido en fol. C,LXIII de la Crónica de Nuremberg, citado en la pág. 31, n. i, supra. 2 litada, Libro VI, versos 146-9, citado en III. ni. 2773 Lucrecio: De Rertim Natura, Libro III, versos yji-4, 963-5 y 1)67-71, * Lucrecio, op. dt., Libro III, verso yaz.

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podríamos llegar a la implacable conclusión de que en el obrar del ciclo de las generaciones, un ritmo registrado en el fluir de la vida física imponía en verdad su dominio sobre el espíritu del hombre; pero antes de aceptar esta conclusión podríamos recordar que en la vida de aquellas criaturas superiores cuya culminación es el hombre y que se procrean y mueren, hay dos procedimientos diferentes de transmitir, de una generación a otra, la conducta probada como valiosa para los futuros representantes de la especie. Hay una transmisión, a través de la herencia biológica, de instintos y aptitudes en virtud del proceso fisiológico de la procreación; y hay una transmisión, a través de la herencia social, de hábitos y conocimientos en virtud del proceso espiritual de educación moral e intelectual, en el sentido amplio y no profesional de esta palabra.1 El segundo de estos procedimientos de transmisión •—que era el más reciente de los dos—- era empleado como refuerzo del recurso fisiológico más antiguo, por animales superiores no humanos; pero el hombre era el único que había invertido en tales proporciones el uso relativo que hacía de estas dos facultades. En efecto, el hombre hacía un uso singularmente pequeño de la facultad fisiológica de animal sexual,2 en tanto que por otra parte desarrolló la facultad educativa de animal social en proporciones enormes, sin que aparentemente llegara a agotar una capacidad que prometía, pues, continuar sirviéndolo ad inj inhumé Esta capacidad para transmitir una herencia social a través de un canal espiritual del propio espíritu humano, era evidentemente el rasgo distintivo del hombre.4 En la creación, conservación, mejoramiento y eliminación de toda la flora y fauna terrestres multicelulares y anteriores al hombre, la naturaleza se había valido de la muerte para sus propios fines, sin pedir permiso a sus criaturas; pero en el ulterior epi1 "Así como la evolución biológica se hizo posible e inevitable cuando la organización material llegó a la autorreproducción, así también la evolución consciente se hizo posible e inevitable cuando la organización social llegó a la autorreproducción." Huxley, Julián: Evolutionary Elhics, en Romanes Lecture 1943, reproducido en Huxley, T. H. y J.: Evolution and Elhics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), pág. 122. :! "En verdad hay motivos para suponer que la evolución biológica ha tocado a su fin, por lo menos en lo referente a modificaciones mayores." (Huxley, J., ibid., pág._i23). 3 "Un progreso real se verifica ahora en otro frente más activo: la adquisición y la transmisión del conocimiento y la experiencia" (Sinnott, E. W.: "The Biological Basis of Democracy", en The Yule Review, vol. xxxv, págs. 61-73 (New Haven, Con. 1945, Yale University Press), citado en Huxley, op. cit., pág. 184. El hombre "ha inventado un nuevo mecanismo de herencia: la transmisión de la civilización a sus descendientes mediante la escritura, la enseñanza, la creación artíst i c a . . . El rasgo esencial de la evolución humana e s . . . el que ella es un proceso que depende de la vida social del hombre" (Waddington, C. H.: "Human Ideáis and Human Progress", en The World Review, agosto de 1946, págs. 29-36, citado en Huxley, op. cit., pág. 185). * "Con el advenimiento del hombre, los cambios evolutivos mayores se verifican, y continuarán verificándose, por obra de un mecanismo social, no por obra de un mecanismo biológico" (Huxley, J.: "The Vindícation of Darwinism", en Huxley, T, H. y J.: Evolution and Ethics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), pág. 176.

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sodio humano del proceso, el hombre —por impotente que fuera para sustraerse a la ley común de la naturaleza— había descubierto en todo caso un medio de hacer que una muerte ineluctable sirviera a los fines del hombre así como servía a los de la naturaleza. Un animal social que, en virtud de su socialidad, había logrado escalar el precipicio desde el nivel subhumano al nivel humano, había usado el ciclo de las generaciones de la naturaleza como instrumento para regular la proporción entre cambio y estabilidad sociales, que, a diferencia del cambio y estabilidad de las especies, que hasta entonces había sido el principal interés de la naturaleza, eran elementos del mundo espiritual propio del hombre. Al hacer pues que el ciclo de las generaciones sirviera tanto para fines sociales como para fines de la especie, el espíritu del hombre en la edad de las sociedades primitivas estaba haciendo lo que ya vimos que hacía cuando, en la edad de las civilizaciones, aprovechó la oportunidad que le ofrecía la revolución industrial, producida en la vida económica del hombre occidental, para emancipar las actividades económicas humanas del dominio de las leyes astronómicas y meteorológicas de la naturaleza, sometiéndolas al gobierno de leyes intrínsecas a estas actividades humanas mismas. En estas dos conquistas, el hombre había hecho nacer progresivamente una provincia humana autónoma dentro del reino de la naturaleza; y esta comprobación puede ayudarnos a responder a una cuestión que nos planteamos al comienzo de este capítulo, pues ella nos indica que entre las "leyes" cuya manifestación hemos distinguido en la historia humana, las leyes de la naturaleza no humana que ejercen un dominio sobre las cuestiones del hombre no quedan desde luego abrogadas, pero sí restringido el alcance de su influencia, por leyes intrínsecas a la naturaleza humana, entendida esta última palabra en el sentido psíquico y espiritual a que limitamos aquí su uso. Podemos someter a prueba esta posibilidad estableciendo si está en armonía o en contradicción con los hechos históricos. Los ciclos comerciales registrados en la historia de la sociedad occidental industrial, los ciclos de guerra y paz, registrados en la historia de las sociedades occidental, helénica y sínica, y los ritmos que pueden distinguirse en el crecimiento y en la desintegración de éstas y otras civilizaciones, son casos obvios de prueba que debemos tener en cuenta. En nuestras consideraciones sobre los ciclos comerciales ya llegamos a la conclusión de que en la fase industrial de la actividad económica con la que están relacionados estos ciclos, las leyes de la naturaleza cuya manifestación puede descubrirse son leyes inherentes a la vida de la propia psique humana, y que, aun cuando esas leyes psíquicas no fueran exclusivamente las leyes de la razón que la pura teoría monetaria de los ciclos comerciales se inclinaba a ver exclusivamente en ellas, la mayor parte de las autoridades reconocía que algunas por lo menos eran leyes que regían el conjunto de sentimientos que emanaban de las profundidades subconscientes de la psique, en especial los sentimientos expectantes de esperanza y temor. Cuando de los ciclos comerciales "Kitchin" de 40 meses de duración y los ciclos comerciales "Juglar" de

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9 a 10 años de duración, pasamos a considerar las fases "RostowSpiethoff" de 23 a 25 años de duración, y los ciclos comerciales "Kondratieff", de 40 a 6o años de duración,1 que se desarrollaron simultáneamente con los ciclos de paz y guerra registrados en la historia occidental reciente y que bien pudieran ser reflejos, en el plano económico, de estos ciclos del plano político y militar, es evidente que los alternados estallidos de guerra y los alternados períodos de paz, de una duración media de 28,83 años, y las ondas, de un período promedio de 57,66 años, registradas entre sucesivos puntos de cambio en la misma dirección —ya de la paz a la guerra, ya de la guerra a la paz—• de que están formados los tres ciclos regulares de paz y guerra en la historia occidental moderna y postmoderna, 2 se explicarían plausiblemente como productos del obrar del ciclo de las generaciones en la transmisión de una herencia social. Es evidente que los sobrevivientes de una generación que estaba en edad militar durante el estallido de una guerra se resistirán, por el resto de su vida, a permitir una repetición de esta trágica experiencia ya sobre ellos mismos, ya sobre sus hijos, y que por eso la resistencia psicológica a dar cualquier paso tendiente a romper una paz que el recuerdo vivo de la guerra anterior ha hecho tan preciosa, será enormemente fuerte hasta que una nueva generación que conoce la guerra sólo de oídas haya tenido tiempo de desarrollarse y de llegar al poder. De acuerdo con este mismo criterio, un brote de guerra, una vez precipitado, tenderá a persistir hasta que la generación criada en época de paz, que se lanzó a la guerra con harta ligereza, haya quedado a su vez reemplazada por una generación nacida en tiempo de guerra y a la que aquellos traficantes de la guerra, faltos de experiencia, enviaron al matadero. De modo que los alternados pasos de guerra a paz y de paz a guerra, que se suceden en los tres ciclos regulares occidentales de paz y guerra en intervalos de un promedio de 28,83 años, podrían explicarse como efectos de la ruptura periódica de la continuidad de una tradición social cada vez que una experiencia se transmite de la generación que la vivió en su propia vida a una generación que no hace sino aprenderla de segunda mano. Sin embargo, esa pérdida de la experiencia directa y de primera mano que se produce en el paso de una generación a su inmediata sucesora, y que podría explicar las alternancias de guerra y paz en intervalos de aproximadamente el término medio de duración de una generación, no explica la distinción que un examen empírico de los hechos históricos nos ha llevado a establecer entre "guerras generales" y "guerras suplementarias" por un lado, y entre la "paz general", que suele seguir a una fase de "guerras suplementarias" y el "momento de respiro" que suele precederla; pues el ciclo completo de paz y guerra; formado por la manifestación de una serie de estas cuatro fases diferentes, en un orden regular invariable, tiene una longitud de onda no Véase págs. 93-5, supra. - Véase pág. 159, 1

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de aproximadamente la longitud de un solo ciclo de una generación, sino de aproximadamente la longitud total de cuatro ciclos de generaciones, ya sea que midamos este período de estallido a estallido de guerras generales, ya sea que lo midamos desde la inauguración de una paz general a la inaguración de la paz general siguiente de la serie. Si buscamos la explicación del ciclo de guerra y paz en el obrar de alguna ley psíquica de la naturaleza humana y si encontramos esta ley psíquica en la ruptura periódica de la continuidad de una herencia social, tal como una generación la transmite a otra, no podremos explicar por este lado el ritmo de la longitud de onda del ciclo de paz y guerra, a menos que comprobemos que un efecto psíquico y social acumulado pueda producirse en virtud de una serie de rupturas entre varias generaciones, y no ya considerando una sola generación. Tenemos tan sólo que recordar esta circunstancia para reconocer que una concatenación no ya tan sólo de dos generaciones, sino de tres, suele ser el vehículo de transformación social en los cambios de nacionalidad, religión y clase. En estas tres variaciones sobre el tema de las metamorfosis sociales, el paso de una nacionalidad, religión o clase heredada a una nacionalidad, religión o clase adoptada abarca no sólo más que la experiencia de una sola vida individual, sino también más que una sola ruptura de la continuidad social, a través de la transmisión de la experiencia de una generación a otra. En el terreno de los cambios de nacionalidad la circunstancia de que esta "ley" se tome tres generaciones para hacer que una familia logre una metamorfosis social, está apropiadamente ejemplificada por un caso que el autor de este Estudio hubo de conocer directamente. Un día del verano de 1932 d. de C, durante un almuerzo público celebrado en la ciudad de Troy, estado de Nueva York, el autor, que se encontraba sentado junto al director local de Educación Pública aprovechó la oportunidad para preguntar a su vecino cuál, de entre todos sus múltiples deberes profesionales, era el que consideraba más interesante en ese momento. "Organizar cursos de inglés para abuelos", respondió prontamente y sin vacilaciones el director. "Y ¿cómo puede ocurrir que en un país de habla inglesa alguien llegue a ser abuelo sin haber dominado la lengua nacional?", pregunté sin reflexionar. "Pues bien, verá usted", dijo el director, "Troy es la principal ciudad de la fabricación de cuellos blancos de los Estados Unidos, y antes de que se promulgaran en 1921 y 1924 las leyes de restricción de la inmigración a los Estados Unidos, la mayor parte de la mano de obra de este lugar estaba constituida por inmigrantes extranjeros y sus familiares. Ahora bien, los inmigrantes que venían de cada uno de los principales países de emigración se aferraban —-lo cual era muy natural en el nuevo y extraño medio en que venían a encontrarse aquí— lo más posible a su pasado familiar, casándose con otras aves del mismo plumaje. Los inmigrantes del mismo origen nacional no sólo solían trabajar juntos en las mismas fábricas, sino que hasta vivían reunidos en las mismas casas de departamentos, de manera que cuando les llegaba

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el momento de jubilarse, la mayor parte de ellos sabía muy poco inglés más del que conocía cuando llegó por primera vez a las costas americanas. En el capítulo norteamericano de su vida no habían llegado a dominar mejor la lengua inglesa porque contaba con los servicios de intérpretes criados en el hogar. Sus hijos habían llegado a América lo bastante jóvenes para asistir a la escuela pública antes de entrar a su vez en la fábrica, y la combinación de una educación norteamericana con, digamos, una infancia italiana, los había hecho enteramente bilingües; hablaban en inglés en la fábrica, en las calles y en las tiendas, e italiano en el hogar de los padres, casi sin darse cuenta de que estaban cambiando constantemente de lengua. En verdad, esta circunstancia fomentaba la inclinación que tenían los padres, después de haberse retirado, a olvidar hasta los rudimentos del inglés que habían adquirido aquí y allá durante su vida de trabajo en la fábrica. Pero aquí no termina toda la historia, pues a su debido tiempo los hijos de los inmigrantes retirados se casaban y tenían a su vez hijos; y, para estos representantes de una tercera generación el inglés era la lengua del hogar así como la lengua de la escuela. Como sus padres se habían casado después de haberse educado en los Estados Unidos, generalmente uno de ellos era de origen no italiano, de manera que el inglés constituía la llngttct franca en la que el padre y la madre se comunicaban. De modo que el hijo nacido en Norte América de padres bilingües no conocía la lengua italiana de sus abuelos, que por lo demás no les era útil. ¿Por qué iban a ponerse a aprender una lengua extranjera que revelaría su origen no americano, que ellos estaban ansiosos por borrar y olvidar? De esta manera los abuelos comprobaron que no podían comunicarse con sus nietos, en la única lengua en que aquéllos sabían hablar corrientemente. Y así se vieron de pronto, en la vejez, frente a la aterradora perspectiva de no poder establecer ningún contacto humano con sus propios descendientes vivos. Para los italianos, y otros europeos continentales no anglohablantes, que tienen un fuerte sentido de la solidaridad familiar, esa perspectiva era intolerable. Por primera vez en la vida tenían ahora un incentivo para dominar la, hasta entonces poco atrayente, lengua de su país de adopción; y el año pasado se les ocurrió acudir a mí para que les prestara ayuda. Desde luego que me apresuré a organizar clases especiales para ellos; y aunque es notorio que el trabajo de aprender una lengua extranjera se hace más difícil a medida que uno envejece puedo asegurarle que estas lecciones de inglés para abuelos son uno de los trabajos más satisfactorios y felices que haya llevado a cabo nuestro departamento". Esta anécdota de Troy muestra cómo una serie de tres generaciones, puede lograr, a través del efecto acumulado de dos censuras sucesivas, una metamorfosis social que nunca habrían alcanzado representantes de una sola generación durante una sola vida. El proceso por el cual una familia italiana se transformó en una familia norteamericana no podría analzarse ni describirse inteligiblemente tomando una

vida individual. La interacción ejercida entre los representantes de las tres generaciones sucesivas era indispensable para que se produjera la metamorfosis. La primera generación de inmigrantes tuvo que esperar a que nacieran los nietos para sentirse movida a abrazar seriamente una nacionalidad extranjera en la que éstos habían nacido. Y cuando de los cambios de nacionalidad pasamos a considerar cambios de religión y de clase, comprobamos que también en estos otros dos campos, la familia, y no el individuo, es la unidad inteligible, y que también en el proceso de estos cambios el efecto acumulado de dos rupturas sucesivas entre generaciones es necesario para que se produzca la metamorfosis. En la moderna Inglaterra, consciente de las distinciones de clase, que en 1952 d. de C. casi se estaba disolviendo ante los ojos del autor, habitualmente se necesitaban tres generaciones para convertir en "gente bien nacida" a una familia de antecedentes "obreros" o hasta de "baja clase media"; y en el terreno de la religión la longitud de onda normal del proceso de las conversiones parecía ser el mismo. En la historia de la extirpación del paganismo en el mundo romano el intolerantemente devoto emperador Teodosio I, que había nacido cristiano, sucedió al ex pagano converso Constantino I en el trono imperial, no en la generación inmediatamente siguiente, sino en la subsiguiente; y en la historia de la extirpación del protestantismo en la Francia occidental moderna temprana hubo el mismo intervalo entre el intolerantemente devoto rey Borbón Luis XIV, que había nacido católico, y su abuelo ex calvinista Borbón, el rey Enrique IV. En la Francia occidental postmoderna y durante el paso del siglo xix al siglo xjx de la era cristiana, se necesitó el mismo número de generaciones para engendrar católicos genuinamente devotos entre los nietos de burgueses agnósticos o ateos, oficialmente reconvertidos, que tornaron a brazar el catolicismo con el cínico cálculo de que ésta era una tradicional forma de virtual paganismo, innata al suelo de Francia, que prometía, si la iglesia lograba reunir apoyo suficiente, servir como un efectivo frente institucional contra la creciente marea del socialismo y otras ideologías que amenazaban eliminar la desigualdad económica que había entre la burguesía y la clase trabajadora. 1 En el mundo siríaco, bajo el califato omeya, se necesitaron también tres generaciones para engendrar musulmanes genuinamente devotos entre los maulas? cuyos abuelos ex cristianos o ex zoroástricos habían abrazado oficialmente el islamismo para ponerse en condiciones de que los adoptaran, como clientes, miembros poderosos de la clase gobernante de los primitivos árabes musulmanes. La duración del régtme omeya, que acentuó el dominio de los conquistadores sobre los conquistados, estuvo determinada por las tres generaciones que tuvieron que pasar para que entraran en el escenario 1 Véanse las observaciones de una autoridad francesa, en Toynbee, A. J. y Boulter, A. M.: Survey of International Affairs, 1929 (London 1930, Milford), pág. 480, n. i. 2 Véase VI. Vil. 193-5. . , .. ¡ ; • ;

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cíe la historia los nietos, nacidos musulmanes, de aquellos conversos. Los agentes omeyas de una libertaria "clase dominante" árabe quedaron suplantados por representantes abasidas de un igualitarismo musulmán,1 cuando, en nombre de los principios e ideales islámicos, los nietos musulmanes, genuinamente devotos, de cínicos conversos se aventuraron a oponerse a los nietos musulmanes laodiceos de los conquistadores musulmanes árabes laodiceos.2 Si una concatenación de tres ciclos de generaciones es el vehículo psíquico regular de cambios sociales en los tres campos de la religión, las clases sociales y la nacionalidad, no sería sorprendente encontrar una concatenación de cuatro generaciones desempeñando un papel análogo en el terreno de la política internacional. En otro lugar 3 ya comprobamos que, en el campo de los encuentros verificados entre civilizaciones, el intervalo que separa la creación de una clase intelectual y su rebelión contra los creadores de ella, tenía una longitud media de alrededor de 137 años —es decir, unos 20 años más que el tiempo que abarcan cuatro generaciones de duración normal— en una serie de tres o cuatro casos. Y no es difícil comprender cómo una concatenación de cuatro generaciones podría asimismo determinar la longitud de onda del ciclo de guerra y paz, si nos fuera lícito suponer que los sufrimientos de una guerra general producen en la psique una impresión más profunda que la que produce la fase, comparativamente anodina, de las guerras suplementarias. Mientras bien pudiera no necesitarse más que una sola cesura entre dos generaciones, para borrar la impresión de una guerra general, y dar a la generación siguiente el estímulo para lanzarse a guerras suplementarias de limitado alcance, bien pudieran necesitarse dos o tres cesuras para que los nietos o bisnietos de los perpetradores y víctimas de la anterior guerra general se hicieran tan insensibles a los crímenes y sufrimientos de sus antepasados que tuvieran el ánimo de representar otra vez la tragedia en grandes dimensiones. De manera que un proceso psicológico desarrollado a través de dos o tres cesuras entre generaciones, se extendería, en cifras promedio, durante un período de 87 y l/¿ años a 116 y % años; y en la historia occidental de las edades moderna y postmoderna, éstas son, como ya vimos,4 en verdad las longitudes aproximadas máxima y mínima del intervalo entre el estallido de una guerra general Véase VI. vn. 199-205. Véase VI. vn. 195. Esta es una ejemplificación de una "ley" —a la que aludimos en III. ni. 37-8—• según la cual en los imperios nómadas in pctrtibus agricolarum habitualmente se necesitaban tres generaciones, a contar desde la fecha en que los conquistadores nómadas irrumpieron del "desierto" a las "tierras de sembradío", para que los fundadores imperiales nómadas degeneraran y para que su "ganado humano" se recuperara. 3 Véase IX. IX. 317, n. i. * En esta serie de ciclos de paz y guerra, el preludio alcanzaba a 74 años (14941568 d. de C.); el primer ciclo regular, a 104 años (1568-1672 d. de C); el segundo ciclo regular, a 120 años (1672-1792 d. de C.); el tercer ciclo regular a 122 años (1792-1914 d. de C.). Véase el cuadro I, de la pág. 121, suprA.

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y otra, intervalo que da la medida de la longitud de onda del ciclo de guerra y paz.1 El sometimiento de las civilizaciones que sufrieron colapso a "leyes" de la naturaleza humana subconsciente Pero este ciclo de guerra y paz no es ni la última ni la más larga de las regularidades y repeticiones de las cuales estuvimos buscando una explicación, pues cada uno de estos ciclos que tiene una longitud de onda de unos 8o a 120 años es tan sólo un término de la serie. En la historia occidental, la serie de ciclos de paz y guerra que comenzó en 1494 d. de C. tenía ya 458 años y estaba en su cuarto ciclo en 1952 d. de C.; en la historia helénica la serie que había comenzado en 321 a. de C. alcanzó a 290 años y a tres ciclos, antes de terminar en 31 a. de C.; en la historia sínica, 459 (o 550) años y cinco ciclos hubieron de transcurrir antes de que la serie que comenzó en 68o (o 771) a. de C., terminara en 221 a. de C.2 Además, cada una de las dos primeras series era, como vimos,3 sólo el segundo capítulo de un proceso más prolongado. En la historia de cada una de esas civilizaciones, y también de otras, podemos descubrir esas series de ciclos de paz y guerra en las relaciones entre estados soberanos parroquiales de la civilización afectada que se halla en la fase de crecimiento; podemos observar cómo las guerras generales en que la civilización cae periódicamente exigen una contribución cada vez mayor de las energías de la sociedad que hace la guerra, hasta que, tarde o temprano, una de esas catástrofes precipita un colapso social; y, a partir de ese momento importante, podemos seguir la serie de ciclos de paz y guerra que se desarrolla hasta su final, pasando por un tiempo de angustias cuya duración normal, según comprobamos empíricamente, era de más o menos cuatro siglos. Pero un tiempo de angustias es sólo una fase de un proceso más prolongado de desintegración social; a los tiempos de angustia suelen seguir estados universales, los que también parecen tener una duración normal de alrededor de cuatrocientos años, término que a veces exceden cuando se prolongan en el interregno siguiente, que se desarrolla entre la disolución final de una civilización en desintegración y el nacimiento de una sociedad sucesora y filial de aquélla. De manera que el tiempo total de una serie de ciclos de paz y guerra puede variar entre un mínimo de 400 años y un

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1 A la luz de esta hipotética explicación psicológica de la medida de la longitud de onda del ciclo de paz y guerra, podemos acaso comprender por qué una doble guerra general —en la que a una guerra general sigue, después de un breve momento de respiro, otra guerra general, en lugar de darse una fase de guerras suplementarias relativamente inocuas— es una monstruosidad tan atroz. Si normalmente se necesitan dos o tres cesuras entre generaciones para incitar a una sociedad a lanzarse de nuevo a una guerra general, la repetición de una guerra general después de una sola cesura es manifiestamente algo contrario a la naturaleza humana, y el castigo de trasgredir una ley psíquica suele ser tan grave como la trasgresión misma. 2 Véase cuadros I y II, en las págs. 140-1 y I43> ¡upra. s Véase págs. 154-5, supra.

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máximo de 600 o acaso aún de más, en tanto que el tiempo total de la desintegración de una civilización puede variar entre un mínimo de 800 años y un máximo de no mucho menos de i.ioo años. ¿Podrá una explicación psicológica de las regularidades observadas en las cuestiones humanas, que nos ha servido hasta aquí, explicar asimismo la repetición uniforme de procesos sociales, fase por fase en una sucesión idéntica, y medida por medida en una idéntica escala temporal, cuando estos procesos que se repiten uniformemente en la historia de diversas civilizaciones se extienden en períodos muchas veces más largos, no sólo que el de la experiencia individual de una vida, sino también que el de la experiencia acumulada de una concatenación de tres o cuatro ciclos de generaciones? Considerando que, en el nivel de la conciencia personal, la experiencia humana continua se reduce a los límites de la duración de una vida individual, nuestra respuesta tendrá que ser negativa, si estimamos que la superficie intelectual y volitiva de la psique es toda la psique, como estaban inclinados a suponerlo los descubridores helénicos del intelecto. Verdad es que ni siquiera los padres de la filosofía helénica estuvieron tan enceguecidos por la deslumbradora luz de una razón recién descubierta que no tuvieran un atisbo de la vida psíquica irracional, que se desarrollaba por debajo de esta brillantemente iluminada superficie de la psique, en las oscuras profundidades de un abismo subconsciente. Aristóteles comprendió y declaró que "el intelecto por sí mismo no mueve nada"; 1 y Platón se había anticipado y había ido más allá aún de esta afirmación meramente negativa de Aristóteles, en el mito del alma imaginada como el conductor de un carro que dirige a dos briosos corceles de diferentes temperamentos.2 Así y todo, correspondió a los hijos de la civilización occidental, filial de la helénica, profundizar estos atisbos helénicos, al lanzarse tardíamente, en la edad postmoderna de la historia occidental, a la exploración científica de los abismos psíquicos que habían sido familiares a los contemporáneos índicos y sínicos de los descubridores helénicos del intelecto y que habían sido la fuente de inspiración del poeta y del profeta en todos los tiempos y lugares. En el mundo occidental y en la generación del autor, la ciencia occidental de la psicología estaba aún en la infancia; sin embargo, sus pioneers habían avanzado ya lo bastante para que C. G. Jung hubiera podido afirmar que los abismos subconscientes, en cuya superficie flotaban el intelecto y la voluntad conscientes de cada ser humano, no eran un caos indiferenciado, sino que constituían un universo articulado en el que era posible distinguir una capa de actividad psíquica por debajo de otra. La capa más próxima a la superficie parecía ser el subconsciente personal, formado por las experiencias individuales del hombre en el curso de su propia vida; la capa más profunda a la que 1 Etica a. Nicómaco, Z i, págs. 1139 A-B, citado en III. m. 250, n. i y en la pág. 289, injra. 2 Platón: Pedro, 246 A-2J7 B.

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habían llegado los exploradores era un subconsciente genérico, no peculiar de cada individuo, sino común a todos los seres humanos, por cuanto las imágenes primordiales latentes allí reflejaban las experiencias comunes de la humanidad, depositadas durante la infancia del género humano, si no en un estadio anterior, antes de que el hombre se hubiera hecho completamente humano. Según esto, acaso no fuera aventurado suponer que entre la capa más baja y la capa más alta del subconsciente a que habían llegado los científicos occidentales, pudiera haber capas intermedias que representaran la experiencia no genérica ni personal, sino la experiencia colectiva de un alcance suprapersonal, pero infragenérico. Bien pudiera haber capas de experiencia común a una familia, común a una comunidad o común a una sociedad; y, si en la siguiente capa que se extendería por encima de las imágenes primordiales comunes a todo el género humano, hubiera imágenes que expresaran el ethos peculiar de una determinada sociedad, el sello de estas imágenes en la psique podría explicar la duración de los períodos que ciertos procesos sociales deberían necesitar para desarrollarse.1 Por ejemplo, una de esas imágenes sociales que podía estar profundamente impresa en la vida psíquica subconsciente de los hijos de una civilización en proceso de crecimiento era el ídolo del estado soberano parroquial; y difícilmente puede imaginarse que aún después de haber comenzado este ídolo a exigir a sus devotos sacrificios humanos tan crueles como los que exigió Moloch a los cananeos o Jugernaut a los bengalíes, las víctimas de un demonio que ellas mismas habían invocado pudieran necesitar la dolorosa experiencia no ya de una duración de una sola vida ni de la concatenación de tres ciclos de generaciones, sino de un período de no menos de cuatrocientos años, para desterrar de sus corazones esa funesta idolatría. Puede asimismo imaginarse que necesitaran no ya cuatrocientos años, sino ochocientos o mil para disociarse de la civilización cuyo colapso y desintegración hizo manifiestos un tiempo de angustias y para abrir sus corazones a fin de recibir el sello de alguna otra sociedad de la misma especie o de la especie diferente, representada por las religiones superiores. En efecto, la imagen de una civilización, como es de presumir, ejerce una atracción aún más vigorosa sobre la psique subconsciente que la imagen de cualquiera de los estados parroquiales en que las civilizaciones suelen estar articuladas en el plano político, hasta que aquéllos entran a formar parte de un estado universal. Desde el mismo punto de vista, podemos asimismo comprender cómo un estado universal, una vez establecido logra a veces mantener el dominio sobre el corazón de sus ex subditos y aun sobre el de sus mismos destructores, durante generaciones y aun acaso durante siglos después de haber perdido su utilidad y poder y de haberse convertido en una carga casi tan pesada como la 1

En IX. ix. 49-50, hemos anticipado esta consideración.

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que representaban los estados parroquiales anteriores, para eliminar a los cuales había sido creado el estado universal.l "La relación que hay entre la ansiedad exterior que sienten los representantes de una generación adulta —ansiedad directamente condicionada por la posición social de la gente que la siente— y la ansiedad interior, que opera automáticamente, de los hijos de aquella generación, es incuestionablemente un fenómeno de importancia en un amplio campo. . , El sello que pone la procesión de generaciones sucesivas tanto en el desarrollo físico del individuo como en el curso de los cambios históricos es algo que comenzaremos a comprender más apropiadamente de lo que lo comprendemos hoy, sólo cuando seamos más capaces de lo que hoy somos de hacer nuestras observaciones y de pensar históricamente, atendiendo a largas cadenas de generaciones." 2 Si las leyes sociales que se manifiestan en la historia de la civilización son en verdad reflejos de leyes psicológicas que rigen alguna capa infrapersonal de la psique subconsciente, ello explicaría también por qué estas leyes sociales son, como hubimos de comprobarlo, mucho más claramente manifiestas y más exactamente regulares en la fase de desintegración de una civilización que sufrió colapso que en su anterior fase de crecimiento. Por más que la fase de crecimiento, así como la fase de desintegración, pueda dividirse en una serie de pulsaciones de incitación-y-respuesta, vimos que era imposible distinguir ninguna longitud de onda general común a las sucesivas pulsaciones a través de las cuales se verifica el crecimiento social, ya midamos los intervalos entre sucesivas manifestaciones de incitaciones, ya midamos los intervalos entre sucesivas respuestas efectivas; y también vimos que en la fase de crecimiento esas sucesivas incitaciones y respuestas son infinitamente variadas. En cambio, comprobamos que los sucesivos estadios de la fase de desintegración están marcados por repetidas manifestaciones de una idéntica incitación que continúa repitiéndose porque la sociedad en desintegración continúa fracasando en la respuesta; 3 y también comprobamos que, en todos los casos pasados de desintegración social que hemos considerado en nuestro examen empírico, las mismas fases sucesivas se dan invariablemente todas en el mismo orden, y que cada fase abarca aproximadamente el mismo período de tiempo en la historia de una civilización que el correspondiente estadio de la historia de otra, de suerte que la fase de desintegración en general muestra el cuadro de un proceso uniforme con una duración total uniforme cuando consideramos una visión sinóptica de los diversos ejemplos que nos suministra Véase VI. vn. 30-78. Elias, N.: Über den Prozess der Zivilisalion, vol. II: Wandlungen der Gessellschaft: Entivurf zu einer Theorie der Zhtlisation (Basel 1939, Haus zum Falken), pág. 451. 3 Véase V. v. 23-24. 1 2

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la historia de una docena de diferentes civilizaciones que sufrieron colapso. Es más aún, tan pronto como sobreviene un colapso social y el proceso de desintegración social comienza, la tendencia hacia la variedad y la diferenciación,, que es característica de la fase de crecimiento de una civilización queda desplazada por una tendencia hacia la uinformidad y la identidad, que muestra su vigor y persistencia al triunfar, tarde o temprano, sobre impedimentos procedentes de afuera así como sobre resistencias procedentes de adentro. Observamos, por ejemplo,1 cómo cuando el estado universal siríaco y luego el estado universal índico, quedaron prematuramente tronchados por el impacto de la intrusa civilización helénica, antes de haber completado el término normal de vida de un estado universal, que alcanza a unos cuatrocientos años de duración, la sociedad golpeada y sumergida no se extinguió, a pesar de la perturbadora influencia del cuerpo social extranjero, hasta que hubo completado debidamente el curso regular de la desintegración de una sociedad que sufrió colapso, al volver a entrar ulteriormente en la fase interrumpida y al perdurar en la forma de estado universal reintegrado lo bastante para constituir, en general, un equivalente psicológico de la duración que tiene normalmente esta fase en el modelo general del proceso de desintegración.2 La desintegración no culminó en disolución en ninguno de estos dos casos históricos, hasta que el estado universal prematuramente derrumbado, logró reestablecer su estructura y reasumir su curso, aun cuando en la historia índica el interrumpido estado universal hubo de esperar más de cuatrocientos años antes de encontrar la oportunidad para formar un avatar del imperio Maurya en la forma del imperio gupta, en tanto que en la historia siríaca tuvo que esperar no menos En I. I. 97-101. Este "equivalente psicológico" de un normal período de tiempo de aproximadamente cuatrocientos años de duración no suma, desde luego, precisamente la misma cifra en total cuando está dado en dos instancias separadas cronológicamente una de otra por la intrusión de una civilización extranjera. Bien podríamos esperar que se necesitara un número mayor de años para producir un efecto psicológico en dos instancias que para producirlo en una sola; y en el caso siríaco comprobamos, en efecto, que la duración efectiva del imperio aqueménida y del califato árabe alcanzaba no exactamente a cuatrocientos años, sino a quinientos veintidós (véase el cuadro I del vol. vi, pág. 337 y también del vol. VIH, pág. 325). Por otra parte, la duración efectiva de los imperios Maurya y gupta no alcanzaba a más de 322 años (véase ibid), y aún cuando consideráramos que la Fax Glíptica duró todo el tiempo durante el cual la dinastía gupta reinó oficialmente, difícilmente llegaríamos a una suma total que pasara los cuatrocientos años para las dos instancias de este caso. Esta a primera vista sorprendentemente breve duración total de una Fax Oecumenica de la historia índica esté quizá explicada en parte por la circunstancia de que un equivalente psicológico de ella estuvo también suministrado en cierta medida de manera regional, durante el período de intrusión helénica, por los régimes griego de Bactriana, sace, kush y Andra. En este punto nos es lícito observar que durante la correspondiente intrusión helénica en el mundo siríaco, el papel de la dinastía Andra en la historia índica fue desempeñado en la historia siríaca por los arsácidas y los sasánidas, y el papel de los príncipes griegos de Bactriana, saces y kush, por los seléucidas. 1 2

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de novecientos cincuenta años para que el imperio aqueménida tornara a surgir en la forma del califato árabe. Estas tardías pero insistentes reanudaciones de un curso regular de desintegración, de duración normal, que había quedado interrumpido por la intrusión de una sociedad extranjera, tienen su reverso en la tardía pero ineluctable disolución de la sociedad egipcíaca, después de haber desafiado ésta el destino al galvanizar su muerto cuerpo social en un estado de muerte en vida que logró conservar por un período tan prolongado —unos dos mil años por junto— como la duración total de la fase de crecimiento y la fase de desintegración.1 La enseñanza de este infructuoso tour de •forcé egipcíaco es: Nec prorsum vitam ducendo demimus hilum tempore de mortis nec delibare valemus quo minus esse diu possimus forte perempti. proinde licet quot vis vivendo condere saecla: mors aeterna tamen nilo minus illa manebit, nec minus ille diu iam non erit, ex hodierno lumine qui finem vitai fecit, et ille mensibus atque armis qui multis occidit ante.2

Aparentemente una civilización que sufrió colapso y que ha avanzado tanto por el camino de la desintegración para haber entrado en la fase de estado universal, no tiene poder alguno para alcanzar la inmortalidad prolongando in saecula saeculorum esta fase de muerte en vida, así como no tiene poder alguno para anticipar la hora inevitable dando en la disolución antes de haber vivido todo el tiempo [ue toda civilización en desintegración está condenada a vivir en esa ase del proceso de desintegración. Este notable contraste que hay entre la regularidad y uniformidad de los fenómenos de la desintegración social por un lado y la irregularidad y diversidad de los fenómenos de crecimiento social, por otro, es cosa que frecuentemente observamos en el curso de este Estudio como cuestión histórica manifiesta y evidente, sin que hayamos empero intentado explicarla hasta ahora. En esta Parte en la que nos interesa estudiar la relación que hay entre ley y libertad en las cuestiones humanas, corresponde que abordemos el problema; y puede ofrecernos una clave para su solución la diferencia que hay entre las respectivas naturalezas de la personalidad consciente de la psique y los niveles subconscientes de la vida psíquica que están por debajo de aquélla. El don distintivo de la conciencia es la libertad de elegir entre los diferentes cursos de acción que la voluntad tiene ante si y entre las diferentes ideas y creencias que el intelecto tiene ante sí; y si bien esta senda de libertad posee un orden interior y una ley propia, que desde adentro son manifiestos a la propia personalidad pensante que 1 2

Véase I. I. 162-5. Lucrecio: De Rerum Natura, Libro III, versos 1087-94.

