Ginecoides: Las Hembras De Los Androides

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GINECOIDES (LAS HEMBRAS DE LOS ANDROIDES)

Cuentos de ciencia ficción y fantasía por mujeres mexicanas

Selección y prólogo:

JORGE CUBRÍA

Grupo Editorial Lumen Buenos Aires - México

Ilustraciones: Mariana Ruiz Supervisión de texto: Pablo Valle Coordinación gráfica: Lorenzo Ficarelli MR63.0R762 GIN

Ginecoides, las hembras de los androides: cuentos de ciencia ficción y fantasía por mujeres mexicanas 1 compilado por Jorge Cubria.- 1a ed.- Buenos Aires: Lumen, 2003. 144 p. ;22 x 15 cm.

A Celine Armenta, fundadora del premio Puebla de ciencia ficción. Y

a Federico Schaffler,

el mejor promotor del género en México.

ISBN 987-00-0317-6 l. Cubría, Jorge, comp.- 1. Ciencia Ficción Mexicana

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma, ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni cualquier comurúcación pública por sistemas alámbricos o inalámbricos, comprendida la puesta a disposición del público de la obrd de tal forma que los miem~ bros del público puedan acceder a esta obra desde el lugar y en el momento que cada uno elija, o por otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor.

© Editorial Distribuidora Lumen SRL, 2003. Grupo Editorial Lumen Atenas 42, (06600) México D. F., México "" (52-5) 592-5311 • Fax (52-5) 592-5540 [email protected] Viamonte 1674, (C1055ABF) Buenos Aires, República Argentina .,. 4373-1414 (líneas rotativas) • Fax (54-11) 4375-0453 E-mail: [email protected] http://www.lumen.com.ar Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Todos los derechos reservados LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA

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Prólogo

DIFERENCIAS ENTRE CIENCIA FICCIÓN, FANTASÍA Y REALISMO

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Se han dado una gran cantidad de definiciones de lo que podríamos llamar ciencia ficción. Isaac Asimov la definía como "la rama de la literatura que se ocupa de las repercusiones que tiene sobre la conducta y los valores humanos el avance de la ciencia y la tecnología, de acuerdo con lo que en la actualidad es aceptado por estas disciplinas como posible". Aunque podemos aceptar como válida esta definición, nos topamos con limitaciones si la juzgamos con rigor pues, ya que esta literatura es eminentemente especulativa, nuestras especulaciones pueden ir perdiendo credibilidad a medida que las vamos llevando al extremo. y no nos es dado tampoco delimitar con claridad cuáles son los extremos de lo posible. Así, por ejemplo. si se escribe un cuento que exponga el tema de cómo las computadoras están afectando a la sociedad, lo clasificaríamos como realismo; si exponemos cómo la afectarán dentro de diez años, ya estaríamos dentro de la ciencia ficción, debido al carácter especulativo. Sin embargo, alguien nos podría tildar de habernos quedado cortos, ser demasiado conservadores y poco visionarios, mientras que otro nos acusaría precisamente de lo contrario y diría que nuestro cuento, más que una especulación, era una mera fantasía. Si nuestra especulación se situara dentro de cien años en el futuro, el riesgo de ser considerados fantasiosos sería aún ma7

Prólogo

Jorge Cubrla

yor, y si está situada dentro de mil o un millón de años, sería muy difícil deslindar su rigor especulativo de su exageración fantasiosa. Sin embargo, si la intención era realizar una especulación seria, la tendríamos que incluir entre la ciencia ficción simplemente por el propósito con el cual había sido escrita. La fantasía, por el contrario, no pretende dar una exposición de lo posible, sino que busca su valor en la creación de mundos llenos de posibilidades alternas, y sería más apreciada entre más nos sorprendiera debido a su capacidad de alejarse de lo cotidiano y lo posible. A pesar de todo esto, la fantasía posee la intención indirecta de describir la condición humana de forma metafórica, y tiene que luchar contra dos fuertes limitantes: la primera es que, aunque parezca muy fácil hablar de cosas irreales, no es sencillo ser original frente a una tradición literaria milenaria en que han abundado las fantasías. Además de que todo lo que podemos imaginar siempre se basa en diversas características que hemos conocido en la re¡_¡lidad cotidiana. Inventar un mundo original y totalmente fuera de lo conocido requiere un gran esfuerzo y siempre estará limitado por la manera en que el hombre puede percibir la realidad; lo único que el escritor de fantasía puede hacer es describir variantes del funcionamiento real. La segunda limitante es que, aunque un cuento fantástico pueda romper todas las leyes de los mecanismos de la naturaleza, para que resulte interesante tendrá que ser congruente con las leyes que él mismo haya enunciado como posible dentro de su propio universo narrativo, pues de lo contrario parecerá torpemente planeado y el lector lo despreciará por parecerle poco riguroso.

LA CIENCIA FICCIÓN Y LA FANTASÍA MEXICANAS

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Lo primero que la gente pregunta, cuando se habla de ciencia ficción mexicana, es que si tal cosa existe. La mejor fuente de información al respecto es la enciclopedia de ciencia ficción publicada por Peter Nichols. La primera edición, que data del año 1979, tiene 672 páginas; de éstas, dedica la mitad de una a un artículo llamado "España, Portugal y Sudamérica". Por supuesto, se ignora el hecho de que México no entra en ninguna de las tres clasificaciones: esperar que el mundo anglosajón entienda que México es parte de Norteamérica es esperar demasiado. Probablemente mucha gente en Estados Unidos considera que creer que México existe es una superstición. Y, como podemos constatar al leer el artículo, Peter Nichols no fue presa de tal delirio pues, aunque a Latinoamérica le dedica 12líneas de las 101 que contiene el artículo, a México se le ignora olímpicamente. Mucho podemos quejarnos; sin embargo, es muy probable que gran parte de esta situación sea culpa de los mismos mexicanos, que no nos promovemos. En este respecto es digna de reconocimiento la iniciativa que tuvo Mauricio-José, Schwarz, el cual le escribió a Peter Nichols dándole información sobre México y así fue como, en la segunda edición de la enciclopedia, dirigida en esta ocasión por John Clute y aparecida en 1993, podemos tener el gusto de leer el artículo escrito por Schwarz, llamado "Latín America", del cual se obtiene mucha información; también contamos en la actualidad con, al menos, dos investigadores serios en este tema, Miguel Ángel Fernández, * el cual vive sorprendiéndonos continuamen-

* Compilador de Visiones periféricas (antología de la ciencia ficción mexicana), Buenos Aires-México, Lumen, 2001. 8

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Jorge Cubrio

te con nuevos hallazgos que efectúa en su incesante búsqueda de ciencia ficción mexicana del pasado, y Gabriel Trujillo*, el cual, entre otras cosas, en 1997 publicó una interesantísima antología en editorial Vid llamada El futuro en llamas. Podemos, entonces, con ayuda de todos ellos, comentar que el primer relato de ciencia ficción en México fue escrito en el año de 1773 por un sacerdote franciscano llamado Manuel Antonio deRivas: "Viaje fantástico"; se trata de un viaje a la luna. Este relato está claramente influido por el "Micromegas" de Voltaire y por Cyrano de Bergerac. Dicho cuento le valió a Rivas ser procesado por el Santo Oficio bajo el cargo de herejía, así como ser expulsado del convento por votación unánime de todos los hermanos de su monasterio. Ya en el sigo XIX apareció, en 1844, un interesante relato de dos páginas en la revista Liceo Mexicano, por un escritor que firma con el seudónimo de "Fósforo". Es un diálogo llevado a cabo entre un anciano y su sobrino, en el año de 1970. Se describe en esta especulación futurista una ciudad de México totalmente invadida por globos aerostáticos, donde el telégrafo por medio de cables está muy extendido y se hacen daguerrotipos gigantes, existe la luz eléctrica, y los funcionarios públicos han llegado a ser personas sumamente honradas. a tal grado que cualquiera que cometa una pequeña anomalía sufre la pena de muerte. Pedro Castera (1838-1906), escritor liberal y periodista, publica su cuento "Viaje celeste" en los años setenta del siglo XIX; el alma del protagonista cruza, envuelta por la canda de un cometa, "los desiertos del espacio", lo cual sirve de pretexto para comentar los descubrimientos y las especulaciones de la astronomía de su tiempo. Es una defensa del positivismo.

*Autor de Lengua franca, México, Lumen, 2002. 10

Prólogo

En el siglo XX, Amado Nervo escribió varios relatos que podrían enmarcarse dentro de este género, influido sobre todo por Arthur Gordon Pym y otros textos de Edgar Allan Poe; "El donador de almas" (1902) y "La última guerra" (1906) describen los descubrimientos científicos que, al ser incorrectamente utilizados, traen males a la humanidad. También escribe poemas con el tema de los viajes espaciales: "Yo estaba en el espacio" (1909), "El gran viaje" (1918). Esteban Maqueo Castellanos publica en 1916 su novela El fin del mundo, de tono apocalíptico. En 1917, Martín Luis Guzmán publica un cuento en el cual describe con sorprendente exactitud el mundo de las computadoras de nuestros días. Francisco Urquizo (1891-1969) publica en 1919la novela Eugenia, que describe un México futuro en el cual la tecnología ha "deshumanizado a la gente y no es posible que el amor tradicional tenga éxito". En 1934 publica Mi tío Juan, una historia emparentada con Jonathan Swift y H. G. Wells. Su protagonista mide 500 metros y pretende lograr el desarme universal y la igualdad entre todos los pueblos de la Tierra. En 1939 se inicia la publicación de la revista El Cuento, dirigida por Edmundo Valadés; en ella se dan a conocer los mejores relatos de los escritores de ciencia ficción nm1eamericana, la cual de esta forma llega por primera vez al público mexicano; esto ejerce una influencia considerable en los jóvenes de aquellos tiempos. Ya para los años cincuenta, algunos escritores reconocidos en el medio literario escriben cuentos de ciencia ficción; por ejemplo, Juan José, A!Teola: "Anuncio" y "Baby H. P."; Carlos Fuentes, en su libro Los días enmascarados, incluye "En defensa de la trigo libia" y "El que inventó la pólvora". Posteriormente publicará su visión futurista de México, Cristóbal Nonato (1989). 11

Jorge Cubría

También editorial Novaró tradujo algunos números de Fantasy and Science Fiction y Wonder Stories. Narciso Genovés publica en 1958 su novela Yo he estado en Marte, que trata de una sociedad secreta que traba contacto con la civilización marciana. Es una utopía muy al estilo de la de santo Tomás Moro y La República de Platón. René Rebetez ( 1938), escritor colombiano radicado en México, se convierte en el principal impulsor de la ciencia ficción en la década de los sesenta. Escribe el primer ensayo mexicano sobre la ciencia ficción, La ciencia ficción, cuarta dimensión de la literatura ( 1967), y La nueva prehistoria y otros cuentos (1968). Carlos Olvera publica en 1968 su Novela humorística Mexicanos en el espacio, en la cual los mexicanos establecen una base militar en Plutón. Edmundo Domínguez Aragonés (1936), escritor español radicado en México, publica en 1971 su novela de ciencia ficción política Argon 18 inicia. En 1973 queda como finalista del premio Novela México Trasterra, de Tomás Mojarro. Este concurso tuvo como jurados a Miguel Ángel Asturias, Mario Vargas Llosa, José Revueltas, Ángel María de Lera y Miguel Otero Silva. Es una distopía posholocáustica. Alfredo Cardona Peña (1917), escritor costarricense radicado en México, publica su libro de cuentos El ojo del cíclope (1978). También en esta década llegaron a México, provenientes de España, las colecciones de cuentos de Bruguera y Acervo. Olivia Rodríguez Lobato publica en 1974 la primera antología de cuentos mexicanos cercanos a este género, aunque discutiblemente más cercanos a la fantasía: Todos los caminos del universo. Marcela del Río (1932) publica en 1972 su libro Cuentos arcaicos para el año 3000 y en 1976 la novela Proceso a 12

Prólogo

Fraubritten. Y Manu Dornbierer su libro de cuentos La grieta (1978). En esta década también apareció otra revista de traducción de cuentos norteamericanos, Espacio, que fue publicada durante algo más de un año. Actualmente los escritores mexicanós interesados en este género consideran que la ciencia ficción mexicana tomó fuerza en el año de 1984, con el primer premio nacional Puebla, auspiciado por CONACYT y la revista Ciencia y Desarrollo. A raíz de ese concurso, los escritores interesados en este género se organizaron y crearon en 1992 la AMCYF: Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía. Posteriormente ( 1994) se creó el premio Kalpa, que se otorga por votación de todos los socios. A partir de 1992, se han publicado antologías totalmente vinculadas con el género: Más allá de lo imaginado, en tres volúmenes con 42 autores, compilada por Federico Schaffler; Principios de incertidumbre (1992), que reúne a los ganadores del concurso Puebla; ·Con penniso de Colón, con cuentos sobre los 500 años del descubrimiento de América; Frontera de espejos rotos, que es una antología de cuentos acerca de la relación México-Estados Unidos, hecha por Mauricio-José Schwarz y Don Webb, y que incluye escritores tanto mexicanos como norteamericanos. En 1992 aparece la primera revista mexicana especializada en ciencia ficción, fantasía y horror, Umbrales, a la cual se le otorgó el premio Tierra Adentro, a pesar de que su distribución se hace sólo por correo. Ha sobrepasado los 40 números; e incluye a más de cien cuentistas mexicanos de ciencia ficción y fantasía, y más de mil suscriptores. En 1994 apareció la revista Asimov en español. En los Estados Unidos, se publica desde 1976 y es actualmente la más importante del género en el mundo. En España, se ha traducido en dos épocas, durante los años ochenta, pero éstas fueron 13

Jorge Cubr!a

Prólogo

sólo traducciones del inglés, y se distribuía nada más en ese país. Ahora en México se incluyen en cada número cuentos de autores de habla hispana, y se está distribuyendo con mucha aceptación en todos los lugares del mundo donde existen hispanohablantes, incluidos Israel, Filipinas, los estados del sur de la Unión Americana, Nueva York, Chicago, etc. Hasta el momento, han aparecido 16 números. Actualmente, el género de ciencia ficción en México está adquiriendo una gran fuerza; es en la década de los noventa cuando realmente ha empezado a tener auge, existe un gran interés entre el público y empieza a no costar ya tanto trabajo publicar cuentos de este genero; la ciencia ficción ha empezado a adquirir respetabilidad en el medio literario. Existe un intercambio cada vez más intenso, especialmente entre España, México, Cuba, Argentina y Estados Unidos.

LA MUJER EN LA CIENCIA FICCIÓN

en la trama. En este caso, podría haberse sustituido la figura de la mujer por la de un anillo o un elefante; sin embargo, era más útil la mujer porque así se podía comprobar la hombría del personaje, el cual, siendo muy rudo y poco sentimental, era sin duda heterosexual. La mujer también servía para que el personaje masculino le explicara cosas; así, indirectamente, el escritor estaba explicándoselas al lector y tenía la garantía de que su público de varones adolescentes las entendería, pues, como quedaba constatado dentro del texto, hasta una simple mujer podía entenderlas. También podían ser princesas malvadas, seductoras y tenúbles, las cuales ternúnaban por doblegarse ante el héroe, que era todo un domador de hembras rejegas. O chiquillas marimachos que, al entrar en contacto con el héroe, se transformaban en virginales amas de casa en potencia. Sin embargo, ya para los años sesenta, las mujeres empezaron a resolver enigmas usando la intuición femenina desde el cuartel general de sus cocinas.

¿Cómo ha sido vista?

Al igual que en todos los campos de la cultura, es el hombre quien ha participado en escribir este tipo de literatura; además, en el período que muchos conocen con el nombre de "Época de Oro", que va desde 1930 hasta 1960, décadas en las cuales proliferaron en los Estados Unidos las revistas de este género, se consideraba que los lectores eran varones, fundamentalmente adolescentes y, por lo tanto, sus intereses no estaban centrados en historias sentimentales, de amor, sino en aventuras heroicas. El personaje central era siempre un hombre, y las mujeres, cuando aparecían, lo hacían para satisfacer varias necesidades; en primer Jugar, resultaban muy útiles para ser rescatadas, jugando así una parte central, aunque totalmente pasiva, 14

Su participación

Mucha gente considera que la primera verdadera obra de ciencia ficción fue escrita por una mujer, Mary Shelley, en 1818, pues en ésta hay una conciencia de que se están usando los avances de la ciencia para transformar los actos y la ética humana. Lo que se enjuicia en Frankenstein es el origen divino de la vida, frente al funcionamiento eléctrico de las neuronas descubierto por Luigi Galvani. Sin embargo, por muy cierto que pueda ser que Mary Shelley fuera una pionera, el género estuvo dominado por los varones hasta la década de 1960. 15

Joyge Cubría

En la actualidad, las cosas han cambiado. No sólo en lo referente a la literatura, sino en todos los campos de la cultura. Me han platicado que en Europa, a partir de la década iniciada en 1990, se empezaron a otorgar puestos ejecutivos a las mujeres porque son en general más cuidadosas y minuciosas, mientras que se descubrió que los hombres, debido a nuestra superioridad muscular, somos excelentes para cargar cajas. Las mujeres ya han obtenido más de sesenta premios Hugo y Nebula. La lista de nombres es enorme; sólo como muestra, por demás incompleta, mencionaremos a Cele Goldsmith, la cual fue editora de la revista Amazing Stories desde 1958 a 1965, Leigh Brackett, C. L. Moore, Andre Norton, Judith Merril, Marion :Zimmer Bradley, Ursula K. Leguin, C. J. Cherryh, Anne Mccafrey, Tanith Lee, Connie Willis, Nancy Kress y un largo etcétera, tan meritorias como las anteriores. En México, el concurso Puebla fue producto de la propuesta hecha por una mujer: Celine Armenta. Es a ella a quien en gran medida debemos mucha de la organización que se ha tenido en México.

. Prólogo

ha proporcionado a nuestra vez el gusto de haber reído. Aunque el chiste no sea nuestro, lo sentimos como propio. De entre los miles de libros que existen en el mundo, el presente merece competir con el mejor. Los cuentos aquí incluidos son golosinas para el intelecto. Al igual que las mujeres son el postre para la imaginación de los varones.

LA PRESENTE ANTOLOGÍA Hay cuentos que significan poco para nosotros, pero de otros nos enamoramos profundamente y los releemos interrrúnable número de veces, hasta llegar a considerarlos parte de nosotros mismos. Los cuentos escogidos por mí en la presente antología afectivamente me los he apropiado, se los he puesto a mis alumnos en la universidad y los he leído hasta que se han integrado de forma permanente a mí. Siento que estoy publicando un libro de cuentos míos, y darlos a conocer me proporciona un placer similar al que tenemos cuando contamos un chiste: estamos transrrútiendo a otros un bienestar de algo que nos 16

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Prólogo

lis, de Fritz Lang ... a la cual, ¡horror!, algunos han llamado

GINECOIDES

"robota''.

Androide, por fin: ¿niño o niña?

por Héctor Chavarría

Siempre vale la pena hacer algunas precisiones, en especial cuando nos referimos a la lengua -a la castellana, no al apéndice-, y la ciencia ficción no se salva, eso es evidente. De una vez por todas: cyborg es un neologismo y un anglicismo que se forma con las palabras cybernetic organism ... ; no es una palabra perteneciente a la lengua de los extraterrestres, ni forma parte del mensaje de algún tripulante de plato volador maussanita. Tampoco se escribe cibork, como alguna vez apareció en una revista española cuyo nombre prefiero olvidar... Pero la palabreja que ahora nos importa es otra. Ya estuvo bueno encontrarse, a tiro por viaje, definiciones como "la androide hizo esto, la androide hizo lo otro"; si no fallan las etimologías, la palabra "androide" tiene como raíz wulros, que es griego y significa varón. Androide es, pues, algo similar a un hombre ... suele aplicarse en ciencia ficción para definir algún tipo de organismo artificial con forma humana, entendiéndose genéricamente humano en el genérico hombre. Sirve igualmente para diferenciar a estos entes de los robots, a los cuales suele mostrárseles con una irresistible apariencia de máquinas humanas, aunque los verdaderos robots no tienen por qué parecer humanos. Pero, cuando anteponemos el artículo "la", nos estamos refiriendo a sexo femenino y, si buscamos precisión, ¿qué nos cuesta llamarla ginecoide 0 El término tendría como raíz el griego gyn, que significa mujer. Así, ginecoide sería un organismo artificial con forma de mujer. La primera de éstas es la clásica María de Metrópo18

La pobre María no tiene la culpa de que no se le ocurriera a alguien antes el neologismo. En este caso, la creación de una nueva palabra no sólo es válida, sino que además enriquece y es bonita. Me agrada bastante pensar en una cadena de producción, o lo que sea, donde se producen en serie ginecoides similares todas a Kim Basinger.

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CLASES DE PANTOMIMA PARA MARIPOSAS Lorena Hemández

El estar sentada en medio del jardín me hace feliz. El aroma de las flores, la sensación de frescura del viento al hacer volar mi cabello y cientos de mariposas volando a mi alrededor. Una de ellas me llama la atención en especial, la dorada, color de oro bruñido. Ronda alrededor de mí, como manteniendo alejadas a las demás. Con suavidad se posa en mi rodilla, sin miedo. Al tocarla, un polvo brillante cae de sus alas, iluminando todo. No se asusta, levanta el vuelo y se posa en mi nariz. Reprimo una risa nerviosa, tratando de no asustarla. Entonces es cuando veo que tiene rostro. Abre la boca y gesticula. Trato de no moverme. No creo que sea real, pero lo es. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué me eligió7 ¿Por qué esta maravillosa tragedia? Una mariposa hablándome, y yo ... sorda.

