Heydecker Joe Y Leeb Johannes - El Proceso De Nuremberg

  • Uploaded by: Jared Melendez
  • 0
  • 0
  • January 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Heydecker Joe Y Leeb Johannes - El Proceso De Nuremberg as PDF for free.

More details

  • Words: 205,854
  • Pages: 569
Loading documents preview...
EL PROCESO DE NUREMBERG JOE J. HEYDECKER Y JOHANNES LEEB Título original: DER NURNBERGER PROZESS

Versión española de: Santiago Tamurejo 1.ª edición en Libro Amigo: diciembre, 1965 2.ª edición en Libro Amigo: octubre, 1966 3.ª edición en Libro Amigo: julio, 1967 Printed in Spain - Impreso en España

CONTENIDO PRÓLOGO LA GRAN BATIDA 1. ¿Puede ser fusilado Adolfo Hitler? 2. Wilhelm Frick. Hans Fritzsche. Josef Goebbels 3. El mariscal del Reich, Hermann Goering 4. El gran almirante Doenitz se hace cargo del Gobierno 5. Rendición incondicional 6. Se esfuman todas las ilusiones. Keitel, Jodl y Speer 7. El vicecanciller von Papen. Frank intenta suicidarse 8. Schacht, Neurath, Kaltenbrunner, Seyss, Krupp y Sauckel 9. Robert Ley, Alfred Rosenberg y Julius Streicher 10. El fin del Reichsführer-SS, Heinrich Himmler 11. Ribbentrop, Schirach y Raeder 12. Rudolf Hess emprende el vuelo a Escocia EL CAMINO A NUREMBERG 1. En algún lugar de Europa... 2. Hasta el más lejano escondrijo del mundo... 3. El brindis de José Stalin. Winston Churchill objeta 4. Napoleón y Robert H. Jackson 5. En las celdas de Nuremberg 6. Escapan a la acción de la justicia Ley, Krupp y Bormann

PODER Y LOCURA 1. Empieza el proceso 2. Hitler en el poder 3. La siembra sangrienta 4. Viena, 25 de julio de 1934 5. Hitler descubre sus planes 6. Los no dispuestos a colaborar, deben desaparecer 7. El Anschluss 8. La paz de nuestros tiempos 9. La noche de cristal 10. La guerra de España LA GUERRA 1. Stalin y los caníbales 2. La última esperanza 3. Las cuatro horas cuarenta y cinco minutos 4. El aborto del infierno 5. León Marino, el principio del fin 6. Operación Barbarroja EN LA RETAGUARDIA 1. El programa del diablo 2. El lugarteniente de Hitler 3. El honor de los soldados 4. La matanza de Katyn

5. La técnica de la despoblación 6. La exterminación de los judíos 7. El fin del ghetto de Varsovia EL ÚLTIMO CAPÍTULO 1. Últimas palabras, y Fallo 2. Morir en la horca 3. Spandau, y después PARTE DOCUMENTAL CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ ESCRITO DE ACUSACIÓN ANEXO A ANEXO B VEREDICTO CONSPIRACIÓN Y CRÍMENES CONTRA LA PAZ VIOLACIÓN DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES LA LEGALIDAD DEL ESTATUTO CRÍMENES DE GUERRA Y CONTRA LA HUMANIDAD ASESINATOS Y MALOS TRATOS A PRISIONEROS ASESINATOS Y MALOS TRATOS A LA POBLACIÓN CIVIL EXPLOTACIÓN DE BIENES PÚBLICOS Y PRIVADOS LA POLÍTICA DE LOS TRABAJOS FORZADOS LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS

LAS ORGANIZACIONES ACUSADAS RESPONSABILIDAD O INOCENCIA DE LOS ACUSADOS OPINIÓN DIVERGENTE DEL JUEZ SOVIÉTICO SENTENCIA

PRÓLOGO Queremos hacer patente que no tenemos la intención de inculpar al pueblo alemán. Si la amplia masa del pueblo alemán hubiera aceptado voluntariamente el programa del Partido nacionalsocialista, no habrían sido necesarias las SA ni los campos de concentración ni la Gestapo. Estas palabras fueron pronunciadas por el fiscal general americano, Robert H. Jackson, cuando, en 1945, fue abierto el proceso ante el Tribunal Militar Internacional en Nuremberg. Los autores están plenamente de acuerdo con él en este punto. Este libro es un intento para hacer asequible el material del proceso de Nuremberg en conjunto y en detalle, en una forma comprensible, a la opinión pública mundial. Solamente los sumarios del proceso comprenden cuarenta y dos tomos, y hay que añadir docenas de miles de manuscritos y páginas impresas de otros expedientes que no habían sido escritos todavía durante las sesiones o que no estaban a disposición del tribunal, pero que ahora han de ser tenidos en cuenta si queremos presentar todo lo acontecido de un modo objetivo. Los autores han procurado en todo momento hacer comprensibles al lector los sucesos de aquella época, sobre todo para la juventud que no los vivió, y explicar también lo ocurrido antes del proceso, una historia que, hasta la fecha, apenas ha sido dada a la publicidad en Alemania. Por otro lado, los autores han decidido y se han visto obligados a adoptar esta decisión, ignorar muchos aspectos de la situación. Por ejemplo, el voluminoso complejo de las «organizaciones inculpadas», Gobierno del Reich, Cuerpo de los jefes políticos, SS, SD, Gestapo, SA, Estado Mayor general y Mando supremo de la Wehrsmacht. Lo cierto es que los crímenes de que eran acusadas las organizaciones se manifiestan también en otras partes del proceso, así como en las sentencias en la parte documental de este libro, por cuyo motivo los autores no se reprochan esta omisión. Han omitido también de un modo consciente todo aquello que hace referencia a la problemática jurídica y de derecho internacional del proceso y sus fundamentos. Desgraciadamente, figuran en este apartado los interesantes, pero extensos, discursos de la acusación y de defensa. Casi toda la literatura publicada hasta la fecha sobre el proceso de Nuremberg hace referencia única y exclusivamente a su aspecto jurídico, de modo que el lector interesado por este aspecto hallará allí suficiente material crítico. Lo que llama grandemente la atención es el hecho de que la mencionada

literatura ignore casi de un modo completo el verdadero contenido del proceso. Por este motivo se dijeron los autores que con esta obra llenarían un vacío considerable. Es la primera vez que, a su juicio, se lleva a cabo este propósito y se explica el proceso tomando como base los documentos, las declaraciones de los testigos, los sumarios y la cronología histórica. Que otros autores no lo hayan hecho así hasta la fecha tiene sus razones muy profundas. El proceso de Nuremberg aparece en el consciente o inconsciente del pueblo alemán como una imagen poco clara, nebulosa, muy molesta en el fondo. En vez de contribuir a aclarar muchas cosas, ha sido arrumbado a un lado conjuntamente con aquel pasado tan desagradable de recordar. No cabe la menor duda de que han contribuido poderosamente a ello las circunstancias externas. En la época del proceso había en Alemania una gran escasez de papel. Los periódicos aparecían sólo dos veces a la semana y, por lo general, constaban únicamente de cuatro páginas. Por consiguiente, la información de lo que sucedía en Nuremberg hubo de quedar limitada a un espacio muy reducido y el resultado fue unas noticias frías y escuetas. Y, desde luego, incompletas. Además, las informaciones periodísticas estaban aquellos días dominadas por un profundo resentimiento general y había que ajustarse forzosamente, a pesar de las autorizaciones concedidas a la Prensa alemana libre, a las directrices emanadas del Gobierno militar. Publicaciones posteriores han caído en el extremo opuesto, en un intento de librar de toda culpa a los acusados, desacreditar en lo posible el proceso en sí y hacer caso omiso de las pruebas que fueron presentadas durante las sesiones. Las voluminosas memorias que se han publicado estos últimos años tienden, por razones muy comprensibles, a caer en los mismos errores. No es de extrañar, pues, que desde este punto de vista, todo el complejo se hundiera antes de tiempo. Corresponde al Süddeutscher Verlag, a la Münchner Ilustrierte y a su redactor jefe, Jochen Willke, el mérito de haber accedido a las proposiciones del autor y haber contribuido a acabar, de una vez para siempre, con este tabú llamado «Proceso de Nuremberg». Confesemos sinceramente que todos los interesados experimentaron, cuando fueron dadas a la publicidad las primeras notas en octubre de 1957, un íntimo temor por la posible reacción de la opinión pública alemana ante esta «delicada intervención», pero el éxito obtenido y el interés demostrado por todos ha confirmado plenamente lo que se había previsto: la verdad clara y objetiva abre todas las puertas. ¡La verdad clara y objetiva!... Los autores no se han dejado llevar un solo momento por la fantasía ni por sus sospechas y de un modo riguroso han dejado a un lado todo lo novelesco. Todos los datos son históricos, incluso las manifestaciones y las reacciones de los personajes han sido confirmadas por testigos oculares, y todos los detalles han sido comprobados, incluso las palabras pronunciadas por unos y otros. Para lograr esta exactitud y esta fidelidad documental, los autores, además del profundo estudio de los sumarios y de toda la literatura que hace referencia a los mismos, han realizado muchos viajes por el país y el extranjero para visitar

y consultar las fuentes y los archivos más lejanos, han entrevistado a todos los que actuaron en el proceso: abogados, testigos y funcionarios del tribunal y de la cárcel. Y así han recogido detalles, han escuchado viejas cintas magnetofónicas con las voces que se oyeron durante el proceso y han descubierto unos expedientes que no habían sido dados a la publicidad. Uno de los autores, Heydecker, ha hecho uso de sus propias experiencias y de su conocimiento del ambiente, ya que en los diez meses que duró el proceso trabajó como periodista y comentarista de la radio en la sala del tribunal. La presente edición ha sido revisada a fondo. En parte ha sido condensada, pero en parte ha sido considerablemente ampliada, después de examinar las reacciones y las sugerencias de los lectores, que en algunos casos han sido tomadas en consideración y agradecidas por los autores. Los autores están plenamente convencidos de que han hecho todo lo humanamente posible para exponer los hechos de un modo desapasionado. Es su deseo que al final del libro, cuando se da cuenta de la sentencia, los lectores emitan su juicio. El proceso ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg pertenece ya a la historia. Sin embargo, sigue vivo en el presente y en el futuro. Las ideas que en 1945 sugería el proceso se desprenden de las propias palabras que, en el mencionado discurso de apertura del juicio, pronunció el fiscal general Jackson: —La civilización moderna ofrece a la humanidad medios incalculables de destrucción... Buscar refugio en una guerra, sea la guerra que sea, es querer salvarse por unos medios esencialmente criminales. La guerra es irremisiblemente una cadena de muertes, de abusos, de pérdidas de libertad y destrucción de bienes propios y ajenos... El sentido común exige que la justicia no se contente con castigar los delitos menores de que se hace culpable al hombre de la calle. La justicia ha de llegar hasta aquellos hombres que se arrogan un gran poder y que, basándose en el mismo y después de previa consulta entre ellos, provocan una desgracia que no deja inmune ningún hogar de este mundo... El último recurso para impedir que las guerras se repitan periódicamente y se hagan inevitables por ignorancia de las leyes internacionales, es hacer que los estadistas sean responsables ante estas leyes. Y levantando la voz añadió: —Permítanme que me exprese con claridad... Esta ley vamos a aplicarla aquí primeramente contra los agresores alemanes, pero establece ya, si ha de servir de alguna utilidad, una enérgica condenación de los ataques que puedan desencadenar otras naciones, sin excluir las que ahora se sientan aquí para juzgar. Estas esperanzas no se han visto cumplidas, como muchas otras que aquellos días estaban, al parecer, tan justificadas cuando la fundación de las

Naciones Unidas y los planes para un Gobierno mundial, le ha sido reprochado numerosas veces al proceso de Nuremberg y su intento de hacer prevalecer las leyes internacionales..., en contra de toda lógica y también de un modo injusto, y esta es la opinión de los autores, a pesar de Corea y de Indochina, de Suez, Hungría y África del Norte. Nuremberg no puede ser borrado ya de la historia del derecho y tampoco de la historia de la humanidad. Mientras los pueblos se esfuercen por asentar sus relaciones sobre el derecho y las leyes y renunciar a la mutua destrucción, el proceso, a pesar de todos los reveses y acontecimientos cotidianos, continuará en vigor. El profesor de derecho internacional alemán, doctor Hermann Jahrreiss, dijo en su discurso fundamental ante el Tribunal Militar Internacional: «Los reglamentos de este tribunal presuponen un Estado universal. Son revolucionarios. Tal vez entrañen la confianza y el deseo de los pueblos de un futuro mejor». Así sea. Para aquellos cuyos pensamientos no van dirigidos a un futuro lejano e incierto, que se preguntan por qué motivo renacen aquí los sombríos espíritus del pasado, reproducimos unas palabras de Jackson dirigidas al presente, a nuestra generación, a una Alemania humillada, cargada de vergüenza, difamada, desangrada y destruida: «En rigor, los alemanes, como todo el mundo, han de saldar cuentas con los acusados.»

LA GRAN BATIDA 1. ¿Puede ser fusilado Adolfo Hitler? Si un soldado británico se encontrara con Hitler, ¿debería fusilarlo o apresarlo vivo? Esta pregunta fue planteada el 28 de marzo de 1946 en la Cámara de los Comunes inglesa por el diputado laborista Ivor Thomas, de Keighley. Pocos minutos antes había anunciado el ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, que Adolfo Hitler era considerado el principal criminal de guerra por parte de los aliados. Figuraba al frente de una lista que había sido confeccionada por la Comisión de Criminales de Guerra, en Londres. —Esta decisión corresponde única y exclusivamente al soldado británico que se encontrara en este caso —contestó Eden. Risas y aplausos. En la Cámara de los Comunes, en Inglaterra y en todo el mundo sabían que había sonado la última hora para Alemania. No era posible contener ya el avance de las tropas americanas, inglesas y soviéticas. Con las tropas avanzaban también los especialistas del Servicio de Información, cuya misión era descubrir y apresas a los Big Nazis. La Comisión para Criminales de Guerra había anotado un millón de alemanes en su lista. Todas las ruinas, todas las granjas rurales, todos los campos de prisioneros, todos los trenes de fugitivos y todos los convoyes en las carreteras habían de ser registrados en busca de aquellos criminales de guerra. —Ha empezado la batida de seres humanos más grande de la historia entre Noruega y los Alpes bávaros —anunció Eden en la Cámara de los Comunes. Sabía bien lo que decía. Nunca habían sido buscados y perseguidos al mismo tiempo un millón de seres humanos. Pero los hombres que más tarde habían de sentarse en el banquillo de los acusados de Nuremberg no habían sido hallados todavía. En el caos del hundimiento alemán ni los criminalistas de los Estados Mayores del general Eisenhower y del mariscal de campo Montgomery podían forjarse una

imagen clara. Nadie sabía lo que había sido de Hitler, Goebbels, Ribbentrop, Bormann o Goering.

2. «Cobran» al ministro del Interior, Wilhelm Frick. — El comentarista de la radio, Hans Fritzsche, ofrece la capitulación de Berlín. — El doctor Josef Goebbels no se sienta en el banquillo de los acusados Wilhelm Frick, el antiguo ministro del Interior del Reich, fue capturado cerca de Munich por oficiales del Séptimo Ejército americano. Así se leía en el comunicado. De los demás faltaban todas las huellas. ¿Cuál era la situación en Berlín? A las once de la mañana del 21 de abril de 1945, la ciudad temblaba bajo una capa de polvo que subía desde las ruinas, nubes de humo y una pegajosa neblina. Por las calles corrían desconcertados y aterrorizados decenas de millares, centenares de millares de fugitivos. La sangrienta escoba de los rusos avanzaba hacia el oeste. Las Juventudes Hitlerianas e infinidad de mujeres y ancianos construían obstáculos en las calles. El frente se anunciaba con renovado tronar de cañones. El humo se elevaba hacia el cielo desde los barrios de la ciudad arrasados por las sombras. El olor putrefacto del hundimiento se cernía sobre Berlín. A través de las grietas de las ventanas tapadas con cartones penetra un fresco viento en la sala privada de proyecciones del ministro de Educación y Propaganda del Reich, en la Hermann-Goering Strasse. Las explosiones cercanas han hecho caer trozos del estucado de los techos y de las paredes. Los valiosos sillones están cubiertos de polvo. En la penumbra de la inhóspita sala se han reunido dos docenas de hombres. Cinco velas iluminan débilmente los rostros hundidos y graves de los presentes. Ya no hay corriente eléctrica. Este es el ambiente, el escenario donde celebra su última conferencia el doctor Josef Goebbels con sus colaboradores. Todos los detalles, todas las palabras pronunciadas en aquella ocasión han sido corroboradas por un testigo ocular..., por el futuro acusado en Nuremberg, Hans Fritzsche. El ministro lleva traje negro. Va vestido correctamente. El cuello blanco de su camisa brilla a la luz de las velas, y Fritzsche, el comentarista de la radio, opina que aquello es un violento contraste con aquel inhóspito salón y la cruel destrucción de que ha sido víctima toda la ciudad.

El doctor Goebbels se deja caer en un sillón y empieza a hablar. De un modo indolente ha cruzado una pierna sobre la otra. Lo que dice no puede considerarse en modo alguno una conversación con sus colaboradores. Sus palabras van dirigidas a un público muy distinto. Habla de un juicio condenatorio contra todo el pueblo alemán y dice algo de traición, de cobardía. —El pueblo alemán ha fracasado —afirma Goebbels—. En el Este huye y en el Oeste impide que los soldados puedan continuar luchando y recibe al enemigo con banderas blancas. Su voz suena como si estuviera hablando en el Palacio de los Deportes: —¿Qué puedo hacer yo con un pueblo cuyos hombres ni siquiera luchan cuando sus mujeres son violadas? Vuelve a serenarse y una mueca irónica se dibuja en las comisuras de sus labios. —En fin —dice en un tono muy bajo—, el pueblo alemán ha elegido por sí mismo su destino. Recuerden ustedes el plebiscito de noviembre de 1933, cuando Alemania abandonó la Sociedad de Naciones. Entonces todo el pueblo alemán, en unas elecciones libres, se declaró contrario a una política de sumisión y se decidió por una política enérgica para el futuro. Mueve ligeramente la mano y añade: —Pero esta política ha fracasado. Uno o dos de sus colaboradores tratan de interrumpirle. Pero él les dirige una helada mirada y les obliga a guardar silencio. Sin hacer el menor caso de sus demostraciones, continúa su discurso: —Sí, es posible que esto sea una sorpresa para muchos, incluso para mis colaboradores. Pero yo no he obligado a nadie a colaborar conmigo, del mismo modo que tampoco hemos obligado al pueblo alemán. El pueblo nos confió esta misión. ¿Por qué han colaborado ustedes conmigo? Ahora les cortarán el cuello. Goebbels se pone de pie. Sonríe imperceptiblemente ante la palidez o el sonrojo que han provocado sus cínicas palabras, sus últimas palabras, en los rostros de los presentes. Se acerca, cojeando, a la puerta decorada en oro de la sala de proyecciones, se vuelve otra vez y dice con un tono patético: —¡Cuando nos retiremos del escenarios, temblará el mundo entero!

Tiembla la puerta que cierra de golpe a sus espaldas. Todos los presentes se han puesto en pie. Todos guardan silencio. Todos se miran cohibidos. Todos saben que ha sonado la última hora. Se suben el cuello de los abrigos y salen a la calle. La artillería rusa bombardea el barrio gubernamental con piezas de gran calibre. Fritzsche corre arrimado a las paredes, que amenazan derrumbarse, avanza por entre las ruinas y los callejones. Parece como si hubiera despertado de un sueño. Corre a través de Berlín en busca de una persona que le pueda dar una información exacta sobre la situación y, finalmente, vacilante e indeciso, vuelve a la residencia del doctor Goebbels. Pero allí ya no encuentra más que unos oficiales de las SS que maldicen su mala suerte y dos secretarias que corren de un lado para otro sin un objetivo determinado por aquellas habitaciones vacías, mesas y armarios revueltos y maletas abandonadas. El jefe de la oficina del Ministerio, Curt Hamel, se ha puesto el sombrero y el abrigo, pero no sabe qué hacer, ni hacia dónde dirigir sus pasos. Cuando ve a Fritzsche le dice casi sin voz: —Goebbels se ha ido al «bunker» del Führer. Todo ha terminado... Estas han sido sus últimas palabras. Los rusos están en la Alexanderplatz. Voy a intentar llegar a Hamburgo. ¿Me acompaña usted? Tengo una plaza libre en mi coche. Fritzsche rechaza el ofrecimiento. Quiere quedarse en Berlín. Sale del Ministerio de Propaganda y disuelve el Departamento de Radio, despide a todos sus colaboradores. Después saca su «BMW» del garaje y se dirige a la Alexanderplatz para comprobar por sí mismo si realmente los rusos han avanzado hasta allí. Pero un intenso fuego de artillería y un fuerte tiroteo entre carros de combate le obliga a retroceder. En la emisora se entera de que ha de continuar la defensa de Berlín. El núcleo central de la ciudad resiste todavía. Fritzsche, que tiene pegado el oído a un receptor que funciona acoplado a una batería, oye que la emisora de Hamburgo anuncia la muerte de Hitler. Con el secretario de Estado, Werner Naumann, del Ministerio de Propaganda, corre a la Cancillería del Reich. Ha tomado una decisión. Berlín ha de capitular sin perder ya un solo minuto. Pero por el momento no se atreve aún a someter su plan a la consideración de Martín Bormann. Lo único que pretende Frietzsche es convencer a Bormann de la necesidad de poner fin, de una vez para siempre, a las represalias que carecen ya de todo sentido en aquellos momentos. Se juega la cabeza, lo sabe, pero logra persuadir al poderoso lugarteniente de Hitler.

En el jardín del «bunker» del Führer, entre muros ennegrecidos, entre bidones de gasolina y documentos secretos quemados —¿o acaso se trata de algo muy distinto?— reúne Bormann a unos cuantos oficiales de las SS y les ordena en presencia de Fritzsche: —El «Werwolf» ha sido disuelto. Todas las «acciones Werwolf» deben cesar a partir de este momento y también las ejecuciones. Fritzsche vuelve al Ministerio de Propaganda. A las once de la noche todos los que se encuentran todavía en el «bunker» de la Cancillería van a intentar huir de Berlín. Y entonces será Fritzsche, en su calidad de director ministerial, el funcionario de más categoría del Reich en la capital alemana. Y con esta representación ofrecerá al mariscal Georgi Schukow la capitulación de Berlín. Informa de su decisión a los hospitales de guerra y a las unidades de la Wehrmacht, con las que puede ponerse en comunicación. Luego dirige una carta al mariscal soviético. El traductor intérprete Junius, de la Agencia de Información alemana traduce la carta al ruso. En aquel momento abren violentamente la puerta. El general Wilhelm Burgdorf, el último ayudante de Hitler, entra en el sótano con los ojos brillantes de ira. —¿Pretende capitular usted? —grita a Fritzsche. —Sí —contesta el Director ministerial secamente. —¡En este caso dispóngase a morir! —ruge Burgdorf—. El Führer ha prohibido expresamente la capitulación en su testamento. ¡Hemos de luchar hasta el último hombre! —¿Y también hasta la última mujer? —replica Fritzsche. El general saca su pistola de la funda. Pero Fritzsche y un técnico de la emisora son más rápidos. Se abalanzan sobre Burgdorf. Suena el disparo, pero la bala queda incrustada en el techo. Fritzsche y el técnico echan a Burgdorf a empellones. Burgdorf intenta volver a la Cancillería. Pero por el camino vuelve el arma contra sí y se quita la vida. La carta de Fritzsche llega, efectivamente, a través de la línea de combate, al alto mando ruso. A primeras horas de la mañana del 2 de mayo aparecen los

parlamentarios ante el Ministerio de Propaganda: un teniente coronel y varios oficiales rusos y un coronel alemán que les ha servido de guía. El mariscal Schukow invita a Fritzsche a ir a su puesto de mando. En silencio cruza el pequeño grupo las calles de Berlín, que no tienen ya ningún parecido con la antigua capital. Cadáveres de soldados, vehículos incendiados, caballos muertos, alambres retorcidos, miembros de las Juventudes Hitlerianas caídos, armas abandonadas, utensilios domésticos destrozados y aberturas de sótanos malolientes obstaculizaban la marcha de los parlamentarios. La estación de Anhalt forma la línea de combate. Un «jeep» ruso los está esperando. ¿Qué aspecto ofrece el otro lado, donde ha entrado ya el Ejército Rojo? —En dos guerras mundiales he sido testigo de muchas escenas bélicas — declaró Fritzsche posteriormente—. Pero nada se puede comparar con el cuadro que se me ofreció en el corto trayecto entre el Wilhelmplatz y Tempelhof, que tardamos en recorrer algunas horas. No puedo describir las escenas que se sucedieron cada vez que los rusos entraban en una casa o en unos sótanos o en un «bunker». Y tampoco la desesperación que impulsaba a aquellas mujeres a arrojarse con sus hijos por las ventanas de sus casas para escapar de las manos que se tendían ya hacia ellas. Las ruinas y los incendios, los cadáveres y los rostros de los muertos daban una idea exacta de lo que había ocurrido allí. Yo no tenía más que un deseo, que una de aquellas granadas que no había estallado explotara en aquel preciso instante y me ahorrara el horrible espectáculo que estaban viendo mis ojos. A la entrada del aeropuerto de Tempelhof, condujeron a Fritzsche a un edificio bajo donde se había instalado el mando soviético. Allí fue informado el Director ministerial que otro de los últimos comandantes de Berlín, el general Helmut Weldling, había llegado ya allí para invitar por radio a los berlineses a capitular: «El 30 de abril de 1945, el Führer, al que habíamos prestado juramento de obediencia, nos ha abandonado. Por orden del Führer os creéis todavía en la obligación de luchar por Berlín a pesar de que la falta de armas pesadas y de municiones y la situación general indican claramente que la lucha es ya inútil. Cada hora que continuéis luchando, prolongará horriblemente los padecimientos de la población civil, de nuestros heridos. De acuerdo con el alto mando de las tropas soviéticas os invito, por consiguiente, a cesar inmediatamente en la lucha.» La misión que se había impuesto Fritzsche a sí mismo quedaba ya superada por el paso que en el mismo sentido había dado Weldling. Pero los

rusos querían saber ahora cosas muy distintas de él. El 4 de mayo lo invitaron a acompañarles en un coche. Se dirigieron a una pequeña población situada entre Berlín y Bernau. Los oficiales rusos y Fritzsche bajaron a unos sótanos húmedos. Los departamentos apenas estaban iluminados. Allí se le ofreció a Fritzsche un cuadro horrendo. En el suelo yacía un cadáver casi desnudo. El cráneo estaba quemado, pero el cuerpo se mantenía bien conservado. Del uniforme sólo quedaba el cuello con la insignia de oro del partido. Al lado de este cadáver había los de cinco niños. Con sus camisones de dormir, parecía que estuvieran durmiendo pacíficamente. Hans Fritzsche comprendió en el acto. Eran el doctor Josef Goebbels y sus hijos. Se sintió tan atónito, tan aterrado ante aquella visión, tan amargado por aquella decisión de su antiguo jefe que de aquella manera tan cobarde había rehuido su responsabilidad, que en su confusión y desconcierto no vio también el cadáver de una mujer, con toda seguridad el de Magda Goebbels. Los rusos se dieron por satisfechos con aquella identificación. Fritzsche volvió al aire libre... pero no a la libertad. Los rusos lo encerraron en unos sótanos en Friedrischgen en compañía de otros alemanes. Situación extraña que unos días más tarde un oficial ruso pretende convertir en legal sacando un papel muy arrugado de su bolsillo y leyendo con evidente esfuerzo tres palabras en alemán: —Queda usted detenido. Había de pasar mucho tiempo antes de que Fritzsche recobrara la libertad. Su destino lo condujo a Moscú, a la cárcel de la Lubjanka y desde allí al banquillo de los acusados de Nuremberg.

3. El mariscal del Reich, Hermann Goering, acusado número uno, escapa a la muerte y es detenido por los aliados La gran batida humana estaba lanzada. De un modo muy intenso en los Alpes bávaros. En los mapas de los aliados se centraba toda la atención en dos regiones principales: en el Norte, en la zona entre Hamburgo y Flensburg, y en el Sur, en la región de Munich hasta Berchtesgaden. Desde Berlín en llamas un grupo de personalidades había intentado abrirse paso para llegar hasta el gran almirante Doenitz. Himmler, Ribbentrop, Rosenberg y Bormann parecían formar parte del grupo. A los demás se les creía en Baviera. En el puesto de mando de la 36 División del 7.º Ejército americano no se experimentó ninguna sorpresa cuando, la mañana del 9 de mayo, se presentó un

coronel alemán al centinela de guardia. Los americanos sabían que allí, en los Alpes, se habían refugiado gran número de tropas alemanas que pretendían operar por su propia cuenta y riesgo y ahora, cuando empezaban a reconocer que la lucha era ya completamente inútil se presentaban al enemigo para anunciar su rendición. Pero en este caso se trataba de algo muy distinto. El coronel alemán dio su nombre: Bernd von Brauchitsch. Y añadió: —Vengo como parlamentario en nombre del mariscal del Reich Hermann Goering. Los centinelas americanos actuaron rápidamente al oír este último nombre. Era evidente que su división iba a tener el honor de apresar uno de aquellos «peces gordos». El coronel von Brauchitsch fue acompañado en un «jeep» al mando de la división. Allí habían anunciado ya por teléfono la llegada del emisario alemán. No le hicieron esperar un solo momento. El coronel de la división, general Robert J. Stack, reciben al instante al alemán. Bernd von Brauchitsch comunica a los generales americanos que ha recibido el encargo de Hermann Goering de comunicar a los americanos que está dispuesto a entregarse. El mariscal del Reich, añadió Bernd von Brauchitsch, se hallaba en aquellos momentos en un lugar cerca de Radstadt. Goering se encontraba en una situación muy delicada. Sobre su cabeza se cernía la condena que Hitler había lanzado contra él antes de morir y cabía preguntarse si, a pesar de la derrota, no habría aún algún fanático de las SS dispuesto de ejecutar la orden de fusilamiento. «Mi Führer, ¿da usted su consentimiento para que, después de haber tomado usted la decisión de continuar en Berlín y basándome en la Ley del 29 de junio de 1941, asuma yo la dirección general del Reich con plenos poderes para todas las cuestiones interiores y exteriores?», había telegrafiado hacía pocos días Goering a Hitler al «bunker» de la Cancillería. «Si no recibo respuesta alguna hasta las 22 horas, supondré que se ve usted privado de libertad de acción y entonces daré como válida la ley.» La respuesta fue recibida antes de las 22 horas, pero el destinatario era otro. Decía lo siguiente: «Goering ha sido destituido de todos los cargos, incluso de la sucesión a Hitler, y debe ser detenido donde se encuentre, acusado de alta traición.» Y se añadía que «el traidor del 23 de abril de 1945 debía ser ejecutado cuando dejara

de existir el Führer». Más tarde, el último jefe del Estado Mayor de la Luftwaffe, general Karl Koller, declaró: —Las SS se sentían, al parecer, intimidadas de hacer uso de la fuerza frente al mariscal del Reich. —Fui conducido a una habitación donde estaba un oficial —declaró Goering cuando fue interrogado en Nuremberg—. Delante de la puerta había una guardia de las SS. Luego me llevaron con toda mi familia, el 4 ó 5 de mayo, después del ataque aéreo contra Berchtesgaden, a Austria. Las tropas de la aviación cruzaban por las calles de la ciudad... se llamaba Mautendorf... y me liberaron de las SS. El general Koller, bajo cuya custodia estaba Goering a partir de aquel momento, estaba enterado de la orden de ejecución dada por Hitler. —No quise que se cometiera un asesinato —le dijo a su defensor en Nuremberg, Werner Bross—, siempre he sido contrario al fusilamiento de los enemigos políticos. La orden no llegó a cumplirse. El sargento de la Luftwaffe alemana, Anton Kohnle, que montaba la guardia en el palacete de caza de Mautendorf, donde estaban detenidos Goering y su esposa, su hija, su criado, su doncella y su cocinero, fue uno de los primeros en volver a ver al mariscal. —Le di el parte y él se quedó mirándome muy extrañado y me examinó de pies a cabeza. Me preguntó de dónde era y me dijo a continuación, como si estuviéramos hablando en plan de amigos, que todo habría sucedido de un modo muy distinto si le hubiesen hecho caso a él. Y añadió que ahora que había terminado la guerra, él, mariscal del Reich, quería tomar en sus manos el gobierno de la nación. Kohnle añadió: —Cuando después de estas palabras, Goering se hubo separado unos veinte pasos de donde estaba yo, lo vi caer al suelo. Tuvimos que hacer grandes esfuerzos para poner en pie a aquel gigante. Goering era muy aficionado a las drogas y sospecho que su desvanecimiento fue debido a que durante los días que estuvo en poder de las SS no le dejaron tomar la droga. Un testigo ocular nos cuenta, libre de todo apasionamiento, la detención y la liberación de Goering. El mariscal del Reich no podía saber entonces qué

curso seguirían los acontecimientos. ¿Acaso las SS no podrían arrepentirse de su generosidad, volver sobre sus pasos y ejecutarle tal como se les había ordenado? En este caso era preferible buscar la protección de los aliados. Había llegado el momento. El general Stack fue personalmente al lugar que le había sido señalado por el coronel von Brauchitsch. En el cruce de una carretera de tercer orden se encontraron el «jeep» del americano y el «Mercedes» blindado de Goering. Los dos coches se detuvieron a prudente distancia uno del otro. El general bajó del «jeep» y Goering de su coche. Goering llevaba ligeramente el bastón de mando en señal de saludo y avanzó unos pasos en dirección al americano. El general Stack se llevó la mano a la gorra y avanzó igualmente unos pasos. Todo se desarrolló con una gran corrección. A media distancia entre los dos coches, en plena carretera, los dos hombres se paran, se presentan a sí mismos y se estrechan las manos. Al general Stack este apretón de manos le sería reprochado más tarde muy duramente. Aquel saludo correcto provocó general indignación. —¡Ha estrechado la mano de un criminal de guerra! —¡Shakehands con un asesino! En los Estados Unidos y de un modo especial en la Gran Bretaña los periódicos tratan el caso con grandes titulares. Provocan tanto escándalo que incluso el general Eisenhower se ve obligado a expresar oficialmente su punto de vista a través del ministro de la Reconstrucción, lord Woolton, que declara en la Cámara de los Lores: —La guerra no es un juego que termine con un apretón de manos. Pero el general Stack no sabía, claro está, en aquellos momentos hasta qué punto le amargarían la vida por aquel saludo. Por el momento cree que esta es la forma de proceder a la que está obligado. Goering fue conducido al puesto de mando de la División, donde el general Dahlquist tomó bajo su custodia personal al preso. Mientras tanto el Cuartel general del 7.º Ejército había sido informado ya y el jefe del Servicio de Información, general William W. Quinn, había prometido trasladarse sin pérdida de tiempo al puesto de mando de la División para ver de cerca a aquel legendario personaje.

El comandante de la 36 División tuvo algún tiempo para charlar a solas con Goering. John E. Dahlquist era un veterano, un hombre abierto y apolítico. Sin embargo, quedó altamente sorprendido por lo que le dijo Goering ya a los pocos minutos de hablar con él. —Hitler era un hombre obstinado —le dijo el mariscal del Reich—. Rudolf Hess, un personaje muy excéntrico y Ribbentrop, un granuja. ¿Por qué nombraron ministro de Asuntos Exteriores a Ribbentrop? En cierta ocasión me informaron de un comentario de Churchill que decía más o menos lo siguiente: «¿Por qué me mandarán siempre a ese Ribbentrop y no a ese buen muchacho que es Goering?». Bien, aquí me tienen. ¿Cuándo me acompañarán ustedes al Cuartel general de Eisenhower? Dahlquist se enteró en aquella ocasión de que Goering creía sinceramente poder negociar con los aliados como representante de Alemania. Goering no podía darse cuenta de lo lejos que se encontraba de la realidad. ¿Acaso aquel hombre que había sido el más poderoso en Alemania después de Hitler no comprendía la situación en la que se encontraba? Empezó a hablar de su poderosa arma aérea, sin sospechar que a aquella misma hora su sucesor en el cargo, el mariscal de campo Robert Ritler von Greim, era apresado en Kitzbühel y se presentaba a sí mismo con unas palabras ya clásicas: —Soy el jefe de la Luftwaffe alemana... pero no tengo ya ninguna Luftwaffe. —¿Cuándo seré recibido por Eisenhower? —preguntó Goering otra vez. —Ya lo veremos —dijo Dahlquist rehuyendo la respuesta. Después de estas palabras, Goering hizo honor a un pollo asado con puré de patata y judías verdes que le habían servido. Con un apetito que llenó de asombro al general Dahlquist, terminó el mariscal del Reich la comida, pidió como postre una ensalada de frutas y elogió el café americano. «Era la misma comida que aquel día les fue servida a todos los soldados americanos», comunicaron luego oficialmente desde el Cuartel general de Eisenhower en vista de la indignación que había provocado aquel menú a Goering. El oficial del Servicio de Información del 7.º Ejército, general Quinn, ordenó a su llegada que Goering fuera alojado en una casa particular, en Kitzbühel. Siete soldados de Tejas, veteranos de Salerno y Monte Cassino,

acompañaron al mariscal de campo a su nuevo alojamiento. Por el camino se volvió sonriente a uno de sus acompañantes: —¡Vigiladme bien! Pronunció estas palabras en inglés, pero los soldados del grupo de choque no estaban para bromas. —Lo que le contestaron a Goering, no lo puedo repetir —confesó un periodista americano que acompañaba al grupo. Desde luego, los periodistas fueron los primeros en llegar. La noticia de que Goering había sido detenido había puesto en movimiento a los corresponsales de guerra en toda la región. Todos acudieron al lugar, pues Quinn, siempre amable con la Prensa, les había prometido una entrevista con el mariscal. Hermann Goering inspeccionó, muy satisfecho, las habitaciones que habían puesto a su disposición. Mientras tanto había llegado también su familia. Y todo su equipaje en diecisiete camiones, como si se encontrara en un hotel. El mariscal tomó un baño y a continuación se vistió lentamente, como tenía por costumbre, y se puso su uniforme preferido, el de color gris claro. Sentía una debilidad por los galones de oro. ¡Qué diferente todo aquello de lo que ocurría en los campamentos donde centenares de miles de soldados alemanes se apretujaban bajo la lluvia y en el barro, sin víveres, sin agua potable, sin instalaciones sanitarias! Pero no es probable que Goering pensara en la miseria que estaban sufriendo los soldados alemanes. Se había afeitado, estaba de excelente humor. Con su paso elástico salió de la casa y saludó indolente con la mano a las docenas de reporteros que le estaban esperando. Los corresponsales habían formado un semicírculo. Frente a la casa, junto a una pared, había una mesa redonda y un sillón. Allí había de tomar asiento el preeminente prisionero de guerra. Se montó un micrófono. Los «flash» de los aparatos fotográficos disparaban continuamente. —Mariscal, sonría usted... —Vuelva la cabeza hacia aquí. —Gracias. —Otra foto con la gorra puesta, por favor...

Goering se puso la gorra con la visera bordada de oro. Se mostraba impaciente. —Por favor, dense prisa —dijo a los fotógrafos—. Tengo hambre. Empezaron las preguntas. Primero, las de costumbre: ¿Dónde está Hitler? ¿Cree que ha muerto? ¿Por qué no intentaron un desembarco en Inglaterra? ¿Qué potencia tenía la Luftwaffe cuando empezaron las hostilidades? —Creo que era el arma aérea más potente del mundo —contestó Goering, muy orgulloso. —¿Con cuántos aviones contaba usted aproximadamente? —preguntó uno de los periodistas. —De eso hace seis años —dijo Goering—, y no estoy preparado para responder a esta pregunta. Ahora no puedo decir cuántos aviones teníamos. —¿Ordenó usted el bombardeo de Coventry? —Sí. Coventry era un centro industrial. Fui informado de que había allí grandes fábricas de aviones. —¿Y Canterbury? —El bombardeo de Canterbury fue ordenado por el Alto Mando como represalia por el bombardeo de una ciudad universitaria alemana. —¿Qué ciudad universitaria? —No la recuerdo ya. —¿Cuándo pensó usted por vez primera que había perdido la guerra? —Inmediatamente después de la invasión y de haber roto los rusos el frente en el Este. —¿Qué ha sido lo que más ha contribuido a que Alemania perdiera la guerra? —Los ininterrumpidos ataques desde el aire. —¿Fue Hitler debidamente informado de que no había esperanzas de ganar la guerra?

—Sí. Algunos militares le dijeron que podría perderse la guerra. Hitler reaccionó de un modo negativo y posteriormente fueron prohibidas todas las conversaciones que hicieran referencia a esta posibilidad. —¿Quién las prohibió? —Hitler, personalmente. Ni siquiera quería admitir la posibilidad de que pudiera perderse la guerra. —¿Cuándo prohibió que se hablara de ello? —Cuando la gente empezó a hablar, a mediados de 1944. —¿Cree usted que Hitler ha nombrado sucesor suyo al almirante Doenitz? —No. El telegrama a Doenitz ha sido firmado por Bormann. —¿Por qué un personaje tan oscuro como Bormann ejerció una influencia tan grande sobre Hitler? —Bormann se pasaba los días y las noches al lado de Hitler y lo fue influenciando paulatinamente hasta dominarlo por completo. —¿Quién ordenó el ataque contra Rusia? —Hitler en persona. —¿Quién era responsable de los campos de concentración? —Hitler. Todos los que tenían algo que ver con esos campos estaban a las órdenes directas de él. Los organismos estatales no tenían nada que ver con esos campos. —¿Qué futuro le espera a Alemania? —Si no se encuentra una posibilidad de vida para el pueblo alemán, preveo un futuro muy negro para Alemania y para todo el mundo. Todo el mundo desea la paz, pero es difícil saber lo que sucederá. —¿Desea el señor mariscal de campo exponer algo personal? —Deseo que se ayude al pueblo alemán y estoy muy agradecido a este pueblo por no haber arrojado las armas cuando sabía que todo estaba ya perdido.

Los corresponsales se alejaron corriendo. Querían mandar la entrevista lo antes posible a sus periódicos. Pero tuvieron mala suerte. El censor del Cuartel general aliado no transmitió los telegramas por orden expresa de Eisenhower. No hubo apelación posible. Nueve años más tarde, en mayo de 1954, el general Quinn publicó un resumen taquigráfico que se había mantenido secreto de esta conferencia de Prensa. Una pregunta hecha a Goering antes de la conferencia de Prensa llegó a los periódicos americanos a pesar de la censura. —¿Sabe usted que figura en la lista de criminales de guerra? —No —contestó Goering—. Me sorprende, pues no veo el motivo por qué habría de figurar en ella. Se había hecho de noche. El mariscal del Reich se retiró a descansar. Aquella era la última vez que había de dormir en una cama blanda. Delante de la puerta de su habitación montaba guardia el teniente Jerome Shapiro, de Nueva York.

4. El gran almirante Doenitz se hace cargo del Gobierno A las veintidós horas del 1.º de mayo de 1945, la emisora nacional de Hamburgo sorprendió a Alemania y al mundo entero con el siguiente comunicado: «Desde el Cuartel general del Führer nos comunican que nuestro Führer, Adolfo Hitler, ha muerto esta tarde en su puesto de mando en la Cancillería del Reich luchando hasta el último suspiro por Alemania y contra el bolchevismo. El 30 de abril, el Führer nombró sucesor suyo al gran almirante Doenitz.» Con este comunicado, que trataba todavía de envolver el suicidio de Hitler con el manto de una muerte heroica frente al enemigo, terminaba la tragedia nacional-socialista del pueblo alemán. Al mismo tiempo empezaba un nuevo acto tras los viejos y raídos telones: la breve comedia del «Presidente del Reich» Karl Doenitz. La tragedia se transformaba en tragicomedia. Cuatro hombres que más tarde habían de sentarse en el banquillo de los acusados en Nuremberg, participaron de un modo activo en este acto final, propio de una opereta, del Gran Reich alemán: el comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, gran almirante Doenitz; el jefe del Alto Mando de la

Wehrmacht, mariscal general de campo Wilhelm Keitel; el jefe del Estado Mayor del Ejército, capitán general Alfred Jodl y el ministro de Armamentos y Municiones, Albert Speer. En Alemania reinaba el caos. Tropas americanas, inglesas, francesas y soviéticas ocupaban los últimos rincones del territorio del Reich. Millones de alemanes emprendían la huida ante la llegada del Ejército Rojo. Por las carreteras avanzaban columnas infinitas de personas desarraigadas de sus tierras. En las ciudades, las bombas arrojadas desde el aire ponían punto final a la destrucción. Los soldados abandonaban sus unidades y afluían hacia el Oeste. Fanáticos pelotones de ejecución colgaban de los árboles a los desertores. Los puentes eran volados. Pero en Flensburg seguían gobernando. Allí no había ruinas ni reinaba aquel ambiente de destrucción y hundimiento total. Allí reinaba el orden. Como en los tiempos pasados, el batallón de vigilancia Doenitz montaba la guardia ante un edificio insignificante de ladrillo que externamente recordaba una escuela de un pueblo de provincias. Pero en aquel edificio se alojaba el Gobierno del Reich y el Alto Mando de la Wehrmacht. Aquel edificio era la sede del último jefe de Estado alemán. ¿Cómo se llegó a aquel curioso episodio de la historia alemana? Hagamos un resumen: El 16 de abril de 1945, Doenitz estaba en Berlín. La mañana de aquel día la capital del Reich se sintió conmovida por una terrible noticia. Al mismo tiempo todas las baterías habían abierto fuego en el frente de Küstrin y Frankfurt an der Oder. En cada kilómetro a lo largo de todo el frente vomitaban fuego seiscientas piezas de artillería. El tronar de la esperada ofensiva anunciaba el próximo fin de Berlín. En el «bunker» del Führer, en la Cancillería, la mano de Hitler recorría nerviosa el mapa. Buscaba una salida a aquella situación operando con los ejércitos que ya no existían más que en su imaginación. Walter Lüdde-Neurath, el ayudante del gran almirante Doenitz, observó detenidamente a Hitler durante aquellas horas fantásticas y más tarde dijo: —Físicamente daba la impresión de un hombre derrotado y acabado. Parecía hinchado, y andaba muy inclinado, sin fuerzas y muy nervioso. La situación era desesperada. Eisenhower había cercado la región del Ruhr y había aniquilado las divisiones del Grupo de Ejército B. 325.000 soldados

alemanes habían sido hechos prisioneros. Las avanzadillas de los carros de combate americanos habían llegado ante Magdeburgo, Nuremberg y Stuttgart. Las tropas británicas atacaban Bremen y Lauenburg. Las tenazas del Ejército Rojo aprisionaban Berlín. Durante tres días las baterías rusas abatieron la resistencia alemana. Tres días resistieron la presión enemiga las baterías antiaéreas, la infantería, el Volkssturm, los escribientes, las tropas de la marina y las fuerzas de Policía. Tres días... tres largos días. Hitler creía todavía en la victoria. Con marcada ironía expuso su punto de vista: —Los rusos han llegado al límite de sus fuerzas. Luchan ya con soldados agotados, con antiguos prisioneros de guerra, con habitantes que han ido reclutando en las regiones que han ido conquistando, en fin, no tienen un ejército regular. La última acometida de Asia se estrellará, lo mismo que fracasará también el avance de nuestros enemigos por el Oeste... Keitel asimiló rápidamente el tono de optimismo de su Führer y declaró muy confiado: —Caballeros, es una vieja máxima militar que todo ataque queda detenido cuando al tercer día de haberse lanzado la ofensiva no se ha logrado romper el frente enemigo. —Yo no comparto esa opinión —murmuró Doenitz. Y ordenó a su ayudante Lüdde-Neurath, que se evacuara en sesenta minutos el Alto Mando de la Marina de guerra de la zona de peligro y se trasladase a otro lugar. El Ejército Rojo no hizo el menor caso de las profecías de Hitler y de las máximas militares de Keitel. Rompió el frente alemán al cuarto día de haber lanzado la ofensiva. Doenitz había procedido de la única forma correcta en aquellas circunstancias. Por si se daba el caso de que la cuña rusa y la americana dividieran Alemania en dos partes, Doenitz fue encargado por Hitler de la defensa de la región Norte. La pequeña columna de automóviles del comandante en jefe de la Marina de guerra abandonó Berlín. Era medianoche. Delante iba el coche de cinco toneladas de peso, a prueba de balas, del gran almirante. En el cielo se veían las luces de los reflectores y en el horizonte el vivo resplandor de las baterías rusas.

Doenitz ordenó que el puesto de mando provisional del Alto Mando de la Marina de guerra fuera instalado en su residencia en Dahlem, cerca de Berlín. Pero al cabo de unas horas aquel lugar también dejó de ser seguro. Doenitz trasladó el puesto de mando a Plön. Dos días más tarde el Alto Mando de la Wehrmacht huye también de la zona de Berlín en dirección Norte, Keitel y Jodl se reúnen con sus ayudantes, oficiales, ministros del Reich y secretarios de Estado en Rheinsberg y desde allí siguen en dirección a Flensburg. Schleswig-Holstein se convierte así en el último escenario del último acto. El 30 de abril de 1945, a las dieciocho horas treinta y cinco minutos Doenitz recibió en Plön un radio sorprendente expedido desde la Cancillería del Reich en Berlín: «En sustitución del hasta hoy mariscal del Reich, Goering, el Führer le ha nombrado a usted, mi Gran Almirante, sucesor suyo. Los plenos poderes por escrito están ya en camino. A partir de este momento adopte usted todas las medidas que requiera la situación actual.» El comunicado estaba firmado por Bormann. La tarde siguiente, a las quince horas dieciocho minutos, se recibió un segundo mensaje en Plön: «Despacho radiotelegrafiado. Gran Almirante Doenitz. ¡Jefatura! ¡Solo a transmitir por oficiales! Führer falleció ayer quince horas treinta minutos. Testamento del 29 abril le confía el cargo de presidente del Reich; Reichsleiter Bormann, cargo de ministro del Partido; ministro del Reich Seyss-Inquart, cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Reichsleiter Bormann tratará de ponerse en contacto con usted en el día de hoy para informarle de la situación. Se deja a su decisión cuándo y cómo informar a la tropa y a la opinión pública.» Firmaban este comunicado Goebbels y Bormann. Doenitz, el nuevo presidente del Reich, nombrado por radio, no se hizo ninguna ilusión sobre su situación. Mandó que se certificara por un tribunal marcial la recepción y el contenido del telegrama. A continuación ordenó que tanto Bormann como Goebbels fueran arrestados si se presentaban en su Cuartel General. De nada le podían servir ya los altos funcionarios del Partido en aquellos momentos. Tenía que hacer la paz, y sabía que los aliados no querrían negociar con un Gobierno en el que figuraran ministros nacionalsocialistas. El «león», como era llamado Doenitz por toda la Marina de guerra en su

calidad de antiguo comandante en jefe del arma submarina, procuró fortalecer inmediatamente su posición. Tanto las autoridades civiles como militares lo reconocieron como jefe del Estado. El Alto Mando de la Wehrmacht e incluso Heinrich Himmler y las SS acatan las órdenes que dicta el «presidente por la gracia de un telegrama». Los miembros del antiguo Gobierno del Reich, por lo menos los que se encuentran en Schleswig-Holstein, dimiten sus cargos para que Doenitz tenga más libertad de acción... Entre los dimitidos figuran el filósofo del Partido y «ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este», Alfred Rosenberg, y el ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop. Doenitz constituyó nuevo Gobierno, un Gobierno tan apolítico como le fue posible y al que llamó precavidamente «Gobierno encargado de los asuntos del Reich». El cargo más importante lo asumió el antiguo ministro de Finanzas del Reich, conde Lutz Schwerin von Krosigk, que fue encargado de la «Dirección general», con lo que quedó convertido en una especie de Canciller del Reich al que se le confiaba al mismo tiempo las Finanzas y los Asuntos Exteriores. A Albert Speer, que más tarde había de ser uno de los acusados en Nuremberg, le fue confiado el Ministerio de Hacienda y de Producción. Claro está que tanto este como todos los demás cargos del nuevo Gobierno del Reich existían únicamente sobre el papel. Los ministerios del presidente Doenitz carecían de todo significado práctico. En una estrecha franja de terreno que no había sido ocupada todavía por las tropas aliadas, en un diminuto enclave de los nuevos cargos recordaban una representación de marionetas: ministro de Alimentación, Agricultura y Bosques, ministro de Educación, ministro del Trabajo... Karl Doenitz se enfrentaba con decisiones muy graves. Aquellos días tenía en su poder la fotocopia de un mapa. Procedía de la orden secreta inglesa Eclipse, que había sido fotografiada por el Servicio de Información alemán y que señalaba con absoluta claridad la línea de demarcación entre el Este y el Oeste como la habían acordado Roosevelt, Churchill y Stalin en la Conferencia de Yalta. Aquello constituía la base de la futura partición de Alemania. El documento secreto Eclipse informaba claramente a Doenitz y al Alto Mando de la Wehrmacht cuáles eran las regiones que serían ocupadas de un modo definitivo por las tropas soviéticas y cuáles por las americanas, inglesas y francesas. A sabiendas de todo esto, pensaban encauzar las negociaciones de la capitulación. Durante las discusiones internas que se produjeron en el nuevo Cuartel

general del Estado y el Mando militar en Flensburg, se pusieron de manifiesto unos hechos irrebatibles: 1. En el Oeste la población saludaba la llegada de las tropas angloamericanas como una liberación de las miserias de la guerra y de los bombardeos aéreos. 2. En el Este, por el contrario, la población huía por miedo a los rusos. Y las unidades de la Wehrmacht, que luchaban en aquel frente, tampoco querían caer en poder de los rusos. 3. Las tropas alemanas del Oeste responderían a una orden de capitulación que les fuera dada desde arriba. Las tropas del Este, en cambio, no acatarían esta orden y tratarían de replegarse luchando hasta la línea de demarcación occidental. 4. La población del Oeste daría su conformidad a la capitulación. La población del Este la consideraría una traición, un abandono de los millones de seres humanos que huían. Con esto se veía claro el curso que había de seguir el Gobierno Doenitz. Era preciso continuar la lucha en el Este para cubrir la retirada del mayor número posible de alemanes al oeste de la línea de demarcación tal como había sido señalada en el documento Eclipse e impedir que cayeran en poder de los rusos. Al mismo tiempo era conveniente iniciar en el Oeste negociaciones de capitulación para evitar nuevas bajas en el frente. En Flensburg creían poder ganar para esta solución al general Eisenhower, a pesar de que sabían que los aliados solo aceptarían la capitulación de todas las tropas alemanas al mismo tiempo y en todos los frentes. Por este motivo Doenitz se decidió, según sus propias palabras, «por el Oeste cristiano y contra el Este asiático». Los acontecimientos se precipitaron. La tarde del 2 de mayo de 1945 el capitán de corbeta Lüdde-Neurath, ayudante del gran almirante, telefoneó desde Flensburg casualmente a una casa comercial de Lübeck. Su interlocutor le pidió le hablara más alto. —¡No le entiendo en absoluto! —gritó—. ¡Vaya ruido que meten esos carros de combate! —¿Qué carros de combate? —preguntó Lüdde-Neurath.

—Pues ingleses... ¿Quiere oírlos? Y el hombre de Lübeck asomó el auricular por la ventana. De este modo se enteró el Alto Mando de la Wehrmacht de que los ingleses habían roto el frente.

5. Rendición incondicional Había llegado el momento de tomar en serio la capitulación. Doenitz mandó al almirante general Hans-Georg von Friedeburg, al general Eberhard Kinzel, al contraalmirante Gerhard Wagner y a otros tres oficiales al Cuartel general del mariscal de campo inglés Montgomery, establecido cerca de Lünebur. Montgomery aceptó, casi sin hablar, el ofrecimiento de capitulación. El acuerdo que firmó von Friedeburg ordenaba el cese del fuego a partir de las ocho horas del día 5 de mayo de 1945. Friedeburg siguió hasta Francia y en Reims inició conversaciones con el Estado Mayor de Eisenhower. Poco después llegaba también el capitán general Jodl. Una niña que pasaba a última hora de la tarde por las oscuras calles de Reims vio llegar a Jodl y sus acompañantes al edificio de la Escuela de Artes Manuales, donde estaba el Cuartel General de los aliados. La niña se alejó corriendo asustada y gritando: —Les allemands! Les allemands! La noticia corrió como reguero de pólvora..., mucho más que los comunicados oficiales. Habían llegado los alemanes..., pero esta vez solo podía ser para firmar su capitulación y la paz en Europa. Por una niña se enteró el mundo de que terminaban seis años de penalidades, de destrucciones y de muerte... A la misma hora Jodl conversaba con el jefe del Estado Mayor de Eisenhower, Bedell Smith, sobre la capitulación en el Este. «Era evidente para nosotros —escribe Eisenhower en sus "Memorias"—, que los alemanes pretendían ganar tiempo para que el mayor número posible de sus soldados que luchaban todavía en el frente pudieran replegarse hasta

nuestras líneas. Instruí al general Smith para que le dijera a Jodl que impediría el paso de los fugitivos alemanes, si era necesario por la fuerza, si no acababa de una vez aquella táctica de aplazamientos. Estaba harto de que jugaran conmigo de aquel modo.» Jodl envió a Doenitz el siguiente telegrama: «El general Eisenhower insiste que firmemos hoy mismo. En caso contrario, serán cerrados los frentes alemanes incluso para aquellas personas que quieran rendirse individualmente y todas las negociaciones serán rotas. No veo otra solución que el caos o la firma.» En la fría aula de un colegio de Reims fue firmada la rendición incondicional el 7 de mayo de 1945. El corresponsal de guerra americano Drew Middleton fue uno de los pocos que pudieron presenciar aquel acto histórico. Lo explicó así: —Había en la habitación una gran mesa sin nada encima. En cada puesto un lápiz afilado junto a un cenicero, a pesar de que nadie fumaba. Estaban presentes el teniente general Walter Bedell Smith, en representación del general Eisenhower; el mayor general François Sevez, en representación del general Alphonse-Pierre Juin, y el mayor general Iwan Susloparow, por el mando soviético. «Jodl lucía la Cruz de Caballero. Su rostro carecía de expresión, pero se mostró arrogante y sus ojos brillaban. Antes de firmar adoptó la posición de firmes y dijo en alemán: «—Mi general, deseo decir unas palabras... Con esta firma, el pueblo y la Wehrmacht alemana se entregan por entero al vencedor. En esta hora solo me cabe expresar la confianza de que el vencedor sabrá tratarlos con generosidad. «El general Smith se quedó mirándolo con una expresión de cansancio y no contestó. A continuación firmaron el documento. Eran las 2 horas y 41 minutos. Jodl fue acompañado al despacho de Eisenhower. El comandante en jefe americano le preguntó por medio de un intérprete: —¿Están claros para usted todos los puntos del documento? —Sí —contestó Jodl. —Le hago responsable, oficial y personalmente, si se infringe alguno de estos puntos del documento de capitulación —dijo Eisenhower—. Incluso

aquellos que hacen referencia a la rendición oficial frente a Rusia. Esto es todo. Jodl saludó, dio media vuelta y salió. La guerra había terminado. Lo que ocurrió el día siguiente en el Cuartel general soviético, en BerlínKarlshorst, es solamente una ratificación. El mariscal general de campo Wilhelm Keitel había emprendido el vuelo desde Flensburg a Berlín para firmar allí el segundo documento de capitulación. Le acompañaban el capitán general Paul Stumpff, por la Luftwaffe, y el almirante general von Friedeburg, por la Marina de guerra. Diez minutos después de medianoche, el 9 de mayo de 1945, fueron conducidos los alemanes a la sala de conferencias. Frente a una ancha mesa se sentaban el mariscal Shukow y el ministro de Asuntos Exteriores soviético Andrej Wyschinski. Con ellos estaban el mariscal del Aire inglés, sir Arthur Tedder, el general Carl Spaatz, representante de Eisenhower, y el general francés Jean de Lattre de Tassigny. Para los alemanes había sido dispuesta otra mesa, más pequeña, cerca de la entrada. «Keitel entró muy orgulloso y muy seguro de sí mismo —escribió el corresponsal de guerra americano Joseph K. Grigg—. Llevaba el uniforme de mariscal de campo y hasta el final conservó su arrogancia prusiana. Dejó su bastón de mando sobre la mesa, ocupó su asiento y fijó la mirada delante de él como si no le interesara en absoluto lo que ocurría en aquella sala, mientras los fotógrafos cumplían con su obligación. Una o dos veces se llevó la mano derecha al cuello y se pasó nerviosamente la lengua por los labios.» El mariscal del Aire, Tedder, se levantó de su asiento y le dirigió la palabra a Keitel: —Le pregunto a usted si ha leído este documento de la rendición incondicional y si está usted dispuesto a firmarlo. Keitel escuchó primeramente la traducción, cogió el documento de rendición que estaba encima de la mesa y contestó: —Sí, estoy dispuesto. El mariscal Shukow invitó a Keitel a acercarse a la mesa grande para firmar. Grigg describió así la escena:

«Keitel se quitó despacio la gorra y los guantes, se puso lenta y cuidadosamente su monóculo ante el ojo izquierdo, se acercó a la mesa, se sentó y escribió con movimientos lentos su nombre.» Después firmaron los demás. Mientras tanto Keitel intentó una vez más ganar tiempo para los fugitivos. Llamó al intérprete ruso y le dijo que por las malas condiciones de las transmisiones la orden de alto el fuego no llegaría con toda seguridad a la tropa hasta pasadas unas veinticuatro horas. El intérprete no sabía qué hacer. Se volvió hacia un oficial del Estado Mayor de Shukow y le repitió en voz baja las palabras de Keitel. Keitel no recibió ninguna respuesta. Shukow se levantó impaciente de su silla y dijo fríamente: —Ruego a la delegación alemana abandone ahora la sala. Todos se pusieron de pie. Keitel se colocó debajo del brazo aquel documento histórico, juntó ruidosamente los tacones al saludar y se dirigió hacia la puerta. Pocos días más tarde, el 13 de mayo, era detenido en Flensburg.

6. Se esfuman todas las ilusiones. — Acompañan a Doenitz en el cautiverio el jefe del OKW, Wilhelm Keitel, el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Alfred Jodl, y el ministro del Reich para Armamento y Munición, Alfred Speer El Gobierno Doenitz seguía en Flensburg. A pesar de la rendición sin condiciones, estaba autorizado a continuar en funciones. Se presentó una Comisión de control aliada para comprobar cerca del Alto Mando de la Wehrmacht la aplicación de las medidas de la capitulación. Por lo demás, la región de Flensburg seguía disfrutando de una calma absoluta. El pequeño enclave era el único lugar del mundo donde, después de la capitulación, los soldados y los oficiales alemanes uniformados y armados seguían prestando servicio. Pero no fue por mucho tiempo. La detención de Gobierno de Flensburg finalmente, también el voluntad..., pero se trata práctico.

Keitel hizo comprender a Doenitz que el fin del era cuestión de pocos días. Disolvió el Werwolf y, Partido Nacionalsocialista para demostrar su buena de una serie de medidas que carecen ya de todo valor

¿Por qué fue arrestado Keitel? El general de brigada Lowell W. Rooks, jefe americano de la Comisión de control aliado cerca del OKW, no dio ninguna razón. Se limitó a dar una orden. Keitel estaba mucho mejor informado a este respecto. Como informó Lüdde Neurath, el propio jefe del Alto Mando de la Wehrmacht adujo las razones cuando se despidió de Doenitz. Según él, su detención estaba relacionada probablemente «con el fusilamiento ordenado en el mes de abril de 1944 de cincuenta oficiales de la aviación inglesa». En el proceso de Nuremberg esta orden de ejecución desempeñaría un importante papel. Doenitz nombró para sustituir a Keitel al capitán general Jodl, jefe del Alto Mando de la Wehrmacht. Es la última orden que dio. El 17 de mayo llegaron a Flensburg los delegados soviéticos. Poco después era invitado el «Gobierno del Reich», a presentarse el 23 de mayo por la mañana, a las nueve y cuarto, a bordo del vapor de pasajeros alemán Patria. —Haga las maletas —le dijeron a Doenitz cuando le dieron la orden. Él sabía que había llegado el momento final. En el bar del Patria se interpretó a la hora fijada el último acto del Gran Reich alemán. El jefe de control americano Rooks, el brigadier inglés Ford, el general de brigada ruso Truskow y el intérprete neoyorquino Herbert Cohn se sentaron solemnemente a la misma mesa. —Parece evidente lo que pretenden —susurró Doenitz a Jodl. —Caballeros —dijo Rooks, abriendo fríamente la reunión—, he recibido instrucciones que el Gobierno del Reich en funciones y el Alto Mando de la Wehrmacht alemana deben considerarse prisioneros de guerra. Es disuelto el Gobierno del Reich en funciones. Esta medida va a llevarse a la práctica sin pérdida de tiempo. Cada uno de ustedes debe considerarse desde este momento prisionero de guerra. Cuando abandonen esta sala les acompañarán un oficial aliado hasta su alojamiento donde harán sus maletas, comerán y liquidarán sus asuntos personales. «Durante esta ceremonia, Jodl permaneció sentado en su silla, tieso como una vela —escribió el corresponsal de guerra Drew Middleton—. Pero su nariz enrojeció y en sus mejillas aparecieron unas manchas rojas. Se frotaba continuamente las manos.» —¿Tienen ustedes algo que alegar? —preguntó Rooks.

—Sería inútil —replicó Doenitz. Daba la impresión de un hombre muy abatido, pero que, como observó Middleton, hacía esfuerzos para no perder la dignidad. —¿Tiene usted algo que alegar? —preguntó Rooks a Jodl. —Sería inútil —dijo también Jodl. Su respiración era entrecortada. El almirante Von Friedeburg se sentaba indolente en su silla sin decir una sola palabra. Era la cuarta capitulación a la que asistía. —Tengan la bondad de entregar su documentación —indicó Rooks. Jodl se metió la mano en el bolsillo y arrojó, irritado, sus documentos personales sobre la mesa. —Well, gentlemen —dijo Rooks, poniéndose de pie—. En este caso solo cabe decirles goodbye. Jodl consultó de un modo mecánico su reloj. Eran las diez de la mañana. En Flensburg-Mürwick, la sede del Gobierno del Reich y del OKW, parecía que se hubiese desatado todas las iras del infierno. Habían llegado los carros de combate, la infantería y la policía militar británica. El brigadier Jack Churcher, de la 159 Brigada, comandante inglés de la ciudad de Flensburg, corría con rostro enrojecido por las calles, gritando: —¡Buscamos a esos individuos de las franjas rojas en los pantalones! Tropas de la 11.ª División acorazada inglesa avanzaban por las calles con la bayoneta calada. Una vez más les estaba permitido jugar a la guerra. El objetivo era concreto: arrestar al Gobierno del Reich y al Alto Mando de la Wehrmacht. Para los alemanes, la invasión fue una sorpresa terrible. Los ministros que no se encontraban a bordo del Patria estaban celebrando en aquellos momentos una conferencia. El Canciller en funciones, conde Schwerin von Krosigk, hablaba de la situación sin tener la menor idea de lo que estaba sucediendo. Pero a los pocos instantes estaban todos perfectamente al corriente de la

situación. Alguien abrió la puerta. Unos soldados ingleses, con bombas de mano y metralletas, penetraron en la sala, gritando: —¡Manos arriba! Los miembros del Gobierno del Reich se pusieron de pie de un salto. Nadie sabía a qué atenerse. Pero ya los ingleses daban una nueva orden: —¡Pantalones abajo! Los ingleses lo decían muy en serio. Los alemanes fueron desarmados y a continuación empezó la grotesca escena: los miembros del Gobierno del Reich fueron registrados en busca de ampollas de veneno. —No dejaron nada por registrar —comentó sonriente Lüdde-Neurath, expresándose en unos términos sumamente moderados. Aquellos hombres en calzoncillos y pijamas fueron conducidos a la calle. Las secretarias levantaban las manos frente a las metralletas de los ingleses. Los soldados registraban los cajones de las mesas-escritorio, las maletas, las carteras de mano, los armarios, las camas. Así fue el fin del último Gobierno del Reich. Una compañía de la 159 Brigada de la 11.ª División del segundo Ejército inglés avanzó con sus carros de combate hacia el pueblo cercano de Glücksburg. Allí había instalado sus oficinas el ministro de Economía y de Producción del Gobierno Doenitz, Albert Speer. También Speer figuraba en la lista de los criminales de guerra. Speer era un hombre tranquilo y sensato. Tal vez era el único que tenía una noción clara de la situación en que se encontraban. Cuando apareció el oficial inglés, sonrió y dijo: —Sí, esto es el fin. Tal vez sea mejor así. A fin de cuentas, todo esto ya era solamente una ópera. —¿Una ópera cómica? —preguntó el oficial inglés. Tenía sentido del humor. Speer asintió en silencio.

A la misma hora, el presidente del Reich Karl Doenitz, prisionero de guerra, se paseaba por delante de su casa, en Flensburg-Mürwick. Había hecho sus maletas y esperaba que llegara el coche que había de trasladarlo al campamento. A su lado estaba el almirante Von Friedeburg. Los dos hombres tenían las manos entrelazadas a la espalda y paseaban en silencio por el pequeño jardín. Llegaron los coches. Los prisioneros de guerra habían de ser conducidos a la Jefatura de Policía de Flensburg donde había de formarse el convoy. Antes de abandonar su despacho, Von Friedeburg preguntó al oficial inglés si le permitía entrar un momento en el lavabo. Le concedieron el permiso solicitado. Hans-Georg von Friedeburg cierra la puerta a sus espaldas. Fuera esperan los ingleses fumando tranquilamente un cigarrillo. Transcurren los minutos. No se oye el menor ruido dentro del lavabo. Los soldados empiezan a impacientarse. Llaman a la puerta. No reciben respuesta. Golpean con el puño la hoja de la puerta. Silencio. Un robusto sargento da un puntapié a la puerta, la abre y los soldados ingleses penetran en el lavabo. El último comandante en jefe de la Marina de guerra alemana está tendido de espaldas en el suelo. Su cuerpo tiembla aún bajo los efectos del cianuro potásico. Tiene los ojos muy abiertos, pero ha perdido ya el sentido. Los soldados recogieron al moribundo y lo transportaron a la habitación contigua en donde lo echaron sobre una cama. Uno de los soldados salió corriendo en busca de un médico..., como si hubiera algún remedio contra las ampollas de la muerte procedentes de la antigua oficina del Servicio de Seguridad del Reich. El almirante Friedeburg murió antes de la llegada del médico. Doenitz, Jodl y Speer esperaban mientras tanto en el patio de la Jefatura de Policía. Los soldados ingleses no dejaron un solo momento de apuntarles con sus ametralladoras. Un grupo de corresponsales de guerra uniformados se había citado en la Jefatura de Policía. En vano trataron de celebrar una entrevista con los prisioneros de guerra. Jodl contestó de un modo evasivo la primera pregunta que le dirigieron: —Soy prisionero de guerra y solo tengo que decir mi nombre y mi graduación... Nada más.

Uno de los periodistas sonrió. —Está bien. Dígalos, pues... Jodl respondió como si disparara un obús: —Capitán general Jodl, jefe del Alto Mando de la Wehrmacht. Poco después llegaron los camiones militares y los prisioneros de guerra, escoltados por carros de combate, fueron llevados al campo de aviación. Para Jodl, Doenitz y Speer empezaba el camino que había de conducirlos al banquillo de los acusados en Nuremberg y desde allí a la cárcel de Spandau. Con el fin del último Gobierno del Reich, el destino de Alemania estaba ya única y exclusivamente en manos de los aliados. «Pasarán muchos años, tal vez una generación, antes de que los setenta millones de seres humanos de la Alemania conquistada estén otra vez en situación de intervenir en la política mundial o puedan intentar gobernarse por sí mismos», escribió el diario de los soldados americanos en Europa, Stars and Stripes, en una información sobre los planes del Gobierno militar.

7. El vicecanciller von Papen se siente demasiado viejo. — El gobernador general, Hans Frank, intenta suicidarse Continuaba la gran batida humana de la historia. El número de alemanes que eran buscados, al principio un millón, había sido elevado por la Comisión de Criminales de Guerra de las Naciones Unidas a seis millones aproximadamente. ¿Dónde estaba Himmler? ¿Dónde estaban Ribbentrop, Rosenberg, Ley, Bormann, Frank y Streicher? Habían desaparecido. Parecía como si se los hubiera tragado la tierra, perdidos en el caos de las riadas de fugitivos entre las ruinas de los bombardeos. Sus fotografías y sus filiaciones estaban expuestas en todos los cuarteles, pero nadie podía dar con sus huellas. Las autoridades americanas e inglesas sabían que Radio Moscú criticaba cada día la ineficacia de los occidentales para dar con los desaparecidos. Y esta ineficacia amenazaba con convertirse en un escándalo político. Moscú exigió finalmente de un modo oficial que fuera intensificada la búsqueda de los grandes jefes del Partido nazi.

Pero los criminalistas de Eisenhower y de Montgomery no podían sacárselos de la manga. Mostrábanse satisfechos cada vez que era detenido uno de los desaparecidos. Habían apresado ya a un gran número de personalidades del Tercer Reich. Muchos de ellos comparecieron más tarde en Nuremberg. Por ejemplo, Franz von Papen, al que todos llamaban el «mozo que había ayudado a Hitler a montar a caballo», antiguo Canciller del Reich, Vicecanciller y embajador alemán en Viena y Ankara, había sido detenido en Westfalia. El episodio había tenido lugar durante aquellos tormentosos días en que el 9.º Ejército americano había avanzado hasta la región del Ruhr. Franz von Papen y su familia, que hasta el último momento habían estado sometidos a la vigilancia de la Gestapo, porque Hitler recelaba vivamente de aquel diplomático de la vieja escuela, se habían refugiado durante los días del hundimiento total de los frentes del Oeste en casa de su yerno, el barón Max von Stockhausen. En un apartado pabellón de caza hacía la guardia con escopetas el hijo de Papen, Friedrich Franz von Papen. La región estaba inundada de soldados desertores y obreros extranjeros que habían sido puestos en libertad. Querían proteger a las mujeres y a los niños que se encontraban en el pabellón. Hasta la llegada de los americanos podía pasar todavía algún tiempo y nadie podía garantizar lo que podía suceder. Franz von Papen estaba convencido de que aquella sería para él la hora de la liberación. Pero todo sucedió de modo muy distinto. Los soldados del Noveno Ejército descubrieron, después de haber ocupado la población de Stockhausen, el apartado pabellón. Un sargento entró en la casa esgrimiendo una pistola. Los hombres fueron hechos prisioneros de guerra. —¿Quién es usted? —preguntó el americano al anciano que permanecía en un rincón de la estancia sentado en un banco de madera. —Franz von Papen —contestó el interpelado, presentando su documento de identidad. —También usted queda arrestado —dijo el sargento. —No ejerzo ningún cargo militar y, además, tengo ya sesenta y cinco años... —No importa —replicó el americano, que esgrimía una pistola—. Queda usted detenido.

Papen se sometió a su suerte. Invitó a los soldados a tomar asiento y obtuvo permiso para comer un plato de sopa y meter sus objetos de uso personal en una mochila. A continuación hicieron subir al antiguo Canciller del Reich y sus acompañantes a un «jeep» para llevarlos al puesto de mando de la división en Rüthen. Los oficiales en Rüthen lo trataron con extrema corrección y amabilidad, pero tampoco le dieron las menores esperanzas. En primer lugar habían de averiguar si su nombre figuraba en la lista. En el Cuartel general de Eisenhower demostraron un gran interés en conocer personalmente al distinguido prisionero de guerra. Todo esto exigía tiempo. Papen quedó detenido... y sería prisionero hasta mucho después del proceso de Nuremberg. También el Séptimo Ejército pudo comunicar un gran éxito al Cuartel general. El 6 de mayo de 1945, su 36 División de infantería en Berchtesgaden detuvo a dos mil soldados, una masa gris en la cual todos parecían iguales. Los hombres fueron cacheados, registrados y conducidos a unos barracones. Trabajo de rutina, nada más. Aquella misma noche sonó el teléfono del capitán Philip Broadhead, jefe del Gobierno militar de Berchtesgaden. El oficial de guardia en el campo de prisioneros de guerra estaba al otro extremo de la línea telefónica. —Uno de esos individuos ha intentado suicidarse —comunicó el teniente. —¿Y qué? —replicó el capitán Broadhead, malhumorado. No le gustaba que le molestaran por estas nimiedades. —Parece que se trata de un pez muy gordo —añadió el jefe del campo—. Debe de tener una conciencia muy negra. —¿Cómo se llama? —Un momento, veamos; vamos a ver... Sí, Frank, Hans Frank. Broadhead saltó de la cama... Unos minutos más tarde estaba en el dispensario provisional del campamento, a la cabecera del gobernador general de Polonia, que estaba inconsciente. El brazo izquierdo de Frank estaba vendado hasta la punta de los dedos. Su cara redonda estaba pálida como la cera y las mejillas hundidas. Pero su respiración era tranquila, aunque apenas perceptible. —Con una hoja de afeitar, capitán —dijo el médico indiferente—. Pero lo

salvaremos. Efectivamente, lo salvaron. La mano izquierda de Frank quedó paralizada y apenas podía mover el brazo izquierdo. Cuando se abrió las venas se hirió también los tendones. La noticia de que Frank había sido apresado corrió como un reguero de pólvora por todo el mundo. El nombre de este individuo bajo cuyo reinado en el antiguo Gobierno general de Polonia se habían cometido los crímenes más horrendos, causaba miedo, recordaba asesinatos en masa. «El verdugo de Polonia». «El asesino de los judíos de Krakovia». Y, sin embargo, en Nuremberg Frank sería uno de los pocos que aceptaría toda su responsabilidad y no intentaría desviarla hacia sus subordinados o sus jefes. Frank descubrió voluntariamente a los americanos dónde había ocultado los objetos de arte que se había llevado de Polonia. Según los especialistas, aquellos objetos «representaban varios millones de dólares». Frank entregó igualmente a los americanos parte de sus diarios. Treinta y ocho tomos que representaban la acusación más impresionante de todos los tiempos que un hombre haya dirigido contra sí mismo. Profundamente aterrados leyeron los americanos frases como la siguiente: «Si me hubiera presentado al Führer y le hubiera dicho: "Mi Führer, he vuelto a eliminar 150.000 polacos", me hubiera contestado: "Está bien, si lo crees necesario". Si ganamos la guerra, y depende de mí, procuraré que conviertan en picadillo a todos los que pululan por Polonia y Ucrania.» O también: «Aquí al principio había tres millones y medio de judíos, de los cuales solamente quedan una cuantas compañías de trabajo. Los otros, digámoslo así, han emigrado.» Y también: «No olvidemos que todos nosotros figuramos en la lista de los criminales de guerra del señor Roosevelt. Tengo el honor de ser el número uno...» Era evidente que Frank sabía a qué atenerse. Por este motivo aquella noche había intentado abrirse las venas. Pero ahora le salvaban la vida..., para llevarlo a Nuremberg.

8. En poder de los aliados: El presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht; el protector del Reich, Constantin von Neurath; el ministro de

Economía del Reich, Ernst Kaltenbrunner; el comisario del Reich, Arthur Seyss-Inquart; el industrial Gustav Krupp von Bohlen und Halbach; y el dictador del Trabajo, Fritz Sauckel De un modo mucho más amable se produjo la detención de otro de los futuros acusados en Nuremberg. En el primer instante parecía, efectivamente, que se trataba de una puesta en libertad: Hjalmar Schacht, el antiguo presidente del Reichstag alemán, era un preso de Hitler cuando fue detenido por los americanos. Había recorrido un largo camino por las cárceles y campos de concentración. En 1944 había sido detenido por la Gestapo con motivo del atentado del 20 de julio. Ravensbrueck, Moabit y, finalmente, el campo de la muerte de Flossenbürg habían sido las etapas de su largo trayecto. —De este campamento no hay nadie que salga con vida —les decía Schacht a los que internaban, después de él. En el patio del campamento se veía, a través de una puerta abierta, la horca. Cada noche se oían gritos y disparos que daban a entender claramente lo que sucedía allí dentro. Por las mañanas, cuando daban el acostumbrado paseo, habían llegado a contar hasta treinta cadáveres. Schacht se enteró mucho más tarde de que el comandante de Flossenbürg tenía orden concreta de fusilarle tan pronto se acercaran los americanos. Pero no llegó a ello. En vista de la situación los soldados de las SS se comportaron de un modo extremadamente condescendiente, tal vez para ganarse con ello la salvación personal. Por este motivo, cuando se aproximaron los americanos, Schacht y otros internados fueron llevados primero a Dachau y luego a Austria. Cuando el transporte se detuvo a orillas del lago de Wild, cerca de Praga, fue liberado por el Noveno Ejército junto con una serie de prominentes presos «nobles y personales» de Hitler: el dirigente socialista francés León Blum; el último Canciller austríaco Kurt Schuschnigg; el pastor protestante Martin Niemöller; el industrial Fritz Thyssen; el regente húngaro Nicolás Horthy; el sobrino de Molotov, Alexej Kokosin; los generales Franz Halder y Alexander von Falkenhausen; los príncipes Philipp de Hessen y Friedrich-Leopold de Prusia; el sesenta y dos primo del premier británico, capitán Peter Churchill; los franceses Edouard Daladier, Paul Reynaud, Maurice Gamelin y muchos más. —¿Por qué fue detenido usted por Hitler? —le preguntaron los americanos a Schacht.

—No tengo la menor idea —repuso el banquero. Y también ignoraba por qué motivos no le ponían en libertad, y continuaba detenido. Le trataron bien, le dieron comida excelente, incluso estaba autorizado a dar paseos sin ser vigilado por nadie. Pero, de nuevo lo subieron a un coche y lo llevaron a Anacapri y después al campo de prisioneros de guerra de Aversa, cerca de Nápoles. Hjalmar Schacht, el genio de las finanzas, el hombre que siempre lucía un cuello duro de pajarita, había vuelto a cambiar de campamento. Al final le esperaba la cárcel de Nuremberg. En Alemania seguían las detenciones en gran escala. Apenas pasaba un día que no fuera detenido uno de los futuros acusados en Nuremberg. El 6 de mayo detuvieron los franceses, en su zona de ocupación, al antiguo Protector del Reich para Bohemia y Moravia, Constantin von Neurath. El 11 de mayo en Berlín al sucesor de Schacht, el ministro de Economía del Reich, Walther Funk. El 15 de mayo detuvieron las tropas americanas en Austria a Ernst Kaltenbrunner, el jefe de la temida Oficina de Seguridad del Reich. Su jefe, por el contrario, el SS Führer Heinrich Himmler continuaba sin ser encontrado. El Ejército canadiense apresó una lancha rápida alemana. A bordo se encontraban Arthur Seyss-Inquart que entonces era «comisario del Reich para las regiones ocupadas de los Países Bajos». «¡Ha sido detenido el caballo de Troya de los nazis!», escribió un periódico americano pocos días después de haber conseguido los canadienses este botín en alta mar. Y el periódico americano recordaba a sus lectores que Seyss-Inquart había sido el hombre que en 1938 había contribuido de un modo destacado a la entrada de los alemanes en Austria. Pero la lancha rápida no emprendía la huida. El 3 de mayo el Gobierno del Reich en funciones de Karl Doenitz, había invitado a Flensburg a todos los comandantes civiles y militares de las regiones todavía ocupadas, es decir, de Bohemia, Holanda, Dinamarca y Noruega. El objetivo de la reunión había sido discutir la rápida capitulación de las fuerzas alemanas en estos países. Las tormentas habían retenido a Seyss-Inquart más tiempo del previsto en Flensburg. El 7 de mayo pretendió regresar a Holanda y el único camino era el mar, pero los canadienses le salieron al paso. Seyss-Inquart llegó efectivamente a Holanda..., pero como prisionero de

guerra. Lo alojaron en las cercanías del castillo de Twickel cerca de Henglo, que era donde había tenido su residencia oficial. Pero ahora debía dormir en una tienda de campaña que habían levantado en un campo de fútbol. Continuaban las detenciones. Los ingleses pusieron bajo arresto domiciliario a Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, el propietario de las fábricas de armamento más grandes de Alemania. El anciano industrial se vio obligado a abandonar su lujosa residencia y alojarse en la vivienda de su jardinero. La detención del plenipotenciario para el Trabajo, Fritz Sauckel, casi pasó desapercibida entre la euforia de aquellos días.

9. El jefe del Servicio de Trabajo, Robert Ley, se hace llamar Distelmeyer. — El filósofo del partido, Alfred Rosenberg, en el hospital. — Un artista inofensivo: Julius Streicher En las primeras páginas de los periódicos extranjeros apareció otra noticia sensacional: ¡Ha sido detenido el doctor Robert Ley! «La detención de Ley es más importante que la de Goering —escribió el New York Times—. Ley es el hombre tras el cual se oculta el "Werwolf".» El Werwolf, aquel movimiento que ya había nacido fracasado, de los futuros guerrilleros alemanes, era todavía exagerado en su importancia, casi como también la importancia que cabía darle a Ley. El jefe del Servicio de Trabajo alemán ya hacía tiempo que había dejado de ser tan influyente como creían en el extranjero. Ley se había entregado a la bebida y le gustaba el lujo. En su residencia se había mandado construir un baño de mosaico negro y grifos de oro. Cuando murió, fue examinado su cerebro, y los médicos descubrieron huellas de una grave perturbación mental. Los discursos de Ley eran primitivos, confusos y con frecuencia los había pronunciado con la lengua estropajosa. Nublado por el alcohol gritó en cierta ocasión, durante una grandiosa manifestación: —Mi Führer, doy el parte: ¡Ha llegado la primavera! Cuando se esfumaron todos los sueños nacional-socialistas, el doctor Robert Ley intentó ocultarse en los Alpes bávaros. Al sur de Berchtesgaden eligió una choza de pastor, pero la población le traicionó y lo delató a los

americanos. Soldados de la 101 División aerotransportada americana subieron el 16 de mayo a la cabaña, en la que penetraron con metralletas. En la penumbra que reinaba en el interior de la cabaña, un hombre estaba sentado sobre la cama. Fijó una mirada febril en los soldados americanos. Tenía la mandíbula inferior desencajada. Hacía cuatro días que no se afeitaba. Su cuerpo estaba agitado por fuertes temblores. —Are you doctor Ley? Ley se puso de pie y negó con un violento movimiento de cabeza. —Us... ustedes se con... confunden —tartamudeó—. Yo... yo... soy el doctor Ernst Dis... Distelmeyer. —O. K. —asintió el oficial americano—. Acompáñenos. El jefe del Servicio de Trabajo no ofreció la menor resistencia. Llevaba puesto un pijama azul y se echó sobre los hombros un abrigo Ioden gris, se calzó unos zapatos marrones de gruesa suela y se puso un sombrero tirolés verde. De este modo se presentó, poco después, en el puesto de mando de la división americana en Berchtesgaden. Allí le registraron detenidamente en busca de hojas de afeitar y frascos de veneno. Luego comenzó el interrogatorio. —¿De modo que no es usted el doctor Ley? —No. Esos son... son mis pa... papeles. Los documentos de identidad estaban extendidos a nombre del doctor Ernst Distelmeyer. El oficial encargado del interrogatorio le presentó unas fotos del doctor Ley. —No..., yo no... soy ese. —Óigame usted —dijo el oficial americano que hablaba un alemán sin acento—, lo que le voy a decir le llenará a usted de asombro. Soy miembro del Servicio Secreto y mi misión durante los últimos trece años ha consistido, única y exclusivamente, en seguir todos los pasos del doctor Robert Ley. Le reconozco. Ley palideció todavía más. Luego susurró:

—Está usted en... en un error. —Está bien —asintió el oficial y le hizo una seña a uno de los soldados. Este salió del cuarto y regresó, al cabo de poco tiempo, acompañado por un anciano. Franz Xaver Schwarz, que ya había cumplido los ochenta años, y que pocos días antes todavía era el todopoderoso tesorero del partido nacionalsocialista, y que había sido detenido por los americanos. Schwarz no tenía la menor idea del motivo por el que le llevaban a aquella habitación. Pero cuando inesperadamente se enfrentó con el nuevo detenido no pudo ocultar su sorpresa. —Buenos días, doctor Ley —exclamó contento de ver a un viejo amigo—. ¿Qué hace usted aquí? En el acto comprendió el error que había cometido y fijó una desolada mirada a los americanos y en el doctor Ley. El oficial sonrió. —Bien —preguntó el oficial americano—, ¿continúa usted llamándose Distelmeyer? El jefe del Servicio de Trabajo no respondió. Había dejado caer la cabeza sobre el pecho. A una señal del oficial, uno de los soldados entró a otro testigo: Franz Schwarz, el hijo del tesorero del partido. —¿Conoce usted a este hombre? —le preguntaron. —Es el doctor Robert Ley —contestó el joven, sin rodeos de ninguna clase. Al entrar en el cuarto había comprendido a primera vista lo que estaba en juego y se dio cuenta de que era inútil andarse por las ramas. —¿Qué me dice usted ahora? —preguntó el oficial americano, muy tranquilo. —Usted... usted ha ganado —murmuró Ley. No levantó la cabeza del pecho. Y en esta misma actitud subió al «jeep» que le estaba aguardando. El teniente Walter Rice acompañó al detenido a la cárcel de Salzburgo.

—Nosotros, los nacionalsocialistas, continuaremos la lucha —declaró allí el doctor Ley cuando fue interrogado. Había superado el «shock» de la detención y volvía a ser el fiel mosquetero de Hitler. Por lo menos quería hacer gala de una cierta dignidad. —Mi destino no tiene ya la menor importancia —añadió, sin tartamudear, pues ahora que había desaparecido la emoción y la excitación se revelaba muy frío—. La vida ya nada significa para mí. Pueden matarme aquí mismo, si así lo desean... Ya no tiene la menor importancia. Pero la detención de Ley fue arrinconada a un lado por otra noticia. Procedía del Cuartel general del Segundo Ejército británico en la zona norte de Alemania. Allí seguían, ininterrumpidamente, buscando al jefe de las SS, Heinrich Himmler. Pero mientras andaban buscando a Himmler, se tropezaron con otro de los grandes jefes del partido, el filósofo del partido nacionalsocialista y antiguo ministro del Reich en las regiones ocupadas del Este, Alfred Rosenberg. Rosenberg, autor de la biblia del partido El mito del siglo XX, había fijado su última residencia en Flensburg para estar al lado de Doenitz. Probablemente había confiado que allí le darían un nuevo cargo y como miembro había confiado en obtener cierta protección por parte de los aliados. Pero Doenitz había rechazado su colaboración y le había sugerido que se presentara voluntariamente a los ingleses. Pero Rosenberg no siguió este consejo..., o no pudo seguirlo. Una fractura del tobillo que se causó después de una entrevista con el jefe de Estado y cuando estaba borracho, le impedía moverse libremente. Por este motivo se dirigió a la Academia de la Marina de guerra en Flensburg-Mürwick, que había sido transformada en hospital. El 19 de mayo rodearon los carros de combate y los soldados de infantería el mencionado edificio. Los ingleses tenían orden de registrar el hospital en busca de Heinrich Himmler. Aunque no encontraron al jefe de las SS, por lo menos tuvieron el consuelo y la satisfacción de descubrir a Rosenberg y llevárselo detenido. En el mes de noviembre se sentaría el filósofo del partido en el banquillo de los acusados en Nuremberg, sin ser acusado, de todos modos, por sus puntos de vista filosóficos, sino por sus actividades como ministro del Reich en las regiones ocupadas del Este. Después del incidente de Flensburg se trasladó de nuevo a Baviera el escenario de la gran caza humana. El 23 de mayo, un «jeep» en el que iban cuatro americanos iba en

dirección a Berchtesgaden. Pertenecía a la 191 División aerotransportada. El comandante Henry Blitt estaba sentado en la parte posterior del coche y contemplaba meditabundo el hermoso paisaje pensando en que sería mejor ser un turista que no un soldado... Los habitantes de la región montañosa ofrecían un cuadro pintoresco, lleno de paz con sus trajes típicos. Lástima que fueran nazis, se dijo sin duda Blitt. Aquel anciano, por ejemplo, sentado en la terraza frente a la cual pasaba el «jeep». El hombre estaba tomando el sol, y lucía una barba blanca. A su lado había un caballete de pintor. Cerca de allí se oían los cencerros de las vacas en los pastos. De pronto, el comandante Blitt sintió la necesidad irreprimible de beberse un vaso de leche..., leche recién ordeñada y no aquella leche pasteurizada que les remitían desde América. Blitt ordenó detener el «jeep». Los americanos entraron en la casa. El comandante se bebió su vaso de leche. Hablaba el judío, su lengua materna, y se entendía bastante claramente con los alemanes. Inició una charla con el anciano. —¿Cómo va eso, abuelo? —Bien, bien. —¿Es usted campesino? —No —contestó el barbudo—, yo solo vivo aquí. Soy artista, pintor... —¿Qué opinión le merecen a usted los nazis? —preguntó Blitt, sonriendo. El anciano hizo un gesto evasivo con la mano. —Yo no entiendo de eso. Soy artista y nunca me he ocupado de la política. —Pues se parece usted de un modo extraordinario a Julius Streicher — comentó divertido el comandante americano. En efecto, el anciano le había recordado mucho la fotografía que le habían entregado de Streicher. El anciano le miró con ojos desorbitados, y con expresión de miedo y sorpresa al mismo tiempo. Luego preguntó, en voz muy baja: —¿De dónde me conoce usted?

Todo fue por pura casualidad. Streicher se había tomado en serio la broma del americano y se descubrió él mismo. Henry Blitt comprendió en el acto. —¡Ah! —musitó. —Me llamo Sailar —añadió Streicher, rápidamente. Creía poder corregir todavía su error. Pero ya era demasiado tarde. El mayor Blitt dio la orden a sus soldados. —Queda detenido —le anunció a Streicher. Streicher compuso una cara de disgusto. Había terminado de representar su papel de inofensivo pintor. Ahora daba la impresión de ser mucho más viejo de lo que era en realidad, pues solo contaba cincuenta y nueve años. Su barba descuidada, el cuello abierto de su camisa azul y los pantalones arrugados, daban la impresión de que era un hombre muy descuidado. —Quiero cambiarme los zapatos —dijo al comandante Blitt. Sus ojos inquietos relucían de ira. —Está bien —concedió el comandante. Streicher se sentó en un banco en el interior de la casa. Una joven mujer, muy atractiva, con un corto vestido de la región, se arrodilló ante él y le cambió los zapatos que llevaba por otros más recios. La mujer había oído todo lo que habían hablado los dos hombres, pero no dijo una sola palabra. Cuando los americanos se llevaron a Streicher, la mujer se quedó en la casa. Nadie sabía quién era. El capitán Hugh Robertson y el soldado Howard Huntley sentaron a Streicher entre ambos. El comandante Blitt se sentó al lado del chófer y emprendieron el viaje de regreso a Berchtesgaden. Un corresponsal de guerra americano asistió a la llegada de Streicher al puesto de mando de la división. «Julius Streicher —escribió a su periódico—, el jefe de los francos y editor de la revista antisemita Der Stürmer, que ha sido el hombre que más odio ha

sentido nunca contra los judíos en toda la historia de la humanidad, ha sido descubierto y detenido por un judío.» Una Comisión londinense para los criminales de guerra publicó el resultado de sus primeras actividades. Habían sido apresados casi todos los cabecillas nazis. Solo faltaban dos en la lista... y estos dos, en opinión de los aliados, eran los más importantes: el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop y el jefe de las SS, Heinrich Himmler. De nuevo fue registrada toda Alemania en busca de esos dos personajes.

10. El fin del Reichsführer-SS, Heinrich Himmler Durante la segunda mitad del mes de febrero del año 1945, un delegado de la Cruz Roja sueca viajaba en un coche a franjas blancas, claramente identificable para los aviones, a través de Alemania en ruinas. Era el conde Folke Bernadotte, el mismo que tres años después fue asesinado en Jerusalén cuando representaba a las Naciones Unidas. Trataba de entrevistarse con Heinrich Himmler, el temido jefe de las temidas SS, cerebro de la tristemente célebre Policía Secreta del Estado, de la Gestapo, y dueño y señor de los campos de destrucción, de las cámaras de gas y de los molinos de muerte. Quería persuadir al comandante en jefe de la policía alemana y del Ejército de la Reserva para que pusiera en libertad a los internados daneses y noruegos de los campos de concentración para que la Cruz Roja los pudiera trasladar a Suecia. En Hohenlychen, cerca de Berlín, se entrevistó el conde el 19 de febrero con Himmler. El Reichsführer SS se había retirado de aquel lugar porque sus múltiples obligaciones y el cercano fin le tenían aterrorizado. Simulaba estar enfermo y dejaba ahora que fueran otros los que procuraran salir airosos de la situación. La entrevista se celebró en el despacho del tristemente célebre médico jefe Karl Gebhart. «Cuando Himmler se presentó inesperadamente ante mí —escribió Folke Bernadotte en sus memorias—, con sus gafas de montura de concha, con el uniforme verde de las Waffen-SS, sin condecoraciones de ninguna clase, me dio la impresión de que era un funcionario de poca categoría. Si me hubiese encontrado con él por la calle, no le hubiese prestado la menor atención. Tenía unas manos pequeñas, cuidadas, muy sensibles. Sinceramente no descubrí en él nada diabólico, a no ser la extrema dureza de su mirada.»

Este, pues, era el hombre ante el cual Europa había temblado durante tantos años, el hombre que solo tenía que dar una señal para que fueran eliminados miles y miles de seres humanos, millones de seres humanos. Un hombre lleno de sueños fantasiosos, un hombre indeciso y con un afán de poder realmente sádico. Un hombre de ascendencia burguesa..., su padre había sido maestro del príncipe Heinrich de Baviera y el príncipe había sido su padrino. A esto se debía su nombre de pila. Difícilmente podemos imaginarnos un ser más extraños que Himmler. Comenzó a ganarse la vida en una granja avícola y como representante de una casa de abonos en Schleissheim. Era un admirador del tirano mogol Gengis Kan, ingresó en las filas de los voluntarios alemanes durante los años veinte, fue secretario del rebelde Gregor Strasser y cuando era el hombre más poderoso de Alemania, después de Hitler, estimulaba la plantación de hierbas medicinales al mismo tiempo que ordenaba la realización de experimentos macabros en los cuerpos de los internados en los campos de concentración. Su único objeto consistía en reunir todas las riendas del poder en sus manos, para poder mandar sin limitaciones de ninguna clase y suceder a Hitler. ¿Reaccionaría aquel hombre a la humanitaria petición de Bernadotte? Himmler rechazó la pretensión de que los internados daneses y noruegos fueran transportados a Suecia: —Si aceptara su proposición —dijo—, todos los periódicos suecos publicarían en primera página que el criminal de guerra Himmler trata en el último minuto de comprarse la salvación y presentarse con las manos limpias ante el mundo, porque teme las consecuencias de sus acciones en el pasado. Comprendía exactamente la situación en la que se encontraba. ¿Qué le sucedía a Himmler por aquellos días? Con la policía, las SS, la Gestapo y el Ejército de la reserva tenía los instrumentos del poder reunidos en sus manos. Sin temor a enfrentarse con una gran resistencia podía ejecutar un golpe de Estado. Actualmente sabemos que en varias ocasiones le pasó la idea por la cabeza. Pero el hombre vacilaba, dudaba como lo había hecho durante toda su vida. Quería serle fiel a Hitler y al mismo tiempo salvar su pellejo. —Estoy dispuesto a hacer todo lo que sea preciso para el pueblo alemán —le dijo a Folke Bernadotte en el curso de su segunda entrevista—, pero he de continuar la lucha. He prestado juramento de fidelidad al Führer y estoy ligado por este juramento. —¿No comprende usted que Alemania ya ha perdido la guerra? —le

preguntó el conde sueco sin andarse por las ramas—. Un hombre que se encuentra en su posición y en su situación, no está obligado a seguir ciegamente a sus superiores. Ha de tener el valor de adoptar las medidas necesarias que puedan serle de utilidad a su pueblo. Himmler fue llamado al teléfono e interrumpió la conversación. Por medio de un hombre de confianza, el SS-Gruppenführer Walter Schellenberg, presentó otra proposición: Bernadotte había de presentarse en el Cuartel general de Eisenhower y ofrecer la capitulación del frente del Oeste. Folke Bernadotte estaba atónito. Puso dos condiciones, que él creía inaceptables. 1. Himmler tenía que anunciar públicamente que había sucedido a Hitler, pues este por su estado de salud no podía ejercer sus funciones. 2. Himmler debía disolver el Partido nacionalsocialista y destituir inmediatamente a todos los funcionarios del Partido. Pero, con infinita sorpresa por parte del conde sueco, Himmler aceptó la proposición. Bernadotte no sabía lo que había sucedido mientras tanto entre bastidores. Himmler se daba cuenta de que la guerra estaba perdida. Ya lo sabía desde el año 1943. Entonces ya había tratado en secreto, por mediación del industrial Arnold Rechberg, de establecer contacto con las potencias occidentales y negociar la posibilidad de una paz por separado. Pero tanto Bormann como Ribbentrop habían obstaculizado esta acción. A través de un nuevo intermediario, celebró nuevas consultas con Arnold Rechberg que, por su parte, había de reforzar sus contactos en el Oeste. Himmler, el hombre que había exterminado más judíos en la historia de la humanidad, se escribía en secreto con el doctor Hillel Shorch, representante en Estocolmo del Congreso mundial judío. Invitó al intermediario judío doctor Norbert Masur a trasladarse a Berlín, después de garantizarle personalmente bajo palabra de honor que no iba a sucederle nada, para discutir con él la posibilidad de poner en libertad a los judíos internados en los campos de concentración. Negoció con el antiguo presidente federal suizo Jean-Marie Musy sobre el transporte de los judíos desde el campo de concentración de Belsen al extranjero. Intentó ponerse en contacto con las potencias occidentales por medio del

banquero sueco Jacob Wallenberg. Y ahora se esforzaba en conseguir la colaboración de Folke Bernadotte y, por este motivo, finalmente consintió en que fueran puestos en libertad los presos daneses y noruegos. Viendo que Alemania había perdido irremisiblemente la guerra, Himmler estaba dominado por una idea fija. Después de haber mandado, durante varios años, a la muerte a millones de seres humanos, ahora creía poder desempeñar el papel de ángel de la paz. Y el hombre estaba plenamente convencido de que en el extranjero sabrían apreciar debidamente este gesto suyo. No quería reconocer que, eternamente, sería considerado como el instigador de la muerte de millones de seres humanos. A estos se debe añadir el intenso terror que tenía a Hitler. Tenía miedo de que su Führer pudiera descubrir su doble juego y que, en el último momento, deshiciera sus proyectos. Por este motivo, planeaba en colaboración con Schellenberg derrocar a Hitler. Para todo esto se basaba en el estado de salud de Hitler. En su conversaciones con Schellenberg le llamó la atención sobre el hecho de que el Führer cada vez andaba más inclinado hacia adelante, que le temblaban las manos y de su pálido rostro. El profesor Max de Crinis, jefe de la Facultad de Psiquiatría del Hospital de la Charité de Berlín, fue llamado a consulta por Himmler, así como también el jefe de Sanidad del Reich, doctor Leonardo Conti. Los médicos manifestaron sus sospechas de que Hitler padecía la enfermedad de Parkinson..., una enfermedad que se manifestaba por la rigidez del rostro y síntomas de parálisis de los miembros. Himmler invitó a Schellenberg a acompañarle durante un paseo por el bosque. Cuando se aseguró de que nadie podía oírles, Himmler no se anduvo por las ramas: —No creo que tengamos ocasión de colaborar durante mucho tiempo con el Führer. Ya no está en condiciones de continuar su misión. ¿Cree usted que De Crinis está en lo cierto? —Sí —contestó rápidamente Schellenberg. —¿Y qué debo hacer yo? —preguntó Himmler, vacilante como siempre—. No puedo mandar asesinar al Führer y tampoco hacer que le envenenen o mandarle detener incluso en la Cancillería del Reich... —Solo existe una posibilidad —sugirió Schellenberg. —Debe usted

presentarse a Hitler, explicarle claramente cuál es la situación y obligarle a que presente su dimisión. —Eso es del todo imposible —replicó Himmler, asustado—. El Führer sufriría un ataque de cólera y ordenaría que me maten allí mismo. —Para evitar eso solo necesita tomar las medidas oportunas —observó Schellenberg muy tranquilo—. Cuenta usted con un elevado número de altos jefes de las SS que le son adictos y que se alegrarían de poder llevar a cabo esta misión. Y si esto no bastara, entonces mande intervenir a los médicos. Pero Himmler era incapaz de tomar una decisión de este tipo. Durante aquel paseo que duró hora y media expuso todo lo que haría cuando sucediera a Hitler en el poder. —Lo primero que haré es disolver el Partido nacionalsocialista —confesó a su acompañante—. Luego fundaré un nuevo partido. ¿Qué nombre le parece a usted el más indicado, Schellenberg? —Partido de concentración nacional —propuso Schellenberg. Pero este golpe de Estado no llegó a realizarse. Los acontecimientos en el frente se sucedían con una rapidez vertiginosa. El Ejército Rojo avanzaba hacia las puertas de la capital del Reich. Himmler se sentía dominado por el miedo. —Schellenberg —dijo en el curso de otra conversación—, tengo miedo de todo lo que se avecina. La noche del 20 al 21 de abril de 1945 llegó el Reichsführer-SS a Hohenlychen para celebrar una nueva entrevista con el conde Bernadotte. Himmler estaba muy pálido y muy cansado. «Daba la impresión de ser incapaz de estarse quieto en ningún sitio — informó el conde sueco—. Iba de un lado a otro haciendo esfuerzos por dominar su inquietud.» Durante la conversación, Himmler se golpeó repetidas veces, con las uñas, los dientes. Ya no podía dominar su nerviosismo. —La situación militar es grave, muy grave —repetía continuamente. Insistió que el conde Bernadotte presentara la oferta de la capitulación a Eisenhower y que procurara concertar una entrevista entre él, Himmler y el comandante en jefe de las fuerzas aliadas.

—Me niego a creer que los aliados acepten la capitulación de las fuerzas alemanas en el frente Oeste únicamente —señaló Bernadotte posteriormente a Schellenberg—, pero aun en este caso no creo que se llegue a concertar una entrevista entre Himmler y Eisenhower. Es completamente imposible que Himmler pueda desempeñar un papel de importancia en el futuro de Alemania. Tres días más tarde, Himmler y Bernadotte volvían a entrevistarse... por última vez. La entrevista se celebró en el edificio del consulado sueco en Luebech. Era la noche del 24 de abril de 1945. «Aquella noche, con un ambiente que parecía que hubiese sonado la hora del Juicio final, no la olvidaría en mi vida», escribió Folke Bernadotte. La alarma aérea les obligó a bajar a los sótanos. Los suecos y alemanes se sentaron allí en unos bancos de madera. Nadie reconoció a Himmler. La alarma aérea cesó a la una de la noche. Por fin pudieron continuar la entrevista en una habitación del consulado. Algunas velas iluminaban la escena, pues la corriente eléctrica ya no funcionaba. —Lo más probable es que Hitler ya esté muerto— señaló Himmler—. Si no es así todavía ocurrirá con toda probabilidad dentro de los próximos días. Hasta este momento me he sentido ligado por mi juramento, pero ahora todo ha cambiado. Admito que Alemania ha sido vencida. ¿Y ahora qué pasará? Himmler estaba plenamente convencido de que Hitler le nombraría su sucesor. Y en este sentido añadió: —En la situación en la que nos encontramos ahora, dispongo de entera libertad de acción. Estoy dispuesto a capitular en el frente del Oeste para que las tropas de los aliados puedan avanzar lo más rápidamente posible en dirección al frente del Este. Pero, por el contrario, no estoy dispuesto a capitular en el frente del Este. Una vez más le rogó a Bernadotte concertara una entrevista entre él y Eisenhower. Incluso había hablado con Walter Schellenberg del comportamiento que habría de tener durante la entrevista con el comandante en jefe americano. —¿He de saludarle con una ligera inclinación de cabeza o tenderle la mano? Durante sus conversaciones continuaba fantaseando:

nocturnas

con

Bernadotte,

Himmler

—Le diré a Eisenhower lo siguiente: «Declaro que las potencias occidentales han derrotado a la Wehrmacht alemana. Estoy dispuesto a rendirme en el frente del Oeste». —¿Y qué hará usted si rechaza su ofrecimiento? —En este caso asumiré el mando de un batallón en el frente del Este y caeré en el campo de batalla. «Todo el mundo sabe que no realizó este plan», comentó posteriormente Bernadotte. El vicepresidente de la Cruz Roja sueca se mostró, finalmente, de acuerdo en transmitir el ofrecimiento de capitulación de Himmler al Ministerio de Asuntos Exteriores de Suecia. En el caso de que su Gobierno estuviera dispuesto a intervenir, informarían a los aliados. —Aquel fue el día más triste de mi vida —dijo Himmler, cuando a las tres de la madrugada abandonaron el consulado y salieron a la calle, percatándose de que el cielo estaba lleno de estrellas. Himmler, personalmente, se sentó al volante de su coche. —Me voy al frente del Este —dijo al despedirse del conde Bernadotte y, con una débil sonrisa, añadió—: No está muy lejos de aquí. Puso el motor en marcha, pero a los pocos segundos se oyó un sordo ruido: Himmler había chocado con la alambrada que rodeaba el edificio. Los hombres de las SS ayudaron a sacar el coche. «El modo cómo Himmler puso el motor en marcha tenía algo de simbólico», escribió Bernadotte en sus memorias. El presidente Harry S. Truman contestó personalmente al ofrecimiento de Himmler. Rechazó la capitulación parcial, y terminaba su telegrama con las siguientes palabras: «Si continúa la resistencia también seguirán los ataques hasta alcanzar la victoria completa.» Se habían esfumado las últimas esperanzas de Himmler. Se trasladó a la sede del OKW, que en aquellos días estaba todavía en Plön. Pero hasta allí le siguió la condena de Hitler:

«Expulso, antes de mi muerte, al antiguo Reichsführer-SS y ministro del Interior del Reich, Heinrich Himmler del Partido y de todos su cargos en el Estado. Goering y Himmler por sus negociaciones secretas con el enemigo, así como por su intento de arrebatarme el poder, han causado daños imprevisibles..., alta traición...» Pero Himmler no llegó a enterarse de que había sido expulsado del Partido. Desconocía que Hitler estaba al corriente, a través de las emisoras extranjeras, de sus negociaciones con el conde Folke Bernadotte. Y continuaba firmemente convencido de que Hitler le nombraría su sucesor. Pero esta ilusión se la arrebataría Doenitz. El gran almirante invitó a Himmler a una entrevista particular. Antes de la llegada del jefe de las SS adoptó Doenitz medidas especiales de seguridad. Temía todavía aquel poder que representaba Himmler. Una sección de marinos de los submarinos montaba la guardia. En la casa y en los jardines se ocultaban oficiales de la Marina de guerra. Esto sucedía pocos minutos antes de la medianoche del 1.º de mayo de 1945. La entrevista entre Himmler y Doenitz se celebró a solas. Pero esta entrevista la conocemos a través del informe que de la misma dictó, más tarde, el propio gran almirante. Doenitz había preparado sobre la mesa escritorio y debajo de unos papeles un revólver al que había quitado el seguro. Estaba prevenido para todo lo que pudiera suceder cuando entregó a Himmler el telegrama en que Hitler le nombraba sucesor. Himmler leyó rápidamente el telegrama y palideció. Meditó durante unos segundos. Luego se puso de pie y felicitó a Doenitz. Fue un momento de gran dramatismo. —Permítame usted que yo sea su lugarteniente —dijo al cabo de un rato, con voz velada. Doenitz se negó rotundamente. Le indicó a Himmler que en su nuevo Gobierno no podía aceptar la presencia de hombres que hubiesen desempeñado cargos importantes en el Partido. Pero Himmler lo consideraba todo de un modo muy distinto. «Himmler demostró estar dominado por extrañas fantasías y ser un utopista —informó Walter Neurath—. Se consideraba a sí mismo el hombre más

indicado para llevar las negociaciones con Eisenhower y Montgomery. Como si ambos esperaran ansiosamente ser recibidos por él. Alegó que él era imprescindible para «mantener el orden en el centro de Europa al mando de sus SS». La crisis entre el Este y el Oeste se agudizaría de tal modo que antes de tres meses sus SS representarían el factor decisivo en esta lucha. Pero al final hubo de reconocer que todo estaba perdido. Doenitz escribió: «Se despidió de mí a las dos o tres de la madrugada convencido, finalmente, de que yo no le daría ningún cargo de importancia.» Durante una semana continuó Himmler en contacto con el Gobierno del Reich en funciones. Luego, el 6 de mayo, cuando Doenitz le destituyó oficialmente de todos sus cargos, desapareció. El conde Lutz Schwerin-Krosigk, ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Flensburg, le dijo al antiguo jefe de las SS antes de que este partiera para un lugar desconocido: —Puede que llegue el día en que los jefes del Tercer Reich tengan que presentarse antes sus compatriotas para rendir cuentas... Himmler contestó que lo único que le importaba ahora era pasar desapercibido para todo el mundo. —Estoy muy confiado de que no me encontrarán. Esperaré oculto el desarrollo de los acontecimientos..., y este desarrollo trabajará rápidamente en mi favor. —¡No puede ser que el antiguo Reichsführer-SS sea detenido llevando encima un pasaporte falso y luciendo una barba! —le advirtió Schwerin—. No le queda a usted otra solución que presentarse a Montgomery y decirle: «Aquí me tiene». Y ha de cargar usted con la responsabilidad de todos sus hombres. Himmler murmuró unas palabras ininteligibles y luego dejó plantado al ministro de Asuntos Exteriores. —Más tarde Doenitz se arrepintió de haber dejado marchar a Himmler — declaró Lüdde-Neurath—. En Nuremberg reconoció que hubiese ordenado detener a Himmler cuando este se despidió de él si entonces ya hubiese sabido que Himmler había mandado asesinar a tantos miles de personas y que era el culpable de los campos de concentración. ¡Demasiado tarde! Himmler no se sentaría en el banquillo de los acusados en Nuremberg. No tuvo el valor de cargar con la responsabilidad de sus órdenes y actos.

¿A dónde fue después de haberse despedido de Doenitz y Schwerin von Krosigk? Lo más probable es que momentáneamente continuara en Flensburg en compañía de sus dos ayudantes, Werner Grothmann y Heinz Macher. Dicen que se ocultaron en la vivienda de una amante de Himmler. El SS-Brigadenführer, Otto Ohlendorf, declaró haber visto todavía a Himmler en Flensburg el 21 de mayo. A los agentes del Servicio Secreto aliado les llamó en el acto la atención el hecho de que el nombre de Himmler ya no fuera pronunciado por la emisora de Flensburg. Los mejores criminalistas de los aliados y más de cien mil soldados estaban en estado de alarma. Se sospechaba que el asesino intentaría a toda costa atravesar las líneas de demarcación hacia el Oeste. Las redes fueron tendidas alrededor de la zona de Flensburg, y Himmler cayó pronto en la trampa. Se había afeitado el bigote y colocado un parche negro sobre su ojo izquierdo. En el bolsillo llevaba unos documentos de identidad a nombre de un agente de la gendarmería secreta: Heinrich Hitzinger. Himmler fue lo suficientemente ingenuo para creer que este disfraz le daría resultado. El antiguo jefe de la policía alemana se comportaba como un colegial que ha leído demasiadas novelas policíacas. Además, parecía no haberse enterado de que los agentes de la gendarmería secreta figuraban entre aquellos que eran detenidos automáticamente. En compañía de sus dos ayudantes, vestidos con restos de uniforme y de paisano, llegó Himmler el 21 de mayo al punto de control inglés de Meinstedt, en las cercanías de Bremervörde. Miles de personas se habían congregado allí. Fugitivos, heridos, soldados que habían sido licenciados, prisioneros de guerra que habían sido puestos en libertad, obreros extranjeros. Todos los que querían pasar el puente sobre el Oeste habían de pasar por aquel puesto de control. Himmler y sus compañeros fueron avanzando por la larga cola de los que esperaban. Cuando les tocó el turno el antiguo Reichsführer-SS presentó su documentación. El soldado inglés cogió sorprendido el documento en sus manos, le echó una ojeada, dirigió una recelosa mirada a aquel hombre que se cubría el ojo izquierdo con un parche y le ordenó esperar junto al puesto de control.

«Himmler cometió el error de presentar documentación —informó posteriormente el Cuartel general del Segundo Ejército inglés—. La mayoría de los hombres que pasaban por aquel puesto de control no poseían ninguna clase de documentos. Si se hubiese presentado con lo que llevaba encima, sin papeles, y hubiese dicho sencillamente que deseaba volver a casa, lo más seguro es que le hubiesen dejado pasar libremente. Pero la mentalidad policíaca de Himmler de que una persona que no tiene papeles es sospechosa, hizo que se sospechara de él.» Pero nadie sabía todavía que aquel sospechoso era Himmler. Momentáneamente se trataba única y exclusivamente de un hombre que había presentado una documentación demasiado buena, que había pertenecido a la gendarmería secreta y que se llamaba Heinrich Hitzinger. Himmler fue puesto bajo custodia. En rápida sucesión le llevaron a dos campos, primero a Bremevörde y luego a Zeelos. En el tercero, Weserimke, lo encerraron en una celda individual. Mientras, los oficiales del Servicio de Información del Segundo Ejército ya había empezado a ocuparse del caso Hitzinger. No les resultó difícil sacar conclusiones definitivas. La mañana del 22 de mayo ya habían llegado en el puesto de mando de Lüneburg, al convencimiento de que aquel hombre solo podía ser Heinrich Himmler. Hacia las nueve de la noche tres oficiales se pusieron camino hacia Westertimke para examinar personalmente al detenido. Pero antes de su llegada, Himmler ya había revelado su identidad. Nadie puede saber lo que le impulsó a dar este paso. Solicitó ser recibido por el comandante del campo capitán Tom Sylvester. El capitán inglés mandó llamar al preso a su habitación y, a continuación, ordenó salir a los soldados. —¿Y bien? —preguntó. El detenido se quitó el parche del ojo izquierdo y se colocó unas gafas. —Soy Heinrich Himmler —declaró. —En efecto —asintió el capitán Sylvester, y tragó saliva. Lo más probable es que un frío estremecimiento recorriera sus espaldas. —Deseo hablar con el mariscal de campo Montgomery —exigió Himmler. Todavía estaba convencido de que podría negociar con los aliados.

—Informaré al Ejército —replicó al capitán. Y sin pronunciar ninguna palabra más ordenó que reintegraran a Himmler a su celda, pero que no le perdieran un solo momento de vista. Poco después llegaban los oficiales del Cuartel general. Se hicieron cargo del detenido y lo llevaron a Lüneburg. Allí debió reconocer Himmler durante las primeras horas de la mañana del 23 de mayo que habían terminado todas las esperanzas para él. Los ingleses no tenían la menor intención de discutir con él, ni negociar ni tratarle con ninguna clase de consideraciones. En las oficinas del Servicio de Información en la Velzener Strasse, en una mansión particular evacuada para alojar a los militares, obligaron a desnudarse a Heinrich Himmler. Sus ropas y su cuerpo fueron registrados por un médico del Ejército, el capitán Wells, en busca de veneno o de algo que pudiera servirle para quitarse la vida. En uno de los bolsillos de la chaqueta de Himmler encontraron una ampolla con cianuro potásico de unos doce milímetros de largo y apenas del grueso de un cigarrillo. Luego le hicieron ponerse un viejo uniforme inglés y lo encerraron en una habitación vacía. Aquella misma noche llegó el coronel N. L. Murphy, del Servicio de Información de Montgomery. Había recibido órdenes especiales de ocuparse de todo lo que hiciera referencia a Himmler y someter al antiguo Reichsführer a un primer interrogatorio. Murphy mandó que los oficiales le informaran de todo lo sucedido. —¿Han encontrado veneno en su poder? —preguntó. —Sí, una ampolla en uno de sus vestidos —declaró el médico—. Está ahora en nuestro poder. No puede suicidarse... —¿Y han examinado también su boca? —inquirió Murphy. El doctor Wells negó. —En este caso hágalo ahora mismo —ordenó el coronel—. Cabe en lo posible que llevara la ampolla en el bolsillo para desviar nuestra atención. Himmler fue sacado de la celda. El médico militar le ordenó abrir la boca.

El antiguo jefe de las SS entornó los ojos. Con sus mandíbulas hizo un movimiento de masticar. Algo crujió entre sus muelas. Y cayó entonces a tierra como si le hubiese dado un rayo. El capitán Wells se arrodilló inmediatamente a su lado y trató de sacarle los restos de la ampolla de la boca. Se dieron órdenes. Segundos más tarde le hacían a Himmler un lavado de estómago. Le metieron una sonda en el estómago y sacaron el contenido. Todo fue en vano. La lucha duró doce minutos. A las veintitrés horas cuatro minutos renunció el doctor Wells a seguir sus esfuerzos. Heinrich Himmler había muerto. Durante todo el día siguiente permaneció el cadáver allí donde había caído. Algunos centenares de soldados ingleses y una docena de corresponsales de guerra lo vieron tendido. Desfilaron en silencio ante el cadáver, dirigieron sus miradas hacia el rostro y cuando salían de la habitación respiraban hondamente. ¿Qué había que hacer con el cadáver de Himmler? En el Cuartel general de Montgomery discutieron seriamente la situación. Querían hacer un entierro oficial en presencia de altos oficiales alemanes. En otras habitaciones discutían los oficiales castrenses si se podía dar un carácter cristiano a aquel entierro. Lo más probable es que fuera el propio Montgomery el que tomara la decisión: Heinrich Himmler había de ser enterrado, sin ningún ceremonial religioso o militar, en un lugar desconocido. No querían que su tumba se llegara a convertir en un lugar de peregrinaje para los nacionalistas alemanes. Un oficial del Estado Mayor telefoneó a las oficinas inglesas en BergenBelsen. Se le había ocurrido una idea y a toda costa quería que le mandaran una de aquellas cajas de madera en las cuales reunían los restos de aquellos que morían en los campos de concentración. Pero no obtuvo éxito en sus intentos. Himmler fue cargado el 26 de mayo en un camión inglés con destino desconocido. Dos sargentos cogieron el cadáver por los pies y la cabeza y lo echaron en el camión. Un alto oficial del Servicio de Información señaló la tumba secreta en un lugar del bosque en las cercanías de Lüneburg. Un comandante y un sargento acompañaban al chófer. Únicamente cinco personas sabían dónde estaba enterrado Himmler.

Los dos sargentos cavaron la fosa y dejaron caer en ella a Heinrich Himmler, que iba vestido igual que el 23 de mayo, con un pantalón militar inglés, camisa caqui y calcetines grises de la Wehrmacht alemana. Durante un rato los cinco oficiales permanecieron junto a la tumba. Uno de los sargentos sintió la necesidad de pronunciar unas palabras: —¡Dejad que el gusano se reúna con los gusanos! Eso fue todo. Cubrieron la fosa y no dejaron ninguna señal visible. Las huellas del hombre que debía haberse sentado en el banquillo de los acusados en Nuremberg, el hombre que hubiese podido revelar muchas más cosas que los demás acusados, se perdían para siempre. Había rehuido todas las responsabilidades. En una cabaña cerca de Berchtesgaden descubrieron los americanos, enterrado, el tesoro particular de Himmler. Un millón de dólares en valores compuestos de una extraña mezcla. El capitán Harry Anderson, del Gobierno militar, anotó lo siguiente: 123 dólares canadienses, 25.935 libras esterlinas, ocho millones de francos franceses, tres millones de francos argelino y marroquíes, un millón de marcos, un millón de libras egipcias, dos pesos argentinos, medio yen japonés y..., ¡7.500 libras palestinas!

11. El ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop, arrestado en la cama. — El jefe de las Juventudes del Reich, Baldur von Schirach, se presenta espontáneamente a las autoridades. — En una isla del Moskra espera el gran almirante Erich Raeder Casi todos los altos jefes del Tercer Reich estaban detenidos o habían muerto. Solo quedaban unos pocos en libertad. Uno de los más importantes: Joachim von Ribbentrop. ¿Dónde estaba Ribbentrop? Había sido visto por última vez en el Norte durante los días en que el gran almirante Doenitz trataba de formar un nuevo Gobierno. El nuevo presidente del Reich buscaba desesperado a un hombre que no hubiese contraído ninguna responsabilidad durante el anterior régimen, y a quien pudiera confiar el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Había de ser un hombre al que los aliados no rechazaran de buenas a primeras negándose a negociar con él. Ribbentrop se enteró de esto, intervino y le prometió a Doenitz que le ayudaría a dar con el hombre que buscaba. Quería meditar el asunto a fondo, pero el resultado de sus pensamientos fue que al día siguiente se presentó de nuevo a Doenitz diciéndole que no conocía a ningún ministro de Asuntos

Exteriores para aquella ocasión mejor que él mismo. El gran almirante negó con un movimiento de cabeza y confió el cargo al conde Schwerin von Krosigk. Ribbentrop desapareció a continuación de escena. Se fue a Hamburgo, alquilón una habitación en la quinta planta de una casa de pocas pretensiones y delante mismo del Gobierno militar empezó la vida de un inocente ciudadano. Mientras varias docenas de detectives y agentes del Servicio de Información le andaban buscando por todas partes, mientras su fotografía era expuesta en todos los cuarteles y puestos de policía, se paseaba Ribbentrop con un elegante traje cruzado oscuro, sombrero de alas duras y gafas contra el sol por las calles de Hamburgo. Se relacionó con sus viejos amigos de cuando era representante de una casa de vinos espumosos, confiando en que trabajando en una casa comercial era el mejor modo de pasar desapercibido. Repetidas veces visitó las oficinas de un viejo amigo, donde celebró misteriosamente conversaciones. —El Führer me ha encargado una misión especial en su testamento —le dice Ribbentrop a su viejo amigo mirando hacia un lado y otro para que nadie le pueda oír. —Ha de ocultarme usted hasta que llegue el momento... se trata del futuro de Alemania... El comerciante hamburgués en vinos vacila. Pero su hijo no duda un solo momento: informa a la policía. Los agentes criminalistas aliados siguen en el acto las huellas de aquel misterioso personaje. A la mañana siguiente, el 14 de junio de 1945, empieza el último acto de la gran batida humana. Tres soldados ingleses y un belga subieron las escaleras de la modesta casa hasta la última planta. Llamaron a la puerta. Golpearon con los puños, repetidamente, al ver que nadie respondía. Finalmente cargaron contra la hoja de la puerta. De pronto el sargento R. C. Holloway lanzó un sorprendido silbido de sorpresa. La puerta se había entreabierto y apareció una joven mujer, una morena muy atractiva. El batín apenas cubría su cuerpo. El pelo le caía suelto sobre la cara y los hombros. Tenía los ojos y los labios, pintados de rojo carmín, muy abiertos. Ahogó un grito y se echó un abrigo sobre los hombros.

—Tenemos orden de registrar la casa —declaró el teniente J. B. Adams. Los soldados abrieron la puerta y empujaron a la mujer a un lado. Registraron todas las habitaciones. En la cuarta habitación ve el soldado belga una cama que ha sido recién ocupada. Apartó la manta. —¡Pero si aquí hay un hombre! —gritó sorprendido. El hombre estaba profundamente dormido. No oyó los golpes que dieron los soldados contra la puerta. Y tampoco las voces de los mismos lograron despertarle de su sueño. ¿O, acaso, pretendía estar dormido? —Vamos, levántese usted. El teniente Adams también entró en la habitación al oír al belga lanzar su exclamación y sacudió al hombre que estaba en la cama. Este se estiró y bostezó. Finalmente se despertó. Se volvió lentamente, entreabrió los ojos y se quedó mirando incrédulo a los soldados que había en la habitación. —¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —preguntó con voz velada. —Vamos, levántese... y vístase, pero rápido —le ordenó el teniente Adams. Joachim von Ribbentrop, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Reich, saltó de la cama. Llevaba un pijama a franjas rosadas y blancas y lucía una espesa barba. —¿Cómo se llama usted? —preguntó el teniente. —Sabe usted muy bien quién soy —contestó Ribbentrop con maliciosa sonrisa. Se inclinó ligeramente ante el oficial inglés y añadió: —Le felicito a usted. —Está bien, señor von Ribbentrop —gruñó el inglés, entre dientes—, vístase usted. Queda detenido. —Primero he de afeitarme. —Luego podrá afeitarse. Ahora ha de acompañarnos.

Ribbentrop se vistió lentamente, se peinó cuidadosamente ante un espejo y luego metió sus objetos de uso personal en una pequeña mochila. —Estoy a su disposición —dijo finalmente. Al parecer estaba convencido de que todavía estaba actuando en el escenario diplomático. En su modo de ser, nada había cambiado de cuando presentó sus cartas credenciales como embajador alemán en Londres ante el rey Jorge VI y saludó con el brazo en alto, y un fuerte «Heil Hitler». En el Cuartel general los ingleses registraron a Ribbentrop detenidamente de pies a cabeza. Los aliados ya habían adquirido cierta práctica en esto desde que alguno de sus detenidos había intentado evitar toda responsabilidad ingiriendo una de aquellas ampollas de veneno. Y, en efecto, descubrieron en un lugar oculto del cuerpo una ampolla de cianuro potásico. Y en la mochila, cuidadosamente enrollados y cosidos, encontraron «unos cuantos centenares de miles de marcos», según informaron oficialmente más tarde. ¿Durante cuánto tiempo pensaba mantenerse oculto disfrutando del dinero? —Deseaba permanecer oculto —declaró Ribbentrop en el curso de su primer interrogatorio—, hasta que la opinión pública se hubiese calmado un poco. —¿Se refiere usted a la opinión pública en Alemania? —También, pero sobre todo a la opinión pública mundial. Sé que todos nosotros figuramos en la lista de los criminales de guerra y me imagino muy bien cuál será la sentencia teniendo en cuenta el ambiente que domina en la actualidad... la sentencia de muerte. —¿Pensaba usted esperar, pues, hasta que hubiese pasado todo esto? —Sí. —¿Y luego volver a hacer acto de presencia? —Sí. La confusión e ignorancia en que vivía Ribbentrop quedaron demostradas por otro hecho. En uno de los bolsillos de su chaqueta encontraron tres cartas: una dirigida al mariscal de campo Montgomery, otra la ministro de Asuntos Exteriores Eden y la tercera... el oficial no quería dar crédito a lo que leía... no era posible...

Pero no cabía la menor duda: la tercera carta iba dirigida a «Vincent» Churchill. Nada podía ofrecer una demostración mejor del despiste del ministro de Asuntos Exteriores del Reich que este pequeño detalle. Vincent en lugar de Winston... ¡y aquel era el hombre que había dirigido la política exterior del Reich alemán! La hermana de Ribbentrop, la señora Ingeborg Jenke, que había sido llamada por los ingleses para una mayor seguridad, identificó, inmediatamente, a su hermano. El hombre que era conocido por todo el mundo como el espíritu más malvado después de Hitler fue llevado a Lüneburg y desde allí a un campo de internados en «algún lugar de Europa.» Y continuaba luciendo su traje oscuro cruzado y su sombrero de ala dura. A excepción de dos personajes, todos los que posteriormente se sentaron en el banquillo de los acusados en Nuremberg, ya habían sido detenidos por los aliados. Uno de esos personajes era Baldur von Schirach, el antiguo jefe de las Juventudes del Reich, últimamente Gauleiter y Comisario de la Defensa del Reich en Viena. Cuando los rusos entraron en la capital austríaca se marchó Schirach, que se había dejado crecer un bigote, a Schawaz, en el Tirol. Allí alquiló una casita en el campo a nombre de Richard Falk. El hombre se sentía en seguridad ya que los americanos creían que había muerto. Una noticia que había sido transmitida pocos días antes del hundimiento decía que los vieneses habían colgado al Comisario de Defensa del Reich en el puente de Floridsdorf sobre el Danubio. Y Schirach trabajó incluso como intérprete en una oficina del Gobierno militar americano. Y durante las horas libres escribía afanosamente una novela policíaca que llevaba por título: El secreto de Myrna Loy. Pero esta novela era un resumen de los últimos días de Viena. Los campesinos no sospechaban nada en absoluto. El Gobierno militar de Schwaz quedó sorprendido cuando el 5 de junio de 1945 recibió una carta autógrafa de aquel hombre al que tenían por muerto: «Por propia decisión me entrego a las autoridades americanas para tener así la ocasión de responder de mis acciones ante un tribunal internacional. Baldur von Schirach.»

—¡Pero si Schirach está muerto! —exclamó el comandante del puesto. Pero en el acto mandó un «jeep». Schirach salió al encuentro de los soldados. Se había afeitado el bigote y se declaró prisionero. ¿Por qué se había presentado voluntariamente? Henriette von Schirach, la esposa de Baldur, conoció, años más tarde, a un testigo que le dijo lo siguiente: —El 5 de junio de 1945 dijeron por la radio que serían detenidos todos los jefes de las Juventudes Hitlerianas y que todos ellos serían acusados, incluso aquellos que solamente tenían dieciséis años. Renunció a ser por más tiempo Richard Falk y permanecer oculto y de nuevo se sintió el jefe de las Juventudes Hitlerianas que marchaba al frente de sus muchachos. —Pero si él ya no tenía nada que ver con las Juventudes —objetó la señora von Schirach—. Axman le había reemplazado en su cargo... —Todos nosotros creíamos que Axman había muerto —indicó el testigo— , y es por este motivo que él se consideraba responsable. No quería dejar en la estacada a los muchos jefes de las Juventudes que ahora iban a acusar y dijo: «Yo soy el único responsable, cargaré todas las responsabilidades sobre mí». Siempre creyó que estaría en condiciones de salvar algo. —¿Por qué no has huido? —le preguntó su esposa cuando se entrevistó con él, por primera vez en el campo de prisioneros de guerra de Rum—. Fácilmente hubieses podido huir a España. Te creían muerto. Hubieras podido desaparecer. —Sabes muy bien que no soy capaz de hacer una cosa así —repuso von Schirach—. Lo he meditado todo muy bien. Disponía de tiempo para ello, nadie me perseguía, ni molestaba. Pero me llevan ante un tribunal. Voy a decir toda la verdad y cargar con toda la culpa. Por culpa mía creyó la juventud de Hitler, yo la eduqué en esta fe y esperanza, y ahora he de ayudarla a volver por su camino. Si se me ofrece la ocasión de decir todo esto ante un tribunal internacional, lo haré. Luego, dejaré que me ahorquen. —¿Ahorcar? —gritó la mujer horrorizada. Baldur von Schirach no se dejaba arrastrar por ninguna clase de ilusiones. —Nos colgarán a todos nosotros... —señaló a su esposa. ¿Pensaba en todo lo que no mencionó en aquella ocasión, pero que

declaró espontáneamente en Nuremberg? La gran batida humana terminó el 23 de junio de 1945 cuando fue detenido el último fugitivo. En Berlín-Babelsberg se presentaron seis oficiales rusos al mando del coronel Pimenow en la residencia del antiguo gran almirante Erich Raeder. El antiguo comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, que había sido destituido por Hitler en 1943 y sustituido por Doenitz, vivía registrado oficialmente y sin que hasta la fecha hubiese sido molestado por nadie en la zona soviética de Berlín. De pronto, se interesaron por su persona. En compañía de su esposa Erika condujeron a Raeder a la cárcel de Lichtenberg. Quince días más tarde se llevaron los rusos en un camión al matrimonio a Moscú. Cerca de la capital, en una pequeña isla en el Moskva, fueron internados en una pequeña choza de madera. Raeder comprendió el porqué de este tratamiento cuando en octubre de 1945 lo condujeron a Nuremberg.