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proyecta y que obra, la misma senda parece caprichosamente desordenada cuando la observa un espectador desde afuera. Para un observador ajeno, "el viento sopla de donde quiere"; 1 y, considerando que una libertad relativa es característica de la fase de crecimiento de una civilización, después de todo no cabe sino esperar que, en la medida en que las cuestiones humanas son libres en estas circunstancias de determinar por sí mismas su propio futuro, el curso que habrán de tomar sea en verdad, como manifiesta serlo, un curso díscolo, esto es, indócil respecto del gobierno de las "leyes de la naturaleza". El reino de la libertad, que mantiene así a raya las "leyes de la naturaleza", es con todo precario porque depende de que se cumplan dos condiciones que evidentemente son difíciles y arduas. La primera condición consiste en que la personalidad consciente debe mantener bajo el gobierno de la voluntad y la razón el mundo psíquico subconsciente; la segunda condición consiste en que debe también "habitar en armonía" 2 con las otras personalidades conscientes con las cuales se halla en una relación u otra en la vida mortal de un homo sapiens que fue un animal social antes de que fuera un ser humano y que fue un organismo sexual antes de ser un animal social. En verdad estas dos condiciones necesarias para el ejercicio de la libertad son inseparables la una de la otra, pues si es cierto que cuando "los bribones riñen les toca obrar a los hombres honestos",3 es no menos cierto que cuando las personas riñen la psique subconsciente escapa al gobierno de todas y cada una de ellas. La comparación que hace Platón de las fuerzas demoníacas del subconsciente con briosos corceles y de la personalidad consciente con un cochero es acaso demasiado halagadora para el alma. La escuela Zen del budismo mahayánico puede estar más cerca de la verdad cuando compara el subconsciente con un buey, y la personalidad consciente con un muchacho que ha de lograr y mantener el gobierno de la vigorosa e indócil bestia, cultivando las artes orneas del tacto y el encanto.4 El mitraísmo, al representar la bestia, no como un buey, sino como un toro, llega a la conclusión de que ésta no puede ser domesticada, y por lo tanto debe sacrificársela con la cuchilla del carnicero, si la personalidad ha de afirmar efectivamente su libertad. Y el mitraísmo legó al cristianismo occidental esta actitud militante respecto de la psique subconsciente, que es la antítesis de un modus vivendl del Lejano Oriente. "Desde el principio, los chinos parecen haber desarrollado una concepción del universo dinámica antes que moral. La especialización del intelecto 1 Juan III. 8. Salmos CXXXIII. i.

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3 Palmer, Samuel: Moral Essays on Some of the Curious and Significa/i! Englhb, Scotch and Foreing Provcrbs (London 1710, Bomvicke), p.íg. 327. 4 Véase Suzuki, D. T.: The Ten Oxhetding. Picliircs (Kyoto 1948, Sekai Seiteii Kanko Kyokai), citado en VII. vili. j6<5.

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nunca llegó a tener un predominio tal que pusiera al hombre de la razón contra la naturaleza carente de razón. Mientras la actitud heroica de Occidente tiende a pintar al hombre en constante guerra con las potencias destructoras de la naturaleza, el sentido común chino prefiere persuadir al toro de que un movimiento paralelo es mejor en todo sentido que la mera oposición. En el Occidente el dragón simboliza el poder del mal o la fuerza de regresión, pues en el espíritu occidental está arraigada la idea de que la naturaleza original del hombre es mala. En el Oriente el dragón mora en los montes más altos y está identificado con las nubes y el agua que fluye, porque el espíritu oriental concibe los acontecimientos espirituales como la operación interdependiente de elementos naturales. De ahí que el dragón, como símbolo de la inagotable energía potencial de la naturaleza, represente benéficas fuerzas espirituales.i Mientras se lo conciba según el criterio miltoniano, es decir, como representación del poder del infierno, ha de combatírselo como el mal. Sin embargo, si consideramos al dragón como una potencia superior, posiblemente nos revelara el aspecto demoníaco de Dios." 2

Una variación más prosaica sobre el mismo tema mítico es el cuadro de un hombre que debe llevar al mercado, no al dragón de San Jorge ni al toro de Mitra, ni al buey de un sabio chino, sino a algún animal hosco y obstinado, como un camello o una muía, o una cabra, o algún animal caprichosamente insubordinado, como un cerdo. Al hombre le es relativamente fácil observar el país en que se halla, elegir el mercado y encontrar el camino más directo que lo lleve a su meta; pero, "el intelecto por sí mismo no mueve nada"; 3 el hombre haría un viaje inútil al mercado si no consiguiera llevar consigo al cerdo; en todo caso, su libertad no llega al punto de permitirle hacer esa elección, porque está ligado al cerdo por un cordón umbilical que no puede eliminarse y por lo tanto tiene que ingeniárselas para llevar consigo al cerdo o resignarse a no alcanzar nunca su objetivo. Su elec1 ¿Se inspiró Goethe en algún cuadro o imagen pictórica de origen chino, cuando escribió los siguientes versos: Kennst du den Berg und seinen Wolkensteg? Des Maultier sucht in Nebel seinen Weg, In Hohlen wohnt der Drachen alte Brut, Es stürzt der Fels und über inhn die Flut: Kennst du ihn wohl? Dahin! Dahin Geht unser Weg; O Vater, lass uns ziehn! ? ¿Se debía tan sólo a una coincidencia cronológica el hecho de que una filosofía occidental del siglo xvm descartara la tradicional creencia cristiana en el pecado original, en favor de una revolucionaria fe en la perfectibilidad de la naturaleza humana, después de haberse iniciado la república de las letras occidental moderna tardía en la Weltanschauung sínica, por obra de sinólogos jesuítas, durante el paso del siglo xvu al xvm? ¿O se hallaban estos hechos consecutivos de la historia occidental, en una relación de causa y efecto ? — A. J. T. 2 Baynes, H. G.: Mythology of the Soul (London 1940, Bailliére, Tindall & Cox; 1949, Methuen), pág. 872.

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Aristóteles, citado en la pág. 208, n. i, supra,

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ción está no entre llevar al cerdo al mercado y dejarlo en la pocilga, sino tan sólo entre diferentes procedimientos para obligar al cerdo a que tome el camino deseado. Si el hombre es de espíritu mitraico, degollará al cerdo, cargará con su cadáver al hombro y se encaminará al mercado llevando a la espalda el peso de la carga del peregrino. Si es de espíritu prusiano, tratará de vencer la resistencia de la criatura con la vara de disciplina del sargento; 1 si es de espíritu platónico, tratará de conducir al animal con el firme, pero suave, manejo de las riendas del conductor de un carro; si es de espíritu Zen, tratará de hechizarlo con las artes órficas para que el animal se dirija hacia la meta que el mágico tocador de flauta ha señalado para este par de incongruentes pero inseparables hermanos siameses. El hombre puede elegir entre muchos procedimientos para hacer que el animal vaya con él; lo único que no puede hacer es emprender el viaje despreocupado de la embarazosa compañía del animal. Su situación es la que Pascal describió con genial penetración: "II ne faut pas se méconnaitre: nous sommes automate autan qu'esprit; et de la vient que l'instrument par lequel la persuasión se fait n'est pas la seule démonstration. .. Les preuves ne convainquent que l'esprit; la coutume fait nos preuves les plus fortes et les plus crues; elle incline l'automate, qui entrame l'esprit sans qu'il y pense. . . Quand on ne croit que par la forcé de la conviction, et que l'automate est incliné á croire le contraire, ce n'est pas assez. II faut done faire croire nos deux piéces: l'esprit, par les raisons, qu'il suffit d'avoir vues une fois en sa vie; et l'automate, par la coutume, et en ne lui permettant pas de s'incliner au contraire. Inclina cor meum, Deus." 2

Es evidente que, aun cuando esta relación que . dura toda la vida con un compañero de camino subconsciente fuera el único impedimento del progreso de una personalidad a lo largo del camino de la libertad, la tarea de reivindicar perpetuamente esa libertad haciendo que ese compañero subconsciente obligatorio guarde el mismo paso sería una pesada contribución para los recursos espirituales de la personalidad; pero en esa incesante pugna librada entre el hombre y el cerdo, el hombre obra también con una grave desventaja de que está exento el cerdo y de la que el cerdo asimismo sabe cómo aprovecharse. Mientras haya un solo cerdo, hay una multitud de porqueros aferrados a su escurridiza cola, y si éstos riñen y al reñir neutralizan recíprocamente sus esfuerzos por gobernar al cerdo, éste tiene una oportunidad de arrebatar la iniciativa de todos y cada uno de ellos y de vengarse llevando a todos y a cada uno de ellos por las narices; lo peor, desde el punto de vista de los porqueros, es que, a pesar del común interés que tienen en mantener al cerdo sujeto, les es sobrehumanamente difíVéase IV. IV. 137-8. Pascal, Blaise: Pensées, tí> 252, en la ordenación de León Brunschvicg. La cita es del Salmo CXXJX. 36, 1

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cil lograr mantener la armonía recíproca sin la cual cada uno de ellos no podrá cumplir la idéntica tarea común a todos; pues aunque el hombre es un animal social, y por cierto que lo es ex ojficio ongints, sus intentos para llegar a la armonía entre una voluntad y otra voluntad y entre un espíritu y otro espíritu, fueron tan singularmente infructuosos como sus intentos por disciplinar o civilizar su propio subconsciente, a diferencia del extraordinario éxito que tuvo el hombre en cuanto a descubrir y aprovechar las energías de la naturaleza física. Además, en su vida social el hombre no fue tan desdichado dentro del estrecho alcance de sus relaciones personales. El problema social que en modo alguno él pudo resolver fue, como vimos,1 el problema de armonizar voluntades y espíritus en una amplia dimensión en la que la mayor parte de las relaciones es necesariamente impersonal. En esa amplia dimensión, en la que el hombre está obligado a llevar su vida social, si no quiere renunciar a su ambición de dominar la naturaleza física, el hombre hasta ahora no había encontrado ningún expediente más eficaz o menos peligroso que el de mecanizar las relaciones entre voluntades e intelectos, sometiéndolos a la "disciplina social", para lo cual se valió de una facultad de mimesis que es la antítesis de la elección racional y que, más aún, es innata a la superficie consciente de la psique, pero no a los abismos subconscientes que se extienden por debajo de ella. Si a los reñidores porqueros no se les ocurre manera mejor de mantener la paz entre si que imitar el comportamiento de los cerdos, no ha de sorprender que sus planes mejor tramados para asegurar la armonía social "suelan irse a pique"; 2 y en verdad es notorio que el mecanismo institucional mediante el cual el hombre se esforzó por organizar su vida en una dimensión suprapersonal era el fracaso más trágico y mortal del hombre. En la vida que el hombre se creó en la tierra, sus instituciones, a diferencia de sus relaciones personales, son las verdaderas bancarrotas, y el tinte de oblicuidad moral es aún más afligente en las menos innobles de estas moradas del espíritu humano •—por ejemplo en las iglesias y en las academias— que en instituciones incuestionablemente malas, tales como la esclavitud y la guerra. De suerte que el don de la conciencia, cuya misión es liberar al espíritu humano de las "leyes de la naturaleza" que rigen el abismo subconsciente de la psique, suele frustrarse al emplear ilícitamente, como arma en un conflicto fratricida entre una personalidad y otra, la libertad que es su raison cl'étre; y la estructura y el obrar de la psique humana explican esta trágica aberración, sin que tengamos que recurrir a la impía hipótesis de Bossuet,3 según la cual un Dios omnipotente, pero ello no obstante celoso, tiene intervenciones especiales para asegurarse de que las voluntades humanas se reduzcan recíprocamente a la impotencia, anulándose unas a otras. 1 2 3

Véase IV. IV. 146-604. Burns, Robert: To a Mouse ("gang aft a-gley" — "oftcn go astruy". N. del T.). Véase el pasaje citado en las págs. 272-3, in/ra.

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"La historia está hecha de tal manera que el resultado final surge siempre del conflicto de muchas voluntades individuales en el que cada una es ella misma el producto de una multitud de condiciones especiales de vida. En consecuencia, existen innumerables fuerzas que intervienen, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas que determinan un producto resultante: el acontecimiento histórico. Éste puede asimismo considerarse como el producto de una fuerza que obra como un todo, sin conciencia ni volición, pues lo que cada individuo quiere separadamente se ve frustrado por lo que quiere otro, y el resultado general es algo que ninguno quería, i Y de esta suerte, el curso de la historia se desarrolló como un proceso natural; y también está esencialmente sometido a las mismas leyes de movimiento." 2 Esta aguda observación formulada por uno de los padres gemelos de una iglesia comunista, hubo de ser elaborada por un estudioso occidental posterior de las leyes de la naturaleza humana.

I fundadores

"Los cambios históricos, tomados en su conjunto, no son el desarrollo de ningún plan 'racional'; pero al propio tiempo no son tampoco una caótica aparición y desaparición de formas que no están sometidas a ningún orden. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo puede ocurrir en un mundo humano que nazcan formaciones que ningún ser humano individual se proponía crear

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1 En el mismo pasaje, Engels pretende abonar la punzante verdad que expone de la recíproca frustración de las relaciones humanas, con un "final feliz" nada convincente. "Del hecho de que las voluntades de los individuos —que desean lo que la constitución de su cuerpo, así como las circunstancias externas, en última instancia circunstancias económicas (ya personales, ya sociales), les determinan desear— no obtengan lo que desean sino que se vean hundidas en un resultado medio común, de todo ello, pues, no podemos llegar a la conclusión de que las voluntades individuales sean igual a cero. Por el contrario, cada voluntad contribuye al resultado y, en esa medida está incluida en él." Este "final feliz" que Engels pone a su torva proposición suena a hueco, pues las voluntades que "no obtienen lo que desean" equivalen a cero, desde el punto de vista de la realización de los propósitos deliberados de una conciencia personal. De manera que la afirmación de Engels viene a significar que cada voluntad frustrada habría contribuido a una resolución de fuerzas, si las fuerzas que están en juego aquí fueran mecánicas (como no lo son), en lugar de ser volitivas (como en efecto lo son). ¿Qué llevó a Engels a adulterar la pura leche de su palabra arrojando en ella una pizca de comodidad que tiene el triple demérito de ser falsa, no consoladora e incongruente? La creencia de que la historia humana está sometida a leyes de la naturaleza es una de las doctrinas cardinales del credo comunista. ¿Qué indujo a este geólogo secular a mellar de esta manera el filo del arma de su teología? Parecería que Engels inadvertidamente contaminara aquí la concepción comunista de que las leyes de la naturaleza obran en las cuestiones humanas en virtud de la frustración recíproca de las voluntades humanas, con una reminiscencia de la concepción cristiana de que las voluntades humanas pueden salvarse de la frustración en la medida, y sólo en la medida, en que voluntariamente se conformen a la voluntad de Dios. — A. J. T. 2 Engels, F.: Carta del 21 de setiembre de 1890 a J. Blach, reproducida en Hook, S.: Towjfils '.be Understanding oj Kart Marx (New York 1933, Day), págs. 33«j-s.

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y que, ello no obstante, son mundos diferentes de aquellos cuyas formas asumen las nubes, sin estabilidad, desarrollo o estructura. . . ? "La respuesta a estas preguntas es sencilla. Los proyectos y las transacciones, los sentimientos y los pensamientos de seres humanos individuales están perpeutamente sometidos a la intervención amistosa u hostil, de los demás seres humanos. Este entretejimiento de los proyectos y transacciones, que es [uno de los hechos] fundamentales [de la vida humana]. . ., y que, además, se prolonga continuamente de generación en generación, es algo que en sí mismo nunca fue planeado. No puede comprendérselo con referencia a los proyectos y aspiraciones de seres humanos individuales o por analogía con lo que ellos manifiestan. . . i [Por otra parte] este entretejimiento tiene la facultad de producir cambios y formaciones que ningún ser humano individual proyectó o creó. Tal interdependencia de los seres humanos, unos respecto de otros, da nacimiento a un orden de un carácter altamente especial; y ese orden es más obligatorio y más poderoso que la voluntad y la razón de los seres humanos individuales, que lo hacen nacer. Ese orden, que consiste en una urdimbre de relaciones entretejidas, es la potencia que gobierna el curso de los cambios históricos; éste es el principio que está en la raíz del proceso de civilización. "Este orden no es 'racional' —si por 'racional' se entiende algo que ha cobrado existencia, cual una máquina, como resultado de un pensar deliberado de seres humanos individuales— y no es tampoco 'irracional', si por 'irracional' se entiende algo que ha cobrado existencia de una manera que está más allá de nuestra comprensión... La ley que gobierna los fenómenos del entretejimiento social es un sistema distintivo que no es idéntico ni a la ley del 'espíritu' (des Geistes), en el sentido del pensar y del proyectar individuales, ni a la ley de lo que llamamos 'naturaleza', a pesar del hecho de que todas estas diferentes dimensiones de la realidad están indisolublemente ligadas entre sí en la acción (junktionell)." 2 "La fuerza que obra como un todo, sin conciencia ni volición", de Engels, que entra en acción cuando las voluntades iluminadas por la conciencia se frustran unas a otras y que está regida por una ley social que no es ni la ley del espíritu ni la ley de la naturaleza física, no es otra cosa que la marea subconsciente de la psique, que apenas escapa al gobierno de la voluntad y del espíritu, que la habían estado conduciendo, quieras que no,3 vuelve a dar en una obediencia sin reservas a una ley que es la antítesis de la libertad y que es moralmente fácil, precisamente porque dispensa al que le está sometido de la tremenda responsabilidad del espíritu libre de hacer elecciones.4 El carácter de 1 En el original este pasaje se encontrará en la pág. 476. — A. J. T. Elias, N.: Über den Prozess der Zivilisation, vol. II. Wandlungen der Gesellschajt: Entwurf zu einer Theorie der Zivilisation (Basel 1939, Haus zura Falken), págs. 313-15. 3 Juan XXI. 18. 4 El castigo que las voluntades en conflicto se acarrean por frustrarse unas a otras es pues no ya tan sólo su propio destronamiento, sino la reentronización de la psique subconsciente; y esta consecuencia desconcertantemente positiva de la frustración 2

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estas leyes de la psique subconsciente fue descubierto por psicólogos occidentales postmodernos, en los días del autor de este Estudio, y ya eran claramente discernibles dos rasgos del subconsciente: en comparación con la celeridad del pensamiento y la volición conscientes, la marcha de la vida imaginativa y emocional subconsciente era evidentemente tan lenta como regular. Aun cuando una personalidad consciente gobernara más o menos su mundo subconsciente, la libertad de manoeuvre quedaría limitada por la necesidad de complacer el ethos de un compañero de camino subconsciente inseparable, al que no era posible obligar, ya por la coacción, ya por el ruego, ya por la ultima ratio de recurrir a la cuchilla del carnicero mitraico, a superar su mortalmente lento ritmo de marcha máximo o su capacidad máxima infinitesimal de abandonar un hábito, irracionalmente sacrosanto, de rutina. A fortiorí, cuando la bestia subconsciente quedaba libre de las imposiciones de la fiscalización consciente, gracias a la incapacitadora lucha fratricida a la que se entregaban las múltiples personalidades conscientes, entre quienes estaba compartida esa fiscalización, era natural que Calibán celebrara verse libre de una fastidiosa servidumbre, moviéndose a una marcha más lenta y regular que nunca. Según esto, un proceso de desintegración social que se desarrolla a través de una serie regular de fases, en un orden invariable y en un determinado ritmo durante períodos de aproximadamente idéntica longitud en todos los casos, puede considerarse como reflejo del ethos de una naturaleza humana subconsciente tan fiel que difícilmente podría descartarse el reconocimiento de este proceso, considerándolo ocurrencia sin fundamento de una fantasía que impone arbitrariamente sus propias normas subjetivas a la historia de las civilizaciones en su fase de desintegración. Un estudioso de la ci-devant inteligencia que quedó petrificada en instinto en la vida psíquica de las abejas determinó el hecho de que en este universo psíquico de las abejas los actos instintivos que entran en sucesiones de capítulos han de cumplirse íntegramente si de alguna manera se cumplen. No puede omitirse ningún capítulo porque se haya hecho superfluo, ni puede repetirse ningún capítulo porque no se cumplió efectivamente en el primer ensayo, ni puede transponérselo desde su lugar establecido en la serie porque una transposición aumentaría la eficiencia; 1 pues la ley que rige la vida instintiva de las abejas no es la dúctil ley del experimento y la reflexión racionales, sino que es la adamantina "ley de los medos y de los persas que no puede abrogarse",2 por más que el sentido común empírico pida, convincente e insistentemente, un cambio. Estas conclusiones de la ciencia social de las abejas pueden trasladarse al lenguaje humano del símil de Platón, esto es, el del conductor muta, es cosa que no encara Engels en sus superficiales consuelos filosóficos, que él ofrece en el pasaje citado en la pág. 217, n. i, supra. 1 Véase Kingston, R. W. C: Problems of Instinct and Intelligence (London 1928, Arnold), cap. IV., págs. 38-53. 2 Daniel VI, 8.

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA I.F.Y V LIBERTAD F.N LA HISTORIA

de un carro, y de nuestro símil del carruaje y las ruedas. Mientras el conductor de un vehículo esté sentado en el pescante con las riendas en la mano, ningún espectador que no conozca los designios del cochero puede predecir el destino, la ruta o la velocidad del carruaje; pero si se produce una riña entre dos cocheros rivales que se disputan la posesión de las riendas, ello hará que en un determinado momento los caballos se vean en libertad y en ese caso un observador sólo tiene que calcular la fuerza de los animales de tiro y el relieve del terrain para saber exactamente cuántos segundos habrán de transcurrir y cuántas revoluciones darán las ruedas antes de que los caballos se desboquen y el carruaje, con sus ocupantes en lucha, dé en la zanja. "Fertur equis auriga ñeque audit currus habenas." a A los efectos de este cálculo no tiene importancia alguna que el accidente se produzca al principio del viaje o cerca del destino, ni qué ruta se haya tomado ni qué cantidad de millas se hayan cubierto ni cuánto tiempo haya pasado hasta el momento en que el conductor perdió el dominio de los caballos y se produjo la catástrofe. Todos estos datos anteriores carecen de importancia porque cualesquiera sean ellos —y desde luego que pueden ser muy diferentes según los casos— el carruaje y los caballos, una vez librados a sus propios recursos, tomarán en cualquier caso un curso idéntico y tardarán un tiempo idéntico para llegar a la perdición. III. ¿SON INEXORABLES O GOBERNABLES LAS LEYES DE LA NATURALEZA QUE SE MANIFIESTAN EN LA HISTORIA?

Si nuestro anterior examen nos persuadió de que las cuestiones humanas pueden sujetarse a leyes de la naturaleza y que la manifestación de tales leyes en esa esfera puede también explicarse, por lo menos en cierta medida, ahora podríamos indagar si las leyes de la naturaleza manifestadas en la historia humana son inexorables o gobernables. Si persistimos en nuestro anterior procedimiento de considerar primero las leyes de la naturaleza no humana, antes de abordar las leyes de la naturaleza humana, comprobaremos que, en lo tocante a las leyes de la naturaleza no humana, ya respondimos virtualmente a nuestra actual cuestión en el anterior capítulo. La respuesta pertinente es la de que, si bien el hombre no puede modificar los términos de ninguna ley de la naturaleza no humana ni suspender su obrar, puede en cambio modificar la influencia de estas leyes físicas inmutables e inexorables sobre las cuestiones humanas dirigiendo éstas de manera que las leyes de la naturaleza no humana sirvan a fines humanos en lugar de frustrarlos. Verdad es por ejemplo que ningún ser humano por mucho que se afane podrá añadir un codo a su estatura; 2 pero es asimismo cierto que un bípedo que no podía alcanzar una altura de más de cuatro codos por encima del nivel del Virgilio: Geórgicas, Libro I, verso 514. - Mateo VI. 27; Lucas XII. 25. 1

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suelo, como se lo impuso la naturaleza física mientras la criatura se apoyaba con sus pies en térra firma, había logrado elevar la altura máxima a que podía llegar en varias millas por encima del nivel del mar, para aquellos seres humanos cuya inteligencia y habilidad manual les permitieron ascender por el aire haciendo que otras leyes de la naturaleza no humana trabajaran para el hombre, en virtud del invento del motor de combustión interna. Ya vimos cómo el hombre eludía la influencia del ciclo del día y de la noche, dotando a sus barcos o sus plantas industriales con mano de obra suficiente para mantener en marcha al barco o en movimiento las poleas de la fábrica durante 24 horas por día, en virtud del recurso de dividir la mano de obra en "turnos" que constantemente eran relevados por otros. Observamos también cómo el hombre eludía la influencia del ciclo anual cultivando ciertos productos en los antípodas, inventando el almacenamiento en frío, rápidos medios de transporte y manteniendo a raya el frío y el calor mediante diferentes procedimientos de calefacción y de refrigeración artificiales. El éxito que obtuvo el hombre occidental en cuanto a modificar la influencia de las leyes de la naturaleza no humana sobre las actividades humanas estaba registrado en las reducciones de las cuotas de las primas de seguros. Cartas marítimas mejoradas, a las que siguió la instalación de comunicaciones inalámbricas y radar en los propios barcos, disminuyeron el riesgo de los naufragios que podían producirse por el peligro de encallar o por el peligro de cruzar el camino de un huracán; la instalación de pararrayos disminuyó el riesgo de los daños que podían causar, a barcos y edificios, las tormentas eléctricas; las nubes de humo artificial del sur de California y las pantallas de gasas del valle de Connecticut disminuyeron el riesgo de los daños que pudieran causar las heladas a productos cultivados en un clima que habría sido demasiado inclemente para ellos sin la diestra intervención del hombre en favor de la flora; los recursos de la inoculación, la fumigación y los baños con desinfectantes disminuyó el peligro de las pestes en las cosechas, árboles y rebaños, mientras, en la esfera de la vida de los agricultores humanos de esta flora domesticada y de los pastores de esa fauna domesticada, la influencia de la enfermedad había quedado disminuida y acrecentada la expectación de una vida más larga, por los progresos realizados en la medicina preventiva, que se había manifestado altamente eficaz cuando asumía la forma positiva de mejoras introducidas en las condiciones espirituales y físicas de la vida humana. Cuando pasamos a considerar la esfera de las leyes de la naturaleza comprobamos que también aquí ocurre lo misrno como nos lo indican las reducciones de las cuotas de los seguros de vida. El riesgo de los accidentes en la vía pública y en las fábricas quedó reducido por una educación moral enderezada a crear un sentido de la responsabilidad, aun más eficazmente que por la imposición de penas y castigos o por la instalación de artefactos de seguridad física. El riesgo de los robos y asaltos —que eran mucho más difícil de reducir que el riesgo de

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los accidentes, mediante precauciones o castigos— variaba en proporción inversa al nivel general de probidad moral y esta circunstancia, a su vez, variaba en la misma relación respecto del nivel mínimo de bienestar material en sociedades en las que había una porción infinitesimalmente rara de santos capaces de elevarse sobre sus circunstancias materiales. En el plano económico se comprobaba que el volumen de producción por hombre y hora de trabajo podía aumentarse mediante el estímulo de la voluntad de trabajar más que por las mejoras en el adiestramiento del obrero o en la eficiencia de sus herramientas; y los motivos religiosos, ideológicos y políticos para trabajar con voluntad eran a veces más potentes que los incentivos económicos. Cuando pasamos a considerar, a los efectos de este capítulo, aquellos aumentos alternados y decrecimientos alternados de la actividad económica occidental que llegaron a conocerse como ciclos comerciales, vemos que los estudiosos profesionales de esos ciclos establecen una distinción entre factores "gobernables" y factores "ingobernables"; y una escuela —es decir, la representante de la "teoría puramente monetaria"— llegaba a sostener que esas fluctuaciones se debían a una fiscalización deliberadamente ejercida por los banqueros sobre las actividades de comerciantes y productores. Sin embargo, la mayor parte de los expertos de la generación del autor evidentemente sostenía que esos actos deliberados, fundados en consideraciones racionalmente calculadas de interés individual, por parte de las personas que ocupaban posiciones claves de poder en el sistema económico, importaba menos en cuanto a producir un ritmo de momentos de auge y momentos de depresión alternados que la influencia ingobernable de la imaginación y el sentimiento, que manaban de los niveles inferiores subconscientes de la psique.

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inversora es sólo en parte una revisión inteligente de los planes realizados por expertos competentes." i Este cuadro de la actividad económica que fluye bajo el dominio de fuerzas psíquicas subconscientes casi ciegamente irracionales, adquiere una luz más vivida cuando se considera al hombre económico no como productor, sino como consumidor. "Un motivo por el cual gastar dinero es un arte atrasado en comparación con hacer dinero [es el de que] la familia continúa siendo la unidad dominante de la, organización para gastar dinero, en tanto a los efectos de ganar dinero la familia quedó ampliamente reemplazada por una unidad mucho más organizada. El ama de casa, que representa una gran fracción de los clientes de las tiendas del mundo, no se elige por su eficiencia como ¿érente, no se la despide por su ineficiencia, y tiene pocas posibilidades de extender su acción a otros hogares cuando es muy capaz. . . No es sorprendente el hecho de que lo que el mundo aprendió en el arte del consumo se deba menos a la iniciativa de los consumidores que a la iniciativa de los productores, que luchan por conquistar un mercado para sus productos."2

"Al rechazar algunos planes y al aceptar otros, los hombres que prestan dinero desempeñan un importante papel en cuanto a determinar qué clase de trabajo ha de emplearse, qué productos habrán de producirse y qué instalaciones habrán de construirse. Pero no todos los prestamistas son capaces de decidir inteligentemente. A la gran masa de pequeños inversores, y a no pocos de los grandes inversores les falta la experiencia o la capacidad o el tiempo para distinguir sabiamente entre planes provechosos y planes no provechosos. . . Los inversores a quienes falta un juicio independiente están peculiarmente sometidos a la influencia del sentimiento en cuestiones en que el sentimiento es una peligrosa guía. Las ondas alternadas de confianza y timidez, que se observan en el mercado, se encuentran entre los fenómenos más característicos de los ciclos comerciales.1 Ni siquiera aquellos que tienen consejeros se ven del todo libres del contagio emocional. De esta manera, la guía de la actividad económica que ejerce la clase

Estas consideraciones indican que las alternancias registradas en el volumen de la actividad comercial en el mundo occidental industrial podrían continuar escapando a fiscalización mientras las unidades de consumo continuaran siendo los hogares, y las unidades de producción, los individuos, las firmas, corporaciones y estados, en libre competencia, cuyas voluntades en conflicto se anulaban unas a otras hasta el punto de dejar la arena económica abierta para que entraran a obrar allí fuerzas psíquicas subconscientes. Al propio tiempo, no había razón alguna para que el legendario éxito que obtuvo el patriarca hebreo José como intendente económico del mundo egipcíaco durante los últimos días del régime de los hicsos, en cuanto a hacer provisiones durante los años de abundancia para enfrentar los venideros años de escasez, no fuera emulado, en una dimensión "global", en un mundo occidental reciente que se había hecho coextensivo con toda la superficie habitable y transitable del planeta. Al conservar reservas de artículos no perecederos, al hacer que artículos perecederos pudieran conservarse mediante sistemas de refrigeración, al proyectar constantemente el suministro de bienes de consumo y de bienes de producción y al calcular el poder adquisitivo del dinero en un plan total y de largo aliento, parecía no haber razón alguna para que algún histórico José ruso o norteamericano no pudiera algún día poner la suma total de la vida económica de la humanidad bajo una fiscalización central que, benéfica o maléfica, seguramente sobrepasaría en eficacia a los más atrevidos vuelos de la fantasía mosaica o marxista. Cuando pasamos de los ciclos comerciales con una longitud de onda

Véase por ejemplo Haberler, G.: Prosperity and Depression (3* edición, Ginebra 1941, Sociedad de las Naciones), pág. 7.

1 Mitchell, W. C: Business Cycles, The Problem and its Setting (New York 1927 (reimpreso en 1930), National Bureau of Economic Research, inc.), pág. 163. 2 Ibid., págs. 165-6.

1

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de o meses o de 9 a 10 años, al ciclo de las generaciones con una longitud de onda de aproximadamente 1/4 o 1/3 de siglo, comprobamos que en el mundo occidentalizado del siglo xx el desgaste a que cualquier herencia cultural estaba tal vez sujeta en alguna medida, en el curso de su transmisión de una generación a otra, quedaba reducido en el plano espiritual por las mejoras introducidas en la educación —en el sentido más lato del término—• que en cada generación sucesiva estaban haciendo que una proporción cada vez mayor de la herencia social total fuera accesible a un porcentaje mayor de la población total. Esta disminución de los asientos en la columna del debe del balance del ciclo de las generaciones era sin embargo manifiestamente menos difícil de lograr con los medios físicos y espirituales adquiridos hasta ahora por el hombre, que lo que le sería al hombre aumentar deliberadamente o siquiera tan sólo preservar el mantenimiento del servicio positivo que el ciclo de la generación prestaba a los hombres mortales como regulador, culturalmente provechoso, de los cambios sociales. En un mundo ordenado racionalmente, en el que las progresivas mejoras en el arte de registrar los hechos y en el arte de la educación habían reducido el desgaste de la herencia social del hombre a través del ciclo de las generaciones, hasta un punto insignificante, bien cabía concebir que la humanidad podría un día despertarse para comprobar que en el momento de convertirse en ama del ciclo de la generación, se había esclavizado sometiéndose a la tiranía de una indeleble tradición no menos compulsiva que los indelebles instintos en los que una ri-devant inteligencia había quedado petrificada en edades pasadas, en el universo de corte espartano de las hormigas y las abejas. Cuando pasamos del ciclo de las generaciones a los procesos sociales con una longitud de onda mucho mayor, como por ejemplo la serie de ciclos de paz y guerra que abarca de tres a cuatro revoluciones de la "penosa rueda", o la desintegración de una civilización que sufrió colapso, proceso que se desarrolla en ocho o diez siglos, a lo largo de un tiempo de angustias y un resultante estado universal, nuestra actual cuestión de si las leyes de la naturaleza que se manifiestan en la historia son inexorables o gobernables asume una forma en la que —por académica que pudiera haber parecido a los ojos occidentales en cualquier fecha de los dos siglos y medio que terminan en 1914 d. de C.—• esta cuestión se plantea insistentemente a un creciente número de espíritus del mundo occidental, después de lo que había sido la segunda de las dos guerras mundiales libradas en el curso de una sola generación. Cuando una civilización sufrió colapso y echó a andar por la senda de la desintegración, ¿estaba ya condenada de antemano a continuar por esa senda hasta el punto en que alcanzara la disolución final? ¿O es que había una posibilidad de volver sobre los pasos dados, por lo menos mientras la sociedad que sufrió colapso no hubiera llegado más allá del talud superior y menos escarpado de los que debe recorrer en su descensos Averni? En 1952 d, de C. ningún ciudadano de la sociedad

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occidental, que tuviera algún sentido de la historia (y ese sentido parecía hacerse más agudo, como suele ocurrir en días de creciente zozobra y ansiedad) podía ignorar o pasar por alto esta cuestión. Al propio tiempo no había garantía alguna de que el hombre occidental postmoderno, cada vez más angustiado, estuviera de alguna manera en mejor posición para encontrar una respuesta al enigma de la Esfinge, que sus antepasados occidentales modernos tardíos, persistentemente complacidos en sí mismos, en el caso de que se les hubiera ocurrido formularse alguna vez el mismo fatal interrogante. Tal vez el motivo práctico más vigoroso del interés que indudablemente mostraban los contemporáneos occidentales del autor de este Estudio por una visión sinóptica de la historia del hombre en proceso de civilización, fuera el anhelo vehemente de encontrar el sentido histórico de un momento de la historia de su propia civilización, que ellos sentían como un punto de cambio fundamental. En esta crisis, los pueblos occidentales, y quizás sobre todo el pueblo norteamericano, tenían manifiestamente conciencia de la carga de responsabilidad que pesaba sobre ellos. "Mira que pongo delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal." 1 A mediados del siglo xx de la era cristiana los occidentales se veían frente a la necesidad de elegir entre varios caminos que acaso decidirían el destino ya no tan sólo de su propia sociedad, sino de todo el género humano; y al mirar la experiencia pasada en busca de una luz que los guiara para tomar importantes decisiones, los occidentales estaban acudiendo a la única fuente humana de sabiduría que estaba a disposición de la humanidad, aunque hombres sabios nunca habían dejado de comprender que las lecciones de la experiencia no podían aplicarse automáticamente para obtener soluciones definitivas de problemas actuales. En el siglo xx los espíritus occidentales buscaban en la experiencia histórica de la humanidad la guía que cabía esperar de la experiencia; pero no podían volverse a la historia en busca de luz para obrar, sin formular antes al oráculo la pregunta preliminar: ¿les daba la historia alguna seguridad de que podían ellos obrar libremente? Después de todo, la historia enseñaba no que una elección fuera mejor que otra elección, sino que el sentido de la libertad de elegir era tan sólo una ilusión halagadora, y que, en verdad, no estaba en manos del hombre influir en su propio futuro. Una comparación de la historia inconclusa de la civilización occidental con la historia de otras civilizaciones de las que se conocía todo el proceso desde el comienzo al fin, podía indicar a la generación viva de occidentales que se hallaba en una fase en la que el futuro ya no estaba ni siquiera parcialmente en sus propias manos. La lección de la historia bien pudiera ser la de que no les cabía hacer otra cosa que reconocer una determinada suerte —de la que no había posibilidad alguna de escapar—• y resignarse a ella. ¿Había en verdad una fase de la desintegración de las civilizaciones 1

Deuterenomio XXX. 15; cotéjese 19.