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UNA LANZA PARA UNA DAMA Elisa Carlos

Las fantasías de Rey na de la Tone se escapaban a través de la ventana enrejada, se iban por los adoquines de la calle, volaban sobre los sonidos en el aire de la tarde y encontraban a Arturo. Luego, tímidamente, aquellos sueños se retiraban ante el recuerdo duro de la cara impasible de éL de la indiferencia feroz de su mirada. Reyna retomaba los finos hilos de su imaginación y, una vez más, los tejía. Lentamente constmía otra figura, la de un hombre valiente y audaz, un moderno Lanzarote. Uo caballero con las riendas en la mano, capaz de conducirla con seguridad a través de la aventura, por aquel pasillo semialumbrado rumbo a la habitación de un hotel difuso donde ... Aquí sus pensamientos se detenían, la imagen de ella diciéndole a Lanzarote "'Un momento, voy a quitarme la faja" se presentaba eme!. La vergüenza circulaba viva dentro, el color rojo inundaba su cara. Y era en esos momentos en los que casi se alegraba de que Arturo y los muchachos pasaran todo el día y parte de la noche fuera de su casa. Estaba segura de que todos adivinarían qué clase de pensamientos se cocinaban dentro del horno secreto de su mente. Cuando la noche victimaba la tarde: ropa sucia, cocina, costura clamaban por las manos de Reyna. Y otra vez por la casa desierta el sonido de sus pasos y respiraciones fatigosas se paseaban ignorados. A la llegada de sus tres cuervos, como llamaba con cariño a sus hijos, se encendía en Reyna un principio de euforia que era rápidamente apagada por las caras de

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Elisa Carlos

fastidio. La cama como último exilio la recibía ya muy entrada la noche. En ella Reyna esperaba en vano a Arturo. El cansancio cerraba sus ojos después de las tres de la mañana. Una tarde en que Reyna había logrado sacar la faja de sus fantasías, un ruido a su espalda la hizo voltear. Con sorpresa inaudita vio al Lancelote de sus sueños. Lo primero que le vino a la cabeza fue la frase "ya me volví loca". Con extrañeza descubrió que no le importaba. Lo contempló con más cuidado antes de intercambiar palabra. El brillo de la armadura lanzaba reflejos sobre la pared, los muebles y ella misma. Desde su gran estatura él la miraba con aquellos ojos inmensos de color azul. No le faltaba ni la espada, era idéntico al personaje imaginado. Con verguenza descubrió que se preguntaba si el lunar en la ingle también estaría. Cerró rápidamente las ventanas, prendió la luz y le hizo frente. Se miraron en silencio por una eternidad. Después él, en medio del sonido metálico de la armadura, se acercó y... Los días se encadenaron como rosario para fabricar semanas. Éstas pasaron sigilosas como los movimientos de Reyna. Todas las precauciones para impedir que la familia descubriera a Lance lote le parecieron pocas. Cuidados vanos. Para Arturo y los cuervos, ella era invisible. Aun así, hospedar al caballero no dejó de ser un problema. La armadura y la espada eran enormes, ni qué decir de la lanza. Ésta tenía una longitud que casi igualaba el largo de la sala. La primera noche en que el sajón pernoctó en la casa fue agotadora. El temor a que Arturo regresara más temprano y los descubriera en la lucha por subir el equipo deportivo de Lancelote a la azotea, hacía más torpes los movimientos de Reyna. Todo hubiera sido más fácil si el caballero hubiera hablado español y no ese inglés arcaico imposible de entender. Los cuervos se quejaron de que el ruido no los dejaba dormir, pero ella los aplacó pidiendoles que la ayudaran a tirar unas 24

Una lanza para una dama

latas. A las dos de la mañana, Reyna, después de desechar el s/eeping bag de Arturo por pequeño, terminó de preparar una cama hecha de cobijas en el cuarto de lavado. Ahí fue el aposento de Lancelote. Los kilos de más de Reyna se fueron como llegaron, casi sin sentir. El caballero sabía comer bien. Nunca había en la casa comida suficiente para él. Ante el miedo de que Arturo descubriera el gasto extra, Reyna sacrificaba la mayor parte de sus alimentos en provecho de su legendario amante. Vendió su medalla de primera comunión y una esclavita de oro, regalo de su padre, para comprar los galones de vino tinto que Lancelote degustaba diariamente. Él se paseaba por la casa durante el día, vestido únicamente con una pequeña túnica blanca que apenas le cubría parte de los muslos, cantando con una voz ronca y un poco desafinada unas canciones inglesas muy raras para la época. Algunos vecinos le preguntaron a Reyna que quién cantaba. Ella les contestó que eran unas cintas que un tío les había mandado de los Estados Unidos. "Los gringos están locos", respondieron ellos y ya no hubo más comentarios. Los esfuerzos para enseñarle español a Lancelote fueron nulos. Él no quería aprender nada, ni enseñarle nada a ella. Es más, Reyna renunció a intentarlo cuando se dio cuenta de que bastaba decir una o dos palabras para que el caballero se sintiera incitado a darle rienda suelta a sus ardores amorosos. Eso estaba bien, ésa parecía ser su función, pero él era de naturaleza fuerte y no le importaba si la hora y el lugar eran propicios o no. Eso ponía a Reyna en situaciones muy forzadas. Más tensa vivía desde que se dio cuenta de que Lancelote era celoso. En varias ocasiones lo vio tratando de entrar en la recámara, en la que ya se encontraba Arturo dormido, con un cuchillo en la mano.

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Elisa Carlos

Después de muchas noches de vigilancia, le puso un cerrojo en la puerta. Las cosas se complicaron cuando descubrió que Lancelote quería salir a la calle. Aprovechaba cualquier descuido de ella para tratar de abrir la puerta. Era una gueiTa de nervios tan dura que decidió comprarle ropa moderna. Fue inútil, no quiso ni tocar los calzoncillos. Ella creyó notar en ese acto un dejo de superstición. Ya había un antecedente de esa conducta. Había ocuiTido en los primeros días, cuando le había enseñado la ducha; el caballero se asustó tanto que desde entonces se bañaba en el pequeño patio de atrás con cubetas de agua fría. Las ventanas estaban ceiTadas, Reyna vivía con los nervios tensos. El Sir se mostraba cada día más audaz. A la hora de la cena se salía del cuarto de lavado y ella sufría para volver a meterlo, sobre todo porque la lucha era en silencio. En dos ocasiones sus hijos vieron a través de la ventana una silueta que pasaba de un extremo a otro del patio. Los convenció de que era un ánima en pena pidiendo oraciones. Cuando llegó la época de lluvias, el sonido de los granizos sobre la armadura provocó un escándalo en la casa. Se calmó cuando les dijo que eran unas tinas que se le habían olvidado en la azotea. Afortunadamente Lancelote no se dio cuenta. Gracias al vino tinto, esa noche se había quedado profundamente dormido. De whisky fue la gota que deiTamó el vaso. Ese día era domingo y, como siempre, la familia se fue a sus diversiones. Arturo salió el último. La caja que esperaba se la trajeron hasta las diez, se la encargó a Reyna. Después de que la puerta se hubo ceiTado tras él, Lancelote hizo su aparición. Con su caballerosidad, le quitó la caja de las manos y la llevó a la cocina. Pero el sajón también era curioso y no hubo poder humano capaz de impedirle que abriera la caja. Oh ¡noticia grata! 26

Una lm1.::a para una dama

ahí estaban las botellas de whisky, tan parecidas a las del tinto. El caballero no conocía tal bebida. Reyna se hincó suplicándole que no tomara: fue inútil. Las vecinas nunca estuvieron seguras de que aquel gigante rubio y desnudo que saltó de la azotea a la calle fuera real. Se perdió en el horizonte dejindo en el aire, aún vibrantes, las notas de una canción inglesa. La madre de los cuervos se quedó llorando de vergüenza pero curiosan1ente más tranquila. Se sintió libre hasta esa noche. Por fortuna, Altura y los muchachos aún no regresaban cuando volvió Lancelote. De un salto tremendo desde la azotea, se posó en el patio. Reyna se quedó de una pieza. Lo vio ahí, a la luz de la luna, sonriendo, y notó que había engordado. El pelo le había crecido mucho, casi le llegaba a la cintura. La barba se esponjaba, rebelde, en todas direcciones. Entonces comprendió que él comía y bebía como si estuviera en su ambiente, pero en esa casa no había caballos, no se llevaban a cabo torneos, no había doncellas que rescatar ni griales que buscar. Pobre Lancelote, pensó. Esa noche fue la despedida. Lo vio por última vez, cargado con sus pertenencias, desnudo porque el equipo le venía chico, perderse en la esquina de la calle. Los reflejos del foco sobre la armadura parecían torcidos. Los golpes del granizo la habían abollado y la lluvia la había cubierto de herrumbre. Mientras el chirrido de la lanza contra los adoquines se perdía en la noche, Reyna pensaba en Sherlock Holmes ... No, Holmes no, va a pedir opio ... Tal vez James Bond ... ¿y la licencia para matar?, ¿y el champaña? Dios me ampare ... O Federico Chopin ... tisis galopante, las toses, el contagio. No, él no ... quizá... Bueno, tenía muchas horas para pensarlo. Esas cosas había que tomarlas con calma.

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FELIZ ADVENIMIENTO Oiga Fresnillo

La sala estaba llena de recién nacidos. El aroma del talco y la leche maternizada se mezclaban en la atmósfera cálida y tenuemente iluminada. Un hombre gesticulaba con ridiculez frunciendo la boca al tiempo que daba ligeros golpes en el cristal que delimitaba el área. El bebé que tenía enfrente lo ignoraba por completo y berreaba con los ojillos cerrados y los labios temblorosos. -Doctor Jarvis, lo esperan en la sala de advenimiento. Alicia le tocó el hombro para asegurarse de que Adolfo saldría de sus acostumbradas bobaliconadas y volvería al trabajo de inmediato. -El alumbramiento es inminente, no creo que se pueda esperar más. Jarvis hizo un último gesto bobo al nene llorón y caminó delante de Alicia. Le subyugaba escuchar el llanto de las criaturas exigiendo su alimento. Aunque hubiese sido cuestión de rutina mantenerlas en un como silencio mediante la administración de inofensivos sedantes, Adolfo optaba por dejarlas desfogar sus energías y ejercitar los pulmones a la manera tradicional de antaño. Al irse acercando a la sala de advenimiento, las voces agudas de los nenes fueron dando lugar a unos gritos exacerbados. Al abrir las puertas dobles salieron por el hueco ayes y oes formulados con un dejo gutural. Adolfo dirigió una mirada como saludo a sus colaboradores y entró en el tune! de esterilización. Al instante Jos vaporizadores lo cubrieron con una ducha desinfectante. Allí mis30

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mo se vistió con una bata de alegres colores y se calzó unos guantes con el símbolo de una marca de pañales. Un grito aún más ti.Ierte que los anteriores lo hizo acelerar el paso y salir del túnel con el tapabocas, a juego con la bata, a medio poner. -Vamos, padrecito -dijo Jarvis al sufriente-, serénese. No es usted ni el primero ni el último hombre que da a luz. -Es que usted no sabe lo que es esto -lloriqueó en un pataleo el señor Támez. -Claro que lo sé. ¿Quién cree que ha diseñado, paso a paso, el plan que eligió para embarazarse? Adolfo observó atentamente al paciente. Lo recordó tal y como había llegado al Centro de Advenimiento Siglo XX apenas unos meses atrás. En ese entonces, los movimientos cimbreantes de las caderas estrechas de Támez lo confirmaban como un bailarín de striptease. Ahora, en la mitad de la treintena, yacía de espaldas con una manta este1ilizada cubriendo su deformado y grotesco vientre. -¡Oh, doctor! ¡Haga algo y quíteme esos dolores! -¡Mmmmh! Como si alguien lo hubiera obligado ... -Alicia, por favor -suplicó gentilmente Jarvis a la mujer, que sólo se limitaba a observar-. Hagamos todo más fácil, equipo -dijo dirigiéndose a los hombres que lo acompañaban-, retiren los gases de afección y administren lenitivos. El señor Támez agradeció con un suspiro y empezó a aflojar los brazos, antes crispados, y a sonreír a diestra y siniestra. "Esto es una estupidez", se dijo Alicia. Hacía muchos años que el dolor era perfectamente evitable, pero, por razones humanitarias, según decía Jarvis, hacía que los pacientes lo experimentaran en ciertas ocasiones para darle un sello de tradición al suceso que, si bien era rutinario en el Centro de Advenimiento, para cada paciente se convertía en algo especial. El numeroso personal del Centro y, en especial, el que en 3Z

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ese momento se hallaba en la sala, era prescindible. Su presencia, sin embargo, daba un toque elegante, muy vistoso después de décadas en que todo había sido atendido por autómatas eficaces pero, a la postre, chocantes. Lo nuevo era volver al pasado y recurrir a obstetras que irradiaban -aunque algo fingido- el calor humano a punto de extinguirse apenas unos años atrás. Como una manera de salir del anonimato, Jarvis había abierto el primer centro de advenimiento con una gran publicidad. Las imágenes y los olores de su cuarto de bebés aparecían constantemente desprendiéndose de las pantallas tridimensionales para penetrar en los sentidos de los posibles clientes. Jarvis no había permitido que en la promoción se usara el estilo reinante de flashazos, llenos de mensajes subliminales que hipnotizan al espectador. Había insistido, desoyendo los sabios consejos de los cerebros a cargo, en que sus anuncios fuesen, de principio a fin, una sola vista del ojo láser, con música de añejas y olvidadas nanas españolas. Inexplicablemente, para los autómatas especializados, la gente había empezado a solicitar los servicios del centro. El negocio prosperaba haciendo de Adolfo Jarvis un amoroso amigo de los parturientas que, increíblemente, querían dar a luz con dolor, entre seres humanos y rodeados de una atmósfera ajena a su vida diaria. -Es una preciosa nena -anunció Adolfo al señor Támez después de extraer a la bebé de la maltrecha cavidad abdominal del hombre y retirar el trasplante de tejido sintético uterino, alimento del producto durante el periodo de gestación. La criatura no era más bella que las ofrecidas en el mercado. Éstas podían ser compradas por catálogo o mandadas hacer según las especificaciones de los futuros padres, ventajas logradas a través de la ingeniería genética. En consecuencia, 33

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la sociedad estaba poblada por seres cada vez más parecidos. Solían ponerse de moda. Los rubios de ojos claros estaban definitivamente relegados. Los negros de pelo lacio, ojos rasgados y facciones exquisitas caían poco a poco en desgracia. Definitivamente -y quién sabe por cuánto tiempo-- la vanguardia estaba en gestar niños en el cuerpo, como dejara de hacerse por razones casi olvidadas. Las mujeres vieron el cielo abierto cuando se les relevó de la maternidad, tarea que las obligaba a permanecer casi al margen del aparato productivo por largos y valiosos meses. En un principio, las que no podían concebir agradecieron a la ciencia los avances que les permitieron procrear dentro de la intimidad de un tubo de ensayo -in vitro, se le había llamado-. Después se ofendieron al ver que una máquina, con un líquido rico en sustancias nutritivas, hacía posible el desan·ollo de un bebé, de principio a fin y sin necesidad de una madre. Sin embargo, la lógica se impuso y las personas del género femenino acabaron por comprender que su valía no radicaba en la reproducción y que estaban en absoluta libertad para emprender tareas trascendentes sin sentir las ataduras de la maternidad. De ahí en adelante la sociedad se reprodujo por pedido, tal como se hiciera antiguamente con los autos de lujo y, después, al mayoreo, para distlibuirse en los grandes almacenes. Pero Adolfo Jarvis había encontrado, en una de las últimas bibliotecas en pie, un libro que detallaba los nacimientos a mediados del siglo XX. La autora, una partera empírica, dejaba asentada en él sus experiencias acerca de este hecho, hasta entonces eminentemente femenino, y sus posteriores consecuencias. Feliz advenimiento era el título de la obra, que no tenía más de cien amarillas páginas. -Doctor, ¿tendré que fajarmery -preguntó Támez.

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-Será Jo más prudente -aseveró Jarvis mientras cerraba con un haz luminoso la abertura abdominal-. Cuarenta días en absoluto reposo le harán muy bien y lo dejarán como nuevo, en condiciones de disfrutar de su nena. -¡Mi nena, doctor, mi nena! -suspiró el nuevo padre-. Mi esposo estará encantado. -Ya lo creo. Cualquiera puede comprar un hijo, pero pocos arliesgan su vida por dar a luz. -Dar a luz, ¡qué bella imagen! -sonrió amodorrado el paciente. -Llévenlo a descansar, se lo merece -ordenó Adolfo, presuntuoso. Al salir de la sala, el médico caminó por los corredores comprobando el buen funcionamiento del centro. Fuera de él las mujeres ocupaban puestos importantes en todos los ámbitos, representadas únicamente por Alicia, la supervisora enviada por la Contraloría GeneraL Las actividades del centro estaban consideradas intrascendentes, en la misma categoría que las efectuadas por las salas de belleza. Enfermeros, afanadores, secretarios, todos desempeñaban labores que cualquier máquina rudimentaria podría realizar; el fin era, en realidad, darle un ambiente diferente al negocio. La temperatura podía regularse de tal modo que los bebés pudiesen estar sólo en pañaL Las sábanas decoradas con animalitos en extinción con que los puericultores los arropaban, tenían el objeto de distinguirlos de los exhibidos en los aparadores y catálogos. Para Adolfo era un orgullo verlos, distintos uno de otro, dormir y tomar el biberón o el pecho, según las indicaciones y el pago de los padres. Los nodrizos eran los empleados de mayor jerarquía, inmediatamente después del doctor Jarvis. Su trabajo consistía en amamantar a los recién nacidos con leche artificial, contenida en los depositos pectorales de los hombres; éstos eran llena-

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dos con la periodicidad necesaria para que los chiquillos no pasaran hambres y crecieran robustos. Era todo un espectáculo ver a los nodrizos, gordos vanamente a fuerza de tanto atole (bebida preparada según el viejo libro de la partera), tomar en sus redondos brazos a los bebés y casi asfixiarlos con las dadivosas prótesis. En opinión de Alicia, esto era el clímax de los disparates masculinos. Adolfo Jarvis recordó que, en unas horas más, el Presidente haría una visita de cortesía al centro; era una atención que el médico no había buscado. El Presidente tendría unos minutos libres antes de regresar a la capital, después de inaugurar la convención anual de empresarias. El evento debía estar a punto de concluir. Eduardo Daces miró sobre las cabezas del público. En ninguna de las mesas vio un igual; todas las personas eran mujeres, en grupos, parejas o visiblemente solas. Todas muy seguras, observando con benevolencia al hombre que ellas mismas colocaran en la presidencia. La figura de Daces en la primera magistratura hizo que el pueblo descansara de las imágenes de mujeres eficientes que se sucedían unas a otras en el puesto. Era importante que la mitad de los electores no se sintieran marginados. Aunque ellos tenían la culpa, no tomaban el trabajo con la seriedad debida; al parecer, diez horas de labores semanales les eran excesivas. -Hicimos una buena elección --comentó una de las concurrentes-, el muchacho convence. -Lo que no acaba de gustarme es que siga soltero. Tiene de dónde escoger, tal vez alguno de sus colaboradores ... Los aplausos ahogaron la conversación. El Presidente saludó, algo cohibido entre tantas damas importantes que, como era sabido, seguirían en primer plano cuando él hubiese caído

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en el olvido. Para que ellas pudiesen llegar al sitio que ocupaban, generaciones y generaciones habían pasado. Resuelto el problema de la maternidad, las mujeres dejaron a un lado la sumisión. Se casaron entre ellas mismas para estar, aun en la recamara, en completa igualdad. Las antes poco comunes bodas ent1 e homosexuales eran, ahora, los aceptados contratos de convivencia firmados por dos personas del mismo sexo. Terminada su alocución, Daces urgió a sus colaboradores a retirarse y se despidió con un beso de la anfitriona. -¿Por qué tanta prisa, señor Presidente? -preguntó inoportuna, bajando la mano de la cintura a las caderas de Daces-. ¿Qué no le hemos tratado bien? -De ninguna manera --contestó Daces haciendo gala de su diplomacia-, la reunión ha sido en verdad interesante. Lamento ahora haber prometido visitar el Centro de Advenimiento, pero era tanta la insistencia de su director. .. -No se preocupe, Eduardo -Jo miró con sorna-. Vaya y satisfaga su curiosidad masculina. Daces se sintió aliviado al abandonar la convención. Era hora de dirigirse a la cita verdaderamente importante de su agenda. El Centro de Advenimiento era un remanso, un lunar de tranquilidad y jardines en el bullicio del concreto citadino. El doctor saludó al Presidente y lo llevó a un recorrido por las salas mientras le explicaba con todo detalle su funcionamiento. -¿Cómo suple la ausencia de autómatas, doctor Jarvis? -Con calidez humana. Mis pacientes vienen a mí precisamente por eso. Desean tener hijos, no adquirirlos. Nos especializarnos en partos, no en mercadeo. -¿Tener un hijo es algo difícil? -¡Oh, no! Si lo fuera, nuestro género se hubiera extinguido aun antes de florecer. Recuerde que, por largo tiempo, nuestros antepasados se multiplicaron de manera muy similar.

