Formacion Del Estado Moderno

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Derecho Político Formación del Estado moderno

La idea de “formación del Estado moderno”, remite a un proceso histórico que desemboca en el Estado que conocimos a partir del siglo XIX, el Estado Moderno, pero, a su vez, encuentra sus orígenes en etapas muy anteriores. El Estado Moderno no es exactamente el Estado actual; sucede al absolutismo, por cuanto está configurado por principios que son conceptualmente distintos a los de la monarquía. El primero de esos principios distintos es cómo responder a la pregunta: ¿cuál es la fuente de poder? La monarquía lo responde diciendo: en general el origen del poder reside en la autoridad divina y se ejerce de manera vitalicia, esto es, de por vida; concluye con la muerte del monarca y éste es sucedido hereditariamente. El segundo gran principio que conforma el concepto de la monarquía es: el poder no se comparte. Está absolutamente centralizado, la exclusividad del poder está en cabeza del rey. El Estado moderno, en cambio, transforma eso a través de distintas etapas de pensamiento político, en otro principio, y es que el origen de la soberanía reside en la Nación o en el pueblo, depende de la etapa a la que nos refiramos. Y en segundo lugar, si bien el poder estatal es, también en este caso del Estado moderno, centralizado, no recae en una sola persona sino que las distintas funciones

de

poder

están

descentralizadas,

no

centralizadas,

como

en

la

monarquía. Para esto hubo que atravesar casi tres siglos en la historia del pensamiento, siglos XVI, XVII y XVIII. Hay tres grandes pensadores: uno inglés John Locke, hacia finales del siglo XVII; Thomas Hobbes, y Jean-Jacques Rousseau, que son las tres grandes figuras de lo que se denominó el contractualismo. Se denomina contractualismo porque son los primeros que, viendo los procesos que se iban dando en sus respectivos países empiezan a poner en cuestión la centralización del poder de la monarquía y dicen: la sociedad tiene una función muy importante en la construcción del poder, y por lo tanto, si bien tiene que haber una autoridad, esa autoridad no deriva exclusivamente de la fuente divina, sino que termina siendo resultado del consentimiento de la sociedad. Es decir, entre gobernantes y gobernados se establece una suerte de “contrato”, por el cual los gobernados le entregan la facultad de gobernar a la autoridad, de gobernar bajo determinados principios y valores, los cuales, en caso de violarse, le devuelven a la sociedad la facultad de cambiar.

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Hobbes y Rousseau

parten de estudiar al hombre en su estado de

naturaleza, pero los dos llegan a conclusiones distintas. Porque Hobbes plantea que el hombre en su estado de naturaleza no puede convivir, debido a que hay una esencia de exclusividad, de violencia, de hegemonismo, de tratar de dominar a sus semejantes, todo lo cual convierte la convivencia entre los hombres, en su estado de naturaleza, en insostenible. Por lo tanto, la aparición de la autoridad se hace imprescindible, pero como el hombre en estado de naturaleza es esencialmente malo —“el hombre es el lobo del hombre” es una de las frases más emblemáticas— se necesita una autoridad muy fuerte para regular esa violencia intrínseca del hombre en su estado natural. Hay que construir un Estado autoritario, al que Hobbes denomina tomando una figura bíblica, el “Leviatán”. La obra cumbre de Hobbes se llama justamente Leviatán, que es como él denomina simbólicamente al Estado, no porque le cambie el nombre jurídico, sino porque se trata de un Estado tan acaparador de las vidas de las personas, tan fuerte, tan envolvente, que lo conecta a la figura del Leviatán bíblico. En cambio Rousseau, ya en el siglo XVIII, plantea que el hombre en su estado de naturaleza no es esencialmente malo sino que es esencialmente bueno. En la aparición de las primeras colectividades humanas la convivencia era saludable y armoniosa, y que con el mayor poblamiento de la tierra, con la aparición de distintas comunidades, de distintas religiones y demás, eso se hizo más conflictivo, y, por lo tanto, el Estado debe tener un papel ordenador pero que no modifique esa naturaleza esencialmente buena del hombre. Pantea, pues, una noción del Estado democrática, un Estado más abierto, y, además, como Rousseau es discípulo de Montesquieu, que ya había pensado en la división de poderes, esto hace que en Francia resida uno de los centros que dan origen al contexto moderno del Estado ligado a la división de poderes. Esa misma Francia que a principios del siglo XVIII había acuñado ese lema de Luis XIV “el Estado soy yo”, es la que a finales del siglo asiste a la Revolución Francesa, con los principios del Estado moderno y de la división de poderes. Inglaterra le pone otro ingrediente. Viene de un proceso mucho más progresivo y menos violento que Francia, de formación del Estado moderno. En Francia se produce una fuerte crisis de la monarquía y hay revolución. Inglaterra, en cambio, llega al Estado moderno de una manera mucho más gradual, tan gradual, que allí nunca desapareció la monarquía, y se mantiene hasta nuestros días. En Inglaterra convive la fuerte figura simbólica del Rey con una sociedad civil también muy fuerte. En Inglaterra reside, además, el origen del parlamentarismo, que, por supuesto, no se lo puede identificar totalmente con la imagen que nosotros tenemos de parlamento actual. Cuando uno habla del origen del