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en la que los intelectos y voluntades humanas ya no podían recuperar el gobierno de la situación y hacer uso de esa facultad reconquistada dando pasos racionales para evitar un desastre irreparable? En el modelo regularmente reiterado del proceso de desintegración había por lo menos un hito tan sobresaliente que resultaba inconfundible cuando se llegaba a él; tratábase de la terminación de un tiempo de angustias por obra del establecimiento de un estado universal, como resultado de la eliminación por la fuerza de todos los estados parroquiales contendientes salvo uno. ¿Era aún posible una recuperación en fases del curso de desintegración antes de alcanzar y pasar ese hito? En respuesta a esta primera pregunta tal vez lo más que pudiera decirse fuera que, de todos los fenómenos negativos que caracterizaban un tiempo de angustias, no había ninguno que indicara que una recuperación fuera absolutamente imposible, aunque sin duda siempre sería más difícil recuperarse de una recaída después de una recuperación, que recuperarse de un colapso original que todavía no se había repetido. La segunda cuestión que se planteaba era la de si tampoco había motivo alguno para suponer que una recuperación fuera imposible después del establecimiento de un estado universal, y aquí bien pudiéramos dar una respuesta decididamente pesimista con más seguridad de la que sentimos cuando dimos una respuesta hipotéticamente optimista a la idéntica pregunta referida empero a las perspectivas de un tiempo de angustias. Una vez que un tiempo de angustias se resolvió en un estado universal hay obstáculos manifiestamente intrínsecos para la recuperación, tan graves que resultan insuperables. Para comenzar, es difícil imaginar cómo una sociedad podría adquirir la paz a este precio, sin haberse herido mortalmente. El precio de la pax (¡ecuménica impuesta por el establecimiento de un estado universal es, después de todo, un precio de sacrificio, pues supone ni más ni menos que la eliminación, por la fuerza de las armas, de todos los anteriores estados parroquiales contendientes, salvo uno, el cual, si no muere por las heridas recibidas, ha de pagar su supervivencia sufriendo una grave perturbación en su vida; y en esa hecatombe política los propios regna peritwa parroquiales son los menos valiosos de los tesoros que se destruyen, pues, en el proceso de convertirse en los ídolos de comunidades infatuadas, esos Jugernaut políticos concentran alrededor de sí muchos de los elementos no políticos de la vida de la civilización ahora en desintegración; y en el momento en que la progresiva exarcebación del tiempo de angustias llega a amenazar a la sociedad castigada con una muerte inminente, es tan imposible derrocar a esos ídolos sin abatir simultáneamente los tesoros que están ahora indisolublemente ligados a ellos como es imperativo derrocar a aquéllos a cualquier precio. "Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant" i es, por esta razón, una acusación que pesa sobre los arquitectos de los estados universales que, por la naturaleza de la causa, no pueden dejar de ser culpables; y a los efectos de nues1

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Tácito: Agrícola, cap. 30.

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tro actual estudio no nos corresponde juzgar si este rigor es o no moralmente justo; pues por más convincentemente que el reo alegue que salvó a un mundo sufriente de un mal mayor, al precio de infligirle un mal menor en una situación en que no había otra alternativa, le será difícil rechazar el cargo de que aún ese mal menor a que él mismo ha contribuido es, en primer lugar, irreparable y, en segundo lugar, a la larga necesariamente fatal para el afligido cuerpo de la sociedad. Si nos es lícito emplear el símil doméstico de los huevos y la tortilla e identificar los huevos con nuestro puñado de estados parroquiales contendientes, podríamos decir que, durante un tiempo de angustias, hasta el momento en que termina en virtud de establecerse un estado universal, por lo menos algunos de los huevos pueden haber quedado sin cascar, por más que se los haya golpeado; pero una vez que el cocinero convirtió el contenido de los huevos en una tortilla está más allá de su propio poder y del poder de cualquiera, reconstruir de nuevo los huevos mediante la imposible hazaña de hacer que las yemas batidas vuelvan a ser el contenido de las cascaras rotas. Además, como hicimos notar en otro lugar,1 los sucesores del chef no podrán siquiera conservar los restos batidos de los cascados huevos sin adulteraciones, aunque al hacer originalmente la tortilla el cocinero aspiraba tan sólo a conservar a lo menos algunos vestigios reconocibles de las materias primas drásticamente sometidas a un proceso culinario. El tiempo pronto demuestra que la tortilla no se mantedrá si no se le agregan elementos presentadores, y esos indispensables condimentos inevitablemente desnaturalizan la composición y el gusto de la tortilla, de suerte que un procedimiento de conservación produce un efecto innovador no esperado, que sirve derechamente a un insidioso espíritu de cambio. En nuestro anterior estudio de los estados universales '2 nuestra conclusión principal fue la de que los hacedores y amos, de espíritu conservador, de estados universales, trabajan, quieran que no, para los futuros destructores, reemplazantes y herederos de la civilización que los propios constructores imperiales se esforzaron en inmunizar contra los asaltos de la decadencia y la muerte. Según esto, parece que el proceso de desintegración social es inexorablemente irreversible cuando la sociedad en desintegración pasa de un tiempo de angustias a un estado universal; y esta conclusión plantea este otro problema: ¿hay algún remedio, independientemente de la fatal imposición de un estado universal, para la cada vez más destructora guerra fratricida que se libra entre estados parroquiales contendientes y que se manifiesta como el síntoma más común de un colapso social? Si tratamos de responder empíricamente a esta pregunta, como debiéramos hacerlo, es decir, a la luz de los hechos históricos que nos suministran las historias de las civilizaciones hasta la fecha, habremos de declarar que, de unos catorce casos claros de colapso, no podemos 1

En VI. VIL 91-5.

2

En VI., passim, en el vol. vil.

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señalar uno en el que la enfermedad de la guerra fratricida se haya curado por algún medio menos drástico que el de la eventual eliminación de los propios estados parroquiales que hacen la guerra; pero al aceptar esta inquietante conclusión no debemos dejarnos desalentar por ella, pues la lealtad al método empírico de investigación que nos exige ser francos, nos exige también que seamos juiciosos. Después de todo, el método inductivo de razonamiento es, notoriamente, aun en el mejor de los casos, un instrumento lógico imperfecto para probar una proposición negativa, y cuanto más pequeño es el número de ejemplos a que se pasa revista, más débil es, desde luego, la argumentación. Ahora bien, en el momento de escribir estas líneas el número de ejemplares conocidos de la especie que hemos llamado "civilizaciones" alcanzaba, en el recuento más amplio admisible, a algo menos de treinta; y la especie misma no tenía evidentemente más de 5.000 ó 6.000 años de edad, que era un espacio de tiempo muy breve, en comparación con los 300.000 ó 600.000 ó i.ooo.ooo de años durante los cuales las sociedades de un tipo primitivo existieron desde los días anteriores a aquellos en que el animal social subhumano logró transmutarse en hombre. Sobre ese fondo histórico era evidente que la experiencia de unas catorce civilizaciones durante un período de unos 5 0 6 milenios no era una fuerte invalidación de la posibilidad de que, en respuesta a la incitación por la cual esas civilizaciones pioneers quedaron arruinadas, algún otro representante de esta especie que se hallaba en su infancia podría algún día abrir un camino hasta entonces desconocido para realizar un nuevo avance espiritual sin precedentes, al encontrar un recurso menos prohibitivamente costoso que el de la forzada imposición de un estado universal, para curar la enfermedad social de la guerra fratricida entre estados parroquiales. Si, teniendo presente esta posibilidad, volvemos a echar un vistazo a la historia de aquellas civilizaciones que en el momento de escribir estas líneas ya habían recorrido toda la vía dolorosa que iba desde el colapso a la disolución, sin haber conseguido no dar el quizá inevitable paso de entrar en la fase de estado universal, observamos que por lo menos algunas de ellas tuvieron una visión, cual desde el Pisgah, de otra solución salvadora, aun cuando ninguna de ellas hubiera logrado, ello no obstante, traducir ese ideal en obras. En el mundo helénico, por ejemplo, la visión de una Homonoia o Concordia, que podía hacer lo que la Fuerza nunca podría hacer para superar la mortal pugna entre estados contendientes y clases sociales contendientes, y aún entre civilizaciones contendientes, fue una visión que incuestionablemente tuvieron ciertas raras almas helénicas í , en 1 No cabe abrigar duda alguna de que esta idea, que era al propio tiempo un ideal, tuvo su epifanía en el mundo helénico durante su tiempo de angustias; el único punto sobre el cual discutían los estudiosos occidentales recientes era la cuestión: ¿quién fue el primero que tuvo tal visión? Sobre el debate empeñado entre los respectivos defensores de Alejandro de Macedonia y de Zenón de Citium véase V. vi. 17, n. 2. Desde la publicación de aquel volumen de este Estudio el debate

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medio de la zozobra espiritual de un tiempo de angustias que había comenzado con el estallido de la guerra del Peloponeso de 431-404 a. de C., aun cuando ese atisbo de una posibilidad más feliz no bastó para salvar a la sociedad helénica de continuar avanzando por el camino de la destrucción hasta el momento en que obtuvo un transitorio alivio por la imposición de una paz romana, al precio de hacer irreparable el descenso de los helenos al Averno. En el mundo occidental postmoderno el mismo ideal había cobrado cuerpo, como respuesta a la incitación de dos sucesivas guerras mundiales, en dos sucesivas instituciones ecuménicas: la Sociedad de las Naciones después de la guerra de 1914-18, y en la Organización de las Naciones Unidas después de la guerra de 1939-45 d. de C. En la historia sínica y durante la primera recuperación que logró la sociedad sínica después de su colapso, el celo que mostró Confucio por revivificar un tradicional código de conducta y ritual, y la creencia quietista de Lao-Tse, de que era menester dejar campo abierto para que operaran espontáneamente las fuerzas psíquicas subconscientes de Wu Wei í , se inspiraban en un vehemente anhelo de acudir a fuentes de sentimiento que pudieran hacer surgir un poder de armonía spiritual; y en el mundo sínico, así como en el mundo occidental, ese anhelo también había encontrado su expresión institucional. Por ejemplo en 681-679/8 a. de C., en un momento en que la progresiva afirmación de rivales soberanías parroquiales de jacto ya amenazaba a la sociedad sínica con el colapso que hubo de sobrecogerla luego de 634 a. de C., se realizó un intento para suministrar un sustituto efectivo de la presidencia ecuménica ahora eclipsada de la casa imperial de Chou, en virtud del reconocimiento internacional de la hegemonía de una de las potencias parroquiales rectoras de la época; 2 continuó desarrollándose. El abogado de Alejandro, Sir W. Tarn, expuso su teoría in extenso en su magistral obra Alexander the Great (Cambridge 1948, Universiry Press, 2 vols.); y de acuerdo con su exposición (en op, cit., vol. H, págs. 447-8), Jas ideas de Alejandro sobre la fraternidad y la unidad podían considerarse como "tres facetas de una sola idea": "La primera es la afirmación de que todos los hombres son hermanos; Alejandro fue el primer hombre que conocemos, por lo menos de Occidente, que lo dijo tan sencillamente y que lo aplicó a todo el género humano, sin distinguir entre griegos y bárbaros. El segundo punto es la creencia de Alejandro de que él tenía la misión divina de ser el armonizador y reconciliador del mundo, de hacer que todos los hombres, siendo hermanos, vivieran juntos en la Homonoia, en la armonía de corazones y espíritus... La tercera faceta... era el deseo, expresado en la libación y en la plegaria que hizo en Opis, de que todos los pueblos de su reino fueran asociados y no tan sólo subditos." En Clasica! Philology, vol. XLV, n' 3, julio de 1950, Philip Merlán se opuso a las afirmaciones de Tarn, en un artículo titulado "¿Alejandro Magno o Antifón el Sofista?", en el cual el autor aduce que "la idea de la igualdad de todos los hom"res —griegos y bárbaros por igual— fue "proclamada un siglo antes de Alejandro Magno", por el hombre de letras ateniense del siglo v, Antifón, en su obra llamada Verdad, * Véase III. ni. 206 y V. v. 425-8. El primer hegcmón de la serie, Huan, el príncipe del estado parroquial Tsi, se aseguró el reconocimiento de su hegemonía por parte de los estados representados ' n un congreso que él convocó en 63i a. de C. Este acuerdo cobró cuerpo en un

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y, por lo menos dos potencias ejercieron sucesivamente esa autoridad en nombre de los Chou, antes de que desapareciera esta embrionaria constitución de una Sociedad de las Naciones sínicas.1 Luego se dieron ocasionales conferencias internacionales —por ejemplo, en 546 a. de C.—2 para conservar la paz entre estados parroquiales, las cuales entre 679 y 628 a. de C. fueron convocadas bajo los auspicios de los sucesivos hegemones. Sólo después de inaugurarse el segundo capítulo de la serie sínica de los ciclos de paz y guerra, los estados contendientes terminaron por abandonar su a medias sincera búsqueda de una manera de vivir pacíficamente unos junto a otros, y se entregaron a guerras fratricidas que degeneraron en una cruda lucha por la existencia; y aun después de este segundo paroxismo del tiempo de angustias sínico, la moderadora institución de la hegemonía parece haber revivido una o dos veces más.3 Estos ensayos sínicos, helénicos y occidentales indicaban la posibilidad de impedir la acaso inevitable fricción de los estados parroquiales que reducía a polvo un cuerpo social, mediante algún remedio menos drástico que el derrocamiento de aquellos ídolos turbadores de la paz, al precio de un mal mortal para la propia sociedad sufriente. Como alternativa de la forzada imposición de un estado universal, que invariablemente fue, llegado su momento, un remedio letal para una enfermedad mortal, ¿no podría algún día una civilización responder a la incitación del colapso induciendo a los leales subditos de estados parroquiales aún no eliminados, a subordinar voluntariamente su patriotismo parroquial a alguna institución ecuménica suprema, que sería la encamación política de toda la sociedad, y no ya tan sólo de un fragmento u otro de ella? ¿No ofrecería esa nueva solución de un viejo problema político mejores esperanzas de vida a los propios estados parroquiales, así como a la sociedad de que ellos eran articulaciones políticas? Seguramente, si esos estados parroquiales dejaran de ser una amenaza a la supervivencia de la sociedad por el hecho de dejar de ser objetos de culto idólatra, luego sus adeptos ya no deberían enfrentarse instrumento diplomático formal en 679/8 a. de C. (véase Franke, O.: Geschichte des Chinesischen Reiches, vol. i (Berlín y Leipzig 1930, de Gruyter), pág. 161). 1 Los dos hegemones cuyas hegemonías parecen históricamente probadas son los primeros dos de los cinco que figuran en la lista tradicional: el príncipe Huan de Tsi (domínabatur 685-643 a. de C.) y el príncipe Wen de Chin (dominabatitr 635-628 a. de C.). A juicio de Franke (véase op. cit., vol. i, pág. 162), las hegemonías de los últimos tres príncipes de la lista no están tan bien atestiguadas por pruebas históricas, razón por la cual Franke sugiere que esos tres nombres se incluyeron para completar el número de cinco, a causa de la significación que este número tenía en el convencional sistema del pensamiento sínico. De manera que el tiempo que duró la edad de las hegemonías en la historia sínica sería de 685-628 a. de C., en lugar de 685-591 a. de C., que señala la cronología tradicional. ~ Véase I. i. 113 y V. vi. 304. •¡ En este período pudo haber habido cierto reconocimiento de la hegemonía del rey Kou-Tsien, de Yue (regiiabat c/rca 500-470 a. de C.) y del príncipe Hiao de Tsin (dominabatur 361-338 a. de C.), según Franke, op. cit., vol. i, págs. 162

y 177-8.

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con la terrible elección entre permitir que su idolización de instituciones políticas parroquiales destruyera la sociedad, o bien conservar la sociedad, al precio casi prohibitivo de permitir que los estados parroquiales y todos los tesoros asociados a ellos quedaran eliminados, para hacer lugar a un estado universal impuesto por la fuerza. En el plano político, el objetivo era encontrar un camino intermedio entre los dos extremos antitéticos y mortales: una devastadora lucha librada entre irreconciliables estados parroquiales, y una desoladora paz ecuménica impuesta por un golpe de "knock-out". La recompensa de lograr pasar a través de esas adamantinas Simplégades, cuyas fragorosas quijadas habían triturado todo barco que intentó pasarlas hasta ese momento, bien pudiera ser la legendaria experiencia de los Argonautas que se deslizaron por el peligroso estrecho para dar en un hasta entonces no navegado mar abierto. Si un día los hijos de una de las civilizaciones realizaran esta hazaña pioneer, semejante conquista bien pudiera inaugurar un nuevo capítulo de la historia, con un nuevo clima espiritual. Era sin embargo obvio que este feliz desenlace de algunas de las tribulaciones que el hombre se había acarreado en la edad de las civilizaciones no podría quedar asegurado por ningún talismán de una constitución federal para una entidad política ecuménica. Las precisas disposiciones constitucionales mejor calculadas para asegurar la armonía de la multiplicidad en la unidad y de la unidad en Ja multiplicidad deberían necesariamente variar según la naturaleza de las particulares circunstancias en que se presentara la incitación; de manera que el más hábil y más oportuno mecanismo político aplicado a la estructura de un cuerpo social nunca serviría como sustituto de la redención espiritual de las almas. Esas causas próximas de colapso y desintegración, tales como el cisma horizontal abierto en el cuerpo social por la guerra entre estados parroquiales, y el cisma vertical abierto por la lucha de clases, en verdad no eran sino síntomas políticos de una enfermedad espiritual, y una copiosa experiencia había demostrado hacía ya mucho tiempo, más allá de toda disputa, que las instituciones técnicamente perfectas de nada valían para evitar que almas díscolas entraran en conflicto entre sí, en tanto que los hermanos que hubieran armonizado sus voluntades para habitar juntos en la unidad no encontrarían ninguna dificultad insuperable para hacer que tuvieran éxito instituciones técnicamente imperfectas, al poner en corto circuito una disciplina social mimética, valiéndose de destellos de "la luz que se enciende cuando surge la llama",1 y al subordinar las cosas que son de César a las cosas que son de Dios.2 Si las perspectivas del hombre en proceso de civilización, en su ardua tarea de subir desde el fondo de un riscoso precipicio al invisible y no alcanzado borde de arriba,3 dependían evidentemente sobre todo de la capacidad del hombre para recobrar el perdido dominio de sus fuerzas, 1 2 3

Platón, Cartas, n" 7, 341 B-E, citado en III. ni. 265. Mateo XXII. 21; Marcos XII, 17; Lucas XX, 25. Véase II. i. 219-21.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 232 era no menos evidente que este conflicto iba a decidirse por el curso que tomaran las relaciones del hombre, no tanto con sus semejantes y consigo mismo, sino sobre todo con Dios, su Salvador.

C. LA RESISTENCIA DE LAS CUESTIONES HUMANAS A SOMETERSE A LEYES DE LA NATURALEZA I. EXAMEN DE EJEMPLOS (a)

LA VARIABILIDAD DEL COEFICIENTE DE CAMBIOS CULTURALES

i. La hipótesis de la ¡nvariabilidad y las pruebas en contra de ella En la anterior división de esta Parte llegamos a la conclusión de que hay leyes de la naturaleza a las que pueden sujetarse las cuestiones humanas; pero el mismo examen empírico de hechos históricos que atestiguaba de la manifestación de esas leyes nos informaba también que ellas no son inexorables. Comprobamos que leyes de la naturaleza no humana que el hombre no puede abrogar, ni tampoco modificar, pueden empero someterse a fiscalización humana, es decir, que el hombre puede eludir la influencia de esas leyes, cuando su obrar frustra los fines humanos, y puede buscarla, cuando ésta sirve a fines humanos. Aunque, por ejemplo, el hombre no tiene poder alguno para cambiar la dirección o la fuerza de los vientos, puede empero disponer las velas de tal modo que recojan los vientos e impulsen el barco al puerto a que el hombre desea dirigirse; puede construir un aparejo de velas que le permita aprovechar vientos casi contrarios, navegando de bolina; y, cuando un huracán sopla ferozmente sobre la nave, el hombre puede tomar rizos y así atenuar el impacto de las ráfagas. Al dirigir hábilmente el curso de las cuestiones humanas en medio del obrar de fuerzas no humanas sometidas a leyes rígidas y por lo tanto calculables y predecibles, el hombre puede impedir que leyes potencialmente adversas le pongan obstáculos: y puede obligar a leyes potencialmente favorables a que lo ayuden en la ejecución de sus designios. Y cuando las leyes de la naturaleza son leyes de la psique humana, el hombre puede asimismo gobernarlas, es decir, puede disminuir la discordia y aumentar la armonía de la vida humana, al reconciliar voluntades personales que por fuerza tienen que encontrarse en la vida de una criatura que debió hacerse social antes de ser humana, y al salvar el abismo que hay entre cada una de esas personalidades conscientes y la psique subconsciente con la que toda personalidad consciente se verá acompañada en la vida de una criatura en cuya alma el Espíritu nunca se movió

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sino en la haz de las aguas,1 y que había sido hecha para ver la luz sólo contra el fondo de las tinieblas.2 Estas pruebas de la capacidad que tenía el hombre para gobernar sus propias cuestiones, ya fuera eludiendo las leyes de la naturaleza, ya fuera aprovechándolas, plantea la cuestión de si no habrá alguna circunstancia en que las cuestiones humanas no se sujeten en modo alguno a las leyes de la naturaleza. Podemos explorar esta posibilidad valiéndonos del mismo método empírico de indagación que acabamos de emplear para determinar el alcance del dominio de la naturaleza sobre el hombre; y podríamos comenzar investigando el coeficiente de los cambios sociales. Si comprobamos que el ritmo es variable, esto constituirá una prueba de que las cuestiones humanas se resisten a someterse a las leyes de la naturaleza, por lo menos en la dimensión temporal; sin embargo, no podemos dar por sentada la variabilidad del coeficiente de los cambios sociales. Al estudiar los fenómenos de desintegración social comprobamos que el proceso de desintegración tiene un curso regular que se desarrolló uniformemente en una docena de casos diferentes, hasta el momento de escribir estas líneas. Comenzó invariablemente con un tiempo de angustias que invariablemente se resolvió en un estado universal; el paso del comienzo del tiempo de angustias, que significa el colapso de la civilización, al desmembramiento del estado universal, que significa la disolución de la civilización, se cumplió invariablemente en tres pulsaciones y media de un ciclo de caída-y-recuperación; y este proceso duró invariablemente un período mínimo de ocho siglos, en tanto que su período máximo nunca fue de más de once siglos. Además, las evidentes excepciones probaban la validez de las reglas de este proceso. Cuando la vida de un estado universal quedaba interrumpida, antes de haber completado su duración regular de unos cuatrocientos años, por el impacto de un cuerpo social extranjero, la sociedad asaltada se negaba a aceptar esa intervención como un coup de gráce, y prolongaba obstinadamente su propia existencia hasta encontrar una oportunidad para reasumir el curso regular del proceso de desintegración, al tornar a su interrumpida fase de estado universal y, esta vez, permaneciendo en ella hasta que esa experiencia social produjera todo el efecto psicológico que era su función producir, según el modelo general del proceso de desintegración. Ese proceso, que se negaba, pues, a aceptar una intervención exterior que le impidiera desarrollarse, mostraba análoga resistencia a los intentos de intervenir, realizados desde adentro. Un estado universal que completó plenamente el período normal de su curso, puede haber insistido en prolongar superfluamente sus años, pero ya vimos que en todos los casos terminaba desmembrándose, por más que hubiera conseguido posponer mucho 1 Génesis I. 2. ? Génesis I. 4.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 234 el día fatal. Y también vimos que en todos los casos este epílogo ilegítimo carecía de realizaciones creadoras. La vanidad de todos esos intentos de desafiar las leyes de la desintegración social atestigua el carácter inexorable de estas leyes,, de manera tan impresionante, y este proceso de desintegración sujeto a leyes se cumplió de manera tan cabal en la historia de las sociedades de la especie de las "civilizaciones" durante los primeros cinco o seis mil años de su existencia, que nos vemos llevados a preguntarnos si esta propensión a mantener el ritmo temporal, que se manifestó en el proceso de desintegración, en un período que va entre un mínimo de alrededor de ochocientos años y un máximo de alrededor de mil años, no gobierna la historia de las civilizaciones, no sólo cuando estas sociedades se están desintegrando, sino también cuando se hallan aún en crecimiento. Si el ritmo de la historia fuera en verdad constante en todas las circunstancias, es decir, que el paso de cada década, cada siglo o cada milenios generara cambios psicológicos y sociales definidos y uniformes, seguiríase de ello que, en el caso de conocer el valor cuantitativo de la serie psicosocial o el período de la serie temporal, estaríamos en condiciones de calcular la magnitud de los correspondientes valores desconocidos de otras series. Si suponemos, por ejemplo, que en la historia de la civilización X sabemos que una generación /? estaba separada de una generación a por un intervalo temporal de, digamos, cien años, deberíamos luego poder estimar la distancia psíquica y social que hay entre estas dos generaciones, aun cuando su relación cronológica fuera la única información que tuviéramos de ellas. Inversamente, si conociéramos la diferencia social y psíquica entre dos generaciones, gracias a estar informados de sus respectivas costumbres y modos de ser, por fuentes sin fecha, tales como leyendas folklóricas transmitidas oralmente o pruebas materiales de artefactos estratificados que desenterraran los arqueólogos, deberíamos poder estimar por inferencia, el intervalo cronológico que las separa, aun cuando no nos hubiera llegado o no hubiéramos descubierto ninguna tablilla de fechas que nos informara sobre la relación cronológica de esas generaciones en cifras redondas. El supuesto de que un particular coeficiente de cambios psicosodales abarca invariablemente la misma cantidad de tiempo para llevarse a cabo, llegó a ser un artículo de fe tan incuestionable, por lo menos para un distinguido estudioso occidental moderno de la historia egipcíaca que ese erudito llegó a rechazar los datos cronológicos suministrados por la astronomía, en razón, no de que ellos fueran dudosos en sí mismos, sino de que aceptarlos significaría, en consecuencia, aceptar la, para él inadmisible, proposición de que el ritmo de los cambios psicosociales producidos en el mundo egipcíaco debía de haber sido notablemente más rápido durante un período de doscientos años, que en el período inmediatamente anterior de aproximadamente la misma cantidad de años.

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"Si en un documento egipcio encontramos que el orto helíaco de Sirio ocurrió en un determinado mes de un determinado año del reinado de un determinado rey, parecería que calculando la pérdida de días correspondiente podríamos descubrir el año antes de Cristo a que aquel año dado corresponde. De acuerdo con este principio y teniendo en cuenta la declaración contenida en un papiro que se encontró en Kahun, de que Sotis tuvo un orto helíaco el primer día del mes de Farmouti, durante el séptimo año de Senusret III, se llegó a computar que ese año era 1882 (1876) o 1876 (1872) a. de C, mientras que, partiendo de los mismos datos, otro cómputo llegaba al año 1945 a. de C. Pero hay muchas circunstancias que hablan en contra de una aceptación sin reservas de cualquiera de esas fechas en el estado actual de nuestros conocimientos. Si se aceptara la primera de ellas, el fin de la dinastía XII se habría producido en 1788 a. de C.; i pero todos aquellos que estudiaron los materiales de la historia de la época admitirán que es difícil asignar sólo dos siglos al período transcurrido entre la dinastía XII y la dinastía XVIII. Si hay semejanzas de cultura entre la dinastía XII y los primeros reinados de la dinastía XVIII, semejanzas que hacen pensar en una comparativa proximidad en el tiempo, hay por otro lado diferencias que no pueden explicarse si se estima que esa distancia no para de doscientos años. La propia dinastía XII duró dos siglos. ¿Son los cambios que se observan durante este tiempo comparables, de algún modo, con aquellos que se produjeron entre su terminación y el surgimiento de la dinastía XVIII? La respuesta no puede ser sino decididamente negativa."2 Y esa respuesta podría ser correcta, pero no basta para probar lo que se pretende basar en ella. Bien pudiera ser cierto que, durante el intervalo transcurrido entre el fin de la dinastía XII y el comienzo de la dinastía XVIII, la cultura egipcíaca hubiera cambiado más de lo que cambió mientras la dinastía XII ocupó el trono; pero no se sigue d e ello que el tiempo que se necesitó para producir el mayor de estos dos cambios desiguales deba ser proporcionadamente más largo que el tiempo que llevó producir el menor de los cambios. Lejos de ser condición indispensable suponer que el coeficiente de cambio deba ser constante, sería sorprendente que el ritmo de los cambios fuera en verdad el mismo en dos períodos tan diferentes entre sí en cuanto a sus circunstancias sociales. El segundo de los dos fue un interregno anárquico en el que bien podíamos esperar que el ritmo de los cambios 1 El último año (incompleto) del régime de la dinastía XII sería, no 1788 a. de C., sino 1778 a. de C., según la revisión de L. H. Wood (en el Bulletin oj the American Schools of Oriental Research, n9 99, octubre de 1945 (New Haven 1945, A. S. O.R.), págs. 5-9), de la cronología de W. F. Edgerton (en el Journal of Near Bastera Studies, vol. I (Chicago 1942, University of Chicago Press), págs. 306-14). Según R. A. Parker, en The Calendan of Anitent Egypt (Chicago 1950, University of Chicago Press), pág. 69), el último año del régime de la dinastía XII fue 1786 a. = • de UC C. <„. — A. 1\. J. }. T. 1. 2 Hall, H. R.: "Egyptian Chronology", en The Cambridge Ancietit HisfQry, vol. J, 2" ed. (Cambridge 1924, University Press), págs. 168-9.

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fuera acelerado, en tanto que el período anterior fue un tiempo de paz, orden y estabilidad relativos, en el que bien podíamos esperar que el ritmo del cambio fuera lento. Una conclusión fundada en esta diferencia de carácter que había entre los dos períodos se anticipaba así a las pruebas astronómicas, las cuales indicaban que el mayor de los cambios producidos durante el segundo período no tardó en verificarse más tiempo que el menor de los cambios producido en el primer período; y en efecto, en el momento en que se escribía el presente capítulo de este Estudio, en 1950 d. de C, el consenso de los egiptólogos se había declarado decididamente en favor de aceptar las pruebas cronológicas de la astronomía, sin atender a la hipotética y poco convincente ley según la cual el ritmo de los cambios psicosociales no está sometido a variaciones. Este juicio del sentido común quedó fuertemente reivindicado por hechos indiscutibles en una serie de casos en los que los períodos de tiempo que transcurrieron para que se desarrollaran cambios culturales comparables al cambio registrado desde la cultura de la dinastía XII a la cultura de la dinastía XVIII, en la historia egipcíaca, nos son conocidos por registros cronológicos que no puede impugnar ninguna estimación subjetiva del tiempo que pudieron necesitar esos cambios culturales para producirse. Por ejemplo, sabemos de seguro que los restos del templo de Zeus en Olimpia y del Partenón en Atenas, que aún se levantan en nuestros días, datan del siglo v a. de C.; sabemos que los restos del Olimpieión de Adriano en Atenas, y del Templo del Sol en Balbek, datan del siglo II de la era cristiana, y sabemos que la iglesia de Ayía Sofía de Constantinopla data del siglo vi de la era cristiana; pero suponiendo que no tuviéramos constancia de ninguna de esas fechas y que faltándonos pruebas directas tratáramos de reconstruir la cronología mediante un cálculo de los intervalos transcurridos entre las fechas de las tres series de edificios, fundándonos en la base de Hall, quien supone que el ritmo de los cambios culturales es invariable, tendríamos que llegar a la conclusión de que el intervalo transcurrido entre el Olimpieión y la Ayía Sofía —edificios que representan dos órdenes de arquitectura, no sólo diferentes, sino antitéticos en el estilo, la inspiración y el ethos— tiene que ser mucho mayor que el intervalo que separa el Partenón del Olimpieión, ya que el Olimpieión es manifiestamente una mera variante del tema arquitectónico del Partenón. En realidad, como lo sabemos fuera de toda discusión, el intervalo que separa al Partenón del Olimpieión, lejos de ser mucho más breve que el intervalo que separa el Olimpieión de la Ayía Sofía es de casi el doble, de suerte que estimar la duración relativa de los intervalos fundándonos en la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios, sería en alto grado engañoso. Si volvemos nuestra atención de la arquitectura eclesiástica a la construcción naval y aplicamos la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios a las fechas de sucesivos tipos de barcos de guerra en

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la historia de la armada británica, nos veríamos llevados a inferir que el Sovereign of the Seas (botado en 1637 d. de C.) debía de estar separado del Queen (botado en 1839 d. de C.) 1 por un período mucho más breve que el que separaba el Queen del Royal Sovereign (botado en 1891 d. de C.). Con este método a prioñ de cálculo no habría ninguna otra conclusión plausible, atendiendo a que el Queen era un barco velero de madera, con tres mástiles y aparejo de cruzamen, cañones montados a lo largo de ambas bandas, cuyas diferencias respecto del Sovereign of the Seas eran tan sólo diferencias de detalle, en tanto que el Royal Sovereign, con sus torres de cañones a popa y a proa, su casco de hierro, su blindaje de acero, su par de chimeneas y con sus propulsores de vapor, era un marciano monstruo marino, que ningún marinero de la escuadra de Codringtcn, que actuó en Navarino el 20 de octubre de 1827, habría reconocido como un barco, en ningún sentido inteligible de la palabra. Caeríamos asimismo en análogos errores si confiáramos en el mismo principio a prlorí y tratáramos de estimar el tiempo transcurrido entre la época del equipo de un soldado romano de los últimos días del imperio de Occidente, de un soldado sajón del comitatus del sacro emperador romano Otón I y de un caballero normando, representado en los tapices de Bayeux. Si tenemos en cuenta que los escudos redondos y los yelmos encopetados y de borde cuadrado de los gladiadores que usaban los soldados de Otón, son variaciones evidentes del equipo de los soldados de Mayoriano,2 en tanto que los soldados de Guillermo el Conquistador llevaban yelmos cónicos sármatas y escudos de forma alargada, la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios nos llevaría también a una conclusión contraria a los hechos cronológicos, porque nos haría suponer que el intervalo transcurrido entre Otón I 1 "Todavía en 1845 se estaba construyendo en Devonport un Sanspareil según el modelo del barco del mismo nombre tomado a los franceses en 1794, aunque verdad es que la nave nunca llegó a botarse como barco velero de línea, sino que, mientras se hallaba aún en el astillero, fue ampliado, convertido en un barco de hélices de ochenta cañones y botado en 1851" (Clowes, W. JL: The Royal Navy: A History, vol. vi (London 1901, Sampson Low, Marston & Co.), pág. 191). "El primer barco [británico] de línea que ab initio se concibió con hélices fue el Agamemnon 8o, que se construyó en Woolwich, en 1849 y se botó en 1852" (Ibid., pág. 198). "El último barco de guerra [británico] de madera, aunque provisto de hélice, fue el Collingwooel, de 1861" (Christopher Lloyd, de la Navy Records Society, en una carta fechada el 23 de enero de 1951, en la que amablemente daba esta información al bibliotecario de la R. 1.1. A., en respuesta a un requerimiento del autor de este Estudio). 2 Sin duda debemos tener en cuenta la posibilidad de que el retrato de un soldado occidental del siglo x pueda haber estado influido acaso por un espíritu conservador inconsciente, que lo hacía asemejarse más a un soldado romano del siglo v que lo que realmente se asemejaba; pero tal espíritu conservador no puede haber llegado al extremo de enceguecer tanto a los artistas occidentales de la edad de tinieblas que no vieran ia realidad inmediata, pues no podían ignorar el nuevo equipo del caballero del siglo XI; por el contrario, evidentemente se complacían en reproducirlo con toda fidelidad. Según esto, parece razonable suponer que el retrato que esos artistas hicieron del soldado occidental del siglo x es realmente fiel.