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-Entonces, ¿ha atendido mujeres? -No, eso sería atentar contra la civilización. Ellas tienen cosas más importantes que hacer. Además, ninguna parece estar interesada... -Pues yo sí lo estoy. La afirmación de Daces dejó a Jm·vis perplejo. Por lo visto, el hombre estaba dispuesto a recurrir a cualquier cosa con tal de reelegirse. -Una decisión inteligente, muy inteligente, señor Daces. J arvis podría visualizar la imagen redonda del Presidente al dirigirse a la nación para anunciar su proximo alumbramiento. El electorado masculino se volcaría en favor de la figura enternecedora del hombre en estado de gravidez. Para el Centro de Advenimiento, sería de enormes beneficios. Era necesario proponerle un buen plan al ambicioso Daces. -Tal vez le convenga un período de gestación acelerado, que le disminuya al mínimo los trastornos en sus actividades. -No, quiero que mi hijo nazca en el tiempo que antes era el usual. Veo que usted es un obstetra decidido, con mucha experiencia y, espero, discreto. -Claro -aseguró Adolfo. En el momento oportuno encontraría la manera de que el hecho se colara a la red noticiosa-. Aunque no comprendo por qué quiere mantener el secreto, respeto su deseo. Con una sonrisa, Adolfo Jarvis despidió a su distinguido visitante. Lo vio partir en su magnetauto identificado con el número uno. -¡Como si no supieramos que sólo eres un objeto decorativo! Yo haré que seas un verdadero número uno, el primero en parir en la presidencia.

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A fin de estar a la altura de su futuro cliente, Jarvis mandó construir un agregado independiente al centro. Tomando como base su texto de cabecera, decoró una habitación con antigüedades que compró en un viejo museo en quiebra. Con un dedo en los labios, Adolfo cmzaba la habitación analizando desde distintos ángulos la ubicación de la cama, la cuna, la bañera ... -El moisés va junto a la cama. -¿Moises? -pregunto Alicia-. ¿Qué es eso? -Ese mueble lleno de holanes. Ahí acostaremos al recién nacido. -Eso no le servirá; los bebés crecen rápido. -No importa, así se usaba antes y es lo que desea nuestro futuro paciente. -¡Qué poco prácticos son los hombres! Jarvis hizo oídos sordos. Alicia era una gruñona pero tenía muchas influencias. El centro seguiría abierto mientras ella diera buenos informes a la Contraloría General. -Estos preparativos son inútiles y exagerados. -Ni una cosa ni la otra, mi querida Alicia, todo es poco para el primer bebé de la nación. -¿El qué? -Como lo oye. Aquí, en esta acogedora sala, réplica de una casa tradicional del siglo XX, nacerá el primer bebé de la nación, el nene que dará el toque personal a Eduardo Daces. El silencio de Alicia alentó a Jarvis en su alocución. -Imagine la rotunda curva abdominal de Daces asomando en la convención en donde lo postulen para ser reelecto. Impaciente, ¿no cree? Irresistible, diría yo. Será una publicidad enorme. Ridículo, el médico era positivamente ridículo. Si no fuera porque la tenía encargada de la supervisión del lugar, Alicia hacía mucho que se habría marchado. Lejos de este centro de 39

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vanidades y estupideces, tenía un futuro halagador, pero primero habría de ganárselo manteniendo vigilados al doctor Jarvis y a su clientela de ociosos. A la Contraloría le gustaba mantenerse enterada. Nada de lo que sucedía en la Tierra debía dejarse al azar; si éste había llevado a las mujeres al dormitorio del mundo, podría igualmente relegarlas de nuevo. Tal vez sería necesario informar de los planes de Daces. En un segundo descartó la idea; un presidente decorativo embarazado seguía siendo igualmente inofensivo, aunque algo más amplio. Adolfo Jarvis vio con beneplácito la suite presidencial terminada, lista para recibir a su huésped. Con el transcurso de las semanas y el silencio de Daces, el buen humor del médico se convirtió en frustración. Se sentía engañado y molesto consigo mismo por haber invertido en algo que no tendría futuro. -Tal vez deba comunicarse con el Presidente -sugirió Alicia-. Podría ser que, al observar la saJa que le tiene reservada, se anime a someterse a los implantes de útero y embrión. -He tratado de hacerlo ... -Alicia tomó nota mentalmente-, pero no conseguí nada. Creo que ha desechado la idea y no tiene ni el mínimo interés en dar a luz. -Así son los hombres, doctor, indecisos y volubles. No se preocupe, tiene mucho trabajo, así que poco importa un cliente menos. ., -Éste era El Cliente -suspiró Adolfo-. Hubiera lanzado mi nombre a nivel estelar... -Hasta mañana -se despidió Alicia-. Siga soñando, pero dormido. A media noche el videófono de la recámara de Jarvis se encendió. La imagen del presidente Daces, sudoroso y pálido, 40

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murmuró con rapidez unas cuantas frases entrecortadas. De forma automática, Adolfo se puso de pie y se vistió. Iba camino a la entrada del centro cuando advirtió que no sabía qué le había dicho Daces. Regresó a su habitación y oprimió el botón de repetición. Al terminar de escuchar el mensaje, la imagen desapareció. El estupor del médico se hizo patente. -¡Imposible, esto no puede ser! Este hombre trata de engañarme de nuevo. Permaneció un rato sentado mientras la butaca vibradora masajeaba su espalda. Sin embargo, Jarvis estaba nervioso, azorado y sin decidir qué hacer. -Podría ir a cerciorarme. Pero, en caso de ser cierto, no podría intervenir, sería un suicidio, la ruina de mi carrera. Cerca de la puerta del centro, Daces esperaba. Su cara estaba tensa y su respiración era agitada. Visiblemente contrariado por la tardanza del médico, temía que de un momento a otro el acontecimiento llegara a su fin sin el auxilio de Adolfo. -Vamos, Jarvis, sé un verdadero hombre por una vez en tu vida. Como si lo escuchara, el médico abandonó de nuevo su cuarto y caminó hasta la entrada. Al salir, a la luz de la luna llena, lo primero que vio fue una silueta abultada tratando de ocultarse tras los árboles del exuberante jardín. -Señor Daces -llamó mientras la sombra se alejaba-. Daces- insistió el médico. Una mano le sujetó firmemente el brazo. -Aquí estoy, doctor. -Entonces, es cierto -aseguró con asombro-. Lo que usted me ha dicho es verdad. ¿Qué va a hacer ahora? -El experto es usted, espero que quiera ayudarme.

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Unos gemidos y el correr del agua interrumpieron la conversación. Daces y Jarvis se internaron entre los arbustos. -Ésta es mi mujer ---dijo el Presidente, alzando un cuerpo húmedo de la entrepierna. -La fuente -murmuro perplejo el médico-, se le ha roto la fuente. Es la primera vez que veo esto ... El alumbramiento debe estar muy próximo. ¿Pero cómo lo lograron? -Dejando a la naturaleza hacer su trabajo y olvidándonos de los adelantos de la ciencia. ¿Nos ayudará? -Si, como dice, esto es obra de la naturaleza, dejémosla seguir su curso. Recueste a ... su mujer -la frase le sonó rara- sobre el césped y esperemos. -¿Aquí? Mejor entremos a una de sus salas. No importa ya que se enteren ... -¡No! La negativa de 1arvis se perdió en el grito ahogado de la mujer. Sin discutirlo más, Daces la depositó en la alfombra verde. -Desnúdela --ordenó el médico mientras sostenía la mano crispada de la parturienta. Sintió el dolor de la mujer y lo vio caer convertido en gotas de sudor helado. El vientre se prolongaba hasta el pecho, y las amplias caderas daban cabida al nuevo ser con una naturalidad que asombró a Jarvis. Admiró los pechos cruzados de venas azulosas y rematados por unos botones rosáceos, a punto de reventar y dejar correr el calostro. Los alumbramientos que él había propiciado hasta ese día le parecieron caricaturas ridículas y pretenciosas. Separando las piernas de la mujer, verificó la dilatación de la vagina. Su dedo tocó la pequeña cabeza. -No haga nada, Jarvis --ordenó Alicia cobijada por las sombras-. A la Contraloría General le parecerá incorrecto que ayude a sojuzgar a las mujeres atándolas de nuevo a la maternidad.

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-Tiene razón --contestó Adolfo sobreponiéndose a la sorpresa-, será más prudente permanecer al margen ... -Por favor, doctor -rogó Daces-. no la abandone. -Le aseguro que yo necesito más de su mujer que ella de mí. Hacia el resplandor lunar irrumpió una cabecita coronándose con la piel de la madre. Con suavidad el bebé se abrió paso. Las manos temblorosas de Jarvis lo recibieron. Lo vio diferente, lo supo único y sonrió al depositarlo en los generosos senos.

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La noticia se dio primero en la televisión. Después la misma gente extendió el rumor. La versión oficial era que la Tierra se desintegraría por completo en unos cuantos días o tal vez horas. Los científicos afirmaron que el planeta estaba sufriendo un calentamiento debido a un secreto accidente nuclear. Es un hecho, decían los expertos, que el mundo se va a acabar; sin embargo, nadie había visto señales que confirmaran la teoría, aunque, eso sí, desde el día del anuncio se suspendieron las clases y muy pocos seguían trabajando. Edmundo vivía con su tía Amalia, una anciana que jugueteaba continuamente con sus recuerdos de modo que, cuando atrapaba una hebra, era muy difícil sacarla de su ensimismamiento. Cuando supo la noticia, Edmundo corrió a su lado: -Tía, se va a acabar el mundo. Nos vamos a morir todos, pero todos, hasta los gatos y las moscas y los presidentes y los curas. -¿Qué dices? -Toda la gente. -La gente inventa cada cosa. -Lo anunciaron en la televisión. El planeta se calienta cada día más. -Eso es cosa de los gringos, hijo. Ha de ser alguna propaganda para vender cachivaches. -No. Fíjate, en la tele salió un satélite tomando fotos de la Tierra y... La tía interrumpió a Edmundo con una mirada de compasión: 45

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de veras se necesita tener tu edad para ser tan inocente. Ésos son trucos. ¿Tú crees que a mí me van a engañar? Tengo 92 años, no nací ayer. ~Pero te vas a morir mañana --dije, derrotado por esa persistente incredulidad. ~Mañana o pasado. Eso sólo Dios lo sabe. Amalia salió al patio y continuó hablando sola. Edmundo estaba convencido de que ella había perdido la facultad de creer las cosas ciertas, porque en lo que sí creía era en la aparición de los muertos, de los santos y de los duendes. El sobrino pensaba que esa confusión era lo que impedía entenderse con ella. Él, en cambio, sí estaba viviendo realidades, como ese amor germinal que sentía por Ludmila. Estudiaban en la secundaria, ella en tercero y él en segundo grado, y aunque eran amigos, Edmundo se mantenía a la distancia exacta que marcaba la notable belleza de la adolescente. Lo aniquilaba su mirada aguamarina, su cabellera rojiza, sus piernas cubiertas por un vello dorado, y una sonrisa cuya sensualidad apenas era perceptible. En las tardes, mientras repasaba alguna lectura, su mente iba despojando a la bella de su ropa, al mismo tiempo que la cubría con atributos divinos. Entonces sentía una voltereta en el estómago, y el escalofrío consiguiente le nublaba la visión. Pero sus prácticas alucinantes se interrumpieron por esos días, con el revuelo que causó la noticia del fin del mundo. El tema era la muerte. Al principio la gente casi enloqueció; se abrazaban y lloraban despidiéndose varias veces al día, pero luego, al ver que no pasaba nada, se acostumbraron a la idea de morirse cada noche y revivir en las mañanas. Muchos se burlan de la noticia fatal. Otros, en cambio, se pasan el día arreglando sus cosas para no ser sorprendidos por el instante final; eso era incomprensible para Edmundo. "¿Qué cosas arreglan? ~se decía~, si todo se va a desintegrar y sólo quedarán pelucitas flotando

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en el espacio." Al menos eso fue lo que le explicó Alber, su maestro de matemáticas. A sus cuarenta años, parecía ser la única persona del pueblo que realmente estaba triste, y no porque se fuera a morir él, sino por el exterminio de la naturaleza. Desde que dieron la noticia, se paseaba como sonámbulo por las calles; recogía una piedra, una rama de pirul, miraba extasiado la lluvia y los geranios. ~Mira ~le dijo a Edmundo-, este eucalipto maravilloso lleva cientos de años sobre la tie1Ta. Nos da su sombra, su aroma, su figura perfecta; es feliz, no tiene prisa, no se enoja, no sufre por ser lo que es. En cambio, nosotros vivimos acicateados por el tiempo, ansiosos por alcanzar metas que ignoramos. El tiempo ... Ahora que estamos a escasas horas de abandonar la vida, empezamos a darnos cuenta de lo que vale: quisiéramos disfrutar cada segundo que pasa, detener el tiempo que hemos desperdiciado y que no recuperaremos jamás. ~Y tú, Edmundo, ¿qué sientes? Alfileres, alfileres en la garganta sentía el muchacho al oírlo hablar así. Hubiera querido cerrar los ojos y abrirlos en otra época que no estuviera amenazada por una tragedia universal. Quiso explicarle sus sensaciones, pero nunca conseguía darles forma a sus mejores ideas antes de que saliera de sus labios una t1ivialidad: ~Yo sólo pienso en Ludmila, profesor. Alber conocía su secreto. Hubo tardes en que Edmundo lloró frente a él, enredado en los misterios de un bigote incipiente, urgencias nocturnas inexplicables y apremiantes miradas a la bella. Después de suspirar, concluía sus confesiones negándose a pasar la prueba de la declaración de amor, sugerida por el confidente. Alber lo observó unos instantes, indeciso, como quien se dispone a dar un diagnóstico funesto. Al fin soltó la frase:

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-Ludmila. No la verás nunca más. Lo dijo así, tan fácil, Vaya manera de sentenciar al prójimo. ¿No se daba cuenta de que sus palabras le hacían un agujero en el cuerpo, le desgarraban la piel y los huesos? Claro que la humanidad estaba al borde de la muerte, ése ya era un lugar común, pero fue hasta ese instante cuando cayó en la cuenta de que no viviría para ver a Ludmila, y que ella misma iba a esfumarse con todo el planeta. Sintió un terror inmenso y pudo escuchar en su alma el ruido de una puerta que se abría y dejaba entrar un torrente de angustia. En la soledad de su cuarto, Edmundo escuchó sus propios sollozos. Necesitaba arrojar ese líquido caliente que lo ahogaba. Repetía: nunca, nunca más. Lloró toda la noche y tuvo el presentimiento de que no vería el sol del día siguiente. Su última oportunidad de encontrarse con su amiga terminaba en la madrugada, seguro. Qué tonto había sido, ¿por qué no la fue a buscar antes? ¿Como es que dejó pasar el tiempo sin correr a su lado para hablarle de amor? "Tengo que verla", pensó con furia; no había otra manera de morir. Amaneció. Con verdadera sorpresa vio de nuevo al sol entrando a su recámara. El sol. El sol de siempre. Marcado por el desvelo, se levantó y puso sus manos en el rayo luminoso, tibio, como un manantial sin peso. Este sol tan suyo. Sus pulmones se llenaron con el aire fresco que entró al abrir la ventana. Fue un instante de absoluta armonía. Su cuerpo y la vida. Sus sentidos y el mundo. Su pensamiento y la realidad. De pronto despertó en plena vigilia. Ludmila ... Santo Dios, el mundo podía acabarse en cualquier momento. Se estremeció. Tuvo el impulso de ir a buscarla antes de que estallara la catástrofe. Cada minuto era sagrado, cada segundo podía ser el último. Pero algo más fuerte que el miedo a morir, más fuerte incluso que el miedo de no ver a Ludmila nunca más, lo frenó de golpe. ¿Qué iba a decirle? Ella diecisiete años, él cator-

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ce; ella una belleza inconcebible, él un adolescente sin atractivos, padeciendo aún los titubeos de la pubertad. No, por supuesto que no. Jamás se acercaría a ella, por más que lo animara su profesor. Ante lo imposible, decidió no pensar más en la muerte de Ludmila. "Después de todo -se dijo, cerrando la ventana, como si de esa manera excluyera todas las tentaciones-, tal vez el mundo no se acabe." Los días transcurrieron sin que hubiera ningún cambio en la Tierra. Todos estaban pendientes de que el sol salier'l a sus horas, de que lloviera lo justo, de que los animales se comportaran con naturalidad. La gente se fue tranquilizando y hasta les había dado por divertirse más que antes. Veía la televisión todo el día para matar el tiempo. El programa de mayor éxito era uno en el que entrevistaban a personas para que dijeran qué tenían pensado hacer con el tiempo que les quedaba de vida. La respuesta más ingeniosa ganaba premios en efectivo. Era una época de agitación febril. Surgieron nuevos oficios, todos referidos a la muerte inmediata. Proliferaban los adivinos, que jamás coincidían en sus predicciones, pero la gente insistía en que se le revelara un futuro promisorio aunque sólo fuera de cinco minutos. Y los que definitivamente estaban convencidos de que no había más vida en este mundo iban en busca de un buen lugar en el otro, el del más allá, para lo cual pagaban grandes sumas de dinero a expertos en vender el mejor viaje astral. Tampoco faltaron aquellos que se hicieron ilusiones con la promesa de importantes compañías de trasladarlos a otros planetas con todo y sus recuerdos, decía la publicidad. En una ciudad tan pequeña como la que habitaba Edmundo, bien podía uno vivir ajeno a la locura desatada en la Tierra desde que se anunció su fin. Y, sin embargo, Alber no perdonaba el disimulo. Convencido de que era verdad aquello que parecía una broma siniestra, se dedicaba a contemplarlo 49

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todo. Por aquellos días lo visitó su joven amigo. Estaba en el jardín de su casa. sentado en el suelo, bajo la lluvia. -Está usted empapado, profesor -le dijo y, al no recibir respuesta, decidió sentarse a su lado. Mojarse juntos en los aguaceros era un matiz de su amistad. Alber rompió el silencio: -Llueve con tanta inocencia. Edmundo comprendió que su maestro se estaba despidiendo de la naturaleza, así que tuvo que esperar a que, más tarde, en la sala y con una taza de té, le preguntara: -¿Has visto a Ludmila? -No, ya no se va a acabar el mundo -dijo sin convicción. El profesor sonrió ante la evasiva. -¿Que no se va a acabar? Mira, si acaso hubiera alguna duda, ningún científico, gobernante o magnate lo hubiera revelado. ¿Para qué conmocionar a millones de seres indefensos ante una amenaza inemediable? Bien podrían seguirlos explotando en tanto el dinero y el poder tuvieran sentido. . Edmundo asintió. Al parecer, no había manera de eludlf esa conversación. Alber se paseaba pensativo. -Precisamente porque el fin es universal e inevitable, se ha dicho con toda claridad. Que los pobres seres humanos hagan lo que les dé la gana con la poca, cscasísima vida que les queda. ¿Te das cuenta? . Claro que se daba cuenta. Un terror instantáneo se apoderó de su voluntad y tuvo ganas de arrojarse en sus brazos pidiéndole protección. Pero no se movió. Hubiera querido que le explicara cómo vivir, qué hacer para no desperdiciar su breve existencia. -¿Me escuchas~ -inquirió Alber. intrigado por su silenCiO.

-Sí. pero yo ya no quiero tener miedo. -No lo tengas. Actúa. Necesitamos hablar de cosas importantes para ti, pero primero relájate. Quiero que sientas la ....

.. -:·-

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confianza de estar con tu mejor amigo. A punto de llorar, Edmundo abrazó a su maestro. Alber no tenía miedo, quién pudiera ser como él. -Te conozco muy bien y sé que tu felicidad tiene la gracia de residir en una persona. De verdad que· eres afortunado. Vence todas tus dudas. Mira, búscala ahora mismo, pásate el día entero con ella y háblale de amor. El discípulo sonrió tristón. -¿Y? -dijo Alber. -Es cierto. Nada me importa más que ella, pero eso de decirle que la quiero es imposible, no me atrevo. -Entonces no la amas. -Tanto, que el tiempo que me queda de vida se lo daría a Ludmila para que viviera el doble. -¿Lo ves? ¿Qué pasa~ No puede ser que una barrera invisible te impida realizar tu máximo deseo. No estás encadenado, Edmundo. -Pero soy demasiado chico. Ella ya se volvió mujer, ¿no se da cuenta de la diferencia~ Alber lo miró con cierto detenimiento; sin embargo, a pesar de lo razonable que pudiera ser el argumento de Edmundo, no cambió el tono: -Escucha. Antes, las diferencias de edad, de condición social, de costumbres o de valores importaban a la sociedad. Pero ya no hay sociedad. ¿A quién le importa lo que hagas cuando todos estamos tratando de vivir intensamente nuestra propia vida? Genial. Era tan sencillo resolver los problemas de los otros. pero ¿a que Alber tampoco era capaz de hacerlo? Ya lo quería ver enfrente de ella diciéndole: ¿Sabías que te amo? Claro. no como profesor, sino como un hombre de catorce años. Qu, ganas de explicarle ampliamente estas ideas tan lúcidas como irrebatibles; pero Edmundo se limitó a decir: 51

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-No puedo. Alber se levantó del asiento. en donde se había instalado para escuchar pacientemente a la timidez andando. -Estamos perdiendo el tiempo --dijo. Y decir eso en tales circunstancias era un reclamo terrible. Edmundo se dirigió a la puerta, apenado. La voz conciliadora del profesor lo detuvo. -Edmundo, Ludmila está yendo a la casa de la cultura a las seis, todos los días. El muchacho miró su reloj. Eran las seis y media. Una súbita energía transformó toda su expresión. Salió corriendo. En la calle, alguien trató de detenerlo y sólo alcanzó a gritarle que la Tierra se estaba calentando. Edmundo no quiso oírlo; no quería saber nada de condenados a muerte con boleto para viajar a Saturno. Quería verla a ella, a su flor de un día, a la divinidad que estaba a punto de perder. Entró al recinto. En un salón muy grande descubrió aLudmila tocando el piano. Estaba concentrada en la partitura de un nocturno de Chopin, ajena a la catástrofe inminente. La luz del crepúsculo atravesaba su cabellera, dándole a su rostro un toque de santidad. Edmundo, único visitante, percibió esa aura de pureza que la hacía intocable. La música no surgía del piano, no, la música estaba naciendo de la.misma piel de Ludmila. El movimiento de sus dedos era en realidad un sortilegio que hacía fluir una acuática melancolía. Dios, ahí estaba. Podía contemplarla libremente pero no tocarla, y menos hablarle de amor. Al finalizar el ejercicio, ella lo miró. Una sonrisa chispeante transformó su cara de ángel en un cachorro juguetón. Se acercó a él con gran desenvoltura. Edmundo tuvo la sensación de haberse congelado. Su sonrisa, como la de una estatua defectuosa.