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parlamentarismo, habla de los primeros esbozos de descentralización del poder monárquico. Y esto data nada menos que de 1215, muchos siglos antes, en tiempos

en

que

la

clase

dominante

eran

los

propietarios

de

la

tierra.

Indudablemente, todavía no había burguesía, muchísimo menos proletariado, estamos hablando todavía de la Edad Media, del último tramo de la Edad Media que dura tres siglos, estamos hablando de la unidad política-religiosa del poder, es decir, la autoridad política era la autoridad religiosa, todavía no se había producido un hecho religioso muy importante que se inicia a finales del siglo XV principios del siglo XVI, estoy hablando de la “Reforma”. Todavía faltaban casi tres siglos para que se produjera la Reforma, primero en Alemania, después se traslada a Inglaterra, en el primer caso con Martín Lucero y en el segundo con Calvino, en Inglaterra. La sociedad estaba conformada por los sesctores que vivían al calor del monarca, del Palacio, el ejército para poder defenderse de los ataques y los propietarios de la tierra, no había otras divisiones más complejas en la sociedad. La economía todavía no generaba suficientes excedentes como para que hubiera una fuerte presencia del comercio, pero, aún así, los terratenientes le dicen al rey Juan “Sin Tierras”, justamente bautizado así para mostrar esa dicotomía entre los que tenían la tierra y los que tenían el gobierno —como diciendo, “usted tendrá mucho el gobierno, pero no tiene la tierra”, que es lo que produce

la

riqueza para poder sostener el sistema político—. Entonces, le manifiestan al rey: desde luego que nosotros tenemos que pagar impuestos, porque sino no podría haber organización social, pero queremos tener que ver en las decisiones. Entonces se forma, por primera vez, a consecuencia de ese reclamo de los propietarios de la tierra, no un parlamento sino un Consejo del Rey, pero no designado por el Rey sino designado por la presión de los propios propietarios de la tierra, y que operaba como un mecanismo de consulta que se fue haciendo cada vez más intenso, cada vez más obligatorio y comprometedor para el Rey. Esto constituye el primer esbozo de lo que podríamos llamar una suerte de proto-parlamentarismo, que va evolucionando hasta consolidarse a mediados del siglo XVII entre 1648 y 1680, que es el proceso de la Revolución inglesa, una revolución menos paradigmática que la Revolución Francesa, pero no menos instituyente de los nuevos paradigmas, al mando de Oliverio Cronwell, al que Uds. pueden ver en varias películas. Lo que marca el proceso inglés es una presencia muy fuerte de la sociedad civil en la formación del Estado. En la relación Estado–sociedad, podemos decir que hay una sociedad fuerte, que tiene mucha capacidad de reclamo hacia el Estado. Es mucho mayor la fortaleza de la sociedad para influir sobre el Estado que el autoritarismo del Estado para dominar a la sociedad. Y a esto, ya en el siglo XV y XVI, hay que incorporarle el fenómeno de la Reforma protestante. Y sobre todo en