12. Misterio y sensación: Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler, emprende el vuelo a Escocia En primera fila del banquillo de los acusados de Nuremberg se sentaría, en 1945, un hombre que durante todo el proceso le plantearía continuamente nuevos problemas al Tribunal y a todos los presentes: Rudolf Hess. Su actuación ante el Tribunal hace que nos preguntemos si este acusado estaba realmente en condiciones para responder a las preguntas que se le hacían o si no era más adecuado que estuviera en un instituto mental. Hess declaró que había perdido la memoria y que no lograba recordar nada de lo sucedido. Pero también indicó que solo había simulado aquella falta de memoria. El psiquiatra americano, Douglas M. Kelley, se ocupó durante muchos meses de Hess y pasó muchas veladas en su celda. El resultado de sus observaciones las condensó en las siguientes palabras: Hess había sido durante toda la época nacionalsocialista el «segundo», el «lugarteniente». Este hecho debió ofender sensiblemente su ambición y egoísmo y dado que no existía la menor posibilidad para él de salirse de ese papel de

segundo emprendió el sensacional vuelo a Inglaterra: como intermediario de la paz entre las grandes potencias que estaban en guerra se convertiría de la noche a la mañana, para todo el mundo, en el «número uno». Kelley manifestó su opinión de que en Hess, desde un principio, debido a este papel de «segundo de a bordo», se desarrolló un complejo que se manifestó en una serie de dolencias físicas. Durante años consultó continuamente a nuevos médicos, probó toda clase de tratamientos, pero renunció rápidamente a los mismos cuando al cabo de una o dos semanas ya no se presentaba una cura milagrosa. Al final perdió toda su confianza en la medicina ortodoxa y empezó a consultar a charlatanes, a los astrólogos, a todo aquel que pretendía curarle. Pero lo cierto es que no experimentaba el menor alivio en sus dolores de estómago. Kelley averiguó que a partir del año 1938 Hess había ido empeorando, había ido perdiendo peso y se sentía cansado, falto de energías. Los testigos declararon que era capaz de estarse sentado durante horas y horas en su mesa escritorio con la mirada fija en el vacío. El psiquiatra del tribunal creyó haber hallado la explicación a esta actitud: Hess debió reconocer entonces que Hitler, a quien veneraba como si fuera un dios, no era de ningún modo un ser por el que pudiera sentirse la menor admiración. Hess se encontraba sin duda en una crisis, pero la solución que buscó para salirse de la misma fue tan extraña como su estado de ánimo por aquellos meses. En su conversación con Kelley confesó que en el año 1940 le había predicho un astrólogo que él había sido destinado para llevar la paz al mundo. Hess decidió volar a Inglaterra por su propia cuenta y riesgo e iniciar allí las negociaciones de paz. Llevó a cabo los preparativos en el mayor secreto. Había de evitar a toda costa que Hitler pudiera sospechar algo. Hildegard Fath, la secretaria de Hess, declaró en su informe: —A partir del verano de 1940 y por encargo de Hess tuve que reunir todos los datos posibles sobre las condiciones meteorológicas sobre las islas británicas y el mar del Norte y transmitirlas directamente a Hess. Esta información me la suministraba el capitán Busch. A veces también me la mandaba la señorita Sperr, la secretaria de Hess en su oficina en Berlín. Hess emprendió varios vuelos en secreto. El constructor de aviones Willy Messerschmitt declaró, en 1947, ante la Prensa:

—Hess me rogó repetidas veces en otoño del año 1940, en Augsburg, que le dejara probar los nuevos aviones de caza. En principio me negué a ello. Pero cuando Hess insistió en su deseo y señaló que su opinión le concedía este derecho, le di finalmente al «lugarteniente del Führer» la autorización para volar en un «Me-10». Hess, que era considerado por Messerschmitt como un excelente piloto, emprendió unos veinte vuelos desde el campo de aviación de Augsburg. Después de cada vuelo había llamado la atención de Messerschmitt y sus ingenieros sobre supuestos defectos que había descubierto en el avión, inspirado en el secreto deseo de que estos construyeran un avión con el que pudiera emprender su vuelo a Inglaterra. Messerschmitt añadió: —Después de uno de estos vuelos me dijo Hess: «Este avión de caza es maravilloso, pero solo apto para vuelos cortos. Apostaría que perdería toda su efectividad si lo cargara usted con tanques de combustible extras en las alas». Poco después insistía Hess en lo mismo al hacer referencia a los instrumentos de a bordo. Para demostrarle a Hess que la instalación de un aparato de radio y telegrafía en el aparato no redundaría en perjuicio alguno para el avión, Messerschmitt mandó instalar estos instrumentos. Pretextando siempre única y exclusivamente un interés científico logró Hess, finalmente, que Messerschmitt le construyera un aparato tal como él deseaba. Finalmente, el 10 de mayo de 1941, Hess partió de Augsburg para no volver a regresar. Antes se había hecho garantizar por un astrólogo de Munich que el día que había elegido era también el más favorable para sus fines. Aquella misma noche, a las veintidós horas ocho minutos, avistaron en la costa de Northumberland un avión enemigo, un tipo de avión que los observadores ingleses no habían visto nunca por aquellas regiones. La noticia llenó de incredulidad a las autoridades: Un aparato «Me-110» en la costa de Northumberland... imposible... esta clase de aviones no podían cargar el suficiente combustible para un vuelo de tan larga distancia. Inmediatamente, adoptaron las disposiciones necesarias y dieron la voz de alarma a una escuadrilla de cazas para perseguir al misterioso avión. A las veintitrés horas siete minutos se recibía la noticia de que el avión

había caído en las cercanías de Eaglesham y se había incendiado. El piloto había saltado en paracaídas, había aterrizado sobre un campo de cultivo y había sido apresado por miembros de la Home Guard... El campesino David Mac Lean fue el primer inglés que habló con Hess en territorio británico. Oyó sobrevolar repetidas veces el avión sobre su casa, a continuación una sorda explosión y salió corriendo de la casa para averiguar lo que había sucedido. En el cielo oscuro vio el paracaídas. Y Hess tomó tierra firme a poca distancia de la casa. Mac Lean le ayudó a librarse del paracaídas. Hess se había herido en un tobillo, pero podía andar por sus propias fuerzas. —Busco la casa del duque de Hamilton —dijo Hess en un perfecto inglés al campesino—. Tengo que comunicar una importante noticia a la Royal Air Force. Estoy solo y voy desarmado. Mac Lean se hizo acompañar por el desconocido hasta su casa, donde le ofreció una taza de té. —No, gracias —rechazó Hess la invitación—, a estas horas no suelo tomar té. Indicó que se llamaba Alfred Horn. Mientras se sentaba en una silla y se hacía masaje en el tobillo llegó un viejo automóvil a la casa. Pertenecía a Robert Williamson, un policía auxiliar que desde Eaglesham había visto caer el avión. En el mismo coche iba un hombre llamado Clark, que era un vecino de Williamson. Clark era miembro de la Home Guard. Los dos hombres entraron poco después en la casa de Mac Lean. Williamson se cubría la cabeza con un casco de acero y la inscripción Police. Clark iba armado con una vieja pistola de la Primera Guerra Mundial. Se acercaron a Hess y lo detuvieron. —No teníamos la menos sospecha de quién era —recuerda Williamson—, pero daba la impresión de ser alguien muy importante. En el anticuado coche condujeron a Hess a Busby. Desde allí continuaron a pie hasta un alejado cuartel en el que estaba instalada la Home Guard. Williamson iba delante, Hess cojeando detrás y Clark formaba la retaguardia.

—Lo que más me asustaba era el revólver de Clark —señaló Williamson— , y creo que a nuestro prisionero le ocurría lo mismo. La Home Guard fue despertada de su sueño. Los hombres se presentaron en camisones de dormir, en calzoncillos, en babuchas o descalzos después de haber dado Williamson la señal de alarma. —Todo ocurrió de un modo muy poco militar —declaró Clark, igual que Williamson más tarde a los periodistas. Encerraron a Hess en el cuerpo de guardia en espera de recibir órdenes. —¡Soy oficial alemán! —protestó Hess. Clark le apuntó con su revólver. —¡Entre usted aquí dentro! —se limitó a decir. Hess obedeció. En aquel momento comenzó su cautiverio. Inmediatamente comunicaron la noticia a la superioridad de haber hecho prisionero al capitán alemán Horn. Y también la declaración del prisionero de que había aterrizado en Inglaterra «en cumplimiento de una misión especial» y que deseaba hablar con el duque de Hamilton. Accedieron al ruego del prisionero y a la mañana siguiente se presentaba el duque de Hamilton para averiguar lo que pretendía aquel desconocido de él. «El domingo, 11 de mayo, llegué en compañía de un oficial al cuartel de Maryhill —declaró el duque en su informe oficial—. En primer lugar examinamos los objetos de uso personal del detenido. Un aparato fotográfico marca «Leica», fotografías de él y un niño, medicamentos, tarjetas de visita a nombre del doctor Karl Haushofer y de su hijo, el doctor Albrecht Haushofer. «Entré en el cuarto donde estaba el prisionero, con el oficial que me acompañaba y el oficial de guardia. El prisionero solicitó inmediatamente poder hablar a solas conmigo. Rogué a los dos oficiales nos dejaran a solas. «El alemán empezó diciendo que me había conocido durante la Olimpíada de Berlín en el año 1936 y que había almorzado repetidas veces en su casa. —«No sé si me recordará usted, pero yo soy Rudolf Hess. «Añadió que venía en misión de humanidad: El Führer no deseaba la

destrucción de Inglaterra y quería poner punto final a la guerra. Su amigo Albrecht Haushofer le había dicho que yo era un inglés que comprendería inmediatamente su punto de vista. En tres ocasiones anteriores ya había intentado llegar hasta Inglaterra. La primera vez fue en el mes de diciembre, pero debido al mal tiempo tuvo que volver hacia atrás. «El Führer —continuó diciendo Hess— estaba firmemente convencido de que Alemania ganaría la guerra, y lo más probable es que muy pronto, en el curso de los dos años siguientes. Pero él, Hess, estaba decidido a poner fin a aquella guerra inútil.» Pero Hess no tenía una idea concreta de lo que había de hacerse para poner fin a las hostilidades. Propuso al duque reunir varios miembros de su partido político para redactar unas posibles bases de paz. Como condiciones que presentaría Hitler, dijo Hess, la primera era que Inglaterra había de cambiar su política tradicional. La conversación no redundó en nada positivo... La noche del 11 de mayo se encontraba Winston Churchill descansando en casa de unos amigos en Ditchley. Asistía a la proyección de una película. «La película significó para mí una gran distracción de los problemas que me atormentaban por aquellos días —escribe Churchill en sus memorias—. Cuando terminó la proyección de la película me informó mi secretario que el duque de Hamilton deseaba hablarme por teléfono. «El duque, uno de mis amigos personales, mandaba una escuadrilla de aviones de caza en Escocia, pero no podía imaginarme lo que podía impulsarle a querer hablar tan urgentemente conmigo. «Pero Hamilton había insistido diciendo que se trataba de un asunto muy urgente e importante que era de la incumbencia del Gobierno.» Así se enteró Churchill de aquella noticia tan sensacional. «Hubiera experimentado la misma emoción si mi querido compañero en el Gabinete, nuestro ministro de Asuntos Exteriores Eden, de pronto, se hubiera lanzado en paracaídas desde un «Spitfire» en las cercanías de Berschtengaden. ¿Qué hacer? Churchill personalmente dio las siguientes órdenes: «1. El señor Hess no debe continuar a disposición del Ministerio de la

Guerra como prisionero de guerra, pero esto no excluye que se le pueda acusar posteriormente de delitos políticos. Este hombre es principalmente un criminal de guerra, como todos los demás jefes nazis y al igual que estos, cuando termine la guerra, puede llegar a ser condenado. En este caso concreto un temprano arrepentimiento puede ser ventaja para él. »2. Mientras, ha de ser internado en una casa bien situada en los alrededores de Londres. Han de procurar estudiar su mentalidad y obligarle a hablar. »3. Han de cuidar, especialmente, de su estado de salud y de que se encuentre a sus anchas. Han de ser evitados todos los contactos con el mundo exterior a no ser que sean expresamente autorizados por el Foreign Office. Han de montar una guardia especial. Tampoco debe escuchar la radio ni leer periódicos. Pero, en cualquier momento debe ser tratado como un jefe militar que ha sido hecho prisionero de guerra.» Después de que Churchill dio estas órdenes, Hess fue conducido primero a la Torre de Londres, la célebre fortaleza, hasta que le destinaron a una residencia más confortable y agradable en una casa de campo. Todo esto había de causar un efecto deplorable en Hess. En lugar de ser recibido como un mensajero de paz, era tratado por los ingleses como un prisionero de guerra. En lugar de la realización de sus ambiciosos planes, había de enfrentarse con la dura realidad... ¿Acaso podía concebirse que Rudolf Hess, el «lugarteniente de Hitler», emprendería aquel vuelo a Inglaterra si el hombre estaba bien de la cabeza? ¿Es posible que estuviera tan deficientemente informado de la situación? Pocos días después J. R. Rees mandó un informe médico a Churchill. Rees escribió: «Hess ha declarado que el último otoño quedó horrorizado por los ataques aéreos que fueron lanzados contra Londres y que la idea de que morían tantas madres y tantos niños le había sacado de quicio. Esta sensación había ido en aumento cuando pensaba en su esposa y en su propio hijo y esto le había impulsado a emprender el vuelo a Inglaterra para negociar la paz con el partido inglés de los antibelicistas, de cuya existencia estaba firmemente convencido. »Quedó profundamente impresionado cuando su paternal amigo y maestro, el geopolítico Karl Haushofer, le expuso unas ideas parecidas y mencionó al duque de Hamilton como un hombre de gran sentido común que sin duda haría todo lo que estuviera en su poder para poner fin a las

hostilidades. Haushofer había visto en tres ocasiones, durante un sueño, a Hess pilotando un avión. »Estas palabras, que salían de labios de un hombre como Haushofer, le hicieron creer a Hess que había sido llamado a cumplir una misión especial. Había llegado a Inglaterra para hablar con el duque de Hamilton, confiando que este le llevaría a presencia del rey Jorge. Y confiaba también que podrían derrotar al Gobierno inglés y en su lugar nombrar un Gabinete dispuesto a hacer la paz con Alemania. »Insiste que no quiere saber nada de esa "camarilla actual"..., es decir, el actual Gobierno, ya que este solo pretenderá entorpecer sus planes. Pero, al parecer, no tiene la menor idea de quiénes son los ingleses que le pueden ayudar en la realización de sus planes.» La Prensa inglesa comentó la sensacional noticia. La radio transmitió la noticia... y por esta causa tampoco en Alemania podía ocultarse por más tiempo el misterio. El Ministerio de Propaganda del doctor Goebbels se vio obligado a informar al pueblo alemán que el lugarteniente del Führer había desaparecido en territorio enemigo. El doctor Henry Picker, uno de los taquígrafos de Hitler, ha escrito sobre cómo fue acogida la noticia: «Hitler se enteró del vuelo de su lugarteniente Hess a Escocia cuando estaba conversando con Goering y Ribbentrop junto al fuego de la chimenea y Lorenz le llamó para transmitirle una importante noticia. Inmediatamente dictó sus órdenes, después de consultar con Goering, Bormann y Ribbentrop, diciendo que una larga dolencia había afectado finalmente el cerebro de Hess.» La Agencia de Información alemana informó a la opinión pública en una noticia que no fue comentada: «La jefatura del Partido nos comunica lo siguiente: Hess, a quien por causa de una enfermedad que padece hace ya años, le había sido prohibido expresamente por el Führer pilotar un avión, ha logrado, haciendo caso omiso de la orden recibida, apoderarse de un avión. »El sábado, 19 de mayo, hacia las seis de la tarde emprendió Rudolf el vuelo desde el campo de aviación de Augsburg. Hasta la fecha no ha regresado de su vuelo. Una carta que dejó revela claramente que Hess ha sido víctima de un ataque de locura. »El Führer ha ordenado la detención inmediata de los ayudantes de Hess

que no le impidieron el vuelo, conociendo que el Führer había dado esta orden. »El Partido nacionalsocialista ha de expresar su temor de que Rudolf Hess haya podido sufrir un accidente en el curso de su vuelo». Pero el Partido estaba mucho mejor informado de lo que comunicaba a la Prensa alemana el 13 de mayo: «Como resultado del examen de la documentación hallada en casa de Hess, parece que tenía en la cabeza la desatinada idea de poder llegar a un entendimiento entre Alemania e Inglaterra, si lograba ponerse en contacto con sus amigos ingleses. »En efecto, tal como se desprende de las noticias recibidas desde Londres, Hess ha aterrizado en un lugar de Escocia saltando en paracaídas de su avión y lastimándose un pie. »Rudolf Hess que, como ya se sabe, sufre desde hace años de una grave dolencia, había consultado durante estos últimos tiempos a astrólogos y curanderos. Se averiguará si estas personas pueden haberle influenciado en tomar su fatal decisión. »También cabe en lo posible que Hess haya sido atraído a una trampa por los ingleses. »Todo confirma la primera impresión de que Hess ha sido víctima de una ataque de locura. Conocía mucho mejor que cualquier otro los deseos de paz que animaban desde siempre al Führer. A parecer vivía en la única esperanza de conseguir con su propio sacrificio poner fin a la destrucción del Imperio inglés. »Hess, cuya autoridad se limitaba únicamente a los negocios del Partido, no tenía, tal como se desprende de la documentación hallada, una idea concreta de cómo llevar a cabo sus planes para la paz.» Willy Messerschmitt comentó la reacción de Hermann Goering ante el vuelo de Hess: —Recibí la noticia aquella misma noche, alrededor de las ocho, cuando me encontraba en una posada en Innsbruck. Dos horas más tarde me llamaba Goering y me ordenaba muy excitado que me presentara a él en Munich. A la mañana siguiente me presenté en la estación de Munich en el tren especial de Goering. «Goering señaló con su bastón de mando a mi estómago y me gritó:

»—¡Usted es capaz de ceder uno de sus aviones al primero que se lo pida! »Le pregunté qué insinuaba y añadió: »—¡Usted conoce muy bien a Hess! »—Hess no es un cualquiera —le repliqué. »Goering, que mientras tanto se había ido serenando, dijo: »—Hubiese usted debido averiguar lo que quería antes de permitirle subir a uno de sus aviones. »—Si usted se presenta en mi fábrica y solicita probar uno de mis aviones, ¿acaso he de llamar antes al Führer solicitando permiso? »Estas palabras enfurecieron a Goering, que me gritó: »—¡El caso es muy distinto, yo soy el ministro del Aire! »—Y Hess el lugarteniente del Führer. »—Pero, Messerschmitt, por amor de Dios, usted debió darse cuenta de que el pobre hombre está loco. »—¿Y cómo podía sospechar yo que un loco ocupara un cargo tan importante en el Gobierno del Reich? ¡Ustedes hubiesen debido obligarle a dimitir, señor mariscal del Reich! »Goering se puso a reír: »—Es usted incorregible, construyendo sus aviones.»

Messerschmitt.

Retírese

y

continúe

A Messerschmitt no le sucedió nada, pero los ayudantes de Hess fueron internados en un campo de concentración. Las cartas que Hess mandaba desde Inglaterra eran controladas por la censura. —Un año más tarde, Hitler enrojecía de ira cuando oía hablar de Hess — recuerda su taquígrafo Piker—. Hitler no creía que Hess volviera a Alemania, pues sabía que este solo podía confiar en ser internado en un sanatorio mental o ser fusilado. Hess había de crearse una nueva existencia en el extranjero. El jefe de la Cancillería del Partido, Martin Bormann, escribió en una carta que fue hallada después de la guerra y dirigida al jefe de las SS, Heinrich

Himmler: «Durante las primeras declaraciones de los ayudantes Pintsch y Leitgen y también del general Haushofer, así como también por parte de la señora Hess, se da la única explicación al vuelo: R. H. quería distinguirse, pues padecía complejos de inferioridad.» Esto corresponde plenamente con el punto de vista del psiquiatra inglés Kelley. Bormann comentaba en la carta, extensamente, la vida familiar de Hess y después de difamar a la esposa, añadía: «En opinión del Führer esta es la única explicación lógica. Tal como se ha sabido ahora, R. H. ya hacía años que se hacía tratar por impotencia, incluso durante aquellos años en que nació su supuesto hijo. Ante sí mismo, su esposa, el partido y todo el pueblo alemán R. H. creía hacer una demostración de hombría al emprender el vuelo.» Otro párrafo de la carta de Bormann decía lo siguiente: «Tal como se desprende de los documentos hallados, R. H. estaba plenamente convencido de obtener éxito en su misión, sobre todo después que Schulte-Strathaus y Nagengast le habían predicho que podía contar con mucha suerte, de acuerdo con lo que decía su horóscopo. Hess creía en esas tonterías.» El médico muniqués, doctor Ludwig Schmitt, que había tratado a Rudolf Hess entre 1936 a 1939 de diversas dolencias, declaró a un corresponsal del New York Times después de la guerra: —Hess presentaba una tendencia a la esquizofrenia y era ligeramente psicopático. Después del fracaso de su vuelo a Inglaterra debieron acusarse aún más estas tendencias. Cuando Hess se sentó, cuatro años más tarde, en el banquillo de los acusados, en Nuremberg, los médicos nuevamente hubieron de ocuparse de su caso.

EL CAMINO A NUREMBERG 1. En algún lugar de Europa... Preguntas, preguntas y más preguntas En algún lugar de Europa... esto es lo que solían decir los aliados cuando no querían revelar un lugar determinado. En algún lugar de Europa: en nuestro caso concreto Bad Mondorf, en Luxemburgo. Bad Mondorf era la última etapa por la que pasaban los presos antes de ser llevados a Nuremberg al banquillo de los acusados. En Bad Mondorf comenzaban los interrogatorios y la interminable espera. Allí se alojaban en el bonito Gran Hotel..., pero solo el nombre recordaba un edificio en el cual había reinado el lujo y la comodidad. El médico alemán, doctor Ludwig Pflücker, que también figuraba entre los presos, escribió en sus Memorias: «La situación de los internados en Mondorf era buena. Estaban alojados dos en cada habitación, en espléndidas habitaciones que daba a los jardines. Podían pasear libremente por estos y por el parque cuando hacía buen tiempo paseaban en grupo o descansaban en cómodas hamacas en el jardín. La estancia en aquel hotel con sus bonitos alrededores fue maravillosa. «La comida era preparada por prisioneros de guerra alemanes en las cocinas del hotel y los víveres los suministraba la intendencia americana. Los camareros servían las comidas en una pequeña sala. Por las mañanas una sopa dulce y con frecuencia pan blanco y café o té, al mediodía una sopa, legumbres y carne y luego un postre, y por las noches también comida caliente. La comida estaba bien condimentada, era abundante y variada. Un excelente cocinero, Jakesch, que era vienés, hacía platos deliciosos.» El coronel del campamento era el coronel americano Burton C. Andrus, que luego fue el jefe de seguridad en el Palacio de Justicia de Nuremberg. El coronel Andrus no era amigo de los prisioneros. No es de extrañar que esto produjera como consecuencia lo que hoy llamamos una guerra fría. Goering se burlaba siempre del casco de acero barnizado de color verde, siempre muy reluciente, que lucía el comandante y le llamaba «capitán de bomberos».

—Tenía unos ojos sin expresión, poco amables —comentó Von Papen. Hjalmar Schacht lo calificó como «un hombre sumamente desagradable, lleno de complejos ante sus superiores». El doctor Pflücker escribe: «Andrus era un oficial en activo del arma de caballería. Se tomaba su cargo muy en serio y por este motivo se convirtió en una verdadera pesadilla para los internados. Pero para hacer honor a la verdad, he de decir que en todo momento procuró que no les faltara nada a ninguno de ellos. Hemos de tener presente que el comandante era responsable de todos y cada uno de los internados. Y es comprensible que en determinadas ocasiones tuviera que actuar con mano dura. Para evitar los suicidios habían sustituido los cristales de las ventanas por rejas, pero esto no representaba ningún inconveniente. Los soldados nunca cometieron un abuso o desmán.» —Pase a ser interrogado. Esta era la única orden que interrumpía la monotonía de la vida cotidiana. Los oficiales que cuidaban de los interrogatorios insistían siempre en las mismas preguntas, pasaban de un tema al otro, hacían preguntas completamente inofensivas y buscaban las contradicciones. Había que tener nervios de acero para resistir aquellos interminables interrogatorios. Un taquígrafo anotaba todas las palabras que se pronunciaban. Solamente después de leer alguno de esos interrogatorios que ocupan páginas y más páginas, podemos hacernos realmente cargo del ambiente que reinaba en el hotel entre los internados. Werner Bross, el ayudante del defensor de Goering en Nuremberg, ha legado unos fragmentos de dos de esos interrogatorios del mes de junio de 1945, cinco meses antes que empezara el proceso. Los originales comprenden 555 preguntas del funcionario americano y otras tantas respuestas de Goering. Reproducimos a continuación un fragmento de uno de estos sumarios. En su lenguaje frío y objetivo son mucho más expresivos que cualquier relato. Pregunta: —¿Su nombre? Respuesta: —Hermann Wilhelm Goering.

—¿Sus cargos y actividades? —Oficial y comandante en jefe de la Luftwaffe, ministro del Aire, presidente del Consejo de ministros de Prusia, presidente del Reichstag, ministro de Montes, mariscal del Reich. —Según parece, usted es uno de los nazis con más éxito..., pues ha logrado figurar entre los supervivientes. —No sé desde qué lado considera usted el caso... Son muchos los nazis que han sobrevivido. —Pero usted es el último gran nazi. ¿Cómo se las ha arreglado usted para sobrevivir? ¿Por qué no ha muerto usted? —Ha sido una casualidad. Me detuvieron y habían de fusilarme. Pero sucedió lo contrario. —¿Qué opinión le merece Schacht? —Solo habla de él mismo. —¿Y no le parece que usted también habla solo de su persona? ¿Nos puede decir algo más sobre Schacht? —Fue un hombre inteligente. Trabajó para el partido antes de que llegáramos al poder. —Debió ser más inteligente que usted, pues antes de estallar la guerra se salió del Partido. —Hay personas sin carácter. —¿Podemos confiar en Schacht? —Eso se lo dejo de cuenta de ustedes. —¿Es un hombre sin carácter? —No he dicho esto, pero todos saben que Schacht suele cambiar con frecuencia sus puntos de vista. —¿Es usted un hombre con principios? —Siempre he hecho lo que he creído conveniente.

—¿Y qué es lo que ha creído usted siempre lo más oportuno? —Trabajar para mi país. No quiero condenar a Schacht, pero ustedes me han preguntado mi opinión personal. —¿Firmó usted en 1938 un decreto por el cual se le imponía a los judíos una multa de mil millones de marcos? —Esto fue ordenado por Hitler. —¿Se avergüenza de haberlo firmado? —Simplemente, opino que la ley no era correcta. —¿En ese caso se avergüenza de haber firmado el documento? ¿O quizá un mariscal de campo alemán nunca se arrepiente? —Según la Convención de Ginebra no estoy obligado a contestar a esta pregunta. —Usted ya no es prisionero de guerra. La guerra con Alemania ha terminado. Alemania se ha rendido sin condiciones a las Naciones Unidas. ¿Quiere contestar a la pregunta? —Lo lamento. Pierde usted el tiempo. —¿Quién guardaba sus talonarios? —Mi secretaria y yo. —¿Quién pagó los gastos de Karinhall? —El Ministerio del Aire y el Ministerio de Estado. —¿Cómo le transferían el dinero cuando compraba un cuadro? —Siempre en efectivo. —¿Quién le entregaba el dinero en efectivo? —Yo era el segundo y siempre disponía de mucho dinero. Yo mismo firmaba las órdenes de pago. —¿Y recibía usted todas las divisas extranjeras que pedía?

—Sí. —¿Llevaba alguna especie de contabilidad? —En mi caso no era necesario. —¿Se considera usted un hombre pobre? —No sé lo que me ha quedado. No llevo ningún control sobre nada. —¿Ha escondido usted algo en una cueva? —No, nada. —¿Llevaba usted un diario? —Solo de vez en cuando. Mi ayudante llevó uno durante estos últimos años. Fueron quemados en Karinhall, donde lo guardábamos todo. No sé si lo hicieron mis hombres o los rusos, pues di orden de que lo quemaran todo. Hubimos de huir ante la llegada de los rusos. Allí hay muchas cosas enterradas. —Diga usted dónde y lo iremos a buscar. —Me dijeron dónde lo habían enterrado, pero es difícil llegar hasta allí. Y tampoco los rusos les dejarán a ustedes buscar allí. Es del todo imposible describirlo desde aquí, todo está muy desperdigado y sería difícil dibujar un mapa. —¿Quién, además de usted, sabe dónde están enterradas estas cosas? —Los soldados que estaban allí y que cumplían mis órdenes. No sé lo que habrá sido de ellos. Creo que sería imposible, aunque los rusos dieran su consentimiento. Confío que más adelante tendremos ocasión de recuperar algo. Si lo hiciéramos ahora, los rusos se quedarían con todo. —¿Retiró usted dinero en abril de 1945 para ingresarlo en otro Banco? —Di orden de transferir medio millón a un Banco del sur de Alemania. Si lo hubiesen hecho me hubiesen informado, pero no he sabido nada. —¿Ha hecho testamento? —No, pero lo haré ahora, a pesar de que no es necesario porque por la Ley todo le corresponde a mi hija.

—¿Deja usted algo a sus secretarias? —He hecho la lista y mi esposa cuidará de todo. —¿Dónde está la lista? —La empaquetaron con la biblioteca. Estaba en el tren. Tenía instalado mi cuartel general en dos trenes. Uno de los trenes estaba situado debajo de un túnel. Pero cuando todo estalló, los aliados me abandonaron y me robaron muchas cosas. —¿Registró usted el tren? —Me lo contó un oficial americano. —¿Cuáles son sus ingresos anuales? —Veinte mil marcos como mariscal del Reich, tres mil setecientos marcos al mes como comandante en jefe de la Luftwaffe, descontados los impuestos. Mil seiscientos como presidente de los dos Reichstag. Luego, por mis actividades como escritor..., por mis libros me pagaron casi un millón de marcos. —¿Y no gastaba usted mucho más? —Los gastos los pagaban de otro lado. Berlín y Karinhall eran pagados por el Estado. —¿No pagó usted por los cuadros... mucho más de lo que ingresaba usted? —Disponía de dinero... —¿Tiene usted hermanos y hermanas? —Sí. Un hermanastro en Wiesbaden, que tiene cuarenta y siete años. Se llama profesor doctor Heinrich Goering, oftalmólogo en Wiesbaden. Mis hermanos murieron hace años. Mi hermano mayor, Karl, murió durante la última guerra. Mis hermanas Alga y Paula... no sé dónde se encuentran..., tal vez con los rusos. Albert está en un campo, pero jamás fue miembro del Partido. —Nadie le hará nada a sus parientes. Este no es nuestro sistema de trabajar. —Los americanos no les harán nada, pero los rusos sí. —¿Cuánto tiempo cree que viviría usted si hubiese caído en manos de los

rusos? —Muy poco tiempo. Creemos que esto es más que suficiente. Pero no era así para los internados en Mondorf. Las comisiones de investigación de los aliados no tenían prisa. Cada día hacían nuevas preguntas y cada día repetían las preguntas que ya habían hecho en anteriores ocasiones. A veces alguno de los interrogados decía. —¡Eso mismo lo he dicho ya por lo menos diez veces! Pero esto dejaba completamente indiferente al oficial. Continuaban preguntando, durante semanas, durante meses. Los sumarios se iban amontonando. A los sumarios de los interrogatorios se añadían centenares de toneladas de otros documentos que eran reunidos por comisiones especiales por toda Alemania. Los aliados registraban todas las antiguas oficinas del Reich. ¡Secreto! ¡Asunto secreto! ¡Solo para oficiales! ¡Asunto secreto del Reich! Estos documentos constituían la materia prima para el escrito de acusación y las pruebas que serían presentadas en Nuremberg. La montaña de documentos resultaba tan impresionante que el fiscal general americano Robert H. Jackson exclamó ante el Tribunal: —El Escrito de Acusación no contiene un solo punto que no pueda ser probado por los libros y los documentos. Los alemanes siempre fueron muy exactos y meticulosos en sus anotaciones y los acusados no son una excepción en esta pasión realmente teutónica de la meticulosidad de llevarlo todo al papel. Pero por el momento Jackson no era todavía el fiscal general. Todavía no se había constituido el tribunal y los aliados discutían aún lo que habían de hacer con los prisioneros.

2. Hasta el más lejano escondrijo del mundo... Nadie conocía en Alemania todas las discusiones que ocupaban tan vivamente a Moscú, Londres y Washington. Las opiniones diferían tanto que al final los ingleses, americanos y franceses estuvieron a punto de llegar a las manos. Casi todos estaban interesados en evitar un gran proceso internacional. Los Estados Unidos constituían la única excepción en este caso. En Londres, París y Moscú no estaban dispuestos a acusar a los políticos, militares e industriales alemanes y negarles el derecho de defenderse libremente ante un tribunal. A continuación exponemos las diferentes etapas en que fue desarrollándose el proceso casi en contra de la voluntad de los que lo llevaron a la práctica: 1. Durante la segunda mitad del año 1940, poco después de terminar la campaña alemana del Oeste, se unieron los Gobiernos en el exilio de Polonia, Francia y Checoslovaquia con la Gran Bretaña en una «protesta conjunta contra los crímenes nazis en Polonia y Checoslovaquia». 2. En octubre de 1941, Franklin D. Roosevelt condenó en una declaración «la ejecución de rehenes inocentes» en las regiones ocupadas por Hitler. Winston Churchill se unió a esta protesta del Presidente americano. 3. En noviembre de 1941 y el 6 de enero de 1942, el comisario del Exterior soviético Wjatscheslaw M. Molotov entregó sendas notas a las potencias occidentales en las cuales se hablaba por primera vez de «violaciones sistemáticas y deliberadamente conscientes del derecho internacional por actos de fuerza contra los prisioneros de guerra rusos, saqueo y destrucción, así como actos de crueldad contra la población civil rusa». 4. El 13 de enero de 1942 se celebró en el Palacio de San Jorge, en Londres, la III Conferencia Interaliada, de la que formaban parte Bélgica, Francia, Grecia, Holanda, Yugoeslavia, Luxemburgo, Noruega, Polonia y Checoslovaquia. Tomaron una decisión de amplio alcance. Basándose en la Convención de La Haya, que prohibía «a las potencias beligerantes cometer actos de violencia contra la población civil en los países ocupados, el desprecio a las leyes del país y derrocamiento de las instituciones nacionales», anunciaron los nueve Gobiernos: «Entre los objetivos bélicos principales de los aliados figura el castigo de los responsables de estos crímenes, sin tener en cuenta si los acusados dieron la orden, la ejecutaron ellos mismos o participaron de un modo u otro en estos crímenes. Estamos decididos a procurar que, a) los culpables y responsables, cualquiera que sea su nacionalidad, sean detenidos, juzgados y

condenados; b) que las condenas sean cumplidas. 5. El 7 de octubre de 1942 se fundó en Londres, con la participación de diecisiete naciones, la Comisión Interaliada para Crímenes de Guerra, que se impuso como misión el reunir pruebas y testimonios y formar las listas de los criminales de guerra de las potencias del Eje. Esta Comisión adoptó posteriormente el nombre de United Nations War Crimes Commission (UNWCC). Roosevelt y Simon ya habían dado el 7 de octubre de 1942 el visto bueno de sus respectivos Gobiernos para colaborar las siguientes naciones: Australia, Bélgica, China, Francia, Grecia, Gran Bretaña, Holanda, India, Yugoeslavia, Canadá, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Noruega, Polonia, Unión Sudafricana, Checoslovaquia y Estados Unidos. El castigo de los criminales de guerra fue anunciado repetidas veces por las radios aliadas. El primer comunicado del 18 de diciembre de 1942 hacía referencia «al exterminio de la población judía que las autoridades hitlerianas están llevando a cabo en Europa». La segunda, del 5 de enero de 1943, «a las expropiaciones de bienes particulares en los países ocupados». 6. Los documentos que iba reuniendo la Comisión ofrecían, al cabo de poco tiempo, una horrenda visión sobre el exterminio de la población judía en el este de Europa. A la vista de este impresionante material, los aliados decidieron hacer una nueva declaración: «El exterminio de los judíos será vengado». Estas fueron las primeras etapas. Nadie en Alemania estaba al corriente de estos hechos..., excepto los pocos que rodeaban a Hitler y a Goebbels y que eran informados de las noticias del extranjero. Pero allí guardaban celosamente el secreto. No querían que el pueblo supiera los crímenes que sus dirigentes cargaban sobre sus conciencias. El pueblo trabajaba y luchaba..., de buena fe y sin saber con exactitud lo que hacían sus dirigentes. En Alemania condenaban, en aquellos tiempos, con la pena de muerte a todos los que descubrían escuchando las radios extranjeras. Nadie había de saber que mientras tanto se había constituido el tribunal que habría de juzgarles: «Aquellos que todavía no se han manchado las manos de sangre procuren no figurar entre las filas de los culpables, pues las tres potencias aliadas los perseguirán hasta los más lejanos escondrijos del mundo y los entregarán a sus jueces para que la Justicia siga su curso.» Estas palabras figuran en la Declaración de Moscú del 1.º de noviembre de 1943, cuyo documento fue redactado por el secretario de Estado americano

Cordell Hull, el ministro de Asuntos Exteriores inglés Eden y el ministro soviético Molotov. Las firmas que figuraban en el documento eran las de: Roosevelt, Churchill, Stalin[1]. Los dos puntos más importantes de la Declaración de Moscú dicen: 1. Los criminales de guerra que hayan cometido sus crímenes en un lugar determinado serán entregados al país correspondiente y juzgados según las leyes de dicho país. 2. Los criminales de guerra cuyos crímenes no pueden ser localizados desde el punto de vista geográfico por afectar a varios países al mismo tiempo, serán castigados por una decisión conjunta de los aliados. Este segundo punto era el objeto de la discusión que se entabló entre los aliados inmediatamente después de terminar las hostilidades. ¿Cómo había de adoptarse esta «decisión conjunta»?

3. El brindis de José Stalin. — Winston Churchill objeta Una «decisión conjunta sobre el castigo a aplicar» no quería decir, de ningún modo, que hubiera de efectuarse un proceso. El modo como se imaginaba Stalin el castigo, lo sabían las potencias occidentales desde la Conferencia de Teherán. Esta conferencia se celebró a fines de noviembre de 1943. Era la primera vez que Roosevelt, Churchill y Stalin se sentaban en la misma mesa. En Europa ya habían rodado los dados: El fin del Sexto Ejército ante Stalingrado había dado un nuevo rumbo a la guerra. La derrota de Alemania se preveía en el sangriento horizonte de la historia. Elliot Roosevelt, uno de los hijos del Presidente americano, había acompañado a su padre a Teherán y participó allí en todas las importantes reuniones de los Tres Grandes. A él tenemos que agradecer el relato exacto de los acontecimientos. Las diferencias ya surgieron en el curso de una cena en la que participaron todos. Stalin era el anfitrión. Las comidas fueron rociadas con vinos blancos, champaña ruso y vodka. Para Churchill hicieron una excepción: por propia voluntad, solo le sirvieron brandy. Elliot nos ha relatado detalladamente lo que es un banquete ruso: Cada

una de las frases en la conversación era acompañada de un brindis. —¡Deseo brindar por el hermoso tiempo que tenemos la suerte de disfrutar! Todos se levantaron de sus sillas y tomaron un trago de sus copas. —¡Deseo brindar por el futuro suministro de material de guerra! Todos se pusieron de pie y brindaron. Y así una hora tras otra. Stalin se levantó de nuevo cuando ya terminaba el banquete. También él había pronunciado, como mínimo, dos docenas de brindis. Pero ahora introducía una nota poco corriente en estos banquetes. —Brindo —dijo con voz opaca— por que la Justicia actúe lo más rápidamente posible contra los criminales de guerra alemanes. ¡Brindo por la justicia de un pelotón de ejecuciones! En la sala se hizo un silencio impresionante. Pero Stalin continuó impertérrito: —Brindo por nuestra decisión de eliminarlos tan pronto sean hechos prisioneros todos y deseo que, por lo menos, sean cincuenta mil. Todos los presentes estaban como petrificados. Un sordo ruido interrumpió el silencio que se había hecho de nuevo. Churchill se puso, rápidamente, en pie —«como un rayo»—, según las propias palabras de Elliot Roosevelt... y esto significaba mucho en un hombre tan indolente como el premier británico. —¡Este proceder va contra el concepto inglés de la Justicia! —gritó Churchill con la cabeza roja y la lengua pesada por el brandy. Nadie había visto nunca a Churchill tan excitado. No podía sospechar que sus palabras provocarían una verdadera tormenta. —El pueblo británico —continuó con voz muy fuerte— nunca permitirá este asesinato en masa.

«Observaba a Stalin —continuó Elliot Roosevelt su relato—. Parecía divertirse lo indecible, aunque su rostro estaba muy grave. Pestañeó despectivo cuando aceptó el reto del primer ministro inglés y fue rebatiendo uno a uno sus argumentos en un tono muy complaciente, sin percatarse en absoluto del mal humor que dominaba a Churchill.» «Stalin tenía la opinión de que el Estado Mayor general alemán había de ser liquidado —escribe el propio Churchill en sus Memorias—. Toda la efectividad de los Ejércitos alemanes dependían única y exclusivamente de unos cincuenta mil oficiales y expertos. Si al final de la guerra eran apresados y fusilados, entonces se destruía para siempre el poder militar de Alemania.» —El Parlamento británico y la opinión pública británica —replicó Churchill al dictador—, no darán nunca su visto bueno a una ejecución en masa. Aunque dieran su consentimiento bajo la influencia de lo que han padecido durante la guerra, después de la primera matanza se volverían violentamente contra los verdugos. No es conveniente que los soviets estén engañados sobre este punto. —¡Han de ser fusilados cincuenta mil! —insistió Stalin y volvió a levantar la copa. —Aprovecho esta ocasión —dijo Churchill con voz helada— para declarar que en mi opinión, tanto si son nazis como no, nadie que sea sometido a un proceso sumarial debe ser llevado ante un pelotón de ejecución, sin antes haber sido estudiados todos los factores en pro y en contra y haber tenido ocasión de estudiar detenidamente todas las pruebas. Y con voz temblorosa añadió: —Antes preferiría que aquí mismo me sacaran al jardín y me fusilaran que permitir que mi honor y el de mi pueblo fueran manchados por tamaña infamia. Franklin Delano Roosevelt, el tercero en la conferencia de los Tres Grandes, siguió con expresión atenta el curso de la discusión. Cuando Stalin se volvió hacia él para preguntarle por su parecer, contestó en tono jocoso: —Es evidente que hemos de encontrar una solución de compromiso entre su punto de vista, señor Stalin, y el del primer ministro. Digamos, por ejemplo, que no sean cincuenta mil, sino una cifra menor, unos cuarenta y nueve mil quinientos los criminales de guerra que han de ser fusilados sumariamente. Los americanos y los rusos rieron. Los ingleses se mostraron más retraídos

para no despertar las iras de su jefe. El ministro de Asuntos Exteriores Eden le hizo una señal con la mano a Churchill indicándole que se serenase y dándole a entender que se había tratado única y exclusivamente de una broma. Pero el primer ministro era incapaz de dominarse. Abandonó la mesa y se dirigió a una habitación contigua débilmente iluminada. Y allí permaneció un rato mirando con la cabeza inclinada a través de una ventana hacia el jardín. «No hacía todavía un minuto que estaba allí —escribe en sus Memorias—, cuando alguien desde detrás apoyó sus manos en mis hombros. Era Stalin y a su lado estaba Molotov. Los dos reían cordialmente y dijeron vivamente que solo se había tratado de una broma.» ¿Se trataba, efectivamente, solamente de una broma? Churchill continúa: «Aunque entonces estaba tan poco convencido como hoy de que se trataba de una broma, regresé a la sala.» Lo cierto es que los frentes aparecían claramente delimitados. Desde aquel brindis de Teherán hay dos opiniones: o fusilar llana y simplemente a los criminales de guerra o llevarlos ante un tribunal. ¿Cuál será la «decisión conjunta» de las potencias aliadas en tales circunstancias? Los aliados sabían que se trataba de un delicado problema en su organismo. Una vez más, un año después de haberse celebrado la conferencia de Teherán, Stalin y Churchill volvieron a debatir el problema. Esta vez fue en Crimea, durante la Conferencia de Yalta. El sexto día de hallarse reunidos, el 9 de febrero de 1945, figuraba un punto negro en el orden del día. Decía: Castigo de los criminales de guerra. Churchill recordó en primera instancia la Declaración de Moscú y la «decisión conjunta» que habían de tomar ellos. Un tema sumamente desagradable a discutir. El rostro de Stalin se ensombreció. Pero Churchill le sonrió por encima de la mesa y le mandó decir a través de su intérprete: —Este huevo lo he puesto yo mismo. Stalin exhaló el humo de su cigarrillo por la nariz e hizo un esfuerzo por sonreír amablemente.

—Sepa usted —explicó Churchill— que he sido yo mismo quien ha redactado esta disposición para nuestra Declaración de Moscú. Y a continuación Churchill hizo una sorprendente concesión al punto de vista expuesto por Stalin. Con toda seguridad, recordando lo sucedido en Teherán, dijo en tono indiferente: —En un principio, soy partidario de hacer una lista de los principales criminales de guerra, identificarles tan pronto sean hechos prisioneros y luego mandarlos fusilar. Stalin enarcó sus espesas cejas. Pero antes de que pudiera hacer un comentario, ya continuaba Churchill: —Pero mientras tanto, como usted sabe muy bien, soy del parecer que hemos de hacer un proceso. ¡Un proceso! Esto era, pues, lo que se ocultaba en el huevo, en aquella «decisión conjunta» sobre la que no lograban ponerse de acuerdo los aliados. Los ojos entornados de Stalin no permitían adivinar cuáles eran sus pensamientos. Sabía muy bien que allí estaban hablando de teorías mientras que él, en las regiones que eran reconquistadas, llevaba a la práctica sus proyectos. El 15 de diciembre de 1943 ya se había celebrado en Charkow el primer «proceso contra los criminales de guerra», contra tres oficiales alemanes. Después de haber sido juzgados, habían sido fusilados. ¿Para qué un proceso demasiado largo? Si se hace un proceso con todas las de la Ley, ¿no podía llegar el caso de que salieran a relucir ciertas cosas que pudieran resultar desagradables para aquellos que acusaban? ¿Y quién había de ser acusado? ¿Los criminales en el sentido corriente y vulgar, es decir, los asesinos... o también una nueva categoría, como por ejemplo, los financieros, los jefes militares, los industriales, los funcionarios de Gobierno? ¿Y de qué se les podría acusar? Los americanos hacían hincapié en el nuevo concepto de «conspiración» y «guerra agresiva». Pero todo esto aparecía aún muy confuso.

José Stalin se volvió, con una amplia sonrisa, a Churchill y le preguntó a través del intérprete: —Estará usted pensando, sin ninguna duda, en Rudolf Hess que se encuentra en poder de ustedes..., ¿qué ha sido de él? —El señor Hess es tratado en Inglaterra como un prisionero de guerra más —evadió Churchill la respuesta. —Sí, sí —comentó Stalin al parecer distraído—. Propongo que dejemos el asunto en manos de nuestros ministros de Asuntos Exteriores para que lo discutan. Si habláramos ahora de la ofensiva aliada en el Oeste... Cerraron unas carpetas y abrieron otras. El asunto quedaba aplazado. Sin embargo, todavía había de proporcionarles muchos quebraderos de cabeza a los aliados. Pocas semanas más tarde cambiarían los papeles. La idea de Churchill de hacer un proceso se había convertido en una proposición excesivamente impopular.

4. Napoleón y Robert H. Jackson En la Gran Bretaña y Francia aumentaba el malestar. ¿Qué es lo que llegaría a discutirse en el curso de aquel proceso? Por ejemplo, no podía rebatirse el hecho de que durante muchos años había sido reconocido oficialmente el régimen de Hitler y de que habían sostenido con él relaciones oficiales... ¿y ahora pretendían llevarlos ante un tribunal y demostrar ante todo el mundo que habían pactado con una banda de criminales? El Foreign Office de Londres fue el primero en rebelarse contra la idea del proceso. Los franceses dieron a entender que no tenían el menor interés en esta forma de proceder. Los soviets se aferraban como antes a su plan original: el fusilamiento inmediato de todos los criminales de guerra. En el Foreign Office de Eden surge de pronto, como solución a aquella encrucijada internacional, una brillante idea: El «Plan Napoleón». Dice así: Los principales criminales de guerra no deben ser fusilados, y tampoco ser llevados ante un tribunal, sino —como lo hizo en sus días el emperador Napoléon— ¡ser deportados a una isla!

El «Plan Napoleón» fue estudiado durante semanas en los Ministerios de Londres y París. Fue discutido vivamente y al final llegaron a la conclusión de que se trataba de un plan muy aceptable. Pero en aquel momento intervino Washington y dio a entender a sus aliados que en América insistían en que se llevara a cabo un proceso: «¡Queremos un proceso!» «¡Nosotros no queremos ningún proceso!», replicaron en Londres y París. Pero Stalin ya presentaba una nueva proposición en medio de este terrible desconcierto. El 19 de mayo de 1945 mandó decirles, a través del comentarista Jermaschew, de Radio Moscú, a las potencias aliadas: «¡Que los pongan de una vez de cara a la pared y los fusilen!» No parecía haber solución posible. Hasta que un hombre reunió en sus manos todos los hilos y estudió la situación con calma, sonriente, de un modo muy paciente. Llegó a Europa en misión especial del presidente Truman, recorrió Alemania de un extremo a otro, celebró misteriosas conversaciones en Londres y París... y se convirtió en el personaje más importante de la situación. Su nombre pronto sería del dominio público: Robert Houghwout Jackson, juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que luego fue fiscal general en Nuremberg. ¿Cómo solventó la situación? En Washington el juez Samuel Rosenman había estudiado, por encargo de la Casa Blanca, los requisitos indispensables para un proceso. Le apoyaban en sus trabajos Henry S. Stimpson, secretario de Estado, Murray Bernay, fiscal general del Ejército, Francis Biddle, ministro de Justicia y su ayudante Herbert Wechsler. Un punto preocupaba a todos: ¿Qué impresión causaría cuando los acusados y sus acusadores se sentaran en la misma sala? Estudiaron dos posibles soluciones: 1. Componer el Tribunal por miembros de los países neutrales. Tellford Taylor, uno de los futuros fiscales americanos en Nuremberg, dijo a este respecto: «Estas proposiciones fueron consideradas por todos, y con razón, ya que no estaban de acuerdo con la realidad. Fueron rechazadas, en primer lugar, porque el número de los países neutrales era tan reducido que el plan no podía llevarse a la práctica». 2. Encargar del juicio de los criminales de guerra a un tribunal alemán.

Pero, recordaron el fallido intento que fue hecho después de la Primera Guerra Mundial por el Tribunal del Reich en Leipzig. Con relación a estos dos puntos declaró Jackson, en Nuremberg: —Desgraciadamente, la índole de los crímenes que se ponen aquí a discusión, exige que las potencias vencedoras juzguen y condenen a sus enemigos. Los ataques realizados por estos hombres, que afectaron a todo el mundo, han dejado muy pocos países neutrales. O los vencedores han de juzgar a los vencidos o estos son los llamados a hacer justicia. Desgraciadamente sabemos, por lo sucedido después de la Primera Guerra Mundial, que esta última solución no es aceptable. Después de la Primera Guerra Mundial las potencias vencedoras habían exigido en el Tratado de Versalles «la entrega de los criminales de guerra alemanes» para que pudieran ser llevados al extranjero ante un tribunal militar internacional. La lista comprendía muchos miles de nombres, empezando por el emperador Guillermo II, y en la letra G, si queremos anotar el hecho como una ironía de la Historia, se leía el nombre del aviador de guerra Hermann Goering. Holanda se negó, en 1920, a la extradición del emperador. El Gobierno alemán declaró que sería derrocado y provocaría una revolución si realmente había de proceder a la detención de las personalidades alemanas que figuraban en la lista. Como solución propusieron llevar algunos de los casos expuestos por los aliados ante el Tribunal del Reich. En efecto, en Leipzig fueron discutidos de mayo a julio de 1921 doce procesos de criminales de guerra. Los países extranjeros mostraron su más profunda indignación cuando seis casos fueron absueltos y los restantes condenados a penas mínimas. Pronto se olvidaron de aquellos procesos. En el año 1945 los aliados no tenían la menor intención de que se volviera a repetir la comedia. Durante la sesión de fundación de la Naciones Unidas en San Francisco sometieron los Estados Unidos a sus aliados, por primera vez, un informe muy concreto de cómo ellos se imaginaban un proceso internacional. Robert H. Jackson logró, dos meses más tarde, reunir a los representantes de EE. UU., Gran Bretaña y la Unión Soviética alrededor de una misma mesa: El 26 de junio de 1945 se reunieron los delegados de las cuatro potencias vencedoras en Londres para tomar una decisión. Por los Estados Unidos: El juez Robert H. Jackson, delegado del

presidente Truman y diez ayudantes. Por la Gran Bretaña: El fiscal general sir David Maxwell Fyfe, canciller del Sello Privado Jowitt y once ayudantes. Por Francia: El consejero del Tribunal de Apelación Robert Falco, el profesor de Derecho Internacional André Gros y dos ayudantes. Por la Unión Soviética: El general Iola T. Nikitschenko, vicepresidente del Tribunal Supremo en Moscú y dos ayudantes. Las reuniones se celebraron a puerta cerrada. Parte de las discusiones fueron tomadas taquigráficamente por la secretaria de Jackson, pero casi todos los debates fueron celebrados en un tono oficioso, sin que se tomaran actas de lo hablado. Las opiniones diferían tan profundamente, chocaban tan violentamente, que en varias ocasiones pareció como si no pudiera llegarse a ningún resultado positivo. Telford Taylor confesó que «las discusiones se alargaron peligrosamente debido a la diferencia de opiniones». Y tampoco la Conferencia de Potsdam, que exigía un rápido castigo de los criminales de guerra, presentaba una solución al caso. Cuatro años más tarde publicó Jackson el relato secreto de las reuniones de Londres. Presenta «las diferencias de opiniones» de las cuales nadie por aquel entonces estaba enterado: 1. ¿Qué actitud ha de adoptar el Tribunal cuando el defensor alemán insista en que también otros países han realizado guerras agresivas y cometido crímenes de guerra? 2. ¿Pueden ser juzgados y condenados unos hombres que no han cometido ningún acto criminal? 3. ¿Acaso los políticos de los países que se sientan hoy como jueces no podrán algún día, según este mismo derecho, ser llamados a rendir cuentas? 4. ¿Qué actitud se debe adoptar respecto a los ataques aéreos contra poblaciones civiles indefensas? Pero Jackson tuvo la suficiente habilidad de encauzar la discusión hacia el terreno que más le convenía a él y dejar de lado todos los temores de sus compañeros de reunión. Londres estaba inundada de emigrantes de Estonia, Lituania y Polonia. En

estos círculos se oían voces, cada vez más fuertes, que le negaban a la Unión Soviética el derecho de juzgar a los demás. ¿Acaso los soviets no habían invadido Polonia en 1939 de completo acuerdo con Hitler? ¿Acaso los soviets no habían lanzado una guerra de agresión contra Finlandia y sus vecinos bálticos? ¿No habían los soviets cometido crímenes de guerra? Y el delegado británico sir David Maxwell Fyfe comentó por su lado: «Tenemos informes que dicen que los alemanes consideraron la ocupación de Noruega como un acto de defensa. Temo que nos vamos a enfrentar con grandes dificultades. Este es uno de los puntos que más me inquieta.» Pero el general Nikitschenko intervino en la discusión. También a él le molestaba la discusión de este caso concreto: —¿Será planteada esta cuestión ante el Tribunal? Si los alemanes atacaron Noruega, el Tribunal no puede considerarlo como un ataque agresivo. Sir David: —No creo que la defensa lo acepte sin discusión. Si Ribbentrop es acusado de haber dirigido una política de agresión contra otras naciones, y también contra Noruega, será muy difícil contradecirle cuando afirme que no fue una política de agresión. ¿No podríamos mantener alejados todos estos problemas del Tribunal? Nikitschenko: —Lo más probable es que la cuestión sea planteada. Pero hay muchos otros hechos en la guerra que podrían conceptuarse como actos defensivos. Por fin se pusieron de acuerdo. En el Tribunal solo serían discutidos los hechos que habían sido realizados por los acusados. En los estatutos que serían aprobados más tarde se le ordenaba al Tribunal que no discutiera otros casos. «Gracias a Dios —exclamó Jackson en sus Memorias sobre la conferencia de Londres—, las conversaciones entre Hitler y sus oficiales de Estado Mayor no dejaban lugar a dudas de que habían forjado planes para una guerra de agresión de modo que la falta de precisión sobre lo que es en realidad una guerra de agresión no llegaría a plantearse en Nuremberg.» Los delegados en Londres empezaron a profundizar en la situación legal y jurídica. ¿Cómo superar las dificultades que presentaba la interpretación del derecho internacional? Sir David se expresó con extrema claridad a este respecto: —Lo que hemos de evitar en este proceso es la discusión sobre si los actos

realizados son una violación de derecho internacional. Declaremos sencillamente lo que es el derecho internacional, de modo que no habrá discusión posible sobre si es derecho internacional o no. Se pusieron de acuerdo. Ante el Tribunal solo se hablaría de aquellas violaciones del derecho internacional que fueran señaladas expresamente en los estatutos del Tribunal. Pero ¿cómo habían de hacer responsables personalmente a los acusados de tales violaciones? Sir David se volvió al jurista francés: —¿Opina usted que los hombres que de hecho y personalmente son responsables por haber empezado una guerra han cometido un crimen? Profesor Gros: —Moral y políticamente sería de desear, pero esto no está en consonancia con el derecho internacional. Jackson: —Confieso que como apoyo a nuestra acusación el derecho internacional es poco claro y un fundamente demasiado débil. Hemos de decir sencillamente que son personalmente responsables. ¿Y cómo juzgar a unas personas que, como en el caso de Hjalmar Schacht, no han olvidado las cláusulas del derecho internacional y tampoco han cometido un crimen? Jackson esgrimió en este caso el concepto americano de la conspiración: «La dificultad estriba —dijo—, en decidir si Schacht es un gran criminal de guerra o no lo es. Solo el sentido común o nuestra teoría de la conspiración puede servirnos para atacar este tipo de crímenes.» También se pusieron de acuerdo. Al Tribunal se le ordenó en sus estatutos que hiciera valer la responsabilidad personal. La base de la acusación sería en su primer punto la tesis de la conspiración. Pero el general Nikitschenko no estaba muy de acuerdo. ¿Y qué resultaría de todo ello para el futuro? «A mi entender —explicó—, hemos de limitarnos a crear los fundamentos para un proceso contra aquellos criminales que han cometido de hecho crímenes contra el derecho internacional... y no por unos crímenes que pudieran ser cometidos en el futuro...»

Pero no concretó lo que él entendía por un crimen. Jackson se mostró inflexible en este punto. Estaba dispuesto a que la reunión terminara sin haber conseguido nada si los rusos insistían obstinadamente a este respecto. «Los crímenes son crímenes, sea quien sea el que los haya cometido», declaró. Una vez más se pusieron de acuerdo, sobre este punto tan crítico como sobre todos los detalles suplementarios. Hasta el último momento discutieron dónde habría de reunirse el Tribunal. Los soviets propusieron Londres o Berlín. A los ingleses les gustaba más Munich. Finalmente, Jackson se entrevistó con el general Lucius D. Clay en Frankfurt. Clay era el lugarteniente del gobernador militar de la zona americana. Deseaba preguntarle sobre la localidad más apropiada. Llegó a Frankfurt el sábado 7 de julio de 1945. Clay propuso Nuremberg, pues el Palacio de Justicia de esta ciudad apenas había sufrido daños. Esta fue la primera vez que nombraron la ciudad cuyo nombre quedaría para siempre ligado al proceso. Nuremberg, la ciudad de los Días del Partido, la ciudad de los grandes triunfos de Hitler y de sus partidarios. ¡Nuremberg, la ciudad de la Justicia! Jackson emprendió el vuelo de regreso a Londres. Después de otras largas discusiones los rusos dieron finalmente su consentimiento, con la condición de que la sede permanente del Tribunal fuera Berlín y solo el primer proceso había de celebrarse en Nuremberg. En aquellos días contaban que habrían de celebrarse muchos más procesos contra los criminales de guerra. Los soviets calculaban incluso con unos 200.000 procesados. Jackson tuvo que hacer esfuerzos casi sobrehumanos para hacerles desistir de esta cifra. Propuso como solución acusar al mismo tiempo a diversos grupos de personas, como, por ejemplo, las SA y SS, y ahorrarse de esta forma tener que proceder contra cada uno de sus miembros. Se pusieron de acuerdo. Pero había un punto que no querían incluir entre las discusiones oficiales: los ataques aéreos. Todos los interesados se negaban a tratar este asunto tan delicado. Después de la Primera Guerra Mundial, ya habían planeado los ingleses llevar a los aviadores alemanes ante un tribunal internacional, a causa de los

zeppelines que habían volado sobre Londres y habían arrojado sus bombas sobre la capital. Pero en el año 1918 había renunciado a sus planes originales y tampoco el protocolo sobre las reuniones del año 1945 menciona este punto. Pero Jackson reveló, muchos años más tarde, que también este punto fue puesto a discusión. Los delegados rápidamente acordaron ignorar este punto, ya que era extremadamente difícil establecer la diferencia entre lo que era un bombardeo sin objetivo señalado y una necesidad militar. «Este tema —aconsejó Jackson más tarde— hubiese sido una invitación a contraacusaciones que hubiesen representado un lastre peligroso durante el proceso.» Estuvieron de acuerdo. El 8 de agosto de 1945 firmaban las cuatro potencias en Londres el Acuerdo sobre el Tribunal Militar Internacional y los Estatutos por los que habría de regirse el Tribunal. Establecía los derechos y las obligaciones de todos los que habían de tomar parte en el mismo, reglamentaba la forma de proceder y fijaba los hechos y principios a los que habían de sujetarse los jueces. El artículo 24 de los Estatutos decía lo siguiente: «El procedimiento deber ser el siguiente: a) Será leída la acusación. b) El Tribunal preguntará a cada uno de los acusados si se considera culpable o inocente. c) El fiscal expondrá su interpretación de la acusación. d) El Tribunal preguntará a la acusación y a la defensa sobre pruebas que desean presentar al Tribunal y decidirá sobre la conveniencia de la presentación de las mismas. e) Serán oídos los testigos de la acusación. A continuación los testigos de la defensa. f) El Tribunal podrá dirigir en todo momento preguntas a los testigos o acusados. g) La acusación y la defensa interrogarán a todos los testigos y acusados

que presenten una prueba y están autorizados a efectuar un contrainterrogatorio. h) La defensa tomará a continuación la palabra. i) A continuación lo hará la acusación. j) El acusado dirá la última palabra. k) El Tribunal anunciará la sentencia.» Mientras la Conferencia de Londres discutía y tomaba decisiones, los futuros acusados continuaban internados en Bad Mondorf, sin sospechar en lo más mínimo lo que les aguardaba. Mientras los miembros del Tribunal se reunían el 18 de octubre de 1945 en Berlín para firma el Acta de Constitución, en la sala del antiguo Tribunal Popular donde Freisler había condenado a muerte a los que habían participado en la conspiración del 29 de julio, estudiaban los prisioneros el escrito de Acusación que les había sido entregado aquel mismo día. Comprendía 25.000 palabras y estaba dividido en cuatro puntos principales: 1. Conspiración. Los acusados han forjado un plan común para la conquista de un poder ilimitado y estaban unidos en la ejecución de todos los crímenes resultantes. 2. Crímenes contra la paz. Los acusados han violado en 65 casos, 36 tratados internacionales, empezando guerras de agresión y desatado una guerra mundial. 3. Crímenes de guerra. Los acusados han provocado un inmenso derramamiento de sangre, cometiendo asesinatos en masa, torturas, trabajos de esclavos y se han dedicado a la explotación económica. 4. Crímenes contra la humanidad. Los acusados persiguieron a enemigos políticos, las minorías raciales y religiosas y se han hecho culpables del exterminio de poblaciones enteras. Las páginas de este impresionante documento están cuajadas de detalles tan increíbles y tan horrorosos, que ensombrecen la fantasía más enfermiza.

5. En las celdas de Nuremberg ¿Cómo acogieron los presos este terrible documento? El 12 de agosto fueron trasladados, en dos aviones, de Mondorf a Nuremberg y en esta ciudad se les ofreció la oportunidad de elegir libremente a sus defensores, pero los abogados no podían quitarles de encima el terrible peso espiritual que representaban aquellas acusaciones. Ellos mismos habían de encontrar la salida a aquellos tormentos espirituales. El psicólogo judicial americano, Gustave M. Gilbert, observó a los reclusos en sus celdas, habló con ellos y anotó meticulosamente todas sus reacciones. Gilbert hablaba muy bien el alemán. Lo primero que hizo fue formar un «test» de inteligencia. Les hacía preguntas, examinaba su poder de retención, les hacía resolver una serie de problemas, les daba juegos psicológicos y les hacía interpretar el sentido de unos grabados simbólicos. Con los resultados formaba el llamado índice de inteligencia que en un hombre normal está entre los 90 y 110 puntos. Entre los reclusos de Nuremberg y según los estudios de Gilbert figuraba en primer lugar Schacht, con 143; Seyss-Inquart, con 141, y Goering 138. Al final de la lista figuraban Sauckel, con 118; Kaltenbrunner, con 113, y Streicher, con 106. Estas cifras, como señaló Gilbert, no representaban, sin embargo, valores morales o de carácter. También los criminales pueden tener una inteligencia superior a la del hombre normal. Gilbert hizo otros ensayos. Les rogó a los reclusos que le dieran su opinión sobre el Acta de Acusación escribiendo al margen del documento unas pocas palabras a este respecto. Estas observaciones, en opinión del psicólogo, revelaban el carácter. Los tres acusados que más tarde fueron absueltos expusieron en sus comentarios unos puntos de vista muy distintos. Hans Fritzsche escribió al margen del documento: «Es la acusación más terrible de todos los tiempos. Solo hay otra más terrible todavía: la acusación que presentará el pueblo alemán contra el mal uso de sus ideales». Franz von Papen: «La acusación me ha horrorizado, 1, por la falta de responsabilidad por la cual, Alemania fue lanzada a esta guerra y catástrofe

mundial; 2, la acumulación de crímenes que han cometido algunos de mis compatriotas. Estos últimos son psicológicamente inexplicables. Creo que el paganismo y los años del régimen totalitario tienen la culpa principal. Por ambos se convirtió Hitler en el curso de los años en un embustero patológico». Hjalmar Schacht: «No entiendo en absoluto por qué me acusan a mí». ¿Qué escribieron Frank y Kaltenbrunner, que según el Acta de Acusación eran los que cargaban con mayor parte de los crímenes reseñados? Frank: «Espero el proceso como un juicio querido por Dios, llamado a juzgar la terrible época de Adolfo Hitler y poner fin a la misma». Kaltenbrunner: «No me considero culpable de crímenes de guerra, cumplí con mi obligación como órgano de seguridad y me niego a ser juzgado en lugar de Himmler». ¿Qué escribieron los militares como Doenitz y Keitel? Doenitz: «Ninguno de los puntos de la acusación me afecta. Se trata de un humor típicamente americano.» Keitel: «Para un soldado órdenes son órdenes». ¿Y los hombres como Ribbentrop, Speer y Hess? Ribbentrop: «La acusación no va dirigida contra los verdaderos responsables». Speer: «El proceso es necesario. Existe una responsabilidad común para crímenes tan horrendos..., también en un sistema totalitario». Hess: «No logro recordar». Goering comentó: «El vencedor siempre será el juez y el vencido siempre el acusado». Su mano tembló cuando escribió estas palabras. No lograba concentrarse e incluso en una frase tan sencilla tuvo que tachar una palabra, ya que se había equivocado. Goering estaba de un mal humor insoportable. Había adelgazado, sufría una bronquitis con fiebre, sufría de dificultades cardíacas..., y las consecuencias de su cura de desintoxicación.

«Cuando Goering llegó a Mondorf —le contó el coronel Andrus al psicólogo Gilbert— era un hombre alegre y sonriente que llevaba dos maletas llenas de medicamentos. Creí que era un representante de una casa de productos farmacéuticos. Pero le hicimos desistir de tomar drogas y hemos hecho un hombre de él». Estas palabras fueron confirmadas por el médico alemán, doctor Ludwig Pflücker, por quien Goering sentía un gran respeto: «Descubrimos que Goering tomaba cada noche una dosis de Paracodin, que se había traído en grandes cantidades. Discutí el caso a fondo con el propio Goering, le invité a que me expusiera su historia clínica y averigüé que ya en dos ocasiones se había sometido Goering a una cura de desintoxicación, pero que había tenido que interrumpirlas por obligaciones de sus cargos. »Comprendí que un hombre que gozaba del poder del mariscal del Reich no podía reconocer la autoridad del médico y someterse a él cuando la cura de desintoxicación entrara en su fase crítica y por este motivo rehuía esta situación tan desagradable para él interrumpiendo la cura». Resignado continúa el doctor Pflücker su relato: «Fue para mí un amargo descubrimiento cuando comprobé que el segundo hombre en el Reich era un morfinómano. Comprendí entonces muchas cosas, y sus alardes de cómo haría frente a la aviación enemiga. Era un morfinómano y por este motivo lo veía todo bajo una luz rosada y negaba para sí mismo la realidad de las cosas.» Pues bien, en la cárcel, «hicieron de él un hombre», tal como había declarado Andrus. Día por día le fueron disminuyendo la dosis. Cuando Goering se quejaba, entonces el doctor Pflücker apelaba a su vanidad: —¡Una naturaleza tan fuerte como la suya ha de soportarlo mucho mejor que una naturaleza débil! Goering aguantó y obtuvo pleno éxito con la cura. Desapareció el estado de duerme-vela en que le sumían siempre las drogas y de nuevo podía concentrar ahora su voluntad y sus pensamientos, recuperando toda su energía. Cuando Goering se presentó ante el Tribunal estaba curado y tenía pleno conocimiento de todo.

6. Escaparán a la acción de la justicia: Robert Ley, Gustav Krupp y Martin Bormann Solo uno se desplomó bajo el peso de las acusaciones: el doctor Robert Ley. Ley, el antiguo jefe todopoderoso del Servicio de Trabajo alemán, en su antisemitismo solo era superado por Streicher. Desarrolló unos planes inconcebibles cuando estaba en la cárcel y redactó un fantástico informe dirigido a los americanos que decía: 1. Alemania ha de convertirse en parte de los Estados Unidos. 2. América ha de implantar en su país un Gobierno nacionalista, libre de antisemitismo y con ello asegurarse la jefatura del mundo. 3. El doctor Robert Ley había de encargarse de la ejecución de este plan y formar un grupo de colaboradores con los cuales dirigir la acción desde la cárcel de Nuremberg. Cuando comprendió que recibían con sonrisas, llenas de compasión, aquellos planes, escribió una carta dirigida a Henry Ford. Le habló de sus experiencias en la construcción de las fábricas «Volkswagen» y solicitaba del industrial americano un empleo «para cuando terminara el proceso». Pero el Acta de Acusación le sacó de estas locuras. No entraba en su mente que le hicieran responsable de la deportación de millones de trabajadores extranjeros a Alemania y del trato inhumano de que habían sido objeto. Ley perdió el control de sus nervios. Durante todo el día se paseaba nervioso de un lado al otro de su celda. Levaba babuchas y una camisa del ejército americano. Cuando le visitó Gilbert, Ley tenía en sus ojos una expresión de demencia. El tormento anímico hizo que volviera a tartamudear. —¿Có... cómo he de de... defenderme contra estas acu... acusaciones de las cuales yo... yo no sa... sabía nada? —preguntó desesperado al psicólogo—. Si es ne... necesario que sean más... las víc... víctimas... entonces conformes. Se apoyó en la pared de la celda con los brazos extendidos como si fuera un crucificado.

—¡Ponednos de cara a la pared y fusiladnos! —gritó con voz ahogada—. Está bien... está bien... us... ustedes han ganado. ¿Pero por... por qué me lle... llevan ante un tri... tribunal como si fuera un c... c..., como un c... c...? No lograba pronunciar la palabra. —¿Como un criminal? —le ayudó el doctor Gilbert. —Sí, sí, como un cri... cri... no puedo decirlo. Tenía la respiración entrecortada. Empezó a pasear de nuevo por la celda, cada vez más rápido. Pronunciaba palabras incoherentes y agitaba los brazos con gestos dramáticos. Gilbert le abandonó. No podía sospechar que aquella misma noche Ley pondría punto final a todos sus tormentos. Era la noche del 25 de octubre de 1945. El centinela americano, que de vez en cuando echaba una mirada por la mirilla, movía incrédulo la cabeza cada vez que veía a Ley como un demente casi correr por el interior de su celda. —¿Por qué no duerme usted? —le preguntó. Ley se acercó a la mirilla y fijó su mirada en el guardián. Tenía los ojos muy abiertos y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. —Dormir..., ¿dormir? —tartamudeó—. No me dejan dormir... millones de trabajadores extranjeros... Dios mío... millones de judíos... millions of Jews... all killed... todos muertos... murder all, murdered... todos asesinados... cómo dormir... dormir... El guardián reanudó su ronda. Cuando volvió a mirar dentro de la celda, vio que Ley se había retirado al rincón donde estaba el retrete. Solo podía ver sus piernas. Los guardianes estaban acostumbrados a esta vista. Pero a la siguiente ronda Ley continuaba en su rincón. El guardián consultó el reloj. Eran las veinte horas y diez minutos. Todo le resultaba sospechoso ahora. —¡Eh, doctor Ley! —gritó a través de la mirilla.

No recibió respuesta. El soldado avisó al suboficial que estaba de guardia. Este se presentó acompañado por dos soldados. Abrieron la puerta de la celda y cuatro americanos entraron. En el rincón se les ofreció un deprimente espectáculo. Ley se sentaba encogido sobre sí mismo en el retrete. Su rostro tenía un color azul rojizo. Con el cierre de la guerrera había fabricado un lazo que había atado al grifo del retrete. Los soldados lo tendieron inmediatamente en su camastro y llamaron a los médicos. Ley se había llenado la boca con trozos de tela que había arrancado de sus calzoncillos. Se había amordazado a sí mismo para no despertar la atención de los centinelas, con sus estertores de muerte. También se había tapado la nariz y los oídos con pedacitos de tela. Pocos minutos más tarde entraba el médico alemán doctor Pflücker en la celda y poco después el dentista, doctor Heinz Hoch. Pflücker comprobó que el cuerpo de Ley todavía estaba caliente. Le inyectó dos inyecciones al suicida, un centímetro cúbico de Cardiazol y un centímetro cúbico de Lobulin, y con la ayuda del doctor Hoch empezó los ejercicios de recuperación. Todo fue en vano. El coronel René Juhli, el médico americano, solo pudo certificar la muerte de Ley cuando llegó a la celda. A pesar de ello ordenó el traslado del cadáver al hospital de Nuremberg. Pero solamente para confirmar la defunción. El suicidio de Ley fue mantenido bajo riguroso secreto por orden del oficial de seguridad, Andrus. Temía que esto pudiera contagiar a los demás reclusos. Pero a pesar de todo se enteraron..., lo que no les impulsó a imitar a su compañero de cautiverio. —Gracias a Dios —declaró Goering, sin impresionarse—. Me alegro, ese lo único que hubiese conseguido es que todos nosotros hubiésemos hecho el ridículo. Y a Gilbert le dijo: —Es mejor que haya muerto. Temía por su comportamiento delante del

Tribunal. Siempre fue un hombre muy confuso y distraído y pronunciaba unos discursos llenos de fantasías y exageraciones. Creo que delante del tribunal hubiese dado lugar a un lamentable espectáculo. En fin, no me sorprende, en circunstancias normales hubiese muerto alcoholizado. También los restantes acusados de Nuremberg aceptaron con una especie de alivio la muerte de Ley..., con excepción de Julius Streicher, el único amigo que tenía el jefe del Servicio de Trabajo entre los reclusos. El sitio de Ley quedaría vacío en el banquillo de los acusados. Robert Jackson, el fiscal general, solo dedicó dos frases al incidente en su discurso de apertura: —Robert Ley, el mariscal de campo en la batalla contra los obreros, ha contestado con el suicidio a nuestra acusación. Al parecer no conocía otra respuesta. Pero el lugar de Ley no era el único que estaba sin ocupar en el banquillo de los acusados. Otros dos hombres se mantendrían alejados del tribunal. Gustav Krupp von Bohlen und Halbach y el misterioso Martin Bormann. A través de Krupp el tribunal quería acusar, de un modo simbólico a la industria del armamento alemana. El Acta de Acusación les reprochaba a los industriales: «...después de la conquista del poder por los nazis, a la que habían contribuido, habían reforzado su control sobre Alemania estimulando la propagación de la guerra. Han participado en todos los planes militares y económicos y en los preparativos de los conjurados nazis para la guerra de agresión. Han dirigido y autorizado crímenes contra la humanidad, sobre todo, la explotación y abuso de hombres en el trabajo destinado a guerras de agresión y han participado en estos crímenes.» A Krupp le entregaron el Acta de Acusación en su lecho de enfermo en el castillo de Blühnbach, cerca de Werfen, en Austria. No estaba en condiciones de darse cuenta de lo que sucedía. Los sumarios oficiales dicen lo siguiente: Un examen realizado por el médico Walter Pick del 232 Regimiento de Infantería americano, dice: «El paciente sufre de una progresiva arteriosclerosis. Ha de guardar cama, ser alimentado y cuidado por enfermeras. No tiene conciencia de su estado, es incapaz de sostener una conversación o comprender lo que se le dice».

El médico de cabecera de Krupp, el doctor Otto Gerke, dio el siguiente certificado: «El paciente está apático. Existe una afasia motora, no puede andar, ni estar de pie. No puede valerse por sí mismo en nada. El señor von Bohlen no está en condiciones de percibir su medio ambiente». El cirujano Paul F. Chesnut de la 42 División de artillería americana confirmé el anterior diagnóstico: «El paciente es un blanco demacrado de 76 años de edad, incapaz de hablar o de ayudar al médico en su examen y que parece no darse cuenta de lo que hacen con él. Es de temer que un traslado de su actual residencia podría resultarle fatal». El representante legal de Krupp, el abogado Theodor Klefisch, presentó un escrito al Tribunal: «El acusado no está informado, a causa de su estado de salud, sobre la existencia de la acusación. Y aún menos en condiciones de deliberar con su abogado defensor sobre una posible defensa». Klefisch proponía renunciar al proceso contra Krupp. Pero Jackson replicó con inusitada violencia: —La influencia de Krupp ayudó en alto grado a desencadenar la guerra de agresión en Europa. El mismo pronunció discursos públicos en los que dio su visto bueno a la política de agresión de Hitler, instigándole en este sentido. Los Krupp formaban parte de las fuerzas más influyentes que provocaron la guerra. Y Jackson, a continuación, expuso unas cifras: —Las Compañías Krupp obtuvieron ingentes beneficios con la destrucción de la paz mundial y por su apoyo al programa nazi. Antes de que la paz mundial fuera amenazada por la llegada de los nazis, saldaban las empresas Krupp con considerables pérdidas. Pero cuando el rearme de los nazis empezaron a ingresar enormes beneficios que, después de descontados los impuestos, los regalos y el fondo perdido, son: En el año 1935........ RM 57.216.392'00 En el año 1938........ RM 97.071.632'00 En el año 1941........ RM 111.555.216'00 «El valor de la Empresa Krupp subió del 1.º de octubre de 1933 de 75.962.000'00 marcos a 237.316.093'00 marcos el 1.º de octubre de 1943.» Y, finalmente, Jackson replicó a la demanda de Theodor Klefisch: «En el caso de que el Tribunal accediera a esta demanda, esto significaría

prácticamente que todo proceso contra Krupp von Bohlen sería imposible en el futuro.» El fiscal inglés se unió a las declaraciones de Jackson. Los soviets no hicieron ninguna declaración. Solo el fiscal francés, Charles Dubost, expuso una opinión diferente: —El proceso contra Krupp, senior, es completamente imposible teniendo presente las actuales circunstancias. No puede juzgarse a un hombre anciano y moribundo que no puede comparecer ante un tribunal. A pesar de esta actitud por parte de los franceses, los americanos e ingleses hicieron un último intento. Una comisión internacional de médicos fue encargada de examinar a Krupp y dar su veredicto definitivo. Esta comisión estaba constituida por: Brigadier R. E. Tunbridge, médico consultivo del Ejército británico del Rhin; consejero legal, René Piedeliévre, catedrático de la Facultad de Medicina de París; jefe de clínica, Nikolas Kurschakow, catedrático en el Instituto médico de Moscú; profesor Eugen Sepp, neurólogo y miembro de la Academia de Ciencias médicas de Moscú; profesor Eugen Krasnuschkin, psiquiatra del Instituto médico de Moscú y Beltran Schaffner, neuropsiquiatra del Cuerpo de Sanidad de los Estados Unidos. El dictamen de este grupo de médicos revela un fantasmagórico incidente a la sombra del proceso de Nuremberg. El frío lenguaje del examen a que fue sometido el rey de los cañones supera cualquier otro relato: «La mañana del 6 de noviembre de 1945 examinamos los abajo firmantes, al paciente que nos había sido señalado por las autoridades militares competentes como Gustav Krupp von Bohlen, en presencia de su esposa y de una enfermera. El paciente presentaba rigidez de máscara en su rostro y estaba postrado en cama, con ligero temblor de la mandíbula inferior y de las manos. Su piel estaba seca, la parte interior de las manos ligeramente pigmentadas. Sobresalían las arterias de las sienes que estaban muy hinchadas. El tejido conjuntivo presentaba señales de descomposición. Las primeras estaban parcialmente contraídas, así como también los codos que presionaban fuertemente contra el cuerpo. Paralizamiento general de los músculos.» Cuando los médicos penetraron en la habitación, dirigió el paciente su mirada a ellos y respondió a su saludo con un «buenos días» y les tendió la mano cuando ellos se la alargaron. Dio la mano de un modo normal, pero no

pudo retirarla y continuó apretando la mano del médico. A la pregunta de cómo se encontraba, respondió «bien», pero no volvió a pronunciar ninguna palabra más. Se obstinó en su silencio y no mostró la menor reacción ni comprensión por otras preguntas cuando le invitaron a abrir la boca y sacar la lengua. Solo cuando le provocaban unas reacciones molestas demostraba su disgusto en su expresión o en un ligero gruñido. El estado mental del enfermo hacía que no tuviera exacta conciencia de lo que hacían aquellos hombres que se habían reunido en su habitación y que no reaccionara de un modo normal. Desde mediados del año 1944 el paciente había tenido que depender grandemente de su esposa y ella parecía ser la única en comprender todos sus deseos. El 4 de diciembre se había quedado dormido en el coche cuando le trasladaban al hospital en Fond. El chófer tuvo que hacer un violento movimiento para no embestir otro coche y se vio obligado a apretar fuertemente los frenos. El señor Krupp von Bohlen fue despedido hacia adelante y pegó con la frente y la raíz de la nariz contra la barra de hierro del asiento delantero. Desde aquel incidente había empeorado rápidamente el estado general del paciente. Sus empleados tenían que hacer grandes esfuerzos para entenderle. Hasta hacía dos meses había podido permanecer sentado en una silla durante escaso tiempo. Pero tenía que valerse de dos criados. «En nuestra opinión, que ha sido meditada a fondo y compartida por todos, el paciente Gustav Krupp von Bohlen no está en condiciones mentales para comparecer ante un tribunal. Su estado físico es tal que su traslado podría serle fatal.» A pesar de este dictamen el fiscal no se dio por vencido. ¿Por qué no juzgar en ausencia al señor Krupp von Bohlen und Halsbach? ¿O por qué no llamar en lugar del padre al hijo del industrial, Alfred Krupp, y que este ocupara el puesto del padre en el banquillo de los acusados? Y en este sentido presentó una proposición. Pero ahora se demostraba por primera vez que el Tribunal estaba dispuesto a actuar por sí solo. Durante una reunión previa celebrada el 14 de noviembre les replicaron a los representantes del ministerio público: —¿Cree usted que ayuda a la justicia condenar a un hombre que por su estado de salud no está en condiciones de defenderse? —le preguntó el juez Lawrence al fiscal general americano Jackson.

Unas palabras muy duras. Jackson negó en silencio. Lawrence (muy frío). «Gracias». Se volvió a continuación al fiscal inglés, sir Hartley Shawcross: —¿Me da usted la razón en el sentido de que en el espíritu de la justicia que reina en la Gran Bretaña, así como en los Estados Unidos, un hombre en el estado físico y mental como Gustav Krupp sería declarado incapacitado para ser juzgado? Sir Hartley: «En efecto, señor presidente». Lawrence: «¿Pretenden ustedes que en vista del dictamen médico se proceda contra Gustav Krupp en ausencia?». Sir Hartley: «Comparto la opinión del señor presidente de que, según la justicia inglesa, no está en condiciones de ser juzgado». Jackson y Shawcross habían recibido una derrota moral. A Charles Dubost, el fiscal francés, le incumbió la desagradable misión de proponer en nombre de sus colegas que fuera juzgado el hijo del procesado. Pero en este caso fue el juez francés Donnedieu de Vabres que le preguntó a su compatriota: —¿Cree usted sinceramente que se le puede proponer al Tribunal que simplemente tache un nombre en la lista sustituyéndole por otro? Dubost contestó de un modo confuso. —Gracias —dijo finalmente Lawrence. El caso Krupp quedó archivado. Se renunció a juzgar y condenar a aquel hombre..., y desde aquel día supo el ministerio público que el Tribunal sería, en efecto, un Tribunal. El puesto de Krupp en el banquillo de los acusados quedaba vacío. Bormann, el secretario particular de Hitler, había desaparecido desde el momento en que los últimos sobrevivientes abandonaron el «bunker» de la Cancillería del Reich en Berlín. Su suerte ha ocupado a los servicios secretos de los aliados y de la opinión pública en general.

¿Qué le había pasado a aquel hombre que durante los últimos años del Tercer Reich era, sin duda, el que mayor influencia había ejercido sobre Hitler, hasta el extremo de no saberse al final si las órdenes las daba realmente Hitler o Bormann? El piloto personal de Hitler, el general Hans Bauer, dijo en 1955 cuando regresó del cautiverio ruso: —La última misión que me confió Hitler fue que sacara de Berlín al Reichsleiter Martin Bormann en un avión «Cóndor» listo para el despegue en Zechlin. Bormann murió cuando trataba de cruzar las líneas rusas en los límites de la ciudad de Berlín. El español Juan Pinar, que como miembro de la División Azul regresó igualmente en el año 1955 del cautiverio ruso, declaró que a principios de 1945 había sacado el cadáver de Martin Bormann de un carro de combate. En opinión de Pinar, Bormann había sido muerto por una granada que había dado de lleno en el carro de combate. Arthur Axmann, el antiguo jefe de las Juventudes del Reich, relató igualmente la muerte de Bormann: —Desde todas las casas y todas las ruinas disparaban los rusos. En el puente de Weidendamm había una ingente muchedumbre que trataba de cruzarlo. Vi a Martin Bormann que llevaba un uniforme gris. Un carro de combate «Tiger» y una sección de cañones de pequeño calibre se acercaban al lugar vomitando fuego. Mientras los hombres, mujeres y soldados trataban de hallar refugio tras el carro de combate, este explotó. Desperté entre personas gravemente heridas y otras muchas muertas y salté a un cráter abierto por una granada donde también estaba Martin Bormann, que no había recibido un solo rasguño. Axmann trató de continuar con su ayudante en dirección a Moabit, mientras que Bormann y el último médico de cabecera de Hitler, el doctor Ludwig Stumpfegger emprendían la carrera en dirección contraria, hacia la estación de Stettin. Axmann continuó su relato con las siguientes palabras: —Debido a que en dirección contraria a la nuestra llegaban unos carros de combate rusos, mi ayudante y yo dimos media vuelta. Cuando cruzamos el puente de los Inválidos vimos a Bormann y al doctor Stumpfegger tumbados de espaldas y con los brazos extendidos sobre la calzada. Los reconocimos al instante. Ya no respiraban. Estaban inmóviles y tenían los ojos cerrados. El principal testigo de la muerte de Bormann fue el chófer personal de

Hitler, Erich Kempka. El 3 de julio de 1946 fue interrogado como testigo por el defensor de Bormann, el doctor Friedrich Bergold, durante el proceso de Nuremberg: —Vi al Reichsleiter, Martin Bormann, en la noche del 1.º al 2 de mayo de 1945 en la estación de la Friedrichstrasse cerca del puente de Weidendamm — explicó Kempka—. Me preguntó cuál era la situación y si desde allí se podía continuar hasta la estación de la Friedrichstrasse. Le dije que había que intentarlo. Llegaron unos carros de combate y también unas piezas de artillería y la gente buscó protección detrás de los carros. De pronto el carro de combate, a cuyo lado corría Bormann, recibió un impacto. Supongo que fue una «Panzerfaust» que dispararon desde una ventana. Por el lado por donde corría Bormann se elevó una alta columna de fuego y... —¿A qué distancia estaba usted del carro de combate cuando este explotó? —preguntó el juez americano Francis Biddle. —Calculo que a unos tres o cuatro metros. —¿Y a qué distancia estaba Bormann? —Supongo que él se apoyaba con la mano en el carro de combate — contestó Kempka, que añadió: —El carro estalló precisamente donde estaba Martin... el Reichsleiter Bormann. Yo mismo fui echado a tierra por la explosión y por una persona que chocó contra mí..., sospecho que era el médico, doctor Stumpfegger, que corría delante mío... Cuando volví en mí, no lograba ver nada, había sido cegado por el fuego. Fue la última vez que vi a Martin Bormann. Doctor Bergold: «¡Testigo! ¿Vio usted en aquella ocasión a Martin Bormann alcanzado por la llama? Kempka: «Sí, vi que hacía un movimiento, como si se desplomara, o también como si fuera arrojado lejos de allí por la explosión.» Doctor Bergold: «¿Fue la explosión tan fuerte que, en su opinión, había de matar a Martin Bormann? Kempka: «Sí». Con estas palabras terminó el interrogatorio de Kempka. Todas las dudas que pudieran existir se han esfumado en el curso de los últimos años. La muerte de Bormann ha sido confirmada. El 26 de octubre de 1954 fue registrado su nombre con el número 29.223 en el Libro de Defunciones del Juzgado del Berlín occidental.

Pero en el año 1945 la situación no admitía una explicación tan sencilla. Mientras en Londres celebraban las conferencias preliminares para el Proceso de Nuremberg, Jackson dijo: —Nos falta Bormann, pero hemos oído decir que está en manos de los rusos. El general Nikitschenko respondió: —Desgraciadamente todavía no. El Tribunal se vio en la necesidad de invitar a Martin Bormann a presentarse voluntariamente ante el Tribunal. Durante cuatro semanas fue leído el comunicado por todas las emisoras alemanas y fueron distribuidos 200.000 carteles que llevaban el nombre de Martin Bormann. Todos los periódicos publicaron la llamada, pero fue en vano. Bormann no dio señales de vida. Su puesto en el banquillo de los acusados en Nuremberg quedaba vacío.

PODER Y LOCURA 1. Empieza el proceso El 20 de noviembre de 1945, el Palacio de Justicia de Nuremberg parecía un enjambre de abejas. La tribuna de la Prensa albergaba a 250 corresponsales que habían llegado procedentes de todo el mundo y asistían a la sesión de apertura para dar a sus lectores una impresión de aquel acontecimiento histórico. Pero solo cinco representantes de la Prensa alemana fueron autorizados a asistir a las sesiones. Delante de la entrada a la sala eran controlados nuevamente todos los pases. Los corresponsales de guerra americanos, ingleses y franceses, uniformados, se empujaban hacia la entrada. Periodistas de todas las nacionalidades, grupos que discutían entre sí, indios, rusos, australianos, un suizo, brasileños. Y entre los periodistas rostros muy conocidos: John Dos Pasos, Erika Mann, Erich Kästner. En la sala de sesiones se escuchaba el ruido que producía la instalación de aire acondicionado y los rumores de muchos centenares de voces. Los tubos de neón despedían una luz blanca, pero tanto el banquillo de los acusados como la mesa donde se sentaba la presidencia estaban iluminados por veintidós potentes reflectores para facilitar la labor de los fotógrafos y de los noticiarios cinematográficos. Los acusados se sentaban en dos filas sobre largos banquillos de madera, hablaban animadamente entre sí o con sus abogados, las mesas de los cuales habían sido montadas delante de ellos. Frente a los acusados, al otro lado de la sala, la mesa alargada un poco más elevada que las restantes y detrás, las ventanas a través de las cuales se veían ondear las banderas de los Estados Unidos, de la Gran Bretaña, de Francia y de la Unión Soviética. Delante de la mesa de la presidencia, pero a un nivel inferior, estaban los taquígrafos para los cuatro idiomas oficiales. Los alemanes y los rusos usaban lápices, los ingleses y franceses pequeñas máquinas silenciosas. A la derecha de los acusados se hallaba la tribuna para la Prensa y el público y delante de la tribuna la mesa para el ministerio público. Y avanzando hacia el centro de la sala había una mesa a la que se acercaban los fiscales y defensores cuando tomaban la palabra.

Detrás de los acusados y tras unas paredes de cristal se encontraban intérpretes de cuatro idiomas: alemán, inglés, francés y ruso. Cada una de las palabras que se pronuncia se traduce en el acto a los otros tres idiomas. Todos los asientos de la sala están provistos de un auricular y un disco elector para el idioma que se desee escuchar. Al mismo lado de las cabinas de las intérpretes había el púlpito para los testigos. En la mesa de la presidencia, el púlpito de los testigos y la mesa desde donde tenían que hablar el ministerio fiscal y los defensores había dos lamparitas, una amarilla y otra roja. Estas las encendían o apagaban los intérpretes. Cuando brillaba la luz amarilla, significaba: «Por favor, hablen más despacio». Cuando aparecía la luz roja es que había quedado interrumpido el sistema de traducción simultánea. Todo en Nuremberg se apartaba de lo acostumbrado El proceso duraría 218 días y fue superado solamente por el mayor proceso en la historia de la humanidad, el proceso de Tokio que duró 417 días. Los sumarios de Nuremberg comprendieron al final 40.000.000 de palabras y ocuparon 16.000 páginas. El ministerio fiscal presentó 2.630 pruebas, la defensa 2.700. El Tribunal escuchó las declaraciones de 240 testigos y comprobó 300.000 declaraciones juradas. Los acusados contaban con 27 defensores, 54 ayudantes legales y 67 secretarias. Para la copia a máquina de todos los documentos escritos en los cuatro idiomas se necesitaron cinco millones de hojas de papel con un peso de más de veinte toneladas. En los laboratorios fotográficos del Palacio de Justicia se revelaron 780.000 fotografías y 13.000 rollos, 27.000 metros de cinta magnetofónica y 7.000 discos grabaron todas las palabras que fueron pronunciadas, 550 oficinas, secretariados y departamentos consumieron 22.000 lápices. Los teletipos transmitieron 14.000.000 de palabras a todos los rincones del mundo. —Atention! The Court! Esta era la voz de atención del secretario del tribunal, el coronel americano Charles W. Mays. —¡Atención, el Tribunal! —sonaba la voz del intérprete alemán por el auricular. Todos los presentes se levantaban. Eran las diez y tres minutos del veinte de noviembre de mil novecientos

cuarenta y cinco. Uno detrás de otro salieron los cuatro jueces y sus cuatro adjuntos por una puerta en la pared frontal de la sala. Seis vestían toga, los dos rusos iban de uniforme. Después de una ligera inclinación de cabeza hacia la tribuna del público y el ministerio público, los miembros del Tribunal ocuparon sus asientos. El proceso se iniciaba. Desde donde estaban los acusados y de izquierda a derecha en la presidencia se sentaban por el siguiente orden: Los soviets: Primero el juez adjunto teniente coronel Alexander F. Wolchkow, un hombre joven de gruesos labios y pelo ondulado y a su derecha el general Iola T. Nikitschenko, de labios delgados y gafas sin montura, juez. Los ingleses: El juez adjunto, sir Norman Birkett, de pelo largo con tendencia a caerle sobre la frente. A su derecha el presidente del Tribunal, sir Geoffrey Lawrence. El personaje central del Tribunal era un hombre calvo, con gafas que continuamente le resbalaban sobre la nariz, y con un rostro que a veces expresaba agresividad, pero de vez en cuando sonreía con seco humor. Sir Geoffrey sostuvo siempre las riendas del proceso fuertemente en sus manos, sus decisiones revelaron claramente en todo momento que era un hombre de corazón y muy experimentado en la vida. Los americanos: Primero el juez Francis A. Biddle, un caballero muy elegante con un bigotito a lo Clark Gable. A su lado, el juez adjunto John J. Parker, de pelo gris, doble barbilla y gafas sin montura. Los franceses: Primero el juez Henri Donnedieu de Vabres, un hombre de edad avanzada, pelo blanco, gafas de concha oscura e impresionante bigote de foca. A su derecha, en el extremo de la presidencia, el juez adjunto Robert Falco, el pelo negro partido por una raya, bigote espeso sobre unos labios casi siempre sonrientes. Mucho antes de empezar el proceso ya había decidido Goering la actitud que adoptaría en aquella hora histórica ante el Tribunal. El doctor Pflücker, al que se había confiado en este sentido, informó posteriormente: «Cierta noche nos confesó en el dispensario el papel que pensaba desempeñar. Se sumió casi en éxtasis cuando relató cómo se iluminarían los focos cuando él hiciera su entrada y cómo arrojaría en cara al enemigo un sinfín de acusaciones.»

¡Qué diferente había de ser en realidad! El primer día del proceso fue dedicado casi íntegramente a la lectura del Acta de Acusación que ya era conocida por los veintiuno. Goering permanecía sentado muy tranquilo en un rincón, apoyando los brazos sobre el pecho y el mentón en las dos manos. No se le observaba la actitud retadora que había pensado adoptar. Los restantes acusados, también muy tranquilos, trataban de adaptarse a la nueva situación. Frick y Fritzsche leyeron detenidamente el texto alemán del Acta de Acusación. Papen y algunos otros que se habían puesto los auriculares, giraban curiosos, de vez en cuando, el disco seleccionador para comprobar la traducción a los diferentes idiomas. Keitel se sentaba muy erguido en su silla, los brazos cruzados sobre el pecho y mostrando una expresión enigmática. A Hess le dejaba completamente sin cuidado lo que ocurría en la sala. Antes de comenzar la sesión, dijo a Goering: —Ya lo verá usted. Todos esos fantasmas desaparecerán y dentro de un mes será usted el Führer de Alemania. Y se puso a leer el libro que se había llevado de la biblioteca de la cárcel, sumiéndose en la lectura y sin prestar la menor atención a lo que ocurría a su alrededor. El libro que tenía en sus manos se titulaba Der Loisl. Al leer un párrafo, al parecer muy divertido, Hess estalló en una fuerte carcajada. Pero, poco después sufría unos fuertes dolores de estómago y solicitó permiso para volver a su celda. Por consiguiente, Hess fue el segundo acusado que ya faltó el primer día. Ernst Kaltenbrunner ni siquiera había hecho acto de presencia, porque debido a una hemorragia cerebral había quedado retenido en la cárcel. Por otra parte se presentó otra baja: Joachim von Ribbentrop, cuando empezaron a leer las crueldades y crímenes contra la humanidad, palideció intensamente y sufrió un ligero desvanecimiento. Los restantes acusados pasaron el día estudiando las personas que ocupaban la tribuna de la Prensa y haciéndose una idea de los jueces que al final emitirían su veredicto sobre ellos. El segundo día del proceso los acusados fueron invitados a acercarse al micrófono y declarar si, después de haber oído el Acta de Acusación, se

consideraban culpables o inocentes. Una cuestión de pura fórmula. Casi todos ellos usaron la consabida fórmula de: «No culpable». Pero otros aprovecharon la ocasión para hacer algún comentario personal. Schacht dijo con mucha insistencia: «No soy culpable en ninguno de los casos». Sauckel: «No me considero culpable en el sentido de la acusación, ante Dios y el mundo y sobre todo ante mi pueblo». Jodl: «No culpable. De todo lo que hice y me vi obligado a hacer puedo responder con la conciencia muy tranquila ante Dios, la historia y mi pueblo». Papen: «En ningún caso culpable». Fritzsche: «No culpable con respecto a esta acusación». Hess: «No». Presidente: «En el sumario figurará «no culpable». Risas en la tribuna de la Prensa. Presidente: «Quien interrumpa la sesión será expulsado de la sala». Goering: «Antes de responder a la pregunta del Alto Tribunal si me considero culpable o no culpable...» Goering creía que había sonado su gran hora. Pero el presidente le interrumpió, diciéndole que en aquel momento solo se trataba de contestar si se consideraba culpable o no. Goering: «No me considero culpable en el sentido de la acusación». Para discursos más largos tendría mucho tiempo Goering durante el curso del proceso. Se le ofrecería la ocasión de hablar casi ininterrumpidamente en el curso de nueve días. En nombre de sus compañeros expuso los motivos históricos, los principios de Hitler y del Partido nacionalsocialista, el «putsch» de Munich, y los «objetivos» del Partido hasta que llegaron al poder. También los representantes de la acusación relataron, a su modo, los datos históricos. Tranquilas y objetivas suenan las voces de los intérpretes por los

auriculares: lejanos y fríos parecen los comienzos del diabólico alud hasta que el trueno, en el mes de enero del año 1933, estalla fuertemente a oídos de todo el mundo.

2. Hitler en el poder ¡Hitler, Canciller del Reich! Los periódicos lo publicaron en gruesos titulares. ¡Una sensación mundial! A las 11'15 horas, del 30 de enero de 1933, Hitler estrechó la mano del anciano presidente del Reich, von Hindenburg, y prestó el solemne juramento a la Constitución de Weimar y a continuación los nuevos miembros de su Gabinete. ¿Sospechaba aquel anciano de 86 años en aquella hora lo que significaba aquel acto para el futuro de Alemania? Un brillo acuoso apareció en los ojos de Hindenburg, aquel hombre que había pasado por tan amargas experiencias en su vida. Con voz velada les dijo, profundamente conmovido, a los nuevos ministros: —Y ahora, caballeros, con Dios hacia adelante. Había empezado el Reich de los Mil Años. Pero el poder de Hitler aún no estaba fundamentado. Todavía existían partidos políticos en Alemania, todavía había un Reichstag con unos diputados que habían sido elegidos. Y en este Reichstag, Hitler y su partido no disfrutaban de la mayoría... al contrario: durante las elecciones de noviembre de 1932, el Partido nacionalsocialista había perdido dos millones de votos, y el número de sus diputados había bajado de 230 a 196. Goebbels escribió desesperado en su diario: «¡Hemos de llegar al poder, en caso contrario nos matarán las elecciones!». El 5 de marzo de 1933 debían celebrarse nuevas elecciones al Reichstag alemán. ¿Obtendría el Canciller Hitler una mayoría en estas elecciones... o se estrellaría contra la voluntad del pueblo? ¿Se vería obligado a admitir su cargo

con la misma rapidez que lo habían hecho sus antecesores, Brüning, Papen y Schleicher? Todo dependía de estas elecciones. Una semana antes de aquellas elecciones decisivas, el 27 de febrero de 1933, almorzó el presidente del Reich, von Hindenburg, como invitado de honor en el club del vicecanciller Franz von Papen. Los salones del club estaban situados en la esquina de la calle Voss. De pronto los invitados observaron que un reflejo rojizo iluminaba los tejados de Berlín. Hindenburg se levantó pesadamente de su sillón y se acercó a la ventana. Fijó su mirada en la cúpula del edificio del Reichstag. De la cúpula se elevaban unas llamas rojizas. ¡El Reichstag ardía! A través de las calles se oían las campanillas de los coches de los bomberos. Hindenburg no pronunció ni una sola palabra. Continuaba con la mirada fija en la lejanía. Tal vez, en aquel momento, sospechaba que ocurría algo muy decisivo. Había sido encendida una antorcha, pero el anciano ya no comprendía los significados de la época en que vivía... Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas. A pesar de que debido a estar en vísperas de elecciones, los funcionarios de todos los partidos recorrían Alemania de un extremo a otro, los hombres más importantes del Partido nacionalsocialista se encontraban casualmente, la noche del 27 de febrero en Berlín: Hitler, Goering y Goebbels. Pocos minutos después de haber sido dada la señal de alarma, Hitler y Goering se reunieron en un balcón del Reichstag en llamas. También el jefe de la Gestapo, Rudolf Diehls, había llegado al lugar del suceso. Goering le gritó con gestos dramáticos a Diehls: —¡Esta es la señal del levantamiento comunista! Y Hitler empezó a despotricar a continuación. Diehls recordó que «su cara

estaba enrojecida por la ira y por el calor. Gritaba y daba la impresión de ir a explotar de un momento a otro». Estaba en un estado en el que Diehls no le había visto nunca antes: —¡No habrá compasión! ¡El que trate de cerrarnos el paso será aniquilado! Los funcionarios comunistas serán fusilados allí mismo donde demos con ellos. ¡Y tampoco vamos a ser condescendientes para los socialdemócratas! Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas. ¿Acaso ya se sabía con exactitud quién había incendiado el Reichstag? En Nuremberg, doce años más tarde, el fiscal general americano, Robert H. Jackson, reveló los orígenes de aquel suceso. Le preguntó a Goering cuando este ocupó el estrado de los testigos: Jackson: «Después del incendio tuvo lugar una gran operación de limpieza durante la cual se efectuaron muchas detenciones, ¿no es cierto? Goering: «Las detenciones a las que usted se refiere por lo del Reichstag, son las detenciones de los funcionarios comunistas. Y hubiesen sido detenidos aunque no hubiesen incendiado el Reichstag. Pero el incendio hizo que se procediera con mayor rapidez a su detención». Jackson: «En otras palabras, ustedes ya tenían las listas de las personas que iban a detener preparadas, cuando estalló el incendio del Reichstag, ¿no es cierto?» Goering: «Habíamos preparado en gran parte estas listas. De un modo completamente independiente del incendio del Reichstag». Jackson: «¿Fueron realizadas las detenciones inmediatamente después del incendio del Reichstag?» Goering: «Haciendo caso omiso a mi opinión de esperar todavía unos días, el Führer expresó su deseo para que se procediera aquella misma noche, sin pérdida de tiempo, a las detenciones». Las listas de las personas que habían de ser detenidas ya habían sido preparadas... Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas. A las 21'17 horas llegó el primer coche de la policía al Reichstag en llamas.

El teniente de la policía, Emil Lateit, y otros funcionarios de la policía y el inspector Scranowitz penetraron en el edificio. Por los oscuros corredores les salió, de pronto, al paso una visión fantasmagórica: un hombre joven con el torso desnudo brillante de sudor, el pelo revuelto y los ojos muy abiertos, corría entre los muebles y reía como un demente. Scranowitz se acercó al desconocido y lo detuvo. El teniente de la policía, Lateit, registró los bolsillos de los pantalones de aquel hombre y sacó a relucir un cortaplumas y un pasaporte extranjero. Luego lo condujeron a la salida del edificio y pocos minutos más tarde lo llevaban a la jefatura de policía, donde el comisario de la policía criminalista le sometió a un primer interrogatorio. Averiguó que se trataba de un vagabundo, el súbdito holandés Marinus van der Lubbe. «Era un muchacho inteligente —informó Zirpins después del año 1945—. Hablaba muy bien el alemán. Cuando quisimos llamar a un intérprete holandés se sintió ofendido y dijo: "Hablo el alemán tan bien como usted". Rechazó los cigarrillos y bebidas alcohólicas, pero por el contrario comió naranjas y bombones de chocolate en cantidades ingentes. Varias veces nos pidió café.» Zirpins continúa su relato: «Nos lo contó todo con detalle y no admitió ninguna frase en el sumario que no hubiese formulado él. Cuando al cabo de tres horas terminamos el interrogatorio, habíamos escrito de cincuenta a sesenta páginas con siete copias, y Van der Lubbe firmó cada una de las hojas.» Los ocho ejemplares de este documento tan interesante desaparecieron de un modo muy misterioso y nunca volvieron a aparecer. Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas. El director de extinción de incendios, Ludwig Wissell, interrogó a los bomberos del grupo de extinción número 6 y redactó un informe. El grupo número 6 fue el primero que llegó al lugar del suceso. En este informe oficial leemos: «Con el fin de proporcionar luz a los grupos que seguían, uno de los bomberos buscó la posibilidad de encender los reflectores. Descendió a los sótanos. Cuando bajaba los últimos peldaños de la escalera que conducía a los sótanos, apoyándose con las manos en la pared, dio con su mano izquierda un interruptor de mano que encendió. Vio entonces en dirección a la escalera una claraboya. Los cristales del tamaño 40 por 50 centímetros habían sido rotos. Por

la apertura de la claraboya le apuntaban con unos revólveres que esgrimían unos hombres que lucían unos uniformes muy nuevos de la policía y que invitaron al bombero a regresar inmediatamente, ya que, en caso contrario, harían uso de sus armas. El bombero volvió a salir a la calle e informó de lo sucedido a su jefe de grupo.» El director general del Servicio de extinción de Berlín, Walter Gemps, empezó a sospechar mientras iba recibiendo los detalles del incendio. En el lugar del suceso se convenció por sí mismo que era del todo imposible que un solo hombre hubiese provocado aquel incendio. Y Gemps se enteró además de que el presidente del Reichstag, Hermann Goering, había ordenado que precisamente aquella noche el edificio no fuera vigilado como de costumbre. Todos los funcionarios debieron abandonar el edificio a las ocho de la noche. Estaba prohibido que nadie permaneciera en el edificio a partir de aquella hora. El director Gemps expuso, como era su obligación, sus sospechas cuando en su despacho se discutió el incendio. También informó que el Servicio de extinción de incendios se había visto obstaculizado en su labor ya que Goering se había negado a que fuera dada la señal de alarma general. Poco después, Gemps fue destituido de su cargo. Le fue reprochado «haber permitido la labor de zapa de los marxistas y comunistas y haber postergado a los bomberos de tendencias nacionalistas». Gemps tuvo un fin trágico del que hablaremos más adelante. Martin H. Sommerfeldt, delegado de Prensa de Goering en el Ministerio del Interior prusiano, recibió de su jefe en el propio lugar del suceso la orden de redactar inmediatamente un informe oficial para los periódicos. Sommerfeldt hizo un informe de unas veinte líneas en que solo hacía mención al incendio, a la labor de los bomberos y a las primeras investigaciones de la policía. Poco después en el Ministerio le daba a leer a Goering lo que había escrito. —¡Esto es basura! —gritó Goering—. ¡Esto es un informe policíaco! ¡No es un comunicado político! Goering leyó en el informe de Sommerfeldt que se calculaba el peso del material incendiario en una tonelada. —¡Tonterías! —gritó de nuevo el presidente del Reichstag—. ¿Una tonelada de material incendiario? ¡Diez, cien toneladas! Cogió un lápiz rojo y dibujó un grueso cien en la hoja de papel. Luego mandó llamar a una secretaria y le dictó él mismo el parte:

«Este incendio es hasta ahora el acto de terror más monstruoso del bolchevismo en Alemania. Después del Reichstag tenían que ser incendiados otros edificios públicos, palacios, museos y fábricas vitales para el país. El ministro del Reich, Goering, ha tomado las medidas pertinentes para contrarrestar esta provocación. La policía de seguridad y la policía criminalista en Prusia ha sido puesta en alarma. Ha sido movilizada la policía auxiliar.» Goering dictaba muy rápido: «Los periódicos, folletos y carteles comunistas han sido prohibidos durante cuatro semanas en todo el territorio prusiano. Y durante quince días todos los periódicos, revistas, folletos y carteles del partido socialdemócrata...» ¡Alto! ¿Precisamente ocho días antes de las decisivas al Reichstag se le quitaba la posibilidad a todos los enemigos de Hitler de hacer la menor propaganda en su favor...? Goering firmó el comunicado con una gran G y mandó a Sommerfeldt a la Kochstrasse, donde esperaban las noticias sobre el incendio. Sommerfeldt les mostró el comunicado a los periodistas..., pero estos consideraron que aquello no les decía nada nuevo. Ya hacía dos horas que lo había telegrafiado o telefoneado a sus respectivas redacciones. —Pero, ¿quién les ha informado a ustedes de todo esto? —Preguntó atónito el delegado de Prensa de Goering. —El señor Berndt —le contestaron. Alfred Ingmar Berndt..., ¡el delegado del doctor Goebbels! En las oficinas de la Gestapo de Berlín se hallaba a aquellas horas un funcionario llamado Hans Gisevius. Como es lógico la Gestapo estaba al corriente de todo. Y en sus memorias escribe Gisevius: «Lo más sensacional para nosotros fue el saber que no había sido Goering, sino Goebbels el verdadero incendiario. Goebbels había sido el que había tenido la idea. Goebbels había comprendido lo que significaba poderles cerrar la boca a los partidarios izquierdistas. Goebbels había discutido el caso detalladamente con Goering y había insinuado misteriosamente que el Führer había comprendido que había que hacer algo decisivo..., un intento de atentado..., un incendio, pero Hitler lo había dejado todo en sus manos, quería que le sorprendieran. Aquella noche ocurrieron cosas muy extrañas... Sin embargo, todo daba la

impresión de haber sido planeado cuidadosamente. Al presidente del Reich, von Hindenburg, le metieron pocas horas después del incendio el miedo en el cuerpo con lo de la provocación comunista. Le dijeron al anciano jefe del Estado que el incendio del Reichstag era la señal para la guerra civil comunista. Hindenburg quería evitar esta desgracia a su pueblo. Se dejó engañar y firmó una ley de urgencia en la cual quedaba fuera el artículo decisivo de la Constitución: la libertad de opinión, la libertad de Prensa, la prohibición de celebrar reuniones, el secreto de la correspondencia, la protección contra los registros domiciliarios y las detenciones sin mandamiento del juez. El presidente del Reich firmó la condena de muerte de la democracia y abrió las puertas a las arbitrariedades de Hitler. Con este pedazo de papel, que lleva la pesada firma de von Hindenburg, la misma noche del incendio del Reichstag llegó la primera ola de terror a Alemania. Hubo miles de detenidos. Las listas ya habían sido preparadas previamente... Las cárceles empezaron a llenarse. Fueron creados los primeros campos de concentración. Los periódicos contrarios a Hitler fueron prohibidos, las reuniones enemigas prohibidas, los jefes de la oposición detenidos. Y en estas circunstancias el pueblo alemán fue a las elecciones del 5 de marzo de 1933. Hitler había eliminado prácticamente a sus contrincantes, había llenado de miedo a la población con el incendio del Reichstag... ¿acaso existía alguna posibilidad de que no fuera a votar por el Partido nacionalsocialista? Pero el pueblo alemán no se dejó intimidar a pesar del terror y del bluff de la guerra civil: el Partido nacionalsocialista solamente obtuvo el 44 por 100 de los votos. Una derrota para el Canciller Hitler. Había de asestar un nuevo golpe, para, por fin, disfrutar de un poder absoluto. El 24 de marzo de 1933 se reunió el nuevo Reichstag. En esta sesión Hitler quería promulgar una ley que le concediera poderes para gobernar en el futuro sin control parlamentario y sin tener que ajustarse a la Constitución. Sabía que la mayoría legal del Reichstag nunca daría su aprobación a esta ley. De nuevo hubo que recurrir al terror. Hitler mandó detener a cierto número de los diputados enemigos e intimidó al resto, con la amenaza de que procedería con ellos del mismo modo. Para actuar así, se basaba en la ley de urgencia que

había firmado Hindenburg la noche del incendio. Durante el proceso de Nuremberg, informó el fiscal americano Frank B. Wallis: —El 14 de marzo de 1933 declaró el acusado Frick (que entonces era ministro del interior del Reich): «Cuando se reúna el Reichstag a los comunistas les será imposible asistir a la reunión por estar ocupados en trabajos muy urgentes. En los campos de concentración serán educados para que aprendan a trabajar de nuevo. Y los seres inferiores que no sea posible reeducar, serán inutilizados para siempre». Y Wallis añadió: —Durante este período fueron detenidos un gran número de comunistas y un número más reducido de socialdemócratas diputados del Reichstag alemán. El 24 de marzo de 1933 solo asistieron a la reunión del Reichstag 535 diputados de un total de 647. La ausencia de algunos no fue justificada, ya que se encontraban en los campos de concentración. Como consecuencia de la presión ejercida por los nazis y del terror, el resultado de la votación fue: 441 votos en favor de la ley. Este modo de proceder caracteriza la conquista del poder por parte de los conjurados. ¡Así es cómo Hitler llegó realmente al poder! Una diabólica cadena de actos de violencia y opresiones, una cadena fatídica en cuyo origen se encuentra el incendio del Reichstag. Esta es la antorcha utilizada por Hitler para prender fuego al mundo entero. Con la nueva ley se convertía en un dictador con poderes ilimitados. Weimar había muerto, la democracia había sido ahorcada. Pero el fuego del Reichstag no se había apagado. Durante los primeros meses del año 1933 el Gobierno de Hitler hubo de dar una prueba de aparente legalidad, pues en el extranjero se seguían ahora, con el más vivo interés, los nuevos acontecimientos. Y otra vez ocurrieron cosas muy extrañas. Ante la Sección IV del Tribunal del Reich en Leipzig, empezó el 21 de septiembre de 1933, el proceso por el incendio del Reichstag. Frente a los jueces con sus togas rojo escarlata se sentaban cinco acusados: Marinus van der Lubbe, el presidente de la fracción comunista del Reichstag,

Ernst Torgler y los búlgaros Georgi Dimitroff, Wassil Taneff y Blagoi Popoff. Torgler y los tres búlgaros fueron absueltos. Aunque la policía de Goering había hecho lo imposible para presentar a los cuatro comunistas como cómplices de Lubbe, nada se les pudo demostrar y en el Tribunal de aquellos días todavía figuraban hombres capaces de dictar un veredicto justo. Van der Lubbe fue condenado a muerte. El holandés presentaba un estado deplorable. Aquel mismo joven que después de su detención había resistido un interrogatorio de tres horas, que dictó él mismo el sumario y firmó varios centenares de páginas..., era ahora una ruina humana. Durante el proceso, que duró tres meses, permaneció el hombre sentado en el banquillo completamente indiferente a lo que sucedía a su alrededor y a excepción de algún «sí» o «no», no dijo nada. Charles Reber, un especialista en venenos de fama internacional, declaró sobre este lamentable caso: «Si a un ser normal, psíquica y físicamente, se le inyecta a diario una dosis de un cuarto y a veces hasta medio miligramo de Scopolamina, se sume a este hombre en un estado de inteligencia total hacia todo lo que le rodea. Su cerebro queda casi paralizado y se sume en un estado de sopor. Se inclina cada vez más hacia adelante y ríe sin motivo alguno.» Este era el cuadro exacto que presentaba Lubbe. Lubbe era el único que fue hallado en el interior del Reichstag en llamas. Solo había una explicación posible: otros le habían acompañado en el acto y luego le habían abandonado en el interior del edificio, mientras que ellos emprendían la huida. Dos veces, durante el proceso, Lubbe levantó la cabeza y tartamudeó: —Los otros... Pero de nuevo se sumía en un impenetrable silencio. Aquel hombre era incapaz de hacer una declaración coherente. Durante el proceso parecía un muerto que todavía vivía, y que había de llevarse su secreto al patíbulo. En su lugar había otro. Con gran disgusto del presidente, el anciano presidente del Senado,

Wilhelm Bünger, el acusado Dimitroff se convirtió en un acusado que tenía atemorizados a los testigos, a unos testigos muy importantes como, por ejemplo, el doctor Josef Goebbels y Hermann Goering. Dimitroff era la encarnación de la seguridad en uno mismo. Sus preguntas eran como llaves de jiu-jitsu a las que ni Goebbels ni Goering podían hacer frente. Goebbels (muy confuso en el estrado de los testigos): «Tengo la impresión de que Dimitroff pretende hacer propaganda comunista ante el tribunal». Dimitroff: «¿Se defendieron los nacionalsocialistas?» Goebbels (gritando): «¡Pues claro que nos hemos defendido!» Dimitroff (muy tranquilo): «¿Cree usted que también nosotros, los comunistas, tenemos derecho a defendernos?» Mucho más dramático fue su encuentro con el testigo Goering. El presidente del Reichstag y presidente del Consejo de ministros prusiano se había mandado hacer un nuevo uniforme expresamente para aquella ocasión. Con sus botas altas se mantenía muy erguido delante del tribunal. Hablaba casi sin interrupción, el sudor le resbalaba por la frente y varias veces se llevó el pañuelo a la cara para secarse. Goering intentaba demostrar que habían sido los comunistas los que habían incendiado el Reichstag y lanzaba una diatriba detrás de otra contra los ideales criminales del comunismo. Dimitroff: «¿Sabe acaso el señor presidente del Consejo de ministros que estos ideales "criminales" gobiernan en la sexta parte del mundo, es decir, en la Unión Soviética?» Goering (enfurecido): «Le voy a decir a usted lo que sabe el pueblo alemán. Sabe que ustedes se comportan de un modo desvergonzado y que usted ha venido aquí para incendiar el Reichstag. A mis ojos es usted un granuja que merecía ser colgado de la horca.» Presidente: «Dimitroff, ya le he dicho que no quiero que haga usted propaganda comunista aquí. No debe extrañarse si el testigo se enfurece. Le prohíbo muy severamente que vuelva a hacer propaganda. Ha de limitarse a dirigir unas preguntas concretas. Dimitroff: «Me doy por satisfecho con las palabras que ha pronunciado el

señor ministro». Presidente: «Me es completamente indiferente si está satisfecho o no. Le retiro la palabra». Dimitroff: «¿Teme usted mis preguntas, señor primer ministro?» Goering: «¿Qué dice usted, desvergonzado, bandido?» Presidente: «¡Expúlsenlo de la sala!» Goering: «¡Fuera de aquí, bandido, fuera!» Dimitroff: «¿Tiene usted miedo a mis preguntas, señor primer ministro?» Dos policías sacaron a la fuerza al acusado de la sala. Pero, mientras lo llevaban a la puerta, Dimitroff se volvió y repitió: —¿Tiene usted miedo a mis preguntas, señor primer ministro? ¿Teme usted mis preguntas? ¿Tiene usted miedo, señor primer ministro...? El hecho más notable del incendio del Reichstag es que los tres especialistas judiciales, el especialista en incendios, el químico y el físico, declararon unánimemente que un solo hombre no podía haber provocado en un espacio de tiempo tan breve aquel incendio. Van der Lubbe había usado unos carboncillos de la marca «Fleissige Hausfrau», que empleaban las amas de casa para prender fuego al carbón en sus hornillos, y con los cuales, como máximo, hubiese podido provocar un fuego muy pequeño en aquel edificio. Pero los bomberos cuando llegaron tuvieron que extinguir el fuego en la gran sala de sesiones, en los corredores y en otras dependencias. El químico del tribunal, doctor Schatz, declaró que había sido usado un material inflamable líquido. En aquel momento sucedió algo muy misterioso. Van der Lubbe levantó la cabeza. Un testigo ocular comentó: —Van der Lubbe fue sacudido por una risa silenciosa. Todo su cuerpo se estremeció. ¿Cuál era el secreto que guardaba aquel hombre?

En el proceso de Nuremberg, doce años más tarde, volvió a plantearse esta pregunta. Y de nuevo estaba Goering en el estrado de los testigos. El fiscal americano Jackson dirigió el contrainterrogatorio. ¡Pero qué diferente era ahora la escena! Jackson: «¿Quién era Karl Ernst?» Goering: «Ernst era el jefe de las SA de Berlín». Jackson: «¿Y quién era Helldorf?» Goering: «El conde Helldorf era el futuro jefe de las SA de Berlín». Jackson: «¿Y Heines?» Goering: «El jefe de las SA de Silesia en aquellos días». Jackson: «Estará usted, sin duda, enterado de que Ernst entregó una declaración según la cual los tres citados incendiaron el Reichstag y usted y Goebbels forjaron el plan y entregaron el petróleo y el fósforo que les sirvió de material incendiario, y que usted mandó desalojar el corredor subterráneo que conducía desde su casa al edificio del Reichstag. ¿Conocía usted esta declaración?» Goering: «No conozco ninguna declaración del jefe de las SA, Ernst». Jackson: «Pero, ¿existía este corredor subterráneo entre su casa y el edificio del Reichstag?» Goering: «A un lado de la calle está el edificio del Reichstag, enfrente del palacio del presidente del Reichstag. Entre ambos edificios hay un corredor por donde pasan las carretillas que llevan el carbón para la calefacción central». Jackson: «Todo el mundo sospechaba que usted había incendiado el Reichstag. ¿Lo sabía usted?» Goering: «No podía afectarme en absoluto, pues no se correspondía con la realidad de los hechos. Para mí no era de ninguna utilidad ni tenía ningún sentido prender fuego al edificio del Reichstag. No lo lamenté en absoluto desde el punto de vista artístico, pues confiaba en construir un edificio más bonito, pero lamenté, muy vivamente, verme obligado a buscar un nuevo edificio donde celebrar las reuniones del Reichstag y tenerme que contentar con la Opera Kroll. La Opera era para mí mucho más importante que el Reichstag».

Jackson: «¿Se vanaglorió usted en alguna ocasión de haber incendiado el Reichstag, aunque solo fuera en broma?» Goering: «No. Hice una broma cuando dije, en cierta ocasión, que pronto imitaría al emperador Nerón. Ahora solo faltaría que dijeran que me puse una toga roja y con una lira en la mano tocaba una melodía mientras las llamas consumían el Reichstag». Risas en la sala. Goering: «Este fue el chiste. Pero el hecho es que por poco el incendio del Reichstag me cuesta la vida, algo sumamente lamentable para el pueblo alemán y muy agradable para mis enemigos». Jackson: «¿De modo que nunca declaró haber incendiado el Reichstag?» Goering: «No. Aunque sé que el señor Rauschning dice en su libro haber hablado de esto conmigo». Hermann Rauschning era presidente del Senado de Danzig y, después de emigrar, escribió su libro Conversaciones con Hitler. El párrafo del libro al que hacía referencia Goering, dice: «Poco después del incendio del Reichstag me llamó Hitler para que le informara sobre la situación en Danzig. Antes de ser invitados a pasar a la Cancillería del Reich tuvimos ocasión de hablar con altos jefes nazis que estaban haciendo antesala. Goering, Himmler, Frich y un Gauleiter del Oeste estaban charlando muy animadamente, Goering contaba detalles sobre el incendio del Reichstag. Entonces todavía guardaban muy celosamente el secreto del incendio. A través de aquella conversación me enteré de que el incendio había sido realizado por el mando nacionalsocialista. »Goering contó cómo "sus muchachos" habían llegado desde su palacio hasta el Reichstag por un corredor subterráneo, que habían dispuesto solamente de escasos minutos y que por poco les apresan. No lamentaba, de ningún modo, haber incendiado aquella "choza". Debido a las prisas no habían podido hacer "un trabajo completo". »Goering, que hablaba en un tono muy grandilocuente, terminó su relato con unas palabras realmente significativas: "Yo no tengo conciencia. Mi conciencia es Adolfo Hitler"». ¿Qué dijo Goering en Nuremberg?

Goering: «Solo dos veces en mi vida he visto, y aun de un modo muy superficial, al señor Rauschning. Si realmente yo hubiese pegado fuego al Reichstag, entonces esto solo lo hubiese sabido un grupo muy reducido de iniciados. Un hombre al que no conocía y de quien hoy no puedo decir qué aspecto tiene, nunca me hubiese oído decir nada parecido si yo hubiese sido efectivamente el incendiario. Se trata de una infame tergiversación de los hechos». Jackson: «¿Recuerda usted el almuerzo con motivo del cumpleaños de Hitler, el año 1942, en el Casino de oficiales en el Cuartel general del Führer en la Prusia oriental?» Goering: «No». Jackson: «¿No lo recuerda usted? Voy a leerle una declaración del general Franz Halder que tal vez le ayude a refrescar la memoria: «Con motivo de un almuerzo el día del cumpleaños del Führer en 1942, los comensales empezaron a hablar del incendio del Reichstag y de su valor artístico. Oí con mis propios oídos cómo Goering intervenía, de pronto, en la conversación: «El único que conocía bien el Reichstag era yo, yo lo incendié». Y al mismo tiempo que decía estas palabras se golpeaba el muslo con la palma de la mano». Halder añade a este comentario: «Me hallaba sentado muy cerca de donde estaba Hitler. Goering se sentaba a su derecha. Todas sus palabras las oía claramente. Se hizo un silencio absoluto en la mesa cuando Goering terminó de pronunciar estas palabras. Hitler, sin duda, estaba profundamente disgustado. Pasaron algunos minutos antes de que la charla se reanimara de nuevo.» Goering: «Esta conversación no tuvo lugar y ruego que me confronten con el señor Halder. Lo que dice es una enorme estupidez. No sé cómo se le habrá ocurrido al señor Halder. Se debe seguramente a que tiene una memoria muy débil, cosa que ha demostrado también como militar». Como es lógico... Goering en ninguno de los casos quería pasar a la historia como incendiario. Desprestigió al general para quitar veracidad a sus declaraciones. Jackson estaba desarmado. No insistió acerca de Goering. —¿Por qué renunció Jackson a continuar el interrogatorio? —le

preguntaron en 1957 los autores de este libro al fiscal americano Robert Kempner, que hoy trabaja como abogado en Frankfurt am Main. —Habíamos de juzgar tantos asesinatos y crímenes de toda índole — contestó Kempner, encogiéndose de hombros—, que no teníamos demasiado interés en desvelar los misterios de ese caprichoso incendio. Lo cierto es que... «ese caprichoso incendio» destruyó el corazón de la democracia alemana, el edificio en cuyo portal anunciaban unas letras doradas: AL PUEBLO ALEMÁN. Kempner le había dirigido durante el sumario previo muchas preguntas a Goering relacionadas con el incendio. Y parte de estas preguntas y respuestas fueron leídas también durante el proceso. Kempner: «¿Qué le pudo hacer decir usted a su delegado de Prensa, una hora después del incendio y sin haber hecho averiguaciones de ninguna clase, que habían sido los comunistas los causantes?» Goering: «¿Ha dicho el delegado de Prensa que yo lo dije?» Kempner: «Sí, en efecto, esto ha dicho». Goering: «Cabe en lo posible, pues cuando llegué al lugar del incendio ya estaba allí el Führer con otros caballeros. Yo no estaba muy convencido, pero él sí lo estaba de que habían sido los comunistas». Kempner: «Ahora que lo vemos todo de un modo más objetivo, ¿no considera usted que fue prematuro, sin averiguaciones de ninguna clase, acusar a los comunistas del incendio?» Goering: «Tal vez, pero el Führer lo quería así. En todo caso...» Kempner: «No ha terminado usted la frase..., ¿qué iba a decir?» Goering: «En todo caso debió proceder de otro modo». Kempner: «¿Qué opinión le merece a este respecto el presidente de policía, Ernst (jefe de las SA de Berlín)? Hablemos de Ernst». Goering: «Pues, sí, pensaba en él. Si es que alguien más intervino en el incendio, es muy posible que fuera Ernst». Kempner: «¿Quiénes eran las personas que podían estar interesadas en

ello? Le pregunto a usted como político». Goering: «Realmente me gustaría saber el interés que podía tener Ernst. Supongamos que se dijera: «Vamos a incendiar el Reichstag y achacarles la culpa a los comunistas». En este caso sólo puedo pensar que lo que pretendían es que las SA desempeñaran un papel más importante en el Gobierno». Esta explicación concordaba exactamente con la que dio otro testigo en el proceso de Nuremberg: el antiguo funcionario de la Gestapo, Hans Bernd Gisevius, que hoy vive en Berlín. El 25 de abril de 1946, Gisevius declaró, bajo juramento, en Nuremberg: —Goebbels habló con el jefe de la brigada de las SA de Berlín, Karl Ernst y dijo haber llevado a la práctica el incendio proyectado. Usaron un material especial que conocen todos los bomberos y que se inflama, por sí mismo, al cabo de algún tiempo. «Para penetrar dentro del Reichstag usaron el corredor que iba desde el palacio del presidente del Reichstag al edificio. Fue organizado un grupo de diez miembros de las SA, hombres de entera confianza, y Goering fue informado, detalladamente, de la operación. Solicitaron de Goering y él aceptó que durante los primeros momentos dirigiría a la policía por una pista falsa. Desde un principio quisieron atribuir el crimen a los comunistas.» Jackson: «¿Qué fue de los diez hombres que prendieron fuego al Reichstag?» Gisevius: «Según nuestras investigaciones todos murieron. La mayor parte fueron fusilados el 30 de junio cuando fueron detenidos como supuestos cómplices del «putsch» de Röhm. Solo un tal Heini Gewehr fue admitido como oficial en la policía. Hemos seguido su pista, pero murió durante la guerra en el frente del Este». Todos los cómplices y también los que de un modo insistente trataron de esclarecer las causas del incendio habían perdido su vida. El director del Servicio de extinción de incendios, Gempp, fue estrangulado poco después de haber sido destituido de su cargo. El diputado del Reichstag por el Partido nacional alemán, Ernst Oberfohren, que dicen que escribió sobre las verdaderas causas del incendio, fue hallado muerto a tiros de revólver en su mesa escritorio. El clarividente Erik Hanussen, que dos días antes del incendio anunció

que veía «una gran casa en llamas», fue muerto poco después en el Grunewald. El hombre que con toda probabilidad le reveló el plan a Hanussen, el ingeniero George Bell, que había logrado su información en los círculos más íntimos de los nacionalsocialistas, prefirió huir a Austria, pero antes le entregó el periodista Fritz Michel Gerlich, de Munich, documentos secretos sobre los nazis. Cuando se enteró de que iban a registrar su casa se hizo necesario hacer desaparecer estos papeles. El último que los vio fue el presidente de Wurttemberg, Eugen Anton Dol. Breit, la secretaria de Gerlich, recuerda todavía muy bien el contenido de aquellos documentos: datos exactos sobre el incendio del Reichstag, un contrato entre el partido nacionalsocialista y el millonario inglés Deterding sobre una secreta financiación de las SA y una opción para Deterding sobre unas concesiones petrolíferas en el momento en que los nazis llegaran al poder, una lista de testigos que declaraban que Hitler había mandado asesinar a su sobrina Geli Raubal, planes para el desprestigio de la Iglesia, planes de Röhm para eliminar a Hitler y conquistar el poder. Los hombres que leyeron aquellos peligrosos documentos tenían que morir: Bell, que había huido a Austria, fue perseguido hasta allí por el SAStandartenführer Uhl que lo mató a tiros de pistola. A su vez, Uhl fue asesinado el 30 de junio de 1934 en Ingolstadt. Aquel mismo día también fue muerto Gerlich. El presidente Bolz fue ajusticiado poco antes de terminar la guerra acusado de complicidad en la conspiración del 20 de julio. Otro cómplice, Paul Waschinsky, que, probablemente, fue el que instigó a Van der Lubbe a participar en el atentado, fue eliminado igualmente en el año 1934. El capitán Röhrbein, que en la cárcel alardeó de haber formado parte de los miembros de las SA que incendiaron el Reichstag, fue fusilado. El jefe de las SA Ernst, que guió al grupo por el corredor subterráneo, cometió la estupidez de escribirle a su superior, SA-Obergruppenführer Edmund Heines, una carta que empezaba con las siguientes palabras: «Doy a continuación un informe del incendio del Reichstag en el que participé». Ernst fue asesinado. Había otro cómplice: el antiguo delincuente y miembro de las SA Rall. Fue lo suficiente ingenuo como para declarar ante un juzgado su complicidad en el incendio. El informe había de ir al Tribunal del Reich en Leipzig, pero fue a parar a manos de la Gestapo. Esta se había enterado de la existencia del documento por un funcionario del juzgado, Reineking, también miembro de las SA. Rall fue eliminado. Un pelotón de ejecución se lo llevó una noche en un coche a un campo de los alrededores de Berlín. Allí lo estrangularon hasta dejarlo inerte. Los asesinos, entre los que figuraba también Reineking, cavaron una fosa. Pero en el momento de arrojar a Rall dentro de la misma, descubrieron que el muerto había emprendido la huida. Había recuperado el conocimiento y

vestido solo con un camisón corría a través del campo. Pero le dieron alcance, lo estrangularon de nuevo y lo arrojaron dentro de la fosa. Reineking fue asesinado a fines del año 1934 en el campo de concentración de Dachau. Estas son las sangrientas huellas del incendio del Reichstag hasta que, finalmente lograron silenciar todas las voces. Pero en Nuremberg le recordaron nuevamente a Goering todos esos incidentes. Y de pronto se presentó uno de los muertos... El testigo Gisevius había estado en un error: uno de los incendiarios, el miembro de las SA llamado Heini Gewehr, del cual se había dicho que había muerto en el frente del Este, había sido descubierto por los defensores de Goering. ¡Vivía! Había sobrevivido a la guerra. Estaba en un campo de prisioneros de guerra de los americanos en Hammelburg, cerca de Bad Kissingen. Se preveía una gran sensación: Si Goering, realmente, no había tenido nada que ver con el incendio... y dado que sus defensores lo sospechaban así... entonces Heini Gewehr declararía, con toda seguridad: —¡Todo eso son fantasías! ¡Yo no sé nada de un grupo de incendiarios! Yo por lo menos no formaba parte de él! Y en este caso la declaración del testigo Gisevius perdería todo su valor y perdería valor la vieja afirmación de que los nazis habían incendiado el Reichstag para ganar ventajas políticas del incendio y en este caso también Goering saldría triunfante. El abogado Werner Bross, uno de los ayudantes del doctor Otto Stahmer, el defensor de Goering, informó de la grata nueva al acusado en la cárcel. Pero entonces ocurrió algo muy extraño. Bross escribe en sus Memorias: «Goering, en lugar de alegrarse, demostró una gran inseguridad... «Este asunto lo hemos de tratar con extremo cuidado —le dijo a su abogado en Nuremberg—. Hemos de ir con mucho cuidado con esos testigos. Incluso en el caso de que fuera realmente las SA la que incendiara el Reichstag, esto no quiere decir que yo supiera algo». ¿Podía el grupo de los incendiarios usar el corredor subterráneo, cuya entrada estaba en el palacio de Goering, sin que este se enterara de ello? ¿Podía uno de los jefes de las SA como Karl Ernst llevar a cabo una empresa de aquella importancia sin que sus jefes estuvieran al corriente?

Goering le dijo a Bross: —¿Y quién nos garantiza que el testigo, para comprarse su libertad, no declarará contra mí? El asunto fue archivado y el abogado recuerda: «Goering no mostró el menor interés en seguir las huellas de aquel testigo ni en tratar nuevamente el asunto.»´ La noche más misteriosa de la historia alemana continúa envuelta en el misterio.