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-Edmundo, hace días que no te veo. ¿Qué has hecho? "Pensar en ti" hubiera sido la única respuesta verdadera, pero no la dijo. No podía decir nada que acortara la distancia que había entre los dos. Optó por el rodeo convencional: -Escucho lo que dice la gente. -¿Y qué dice? -Pues que se va a acabar el mundo, ¿no? -contestó, dudando. Su propia turbación lo colocaba en desventaja: esa temida disparidad que no había logrado vencer frente a ese lirio impasible que parecía flotar en un sueño. Ludmila sonrió, indulgente. -¿Qué piensas tú de eso, eh? -se atrevió a preguntarle, ensayando un gesto de persona mayor-. Nunca he pensado en la muerte. No puedo imaginarme cómo es. ¿Y tú? -¿La mue1te? Bueno, la muerte ... Imbécil, se dijo, mientras se prolongaba su silencio. Hubiera sido tan sencillo explicarle que él sí se podía imaginar la muerte; que la muerte era la palabra NUNCA, que morir era no ver a Ludmila NUNCA MAS. Él sí sabía qué decir; es más, era un experto en aquello de renacer cada mañana. Pero su sabiduría no brotó por ninguna parte. Dios. qué ridículo debía parecerle a ella. Era un estúpido y, lo peor, un estúpido con pretensiones de enamorarla. El vocerío de insultos y sarcasmos que, no sin crueldad, articulaba su mente se vio interrumpido por un hecho insólito. La bella tocó, con las suyas, sus manos. Él las retiró, asustado, como si fuera culpable de la transgresión. Ella rió, simple. El salón se llenó con un eco de cristales. Volvió a tomarle las manos, cálida, cercana, viva ante el hálito fúnebre de Edmundo. -Estás helado. -Perdóname -dijo él, sin saber en absoluto lo que estaba diciendo. Caminaron hacia el patio, agan·ados de las manos. A Edmundo le pareció que todo estaba muy lejos, que la 53

Sill'ia

Castill~fos

silueta que acompañaba a Ludmila se había desprendido de su cuerpo. La imagen era completamente incierta. Llegaron al jardín. En el agua de la fuente se pa<;eaban unos peces rojos entre el musgo y las piedras. Sentado en la orilla de cantera, el muchacho miró profundamente a Ludmila, como queriendo descubrir el secreto de su perfección, pero sólo encontró un rayo de luz que sucumbió en su alma, fugaz. Una extraña corriente pasó de sus dedos a los de ella y, por el brillo instantáneo de su mirada, comprendió que la joven había descifrado los signos anhelantes de su corazón. Cauta, pero decidida, se acercó, le dio un beso en los labios y se fue sin despedirse. Edmundo se quedó parado junto a la fuente, escuchando a las golondrinas que volvían a sus nidos. Miró el color explosivo de los geranios y el sol púrpura hundiéndose en el horizonte. Nunca sintió a la naturaleza tan cerca, tan fiel a sus emociones. Oscureció en el preciso momento en que Edmundo se dio cuenta de su desamparo. Debería estar feliz con las caricias de Ludmila, pero la sensación que de ellas aún guardaba su piel lo condujo al descubrimiento inesperado de la soledad. Ahora sí que lo necesitaba; el aroma, el calor de su piel eran imprescindibles para la respiración de su cuerpo. Cuando las lágrimas desataron el nudo que tenía en la garganta, supo que ser feliz en el amor lo volvía irremediablemente desdichado. Esa noche, Edmundo se acostó con la esperanza de ver a Ludmila otra vez, aunque sólo fuera en sueños, pero no pudo dormir. Ese beso lo tenía enferrno. Su sangre estaba alborotada y le dolían los huesos. Al día siguiente fue a casa de Alber para contarle todo. Nunca vio al profesor tan entusiasmado. -¿Por qué no te casas con ella? -¿Qué? -Sí, cásate con Ludmila, ¿qué esperas? -¿A mi edad?

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;\fai1ana se acaba el mundo

-Nada tiene de extraordinario ahora que ya nadie cumplirá años. -¿Y si no se acaba en mundo? Alber soltó una carcajada. -Vaya preocupación. El maestro se fue poniendo serio. -La situación es grave, Edmundo. Los expertos aseguran que el calentamiento aumenta a una gran velocidad. Sinceramente creo que estamos muy cerca del final. Éste es el momento propicio para tomar grandes decisiones. Casarse, por ejemplo. -Ludmila nunca se casaría conmigo. -Se casará. -¿Cómo lo sabesry -Es cosa de que se lo pidas. Confía en mí. Ambos rieron. ¿Así que el maestro tenía ganas de jugar, eh? Edmundo aceptó en reto. -¿Casarme por la iglesia? -Por las leyes naturales, que son las únicas vigentes en estos tiempos. "Vaya, este sí que es un juego novedoso", pensó, y no pudo evitar ponerse serio. -¿Me está proponiendo que haga el amor con ella? -Te estoy diciendo que seas feliz a tu manera. Alber lo tomó de los hombros, paternal; el tono de su voz le indicó que no estaba bromeando. -¿Sabes'7 La gente tiene una idea muy vaga de la felicidad. Se mueren sin haber alcanzado el objeto de sus sueños. Aplazan sus búsquedas porque ignoran cuánto tiempo van a vivir. Ahora ya lo sabemos, Edmundo. ¿Qué hay que hacer ante esta espectacular revelación? Pues apropiarnos de ese objeto que nos hace dichosos, si está a nuestro alcance y si tenemos la fortuna de saber cuál es. 55

Silvia Castillejosa

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-Pero el amor de Ludmila no está a mi alcance. -Bueno, bueno, tú siempre vas a decir eso. Sin embargo, yo voy a poner todo mi empeño en conducirte al paraíso. Tengo un plan. Si todo sale bien, te casarás mañana. Fantástico. Final feliz. ¿En dónde están los actores? Edmundo suspiró, divertido. -¿Qué hay que hacer? -dijo, recuperando los hilos de las marionetas, cuyo libreto estaba a cargo del profesor. -Vente hoy en la tarde y nos ponemos de acuerdo. Entra por la puerta del jardín. Debes de llegar a las seis en punto. Sintiéndose cómplice de una dicha ilusoria, Edmundo le dio la mano, sin imaginar, ni remotamente, que ésa era la última vez que veía a su buen amigo Alber. El día se le hizo interminable. Los minutos se alargaban acentuando su ansiedad. Como era domingo, acompañó a su tía a la misa de doce. A la hora de hincarse, la gente empezó a decir que el piso estaba tibio, y todo el mundo salió de la iglesia con un mal presentimiento. La verdad es que él no sintió nada, más que una extraña urgencia en el estómago cuando Ludmila pasó a su lado acompañada de sus padres. "Ahí va mi esposa", pensó. Por la tarde se fue a nadar al ojo de agua. El fondo azul brillaba más que nunca y el agua estaba caliente. Recordó a su profesor: qué misterioso se había portado. ¿Qué se proponía exactamente? Tal vez el maestro había perdido la razón en esos últimos días, porque aquello de que Ludmila se casara con él era un disparate. Claro que, como Alber decía, en esta época ya nada era normal. Edmundo estaba resuelto a casarse mientras no se vio desnudo, pero, ahora que su cuerpo flotaba en el estanque, lo invadió la desolación. ¿Y tú eres el caballero que va a desposar a Ludmila? Señoras y señores, con ustedes el flamante novio. Era delgado, muy blanco, lampiño, y su sexo parecía un 56

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Mañana se acaba el mundo

duende dormido. "Más vale que todo sea una broma -se dijo- porque, si me desnudo frente a la bella, me muero, me muero dos veces." Al cuarto para las seis, salió corriendo de su casa, sin responder al llamado de la anciana, quien se limitó, como era su costumbre, a enviarle una bendición, signo que se convertiría, sin que ninguno de los dos lo advirtiera, en una despedida definitiva y curiosamente trivial. Agitado por su incontenible prisa, llegó al jardín de Alber. La angosta reja estaba abierta. Su respiración se tranquilizó con los olores frescos de las plantas; los pájaros revoloteaban en lo alto de los árboles. Abtió la puerta de la cocina. -¡Aiber! -gritó, pero no obtuvo respuesta. Pasó a la sala. Todo estaba en orden. Le llamó la atención un ramo de crisantemos arreglado cuidadosamente. Tenía una tarjeta. Edmundo leyó: "Cumplí. Aquí y ahora empieza vuestra felicidad." ¿Vuestra? ¿Qué significaba eso? -Edmundo... Ni siquiera un balazo lo hubiera asustado tanto como lo hizo la voz que escuchó. Era Ludmila, vestida con una túnica blanca. Mil interrogantes lo asaltaron. ¿Qué hizo el profesor? ¿En dónde estaba? ¿Por qué este encuentro tan sorpresivo con su amiga? No, ésas no eran las reglas acordadas, lo había dejado sólo, solo ante el peor de los peligros, qué injusticia, estaba viviendo una pesadilla, y no por la joven que ahora tenía una apariencia de gaviota indefensa, sino por él, que estaba agarrotado, que era incapaz de mover una mano para tocarla. -¿Qué sucede? ¿Hice mal? -dijo la bella, desilusionada. Sin esperar respuesta, continuó--: Vine a casarme contigo. Esas palabras, casi suplicantes, rompieron de golpe la perplejidad de Edmundo. Se lanzó a sus brazos y le dijo lo que la amaba en un segundo. Sin pensarlo, la besó en la boca. El be-

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Silvia Castillejos

so que él había imaginado en sus fantasías vespertinas era suave, lento, tibio. Éste, no. Éste era un beso violento, jugoso como una fruta destrozada, y Ludmila respondía no como un querubín, sino como un felino muerto de sed. La tranquila brisa del tiempo se transformó en un huracán vertiginoso: no supieron cómo se habría desprendido de sus alas. Sus cuerpos núbiles se acoplaron en un prolongado abrazo que parecía surtidor de fuego. La habitación les pareció envuelta en un incendio. Edmundo concibió su esqueleto como un carbón incendiado. Fue en ese instante, al penetrar en el templo abrasador de Ludmila, cuando sintió claramente que el mundo se estaba acabando.

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SIMILITUD María Luisa Erreguerena

Cuando la nave de otro planeta logró aterrizar, había recibido este mensaje: "Somos similares a ustedes en todo. Deseamos su amistad." El presidente de las Naciones dio la orden: -Destrúyanlos. Desde luego, los consideró la más terrible de las amenazas.

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SUEÑA OTROS SUEÑOS Libia Brenda Castro

La nave despegó cuando el cielo se tomaba de un gris plomizo. Sus tripulantes estaban contentos; pese a ello, no sonreían. No sabían hacerlo. Llegaron al atardecer. El color de la bóveda era anaranjado, ninguno lo notó. No les interesaba el tono del cielo, porque no conocían los colores. Ellos no tienen el concepto del color, su visión es monocromática, en su mundo todo se percibe en gamas de grises. No hay blanco ni negro, sólo gris. No tienen el concepto de nada más. No les preocupa. Tampoco son capaces de distinguir las diferencias cuando visitan otros mundos, intuyen que las cosas son distintas, aunque no saben qué significa, sus cascos están diseñados para captar todo así, en gris. Sin sus cascos no podrían respirar en ningún otro tipo de atmósfera. Nunca se los quitan, duermen siempre cerca de una fuente de poder que alimenta el sistema de sus trajes y les permite estar lejos de la nave para estudiar más de cerca las civilizaciones que estén lejos de la suya: por eso vinieron, pero no fue ésa la razón por la cual se quedaron, sino otra mucho más peligrosa que sólo estudiar un nuevo planeta y realizar un intercambio. Se quedaron porque querían robarnos algo. Se quedaron y trataron de hacer adaptaciones en sus cuerpos para arrancarnos Jo que consideraban nuestro don, nuestro secreto. Se quedaron porque deseaban arrancarnos los sueños. Ellos están aquí. Cada vez llegan más. En cada nave que aten-iza vienen sus máquinas, sus computadoras, sus militares y sus ministros de Estado. Quieren comprar nuestra capacidad de soñar, quieren la fórmula, el secreto. Ellos no entienden na63

Libia Brenda Castro

da, y no podemos explicarles porque se niegan a entender: creen que provocamos los sueños de manera externa, que son cosas, objetos que pueden empaquetarse, trasladarse, hacerse en serie, comprimirse, intercambiarse. No tienen idea de lo que pasa dentro de nosotros. Nos hicieron prisioneros, nos subieron a su nave y nos llevaron a los laboratorios de su planeta. Nos pidieron la clave y nos conectaron a sus máquinas. Tenían el equipo más exacto. Pero las computadoras no saben de sueños. Nos obligaron a dormir durante días enteros, y nuestras mentes se expandieron y se volvieron a contraer, mientras vagábamos por las ignotas tierras del inconsciente. Trataron de estudiarnos, intentaron extraer de nuestras neuronas aquello que buscaban. Pero los sueños son algo más que simples impulsos eléctricos. No tuvieron éxito. Mataron a los que no soñaron, pero eso no fue intencional, los mataron por error, tratando de obligarlos a soñar. Algunos sí soñamos; siempre estuvimos conectados a una máquina redonda. Nos tenían directamente conectados a ella, y sus bancos de memoria absorbían cada una de nuestras pulsaciones nerviosas. La mayoría tuvo pesadillas, pero no los despertaron. No nos permitieron volver al mundo de la vigilia, nunca nos dieron descanso, y nuestras mentes se volvieron acuosas: las imágenes que nuestros cerebros producían se tornaron extrañas y los recuerdos cada vez fueron menos nítidos, menos verdaderos; se distorsionaron, mutaron en una especie de memoria de respaldo, sin que estuviera muy claro qué era un recuerdo y dónde terminaba para convertirse en un sueño atrofiado. Así fue como empecé a pensar que mi infancia había transcurrido entre una campiña de color naranja y una montaña que se movía sobre cuatro patas callosas.

Sueiia otros suetlos

Y soñaba cada vez más con eso, creyendo que recordaba. Ellos no se daban cuenta, creían que era normaL Pensaba también que, si habían pasado toda su vida sin soñar, nosotros podíamos pasar toda una vida durmiendo, mientras nuestro cerebro se divertía jugando en un mundo que carecía de lógica. Para cuando por fin nos despertaron, habíamos cambiado, nos sentíamos extraños, y no sabíamos cuál era la razón de ese cambio, de esa confusión. Decidieron despertarnos porque pensaron que habían conseguido lo que querían: que nos habían exprimido hasta la última gota de nuestros sueños. Estaban equivocados. Aunque se sentían felices. Trataron de reproducir lo grabado. Lo comercializaron. Sueños empaquetados, cada uno de los habitantes de su planeta tendría la posibilidad de soñar. El proceso era simple: un mecanismo reproductor, un lector implantado en un ojo, y los sueños contenidos en pequeños dispositivos que podían adquirirse en tiendas de sueños, los expendios de quimeras. Sin embargo, la mayor parte de las imágenes no tenían significado: eran sueños de otras personas, y los soñadores artificiales no podían descifrarlos. Sólo veían imágenes coloridas de objetos y gente que nunca habían visto. Pero al cabo de un tiempo empezaron a verse dentro de los sueños, se observaban desde un punto de vista totalmente distinto, se vieron como nosotros los veíamos. Como los soñábamos. Aunque, a pesar de esto, los sueños enlatados tenían mucho éxito: los habitantes del planeta estaban fascinados, cada uno deseaba tener la serie completa de nuestros sueños. Fue entonces cuando comenzaron a confiar en que podrían tener sus propios sueños, sus propias imágenes bizarras merodeando mientras durmieran. Pero también produjeron pesadillas, y se descubrieron despertando a media noche, alarmados, sintiendo que algo salta65

Libia Brenda Castro

ba aceleradamente dentro del pecho, a pesar de que no tenían corazón. Era una sensación extraña. Vieron dentro de su cabeza imágenes terroríficas y angustiantes, se vieron cayendo desde lugares muy altos; se angustiaron al sentir que los perseguían y eran incapaces de huir. Eso no les gustó. Creyeron que les habíamos jugado una mala pasada, controlando nuestros sueños de tal manera que se volvieran terroríficos. No sabían que estaban equivocados. Nosotros hubiéramos deseado soñar en colores pastel y anaranjados, azules y verdes; pero nuestros sueños se fueron tiñendo cada vez más de rojos y morados, de colores de quemazón y sangre, de melancolía y odio, de tristeza y desesperación. Descubrieron qué se sentía soñarse prisioneros. Modificaron sus técnicas: nos conectaron directamente a sus cerebros y trataron de controlarnos, de dirigir nuestras mentes. Creo que hicimos corto circuito, no podían gobernar nuestras ideas. Incluso nosotros mismos dejamos de dominarlas. Sueños y pesadillas se volvieron sombras acechantes que no nos dejaban en paz tras despertar. Fue entonces cuando su anhelo pareció cumplirse. Crearon su propio mundo onírico: supieron que las paredes pueden volar y que el suelo que se pisa puede cambiar de forma a cada paso. Nosotros perdimos la idea de la vigilia: no sabíamos cuándo estábamos despiertos y cuándo dormíamos. Los dos estados eran demasiado parecidos. Incluso llegamos a tener los mismos sueños que ellos, sin necesidad de conexiones y aparatos. Descubrieron las alucinaciones y supieron que esas imágenes no pertenecían a su mundo, eran una versión deformada de nuestros sueños. Hubo algo que les dejamos. Algo que ellos nunca entendieron pero que se parecía bastante a lo que deseaban.

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Sueña otros sueños

Ahora tienen visiones de desesperanza a plena luz. Parecen estar satisfechos y conformes. Y se contagian unos a otros. Caminan con la conciencia perdida en algún punto del vacío. A veces, se quitan el casco, y el mundo es un estallido de colores que explota en su cerebro. Y mueren con la mirada perdida, creyendo que la muerte es sólo un sueño más. Y, aunque no lo sepan y jamás comprendan qué es lo que les ha pasado, nosotros sí lo sabemos: les enseñamos la locura.