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Inglaterra. Si bien la Reforma se inicia en Alemania, con Lutero, su efecto político más fuerte lo tiene en Inglaterra, con Calvino y la creación de la Iglesia Anglicana. Calvino tiene todo una visión política de la reforma, no solamente religiosa o espiritual, sino también política. Y así como la Reforma parte del paradigma religioso de la libre interpretación del texto bíblico, trasladado ese principio al fenómeno político, encuentra una connotación muy fuerte en el individualismo. Es decir, si una persona tiene la capacidad de interpretar libremente los textos bíblicos sin necesidad de obedecer las órdenes religiosas de la autoridad central en Roma (ese es uno de los efectos más fuertes de la Reforma, es decir, buscó terminar con la centralidad de Roma para la interpretación de la Biblia), con razón debe ejercitar esa misma libertad individual para buscar su propia prosperidad material. Y por eso, la Iglesia Anglicana es absolutamente funcional, absolutamente coherente para el desarrollo capitalista, porque le quita a la riqueza material, al desarrollo económico, todo vestigio pecaminoso, que siguió por mucho tiempo más siendo un rasgo de la interpretación católica de la riqueza, cuando dice “bienaventurados sean los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”. Hasta que luego, varios siglo después, Federico Engels, que escribió “El Capital” junto con Carlos Marx, sostuvo que “la religión es el opio de los pueblos”. En definitiva, a lo que se refiere es a que el dios del catolicismo está diciendo algo así como “sean pobres, nomás, para que la burguesía se pueda quedar con su plata”. Todo esto gira alrededor de una suerte de sentido pecaminoso que la Iglesia Romana le pone a la prosperidad y al desarrollo, lo que se confirma con la aparición de de la institución bancaria como palanca del capitalismo. Esto es, cuando una persona tiene conocimientos o una fuente de producción, pero le falta el dinero para poderlas desarrollar, y hay otra persona que cuenta con ese dinero, lo mejor que puede hacer el sistema capitalista es juntar a una con otra para que ésta financie el proyecto de aquella. El capitalismo se rige por la obtención de una ganancia, y, por lo tanto, si esta persona tiene una materia prima, una industria o un comercio que le van a servir para obtener una ganancia, el que tiene el dinero también pretende tener una ganancia, prestándolo. Esa ganancia es la tasa de interés, el precio del dinero. Así como uno gana vendiendo alfajores, éste gana vendiendo dinero. Pues bien, la iglesia católica prohíbe la institución bancaria diciendo que es usura, hasta bien entrado el siglo XVII. En cambio,

el

protestantismo, no solamente no lo prohíbe sino que lo ve como una manera de beneficiar el desarrollo del capitalismo. Por eso Inglaterra es el país que desarrolla el capitalismo más temprano, y es la cuna de la primera y la segunda Revolución Industrial, que son la Revolución Industrial del vapor, en el siglo XVIII y la Revolución Industrial de la electricidad en el siglo XIX.