3. La siembra sangrienta «Después de alcanzar un control político absoluto —declaró el fiscal americano Frank B. Wallis—, los conspiradores nazis hicieron todo lo que estuvo en sus manos para reforzar su poder. El primer paso que dieron en este sentido fue la eliminación, sin ninguna clase de escrúpulos, de todos sus enemigos políticos, que internaron en los campos de concentración o, sencillamente, les dieron muerte. Los primeros campos de concentración datan del año 1933 y fueron empleados para quitarles la libertad a los enemigos políticos, a los que ponían en «prisión preventiva». Este sistema de los campos de concentración fue creciendo y extendiéndose por toda Alemania...» Los meses decisivos del año 1933 estaban dominados por la inquietud. Lo que ocurría en plena calle y allí donde no les permitían la entrada a los ciudadanos corrientes y vulgares, era calificado por los hombres del nuevo régimen como «unificación». La revolución nacionalsocialista seguía hacia adelante. El cónsul Raymond H. Geist, primer secretario de la Embajada americana en Berlín, fue testigo ocular de aquellos hechos. Entregó sus impresiones al tribunal de Nuremberg como declaración jurada. En esta decía: «Ya en el año 1933 fueron creados los primeros campos de concentración y puestos a las órdenes de la Gestapo. La primera ola de los actos de terror empezó en marzo de 1933, seguidos de violentas manifestaciones por parte del populacho. Después de haber ganado el Partido nacionalsocialista las elecciones de marzo de 1933, se desataron la mañana del 6 de marzo las más inconcebibles pasiones en forma de ataques en gran escala contra los comunistas, así como también contra los judíos y otras personas. Hordas de hombres de las SA

recorrían las calles apaleando, robando e incluso matando a seres humanos. Aquellos alemanes que estaban custodiados por la Gestapo fueron objeto de sangrientos atentados. Las víctimas en Alemania se calculaban en varios centenares de miles.» Como esta era la declaración de un testigo americano de los acontecimientos que él había visto en el año 1933, ¿podía considerarse objetiva? Oigamos lo que dijo sobre esto Goering cuando fue llamado a declarar bajo juramento y en respuesta a las preguntas que le dirigió su defensor el doctor Otto Stahmer: Goering: «Desde luego, al principio se cometieron una serie de abusos. En efecto, aquí y allí ocasionaron víctimas entre seres inocentes, y, también aquí y allí, apalearon a alguien y fueron cometidos actos de violencia, pero comparados con la magnitud de los acontecimientos, la revolución alemana fue la menos sangrienta y la más disciplinada de todas las revoluciones de la historia de la humanidad». Doctor Stahmer: «¿Controló usted el trato de que eran objeto los detenidos?» Goering: «Di órdenes de que los detenidos no fueran maltratados. He dicho ya anteriormente que ocurrieron ciertos desmanes y abusos que no podían evitarse». Doctor Stahmer: «¿Intervino usted para poner fin a aquellos abusos de los que tuvo usted noticia?» Goering: «Personalmente me ocupé de los campos de concentración hasta la primavera del año 1934. Voy a hacer referencia, de un modo breve, al caso Thälmann, pues era el más característico. Como ya es sabido por todos, Thälmann, era el jefe de los comunistas. No recuerdo quién me dijo que Thälmann había sido apaleado. Sin informar a mis superiores lo mandé llamar, directamente a mi despacho, y le interrogué detenidamente sobre este particular. Me confesó que sobre todo cuando fue detenido le habían maltratado de obra. Entonces le dije: «—Mi querido Thälmann, si vosotros hubieseis llegado al poder, lo más probable es que no me hubieseis maltratado, sino que de buenas a primeras me hubieseis cortado la cabeza. »Y el hombre me dio la razón.

»Le rogué que en el futuro si volvía a sucederle algo desagradable me informara inmediatamente. No siempre podría estar a su lado, pero procuraría en todo momento que fuera tratado con toda clase de consideraciones.» Mientras Goering contaba este incidente, no recordaba, al parecer, el discurso que él mismo había pronunciado en público el 3 de marzo de 1933. Pero el fiscal inglés Harcourt Barrington no se olvidó y se lo leyó: «¡Ciudadanos! Mis medidas no serán obstaculizadas, de ningún modo, por ciertas consideraciones legales. No quiero hacer justicia, quiero eliminar y aniquilar, ¡nada más!» También el fiscal general americano Robert H. Jackson interrogó a Goering sobre la existencia de los primeros campos de concentración. Jackson: «Cuando usted llegó al poder, ¿consideró conveniente crear los campos de concentración para aquellos enemigos políticos que usted sospechaba no podría reeducar?» Goering: «La idea de los campos de concentración no surgió diciéndonos: Aquí tenemos una serie de hombres que están en la oposición o una serie de personalidades que sería mejor tenerlos en «prisión preventiva», sino que se pensó en ello, espontáneamente, como acción contra los funcionarios del partido comunista, pues eran miles y miles los que debían ser detenidos y no había espacio suficiente para meterlos a todos ellos en las cárceles. Por este motivo fue necesario crear los campos de concentración». Jackson: «¿De modo que los campos de concentración fueron una institución que ustedes consideraron necesaria, en el momento en que llegaron al poder?» Goering: «Exacto. Estamos hablando de cuando llegamos al poder. Luego cambiaron muchas cosas. Más tarde, cuando había personas que eran detenidas también por causas políticas, recuerdo muy bien que mientras yo era presidente del Consejo de Ministros de Prusia y ministro del Reich...» Jackson (impaciente): «Dejemos esto. No es esto lo que le preguntaba. Si se limitara usted a contestar a mis preguntas, ganaríamos tiempo. ¿Consideraron ustedes superfluas todas las investigaciones judiciales cuando una persona era detenida en «prisión preventiva»? Goering: «Relacionado con lo que usted acaba de exponer he de aclarar...» Jackson: «Limítese a lo que haga referencia a los campos de concentración

y a la "prisión preventiva"». En aquel momento intervino el presidente, el juez Lawrence: —Este Tribunal opina que se le debe permitir al testigo dar todas las explicaciones que él crea oportunas para una mejor aclaración de este punto. Jackson: (malhumorado): «Este Tribunal es del parecer que debe usted hacer una declaración complementaria». Goering (sonriente): «Solo quería decir que promulgamos una disposición que decía que todos aquellos que eran internados en un campo de concentración debían ser informados antes de las veinticuatro horas del motivo de su detención y entonces gozaban del derecho de nombrar un abogado». ¿Acaso estaban estas palabras de acuerdo con la declaración de Goering de que dejaría a un lado todos los obstáculos legales? ¿Fueron realmente, en un principio, los campos de concentración unas instituciones del todo inofensivas? El hombre que debía estar informado, con todo detalle, de estos hechos era el antiguo jefe de la Gestapo Rudolf Diels. Sus declaraciones fueron de suma importancia durante el proceso de Nuremberg. Se trataba de aclarar, con exactitud, todo lo sucedido en el año 1933. —Respecto a los campos de concentración, nunca existió ninguna orden ni tampoco ninguna clase de instrucciones. Fueron creados, y, de pronto, nos encontramos que había campos de concentración —declaró Diels—. Los jefes de las SA crearon «sus» campos cuando no querían confiar sus presos a la policía o porque las cárceles estaban atestadas. En todo el país se apaleaba a los presos. En todas partes organizaban los grupos de las SA cámaras de tormento particulares, los llamados «bunker», en los cuales los revolucionarios pardos gastaban sus energías maltratando a sus enemigos políticos. Pero las noticias se extendieron muy rápidamente allende las fronteras y horrorizaron al mundo entero. Era necesario hacer algo urgentemente para borrar el mal efecto que había causado todo aquello en el extranjero. Aquellos campos y sótanos particulares habían de ser estructurados en un sistema ordenado. Pero las SA no tenían la menor intención de que nadie se interfiriera en sus propios asuntos. El jefe de la Gestapo Diels se enteró de la existencia de una de las cámaras de tormentos en la cuarta planta de la jefatura en Berlín, en la Hedemannstrasse:

—Muchas de las víctimas habían tratado de escaparse de los malos tratos arrojándose por las ventanas en un salto mortal. Los vecinos habían sido testigos en varias ocasiones de uno de estos «accidentes». «Un valiente oficial del comando Wecke —continuó el jefe de la Gestapo— se ofreció a ayudarme a clausurar aquella cámara de tormentos. Una sección de la policía armada con bombas de mano sitió la casa. Pero las SA también se hicieron fuertes. Montaron ametralladoras en la entrada de la casa y en las ventanas. »Les grité a los hombres de las SA que Goering había ordenado que fueran desalojadas aquellas habitaciones. »Contestaron con risas cuando les advertí que los policías estaban armados con bombas de mano. Pero finalmente, después de largas discusiones, me entregaron a sus prisioneros. »Entré en el piso. El suelo de las habitaciones había sido cubierto con paja y varias de las víctimas que encontramos allí estaban a punto de morir de inanición. Habían sido encerrados durante días enteros de pie en unos estrechos armarios para que «confesaran» sus crímenes. Los «interrogatorios» empezaban y terminaban siempre con latigazos. Casi todas las víctimas presentaban numerosas fracturas, además de la pérdida de varios dientes. »Cuando entramos, aquellos desgraciados estaban sentados de espalda a la pared. Tenían heridas purulentas. No había ninguno que no presentara en su cuerpo las señales de haber sido brutalmente apaleado. Muchos de ellos tenían los ojos hinchados y debajo de la nariz costras de sangre. No hubo más remedio que bajarlos uno a uno en brazos hasta los coches de la policía que aguardaban en la calle. Eran incapaces de valerse por sí mismos. En la jefatura de policía en la Alexanderplatz ordené que fueran examinados por los médicos. La lectura del diagnóstico médico era capaz de provocar un desvanecimiento en el hombre de nervios más fuerte.» Diels informó detenidamente sobre la existencia de muchos de estos «bunker» que paulatinamente fue eliminando, haciendo para ello uso de toda su autoridad y en muchos casos de la fuerza. Pero resultaba mucho más difícil poner fin a los campos de concentración que estaban bajo el control directo del Estado. En estos casos las SA resistían e incluso a veces las SS, con las armas en la mano a que fuera realizada una investigación. Uno de estos campos se encontraba cerca de Papenburg. Diels informó: —En Papenburg me había comunicado el alcalde de los desmanes y de los

abusos de los hombres de las SA con la población. Los hombres de las SA recorrían la región como los mercenarios de la Guerra de los Treinta Años. «Confiscaban» todo lo que se les antojaba, procedían a la detención de personas que les disgustaban y luego los atormentaban. «El adjunto de Goering, el secretario de Estado Grauert, autorizó el envío de cincuenta policías de Berlín armados con carabinas. Pero nos avisaron que la policía sería recibida con fuego de ametralladora si se atrevía a acercarse al campamento. Grauert destinó doscientos policías de seguridad de Osnabrück para que sitiaran el campamento. La policía y las SS se enfrentaron con las armas en la mano. Diels corrió a consultar a Hitler. La situación le resultaba altamente desagradable y misteriosa. Preguntó, para mayor seguridad, «si la policía había de proceder con las armas contra las SS». Hitler ordenó que se hiciera uso de la artillería de la Reichswerh y que «barrieran» todo el campamento. Ante esta amenaza claudicaron las SS. Pero noticias aún más alarmantes llegaron a oídos de Diels, esta vez desde el campo Kempa, cerca de Wuppertal. —Las SA habían torturado allí a los comunistas que tenían presos de un modo sumamente «original» —informó el jefe de la Gestapo—. Les habían dado de beber agua salada y luego durante los calurosos días de verano les habían retirado toda el agua para beber. Uno de mis comisarios informó que en otra ocasión habían obligado a los presos a subirse a los árboles, donde habían de permanecer durante varias horas, gritando de vez en cuando, «cucut». El proceso de Kempa, que fue celebrado en el año 1947, confirmó que los presos eran encerrados en grupos de veinticinco en los «bunker» que solo tenían capacidad para cinco. Por las noches eran sacados uno a uno e «interrogados»... en otras palabras: les pegaban hasta dejarlos inconscientes. Sus gritos eran ahogados por el himno nacional. Para maltratar a los presos habían construido un banco de madera sobre el que obligaban a echarse a los presos. Uno de los verdugos los agarraba por la cabeza y el otro por los pies y sus compañeros empezaban a continuación su diabólica obra. A veces les introducían puros encendidos en la boca y les obligaban a tragárselos. Esto sucedía en el año 1933. Lo que había de suceder más tarde ya se insinuaba en el horizonte con signos horripilantes...

Paulatinamente fueron disueltos aquellos campos «particulares» y puestos bajo el control del Estado. Goering consiguió poner un poco de orden en todo aquel tinglado. ¿Por razones de humanidad? En el estrado de los testigos en Nuremberg declaró sobre uno de estos campos cercano a Breslau: «Era uno de los campos que no había sido autorizado por mí. Inmediatamente lo mandé clausurar.» ¡De modo que solo era por cuestión de quién mandaba y no por impulsos humanitarios! Incluso uno de los testigos de descargo de Goering, el antiguo secretario de Estado Paul Körner, hubo de confesar cuando fue interrogado por Jackson: Jackson: «¿Qué ocurría en aquellos campos para que tuvieran que ser clausurados?» Körner: «Esos campos habían sido creados sin la oportuna autorización del primer ministro prusiano y por este motivo los prohibió terminantemente». Jackson: «¿Fue este el único motivo? ¿Por haberlos creado sin su consentimiento?» Körner: «Sí, creo que sí». Jackson: «Goering no admitía la existencia de los campos de concentración que no estuvieran bajo su control directo, ¿no es cierto?». Körner: «Sí». Los campos particulares fueron transformados en campos «oficiales». Esta era la única diferencia. Nada cambiaba en la institución. Los detenidos eran «muertos cuando emprendían la huida», tal como luego rezaba el informe oficial. Otros, por el contrario, se suicidaban... pero Alemania ya se había convertido en el país del silencio más absoluto. En las ciudades las llamas llegaban hasta el cielo. Quemaban los libros. Miles de obras que habían ayudado a que Alemania consiguiera un puesto en la ciencia y en la literatura mundiales eran víctimas de las llamas. ¿En qué se había convertido de la noche a la mañana aquel país de poetas y pensadores, de inventores y compositores, de célebres investigadores, médicos y técnicos, de famosos artesanos, de escrupulosos funcionarios y obreros

capaces? Goebbels dictaba lo que habían de decir los periódicos. Todo lo demás, como máximo un susurro entre amigos, pues la mayoría no se enteraba en absoluto de lo que sucedía. Pero la Prensa en el extranjero no callaba. Y las noticias que llegaban desde Alemania desataban oleadas de indignación. Al otro lado de la frontera alemana se sabía ya en el año 1933 lo que el jefe de la Gestapo Diels había de aclarar de un modo tan drástico. Miles de seres humanos eran detenidos, torturados, asesinados. ¡Boicot contra esta Alemania! Este era el grito en el extranjero, la reacción lógica y natural contra Alemania. ¡No compréis artículos alemanes! ¡No paséis vuestras vacaciones en Alemania! ¡Obligad a Alemania por medio del boicot a poner fin a esas monstruosidades, a esas persecuciones! En cuestión de poquísimos meses, Hitler había logrado que el prestigio alemán en el extranjero descendiera a cero, como un termómetro que de pronto se sumerge en agua helada. Pero Goebbels transformó los rumores: Pero esto son diabólicas fantasías e invenciones del extranjero, todo esto ha sido propalado por el «judaísmo internacional». El 1.º de abril de 1933 debía celebrarse en Alemania una acción antiboicot, una «represalia contra aquellos embustes que difundía el extranjero». Las víctimas señaladas de antemano: los judíos. —¿Qué dice usted a todo esto y qué papel desempeñó en este caso concreto? —preguntó el abogado doctor Hans Marx a su mandatario, el acusado Julius Strelcher. Este, que había convertido en el objetivo de su vida la persecución de los judíos, contó en el estrado de los testigos una historia, excesivamente ingenua: —Pocos días antes del 1.º de abril fui llamado a Munich a la Casa Parda. Adolfo Hitler me dijo lo que yo ya conocía. En la Prensa extranjera habían lanzado una terrible campaña contra la nueva Alemania y nosotros habíamos de decirle ahora al judaísmo internacional: «Hasta aquí y no más». Dijo que el 1.º de abril había sido el día fijado para nuestra acción de represalia y quería que yo cuidara de toda la organización. De modo que me cuidé de la acción anti-boicot. Ordené que no fuera atacado directamente ningún judío y que delante de todos los comercios había que haber un agente de guardia para que no se atentara contra la propiedad privada. Lo cierto es que aquel día, con la excepción de unos pequeños incidentes sin importancia, todo transcurrió dentro de la mayor

normalidad. Sí, todo transcurrió dentro de la mayor normalidad. En los cristales de los escaparates de los comercios judíos pintaron grandes estrellas de David, los miembros de las SA impedían la entrada a todos los clientes, los guardias se situaban delante de las puertas de las oficinas de los abogados y médicos judíos y en todas partes pegaban grandes carteles: «No compréis a los judíos». Y durante todo el día grandes camiones cargados de miembros de las SA gritando a coro: «¡Judíos, morid!» recorrieron la ciudad. Con aquella acción Goebbels, pretendía acallar la voz de la verdad. Mientras tanto también actuaba la máquina legislativa y de las disposiciones. En el Boletín Oficial del Reich del año 1933 los hechos no admitían ninguna clase de dudas: Los acusados Frick y Neurath habían firmado la anulación de los derechos de ciudadanía a los judíos inmigrados. Frick excluía a los judíos de todos los cargos oficiales de la Prensa y de la Radio, los expulsaba de las universidades, de las profesiones médicas, jurídicas e incluso agrícolas. Las maniobras de la política exterior alejaron la atención del mundo de aquellos sucesos interiores del país: Hitler abandonó la Conferencia del Desarme y declaró que Alemania se separaba de la Sociedad de las Naciones. Quería gozar de libertad de movimientos. Y ya tenía al alcance de sus manos el siguiente objetivo: rearme... Los cien mil hombres de la antigua Reichswehr se convirtieron en los millones de soldados de la nueva Wehrmacht. Pero en este punto Hitler había de vencer antes un nuevo obstáculo: ¿Qué podía hacer con los millones de hombres de su ejército revolucionario, sus SA? Para Hitler, Röhm y sus SA se habían convertido en algo muy molesto. No podía consentir otro poder aparte del suyo. Tenía que eliminar toda posible resistencia. «No debemos olvidar la matanza del 30 de junio de 1934 cuando hablamos de cómo Hitler aniquila toda resistencia en el interior del país — leemos en el Acta de Acusación de Nuremberg—. Esta matanza es conocida con el nombre del «putsch» de Röhm y revela los métodos que estaban dispuestos a llevar a la práctica Hitler y sus colaboradores más íntimos, entre estos el acusado Goering, con el fin de aniquilar toda posible resistencia y reforzar su poder. Aquel día fue asesinado Röhm, jefe del Estado Mayor de las SA desde el año 1931, por orden expresa de Hitler. La «vieja guardia» de las SA fue aniquilada sin ninguna compasión y sin previa advertencia. En aquella ocasión fueron asesinadas todas las personas que en uno u otro momento se habían opuesto a los planes de Hitler.»

De nuevo fue Hermann Goering el que durante el Proceso de Nuremberg tuvo la oportunidad de explicar su actitud ante los sangrientos acontecimientos rodeados de tantos misterios del 30 de junio de 1934, pues él era uno de los principales acusados de la matanza. He aquí su versión oficial: «Las diferencias principales entre Röhm y nosotros consistía en los siguiente: Röhm pretendía seguir un curso mucho más revolucionario. Cuando nos hicimos cargo del poder, Röhm quiso, a toda costa, tener a sus órdenes el Ministerio de la Reichswehr. Pero el Führer se lo negó rotundamente. »Pocas semanas antes del «putsch» de Röhm me confesó uno de los jefes de las SA que había oído decir que se forjaba un plan para derrocar a Hitler y a sus colaboradores más íntimos. Conocía muy bien a Röhm. Le mandé llamar y le expuse todo lo que me habían dicho. Le recordé aquellos tiempos en que habíamos luchado juntos y le exigí que en todo momento le fuera fiel al Führer. Me contestó que en ningún momento había pretendido emprender ninguna acción contra el Führer. »Poco después recibí nuevas informaciones que me decían que estaba en estrecho contacto con aquellos círculos que pretendían, igualmente, enfrentarse a nosotros. El grupo estaba constituido por los que se habían reunido alrededor del antiguo Canciller del Reich, Schleicher. Y también del grupo que ahora formaban en las filas del antiguo diputado del Reichstag, Gregor Strasser, que había sido expulsado del Partido. Me consideré obligado a explicarle todo esto al Führer. Con gran sorpresa por mi parte Hitler me contestó que también él había sido debidamente informado y que consideraba la situación muy peligrosa. Pero quería aguardar el desarrollo de los futuros acontecimientos sin perderlos de vista un solo instante. El siguiente acto se desarrolló tal como acaba de exponer el testigo Körner.» Paul Körner, secretario particular de Goering durante aquellos días, había contestado dos días antes desde el estrado de los testigos de Nuremberg a las palabras del defensor Otto Stahmer: Doctor Stahmer: «¿Qué sabe usted en relación con la rebelión Röhm?». Körner: «Me enteré de que había sido planeado un levantamiento por parte de Röhm cuando se encontraba en compañía del mariscal de campo en Essen, donde asistíamos a la boda del Gauleiter Terboven. Durante la boda Himmler se presentó e informó detenidamente a Hitler. Posteriormente el Führer habló de todo esto con Goering...» Doctor Stahmer: «¿Qué instrucciones recibió Goering?

Körner: «El Führer dio órdenes al mariscal de campo de regresar inmediatamente a Berlín después de la boda, pues él mismo quería trasladarse al Sur de Alemania para averiguar personalmente lo que había de verdad en todos aquellos rumores.» Dejemos que sea Goering quien continúe el relato: «Recibí órdenes de proceder en el Norte de Alemania contra los hombres del grupo Röhm. Algunos habían de ser detenidos. Respecto a Ernst y dos o tres más, el Führer ordenó en el curso del día que fueran ejecutados. El Führer se trasladó a Baviera, donde se celebraba la última reunión del Grupo Röhm, y detuvo personalmente a Röhm y a sus colaboradores más íntimos en Wiesse. Aquellos días el asunto ya había adquirido un carácter muy amenazador porque algunos de los grupos de las SA ya habían sido armados y concentrados. Solo se produjo un incidente durante el cual perdieron la vida dos miembros de las SA. Cuando fue registrado el cuartel general de Ernst, en Berlín, descubrieron en los sótanos pistolas y ametralladoras. »No existía ninguna orden de fusilar también a los restantes detenidos. Pero, durante la detención del antiguo canciller del Reich, Schleicher, este y su esposa fueron muertos. La investigación que se llevó a cabo demostró que Schleicher había querido hacer uso de una pistola. Entonces los dos agentes sacaron a relucir sus pistolas y en aquel momento la señora Schleicher se le echó al cuello y fue cuando se le disparó el arma. Nosotros lamentamos muy vivamente este incidente. »En el curso de la noche me enteré de que habían sido fusilados otros hombres. Incluso algunos que no tenían nada que ver con el «putsch» de Röhm. El Führer regresó aquella misma noche a Berlín. Cuando me enteré que había regresado, fui a verle y le rogué publicara una orden prohibiendo futuras ejecuciones, a pesar de que dos personas que estaban muy complicadas en la conspiración y que el Führer había ordenado fusilar, todavía estaban vivas. Estas dos personas se salvaron. »Le rogué que procediera en este sentido ya que no quería que el caso se le escapara de las manos, como ya había ocurrido en parte. Insistí en que debía poner fin al derramamiento de sangre. El Führer dio la orden en mi presencia. La acción fue comunicada luego al Reichstag y este aprobó la ley de urgencia.» Poco más tarde fue interrogado nuevamente Goering por Jackson: Jackson: «¿Qué delito había cometido Röhm para ser fusilado?» Goering: «Röhm preparó un golpe de Estado durante el cual había de ser

muerto el Führer y a continuación quería lanzar una revolución dirigida principalmente contra el Ejército». Jackson: «¿Estaban ustedes en posesión de pruebas?» Goering: «Teníamos pruebas más que suficientes». Jackson: «Pero no se le dio la oportunidad de defenderse ante un tribunal como a usted en este caso, ¿verdad?» Goering: «Está usted en lo cierto. Quería cometer un acto revolucionario y por este motivo Führer consideró necesario ahogar el crimen en su germen, no a través de un largo proceso jurídico, sino por un aplastamiento inmediato de la revuelta». Jackson: «¿Quién mató a Röhm? ¿Lo sabe?» Goering: «No sé quién lo fusiló». Jackson: «Entre los que fueron muertos también se encontraba Erick Klausner, el jefe de la Acción Católica alemana, ¿verdad? Goering: «Klausner estaba, igualmente, entre los que fueron muertos y fue precisamente el caso Klausner el que me impulsó a rogar al Führer que pusiera fin a otros derramamientos de sangre, pues en mi opinión Klausner fue muerto a pesar de ser inocente». Jackson: «Pero cuando solo faltaban dos para completar la lista entonces intervino usted exigiendo que se pusiera fin a los asesinatos. ¿He dicho la verdad?» Goering: «No, no fue así. Cuando reconocí que habían sido muertas una serie de personas que no tenían nada que ver con el caso, fue cuando intervine, y entonces solo quedaban vivas dos personas que el Führer había ordenado fueran fusiladas, esto es cierto». Esta fue la exposición oficial de los hechos por parte de Goering tal como Hitler las comunicó también oficialmente en el año 1934. Pero un testigo en Nuremberg desfiguró un poco este bonito relato. El defensor del antiguo ministro del Interior Wilhelm Frick, doctor Otto Pannenbecker, interrogó a Hans Gisevius, que en aquellos tiempos trabajaba en el departamento de policía del Ministerio del Interior. Lo que Gisevius declaró bajo juramento era bastante diferente:

—He de decir, en primer lugar, que nunca existió nada parecido a un «putsch» Röhm. El 30 de junio solamente existió un «putsch» Goering-Himmler. Estoy en situación de dar algunos detalles sobre esto, pues en el departamento de policía donde yo trabajaba nos ocupamos extensamente del caso y fui testigo cercano de todo lo acontecido. Las SA no se rebelaron, lo que no quiero sea interpretado como una disculpa hacia los jefes de las SA. Lo cierto es que por un lado se levantaban las SA con su jefe Röhm y por otro Goering y Himmler. Pocos días antes del 30 de junio dieron un permiso general a las SA. Y los jefes de las SA fueron invitados por Hitler a celebrar una conferencia en Wiessel precisamente el día 30 de junio. No es corriente que unos hombres que van a participar en una revuelta vayan al lugar de concentración en coches camas. Fueron sorprendidos en la estación y fusilados allí mismo. «El llamado «putsch» de Munich es una pura fantasía. Las SA de Munich no hicieron el menor intento de rebelión y Röhm y Heines, los supuestos cabecillas de la revuelta, dormían tranquilamente a una hora en coche de Munich, sin tener la menor sospecha de que en aquella ciudad hubiese estallado un levantamiento de las SA tal como pretendían Hitler y Goering. »El «putsch» de Berlín lo seguí desde muy cerca. Y en este golpe de Estado no intervinieron para nada las SA. Uno de los supuestos cabecillas de la revuelta, el SA-Gruppenführer Karl Ernst, estaba muy ocupado los días anteriores al 30 de junio ya que circulaban rumores por Berlín que decían que las SA intentarían un levantamiento. Solicitó ser recibido por el ministro del Interior Frick para darle toda clase de garantías que las SA no pretendían realizar en absoluto un golpe de Estado. Asistí a aquella entrevista fuera de lo corriente en la que un jefe de las SA le aseguraba al ministro del Interior que no tenían la menor intención de lanzar un golpe de Estado. »Karl Ernst emprendió a continuación un crucero de recreo a Madeira. El 30 de junio fue detenido a bordo del transatlántico y llevado a Berlín donde fue ejecutado. Fui testigo de su llegada al campo de aviación de Tempelhof, lo que encontré muy interesante, pues horas antes había leído en los periódicos que ya había sido ajusticiado. »De modo que este es el asunto «putsch» de Röhm y de las SA. Estaba presente cuando el acusado Goering informó a la Prensa el 30 de junio. En esta ocasión dijo que había estado esperando la señal de Hitler y que entonces había reaccionado muy violentamente, rápido como un rayo y había ampliado el círculo de sus atribuciones. Esta «ampliación» les había costado la vida a muchas personas inocentes. Recuerdo especialmente al general von Schleicher y su esposa, von Bredow, el Director ministerial Klausner y muchos otros.» Los misterios del llamado «putsch» de Röhm no fueron revelados por las

declaraciones de Gisevius. La investigación judicial y diferentes procesos antes los tribunales alemanes celebrados a partir del año 1945 nos ofrecen un cuadro bastante claro de lo ocurrido: Hitler, Goering y Himmler eliminaron, el 30 de junio de 1933, con el pretexto de un supuesto levantamiento de las SA, a todos los enemigos introducidos en sus propias filas. La vieja guardia, que durante doce años había luchado por Hitler y que ahora exigía su recompensa, fue aniquilada. Unos cómplices molestos, como Schleicher, Ernst, el incendiario del Reichstag y sus compañeros, que todavía estaban vivos, fueron acallados para siempre. ¿Por qué eligió Hitler la fecha del 30 de junio para la matanza? Hindenburg ya era, en aquellos días, un hombre moribundo. Cabía esperar su fallecimiento de un momento a otro... y con ello se planteaba la cuestión de quién le sucedería como presidente del Reich y jefe de Estado. El canciller Hitler quería ser jefe de Estado, pues solo de este modo podría llegar a ejercer el mando sobre el Ejército. Tenía que actuar y eliminar todos los enemigos mientras Hindenburg todavía viviera. Röhm y sus tres millones de SA representaban para él, sin duda alguna, el mayor de los peligros. Por este motivo Röhm había de morir. El acusado Hans Frank, que en el año 1934 todavía era ministro del Interior bávaro, escribió en su celda de Nuremberg sus impresiones sobre el decisivo golpe de Hitler en Munich. «Cuando me informaron que nuestra cárcel de Stadelheim era el lugar donde habían concentrado a casi todos los detenidos, fui a verlo personalmente. Desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde habían ingresado allí a unos doscientos jefes de las SA que habían sido conducidos por las SS y «por orden del Führer» como «prisioneros del Reich» encerrados en las celdas. Al enterarme de los nombres comprendí, en el acto, que se encontraban allí la mayor parte de las jerarquías de las SA de casi toda Alemania y todos los jefes de Sección del Alto Mando de las SA. »Una hora antes del mediodía llegó Röhm acompañado por todos sus ayudantes y hombres de confianza. Todos ellos fueron destinados a distintas celdas. Crucé los corredores mientras pensaba lo rápido que puede cambiar el curso de la vida de un hombre. Ayer Röhm todavía era un hombre que gozaba de poder, de autoridad e influencia... ¡y lo tenían encerrado en una celda! »Mandé que abrieran la puerta de la celda y entré. Se alegró al verme y me dijo: »—¿Qué significa todo esto? Esta mañana me ha detenido Adolfo Hitler

personalmente en Wiessel. Me ha sacado de la cama. ¿Qué ocurre? Doctor Frank, yo soy soldado, siempre he sido soldado. El Führer está influenciado por mis enemigos mortales. Ya lo verá usted, destruirán las SA completamente. No tengo miedo por mí, pero, se lo ruego a usted, cuide usted de los míos... »Sus ojos, graves y suplicantes, me contemplaban. Cuando me separé de él fue una despedida para siempre. Mientras me estrechaba la mano, Röhm me dijo: »—Todas las revoluciones se comen siempre a sus propios hijos. »Le dejaron a Röhm una pistola sobre la mesa para que se quitara la vida. Pero se negó. »—¡Quiero que sea el propio Hitler quien me fusile! —gritó. »Hacia el mediodía sonó una salva en el patio de la cárcel. Había empezado la ejecución de los jefes de las SA. »Röhm golpeaba contra la pared de su celda y pedía café. Se lo sirvieron en una taza de latón. Tomó el café y arrojó el vaso contra la pared y continuó gritando: »—¡Quiero que me sirvan un café decente, y no esa mierda para presidiarios!» Un antiguo agente de la gendarmería bávara, Johann Mühlbauer, declaró, en 1957, como testigo en el proceso celebrado en Munich contra Sepp Dietrich y Michael Lippert, cómo se realizó el último acto del drama: «Dos hombres de las SS penetraron en la celda de Röhm. Uno de ellos gritó: »—Señor jefe del Estado Mayor, ¡prepárese! »Röhm estaba con el pecho descubierto y los ojos cerrados en el centro de la celda. »Uno de los jefes de las SS ordenó: »—¡Fuego! »Los dos dispararon casi al unísono. »Röhm cayó hacia atrás y su pesado cuerpo golpeó las frías baldosas.

»—¡Mein Führer! ¡Mein Führer! —gritó el moribundo. »—Esto lo hubiese debido pensar antes, no ahora que ya es demasiado tarde —comentó uno de los asesinos y se volvió hacia su compañero—. Dispárele usted el tiro de gracia. »El jefe de las SS se inclinó, apoyó la pistola en el pecho de Röhm y disparó.» Röhm había muerto, y con él las SA..., ya no volverían a desempeñar ningún papel de importancia. Habían desaparecido todos los que se habían atrevido a mirar entre bastidores, todos aquellos que hubiesen podido representar un obstáculo para Hitler.

4. Viena, 25 de julio de 1934 —Si fuera responsable de todos los asesinos alemanes que actuaron en el extranjero, entonces hubiese sido un hombre muy ocupado... El hombre que pronunció estas palabras en el estrado de los acusados, durante el proceso de Nuremberg, era el antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, Constantin von Neurath. La confesión fue sensacional. Hitler ya no tenía nada que temer en el interior del país. Ahora podía cruzar las fronteras. Los incidentes se iban acumulando. —El lunes, 23 de julio de 1934, fue apresado un barco cargado de explosivos en el lago de Constanza por la policía suiza, que se incautó del mismo. Se trataba de un envío de bombas y armas alemanas a Austria. Sidney S. Alderman, del ministerio público americano, leyó esta frase. Habían sido escritas en el Diario del embajador de los Estados Unidos en Berlín, William F. Dodd. «En mi opinión, se trataba de un síntoma muy peligroso», añadió Dodd en su diario. En efecto, dos días más tarde ocurría algo que, por primera vez desde la subida al poder Hitler, advertía al mundo de sus planes futuros. Los asesinos de los que hablaba Neurath se habían reunido para dirigir un golpe de Estado en Viena. Caído por los disparos de los asesinos, el canciller federal austríaco doctor Engelbert Dollfuss se desangraba. Su muerte fue lenta y cruel, mientras sus asesinos, sentados en unas sillas cercanas, fumaban tranquilamente

unos cigarrillos y le negaban toda asistencia médica y espiritual. A la misma hora, Hitler asistía en un palco de la Ópera de Bayreuth a la representación de Oro del Rhin. Pero solo escuchaba con un oído, ya que con el otro prestaba atención alternativamente a sus ayudantes, Julius Schaub y Wilhelm Brückner, que le susurraban las noticias que iban llegando de Austria. Las últimas noticias decían que la acción de la SS Standarte 89 había fracasado y que Mussolini había mandado, con toda rapidez, sus tropas al Brennero para ayudar a Austria frente a Hitler. «Después de la representación, el Führer estaba muy excitado —escribió Friedelind Wagner, testigo de todo lo sucedido aquel día en Bayreuth—. Tenía una expresión terrible.» A pesar de que después del fracaso del golpe de Estado, en realidad hubiese tenido que hacer infinidad de cosas, se dirigió al restaurante de la Ópera. —He de ir allí para que me vean —explicó a sus íntimos—. En caso contrario, creerán que tengo que ver algo con todo eso. —Por las pruebas que obran en nuestro poder —declaró el fiscal general inglés sir Hartley Schawcross, once años después en Nuremberg—, existen muy pocas dudas de que el asesino de Dollfuss fue dirigido desde Berlín y ordenado por Hitler seis semanas antes. El Anschluss de Austria, que en el año 1938 se llevó a cabo con un brillante éxito, fracasó en el año 1934. Y con él falló también el primer intento de Hitler de extender las fronteras de su poder. De todos modos, el intento reveló los métodos que pensaba utilizar para dirigir su política exterior. Todo lo que sucedió el 25 de julio de 1934 en Austria, se repitió posteriormente en una u otra forma. —Y yo me pregunto —indicó Jackson a Goering en un contrainterrogatorio—, ¿es verdad que Hitler ordenó que colocaran una lápida conmemorativa en Viena en honor de los hombres que habían asesinado a Dollfuss y que él mismo depositó una corona al pie de la lápida? ¿Es verdad lo que digo? ¿Puede usted contestar con un sí o con un no? —No, no puedo contestar con un sí o con un no —repuso Goering, evasivo. Es la primera vez que oigo hablar de todo esto. —El Gobierno alemán negó toda relación con el «putsch» y el asesinato de

Dollfuss —declaró Sidney S. Alderman en Nuremberg—. Vamos a estudiar aquí cuál era la situación cuatro años más tarde, el 25 de julio de 1938, después del Anschluss de Austria. Entonces los altos funcionarios alemanes ya no expresaban su disgusto por la muerte del doctor Dollfuss. Revelaban voluntariamente lo que ya sabía todo el mundo, es decir, que se identificaban plenamente con el asesinato del antiguo canciller federal austríaco. Alderman añadió a continuación: —La lápida conmemorativa, señores del Tribunal, hoy está destrozada, como tantas otras cosas, también aquí en Nuremberg, pero descubrimos una fotografía en la Biblioteca Nacional de Viena. Deseo presentar como prueba esta fotografía que fue hecha cuatro años después del golpe de Estado. Una guirnalda de flores rodea la lápida y la cruz gamada, el símbolo nazi, se ve claramente en la guirnalda. En la fotografía se puede leer claramente el texto de la lápida: Ciento cincuenta y cuatro alemanes de la 89 SS-Standarte lucharon aquí por Alemania el 25 de julio de 1934. Siete hallaron la muerte a manos del verdugo. «Confieso que tanto la lápida como la fotografía me interesan de un modo extraordinario. Las palabras elegidas para conmemorar el crimen, y no cabe la menor duda de que las palabras fueron esculpidas cuidadosamente, revelan claramente que los hombres que participaron en la acción no eran unos rebeldes austríacos descontentos, sino que eran miembros de un grupo organizado militarmente que lucharon allí por Alemania. No creemos necesaria otra prueba.» ¿Cuál era la situación en Austria en el año 1934? Al frente del Gobierno había un hombre cuya ambición y energía no estaban en proporción con su presencia física. El doctor Engelbert Dollfuss era un hombre muy bajo y por este único motivo objeto de muchas bromas. Pero Dollfuss se reía muy cordialmente cada vez que le contaban un chiste sobre su persona. Era un hombre de categoría, un hombre de gran habilidad diplomática y, sin embargo, no supo hacer frente a los problemas de su época y cometió algunos errores políticos. Dollfuss era un dictador cristianosocial y había aprendido en la escuela de su hermano mayor: Benito Mussolini. Se entrevistó repetidamente con el jefe del Gobierno italiano solicitando sus consejos. Mussolini, entonces, no era todavía amigo de Hitler. Al contrario, temía que la fuerza y la influencia de Hitler en Europa llegaran a ser demasiado grandes. A Dollfuss llegó incluso a decirle que uno de sus objetivos consistía en «liberar a los pueblos del Danubio del dominio de la raza germana». Dio muchos consejos políticos a su colega austríaco que fueron revelados, algunos años más tarde, cuando fue publicada la correspondencia secreta entre

los dos estadistas. Mussolini deseaba una Austria fascista y exigía de Dollfuss que se enfrentara radicalmente a los socialdemócratas y los nacionalsocialistas. Dollfuss, que estaba en peligro de ser aplastado entre las izquierdas y las derechas, siguió los consejos de Roma. En febrero de 1934 aprovechó el pretexto de una amenaza de huelga por parte de los socialdemócratas para emplazar los cañones en el barrio obrero de Viena. Prohibió el partido socialista y el partido nacionalsocialista. Y sucumbió al destino de todos los dictadores: tenía que gobernar por la fuerza, someter, censurar, aniquilar... y crear campos de concentración. «Residencias», como los llamaban en Austria. También Hitler se encontraba en una situación muy difícil. Quería el Anschluss de Austria, pero, al mismo tiempo, también quería una estrecha colaboración con Mussolini. Por este motivo declaró públicamente que garantizaba la independencia de Austria. Con esta declaración pretendía tranquilizar a Mussolini. Además, estaba convencido que los acontecimientos en Austria evolucionarían a su favor sin que él tuviera necesidad de intervenir directamente. Su delegado, el jefe nacional del partido nacionalsocialista, Theo Habicht, recibió plena libertad para dirigir los actos de terror y de sabotaje. En el proceso de Nuremberg fue nuevamente Goering el que pudo dar un relato más amplio sobre estos acontecimientos: «—Era lógico y natural que habíamos de crear el momento propicio para que la unión de los dos pueblos hermanos de sangre alemana pudiera tener lugar. La garantía que dio Hitler en relación con la soberanía de Austria no era ningún engaño, sino que habló completamente en serio. Lo más probable es que por el momento no viese ninguna posibilidad. Yo mismo era mucho más radical en este caso concreto y rogué repetidas veces no se comprometiera a nada en la cuestión austríaca. Pero él creía que estaba obligado con respecto a Italia. »Es lógico, además, pensar que después de haber llegado el partido nacionalsocialista al poder en Alemania, el partido nacionalsocialista austríaco, a medida que pasaban los días, se veía cada día más fuerte. De esto resultaba una situación muy tensa, sobre todo en Austria. Esta tensión había de ir cediendo. Este fue el origen de la lucha política. Es natural que nosotros tuviéramos más simpatía a los nacionalsocialistas, aumentada por el hecho que el partido austríaco era perseguido con mucha saña. La mayoría eran internados en campos, semejantes a nuestros campos de concentración.» El cónsul general americano, que entonces estaba en Berlín, George S. Messersmith, futuro embajador en Viena, presentó una larga declaración jurada en Nuremberg. Relataba igualmente estos hechos:

«Poco después de llegar los nazis al poder, altos funcionarios del Gobierno alemán me indicaron que el Anschluss de Austria era una necesidad política y económica y que este se llevaría a cabo sin importar los medios que fueran necesarios para ello. La única duda que existía era cuándo y cómo. Durante mi estancia en Austria me comunicaron en varias ocasiones el canciller Dollfuss, el presidente Miklas y otros altos funcionarios del Gobierno austríaco, que el Gobierno alemán ejercía, continuamente, una presión sobre el Gobierno austríaco.» ¿Cuál era esta presión? Grupos del partido nacionalsocialista llevaban a cabo actos de terror en la ilegalidad. Cuando el peligro se cernía sobre ellos, cruzaban la frontera alemana. Messersmith declaró ante el Tribunal de Nuremberg: «—Los actos de terror estaban a la orden del día. Los atentados con bombas iban dirigidos en primer lugar contra los ferrocarriles, los centros de turismo y la Iglesia católica, que a los nazis les parecía la organización más poderosa que se enfrentaba a ellos. Durante este período me informaron altos funcionarios del partido nazi que estos atentados eran dirigidos por ellos. Durante mis conversaciones con los altos jefes nazis, no trataron nunca de ocultar estos hechos. Al contrario, se hacían personalmente responsables de estas actividades en Austria.» Además de los actos de terror, los nazis trataban de ejercer una presión sobre Austria con la Legión austríaca. Esta organización, una fuerza militar de varios miles de hombres, estaba emplazada en la frontera austríaca en Alemania como una amenaza directa y constante. No cabía la menor duda de que era apoyada, en todos los sentidos, por el Gobierno nazi de Alemania, ya que, en caso contrario, no hubiese podido existir. También habían sido los alemanes los que la habían armado y estaba compuesta por nazis austríacos que habían huido de su país. El 25 de julio de 1934 provocaron el golpe de Estado durante el cual perdió la vida el canciller federal Dollfuss. «El doctor Kurt Rieth, embajador alemán en Viena, estaba al corriente de todo», leemos en la declaración de Messersmith. Cuatro semanas antes del «putsch», el ministro de Propaganda Goebbels, según declaró Messersmith, bajo juramento, en Nuremberg, le había dicho al embajador italiano Cerutti: «Dentro de un mes tendremos un Gobierno nazi en Austria». El 25 de julio de 1934 amaneció radiante, sin nubes, era un hermoso día de

verano. En Viena todo estaba tranquilo, alegre, nadie podía prever nada malo. En la comisaría de policía del Distrito XVI, el comisario Johann Dobler sostenía un papel en la mano en el cual aparecía escrito: «89 — 1/4 1 horas, Siebensterngasse, número 11.- Gimnasio federal.» Este era el lugar en donde habían de reunirse los que debían tomar parte en el «putsch». Dobler era considerado, por los conjurados, como uno más de ellos. Había de tomar parte en la acción. Pero Dobler no tomó parte. Su conciencia se lo impidió en el último instante. Cogió el teléfono y llamó al Frente patriótico, el partido del Gobierno Dollfuss. —Se trata de un asunto urgente —indicó por teléfono—. No puedo decirles mi nombre, pero soy inspector de la policía. Dentro de un cuarto de hora estaré frente al café Weghuber. Por favor, manden a alguien. El secretario del Frente patriótico mandó a un hombre de confianza, Karl Mahrer, al lugar convenido. Mahrer y Dobler entraron en la cafetería y pidieron un café. El funcionario de la policía enseñó sus papeles y exigió que también su interlocutor enseñara su documentación. Y a continuación le contó una historia fantástica: —Para esta tarde está planeado un atentado contra la vida de Dollfuss. Ha de ser prevenido a toda costa. Me han invitado a participar en ese golpe de Estado... Mahrer estaba horrorizado. Quiso la casualidad que en el mismo café se sentara, en otra mesa, un íntimo conocido de Mahrer, el antiguo capitán Ernst Mayer. Mayer desempeñaba un papel importante en el Heimatschutz y contaba con muy buenas relaciones con el Gobierno. Mahrer invitó al capitán a sentarse en su mesa y Dobler hubo de repetir aquella fantástica historia. Pocos minutos más tarde, Mayer llamaba por teléfono al segundo hombre del Gobierno, el comisario general del Estado, comandante Emil Fey. Mayer hizo unas vagas insinuaciones y le dijo finalmente a Fey que no podía contárselo todo por teléfono. Acordaron una nueva cita. Se perdía un tiempo precioso. Dobler, Mahrer y Mayer fueron a otra cafetería, el café Central. Allí ya les esperaba un enviado de Fey y Dobler repitió por tercera vez su historia. El

hombre de confianza de Fey escuchó atentamente el relato, se despidió y algo más tarde informaba a su superior. El comisario de Estado, Fey, no se extrañó, pues ya por otra parte le habían informado de algo parecido. A pesar de todo, consideró conveniente informar al canciller federal. El doctor Engelbert Dollfuss celebraba en aquellos momentos reunión de ministros y estaba reunido todo el Gobierno. Tenía la intención de entrevistarse nuevamente con Mussolini. Su esposa y los hijos ya se le habían adelantado y estaban en Riccione, y él quería despachar una serie de asuntos en Viena antes de ir allí. Fey entró silencioso en la sala de reuniones, se inclinó hacia Dollfuss y le dijo en voz baja que había de hablar un momento con él a solas. —¿Tan importante es? —preguntó el canciller, al que le había disgustado la interrupción. —Muy importante —insistió Fey. Los dos hombres se retiraron a la antesala y Fey le expuso al canciller lo que estaba en juego. Más tarde se dijo que Fey había tardado en prevenir al jefe del Gobierno del peligro que se cernía sobre él, pues no le tenía ninguna simpatía. Sin embargo, no existe ninguna prueba que confirme esta teoría. Lo cierto es que esta entrevista se celebró cuando ya era demasiado tarde. Dollfuss no le dio al principio ninguna importancia a lo que le contó Fey. Ya hacía meses que bajo la impresión de los actos de terror por parte de los nacionalsocialistas se venía hablando en toda Austria de un golpe de Estado..., pero luego había resultado que se trataba de un rumor sin fundamento. —Y esta vez ocurrirá lo mismo —comentó Dollfuss. —No, esta vez va muy en serio —insistió Fey. Tuvo que conversar largamente con el canciller hasta que, por fin, este decidió adoptar algunas medidas. Dollfuss regresó a la sala donde estaba reunido el Gobierno en pleno, informó detenidamente a los ministros y les rogó que regresaran a sus puestos en espera de nuevas instrucciones. —En el caso de que no ocurra nada —dijo dudando todavía de la veracidad de los informes—, nos volveremos a reunir aquí a las cinco. Suspendieron la reunión. Dollfuss se quedó en la Cancillería en

compañía de Fey y el director de Seguridad, secretario de Estado Karl Karwinsky. Las medidas policíacas, que mientras tanto habían ordenado a disgusto tanto Dollfuss como Fey, se cumplían con vacilaciones y con retraso. En el Gimnasio federal en la Siebensterngasse el comisario de la policía criminalista veía cómo docenas de hombres se quitaban sus ropas de paisano y se ponían los uniformes del regimiento «Deutschmeister». Vio cómo llegaban unos camiones, cómo cargaban cajas de munición y cómo saltaban a los mismos unos falsos soldados. Telefoneó con su oficina. Le prometieron movilizar a unos cuantos detectives, pero no hicieron nada. Mientras tanto, los dos camiones cargados con los conspiradores ya corrían hacia el centro de la ciudad, donde estaba situada la Cancillería. Otro grupo, a las órdenes de Hans Domes, se hallaba camino de la Ravag, la RadioVerkehrs-AG, para ocupar el edificio de la emisora de radio. Un tercer grupo, al mando del agente de las SS Max Grillmayer, se dirigía en un coche turismo en dirección a Velden, junto al lago Wörther, para detener al presidente federal Miklas, que se encontraba allí pasando las vacaciones. El primer grupo llegó, sin encontrar la menor resistencia, al Ballhausplatz. Delante de la Cancillería solo había la guardia de honor con fusiles descargados. Abrieron, en el acto, las pesadas puertas de entrada a los camiones. Los uniformes del regimiento «Deutschmeister», que se habían puesto los asesinos, no despertaban sospechas. Creyeron que se trataba de soldados del Ejército regular federal. Eran las doce horas y cincuenta y tres minutos. En el patio, los hombres de las SS saltaron de los camiones. Los pocos policías que estaban de servicio fueron desarmados sin ninguna dificultad. A continuación, los rebeldes entraron en el edificio. Tenían un plano exacto del antiguo palacio de Metternich, un poco complicado en su concepción arquitectónica, y rápidamente ocuparon todas las posiciones clave. Unos quince funcionarios de la Cancillería, policías y conserjes fueron detenidos y concentrados en el patio. El grupo central de los conspiradores, unos ocho hombres, corría mientras tanto por los corredores y escaleras hacia las habitaciones donde suponían que se encontraban, en aquellos momentos, Dollfuss y los restantes miembros del Gobierno. El ruido del asalto ya había llegado a la sala de las columnas, el histórico salón de reuniones. El canciller federal sabía, por fin, que la situación estaba

repleta de peligros y que los informes que le habían dado eran justificados. El director de Seguridad Karwinsky cogió a Dollfuss por el brazo y le dijo excitado: —¡Subamos al tercer piso, señor canciller, allí estará usted seguro! Confuso y desconcertado, Dollfuss siguió el consejo. Pero a los pocos pasos les salió al encuentro el mayordomo Hedvicek, un hombre que le era fiel al canciller. —¡No, no! —gritó a Dollfuss—. Venga usted conmigo, por una puerta secreta le llevaré al Archivo del Estado y desde allí saldremos a la calle. Dollfuss vacilaba. Era una escena dramática. Karwinsky tiraba del canciller por un brazo, Hedvicek por el otro. Durante unos segundos, los dos hombres trataron de convencer al canciller, mientras que por la escalera ya se oía subir a los asesinos. Dollfuss se decidió finalmente por seguir a Hedvicek. Con la respiración entrecortada llegaron a la puerta. ¡Estaba cerrada! Desesperados, dieron media vuelta. En aquel momento se abrió la puerta. Habían llegado los asesinos. El primero de estos, Otto Planetta, se acercó, empuñando la pistola, a Dollfuss. El canciller levantó las manos, tal vez para protegerse la cabeza, o quizá para arrebatarle al asesino el arma de las manos. Planetta disparó desde medio metro de distancia. Dollfuss fue herido en el hombro y se tambaleó. Planetta disparó por segunda vez. La bala dio al canciller en el cuello. Cayó de espaldas. —¡Auxilio, auxilio! —susurró. —¡Levántate! —gritó Planetta.

—No puedo —murmuró Dollfuss. Y a continuación perdió el conocimiento. Dos de los asesinos cogieron al canciller federal y lo tumbaron sobre un estrecho diván, cubriéndolo con una funda de muebles. De momento lo abandonaron a su suerte. Eran exactamente las trece horas. Al mismo tiempo, el grupo Domes había llegado al edificio de la emisora de radio. Los hombres de la SS rompieron los cristales de la ventana de la planta baja, mataron al inspector de policía Flick y se abrieron paso hasta la emisora. Los técnicos se vieron obligados a interrumpir el concierto de mediodía y el locutor, amenazado con una pistola, transmitió la siguiente noticia: «El Gobierno Dollfuss ha presentado su dimisión. El doctor Rintelen se ha hecho cargo de los asuntos de Gobierno.» El doctor Anton Rintelen, el «rey de Estiria», aguardaba mientras tanto en el hotel Imperial. Cuando el golpe de Estado hubiese alcanzado el éxito previsto, formaría el nuevo Gobierno nacionalsocialista. Esperó en vano. La SS-Standarte 89 había olvidado que la emisora en el Bisamberg era mucho más importante que el edificio de la radio. Los ingenieros, fieles al Gobierno, interrumpieron las emisiones tan pronto fue transmitida la primera noticia de los rebeldes. Las unidades ilegales de las SS y de las SA en toda Austria se quedaron sin recibir instrucciones que, tal como había sido convenido, les serían dadas por radio. No sabían dónde habían de concentrarse, hacia dónde dirigirse. En el Ministerio de la Guerra, mientras tanto, se habían reunido los miembros del Gobierno a los cuales Dollfuss había despedido poco antes y celebraron una reunión. Hablaron por teléfono con el presidente federal Miklas, que encargó de los asuntos provisionales del Gobierno al ministro de Educación doctor Kurt Schuschnigg. Este recibió plenos poderes... podía responder al golpe. En algunos lugares de Austria se entablaron tiroteos, que terminaron con una victoria completa de las fuerzas del Gobierno. El edificio de la radio fue reconquistado después de una lucha que duró dos horas. Un hombre de las SS, llamado Schredt, halló la muerte y los restantes fueron detenidos. También el grupo Grillmayer, que había de apresar al presidente federal en su residencia de verano, fue detenido en una cafetería de Klagenfurt, del hotel Stadt Triest,

cuando se pararon allí para tomar un refresco, antes de haber llegado a su punto de destino. El «putsch» había sido aplastado. Solo la Cancillería continuaba en manos de los conspiradores. Fuerzas de la policía y del Ejército, fieles al Gobierno, la habían rodeado mientras tanto, pero sin hacer uso de la fuerza, para no poner en peligro las vidas de los miembros del Gobierno en el edificio. Los rebeldes se encontraban en una situación desesperada. El jefe de la revuelta, Gustav Wächter, y el «jefe militar» de la empresa, Fridolin Glass, no estaban presentes, ya que, por extraño que parezca, habían llegado tarde al lugar de reunión. También el doctor Rintelen, que había de formar el nuevo Gobierno, intentó desaparecer, pero fue detenido en el hotel Imperial por el redactor doctor Friedrich Funder y aquella misma noche se pegó un tiro en la cabeza. Hasta el final de su vida, en 1946, quedó paralizado por aquel intento de suicidio. Los asesinos en la Cancillería federal ya solo contaban con un arma: los rehenes Dollfuss, Fey y Karwinsky. Paul Hudl y Franz Holzweber, los cabecillas de la rebelión, estaban tan desconcertados que se dirigieron a Fey y le dijeron que ya no sabían qué hacer. La actitud de Fey fue posteriormente aprobada por un consejo de honor de oficiales, ya que había actuado bajo la amenaza a su vida. Pero, en aquel momento, su papel era harto dudoso. Telefoneó al Gobierno provisional de Schuschnigg y a instancias de los rebeldes, envió una nota a las fuerzas sitiadoras, en la que se leía que Dollfuss quería evitar todo derramamiento inútil de sangre, y que el doctor Rintelen era el nuevo canciller federal y que él mismo, Fey, había asumido el poder ejecutivo. Schuschnigg y sus ministros se negaron a aceptar esta declaración porque era evidente que había sido hecha bajo amenazas. Encargaron al ministro Social Odo Neustädter-Stürmer de ponerse en contacto con los rebeldes que estaban cercados y presentarle un ultimátum: En el caso de no rendirse voluntariamente, asaltarían las fuerzas del Gobierno el edificio. Dollfuss continuaba tumbado en el estrecho diván. Uno de los asesinos se había sentado ante la mesa de trabajo del canciller y fumaba tranquilo un cigarrillo. Dos prisioneros, el sargento de la policía Johann Greifeneder y un tal Jellik, recibieron permiso de los rebeldes para atender al herido. Con paños húmedos lograron que recuperara el conocimiento.

—¿Cómo están mis ministros? —fue la primera pregunta del canciller en una voz apenas perceptible. A continuación rogó a Greifeneder que le moviera los brazos, ya que él no tenía fuerzas para hacerlo. Estaba paralizado y tenía plena conciencia de la gravedad de su estado. Pidió que le enviaran a un médico, y a un sacerdote. Pero los rebeldes se negaron rotundamente. Simplemente, pusieron un poco de algodón en la herida que presentaba el canciller en el cuello. Se desangraba interiormente. —Tengo mucha sed —gimió Dollfuss. Greifeneder le humedeció los labios con un pañuelo mojado. Dollfuss quiso hablar a continuación con los rebeldes. Llamaron a Hudl. Este se inclinó hacia el canciller. —Señor canciller federal —dijo muy cortés—, ¿me ha mandado llamar? Al parecer, durante unos instantes se compadeció del herido, pues añadió rápidamente: —Si no se hubiese resistido, ahora estaría bien. —He sido soldado —susurró Dollfuss. Quería hablar con Schuschnigg, pues sabía que se acercaba el fin. Pero Hudl le interrumpió fríamente esta vez: —Esto no nos interesa. Vayamos al grano. Dé orden de que no emprendan ninguna acción contra la Cancillería hasta que el doctor Rintelen se haya hecho cargo del Gobierno. Pero Dollfuss se mostró muy firme en la hora de su muerte. Se negó a servir de intermediario a los rebeldes. —Un médico —suplicó. —Ya he mandado llamar a uno —mintió Hudl. Dollfuss apenas podía hablar. Con grandes esfuerzos pidió que le dejaran hablar con Fey. Este fue llamado por los rebeldes y se inclinó hacia el canciller, al que apenas se podía oír.

—Salude usted a mi esposa —susurró Dollfuss—. Ruegue usted a... a Mussolini... que cuide de mis hijos. Los minutos pasaban. De nuevo abrió Dollfuss los ojos. Vio a los conjurados en la cabecera del diván. Una suave sonrisa iluminó su pálido rostro. —Muchachos, sois tan buenos conmigo —se le oyó decir claramente—. ¿Por qué no lo son también los demás? Yo solo quería la paz..., nosotros nunca hemos atacado... siempre hemos tenido que defendernos... Que Dios les perdone... Estas fueron sus últimas palabras. Eran las quince horas cuarenta y cinco minutos. A última hora de la tarde se presentó el ministro Neustädter-Stürmer ante la Cancillería. El comandante Fey salió al balcón en compañía de dos rebeldes. El ministro en la calle y el comandante en el balcón sostuvieron una conversación excesivamente grotesca. Fey: «¿Dónde está Rintelen?» Neustädter: «Si no abandonáis el edificio antes de las diecisiete horas cincuenta y cinco minutos, ¡lo asaltaremos!» Fey: «¡Prohíbo esta acción!» Neustädter: «¡Tú no tienes nada que prohibir!... ¡Entrégate prisionero!» Mientras tanto hablaba desde el interior del edificio Holzweber con el embajador alemán doctor Rieth. —Jefe superior de los rebeldes Friedrich —anunció con su nombre clave—, ¡el golpe de Estado ha fracasado! El embajador alemán se trasladó rápidamente al Ballhausplatz para hacer algo en favor de sus SS. Allí habían continuado las negociaciones entre Neustädter-Stürmer y los rebeldes, que habían amenazado con matar a sus rehenes. Estaba, sin embargo, dispuesto a rendirse si se le concedía una escolta hasta la frontera alemana. El ministro se decidió finalmente a dar esta seguridad para salvar la vida de los rehenes. Dio su palabra de honor de soldado.

Mientras había aparecido también el embajador alemán en el lugar. —¡Vaya complicaciones! —dijo como saludo. —Excelencia —le repuso uno de los funcionarios del Gobierno—, es curioso que no encuentre otras palabras para calificar estos hechos tan horrendos. La culpa de la sangre que ha sido derramada la tienen al otro lado de la frontera. Rieth se dirigió a Neustädter-Stürmer y se ofreció como intermediario. Pero el austríaco rechazó fríamente su oferta. —Lo que sucede aquí, es de nuestra incumbencia —dijo el ministro—. Además, no considero prudente que se mezcle usted con rebeldes. —En este caso, no tengo nada que hacer aquí —replicó ofendido el embajador. Eran las diecinueve horas treinta minutos, la hora en que Hitler en Bayreuth estaba escuchando la música de Wagner y las noticias que le susurraban sus ayudantes. Las fuerzas fieles al Gobierno ya habían ocupado la Cancillería. Lo que sucedió a continuación apenas tiene importancia. Poco después de entrar en el edificio descubrieron el cadáver del canciller federal y los rebeldes, a pesar de la palabra de honor que se les había dado de que serían conducidos hasta la frontera alemana, fueron detenidos. —Di mi palabra de honor de soldado —declaró Neustädter-Stürmer durante el proceso—. Pero una palabra de honor de soldado solo se da a otro soldado. Ruego al Tribunal considere y juzgue si fueron soldados los que abandonaron sin ayuda médica y espiritual al moribundo. Planetta, el asesino del canciller, confesó que había disparado los dos tiros. El y Holzweber fueron condenados a muerte, así como otros cinco rebeldes, mientras que Hudl, antiguo teniente condecorado, fue condenado a cadena perpetua..., hasta el Anschluss del año 1938. Planetta subió al patíbulo gritando: «¡Heil Hitler!» Pero su Hitler se había apresurado a hacer marcha atrás. Calificó a sus instrumentos de «elementos incapacitados», negó toda relación con los acontecimientos e incluso expresó su más vivo pesar por todo lo ocurrido. La Reichswehr y las SS contuvieron, en el último instante, a la Legión austríaca, que ya se encontraba camino de la frontera. Y el ministro de Propaganda Goebbels mandó anular, con toda urgencia, las noticias que iban a radiar sobre

el éxito del golpe de Estado en Austria. El embajador alemán que se había comprometido a los ojos de todo el mundo fue llamado a Berlín y sustituido por Franz von Papen. Pero cuatro años más tarde los rebeldes que habían sobrevivido participaron en un desfile en su honor y fue descubierta una lápida conmemorativa. Y en el proceso de Nuremberg el fiscal americano Sidney S. Aldermann dijo: —En el año 1938, Alemania se identificó orgullosamente con el asesinato, se arrogó el mérito y cargó con toda la responsabilidad.

5. Hitler descubre sus planes El Ministerio público en el Proceso de Nuremberg había proporcionado nueva documentación a la vista. Las hojas comprendían un capítulo muy oscuro. Ahora se le ofrecía la ocasión al pueblo alemán de conocer, con exactitud, lo ocurrido a la muerte de Hindenburg en el año 1934. El 26 de julio de 1934 empeoró el estado de salud del presidente del Reich, que ya había cumplido ochenta y siete años. El empeoramiento fue súbito. Hans Heinrich Lammers, jefe de la Cancillería del Reich, se encontraba aquel día en Neudeck para informar al anciano jefe de Estado sobre los acontecimientos en Austria y el asesinato del canciller federal Dollfuss. Había recibido el encargo de Hitler, de apaciguar al anciano estadista. Pero Hindenburg, a pesar de todos los pretextos, veía la realidad de lo sucedido. Solo hacía cuatro semanas que en el escenario de la política alemana se había presentado el sangriento drama de Röhm, y el biógrafo Walter Görlitz escribe: «Hindenburg debió comprender que el asesinato reinaba en Alemania.» Todas aquellas emociones eran demasiado intensas para el anciano. Desde la visita de Lammers se vio obligado a guardar cama. Las convulsiones políticas habían destruido su equilibrio interno. Los médicos, en primer lugar el profesor Ferdinand Sauerbruch, se esforzaban, inútilmente, en darle nuevas fuerzas. Los días de Hindenburg estaban contados. Para Hitler había llegado el momento de actuar y dar el último golpe. Ya hacía tiempo que estaba decidido a apropiarse de la jefatura de Estado, pues, de este modo, obtendría el mando sobre el Ejército. Y tenía necesidad del mando sobre las fuerzas armadas, necesitaba la Reichswehr y la futura Wehrmacht para los planes que pronto descubriría públicamente. Mientras Hindenburg todavía respiraba y se

preparaba para la muerte, el 1.º de agosto de 1934, Hitler impuso a sus ministros, que no se atrevían a contradecirle: «El cargo de presidente del Reich será unificado con el de canciller del Reich. Por consiguiente, la autoridad del actual presidente del Reich será conferida al Führer y canciller del Reich, Adolf Hitler.» A la misma hora se acordó que la Reichswehr prestara, sin pérdida de tiempo, juramento de fidelidad al nuevo jefe de Estado. Hitler tenía mucha prisa. ¿Acaso le remordía la conciencia? Aquella tarde, después de, merced a esta disposición, haber reunido todo el poder en sus manos, ¡osó trasladarse a Neudeck y presentarse ante el moribundo Hindenburg! La historia de la humanidad solo conoce muy pocos casos tan indignos y vergonzosos como este. Incluso lo que ocurrió durante las últimas horas de Hindenburg fue tergiversado posteriormente por Hitler. Según el relato de Hitler, que más tarde fue difundido por Franz von Papen y que con el tiempo fue adornado con toda clase de detalles legendarios, Hindenburg estaba postrado en cama con los ojos cerrados cuando entró Hitler. El hijo del presidente del Reich, Oskar von Hindenburg, le dijo al moribundo: —Padre, ha llegado el canciller del Reich. Hindenburg no reaccionó. Su hijo repitió las palabras. —¿Por qué no ha venido antes? —murmuró, entonces, Hindenburg con los ojos todavía cerrados. —Al canciller del Reich le ha sido imposible venir antes —le explicó Oskar von Hindenburg a su padre. —Ah, ya comprendo —susurró el anciano. —Padre —empezó de nuevo Oskar—, el canciller Hitler desearía hablar de una o dos cosas contigo. Por fin el moribundo Hindenburg abrió los ojos. Una larga mirada enigmática quedó fija en Hitler, pero ni una sola palabra surgió de los labios del anciano. Cerró de nuevo los ojos... y ya no los abrió más. Si este relato fuera cierto, entonces interpretaríamos la silenciosa mirada de Hindenburg como una terrible acusación. Hitler, que le gustaba dirigir largas

y penetrantes miradas, se dijo, cuando inventó la leyenda, que interpretarían aquella mirada de Hindenburg como una «última misión». En realidad, todo había sucedido de un modo muy diferente: En la habitación del moribundo se hallaban presentes, cuando llegó Hitler, los médicos y las dos hijas del mariscal. El presidente del Reich se encontraba en estado de agonía y lo más seguro es que ni siquiera se diera cuenta de la presencia de Hitler. Sus últimas palabras, apenas perceptibles, fueron: —Mi emperador... mi patria alemana... A las nueve horas del 2 de agosto de 1934 los médicos certificaron la defunción. Por fin, Hitler podía ahora gobernar de un modo absoluto y Franz von Papen confiesa libremente en sus Memorias: «La muerte de Hindenburg eliminó el último obstáculo al poder absoluto de Hitler.» Todo había sido previsto y preparado cuidadosamente. —El 4 de abril de 1933, el Gabinete del Reich aprobó una disposición para la creación de un «Consejo de defensa del Reich» —declaró en Nuremberg el fiscal americano Thomas J. Dodd—. La misión secreta de este Consejo era movilizar para la guerra. Durante la segunda reunión, el acusado Keitel, que entonces era coronel y presidente del Consejo, insistió sobre la urgencia de la misión de crear una economía de guerra y anunció que el Consejo estaba decidido a eliminar todos los obstáculos que se opusieran al cumplimiento de esta misión. Este objetivo de encauzar la economía alemana para fines bélicos está también demostrado por el informe secreto de la sexta reunión, que se celebró el 7 de febrero de 1934. En el curso de esta sesión el teniente general Beck declaró que «el objeto de esta reunión era crear el ambiente de guerra». Fueron discutidos todos los detalles para la obtención del dinero para financiar una guerra en el futuro. Se dispuso que de los puntos de vista financieros de la economía de guerra, se encargara el Ministerio de Economía del Reich y el Reichsbank a las órdenes del acusado Schacht, que fue nombrado en secreto el 31 de marzo de 1935 plenipotenciario de la Economía de guerra. En caso de guerra había de convertirse en el dictador de la economía alemana. De este modo toda la economía alemana quedaba a disposición de los conjurados nazis, principalmente del acusado Schacht y todo con vistas a la guerra. En un estudio sobre la movilización económica para la guerra, del 30 de setiembre de 1934, se convino que ya se habían tomado las medidas para constituir grandes depósitos y crear nuevas bases de producción de las materias

que era más difícil obtener. Reservas de combustible y carbón fueron creadas y se aceleró la producción de petróleo sintético. La economía civil fue organizada de tal modo que la mayoría de las industrias trabajaban para la Wehrmacht. «Cañones en lugar de mantequilla», fue la consigna dada por Goering. El ejército de los sin trabajo se iba reduciendo, pues la industria del armamento englobaba toda la mano de obra. Fueron construidas unas autopistas estratégicas y el pueblo fue contentado con la Fuerza por la Alegría y otras tumultuosas manifestaciones de los verdaderos fines que perseguía el Gobierno. El general Georg Thomas, antiguo jefe del Estado Mayor económico en el Ministerio de la Reichswehr, pronunció el mes de mayo de 1939 una conferencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Berlín durante la cual, públicamente, trató del rearme. El fiscal Dodd leyó en Nuremberg los párrafos más sobresalientes: —La Historia conoce muy pocos casos —dijo Dodd—, en que un país, en tiempos de paz, dirija todas sus fuerzas económicas de un modo consciente y sistemático a las exigencias de guerra. Otra prueba que presentó Thomas J. Dodd hacía referencia al diario del embajador americano William E. Dodd: «En septiembre de 1934 el acusado Schacht expuso, sin rodeos de ninguna clase, al embajador americano en Berlín que el partido de Hitler se había decidido de un modo irrevocable por la guerra.» En un documento confiscado a los alemanes, un «asunto secreto del Estado», se confirma de nuevo el objetivo bélico. El fiscal Dodd leyó el documento citado: —En el curso de una reunión, a la que asistieron Schacht y otros, Goering manifestó que Hitler le había dado instrucciones al ministro de la Guerra en el sentido de que la guerra con los rusos era del todo inevitable y que, por consiguiente, «era necesario adoptar, con la mayor urgencia, las mismas medidas que si nos encontráramos en un peligro de guerra inminente». Me refiero, de un modo especial, al tercer párrafo que dice: «El presidente del Consejo de ministros, capitán general Goering, considera como misión el transformar en el plazo de cuatro años toda la industria para los objetivos de guerra». Hitler no tenía conciencia. En una conversación revelada en Nuremberg, y que se sacó de las anotaciones tomadas por Hermann Rauschning, dice: —Libraré a los seres humanos de la sucia, denigrante y venenosa locura...,

llamada conciencia y moral. El 7 de marzo de 1936, Hitler declaró ante el Reichstag alemán, según leyó en Nuremberg el fiscal americano Sidney S. Alderman un extracto del Völkischen Beobachter: «No presentamos ninguna reclamación territorial a Europa. Sabemos que las tensiones en Europa no pueden ser solucionadas con la guerra.» El día en que Hitler pronunció este discurso, provocó también el Caso Schlung: la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania. La joven Wehrmacht alemana invadió aquellas regiones que habían sido declaradas desmilitarizadas por un tratado internacional. Y de nuevo leyeron en Nuremberg párrafos del Wölkischen Beobachter, en los que se comprobaba cómo tergiversó Hitler su acción ante el Reichstag: «Francia siempre ha contestado a los ofrecimientos de amistad alemanes y a las seguridades de paz violando el pacto del Rhin al firmar con la Unión Soviética una alianza militar dirigida única y exclusivamente contra Alemania. Por consiguiente, Alemania ya no se la considera ligada al Pacto. En interés del derecho de un pueblo y de su propia seguridad, el Gobierno del Reich ha restablecido, con fecha de hoy, la plena e ilimitada soberanía del Reich en la zona desmilitarizada de Renania.» Hitler había logrado, basándose en esta justificación, dar un paso decisivo ante el pueblo alemán y el mundo entero como una espontánea reacción después de la firma del pacto francosoviético. Pero en Nuremberg se demostró, por otro documento que había sido encontrado a los alemanes, que ya se había previsto la entrada de las tropas alemanas en Renania el 2 de mayo de 1935. El documento mencionado decía lo siguiente: «La acción ha de ser llevada a la práctica con el nombre clave de «Schlung» y con la rapidez de un rayo. Se exige el mayor secreto sobre la operación. Los preparativos han de llevarse a cabo a pesar del deficiente estado en que se encuentra nuestro armamento.» La Sociedad de Naciones en Ginebra declaró impotente: «El Gobierno alemán se ha hecho culpable de la violación del Artículo 43 del Tratado de Versalles, cuando el 7 de marzo de 1936 penetró con fuerzas armadas en la zona desmilitarizada. Al mismo tiempo que Alemania ocupaba Renania, violando los Tratados de Versalles y de Locarno, ha intentado, nuevamente, confiar a las demás potencias europeas y mecerlas en una falsa

seguridad alegando que no tenía reclamaciones territoriales que presentar en Europa.» Frecuentemente se ha dicho que el mundo se hubiese visto libre de los horrores de los años siguientes si Francia, el 7 de marzo de 1936, se hubiese enfrentado, enérgicamente, a este primer paso militar de Hitler. La noche en que se discutió la ocupación de Renania en el proceso de Nuremberg, el psicólogo Gustave E. Gilbert mantuvo una larga conversación con Wilhelm Keitel en la celda de este último. —No cabe la menor duda de que Hitler fue un cerebro destructor — declaró Gilbert al antiguo jefe del Alto Mando de la Wehrmacht. —Sí —admitió Keitel—, y al principio incluso se vio acompañado por la suerte. Hubiese sido mucho mejor si no hubiese tenido tanto éxito en todo lo que emprendía. Imagínese usted, ocupamos la zona de Renania con solo tres batallones..., ¡nada más tres batallones! En aquella ocasión comenté con Blomberg: «—¿Cómo podemos emprender una acción así con solo tres batallones? Supongamos por un momento que Francia se defiende... »—Oh, no tema usted —contestó Blomberg—. Vamos a probar suerte». —Supongo que un solo regimiento francés hubiese podido, en aquellas circunstancias, haberles obligado a retroceder —dijo Gilbert. Keitel hizo un ligero movimiento con la mano, como el que trata de ahuyentarse un molesto moscardón: —Así..., nos hubiesen arrojado de allí... y no me hubiera causado ninguna sorpresa. Pero cuando Hitler vio lo fácil que resultaba todo..., pues una cosa fue consecuencia de la otra. El capitán general Alfred Jodl se manifestó en términos parecidos cuando fue interrogado por su defensor en el estrado de los testigos: Profesor Exner: «¿Hicieron usted y los generales objeciones de carácter militar contra la ocupación?» Jodl: «Sí, y he de añadir que nos sentíamos en el mismo estado de ánimo que el jugador que se juega toda su fortuna a la ruleta a negro o rojo».

Profesor Exner: «¿Qué potencia tenían nuestras tropas en Renania después de la ocupación?» Jodl: «Ocupamos la zona de Renania únicamente con una división completa, pero de la cual solamente tres batallones pasaron a la orilla oeste del Rhin. Un batallón a cada una de las siguientes ciudades: Aquisgrán, Tréveris y Sarrebruck». Profesor Exner: «¿Hicieron algo para evitar un conflicto militar como consecuencia de esta ocupación?» Jodl: «Recibimos unos comunicados muy serios de nuestros agregados militares en Londres y París, que me causaron una profunda impresión. Lo único que puedo decir es que en la situación en que nos encontrábamos con solo la Armée de couverture nos hubiesen echado en un abrir y cerrar de ojos de nuestras oposiciones.» La guardia fronteriza francesa... en un abrir y cerrar de ojos..., pero el jugador de la Cancillería de Berlín había acertado en el color de la ruleta. No dispararon un solo tiro, la Grande Armée de los franceses aceptó la violación del Tratado. Y de nuevo gozaba Hitler de libertad de movimientos. Profesor Exner: «¿Cree usted que Hitler ya albergaba intenciones agresivas?» Jodl: «Cabe en lo posible que aquello significara para él una especie de ensayo para la futura guerra en el Este. No lo sé, pues yo no me encontraba en el cerebro de Hitler». Pero poco después Hitler descubría a un íntimo círculo de colaboradores lo que ocurría en su cerebro. Uno de estos era el ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Constantin von Neurath. Lo que Neurath comprendió en aquella ocasión es tan increíble que su defensor en Nuremberg, el doctor Otto von Lüdinghausen, leyó una declaración jurada: —Cuando el señor Von Neurath se dio cuenta, por primera vez, el 5 de noviembre de 1937, a través de lo que acababa de exponer Hitler que pretendía alcanzar sus objetivos políticos haciendo uso de la fuerza frente a sus vecinos, se sintió tan profundamente trastornado que sufrió varios ataques al corazón. ¿Qué ocurrió aquel 5 de noviembre de 1937? Es una fecha muy curiosa. Aquel día, un año antes del Anschluss de Austria, y dos años antes de estallar la guerra, Hitler descubrió sus planes con toda su amplitud.

Mientras el pueblo alemán y todo el mundo era aplacado con falsas promesas de paz, en Berlín se celebraba una reunión secreta. Los que asistían a la reunión, presidida por Hitler, eran: el ministro de la Guerra, Werner von Blomberg; el capitán general Werner von Fritsch, comandante en jefe del Ejército; almirante Erich Raeder, comandante en jefe de la Marina de guerra; capitán general Hermann Goering, comandante en jefe de la Luftwaffe; ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Constantin von Neurath y el ayudante personal de Hitler, coronel Friedrich Hossbach. Este redactó el sumario de aquella reunión que fue capturado por las fuerzas aliadas y que luego fue presentado durante el curso del proceso de Nuremberg. —El documento —dijo el fiscal americano Alderman— destruye toda duda sobre los conscientes planes de los nazis respecto a sus crímenes contra la paz. Este documento es de tal importancia que me siento obligado a leerlo íntegro. El Protocolo Hossbach es uno de los llamados documentos clave y una de las pruebas más importantes en todo el proceso de Nuremberg: El Führer abrió la sesión y dijo que el objetivo de la reunión era de tal importancia que su disposición, en cualquier otro Estado, hubiese sido objeto de una reunión de todo el Gobierno, pero él, el Führer, prescindía de convocar a los ministros en vista de la importancia y del significado del tema a discutir. Su siguiente exposición era el resultado de profundas meditaciones y de las experiencias reunidas durante sus cuatro años y medio que llevaba en el Gobierno. Deseaba exponerles a los presentes sus ideas sobre las posibilidades y las necesidades de la política exterior alemana rogando, al mismo tiempo, dado que se trataba de unos planes a larga distancia, considerarlos como su testamento en el caso de su muerte. Después de estas palabras de introducción, Hitler habló sobre el equilibrio de fuerzas en Europa y en el mundo. Esbozó un cuadro de cómo él veía este reparto de fuerzas en el mundo... que, como hoy sabemos, era falso. Pero lo interesante son las consecuencias que sacó Hitler de este juicio, tan poco fundamentado, de la situación. Hossbach escribió en su protocolo: «Lo importante para Alemania es obtener el mayor provecho con la menor inversión. Con el fin de solucionar el problema alemán, solo se puede recurrir a la violencia y esta siempre entraña riesgos. Las guerras de Federico el Grande por Silesia y las guerras de Bismarck contra Austria y Francia fueron unos riesgos muy grandes, y la rapidez de la acción prusiana en 1807 impidió que Austria se embarcara en la guerra. Por consiguiente, si se llegaba al acuerdo que el uso de la fuerza era irremediable, lo único que cabía preguntarse era cómo y cuándo. Había que distinguir tres casos.

«Caso 1: Fecha, 1943-1945 »A partir de esta fecha ya solo puede contarse con un cambio desfavorable para nuestros planes. Como que nuestros vecinos se irían armando, nosotros nos encontraríamos paulatinamente en un plano de inferioridad. En el caso de no pasar al ataque hasta el año 1943-1945, debido a la falta de reservas, cada año empeoraría la situación en la alimentación y para evitarlo no dispondríamos de las divisas necesarias. Además, el mundo está esperando que nosotros pasemos a la acción, por cuyo motivo cada año que pase se armarán más. La situación real y efectiva en los años 1943-1945, no puede preverla nadie, pero lo cierto es que no podemos esperar más tiempo. »Por un lado, la gran Wehrmacht y la necesidad de alimentarla en todos los sentidos, el envejecimiento de sus jefes, y por otro, las posibilidades de un descenso en el nivel de vida y la limitación de nacimientos, obligaban a pasar a la acción. En el caso de que el Führer todavía viviese, su irrebatible decisión era solventar la cuestión del espacio vital alemán antes de 1943. La posibilidad de que se pase a la acción antes del período de 1943 a 1945, se estudia en los casos 2 y 3. »Caso 2: »Si la tensión social en Francia degenera en una crisis de política nacional, y llegue al extremo de que todo el Ejército francés se embarque en la aventura y, por consiguiente, no estará en situación de ser lanzado contra Alemania, entonces llegaría el momento de proceder contra Checoslovaquia. »Caso 3: »Si Francia queda ligada por una guerra contra una tercera potencia, de modo que no esté en condiciones de luchar contra Alemania. »Para obtener una mejora de nuestra situación político-militar ha de ser nuestro primer objetivo, en caso de una conflagración, ocupar sin pérdida de tiempo Checoslovaquia y Austria para impedir una amenaza por los flancos durante un eventual avance hacia el Oeste. Bajo el supuesto de que la situación evolucione tal como esperamos y que en los años 1943 a 1945 nos permita entrar en acción tal como tenemos previsto, la actitud que adoptarán Francia, Inglaterra, Italia, Polonia y Rusia será, con toda probabilidad, la siguiente: »El Führer estaba convencido que Inglaterra y probablemente también Francia, renunciarían a una posible defensa de Checoslovaquia y confiaba que un día u otro Alemania solucionaría este delicado problema favorablemente. Las dificultades con que se enfrenta el Imperio británico y las perspectivas de verse

envuelto en una guerra europea de larga duración, le hacía prever, con cierta seguridad, la no intervención de Inglaterra en una guerra. La actitud de Inglaterra influiría enormemente en la decisión de Francia. No era probable que Francia se embarcara en una guerra sabiendo que no podía contar con la ayuda de los ingleses y que nuestras defensas en el Oeste impedirían todo avance de sus tropas. Sería conveniente que en el Oeste se lograra una situación de plena estabilidad mientras nosotros lanzamos nuestros ataques contra Checoslovaquia y Austria.» La voz del fiscal americano no reveló la menor emoción cuando leyó estos párrafos. En la galería de Prensa de la sala, los corresponsales tomaban rápidamente muchas notas. También Goering empezó a mostrarse inquieto. Apoyó una mano en el auricular para poder oír mejor. En aquel momento quedó destruida para siempre la bonita leyenda de la espontánea unificación de Austria con el Reich. Hitler lo había expuesto sin rodeos de ninguna clase, según escribió su ayudante Hossbach en el protocolo de aquella reunión: «... Mientras nosotros lanzamos nuestros ataques contra Checoslovaquia y Austria». Las palabras que Hitler pronunció a continuación revelan claramente que la única intención de Hitler no era unir al pueblo hermano al Reich. Perseguía unos objetivos muy diferentes. «Hemos de tomar en consideración —dice Hossbach, reproduciendo las palabras de Hitler—, que las medidas defensivas de Checoslovaquia aumentan cada año y lo mismo se puede decir con respecto a la consolidación de los valores internos del Ejército austríaco. Aunque se trata de dos países de población muy densa, su anexión puede representar un aumento en los suministros de productos alimenticios para cinco o seis millones de seres. La anexión de estos dos países representará un esencial alivio político militar para Alemania, pues las fronteras serán más cortas y mejores, quedarán libres potentes fuerzas para ser destinadas a otras misiones y se podrá llegar a la creación de hasta doce divisiones nuevas. »No es de esperar ninguna objeción por parte de Italia, relacionada con la anexión de Checoslovaquia por Alemania y, por el momento, no se puede prever cuál será su reacción con respecto a Austria. En lo relativo a Polonia, todo depende de la rapidez de nuestra acción y del factor sorpresa. Una posible intervención militar por parte de Rusia ha de ser evitada. Actuando con rapidez en la empresa y teniendo en cuenta la actitud del Japón no era de esperar esta reacción por parte de la Unión Soviética. »Si llega a presentarse el Caso 2, paralización de Francia por una guerra

civil, entonces habría de aprovecharse esta situación y lanzarse sin pérdida de tiempo contra Checoslovaquia.» Teniendo en cuenta la tensión que reinaba en la cuenca del Mediterráneo, el Führer preveía que el Caso 3 podía plantearse mucho antes de lo previsto, incluso en el mismo año 1938. Por el momento no se adivinaba todavía el fin de la guerra en España. En relación con la guerra civil española, dijo Hitler en aquella ocasión: «Por otro lado, y desde el punto de vista alemán, no deseamos una victoria cien por cien de Franco, sino que estamos interesados en que la guerra civil se prolongue y que aumente la tensión en el Mediterráneo. Dado que nuestro interés está en que se alargue la guerra civil española, hemos de ayudar a Italia en su plan de ocupación de las Baleares. La ocupación de las Baleares por Italia no es bien vista ni por Francia ni por Inglaterra y puede provocar, en el momento menos esperado, una guerra de Francia e Inglaterra contra Italia. »Si Alemania sabe aprovechar esta guerra para solucionar las cuestiones checa y austríaca, podemos contar con toda probabilidad que Inglaterra, que estará embarcada en una guerra contra Italia, no se atreverá a proceder, al mismo tiempo, contra Alemania. Y sin el apoyo de Inglaterra, Francia no se atreverá a una intervención contra Alemania.» Esta era la parte esencial del documento. Revelaba claramente cinco puntos: 1. El rearme de Hitler no era, a pesar de lo que él declaraba continuamente, una cuestión de prestigio nacional, sino la primera fase en sus intenciones agresivas. 2. Desde aquella conferencia del día 5 de noviembre de 1937, conocían los altos jefes de la Wehrmacht y el Ministerio de Asuntos Exteriores, los acusados Goering, Keitel, Raeder y von Neurath, que Hitler había tomado la «decisión irrevocable» de como máximo durante los años 1943 a 1945, hacer uso de la fuerza. 3. Hitler estaba decidido a dejar en la estacada a Mussolini. Le importaban muy poco sus pueblos hermanos, los austríacos y los sudetas. Lo único que le interesaba era poder contar con un mayor número de divisiones y un mayor suministro de productos alimenticios. 4. Todas las consideraciones de Hitler frente al pueblo alemán y frente al mundo eran un manifiesto engaño: «No presentaremos reclamaciones

territoriales en Europa». «Lo único que deseamos es la paz». «Sabemos que las tensiones en Europa no pueden solucionarse con guerras». 5. Hitler, que fue definido por su ministro de Propaganda, Goebbels, como «el caudillo militar más grande de todos los tiempos», enjuició de un modo completamente falso la situación militar. No contó, ni un solo momento, con los Estados Unidos de América. —Vamos a ver, ¿qué pretendía Hitler con estas manifestaciones? —se preguntó Goering en el estrado de los testigos en Nuremberg—. El Führer me informó antes de la reunión, pues yo fui el primero en llegar, que la había convocado para presionar, como dijo él mismo, al capitán general Fritsch, que no estaba conforme con el ritmo que había dado al rearme. Es sabido que Hitler dijo, en una ocasión, de sus generales: —¡Hay que pegarles para que vayan a la guerra! Todo iba demasiado despacio. Durante la reunión Blomberg, Fritsch y Neurath presentaron objeciones a los planes bélicos de Hitler... Tres meses más tarde eran destituidos de sus respectivos cargos. En Nuremberg, Neurath fue interrogado por su defensor Lüdinghausen sobre esos sucesos. Doctor Lüdinghausen: «Señor von Neurath, ¿cuándo se enteró usted que los planes de política exterior de Hitler iban más allá del rearme pacífico de Alemania y que pensaba hacer uso de la fuerza para alcanzar sus objetivos?» Neurath: «Lo supe, por primera vez, con motivo de la reunión citada aquí el día 5 de noviembre de 1937. Las palabras de Hitler me conmovieron muy profundamente. Como es lógico, yo no podía cargar con la responsabilidad de esta política». Doctor Lüdinghausen: «¿Qué consecuencias sacó de este reconocimiento?» Neurath: «Dos días después de la reunión fui a visitar al capitán general Fritsch, que había asistido igualmente a la misma y conjuntamente con él y el jefe del Estado Mayor Beck, discutimos qué haríamos para hacer cambiar de parecer a Hitler». «Desgraciadamente no volví a hablar con Hitler hasta el 14 ó 15 de enero, ya que inmediatamente después de la reunión, se había marchado al Salzberg. Entonces intenté hacerle comprender que su política había de conducir

forzosamente a la guerra mundial y yo no estaba dispuesto a ayudarle en estos planes. Muchos de sus objetivos se podían conseguir de un modo pacífico, aunque, como es natural, a la larga. Me dijo que no disponía de más tiempo. Le recordé su discurso ante el Reichstag del año 1933 en que él mismo había calificado de locura una nueva guerra. Pero cuando insistió en su punto de vista, le dije entonces que habría de buscarse otro ministro de Asuntos Exteriores, puesto que no quería hacerme cómplice de su política. Hitler rechazó al principio mi dimisión, pero insistí y el día 4 de febrero la aceptó sin hacer ningún comentario.» Neurath presentó su dimisión, que le fue aceptada, pero al mismo tiempo ingresó como miembro del Consejo Secreto. Y su dimisión no le impidió, más tarde, aceptar el cargo de Protector del Reich para Bohemia y Moravia. Muy diferente fue el caso de Blomberg y también el de Fritsch. Fueron destituidos de sus cargos por unos métodos que dan la impresión de haber sido sacados de una mala novela policíaca.

6. Los que no están dispuestos a colaborar, deben desaparecer Como testigo de descargo para Hjalmar Schacht, habló Hans Bernd Gisevius en Nuremberg. Como antiguo funcionario en el Ministerio del Interior estaba al corriente de muchos secretos que se mantenían ocultos tras los bastidores del Tercer Reich para el pueblo alemán. De un modo monótono iban siendo traducidas sus palabras por el intérprete: —Pido permiso para interrumpir el relato y explicar otro incidente que ha tenido lugar esta mañana. Me encontraba en la sala de los abogados hablando con el abogado doctor Dix (el defensor de Schacht). El señor Dix fue interrumpido por el abogado Stahmer, defensor del acusado Goering. Oí lo que el señor Stahmer le decía al señor Dix... En aquel momento se puso de pie el anciano doctor Otto Stahmer y corrió hacia el estrado. Excitado dijo por el micrófono: —No sé si debe conceptuarse como motivo de prueba lo que he hablado esta mañana con el doctor Dix en conversación particular y personal... Gisevius: «¿Me permite decir algo sobre esto?» Presidente: «Por favor, no hable usted». Jackson: «He sido informado sobre el incidente y soy del parecer que es

importante para este Tribunal escuchar la amenaza que le fue dirigida al testigo mientras esperaba ser llamado para ser interrogado. Las amenazas, no solamente iban dirigidas contra él, sino también contra el acusado Schacht». Doctor Stahmer: «Esta mañana he celebrado una conversación personal en la sala de los abogados con el doctor Dix, que hace referencia al caso Blomberg. Esta conversación no iba destinada al testigo...» Jackson: «Considero importante que el Tribunal sea debidamente informado y que se hable de esta conversación. Si he entendido bien el testigo ha sido objeto de amenazas». Doctor Rudolf Dix: «La cuestión hace referencia a una conversación entre el testigo y yo. Bien, señor testigo, ¿qué le he dicho a usted? Gisevius: «Me ha dado a entender que la presión, esta presión inadmisible, partía directamente del acusado Goering». Presidente: «Señor testigo, ¿desea añadir algo más?» Gisevius: «Sé muy bien por qué motivo Goering no desea que hable del caso, pues es lo peor que se le puede reprochar a Goering». Presidente: «En este caso, el Tribunal escuchará la declaración, todas las declaraciones. ¡Señor Justice Jackson! El Tribunal me ha comunicado que confía que dirija usted todas las preguntas que considere necesarias en este caso concreto de intimidación de un testigo». Jackson: «Sí, señor presidente, le quedo agradecido». Presidente: «¡Doctor Stahmer! El Tribunal desea oír primero lo que usted tenga que decir sobre este caso». Doctor Stahmer: «¡Señor presidente! Goering me ha dicho: «Me es absolutamente indiferente que el testigo Gisevius declare contra mí, pero lo que no quiero, de ningún modo, es que este incidente, que puede afectar al honor del difunto señor Blomberg, sea discutido aquí públicamente». Si no pudiera evitarse, entonces Goering, por su lado, abandonaría toda clase de miramientos hacia Schacht. Esto es lo que le he comunicado esta misma mañana al doctor Dix. Doctor Dix: «Mi compañero Stahmer me ha dicho lo siguiente: «Oiga, Goering es del parecer que ese Gisevius puede atacarle mucho, pero eso no le importa, pero si ataca al difunto Blomberg, entonces Goering dirá todo lo que sabe de Schacht y conoce muchas cosas que pueden resultar muy desagradables

a Schacht». Esta ha sido la conversación. No he dudado lo más mínimo de que estas palabras de mi compañero Stahmer me las ha dicho para que las transmitiera a Gisevius, con el fin de evitar en la medida de lo posible que Goering tuviera que declarar contra Schacht y que, por lo tanto, Gisevius meditara bien lo que iba a decir». Gisevius: «Pido perdón, pero solo deseaba informar que, dado que he sido testigo del incidente, me he sentido coartado, pues estaba tan cerca que había de oír forzosamente la conversación. Goering trata de cubrirse con la excusa de la caballerosidad y con el pretexto de salvaguardar el honor de un difunto, pero lo que pretende de verdad es impedir que yo haga una extensa declaración sobre un punto concreto de la crisis Fritsch». Doctor Dix: «Llegamos ahora a la llamada crisis Fritsch, en mi opinión el paso decisivo en la política interior y de cara a la guerra. Le ruego a usted exponga lo que sabe del caso». Gisevius: «El día 12 de enero de 1938 fue sorprendida la opinión pública alemana por la noticia de que el antiguo ministro de la Guerra, Werner von Blomberg, había contraído matrimonio. No se daban detalles sobre quién era la novia. Algunos días después los periódicos publicaban una sola fotografía de la pareja de recién casados ante la jaula de los monos en el Jardín Zoológico de Leipzig. En la capital del Reich comenzaron a circular rumores muy maliciosos sobre el pasado de la esposa del general. Pocos días más tarde se encontraba sobre la mesa de trabajo del presidente de la policía de Berlín un grueso expediente del que se desprendía lo siguiente: «La esposa del mariscal von Blomberg era una prostituta profesional que había sido condenada en diversas ocasiones y que estaba fichada por la policía por inmoralidad pública en todas las grandes ciudades. Figuraba igualmente en el archivo central de la policía en Berlín. Personalmente vi la fotografía y las huellas dactilares. También había sido condenada por la difusión de fotografías inmorales. El presidente de la policía de Berlín se consideró obligado a poner estos documentos, por conducto oficial, a disposición del jefe de policía Himmler.» Doctor Dix: «¿Quién era en aquellos días presidente de la policía de Berlín?» Gisevius: «El presidente de la policía de Berlín era el conde Helldorf. Comprendió que la entrega de este material al Reichsführer de las SS colocaría en una situación muy difícil a la Wehrmacht, pues había de contribuir a poner fin a la carrera de Blomberg y representaba un duro golpe contra los altos jefes de la Wehrmacht.

«Helldorf se presentó con el expediente ante el colaborador más íntimo del mariscal Blomberg, el jefe del Wehrmachtsamt Keitel, que estaba emparentado, por la boda de los hijos de ambos, con el mariscal Blomberg. El capitán general Keitel estudió detenidamente el expediente y propuso al presidente de la policía Helldorf que evitara el escándalo silenciando los documentos. Doctor Dix: «¿Puede usted declarar ante el Tribunal cómo se enteró usted de esto?» Gisevius: «Por el propio conde Helldorf que me puso al corriente de todo el caso. Keitel mandó al conde Helldorf con toda la documentación a Goering. Helldorf le presentó a Goering el expediente. Este afirmó que no sabía nada de que la esposa del mariscal estuviera fichada. En cambio declaró, en el curso de aquella conversación y posteriormente, que estaba al corriente de lo siguiente: »En primer lugar, el mariscal Blomberg le había preguntado a Goering, ya hacía algunos meses, si era lícito sostener relaciones con una dama de baja estofa. Al cabo de algún tiempo le había preguntado Blomberg a Goering si estaba dispuesto a conceder el permiso para que la dama, que tenía un pasado, como se expresó, pudiera contraer matrimonio. Pero, al poco tiempo, desgraciadamente, la dama mencionada ya tenía otro amante y rogaba a Goering que le ayudara a eliminar a aquel molesto rival. Goering lo hizo entregándole una cantidad de divisas y desterrándolo a América del Sur. Goering, a pesar de todo lo que sabía, no informó de nada a Hitler y, además, permitió que el Führer actuara de padrino de boda del mariscal Blomberg». Presidente: «¡Doctor Dix! Este tribunal desea saber el motivo de que conceda tanta importancia a este asunto que, a fin de cuentas, es de índole eminentemente personal». Doctor Dix: «Es necesario exponer detalladamente esta horrenda crisis para comprender el efecto revolucionario que ejerció sobre Schacht y los que eran afines frente al régimen». Jackson: «¡Señores del Tribunal! Si ahora no se hablara de todas estas cosas trataría de averiguarse por medio de un contrainterrogatorio y lo haría por diversos motivos: »En primer lugar, revelan el fondo de los acontecimientos que estamos tratando. En segundo lugar, tuvieron influencia sobre la conspiración. Había algunos hombres en Alemania que habían de ser eliminados por los conspiradores. Algunos de ellos pudieron ser eliminados sin dificultades como en el caso del «putsch» de Röhm. Los métodos que emplearon frente a Fritsch y

Blomberg fueron para eliminar a unos hombres que, a lo sumo, se oponían a una guerra de agresión. El modo como fueron atacados estos hombres y eliminados, lo consideramos nosotros como parte muy importante de la conspiración». Presidente: «Doctor Dix, este Tribunal es del parecer, después de lo que ha dicho usted y el señor Jackson, que debe usted continuar el interrogatorio». Doctor Dix: «Continúe usted, señor Gisevius». Gisevius: «Cuando Helldorf hubo entregado el expediente a Goering se vio este obligado a presentarlo a Hitler, que sufrió un colapso nervioso y decidió destituir, sin pérdida de tiempo, al mariscal. Tal como manifestó Hitler posteriormente ante los generales, su primera intención fue nombrar al capitán general von Fritsch sustituto de Blomberg. »Cuando manifestó esta decisión le recordaron Goering y Himmler que no era posible proceder en este sentido, ya que Fritsch había sido gravemente acusado, según un expediente del año 1935. El expediente, que le fue presentado a Hitler en enero en el año 1938, mencionaba que la Gestapo había perseguido en el año 1934, además de los enemigos del Estado, a los homosexuales como criminales. En busca de material habían registrado la Gestapo, las cárceles y solicitado material de aquellos detenidos que habían sido víctimas de chantaje a los homosexuales. »Uno de los presos había relatado una historia horripilante, tan horrenda que no me atrevo a repetirla aquí. Basta decir que el presidiario alegó que uno de esos personajes era un tal señor von Fritsch o Frisch, no recordaba el nombre con exactitud. »La Gestapo entregó la documentación a Hitler en el año 1935. Hitler quedó atónito ante el contenido. Dijo, tal como se expresó ante los generales, que no habían querido saber nada de aquellas indecencias. Hitler dio la orden de que los documentos fueran quemados. Sin embargo, ahora, en el año 1938, Goering y Himmler le recordaban la existencia de este expediente y Heydrich tuvo el mérito de haber recuperado aquellos documentos que hubieran debido ser destruidos en el año 1935. »El acusado Goering se ofreció a llevar a presencia de Hitler al presidiario y Goering amenazó con la muerte al presidiario si este no se mantenía firme en sus declaraciones». Doctor Dix: «¿A qué se debe que esté usted informado de esto?» Gisevius: «Se habló de todo esto durante el proceso militar del Reich.

Fritsch fue llamado a la Cancillería del Reich y Hitler le habló de las acusaciones que habían sido presentadas contra él. Fritsch, caballero de los pies a la cabeza, no comprendía en absoluto lo que le estaba recriminando Hitler. Indignado rechazó la acusación. Dio, en presencia de Goering, su palabra de honor a Hitler de que todo era una infamia. Pero, en aquel momento, Hitler se dirigió a la puerta, la abrió e hizo entrar al presidiario. Este levantó el brazo y señalando a Fritsch dijo: »—Este es. »Fritsch quedó petrificado. Lo único que podía solicitar en aquellas circunstancias era una investigación policíaca. Hitler exigió su inmediata dimisión y en el caso de que Fritsch aceptara renunciar sin hacer ningún comentario echarían arena sobre el asunto. Fritsch se entrevistó con el jefe del Estado Mayor Beck, que intervino cerca de Hitler. Se entabló una violenta lucha para averiguar si las acusaciones levantadas contra Fritsch habían de ser objeto de una investigación. Tuvieron lugar escenas muy dramáticas en la Cancillería del Reich. Y llegó el 4 de febrero, día en que los generales fueron llamados a Berlín, sin saber hasta aquel momento que sus altos jefes habían sido destituidos de sus cargos. Al mismo tiempo Hitler sorprendió a sus generales anunciándoles que tenían un nuevo comandante en jefe, el capitán general Brauchitsch. »Empezó una nueva lucha que duró muchas semanas sobre cómo había de estar constituido el Tribunal que había de juzgar y rehabilitar a von Fritsch. Había llegado el momento de demostrar, ante un alto tribunal alemán, los métodos de que se valía la Gestapo para eliminar a sus enemigos políticos. Era una ocasión única para que los testigos en sus declaraciones bajo juramento revelaran cómo se urdían aquellas intrigas. »Los jueces del Tribunal militar del Reich interrogaron a los testigos de la Gestapo. Investigaron los expedientes de esta y no tardaron mucho en averiguar que el objeto de todo el caso era un tal capitán de la reserva von Fritsch. »Los jueces averiguaron algo más en el curso de aquella investigación. Descubrieron las pruebas de que la Gestapo ya había estado el 15 de enero en la vivienda del capitán Fritsch y habían interrogado a su ama de llaves. »Séase permitido exponer claramente los datos: El 15 de enero quedó claramente demostrado para la Gestapo que Fritsch no era culpable. El 24 de enero condujo el acusado Goering al presidiario a la Cancillería del Reich para que declarara en contra de von Fritsch. »Creíamos que estábamos frente a una intriga de una infamia realmente

inconcebible. Podíamos proceder por el camino legal y empezamos nuestra lucha para convencer al capitán general von Brauchitsch que durante el juicio presentara todas estas pruebas». Doctor Dix: «¿A quién se refiere usted cuando dice «nosotros»?» Gisevius: «Un grupo de hombres, entre los que se debe resaltar al doctor Schacht que, por aquel entonces, se reveló como hombre muy activo y que se entrevistó con el gran almirante Raeder, y visitó igualmente a von Brauchitsch, a Rundstedt, a Gürtner y les dijo a todos ellos: «Ha llegado la gran crisis. Ha llegado el momento de actuar, ahora es cuando los generales han de librarnos de este régimen de terror». Soy testigo personal de que Brauchitsch prometió formalmente que aprovecharía la ocasión para empezar la lucha. Pero Brauchitsch impuso una condición. Dijo: «Hitler todavía es un hombre popular y nos vamos a enfrentar con la leyenda en torno a Hitler, pero antes vamos a presentar al pueblo alemán y a todo el mundo la última prueba en el curso de las sesiones del Tribunal y para su sentencia». «Por este motivo, aplazó von Brauchitsch su acción hasta el día en que el Tribunal militar del Reich había de emitir su veredicto. El Tribunal se reunió. Antes de añadir algo, Hitler nombró presidente del tribunal al acusado Goering. Y el Tribunal se reunió bajo la presidencia de este. El Tribunal se reunió bajo la presidencia de este. El Tribunal celebró una sesión que duró varias horas y luego fue aplazada en circunstancias muy dramáticas. Aquel era el día que se había fijado para la entrada de las tropas alemanas en Austria. »No puede existir la menor duda de por qué el presidente de aquel tribunal tuvo tanto empeño en que aquel día emprendieran las tropas alemanas la marcha. »El Tribunal volvió a reunirse una semana más tarde. Pero Hitler ya se había erigido en el gran vencedor. Los generales habían cosechado sus primeros laureles y la alegría era grande y la confusión entre los generales aún mayor. Fue disuelto el Tribunal. Se demostró que Fritsch era inocente, pero debido a la euforia que reinaba en todo el país no podía atreverse a dar un golpe de Estado. »Esta es a grandes rasgos la historia que eliminó prácticamente del Ministerio de la Guerra a sus altos jefes y a partir de aquel momento la política de Hitler cayó verticalmente en aquel radicalismo». La crisis de von Fritsch, que por poco conduce a una intervención de los generales, y entonces no hubiese sucedido todo lo demás, había sido ahogada por la crisis de la euforia del Anschluss. El capitán general von Fritsch buscó en setiembre de 1939, la muerte ante Varsovia.

7. El Anschluss «Sonderfall Otto». Este era el nombre clave secreto del Anschluss para la entrada de las tropas alemanas en Austria, que tuvo lugar en marzo del año 1938. Todo comenzó, en este caso, de un modo muy ingenuo. El canciller federal austríaco doctor Kurt von Schuschnigg, al cual había de corresponder ahora desempeñar un papel trágico, escribe en sus Memorias: «A principios de 1938 el señor von Papen indagó cuál sería nuestra reacción ante una invitación de Hitler para celebrar una entrevista en Berchtesgaden. Me declaré dispuesto a la entrevista. El señor von Papen añadió que se estaba plenamente de acuerdo en que la situación entre el Reich y Austria, sea cual fuere el curso que siguiera aquella entrevista, no debía contribuir de ningún modo a empeorar la situación del Gobierno austríaco. En el peor de los casos no se lograría ningún avance y todo quedaría como estaba». El 11 de febrero de 1938 Schuschnigg fue, en compañía del ministro de Asuntos Exteriores Guido Schmidt, su ayudante teniente coronel Bartl, en el expreso de la noche de Salzburgo en dirección a Berchtesgaden. Von Papen recibió amablemente a los invitados en la frontera alemana y en Salzburgo bajaron del tren para subir a un coche. Los aduaneros alemanes saludaron con el brazo en alto. —El Führer le espera y está de excelente humor—, sonrió von Papen, que luego añadió—. ¿Supongo que no tendrá ningún inconveniente de que, casualmente, hayan llegado unos generales a Berchtesgaden? Como invitado, Schuschnigg no podía hacer ninguna objeción, sobre todo tratándose de una casualidad, pero ya desde aquel momento comenzó a sospechar que aquella reunión del 12 de febrero de 1938 no transcurriría con la tranquilidad y calma que le habían prometido. Hitler había calculado exactamente la situación: los generales que casualmente habían sido llamados a Berchtesgaden el mismo día que había de llegar el recién nombrado jefe del Alto Mando de la Wehrmacht, Wilhelm Keitel, el general de Artillería Walter Richenau y el general de Aviación Hugo Sperrle. Tal como se demostró posteriormente en el curso del proceso de Nuremberg, su presencia allí no era por cuestiones del servicio. Solo estaban presentes para poner nervioso a Schuschnigg y someterlo a una silenciosa presión. —Por motivos diplomáticos —dijo el fiscal americano Sidney S.

Alderman—, von Papen, que se encontraba igualmente en Berchtesgaden, pretendió que no se le hacía objeto de la menor presión. Pero el acusado, general Jodl, que anotó todos los acontecimientos en su Diario, fue mucho más sincero. Tenemos la suerte de poseer el Diario del general Jodl escrito de su propio puño y letra, que dice sobre este asunto: «Keitel y los generales von Reichnau y Sperrle en el Obersalzberg, sometieron a una fuerte presión política y militar a Schuschnigg y G. Schmidt.» «Adolfo Hitler salió a nuestro encuentro acompañado de tres generales — escribe Schuschnigg en sus Memorias—. Llevaba la guerrera parda de las SA, brazal con la cruz gamada y pantalones negros largos. El saludo fue muy amable, correcto y después de una breve presentación Hitler me condujo a la sala de trabajo en la primera planta del inmenso edificio.» «El Führer está de excelente humor», había asegurado von Papen. Pero apenas se cerraron las puertas de la sala de trabajo, el jefe del Gobierno austríaco comprendió que el dictador estaba dispuesto a lanzar una ofensiva contra Austria. En efecto, Hitler estaba decidido a solucionar el problema austríaco fuese como fuese... «así o así», según decía él mismo. Los comparsas militares Keitel, Reichenau y Sperrle solo figuraban como decoración del escenario. Hitler no rehuía ningún medio para obtener su fin; sabía que su invitado Schuschnigg fumaba copiosamente, pero le prohibió fumar en su presencia. Pero esto son solamente rumores. En el estrado de los testigos en Nuremberg se sentó el antiguo Gauleiter de Carintia, doctor Friedrich Rainer. El fiscal americano Thomas J. Dodd lo sometió a un contrainterrogatorio: Dodd: «¿Recuerda usted el discurso que pronunció el 11 de marzo de 1942 ante los jefes políticos, los condecorados con la Medalla de Honor y la Medalla de Sangre de la provincia de Carintia en Klagenfurt?» Rainer: «Sí, pronuncié un discurso». Dodd: «Bien, ¿dijo usted la verdad cuando habló en aquella ocasión?» Rainer: «Creo haber dicho la verdad». Dodd: «Espero que no será difícil encontrar los puntos que nos interesan: «Papen había sido encargado de preparar confidencialmente la visita. »O sea, la conferencia de Berchtesgaden. ¿Dijo usted en el año 1942 la

verdad? Vamos a leer otras frases: »Le di al camarada Mühlmann, que había demostrado poseer muy buenas relaciones en ciertas oficinas del Reich, instrucciones concretas. Se fue en el mismo tren en que viajaba Schuschnigg. Mientras este descendía del tren en Salzburgo, pernoctaba en esta ciudad y seguía al día siguiente en coche hasta el Obersalzberg, Mühlmann continuó directamente hasta Berchtesgaden. Habló con el Führer antes de la llegada de Schuschnigg y tuvo ocasión de informarle detenidamente sobre todo. »Schuschnigg llegó a primera hora de la mañana, fue recibido y con gran sorpresa por su parte el Führer insistió en iniciar, inmediatamente, las conversaciones. Pero el Führer no condujo las negociaciones tal como había esperado Schuschnigg. Quedó tan aniquilado que Schuschnigg fue incapaz de reaccionar. El Führer lo sacudió por los hombros y le chilló. Schuschnigg era un empedernido fumador. Estábamos al corriente de los menores detalles con respecto a sus hábitos y sabíamos que fumaba de cincuenta a sesenta cigarrillos diarios. Pero le fue prohibido fumar en presencia del Führer. Ribbentrop dijo que había sentido una gran compasión por Schuschnigg. Adoptó la posición de firmes ante el Führer y se limitó a decir: «Sí, señor». «¿Qué dice usted a todo esto? Todo esto lo declaró en su discurso. ¿Es verdad, señor testigo?» Rainer: «Los hechos, tal como los describe usted, responden a grandes rasgos a la verdad». Dodd: «Está bien, continuemos. También dijo: «Antes de que empezara la reunión, Schmidt fue a ver a Ribbentrop y le dijo: "Por favor, permita usted que el canciller fume un cigarrillo..."» Rainer: «Esto corresponde plenamente con lo que recuerdo». No podemos imaginar un relato mejor que el del Gauleiter Rainer, del modo como Hitler trató a su invitado el jefe del Gobierno de un Estado soberano. Al llegar a este punto hemos de recordar que cuando Schuschnigg visitó a Hitler existía un acuerdo entre Alemania y Austria que había sido ratificado por Hitler el 11 de julio de 1936. En el artículo 1.º de este acuerdo se decía: «De acuerdo con las declaraciones del 21 de mayo de 1935 el Führer y canciller reconoce la plena soberanía del Estado federal austríaco». Las mencionadas declaraciones del 21 de mayo de 1935, decían:

«Alemania no tiene intención de inmiscuirse en la situación interior austríaca, anexionar o englobar Austria.» El artículo 2.º de aquel acuerdo que fue firmado por Hitler el 11 de julio de 1936, decía: «Los dos gobiernos consideran la estructura política que reina en el otro país, incluso la cuestión del nacionalsocialismo austríaco, como una cuestión interna de cada país y sobre esto no ejercerán ni directa ni indirectamente la menor presión.» ¿Pero qué valor tenían ya unos acuerdos firmados? Schuschnigg, tal como declaró Rainer, era un hombre aniquilado. Poco después de la entrevista con Hitler, Schuschnigg escribió textualmente todo lo que se había hablado en el curso de la misma. Esta conversación que presentamos resumida es el preludio del último acto. Schuschnigg: «Con toda seguridad, esta habitación, tan maravillosamente situada, ya debe haber sido escenario de otras entrevistas muy importantes, ¿no es cierto, señor canciller?» Hitler: «Sí, aquí es donde maduran mis ideas. Pero no nos hemos reunido para hablar de la bonita vista ni del tiempo.» Schuschnigg: «En primer lugar deseo agradecerle, señor canciller, que me haya ofrecido usted la ocasión para esta entrevista. Le aseguro que hemos tomado muy en serio nuestro acuerdo de julio de 1936. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para demostrar que estamos decididos a cumplir lo pactado en el sentido de una política alemana, según la palabra y la interpretación del acuerdo». Hitler: «¿Y a eso le llaman ustedes una política alemana, señor Schuschnigg? Lo único que le puedo decir, es que esto no puede continuar así. Tengo que cumplir una misión histórica, y la cumpliré porque la Providencia me ha designado para ello. Me baso en el amor de mi pueblo. Puedo moverme siempre con entera libertad entre los míos». Schuschnigg: «Estoy convencido, señor canciller». Hitler: «Podría considerarme con los mismos o más derechos como austríaco que usted, señor Schuschnigg. Si lo duda celebre usted un plebiscito en Austria y nos presentaremos los dos a las elecciones. ¡Y entonces verá usted!» Schuschnigg: «Sí, si esto fuera posible... Pero usted sabe muy bien, señor

canciller, que esto es del todo imposible». Hitler: «¡Eso lo dice usted, señor Schuschnigg! Yo le aseguro que voy a solucionar el llamado asunto austríaco, así o así. Solo tengo que dar una orden y de la noche a la mañana habrá terminado para siempre esta situación tan ridícula. ¿No irá usted a creer que podrán resistirme ni siquiera durante una media hora? Quién sabe... tal vez me presente inesperadamente una noche en Viena, como una tormenta de primavera. ¡Y entonces sabrá usted lo que es bueno!» Schuschnigg: «Señor canciller, tanto si queremos como si no, esto terminaría en un... derramamiento de sangre. No estamos solos en el mundo. Lo más probable es que esto significara la guerra». Hitler: «Esto se dice fácilmente ahora que estamos sentados en cómodos sillones. Todo el mundo ha de saber que para una gran potencia es intolerable que las pequeñas potencias que son sus vecinas se crean con el derecho de provocarla cuando quieran. Le voy a ofrecer una vez más, por última vez, señor Schuschnigg, una oportunidad: o hallamos una solución o dejaré que los acontecimientos sigan su curso. Y veremos entonces cómo acaba todo esto. Medítelo usted bien, señor Schuschnigg... solo me queda tiempo hasta esta tarde. Y hará usted bien en tomarlo al pie de la letra. No bromeo». Schuschnigg: «Señor canciller, ¿cuáles son concretamente sus deseos?» Hitler: «De esto hablaremos esta tarde». Durante la pausa del mediodía el canciller austríaco discutió la situación con su ministro de Asuntos Exteriores Schmidt. Luego fueron invitados ambos a pasar a una habitación contigua, donde esperaban von Papen y Ribbentrop. Ribbentrop le entregó a Schuschnigg una copia escrita a máquina que establecía un nuevo acuerdo. —Esto es lo máximo que le puede conceder el Führer —indicó el ministro de Asuntos Exteriores. El documento incluía unas condiciones que eran completamente inaceptables. El Gobierno austríaco había de comprometerse a entregar al nacionalsocialista Seyss-Inquart el Ministerio de Seguridad y un poder policíaco ilimitado. Habían de libertar a todos los nacionalsocialistas que estaban detenidos, incluso a los que habían tomado parte en el asesinato de Dollfuss, y había de englobar el partido nacionalsocialista en su propio partido, es decir, el Frente patriótico, y otras condiciones por el estilo.

Schuschnigg relata en sus Memorias: «El señor von Ribbentrop expuso los detalles de cada punto y añadió, finalmente, que el documento había de ser aceptado en su conjunto. Demostramos palpablemente nuestra sorpresa e indignación. El doctor Schmidt le recordó a von Papen su promesa antes de que emprendiéramos el viaje. El señor von Papen confesó que él mismo estaba muy sorprendido. Le pregunté si podíamos contar con la buena voluntad por parte de Alemania. El ministro de Asuntos Exteriores y el señor von Papen nos dieron seguridades a este respecto.» Pocos minutos más tarde se les ofrecía una oportunidad de cumplir lo prometido. Hitler mandó llamar nuevamente al canciller austríaco y continuó la entrevista. Hitler: «He decidido hacer un último intento, señor Schuschnigg. Aquí tiene usted el proyecto. No vamos a discutirlo, ni estoy dispuesto a cambiar una sola coma. O firma usted o, en caso contrario, tomaré mi decisión en el curso de esta misma noche». Schuschnigg: «Estoy al corriente de su contenido y debido a la situación no puedo hacer otra cosa que tomar buena nota del mismo. Me permito llamarle su atención sobre el hecho de que, según nuestra Constitución, le corresponde al jefe de Estado, es decir, al presidente federal, nombrar a sus ministros. Y también la amnistía es un derecho del presidente. Mi firma solo significa que me comprometo a presentar el caso. Y no puedo garantizar el plazo que se me pone... de solamente tres días». Hitler: «¡Pues tiene usted que hacerlo!» Schuschnigg: «No puedo». Hitler estaba excitadísimo. Se dirigió a grandes pasos a la puerta y la abrió: —¡Keitel! —gritó con voz muy fuerte. Y mandó a Schuschnigg que abandonara la sala: —Volveré a llamarle a usted más tarde. Schuschnigg salió de la sala y entró Keitel. En la cárcel de Nuremberg repitió von Papen, en una conversación con el psicólogo Gilbert, toda la escena y el americano escribió en su Diario:

«Von Papen me explicó cómo Hitler había ejercido su presión militar sobre el canciller austríaco Schuschnigg. Hitler gritó: "¡Keitel!", con voz tan fuerte que se oyó en toda la casa. Keitel llegó corriendo, pero una vez en la sala Hitler le rogó que se sentara tranquilamente en un rincón. Todo aquello solo tenía por objeto intimidar a Schuschnigg.» El propio Keitel relató aquellos minutos en el estrado de los testigos en Nuremberg: —Era el primer acto de servicio al que me llamaban. Como no había asistido todavía a ninguna conferencia o acción política antes, no supe qué hacer. Luego en el curso del día comprendía que la presencia de tres representantes militares solo servía para hacer una demostración militar. »Me ha preguntado aquí lo que significaba que aquella tarde repitieran tan fuerte mi nombre por toda la casa cuando me llamó el Führer. Fui a su habitación. Tal vez suene un poco cómico, pero cuando entré en la habitación creí que iba a darme instrucciones. Pero se limitó a decirme: "Por favor, siéntese usted. El canciller federal desea celebrar una conversación con su ministro de Asuntos exteriores Schmidt. No tengo nada para usted".» Todo era puro «bluff». Pero el efecto sobre Schuschnigg y su ministro de Asuntos Exteriores fue absoluto. En el estrado de los testigos de Nuremberg el doctor Guido Schmidt fue interrogado sobre este punto por el fiscal americano Dodd. Dodd: «¿Les dijo Hitler que disponían hasta el 15 de febrero para aceptar sus condiciones?» Doctor Schmidt: «Sí». Dodd: «¿Y les dijo también que en el caso de no aceptar sus condiciones haría uso de la fuerza?» Doctor Schmidt: «Sí, era un ultimátum, y Hitler declaró que ya tenía la intención de entrar con sus tropas en Austria en febrero y que aquella era la última vez que condescendía a una solución». Dodd: «¿Qué hacían los generales? ¿Entraban y salían de la sala durante la entrevista?» Doctor Schmidt: «Los generales fueron llamados por Hitler en diversas ocasiones».

Dodd: «¿Tenían miedo usted y Schuschnigg? ¿Temían que pudieran ser detenidos?» Doctor Schmidt: «Estábamos preocupados con el temor de que no nos dejaran marchar de allí». Dodd: «¿Recuerda usted que durante el viaje de regreso a Viena, Schuschnigg le dijo que había tenido miedo cuando llamaron a Keitel de que iba a ser fusilado o que iban a hacerle algo horrible?» Doctor Schmidt: «No se habló de fusilamientos. Pero sí, como ya he dicho antes, los dos pasamos miedo. El canciller opinó, igualmente, que en el caso de que las conversaciones no redundaran en nada positivo cabía en lo posible que no nos dejaran marchar de allí». Mientras Schuschnigg y Guido Schmidt, jefe de Gobierno y ministro de Asuntos Exteriores de un país, tenían miedo de ser detenidos por su anfitrión, se llevaba a cabo maniobras de engaño. —Las maniobras de engaño —indicó el fiscal americano Alderman en Nuremberg—, quedan expuestas en un documento alemán que ha sido encontrado. Las proposiciones aparecen firmadas por el acusado Keitel. Bajo su firma hay una anotación que dice que el Führer ha dado su visto bueno a estas proposiciones. Dice lo siguiente: »"Lanzar noticias falsas, pero dignas de crédito, que hagan creer en unos preparativos militares contra Austria: a) por hombres de confianza en Austria; b) por nuestros aduaneros en la frontera; c) por agentes de comercio. Tales noticias pueden ser las siguientes: a) cancelación de todos los permisos en la zona del VII Cuerpo del Ejército; b) concentración de material ferroviario en Munich, Augsburgo y Ratisbona; c) el agregado militar alemán en Viena ha sido llamado para una consulta a Berlín; d) reforzamiento de la guardia fronteriza con Austria; e) los aduaneros han de informar sobre maniobras militares de las brigadas alpinas en las cercanías de Freilassing, Reichenhall y Berchtesgaden". Este programa de intimidación y de rumores resultó muy efectivo. Fue el preludio de la entrada de las tropas alemanas el 12 de marzo de 1938. En este cúmulo de amenazas militares, de miedos e intimidaciones, capituló Schuschnigg. Media hora después de haber sonado el grito de «¡Keitel!» afirmó lo que podemos llamar la «rendición sin condiciones» de Austria. Todo esto queda probado por las declaraciones de muchos testigos y documentos. Solo uno de los presentes, el que aquellos días era ministro de

Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop, no se acordaba de nada cuando el fiscal inglés sir David Maxwell-Fyfe le preguntó sobre estos acontecimientos. Sir David: «¿Recuerda haberle presentado al señor von Schuschnigg un proyecto escrito a máquina que contenía las exigencias de Hitler? Medítelo bien» Ribbentrop: «Cabe en lo posible. Hitler había dictado una proposición. Ya no recuerdo los detalles». Sir David: «¿Qué decía el documento?» Ribbentrop: «No lo sé». Sir David: «Si usted le había de entregar un documento a una personalidad extranjera durante una entrevista histórica es de suponer que, aunque fuera a grandes rasgos, usted estaba informado de lo que decía el citado documento». Ribbentrop: «No, es curioso, pero ya no recuerdo los detalles». Sir David: «¿Le dijo usted a Schuschnigg que Hitler le había informado que aquellas exigencias que le entregaba eran un ultimátum del Führer y que Hitler no estaba dispuesto a discutirlas?» Ribbentrop: «No lo recuerdo». Sir David: «¿Pero sí oyó decir, durante la segunda conversación con Hitler, que este le dijo a Schuschnigg que había de aceptar estas exigencias en el curso de los tres días siguientes?» Ribbentrop: «No, esto lo he oído decir hoy por primera vez». Sir David: «Sea usted más prudente al decir que ha sido hoy la primera vez que ha oído hablar de esto, pues le voy a leer a usted un documento. Repito, ¿de verdad no oyó decir a Hitler que había de aceptar aquellas condiciones en el plazo de tres días, ya que, en caso contrario, Hitler entraría con sus tropas en Austria?» Ribbentrop: «No creo haberlo oído». Sir David: «Si lo hubiera dicho tendría usted que admitir que se trataba de una grave presión militar y política».

Ribbentrop: «Teniendo en cuenta las circunstancias, hubiera sido, desde luego, una presión». Sir David: «¿Acaso no sabe usted que Schuschnigg dijo: "Yo solo soy el canciller federal. He de someter todo esto a la aprobación del presidente Miklas y solo puedo firmar el documento con la condición de recabar la conformidad del presidente"?» Ribbentrop: «No, no lo sabía». Sir David: «Creo que ha llegado el momento de presentarle al testigo los documentos alemanes. Examine, por favor, la anotación en el Diario del acusado Jodl del 13 de febrero: "Por la tarde nos llamó el general Keitel a mí y al almirante Canaris a su habitación para reforzar por orden del Führer la presión militar, llevando a cabo una serie de supuestas acciones y medidas militares". »Fíjese usted en la siguiente anotación del 14 de febrero: "Canaris dirigió las diferentes medidas. El efecto fue rápido y potente. En Austria llegaron a la conclusión de que Alemania estaba haciendo preparativos militares". »¿Pretende usted hacerle creer al Tribunal que no conocía, en absoluto, estas supuestas medidas militares y el efecto que habían de causar en Austria?» Ribbentrop: «Considero dentro de lo probable que el Führer, para dar mayor fuerza a sus deseos...» Sir David: «¡Un momento, señor testigo! Con toda seguridad, usted como miembro de Asuntos Exteriores, estaría sin duda, informado del efecto causado en Austria y que Jodl califica de "rápidos y potentes". ¿Quiere usted declarar, bajo juramento, ante el Tribunal, que no estaba informado de la reacción en Austria?» Ribbentrop: «En efecto, no fui informado de esta reacción». Sir David: «Comprendo. Dígame usted, ¿por qué usted y sus amigos tuvieron preso a Schuschnigg durante siete años?» Ribbentrop: «No lo sé. Pero si dice usted cárcel, sé por propia experiencia que el Führer ordenó, en diversas ocasiones, y lo recalcó, que Schuschnigg había de ser tratado con toda clase de consideraciones». Sir David: «Ha dicho usted cárcel. Yo diría mejor Buchenwald y Dachau. Estuvo en los dos campos. ¿Cree usted que se encontró muy bien allí?»

Ribbentrop: «Ha sido aquí donde por primera vez he oído decir que el señor Schuschnigg estuvo internado en un campo de concentración». Sir David: «Limítese usted a contestar a mis preguntas: ¿Por qué usted y sus amigos tuvieron preso en una cárcel a Schuschnigg durante siete años?» Ribbentrop: «No puedo decir nada sobre esto. Lo único que sé es que oí decir que no estaba en la cárcel, sino internado en un hotelito y que disfrutaba de toda clase de comodidades». Sir David: «Pero sí le faltaba una, señor testigo. Dar su informe de lo que había ocurrido en Berchtesgaden. A pesar de todo el confort, que según usted gozaba en Buchenwald y Dachau, lo cierto es que no estaba en condiciones de hablar de los acontecimientos tal como él los había vivido». Ribbentrop: «Esto no puedo juzgarlo yo». Sir David: «Sí, este es su punto de vista. Pasemos a otro tema...» ¿Qué había ocurrido después de Berchtesgaden? ¿Qué curso siguió la historia y qué ruta siguió Schuschnigg por las cárceles y campos de concentración? ¿Cuál fue la suerte de Austria cuando fue estrechada entre los oprimentes brazos de Hitler? Schuschnigg y Schmidt regresaron completamente derrotado desde el Salzberg a Viena. A pesar de que no cabía la menor duda sobre el alcance de la medida, el presidente Miklas no vio otra solución más que aceptar. Nombró a Seyss-Inquart ministro de Seguridad y de la policía y firmó la amnistía con la cual quedaban en libertad todos los nacionalsocialistas que estaban detenidos. En el acto, comenzó a agitarse la situación en Austria. Lo primero que hizo el nuevo ministro austríaco Seyss-Inquart fue trasladarse a Alemania para recibir instrucciones de Hitler. De nuevo en Viena dirigió una circular a los funcionarios a sus órdenes llamándoles: ¡Policía alemana en Austria! Había comenzado la desintegración interior. Schuschnigg hizo un último intento para salvar la situación. Basándose en el acuerdo ratificado en Berchtesgaden, que expresaba claramente la independencia y la soberanía de Austria y la renuncia de Alemania a inmiscuirse en los asuntos interiores austríacos, convocó un plebiscito para el 13 de marzo. Quería que los propios austríacos decidieran. El 10 de marzo fue fijada en todo el país la fecha de celebración del

plebiscito. La consigna era la siguiente: «Por una Austria libre y alemana, independiente y social, cristiana y unida..., por el pan y la paz en el país». Schuschnigg contaba con un setenta a un ochenta y cuatro por ciento de votos afirmativos. Para reír..., pero lo cierto es que en Berlín no reía nadie. En la capital alemana temían que Schuschnigg pudiera estar en lo cierto y esto hubiera representado un golpe terrible para Hitler, una decisiva derrota internacional del nacionalsocialismo. ¡Había que evitar a cualquier precio la celebración de este plebiscito! —Hitler está fuera de sí, está terriblemente indignado y todos los demás también —informó Seyss-Inquart al canciller federal—. Goering exige que dentro de una hora se anule la celebración del plebiscito. Espera mi llamada telefónica antes de una hora. Si no recibe ninguna noticia hasta entonces supondrá que se me ha impedido ponerme en comunicación con él y tomará las medidas que crea pertinentes... Schuschnigg se entrevistó inmediatamente con el presidente federal Miklas. Hacia las doce del mediodía —era el 11 de marzo de 1938—, regresó a sus despachos. Llamó a Seyss-Inquart y el ministro nacional Edmund Glaise Horstenau. —Le ruego informe al señor Goering que en vista de la situación ha sido aceptada su exigencia —declaró Schuschnigg a los dos ministros. Fue anulado el plebiscito. Los ministros cogieron el teléfono y llamaron a Berlín. Poco después regresaban al despacho de Schuschnigg. Seyss-Inquart sostenía un papel en la mano y leyó lo que Goering le acababa de ordenar por teléfono: «Solo se puede salvar la situación si el canciller federal presenta, en el acto, su dimisión y dentro del plazo de dos horas el doctor Seyss-Inquart es nombrado canciller federal. Si en el plazo indicado no se obtiene confirmación, las tropas alemanas entrarán en Austria». Se hizo un profundo silencio. Schuschnigg se entrevistó de nuevo con el presidente federal. Por el camino se le acercaron los amigos y consejeros gritándole: «¡Llame usted a las masas, movilice el Ejército! ¡Resistiremos hasta el último hombre! ¡Pida ayuda al mundo entero, a París, a Londres! Estas potencias no pueden consentir estos actos de bandidismo en el mismo centro de Europa. Hoy nos toca el turno a nosotros y quién sabe a quién le puede tocar mañana...»

—¡Italia! ¡Llamaremos a Italia en ayuda nuestra! En 1943, cuando fue asesinado Dollfuss, Mussolini mandó tropas a la frontera austríaca para ayudar al país en su lucha contra Hitler. Pero ahora, en 1938, recibieron la siguiente respuesta de Roma: «El Gobierno italiano declara que en caso de ser consultado no está en condiciones en estas circunstancias de dar ningún consejo.» Por este motivo presentó Schuschnigg, tal como lo pedía Goering, su dimisión y se aferró a esta decisión cuando el presidente Miklas se lo quedó mirando con expresión triste y dijo en voz baja: —Veo, pues, que me quedo solo... Lo único a lo que estaba dispuesto Schuschnigg era a continuar los negocios como jefe de Gobierno dimitido hasta que fuera nombrado el nuevo canciller. Pero Miklas se negaba a nombrar jefe de Gobierno a un nacionalsocialista. No quería acatar la orden de Berlín y nombrar a SeyssInquart. El solo se enfrentaba a su destino. En la Cancillería, en el Ballhausplatz, Schuschnigg limpiaba su mesa de trabajo. Enfrente colgaba de la pared la mascarilla en yeso de Engelbert Dollfuss, el canciller asesinado, y, completamente indiferente, el retrato al óleo de la emperatriz María Teresa contemplaba la escena. Delante del edificio se oían gritos, sonaban canciones, el fin estaba al alcance de la mano... Durante el Proceso de Nuremberg, siete años más tarde, el fiscal americano Sidney S. Alderman leyó el informe del Gauleiter Rainer: —A continuación estalló la revolución que en el curso de solamente tres horas condujo a la invasión total de Austria y a la ocupación de todos los cargos por miembros del Partido. La conquista del poder fue una obra del Partido apoyada por las amenazas de invasión del Führer y contando con el punto clave que representaba Seyss-Inquart en el seno del Gobierno. Schuschnigg se dedicó a hacer un llamamiento por radio. Fue su último acto oficial. Terminó con las palabras: —¡Dios proteja a Austria! En Viena eran docenas de miles los que gritaban de júbilo por las calles. Los policías se habían colocado brazales con la cruz gamada y eran llevados en hombros por la muchedumbre. Los desconocidos se abrazaban, por doquier surgían demostraciones y con infinito entusiasmo cantaban el «Deutschland,

Deutschland über alles...» Un muchacho se subió al balcón de la Cancillería e izó la bandera de la cruz gamada... Solo había una roca que se resistía: Miklas. El presidente federal continuaba negándose a nombrar canciller a Seyss-Inquart. Mientras desfilaban y cantaban por las calles, bailaban y se abrazaban, en el Leopoldstadt de Viena, el barrio de los judíos, miles lloraban y se preparaban para emprender la huida. Mientras el resto de Austria escuchaba por la radio las últimas noticias con el corazón oprimido, Schuschnigg era internado y comienza su ruta por las cárceles y campos de concentración, se celebran entre Berlín y sus mandatarios en Viena urgentes conversaciones telefónicas. Causó verdadera sensación cuando estas conversaciones telefónicas fueron reproducidas, palabra por palabra, en Nuremberg en el año 1945: «Gracias a la meticulosidad del acusado Goering y de su organización de la Luftwaffe», según dijo el fiscal Alderman. Todas las conversaciones eran tomadas taquigráficamente por el servicio de escucha del Ministerio del Aire. Estas conversaciones ocupaban un grueso expediente y sus páginas revelan la realidad de aquella jubilosa anexión al Reich. Nos hablan del «espontáneo levantamiento popular en Austria», citando la presión que fue ejercida por Hermann Goering para obligar a capitular al Gobierno Schuschnigg. El fiscal Alderman tenía los documentos sobre su mesa. —Presento este grupo de documentos en su forma original, tal como fueron hallados en el Ministerio del Aire —dijo levantando un poco el grueso expediente—. Todo esto me recuerda el lamento de Job: «Oh, si mi enemigo escribiera un libro». La mayor parte de las conversaciones que figuran en este expediente fueron sostenidas por el acusado Goering, aunque hay también una conversación muy interesante celebrada por Hitler. A las diecisiete horas de aquel día decisivo Goering telefoneó desde Berlín al jefe de las SS austríacas Odilo Globocnick en Viena y este, que no estaba al corriente de la situación, le informó que el presidente federal Miklas se había doblegado plenamente a los deseos de Berlín y habían nombrado canciller federal a Seyss-Inquart, pero se trataba de un error. A las diecisiete horas veinte minutos Goering se enteró, a través de una nueva conversación con SeyssInquart, de la verdad. El texto de las conversaciones tal como fueron presentadas ante el Tribunal de Nuremberg dice: Goering: «Globocnick me ha informado en su nombre que le habían nombrado ya canciller». Seyss-Inquart: «¿En mi nombre? ¿Y qué le ha contado a usted?»

