Filosofia De La Naturaleza

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FILOSOFIA DE LA NATURALEZA Presentation · April 2018

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FILOSOFIA DE LA NATURALEZA Concepto, método y fuentes (escrito en 1979) Juan Ramón Álvarez Instituto de Humanismo y Tradición Clásica Universidad de León (España) [NOTA DE 2018. Recuperar este “relato” que es, a su vez, una “reliquia”, tiene una finalidad definida. Proporcionar, sin modificación, un documento personal utilizado en un proceso comunitario de “promoción de profesorado” (como se ha venido a llamar después) o de “acceso a los cuerpos docentes”, como administrativamente era correcto denominarlo entonces. En 1979 existían, como formas de acceso a la función pública profesoral en la universidad española, concursos públicos de carácter nacional a los distintos cuerpos de funcionarios docentes. En las distintas pruebas a que había que presentarse, en una de ellas había que defender el programa propuesto para la enseñanza de la materia o disciplina dentro de las existentes en el registro de las plazas de profesorado (Cátedras, Agregaciones y Adjuntías). Una de esas disciplinas era, en los planes de estudio de Filosofía, la asignatura “Filosofía de la Naturaleza”. El texto que sigue fue la base de la exposición oral hecha en mayo de 1979, en el concurso a una plaza de Profesor Adjunto Numerario de dicha materia. Aquellas exposiciones seguían respetando el guión de las antiguas memorias de oposición, que abarcaban “el concepto, el método y las fuentes de la disciplina”. Transcribo el manuscrito (entonces lo eran de verdad, no como los posteriores originales de ordenador) tras casi cuarenta años, tal como está, sacado del trastero donde ni siquiera sabía que se encontraba. El paso del tiempo se nota en las pocas referencias (abreviaturas o incompletas casi todas) que hay en él; no he añadido nada, excepto el esquema de la materia (no el temario, que no estaba con las hojas encontradas), para facilitar la lectura. Se nota en el texto aquel contexto, no solo el académico administrativo del enfoque “disciplinar” (la palabra “disciplina” se repite tanto que aburre), sino también por la perspectiva filosófica, incluso se diría la “escuela”, del concursante. En este caso la filosofía de Gustavo Bueno, especialmente la expuesta en El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970) y Ensayos materialistas (1972) -la distinción entre ideas filosóficas y conceptos científicos, entre el punto de vista categorial y el trascendental- y las ideas, entonces todavía en trance de exposición y publicación, de la teoría del cierre categorial (la gnoseología como filosofía de las ciencias, a la que se dedica una parte del programa defendido). Ya había escrito sobre las Geografía en ese marco en 1978 (Geografía y filosofía de la ciencia, Finisterra, Lisboa, 1978), como figuraba en el curriculum entregado a la Comisión. La influencia de la filosofía de Bueno hoy patrimonio de todos, incluso de los que actúan como si no existiera, prefiriendo ejercer de ignorantes que de dignos contrincantes- se prolongó más 1

allá del momento de este texto, aunque menos en el sentido de pertenencia a una escuela que en el de una forma de abordar los problemas. El texto se escribió en 1979, tras haber sido profesor de Filosofía de la naturaleza I (2º curso) y II (3er. Curso) -Categorías Físicas y Biológicas, respectivamente, tal como están descritas en el texto- en el curso académico 1978-79, en la Sección de Filosofía de la Universidad de Oviedo. Hoy tanto el estilo como el vocabulario pueden parecer anticuados, pero entonces habrían sido impredecibles, para nosotros, en un futuro no contemplado, las acreditaciones anónimas, los índices de impacto por los cuales se puntúan los trabajos de investigación sin siquiera leerlos (no hace falta, ya el sistema de controles de las grandes editoriales en las que no basta con evaluación positiva, sino con pago en efectivo –institucional, por supuesto- para publicarlos) y demás rituales (no menos rituales que los de entonces) que han de representarse para conseguir estabilidad. Cada cual tiene que arreglárselas en su disciplina, su área de conocimiento (esto vino en 1983), o en su campo de conocimiento (esto vino mucho después con los cinco grandes posteriores de las habilitaciones y acreditaciones de las “agencias” de todos los niveles), para luego dar clases de “afines” en estos años de austeridad en que las áreas teóricas son hectáreas reales, como en la enseñanza secundaria de mi juventud ya lejana. Pero esto es trabajo para otros, que tendrán que historiar la academia de finales del franquismo hasta el principio de quién sabe dónde. Pero ¿quién sabe ya, jubilados aparte, qué es eso de finales del franquismo, aunque solo sea cronológicamente?] *** El contenido y la ejecución de un programa disciplinar de filosofía de la naturaleza requiere una justificación razonada, es decir, racional. En este sentido, la presentación del programa debe comenzar por el trámite que Ortega exigía al inicio de toda exposición filosófica: el trámite de la justificación. Ahora bien, si el concepto de una disciplina comienza por la justificación de la misma, ello supone no sólo determinar los conocimientos que de hecho constituyen la filosofía de la naturaleza, sino también una reflexión sobre el estatuto peculiar de la misma. La reflexión sobre el estatuto de la filosofía de la naturaleza cabe llevarla a efecto bien desde el punto de su relación comparativa con materias que muestran ciertos parentescos con ella en función de su temática, bien atendiendo a su significado dentro de la reflexión filosófica considerada en su integridad. En el primer caso, la filosofía de la naturaleza conduce al trámite de su justificación frente a desarrollos racionales que pueden agruparse en torno a criterios dispares en principio, pero que sirven para situarla respecto de disciplinas diferentes y consolidadas. Desde esta perspectiva, la filosofía de la naturaleza se presenta en un contexto, históricamente determinado, relacionándose y, al mismo tiempo, oponiéndose a ciertas disciplinas tales como las ciencias naturales, por una parte, y a la filosofía y la 2