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EL MALETÍN Ana María Rack

Se escucharon los pasos lejanos que poco a poco se acercaban, y junto con ellos una respiración agitada y profunda que aumentó de volumen por aquel angosto y oscuro callejón, hasta que se distinguió la figura de un hombre. Vestía de negro, pantalón, saco y chaleco, muy formal, y también llevaba un sombrero pequeño y viejo. Lo más extraño de él era que cargaba un gran maletín de cuero que parecía muy pesado y polvoriento. Todo aquel hombre era polvoso, fatiga y tiempo, y el oscuro callejón parecía ser un marco apropiado para él. Se encaminó hacia un hotelucho, de "mala suerte", apenas iluminado por un letrero de focos amarillentos en el que se podía leer "Hotel", pisos de madera rechinan tes, ventanas pequeñas y angostas escaleras. Entró y pidió un cuarto al somnoliento dependiente. Subió pesadamente hasta su habitación y abrió la puerta; casi inmediatamente corrieron unas cuantas cucarachas escodiéndose bajo un mueble. No podía decirse que fuera una habitación cómoda, ni siquiera estaba limpia, muebles de años enteros de uso que posiblemente nunca fueron nuevos. El hombre acomodó su pesada maleta sobre la vetusta cama, sacó su pañuelo y limpió fatigosamente su cara llena de sudor y polvo, dejó a un lado el pequeño sombrero, se desabrochó el saco y el chaleco dejando por fin expander libremente su enorme abdomen, y se dirigió al baño para enjuagar 69

Ana lvfaría Rack

sus manos, una rutina de siglos, necesitaba refrescarse, los tiempos de verano siempre aumentaban su transpiración y su cansancio, parecía que la naturaleza se proponía acabarlo cada verano, esto le sucedía también en invierno, pero a la inversa. Se miró en el espejo opaco del baño y observó por un momento su rostro. "Cómo es posible que alguen viva con ese rostro", pensó. Parado en el centro de la habitación, se dio cuenta de lo mal que olía todo, hasta la colcha despedía un hedor penetrante, peculiar. Él parecía pertenecer a todo aquello. Se sentó por fin en la cama y acercó su maletín, lo abrió cuidadosamente, con amor, casi estaba lleno; mucha gente tiene maletines de este tipo, hasta los doctores, y los usan, los llenan de muchas cosas, de ropa, frascos, comida, medicinas, dinero, cualquier cosa, pero este hombre lo tenía casi lleno de "rostros", miles de caras de diferentes personas, edades y expresiones. No eran máscaras, eran "rostros". Era un cambiador de rostros, tenía muchos, muchísimos; lentamente los fue sacando y, al verlos, se acordaba de sus propietarios originales. Allí estaba aquella anciana fea y arrugada que desde los 20 años fue una inútil, no servía para nada y sólo daba molestias. Y aquel niño ignorante y berrinchudo que jamás supo ni quién era, ni para qué servía, ni a dónde iba, ni por qué tenía que ir a la escuela, solamente dormía, comía, iba y venía inútilmente. También estaba aquel rostro bigotón, y aquel muchacho, y muchos rostros de ancianos y mujeres. Todos de diversas edades, unos con cabello oscuro, castaño o pelirrojo, otros canosos y algunos calvos. Todos los recogía "El cambiador de rostros", y celosamente los guardaba en el maletín, eran de personas inútiles, estorbos en la vida. Sólo podían salvarse si alguno de

El malctÍiz

ellos demostraba fehacientemente que su vida no era estéril, si tan siquiera alguien le hubiera dicho que "El propietario del rostro" era indispensable para algo, pero no, nadie le había dicho. En todo el tiempo en el que había recogido esos rostros, ninguno le había demostrado que alguien lo necesitaba, que valía la pena, que era, en resumidas cuentas, útil. Así que, siendo una molestia y una lacra, aquella persona era despojada de su rostro y guardado en el maletín. Habían pasado muchísimos años, ya no se acordaba cuántos, eran incontables y ya empezaba a cansarse. Guardó los rostros con cuidado, no quería que se estropearan sus expresiones, porque no había dos iguales, iban desde el terror inimaginable hasta la tranquilidad más completa, pasando por aquellos ingenuos risueños y llorosos. Los terminó de acomodar en su gran maletín, descansaría esa noche, mañana sería otro día y había mucho que caminar. Y así los ruidos del hotelucho se fueron apagando lentamente para dejar paso a la respiración tranquila producto del agotamiento. A la mañana siguiente, se levantó muy temprano, se aseó un poco y salió del cuarto, cargando siempre su inseparable maletín. Caminó durante horas, vio cómo se iba pasando el día lentamente entre sus pies y el camino, subiendo y bajando calles, cruzando pueblos. Ese día caminó grandes distancias, hacía ya mucho que no contaba los kilómetros recorridos, cosa inútil, pues siempre faltaba más por transitar. Cuando se dio cuenta, ya era de noche otra vez, estaba cansado y sediento; el próximo pueblo estaba todavía a algunas horas de ahí; apresuró la marcha, no quería dormir al descubierto, ya no estaba para eso. Al llegar encontró una posada o, mejor dicho, una especie de taberna y hotel, como las de antes, y no tuvo más remedio 71

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Ana María Rock

que entrar y sentarse frente a una de esas mesas de madera a la que el licor caído había curtido ennegreciéndola y dándole el olor peculiar. Pidió un vaso de agua, pero ésta era una cantina, y la poca gente reunida ahí lo miró intrigada; lo pensó mejor y pidió un vaso de aguardiente. Le trajeron el licor y sacó su enorme pañuelo, que en tiempos mejores había sido blanco, enjugándose el sudor de su gran cara, enorme y mofletuda, donde se podían ver los años pasados. A pequeños sorbos se fue tomando el aguardiente, su sabor no era muy agradable pero notó que le caía muy bien, como que le hacía falta. Volvió mecánicamente a sacar el pañuelo para secarse el sudor, ¡cómo sudaba en esos tiempos!, y percibió su cansancio, nunca antes se había sentido así, con ese grado de agotamiento, parecía que jamás había estado tan extremada y dolorosamente cansado. Será cosa del alcohol. Fue entonces cuando comenzaron sus preguntas. ¿Quién soy yo? "El cambiador de rostros", por supuesto, sí, ¿pero para qué sirvo en este trabajo?, pues para recoger todos los rostros de gente inútil y sin propósito en esta vida; si no fuera por mí, la escoria de la humanidad crecería más y más, y pronto no habría un lugar decente donde vivir y trabajar. ¡Sí!, eso estaba muy bien, podría decirse que daba un servicio al mundo entero, ¡él!, "El cambiador de rostros". Nadie que no fuera beneficioso permanece aquí, ¡nadie! Pero, pensaba entre tragos del aguardiente, ¿y yo?, real~ mente, me estoy dando cuenta de que ... Y las palabras se le atragantaban.

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El maletín

No sirvo para nada, nadie me ha amado, ni a nadie he ama~ do; ya estoy viejo y todas estas mentiras de hacerle un "bien" a la humanidad no son más que mentiras, porque en verdad es a poca gente. ¡No!, a nadie le importa ni le sirve lo que yo hago.

Ante él se presentó la terrible realidad, transpiró aún más, su respiración se agitó como nunca, temblaba y tenía miedo, ¡un inmenso y profundo miedo! Necesitaba estar solo, pagó su trago pensando que éste le había ocasionado el malestar y subió al cuarto que le asignaron por esa noche, con su inseparable maletín. Nunca antes le había pesado tanto, el esfuerzo que hacía era tremendo y subió trabajosamente las escaleras, quería llegar a su habitación Jo antes posible. Al llegar y cerrar la puerta, lo dejó rápidamente sobre la cama y sacó con premura, temblorosamente, los rostros, tenía que buscar una respuesta a sus inten-ogantes. Alguno habría que le dijera que sí era útil, aunque sólo fuera uno. Toda la gente es útil, se decía, tal vez podía reafirmárselo alguno de esos viejos regañones, o aquel muchacho pelirrojo de la cara pecosa o la mujer de labios pintados de rojo, o la abuela que jamás aprendió a cocinar y cuando por primera vez lo intentó envenenó a toda su familia. Quizá el hombre gordo le respondería, algo mejor que el calvo aquel... Pero no, todos permanecieron inmutables ante sus preguntas, ninguno respondía nada, y la desesperación de "El cambiador de rostros" crecía cada momento. Soltó a llorar aterrado ante la idea de que él, como todos aquellos, pronto iría a parar al fondo del maletín, ¡sí!, porque en realidad, su única verdad era el ser un inútil, y con seguridad el mundo estaría mejor sin él. Empezó a recordar, poniéndose uno por uno aquellos rostros, su mente perezosa por tanto tiempo se fue despertando y 73

Ana María Rock

aquella maquinaria que nunca antes había sido usada empezó a caminar, ¡a recordar!, quitando todas esas nubes grises, telarañas y polvo que durante largos, larguísimos años se acumularon dentro de él mismo. La carrera de sus recuerdos aumentó más y más, al igual que su desesperación. Empezó a darse cuenta de que aquel rostro de anciano amargado había sido él, y el niño ignorante de todo, egoísta y fastidioso, también había sido él, "El cambiador de rostros", que siempre buscó la manera de no trabajar, no hacer nada, de vagabundear, evitando responsabilidades, y no amar a nadie ni permitir que nadie lo amara, no ayudar. Todos, ¡todos!, eran el mismo. ¿Qué voy a hacer?, pensó súbitamente, me estoy volviendo loco. ¡No!, no estoy loco y sé que necesito buscar la forma de cambiar esto, de empezar, pero ¿en dónde?, ¿cómo?, ¿de qué forma puedo transformar una vida, mi vida, dedicada a la inutilidad, cuando el final está próximo? No era posible. Él siempre exigió una respuesta a aquellos despreciables rostros inútiles, sin pensar que él era ellos. Él, que caminó miles y miles de kilómetros para hallar algo que nunca supo qué fue, sólo encontró lo que había cultivado, ¡vacío!, su respuesta fue nada, no había nada que contestar. Y la noche se llevó sus quejidos, sus lágrimas, sus lamentos, y su sudor también. A la mañana siguiente, el encargado del hotelucho abrió la puerta del cuarto y se encontró con un gran maletín negro abierto lleno de rostros sobre el cual se encontraba uno mofletudo que parecía sudar y llorar todo el tiempo.

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EL CABALLERO DE LA NOCHE Blanca Martinez

Hacía muchos años que perseguía aquella idea. Le torturaba y le mantenía despierto en la oscuridad. Se levantaba y paseaba por los grandes salones del castillo, bajo las ojivas y los nervios de las bóvedas, entre la luz de las velas y la canción del silencio. Siempre vestido de negro. Obsesionado. Los sirvientes escuchaban inquietos su vigilia; y su hermano menor se impacientaba. -Debes cuidar tus tierras. Es tu derecho, es tu obligación -le decía. Pero él no escuchaba. Se sentaba en su sillón frente a la enorme cristalera y sacaba la miniatura del bolsillo y la contemplaba. Era un medallón que había encontrado hacía mucho en una de aquellas absurdas batallas, contra algún enemigo de su religión. Había conseguido el medallón y el manuscrito o, mejor, el trozo de manuscrito. Y ahí había acabado su paz. Dentro del medallón había un rostro de mujer. El óvalo de la cara, suave, la cabellera castaña, hasta los hombros. La mirada dulce, esperando algo, empañado por una melancólica tristeza. Nunca había visto una joya así. Nunca conocería a esa mujer. Siempre la amaría. ¿Qué sentido tenía su vida? Y luego estaba el manuscrito roto. Había aprendido a leer sólo para saber lo que decía. ¡Ah!, eran hermosas leyendas antiguas. De amor y de guerra, pero la última, la más bella, estaba inconclusa. Y ahora, de pronto, una tarde de otoño había llegado aquel clérigo a su castillo y, como hacía con cualquier viajero, le había enseñado sus dos tesoros. Y el hombre de la Iglesia, con indiferencia, había exclamado:

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Blanca Martínez

-Sí. Se parece extraordinariamente a la dama del castillo del Alba. Es la única heredera del territorio al norte del río de la Bonahigua. Excelente señora ... aunque corrieron rumores sobre ella ... -¿Qué rumores? -Dicen que sabe leer. Lo que es cierto. También dijeron que escondía libros prohibidos. Pero ella, graciosamente, invitó a la Iglesia a su castillo. Los pocos libros que posee no sólo están permitidos, sino que son alabanzas para nuestra Santa Madre Iglesia. Se le permitió conservarlos ... Es buena cristiana y da piadosas limosnas. -¿Cuál es su nombre? -Rowena. Así se llama la señora. "Rowena", así se llama. Una "R" en la parte de atrás del medallón. Su mano se cerró sobre la joya, sintiendo que le quemaba. Su pasión era tan grande y tan absurda, que supo que había llegado al final. Al amanecer despertó a su hermano. - 0·Q ue. ....? -Despierta, Wilfredo. Me voy. Me voy para siempre. El castillo es tuyo. Las tierras, todo ... El hermano menor se despejó de golpe. Se levantó, sus ojos grises calibraban la oferta. -¿Qué estás diciendo? -Es lo que siempre has deseado. Gobernarás muy bien. Pide la mano de Aurora de Asbat. Cásate con ella, es lo que siempre has soñado ... Tú serás feliz y yo también. Debemos controlar nuestras vidas -Si un día regresas ... -Nunca volveré. -Ésta será tu casa. Aldo sonrió suavemente. -Estoy seguro de eso, pero no temas, jamás me volverás a ver. 78

El caballero de la noche

-¿A dónde irás? -Detrás de un sueño. Ese mismo día partió. Al llegar a la frontera despidió a su escudero. -Vuelve al castillo, dile a mi hermano, tu señor, que ahora todo está bien. Ése es mi mensaje. Sabía que, si un día intentaba volver a sus tierras, sería asesinado. Conocía la mirada fría y paciente de Wilfredo. Ya no tenía tie1Ta ni patria, pero su corazón desbordaba de felicidad. Apretó el medallón contra su pecho y tocó de nuevo las hojas del manuscrito roto. -Todo está en orden. Todo está en orden, Rowena, amada mía. Se envolvió en su capa negra y se lanzó al galope. El castillo estaba lejos del pequeño pueblo. Era hermoso, alegre, rodeado de flores, cerca de un río claro que saltaba sobre piedras redondas y pulidas. El verde rodeaba los senderos, y el valle se abría lujurioso entre las montañas. No tenía sentido su construcción en aquel lugar, la nieve le rodearía en invierno y probablemente quedaría incomunicado ... Un lugar para meditar, un lugar para amar. De pronto la realidad le golpeó. ¿A dónde iba? ¿Qué absurdo iba a preguntar? ¿Qué locura era aquélla? Pero su mano enguantada golpeaba ya el macizo portón. -Necesito ver a Rowena, la señora del castillo. -Debes cuidar tu espalda -rió una suave voz tras él-. No nos gustan mucho las visitas ... Dos mujeres encapuchadas le contemplaban desde sendos caballos. -Cabalgamos muy silenciosas, ¿no? -volvió a preguntar suavemente la misma voz. -Tengo que ver a Rowena. 79

Blanca Martínez

La mujer que iba delante echó su capucha hacia atrás. -Yo soy. El caballero oscuro se arrancó el medallón y se lo entregó. -S f. Tú eres. Si tuviera que morir... -No es hora de morir -su tono era pausado y reflexivo, descabalgó y se acercó al hombre-. Una gitana me dijo que vend!ia un hombre, un caballero vestido de negro, y que él daría paz a mi corazón. Él la miró: -Yo te amo, Rowena, pero no sé si te daré paz. Luego le enseñó el manuscrito roto y, entonces, los ojos de ella rieron por primera vez y la melancolía del retrato desapareció. -Tengo la pmte que falta. Entonces, eres tú el que esperaba ... el caballero negro del que habla la leyenda ... El que llegaría a un lugar perdido buscando a la dama del medallón ... ¿Sabes cómo acaba el manuscrito? Dice: "Y se amaron portoda la eternidad ..." -La eternidad es muy larga -sonrió el hombre. Luego entraron en el castillo. Recorrieron los corredores y las salas silenciosas, llenas de luz, de tapices y flores. Sólo el caballero vestía de negro, sólo él era una sombra oscura en aquel palacio de fantasía. Al fin, la mujer tomó un candelabro de las manos de un sirviente y se volvió al hombre. -Deseo enseñarte algo. Algo que nadie conoce. Es un subterráneo en el que, hasta hoy, sólo han entrado mis antepasados y yo. Allí están las hojas que le faltan a tu manuscrito, Pero debemos recorrer un trecho en la oscuridad más absoluta para no asustar a las criaturas que moran ahí y que guardan la entrada ... El caballero oscuro sonrió de nuevo. -Iré tranquilo. Desde hace años el sol me es indiferente.

El caballem de la twche

Ya estoy aquí y nada me importa. Sólo temería que algo nos pudiera separar. La sonrisa de la mujer resplandecía. -Lucharemos para que eso no ocurra. Entraron en una enorme sala. En ella había una mesa de madera oscura y estanterías llenas de libros. A través de los cristales de la ventana entraba la luz del atardecer. -¡Qué hermoso lugar! Me quedada aquí toda la eternidad -exclamó el hombre. -La eternidad es muy larga -repitió ella burlona. Luego añadió con seriedad-: No has visto nada aún. Sígueme, por favor. La dama se dirigió a la ventana instando al hombre a que la siguiera. Tocó un resorte escondido tras la cristalera, e inmediatamente una pequeña puerta se abrió a su lado. -Sígueme, camina con cuidado para no resbalarte. Bajaremos diecisiete peldaños y, al llegar abajo, entraremos en una sala. Ahí dejaré el candelabro, saldremos por otra puerta y caminaremos a oscuras por un pasadizo, volveremos a subir... y entraremos en el paraíso escondido... -Adelante --contestó el hombre. Hicieron el recorrido en silencio, caminando con sabiduría y cuidado; al llegar a la última sala, la dama advirtió: -Ahora caminaremos a oscuras. Dame tu mano. Entraron en el pasadizo. El olor a humedad les envolvía. El suave murmullo de unas alas les acompañaba. -Son murciélagos -murmuró el hombre. -No sé --contestó ella-. Nunca los he visto. Sólo dejan entrar a aquellos a los que yo acompaño. Camina despacio para que no se asusten. Avanzaron lentamente, casi abrazados, sintiéndose protegidos en un mundo extraño.

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BfmiC¡J A!artÍm'Z

-Aquí es -musitó la mujer. Empujó una puerta, y el ruido de alas se alejó hacia el fondo del pasadizo. Rowena esperó a que los seres se retiraran y, entonces, pasó al otro lado. Detrás sólo había una pequeña cámara iluminada con una antorcha· al fondo unos escalones ascendían hasta una hermosa ' puerta de madera labrada. -¿Aquí está el manuscrito? -se asombró Al do. Imaginaba. -Espera -sonrió ella-. Es ahí arriba, subamos las escaleras y entremos a la otra pieza. Al entrar en la última sala, el sol rojo del atardecer resplandecía sobre los anaqueles repletos de libros de lomos dorados. Hermosos ventanales daban a un bellísimo jardín lleno de flores. Una fuente de piedra dejaba caer el agua sobre un diminuto arroyo artificial que corría entre las plantas. Dentro de la enorme estancia, dos chimeneas esperaban impertérritas la llegada del invierno. -¡Qué maravilla! ¡Esto es increíble! Uno podría estar años y años leyendo aquí, disfrutando de esto ... ¿Quién lo construyó? ¿No sabes ... ? -Siempre ha estado aquí. .. generación tras generación ... Pero mucha de la sabiduría encerrada en los pergaminos está prohibida ... -¡Prohibida! -protestó el hombre. -Sí. Pero nadie, excepto nosotros, la conoce. Es una he· rencia maravillosa y tú encontraste una parte que faltaba ... el manuscrito ... Debes también disfrutarla. Esto es tan tuyo como mío. El caballero oscuro suspiraba, miraba Jos libros y acariciaba el medallón que, ahora, colgaba de su cuello. -Puedes quedarte aquí, si lo deseas -murmuró la mujer. El hombre se volvió hacia ella. -¿Tengo a mi dama? -preguntó inquieto de pronto. ......

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El caballero de fa noche

Rowena se apoyó en él. -Sí. Sí la tienes. Sólo hay algo que quiero decirte ... Aldo la contempló expectante. -Muchos de esos libros son invenciones, fantasías, y muchos están sin acabar. Los mismos autores, por una u otra circunstancia, los dejaron así... Durante siglos se ha esperado a alguien que llegara a terminarlos. Sólo te causará inquietud InJCJar su lectura ... El hombre sonrió ampliamente, se dirigió a las estanterías Y tomó un libro, luego se sentó en la mesa y dijo: -Hay dos cosas de las que dependía mi felicidad: encontrarte a ti y plasmar de alguna forma todas las historias que invento. He pasado mis años soñando, y ahora, por fin, estoy en mi realidad. Acabaré todas estas historias, y tú las podrás ir leyendo, y la inquietud por ellas desaparecerá. Se amaron esa noche y cada noche durante muchos años. Unieron el fuego y el clamor, la curiosidad y el conocimiento, el placer de leer, el placer de crear. Unieron tantas cosas que el tiempo pasó como un suspiro, como algo tan leve que sólo los rozó y que, de pronto, se detuvo. Un día, todos los libros tuvieron su final, y el caballero oscuro decidió partir. -Ven conmigo, Rowena -dijo-. Vamos a otras tierras. a conocer otros lugares. Veremos cosas grandiosas y luego volveremos a escribirlas aquí. Era una buena propuesta, pero la dama no la quiso aceptar. -Puedes inventar otras historias. -No. Quiero salir. -Recuerda, en cuanto salgas del castillo empezarás a soñar: sólo ésta ha sido tu realidad. Todos te aman en el castillo ... hasta los seres del pasadizo oscuro ... El caballero sonrió. -Han sido años y años de una felicidad increíble... pero, 83

Blmua .Alm·rí11ez

si no quieres venir, igual partiré ... Cuando regrese, traeré tantas leyendas de mundos lejanos que ... -¡No! -gritó la dama-. Yo nací del medallón ... Si te vas, moriré ... -Sabes que eso no es posible -protestó el hombre, pero algo en los ojos de la dama le detuvo. -Di -murmuró. -Sólo podemos estar juntos dentro de este lugar. Decide. Aquella noche fue hermosa y triste. Se amaron con desesperación sabiendo que había aparecido un abismo. Sabiendo que había algo que no comprendían. Al amanecer, el hombre se levantó y paseó largo rato por las almenas, miró hacia el horizonte y tomó su decisión. Ella aún dormía cuando entró a despedirse. Se cubrió con su capa negra y se acercó por última vez. -Mentí -murmuró la dama. -¿Por qué? -Quería asustarte para que te quedaras ... cuando eso no es necesario... Durante muchos años me negué a hacer aquello para lo que en realidad te esperaba... -¿Qué estás diciendo 0 -Nada me ocurre, te vayas o te quedes ... sólo que me encanta lo que escribes .. . -Cuando regrese .. . -No. Ahora ... -le abrazó tiernamente. El hombre sintió que una ola de calor invadía su cuerpo. El placer fue tan intenso y brutal que apenas percibió los dos colmillos que su amada le clavaba en el cuello. -Eres uno de los nuestros, ¿me oyes? -susurraba dulcemente-. De los nuestros. La gente de la noche. Los que poseemos toda la eternidad. Ahora el tiempo será tuyo. Luego, mientras saboreaba su sangre plácidamente, añadió burlona: 84

Hl c,1balfcro de 1,1 11oche

--Cuando despiertes, entenderás lo que te he obsequiado. Y no temas, podrás salir a la luz del día e incluso tratar con gente de la Iglesia... Ya verás, amado, cuántas experiencias ... Escribirás lo que quieras ... Somos una generación magnífica. Somos la nueva generación. El sol entró a raudales en la alcoba. La dama se levantó gozosa y sacudió su cabellera frente al gran ventanal, levantó los brazos y cantó una antigua canción celta. Luego se volvió a mirar al hombre que descansaba sobre la cama cubierto por su capa negra. Él, su amante, su amado. Esta noche, sin duda, hablaría de nuevas experiencias y nuevos poderes, y empezaría a escribir otra historia.