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(regnabat et ¡mperabat 936-73 d. de C.) y Guillermo el Conquistador (di/cebat et regnabat 1035-87 d. de C.) debía ser mucho más largo que el intervalo transcurrido entre Mayoriano (imperabat 457-61 d. de C) y Otón I. En los tres casos que acabamos de citar, las estimaciones basadas en el supuesto de que el ritmo de los cambios es invariable se apartan de los verdaderos hechos cronológicos, porque en realidad el ritmo no era constante. En estos tres casos a un periodo de cambios culturales relativamente lentos sucedió una explosión relativamente brusca de rápidos cambios culturales. Podríamos completar nuestra exposición de la argumentación que formulamos contra la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios, citando un caso inverso, en el que a una explosión de rápidos cambios siguió un período de cambios lentos. Si consideramos en una visión sinóptica el modo general de vestirse del hombre occidental (excepción hecha del militar y el clerical) en 1700 d. de C. y en 1950 d. de C. comprobaremos inmediatamente que la chaqueta, el chaleco, los pantalones y el paraguas de 1950 d. de C. son tan sólo variaciones de la chaqueta, el chaleco, las calzas y la espada de 1700 d. de C.; en cambio el jubón y los gregüscos de 1600 d. de C. son diferentes de la ropa civil occidental de 1700 d. de C., así como el equipo militar occidental de 966 d. de C. es diferente del equipo militar occidental de 1066 d. de C. Si pidiéramos a un niño que ignorara las fechas, que estimara, frente a tres cuadros de célebres poetas occidentales y atendiendo a su vestimenta, cuáles eran los dos que estaban separados por un intervalo de un siglo y cuarto y cuáles eran los dos que estaban separados por dos siglos, el inocente niño sin duda diría que el siglo y cuarto era el intervalo que separaba a Pope (mlus 1688 d. de C) de T. S. Eliot (natas 1888 d. de C.) y que los dos siglos era el intervalo que separaba a Shakespeare (natus 1564 d. de C.) de Pope (natus 1688 d. de C). Estos ejemplos nos indican que debemos guardarnos del peligro de confiar en la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios como base para estimar no ya tan sólo el intervalo de tiempo que separaba al Imperio Medio egipcíaco del Imperio Nuevo, sino también la cantidad de tiempo que necesitaron sucesivos estratos de restos de ocupación humana para acumularse en algún sitio cuya historia se ha reconstruido, contando tan sólo con las pruebas materiales desenterradas por la azada del arqueólogo, a falta de datos cronológicos contenidos en registros escritos independientes descifrables y dignos de crédito.1 Si por ejemplo nos viéramos tentados a computar la duración 1 Semejante intento de construir una cronología absoluta por inferencias del espesor de los estratos de depósitos ha de distinguirse naturalmente del intento de estimar la edad y duración relativa de los estratos depositados en diferentes lugares de la misma órbita cultural, comparando las semejanzas y diferencias que hay entre sus respectivos contenidos, como hizo C. F. A. Schaeffer, en su monumental y magistral Stratigrapbie Compares et Chronologie de l'Asie Occidentale (m e et ne Millénaires):

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que tuvo la edad neolítica en el lugar de Cnosos midiendo el espesor de los depósitos neolíticos y considerando que éstos se depositaron en un ritmo constante de tantos pies por siglo, sin atender a la posibilidad de que el ritmo del proceso pudo haber sido más lento a comienzos de la edad neolítica que al principio de la edad calcolítica, haríamos bien, antes de lanzarnos a semejantes empresas, en considerar seriamente estos dos hechos pertinentes: que el volumen de documentos depositados en los archivos de White Hall durante los seis años de guerra de 1939-45 d. de C. era igual a todo el volumen de documentos depositados en los archivos británicos antes de setiembre de 1939; y que el volumen de productos minerales extraídos por el hombre durante el cuarto de siglo que termina en 1925 d. de C. era igual al volumen de productos minerales extraídos hasta 1900 inclusive.1 El segundo de estos dos hechos debería hacernos guardar de todo intento de estimar la edad de una cosa midiendo su altura. Este procedimiento acaso fuera legítimo tratándose de un hormiguero, puesto que Syrie, Palesline, Aste Mineare, Chypre, Pcrse et Caucase (London 1948, Oxford University Press). Al comparar los estratos sucesivos de diferentes lugares, Schaefer compara entidades que son legítimamente comparables. El error de método consiste en suponer que el ritmo de los cambios es constante y que por lo tanto puede establecerse, atendiendo al espesor de los estratos, la duración de tiempo o viceversa. No pueden asignarse con precisión valores cronológicos absolutos a estratos de restos, a menos que se satisfagan dos condiciones. En primer lugar, el estrato cuya fecha pretende establecerse debe contener algún objeto que atestigüe que fue fabricado durante algún particular reinado o alguna otra unidad de tiempo independientemente bien definida y limitada. En segundo lugar al reinado, o a la otra unidad de tiempo con que se haya identificado el estrato debe poder asignársele algún lugar definido en un cuadro cronológico de una cronología bien establecida, que en la historia egipcíaca comienza circa 1580 a. de C., con la inauguración del Imperio Nuevo por Amosis y que se prolonga luego, sin interrupciones, hasta pasar a la era cristiana. 1 Estas dos declaraciones poseen la sanción de alta autoridad. La segunda de ellas fue formulada por el profesor C. K. Leith, de la Universidad de Wisconsin, en una conferencia dada en agosto de 1925 en el Williamstown Institute of Politics, a la que asistió el autor de este Estudio; en cuanto a la primera, fue verificada por el autor de este Estudio durante una conferencia sobre la documentación de guerra, reunida en Amsterdam, en setiembre de 1950, en una conversación que mantuvo con el profesor \V. K. Honcock, el erudito encargado de redactar la historia oficial de los actos de los diferentes departamentos del gobierno del Reino Unido durante la guerra de 1939-45 d. de C. La declaración de Leith fue repetida en un libro publicado dieciocho años después de la conferencia de esta autoridad. "El estallido de la industrialización a partir de comienzos de este siglo intensificó el uso de minerales, tanto en su volumen como en su variedad. En este período de expansión industrias de cuarenta años, el mundo usó más de sus recursos minerales de lo que había usado en toda la historia anterior." (Leith, C. K.: World Miaerah and World Peace (Washington, D. C. 1943, The Brookings Instituíion), pág. i.) La estimación de Leith en cuanto al acrecentamiento del uso de los minerales en general está corroborada por la estimación de otro experto contemporáneo, sobre el acrecentamiento del uso del cobre. "La producción total del mundo desde los primeros tiempos hasta 1910 ha sido estimada en 21 millones de toneladas. En los años 1911-1930 se extrajeron 25 millones de toneladas" (Hó'gbom, I.: "Mineral Production", en el Proceedings of tbe Royal Swedisb Institute jar Engiueering Research, n' 117 (Estncolmo 1932, Svenskabokhandelscentralem), pág. 29).

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las sociedades de insectos que depositan esas huellas materiales inanimadas de su vida estuvieron en equilibrio estable con su contorno x en edades que comienzan mucho antes de la epifanía del género humano. Hasta podría ser legítimo suponer que el ritmo de los depósitos es constante tratándose de sociedades humanas primitivas, que se hallaban en su último estado Yin (el único estado en el que tenemos conocimiento de ellas), 2 suponiendo siempre que pudiéramos estudiar una sociedad primitiva (ya viva, ya extinguida) que no se hubiera visto contaminada por la irradiación de ninguna civilización, y que hubiera dejado restos comparables, en cuanto a solidez y dimensiones —teniendo en cuenta las respectivas escalas—, al falansterio de una comunidad de hormigas blancas. Sea ello lo que fuere, la hipótesis de la invariabilidad del ritmo de los cambios no es, evidentemente, legítima cuando consideramos las civilizaciones, puesto que la marca distintiva del ritmo de éstas es una inestabilidad que es tan característica de su crecimiento como de su desintegración. 2. Ejemplos

de aceleración

Quizá sea conveniente proseguir nuestro ataque inicial contra la hipótesis de que el ritmo de los cambios culturales es invariable, pasando brevemente revista a ejemplos, primero de aceleración, luego de retardación, y por fin de ritmo alternado. Un ejemplo familiar de aceleración es el fenómeno de las revoluciones que se producen en el círculo de familia de una misma sociedad, pues la revolución, en el uso más corriente de este término en Occidente es —como comprobamos en un lugar anterior de este Estudio—3 un movimiento social producido por un encuentro entre dos comunidades que, aunque pertenecen a la misma sociedad, se hallan en ese momento, en diferentes fases de evolución —militar, política, económica, intelectual o espiritual, según el caso— que difieren lo bastante para estimular a la más atrasada de las dos partes a acelerar deliberadamente el paso, con la intención de ponerse a la par, mediante marchas forzadas, con su vecino y contemporáneo más adelantado. En la historia occidental moderna tardía el ejemplo clásico es el revolucionario movimiento del pueblo francés, producido a partir de 1789 d. de C, para estar a la altura del progreso constitucional, que se hallaba por delante del anden régime francés del siglo xvm y que en ese momento habían alcanzado ya Gran Bretaña y los Estados Unidos. Un tipo de revolución relativamente más violenta es el que engendra el encuentro producido entre los hombres de las marcas de una civilización y los más precozmente cultivados habitantes del interior, cuando los hombres de las marcas se proponen reparar un atraso cultu1 2 3

Véase III. III. 126-30. Véase I. I. 207-8. En IV. iv. 149-50.

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ral que en su caso suele ser mayor que cualquier diferencia cultural que pueda haber entre una comunidad del interior y otra. En la historia helénica el ejemplo clásico es la serie de movimientos revolucionarios que hizo el pueblo romano para ponerse a la par, primero con el progreso constitucional de Atenas, y luego con el progreso social de Esparta. Cuando Roma inició sus marchas forzadas en el siglo v a. de C., estaba, como ya vimos,1 unos ciento cuarenta o ciento cincuenta años atrasada respecto de Atenas, si nos es lícito equiparar la compilación de las Doce Tablas del derecho romano que llevaron a cabo los decenviros, circa 450 a. de C., con la Constitución que Solón elaboró para Atenas a partir de 594 a. de C. En el año 133 a. de C., cuando Tiberio Graco lanzó en Italia su revolucionario programa de reforma agraria, emulando así el programa lanzado en Lacedemonia por el rey Agis IV en 243 a. de C.,2 los hombres de las marcas romanas del mundo helénico habían reducido su lapso de retraso respecto de las comunidades del corazón de la Hélade, de aproximadamente ciento cincuenta años a no más de ciento diez; pero fue necesario el siglo de revolución y guerra civil que Tiberio Graco desencadenó sin proponérselo, para que Roma avanzara derechamente hasta la posición de adelanto de sus contemporáneas helénicas. En el curso de ese terrible siglo, la stasis que imperó en el seno de la República Romana fue idéntica al paroxismo final del tiempo de angustias helénico; y las ya no imaginables misiones de imponer la paz internacional al mundo helénico y la paz interna a la única gran potencia helénica sobreviviente fueron cumplidas en el mismo momento por un Augusto que combinó el ejercicio de una dictadura revolucionaria, dentro del cuerpo político romano, con la providencial misión de salvar al mundo helénico en virtud de unir en su persona el deus ex machina y el patrón, circunstancia que hizo que este estadista-Jano pareciera héroe tan grande a los ojos de los intolerablemente oprimidos subditos de Roma, como villano a los ojos de una por fin castigada aristocracia senatorial romana, que había estado abusando durante tanto tiempo y tan abominablemente de su poder. Esta progresiva aceleración de la marcha de los romanos en el curso de la historia helénica es, por supuesto, tan sólo un ejemplo sobresaliente de las marchas forzadas que emprendieron pueblos de los dominios fronterizos de una sociedad para ponerse a la par con la gente más precozmente cultivada, que vivía a menor distancia del corazón de la sociedad. En la historia minoica, por ejemplo, tenemos atisbos —aun a través del oscuro espejo de la arqueología—, de que los habitantes del Peloponeso alcanzaron progresivamente a los de las Cicladas y Creta, y de que los habitantes de la Grecia Central se pusieron a la par con los del Peloponeso, mientras Tesalia lo hizo con la Grecia Central.3 Cuando Tesalia pasó de su edad neolítica a su edad calcolítica, \n IV. iv. 217. 3 Vaase V. vi. 300, n. 2. Véase el cuadro cronológico contenido en Glotz, C.: La Civilisation Egéene

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área 2000 a. de C, se hallaba a no menos de mil años detrás del Peloponeso, las Cicladas y Creta, que habían dado todos ese paso circa 3000 a. de C., y se hallaba quinientos años detrás hasta de la Grecia Central, que se había separado de Tesalia, al salir de la edad neolítica, circa 1500 a. de C. Luego, cuando Tesalia pasó de la edad calcolítica a la edad de bronce circa 1580 a. de C., se hallaba sólo a seiscientos veinte años de atraso respecto del Peloponeso, que había cruzado la misma línea circa 2200 a. de C., y a no más de ochocientos veinte años de atraso respecto de las Cicladas y Creta, que la habían cruzado circa 2400 a. de C. Al terminar el proceso minoico, circa 1200 a. de C., Tesalia salió de la civilización de la edad de bronce, para entrar en la barbarie de la edad de hierro,1 a la par, cabeza con cabeza, con todas las otras provincias del mundo minoico en disolución, lo cual significa que durante los 380 años que van de 1580 a 1200 a. de C., Tesalia cubrió la distancia cultural que las Cicladas y Creta tardaron 1200 años (2400-1200 a. de C.) en cubrir. Esta serie de datos comparativos indica que en Tesalia y en la época de la civilización minoica hubo una progresiva aceleración del ritmo cultural en el curso de los ochocientos años que terminan en el paso del siglo xm al siglo XII a. de C. Más allá de los puestos más exteriores de los dominios geográficos de la civilización, ocupados por hombres de las marcas, hay reductos de sociedades primitivas cuyos hijos son conversos potenciales a la cultura de la civilización adyacente cuando ésta se halla en crecimiento, pero que se convierten en enajenado proletariado externo cuando la civilización pierde su atractivo a causa de un colapso.2 En un lugar anterior 3 echamos un vistazo a lo que le ocurre a esos bárbaros transfronterizos después de producirse el colapso del limes militar de un estado universal, 'limes que contuvo a los bárbaros durante generaciones o acaso hasta durante siglos. En el momento en que la súbita explosión del dique cultural y militar lanza la ola de barbarie sobre los restos, largamente protegidos, pero ahora por fin indefensos, de una ciudad jardín que se hallaba dentro de los muros derrumbados, la diferenciación cultural entre los bárbaros sin más y los refinados ciudadanos de una cosmópolis, llega a ser tan extremada que el esfuerzo de aceleración cultural que los bárbaros invasores necesitan hacer, si pretenden ponerse a la par con los subditos conquistados del desvanecido estado universal, suele estar más allá de los límites de las facultades de adaptación de la psique humana. Por eso el destino de los bárbaros es a menudo irónico. Cuanto más sensacionales son sus triun(Paris 1923, La Renaissance du Livre), págs. 28-31. La determinación de las fechas de los estratos de restos del mundo minoico que lleva a cabo Glotz se basa en la presencia de objetos de origen egipcíaco, que hizo posible, por lo .menos hipotéticamente, traducir los términos relativos de la estratografía egea a los términos absolutos de la cronología egipcíaca, desde la fecha de la inauguración de Ja dinastía XVIII en adelante. 1 Véase III. ni. 179-80. 2 Véase V. v. 204-20. 3 En VIII. vm. 376-408.

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ros políticos y militares, más desmoralizador suele ser su bouleversement espiritual. Esos encuentros registrados entre hombres de las marcas, que viven en las orillas de los dominios de una civilización o bárbaros que viven poco más allá de sus fronteras, y las comunidades más cultivadas del interior, son variaciones del mismo tema histórico que el de los encuentros registrados entre representantes de dos o más civilizaciones diferentes; y en el estudio que hicimos de estos últimos encuentros observamos que cuando una civilización es alcanzada por el impacto de una sociedad de su propia especie, más poderosa y agresiva, una de las respuestas defensivas que dan los hijos de la civilización asaltada es el intento de combatir al agresor con sus propias armas, intento que hemos lamado "herodianismo".1 Puesto que el tiempo es lo esencial del problema del herodiano si la política de éste ha de justificarse por conseguir que la sociedad asaltada se mantenga antes de quedar enteramente abatida, el herodianismo exige necesariamente un esfuerzo de aceleración cultural. Y ésta es sin duda la explicación del éxito del movimiento herodiano que fue la reacción dominante que tuvo la abortada civilización escandinava frente al impacto de la cristiandad occidental medieval temprana. El autor de este Estudio recuerda la vivida impresión que le produjo una visita que realizó al Nordiska Museet, de Estocolmo, en el verano de 1910. Después de haber pasado a través de una serie de salas que mostraban de chefs d'oeuvre de las culturas escandinavas paleolítica, neolítica, de la edad de bronce y de la edad de hierro precristiana, se encontró de pronto en una sala que exhibía obras escandinavas de la Edad Moderna temprana de la historia occidental, en el estilo del Renacimiento italiano. Al preguntarse cómo pudo haber pasado por alto las obras escandinavas de la Edad Media occidental, que seguramente debían estar expuestas en las salas correspondientes según un orden cronológico, el visitante inglés volvió sobre sus pasos, para comprobar que por cierto había una sala medieval, pero que el contenido de ella era tan insignificante, en comparación con las obras de las edades precristianas que, después de todo, era muy fácil pasar por ella inadvertidamente. De manera que la impresión visual que tuvo el visitante a través de esa serie de salas de un museo de artes y artesanías escandinavas, fue la de que Escandinavia había pasado en un santiamén de una edad de hierro tardía, en la que había comenzado a crear una promisoria civilización propia y distintiva, a una Edad Moderna temprana en la que se había convertido en un participante poco distinguido de una cultura cristiana occidental italianizante, generalizada; y esa impresión reflejaba fielmente la evidente verdad histórica de que el tour de forcé que hicieron los pueblos escandinavos para injertarse en el tallo de la extraña civilización cristiana occidental se había realizado a marchas forzadas. 1

Véase IX. ix. 634-85.

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Parte del precio de esta hazaña de aceleración fue el empobrecimiento cultural del que daba testimonio el Nordiska Museet; pues la trivialidad de los atavíos occidentales modernos italianizantes que demostraba que los escandinavos habían logrado en esa fase de su historia alcanzar al cuerpo principal de la cristiandad occidental, resaltaba por la inimitable excelencia de las obras de edades anteriores a la conversión cultural de Escandinavia, producida en el siglo xi de la era cristiana; y esa excelencia era uno de los frutos del anterior lapso de retraso que los conversos escandinavos a la cultura occidental habían luego superado. Las obras de la edad paleolítica, de la edad neolítica y de la edad de bronce escandinavas eran excelentes porque la lenta artesanía escandinava generalmente había cultivado y perfeccionado técnica y motifs importados, mucho después de que éstos hubieran sido abandonados, en favor de alguna nueva técnica, en las regiones culturalmente precoces en que esos motifs y técnicas habían nacido.1 Conservar las ventajas culturales de la lentitud mientras se realizaba el toar de forcé de ponerse a la par con vecinos precoces era cosa que estaba más allá del ingenio de la escuela escandinava o de cualquier otra escuela de cultura; y además del ineludible castigo de empobrecimiento cultural, por esa aceleración cultural, los herodianos escandinavos hubieron también de recibir el castigo de la desmoralización,2 que fue asimismo el precio que los romanos tuvieron que pagar por su marcha forzada para alcanzar a los griegos 3 y que tuvieron que pagar los vándalos por sus marchas forzadas para alcanzar a los romanos. Después de haber echado este vistazo a un ejemplo de aceleración en el campo de los encuentros verificados entre sociedades contemporáneas, en el cual una larga procesión de herodianos occidentalizantes que iban desde Hauk Erlendsson, a través de Pedro el Grande, a Mustafá Kemal, logró, mediante marchas forzadas, ponerse a la par, por lo menos en la superficie de la vida, con la cultura occidental de la época, podemos considerar ahora el campo de los renacimientos, en el cual culturas muertas fueron llamadas de nuevo a la vida por sociedades vivas que las invocaron; y en este campo veremos que una aceleración del ritmo cultural es parte de la respuesta a la incitación del revenant que nosotros hemos llamado el "rebote de Anteo".4 Esta viva reacción a la invocación de un espectro es prueba de que un contacto psíquico establecido con el muerto puede ser embriagador. Y este —a primera vista sorprendentemente estimulante— efecto emocional de un encuentro tan imponente, queda explicado por el hecho de que la comunión del nigromante con el muerto da a aquél la posibilidad de compartir experiencias que están aún fuera de su alcance en su propio mundo de los vivos. Esta excitante posibilidad se ofrece al Véase Véase 3 Véase * Véase 1

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II. n. 343-4; III. III. 156 y 176. II. u. 358-61. IV. iv. 526-32. págs. 179-89, sufra.

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arte horrendo de la nigromancia porque una experiencia que cronológicamente está en el pasado puede situarse filosóficamente en el futuro, ya que es algo que el nigromante, que lo invocó del repertorio de la civilización muerta, nunca había experimentado hasta entonces en su propia vida. Si por ejemplo, las lacrimae rerum * que Virgilio inmortalizó en su poesía fueron destiladas de la experiencia de una edad de la historia helénica que está filosóficamente unos quinientos años después de la época de Dante en la historia occidental, luego, si Dante consigue compenetrarse de los pensamientos y sentimientos de Virgilio, estará anticipándose a la experiencia de su propia sociedad viva, experiencia que ésta no alcanzará hasta por lo menos la generación de Wordsworth, y acaso hasta una generación aun no nacida en 1952 d. de C. Esto significa que en términos psíquicos, opuestos a los cronológicos, un Dante que se puso en rapjrort con un Virgilio no está retrocediendo trece siglos en el pasado, sino que se está adelantando cinco siglos en el futuro. En otras palabras, su hazaña de hacer resucitar a Virgilio de entre los muertos fue una hazaña de aceleración cultural. El más drástico de todos los movimientos conocidos de aceleración cultural es el surgimiento del estado de ánimo de futurismo," en el que los herederos de una civilización en desintegración rechazan su propia herencia cultural para abrazar una cultura extranjera que atrae a estos revolucionarios que son los más puros de todos, hasta en los puntos en que ella representa una antítesis de las antiguas tradiciones culturales, cuando éstas dejaron de satisfacer profundas necesidades espirituales que insisten en satisfacerse en una fuente o en otra. Un ejemplo clásico es la conversión del mundo helénico durante su estado universal, que pasó de sus cultos nativos de la naturaleza, el estado y la filosofía, a abrazar religiones orientales que en ese momento no tenían entre sí serios rivales, salvo ellas mismas, para obtener la adhesión de almas paganas helénicas, y cuya competición terminó con la victoria decisiva del cristianismo. Este triunfo completo del cristianismo en el mundo helénico tiene una réplica, en el mundo sínico, en el parcial triunfo que obtuvo el mahayanismo; y en ambos casos comprobamos que la revolución espiritual se expresó visualmcnte en una revolución estética no menos completa. En la sociedad sínica en disolución, el arte nativo sínico de la edad Han fue rechazado en favor de un arte índico helénico que era el vehículo estético del mahayanismo. En la sociedad helénica en disolución el estilo helénico fue rechazado en favor del estilo bizantino. Si la última, en todo caso, de estas dos revoluciones estéticas, fue, como parecería haber sido, un acto consciente y deliberado, 3 ello explicaría por qué los cuatrocientos años que trascurrieron entre la época de Adriano y la época de Justiniano fueron testigos de un cambio de * Virgilio: Eneida, Libro I, verso 462. Véase V. vi. 106-40. Véase IV. iv. 36 y 71-2.

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estilo producido en la arquitectura del mundo helénico y que fue incomparablemente más radical que cualquier cambio que podamos observar en el curso de los seiscientos años que transcurrieron entre la época de Ictino y la de Adriano.1 En el plano estético, así como en el plano militar, 2 la generación de Justiniano se salió deliberadamente de la cultura helénica en desintegración, para dar en una naciente cultura bizantina que la generación siguiente, quieras que no, se vio obligada a abrazar en los planos económico y político, por el diluvio que la sobrecogió después de la muerte de Justiniano. Esta revolucionaria ruptura de la continuidad cultural explica la notable aceleración del ritmo de cambio en el estilo de arquitectura que queda consignada visualmente en el contraste que hay entre la Ayía Sofía y el Olimpieión. Y en esta ilustración helenobizantina de la rapidez del ritmo de los cambios culturales producidos durante el interregno social que transcurre entre la historia de una civilización anterior y la historia de su sucesora, tenemos la respuesta con que podríamos replicar a H. R. Hall; pues en la historia egipcíaca el intervalo que transcurrió entre el fin de la dinastía XII y el comienzo de la dinastía XVIII fue análogamente un interregno social que en un examen atento bien puede considerarse como la lesión histórica que es, a pesar de la solidez con que cabos sueltos y deshilacliados de un cortado cable de acero fueron postumamente unidos y soldados con el calor de una explosión de fanatismo cultural. En lugares anteriores 3 encontramos razones para creer que, después de haber expirado el mandato del Imperio Medio, que había servido como estado universal de la sociedad egipcíaca en desintegración, el proceso de desintegración proseguía hacia la disolución de la civilización que estaba por expirar, para dar lugar al ulterior surgimiento de una nueva sociedad filial de aquélla, cuando este curso normal de los acontecimientos quedó detenido por los anormales efectos de un fanático odio que despertaron en las almas egipcíacas los bárbaros invasores hicsos, que habían cometido el crimen, imperdonable a los ojos egipcíacos, de adquirir un tinte de cultura extranjera antes de asentar la planta en suelo egipcio. La ulterior unión sacrée contra los hicsos, realizada entre la minoría dominante egipcíaca y el proletariado interno egipcíaco, determinó una resurrección del estado universal egipcíaco en la forma del Imperio Nuevo y la consiguiente sustitución, por un epílogo epimeteico de la historia egipcíaca, de la nueva civilización, diferente de la egipcíaca aunque filial de ella, que estaba dando signos de nacer cuando el curso normal del desarrollo histórico asumió un giro peculiar en este caso egipcíaco. El interregno social que separaba la moribunda civilización egipcíaca, que se negaba a morir, de una civilización embrionaria y filial, que no tuvo la oportunidad de nacer, fue hasta ese punto abortada; pero la ruptura de la continuidad cultu1 2 3

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Véase págs. 236-7, supia. Véase III. m. 181 y IV. iv. 468. Véase I. i. 162-72; IV. iv. 100, 434; V. v. 14-15, 164, 357-9.

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ral, que aquí fue tan estudiadamente cubierta y revocada por las manos de zelotas egipcios de espíritu arcaísta, bajo el régime de una restauración posterior a los hicsos, fue, así y todo, lo bastante pronunciada para explicar el hecho, empíricamente verificable, de que los dos siglos que transcurrieron entre el fin de la dinastía XII y el comienzo de la dinastía XVIII, fueron testigos de un cambio notablemente mayor en el estilo del arte egipcíaco que el de los dos siglos inmediatamente anteriores, durante los cuales la dinastía XII estuvo continuamente en el poder. Lejos de ser increíble el hecho de que "los cambios que se observan durante este tiempo [el de la dinastía XII] sean comparables, de algún modo, con los que se produjeron entre su terminación y el surgimiento de la dinastía XVII",1 lo inexplicable sería que el segundo de estos dos períodos de igual duración no hubiera sido testigo de un cambio de estilo notablemente mayor que el del primero, considerando que durante éste la civilización egipcíaca se encontraba en su estado universal, en tanto que el segundo período estuvo ocupado por uno de esos interregnos sociales en los que la historia acelera perceptiblemente su ritmo.2 Si pretendiéramos buscar la prueba de la existencia de alguna ley general que gobernara el ritmo de los cambios en la esfera de la vida, la prueba que era inconciliable con la hipótesis de la invariabilidad tal vez pudiera prestarse más capciosamente a apoyar la hipótesis de la aceleración secular. En la historia de la vida en la tierra, la fauna se desarrolló con mayor rapidez que la flora; los vertebrados, más rápidamente que los invertebrados; los mamíferos, más rápidamente que los reptiles; el hombre, en virtud de la transmisión de una herencia social mediante la educación, más rápidamente de lo que lo hicieron los animales no humanos en virtud de la transmisión de una herencia genérica por la procreación física.3 El hombre paleolítico superior se desarrolló más rápidamente que el hombre paleolítico inferior, y el hombre en proceso de civilización más rápidamente que el hombre primitivo, que recayó en un estado Yin, como reacción por el esfuerzo Yang de pugnar para convertirse en humano. En el mundo occidentalizado del siglo XX, en el que el ritmo del progreso intelectual y técnico del hombre se había acelerado nuevamente, y esta vez en un grado que no reconocía precedentes, por la reciente revolución industrial occidental, parecía que el crescendo, que se había estado elevando en proporción geométrica en una curva cada vez más acentuada a partir de la primera H. R. Hall, citado en las págs. 235-6, supra. Véase I. i. 66-7. 3 Véase págs. 198-206, supra. Julián Huxley señala que en el paso de la evolución del nivel inorgánico a la vida, así como en el ulterior paso de la transmisión de una herencia por la procreación a su transmisión por la educación, "el proceso evolutivo" tiene que pagar el hecho de ser "acelerado en el tiempo" quedando "inmensamente restringido en extensión" (Huxly, J.: Evolutionary Ethics, the Romanes Lecture; I943, reproducido en Huxley, T. H. y J.: Evolution and Ethics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), págs. 120-1 y 123). 1

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epifanía de la vida, podría encontrarse ahora en el punto culminante, en la esfera de la vida humana, de un ritmo en el que los veloces pensamientos y voluntades de los hombres ya no podían persuadir o impulsar a su inseparable compañero de viaje subconsciente, que moraba en las profundidades de la psique, a mantenerse en la carrera; y la catástrofe psíquica que esta amenaza de discordia psíquica anunciaba parecía que no sólo alcanzaba a las socieddes primitivas sobrevivientes, y a las civilizaciones no occidentales sobrevivientes, que estaban siendo desarraigadas por el titánico impacto de coercitivos agentes occidentales, sino que pendía también sobre las cabezas de los demoníacos choferes occidentales de un carro de Jugernaut potentemente mecanizado. "Uno de los fenómenos que aclara particularmente la relación que hay entre la magnitud y la presión de la urdimbre de interdependencia [que une a los seres humanos individuales del mundo occidental moderno] por un lado y el estado psíquico del individuo, por otro lado, es lo que llamamos el 'ritmo' de nuestra era. Este (término] 'ritmo' no es en realidad sino una expresión que sirve para indicar la multiplicidad de las cadenas de la urdimbre social que encuentra una trama en cada función social, y la presión de la competición emanada de esta red de vasto alcance y densamente poblada, que da su 'impulso' a cada operación individual." l No es preciso que nos comprometamos a aceptar la teoría de la tendencia hacia la aceleración que muestra la marcha de la vida y que a primera vista parece recomendar los casos que acabamos de anunciar; pues un punto manifiestamente débil de la argumentación implícita es el de que las pruebas, por impresionantes que parezcan consideradas en gros, sólo cubren, en el punto culminante humano del proceso, los aspectos intelectual y técnico de la naturaleza y actividad del nombre; y el cuadro nítidamente visible de un desastre inminente y aparentemente ineludible, se sale de foco tan pronto como introducimos en el esquema las actividades y facultades estéticas y religiosas del hombre, que dan un cuadro más fiel de la vida real. El valor de esta ambigua hipótesis de la aceleración en el ritmo de los cambios estriba, no en alguna probabilidad intrínseca propia, sino en el hecho de constituir un testimonio contra la probabilidad de la hipótesis de que el ritmo es invariable. 3. Ejemplos de retardación Ahora que hemos reunido estos diferentes ejemplos de aceleración del ritmo de los cambios culturales no nos será difícil encontrar casos; antitéticos de retardación. 1 Elias, N.: Über den Prozess dcr Zívilisation, vol. II: Vandlungcn dcr Gcsdlichaft: Entwurf zit c'iner Tbcoric der Ziriüsation (Bascl 1939, Haus zum Falkcn), pág- 337-

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Por ejemplo, las aceleraciones que se manifiestan en revoluciones producidas en el círculo de familia de una sola sociedad tienen su antítesis en las monstruosidades sociales engendradas por la negativa de rezagados a ponerse a la par con el progreso del cuerpo principal de una sociedad.1 Ejemplo clásico de una monstruosidad debida a una tenaz retardación es el exacerbamiento de la institución occidental moderna de la esclavitud en las plantaciones de los estados meridionales de la Unión Norteamericana, durante la generación que transcurrió entre la pacífica abolición de la esclavitud en todo el imperio británico, en 1833 d. de C, y su abolición forzada en los Estados Unidos, en 1863 d. de C., al precio de la Guerra Civil de 1861-5 d. de C.2 La aceleración que deben realizar los hombres de las marcas cuando penetran en la vida de más precoces comunidades del interior y a la que los bárbaros transfronterizos se lanzan a paso acelerado, cuando atraviesan un limes caído para invadir las provincias derrelictas de un estado universal, tiene su antítesis en la retardación que suele ser el precio de migrar, en la dirección opuesta, del corazón de una sociedad a sus extremidades. Ejemplos clásicos de esto son los "museos vivos" 3 en los cuales una Normandía, un Ulster, una Inglaterra y una Holanda del siglo xvi y una Castilla y Portugal del siglo xvn podían aún encontrarse en Quebec, Apalachia, Carleston, Transvaal, Perú y Macao, del siglo xx. El bouleversemenl moral que muestra la incapacidad del invasor bárbaro para acelerar el ritmo de su adaptación cultural, al grado casi prohibitivo que exige empero lo súbito de su transposición de un estéril desierto a un paraíso derrelicto, tiene su antítesis en el anterior detenimiento del desarrollo psíquico de ese adolescente, manifestado en su frustración, cuando el bárbaro adolescente se veía separado de la sociedad por un limes militar cuya súbita creación en el momento de establecerse un estado universal es un acontecimiento tan prominente en la experiencia de un proletariado externo, como el súbito colapso del limes una vez que el estado universal se desmorona. En el terreno de los encuentros registrados en la dimensión espacial un herodianismo que deliberadamente acelera su ritmo de marcha para aprender, antes de que sea demasiado tarde, a mantener a raya a un asaltante extranjero, luchando contra él con sus propias armas, tiene su réplica en un zelotismo que tenazmente aminora la velocidad de la marcha, con la vana esperanza de perder así contacto con un adversario que avanza al galope. En la reacción del judaismo al impacto del helenismo, ejemplos clásicos de zelotismo son los de las violentas respuestas que dieron macabeos y sicarti, y los de las respuestas no violentas 3ue dieron los fariseos, los escribas y los rabíes; 4 y, en la reacción e la sociedad islámica al impacto de la civilización occidental moderna, los militantes macabeos y sicarii tienen sus réplicas en los wehaVéase Véase 3 Véase * Véase

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IV. iv. 150-1. IV. iv. 151-5. III. ni. 153-8. V. v. 79-87 y IX. ix. 640-1.