historia de dichas ciencias, por otra parte. En cada caso la concepción doctrinal que a continuación debo exponer resulta determinada de diferentes maneras según la inserción de la filosofía de la naturaleza en los diferentes contextos mencionados. 1. Filosofía de la naturaleza y ciencias naturales (Interpretación usual) En este contexto puede presentarse la filosofía de la naturaleza como un saber alternativo a las ciencias naturales mismas. Sin introducir más precisiones, la mera oposición, aparentemente excluyente, entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales haría parecer dicho proyecto ante todo difícilmente concebible, en cuanto proyectaría sobre la filosofía de la naturaleza la apariencia de un saber más radical, más profundo en su conocimiento de la naturaleza que el suministrado por el procedimiento científico. Ahora bien, esta pretensión parece condenada al fracaso, pues tan pronto como la oposición filosofía de la naturaleza/ciencias naturales se plantea como una alternativa excluyente, cabría a los defensores de las segundas recurrir al argumento clásico de la relación histórica entre la filosofía y las ciencias, según el cual las ciencias se han ido apropiando metódicamente del campo de objetos, del campo gnoseológico que antaño disfrutaba la filosofía: de acuerdo con ello la filosofía de la naturaleza, en tanto que alternativa excluyente, habría sido desposeída ya de su sustantividad gnoseológica por el desarrollo asegurado internamente de los conocimientos científicos. Ahora bien, a esta primera contextualización de la filosofía de la naturaleza cabría objetarle que comienza por ser un mero recurso polémico, al modo como Cassirer (El problema del conocimiento) interpretaba el modelo de innatismo contra el cual Locke había dirigido su refutación. Una filosofía de la naturaleza presentada de tal modo no sólo sería sustentada intencionalmente en la actualidad por escasos cultivadores, sino que sería una fácil fabricación para ser descalificada a continuación. Los propios filósofos de la naturaleza, de diferentes tendencias y escuelas, suelen reconocer que el modelo de saber alternativo carece de la justificación debida. Así, por ejemplo, se pronuncian J. M. Aubert en su Filosofía de naturaleza() y Nicolai Hartmann en el cuarto tomo de su Ontología (), por recordar solamente dos ejemplos de sobra conocidos. Por consiguiente, la exposición de la relación entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales no puede recorrer la vía difícilmente transitable de la exclusión recíproca. Sin embargo, existe otro modo de entender las relaciones entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales, que marcha a la par del sentido de la expresión en el mundo anglosajón (sobre todo del siglo pasado) conforme al cual puede figurar bajo la rúbrica “filosofía la de la naturaleza” (natural philosophy) el compendio del estado actualizado en cada momento histórico de las ciencias naturales (principalmente de las ciencias físicas). Para buscar la esencia en el ejemplo basta con recordar el famoso Treatise on Natural Philosophy () de Lord Kelvin, donde por “filosofía natural” se entiende la investigación de las leyes del mundo material y la deducción de los resultados que no han sido observados directamente. Se trataría por tanto, de una presentación enciclopédica, que expone el saber científico-natural en su conjunto pero, 3

como precisa el famoso científico en su prólogo, en un lenguaje adaptado al lector sin formación matemática. Si la primera reacción conducía de la exclusión recíproca a la negación por agotamiento de la filosofía de la naturaleza, en tanto que venerable precursora de las ciencias naturales, esta segunda forma de relación termina, por vía de fusión semántica, reduciendo la filosofía de la naturaleza a la exposición erudita, no vulgarizada del estado actual del conocimiento científico de la naturaleza. De ahí que la propuesta del modelo de saber filosófico alternativo y la existencia de compendios científicos generales que ostentan la dudosa rúbrica “filosofía” parecen conducir -por carencia en el primer caso, por reemplazo inequívoco el segundo- a una sustitución de la filosofía de la naturaleza por las ciencias naturales. A pesar de todo, claro está que puede concebirse la filosofía de la naturaleza como saber no alternativo pero filosófico, cuyo desarrollo no tiene lugar al margen de las adquisiciones de las diversas ciencias naturales, sino, por el contrario, en estrecha relación con ellas. Pero también existe aquí una pluralidad de formas de entender esta íntima relación, de modos de entender que afectan esencialmente al contenido y, por ello mismo, al concepto de la filosofía de la naturaleza. La estrecha relación entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales puede entenderse de tal manera que, mediatizada por las relaciones genéricas entre la filosofía y las ciencias, aparezca en el ámbito dentro del cual la filosofía de la ciencia se constituye como perspectiva filosófica. De esta forma, las relaciones entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales conecta con la filosofía de la ciencia y es necesario preguntarse consecuentemente por la relaciones de esta disciplina con la filosofía o las filosofías de la ciencia. 2. Filosofía de la naturaleza y filosofía de la ciencia Si se acepta que la filosofía de la naturaleza no puede desenvolverse en propiedad al margen de las ciencias naturales, pero no se concede al mismo tiempo que estas últimas la sustituyan, entonces la filosofía de la naturaleza ha de ser una disciplina que, contando con los resultados, atendiendo los procedimientos y considerando las categorías de las ciencias naturales, constituye un modo de saber definido. En cuanto referida a las ciencias naturales, la filosofía de la naturaleza puede verse en peligro de ser reducida a una filosofía de las mismas. En esta dirección se moverían, sin duda con gran convicción, aunque quizá no con tanto acierto, buen número de filósofos de la ciencia en especial de filósofos de las ciencias naturales. Aunque la cuestión de la irreducibilidad o irreducibilidad de la filosofía de naturaleza a la filosofía de la ciencia parezca brotar por sí misma, emana, sin embargo, de un modo de concebir la relación entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales; aquel modo según el cual la única manera verdaderamente apropiada de estudiar y conocer la naturaleza se ejercita en las ciencias naturales, por lo cual la filosofía de la naturaleza debe ser una de dos cosas: o bien visión sintética y reflexiva de la naturaleza, basada en los resultados de las ciencias, o bien una disciplina más bien metodológica que 4