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QUERIDO SANTA Mercedes Sánchez Urrutia

Querido Santa:



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Te quiero pedir que este año te lleves de regreso a mi osito Teddy. Ya sé que te estuve insistiendo mucho el año pasado para que me lo dieras, pero mejor ya no lo quiero. Es muy malo, es muy enojón y les pega a mis juguetes. A mi muñeca Barbie se la come a besos, ¡uh!, el otro día los encontré muy juntitos, Barbie no tenía ropa y Teddy la apretaba muy fuerte y se movía muy raro. Barbie estaba asustada . Tcddy me vio y me gruñó y me ensei'ió sus dientes. Son muy grandes. Salí corr-iendo y mejor me fui a jugar con "Motitas". Además no me deja jugar con él. En las noches encierra el trenecito en lo alto del clóset y el pobre Pu-pu chilla porque le da miedo la oscuridad. Y también me muerde. Muerde muy fue11e, Santa. Ayer lo quise tirar a la basura, pero mamá dice que eso no se hace. Así que no me importa si no me traes nada, pero llévatelo a él, por favor. Te prometo que, si te lo llevas, ya no le pego a mi hermanito Pepe, ni le escondo su pelota morada, ni le jalo las orejas a "Motitas". Te dejo una canastita con galletas, ojalá este ai'io no se me quemen. El año pasado las dejaste y Teddy me las pone debajo de la almohada y truenan y me asusto. Perdón por la hoja tan fea, pero Teddy está aquí y la mordió. ¿Ves lo que te digo?

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1.\1ercedes Sánchez Urrutia

P. D. Ojalá tú sí me creas. Te quiere mucho: Tita

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TRANSMUTACIONES Rosa María Elzaurdia

Cuando llegan las mareas altas, los caracoles pintados en el cuadro del comedor cobran vida por la noche y se pierden durante varios días, sin que nadie sepa a dónde van. Sólo se les ve pasar. La dama del triste semblante atisba, desde su sitio en lapared principal de la sala, los movimientos de todos los demás. En los últimos cinco años la he visto descender a la vida, siempre en la misma fecha, la llegada del otoño. RecmTe los jardines y se entretiene en hacer volar las hojas secas que empiezan a caer con el ala de su sombrero, que apenas las roza. Se desliza como si flotara, sin dejar huella. Sigue caminando hasta perderse de mi vista, sin llegar a saber nunca hasta dónde llega. Sobre el piano descansa un hermoso marco de plata y en él la fotografía de un hombre apuesto vestido con uniforme militar. Cuando la anciana, dueña de estos espacios polvorientos de recuerdos, se sienta a tocar piezas que la hacen soñar. el militar emerge del cuadro y se sienta cerca de ella; juntos entonan viejas melodías. Es entonces cuando el retrato se queda en blanco. Luego se levantan, tarareando algún vals, y recorren la amplia sala a los acordes de una orquesta imaginaria. La arena del reloj sigue su tiempo, y los enamorados no se percatan de nada. Sin embargo, siempre a las siete y media, ella se siente exhausta después de haber bailado ligera y graciosa, s:omo cuando se conocieron. El militar la conduce a un sillón de respaldo alto frente a la chimenea, toma con dulzura su mano, la be90

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Rosa AJaría Elzaurdiif

sa y se desvanece en el espacio. Ella ciena los ojos, dibujando en sus labios una bella sonrisa. Al poco rato entra la doncella, por la puerta de la sala. con el servicio del té, que deposita en una mesita frente a la anciana. Está vestida de ballerina y desde la lejanía viene la tenue música de El Lago de los cisnes, la doncella empieza a bailar y aquella sala se transfmma en un escenario, quedando la viejecita en las butacas de primera fila. Los muebles y las cuadros se han volatilizado. Absorta sigue el desarrollo del ballet y se embelesa con la impecable realización que logró en aquel momento de su gloriosa despedida. Al te1minar, la ballerina toma de la mano a su presente y se alejan juntas entre la bruma que se ha apoderado del escenario. Me quedo mirándolas hasta perderlas de vista, con la seguridad de que esta vez no volverán. No puedo hacer nada, debo esperar a que mi tiempo llegue a liberarme, quizá para siempre. Mientras tanto, en este lienzo que me aprisiona, cuento los días y espero ... Serenamente, espero.

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ALGUNOS RASGOS, SOLAMENTE ... Martha Elisa Camacho Alcázar

Pienso aún que fue exclusivamente deseo, deseo total, no exclusivamente lujuria, y me resisto a creer en otra cosa, a pesar del tiempo pasado. La diferencia entre las tres, al menos físicamente, era mucha; pero la compatibilidad mental que nos unió fue absoluta. Las tres estudiábamos matemáticas, teníamos seria inclinación hacia las ciencias y padecíamos del espíritu de Loki, el dios expulsado del Walhalla por sus travesuras. Y no puede decirse que tuviéramos mala suerte, en cuanto a chicos se refiere; menos alguna clase de resentimiento. Pero se podía afirmar que uno de los rasgos más marcadamente comunes en las tres era la pereza para el cortejo. Todas esas miradas, caídas de ojos, dulces sonrisas y gestos; todo ese ritual de seducción, de fintas, de hacerse de ruegos y de fingir demencia y negarse cuando precisamente lo que quieres es que te pongan una mano encima -o más que eso- siempre nos pareció ridículo. Tampoco éramos unas facilonas; a la menor señal de cortejo o caza --da lo mismo-, llegábamos a la total indiferencia. Supongo que también tenía que ver el gusto por llevar la contraria y andar desconcertando a la gente. Y por supuesto que parecíamos mujeres y no marimachos horrendas; yo aún tenía un peso razonable -48 kilos contra l, 70 m- y los rasgos afilados, impresos en mis fotografías de modelaje. Carola poseía un bonito rostro, una gran simpatía natural y suficientes curvas. Jill era una Barbie en todo el sentido de la palabra, incluido el color del cabello. 95

<\1útha Elisa Camacho Alcázar

En cuanto al trabajo, cada quien con su estilo. Jill carecía de cerebro espacial; era la clásica que nunca supo exactamente qué estaba haciendo ahí, siendo ella una experta en chismes electrónicos y una apasionada de la robótica. Llegó a la Facultad por azar y se sostuvo en ella gracias a su belleza. Carola tenía el rrúsmo talento para el álgebra que para volar aviones -hija de piloto. al fin- y soñaba con ser astronauta algún día; era la más política de las tres y la encargada de sacarnos de líos cuando yo me excedía hablando. Siempre fui una molestia descarada para mis profesores; me esforzaba en adelantar el curso, no por el estudio mismo, sino para fastidiarlos, inventando mil trampas para demostrar sus errores. Adoraba la física y la astrononúa; estaba allí por ser paso obligado. A pesar de esas diferencias, funcionábamos bien como equipo. En ese tiempo, el profesor Ornar, del Departamento de Física, nos invitó a trabajar con el grupo que diseñaría el láser. El proyecto incluía desde sembrar la dichosa barra de rubí, construir las cámaras de helio y argón, y hacer los cálculos necesarios de energía para que éste funcionara. Y, de ser posible, había que diseñar un montaje sencillo y portátil. Teníamos ya rato fantaseando con la idea de un nano láser de golpeo, no para vender al gobierno, no --cuando diseñamos una bomba atórrúca casera, por pura diversión, todavía pensábamos en ello; afortunadamente ya no éramos tan inocentes-, sino para molestar al resto del mundo. Era sólo ocio; otros dirían que se trataba de rasgos criminales. No lo sé. Por la misma época, papá requirió mi ayuda -desde niña lo hago-- para una de sus muchas investigaciones: compuestos hormonales vetelinarios, para inducir celo en valias especies. Descubrir que algunos de ellos ejercen un fuerte efecto sobre la respuesta sexual en el cerebro humano fue casi una coincidencia. Yo diría que la idea final llegó paralela a lamente de las tres. Y que mucho tuvo que ver nuestra orientación

Algunos rasgos, solamente...

mental, muy lejana de la normal femenina e infectada además de ciencia. Éramos las hermanas brujas, equipadas con las terribles armas del conocimiento; verdaderas émulas del ratón Cerebro y su cómplice Pinky. Diseñamos no uno sino dos lásers y, gracias a que nos permitían usar el laboratorio, al material comprado por Carola -piloteaba en sus ratos libres, y ganaba bien- y a las habilidades electrónicas de Jill, pudimos quedarnos con el arma que queríamos. Yo me hice cargo de los cálculos y Jill diseñó además una fuente eficaz de energía y la base para el rubí. Con tres tipos de golpeo, podíamos desde simplemente empujar a alguien hasta dejarlo inconsciente por la descarga. Lo probamos primero con los conejos de la tía de Jill, con el gran danés de María -graduada del Sagrado Corazón, jamás había estado en una escuela rrúxta y nos detestaba nada más de vernos- y, al final, con Salvador "el Gordo", quien pesaba cerca de los 180 kilos y al que dejarnos dorrrúdo en su banca por algunas horas. Por supuesto, el láser era bastante inocuo; el corto circuito que provocaba en el cerebro sólo aturdía y adormilaba un poco. Y entonces el doctor Miguel y los otros veterinalios, que requerían los servicios de papá como bioquímico, nos llamaron para hacer las pruebas en la granja. Ese día, Carola fue con nosotros. Papá no estaba de acuerdo con las inyecciones directas, pues no siempre funcionaban y tendían a dejar agotado al toro o cerdo; así pues, creó un parche que se fijaba al cuello y los ijares del animal, y que tenía una acción diferida en tres días. De este modo, el granjero podía hacer una selección cuidadosa de las hembras que estuvieran listas, de acuerdo con la nueva moda de volver a los "principios naturales". El doctor Miguel, amigo de rrús padres desde que compramos su casa, fue quien nos dijo que los parches seguramente serían un afrodisíaco peligroso, no sólo un remedio a la disfunción eréctil... y nos describió al detalle lo que le ocurriría a un macho humano y joven con se97

!vfartha Elisa Cama(ho Alcázar

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mejante tratamiento. Claro que lo hizo por molestarnos; jamás se imaginó cómo utilizaríamos esa información. Entre las tres, como siempre, nos aplicamos al trabajito. Más por broma que yendo en serio, quedaron listos tres sellos diminutos, con la quinta parte de la dosis que necesita un semental de raza, primorosamente confeccionados por las hábiles manos de Jill. Ni siquiera hablamos cuando los hicimos; la aprobacion y hechura de toda la idea fue tácita. Ese día elegimos a Nacho para probar el láser; lo que ocurrió después fue, como ya lo he dicho, pura coincidencia de pensamiento. El único defecto que Nacho podía tener era su estatura; más bajo que cualquiera de nosotras. Fuera de eso, era bellísimo, moreno perfecto y unos ojos negros preciosos, además de unas manos increíbles. En diferentes fechas, cada una había salido con él sin concretar más que la película o el concierto. Nacho era un cazador hábil pero, como ya he dicho antes, no nos gustaba ser presas. Fue cuestión de saludarlo y llevarlo al estacionamiento, hasta el viejo Neon de Jill, al que llamábamos espantomóvil por su desastroso estado, una verdadera reliquia del siglo pasado, recién adaptado al motor de fusión. En un instante, Carola descargó el láser sobre el hombro izquierdo de Nacho; al siguiente, Jill y yo lo cargamos hasta el auto, mucho ayudó su estatura, ¡y todo esto a pleno mediodía y sin que nadie se enterara! El espantomóvil tenía las ventanas y el parabrisas oscurecidos, nadie podía vernos desde afuera; era un auto diseñado para fechorías y vaya que nos ayudó como perfecto escenario de las nuestras. -¡Qué tal' -exclamó Jill-. ¡Tenemos un bello durmiente' Aún recuerdo la carcajada de las tres. Carola no perdió tiempo; lo besó hasta que le faltó el aire y entonces Jill sacó de su bolsa un círculo diminuto, parecido a un confetti de color rosa. 98

Algunos rasgas, solamente ...

-¿Adivinan lo que es? -¡No jodas! ¡Estás loca! -dije yo. -¿Lo estás tú? -me calló Carola. -No seas mustia, Amy; para qué demonios los hicimos entonces, ¿eh? ¿Para coleccionarlos? Recuerdo haberme sentido como los vampiros que yo misma solía describir: temblorosa y hecha agua. Carola me guiñó un ojo y Jill soltó una risita. -Es tu turno -dijo ésta. Comprendí la orden; retiré la cubierta protectora del sello y lo pegué en el cuello de Nacho, bajo su oreja izquierda. A continuación, lo desvestí con la habilidad aprendida durante meses de práctica en el servicio forense --cuando aún creía que mi vocación era ser médica-, en un escaso minuto. Pensé en una manada de lobos -o de lobas, en este caso-- famélicas, hambrientas de carne fálica y capaces de comerse a su víctima hasta los huesos. Fue sólo cuestión de contar los breves minutos que la mezcla tardaría en atravesar la piel, llegar hasta la pituitaria y desencadenarnos a Nacho. Cuidamos el diseño del sello hasta la última gota de cada sustancia, incluidos los alucinógenos que lo harían creer que había soñado... y olvidarlo todo en poco tiempo. Nacho empezó a quejarse, y su falo a erguirse. -¡Bien! ¿Quién irá primero sobre él?- pregunté. Ninguna se decidía y las tres estábamos más que dispuestas. -A suertes; la que saque el cerillo cortado. La afortunada fue Jill, después yo y por último Carola. A partir de ese momento, intercambiaríamos los turnos por riguroso orden; fue una de nuestras muchas reglas no escritas. Estuvimos con Nacho tanto como quisimos y lo gozamos hasta la última gota. ¡Pobre! Quedó hecho un pingajo pálido y demacrado cuando por fin Carola lo dejó en paz. Mientras nos vestíamos, comprendimos el alcance de nuestras nuevas ar99

i\!Iartha Elisa Camaclw Alcázar

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mas; ningún ser del sexo masculino que nos agradara estaría a salvo de nuestros hamb!ientos labios ... y no tendríamos que tomarnos molestias rituales de ninguna clase, excepto confeccionar los sellos; quedaba material en el laboratorio de papá como para hacer miles de ellos, ¡¡¡MILES!!!, y mantener el láser y nuestras propias ansias cargados. Dejamos a Nacho casi encima de su terminal, en el centro de cómputo; Manuel lo encontraría después y lo llevaría a su casa. Las ojeras le dura· ron un par de semanas; el gusto nos duró muchísimo menos. En ese lapso, di con un CD-book, de Durero, donde se hablaba del estudio de las proporciones corporales. Así, aprendí· mos la relación que hay entre el tamaño y diseño de una nariz masculina y el sexo que se oculta a cierta distancia bajo ella. Nos volvimos obsesivas observadoras de narices y manos, Y seleccionábamos a nuestro durmiente semanal tomando también en cuenta esos datos. El siguiente después de Nacho fue Demián, era el hermano mayor de Arturo, y en contraste con éste -Arturo era desaliñado, bigotón y no muy guapo- estaba más que hecho para nuestros fines. Carola decía que se parecía a Carl Sagan -era fanática de sus libros y buscaba su copia masculina en todos lados-, yo aún creo que exageraba. Demián tenía unos ojazos grises magníficos y una nariz que predecía más de lo que podíamos imaginar. Nos lo zampamos, lo devoramos, lo comimos, lo despellejamos de todo temor, Jo cogimos, lo soltamos y lo dejamos ir innumerables veces; lo dominamos y lo vencimos. No recuerdo un sexo de sabor parecido. Demián faltó una semana a clases después de aquello. Siguieron Manuel, Miguel Ángel, Raúl, Alex, Rick, Hugo, Eddy -todo un show, Eddy era homosexual, lo cual no obstó para que funcionara debidamente-; Andy, Alberto, Frank ... Podría citar cabalmente a la mayoría de nuestros compañeros, amigos e incluso, enemigos. El doctor Ford fue un caso especial; los muchachos decían que no era más que un 100

AWunos rasgos, solamente ...

intento de hombre. Jefe del centro de cómputo, el profesor era un genio de manos perfectas ... y jorobado, por más señas. Increíblemente pequeño y deforme -nos llegaba a los codos-, realmente lo admirábamos por su inteligencia: fue un capricho de Jill el hacerse con él, al ver las burlas de nuestros compañeros para con el pobre. Pero lo ocurrido en el espantomóvil operó un cambio en el profesor; un buen día ya no se paró más por la escuela. Charlotte. su secretaria, nos contó que después de haber soñado algo "crucial" -así lo llamó- había decidido operarse y aguantar tres meses en una cama de tracción para borrar la joroba y recuperar la estatura que le faltaba. Cuando por fin regresó, era otro. No pasaba de mi nariz, claro. Pero parecía un gigante. Tuvimos al menos un intento de adhesión. Evelyn, excompañera nuestra -se cambió a Contabilidad-, tuvo ocasión de vernos entrar al espantomóvil... y vernos salir de él, unas horas más tarde, con todo y víctima. Claro que quiso saber en qué consistía el jueguito y tenía presente el diseño de la bomba, cuando aún estábamos todas juntas. Evelyn no era discreta, no era paciente, no era tan canija como nosotras, y su inteligencia no tenía ángulo aprovechable; mucho de su acercamiento tenía que ver con rencores y envidias personales. Era de las clásicas que se la pasan quitándoles el novio a todas; aceptarla equivaldría a criar cuervos. Claro que nos negamos a admitirla y fue necesario amenazarla con sus propios antecedentes. El miedo pudo más que el hambre voraz y se largó al diablo. Había sólo otras dos personas que sabían toda la verdad; Alexei, amigo mío desde la secundaria, podría decirse que mi hermano mayor. Me hizo jurarle que nunca abusaríamos de él; aunque se lo prometí y cumplí, evidentemente Carola y Jill estaban libres de ese compromiso. Se enfureció con las tres al despertar una tarde, a bordo del espantomóvil, siendo demasiado tarde para protestar. La segunda era Martha, 101

Alartha Elisa Camacho Alcázar

quien, además de estudiar lo nuestro, ¿he dicho ya que ciencias?, se estaba convirtiendo al hinduismo. Como ejercicio de tolerancia, se veía obligada a escuchar nuestros relatos, sin saber qué hacer para detenernos, reprobando todo lo que hacíamos y sumida a la vez en el más profundo terror por lo que podía pasarnos. Nos regañaba interminablemente, nos llamaba vanas y frívolas. De cualquier manera, todo le contábamos, se tomó el papel de escucharnos en serio y supo ser leal. Jamás dijo nada a nadie. Mucho tiempo después, diseñé a uno de mis personajes basándome en ella. Podía decirse que vivíamos en el paraíso, en ese entonces; estudiábamos todo el día y escogíamos a nuestra víctima al anochecer o al medio día, horas en que la escuela quedaba so-la, por el cambio de turnos. Poco a poco, la frecuencia de aquello fue aumentando y, de uno semanal, llegamos a uno diario; algo casi mortal para los chicos. Para nosotras sólo representaba uno o dos clímax; para él, cuatro, cinco o seis a veces. Eramos selectivas y teníamos que estar de acuerdo en la elección, o mejor no hacíamos nada. Manteníamos severamente la disciplina contraceptiva y creamos una especie de espuma, de lavado posterior, más fuerte en hexac!orofeno que las comerciales, por aquello de las infecciones; y, por supuesto, las tres estábamos vacunadas desde los doce años contra el VIH. La solución en la espuma empalideció lentamente la piel de nuestros sexos y el pelo que los circundaba; a sugerencia de Jill, lo depilamos totalmente, cosa que aumentó sensible.. mente el contacto y nuestra propia humedad interna. Parecían grandes lirios blancos que al excitarse se iban pintando de rosado oscuro, lentamente; eran unos pétalos mojados y ávidos siempre. Nuestro empeño en el estudio no disminuyó, a pesar de la actividad nueva; ni tampoco las notas. Teníamos todo lo que se podía desear a los veinte años. Sin embargo, como todo paraíso, no podía durar; tuvimos nuestra 102

Algu11os rasgos, solamente ...

propia y pequeña guerra civil... -Un día, cuando seamos viejas, contaré todo esto -dije. -¡¿Estás demente, Amy?! ¿Lo dices en serio? -replicó Carola. Tanto ella como Jill sabían muy bien que yo escribía; y mis cuentos andaban por ahí rodando, en la revista de la Facultad. -¡Claro que hablo en serio! ¿Quién carajas va a creer que tres locas inventaron un láser y utilizaron una fórmula secreta en un confetti para cogerse a más de media Facultad, eh? El rostro de Carola se ensombreció; Jill se limitó a seguir mordiendo la punta del lápiz. -Amy, en buen plan; tenemos un trato. Nunca hemos hablado ... ni vamos a hacerlo. Prométeme que no lo vas a escribir. -Exageras, Caro -dijo Jill-. Amy tiene razon; es absurdo, es ... jaladísimo. Pasa por ser una de sus cosas y no suena a buen cuento, te diré; parecerá un desquite de alguna reprimida y frustrada ... como María -se rió-. Oigan y ¿qué tal si le pones su nombre como pseudónimo? -las dos nos soltamos riendo- ¡Eso sí sería genial! ¿Cállense, par de burras mensas- siguió Carola. Se pasó una mano por el cabello. Realmente se veía preocupada-. ¿Se imaginan lo que dirían nuestras familias si lo supieran? La cosa comenzaba a molestarme; jamás habíamos hablado de esto. -No seas monji!; no lo saben, no lo sabrán y, si se enteran, no podrán creerlo. -Y tú no seas tan bruta, Amelia. Si lo dicen separadamente, claro que sonará absurdo; pero si hilas todo ... somos del equipo que diseñó el láser y tu padre fabricó los sellos, los originales. -Carola, nadie va a decir nada de esto porque nadie losabe. 103