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bitas, senusiyas, idrisíes y mahdistas.1 En el terreno de los encuentros verificados en la dimensión temporal, el rebote de Anteo que a través de la nigromancia logra una comunión anticipada con el futuro, tiene su antítesis en la posición estática de Atlante, en la cual un nigromante que se entregó al legendario impulso epimeteico de la mujer de Lot queda petrificado, por la hipnótica mirada de una Medusa renacida, en la rigidez de una columna de sal apuntalada por la carga del pasado. Un ejemplo clásico es la retardación de las civilizaciones del Lejano Oriente y cristiano ortodoxa en el plano político, en virtud del renacimiento del imperio romano en la forma del imperio romano de Oriente en un caso, y en virtud de la resurrección del imperio Han en la forma del imperio Tang, en el otro caso,2 y su retardación en el plano lingüístico y literario en virtud del renacimiento de los clásicos helénicos y sínicos.3 La violenta aceleración del ritmo de los cambios culturales que imprime el futurismo cuando repudia una herencia social, tiene su antítesis en una retardación comparablemente extremada, producida por el arcaísmo cuando éste se entrega al hechizo del pasado. Ya hemos encontrado ejemplos clásicos de esta retardación arcaísta en el plano lingüístico y literario en las lenguas y literaturas neoáticas y neosánscritas,4 y en el plano visual y estético, en la arquitectura neogótica occidental 5 y en el renacimiento egipcíaco, producido en la época de la dinastía XiXVI, del estilo clásico del Reino Antiguo que había estado fuera de moda durante unos doscientos años.6 El régime saíta que retrocedió esa distancia en el pasado, para buscar inspiración estética fue el penúltimo avatar de un estado universal egipcíaco que se había negado a aceptar el término de vida normal de un estado universal; y esos "Titones" 7 que marchan a paso de tortuga y dentro de cuyo caparazón un senil cuerpo social continúa arrastrando una muerte en vida, son monstruosidades del mismo género que las de los "fósiles" de civilizaciones extinguidas ejemplificados en los judíos y los parsis 8 y que las civilizaciones vivas, pero detenidas, ejemplificadas en los espartanos y en los esquimales.9 Una detención que fue la némesis de anteriores esfuerzos sobrehumanos era acaso el ejemplo más dramático de retardación, registrado en la historia de las civilizaciones hasta la fecha; y en la historia de las sociedades primitivas esto tenía su réplica en la ulterior recaída del hombre primitivo al estado Yin, que era la némesis de un anterior tour de forcé del animal social para convertirse de infrahombre en hombre. Véase Véase 3 Véase * Véase 5 Véase 6 Véase 7 Véase 8 Véase 9 Véase 1 3

V. v. 303-4 y 336, IX. VIH. 601-3. X. X. 34 y 35. X. X. 89-108. V. VI. 80-90. V. vi. 70. V. Vi. 71-2. VI. va. 78-85. I. i. 58 y 74. III. ni. 13-107.

4. Ejemplos

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de ritmo alternado de cambio

En nuestro examen de casos que atestiguan de la variabilidad del ritmo de los cambios hasta ahora limitamos nuestra atención a aquellos casos en que esa variabilidad se manifestaba en un único cambio de velocidad, ya sea ascendente, ya sea descendente. Nuestro examen sería incompleto si no tuviéramos además en cuenta casos en que se produce una concatenación de cambios de velocidad en la que alternan los dos movimientos antitéticos de aceleración y retardación. Un caso notable de cambio alternado de velocidad es el ritmo de retiro-y-retorno, que analizamos en una Parte anterior.1 La finalidad, consciente o subconsciente, que tiene una minoría potencialmente creadora, al retirarse transitoriamente de la participación plena en la vida común contemporánea de la sociedad de que forma parte, consiste en obtener una oportunidad para realizar sus elementos potenciales adelantándose a la masa. Esta pérdida de contacto con sus semejantes le permite acelerar su propio ritmo de una manera que nunca hubiera conseguido de haberse contentado con la marcha impuesta por la velocidad media de esos pedestres vecinos. Y la minoría logra o no logra hacer que fructifiquen sus elementos potenciales creadores, en el curso de esa aceleración propia y separada de la marcha. Pero esto no es todo, pues como vimos la misión de una minoría creadora consiste en realizar su obra de creación no ya para sí misma sino en beneficio de toda la sociedad a que pertenece; de suerte que un retiro creador habrá fracasado si no está seguido por un redentor retorno. Y el reingreso en las masas de que la minoría desertó transitoriamente está necesariamente acompañado por una retardación de la velocidad pues pasa de la velocidad que había estado desarrollando in vacuo, a la velocidad más lenta que debe tomar si pretende marchar ahora al paso de sus semejantes a quienes debe convertir a los ideales, ideas o aptitudes recién creadas, que la minoría lleva consigo, después de su solitario reconocimiento. Como se ve, el movimiento de retiro-y-retorno se desarrolla según un ritmo de tres pulsaciones que comportan dos cambios de velocidad: el primer cambio ascendente, y el segundo descente. Y en la medida en que sea lícito representar un acto espiritual con elementos mecánicos de fuerzas físicas, podríamos comparar el movimiento tripartito del retiro-y-retorno de una minoría creadora con los movimientos que realiza el conductor de un automóvil cuando cambia de marcha con la triple acción de desembragar, acelerar y volver a embragar, operación esta última que vuelve a aminorar el número de las revoluciones del motor, momentáneamente libre, al cargarle otra vez el peso retardador del vehículo, por un momento desconectado. Una concatenación de cambios alternados de velocidad, que abarca °o ya sólo dos, sino seguramente tres, y posiblemente cuatro, términos, 1

En in. ni. 269-83.

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se halla en la historia occidental moderna del arte de construir barcos y del arte de navegar. Este proceso comienza con una súbita aceleración que revolucionó estas dos artes en Occidente, durante los cincuenta años que van de 1440 a 1490 d. de C.: a esta aceleración siguió una retardación técnica, que persistió durante los siglos xvi, XVH y xvni; y este período relativamente prolongado, de más o menos estancamiento, fue seguido luego por otra súbita aceleración que revolucionó las mismas artes, una vez más durante los cincuenta años que van de 1840 a 1890 d. de C. En 1952 d. de C. la fase siguiente era aún enigmática, porque estaba todavía desarrollándose; pero a cualquier lego podría parecerle que en esa fecha los nuevos progresos técnicos logrados durante los sesenta años inmediatamente anteriores, por notables que fueran en cualquier otro sentido histórico, bien pudieran no ser, considerados retrospectivamente, comparables en dimensiones a las revolucionarias conquistas del medio siglo Victoriano. Es digna de examinarse esta serie de cambios alternados de ritmo producidos en una esfera de la actividad técnica y en la historia de una civilización, por la luz que pudiera arrojar sobre la cuestión general de la relación que hay entre ley y libertad en la historia. Los rasgos característicos de la aceleración producida durante el siglo xv en el arte de la construcción de navios y en el arte del navegante fueron su carácter súbito y su velocidad. "En el sitólo xv. . . se produjo un rápido e importante cambio en la construcción de barcos. Fue una gran época en las construcciones navales. En el término de cincuenta años el velero marino se transformó de un navio de un sólo mástil, en un barco de tres mástiles que sostenían cinco o seis velas." ! Y esta revolución técnica producida en el Occidente no sólo dio a sus autores acceso a todas las comarcas del globo, al convertirlos en amos de la navegación oceánica, sino que además les confirió un dominio sobre todos los otros marinos no occidentales con quienes pudieran encontrarse en cualquier mar. 2 "A comienzos del siglo xv, el tráfico marítimo de Europa se realizaba en barcos muy inferiores en cuanto a diseño y artesanía, a los bajeles que se usaban en muchas partes del Oriente; pero al termino el siglo xvi los barcos europeos occidentales eran los mejores del mundo. Eran acaso menos aptos para navegar de bolina que los champanes de los mares chinos, pero en general demostraron que eran superiores a cualquier otra cosa que flotara, Bassett-Lowke, J. W. y Holland, G.: Ships and Mea (London 1946, Harrap), pág. 46. Las citas de este libro se dan con el permiso de los editores. 2 En Toynbce, A. J.: Cirilisation on Trial (London 1948, Oxford University Press), págs. 62-96: "The Unification of the World and the Change in Histórica! Perspectivc", se considera este revolucionario cambio en el equilibrio ecuménico de fuerzas políticas. 1

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por sus condiciones marineras, rcsislencia a los embates, capacidad de carga y poder de combate."l Este nuevo tipo occidental de bajel es el emblema más característico de la Edad Moderna de la historia occidental (currebat área 1475-1875 d. de C.) durante la cual su supremacía no disputada hubo de proclamarse en el monopolio del título "el barco", con el cual vino a hacerse conocido par excellence. La virtud distintiva del "barco", que era aquello en que sobrepasaba a sus sucesores tan notablemente como a sus predecesores, era la facultad de mantenerse en el mar durante un tiempo casi ilimitado. Y hubo de adivinar y loar esa virtud un hombre de letras occidental del siglo xix, que vivió para ver cómo "el barco" alcanzaba su punto culminante de perfección técnica y que vivió casi para ver cómo desaparecía de los mares tan rápidamente como los había invadido unos cuatrocientos años antes. "L'anden navire de Chistophe Colomb et de Ruyter est un des grands chefs-d'oeuvre de l'homme. II est inépuisable en forcé comme l'infini en souffles, il emmagasine le vent dans sa voile, il est précis dans l'inmense diffusion des vagues, il flotte et il regne." 2 Este barco occidental moderno fue el resultado de un feliz maridaje de diversos elementos y aparejos tradicionales, cada uno de los cuales tenía excelencias peculiares, pero también consiguientes limitaciones. El barco occidental que nació entre 1440 y 1490 d. de C. era una feliz armonización de los mejores elementos del anticuado "barco largo", altas galera, impulsado por remos y propio del Mediterráneo, y de un coetáneo "barco redondo" mediterráneo y de aparejo cuadrado, alias carraca, con una carabela de velas latinas del océano Indico, cuya precursora está pintada en registros visuales de una expedición marítima egipcíaca realizada a la tierra africana oriental de Punt, durante el reinado de la emperatriz Hatshepsut (imperabat 1486-1468 a. de C.), y con un velero macizo del océano Atlántico, cuyo aspecto sorprendió a César en 56 a. de C., cuando ocupó el territorio de los vénetos insurgentes de alrededor de la ciudad que luego iba a ser conocida como Vannes, Bretaña. 3 La armonización occidental llevaba a cabo en el siglo xv de elementos tan dispares fue feliz porque aquí se combinaron sus diferentes excelencias en un nuevo modelo, en el que las respectivas limitaciones quedaban trascendidas. La carraca —que pasó del Mediterráneo al Atlántico y que allí se cambió, en el paso del siglo xiv al siglo xv, con el tipo de construcción local apto para navegar en el océano—,4 tenía el aparejo recto que ser1 Parri, J. H.: Europe and a \Vider World 1415-1715 (I.ondon 1949, Hutchinson), pág. 21. 2 Hugo, Víctor: Les Miserables, parte II, Libro u, cap. 3. 3 Véase César: Bellum Gallicum, Libro III, cap. 13. * Véase Bowen, F. C.: From Carrack Clipper (London 1948, Staples Press), Pa£- 8, compárese con la pág. 12.

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vía como el equipo principal de barcos de grandes dimensiones, eri que iban a navegar los futuros indianos europeos occidentales, porque el aparejo cuadrado de la carraca permitía que la vela se dividiera en unidades de dimensiones manejables y, por lo tanto, permitía que la extensión total de la vela fuera progresivamente aumentada al multiplicar el número de esas unidades.1 Al terminar el siglo xv, el barco occidental común de aparejo cuadrado tenía sólo una vela, porque contaba sólo con un mástil, el cual no llevaba ninguna gavia.2 A mediados de siglo el número normal de mástiles se había elevado a tres en las aguas atlánticas de la Europa occidental; 3 y, aunque el cuarto mástil que se introdujo en el siglo xvi quedó suprimido en el XVII y no volvió a imponerse hasta el siglo xix,* la extensión total de las velas aumentó, ello no obstante, por el procedimiento de ir elevando progresivamente el número de hileras de velas de cada mástil a seis y complementando las velas regulares con arrastraderas. Esta ventaja del aparejo cuadrado quedaba empero neutralizada por la desventaja que suponía el hecho de que no pudiera navegarse sino viento en popa; 5 y sin duda ésta fue una de las razones por las que "el barco de aparejo cuadrado —la ñau— no desempeñó ningún papel importante en los primeros descubrimientos. Los portugueses prefirieron tomar en préstamos otro modelo, el de la carabela latina, un buque muy original que revelaba la influencia asiática en toda su línea".6 La vela latina se había inventado en el océano Indico; y los musulmanes introdujeron carabelas latinas en el Mediterráneo, de donde las copiaron los portugueses.7 En los viajes anuales de descubrimiento hacia el sur del príncipe Enrique el Navegante, que llegaron hasta la costa atlántica de África y que comenzaron en 1421 d. de C., si no antes,8 las carabelas "se usaron por primera vez en 1440, a juicio de Azura".9 La virtud del aparejo latino estribaba en que permitía navegar hacia barlovento; 10 pero ese aparejo tenía dos desventajas frente a esta ventaja. Una era de la de que en un buque de aparejo latino resultaba difícil "virar de bordo", maniobra que rara vez era necesaria en una navegación en el océano índico, donde soplan regularmente los monzones, Véase Parry, op. cit., págs. 21-22. Véase ibid., pág. 22. Véase Bowen, op. cit., pág. 8; comparece con la pág. 13. * Véase Clowes, G. S.L.: Sailing Ships, their History and Development, parte I: Histórica! Notes (London 1932, H. M. Stationery Office), pág. 107. Compárese con Parry, op. cit., pág. 25 y Prestage, E.: The Portuguese Pioneer: (London 1933, Black), pág. 332. 5 Véase Parry, op. cit., págs. 21-22. 6 Ibid., pág. 22. 7 Ibid., págs. 23-24. 8 Véase ibid., pág. 332. El autor se refiere a Eannes de Azurara, G.: Chronica u Véase ibid., pág. 332. El autor se refiere a Eannes de Azurara, G.: Chronica do Descobrimento e Conquista de Guiñé, editado por Carreira y Santarem (París 1841, Aillaud); traducción inglesa de Beazley, C, P. y Prestage, E.: The Chronicle of the Discovery and Conques! of Guinea (London 1896-9, Hakluyt Society, 2 vols.). 10 Véase Parry, op. cit., pág. 23.

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pero que vino a ser una cuestión muy importante cuando el aparejo latino se trasladó del océano Indico a otras aguas.1 La otra desventaja del aparejo latino era la de las dimensiones de la vela y en comparación con la capacidad de sostener velas del aparejo cuadrado, que ese defecto limitaba la extensión máxima de tela y por lo tanto las dimensiones máximas del navio equipado de esa manera.2 Con estos dos tipos de embarcación tan diferentes, los constructores de navios portugueses y españoles consiguieron, antes de terminar el siglo xv, crear un nuevo tipo compuesto de aparejo mixto: 3 la carabela redonda.^ Tratábase de un navio de tres mástiles, con aparejo de bergantín, es decir, que llevaba velas cuadradas en el mástil de proa y velamen latino (desde luego que todavía no de popa a proa) en el palo mayor y en el palo de mesana.5 A principios del siglo xvi, este tipo —con el palo mayor así como con el mástil de proa de aparejo cuadrado— se había convertido en el tipo común en toda la cristiandad occidental; 6 y aunque los bajeles que empleó Vasco da Gama no serían, según nos dice, carabelas redonda sino naus,'1 bien podemos presumir que esos "barcos" de fines del siglo xv se parecían a las carabelas de fines del siglo xv por tener aparejo mixto, aun cuando se diferenciaran de éstas por su tonelaje,8 y construcción más pesada. En el curso del siglo xvi esa pesadez se afinó en la construcción del galeón, que era una carraca con el aparejo mixto de la carabela redonda y con las ágiles líneas de la galera del Mediterráneo.9 En 1485 d. de C., los navegantes de este cabal "barco" occidental moderno estaban provistos de la técnica que les permitía navegar en alta mar al dominar el arte —inventado por navegantes árabes del océano índico —de calcular la latitud mediante el uso coordinado del cuadrante y el manejo de tablas astronómicas. A comienzos del siglo xvi los navegantes occidentales,10 mediante la invención de cañoneras, puestas en los entrepuentes, podían defenderse de adversarios humanos en voyage.11 "Lo notable de estos barcos consiste en su maravilloso desarrollo. Tocante a estructura general y aparejos no son muy diferentes de los de la época de Nelson." 12

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Véase Parry, op. cit., pág. 23. Véase ibid., pág. 23. 3 Véase Prestage, op. cit., pág. 332; Parry, op. cit., pág. 24. * En español en el original (N. del T.). * Véase Bowen, op. cit., pág. 9; Parry, op. cit., págs. 24-25. 6 Véase Parry, op. cit., pág. 25. 7 Véase Prestage, op. cit,, pág. 332. 8 Según Prestage, op. cit., pág. 332, el tonelaje de las carabelas redondas oceánicas iba de 150 a 200 toneladas, y el de las naus de Vasco da Gama oscilaba entre 4°o y 800/1.000 toneladas. 9 Véase Bowen, op. cit., pág. 7. 10 Véase Prestage, op. cit., págs. 315-18. 11 Véase Parry, cp. cit., págs. 27-28; Bowen, op. cit., pág. 14. 12 Bassett-Lowke, J. W. y Holland, G.: Ships and Men (London 1946, Harrap), Pág. 48. 1 2

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Y por ello mismo lo notable de la aceleración de medio siglo, producido en las artes occidentales de la construcción de navios y de la navegación ctrca de 1440-90 d. de C, está en que a ese período siguieron tres siglos de retardación difícilmente menos notable. "[La] presumida complacencia [de la mayor parte de los dueños de barcos británicos en el momento en que se revisaron las Leyes de Navegación, en 1845 d. de C.] tuvo devastadores efectos en la industria misma de la construcción de barcos, así como determinó una inercia que no guardaba el ritmo de los tiempos que cambiaban; en efecto estábamos pasando, como nación, de un orden agrario a un orden industrial, que exigía un gran aumento de medios de transporte. ¿Qué progresos se habían registrado en la arquitectura naval en los dos siglos pasados? Por cierto que hubo muchas innovaciones e importantes mejoras en la construcción y el aparejo; "•- también se inventaron recursos para ahorrar trabajo. Pero si nos limitamos a los puntos esenciales, especialmente en lo tocante al casco, los progresos son casi despreciables. Después de todo, había pocos incentivos para mejorar el diseño de los barcos, mientras la competencia fue escasa. "Los constructores se contentaban con seguir métodos trillados y hay pocas pruebas de originalidad creadora. Los dibujos que hizo Dumer de barcos de 1680. . . muestran un procedimiento de construcción naval que no difiere apreciablemente del empleado un siglo después. La obra clásica sobre arquitectura de barcos de madera fue escrita por Frederick Hendrick Chapman, que llegó a ser jefe constructor y superintendente almirante del astillero naval sueco de Karlskrone. Este gran diseñador, nacido en 1721, descendía de una antigua familia inglesa de Deptford, de la cual heredó su habilidad y entusiasmo por la arquitectura naval. Su Architectura Navalis Mercaloria y su Tratado de Construcción Naval, una ampliación de la primera obra, publicada en 1775, fueron libros que se citaron libremente en el informe oficial de la Comisión Chatham, de arquitectos navales, de 1842-44.2 No puede haber prueba más concluyente que ésta del estancamiento producido en la construcción naval y en los diseños de barcos. . . "El tipo ordinario de barco mercante no era digno de grandes elogios. Tratábase de navios lentos, de difícil manejo, mal equipados e inferiores en 1 La innovación principal registrada en el curso de los trescientos años que van de 1500 a 1800 d. de C. fue el invento holandés del aparejo de popa a proa, que representaba un "inmenso adelanto sobre el aparejo latino para navegar de bolina". En el aparejo no cuadrado, parte del aparejo de grandes barcos (caso diferente del de las barcas pequeñas en las que el aparejo de popa a proa se desarrolló primero),las velas de popa a proa sustituyeron a las velas latinas en los barcos de los holandeses de fines del siglo XVH (Parry, op. cit., págs. 133-4). "A fines del siglo xvn y a principios del siglo xvm se produjeron grandes mejoras en el aparejo de los barcos oceánicos, especialmente la introducción de velas delanteras de popa a proa, que funcionaban en los estayes, y poco después de la transformación de la engorrosa mesena latina en 'maricangalla' de popa a proa" (ibid., pág. 186). — A. J.T. 2 Los barcos se construyeron de acuerdo con modelos establecidos bajo los Estuardo, hasta la muerte de Jorge III, y aun hasta el comienzo del reinado de Victoria (Abell, W.: The Síipwrighl's Trade, Cambridge 1948, University Press), pág. 102). — A. J. T.

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Cuanto a artesanía. ¿Puede decirse de ellos que reflejaban dos siglos de progreso? El diseño de barcos, lo mismo que un trompo, giraba sobre un punto. Al comenzar el siglo xix no se registró ningún vivo esfuerzo por mejorar el diseño de barcos ni tampoco ninguna competencia de las que caracterizaban la carrera entablada entre los empresarios y dueños de fábricas de la época." i De manera que a unos cuatrocientos años de comenzar el medio siglo que abarca el paso de la edad medieval a la edad moderna temprana y que fue testigo de uan revolución cumplida en la construcción y aparejos de los barcos occidentales, parecía, retrospectivamente, que la aceleración del siglo xv registrada en el ritmo de la técnica marina occidental, que había dado al Occidente su ulterior dominio del océano, fuera una única explosión de creatividad en los largos anales de la práctica marítima occidental, que había permanecido casi estancada durante el período moderno que siguió a esa breve edad de oro. Sin embargo, en esa misma fecha el arte occidental de la construcción naval se hallaba en vísperas de otro momento de aceleración, que iba a producir una revolución tan importante como su predecesora; y esta vez la obra de creación a alta velocidad iba a desarrollarse siguiendo dos líneas paralelas. Por un lado la fuerza mecánica artificialmente generada iba a sustituir el poder de los vientos como fuerza motora, y simultáneamente, en respuesta a la misma incitación que había suscitado la aplicación de la fuerza del vapor a la navegación, el arte de construir los clásicos veleros occidentales modernos iba a despertar de su prolongado sueño, para llevar un tipo anticuado de barco a un nuevo grado de perfección antes no soñado y en virtud del cual, a los efectos de ciertas finalidades del tráfico marítimo, el velero iba a mantenerse frente al vapor durante todo el medio siglo, doblemente creador, que va de 1840 a 1890 d. de C. El nuevo tipo de barco que iba a adquirir su forma clásica durante el medio siglo que comienza en 1840 d. de C., acababa de salir en ese año de su fase pioneer experimental de desarrollo. Aunque el vapor Charlotte Dundas, de William Symington, hizo viajes de ida y vuelta entre el Forth y el Clyde, ya en 1802 d. de C.,2 y se cruzó el Atlántico con un barco de vapor reforzado con velas, en 1819 d. de C.3 y sólo con la fuerza del vapor, en 1827 d. de C.,4 la era de la navegación mecánica como "empresa práctica" no se inauguró antes del trienio de 1838-40 d. de C., que vio cómo se botaba el primer barco de hélices, el Archimedes5 en 1838 d. de C., el sucesivo establecimiento de las líneas de vapores Cunard, Royal Mail y Peninsular y Oriental (las primeras dos de estas tres en el año 1839 d. de C., y la tercera en 1840 d. Bassett-Lowke, J. W. y Holland, G., op. cit., págs. 124-6. Véase ibid., págs. 166-7. 3 Véase ibid., pág. 168. * Véase ibid., pág. 178. Véase ibid., págs. 172. 1 2

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de C.), 1 y el cruce del Atlántico mediante el vapor en 1838 por los barcos Sirius y Great Western, y en 1840 por el Britannia, que fue el primer vapor de la línea Cunard que realizó el viaje. 2 "El vapor inaugura una nueva era en el transporte por agua. No es un producto evolutivo sino revolucionario, pues representa un rompimiento completo con la tradición. Toda componenda con el velero es una desventaja tanto en cuanto a la eficiencia como estéticamente. . . Sólo cuando la tradición conservadora quedó del todo superada, el barco de vapor se desarrolló de acuerdo con sus propias necesidades, pues el barco de vapor es moderno, diferente y original. Su vida no está en las velas sino en la sala de máquinas. Su lugar natural es el puerto, antes que el mar. Está ligado al suministro del combustible y cruza los océanos navegando a horario. Sus oficiales son hombres de ciencia y técnicos especialistas, limitados a departamentos especiales —puente o sala de máquinas—, y la tripulación tiene que cumplir trabajos especializados. El personal de la sala de máquinas es proporcionadamente mayor que el personal del puente, que poco a poco va disminuyendo de número." 3 La conquista del océano realizada por este nuevo tipo de barco mecánico durante el curso de los cincuenta años que van de 1840 a 1890 d. de C. fue en verdad una revolución tan importante y rápida como el anterior triunfo que obtuvo el barco velero occidental moderno de navegación oceánica, unos cuatrocientos años antes; pero la virtud distintiva del vapor, lo mismo que las cualidades de la carraca y la carabela estaba neutralizada por consiguientes limitaciones. En el momento mismo de liberar la navegación de su prolongada servidumbre respecto de los caprichos de los vientos, el nuevo y revolucionario invento de la propulsión mecánica ataba nuevamente a homo navigans a la tierra, de la que era virtualmente independiente desde que reemplazaba el remo por la vela. El vapor prescindía del viento al precio de depender de lugares donde abastecerse de carbón; y, por breves que fueran los intervalos en que debía interrumpir su viaje para cargar combustible, el vapor se veía obligado a convertir una capacidad de carga comercialmente valiosa, en pañol de carbón, espacio tan poco útil como el que ocupaban los bancos de los remeros, y que el invento del barco de vela había permitido eliminar hacía tanto tiempo. El alto consumo de combustible por cada unidad efectiva de fuerza motora debía pagarse con una reducción del espacio de carga útil y con la abreviación de la duración máxima posible de un viaje ininterrumpido, circunstancias que hacían poco económico el barco de vapor primero, en comparación con el velero clásico. C En barcos movidos mecánicamente y que usaban carbón como combustible, la solución de este problema hubo de esperar a que se mven1 2 3

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Basset-Lowke y Holland, op. cit., pág. 178. Véase ibid., págs. 174 y 170. Véase ibid,, pág. 163.

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tara el motor compuesto, que se instaló por primera vez en el Cleator, de la Holt Line, en 1864 d. de C. y que en 1865 d. de C. permitió al Agammenon, de la Hol Line recorrer sin detenerse una distancia, de 8.500 millas desde Liverpool a Mauritius.1 Pero aun después de este triunfo de la ingeniería naval, el velamen auxiliar que había sido el primer recurso a que echó mano el diseñador del vapor para reducir o mantener bajo el consumo de carbón, se mantuvo en el Umbría, de la Cunard, todavía en 1854 d. de C.; 2 y los veleros que no tenían las desventajas de los vapores, al continuar contando exclusivamente con la fuerza del viento, obtuvieron los beneficios más altos de su historia comercial durante las décadas de mediados del siglo xix en las que la técnica de la propulsión por vapo restaba aún buscando el camino hacia la plena eficiencia.3 Difícilmente el velero del siglo xix hubiera podido realizar el toar de forcé de competir con su rival mecánicamente impulsado, si durante los mismos cincuenta años que van de 1840-90 d. de C., que vieron resueltos los problemas capitales del barco de vapor, el dormido arte de la construcción de veleros no hubiera salido de su trescientos años de estancamiento, para entrar en un nuevo brote de creatividad. Tanto en el ritmo como en la calidad, las mejoras introducidas en el moderno velero occidental durante ese medio siglo pueden compararse con los progresos contemporáneos que se produjeron en el extraño mecanismo del nuevo vapor,4 y acaso también con la revolución del siglo xv registrada en la técnica marítima que había hecho nacer el barco velero occidental moderno. Los diseñadores del "clíper" de los años 1830 y 1840, abandonaron los modelos de fines del siglo xvn, que sus predecesores habían estado copiando perezosamente durante los últimos ciento cincuenta años, para introducir revolucionarios cambios de construcción que daban una velocidad superior a un velero de más del doble del tonelaje anterior normal; 5 y estuvieron asimismo no menos alerta que los arquitectos Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 182. Véase ibid., pág. 182. 3 Véase ibid., pág. 180. 4 Según Schumpeter, J. A.: Business Cycles (New York 1939, McGraw-Hill, 2 vols.), vol. i, págs. 369-70, los cambios producidos en la construcción de veleros occidentales desde circa 1840 d. de C. en adelante fueron en parte suscitados por la nueva incitación que representaba la epifanía del barco de vapor. 5 El nuevo movimiento en los diseños de veleros, que llegó a producir el clíper, comenzó en los astilleros de Baltimore y parece estar en discusión si fue el Ann McKim, botado allí en 1832 d. de C., o el Scottish Maid, botado en 1839 d. de C., el primero que tenía derecho al nuevo título (véase Bowen, op. cit., pág. 58). Barcos construidos según el modelo del clíper de Baltimore pero con un tonelaje de más de 750 toneladas comenzaron a hacerse a la vela desde astilleros norteamericanos, a partir de 1843 d. de C. (véase Clowes, op. cit., pág. 103). El desarrollo del nuevo tipo de velero recibió un gran impulso con el descubrimiento del oro en California en 1849, puesto que en esa época la ruta más barata y segura que conducía allí desde la costa atlántica de Norte América era la ruta marítima que bordeaba el Cabo de Hornos. El término medio del tonelaje de un clíper se elevó entonces de i.ooo toneladas a 2.000 toneladas más o menos (Bassett-Lowke, y Holland, °P- cit., págs. 145-6). 1

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 26o de los vapores para aprovechar los resultados de la revolución industrial. El uso del hierro como material de construcciones navales que comenzó en 1829 d. de C.1 hizo posible reducir el peso del casco en un 35%.2 Se empleó una construcción compuesta, parte de hierro y parte de madera, en barcos de vela desde 1851 a 1870 d. de C. o aproximadamente.3 Los primeros veleros construidos enteramente de hierro fueron los destinados al tráfico lanero de Australia.4 En el año 1851 d. de C. se usaron por primera vez cables de acero en lugar de sogas de cáñamo,5 y a principios de la década de 1880, se usaron por primera vez tubos de acero en lugar de la madera, como material para mástiles y vergas inferiores.6 Circo. 1884 d. de C, la sustitución del hierro por el acero como material para construir barcos veleros de grandes dimensiones hizo posible otra reducción del peso, esta vez de un 15%.7 A partir de 1887 d. de C., se instalaron motores auxiliares de vapor en veleros, para economizar mano de obra, y con miras a lograr el mismo fin se eliminaron todas las hileras de velas que iban sobre los juanetes.8 Aunque la superación de las originales limitaciones del vapor conseguida por el triunfante experimento con el motor compuesto en 1863-5 d. de C., hubiera determinado la ulterior muerte del velero rejuvenecido, el barco de vela occidental moderno alcanzó realmente su cúspide en el momento en que se hallaba ya bajo sentencia de muerte y a merced de su ahora irresistible competidor. Así como el servicio de coches alcanzó su punto culminante de eficiencia en Gran Bretaña en vísperas de quedar fuera de acción por obra de los ferrocarriles, y así como la poesía latina occidental medieval alcanzó su cénit en toda la cristiandad occidental en vísperas de quedar reducida al silencio por la voz de las lenguas vernáculas, así también el velero occidental moderno entonó su canto de cisne durante el cuarto de siglo que va de 1865 a 1890 d. de C., período que abarca el paso de una Edad Moderna a una Edad Postmoderna de la historia occidental, cuando estaba a punto de verse expulsado de los mares por el vapor. El tonelaje de la marina mercante británica de barcos de vela alcanzó su punto máximo en 1875 d. de C.9 La histórica carrera empeñada entre los clíperes cargados de té desde Foochow a Londres se corrió en 1866 d. de C.;10 la histórica carrera empeñada entre los clíperes cargados de lana desde Australia a Londres se 1 Según Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 168, el primer barco de hierro se construyó ya en 1821 d. de C. 2 Véase Clowes, op. cit., pág. 104. 3 Véase ibid., pág. 104. 4 Véase ibid., pág. 105; cotéjese con Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 157. 6 Véase ibid., pág. 109. 0 Véase ibid., pág. 109. 7 Véase ibid,, pág. 107. 8 Véase Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 159. 9 Véase Schumpeter, J. H.: Business Cycles (New York, 1939, MacGraw-Hill, 2 vols.), vol. i, pág. 369. 10 Véase Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 155.

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corrió en 1887-8 d. de C.1 El Thennopylae se botó en 1868 d. de C; el Cutty Sark —un barco de construcción compuesta, de 2.100 toneladas— en 1869 d. de C.; 2 el velero más grande que se haya botado —el Preussen, con una eslora de más de 400 pies y tonelaje de más de 5.000 toneladas— se construyó en Geestemünde, cerca de Bremen, a principios de siglo, en 1902 d. de C.3 El autor de este Estudio tuvo la suerte, cuando niño, de gozar de una última visión del velero antes de que éste desapareciera de los mares, y de ser iniciado en el saber de los diversos aparejos, por el ex capitán de la marina mercante de las Indias Orientales, su tío abuelo Henry Toynbee (vivebat 1819-1909 d. de C.), 4 que se retiró del mar en 1866 d. de C., sin haber prestado nunca servicio en un vapor y ni siquiera en ningún otro velero que no fuera similar al barco en el que hizo su primer viaje en edad temprana. En las vacaciones de verano de la década de 1890, que pasó en la bahía St. Margaret, en la costa inglesa del estrecho de Dover y bajo el faro de South Foreland, el niño aprendió a distinguir los aparejos de labios del viejo marino, a medida que los barcos pasaban deslizándose: goletas, y goletas de tres mástiles y goletas con gavias (muy comunes), bergantines y fragatas (más raras) y barcos de pleno velamen que iban desde el clásico barco de tres palos al de cuatro y cinco palos, que constituían un renacimiento en el siglo XIX de un tipo de barco del siglo XVH. Allí aprendió a amarlos a todos ellos, sin sospechar que viviría para ver la desaparición de esa divina obra de las manos del hombre, que a los ojos confiados del tío eran parte del orden eterno de la naturaleza, así como el risco de creta en que se hallaban ambos de pie o el agua que daba la medida de la distancia desde la costa hasta el barco que pasaba. En la década de 1890 los veleros que cruzaban el estrecho eran aún mucho más numerosos que los vapores (aunque sin duda el vapor había superado ya hacía mucho al barco velero, en tonelaje general). Todavía en el verano de 1910, había siempre varios veleros de cuatro mástiles anclados en el puerto de Falmouth, y en el verano de 1911 los restos del naufragio de un gigantesco navio de vela se veían contra los arrecifes que se extienden Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 153. Véase ibid., págs. 152-3; Abell, op. cit., pág. 142. 3 Véase ibid., pág. 160. 4 "El capitán Henry Toynbee fue uno de los navegantes más científicos de su época. . . 'Dentro de un espacio de cinco millas sabía siempre en qué longitud se encontraba', escribe uno de sus oficiales, y su maravillosa manera de entrar a puerto era la admiración de sus pasajeros. "Toynbee. . . se lanzó al mar en 1883, a la edad de catorce años como guardiamarina y a bordo del barco de las Indias Orientales Dunvegati Cas lie. . . El primer mando que obtuvo Toynbee fue el del Ellenborottgb, también mandó el Gloriana V el Marlborough, antes de hacerse cargo del Hotspur, mando al que renunció en 1866 para suceder al almirante Fitzroy como superintendente marino de la Oficina Meteorológica. Se retiró en 1888 y vivió hasta los noventa años siendo un ejemplo de lo que debería ser un oficial de nuestra marina mercante" (Lubbock, Basil: Elacku'all Frigates, 2» ed. (Glasgow 1950, Brown, Son & Fcrguson), págs. 1

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entre Dover y el South Foreland. Sin embargo, ya hacía cuarenta años que el vapor desalojara al velero de una ruta marítima tras otra. Los clíperes cargados de té procedente de China quedaron eliminados del negocio, al abrirse el canal de Suez en 1869 d. de C.,1 que los privó de la ventaja que tenían sobre los barcos de vapor que trataban de competir con ellos en el largo viaje que bordeaba el Cabo. En 1875 d. de C. todas las rutas salvo la australiana fueron conquistadas por vapores,2 y en 1881 d. de C. la propia ruta australiana fue conquistada para los barcos de vapor por el Aberdeen, que contaba con motores de triple expansión,3 aunque los clíperes que transportaban lana continuaron combatiendo una batalla perdida, hasta terminar la década.4 El intervalo transcurrido entre las dos primeras guerras mundiales vio cómo se completaba el proceso de la desaparición del velero.5 Si el ojo de un observador lego no se equivocaba, el fin de la novena década del siglo xix, que marcó la terminación virtual de la lucha de cincuenta años librada entre un rejuvenecido velero y un barco de vapor recién creado, marcaba también la terminación de un estallido de actividad creadora en el arte de la construcción de navios que se había desarrollado durante esos mismos cincuenta años, según esas dos líneas de competición. Mientras el buque de guerra y el buque mercante de 1890 d. de C. no tenían afinidad mayor con los de 1840 d. de C. que la de un basilisco con un angelote, el buque de guerra y el buque mercante de 1950 d. de C. tenían la misma semejanza con los de 1890 d. de C. que la que tenían el barco de guerra y el barco mercante de 1840 d. de C. con los de 1640 d. de C. Sin duda, en los sesenta años que van de 1890 a 1950 d. de C. también se habían producido innovaciones y mejoras. La introducción de motores de turbina movidos por vapor generado por la combustión del petróleo en lugar de la combustión del carbón era un cambio de acaso la misma magnitud que el de la sustitución de las velas latinas por las velas de popa a proa, mejora que se introdujo en el barco occidental moderno en el paso del siglo xvn al siglo xvm,G en tanto que la invención de la radiotelegrafía y la instalación de aparatos especiales en los barcos, poco después de terminar la primera guerra mundial, y la invención del radar y su instalación, después de la segunda guerra mundial, eran quizá hitos tan importantes en la historia de la navegación occidental como la solución, lograda en el siglo xvni, del problema de calcular las longitudes mediante el Véase Clowes, op. clt., pág. 105; Abell, op. cit., págs. 141-2. Véase Bassett-Lowke y Holland, op. cit., pág. 182. 3 Véase ibid., pág. 182. * Véase Clowes, op. cit., pág. 106. 5 Véase Bassett-Lowke y Holland, op. cit., págs. 160-1. En The Times, del 25 de enero de 1951 se encontrará una fotografía del "Pamir y el Passat, los dos últimos veleros que participaron en la tradicional carrera de transporte de granos de Australa a Inglaterra y que se hallaban en Penarth Docks. Serán remolcados hasta Amberes para ser desarmados". 6 Véase pág. 256, n. i, sufira. 1 2

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perfeccionamiento del cronómetro.1 Pero por notables que pudieran ser tales cambios en sí mismos parecían insignificantes comparados con la rapidez e importancia de la revolución que se desarrolló entre 1840 y 1890 d. de C. Para un observador lego nacido en 1889 d. de C. que mirara hacia el pasado desde el año 1952, era claro que el tiempo que había vivido fue en la historia de la construcción naval un período de retardación del ritmo de los cambios, en comparación con el ritmo de marcha forzada que se mantuvo durante el medio siglo inmediatamente anterior. Si esa impresión fuera correcta, luego una serie de aceleraciones y retardaciones alternadas que comenzó con una aceleración, arca 1440 d. de C., siguió con una primera retardación, luego con una segunda aceleración y por fin con una segunda retardación, en el curso de unos cinco siglos. Este vistazo que echamos a la historia del arte de las construcciones navales en Occidente corona nuestro examen de pruebas de la variabilidad del coeficiente de los cambios sociales; y esas pruebas —que se nos presentaron en diversas fases de la historia de una serie de diferentes civilizaciones— son otras tantas indicaciones de que la resistencia a someterse a leyes de la naturaleza es no menos característica de la naturaleza humana que su posibilidad de someterse a ellas. Es más aun, si volvemos a considerar ahora fugazmente el modelo del proceso de desintegración en el que encontramos nuestro ejemplo clásico de regularidad, comprobaremos que un coeficiente variable de cambio es uno de los rasgos uniformemente repetidos de este proceso regular. Hay un cambio particularmente súbito y extremado de ritmo en el paso de un tiempo de angustias a un estado universal, pues el segundo paroxismo de un tiempo de angustias, precipitado por la primera recaída y cortado por la segunda recuperación, es el episodio más vehemente y rápido del proceso, en tanto que en él no hay ningún episodio de movimientos tan lento como el primer período de paz ecuménica que sobreviene. Esta rebelde variabilidad en los cambios no es, con todo, la única irregularidad de la marcha de la historia que indica que, después de todo, el hombre bien pudiera no estar completo por sometido al mandato de la naturaleza. (¿) DIVERSIDAD DE EPISODIOS CORRESPONDIENTES EN LA HISTORIA DE DIFERENTES CIVILIZACIONES

i. Diversidad en la duración de las jases de crecimiento de las civilizaciones Las pruebas de que las cuestiones humanas se resisten a someterse a leyes de la naturaleza se multiplican cuando cotejamos los registros de la historia de las civilizaciones y los disponemos en una visión sinóptica, 1 Véase Prestage, op. cit., pág. 324.