equivaldría a una reflexión sobre los procedimientos y objetivos de las ciencias naturales. Cabe, sin embargo, introducir matizaciones de compromiso que respeten la variedad de las opiniones al respecto. Podría argumentarse que, aunque a veces es difícil distinguir la temática de la filosofía de la naturaleza de la de la filosofía de las ciencias naturales, la filosofía de la naturaleza se interesaría en la naturaleza conocida por las distintas ciencias naturaleza desde un punto de vista más bien ontológico –en cierto modo desde la perspectiva ontológico-especial-, mientras que en filosofías de las ciencias naturales adoptan principalmente la perspectiva epistemológica –o en todo caso gnoseológic en el sentido de trataremos más adelante –en cuanto reflexionan sobre el modo en que se estudia la naturaleza en las diversas ciencias naturales. A.G. van Melsen reconoce este hecho en su artículo característico (The Philosophy of Nature, en Klibansky, 1968), pero admite a renglón seguido que se trata de un “hecho problemático”, puesto que muchos teóricos de la ciencia no sólo atienden al lenguaje, la lógica y la metodología de ciencias naturales, sino que también intentan pronunciarse acerca del objeto de dichas ciencias. Por tanto, el compromiso entre filosofía de la naturaleza y filosofía de la ciencia que otorga, respectivamente, a cada una las perspectivas ontológica y epistemológica, termina por enfrentarse con otro compromiso –un compromiso ontológico para usar palabras de Quine-, el compromiso ontológico de la filosofía de la ciencia o, al menos, el de un número significativo de sus cultivadores. Semejantes dificultades, de resolverse, deben hallar su solución en el propio concepto de disciplina, como igualmente debe ocurrir con las dificultades que se suscitan cuando en el problema de relación entre la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales se inserta como término importante una disciplina que se desarrolla cada vez más vigorosamente: la Historia de la ciencia. Con el desarrollo de la Historia de la ciencia, la posición anterior adquiere el complemento de una noción de la filosofía de la naturaleza en la forma de una meditación sobre la historia de las ciencias naturales. Sobre la base de los planteamientos esbozados en lo referente a la relación entre la filosofía de la naturaleza y la filosofía de la ciencia, se presentan ahora alternativas semejantes pero consideradas desde un punto de vista histórico, con la tendencia a reducir la filosofía de la naturaleza a una Historia de las ciencias naturales, en sus versiones positiva, epistemológica o filosófica, como el del “ensayo” verdaderamente interesante que constituye la Historia filosófica de la ciencia de García Bacca (UNAM, 1963), donde evidentemente se tratan problemas afines a los de la filosofía de la naturaleza. Por todo ello se aprecia que la filosofía de naturaleza se presenta en el marco de una polémica en que ciencias naturales y filosofía de las ciencias de la naturaleza se presentan con carácter absorbente. Tal vez podría decirse que, en sentido polémico, determinar el estatuto de la filosofía de la naturaleza como disciplina definida, consistiría en argumentar contra estas dos pretensiones de absorción. No obstante, las urgencias de un discurso polémico pueden ocultar el orden de consideraciones necesarias para un verdadero replanteamiento de la cuestión, olvidando que si la

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filosofía del naturaleza es una disciplina filosófica, es imposible determinar su estatuto al margen de toda doctrina, sistema o perspectiva filosófica determinada. En efecto, no se puede considerar sin más precisiones a la filosofía de la naturaleza como una mera parte sectorial de la filosofía en su conjunto, por la atracción que ejerce al oído el esquema denominativo “filosofía de X”, que podría formalmente satisfacerse asignando el valor “naturaleza” a la variable. Pero con tal formalismo sumario anejo a una taxonomía vacía, no es posible adelantar gran trecho en la caracterización de la filosofía de la naturaleza. Sin llegar tan lejos como van Melsen, para quien “filosofía de la naturaleza” no es una expresión neutral, que indique simplemente una parte de la filosofía… sino que parece suponer una especie de “credo” filosófico, de modo semejante a como lo exigen los términos “metafísica”, “fenomenología”, etc. Parece necesario reconocer la necesidad de un planteamiento interno, incluso doctrinal -aunque sólo sea en sentido lato- como única vía para determinar el concepto y, a su través, el estatuto de la filosofía de la naturaleza. Las relaciones entre filosofía de la naturaleza y ciencias naturales, que sirvieron de punto de partida a las consideraciones anteriores, deben ser recuperadas en la perspectiva de la distinción entre filosofía y ciencias, dentro de la cual quepa posteriormente reponer en su justo lugar las competencias temáticas y operativas de la filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales. Sin una distinción clara, aunque discutible entre filosofía y ciencias no podemos avanzar en el desarrollo del concepto de la filosofía de la naturaleza. Para ello me acojo a una distinción según la cual los términos de los campos temáticos de la filosofía de la naturaleza y ciencias naturales son distintos, pero están en conexión tal que remiten unos a otros. El concepto de filosofía de la naturaleza que expondré a continuación y que inspira el programa de esta disciplina, cuya justificación me ocupa, parte de una concepción de la filosofía según la cual ésta se realiza en torno al análisis de unos términos, las ideas, en sentido objetivo que en parte preceden a los conceptos categoriales desarrollados por las ciencias positivas y, en parte, se realizan en el mismo proceso categorial (científico y tecnológico), al cual pueden incluso llegar a desbordarlo, según una doble relación que Gustavo Bueno ha caracterizado con el nombre “ esquemas de absorción”. La exposición de los esquemas de absorción debe comenzar por el reconocimiento de que las ideas filosóficas –ideas objetivas en cuyo tratamientos consiste precisamente la actividad filosófica- se constituyen únicamente en sus realizaciones o determinaciones categoriales (científicas, económicas, políticas, religiosas, etc.). En este reconocimiento se agota la perspectiva reduccionista que propugna la reducción de la filosofía de la naturaleza a las ciencias naturales. Las consecuencias que el reduccionismo extrae a partir de este supuesto son de dos tipos. En primer lugar, afirman la necesidad de regresar, de referir toda idea filosófica dada históricamente a sus realizaciones o determinaciones. En segundo lugar, el reduccionismo añade a esta necesidad la afirmación de que la idea se reduce a su 6