Goering: «Hace solamente una hora. Me ha dicho que usted ya era canciller». Seyss-Inquart: «No, no es esto. Le he propuesto al presidente federal que me confiara la Cancillería. ¡Pero él siempre tarda de tres a cuatro horas en tomar una decisión! En lo que respecta al Partido, hemos dado instrucciones a las formaciones de las SA y del SS para que se hagan cargo de los servicios de seguridad». Goering: «Bien, esto no puede continuar así. ¡En ninguno de los casos! La cosa está en marcha. Escúcheme bien. El presidente federal ha de ser informado sin pérdida de tiempo que le ha de entregar ahora mismo el poder como canciller federal y que el Gabinete ha de estar constituido tal como lo tenía previsto, es decir, usted canciller federal y el Ejército...» Seyss-Inquart: «Señor mariscal de campo, Mühlmann (uno de los enlaces) acaba de llegar de allí. ¿Quiere que le informe?» Goering: «Sí». Mühlmann: «La situación es la siguiente: el presidente se niega obstinadamente a dar su conformidad y exige una acción diplomática, oficial, por parte del Reich. Nosotros, tres nacionalsocialistas, hemos querido hablar personalmente con él para exponerle que en vista de lo desesperada que es la situación no le toca otro remedio que dar su consentimiento. Ni siquiera nos ha recibido. Todo da a entender que el hombre no está dispuesto a ceder». Goering: «¡Póngame con Seyss-Inquart!» Seyss-Inquart: «Estoy al aparato». Goering: «Preste atención: entrevístese inmediatamente con el teniente general Muff (el agregado militar en Viena), con el presidente federal y dígale usted: Si no acepta enseguida las condiciones, que usted ya conoce, hoy mismo las tropas alemanas cruzarán la frontera y habrá terminado la resistencia de Austria. Dígale usted al teniente general Muff que le acompañe y que exija ser recibido en el acto y repítanle todo esto al presidente. Infórmeme usted, sin pérdida de tiempo, de la respuesta de Miklas. Dígale usted que aquí no estamos para bromas. Esta noche puede comenzar la invasión de Austria y daremos órdenes a las tropas de que no ataquen si antes de las diecinueve horas treinta minutos hemos recibido la noticia de que Miklas le ha confiado la Cancillería. Disponga usted que el Partido vuelva a gozar de todos sus derechos y que todos los nacionalsocialistas se lancen a la calle en todo el país. Que salgan todos ellos a la calle. ¡De modo que espero su respuesta antes de las diecinueve horas treinta

minutos! Que le acompañe el teniente general Muff. Ahora mismo le daré instrucciones a Muff. Si ese Miklas no ha querido comprender la situación en cuatro horas, lo tendrá que hacer ahora en cuatro minutos». Seyss-Inquart: «Está bien». Una hora y ocho minutos más tarde telefoneó Goering con su hombre de confianza Wilhelm Keppler, a quien había destinado a Viena. Keppler: «He hablado con Muff. Muff ha estado arriba con el presidente, pero este se ha vuelto a negar». Goering: «¿Dónde está Muff ahora?» Keppler: «Ha vuelto a bajar. No ha tenido éxito en su misión». Goering: «Pero, ¿qué dice?» Keppler: «Que él, como presidente federal, no lo hará». Goering: «¡En este caso, que Seyss-Inquart lo destituya! Suba usted y dígale sin rodeos que Seyss-Inquart movilice a la guardia nacionalsocialista y dentro de cinco minutos daré la orden de invasión». Keppler llamó a Muff al teléfono. Muff: «Es un hecho que el intento de Schuschnigg de demostrar al mundo que si los nacionalsocialistas cuentan con una mayoría, es solo por la amenaza de las armas alemanas...» Aquí fue interrumpida la conversación. Tres minutos más tarde ha sido restablecida la comunicación. Goering: «¿Dónde está Keppler?» Veesenmeyer (un intermediario del Ministerio de Asuntos Exteriores): «Aquí Veesenmeyer. Keppler está con el canciller federal». Goering: «¿Con el presidente federal?» Veesenmeyer: «No, con el canciller federal. Están todos reunidos, el presidente y el canciller federal». Goering: «No me aparto del teléfono. Veesenmeyer, ¡todo ha de ir muy

rápido ahora! Solo disponemos de tres minutos de tiempo». Veesenmeyer: «Lo sé, lo sé». Mientras tanto, Keppler se había vuelto a poner al aparato. Keppler: «He vuelto a hablar con el presidente. Se ha negado a todo». Goering: «De acuerdo, que me llame Seyss». Keppler: «Ahora mismo se pone al aparato». Seyss-Inquart: «Seyss-Inquart al teléfono». Goering: «Bien, ¿qué hay de nuevo?» Seyss-Inquart: «Diga usted, señor mariscal de campo». Goering: «¿Cómo está la situación?» Seyss-Inquart: «Pues el señor presidente federal se aferra a su punto de vista de siempre. Todavía no ha tomado ninguna decisión». Goering: «¿Cree usted que tomará una decisión dentro de los próximos minutos?» Seyss-Inquart: «Creo que la conversación no puede durar más allá de cinco o diez minutos». Goering: «Escuche usted, voy a esperar todavía esos minutos. Llámeme a la Cancillería para informarme de todo. Pero sea rápido. No puedo esperar más tiempo, sinceramente, no puedo. Si no se conforma, entonces hará usted uso de la fuerza, ¿comprendido?» Seyss-Inquart: «Sí, si amenaza...» Goering: «Sí». Seyss-Inquart: «Sí, sí, sabremos responder». Goering: «¡Llámeme usted con urgencia!» —Goering y Seyss-Inquart —dijo el fiscal Alderman en la sala del Tribunal de Nuremberg— habían convenido en otras palabras un plan para

conquistarse el poder en el caso de que Miklas continuara con su obstinada negativa. El plan en cuestión preveía, además de la intervención de las fuerzas nacionalsocialistas en Austria, la de las tropas alemanas. Muy excitados volvieron a telefonear Goering y Seyss-Inquart a las diecinueve horas cincuenta y siete minutos. Seyss-Inquart: «El doctor Schuschnigg comunicará por la radio que el Gobierno del Reich ha presentado un ultimátum». Goering: «¡Ya lo he oído!». Seyss-Inquart: «El Gobierno se ha destituido a sí mismo. El general Echilhavsky tiene el mando sobre las tropas y retirará las tropas. Todos esperan la llegada de las tropas alemanas». Goering: «¿Pero usted no ha recibido el nombramiento?» Seyss-Inquart: «¡No!» Goering: «¿Ha sido destituido usted de su cargo?» Seyss-Inquart: «No, no ha sido destituido nadie. El Gobierno, por así llamarlo, se ha retirado y deja que las cosas sigan su curso». Goering: «¿Y usted no ha sido nombrado? ¿Ha sido rechazado su nombramiento?» Seyss-Inquart: «Sí, lo han vuelto a rechazar. Ya no esperan otra cosa que la llegada de las tropas». Goering: «¡Está bien! Voy a dar la orden de invasión y usted procure mientras tanto que le nombren y asuma el mando. Llame la atención de todos los dirigentes sobre lo que le voy a decir: Todo el que ofrezca u organice la resistencia, caerá inmediatamente bajo nuestra jurisdicción militar. El Tribunal marcial de nuestras tropas. ¿Está claro?» Seyss-Inquart: «¡Sí!» Goering: «¡No importa de quién pueda tratarse!» Seyss-Inquart: «Los altos mandos han dado orden de no ofrecer la menor resistencia».

Goering: «¡Es igual! El presidente federal no le ha nombrado a usted, y esto debe considerarse como oposición». Seyss-Inquart: «De acuerdo». Goering: «Bien. ¡De modo que le confío a usted una misión oficial!» Seyss-Inquart: «Sí». Goering: «Mucha suerte. ¡Heil Hitler!» En Viena el diminuto canciller federal daba una última vuelta por sus despachos. A través de las ventanas llegaban hasta él las canciones y los vítores en la calle. Schuschnigg escribe en sus Memorias: «Di una vuelta por los despachos, crucé la sala de las columnas y entré en la antesala de reuniones. Allí, debajo del retrato de Francisco José, había un grupo de personas desconocidas. Un joven, con traje de montar, pasó cerca de mí. No sabía si era un estudiante o uno de los jóvenes funcionarios. Llevaba el pelo cortado al estilo prusiano. Comprendí. Ya había tenido lugar la invasión. De momento, aún no habían pasado la frontera, pero ya estaban en el Ballhausplatz. Todavía no era la Wehrmacht... era la Gestapo.» De nuevo telefoneó Goering, esta vez al agregado militar alemán teniente general Muff. Eran las veinte horas veintiséis minutos. Goering: «Dígale usted lo siguiente a Seyss-Inquart: En nuestra opinión el Gobierno ha dimitido, pero él no. Por consiguiente, debe continuar los asuntos del Gobierno y en nombre del mismo dar todas las órdenes necesarias. Va a comenzar la invasión y se darán órdenes de que todo el que ofrezca resistencia habrá de cargar con las consecuencias. Que Seyss procure que no ocurra nada». Muff: «Seyss cuida del orden en estos momentos, está dirigiendo una alocución». Goering: «Que ahora se haga cargo del Gobierno. Que asuma el mando en el Gobierno y que cuide de todo y... todavía mejor..., que Miklas presente la dimisión». Muff: «Esto no lo hará. Ha estado muy dramático. Hace un cuarto de hora aproximadamente que he hablado con él. Ha dicho que en ningún caso se inclinará ante la violencia que tampoco nombrará un nuevo Gobierno». Goering: «¿No está dispuesto a ceder a la fuerza?»

Muff: «No». Goering: «¿Qué significa esto?» Muff: «Que no piensa moverse de donde está». Goering: «Comprendo, cuando se tienen catorce hijos como él lo mejor es cruzarse de brazos. Está bien. Dígaselo a Seyss. Dígale que se haga cargo del Gobierno». —Hay otro acontecimiento histórico que fue discutido igualmente por teléfono —informó el fiscal americano Alderman—. Me refiero al célebre telegrama que Seyss-Inquart mandó al Gobierno alemán en el cual solicitaba que este mandara tropas a Austria para ayudarle a dominar el desorden que se había apoderado del país. En una conversación que celebraron aquella misma noche, a las veinte horas cuarenta y ocho minutos, Goering y Keppler dijeron lo siguiente: Keppler: «Voy a hacerle un resumen de lo ocurrido: El presidente federal Miklas se ha negado a acceder. Pero el Gobierno ya no ejerce ninguna autoridad. He hablado con Schuschnigg y me ha dicho que todos se han retirado de sus funciones. Seyss ha anunciado por la radio que él, en calidad de ministro del Interior, ha asumido todas las funciones de Gobierno. El antiguo Gobierno ha dado órdenes de que el Ejército no ofrezca la menor resistencia. De modo que no dispararán». Goering: «Todo eso importa un comino. Preste atención: Lo más importante es que, ahora, se apodere Seyss-Inquart de todo el Gobierno, que ocupe las emisoras y todo lo demás. Y escuche bien: Seyss-Inquart debe mandarnos el siguiente telegrama. Escriba: »El Gobierno provisional de Austria, que después de la dimisión del Gobierno Schuschnigg se ve obligado a mantener el orden y la paz en Austria, dirige al Gobierno alemán el urgente ruego de apoyarle en esta misión y ayudarle a evitar un derramamiento de sangre. Con este motivo, solicita de este el envío urgente de tropas alemanas». Keppler: «Las SA y las SS desfilan por las calles. Reina una tranquilidad absoluta». Goering: «Preste atención, que mande ocupar las fronteras para que esos no huyan con sus bienes». Keppler: «Sí».

Goering: «Que forme un Gobierno provisional. Es completamente indiferente lo que pueda decir, ahora, el presidente federal». Keppler: «Sí». Goering: «Bien. Que mande el telegrama lo antes posible. Dígale usted que no es necesario que envíe el telegrama. Dígale que basta que comunique: "¡Conformes!" Llame usted al Führer o a mí de nuevo. Mucha suerte. ¡Heil Hitler!» —Claro —dijo el fiscal Alderman—, no había necesidad de mandar el telegrama. Goering personalmente lo había redactado, ya lo tenía en su poder. El caso era tan urgente que Goering dictó el texto íntegro del telegrama por teléfono y una hora más tarde, a las veintiuna horas cincuenta y cuatro minutos, en una conversación entre el doctor Dietrich, desde Berlín, Keppler, desde Viena, se dijo lo siguiente... Dietrich telefoneó, tal como se desprende del texto original, en nombre del general Bodenschatz. Dietrich: «Tengo urgente necesidad del telegrama». Keppler: «Dígale usted al mariscal de campo que Seyss-Inquart está conforme». Dietrich: «Maravilloso, gracias». Pero esta conversación, celebrada a las veintiuna horas cincuenta y cuatro minutos, carecía de todo valor práctico, pues una hora antes, a las veinte horas cuarenta y cinco minutos, Hitler personalmente había dado la orden de que las tropas alemanas cruzaran la frontera. —Fue interrumpido el sistema de comunicaciones con Austria —comentó el fiscal Alderman—, pero la máquina militar alemana ya había sido puesta en movimiento. Para demostrarlo, expongo como prueba el documento capturado a los alemanes, C-182. Es una orden del comandante en jefe de la Wehrmacht, el 11 de marzo de 1938, a las veinte horas cuarenta y cinco minutos. Esta orden, firmada por Jodl, y con el visto bueno de Hitler, ordena la invasión de Austria. En esta orden secreta se decía: «Con el fin de evitar el derramamiento de sangre en las ciudades austríacas, se ordena el avance de la Wehrmacht alemana hacia Austria el 12 de marzo al amanecer. Confío que los objetivos señalados sean alcanzados con la mayor rapidez y haciendo uso de todas las fuerzas a nuestra disposición.»

También en este caso utilizaron un pretexto, pues en ninguna ciudad austríaca había ocurrido ni un solo incidente sangriento y Keppler le había dicho expresamente a Goering por teléfono que reinaba la paz y la tranquilidad en todo el país. «Era alrededor de la medianoche —escribe Schuschnigg en sus Memorias—. De fuera no llegaba la menor noticia. En la sala de sesiones todavía estábamos reunidos con el presidente federal. Una vez más fueron discutidos todos los motivos que aconsejaban el nombramiento de Seyss-Inquart. Finalmente Miklas cedió y firmó la orden...» Este era el fin oficial. Pero en el Proceso de Nuremberg el fiscal Alderman levantó un velo sobre los últimos incidentes antes del Anschluss: —En el instante en que Hitler y Goering se lanzaron a esta empresa, se enfrentaban con un gran interrogante: Italia. En el año 1934, y con motivo del golpe de Estado del 25 de julio, Italia había concentrado sus tropas en la frontera. Italia era, tradicionalmente, el protector político de Austria. Hitler debió respirar muy aliviado cuando a las veintidós horas veinticinco minutos de la noche, el príncipe Felipe de Hessen, su embajador en Roma, le informó que Mussolini adoptaba una actitud muy tranquila frente a los acontecimientos. Comprenderemos claramente la situación si leemos lo hablado en la conferencia telefónica. Esta conversación nos revela, claramente, la excitación de Hitler mientras hablaba. Felipe: «Acabo de llegar de Palazzo Venezia. El Duce lo ha aceptado todo de un modo amistoso. Le felicita a usted cordialmente». Hitler: «Comuníquele usted a Mussolini, que nunca olvidaré esto». Felipe: «Bien». Hitler: «Nunca, nunca, sea lo que sea. Ahora estoy dispuesto a concertar un tratado muy diferente con él». Felipe: «Sí, ya se lo he dicho». Hitler: «Una vez solucionado el problema austríaco, estoy dispuesto a ir con él donde sea». Felipe: «Sí, mi Führer».

Hitler: «Escuche usted..., estoy dispuesto a hacer lo que él quiera... Ahora ya no nos encontramos en la terrible situación militar que se hubiese presentado si hubiera estallado el conflicto. Dígale y repítale que le estoy profundamente agradecido y que nunca lo olvidaré. Jamás lo olvidaré». Felipe: «Sí, mi Führer». Hitler: «No lo olvidaré, ocurra lo que sea. Si alguna vez llega a encontrarse en peligro o en alguna necesidad, puede estar convencido de que yo le ayudaré como sea, aunque todo el mundo se levantara contra él». Felipe: «Sí, mi Führer». —Después de la entrada de las tropas alemanas en Austria —prosiguió Alderman—, y cuando Hitler se encontraba en Linz, de nuevo expresó su profundo agradecimiento a Mussolini en el célebre telegrama que el mundo entero seguramente recordará perfectamente. El documento decía lo siguiente: «Mussolini, esto jamás lo olvidaré». A continuación era preciso hacer algo en Londres para tranquilizar a los ingleses. El día siguiente a la entrada de las tropas, el domingo 13 de marzo de 1938, telefoneó el acusado Goering, que se había quedado en Berlín para dirigir los asuntos de Estado, al acusado Ribbentrop, que estaba en Londres. Hitler se encontraba en su patria austríaca. Considero que la conversación es característica del modo de proceder de los acusados. Hacían uso de una serie de tergiversaciones para engañar y aplacar a otros pueblos. La conversación entre Ribbentrop y Goering es muy larga tal como fue presentada ante el Tribunal. Nos limitamos a reproducir las partes esenciales: Goering: «Bien, ya sabe usted que el Führer me ha encargado de la dirección del Gobierno. Por esto quería orientarle a usted. En Austria reina un júbilo indescriptible, usted mismo lo habrá oído por la radio». Ribbentrop: «Sí, fantástico, ¿verdad?» Goering: «Sí, la ocupación de Renania no puede compararse, de ningún modo, con el júbilo de la población... El Führer estaba profundamente conmovido cuando ayer por la noche habló conmigo. Pero deseaba decirle algunas cosas para su conocimiento. Bien, el cuento ese de que nosotros mandamos un ultimátum es una falsedad. Pero recuerde que Schuschnigg pronunció unos discursos grandilocuentes, en los que dijo que el Frente patriótico lucharía hasta el último hombre. No sabíamos exactamente a qué atenernos, no podíamos saber que capitularían por las buenas y, debido a esto,

Seyss-Inquart —que ya estaba al frente del Gobierno— nos mandó decir que enviáramos las tropas sin pérdida de tiempo. Esto es la realidad de lo ocurrido. Lo interesante es lo siguiente: El vivo entusiasmo nos ha sorprendido tanto a nosotros como a los nacionalsocialistas. A excepción de los judíos en Viena y de los negros no se ve a nadie que vaya contra nosotros». Ribbentrop: «De modo que toda Austria está con nosotros». Goering: «Por lo demás, mire usted, sí... ayer dijeron, hablaron de cosas muy serias, de guerras y cosas por el estilo..., me puse a reír. ¿Quién es el estadista irresponsable que sea capaz de mandar a la muerte a millones de seres humanos, por el mero hecho de que dos pueblos hermanos se reúnan de nuevo...?» Ribbentrop: «Sí, desde luego, sería ridículo, claro, claro. Y esto también lo comprenden así aquí. Además, creo que están bastante bien informados». Goering: «Señor Ribbentrop, insisto en un detalle: ¿Cuál es el Estado en el mundo al que podamos perjudicar con nuestra reunificación? Y también insisto en esto: ayer fue a verme el embajador checo y me dijo que los rumores que circulaban de que los checos se habían movilizado no respondían a la realidad de los hechos y que los checos quedarían muy contentos si les daba mi palabra de que no emprenderíamos nada contra su país». Ribbentrop: «Esto es lo mismo que nos dijeron aquí anteayer. Llamaron expresamente». Goering: «No amenacemos a Checoslovaquia en ninguno de los casos. Al contrario, a los checos se les ofrece ahora la oportunidad de solucionarlo todo de un modo amistoso y sensato con nosotros. Esto siempre que Francia no haga nada y sea sensata. Si Francia moviliza sus tropas en la frontera, entonces nos divertiremos». Ribbentrop: «Creo que se comportarán de un modo muy sensato». Goering: «Escuche bien. Ahora que hemos solucionado el problema allá abajo y que ya no hay ningún peligro..., aquello era un foco de peligros, un auténtico peligro. Todos habrían de estarnos agradecidos de que hubiéramos eliminado este foco de peligros». Ribbentrop: «Esto mismo es lo que les he dicho. También he comunicado a Halifax (el ministro de Asuntos Exteriores británico) que lo único que queríamos era un poco de comprensión, a lo que él ha contestado que solo estaba un poco asustado por Checoslovaquia».

Goering: «No, no. No tiene que tener ningún miedo». Ribbentrop: «Yo le he dicho que no teníamos ningún interés, ni tampoco la menor intención de hacer algo allí». Goering: «El Führer ha dicho que, dado que usted se encuentra ahí, procure exponer las cosas tal como son. Sobre todo señale que están en un profundo error si creen que Alemania dirigió un ultimátum. Deseo que le diga usted lo siguiente a Chamberlain: No es cierto que Alemania haya mandado un ultimátum. Esto es una mentira de Schuschnigg. Y tampoco es verdad que le fue dirigida una amenaza al presidente federal. Lo único que pasó es que SeyssInquart rogó a uno de nuestros agregados militares que le acompañara para que le explicara un detalle técnico. Insisto en que Seyss-Inquart solicitó de nosotros, primero por teléfono y luego por telegrama, que le mandáramos nuestras tropas». Ribbentrop: «Dígame usted, señor Goering, ¿qué ocurre en Viena..., todo está en orden allí?» Goering: «Sí. Ayer mandé centenares de aviones a ocupar el campo de aviación. Fueron recibidos con júbilo. Hoy entrarán las avanzadillas de la 17 División conjuntamente con las tropas austríacas. Quiero añadir que las tropas austríacas no se han replegado, sino que se han unido a las tropas alemanas». Ribbentrop: «Esto era de esperar». Goering: «Todo se ha cumplido según nuestros deseos. Todo ha salido como había de salir y nuestras tropas desfilan como si fuera un día de fiesta. Reina una paz absoluta. Dos pueblos se abrazan y expresan públicamente su júbilo. Además, he de añadir que Mussolini se ha comportado de un modo estupendo». Ribbentrop: «Sí, ya me he enterado». Goering: «¡Maravilloso!». Ribbentrop: «¡Muy bien!». Goering: «Se lo aseguro a usted, me considero muy feliz». Ribbentrop: «Mire usted, aquí, dentro de muy poco..., o habría de engañarme miserablemente..., dirán, diablos, qué suerte que ese problema ya haya sido solucionado y de un modo tan pacífico... He de decirle otra cosa: no he dejado que aquí albergaran la menor duda que si existiera la menor amenaza, si

existiera algo parecido, el Führer y el pueblo estarían unidos cien por cien». Goering: «Y yo voy a decirle lo siguiente: Gracias a Dios el hombre, tratándose de su patria, participa en la acción con todo su corazón. Creo que si ese hombre presintiera alguna amenaza en la cuestión austríaca, no cedería un solo momento». Ribbentrop: «Esto es evidente». Goering: «No cabe la menor duda. Si alguien nos amenazara ahora se tropezaría con la resistencia fanática de dos pueblos». Ribbentrop: «Creo que no puede existir la menor duda a este respecto». Goering: «Antes preferiría que mi pueblo fuera exterminado que ceder un solo paso». Ribbentrop: «Creo que se comportarán todos de un modo muy sensato». Goering: «Lo contrario sería lo peor de lo peor. Entonces el mundo entero se convertiría en una casa de locos. Sería ridículo». —Para comprender bien esta conversación —dijo el fiscal Alderman en Nuremberg—, hemos de intentar fijar la hora y el lugar de la escena. Cito... Goering: «Aquí hace un tiempo maravilloso, el cielo es azul. Estoy sentado, envuelto en mantas en mi balcón, al aire libre y tomo mi café. Luego he de ir a la ciudad y pronunciar un discurso. Aquí los pájaros cantan y por la radio se oye el júbilo de la multitud. Es decir, en Viena». Ribbentrop: «Es maravilloso». Goering: «Envidio a los que ayer fueron testigos de todo. Y yo aquí guardando las posiciones claves. ¿Ha oído usted el discurso que ha pronunciado el Führer en Linz?» Ribbentrop: «No, desgraciadamente no lo he oído». Goering: «Para mí ha sido el discurso más interesante que jamás ha pronunciado el Führer..., muy breve. Ese hombre, que domina la palabra, como ningún otro, apenas podía hablar». Ribbentrop: «¿Estaba el Führer muy emocionado?»

Goering: «Sí, terriblemente. Creo que el hombre pasa unos días muy difíciles. Dicen que tuvieron lugar ciertas escenas... A propósito, Ward Price (un célebre periodista inglés) está con él allá...» Ribbentrop: «Sí, esta mañana he leído el artículo de Ward Price. El Führer se volvió hacia él y le preguntó: "¿Es esto una invasión? ¿Puede usted considerar esto como una presión y empleo de la fuerza?"» Goering: «Vamos, vamos, ni pensarlo». Ribbentrop: «¡Hasta la vista! ¡Heil Hitler!» Goering: «¡Heil Hitler!» ¿Podía aquello considerarse como una presión y empleo de la fuerza?, le había preguntado Hitler a Ward Price. ¿Qué importaban ya las palabras? El día antes Goering había tranquilizado al embajador checo, pero ahora, después del jubiloso Anschluss de Austria, el hombre ya hablaba de sus nuevos planes. Habían colocado un nuevo disco, lo había seleccionado el doctor Goebbels y lo tocaban a diario por la radio: La Marcha de Egerland. Y pronto marcharían al son de esta marcha militar.

8. La paz de nuestros tiempos Vamos a hablar ahora de un capítulo en el que los hechos fueron ahogados de nuevo por el griterío, las canciones y las atronadoras marchas militares. Tampoco en este caso la opinión pública estaba enterada que las pasiones habían sido estimuladas de un modo artificial. «No estoy dispuesto —declaró Hitler el 12 de septiembre de 1938 durante el Día del Partido en Nuremberg—, a aguantar, cruzado de brazos, la opresión de los ciudadanos alemanes en Checoslovaquia. Los alemanes en Checoslovaquia no están indefensos ni tampoco abandonados. Que todo el mundo se entere de esto». Poco después de este incidente tuvieron lugar en el país de los sudetas sangrientos incidentes. De nuevo se provocaba una crisis que irremisiblemente tendía hacia un punto álgido. Desde 1939 se habían ido agudizando a diario las diferencias entre las minorías raciales en Checoslovaquia. Desde el Anschluss a Austria la situación se había hecho insostenible. Con toda seguridad, los alemanes sudetas creían que estaban luchando ellos mismos por unos derechos a los que tenían plena justificación. Pero no podían sospechar que eran

meramente unos instrumentos: Konrad Henlein, el jefe del SDP, el Partido de los sudetas alemanes, se limitaba a recibir órdenes. El 28 de marzo de 1939 Henlein recibió, en Berlín, instrucciones muy concretas del propio Hitler. En el expediente sobre esta conversación leemos: «Las instrucciones que el Führer le ha dado a Henlein dicen que el partido de los sudetas alemanes ha de insistir en la reclamación de sus derechos, unos derechos que han de ser imposibles de aceptar por parte del Gobierno checo. Henlein ha expuesto al Führer su punto de vista sobre la situación. Hemos de exigir siempre más para que nunca nos podamos dar por satisfechos. Este punto de vista ha merecido la aprobación del Führer». —Henlein ejerció sus actividades con ayuda de consejos de los altos jefes nazis —declaró el fiscal Alderman sobre este punto—. El teniente coronel Köchling le fue adscrito, como consejero, a Henlein, para ayudarle en la organización de los Cuerpos de voluntarios de los sudetas alemanes. Fue leída como prueba una anotación del ayudante de Hitler, Rudolf Schmundt: «Asunto secreto. Ayer se celebró la entrevista Führer y teniente coronel Köchling. La entrevista duró siete minutos. El teniente coronel continuará a las órdenes del OKW. Quedará adscrito como consejero de Henlein. Ha recibido plenos poderes militares del Führer. El Cuerpo de voluntarios sudetas queda a las órdenes de Henlein. Objetivo: Protección de los sudetas alemanes y provocación de nuevos incidentes». Objetivo: Provocación de nuevos incidentes. Es difícil emplear un lenguaje más claro. Los alemanes sudetas que creían luchar por sus derechos naturales, eran lanzados sin compasión en una lucha sangrienta. Lo que Hitler pretendía, en realidad, y para lo cual habían de servirle de pretexto los desórdenes y los violentos encuentros en el país de los sudetas, estaba encerrado todavía en las cajas fuertes de Berlín. «Fall Grün». Este era el nombre clave de todo el plan: la destrucción de Checoslovaquia. A Hitler lo que le importaba, en este caso concreto, eran los alemanes sudetas y su «liberación». Los sudetas no son mencionados, ni una sola vez, en los centenares de expedientes, documentos y reuniones secretas. Lo único que le interesa es la destrucción de Checoslovaquia para crear las condiciones previas necesarias para sus futuros planes bélicos. El 30 de mayo de 1938, Hitler firmó un documento que llevaba por encabezamiento «Studie Grün». Esta orden secreta decía: «Es decisión irrevocable destruir, dentro de un inmediato futuro,

Checoslovaquia, mediante una acción militar. El punto político y militar apropiado lo decidirá el mando político y a este mando también le incumbe la decisión de esperar o provocar este momento. En este sentido, han de ser adoptadas todas las medidas necesarias. Como condición previa para el previsto ataque son necesarias: a) un motivo exterior apropiado; b) una justificación política suficiente; c) una acción inesperada para el enemigo que le sorprenda desprevenido. Lo preferible, desde el punto de vista militar y político, es una rápida acción basada en un incidente que provoque Alemania en un sentido que esta no pueda quedar indiferente y que, por lo menos frente a una parte de la opinión pública mundial, presente la justificación moral para adoptar medidas de índole militar. Firmado: Adolfo Hitler.» Como Hitler se imaginaba, este incidente lo expuso claramente a Keitel. La reunión se celebró el día 21 de abril de 1928 y ha sido certificada igualmente por el ayudante de Hitler, Schmundt. —Voy a leer el Apartado 2 de este documento —dijo el fiscal Alderman en Nuremberg—. Fundamentos para el «Studie Grün». Resumen de la conversación celebrada entre el Führer y el general Keitel. 1. Un ataque estratégico sin motivo o justificación alguna es rechazado por la opinión pública mundial que podría agudizar la crisis. Esta medida está justificada solamente para eliminar al último enemigo en el continente. 2. Acción después de unas diferencias diplomáticas que se han ido agudizando y provocando finalmente la guerra. 3. Ataque por sorpresa basado en un incidente (p. e., el asesinato del embajador alemán después de una manifestación antialemana). Consecuencias militares: «Con respecto a las posibilidades políticas 2 y 3 hemos de estar preparados. El caso 2 es el no deseado, puesto que «Grün» habrá adoptado medidas defensivas». —Este documento, en conjunto, revela claramente —señaló Alderman— que los conspiradores planeaban crear un incidente para justificar ante la opinión pública mundial su ataque contra Checoslovaquia. Pensaron incluso en mandar asesinar al embajador alemán en Praga para crear, de este modo, el incidente que tanto necesitaban. «La fijación del momento de este incidente, día y hora, es de la mayor importancia —leemos en una nota del día 26 de agosto de 1938 que lleva la firma del acusado Jodl. Este documento dice lo siguiente sobre el citado incidente: "Debe ser fijado en unas condiciones favorables para que podamos hacer uso de

la superioridad de nuestra arma aérea".» Se trabajó febrilmente en los preparativos. Como fecha para el ataque, Hitler fijó el día 1.º de octubre de 1938. Todos los servicios fueron puestos en aviso, sobre todo los ferrocarriles y el Servicio de Trabajo obligatorio. El Ejército, la Marina de guerra y la Luftwaffe recibieron amplias instrucciones especiales. De todos modos, Hitler no pasa por alto la posibilidad de que Inglaterra y Francia no se limitaran a permanecer con los brazos cruzados mientras él invadía Checoslovaquia. Para una mayor seguridad contra el Oeste desarrollaron el «Fall Rot». «Es horrendo pensar que la suerte de millones de seres depende de los caprichos de un hombre demente», escribió el premier británico, sir Neville Chamberlain en su Diario. Durante el Día del Partido en Nuremberg, el embajador francés André François-Poncet dijo a Hitler: —El laurel más bonito es aquel que se recoge sin que haya costado una sola lágrima a una madre. Hitler no contestó a estas palabras. Los desórdenes dirigidos desde Berlín en el país de los sudetas continuaban intensamente y la reacción natural era una presión en dirección contraria. La situación se hacía insostenible. La Gran Bretaña decidió mandar a un intermediario, el respetable Lord Runciman of Doxford. Runciman emprendió el viaje al país de los sudetas. Sospechaba, tal vez, que de su informe dependía la paz y la guerra. Delante de todos los hoteles donde se alojaba sonaban las canciones que eran dictadas por Goebbels desde Berlín: Lieber Lord, mach uns frei von der Tschecoslowakei![2] Profundamente abatido, Runciman informó a su Gobierno sobre «ese maldito país», según su expresión. Pero tampoco él veía ninguna posibilidad de solución. Era evidente que Hitler pretendía hacer uso de la fuerza. El mundo estaba sacudido por la fiebre del miedo. Sobre Europa entera se cernía el fantasma de la guerra. En Berlín, en París, en Londres, en todas partes, los hombres y las mujeres solo hablaban de la guerra. El miedo les había llegado hasta la médula.

De un momento a otro va a estallar el barril de pólvora... El presidente del Consejo de Ministros francés, Edouard Daladier, había sondeado la situación en Londres. Vamos a citar unas frases de una entrevista oficial con el primer ministro británico Chamberlain, que revelan a todas luces la impotencia que dominaba a los dos estadistas. Daladier: «Creo que la paz de Europa podría ser salvada si la Gran Bretaña y Francia declararan que no permitirán, en ningún momento, la destrucción del Estado checo». Chamberlain: «Estoy completamente de acuerdo con usted. Mi sangre hierve cuando compruebo cómo Alemania se vuelve a salir con la suya y aumenta su dominio sobre los pueblos libres. Pero estas meditaciones sentimentales son peligrosas y he de recordar las fuerzas con que estamos jugando. No jugamos con dinero, sino con seres humanos. No puedo embarcarme ligeramente en un conflicto que podría tener unas consecuencias tan funestas para infinidad de familias, mujeres y niños. Hemos de examinar a fondo, por consiguientes, si somos lo bastante fuertes para alcanzar la victoria. Confieso sinceramente que no creo que lo seamos...» Después del Día del Partido, el mundo entero esperaba que Hitler lanzara su golpe. Y entonces Chamberlain dio un paso sensacional. Un paso extraordinario para un jefe de Gobierno inglés, reflejado en su Diario: «Me he decidido por una solución que dejó a Halifax muy sorprendido, pero Henderson (el embajador inglés en Berlín) cree que esta solución puede salvar la paz en la hora once.» Chamberlain se ofreció visitar a Hitler en Alemania y negociar con él la cuestión de los sudetas alemanes. Al día siguiente, 15 de septiembre de 1938, Chamberlain llegaba a Berchtesgaden. Hitler aceptó, en el acto, el ofrecimiento e informó al premier británico que estaba enteramente a su disposición. «Comprendí enseguida que la situación era mucho más crítica de lo que yo había supuesto —escribió Chamberlain inmediatamente a su llegada—. Sabía que tenía sus tropas, sus carros de combate y sus cañones preparados y que bastaba una orden de Hitler para que se lanzaran sobre Checoslovaquia. Era necesario tomar decisiones muy rápidas.» Chamberlain ganó de momento algún tiempo. Declaró que había de reunirse nuevamente con sus ministros, y Hitler prometió no emprender ninguna acción hasta entonces. El estadista inglés regresó a Londres. Tres días más tarde, el 18 de septiembre de 1938, propusieron Gran Bretaña y Francia, en

un mensaje firmado por ambas naciones al jefe de Estado checoslovaco, Eduard Benesch, que cediera los territorios sudetas a Alemania. Benesch contestó en sentido negativo. París y Londres empezaron a ejercer una viva presión sobre el presidente checo. El día 21 de septiembre de 1938 terminó la resistencia que hasta aquel momento había ofrecido el presidente. En una nota dirigida a las potencias occidentales, declaró: —Obligado por las circunstancias y ante la insistencia de los Gobiernos francés e inglés, el Gobierno de la República checoslovaca acepta, con amargura, la proposición francoinglesa. El Gobierno de la República checoslovaca comprueba con pesadumbre que no ha sido siquiera consultada previamente en este caso. La paz parecía haber sido salvada, aunque Chamberlain y Daladier habían perdido todo su prestigio. En el curso de una nueva reunión en Bad Godesberg, Chamberlain informó a Hitler que Checoslovaquia estaba dispuesta a ceder el país de los sudetas a Alemania. Empezó a detallar las formalidades que habrían de llevarse a cabo, pero Hitler le interrumpió con un nuevo golpe: —Lo lamento, señor Chamberlain, pero ya no puedo acceder a estas pretensiones. «Chamberlain se irguió de golpe en su silla —informa el intérprete Paul Schmidt, que asistió a la entrevista—. Su rostro estaba congestionado por la ira.» Hitler declaró que habían de tener igualmente en cuenta las reclamaciones de Polonia y Hungría sobre Checoslovaquia. Además no estaba de acuerdo con las largas negociaciones para la cesión de aquellos territorios: —La cesión de esos territorios ha de efectuarse sin pérdida de tiempo — añadió. Las negociaciones fueron interrumpidas. En las capitales de Europa cundió de nuevo la alarma. Pero finalmente volvieron a reanudar las conversaciones, Hitler mandó entregar un memorándum a Chamberlain. Exigía la retirada inmediata del Ejército checoslovaco de una región que había sido señalada claramente en el mapa: «La evacuación debe iniciarse antes del día 26 de setiembre y estas regiones deben ser cedidas el día 28 del mismo a Alemania». El intérprete Schmidt tradujo.

—¡Esto es un ultimátum! —gritó Chamberlain horrorizado. —¡Un dictado! —añadió el embajador Henderson. —Con gran desengaño y profundo pesar compruebo, señor Canciller — comentó Chamberlain—, que usted no me apoya en absoluto en mis esfuerzos por la paz. —Pero si aquí dice «memorándum» y no «ultimátum» —indicó Hitler, perplejo. En aquel momento uno de sus ayudantes le entregó una nota. Hitler leyó el papel, se lo dio al intérprete y dijo: —Traduzca usted al señor Chamberlain este comunicado. Schmidt tradujo: —Benesch acaba de ordenar por radio la movilización general del Ejército checoslovaco. Se hizo un silencio impresionante. Es la guerra, pensaron todos. Pero Hitler se mostró de pronto muy conciliador. Persuadió a Chamberlain para que mandara el «Memorándum-Ultimátum» a Praga. Estaba convencido de que Benesch aceptaría. Empezó una agotadora lucha que duró horas y días. El embajador inglés en Berlín, Neville Henderson, mandó al coronel Mason Mac Farlanes con el documento a Praga. Mac Farlanes llegó en su coche a la frontera germano-checa, donde se estaban construyendo trincheras y nidos de ametralladoras que anunciaban claramente que la guerra era inminente. Cruzó a pie doce kilómetros entre bosques y prados «con el temor de que a cada momento fuera muerto por los checos o alemanes», como escribió Henderson. Por rutas tortuosas, el documento de Hitler llegó finalmente a manos del Gobierno en Praga. Benesch rechazó la proposición. Aquel mismo día, el 26 de setiembre de 1938, Hitler pronunció su célebre discurso en el Palacio de los Deportes, en el que dijo aquellas fatídicas frases: —Le he asegurado al señor Chamberlain que Alemania solo desea la paz. Igualmente le he asegurado y lo repito aquí, que, cuando este problema haya sido solucionado, ¡no existirán para Alemania otras reivindicaciones territoriales

en Europa! Y le he asegurado igualmente que no estamos interesados en lo más mínimo en el Estado checo. Y esto se lo garantizamos. ¡Nosotros no queremos checos en nuestro territorio! Frente al consejero de Chamberlain, sir Horace Wilson, declaró algunas horas más tarde: —El Gobierno checo solo tiene dos posibilidades ahora: Aceptar o rechazar la proposición alemana. ¡En este último caso atacaré a Checoslovaquia! —En estas circunstancias —replicó Wilson, poniéndose de pie— he de transmitirle a usted una orden de mi primer ministro. Le ruego, señor Canciller, tome usted nota de lo siguiente: Si Francia, en el cumplimiento de sus obligaciones, se ve complicada de un modo activo en hostilidades contra Alemania, el Reino Unido se vería obligado a apoyar a Francia. Hitler se dejó llevar por un ataque de ira. —¡Si Inglaterra y Francia quieren la guerra allá ellos! A mí me es completamente indiferente. Estoy preparado para todos los casos. ¡Si es así dentro de las próximas semanas nos encontraremos en guerra! Era el fin. Francia estaba decidida a ir a la guerra por Checoslovaquia. Un día antes del discurso de Hitler en el Palacio de los Deportes, Daladier y Chamberlain se habían vuelto a reunir. Daladier: «Soy de la opinión que hemos de intentar una ofensiva terrestre contra Alemania. En lo que concierne a la guerra aérea, creo que sería posible atacar importantes centros militares e industriales alemanes». Chamberlain: «¿Qué hemos de hacer si nos enfrentamos con una invasión de Checoslovaquia por parte de Alemania, cosa que puede ocurrir muy bien dentro de dos o tres días? Quiero hablar muy claro y decirle que el Gobierno británico posee unos informes muy poco satisfactorios sobre el estado de la aviación francesa. ¿Qué ocurriría si declarásemos la guerra y cayera una lluvia de bombas sobre París, sobre los centros industriales franceses y las bases militares y campos de aviación? ¿Está Francia en condiciones de defenderse y responder a estos ataques?» Daladier: «¿Significan estas palabras que no estamos dispuestos a hacer nada?»

A pesar del mal tiempo, Daladier y su ministro de Asuntos Exteriores, Georges Bonnet, emprendieron el vuelo de regreso a París. Los periodistas los rodearon cuando bajaron del avión. Bonnet se levantó el cuello del abrigo. De sus pálidos labios solo salieron unas pocas palabras: —La guerra parece inevitable. En París empezaron a distribuir máscaras antigás entre la población civil. En Berlín ululaban las sirenas anunciando los ejercicios de protección antiaérea. En Londres, Chamberlain apenas se acostaba. Trabajaba en un discurso al Parlamento. Había terminado el plazo fijado por Hitler. Al día siguiente tendría lugar la entrada de tropas alemanas en territorio checo. Con grandes rasgos, Chamberlain redactó los puntos fundamentales de su discurso: «Entrada de la Gran Bretaña al lado de Francia en la guerra...» Todavía existía una débil esperanza. Chamberlain se había dirigido a Mussolini rogándole intentara obtener un nuevo aplazamiento por parte de Hitler. Mientras el mundo dormía, a las cinco de la mañana del día 28 de setiembre de 1938, el embajador en Roma fue sacado de la cama. Recibió instrucciones de Londres para entrevistarse sin pérdida de tiempo con Mussolini y presentarle la proposición de Chamberlain. Lord Perth solicitó ser recibido por Ciano. A las once, Mussolini cogió personalmente el teléfono y llamó a Bernardo Attolico, su embajador en Berlín. Mussolini: «Te habla el Duce, ¿me oyes?» Attolico: «Sí, escucho». Mussolini: «Vete ahora mismo a ver al Canciller alemán y dile que el Gobierno inglés me ha comunicado, por mediación de lord Perth, que estarían dispuestos a aceptar que yo actúe de intermediario en la cuestión de los sudetas alemanes. Dile al Führer que estoy con él: ¡que decida! Pero dile también que considero una ventaja que yo pueda actuar de intermediario. ¿Me oyes?» Attolico: «Sí, escucho». Mussolini: «¡Rápido!» Attolico se dio prisa. Cinco minutos más tarde repiqueteaba el teléfono de Ribbentrop en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Attolico se olvidó, por completo, de la dignidad de su cargo y transmitió la noticia en inglés. Cuando lo leemos en el original nos damos perfecta cuenta de la excitación que reinaba

aquella mañana: —I have a personal message from il Duce. I must see the Führer at once, very urgent, quick, quick! —Vaya usted inmediatamente a la Cancillería del Reich —le respondieron—. Coloque una gran bandera italiana en su coche para que le dejen entrar al instante... Era cuestión de minutos. Hitler estaba celebrando una reunión en aquellos momentos. Lo llamaron. Y de nuevo, Attolico se olvidó de todo ceremonial. Ya en el corredor le gritó a Hitler lo que tenía que comunicarle. —Dígale usted al Duce —repuso Hitler, después de corta reflexión— que acepto su proposición. En Londres ya se hallaba Chamberlain ante la Cámara de los Comunes y pronunciaba su trascendental discurso. —Nos enfrentamos con una situación como no se había conocido desde 1914 —dijo con voz velada por la emoción. Estaba decidido a comunicarle a la nación inglesa que iban a la guerra. En aquel momento uno de sus secretarios le entregó una nota. Chamberlain echó una mirada al papel. Sus rasgos se iluminaron. Cogió las notas que había escrito durante la noche y las rompió ante los ojos de los diputados. Luego dijo con voz tranquila: —He de comunicar algo más a la Cámara. El señor Hitler me invita a visitarle mañana en Munich. Monsieur Daladier y el señor Mussolini han sido invitados igualmente. Confío que la Cámara me autorice a hacer el viaje y podamos comprobar lo que resulta de este último intento... Los testigos de esta emocionante escena declaran: «Estallaron tormentas de aplausos. No se había visto nada parecido desde el día en que sir Edward Grey, el 4 de agosto de 1914, anunció la entrada de Inglaterra en la guerra.» —Chamberlain emprendió el vuelo a Munich —dijo el fiscal Alderman en el Tribunal de Nuremberg—, donde celebró una conferencia con Mussolini, Deladier y Hitler en la Casa Parda. Esta conferencia duró hasta el 30 de setiembre de 1938, un viernes, en que fue firmado el Pacto de Munich. Basta decir que, en este Pacto, se preveía la cesión del territorio de los sudetas a

Alemania. Exigían de Checoslovaquia que claudicara ante estas pretensiones. Había llegado la hora negra para Europa. La Gran Bretaña y Francia compraron la paz sacrificando a un país amigo, a Checoslovaquia, pero no podían sospechar aún que este sacrificio sería inútil. Hitler no había saciado su hambre y no estaba dispuesto a dejar en paz a Europa. La palabra «Munich» se convertía, en el lenguaje diplomático, en una vergonzosa capitulación. En la cárcel de Nuremberg, Hermann Goering le contó al psicólogo Gustave M. Gilbert: —¡Todo fue tan sencillo! Ni Chamberlain ni Daladier estaban interesados en arriesgar lo más mínimo por Checoslovaquia. El destino de los checos fue sellado solo en tres horas. Daladier apenas prestaba atención a lo que se estaba discutiendo. Estaba sentado en su silla con la mayor indiferencia de este mundo... Goering estiró las piernas, se tumbó a medias sobre su camastro e inclinó aburrido la cabeza a un lado. —Lo único que hizo —continuó Goering, relatando la actitud de Daladier— fue, de vez en cuando, murmurar una palabra de aprobación. No presentó ni una sola objeción... Goering castañeteó con los dedos. —Yo me divertía al ver con qué facilidad Hitler manejaba todo el tinglado. No mostraron el menor interés en ponerse antes en comunicación con los checos..., nada. Luego Goering repitió lo que el intermediario francés le había comunicado al Gobierno checoslovaco al final de la Conferencia: —Ahora he de llevarles la sentencia a los acusados. La delegación checoslovaca esperaba, mientras tanto, en el hotel Regina de Munich. Estaban bajo vigilancia de la Gestapo. A la una y treinta minutos de la noche fueron acompañados el consejero de Legación en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Hubert Massarik, y otros dos caballeros que habían llegado de Praga, a la Casa Parda. Allí solo estaban presentes los ingleses y los franceses. «El ambiente era deprimente —escribe Massarik—. Los franceses estaban muy abatidos. Chamberlain bostezaba sin interrupción y sin el menor síntoma de estar cohibido. Nos dijeron, de un modo brutal, que no había apelación contra la sentencia. Nos despedimos y nos fuimos.»

En Berlín, el embajador francés André François-Poncet estaba fuera de sí, indignado: —¡Así tratamos a los únicos aliados que siempre nos han sido fieles! Y al embajador checoslovaco, que estaba llorando amargamente, declaró: —Todo pasa. Se inicia un nuevo momento histórico y todo se arreglará algún día. En Praga, el ministro de Asuntos Exteriores checoslovaco, dijo: —Sea como fuere, nosotros no seremos los últimos. Después de nosotros les tocará la misma suerte a otros. El 1.º de octubre de 1938, la fecha que Hitler ya había previsto con mucho tiempo de antelación, la Wehrmacht alemana entraba en el país de los sudetas. Benesch presentó la dimisión y se fue a América. Sobre Europa se cernía un ambiente de paz que ahogaba a todos. «¡Paz en nuestros tiempos!», exclamó Chamberlain en Londres a los periodistas que le estaban esperando en el campo de aviación. Sacó el Pacto de Munich del bolsillo y sostuvo el papel en alto. «¡Paz en nuestros tiempos! Era el primer trago de la amarga copa de la que nos irán dando de beber poco a poco», anunció con palabras altamente proféticas el diputado Winston Churchill en la Cámara de los Comunes. Y el embajador inglés en Berlín, Neville Henderson, le escribió al ministro de Asuntos Exteriores, Halifax: —Para mí, personalmente, todo el asunto es altamente penoso y repugnante. Me gustaría sacarme el mal sabor de la boca y me alegraría en lo más hondo de mi corazón que hiciera el favor de destinarme a otro puesto. No deseo tener que volver a trabajar con los alemanes... Paz en nuestros tiempos. El día 21 de octubre, exactamente tres semanas después de la entrada de las tropas alemanas en el país de los sudetas, Hitler y Keitel firmaron una orden secreta que fue leída en Nuremberg: «Misiones futuras para la Wehrmacht y preparativos para la guerra. Liquidación del resto de Checoslovaquia...» Siguen instrucciones concretas para el Ejército y la Luftwaffe. Otro de los objetivos señalados: «Ocupación del País de Memel». Hitler ya no pretendía buscar excusas.

—La noche del día 14 de marzo de 1939 —continuó el fiscal Alderman en Nuremberg— y a instancias del embajador alemán en Praga, llegaban a Berlín el señor Hacha, presidente de la República checoslovaca y el señor Chvalkovsky, ministro de Asuntos Exteriores. Desde hacía unos días la Prensa nazi acusaba a los checos de hacer uso de la fuerza contra los eslovacos, contra los miembros de las minorías alemanas y contra los ciudadanos del Tercer Reich. Era cuestión de sofocar lo antes posible este foco de peligros en el centro de Europa. Emil Hacha y Frantisek Chvalkovsky tuvieron que esperar hasta la una y quince minutos de la noche para ser conducidos a presencia de Hitler. A aquella misma hora la Wehrmacht ya había recibido la orden de avanzar hasta Praga. —El domingo tomé esta decisión —le comunicó Hitler sin rodeos de ninguna clase al jefe de Estado checoslovaco—. Mañana a las seis de la mañana las tropas alemanas avanzarán desde todos los lados hacia Checoslovaquia. «Hacha y Chvalkovsky —escribe el intérprete Schmidt, que estuvo presente en la reunión, en sus memorias— quedaron como petrificados en sus sillones. Solo en sus ojos se podía adivinar que se trataba de seres humanos.» Hacha había de firmar un documento en el que se decía que las tropas checas no ofrecerían la menor resistencia y que colocaban el restante territorio de Checoslovaquia bajo la protección de Hitler. Hermann Goering amenazó al anciano jefe de Estado, Hacha, que ya había cumplido los ochenta años, que en el caso de enfrentarse con resistencia mandaría inmediatamente a las escuadrillas de bombardeo sobre Praga y convertirían la ciudad en un montón de ruinas. Eran las tres de la noche. Hacha sufrió un ataque al corazón y se desplomó. El médico de cabecera de Hitler, Theodor Morell, le inyectó un estimulante. —Sé que toda resistencia sería inútil —susurró Hacha, cuando volvió en sí. A las tres horas cincuenta y cinco minutos del día 15 de marzo de 1939 firmaban Hacha, Chvalkovsky, Hitler y Ribbentrop el documento que ya había sido redactado. En todo el mundo se hizo un silencio impresionante cuando las tropas alemanas entraron en Praga. Checoslovaquia había dejado de existir... En Nuremberg el fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe interrogó a Joachim von Ribbentrop: Sir David: «¿Recuerda usted que el acusado Goering, según sus propias

declaraciones ante el Tribunal, le dijo al presidente Hacha que daría la orden a la Luftwaffe alemana de que bombardeara Praga?» Ribbentrop: «Si Goering lo dice, debe ser verdad». Sir David: «¿Recuerda usted las palabras de Hitler de que las tropas alemanas emprenderían la marcha a las seis de la mañana? ¿Y que se avergonzaba casi de tener que decir que por cada batallón checo había una división alemana?» Ribbentrop: «Cabe en lo posible que dijera algo parecido. Ya no recuerdo los detalles». Sir David: «¿Está usted de acuerdo conmigo que este pacto fue firmado bajo la amenaza de la intervención del Ejército y de la Luftwaffe alemana?» Ribbentrop: «Dado que el Führer le dijo al presidente Hacha que las tropas alemanas entrarían..., es cierto, fue bajo presión». Sir David: «¿De modo que está usted de acuerdo conmigo que se obtuvo la firma bajo presión y bajo la amenaza de un ataque?» Ribbentrop: «No, así no». Sir David: «¿Qué otra presión se puede ejercer sobre un jefe de Estado más que la amenaza de que un ejército muy superior en número y material invadirá su país y que una potente fuerza aérea bombardeará su capital?» Ribbentrop: «Por ejemplo, la guerra». El mundo comprendió que había llegado el momento de reaccionar. Chamberlain fue el primero en tomar la palabra: «¿Qué ha sido de la declaración de que no habían de presentar ya más reivindicaciones territoriales en Europa? ¿Qué ha sido de la afirmación «no queremos a checos en nuestros territorios»? ¿Podemos tener confianza en futuras garantías que partan de la misma fuente?» Además era evidente. Las grandes potencias habían agotado su paciencia. Todo paso que se diera en el futuro conduciría irremisiblemente a la guerra. Pero Hitler ya no se daba cuenta de nada. El día 23 de mayo de 1939 les dio a conocer a los altos oficiales de la Wehrmacht su nuevo objetivo: «Cuando se presente la primera ocasión atacaremos Polonia». Hitler marchaba a ciegas hacia el abismo.

9. La noche de cristal Antes de que Hitler realizara sus planes secretos y que el ataque contra Polonia desencadenara una Segunda Guerra Mundial, se sucedían en Alemania una serie de terribles acontecimientos. El Tribunal dedicó varias semanas a la discusión de estos hechos: «Desde sus primeros tiempos del Partido nacionalsocialista —decía el Acta de Acusación en unas palabras muy objetivas y frías—, desempeñó el antisemitismo un papel predominante en la filosofía nacionalsocialista y en su propaganda. La persecución de los judíos se convirtió en el año 1933 en la política oficial del Estado.» En la ciudad del Proceso, en Nuremberg, había anunciado Hermann Goering, el día 15 de setiembre, las llamadas leyes raciales. Prohibían las bodas entre alemanes y judíos, así como también las relaciones no matrimoniales y retiraban a los judíos el derecho de ciudadanía alemana. —¿Proclamó usted las leyes de Nuremberg? —le preguntó a Goering en el estrado de los testigos el fiscal general americano Robert H. Jackson. Goering: «Sí». Jackson: «¿Promulgó usted el día 25 de abril de 1938 una disposición según la cual todos los judíos habían de hacer una declaración de sus bienes?» Goering: «Si la disposición lleva mi firma, no puede caber la menor duda a este respecto». Jackson: «El 26 de abril de 1938 firmó usted otra disposición. El gobierno había de autorizar previamente toda transacción sobre los bienes judíos». Goering: «Lo recuerdo». Jackson: «¿Y promulgó usted el día 12 de noviembre de 1938 una disposición en que les fue impuesta a todos los judíos una multa de mil millones de marcos?» Goering: «Ya he dicho que firmé todas estas disposiciones y que cargo con toda la responsabilidad». Jackson: «¿Y también firmó usted, el 12 de noviembre de 1938, una disposición según la cual les era prohibido a los judíos poseer negocios propios

y dedicarse a una profesión?» Goering: «Sí, todo esto formaba parte de las disposiciones para eliminar a los judíos de la vida económica». Jackson: «¿Y firmó usted el día 12 de febrero de 1939 una disposición en la que se decía que los judíos habían de entregar a las autoridades todas las joyas y todos los valores que habían adquirido con su dinero?» Goering: «No lo recuerdo, pero sin ninguna duda debe ser cierto». Jackson: «¿Y el día 3 de marzo de 1939 una disposición que fijaba el plazo en el que los judíos habían de entregar todas sus joyas?» Goering: «Supongo que también esto debía formar parte de las disposiciones generales». ¿Qué significaba este interrogatorio? Nos lleva en línea directa a uno de los acontecimientos más horrendos de todos los tiempos antes de estallar las hostilidades y a uno de los documentos más impresionantes del Proceso de Nuremberg. Estos acontecimientos y su historia apenas son conocidos en Alemania en todo su alcance. El día 28 de octubre de 1938, los agentes de la policía llamaron a la puerta de la vivienda de diecisiete mil personas en toda Alemania. Se trataba de judíos que el día anterior todavía poseían la ciudadanía polaca. Pero el Gobierno polaco había declarado no válidos los pasaportes de estos judíos que vivían en el extranjero, y Hitler aprovechó la ocasión para desprenderse de estos apátridas. Reinhard Heydrich, que entonces era jefe de la Policía de Seguridad y del SD, convirtió esta acción en la primera deportación en masa de judíos de la historia moderna. Aquel 28 de octubre de 1938, un año antes de que comenzara la guerra, fueron detenidos miles de judíos en todo el territorio del Reich y cargados en vagones de ferrocarril y camiones. Solo les fue autorizado a llevarse lo que podían cargar. Luego fueron conducidos hacia la frontera polaca. Al llegar a la estación fronteriza de Benschen los concentraron en un campo y los agentes de Heydrich les obligaron a correr por el campo en dirección a la frontera polaca. Ancianos y mujeres caían por el camino, pero a puntapiés les obligaban a levantarse de nuevo. Algunos murieron. Los guardias fronterizos polacos no estaban preparados y no pudieron detener aquel alud de seres que eran expulsados de Alemania. La primera expulsión en masa de Hitler había redundado en un completo éxito.

En esta tragedia hallamos el origen de futuras desgracias. Entre los expulsados se encontraba el zapatero remendón Sendel Grynspan con su esposa e hijos. Desde Polonia, adonde había llegado la familia con las manos vacías, escribió una carta a su hijo Herschel Grynspan, pues con este nombre pronto había de hacerse conocido, tomó una decisión que había de tener consecuencias terribles. Aquel muchacho de diecisiete años decidió vengar a sus padres y hermanos por su cuenta. Hacia las siete y media de la mañana del día 7 de noviembre de 1938 penetró en París en un comercio de la Rue du Faubourg Saint-Martin y se compró un revólver. Poco después, alrededor de las nueve, se presentó en el patio de la embajada alemana en la Rue de Lille. Estaba decidido a matar al embajador alemán, conde Johannes von Welczek. Casualmente llegaba en aquel momento von Welczek de regreso de un paseo y cruzó el patio. Grynspan no conocía al embajador. Se le acercó y le preguntó dónde podría encontrar a von Welczek. El embajador le señaló a un funcionario llamado Nagorka y continuó su camino sin sospechar en lo más mínimo que en aquel momento acababa de escapar a un atentado. Nagorka condujo a Grynspan al despacho del consejero de embajada, von Rath, quien cuidaba de recibir a los visitantes. Grynspan hubo de aguardar unos momentos ante la puerta del despacho y cuando salió von Rath para preguntarle al joven lo que deseaba, este disparó por dos veces su revólver. Von Rath cayó a tierra gravemente herido. Aunque Hitler mandó, inmediatamente después de recibir la noticia, dos médicos a París y a pesar de que varios veteranos franceses ofrecieron su sangre para una transfusión, ya nadie pudo salvarle la vida al consejero de embajada. Interrogado por la policía criminalista francesa, Grynspan contestó que la noticia del brutal trato que habían recibido sus familiares en Alemania le habían impulsado a aquella acción: —Desde el mismo momento en que recibí la noticia, decidí matar a un miembro de la embajada alemana. Quería vengar a los judíos y llamar la atención del mundo entero sobre lo que está sucediendo en Alemania. Grynspan se había dejado llevar por sus impulsos sin pensar en las catastróficas consecuencias de su acción. Su desdichado atentado fue el pretexto para lanzar nuevas persecuciones contra los judíos en Alemania. Lo que sucedió a partir de aquel momento fue expuesto detalladamente en el Proceso de Nuremberg. Dos días después de aquellos disparos en la embajada alemana, el día 9 de noviembre de 1938, celebraban Hitler y sus viejos compañeros, como todos

los años, en Munich, el fracaso del «putsch» del año 1923. Durante la cena en común en el Alten Rathaussaal, hacia las once de la noche, se presentó un mensajero que le susurró a Hitler al oído que von Rath había fallecido a consecuencia de las heridas recibidas. Hitler se inclinó hacia el doctor Goebbels, que estaba sentado a su lado y los dos hablaron en voz baja durante un rato. Luego abandonó el banquete sin haber pronunciado su acostumbrado discurso. Nadie sabe lo que habló Hitler con su ministro de Propaganda. Pero todo lo que sucedió a partir de aquel momento debió ser el resultado de aquella conversación en voz baja que habían sostenido los dos hombres. Hermann Goering, que no participó en aquella cena, dijo, siete años más tarde, en Nuremberg: —Tal como me enteré más tarde, durante aquella cena y después de haber abandonado el Führer la sala, Goebbels informó que el consejero de embajada había fallecido a consecuencia de las graves heridas que había recibido. Reinó una cierta excitación y a continuación Goebbels pronunció, al parecer, unas palabras invitando a la venganza. Era el antisemita más tenaz de todos, y sus palabras fueron el origen de los futuros acontecimientos. De todo esto me enteré a mi llegada a Berlín y fue el revisor de mi vagón quien me contó que en Halle había visto unos incendios. Media hora más tarde llamaba a mi ayudante, quien me informaba que aquella noche habían tenido lugar una serie de incidentes, que los comercios judíos habían sido incendiados. De momento esto es todo lo que supe. Mientras Goering viajaba en el exprés de la noche en dirección a Berlín y la población alemana dormía sin saber a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo en el país, fue dirigido desde Munich «un espontáneo levantamiento popular». En toda Alemania prendieron fuego a las sinagogas, decenas de miles de escaparates fueron destruidos y veinte mil judíos sacados de sus camas y detenidos. Goebbels quiso presentar estos acontecimientos como una reacción del pueblo alemán frente al atentado de Herschel Grynspan. Pero en realidad la «noche de cristal del Reich», tal como la llamó muy pronto el pueblo, no tenía nada que ver con la voluntad popular. —Estos actos de violencia —dijo el fiscal americano William F. Walls— no constituyen unas demostraciones antisemitas locles, sino que fueron dirigidas desde Berlín. Esto se desprende de una serie de telegramas que fueron despachados desde la central de la Gestapo en Berlín a los jefes de policía de toda Alemania. Voy a leer la parte más destacada de algunas de estas órdenes secretas firmadas por Heydrich:

«Como consecuencia del atentado contra el secretario de Legación von Rath, en París en el curso de esta noche, 9 al 10 de noviembre, se esperan demostraciones contra los judíos en todo el territorio del Reich. Doy las siguientes disposiciones de cómo debe actuar la policía en estos casos: »Los jefes de las oficinas de la Gestapo o sus adjuntos han de ponerse en contacto, inmediatamente después de la recepción de este telegrama, con los jefes políticos de su demarcación y efectuar una reunión para la ejecución de estas demostraciones. Durante esta reunión ha de ser informado el mando político de que la policía alemana ha recibido del Reichsführer SS las siguientes instrucciones: »a) Solo deben ser adoptadas aquellas medidas que no pongan en peligro la vida o los bienes de los alemanes. Por ejemplo, los incendios de sinagogas solo cuando no exista un peligro para la inmediata vecindad; b) los comercios y las viviendas de los judíos solo deben ser destruidos, no saqueados. La policía ha recibido instrucciones de vigilar estas disposiciones y detener a los saqueadores.» Incluso Julius Streicher «el enemigo número uno de los judíos», fue sorprendido por esta acción nocturna de sus compañeros Hitler, Goebbels y Himmler. —La noche del día 9 de noviembre me encontraba enfermo —declaró ante el Tribunal de Nuremberg—. Asistí al banquete, pero me retiré muy pronto. Regresé a Nuremberg y me metí en la cama. Fui despertado hacia media noche. Mi chófer me dijo que el jefe de las SA, von Obernitz, deseaba hablar conmigo. Le recibí y me contó lo siguiente: «—Gauleiter, usted ya se había marchado cuando el ministro de Propaganda, doctor Goebbels, tomó la palabra y dijo que el consejero de embajada, von Rath, había sido asesinado. Este asesinato, dijo el ministro, no es el asesinato de Grynspan, sino que se trata de la ejecución de un hecho que ha sido aprobado por el judaísmo internacional. Hemos de hacer algo. »No sé si Goebbels indicó si el Führer lo había ordenado, solo recuerdo que von Obernitz me dijo que Goebbels había declarado que era preciso incendiar las sinagogas, que habían de ser destruidos los escaparates de los comercios judíos y derruidas las casas. Le dije a Obernitz: »—Obernitz, considero un error incendiar las sinagogas y en estos momentos creo que es un proceder muy grave destruir los comercios judíos. Considero que estas demostraciones son un error.

»Obernitz me contestó: »—He recibido la orden. »—Pues yo no cargo con ninguna responsabilidad —repliqué. »Obernitz se despidió. Lo que acabo de declarar aquí bajo juramento puede confirmarlo mi chófer que fue testigo de esta conversación.» El chófer de Streicher, Fritz Herwerth, fue interrogado a continuación por el abogado doctor Hans Marx: Doctor Marx: «¿Fue testigo la noche del 9 de noviembre de una conversación entre Streicher y el jefe de las SA, von Obernitz? Herwerth: «Sí, señor». Doctor Marx: «¿Dónde se celebró la reunión?» Herwerth: «Aquella noche el señor Streicher se acostó antes de lo acostumbrado. Fui al casino de la Gauleitung. Jugué una partida de cartas allí. Entonces llegó el SA-Obergruppenführer, von Obernitz, y me dijo que había de hablar urgentemente con el señor Streicher. Le respondí que ya se había acostado. Pero dijo que le despertara, que él cargaba con toda la responsabilidad. »Llevé en mi coche al señor von Obernitz a casa del señor Streicher. Me llamó la atención ver que había muchos hombres de las SA por las calles. Le pregunté al señor von Obernitz el motivo y me contestó que aquella noche tendrían lugar una serie de cosas. Me dijo que serían destruidas las viviendas de los judíos. No me explicó nada más. »Acompañé al señor von Obernitz hasta la cama del señor Streicher y el señor von Obernitz le informó de lo que iba a suceder aquella noche. El señor Streicher quedó muy sorprendido. Dijo textualmente al señor Obernitz, pues recuerdo muy bien sus palabras: »—Esto es un error. No es así como debe solucionarse el problema judío. Haga usted lo que le han ordenado, pero yo no pienso intervenir. Si ocurre algo que haga necesaria mi presencia, llámeme. »Puedo mencionar todavía que el señor von Obernitz dijo que Hitler había dicho que era conveniente que las SA se desfogaran por lo que había ocurrido en París. El señor Streicher no se movió de la cama.»

Sin ninguna clase de escrúpulos, Hitler y los suyos hacían uso del buen nombre del pueblo alemán para sus fines propios. Aquella noche se cometieron muchos asesinatos, atentados contra la moral, saqueos. Incluso el Tribunal supremo del Partido nacionalsocialista hubo de escuchar más tarde lo ocurrido aquella noche. En un informe a Hermann Goering declaró, sin rodeos, el juez supremo del Partido, Walter Buch, y también este documento fue presentado como prueba en Nuremberg: «Las instrucciones dadas verbalmente por los jefes del Ministerio de Propaganda han sido interpretadas por los diversos jefes del Partido en el sentido de que el Partido no debía figurar en tales demostraciones, pero sí había que organizarlas y dirigirlas. Lo más probable es que el camarada Goebbels lo deseara así. Todo el mundo sabe que las acciones políticas como las del día 9 de noviembre son organizadas y ejecutadas por el Partido, tanto si esto se reconoce o no públicamente. Cuando una noche son incendiadas casi todas las sinagogas en el Reich, se trata evidentemente de una acción que ha sido organizadas y dirigida por el Partido.» El acusado Walter Funk, que entonces era ministro de Economía del Reich, declaró en Nuremberg: —Cuando por la mañana del día 10 de noviembre fui a mi Ministerio, vi por las calles las consecuencias de la acción de la noche anterior y mis funcionarios me informaron a continuación de los detalles. Traté de llamar a Goering, Goebbels y Himmler. Finalmente logré hablar con Goebbels y le dije que aquella acción de terror era una afrenta contra mí, personalmente, pues habían sido destruidos bienes valiosos e insustituibles y nuestras relaciones con el extranjero padecerían las consecuencias. Funk habló muy claramente. De su declaración jurada se desprende lo que le dijo en aquella ocasión a Goebbels: —¿Se ha vuelto usted loco, Goebbels? ¿Cómo se atreve a hacer esas indecencias? Me avergüenzo de ser alemán. Hemos perdido todo nuestro prestigio en el extranjero. Yo me mato de día y de noche por conservar los bienes alemanes y usted lo arroja todo de un modo arbitrario por las ventanas. ¡Si no pone fin a todas estas porquerías, me desentiendo en el acto de toda esa basura! Pero Funk era demasiado débil para llevar a cabo su amenaza. Ante el Tribunal fue leída una declaración de Funk: «Pregunta: ¿Usted sabía perfectamente que aquellas destrucciones y saqueos habían sido llevados a cabo a instancias del Partido, ¿no es verdad?

»El acusado Funk comenzó a llorar y dijo: »—Hubiese debido presentar mi dimisión en el año 1939. Por este motivo soy culpable, lo confieso. Me corresponde mi parte en la culpabilidad de todos.» Al igual que Funk, Goering también expresó su indignación por lo ocurrido aquella noche. Y lo mismo que Funk también pensaba en el aspecto humano de aquellos desmanes organizados. Muy ingenuamente le relató al Tribunal en Nuremberg sus verdaderos sentimientos: —El Führer llegó a Berlín en el curso de la mañana. Me había enterado mientras tanto que Goebbels era uno de los principales causantes de todo lo que había ocurrido. Le dije al Führer que no podía permitirse estos desmanes en la situación en que nos encontrábamos. Yo trabajaba esforzadamente en mi plan de cuatro años tratando de que la industria alemana diera su máximo rendimiento. En mis discursos había sugerido al pueblo alemán que recogieran todo tubo de pasta dentrífica vacío, todo clavo enmohecido, que emplearan todo el material que en otros tiempos habían arrojado a la basura. No podía permitirse que un hombre que era responsable de aquellas acciones, Goebbels, echara a perder todo el trabajo que yo estaba haciendo y destruir unos bienes económicos tan valiosos. »Aquella tarde volví a hablar con el Führer. Mientras tanto, también había visto a Goebbels, al cual había expresado mi disgusto en unas palabras que no podían dejar ninguna duda. Le dije a Hitler que yo no estaba dispuesto a pagar luego los platos rotos cuando él cometía una acción tan impremeditada como aquella. Mientras estaba hablando con el Führer, entró Goebbels y comenzó con sus acostumbradas manifestaciones. Fue entonces cuando se habló por primera vez de imponer una multa y él dijo una cifra astronómica. Después de una breve discusión, acordamos que fueran mil millones de marcos. »Al Führer le llamó la atención el hecho de que esta cantidad podía repercutir en el pago de las contribuciones. El Führer ordenó entonces que fuera solventado también el problema económico. Esbozó a grandes rasgos lo que quería que hiciéramos nosotros. Convoqué entonces la reunión del día 12 de noviembre.» Aquella fue una sesión en la que los principales actores presentaron sus verdaderas caras. Una sesión durante la cual fue decidido el destino de los judíos. Y de nuevo los taquígrafos anotaron palabra por palabra lo que se dijo en aquella reunión. Los documentos fueron capturados en el Ministerio del Aire, en donde se había celebrado la reunión. Ahora eran presentados ante el Tribunal de Nuremberg.

Jackson: «¿Puede usted decirnos quiénes, además de usted y Goebbels, estaban presentes?» Goering: «Estaban presentes, si hago caso de la memoria, el jefe de la Gestapo de Berlín, Heydrich, el ministro del Interior doctor Frick, el doctor Goebbels, que ya ha mencionado usted, y también estaba allí el ministro de Economía, Funk, el ministro de Hacienda, conde Schwerin-Krosigk Fischboeck de Austria. Es posible que hubiera alguien más». Jackson: «¿Estaba también presente el delegado de las Compañías de seguros, Hilgard?» Goering: «Actuó en condiciones especiales». Jackson estudió el documento punto por punto. Al abrir la sesión, Goering hizo referencia a una orden de Hitler, «la cuestión judía debe ser unificada y solucionada, así o así». Huelga todo comentario si repasamos las anotaciones textuales tal como fueron leídas ante el tribunal. Goering: «Caballeros, estoy harto de esta clase de demostraciones. No dañan a los judíos, sino a mí, que he de unificar toda la industria. Si hoy destrozan un comercio judío, cuando arrojan mercancías a la calle, entonces las Compañías de seguros les pagan los desperfectos al os judíos y en segundo lugar se han perdido bienes de consumo. Es una locura destruir e incendiar luego unos almacenes judíos, puesto que el único que pierde en este caso son las Compañías de seguros alemanas y las mercancías que yo necesito con tanta urgencia... Para ahorrarnos trabajo podría mandar incendiar las materias primas cuando llegan a nuestro poder. »No quiero que quepa la menor duda, caballeros; vamos a tomar decisiones y quiero que todos aquellos a los que incumba la puesta en práctica de las mismas tomen las medidas necesarias para que dentro de poco podamos contar con una industria aria. El fundamento es el siguiente: los judíos van a ser excluidos de la economía y sus bienes serán cedidos al Estado. Serán indemnizados. Esta indemnización les será contabilizada y se les pagarán unos determinados intereses. Y habrán de vivir de estos intereses.» Jackson: «Y luego habló usted durante largo rato de cómo pensaba llevar a cabo la ariación de los comercios judíos. ¿No es así?» Goering: «Sí». Jackson: «Pasemos ahora a la conversación que sostuvo usted con Heydrich».

El fiscal continuó leyendo el documento y los presentes pudieron enterarse de las conversaciones de Goering en el Ministerio del Aire. Goebbels: «En casi todas las ciudades alemanas han sido incendiadas las sinagogas. Ahora podemos destinar los solares a otros fines. Hay algunas ciudades que quieren construir parques y jardines, otras que prefieren levantar nuevos edificios». Goering: «¿Cuántas sinagogas han sido destruidas?» Heydrich: «Por incendio, 101. Demolidas, 76. En todo el territorio del Reich han sido destruidos 7.500 comercios». Goebbels: «Opino que este debe ser el motivo para disolver todas las sinagogas. Los judíos han de pagar. Considero conveniente promulgar una disposición que prohíba a los judíos entrar en los teatros, cines y circos alemanes. La floreciente situación en nuestros teatros nos permite adoptar esta medida. Siempre están llenos. Considero igualmente conveniente eliminar a los judíos de la vía pública. En la actualidad un judío puede usar un compartimiento en un tren con un alemán. Hemos de promulgar un decreto que prohíba que los judíos puedan usar el mismo compartimiento que un alemán, y el Ministerio de Comunicaciones debe enganchar vagones especiales a los trenes para uso exclusivo de los judíos. Y si no hay sitio para ellos, entonces que se queden en pie en los corredores». Goering: «Yo no lo expondría con detalle. Mire usted, cuando un tren esté lleno, que se quede en el andén y si no que haga todo el viaje encerrado en el retrete». Goebbels: «Hemos de prohibir igualmente que los judíos puedan visitar los baños y balnearios alemanes». Goering: «Pero no los más bonitos. Y hemos de decidir si hemos de permitir que los judíos se paseen por los bosques alemanes. Los judíos pasean en grupos por Grünewald». »Les cederemos una pequeña parte del bosque y haremos que aquellos animales que se parecen más a los judíos, como, por ejemplo, el alce, que tiene el hocico muy curvado, se aclimaten en la zona del bosque por donde paseen los judíos». Goebbels: «Y tampoco podemos permitir que los judíos se sienten en los bancos de los jardines públicos. Les diremos que solo pueden pasear por unos jardines determinados, no los más bonitos, y les señalaremos los bancos en que

deben sentarse si quieren. »Pondremos un letrero que dirá: "Solo para judíos". Lo peor del caso es que hay niños de judíos que van a colegios alemanes. Debemos expulsar a los niños judíos de los colegios». Goering: «Que entre el señor Hilgard de las Compañías de seguros... Señor Hilgard, se trata de lo siguiente: Debido a la ira, muy comprensible, del pueblo alemán, han sido causados algunos daños en todo el Reich. Supongo que gran parte de los judíos estarán asegurados. Sería muy fácil que yo firmara un decreto diciendo que esos daños no deben pagarse». Hilgard: «En cuanto a los seguros de cristales, que representan el mayor porcentaje, el mayor número de los perjudicados son arios. Generalmente, el inmueble suele ser propiedad de un ario y el judío tiene alquilada la tienda». Goebbels: «En este caso que el judío pague los daños». Goering: «Todo eso es absurdo. No tenemos materias primas. Se trata de cristal extranjero y no tenemos divisas. ¡Hay para volverse loco!» Hilgard: «Los cristales para los escaparates son fabricados casi en exclusiva por la industria belga. Hemos calculado unos daños por valor de seis millones. A propósito, la industria belga habrá de trabajar medio año antes de que nos puedan suministrar los cristales que necesitamos». Goering: «Esto no puede continuar así. No lo resistiremos. ¡Imposible! Continuemos, ¿qué hay de los artículos que fueron arrojados a la calle?... Hilgard: «El caso más importante es el caso Margraf, en Unter den Linden. La joyería de Margraf. Se calculan los daños en casi dos millones, porque la tienda fue saqueada». Goering: «Daluege y Heydrich, quiero que me devolváis las joyas. Haced redadas gigantes». Daluege: «Ya hemos dado la orden». Goering: «Si alguien se presenta en una tienda y ofrece unas joyas que dice haber comprado, que las arrebaten sin más complicaciones». Heydrich: «Se conocen ochocientos casos de saqueo en el territorio del Reich y hemos dado órdenes de recuperar todo lo robado».

Goering: «¿Y las joyas?» Heydrich: «Es un caso difícil. Algunas fueron arrojadas a la calle y allí cayeron en manos de los primeros que las recogieron. Lo mismo ha ocurrido en las peleterías. El populacho se abalanzó sobre las joyas y los abrigos de pieles». Daluege: «Es necesario que el Partido difunda una orden y que se denuncien a todos aquellos que exhiban un abrigo de pieles o luzca un anillo nuevo». Hilgard: «Tenemos gran interés, señor mariscal de campo, que se nos permita cumplir con nuestras obligaciones fijadas por un contrato». Goering: «¡Pues no va a ser posible!» Hilgard: «Trabajamos con muchas empresas extranjeras y tenemos el mayor interés en que todo el mundo pueda continuar confiando en los seguros alemanes». Heydrich: «Que las Compañías de seguros abonen lo que han de pagar y en el momento de hacer efectiva una cantidad, esta se confisque». Hilgard: «Lo que acaba de exponer el Obergruppenführer Heydrich, considero que es la única solución factible». Goering: «Está bien, pague lo que tenga que pagar, pero déselo al ministro de Finanzas. El dinero pertenece al Estado. ¿Está claro?» Hilgard: «Permítame exponer que los daños que se calculan en toda Alemania ascienden a unos veinticinco millones de marcos». Heydrich: «Nosotros los calculamos en varios centenares de millones». Goering: «Hubiera preferido que hubieses matado a doscientos judíos antes que destruir tantos y tantos valores». Heydrich: «Se cuentan treinta y cinco muertos». Goering: «Primero los daños que ha tenido ese judío Margraf con sus joyas. Las joyas han desaparecido y no le serán devueltas. Y si la policía las recupera serán del Estado». Hilgard: «Me pregunto hasta qué punto las Compañías de seguros extranjeras quedarán afectadas».

Goering: «Que paguen. Los judíos que declaren sus pérdidas. La Compañía de seguros les pagará y nosotros nos quedaremos con el dinero. Al final las que ganarán serán las Compañías de seguros, pues siempre habrá algunos daños que no serán denunciados y que habrán de indemnizar, señor Hilgard, puede estar usted muy contento». Hilgard: «No tengo motivo para estarlo». Goering: «¡Oiga usted! ¿Qué me dice? Pero si veo con mis propios ojos lo que le alegra todo esto. Usted ha hecho un gran negocio». Heydrich: «Los judíos se van a quedar sin trabajo si nos incautamos de todos sus negocios y fábricas. El judaísmo va a proletizar. He de tomar medidas en Alemania para aislar a los judíos. Y en este sentido me permitió proponer lo siguiente: para saber quién es judío, lo mejor será que todos ellos lleven un distintivo». Goering: «¡Un uniforme!». Heydrich: «Un distintivo». Goering: «Pero mi querido Heydrich, a la larga no le quedará otro remedio que organizar unos grandes ghettos en todas las ciudades. Su creación es necesaria». Heydrich: «No se pueden crear barrios aislados». Goering: «¿Y ciudades habitadas solamente por judíos?» Heydrich: «Esto ya cabe dentro de lo posible». Funk: «Que los judíos se sacrifiquen». Heydrich: «Propongo que se les retiren a los judíos los carnets de chófer y que se limite su libertad de movimientos. No veo por qué motivo los judíos han de poder ir a tomarse un baño». Goering: «En los balnearios, ni pensarlo». Heydrich: «Y lo mismo propongo para los hospitales y medios de comunicación públicos». Goering: «Hemos de meditarlo muy a fondo. Ahora presten atención, caballeros: ¿Qué les parece a ustedes si les impusiéramos a los judíos mil

millones de marcos como multa? Redactaré un informe diciendo que por todo lo que han hecho les hemos impuesto una contribución de mil millones de marcos a todos los judíos. Vaya golpe. Esos cerdos no volverán a repetir tan rápidamente un segundo asesinato. Después de esto, confieso que no me gustaría ser judío en Alemania. »Otra cosa: Si Alemania se ve comprometida en un conflicto internacional, habrá llegado el momento de saldar cuentas con los judíos.» El contenido de este documento no fue rebatido una sola vez por Goering en Nuremberg. Se limitó a unos pocos comentarios evasivos o cínicos. Por ejemplo: 1. «Si no que haga todo el viaje encerrado en el retrete...» Jackson: «¿Exacto?» Goering: «Sí, me ponía nervioso cada vez que Goebbels insistía en los detalles. Usé las expresiones en consonancia con el estado de ánimo que me dominaba». 2. «Hubiese preferido que hubieseis matado a doscientos judíos que destruir esos valores.» Jackson: «¿Leo bien?» Goering: «Sí, lo dije en un momento de mal humor y dominado por la excitación». Jackson: «¿Fue una manifestación sincera?» Goering: «No lo dije en serio. Estaba indignado por el hecho de que se hubiesen causado tantos daños». 3. «Todos los judíos han de usar un distintivo: "Mi querido Heydrich, a la larga no le quedará otro remedio que organizar grandes ghettos en todas las ciudades. Su creación es necesaria"». Jackson: «¿Lo dijo usted?» Goering: «Efectivamente». 4. Les impondremos una contribución de mil millones de marcos a todos los judíos. Vaya golpe. Después de esto, confieso que no me gustaría ser judío

en Alemania.» Jackson: «¿Fue un chiste?» Goering: «Ya le he explicado antes cómo se llegó a esta cifra de mil millones». Esto fue todo lo que dijo Hermann Goering. Pero lo que se habló en el año 1938 se convirtió muy pronto en cruda realidad: distintivos, ghettos y destrucción.

10. La guerra de España Alemania estaba en guerra antes de haber empezado la guerra. Hermann Goering explicó muy pocas cosas ante el Tribunal de Nuremberg cuando habló de su primera aventura militar. —Cuando estalló la guerra civil en España, Franco nos pidió ayuda, sobre todo en el aire. El Führer vacilaba, pero yo insistí en que mandáramos apoyo. En primer lugar para que el comunismo no pudiera introducirse en España, y en segundo lugar para probar el estado técnico de la Luftwaffe. Con autorización del Führer, mandé una gran parte de mi flota de transporte y una serie de escuadrillas para probar de esta forma, en una lucha seria, si el material respondía a lo que nosotros confiábamos. Y para que el personal adquiriera cierta experiencia, cuidé que fuera relevado continuamente. Tras estas declaraciones se oculta una acción de la que el pueblo alemán apenas tenía conocimiento. «¡Legión Cóndor! ¡Asunto secreto!» El tema, que se puso a discusión en Nuremberg, reveló, una vez más, la forma de proceder de Hitler y los suyos. El día 8 de agosto de 1936 aseguró el enviado especial alemán en Londres, príncipe Otto von Bismarck, al ministro de Asuntos Exteriores inglés y en nombre del Gobierno del Reich, «que el Gobierno alemán no había suministrado armas ni material de guerra a España y que tampoco los suministraría». Mentía. Las armas y los soldados alemanes ya estaban camino de España y habían intervenido en las luchas. Los alemanes peleaban en un país extranjero, perdían sus vidas en un país extranjero. Las madres lloraban las pérdidas de sus hijos..., pero a las madres se les prohibía explicar por quién llevaban luto. Goebbels prohibía todo comentario sobre esto.

Habían de evitar las complicaciones internacionales y por este motivo guardaron el secreto. Lo único que pretendía Goering «era probar su arma en una lucha en serio». Y la guerra civil española cumplía este deseo suyo. Pero la lucha, al otro lado de los Pirineos, llevó al alto mando de la Luftwaffe en Berlín a sacar unas conclusiones erróneas. Lo que en España había salido tan bien, había de obtener igual éxito en una gran guerra. El error se basaba en los siguientes puntos: 1. En España había luchado un cuerpo meticulosamente seleccionado contra un enemigo inferior. 2. Las distancias habían sido muy reducidas. 3. Las unidades alemanas en España no representaban un gran problema para el mando. 4. Se trataba de unidades muy reducidas y fáciles de aprovisionar. España había de ser el campo de un ensayo general para la Wehrmacht alemana y el modelo para las guerras en el futuro. En efecto, fue un caso ideal que no volvió a repetirse. Y millones de soldados alemanes hubieron de pagar con sus vidas, años más tarde, este error. ¿Cuál es la historia de esta aventura? España había pasado por unos años de intensa crisis. En 1931 había abdicado el rey Alfonso XIII, y la República que siguió tuvo hasta el año 1936 veintiocho cambios de Gobierno. Finalmente, el 16 de febrero de 1936, se celebraron nuevas elecciones y el Frente Popular socialista ganó 256 de los 473 escaños en el Parlamento. En el Marruecos español se levantaron las tropas contra el nuevo Gobierno. El general Francisco Franco, comandante de las Islas Canarias, emprendió el vuelo a Marruecos y asumió el mando del levantamiento. En el norte de España fue el general Mola el que tomó el mando de las tropas. A la misma hora lograba el general Queipo de Llano un brillante éxito: con 180 soldados conquistaba la ciudad de Sevilla. Pero en las demás provincias españolas, en Madrid y en Barcelona sobre todo, había fracasado el levantamiento y el Gobierno dominaba la situación. Los militares se encontraban en una situación delicada. O tenían que capitular o tenían que transportar a la Península las tropas de Marruecos a las órdenes del general Franco. Pero para esto necesitaban medios de transporte. Los oficiales de los navíos de guerra, que habían querido adherirse al movimiento, habían sido dominados por la tripulación. La flota se encontraba íntegra en manos del Gobierno.

Franco se dirigió entonces a Mussolini y a Hitler pidiéndoles ayuda. Dos comerciantes alemanes que vivían en Tetuán se ofrecieron a servir de intermediarios. Se trasladaron a Berlín y hablaron con Hermann Goering, que en el acto comprendió la ocasión que se le ofrecía. ¡Por fin podía hacer actuar su Luftwaffe! Hitler se decidió por la intervención armada. En primer lugar mandaron al general Walter Warlimont, pero mucho más importante era la ayuda aérea. Como no se podía contar con la flota, quedaba solamente la ruta por el aire para trasladar las tropas de Marruecos a la Península. Y Goering, de hecho, construyó el primer puente aéreo del mundo. Bajo el camuflaje de una empresa particular, fundaron primeramente la HispanoMarokkanische Transport-Aktiengesellschaft, llamada de un modo abreviado Hisma. Esta empresa comenzó sus actividades con dos escuadrillas que fueron bautizadas con los nombres de Pablo y Pedro. Las unidades del Ejército recibieron el nombre en clave de Imker. La acción en sí recibió el nombre de Legión Cóndor y en los archivos secretos llevaba el nombre clave de Acción Fuegos de Artificio. En julio de 1936, un grupo de 85 jóvenes paisanos subió a bordo del vapor Usaramo. Eran «turistas» que viajaban por cuenta de la Agencia de Viajes "Unión", «comerciantes», «técnicos» y «fotógrafos», según decían sus pasaportes. Pero aquellos turistas llevaban una gran cantidad de baúles, y, desgraciadamente, uno de ellos se abrió cuando lo subían a bordo y de su interior salió una bomba de doscientos cincuenta kilos. La tripulación se miraba interrogante, pero pronto se tranquilizó cuando se le dijo que se trataba de un comando especial destinado a la reconquista de las colonias alemanas. Desde Hamburgo partió el Usaramo para el puerto de Cádiz. Entre los pasajeros se encontraban diez aviadores de caza de la Luftwaffe a alemana, diez tripulaciones de aviones de bombardeo y personal de tierra. En España se reunieron con otro grupo que el 27 de julio de 1936 había volado directamente hasta Sevilla en varios «Ju 52». Aquel mismo día quedó instalado el puente aéreo. Entre Tetuán, en Africa, y Jerez de la Frontera, cerca de Sevilla, trasladaron los «Ju 52» de Goering en un plazo de tiempo muy breve, 12.000 marroquíes y 134.000 kilos de municiones. A Franco se le ofrecía la ocasión de llevar a cabo la guerra civil en serio. Claro está que la Compañía de Transportes se convertía poco después en aquello para lo cual había sido creada. Cuando el crucero Jaime I hizo unos disparos sin efecto contra los aviones alemanes, estos fueron provistos de dispositivos de lanzamiento, y poco después, el Jaime I era gravemente averiado por las bombas alemanas. Por su parte, el Usaramo fue atacado antes de su llegada a Cádiz por un crucero rojo español pero a pesar de ello, logró desembarcar a los «comerciantes», «técnicos» y «fotógrafos» que conducía. Desde Wilhelmshaven partieron los acorazados Deutschland y Admiral

Scheer rumbo a España. Su misión era proteger a los súbditos alemanes. Pero muchos navíos de guerra ingleses, franceses, americanos e italianos hicieron igualmente acto de presencia ante las costas españolas. Los extranjeros abandonaban a toda prisa el desdichado país. En Málaga subieron a bordo de los barcos de carga alemanes e italianos unos dos mil alemanes. Pero mientras la Marina se limitaba realmente a la protección de los súbditos extranjeros, la Luftwaffe intervenía de un modo directo en la lucha. También Mussolini había puesto sus tropas a disposición de Franco y, al otro lado del frente, la Unión Soviética acudía en ayuda del Gobierno de Madrid con hombres y material de guerra. Junto a estas fuerzas, digámoslo así, regulares, era infinidad de voluntarios que por su propia cuenta y riesgo se trasladaban a España: hombres que querían luchar impulsados por sus ideales políticos, pero también aventureros y mercenarios franceses, ingleses, polacos, americanos, checos, portugueses, escandinavos. Algunos se ponían a las órdenes de Franco, pero la mayoría, sin embargo, se alistaban a las Brigadas Internacionales del Gobierno del Frente Popular. España se había convertido inesperadamente en el campo de batalla del mundo entero. Era la primera guerra «ideológica» de nuestro siglo. El 6 de agosto de 1936, el Gobierno francés propuso a las potencias la prohibición general del suministro de armamento a los dos bandos beligerantes. El 31 de agosto, París amplió esta proposición y propuso la creación de un Comité de No Intervención, al cual se adhirieron en el momento de su fundación veintiséis naciones europeas..., entre ellas, Alemania, Italia y la Unión Soviética. Iniciose el lento burocratismo. Empezaron las interminables reuniones y conferencias, y los delegados de aquellas naciones se acusaban mutuamente. Berlín aseguró nuevamente el 7 de diciembre de 1936 que «no había tropas alemanas en España». Joachim von Ribbentrop, el representante de Alemania en el Comité de No Intervención, afirmó «que 25.000 soldados franceses y 35.000 soldados rusos luchaban como voluntarios en España». Ivan Maiski, delegado de la Unión Soviética, afirmó a su vez «que en España luchaban 6.000 soldados alemanes perfectamente equipados». Ribbentrop confiesa en las «Memorias» que escribió en la cárcel de Nuremberg: «Habría sido mucho mejor llamarlo el "Comité de Intervención", puesto que la única actividad de sus miembros consistía en ocultar de un modo más o menos hábil su intervención en España. Fue una labor sumamente desagradable.»

El 8 de marzo de 1937, el Comité de No Intervención tomó, finalmente, la decisión de imponer un control por tierra y por mar que había de impedir que llegaran a España voluntarios y armas extranjeras. La Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia fueron encargadas de este control. A Alemania le incumbía la obligación de vigilar con su flota la costa española desde el Cabo de Gata hasta el Cabo Oropesa. Los ladrones habíanse convertido en guardianes. Goering dijo en Nuremberg: —Mandé una gran parte de mi flota de transporte y una serie de escuadrillas de prueba de mis cazas, bombarderos y artillería antiaérea y cuidé que el personal fuera relevado continuamente. Durante tres años el pueblo español tuvo que pagar los platos rotos de esta intervención de Stalin, Mussolini y Hitler-Goering. La lucha no hubiese durado tanto tiempo sin la intervención de las potencias extranjeras. Las perspectivas fueron al principio muy penosas para Goering. Su Luftwaffe, la Legión Cóndor, estaba compuesta solo de cuatro escuadrillas de aviones de combate, cuatro escuadrillas de aviones de caza, una escuadrilla de exploración y dos escuadrillas de hidroaviones, además de varias baterías de artillería antiaérea y unidades de transmisores. El general de aviación, Hugo Sperrle, que en España usaba el nombre de Sander, tuvo más de un disgusto. Cuando los aviones entraron en fuego se demostraron inmediatamente los errores que en Berlín habían pasado por alto. La primera escuadrilla de caza alemana en España contaba con seis aparatos del tipo «He 51», biplanos de un solo motor, que recordaban los aviones de la Primera Guerra Mundial. Eran tan lentos que ni siquiera lograban dar alcance a los bombarderos enemigos. Los bombarderos «Martin» del bando contrario eran cincuenta kilómetros-hora más rápidos, por no hablar ya de los «Devoitines», los «Curtis» y los «Ratas» rusos. Cuando los alemanes lograban abatir un avión era seguro que se trataba de un caza «Nieupor», o un «Bréguet» o un «Potez», aviones todos estos muy lentos. Como mascota habían pintado los aviadores alemanes un sombrero de copa en sus aviones. Nadie sabía por qué, pero los aviadores decían irónicos: «Este es el "treceavo" cilindro (en alemán, sombrero de copa: Zy'inder) de nuestros motores, con el cual somos tan rápidos como los bombarderos enemigos». Llenos de envidia, contemplaban los cazas rápidos «Fiat» y los bombarderos «Savoya» que había enviado Mussolini. Por la Navidad del año 1936 llegaron, procedentes de Alemania, aviones más rápidos, los cazas «Messerschmitt 109», los bombarderos tipo «He 111» y los primeros «Stukas». Y como aviones de exploración los «Do 17» y los hidroaviones «He 59». Durante todo el invierno de 1936 y la primavera de 1937, el punto neurálgico de la Legión Cóndor estuvo en el frente central de Madrid.

Bombardeó los campos de aviación donde estaban los aviones soviéticos, así como los puertos de Cartagena, Alicante y Málaga. Por primera vez empleó una nueva táctica en la lucha: el apoyo a las fuerzas de tierra con vuelos rasantes. A pesar de todo, Madrid resistía. A instancias del general Sperrle, la Legión Cóndor fue lanzada a los frentes del Norte. Se iniciaron luchas cruentas por Bilbao, que el 19 de junio de 1937 cayó en poder del general Franco. A continuación la Legión fue destinada rápidamente al oeste de Madrid, donde las tropas del Gobierno habían iniciado la batalla de Brunete. El mando rojo empleó en este combate el material de guerra más moderno y los alemanes sufrieron graves pérdidas. ¡Otra vez al frente del Norte! Los aviones de combate de la Legión participaron en la conquista de Santander y en la conquista y ocupación de toda Asturias, y volvieron a Madrid, donde Franco iniciaba un nuevo ataque. Pero las ofensivas de distracción del enemigo en Teruel, que cambió dos veces de mano, alteraron nuevamente los planes. Era ya el verano del año 1938. Durante cuatro meses se luchó a orillas del Ebro. La lucha de material más grande desde la Primera Guerra Mundial. Se había iniciado ya el cambio. La Legión Cóndor había conquistado la superioridad en el aire, sobre todo gracias a sus «Me 109». El Gobierno republicano perdió setenta y cinco mil hombres en la batalla del Ebro. Por la Navidad del año 1938 empezó Franco el ataque contra Cataluña y a la Legión Cóndor correspondió la misión de preparar la ofensiva desde el aire. Las líneas republicanas fueron bombardeadas sin interrupción. El 9 de febrero de 1939 llegaba el general Franco, vencedor, a los Pirineos. El día siguiente se revolvió hacia el último reducto en el centro de España. Con la conquista de Madrid, el 28 de marzo de 1939, terminaba la guerra civil en España. Los soldados alemanes fueron engañados en Berlín cuando se les dijo que lucharían por la justa causa del general Franco, pues en realidad luchaban por Hitler y Goering. En el Proceso de Nuremberg fue presentado un documento que habla más claro que todos los demás: El Protocolo de Hossbach sobre la reunión secreta del 5 de noviembre de 1937. Durante esta reunión, Hitler dijo: —Desde el punto de vista alemán, no nos interesa una victoria cien por cien de Franco. Lo que nos interesa es que la guerra en España se prolongue y aumente la tensión en el Mediterráneo. Estos son unos hechos de los cuales los hombres de la Legión Cóndor no tenían la menor idea, pues no eran comentados por la propaganda oficial. También al doctor Josef Goebbels le ofrecía la guerra civil española una ocasión de «entrar en fuego». ¡Qué alegría sintió Goebbels cuando, el 9 de mayo de 1937,

dos aviones del Gobierno republicano arrojaron sendas bombas sobre el acorazado Deutschland, que estaba atracado en la bahía de Ibiza! Murieron veintitrés tripulantes. Hitler se enteró de la noticia cuando se dirigía a los festivales de Beyruth. Volvió corriendo a Berlín y ordenó que el acorazado Admiral Scheer bombardeara como represalia el puerto de Almería. El bombardeo se llevó a cabo el 31 de mayo de 1937. Los periodistas alemanes publicaron la noticia con grandes titulares. Todo lo que nos había de ofrecer la guerra mundial, tanto de un lado como del otro, había sido ensayado previamente en España. Goering lo dijo con toda claridad en Nuremberg: —Insistí para que se le ofreciera a mi Luftwaffe la ocasión de entrar en fuego... Y mientras la Legión Cóndor emprendía el viaje de regreso a Alemania, Hitler descubrió, el 28 de abril de 1939, el secreto de aquella campaña en un discurso que pronunció ante el Reichstag: —El pueblo alemán se enterará de lo valientes que han sido sus hijos en su lucha por la libertad de un pueblo tan noble, y el de cómo han ayudado a salvar la civilización europea. Y Goering, el 31 de mayo de 1939, en Hamburgo, cuando acudió a recibir a la Legión Cóndor dijo: —¡Habéis demostrado que somos invencibles! El 6 de junio de 1939 desfilaron en Berlín ante Adolfo Hitler veinte mil legionarios, públicamente, en medio de una tempestad de vítores, haciendo burla de la afirmación de que nunca habían luchado alemanes en España. Invencibles, como había dicho Goering, marcharían aquellos hombres inmediatamente a una nueva guerra: tres meses después de aquel desfile de la victoria en Berlín, empezaba la Segunda Guerra Mundial.

LA GUERRA 1. Stalin y los caníbales —¡Este documento tiene una gran importancia histórica! Con esta declaración inició el fiscal americano Sidney S. Alderman en Nuremberg un nuevo capítulo del Proceso. Durante los debates que siguieron se demostró claramente cómo los destinos de Alemania y de los pueblos europeos alcanzaban su momento explosivo. —El documento original —continuó Alderman con voz tranquila— ha sido encontrado. Creemos que está fuera de duda la autenticidad del documento, pues ha sido confirmada por el acusado Keitel. Este documento es de una importancia histórica tan grande, que me creo obligado a leerlo íntegro. Sobre la mesa de los jueces había un nuevo documento clave. Alderman explicó: —Como el ayudante de Hitler, Schmundt, lo anotaba todo con la mayor pulcritud y meticulosidad, disponemos hoy de un documento escrito de su puño y letra que nos descubre hechos insospechados. Es el acta de una conferencia celebrada el 23 de mayo de 1939, en el despacho del Führer, en la nueva Cancillería del Reich. Estaban presentes el acusado Goering, el acusado Raeder y también el acusado Keitel. La fecha, 23 de mayo de 1939, es decisiva. Dos meses después de la entrada de Hitler en Praga, dos meses después de haber terminado la guerra secreta de la Legión Cóndor en España y no más de tres meses antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, fue decidido el destino de millones de seres humanos. —Es necesario adaptar las circunstancias a las exigencias —les dijo Hitler a sus más íntimos colaboradores durante aquella conferencia secreta—. Y esto no es posible sin la invasión de los Estados extranjeros y sin atacar las propiedades extranjeras. Todos los pasos deben ser dirigidos al objetivo fijado. Se ha logrado la unificación nacional-política de los alemanes. No podemos cosechar nuevos éxitos sin exponernos a un derramamiento de sangre. Hitler desarrolló a continuación sus planes: —Danzig no es el objetivo por el cual vamos a luchar. La cuestión es

conquistar espacio vital en el Este y asegurar el suministro de productos alimenticios. No veo ninguna otra posibilidad en Europa. Si el destino nos obliga a resolver violentamente nuestras diferencias con el Oeste, será una ventaja para nosotros contar con un mayor espacio libre en el Este. Por consiguiente, no podemos renunciar a Polonia y hemos de atacar Polonia en la primera ocasión que se nos presente. Llegaremos a la lucha. Nuestra misión es aislar Polonia. Conseguir este aislamiento es decisivo para nosotros. »No podemos confiar que en el curso de esta acción contra Polonia podamos al mismo tiempo evitar la guerra con el Oeste y en este caso la guerra habrá de ser dirigida principalmente contra la Gran Bretaña y contra Francia. Consecuencia: Las diferencias con Polonia, que empezarán con un ataque contra ese país, solo obtendrán la solución debida y el éxito deseado no habrá más remedio que atacar el Oeste y liquidar Polonia. »La guerra contra Francia e Inglaterra será una lucha a vida o muerte. Es peligroso dejarse llevar por la ilusión de que será una guerra civil, pues no existe esta posibilidad. Volaremos todos los puentes y entonces ya no se tratará de si estamos en nuestro derecho o no, sino de la vida y muerte de ochenta millones de seres humanos. »¿Guerra larga o guerra corta? Todos los ejércitos y, respectivamente, todas las jefaturas de Estado han de insistir en una guerra corta. Sin embargo, la jefatura del Estado ha de preverlo todo para el caso de una guerra de diez y hasta de quince años. No cabe la menor duda de que un ataque por sorpresa puede conducir a una solución más rápida: Pero sería partir de un punto de vista criminal si la jefatura de Estado se abandonara por completo al factor sorpresa. Nuestro objetivo debe ser asestar al enemigo un golpe mortal en el primer momento. En este caso el derecho y los tratados no desempeñan el menor papel. Esto solo será posible si Polonia no nos obliga a una guerra con Inglaterra. »Por consiguiente, hemos de prepararnos para una guerra a largo plazo y contar al mismo tiempo con un ataque por sorpresa tratando de eliminar, de buenas a primeras, todas las posibilidades de los ingleses en el continente. El ejército habrá de ocupar las posiciones que sean de interés para la flota y la Luftwaffe. Si logramos ocupar Holanda y Bélgica y derrotar a Francia, habremos creado una base efectiva para una lucha con éxito contra Inglaterra. El tiempo lucha contra Inglaterra. Alemania no se desangrará por tierra. Lo importante es lanzar a la lucha todos los medios de que disponemos, sin reparos de ninguna clase. Nuestro objetivo ha de ser siempre la capitulación de Inglaterra». Hemos reproducido un resumen del acta. Las anotaciones tomadas por el ayudante Rudolf Schmundt exponen claramente lo que le esperaba al mundo.

—¿Qué importancia atribuye usted a esta reunión? —preguntó el abogado doctor Otto Stahmer, en Nuremberg, a Hermann Goering. La respuesta del acusado fue la siguiente: —Fue una conferencia, como muchas de las que solía celebrar el Führer, y durante las cuales exponía sus puntos de vista sobre la situación y las posibles misiones que cabría confiar a la Wehrmacht. Se trata, en primer lugar, de tomar las medidas necesarias para que la Wehrmacht estuviera siempre en condiciones de responder a la menor orden de la jefatura del Estado, es decir, que el Führer supiera que en un momento dado las decisiones que pudiera tomar serían efectivamente llevadas a la práctica. Poco después de haber expuesto Hitler sus puntos de vista, empezaron estos a adquirir forma en la Wehrmachrt. El comandante en jefe del Ejército, Walter von Brauchitsch, dio instrucciones concretas a los Grupos de Ejército y Ejércitos sobre la lucha en la que habrían de intervenir en un futuro próximo. La orden empieza con las siguientes palabras: «El objetivo es el aniquilamiento del ejército polaco. El mando político exige iniciar la guerra con golpes potentes y por sorpresa y llevar la guerra un rápido fin victorioso». Después de estos preparativos secretos, se inició la «guerra psicológica», dirigida por el ministro de Propaganda, Goebbels. El 26 de marzo de 1939, diez días después de la entrada de las tropas alemanas en Praga, Göebbels dio instrucciones a la Prensa alemana para que informara «sobre los desmanes y abusos cometidos en Polonia contra los súbditos alemanes». El mundo sabía por experiencia el significado que cabía atribuir a estas noticias. Dos días después de haber dictado el doctor Goebbels sus instrucciones a la Prensa alemana, había sido ya creado un nuevo foco de incidentes en Europa. El punto neurálgico lo ocupaba el Estado libre de Danzig, una pequeña estructura política del año 1920, un motivo de viejas rencillas entre Polonia y Alemania. Danzig estaba bajo el control de la Sociedad de las Naciones, pero tanto Alemania como Polonia pretendían anexionarlo. Era la mecha en el barril de pólvora. José Beck, el ministro de Asuntos Exteriores polaco, reaccionó de un modo rápido ante la abundancia propagandística de Goebbels. El 28 de marzo de 1939 le dijo al embajador alemán en Varsovia, conde Helmuth von Moltke, «que toda intervención del Gobierno alemán en favor de un cambio en el actual estatuto de Danzig sería considerado como un ataque contra Polonia». Beck anunció la inmediata acción del Gobierno polaco, pero dio a entender al mismo tiempo que estaba dispuesto a negociar.

—¡Quiere usted negociar sobre las puntas de las bayonetas! —le replicó Moltke muy excitado. —Me atengo al sistema de ustedes —comentó Beck, muy frío. Al estudiar las causas que provocaron la guerra, el Proceso de Nuremberg penetró en una serie de problemas que ocultaban una serie de sorpresas para todos los participantes. Incluso los jueces de las cuatro potencias vencedoras miraban con evidente disgusto todo lo que iba a ser revelado. Los jueces soviéticos Iola T. Nikitschenko y el teniente coronel Alexander F. Wolchkow, presentaban como siempre unos rostros inescrutables. Pero los representantes del ministerio público ruso, en primer lugar, el fiscal general teniente general Roman A. Rudenko, se disponía a luchar contra el frente de los defensores alemanes. Querían evitar a toda costa que fueran sacados a relucir ciertos hechos que colocarían a alemanes y rusos en el mismo nivel. Para comprender esta lucha, que primero fue dirigida entre bastidores, es conveniente evocar ciertos hechos que todos los que se sentaban en la gran sala de reuniones del Tribunal de Nuremberg recordaban vivamente y que precisamente por esto no fueron mencionados: 1. Polonia sospechaba que había de ser la próxima víctima de Hitler. Estaba decidida a defenderse. Pero en Varsovia exageraban su propia potencia y menospreciaban la efectividad del nuevo Ejército alemán. 2. En Londres y en París sabían que no podían ayudar de un modo efectivo a Polonia desde el Oeste, en el caso de que Polonia fuera atacada. La única potencia que podía defender a Polonia contra Hitler era la Unión Soviética que limitaba en el Este con Polonia. 3. En Varsovia rechazaron de un modo expreso esta ayuda. El Gobierno polaco reconoció claramente que en este caso el remedio sería peor que el mal. En vez de caer en poder de Hitler, Polonia sería tragada por Stalin. 4. También en Londres y en París llegaron a esta conclusión. Pensaban que si Hitler se lanzaba a la guerra, después de su derrota, que se consideraba evidente, la Unión Soviética pondría su mano sobre el Este de Europa. Y esto no lo podían consentir en modo alguno en el Oeste. 5. La única posibilidad de impedir la extensión de la Unión Soviética hacia el Oeste consistía, única y exclusivamente, en evitar la guerra. Occidente había de pactar con la Unión Soviética para impedir el ataque de Hitler contra Polonia.

6. En Moscú compartían este mismo punto de vista. Pero sus conclusiones eran diferentes: Si Hitler no podía lanzarse a la guerra contra Polonia, la Unión Soviética no podría extenderse hacia el Oeste... Por este motivo había que instigar a Hitler a la guerra contra Polonia. Teniendo en cuenta todas estas posibilidades y guiados por estas consideraciones políticas, fue puesta en marcha la maquinaria bélica. No había solución posible después de haber desencadenado Hitler los fantasmas de la guerra y haberlos presentado en el escenario europeo. Pero Hitler no tenía la menor idea de los pensamientos y propósitos que animaban a los estadistas de Oriente y Occidente. No podía en modo alguno sospechar estos pensamientos, puesto que todos hablaban de su derrota, del fracaso más absoluto de sus planes y él no concebía que pudiera perder. Mucho más perspicaces que en Berlín se revelaron en Roma, donde hicieron gala de una gran sensibilidad política. El embajador italiano en Berlín, Bernardo Attolico, era un hombre que estaba perfectamente al corriente de la situación que reinaba en Alemania. Nunca creyó a Hitler cuando este afirmaba la paz y estaba plenamente convencido de que Alemania trataba de engañar a Italia. Y esto coincidía plenamente con los hechos: Cuando hacía ya tiempo que Hitler había decidido desencadenar la guerra, daba a entender a Mussolini que, por lo menos en el curso de los tres años siguientes, no había ni que pensar en una guerra. Attolico, por el contrario, bombardeaba a su Gobierno con advertencias hasta el punto que el ministro de Asuntos Exteriores italiano, conde Galeazzo Ciano, escribió en su célebre «Diario»: «La tenacidad de Attolico me da mucho que pensar. O ha perdido por completo la cabeza, o ve y sabe algo que nosotros ni siquiera sospechamos.» El 6 de agosto de 1939 era ya tan intensa la sospecha de un engaño por parte de Hitler, que Ciano se reunió para tratar de esto con Mussolini. Ciano confió a su «Diario»: «Estamos plenamente de acuerdo de que hemos de encontrar una solución. La ruta alemana lleva a la guerra y nosotros entraríamos en ella en las condiciones más desfavorables para Italia que se pueden imaginar. No hemos completado todavía nuestros preparativos. He propuesto al Duce una nueva entrevista entre Ribbentrop y yo. Ha dado su conformidad.» Ciano fue a ver a Ribbentrop para salvar la paz o, al menos, para conocer las verdaderas intenciones de los alemanes. La entrevista se celebró el 11 de agosto de 1939 en el castillo de Ribbentrop Fuschl, cerca de Salzburgo. Al RAM,

como era llamado el ministro de Asuntos Exteriores del Reich en los documentos alemanes, le gustaban los escenarios grandiosos. Pero este es un punto que tampoco se le pasó por alto a la acusación en Nuremberg. El intérprete doctor Paul Schmidt fue interrogado como testigo por el fiscal inglés sir David Maxwell-Fyfe. Sir David: «¿Poseía el acusado Ribbentrop, antes de ocuparse de la política, una casa en Berlín-Dahlem, creo que en la Lenzallee, 19, que era su propiedad?» Doctor Schmidt: «Sí, es cierto». Sir David: «¿Y es verdad que cuando era ministro de Asuntos Exteriores era propietario de seis casas? Permítame usted que refresque su memoria y le enumere las casas: Una en Sonneburg, de 750 hectáreas, con un campo de golf particular. Otra en Ranneck, cerca de Düren, en las cercanías de Aquisgrán, donde criaba caballos. Otra cerca de Witzbühel, donde solía ir de caza. Y luego, claro está, el castillo Fuschl, en Austria. ¿Es cierto?» Doctor Schmidt: «Sí, cerca de Salzburgo». Sir David: «Y también un coto de caza en Eslovaquia, Puestepole. ¿Me equivoco?» Doctor Schmidt: «El nombre me es familiar. Sé que el señor von Ribbentrop fue en diversas ocasiones a cazar a aquella región, pero no sabía que fuera propietario de la finca». Sir David: «Y vivía también en un palacete de caza en las cercanías de Podersan, que había sido propiedad del conde Czernin, en el país de los sudetas. Dígame usted, ¿tenía el ministro del Reich un sueldo fijo?» Doctor Schmidt: «Sí». Sir David: «¿A cuánto ascendía?» Doctor Schmidt: «No lo sé». Sir David: «¿Era mantenido en secreto este detalle?» Doctor Schmidt: «No, pero no me preocupé de saberlo». Sir David: «Tal vez pueda usted contestar a la siguiente pregunta: ¿Había podido algún ministro de Asuntos Exteriores anterior comprar con su sueldo seis

casas y fincas rurales?» Doctor Schmidt: «Si pudieron hacerlo o no, no lo sé, pero lo cierto es que no lo hicieron». Después de este «intermezzo» podemos contemplar y admirar con otros ojos el palacio de Fuschl, propiedad de Ribbentrop. Ciano fue atacado desde el primer momento por su colega alemán con hechos contundentes. Sin miramientos ni escrúpulos de ninguna clase Ribbentrop retiró el velo y mostró la realidad desnuda. En Nuremberg, el fiscal Maxwell-Fyfe presentó los dramáticos párrafos del «Diario» de Ciano, ante el Tribunal. Leyó pausadamente lo que el ministro de Asuntos Exteriores italiano había escrito sobre aquella conferencia: »Fue en el castillo de Fuschl donde Ribbentrop, mientras esperábamos para sentarnos a la mesa, me informó de la decisión de prender fuego a la mecha del barril de pólvora, y lo hizo con la misma indiferencia como si estuviera hablándome de cualquier detalle sin importancia de su palacio. »—Vamos a ver, Ribbentrop —le dije mientras paseábamos por el jardín—, ¿qué es lo que queréis? ¿El Corredor o Danzig? »—Ahora, ya no —repuso mirándome fríamente—. Ahora queremos la guerra». Esta noticia cayó como un rayo sobre Ciano. En su informe a Roma escribió desesperado: «Le he expuesto que la actual situación en Europa hará inevitable la intervención de Francia y de Inglaterra. En vano». Y escribió en su «Diario»: «Estaban firmemente convencidos de que Francia e Inglaterra asistirían impasibles al degollamiento de Polonia. Y Ribbentrop, en uno de aquellos tristes banquetes que celebramos en el Oesterreichischen Hof de Salzburgo, incluso me propuso una apuesta a este respecto. Si los ingleses y los franceses se mantenían neutrales, yo tendría que regalarle un cuadro italiano y, en el caso de que entraran en la guerra, él me regalaría una colección de armas antiguas». Un juego vergonzoso. —En el «Diario» del conde Ciano —dijo Sir David, en Nuremberg—, hallamos otra anotación:

«Ribbentrop se hace el distraído cada vez que le pregunto sobre la acción alemana prevista. Tiene una conciencia muy negra. Me ha mentido tantas veces con respecto a las intenciones de Alemania hacia Polonia, que ahora está cohibido. No hay duda de que están decididos a ir a la lucha. Rechaza toda solución que pudiera satisfacer a Alemania o evitar la guerra. Sé muy bien que los alemanes irían a la lucha aunque les dieran todo lo que piden. Están dominados por el demonio de la destrucción. Nuestras conversaciones adquieren a veces un giro dramático. No dudo un solo momento en exponerle mis puntos de vista con la mayor claridad y hasta con brutalidad. Pero esto no le conmueve en absoluto. El ambiente es frío. Durante la cena no hemos hablado una sola palabra. Desconfiamos el uno del otro. Yo, por lo menos, tengo la conciencia limpia. El, no.» ¿Qué dijo Ribbentrop en Nuremberg? Sir David: «Recordará usted, según leemos en el "Diario" del conde Ciano, que este le preguntó a usted: "¿Qué es lo que queréis? ¿El Corredor o Danzig?", y que usted le contestó: "Ahora, ya no. Ahora queremos la guerra". ¿Lo recuerda usted?» Ribbentrop: «No hay una sola palabra de verdad. Le dije a Ciano en aquella ocasión: "El Führer está decidido a solucionar la cuestión, así o así". Esta era la forma en que Hitler solía hablarnos. Que yo dijera que nosotros queríamos ir a la guerra es absurdo, puesto que a ningún diplomático se le ocurrirá decir nada parecido, ni al mejor amigo, y mucho menos al conde Ciano». Lo que Ribbentrop dijo en la sala lo escribió en sus «Memorias», en la cárcel: «Sé muy bien que existen por lo menos dos "Diarios" de Ciano. Uno de ellos es falsificado. Ciano no solamente era un ambicioso y un vanidoso, sino también un traidor. Nunca hacía honor a la verdad.» Ribbentrop, a quien le fue probada en Nuremberg una mentira tras otra, escribió estas frases llenas de desesperación, pocas semanas antes de ser ajusticiado. Durante los doce años transcurridos desde entonces ha sido probada la autenticidad histórica del «Diario» de Ciano. «Queremos la guerra»... estas palabras de Ribbentrop figuran imborrables en la historia de Europa. El mismo día en que habían sido pronunciadas, el 17 de agosto de 1939, fueron confirmadas en una conferencia celebrada ante Hitler y el comisario de la Sociedad de las Naciones para Danzig, profesor Carl J. Burckhardt. Burckhardt sospechaba las intenciones de Hitler y le preguntó diplomáticamente en el transcurso de la reunión.

—Desearía hacerle una pregunta. ¿Debo dejar a mis hijos en Danzig? —Cualquier día puede ocurrir algo en Danzig —respondió evasivamente Hitler—. Creo que sus hijos de usted estarían mejor en Suiza. Ciano se enteró de los hechos el día siguiente, en Berchtesgaden, de labios del propio Hitler. Después de su entrevista con Ribbentrop, escuchó Ciano de labios del Führer las palabras que anota en su «Diario»: «Comprendo que ya no puede hacer nada. Hitler ha decidido ir a la guerra y, desde luego, irá a la guerra. Nuestras objeciones no lo han influenciado en absoluto. Apenas escucha lo que se le dice y no le ha hecho ningún efecto mi afirmación de que la guerra sería una terrible desgracia para el pueblo italiano.» En Roma se dejaron dominar por el pánico. Era evidente que Hitler quería la guerra. La primera reacción de Mussolini fue romper las relaciones con Alemania para alejar a Italia del conflicto que se avecinaba. Por otro lado, temía la cólera de Hitler que podría manifestarse en una operación militar contra Italia. «Se propone llegar a la separación de Alemania —escribió Ciano sobre la actitud de Mussolini—. Pero quiere proceder de un modo prudente y no romper las relaciones con Berlín de un modo demasiado brusco.» Mussolini sabía que había sonado una hora decisiva. Resignado, dijo a sus colaboradores: «Es inútil querer subir a dos mil metros por encima de las nubes. Tal vez nos acerquemos más a Nuestro Señor, si existe, pero nos alejamos más de los hombres. Esta vez es la guerra.» Para no verse metida en la guerra, Italia se refugió primeramente tras su deplorable escasez en materias primas. Hitler pareció darse cuenta de lo que ocurría. En una carta le preguntó a Mussolini qué materias primas podría suministrarle Alemania. Mussolini creía tener la situación que deseaba. Con la ayuda de sus técnicos compuso una lista en la que figuraban una serie de artículos que Alemania no estaba en condiciones de suministrar. Setenta millones de materias primas raras y valiosas para cuyo transporte a Italia hubiesen necesitado diecisiete mil trenes de mercancías. Mussolini se pasó toda una noche en compañía de su ministro de Asuntos Exteriores e hijo político, Ciano, para comprobar la lista. Ciano escribió en su «Diario»: «Redactamos una lista capaz de matar a un toro si hubiese sido capaz de leerla.»

En efecto, el documento cortó en Berlín la respiración a todos los expertos en asuntos económicos. —¿Y cuándo necesita Italia estas primeras materias? —se le preguntó precavidamente al embajador Attolico. Y el italiano contestó sonriente con una sola palabra: —Subito. Con ello se llegó a la conclusión de que no se podía contar con Italia cuando empezara la guerra. Pero, de pronto, esto no tuvo ninguna importancia para Hitler. Había ocurrido algo que llenó de confusión y de desconcierto al mundo entero. Ribbentrop había tomado el avión y se había ido a Moscú donde había sido firmado un acuerdo entre Hitler y Stalin. Mussolini quedaba relegado inesperadamente a una posición de tercer orden. En Nuremberg adoptaron los fiscales rusos una actitud de defensa. El Pacto entre Hitler y Stalin y el ataque lanzado por los dos contra Polonia colocaba a los jueces soviéticos del Tribunal Internacional en una posición sumamente difícil y delicada. La actividad entre bastidores alcanzó una intensidad insospechada aquellos días. Cuanto más violentas eran las discusiones, más rehuía el Tribunal tratar aquel caso. ¿Cuál es la verdad histórica? Desde el 12 de agosto de 1939 los militares ingleses y franceses negociaban en Moscú con el mariscal soviético Kliment Woroschilof. Deseaban concertar un pacto entre las potencias occidentales y la Unión Soviética. Este pacto había de servir para proteger a Polonia y asustar a Hitler para que no se lanzara a nuevas aventuras. Las negociaciones fueron prolongándose. Woroschilof partía del punto de vista militar, muy lógico por cierto, de que el ejército rojo solo podía hacer frente a Hitler en caso de necesidad si se le permitía cruzar antes Polonia. Pero esto no lo aceptaba el Gobierno de Varsovia. Mientras las conversaciones no salían de este punto muerto, en Berlín advirtieron el peligro: un pacto entre la Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética destruiría todos los planes de Hitler. Para Alemania solo existía una solución posible: concretar un pacto con la Unión Soviética. Estas negociaciones fueron acopladas a las negociaciones comerciales que se venían efectuando ya desde hacía algún tiempo. El 16 de agosto de 1939, Ribbentrop propuso hacer una visita a Moscú. El embajador alemán en el Kremlin, conde Werner von Schulenburg, habló de esta visita con el comisario de Negocios Extranjeros Wjatschelaw Molotov. Molotov

se mostró indiferente a esta proposición. Era inconcebible una alianza entre los dos enemigos mortales, el bolchevismo y el nacionalsocialismo. En aquel momento intervino Stalin personalmente. Era un jugador de ajedrez mucho más listo y preveía ya las jugadas para el futuro. Ordenó a Molotov que comunicara al embajador alemán que el Gobierno soviético estaba dispuesto a recibir a Ribbentrop y firmar un pacto con él. En el curso de una reunión secreta del Politburó, Stalin pronunció el 19 de agosto de 1939 un discurso tan importante en el curso futuro de los acontecimientos que nos creemos en el caso de reproducir algunos párrafos: «Estamos plenamente convencidos —dijo Stalin a sus colaboradores— que Alemania, si firmamos una alianza con Francia y la Gran Bretaña, se verá obligada a no intervenir a Polonia. De esta manera podría evitarse la guerra y el futuro adquiriría en este caso un rumbo peligroso para nosotros. Por otra parte, si Alemania acepta nuestro ofrecimiento de un pacto de no agresión, atacará, sin duda alguna, a Polonia y la intervención de Inglaterra y Francia en esta guerra será irremediable. »En estas circunstancias tendremos muchas posibilidades de mantenernos alejados del conflicto y podemos esperar con ventaja que nos toque el turno. Esto es precisamente lo que exige nuestro interés. Por este motivo nuestra decisión es aceptar las proposiciones alemanas y enviar de nuevo a sus respectivos países a los delegados franceses e ingleses. Está en nuestro interés que estalle la guerra entre Alemania por un lado y Francia e Inglaterra por el otro. Es esencial para nosotros que la guerra dure muchos años para que los beligerantes se agoten. Mientras tanto hemos de intensificar nuestra labor política en esos países para que estemos bien preparados para cuando termine la guerra.» El modo de pensar de Stalin era diabólico, pero muy superior a todo lo que proyectaban en Berlín, Londres y París. Stalin quería que Hitler se lanzara a la guerra. Dos días después de esta reunión decisiva del Politburó la delegación militar franco-inglesa salió de Rusia. Y otros dos días más tarde, el 23 de agosto de 1939, Ribbentrop firmaba en Moscú el Pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética. El mundo quedó petrificado ante la noticia sin tener la menor idea de cuáles eran los motivos que habían conducido a esta situación. Exactamente dos años más tarde, el 23 de agosto de 1941, poco después de haber empezado la sangrienta guerra entre Alemania y la Unión Soviética, Stalin declaró públicamente:

—Cabe preguntarse cómo pudo ser que el Gobierno soviético accediera a firma un pacto de no agresión con esos hombres sin palabra, con esos monstruos que son Hitler y Ribbentrop. ¿No habremos cometido un error? ¡No! Un Pacto de no agresión es un pacto de paz. Yo opino que ningún Estado debe rechazar un pacto de no agresión con uno de sus vecinos, aunque al frente de ese Estado estén unos monstruos caníbales como Hitler y Ribbentrop. Con estas palabras trataba Stalin de zafarse de toda responsabilidad. Pero no les resultó tan fácil a los fiscales y a los jueces soviéticos en Nuremberg. La defensa alemana no tenía todavía en los años 1945 y 1946 conocimiento sobre este discurso de Stalin ante el Politburó. La defensa había de basarse en otro documento más agresivo aún. Se trataba del pacto secreto anexo al pacto de no agresión firmado en Moscú. En este documento secreto se preveía la partición de Polonia entre Alemania y la Unión Soviética. «Delimitación de las zonas de influencia en el Este de Europa», dice el documento. «En el caso de un cambio político-territorial en las regiones que pertenecen a los Estados bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania) la frontera norte de Lituania formará la frontera de las zonas de influencia de Alemania y de la Unión Soviética. Para el caso de un cambio en las regiones que pertenecen a Polonia, las zonas de influencia quedarán delimitadas por la línea que sigue aproximadamente los ríos Narew, Vístula y San. La Unión Soviética insiste en su interés por la Besarabia. Alemania declara que no tiene el menor interés por estas regiones.» El documento, firmado por Ribbentrop y Molotov, terminaba con las siguientes palabras: «Este documento será mantenido en el mayor secreto por ambas partes.» En efecto, fue mantenido en secreto hasta marzo de 1946. Fue entonces cuando los defensores alemanes en Nuremberg se enteraron de la existencia de aquel pacto. El rumor comenzó a circular por el Palacio de Justicia y produjo en las salas de los abogados un efecto sensacional Para los juristas significaba que una de las naciones jueces era culpable de un crimen que le era reprochado a los acusados: preparativos para una guerra de agresión. Si se logra demostrar la participación de Stalin en la guerra de agresión de Hitler, se derrumbaría por sí sola la estructura sobre la que se basaba el Proceso de Nuremberg... Por aquel entonces no se conocía todavía la existencia de esta parte adicional del documento. El defensor del acusado Rudolf Hess, el doctor Alfred Seidl, que tuvo este documento en sus manos el año 1946, entabló conversación

con un periodista americano durante una pausa en la sesión. El periodista disfrutaba de excelentes relaciones en el ministerio de Relaciones Extranjeras de Washington y, poco después, por conducto secreto, entregó al doctor Seidl una fotocopia del documento. Seidl se quedó atónito. Comprendió en el acto que la casualidad había puesto en sus manos una bomba atómica judicial. Hoy tiene la convicción de que el periodista solo sirvió de intermediario entre él y un alto personaje americano. Consultó a Ribbentrop y este le confirmó la autenticidad del documento. Y lo mismo hizo el embajador doctor Friedrich Gaus, que había sido llamado como testigo a Nuremberg. Seidl se entrevistó entonces con el fiscal inglés sir David Maxwell-Fyfe. Este comprendió la importancia de aquel documento y le dio al abogado alemán el bonito consejo de que lo enseñara a los fiscales rusos. El doctor Seidl no se anduvo por las ramas. Se presentó al fiscal general soviético Roman Rudenko, pero fue recibido por el ayudante de este, N. D. Zorya, el mismo que poco tiempo después se mataba «limpiando un arma» en el Palacio de Justicia de Nuremberg. Zorya dijo a Seidl: —La delegación soviética considera como no existente ese objeto de discusión. Lo más probable es que lo dijera de buena fe y solo después de haber estallado la bomba en la sala de sesiones, se enteró el general Rudenko, después de haber consultado con Moscú, que existía este pacto adicional. El 25 de marzo de 1946 lanzó el doctor Seidl aquella bomba en la sala. Doctor Seidl: «Una semana antes de iniciarse las hostilidades, tres días antes de la invasión prevista de Polonia por las tropas alemanas, fue firmado entre las dos potencias un documento secreto». Presidente (juez Lawrence): «Doctor Seidl, confío no habrá olvidado lo que prescribe el Tribunal. Este no es el lugar más indicado para pronunciar discursos». Doctor Seidl: «No es mi intención pronunciar un discurso, sino que pretendo única y exclusivamente decir unas palabras de introducción a un documento que voy a presentar al Tribunal». Presidente: «Doctor Seidl, no hemos visto todavía el documento. ¿Tiene usted una copia para la presidencia? ¿Tiene algo que objetar el Ministerio público acerca de la lectura del documento?».

Roman Rudenko (fiscal general de la Unión Soviética): «Señor presidente, no conozco la existencia de este documento y me opongo decididamente a que sea leído. No sé a qué ministerios ni a qué pactos secretos se refiere el defensor de Hess. Yo los considero no justificados. Ruego, por consiguiente, no se autorice la lectura de este supuesto documento». Doctor Seidl: «En este caso me veo obligado a citar como testigo al comisario del Exterior, Molotov.» Presidente: «Doctor Seidl, lo primero que debería hacer usted es traducir el documento. No sabemos qué dice». Doctor Seidl: «El documento dice...» Presidente: «No, este Tribunal no está dispuesto a oír lo que dice el documento. Queremos ver el documento nosotros mismos, tanto en su traducción inglesa, como rusa. Una vez se haya procedido a la traducción discutiremos nuevamente el caso». Con esto quedaba liquidado de momento el asunto. Pero el doctor Seidl no se rindió. El 1.º de abril de 1946 interrogó a Ribbentrop. Doctor Seidl: «El preámbulo del documento del 23 de agosto de 1939, es decir, el pacto secreto firmado entre Alemania y la Unión Soviética, dice más o menos lo siguiente: "Con vistas a la tensión existente en la actualidad entre Alemania y Polonia se acuerda lo siguiente para el caso de un conflicto..."» Ribbentrop: «No recuerdo el texto exacto, pero más o menos decía esto». Presidente: «Doctor Seidl, ¿qué documento va a leer usted ahora?» Rudenko: «Deseo llamar la atención del Tribunal que no discutimos aquí la cuestión que hace referencia a la política de las naciones aliadas, sino que nos limitamos a discutir las acusaciones concretas contra los criminales de guerra alemanes. Las preguntas del defensor tienden únicamente a distraer la atención del Tribunal. Por este motivo me opongo a estas preguntas». Presidente: «Doctor Seidl, puede usted continuar las preguntas». Después de esta decisión de la presidencia, se le ofrecía al doctor Seidl la ocasión de exponer el caso. Ribbentrop respiró aliviado y dijo: —Las regiones orientales de Polonia fueron ocupadas por la Unión Soviética y las regiones occidentales por las tropas alemanas. No cabe la menor

duda de que Stalin no le puede reprochar a Alemania haber dirigido una guerra de agresión contra Polonia. Si se habla aquí de un ataque, ha de hablarse de un ataque desde los dos lados. Con estas palabras había terminado ya la sensación. Un proceso que se celebraba porque lo querían así las potencias mundiales, no podía ser destruido por una hoja de papel, aunque su contenido fuese muy importante. Dos veces intentó el doctor Seidl insistir sobre el documento, pero el Tribunal acabó rechazándolo de un modo definitivo cuando el abogado alemán se negó a decir quién se lo había entregado. Por este motivo, el Tribunal excluyó el documento «como prueba de dudoso origen». Y con esto quedaba destruida la argumentación del doctor Seidl de que la Unión Soviética no podía juzgar cuando debía ser juzgada. Continuó el proceso..., y el documento hoy es conocido oficialmente, pues figura en todos los libros de la historia moderna. El documento era un hecho histórico. Y nadie mejor que Hitler lo sabía. Apenas habían sido estampadas las firmas al pie del documento, desencadenaba la guerra..., y pocas horas más tarde anulaba la orden de ataque. ¿Qué había ocurrido? Por unos motivos inexplicables, Europa disfrutó todavía de unos días de paz. En Nuremberg hizo acto de presencia el principal testigo de descargo de Hermann Goering, Birger Dahlerus.