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Entonces, Inglaterra le pone a este proceso el ingrediente de una sociedad civil dominante, de la fortaleza de la sociedad. Francia le pone los grandes principios: libertad, igualdad, fraternidad, los tres grandes principios políticos de la Revolución Francesa y le pone los grandes principios económicos, laissez-faire, “dejar hacer”, “dejar pasar”. Son los dos grandes andamios de la Revolución francesa. Lo primero son los principios culturales y políticos y lo segundo, los principios económicos: “dejar hacer” y “dejar pasar” quiere decir “libertad de industria” y “libertad de comercio”. Y los Estados Unidos, en su Constitución de 1787, le ponen a todo esto la practicidad y las instituciones. Dicen algo así como “muy lindo lo de la sociedad civil, muy lindo lo de los principios, pero hay que poner leyes concretas”. Todo esto hay que escribirlo y hacerlo, y hacen la Constitución. Estas son, en suma, las tres grandes vertientes del capitalismo moderno, que es el marco sociocultural del Estado moderno. Ahora, todo esto, no aparece solo. Ustedes recuerden que desde las primeras clases nosotros estuvimos diciendo, y lo vamos a ir reafirmando siempre, que ninguno de estos procesos se puede desprender, desligar del marco histórico. Y ninguno de estos procesos es casual. No debemos olvidar el cambio de paradigma cultural que implica el final de la Edad Media. El fin de la Edad Media encuentra un fenómeno político, que es la caída de Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino, el Imperio Romano de Oriente. Significaba el debilitamiento de la centralidad de Roma, en términos de separación de la autoridad política respecto de la autoridad religiosa. Y también se refleja en lo cultural. El Imperio Romano venía muy atacado, en aquella segunda mitad de la Edad Media, por la expansión del Islam sobre Europa, fundamentalmente en España, y esto resiente las fronteras occidentales del Imperio. Con mucha más razón, el Islam se expande sobre Turquía, cuya capital era, precisamente, Constantinopla. Así, el Imperio Romano se va desgranando desde el punto de vista político, pero, a su vez, aquella centralidad de la autoridad político-religiosa, aquella unidad entre la autoridad eclesiástica y la autoridad política, era, además, fuente de la cultura. Hay mucha literatura sobre esto, y hay libros de historia, pero ustedes tienen al alcance de la mano el libro o la película titulados “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, es el reflejo de este oscurantismo cultural donde solamente en los templos se albergaba el saber. El final de la Edad Media marca un cambio de paradigma muy fuerte diciendo “el saber está en todas partes”. La invención de la imprenta es muy importante. Obviamente que cuando uno dice la invención de la imprenta, no quiere decir que ahí aparecieron las librerías y la gente iba por la calle hojeando libros. No era eso. Pero indudablemente se expande la fuente de producción y de distribución del

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conocimiento que antes tenía un origen absolutamente cerrado, reservado a la autoridad religiosa. El paso de la Edad Media a la Edad Moderna es el paso del paradigma teocéntrico al antropocéntrico. Un paradigma es un modelo, es un eje ordenador. Y eso desarrolla la cultura, desarrolla las artes y desarrolla la tecnología. Tanto la pintura como la escultura y la arquitectura, que durante toda la Edad Media habían tenido exclusivamente como referencia a Dios, ahora pasan a tener como referencia a la figura humana. Y todo este proceso abre las puertas a una suerte de explosión en la tecnología rural, en la tecnología naval, y por lo tanto la aparición de un elemento fundamental para el origen del capitalismo que es el excedente económico. Es decir, ya no se produce sólo para mantener el feudo, para mantener nada más que el alcance de la dominación del señor feudal, que tenía que distribuir entre el palacio, los agricultores y los soldados, sino que se produce mucho más. Y al producirse mucho más tienen que encontrar quién lo compre. Y así aparecen las rutas comerciales por tierra y por los ríos y por los mares. Y así tenemos la aparición de grandes centros comerciales que están a la orillas de los principales ríos de Europa. Frankfurt, Hamburgo, Venecia, Flandes, , Brujas, Rótterdam, que son los que van comunicando el continente a través de los ríos interiores, hasta que desde los puertos se inicia la expansión de ultramar con cuatro grandes potencias: Inglaterra,

España,

Portugal

y Holanda.

Alemania

y Francia,

como

países

continentales que son, desarrollan un capitalismo muy fuerte y comienzan a vislumbrarse como los futuros grandes pilares de la integración europea. El crecimiento del Islam interrumpe la fluidez de las rutas terrestres desde Europa a Oriente, por lo que hay que

buscar otras rutas, y es en esa búsqueda

cuando se van los ingleses a lo que hoy son los Estados Unidos, y cuando se van los españoles y portugueses hacia América del Sur. Y los ingleses, después los franceses, los portugueses, hacia el África. Es el origen del colonialismo, que es la dominación de un territorio por parte de una potencia que tenía un desarrollo tecnológico anterior, más temprano. Es la utilización de la preponderancia económica para dominar territorial, cultural y políticamente a una sociedad. De este proceso surgen también estilos de colonialismo. Y los estilos de la conquista y el desarrollo colonial son distintos desde la perspectiva anglosajona y desde la perspectiva hispánica, ibérica, o latina. Porque cada una de las sociedades proyecta sus propias condiciones, sus propias características. Max Webber, sociólogo político alemán muy importante de comienzos del siglo XX, tiene su obra cumbre llamada “Economía y sociedad”, que es una fuente imprescindible del pensamiento político moderno, siempre tomándose del eje eurocéntrico. Pero tiene