determinación categorial (científica o no). Sin embargo, la imposibilidad muchas veces constatada de la reducción integral plantea el problema de los residuos de ideas que se reducen sólo parcialmente. Ahora bien, este regreso de las ideas a las determinaciones, en cuanto muestra la existencia de ciertos restos, de ciertos residuos, incluye la propia negación de la tesis reduccionista, porque entonces las ideas no pueden reducirse a meros reflejos de aquellas determinaciones. Por el contrario, dicho reconocimiento comporta que se pueden considerar también a las determinaciones en virtud de las ideas, como siendo precisamente determinaciones de aquellas ideas. Con ello, se establece un proceso que es circular sólo en apariencia, puesto que su explicitación supone introducir dos referencias heterogéneas que rectifican la aparente circularidad y dan cuenta del carácter dialéctico del proceso. La doble vertiente regresiva (regressus de la idea a la determinación categorial) y progresiva (progressus de la determinación a la idea) es sólo aparentemente circular, porque íntegramente ese proceso está cualificado según una prioridad genética y según una prioridad ontológica. El proceso es verdaderamente dialéctico –una dialéctica circular (regressus-progressus)- porque mediante él, partiendo de un prius genético –la determinación en la cual se genera y realiza la idease llega a una estructura objetiva (la idea) que se presenta como un prius ontológico, en cuanto contiene en su extensión a la propia determinación de la cual brotó. La determinación queda de este modo absorbida en la idea. Los esquemas de absorción contienen, evidentemente, el postulado reduccionista del regressus necesario, pero como un momento suyo solamente; sin embargo, acoplan adecuadamente el complemento necesario del progressus de la determinación a la idea. Ahora bien, que los esquemas de absorción den cuenta de la articulación de las ideas filosóficas con sus realizaciones categoriales, no significa que estos esquemas sean aplicables exclusivamente a las ideas en su referencia a las determinaciones categoriales. Todo lo contrario, si la idea que absorción es, como se desprende de lo dicho, una verdadera idea filosófica, entonces tendremos que encontrarla realizada en las diversas categorías. Dicho de otro modo, salvo inconsecuencia no se puede hablar de esquemas de absorción desde un punto de vista filosófico si dichos esquemas no tienen sus determinaciones, si no se realizan en los ámbitos categoriales. La idea de absorción hace referencia a procesos en los cuales determinadas configuraciones categoriales concretas dan origen a conceptualización es (filosóficas o no) en las cuales el resultado –una idea filosófica un concepto categorial- abarca más que el origen de donde brota, no se agota en el principio de su génesis, sino que estructuralmente se convierte en la ratio cognoscendi de su propio origen. Puede citarse como ejemplo del proceso de absorción, en una categoría determinada y referida al álgebra elemental, el caso de la construcción de la fórmula de la solución general de las ecuaciones cuadráticas, cuando se lo contempla genéticamente desde el punto de vista del procedimiento de completar el cuadrado. El algebrista que construye la solución parte de ejecuciones cuadráticas perfectas, cuya forma genérica le sirve de punto de partida. Al hacerlo, parte a su vez 7

del conjunto de los números reales, pero, hallada la fórmula general, las soluciones de ciertas ecuaciones resultan ser números complejos, por contener la fórmula el número imaginario correspondiente al radical negativo. Con ello sin embargo ha rebasado el ámbito inicial, el conjunto los números reales, del que se partía genéticamente para construir el cuadrado y obtener la fórmula general. Pero la fórmula general conduce al conjunto de los números complejos. Por consiguiente, en la categoría algebraica se realiza la idea de absorción, lo cual muestra que la idea de absorción es una verdadera idea filosófica en sentido objetivo y resulta ser, por tanto, apta para caracterizar la relación entre filosofía y ciencias en términos de la relación de absorción entre ideas y conceptos categoriales. Según esto, la filosofía de naturaleza debe concebirse como aquella dirección de la filosofía que se constituye en disciplina al tratar de las ideas que envuelven a las categorías naturales y que se realizan por su mediación. Por esta razón la filosofía de la naturaleza no puede reducirse una especie de exposición de cuestiones “importantes” tratadas por las ciencias naturales, es decir, a divulgación erudita –no vulgar, si cabe la negación implícita- porque no son los conceptos categoriales, sino las ideas, el tema propio de la filosofía de la naturaleza aunque desde éstas, como hemos mostrado, haya que regresar continuamente a sus determinaciones científicas. En este sentido no cabe reducir la filosofía de la naturaleza a los compendios del estado actual de la ciencia que, en todo caso, son más bien punto de partida (fuentes, incluso) que puntos de llegada de repaso de una filosofía de la naturaleza reducida a enciclopedia. Pero la distinción entre ideas y conceptos categoriales no autoriza a decretar la alternativa excluyente de una filosofía de la naturaleza que, apartándose de las ciencias naturales, se gozase en el vacío de su propia complacencia. Pues tampoco la filosofía de la naturaleza podría desenvolverse al margen de las ciencias naturales, supuesto que las ideas naturales (las ideas ordenables en torno a una unidad central, la idea de naturaleza) se desarrollan en gran medida por la mediación los conceptos categoriales. Una filosofía de la naturaleza que pretendiera desenvolverse en un plano “superior” o simplemente independiente, separado del plano en que cobran forma los conceptos científicos, sería necesariamente “formalista” o simplemente “arqueológica”, como vuelta a una filosofía de la naturaleza originaria previa todo desarrollo científico. 3. Articulación y división del programa Aun cuando pudiera parecer excesivo referir la filosofía de la naturaleza únicamente las ciencias naturales y no hacer énfasis sobre otros modos de relación con la naturaleza de índole no científica, debe reconocerse prácticamente que en la actualidad no hay casi de hecho “regiones vírgenes” de naturaleza que no estén de algún modo afectadas por la conceptuación categorial de las ciencias. En plenitud no puede negarse que la filosofía de la naturaleza haya de ocuparse de algún modo de dichas formas de relación, y en ello han hecho bien en recalcar el punto autores tan significativos como Whitehead (El concepto de naturaleza) y Aubert (Filosofía de la