2. La última esperanza —Entre los documentos del Alto Mando de la Wehrmacht en Flensburg fueron hallados dos discursos que Hitler pronunció en el Obersalzberg, el 22 de agosto de 1939, ante los altos jefes de la Wehrmacht... Con estas palabras inició el fiscal americano, Sidney S. Alderman, su relato de los últimos días antes de que se iniciaran las hostilidades. En Nuremberg fueron leídas las frases más sobresalientes de Hitler en aquella ocasión: —Los he reunido a ustedes para que puedan comprender los diversos elementos sobre los que se basa mi decisión de lanzarnos a la acción. Comprendí hace tiempo que un día u otro llegaríamos a este conflicto con Polonia. Tomé esta decisión en la primavera. Hitler se refirió a continuación a sus conversaciones con los altos jefes el 23 de mayo de 1939, en Berlín. Luego añadió:

—Por consiguiente, eliminamos el caso de proteger a Polonia y hemos de aprovechar la primera ocasión que se presente para atacarla. Había llegado el momento. En el Obersalzberg, Hitler les dijo a los presentes, sin ninguna clase de rodeos, por qué motivo se había decidido precisamente en aquella época por el ataque contra Polonia. Alderman leyó: «Presento como motivos: Mi propia personalidad y la de Mussolini. Depende esencialmente de mí, de mi existencia, debido a mi capacidad política. En el porvenir no habrá otro hombre que goce de tanto poder como yo. Mi existencia es, por consiguiente, un importante factor. Pero puedo ser eliminado en el momento menos esperado por un criminal, por un idiota. El segundo factor personal es el Duce. También su presencia es decisiva. El Duce es el hombre que tiene los nervios más fuertes de Italia. »En el bando enemigo, un cuadro por más negativo y deplorable por lo que hace referencia a los gobernantes. Ni en Inglaterra ni en Francia había gobernantes de categoría. Unos estadistas que no rebasaban el nivel medio. No eran hombres de acción. »Junto a los factores personales, la situación política es también muy favorable para nosotros. Estas circunstancias tan favorables no volverán a presentarse en el curso de los dos o tres años siguientes. Nadie sabe cuánto viviré. Por este motivo, cuanto antes mejor. Las relaciones con Polonia han llegado a un punto crítico. Hoy la situación es mucho mejor que dentro de dos o tres años. Un atentado contra mí o contra Mussolini podría resultar una desventaja para nosotros. Hemos de cargar con el riesgo. Tener nervios de hierro, hacer gala de una firme decisión. Lo único que temo es que en el último instante me elimine un cerdo cualquiera.» Este es el lenguaje del hombre que no se había cansado en ningún momento de declarar al mundo que solo sentía deseos de paz. Aquel mismo día Hitler expuso sus planes. Y otra vez fueron leídos en Nuremberg los puntos más sobresalientes: «Un largo período de paz no nos resultaría ventajoso a la larga. Por consiguiente, hemos de contar con todo. El aniquilamiento de Polonia, en primer término. Daré motivos propagandísticos que justifiquen la guerra y no me importa si los creen o no. Al vencedor no le preguntan después si ha dicho la verdad o no. Cuando se empieza una guerra no se pregunta si está justificada, sino solamente quién ganará. Arrumbaremos a un lado toda compasión y debilidad. Procederemos de un modo brutal. El más fuerte tiene la razón de su

parte. Dureza. Primera condición: Avanzaremos hasta el Vístula y destrozaremos el sistema nervioso de los polacos. Aniquilaremos toda resistencia polaca que se forme de nuevo. Aniquilamiento continuado. Destrucción total de Polonia desde el punto de vista militar. Lo principal es la rapidez. Los perseguiremos hasta su extinción total. Daré la orden con toda probabilidad el domingo por la mañana.» Domingo por la mañana..., es decir, el 26 de agosto de 1939. Goering respondió a las palabras del Führer dándole las gracias y asegurándole que la Wehrmacht cumpliría con su deber... Con estas palabras terminaba el documento que no fue desmentido por ninguno de los acusados en Nuremberg. La guerra estaba decidida. El 25 de agosto de 1939, como había prometido, Adolfo Hitler dio la orden a la Wehrmacht alemana de empezar el día siguiente, a las cinco menos cuarto de la mañana, el ataque contra Polonia. Pero aquella misma noche anuló la orden. La situación había cambiado inesperadamente. Desde Londres había llegado la noticia de que la Gran Bretaña había firmado un pacto de ayuda mutua con Polonia, que se dirigía claramente contra el ataque alemán. Este hecho hizo que Hitler anulara su anterior decisión. Tenían en su poder el pacto de no agresión con la Unión Soviética, pero la decisión del Gobierno inglés de ayudar a Polonia en caso de un ataque, le hizo vacilar. Por este motivo repitió aquellos pensamientos que había expuesto ya a sus altos jefes militares el 23 de mayo de 1939: «La misión es aislar a Polonia. Es decisivo conseguir este aislamiento». ¿Pero existía todavía la posibilidad de aislar a Polonia de la Gran Bretaña? En otras palabras: ¿Podía instigar todavía al Gobierno inglés a cruzarse de brazos cuando él atacara Polonia, a pesar de la existencia de aquel pacto de ayuda mutua? En aquella situación tan confusa hizo acto de presencia en el escenario de la política internacional un hombre del que no se había oído hablar hasta aquel momento. Es el ingeniero e industrial sueco Birger Dahlerus. Un particular. Hacía años le había sido presentado a Hermann Goering. Ahora, en el momento de la gran crisis europea, confiaba con sus modestas fuerzas poder evitar una guerra mundial. De pronto se vio metido de lleno en aquel aquelarre, sin tener una idea exacta de lo que estaba sucediendo. Pero seis años más tarde era citado por el defensor de Goering para declarar en descargo de este. Primeramente fue interrogado por el doctor Otto Stahmer, el defensor de Goering, y ante el

Tribunal se desarrolló una escena que más bien parecía sacada de un libro de aventuras. Doctor Stahmer: «¡Señor Dahlerus! ¿Quiere contarle al Tribunal a qué se debió que usted, un particular sueco, se esforzara por lograr un entendimiento entre Inglaterra y Alemania?» Dahlerus: «Conocía Inglaterra muy bien, puesto que había vivido allí durante doce años y también conocía muy bien Alemania. Durante una visita a Inglaterra, a fines de junio de 1939, observé y comprobé que los ingleses no estaban ya dispuestos a tolerar ningún nuevo acto de agresión por parte de Alemania. El 2 de julio me reuní con unos amigos en el "Constitutional Club". Discutimos la situación y me expusieron la opinión pública inglesa de un modo muy claro: »Inglaterra quería la paz, pero no la paz a cualquier precio. Los ingleses no simpatizaban con el pueblo alemán y no había razón alguna para solucionar las diferencias por las armas. Alemania volvería a ser vencida y por negociaciones podía conseguir mucho más que con la guerra. Inglaterra y sus amigos pasarían por momentos muy difíciles y con toda probabilidad la guerra representaría el fin de la civilización occidental. »Después de haber observado que en el Tercer Reich no se publicaban los informes que les resultaban desagradables, consideré mi deber poner las opiniones inglesas en conocimiento de los altos jefes alemanes.» Doctor Stahmer: «Señor Dahlerus, ¿eran sus amigos ingleses miembros del Parlamento?» Dahlerus: «No, eran comerciantes. Después de haber hablado con mis amigos sobre la conveniencia de mi viaje a Alemania, emprendí el viaje y fui recibido por Goering el 6 de julio por la tarde, en Karinhall. Informé a Goering de todo lo que había tenido ocasión de observar y comprobar en Inglaterra e insistí en que había de hacerse todo lo humanamente posible para evitar una guerra. Le propuse que conviniera una reunión con ingleses a la que asistieran otros miembros del Gobierno alemán. »El 8 de julio me informó Goering que Hitler había dado su visto bueno a esta proposición. La reunión tuvo lugar en Sönke-Nisse-Koog, en SchleswigHolstein cerca de la frontera danesa. La casa pertenece a mi esposa. Siete ingleses, Goering, el general Bodenschatz y el doctor Schöttl asistieron a una reunión. Era el 7 de agosto y comenzó la reunión invitando Goering a que los ingleses le dirigieran las preguntas que consideraran más oportunas.

»Los ingleses no dejaron duda alguna de que el Imperio británico ayudaría a Polonia en el caso de que Alemania intentara ocupar por la fuerza aquella región del Este. Goering dio su palabra de honor de estadista y de soldado de que, a pesar de que tenía el mando de las fuerzas aéreas más poderosas del mundo y esto podría ser a veces una tentación para él, haría todo cuanto estuviera de su parte para impedir una guerra». Doctor Stahmer: «¿Asistieron a esta reunión parlamentarios ingleses?» Dahlerus: «No, solamente comerciantes ingleses. Los ingleses se marcharon el 9 de agosto, a primera hora de la mañana, e inmediatamente a su regreso expusieron sus impresiones al Foreign Office. El 21 de agosto me enteré de que Alemania y la Unión Soviética habían firmado un tratado comercial y que al día siguiente habían sido incluidas cuestiones políticas en este tratado. El 23 de agosto me llamó Goering por teléfono rogándome me trasladara a Berlín». Doctor Stahmer: «¿Le llamó para exponerle la gravedad de la situación?» Dahlerus: «Sí, Goering me dijo que mientras tanto la situación había empeorado mucho». ¡Claro! Hemos de recordar, al llegar a este punto, que el día anterior Hitler, en el Obersalzberg, había fijado el comienzo de todas las hostilidades para el 26 de agosto. Doctor Stahmer: «¿Cuándo se reunió usted con Goering?» Dahlerus: «Llegué el 24 de agosto a Berlín y aquella misma mañana me reuní con Goering. Me dijo que la situación era muy grave, debido al hecho de que no se había llegado a ningún entendimiento entre Polonia y Alemania. Me preguntó si estaba dispuesto a ir a Londres y tratar de aclarar allí la situación». Doctor Stahmer: «¿Cuándo partió usted para Londres?» Dahlerus: «La mañana del 25 de agosto, un viernes. Por la tarde celebré una importante conferencia con lord Halifax. Me informó de que aquel mismo día, Henderson, el embajador inglés en Berlín, había hablado con Hitler. Lord Halifax expresó su esperanza de que todavía se podría llegar a un entendimiento y que por este motivo no precisaban ya mis servicios». Recordamos nuevamente la fecha. El 25 de agosto fue el día que Hitler dio la orden de ataque y la anuló por la noche cuando se enteró de la firma del pacto polaco-inglés.

Doctor Stahmer: «¿Celebró usted aquella noche una conferencia telefónica con Goering?» Dahlerus: «Sí. A las ocho de la noche intenté ponerme al habla con él. Goering me comunicó que la situación era muy grave y me rogó que hiciera todo cuanto estuviera en mis manos para que se celebrara una conferencia entre los representantes de Inglaterra y de Alemania. El sábado, 26 de agosto, volví a reunirme con lord Halifax. Le rogué que insistiera cerca del Gobierno alemán que el Gobierno inglés estaba dispuesto a llegar a un entendimiento. Lord Halifax consultó con Chamberlain y redactó una carta maravillosa en un lenguaje muy claro diciéndole que el Gobierno de Su Majestad expresaba el deseo de hallar una solución pacífica». Doctor Stahmer: «¿Volvió usted en avión a Berlín llevando la carta?» Dahlerus: «Sí. Llegué a Berlín por la noche y me reuní con Goering en su tren particular. Le dije cuál era la situación en Londres e insistí en que no podía haber la menor duda de que Inglaterra declararía la guerra a Alemania en el caso de que el Gobierno alemán procediera contra Danzig. »Después de haberle dicho esto, le entregué la carta. La abrió y después de haberla leído me rogó que se la tradujera palabra por palabra, pues era de suma importancia tener un exacto conocimiento de su contenido. Mandó llamar a uno de sus ayudantes, hizo detener el tren en la estación más próxima y dijo que Hitler había de ser informado sin pérdida de tiempo del contenido de aquella carta. »Le seguí en coche hasta Berlín y a las doce de la noche llegábamos a la Cancillería del Reich. Goering fue a hablar directamente con Hitler y yo regresé a mi hotel. A las doce y quince minutos me visitaron dos oficiales que me invitaron a presentarme a Hitler aquella misma noche. Cuando llegué a la Cancillería fui recibido en el acto. Hitler y Goering estaban solos». Doctor Stahmer: «Explique usted detalladamente esta entrevista». Dahlerus: «Hitler comenzó a extenderse sobre la política alemana. Habló unos veinte minutos y yo vi que mi visita no daría ningún resultado positivo. Cuando comenzó a insultar y a ofender a Inglaterra y a los ingleses, le interrumpí y le dije que yo había trabajado como obrero, y no como ingeniero o industrial en la Gran Bretaña, que conocía a fondo la población inglesa y que no estaba en modo alguno de acuerdo con lo que él estaba diciendo. »Se entabló una larga discusión. Me hizo muchas preguntas sobre Inglaterra y el pueblo inglés. Después dijo lo fuertes que eran las fuerzas

armadas alemanas y lo bien equipadas que estaban. Estaba muy excitado y se puso a pasear de un extremo a otro de la sala y finalmente me dijo que si se llegaba a una guerra, él haría construir submarinos y más submarinos. »Hablaba como si no hubiese nadie más en la habitación. Al cabo de un rato, se puso a gritar que mandaría construir aviones, aviones y más aviones y que ganaría la guerra. »Volvió a tranquilizarse. Finalmente me rogó que volviera a Londres sin pérdida de tiempo y les dijera cuál era su punto de vista». Y Dahlerus volvió a Londres. En su cartera llevaba unas proposiciones de Hitler que solo se pueden calificar de absurdas, por ejemplo: «Inglaterra había de ayudar a Alemania en la anexión de Danzig y del Corredor polaco». «Alemania se comprometía a defender el Imperio inglés con la Wehrmacht alemana siempre que fuera atacado». Dahlerus volvió a volar de Berlín a Londres y de Londres a Berlín... Todo en vano, pues no tenía la menor sospecha de que solo era un instrumento de Hitler para intentar apartar a Inglaterra de la decisión que había tomado ya y «aislar a Polonia». Este fue precisamente el punto en que insistió el fiscal inglés sir David Maxwell-Fyfe cuando más tarde interrogó a Dahlerus: Sir David: «Le ruego informe al Tribunal de uno o dos detalles que Goering no nos ha contado aquí. Le dijo a usted... ¿o no se lo dijo?..., que dos días antes, es decir, el 2 de agosto, Hitler le había comunicado a él y a otros altos jefes, en el Obersalzberg, que estallaría el conflicto entre Polonia y Alemania». Dahlerus: «Nunca me comunicó ni me hizo la menor insinuación sobre las intenciones políticas de Hitler». Sir David: «Y supongo que él tampoco le dijo a usted que Hitler había declarado: "Es nuestra misión aislar Polonia". ¿Le habló alguna vez de que tenían la intención de aislar Polonia?» Dahlerus: «Nunca me dijo nada a este respecto». Sir David: «¿Le dijo a usted que habían tomado la decisión de atacar Polonia la mañana del 26 de agosto?» Dahlerus: «No, en ningún momento». Sir David: «¿Le dijo en alguna ocasión Goering por qué motivo habían aplazado la fecha de ataque del 26 al 31 de agosto?

Dahlerus: «No, nunca me habló de un plan de ataque». Sir David: «¿Y no le dijo tampoco Goering..., cito sus propia palabras: "El día que Inglaterra dio oficialmente la garantía a Polonia, me llamó el Führer por teléfono y me dijo que había anulado la proyectada invasión de Polonia. Me dijo: Hemos de ver antes cómo podemos eliminar la interferencia de Inglaterra"?. ¿Y no le dijo Goering tampoco en ningún momento que lo único que pretendían de usted cuando le mandaron a Londres era ganar tiempo?» Dahlerus: «Nunca, en ningún momento». Sir David: «Deseo repetirlo todo una vez más. Pero con ayuda de su libro de usted, El último intento, voy a exponer en qué estado de ánimo se encontraban los gobernantes alemanes. Vamos a abrir el capítulo que hace referencia a Hitler... Permítame que lea: »"En el caso de que se llegara a la guerra —dijo—mandaré construir submarinos, submarinos, submarinos, submarinos, submarinos. —Y a cada palabra que pronunciaba, su voz se hacía más fuerte. Su voz se hacía más oscura y al final se puso a gritar, como si estuviera hablando delante de mucha gente—: Construiré aviones, construiré aviones, aviones, aviones, y aniquilaré a todos mis enemigos. »En aquel momento daba más bien la impresión de ser un demente que un ser normal. Su voz apenas se entendía y su comportamiento era el de un loco. Comprendía entonces que se trataba de un hombre que no estaba en su juicio.» Y Dahlerus dice, de otra entrevista con Hitler, lo siguiente: «Me recibió muy cortés y amable, pero ya desde el principio me sorprendió su comportamiento. Salió a mi encuentro, se quedó plantado y empezó a hablar mirando fijamente delante de él. La boca le olía tan mal que tuve que hacer un esfuerzo para no retroceder un paso. Se iba excitando por momentos, gesticulaba y gritaba: "¡Si Inglaterra quiere luchar un año, lucharé un año! ¡Si Inglaterra quiere lucha dos años, lucharé dos años!". »Dio un paso y gritó con voz más fuerte y haciendo unos ademanes aún más violentos. »"¡Y si es necesario lucharé diez años!". Levantó el puño y se inclinó tan profundamente hacia delante que casi tocó el suelo». Sir David: «Dice exactamente esto, que alzó el puño y se inclinó tan profundamente hacia delante que casi tocó el suelo...»

Dahlerus: «Sí». Sir David: «De modo que ese era el Canciller del Reich alemán. Vamos a hablar ahora un momento de su ministro de Asuntos Exteriores. ¿Tuvo usted la impresión de que Ribbentrop hacía todo cuanto estaba en su poder para poner obstáculos a las gestiones de usted?» Dahlerus: «Exacto». Sir David: «Pero, según la opinión de Goering, hacía mucho más aún. Si recuerda usted bien, usted iba a despedirse de Goering, creo que cuando partió usted para Londres en su última visita: »"Antes de separarnos —escribe usted en su libro—dijo que aprovechaba la ocasión para darme las gracias por si se daba el caso de que no volviéramos a vernos. Quedé un poco sorprendido por aquella despedida y no pude por menos de contestarle que no cabía la menor duda de que muy pronto volveríamos a vernos. Cambió de expresión y me dijo en un tono muy solemne: "Tal vez, pero hay ciertas personas que hacen todo lo que pueden para impedir que usted salga vivo de este asunto".» »Y sigue escribiendo usted: »"Durante una entrevista en el mes de octubre de aquel mismo año, Goering me dijo que Ribbentrop había ordenado que mi avión sufriera un accidente. Entonces comprendí la grave expresión del rostro de Goering cuando se despidió de mí". »¡De modo que este era el ministro de Asuntos Exteriores alemán!» Todos aquellos hombres, al menos así nos lo parece hoy, vivían en un mundo de sueños y fantasías. Edouard Daladier, el presidente del Consejo de Ministros francés, envió el 26 de agosto una carta personal a Hitler: «En una hora tan grave, creo sinceramente que ningún hombre de nobles pensamientos podría comprender que empezara una guerra de destrucción si haber hecho un último intento para hallar una solución pacífica entre Alemania y Polonia. Su voluntad de paz podría ser decisiva en este caso sin la menor mengua del honor alemán. Usted sabe lo mucho que yo condeno las destrucciones provocadas por la guerra y sabemos cómo afecta una guerra a la conciencia del pueblo, sea cual sea su resultado. Si la sangre francesa y alemana han de correr nuevamente como hace veinticinco años, en una guerra mucho más

larga y sangrienta, los dos pueblos lucharán con la esperanza de su propia victoria. Pero los que vencerán serán la destrucción y la barbarie.» El embajador francés en Berlín, Robert Coulondre, llevó a última hora de la tarde aquella carta a Hitler. Después de la entrevista, volvió profundamente abatido a la Embajada y escribió a París: «Durante cuarenta minutos he comentado la emotiva carta del presidente del Consejo de Ministros. He dicho todo lo que me ha inspirado mi corazón de hombre y de francés para convencer al Canciller del Reich a hacer un último intento para hallar una solución pacífica. Le he conjurado en nombre de la humanidad y haciendo hincapié en su responsabilidad frente a la historia de no dejar pasar por alto esta última oportunidad. Le rogué a él, que había reconstruido el Reich sin derramamiento de sangre, que por la tranquilidad de su conciencia no derramara una sola gota de sangre, ni de los soldados ni de las mujeres y niños, antes de haberse convencido plenamente de que era absolutamente inevitable. Le dije que el prestigio de Alemania en el mundo entero era lo suficientemente grande para que un gesto de paz por su lado no significara menoscabo alguno para la nación alemana. Los hombres que le temían, sin duda alguna se sorprenderían, pero al mismo tiempo le admirarían muy profundamente y las madres le bendecirían. Tal vez he logrado conmoverle, pero en modo alguno influenciarle. Ha tomado ya su decisión.» «Sé muy bien que Hitler quiere la guerra con Polonia —escribió Coulondre en sus «Memorias». Y al hacer referencia a esta escena tan dramática, afirma—: Su voz sonó seca y dura. »—En esta hora tan decisiva —le dijo el francés a Hitler— se halla usted ante el Tribunal de la historia, señor Canciller. No permita usted que corra la sangre de los soldados, de las madres y de los niños... »Se hizo el silencio durante unos minutos. Después Coulondre oyó cómo Hitler murmuraba: »—Sí, las mujeres y los niños... Con frecuencia pienso en ellos. »Volvió la mirada hacia Ribbentrop, que estaba a su lado y que desde el comienzo de la entrevista había conservado una expresión férrea. Finalmente se levantó de su sillón, cogió a Ribbentrop de un brazo y se lo llevó a un extremo de la sala. Viví unos minutos de sincera confianza y esperanza. Pero tal vez no había sido más que una comedia... »—No tiene objeto —dijo Hitler, finalmente.

»La entrevista había terminado. »En realidad, ya no se podía hacer nada. Únicamente la Gran Bretaña confiaba todavía en poder actuar de intermediaria. Londres intentó que fuera convocada una conferencia directa entre Berlín y Varsovia, y Hitler accedió, pues le interesaba "aislar Polonia". Pero en Polonia recordaban muy bien lo que le había ocurrido al presidente del Estado checoslovaco, Hacha. Si iban a Berlín serían sometidos a una presión tan violenta que finalmente, habrían de acceder. Y en Polonia preferían la lucha, "aunque sea el fin para nosotros".» Una decisión heroica, pero fatal, puesto que en Varsovia ignoraban el acuerdo secreto que había sido firmado entre Berlín y Moscú y nadie tenía la menor sospecha de cuáles eran los planes a la larga de Hitler y también porque el ejército polaco creía poder hacer frente y vencer a la Wehrmacht alemana y porque el Estado Mayor polaco suponía que Francia invadiría en el acto el territorio alemán y forzaría el Westwall. Hitler alegó después que «en vano había estado esperando la llegada de un delegado polaco». Ribbentrop dio un paso más. Durante una entrevista a medianoche le leyó al embajador británico las proposiciones de paz «que Alemania hubiese hecho si se hubiese presentado el delegado polaco». Era el 30 de agosto de 1939. El embajador Neville Henderson escribió lo siguiente sobre aquella entrevista a medianoche: «Le dije a von Ribbentrop que haría todo lo posible para que las negociaciones transcurriesen por unos cauces de sensatez. Von Ribbentrop se sacó entonces un extenso documento del bolsillo y lo leyó en alemán, demasiado de prisa.» Henderson no se enteró de su contenido. «Cuando le rogué a von Ribbentrop me explicar el contenido de aquellas proposiciones —escribe Henderson—, me dijo que era ya demasiado tarde, puesto que el representante de Polonia no se había presentado antes de la medianoche.» «¿Qué habrán vuelto a decir? —se preguntó el intérprete Paul Schmidt, que estaba presente—. Esto es lo que me pregunté cuando el ministro de Asuntos Exteriores alemán, con rostro pálido, los labios contraídos y los ojos brillantes, se sentó delante de Henderson en el pequeño despacho de trabajo de Bismarck, en el número 76 de la Wilhelmstrasse. Había saludado fríamente a

Henderson y le había invitado a tomar asiento. Cuando Henderson expuso los planes de su Gobierno de que el Reich iniciara negociaciones directas con Polonia, Ribbentrop perdió por primera vez el dominio sobre sí mismo y gritó: »—¡Ya no hay caso!... Lo único que le puedo decir, señor Henderson, es que esta es una maldita situación. »En aquel momento también el embajador inglés perdió los nervios. Levantó el dedo índice en señal de reproche y le gritó a Ribbentrop: »Ha dicho usted maldito. Este no es el lenguaje de un estadista en unos momentos tan graves. »Ribbentrop se puso en pie de un salto. »—¿Qué es lo que está diciendo usted? —gritó. También Henderson se había puesto de pie. Los dos hombres se miraron con ojos muy brillantes, pero después se calmaron, y Ribbentrop leyó las proposiciones alemanas.» «Henderson preguntó —continúa el doctor Schmidt— si le podía entregar el texto del documento para transmitirlo a su Gobierno. Esto es lo corriente en el mundo diplomático. Pero apenas pude dar crédito a mis oídos cuando oí decir a Ribbentrop: »—No, no le puedo entregar a usted estas proposiciones. »También Henderson creyó no haber oído bien, puesto que repitió su frase. Pero también esta vez se negó Ribbentrop. Arrojó el documento sobre la mesa y dijo: »—A fin de cuentas ya no tiene ningún valor, puesto que el representante de Polonia no ha hecho acto de presencia.» En el Proceso de Nuremberg fue llamado como testigo el sueco Birger Dahlerus para declarar sobre este punto: —Llamé a Forbes, de la Embajada británica. Me dijo que Ribbentrop se había negado a entregar el documento después de haberlo leído con increíble rapidez. Fui en el acto a ver a Goering y le dije que era del todo imposible que se tratara con aquellos modales al embajador de un Imperio mundial. Le propuse que me permitiera llamar a Forbes por teléfono y que le dictara el contenido del documento.

Doctor Stahmer: «¿Dijo Goering que contraía una gran responsabilidad si le daba a usted este permiso?» Dahlerus: «Sí. Me encontré con Henderson el jueves por la mañana, el día 31 de agosto, y hablé con él del documento. Me rogó que fuera a ver sin pérdida de tiempo al embajador polaco Lipski para entregarle una copia». Doctor Stahmer: «¿Lo hizo usted?» Dahlerus: «Fui en compañía de Forbes a hablar con Lipski y le leí el documento, pero no pareció comprender el contenido. Abandoné la habitación, le dicté unas notas al secretario y se las entregué. Mientras tanto, Lipski le dijo a Forbes que no estaba en modo alguno interesado en discutir aquella nota con el Gobierno alemán. Si se llegaba a una guerra entre Alemania y Polonia sabía que estallaría la revolución en Alemania y que los polacos llegarían hasta Berlín». «Lipski estaba pálido como la muerte y daba la impresión de hallarse muy nervioso y abatido», añadió Dahlerus en sus «Memorias». Sir David: «¿Estaba el señor Lipski muy agotado?» Dahlerus: «Estaba muy nervioso». Sir David: «¿Y le dijo Forbes a usted que el señor Lipski le había dicho, de un modo que no admitía dudas, que el ofrecimiento alemán era una violación de la soberanía polaca y que Polonia, en el caso de que fuera abandonada por todos, lucharía y moriría sola? ¿Era este el estado de ánimo en el que encontró usted al señor Lipski?» Dahlerus: «Sí». Doctor Stahmer: «¿Y volvió usted a entrevistarse con Goering el día 1.º de septiembre?» Dahlerus: «Sí. Después de unas vacilaciones confesó que había estallado la guerra, puesto que los polacos habían atacado la estación de radio de Gleiwitz y volado un puente cerca de Dirschau. Luego me dio más detalles de los cuales saqué la conclusión que toda la Wehrmacht alemana había sido lanzada al ataque contra Polonia». La emisora de radio de Gleiwitz, el puente de Dirschau... Estos eran aquellos casos de los cuales les había hablado Hitler a sus jefes militares: «Provocaré el motivo propagandístico para que estalle la guerra, y me es del todo indiferente que me crean o no». Los informes presentados en Nuremberg podían

haber sido sacados de una novela policíaca. Pero antes tenía que hablar Dahlerus: Sir David: «Volvamos a abrir su libro. Usted describe una entrevista celebrada el día 1.º de septiembre, la tarde del día en que Polonia fue atacada. Escribe usted: «Para Goering todo estaba sujeto a un plan que no admitía ninguna modificación. Mandó llamar a los secretarios de Estado Körner y Gritzbach, les dirigió una larga alocución y les entregó a cada uno un sable de honor diciéndoles que confiaba que lo lucirían con honor en la guerra. Parecía como si todos ellos se encontrasen bajo los efectos del alcohol. ¿Son estas sus palabras?» Dahlerus: «Sí. Su estado de ánimo había cambiado en un lapso de tiempo muy corto». Sir David: «En otras palabras... De los tres personajes principales de Alemania, el Canciller era un hombre anormal; el mariscal del Reich se hallaba en un estado de embriaguez y el ministro de Asuntos Exteriores, según palabras de Goering, era un asesino que quería que usted se estrellara en su avión. Muchas gracias».

3. Las cuatro horas cuarenta y cinco minutos El día 1.º de septiembre de 1939, a las cuatro y cincuenta minutos de la mañana, el comandante de las tropas polacas en la Westerplate, transmitió el siguiente telegrama a Varsovia: «A las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos el acorazado SchleswigHolstein ha abierto fuego contra la Westerplate con todas sus baterías. Continúa el fuego.» Esta fue la primera noticia que tuvo el mundo del comienzo de la catástrofe. A la misma hora, las cuatro y cuarenta y cinco, por orden de Hitler, toda la Wehrmacht había iniciado el ataque a lo largo de la frontera polaca. A las diez de la mañana, Hitler pronunció en el Reichstag un discurso que heló la sangre de casi todos los alemanes. Dijo unas frases que más tarde habían de sonar de nuevo en la sala de sesiones del Tribunal de Nuremberg: «—Polonia ha disparado por vez primera esta noche en territorio alemán con soldados regulares. Desde las cinco cuarenta y cinco horas. —Se equivocó en una hora llevado por el entusiasmo de su discurso—. Desde las cinco cuarenta y cinco horas hemos replicado al fuego y desde este momento devolveremos golpe por golpe.»

Los soldados polacos habían penetrado en territorio alemán y habían disparado... Esto era, según las palabras de Hitler, lo que había dado motivo a la guerra. Es el motivo que anunció, el día 22 de agosto de 1939, a sus jefes militares cuando les dijo que él provocaría el motivo propagandístico y se lanzaría a la guerra. En el estrado de los testigos de Nuremberg se sentaba el antiguo general Erwinp Lahousen. Con palabras lentas repetía la fórmula del juramento que le leía el presidente: —Juro por Dios Todopoderoso y que lo sabe todo, que diré la verdad, que no ocultaré nada y no añadiré nada. El interrogatorio fue conducido por el fiscal americano John Harlan Amen: Amen: «¿Dónde se educó usted?» Lahousen: «En Austria, en la Academia Militar Teresiana, en WienerNeustadt». Amen: «¿Y fue destinado usted a la Sección de Transmisiones?» Lahousen: «Fui destinado al Servicio de Transmisiones austríaco, que corresponde a la "Abwehr", Servicio Secreto de la Wehrmacht alemana». Amen: «¿Qué cargo desempeñó usted después del Anschluss?» Lahousen: «Después del Anschluss fui destinado automáticamente al Alto Mando de la Wehrmacht alemana en el mismo cargo con el mismo grado, es decir, a la Abwehr alemana cuyo jefe era entonces el almirante Canaris». Amen: «¿Era el almirante su jefe inmediato? ¿Actuó usted algunas veces como adjunto suyo?» Lahousen: «Sí». Amen: «¿Llevaba Canaris un Diario?» Lahousen: «Sí, desde que comenzó la guerra. Un Diario al que contribuí yo personalmente con algunos detalles». Amen: «¿Con qué fin llevaba Canaris este Diario?»

Lahousen: «Si he de responder a esta pregunta, he de repetir, para hacer honor a la verdad, las mismas palabras que dijo él cuando yo se lo pregunté: "El objeto de este Diario es presentar al pueblo alemán y al mundo a todos los que han dirigido los destinos de este pueblo en esta época"». Amen: «¿Ha conservado las anotaciones que hizo usted en el Diario?» Lahousen: «Sí, retuve para mí, con permiso de Canaris, unas anotaciones». Amen: «¿Recuerda usted cuáles fueron sus anotaciones personales?» Lahousen: «Sí». Amen: «¿Fue requerida la colaboración del Servicio Secreto en relación con la campaña polaca?» Lahousen: «Sí. Tal como figura en el Diario de mi Sección, la acción que emprendimos días antes de empezar las hostilidades fue bautizada con el nombre de Operación Himmler». Amen: «¿Quiere usted informar al Tribunal sobre la índole de la colaboración que se solicitó de ustedes?» Lahousen: «La operación, sobre la que ahora voy a declarar, es una de las más misteriosas de las que llevó a cabo la Sección Extranjera del Servicio Secreto alemán. A mediados de agosto recibió la Sección I, así como también la Sección que estaba a mi mando, la Sección II, la orden de procurarnos uniformes y material de guerra polacos para tenerlo todo previsto para la Operación Himmler. La orden la recibió Canaris del Alto Mando de la Wehrmacht, y nos dio mucho que pensar a todos los que nos afectaba de un modo más o menos directo, porque no teníamos idea de lo que se trataba. Pero el nombre de Himmler significaba mucho». Amen: «¿A quién tenía que entregar el Servicio Secreto este material?» Lahousen: «Los uniformes y el material de guerra fueron recogidos cierto día por un miembro de las SS o del SD. Su nombre figura en el Diario oficial de la Sección». Amen: «¿Cuándo fue informado el Servicio Secreto del uso que se haría con este material?» Lahousen: «Por aquel tiempo no conocíamos todavía su destino. Pero desde luego sospechábamos que no habían de servir para un fin muy honesto. El

nombre de Himmler ya quería decir que se trataba de un asunto muy feo». Amen: «¿Se enteró usted luego por Canaris de lo sucedido?» Lahousen: «Los hechos se desarrollaron así. Cuando fue publicado el primer parte de la Wehrmacht, que hablaba de un ataque de los polacos o de las unidades polacas en territorio alemán, Piekenbrock, que tenía el parte en la mano y lo estaba leyendo, dijo: "Ahora sabemos para qué habían de servir nuestros uniformes". No recuerdo si fue aquel día o unos días más tarde cuando Canaris me informó que con aquellos uniformes habían sido disfrazados los internados de un campo de concentración a los que hizo simular un ataque contra la emisora de radio de Gleiwitz». Amen: «¿Se enteró usted de lo que fue de aquellos internados del campo de concentración que llevaron los uniformes polacos y provocaron el incidente?» Lahousen: «Después de la capitulación hablé en un hospital de guerra, en el que estuve internado, con un SS-Hauptsturmführer y le pregunté qué era lo que había sucedido en realidad. Y aquel hombre, Birkel, me dijo: "Todos los miembros del SD que participaron en aquella acción fueron liquidados, es decir, fueron muertos". Esto es lo único que oí decir sobre el incidente". Este fue el «motivo propagandístico» que provocó Hitler para justificar la invasión de Polonia. Más evidentes aún aparecen los hechos que expuso, en una declaración jurada, el antiguo miembro del SD, Naujock: «Yo, Alfred Helmut Naujock, declaro bajo juramento lo que sigue: »1. Desde 1931 al día 19 de octubre de 1944 fui miembro de las SS y desde su fundación en 1934 hasta enero de 1941, agente del SD. Presté servicio como miembro de las Waffen-SS desde febrero de 1941 a mediados de 1942. »2. El día 10 de agosto de 1939, Heydrich, jefe del SD, me ordenó que organizara un ataque contra la emisora de radio de Gleiwitz, cerca de la frontera polaca, y después diera a entender que habían sido los polacos los que habían llevado a cabo el atentado. Heydrich me dijo: "Es necesaria una prueba concluyente de estos ataques polacos, tanto para la Prensa extranjera como para la propaganda alemana". »Me ordenaron que me trasladara, en compañía de otros cinco o seis agentes del SD, a Gleiwitz hasta recibir la orden de Heydrich de iniciar el ataque. Mi orden decía que había de apoderarme de la emisora de radio y

mantenerla el tiempo necesario hasta que un alemán que hablase polaco tuviera tiempo de pronunciar una alocución en polaco por ella. Pusieron a mi disposición el alemán que hablaba polaco, y Heydrich ordenó que en la alocución dijera que había llegado el momento de saldar las diferencias entre Alemania y Polonia y que los polacos habían de unirse y matar a todos los alemanes que trataran de ofrecerles resistencia. Heydrich me dijo igualmente que creía que el ataque alemán contra Polonia solo tardaría en producirse unos días. »Entre el 25 y el 31 de agosto visité a Heinrich Mueller, el jefe de la Gestapo, que se encontraba aquellos días cerca de Oppeln. En mi presencia, Mueller discutió con un hombre llamado Mehlorn los planes para un incidente fronterizo en el cual había de pretenderse que los soldados polacos atacaban a las unidades alemanas. Este incidente había de efectuarse en otro punto, creo que en Hohenlinden. Para esto contaban con una compañía de soldados alemanes. Mueller dijo que necesitaba dos o tres criminales que se disfrazarían con uniformes polacos para dejar los cadáveres sobre el supuesto campo de batalla. Primero se les inyectaría una droga venenosa, que tenía preparada un médico que trabajaba para Heydrich y luego les dispararían. Después del ataque habrían de ser conducidos los representantes de la Prensa nacional y extranjera al lugar del suceso y también habría de ser redactado un extenso informe policíaco. Mueller me dijo que había recibido órdenes de Heydrich para poner a mi disposición a uno de esos criminales para que los pudiera usar en Gleiwitz. La clave de esta operación era «conservas». »El incidente de Gleiwitz, en el que tomé parte personalmente, fue llevado a cabo la víspera del ataque alemán contra Polonia. Al mediodía del 31 de agosto, Heydrich me dio, por teléfono, la consigna al mismo tiempo que me ordenaba que el ataque había de realizarse a las ocho de la tarde de aquel mismo día. Heydrich me dijo: "Para llevar a cabo el ataque, preséntese a Mueller por las conservas". »Hice lo que se me ordenaba y le pedí a Mueller que me entregara al hombre. Lo hizo y lo destiné a la entrada de la emisora. Estaba vivo, pero no estaba consciente. Traté de abrirle los ojos, pero su mirada era vidriosa. Solo por la respiración se sabía que no había muerto. No vi ninguna herida en su cuerpo, pero su cara estaba manchada de sangre. Ocupamos la emisora de radio tal como se nos había ordenado. El alemán que hablaba polaco pronunció una alocución que duró tres o cuatro minutos. Disparamos unos cuantos disparos de pistola y nos marchamos.» Este fue el ataque polaco contra la emisora alemana de Gleiwitz. La guerra de Hitler se había convertido en una terrible realidad. Como era

de esperar, tanto Gran Bretaña como Francia hicieron honor a su compromiso de ayuda, aunque momentáneamente solo sobre el papel. Las dos potencias occidentales exigieron a Alemania que cesara inmediatamente su acción bélica contra Polonia y que mandara replegarse a las tropas alemanas. El día 3 de septiembre de 1939, el embajador británico en Berlín declaró, en presencia de Hitler y Ribbentrop: —Tengo el honor de informarle que, en el caso de que hasta el día de hoy, 3 de septiembre de 1939, a las once horas, no se haya recibido una garantía satisfactoria en el sentido ante mentado por el Gobierno de Su Majestad en Londres, existirá el estado de guerra entre los dos países a partir de la hora dicha. »Hitler estaba sentado frente a su mesa escritorio —relata el intérprete, doctor Paul Schmidt—, mientras que Ribbentrop estaba a su derecha, de pie junto a la ventana. Yo estaba a cierta distancia de la mesa de Hitler y le traduje muy lentamente el ultimátum del Gobierno inglés. Hitler quedó como petrificado y miraba fijamente ante sí. No se movía. Al cabo de un rato, que me pareció una eternidad, se volvió hacia Ribbentrop, que estaba inmóvil junto a la ventana. »—¿Y ahora, qué? —preguntó Hitler a su ministro de Asuntos Exteriores, dirigiéndole una mirada furibunda como si quisiera expresar que Ribbentrop le había engañado sobre la reacción de los ingleses. Ribbentrop contestó en voz baja: »—Supongo que dentro de una hora los franceses nos presentarán un ultimátum parecido. »También en la antesala se hizo un silencio de muerte cuando fue comunicada la noticia. Goering se volvió hacia mí y dijo: »—¡Si perdemos esta guerra, que el cielo se apiade de nosotros!» Desde el día 3 de septiembre de 1939, a las once de la mañana, hora inglesa, el ataque contra Polonia se había transformado en una guerra europea sin que las potencias occidentales hubieran disparado un solo tiro en el Oeste. Gran Bretaña y Francia estaban, con las armas en la mano, impasibles mientras Polonia era sacrificada. Si hubiesen intervenido sin pérdida de tiempo, lo más probable es que entonces hubiese ocurrido aquello que dijo ante el Tribunal de Nuremberg el acusado Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht: »Estábamos en condiciones de aniquilar Polonia, pero nunca hubiésemos estado en condiciones de hacer frente a un ataque concéntrico de estos Estados. Y si no nos derrumbamos ya en el año 1939, se debe única y exclusivamente al

hecho de que las 110 divisiones francesas e inglesas no atacaron ninguna vez durante la campaña de Polonia, a las 23 divisiones alemanas que tenían enfrente.» La Wehrmacht obtuvo éxito en su primera guerra relámpago. El día 5 de septiembre cruzaron las tropas alemanas el Vístula. El 10 de septiembre habían alcanzado el Narew y el Bur, el 11 de septiembre cruzaron el San en dirección a Lemberg, y el 18 de septiembre cruzaron Varsovia. Desde el Este había emprendido, a partir de septiembre, el Ejército rojo su avance sobre Polonia. Con esto entraba en vigor el pacto secreto firmado entre Stalin y Hitler, y que hacía referencia al reparto de Polonia. Varsovia resistió hasta el 27 de septiembre. Bajo los ataques de la artillería y de las bombas de la Luftwaffe de Goering, Varsovia, finalmente, se vio obligada a la capitulación. Respecto a estos bombardeos, los primeros en la historia de la humanidad en que fue bombardeada una ciudad de más de dos millones de habitantes, el general Karl Bodenschatz declaró en Nuremberg: —Lo único que sabía es que Varsovia era una fortaleza que estaba ocupada por el Ejército polaco, con una guarnición muy potente. Las piezas de artillería eran modernas, los fuertes estaban ocupados y Adolfo Hitler solicitó, en dos o tres ocasiones, que evacuara la población civil. La proposición fue rechazada. Solo se permitió la salida a las embajadas extranjeras. El Ejército polaco estaba en la ciudad y la defendió obstinadamente. También los fuertes exteriores estaban ocupados por potentes fuerzas y desde el interior de la ciudad disparaban grandes piezas de artillería contra el exterior. Fue atacada entonces la fortaleza de Varsovia y también con la Luftwaffe, pero fue después de haber sido rechazado el ultimátum de Adolfo Hitler. En parecidos términos se expresó el antiguo mariscal del Reich, Albert Kesselring, cuando fue interrogado por el defensor de Goering, doctor Otto Stahmer: —Dirigí estos ataques en mi calidad de jefe de la flota aérea número uno. Varsovia era, según el concepto alemán, una fortaleza, y, además, contaba con potentes defensas contra los ataques desde el aire. Por consiguiente, caía por completo bajo lo que señala la Convención de La Haya sobre las luchas por tierra. Yo mismo volé sobre Varsovia y después de cada ataque hablé con los comandantes que lo habían llevado a cabo, y puedo asegurar, por haber sido testigo ocular y por los informes que me entregaron, que se hizo todo lo humanamente posible para alcanzar única y exclusivamente los objetivos militares y evitar en lo posible los objetivos civiles. Doctor Stahmer: «¿Asegura usted, por consiguiente, que estos ataques se

realizaron dentro de lo que requerían las circunstancias militares?» Kesselring: «Desde luego». Todo esto parece muy correcto, incluso inofensivo, pero el cambio dramático se presentó durante el segundo interrogatorio de Lahousen. Amen: «¿Recuerda usted haber participado en compañía de Canaris en unas reuniones que se celebraron en el Cuartel general del Führer antes de la capitulación de Varsovia?» Lahousen: «Participé en compañía de Canaris en una reunión que se celebró en el tren del Führer poco antes de la caída de Varsovia. Era el 12 de septiembre de 1939». Amen: «¿Quién estaba presente?» Lahousen: «El ministro de Asuntos Exteriores, von Ribbentrop; el jefe del OKW, Keitel; el jefe del Estado Mayor, Jodl, Canaris y yo». Amen: «¿Quiere usted explicar a este Tribunal los detalles de lo que se dijo durante aquella conferencia en el tren de Führer?» Lahousen: «Primero Canaris mantuvo una breve conversación con el ministro de Asuntos Exteriores von Ribbentrop, durante el cual este le expuso a Canaris, a grandes rasgos los objetivos políticos respecto al territorio polaco. Canaris presentó luego sus fundadas objeciones sobre el previsto ataque aéreo contra Varsovia, llamando la atención sobre el deplorable efecto que esto causaría en el extranjero. Keitel contestó que esta decisión la habían adoptado directamente el Führer y Goering, y que él no había decido nada a este respecto. »Por segunda vez, Canaris insistió en que no se llevaran a cabo los bombardeos, y de un modo especial, los previstos fusilamientos y medidas de exterminio que se dirigían de un modo especial contra la inteligencia polaca, la nobleza y la Iglesia, así como contra todos aquellos elementos que podían ser considerados como portadores de la resistencia nacional. Canaris dijo, más o menos textualmente: »Por estos métodos, algún día el mundo hará responsable, también a la Wehrmacht, de esos hechos que ocurren ante sus ojos. »El jefe del OKW, Keitel, repuso que todo esto ya había sido decidido por el Führer y que este les había comunicado que si la Wehrmacht no estaba dispuesta a acatar sus órdenes, no habrían de extrañarse entonces si hacían acto

de presencia las SS, la policía de Seguridad y otras organizaciones parecidas para cumplir estas medidas. Esto fue lo que se habló en el curso de aquella reunión sobre los métodos de fusilamiento y exterminio de Polonia». Amen: «¿Se habló de una llamada acción de limpieza?» Lahousen: «Sí, el jefe del OKW, Keitel, habló o repitió una expresión que había usado Hitler sobre una "limpieza política"». Amen: «Para que quede bien claro, ¿cuáles eran las medidas que a juicio de Keitel ya habían sido aprobadas?» Lahousen: «Según Keitel, ya habían acordado el bombardeo de Varsovia y el fusilamiento de las personas o grupos ya indicados». Amen: «¿Cuáles eran?» Lahousen: «La inteligencia, la nobleza, la Iglesia, y, claro está, los judíos polacos». Amen: «¿Se habló de una posible colaboración con un grupo ucraniano?» Lahousen: «Canaris fue encargado de esta misión. Con seguridad se trataba de unas instrucciones que Keitel había recibido de Ribbentrop, para provocar un levantamiento en la región de Galitzia, que había de tener como objeto el exterminio de los judíos y polacos». Amen: «¿Fueron celebradas otras conferencias?» Lahousen: «Después de esta conversación en el vagón de trabajo de Keitel, Canaris bajó del tren y celebró una breve charla con Ribbentrop, quien le dijo que el levantamiento había de provocar el incendio de todas las fincas de los polacos y la muerte de todos los judíos». Amen: «¿Quién dijo esto?» Lahousen: «Esto lo dijo el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Ribbentrop, a Canaris. Yo estaba a su lado». Amen: «¿Y no tiene usted la menor duda?» Lahousen: «No, no tengo la menor duda. Recuerdo perfectamente cuando dijo que habían de ser incendiadas todas las fincas polacas. En realidad se trataba de una expresión nueva, pues hasta entonces solo se había hablado de

liquidar y exterminar». Doctor Otto Nelte (defensor de Keitel): «Al acusado Keitel le interesa que diga usted si cuando fue anunciada la orden del bombardeo de Varsovia desde el aire, él llamó la atención sobre el hecho de que este ataque solo sería llevado a la práctica si la fortaleza de Varsovia se negaba a capitular y solo después de haber permitido a la población civil la evacuación de la ciudad». Lahousen: «Teniendo en cuenta la confusión que reinaba aquellos días, es muy posible que Keitel hiciera esta observación». Doctor Fritz Sauter (defensor de Ribbentrop): «¿Habló Ribbentrop, efectivamente, de que los judíos habían de ser muertos? ¿Lo recuerda usted con exactitud?» Lahousen: «Sí, lo recuerdo exactamente, ya que Canaris habló de ello, no solamente conmigo, sino también con otras personas y me citó repetidas veces como testigo». Ribbentrop, que fue sometido a un contrainterrogatorio sobre esta cuestión tan delicada y que contestó la mayoría de las veces que ya no recordaba los detalles, dio finalmente una explicación más concluyente sobre este punto: —El testigo Lahousen ha declarado que yo había dicho que las casas habían de ser incendiadas y los judíos muertos. Declaro, de un modo categórico, que nunca en mi vida he hecho una declaración semejante. Canaris estaba conmigo en mi coche, y es muy posible, no lo recuerdo con exactitud, que le volviera a ver más tarde. Recibió directamente del Führer instrucciones acerca de cómo había de actuar en Polonia y también sobre el problema ucraniano. La declaración que se me atribuye carece de todo sentido, pues los ucranianos eran amigos y no enemigos. Por consiguiente, hubiera sido un absurdo que yo hubiese ordenado que los pueblos fueran incendiados. Por lo que se refiere a la cuestión de si los judíos habían de ser muertos, aseguro que esta forma de proceder siempre fue contraria a mi modo de pensar. Poco antes de esta declaración de Ribbentrop, ocupó el estrado de los testigos el antiguo secretario de Estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Adolfo Freiherr von Steengracht van Moyland. El fiscal americano Amen le dirigió unas preguntas sorprendentes: Amen: «¿Sabía usted que Ribbentrop tomaba diariamente una dosis de bromuro?» Steengracht: «No, no lo sabía».

Amen: «¿Nunca le vio usted tomar una droga?» Steengracht: «Puede ser, no lo sé». Amen: «¿Le vio usted alguna vez tomar bromuro o se lo indicó alguien?» Steengracht: «Sí, ahora recuerdo que solía tomar unas píldoras rojas, pero yo no prestaba la menor atención al hecho». Presidente: «¿Estamos realmente interesados en saber si el acusado tomaba o no bromuro?» Amen: «Sí, Señoría, estamos interesados, pues él afirma en sus declaraciones que su memoria ha padecido o ha sido enturbiada por el abuso de este medicamento». Sea como fuere, aun en el caso de que la memoria del ministro de Asuntos Exteriores del Reich fuera debilitada o no por las drogas, los hechos no admitían la menor duda. Tan pronto como empezó la guerra fue organizado el terror en los países ocupados. ¿Cuáles eran los fines que perseguía Hitler? Su objetivo principal era avanzar hacia el Este, tal como ya lo había señalado el año 1923 en su libro Mi lucha: "Nosotros, los nacionalsocialistas, hemos de aferrarnos a nuestros objetivos de política exterior, es decir, hemos de garantizarle al pueblo alemán suficiente espacio vital. Y al hablar de espacio vital nos referimos, en primer lugar, a Rusia y a los Estados vecinos. Esta acción es la única que justifica ante Dios y la posteridad alemana el derramamiento de sangre..." Sigilosamente eran adoptados en el Alto Mando de la Wehrmacht los preparativos para el ataque contra la Unión Soviética, nación con la que, semanas antes, Ribbentrop había firmado el pacto de no agresión. Hitler les dijo el 23 de noviembre de 1939, sin rodeos de ninguna clase, a sus altos jefes militares: "Los tratados únicamente valen mientras nos resulten ventajosos". Lo único que después de la victoria sobre Polonia le contuvo de lanzar el ataque contra la Unión Soviética fue el Oeste. La Gran Bretaña y Francia se encontraban en guerra con Alemania. Pero a excepción de unas escaramuzas entre avanzadillas, no se había librado ningún combate de importancia. Hitler no podía atreverse a llevar sus planes a la práctica mientras las dos potencias occidentales seguían amenazando sus espaldas. «He dudado mucho tiempo —les dijo en el curso de aquella conferencia a los altos jefes militares—, si atacar primero el Este y lanzarme a continuación

contra el Oeste. No he creado la Wehrmacht para que permanezcan cruzados de brazos. Siempre ha sido mi decisión asestar un golpe.» El fiscal americano, Telford Taylor, siguió leyendo el sumario de aquella conferencia: «El momento es ahora muy favorable. Se trata de tomar una grave decisión. He de elegir entre la victoria y el aniquilamiento. Me decido por la victoria. Mi decisión es irrevocable. Atacaré Francia e Inglaterra en el momento más favorable. Carece de importancia la violación de la neutralidad belga y holandesa. Nadie nos lo recriminará después de nuestra victoria. No justificaremos la violación de la neutralidad de un modo tan idiota como en el año 1914». Las intenciones de Hitler respecto al Este y al Oeste quedaban muy claras. Al parecer, no existía otra alternativa. En realidad, Hitler no deseaba otra cosa y esto lo explica claramente un incidente que se descubrió entre los bastidores del proceso de Nuremberg. Después de la derrota de Polonia, apareció, fue un caso parecido al de Birger Dahlerus, un misterioso sueco que inició unas conversaciones secretas. Era este el barón Knut Bonde, de Estocolmo. Bonde estaba convencido de poder hacer la paz por cuenta propia. Estableció contacto con Hermann Goering, que quedó entusiasmado del plan, y emprendió, a continuación, viaje a Londres donde celebró una entrevista confidencial con el ministro de Asuntos Exteriores británico, lord Halifax. Durante esta entrevista, el barón sueco le propuso al Gobierno inglés las siguientes bases para una paz entre Alemania y la Gran Bretaña: "Restauración de un Estado polaco" y "Libertad para los checos". Lord Halifax no era contrario a unas negociaciones de paz si Hitler estaba dispuesto a reconocer un Estado polaco y conceder una cierta libertad a los checos. —Nunca hemos dicho que no estamos interesados en una paz con Hitler —declaró lord Halifax al barón Bonde, y luego añadió—: Si hay alguien en Alemania capaz de conseguir la paz, este hombre es Hermann Goering. Satisfecho de este resultado, Bonde regresó a Suecia e informó por un hombre de confianza a Goering del resultado de su entrevista con el ministro de Asuntos Exteriores británico. Goering prometió hablar con Hitler y enviar, sin pérdida de tiempo, la respuesta. Pero esta respuesta no llegó nunca. Varias veces, Londres preguntó a Bonde qué había sido de su gestión..., pero este ofrecimiento no mereció la menor atención de Berlín.

En el mes de mayo de 1946, el abogado Werner Bross se enteró, en Nuremberg, de estas conversaciones secretas. Había encontrado un documento en el cual el barón Bonde detallaba todo lo sucedido. «Este documento se lo he presentado esta noche a Goering —escribe Bross en sus memorias—. Lo ha leído con gran interés, pero luego ha dicho: "No va a servir de mucho, pues las conversaciones de paz fracasaron". Me extrañó que Goering demostrara tan poco entusiasmo por este documento en el que se hablaba de sus esfuerzos por la paz. Pero pronto había de enterarse del verdadero motivo por el que no quería hacer hincapié en aquellas conversaciones. Cuando le pregunté lo que había contestado Hitler a aquellas proposiciones del Foreign Office, repuso: "Fui a ver al Führer y le informé de la visita de Bonde a Londres. Cuando le transmití las proposiciones de lord Halifax, dijo: Un estado polaco..., de esto podríamos hablar, pero una mayor libertad a los checos..., ¡ni pensarlo!"». Hitler había rechazado unos ofrecimientos de paz que hoy día se nos antojan muy favorables, incluso únicos. Hitler solo tenía necesidad de hacer una concesión: proporcionar una mayor libertad a los checos. Goering tenía plena conciencia del efecto que causaría esta negativa de Hitler entre el pueblo alemán, y por este motivo, estaba dispuesto a que no se hablara de aquellas negociaciones secretas con el fin de no desprestigiar el acuerdo del Führer. Se mantenía fiel al hombre que no ponía fin a la «guerra a la que le habían obligado» cuando se le ofrecía una ocasión tan favorable para poner fin a las hostilidades. Aunque le dijo a Goering que meditaría el asunto, nunca se volvió a hablar de ello. Claro que el pueblo alemán no llegó a enterarse de este estado de cosas. Creía a pies juntillas que los ofrecimientos de paz de Hitler habían sido rechazados de pleno por sus enemigos, y por consiguiente, no le quedaba otra alternativa que continuar la lucha.

4. El aborto del infierno La guerra relámpago en Polonia había inducido a Hitler a un erróneo sentimiento de invencibilidad. Medio año después de la victoria sobre el vecino oriental, emprendió nuevamente la Wehrmacht la marcha. El fiscal general inglés en Nuremberg, sir Hartley Shawcross, hizo un resumen de los acontecimientos: —El 9 de abril de 1940, las fuerzas armadas alemanas invadieron Noruega y Dinamarca sin previa advertencia y sin declaración de guerra. Fue una

violación de las garantías de paz que había dado. »Durante muchos años se había dedicado el acusado Rosenberg, en su calidad de jefe del Departamento de Política Exterior del Partido nacionalsocialista, a la organización de una Quinta Columna en Noruega. Creó estrechas relaciones con el Nasjonal Samling, un grupo político que estaba a las órdenes del traidor Vidkun Quisling. En agosto de 1939 se celebró un cursillo de quince días en la escuela del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich en Berlín, en el cual tomaron parte veinticinco miembros de la organización Quisling. Estos "hombres de confianza" habían de ser los guías de las tropas especiales alemanas. El objetivo consistía en un golpe de Estado, en el cual Quisling mandaría detener a todos sus adversarios, incluido el rey, para anular, ya desde un principio, toda posible resistencia armada. Mientras tanto, continuaba Alemania adoptando sus preparativos militares. »Al parecer, Alfred Rosenberg fue el primero en pensar en extender el poder de Alemania por el "norte germánico". En busca de colaboradores, se dirigió al comandante en jefe de la Marina de guerra, gran almirante Erich Raeder. La Marina de guerra, pensaba Rosenberg, tenía que estar igualmente interesada en aquellas regiones del norte. En un escrito dirigido a Raeder, que fue leído durante el proceso de Nuremberg, Rosenberg explica después de haber celebrado extensas entrevistas con Quisling: "Los expertos, (aquellos que habían asistido al cursillo en Berlín) han de regresar lo antes posible a Noruega. La ocupación de los puntos clave en Oslo ha de efectuarse mediante actos de sorpresa y al mismo tiempo la Flota alemana, junto con un contingente del Ejército alemán, debe esperar ante Oslo la llamada del nuevo Gobierno noruego".» El día 3 de octubre de 1939, un mes después del ataque contra Polonia, Raeder estudió detenidamente el Plan Rosenberg. Puso en circulación un cuestionario, del cual el fiscal inglés Elwyn Jones leyó en Nuremberg los siguientes párrafos: »1. ¿Cuáles son los puntos en Noruega que podrían servir de base? »2. ¿Pueden ser conquistadas estas bases por la fuerza en el caso de que Noruega ofrezca una resistencia armada?» Poco después empezó a mostrarse igualmente muy activo el comandante en jefe de la Flota de submarinos, Karl Doenitz. Redactó un informe que mereció el siguiente comentario por parte de Elwyn Jones: —Con toda seguridad hace referencia al cuestionario del acusado Raeder. Lleva el sello de «Asunto secreto». Voy a leer el último párrafo: "Por

consiguiente, se recomienda: establecer un punto de apoyo en Drontheim y creación de una segunda base en Narvik". La invasión de Noruega no es, en cierto modo, un típico ataque nazi, en el sentido de que hubieron de convencer a Hitler para que diera su consentimiento al mismo. Fueron en primer lugar Rosenberg y Raeder los que le convencieron en este caso concreto. Los documentos demuestran que Raeder tenía muchísimo interés en crear una base en Noruega. La ocasión la ofreció una conferencia del Alto Mando de la Marina de guerra en el Cuartel general del Führer el 12 de diciembre de 1939. Además de Hitler y Raeder, participaron también Wilhelm Keitel y Alfred Jodl. Y de nuevo el sumario de aquella conferencia fue presentado ante el Tribunal de Nuremberg. El propio Raeder había redactado el informe sobre la conferencia. El fiscal Jones leyó: —El informe lleva por título Asunto Noruega. Llamo la atención del Alto Tribunal sobre el cuarto párrafo, que dice: "El Führer habló sobre la conveniencia de entrevistarse personalmente con Quisling para obtener una impresión directa sobre él. Raeder repuso: En el caso de que el Führer obtuviera una impresión favorable, habría de recibir el Alto Mando de la Wehrmacht el permiso para recibir los planes de Quisling y llevarlos a la práctica: a) por medios pacíficos, es decir, el Ejército alemán sería llamado por el nuevo Gobierno noruego; b) por la fuerza, en caso necesario". El informe continúa: «Como resultado de la entrevista entre el Führer y Quisling, celebrada el día 14 de diciembre de 1939, el Führer dio aquella misma tarde la orden para que fueran iniciados los preparativos para el Asunto Noruega». Los planes de Rosenberg y Raeder fueron autorizados por el Führer, y la Wehrmacht empezó sus preparativos. Hitler comenzó incluso a dar prisas a sus colaboradores militares y el 27 de enero de 1940, Keitel publicó una orden que decía: "Asunto secreto. Mando. Solo para oficiales. Referencia «N». El Führer y comandante en jefe de la Wehrmacht desea que el estudio «N» sea continuado bajo su dirección directa y personal. Por este motivo me ha encargado el Führer que asuma la dirección de estos preparativos. Para este fin será creado un Estado Mayor que representará, al mismo tiempo, el núcleo del futuro Estado Mayor destinado a esta operación. Este estudio será continuado bajo el nombre de Weserübung". Hitler estaba entusiasmado con la operación. En Nuremberg fue leída una orden que publicó el 1.º de marzo de 1940, una orden muy secreta. El Führer y

comandante en jefe de la Wehrmacht alemana decía, entre otras cosas: »Debe realizarse, al mismo tiempo, el cruce de la frontera danesa y el desembarco en Noruega. Esta operación ha de prepararse con la mayor urgencia. Es de suma importancia que nuestra acción resulte un golpe de sorpresa para los Estados del Norte. En el caso de que no pueda disimularse el objetivo, ha de ser distraída la atención de los jefes y soldados hacia otro objetivo. La Luftwaffe ha de asumir la defensa aérea una vez ocupadas las bases, y partiendo de estas, lanzar sus ataques contra Inglaterra». Esta era la orden de Hitler: «Lanzar sus ataques contra Inglaterra desde las bases noruegas...» Este es uno de los objetivos que se perseguía con la acción. La misma orden decía: «De este modo deben imposibilitarse los ataques ingleses en el mar Báltico, al mismo tiempo que se aseguran nuestras bases de minerales en Suecia y se amplía la base de acción para la Flota y la Aviación en la guerra contra Inglaterra.» Como en todos los casos anteriores, Hitler tenía el mayor interés en ocultar sus verdaderas intenciones. Por este motivo, se añade en la orden secreta: «Ha de procurarse, en todo momento, dar a la operación un carácter pacífico y la ocupación debe tener como objetivo principal la defensa armada de la neutralidad de los Estados nórdicos». Mientras tanto, el mundo había aprendido lo que significaba este formulismo, principalmente cuando procedía directamente del Cuartel general del Führer. En Nuremberg la defensa intentó, a pesar del lenguaje tan claro como evidente del documento, transformar el ataque contra Noruega en un acto de defensa contra una supuesta invasión de Noruega por parte de los ingleses. Pero la fecha en que fueron empezados los preparativos, septiembre de 1939, no permitía esta justificación. «Se dijo —declaró sir Hartley Shawcross—, que Inglaterra y Francia forjaban planes para una invasión de Noruega, y que el Gobierno noruego ya había dado su consentimiento para que las tropas inglesas y francesas ocuparan su territorio. Aun en el caso de que esta acusación fuera cierta, y no cabe la menor duda de que no lo es[3], nunca justificarían una invasión sin previa advertencia, sin declaración de guerra y sin buscar antes una posible solución de compromiso. Una guerra de ataque será siempre una agresión, aunque el Estado que la lance crea que otro Estado pretende lo mismo. Los documentos revelan

claramente los objetivos que se perseguían con la ocupación de Noruega y Dinamarca.» Los acontecimientos por sí solos hablan un lenguaje muy elocuente. Elwyn Jones leyó parte del informe del Gobierno danés: «El 9 de abril de 1940, a las 4'20 horas de la mañana, se presentó el embajador alemán acompañado por el agregado del Aire de la Embajada en la residencia particular del ministro de Asuntos Exteriores danés. El embajador declaró que Alemania poseía pruebas fehacientes de que Inglaterra planeaba la ocupación de bases en Dinamarca y en Noruega. Por este motivo, las tropas alemanas cruzaban la frontera danesa. Dentro de poco, los bombarderos alemanes se presentarían sobre Copenhague, pero habían recibido instrucciones de no arrojar bombas. Era asunto de los daneses evitar toda resistencia, pues esta provocaría unas consecuencias desastrosas.» Esta amenaza no era original. Praga y el presidente del Estado checoslovaco, Hacha, también la habían tenido que oír. De nuevo se convertía la operación en un juego de niños para la Wehrmacht alemana. El embajador inglés en Copenhague, Howard Smith, informó a su Ministerio: «A primera hora de la mañana, alrededor de las cinco, entraron tres pequeños barcos de transporte en el puerto de Copenhague, mientras un reducido número de aviones daba vueltas sobre los mismos. Las baterías dispararon una salva de advertencia contra los aviones. Pero esta fue la única señal de resistencia y los barcos alemanes atracaron en el puerto. Unos ochenta soldados alemanes desembarcaron completamente equipados y se dirigieron a Westellet, la antigua fortaleza de Copenhague. Las puertas estaban cerradas, pero los alemanes las volaron con dinamita. La guarnición no ofreció la menor resistencia, pues al parecer fueron cogidos por sorpresa. »Después de la ocupación, una sección fue destinada a Amalienborg, el castillo real, donde atacaron a los centinelas daneses e hirieron a tres, a uno de ellos mortalmente. Un gran número de bombarderos voló en vuelo rasante sobre la ciudad. La resistencia de las fuerzas armadas quedó menguada por la sorpresa.» Este es el informe del embajador Howard Smith. En Noruega siguieron los acontecimientos un curso ligeramente diferente. Un mes antes del ataque, el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Alfred Jodl, escribió en su Diario: «Conferencia con los tres comandantes en jefe para discutir Weserübung. El mariscal de campo (Goering), muy enfadado porque no había sido iniciado, quiso demostrar que todos los preparativos eran inútiles.»

El día 13 de marzo de 1940 escribió Jodl: «El Führer todavía no ha dado la orden para Weserübung. Busca una justificación.» Esta anotación revela claramente que no se trataba, de ningún modo, de anticiparse a un desembarco inglés. El propio Jodl descubrió sus ansias de ataque en la siguiente anotación del 28 de marzo: «Algunos oficiales de la Marina se muestran reacios a la operación y necesitan ser estimulados.» La idea de Rosenberg, los preparativos de Raeder, los planes de Keitel, las órdenes de Hitler y los estímulos de Jodl dieron pleno rendimiento el 9 de abril de 1940: La Marina de guerra alemana desembarcó en numerosos puntos de la costa noruega. Lo mismo que en Dinamarca, también en este caso se obtuvo un completo éxito por la sorpresa. Uno de los documentos más increíbles del Proceso de Nuremberg son las Disposiciones Generales del 4 de abril de 1940, tal como fueron redactadas por el mando de la Marina de guerra. Asunto secreto. Elwyn Jones leyó el documento capturado a los alemanes: «Los navíos de guerra deben ser camuflados como navíos mercantes y entrar con todas las luces de a bordo encendidas en el fiordo de Oslo. Las llamadas deben ser contestadas dando nombres de barcos ingleses. Este camuflaje ha de continuarse el máximo tiempo posible. Todas las llamadas de los barcos noruegos deben ser contestadas en inglés. A una llamada debe responderse: "Rumbo Bergen para corta estancia, no tenemos intenciones enemigas"». »A las llamadas hay que responder con nombres de barcos de guerra ingleses: Köln = H. M. S. Cairo Königsberg = H. M. S. Calcuta Karl Peters = H. M. S. Faulkner Leopard = H. M. S. Haycon Wolf = British destroyer (destructor británico)

S-Boote = British motor torpedoboats (torpedero británico). »La bandera de guerra inglesa ha de poder ser iluminada en todo momento. Deben seguirse las siguientes instrucciones cuando una embarcación propia se vea en la necesidad de responder a una llamada: »A la invitación de detenerse: 1. Please repeat last signal (Por favor, repitan la última señal); 2. Impossible to understand your signal (Imposible entender su señal). »En el caso de un disparo de advertencia: Stop firing, British ship, good friends! (Alto el fuego, barco inglés, ¡buenos amigos!). »En el caso de que pregunte por el destino: Going Bergen, chasing German steamers! (Rumbo Bergen, perseguimos vapores alemanes).» Trygve Lie, el futuro secretario general de las Naciones Unidas, redactó, en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas noruegas, un informe que fue leído en Nuremberg: «El ataque alemán llegó por sorpresa y todas las ciudades que fueron atacadas a lo largo de la costa fueron ocupadas según el plan previsto con escasas bajas. El plan de Quisling de detener al rey, los miembros del Gobierno y del Parlamento, fracasó a pesar del factor sorpresa y fue organizada la resistencia en todo el país.» Sir Harley Shawcross comentó: —A pesar de la valentía de que hicieron gala los miembros de la Resistencia noruega, ya no pudieron hacer nada contra el ataque por sorpresa. El 10 de junio terminaba la resistencia armada. Se había cometido otra agresión. El efecto que produjo este ataque en todo el mundo fue inmenso. Incluso aquellos que eran de buena fe y habían intentado justificar el ataque contra Polonia alegando los intereses alemanes en Danzig y en el Corredor, demostraron su indignación. Con la ocupación de Dinamarca y Noruega, Hitler hizo que todo el mundo se pusiera contra él. Neville Chamberlain, que había sido reemplazado por Winston Churchill en el cargo de primer ministro, expuso los sentimientos que animaban al mundo entero en un discurso que pronunció el 16 de abril de 1940: «¡Esta es la última acción del aborto del infierno en Alemania! Todos los pueblos saben que no podrán vivir en paz hasta que haya sido destruido ese perro loco.»

Pero Hitler, «el perro loco», ya no conocía barreras. Apenas había ocupado Dinamarca y Noruega cuando ya se lanzaba a nuevas operaciones de gran envergadura. —El siguiente documento —indicó otro de los fiscales ingleses, G. D. Robert— hace referencia a las conferencias de Hitler del 23 de mayo de 1939. En primer lugar, resulta interesante saber quiénes participaron en la misma: el Führer, Goering, almirante Raeder, Brauchitsch, capitán general Keitel y otros que no son acusados. El objeto de la conferencia era un estudio de la situación. En la tercera página de este documento se dice: "Las bases aéreas belgas y holandesas han de ser ocupadas militarmente. No podemos conformarnos con la declaración de neutralidad. Lo importante es crear una nueva línea defensiva en territorio holandés que llegue hasta el Zuider-See". »"No podemos conformarnos con la declaración de neutralidad..." Estaban presentes el gran almirante, el ministro del Aire y el jefe de la Aviación alemana, así como también el general Keitel. Todos se hallaban presentes y sus actividades en el futuro revelan claramente que todos ellos estaban conformes con esta decisión. "¡Da tu palabra y no hagas honor a ella!" Este era el código de honor de esos hombres...» Presidente: «Señor Roberts, sería preferible que se limitara usted a lo que dice el documento». Estas palabras del juez presidente Lawrence hicieron que la discusión volviera a los hechos concretos: «El 10 de mayo de 1940 comenzó, a las cinco de la mañana, el ataque alemán contra Bélgica, Holanda y Luxemburgo», declaró el fiscal general inglés, sir Hartley Shawcross. Después de largas vacilaciones, pues no sabía si atacar primero el Oeste o el Este, Hitler se había decidido por el Oeste. Con rápidos golpes quería aniquilar a Francia e Inglaterra para volverse, a continuación, contra la Unión Soviética. Hitler y sus estrategas no habían visto la menor posibilidad de forzar el paso por la Línea Maginot. Por este motivo habían elegido el camino a través de países neutrales y sin protección: Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Pero la guerra contra Francia no era el único motivo para hacer caso omiso de la declaración de neutralidad de estos tres países. Ya en el año 1938, el 25 de agosto, la Luftwaffe de Goering había elaborado un estudio sobre un asunto secreto, que fue leído en Nuremberg: «Para la guerra en la Europa occidental —leemos en este documento redactado mucho antes de empezar las hostilidades—, hay que conceder una

gran importancia al espacio belga-holandés, sobre todo como avanzadillas para la guerra aérea. Bélgica y Holanda en manos de los alemanes representaban una inmensa ventaja en la guerra aérea contra Francia y la Gran Bretaña...» Poco antes de estallar la guerra, el 26 de agosto de 1939, «les fueron entregados por los respectivos embajadores alemanes al rey de los belgas, a la reina de los Países Bajos y al Gobierno del Gran Ducado de Luxemburgo, solemnes declaraciones que aseguraban a los respectivos Gobiernos la decisión de respetar su neutralidad». Con ello, Alemania renovaba la promesa que ya había dado en el año 1937. Sir Hartley Shawcross comentó: —Pero Hitler les dijo a sus oficiales: «Cuando Holanda y Bélgica sean ocupadas, habremos asegurado la victoria sobre Inglaterra». El 6 de octubre de 1939, Hitler repitió sus garantías de amistad hacia Bélgica y Holanda. El 9 de octubre de 1939, Hitler publicó nuevas directrices. Decía en las mismas: «Para la continuación de las operaciones militares, ordeno: en el flanco norte del frente del Oeste hay que preparar una operación de ataque contra el territorio luxemburgués y belga. Este ataque ha de lanzarse con todas las fuerzas posibles y lo antes posible. El objetivo de esta operación de ataque es asegurar el terreno holandés, belga y de Francia del norte como base para una efectiva acción militar por aire y mar contra Inglaterra». No existe otro documento que demuestre de forma más palpable el objetivo que se perseguía con la invasión y ocupación de estos tres países neutrales. La única culpa de estos tres países desgraciados era que representaban un obstáculo en las intenciones alemanas en su guerra contra la Gran Bretaña..., y este era motivo suficiente para lanzar un ataque contra ellos. Hitler no se tomó siquiera la molestia de buscar una justificación lógica. Mientras a las cuatro horas treinta minutos de la mañana las tropas alemanas invadían el territorio belga, reflejan los acontecimientos de Bélgica y el vergonzoso proceder de Hitler en estos tres países. El fiscal inglés Roberts leyó en Nuremberg un informe oficial del Gobierno belga. —A las ocho y media se presentó el embajador alemán en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Cuando entró en el despacho del ministro, empezó a sacar un papel de su bolsillo. El señor Spaak, ministro de Asuntos Exteriores belga, le interrumpió: «—¡Perdón, señor embajador, yo soy el primero que debo hablar! Señor embajador, el Ejército alemán acaba de atacar nuestro país. Es la segunda vez en

el curso de veinticinco años que Alemania lanza un ataque criminal contra una Bélgica neutral y leal. Lo que está sucediendo es todavía más recriminable que lo sucedido en el año 1914. Ningún ultimátum, ninguna nota, ni una sola protesta ha sido sometida a la consideración del Gobierno belga. Ha sido por el ataque en sí que Bélgica se ha enterado que Alemania ha violado las garantías dadas el 13 de octubre de 1937 y que fueron renovadas cuando estallaron las hostilidades. El ataque alemán, que no admite justificación de ninguna clase, conmoverá profundamente la conciencia mundial. La historia hará responsable a Alemania. Bélgica está decidida a defenderse, y Bélgica no puede perder esta causa, que es la causa de la justicia.» El embajador leyó, a continuación, el contenido de la nota: —He recibido instrucciones del Gobierno del Reich —dijo—, de comunicar la siguiente nota: «Para anticiparse a la invasión de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, para la cual Gran Bretaña y Francia han iniciado preparativos dirigidos claramente contra Alemania, el Gobierno del Reich se ve en la necesidad de asegurar la neutralidad de estos tres países por medio de las armas. A este fin el Gobierno del Reich destinará poderosos contingentes armados de modo que toda resistencia será inútil. En el caso de ofrecer resistencia, Bélgica se expone a la destrucción de su país y a la pérdida de su independencia...» El señor Spaak interrumpió nuevamente al embajador alemán: —Deme usted el documento —dijo—, voy a ahorrarle esta misión tan penosa. Después de leer rápidamente la nota, Spaak declaró que ya había contestado a la misma con su anterior protesta. Casi tan penosa como aquella entrevista, a primeras horas de la mañana del 10 de mayo de 1940, fue un interrogatorio en la sala de Nuremberg cuando el fiscal inglés Roberts sometió a un contrainterrogatorio al antiguo general de la Aviación alemana, Erhard Milch. Roberts: «Usted asistió a una conferencia que se celebró el 23 de mayo de 1939 en la Cancillería del Reich. Voy a recordarle quiénes, además de usted, estaban presentes: Eran el Führer, Goering, Raeder, von Brauchitsch, Keitel, Halder, los generales Bodenschatz y Warlimont. Todos eran altos oficiales de las fuerzas armadas alemanas, ¿es cierto?» Milch: «Sí». Roberts: «¿Los considera usted como hombres de honor por lo que sabía

de ellos?» Milch: «Sí». Roberts: «¿Es una de las características del hombre de honor cumplir la palabra dada?» Milch: «Sí». Roberts: «¿Sabía usted que Alemania había dado palabra de honor de respetar la neutralidad de Bélgica, Holanda y Luxemburgo?» Milch: «Lo supongo. No conozco detalladamente las promesas dadas, pero lo supongo». Roberts: «¿No recuerda acaso que solo un mes antes de esta conferencia, o sea el día 28 de abril, Hitler en el Reichstag aseguró que respetaría la neutralidad de una serie de países europeos, incluidos los tres países mencionados por mí?» Milch: «Sí, creo recordarlo». Roberts: «¿Recuerda usted que Hitler pronunció durante la conferencia las siguientes palabras: "Las bases aéreas belgas y holandesas han de ser ocupadas militarmente. No podemos detenernos por la declaración de neutralidad. En un caso semejante no existe el respeto de los tratados"? ¿Recuerda usted si fueron pronunciadas estas palabras?» Milch: «No recuerdo exactamente las palabras que se emplearon en aquella ocasión». Roberts: «¿Acaso alguno de esos hombres de honor protestó cuando se habló de romper una palabra dada por Alemania?» Milch: «Durante aquella conferencia ninguno de los asistentes tuvo ocasión de hablar. Hitler estaba frente a nosotros y nos dirigía la palabra, y cuando terminó se marchó. No hubo discusión, pues jamás permitía él que se entablaran discusiones». Roberts: «¿Quiere usted decir con esto que un hombre no podía defender su honor?» Milch: «No recuerdo con exactitud las palabras que Hitler empleó en aquella ocasión...»

Sea como sea, lo cierto es que el Alto Mando de la Wehrmacht realizó un trabajo a fondo. Bélgica solo pudo ofrecer resistencia durante diez y ocho días, antes de que el rey Leopoldo III se viera obligado a firmar la capitulación. La resistencia de los holandeses duró cuatro días. —Para terminar lo antes posible la campaña militar contra los Países Bajos —declaró Goering en el estrado de los testigos en Nuremberg—, yo había propuesto la intervención de la división de paracaidistas en la retaguardia del Ejército holandés, sobre todo para ocupar lo antes posible los tres puentes decisivos de Moerdijk, Dordrecht y Rotterdam. Mientras que la lucha terminó muy pronto en Moerdijk y Dordrecht, nuestras fuerzas en Rotterdam se encontraron en una situación muy delicada. Fueron cercadas por las fuerzas holandesas. Con ello se presentaba uno de aquellos casos en la guerra que en el futuro había de conjurar tantas y tantas desgracias: el bombardeo aéreo de Rotterdam. La destrucción de la ciudad por la Luftwaffe de Goering, la muerte de la población civil entre las ruinas, las bombas y los incendios se convertían en un terrible símbolo. El mariscal de campo, Albert Kesselring, fue interrogado en Nuremberg sobre estos sucesos. Primero por el defensor de Goering: Doctor Stahmer: «¿Participó usted en el ataque contra Rotterdam?» Kesselring: «Sí, en mi calidad de comandante segundo de la Luftwaffe, cargo al que había ascendido recientemente. El cuerpo aerotransportado estaba a las órdenes del general Studen, que exigió el apoyo de sus paracaidistas por medio de ataques aéreos. El ataque fue llevado a cabo según estaba previsto. Si el ataque no correspondía a la realidad de la situación es muy lamentable. Quiero declarar aquí que este caso se escapó de las manos de los que lo habían ordenado». Doctor Stahmer: «¿A qué fue debido que estallaran incendios tan grandes en la ciudad de Rotterdam?» Kesselring: «Es una experiencia de esta guerra que las grandes destrucciones no han sido provocadas por las bombas, sino por los incendios. Desgraciadamente, una de las bombas alcanzó una fábrica de margarina y el aceite al derramarse propagó el fuego». Doctor Stahmer: «¿Qué consecuencias militares tuvo este ataque?» Kesselring: «La consecuencia inmediata fue la capitulación del Ejército holandés».

El interrogatorio contradictorio dirigido por el fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe ilustró el bombardeo desde otro punto de vista. Sir David: «¿Sabe usted a qué hora comenzó el bombardeo de Rotterdam?» Kesselring: «Creo recordar aproximadamente a las dos».

que

a

primeras

horas

de

la

tarde,

Sir David: «¿Sabía usted que desde las diez se habían iniciado ya conversaciones sobre la capitulación?» Kesselring: «No». Sir David: «¿Sabía usted que a las doce un oficial holandés cruzó las líneas alemanas y se entrevistó con los generales Schmidt y Studen y que el general Schmidt expuso por escrito las condiciones de la capitulación a las doce horas y treinta y cinco minutos?» Kesselring: «No, no lo sabía». Sir David: «¿No fue informado nunca de este hecho?» Kesselring: «No... Por lo menos no lo recuerdo». Sir David: «Cincuenta y cinco minutos antes de empezar el bombardeo y...» Kesselring: «Lo lógico en este caso, hubiera sido que el general Studen hubiese ordenado suspender el ataque. Yo no recibí este aviso ni tampoco las fuerzas a mis órdenes». Sir David: «¿Hubiese sido fácil dar la orden de suspender el ataque?» Kesselring: «Creo que sí». Sir David: «Todo el mundo vio cómo los aviones tomaban rumbo hacia la ciudad. También Studen debió ver los bombarderos, ¿no es así?» Kesselring: «Sí». Sir David: «Si este ataque hubiese tenido una importancia táctica para el apoyo de las tropas, hubiese podido ser anulado, ¿no es cierto?»

Kesselring: «Sí, en el caso de haber estado informados de la situación táctica». Sir David: «Cuando se entablan negociaciones para firmar la capitulación lo lógico es anular todos los ataques previstos, ¿no?» Kesselring: «Si no se conviene lo contrario, sí». Sir David: «Si se hubiese querido anular el ataque se hubiese podido hacer. Lo que se pretendía era obligar a los holandeses a la capitulación mediante este ataque desde el aire». A pesar de esta declaración, es interesante oír lo que el propio Goering manifestó sobre este caso desde el estrado de los testigos: —Ordené a la Luftwaffe que destinara una flota en esta misión. La flota estaba compuesta por tres grupos y cada grupo tenía de veinticinco a treinta aviones. Cuando llegó el primer grupo ya habían comenzado las negociaciones para la capitulación; sin embargo, todavía no se sabía con qué resultado terminarían. A pesar de ello fueron disparadas bengalas rojas. Pero el primer grupo no comprendió la señal y arrojó las bombas donde le había sido señalado. El segundo y tercer grupo comprendieron la señal y regresaron a su base sin haber arrojado las bombas. No existía comunicación por radio entre Rotterdam y la flota aérea. Por este motivo nos vimos obligados a disparar las bengalas rojas para prevenir a los aviones. »Las mayores destrucciones no fueron causadas por las bombas, sino como ya se ha dicho, por los incendios. El fuego se extendió rápidamente debido al aceite y petróleo. Además, insisto en ello, si los bomberos de Rotterdam hubiesen actuado con la rapidez que hubiera sido de desear en aquel caso, hubiese podido evitarse la extensión de los incendios...» Con estas palabras se ponía punto final a este asunto en Nuremberg. Los acontecimientos del año 1940 no admitían una discusión más amplia. En Francia avanzaban las cuñas de la Wehrmacht alemana.

5. «León Marino», el principio del fin De acuerdo con lo que Goebbels declaró luego millones de veces, fue a la genialidad del «caudillo militar más grande de todos los tiempos» a quien correspondía el mérito de la rápida victoria alcanzada en Francia. Mientras tanto se ha comprobado como hecho histórico que no fue Hitler, sino el general Erich von Manstein, quien elaboró el plan que derrotó a su contrincante francés, el

general Maurice Gamelin. Cinco días después del comienzo de la invasión alemana, el primer ministro francés, Paul Reynaud, telefoneó desesperadamente a Londres. Churchill contestó a la llamada desde su domicilio particular. —¡Hemos sido derrotados! —gritó Reynaud—. Hemos perdido la batalla... —Es completamente imposible que pueda haber sucedido de un modo tan rápido —repuso Churchill, sorprendido. —Nuestro frente ha sido roto en Sedán —afirmó el jefe de Gobierno francés—. Los alemanes avanzan con grandes contingentes de infantería que siguen a los carros de combate... —¡Oiga usted! —rugió Churchill—. ¡Hemos de resistir!... Pero Reynaud ya había desistido: —Las fuerzas enemigas son demasiado potentes y demasiado rápidas — dijo—. Operan en unión de los «Stukas». Su acción es devastadora. La cuña es más ancha y profunda a cada hora que pasa, avanza en dirección Laon-Amiens. Hemos sido derrotados... Hemos perdido la batalla... De nada sirvió que el general Gamelin fuera sustituido por el general Maxime Weygand, y este, poco después, por el mariscal Henri Pétain. Francia se hundió. El cuerpo expedicionario británico en el puerto de Dunkerque había sido cercado y se esperaba su aniquilamiento por las fuerzas del general Ewald von Kleist. Pero en aquel momento se produjo un milagro. Karl von Runstedt, el comandante en jefe del grupo de Ejércitos Centro fue llamado desde el Cuartel general del Führer. Esta conversación ha pasado a la posteridad. Hitler intervenía personalmente en la acción. La voz, al otro lado del teléfono, dijo: —Mi general, he de transmitirle una orden del Führer. Hace referencia a las futuras operaciones en la zona de Dunkerque. Transmita la orden al grupo acorazado de Kleist de no rebasar la línea St. Amer-Canal de la Mancha. —¡No lo dirá usted en serio! —exclamó von Runstedt, atónito—. Nuestras divisiones acorazadas avanzan a toda marcha sobre la ciudad. —El Canal no debe ser cruzado —repitió la voz desde el Cuartel general

del Führer. —¡Esto es completamente imposible! —replicó Runstedt. —¡Se trata de una orden personal del Führer! —En este caso... ¡fin! —¡Fin! Los carros de combate alemanes fueron detenidos. Kleist, que había tratado de hacer caso omiso de la orden y había continuado el avance, hubo de retirar sus tropas a la línea fijada. Por este motivo pudieron embarcar los ingleses casi todo su cuerpo expedicionario, unos 338.000 hombres, y regresar a la isla. El origen del «milagro de Dunkerque», que el ministro de Propaganda, Goebbels, calificó de derrota aniquiladora, ha sido aclarado en la actualidad sin ninguna duda. Goering había insistido cerca del Führer para que dejara el espacio de Dunkerque en manos de la Luftwaffe. Opinaba que sus aviadores se bastaban para derrotar a los ingleses, y Hitler le había dado su consentimiento. Pero después de haber sido incendiados los depósitos de petróleo del puerto de Dunkerque, se extendió sobre toda la ciudad una espesa nube de humo... y la Luftwaffe de Goering no pudo intervenir mientras lord Gort dirigía el embarque de sus tropas. El cuerpo expedicionario salvado se había de convertir, poco después, en el pilar de la defensa de la isla y constituyó una de las principales causas que habían de impedir a Hitler atacar la Gran Bretaña después de haber derrotado a Francia. El propio Churchill confirmó este hecho en un discurso que pronunció el 4 de junio de 1940 en la Cámara de los Comunes: —Si planteamos la cuestión de la defensa de nuestro país contra una invasión, podemos hacerlo, pues ahora disponemos de más fuerzas que en cualquier otro momento de esta guerra. La ambición de Goering y la falta de visión del «caudillo militar más grande de todos los tiempos» hicieron que en Dunkerque la guerra se inclinara ya contra Alemania. El 22 de junio de 1940 festejó Hitler su, al parecer, victoria más grande. Aquel día firmaron los franceses en el bosque de Compiègne las condiciones del armisticio impuestas por los alemanes. Tal como sabemos por los documentales cinematográficos y documentos fotográficos, Hitler ejecutó, en aquella ocasión,

una auténtica danza de alegría golpeándose continuamente los muslos. Estaba firmemente convencido de que había ganado la guerra y que Gran Bretaña se vería obligada a claudicar muy pronto. Pero esta ilusión se esfumó poco tiempo después. Desde Londres sonaba sorda y decidida la voz de Churchill: —A pesar de que grandes regiones de Europa han caído bajo el yugo de la Gestapo y el horrendo dominio nazi, y que cabe en lo posible que otros Estados muy dignos y honrosos sigan el mismo destino, no vacilaremos un solo momento. Resistiremos hasta el final. Defenderemos nuestra isla cueste lo que cueste. Lucharemos en las costas, en los puntos de desembarco, en los campos, en las calles y en las colinas. Nunca nos rendiremos. Y aunque, lo que no creo por un instante, esta isla o gran parte de la misma fuera sometida, nuestro Imperio continuaría la lucha desde el otro lado del mar. Hitler respondió con unas órdenes secretas dirigidas a Keitel y Jodl. Esta orden, que lleva la fecha del 16 de julio de 1940, fue leída en Nuremberg ante el Tribunal: «Toda vez que la Gran Bretaña, a pesar de su desesperada situación militar, no da señales de querer llegar a un entendimiento, he decidido preparar una acción de desembarco en Inglaterra por si se hace necesario llevarla a la práctica. La aviación inglesa debe ser abatida moral y efectivamente hasta el extremo de que no pueda realizar ningún ataque de importancia contra las fuerzas de desembarco alemanas.» El fiscal general inglés, sir Hartley Shawcross, añadió: —El acusado Goering y su Luftwaffe hicieron todo lo que estuvo en sus manos para cumplir estas órdenes. Pero, a pesar de que el bombardeo de las ciudades y pueblos ingleses fue continuado durante todo el sombrío invierno del año 1940-1941, el enemigo llegó finalmente al convencimiento de que Inglaterra no podía ser sometida únicamente con estos medios. La operación León Marino —este es el nombre clave que Hitler dio al pretendido desembarco en Inglaterra— se convirtió en una decisiva derrota. El Blitz, como era llamado el ataque de la aviación de Goering contra Inglaterra, se convirtió en una sucesión de pérdidas. Por primera vez en el curso de la guerra, se tropezaba Hitler con un adversario al que no lograba hacer doblar las rodillas. El general Ironside, que entonces era comandante en jefe de las fuerzas armadas británicas, transformó, siguiendo instrucciones de Churchill, toda la isla en un auténtico erizo. Todos los hombres, las mujeres, los niños, incluso los ancianos fueron destinados a misiones de defensa. Las escopetas de caza se convirtieron

en armas de guerra, los campos de golf en campos de minas, las casas en refugios, las carreteras en barreras antitanques. La producción de aviones, 802 en el mes de enero, subió a 1.591 aparatos en el mes de junio. —Al parecer el señor Churchill no se ha percatado de la desesperada situación en que se encuentra Inglaterra —declaró Hitler el 21 de julio de 1940, durante una conferencia en el Cuartel general del Führer. Esta conferencia había de servir para estudiar los preparativos del desembarco. Los documentos revelan todo lo que se habló en aquella ocasión. El comandante en jefe de la Marina de guerra, almirante Raeder, planteó en el curso de la discusión la siguiente pregunta: —Me interesa saber si el señor mariscal del Reich puede asumir las siguientes obligaciones: 1.º, destruir la aviación inglesa; y 2.º, impedir que la flota inglesa ataque las tropas de desembarco. Goering: «Considero esta pregunta del todo superflua. Dentro de muy poco proclamaré la guerra total en el aire y de la noche a la mañana destinaré 2.500 aviones de combate sobre la isla británica. La invasión no fracasará nunca por culpa de la Luftwaffe». Hitler: «Hemos de procurar desembarcar, en el curso de los primeros cuatro días, diez divisiones, es decir, las fuerzas suficientes para crear una cabeza de puente. Ocho días después de haber empezado la invasión ha de efectuarse, con las reservas necesarias, partiendo de la cabeza de puente, el primer avance en la línea aproximadamente al sur de la desembocadura del Támesis en dirección a Portsmouth». Jodl: «Tenemos previsto que a la primera ola de desembarco siga el 6.º Ejército. La Marina declara que en el curso de seis semanas solo puede transportar a Inglaterra el núcleo central de 25 divisiones. En este caso existe una evidente contradicción». Hitler: «¡Es un absurdo hablar solamente de 25 divisiones! Hemos de destinar a las islas un mínimo de cuarenta divisiones». Raeder: «La Marina no puede garantizar el transporte de cuarenta divisiones». Halder: «En este caso se trata de un auténtico suicidio». Pero Hitler insistía. Los preparativos continuaron a toda prisa, incluso las barcazas del Rhin fueron transformadas para transportar unidades de

desembarco y en todo el frente del Oeste las tropas alemanas eran instruidas en la lucha anfibia. El 15 de agosto de 1940 comenzó el Blitz de Goering. Atacó con dos mil seiscientos aviones de todos los tipos al sur de Inglaterra. Setenta y seis aparatos, en su mayor parte bombarderos, fueron abatidos por los ingleses... el primer golpe amargo que asestaba la Royal Air Force. Y durante las semanas y meses que siguieron la Luftwaffe alemana no consiguió adueñarse del espacio aéreo sobre el Canal de la Mancha o la Gran Bretaña. Los continuados ataques aéreos contra Londres no surtían el efecto deseado: Inglaterra no estaba dispuesta a capitular. Goering hubo de aceptar las primeras bajas que ya no podía sustituir. En el curso de tres meses perdió dos mil quinientos aviones sobre Inglaterra y además de un personal altamente especializado. A pesar de ello Hitler gritó, el 4 de septiembre de 1940, en el Palacio de los Deportes de Berlín: —Sea como fuere Inglaterra será aniquilada así o así. ¡Borraremos sus ciudades del mapa! Y si en Inglaterra se sienten muy curiosos y preguntan: «¿Y bien, por qué no vienen?» Contestaremos: «Tranquilizaos, iremos». Y Joachim von Ribbentrop, el ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, aseguró en el curso de una visita a Roma: —En contra de lo previsto por los meteorólogos, las condiciones climatológicas para lanzar la gran operación contra Inglaterra han sido muy desfavorables durante estas últimas semanas. A pesar de ello, Duce, Alemania ha conquistado la supremacía en el aire. Únicamente el Alto Mando de la Marina de guerra alemana ya no se entregaba a ninguna clase de ilusiones. El 10 de septiembre de 1940 expresó, muy objetivamente, su enjuiciamiento de la situación: «No existe la menor prueba de la derrota de la aviación enemiga sobre el sur de Inglaterra y la zona del Canal de la Mancha y esto es de decisiva importancia para enjuiciar la situación en el futuro.» Hitler hubo de comprender finalmente que no podía derrotar en aquellas circunstancias a la Gran Bretaña. En Nuremberg ofreció a Kesselring una explicación muy detallada cuando fue interrogado por el fiscal general americano: Jackson: «¿Apoyó usted la invasión de Inglaterra y estaba la Luftwaffe dispuesta a intervenir?»

Kesselring: «La Luftwaffe estaba dispuesta, en determinadas condiciones, a cumplir con esta misión». Jackson: «¿Y usted insistió con el mariscal del Reich para que se empezara la invasión inmediatamente después de Dunkerque, no es cierto?» Kesselring: «Sí, y también posteriormente expresé esta opinión mía». Jackson: «¿Y no se llevó a cabo la invasión porque los medios de transporte eran insuficientes?» Kesselring: «Sí». Pero el jefe de la Marina de guerra, Erich Raeder dijo, desde el mismo estrado de los testigos. —En el curso del mes de septiembre de 1940 todavía creíamos que podríamos llevar a cabo la invasión. Como condición previa exigíamos que el dominio del espacio aéreo fuera nuestro. Pero se demostró que no existía esta supuesta superioridad aérea por nuestra parte y por este motivo se dijo que era conveniente aplazar la operación de desembarco hasta la primavera del año siguiente. Y, de pronto, surgieron otros muchos obstáculos. Italia, que hasta aquel momento se había calificado como «aliada de Alemania, pero no beligerante», entró inesperadamente en la guerra el 10 de junio de 1940 para asegurarse una parte del botín de la Francia derrotada. En el mes de octubre de aquel mismo año lanzó Mussolini un ataque contra Grecia y pronto la Wehrmacht alemana hubo de acudir en su ayuda, pues los griegos se mostraron superiores a los italianos. Y Hitler se vio igualmente obligado a ayudar a los italianos en África. Pero su verdadero objetivo continuaba inalterado: la destrucción de la Unión Soviética. Mientras todavía duraba la batalla de Inglaterra, publicó Hitler, el 18 de diciembre de 1940, su célebre Weisung 21. Este documento también fue leído en Nuremberg. «La Wehrmacht alemana ha de estar preparada, incluso antes de terminar la guerra contra Inglaterra, para aniquilar a la Unión Soviética en el curso de una rápida campaña militar. Los preparativos ya deben ser iniciados ahora y terminados antes del 15 de mayo de 1941.» Este documento lleva la firma de Hitler y también las de Keitel y Jodl. El nombre clave de la operación es: Barbarroja.

Pero antes del 15 de mayo, se metió Hitler en otras complicaciones que le obligaron a aplazar la fecha del ataque. Yugoslavia entró a formar parte del Pacto de las Tres Potencias Berlín-Roma-Tokio, sufrió poco después un golpe de Estado..., y de nuevo tuvo que intervenir la Wehrmacht. El 27 de marzo de 1941, Hitler celebró una conferencia con sus comandantes en jefe: —Entre los presentes —declaró el fiscal inglés H. J. Phillimore— figuraban el mariscal del Reich, el acusado Keitel, el acusado Jodl y el acusado Ribbentrop. Voy a leer una parte de la declaración de Hitler: «El Führer ha decidido aniquilar Yugoslavia desde el punto de vista militar y como estructura estatal. El ataque empezará en el momento en que se disponga de los medios adecuados y de las tropas». »Y en la página cinco del documento hay un punto que voy a leer igualmente: "La misión principal de la Luftwaffe es aniquilar las organizaciones en olas sucesivas". Hoy sabemos que este bombardeo se llevó a cabo sin escrúpulos de ninguna clase. Los barrios de Belgrado fueron bombardeados a partir de las siete horas del 6 de abril». El 6 de abril de 1941, el día en que fue destruida la ciudad de Belgrado, cruzó también Hitler las fronteras griegas. En primer lugar para acudir en ayuda de las fuerzas italianas que se encontraban en una situación muy delicada y en segundo para impedir que los ingleses ayudaran a los griegos y se situaran en la península. Era necesario actuar con suma rapidez, tal como se expresó Hitler, pero en Nuremberg sir Hartley Shawcross demostró, una vez más, que se trataba de un ataque que había sido previsto mucho antes: —El 12 de noviembre de 1940 instruyó Hitler en una orden muy secreta al Alto Mando del Ejército que iniciara los preparativos para la ocupación de Grecia. El 13 de diciembre Hitler publicó unas instrucciones sobre la Aktion Marita, como era llamada la invasión de Grecia. En estas instrucciones se decía que la invasión de Grecia había sido planeada y debía llevarse a cabo tan pronto como las condiciones climatológicas fueran más favorables. La guerra alcanzaba una amplitud y extensión inesperadas. El afán de destrucción y las crueldades iban en aumento. Un ejemplo característico es lo ocurrido en Creta. En Nuremberg fue leído un informe del Gobierno griego: «Poco después de la ocupación de Creta por las tropas alemanas, fueron adoptadas las primeras medidas como represalia. Fueron fusilados un gran

número de personas, inocentes en su mayor parte, y los pueblos de Skiki, Brassi y Kanades incendiados como represalia por la muerte de varios paracaidistas alemanes miembros de la policía de la isla durante el curso de la invasión. Donde se habían levantado aquellos poblados fueron colocadas unas lápidas con inscripciones en griego y en alemán: "Destruidos como medida de represalia por la muerte bestial de una sección de paracaidistas y una sección de pioneros por hombres y mujeres armados".» La guerra se presentaba al desnudo. Y con el ataque contra la Unión Soviética caerían las últimas barreras. Hitler ya hacía tiempo que había abandonado el mundo de las realidades. «Aniquilar la Unión Soviética en el curso de una rápida campaña», se había convertido para él en una idea fija. Lo catastrófico de este error que cometió para el destino de Alemania se desprende de algunas declaraciones suyas. A Jodl le dijo: «Solo necesitamos dar un puntapié contra la puerta, para que se derrumbe toda esta podrida estructura». A los comandantes en jefe, el 31 de julio de 1940: «Cuanto antes aniquilemos Rusia, tanto mejor. Este ataque solo tiene sentido si conmovemos al Estado ruso de un solo golpe hasta sus raíces. Si lanzamos el ataque en el mes de mayo de 1941 disponemos de cinco meses para liquidar el caso». —En marzo de 1941 —dijo Sir Hartley Shawcross en Nuremberg—, los planes estaban tan adelantados que se preveía incluso la división del territorio ruso en nueve Estados independientes bajo la administración de comisarios del Reich. También se habían elaborado planes, bajo la dirección de Goering, para la explotación económica del país. El 2 de mayo de 1941 se celebró una conferencia de secretarios de Estado para discutir el Plan Barbarroja. Durante esta discusión se llegó a la siguiente conclusión: «La guerra solo podrá ser continuada si toda la Wehrmacht es alimentada durante el tercer año de guerra por Rusia. Morirán millones de seres humanos si extraemos lo necesario para nosotros del país». Pero esto, según parece, no les preocupaba gran cosa. Hitler ya no conocía límites de ninguna clase por aquellos días. Mientras continuaban los preparativos para la operación Barbarroja y el caso Inglaterra quedaba por el momento archivado, ya se ocupaba en dar instrucciones para nuevas conquistas: bajo el nombre clava de Félix planeó un golpe de fuerza contra Gibraltar y con el nombre clave de Isabella la ocupación de Portugal. No había ningún pedazo de Europa que pudiera vivir en tranquilidad. ¿Sabían los rusos lo que les esperaba? En noviembre de 1940 llegó el comisario de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Wjatschelaw M. Molotov, a Berlín. Fue recibido por su colega Ribbentrop, quien le dijo:

—Ninguna potencia de la tierra puede cambiar algo en el hecho de que para el Imperio inglés ha comenzado el fin. Inglaterra ha sido derrotada y ya solo es cuestión de tiempo que admita su derrota. En aquel momento dieron la señal de alarma aérea. No le quedó otro remedio a Ribbentrop que invitar a su huésped a bajar al refugio y continuar allí la conversación. Y allí dijo Molotov, un tanto divertido: —Si Inglaterra ha sido derrotada y es impotente, ¿por qué motivo hemos de continuar la conversación en el refugio antiaéreo? Otro invitado llegó aquellos días a Berlín: el ministro de Asuntos Exteriores de un país aliado, del Japón, Josuke Matsuoka. Pero Matsuoka desconocía los planes de Hitler, igual que el aliado italiano. Pero sospechaba lo que estaba en juego y levantó horrorizado la cabeza cuando Ribbentrop le dijo: —Si llega el día en que la Unión Soviética adopta una actitud que puede ser considerada como una amenaza por Alemania, entonces el Führer aniquilará Rusia. Matsuoka se trasladó a continuación a Moscú y firmó allí un pacto de neutralidad entre Rusia y el Japón. Había descubierto aquellas locas ilusiones a las que se habían entregado en Berlín, desconociendo el potencial militar soviético y quería mantener alejado a su país de aquella aventura.

6. Operación «Barbarroja» Dos líneas escritas a máquina, con un contenido extremadamente grave para todo el pueblo alemán, fueron leídas en el Proceso de Nuremberg por el fiscal americano Sidney S. Alderman. Formaban parte de un asunto secreto y decían: «Fecha Barbarroja. El Führer ha decidido: Comienzo Barbarroja, 22 junio». El 22 de junio de 1941, a las tres y media de la madrugada comenzó la Wehrmacht alemana, tal como había decidido su comandante en jefe, el ataque contra la Unión Soviética. Los sueños a los que se entregaron Hitler y sus colaboradores más íntimos, quedan revelados sin discusión de ninguna clase y con una sorprendente claridad en los documentos que fueron presentados en Nuremberg. Alderman leyó, en primer lugar, un decreto del Führer que ya había sido dictado dos meses antes de empezar las hostilidades: «Nombro al Reichsleiter Alfred Rosenberg delegado mío para el despacho de todos los problemas relacionados con las regiones del centro de Europa.

Veinte de abril de 1941. Adolfo Hitler.» Menos de quince días después de haber sido nombrado para este nuevo cargo, redactó Rosenberg, en su oficina, un informe sobre sus futuros planes: «El único objetivo de una acción bélica es —leyó Alderman del documento— liberar al pueblo alemán de la presión que durante siglos vienen ejerciendo los rusos sobre él. Por este motivo, este espacio gigantesco y de acuerdo con la situación histórica y racial ha de ser dividido en comisariados del Reich. El comisario alemán para el Este, incluida la Rutenia Blanca, tendrá como misión preparar por medio de un protectorado germanizado, unas relaciones cada vez más íntimas con Alemania, Caucasia y los Estados vecinos formarán un Estado federativo al mando de un plenipotenciario alemán. Rusia propiamente dicha habrá de valerse por sí misma en el futuro. »La misión del comisariado del Reich para Estonia, Lituania, Letonia y Rutenia Blanca ha de ser la creación de un Protectorado alemán y, luego, con la colonización de los pueblos germanos y la migración de los elementos indeseables, convertirse en una parte del Gran Reich alemán. El mar Báltico ha de convertirse en un lago alemán bajo la égida del Gran Reich alemán.»» Alderman comentó: —Después de haber preparado meticulosamente el ataque contra la Unión Soviética, los conjurados nazis se dedicaron a llevar sus planes a la práctica. El 22 de junio de 1941 los ejércitos alemanes cruzaron las fronteras de la Unión Soviética y para anunciar esta nueva violación al mundo, publicó Hitler, el día del ataque, una proclama: «Voy a leer solamente una frase de la misma: "Por este motivo he decidido en el día de hoy colocar nuevamente el destino de Europa en manos de nuestros soldados".» »Esta proclama anunciaba al mundo que habían vuelto a rodar los dados. Aquellos planes que venían siendo estudiados en secreto desde hacía casi un año, daban ahora sus frutos. Creo que bastaría leer ante este Alto Tribunal unas anotaciones: los informes del embajador alemán en Moscú hasta junio de 1941. Esto fue lo que escribió el embajador alemán, Friedrich Werner Graf von der Schulenburg, el 4 de junio: «Los suministros rusos se efectúan con toda normalidad y plena satisfacción. El Gobierno ruso hace todo lo que está en sus manos para evitar un conflicto con Alemania.» Y el 7 de junio informó Von der Schulenberg a Berlín:

«Todas las observaciones de muestran que Stalin y Molotov, que son los únicos que deciden en la política exterior, hacen todo cuanto está en su poder para evitar un conflicto con Alemania. Esto se revela en la actitud de todos los miembros del Gobierno, así como en la actitud de la Prensa que comenta todos los asuntos relacionados con Alemania de un modo justo y objetivo. Y el fiel cumplimiento del tratado económico firmado con Alemania es una nueva prueba en este sentido.» Como es lógico el pueblo alemán no debía ser informado de lo que escribía su embajador. Al pueblo alemán se le dijo que la Unión Soviética había tomado medidas para un ataque contra el Reich. Y el ataque alemán había de servir para desbaratar estos preparativos rusos. Sin ninguna clase de escrúpulos fueron enviados millones de alemanes a la catástrofe...; ¿o acaso la realidad era diferente? Desde el momento en que fueron iniciados los primeros combates hasta que tuvo lugar el cambio en Stalingrado hubo un hombre que tuvo ocasión de echar una mirada entre bastidores: el futuro mariscal de campo Friedrich Paulus. Inesperadamente fue llamado el 11 de febrero de 1946 por el fiscal soviético para que declarase como testigo. El caudillo militar, cuyo nombre aparece entrañablemente ligado al hundimiento del 6.º Ejército en Stalingrado, se presentó delgado, indolente y con expresión enigmática bajo los focos de los reflectores en la sala de sesiones. Román Rudenko, el fiscal general soviético, dirigió el primer interrogatorio. Después tomaron la palabra los defensores alemanes. Lentamente Paulus repitió la fórmula del juramento que le fue leída por el juez Lawrence: «...Diré la verdad, no ocultaré nada y tampoco añadiré nada.» Rudenko: «¿Es usted mariscal de campo del antiguo Ejército alemán?» Paulus: «Sí». Rudenko: «¿Fue su último cargo el de comandante en jefe del 6.º Ejército ante Stalingrado?» Paulus: «Sí». Rudenko: «Dígame usted, señor testigo, ¿qué sabe sobre los preparativos del Gobierno de Hitler y del Alto Mando de la Wehrmacht acerca de un ataque armado contra la Unión Soviética?» Paulus: «Por experiencia personal puedo declarar lo siguiente sobre este

punto: El 3 de septiembre de 1940 fui destinado al Alto Mando del Ejército como jefe de la Sección Primera del Estado Mayor. Cuando empecé mis trabajos me encontré con unos planes no desarrollados sobre un ataque contra la Unión Soviética. Las operaciones habían sido planeadas por el entonces general Marz, jefe del Estado Mayor del 18 Ejército. El jefe del Estado Mayor del Ejército, general Halder, me ordenó la continuación de aquellos planes y para ello me señaló que había de ceñirme a las siguientes bases: Habían de estudiarse las posibilidades de ataque contra la Rusia Soviética, teniendo en cuenta, sobre todo, las dificultades orográficas, número de fuerzas que había de intervenir, potencial, etc. Se preveía que para esta operación podría disponerse de ciento treinta o ciento cuarenta divisiones alemanas. Se preveía, igualmente, que podría lanzarse el ataque partiendo de Rumanía, facilitando de esta forma la creación del flanco izquierdo alemán. Como objetivos de la operación habían sido señalados por el Alto Mando de la Wehrmacht: »1. Destrucción de las fuerzas del Ejército ruso en la Rusia Blanca. Impedir que las fuerzas rusas que no hubiesen sido destruidas pudieran replegarse hacia el interior del país. »2. Alcanzar una línea desde la cual la aviación rusa ya no pudiera atacar el territorio alemán y como objetivo final se señalaba la línea Volga-Arkangel. »El desarrollo de este plan sobre la base que acabo de detallar fue terminado a principios del mes de noviembre, con dos maniobras militares de cuya dirección me encargó el jefe del Estado Mayor del Ejército. El 18 de diciembre de 1940 el Alto Mando de la Wehrmacht publicó las Disposiciones 21. Formaban el fundamento de todos los preparativos militares y económicos. El Alto Mando del Ejército empezó, desde aquel momento, a estudiar la operación en todos sus detalles prácticos. Estas medidas fueron aprobadas el 3 de febrero de 1941 por Hitler en el Obersalzberg. Para el comienzo del ataque había calculado el Alto Mando de la Wehrmacht la época en que fuera más factible dirigir grandes movimientos de tropa en territorio ruso, es decir, se confiaba que esta situación se presentaría a partir de mediados del mes de mayo. Pero este plazo sufrió un cambio cuando Hitler, a fines de marzo, decidió atacar Yugoslavia. A causa de esta decisión hubo de aplazarse el ataque contra la Unión Soviética, cinco semanas». Rudenko: «¿En qué circunstancias fue realizado el ataque armado contra la Unión Soviética?» Paulus: «El ataque contra la Unión Soviética fue realizado, tal como acabo de señalar, sujetándonos a un plan previsto desde hacía mucho tiempo y que había sido cuidadosamente mantenido en secreto. Una operación de distracción que debía ser dirigida desde las costas de Noruega y de Francia había de dar a

entender que el mando alemán preveía un desembarco en Inglaterra en el mes de junio de 1941 y desviar de este modo la atención del Este». Rudenko: «¿Cómo calificaría usted los objetivos que perseguía Alemania con el ataque contra la Unión Soviética?». Paulus: «El objetivo Volga-Arkangel, que era muy superior a las fuerzas alemanas, ya caracteriza lo que tenía de absurdo la política de conquistas de Hitler y del mando nacionalsocialista. Desde el punto de vista estratégico, alcanzar esta línea hubiese significado el aniquilamiento de las fuerzas armadas de la Unión Soviética. »Para Hitler, la conquista del objetivo económico en esta guerra era muy importante, según se desprende de un hecho que conozco por experiencia personal. El 1.º de junio de 1942 y con ocasión de una conferencia de los comandantes en jefe en el frente del Grupo de Ejércitos Sur en Polltawa, declaró Hitler: "Si no conquisto los yacimientos de petróleo de Maikop y Grozny, entonces habré de terminar esta guerra". »En resumen, quiero destacar que el objetivo en sí representaba la conquista para la futura colonización de las regiones rusas y su explotación había de ayudar a llevar la guerra a buen fin, el dominio absoluto sobre Europa.» Rudenko: «Una última pregunta, ¿a quién considera usted responsable por el criminal ataque armado contra la Unión Soviética?» Presidente: «El Tribunal ha de llamar la atención del señor Rudenko sobre lo siguiente. Este Tribunal opina que la pregunta, tal como la acaba de dirigir usted, de quién debe ser considerado culpable del ataque contra la Unión Soviética, es una de las cuestiones principales que ha de decidir este Tribunal. Por tanto, no es una pregunta sobre la que el testigo pueda dar su opinión». Rudenko: «¿Permite el Tribunal que formule la pregunta de otro modo?» Presidente: «Sí». Rudenko: «De los acusados, los principales colaboradores y consejeros militares de Hitler: el jefe del Alto Mando de la Wehrmacht, Keitel; jefe del Estado Mayor del Ejército, Jodl; y Goering, en su calidad de mariscal del Reich, como comandante supremo de la Luftwaffe y como plenipotenciario de la Economía militar». Presidente: «¿Desea alguno de los señores de la defensa hacer alguna

pregunta?». Doctor Otto Nelte (defensor de Keitel): «¿He entendido bien cuando usted ha dicho que ya en el otoño del año 1940 había comprobado usted plenamente que Hitler tenía la intención de atacar la Unión Soviética?». Paulus: «Esto se desprendía de la índole del encargo pues era de suponer que estos estudios teóricos previos serían llevados a la práctica en el momento oportuno». Doctor Nelte: «¿Se habló en los círculos del Estado Mayor del Ejército de esta cuestión?» Paulus: «Sí, se habló de esta cuestión. Y todos manifestaron su preocupación». Doctor Nelte: «¿Estaba usted convencido de que se trataba de una guerra de agresión?» Paulus: «Los detalles y las instrucciones no excluían esta posibilidad». Doctor Nelte: «¿Presentó usted personalmente o el Alto Mando de la Wehrmacht o el Estado Mayor de la Wehrmacht sus objeciones a Hitler?» Paulus: «No estoy enterado». Doctor Nelte: «¿Manifestó usted sus temores delante del capitán general Halder o el comandante en jefe Von Brauschitch?» Paulus: «Si estoy en lo cierto, estoy aquí como testigo de los acontecimientos de que son acusados los encartados. Ruego, por tanto, al Tribunal retire estas preguntas que me afectan personalmente.» Doctor Nelte: «Señor mariscal de campo, al parecer no se da cuenta que también usted figura entre los acusados, pues forma parte de la organización acusada de criminal, el Alto Mando de la Wehrmacht.» Paulus: «Por este motivo, precisamente, he rogado retiren preguntas de índole personal». Doctor Nelte: «Ruego al Alto Tribunal decida en este caso». Presidente: «Este Tribunal es de la opinión de que debe usted contestar».

Paulus: «No recuerdo haber hablado de ello con el comandante en jefe del Ejército, pero sí con el jefe de Estado Mayor que era mi superior directo». Doctor Nelte: «¿Compartía él su punto de vista?» Paulus: «Compartía la gran preocupación ante tal propósito alemán». Doctor Nelte: «¿Por motivos de carácter militar o moral?» Paulus: «Por muchos motivos, tanto militares como morales». Doctor Nelte: «Por consiguiente, tanto usted como el jefe del Estado Mayor Halder estaban al corriente de estos hechos que presentan la guerra contra Rusia como una agresión criminal y que a pesar de ello usted no hizo nada en contra. ¿Fue usted nombrado posteriormente comandante en jefe del 6.º Ejército? Paulus: «Sí». Doctor Nelte: «A pesar de los hechos que acabamos de relatar, aceptó el mando del Ejército que había de avanzar sobre Stalingrado. ¿No temió, en ningún momento, convertirse en instrumento de este ataque criminal?» Paulus: «Teniendo en cuenta la situación que reinaba en aquellos días y la propaganda que se hacía desde arriba, consideré, como tantos otros, que había de cumplir con mi deber frente a mi patria». Doctor Nelte: «¿Pero usted conocía los hechos que se oponían a esta forma de proceder?» Paulus: «Los hechos, tal como se revelaron más tarde y que comprendí precisamente por mi actuación al frente del 6.º Ejército, alcanzaron su punto culminante frente a Stalingrado, pero yo no los conocía. Incluso este reconocimiento de que se trataba de una guerra de agresión lo tuve mucho más tarde, pues al principio solo había tenido ocasión de efectuar un estudio parcial de la situación». Doctor Nelte: «¿En este caso debo calificar su concepto expresado por usted de "guerra de agresión" como un reconocimiento al que llegó usted posteriormente?» Paulus: «Sí». Doctor Nelte: «¿Reconoce usted también que otros, que no estaban tan

cerca de la fuente como usted mismo, podían creer que lo que hacían era en beneficio de su patria?» Paulus: «Desde luego». Doctor Fritz Sauter (Defensor de los acusados Funk y Schirach): «Otra pregunta. Después de haber sido sitiada la ciudad de Stalingrado y ser la situación desesperada, fueron enviados diversos telegramas de fidelidad y adhesión desde el cerco a Hitler. ¿Está usted enterado?» Paulus: «Sí, estoy enterado de que se enviaron estos telegramas, pero solo cuando ya había sonado el momento final, cuando era necesario encontrar todavía un sentido a aquello tan horrible que había tenido lugar allí, para dar un sentido a la horrible muerte de los soldados. Por este motivo, aquellos hechos fueron descritos en los telegramas como hechos heroicos para que así pasaran a la posteridad. Lamento no haber hecho nada para impedir el despacho de estos telegramas». Doctor Sauter: «Los telegramas fueron remitidos por usted». Paulus: «No sé a qué telegramas se refiere usted, con excepción del último». Doctor Sauter: «Los telegramas de fidelidad y adhesión en los que se prometía luchar "hasta el último hombre", aquellos telegramas que horrorizaron tan profundamente al pueblo alemán, llevan su firma». Paulus: «Ruego que me sean presentados estos telegramas pues no los recuerdo». Doctor Sauter: «¿Recuerda usted lo que decía el último telegrama?» Paulus: «En el último telegrama se bosquejaba brevemente la acción llevada a cabo por el Ejército y se resaltaba que el no haberse rendido debía servir de ejemplo para el futuro». Doctor Sauter: «Tengo entendido que la respuesta a este telegrama fue su ascenso a mariscal general de campo». Paulus: «No sabía que esta fuera la respuesta a mi telegrama». Doctor Sauter: «¿Pero usted fue ascendido a mariscal de campo y luce este título?»

Paulus: «Es lógico que use el título que me fue conferido». Doctor Sauter: «En esta declaración leemos la frase final: "Yo cargo con toda la responsabilidad de no haber vigilado personalmente la ejecución de mi orden del 14 de enero de 1943 sobre la entrega de todos los prisioneros de guerra...", es decir, de todos los prisioneros de guerra rusos, ¿es verdad?» Paulus: «Sí». Doctor Sauter: «"...Y tampoco haber cuidado personalmente de cómo eran tratados los prisioneros de guerra...", es decir, los prisioneros de guerra rusos. Le ruego, señor testigo, me aclare el motivo de que en este escrito, tan largo como detallado, se olvida por completo de los centenares de miles de soldados alemanes que estaban a sus órdenes y que bajo su mando perdieron la libertad y la vida. ¡De todo esto no dice usted nada!» Paulus: «En este escrito no era normal hacer referencia a este asunto. En este escrito, dirigido al Gobierno soviético, se habla solamente de todo aquello que pudo afectar, en el cerco de Stalingrado, a la población civil rusa y a los prisioneros de guerra rusos. En este escrito yo no podía hablar de mis soldados». Doctor Sauter: «¿Ni mencionarlos?». Paulus: «No, no podía hablar aquí de los soldados alemanes, esto hubiese tenido que hacerlo en otro lugar. El 20 de enero expuse que debido al frío, el hambre y las epidemias era humanamente imposible continuar la lucha. La respuesta que recibí del Alto Mando decía: "Capitulación imposible. El 6.º Ejército cumplirá su misión histórica resistiendo hasta el final y permitiendo con su sacrificio reorganizar el frente del Este".» Doctor Sauter: «¿Y por este motivo dirigió usted hasta el último momento esta acción considerada por usted como criminal?» Paulus: «Exacto». Doctor Sauter: «Hay otra cosa que aún me interesa: ¿Acaso no comprendió usted, desde un principio, cuando le fue encargado el estudio de los planes para el ataque contra Rusia que este ataque solo podría llevarse a la práctica violando los tratados internacionales?» Paulus: «Sabía que si se realizaba este ataque se violaría el tratado que había sido firmado en otoño de 1939 con Rusia». Doctor Sauter: «No tengo otras preguntas que dirigirle, gracias».

Profesor doctor Franz Exner (defensor del acusado Alfred Jodl): «Señor testigo, en febrero de 1941 se iniciaron nuestros transportes hacia el Este. ¿Puede decirnos cuál era la potencia de las fuerzas rusas a lo largo de la línea de demarcación germano-rusa y en la frontera rumana?» Paulus: «Las noticias que habíamos recibido sobre las fuerzas rusas, eran tan deficientes, que durante mucho tiempo no tuvimos una idea exacta». Doctor Exner: «¿Y ustedes organizaron unas maniobras militares?» Paulus: «Eso fue a principios de diciembre». Doctor Exner: «Exacto, y entonces tomaron como base las informaciones que ya poseían sobre el potencial ruso». Paulus: «Se trataba de simples suposiciones». Doctor Exner: «Usted colaboró activamente en este plan de operaciones. Dígame usted, ¿en qué se diferencian estas actividades de las de Jodl?» Paulus: «Se diferencian en el sentido de que él gozaba de una visión amplia del conjunto, mientras que yo solamente conocía un aspecto de la situación». Doctor Exner: «Pero las actividades fueron en ambos casos una preparación a la guerra por parte del Estado Mayor, ¿no es cierto?» Paulus: «Sí». Doctor Exner: «Óigame usted..., ¿por qué cuando en Stalingrado la situación era tan desesperada como usted mismo la ha relatado y en contra de la orden de Hitler no intentó usted romper el cerco?» Paulus: «Porque presentaron la situación como si de la resistencia del Ejército que estaba a mi mando dependiera el destino del pueblo alemán». Doctor Exner: «¿Sabía usted que gozaba de la plena confianza de Hitler?» Paulus: «No, no lo sabía». Doctor Exner: «¿Sabía que había decidido que usted sustituyera a Jodl cuando terminara lo de Stalingrado, pues ya él no podía trabajar con Jodl?» Paulus: «Llegó a mis oídos, pero solo como un rumor».

Doctor Hans Laternser (defensor del Estado Mayor general y del Alto Mando de la Wehrmacht): «¿Sabía que en el año 1939 la Unión Soviética había entrado en Polonia con fuerzas relativamente débiles y que en opinión de los expertos militares alemanes no estaban, de ningún modo, en consonancia con la misión militar a que había que destinar estas tropas?» Paulus: «No estaba al corriente sobre el potencial de estas fuerzas». Doctor Laternser: «¿Sabía que antes de destinar Alemania sus fuerzas al Este ya había mayoría abrumadora de fuerzas soviéticas, sobre todo potentes formaciones de carros de combate en la región de Bialistok?» Paulus: «No, no lo sabía». Doctor Laternser: «¿Fueron destinadas las divisiones alemanas del frente del Oeste al Este cuando ya había considerables fuerzas rusas en la frontera oriental?» Paulus: «No estoy enterado de este movimiento de tropas, ya que no intervine en el desarrollo práctico de los planes». Doctor Laternser: «Señor testigo, ¿asistió usted a la conferencia del Estado Mayor, el 3 de febrero de 1941, en el Obersalzberg?» Paulus: «Sí». Doctor Laternser: «¿Sabía que en aquella ocasión se calcularon las fuerzas soviéticas en cien divisiones de fusileros, veinticinco divisiones de caballería y treinta divisiones mecanizadas y que fue, según creo recordar, el capitán general Halder quien presentó estas cifras?» Paulus: «No lo recuerdo». Doctor Laternser: «Pero, señor testigo, una conferencia como aquella no se celebraba todos los días...» Paulus: «Desde luego que no». Doctor Laternser: «En fin, no tengo más preguntas que hacer». Iola Nikitschenko (juez ruso): «¿Conocía las instrucciones dictadas por los órganos del Reich en Alemania y el Alto Mando sobre el trato de que había de ser objeto la población rusa por parte del Ejército alemán?»

Paulus: «Recuerdo que circularon unas instrucciones, puede ser que se tratara de unas órdenes especiales, que decían que no habían de tomarse erróneas consideraciones frente a la población civil». Nikitschenko: consideraciones"?»

«¿Qué

quiere

decir

usted

con

eso

de

"erróneas

Paulus: «Esto significa que solo habían de tener validez las medidas militares». Presidente: «¿Había divisiones constituidas única y exclusivamente por miembros de las SS a sus órdenes?» Paulus: «No tuve tropas de las SS a mi mando. Tampoco en el cerco de Stalingrado mandé ninguna formación de las SS». Presidente: «¿Había enlaces de la Gestapo en su Ejército?» Paulus: «No». Con estas palabras terminaba el interrogatorio del testigo. Con la catástrofe de Stalingrado quedaba sellada la Operación Barbarroja. El último paso de Hitler lo llevó al borde del abismo y arrastró a todo el pueblo alemán a la desgracia. Todo se había basado en falsas ilusiones. En una última conferencia antes del ataque celebrada el 14 de junio de 1941 fantaseó Hitler antes sus generales "de la leyenda del armamento ruso", pero el comandante en jefe del primer Ejército acorazado, Kleist, hubo de confesar más tarde: —Mi Ejército acorazado contaba con seiscientos carros de combate. Por el contrario, el Grupo de Ejércitos de Budjony, que se nos enfrentó en el Sur, tenía dos mil cuatrocientos carros. La costumbre de Hitler de cerrar los ojos ante toda situación desagradable, también se reflejó en esta ocasión. Apenas habían transcurrido quince días desde el ataque, le dijo con la mayor indiferencia a todo el mundo que le escuchaba: «Prácticamente, Rusia ya ha perdido esta guerra.» Antes de empezar el invierno del año 1941 quería aniquilar la Unión Soviética. Estaba tan seguro de ello, que ya se ocupaba de otros planes para el futuro. Alfred Rosenberg, comisario del Reich para los países del Este, ya había grabado la expresión del "Imperio mundial alemán" y Hitler tenía la intención de extender todavía más su poder después de la victoria sobre Rusia. El fiscal

americano, Sidney S. Alderman, presentó unos documentos muy reveladores: —El plan de conjunto preveía también un ataque contra los Estados Unidos, según se desprende de un discurso que pronunció el acusado Goering el 8 de julio de 1938, cuando los conjurados ya se habían anexionado por la fuerza Austria y preparaban sus planes contra Checoslovaquia. Este discurso lo pronunció ante representantes de la industria aeronáutica y la copia que ha llegado a nuestras manos fue entregada en un informe secreto al general Udet. »En este discurso, Goering dijo un año antes de estallar las hostilidades: »—Encuentro a faltar todavía el bombardero que cargado con cinco toneladas de bombas pueda volar hasta Nueva York y regresar. Me satisfaría plenamente poder contar con este bombardero para cerrarles de una vez el pico a esos orgullosos. »En otoño del año 1940 —continuó Alderman—, fue fijado el ataque contra los Estados Unidos para una fecha posterior. Esto se desprende claramente de los documentos que hemos capturado a la Luftwaffe alemana. El informe lleva la fecha del 29 de octubre de 1940 y cito el quinto párrafo: "Con vistas a una campaña contra América, interesa extraordinariamente al Führer la ocupación de las islas del Atlántico". »En julio de 1941 y durante el primer entusiasmo por los primeros éxitos logrados contra la Unión Soviética, el Führer firmó la orden de continuar los preparativos para un ataque contra los Estados Unidos. Esta orden secreta fue encontrada entre los archivos de la Marina de guerra alemana. Voy a leer: »—Basándome en las intenciones ya anunciadas, ordeno para el futuro de la guerra: El dominio militar del espacio europeo permitirá, después de la derrota de Rusia, disminuir considerablemente el potencial del Ejército. Por el contrario, el arma acorazada experimentará un sensible aumento. La Marina de guerra ha de limitarse a aquellas medidas destinadas a la guerra contra Inglaterra y los Estados Unidos.» Cinco meses más tarde, el 11 de diciembre de 1941, ¡declaraba Alemania la guerra a los Estados Unidos de América! Pero qué diferente era la situación real a la situación que había esperado el Führer... Ni la Unión Soviética ni Inglaterra habían sido vencidas. Al contrario, la superioridad británica en el aire se manifestaba ahora también sobre el continente, y en el Este el ataque alemán había quedado detenido irremisiblemente delante de Moscú. Además, el ataque japonés contra la Flota americana en Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, que le había dado a

Hitler fuerzas para la declaración de guerra, no resultó, tal como se esperaba, mortal. En el escenario de guerra africano, tanto las tropas alemanas como italianas se veían obligadas a ceder terreno al enemigo. En todas partes ya se había iniciado el gran cambio. El Tribunal de Nuremberg estudió las siguientes fases de la Guerra Mundial: unos hechos conocidos históricamente que no precisaban de la presentación de unas pruebas especiales. Por el contrario, muchos de los hechos que ocurrieron en la retaguardia fueron planteados a discusión por el ministerio público bajo la denominación de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad —unos hechos corroborados por documentos y por las declaraciones de testigos y que son uno de los cuadros más horrendos en la historia de la humanidad.

EN LA RETAGUARDIA 1. El programa del diablo Entre las pruebas que presentó el fiscal general soviético Roman Rudenko ante el Tribunal, también figuraban las «Memorias» del antiguo presidente del Senado nacionalsocialista de Danzig, Hermann Rauschning. Este informa, en sus «Memorias», de lo que, en cierta ocasión, le dijo Adolfo Hitler, y Rudenko leyó estos párrafos tan horrorosos: «Hemos de crear una técnica de la despoblación. Si me pregunta usted lo que entiendo yo por despoblación le diré a usted que preveo la liquidación de unidades raciales, y lo haré, puesto que veo en ella, a grandes rasgos, mi misión fundamental. La Naturaleza es cruel, y por este motivo también nosotros podemos ser crueles. Si mando la flor y nata del pueblo alemán a la guerra sin lamentar en ningún momento el derramamiento de la valiosa sangre alemana en el infierno de la guerra, también tengo el derecho de destruir millones de hombres de razas inferiores, que se multiplican como los parásitos.» El programa de Hitler y de su Partido era un programa diabólico. Pero nunca hubiese podido convertirse en una cruel realidad si no hubiese habido hombres que le prestaran su marchamo filosófico e idealista. En el banquillo de los acusados de Nuremberg volvieron a encontrarse los propagandistas del nacionalsocialismo: Rosenberg, Streicher, von Schirach y Fritzsche. Ellos fueron los que prepararon propagandísticamente el dominio, pues después de llegar al poder, educaron a la juventud alemana en el espíritu nacionalsocialista y consiguieron engañar a todo un pueblo. En este cuarteto de portavoces figuraba, en primer lugar, Alfred Rosenberg. Su importancia ya se deducía de algunas frases en la sentencia del Tribunal: «Era el filósofo del Partido, conocido en este aspecto por todos, y publicaba sus ideas en el Völkischen Beobachter y los NS-Monatsheften que eran editados por él. Sus ideas las desarrolló y difundió también en numerosos libros escritos por él. De su libro Der Mythus des 20. Jahrhunderts fueron vendidos más de un millón de ejemplares.» Rosenberg gozó, en su calidad de ideólogo, de gran influencia sobre el nacionalsocialismo. Redactó el programa del Partido y la nueva filosofía alemana. El origen de esas ideas quedó señalado cuando, a instancias de su defensor, el doctor Alfred Thoma expuso ante el Tribunal la historia de su vida:

—Conjuntamente con mis aficiones por la arquitectura y la pintura, ya desde mi juventud demostré un gran interés por los estudios filosóficos y parece lógico y natural que me basara para ello en Goethe, Herder y Fichte para que me ayudaran en mi evolución interior. Al mismo tiempo influyeron en mí los pensamientos sociales de Carlos Dickens, Carlyle y del americano Emerson. Continué estos estudios en Riga y me dediqué entonces de un modo preferente a Kant y Schopenhauer, estudiando de un modo especial la filosofía india y tendencias afines. Más tarde me dediqué de nuevo a los europeos y finalmente en Munich me especialicé en los estudios de la nueva investigación biológica. Doctor Thoma: «En el caso de sus conferencias habló usted con frecuencia de la "estructura de la idea". ¿Se sentía influido usted por Goethe?» Rosenberg: «Sí, pues es lógico que precisamente la idea de considerar el mundo como estructura procediera de Goethe». Presidente: «Doctor Thoma, este Tribunal desea que si ha de hacer referencia usted a temas filosóficos, se limite usted a estos y no al origen de esta filosofía». No fue esta la única vez que el Tribunal hubo de intervenir en el diálogo entre el acusado y su defensor. El filósofo hacía gala de una locuacidad que le impedía contestar con frases cortas y concretas a las preguntas que le dirigían. Desarrolló esta táctica evasiva de un modo especial cuando fue sometido a contrainterrogatorio por el fiscal americano Thomas J. Dodd: Dodd: «Escribió usted un prólogo, o, mejor dicho, una corta introducción para esta edición de su libro (Der Mythus des 20. Jahrhunderts). Me refiero a la edición que en estos momentos tiene delante. Dice usted: "Para la 150 milésima edición. El Mythus ha creado hoy unos surcos muy profundos que ya no se pueden borrar de la vida espiritual alemana. Las nuevas ediciones son una prueba de que una decisiva revolución espíritu-anímica se está convirtiendo en un acontecimiento histórico. Muchas cosas que en mi libro parecían ser unas ideas absurdas, hoy ya son una realidad política. Y confío que muchos otros aspectos llegarán a materializarse". ¿Escribió usted estas líneas?» Rosenberg: «Exacto, pero en este libro, que comprende setecientas páginas, no se tratan solamente los puntos que me son reprochados aquí, sino que en este libro trataba una serie de problemas, el problema de los campesinos, el problema de los Estados mundiales, el problema del concepto del socialismo, el problema de las relaciones con la jefatura, de la industria, de la masa obrera, exponía un juicio...» Dodd: «Un momento. No es necesario que nos cite usted todo el índice.

Me he limitado a preguntarle si había escrito o no usted este prólogo». Rosenberg: «Sí, desde luego». El teórico Rosenberg veía con íntima satisfacción cómo sus ideas se convertían en palpables realidades. Y se le ofreció, incluso, la ocasión de llevarlas personalmente a la práctica: como jefe de la Oficina de Política Exterior del Partido nacionalsocialista obrero alemán, como jefe del Einsatzstab Rosenberg, que saqueó todo lo que pudo en los países ocupados y, finalmente, como ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este. Fue precisamente este último cargo el que llevó a Rosenberg al patíbulo. La sentencia estudió también, de un modo detallado, la Oficina de Política Exterior y la función de Rosenberg al frente de la misma: «Como jefe de la APA estaba al frente de una organización cuyos agentes intrigaban en favor de los nazis en todos los países del mundo. En sus propios informes declara, por ejemplo, que la entrada de Rumanía al Eje se debió en gran parte a las actividades de la APA». Con especial afán, Rosenberg se dedicó a la solución del llamado problema judío. Dio instrucciones a las que había de sujetarse el «Instituto para la investigación del problema judío», que fue inaugurado el 28 de marzo de 1941. El fiscal americano Walter W. Brudno leyó lo que entonces escribió Rosenberg en el Völkischen Beobachter: «Para Alemania, el problema judío será solucionado cuando el último judío haya abandonado el territorio alemán. Dado que Alemania, con su sangre, ha procurado que Europa vuelva en conjunto a disfrutar de libertad frente al parasitismo judío, creemos poder decir en nombre de todos los europeos: Para Europa, el problema judío será definitivamente solucionado cuando el último judío haya abandonado el continente europeo». De un modo menos circunspecto y académico solía expresarse Julius Streicher, el jefe de los francos y enemigo número uno de los judíos. En su semanario antisemita Der Stürmer, que llegó a alcanzar una edición de hasta seiscientos mil ejemplares, se manifestaba el odio que Streicher sentía contra los judíos en su forma más vil y baja. En mayo de 1939, mucho antes de estallar las hostilidades, exigía Der Stürmer: «Ha de llevarse a cabo una expedición de castigo contra los judíos en Rusia, una expedición que les proporcione el fin que deben tener todos los

criminales y asesinos. ¡La pena de muerte, la ejecución! Han de ser muertos los judíos en Rusia. Han de ser muertos y eliminados y no dejar una sola huella de su paso.» ¿A qué era debido que el antiguo maestro de escuela, Gauleiter y general honorario de las SA, Julius Streicher, sintiera un odio tan fanático contra los judíos? También él cargó las culpas sobre el Führer cuando el 29 de abril de 1946 fue preguntado sobre esto por su defensor, el doctor Hans Marx. Streicher: «Antes de que Adolfo Hitler fuera conocido públicamente, yo ya había escrito contra los judíos. Pero fue gracias a su libro Mi lucha que comprendí la verdad histórica de la cuestión judía. Adolfo Hitler declaró, ante toda la opinión pública mundial, en su libro que él era antisemita y que conocía a fondo el problema judío». Tampoco el doctor Marx pudo rehuir las pruebas que presentó la acusación y que hacían referencia a los numerosos artículos que había escrito Streicher para Der Stürmer, pero sí intentó borrar aquella impresión tan penosa y le tendió un puente a su defendido: —Puede reprochársele a usted que trató, de un modo unilateral y subjetivo, solamente las cualidades negativas de los judíos, mientras que nunca prestó usted la debida atención a las cualidades positivas de los judíos. ¿Cómo se explica esto? Streicher: «Es lógica y natural que yo, en mi calidad de antisemita y después de haber estudiado el problema a fondo, no tuviera el menor interés en destacar las cualidades positivas de los judíos. Tal vez yo no viera esas cualidades, pero es cierto que no tuve el menor interés en hacer averiguaciones en este sentido y tampoco intenté saber cuáles podían ser estas cualidades». Doctor Marx: «Gracias». Streicher repitió varias veces no haberse enterado de las matanzas de judíos. Pero el fiscal inglés J. M. G. Griffith-Jones, le sometió a contrainterrogatorio: —Esta misma mañana, cuando usted ha hablado sobre el Israelitischen Wochenblatt, ha dicho: «A veces los periódicos hacían insinuaciones de que no todo era tal como debía ser. Más tarde, en el año 1943, apareció un artículo que decía que desaparecían grandes masas de judíos, pero no se presentaban cifras y tampoco se hacía mención alguna de haberse cometido asesinatos». ¿Afirma usted sinceramente que en estas ediciones del Israelitischen Wochenblatt que leían usted y sus redactores no se decía otra cosa sobre la desaparición y no se

hacía mención de cifras ni de crímenes? ¿Pretende usted afirmar esto ante el Tribunal? Streicher: «En efecto, me mantengo firme en lo dicho». Griffith-Jones: «En este caso le ruego a usted eche una mirada a esta colección de la revista. Son una recopilación de artículos del Israelitischen Wochenblatt desde julio de 1941 hasta el final de la guerra. El Tribunal podrá ahora demostrar lo que dice en rigor un fanático de la verdad. Por favor, fíjese en la primera página, es un artículo del 11 de julio de 1941. "En Polonia murieron el año pasado unos cuarenta mil judíos; no hay una sola cama más en los hospitales". Puede usted continuar hojeando, señor acusado. El 12 de diciembre de 1941: "Según informaciones recibidas de fuentes fidedignas, han sido ajusticiados en Odesa miles, dicen incluso muchos miles, de judíos. Informaciones parecidas se han recibido procedentes de Kiew y de otras ciudades rusas". ¿Lo ha leído usted?» Streicher: «Y aunque lo hubiese leído, esto no cambiaría el caso. No es ninguna prueba». Streicher continuó negando cuando el fiscal le demostró que el Der Stürmer había tenido ocasión de estudiar las condiciones de vida en los guettos con sus propios ojos. El 6 de mayo de 1943 fue publicado el artículo de un testigo ocular en la revista, y Griffith-Jones leyó unos cuantos párrafos que nos parecen de una acusada tendencia sadista: —Der Stürmer destinó a sus redactores fotográficos a los diversos ghettos del Este. Uno de los redactores del Stürmer conocía a fondo a los judíos y no había nada que pudiera sorprenderle. Pero lo que vio el enviado en aquellos ghettos, fue para él una experiencia única. "Lo que se me ofreció allí a mis ojos y a mi "Leica", me convenció plenamente de que los judíos no son seres humanos, sino hijos del diablo y abortos del crimen. Esta raza satánica no tiene derecho a la existencia". Ahora sabe usted, aunque no dé crédito a las cifras, que desde que comenzó la guerra fueron asesinados millones de judíos. ¿Lo sabe usted? Ha escuchado usted las pruebas, ¿no es cierto? Streicher: «Lo creo». Griffith-Jones: «Lo único que deseo saber es si ha oído usted las pruebas. Puede usted contestar sí o no, pero sospecho será un sí». Streicher: «Sí, pero añado al mismo tiempo que la única prueba válida para mí es el testamento del Führer. En él declara que estas matanzas se llevaron a cabo por orden suya. Esto es lo que creo. Ahora sí creo en ello».