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también otro libro, más corto, pero apasionante, que se titula algo así como “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, donde plantea la gran diferencia que hay entre la línea que siguieron los países colonizados por Inglaterra y la línea de desarrollo que seguimos los países hispánicos. Porque básicamente, y para decirlo de manera muy simplificada, Inglaterra trasfiere su estructura de una sociedad civil fuerte, y un Estado respetuoso, que deriva de esa fortaleza de la sociedad. En cambio, los procesos de colonización hispánica trasladan un curso de acción inverso, que es el de un Estado autoritario y una sociedad débil. Las instituciones de la colonización hispánica en América Latina son instituciones autoritarias, a cuya semejanza se va configurando la matriz del Estado latinoamericano, un Estado autoritario del que resulta el tipo de relación entre el colonizador y el colonizado. Que fue una relación de exterminio y de absorción. La colonización hispánica termina con los Imperios Azteca e Inca, los extermina, los domina. Y es acá donde nosotros podríamos a empezar a desovillar algunos de nuestros rasgos más profundos como sociedad. A diferencia de esto, ¿cómo se va configurando básicamente la sociedad norteamericana? Primero, en el origen de la salida de los ingleses hacia América del Norte y los españoles hacia América del Sur hay una diferencia fundamental. Los ingleses comienzan a escapar a raíz de un conflicto religioso en una Inglaterra ya parlamentaria, y no solamente parlamentaria, sino donde ya estaban configurados los dos grandes partidos políticos, que fueron el embrión de los actuales Partido Conservador y Partido Liberal, me refiero a los “tory” y los “whig”, que eran dos grandes corrientes de origen religioso que después tomaron posiciones en el orden económico, ya que unos representaban más a la veta terrateniente y los otros a la incipiente burguesía. Ahí se produce una fuerte confrontación religiosa entre los anglicanos y los prebisterianos, luego el Duque de York se convierte al catolicismo, y los presbiterianos se van en barcos hacia lo que serían las primeras colonias que luego dieron origen a los Estados Unidos de nuestros días. Allí se encuentran, al contrario de su condición de habitantes de un país insular como Inglaterra, territorialmente limitado, rodeado de mar, donde tenían que irse a otros lados para poderse expandir, se encuentran —decía— con un territorio que parece no tener límites, cuyas fronteras desconocían, parecían no existir. Y, además, despoblado, o poblado por indios a quienes se disponen a combatir para establecer una nueva “civilización”, a partir del convencimiento de que tienen un destino histórico, el denominado “destino manifiesto”, al que luego varios fundadores y sucesivos presidentes harán referencia para justificar sus apetitos imperiales. Aquellos primeros colonos llegaron a la costa este, y desde allí se lanzan a la conquista del Oeste. Además, rompen absolutamente con la metrópolis anterior, es decir, no son