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naturaleza). Pero un examen de estas mismas obras muestra la proporción en que unos y otros temas han sido tratados. Por tanto, son las categorías de las ciencias naturales (físicas y biológicas) el mejor marco de referencia para determinar el campo de las ideas en torno a las cuales pudiera reorganizarse una exposición de la filosofía de la naturaleza como disciplina académica. Por todo ello, la relación entre filosofía de la naturaleza y ciencias naturales, tal como la entendemos, no da lugar a reducir la filosofía de la naturaleza a aquéllas y con ello parece que el primer problema polémico queda, al menos, rectificado. Pero la relación de la filosofía de la naturaleza con las ciencias naturales podría convertirse en el problema de la relación entre la filosofía de la naturaleza y la filosofía de la ciencia con tal de que la filosofía de la ciencia se aplicase directamente al modo de conocimiento de la naturaleza aceptado como válido. Ahora bien, las dificultades podrían reducirse por un compromiso temático: la adjudicación de los aspectos ontológicos a la filosofía de la naturaleza y de los epistemológicos a la filosofía de la ciencia. No obstante, una cuestión de hecho viola el compromiso deseado: la interferencia de epistemología y ontología tanto en la filosofía de la naturaleza como en la filosofía de la ciencia. El problema puede parecer aún más grave si señalamos el campo de la filosofía de la naturaleza respecto de los campos gnoseológicos de las ciencias naturales y afirmamos que es allí precisamente, en esos “racionalismos regionales” de las ciencias naturales de que hablaba Bachelard, o en los “cierres categoriales” de las mismas como los llama Bueno, donde tiene su lugar de arranque la tematización de las ideas naturales. Sin embargo, es posible hacer una distinción no arbitraria que viene exigida por los planteamientos anteriores. Pues, aunque podemos considerar a las ciencias naturales desde una perspectiva gnoseológica –en tanto que instituciones cuyos procedimientos internos están configurados según operaciones cerradas sobre términos de un campo material-, al mismo tiempo nos remiten a la ontología de su campo categorial, también es necesario considerar a las propias categorías materiales –en tanto que dadas a través de las ciencias naturales- en la medida misma en que en ellas se realizan las ideas filosóficas. Esta exigencia interna al modo de concebir las relaciones entre la filosofía y las ciencias muestra la apariencia de la contraposición ontología/epistemología, cuando en realidad la filosofía de la naturaleza debe adoptar dos perspectivas que se realimentan la una a la otra. Una primera perspectiva de índole gnoseológica, en la que han de subrayarse las referencias ontológicas y una segunda perspectiva de índole ontológica, en la que se tratan las propias realidades naturales en tanto que dadas eminentemente, aunque no exclusivamente, en el marco de las ciencias naturales. La perspectiva ontológica, además, impone una dimensión interna en función de su propia estructura categorial. Porque, al menos en la actualidad, las categorías naturales presentan una unidad problemática en torno a la cual giran los planteamientos alternativos de los diferentes reduccionismos y emergentismos. Y tal como nuestro nivel de conocimiento lo impone, es necesario introducir una distinción –cuyo alcance ontológico eso uno de los problemas fundamentales de la filosofía de la naturaleza9