Griffith-Jones: «¿Cree usted que esta matanza de millones de judíos se hubiese podido llevar a cabo en el año 1921? ¿Cree posible que bajo otro régimen, en el año 1921, hubiesen podido ser muertos seis millones de hombres, mujeres y niños judíos?» Streicher no contestó a esta pregunta. No quería confesar que su odiosa propaganda había de provocar algún día nefastas consecuencias para el pueblo judío. Pero en el fondo, Streicher ya había contestado en una ocasión anterior a esta misma pregunta, cuando, aunque de un modo muy exagerado, había escrito: "La labor del Stürmer contribuirá para que hasta el último alemán se entregue de corazón a la lucha para cortarle la cabeza al judaísmo internacional". Este antisemitismo sistemático influyó enormemente en la juventud alemana. La acusación presentó unas pruebas concluyentes de cómo se implantaba el odio a los judíos en el corazón de los jóvenes alemanes. Por ejemplo, en un libro ilustrado, Bilderbuch fuer Gross und Klein, publicado en la editorial "Der Stürmer", propiedad de Streicher, se decía: "Ha mandado imprimir el Stürmer,/ y por eso le odian a muerte/ por eso los judíos chillan tanto,/ pero a Streicher eso poco le importa, pues desde hace años lucha valiente, y todo el mundo le conoce". Y el Frankische Tageszeitung, del 22 de diciembre de 1936, publicó: «El Gauleiter habló a la juventud de aquellos tiempos tan terribles de la posguerra. "¿Sabéis quién es el diablo?", les preguntó a aquellos muchachos que le escuchaban con la respiración contenida. "¡El judío! ¡El judío!", gritaron todos al unísono». En enero de 1938 publicó el Der Stürmer lo siguiente: «Cabe considerar como mérito del Stürmer haber instruido debidamente al pueblo alemán, en una forma fácilmente comprensible, sobre el peligro que representa el judaísmo para el mundo entero. Der Stürmer ha estado muy acertado en enfocar este problema, no desde un punto de vista estético, puesto que por su parte el judaísmo en ningún momento ha tenido la menor consideración frente al pueblo alemán, y por este motivo tampoco nosotros hemos de andarnos por las ramas cuando se habla de los judíos. Lo que no emprendamos hoy contra el judaísmo puede, en el día de mañana, ser nefasto para nuestra juventud». Este artículo iba firmado por el jefe de las Juventudes del Reich Baldur von Schirach. El Tribunal le condenó principalmente por sus crímenes durante su reinado como Gauleiter y Reichstatthalter de Viena. En el Escrito de Acusación se decía que Baldur von Schirach era responsable de la deportación

de sesenta mil judíos de Viena. Baldur von Schirach le era fiel a Hitler, afirmó la acusación. Era un idealista que había sido engañado repetidas veces, alegó la defensa. Lo más probable es que fuera las dos cosas a la vez, idealista y cortesano. Fue responsable de que en el año 1933 se disolvieran todas las organizaciones juveniles del Reich que pudieran rivalizar con su «HitlerJugend». Educó a la juventud para la guerra. Thomas J. Dudd, fiscal de los Estados Unidos, interrogó en relación con las canciones que entonaba la Hitler-Jugend: —La última prueba que le presentamos es una anotación del Diario del ministro de Justicia sobre un proceso contra el vicario católico Paul Wasmer y se plantea la cuestión en la decisión de si Rosenberg ha de presentar denuncia por calumnia y difamación. El obispo había citado en su sermón una canción que era cantada por las juventudes hitlerianas: «El Papa y el rabino que se larguen, fuera todos los judíos». Ha afirmado usted ante este Tribunal no haberse inmiscuido nunca en asuntos de la Iglesia católica o protestante... Entre las muchas canciones que citó Dodd, también figuraba la siguiente: «Somos las alegres juventudes hitlerianas, no precisamos de ninguna de las virtudes cristianas, nuestro Führer es Adolfo Hitler, y siempre intercederá por nosotros. Ningún cura, ningún malo, puede impedirnos, que nos consideremos hijos de Hitler.» Schirach confesó que había educado a las juventudes alemanas en un ambiente militarista. Fueron especialmente concluyentes las cifras que el fiscal Dodd presentó ante el Tribunal y que fueron admitidas por Schirach. En el año 1938 figuraban en las Juventudes hitlerianas de la Marina cuarenta y cinco mil muchachos, la Motor-Hitler-Jugend comprendía setenta mil miembros, cincuenta y cinco mil miembros de la Hitler-Jugend recibían instrucciones en vuelos de aviones a vela y setenta y cuatro mil estaban organizados en unidades de la aviación. Estas cifras fueron publicadas en un artículo en el Völkischen Beobachter, del 21 de febrero de 1938, que terminaba con la siguiente frase: «Un millón doscientos mil muchachos reciben instrucción premilitar». Baldur von Schirach fue uno de los pocos en Nuremberg que confesó

plenamente su culpabilidad. Dijo mucho más sobre la ruta tan falsa por la que había sido conducida la juventud alemana que las montañas de acusaciones de papel impreso contra las Juventudes hitlerianas. El 24 de mayo de 1946, Schirach declaró desde el estrado de los testigos: «Eduqué a esta generación en la fe y la fidelidad a Hitler. El movimiento juvenil que creé llevaba su nombre. Creía servir a mi Führer, que haría que nuestro pueblo y nuestra juventud sería grande, libre y feliz. Millones de jóvenes creyeron conmigo en estos altos ideales y que eran los representantes del nacionalsocialismo. Muchos cayeron a causa de estos ideales en el campo de batalla. Yo tengo la culpa y responderé ante Dios, ante mi pueblo alemán y nuestra nación por haber educado a esta juventud para beneficiar a un hombre que durante muchos, muchísimos años consideré como Führer y jefe de Estado como un ser intocable, haber educado para él una juventud que le veía a través de mis propios ojos. Soy culpable de haber educado a la juventud para un hombre que era el asesino de millones de seres humanos.» Muy tarde llegó el jefe de las Juventudes del Reich, Schirach, a este reconocimiento. Demasiado tarde. ¿Qué le había escrito a Streicher? ¿No le había escrito, acaso, que todo lo que no llevaran a la práctica ahora lo pagaría amargamente la juventud del mañana? Los tambores de la Hitler-Jugend de Baldur von Schirach hacían desfilar al paso militar a la juventud alemana. El director de orquesta que diariamente por la radio y por la prensa instigaba al pueblo a marchar como si fueran soldados, se llamaba Hans Fritzsche. Ingresó en el Partido después de haber llegado este al poder. Se hizo popular y avanzó rápidamente en su carrera gracias a sus comentarios por radio: "Aquí habla Hans Fritzsche". Como director de la Prensa alemana, Fritzsche controlaba los dos mil trescientos diarios alemanes. Era la mano derecha del ministro de la Propaganda, Josef Goebbels. Y como este puso, voluntariamente, fin a su vida, Fritzsche se encontraba ahora en lugar de su antiguo jefe en el banquillo de los acusados de Nuremberg. Fritzsche fue absuelto. Se le acusó de haber difundido noticias falsas, pero no se le pudo demostrar que él hubiese reconocido como falsas estas noticias. El caso más sobresaliente fue el hundimiento del Athenia por un submarino alemán. Fritzsche le había dado en aquella ocasión la culpa a Churchill. El Tribunal creyó su versión de que había sido en la cárcel donde el gran almirante Raeder le había informado de la verdad de los hechos. En el estrado de los testigos, Fritzsche expuso todos sus conocimientos sobre la máquina propagandística del Tercer Reich cuando el doctor Hans Fritz le preguntó por sus actividades.

Fritzsche: «La Prensa era dirigida por el jefe de Prensa del Reich, doctor Dietrich. Daba sus instrucciones de un modo muy correcto, generalmente, en unos términos claramente redactados, en la llamada «Consigna diaria del jefe de Prensa del Reich". Habitualmente solía añadir a estas consignas los comentarios que había de hacerse después de una conferencia de Prensa. El doctor Dietrich pasaba la mayor parte del tiempo en el Cuartel general del Führer y recibía las instrucciones directamente de Hitler. Los adjuntos del doctor Dietrich eran Sündermann y Lorenz. Uno de los hombres que más influencia tenía sobre la Prensa alemana era el Reichsleiter Amann por ser el jefe de las organizaciones de los editores. Se creó una pequeña conmoción en Nuremberg cuando Fritzsche, que después de haber sido hecho prisionero de guerra vivía en Moscú, comentó los documentos que había firmado en aquella ciudad cuando fue interrogado por el fiscal soviético Roman Rudenko. Fritzsche: «Puse mi firma al pie de estos documentos después de muchos meses de penalidades en una celda individual. Firmé el documento porque otro preso me confesó que una vez al mes dictaban sentencia basándose en tales documentos y sin interrogar ni una sola vez a los encartados y porque creía que firmando el documento sería juzgado y pondrían fin a mis sufrimientos. Pero quiero remarcar también, y no quiero ser mal interpretado en este caso, que en ningún momento fui objeto de malos tratos de obra, que en ningún momento emplearon la violencia conmigo y que fui tratado de un modo humano, aunque, como ya he dicho, mi cautiverio estuvo sujeto a muchas penalidades y sufrimientos». Rudenko: «Bien. Supongo que no confió usted en ningún momento, acusado Fritzsche, que después de todo lo hecho por usted le destinaran a un balneario. Por todas las actividades desplegadas por usted había de terminar forzosamente en una cárcel, y una cárcel no es un hotel». Fritzsche fue acusado por una declaración del antiguo mariscal de campo Ferdinand Schörner. Rudenko leyó esta declaración: —Sé que Fritzsche fue un colaborador muy apreciado del Ministro de Propaganda y que gozaba en los círculos nacionalsocialistas, así como también entre el pueblo alemán, de gran celebridad y grandes simpatías. Se ganó esta fama y estas simpatías por sus informes semanales sobre la guerra, sobre la situación internacional, unos comentarios que él leía por la radio. Con frecuencia escuché personalmente estos comentarios. Comentarios que estaban imbuidos de una profunda fe en el Führer y en el nacionalsocialismo, los consideré siempre como las directrices del Partido y del Gobierno.

Rudenko: «¿Qué contesta usted?» Fritzsche: «No tengo que hacer la menor objeción a este juicio y declaro que...» Presidente: «¿Dónde fue interrogado usted y dónde firmó el documento?» Rudenko: «En Moscú». Presidente: «El hombre que hizo esta declaración, ¿era libre o prisionero?» Rudenko: «En aquellos momentos era prisionero de guerra». Presidente: «¿Firmó el hombre que hizo esta declaración el documento?» Rudenko: «Desde luego, el documento fue firmado por él». Era evidente que Rudenko no podía convencer al Tribunal con aquellas pruebas tan poco consistentes. Pero al fin logró colocar a Fritzsche en una situación sumamente delicada: —El 9 de abril de 1940 pronunció usted un discurso durante el cual expuso los motivos de una posible ocupación de Noruega. Le entregaremos ahora un resumen de este discurso pronunciado por radio y voy a citar el último párrafo del mismo: "El hecho que los soldados alemanes hubieron de cumplir con su deber, dado que los ingleses habían violado la neutralidad de Noruega, no terminó en una acción de guerra, sino con una acción de paz. Nadie fue herido, ni una sola casa fue destruida, y la vida cotidiana continuó en toda su normalidad". Esto era una mentira. ¿Lo confiesa usted o trata de negarlo?» Fritzsche: «No, no era una mentira...» Rudenko: «¿No era ninguna mentira?» Fritzsche: «...Puesto que yo mismo había estado en Noruega y lo había visto todo con mis propios ojos. Y si usted tiene la bondad de que lea lo que sigue, entonces...» Rudenko: «Un momento, esto lo leeremos luego». Presidente: «Pero, general Rudenko, ha de permitirle usted que se explique. Quiere leer la frase que sigue que, según él, lo explicaba todo.» Rudenko: «Está bien».

Fritzsche: «La frase siguiente dice: "Incluso en aquellos casos en que las tropas noruegas ofrecieron resistencia, engañadas por el Gobierno noruego, la población civil apenas fue afectada, pues los noruegos lucharon fuera de las ciudades y de los pueblos"». Rudenko: «Bien. Pero ahora le voy a presentar otro documento: el "Informe del Gobierno noruego". Escuche usted ahora, acusado Fritzsche, un documento que refleja la verdad de lo ocurrido. Leo: "El ataque alemán contra Noruega, el 9 de abril de 1940, sumió, por primera vez en el curso de ciento veintiséis años, a Noruega en una guerra. Durante dos meses, la guerra azotó el país y provocó destrucciones por valor aproximado de doscientos cincuenta millones de coronas. Más de cuarenta mil casas sufrieron desperfectos o fueron destruidas y fueron muertas unas mil personas entre la población civil". Esta era la realidad de la situación. ¿Confiesa usted que su discurso del 2 de mayo de 1940 estaba, como de costumbre, lleno de falsedades?» Como Fritzsche no lo confesó, el Tribunal lo absolvió. Tal vez porque algunos de los documentos presentados por Rudenko eran harto inconsistentes, quizá por haberse tenido en cuenta que la propaganda no se había realizado siempre de un modo ortodoxo por ambos bandos beligerantes. Sea como fuere, Fritzsche, Schirach, Streicher y Rosenberg desplegaron una intensa actividad para engañar al pueblo alemán. Fueron los propagadores de las teorías del diablo, prepararon el campo para los planes criminales del nacionalsocialismo. Sus filosofías y actividades se manifestaron de un modo trágico en la cuestión de los judíos. De un modo menos abierto, pero con la misma falta de escrúpulos de siempre, también combatieron la Iglesia: «La misma esencia de la actual revolución mundial está en el despertar de los tipos raciales», escribió Alfred Rosenberg en su biblia Der Mythus des 20. Jahrhunderts. Y el fiscal americano Walter W. Brudno leyó otros párrafos del mencionado libro: —«Hoy despierta una nueva fe: el mito de la sangre, la creencia de defender con sangre la esencia divina del ser humano. La sangre nórdica representa aquel misterio que sustituye a los antiguos sacramentos.» Los sangrientos frutos de aquella siembra, que Rosenberg ayudó a sembrar con su Mythus, se vuelven ahora contra él. Como ministro del Reich para los países ocupados del Este, había de hacerse cargo de los documentos escritos que le mandaban sus subordinados... unos informes como el que leyó Jackson ante el Tribunal: «En presencia de un miembro de las SS, un dentista judío hubo de extraerles los dientes o puentes de oro de las bocas de los judíos alemanes y

rusos, antes de que fueran ajusticiados. Hombres, mujeres y niños eran encerrados en unos hornos y quemados vivos. Los campesinos, sus esposas e hijos eran fusilados acusados de haber colaborado con las bandas.» En la filosofía del nacionalsocialismo no cabe ningún sentimiento de humanidad. Martin Bormann escribió el 7 de junio de 1941 en una orden secreta dirigida a todos los Gauleiter: «No pueden conciliarse los puntos de vista nacionalsocialistas y cristianos. Nuestra filosofía nacionalsocialista está muy por encima de la filosofía del cristianismo.» «No existe una filosofía cristiana y tampoco una moral cristiana», declaró el 17 de agosto de 1939 Hans Kerrl, ministro de Cultos del Reich. En su Mythus, Rosenberg escribió sobre la nueva filosofía: «No admite ningún otro centro de fuerzas a su lado, ni el amor cristiano, ni tampoco el humanitarismo de los masones, ni tampoco la filosofía romana.» Por consiguiente, ¡aniquilar definitivamente el amor cristiano! Y Bormann triunfaba, una vez más, con la orden ya mencionada: «Cuando en el futuro nuestra juventud deje de oír hablar sobre este cristianismo, que está muy por debajo de nuestras enseñanzas, entonces el cristianismo desaparecerá él solo.» —Bormann también declaró —indicó el fiscal americano Robert G. Storey, en Nuremberg—, que las Iglesias no podían ser destruidas por medio de un compromiso, sino solamente a través de una nueva filosofía tal como era expuesta y anunciada en las obras de Rosenberg. Storey siguió leyendo entre los documentos que habían sido capturados: —Bormann propuso la redacción de un catecismo nacionalsocialista para crear de este modo el fundamento de la nueva moral nacionalsocialista y paulatinamente sustituir a la moral cristiana. Bormann propuso unificar algunos de los Diez Mandamientos con el catecismo nacionalsocialista y añadir otros mandamientos nuevos. Por ejemplo: «Has de ser valiente», «Has de mantener pura tu sangre», etc., etc. En el cotarro también dejó oír su voz Rudolf Hess, y Bormann le cita en el mismo escrito.

«El lugarteniente del Führer considera muy conveniente que todos estos problemas se discutan lo antes posible en presencia de todos los Reichsleiter.» La Fiesta Germánica debía sustituir las Navidades y en lugar del bautizo inventaron una nueva ceremonia: «el nombramiento». Pero todos estos detalles son externos y secundarios. Mucho más decisiva es la lucha contra las dos Iglesias, a la que prestaron su colaboración tanto el Estado como el Partido. Ciertamente, la Santa Sede firmó un Concordato con Hitler, pues en el Vaticano creían que por medio de los tratados podía levantarse un dique. Los sacerdotes de todos los rangos prestaron pleitesía al dictador por tambalearse en sus creencias o por creer que con el tiempo lograrían convencerle de que caminaba por una senda llena de errores. Las Iglesias buscaron compromisos, hicieron concesiones tácticas, creyeron obligado hacer uso de los medios leales. Pero, a pesar de todo, en el fondo se alzaba la valentía de los más altos dignatarios de la Iglesia y de miles de sacerdotes. Los campos de concentración se iban llenando. Cualquier palabra pronunciada desde el púlpito podía ser motivo de detención. Los católicos y los protestantes se convertían en las nuevas víctimas de la Gestapo. Un nuevo método propagandístico "el espontáneo levantamiento popular", organizado en innumerables ocasiones por los nacionalsocialistas, se empleó igualmente en esta lucha. El fiscal Storey presentó un característico ejemplo ante el Tribunal: —Presento como prueba el Documento 848-PS. Es un telegrama expedido desde Berlín a Nuremberg por la Gestapo, el 24 de julio de 1938, y hace referencia a las demostraciones y actos de violencia contra el obispo Sproll en Rottenburg. Cito: «El Partido llevó a la práctica el 23 de julio de 1938, a partir de las veintiuna horas, la tercera demostración contra el obispo Sproll. De dos mil quinientos a tres mil manifestantes fueron transportados desde otros lugares en autocares. La población de Rottenburg no participó en estas demostraciones, sino que, en cambio, adoptó una actitud enemistosa frente a los manifestantes. Por este motivo, el Partido y sus miembros se enfrentaron con una situación sumamente delicada. Los manifestantes asaltaron el palacio y derribaron las puertas. De ciento cincuenta a doscientas personas penetraron en el palacio, registraron las habitaciones, arrojaron los archivos por las ventanas y rompieron las camas, incendiando una de ellas.» Casi todas las sedes obispales en Alemania fueron, en un momento u otro, objeto de estas violentas manifestaciones. Estas manifestaciones eran organizadas por el Partido, eran ordenadas desde arriba y siempre se

lamentaban los responsables: «La población no ha participado en la manifestación». En Nuremberg dijo el acusador Storey: «Llamo ahora la atención sobre un documento que contiene extractos de las solemnes instrucciones de Su Santidad el Papa Pío XII al Sacro Colegio el 2 de junio de 1945. Su Santidad declara que durante los doce años que vivió entre el pueblo alemán aprendió a conocer sus relevantes virtudes. Expresa su confianza en que Alemania se levantará para llevar una vida más digna tan pronto haya vencido el satánico fantasma del nacionalsocialismo y los culpables se hayan arrepentido de sus crímenes. Leo en el Osservatore Romano: »"En efecto, la lucha contra la Iglesia ha ido aumentando cada vez más: destrucción de las organizaciones católicas, violaciones del modo de pensar de los ciudadanos, de un modo especial de los funcionarios, difamación de la Iglesia, del clero, de los fieles, clausura y confiscaciones de institutos cristianos, destrucción de la Prensa y de las editoriales católicas. Cuando fracasaron todos los intentos de encontrar una solución pacífica, Pío XII descubrió, el Domingo de Pasión de 1937, en su Encíclica Con viva preocupación, ante todo el mundo, lo que era el nacionalsocialismo: la negación de Jesucristo, la negación de sus enseñanzas, el culto de la violencia, la adoración de la raza y de la sangre, la negación de las libertades y de la dignidad humanas..."» De las cárceles, campos de concentración y fortalezas salían ahora, junto con los presos políticos, todos aquellos testigos, tanto clérigos como legos, cuyo único crimen había sido su fe en Cristo o el cumplir, sin ninguna clase de temor, el compromiso que habían contraído en la defensa de su Iglesia. En primer lugar figuraban, tanto por su número como por los malos tratos de que habían sido víctimas, los sacerdotes polacos. De 1940 a 1945 fueron internados en Dachau dos mil ochocientos sacerdotes de todas las nacionalidades, entre ellos el obispo de Wladeslawa, que murió allí del tifus. Cuando fue liberado el campo, ya solo quedaban cuatrocientos ochenta. Todos los demás habían muerto. En el verano del año 1942 estaban internados en este campo cuatrocientos ochenta sacerdotes de lengua alemana, de los cuales cuarenta y cinco eran protestantes y el resto católicos. A pesar de la afluencia cada vez más numerosa de internados, sobre todo de las diócesis de Baviera, de Renania y de Westfalia, su número, debido al elevado índice de mortalidad, no sobrepasaba los trescientos cincuenta. Hemos de contar también el gran número de sacerdotes procedentes de los países ocupados: Holanda, Bélgica, Francia, como el obispo de Clermont, de Luxemburgo, Eslovenia e Italia. Muchos de esos sacerdotes aguantaron indecibles sufrimientos por defender con valentía su fe. En algunos casos, el odio de esos individuos sin fe llegó al extremo de colocar a los sacerdotes internados en los campos de concentración, coronas de espinas.

Pero lo que Pío XII declaró sobre esto cuando terminó la guerra, no incluye, de ningún modo, la amplitud de la guerra que se llevó contra la Iglesia. Un nuevo documento, al que hizo referencia el fiscal Storey, hablaba de la intervención en este caso de las SD y de la Gestapo: «—Se trata de un documento de la oficina regional de la Gestapo de Aquisgrán y releva uno de los objetivos de la Gestapo: el aniquilamiento y la destrucción de la Iglesia. Este documento, fechado el 12 de mayo de 1941, Berlín, procede de la Oficina central de Seguridad del Reich, Sección IV, B-1. Va destinada a todas las oficinas de la Gestapo en el Reich: «El jefe de la Oficina central de Seguridad del Reich ha ordenado que, con fecha de hoy, la vigilancia y el control policíaco de las iglesias dependa de la competencia de la Gestapo". »Algo más tarde, el 22 y 23 de septiembre de 1941, se celebró en la Oficina central de Seguridad del Reich una conferencia de los llamados comisarios para asuntos eclesiásticos, que habían sido adscritos a las oficinas de la Gestapo. Fueron tomadas notas y voy a leer las conclusiones a que llegaron en el curso de aquella reunión: »"Todos ustedes han de dedicarse a esta labor con verdadero fanatismo y de todo corazón. Lo principal es enfrentarse siempre y en todo momento con decisión, voluntad y eficaz iniciativa al enemigo —el "enemigo" es la Iglesia—. La Iglesia no debe recuperar ninguno de los puntos que ya ha perdido. Otro de los objetivos es el siguiente: Acusar a la Iglesia de alta traición en la lucha que el pueblo alemán lleva para sobrevivir.» La Gestapo y el SD desempeñaron un papel de suma importancia en la mayoría de estas acciones tan criminales. La índole de estos crímenes, prescindiendo por completo de los casos individuales en que miles de personas fueron torturadas y muertas, se lee como si fuera el auténtico Diario del diablo. Fueron los principales órganos en la persecución de la Iglesia. La Gestapo y el SD, que es lo mismo que decir campos de concentración, y en muchos miles de casos, la muerte por la violencia. El sacerdote Bruno Theek, que habló sobre el infierno de Dachau, declaró lo siguiente: «—En dos barracones, previstos, en su origen, para albergar a doscientos hombres, habían sido internados unos tres mil sacerdotes de todas las religiones y de todos los países europeos en unas condiciones infames e indignas. Muchos sufrieron una muerte infamante. Presencié cómo un anciano sacerdote polaco, que no entendía una sola palabra de alemán, fue interrogado por el jefe del barracón, un brutal antiguo SA-Sturmführer, que estaba también internado, y al no recibir respuesta este apaleó tan salvajemente al sacerdote polaco, que murió aquella misma noche.»

Pero a pesar del destino que les esperaba detrás de aquellas alambradas cargadas de electricidad, continuamente se alzaban nuevos hombres..., no para luchar por ellos mismos, sino en nombre de su Iglesia, por su amor a la humanidad entera. El producto de la «filosofía» de Hitler, Rosenberg, Bormann y Kerrl: el miembro de las SS que vigila cómo les extraen los dientes y puentes de oro a los prisioneros judíos... y sus contrincantes. Aquí se cierra de nuevo el círculo. En Nuremberg habían abierto un nuevo capítulo, muy negro por cierto, que acusaba al nacionalsocialista. Su contenido podía resumirse en muy pocas palabras: «Tu obligación es matar». Matar a los débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los mutilados, a los incapacitados para el trabajo, a los no gratos. Matar a todos los que no hacían nada para ganarse el sustento de cada día. Esta era la consigna interna del Partido. En la nueva doctrina de Bormann no había lugar para la caridad. En la «filosofía» de Rosenberg, la caridad y el amor solo son «basuras morales». En su Mythus habla de la «hipócrita desintegración de los valores que en el curso de la historia occidental han caído sobre nosotros en las más diversas formas de humanidad y que tan pronto se llama democracia, como caridad social, o también humildad y amor». La horrenda silueta del miembro de las SS que asiste impasible a cómo le extraen las muelas a los judíos, del médico que le suministra una inyección mortal a los indefensos..., toda estas son las consecuencias del misterio de la sangre nórdica de Rosenberg, este misterio que sustituye y supera los antiguos sacramentos. Se establece un contraste que fue objeto de discusión en el Tribunal en Nuremberg. Muy ligado al complejo de la persecución de la Iglesia aparece también el llamado «programa eutanásico», del mando nacionalsocialista, pues fue precisamente en este caso concreto en el que las Iglesias levantaron más vivamente su protesta en su lucha por uno de los principios más queridos de la humanidad. El presbítero católico de Santa Eudevigis de Berlín, Bernhard Lichtenberg, acostumbrada a decir después de cada misa: «Y ahora recemos por los judíos». Hacía caso omiso de los confidentes de la Gestapo en su iglesia y predicaba: «En las casas de Berlín difunden un escrito difamatorio contra los judíos. En esta hoja se afirma que todos los alemanes que partiendo de un falso sentimentalismo ayudan a los judíos, traicionan a su propio pueblo. No nos dejemos engañar por esta consigna anticristiana, sino que limitémonos a lo que señala Jesucristo: Amemos al prójimo como a nosotros mismos».

En el camino hacia el campo de concentración de Dachau fue silenciada definitivamente la voz de Lichtenberg, pero otros levantaron más fuertes aún sus voces para protestar contra aquel frío asesinato que el Führer del Estado y el Partido calificaba de «muerte de gracia». Hans Heinrich Lammers, jefe de la Cancillería del Reich de Hitler, fue interrogado en el estrado de los testigos de Nuremberg por el defensor de Keitel, el doctor Otto Nelte, sobre los orígenes del llamado programa eutanásico. Doctor Nelte: «¿Conoce usted algo de las intenciones de Hitler de eliminar, por medio de una muerte sin dolor, a los enfermos mentales incurables?» Lammers: «Sí. Esta idea la expuso Hitler, por primera vez, en el otoño del año 1939. El secretario de Estado en el Ministerio del Interior del Reich, doctor Conti, recibió el encargo de estudiar detenidamente esta cuestión. Me opuse, pero dado que el Führer insistía, propuse entonces que todo el asunto había de enfocarse con todas las garantías necesarias y regulado por las leyes. Ordené también que esbozaran esta ley en cuestión y en el año 1940 el estudio que en un principio se le había confiado al secretario de Estado Conti le fue encargado al Reichsleiter Bouhler. Este conferenció con Hitler, el cual no autorizó la ley tal como había sido presentada, aunque tampoco la rechazó de pleno, pero más tarde, sin que yo participara en ningún momento en esta acción dio orden de que fueran muertos todos los enfermos mentales incurables. Esta orden la dio al Reichsleiter Bouhler y al médico profesor doctor Brandt que entonces estaba a sus servicios directos.» El fiscal americano Robert G. Storey leyó el citado documento que lleva la fecha del 1.º de septiembre de 1939 y que aparece escrito sobre el papel de carta particular de Hitler: «Reichsleiter Bouhler y doctor médico Brand son autorizados, bajo su responsabilidad, a conceder amplios poderes a los médicos para que aquellos enfermos mentales incurables sufran la muerte de gracia. Firmado: Adolfo Hitler.» El Reichsleiter Martin Bormann, la mano derecha de Hitler, informó el 1.º de octubre de 1940 a los Gauleiter. El fiscal inglés Griffith-Jones leyó: —El Führer había dado la orden. La ley había sido firmada. Hoy solo serán tratados los casos muy claros o aquellos completamente incurables. Más tarde se efectuará una ampliación. Bormann escribió aquel mismo día:

«La acción comenzará dentro de muy poco. Hasta la fecha apenas se han cometido errores. Treinta mil liquidados. De cien mil a ciento veinte mil esperan. El círculo de los iniciados debe mantenerse muy reducido. Si se hace necesario se debe avisar, oportunamente, a los Kreisleiter.» Había comenzado el asesinato en masa, aunque los asesinos procuraban que «el círculo de los iniciados fuera muy reducido». Pero, a pesar de esta preocupación, la acción no podía quedar ignorada cuando, de pronto, aumentaron notablemente los casos de defunción en los hospitales y sanatorios, cuando cada día eran más los familiares de los enfermos que recibían la noticia de que el enfermo había muerto. La jefatura nacionalsocialista de Erlangen, donde estaba enclavado uno de los mayores sanatorios de Alemania, se vio obligada, el 26 de noviembre de 1940, a mandar un informe a Berlín. Este informe presentado ante el Tribunal de Nuremberg, fue leído por Griffith-Jones: «En este sanatorio se presentó hace poco, en nombre del Ministerio del Interior, una comisión compuesta por un médico y varios estudiantes. Examinaron las historias clínicas de los enfermos internados en esta institución. »La Comisión dictaminó cuáles eran los enfermos que "habían de ser trasladados a otro sanatorio" y declaró "que una compañía de transportes de Berlín se haría cargo del traslado de los enfermos y que el director del sanatorio había de obedecer las instrucciones de esta compañía que estaba en posesión de la lista nominal de todos los enfermos". Esta compañía se hacía llamar "Transportes Sociales, Sociedad Limitada". »Siguiendo estas instrucciones —continuaba diciendo el informe—, han sido trasladados hasta la fecha, en tres transportes, 370 pacientes a Sonnenstein, cerca de Pirna y a la región de Linz. Otro transporte ha sido previsto para el mes de enero del año próximo. Algunos familiares de los pacientes recibieron, poco tiempo después de haber abandonado el transporte nuestro sanatorio, el comunicado de defunción de varios de los enfermos. Como causa de muerte alegaron en algunos de los casos pulmonía; en otros, enfermedades infecciosas. Se informaba, igualmente, a los familiares que se habían visto obligados a incinerar los cadáveres y les mandaban sus ropas y objetos de uso personal. La oficina estadística de Erlangen fue informada igualmente de otras muertes causadas, como en los casos anteriores, por pulmonías o enfermedades infecciosas, lo que no corresponde, de ningún modo, con las historias clínicas de los pacientes, lo que hace suponer que se trata de informaciones falsas. La población está muy intranquila e inquieta sobre este traslado de los enfermos y atribuye los frecuentes casos de muerte a esta acción. La población ya habla en términos muy claros y convincentes de que los enfermos son liquidados, y estas

manifestaciones resultan mucho más graves en tiempos de guerra. Todos estos incidentes son motivos que aprovechan la Iglesia y otros círculos religiosos para arremeter nuevamente contra el nacionalsocialista.» Estas son las objeciones que presentaba la jefatura nacionalsocialista de Erlangen, pero en la Cancillería del Führer escribía Martin Bormann: «Los comunicados a los familiares, según se me aseguró ayer mismo, no son redactados de un modo muy distinto entre sí. Efectivamente, puede ocurrir que dos familias que vivan muy cerca reciban dos comunicados con el mismo texto. Y no me extraña que los representantes de la Iglesia protesten contra las medidas adoptadas por la Comisión. Pero insisto en que todas las dependencias del Partido deben colaborar eficazmente con la citada Comisión.» En agosto de 1941, el obispo Hilfrich, de Limburg, escribió al Ministerio del Interior del Reich, al Ministerio de Justicia del Reich y al Ministerio de Asuntos Eclesiásticos: «A unos ocho kilómetros de Limburg, en la ciudad de Hadamar, se levanta, en una colina, un sanatorio en el cual, según datos fidedignos, aproximadamente desde el mes de febrero de 1941, se lleva a cabo un programa eutanásico. Varias veces a la semana llegan camiones cargados de pacientes a Hadamar. Incluso los escolares comentan al paso de estos camiones: "Ahí llegan los ataúdes". Al día siguiente de la llegada de estos camiones la población ve elevarse grandes columnas de humo negro de las chimeneas del sanatorio y piensa en los tormentos sufridos por los pacientes que han sido llevados a la muerte. »Los niños gritan por la calles: "Eres un tonto, ya verás cómo tus padres te mandarán al horno de Hadamar". Yo los que no quieren casarse dicen: "Casarse, ¿para qué? Luego tienes hijos y te los matan en el sanatorio". Y los viejos murmuran: "Pronto nos tocará el turno a nosotros, cuando hayan liquidado a todos los débiles mentales". »Los agentes de la policía secreta trataron, por todos los medios disponibles, de evitar estos comentarios de la población de Hadamar, pero esta continuaba firmemente convencida de que algo muy raro y extraño sucedía entre las paredes del sanatorio. Y este convencimiento era más firme a medida que eran más insistentes las amenazas por parte de la policía.» Presidente: «¿Se recibió contestación a esta carta?» Doctor Robert Kempner (fiscal de los Estados Unidos): «No se ha encontrado una contestación. Pero tengo en mi poder otras cartas que llevan la

siguiente anotación: "No contesten".» Presidente: «¿No contesten?» Kempner: «En efecto, estas cartas habían de quedar sin respuesta. Las matanzas en estos institutos fueron continuadas durante años por orden de las leyes secretas promulgadas por los acusados Frick, Himmler y otros». Primero diezmaron los sanatorios, luego ampliaron el sistema a los asilos de ancianos, y, finalmente, a aquellos que estaban incapacitados para el trabajo, incluso a los prisioneros de guerra. «Fueron condenados incluso a esta muerte —informó el obispo Johann Neuhäusler— los mutilados a causa de la guerra.» El arzobispo Konrad von Freiburg propuso el 1.º de agosto de 1940 a la Cancillería del Reich: «Estamos dispuestos a sufragar todos los gastos que ocasionen al Estado los cuidados de los enfermos mentales.» Los obispos católicos en Alemania se dirigieron, el 11 de agosto de 1940, en una petición colectiva a la Cancillería del Reich..., en vano. El obispo Clemens August von Galen acusó, incluso públicamente, de asesinato y dijo, el 3 de agosto de 1941, desde el púlpito de la iglesia Lamberti, en Münster: «¡Hombres y mujeres alemanas! Todavía está en vigor el artículo 211 del Código Penal del Reich, que dice: "Los que matan con premeditación serán condenados a la pena de muerte por asesinato". Se me ha asegurado que en el Ministerio del Interior del Reich y en las oficinas del jefe médico del Reich, doctor Conti, no ocultan que, en efecto, un gran número de enfermos mentales han sido muertos en Alemania y muchos otros serán eliminados en el futuro. El Código penal del Reich dice en su artículo 139: "Aquellos que tengan conocimiento de un crimen y no informen a su debido tiempo a las autoridades, serán castigados". Cuando me enteré de la intención de llevarse a los enfermos de Mariental para ocasionarles la muerte, los denuncié el 28 de julio ante el juez de Münster y el presidente de la policía en Münster, por medio de una carta certificada. No he sido informado de ninguna intervención, en este caso, ni por parte del juzgado, ni de la policía de Münster.» El obispo Bernewasser, de Tréveris, predicó el 14 de septiembre de 1941: «Ningún Estado ni Gobierno tiene el derecho de llevar a la muerte a los llamados "improductivos", es decir, los enfermos mentales y ningún médico está

autorizado a intervenir en estos asesinatos. ¡Pobre Alemania! Recordemos las Santas Escrituras: "No os dejéis engañar. Dios no permite que se burlen de Él. ¡Aquello que siembre el hombre, aquello cosechará!".» El cardenal Faulhaber habló públicamente, el 22 de marzo de 1942, nuevamente desde el púlpito de Munich: «Con profundo horror se ha enterado el pueblo alemán de que, por orden de las autoridades, gran número de enfermos mentales han sido muertos por no "producir para el Reich". Vuestro arzobispo no dejará, en ningún momento, de protestar contra la muerte de esos inocentes.» Pero todo esto se estrellaba contra el muro del silencio con el que se rodeaban todos los responsables. Los médicos, enfermeros y practicantes continuaban inyectando la dosis mortal a los pacientes. Cuando el número de los condenados a muerte fue en aumento, entonces fue sustituida la jeringa hipodérmica, demasiado lenta, por la cámara de gas. En la sentencia contra el médico doctor Hermann Paul Nitsche, del 3 de noviembre de 1947, leemos: «En el sanatorio de Sonnenstein se procedía de la forma siguiente: Los enfermos llegaban al sanatorio en unos autocares con las ventanillas pintadas de verde y eran conducidos para su identificación a una sala de recepciones. A continuación se les llevaba a una sala en donde eran examinados por los médicos doctor Schumann y doctor Schmalenbach. Si el médico se decidía por la cámara de gas, se conducía a los pacientes a otra sala, donde se les obligaba a desnudarse. Los que no podían hacerlo por su cuenta eran denudados por los enfermeros. Se les decía a los enfermos que se les iba a dar un baño. Desde esta última sala eran conducidos a los sótanos, a una habitación contigua a la cámara de gas y al cabo de poco rato a la cámara de gas. Uno de los médicos hacía funcionar el dispositivo y el acto de la ejecución solo duraba escasos minutos. Esta acción era dirigida por el acusado doctor Nitsche. Los acusados Felfe, Gräbler y Rapke hicieron de verdugos en este sanatorio. Gräbler ordenó el transporte de veinticinco a treinta camiones a Sonnenstein y es el culpable de la muerte de quince a dieciséis mil pacientes.» Georg Konrad Morgen, antiguo juez de las SS, fue interrogado en Nuremberg acerca de cómo se debatió este sistema de asesinato en masa y de quién podía ser considerado como el culpable del mismo. Anteriormente se había hablado de la muerte de los judíos en las cámaras de gas de los campos de concentración. Morgen: «Wirth me informó de todo esto».

Abogado Horts Pelckmann (defensor de las SS): «¿Era Wirth miembro de las SS?» Morgen: «No. Wirth era comisario de la policía en Stuttgart». Pelckmann: «¿Le preguntó a Wirth cómo se le ocurrió este sistema tan diabólico?» Morgen: «Cuando Wirth se hizo cargo de la exterminación de los judíos, ya se había convertido en un especialista en los asesinatos en masa y había sido encargado en un principio de eliminar a todos los enfermos mentales. Para lograr esto, y por orden expresa del Führer, formó, al empezar la guerra, un grupo compuesto por cierto número de agentes. Wirth me relató detalladamente cómo había cumplido las órdenes recibidas, indicando, de todos modos, que no había contado, en ningún momento, con órdenes concretas, ni instrucciones de ninguna clase y que todo lo había tenido que idear él. Realizó sus primeros ensayos en un viejo sanatorio en Brandenburg y la experiencia adquirida le había llevado a descubrir aquel sistema que más tarde se había empleado en esta acción contra los enfermos mentales». De modo que, según la declaración, el SS-Sturmbahnführer y comisario criminalista, Christian Wirth era el inventor de aquel sistema diabólico que había causado la muerte de millones de seres en toda Europa. También los trabajadores extranjeros y los prisioneros de guerra eran exterminados por el sistema de Wirth. —Esto se desprende con toda certeza de un documento —dijo el fiscal americano Robert Kempner en Nuremberg—: la sentencia de la Comisión militar para Hadamar, en Wiesbaden. Leo: "Antons Klein, Adolf Wahlmann, Heinrich Ruoeff, Karl Willig, Adolf Merkle, Irmgard Huber y Philipp Blum son acusados de haber participado colectivamente, entre el 1.º de julio de 1944 hasta, aproximadamente, el 1.º de abril de 1945, en Hadamar, con premeditación, en la muerte de por lo menos cuatrocientos ciudadanos rusos y polacos..." Entre las víctimas también se encontraban algunos niños. Klein, Ruoeff y Willig fueron condenados a la horca. El Tribunal de Nuremberg dictaminó: «Hay que mencionar también las medidas adoptadas en el verano del año 1940 en Alemania, según las cuales aquellos "que no rendían", es decir, los enfermos incurables, eran internados en institutos especiales para ser muertos, mientras que sus familiares eran informados de que habían fallecido de muerte natural. Las víctimas no eran solamente ciudadanos alemanes, sino también trabajadores extranjeros que ya no estaban en perfectas condiciones para

cumplir el trabajo que se les tenía asignado y que, por tanto, carecían de todo valor para la maquinaria bélica alemana. Se calcula que fueron asesinadas unas 275.000 personas en estas instituciones que estaban bajo la autoridad del Ministerio del Interior del Reich. No se puede calcular el número de trabajadores extranjeros que fueron eliminados por este sistema.» Con estas frases de la sentencia de Nuremberg aparece bosquejada la tragedia y la amplitud del programa de eutanasia. El asesinato se había convertido en un sistema fríamente calculado.

2. El lugarteniente de Hitler Entre los acusados de Nuremberg, el antiguo lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess era, sin duda, el personaje más misterioso. Le planteó un sinfín de problemas al Tribunal, y la cuestión de su estado mental ocupó extensamente al Tribunal, al Ministerio público y a la defensa. Antes de iniciarse el proceso, el primer defensor de Hess, abogado doctor Günther von Rohrscheidt, ya presentó una petición en la que solicita al Tribunal que sometiera a Hess a un examen médico para dictaminar si estaba en condiciones de participar en las deliberaciones. En efecto, el Tribunal nombró una Comisión de diez médicos para que estos examinaran al acusado. Los tres médicos soviéticos y el especialista francés declararon: «No se ha podido comprobar una desviación física esencial del estado normal. Es una personalidad no compensada. El fracaso de su misión ha hecho que presente síntomas de anormalidad, lo que le ha conducido, en repetidas ocasiones, a desear quitarse voluntariamente la vida». Los especialistas ingleses llegaron a la siguiente conclusión: «En la actualidad no puede ser considerado como un enfermo mental. Su falta de memoria no le impide seguir los debates ante el Tribunal, pero sí le impide dirigir su defensa y comprender ciertos detalles del pasado que podrían desempeñar un importante papel en el momento de la presentación de las pruebas. Lo más probable es que recupere la memoria cuando cambien las circunstancias de su vida». Por consiguiente, los médicos no negaban que el acusado hubiese perdido la memoria. ¿Estaban en lo cierto? Los que tuvieron ocasión de observar a Hess en la cárcel de Nuremberg, apenas podían creer que se tratara de la misma persona que había sido el hombre de confianza de Hitler y uno de los representantes más autorizados del Tercer Reich. Una de las opiniones más autorizadas sobre el comportamiento de Hess la dio el médico alemán doctor Ludwig Plücker, que escribió:

«En el curso de la primera noche ya fui llamado repetidas veces a la celda de Hess, pues este se lamentaba de calambres. Tenía el rostro descompuesto y movía violentamente los brazos tumbado en el camastro. Todo su cuerpo se estremecía por los calambres. Durante un momento de calma lo examiné y no descubrí, en la región del estómago y la vejiga, donde Hess alegaba intensos dolores, ningún síntoma patológico. Además, el cuadro que alegaba Hess no correspondía a ningún cuadro concreto. Estos calambres los sufría el acusado durante los primeros días hasta siete y ocho veces consecutivas, por lo que tuve ocasión de estudiarle a fondo. Solo podían interpretarse como síntomas nerviosos..., y los médicos americanos fueron del mismo parecer. Cuando dejamos de prestarle atención, cedieron los ataques y el acusado se limitaba a descomponer el rostro e inclinarse violentamente hacia delante. »Hess tenía continuamente deseos especiales sobre su alimentación y quedaba muy satisfecho cuando le atendían en estos pequeños detalles. Cuando por ejemplo pedía mantequilla y le servían margarina, alegaba que no podía ingerir aquella margarina tan salada y se dejaba convencer de ceder la margarina que él no quería a su compañero de celda Goering. Este quedó muy defraudado cuando a los pocos días le comuniqué que Hess se había vuelto a aficionar a la margarina. Había descubierto un sistema para endulzar la margarina dejándola durante un rato en agua. Goering sabía perfectamente que este sistema no servía de ningún modo para quitarle la sal a la margarina y se expresó en términos muy duros sobre aquel "extraño individuo". También sé que los demás acusados tenían a Hess por un individuo que no estaba normal y juzgaban del mismo modo que nosotros los médicos sus calambres y sus deseos con respecto a su alimentación. »Un día, Hess me preguntó si añadían medicamentos a los víveres que le servían, tal como habían hecho en Inglaterra. Le contesté que yo, como médico alemán, no lo consentiría y que, además, no había descubierto nada parecido. Los americanos nunca se preocupaban de lo que se cocinaba en la cocina de la cárcel. Hess me dijo: "Mire usted, desde hace unos días ya no sufro calambres y esto me induce a pensar que han añadido a las comidas ciertas dosis de medicamentos que, según mi experiencia homeopática, calman mis dolores". Pero al cabo de dos o tres días me dijo Hess que no estaba muy seguro si realmente habían añadido medicamentos a la comida que le servían, pues ya no experimentaba el alivio de días antes.» Durante todo el proceso, Hess ametralló a su médico con deseos especiales. Plücker ha puesto a disposición de los autores algunas de las notas que Hess le escribía casi cada día: «Las salchichas son excesivamente saladas. ¿No puede proporcionarme otra cosa? ¿Sopa de avena, por ejemplo?» «¿Pueden servirme otra cosa en lugar

del huevo? ¿Mermelada o azúcar?» «Al parecer, hoy han hecho el pan de harina podrida. Mi estómago no lo traga. ¿Pueden mandarme algo diferente?» «Dado que no tomo huevo para la cena, le ruego me manden alguna otra cosa» «El queso es demasiado fuerte para mí. ¿Qué pueden mandarme en lugar del queso?» Y así cada día. A Hess no le preocupaba en absoluto que en aquellos momentos el pueblo alemán, al frente del cual había estado en su calidad de lugarteniente del Führer, pasara un hambre atroz y no pudiera ni soñar en adquirir huevos, azúcar o pan blanco. Se sumía en las ideas más extrañas, trabajaba en el proyecto de una nueva vivienda para él y también en la construcción de una nueva Cancillería. Además, tan pronto fuera puesto en "libertad" pensaba mandar edificar un sanatorio homeopático. Plücker escribe: «Continuamente estudiaba las disposiciones que promulgaría en el momento en que resurgiera el nuevo Tercer Reich, dibujaba los monumentos fúnebres para los que serían ajusticiados después del proceso, y a falta de un auditorio mayor, mandaba circulares a sus compañeros de cautiverio. Durante los últimos días de diciembre de 1945 les instó a que no se dejaran abatir, pues pronto sonaría la hora de la liberación.» Paulatinamente, el comportamiento de Hess fue adquiriendo unas actitudes cada vez más extrañas. El médico alemán informa: «Tomaba sus comidas sentado en el suelo de su celda y cuando le preguntaba por qué se sentaba en el suelo para comer, contestaba: "Así es como estoy más cómodo". Barría la celda sosteniendo la escoba con una mano y la otra la tenía metida en el bolsillo. Siempre andaba de un modo muy peculiar, con las piernas muy separadas.» El prisionero de guerra alemán, Hermann Wittkamp, que trabajaba como peluquero en la cárcel de Nuremberg, tuvo ocasión también de estudiar a fondo al acusado. «En las cuatro paredes de su celda y en la puerta había escrito con grandes letras: "Conservar la calma". Y esta misma frase la había escrito también sobre el tablero de su mesa. No le vi nunca una fotografía de sus familiares, mientras que los demás acusados tenían muchas fotografías sobre sus mesas. Siempre tenía miedo de que le envenenaran. Se servía él mismo de la comida de las calderas. Hess presentaba siempre una expresión fanática. En cierta ocasión le enfrentaron con sus antiguas secretarias. No les prestó la menor atención.

»—Señor Hess —le dijeron—, estas señoritas son sus secretarias. »Se puso de pie, les estrechó la mano y dijo: »—Cuando vuelva a ser un hombre importante, entonces las mandaré llamar. »Hess todavía estaba loco por el Führer y el nacionalsocialismo. Y en este sentido se manifestó en el mismo momento que ingresó en la cárcel de Nuremberg. Levantó el brazo derecho en señal de saludo mientras los oficiales americanos y los demás presentes se echaron a reír.» Todos estos informes aún hacen más real la cuestión sobre el estado mental de Hess. Al noveno día del proceso, Hess provocó un escándalo en la sala. La sesión de la tarde del 30 de noviembre de 1945 había sido dedicada a la discusión de su caso. Todos los acusados permanecían en sus celdas y solo Hess estaba en la sala del Tribunal. Rudolf Hess estaba solo en el largo banquillo de los acusados, iluminado su enigmático rostro por las luces fluorescentes. También estaban vacías las sillas de los abogados, pues únicamente el doctor Rohrscheidt había hecho acto de presencia. Continuaban discutiendo el estado mental del acusado cuando de pronto, Rudolf Hess se levantó de su banco y prestó una declaración que sorprendió a todo el mundo. El doctor Rohrscheidt había solicitado al iniciarse la sesión que su defendido fuera excusado de asistir a las deliberaciones, su estado le impedía participar de un modo activo en las mismas. Después de hacer referencia a los dictámenes de los médicos, el juez Jackson tomó la palabra: —Hess se ha negado en todo momento a someterse a los tratamientos que le han sido prescritos. Se ha negado a que le efectuaran pruebas y análisis de sangre y declaró que no está dispuesto a someterse a ningún tratamiento hasta que haya terminado el proceso. El tratamiento médico que había de aliviar su histerismo se basaba en inyecciones intravenosas de soporíferos. Confieso que no nos hemos atrevido a administrarle estos medicamentos en contra de su voluntad, aun sabiendo que se trataba de drogas sin peligro alguno para el enfermo, pues sabemos que si un mes más tarde un rayo hubiese partido por la mitad a Hess, se nos acusaría de haber provocado su muerte. Considero que nadie puede creer que su falta de memoria le impida tomar parte activa en las deliberaciones cuando de un modo tan obstinado se opone a someterse a tratamiento. La discusión entre el fiscal y el defensor se iba alargando cuando intervino el presidente, sir Geoffrey Lawrence:

—Señor Von Rohrscheidt, este Tribunal desearía saber lo que opina personalmente el acusado Hess sobre este punto. Doctor Rohrscheidt: «En mi calidad de defensor no tengo nada que oponer y se corresponde, creo yo, con el deseo del acusado de que se le oiga en este caso concreto. En este caso, el Tribunal estará en condiciones de decidir por sí mismo cuál es el estado de ánimo que domina al acusado». Presidente: «Que declare si está en condiciones de ser sometido a interrogatorio». Después de estas palabras, Rudolf Hess se levantó muy lentamente de su puesto en el banquillo de los acusados. Hasta aquel momento había permanecido inmóvil, la mirada fija delante de él y observando, con débil sonrisa, la tribuna de la Prensa. Se humedeció los labios y esperó hasta que los soldados americanos hubieron colocado el micrófono ante él. Luego empezó a hablar de un modo muy lento. Muy lentamente, tal como había sido ordenado para que los intérpretes pudieran seguir sus palabras. —Señor presidente, deseo declarar lo siguiente. Cuando ha comenzado la sesión de esta tarde le entregué una nota a mi defensor en la que le decía que podría acortarse esta sesión si me permitieran tomar la palabra. Deseo que quede bien claro lo siguiente. Para evitar que pueda ser declarado incapacitado para tomar parte en las deliberaciones, cuando lo que quiero es continuar participando muy activamente en las deliberaciones y en unión de mis compañeros escuchar la sentencia que dicten contra nosotros, efectúo la siguiente declaración ante este tribunal, a pesar de que tenía previsto hacerlo mucho más adelante. »A partir de este momento vuelvo a estar en pleno uso de toda mi memoria. Los motivos por los cuales alegué haber perdido la memoria son de índole táctica. Lo único exacto es que mi capacidad de concentración ha sufrido algo. Pero esto no me impide de ningún modo tomar parte de las deliberaciones, defenderme, dirigir preguntas a los testigos o contestar a las preguntas que puedan hacerme. Insisto, una vez más, en qué cargo con toda la responsabilidad de lo que he hecho, he firmado por mí mismo o en unión de otros. Esta declaración no altera mi convencimiento de que este Tribunal no tiene jurisdicción para juzgarnos. También delante de mi defensor oficial he simulado haber perdido la memoria. Mi defensor ha procedido en todo momento de buena fe.» Se hizo un silencio de muerte en la sala. Hess se volvió a sentar en un brusco movimiento. Se abrieron unas puertas: los periodistas corrían a los teléfonos para transmitir la noticia a todo el mundo. El juez Lawrence se limitó a

decir: —La sesión se aplaza hasta mañana. Al día siguiente, el presidente dio a conocer, tan pronto fue abierta la sesión, la siguiente decisión del Tribunal: —Este Tribunal ha estudiado a fondo la solicitud presentada por el defensor del acusado Hess y ha escuchado atentamente las palabras y comentarios de la defensa y del ministerio público. Este Tribunal ha prestado igualmente la debida atención a los informes presentados por la Comisión médica que ha examinado al acusado Hess y ha llegado a la conclusión de que ya no es necesario someter al acusado Hess a un nuevo examen. Después de haber prestado el acusado personalmente una declaración antes este Tribunal y en vista de las pruebas e informes que obran en poder del Tribunal, este decide que el acusado Hess está en perfectas condiciones físicas y mentales para asistir y tomar parte activa en las deliberaciones. Por este motivo es rechazada la petición del defensor y continúa el proceso. ¿Quedaba aclarado el enigma Rudolf Hess? De ningún modo. Durante algún tiempo pareció, en efecto, que Hess se percataba perfectamente de lo que sucedía a su alrededor y que seguía con la debida atención las deliberaciones del Tribunal. Pero luego se sumió de nuevo en una actitud indiferente haciendo declaraciones cada vez más absurdas. Con el antiguo ministro del Interior, Wilhelm Frick, fue el único acusado que prefirió no subir al estrado de los testigos. Rehuyó en todo momento el interrogatorio contradictorio, a pesar de que su defensor, el doctor Alfred Seidl, el sucesor del doctor Von Rohrscheidt, declarara: —De acuerdo con su punto de vista de que este Tribunal carece de autoridad y jurisdicción, Hess prefiere renunciar a los interrogatorios. Por consiguiente, renuncio a interrogar al acusado. Después del proceso, mientras cumplía su condena en la cárcel de Spandau, en Berlín, de nuevo Hess sorprendió a la opinión pública con sus declaraciones. En las cartas a su esposa, que hoy dirige una pensión en Hindelang, en Allgaue, declaró estar completamente normal y haber fingido estar loco. Pero en el año 1945, un periodista francés escribió: «Un hombre capaz de simular todo esto no puede estar normal.» Y Winston Churchill, que tenía en su poder todos los informes que hacían referencia a Hess, indicó en el año 1950:

—Era un caso patológico y no criminal, y en este sentido debería ser tratado. Después de haber prestado Hess su declaración, continuó el proceso, y J. M. G. Griffith-Jones, del Ministerio público inglés, se ocupó nuevamente del misterioso vuelo a Inglaterra: ¿Qué pretendía Hess con aquella empresa tan osada? Si pretendía realmente contribuir a que Alemania y la Gran Bretaña hicieran la paz..., no cabe la menor duda de que procedió de un modo muy poco hábil..., o su forma de actuar revela, en todo caso, que el lugarteniente de Hitler no tenía la menor idea de cuál era la situación real y solo era una mente desvariada. Hess tuvo muchas ocasiones de exponer sus proyectos a los funcionarios y los miembros del Gobierno inglés. Poco después de haber aterrizado en Escocia pudo hablar, tal como deseaba, con el duque de Hamilton. Dos días más tarde, el 13 de mayo de 1941, fue visitado por un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores de Londres, el futuro alto comisario en Bonn, Ivonne Kirkpatrick. En presencia de un taquígrafo declaró Hess, de un modo muy vago, lo que le había impulsado a emprender el vuelo. Ante el Tribunal de Nuremberg, Griffith-Jones leyó el resumen de aquella entrevista: —Hess comenzó hablando de la serie de circunstancias que le habían conducido a aquella situación y que en realidad constituían un resumen de la historia de Europa desde el año 1918 hasta que empezó la Segunda Guerra Mundial. Habló de Austria, Checoslovaquia, Polonia y Noruega y dijo que Alemania había tenido razón en todos estos casos y que solo Inglaterra y Francia tenían la culpa de que Alemania hubiera tenido que hacer uso de la fuerza. Hacía responsable a Inglaterra del comienzo de las hostilidades. Indicó a continuación que Alemania había de ganar la guerra y que el bombardeo de Inglaterra no había hecho más que empezar. Dijo también que la proporción de submarinos alemanes era muy elevada y que Alemania contaba en los países ocupados con enormes reservas de materias primas, y que su confianza en Hitler y en la victoria final era inmensa. Luego expuso los motivos que le habían impulsado a emprender el vuelo y señaló que desde hacía mucho tiempo le tenía horrorizado pensar en las consecuencias de la guerra, que había llegado al convencimiento de que Inglaterra no podía ganarla y que, por lo tanto, era preferible que firmara la paz ahora y no cuando fuera ya demasiado tarde para ello. Kirkpatrick escuchó con relativo interés las manifestaciones de su interlocutor. Griffith-Jones continuó leyendo: —Hess trató entonces de sulfurarme alegando que los ambiciosos americanos pretendían apoderarse del Imperio inglés. No cabía la menor duda

de que el Canadá sería anexionado por los Estados Unidos. Después de haber demostrado Hess con estas palabras, a modo de introducción, su habilidad diplomática, habló de su misión. El fiscal inglés siguió leyendo el informe de Kirkpatrick: —La solución que propuso Hess era que Inglaterra concediera plena autoridad a Alemania en Europa, y Alemania no intervendría frente a Inglaterra en el gobierno de su inmenso imperio, con la única condición de que le fueran devueltas a Alemania sus antiguas colonias, pues tenía necesidad de estas para las materias primas. Para saber algo sobre la actitud de Hitler hacia la Unión Soviética, le pregunté si contaba a Rusia como formando parte de Europa o de Asia, y él contestó: Asia. Le repliqué entonces que de acuerdo con lo que él había expuesto, Alemania no podría atacar a Rusia, ya que Alemania solo exigía libertad en Europa. El señor Hess reaccionó vivamente y dijo que Alemania tenía que presentarle ciertas reclamaciones a Rusia que podrían ser satisfechas por medios pacíficos o también en el curso de una guerra. Pero añadió en el acto que carecían de todo fundamento los absurdos rumores que circulaban de que Hitler pretendía atacar a la Unión Soviética en un próximo futuro. Estas anotaciones de Kirkpatrick fueron tomadas dos meses antes de que Hitler lanzara su ataque contra la Unión Soviética. ¿Era Hess un soñador o trató deliberadamente de engañar a los ingleses? —Cuando me disponía a abandonar la habitación —relata Kirkpatrick— lanzó el señor Hess su último cartucho. Declaró que había olvidado indicarme que de ningún modo el actual Gobierno inglés podía negociar con Alemania. Churchill y sus colaboradores no eran personas gratas para llegar a un acuerdo con el Führer. En dos nuevas ocasiones repitió Hess estas proposiciones tan increíbles. El Gobierno inglés decidió volver a investigar el caso y mandó a otro miembro del Gobierno para que se entrevistara con Rudolf Hess. Esta vez recayó la elección en John Simon. El 10 de junio de 1941 se trasladó lord Simon, acompañado por dos caballeros del Foreign Office, entre estos Kirkpatrick y una intérprete y un taquígrafo a visitar al prisionero de guerra Rudolf Hess. El ministro se identificó, pero en los informes secretos su nombre, por motivos de seguridad, figuró como el del «doctor Guthrie». Hoy sabemos, por el resumen taquígrafo, el curso que tuvo aquella entrevista. Este documento lleva la anotación: «Muy secreto». Hess: «Las condiciones en que Alemania estaría dispuesta a negociar con Inglaterra las conozco por habérmelas expuesto el Führer en el curso de numerosas conversaciones que hemos celebrado».

Lord Simon: «Ha llegado el momento de saber cuáles son estas condiciones. ¿Tendría usted la bondad de exponérselas al señor Kirkpatrick?» Kirkpatrick leyó entonces lo que Hess le había dado por escrito. Primero: para evitar guerras en el futuro entre Alemania y la Gran Bretaña habían de ser fijadas unas zonas de influencia. La zona de influencia para Alemania era Europa y para Inglaterra su Imperio mundial. Lord Simon: «Con toda seguridad hace usted referencia la Europa continental, ¿no es cierto?» Hess: «Sí, a la Europa continental». Lord Simon: «¿Se incluyen algunas regiones de Rusia?» Hess: «Como es lógico, nos interesa la Rusia europea. Si firmamos un tratado con Rusia, lo lógico es que Inglaterra no se interfiera en este caso». Lord Simon: «¿Forma parte Italia de esta zona de influencia?» Hess: «¿Italia? Sí, desde luego. Italia es parte de Europa y si firmamos un tratado con Italia, tampoco en este caso debe intervenir Inglaterra». Lord Simon: «Será mejor que continuemos». Kirkpatrick: «Segundo: Devolución de las colonias alemanas. El punto tercero hace referencia a la cuestión de las indemnizaciones. El punto cuarto prevé una paz con Alemania e Italia al mismo tiempo. Una vez más, se plantea la cuestión de las "zonas de influencia"». Lord Simon: «Si la zona de influencia para Alemania es Europa, ¿queda incluida también Grecia?» Hess: «Esta «zona de influencia» afecta en primer lugar a Inglaterra. Es decir, queremos que en el futuro Inglaterra ya no pueda formar coaliciones en Europa contra Alemania, del mismo modo que tampoco nosotros nos interferiremos en los asuntos del Imperio británico.» Lord Simon: «Pero existe una diferencia muy evidente. Los asuntos internos del Imperio británico son la incumbencia de Inglaterra. ¿Acaso las cuestiones internas de los países europeos son de la exclusiva incumbencia de Alemania?» Hess: «No, no es esto lo que nosotros afirmamos, y tampoco es nuestra

intención ocuparnos de las interioridades de estos países.» Al llegar a este punto de la conversación, Hess golpeó con el puño sobre la mesa y gritó: —Si Inglaterra no está dispuesta a negociar con nosotros sobre estas bases, llegará un día en que se verá obligada a hacerlo. El ministro inglés no se inmutó. Se limitó a decir: —Sí. Pero no creo que se trate de un buen argumento frente al Gobierno inglés. Somos un pueblo muy valiente y no nos gustan las amenazas. Hess: «Le ruego a usted no lo tome como una amenaza, sino como una opinión personal mía.» Lord Simon: «Ya entiendo». El ministro se puso de pie. Al llegar a la puerta se volvió una vez más y preguntó: —Devolución de las colonias... ¿También del África occidental alemana? Hess: «Sí, todas las colonias alemanas». Lord Simon: «¿Me permite decirle, pues, al general Smuts que África occidental alemana debe ser devuelta a Alemania?» Al parecer, Hess no comprendió la ironía que entrañaban estas palabras y respondió afirmativamente. Lord Simon: «Está bien». Kirkpatrick: «¿Y las islas japonesas también?» Hess: «Las islas japonesas, no». Kirkpatrick: «De modo que todas las colonias, excepto las japonesas». Después de esta última referencia a las antiguas islas Marshall alemanas, que después de la Primera Guerra habían sido puestas bajo la protección del Japón, terminó esta entrevista. Después de esta conversación, Hess se convirtió en un muerto vivo. Su desconocimiento de la situación, la penosa arrogancia de que hacía gala cuando hablaba con los ingleses y la vaguedad de su modo de

pensar político, hacía que no existiera ya el menor interés en continuar conversaciones con este personaje. Pero la acusación de Nuremberg no veía en Hess a un soñador político. Presentó unas acusaciones muy concretas que revelaron, al mismo tiempo, lo amplias y multifacéticas que eran las actividades del lugarteniente de Hitler en la maquinaria del Estado. «El acusado Hess —leemos en el Escrito de Acusación— se aprovechó de su posición, de su influencia personal y de sus íntimas relaciones con el Führer para estimular la conquista del poder por parte de los nacionalsocialistas, el afianzamiento de su control sobre Alemania y todos los preparativos militares, económicos y psicológicos para la guerra, participó activamente en los preparativos de las guerras de agresión, en crímenes de guerra y contra la humanidad...» El fiscal inglés dedicó casi todo un día para exponer al Tribunal los diversos puntos de la acusación contra Hess. Leyó un artículo de la Nationalzeitung, que el día 27 de abril de 1941, es decir, pocos días antes del vuelo a Inglaterra, escribía sobre Hess: «Su campo de trabajo es tan amplio y múltiple, que es imposible resumirlo con pocas palabras. Son pocos los que saben que muchas de las medidas que adopta nuestro Gobierno sobre todo en el terreno económico militar y del Partido, se basan en la personal iniciativa del lugarteniente del Führer». —Hess —dijo el fiscal inglés— firmó el 20 de diciembre de 1934 una ley que lleva por título «Ley contra los ataques contra el Estado y el Partido». En el artículo 2.º se prevé una serie de castigos contra todos los que hagan comentarios negativos sobre el Gobierno nacionalsocialista o los jefes del Partido. La ley fue firmada por Hess y fue este también quien dictó las disposiciones complementarias. Miles de alemanes fueron a parar, por culpa de esta ley, a las cárceles y campos de concentración. —Hess firmó el 9 de junio de 1924 una disposición —continuó GriffithJones— que señalaba el SD del Reichsführer-SS como único organismo de la policía secreta del Estado. El 14 de diciembre de 1938 promulgó otra ley que decía que el SD había de ser organizado por las SS. —Señor presidente —dijo el fiscal, volviéndose hacia la presidencia del Tribunal—, hemos presentado muchas pruebas de la lucha contra la Iglesia. Hess participó personal y activamente en esta lucha. Voy a hacer referencia ahora a su participación en la exterminación de los judíos. Fue Hess quien firmó

la Ley para la Protección de la Sangre y del Honor, es decir, una de las Leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935. El 14 de noviembre de 1935 fue Hess quien promulgó una disposición en la cual se les negaba a los judíos el derecho de voto y el derecho de ocupar cargos públicos. Otra disposición del 20 de mayo de 1938 amplió y extendió estas Leyes de Nuremberg a Austria y esta disposición fue firmada también por el acusado Hess. Estos son solamente unos pocos ejemplos de las disposiciones firmadas por este hombre. »Voy a hacer referencia ahora al papel desempeñado por el acusado en los preparativos para las guerras de agresión. En el año 1932 ya intervino en el rearme y la reorganización de la Luftwaffe. Durante todos estos años, le vemos estrechamente relacionado con todos los problemas que afectan al rearme de la Wehrmacht alemana. El 16 de marzo de 1935, Hess fue el que firmó las disposiciones para la implantación del servicio militar obligatorio. El 11 de octubre de 1936 hizo suya la consigna de Goering: "Cañones en lugar de mantequilla", y dijo: "Estamos dispuestos también en el futuro, si es necesario, a consumir un poco menos de mantequilla, un poco menos de grasa de cerdo, unos pocos huevos menos, pues sabemos que estos pequeños sacrificios representan mucho para nosotros en el altar de la libertad de nuestro pueblo. Sabemos que las divisas que ahorrarnos servirán para incrementar nuestro armamento. Y hoy más que nunca decimos: "Cañones en lugar de mantequilla".» Hess participó desde un principio en la ocupación de Austria. La mañana en que las tropas alemanas invadieron Austria, fueron Hess y Himmler los primeros de los jefes del Gobierno alemán que hicieron acto de presencia en Viena. Fue Hess quien al día siguiente firmó el decreto por medio del cual Austria quedaba anexionada al Reich. En el aniversario de la muerte del Canciller federal Dollfuss se celebró una infamante ceremonia durante la cual constituyó el punto culminante el discurso que pronunció Hess. Griffith-Jones presentó unos documentos que hacían referencia a la activa participación de Hess en los preparativos para la destrucción de Checoslovaquia. También señaló que Hess estaba complicado en todo lo que hacía referencia a Polonia, y añadió: —Después de la conquista de Polonia fue nuevamente Hess quien firmó las disposiciones que anexionaban Danzig al Reich. También vemos su firma en una disposición que habla de la anexión de ciertas regiones polacas al Reich y otra sobre la administración de las regiones polacas en la que se dice que pronto serán promulgadas nuevas disposiciones sobre la administración en estas regiones de importancia vital para el Reich. »Voy a presentar un ejemplo de su intervención personal en crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Es una orden que Hess promulgó en

nombre de la Cancillería del Partido y que ordenaba al Partido que prestara el máximo apoyo para el reclutamiento de hombres para las Waffen-SS. Uno de los párrafos dice lo siguiente: "Las unidades de las Waffen-SS, formadas por elementos nacionalsocialistas, que han sido debidamente instruidos para los problemas que hemos de resolver en el Este, han de ser destinadas a los puntos donde estos problemas sean más críticos". Por consiguiente, todos los crímenes perpetrados en las regiones ocupadas del Este por los miembros de las WaffenSS tienen su origen en esta ley.» Pero Griffith-Jones aún no había terminado. Uno de sus documentos más importantes es un escrito que el secretario de Estado Franz Schlegelberger, del Ministerio de Justicia del Reich, envió el 17 de abril de 1941 al jefe de Cancillería del Reich, Hans Heinrich Lammers. En esta carta, Schlegelberger hace referencia a las proposiciones presentadas por Rudolf Hess sobre el trato que ha de darse a los polacos y judíos en las regiones ocupadas del Este. El fiscal inglés citó uno de los párrafos del documento: «Parto del principio —escribió Schlegelberger a Lammers— que la situación especial creada en las regiones ocupadas del Este entrañan también unas medidas especiales contra los polacos y judíos. Ya desde un principio se pensó aumentar las unidades destinadas a estos fines, tan pronto lo exigieran las circunstancias. Después de haber recibido instrucciones por parte del lugarteniente del Führer, de que el momento ha llegado, he elaborado un proyecto de ley sobre el trato de que deben de ser objeto los polacos y judíos ateniéndome en todo momento a las instrucciones recibidas del lugarteniente del Führer. »Número 1, Artículo 3.º, contiene un resumen general de la situación y termina diciendo que toda actividad por parte de un polaco o judío, en las regiones ocupadas del Este, dirigida evidentemente contra Alemania ha de ser objeto de un severo castigo. "En pleno acuerdo con el punto de vista del lugarteniente del Führer propongo se impongan a los delincuentes polacos y judíos los castigos más severos". »De pronto, se siente dominado Schlegelberger por el orgullo germánico, y añade... y con ello carga una nueva culpa sobre Hess: »No hago mención en este proyecto de ley de la sugerencia del lugarteniente del Führer de que los presos sean apaleados. No estoy conforme con esta forma de castigo, ya que no está en consonancia con el grado de cultura del pueblo alemán.» —Señoría, el objeto de estos documentos es demostrar que el lugarteniente del Führer estaba perfectamente al corriente de lo que ocurría en

las regiones ocupadas del Este y que incluso propuso unos castigos mucho más severos —dijo Griffith-Jones, cuando terminó la exposición de los hechos. Rudolf Hess, el que se creía inofensivo lugarteniente del Führer, "la conciencia del Partido nacionalsocialista", como le llamaban en los círculos íntimos..., el acusado Rudolf Hess fue, por consiguiente, quien sugirió aquellas severas medidas de castigo antes de que estos fueran llevados a la práctica por Himmler y sus secuaces. La táctica de pérdida de memoria no le sirvió de nada a Hess. Las pruebas presentadas por la acusación y los testimonios de los testigos fueron paulatinamente revelando la verdadera personalidad de Rudolf Hess y toda la culpa que le incumbía a él de lo sucedido. El Tribunal le absolvió de los cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Pero en el fallo en que se le condenaba a cadena perpetua se dijo que Hess, en su posición de «lugarteniente del Führer», era el hombre más importante en la maquinaria del Partido y apoyó activamente los preparativos de guerra. El funcionario que finalmente sustituyó a Hess fue Martin Bormann. Fue el único acusado en Nuremberg, contra el cual fue dictada sentencia sin estar presente. Bormann ingresó en 1925 en el Partido nacionalsocialista y fue escalando sitios hasta llegar a jefe de sección en la oficina de Hess. Cuando este emprendió el vuelo a Inglaterra llegó la tan esperada ocasión para Bormann. Fue nombrado jefe de la Cancillería del Partido y jefe del Estado Mayor del lugarteniente del Führer. En el año 1943, Bormann se convirtió en el secretario de Hitler y durante los últimos años de la guerra fue el que gozó de la mayor confianza por parte de Hitler, hasta el extremo que llegaban hasta Hitler solo aquellas personas que quería Bormann. Hess y Bormann, debido al curioso engranaje del Partido nacionalsocialista, se vieron complicados conjuntamente en algunos puntos. El fiscal Griffith-Jones dijo: —Recordarán ustedes que Bormann, hasta el momento en que Hess emprendió el vuelo a Inglaterra, era lugarteniente de este último, y que, por consiguiente, las disposiciones firmadas por Bormann como lugarteniente del acusado, hacen igualmente responsable a Hess. En efecto, las disposiciones firmadas por Bormann lo eran «en nombre del lugarteniente del Führer», principalmente aquellas disposiciones que fueron leídas ante el Tribunal y que hacen referencia a la anulación a los judíos del derecho de poseer vivienda propia, de viajar y disfrutar de otras necesidades de la vida cotidiana. El fiscal americano, Thomas F. Lambert, que presentó la acusación contra Bormann, declaró:

—El resultado fue que se les negó a los judíos el uso de los coches-cama y el poderse alojar en ciertos hoteles en Berlín, Munich, Nuremberg, Augsburg y otras ciudades alemanas. Se les prohibió, además, visitar los balnearios, plazas y jardines públicos, etc. A continuación, Lambert nuevamente a Bormann y Hess:

presentó

un

documento

que

acusaba

—Presento como prueba el documento 062-PS. Es una disposición del acusado Hess, del 13 de marzo de 1940, dirigida a los Reichsleiter, Gauleiter y altos funcionarios del Partido y organizaciones anexas. En esta disposición figuran instrucciones para que todos los funcionarios del Partido instruyan debidamente y en todo momento a la población alemana en el sentido de que fueran apresados todos los aviadores enemigos que hubiesen tenido que efectuar un aterrizaje forzoso, y en caso necesario, liquidarlos. Hess dice en el tercer párrafo de esta disposición que estas instrucciones han de ser dadas solo oralmente. Eran las órdenes para el linchamiento de todos los aviadores enemigos: «Todos los aviadores enemigos que se lancen en paracaídas deben ser apresados o liquidados». Creo que esta disposición no merece un comentario más a fondo. —Esta disposición no incluye nada que esté en contra de las leyes y costumbres de la guerra —objetó el defensor doctor Alfred Seidl—. No puede caber la menor duda de que se dice que en primer lugar debe intentarse apresar a los aviadores enemigos que ha sufrido un aterrizaje forzoso o se han lanzado en paracaídas, o, en el caso de que ofrezcan resistencia a ser detenidos, en este caso únicamente debe hacerse uso de la fuerza y liquidarlos, es decir, impedir que puedan hacer uso de las armas. Esta objeción tuvo éxito en el caso de Hess. Bormann, sin embargo, fue hecho responsable del linchamiento de los aviadores extranjeros apresados. Su culpabilidad quedaba certificada por una disposición del 30 de mayo de 1944 dirigida a los altos funcionarios del Partido en la que prohibía la intervención de la policía contra aquellas personas que habían participado en el linchamiento de un aviador enemigo. Ya el 5 de noviembre de 1941 prohibió que los prisioneros de guerra soviéticos fueran enterrados de un modo digno. Dos años más tarde, ordenó a los Gauleiter que le comunicaran todos aquellos casos en que los prisioneros de guerra rusos hubiesen sido objeto de buenos tratos. El punto culminante lo representó en esta política contra los prisioneros de guerra indefensos, la orden del día 30 de septiembre de 1944, que se convirtió en la condena de muerte contra miles y miles de personas. Bormann anuló el derecho de la Wehrmacht de juzgar a los prisioneros de guerra. De eso habían de cuidar Himmler y sus SS.

—Alguien había de transmitir las órdenes —defendió el abogado doctor Friedrich Bergold a su ausente mandatario—. Se trata solamente de un trabajo burocrático que podía ser realizado por un oscuro funcionario o por un brillante Reichsleiter. Pero que Bormann no era un oscuro funcionario sino el auténtico gerente de Hitler, queda plenamente demostrado por el siguiente hecho. Bormann ejercía el control sobre todas las leyes e instrucciones dictadas por Hitler. Y este aparato, sobre el que Bormann ejercía un control tan firme, funcionó hasta los últimos días de la guerra. Es característico que precisamente Bormann fuera nombrado jefe del Volksturm, aquel último y desesperado intento para alargar la vida de los altos funcionarios del Estado. —Bormann escribió en una carta dirigida al Ministerio para las regiones ocupadas del Este: «Los eslavos han de trabajar para nosotros. Cuando no los necesitemos, pueden morirse. Por consiguiente, no hay necesidad de vacunarles ni tampoco que sean atendidos según las leyes sanitarias alemanas. No queremos prole eslava. Que usen preservativos o que provoquen abortos, cuantos más, mejor. La educación es peligrosa. A lo sumo, una educación profesional que pueda ser de utilidad para nosotros. Que se dediquen a la religión como distracción. Como alimentación, solo lo necesario para no morir. Nosotros somos los dueños, y hemos de cuidarnos». Ya hemos hecho referencia anteriormente a la actitud negativa de Bormann frente a la Iglesia y a los judíos. El Tribunal condenó la actitud de Bormann con una frase lapidaria: —Dedicó la mayor parte de su tiempo a la persecución de la Iglesia y de los judíos en Alemania. El fiscal Lambert presentó, basándose en una disposición firmada por Bormann el 9 de octubre de 1942, los puntos principales de la acusación. —Bormann hace referencia a la lucha milenaria contra los judíos y divide el programa del Partido en dos puntos: Primero, expulsión de los judíos de todas las actividades públicas en Alemania. Añade que cuando Alemania empezó la guerra, no se tuvo suficientemente en cuenta esta necesidad. Alemania hubiese debido instalar, desde un principio, campos de concentración en el Este. Bormann escribe textualmente: "Es necesario, en interés de nuestra nación, que estas medidas sean llevadas a la práctica sin consideraciones de ninguna clase". Esta dureza del burócrata Bormann la experimentaron en su propio cuerpo muy amargamente los judíos y cristianos, los prisioneros de guerra y los alemanes. El fiscal Lambert definió la culpabilidad de Bormann en palabras un

tanto patéticas: —Señores del Tribunal, todos los niños saben que Hitler fue un hombre malo. Pero este Ministerio público quiere hacer resaltar que Hitler, sin la ayuda de unos colaboradores como Bormann, nunca hubiese podido mantener el poder absoluto en sus manos y hubiese estado entonces muy solitario por el desierto. Bormann fue un malvado arcángel al lado de este diablo llamado Hitler. Todos los hombres que rodearon a Hitler no fueron tan fanáticos y tan sin escrúpulos de ninguna clase como el burócrata Bormann. En el banquillo de los acusados de Nuremberg se sentaban dos hombres que durante muchos años se sintieron muy ligados a los altos jefes del Partido nacionalsocialista, pero que ahora gustosamente hubiesen renunciado a esta compañía. El primero era Franz von Papen y el segundo Hjalmar Schacht, y los dos fueron absueltos. Papen, que desde hace años ha sido llamado por la historia «el mozo que ayudó a Hitler a subir al caballo», hizo, desde el año 1933, una carrera política de signo negativo. El antiguo Canciller y Vicecanciller del Reich fue embajador en Viena en el año 1934 y embajador en Ankara en 1939. Fue llamado por Hitler y acudió presuroso. Calló al ver los crímenes que se sucedían a su alrededor. Y calló también en aquellos casos que estaban contra sus íntimos convencimientos, como, por ejemplo, en la lucha que los nacionalsocialistas organizaron contra la Iglesia. El fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe sometió a contrainterrogatorio a Von Papen y comentó un caso concreto que revelaba claramente la participación de Papen en los planes de Hitler. Sir David: «¿Recuerda usted que cuando llegó a Austria presentó a Hitler al cardenal Innitzer?» Papen: «Sí». Sir David: «Solo deseo que recuerde usted lo que le sucedió luego al cardenal Innitzer. Tengo aquí la declaración jurada de un clérigo, el doctor Weinbacher, secretario del arzobispo: "El 8 de octubre de 1938 tuvo lugar un grave asalto de elementos juveniles contra el palacio del arzobispo de Viena. Fui testigo del asalto". Describe a continuación cómo rompieron las ventas y las puertas. Los sacerdotes se llevaron al arzobispo a una pequeña habitación y lo mantuvieron oculto allí: "Poco después de haber llegado a la capilla, los manifestantes entraron en las habitaciones del arzobispo. Lanzaron maderos dentro de la capilla y uno de estos me tiró a tierra. Los manifestantes eran un centenar de jóvenes de catorce a veinticinco años de edad. Se dedicaron a destruir todo lo que encontraban a su paso. Con sus barras de hierro rompían las sillas, las mesas, los candelabros, los cuadros y, sobre todo, las cruces, todas las cruces.

»Cuando llegaron a la capilla se originó un gran tumulto al descubrir allí al arzobispo. Lo apresaron, lo llevaron hasta una de las ventanas y gritaron: "A este cerdo lo arrojaremos por la ventana". »Llegó la policía. Primero un teniente de la policía que se disculpó, luego un agente de la Gestapo, que expresó su pesar por que los policías no desearan intervenir en aquel caso. Mientras, los manifestantes habían asaltado igualmente la casa del preboste en la Stefansplatz, 3, y habían arrojado por la ventana al preboste Krwarik, que tuvo que ser trasladado al hospital con doble fractura en la cadera. Que no se trató, de ningún modo, de una manifestación espontánea, queda perfectamente demostrado por el discurso que pronunció el Gauleiter Bürckel el 13 de octubre, en el que presentó como culpable de todo lo sucedido al arzobispo. »Bien, señor von Papen. Había contraído usted una grave responsabilidad frente al cardenal Innitzer, ¿no es cierto? Le había presentado usted a Hitler. ¿Se enteró usted de este asalto? Papen: «Sí, sí, pero mucho más tarde, más tarde». Sir David: «¿Y cuál fue la protesta que presentó usted cuando se enteró de este indigno ataque?» Papen: «Deseo hacerle recordar, sir David, que desde hacía un año había abandonado el servicio, que ya no tenía nada que ver personalmente con lo que sucedía en Alemania, y que, en efecto, los detalles de este incidente son muy lamentables. Pero la Prensa alemana no publicó estos detalles». Presidente: «Señor acusado, no ha contestado usted a la pregunta que le han dirigido. Le han preguntado a usted qué protesta presentó». Papen: «No presenté ninguna protesta, pues entonces ya no ocupaba ningún cargo oficial. Yo era un ciudadano como cualquier otro y no estaba al corriente de lo que ocurría y había de atenerme única y exclusivamente a lo que publicaban los periódicos alemanes». Sir David: «Usted, acusado, nos ha dicho que era uno de los dirigentes del catolicismo en Alemania. No nos hará creer que todos los obispos, por no decir ya todos los sacerdotes católicos en Alemania habían sido informados del indigno trato de que había sido objeto el cardenal Innitzer». Papen: «Cabe en lo posible. Pero ¿podía exigir de mí, un ciudadano como cualquier otro, que emprendiera una acción de protesta oficial?»

Sir David: «Pues, sinceramente, considero que hubiese usted debido tomarse la molestia de protestar personalmente ante Hitler. Hubiera podido usted escribirle a Hitler. Pero usted se limitó seis meses más tarde, es decir, en el mes de abril de 1939, a ocupar un nuevo cargo a las órdenes de Hitler». El Tribunal recalcó en su sentencia que Papen había desempeñado un papel muy activo en la anexión de Austria: «Para la realización de este plan, urdió intrigas y usó amenazas.» Del mismo modo que Von Papen ayudó a Hitler a conquistar el poder, Hjalmar Schacht ayudó a Hitler a ofrecerle todas las posibilidades económicas para que efectivamente pudiera llevar sus planes a la práctica. Schacht puso a disposición del Führer su talento financiero y sus conocimientos de la economía, a pesar de haber sido uno de los primeros en reconocer las intenciones criminales que animaban al Tercer Reich. Este reproche le fue dirigido a Schacht por el fiscal americano Jackson cuando le sometió a interrogatorio contradictorio: Jackson: «¡Doctor Schacht! En el sumario consta que usted le dijo a cierta dama durante una cena en su casa: "Señora, hemos caído en manos de criminales. ¿Cómo hubiese podido sospechar yo una cosa así?". ¿Recuerda estas palabras?» Schacht: «Han sido leídas por uno de los abogados durante este proceso. Sí, son ciertas». Jackson: «Estoy seguro de que quiere ayudar usted a este Tribunal y dirá quiénes eran esos criminales a los que se refería». Schacht: «Hitler y sus colaboradores». Jackson: «Pues también usted colaboró con Hitler. ¿Sabe quiénes eran esos colaboradores? Quiero que me nombre usted a todos los colaboradores que englobaba entre esos criminales. Hitler ha muerto, según usted ya sabe». Schacht: «Señor Jackson, es muy difícil para mí contestar a esta pregunta, pues no sé quiénes formaban parte del círculo íntimo de los colaboradores de Hitler. Hemos oído del acusado Goering que él mismo se consideraba entre estos últimos colaboradores. Yo también incluiría a Himmler y a Bormann, pero no sé a quién más». Schacht ocupó altos cargos en la Economía del Tercer Reich a los que Jackson hizo especial referencia. Fue presidente del Reichsbank, ministro de

Economía y plenipotenciario para la economía de guerra. Fue destituido de su cargo de presidente del Reichsbank en el año 1939 y fue ministro sin cartera hasta el año 1943. Jackson: «Y en el año 1936 crearon ustedes el Plan Quinquenal, ¿no es cierto?» Schacht: «Sí». Jackson: «¿Vio usted con disgusto que nombraron a Goering para este cargo?» Schacht: «No le consideraba indicado para el cargo. Además, con esto se iniciaba una política que iba dirigida claramente contra mi persona. Sabía que se lanzaban a un rearme sin limitaciones de ninguna clase, en tanto que yo había abogado siempre por un rearme moderado». Jackson: «Esto es precisamente a lo que me refería. La diferencia entre usted y Goering era solamente una cuestión de hasta dónde podía llegar Alemania en su rearme, ¿no es cierto?» Schacht negó vivamente esta acusación y el Tribunal dio en esta ocasión la razón a Schacht y no al fiscal. Presentó a Schacht como uno de los principales personajes del rearme alemán, pero con el atenuante de que su forma de proceder no había sido en ningún momento de índole criminal. Durante la guerra se hicieron cada vez más patentes las diferencias que existían entre Schacht y el organismo estatal. Cabe en lo posible que, como alegó él mismo, ofreciera cierta resistencia. Pero nunca se llegó a un rompimiento declarado. Terminaba siempre sus discursos con un triple «Heil, Hitler». Schacht se excusó en Nuremberg diciendo que había usado esta fórmula para no descubrirse. Su vida estaba amenazada. Pero en este caso intervino decidido el fiscal. Jackson: «Le pregunto a usted si durante el interrogatorio previo le dirigieron a usted las siguientes preguntas y si usted contestó a las mismas». Pregunta: «Supongamos que es usted el jefe del Estado Mayor y que Hitler toma la decisión de atacar Austria, ¿afirmaría usted que está en su derecho presentar la dimisión?» Respuesta: «Le hubiese dicho: destitúyame usted». Pregunta: «¿Hubiera dicho usted esto?»

Respuesta: «Sí». Pregunta: «De modo que usted opina que un funcionario podía presentar su dimisión en el momento en que creía que su modo de pensar era contrario al de sus jefes». Respuesta: «Sí». Pregunta: «En otras palabras, ¿es usted de la opinión que los miembros del Estado Mayor de la Wehrmacht, que son responsables de la ejecución de los planes de Hitler, son tan responsables como el propio Hitler?» Respuesta: «Esta pregunta, señor, es muy difícil de contestar, pero creo que sí». Jackson: «¿Dio usted estas respuestas?» Schacht: «Sí, pero si el Tribunal me lo permite deseo hacer una aclaración. Si Hitler me hubiese confiado alguna vez una misión inmoral, me hubiese negado a ejecutarla. Y esto es lo que he dicho de los generales y me atengo a lo dicho por mí». Schacht no quería o no lograba comprender que la inmoralidad no comenzaba en el momento en que le confiaban una misión, sino en el mismo momento en que se decidía a colaborar con aquellos a los que él consideraba unos elementos criminales. Su sucesor, como presidente del Reichsbank y ministro de Economía, Walther Funk, dijo en un discurso pronunciado el 17 de noviembre de 1938..., y el Tribunal llamó al estrado de los testigos a un nuevo acusado: «El Estado y la Economía constituyen una unidad. Han de ser dirigidos según los mismos principios. La mejor demostración es la evolución del problema judío en Alemania durante estos últimos tiempos. No se puede eliminar a los judíos de la vida del Estado y, en cambio, permitirles que continúen viviendo y trabajando en la economía». Y Funk se aferró a esta tesis. Hasta qué extremo le arrastró este modo de pensar hacia unos acontecimientos que hemos de calificar de criminales, se desprende del interrogatorio durante el sumario previo el 22 de octubre de 1945. Pregunta: «¿Fueron promulgadas por usted las disposiciones que excluían a los judíos de la industria?» Respuesta: «Sí, es de mi responsabilidad. Más tarde lamenté vivamente

haber dado este paso. El Partido ya ejerció desde un principio una gran presión sobre mi persona para que diera mi consentimiento a la expropiación de todos los bienes judíos y yo me opuse repetidamente a este intento. Más tarde, cuando las medidas contra los judíos y los actos de violencia aumentaron en intensidad, fue necesario promulgar unas leyes para impedir que fueran saqueados y expropiados los bienes de todos los judíos». Pregunta: «¿Sabía usted que esos saqueos se hacían por orden del Partido?» El acusado Funk se puso a llorar y respondió: —Ya hubiese debido presentar mi dimisión en el año 1938. Por eso soy responsable y confieso que estoy aquí como culpable. Las relaciones criminales entre el Estado y la Economía se revelaron con toda claridad en el llamado caso del oro del Reichsbank. El fiscal Thomas J. Dodd confrontó en un contrainterrogatorio al acusado Funk con una declaración que acusaba gravemente al antiguo presidente del Reichsbank. Esta declaración había sido firmada por el antiguo vicepresidente del Reichsbank, Emil Puhl, y era mucho más penosa, pues Puhl había sido llamado como testigo de la defensa por Funk. Los puntos más importantes de esta declaración jurada decían: «En el verano del año 1942 celebró el presidente del Reichsbank y ministro de Economía del Reich, Walther Funk, una entrevista conmigo y posteriormente con el señor Friedrich Wilhelm, miembro de la dirección del Reichsbank. Funk me dijo que había concertado un acuerdo con el Reichsführer Himmler para poner todo el oro y las joyas de las SS bajo custodia del Reichsbank. Funk dio orden de que conjuntamente con Pohl, yo tomara las medidas oportunas. Pohl era el jefe de la sección económica de las SS y jefe de la administración de los campos de concentración. Le pregunté a Funk por el origen del oro, las joyas y el dinero que habían de suministrarnos las SS. Funk respondió que se trataba de bienes expropiados en las regiones ocupadas del Este y que no le hiciera más preguntas sobre este caso. »Entre los objetos que fueron depositados por las SS había joyas, relojes, brillantes y objetos de alto valor de toda clase en grandes cantidades, que las SS habían arrebatado a los judíos y a las víctimas internadas en los campos de concentración. Tuvimos conocimiento de esto, pues lo agentes de las SS trataron de cambiar estos objetos por dinero y para ello solicitaron la autorización de Funk. De vez en cuando controlaba las cajas fuertes en sus cajas. También Funk ejercía personalmente este control. »Siguiendo estas instrucciones de Funk, el Golddiskontobank abrió una

cuenta que finalmente llegó hasta diez o doce millones de marcos y que fue puesta a disposición de las SS». El SS-Obergruppenführer Oswald Pohl, mencionado en la declaración, confirmó posteriormente las declaraciones de Puhl. Pero Funk negó haber estado informado de todos estos detalles. En la sentencia se dijo: «Este Tribunal tiene la opinión de que Funk sabía qué clase de objetos eran depositados en el Banco, o cerraba expresmente los ojos para no tener conocimiento de ello.» A pesar de que Funk ocupó altos cargos, nunca fue un personaje dominante en los diversos asuntos en los que intervino personalmente. Este punto de vista le salvó la vida a Funk. Walther Funk fue un pequeño y oscuro personaje en comparación con aquellos hombres de las SS que se dedicaron al asesinato en masa. Al hablar de Funk, hemos de hacerlo también de la sección económica de las SS. El jefe de esta oficina era Oswald Pohl, que fue interrogado en el estrado de los testigos: —Las relaciones de mi oficina con el Reichsbank, a consecuencia de las prendas de vestir que procedían de las personas que morían en los campos de concentración, fueron iniciadas en el año 1941 ó 1942. En aquellas fechas recibí del Reichsführer-SS y de la policía alemana, Heinrich Himmler, que era mi jefe directo, la orden de ponerme en contacto con el ministro de Economía del Reich, Walther Funk, para que este concediera un cupo mayor para la fabricación de uniformes para las SS. Himmler me dijo que habíamos de merecer un trato de preferencia por parte de Funk. El Ministro de Economía recibía muchas prendas de vestir procedentes de los campos de concentración. Estas prendas habían sido recogidas en el campo de Auschwitz y otros campos de concentración. En el asunto secreto Aktion Reinhard encontramos un uniforme que presenta el SS-Gruppenführer Globocnik a Himmler. Esta acción iba dirigida contra la población judía en Polonia y comprendía el reclutamiento de las fuerzas capacitadas para el trabajo y expropiación de bienes ocultos. Globocnik resumía el éxito de la operación en las siguientes palabras: «El valor de los bienes expropiados asciende, aproximadamente, a 180.000.000 de marcos. Hemos calculado el valor mínimo, de modo que es muy posible que el valor real sea el doble del indicado. Han sido suministrados a la industria alemana 1.900 vagones de prendas de vestir.» Funk aceptó agradecido la condena de «cadena perpetua». Lo más seguro es que temiera una condena a muerte.

Otro de los acusados reunió en sus manos un número tan elevado de cargos, que en este sentido solamente era superado por Himmler: Wilhelm Frick. En su sentencia de muerte presentó el Tribunal un resumen de los innumerables cargos que ostentó el acusado en el Tercer Reich: «Fue ministro del Interior del Reich en el primer gabinete de Hitler, cargo que conservó hasta agosto de 1943, cuando fue nombrado protector de Bohemia y Moravia. Fue ministro prusiano del Interior, director general del Reich para las elecciones, plenipotenciario del Reich para la Administración del Reich y miembro del Consejo de Defensa del Reich, miembro del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich y miembro también del Consejo del Pacto de las Tres Potencias. Finalmente fue director general de la administración de los países ocupados.» Frick fue el hombre que después de la conquista del poder englobó a los países ocupados dentro de la administración del Reich. Es una ironía en la historia del proceso que los hombres que atacaron y defendieron a Frick ante el Tribunal hubiesen trabajado en el Ministerio del Interior, y cuando Frick fue nombrado ministro tuvieron que dimitir entonces sus cargos o fueron destituidos poco después. El hombre que le acusaba era el fiscal americano Robert Kempner y el hombre que le defendía el testigo Hans-Bernd Gisevius. En primer lugar, el fiscal Kempner informó al Tribunal del número casi infinito de leyes por medio de las cuales Frick colocó al pueblo alemán bajo el control del Partido y de su aparato. Citó párrafos de un libro del secretario de Estado de Frick, Hans Pfundtner: «Mientras en Prusia el marxismo era aniquilado por la mano fuerte del presidente del Consejo de Ministros prusiano, Hermann Goering, y una gigantesca ola de propaganda precedía a las elecciones para el Reichstag del 5 de marzo de 1933, el doctor Frick preparaba la conquista del poder en los restantes países de Alemania. De la noche a la mañana hizo desaparecer todos los contrastes políticos. En el Reich alemán existió, desde aquel momento, una sola voluntad y un solo jefe.» Kempner recordó al Tribunal aquella ley fatal que fue firmada por Hitler y Frick y que le concedía a Himmler una pseudolegalidad, y con ella, manos libres. Lleva la fecha del 17 de junio de 1936: «Para la unificación de las actividades de la policía del Reich será nombrado un jefe de la policía alemana en el Ministerio de Interior del Reich, a quien corresponderá al mismo tiempo el estudio y la ejecución de todas las medidas policíacas en el país». Este jefe de la policía quedaba a las órdenes específicas del «ministro del Interior del Reich y de Prusia», y con ello, Frick se convertían en el jefe de Himmler, pues teóricamente estaba al frente de toda la policía. En realidad, su control era

mínimo, aunque su nombre quedará eternamente ligado a los crímenes cometidos por las organizaciones de las SS. El testigo Gisevius informó que durante el primer año de estar en el poder, la Gestapo ejerció un auténtico régimen de terror. También informó de los desesperados intentos de Frick de poner obstáculos a las ansias de poder de Himmler. ¿Es cierto que durante aquellos años Frick se vio impotente para actuar contra Himmler y Heydrich? Gisevius contestó a la pregunta que sobre esto le fue dirigida por el defensor de Frick, doctor Otto Pannenbecker: —Al contestar a esta pregunta hemos de tener presente que solamente Schacht fue internado en un campo de concentración. Pero para hacer honor a la verdad, he de recordar también que más de una vez nos preguntamos hasta qué punto un ministro del Reich podía acabar en un campo de concentración. Por lo que hace referencia a Frick, ya en el año 1934 me confió que el gobernador de Baviera le había informado muy confidencialmente de que habían previsto su asesinato durante su estancia en Baviera y me preguntó si yo podía averiguar algo más concreto sobre este intento de asesinato. Por este motivo, me trasladé en compañía de mi amigo Nebe a Baviera, donde realicé averiguaciones en secreto que me permitieron llegar a la conclusión y que, en efecto, estos planes habían sido debatidos. Pero, como todo el mundo sabe, Frick sobrevivió a todos los peligros. No, Frick nunca corrió el peligro de ir a parar a un campo de concentración. Al contrario, él, que desde un principio estuvo al corriente de los crímenes que se cometían en esos campos, firmó las disposiciones que entregaban los presos a la Gestapo, es decir, a una muerte segura. En Nuremberg prefirió Frick, lo mismo que Hess, no subir al estrado de los testigos. Debido a esto, el fiscal Jackson tuvo que limitarse a interrogar al principal testigo de la defensa cuando insistió sobre las relaciones que habían existido entre Frick y Himmler: Jackson: «Himmler y Heydrich fueron nombrados jefes de unas oficinas que, según la ley, quedaban subordinadas a Frick, ¿no es cierto?» Gisevius: «Sí, fueron nombrados miembros del Ministerio del Reich y eran, en teoría, subordinados de Frick». Jackson: «A partir del año 1934 le fue confiada a Frick, en su calidad de ministro, la administración y la vigilancia de los campos de concentración, ¿no es así, doctor Gisevius?» Gisevius: «En mi opinión, ya desde un principio incumbía al ministro del Interior del Reich la responsabilidad de todos los asuntos policíacos en el Reich, o sea, también de los campos de concentración, y no creo que se pueda decir que

esta responsabilidad solo le corresponde a partir del año 1934». Frick no firmaba solamente las leyes que hicieron desaparecer la democracia en Alemania, sino que también formuló las disposiciones para toda la administración en las regiones ocupadas. En el año 1938 fue nombrado plenipotenciario de la Administración del Reich y en este cargo quedaban a sus órdenes los Ministerios de Justicia y Educación y también la Oficina para la distribución de las tierras. Unos poderes que no se veían desde el exterior, pues Frick se había sometido incondicionalmente a los dementes planes de su Führer Adolfo Hitler. Los judíos fueron los que más sufrieron las consecuencias de las actividades de Frick. —Sus actividades están reflejadas en las Leyes de Nuremberg —leemos en el Acta de Acusación—, y Frick ordenó su ejecución. Fue responsable de la disposición que prescribía que los judíos habían de renunciar al ejercicio de todas las profesiones y la confiscación de todos los bienes judíos, y en el año 1943 firmó una ley que colocaba a los judíos «fuera de la ley» y los entregaba en manos de la Gestapo. Frick fue gravemente acusado por su participación en los crímenes que fueron englobados bajo el común denominador de Eutanasia. El fiscal inglés Hartley Shaweros dijo: —En el verano del año 1940, Hitler promulgó una ley que condenaba a muerte a todas las personas ancianas y enfermas en Alemania y a todos aquellos seres humanos que ya no pudieran ser de ninguna utilidad para la maquinaria bélica alemana. Frick, más que cualquier otro ciudadano alemán, fue responsable de la puesta en práctica de esta disposición. Tenemos en nuestro poder muchas pruebas que demuestran que tanto Frick como un gran número de personas estaban al corriente de estos crímenes. En julio de 1940, el obispo Wurn escribió a Frick: »"Desde hace algunos meses y por orden del Consejo de Defensa del Reich son trasladados los enfermos mentales, los débiles mentales y los epilépticos desde los sanatorios estatales y particulares a otras instituciones. Los familiares son informados posteriormente de estos traslados. Lo corriente en estos casos suele ser recibir, a las pocas semanas, un comunicado de que el enfermo ha fallecido a causa de una enfermedad u otra, y que por razones de índole policíaca se ha hecho necesario incinerar el cadáver. Se calcula, de un modo superficial, que solo en Wurttemberg existen unos cuantos centenares de estos casos. Me veo obligado a informar al Gobierno del Reich que estas medidas han causado y están causando un profundo malestar en la población".»

Wilhelm Frick era el responsable directo de estos crímenes. En el año 1943 fue nombrado protector del Reich para Bohemia y Moravia y el Tribunal le hizo responsable en este cargo de la intimidación de la población civil, de ordenar trabajos forzados y de la deportación de los judíos. El aparato estatal de Adolfo Hitler funcionó desde el principio hasta el final sin roces de ninguna clase, sin promover muchos ruidos. Y siempre había personas que se ponían incondicionalmente con toda su capacidad y habilidad diabólica al servicio de estos planes criminales, aunque a veces alegaran que estaban en plena contradicción con su conciencia interna y su modo de pensar. Esta es la culpa que incumbe a los ayudantes de Hitler y que administraron Alemania hasta el hundimiento final, tal como les tenía ordenado Hitler.

3. El honor de los soldados El grupo de los antiguos altos jefes militares que figuraban entre los acusados se descubrían por su actitud y su modo de hablar. Los antiguos generales y almirantes hablaban el lenguaje escueto y tajante de los oficiales profesionales. Algunos de ellos todavía llevaban sus viejos uniformes sin insignias de ninguna clase. Y cuando el Ministerio Público les hablaba de sus actividades en el pasado, se limitaban a citar, entonces, la obediencia y el honor de los soldados. El mariscal de campo Wilhelm Keitel fue acusado y reconocido culpable por el Tribunal de Nuremberg de los cuatro puntos de la acusación. En el Escrito de Acusación fueron ampliados estos puntos: 1. Keitel estaba informado de los planes de Hitler respecto a los ataques contra Checoslovaquia, Polonia, los países escandinavos y los Estados neutrales de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, contra Grecia y Yugoslavia, y participó de un modo activo en la elaboración de estos planes. 2. Keitel firmó, el 4 de agosto de 1942, la orden de que todos los paracaidistas aliados debían ser entregados al SD. 3. «Cuando el Alto Mando de la Wehrmacht dictó, el 8 de septiembre de 1941, sus directrices criminales para el trato de que habían de ser objeto los prisioneros de guerra rusos —dice textualmente el Escrito de Acusación—, Canaris escribió a Keitel indicándole que, basándose en las Leyes internacionales, el SD no había de intervenir para nada en este caso. En este escrito vemos, firmado por Keitel, el siguiente comentario: "Las objeciones tienen su origen en el concepto militar de una guerra caballeresca. Aquí se trata de la destrucción de una filosofía. Por este motivo apruebo todas estas medidas y me hago responsable de las mismas".»

4. Keitel ordenó a todas las autoridades militares que colaboraran muy estrechamente con el Einsatzstab Rosenberg para el saqueo de los bienes culturales en los países ocupados. 5. El 16 de septiembre de 1941 indicó Keitel que para hacer frente a los ataques contra los soldados alemanes en el Este, por cada soldado alemán habían de ser muertos de cincuenta a cien comunistas. El primero de octubre ordenó a los comandantes que tuvieran en reserva siempre unos cuantos rehenes para que pudieran ser ajusticiados sin pérdida de tiempo tan pronto se tuviera conocimiento de que hubiera sido muerto un soldado alemán. 6. Cuando el comisario del Reich para Noruega, Josef Terboven, le escribió a Hitler sobre el hecho de hacer responsables a los familiares de los trabajadores que cometiesen actos de sabotaje señalando que solo tendría éxito en el caso de que se permitiera la actuación de los pelotones de ejecución, Keitel comentó: «Sí, esto sería lo mejor». 7. Cuando Hitler ordenó a Sauckel, el 4 de enero de 1944, que movilizara en las regiones ocupadas cuatro millones de obreros, Keitel estaba presente. Todo esto estaba en contradicción a las constantes afirmaciones de Keitel de que solo había sido soldado, soldado en el espíritu de la tradición militar. Mediante las declaraciones de los testigos de Nuremberg, se intentó iluminar esta contradicción con alguna característica del acusado. El antiguo ministro de la Guerra del Reich y comandante en jefe de la Wehrmacht, mariscal general de campo, Von Blomberg, comentó sobre Keitel: —Keitel no presentó nunca ninguna objeción a las medidas adoptadas por Hitler, en ningún momento le ofreció la menor resistencia. Se convirtió en un fiel instrumento en manos de Hitler acatando todas sus decisiones. Ejerció un cargo para el que no estaba capacitado. Hermann Goering declaró en el estrado de los testigos contestando a una pregunta que le dirigió el defensor de Keitel, doctor Otto Nelte: —A veces pasaban semanas antes de poderse conseguir la necesaria firma de Hitler, por cuyo motivo muchas de las leyes eran firmadas «por orden». De esto resulta que no existe apenas una ley o decreto dictado por el Führer que no aparezca firmado por Keitel, que en este sentido era muy eficiente. Es lógico y natural que cuando algo no sucedía como había de ser, el jefe del Alto Mando de la Wehrmacht fuera objeto de recriminaciones desde todos los lados. Era atacado desde todas partes. Unos le reprochaban no oponerse a las órdenes que dictaba el Führer y este, cuando alguien se atrevía a presentarle alguna objeción a alguno de sus planes, lo mandaba a paseo y le contestaba que él solo lo

resolvería todo. No cabe la menor duda de que fue un cargo muy desagradecido y muy difícil, y recuerdo que en cierta ocasión me vino a ver el mariscal de campo y me rogó que interviniera para que lo destinaran al frente, incluso, como mariscal de campo, estaba decidido a asumir el mando de solamente una división. Lo único que deseaba era alejarse del Cuartel general, ya que allí la vida le resultaba completamente imposible. El propio Keitel informó en Nuremberg sobre sus relaciones con Hitler: —Estaba autorizado y obligado a defender mis puntos de vista. ¡Qué difícil era esto! Solamente lo pueden juzgar aquellos que trataban directamente con Hitler. A las pocas palabras, ya empezaba él a hacer suyo el problema que se debatía y no admitía la menor intervención por parte de terceras personas. Era casi imposible sostener lo que se llama una conversación con el Führer. Aquel estado de cosas era completamente ajeno a mi modo de ser, y por esta causa, en más de una ocasión, mi actitud pareció muy poco firme. Entre bastidores del proceso se realizó, en el caso concreto de Keitel, un tira y afloja que no trascendió a la publicidad. El doctor Robert Kempner, uno de los fiscales americanos, informó doce años más tarde detalladamente a los autores. Según Kempner, Keitel había estado dispuesto a declarar desde el estrado de los testigos cuáles eran los crímenes que habían sido cometidos por el Tercer Reich y al mismo tiempo hacerse responsable de todas las medidas firmadas por él. Pero dos días antes de la fecha fijada para hacer esta sensacional declaración, alegó que no podía hacer esta confesión. Había hablado de todo ello con Goering, a quien, a pesar de todo, continuaba considerando como su inmediato superior, Goering le había prohibido hacer esta confesión diciéndole que si alguien trataba de abandonar el bote salvavidas, lo más probable es que con su huida provocara el hundimiento definitivo del bote. —El hecho de que Keitel no presentara esta declaración —comentó el doctor Kempner—, provocó unas reacciones negativas en el bando aliado contra la Wehrmacht que Keitel fácilmente hubiese podido hacer desaparecer si hubiese hecho esta confesión de culpabilidad. El resultado fue crear una situación sumamente penosa. Qué diferente hubiera sido todo si Keitel, con la cabeza muy alta, hubiese hecho esta declaración en lugar de buscar continuamente pretextos y justificaciones, en lugar de admitir su culpabilidad cuando en el curso de los interrogatorios contradictorios no le quedó otro remedio. El primero en dirigir preguntas a Keitel fue el fiscal ruso Roman Rudenko. Rudenko: «Paso ahora a la cuestión del trato de que había de ser objeto los prisioneros de guerra rusos. Quiero preguntarle a usted sobre el informe de Canaris. En este informe, Canaris habla del asesinato en masa de prisioneros de

guerra soviéticos y de la necesidad de poner fin a estas medidas tan arbitrarias. Escúcheme usted bien y preste atención. Es el documento de Canaris. La anotación de usted dice lo siguiente: "Las objeciones tienen su origen en el concepto militar de una guerra caballerosa. Aquí se trata de la destrucción de una filosofía. Por esto apruebo todas estas medidas y me hago responsable de las mismas". ¿Fue esta la decisión que tomó usted?» Keitel: «Sí, esto fue lo que escribí. Esta fue mi decisión después de haber consultado con el Führer. Esto lo escribí yo». Rudenko: «Le pregunto a usted, acusado Keitel, a usted que se hace llamar mariscal de campo y que repetidas veces ante este Tribunal se ha presentado como soldado. Con su sanguinaria decisión del mes de septiembre del año 1941, autorizó y aprobó usted el asesinato de soldados indefensos que eran hechos prisioneros de guerra por usted, ¿no es verdad?» Keitel: «Firmé esta disposición y cargo con toda la responsabilidad de acuerdo con el cargo ostentado por mí». Durante un interrogatorio contradictorio dirigido por el fiscal inglés sir David Maxwell-Fyfe fueron debatidos otros puntos: Sir David: «Tenga la bondad de echar una mirada al Documento 769. Es un telegrama del general de Aviación Christiansen desde los Países Bajos. Lo firma su jefe de Estado Mayor: »"Como consecuencia de la huelga de ferroviarios se ha paralizado todo el tráfico en Holanda. Los ferroviarios no acatan la orden de volver al trabajo. La tropa ha de ser autorizada a fusilar, sin previo juicio, también a las personas que no son terroristas ni saboteadores, según el concepto de la orden del Führer, pero que, en cambio, por su actitud pasiva son un peligro para los combatientes alemanes. En consecuencia, solicitamos que la orden del Führer sea ampliada." «Vamos a ver, acusado, reconocerá usted que el fusilamiento de ferroviarios que no quieren trabajar es una medida cruel y brutal. ¿Lo admite usted así?» Keitel: «Sí, es una medida cruel». Sir David: «¿Cuál fue la respuesta de usted a esta crueldad? Fijémonos en el documento 770, que creo que se trata de la respuesta de usted: "En el caso de que no sea posible entregar esos individuos a manos del SD, es necesario adoptar otras medidas más efectivas. No existen objeciones de ninguna clase contra la ejecución de estos elementos en las circunstancias señaladas".»

A continuación, el fiscal americano Thomas J. Dodd dirigió una serie de preguntas que en la actualidad, después de las manifestaciones del abogado doctor Kempner, comprobamos que hacen referencia a aquella sorda lucha entre bastidores. Dodd: «Cuando fue interrogado por su abogado dijo que se sentía dominado por la sensación de cargar con toda la responsabilidad por aquellas medidas que llevan su firma, por aquellas órdenes presentadas por usted al Führer y autorizadas por este. El viernes dijo usted que, como soldado profesional, se aferraba a la tradición y a los principios de esta profesión, y, por consiguiente, no podía firmar una orden que como soldado fuera criminal desde su punto de vista». Keitel: «Sí». Dodd: «En este caso, hemos de admitir que usted, de un modo consciente por su juramento de soldado, firmó unas órdenes que sabía eran criminales». Keitel: «Desde luego, tenía plena conciencia de que se ejecutaban unas órdenes que no estaban en consonancia con las leyes vigentes». Dodd: «Por consiguiente, ¿de un modo consciente ejecutó y dictó órdenes criminales?» Keitel: «El jefe de Estado tenía todos los poderes en sus manos. Por consiguiente, que él cometiera un acto criminal no quiere decir que nosotros forzosamente le imitáramos en esta actitud criminal». Dodd: «Usted mismo ha declarado que algunas de las órdenes dictadas iban dirigidas contra las leyes internacionales en vigor. Una orden dicta en este sentido es una orden criminal, ¿no es cierto?» Keitel: «Sí». Dodd: «Pues bien, en este caso usted ejecutó órdenes criminales que representan, al mismo tiempo, una violación del código de honor de un soldado profesional». Keitel: «Sí». De esta forma, aunque fuera a través de muchos rodeos, confesó Keitel su culpabilidad. El psicólogo americano Gustave M. Gilbert relató la reacción de Goering ante la actitud de Keitel.

«—Ha contestado usted de un modo, maldita sea, demasiado directo —le reprochó Goering al antiguo jefe del Alto Mando de la Wehrmacht—. Lo importante es rehuir las preguntas directas y esperar que nos planteen una cuestión que nos sirva de base para lanzar nosotros un ataque. »—Pero yo no puedo transformar lo blanco en negro —replicó Keitel—. A la última pregunta de Dodd contesté con un "sí". ¿Qué otra cosa hubiese podido hacer?» Es muy destacado el papel que desempeñó Keitel en el proyectado asesinato de los generales franceses Giraud y Weygand. Solo gracias a una argucia de Canaris, los dos generales franceses salieron con vida. El jefe del Estado Mayor francés Maxime Weygand se encontraba, después de la derrota de Francia, en África del Norte. El general Henri Giraud había sido hecho prisionero de guerra por los alemanes y fue internado en la fortaleza de Königstein, en Sajonia. El 17 de abril de 1942 consiguió huir de la fortaleza. Su fuga fue una completa aventura. Deslizándose por una cuerda de cuarenta y cinco metros que había ido anudando durante todo un año, a base de los cordeles de los paquetes que recibía, bajó por el escarpado muro de la fortaleza. —El general —reconoció Keitel en Nuremberg— debió ser un oficial muy valiente. Un hombre que a los sesenta años se desliza por una cuerda de cuarenta y cinco metros... Mientras en toda Alemania se lanzaban a la persecución del general francés, este emprendía el viaje hasta Munich, Stuttgart, Metz, Estrasburgo, Mühlhausen, y un día corrió, luchando por salvar su vida, delante de la barrera muy vigilada de la frontera, cien metros por campo descubierto hasta alcanzar unos abetos que la habían sido señalados por un campesino, como territorio suizo. Giraud alcanzó su objetivo. Erwin Lahousen, colaborador de Canaris, el jefe del Servicio secreto alemán, contó, sometido a contrainterrogatorio por el fiscal John Harlan Amen, lo que sucedió entre bastidores: Amen: «¿Recuerda usted haber asistido, el año 1940, a una reunión durante la cual fue pronunciado el nombre de Weygand?» Lahousen: «Sí. Durante esta reunión nos reveló Canaris que desde hacía algún tiempo Keitel insistía en que se llevara a cabo una acción que tenía como objetivo la eliminación del mariscal francés Weygand y que mi sección debía encargarse de llevar esta acción a buen fin».

Amen: «Ha dicho usted "eliminación". ¿Qué quiere decir concretamente?» Lahousen: «Matar». Amen: «¿Qué hacía Weygand en aquello tiempos?» Lahousen: «Tengo entendido que Weygand entonces se encontraba en África del Norte». Amen: «¿Por qué motivo había de ser asesinado Weygand?» Lahousen: «Se temía que Weygand pudiera organizar, con el Ejército africano francés, un centro de la resistencia en África del Norte». Amen: «¿Qué más dijo durante aquella reunión?» Lahousen: «Todos los presentes demostraron su viva indignación y elevaron una clamorosa protesta por esta orden, procedente de un representante de la Wehrmacht dirigida a nuestra Oficina. Cuando los demás abandonaron la sala, hablé a solas con Canaris, que me dijo: "No tema usted, esta orden no la transmitiremos, ni tampoco será llevada a cabo". Y así fue. En cierta ocasión, cuando Canaris y yo fuimos llamados a presencia de Keitel, este me preguntó lo que habíamos hecho respecto a este asunto». Amen: «¿Qué le contestó usted a Keitel?» Lahousen: «Como es natural, no le repuse que no pensaba llevar la orden a la práctica, ya que en este caso, hoy no me sentaría aquí. Lo más probable es que le dijera que se trataba de un caso difícil, pero que haríamos todo lo que estuviera en nuestras manos». Lahousen también informó que Keitel le había dado, en julio de 1942, la orden de Canaris de que fuera asesinado igualmente el general Giraud. Esta acción había de realizarse con el nombre clave de Gustav. Pero el Servicio Secreto alemán se negó a acatar esta orden. Lahousen declaró: —En el mes de septiembre, Keitel llamó por teléfono a mi vivienda particular. Me preguntó: "¿Qué pasa con Gustav? ¿Recuerda usted a quién me refiero? ¿Cómo está el asunto? Necesito saber con urgencia todo lo que se relaciona con este asunto". Le contesté: "No estoy informado sobre este caso concreto. Canaris se ocupa personalmente del caso, pero Canaris no está aquí. Está en París.» Lahousen se trasladó, inmediatamente en avión, para informar a Canaris,

a París. Canaris estaba atemorizado, pero pronto se le ocurrió una idea salvadora. Comunicó a Keitel que había encargado de esta misión a Heydrich cuando este todavía vivía. Con esto quedaba liquidado el asunto. Lahousen terminó su declaración con las siguientes palabras: —No se habló más del asunto. Giraud huyó a África del Norte. Mucho más tarde me enteré que Hitler había tenido un ataque de ira cuando se enteró de la fuga del general francés y que lo había calificado como un completo fracaso del Servicio de Seguridad del Reich. —No sé qué decir sobre este caso —murmuró Keitel aquella noche en la celda de la cárcel hablando con el psicólogo Gilbert—. El asunto Giraud, sí, desde luego, suponía que lo sacarían a relucir... Pero, ¿qué he de decir? Sé muy bien que un oficial y un caballero como usted se habrá formado su opinión sobre mi persona... Estos hechos atacan mi honor de soldado. No me importaría en absoluto que me recriminaran haber iniciado la guerra. Solo cumplí con mi deber y acaté las órdenes que me daban. Pero este asunto... no sé sinceramente cómo me vi envuelto en este caso... Keitel habló muchas veces de su honor de oficial. Aquella misma noche, Gilbert habló con Lahousen. —¡Ahora no se les ocurre otra cosa que hablar de honor! —comentó Lahousen, después de haberle informado Gilbert de su anterior conversación—. ¡Ahora, después de haber asesinado a millones de seres humanos! Sí, es muy desagradable para ellos que ahora se presente alguien y les diga toda la verdad a la cara. Yo he hablado en nombre de aquellos que fueron asesinados. Pocos días después, Gilbert observó que el antiguo jefe del Alto Estado Mayor de la Wehrmacht, Alfred Jodl, ya no se sentaba durante las comidas en la mesa de Keitel como había hecho hasta entonces. Gilbert habló con Jodl de la conversación que había celebrado con Lahousen. —Hay cosas que no se pueden compaginar con el honor de un soldado — dijo Jodl. —Por ejemplo, un asesinato... —insinuó Gilbert. Jodl guardó silencio durante un rato. Luego, contestó en voz baja: —Sí, desde luego. Esto soldado. Keitel me ha contado fue transferido más tarde a la habló de asesinato. No..., esto

no se puede compaginar con el honor de un que Giraud estaba bajo vigilancia y que el caso Oficina de Seguridad del Reich, pero nunca se no es honor. Estas cosas ya han ocurrido otras

veces en la historia militar. Pero jamás hubiese creído que uno de nuestros propios generales... Fijó la mirada en el suelo. —He observado que usted ya no come con los altos jefes militares... En la mesa de Goering y Keitel —comentó Gilbert. —¿Conque se ha fijado usted en este detalle? —preguntó Jodl, sorprendido—. En fin, no quiero recriminarle personalmente nada a un hombre que ya está hundido, sobre todo cuando todos navegamos en el mismo bote. Con estas palabras se ponía fin al asunto. Hasta el final del proceso, los demás jefes militares rehuyeron a Keitel. Aunque el proyecto de asesinar a Weygand y Giraud no fue llevado nunca a la práctica, el efecto moral fue terrible para Keitel. Para demostrar que los planes de asesinato no eran solo fantasía de algunos jefes del Servicio Secreto, fue presentado ante el Tribunal otro caso que fue llevado a la práctica. Las pruebas procedían de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores y cargaban una nueva culpa sobre los hombres del antiguo ministro Joachim von Ribbentrop. «En el campamento de Königstein —leemos en el primero de los documentos del mes de noviembre de 1944—, se encuentran internados setenta y cinco generales franceses. Se procederá a su traslado a otro lugar y en el primer transporte irá un grupo de cinco a seis generales franceses, cada uno en un coche diferente. En el coche irán solamente el chófer y un acompañante. Los dos alemanes llevarán el uniforme de la Wehrmacht. Ha de tratarse de hombres especialmente elegidos. Durante el viaje sufrirá, el coche en que irá el general Deboisse, una avería para que pueda distanciarse de los restantes coches. Después de estos, será muerto el general con un tiro en la espalda "en su intento de emprender la fuga". El momento apropiado para llevar a cabo esta acción es a última hora de la tarde. Se procurará que no haya testigos cerca del lugar. Para evitar toda investigación posterior, el cadáver será incinerado y las cenizas enterradas en el cementerio de Königstein.» Otro documento: «El jefe de la Policía de Seguridad del Reich y del SD, 30 de diciembre de 1944. Carta urgente al Reichsführer SS. ¡Reichsführer! Siguiendo instrucciones del jefe de los servicios de prisioneros de guerra y del Ministerio de Asuntos Exteriores se han celebrado varias reuniones, en las que se han tomado las siguientes decisiones:

»1. En el curso del traslado de cinco prisioneros de guerra en tres coches que llevarán matrícula de la Wehrmacht, se presentará un caso de fuga, cuando el último coche sufra una avería. »2. Se instalará un aparato que emanará un gas venenoso. Este aparato puede ser montado y desmontado muy fácilmente en la parte posterior del coche, herméticamente cerrada. »3. Ha sido estudiada también la posibilidad de envenenar la comida y bebida, pero esta forma de proceder ha sido rechazada. »Se han previsto las medidas necesarias para borrar todas las huellas. Tanto el chófer como el acompañante serán agentes del SD con uniformes de la Wehrmacht. Para la publicación de la muerte en la Prensa, se ha establecido contacto con el consejero secreto Wagner del Ministerio de Asuntos Exteriores. Wagner ha informado que el ministro (Ribbentrop) hablaría de este caso con el Reichsführer. »Mientras, se ha sabido que el nombre de la víctima ha sido mencionado en el curso de varias conferencias telefónicas entre el Cuartel general del Führer y el jefe de los Servicios de prisioneros de guerra, por cuyo motivo se solicita sea nombrada otra persona igualmente condenada. Ruego ordene al jefe de los Servicios de prisioneros de guerra tenga a bien señalarnos la persona conveniente. ¡Heil Hitler! A sus órdenes, doctor Kaltenbrunner.» Por el mero hecho de que su nombre había sido pronunciado repetidas veces por teléfono, el general Deboisse escapó con vida de aquella acción. Fue sustituido por el general Mesny. El hijo mayor de Mesny se encontraba, aquellos días, como internado político en un campo de concentración. El último documento, procedente igualmente de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ribbentrop, Sección Inland II, del 12 de enero de 1945, decía lo siguiente: «¡Muy confidencial! Un general francés, prisionero de guerra, morirá de muerte violenta por fusilamiento o envenenamiento en el momento de emprender la fuga. Se han tomado las medidas necesarias para el buen resultado de la misión. El 18 de enero de 1945 sonaron en la carretera que conduce a Königstein unos disparos. —Este asesinato —declaró el fiscal americano Thomas J. Dodd—, fue planeado y dirigido por los SS-Obergruppenführer Kaltenbrunner y

Ribbentrop. ¡La tragedia comenzó con el fingido transporte del general Mesny desde la fortaleza de Königstein hasta su entierro con honores oficiales en Dresden! En este caso se revela, con toda intensidad, la maldad que en todo momento animó al nacionalsocialismo. Fue un asesinato con todos los agravantes imaginables, dirigido por el Ministerio de Asuntos Exteriores y ejecutado por el SD de Kaltenbrunner. El segundo soldado en el banquillo de los acusados en Nuremberg, Alfred Jodl, no se vio complicado en este caso. Los debates sobre el antiguo jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht ofrecieron un cuadro muy diferente. Jodl, al igual que Keitel, fue condenado a muerte según los cuatro puntos del Escrito de Acusación. 1. Jodl se reveló muy activo en los planes de agresión contra Checoslovaquia. Después de haber firmado el Pacto de Munich, escribió Jodl en su diario: «Checoslovaquia ha dejado de ser una potencia. La genialidad del Führer y su decisión de no rehuir una guerra mundial, nos han proporcionado la victoria». 2. Jodl discutió la invasión de Noruega con Hitler. También participó en el planeamiento de la guerra de agresión contra Grecia y Yugoslavia. 3. El 29 de julio de 1940 Jodl ordenó estructurar los planes para la agresión contra Rusia. El documento Barbarroja lleva la firma de Jodl. 4. Las instrucciones complementarias de las tristemente célebres Órdenes de Hitler fueron firmadas por Jodl. El 15 de junio de 1944, después del desembarco de los aliados en la Normandía, ratificó estas Órdenes. 5. Cuando Hitler en 1945 quiso denunciar la Convención de Ginebra, Jodl se opuso alegando que «por ejemplo, el hundimiento de un barco hospital inglés había sido expuesto como un error», cuando en realidad se había tratado de una medida de represalia y que nada podía servir ya denunciar la Convención de Ginebra. 6. El 28 de octubre de 1944, ordenó Jodl, telegráficamente, la evacuación de todos los habitantes de Noruega del Norte y el incendio de sus casas para que no les pudieran prestar ayuda a los rusos. 7. El 7 de octubre de 1941, Jodl firmó una orden que decía que Hitler no aceptaría la capitulación de Moscú o Leningrado y que insistía en que estas dos ciudades fueran arrasadas. El fiscal francés Constant Quatre intentó, ante el Tribunal, exponer, en

pocas frases, la personalidad de Jodl. Dijo: —Como jefe del Alto Estado Mayor de la Wehrmacht participó muy activamente en el desarrollo de las órdenes de su Führer. Jodl desempeñó este papel de consejero a pesar de que sus conocimientos teóricos no podían compararse con los de Keitel. A pesar de ello intervino bajo su propia responsabilidad en unos campos de trabajo que sobrepasaban los límites de sus responsabilidades militares. Jodl caminó a ciegas detrás de Hitler y el 7 de noviembre de 1943 pronunció un discurso en Munich ante los Reichs y Gauleiter, en el curso del cual dijo: «Declaro en esta hora solemne que nuestra confianza y nuestra fe en el Führer no tienen límites». ¿Cuál fue su actitud en el estrado de los testigos, cuando hubo de contestar a las preguntas que le dirigían los fiscales? G. D. Roberts (fiscal inglés): «¡Señor testigo! Ha declarado usted ante el Tribunal que lleva el espíritu castrense en la sangre. ¿Es esto cierto?» Jodl: «Sí, es cierto». Roberts: «Muy bien. Y, también ha dicho usted que se encontraba aquí para defender el honor del soldado alemán. ¿Es así?» Jodl: «Esto es precisamente lo que estoy haciendo». Roberts: «Muy bien. ¿Ha sido usted siempre un soldado que ha defendido el honor?» Jodl: «Siempre y de un modo consciente». Roberts: «¿Ha sido usted siempre un hombre amante de la verdad?» Jodl: «He amado siempre y amo la verdad». Roberts: «Muy bien. ¿Cree usted que por lo que se vio obligado a hacer durante los últimos seis o siete años fue mancillado su honor?» Jodl: «Mi honor no ha sido mancillado en ninguna ocasión, pues siempre ha procurado respetarlo».

Roberts: «Muy bien. Ha dicho usted que su honor no ha sido mancillado. ¿Y durante los últimos seis o siete años fue usted siempre tan amante de la verdad?» Sin respuesta de Jodl. Roberts: «¿No puede usted contestar a mi pregunta?» Jodl: «Creo que soy demasiado estúpido para ello». Roberts: «Bien. Estudiemos el Documento C 52. ¿Recuerda usted esta orden?» Jodl: «Sí, recuerdo la orden». Roberts: «Tengo entendido que trabajó usted en la redacción de la misma, ¿fue así?» Jodl: «Sí, pues se trata de una orden de operaciones». Roberts: «En efecto. Fíjese usted en el Punto 6: «Las tropas a nuestra disposición, para las operaciones de seguridad en las regiones ocupadas del Este, solo serán suficientes, teniendo en cuenta la inmensidad del espacio ocupado, si toda resistencia no solamente es ahogada por el castigo de los culpables, sino que además las fuerzas de ocupación creen un ambiente de terror que ahogue en sus raíces todo intento de la población de ofrecer la menor resistencia». Se trata de una orden muy cruel, ¿no le parece a usted?» Jodl: «No, no se trata de una orden cruel, pues el derecho internacional dice que los habitantes de toda región ocupada han de acatar las leyes y disposiciones que dicte la potencia ocupante». Roberts: «Bien. Pasemos a las órdenes llamadas "Kommando". Se trata de las "Órdenes" dadas por radio el 7 de octubre de 1942 y que dicen lo siguiente: "En el futuro todos los grupos de terror y de sabotaje de los ingleses y sus colaboradores que no se comporten como soldados sino como bandidos, serán tratados como tales por las tropas alemanas y aniquilados sin compasión ni escrúpulos de ninguna clase allí donde sean descubiertos". ¿Establece usted una diferencia entre el aviador inglés que bombardea una central eléctrica o el paracaidista en uniforme inglés que vuela la central eléctrica desde tierra?» Jodl: «No, la destrucción de un objetivo de importancia militar está previsto y autorizado por las leyes internacionales. Pero lo que no admito es que el paracaidista, debajo del uniforme, lleve un traje de paisano y que en el

momento de ser detenido levante las manos y dispare». Roberts: «Está bien. Pero conocemos muchos casos en que fueron ejecutadas personas que solo llevaban uniforme. Voy a leer uno de estos casos que lleva las iniciales de Keitel: "El 16 de septiembre de 1942 desembarcaron diez ingleses y dos noruegos, con uniforme de las fuerzas alpinas británicas, con armamento pesado y explosivos, en la costa noruega. El 21 de septiembre volaron la central eléctrica de Glomfjord. Un centinela alemán fue muerto. A los obreros noruegos se les amenazó con que se les aplicaría cloroformo en el caso de ofrecer resistencia. Los ingleses iban provistos de inyectables de morfina. Siete de los atacantes han sido apresados y el resto ha logrado huir a Suecia". A continuación siguen los nombres. Estos hombres fueron fusilados el 30 de octubre de 1942 como consecuencia de la orden redactada por usted. Estos hombres solo llevaban uniforme. ¿Cómo justifica usted el fusilamiento de estos hombres?» Jodl: «No, no lo puedo justificar, y tampoco deseo hacerlo, pues lo considero contrario a las leyes. Pero yo no me enteré de este caso». Uno de los últimos puntos que presentó Roberts fue el caso de los cincuenta aviadores ingleses que huyeron del campo de prisioneros de guerra de Sagan, y que fueron apresados de nuevo y fusilados. Jodl: «En aquella ocasión tuve la impresión de que Hitler hacía caso omiso de todos los conceptos del derecho humano». Roberts: «¿Admite usted que fue un asesinato lo que se cometió con esos cincuenta aviadores?» Jodl: «Lo admito. Lo considero un infame asesinato». Roberts: «¿Y a qué fue debido que ustedes, unos generales de honor, acataran sin protestas las órdenes de un asesino?» Jodl: «Desde aquel momento hice todo lo que estuvo en mis manos para impedir que pudieran repetirse estos casos». Roberts: «¿Pronunció usted un discurso, antes sus oficiales del Estado Mayor, el 24 de julio de 1944, poco después de haberse realizado el atentado contra Hitler?» Jodl: «Sí, todavía llevaba la cabeza vendada». Roberts: «¿Empezó el citado discurso con las siguientes palabras: "El 20 de

julio ha sido el día más negro que hasta la fecha ha conocido la historia alemana y lo será también con toda seguridad en el futuro"?» Jodl: «Es muy posible, sí». Roberts: «¿Por qué fue un día negro?» Jodl: «¿Acaso pretende usted que encuentre agradable un día en el que mis propios compañeros, de un modo traidor, trataran de hacerme volar por los aires?» Roberts: «¿Cree usted que fue un acto traidor y cobarde atacar a aquellos cincuenta aviadores como si fueran perros?» Jodl: «Aquello fue un asesinato, de esto no cabe la menor duda. Pero no es de la incumbencia de los soldados actuar de jueces frente a sus comandantes. De esto debe cuidar la Historia o Dios en el cielo». Dos acusados figuraban en primer plano en el complejo de la Guerra naval alemana: el antiguo gran almirante y comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, Eric Raeder, y su sucesor, el comandante en jefe de la Flota de submarinos, Karl Doenitz. ¿De qué se les acusaba? El 3 de enero de 1943, se celebró una reunión presidida por Hitler y en presencia del ministro de Asuntos Exteriores alemán, von Ribbentrop. Como invitado figuraba el embajador del Japón, Hiroshi Oshima. Como solía ocurrir en todas las reuniones en que intervenía Hitler, la conversación fue registrada palabra por palabra. Y lo mismo que otros muchos documentos también este fue capturado por los aliados y presentado posteriormente ante el Tribunal de Nuremberg. «Después de haber expuesto la situación señalando continuamente el mapa —leyó el fiscal inglés H. J. Phillimore—, el Führer ha llamado la atención sobre el hecho de que a pesar del gran número que puedan construir los Estados Unidos, su problema más acuciante es la falta de mano de obra. Por este motivo, los barcos mercantes enemigos eran hundidos sin previa advertencia con el fin de que pereciera la tripulación. Tan pronto circulara el rumor de que con los barcos también se hundían la mayor parte de la población, los americanos se verían con dificultades para encontrar nuevas tripulaciones. Por este motivo, también se vio obligado a dar la orden de que los submarinos, después de haber hundido un barco mercante, hundieran también la lanchas salvavidas. El embajador Oshima dio su aprobación a estas medidas adoptadas por Hitler y dijo que los japoneses también se veían obligados a adoptar las mismas».