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Dos rupturas de uniformidad que descuellan notablemente son una diversidad cuantitativa de la duración de las fases de crecimiento de aquellas civilizaciones cuyos períodos de crecimiento estamos en condiciones de medir, y una no menos notable diversidad cualitativa de la relación en que se halla la religión respecto de los surgimientos y caídas de civilizaciones de diferentes generaciones.1 La diversidad en cuanto a la duración de los períodos de crecimiento mensurables es extremada, como puede comprobarse examinando el cuadro V contenido al final de este volumen. Al componer ese cuadro tuvimos que dejar de lado las siete civilizaciones de la primera generación (la egipcíaca, la sumérica, la minoica, la cultura del Indo, la cultura Shang, la civilización andina y la civilización maya) puesto que cada una de ellas surgió de la transformación de alguna sociedad primitiva 2 en una fase de desarrollo social que era anterior a la del invento de las técnicas para conservar registros; y aunque podamos conocer o conjeturar la índole de las incitaciones de la nautraleza física, en virtud de las cuales se produjeron esas transformaciones,3 no tenemos medio alguno de calcular, siquiera aproximadamente, las fechas en que se verificaron. En la historia de la civilización egipcíaca, por ejemplo, nuestros conocimientos, en el estado en que se hallaban en 1952 d. de C, no bastaban para indicar si era lícito identificar la edad del "Reino Antiguo" con la fase de crecimiento de la sociedad egipcíaca o si un investigador podía ver en ella un estado universal que representaba la última fase de la desintegración de una sociedad cuyo anterior tiempo de angustias, colapso y fase de crecimiento habían caído en el olvido.4 Ahora que procuramos determinar aproximadamente la duración de las fases de crecimiento, nuestro campo se limita por eso al grupo de civilizaciones "filiales"; y en 1952 d. de C, conocíamos diecisiete ejemplares de ellas (contando la civilización sínica, ahora que el progreso de los descubrimientos arqueológicos la privó de sus títulos para figurar como civilización primaria, al sacar a la luz a su predecesora Shang). Menos difícil debería ser determinar la fecha de la epifanía de una civilización "filial", pues nos es lícito esperar que una civilización filial surja de un interregno social después de producirse el colapso de un estado universal que representa la última fase de la historia de una civilización anterior. Así y todo había por lo menos tres civilizaciones "filiales" —la yucateca, la mejicana y la sínica— cuyas epifanías eran casi tan difíciles de situar en el tiempo como las de las civilizaciones primarias, a la tenue y vacilante luz del saber arqueológico que estaba a disposición de un historiador a mediados del siglo XX de la era cristiana. En sus intentos pioneers de relacionar los registros cronológicos,

impresionantemente exactos, pero conclusos en sí mismos y aislados, de la sociedad maya, con la cronología posterior a Amos del Viejo Mundo, los eruditos occidentales modernos se dividieron en dos escuelas, cuyos respectivos sistemas de fechas diferían en no menos de un cuarto de milenio; y esa discrepancia se reflejaba en una correspondiente inseguridad respecto de la cronología de la fase de crecimiento de las civilizaciones filiales yucateca y mejicana. En cuanto a determinar la fecha de la epifanía de la civilización sínica, los eruditos occidentales se veían aquí frente a una discrepancia registrada en la propia tradición sínica, en la que, tocante al período anterior al año 841 a. de C., la cronología general estaba desafiada por el testimonio de los llamados "Libros de Bambú".i Estas dos cronologías sínicas en conflicto diferían en 72 años en cuanto a estimar la fecha del derrocamiento de la potencia Shang por el invasor chou, Wu Wang; y aun cuando nos decidiéramos en favor de la fecha 1050 a. de C. que dan los Libros de Bambú y contra la fecha de la cronología general de 1122 a. de C., nos encontraríamos aún inseguros para interpretar ese acontecimiento atendiendo al reemplazo de la anterior sociedad Shang por una civilización sínica filial. ¿Era la potencia Shang, cuya capital última, Mo, desenterraren los arqueólogos 2 desde que se publicaron los primeros tres volúmenes del presente Estudio en 1934 d. de C., un estado universal en el sentido en que hemos estado empleando esta expresión? ¿Y era la potencia Chou, que reemplazó a la potencia Shang, un estado sucesor semibárbaro como la potencia aquella que se afirmó en Micenas después del saqueo de Cnosos, o como la potencia ostrogoda que se estableció en Ravena después del colapso del gobierno imperial romano en las provincias occidentales del imperio? Estos discutidos puntos de interpretación histórica conspiraban, conjuntamente con la discrepancia de los propios sistemas cronológicos, para desconcertar a un historiador que en 1952 d. de C, pretendiera determinar la fecha de la epifanía de la civilización sínica. Por lo demás, había por lo menos una civilización "filial" —la occidental— cuya epifanía podía situarse en el tiempo, pero cuyo lapso de crecimiento, ello no obstante, no podía medirse en 1952 d. de C., porque en esa fecha era aún imposible establecer si esa civilización había sufrido o no colapso.3 Sin dejar de tener en cuenta estos hechos aún no clarificados, en 1952 d. de C. era empero posible componer el cuadro 4 de los lapsos aproximados del crecimiento de las civilizaciones "filiales" en un orden descendente de duración. Desde luego que en ese cuadro se manifiestan ciertos signos de regularidad. Por ejemplo, dejando de lado los dos casos extremos repre-

1 Véase el cuadro IV: Sociedades primitivas, civilizaciones, religiones superiores, contenido en el vol. vil, ad fin. 2 Víase II. i. 215. 3 Véase II. I. 335-65. * Véase X. x. 252-64.

1 Véase Hicth, F.: The Ancient History of China (New York 1908, Columbia University Press), pág. 176. 3 Véase VI. vil. 277, n. i. " Véase XII., passim, injra. * Cuadro V, conteniJu al final del volumen X.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 266 presentados por la civilización occidental y la civilización mejicana respectivamente, los lapsos se dividen en cinco grupos: uno de alrededor de 600 a 700 años de duración (en cuatro casos); uno de alrededor de 400 años (en tres casos); uno de alrededor de 300 años (en dos casos) ; uno de alrededor de 175 a 200 años (en cuatro casos); y uno de alrededor de 100 años (en dos casos). Tampoco parece probable que se deba a un mero accidente el hecho de que dos civilizaciones tan estrechamente semejantes en su estructura como fueron la civilización helénica y el cosmos de estados-ciudades del Occidente medieval, hayan tenido idéntica duración. Tales manifestaciones de regularidad son empero insignificantes comparadas con la magnitud de las diferencias de lapsos que van de 850 años o más a o años; y algunas de las mayores de estas diferencias cronológicas son las que se dan entre las respectivas duraciones de sociedades gemelas, que son filiales de la misma predecesora y coetáneas en sus epifanías. La duración del crecimiento de la sociedad helénica, que alcanza a unos 700 años presenta un contraste tan grande respecto de la duración del crecimiento de la sociedad gemela siríaca, que alcanzó a 200 años, como la duración del crecimiento de la sociedad occidental de 875 años o más, respecto de la duración del crecimiento de la sociedad gemela cristiana ortodoxa, que duró unos 300 años.

2. Diversidad de las velaciones de la religión con los surgimientos y caídas de civilizaciones de diferentes generaciones En un lugar anterior 1 hicimos notar que todo interregno social que se extendía entre civilizaciones de diferentes generaciones en la sucesión histórica de esta especie de sociedad que nos es conocida hasta la fecha estuvo marcado por destellos de luz religiosa; pero asimismo observamos que esos sucesivos destellos eran notablemente desiguales en cuanto al grado de luminosidad. Las religiones superiores que tuvieron su epifanía durante la caída de civilizaciones secundarias trajeron al mundo una iluminación espiritual que parecía estar más allá de toda comparación con la luz más tenue, proyectada ya por religiones superiores rudimentarias, que aparecían durante la caída de civilizaciones primarias, ya por religiones superiores secundarias que aparecían durante la caída de civilizaciones terciarias.2 Esa diferencia en cuanto al grado de poder espiritual era tan grande que equivalía a una diferencia de especie y calidad; y no podía haber indicación más clara que ésta de que la rotación de la penosa rueda de la vida humana en la tierra era algo más que una de esas vanas repeticiones de los paganos 3 en virtud de las cuales el hombre estaba condenado a someterse al dominio de las leyes de la naturaleza. 1 En vil. vm. 64-71. 2 3

Véase el cuadro IV del vol. vil, ad fin, Mateo VI, vil,

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II. POSIBLES EXPLICACIONES DE LA NO VALIDEZ DE LEYES DE LA NATURALEZA EN ALGUNAS FASES DE LAS CUESTIONES HUMANAS

Ahora que hemos establecido que algunas fases de las cuestiones humanas se resisten, a todas luces, a someterse a las leyes de la naturaleza, hemos de buscar las posibles explicaciones de la parcial falta de validez de esas leyes en el campo de la vida humana, en el que antes encontramos notables pruebas de su validez. Aquí se nos presentan diferentes posibilidades. Esa resistencia a someterse a leyes de la naturaleza bien pudiera ser una mera ilusión debida a la ignorancia, y que se disiparía de estar nosotros mejor informados respecto de todos los hechos importantes. Por otro lado, suponiendo que el progreso de nuestros conocimientos demostrara que esa apariencia de resistencia era un reflejo fiel de la realidad, luego la genuina resistencia de las cuestiones humanas a someterse a leyes de la naturaleza acaso pudiera explicarse como un efecto del azar o un producto de respuestas creadoras dadas a ciertas incitaciones. Examinemos cada una de estas tres posibilidades. La interpretación de la aparición de la libertad en la vida humana como mero espejismo producido por crasa ignorancia, era una explicación posible que ningún indagador occidental del siglo XX tenía derecho a excluir, puesto que en esa época el intelecto occidental postmoderno estaba sólo a punto de descubrir leyes de la naturaleza que regían en los abismos subconscientes de la psique humana, en tanto que en la misma época la cantidad de pruebas estadísticamente registradas, que confirmaban el dominio de las leyes de la naturaleza en las cuestiones del hombre en proceso de civilización era aún escasísima en comparación con la cantidad potencial de pruebas que en el mismo campo pudieran acumularse en el futuro. El número de civilizaciones que había existido hasta la fecha —excluyendo de la cuenta aquellas que quedaron abortadas o detenidas— alcanzaba a no más de veintiuno, que no representaban más de tres generaciones y que se extendían en un período de no más de 5.000 a 6.000 años, a contar de la fecha probable de la epifanía de la especie, hasta el momento de escribir estas líneas. En lugares anteriores * observamos que si asignáramos a la duración de la edad de las civilizaciones aparecidas hasta la fecha, la cifra máxima de 6.000 años, y si dividiéramos por 2 la cifra de i.ooo.ooo de millones de años —que es el tiempo que hombres de ciencia occidentales del siglo xx calcularon que podía vivir el género humano en su planeta natal (siempre suponiendo que el hombre no se exterminara mucho antes de haber alcanzado el final del término impuesto por la naturaleza)— había tiempo durante esos próximo 500.000 millones de años para que surgieran y pasaran 1.743.000.000 de civilizaciones más, si éstas continuaran apareciendo y desapareciendo al mismo ritmo en que lo hicieron durante 1

En I. i. 495-504 y VII. VIH. 103-4 en 'a P%-

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sufra-

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 268 los primeros 6,000 años de la historia de esta especie de sociedad. Para los historiadores, éste era un cálculo abrumador, a pesar de las pruebas que indicaban que el ritmo de los cambios sociales en modo alguno era positivamente uniforme. En la experiencia infinitesimalmente breve del autor entre el momento en que redactó sus primeras notas sistemáticas para este Estudio en 1927-9 d. de C. y el momento de escribir el texto, salieron a la luz muchos hechos antes desconocidos —por ejemplo en la esfera de la arqueología presínica y en la esfera de la cronología sumérica— que no eran tan sólo detalles sino hechos "integrales", que arrojaban nueva luz sobre todo el estudio de la historia. El espectro de la ignorancia acosaba al autor de este Estudio al terminar su obra tan insistentemente como al comenzarla; y nunca dejó de imaginarse lo que futuros estudiosos de la historia, con un haber mucho mayor de conocimientos importantes, podrían sonreírse por el crédito que el autor prestaba a una porción de conocimientos que, comparados con los que ellos poseían, parecerían tan insignificantes como las provisiones de invierno de una ardilla. Pero el crédito que prestaba a esos conocimientos no llegaba al punto de enceguecerlo a la posibilidad —por improbable que le pareciera personalmente al autor— de que las manifestaciones de libertad en las cuestiones humanas pudieran disiparse un día por el progresivo aumento de la luz proyectada por la ciencia. Si las nieblas de la ignorancia eran pues una de las contingencias que había que tener en cuenta, ¿sería también necesario considerar la influencia del azar? La respuesta a esta segunda pregunta podría darse ya sin más ni más, sin tener que esperar al veredicto de un proceso aún no desarrollado de 500.000.000 de años; pues la cuestión del azar, desde el punto de vista del historiador, era un asunto no de comprobación de hechos, sino de razonamiento, y la razón declara que el azar no es un concepto positivo absoluto, sino un concepto negativo y por lo tanto necesariamente relativo. De suerte que ver en el azar una explicación íntima de los fenómenos sería error tan ingenuo como confundir un poste de señales con la meta que él indica. Así como el rótulo "heterodoxia" indica tan sólo la existencia de otra "doxia" llamada "ortodoxia",1 y así como el nombre "Neustria" indica sólo la existencia de otro país llamado "Austrasia",2 así también caracterizar un fenómeno como resultado del juego del azar indica tan sólo que ese fenómeno no se ajusta al modelo de algún tipo particular de orden que el pensador pueda tener presente en su espíritu —y que acaso también espere, o hasta desee, encontrar—, en el momento en que percibe la ausencia de ese fenómeno, que entonces atribuye al azar. Atribuir la paternidad de un hijo al azar es pues una manera de decir que a ese hijo no se le puede atribuir alguna otra paternidad que pudiera esperarse probar. Pero este 1 Un teólogo con sentido humorístico, a quien una señora pidió, durante una comida, que le explicara la diferencia que había entre ortodoxia y heterodoxia, le habría contestado: "Pues bien, ortodoxia es mi doxia, y heterodoxia es la de ustfd," * Véase IJ. u, 177, n. j,

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rótulo negativo nada nos dice de la verdadera paternidad del hijo, ni cualquier otra forma verbal puede obrar el milagro de engendrar un hijo sin recurrir a algún padre. La expresión hijo del azar tan sólo nos informa de que el expósito no es este determinado niño de determinados caracteres. Y esta comprobación negativa nos deja exactamente donde estábamos, pues no responde a nuestra pregunta original sobre quién es el verdadero padre del niño. Toda la naturaleza es arte que desconoces; todo azar, dirección que puedes no ver.1 Esta relatividad y la consiguiente falta de un carácter concluyente del concepto de azar, es cosa que ya observamos en otros lugares de este Estudio; 2 y para asegurarnos una vez más de que este punto lógico queda bien aclarado, volveremos a citar la lúcida exposición que hace de él un filósofo: "Si al azar tomo un volumen de mi biblioteca, puedo volver a colocarlo en el estante después de haberle echado una mirada, observando: 'Éstos no son versos'; pero, ¿qué es lo que realmente percibí cuando volvía las páginas? Evidentemente no vi ni podría haber visto una ausencia de versos. Lo que vi era prosa. Pero como lo que estaba deseando encontrar era poesía, expreso lo que encontré desde el punto de vista de lo que buscaba y en lugar de decir: 'esto es prosa', digo 'éstos no son versos". Inversamente si se me ocurre leer algo en prosa y doy con un volumen de versos, exclamaré: 'esto no es prosa'. Y al emplear estas palabras estaré traduciendo los datos de mi percepción que me muestran versos, en el lenguaje de mi expectación e interés, dominados por la idea de la prosa y que por lo tanto no quieren saber de nada más. "Un orden es contingente y se nos manifiesta como tal, en relación con el orden inverso y de la manera en que el verso es contingente en relación con la prosa y la prosa en relación con el verso. . . Si analizamos la idea de azar, que está en una relación cercana con la idea de desorden, encontraremos los mismos elementos. Cuando el obrar puramente mecánico de las causas que hacen que la bolilla de la ruleta se detenga en un determinado número me hace ganar, y por lo tanto se comporta como un buen genio lo hubiera hecho si quisiera beneficiar mis intereses, y cuando la fuerza puramente mecánica del viento arranca una teja del techo y la hace caer sobre mi cabeza —obrando así como lo hubiera hecho un genio maléfico, de tramar algo contra mi vida—, en ambos casos encuentro un mecanismo en el lugar en que yo buscaba —y debería, parecería, ser, haber encontrado— una intención, y eso es lo que expreso cuando hablo de 'azar'; y al describir un mundo anárquico en el que los fenómenos se suceden unos a otros según sus caprichos, diré que ése es el reino del 'azar' y con ello 1 2

Pope: An Essay on Man, Ep. i, versos 289-90. En V. v. 428-30 y VII. VIH. 211, n. 3.

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2yi

En otro lugar 2 ya hicimos notar que este espejismo del "azar" y el "desorden", aun cuando se haya suscitado en la profunda esfera emocional de la psique, por obra de alguna frustración de expectaciones, puede bastar para oscurecer las regularidades y uniformidades de un orden positivo subyacente, sólo mientras el número de casos de los fenómenos que el observador tenga a su disposición sea menor de diez o aproximadamente. Si tomamos la explicación de Bergson del concepto de "azar" como clave para dilucidar nuestra cuestión de si el juego del "azar" puede aceptarse como explicación posible del hecho de que las cuestiones humanas se resistan a las leyes de la naturaleza, debemos plantearnos entonces dos cuestiones capitales: primero, ¿qué especie de orden esperamos encontrar en las cuestiones humanas?; y segundo, ¿cuál es la otra especie de orden frente a la que realmente nos hallamos cuando decimos que nos encontramos en presencia del reino del "azar"? En nuestra anterior indagación sobre las posibles explicaciones de la manifiesta validez de las leyes de la naturaleza en la historia humana llegamos a la conclusión de que esas leyes que regían las cuestiones humanas eran, en su mayor parte, leyes que se manifestaban en las profundidades subconscientes de la psique humana y, si es ésa la especie de orden que estamos buscando en este terreno, luego el orden diferente, que según comprobamos reinaba aquí y que llamamos "azar" porque no era lo que esperábamos encontrar, debe de ser uno u otro de los tres órdenes posibles. Puede ser el orden de la naturaleza física diferente de la naturaleza psíquica, o el orden de la voluntad humana, diferente del nivel subconsciente de la psique humana, o el orden de la voluntad de Dios, diferente tanto del de la voluntad humana como del de las leyes accesorias, psíquicas y físicas por igual, que la voluntad de Dios estableció.3 Estos tres órdenes parecían agotar todas las

posibilidades de órdenes que no pueden identificarse con el orden psíquico subconsciente, que dejamos como incógnita, al llamarlo "azar". Nuestro rótulo negativo debe encubrir alguna de estas tres realidades positivas, puesto que no puede aplicarse un rótulo al vacío. Ya hicimos notar que el "azar" que se manifiesta cuando voluntades humanas en conflicto se frustran unas a otras es un rótulo que encubre la autoafirmación de las leyes de la psique subconsciente.1 Según esto, el "azar" que se manifiesta cuando estas leyes de la psique subconsciente dejan a su vez de responder a las expectaciones conscientes para afirmarse ellas mismas, debe ser un rótulo que encubre el obrar de alguna otra fuerza positiva. La posibilidad de que el "azar" pudiera ser aquí un rótulo que encubriera el orden de la naturaleza física, disminuye hasta el punto de desvanecerse a la luz de nuestra indagación sobre la sujeción de las cuestiones humanas a leyes de la naturaleza, pues hemos comprobado que, en comparación con la esfera de las leyes de la psique subconsciente, la jurisdicción de las leyes de la naturaleza física sobre las cuestiones humanas nunca fue muy importante; y asimismo comprobamos que, por extensa que haya sido originariamente esa jurisdicción, el animal social humano obtuvo singulares triunfos en cuanto a descubrir la manera de eludir la influencia de las leyes de la naturaleza y se fue liberando poco a poco del dominio de la naturaleza física, a una velocidad que aumentaba en progresión geométrica. Vimos cómo los seres humanos habían logrado eludir la influencia de la ley astronómica del ciclo anual, que gobierna el rendimiento de las plantas y árboles; observamos cómo eludían análogamente la influencia de la ley fisiológica impuesta por el ciclo del día y de la noche; 2 y asimismo vimos cómo aprovechaban para fines humanos hasta el inhumano recurso de la naturaleza, que consistía en una procesión de ciclos de generaciones marcados por la muerte de individuos, cuando los seres humanos superaron el procedimiento de la naturaleza para transmitir una herencia genérica de instintos y aptitudes, mediante el proceso fisiológico de la procreación, con el recurso humano y artificial de transmitir una herencia social de hábitos y conocimientos, mediante el proceso espiritual de la educación moral e intelectual.3 Según esto, es improbable que el juego del azar en las cuestiones humanas, aunque lo parezca en general, en-

1 Bergson, Henri: L'Évolution Crea/rice, 24 * ed. (París 1921, Alean), pág. 239-58, citado en V. v. 428, n. 6. 2 En la pág. 64, n. 2, supra. ;í La creencia en la realidad de cualquiera de estos tres tipos de órdenes, lo mismo que la creencia en la realidad del orden de la naturaleza psíquica subconsciente, es el resultado de experiencia aferradas a una fe. Sin la fe, que es la seguridad que se tiene de cosas esperadas, la prueba que hay de cosas que aún no se ven (Hebreos XI, i ) , la experiencia que un ser humano tiene de la naturaleza física, la experiencia de sus semejantes y hasta la experiencia de sí mismo no garantizarían la realidad de ninguno de estos fenómenos; y la creencia en la realidad de Dios y de su obrar en el universo procede de la misma fuente doble. La experiencia de un encuentro con Dios que se atribuyó a Jacob, Moisés y Samuel, y que se daba por sentada en el caso de los profetas de Israel, Judá e Irán, de acuerdo con la propia

convicción de esos profetas, puede no haber sido vivida ni siquiera por los profetas durante más de uno o dos breves destellos de vida, en tanto que la gran mayoría de los seres humanos puede no haber tenido nunca esa experiencia directamente; de suerte que la creencia en Dios es un acto de fe para el propio profeta durante la mayor parte de su vida y para sus discípulos, durante toda la vida. "Bienaventurados aquellos que no vieron y sin embargo han creído" (Juan XX. 29), es pues una verdad enormemente verdadera de la creencia en la realidad de Dios; pero la creencia en la realidad de uno mismo, de otros seres humanos y de la naturaleza, psíquica o física, exige también una gran medida de fe y de experiencia. 1 Véase págs. 207-8, supra. 2 Véase págs. 182-7, supra. 3 Véase págs. 198-206, supra.

querré significar que me encuentro frente a hechos de voluntad o mejor dicho a 'decretos', cuando lo que buscaba era un mecanismo. .. La idea de 'azar' sencillamente objetiviza el estado de espíritu de alguien cuyas expectaciones se dirigían hacia uno de dos tipos de orden y que encuentra el otro. El azar y el desorden se conciben pues necesariamente como relacionados entre sí." i

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cubra el reinado de leyes de la naturaleza física, pues, pace los astrólogos, parece mucho menos probable el hecho de que las cuestiones humanas en las que no distinguimos el obrar de leyes de la psique subconsciente estén regidas, bajo el rótulo de "azar", por leyes de la naturaleza hasta ahora no reconocidas que el hecho de que estén regidas ya por leyes hasta ahora no reconocidas de la propia psique subconsciente, ya por la voluntad de seres humanos o de Dios. Cuando las voluntades humanas se encuentran unas a otras sin coincidir en el común fin de hacer la voluntad de Dios, son propensas, como vimos, a frustrarse unas a otras, y su no buscada y concertada autrofrustración torna a abrir el camino para que las leyes obligatorias de la psique humana subconsciente se reafirmen. Cuando un alma humana encuentra a Dios, ¿cuál es el resultado de un encuentro que se verifica entre voluntades de potencias tan inconmensurablemente desiguales? Los teólogos que describieron a Dios con la imagen del hombre, por no haber conseguido elevarse a un culto de Dios en espíritu y en verdad,1 cayeron a veces en el error espiritual de imaginar que Dios ejerce su irresistible poder para hacer que su propia voluntad prevalezca sobre la del hombre, ya arrollándola despiadadamente, ya haciéndola inclinar astutamente para que, sin advertirlo, se conforme a la voluntad de Dios.2 Bossuet nos pintó este cuadro de una férrea ley de Dios, el Tirano, oculto tras la urdimbre de lo que las candidas criaturas de Dios llaman "azar". "Ne parlons plus de hasard ni de fortune, ou parlons-en seulement comme d'un nom dont nous couvrons notrc ignorance. Ce qui est hasard á l'égard de nos conseils incertains est un dessein concerté dans un conseil plus haut, c'est-á-dire dans ce conseil éternel qui renferme toutes les causes et tous les effets dans un mérne ordre. De cette sorte tout concourt á la méme fin, et c'est faut d'entendre le tout que nous trouvons du hasard ou de l'irrégularité dans les rencontres particuliéres." 3 El lenguaje del orador es tan brillante como magistral, pero las ideas del teólogo de lo que es Dios y de la manera en que obra Dios son tan poco convincentes como repugnantes para quienquiera que beba en las fuentes puras del cristianismo. Tal como Dios está revelado en los Evangelios es Amor así como Omnipotencia, es el Padre Redentor e Iluminador del alma, así como su Creador y Amo; 4 y ese credo cristiano nos asegura que, cuando un alma encuentra al Dios de este auténtico cuadro cristiano, el Amor suspende el fíat de la Omnipotencia, para transformar un mandato en incitación que recibe el ser Juan IV. 24. Véase págs. 27-32, sufra. Bossuet, J. B.: Discours sur l'Histoire Univtrstllf, 3* ed. (París 1700) Troisiéme Partie, chap. vil!. * Véase pág. 27, supra.

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humano y que lo coloca frente a una libre elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte.1 Esas incitaciones de Dios pueden suscitar en las almas humanas respuestas creadoras que son actos humanos genuinamente libres; y ese drama espiritual de incitación-y-respuesta2 es acaso la clave que explique aquellas cuestiones humanas en las que la acción del hombre se manifiesta, por lo menos parcialmente, libre del dominio de las leyes de la naturaleza. Si recordamos ahora algunos de los casos en que se manifiesta la resistencia de las cuestiones humanas a someterse a leyes de la naturaleza, comprobaremos que aquellos son también casos de respuesta creadora dada a una incitación. Cuando por ejemplo un individuo creador o una minoría creadora se distingue por romper el contacto con la masa, al adelantarse a ella y luego al establecer nuevamente contacto con ella, esos distintos movimientos, que son otras tantas pruebas de la libertad de acción de la minoría, son al propio tiempo otras tantas fases de una respuesta que el individuo creador o la minoría creadora se sintió estimulado a dar, como réplica a alguna incitación que se presentó a todos los miembros de la sociedad, incluso la masa que no dio respuesta alguna, y acaso también incluso otros individuos o minorías que eligieron el mal en lugar del bien, lo cual acarrea la muerte, en lugar de la vida.3 Si también consideramos nuevamente la historia del arte de la construcción naval en las edades modernas y postmoderna de la historia occidental, en las que observamos la sucesión de una aceleración seguida por una retardación, no una sola vez como en el movimiento de retiro-y-retorno, sino dos veces, comprobaremos que esta duplicación de la misma sucesión se explica aquí por la aparición de dos sucesivas y diferentes incitaciones. La incitación que suscitó la creación del "barco" occidental moderno durante el medio siglo que va de 1440 a 1490 d. de C. fue una incitación política. Alrededor de fines de la Edad Media de la historia occidental la cristiandad occidental se encontró no sólo categóricamente frustrada en su intento de salir de la patria europea occidental hacia el sudeste, para entrar en Dar-al-Islam y la cristiandad ortodoxa, sino que además se veía seriamente amenazada por el contraataque librado hacia el noreste, en el que los recursos militares de la cristiandad ortodoxa y el islamismo se unieron bajo auspicios otomanos.4 Lo peligroso de la situación en que se hallaba la cristiandad ortodoxa en el siglo xv quedaba acentuado por las circunstancias geográficas, que acaso explicaban también parcialmente el desencadenamiento de las calamitosas Cruzadas. La patria de la sociedad cristiana occidental se hallaba en el extremo de una de las penínsulas del gran continente eurasiático, y una sociedad tan precariamente situada debía, tarde o temprano, ser

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Deuteronomio XXX. 15-19. Véase II. I. 301-335. 3 Véase I. I. 45-9 y III. III. 235-398. * Véase IX. vm. 170-236, 320-83. 1

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barrida al océano por la presión de fuerzas más poderosas, procedentes del corazón del Viejo Mundo, si esa sitiada sociedad no lograba impedir el desastre saliendo de su cul-de-sac europeo occidental para encontrar un Lebensraum más amplio. Hacia el siglo v d. de C. la peine jorfe et dure de estar sofocado hasta morir entre el demonio y el Mar Profundo ya había hecho que dieran sus últimas boqueadas los representantes sobrevivientes de una abortada civilización cristiana del Lejano Occidente, situada en el "borde celta" del Viejo Mundo. Y también la cristiandad latina estuvo expuesta desde su nacimiento a este manifiesto destino de todas las sociedades europeas occidentales, al que hubo de sucumbir la cristiandad celta. En las Cruzadas los cristianos latinos —al elegir el mar Mediterráneo como su senda de guerra y al cruzarlo en bajeles del tradicional tipo mediterráneo— se sintieron impulsados, por la nostalgia de la cuna de su credo cristiano,1 a desafiar al destino saliendo de la Europa occidental para invadir el Levante; y al ulterior fracaso de esta empresa no siguió un retorno al status quo ante. En Egipto la réplica a la agresión occidental medieval fue el reemplazo de los agotados "fatimitas" por los militarmente eficientes mamelucos.2 Y en la cristiandad ortodoxa la réplica fue el reemplazo de un decrépito imperio romano de Oriente por los osmanlíes, que eran aún más eficientes y mucho más agresivos que sus primos mamelucos.3 Estas revoluciones locales, que la agresión de Occidente hubo de precipitar, eclipsaron las perspectivas militares y políticas de Occidente en el Levante y determinaron que sus perspectivas comerciales dependieran allí de la buena voluntad de las nuevas potencias islámicas. ¿En qué otra dirección podía mirar la cristiandad occidental en busca de una salida? El paralelo avance hacia el norte de la cristiandad occidental y de la cristiandad ortodoxa rusa, que habían desplazado su frontera común hasta la costa del océano Ártico, ya había eliminado la anterior tierra de nadie bárbara de la Europa septentrional antes de terminar el siglo xiv de la era cristiana;4 y cuando la cristiandad occidental se aprovechó de la postración en que se encontraba Rusia a causa de la impetuosa invasión mongólica procedente de la estepa eurasiática, para invadir los dominios que su vecina rusa tenía en la Rusia blanca y en Ucrania, esta expansión hacia el este y por tierra quedó a su vez detenida por el surgimiento de Moscovia.5 A mediados del siglo XV, cuando la ruta marítima, vía el Mediterráneo, al Levante, y la ruta terrestre, vía Rusia, al corazón del continente eurasiático, quedaron efectivamente cerradas a todo ulterior intento de expansión occidental en cualquiera de esas dos direcciones, el océano Atlántico era la única frontera de la cristiandad occidental que aún no estaba cerrada por un 1 Véase 2 Véase 3 Véase * Véase 6 Véase

I. i. 61 IX. ix. 363-83 y X. x. 134. IV. IV. 469-73. III. III. 35-66. II. II. 179-80. II. n. 184-7; IX. ix. y 420-30.

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infranqueable y hostil cordón humano; y el Atlántico, libre pues de adversarios humanos del Occidente, era la única frontera de tal condición, porque siempre había sido y todos los habitantes del Viejo Mundo creían que era, un mar intransitado e inconquistable, que ponía un infranqueable límite occidental físico a la porción habitable de Ja superficie de la Tierra. En el siglo xv de la era cristiana, el Atlántico estaba incitando a los sitiados pueblos de la cristiandad occidental, al ofrecerles una elección entre dos alternativas extremas. Si esos pueblos no querían verse barridos a su vez al Atlántico, así como ellos mismos habían barrido a los desdichados cristianos celtas, debían convertir en realidad la fantasía de Séneca,1 conquistando un océano del que ni siquiera un poeta, había supuesto nunca seriamente que pudiera ser conquistado por el hombre "en la vida real". El doble rebato de incitaciones simultáneas procedentes del Atlántico y de los osmanlíes fue la situación apurada que en el medio siglo que va de 1440 a 1490 d. de C. estimuló a los constructores navales de Occidente a crear para la navegación oceánica, un barco capaz de navegar por todo el globo y de mantenerse continuamente en el mar durante meses y meses, un barco como nunca antes se había diseñado y ni siquiera imaginado. ¿Por qué a este estallido de energía creadora del siglo xv, por parte de los constructores navales occidentales, siguió un período de relativo estancamiento, que duró trescientos o cuatrocientos años? También aquí el fenómeno de la incitación y respuesta constituye la clave de la explicación; en efecto, la creación del barco occidental moderno fue una respuesta tan efectiva a la incitación militar y política que se le presentó al Occidente en el siglo xv, que los epígonos de los constructores navales occidentales del siglo xv tuvieron escasos incentivos para mejorar la obra de sus predecesores, hasta que ulteriormente los sacó de su letargo una nueva incitación, que no era ni militar ni política, sino que era económica, y que no alcanzó al mundo occidental desde afuera, sino que surgió desde adentro. El barco occidental moderno fue una solución adecuada para el problema del Lebensraum que acosaba al mundo occidental moderno temprano. Por un lado, permitió a los pueblos occidentales adquirir en las Américas lo que parecía una adición inagotable a sus propias reservas de tierra de cultivo, y por otro lado les permitió monopolizar todo el comercio marítimo oceánico del mundo; y esta súbita inversión de los papeles, registrada a favor de los pueblos occidentales, en la competición que ellos mantenían con otras civilizaciones vivas, no sólo les dio plena seguridad militar y política, sino que además satisfizo ampliamente sus necesidades económicas, en una época en la que ellos, lo mismo que sus contemporáneos, se hallaban aún viviendo de acuerdo con la tradicional organización económica del hombre en proceso de civilización. En esa organización —que en el valle inferior del Nilo y en la cuenca inferior del Tigris y del Eufrates ya había funcionado 1

Séneca: Medea, versos 364-79, citados en II. I. 293, n. i.