entre las categorías físicas y biológicas (las categorías cosmológicas y organológicas de Nicolai Hartmann) y hacer que la propia filosofía de la naturaleza se configure de modo dual, en torno a una ontología diferencial de lo físico y lo orgánico. La perspectiva ontológica de la filosofía de la naturaleza proyectada sobre esta distinción se organiza en dos grandes conjuntos de ideas, a saber, las ideas que atraviesan las categorías física y biológica, y que se realizan en las determinaciones de cada una de ellas. Pero la perspectiva ontológica no sería completa si en cada una de sus divisiones no incluyera una doble referencia, que debe tratarse en cada caso particular y que, más que una división adicional, constituye el propio desarrollo interno de los momentos de una ontología de las categorías naturales. La perspectiva ontológica, por atenerse a la consideración de las múltiples ideas que se realiza en las categorías naturales, incluye, en cada desarrollo temático, dos fases o momentos: uno de ellos, de carácter analítico, en el que las ideas van extrayéndose de las propias ciencias naturales, según la “morfología” que los propios conceptos categoriales les imprime y el otro, un momento sintético, que considera a las múltiples ideas en su conexión con la propia idea de naturaleza, en un movimiento que va de la multiplicidad de la unidad y recíprocamente, que incorpora las vertientes investigadoras y expositiva de la disciplina en su mutua y continua rectificación. Esta concepción de la filosofía de la naturaleza como disciplina impone sus criterios tanto a la programación como a la metodología de la misma. De ahí que la justificación del programa, y las consideraciones metodológicas de que hablamos más adelante, arranquen precisamente del concepto de la filosofía de la naturaleza esbozado en sus rasgos más salientes. Las consecuencias programáticas que se desprenden del concepto que acabamos de esbozar son, brevemente, las siguientes. En primer lugar, la división de la disciplina en dos partes principales. Una parte gnoseológica y una parte ontológica en su conjunción pretenden resolver el problema de las “competencias” de la filosofía de la naturaleza respecto de la filosofía de la ciencia. En segundo lugar, una subdivisión de la parte ontológica en dos secciones: una referente a las ideas que tienen que ver directamente con las categorías físicas y otra en torno a las ideas que guardan estrecha relación con las categorías biológicas. Esta sería la división en secciones más general de la filosofía de la naturaleza tal como la concebimos. Por ello, el programa se divide conforme a tales criterios. Pero la división global no es incompatible con, sino que, por el contrario, exige cierta organización del material de cada sección. Por lo que respecta a la parte gnoseológica, su unidad interna está dada por la propia teoría de las ciencias naturales que en cada caso se suscriba. Este programa, su forma –en lo referente a su primera parte- toma su forma en torno al punto central de noción de cierre categorial como procedimiento interno de constitución, recurrencia y desarrollo de las ciencias, a la luz de la cual se reinterpreta el estatuto de las ciencias naturales. En lo tocante a la parte ontológica, podrían tomarse como punto de partida ciertos inventarios de ideas en torno las cuales se consideran los desarrollos de las 10

mismas. La elección que se lleve a cabo refleja, en cierto modo, las propias nociones en torno a los componentes ontológicos que deben tratarse: suponen en cierta medida una ontología previa, que habría de afinarse con los propios desarrollos de su vertiente investigadora. Puede ser adecuado partir del inventario de ideas que Machamer y Turnbull () ponen de encabezamiento en su magnífica compilación de ensayos (Motion, Space, and Matter , ¿ U. Press, 1976), a saber, las ideas de espacio, tiempo, materia y movimiento para la sección referente a las categorías físicas de la parte ontológica. Pero tomar el inventario sin mayores precisiones resultaría en una mera yuxtaposición temática. Por ello, reconociendo la antigua tradición según la cual la filosofía de la naturaleza adopta la perspectiva ontológica respecto de las entidades que se caracterizan por su movimiento, cambio o transformación, suponemos el movimiento común implícito en toda concepción de lo natural y, por tanto, como idea que no debe ser colocada junto a otras, si no en todas ellas. Espacio, tiempo y materia aparecen, pues, en este programa como las ideas en torno a las cuales se desarrolla la exposición temática de la sección referente a las categorías físicas, subyacente a ella sin, sin embargo, y unificándolas la idea del movimiento. Por esa misma razón los temas de la primera parte ontológica están organizados, como puede observarse, en torno a las ideas de espacio, tiempo y materia. La sección ontológica, dedicada a las categorías biológicas, al parecer, debería sin más reorganizarse entorno la idea de vida como idea fundamental. Pero con esta ocurre quizá algo semejante a lo que ocurre con la idea de movimiento en la sección anterior, que es ella misma el problema temático de esta sección ontológica y que subyace y se enriquece en cada planteamiento categorial concreto extraído a partir de los conceptos categoriales correspondientes. Sin embargo, parece más respetuoso con el estado actual de la cuestión organizar dichas exposiciones en torno a dos ideas guía: las ideas de organismo y evolución en cuanto remiten, respectivamente, a dos perspectivas conjugadas. La primera, la idea de organismo lleva a la perspectiva estructural jerárquicamente ordenada, en cuanto “organismo” refiere a los llamados niveles de lo orgánico, en orden descendente a los componentes de los organismos y en orden ascendente a los compuestos de aquellos, recorriendo así los cuatro grandes niveles que la biología reconoce como principales, aunque no únicos (ni siquiera unívocos): molecular, celular, individual y poblacional. Por el contrario, la idea de evolución conduce a la perspectiva procesual conjugada con la anterior y desde donde se ha pretendido establecer el horizonte de inteligibilidad del conjunto de las ciencias biológicas, en cierto modo como el principio unificador tanto del campo ontológico de las ciencias biológicas, como de la sistemática de las propias ciencias biológicas particulares. Esquema general (los contenidos se detallan en el temario) I. Introducción 1.1. La filosofía de la naturaleza entre las disciplina filosóficas 11