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sus delegados. A diferencia de los “adelantados” que enviara la corona española a Sudamérica, los colonizadores ingleses que llegan a América del norte no son delegados de la corona británica, por el contrario, se van divorciados de aquella, peleados religiosamente y para siempre. Fundan otra cosa y a mirar para adelante. Los primeros colonizadores españoles son, en cambio, los “adelantados”, delegados de la Corona española para sacar minerales preciosos y llevarlos a España, en la etapa en que la posesión de estos metales, con los cuales se financiaban las expediciones navales, constituía el corazón del mercantilismo, el modelo de época. Aquí tienen ustedes una diferencia de origen que marca a fuego el tipo de desarrollo de unas colonias y otras. En un caso, se trata de: “no queremos saber nada con la Metrópolis, venimos a fundar una nueva sociedad, y fortalecerla hacia el futuro”. En el otro caso se trata de: “somos delegados del Rey para extraer la riqueza, expoliar de ella a los nativos, y alimentar a la Corona”. No vean en esto connotación ideológica alguna, sino que lo dice Max Webber, aproximadamente en 1920. Todo esto va formando, sostiene Max Webber, alianzas de clase diferentes. Y va acentuando, también, las diferencias entre una cultura productiva y una cultura extractiva. En un caso, la producción sirve para comer; en el otro, tengo que explotar a alguien que produzca por mí para que yo me pueda enriquecer. Es por eso, entonces, que los primeros grupos colonizadores de América del Norte van configurando una cultura de la burguesía, y cuando forman el ejército, éste forja una alianza de clase muy fuerte con la burguesía, asignándosele el papel de proteger la producción y el trabajo. Esto se diferencia mucho de la formación del ejército que, en América Latina, y, especialmente en nuestro país, no hace una alianza de clase con la burguesía sino con la aristocracia española, configurando lo que luego será nuestra oligarquía, porque si bien los que venían desde Europa acompañando en los barcos eran prisioneros, los adelantados eran aristócratas. Y forman una alianza de clases con el proto-ejército de América del Sur, en los países hispánicos, para garantizar esa cultura extractiva. Hasta que llegamos a la filosofía de la tenencia de la tierra, otro paradigma muy distinto en uno y otro caso. Como ejemplo, en la década de 1860, cuando todavía no había una gran diferencia en cuanto a la preponderancia de los Estados Unidos respecto de otro países como Brasil o Argentina, el presidente Lincoln firma un decreto que se conoce como el “Homestead Act”, y que dice algo así como: ninguna persona en los Estados Unidos, ningún productor, puede tener una extensión de tierra de más de 16 acres, o sea, una unidad productiva, y lo va a tener por cuatro años, si tiene algún problema climático le vamos a dar un año más de gracia, al cabo de los cuales deberá garantizar determinado nivel de producción; de no ser así, el Estado se la

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sacará y se la dará a otro productor. Simultáneamente, en 1860 cuando Lincoln establecía el Homestead Act, en nuestra Provincia de Buenos Aires, 600 familias eran propietarias de 12 millones de hectáreas. Muchos de ustedes, si provienen de distritos del interior de la Provincia de Buenos Aires, sabrán que sus nombres en general corresponden a jefes militares; en definitiva, a aquel jefe militar que primero llegara hasta allí, y de quien serían esas tierras en propiedad, para que los verdaderos productores rurales las trabajaran. Es decir, la apropiación del territorio no tuvo que ver con la producción, con quien en los hechos trabajaba esas tierras, sino con quienes la habían conquistado, desplazando al indio y haciendo trabajar al gaucho. Eso es Martín Fierro, un gran tratado de sociología argentina de la segunda mitad del siglo XIX. La Argentina en aquel momento era un desierto, donde había militares que habían desplazado a los indios, por un lado, y hacían trabajar a los gauchos, a cambio de no confinarlos en la frontera. Max Webber sigue, entonces, deslindando las diferencias que hay entre una cultura productiva y una cultura de la dominación. Y otro gran elemento diferenciador de cómo se interpreta la modernidad en un modelo y otro, es el trazado del elemento madre de la modernidad, que por aquel momento fue el ferrocarril. Si ustedes notan cómo está diseñada la estructura ferroviaria en los Estados Unidos, van a ver una forma de telaraña; y si ven cómo está configurado el desarrollo del ferrocarril en nuestro país, verán una forma de embudo. Es decir, las ciudades el interior no están conectadas entre sí sino que todas conectan con el puerto de salida, Buenos Aires. Todo está guiado por la cultura extractiva. No hay una cultura del desarrollo, sino que hay un cultura de “cómo sacamos lo que hay”. También es cierto que descendemos de un desarrollo capitalista muy tardío en España, que refleja buena parte de estos antecedentes, porque las colonias hispano-descendientes reproducen una cultura muy especulativa de España, una cultura muy autoritaria y centralizada de sus instituciones políticas, y, por lo tanto, un atraso relativo de la expansión capitalista de España con relación a Inglaterra. Así como España es la potencia de ultramar más importante en el siglo XVI, va perdiendo esa condición a expensas de Inglaterra, que se va convirtiendo, a partir de esa época, en el principal conquistador del mundo de ultramar. Si nos ponemos a pensar, los Estados Unidos, Canadá —países colonizados por distintas vías, pero con origen en Inglaterra—, Australia, la India, la península Indochina, las distintas invasiones al Líbano, y los países más poblados, de mayor extensión y mayor riqueza de África como Sudáfrica, Nigeria, Tanzania, Kenya, etc., es decir, hay una mitad del mundo que está colonizada por los ingleses. Entonces, ese atraso relativo que hace pasar a España, de ser la principal potencia de ultramar a ser un despojo de eso tres siglos después, hace que los ingleses también tuvieran intenciones de