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normalmente desde fines del cuarto milenio antes de Cristo— la agricultura era la fuente capital de los alimentos y la ocupación general de la gente, en tanto que el comercio y la elaboración de productos eran actividades subsidiarias y excepcionales. En sociedades de este tipo tradicional las ciudades y los puertos que vivían de la importación de bienes de consumo y materias primas, que pagaban exportando productos manufacturados y prestando el servicio económico de suministrar y financiar el transporte marítimo y terrestre, eran pocos y espaciados; más raras aún eran las parásitas capitales de imperios ecuménicos •—una Roma, una Constantinopla o una Pekín— que empleaban la palanca del poder político para exigir importaciones sin retribuirlas con exportaciones; x y la única otra variación notable de esta estructura económica predominante y fundada en las actividades agrícolas era el intercambio de cereales y otros productos agrícolas por productos de ganadería, intercambio que se realizaba entre los nómadas de las estepas y sus vecinos sedentarios más próximos. Ejemplos clásicos de ese poco habitual tráfico de artículos que eran de primera necesidad y no de lujo, fue la importación de granos a la patria de la civilización helénica, alrededor de las costas del Egeo, procedentes del Hinterland agrícola ruso de la gran entrada occidental de la estepa eurasiática, a partir del siglo vi a. de C.3 hasta alrededor del siglo ni de la era cristiana, y la importación del mismo vital producto procedente de Sicilia y Apulia, que en el siglo xvi llevó a cabo España,2 cuyo centro se había empeñado en la cría de ganado lanar.s La sociedad occidental continuó —lo mismo que sus contemporáneas— viviendo de acuerdo con esa tradicional organización económica, durante unos trescientos años (arca 1475-1775 de. de C.) después de haber obtenido una victoria económica sobre las otras civilizaciones vivas, al monopolizar el comercio marítimo oceánico de artículos de lujo, y al adueñarse de las más grandes reservas del mundo de tierra de cultivo aún no cultivada. Durante el último tercio o el último cuarto del siglo xvín, se declaró, con todo, una nueva revolución económica •—casi comparable en magnitud a la anterior revolución por la que se pasó de la cacería y la recolección de frutos de la tierra a la agricultura y a la cría de ganado— en Gran Bretaña, desde donde se difundió luego progresivamente a Bélgica, Alemania y los Estados Unidos de Norte América, y más adelante al Japón y a otros países occidentalizados, que se hallaban más allá de los límites originales del mundo occidental. Los dos rasgos sobresalientes de esta nueva revolución económica Véase VI. vil. 127-32, acerca del dragado del Gran Canal de China, construido después de la unificación política del cuerpo principal de la sociedad del Lejano Oriente por la dinastía Sui, para transportar, a la capital del norte, alimentos procedentes del centro meridional de producción agrícola. 2 Véase Fueter, E.: Geschichte des Europaischen Staatensystems non 1492-1559 (Munich y Berlín 1919, Oldenbourg), pág. 96. 3 Klein, J.: The PAesta: A Study in Spanish Economic History, 1273-1836 (Cambridge Mas. 1930, Harvard University Press). 1

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fueron un súbito aumento de población registrado a ritmo acelerado, y una concomitante elevación del comercio y de la industria manufacturera a un plano de decisiva preponderancia sobre la agricultura, como ocupaciones generales y fuentes de alimentos, y no ya tan sólo en exiguas, raras y aisladas cuñas urbanas, sino en todos los países y regiones dedicados antes a las actividades agrícolas. La rápida subordinación de la agricultura y de la cría de ganado a la industria era tanto más notable atendiendo al hecho de que la agricultura y la cría de ganado en Occidente lejos de estar estancadas o de hallarse en una fase de regresión, estaban en ese mismo momento pasando por una revolución simultánea en la que su productividad, lo mismo que la productividad de la industria urbana, se veía notablemente aumentada por haberse abandonado los procedimientos tradicionales en favor de nuevos experimentos, que eran tan racionales como radicales. La revolución técnica cumplida en la agricultura y en el siglo xvín * corría pareja con la revolución técnica cumplida en la industria y en el mismo siglo, así como la creación del clíper del siglo xix corría pareja con la creación del barco de vapor del mismo siglo. Si, a pesar de este súbito progreso, la agricultura, así y todo, no logró mantener su primacía sobre la industria en el mundo occidental y occidentalizado, la razón de ello estaba en que la revolución agrícola del siglo xvín en sí misma no había sido una respuesta adecuada —ni siquiera en combinación con el aumento del área de cultivo, tanto en la Europa occidental como en ultramar— a la incitación malthusiana, a la que la revolución industrial del siglo xvín demostró que podía hacer frente. El aumento extraordinariamente rápido de la población, que se registró primero en Gran Bretaña, de entre los países del mundo occidental moderno, parece haberse debido a una reducción del índice de mortalidad, gracias al mejoramiento del nivel de la salud pública,2 que no quedó neutralizada por una disminución del índice de natalidad, durante las cinco o seis generaciones siguientes. En Gran Bretaña la disminución del índice de mortalidad comenzó a hacerse sentir circa 1740 d. de C.; 3 "entre 1740 y 1820, el índice de mortalidad fue decayendo casi continuamente, desde un 35,8 % durante los diez años que terminan en 1740, a un 21,1 % en los años que terminan en 1821"; 4 pero el índice de procreación no comenzó a descender en Gran Bretaña o en Francia, antes de 1875-80 d. de C., y en otros países de la Europa occidental, antes de 1905-10.5 El aumento neto de la población de la Europa occidental, debido a este lapso de retraso entre 1 Véase Ashton, T. S.: The Industrial Revolution, 1760-1830 (London Oxford University Press), págs. 6-7. 2 T. S. Ashton, en The Industrial "Revolution 1760-1830, pág. 4, enumera diez influencias distintas que obraron en Gran Bretaña desde alrededor de d. de C., para reducir el promedio de mortalidad. 3 Véase Dupriez, L. H.: Les Monvements Économiques Généraux (Louvain Institute de Recherches Economiques et Sociales, 2 vols.), vol. I, pág. 304. 4 Ashton, o¡>. cit., pág. 4. 5 Véase Dupriez, op, cit., vol. i, pág. 306.

1948, hasta 1740 1947,

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

la reducción del índice de mortalidad y la reducción del índice de natalidad, iba a alcanzar su punto culminante en 1890-1910 d. de C.1 En el momento de escribirse el libro, publicado en 1947 d. de C., en el que se consignan estas notables cifras, el término medio de vida que cabía esperar en el mundo occidental se había elevado de 35 años, que era el promedio que había tenido durante el anclen régime, a no menos de 6o años.2 Este gran aumento de población registrado primero en Gran Bretaña y luego en otras provincias del mundo occidental y occidentalizado habría significado gran riesgo económico si la explosión de la revolución industrial no hubiera respondido apropiadamente a la incitación, al convertir ese riesgo potencial en algo positivo. La revolución industrial permitió que una población en crecimiento elevara su nivel de vida, al aumentar el volumen de la producción económica de manera tal que este aumento hasta superó el aumento del número de bocas que alimentar, y de cuerpos que vestir y alojar. Y el hecho de que estemos familiarizados con tal realización no ha de dejarnos ciegos a la verdad de que se trataba de un extraordinario tour de forcé. "El espectro de la presión de la población sobre los medios de subsistencia, que en 1798 oprimía el espíritu de Malthus no era una quimera... El aumento de población... no significaba necesariamente que se produzca una mayor demanda de productos manufacturados o que aumente la producción de éstos en un determinado país. . ., sino que puede muy bien determinar un nivel de vida inferior para todos. . .",3 que fue, en efecto, lo que ocurrió en Irlanda, donde la población aumentó a fines del siglo xvm y a principios del xix, parí passu con el simultáneo aumento de la población de la isla vecina. Esta consecuencia irlandesa, no la inglesa, fue asimismo el resultado de correspondientes aumentos de población, producidos en China y en la misma época, bajo una Pax Manchuana, y en la India, en la segunda mitad del siglo xix y en la primera mitad del siglo xx, bajo una Pax Britannica. "En las llanuras de la India y de la China hay hombres y mujeres hambrientos y castigados por las pestes, que viven vidas poco mejores, a juzgar por las apariencias, que las del ganado que trabaja con ellos durante el día y comparte con ellos los lugares de descanso durante la noche... Tales... niveles. . . son la suerte que espera a quienes aumentan la población sin pasar por una revolución industrial. .." 4 "El problema central de la época [en Gran Bretaña y en 1760-1830 d. de C] era el de cómo alimentar, vestir y emplear a generaciones de 1 2 3 4

Véase Dupriez, op. cit., vol. i, pág. 303. Véase ibid., vol. I, pág. 304. Ashton, op. cit., pág. 6. Ibid., pág. 161.

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hijos que sobrepasaban en mucho a las de cualquier otro tiempo anterior. Irlanda se vio frente al mismo problema. Como no consiguió resolverlo, perdió en la década de 1840, alrededor de y5 de su pueblo, por obra de la emigración, las enfermedades y la mala alimentación. Si Inglaterra hubiera continuado siendo una nación de agricultores y artesanos difícilmente habría escapado a la misma suerte; y, en el mejor de los casos, el peso de la creciente población habría abatido su espíritu. La salvaron. . . aquellos que, persiguiendo claro está sus propios y estrechos fines, tuvieron el ingenio y los recursos para idear nuevos instrumentos de producción y nuevos procedimientos para administrar la industria... 1 Gran Bretaña podría haber conocido por amarga experiencia la falsedad de la concepción de que (porque con cada par de manos hay una boca) todo aumento de población debe conducir por eso a un aumento de consumo y por lo tanto de producción total, si, después de mediados del siglo xix, no hubiera habido ferrocarriles en América, ni hubiera habido barcos de vapor, ni se hubieran conquistado las praderas." 2 Podemos comprender ahora cuál fue la incitación que, después de trescientos o cuatrocientos años de relativo estancamiento en el arte de las construcciones navales en Occidente, suscitó durante el medio siglo que va de 1840 a 1890 d. de C., una nueva chispa de actividad creadora —comparable al anterior estallido de 1440-90 d. de C.— que hizo nacer, en un parto de gemelos, el clíper y el barco de vapor destinado a recorrer grandes distancias. Bajo el peso de un súbito e importante aumento de la población sobre los medios de subsistencia, la sociedad occidental moderna, que, lejos de resignarse a ver descender su nivel de vida, se sentía inclinada a elevarlo, comenzó —siguiendo las huellas de la sociedad helénica del siglo vi a. de C.—s a convertir una economía fundada en la agricultura y las actividades de granja en una economía de producción especializada, destinada a la exportación; y por primera vez en la historia del hombre en proceso de civilización, esa revolución económica se verificó no ya dentro de los muros de un puñado de estados-ciudades, sino en todo el cuerpo social de una sociedad hasta entonces preponderantemente agrícola. Esa revolucionaria empresa económica no podía obtener éxito a menos que los entrepreneurs multiplicaran, por muchas veces, la capacidad del transporte marítimo que había satisfecho las exigencias, comparativamente modestas, de la economía tradicional; pues esas exigencias se limitaban al transporte de artículos de lujo, destinados a una reducida clase gobernante, y de alimentos y materias primas destinados a unas pocas ciudades y puertos especializados en el comercio y la industria. Para que el nuevo y revolucionario régime económico tuviera éxito, era menester que la capacidad de transporte marítimo se ampliara enormemente a fin de que fuera posible el envío en bruto de artículos 1 2 s

Ashton, op. cit., pág. 161. Ibid., pág. 6. Véase I. i. 47-8; II. u. 53-7;. III. ni. 141; IV. iv. 213-26; IX. ix. 460-2,

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pesados y primarios de consumo, no ya destinados a unas pocas y excepcionales comunidades urbanas, sino a todo el cuerpo de una sociedad que se estaba haciendo preponderantemente industrial, en lugar de seguir siendo preponderantemente agrícola. La capacidad de transporte marítimo podía acrecentarse de tres maneras: aumentando el número de barcos en servicio activo, aumentando sus dimensiones y aumentando su velocidad, con lo que podía aumentarse la frecuencia de los viajes. Y en verdad el mundo occidental recurrió a estos tres expedientes para afrontar la crisis del transporte marítimo en el siglo xix. La línea de menor resistencia era, desde luego, eludir la ardua tarea de las innovaciones mecánicas y de estructura, recurriendo al sencillo procedimiento de aumentar el número de barcos de las dimensiones, construcción y sistema propulsor habituales. "Los datos que poseemos muestran que los cambios de dimensiones de navios no fueron notables en Inglaterra hasta después de 1830, aun cuando la proporción de barcos más grandes aumentó especialmente después de 1730. Si estudiáramos la construcción de barcos en Europa en general, veríamos que los cambios en las dimensiones de los buques mercantes fueron menos considerables que en Inglaterra. Hasta 1850 ningún buque mercante tenía un registro de tonelaje que superara a las 1.200 toneladas, y había muy pocos barcos en Inglaterra que tuvieran un tonelaje de 420 a 1.199 toneladas. Había mayor número de barcos de esos dimensiones en el Mediterráneo, ya en 1600; porporcionadamente Holanda tenía más que Inglaterra, aunque las dimensiones de los buques holandeses probablemente no eran tan grandes como las de los transportes del mar Mediterráneo. En todo el período (circa 1572-1830 d. de C), las flotas mercantes de diferentes países contaban con muchos barcos muy pequeños." 1 * Usher, AP.: "The Growth of English Shipping, 1572-1922", en The Quarteily Journal of Economic, vol. XLII (Cambridge Mas. 1928, Harvard University Press), pág. 476. "Se produjeron cambios en las proporciones entre los barcos muy pequeños y los de dimensiones medianas en todos los países, pero en Inglaterra se produjeron menos cambios que en ninguna otra parte, porque las condiciones en Inglaterra eran especialmente favorables para que persistieran unidades pequeñas en el tráfico marítimo" (íbid., págs. 476-7). El tonelaje medio de la marina mercante británica se elevó sorprendentemente poco durante los dos siglos que van del fin del reinado de Santiago I, en 1625 d. de C, al fin del del rey Jorge III, en 1820 d. de C. Durante el reinado de Santiago I, el tonelaje normal de los buques mercantes ingleses oscilaba entre 100 toneladas y 300/500 toneladas; y entre 1675 d. de C. 1680 d. de C., se construyeron 16 barcos destinados al comercio de las Indias Orientales, con tonelajes que llegaban hasta 1.600 toneladas. Pero, después de 1792, la cifra promedio de esos barcos de las Indias Orientales tornó a bajar a 350/400 toneladas, y si bien en 1750 subió a un promedio de 499 toneladas, y en 1786-90 d. de C., a unas 1.200 toneladas, el tonelaje medio de los barcos mercantes británicos de otra propiedad no se elevó en la misma medida. En la marina mercante británica y en 1810 d. de C, independientemente de la flota de la Compañía de las Indias Orientales había sólo 20 barcos con un tonelaje de más de 600 toneladas y ninguno de

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En cambio, desde circo. 1830 d. de C. en adelante, el aumento de las dimensiones de los barcos, que exigía revolucionarios cambios en la construcción y pronto también en el sistema propulsor, vino a contribuir más que el aumento del número de barcos en servicio a determinar la ahora rápidamente creciente elevación del tonelaje general de la marina mercante del Reino Unido, como puede comprobarse por las siguientes cifras contenidas en los cuadros compuestos por Usher.1 Año

Número de veleros

Tonelaje registrado

1788 1830 1860 1890 1910

12.461 19.174 27.663 21.591 21.090

1.279.062 2.201.592 4.658.687 7.978.538 11.555.663

un tonelaje superior a i.ooo toneladas (Abell, W.: The Shipwright's Trade (Cambridge 1948, University Press), págs. 99-100). Este mantenimiento virtual de las dimensiones medias de los buques mercantes en el mundo occidental en general y especialmente en Gran Bretaña durante un período de unos doscientos años que termina circo. 1830 d. de C. es tanto más notable atendiendo al hecho de que, en el mismo período, el volumen del tráfico marítimo británico no permaneció estático, sino que, por el contrario, manifestó fluctuaciones bien perceptibles. "La curva del tonelaje de la flota mercante indica que hubo tres períodos de crecimiento activo: 1663-1730, 1770-1811, y 1840-1910. Los intervalos entre estos períodos, si bien no registran una verdadera declinación, fueron períodos de relativo estancamiento, particularmente los últimos intervalos. Los despachos de aduana en el comercio exterior revelan dos períodos de crecimiento: 1663-1760 y 1801-1910" (Usher, op. cit., pág. 474). "El rápido crecimiento producido en el siglo xvn es comparable al crecimiento de fines del siglo xix, que nos hemos sentido inclinados a considerar como sin igual en el siglo anterior" (ibid,, pág. 472). Pero a pesar de la construcción de 16 barcos anormalmente grandes para la Compañía de las Indias Orientales, durante los años 1675-80 d. de C. el aumento de las dimensiones evidentemente importaba mucho menos que el aumento del número de unidades para la duplicación, registrada entre 1663 y 1688 d. de C., tanto del tonelaje de la marina mercante inglesa como de los despachos de aduana del comercio exterior inglés (véanse las cifras del cuadro I de la pág. 467 y del cuadro II, de la pág. 469, de Usher, op. cit.). "Es importante observar que el crecimiento comercial de fines del siglo xvü, como lo muestran las dos series de datos, no estuvo acompañado por un gran aumento de la población, en tanto que el aumento de población fue realmente considerable en el siglo xix" (ibid., pág. 474). 1 Las dos series de cifras que damos más arriba fueron tomadas respectivamente del cuadro I contenido en la pág. 467 y del cuadro IV, contenido en la pág. 475 de Usher, op. cit. En el cuadro I, las cifras del año 1830 d. de C. en comparación con las de 1788-1825 d. de C., quedaron disminuidas en alrededor de un 7 %, por la exclusión de barcos perdidos que antes figuraban en el registro. Las cifras de tonelaje correspondientes a los años que comienzan en 1860 d. de C., en comparación con las de 1830-50 d. de C., se elevaron en alrededor de un 7,5 % a causa de un cambio producido en las normas para medir el tonelaje, que se hizo efectivo en 1857 d. de C,

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Porcentaje de barcos de la marina mercante del Reino Unido, en cada una de las diferentes clases de tonelaje que se distinguen en la señe de columnas que jiguran a renglón segutdo. Año

Hasta 100 toneladas

100-419 toneladas

420-1. 799 toneladas

1788 1830

3i,i 25,2

62,1 62,4

6,8 12,4

Año

Hasta roo toneladas

100-399 toneladas

400-7.199 toneladas

1869

9,6

27,4

45,9

7.200-7.999 2.000-3.999 4.000 tonetoneladas toneladas ladas o más 15,6

1,2

0,3

Es evidente que el aumento de casi seis veces registrado en el tonelaje general de la marina mercante del Reino Unido, de la cifra de 1.551.072 toneladas en 1799 d. de C, a la cifra de 9.304.108 toneladas en 1900 d. de C., se debió en su mayor parte al aumento de las dimensiones de los barcos y no al aumento de su número, considerando ue entre esas mismas dos fechas, período en que se registró un 600 % e aumento en el tonelaje general, el número de buques aumentó difícilmente más de un 50 % (de 12.461 unidades que había en 1799 d. de C, a 19.982, que había en 1900 d. de C.), después de haber alcanzado y pasado, en 1860 d. de C., la cifra máxima de 27.663 barcos.1 Es no menos evidente que el aumento en las dimensiones nunca podía haberse producido hasta el punto en que se produjo, sin que lo acompañara una revolución en la construcción misma.

3

"Algún aumento de dimensiones fue posible sin cambiar de materiales. Podían construirse barcos de madera de hasta 4.000 y hasta 5.000 toneladas, pero con costos de construcción y mantenimiento cada vez más rápidamente elevados. Se habían encontrado serias dificultades en la construcción de buques de madera muy grandes, porque las rodas y codastes tenían que ser maderos de una sola pieza, y había límites en las dimensiones de los maderos de primera calidad para tales fines. La introducción del hierro y el acero dio cabal solución a todos esos problemas. Es menester tener presente ese cambio radical en toda discusión sobre las dimensiones de los buques de períodos anteriores. La revolución verificada en el carácter de la flota mercante es un capítulo de la historia de fines del siglo XIX, un resultado del desarrollo del barco de hierro." 2 1 Véase Usher, op. cit., cuadro I de la pág. 467. - Ibid,, págs. 477-8.

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El empleo del hierro hizo posible, como vimos,1 construir clíperes de un tonelaje dos veces más grande que el de cualquier velero anterior; pero aun cuando el problema de la construcción quedó así resuelto, había límites al posible tonelaje de un velero hasta de aparejo cuadrado, en el cual podía aumentarse la extensión total del velamen, añadiendo hileras de velas y aumentando el número de mástiles. Y las dimensiones del barco mercante británico del siglo xix, como las de la carabela portuguesa del siglo xv con aparejo latino 2 habrían quedado por fuerza reducidas a los límites impuestos por la técnica de la propulsión de vela, si revolucionarios constructores de barcos británicos del siglo xix no hubieran introducido la innovación de impulsar los nuevos cascos de hierro con la fuerza del vapor, en lugar de hacerlo con la fuerza del viento. El tonelaje de los vapores británicos, diferente del tonelaje de toda la marina mercante británica compuesta ya por vapores ya por veleros, se duplicó entre 1860 y 1868 d. de C., según Rostow; 3 y el papel cada vez más importante del tonelaje de los barcos de vapor, comparado con el aumento del tonelaje de los veleros, en el aumento general del tonelaje de la marina mercante del Reino Unido, está reflejado en el hecho de que la capacidad de transporte de los barcos de vapor de la marina mercante del Reino Unido se elevó, según Usher,4 de aproximadamente 4.068.000 toneladas en 1850 d. de C., cuando había un tonelaje total de 3.651.133 toneladas distribuidas entre 25.984 barcos de ambas clases, a 30.924.000 toneladas, en 1900 d. de C, cuando había un tonelaje total de 9.304.108 toneladas, distribuidas entre 19.982 barcos.5 Como se ve, cuando la explosión de la revolución industrial incitó a los constructores de barcos del siglo xix a satisfacer las necesidades de un enorme aumento de capacidad de transporte marítimo que era menester satisfacer de alguna manera para que la audaz y revolucionaria empresa económica no terminara en un catastrófico fracaso, los constructores de barcos resolvieron el problema decisivo que les había planteado la revolución industrial recurriendo a nuevas técnicas que la propia revolución industrial había puesto a disposición de ellos. El carácter creador de la respuesta que dieron los constructores de barcos del siglo xix era proporcionada al rigor de la incitación que la había suscitado. Pero tan pronto como quedó resuelto el problema de la capacidad de transporte por la creación de un vapor preparado para recorrer grandes distancias, cuya velocidad podía aumentar proEn la pág. 259, n. 5, supra. Véase la pág. 255, sufra. Véase Rostow, W. W.: Eritish Economy in the Niiieteeiith Century (Oxford 1948, Clarendon Press), pág. 23. * En Usher, op. cit., cuadro I, contenido en la pág. 467. 5 Schumpeter, J. A.: Business Cycles (New York 1939, McGraw Hill, 2 vols.), vol. i, pág. 268; Usher calcula que la capacidad aproximada de carga de la marina mercante del Reino Unido en barcos de vapor era de no menos de 31.000.000 de toneladas en 1900 d. de C., pero que alcanzaba a sólo poco más de 8.000.000 de toneladas en 1850 d. de C. 1

2 s

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gresivamente parí passu con los progresivos aumentos de sus dimensiones, se produjo una disminución de la presión que había estado estimulando continuamente las facultades inventivas de los constructores de barcos durante los cincuenta años anteriores; y ese relajamiento de la tensión explicaría por qué en las construcciones las innovaciones producidas durante los sesenta años que van de 1890 a 1950 d. de C. se registraron de manera marcadamente más lenta que las producidas entre 1840 y 1890 d. de C., a pesar del hecho de que durante las seis décadas que terminan en 1950 d. de C., el progreso general de la técnica occidental continuó acelerándose en progresión geométrica. La propiedad, la velocidad y el vigor de las respuestas que dieron los constructores navales occidentales a dos incitaciones completamente diferentes, durante los cuatro siglos y medio que van desde circet 1440 d. de C. a circa 1890 d. de C., son pruebas categóricas de la libertad de acción humana en respuesta a una incitación técnica; pero la técnica es, después de todo, el campo en el que, más que en ningún otro, bien caben esperar pruebas de la libertad humana, considerando que el hombre nunca se acerca tanto a convertirse en dueño de una situación como cuando trata la naturaleza no humana. Rara vez el hombre muestra algo que se parezca a ese dominio cuando trata la psique subconsciente de su personalidad u otras personas que son sus semejantes. Por eso resulta acaso más notable el hecho de que encontremos prueba de incitación-y-respuesta que den nacimiento a la libertad humana, tanto en el plano espiritual como en el plano técnico. Y en efecto encontramos también aquí tales pruebas cuando recordamos el papel que desempeña la incitación-y-respuesta en producir la diversidad que hay entre episodios correspondientes de la historia de diferentes civilizaciones. La diversidad en cuanto a la duración de las fases de crecimiento de las civilizaciones era evidentemente la consecuencia de una repetida libertad de elección que lleva consigo, cada vez, tanto una posibilidad de éxito como un riesgo de fracasar. Como comprobamos en un lugar anterior * el proceso de crecimiento social consiste en una concatenación de actos de incitación-y-respuesta, en la cual una respuesta triunfante a una incitación determina otra incitación, que puede encontrar otra respuesta triunfante, la cual determina otra incitación de la serie. Como se ve, en cada acto sucesivo los que reciben la incitación del momento tienen libertad para elegir entre el bien y el mal, que están cargados con la vida y la muerte; 2 y esto significa que cada acto plantea de nuevo la cuestión de "ser o no ser". En toda serie de encuentros verificados entre Dios, el incitador, y el hombre que recibe la incitación no hay evidentemente nada que haga imposible que continúe ad infinitum desarrollándose, el hilo de oro de incitación-respueshi triunfante determinante de otra incitación-respuesta triunfante. Es 1 2

En III. ni. 138-9. Deuteronoraio XXX.

15-19,

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asimismo evidente que al presentarse cada sucesiva incitación no hay seguridad alguna de que esta vez el hilandero logre nuevamente prolongar el hilo de la vida, pues en cada acto el hombre tiene la libertad de elegir la muerte en lugar de la vida; y cada vez esa importante decisión depende del incierto conflicto de una pugna espiritual librada en su alma entre la aspiración a la gracia y la atracción del pecado original. El rigor de esta pugna perpetuamente reiterada está indicado por nuestra comprobación de que de las veintidós civilizaciones conocidasl había sólo una de la que no pudiera certificarse que ya estaba muerta o en desintegración en el siglo xx de la era cristiana. Verdad es que este número no autorizaba a estimar por inferencia cuál pudiera ser el término normal de vida de toda civilización, porque esta especie de sociedad era aún tan joven en esa época y el número de sus representantes, aún tan escaso, que cualquier intento de generalización tenía por fuerza que tener un gran margen de error. Pero aun cuando las estadísticas no dieran motivo legítimo para alimentar pesimismo, podía conjeturarse que cada nueva fase haría presumiblemente más peligroso el juego, puesto que la pecaminosa naturaleza humana era propensa a que cada respuesta triunfante dada a una incitación la tentara a sucumbir ya al pecado activo de la hybris, ya al, difícilmente menos dañoso, pecado pasivo de dormirse sobre los laureles.2 Si, "cuanto más grande es el éxito, más grande la tentación", fuera en verdad una de las leyes a que estaba sometida la psique humana, luego parecería seguirse de ello que un equilibrio que debía ser inestable si era vehículo del proceso de crecimiento tendría la tendencia a hacerse cada vez más precario con cada sucesiva victoria de la vida sobre la muerte. Ese peligro siempre presente, que era el precio de la libertad, quedaba manifestado en el espectáculo de civilizaciones en desintegración, petrificadas, 3 detenidas 4 y abortadas;5 y estaba ilustrado en la historia no sólo de las sociedades humanas, sino de la propia vida en la tierra. Cada especie de criatura viva es un producto de crecimiento, ya que es el fruto de alguna creadora mutación pasada de una especie anterior y podría a su vez convertirse en la simiente de otra mutación creadora, que a su vez determinaría el nacimiento de otra especie; pero al propio tiempo toda especie viva "es un alto" y lo es "por definición", puesto que "es esencialmente una cosa creada".6 El desastroso colapso que sufrió la civilización helénica en pleno crecimiento estaba pronosticado en la premonitoria detención del creci1 En un recuento en el que se asigna al cosmos de estados-ciudades occidental medieval la condición de civilización, y no la de parte del cuerpo principal de la sociedad occidental. 2 Véase IV. iv. 256-72. 3 Véase VI. VH. 26-9 y 78-85. * Véase III. m. 13-130. 5 Véase II. u. 324-61 y 388-90. 0 Bergson, H.: Les Deux Sources de la Afórale el de la Religión (París 1932, Alean), pág. 251, citado en III. m. 255.

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miento del arte ático de la tragedia, en una generación que vivió para ver la guerra del Peloponeso. "La tragedia — lo mismo que la comedia— fue al principio mera improvisación . . . La tragedia avanzó a pasos lentos . . . Cada nuevo elemento que se manifestó hubo de desarrollarse ulteriormente. Después de haber pasado por muchos cambios encontró su forma natural y allí se detuvo o, ¿xsi laxs ^ vaiki;? e f i ú a i v ) . " 1

Los cambios por los que pasó la tragedia ateniense antes de que su desarrollo quedara detenido fueron tan rápidos como radicales, pues en un lapso de no más de tres generaciones se dio el comienzo y el fin del desarrollo, y tanto el comienzo como el fin fueron súbitos. La "forma natural" que alcanzó la tragedia ática con Sófocles y Eurípides se reprodujo luego conscientemente, sin otras innovaciones creadoras, en sucesores que vivieron no ya en la propia época de Aristóteles, sino mientras se cultivó ese género literario, hasta los últimos días de la cultura helénica; y en el preludio del proceso, un rito dramático tradicional, realizado, a manera de ensalmo, para asegurar la repetición regular de la cosecha y la vendimia anuales, permaneció, que sepamos, durante siglos tan estático como la técnica de la agricultura, hasta que el genio recordado con el nombre histórico o legendario de Tespis, transfiguró esta arcaica institución religiosa en un rudimentario vehículo artístico, para expresar los más profundos problemas, sentimientos e intereses de una civilización en florecimiento. Si atendemos al hecho de que Esquilo recogió ese arte recién nacido en pañales y lo entregó a Sófocles casi en un estado de pleno desarrollo, las tres generaciones que vieron el comienzo y el fin del proceso de la tragedia ática se reducen virtualmente al espacio de una sola generación. ¿Cómo habremos de explicarnos un período de creación difícilmente más prolongado que el de la vida de Esquilo cuando ese breve impulso de crecimiento tiene como preludio un período larguísimo ocupado por el rito del ¿vtauTO? SafjAuv, 2 y como epílogo un período larguísimo ocupado por el convencional drama helénico posterior a Eurípides? Encontramos la respuesta a esta pregunta en la historia del estado-ciudad de Atenas, en que nació el arte de la tragedia, como la estatua de Pigmalión, sólo para convertirse en piedra, cual la nave feacia,3 en plena carrera. La transformación de un rito agrícola ático en un arte era una de las expresiones de la simultánea transformación social y cultural de la propia Atenas, como resultado de la revolución Aristóteles: Poética, cap. IV, § 12 (1.449 A), traducido por Butcher S. H.: Aristotle's Theory of Poetry and Fine Art, 3* ed. (London 1902, Macmillan), págs. 18-19. 2Véase III. JIJ. 276. 3 Véase Odisea, Libro XIII, versos 159-64. 1

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de Solón.1 Al producir esta revolución en su propia vida, Atenas se convirtió en la "escuela de la Hélade"; 2 sin embargo, antes de que Pericles hubiera acuñado esta expresión en 431-430 a. de C., Atenas había dejado de merecer un título que convenía a la Atenas de una edad que comenzó con la generación de Solón, es decir, en el paso del siglo vil al siglo vi a. de C., y terminó con la generación de Esquilo (vivebat 525/524-456 a. de C.); pues en esa fecha, Atenas, bajo la influencia de su único conductor, Pericles, se había endurecido y convertido en la repelente figura de una "ciudad tirana",3 que egoístamente abusaba del poder que tenía en la Hélade para satisfacer los estrechos intereses de sus propios ciudadanos, y que cuidaba celosamente que no se extendiera una condición ateniense que había llegado a convertirse en un lucrativo privilegio. Esta caída moral de Atenas se produjo durante el medio siglo que transcurrió entre el rechazamiento de la invasión que Jerjes había llevado a cabo a la Grecia europea continental y el estallido de la guerra del Peloponeso; y el acto en que esa caída quedó más expresivamente simbolizada es el escrutinio y purga del registro oficial de ciudadanos atenienses de 445-444 a. de C., con motivo de una distribución de granos ofrecidos al pueblo ateniense por su aliado Egipto y que llevó a los atenienses a obrar de acuerdo con una ley de restricción, promulgada seis años antes, a instancias de Pericles.4 Seguramente no se debe a accidente alguno el hecho de que esta simbólica fecha de la narcosis espiritual de Atenas coincidiera con el floruit artístico de un Sófocles, en cuyas manos el arte ático de la tragedia llegó al final de un desarrollo que había sido tan vigoroso en la generación del predecesor inmediato de Sófocles, Esquilo. La hybrts engendrada en las almas atenienses por el triunfante éxito de las respuestas que Atenas dio a la ordalía por la que pasó el mundo helénico en el siglo vi a. de C. al verse cercado, y la ordalía del siglo v a. de C., al verse invalidado, agostó el desarrollo moral del pueblo de Atenas; y el alto registrado en el desarrollo del arte ático de la tragedia era una consecuencia y un índice de ese desastre espiritual. El elemento de la libertad en las cuestiones humanas, que se revela en la diversidad de duración de la fase de crecimiento de civilizaciones y cuya epifanía y atrofia pueden verse —en la historia del crecimiento y la petrificación del arte ático de la tragedia— con foco tan preciso como si las contempláramos a través de una magnífica lente, está asimismo revelado en la diversidad de las relaciones de la religión respecto de los surgimientos y caídas de civilizaciones de diferente geVéase IV. iv. 212-26. Véase I. I. 47-9. TupawíSa íy_sis r¡) váp-¿-í¡v (Discurso que Tucídides pone en boca de Cleón, en el Libro III, cap. 37.) 4 Véase Aristóteles: La Constitución de Atenas, cap. 27, ad finem; Plutarco: Vida de Pericles, cap. 37. 1 2 3

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aeración; y en este terreno, como en aquél, podemos comprobar que la libertad humana surge de un encuentro en el que el hombre se ve urgido a responder a una incitación procedente de Dios. La incitación del colapso, la desintegración y la disolución sociales fue idéntica en la historia de las civilizaciones de cada una de las tres generaciones de esa especie de sociedad, que aparecieron hasta ahora, y fue idéntica a joríioñ entre las diferentes representantes de una misma generación; sin embargo, las respuestas dadas a esta incitación espiritual en la segunda generación fueron, como vimos, inmensamente más fructíferas que las respuestas dadas ya en la primera generación, ya en la tercera generación. Y a un historiador cristiano reciente le parecería improbable que un juez por entero desinteresado y al propio tiempo plenamente calificado (en el caso de que fuera posible encontrar un arbitro humano de tal suerte semejante a Dios) pusiera sobre un mismo pie de igualdad espiritual el hinduísmo o el islamismo con el mahayanismo o el cristianismo, que eran todos respuestas dadas en la segunda generación. Esta amplia diversidad de las respuestas dadas a una idéntica incitación se hace inteligible si —y acaso tan sólo así—• vemos en ella la consecuencia de una libertad de elección que Dios otorgó a las almas humanas; y de este modo vemos cómo la libertad que surge de la incitación-y-respuesta lo hace en la más decisiva de todas las ordalías a que el Creador sometió al hombre en proceso de civilización, en el curso de los 5 o 6 mil años durante los cuales la criatura humana se estuvo esforzando por escalar, desde el fondo, la abrupta pendiente de su purgatorio terrestre.1 D. LA LIBERTAD DEL ALMA HUMANA QUE ES LA LEY DE DIOS En esta parte de nuestro Estudio estamos procurando comprender la relación que hay entre ley y libertad en la historia; y si ahora tornamos a considerar esta cuestión a la luz de las pruebas que reunimos en el curso de nuestra indagación empírica, comprobamos que la cuestión ya recibió una respuesta. ¿De qué manera está relacionada la libertad con la ley? Nuestras pruebas declaran que el hombre no vive bajo una sola ley, sino que vive bajo dos, y una de ellas es la ley de Dios, la cual en sí misma es libertad con otro nombre más esclarecedor. ¡ :••;] Esta "perfecta ley de libertad" 2 es también una ley de Amor; pues Dios que es Amor en Persona 3 es el único que pudo haber dado al hombre su libertad, y el hombre puede usar ese don divino únicamente para elegir libremente el bien y la vida en lugar del mal y la 1 1 2

Véase II. I. 192-3. Véase II. i. 219-20. Santiago I. 25.