1.2. La filosofía de la naturaleza y las ciencias naturales. 2. Gnoseología de las ciencias naturales 2.1 Ciencias físicas 2.2 Ciencias biológicas 3. Ontología 3. Ontología de la naturaleza 3.1 Ideas físicas: espacio, tiempo y materia 3.2 Ideas biológicas: organismos y evolución 4. Los sentidos de “método” y la unidad del método Si el concepto esbozado de la disciplina es un verdadero concepto, es decir, no sólo una “representación”, sino un principio operativo de desarrollo de la misma, las consideraciones metodológicas –tanto en lo que se refiere a la investigación como a la docencia- deben formar cuerpo unitario con dicho concepto. La unidad entre concepto y método podría aclararse significativamente con el recurso a un concepto de método que se halla en las raíces mismas de la época moderna, en el siglo XVII. Como nos indica Belaval, (Leibniz critique de Descartes, París, Gallimard, 1960) existían en el siglo XVII dos conceptos de método. Por una parte, “método” aludía a un cierto ideal de conocimiento, una representación del modo óptimo de una disciplina, mientras que, por otra, se identificaba más bien a un conjunto de reglas técnicas, operativas, que debían figurar como medios conducentes a determinados fines, los conocimientos efectivos mismos. Sin discutir, por el momento, la adecuación de semejantes acepciones del término “método”, cabe afirmar, sin embargo, que con ellas se establece una relación interna a la disciplina entre el fin (o los fines) y los medios que se ponen en juego para alcanzarlo(s), para cumplir o realizar su ideal de conocimiento. Por tanto, el método como ideal de conocimiento de una disciplina, y el método como conjunto de reglas o medios técnicos para alcanzar aquel fin, pueden servir para caracterizar metodológicamente una disciplina, si la unidad de ambos queda establecida de forma coherente. (Cf. Lafuente, Programa razonado de Historia de la filosofía, inédito). Este punto de vista evita que se considere agotado el aspecto metodológico de una disciplina en su aspecto meramente tecnológico (operativo), olvidándose de que dichas técnicas están subordinadas a un fin. Ahora bien, esto supuesto, si concedemos que el fin de una disciplina es el conocimiento que sólo puede poseerse cuando dicha disciplina haya alcanzado su forma madura, entonces resulta que dichos fin es, a su vez, la propia disciplina en cierto punto –al menos concebible- de su historia posible. Pero si, además, la forma madura, óptima de una disciplina resultara ser la forma sistemática, entonces se podría introducir como concepto unificador de las dos acepciones de “método”, la noción kantiana de la unidad arquitectónica, según la cual 12

la idea que constituye el fin de la disciplina requiere para su realización un esquema, es decir, “una multiplicidad y un orden de las partes esenciales determinadas a priori por el principio del fin” (Kant, Crítica de la razón pura. Metodología trascendental: arquitectónica). Ahora bien, el método en el primer sentido tiene que ver con el fin de la disciplina y tiene el carácter (regulativo) de una idea el sentido kantiano. Pero dicha idea necesita para realizarse un esquema que unifique arquitectónicamente, y no sólo de modo técnico, empírico, los medios para dicho fin. Pero si al mismo tiempo el segundo concepto de método remite a una pluralidad técnicas, de reglas operativas para alcanzar un fin (el conocimiento que sólo puede obtenerse cuando la disciplina ha adquirido carácter sistemático), entonces el esquema consiste precisamente en la ordenación de dichas técnicas conforme a la sistematicidad de la disciplina. Así resulta que “método” en el primer sentido y “método” en el segundo sentido designan componentes que sólo quedan unidos en el esquema, en el cual se da la subordinación del segundo al primero. Dicho esquema proporcionaría la unidad arquitectónica cuando hay sido trazado conforme a una idea, conforme al fin. En el caso contrario, cuando sólo existiera un esquema trazado empíricamente, como conjunción agregativa de la pluralidad de técnicas, se dispone únicamente de una unidad técnica. La contraposición kantiana entre unidad técnica y arquitectónica permite remediar la aparente separación entre los dos sentidos de “método”, mediante la unidad de ambos, por subordinación del segundo al primero: la subordinación de las técnicas al fin en una unidad arquitectónica. Ahora bien, si el fin se identifica con el concepto, el propio concepto dictará sus normas al conjunto de técnicas y la ejecución, el desarrollo de la disciplina se identificará, desde el punto de vista metodológico, con la unidad arquitectónica, con la disciplina en su forma sistemática. Cabe, pues, entender el método respecto del concepto de dos formas distintas: como conjunto de reglas operativas disponibles y como ejecución con dichas técnicas conforme al concepto. La ejecución metodológica de la filosofía de la naturaleza recoge en su unidad arquitectónica, por tanto, el concepto y las técnicas operativas de que dicha disciplina dispone. Sobre estos supuestos es posible determinar el verdadero alcance del problema del método en la filosofía de la naturaleza y, al hacerlo, por la relación interna entre método y concepto, mostrar su concepto no como una mera representación de la filosofía de la naturaleza, sino como un verdadero principio de desarrollo de la misma. Pues, en efecto, esta noción de método, conforme la unidad arquitectónica, permite resolver ciertas cuestiones “pendientes”, aunque mencionadas al hablar de las relaciones de la filosofía de la naturaleza con otras disciplinas. Admitido que la filosofía de la naturaleza tiene estrecha relación con la historia de la ciencia, la filosofía de la ciencia, las ciencias naturales y, por supuesto, las matemáticas, el reduccionismo tenderá a reducir temáticamente la filosofía de la naturaleza a las primeras, según los casos, y algunos autores tienden a asignar la filosofía de la naturaleza un método matemático que, en cierto modo, hace de ella ciencia natural –p.e. Reichenbach 13