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dominación política en América Latina. Esa vocación se traduce en distintas invasiones y ocupaciones en Centroamérica. No en vano la mitad de los países del Caribe es angloparlante. ¿Qué episodio es, en nuestro territorio, emblemático en cuanto a aquella voluntad de dominación política por parte de Gran Bretaña? Las invasiones inglesas. Luego se producen otros episodios, como la “Vuelta de Obligado” en 1845. En definitiva, el fracaso de las invasiones inglesas hizo cambiar la lógica de dominio de los ingleses, que llegan a la conclusión de que “como desde el punto de vista político nos va a costar, porque allí están los españoles y hay algunos generales e intelectuales criollos que quieren repeler a los españoles, como los libertadores: Bolívar, Sucre, O’Higgins, San Martín, es mejor trocar nuestras aspiraciones políticas por la penetración económica y financiera”; en lugar de exportar ejércitos y armadas, deciden exportar capitales. Y así se origina la relación económica muy fuerte que entablan los países de nuestra región con el Imperio Británico, no por vía de la dominación política sino de la dominación económica. También se producen en Europa hechos políticos y sociales. Por ejemplo, la derrota de la rebelión de las Comunas en España a expensas de la monarquía, la conformación de la Triple Alianza, el fracaso de las revoluciones de las comunas en Francia, la gran dispersión política de Italia hasta que se termina de unificar recién en 1891, casi simultáneamente con Alemania. Me refiero a la configuración de los nuevos Estados soberanos casi tal como es el mapa de la actualidad. A su vez, la gran exclusión que va generando el capitalismo más explotador, genera corrientes inmigratorias hacia América, siendo los Estados Unidos y la Argentina son los dos principales receptores. De ese modo, aquel desierto que era nuestro país y que nosotros vimos que había para la mitad del siglo XIX, sólo poblado por el indio y el gaucho, ambos marginados, comienza a transformarse en incipientes colonias agrícolas,

luego

ciudades

formadas

básicamente

por

inmigrantes

italianos,

españoles, y de muchos otros países de Europa, turcos, libaneses, etc. La expansión de la agricultura convierte a la Argentina en el principal país exportador de granos al resto del mundo, lo que genera un gran excedente económico que alimenta aquella cultura rentística que ya mencionamos, y no la cultura productiva. Eso no significa, por sí mismo, un país pujante ni un Estado moderno, sino que requiere de otros elementos constituyentes de la argentinidad en ciernes: la Constitución Nacional y el sistema educativo nacional, basado en la enseñanza pública. Más allá de los juicios de valor que haga cada uno, los próceres no son próceres para sus contemporáneos, sino para su posteridad; es la lectura histórica lo que los convierte en próceres. Ahora bien, en el momento se destrozan igual que ahora se destrozan entre sí los políticos. Los que hoy son próceres eran los políticos