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muerte,1 si por su lado el hombre ama a Dios lo bastante para que ese amor lo lleve a entregarse a Dios, haciendo suya la voluntad de Dios, tan sin reservas como Dios se da al hombre al otorgarle el poder de la libre elección. Nuestras son nuestras voluntades y no sabemos cómo. Nuestras son nuestras voluntades para hacerlas tuyas.2

"La sua voluntade é nostra pace"; 3 y esta voluntad del hombre que se entrega a la voluntad de Dios y que predicó el profeta Mahoma con la lapidaria palabra islam es "la gloriosa libertad de los hijos de Dios".4 "La historia es, por encima de cualquier otra cosa, un llamado, una vocación que ha de ser oída y respondida por seres humanos libres. . . En suma, que es la interacción de Dios y el hombre"; 5 y filósofos helénicos precristianos adivinaron parcialmente esta verdad, que encuentra débiles ecos en las manifestaciones de heresiarcas occidentales postcristianos. Platón dijo que los dioses no arreaban a los seres humanos, sino que los guiaban; 6 y la descripción que hace Hegel de la Creación concebida como una síntesis lograda por el equilibrio entre una tesis y una antítesis, es una abstracción académica recognoscible de esa verdad viva, aunque ésta no tiene sentido en el sistema de Hegel, al quedar petulantemente rebajado el acto creador del mutuo amor de Dios y del hombre y convertido en el proceder lógico de un intelecto que "por sí mismo no mueve nada".7 La ley y la libertad en la historia demuestran ser idénticas, en el sentido de que la libertad del hombre es la ley de un Dios, que es idéntico al Amor. Pero esta conclusión no deja resuelto nuestro problema, pues al responder a nuestra cuestión original nos hemos planteado una nueva. En efecto, al comprobar que la libertad es idéntica a uno de dos códigos de ley, nos planteamos la cuestión de saber en qué relación se hallan entre sí estas dos leyes; y a primera vista la respuesta a esta nueva cuestión parecería ser la de que la ley del Amor y la ley de la naturaleza humana subconsciente, las cuales manifiestamente tienen jurisdicción sobre las cuestiones humanas, son no sólo diferentes sino contradictorias, y no sólo contradictorias sino además incompatibles, Deuteronomio XXX. 15. Tennyson: In Aíemoriam, en la invocación. 3 Dante: La Divina Comedia: "Paradiso", canto III, verso 85. * Romanos VIII. 21. 5 Lampert, E.: The Apocalypse of History (London 1948, Faber), pág. 45. 6 Platón: Critias, 109 B-C. "Nos vigilan así como los pastores cuidan a sus rebaños, ganados y majadas, sólo que no emplean la fuerza física como hacen los pastores cuando arrean a las bestias con golpes. Los dioses conducen a los hombres guiándolos. Los guían desde popa, que es la manera más fácil de guiar a la criatura humana, y usan como timón el instrumento de la persuasión, para influir en el alma del hombre de acuerdo con las propias ideas de los dioses." 7 Aristóteles: Ética a Nicómaco Z 2, pág. 1139 A-B, citado en III. m. 250, n. i y en las págs. 208, supra. 1

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 290 pues la ley de la psique subconsciente que nuestros psicólogos occidentales localizaron en los abismos psíquicos desde los cuales una vez astrólogos babilónicos la proyectaron a los astros y a sus cursos, mantiene en sujeción espiritual a las almas humanas a quienes Dios llamó para obrar con Él en libertad. Si uno de estos dos órdenes suscita libertad y el otro servidumbre, ¿no estaremos acaso oscureciendo temerariamente la verdad y confundiendo el planteamiento al usar la misma palabra "ley" para designar a los dos? Cuanto más comparamos estas dos "leyes" tanto mayor es el abismo moral que parece abrirse entre ellas. Si valoramos la ley de la naturaleza con la vara de la ley del Amor y vemos con los ojos del Amor todo lo que la naturaleza ha hecho, he aquí que es muy malo.1

Ay, mira: el alto cielo y la tierra sufren desde el principio; aquí están todos los pensamientos que nos destrozan el corazón, [y todos son vanos.2 Y en medio de la amargura de tener el corazón destrozado, el hombre explora diferentes explicaciones posibles de una anomalía y una monstruosidad morales de las que no puede dejar de buscar la explicación y que no puede aceptar como cosa obvia. Una de las conclusiones a que llegaron espectadores humanos del mal moral en el universo es la de que esta cámara de horrores no puede ser la obra de un dios bueno. Quod si iam rerum ignorem primordia quae sint, hoc tamen ex ipsis caeli rationibus ausim confirmare aliisque ex rebus reddere multis, nequáquam nobis divinitus esse paratam naturam rerum: tanta stat praedita culpa.3 Explicar este universo malo como el producto no deliberado de un fortuito concurso de los átomos indestructibles de la materia representa, en verdad, la línea de menor resistencia para un epicúreo que cree que los dioses son ron fainéanls; pero esa solución epicúrea del problema del mal no habrá de satisfacer ni a un lógico que ve a través de la palabra "azar" un orden positivo oculto detrás de ese rótulo negativo, ni a un cristiano, para quien Dios es el Amor que confirió al hombre una ley que es la libertad. Los cristianos se ven obligados a elegir entre dos posibilidades, que son, las dos, enormemente desconcertantes; el Dios que es Amor tiene que ser también el creador de un universo manifiestamente sufriente y ser por lo tanto un incompetente demiurgo, o una 1 Génesis I. 2 Housmann,

31. A. E.: The Shropshire Lad, XLVIII, citado en V. vi. 148. 3 Lucrecio: De Rerum Natura, Libro V, versos 105-9. En los versos 200-27 se indican los motivos de este juicio.

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maligna máter saeva cupidinum; * o bien, si el Dios del Amor no es un aspecto de una divinidad Jano bifronte que en otro aspecto es Nuestra Señora de los animales salvajes, xóivta ÓT]pwv, luego el universo sufriente debe de haber sido creado por otro dios, que no es el Dios del Amor. En el siglo u de la era cristiana, la iglesia cristiana católica quedó cercada por el primero de los dos cuernos de este dilema, en tanto que la iglesia cristiana marcionista quedaba cercada por el segundo. Marción fue un discípulo postumo del apóstol Pablo que, con rigor no paulino, llevó hasta sus últimas consecuencias lógicas la distinción que estableciera Pablo entre las opuestas esferas de la ley mosaica y de la gracia cristiana. El celo sin reservas de Marción por guardar el carácter inmaculado de Dios, que es Amor, le hizo imposible seguir comulgando 2 con todo cristiano que creyera que Dios era Amor y el Amor, la ley última de la Creación, aunque la naturaleza, con garras y dientes teñidos de sangre, clamaba contra su credo.3 Marción rompió con el cristianismo católico porque se debatía con la cuestión, ¿Están, pues, en pugna Dios y la naturaleza que engendra tales pesadillas ? 4 a la que dio la respuesta afirmativa que el anima naturaliíer Marcionita de William Blake iba a dar a la misma cuestión, unos mil setecientos años después. Cuando los astros arrojaron sus lanzas y bañaron el cielo con sus lágrimas, ¿sonrió Él al ver su obra? ¿Te hizo a ti el que hizo ai cordero? La solución de Blake y Marción de este enigma moral consiste en atribuir la creación de un universo sufriente a un dios que, lejos de ser idéntico al Dios fuente de Amor y Padre del Salvador, es su antítesis, ya que el rasgo característico del dios creador es la cualidad negativa de no ser ni amante ni amable. En la teología de Blake como en la de Marción, la relación entre el dios creador y el Dios Redentor es la de las Horacio: Odas, Libro I, oda XIX, verso i. Marción fundó una iglesia propia en 144 d. de C., una vez que la comunidad cristiana católica de Roma rechazó su doctrina. Sobre la fecha véase Harnack, A. von: Marción, Das Evangelium vom Fremden Gott (Leipzig 1921, Hinrichs), págs. 24 y 18*. 3 Tennyson: In Memoriam, Parte LVI, estrofa 4. * Ibid., Parte LV, estrofa 2. 1

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Erinas y Orfeo.1 Mientras Dios el Salvador conquista las almas por Amor, sin aterrorizarlas con amenazas de doblegarlas por la fuerza, el nivel moral más alto a que puede elevarse un dios creador representado como sargento prusiano in excelsis es el de exigir una conformidad exterior con las prescripciones de una ley moral definitivamente establecida, imponiendo crueles castigos a las trasgresiones formales de ella; pero es espiritualmente impotente para conmover a sus criaturas humanas llegándoles al corazón. Este melancólico, capataz, dios distribuidor de tareas, a quien Marción identifica con el Jehová mosaico y a quien Blake da el nombre de "Urizen" y el sobrenombre de "Nobodaddy", sería ya bastante malo si cumpliera competentemente y de acuerdo con sus limitadas luces los deberes que éi mismo se impuso; pero su obra es un total fracaso, y ese fracaso ha de deberse a incompetencia o a maldad. Aun cuando se absolviera al Creador del cargo de maldad premeditada, sería de todos modos reo de ser culpablemente inconsciente frente a las responsabilidades que había asumido con tanta temeridad, o bien no menos culpablemente indiferente a ellas; y cualquier jurado humano decente pronunciaría un juicio condenatorio en cualquiera de estos dos casos, pues ningún ser humano que no fuera extraordinariamente obtuso o no estuviera extraordinariamente endurecido, podría imaginarse que él mismo sería tan desalmado, en el caso de haber creado organismos vivos, sensibles y moralmente irresponsables, para convertir en víctimas a sus propias criaturas dotándolas de la capacidad de sufrir, sin dotarlas empero de ninguna capacidad para aprovechar el sufrimiento en un plano moral; y más difícil aún le sería imaginar que él mismo dio, a criaturas vivas, sensibles y moralmente responsables, la capacidad no sólo de sufrir, sino además de pecar, sin asegurarse, empero, de antemano, que él no se vería llevado por las fuerza de las circunstancias, a impulsar a esos seres humanos al pecado, y que dominaría siempre la situación lo bastante para poder librarlos del mal. "Es incuestionable que hay 'un espíritu de bien en las cosas malas'; ningún sabio negará tampoco el valor disciplinario del dolor y el sufrimiento, pero estas circunstancias no nos ayudan a comprender por qué la inmensa multitud de seres sensibles e irresponsables que no pueden obtener beneficio alguno de tal disciplina, deban sufrir, ni por qué de entre las infinitas posibilidades que tenía ante sí la Omnipotencia •—la ausencia de pecado, la existencia feliz, etc.— haya sido elegida la realidad en la que abunda el pecado y la miseria."2 De suerte que cuando un alma humana se encuentra frente a dos presencias numinosas, moralmente antitéticas,2 pero que han de consideVéase IV. iv. 137-9. Huxley, T. H.: Evolution and Elhics, the Romanes Lecture, 1893, reproducido en Huxley, T. H. y J.: Evolution and Ethics, 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), pág. 73 La principal obra de Marción de que tenemos noticias (publicada como co1 2

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rarse como indiscutiblemente divinas, la conclusión más obvia es la de que debe haber no un dios, sino dos dioses en el universo; y esta argumentación se le presentó ad hominem, al autor de este Estudio cuando disponiéndose a escribir el presente capítulo, leía simultáneamente eí Marción, el evangelio del dios extraño, de Adolf von Harnack v el Kon-Tiki, de Thor HeyerdahU 'y ' "Los que bajan a la mar en navios, traficando sobre las muchas aguas; ellos ven las obras del Señor y sus maravillas en el mar profundo." 2 Pero los que bajan a la mar no en navios, sino en una almadía, ven las obras de Dios Creador, que son mucho más asombrosas y aterradoras que las que se descubren a navegantes que "surcan" el agua a la manera occidental moderna, "con rugientes motores y golpes de pistón"^ "El mar encierra muchas sorpresas para quien lo recorre por su superficie y va a la deriva lenta y silenciosamente"; 4 y en la experiencia de la tripulación del Kon-Tiki, las más de esas sorpresas fueron pesadillas: el tiburón gigante, con fauces de sapo, abiertas hasta cuatro o cinco pies, que se acercaba haciendo muecas como un bull-dog;5 los tres monstruos luminosos, más grandes que elefantes; 6 los satánicos ojos verdes de gigantescos calamares, que relumbraban en la oscuridad como fósforo; 7 la espantosa lucha a muerte entre tiburones, atunes y delfines.8 "Cuando nos volvíamos en esos atardeceres, los ojos del espíritu no dejaban de ver voraces, abiertas fauces de tiburones y sangre, y llegaban a nuestras narices los olores de la comida de los tiburones." 9 Y sin embargo, esos ávidos monstruos del mar profundo eran hueso de los huesos y carne de la carne l ü de los horrorizados espectadores humanos, pues sabemos que toda vida terrestre tuvo su origen en el mar, y la composición química del cuerpo humano revela el origen marino de una humanidad acaso no menos rapaz. ¡Casi me persuadiste, Thor, de hacerme marcionita!. . . n Pero, aunque el corazón del hombre se vea incitado por la visto maléfica de la Creación, a maldecir a un dios que engendró tales horrores, la cabeza del hombre le impedirá abrazar una teología que se desmorona con un análisis atento. mentario de una Biblia compuesta de versiones expugnadas, de algunas de las epístoles de San Pablo y del Evangelio según San Lucas) llevaba el expresivo título de Antítesis. 1 Heyerdahl, T.: Kon-Tiki, Aooss tbe Pacific by Raft (Chicago 1950, Rand McNally). 2 Salmos CVII. 23-24. 3 Heyerdahl, op. cit., pág. 117. * Ibid., pág. 117. 5 Ibid., pág. 120. 0 Ibid pág. 118-19. T r í - f ' Ibid., pág. 118 8 Ibid., págs. 203-4. J Ibid., pág. 206. 10 Génesis II. 23. 11 Hechos XXVI. 28.

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA 294 Mientras Marción pisa terreno firme cuando afirma que la Creación está ligada al mal, pisa terreno flojo cuando niega que la Creación tenga algo que ver con el bien o con el Amor, pues lo cierto es que el Amor de Dios es la fuente de la libertad del hombre y que una libertad que da espacio para la Creación, abre por eso mismo una puerta al pecado. Las ordalías en las que el hombre ha de ejercer su libertad de elegir entre la vida y la muerte y entre el bien y el mal pueden caracterizarse, con igual verdad, como incitaciones procedentes de Dios y como tentaciones procedentes del demonio. Ya vimos cómo el demonio servía sin proponérselo a los fines de Dios, ayudando a Dios a llevar a cabo su actividad creadora. Y hasta llegamos a preguntarnos si, bajo el disfraz de una maldad satánica, un Amor divino no estaría obrando a través de un Mefistófeles, sin cuya torcida ayuda la obra de Dios pudiera quedar detenida, por su perfección paradójicamente paralizadora. 1 Todo encuentro entre el alma humana y Dios está pues inevitablemente cargado con la posibilidad del mal, así como con la posibilidad del bien, y el filo de la lógica de Marción no puede cortar esta cadena que eslabona el mal, así como el bien, al Amor. Todos los corazones moralmente sensibles simpatizarán con el celo de Marción por guardar inmaculada la orla del ropaje del Amor divino; sin embargo, ese delicado sentimiento hará que tales corazones se rebelen contra la lógica de Marción que consecuentemente denigra la psique subconsciente que anima tanto al hombre como a la bestia, y que sostiene a la persona humana en la superficie de sus abismos, así como el insondado Pacífico sostenía la almadía de Thor Heyerdahl. En efecto, esa criatura viva primigenia, que es la Gran Madre de la vida en la tierra, es no sólo la Kali, cuyo obsceno vientre engendró a Leviatán y a Behemot, al Dragón y al Toro,2 sino que es también la Pitó, cuyo ónfalos profético •—en "aquella ciudad umbrosa de palmeras" 3 donde "el cielo nos circunda en nuestra infancia" 4— es el manantial de la poesía y de la profecía. Y, si creemos que la voz de un Dios que es Amor habla así al alma, a través del subconsciente, en los acentos, divinamente inspirados de un Dante y de un Deutero-Isaías, podemos aventurarnos a creer que el Amor es también el Dios que creó los tentáculos de los gigantescos calamares y los dientes del tiburón. "Porque la creación fue hecha sujeta a vanidad, no de voluntad suya, sino a causa de Aquel que la sujetó con la esperanza. . . " 5 En verdad es éste evidentemente un aserto más duro que el de Marción: creatorem aut ignorasse aut noluisse aut potentem nom esse; 6 pero en realidad, como queda consignado en toda la escala de la experien-

Véase II. I. 301-32. Véase VII. vm. 566 y págs. 214-15, supra. 3 Vaughan, Henry: The Retreat. * Wordsworth, William: Ode on Intimations of Immortality jrom Recollecltoiis of Early Childhood. 6 Romanos VIII. 20. 6 Marción, según la interpretación de Tertuliano, en su Adversas Marcionem, Libro IV, cap. 41 (véase Harnack, op. cit., pág. 95). 1

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cia humana, la reinvindicación que Marción hace del Amor de Dios, al precio de negar Su Unidad^ se aparta evidentemente de la verdad no menos que la reinvidicación que hace Ireneo de la identidad de Dios Todopoderoso y Creador con el Dios Redentor, todo Amor, al precio de identificar una con otra las dos epifanías de la divinidad que, desde un punto de vista humano, son lógica y moralmente inconciliables. Y el testimonio que la experiencia da de la verdad de una paradoja lógica y moral está sorprendentemente reinvindicado por los hallazgos de una ciencia de la que no puede sospecharse que se haya apartado de su camino para ratificar el sistema de Ireneo de teología cristiana. El esfuerzo por conciliar dos epifanías inconciliables de Dios que atormenta el espíritu del santo y del estudioso adultos, habría atormentado, como lo declara por lo menos una escuela de investigación psicológica occidental moderna, a la psique subconsciente en que una pugna anterior, en virtud de la cual la personalidad moral del futuro santo y del futuro estudioso, hubo de formarse originalmente en una fase de la infancia temprana en que el lugar que posteriormente ocuparía Dios en el universo del alma estaba ocupado por la madre del niño. "Cuando. .. ya en el. . . segundo año de vida postnatal. . ., el niño comienza a distinguir entre él mismo y la realidad exterior, es la madre i la que viene a representar el mundo exterior y a amortiguar los impactos de éste en el niño; pero la madre se manifiesta a la conciencia infantil en dos aspectos opuestos: es el principal objeto de amor del niño y su fuente de satisfacciones, seguridad y paz; pero es también la autoridad, la fuente principal de poder, misteriosamente colocada sobre el niño, y que reprime arbitrariamente algunos de los impulsos que la nueva vida busca manifestar. La frustración de los impulsos infantiles engendra cólera, odio y deseos destructores —lo que los psicólogos generalmente llaman agresión—• dirigidos contra la autoridad represora; pero esa odiada autoridad es también la madre amada. El infante se ve pues frente al primer conflicto. Dos series inconciliables de impulsos están dirigidas al mismo objeto, y ese objeto es el centro de su universo circundante." 2 De manera que, según una teoría psicológica, el conflicto moral consciente de la edad madura está anticipado subconscientemente en la primera infancia y, en la pugna infantil, así como en la pugna adulta, la victoria espiritual exige un precio espiritual. "El amor primitivo conquista al odio primitivo cargándolo con el peso de una culpa primaria"; 3 y la psicología viene a confirmar, pues, la comprobación cristiana antimarcionita de Ireneo, de que el amor y el odio, la virtud y el pecado, están indisolublemente ligados entre sí por la cadena de la creación. 1 "Y/o cualquier sustituto eficiente de la madre, como una niñera que está encargada parcial o totalmente del niño." 2 Huxley, J.: op. cit., pág. 107. 3 Ibid,, pág. no.

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"Sin la madre no hay un amor fuerte concentrado en un objeto personal; sin tal amor no hay ningún conflicto de impulsos inconciliables; sin tal conflicto no hay culpa; y sin tal culpa no hay ningún sentido moral efectivo." i

El descubrimiento realizado por la psicología occidental reciente de dos impresiones irreconciliables en la psique subconsciente infantil, la impresión de una madre que representa la autoridad y la impresión de una madre que representa el amor en su indivisible persona, atestigua de la veracidad de la intuición de Ireneo según la cual la manifiesta coexistencia de dos dioses, moralmente antitéticos, debe de ser, no un reflejo fiel de la realidad divina, sino un espejismo que refleja tan sólo una difracción de la imagen unitaria del único Dios verdadero en el prisma de una imperfecta visión espiritual humana.2 Dios, el que ama y redime a las almas, debe de ser, a pesar de las apariencias contrarias que muestra Marción, idéntico, en una realidad inefable, al Dios Creador de la vida terrestre subconsciente, así como al Dios Creador del cosmos material, cuya perfección matemática no queda rota por ningún impedimento moral en el plano inanimado. Esta paradójica verdad de que el Amor es inseparable de la Omnipotencia que se muestra en la creación, está visualmente representada en mappae mundi cristianos occidentales medievales, en los que la figura latente de Cristo crucificado sostiene al mundo; y esa imagen no se aparta de la realidad, si reemplazamos la cruz griega de la que los matemáticos occidentales del siglo xvn hacían depender su análisis de un universo estático por la cruz de San Andrés, encarnada en la forma tridimensional de un reloj de arena, del que un físico matemático occidental del siglo xx había aprendido a hacer depender su análisis de un universo que se extendía a través del espacio-tiempo. Para los finitos espíritus humanos es moralmente inexplicable que Dios, el Creador de la vida en la tierra, se haya anticipado a la marcha de su criatura homo faber, recorriendo su camino gradallm et Huxley, J., op. cit., pág. no. El proceso psicológico por el cual la visio beatifica se deforma en la visión de un alma pecaminosa, queda acaso aclarada en la explicación que dan los psicólogos de la deformación de la imagen que de los padres tiene el refractario infante. "Característico de este primer comienzo de nuestro mecanismo ético es el hecho de que en muchos aspectos sea no realista. Los padres han de gobernar a los niños, y al hacerlo deben ser estrictos, o hasta duros, y ciertamente a veces parecerán crueles; pero a su verdadero y real rigor se agrega una porción irreal de disgusto, en la forma en que queda reprimida la agresividad del niño. De esta manera, la dialéctica del crecimiento proyecta una figura de los padres muy diferente de la de los padres reales, puesto que 'esa imagen está cargada con toda la cruda y primitiva agresividad del propio niño. Y así, según parecería, el superego adquiere sus rasgos más bárbaros y alarmantes', y ésa es la razón por la que el centro semiconsciente o inconsciente del superego (que puede persistir durante toda la vida) es tan duro y tan innecesariamente severo, al apelar continuamente al yo para que expíe su carga de culpa primigenia." (Huxley, J.: "Conclusions", en Huxley, T. H. y J>> op. cit., pág. 206. Compárese con la pág. 195). 1

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pedetemptim. Pueden comprender por qué el hombre tenga que hacer un aprendizaje gradual para saber fabricar una pila atómica, pero, ¿por qué un Dios Todopoderoso, que es Amor y Creatividad conjuntamente, no tuvo el poder de crear un Buda y un San Francisco de toutes pieces? ¿Por qué decidió emprender la creación de esas obras maestras espirituales suyas, mediante el procedimiento lento, laborioso, desmañado y aparentemente maléfico de crear en el camino amebas, gérmenes de cólera, tiburones y tigres de afilados dientes? "¿Te hizo a ti el que hizo al cordero?" ¿Puede Dios —torna a interpelar aquí Marción— ser todopoderoso, cuando es incapaz de suscitar la santidad si no es al precio de una pugna y una tensión espirituales cargadas con la seguridad del sufrimiento y con la posibilidad del pecado? O ¿puede ser todo Amor, si no está dispuesto a suscitar esa santidad de otra manera? ¿Es la senda raramente recorrida que conduce a la santidad sólo un punto más elevado y espinoso de la ardua y difícil subida que recorre todo infante humano que adquiere una personalidad moral, al precio de un conflicto psíquico? Los espíritus humanos no pueden hallar una respuesta lógicamente consecuente para este enigma de la Creación, porque no pueden concebir el trabajo de la Creación con la visión, que todo lo abarca, de un Amor divino y creador que ve cuanto ha hecho, desde el tiburón al santo, y he aquí que es muy bueno.1 Sin embargo, hasta un entendimiento humano finito puede concebir que la historia de la vida en la tierra describa una curva a través del tiempoespacio-psique, en que cada uno de los sucesivos momentos vivos, imperfectos y efímeros, de que está hecha esa curva tenga su valor absoluto para el Deus Crucifixus, cuya Cruz es al mismo tiempo la segura prueba del Amor de Dios y del firme marco que encierra la móvil curva de le Creación de Dios a través del sufrimiento. "Wie es eigentlich gewesen" es un misterio que puede sobrepasar la comprensión de cualquier criatura que flota en el Creador río del tiempo. Pero la conciencia misma que el historiador tiene de la relatividad de su propio y endeble punto de vista es prueba de que tiene también ciertos atisbos de un absoluto oxou aif) y de que acaso puede vislumbrar fugazmente "wie es geivorden", al aferrarse por un instante a las orlas de "Yo soy".2 En tales destellos de iluminación el entendimiento humano puede adivinar que el servicio que presta a Dios el mal, como un instrumento de creación puesto en Sus manos, es una realidad en la obra creadora y temporal de Dios, que queda trascendida en aquellas esferas superiores a que tuvo acceso el contrito doctor Marianas en el último acto de la segunda parte del Faust de Goethe. Y el budismo comparte con el cristianismo esta intuición, si interpretamos el Nirvana como la extinción no de la vida misma, sino de las experiencias trágicamente creadoras de la vida en el tiempo.3 En la vida en el tiempo, tal como la experimentan las almas huma1 2 3

Génesis I. 31. Éxodo III. 13-15; véase V. vi. 52, n. i. Véase V. vi. 28, n. 6.

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ñas en su paso por este mundo, un entendimiento humano finito, que no puede resolver el evidente conflicto moral que hay entre «'versas leyes que rigen en esferas a que el hombre puede llegar consigue distinguir por lo menos que, desde el punto de vista de criaturas sujetas al dominio de esas leyes, ellas se hallan en una relación jerárquica entre sí y que esa jerarquía de leyes es una escalera de Jacob por la que Dios procura continuamente atraer hacia si peí daño a peldaño, a sus criaturas. Esta parcial intuición del papel de: l a - i e > - e n la historia, por imperfecta que sea, arroja alguna luz sobre Delación que hay entre ley y libertad, si asimismo aceptamos la concepción ae que la "libertad'', lo mismo que el "azar" y la heterodoxia es un concepto relativo, no absoluto, y que, en consecuencia, la Hi"-"aa res pecto del dominio de una ley solamente puede obtenerse al precio, ae aceptar el dominio de alguna otra ley que esté en un punto mas ai o de la escala, es decir, que tenga el poder de libertad del «jbierno de la ley antes dominante a quien sea capaz de vivir de acuerdo con^ei go bierno de la nueva ley y esté dispuesto a vivir bajo ella ^ar"^ de la ineficaz ley de una anárquica Islandia, es cosa que gdto podemos obtener sometiéndonos a la paz de un severo rey noruego; liberar*., de la caprichosa ley de Jerjes es cosa que sólo podemos obtener sometiéndonos a la inexorable ley de la agogé licürge*; i liberarnos de la brutal ley de Ismael, es cosa que sólo podemos conseguir sometiéndonos a una arbitraria ley de Moisés; liberarnos de la ley de La «*" mosaica que mata, es cosa que sólo podemos lograr abrazando u icy
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espíritu humano al precio de cargar a una criatura hasta entonces tan inocente como el cordero y el tigre, con la decisiva responsabilidad de tener que llevar a cabo elecciones divinas o satánicas entre lo bueno y lo malo. La liberación respecto de una ley inferior nunca puede alcanzarse si no es al precio de someterse uno a una ley superior, y una vez alcanzada a ese costo, únicamente puede conservársela al precio de una vigilancia constante, pues una relación jerárquica, empíricamente experimentada, entre estas diversas leyes válidas en el universo, que parece certificar el hecho de que son otras tantas promulgaciones de un único legislador divino, crea un terrible conflicto de leyes para toda criatura de Dios que aceptó la incitación de Él de transferir la adhesión de alguna ley divina inferior a alguna ley divina superior. "Porque me deleito en la ley de Dios, según el hombre interior; más veo otra ley en mis miembros, guerreando contra la ley de mi ánimo y llevándome cautivo a la ley del pecado, que está en mis miembros." i Y el testimonio de San Pablo de su propia experiencia personal estaba confirmado por un hombre de ciencia occidental del siglo xix, que se esforzó como ningún otro por trazar las leyes de la naturaleza en general en el mapa mental de sus contemporáneos. "La naturaleza cósmica no es una escuela de virtud, sino los cuarteles generales del enemigo de la naturaleza ética. . . El progreso social constituye una traba del proceso cósmico en cada paso y la sustitución de este proceso por otro que puede llamarse proceso ético y cuyo fin no es la supervivencia de aquellos que pudieran ser los más aptos, respecto del conjunto de las condiciones que obtienen, sino de aquellos que son éticamente los mejores... El proceso ético está en oposición con el principio del proceso cósmico y tiende a suprimir las cualidades más apropiadas para obtener éxito en esa lucha. . . ¿Qué sería del jardín si el jardinero tratara todas las malezas y alimañas, pájaros y trasgresores, como él quisiera que lo trataran de estar en el lugar de ellos ? . . . La práctica de lo que es étnicamente mejor —de lo que llamamos bondad o virtud— supone un curso de conducta que, en todos los sentidos, se opone a lo que conduce al éxito en la pugna cósmica por la existencia. En lugar de despiadada autoafirmación, exige represión de uno mismo. . . Repudia la teoría de la existencia concebida como lucha. . . El hombre, como 'animal político'. . . está obligado perpetuamente a guardarse de las fuerzas cósmicas, cuyos fines no son los fines del hombre, ni fuera ni dentro de é l . . . El progreso ético de la sociedad depende, no de imitar el proceso cósmico, y menos aún de apartarse de él, sino de combatirlo. . . La historia de la civilización muestra los pasos en virtud de los cuales los hombres consiguieron construir un mundo artificial dentro del cosmos... En virtud de su inteligencia, el enano doblega al titán, a voluntad... Lo que el género humano tiene 1

Romanos VII. 22-23.

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ante sí es una lucha constante por mantener y mejorar, en oposición al estado de naturaleza, el estado de arte de una entidad política organizada, en la cual y por la cual el hombre puede desarrollar una civilización digna, capaz de mantenerse y de mejorarse constantemente, hasta que la evolución de nuestro globo haya entrado en una fase tan avanzada de su curso descendente, que el proceso cósmico reasuma su imperio y una vez más el estado de naturaleza prevalezca sobre la superficie de planeta." i Si se considera que la libertad es un concepto relativo y que todas las leyes recíprocamente contrarias y contradictorias de la jerarquía ascendente son, en cierto sentido, leyes de Dios, aun cuando los espíritus humanos no puedan resolver el aparente conflicto moral que hay entre la ley divina del Amor y la ley divina de la naturaleza psíquica subconsciente, ¿podrá afirmarse en algún sentido que la ley del Amor puede llamarse ley de Dios sin más, y que la libertad que se encuentra en el servicio de Dios es, después de todo, no relativa, sino verdaderamente "perfecta"?2 Una vez que hemos oído la incitación de Cristo "toma tu cruz y sigúeme",3 ¿podemos prestar crédito a su afirmación de que "mi yugo es suave y ligera mi carga"?4 La respuesta a esta pregunta parece ser la de que "la gloriosa libertad de los hijos de Dios" de que ellos gozan bajo el gobierno de Ja ley del Amor, es no solamente la libertad relativa respecto de la ley de una compulsiva psique subconsciente, sino que es además la libertad perfecta que posee el propio Dios y que un Creador todo Amor concedió a su criatura, el hombre, al precio sacrificado de vaciarse Él mismo 5 de la omnipotencia. Bajo la ley del Amor, que es la ley del propio Ser de Dios, el autosacrificio de Dios incita al hombre al ponerle frente a sí un ideal de perfección espiritual, que el hombre tiene completa libertad para aceptar o rechazar. La ley del Amor deja al hombre en la libertad de ser un pecador como de ser un santo. Lo único que esta ley nunca hará es obligar al hombre a tomar la cruz contra su voluntad; pues la ley del Amor es la única ley a la que nunca puede servirse involuntariamente. No hay ni puede haber una coerción exteriormente aplicada para obedecer a esa ley o un castigo exteriormente impuesto por desobedecerla. El castigo de la desobediencia es inherente al acto mismo de la desobediencia, pues al emplear la libertad dada por Dios para rechazar el ideal en el que consiste la ley del Amor, un alma humana que fue creada para "glorificar a Dios y 1 Huxley, T. H.: Evolution and Ethics, the Romanes Lecture 1893 y Prolegamuia, 1894, reproducido en Huxley, T. H. y J.: Evolution and Ethics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), págs. 78, 81, 51, 52, 81, 82, 59, 82, 83, 83, 6o. 2 "Cuyo servicio es perfecta libertad." — La Segunda Colecta, para la Paz, en el orden de la oración diaria de la mañana para todo el año, contenida en el Libro de la Oración Común, según el uso de la Iglesia de Inglaterra. 3 Marcos X. 21. * Mateo XI. 30. 5 Filipenses II. 7, según la traducción de la Versión Revisada.

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gozarle plenamente para siempre" * está rechazando "el verdadero fin del hombre", quien impulsado por sí mismo corre al desastre que lo sobrecoge en virtud del inexorable obrar de la ley de la naturaleza humana subconsciente, si no consigue responder a la incitación de Dios, que lo invita a elevarse al servicio de la ley del Amor, usando la libertad dada por Dios para elegir para él lo que es la voluntad de Dios. Además, aun cuando este desastre que el hombre se acarrea no sea ninguna sentencia definitiva ni una suerte irrevocable, puesto que el desastre terrenal da la oportunidad de aprender a través del sufrimiento, a todo pecador que se arrepienta de sus pecados y que se sienta movido por su penitencia a buscar la ayuda de la Gracia de Dios. De esta suerte, en ese lugar más alto visible del precipicio que la criatura se ve impulsada a escalar por el llamado de su Creador, tenemos un atisbo de la mano de Dios extendida hacia abajo para encontrar la mano extendida hacia arriba de la criatura humana que se esfuerza por escalar la pendiente. Y, en el punto en que las manos se encuentran en el abrazo del amor, la ley y la libertad dejan de distinguirse, ya que "sólo se ama y no se está atado por la obligación".2 Puesto que el Dios que es Amor es asimismo Omnipotencia, un alma que ama se ve liberada por el Hacedor y Amo de todas las leyes, de la sujeción a leyes de la psique subconsciente, que los babilonios solían proyectar a las inexorables estrellas y a sus cursos y que las almas helénicas solían personificar como malignos keres y daimones; y una verdad liberadora, que había sido lo bastante fuerte para hacer libres 3 a helenos y babilonios semiaherrojados, podría ser nuevamente tomada a pechos por los hijos del mundo postcristiano, que habían estado buscando vanamente proscribir los terribles principados y poderes 4 psíquicos, en nombre de una ciencia que era tan impotente para exorcizarlos como la magia precristiana.

1 Respuesta a la cuestión i, del Catecismo Mayor preparado por la Asamblea de Sacerdotes de Westminster, con la ayuda de representantes de la Iglesia de Escocia. . . y aprobado en el año 1648, por la Asamblea General de la Iglesia de Escocia. 2 Jalal-ad-Din Rumi: Mathnawi, Libro I, 1.456 y sigs. traducido por R. A. Nicholson, en Rumi, Poet and Mystic (London 1950, Alien & Unwin, pág. 162). 3 Juan VIII. 32. * Romanos VIII. 38; Efesios III. 10 y VI. 12.

ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN BUENOS AIRES EL 20 DE MAYO DE 1963, EN LOS TALLERES DE LA COMPAÑÍA IMPRESORA ARGENTINA, S. A., ALSINA 2049.

EMECÉ EDITORES, S. A. LUZURIAGA 38 — BUENOS AIRES

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