(Moderna filosofía de la ciencia). Ahora bien, quizá exista una confusión consistente en tomar ciertos aspectos de la metodología de la filosofía de la naturaleza por la metodología misma, por vía de la identificación del método como conjunto de reglas técnicas (la matemática o la historia) con el método sin más o de uno de los aspectos o perspectivas de la filosofía de la naturaleza (por ejemplo, la gnoseología) con toda ella. En cambio, si se atiende al punto de vista que se ha querido precisar, la unidad de la filosofía de la naturaleza supone, desde el punto de vista metodológico, una pluralidad y una ordenación de ciertos componentes técnicos –histórico, matemático, etc.- ajustados al concepto de la filosofía de la naturaleza como disciplina filosófica con una temática propia. Aunque es verdad que una consideración metodológica de la filosofía de la naturaleza puede comenzar perfectamente por ciertas contraposiciones entre distintas orientaciones metodológicas –la contraposición de Ambacher (P.U.F) entre método matemático y método reflexivo- la contraposición carece de sentido si no se han delimitado previamente cuestiones de índole fundamental como la unidad de concepto y método. Desde esta unidad podría decirse que el método de la filosofía de la naturaleza consiste en la articulación de metodologías diversas –gnoseológica, ontológica, histórica, matemática- atendiendo a la diversa complejidad de cada una de ellas y a los modos de composición posibles entre ellas, así como a sus órdenes respectivos. No puede afirmarse pura y simplemente que la articulación de la perspectiva ontológica y la gnoseológica sea semejante a la de las técnicas matemáticas y el análisis gnoseológico. Cabría concebir más bien ese conjunto de técnicas ordenado según diversos niveles de articulación de componentes con subsistemas intermedios. Más en concreto, podría oponerse el punto de vista categorial de las ciencias al punto de vista trascendental de la filosofía. Según ello, reducir la filosofía de la naturaleza a ciencia natural consistiría en confundir un orden con otro y olvidar la subordinación al fin de la filosofía de la naturaleza de las técnicas científicas necesarias, pero que deben incorporarse a la disciplina a través de las ideas que atraviesan sus conceptos y a través de los cuales conectan con las realidades naturales. Estas consideraciones pueden extenderse a las dos vertientes de la disciplina que el ejercicio pide precisar: la metodología de la investigación y de la docencia. El método de la filosofía de la naturaleza referido a la investigación conduce a considerar en la investigación sus técnicas y sus resultados. Ambos extremos caracterizan a la investigación en su sentido operativo, el sentido de técnicas ordenadas a conseguir conocimientos agrupadas arquitectónicamente conforme al concepto de la filosofía de la naturaleza. La investigación en filosofía de la naturaleza, como en cualquier otro disciplina, supone cierto dominio de un conjunto de medios y en este caso requiere conocimientos científico-naturales que permitan encarar los desarrollos científicos con suficiente entendimiento, para que los conceptos categoriales puedan ser referidos con sentido a la temática filosófica, y conocimientos históricos acerca del desarrollo de las ciencias y de la filosofía, y todos los demás recursos lingüísticos y filológicos.

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Referida a la docencia, la metodología se especifica según los aspectos temático y tecnológico. El aspecto temático hace referencia a la exposición de conocimientos existentes en el momento impartir la enseñanza. El aspecto tecnológico tiene que ver con la enseñanza de las técnicas subordinadas, auxiliares necesarias para participar en los conocimientos previos requeridos para la exposición de la filosofía de la naturaleza. En este sentido, el problema rebasa los límites de las asignaturas de filosofía de la naturaleza propiamente dichas y remite a una cuestión que tiene que ver con los planes de estudio de las actuales facultades de Filosofía. En ellos sería necesaria la existencia de algún tipo de curso introductorio a las matemáticas y a las ciencias físicas y biológicas. Mientras ello no ocurra, la filosofía de la naturaleza se verá obligada a rellenar las lagunas existentes mediante seminarios, clases prácticas, etc., en complementos de su desarrollo temático. 5. Las fuentes de la filosofía de la naturaleza Por todo lo dicho respecto de la pluralidad de aspectos de la disciplina, las fuentes de la filosofía de la naturaleza son variadas. No cabe simplemente reducirlas a su historia interna, gremial, al conjunto de obras de filosofía de la naturaleza que proporcionaría la Historia de la filosofía. Ni siquiera al conjunto ampliado por las obras científicas de importancia histórica, es decir, añadiendo a la Historia de la filosofía la Historia de la ciencia. Ello es así porque también son fuentes en cierto sentido los tratados en los cuales deben informarse filósofos de la naturaleza del estado actual de las ciencias naturales, a través de los que se ponen en contacto con las ideas que constituyen su temática. Una clasificación provisional de las fuentes supondría, por lo menos, las distinciones filosofía/ciencia e histórico/sistemático. Las fuentes de la filosofía de la naturaleza aparecerían así determinadas según cuatro tipos que figuran en la tabla siguiente: FUENTES 1.Históricas 2.Sistemáticas

A. Filosóficas Histórico-filosóficas Sistemático-filosóficas

B. Científicas Histórico-científicas Sistemático-científicas

1A. Fuentes histórico-filosóficas. Obras de filosofía de la naturaleza de relevancia (Física de Aristóteles, Primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza de Kant, etc.) 1B. Fuentes histórico-científicas. Obras fundamentales de la historia de la ciencia (Diálogos de Galileo, Principios de Newton, etc.) 2A. Fuentes sistemático-filosóficas. Obras actuales de filosofía de la naturaleza, en las cuales esta disciplina halla su lugar sistemático en la filosofía misma (El concepto de naturaleza de Whitehead, Filosofía de la naturaleza de Hartmann, etc.).

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2B. Fuentes sistemático-científicas. Obras y tratados del estado actual de las ciencias naturales. Por otra parte, cuando se considera la filosofía de la naturaleza en su conjunto, en su realidad actual en cuanto históricamente producida, es posible distinguir entre las fuentes como fuentes de información y como influencias (Cf. Lafuente, Programa razonado de Historia de la filosofía, inédito). Diríamos que las fuentes informan en un doble sentido: aportan noticias y modifican las perspectivas teóricas. Sin que por ello se puedan hacer identificaciones completas, podría decirse que las fuentes históricofilosófícas y sistemático-filosóficas estarían más bien del lado de las fuentes como influencias, mientras que las científicas (históricas y sistemáticas) estarían más bien de la parte de las fuentes informativas, aunque grandes revoluciones científicas hayan sido, su vez, primordialmente eficaces, y sean fuentes influyentes. ***

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