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de ayer. Lo que pasa que hay políticos con visión de proyecto, con una cosmovisión de futuro, que son los estadistas. Esto quiere decir que independientemente de los avatares entre sus contemporáneos, sientan bases para el diseño y posterior desarrollo de la comunidad a futuro. Y eso es lo que hace la diferencia entre algunos dirigentes políticos y otros. Para el momento del que estamos hablando, me refiero a dos pilares fundamentales: Alberdi, desde el punto de vista de la construcción institucional, y Sarmiento desde el punto de vista de la construcción del sistema de Educación Pública. Sarmiento es un personaje apasionante porque en la misma persona se anida el odio visceral, el desprecio visceral al gaucho, al punto de haber dicho: “Estos tipos nada más sirven para abonar la tierra, hay que matarlos a todos. Nosotros los cultos, los educados, somos los civilizados, lo otro es la barbarie.” Hay otro tratado de sociología muy importante de la Argentina que está escrito desde el otro lado del “Martín Fierro”, que es “Facundo, civilización y barbarie”, escrito desde la lógica del centralismo porteño, pero que al mismo tiempo trasunta una profunda admiración por Facundo. En definitiva, la Argentina de finales del siglo XIX, una mezcolanza: un desierto, un ejército que servía no a los productores sino a los oligarcas, el gaucho que estaba perseguido, el indio que también es excluido y los inmigrantes que llegaban ahí y decían: “y ahora con esto qué hago”. Todo eso se condensó en algo que dos generaciones después hizo que toda esa gente se sintiera argentina, y ese algo fue la instrucción pública. Es decir, este mismo tipo, que profesaba ese odio profundo por el gaucho, y que, además es bueno decirlo, era incorruptible y denunciaba los negociados del poder y decía: “está bien, nos están construyendo el ferrocarril, pero nos están robando”, que trajo maestras de los Estados Unidos porque acá no había, fue también el que hizo que dos generaciones después la gente sintiera que valía la pena seguir viviendo en este país, y que si les daban, a pesar de la pobreza, estudios a los hijos, los hijos iban a estar mejor que los padres. Es decir, que construye un sentido de la argentinidad. Era Domingo Faustino Sarmiento. Y el sistema de educación pública fue el principal factor que hizo de la Argentina el país con mayor desarrollo cultural y con mayor presencia de clase media de toda América Latina durante prácticamente todo el siglo XX. Y por lo tanto con mayor nivel de desarrollo relativo. Aquella formación de la argentinidad tuvo un componente revolucionario, por el cual todos los chicos, vinieran de dónde vinieran, fueran hijos de quienes fueran, hablaran el idioma que hablaran, cuando entraban a la escuela, izaban la bandera, cantaban la marcha “Aurora”, cantaban el Himno Nacional en los actos, comenzaron a leer los libros de lectura, etc. En ese camino, llegamos al hecho de que, en 1970 la Argentina tuviera un PBI per cápita que era el doble del de Brasil; la Argentina tenía más PBI que Italia y que España,

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que hoy son la sexta y la octava economía del mundo. Habría que ver qué pasó allá durante esos años y qué pasó acá, para que los que estaban acá se fueran para arriba y nosotros que estábamos acá, nos fuimos para abajo. El hecho negativo tiene que ver con la continuidad de la lógica de exterminio a la cual ya hemos aludido, y que se manifiesta ya en la Primera Junta de gobierno, en la resolución del conflicto entre Saavedra y Moreno. Esa lógica de resolver los conflictos por vía del antagonismo y no de la búsqueda del consenso, se extiende a lo largo de nuestra historia, como sucedió con federales y unitarios, o “civilización y barbarie”, donde Sarmiento dice: “hay que exterminar la barbarie”, en lugar de “qué cosas debo tomar yo de Facundo, de Rosas”; se alimenta el odio profundo hacia el que no piensa como yo, y en lugar de ver qué es lo que se le puede encontrar como parte de verdad, lo que hay que hacer es eliminarlo. tor constitutivo de nuestra nacionalidad. Cómo procesa y cómo resuelve Argentina los conflictos políticos desde so origen hasta prácticamente la actualidad, se convierte, lamentablemente, en un factor constitutivo de nuestra nacionalidad, que debemos desterrar de entre nosotros. Países que han tenido diferencias culturales mucho mayores, como las que hay entre un gaúcho del sur de Brasil con la élite industrial paulista, por ejemplo, han resuelto sus conflictos de otra manera. Integran nociones antagónicas y sacan una síntesis superadora. Brasil, por ejemplo, tuvo un imperio. Durante la etapa que la Argentina construyó la modernidad con su Constitución Nacional, Brasil tuvo un imperio, entre 1822 a 1878. Entre 1964 y 1985, tuvo veintiún años de dictadura, pero se trataba de gobiernos militares con partidos políticos y Parlamento. Mientras la Argentina vivió lo que vivió con sus sucesivas dictaduras, la de Brasil fue una dictadura desarrollista, que no impidió el desarrollo industrial del país, y eso fue, esencialmente, lo que hizo del Brasil de hoy, un país mucho más influyente que la Argentina.

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