Pocos meses después de esta reunión la orden fue transmitida el 17 de septiembre de 1942, desde el Cuartel general del acusado Doenitz a todos los comandantes de submarinos. Decía lo siguiente: «Queda prohibido todo intento de salvar a los miembros de las tripulaciones de los barcos que han sido hundidos. El salvamento contradice las normas más esenciales de la guerra. Los capitanes e ingenieros navales deben ser apresados por su importancia, y también aquellos náufragos cuya información pueda sernos de utilidad. Emplead la dureza. Pensad en todo momento que el enemigo procede sin compasión ni escrúpulos de ninguna clase cuando bombardea a nuestras mujeres y niños en nuestras ciudades». —Se trata de una orden formulada con mucha prudencia —reconoció el fiscal Phillimore—, pero su intención se desprende claramente del siguiente documento, un extracto del Diario de Guerra del acusado y firmado personalmente por Doenitz: «Recordamos a todos los comandantes —llamo la atención del Tribunal sobre la palabra "recordamos"— que el salvamento contradice las normas más esenciales de la guerra». Paso al siguiente documento: un extracto de la Orden de operaciones Atlántico, N.º 56, del 7 de octubre de 1943: «Forma parte de todo convoy un llamado rescue ship, un barco de construcción especial de hasta tres mil toneladas, destinado a recoger a los náufragos. Su hundimiento es de esencial importancia teniendo en cuenta que se desea la desaparición de la tripulación». El ministerio público presentó una serie de documentos que hacen referencia a la guerra submarina ordenada por Hitler. Uno de estos documentos es el Diario de a bordo del submarino alemán «U-37». El comandante Oehrn relata el hundimiento del vapor inglés Sheaf Mead: «La popa está bajo el agua, se levanta la proa. Han sido lanzadas las lanchas salvavidas. Dos hombres aparecen, inesperadamente, en la proa del barco. Una de las lanchas salvavidas se hunde. Explota una caldera. Dos hombres vuelan por los aires. Ruido ensordecedor. Luego silencio. La tripulación se sostiene en los maderos. Un muchacho grita: Help, help, please! Todos los demás muy serenos. Muy abatidos y muy cansados. En sus caras una expresión de frío odio. Reanudamos el curso». —Reanudamos el curso —leyó Phillimore—, es decir, el submarino continuaba su curso. El comandante Schacht subió a bordo, después de haber hundido el vapor Laconia, a marinos ingleses y polacos, así como también a prisioneros de guerra italianos. Dio el parte y el 20 de septiembre de 1942 recibió la siguiente respuesta firmada por Doenitz: «Proceder falso. Salvamento de los aliados italianos justificado, no de

ingleses y polacos». El comandante del submarino «U-852», comandante Heinz Eck, mandó disparar el 13 de marzo de 1944 contra los sobrevivientes del vapor Peleus que había sido hundido. Diez días antes de ser ajusticiado por los aliados, declaró, cuando fue interrogado ante el Tribunal de Nuremberg: —Cuando di esta orden, me encontraba en una zona controlada por la aviación enemiga. Estaba convencido de que las patrullas aéreas descubrirían a los pocos días los restos del barco hundido por nosotros. Dado que hasta aquel momento no conocía el enemigo mi presencia en aquella zona, consideré prudente no descubrirme por aquellos restos del naufragio, ya que en caso contrario hubiese dictado sentencia de muerte contra nosotros mismos. —Conocemos centenares de casos parecidos —indicó el fiscal Phillimore—, hombres que durante muchos días fueron arrastrados por las corrientes, hombres que eran ametrallados cuando trataban de subirse a las lanchas salvavidas... Para terminar la personalidad del acusado Doenitz fueron leídos, en Nuremberg, algunos párrafos de sus discursos: «Es conveniente instruir a todo el Cuerpo de Oficiales en el sentido de que se sientan identificados con el Estado nacionalsocialista». «Exijo, por tanto, de todos los comandantes de la Marina de guerra que cumplan a rajatabla con su obligación de soldados, sean cuales sean las órdenes que reciban. Exijo de ellos que eliminen todos los obstáculos que se opongan al cumplimiento de las órdenes recibidas de la superioridad». En otra orden, del 19 de abril, presenta, por ejemplo, al suboficial que merece ser ascendido: «Un ejemplo: En un campo de prisioneros de guerra en Austria un sargento nombrado jefe del campamento ha mandado eliminar, secretamente, a todos aquellos que se iban descubriendo como comunistas. Este sargento merece mi mayor consideración por el exacto cumplimiento de las órdenes recibidas. Tan pronto regrese mandaré que le asciendan, pues ha revelado ser capaz de ostentar un rango más elevado.» En diciembre de 1944 Doenitz redactó un informe en que figuran los nombres de Hitler, Keitel, Jodl, Speer y el Alto Mando de la Luftwaffe. En este documento, firmado personalmente por Doenitz, leemos:

«Solicito que los internados en los campos de concentración sean destinados a trabajar en los astilleros». Doctor Otto Kranzbühler (defensor de Doenitz): «El ministerio público ha presentado unos documentos entre ellos una orden del otoño del año 1942, según la cual prohíbe usted las operaciones de salvamento de las tripulaciones de los barcos enemigos hundidos». Doenitz: «No. Hay que distinguir claramente entre salvamento y no salvamento. En una guerra puede presentarse el caso de no poder salvar a una tripulación enemiga cuando con ello exponemos nuestra propia embarcación. Esto sería un error, desde el punto de vista militar, y sin ninguna utilidad para los posibles salvados. Pueden presentarse otros casos. En una guerra es lógico y natural que figuren en primer lugar las circunstancias y la misión de combate. Otra cuestión muy diferente es luchar contra náufragos». Kranzbühler: «Leo una anotación en su Diario de Guerra del 17 de septiembre que dice lo siguiente: «Queda prohibido todo intento de salvar a los miembros de las tripulaciones de los barcos que han sido hundidos".» Doenitz: «Disponía de muy pocos oficiales capacitados para efectuar las anotaciones en mi Diario de Guerra. Esta la hizo un maestro mecánico que trató de resumir en estas palabras el sentido de mi orden.» Kranzbühler: «¡Señor gran almirante! Lo que me interesa saber es si esta anotación corresponde efectivamente a una orden directa de usted o se trata, por el contrario, del extracto de una orden recibida de la superioridad y que un subordinado trató de resumir según su mejor saber y entender». Doenitz: «Lo segundo es lo exacto». Más tarde declaró el Alto Tribunal de Nuremberg: «El Tribunal opina que las pruebas presentadas no significan la certeza irrebatible de que Doenitz ordenara la ejecución de los tripulantes náufragos. Sin embargo, estas órdenes admitían doble interpretación y por ello merecen nuestra objeción». Doenitz fue condenado a diez años de presidio. Lo que le salvó de ser condenado a una pena superior fue la siguiente circunstancia: Su defensor logró presentar órdenes parecidas firmadas por el Almirantazgo inglés sobre la guerra ilimitada por mar y también una declaración por escrito del comandante en jefe de la Flota americana en el Pacífico, almirante Chester W. Nimitz. Este recibió un cuestionario que el doctor Kranzbühler leyó ante el Tribunal. El punto

decisivo decía: Pregunta: «¿Fue por una orden o a causa de la práctica de la guerra que se les prohibió a los submarinos salvar a las tripulaciones y los pasajeros de los barcos mercantes hundidos sin advertencia previa, en el caso de que con esto se pusiera en peligro la seguridad de la propia embarcación?» Nimitz: «Generalmente los submarinos no salvaron a las tripulaciones de los barcos enemigos, pues esto hubiese representado un peligro para ellos o, en todo caso, les hubiese impedido llevar a cabo la misión que se les confiaba...» «En vista de una orden del Almirantazgo británico —declaró el Tribunal— y teniendo en cuenta la respuesta del almirante Nimitz, la condena de Doenitz no se basa en la violación de las leyes que regulan la guerra en el mar. Su condena se basa en "crímenes contra la paz" y "crímenes de guerra". El primer punto hace referencia a la participación de Doenitz en la guerra contra Noruega. El segundo punto hace referencia a la entrega de los tripulantes de un torpedero aliado al SD, el cual mandó la ejecución de los mismos.» La situación era muy parecida en lo que respecta al antecesor de Doenitz, el gran almirante Erich Raeder. La sentencia de Raeder a cadena perpetua se basó en los siguientes puntos: «conjuración», «crímenes contra la paz» y «crímenes de guerra». «Fue uno de los jefes —leemos en la sentencia de Nuremberg— que estuvo presente durante la Conferencia de Hossbach el 5 de noviembre de 1937—, y, en consecuencia, estaba enterado de los planes de agresión de Hitler— . El proyecto de la invasión de Noruega tuvo su origen en Raeder y no en Hitler. Durante una conferencia con Hitler, el 18 de marzo de 1941, insistió en que fuera ocupada toda Grecia. Todas estas pruebas demuestran claramente que Raeder participó activamente en los planes y en la realización de las guerras de agresión». «El 10 de diciembre de 1942 fueron fusilados dos miembros de un comando, no por el SD, sino por miembros de la Marina de guerra. La explicación del Mando naval fue que, en este caso concreto, se había procedido según las órdenes dictadas por el Führer, pero que, de todos modos, se trataba de algo nuevo en las leyes internacionales, pues los soldados llevaban uniforme. Raeder confesó que había transmitido esta orden por el conducto oficial y que no había presentado la menor objeción a Hitler». Durante el contrainterrogatorio insistió el fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe, sobre este caso.

Sir David: «Usted recibió la orden "Kommando" de Hitler y la transmitió a las autoridades a sus órdenes, ¿no es cierto?» Raeder: «Sí, la transmití por el conducto oficial». Sir David: «¿Dio usted su visto bueno a esta orden?» Raeder: «Me limité a que siguiera su trámite oficial. Transmití la orden con el mismo texto que llegó hasta mis manos. La cursé porque así lo decía la orden. Siguió otra orden en la que se decía que la primera orden no debía aplicarse a los prisioneros de guerra hechos en alta mar, después de un combate naval. Y quisiera añadir lo siguiente: Como soldado yo no estaba autorizado a presentarme a mi comandante en jefe y jefe de Estado y decirle que no estaba dispuesto a acatar una orden dictada por él. Eso hubiese sido alta traición y había que evitarlo en todo momento.» El fiscal inglés Elwyn Jones comentó el célebre caso del hundimiento del Athenia: —El 23 de octubre de 1939 publicó el portavoz del partido nacionalsocialista, el Voelkische Beobachter, un artículo con los siguientes titulares: «Churchill hunde el Athenia». Presentaré pruebas al Tribunal que demuestran que el Athenia fue, en realidad, hundido por el submarino alemán «U-30». El hundimiento del Athenia estaba tan poco justificado que el mando de la Marina de guerra alemana recurrió a una serie de argucias y de medidas poco honestas, con la esperanza de poder mantener en secreto la culpa que le correspondía. Raeder: «El hecho es que un joven comandante de submarino, el comandante del submarino «U-30», la noche del 30 de septiembre, avistó un barco de pasajeros inglés que torpedeó al suponer erróneamente que se trataba de un crucero auxiliar inglés». Jones: «Doenitz dice en su orden del 22 de septiembre de 1939, que el hundimiento de un barco de pasajeros debe justificarse alegando haber sido tomado por un crucero auxiliar». Sir David: «Al cabo de un mes informó al Ministerio de Propaganda... creo que ha dicho usted por orden de Hitler... que el Athenia había sido hundido por Churchill. ¿No se consideró obligado en su calidad de gran almirante y jefe de la Marina de guerra alemana, a presentar su protesta contra esta falsa e indignante afirmación que el Primer Lord del Almirantazgo mandara conscientemente a la muerte a un grupo de ciudadanos ingleses?»

Raeder: «Hablé de este caso con Hitler..., pero todo había sucedido sin que nosotros fuéramos informados previamente. Fue muy penoso para mí que el Primer Lord del Almirantazgo fuera atacado de este modo, pero yo no podía corregir lo que ya se había hecho». Sir David: «Al parecer todo esto no le afectó a usted en lo más mínimo». Raeder: «Me afectó muy profundamente. Yo estaba muy indignado». Sir David: «¿Y cómo manifestó usted su indignación?» Raeder: «¿Manifestarla... cómo?» Sir David: «Hablemos claro, no hizo usted nada». J. W. Pokrowsky (fiscal soviético): «¿Podía usted presentar su dimisión?» Raeder: «Sí». Pokrowsky: «Y, sin embargo, presentó usted la dimisión en enero del año 1943, ¿no es así?» Raeder: «Lo hice ateniéndome a dos circunstancias: Hitler no simpatizaba ya conmigo, por lo cual al presentar la dimisión no cometía ningún acto de indisciplina. En segundo lugar, el poder dimitir en circunstancias pacíficas, no creaba una situación crítica para el mando de la Marina de guerra». Pokrowsky: «No le he preguntado por qué motivo ni en qué circunstancias presentó usted la dimisión. Lo único que le pregunto es: ¿usted podía presentar la dimisión, no es cierto?» Raeder: «Lo único que no se podía hacer es decir: "Ahí va esto" y dejar la impresión de que se cometía un acto de indisciplina. Esto había que evitarlo a toda costa, y nunca lo hubiese hecho, pues para esto me sentía demasiado dominado por mi espíritu de soldado.» Hermann Wilhelm Goering formaba igualmente parte, aunque en un sentido más amplio, de los altos jefes militares alemanes, a pesar de que era el único que gozaba de unos rótulos y unos rangos creados expresamente para él. El antiguo mariscal del Reich y portador de la Gran Cruz era, en primera instancia, político y compañero de lucha de Hitler. Sus cargos y funciones militares forman parte del botín que el Führer le donó a su antiguo compañero de lucha.

Sobre la personalidad de Goering ya se urdieron en el Tercer Reich, y también durante el proceso, una serie de rumores. Uno de estos decía que el fiscal soviético Rudenko había disparado contra Goering. Este rumor todavía circuló durante muchos años, después de la guerra, por toda Alemania. No es cierto, pero como todos los rumores tiene algo de verdad. Rudenko nunca disparó contra Goering, pero, en cambio, el fiscal americano Robert H. Jackson arrojó, cuando sometía a Goering a un interrogatorio contradictorio, sus auriculares sobre la mesa. Se discutía un documento titulado «Preparativos para la liberación del Rhin, que hace referencia a la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania en el año 1935.» Jackson: «Se trata de los preparativos para la ocupación armada de Renania, ¿es cierto?». Goering: «No, esto es absolutamente falso». Jackson: «¿Quiere usted afirmar que estos preparativos no eran de índole militar?». Goering: «Se trata, única y exclusivamente, de unos preparativos de movilización como se realizan en todos los países, pero no tienen nada que ver con la ocupación de Renania». Jackson: «Pero eran de un carácter tal, que habían de ser mantenidos en secreto frente al extranjero». Goering: «No recuerdo haber leído nunca las órdenes de movilización de los Estados Unidos». Fue al llegar a este punto cuando Jackson se arrancó los auriculares y los arrojó violentamente sobre la mesa. Durante unos instantes permaneció con las manos apoyadas en los costados y los labios firmemente apretados, hasta que finalmente se volvió hacia la presidencia: —Llamo humildemente la atención de este Tribunal sobre el comportamiento de este acusado que en ningún momento ha demostrado la menor buena voluntad. Tengo la impresión que este testigo hace gala de una actitud arrogante y altiva ante este Tribunal y en un proceso que él jamás hubiera concedido a ningún enemigo vivo o muerto. El presidente del Tribunal, el juez sir Geoffrey Lawrence, consultó el reloj y decidió: —Tal vez sería mejor aplazar la sesión.

Goering regresó a su sitio en el banquillo de los acusados, donde sus compañeros le golpearon amistosamente la espalda y le estrecharon las manos. Pero aquella misma noche le confesó a su defensor, Werner Bross: «Esto no ha terminado. Tengo la sensación de caminar por un bosque y que detrás de cada árbol se oculta un enemigo que no puedo ver». «Goering devuelve golpe por golpe», informaron los periódicos extranjeros al día siguiente. Pero el acusado Speer le dijo al psicólogo Gilbert en su celda: —Hubiera debido usted conocer antes a Goering: era un individuo gandul, egoísta, corrupto, irresponsable, morfinómano. Ha sido tal vez esta disciplina en la cárcel lo que le ha hecho volver en sí. ¿Pero por qué no se quedó en Berlín al lado de su amado Führer? Tal vez porque Berlín resultaba demasiado peligroso para él después de haber sido cercada por los rusos. ¿Estaba acertado Speer en su juicio? También el gran almirante Erich Raeder expuso su opinión sobre Goering, sí, incluso por escrito. A pesar de que el defensor de Raeder puedo evitar, en el último minuto, que este escrito fuera leído ante el Tribunal, lo cierto es que existe entre los expedientes del proceso. Este documento provocó gran consternación entre los acusados, pues Raeder criticaba en el mismo, no solo a Goering, sino también a Doenitz. Sobre todo los militares estaban sorprendidos por esta actuación inesperada del antiguo comandante en jefe de la Marina de guerra alemana. La excitación es comprensible cuando leemos lo que Raeder escribió sobre Doenitz: «Las acusadas tendencias políticas de Doenitz le condujeron a una situación muy difícil como comandante en jefe de la Marina de guerra. Su último discurso a las Juventudes hitlerianas, que fue comentado con sonrisas por todos, le valieron el apodo de "Hitlerjunge Doenitz", lo que contribuyó enormemente a su desprestigio.» Y sobre Goering escribió: «La personalidad de Goering ejerció una influencia nefasta sobre el Tercer Reich. Sus características más sobresalientes fueron una vanidad sin límites, un afán casi inconcebible de popularidad, falsedad y egoísmo. Era capaz de vender en su propio beneficio el Estado y el pueblo. Sobresalía por su ambición, su despilfarro y su comportamiento poco castrense. Estoy convencido de que Hitler se percató muy pronto del carácter de Goering, pero lo usó porque se adaptaba a sus objetivos y le confiaba cada vez más misiones en las que no pudiera resultarle peligroso. Goering ponía el mayor empeño en parecer, en el

exterior, el más fiel seguidor del Führer, pero la verdad es que delante de Hitler no hacía gala del menor tacto y su actitud era también en ocasiones muy irrespetuosa, pero el Führer, intencionadamente, pasaba por alto estos detalles.» Goering, al que le gustaba compararse con los Nibelungos y se llamaba a sí mismo «el último representante del Renacimiento», fue acusado en Nuremberg de los cuatro puntos principales: conjuración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Si estudiamos detenidamente los comentarios a los cuatro puntos principales veremos, entonces, que queda muy poco de su comparación con los Nibelungos y el Renacimiento: 1. Organizó la Gestapo y creó los primeros campos de concentración para cederlos en el año 1934 a Himmler. Dirigió en el mismo año la acción de limpieza contra Röhm e inició aquellas turbias gestiones que terminaron con las destituciones de Blomberg y Fritsch. 2. Goering fue uno de los cinco principales jefes que tomaron parte en la Conferencia de Hossbach el 5 de noviembre de 1937, en el curso de la cual Hitler dio a conocer sus planes bélicos. 3. La víspera del ataque contra Checoslovaquia y la anexión de Bohemia y Moravia amenazó, durante la conferencia que celebraban Hitler y el presidente Hacha, con bombardear Praga en el caso de que Hacha no accediera a las pretensiones alemanas. Ha admitido haber pronunciado esta amenaza. 4. Goering asistió a la reunión del Reichstag del 23 de mayo de 1939, cuando Hitler les dijo a sus jefes militares: «Por consiguiente, no pudimos evitar el ataque contra Polonia». Mandó la Luftwaffe en el ataque contra Polonia y en todos los ataques que se sucedieron. 5. Goering ha hecho, en el curso del proceso, muchas confesiones de haber destinado a los obreros extranjeros a trabajos de esclavo. Como comandante en jefe de la Luftwaffe exigió de Himmler que le destinara mano de obra para la construcción de los campos de aviación subterráneos. «Es cierto que reclamara mano de obra para la construcción de los campos de aviación, pero lo considero lo más lógico y natural de este mundo». 6. Como director del Plan Quinquenal, Goering firmó unas instrucciones dirigidas al SD, sobre el trato que había de dárseles a los obreros polacos en Alemania... (muerte). En su calidad de director del Plan Quinquenal. Goering participó, muy activamente, en el saqueo de las regiones ocupadas. 7. Goering persiguió a los judíos, y no solamente en Alemania, sino

también en aquellos otros países ocupados por Alemania. Extendió a los países ocupados por Alemania las Leyes de Nuremberg contra los judíos. 8. Aunque la exterminación de los judíos estaba en manos de Himmler, Goering participó también en esta acción. En la orden del 31 de junio de 1941, instruía a Himmler y Heydrich a «eliminar a los judíos en todas las zonas de influencia de Alemania en Europa». La sentencia contra Goering terminaba con las siguientes palabras: «No puede presentarse ningún atenuante, pues en la mayoría de los casos, Goering no fue única y exclusivamente un colaborador del Führer, sino la fuerza motriz. Como jefe político y militar fue uno de los principales dirigentes de las guerras de agresión, ordenó el trabajo forzado de los obreros extranjeros y dirigió la persecución de los judíos. Todos estos crímenes han sido reconocidos y confesados por él. En algunos casos puede existir una aparente contradicción, pero su confesión es siempre concluyente. La culpa que este hombre ha cargado sobre sus hombros es casi increíble. Para este hombre no encontramos en el curso de todo el proceso un solo momento atenuante». Una lista realmente apabullante. El punto de gravedad lo encontramos, sin ninguna duda, en los últimos puntos. La muerte de millones y millones de seres humanos. El 31 de julio de 1941, Goering amplió los plenos poderes que le había dado a Heydrich en enero del año 1940 y que hacen referencia a la «emigración judía». El documento se encontraba en manos de la acusación y Goering sabía que llegaría el día en que este punto sería sometido a discusión. El nerviosismo que se apoderó de él cuando fue anunciada la discusión de este punto es altamente comprensible. Su excitación llegó a tal punto que cuando se dirigió al estrado de los testigos se llevó un pedacito de cartón sobre el que había escrito con lápiz rojo: «Hablar lentamente, hacer pausas», y al otro lado: «Serenidad, dignidad». Jackson: «El 31 de julio de 1941 usted firmó un decreto en que invitaba a Himmler y al jefe de la Policía de Seguridad, SS-Gruppenführer Heydrich, a redactar unos planes para la solución final del problema judío». Goering: «No, esto no es exacto, recuerdo muy bien el decreto». Jackson: «Le voy a presentar el documento que lleva su firma». Goering: «Exacto».

Jackson: «¿Y va dirigido al jefe de la Policía de Seguridad SSGruppenführer Heydrich?» Goering: «Sí». Jackson: «Para que no existan dudas en la traducción, corríjame en el caso de que mis indicaciones no correspondan a la verdad de los hechos: "En cumplimiento de la misión confiada a ustedes el 24 de enero de 1939...".» Goering: «Aquí hay un error. Dice: "Como complemento", y no "en cumplimiento".» Jackson: «Está bien, aceptado. Continuemos: "Como complemento a la misión confiada a ustedes el 24 de enero de 1939 y que hace referencia a la emigración y evacuación, en las condiciones más favorables posibles, como solución al problema judío, les ordeno adopten las medidas necesarias para la organización y financiación con el fin de resolver de un modo definitivo el problema judío en las zonas de influencia alemana en Europa".» Goering: «No lo considero correcto». Jackson: «Le ruego me dé usted su traducción». Goering: «Voy a leer exactamente lo que dice aquí: "Como complemento a la misión confiada a ustedes el 24 de enero de 1939, les ordeno resuelvan el problema judío en forma de emigración y evacuación en las condiciones más favorables posibles y adopten las medidas necesarias para la organización y financiación...". Por consiguiente, no se habla aquí de una "solución definitiva".» Lo cierto es que la acción de exterminio continuaba su curso. El 20 de enero de 1942 transmitió Heydrich, «en nombre del mariscal del Reich» la orden a todas las oficinas a sus órdenes. Pero Goering tuvo la osadía de declarar en Nuremberg que no sabía nada de esto. Sir David: «Tenga la bondad de escuchar el informe sobre una conferencia que celebró usted el 6 de agosto de 1942. Fíjese usted en el siguiente apartado: "Mariscal del Reich Goering: «¿Cuánta mantequilla suministra usted, unas treinta mil toneladas?» "Lohse, que tomaba parte en la conferencia: «Sí». "Y dice usted, señor testigo: «¿Y también a las unidades de la Wehrmacht?»

"Y Lohse: «En efecto. Pero ya solo quedan escasos judíos después de haber eliminado a varias docenas de miles. La población civil judía recibe un quince por ciento menos que el resto de los alemanes». Y a la vista de este documento, ¿pretende usted afirmar todavía que ni usted ni Hitler sabían que eran muertos los judíos?» Goering: «Ruego que se lean correctamente las declaraciones que hago. Fíjese usted en el texto original: Lohse dice que han sido eliminados decenas de miles de judíos, no dice que hayan sido muertos. Por consiguiente, podría deducirse, también, que fueron evacuados». Sir David: «¿Y qué dice usted de las palabras "ya solo quedan escasos judíos".» Goering: «Pues muy sencillo, que quedaban muy pocos judíos..., los demás se habían marchado». Sir David: «¿Insiste en que ni usted ni Hitler sabían que los judíos eran asesinados en masa?» Goering: «He dicho que en lo que hace referencia a Hitler, el Führer no estaba informado y en cuanto a mí, personalmente, no lo estaba en la totalidad de los hechos». Sir David: «Pero sí estaba usted informado de una política que decía que los judíos habían de ser eliminados, ¿no es así?» Goering: «No, lo único que sabía es que los judíos debían ser evacuados y no eliminados. Solo sabía que en ciertos casos se cometieron abusos». Sir David: «Gracias». Después de este interrogatorio el prestigio de Goering sufrió un terrible bajón, incluso entre los demás acusados. Después de su grandilocuente presentación durante los primeros días se había confiado que haría gala de una mayor dignidad y no buscara siempre nuevos pretextos para rehuir su culpabilidad. ¿Era auténtica la ingenuidad de Goering o solo un desesperado intento para rebatir todos los crímenes de que era acusado? Hay otro punto que revela una ingenuidad apenas comprensible en un hombre como él. Jackson: «¿En qué momento supo usted que la guerra, por lo menos por lo

que hace referencia a la conquista de los objetivos que ustedes se habían señalado, debía ser considerada como una guerra perdida?» Goering: «Desde mediados del mes de enero de 1945, ya perdía todas las esperanzas». Jackson: «¿Pretende usted decir con estas palabras que usted, como soldado, no se dio cuenta hasta el mes de enero de 1945 que Alemania no podía ganar la guerra?» Goering: «Hemos de distinguir dos fases: terminar victoriosamente una guerra y terminar una guerra en tablas. Terminar victoriosamente la guerra, ya vi que no sucedería mucho antes..., pero el hecho de que seríamos vencidos..., esto lo comprendí en la fecha que le he indicado hace unos instantes». El mariscal del Reich Hermann Wilhelm Goering fracasó como hombre, como político y como soldado. Pero nadie lo hubiera podido expresar de un modo más claro, que el propio acusado con las palabras que pronunció desde el estrado de los testigos de Nuremberg.

4. La matanza de Katyn En toda la historia de la humanidad, nunca les fueron reprochados a unos hombres unos crímenes tan numerosos y tan crueles como a los principales acusados de Nuremberg. A pesar de ello, en el voluminoso considerando del Tribunal no fueron tenidos en cuenta ciertos puntos de la acusación, pues las pruebas presentadas no fueron suficientes, en opinión del Tribunal, para demostrar la culpabilidad de los acusados. Un ejemplo fue el Caso Katyn que terminó con una clara victoria por parte de la defensa. El fiscal soviético adjunto en Nuremberg, coronel J. W. Pokrowsky, planteó la discusión del caso: —Voy a ocuparme ahora de uno de los actos de crueldad que fueron cometidos por los hitlerianos con los miembros del Ejército polaco. Se desprende del Escrito de Acusación que una de las principales acciones criminales fue la ejecución en masa de prisioneros de guerra polacos, ejecución que se llevó a cabo en los bosques de Katyn, cerca de Smolensko, por parte de los invasores germano-fascistas. Con estas palabras de introducción planteaba a discusión, el fiscal ruso, uno de los crímenes más enigmáticos y discutidos de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, quince años después de haberse celebrado el Proceso

de Nuremberg, se hace posible iluminar, con mayor claridad, este terrible secreto. ¿Qué sucedió? Después de la invasión germano-rusa de Polonia, en el año 1939, dejó de existir el Ejército polaco, pues sus miembros habían caído prisioneros de guerra. Entre Moscú y el Gobierno polaco en el exilio en Londres se reanudaron las relaciones diplomáticas y poco después, intentaron los polacos en Londres que fueran puestos en libertad los soldados polacos hechos prisioneros de guerra por los rusos. En efecto, la Unión Soviética puso en libertad a miles de prisioneros de guerra polacos. En Londres poseían unas listas muy extensas y las cifras facilitadas por los rusos no concordaban. Figuraban como desaparecidos miles de oficiales. El embajador polaco en Moscú, Jan Kot, visitó, el 6 de octubre de 1941, al ministro de Asuntos Exteriores soviético, Andrej Wyschinski. Esta entrevista nos ha sido relatada por Kot: Kot: «Deseo mencionar las siguientes cifras. Un total de nueve mil quinientos oficiales fueron hechos prisioneros de guerra en Polonia y fueron deportados a varias regiones de Rusia. Hoy contamos con solamente dos mil oficiales en nuestro Ejército. ¿Qué ha sido de los siete mil quinientos oficiales restantes? Más de cuatro mil oficiales fueron deportados de los campamentos de Starobielsk y Kozielsk. Existe un muro impenetrable entre nosotros y estos hombres deportados que nos separa de ellos. Les rogamos nos permitan escalar este muro». Wyschinski: «Señor embajador, debe usted tener en cuenta que desde el año 1939 han sucedido grandes cambios. La gente ha ido de un lado a otro. Muchos han sido puestos en libertad, otros han encontrado un puesto de trabajo y varios han vuelto a sus casas». Kot: «Si uno de los hombres a que hago referencia hubiera sido puesto realmente en libertad, no cabe la menor duda de que, en el acto, se hubiera puesto en contacto con nosotros. Esos hombres no son chiquillos. No pueden permanecer ocultos. Si uno de ellos ha fallecido, le ruego nos lo comunique. No puedo creer que no se encuentren aquí». Wyschinski puso fin a la entrevista después de dar una respuesta evasiva, pero el embajador polaco no se dio por vencido. El 14 de noviembre de 1941, logró llegar hasta Stalin y preguntarle directamente al dictador: Kot: «Señor presidente, he abusado ya mucho de su valioso tiempo, pero si usted me lo permite, hay otro punto sobre el que desearía hablar con usted». Stalin: «Desde luego, señor embajador».

Kot: «Supongo, señor presidente, que usted es el autor de la amnistía concedida a los ciudadanos polacos en territorio soviético. Me permito preguntarle si su noble gesto no ha sido llevado a la práctica en su totalidad». Stalin: «¿Quiere usted decir, con estas palabras, que todavía hay polacos que no han sido puestos en libertad?» Kot: «No hemos vuelto a saber de los hombres internados en el campamento de Starobielsk que fue disuelto en la primavera del año 1940». Stalin: «Ordenaré hacer las averiguaciones necesarias. Pero, en estos casos, suelen ocurrir las cosas más increíbles». Kot: «Le ruego, señor presidente, ordene que sean puestos en libertad todos los oficiales necesarios para nuestro Ejército. Tenemos pruebas fidedignas de que esos oficiales fueron deportados». Stalin: «¿Tiene usted listas exactas en su poder?» Kot: «Tenemos todos los nombres, pues los comandantes del campamento pasaban diariamente revista a todos los oficiales. Además, el NKWD llevaba expedientes independientes para cada uno de los oficiales. Ni un solo oficial del Estado Mayor del Ejército, a las órdenes del general Anders, ha dado señales de vida». Stalin cogió el teléfono y mandó que le pusieran en comunicación con la central de la NKWD, la policía secreta soviética. —Aquí Stalin —dijo por el aparato—. ¿Han sido puestos en libertad todos los polacos que se encontraban en las cárceles? Colgó el auricular, se volvió hacia Kot y empezó a hablar de temas muy distintos. Ocho minutos más tarde volvió a sonar el teléfono. Kot sospecha en sus «Memorias» que fue la respuesta de la NKWD. Stalin escuchó en silencio, volvió a colgar el auricular y no mencionó más el tema. El enigma de los oficiales que habían desaparecido quedaba sin resolver. También los generales polacos Wladyslaw Sikorski y Wladyslaw Anders trataron de averiguar la suerte que habían podido correr sus compatriotas. El 3 de diciembre de 1941 ambos se presentaron a Stalin. Sikorski: «Tengo en mi poder la lista de unos cuatro mil oficiales que fueron deportados a la fuerza y que en la actualidad se encuentran en las cárceles o campos de trabajos forzados. Esta lista no es completa, pues solo

figuran en la misma los nombres de aquellos que sabemos de memoria. He ordenado se realice una investigación en Polonia y el resultado ha sido negativo. Ninguno de nuestros oficiales se encuentra en Polonia y tampoco en los campos de prisioneros de guerra polacos en Alemania. Estos hombres se encuentran aquí, pues no ha regresado ninguno. Stalin: «Esto es del todo imposible. Han huido». Anders: «¿Y a dónde pueden haber huido?». Stalin: «Pues, por ejemplo, a Manchuria». Sikorski: «Es completamente imposible que todos ellos pudieran huir, sobre todo teniendo en cuenta que toda correspondencia entre ellos y sus familiares terminó en el momento en que fueron deportados de los campos de prisioneros de guerra a los campos de trabajo forzado y a las cárceles». Stalin: «No cabe la menor duda de que fueron puestos en libertad y que se encuentran camino de sus respectivos hogares». Esto fue todo lo que lograron averiguar los dos generales polacos. El Gobierno polaco en el exilio entregó al Kremlin unas cuarenta y nueve notas en que se pedían explicaciones sobre el paradero de los oficiales polacos desaparecidos y todas estas notas revelan que en Londres creían que los oficiales estaban todavía vivos. Una terrible noticia conmovió al mundo el 13 de abril de 1943. Aquel día anunció la radio alemana: «Informan desde Smolensko que la población ha señalado a las autoridades alemanas el lugar donde los soviéticos realizaron en secreto ejecuciones en masa y donde la GPU asesinó a decenas de miles de oficiales polacos.» Poco después, la Agencia de Información alemana facilitó nuevos detalles: «Un horrendo descubrimiento hecho hace poco por las autoridades alemanas en el bosque de Katyn, cerca de la colina Kosegory, a veinte kilómetros al sur de Smolensko, en la carretera Smolensko-Witesbsk, demuestra, sin ninguna clase de dudas, que más de diez mil oficiales polacos de todas las graduaciones, entre ellos muchos generales, fueron asesinados por los rusos.» Todo el mundo escuchó horrorizado la noticia, que causó el efecto de una

bomba en el Gobierno polaco en el exilio en Londres. ¿Se encontraban realmente en el bosque de Katyn los cadáveres de los oficiales polacos desaparecidos? El general Sikorski solicitó inmediatamente una investigación de la Cruz Roja Internacional. La sospecha se dirigía claramente contra el Kremlin. Pocos días después, el 26 de abril de 1943, Moscú comunicó una noticia. Rompía la relaciones diplomáticas con el Gobierno polaco en el exilio alegando que había puesto en circulación «noticias fascistas denigrantes para el Gobierno soviético y había estado en relaciones con el Gobierno de Hitler». A los Gobiernos inglés y americano les resultaba muy penosa esta división en el bando aliado. Ejercieron una intensa presión sobre Sikorski y, en efecto, el general retiró su petición de que se llevara a cabo una investigación internacional. Esto permitió que fueran reanudadas las relaciones diplomáticas. El almirante William Standley, antiguo embajador norteamericano en Moscú, confesó que el presidente Roosevelt le escribió el 25 de abril de 1943, una carta a Stalin en la que le decía: «Confío que Churchill logrará convencer a Sikorski para que en el futuro tenga más sentido común.» Sikorski y su hija fallecían poco después, víctimas de un accidente de aviación. Durante un vuelo desde El Cairo a Londres, se estrelló el avión el 5 de julio de 1943, cerca de Gibraltar. Las causas no pudieron ser aclaradas nunca. «No cabe la menor duda de que fue un acto de sabotaje», declaró más tarde el antiguo secretario de Estado americano Summer Welles. Pero todo esto eran solamente sospechas. Los sucesos que se limitan a Katyn, hablan un lenguaje mucho más claro. Los hechos son, en la actualidad, ampliamente conocidos. En el verano del año 1942 trabajaban unidades de la Organización Todt en las cercanías de Smolensko. Entre estos hombres se encontraban diez polacos. Por mediación de otro polaco, llamado Partemon Kisielew, que habitaba en las cercanías de Katyn, se enteraron de la existencia de una misteriosa tumba. Un día fueron a visitar secretamente la tumba. La abrieron, la volvieron a tapar y clavaron sobre la misma una sencilla cruz de madera. Nadie volvió a ocuparse del asunto. El invierno siguiente, un lobo llamó la atención de la población sobre el misterioso lugar. En febrero de 1943 descubrieron unos pequeños montículos al noroeste de la población. Estos montículos se encontraban en un bosque de jóvenes abetos entre las estaciones de Katyn y Gnesdowo. Una vez pasado el período de las heladas, las autoridades alemanas ordenaron abrir las tumbas por obreros rusos. Colocados uno encima de otro, formando hasta doce capas,

contaron cuatro mil ciento ochenta y tres cadáveres. Este fue el origen de la noticia alemana que hablaba de más de diez mil cadáveres. La Agencia de Información soviética TASS, anunció tres días después de haber hecho los alemanes su declaración: «Los supuestos prisioneros de guerra polacos estaban internados en campamentos especiales en las cercanías de Smolensko y destinados a la construcción de carreteras. Dado que fue completamente imposible evacuarlos ante el rápido avance de las tropas alemanas, cayeron en manos de estos. Si ahora se ha descubierto que fueron muertos, esto significa que fueron asesinados por los alemanes que ahora, como una provocación más, afirman que este horrendo crimen ha sido cometido por las autoridades soviéticas.» ¿Había sido cometido efectivamente este crimen? Se han llevado a cabo tres averiguaciones. La primera la dirigió el jefe de los médicos alemanes Leonardo Conti. Conti invitó a doce médicos de Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, Finlandia, Italia, Croacia, Holanda, del Protectorado de Bohemia y Moravia, de Rumanía, de Suiza, de Eslovaquia y de Hungría, a examinar las tumbas. Esta Comisión dictaminó el 30 de abril de 1943 «que los fusilamientos tuvieron lugar en los meses de marzo y abril de 1940, es decir, cuando los rusos hicieron desaparecer los campos de oficiales prisioneros de guerra polacos». La segunda investigación la realizaron los polacos cuando terminó la guerra. El fiscal de Cracovia, doctor Roman Martini, descubrió, incluso, los nombres de los agentes del NKWD que habían intervenido en aquella acción. El jefe de este grupo de exterminio había sido un hombre llamado Burjanow. Pero Martini no pudo seguir sus averiguaciones. El 12 de marzo de 1946 fue asesinado, en su vivienda de Cracovia, por dos miembros de la Asociación de la Amistad polaco-rusa. La tercera investigación la ordenaron los propios rusos tan pronto reconquistaron la región de Smolensko. Esta es la investigación a la que se refería el fiscal ruso Pokrowski cuando en Nuremberg puso a discusión la cuestión: —Nos ocuparía mucho tiempo leer todos los documentos que hacen referencia a las investigaciones llevadas a cabo. Por tanto, me limitaré a leer solamente unos extractos: «Los forenses calculan el número de cadáveres en unos once mil. De todos los documentos que obran en nuestro poder se desprende sin género de dudas:

»1. Los prisioneros de guerra polacos, que estaban internados en tres campamentos al oeste de Smolensko y que habían sido destinados a la construcción de carreteras antes de empezar la guerra, permanecieron en la citada región, después de la invasión alemana hasta septiembre de 1941. »2. En el bosque de Katyn se llevaron a cabo, por las autoridades de ocupación alemanas, en el otoño del año 1941, asesinatos en masa de los prisioneros de guerra polacos internados en los campamentos antes citados. »3. Estos fusilamientos en masa fueron ejecutados por una unidad militar alemana que se ocultaba tras el nombre clave de "Stab des Baubatallions 537", mandada por el teniente coronel Ahrens y sus colaboradores el teniente Rex y el teniente Hott. »4. Las autoridades de ocupación alemanas transportaron, en la primavera del año 1943, los cadáveres de los prisioneros de guerra polacos, asesinados por ellos, al bosque de Katyn para borrar de este modo las huellas de sus propios crímenes y aumentar del número de las "víctimas del bolchevismo" en el bosque de Katyn. »5. Los médicos forenses han establecido, sin ninguna duda, que las ejecuciones fueron llevadas a cabo en el otoño del año 1941. »Los verdugos alemanes usaron en el fusilamiento de los prisioneros de guerra polacos el mismo método, tiro en la nuca, que emplearon cuando mataron en masa a los ciudadanos rusos en otras ciudades, en especial, en Orel, Woronesch, Krasnodar y Smolensko. Siguen las firmas de todos los miembros que formaron parte de la Comisión.» —¡Como testigo de la defensa, cito en primer lugar al coronel Friedrich Ahrens al púlpito de los testigos! —dijo el defensor de Goering, doctor Otto Stahmer. Ahrens entró en la sala y prestó juramento. Doctor Stahmer: «Su regimiento era el Regimiento de Transmisiones 547. ¿Existía un "Baubataillon 537"?» Ahrens: «No recuerdo ninguna otra unidad que llevara el mismo número». Doctor Stahmer: «¿Descubrió usted al llegar a Katyn que en el bosque había una tumba?» Ahrens: «Poco después de mi llegada a la región mis soldados me

llamaron la atención sobre el hecho de que encima de un montículo habían una sencilla cruz de madera de abeto. Vi la cruz. Durante todo el año 1942 mis soldados me dijeron repetidas veces que allí, en el bosque de Katyn, habían tenido lugar fusilamiento en masa. En el invierno del año 1943, en enero o febrero, vi casualmente un lobo en aquel bosque. En compañía de un experto cazador seguí las huellas y descubrimos que había estado escarbando al pie del montículo donde se levantaba la cruz. Mandé que examinaran los huesos que descubrimos allí y los médicos dijeron que se trataba de restos humanos.» Doctor Stahmer: investigaciones?».

«¿Quién

ordenó

que

se

hicieran

aquellas

Ahrens: «No conozco los detalles. Me limité a dar cuenta de mi descubrimiento a mis superiores y un buen día se presentó el profesor doctor Butz, que me informó que había de realizar unas excavaciones en el bosque donde estaba emplazada mi unidad». Doctor Stahmer: «¿Le informó posteriormente el profesor doctor Butz de los resultados de sus excavaciones?» Ahrens: «Me entregó una especie de Diario, donde aparecían anotados muchos datos y que él no podía leer, pues no entendía el polaco. Le dije que las anotaciones habían sido hechas por un oficial y que al final decía (el Diario terminaba en la primavera del año 1940) que temían que les esperaba un fin terrible». Doctor Stahmer: «Afirman que en el mes de marzo de 1943 transportaron en camiones un gran número de cadáveres a Katyn y que fueron enterrados en los bosques. ¿Sabe usted algo de todo esto?» Ahrens: «No, no sé nada». Doctor Otto Kranzbühler (defensor del acusado Doenitz): «¿Habló usted, en alguna ocasión con los habitantes del lugar sobre lo que pudieron observar en el año 1940?» Ahrens: «Sí, desde principios del año 1943 vivían cerca de mi Estado Mayor un matrimonio ruso. Fueron ellos los que me dijeron que había sido en la primavera del año 1940 y que habían llegado a la estación de Gnesdowo vagones de ferrocarril con más de doscientos polacos uniformados. Habían oído muchos gritos y también muchos tiros». Doctor Kranzbühler: «¿Fueron descubiertas, además de aquellas, otras tumbas en las cercanías del palacete del Dnjepr?»

Ahrens: «Muy cerca de la casa fueron descubiertas otras tumbas es las que había de seis a ocho esqueletos y en algunas un número superior. Los esqueletos pertenecían tanto a hombres como a mujeres». L. N. Smirnow (fiscal soviético): «¿Estuvo usted personalmente allí en septiembre o noviembre del año 1941 en el bosque de Katyn?» Ahrens: «No». Smirnow: «Esto quiere decir que no sabe usted lo que pudo suceder en septiembre o noviembre del año 1941 en el bosque de Katyn». Ahrens: «Yo no estaba allí por esas fechas». Smirnow: «Voy a citarle los nombres de varios oficiales de la Wehrmacht. Por favor, conteste usted si estos oficiales pertenecían a la unidad a su mando: teniente Rex». Ahrens: «El teniente Rex era mi ayudante». Smirnow: «¿Estaba adscrito a esta unidad antes de que fuera destinado usted a Katyn?» Ahrens: «Sí, ya estaba allí antes de mi llegada». Smirnow: «¿Y el teniente Hodt o Hoth?» Ahrens: «Hodt era su nombre. El teniente Hodt pertenecía al regimiento». Smirnow: «Voy a recordarle los nombres de otros oficiales: suboficial Rose, soldado Giesecke, sargento Krimmenski, sargento Lummert, un cocinero llamado Gustav. ¿Formaban todos ellos parte de su unidad?» Ahrens: «Sí». Smirnow: «¿Y no sabe usted lo que hicieron estos hombres durante los meses de septiembre o noviembre de 1941?» Ahrens: «Como yo no estaba allí no puedo saberlo con certeza». Smirnow: «¿Ha sido informado de que la Comisión Estatal le considera a usted como uno de los responsables por los crímenes cometidos en Katyn?» Ahrens: «El informe dice "un tal Arens".»

Iola Nikitschenko (juez soviético): «¿No estaba usted personalmente presente cuando el profesor Butz descubrió el Diario y otros documentos que fueron hallados?» Ahrens: «No». Nikitschenko: «¿De modo que no sabe usted dónde fueron encontrados el Diario y los otros documentos?» Ahrens: «No». Otro testigo, el antiguo teniente Reinhard von Eichborn del Regimiento de Transmisiones 537, no hizo otra cosa que completar, en cierto modo, la declaración hecha por Ahrens. Doctor Stahmer: «Señor testigo, ¿sabe quién habitó en aquel palacete antes de que fuera ocupado por las tropas alemanas? ¿Sabe a quién perteneció?» Eichborn: «No lo sé con certeza. Nos llamó la atención el hecho de que estaba muy bien construido y muy bien amueblado. Incluso con cine y campo de tiro y dos cuartos de baño. Pero no logramos averiguar quién era el propietario». El siguiente testigo de la defensa fue el general Eugen Oberhäuser, jefe de Transmisiones del Grupo de Ejércitos Centro. Doctor Stahmer: «¿Contaba el Regimiento 537 con los medios técnicos necesarios, pistolas, munición, etc., que hubiesen hecho factible este asesinato en masa?» Oberhäuser: «El regimiento no estaba tan bien armado como la tropa combatiente. De ningún modo podía haber llevado a cabo una ejecución en masa». Smirnow: «Los oficiales del regimiento iban, sin duda, armados de pistolas, una «Walther» o una «Mauser», ¿no es cierto?» Oberhäuser: «Sí». Smirnow: «¿Puede usted decirme el número de pistolas con que contaba el regimiento?» Oberhäuser: «Supongamos que cada uno de los oficiales tenía una pistola. Esto significaría ciento cincuenta».

Smirnow: «¿Por qué dice usted que con ciento cincuenta pistolas no puede llevarse a cabo una ejecución en masa?» Oberhäuser: «Porque un regimiento de transmisiones suele estar, generalmente, muy desperdigado. El regimiento cubría la zona de Kolodow hasta Witebsk, y por lo tanto, es difícil que ciento cincuenta pistolas fueran concentradas en un mismo lugar». Doctor Stahmer: «El regimiento cubría una zona muy amplia. ¿Qué distancia?» Oberhäuser: «Más de quinientos kilómetros». Estas son las pruebas y las respuestas más destacadas del interrogatorio. A continuación el ministerio público ruso presentó sus testigos, iniciando la tanda el astrónomo Boris Bazilewsky, que durante la ocupación de los alemanes fue segundo alcalde de Smolensko. Fue interrogado por Smirnow. Smirnow: «¿Cuántos años llevaba usted residiendo en la ciudad de Smolensko antes de que fuera ocupada por los alemanes?» Bazilewsky: «Desde el año 1919». Smirnow: «¿Conoce usted el denominado bosque de Katyn?» Bazilewsky: «Sí. Era el lugar predilecto de los habitantes de Smolensko». Smirnow: «¿Era este bosque antes de la guerra un lugar prohibido o vigilado?» Bazilewsky: «Todo el mundo tenía libre acceso». Smirnow: «¿Quién era el alcalde de Smolensko?» Bazilewsky: «El abogado Menschagin». Smirnow: «¿Cuáles eran las relaciones que tenía Menschagin con las fuerzas de ocupación alemanas?» Bazilewsky: «Fueron unas relaciones muy buenas». Smirnow: «¿Podría decirse que los alemanes consideraban a Menschagin como hombre de confianza y que incluso pudieron hacerle confidencias secretas?»

Bazilewsky: «Sí, desde luego, entra dentro de lo posible». Smirnow: «¿Qué hacían los prisioneros de guerra polacos cerca de Smolensko..., sabe usted qué fue de ellos?» Bazilewsky: «Con respecto a los prisioneros de guerra polacos, Menschagin me dijo que habían propuesto exterminarlos». Smirnow: «¿Volvió a hablar más tarde de los prisioneros polacos con Menschagin?» Bazilewsky: «Unas dos semanas más tarde. Le pregunté qué había sucedido con los prisioneros de guerra polacos. Menschagin vaciló en un principio y luego dijo: "Es asunto liquidado".» Smirnow: «¿Le dijo Menschagin por qué habían sido fusilados los prisioneros de guerra polacos?» Bazilewsky: «Sí, me dijo que formaba parte del sistema general dirigido contra los prisioneros de guerra polacos». Después de una pausa en la sesión, el doctor Stahmer sometió al testigo a un contrainterrogatorio. Doctor Stahmer: «Señor testigo, si he observado bien, antes de interrumpirse la sesión, las respuestas las ha leído usted». Bazilewsky: «No he leído nada. Tenía en la mano un plano general de la sala». Doctor Stahmer: «Pues daba la impresión de que leía usted las respuestas. ¿Cómo se explica que el intérprete ya tuviera en su poder sus respuestas por escrito?» Bazilewsky: «No comprendo cómo el intérprete puede haber conocido mis respuestas antes de darlas». Doctor Stahmer: «¿Conoce usted el palacete junto al Dnjepr?» Bazilewsky: «Junto al Dnjepr hay muchos palacetes». Doctor Stahmer: «Me refiero al palacete junto al bosque». Bazilewsky: «Las orillas del Dnjepr son muy largas, por lo tanto no

comprendo su pregunta». Doctor Stahmer: «¿De modo que no sabía usted que en el bosque de Katyn existía una casa de reposo o sanatorio de la GPU?» Bazilewsky: «Lo sé muy bien, pues todos los habitantes de Smolensko lo sabían». Doctor Stahmer: «En este caso, sabe perfectamente a qué casa me refiero». Bazilewsky: «Personalmente no he estado nunca en aquella casa. En ella solo podían entrar los familiares de los agentes empleados en el Ministerio del Interior. Otras personas no podían y no conseguían autorización para entrar en la casa». Doctor Stahmer: «¿Puede usted citarme a alguna persona testigo de la ejecución?» Bazilewsky: «No, no conozco a ningún testigo ocular». Doctor Stahmer: «¿Ha sido usted castigado por el Gobierno ruso por su colaboración con los alemanes?» Bazilewsky: «No». Thomas J. Dodd (fiscal americano): «¡Señor presidente! Deseo llamar la atención del Tribunal sobre el hecho de que el doctor Stahmer le ha preguntado al testigo cómo era posible que los intérpretes ya conocieran de antemano sus respuestas. He mandado interrogar al teniente de servicio y este acaba de informarme que los intérpretes no conocían las respuestas del testigo. Quiero que conste en acta». Doctor Stahmer: «Me han informado de este detalle durante la pausa. Si no se ajusta a la verdad, retiro lo dicho». Presidente: «Los defensores deberían abstenerse de hacer comentarios de esta clase hasta no haber comprobado su autenticidad». Smirnow: «¿Puedo empezar con el interrogatorio del siguiente testigo, señor presidente?» Después de este incidente ocupó el estrado de los testigos un hombre que desempeñó un papel muy discutido en la historia de Katyn. El médico búlgaro, doctor Marko Antonow Markov, del Instituto de Medicina legal de Sofía.

Cuando Conti invitó en el año 1943 a los doce expertos extranjeros a Katyn, Markov también formaba parte de este grupo. Su firma consta en el informe de la Comisión médica. Este documento era la base de la acusación alemana, que la ejecución en masa había sido realizada por los rusos. Más tarde, cuando Bulgaria fue ocupada por las tropas rusas, Markov fue llevado el 19 de febrero de 1945 ante el tribunal popular de Sofía. Declaró que los agentes de la Gestapo habían vigilado día y noche a los miembros de la Comisión y que estos finalmente se habían visto obligados a firmar el documento. Ahora, Markov era llevado a presencia del Tribunal de Nuremberg. Smirnow: «¿Cuándo llegó la comisión a Katyn?» Markov: «La Comisión llegó a Smolensko la noche del 28 de abril de 1943». Smirnow: «¿Cuántas veces los miembros de la Comisión examinaron personalmente las fosas en el bosque de Katyn?» Markov: «Estuvimos dos veces en los bosques de Katyn, las mañanas del 29 y del 30 de abril». Smirnow: «¿Cuántas horas pasaron ustedes examinando las fosas?» Markov: «De tres a cuatro horas cada vez». Smirnow: «¿Confirmó la Comisión que los cadáveres hacía tres años que habían sido enterrados?» Markov: «Según mi opinión los cadáveres habían sido enterrados hacía menos de tres años. El cadáver que examiné personalmente hacía uno o dos años que había sido enterrado como máximo». Smirnow: «¿Es costumbre, en la medicina legal búlgara, que un examen sea dividido en dos partes: descripción y dictamen?» Markov: «Sí». Smirnow: «¿Contiene el documento, firmado por usted, un dictamen?» Markov: «El documento firmado por mí solo contiene la descripción y no el dictamen. Por los documentos que pusieron a nuestra disposición se desprendía claramente que querían que nosotros certificáramos que los cadáveres llevaban enterrados más de tres años. Esto se deducía claramente de los documentos que sometieron a nuestra consideración en el palacete».

Smirnow: «¿Les fueron presentados estos documentos antes o después de la autopsia?» Markov: «Los papeles nos fueron entregados un día antes de la autopsia». Smirnow: «¿Cuando firmó el documento sabía, sin dudas de ninguna clase, que los asesinatos de Katyn no habían sido cometidos antes del último trimestre del año 1941 y que también se debía excluir el año 1940?» Markov: «Sí, lo sabía y por este motivo no permití que figurara en el documento el dictamen final». Smirnow: «¿Por qué firmó, sin embargo, el documento mencionado?» Markov: «La mañana del día 1.º de mayo tomamos el avión en Smolensko. Al mediodía aterrizamos en Bela. Se trataba de un campo de aviación militar. Allí almorzamos y después nos presentaron ejemplares del documento para que los firmáramos. Nos presentaron los documentos en aquel alejado campo de aviación. Este fue el motivo por el cual firmé el documento.» Doctor Stahmer: «El documento, no solamente fue firmado por usted, sino también por otros once científicos, algunos de ellos de fama mundial. Figura también un médico neutral, el profesor Naville, de Suiza». Markov: «No sé el motivo de que los demás firmaran el documento. Pero creo que todos lo hicieron en las mismas circunstancias que yo». Precisamente este punto de la declaración de Markov tuvo un epílogo el 17 de enero de 1947, tres meses después de haber terminado el proceso de Nuremberg. Aquel mismo día fue interrogado el médico suizo doctor Francis Naville por el gran Consejo del Cantón de Ginebra, en relación con aquel suceso en que fue invitado a intervenir. En opinión del Consejo, Naville procedió en todo momento de acuerdo con lo que exigía su profesión. Y el presidente del Consejo dijo textualmente: «En el caso de que Markov fuera realmente obligado a prestar su declaración, queda por saber si esta presión fue ejercida sobre él por las bayonetas alemanas o por las bayonetas soviéticas». Pero volvamos al proceso de Nuremberg. Doctor Stahmer: «En su informe dice usted que el cadáver que fue examinado por usted llevaba uniforme. ¿De invierno o de verano?» Markov: «Uniforme de invierno, capote y cuello de piel de cordero». Doctor Stahmer: «En el informe encontramos los siguientes datos: "Los

documentos encontrados en poder de los cadáveres, diarios, cartas, periódicos, llevaban las fechas de otoño de 1939 a marzo y abril de 1940. La última fecha correspondiente a la de un periódico ruso del 22 de abril de 1940". Yo le pregunto ahora, ¿son ciertos estos datos? ¿Corresponden a lo que usted vio personalmente?» Markov: «En efecto, nos enseñaron estas cartas y estos periódicos. Algunos de estos papeles fueron descubiertos por los médicos que realizaban las autopsias». El doctor Stahmer obtuvo un completo éxito durante este contrainterrogatorio. Lo cierto es que se produjo un auténtico momento de sensación cuando fue llamado a declarar el profesor de Moscú, Iljitsch Prosorowsky. Smirnow: «¿Halló, mientras efectuaba la autopsia de los cadáveres, balas o cartuchos de balas?» Prosorowsky: «Los oficiales polacos habían sido asesinados por un tiro en la nuca. Sí, hallamos balas y durante las excavaciones, cápsulas de balas alemanas. Estas cápsulas llevaban grabada la palabra Greco». Más tarde se averiguó que estas balas habían sido exportadas por la fábrica Genschow, de Durlach, a los países bálticos, de acuerdo con el tratado de Rapallo. En Nuremberg no volvió a hablarse del tema después de haber sido interrogado este último testigo. El caso no fue aclarado, por lo menos no fueron presentadas pruebas concluyentes. En el año 1952 un diputado norteamericano intentó revivir el tema de Katyn. —¿Acaso el hecho de que los soviéticos no llegaran a formular una acusación concreta contra los alemanes, no significa un pleno reconocimiento de su propia culpa? —preguntó Daniel J. Flood al antiguo fiscal en Nuremberg, Robert Kempner. —Por lo menos se trata de una situación muy curiosa —respondió Kempner—. Admiramos profundamente a Stahmer que obligó a los soviéticos a renunciar a una acusación en el caso de Katyn. Constituyó una absoluta victoria de la defensa. Hasta noviembre de 1952, el Comité americano interrogó a muchos testigos, muchos de los cuales quisieron conservar el anonimato e hicieron sus declaraciones envueltas las cabezas con un saco. Robert H. Jackson, el fiscal

general americano en el proceso de Nuremberg, declaró ante la Comisión: —En Nuremberg ya sospechamos que los rusos podían ser los culpables de lo sucedido. Por este motivo nos negamos a acusar del crimen a los alemanes. El teniente coronel americano, John H. van Fliet, junior, hizo igualmente una declaración muy importante. En el año 1943 estaba prisionero de guerra de los alemanes y formó parte de un grupo de prisioneros de guerra occidentales que fueron invitados, por las autoridades alemanas, a visitar el bosque de Katyn. Van Fliet dijo: «Odiaba a los alemanes, pero hube de reconocer que en aquel caso decían la verdad». Esta declaración, que prestó Van Fliet inmediatamente después de su regreso a los Estados Unidos, fue mantenida en secreto por el Servicio Secreto americano por miedo a que la Unión Soviética no quisiera participar en la guerra contra el Japón. El 12 de febrero de 1953 publicó el Comité un informe de 2.364 páginas sobre el resultado de sus investigaciones. En este informe se hace responsable a la Unión Soviética del asesinato de cuatro mil polacos. Todos los miembros de las Naciones Unidas recibieron una copia. Pero desde el 12 de febrero de 1953 la opinión pública mundial no ha vuelto escuchar ningún comentario sobre el caso.

5. La técnica de la despoblación La política de Hitler en las regiones ocupadas ya quedó establecida, desde un principio, por su filosofía nacionalsocialista. Sus principios eran los siguientes: Diezmo de razas y tribus enteras, liquidación sistemática de los elementos indeseables, saqueo, muerte por hambre, trabajos forzados. La consigna, sobre todo en el Este, era la despoblación. El espacio conquistado con las armas había de ser «asegurado por la política». Detrás de esta consigna se ocultan los crímenes más horribles. Nada menos que Adolf Heusinger, inspector general del Ejército federal alemán, presentó ante el Tribunal de Nuremberg, en el año 1945, una declaración jurada, que fue citada por el fiscal americano Telford Taylor: «Siempre opiné que el trato de que era objeto la población civil en las regiones de operaciones y los métodos que se empleaban para combatir a las bandas de guerrilleros en las zonas de operaciones les ofrecían, tanto a los altos jefes políticos y militares, la ocasión para alcanzar el objetivo que se habían señalado, es decir, la reducción sistemática de los esclavos y de los judíos. He considerado siempre estos métodos tan crueles una estupidez militar que solo

puede contribuir a dificultar la lucha de la tropa contra el enemigo.» Lo que en este caso fue insinuado por Heusinger lo confirmó, con todo lujo de detalles, el jefe de las unidades alemanas destinadas a combatir a las bandas de guerrilleros enemigos. SS-Obergruppenführer y general de las Waffen-SS, Erich von dem Bach-Zelewski. Fue interrogado por Telford Taylor: Taylor: «¿Publicaron las autoridades militares unas disposiciones en que se hablaba de los métodos que habrían de ser empleados en la lucha contra las bandas de guerrilleros?» Bach-Zelewski: «No». Taylor: «¿Cuál fue la consecuencia?» Bach-Zelewski: «Como no existía una orden concreta, reinaba una completa anarquía en la lucha contra los guerrilleros». Taylor: «¿Causaron las medidas adoptadas la muerte inútil de elementos de la población civil?» Bach-Zelewski: «Sí». J. W. Pokrowsky (fiscal ruso): «¿Está usted enterado de la creación de una brigada especial compuesta por antiguos contrabandistas, cazadores furtivos y antiguos presidiarios?» Bach-Zelewski: «A fines de 1941 o a principios de 1942 fue organizado un batallón a las órdenes de Dirlewanger, adscrito al grupo de Ejércitos Centro para la lucha contra los guerrilleros. Esta brigada Dirlewanger estaba compuesta, en su mayor parte, por unos antiguos reos, que aunque oficialmente solo se trataba de cazadores furtivos, lo cierto es que también figuraban criminales profesionales condenados por robo a mano armada, asesinato, etc.» Pokrowsky: «¿Cómo explica usted que el mando alemán consintiera que fueran engrosadas sus fuerzas con el alistamiento de criminales profesionales?» Bach-Zelewski: «Creo que está directamente relacionado con el discurso pronunciado por Heinrich Himmler a principios de 1941, antes de comenzar la campaña contra Rusia, cuando dijo que uno de los objetivos de la guerra contra Rusia era reducir en unos treinta millones de habitantes la Unión Soviética y que estas actividades habían de ser realizadas por unas tropas de categoría inferior, pero destinadas especialmente a esta labor».

Pokrowsky: «¿Conoce unas instrucciones que ordenaban incendiados aquellos pueblos que prestaban ayuda a los guerrilleros?»

fueran

Bach-Zelewski: «No». Pokrowsky: «Es decir, cuando algunos comandantes incendiaban un pueblo ruso por la ayuda de sus habitantes hubiesen podido prestar a los guerrilleros, ¿actuaban por su cuenta y riesgo?» Bach-Zelewski: «Sí». Pokrowsky: «¿Ha dicho usted que la lucha contra los guerrilleros era una excusa para diezmar la población eslava y judía?» Bach-Zelewski: «Sí». Pokrowsky: «¿Afirma usted que las medidas de represalia adoptadas por la Wehrmacht tenían como objeto el reducir en treinta millones la población civil eslava y judía?» Bach-Zelewski: «Mi opinión es que estos métodos hubiesen reducido en treinta millones la población eslava y judía si hubiesen continuado con la misma intensidad». Sin ninguna clase de escrúpulos trataba Hitler de crear, en el este de Europa, un «espacio vacío», que era el lugar donde debía habitar la raza de señores que había de ser criada y organizada por Himmler. —La realización de estos crímenes —dijo el fiscal soviético Rudenko— fue confiada especialmente a los llamados «Sonderkommandos», que habían sido creados después de llegar a un acuerdo el jefe de la policía y del SD y el alto mando de la Wehrmacht. Este hecho fue confirmado también por el jefe de la Sección III en la oficina central de Seguridad del Reich, Otto Ohlendorf, que mandó personalmente una de estas unidades en el Este y que en el año 1951 fue ejecutado en Landsberg, acusado de ejecuciones en masa; fue interrogado por el fiscal americano John Harlan Amen. Amen: «¿Cuántas "unidades especiales" luchaban en el frente?» Ohlendorf: «Existían cuatro unidades especiales, las A, B, C y D. El grupo D no estaba adscrito a ningún Grupo de Ejército, sino que estaba las órdenes directas del 11 Ejército.»

Amen: «¿Quién era el comandante en jefe del 11 Ejército?» Ohlendorf: «El comandante en jefe del 11 Ejército fue primero Ritter von Schober y luego von Manstein». Amen: «¿Celebró usted en alguna ocasión una entrevista con Himmler?» Ohlendorf: «Sí. En el verano del año 1941 estuvo Himmler en Nikolajew. Mandó formar a los jefes y soldados de la unidad y repitió que la orden de ejecución no hacía personalmente responsables a ninguno de los jefes o soldados que participaran en la misma. La responsabilidad incumbía únicamente a él y al Führer». Amen: «¿Sabe usted cuántas personas fueron liquidadas por el grupo D, es decir, el grupo que estaba a sus órdenes?» Ohlendorf: «De junio de 1941 a julio de 1942 fueron muertas por la unidad especial unas noventa mil». Amen: «¿Incluye en esta cifra a las mujeres y niños?» Ohlendorf: «Sí». Amen: «¿En qué se funda usted para dar esta cifra?» Ohlendorf: «Por los partes de los grupos que recopilábamos en la comandancia». Amen: «¿Vio y leyó personalmente estos partes?» Ohlendorf: «Sí». Amen: «¿Asistió a estos asesinatos en masa?» Ohlendorf: «Fui destinado, en dos ocasiones, a vigilar estas ejecuciones en masa». Amen: «¿En qué posición eran fusiladas las víctimas?» Ohlendorf: «De pie o arrodilladas». Amen: «¿Qué hacían de los cadáveres después de fusilar a las víctimas?» Ohlendorf: «Se enterraban en las zanjas».

Amen: «¿Cómo averiguaban ustedes si la víctima había muerto?» Ohlendorf: «Los jefes de cada unidad habían recibido órdenes concretas de vigilar las ejecuciones y en caso necesario disparar el tiro de gracia». Amen: «¿Fueron muertas todas las víctimas, hombres, mujeres y niños, empleando el mismo sistema?» Ohlendorf: «Hasta la primavera del año 1942, sí. Luego recibimos una orden de Himmler de que las mujeres y niños habían de ser muertos en los camiones de gas». El motivo por el cual Himmler dio esta orden sorprendente, se supo en el curso de un proceso posterior. El testigo Erich von dem Bach-Zelewski contó el siguiente incidente. En agosto de 1941, Himmler ordenó a uno de los jefes de una unidad especial, Arthur Nebe, en Minsk, que mandara ejecutar a cien personas en su presencia. Entre las víctimas se encontraban numerosas mujeres. Bach-Zelewski se encontraba muy cerca de Himmler y le observaba atentamente. Cuando sonaron los primeros disparos y las víctimas se desplomaron, Himmler se mareó. Se tambaleó, casi cayó a tierra, pero recuperó en el acto el dominio sobre sí mismo. A continuación insultó, a gritos, a los verdugos acusándoles de no saber disparar, pues algunas mujeres todavía estaban vivas. Poco después decretó la orden, mencionada por Ohlendorf en Nuremberg, de que las mujeres y niños no debían ser fusilados, sino muertos en los coches de gas. Amen: «¿Puede usted explicarle al Tribunal en qué consistían estos coches de gas?» Ohlendorf: «Eran unos grandes camiones que podían cerrarse herméticamente. Estaban construidos de tal modo que cuando se ponía el motor en marcha se enviaba, por medio de unos tubos, gas al interior del camión y este gas provocaba la muerte al cabo de unos diez a quince minutos». Amen: «¿Cuáles fueron las organizaciones que contribuyeron con mayor número de soldados a engrosar estas unidades especiales?» Ohlendorf: «Los jefes procedían de la Gestapo, de la policía criminal y, en un tanto por ciento menor, del SD". Abogado Ludwig Babel (defensor de las SS y del SD): «¿Podían estos hombres negarse a cumplir las órdenes que se les daban?» Ohlendorf: «No, pues si se hubiesen negado los hubieran llevado ante un tribunal marcial y condenado a muerte».

Así funcionaba la horrible maquinaria de Hitler, Himmler y de sus secuaces, sin compasión y sin escrúpulos de ningún género hasta el último día. En la sala de sesiones de Nuremberg fueron relatados durante días, durante semanas, los detalles de acciones cada vez más repugnante. La «técnica de la despoblación» absorbía millones de seres humanos: judíos, eslavos, mujeres, niños, ancianos, poblados enteros. En Nuremberg hicieron acto de presencia los testigos oculares y los sobrevivientes, y fueron presentados documentos capturados a los alemanes, informes oficiales y fotografías. Es completamente imposible abarcar en toda su magnitud esta terrible catástrofe provocada por la mano del hombre. Miles de páginas fueron dedicadas a estos hechos en el proceso de Nuremberg, pero incluso estos miles de páginas forman solo un pequeño extracto de todo lo sucedido. Unos pocos ejemplos han de servirnos para comprender estos casos. El comandante Rösler, del 528 Regimiento de Infantería, mandó el 3 de enero de 1942, un informe al comandante en jefe del Noveno Ejército, general Schierwind, que fue hallado después de la guerra y presentado ante los jueces en el proceso de Nuremberg. Este informe decía: «A fines de julio de 1941 se encontraba el Regimiento a mis órdenes en ruta hacia Schitomir, donde habíamos de disfrutar de unos días de descanso. Cuando acompañado por mi Plana Mayor la tarde del día de llegada ocupé la casa que se nos había destinado, oímos, bastante cerca, unas salvas de fusil y poco después disparos aislados de pistola. Decidí averiguar de lo que se trataba y en compañía de mi ayudante y el oficial de servicio, los tenientes von Bassewitz y Müller-Brodmann, nos dirigimos hacia la dirección de donde procedían los disparos. »Pronto supimos que éramos testigos de un horrendo espectáculo. Al poco rato vimos a numerosos soldados y paisanos que se dirigían hacia una pequeña hondonada en la cual, según nos dijeron, se cumplían cada día un sinfín de ejecuciones. »Subimos a un pequeño montículo y entonces vimos el espectáculo en toda su amplitud. En la hondonada habían cavado una zanja de unos siete u ocho metros de largo y cuatro de ancho y la tierra la habían amontonado a un lado. Esta tierra estaba manchada de sangre. La misma zanja estaba llena de cadáveres de ambos sexos y era difícil calcular su número, pues no se podía ver la profundidad de la zanja. »Distinguimos un pelotón de ejecución formado por agentes de la policía que estaba a las órdenes de un oficial, perteneciente también a la policía. Los uniformes de los agentes estaban manchados de sangre. Vimos muchos soldados de los regimientos destinados a aquel sector, vestidos algunos solo con traje de baño, que asistían como espectadores a las ejecuciones, así como también muchos paisanos, mujeres y niños. Me acerqué a la zanja y ante mis ojos se

ofreció un cuadro que no olvidaré nunca mientras viva. Vi a un anciano con barba blanca que todavía daba señales de vida, y entonces le supliqué a uno de los agentes de policía que le disparara el tiro de gracia para poner fin a sus tormentos. Pero el policía me contestó: "A ese ya le he metido siete balas en el cuerpo, ese morirá solo". »Los cadáveres en la zanja quedaban tendidos allí, en la misma posición en que habían caído. Muchos de ellos aún vivían y los oficiales les disparaban un tiro de gracia en la nuca. »Por mi participación en la gran guerra y en las campañas de Francia y Rusia he sido testigo de muchos hechos deplorables, pero no recuerdo jamás haber sido testigo de algo parecido.» Esta exposición de un comandante alemán podría ser completada por centenares de otros testigos. En todo el Este, en las cercanías de todas las grandes poblaciones tenían lugar fusilamientos en masa. Que no se trataba de medidas incontroladas e irresponsables se deduce claramente de la lectura de otro de los documentos presentados en Nuremberg: el Diario del acusado Hans Frank, gobernador general de Polonia. El 6 de febrero del año 1940, concedió Frank una entrevista al corresponsal Kleiss, del Völkischen Beobachter. El fiscal soviético Smirnow leyó lo siguiente: Kleiss: «Tal vez fuera interesante que nos explicara cuál es la diferencia entre Protectorado y Gobierno general». Frank: «No le puedo ofrecer una diferencia plástica. En Praga, por ejemplo, pegaban unos grandes cartelones rojos en los que se decía que aquel día habían sido fusilados siete checos. Y entonces yo me decía: Si en Polonia hubiéramos de pegar un letrero ojo por cada polaco que es fusilado, no bastarían los bosques de este país para suministrar todo el papel necesario». Samuel Harris, fiscal de los Estados Unidos, explicó la teoría de la despoblación mediante un documento muy importante: —Se trata de un informe del 23 de mayo de 1941, es decir, un día antes de la invasión de la Unión Soviética. Este documento fue encontrado en los archivos del Alto Mando de la Wehrmacht y lleva por título: «Directrices político-económicas para la organización económica Este, grupo Agricultura». En este documento se dice que los productos agrícolas sobrantes en las regiones de producción no deben ser destinados a las regiones carentes de productor agrícolas, sino a Alemania:

«—La consecuencia de no suministrar productos agrícolas a las zonas forestales, inclusive las zonas industriales de San Petersburgo y Moscú, será que la población de estas regiones, principalmente la población de las ciudades, pasará una época de mucha hambre. Muchos millones de seres habitantes de estas zonas morirán o se verán obligadas a emigrar a Siberia». Aquellos hombres, mujeres y niños que no eran muertos por la acción de las unidades especiales o en el curso de la lucha contra las bandas de guerrilleros, habían de morir de hambre de acuerdo con lo ordenado desde Berlín. «Muchos millones de seres humanos»... Estas palabras constan en un documento oficial alemán. Doctor Alfred Thoma, defensor del acusado Alfred Rosenberg, rebatió este cargo cuando sometió a contrainterrogatorio al testigo Bach-Zalewski: —¿Cree usted que el discurso de Himmler, en el que exigía que fueran muertos treinta millones de eslavos, representaba su punto de vista personal sobre esta cuestión o concordia plenamente con el punto de vista de la filosofía nacionalsocialista?» Bach-Zelewski: «Ahora opino que era la consecuencia de nuestra política en general. Cuando se predica durante muchos años, durante muchísimos años, que la raza eslava es una raza inferior a la nuestra, que los judíos no deben ser considerados como seres humanos, es lógico que llegue el día en que tenga lugar esta explosión». Doctor Thoma: «Ahora, ¿y cuál era su opinión en aquellos días?» Bach-Zelewski: «Es difícil para un alemán llegar a este convencimiento. Yo he tardado mucho tiempo en convencerme». Doctor Thoma: «Pero usted además de tener unas ideas políticas muy concretas, también tenía una conciencia, ¿no es verdad?» Bach-Zelewski: «Por este motivo estoy hoy aquí». —¡Traidor! —gritó Goering muy audiblemente, después de haber pronunciado el testigo estas palabras. Pero esto ya no podía cambiar los hechos. Los prisioneros de guerra fueron primordialmente los que más sufrieron las consecuencias de esta técnica de la despoblación. Esto se demuestra claramente en la llamada Kommisarbefehl y alcanzó su punto más macabro en la

muerte por hambre. Bogislaw von Bonin, que de 1952 a 1955 trabajó activamente en la organización del Ejército federal alemán, prestó en 1945 declaración ante el Tribunal de Nuremberg. El fiscal Taylor leyó la declaración: «Cuando empezó la campaña rusa yo era primer oficial de Estado Mayor de la 17 División acorazada que había de atacar al norte de Brest-Litowsk, al otro lado del Bug. Poco antes del ataque mi división recibió una orden del Führer, transmitida por el Alto Mando de la Wehrmacht. En esta orden se decía que todos los comisarios rusos que fueran hechos prisioneros de guerra habían de ser fusilados sin juicio y sin contemplaciones de ninguna clase. Esta consigna servía para todas las unidades destinadas al frente del Este. Aunque esta orden había de ser transmitida incluso a las Compañías, el comandante en jefe del XXXVII Cuerpo acorazado, general de las tropas acorazadas Lemelsen, prohibió que se comunicara a la tropa esta orden, pues estaba en contradicción evidente con el espíritu que, en todo momento, debe animar a los soldados en un frente de combate». La actitud de Lemelsen revela claramente el efecto que esta orden debía producir entre la tropa, pero solo unos pocos comandantes en jefe tuvieron el valor de Lemelsen. La orden de asesinar adquiría proporciones ilimitadas. El testigo Erwin Lahousen, del Servicio Secreto, que estaba a las órdenes del almirante Canaris, fue interrogado sobre este punto en Nuremberg por John Harlan Amen. Lahousen: «La orden comprendía dos clases de medidas que habían de ser llevadas a la práctica, primero el fusilamiento de los comisarios rusos y luego la muerte de todos aquellos elementos entre los prisioneros de guerra rusos que serían seleccionados previamente por el SD y que eran los elementos contagiados por el bolchevismo, o miembros activos del bolchevismo». Amen: «¿Se decía quién había de ejecutar estas órdenes?» Lahousen: «Sí, creo recordar que las unidades especiales del SD, que había que seleccionar esos elementos en los campos de prisioneros de guerra y proceder luego a su ejecución». Amen: «¿Tiene la bondad de exponer ante el Tribunal el sistema que se seguía para seleccionar a esos elementos y cómo se decidía cuál de los prisioneros había de ser muerto?» Lahousen: «Los prisioneros de guerra eran seleccionados por las unidades especiales del SD de un modo completamente arbitrario. Algunos jefes de estas unidades se guiaban por signos raciales, y claro, todos aquellos que tenían

rasgos judíos o daban la impresión de ser seres inferiores, eran condenados a muerte. Otros, por el contrario, elegían para ser fusilados a aquellos prisioneros de guerra que parecían ser los más inteligentes. Otros, tenían en cuenta otras características.» Después de esta declaración de Lahousen, fue presentado otro documento que decía: «El destino de los prisioneros de guerra soviéticos en Alemania es una tragedia de dimensiones incalculables. De los tres millones seiscientos mil prisioneros de guerra, solo unos centenares de miles han podido reanudar sus trabajos habituales. La mayor parte de ellos están enfermos. Muchos murieron de hambre. En la mayoría de los casos los comandantes prohibieron a la población civil que suministrara víveres a los prisioneros y con ello los condenaba a morir de hambre. En muchos casos, cuando los prisioneros de guerra se desplomaban por las calles eran fusilados allí mismo por sus guardianes ante el horror de la población civil. En numerosos campamentos no se ocupaban de buscar alojamiento para los prisioneros de guerra, de modo que estos habían de permanecer al aire libre aunque lloviese o nevase. Sí, incluso ni siquiera les daban las herramientas necesarias para construirse zanjas en la tierra para guarecerse del frío. Hemos de hacer mención además al fusilamiento de los prisioneros de guerra. En muchos casos eran fusilados los "asiáticos"...» Lo más sorprendente de este documento es su procedencia. ¡Se trata de una carta que le escribió Alfred Rosenberg el 28 de febrero de 1942 a Wilhelm Keitel! Otro documento, procedente igualmente de Rosenberg, fue leído en el proceso de Nuremberg: «El racionamiento que recibe la población civil rusa no asegura su existencia, sino simplemente le permite continuar vegetando. Por las carreteras rusas vagan un sinfín de personas, que podríamos calcular en unos cuantos millones, que no hacen otra cosa que vagar de un lado al otro en busca de alimentos...» Cómo se pudo llegar a este desprecio hacia las vidas ajenas se deduce de las siguientes frases. El comisario del Reich, Erich Koch, responsable de la Administración en Ucrania, dijo públicamente en Kiev: «Somos un pueblo de señores que ha de tener en cuenta que el obrero alemán más bajo es mil veces mejor, desde el punto de vista racial y biológico, que cualquier exponente de la población local... Explotará este país hasta sus límites... No he venido aquí para impartir bendiciones... La población ha de

trabajar, trabajar y trabajar... No hemos venido aquí, lo repito, a repartir dádivas...» Y Heinrich Himmler les dijo a sus generales de las SS, según un relato taquigráfico que obraba en poder del fiscal americano Thomas J. Dodd: «Me es completamente indiferente la suerte de los rusos y de los checos. Si los demás pueblos llevan una vida de bienestar o se mueren de hambre, solo me interesa en el sentido de que los necesitamos como esclavos para nuestra cultura, aparte de esto no me interesan. Si en la construcción de unas defensas antitanques mueren cientos de miles de mujeres rusas, solo me interesa por saber si antes han terminado la construcción de la defensa, por lo demás, no me interesa». En esta relación hemos de incluir también la llamada Kugel-Erlass, que ordenaba que todos los oficiales y suboficiales rusos prisioneros de guerra que habían intentado emprender la huida debían ser llevados al campo de concentración de Mauthausen para ser fusilados allí. Así como las órdenes anteriores todavía establecían una diferencia entre el Este y el Oeste, la llamada Nacht-und-Nebel Erlass afectaba a la población civil en todas las regiones ocupadas. Esta orden era el aborto de una mente satánica y enfermiza. —A continuación —comunicó el fiscal americano Robert G. Storey— voy a presentar aquellos casos en que la Gestapo y el SD transportaban a Alemania a personas civiles de las regiones ocupadas para procesos secretos y su castigo. Se trata de la llamada Nacht-und-Nebel Erlass, que fue promulgada por Hitler el 7 de diciembre de 1941. El documento mencionado lleva la firma del acusado Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de la Wehrmacht, y dice lo siguiente: «Por voluntad del Führer, en las regiones ocupadas en que se realice un atentado contra el Reich o las fuerzas de ocupación, se adoptarán frente a los criminales unas medidas diferentes a las que están en vigor hasta la fecha. El Führer declara lo siguiente. En estos casos las condenas a prisión, aunque sean a cadena perpetua, las considera un signo de debilidad. Por este motivo, solo se podrá conseguir una intimidación de la población civil y evitar futuros atentados imponiendo la pena de muerte o adoptando medidas que hagan que la población ignore la suerte que hayan podido correr los criminales. Para este fin lo mejor es transportar a los elementos criminales a Alemania. Las precedentes instrucciones corresponden plenamente con los deseos del Führer. Han sido examinadas y autorizadas por él. Keitel». Entre las instrucciones complementarias de esta orden, leemos:

«Algunas de las medidas a adoptar y que pueden causar una mayor inquietud entre la población civil, son: a) hacer desaparecer sin dejar la menor huella a los elementos criminales; b) no dar la menor información sobre el paradero de los elementos criminales.» Keitel (en el estrado de los testigos): «Comprendo perfectamente que el hecho de que mi nombre aparezca firmando este documento es un cargo más contra mi persona, aunque en el documento se lee claramente que se trata de una orden del Führer. »En todo momento presenté mis protestas contra esta orden y recuerdo muy bien haber dicho que con esta orden se lograría perfectamente lo contrario de lo que se pretendía con la misma. Pero no lo reconocieron así y me amenazaron con ordenar al ministro de Justicia que dictara él esta ley en el caso de que la Wehrmacht no estuviera dispuesta a dar su conformidad. »La tragedia de esta orden está en el hecho de que en un principio fue destinada única y exclusivamente a la Wehrmacht, pero luego se hizo extensiva a todos, y fue adoptada especialmente por las fuerzas de la policía, hasta el punto que había grandes campamentos de personas internadas como resultado de esta orden.» Sir David Maxwell-Fyfe (fiscal inglés): «Deseo que informe usted al Tribunal de lo que en su opinión era lo peor cuando usted, tantas y tantas veces, se vio obligado a actuar contra la voz de su conciencia.» Keitel: «En muchas ocasiones me vi en situaciones parecidas a la anterior». Sir David: «Deseo que las explique, señor acusado». Keitel: «Tal vez, volviendo al principio, las disposiciones que fueron dadas para la guerra en el Este, pues casi siempre estaban en contradicción con las costumbres bélicas..., pero, sin ninguna duda, figura en primer lugar la Nacht-und-Nebel Erlass, sobre todo por las consecuencias que tuvo posteriormente y que para mí eran entonces desconocidas. Esta fue, sin duda, la lucha más intensa que tuve que librar conmigo mismo». Un símbolo terrible del desenfreno de todos los instintos malvados... ordenado por Hitler y dirigido por Himmler... esta fue la suerte del pueblo checo de Lidice. —En otras muchas ocasiones —declaró el fiscal Smirnow— se repitió la suerte de Lidice, incluso en formas más crueles todavía en las regiones de la Unión Soviética, Yugoslavia y Polonia. Pero el mundo entero conoce el caso de

Lidice y nunca lo olvidará. La destrucción de Lidice fue decretada por los nazis como represalia por la justa muerte del protector de Bohemia y Moravia, Heydrich. «El día 9 de junio de 1942 el pueblo de Lidice fue rodeado por los soldados por orden de la Gestapo. Los soldados habían llegado en diez grandes camiones procedentes de la población de Slany. Todo el mundo que quería podía entrar en el pueblo, pero no dejaban salir a nadie. La Gestapo obligó a las mujeres y a los niños a entrar en el colegio. El 10 de junio fue el último día de Lidice y sus habitantes. Los hombres ya estaban encerrados en los sótanos y en los establos de la familia Horak. Veían cómo se aproximaba su fin y esperaban con serenidad. El sacerdote Sternbeck, un hombre de setenta y cinco años, los confortaba con las palabras de Dios. »En el patio de los Horak eran sacados cada vez diez hombres que eran fusilados. Este asesinato en masa duró desde las primeras horas de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Más tarde se fotografiaron los verdugos de pie delante de los cadáveres. 172 hombres y muchachos fueron fusilados el 10 de junio de 1942 y siete mujeres de Lidice en Praga. Las restantes 195 mujeres fueron internadas en el campo de concentración de Ravensbrück donde murieron 42 como consecuencia de los malos tratos recibidos, siete fueron condenadas a la cámara de gas y tres desaparecieron. Los niños de Lidice fueron separados de sus madres. Noventa niños fueron destinados a Lodz, en Polonia, y desde allí al campo de concentración de Gneisenau, en la región de Wartheland. Hasta el momento no se han encontrado las huellas del paradero de estos niños». Pero no solamente en el Este, sino por toda Europa era llevada a la práctica la «técnica de la despoblación» de Hitler. Desde Noruega a Grecia, desde Estonia hasta la frontera española ardían los pueblos y morían seres inocentes. Otro pueblo europeo, que igual que Lidice había de convertirse en un símbolo, fue el pueblo francés de Oradour-sur-Glane. Lacónico, el general alemán Von Brodowski anotó el 14 de junio de 1944 en su Diario: «Declaran que han muerto unas 600 personas. Toda la población masculina de Oradour ha sido fusilada. Las mujeres y los niños se habían refugiado en la iglesia, que fue incendiada, por lo que también las mujeres y los niños han perdido la vida.» El informe oficial francés que presentó el fiscal francés Charles Dubost es muy diferente. —El sábado, 10 de junio, penetró en el pueblo una sección de las SS, que

con toda seguridad formaba parte de la división Das Reich destinada en aquella región y ordenó a todos los habitantes que se concentraran en la plaza del mercado. El pueblo había sido anteriormente cercado por los soldados alemanes. Los hombres fueron invitados a formar grupos de cuatro o cinco personas y a continuación estos grupos fueron encerrados en diferentes sitios. Las mujeres y los niños fueron conducidos a la iglesia y encerrados allí. Poco después sonaron disparos de ametralladora y todo el pueblo fue pasto de las llamas. Las casas fueron incendiadas una detrás de otra. »Las mujeres y los niños que olían el humo y oían las salvas estaban terriblemente asustados. A las cinco de la tarde penetraron soldados alemanes en la iglesia y colocaron sobre el altar una especie de caja de la que colgaban varias mechas. Al poco rato el aire se hizo irrespirable, pero alguien logró abrir la puerta de la sacristía, con lo que procuró un poco de alivio a las mujeres y niños que se asfixiaban. »Los soldados alemanes empezaron a disparar a través de las ventanas de la iglesia, volvieron a entrar para rematar a los supervivientes y arrojaron al suelo un material fácilmente inflamable. Solo una mujer se salvó. Se había subido a una de las ventanas para huir cuando los gritos de una madre que le quería confiar a su hijo llamaron la atención de un soldado que disparó contra ella hiriéndola de gravedad. »Salvó la vida haciéndose pasar por muerta. »Hacia las seis de la tarde, los soldados alemanes detuvieron el tren que pasaba cerca de la localidad y obligaron a bajar del tren a todos los viajeros que iban a Oradour. Los mataron a todos con disparos de ametralladora y luego incendiaron los cadáveres. Cuando después de la matanza los habitantes de la región entraron en el pueblo, se les ofreció un cuadro realmente espantoso: »Cuando penetraron en la iglesia que se había casi derrumbado, descubrieron restos humanos de niños mezclados con los maderos calcinados. Un testigo distinguió a la entrada de la iglesia el cadáver de una mujer que sostenía a su hijo en brazos y detrás del altar el cadáver de un niño de corta edad que estaba arrodillado y otros dos niños, junto al confesionario, se abrazaban fuertemente». Este informe no fue redactado por el Gobierno francés después de la guerra. Fue efectuado por el general francés Bridox, del Gobierno de Vichy, por orden expresa de Berlín y entregado al comandante de las fuerzas alemanas en Francia.

Lidice y Oradour... dos incidentes entre centenares de casos que fueron expuestos en el curso del proceso de Nuremberg. Durante días y días fueron enumerados las ciudades y pueblos que habían sufrido la misma o incluso una suerte peor. Fueron llamados a declarar testigos que relataron la muerte de miles y miles de seres inocentes. —Fueron decenas de miles los ciudadanos de los países occidentales que fueron ejecutados, sin previo juicio, solo como medida de represalia por unos actos en los que no habían intervenido. Con estas palabras el fiscal francés Charles Dubost hizo referencia a otra serie de crímenes: el asesinato de los rehenes, ejecuciones que fueron realizadas con el fin de atemorizar a la población civil pero que, en realidad, solo sirvieron para intensificar el odio hacia el invasor y engrosar las filas de la resistencia. Solo en Francia fueron muertos por los alemanes más de 29.660 rehenes. El fiscal Dubost informó de las terribles escenas que precedieron a las ejecuciones. Recordamos que estas personas pagaban con sus vidas los actos que habían sido realizados por otros. Vamos a exponer solamente dos ejemplos de los muchos existentes. El 21 de octubre de 1941 fue publicado en el periódico francés Le Phare el siguiente comunicado: «Unos cobardes criminales, a sueldo de Londres y Moscú, han matado, la mañana del 20 de octubre de 1941, al comandante de Nantes por la espalda. Los criminales no han sido detenidos todavía. Como represalia por este crimen ha sido ordenado el fusilamiento de cincuenta rehenes. En el caso de que los asesinos no sean apresados antes de la noche del 23 de octubre de 1941 y teniendo en cuenta la gravedad del crimen cometido, serán fusilados otros cincuenta rehenes. Firmado: Stülpnagel.» Estas ejecuciones fueron ordenadas y cumplidas. En un informe del Gobierno real noruego, leemos: «El 6 de octubre de 1942 fueron ejecutados diez ciudadanos noruegos como represalia de un intento de sabotaje. El 20 de julio de 1944 fue ejecutado un grupo de un campo de concentración. Su número es desconocido. No se sabe el motivo de esta ejecución. Después de la capitulación alemana fueron descubiertos los cadáveres de cuarenta y cuatro noruegos en una fosa común. Todos ellos habían sido fusilados. Tampoco se conoce la causa de esta ejecución. Nunca fue comunicada. No se cree que fueran llevados ante un tribunal. Fueron muertos con tiros en la nuca o en los oídos. Las víctimas tenían las manos atadas a la espalda».

Todas estas órdenes de fusilamiento de rehenes, que no fueron llevadas a la práctica solamente por las SS y la policía, sino también por la Wehrmacht, revelan el desprecio hacia las vidas ajenas que caracterizan, tan claramente, la política de ocupación de Hitler. Mientras los soldados alemanes luchaban en primera línea en el frente, las organizaciones de la policía y el Partido cuidaban de «asegurar políticamente» la retaguardia, administrando las regiones ocupadas según el punto de vista nacionalsocialista. Los hombres que se sentaban en el banquillo de los acusados en Nuremberg, en el caso de que no quisieran suicidarse, debían estar conformes con los objetivos de esta política. De todos modos, existían pequeñas diferencias si se trataba de las regiones ocupadas en el oeste o en el este de Alemania. Sobre este punto informó detalladamente el acusado Seyss-Inquart, que fue jefe de la administración civil en el sur de Polonia, así como también comisario del Reich en los Países Bajos. Cuando en el año 1940 se despidió el gobernador general Hans Frank, le dijo: —Me voy al Oeste y quiero ser sincero con usted. Con el corazón estoy aquí, pues todo mi modo de pensar está dirigido hacia el Este. En el Este tenemos que cumplir una misión nacionalsocialista, en el Oeste, por el contrario, hemos de limitarnos a cumplir una función. En esto radica la diferencia. Esta diferencia entre función y misión era solamente una cuestión de matiz, pues el principio era el mismo. Para la política de Seyss-Inquart en Polonia, al igual que en los Países Bajos, servía la consigna que les dio a sus subordinados en Lublin en noviembre de 1939: —Estimularemos todo lo que pueda serle útil al Reich e impediremos todo aquello que pueda perjudicar al Reich. ¡Cuántas y cuántas cosas había que debían serle de utilidad al Reich! Empezando por la confiscación de los bienes ajenos y el saqueo de los bienes culturales, hasta obligar a la población polaca a realizar trabajos forzados y la deportación de los judíos holandeses. Vamos a citar algunos ejemplos. La oficina de Rosenberg trabajó de pleno acuerdo con la oficina de SeyssInquart. En un informe sobre los bienes culturales que habían sido saqueados, leemos: «El valor material de estas bibliotecas solo se puede calcular de un modo aproximado, pero se puede valorar en unos 30 a 40 millones de marcos alemanes». El 18 de mayo de 1942, Seyss-Inquart firmó un decreto imponiendo castigos colectivos a aquellas ciudades holandesas que dieran cobijo a elementos de la resistencia. La explotación económica alcanzó el grado máximo durante su

mandato. En el año 1943 mandó confiscar los productos textiles y de uso doméstico para beneficio de la población alemana. Fueron confiscados también los bienes de todas aquellas personas de las que se sospechaba se habían hecho responsables de actividades contra el Reich. Durante su reinado, Seyss-Inquart mandó a medio millón de holandeses a cumplir trabajos forzados en Alemania. Solo una parte muy pequeña de estos eran voluntarios. Las consecuencias más terribles de esta política las pagaron los judíos. Para hacer más comprensible la sentencia que el Tribunal dictó contra él, vamos a citar solamente algunos puntos. En su libro, Cuatro años en los Países Bajos, escribió Arthur Seyss-Inquart: «A los judíos no los consideramos holandeses. Se trataba de unos enemigos con los cuales no podemos concertar un armisticio ni firmar un tratado de paz. No existe para mí otra solución que resolver todo este asunto con medidas policíacas. Aniquilaremos a los judíos allí donde nos tropecemos con ellos y todos los que les ayuden pagarán las consecuencias. El Führer ha dicho que los judíos no tienen nada que hacer en Europa y nosotros acatamos plenamente esta orden del Führer». Por orden especial de Seyss-Inquart, de los 140.000 judíos que habitaban en Holanda, 117.000 fueron deportados al este de Europa. Entre estos judíos se hallaba una muchacha cuyo Diario, escrito mientras se ocultaba de la policía alemana, conmovió profundamente a todo el mundo: Anna Frank, que murió en Bergen-Belsen. La política de la despoblación no se limitó, tal como ha sido demostrado en muchas ocasiones, a los judíos. Esta política no se detenía ante nadie ni nada. Y esto se hace extensivo también para el protectorado de Bohemia y Moravia, la primera región en donde se llevó a la práctica la política de despoblación nacionalsocialista. Un documento, leído en Nuremberg, hace responsable a Constantin von Neurath, protector del Reich para Bohemia y Moravia hasta el año 1941. Se trata de una orden secreta del 15 de octubre de 1940, que hace referencia a la política a seguir en el Protectorado: «El protector del Reich presenta tres posibles soluciones: »a) Repoblación de Moravia con elementos alemanes y concentración de los hechos en una parte de Bohemia. Esta solución no es satisfactoria, pues aunque visiblemente reducido, continúa patente el problema checo. »b) Para una solución total, es decir, la deportación de todos los checos, hay muchos factores en contra. Esta es una solución que no podría realizarse en un próximo futuro.

»c) Asimilación de los elementos checos, o sea desperdigar la mitad de la población checa por el interior de Alemania. La otra mitad ha de estar desprovista de todo poder e influencia. Aquellos elementos que se opongan a una germanización deben ser eliminados...» Dado que la política administrativa de Constantin von Neurath se le antojaba demasiado condescendiente a Hitler, le sustituyó en el año 1941 por el jefe del SD, Reinhard Heydrich. Este hecho y también el que Von Neurath intercediera en favor de los checos que habían sido detenidos por el motivo por cual solo fue condenado a quince años de prisión. Casi todos los gobernadores generales, comisarios del Reich, o como se hicieran llamar los plenipotenciarios de Hitler en las regiones ocupadas, trataron de defenderse alegando que el régimen de terror había partido en todo momento de la policía de seguridad de Himmler y del SD. El Tribunal tomó nota de estos descargos, pero no como limitación de la responsabilidad que incumbía a los acusados en las regiones ocupadas. Apenas existe ningún documento o declaración de testigos, relacionado con la policía alemana en las regiones ocupadas que no exprese, con toda evidencia, la criminalidad de las organizaciones de Himmler. Estas acusaciones eran dirigidas ahora contra Ernest Kaltenbrunner, que ocupaba en el banquillo de los acusados el lugar que le correspondía al suicida Himmler. Pero también Kaltenbrunner había cargado con una inmensa responsabilidad: era el hombre que en su cargo de jefe de la policía de Seguridad del Reich, había administrado en el país y en el extranjero el aparato de Himmler y había firmado muchas órdenes de asesinato. Una carta de la Policía de Seguridad y del SD dirigida al distrito de Radom, fecha 19 de julio de 1944, revela la inconcebible crueldad de las órdenes que se dictaban. Esta carta dice lo siguiente: «El Reichführer-SS ha ordenado, de acuerdo con el gobernador general, que en todos aquellos casos en que se cometan atentados o intentos de atentado contra alemanes, sabotajes o intentos de sabotaje contra instalaciones vitales, no solo deben ser fusilados los criminales apresados, sino que deben ser ejecutados igualmente todos los miembros varones de su familia, y las mujeres de más de dieciséis años de edad, deben ser enviadas a un campo de concentración». El gobernador general mencionado en esta carta era el acusado Hans Frank, jefe de la Administración civil en las regiones ocupadas de Polonia. A la acusación no se le presentaron dificultades de ninguna clase en este caso concreto. Su Diario de guerra, que comprendía treinta y ocho tomos, constituía una auténtica acusación contra él mismo. El fiscal americano William H. Maldwin comentó:

—Es incomprensible para una persona de conciencia normal que haya alguien capaz de redactar por escrito esta pulcra y meticulosa historia de asesinatos, hambre y exterminio en masa. Respetando la consigna de «Polonia debe ser tratada como una colonia, y los polacos serán los esclavos del Imperio alemán», reinaba Frank con poderes absolutos en su región de mando. Un monarca absoluto, un tirano y un asesino al mismo tiempo. Frank explicó el 8 de marzo de 1940 a sus jefes de sección, su posición. «No existe en este Gobierno general una autoridad superior en rango más fuerte por su influencia que el de gobernador general. Tampoco la Wehrmacht ejerce aquí ningún poder de mando o de autoridad. Se limita, en este caso, a sus funciones militares y de seguridad. No posee ninguna autoridad. Y lo mismo se puede decir respecto a la policía y las SS. No existe aquí ningún Estado dentro del Estado. Nosotros somos los únicos representantes del Führer y del Reich». Sus discursos y sus Diarios fueron una acusación más contra él. Frank les dijo en el mes de diciembre de 1940 a los jefes de sección: «En este país hemos de gobernar con mano muy dura. Los polacos han de convencerse de que no estamos dispuestos a andarnos con finezas y que lo único que han de hacer es cumplir con su deber y obligaciones, o sea, trabajar y ser buenos muchachos...» El 14 de enero de 1944 hizo la siguiente terrible anotación en su Diario: «Cuando hayamos ganado la guerra, si de mí depende, pueden convertir en picadillo a los polacos y a los ucranianos y a todos los demás. Que hagan entonces lo que mejor les parezca». Pero Frank ya hizo, durante la guerra, lo que mejor le parecía. La confiscación de toda clase de bienes, el terror y los trabajos forzados eran las consignas de su Gobierno. La población civil polaca vivía en unas condiciones infrahumanas. Frank lo anotaba todo cuidadosamente en su Diario: «El doctor Waldbaum ha hablado sobre el estado de salud de la población polaca. La investigación ha dado como resultado que la población recibe solamente unas 600 calorías por día». Esto ocurría en el año 1941, cuando apenas había comenzado la guerra. Un año más tarde, el 24 de agosto de 1942, declaró Frank delante de sus subordinados:

«Antes de que el pueblo alemán padezca hambre, habrán muerto de hambre los habitantes de las regiones ocupadas. El Gobierno general se ha comprometido a entregar, además de aquellos víveres que ya suministramos a la patria y a las unidades de la Wehrmacht, Policía y SS, destinadas a esta región, otras 500.000 toneladas de trigo para la patria. Es decir, comparados con los suministros del año anterior, mandaremos este año a la patria seis veces más». El 18 de agosto de 1942, Frank celebró una entrevista con el plenipotenciario alemán para las cuestiones de trabajo, Fritz Sauckel. Dijo en aquella ocasión: «Me alegro, camarada Sauckel, de poderle comunicar que hemos destinado a 800.000 obreros al Reich. Últimamente ha solicitado usted que le mandáramos otros 140.000 obreros. Pero este será el límite, pues en el caso de precisar usted un mayor número de obreros, será necesaria la intervención de la policía». Con estas palabras se inició en Nuremberg el capítulo de los obreros extranjeros destinados a trabajos forzados y que concernía gravemente a los acusados Sauckel, Frank, Kaltenbrunner y Speer. Este problema es un caso único en la historia de la humanidad. Al frente del mismo figura el acusado Fritz Sauckel, que el 21 de marzo de 1942 recibió la orden de «colocar bajo un control unificado toda la mano de obra disponible, inclusive los obreros en el extranjero y los prisioneros de guerra». En la sentencia leemos: «Las pruebas presentadas demuestran que Sauckel cargó con toda la responsabilidad de este programa, que tuvo como consecuencia la deportación de más de cinco millones de seres humanos que fueron destinados a trabajos forzados, padeciendo muchos de ellos penalidades y crueldades sin fin». Este horrendo programa ya fue previsto antes de la guerra. Hitler declaró el 23 de mayo de 1939, durante el curso de una entrevista con Goering y Raeder: «Si el destino nos obliga a una guerra con Occidente, es conveniente entonces disponer de un gran espacio libre con el Este. La población de las regiones no alemanas, no llevará las armas, sino que, al contrario, habrán de trabajar intensamente para nosotros». Con un fanatismo casi patológico, el Gauleiter Sauckel puso manos a la obra. Cuatro meses después de haberle sido confiada esta misión y haber sido nombrado plenipotenciario para las cuestiones de trabajo, ya informaba a Hitler y Goering en una carta:

«Después de celebrar conversaciones con las autoridades pertinentes y en vista de que para cubrir la creciente demanda de mano de obra en la industria del armamento y de la alimentación se hacía imprescindible el reclutamiento de 1.600.000 obreros, consideré como el punto principal de mi programa reclutar este número de obrero en el plazo de tiempo más corto. El 14 de julio de 1942 ya he rebasado la cifra que me había fijado de 1.600.000 obreros». «No quiero alabar al Gauleiter Sauckel —declaró una semana más tarde Goering—, pues no tiene necesidad de alabanzas. Pero lo que él ha hecho en este plazo de tiempo tan corto, el haber reclutado un número tan elevado de obreros en todos los países de Europa para destinarlos a trabajar a nuestras fábricas, constituye una hazaña única». Entre los 1.600.000 obreros que había reclutado Sauckel, casi un millón procedían del Este y más de 200.000 eran prisioneros de guerra rusos. El 15 de abril de 1943 anunció Sauckel a Hitler que otros 3.600.000 obreros extranjeros habían sido destinados a trabajar en las fábricas alemanas, además de otros 1.600.000 que eran prisioneros de guerra. Las fábricas de guerra alemanas trabajaban ahora con un cuarenta por ciento de obreros extranjeros, procedentes de catorce países. Y Sauckel declaró el 1.º de marzo de 1944: «De los cinco millones de obreros extranjeros que han llegado a Alemania, solo unos 200.000 lo han hecho voluntariamente.» Tras estas cifras se ocultan tragedias casi inconcebibles. Sauckel explicó orgulloso que sus agentes habían recurrido a todos los medios imaginables para obligar a los obreros extranjeros a trabajar en Alemania. El Gobierno de los Países Bajos mandó un informe al Tribunal de Nuremberg que decía entre otras cosas: «En noviembre de 1944 iniciaron los alemanes una campaña para reclutar el máximo de obreros holandeses para trabajar en las fábricas del Reich. Cercaban barrios enteros y deportaban a todos los hombres que lograban apresar». En el Este ya había comenzado mucho antes esta batida en busca de obreros. En el Este actuaron, desde un principio, sin escrúpulos ni miramientos de ninguna clase. «Una batida humana salvaje y violenta, en las ciudades y en el campo, en las calles, estaciones, e incluso en las iglesias y viviendas particulares, una acción que tiene atemorizada a toda la población civil», escribió el jefe del Comité ucraniano profesor Wolody Kubijowytsch, en febrero de 1943, al

gobernador general Frank. El profesor comentaba en la misma carta que había confiado que los alemanes no tratarían, tal como hacían, a los ucranianos como enemigos. Informaba que la policía alemana había violado, incluso, el santuario ucraniano, la catedral de San Jorge, en Lemberg, lo que ni siquiera habían osado los bolcheviques, en tiempo de la revolución. El 21 de diciembre de 1942, el ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este, Alfred Rosenberg, escribió una carta a Sauckel, en que le rogaba insistentemente que en el «reclutamiento no se usaran medidas que luego le pudieran ser reprochadas a él y a sus colaboradores». Pero esta carta logró salvar a Rosenberg de la horca, pues su protesta escrita no tuvo el menor efecto. Pero lo curioso en este caso es que lo que dio origen a esta carta de Rosenberg, fue la carta de una rusa, que capturó la censura alemana y entregó a Rosenberg. Esta carta decía: «El primero de octubre tuvo lugar otra redada de obreros. Voy a contarte lo más importante de todo lo sucedido. No se puede concebir tanta bestialidad. Recordarás perfectamente lo que nos contaban durante el dominio de los polacos sobre los soviets, pues todo lo que ocurre es tan increíble como entonces y tampoco queríamos creerlo. Publicaron la orden de que se necesitaban veinticinco obreros, pero no se presentó ninguno pues todos habían huido. Llegó la gendarmería alemana y prendió fuego a las casas de todos los fugitivos. El incendio se hizo muy violento, pues hacía muchos meses que no llovía. Ya puedes imaginarte lo ocurrido. Les prohibieron apagar los incendios, apalearon y detuvieron a todos los que encontraban y como consecuencia fueron destruidas sus fincas. Los gendarmes prendieron también fuego a otras casas, las mujeres y los ancianos se dejaban caer de rodillas ante ellos y les besaban las manos, pero los gendarmes les golpeaban con sus porras y amenazaban con prender fuego a todo el pueblo». Esta carta de una rusa del pueblo de Bielosirka fue la que instó a Rosenberg a escribirle su carta a Sauckel. Ya unos meses antes había sido informado Rosenberg de este estado de cosas, según se desprende del Asunto Secreto del 25 de octubre de 1942 que fue firmado por el director ministerial Otto Bräutigam del Ministerio del Este: «Fuimos testigos de la grotesca escena que después de condenar a la lenta muerte por hambre, de la noche a la mañana, hubieron de reclutarse millones de obreros en los países del Este para llenar los vacíos que se iban creando en Alemania. Ahora el papel de alimentar aquellos seres carecía ya de toda importancia. En el infinito desprecio a los esclavos fueron empleados unos métodos que solo tienen precedentes en la peor época del tráfico de esclavos. Fue iniciada una auténtica batida humana. Los hombres eran transportados a Alemania sin tener en cuenta su estado de salud ni su edad...»

Sobre las condiciones tan trágicas en que vivían los trabajadores del Este informó el director de la fábrica de locomotoras Krupp en Essen Hupe, el 14 de marzo de 1942: «Durante estos últimos días hemos tenido ocasión de comprobar que la alimentación de los rusos que trabajan en nuestras fábricas es tan mísera, que esos hombres están cada día más débiles. De todo esto resulta que los obreros ya no están capacitados para cumplir los trabajos que se les confían, porque no tienen fuerzas para realizarlos. Ocurre lo mismo en muchos otros lugares de trabajo, donde han sido empleados obreros rusos». Lo más probable es que este estado de cosas hubiese ido empeorado paulatinamente y hubieran sido muchos más los que hubiesen muerto de hambre si Albert Speer no hubiera logrado imponer su voluntad de que «la mano de obra había de ser alimentada decentemente si se quería que diera rendimiento». Como ministro del Reich para el Armamento, Speer trabajaba en estrecha colaboración con Sauckel. En realidad, resulta que Speer le indicaba a Sauckel el número de trabajadores de que tenía necesidad y Sauckel los destinaba a los lugares de trabajo que le eran señalados por Speer. Pero este solo fue condenado a veinte años de cárcel, pues el Tribunal tuvo en cuenta su firme actitud frente a Hitler. Sin embargo, no cabe la menor duda de su responsabilidad en el programa de reclutamiento de la mano de obra extranjera. Las relaciones entre él y Sauckel se adivinan claramente del protocolo de una entrevista celebrada el 4 de enero de 1944 en el Cuartel general del Führer. Además de Hitler estaban presentes: Sauckel, Speer, Keitel, Milch, Himmler y Lammers, que actuó como secretario. En primer lugar, Hitler preguntó cuántos obreros hacían falta. «GBA (plenipotenciario para el trabajo) Sauckel declaró que para continuar el ritmo actual de producción habría de reclutar, en el año 1944, por lo menos dos millones y medio de obreros, aunque lo más probable es que fueran tres millones, pues en caso contrario se experimentaría un descenso en la producción. El ministro del Reich, Speer, declaró que necesitaba otros 1.300.000 obreros. Sauckel afirmó entonces que haría todo lo que estuviera en su poder para reclutar este número de obreros, pero que esto dependía en gran parte del poder ejecutivo. El Reichsführer SS prometió hacer todo cuanto estuviera de su parte...» Himmler hizo todo lo que pudo. Ordenó a sus comandos que hasta aquel momento habían sido destinados a matar en masa, que trabajaran desde aquel momento única y exclusivamente en el programa del reclutamiento de obreros extranjeros. Esto se deduce de una orden del jefe de la Policía de seguridad y del SD en Tschernigow, SS-Sturmbannführer Christensen, a sus subordinados:

«En vista de la actual situación política, y sobre todo de la industria del armamento en la patria, hemos de subordinar las medidas policíacas de seguridad al reclutamiento de mano de obra para Alemania. Ucrania ha de proporcionar, en un plazo de tiempo muy breve, un millón de obreros para trabajar en la industria del armamento. De nuestra región han de partir diariamente quinientos hombres con destino a Alemania. Para lograr esto damos las siguientes instrucciones: »1. Limitar en lo posible las acciones policíacas. »2. Apoyar lo máximo posible las actividades de las oficinas de reclutamiento de trabajo, pues no siempre será posible renunciar a medidas de fuerza. »3. Se prohíbe el fusilamiento de niños». Pero, para que los especialistas en la despoblación no se vieran defraudados en la misión que se les había confiado, la orden terminaba con la siguiente explicación: «Si hoy imponemos unos límites a nuestras actividades propias, es solamente con el objetivo de suministrar el mayor número posible de obreros a Alemania. No obstante, debe procederse en cada caso con la mayor energía, pues los eslavos podrían aprovecharse de esta aparente debilidad nuestra...» En lugar de ser enterrados en las fosas comunes, aquellos desgraciados eran deportados en masa a Alemania. Para muchos, esta deportación representaba la muerte lejos de su patria. El doctor Wilhelm Jaeger, jefe médico de los campos de trabajadores extranjeros en las fábricas Krupp, declaró en Nuremberg: «Las condiciones en todos los campamentos eran muy malas. La comida que recibían los trabajadores del Este era insuficiente. La falta de calzado hacía que muchos obreros, incluso en invierno, tuvieran que ir descalzos. Las condiciones sanitarias eran especialmente malas. El número de los obreros del Este que enfermaban era más del doble del de los trabajadores alemanes. Morían como moscas. El campamento en la Nöggerathstrasse presentaba unas condiciones altamente deplorables. Los obreros vivían en barracones construidos por ellos mismos.» El siguiente documento, presentado en Nuremberg, decía: «A diario yo examinaba diez o doce hombres que presentaban evidentes

señales en su cuerpo de haber sido apaleados. Sufrían horrendos dolores sin que yo pudiera aliviárselos con medicamentos de ninguna clase. A veces, los muertos permanecían durante dos o tres días en sus camastros de paja, hasta que sus compañeros los sacaban y los enterraban». Todos ellos, los inocentes rehenes y los prisioneros de guerra y los trabajadores forzados asesinados y muertos de hambre, los pueblos diezmados y las razas que fueron liquidadas y exterminadas, constituyen la serie de víctimas de aquella política de despoblación que Hitler y sus secuaces llevaron a la práctica con un éxito tan evidente en las regiones ocupadas.

6. La exterminación de los judíos El intento de Hitler de exterminar a los judíos de Europa tuvo amplia resonancia en Nuremberg. Prácticamente no hubo ningún representante del Tercer Reich en el banquillo de los acusados que, por lo menos, no tuviese una parte de culpa en este horrendo programa de destrucción, una culpabilidad que pudo ser demostrada sin ninguna clase de dudas. El antisemitismo del Partido no era académico, exigía acción y encontró suficientes mercenarios y verdugos para llevarlo a la práctica. La historia de la persecución de los judíos en el Tercer Reich está repleta de horrores y crímenes inconcebibles cuya enormidad hasta la fecha le ha sido ocultada al pueblo alemán. Empezó todo de un modo inofensivo y terminó con la muerte de cuatro o cinco millones de seres humanos. La ruta que habían de seguir Hitler y sus compañeros ya había sido fijada en el programa del Partido nacionalsocialista del mes de febrero de 1920. Leemos: «Solo pueden ser ciudadanos los elementos nacionales y de estos solo pueden ser los que tengan sangre alemana, sin consideración a su fe religiosa. Por consiguiente, ningún judío puede ser ciudadano alemán». Cuando subieron al poder, trataron de llevar a la práctica los medios «legales» del programa del Partido. Numerosas disposiciones coartaban los derechos de los judíos alemanes. Los judíos emigrados fueron desposeídos de todos sus derechos. Los judíos no podían casarse con mujeres «arias», no tenían derecho a voto, no podían ejercer determinadas profesiones y tampoco usar ciertos medios de locomoción públicos. Solamente les estaba permitida una cosa: pagar elevados impuestos y multas. Pero esto no era todo. Organizaron el populacho uniformado en los años del 1933 al 1938, incendiaron las sinagogas, boicotearon los comercios judíos, apalearon y mataron a los judíos por las calles y en sus casas. Las medidas contra los judíos eran cada vez más severas. De los quinientos mil judíos que vivían en

Alemania, alrededor de doscientos mil emigraron antes de comenzar las hostilidades. Los que se quedaron en la patria comprendieron muy pronto que ya no se trataba de salvar el hogar, la familia y los amigos, sino que era su propia vida lo que estaba en juego. En su discurso ante el Reichstag, del 30 de enero de 1939, Hitler se expresó con una claridad diáfana: —Si el judaísmo capitalista internacional, dentro y fuera de Europa, consiguiera sumir de nuevo a los países del mundo en una guerra mundial, entonces, el resultado no será la bolchevización del mundo y con ello el triunfo del judaísmo, sino el exterminio de la raza judía en Europa. Hitler no tenía, entonces, todavía una idea clara de cómo alcanzaría su objetivo, a pesar de que ya en el año 1933 se había lamentado en su libro Mi lucha: «¡Si al comienzo de la guerra de 1914 hubiesen matado a unos doce o quince mil de estos criminales judíos!» Tal vez simpatizaba durante algún tiempo con el plan expuesto por el acusado Hjalmar Schacht de deportar a todos los judíos alemanes a la isla de Madagascar. Este plan fue anulado de un modo definitivo en el año 1942. En aquella fecha, el jefe de sección Franz Rademacher dio nuevas instrucciones a las oficinas del Ministerio de Asuntos Exteriores: «La guerra contra la Unión Soviética nos ha proporcionado la posibilidad de poder contar con otros territorios para la solución final. Por consiguiente, el Führer ha ordenado que los judíos no sean deportados a Madagascar, sino hacia el Este.» Hitler repitió otras cinco veces el párrafo citado anteriormente. Es la clave de los crímenes que llevó a la muerte a millones de seres humanos bajo la consigna de solución final. Una semana antes del discurso ante el Reichstag, el 24 de enero de 1939, el SS-Gruppenführer Reinhard Heydrich fue encargado por el mariscal del Reich Goering, de organizar «la emigración judía». El 31 de julio de 1941 fue ampliada esta orden de Goering adaptando las formas de «solución final». Ahora que ya estaba en manos de un asesino profesional, el exterminio de la raza judía podía realizarse de un modo sistemático. Todo lo que les había ocurrido a los judíos hasta aquel momento era solamente el preludio de los horrendos crímenes que habían de seguir. Mientras las tropas alemanas recorrían Europa en su marcha triunfal y la victoria final parecía estar al alcance de las manos de los alemanes, miles de especialistas trabajaban en busca de la solución final y aniquilaban, adoptando para ello los métodos más racionales,

millones de seres humanos. Goering destacó en Nuremberg repetidas veces no haber adoptado una posición radical frente a los judíos. Pero los hechos ofrecieron un cuadro muy diferente. El nombre de Goering aparece siempre ligado a la orden de la «solución final» y surge en todos aquellos casos en que se emprende algo contra los judíos. La reunión convocada por Goering, el 12 de noviembre de 1938, en el curso de la cual les fue impuesta a los judíos una multa por valor de mil millones de marcos alemanes, revela el acusado antisemitismo de Goering. Exigió un uniforme para los judíos y su concentración en ghettos. Al final, dijo a los presentes las siguientes palabras proféticas: —Si el Reich alemán se ve embarcado en un futuro próximo en conflictos internacionales, es evidente que nosotros, en Alemania, nos dedicaremos, en primera instancia, a saldar nuestras cuentas con los judíos. Sin embargo, en Nuremberg negó Goering haber tenido conocimiento de lo que ocurría en los campos de concentración. El fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe, insistió tenazmente sobre este punto: —¿Pretende afirmar ante este Tribunal que usted, el segundo hombre en el Reich, no estaba al corriente de lo que ocurrían en los campos de concentración? Goering (textualmente): «No supe nada de lo que ocurría en los campos de concentración desde el momento en que estos dejaron de pertenecer a mi jurisdicción». Sir David: «Ha dicho usted que diversos representantes de sus oficinas estuvieron destinados en las regiones del Este y vio usted las películas sobre los campos de concentración, unas películas que han sido presentadas aquí. Sabe usted que millones de prendas de vestir, millones de zapatos, 20.952 kilogramos de anillos de boda de oro, 35 vagones de ferrocarril, fueron destinados al Reich. Todos estos objetos pertenecían a hombres y mujeres muertos en los campos de concentración de Majdanek y Auschwitz. ¿Nunca, durante todo el tiempo que dirigió usted el Plan Quinquenal, le informaron a usted de la procedencia de estos materiales? ¿Recuerda usted al testigo que declaró que los verdugos de su amigo Himmler fueron tan meticulosos que les bastaban cinco minutos para matar a una mujer, ya que antes le habían de cortar el pelo, que servía para fabricación de colchones? ¿Jamás le informaron a usted de la procedencia de estos materiales?» Goering: «No, y le pregunto, ¿por qué había de ser informado de estos detalles? Yo establecía unas directrices generales para la industria alemana, y, como es lógico, no podía ocuparme de la fabricación de colchones ni si se habían recuperado unos millones de zapatos usados. Además, protesto contra las

palabras "su amigo Himmler".» Sir David: «Está bien, diremos entonces su "enemigo Himmler", o sencillamente "Himmler". Sabe usted a quién me refiero, ¿no es cierto?» Goering: «Sí». Es un hecho irrebatible que hasta mediados del año 1941 no se procedió de un modo sistemático a la matanza de judíos. El motivo lo hallaremos, con toda probabilidad, en que el Gobierno alemán todavía pretendía hacer caso de la opinión pública mundial, sobre todo, en lo que pudieran decir en Rusia y en América. Pero cuando estas dos naciones se encontraban en estado de guerra con Alemania, entonces se dedicaron, con todos los medios a su disposición, a llevar a la práctica la «solución final». Desde luego, la suerte de los judíos que ya estaban en manos de los nacionalsocialistas era trágica. En condiciones inhumanas fueron deportados los judíos alemanes al recién creado Gobierno general de Polonia. Los judíos de Viena, por ejemplo, fueron destinados a la región de Lublin. Baldur von Schirach se vanaglorió el 14 de septiembre de 1942: —Si me hicieran el menor reproche porque de esta ciudad, que antaño era considerada como la metrópoli del judaísmo, he destinado cientos de miles de judíos al ghetto del Este, contestaría: Sí, en efecto, lo considero como una contribución activa a la cultura europea. Muchos judíos no llegaron a su lugar de destino. Murieron de hambre o de enfermedades por el camino. También los judíos que residían en el Gobierno general fueron destinados de un lado a otro. Frank tenía la idea de convertir algunas ciudades, como Cracovia, por ejemplo, en ciudades alemanas, es decir, que allí no había de vivir ningún judío. Esto se podía conseguir únicamente concentrando a los judíos en ghettos. Esta idea surgió por primera vez en declaraciones confidenciales del Ministerio de Rosenberg, declaraciones que muchos años más tarde fueron leídas en Nuremberg: «Uno de los principales objetivos de las medidas alemanas debe ser aislar a los judíos del resto de la población.» En mayo de 1941, publicó el ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este unas disposiciones que empezaban con las siguientes palabras: «La cuestión judía hallará una feliz solución con la expulsión de los judíos de todas las profesiones y oficios y con la creación de ghettos...»

Estos ghettos ofrecían la ocasión para los que residían en ellos de morir de hambre. Millones de seres humanos veían cómo sus vidas se convertían en verdaderos infiernos. En el siguiente capítulo hablaremos del ghetto de Varsovia, con el cual reflejaremos un ejemplo característico de todos los demás ghettos. Aquí hablaremos solamente de los detalles de lo que les sucedía a los judíos antes de ser mandados al ghetto y después a las cámaras de gas. Solo la Aktion Reinhardt, este horrendo crimen de la expropiación y aniquilamiento de los judíos en el Gobierno general bajo la dirección del SS-Obergruppenführer Odilo Globocnik, aportó beneficios de más de ciento ochenta millones de marcos. El sistema de la muerte por hambre en los ghettos se reveló como demasiado lento. En marzo del año 1942 empezaron las llamadas selecciones, consistentes en la elección de aquellos judíos ¯sobre todo en los cincuenta y cinco ghettos del Gobierno general¯, que no estaban en condiciones de trabajar en las fábricas alemanas. Sus vidas terminaron en las cámaras de gas de Auschwitz o en las fosas comunes de las cuatro unidades especiales. Todas estas medidas de violencia tienen su origen en la tristemente célebre Conferencia de Wannsee, del 20 de enero de 1942. Heydrich convocó esta «reunión interministerial» para señalar las jurisdicciones de todos los que habían de intervenir en la acción de coordinar la solución final. Bajo la presidencia de Heydrich se reunieron, en aquella ocasión: las SS y la policía, un representante de Frank, el gobernador general de Polonia, el jefe de la Gestapo Heinrich Müller y su «especialistas en el problema judío» SS-Obersturmbannführer Karl Adolf Eichmann, el Gauleiter Alfred Meyer del Ministerio de Rosenberg para las regiones ocupadas del Este, el secretario de Estado doctor Wilhelm Stuckart del Ministerio del Interior de Frick, el secretario de Estado Ernest Neumann del Ministerio del Aire de Goering, el subsecretario de Estado Martin Luther del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ribbentrop, el secretario de Estado doctor Roland Freisler del Ministerio de Justicia... El sumario de esta reunión, que más tarde fue firmada por el secretario de Estado de Ribbentrop, Ernest Freiherr von Weizsaecker, comprende todo lo que les dijo Heydrich sobre «la solución final» a sus oyentes: El punto uno hace referencia a la lista de los asistentes a la reunión. El dos empieza con las siguientes palabras: «El jefe de la Policía de seguridad y del SD, SSObergruppenführer Heydrich, informó de las instrucciones recibidas del mariscal del Reich para iniciar los preparativos para la solución final del problema judío en Europa». La introducción al Apartado 3 dice: «En lugar de la emigración, y previa la autorización del Führer, se cuenta hoy con una nueva posibilidad de evacuar los judíos al Este. Esta solución, de carácter temporal, permitirá, sin embargo, conseguir las experiencias necesarias con vistas a la solución final del problema.

Esta solución afectará a unos once millones de judíos». Y sigue una exacta redacción que permite reconocer qué fantasiosos eran los hombres que se ocupaban de estos problemas. En la lista de los condenados a muerte figuran 330.000 judíos de Inglaterra, 4.000 de Irlanda, 18.000 de Suiza y 6.000 de España. Y mientras discutían cómo podrían eliminar a estos millones de judíos, no se les ocurre pensar que para proceder a esta acción habían de ganar antes la guerra. De todos modos, no deja de impresionar el hecho de que con ayuda de la meticulosidad alemana se llegó a exterminar la mitad de estos once millones de seres humanos. Finalmente, Heydrich declaró en unas palabras típicamente burocráticas: «Formando largas columnas de trabajo, después de haber sido separados hombres y mujeres, los judíos que estén en perfectas condiciones físicas será dirigidos hacia el Este mientras van avanzando en la construcción de carreteras. Lo más seguro es que una gran parte de esos hombres y mujeres no lleguen a destino. Los restantes, que sin ninguna duda representarán a los elementos más fuertes, han de ser sometidos a un tratamiento especial, ya que en el momento de disolver estas compañías de trabajo podrían representar el núcleo central de una nueva generación judía.» Es decir, el lenguaje que usaban en tales ocasiones no dejaba lugar a dudas de ninguna clase. Y esto se desprende igualmente de una declaración que hizo el acusado Hans Frank en Nuremberg. Cuando su delegado Josef Bühler regresó de la conferencia convocada por Heydrich, fue recibido por el gobernador general. Le informó del plan aprobado para la exterminación de los judíos y añadió: ¯¿Cree usted que será posible alojarlos en las regiones del Este en pueblos? En Berlín nos han dicho: «¿Por qué os complicáis la vida de este modo? Ni en las regiones del Este ni en ninguna parte podemos hacer nada por ellos, liquidadlos vosotros mismos». Esto es lo que anotó Frank en su Diario. Fue el mismo Frank el que, durante una reunión celebrada el 16 de diciembre de 1941 en el edificio gubernamental de Cracovia, les dijo a sus subordinados: «Los judíos son para nosotros unos peligrosos parásitos. Calculo que viven en el Gobierno general unos dos millones y medio de judíos, y contando todos los contaminados por esta raza podemos calcular unos tres millones y medio de judíos. Estos judíos no los podemos fusilar, ni tampoco los podemos envenenar, pero hemos de hacer algo para ir disminuyendo este número, de pleno acuerdo con las instrucciones que nos vayan llegando del Reich. El Gobierno general debe verse libre de la presencia de judíos lo mismo que ha

sucedido en el Reich. El medio para conseguir esto depende de las medidas que adoptemos sobre el particular». Entre las «medidas» que fueron escogidas por Frank, figuraban en primer lugar las «unidades especiales» del SD. En Nuremberg la acusación presentó un informe del SS-Brigadeführer Franz Stahlecker dirigido a Himmler. El jefe de la unidad especial A informaba que su unidad había liquidado 135.567 personas, la mayoría de ellas judíos, en el curso de "la solución final". De un modo diabólico, los jefes del SD supieron en los países bálticos colocar el latente antisemitismo al servicio de la solución final. También, sobre este caso, informó detenidamente Stahlecker: «Es sorprendente que en un principio no se pudiera conseguir organizar una campaña en gran estilo contra los judíos. El jefe de los grupos de partisanos, Klimaitis, que fue el primero en ser llamado para recibir instrucciones, inició una campaña en pequeña escala sin que desde el exterior se percataran de la menor intervención alemana en el asunto. En el curso de esta primera campaña fueron muertos, durante la noche del 25 al 26 de junio, 1.500 judíos por los guerrilleros lituanos, varias sinagogas fueron incendiadas o destruidas y también fue incendiado un barrio judío con sus sesenta casas. Durante las noches siguientes fueron eliminados, por el mismo sistema, unos 2.400 judíos.» Otto Ohlendorf, uno de los principales actores de la política de la despoblación de Hitler, declaró, en Nuremberg, hablando de las actividades de las unidades especiales: «Himmler declaró que nuestra misión principal consistía en la eliminación de judíos, hombres, mujeres y niños y de los funcionarios comunistas». Con frío cinismo, Ohlendorf informó sobre los métodos que habían usado en la unidad a su mando, la «unidad especial D». «La unidad solía llegar a una ciudad o un pueblo y se le daban instrucciones a los jefes de la comunidad judía para que reuniera a todos los de su raza, pues debían ser evacuados. A continuación se les ordenaba que se desnudaran. Los hombres, mujeres y niños eran conducidos al lugar de ejecución, situado generalmente cerca de una profunda zanja. Allí eran fusilados, de pie o arrodillados, y los cadáveres eran arrojados a la zanja...» Sir Hartley Shawcross, el fiscal general inglés en Nuremberg, leyó otro documento que reproducimos textualmente. Se trata de la declaración jurada del ingeniero alemán Hermann Friedrich Gräbe que trabajó desde septiembre de

1941 a enero de 1944 como director gerente de una sucursal de la empresa de construcciones Josef Jung de Solingen en Zdolbunov, en la Ucrania polaca. Una de sus misiones consistía en visitar las obras que estaba construyendo su empresa, entre estas los silos en el antiguo campo de aviación de la pequeña población de Dubno. «Cuando el 5 de octubre de 1942 visité nuestra oficina en Dubno ¯leyó sir Harley Shawcross¯, me contó uno de mis empleados, Hubert Mönnikes, de Hamburg-Harburg Aussenmühlenweg 21, que cerca de donde estábamos construyendo nosotros habían sido ejecutados en tres grandes fosas de unos treinta metros de largo por tres metros de profundidad, los judíos de Dubno. Cada día habían ejecutado allí a unos 1.500 seres humanos. Los 5.000 judíos que residían en Dubno habían sido eliminados de este modo. »Inspeccioné a continuación las obras y cerca de estas distinguí unos montículos de tierra de unos treinta metros de largo por dos metros de alto. Delante de estos montículos, vi unos camiones de los cuales los soldados ucranianos uniformados que estaban a las órdenes de las SS hacían bajar a hombres y mujeres. Estos hombres y mujeres llevaban en sus ropas el distintivo amarillo, por lo que en el acto reconocí que se trataba de judíos. »Mönnikes y yo nos acercamos a las zanjas. Nadie nos lo impidió. Oímos varias salvas de fusil cerca de uno de los montículos. Los hombres, mujeres y niños que habían llegado en los camiones eran obligados a desnudarse y colocar separadamente sus trajes o vestidos, ropa interior y zapatos. Las órdenes las daba un oficial de las SS que sostenía en su mano derecha un látigo. Calculé que en uno de los montones había unos dos mil pares de zapatos. »Sin gritos ni lloros aquellos seres humanos se iban desnudando, formaban grupos familiares, se besaban despidiéndose y esperaban la señal de otro oficial de las SS que sostenía, también, un látigo en sus manos. Durante el cuarto de hora que permanecí allí, no oí la menor lamentación ni protesta. Observé a una familia de unas ocho personas, formada por un hombre y una mujer, de unos cincuenta años de edad, con sus hijos de uno, ocho y diez años, así como dos hijas mayores, de veinte y veinticuatro años. Una anciana sostenía al niño de un año en sus brazos y le cantaba una canción en voz baja. El matrimonio tenía los ojos inundados por las lágrimas. El padre cogía de la mano al chico de unos diez años de edad y le hablaba al oído. El muchacho luchaba por ahogar sus lágrimas. El padre señaló con la mano hacia el cielo, le acarició el pelo y pareció explicarle algo. »El oficial de las SS les gritó algo a sus hombres. Formaron un pelotón y ordenaron a los judíos pasar al otro lado del montículo. Oí claramente que una de las muchachas al pasar cerca de mí, dijo, señalando su cuerpo: «Veintitrés

años». »Rodeé el montículo y vi una inmensa fosa común. Solo se distinguían las cabezas de los que habían caído dentro de la fosa. Calculé que allí habría unos mil cadáveres. Uno de los oficiales de las SS sostenía una pistola ametralladora en las manos, disparaba de vez en cuando una salva y fumaba tranquilo un cigarrillo que le colgaba de la boca. »Aquellos hombres y mujeres, completamente desnudos, bajaban, por unos peldaños cavados en la tierra, a la fosa y para ocupar el sitio que se les señalaba debían pasar por encima de los cadáveres que ya estaban en la fosa. El pelotón se situó al borde y comenzó a disparar contra aquellos infelices. Me extrañó que no dijeran nada, pero al volverme vi que no éramos solo nosotros los que hacíamos de espectadores allí. »Di de nuevo la vuelta al montículo y vi llegar nuevos grupos de víctimas. Entre ellas había una mujer de piernas extremadamente delgadas, que debía ser paralítica, pues sus compañeros la ayudaban a desnudarse. En compañía de Mönnikes regresé, poco después, al pueblo de Dubno.» Este ejemplo es testimonio de otros muchos. Ininterrumpidamente los trenes cargados de nuevas víctimas corrían hacia el Este. Miles de judíos de Francia y de los Países Bajos, de Alemania, Dinamarca y Noruega habían de emprender aquel viaje de ida sin regreso. Primero los destinaban al ghetto de Lodz. A medida que la guerra se iba alargando, aumentaba el número de deportados. Muchas veces los judíos ni siquiera eran llevados a Lodz, sino directamente al lugar de ejecución. El método tradicional de eliminar a las víctimas por fusilamiento fue sustituido, con el tiempo, por un sistema más eficaz y rápido. Ohlendorf informó, con detalle, en Nuremberg: ¯En la primavera del año 1942 el jefe de la Policía de Seguridad y del SD de Berlín nos mandó camiones de gas. Estos coches eran suministrados por la Sección II de la Oficina Central de Seguridad del Reich. En mi unidad el hombre responsable de estos coches se llamaba Becker. Recibimos orden de emplear estos camiones para matar a las mujeres y niños. Cada vez que la unidad había reunido un determinado número de víctimas, ponían a nuestra disposición uno de estos coches. Estos camiones se situaban, también, en las cercanías de los campos de tránsito y se invitaba a las futuras víctimas a subir a los camiones, alegando que iban a ser evacuados a otro campamento. Cerrábamos herméticamente el camión y cuando se ponía en marcha el motor penetraba el gas mortal en el interior del vehículo. Las víctimas morían en diez o quince

minutos. A continuación los cadáveres eran llevados a las fosas comunes, donde los enterraban. El SS-Untersturmführer Becker, mencionado por Ohlendorf, debía poseer un espíritu muy sensible. Mandó instalar en las ventanillas del camión unos postigos de color, del mismo tipo que los de las casas de los campesinos bávaros y se quejó repetidas veces a sus superiores de que los conductores ponían el motor en marcha de un modo demasiado brusco, lo que hacía que las víctimas sucumbieran de una forma demasiado rápida. Después de la Conferencia de Wannsee fueron creados los primeros campamentos de la muerte. Algunos superaban, por sus dimensiones y los crímenes que se cometían en ellos, a todos los demás. Los nombres de estos campos se han quedado grabados para siempre, como símbolo del terror y del crimen: Majdanek, Belsen, Treblinka y Auschwitz. Estos campos han sido descritos por una legión de testimonios, como auténticos centros del satanismo nacionalsocialista. Sobre Treblinka leemos en el informe de la Comisión del Gobierno polaco: «Hacia fines de abril de 1942 terminó la construcción de las tres primeras cámaras de gas en las que habían de realizarse las matanzas por medio de vapores venenosos. Algo más tarde fue terminado el llamado edificio de la muerte, que comprendía diez cámaras de gas. Este campo fue inaugurado a principios de otoño de 1942.» El programa de la eutanasia les había proporcionado a sus autores la ocasión de ensayar nuevos métodos de exterminio. Cuanto más duraban estos asesinatos en masa, más perfectos eran los métodos que se usaban. Solo de este modo se explica el elevado número de víctimas. El SS-Sturmbahnführer, doctor Wilhelm Höttl, informó en Nuremberg de una conversación que había celebrado con el verdugo número uno de los judíos, SS-Obersturmbannführer Adolf Eichmann, a fines de agosto de 1944. Eichmann le dijo que en los diversos campos habían sido muertos unos cuatro millones de judíos, mientras que otros dos millones habían muerto víctimas de otros sistemas de exterminación. La mayor parte de los judíos habían sido muertos por las unidades especiales de la policía de seguridad. Una cifra horrenda que no deja de impresionarnos a pesar de que hoy sabemos que Eichmann, en aquella ocasión, exageró. A los jefes de las SS les gustaba redondear las cifras para dar mayor satisfacción a los altos jefes. En Nuremberg contestó el lugarteniente de Eichmann en Eslovaquia, SSHauptsturmführer Dieter Wisliceny, a las preguntas del fiscal americano Smith

Brookhart: ¯Vi por última vez a Eichmann en Berlín a fines de febrero de 1945. Dijo entonces que cuando hubiésemos perdido la guerra se suicidaría. Brookhart: «¿Le habló, en aquella ocasión, del número de judíos que habían sido muertos?» Wisliceny: «Sí, se expresó de un modo muy cínico. Declaró que no le importaba morir, pues el hecho de tener a cinco millones de judíos sobre su conciencia le proporcionaba una sensación altamente tranquilizadora y reconfortante». Brookhart: «¿Puede usted informar a este Tribunal sobre los períodos en que fueron iniciadas las acciones?» Wisliceny: «Sí, hasta el año 1940 se tenía previsto solucionar el problema de los judíos, en Alemania y en los países ocupados por Alemania, obligándoles a emigrar. La segunda fase fue la concentración de todos los judíos en Polonia y en las restantes regiones del Este ocupadas por Alemania, preferentemente en forma de ghettos. Este período duró aproximadamente hasta principios del año 1942. La tercera fase fue la denominada solución final del problema judío, o sea, el exterminio sistemático de todo el pueblo judío. Esta fase duró hasta octubre de 1944, que fue cuando Himmler dio orden de poner fin a la matanza de judíos». Se presentó en Nuremberg un hombre que horrorizó con sus declaraciones a los jueces, a los defensores y a los propios acusados. Rudolf Franz Ferdinand Höss, comandante del campo de Auschwitz. Un asesino que hablaba de sus propias experiencias. Las montañas de declaraciones sobre los crímenes cometidos en los campos de concentración eran dejadas de lado ante lo que este hombre exponía con diabólica serenidad desde el estrado de los testigos, como si se tratara de lo más natural y lógico de este mundo. Primero fue sometido a interrogatorio por el defensor de Kaltenbrunner, el doctor Kurt Kaufmann: Kaufmann: «¿Fue usted comandante del campo de Auschwitz de 1940 a 1943?» Höss: «Sí». Kaufmann: «¿Es cierto que Eichmann le dijo a usted que en Auschwitz habían sido muertas más de dos millones de personas?»