Martha Elisa Camacho Alcázar

-Estás paranoica -la interrumpió Jill-. Ya deja la cosa en paz. -Prométeme que no lo escribirás -podía reconocer e incluso oler su miedo. -No puedo hacerlo; en todo caso, intentaré publicarlo cuando hayas muerto, si quieres -me miró con una mezcla de rencor y temor, mientras Jill palmeaba su espalda. Pero no podía prohibi!me el placer de contar la historia, lo suficientemente maquillada. Sabía bien que, aunque dijera la verdad completa, nadie lo creería jamás. Carola se distanció de nosotras, y las víctimas bajaron de nuevo a una por semana. Un mal día, el derrumbe fue total, culpa nuestra y de Manuel, quien sospechaba de nosotras desde hacía algún tiempo. La suma de sueños extraños fue lo primero en alertarlo. Notó que, a ciertas horas del día, era imposible localizarnos, sin importar incluso exámenes inminentes; otro detalle fue que el auto de Jill pe1manecía más o menos en el mismo lugar... a excepción del rato en que desaparecíamos, cuando Jill lo movía y lo estacionaba tras los grandes pirules, al fondo de los demás autos. Ir al laboratorio de física y averiguar lo ocun·ido con Ornar -la construcción del segundo láser, desaparecido- fue sólo cosa de horas, y aumentaron sus sospechas cuando descubrió que los cálculos de éste -sí, yo entre las estúpidas. lo había dejado en el archivo del lugareran muy distintos del primero, que él mismo nos ayudara a proyectar. Un detalle más, que lo puso a pensar: cuando diseñamos nuestra bomba, fue Manuel quien comprobó su factibilidad teóricamente, de manera que tenía razones para temer que tramábamos alguna cosa tremenda. Lo siguiente que notó fue la marca de su propio cuello ... y la de Nacho, de manera que fue con quien primero habló. En la primera oportunidad, constataron que eran demasiados los que llevaban la marca de Caín al cuello. Manuel se cercioró primero de afanarnos

A(gut10s rasgos, solamente...

con un problema estúpido en la computadora y durante ese rato, bien vigiladas por Nacho, asaltó el espantomóvil. Sabía que yo llevaba un diario de actividades; previendo una búsqueda de esa especie y pensando en "La carta robada" de Poe, estaba segura de que pasaría inadvertido entre mis propios exámenes de álgebra matricial. ¡Increíble! No había nada sospechoso en el auto esa tarde; los exámenes, el láser desarmado, con el aspecto de un artefacto roto y unas cuatro o cinco planillas, con cincuenta sellos cada una; no tenía muchas bases para creer la historia, una vez que la descifró, pero sí para temer que fuera cierta. No podíamos evitar la marca que dejaban los sellos; las horas que duraban pegados más la velocidad de ósmosis era lo que las producía. Los pegábamos siempre en el mismo sitio; una marca que no se mueve no da lugar a sospechas. Ese día, cuando subimos al espantomóvil para irnos a casa, nos encontramos a Nacho y Manuel adentro, junto con los sellos, el láser -ya armado- y la traducción hecha por Manuel. Éste comenzó a leerla y Nacho, disimuladamente, tomó el láser y lo apuntó en dirección a mí. -Así que esto se traían -lo interrumpió Nacho. Carola y Jill se veían espantadas. Supongo que yo estaba igual. -¡¡Trío de locas!! Nos han estado jodiendo hasta los huesos desde hace meses! -Bájale, Ignacito- lo calló Manuel-. Amy, Jill, Caro ... son geniales! No sé qué más decirles -soltó la carcajada-. ¡Y nosotros somos unos güeyes! Ya cállate, Nacho, no estamos aquí para quejarnos. -¿Entonces? -preguntó Jill, enojada-. ¿Con permiso de quién se meten a mi coche? -Con el mismo que usaron ustedes para bajamos los pantalones, güera -sacudió las hojas frente a mi cara-. Y vaya que se han aprovechado, pero se les acabó el chiste. ¿Te imaginas, Amycita, cómo se vería esta re!adón de víctimas publi105

lv!artha Elisa Camacho Alcázar

cada en el Fractal? -sentí escalofríos. -¿Quién va a creerte? Todos saben que hago cuentos! -Puede que al principio no lo crean. Pero se tomarán sus precauciones y chance algún vivo las sorprenda. -¿No creen que lo que han hecho es un abuso? -dijo Nacho. No pude evitar recordar su rostro dormido; y el sabor de su semen. -Todos tienen un precio, Manuel. ¿Qué carajo quieres? -su risa fue siniestra. -Simple, me darás una planilla de esos sellos. --Como quieras, sólo que no están preparados para actuar en una hembra. Sólo pueden funcionar en alguno de ustedes. Nosotras no necesitamos ese tipo de artilugios -esta vez, fueron Carola y Jilllas que rieron-. Además, ésa sí sería una violación ... -¡Amy! ¡Nada te detuvo! ¡No tuviste escrúpulos para hacérnoslo a todos nosotros! ¡Ni tus amigas! -¿En nombre de quiénes hablan, Nacho, Manuel? Es muy distinto a lo que le ocurre a una chica. Eso no va a destrozarles la vida ... -¿Sí? ¡Me gustaría ver la cara de tu grupo feminista cuando sepan la verdad! Diría yo, guapa, que eres incapaz, tú y tus amigas, de relacionarte de manera normal, que eres exactamente igual a un maldito violador de mujeres ... Como era un sermón parecido a los de Martha, lo dejé que terminara. Entonces, utilizó una treta sucia -Así que nadie dudará de ustedes, ¿eh? ¿Qué hay de sus novios? Efectivamente, ellos existían. -Puede sonar a cualquiera de mis propias historias, Manuel. Y he escrito peores. Ya te dije que no es una buena idea...

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A{gunos rasgos, solamente ...

Manuel pensó sólo un par de minutos. Aún tengo que reconocer que era inteligente -Bien, entonces tengo el precio perfecto, Amy. Harán exactamente lo mismo que ya hicieron, con la diferencia de que tanto Nacho como yo estaremos conscientes. No sólo eso. Estarán disponibles para nosotros siempre que así lo queramos, por lo menos por el tiempo que nos queda juntos en este lugar. -Eres un maldito hijo de tu perra madre, Manuel-intervino Carola por primera vez-. ¿Y si no? Él la miró, sonriente. Carola ignoraba que nuestra pequeña guerra civil estaba consignada en las matrices. ¡Esta manía santa de escribirlo todo! Él sabía exactamente quién era nuestro punto débil y con qué palabras precisas cedería. Yo también lo sabía. Lo detuve. -Déjalas en paz, no las comprometas a ellas. Tú ganas, diseñaré sellos para ustedes y podrán usar el láser -por supuesto, diseñar sellos para mujeres era algo imposible. -No es tan fácil. Las tres hicieron el estropicio y las tres lo pagarán o hablaremos con los padres de Carola y podrá despedirse de volar, de la escuela, de ustedes y hasta de la NASA, Amy. ¿Me explico bien? Hubiera querido golpearlo, desfigurarlo, abusar de él hasta verlo muerto. No podía comprometer el futuro de mis amigas y cómplices. ¿El mío propio? Era lo de menos. Siempre podría alegar que era sólo el tema de un cuento... y demostrarlo a continuación. Pero Carola realmente podría salir perdiendo, y el miedo orillarla a cometer alguna estupidez seria. Manuel ganó: tuvimos que detenerlo todo. Nos libramos del pago en cuanto dejamos a los muchachos en paz, pero Nacho conservó el láser y Ornar nos negó el acceso a Física. Destruí el resto de los sellos; guardé algunos como recuerdo o amuleto y cada quien se dedicó a continuar con su vida, como si nada hubiera pasado. Cada una creció por su lado; curiosamente, 107

Martha Elisa Camacho Alcázar

nos quedaron secuelas de esa vida oculta. Seguramente alguna de las dosis hormonales alcanzó a pasar y, a la larga, nos afectó. Primero le descubrieron la epilepsia a Carola, así que no pudo seguir volando y esto la aplastó; se dedicó a lo que originalmente estudiaba antes de llegar a la universidad. Era maestra de ballet en Bellas Artes; regresó a seguir entrenando a sus chiquillas. Después, se casó y logró un feliz matlimonio con Arturo, el hermano de Demián. Cuando se dio cuenta de que realmente yo publicaría la historia alguna vez, se molestó conmigo y jamás volvió a hablarme. ¿Nacho? Le dio por comer. Subió de peso y está convertido en un gordo repugnante; aún guarda el láser. Dirige, además, su propia empresa de cómputo. Manuel logró quedarse en astronomía y no vive en México; desapareció un buen día y dejó escrita la amenaza de que no lo siguiéramos o nos atuviéramos a las consecuencias. JiU tomó la trascendental decisión de cambiar su vida y asumió su homosexualidad; vive con una amiga suya que la pretendía desde la secundaria. Tienen una tienda de chismes robóticas y reparaciones; hace dos años le detectaron la epilepsia. Mi historia es otra, pero no vale la pena contarla: la enfermedad vive pegada a mí más de lo que quisiera. No sé por qué la desarrollamos, aunada a un total hastío de sexo, a una castidad tranquila y absoluta, la cual, al menos a mí, no me representa ningún problema. Mi esposo también es adicto a la castidad. El neurólogo dice que ésta produce histeria; la histeria, cuentos y los cuentos, endorfina cerebral, que al fin y al cabo es lo mismo que lográbamos con cada clímax. Ergo, no necesitas sexo. Y se acabó. Podía haber dicho: "Eran unas muchachas locas; usaron la ciencia y seso. Hicieron todo lo que querían hacer y se cogieron a todo el mundo gracias a sus maravillosas 108

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Algunos rasgos, solamente ...

armas científicas y a su brillante inteligencia. Fueron felices para siempre y, un día, la epilepsia que su genio produjo las mató repentinamente. Tan tan." Ahora, termino de transcribir esto para llevarlo al editor, quien, por cierto, posee una nariz sumamente interesante. Camino a la editorial, encuentro un pequeño sello en mi bolsa, con la misma tranquilidad con la que la bala reposa antes de ser disparada. Con la misma letalidad latente. No otra vez. "Nunca más", diría el cuervo. No, no creo que hayamos sido unas criminales, unas canijas, unas malditas cabronas. Eran sólo rasgos de cierta inocencia, de cierta inteligencia, aunados a algunos otros, de ninfomanía. Lo demás que pueda decirse es, ciertamente, una exageración.

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LAS PLUMAS DE BARTOLOMÉ Gabriela Rábago Palafox

-Entonces, el médico pasó su mano por las plumas de mi cabeza y me dijo: "Hijo mío, sólo maese Abraham, con su ciencia misteriosa, podría salvarte. ¡Búscale!" Yo, excelentísimo señor, tomé con mis padres el último almuerzo -bayas verdes y semillas áureas, ¿sabe usted?- y me puse en camino. Tres días con sus noches. Al atardecer, si llovía, me resguardaba bajo los árboles y allí --entre el rumor del aguaescuchaba las conversaciones de las avecicas. Lo entendía casi todo, más trabajo me costaba inmiscuirme en su plática: no lo hago del todo bien. Sin embargo. hubo cierta ocasión unas cuatro de la tarde pasadas por agua- en la que un petirrojo hembra, oyéndome charlar. le dijo a su consorte: "Hay que ver qué chico más guapo y más inteligente. No sé por qué, pero me recuerda al primo Gilberto. Tú sabes quién: ¡el que fue llevado al Palacio Real!" La idea de los suntuosos jardines del Palacio, con sus rejas enormes y sus cúpulas de cristal, con flores deliciosas y brillantes arbustos donde posarse, distrajo por momentos la atención del muchacho. Lanzó al espacio un suspiro-gorjeo y comentó -Amable la pajarita, al compararme con ese Gilberto; yo sólo les deseé que tuvieran buen día y me parece que mi entonación no era muy apropiada. -Has debido tener un viaje largo. ¿Cómo llegaste hasta aquí? -la voz de maese Abraham sonó como una buena campana de cobre: solemne y plañidera. 111

Gabrie!a Rtíbago Palafox

-Por lo que anduve y pregunté, sabio señor. A veces intenté volar, mas las plumas de mis hombros son escasas y cortas. En lugar de remontarme por los aires, di ridículos saltitos ... ¡oh!, menores que los de una rana. Y lo que es peor: en mi intento fui a dar con el pico --quiero decir, con la nariz-· en tierra. "¡Vaya!", dijo maese Abraham, el inefable. La púrpura de su traje se sacudió y exhaló un suave perfume delicioso. Sus ojos, grandes y lleuos de luz, observaban al extraño visitante. Como dos palomas largas, sus manos se buscaron: entrelazó los dedos y, finalmente, su sonrisa irradió paz en la atmósfera azulosa de la habitación. Con un levísimo carraspeo, el muchacho se aclaró la garganta; notó que el mago estaba dispuesto a seguir escuchando, de manera que continuó el relato: -Iba yo por la carretera, señor, gmjeaudo un poco de rato en rato (para distraer la pena de viajar tan solo), cuando de pronto, ¡ay, qué bendición de la sorpresa!, oigo un alegre tin· tineo de cascabeles, siento que el camino tiembla bajo mis pies, miro que una nubecilla de polvo se aproxima ... y me quito la gorra dispuesto a saludar, y lanzo un trino que va a estrellarse contra el pescante de la propia carreta que venía. Toda era cintas de colores y música, maese Abraham. Por las ventanas asomaban el rostro los hombres que decían versos, que contaban cosas muy tristes o muy graciosas. Había también algunas mujeres que no dejaban de reír, que abanicaban el aire con sus pestañas y tenían las mejillas del color del sol, cuando el ocaso. Una de ellas que me vio, extendió hacia mí unos dedos muy grandes, cubiertos de sortijas, y exclamó: "¡Ven! ¡Ven con nosotros!" "¿Quiénes sois, señora?Y perdonad mi atrevimiento", contesté. "Cómicos, actores que vamos a La Mancha, en pos de un tal Miguel de Cervantes. ¿Te gustaría venir? Te regalare112

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Las plullUlS de Barwlomé

mos un poema y tú nos darás las gracias haciendo una reverencia con ese sombrero singular que llevas en la cabeza." "¿Son... ? ¡Oh, no señora! Éstas son las plumas que me crecen en vez de cabellos. Tocadlas, si queréis, y sabréis que no os miento." La dama quiso hacerlo, noble señor, mas el cochero tenía prisa y la carreta se alejó. Cuando partía, la cómica y un actor de bigotes echaron medio cuerpo afuera del carruaje, para mirarme. "Querido -dijo ella-. Ve por él, tráemelo, cómpralo para mí, ¡te lo exijo! Le daremos ropa nueva y yo le besaré todas las noches." El coche, sin embargo, siguió adelante; se hizo tan pequeño como uno de mis ojos, se volvió silencioso y, sin que yo pudiera evitarlo, desapareció. Iba a suspirar el niño; mas, en lugar de suspiro, arrojó una nota redonda y pura, clmisima y vibrante, que se sostuvo por segundos en el aire, como una esferita de cristal: ¡dooo! Entonces, el Mago dio vuelta a uno de sus relojes de arena, compartió con el chico su fuentecilla de almendras garrapiñadas, y sentenció; -Hijo mío, los actores son gente infeliz, ¿lo sabías? O mejor: son marionetas que viven impulsadas por la fuerza que les da la comedia pues, cuando ésta termina, quedan exangües y mudos, como una capa colgada de una percha. Es peculiar su corazón, débil -demasiado débil para ser escuchado--, y quizás una noche cualquiera rinda su último latido sin que nadie (ni el propio moribundo) se dé cuenta. Sólo sentirá algo parecido al éxtasis de una lechuza cuando se queda dormída. Y después: la carencia de angustia, la misericordia. A veces, el corazón es muy amplio ¡y violento! Sus golpes son los de un incesante tambor de procesiones, son como el pánico preso en un nido de ratón, y un mal día estalla... ¡estalla, nada más, lo mismo que una manzana! Súbitamente, el mundo se teñirá de grana; y alguien cantará un réquiem por las calles, y acaso alguien llorará detrás de una cortina negra: los cómícos

LAs plumas de Bartolomé

Cabriela Rábago Palq(ox

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son gente infeliz. De haber ido tras ellos, habrías sufrido mucho y ninguno te hubiera comprendido. -Maese Abraham -se quejó el chiquillo, a punto de llorar-, sufrí de ausencia por las noches, cuando intentaba soñar tendido sobre mi costado: las alas comienzan a crecerme y me estorban un tanto, y me es imposible descansar sobre mí espalda. Así echado, vi pasar por el césped un gusano luminoso, azul cobalto, si no me engaño. Yo estaba hamb1iento, pero el bichuelo tenía expresión amistosa, Así que dudé entre comérmelo y dejarlo ir. Al fin decidí conversar con él. A veces, . • una plática sustanciosa mitiga el hambre y borra las preocupaciones, ¿no es cierto? ¡Era simpático el chiquito y nada ras• trero, como se pudiera pensar! Se subió a una piedra, me miró fijamente y exclamó: "Me he vuelto tan insignificante como un grano de polen, o las aves -para mi desgracia- han crecido al tamaño de un niño -aclaré-. Tengo diez años, me llaman Bartolomé y he vivido siempre no muy lejos de aquí, al otro lado del agua y las gaviotas." "¡Oh!", hizo la oruga incrédula, desconfiada, sagaz. Y trepando por mis zapatos, por mis piernas. llegó con cierta fatiga hasta mi hombro derecho. En él se detuvo y afirmó: "Sí, se podría decir que eres un chico, no obstante, conozco bien estas cosas", y con un gesto señalaba las plumas de mi cabeza. Señor, ¿son tan desagradables ... o tan extrañas las plumas de mi cabeza? Mi madre solía decilme que jamás las vio tan hermosas desde que, cuando era niña, por un descuido rompió un almohadón del abuelo y llovieron en la habitación núles de plumas tinísimas. De golondrinas y canarios y cardenales, decía mamá. Decía y, al acariciar las mías, sus ojos se anasaban de lágrimas. ¡Incomprensible! Mas refería yo que, a pesar de su temor, la oruga quedó convencida de la verdad, maese Abraham: le hice ver que. si fuera yo un volátil -como suponía-, estaría suspendido portentosamente entre la tierra 114

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y el cielo. ¡Eso!, detenido en el éter como un sueño de madrugada, y nunca recostado sobre el césped con los bolsillos llenos de chucherías y el estomago vacío. Le mostré mis manos y nús uñas, nús dientes, mi nariz, y le dije que las plumas de mi cabeza eran un accidente o algo por e1 estilo. "Ah, no. ¡No! A ti ha debido hechizarte una bruja", clamó muerta de miedo; temblaba su cuerpecito redondo y, como quien se deja caer a un sunúdero, se arrojó por encima de mi hombro y se fue gritando: "¡Adiós, Bartolomé! Que tus alas lleguen a ser tan adorables como serían las mías. Me marcho a tejer mi capullo. Adiós, adiós." A partir de aquel momento creí, maese Abraham, que tropezaría con la bruja... mas nunca, en ningún lugar... Los relojes del Mago cantaron la hora. El tiempo se desperezaba. El clima era de balsámica quietud. En un acuario transparente, varios peces iban y venían, inventando el océano. La tierra giraba, y en las antípodas una garganta desconocida se tragaba al sol. Los ojos de maese Abraham eran dos castañas en medio del invierno, y su voz era el aguacero de la mejor tarde, pasada a resguardo, tras Jos balcones: -Naturalmente, las brujas no dejan con facilidad su madriguera. -¿Ni para hechizar a un recién nacido, discreto señor? -Las brujas detestan el olor a leche tibia, el olor a mujer, que hay en los niños pequeños; jamás se les acercarían. Viven donde las zorras y los murciélagos, y la luz les provoca dolor en las cuencas de Jos ojos. -Entonces, señor, mis plumas ... -¡Son bellas, bellísimas! -se entusiasmó el sabio, enarcando las cejas, alzando los brazos-. La verdad sea dicha, dulce peregrino, todavía no comprendo por qué has venido a verme. -¡Oh, maese Abraham! --exclamó el chico, y a su voz de 115

Gabriela Rábago Palafox

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asombro siguió un lamento gorjeado, roto por la emoción. corazón latía como una luciérnaga prisionera en un vaSO'.> cuando dijo-: ¡Tuiiit, gentilísimo señor! Mi problema es no puedo continuar viviendo así. Deambular entre la gente es imposible: todos a una me señalan y ríen, el menos cuJrloc, so me vuelve la espalda y encoge los hombros. Y ¿qué pasa~,·•··· ría, mi señor, si llegase a caer en manos de un patrón de co? ¡Ay, exhibirían mi plumero como la cosa más dü;pBtraltada de la Naturaleza! Y yo me moriría de una pena larga y (más larga y más fría que el río de mi pueblo, maese "'u"a-.•· .· harn). Por otra parte, los pájaros tampoco me reciben cumu' tj.)i un hermano ... y yo sueño con dormir en la copa de un rotne, • un olivo, un naranjo, aspirando el olor de sus hojas y ciendo el mundo verde y negro de sus ramas. Aparte de lo cho (priiit), mágico señor (priiit), no tengo problemas. Si apuráis, soy feliz. Mi cerebro está repleto de cosas . btunúl
Las plumas de Bartolomé

trechado: su abrazo sería de la misma materia que el sueño, que el olvido pelfecto; en sus brazos el tiempo se haría de goma, y la angustia desaparecería corno una gota de sangre en el mar. Bartolomé recogió el hilo de su historia y el Mago lo atendió: -Cuando la oruga se fue, me quedé solo. Sin compañía, claro, pero también sin ruido alguno: los sonidos se habían marchado fuera de la Tierra o se habían sepultado en la profundidad de sus entrañas. Tal corno os lo refiero, maese Abraharn, nada más que el silencio llegaba a mis orejas. En seguida, corno una lluvia inesperada, una lluvia matinal en primavera, se sintió el miedo; las hojas de los árboles se pusieron todas a temblar, mis plumas se erizaron y mi pobre corazón golpeaba tan fuerte que temí se saliera por mis pulsos. -¿Miedo de quién~ -interrogó el sabio. Bartolomé tragó saliva dos de tres veces, antes de contestar: -¡Del señor Malafortuna, maese Abraham! El mismo silencio que había habido en los hechos del relato, se colaba entonces por el aire de la casa. En el mundo exterior la oscuridad se frotaba contra los seres, igual que un felino vasto y sigiloso. Las estrellas propagaban sus cintileos y se iban por la nada redonda y negra. Bartolorné lo dijo todo. Con más o menos desorden y con cierta aflicción de verse en el caso de recordar; pero, en fin, ante la seguridad que le brindaba la presencia del Hombre Bueno, lo dijo todo ... Malafortuna era una aparición de esas que flotan entre los árboles que cercan los pantanos y que se estiran sin poderse evadir, porque tienen los pies atrapados en el fondo espeso de las aguas. Iba vestido de telaraña y de su cuello pendía uncencerro que avisaba su proximidad. Era tal vez un leproso a punto de morir, con todos los años bíblicos pendientes de su espalda. Tras el silencio que le precedía, uno escuchaba el ru117

LAs plumas de Bartolomé

Gabriela Rábago

mor de aquella esquila; el rumor cobraba importancia, amneJ!f" taba, alcanzaba el pabellón de las orejas e iba a dar al cerebro, llenándolo de espanto. -Próximos a donde yo me encontraba había unos cerezos que, al acercarse Malafortuna, dejaban caer sus hermosos frutos, completamente secos y descoloridos. Nada tan lógico, pues las flores más lozanas se narchitan cuando pasa el tío Malafortuna; los retoños que iban a nacer no nacen, ¡la vida ,,,CX!V' , entera se estremece, se hiela o se detiene' Y yo, en aquel momento, sufría lo que nunca había sufrido a lo largo de mis días. No podía moverme, así que allí estábamos los dos, matr se Abraham: él, cerrándome el camino y mirándome horriblemente (aunque ahora me pregunto sí de verdad podría mirarme: sus ojos son dos precipicios que le muestran a uno lascosas más amargas y tristes que pueden existir, son el alma de Malafortuna esas cavidades sin límite). ¡Oooh! Malafortuna exhala un penetrante olor a vinagre, su pellejo es amarillo y vetusto como parche de un tambor. Cuando habla, sus palabras viajan a la proa de un aliento frío y gris, muy semejante al que dejan escapar las puertas de los sótanos. ¡Y el timbre de su voz, maese Abraham! ¡Qué destemplado y agudo chirrido, es el canto fúnebre de una rana sacrificada! "¿A dónde vas?", me dijo. Y yo, sin mentir, contesté que en pos de maese Abraham, el infatigable. "¡Aaagh!", rugió Malafortuna, igual que un reseco monstruo antiguo que hubiera sido herido en la mitad del pecho. "Aaag", repitió; sacudió la cabeza según la cadencia de las serpientes y gritó que vos, vuestra persona, vuestra bondad y vuestra ciencia eran patrañas, invenciones estúpidas, sombras sin sentido, basura, equivocación, ¡papilla de moluscos putrefactos, maese Abraham! "¡Vuelvete por donde has venido! -me exigió-. No hay

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remedio para ti, desdichada criatura. ¡Que la tierra se abra para recibirte! Eres deforme y bobo, como todos los inocentes que sueñan con alcanzar los parajes donde habita maese Abraham. el invisible diría yo. Óyeme un consejo: vente conmigo y te prometo ... te prometo librarte de ese inmundo plumaje que te envolverá completamente dentro de poco tiempo." "¿Ser feliz? --dije-. ¡Ay, me temo que no. si no puedo ver al Mago!"

Mientras yo hablaba, el señor Malafortuna se ponía verde como una rama de apio. "¡Te quitaré estas cosas!", insistió, y me arrancó una de mis mejores plumas. "Pero yo deseo volar", le expliqué, lastimado del nimo y de la cabeza. "¿Volar? Vuelan las aves y tú eres un niño; tonto. es cierto. mas niño al cabo." "Me gustaría cruzar el espacio valiéndome de mis alas y, de pronto, suspendido muy cerca de las nubes, mirar allá abajo -pequeñitos y rodeados por el mar y las montañas- otros pueblos, tal vez gente distinta, quizá más niños pájaros, o ... o ..." "¡O nada, recuemo! ¡Tú no vuelas!" Dicho esto, se puso del color que tienen los reptiles del desierto y con los brazos procuraba remedar el movimiento de unas alas. sólo que parecía un murciélago atrapado en un círculo de luz. Como se agitaba con tanta violencia, perdió el equilibrio y cayó cuan largo y desagradable era; en torno de él se levantó una nubecilla de polvo que al contacto de Malafortuna se volvió más negra que el hollín. Perdonadme, gentilísimo señor, pero, al ver a Malafortuna pataleando en el suelo, no pude contener la risa. Él, entonces. me lanzó los insultos más afilados que había en su bocaza; de pura indignación le castañeteaban los huesos. y las lágrimas corrían por sus mejillas. "Tu risa me destroza, chiquillo impettinente", decía entre sollozos. Y yo reía más y más, como si fuera mi primera Nochebuena o el regreso de un viaje muy largo, maese Abraham. 119

Gabrieln



-Entiendo. -Pasé por encima de Malafortuna, igual que si cruzara una breve cordillera, y continué adelante. La luna había hecho en el espacio un gran agujero que chorreaba luz de nieve blancoamarillenta; en su tumo brillaban los luceros, semejantes a arenas diminutas y, bajo ella, en cualquier lugar, en todas partes, los hombres jugaban a eternizar sus secretos. Cuando tuve que cruzar el arroyo que aísla vuestra morada, sentí frío, buen señor. Fue como si mordiera un puñado de menta húmeda. Mas luego me sentí tan tranquilo y alegre, tan sin angustias ya ... -Es natural -dijo maese Abraham, con una sonrisa que prolongó lo suficiente para que el niño sonriera también. -He terminado, señor. ¡,Y ahora ... ? -preguntó Bartolomé con voz encogida por la incertidumbre. -Ahora dejarás de pensar en los accidentes de tu vi~e. Olvida a Malafortuna; conozco a muchos como él, sé que sus corazones están hinchados de envidia y desamor, y no vale la pena que nadie sufra recordándolos. No recuerdes más a los cómicos, ni a tu pueblo de gaviotas; pero, sobre todo, desecha la pesadumbre. -Eres pequeño, eres noble y, en justicia, deberías ser fe· liz. Querido Bartolomé -siguió el Mago, acariciando las plumas que crecían en la cabeza del chico y, mientras hablaba, nuevas plumas emergían, rompiendo la piel en busca de aire y llenandolo de tímidas explosiones: ¡pop!, ¡pum!, ¡pooop!-, desde luego no has sido tú el primer niño-pájaro que acude a buscarme y, por supuesto, tampoco serás el último. -Y los que vinieron antes, ¿qué fue de ellos? -Disfrutan de la vida en un hogar próximo, donde la gente los quiere mucho y se deleita admirando sus plumajes. A veces pasan por aquí y charlamos, reímos, tomamos golosi120

Las plumas de Bartolomé

nas, intercambiamos historias, repasamos cuentos antiguos y recomponemos los finales que son francamente desagradables. Después, casi siempre cuando cae la tarde, si lo desean se marchan, extendiendo orgullosamente sus alas. El batir de unas alas es parte imprescindible del crepúsculo, ¿lo sabías? Estos niños gustan de volar en grupo y suelen avanzar por los aires creando bellísimas formaciones, de modo que, al cruzar con el viento los caseríos lejanos, sus pobladores se figuran que son una parvada de aves que emigran, se conmueven entonces y llegan a imaginar que el invierno se acerca. La existencia se ha vuelto encantadora para tus compañeros, amigo mío. ¡Pum! ¡Pop! ¡Pop-pum!, fue la respuesta de Bartolomé. Al nacer, sus plumas estallaban como las luces de un fuego de artificio. -Vendrán por ti, si te parece -dijo el Sabio, adivinando los pensamientos de su huésped y, en tanto daba contestación a las ingenuas preguntas de Bartolomé, miles de plumas suaves, ligeras, animadas por una especie de escalofrío semejante al que sacude el "diente de león" cuando sopla la brisa, envolvieron como una capa el cuerpo tibio del niño.

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Epílogo Pasó el tiempo. Pasó tanto tiempo que la gente se llegó a preguntar si se agotarían para siempre las reservas mundiales de tiempo. Había pasado tanto tiempo, que los niños que iban a la escuela cuando Bartolomé aprendía a escribir, eran ya muchachos con voces profundas, con ojeras, cicatrices y bigotes. Y, sin embargo, visto desde la carretera que lo separaba del mar 121

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Gabriela Rábago Paliifox

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y de la playa, el pueblo seguía siendo el mismo, casi el mismo. Los padres de Bartolomé -los ancianos cubiertos de nieve o de ceniza- alguna vez recuerdan a su hijo; pero el hacerlo los entristece, les pone en la garganta un extraño sabor de nostalgia, así que prefieren dejar que su mente vague muy lejos de aquellas imágenes. Bartolomé jamás volvió a su pueblo; sus padres, los vecinos, el médico y el director de la escuela creyeron que había muerto. Durante algunos años, la madre puso un ramillete de flores frente al retrato niño de Bartolomé ... y un día olvidó la costumbre. Olvidó además otras cosas importantes, pues comenzaba a envejecer, y envejeció demasiado. La vejez tocó su espalda y las uñas de sus pies, nubló sus ojos y debilitó sus cabellos. Y la madre de Bartolomé llegó a ser tan vieja, requetevieja, viejísima, que no pudo ver más las formaciones de las aves cuando cruzaban el firmamento.

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ARTEMISA Citlali Velázquez

I

Recuerdos ficticios Me gustan las memorias que no nos pertenecen. A veces son intrusos, pero es cierto también que es posible raptar las biografías de quienes ya no están para reclamarlas. Basta una caja de música con el sonido de San Petersburgo, una bailarina a punto de quebrarse y a lo lejos la sombra de dos matrushkas. Basta una fotografía de 1904, y una carta que nunca se envió: "Sergei, te espero en el fondo de mi habitación. La calle pasa de largo y se confunde con la nieve. Vuelve pronto. Besos, Natalia." Hasta el polvo ayuda a mirar los restos del olvido.

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Artemisa

Citlali Velázquez

Me pregunto: ¿Cuántas velas miró arder hasta extinguirse aquel candelabro? El que permanece oculto junto a varios libros de gramática francesa del siglo XVIII.

No junto cachanos como mi madre dice y no pretendo convertirme en historiadora. Sugiero que los recuerdos sean en realidad una especie de mitología u otra forma de poetizar.

Los recuerdos son espíritus extraviados. Quizá un diccionario de lo ficticio -que sin embargo no se escribe-; pero nunca es mentira. Todo es cierto, cuando es recuerdo.

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Tengo una radio de 1943. Un hermoso mueble de madera pequeño que contiene todas sus piezas. Aún funciona. Allí sintonizo señales que nadie más escucha:

Golpeteo de almas.

las voces de los tiranos de entonces. ... luego estática. Los de la victoria. ¡Aliadooos! ¡Aliadooos!, de repente ...

Ayer plagiamos el silencio, dos gotas de alquitrán, un espejo y el ruido muerto de una hoja al caer.

Dos aviones bimotor que se estrellan en medio de una lucha frenética; un bombardero aferrándose al heroísmo. Y una sirena alertando ...

¿Cuántas veces te he olvidado desde entonces?

Soy una coleccionista de recuerdos que no son mios.

Ayer subimos los rayos del tiempo y escalamos los andamios del aire.

III

¿Y cuántas veces el olvido es la parodia de un instante?

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Artemisa

Citlali Vélázquez

Consolamos el cielo con la ausencia mutua en un golpeteo de almas. Ayer entendimos bien que no hay nada mejor que nosotros para ilustrar las trampas de una biografía trunca.

Artemisa de ojos grandes -tan enormes que se tragan la ciudadseca su ropa con la puesta del sol. Luego espera en siluetas de humo junto a un gato en la azotea y un arcoiris incendiado.

IV Artemisa. Artemisa quema su ropa en un incendio de agua. Ella en el inframundo del jabón se eleva hasta la azotea y bebe la paz de un tendedero. la tarde crece su ropa resucita

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LAS AUTORAS

Martha Elisa Camacho Alcázar ("Algunos rasgos")

Nació el 26 de octubre de 1963, en un lugar de Michoacán llamado Tzacapu, perdido en la sierra tras el lago de Pátzcuaro. Fue una niña mentirosa que aprendió a leer sola a los cinco años. Pasó la mayor parte de su niñez emigrando a distintos lugares de México, debido al trabajo de sus padres, él ingeniero químico y doctor en física, y ella pintora. Llegó a asentarse en la ciudad de México y, ya recién casada, escribió el cuento que le dio el Premio Nacional Efraín Huerta 1988, "Cuento primero de vampiros" . Sus cuentos han sido publicados en la revista Asimov y en varias antologías.

Elisa Carlos ("Una lanza para una dama")

Antes de que fuera lanzado el primer Sputnik, Elisa alegraba ya con su encanto a los San Luis Potosinos. La física le importaba un rábano, pero qué puede uno esperar de una adolescente enamorada de un físico. Así que, como "el corazón de un hombre se conquista por medio de los neutrinos", estudió física y se casó con el físico. Pero la literatura la acechó clandestinamente y, como furtivo amante en un juego prohibido, la sedujo. Acaba de abandonar la represión de los Jerónimos, donde daba clases de Cálculo, para recorrer junto con su única hija los parques donde los pinos son aromáticos cuando la lluvia los transforma en personajes vivos.

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Silvia Castillejos ("Mañana se acaba el mundo") Lo que el Ulises de Homero representó para Joyce, Silvia quiso que fuera en ella una versión freudiana de La Sonora Santanera. Y ése fue su primer libro. Pero, para asombro suyo, Jos seguidores de Leopold Bloom sienten poco entusiasmo por las cabareteras que bajo las luces de Nueva York navegan sobre los flujos de conciencia en un barco de vela. Así que, ¿qué es Jo que pasó... ? Pues que fracasó. Pero engañó a todos los lectores de la revista Mariclaire, pues Jos conmovió hablándoles de la soledad de su decrepitud. Cuando éstos esperaban a una dulce ancianita para darle su premio de cuento, se apareció la desparpajada chica con su gorra azul. Nunca se imaginaron que la sensibilidad pudiera darse por poder. "Mañana se acaba el mundo" ocupó el segundo Jugar del premio nacional Kalpa de ciencia ficción.

Ha sido incluida en las antologías Vampiros, Cuentos compactos-Rock, Literatura fantástica, El hombre, En las dos puertas, Tributo a Philip K. Dick. Becaria del Fondo· Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla 1990-2000. Novela: Ángeles sobre cenizas. Es parte del equipo de trabajo para la Enciclopedia en línea de ciencia ficción mexicana, junto con José Luis Ramfrez y Miguel Ángel Fernández. Si alguna vez aparece un hermosísimo ángel negro sentado sobre el tinaco de tu casa, antes que alarmarte, agradéceselo a la niebla, pues es Libia Brenda azucarando las azoteas de la gran ciudad. (http://www.ciencia-ficción.com.mx).

Silvia conduce seminarios de creación literaria en su nativa Texcoco y ha escrito, entre otras cosas, para la televisión. Rosa María Elzaurdia ("Transmutaciones")

Libia Brenda Castro ("Sueña otros sueños")

Vive en Cancún. Ha publicado en la revista Esta Cosa. A pesar de la posible interpretación que se le pudiera dar a su cuento, Rosa María afirma ser partidaria de los pensamientos optimistas en la literatura.

Nació en Puebla en 1974. Estudió lingüística y letras hispánicas en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado cuentos en múltiples revistas: La langosta se ha posado, Sub, Fractal, Azoth, Asimov, A quien corresponda.

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María Luisa Erreguerena ("Similitudes")

Aparentemente nació en México. Hace más de treinta y menos de cuarenta. En la escuela le decían Merlina, por analogía con la niña de los Locos Adams. La corrieron de la pri· maria porque, aunque se aprendía todos los textos de memoria, no los entendía. Esto, sin embargo, no fue impedimento para que obtuviera un trabajo en la universidad, barriendo pasillos. Un día, al abrir una puerta secreta, se encontró un pegaso sobre el cual salió por una ventana. Llegó al reino de las hadas y los duendes, donde los niños la esperaban. Para ellos ha escrito más de diez libros de cuentos y una pastorela.

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Con "Feliz advenimiento", obtuvo el Premio Nacional de Ciencia Ficción Puebla 1992.

Lorena Hernández ("Clases de pantomima para mariposas")

Es norteña y enigmática. Ha publicado en la revista Umbrales.

Precursores es su novela de ciencia ficción (México, ASBE, 1995).

La narración que aquí presentamos es autobiográfica. Con la aclaración de que ella no es el teiTícola sino quien iba en la nave.

Oiga Fresnillo ("Feliz advenimiento")

Vive con su esposo en la Ciudad de Reynosa, Tamaulipas. Acostumbra flotar de la estufa al fregadero y del fregadero a la estufa, de ida y vuelta, y así se mantiene durante horas para tratar de negar la mundanidad cotidiana de su vida. Ha publicado cuentos en la revistas Umbrales y Ciencia y desarrollo, entre otras. 136

Blanca Martínez ("El cabal/e ro de la noche")

Antropóloga procedente del hermano país de Cataluña, del tiempo aquel en que aún san Francisco Franco hacía milagros. Publicó un cuento en la legendaria revista Nueva Dimensión, dirigida por Domingo Santos. Una tarde, a su casa le dio por nadar. A fuerza de mirar las olas, confundió el Mediterráneo con el Atlántico, las columnas que sostenía Hércules dejaron fluir a la vieja mansión, y Blanca amaneció en la Ciudad de México sin saber ni siquiera cómo una persona de mar podía despertar tierra adentro. Aquí clonó su imaginación con genes de vampiros, de donde salieron varios seres mitológicos que han poblado sus libros de cuentos y novelas. Según me parece, de todos los cuentos de la presente antología, éste es el más femenino. 137

Gabriela Rábago Palafox Nació en San Pedro de los Pinos, en una casa embrujada que ya no existe. Conoció la ópera antes que la literatura; ambas la cautivaron desde niña. En 1977, ganó el Premio Nacional de Cuentos Para Niños "Juan de la Cabada" con el libro Relatos de la Ciudad sin Due1io. Escribió la novela Todo ángel es terrible, como becaria del Centro Mexicano de Escritores, año 1980. Al siguiente -por razones amorosas y apego al sol-, rechazó la beca del Intemational Writing Program de la Universidad de Iowa. Fue la primera mujer en ganar el Concurso Nacional de Ciencia Ficción Puebla, en 1988. Afirmaba que su mayor dicha era tener como directora espiritual a la heredera de un antiguo linaje hindú. Murió junto con el milenio.

Se encogió y volvió a ser niña cuando leyó a Tolkien. Ha publicado en la revista Umbrales y ganó un concurso de cuento en prepa.

Mercedes Sánchez Urrutia ("Querido Santa") Nació en la Ciudad de México en 1970. Estudió pedagogía en la Universidad Panamericana y arte dramático en la Escuela Rusa de Actuación. Sus cuentos han aparecido en antologías como Apocalipsis, de la editorial Times, y en la Gaceta de la UNAM. Como actriz, ha participado en La importancia de llamarse Emesto, de Osear Wilde, Los justos, de Albert Camus, y Don Juan Tenorio, de Zorrilla, entre otras.

Ana María Rock ("El maletín") Nació en México DF. Debido a que es mujer, no tiene edad, pero es probable que haya despertado en el temblor que tiró al ángel en el '57. Médica veterinaria por la UNAM, le gustan los perros y los gatos, y vende alimento para animales.

Como cantante de ópera, ha tenido un destacadísimo papel de prima donna en la Traviata, de Verdi. Además, es paramédico. Su autor favorito es Lovecraft. Es soltera y va por el pan a las 7.30 a la panadería del Globo en la Colonia del Valle.

Dice que llegó a la Luna con Julio Veme y a Marte con Bradbury. Benedetti se hubiera casado con ella de no haberse casado con otra.

•,.... _ _ _ 139

Tiene una hija maravillosa .

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Citalli Velásquez ("Artemisa")

In dice

Nació en la ciudad de México hace más de veinte años y menos de treinta. Me consta que le gustan los licuados de guanábana. Estudió filosofía en la UNAM. Actualmente se encuentra esperando una puesta de sol en su azotea.

Prólogo Diferencias entre ciencia ficción, fantasía y realismo ....... 7 La ciencia ficción y la fantasía mexicanas ............... 9

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La mujer en la ciencia ficción ....................... 14

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¿Cómo ha sido vista? ............................ 14 . . . ' ............................... . 15 Su partic1pacwn

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La presente antología .............................. 16

Ginecoides (Héctor Chavarría) ....................... 18

l. Clases de pantomima para mariposas .............. 21 Lorena Hernández

2. Una lanza para una dama ..................... 23 Elisa Carlos 3. Feliz advenimiento ........................... 31 Oiga Fresnillo 4. Mañana se acaba el mundo .................... 45 Silvia Castillejos

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5. Similitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 María Luisa Erreguerena

6. Sueña otros sueños. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Libia Brenda Castro 7. El maletín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 Ana María Rock 8. El caballero de la noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 Blanca Martínez 9. Querido Santa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 Mercedes Sánchez Urrutia 10. Transmutaciones ........................... 91 Rosa María Elzaurdia 11. Algunos rasgos, solamente... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Martha Elisa Camacho Alcázar 12. Las plumas de Bartolomé ....................... 111 Gabriela Rábago Palafox

13. Artemisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 Citlali Velázquez Las autoras .................................. 131

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Se terminó de imprimir en el mes de enero de 2003

en el Establecimiento Gráfico LIBRIS S. R. L. MENDOZA 1523 • (B !824FJI) LANÚS OESTE BUENOS AIRES • REPÚBLICA ARGENTINA

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