Höss: «Sí». Kaufmann: «¿Hombres, mujeres y niños?» Höss: «Sí». Höss informó: «En el verano de 1941 fui llamado por el Reichsführer SS Himmler, a Berlín. Me dijo, aunque ya no recuerdo exactamente las palabras que empleó, que el Führer había decidido proceder a la solución final en el problema judío y que nosotros, los de las SS, debíamos llevar esta orden a la práctica. En el caso de que nosotros nos cruzáramos de brazos, el pueblo judío acabaría con el pueblo alemán. Se había decidido por Auschwitz, pues era el campamento que gozaba de mejores medios de comunicación por tren y además podía ser fácilmente aislado». El interrogatorio que dirigió el fiscal americano John Harlan Amen se limitó a conseguir del acusado Höss la confirmación de sus anteriores declaraciones. Este documento es uno de los más terribles de la Historia de la humanidad y dice: «Mandé en Auschwitz desde el 1.º de diciembre de 1943 y calculo que, por lo menos, dos millones y medio de personas fueron muertas en las cámaras de gas, otro medio millón murió de hambre y enfermedades, de lo que da un total de tres millones de muertos. Esta cifra representa del setenta al ochenta por ciento de todos aquellos que eran destinados a Auschwitz, pues el resto fue destinado a trabajar en la industria del armamento o en las industrias enclavadas en otros campos de concentración. Nosotros matamos, en verano de 1944, unos 400.000 judíos húngaros en Auschwitz. »El comandante del campo de Treblinka me dijo que había matado 80.000 en el curso de medio año. Su misión principal consistía en exterminar a todos los judíos procedentes del ghetto de Varsovia. Usaba gas de monóxido, pero no estaba muy satisfecho del resultado del mismo. Por este motivo, cuando construí el campo en Auschwitz me decidí por el Zyklon B que introducíamos en las cámaras por una pequeña abertura en las mismas. Según la temperatura que hiciera las víctimas tardaban de cinco a quince minutos en morir. Sabíamos que habían muerto cuando dejaban de gritar. Esperábamos aproximadamente media hora antes de abrir la puerta y retirar los cadáveres. Nuestros soldados les quitaban los anillos y los dientes de oro a las víctimas. »Otra mejora con respecto a Treblinka fue que nosotros construimos cámaras de gas en las que podíamos meter hasta 2.000 personas a la vez,

mientras que las diez cámaras de gas de Treblinka admitían solo doscientas personas cada vez. El modo como seleccionábamos nuestras víctimas era el siguiente: »En Auschwitz trabajaban dos médicos de las SS que examinaban a todos los que llegaban al campo. Los presos habían de desfilar ante uno de los médicos que, en el acto, adoptaba una decisión. Los capacitados para el trabajo eran destinados otra vez al campo, los otros directamente a las cámaras. Los niños de corta edad siempre eran destinados a morir, ya que debido a su corta edad no podían trabajar. Con frecuencia, las mujeres querían ocultar a los niños bajo sus ropas, pero cuando los descubríamos mandábamos inmediatamente a los niños a las cámaras. Queríamos que toda la acción fuera mantenida en secreto, pero el hedor originado por la incineración de los cadáveres inundaba toda la comarca...» Amen: «¿Es verdad todo lo que declara usted?» Höss: «Sí». Gerald Reitlinger, uno de los más informados del asunto, nos ofrece en su libro La solución final la siguiente descripción: «El gas fluía lentamente a través de los agujeros. Las víctimas estaban demasiado apretadas para darse cuenta de esto, pero algunas veces eran tan pocos que entonces se sentaban en el suelo y fijaban sus miradas en aquellas extrañas duchas de donde no salía agua. Pero pronto notaban los efectos del gas y entonces se precipitaban contra la gigantesca puerta metálica con la pequeña ventanilla y allí morían formando una pequeña pirámide. Veinticinco minutos más tarde las bombas eléctricas extraían el aire cargado de gas venenoso, se abría la gran puerta de metal y entraban los hombres del comando especial de judíos, con máscaras antigás, botas de goma y mangueras. Su primer trabajo consistía en retirar las huellas de sangre, los excrementos y separar los cadáveres... A continuación, entraban los soldados alemanes y procedían a robarles a las víctimas anillos y dientes de oro». El doctor Charles Bendel, testigo ocular, declaró durante el proceso, sobre el asunto Belsen: ¯Ahora comienza el verdadero infierno. El comando especial trataba de trabajar lo más rápidamente posible. Arrastraban los cadáveres por las muñecas. Eran como verdaderos diablos. Hombres que momentos antes habían tenido rostros humanos habían perdido toda su expresión racional. Un abogado de Saloniki, un ingeniero de Budapest... habían dejado de ser hombres ya que mientras se dedicaban a aquella repugnante labor los alemanes les pegaban con

sus látigos. Al cabo de media hora había terminado el trabajo y un nuevo transporte había sido exterminado por el Krematorium número 4. Unas correas sinfín o pequeños vagones eléctricos transportaban los cadáveres hasta los hornos. Las cenizas y los restos óseos eran triturados por molinos, pues no querían que quedara el menor rastro del crimen. El SSObergruppenführer Oswald Pohl estaba encargado, con ayuda del Reichsbank, de convertir en dinero contante y sonante los bienes que les habían sido arrebatados a los muertos, es decir, dientes de oro, joyas, pitilleras, vestidos, relojes, gafas, zapatos y ropas. «Pohl cuidaba de todos los detalles con bárbara meticulosidad. El 6 de agosto de 1942 les escribió a los comandantes de dieciséis campos de concentración: «...El pelo cortado a las víctimas debe ser convenientemente recogido. El pelo humano es usado por nuestra industria para las babuchas de las tripulaciones de nuestros submarinos. Por consiguiente, ordenamos que el pelo de las mujeres, después de haber sido desinfectado, sea cuidadosamente recogido y almacenado. El pelo de los presos masculinos solo posee valor si superan los veinte milímetros...» Estos informes son terribles episodios en la Historia de la humanidad. Podríamos añadir mucho más, pero los hechos relatados hasta ahora son demasiado expresivos para que nos extendamos sobre estos casos. Solo vamos a reproducir otra declaración, ya que está relacionada con otro caso. Se trata del informe del SS-Obersturmführer Kurt Gerstein. Este se reunió, a mediados de agosto de 1942, con el SS-Gruppenführer Globocnik, y contó: Globocnik dijo: «Todo este asunto es uno de los más secretos de la actualidad, por no decir el más secreto de todos. Actualmente tenemos en funcionamiento tres instalaciones: »1. Belzek, en la carretera y línea férrea Lublin-Lemberg. Capacidad diaria: 15.000 personas. »2. Treblinka, a 120 kilómetros de Varsovia. Capacidad diaria: 25.000 personas. »3. Sobibor, en Polonia también, capacidad diaria: 20.000 personas.» Globocnik se volvió finalmente a mí y me dijo: »¯Le corresponde a usted desinfectar todas las prendas de vestir. La

recuperación de trapos viejos en el Reich se ha organizado para justificar la procedencia de todas estas prendas de vestir y presentarlo, al mismo tiempo, como un sacrificio por parte del pueblo alemán. »A continuación, discutimos los problemas técnicos del uso que había de hacerse de aquellas prendas de vestir. Teníamos almacenados unos cuarenta millones de kilogramos, es decir, sesenta trenes de mercancías. No había suficientes fábricas textiles en Alemania para encargarse de la transformación de este material. »¯Otra de las misiones que le voy a confiar a usted ¯me dijo Globocnik¯, es la transformación de las cámaras de gas que hasta ahora vienen trabajando con gases de explosión Diésel. Es necesario acelerar el proceso y he pensado en la conveniencia de usar ácido prúsico. Anteayer estuvieron aquí el Führer y Himmler. He de darle a usted todas las órdenes verbalmente, pues no quieren que exista ninguna orden por escrito. »El SS-Obersturmbannführer Pfannstiel preguntó: »¯¿Y qué ha dicho a todo esto el Führer? »Globocnik contestó: »¯Rápido, más rápido, hemos de apresurarnos. »El acompañante de Hitler, el consejero ministerial doctor Herbert Linden del Ministerio del Interior del Reich preguntó: »¯Señor Globocnik, ¿considera usted conveniente enterrar los cadáveres en lugar de incinerarlos? Después de nosotros podría venir una generación que no comprendiera todo esto. »Globocnik repuso: »¯Caballeros, si después de nosotros viniera una generación, tan débil y asustadiza que no comprendiera el alcance de nuestra misión, en este caso concreto, entonces el nacionalsocialismo habría sido inútil. Yo por el contrario opino que deberíamos grabar en placas de bronce que hemos tenido el valor de llevar a cabo esta acción tan grandiosa como necesaria. »El Führer comentó: »¯Bien, Globocnik, esta es también mi opinión. »Posteriormente prevaleció el segundo punto de vista. Los cadáveres

fueron exhumados, sobre todo ante el avance de las tropas rusas, y quemados sobre unas gigantescas parrillas construidas con vías de tren, después de haber sido rociados con bencina y aceite Diésel. »Al día siguiente nos trasladamos a Belsen. El hedor que reinaba en toda la comarca, en aquel cálido mes de agosto, era insoportable y millones de moscas hacían la estancia allí imposible. »A la mañana siguiente llegó el primer tren procedente de Lemberg: 45 vagones con 6.700 personas de la cuales 1.450 ya habían muerto por el camino. Detrás de las ventanillas enrejadas nos miraban unos niños terriblemente pálidos y asustados, los ojos llorosos, al igual que los hombres y mujeres. »El tren entró en el andén. Doscientos soldados ucranianos abrieron las puertas y a latigazos obligaron a los pasajeros a bajar de los vagones de carga. Un altavoz iba dando instrucciones. Obligaba a los recién llegados a desnudarse de pies a cabeza, colocando cuidadosamente en el lugar señalado las gafas, los zapatos, después de atar los cordones de cada zapato, para que fácilmente pudiera encontrarse el pie que correspondía al otro. Los objetos de valor habían de ser entregados en un barracón. Las mujeres y las niñas eran conducidas con anterioridad a un peluquero que con un par de tijeretazos les cortaba el pelo que metía en unos sacos de patatas. »El tren se puso de nuevo en movimiento. Delante iba una hermosa muchacha, desnuda de pies a cabeza como todos los que la seguían, hombres, mujeres y niños, mujeres que sostenían a sus pequeños hijos en sus brazos. La mayor parte de aquellos seres desconocían todavía la suerte que les aguardaba, pues casi no había nadie que todavía se dejara engañar. Vacilaban unos segundos, pero luego entraban en las cámaras de gas mientras los soldados de las SS continuaban golpeándoles con sus látigos. Una judía, de unos cuarenta años, maldijo a gritos a los verdugos y el capitán Wirth, personalmente, le golpeó cinco o seis veces con el látigo en la cara. Muchos de los hombres y mujeres oraban en voz alta. »Las cámaras se iban llenando. Apenas cabía nadie más... de acuerdo con lo que tenía ordenado el capitán Wirth. De setecientas a ochocientas personas ocupaban un espacio de solo veinticinco metros cuadrados, 45 metros cúbicos. Cerraron las puertas. Mi cronómetro lo registraba todo. Cincuenta segundos, setenta segundos... el motor no se ponía en marcha. Las víctimas esperaban en las cámaras de gas. Nada. Los oíamos sollozar. El capitán Wirth golpeó con su látigo al ucraniano que debía ayudar al sargento Hekenholt a poner el motor en marcha. A los cuarenta y nueve minutos, mi cronómetro señalaba la hora exacta, empezó a funcionar el motor. Pasaron otros veinticinco minutos. Efectivamente, muchos ya habían muerto. A los veintiocho vivían muy pocos. Finalmente, a los

treinta y dos minutos, todos habían dejado de existir. »Al otro lado de la cámara, los grupos de trabajo, compuestos por judíos, abrían las puertas. Los muertos estaban de pie como si fueran columnas de basalto. No había sitio suficiente para que se hubieran desplomado, ni siquiera inclinado hacia un lado u otro. Incluso muertos era fácil reconocer a las familias. Se tenían cogidas las manos de un modo que luego se hacía difícil separarlos para dejar libre la cámara para el siguiente transporte. Sacaban los cadáveres, manchados de sudor y de orina, de excrementos. Los cadáveres de los niños eran arrojados por el aire. Los látigos de los ucranianos caían sobre los judíos. Dos docenas de dentistas abrían con unos grandes ganchos las bocas de los muertos y buscaban dientes de oro. Otros obreros investigaban los genitales y el ano en busca de brillantes y oro». Terribles e increíbles son las declaraciones de los que fueron testigos de todas estas escenas. Uno de ellos fue la periodista francesa Claude VaiqantCouturier, diputada y dama de la Legión de Honor. Detenida por haber pertenecido a la resistencia francesa fue llevada a Auschwitz: «Vi gran número de cadáveres en el patio y de vez en cuando veía una mano o una cabeza que trataba de moverse y librarse del peso que tenía encima. En el patio del Block 25 vi correr unas ratas tan grandes como gatos, que no solo atacaban los cadáveres sino también a los moribundos que ya no tenían fuerzas suficientes para defenderse. »Incluso para aquellos que habían sido seleccionados para el trabajo su vida era un verdadero infierno. No había camas sino solo camastros de madera y en los que nos veíamos obligados a dormir ocho o nueve personas, sin mantas ni paja. A las tres y media de la madrugada nos despertaban los gritos del jefe del barracón. A golpes de bastón nos hacían salir al aire libre. Ni siquiera los moribundos quedaban exentos de este tormento. Y allí, al aire libre, en pleno invierno, habíamos de permanecer de pie hasta las siete o las ocho de la mañana... »En el verano de 1944 ¯continuó relatando la testigo¯, los recién llegados eran recibidos por una banda militar que interpretaba alegres canciones antes de que los destinaran a los grupos de trabajo o a la cámara de gas. Bajo los acordes de "La viuda alegre" eran destinados a la muerte.» Durante días y días fueron desfilando los testigos ante el Tribunal de Nuremberg. Una de las pruebas que causó mayor emoción fueron las películas. Estas películas habían sido rodadas por antiguos altos jefes de las SS o después de la liberación por los operadores militares aliados. Incluso los acusados parecían profundamente abatidos y deprimidos. Funk no dejó de llorar durante

todo el tiempo que proyectaron las películas. Doenitz ocultó su rostro entre las manos y otros dejaban caer la cabeza y musitaban: «¡Horrible!» El psicólogo del Tribunal, Gilbert, conversó aquella noche con varios de los acusados. Fritzsche, medio tumbado sobre su camastro, con la cabeza apoyada en ambas manos, sollozaba quedamente cuando Gilbert entró en su celda. Lentamente levantó Fritzsche la cabeza y se quedó mirando a Gilbert con expresión ausente. Luego, conmovido todavía por los sollozos, dijo: ¯Ningún poder, en el cielo o en la tierra, puede borrar esta vergüenza de nuestra patria..., ni aunque pasen muchas generaciones..., ni siquiera en el curso de muchos siglos. Sollozó de nuevo, se golpeó con los puños contra las sienes y exclamó finalmente: ¯Perdóneme usted, he perdido el dominio sobre mí mismo. ¯¿Desea un calmante para poder dormir esta noche? ¯le preguntó Gilbert. ¯¿Y de qué habría de servirme? ¯replicó Fritzsche¯. ¿Cree que una píldora puede borrarme todo esto de la cabeza? Gilbert visitó, acompañado del psiquiatra Kelly, las restantes celdas. Baldur von Schirach les dijo: ¯No comprendo cómo los alemanes fueron capaces de hacer una cosa así... Walther no estaba en condiciones de hablar con sus visitantes. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas y se limitaba a decir: ¯¡Horrible, horrible...! ¯¿Desea usted un calmante? Funk levantó sus enrojecidos ojos y contestó: ¯¿Para qué..., para qué? Wilhelm Keitel estaba cenando. Continuó comiendo y cuando Gilbert empezó a hablar de las películas interrumpió el antiguo mariscal del Reich su cena y comentó, con la boca medio llena: ¯Es horrible. Cuando veo estas cosas me avergüenzo de ser alemán. Fueron esos sucios cerdos de las SS. Si hubiera sabido todo esto le hubiese dicho

a mi hijo: «Antes te hago fusilar que permitir que ingreses en las SS». Pero yo no sabía nada. Nunca en mi vida podré volver a mirar a la cara a un ser humano». Hans Frank comenzó a llorar cuando entró Gilbert. ¯¡Nosotros vivíamos como reyes y creíamos en esas bestias! ¯dijo finalmente, después de haber recuperado el dominio sobre sí mismo¯. No crea a nadie que le diga que no sabía nada de esto. Todos sabíamos que algo raro sucedía a pesar de que no estuviéramos al corriente de todos los detalles. Era muy cómodo dejarse llevar por la corriente y creer que todo estaba en orden. Frank señaló la cena que no había tocado: ¯Nos tratan demasiado bien aquí ¯comentó¯. Nuestros prisioneros y nuestra propia gente se morían de hambre en los campos de concentración. ¡Que Dios se apiade de nuestras almas! Sí, doctor, este juicio es voluntad de Dios. Al principio traté de entenderme con los demás acusados..., pero ahora he renunciado a ello... ¯¿Desea algún calmante? ¯No, gracias. Si no duermo podré rezar. Para muchos internados en el campo de concentración la muerte en la cámara de gas hubiera representado un alivio. Los tormentos que tuvieron que soportar hasta que murieron superan todo lo imaginable. Hicieron de conejillos de indias a unos médicos de las SS, hombres fanáticos y sin conciencia. Fueron usados para experimentos cuyo valor científico era nulo. Es completamente imposible relatar aquí todos los experimentos que fueron llevados a cabo en seres humanos. En Auschwitz se dedicaron preferentemente a intervenir a las judías enfermas de cáncer y a hacer experimentos con inyecciones y rayos Roentgen para esterilizar a las mujeres. En Buchenwald experimentaron con quemaduras de fósforos, hormonas sexuales y edemas provocados por el hambre. Los experimentos en la sección de enfermos de la fiebre amarilla costó la vida a unos seiscientos presos. El químico francés Alfred Balachowski declaró en Nuremberg que se les inyectaba a los presos una gota de sangre de otro enfermo de tifus que había alcanzado el momento más alto de su crisis. Todos los presos a los que se les inyectaba esta gota de sangre morían irremisiblemente. Otros médicos experimentaban con la fiebre amarilla, la viruela, cólera y difteria. Un experimento que gozaba de especial preferencia eran los experimentos biológicos. En esta faceta se distinguió de un modo destacado el médico de las SS doctor Sigmund Rascher, que trabajaba en los experimentos llamados de

calor y frío. Con sádico interés, Himmler seguía personalmente los resultados de estos experimentos y muchas veces emitió él su diagnóstico de qué resultado darían los mismos. En otros campos, disparaban a los presos balas envenenadas en los muslos y las víctimas morían a las dos horas después de horrendos tormentos. Igualmente era terrible la muere de aquellos a los que les inyectaban aire en las venas y petróleo debajo de la piel de ambas piernas. Las mujeres eran un objeto de experimentación muy apreciado. Uno de los objetivos de la política nacionalsocialista era esterilizar a la raza judía. En este programa colaboró de un modo especial el SS-Brigadeführer profesor Hans Clauberg, que se vanagloriaba de que era capaz de esterilizar diariamente mil mujeres. En el campo de concentración de Ravensbrueck también se utilizaron niños y niñas para ese fin. Pero los experimentos con mujeres no se limitaban exclusivamente a la esterilización. «Desde Auschwitz nos mandaron a Ravensbrueck ¯informó la señora Couturier ante el Tribunal¯. Allí nos alojaron al lado de un barracón que llevaba las iniciales NN, es decir, «secreto». En este barracón vivían mujeres polacas que llevaban el número 7.000 y otras que eran llamadas los conejillos, ya que servían para los experimentos de los médicos. Las habían seleccionado por tener las piernas muy derechas y gozar de una salud relativamente buena. Estas mujeres eran sometidas a toda clase de operaciones. A algunas les sacaban los huesos de las piernas, a otras les administraban inyecciones, pero no sé lo que les inyectaban. Entre las que eran operadas el número de fallecimientos era muy elevado. Cuando las mujeres se negaban a dejarse operar, las llevaban a las salas de operaciones a la fuerza y un médico llegado de Berlín las intervenía sin cuidados antisépticos de ninguna clase. El hombre ni siquiera se lavaba las manos». En Buchenwald mataban a los internados que lucían algún tatuaje. Les arrancaban la piel, la curtían y la destinaban luego para la fabricación de pantallas de lámparas de pie y «como recuerdos». El testigo Maurice Lampe informó sobre estas crueldades en Mauthausen: «Las crueldades cometidas en nuestro campo eran muy parecidas a las de otros campos. Logramos reunir muchas pruebas. El médico del campamento utilizaba en su oficina, como pisapapeles, dos cráneos. Procedía de dos judíos que habían llegado en un transporte procedente de Holanda y habían sido elegidos por el médico porque tenían la dentadura muy buena. El médico les había dicho a los dos judíos: «Vosotros sois jóvenes y fuertes. Os necesito para

realizar con nosotros unos experimentos. En caso de negaros seréis muertos con los demás». A uno de ellos le extirparon un riñón y al otro el estómago. Finalmente les inyectaron bencina en el corazón y finalmente los decapitaron». ¿De dónde procedían esos hombres, mujeres y niños que eran torturados a muerte y llevados a la cámara de gas, que eran fusilados por las «unidades especiales» y muertos de hambre en los ghettos? Las víctimas de la política racista nacionalsocialista procedían de todos los rincones de Europa. Hemos de limitarnos a los números escuetos para comprender la inmensidad del crimen cometido. De los judíos alemanes 160.000 cayeron víctimas de la solución final, es decir, casi todos aquellos que no habían emigrado. En Austria 60.000. En Checoslovaquia murieron 230.000 de los 530.000 judíos que fueron deportados, en Francia unos 60.000. Holanda ha de lamentar la muerte de 104.000 judíos. Muchos de los semitas deportados procedían de Yugoslavia, Hungría, Grecia y Rumanía. Ni Italia ni Bulgaria colaboraron en esta política racial alemana. Pero, cuando Mussolini perdió todo su poder en el año 1944, los judíos de Roma también fueron deportados a Auschwitz. En cambio Hitler encontró una gran comprensión en esta política racial suya en Rumanía, en donde fueron exterminados unos 220.000 judíos. De los 3.500.000 judíos polacos, murieron unos 2.600.000. En la Unión Soviética fueron muertos unos 750.000 judíos. Reitlinger llega a la conclusión de que fueron muertos de 4.200.000 a 4.600.000 judíos, o sea, 1.500.000 judíos menos de lo que creyó el Tribunal de Nuremberg, pero Reitlinger comentaba en su libro: «Es una vergüenza que existan alemanes que consideran un alivio el poder reducir el número de judíos exterminados de los seis a los dos millones.» Después de haber sido liquidado el ghetto de Varsovia, por orden expresa de Himmler, fueron liquidados en los años 1943 y 1944 los restantes ghettos. Esta matanza causó la muerte de 300.000 judíos, seres humanos que hasta entonces se habían refugiado en los ghettos de Lodz, Bialistok, Sosnowiec-Bedzin, Lemberg, Wilna, Kow y Riga. Esta acción se llevó a cabo en unas circunstancias inhumanas. James Britt Donavan, fiscal de los Estados Unidos, presentó ante el Tribunal una película de 8 mm. sobre la liquidación de un ghetto. Donavan fue comentando la cinta mientras esta era proyectada: «Escena 2: Una muchacha desnuda cruza corriendo el patio. »Escena 3: Una mujer de edad es arrastrada ante la cámara; a la derecha vemos un agente de las SS. »Escena 16: Dos hombres arrastran a un anciano.

»Escena 24: Una vista conjunta, tomada desde la calle, nos presenta a muchos cuerpos tendidos en el suelo y a mujeres desnudas que corren de un lado al otro. »Escena 37: Un hombre con la cabeza ensangrentada es apaleado. »Escena 45: Una mujer es arrastrada por los cabellos por la calle.» Ya antes de la derrota sufrida ante Stalingrado, Hitler se dedicó a borrar las huellas de los crímenes cometidos por las SS. Encargó al SSStandartenführer Paul Blobel que hiciera desaparecer las fosas comunes antes de que estas fueran descubiertas por el Ejército rojo en su avance. Blobel comenzó sus fantasmagóricas actividades en agosto del año 1943. Con este fin tenía a sus órdenes el Sonderkommando 1.005 que en Kiev llevó a cabo las primeras exhumaciones. Siempre que era posible, el Sonderkommando abría las tumbas e incineraba los cadáveres. Este horrible trabajo lo debían realizar los presos que a continuación eran fusilados por las SS. Allí donde no era posible proceder a las exhumaciones eran voladas las tumbas con dinamitas y luego se apisonaba la tierra que era recubierta con hierba. El fiscal soviético, L. N. Smirnow, leyó, ante el Tribunal, la declaración del testigo Gerhard Adametz, que había pertenecido al Sonderkommando 1.005 b: «Nuestro teniente Winter dio el parte al teniente Hanisch, jefe de la Sección 1.005 a. El teniente Hanisch nos dirigió entonces una alocución: "Huelen ustedes algo que procede de detrás de la iglesia. Han de vigilar ustedes a unos prisioneros, y quiero que los vigilen bien. Pero todo lo que ocurra aquí es asunto secreto del Reich. Todos ustedes son personalmente responsables si escapa cualquiera de los presos..." »Vimos unos cien prisioneros que estaban descansando. Todos los presos llevaban las piernas atadas con una cadena. El trabajo de estos presos consistía en exhumar los cadáveres de una fosa común, apilarlos y luego quemarlos. Es difícil de calcular, pero debía haber allí de 40.000 a 45.000 cadáveres. Cuando los prisioneros terminaban de sacar los cadáveres de la tumba, eran muertos con un tiro en la nuca.» Cuando las tropas aliadas comenzaron a cercar Alemania, finalizó esta tragedia tan repleta de monstruosidades. En Auschwitz dejaron de trabajar las cámaras de gas en el otoño del año 1944, pero cada día continuaban llegando nuevos prisioneros. Por orden especial de Himmler fueron evacuados Auschwitz y muchos otros campos de concentración. A pie o en vagones descubiertos, vestidos solo con el delgado uniforme de presidiarios, los internados

emprendían su última marcha. En los campos reinaban epidemias, en Belsen morían a diario 300 internados. Cuando los aliados llegaron a estos campos hallaron 12.000 cadáveres sin enterrar; 13.000 presos murieron durante los días siguientes a la liberación. Cuando el Ejército rojo ocupó Auschwitz el 26 de enero de 1945 encontró allí solo a varios centenares de inválidos. Himmler había evacuado antes el campo. «Pasarán mil años y nadie ni nada borrará esta culpa de Alemania», dijo el acusado Hans Frank en Nuremberg. Mientras escribimos estas líneas solamente han transcurrido diecisiete años...

7. El fin del ghetto de Varsovia En la exterminación del pueblo judío, ordenada por Hitler y dirigida por Himmler, hay dos fases intermedias que tuvieron su origen en el cerebro de Hermann Goering. Desde el momento en que fue leído el sumario textual en el Proceso de Nuremberg quedó plenamente demostrado lo que Goering dijo en el curso de la tristemente célebre Kristallnacht-Konferenz del 12 de noviembre de 1938: «Mi querido Heydrich, no le quedará a usted otra solución que crear ghettos en las grandes ciudades. Estos ghettos han de ser creados.» Reinhard Heydrich, que más tarde dirigió de un modo tan enérgico la «solución final», era entonces, un año antes de que comenzaran las hostilidades, por motivos personalmente únicamente, contrario a la creación de ghettos, según él, porque no estaban de acuerdo «con las necesidades políticas». Pero tan pronto fueron conquistadas las regiones del Este europeo se presentaban nuevas perspectivas. En el Gobierno general, el reino del futuro acusado en Nuremberg Hans Frank, surgió por vez primera la idea de marcar con una señal a todos los judíos. Poco después de la entrada de las tropas alemanas, el 24 de octubre de 1939, fue ordenado por las tropas de ocupación en el pueblo polaco de Wloclawek que todos los judíos habían de lucir un brazal con la estrella de David. A Hans Frank le gustó tanto esta disposición que el 23 de noviembre del mismo año firmó una orden que ampliaba a todos los judíos que residían en el Gobierno general la obligación de llevar el brazal con la estrella de David. Pocos meses más tarde fue colocada la primera piedra para la realización de la idea del ghetto de Goering. Los judíos que estaban señalados, y desde ya hacía mucho tiempo registrados oficialmente, habían de fijar sus residencias en unos barrios que les eran previamente señalados. Habían de abandonar sus negocios y sus talleres, sus pueblos y sus comunidades y trasladarse, empleando todos los medios de locomoción imaginables, a los ghettos de Cracovia,

Varsovia, Lublin, Radom y otras ciudades. Heydrich, que en un principio había sido contrario a la creación de los ghettos, se mostró repentinamente muy interesado en estos, principalmente en concentrar a los judíos en un solo lugar, pues, mientras tanto, ya habían surgido las nuevas disposiciones que hablaban de la «solución final» del problema judío, y para los asesinos representaba una evidente comodidad y facilidad desde el punto de vista técnico, tener al alcance de la mano a las víctimas. En los expedientes del acusado Alfred Rosenberg se encontró un memorándum que fue leído por el fiscal americano William F. Walsh, en Nuremberg: —Uno de los primeros objetivos de las medidas alemanas debe ser separar, aislar herméticamente, a los judíos del resto de la población. Lo más conveniente es la concentración de los judíos en ghettos, procurando, al mismo tiempo, separar a los hombres y a las mujeres. Estos ghettos deben estar bajo la autoridad de los propios judíos, que cuidarán igualmente del sistema de policía dentro de sus límites. La vigilancia de la frontera entre los ghettos y el mundo exterior es de la incumbencia de la policía alemana. El SS-Brigadeführer Franz Stahlecker implantó el sistema en su campo de actividades propias, Asunto secreto del Reich del 15 de octubre de 1941, y lo expuso con palabras sencillas y comprensibles: «Junto a la organización y puesta en práctica de las órdenes de ejecución, desde los primeros días se procuró, en todas las grandes ciudades, concentrar a todos los judíos en los ghettos creados al efecto.» Lo que Stahlecker denominó «una puesta en práctica de las órdenes de ejecución» es explicado en otro documento que leyó Walsh ante el Tribunal. Se trata de un informe oficial del jefe de las SS y de la policía del distrito de Galitzia, SS-Gruppenführer Franz Katzmann: «Durante el transporte de los judíos a otro barrio de la ciudad se montaron varios puestos de control. Todos los elementos judíos poco sociables y reacios al trabajo fueron retenidos a su paso por el control y sometidos a un tratamiento especial.» Con la extensión de las conquistas de Hitler fueron surgiendo ghettos por todo el Este, desde los Estados bálticos hasta Riga, en Galitzia con su punto neurálgico en Lemberg, en Minsk y Smolensko. Cuando las tropas alemanas llegaron a Crimea ya había sido superada la fase previa de la formación de los ghettos y las «unidades especiales» ya habían empezado a efectuar sus

ejecuciones en masa. Apenas terminaron los traslados, se levantaron, alrededor de los barrios habitados por los judíos, altos muros, vallas y alambradas. Millones de seres humanos se vieron de la noche a la mañana internados en unas cárceles de unas dimensiones nunca concebidas por el ser humano. Lo que sucedió a partir de aquel momento, detrás de aquellos muros, nos ha sido relatado por los sobrevivientes, y además por testigos externos que tuvieron ocasión de echar una ojeada a lo que sucedía allí dentro. —A fines de 1942 —dijo William F. Walsh—, habían sido concentrados los judíos del Gobierno general de Polonia en cincuenta y cinco comunidades. Bajo pena de muerte les estaba prohibido abandonar los ghettos y según el Acta de una sesión del 16 de diciembre de 1941 declaró Frank a los miembros de su Gobierno: —La pena de muerte dictada contra los judíos por desobediencia a esta orden ha de ser ejecutada sin pérdida de tiempo. El doctor Hummel, uno de los jefes de Sección presentes en la reunión, añadió según consta en el Acta: —El proceso hasta la liquidación es demasiado lento, está recargado de formalidades burocráticas y ha de ser simplificado. Por este motivo, hemos de estar agradecidos a la orden de poder fusilar a los judíos en las calles, lo que nos ahorra un sinfín de complicaciones. Para resolver el problema del modo de exterminar a los judíos que ahora tenían concentrados en los ghettos, los verdugos inventaron con el tiempo, un sinfín de métodos. El plan primitivo de Himmler fue, sencillamente, dejar morir de hambre a aquellos seres encerrados entre muros. El racionamiento que se les suministraba no era suficiente para vivir y esto coincide, plenamente, con las instrucciones que firmó Herbert Backe del Ministerio del Reich para Alimentación y Agricultura, el 18 de septiembre de 1942. El fiscal Walsh leyó la orden: —A partir de la semana 42 los judíos ya no recibirán los siguientes víveres: carne, huevos, trigo, leche. El gobernador Frank superó la orden de Berlín y redujo la ración de pan, primero a 143 gramos diarios y finalmente a solo veinte gramos, dando cada mes cincuenta gramos de grasa. Sabía que con esta decisión firmaba una orden de muerte colectiva y anotó fríamente en su Diario:

«No cabe la menor duda de que la mortandad aumentará durante los meses de invierno, pero esta guerra traerá consigo la eliminación completa de todos los judíos.» Con mayor cinismo aún escribió el 24 de agosto de 1942: «Anotamos, además, que hemos condenado a un millón y medio de judíos a morir de hambre.» En efecto, la falta de víveres provocada artificialmente mató a miles de judíos. Por las calles del ghetto se veían los niños que habían quedado reducidos a la piel y a los huesos. Los hombres y mujeres que se desplomaban eran colocados cuidadosamente al borde de la acera hasta que a la mañana siguiente los carros recogían la cruel cosecha. Sin embargo, Himmler y sus verdugos llegaron a la conclusión que el método de matar de hambre a los judíos era un proceso demasiado lento y, además, se exponían a que toda la retaguardia fuera infestada por las epidemias. Asimismo, la falta cada vez más patente de mano de obra hizo que muchos de los judíos que todavía estaban con fuerzas para trabajar fueran destinados a las fábricas de armamento. La orden de liquidar completamente los ghettos y destinar a todos los judíos sobrevivientes a las cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka se la ahorró Himmler hasta el 11 de junio de 1943. El «exterminio por el trabajo» que siguió al «exterminio por el hambre», es un tema que fue tratado también por el fiscal Walsh en Nuremberg. Y de nuevo aparece, en primer plano, el filósofo del Partido, Rosenberg. —El acusado Rosenberg fundó, como ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este, una sección dentro de sus organizaciones que había de ocuparse especialmente en hallar una solución al problema judío, por medio del trabajo forzado. Sus planes están contenidos en un documento que presento como prueba. Citamos solo un párrafo de este monstruoso documento: «Todos los judíos serán destinados a trabajos forzados, sin limitaciones de edad. Todos los delitos contra las leyes alemanas serán castigados con la muerte.» El fiscal Walsh continuó su relato: —En los ghettos eran seleccionados los judíos que estaban en condiciones de trabajar y los destinaban a los campos de trabajo. Aquí eran sometidos a una

nueva selección. Se confiaba en poder reclutar, de este modo, entre 45.000 judíos, a unos diez o quince mil capacitados para el trabajo. Al hacer esta afirmación me baso en un telegrama de la Oficina Central de Seguridad del Reich, dirigido a Himmler, que lleva las indicaciones de «urgente» y «secreto», del 16 de diciembre de 1942. Voy a leer las últimas líneas: «En la cifra de 45.000 judíos no están incluidos los ancianos y los niños. La selección proporcionará de diez a quince mil judíos capacitados para el trabajo, procedentes todos ellos de Auschwitz». Tras estas palabras se oculta el período de transición hacia la siguiente y última fase. Durante la selección eran divididos los judíos en dos clases: unos eran destinados a ser «exterminados por el trabajo» y se les concedía la gracia de vivir durante algún tiempo más, mientras que los otros eran destinados, directamente, a las cámaras de gas. En los ghettos comenzaron a montar talleres y fábricas de armamento. Estos centros de trabajo se convirtieron en los últimos refugios y el SSGruppenführer Katzmann confesó, según un informe leído por el fiscal Walsh, lo siguiente: «Se conocen casos en que los judíos, con el fin de obtener un certificado de trabajo, no solo estaban dispuesto a renunciar a todo sueldo o jornal, sino incluso a dar dinero encima. El afán de los judíos en ayudar a sus patronos, llegó a tal extremo que se hubo de proceder con la mayor energía y someter a los judíos a un tratamiento especial». Los patronos de los que habla Katzmann eran empresarios alemanes, y el más grande y conocido de todos era Walter Töbens que, en sus fábricas de Varsovia, proporcionaba trabajo a quince mil judíos y, gracias a los mismos, se convirtió de un empresario arruinado en un multimillonario. Complicó a casi todos los oficiales del SD de Varsovia sobornándolos, y repartió finalmente sus beneficios con el jefe de las SS y de la policía, Odilo Globocnik. Pero al final ni siquiera el trabajo de esclavos impedía que los judíos fueran conducidos a la muerte. Comenzaron a dirigirse los transportes hacia los campos de exterminio y ya solo era cuestión de tiempo el que emprendiera la marcha el último tren. Leemos en el Diario de Hans Frank: «Con los judíos, y lo digo sin andarme por las ramas, hemos de terminar de un modo u otro. Antes de seguir hablando quiero que ustedes se pongan de acuerdo conmigo sobre la siguiente fórmula. Solo sentimos compasión hacia el pueblo alemán y con nadie más en este mundo. Como viejo nacionalsocialista he de añadir: Si los judíos lograran sobrevivir a esta guerra, entonces esta solo habría significado un éxito parcial para nosotros. Caballeros, les ruego se despojen de todo sentimiento de compasión. Hemos de exterminar a los judíos,

allí donde nos tropecemos con ellos y donde sea factible.» Estas palabras son todo un programa. Solo en algunos lugares brilla una luz en esta horrenda oscuridad y una de estas es la desesperada acción de los judíos en el ghetto de Varsovia que, el 18 de abril de 1943, se levantaron contra sus verdugos. Vamos a exponer aquí el caso del ghetto de Varsovia, como ejemplo de lo ocurrido en los demás ghettos. En Nuremberg leyó el fiscal Walsh un informe, firmado por el SS-Brigadeführer Jürgen Stroop: —El barrio habitado por los judíos en la ciudad de Varsovia, un distrito de cuatro kilómetros de largo por dos kilómetros y medio de ancho, era habitado, aproximadamente, por unos 400.000 judíos. Existían unas 27.000 viviendas y cada vivienda tenía un término medio de dos habitaciones y media. Estaba separado de los restantes barrios de la ciudad por altos muros y también habían sido tapiadas las ventanas y puertas que daban a otros barrios. Walsh añadió: —Obtendremos una idea de cómo vivía la gente en aquel barrio si explicamos que seis personas habían de convivir en una sola habitación. Pero en realidad, las condiciones de vida eran mucho peores. Los judíos ricos pudieron, al principio, alquilar viviendas más espaciosas, mientras que los demás habían de apretujarse todavía más, pues había habitaciones en las que dormían hasta treinta y seis personas... que se veían obligadas a hacer turnos para poder dormir. Para comprender plenamente la situación diremos que toda la población de Darmstadt estaba concentrada en un solo barrio. Por este motivo, las calles siempre estaban llenas de gente. En el año 1941 se registraron en el ghetto de Varsovia 44.630 casos de defunción, la mayoría a causa de la depauperación. Esta cifra iba continuamente en aumento, pero una comisión de médicos judíos que examinó detenidamente el problema, llegó a la conclusión que pasarían cinco años antes de que todos los habitantes hubiesen muerto de hambre. Esto entrañaba dos hechos. Primero, que, además del racionamiento oficial, los habitantes se suministraban de otras fuentes, y segundo, que los habitantes del ghetto se habían organizado para estudiar y vencer sus dificultades. El muro que rodeaba el ghetto no era un muro invencible. Había agujeros, había policías polacos que sabían mirar hacia otro lado, existían canales

subterráneos que conducían hacia el mundo exterior. Con preferencia, eran los niños los que se dedicaban, día y noche, a estas actividades de contrabando, y si varios centenares de personas no murieron de hambre, tal como había previsto y deseado Frank, se debió, en gran parte, a las hazañas de esos niños. Sin medios de ninguna clase..., pues los policías alemanes disparaban, y era un espectáculo frecuente ver cómo los niños caían muertos frente a los muros, víctimas de las balas alemanas. Había otras grietas en el muro. Los batallones de trabajadores salín y entraban diariamente del ghetto, ya que las fábricas en donde trabajaban estaban situadas en otros barrios de Varsovia. Era completamente imposible controlar si al regreso, realmente, formaban en la columna todos los hombres que habían salido. Por el interior del ghetto circulaba un tranvía que no llevaba ningún número sino, como señal, la estrella de David. Además, el ghetto era cruzado en su punto más estrecho por una línea ferroviaria. La dirección de los ferrocarriles había recibido orden de que los trenes cruzaran por allí a la máxima velocidad. Sin embargo, aquel punto era el centro neurálgico del contrabando: los niños polacos arrojaban, desde las plataformas de los trenes, sacos a la calle que eran recogidos por los niños judíos en el ghetto que rápidamente desaparecían con su botín. Una organización desesperada logró, por conductos secretos, hacer entrar incluso vacas en el recinto prohibido, y esconderlas en el tercer piso de una casa para, de esta forma, disponer de leche para los recién nacidos. Por otro lado, representó una gran ayuda que tanto el SD, como la Gestapo y las SS en Varsovia estuvieran compuestas por elementos fáciles de sobornar. Globocnik, por ejemplo, que poseía participación en el negocio de Többens, no tenía el menor interés en que los obreros de su socio se muriesen de hambre o fueran destinados a las cámaras de gas, a pesar de que esta hubiera sido su obligación. Eran muchos los que sabían que Globocnik sacaba un beneficio tan enorme de los ghettos que deseaba que estos no fuesen disueltos jamás. Solo así se explica que tuvieran interés en retrasar el exterminio de los judíos en los ghettos, exterminio que, por fin, fue ordenado por Heinrich Himmler. Estimularon, incluso, la construcción de refugios antiaéreos en el ghetto, pero no para proteger a las familias judías contra las bombas de la aviación rusa, sino para poder destinar algún día estos refugios a nidos de la resistencia contra los alemanes, para convencer de este modo a Himmler que desistiera de su plan de exterminio total.

Lo mismo debieron pensar Globocnik y sus compañeros cuando pretendieron no haberse enterado del contrabando de armas. Lo cierto es que los elementos de la resistencia judía en el ghetto lograron adquirir, a precios astronómicos, fusiles, pistolas, munición, bombas de mano, ametralladoras e incluso armas pesadas. Estas armas las vendían soldados alemanes y, sobre todo, las unidades italianas destinadas en aquel sector. Sobre el ghetto de Varsovia se cernía un gran interrogante. Las autoridades ordenaban las medidas de represalia más violentas y, al mismo tiempo, los altos jefes organizaban sus orgías en los locales nocturnos que ellos fundaban en el ghetto. Aquellos que disponían de oro, diamantes o dólares suficientes podían darse la gran vida y no tenían que temer ni a la policía judía ni a la alemana, ni siquiera prestar atención a los cadáveres que cubrían las calles. El Consejo de los judíos era una organización que había sido impuesta por los alemanes y la policía judía un grupo de unos dos mil hombres que debía justificar su existencia actuando de la forma más cruel que pueda imaginarse contra sus propios compañeros de raza. A partir del 20 de julio de 1942, se inició un cambio en la vida del ghetto de Varsovia. Aquel día el Consejo de judíos recibió la orden de seleccionar a 60.000 compatriotas que debían ser destinados a batallones de trabajo. El fin que se perseguía con esta medida era «liberar el ghetto de todos los elementos improductivos». Los niños, los enfermos, las mujeres y los ancianos habían de concentrarse en un lugar previamente señalado, desde el que serían conducidos directamente a los campamentos de la muerte. Pero, momentáneamente, no se sabía, todavía, el último destino de esos desgraciados. Solo se decía que serían evacuados más hacia el Este, a algún lugar de la provincia de Minsk. El presidente del Consejo de judíos, Adam Czerniakow, fue el único que sospechó la verdad y puso fin a su vida envenenándose. La palabra «transporte» empezó a cobrar un sentido fantasmagórico en el ghetto. La policía judía y las SS recorrían las calles, apaleaban y disparaban, vaciaban las cárceles, registraban las casas, apresaban a las mujeres encinta, tiraban de las barbas de los ancianos. Transporte... Bernard Goldstein, uno de los miembros del movimiento de la resistencia judía, informa en sus «Memorias»: «No albergábamos la menor duda que el fin de aquellos transportes era la muerte. Encargamos de la difícil misión de obtener una información más exacta a Zalman Friedrych, uno de nuestros compañeros más valientes en el movimiento de resistencia. Un ferroviario polaco que conocía la ruta que

seguían los trenes que se llevaban a los deportados señaló el camino a Friedrych. »Después de vencer grandes dificultades, llegó Friedrych finalmente a Sokolow. Allí se enteró de que los alemanes habían construido una segunda vía hasta el pueblo de Treblinka. Cada día, los trenes que llegaban cargados de judíos eran destinados a esta segunda vía. En Treblinka había un campamento muy grande. Los habitantes de Sokolow habían oído decir que en Treblinka ocurrían cosas muy horrendas, pero no sabían nada en concreto. »En Sokolow, Friedrych se encontró casualmente con nuestro compañero Azriel Wallach, sobrino de Maxim Litwinov, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores soviético. Acababa de huir de Treblinka y estaba en un estado deplorable. Presentaba grandes quemaduras, sangraba y sus ropas estaban destrozadas. Friedrych se enteró de que todos los judíos que habían sido llevados a Treblinka habían sido muertos. Al descender de los trenes, se les dijo que habían de bañarse antes de ocupar los nuevos barracones, pero luego los habían conducido a unas grandes cámaras, cerradas herméticamente, y los habían matado envenenándoles con gas. Wallach se libró de la muerte porque fue destinado a limpiar los vagones de carga y aprovechó una ocasión que se le presentó para emprender la huida. »Después de obtener estas informaciones, Friedrych regresó a Varsovia. De esta forma pudimos comunicar a nuestros compañeros lo que les sucedía a aquellos que eran deportados.» Pero fueron muy pocos los que dieron crédito al relato. Desesperados, la mayoría se aferraban a la ilusión de que realmente se trataba única y exclusivamente de un cambio de residencia, y que eran destinados a realizar otra clase de trabajo. Continuaron organizando transportes y fueron muchos los que se presentaban voluntarios confiando que encontrarían un lugar de trabajo donde poder llevar una existencia más digna. Pero, poco a poco, se iban esfumando estas ilusiones. El ghetto se iba vaciando y llegó el día en que trabajar para Többens ya no era una garantía de librarse de la deportación. Los comandos de las SS empezaron con las tristemente célebres «selecciones» y de nuevo fue Goldstein el que dio, al Tribunal, un relato fidedigno: —A través de una grieta en el muro veíamos cómo procedían, en el patio, a esta selección. Los hombres de las SS formaban dos filas, entre las cuales pasaban los obreros. Luego se dirigían hacia la derecha o hacia la izquierda, según si el oficial de las SS señalaba con su bastón hacia la izquierda o la derecha. Todos los que eran destinados a morir eran apresados, rodeados por los soldados y policías y cargados en los vagones. Por todas partes se oían gritos y

llorar. Los hombres trataban de reunirse con sus esposas y estas con sus maridos, pero el movimiento arbitrario de un bastón era suficiente para separarlos definitivamente. Todos sabían ahora que aquellos que no eran destinados a un lugar de trabajo iban camino de la muerte. Solo existía una posibilidad de salir con vida: dar la impresión, durante la selección, de que se estaba en condiciones inmejorables para realizar un trabajo. «Había que dar la impresión de estar sanos, fuertes y capacitados», declaró Goldstein. «Empezamos a asistir a un espectáculo inaudito en las calles. Los hombres se afeitaban y se lavaban y las mujeres se pintaban los labios y se peinaban. Todas hacían lo máximo para parecer muy atractivas a la vista de aquellos demonios. Los obreros formaban grupos y esgrimían pancartas en las que habían escrito los trabajos que eran capaces de realizar. Vi un grupo de panaderos con sus gorras blancas y limpias que llevaban un gran emblema de su gremio.» Y mientras se sucedían estas escenas, llegó el 18 de enero de 1943 con su cruel tormenta. Un grupo de los que habían seleccionados para emprender el camino de la muerte sacaron a relucir sus armas y abrieron fuego contra los soldados de las SS que les escoltaban. Un acontecimiento inesperado. Ferdinand von Sammern-Frankenegg, alto jefe de las SS y de la Policía, organizó una gran redada en el ghetto, mandó disparar piezas de artillería pesada contra unas cuantas casas, pero no logró detener a los organizadores del atentado. Un mes más tarde, el 16 de febrero de 1943, Himmler ordenó «destruir el ghetto de Varsovia». Sammern-Frankenegg y Odilo Globocnik, por los motivos anteriormente mencionados, parecieron dudar y, por este motivo, hizo acto de presencia el SS-Brigadeführer y general de la policía Jürgen Stroop, que se hizo cargo del mando. El 9 de abril penetró en el ghetto con tres piezas de artillería y tres carros de combate. Aquel día comenzó la trágica lucha a muerte de los judíos de Varsovia. Esta lucha duró casi un mes, hasta el 16 de mayo de 1943. Los alemanes aniquilaron toda resistencia, pero la victoria se la llevó finalmente el pueblo judío.

En la sala de sesiones del Tribunal de Nuremberg intentó el fiscal americano John Harlan Amen, obtener detalles de Kaltenbrunner. Amen: «¿Tuvo algo que ver con la destrucción final del ghetto de Varsovia?» Kaltenbrunner: «No tuve ninguna relación con lo ocurrido». Amen: «Stroop era un buen amigo de usted, ¿no es cierto?» Kaltenbrunner: «Vi a Stroop una o dos veces en mi vida en la oficina del Reichführer Himmler». Amen: «Veremos si Stroop confirma lo que usted acaba de declarar ante el Tribunal». Amen presentó, a continuación, una declaración jurada firmada por Stroop. «Recibí, además, un telegrama de Himmler en el que me daba la orden de evacuar el ghetto de Varsovia. El Obersturmbannführer doctor Hahn era, entonces, comandante de la policía de seguridad de Varsovia. Hahn dio órdenes a su policía de Seguridad para que emprendiera esta acción. Estas órdenes no le fueron dadas a Hahn por mí, sino directamente por Kaltenbrunner desde Berlín. Todas las ejecuciones fueron ordenadas por la Oficina Central de Seguridad del Reich, es decir, por Kaltenbrunner». Amen: «¿Qué dice usted..., es cierta o falsa esta declaración de Stoop?» Kaltenbrunner: «Es falsa». Pero la declaración de Kaltenbrunner no pudo disminuir el valor de otro documento que fue presentado en Nuremberg, el informe de Stroop sobre aquella acción. El SS-Brigadeführer redactó con el título de: ¡No existe ya ningún barrio judío en Varsovia!, un documento histórico excepcional que impulsó al fiscal Walsh a hacer el siguiente comentario: —Esta auténtica prueba de artesanía alemana, encuadernada en piel, ricamente ilustrada, impresa en excelente papel, contiene un relato casi increíble escrito por Stroop, que lo firmó. El general Stroop alaba en este informe, en primer lugar, la valentía y el heroísmo de las fuerzas armadas alemanas que participaron en aquella acción sin contemplaciones de ninguna clase contra un grupo de judíos, concretamente, 56.065 hombres, mujeres y niños.

En la cárcel de Nuremberg le dijo el antiguo jefe del alto Estado Mayor alemán, Alfred Jodl, al psicólogo Gustave M. Gilbert: —¡Esos sucios y arrogantes cerdos de las SS! ¿Cómo es posible que alguien pueda escribir un informe de 75 páginas sobre una acción tan criminal? No puede existir un testimonio más convincente que este relato de uno de los principales actores. «Antes de iniciarse esta gran acción había sido debidamente cercado el barrio habitado por los judíos para impedir que pudieran huir. Cuando por primera vez penetramos en el ghetto, los judíos, que habían estado esperando este momento, lograron detener nuestro avance con su fuego concéntrico. Pero durante el segundo asalto logramos que el enemigo se viera obligado a replegarse a los tejados o a los sótanos. Para evitar que los judíos pudieran huir por los canales subterráneos, estos fueron inundados. »Los judíos que se habían confabulado con los bandidos polacos habían izado la bandera polaca y judía para estimular a sus compatriotas a la lucha. »El primer día ya comprendí que no podríamos lograr el éxito deseado si queríamos llevar a cabo el plan que habíamos previsto en un principio. Los judíos lo tenían todo en sus manos, desde materiales químicos para la fabricación de explosivos, hasta uniformes de la Wehrmacht y medios de combate de toda clase, incluso bombas de mano y «cocktails» Molotov. El segundo día hubimos de emplear los lanzallamas y la artillería para arrojar a los judíos de sus refugios. »En el curso de la acción descubrimos que todo el ghetto había sido convertido en una sola fortaleza. Los sótanos se comunicaban entre sí, de modo que los judíos podían trasladarse de un lado al otro por estos conductos subterráneos. Descubrimos depósitos en los que habían almacenado víveres para resistir varios meses. »Los grupos de combate estaban compuestos por muchachos de dieciocho a veinticinco años de edad que se hacían acompañar siempre por algunas mujeres. Tenían orden de luchar hasta morir y de suicidarse en el caso de ser apresados. Muchas veces no sacaban a relucir sus armas hasta que tenían a los soldados alemanes encima ocasionando, de esta forma, una mayor mortandad entre nuestros hombres. »Por medio de bandos la población aria fue instruida de que serían castigados con la pena de muerte todos los que concedieran refugio a un judío. Se les prometió a los policías judíos que se les daría la tercera parte de los bienes

en dinero de cada judío que entregaran a las autoridades. »La acción terminó el 16 de mayo de 1943 con la voladura de la sinagoga de Varsovia; hecho ocurrido a las 20'15 horas. Todos los demás edificios habían sido destruidos. Como existía la posibilidad de que debajo de las ruinas se ocultaran todavía algunos judíos decidimos que, durante algún tiempo, el antiguo ghetto quedara aislado.» Este relato de Stroop fue ampliado por una serie de telegramas que mandó a Cracovia informando sobre el curso de la lucha. Por ejemplo, el 22 de abril telegrafió: «Familias enteras saltaban por las ventanas cuando el fuego prendía en la casa o intentaban llegar hasta el suelo deslizándose por cuerdas o sábanas atadas entre sí. Ordenamos que estos judíos fueran liquidados en el acto. Desgraciadamente, no hemos podido evitar que cierto número de judíos y polacos se escondan en los canales. Las relaciones con la Wehrmacht son excelentes.» La noche de aquel mismo día mandó Stroop otro telegrama: «Desde esta tarde disparamos contra el ghetto con artillería pesada. Hemos apresado treinta y cinco bandidos polacos, comunistas, que han sido ejecutados. Antes de morir suelen gritar: "Viva Polonia" y también "Viva Moscú".» El 23 de abril: «Para efectuar una limpieza a fondo hemos dividido el antiguo ghetto en veinticuatro secciones. El resultado de esta acción ha sido el siguiente: 600 judíos y bandidos polacos detenidos, unos 200 judíos y polacos fusilados. Hasta la fecha han sido deportados 19.450 judíos. El próximo transporte saldrá el 24 de abril de 1943.» El 24 de abril, Stroop confesó a sus superiores en Cracovia: «Los judíos y polacos prefieren morir antes que caer en nuestras manos.» El 25 de abril: «Todo el ghetto es un inmenso mar de fuego». El 26 de abril: «Los judíos que han sido apresados explican que muchos de sus

compañeros se han vuelto locos debido al fuego, al humo y al calor. Hoy hemos prendido fuego a varios bloques de casas. Este es el único sistema para que estos bandidos salgan a la vista. Hemos vuelto a recoger un importante botín en armas y dinero.» El 27 de abril: «Hemos destinado un grupo a registrar los sótanos. Los judíos se lanzan incluso desde la cuarta planta de las casas a la calle maldiciendo al Führer y a los soldados alemanes.» El 1.º de mayo: «Hemos volado gran parte de los canales.» El 3 de mayo: «Los judíos y bandidos disparan con frecuencia con dos pistolas, una en cada mano. Las mujeres ocultan las armas bajo sus faldas y no las enseñan hasta que son detenidas. Prefieren morir antes que ser detenidas.» El 6 de mayo: «Hoy hemos registrado las casas que han sido pasto de las llamas. A pesar de que consideramos que era humanamente imposible que alguien hubiese salido con vida, hemos apresado, en el curso de esta acción, a 1.553 judíos, de los cuales 356 han sido fusilados.» El 8 de mayo: «Los primeros días de lucha fueron terribles, pero hoy no podemos penetrar en ningún sótano sin que los judíos, que se esconden en ellos, nos reciban con fuego de pistola y ametralladora. Son los verdaderos organizadores de la resistencia. El abajo firmante está decidido a no dar por terminada la acción hasta que no haya sido aniquilado el último judío.» El 10 de mayo: «Ha continuado la resistencia que ofrecen los judíos. La policía de seguridad ha volado un taller en el que se fabricaban explosivos.» El 13 de mayo: «Los judíos que han sido detenidos en el curso del día formaban parte de los grupos de combate.»

El 15 de mayo: «Hoy solo hemos podido fusilar de seis a siete judíos. Esta tarde hemos volado el cementerio, la capilla y todos los edificios contiguos.» Al día siguiente, Stroop confió al batallón de policía III/23 los trabajos finales y dio el último parte al SS-Obergruppenführer y general de la policía en Cracovia, Friedrych Kruger: «El antiguo barrio judío de Varsovia ha dejado de existir. El número de los judíos detenidos o ejecutados se eleva a 56.065.» El SS-Obergruppenführer y arquitecto Heins Kammler fue encargado de volar las ruinas y aplanarlas. Fueron muy pocos los judíos que lograron huir a los otros barrios de Varsovia en donde se ocultaron, y escasos los que sobrevivieron para relatar todos los horrores de que habían sido testigos. En Nuremberg, el fiscal Walsh terminó su discurso de acusación con las siguientes palabras: —El ministerio público podría presentar a este Tribunal un sinfín de pruebas sobre la cifra de judíos que fueron muertos por los nazis, pero opino que las pruebas que podamos presentar ya no alterarán el grado de culpabilidad de los acusados.

EL ÚLTIMO CAPÍTULO 1. Últimas palabras, y Fallo El proceso ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg estaba llegando a su fin. —Los primeros cincuenta años del siglo XX —dijo el fiscal general americano, Robert H. Jackson en su informe—, figurarán en los libros de historia como los más sangrientos de todos los tiempos. Dos guerras mundiales nos han proporcionado un número de muertos superior al conjunto de todos los Ejércitos que participaron en una batalla en la Antigüedad o en la Edad Media. No conocemos otros cincuenta años en la historia de la humanidad que hayan sido testigos de tantas crueldades, deportaciones en masa de pueblos a la esclavitud, del exterminio de minorías raciales. Los horrores de Torquemada quedan empequeñecidos por la inquisición de los nazis. »Estos hechos son oscuras realidades históricas, que futuras generaciones recordarán como la característica de este siglo. Si no estamos en condiciones de eliminar las causas de estos sucesos bárbaros e impedir su repetición, entonces no creemos descabellado profetizar que tal vez este siglo XX traiga la desgracia y la muerte para toda la civilización. »De un hecho podemos estar seguros. El futuro nunca podrá dudar de que los nazis han tenido ocasión de defenderse. La historia sabrá que los nazis han podido decir todo lo que nos han considerado conveniente y oportuno. Han sido juzgados ante un tribunal en unas condiciones que ellos nunca hubiesen concedido a nadie es sus tiempos de poder y esplendor. Ha quedado bien claro además que las declaraciones de los acusados han eliminado toda duda de su culpabilidad, unas dudas que hubieran podido existir todavía en vista de la inmensidad de sus crímenes y el carácter tan extraordinario de estos. Ellos han contribuido a firmar su propia sentencia. Jackson remarcó otro punto: —No les acusamos de sus repugnantes ideas. La bancarrota intelectual y la perversión moral del régimen nazi jamás se hubiesen convertido en asunto del derecho internacional si no hubiesen abusado de él cruzando, en un desfile marcial, las fronteras internacionales. No son sus ideas, sino sus acciones públicas las que nosotros consideramos criminales. Sir Hartley Shawcross, el fiscal británico, citó con exactitud, durante su

informe, varias de estas acciones: —El asesinato fue organizado como una industria de producción en serie, en las cámaras de gas y en los hornos de Auschwitz, Dachau, Treblinka, Buchenwald, Mauthausen, Maidanek y Oranienburg. ¿Acaso el mundo debe cerrar los ojos ante el resurgimiento de la esclavitud en Europa, una esclavitud de tales dimensiones que siete millones de hombres, mujeres y niños fueron expulsados de sus países de origen, tratados como cabezas de ganado, muertos de hambre, apaleados y asesinados? Fueron estos hombres aquí presentes los que, junto con algunos otros, acarrearon esta culpa sobre Alemania y pervirtieron al pueblo alemán. »En todas las guerras, y también en esta, no cabe la menor duda, y me refiero a los dos bandos en lucha, fueron cometidos actos de violencia y crueldades. Sí, estos actos resultan terribles para los que se convierten en víctimas de los mismos y no trato de disculparlos ni menguarlos. Pero fueron hechos casuales y aislados, pero en este caso se trata de algo muy diferente: de unos hechos organizados conscientemente. »Hubo un grupo sobre el que fue aplicado el método de exterminio con una saña que se nos antoja inexplicable. Me refiero a los judíos. Aunque los acusados no hubieran cometido ningún otro crimen, este, en el que están complicados todos ellos, sería más que suficiente para su condena. La historia no conoce otros crímenes semejantes. »Los presentes fueron con Hitler, Himmler, Goebbels y otros, jefes del pueblo alemán. Si estos hombres no son responsables, ¿quién lo es? Cuando abrí el proceso dije que a veces llega el momento en que un hombre ha de elegir entre su conciencia y sus jefes. Y esos hombres apartaron a un lado su conciencia, y por este motivo son culpables de las monstruosidades de que ahora se les acusa. »Hace muchos años, Goethe dijo, hablando del pueblo alemán, que llegaría el día en que habría de enfrentarse con su destino: «El destino los aniquilará porque ellos mismos se habrán traicionado y no querrán ser lo que son. Es lamentable que no conozcan el estímulo de la verdad, que se entreguen incondicionalmente en manos del primer granuja que incite sus instintos más bajos, les fomente sus vicios y les enseñe a comprender y defender el nacionalismo como aislamiento y brutalidad». »Qué voz tan profética la de Goethe... Esos son aquellos granujas sin escrúpulos de ninguna clase que fueron los causantes de los crímenes conocidos por todos nosotros.

»Algunos puede que sean más culpables que otros. Pero cuando se trata de crímenes como estos con los que nos enfrentamos, cuando sus consecuencias son la muerte de más de veinte millones de semejantes nuestros, la destrucción de todo un Continente, la extensión de tragedias sin fin y también de sufrimientos y penalidades, ¿qué importancia tiene que unos hayan intervenido en estos crímenes en menor grado que otros, que unos sean los principales culpables y los otros solamente sus lugartenientes? ¿Qué importa que algunos sean responsables de la muerte de solamente unos cuantos miles de seres humanos y los otros de millones? »La suerte de estos acusados representa muy poca cosa: su poder personal para hacer daño ha sido destruido para siempre. Pero de su destino dependen consecuencias todavía muy graves. Este proceso ha de convertirse en un mojón en la historia de la civilización, no solamente condenando a los culpables, sino también como exponente de que el bien siempre triunfará sobre el mal y también porque el hombre sencillo en este mundo, y no hago aquí diferencias entre amigos y enemigos, está firmemente decidido a colocar al individuo por encima del Estado. Ojalá se conviertan en realidad las palabras de Goethe, no solo para el pueblo alemán, tal como confiamos nosotros, sino para la humanidad entera: «"Así deberían ser los alemanes..., los corazones abiertos a toda admiración fértil, grandes por su comprensión y amor, por sus conocimientos y su espíritu..., así debería ser, este es su destino." »Cuando llegue el momento en que tengan que tomar su decisión, procedan ustedes sin sentimientos de venganza, pero sí con la firme decisión de que estas cosas no vuelvan a repetirse. »"El padre... —¿lo recuerdan ustedes?—, señaló con el dedo hacia el cielo y parecía decirle algo al hijo...".» Presidente: «Se aplaza la sesión.» La última declaración correspondía a los acusados. Así lo establecían los estatutos del Tribunal y el 31 de agosto de 1946 se les ofreció una nueva ocasión a los veintiún hombres del banquillo de los acusados en la sala de sesiones el Tribunal de Nuremberg, a aproximarse al micrófono y tomar la palabra. Estas últimas declaraciones ocupan casi cincuenta páginas impresas del sumario. Son la última defensa y creemos necesario reproducir aquí las partes más esenciales. Todos los acusados estudiaron previamente, con toda meticulosidad, las palabras que iban a pronunciar y leyeron las anotaciones que habían tomado al efecto. Goering, que fue el primero en tomar la palabra, dijo

entre otras cosas: ¯Que yo condeno esos asesinatos en masa con toda severidad y que me falta toda comprensión por esos crímenes, es un hecho que quiero remarcar de nuevo. Pero también quiero repetir una vez más ante este Tribunal y no quiero que existan dudas en este caso: No ordené nunca, en ningún momento y contra ninguna persona, un asesinato y tampoco ordené crueldades de ninguna clase ni índole, ni tampoco las consentí en ningún momento siempre que pude o tuve conocimiento de ello para impedirlo. »El pueblo alemán confiaba en el Führer y debido a su poder autoritario no tenía ninguna influencia sobre los sucesos. Sin conocimiento de los graves crímenes que en la actualidad son conocidos de todos, el pueblo luchó y sufrió fiel, valiente y con espíritu de sacrificio. El pueblo alemán está libre de toda culpa. »Yo no quise ni provoqué ninguna guerra, hice todo lo que estuvo en mi poder para evitar la guerra por medio de negociaciones. Cuando estalló la guerra hice todo lo que puede para alcanzar la victoria. Dado que las tres grandes potencias occidentales luchaban aliadas a muchas otras naciones contra nosotros, hubimos de claudicar finalmente ante la superioridad. Me atengo a lo hecho por mí. Rechazo vivamente la acusación de que mis acciones fueron dirigidas por el deseo de someter a otros pueblos por la guerra, asesinarlos, robarles o esclavizarlos, cometer crímenes o crueldades. El único motivo que me guió fue el amor hacia mi pueblo, su felicidad, su libertad y su vida. Y llamo como testigo al Todopoderoso y al pueblo alemán.» El siguiente en tomar la palabra fue Rudolf Hess. Sus palabras sonaron poco claras y confusas, y Hess parecía no querer terminar nunca hasta que finalmente fue interrumpido por el presidente. Reproducimos las partes más características: Hess: «En primer lugar y en consideración a mi estado de salud, ruego al Tribunal me permita hablar sentado». Presidente: «Sí, desde luego, concedido». Hess: «Algunos de mis compañeros podrán confirmar que cuando comenzó el proceso dije: Primero: Se presentarán aquí algunos testigos que bajo juramento prestarán declaraciones falsas y lo más probable es que estos testigos causen una impresión inmejorable en todos y que les crean. Segundo: El Tribunal leerá unas declaraciones juradas que solo serán falsedades. Tercero: Los acusados se encontrarán frente a situaciones provocadas por testigos alemanes que no dejarán de causarles una gran sorpresa. Cuarto: Algunos de los

acusados harán gala de un comportamiento bastante extraño. Harán declaraciones indignas contra el Führer. Cargarán la culpa sobre su propio pueblo. Se acusarán mutuamente alegando falsedades. Y se acusarán igualmente a sí mismos diciendo también falsedades: Todo lo que predije se ha hecho realidad. »Pero todas estas predicciones las hice, no solo unos días antes de empezar el proceso, sino muchos meses antes cuando me encontraba en Inglaterra, en presencia del doctor Johnston. Entonces ya redacté por escrito todo lo que iba a suceder. Basaba mis predicciones en lo que había ocurrido en otros países no alemanes. Durante los años 1936 a 1938 se celebraron en estos países procesos políticos. Lo curioso de estos procesos es que los acusados se reprochaban a sí mismos por haber cometido unos crímenes no existentes. Algunos corresponsales extranjeros afirmaban que había dado la impresión de que los acusados, por algún medio extraño, habían sido influenciados en su modo de pensar y a esto se debía su extraño comportamiento. Cito textualmente lo que publicó el Völkischen Beobachter, que se refería a un artículo publicado en Le Jour: "Las drogas que se les administran a los acusados provocan que estos hablen y actúen como se les ha ordenado». »Esto último es de gran importancia con vistas a estas actividades, hasta ahora tan incomprensibles, del personal alemán en los campos de concentración y también de los científicos y médicos que hicieron los terribles ensayos en los internados, unos hechos que un hombre normal sería incapaz de hacer. »Pero esto es también de gran importancia teniendo en cuenta las acciones y comportamientos de personas que, sin duda, dieron las órdenes y las directrices para que fueran cometidos aquellos crímenes en los campos de concentración y que dieron las órdenes para el fusilamiento de los prisioneros de guerra. Recuerdo que el testigo Milch ha explicado que tenía la impresión de que el Führer no gozaba de perfecta salud mental durante los últimos años y varios de mis compañeros me han dicho, independientemente, que la expresión del Führer, y sobre todo su mirada, durante los últimos años tenía algo de crueldad y de acusada tendencia hacia la demencia. »Todos estos detalles me han recordado mi estancia en Inglaterra. Las personas que me rodeaban allí se comportaban de un modo tan extraño que daban la impresión de que no eran seres normales. Aquellos hombres eran reemplazados continuamente. Los recién llegados tenían una expresión muy extraña en los ojos, una mirada vidriosa y ensoñadora. Pero estos síntomas duraban solamente unos pocos días, pues luego daban la impresión de que se trataba de seres completamente normales. En efecto, no se les podía diferenciar de los demás seres.

»No fui el único en observar esta expresión en sus miradas, ya que el doctor Johnston también lo notó. En la primavera del año 1942 me visitó un hombre que trató de provocarme y que se comportó de un modo muy extraño. Más tarde el doctor Johnston me preguntó qué impresión me había causado aquel hombre. Le dije que estaba convencido de que no estaba normal, a lo cual el doctor Johnston no protestó, sino que, por el contrario, me dio completamente la razón. »El doctor Johnston no sospechaba que cuando me visitó por primera vez también él tenía esa extraña expresión en sus ojos. Lo esencial es que en aquel artículo a que he hecho referencia se decía que todos los acusados presentaban una expresión muy extraña. Una mirada vidriosa y soñadora. »Es un hecho histórico que fue erigido un monumento a los 26.370 mujeres y niños boers muertos en los campos de concentración ingleses, la mayor parte de hambre. Muchos ingleses, entre ellos Lloyd George, protestaron entonces muy enérgicamente contra lo que ocurría en esos campos de concentración ingleses. El mundo se enfrentaba con un enigma, el mismo enigma que hoy, cuando oye hablar de los campos de concentración alemanes. El pueblo inglés se encontraba con un estigma, el mismo que hoy el pueblo alemán respecto a los campos de concentración alemanes. Sí, incluso el Gobierno inglés se enfrentaba con un problema debido a aquellos campos de concentración en África del Sur, el mismo problema que hoy en día tienen los miembros del Gobierno del Reich y los restantes acusados en relación a lo ocurrido en los campos de concentración alemanes. Por este motivo, declaro que...» Hess se levantó repentinamente de su asiento, alzó la mano para prestar juramento y dijo: ¯Juro ante Dios, Todopoderoso, que diré la verdad, no ocultaré nada y tampoco omitiré nada. Volvió a sentarse y continuó hablando: ¯Ruego al Tribunal que tenga en cuenta que todo lo que voy a decir lo hago bajo juramento. A propósito de mi juramento, no pertenezco a ninguna Iglesia, pero soy un hombre profundamente religioso. Estoy convencido de que mi fe religiosa es mucho más profunda que la de la mayoría de los otros hombres. Por lo tanto, ruego al Tribunal aprecie en todo su valor lo que voy a decir a continuación bajo juramento, citando como testigo a Dios, Todopoderoso. Este chorro de palabras resultaba sumamente penoso para todos los que se encontraban en la sala. Incluso los acusados se sentían como sobre ascuas y,

finalmente, Goering hizo una seña a su vecino para que dejara de andar por las ramas y fuera al grano o dejara de hablar. Pero Hess hizo un violento ademán..., y sus palabras se oyeron claramente en toda la sala: ¯¡Por favor, no me interrumpas! Presidente: «He de llamar la atención del acusado Hess sobre el hecho de que lleva hablando más de veinte minutos. Hemos de escuchar a todos los acusados, por lo que el Tribunal confía en que el acusado Hess termine su informe». De modo que el mundo se quedó sin saber a qué extraña teoría se debía que la desgracia que asolaba al mundo tuviera su origen en la acción de una misteriosa droga que había comenzado a ser administrada durante la guerra de los boers en el año 1899..., una droga que, sin duda, en opinión del acusado Hess era administrada por los judíos o los masones. Hess se limitó a decir solo unas cuantas palabras más: ¯Tuve la suerte de trabajar durante muchos años a las órdenes del más grande de los hijos que mi pueblo ha creado en su milenaria historia. Soy feliz de saber que he cumplido con mi deber frente a mi pueblo, como alemán, como nacionalsocialista y fiel colaborador del Führer. No me arrepiento de nada. Ribbentrop: «Me hacen responsable de la política exterior del Reich que era dirigida por otro. Sé, sin embargo, lo suficiente de esta política que nunca urdió planes para dominar al mundo, pero sí hizo todo lo posible para eliminar las consecuencias de Versalles y asegurar la existencia del pueblo alemán. »Antes de redactar los estatutos de este Tribunal, las potencias firmantes del tratado de Londres fueron de otra opinión sobre el derecho y la política internacional. Cuando en 1939 me entrevisté con el mariscal Stalin en Moscú, dio a entender que si además de la mitad de Polonia y de los Estados bálticos no le cedía también Lituania y el puerto de Libau, lo mejor que podía hacer era emprender el vuelo de regreso. Una guerra no era considerada en el año 1939 como un crimen por los rusos, pues en caso contrario no hallaría explicación plausible al telegrama que me mandó Stalin cuando terminó la campaña de Polonia: «La amistad entre Alemania y la Unión Soviética, basada en la sangre que ha vertido en común, tiene todas las perspectivas de ser duradera y firme». »También yo deseé ardientemente, en aquellos momentos esta amistad.

Hoy se plantea para el mundo el siguiente dilema: ¿Dominará Asia a Europa o podrán las potencias occidentales contener la influencia de la Unión Soviética en el Elba, en la costa del Adriático o en los Dardanelos y en caso necesario rechazarla? Con estas palabras, Gran Bretaña y Estados Unidos se enfrentan hoy prácticamente con el mismo dilema que Alemania en la época en la que yo negocié con Rusia. Confío de todo corazón que obtengan un mejor resultado que mi país». Keitel: «En todos los asuntos, incluso en aquellos casos que representaban una carga para mí, siempre he dicho la verdad y en la medida de mis conocimientos he hecho todo lo posible para que en todo momento prevalezca la verdad. Por este motivo, al final de este proceso mi intención es hacer, de nuevo, hincapié en la verdad. En el curso de este proceso me planteó mi defensor dos preguntas, la primera ya hace meses. Decían: »¿"Se hubiese negado en caso de victoria a ser partícipe del éxito?" »Le contesté: "No, al contrario, me hubiese sentido muy orgulloso". »La segunda pregunta fue: "¿Qué haría usted si se volviera a encontrar en la misma situación?" »Mi respuesta: «Preferiría elegir la muerte que dejarme apresar en las redes de unos métodos tan criminales". »Por estas dos preguntas puede establecer el Tribunal su juicio. He creído, me he equivocado y no pude impedir lo que hubiera debido ser evitado. Esta es mi culpa. »Es trágico tener que ser testigo de que lo mejor que yo podía dar como soldado, la obediencia y la fidelidad, fueron mal empleadas para unos fines no reconocibles y que no supe comprender que a la obediencia militar existen también ciertos límites. Esta es mi tragedia. »Confío que del claro reconocimiento de las causas, de los trágicos métodos y de las terribles consecuencias de esta guerra, nazca, para el pueblo alemán, un nuevo futuro en medio de la comunidad de los pueblos». Kaltenbrunner: «El ministerio público me hace responsable de los campos de concentración, del exterminio de los judíos, de las "unidades especiales" y de otras muchas cosas. Todo esto no está de acuerdo con las pruebas presentadas ni con la verdad. Himmler, que supo dividir de un modo magistral las SS en pequeñas unidades, cometió, en colaboración con Müller, el jefe de la policía

secreta del Estado, los crímenes que hoy conocemos. En la cuestión de los judíos, fui engañado como muchos otros. Nunca di mi aprobación al exterminio biológico de los judíos. El antisemitismo de Hitler, tal como lo conocemos hoy, era una barbarie. »Pero si me preguntan: ¿Por qué continuó en su cargo después de enterarse que se cometían estos crímenes? A esto solo puedo contestar que yo no podía erigirme en juez de mis superiores, y es más, creo que incluso el Tribunal no puede erigirse en juez de estos crímenes. Lo único que hice fue poner todas mis fuerzas a disposición de mi pueblo, mi fe en Adolfo Hitler. Si en mis actividades he cometido errores basados en un falso conocimiento de la obediencia, si cumplí unas órdenes que habían sido promulgadas por otros, lo hice siempre en el marco de un destino muy superior al mío que me arrastraba con todas sus fuerzas». Rosenberg: «Tengo la conciencia limpia de cualquier responsabilidad o participación en el asesinato de minorías raciales. En lugar de dedicarme a la disolución de la cultura y del sentimiento nacionalista de los pueblos de Europa oriental, estimulé, continuamente, su existencia física y psíquica, y en lugar de destruir su seguridad personal y su dignidad humana, abogué siempre, tal como ha podido ser demostrado, contra toda política de medidas violentas y exigí una actitud justa y severa por parte de los funcionarios alemanes y un tratamiento humano de los trabajadores del Este. En Alemania abogué por la libertad de opiniones, nunca incité a la persecución religiosa y otorgué a mis adversarios un trato muy justo. Jamás pensé en un exterminio físico de los eslavos o judíos y en toda mi vida nunca propagué este ideal. Tenía la opinión de que el problema judío había de ser resuelto por medio de una ley para las minorías raciales, por la emigración y por la creación de un Estado judío. »Tal como se ha ido demostrando en el curso de este proceso, los altos jefes alemanes durante la guerra actuaron, en realidad, de un modo distinto al previsto por mí. Adolfo Hitler se rodeó, a medida que pasaban los años, de personas que no eran mis compañeros, sino mis enemigos. Ante estos hechos inauditos solo me cupo pensar que este no era el nacionalsocialismo por el cual lucharon millones de hombres y mujeres, sino un indigno abuso que yo condeno vivamente». Frank: «Señores del Tribunal; Adolfo Hitler, el principal acusado, le debe al pueblo alemán y al mundo entero sus últimas palabras. En la desgracia mayor de su pueblo no halló una palabra de alivio. No supo ser digno de su cargo de jefe de la nación, sino que eligió el suicidio. Acaso pensó: Si yo me hundo, que conmigo se hunda todo el pueblo alemán. ¿Quién puede saberlo? »Nosotros... me refiero a mí y a los nacionalsocialistas que opinamos lo

mismo, no a los acusados que tienen el derecho y la obligación de hablar por ellos mismos..., nosotros no tenemos la intención de abandonar al pueblo alemán, no queremos decirle: "¡Y ahora a ver cómo lo resolvéis, ahora que os hemos engañado y abandonado!" Hoy, tal vez más que nunca, continuamos cargando con una gran responsabilidad. »Cuando emprendimos nuestra ruta no sabíamos que el alejarnos de Dios había de tener unas consecuencias tan terribles y que cada día que pasaba nos hundíamos más y más en el fango. No podíamos saber que tanta fidelidad y espíritu de sacrificio por parte del pueblo alemán serían tan mal administrados por nosotros. La guerra no la hemos perdido solamente por errores técnicos y desgraciadas circunstancias, ni tampoco por la traición. Dios emitió su juicio contra Hitler y el sistema que había renegado de Él. »Confío que Dios querrá llevar de nuevo al pueblo alemán por aquel camino del cual Hitler y nosotros lo separamos. Ruego a nuestro pueblo que no continúe por el camino que nosotros le señalamos, que no dé un solo paso más en este sentido. »Imploramos al pueblo alemán se aleje de la ruta que le fue señalada por Hitler y por nosotros, que éramos sus mandatarios. »He admitido la responsabilidad de todo aquello de que me considero culpable. También he reconocido aquella parte de culpabilidad que me corresponde como antiguo combatiente de Adolfo Hitler, de su movimiento y de su Reich. Tengo la esperanza de que de los horrores de la guerra, y a pesar de las perspectivas tan sombrías, surja de nuevo la paz y termino estas palabras confiando que la eterna justicia de Dios lleve a nuestro pueblo por el camino de la verdad. Frick: «Tengo la conciencia muy limpia ante la acusación. Dediqué toda mi vida al servicio de mi pueblo y mi patria. No creo merecer el menor castigo por haber cumplido exactamente con mis deberes legales y morales, como tampoco tienen ninguna culpa los miles de obedientes funcionarios alemanes y empleados públicos que hoy, solo por el hecho de haber cumplido con su deber, están internados en campos. Es mi deber recordarles en esta ocasión como compañero y jefe». Streicher: «Señores jueces: cuando empezó el proceso me preguntó el señor presidente si me reconocía culpable en el sentido de la acusación. Contesté negativamente a esta pregunta. El proceso y las pruebas presentadas han confirmado que estaba acertado al dar aquella respuesta. Ha sido comprobado. Primero: Los asesinatos en masa fueron realizados por orden directa del jefe de Estado Adolfo Hitler. Segundo: Estos asesinatos en masa fueron llevados a la

práctica sin conocimiento del pueblo alemán y bajo la dirección del Reichführer, Heinrich Himmler. El ministerio público ha declarado que sin Streicher y sin el Stürmer nunca hubiese llegado a este estado de cosas, a estos asesinatos en masa. El ministerio público no ha podido presentar las pruebas necesarias para basar esta afirmación. Los asesinatos en masa, ordenados por el jefe de Estado Adolfo Hitler, no eran ni más ni menos que unos actos de represalia por el desgraciado curso de la guerra. Esto lo sabemos hoy. La actitud del Führer con respecto al problema judío es fundamentalmente distinta a la mía. Condeno los asesinatos en masa lo mismo que los condena todo alemán decente y consciente. »¡Señores del jurado! Ni en mi calidad de Gauleiter ni en la de escritor político he cometido un crimen y por lo tanto, espero con la conciencia tranquila su fallo». Funk: «Hemos sido informados de unos horrendos crímenes en los cuales estaban complicadas las autoridades a mis órdenes. De todo esto me he enterado aquí en esta sala. No tenía conocimiento de estos crímenes y no supe tampoco darme cuenta. Estos hechos criminales me llenan, igual que a todos los alemanes, de profunda vergüenza. »Tampoco supe, hasta el principio de este proceso, que millones de judíos habían sido muertos en los campos de concentración por las "unidades especiales" en el Este. La existencia de estos campos de exterminio la desconocía. Jamás entré en un campo de concentración. Sospechaba que el oro y las divisas depositadas en el Reichsbank procedían en parte de los campos de concentración, pero las leyes alemanas dictaban que estos valores habían de ser entregados al Estado. ¡Cómo podía saber que las SS habían robado estos bienes a los cadáveres! »Si hubiese conocido este estado de cosas, no hubiera aceptado que fueran depositados ese oro y esos valores en el Reichsbank. Lo hubiese rechazado, incluso sabiendo que con ello me exponía al peligro de perder la cabeza. A causa de órdenes dictadas por mí ni una sola persona perdió la vida. »La vida humana está llena de errores y culpas. También yo he tenido errores en muchos casos, he sido engañado y confieso sinceramente que me dejé enredar muy fácilmente y que, en todo momento, hice gala de una inadmisible buena fe. En esto estriba mi culpa». Schacht: «La única acusación contra mí es que quise la guerra. La abrumadora serie de pruebas en mi caso han dado como resultado que fui un fanático enemigo de la guerra y que de un modo activo y pasivo, por la objeción y la contradicción, el sabotaje, las argucias y la fuerza traté de impedir la guerra. Mi punto de vista, contrario a la política de Hitler, era conocido en el país en el

extranjero. Sin embargo, me equivoqué políticamente. Mi error fue no haber sabido reconocer a tiempo los crímenes de Hitler. Pero en ningún momento ensucié mis manos con acciones ilegales o inmorales. El terror de la policía secreta del Estado no me amilanó. Todo miedo desaparece si hacemos hincapié en nuestra conciencia. Esta es la gran fuerza que nos proporciona la religión. »Al final de este proceso estoy profundamente impresionado por la inmensa desgracia que traté de evitar con todas mis fuerzas y con todos los medios a mi disposición, pero que no pude lograrlo, mas esto no fue por culpa mía. Por esto llevo la cabeza muy alta y tengo fe que el mundo sanará, no por el poder de la violencia, sino por la fuerza del espíritu y de la moral». Doenitz: «Deseo decir tres cosas. Primero: pueden juzgar como mejor les parezca la legalidad de la guerra submarina alemana, pero considero que esta forma de guerra es legal y que actué en todo momento según el dictado de mi conciencia. Si se presentara otra vez la ocasión, volvería a hacer lo mismo. »Segundo: el principio autoritario se ha revelado en todos los Ejércitos del mundo, como el más acertado. Basándome en esta experiencia lo consideré también aplicable al mando político, sobre todo en un pueblo que se encontraba en una situación tan desgraciada como el pueblo alemán en el año 1932. Si a pesar del idealismo y de todos los sacrificios por parte de la gran masa del pueblo alemán no se ha podido conseguir otro resultado con este sistema autoritario, es señal de que el principio en sí es falso. Falso porque según parece la naturaleza humana no está preparada a destinar este poder al bien. »Tercero: dediqué toda mi vida a mi profesión y al servicio del pueblo alemán. Como último comandante en jefe de la Marina de guerra alemana y como último jefe de Estado, me siento responsable ante el pueblo alemán de todo lo que hice.» Raeder: «Como soldado cumplí con mi deber, pues estaba convencido de que era el mejor modo de servir a mi pueblo y a mi patria, por la que siempre he estado dispuesto a morir. Si en algo me he hecho responsable a lo sumo es que, a pesar de mi actitud esencialmente militar, hubiera debido ser también en cierto grado político. Pero esto sería entonces una responsabilidad y culpabilidad moral frente al pueblo alemán y nunca podría acusárseme de criminal de guerra, no sería un crimen antes los hombres, sino única y exclusivamente ante Dios». Schirach: «En esta hora en que hablo por última vez ante el tribunal militar de cuatro potencias vencedoras, quiero declarar, con la conciencia muy limpia, ante la juventud alemana, que soy completamente inocente de las acusaciones que aquí se han proclamado, de los abusos y perversiones del régimen de Hitler. No supe nada de los crímenes que fueron cometidos por

alemanes. Contribuyan ustedes, señores del jurado, a crear en esta generación un ambiente de respeto mutuo, un ambiente libre de odio y venganzas. »Este es mi último ruego, un ruego en nombre de la juventud alemana». Sauckel: «Señores del jurado. Estoy profundamente conmovido e impresionado por la serie de crímenes que han sido relatados ante este tribunal. Me inclino humilde y respetuosamente ante las víctimas y los caídos de todos los pueblos y ante la desgracia y los sufrimientos de nuestro pueblo frente al cual solo puedo medir mi destino. Nunca hubiese podido, de un modo consciente, soportar el conocimiento de estos terribles secretos y crímenes frente a mi pueblo o mis diez inocentes hijos. Jamás he participado en una conspiración contra la paz o la humanidad, y no he consentido crímenes o malos tratos. Mi conciencia está limpia. Dios proteja al pueblo alemán y el trabajo de los obreros alemanes a los que dediqué mi vida y todos mis esfuerzos y Dios dé la paz al mundo entero». Jodl: «Señor presidente, señores del jurado. Estoy plenamente convencido de que la historia juzgará de un modo más objetivo y justo a los altos jefes militares y sus colaboradores. No prestaron servicio al infierno y tampoco a un criminal, sino a su pueblo y su patria. En lo que se refiere a mi persona, creo que ningún hombre puede actuar de un modo más noble y digno que tratando de alcanzar el punto más alto de los objetivos que se ha señalado. Esto fue lo que pretendí en todo momento y sea cual sea el veredicto que ustedes den, señores del jurado, abandonaré esta sala con la cabeza tan alta como cuando entré aquí el primer día. »En una guerra como esta, en la que centenares de niños y mujeres han sido muertos por las bombas arrojadas desde el aire y por los aviones en vuelo rasante, en la que los guerrilleros usaron todos los medios imaginables a su disposición, aquellas medidas, por duras que fueran, y aunque al parecer estaban en contradicción con las leyes internacionales, no fueron, en ningún momento, un crimen contra la moral y la conciencia. Yo digo que los deberes frente al pueblo y a la patria están muy por encima de todos los demás. Y en todo momento traté de cumplir con estos deberes. Confío que este deber sea sustituido en un próximo futuro por otro deber más elevado aún: ¡el del cumplimiento del deber frente a toda la humanidad!» Papen: «Señor presidente, señores del jurado. Las fuerzas del mal eran más potentes que las fuerzas del bien y arrojaron a Alemania, de un modo irremisible, a la catástrofe. ¿Pero acaso han de ser condenados también aquellos que en la lucha de la verdad contra la maldad esgrimieron la bandera de la fe? ¿Y cómo osa decir el fiscal Jackson que yo soy agente fiel de un Gobierno infiel? ¿O en que se basa sir Hartley Shawcross para decir: "Prefirió servir al infierno

que al cielo"? »¡Señores del jurado! Este juicio no les incumbe a ustedes, le corresponde juzgar nuestro caso a un juez muy distinto. Estoy dispuesto, con la conciencia muy limpia, a aceptar todas mis responsabilidades. El amor a mi patria y a mi pueblo fue lo que decidió, en todo momento, mi forma de proceder. No serví al régimen nazi, sino a mi patria. ¿Pretende acaso la acusación condenar a todos los que colaboraron de buena fe? Solamente si este Tribunal sabe comprender la verdad histórica estará justificado el espíritu histórico de este proceso. Solo entonces reconocerá el pueblo alemán, a pesar de haber sido destruido su Reich, sus errores y encontrará entonces también las fuerzas necesarias para cumplir en el futuro con la misión que tiene señalada». Seyss-Inquart: «Debo una explicación a mis relaciones con Hitler. Para mí será siempre el hombre que levantó el Gran Reich alemán como hecho histórico. A este hombre serví. ¿Qué sucedió luego? Hoy no puedo gritar "Crucificadle" cuando ayer gritaba "Hosanna". Hoy como ayer y como siempre repetiré: ¡Creo en Alemania!» Speer: «Señor presidente, señores del jurado. El pueblo alemán condenará, después de este proceso, a Hitler como el causante directo de sus desgracias y el mundo aprenderá, por todo lo sucedido, a no limitarse a odiar las dictaduras como forma de Estado, sino también a temerlas. »La dictadura de Hitler se diferenciaba en un punto esencial de todos los precedentes históricos. Era la primera dictadura en esta era de la técnica moderna, una dictadura que le sirvió para dominar y someter a su propio pueblo, con todos los medios técnicos a su alcance. Empleando los medios de la técnica, como la radio y los altavoces, les fue robada a ochenta millones de alemanes la posibilidad de exponer sus propias opiniones. Otros dictadores usaron, en otros tiempos, los servicios de colaboradores que tenían opinión propia. Pero el sistema autoritario en la época moderna puede prescindir de estos colaboradores. »Nos encontramos solo al principio de esta evolución. Ante el peligro de ser atemorizados por la técnica se encuentran hoy todos los Estados del mundo. Cuanto más avance la técnica, más necesario será buscar una compensación en el estímulo de la libertad individual y autodeterminación de cada ser humano. »Esta guerra ha servido para conseguir los proyectiles dirigidos, aviones que han superado la velocidad del sonido, nuevos submarinos con torpedos que encuentran solos el blanco, bombas atómicas y existen las perspectivas de una terrible guerra química. La próxima guerra estará, sin duda, bajo el signo de estas potentes armas de la destrucción. La técnica bélica ofrecerá, dentro de cinco

a diez años, la posibilidad de dirigir proyectiles de un continente a otro. Un solo proyectil, provisto de una bomba atómica, podrá destruir en cuestión de segundos y sin previa advertencia, a un millón de seres humanos en el mismo corazón de Nueva York. La ciencia podrá difundir epidemias y destruir cosechas. La química ha inventado medios horribles capaces de sumir al ser humano en la peor de todas las desgracias. »¿Habrá algún Estado capaz de aprovecharse de los conocimientos técnicos de esta guerra para preparar una nueva guerra? Como antiguo ministro de Armamentos considero mi deber advertir que una nueva guerra terminaría con la destrucción de la civilización y la cultura humana. Por este motivo, el objetivo de este proceso debe ser evitar en el futuro todas las guerras y redactar los reglamentos de la futura convivencia humana. ¿Qué importancia tiene mi propia persona después de todo lo sucedido y en vistas de los elevados objetivos que acabo de exponer?» Neurath: «Animado por el convencimiento de que este tribunal hará honor a la verdad y a la justicia a pesar de los odios, las infamias y las acusaciones injustas, creo tener que decir solamente que dediqué toda mi vida a la conservación de la paz y al entendimiento entre los pueblos, a la humanidad y a la justicia y que me presento aquí con la cabeza bien alta y la conciencia muy limpia ante la historia y ante el pueblo alemán». Fritzsche: «Señores del tribunal. Deseo aprovechar la ocasión de pronunciar mis últimas palabras en este importantísimo proceso, no para extenderme en detalles, sino para lamentar no haber pronunciado aquellos discursos por radio que ahora me reprocha la acusación. ¡Ojalá hubiera hablado yo del pueblo de señores! ¡Ojalá hubiese predicado el odio contra otros pueblos! ¡Ojalá hubiese instigado a guerras de agresión, a los asesinatos y crueldades! Si así lo hubiese hecho, señores del jurado, entonces el pueblo alemán se hubiese apartado de mí y hubiera condenado el sistema por el cual yo abogaba. Pero tuve la desgracia de no defender estos puntos de vista, de no hablar de unos puntos, porque los desconocía, ya que solamente eran conocidos por Hitler y unos pocos colaboradores íntimos. Creía sinceramente en las manifestaciones de paz de Hitler. Creía que lo que decía el enemigo, de las crueldades que se cometían en Alemania era pura invención. Esta es mi culpa... esta y ninguna otra. »Los fiscales han manifestado la indignación de los pueblos contras las crueldades cometida en Alemania. Pero traten ahora de imaginarse la indignación de todos los que esperaban tantas cosas buenas de Hitler y que ahora ven cómo fueron engañados miserablemente. Yo me encuentro entre las filas de esos millones de alemanes que fueron engañados, de esos millones que, según el ministerio público, hubiesen debido comprender lo que sucedía al ver el humo que salía de las chimeneas de los campos de concentración.

»Ha llegado el momento de poner fin a los odios que reinan en este mundo. El asesinato de cinco millones de seres humanos es una terrible advertencia para todo el mundo. Sabemos que el mundo cuenta hoy con medios suficientes para proceder a su destrucción. Será muy difícil diferenciar los crímenes alemanes del idealismo alemán. Pero es necesario establecer esta diferencia..., para el bien de Alemania y del mundo entero». Después de las últimas palabras de los veintiún acusados, y que hemos reproducido aquí de un modo abreviado, terminó la presentación de pruebas en el proceso de Nuremberg. Todo lo que había de decirse había sido dicho: en parte solamente de un modo declamatorio, en parte en evidente contradicción con las pruebas que habían sido presentadas y con los hechos demostrados, en parte también de todo corazón y fuerza profética. Por última vez anunció el presidente del tribunal, Lawrence, un aplazamiento de las sesiones. —Este Tribunal aplaza sus sesiones hasta el 23 de septiembre para dictaminar su veredicto. Este día será anunciado el fallo. En el caso de hacerse necesario un aplazamiento, será comunicado con antelación. Efectivamente, se hizo necesario un aplazamiento pues las deliberaciones del jurado ocuparon más tiempo del que se había previsto. Completamente aislados, los cuatro jefes de las cuatro naciones trabajaban en el documento que había de ser leído: el fallo y su considerando. Incluso las líneas telefónicas que conducían a las salas de reunión fueron cortadas durante tres semanas. Los oficiales de seguridad vigilaban todos los accesos, registraban las papeleras, eliminaban cualquier huella por la que una persona hubiera podido sacar una conclusión de lo que se estaba debatiendo. Mientras los ingleses, los franceses y los rusos trabajaban de un modo independiente, los jueces americanos habían solicitado tal como era costumbre en su país, la colaboración de jueces profesionales de los Estados Unidos, entre estos el profesor Quincy Wright, de la Universidad de Chicago, el fiscal general Herbert Wechsler, antiguo profesor de Derecho en la Universidad de Colombia y al futuro jefe jurídico del Departamento de Estado, Adrian L. Fischer. Los jueces sabían que cualquier palabra pronunciada por ellos sería registrada en el libro de la historia y por tanto su veredicto debía poseer consistencia. No se llegó a una completa unanimidad. El juez soviético Nikitschenko sostuvo en varios puntos una opinión muy diferente a la de sus colegas occidentales y al final hubo de procederse a una votación, de acuerdo con lo establecido por los estatutos del Tribunal.

El día 30 de septiembre de 1946 debía ser pronunciado el fallo. La lectura de los considerandos había de durar hasta la pausa del mediodía del 1.º de octubre. Uno de los autores del informe, Heydecker, escribió: «A las siete de la mañana, el edificio de Nuremberg está como siempre: las puertas y las ventanas están abiertas, sopla un aire frío por los corredores, y en el Palacio de Justicia trabajan las mujeres de limpieza. Pero, poco antes de las ocho, ya empezaron a llegar los primeros empleados, taquígrafas, técnicos que querían ahorrarse la aglomeración. »Alrededor del edificio habían sido reforzadas las medidas de seguridad. Todos los controles fueron doblados y los centinelas vigilaban cuidadosamente el contenido de las carteras de mano, comprobaban los pases de identidad y estudiaban detenidamente las fotografías. Habían caducado los pases válidos hasta aquel día y los centinelas comprobaban los pases que habían sido extendidos para el día en que se iba a anunciar el fallo. Todos debían pasar por el mismo control: los representantes de la Prensa, los funcionarios y empleados, los abogados, los soldados y los generales. »A la entrada del Palacio de Justicia se veían unos rostros que no habían vuelto a aparecer por allí desde el día en que se abrieron las sesiones. Habían acudido desde todos los rincones del mundo. Y ahora, mientras esperaban ante el puesto de control, desaparecía en ellos toda excitación. La proximidad del acontecimiento ejercía casi una acción sedante. »En la sala se oían todos los idiomas. Poco antes de las nueve y media fueron conducidos los abogados defensores, en fila india y escoltados por policías militares a la sala. Las taquígrafas e intérpretes ya habían ocupado sus puestos. En la tribuna de la Prensa no quedaba un sitio libre. Tras los cristales de las cabinas de la radio se veían a muchos locutores. Los fotógrafos y operadores estaban en sus puestos. »Los acusados fueron haciendo acto de presencia en grupos de dos o tres, a intervalos de casi medio minuto, que era el tiempo que necesitaba el ascensor para subirlos desde la cárcel. Casi todos ellos hablaban animadamente entre sí y saludaban a sus compañeros con movimientos de la cabeza o se estrechaban las manos. Solo unos pocos se dirigieron silenciosos a ocupar sus puestos, entre estos Funk y Schacht. »El último en compadecer fue Goering, completamente solo. Continuaba luciendo su uniforme gris sin galones. Antes de ocupar su puesto estrechó las manos de Keitel y Baldur von Schirach.

»El ceremonial había sido fijado de antemano: primero serían leídos los veredictos de culpabilidad y los considerandos, con lo que cada uno de los acusados se enteraría de los puntos que era acusado y considerado culpable o no culpable. A la tarde siguiente serían conducidos de nuevo los acusados a la sala, esta vez de uno en uno, para escuchar el fallo: —The Court! —anunció el secretario del Tribunal. Todos los presentes se levantaron de sus asientos. Se hizo el silencio. Con expresión solemne los ochos jueces penetraron en la sala. Eran las diez y tres minutos. Transcurrían las horas. Los miembros del Tribunal iban turnándose en la lectura del documento. Las voces monótonas de los intérpretes llegaban a través de los auriculares. En la sala todos escuchaban con atención, principalmente los acusados. A la mañana siguiente, 1.º de octubre de 1946, se había avanzado tanto en la lectura del documento que se empezaron ya a leer los considerandos que hacían referencia a cada uno de los acusados. Goering dejó caer la cabeza, con el índice y el anular apretaba el auricular contra la oreja derecha mientras escuchaba el veredicto «culpable según los cuatro cargos de la acusación», dándose cuenta de que aquella tarde pronunciarían su condena a muerte, pero ni el menor movimiento reveló su excitación. Sus ojos quedaban ocultos tras las gafas de sol, mantuvo los labios firmemente apretados y esbozó una sonrisa helada. Rudolf Hess, el siguiente en ser mencionado, pareció no darse cuenta de que estaban hablando de él. Sostenía entre las rodillas unas hojas de papel y escribía sin parar. Goering se inclinó ligeramente hacia delante y llamó la atención de que estaban hablando de él. Pero Hess se limitó a hacer un ademán evasivo y continuó tomando notas sin importarle lo que pudieran decir de él. Ni se tomó la molestia de ponerse los auriculares y cuando Goering le informó en voz baja del veredicto, se limitó a asentir con expresión ausente. La mayor parte de los acusados aceptaron el veredicto con aparente tranquilidad e impasibilidad. Tampoco a través de los anteojos se observaba en ellos la menor excitación. Keitel se sentaba de un modo extremadamente erguido. Kaltenbrunner masticaba con ambas mandíbulas. Rosenberg se hallaba sumido sobre sí mismo, con expresión ausente. Frick, inmóvil hasta aquel momento, se echó atrás al oír su nombre. Frank movió casi imperceptiblemente la cabeza. Julius Streicher se había cruzado de brazos, y cuando pronunciaron su nombre se retrepó en el respaldo de su asiento y, por primera vez en el curso del proceso, dejó de masticar goma. Walther Funk se movió inquieto de un lado a

otro y movió nervioso la boca. Schacht se había cruzado igualmente de brazos y acogió el veredicto con sonrisa irónica. Después de haber sido anunciada la absolución de Fritzsche —el último en los dos banquillos—, su abogado defensor se puso de pie de un salto y le hizo vivos gestos con las manos. Fritzsche y Von Papen abandonaron sus puestos y estrecharon las manos primero de Goering y luego de Doenitz. Solo Schacht continuó impasible. A las 13 horas 45 minutos terminó la primera parte. El Tribunal anunció que por la tarde serían anunciados los fallos. En la sala de Prensa del Palacio de Justicia se habían congregado los periodistas de todo el mundo comentando lo sucedido por la mañana y rodeando a los absueltos, que ya habían sido puestos en libertad: Fritzsche, Papen y Schacht. Estos hacían gala de un excelente humor, reían y fumaban. Schacht llevaba un abrigo de pieles gris. De todos lados les ametrallaban a preguntas. —¿Dónde dormirá usted esta noche? Schacht: «Pues esto es lo que me gustaría saber a mí también». —¿Dormirán ustedes en la cárcel? Fritzsche: «No, antes en alguna ruina de Nuremberg. No quiero ya ver más muros, ni rejas». —¿Cuáles son sus planes inmediatos? Papen: «Me iré a vivir con mi hija a la zona inglesa o con mi esposa y mis hijos a la zona francesa». Schacht: «Yo también me iré a vivir con mi esposa y mis dos hijos que viven en la zona británica y no deseo volver a ver nunca más a nadie de la Prensa. Mi casa de la zona soviética ha sido saqueada por los comunistas». Fritzsche: «Sinceramente, no sé lo que voy a hacer todavía, todo esto es tan nuevo para mí». —¿Aceptarán un cargo público si las autoridades alemanas les invitaran a ello? Papen: «No, mi vida política ha terminado para siempre más».

Schacht: «Responderé a esa pregunta si se presenta la ocasión». Fritzsche: «No existen las menores posibilidades para mí en este sentido. Lo único que deseo es responder lo antes posible, ante un tribunal alemán, de todos mis discursos pronunciados por la radio». —¿Desea usted ser acusado por un tribunal alemán, señor Schacht? Schacht: «Esperaré a ser acusado antes de tomar una decisión». Papen: «No estoy orientado sobre lo que sucederá a continuación y no sé tampoco si es necesario o posible justificarme ante un tribunal alemán». —¿Teme usted que por parte alemana pueden atentar contra su vida? Schacht: «Me gustaría, pues de esta manera sabría cómo es, lo que yo he intentado tantas veces». —¿Escribirá sus «Memorias»? Fritzsche: «Si se me permite, me gustaría escribir un libro sobre el aparato de propaganda alemán y demostrar dónde está la verdad y dónde la falsedad». Ininterrumpidamente brillaron los «flash» de los fotógrafos. Mientras se sucedían las preguntas y respuestas, los libertados eran abrumados de todas partes, solicitando autógrafos. De pronto, Schacht levantó la mano y solicitó silencio. Luego dijo: —Mis dos hijos de tres y cuatro años no saben qué gusto tiene el chocolate. Por este motivo, desde ahora solo firmaré autógrafos contra chocolate. Risas generales y la voz de un francés claramente audible para todos: —C'est dégoutant! Había llegado el momento de volver a la sala. A las 14 horas y 50 minutos penetró el jurado para celebrar su 407 y última sesión. El ambiente era muy diferente al de todos aquellos meses pasados, incluso muy diferente al de aquella misma mañana. Ningún foco iluminaba la sala, solo la luz azulada de las lámparas neón.

Una disposición del Tribunal había prohibido la entrada en la sala a todos los fotógrafos y operadores. En aquellos segundos en que los acusados se enterarían de su sentencia a vida o muerte, no querían que sus rostros fueran fotografiados o filmados. Un ambiente de intensa tensión se extendía sobre la sala. Un ligero carraspeo sonaba como un ruido estridente. Todos estaban casi inmóviles. ¿Esperaban una sensación, un espectáculo, un momento histórico? Las miradas de todos estaban fijas en un punto, la puerta de atrás del banquillo de los acusados. De pronto se abrió la puerta, en silencio, sin ser movida por mano humana. De la oscuridad salió Hermann Goering, penetrando en la luz gris de la sala. Detrás de él dos policías militares que se colocaron a su derecha e izquierda. Tenía el rostro hundido. Cogió los auriculares que le alargaron. —¡Acusado Hermann Wilhelm Goering! En vista de los cargos del Acta de Acusación de que ha sido usted declarado culpable, el... —comenzó a traducir la voz monótona del intérprete. Pero, en aquel momento, Goering hizo una seña con ambas manos. No entendía nada. El sistema de traducciones simultáneas presentaba un fallo. Rápidamente acudió un oficial técnico que reparó la avería. —¡Acusado Hermann Wilhelm Goering! —empezó de nuevo la voz del presidente—. En vista de los cargos del Acta de Acusación de que ha sido declarado culpable, este Tribunal Militar Internacional le condena a morir en la horca. Goering escuchó la sentencia inmóvil, con la cabeza baja. Luego se quitó los auriculares, dio una rápida media vuelta y abandonó la sala. En silencio, como si fuera movida por una mano misteriosa, la puerta se cerró a sus espaldas. Pasaron unos segundos. Como impulsada por mano misteriosa volvió a abrirse la puerta. El número dos: Rudolf Hess. Con un movimiento afeminado de la mano rechazó el auricular. Se levantó sobre la punta de los pies, fijó sus oscuros ojos en los mismos, levantó a continuación la mirada hacia el techo y dio la impresión de que de un momento

a otro se pondría a silbar. —¡Acusado Rudolf Hess! En vista de los cargos del Acta de Acusaciones de que ha sido declarado culpable, este Tribunal Militar Internacional le condena a cadena perpetua. Hess no escuchó el fallo y solo cuando el policía militar le tocó el hombro, se volvió y salió de la sala. De nuevo se abrió y cerró la puerta dos veces consecutivas. Ribbentrop estaba inmensamente pálido. Tenía los ojos medios cerrados. Debajo del brazo llevaba unos documentos. —...a morir en la horca. Keitel adoptó la posición de firmes y escuchó con expresión impasible su condena: —...a morir en la horca. Rosenberg tuvo que hacer un esfuerzo para dominarse. —...a morir en la horca. Frank sostuvo a media altura las manos, después de haberse sujetado los auriculares, como en actitud de súplica. Dejó caer el labio inferior, con un movimiento de cabeza, cuando escuchó las palabras: —... a morir en la horca. Se volvió rápidamente para ocultar su cara. De nuevo abrieron y cerraron la puerta. Julius Streicher se plantó con las piernas muy abiertas y la cabeza avanzada, como si esperara un golpe en la cabeza. —...a morir en la horca. Sauckel fijó la mirada en la presidencia. —...a morir en la horca. Jodl escuchó con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, se

arrancó luego los auriculares y emitió un gruñido despectivo entre labios antes de levantar altivo la cabeza y salir con paso muy firme. —...a morir en la horca. Funk, que, sin duda, había previsto que le condenarían a muerte, estalló en sollozos cuando escuchó las palabras «cadena perpetua», e hizo una inclinación antes los jueces. Dieciocho veces se abrió la puerta y volvió a cerrarse. La lectura de cada sentencia duró unos cuatro minutos, aproximadamente. Las manecillas del reloj señalaban las 15 horas 40 minutos. En silencio se retiró el Tribunal. Su misión en la historia había terminado. Los representantes de la Prensa abandonaron corriendo la sala. Habían de transmitir al mundo entero la noticia: el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg había dictaminado sentencia. Doce de los acusados habían sido condenados a morir en la horca: Goering, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frick, Frank, Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Martin Bormann en rebeldía. Hess, Funk y Raeder a cadena perpetua, Shirach y Speer a veinte años, Neurath a quince y Doenitz a diez años de prisión. Este es el relato visible de los acontecimientos del año 1946. Presenta el cuadro externo. El otro aspecto de los acontecimientos, en el interior de la cárcel, los vio otro observador, el psicólogo Gustave M. Gilbert, que escribió en su Diario: «Goering fue el primero en bajar, el rostro pálido, con los ojos a punto de salirle de las órbitas». Una vez en su celda se dejó caer sobre su camastro, cogió con expresión ausente un libro y dijo a Gilbert: —¡Muerte! Su mano temblaba aunque ahora pretendía dar la impresión de una gran indiferencia. Sus ojos estaban húmedos, respiraba de un modo entrecortado y luchaba evidentemente para dominar sus nervios. Algo más tarde, Goering le dijo a su peluquero en la cárcel, Hermann Wittkamp: —De modo que ahora ya sabemos a qué atenernos. Que me cuelguen... no

me pueden fusilar. Siempre había contado unas once penas de muerte... y han sido once. Solo lo de Jodl no lo acabo de comprender, pensaba en otro: en Raeder. Gilbert escribió referente a los demás condenados: «Hess bajó, rio muy nervioso y dijo que no lo había escuchado y que, por lo tanto, no sabía cuál era su condena. Ribbentrop daba la impresión de un hombre deshecho, empezó a caminar de un lado al otro de su celda y murmuraba ininterrumpidamente para sí: «Muerte. Muerte. Ahora ya no podré escribir mis Memorias. Tanto me odian, tanto...» »Keitel se apoyó con la espalda contra la pared de su celda. Cuando entró Gilbert le gritó con vivo espanto en sus ojos: »—¡A morir en la horca! Creí que esto me lo ahorrarían. »Frank sonrió amablemente —escribe Gilbert—, pero no pudo fijar su mirada en la mía. »—Moriré en la horca —musitó en voz baja, y asintió con un movimiento de cabeza—. Me lo merezco, lo esperaba, tal como se lo venía diciendo a usted. Pero me alegro de haber tenido ocasión de defenderme y pensar en todo lo pasado durante estos últimos meses. »Rosenberg sonrió despectivo: »—La soga, la soga. Esto es lo que usted deseaba, ¿no es cierto? »Las manos fuertemente entrelazadas de Kaltenbrunner revelaban el miedo que él intentaba ocultar. Se limitó a susurrar: »—Morir. »Funk se paseaba por su celda y preguntó: »—¿Cadena perpetua? ¿Qué significa esto? No pretenderán tenerme encerrado durante toda mi vida, ¿verdad? ¿Verdad que no quiere decir esto? »El rostro de Schirach estaba grave y tenso. »—Veinte años —dijo. »Le dije que su esposa se alegraría de que no hubiera sido condenado a muerte, tal como ella había temido, pero él me contestó:

»—Es mejor una muerte rápida que lenta. Jodl paseaba muy erguido por su celda. Su rostro tenía unas manchitas rojizas. Cuando me vio, se detuvo durante unos segundos, pero fue incapaz de articular una sola palabra. Finalmente dijo: »—¡A morir en la horca! Esto sí que no lo esperaba. Conforme con la condena a muerte, alguien debe cargar con la responsabilidad. Pero eso... »Sus labios temblaban y su voz se cortó. »—No llego a comprenderlo —confesó Jodl al peluquero Wittkamp—. Mi abogado y mi esposa quieren presentar recurso. Lo único que podrían sacar de bueno sería que me fusilaran en lugar de ahorcarme. »Wittkamp observó que Jodl había colocado una nueva fotografía sobre la mesa. La fotografía de su madre y él, cuando solo tenía un año. »—¿Por qué he nacido? —se preguntó en presencia de Wittkamp y contempló meditabundo la fotografía—. Mejor dicho, ¿por qué no morí en aquella ocasión? Cuántas cosas me hubiese ahorrado. ¿Para qué he vivido? »El que aceptó de un modo peor la condena de muerte fue Sauckel. Insistió con el peluquero, el médico de la cárcel y el psicólogo que sin duda todo se debía a un error de traducción. Estaba firmemente convencido de que descubrirían el error y revisarían su sentencia. La noticia de que el hombre estaba fuera de sí se difundió rápidamente por toda la cárcel y finalmente fue Seyss-Inquart, otro de los condenados a muerte, quien le escribió una carta de consuelo. El doctor Ludwig Pflücker, el médico alemán de la cárcel, le llevó estas líneas al antiguo comisario para el Trabajo: »"Querido camarada Sauckel: Hace usted una crítica demasiado severa de la sentencia. Cree usted que han fallado esta sentencia contra usted porque una de las palabras fue mal traducida e interpretada. Yo no tengo esta impresión. Que existiera una orden del Führer no es motivo para que nosotros, que tuvimos el valor y la fuerza suficiente para estar en primera fila de esta lucha a vida y muerte de nuestro pueblo, no aceptemos la responsabilidad. Si en los días del triunfo estuvimos en primera fila, tenemos el derecho de solicitar también este mismo puesto en la desgracia. Con nuestra actitud ayudamos a reconstruir el futuro de nuestro pueblo. Suyo, Seyss-Inquart".»

2. Morir en la horca Pasaron dos semanas interminables. En la noche del 15 al 16 de octubre de 1946 habían de ser ejecutadas las sentencias. Se habían mantenido secretos el día y la hora, pero los condenados estaban seguros de que sería el 14 de octubre. Mientras tanto habían sido presentadas unas apelaciones oficiales al Consejo de control aliado en Berlín, así como se habían realizado también una serie de gestiones personales, que habían sido dirigidas al mariscal de campo Montgomery, al presidente Truman, al presidente del Consejo de Ministros Attlee, e incluso se solicitó la intervención de la Santa Sede. Pero todo fue en vano: la condena era firme. Los días transcurrían en la cárcel de Nuremberg. Alrededor de los condenados se habían redoblado las medidas de seguridad, por las noches permanecían las celdas iluminadas y los centinelas habían recibido órdenes de no perder, ni un solo momento, de vista a los condenados. El doctor Pflücker ha relatado en sus «Memorias» cómo transcurrían aquellas penosas horas y días. Jodl leía un libro de Wilhelm Raabe. Frank mostraba una expresión muy contenta cada vez que se presentaba el médico de la cárcel y estaba entusiasmado con La canción de Bernadette, de Franz Werfel. Ribbentrop no dejaba de preguntar dónde tendrían lugar las ejecuciones. Keitel le rogó al doctor Pflücker le dijera al organista que cada noche solía interpretar unas pocas canciones al órgano, «tocara la canción Schlafe mein Kindchen, schlafe ein, que despertaba en él recuerdos nostálgicos». El 7 de octubre, por la tarde, el doctor Pflücker fue llamado a la celda de Goering. El condenado había sufrido un grave ataque al corazón y le dijo al médico: —Mi querido doctor, acabo de ver por última vez a mi esposa. Ahora he muerto. Ha sido una hora muy difícil, pero mi esposa lo ha querido así. Ha estado muy valiente. Es una mujer maravillosa. Solo al final parecía iba a desplomarse, pero se ha dominado en el acto y cuando nos hemos despedido estaba muy serena. Pflücker le administró unos sedantes. Goering le dio las gracias y añadió en voz baja: —Ahora pueden matarme como quieran. Me alegro de haber disfrutado de esta hora.

De nuevo pasaban los días. En el edificio resonaban ahora extraños ruidos. Llegaban los ruidos de las sierras y de los martillos hasta el interior de las celdas. Estos procedían del gimnasio y el peluquero Wittkamp recuerda: —Los electricistas tuvieron que colocar en el gimnasio unas bombillas de mucha potencia. Pusieron otros cristales en lugar de los que habían sido rotos por los partidos de pelota que se habían celebrado allí dentro. Finalmente prohibieron salir al patio que daba al gimnasio. —¿Terminarán pronto de construir nuestras horcas? —preguntó Streicher, en cuya celda se oían más fuertes que en ninguna otra parte los ruidos de los carpinteros. Levantó la mirada de su libro y le dijo a Wittkamp: —Subiré valiente los peldaños. Ya tengo pensado cuáles serán mis últimas palabras: «¡A todos vosotros os colgarán los bolcheviques!» y «¡Heil Hitler!» El 15 de octubre, último día en Nuremberg, parecían saber los acusados que habían sonado la última hora. En todas las celdas comenzaron a pedir la Biblia, solo Rosenberg desistió. —Bien, ¿qué hay de bueno hoy? —preguntaba Frick como todos los días cuando le servían la comida. Los otros recogían en silencio los platos como si adivinaran que aquella había de ser su última comida: ensalada de patatas y salchicha, pan negro y té. Goering, aquella mañana, no había dado y tampoco lo hizo por la tarde, el acostumbrado paseo. Se pasó casi todo el día acostado en su camastro, leyendo el Effie Briest, de Fontane. De vez en cuando escribía una carta y recibió una. Ribbentrop se quejaba de dolores de cabeza y de insomnio, hojeó distraído una novela de Freytag, leyó cinco cartas y escribió otra. Rosenberg leyó Die Geige, una novela de Binding, recibió en el curso del día tres cartas, pero no escribió ni una sola. También Streicher se pasó el último día leyendo Der Soldat de Jelusich. Escribió además, seis cartas y recibió una. Jodl leyó el Wanderer, de Hamsun, escribió una carta y recibió siete. Keitel expresó su deseo de que le avisaran con tiempo, «para poner orden en su celda», leyó unos relatos de Paul Alverdes, recibió tres cartas y escribió una. Hans Frank les habló al personal alemán en la cárcel de las maravillas de la catedral de San Pedro, en Roma, leyó la poesía Heilige Nacht, de Thomas,

repasó continuamente las nueve cartas que había recibido y escribió dos cartas aquel día. Seyss-Inquart había elegido para leer las Gespraeche mit Goethe, de Eckermann; Frick la novela de Jelusich, Hannibal. Stauckel unas obras completas sobre la juventud de los grandes alemanes. Frank, Kaltenbrunner y Seyss-Inquart, los tres católicos entre los condenados, confesaron y comulgaron en sus celdas. Hacia las 22 horas, el doctor Pflücker volvió a visitar a Goering para administrarle, como cada noche, los sedantes: una cápsula azul de Amycal, un sedante lento y duradero, o una cápsula roja de Seconal, de efectos rápidos y menos largos. «Para no sumir a Goering en un sueño demasiado profundo —informa el doctor Pflücker—, había vaciado por la tarde la cápsula azul y la había llenado con Natrium Bicarbonicum.» Después de haber tragado Goering la cápsula, le preguntó al médico si valía la pena que se desnudara. —Una noche puede ser muy corta —respondió evasivo el médico alemán. —No cabe la menor duda de que están preparando algo —replicó Goering—. Se ven muchas caras nuevas por los corredores y tienen más lámparas encendidas que de costumbre. Ya aquella misma mañana, Goering le había dicho a Hermann Wittkamp: —Mañana le dejarán marchar a usted, pues ya no tendrán necesidad de un peluquero. Le regalo a usted mi máquina de afeitar que ha usado usted para todos nosotros, así como también el pincel de tejón, así al menos sé quién lo tiene. Yo ya no lo necesitaré. Le regalaría también mi pipa de caza, pero no puede ser. Cuando salga por última vez de esta celda la romperé y la arrojaré por la ventana. Wittkamp, posteriormente, dijo: «No comprendí su extraña sonrisa, pero algo raro debía haber relacionado con la pipa. Cuando me enteré de que se había suicidado, lo comprendí todo: solo en la pipa podía tener oculto el frasco de cianuro potásico.» Hermann Goering estaba tumbado con los ojos abiertos sobre el camastro y miraba al vacío. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, tal como prescribía el reglamento.

Eran las 22 horas 45 minutos. Hacía ya más de media hora que Goering estaba en esta posición. El guardián miró a través de la mirilla y bostezó. No había motivo de alarma. Goering estaba tumbado muy tranquilo y tenía la mirada fija en el techo. Solo sus manos revelaban un extraño nerviosismo. Temblaban, apretaban la manta, las movía de un lado al otro. El guardián miró, con más atención, aquellas manos. Las manos de Goering apretaban fuertemente la manta. El temblor se había apoderado ahora también de los brazos y a los pocos instantes se contrajo el rostro del acusado, haciendo extrañas muecas. Las piernas debajo de la manta se movían como acometidas por calambres y Goering se incorporó a medias. —¡Hey! —gritó el guardián. El grito del guardián resonó por todo el corredor. Se oyeron abrir unas pesadas puertas de hierro y rápidos pasos. Abrieron la puerta. El guardián y el oficial de guardia se precipitaron dentro de la celda de Goering. Pocos instantes después llegó el cura protestante Gerecke. Cedieron los calambres de Goering. Tenía su pesado cuerpo ligeramente incorporado, apoyándose en los codos. La respiración era pesada. Gotas de sudor perlaban el rostro del moribundo. Ya nada podía salvar a Goering. Esto lo comprendieron todos a primera vista. Todo lo que hacían ya no tenía objeto alguno, pero así no se estaban cruzados de brazos. Levantaron la cabeza de Goering, le pegaron en las mejillas como si se tratara de un desmayo pasajero, movieron sus brazos en un inútil intento de reanimarlo. Trajeron agua y, entonces, llegó el doctor Fflücker. —¿Sufre usted un ataque al corazón? —le gritó a Goering. Ninguna respuesta. De pronto, así informa Pflücker en sus «Memorias», el rostro de Goering se volvió azulado, como si se iluminara con una luz artificial. Se dejó caer hacia atrás. Se oyeron unos estertores y todo había terminado.

Cuando llegó el coronel Andrus, Goering ya había muerto. El americano se guardó nervioso el papel que llevaba en la mano. Ahora ya no lo necesitaba. Hacía unos minutos que lo había recibido en su despacho y se había dirigido a la celda de Goering para leérsela. El Consejo de Control Aliado en Berlín rechazaba su apelación. La fría luz de la lámpara de la celda iluminaba la escena. El jefe del servicio de seguridad esperó el dictamen del médico. Le hubiese gustado empezar en aquel mismo momento las investigaciones, pero al cabo de tres horas debían empezar las ejecuciones y no le quedaba tiempo para hacer de criminalista. Precisaba de todos los minutos para pensar lo que les diría a sus superiores, al Tribunal y a la Prensa. El doctor Pflücker examinó, mientras tanto, el cadáver. Tomó el pulso de Goering y notó un pulso apenas perceptible. Auscultó el corazón, pero ya no percibió nada. También las pupilas estaban inmóviles. Lentamente se incorporó. —Este hombre ha muerto —se limitó a decir. —Gracias, doctor —murmuró el coronel Andrus—. Ha tragado veneno, ¿no es cierto? —Sí, lo más probable, cianuro potásico. —Tome usted —dijo el sargento, y le alargó al coronel una pequeña cápsula de latón que había recogido del suelo de la celda. Era la cápsula en la que estaba el veneno que el doctor Pflücker ya había visto antes en la mano izquierda de Goering. Más tarde fueron hallados por el médico americano doctor Martin los restos de cristal en la boca del muerto. ¿Cómo llegó el veneno hasta poder de Goering? ¿Dónde lo guardaba oculto? ¿Cómo pudo tragarlo sin ser visto? La policía criminalista y el Servicio Secreto americano empezaron las averiguaciones al día siguiente, pero el expediente se archivó a los pocos días... sin haberse hallado una respuesta satisfactoria a la pregunta. El guardián no había visto nada. No existían otros testigos. ¿Dónde guardaba Goering el veneno? Este secreto se lo llevó a la tumba. Durante los controles habituales nunca se había descubierto nada sospechoso, ni en las ropas ni en los objetos de uso personal, y tampoco en su cuerpo.

Según el sistema ideado por el coronel Andrus, los presos no podían tener en sus celdas ni un alfiler sin que él se enterara. ¡Pero esto era lo que creían! Después de las ejecuciones hicieron la limpieza de las celdas. El coronel Andrus quedó aterrado cuando le presentaron los objetos que habían encontrado en las celdas..., pero fue lo suficientemente leal para reconocer su error e informó detalladamente a la Prensa extranjera de todos aquellos hallazgos. 1. En la celda de Constantin von Neurath encontraron un tornillo de acero. Con la punta del mismo se hubiese podido abrir el acusado las venas del pulso. Era un tornillo lo bastante grande para provocar un peligro de muerte si lo tragaba. 2. En la celda de Joachim von Ribbentrop descubrieron una botella de cristal, que hubiese servido de un modo excelente para el suicidio. 3. En la celda de Wilhelm Keitel una gran aguja imperdible cuidadosamente oculta en una camisa. El condenado tenía oculto además, debajo del cuello de su chaqueta, cuatro tuercas de metal, dos pedacitos de hierro y una cinta de acero afilada como un cuchillo. 4. En la celda de Hjalmar Schacht, una cuerda de un metro de largo, lo suficiente para ahorcarse con la misma. El antiguo presidente del Reichsbank escondía, además, diez «clips». 5. En la celda de Alfred Jodl descubrieron un alambre de treinta centímetros de largo, varios lápices muy afilados y un lápiz automático descompuesto. 6. En la celda de Karl Doenitz, cinco cordones de zapatos anudados entre sí. 7. En la celda de Fritz Sauckel una cuchara, cuyos bordes habían sido afilados. Un verdadero arsenal de objetos con los cuales suicidarse. Después de estos descubrimientos, el grupo de investigación americano renunció a seguir buscando el sitio donde Goering había ocultado el veneno, pues era evidente que había contado con muchas posibilidades, incluso en la pipa. Solo quedaba por averiguar cómo había llegado Goering a poseer el veneno. Desgraciadamente, el coronel Andrus nunca ha dado publicidad a la

carta particular que Goering le dirigió en su último día. Lo más probable es que esta carta arrojara luz sobre todo lo sucedido. Esta carta es una de las tres que escribió Goering aquel día en su celda: una dirigida al pueblo alemán, otra a su esposa y la tercera a Burton C. Andrus. Pero las líneas que le envió al coronel bastaron para que, en aquel misterioso caso, no se procediera a ninguna detención. Todos aquellos de los que se hubiera podido sospechar, habían sido de antemano exentos de toda sospecha por parte de Goering. Dos hombres pretendieron, más tarde, haberle proporcionado el veneno a Goering: el periodista austríaco Petermartin Bleibtreu y el antiguo general de las SS Erich von dem Bach-Zeleweski. El curioso informe de Bleibtreu dice que penetró en la sala de sesiones cuando estaba vacía y pegó la cápsula en el asiento de Goering con goma de mascar. Pero esta exposición de los hechos ha sido rechazada por inverosímil. Mucho más seria es la afirmación de Bach-Zeleweski. Relató que durante un encuentro con Goering por el corredor de la cárcel le había alargado un pedazo de jabón en el que previamente había metido la cápsula. En realidad, también la narración de Bach-Zeleweski resultaba muy inverosímil, pero en al año 1951 les entregó, a los americanos, una segunda cápsula que fue comparada con los restos que el doctor Martin había encontrado en la boca de Goering. «El cristal es idéntico al hallado en la boca de Goering», dictaminaron los criminalistas. Y el fiscal americano en Ansbach, William D. Canfield, comentó: —Ahora ya me siento tentado a creer que Bach-Zeleweski ha dicho la verdad. Con ello quedaba resuelto el enigma del suicidio de Goering..., por lo menos, quedaba dentro de lo posible. Pero el 15 de octubre de 1946, en Nuremberg, el enigma estaba latente. Todos aparecían como sospechosos de haber salvado al condenado número uno de la horca. Andrus temía por su carrera militar y, además, el sensacional suicidio hizo que, al día siguiente, la noticia ocupara unos titulares más gruesos que el de las ejecuciones. Pero el suicidio de Goering no afectó los preparativos que se habían llevado a cabo. Poco antes de la una del 16 de octubre de 1946 abrieron la puerta de la celda de Ribbentrop. —Confío en la sangre del cordero que lleva los pecados del mundo —dijo

Ribbentrop con los ojos cerrados. Dos soldados policías alemanes y americanos, con el correaje blanco y casco de acero plateado, lo situaron entre los dos. El camino conducía al patio, al gimnasio. En la sala, brillantemente iluminada, se veían tres grandes armatostes, pintados de negro. Trece peldaños subían hasta la plataforma sobre la que se veía la horca. Oigamos al doctor Pflücker: «El reo debía situarse encima de una trampa que era abierta una vez le habían colocado la soga alrededor del cuello. El condenado caía un piso. El piso inferior estaba tapado por un paño para ocultar lo que sucedía. Dos médicos americanos examinaban al ahorcado y dictaminaban su muerte. »La muerte no se presenta en el momento de quedar ahorcados —añadió el doctor Pflücker—, pero sí la pérdida del conocimiento, un consuelo que tuve ocasión de comunicar a todos los condenados.» Todo había de suceder con la mayor rapidez. Los rostros de los pocos testigos estaban en la oscuridad: cuatro generales aliados, el coronel Andrus, ocho representantes de la Prensa, el presidente del Consejo de ministros bávaro doctor Wilhelm Hoegner, como «testigo del pueblo alemán» y que había sido llamado urgentemente a Nuremberg. La sala olía a whisky, Nescafé y cigarrillos de Virginia. Todo había de ocurrir rápidamente. El sargento mayor John C. Woods de San Antonio, tejas, el «US-Hangman», el verdugo americano, tenía dos ayudantes. Todos los condenados entraron en el local, les ataron con una correa negra las manos a la espalda, subieron los peldaños del patíbulo, acompañados, a derecha e izquierda por un policía militar. Todo había de suceder con la mayor rapidez. Solo quedaban unos escasos segundos para el último consuelo espiritual, para pronunciar las últimas palabras. Luego, la capucha negra aislaba al condenado del mundo exterior. Woods colocaba la soga alrededor del cuello. Y, en el acto, se abría la trampa. A las una y un minuto entraron a Ribbentrop en el gimnasio. Todo debía ocurrir rápidamente. Los ayudantes del verdugo ataron las manos a Ribbentrop. Le invitaron a dar su nombre. A continuación dijo: —Dios salve a Alemania. Mi último deseo es que Alemania continúe

unida y se llegue a un entendimiento entre el Este y el Oeste. La capucha negra. La trampa. Los periodistas a los que no se les había permitido la entrada y que ahora en secreto miraban desde las ventanas del Palacio de Justicia, desde donde al menos veían el patio y la puerta de entrada al gimnasio, oyeron el sordo ruido de la trampa al abrirse. Eran exactamente la una y catorce minutos. Se abrió la puerta. Una franja de luz delgada y amarilla brilló sobre el piso del patio. En la oscuridad relucieron los cascos del acero de los policías militares. Wilhelm Keitel. —Ruego al Todopoderoso que se compadezca del pueblo alemán — fueron sus últimas palabras—. ¡Todo por Alemania! Gracias. —¡Todo por Alemania! —fueron también las últimas palabras de Kaltenbrunner. Alfred Rosenberg se limitó a decir su nombre. Al sacerdote que le preguntó si quería que rezara por él le contestó malhumorado: —No, gracias. Desde fuera se oyó el ruido de la trampa al abrirse. Y una nueva franja de luz iluminó el piso del patio. Frick. Silencio. El ruido de la trampa. El siguiente: Hans Frank. —Estoy agradecido por esta bondadosa sentencia que he recibido —dijo Frank. Ruego a Dios que me acoja en su seno. El ruido. Se abre de nuevo la puerta. Aparecen los dos soldados. Entre ambos casi arrastran a un hombre vestido solo con unos largos calzoncillos blancos. Streicher se ha negado a vestirse y a caminar por sus propios medios hasta el patíbulo. Ininterrumpidamente suena su profunda voz en el patio:

—¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! Heil... Fritz Sauckel, que hasta el último momento se aferró a que todo era debido a un error de traducción e interpretación gritó: —Expreso mis respetos a los oficiales y soldados americanos, pero no los hago extensivos a la Justicia americana. En dos nuevas ocasiones, después de haber sido ajusticiado Sauckel, se abrió y cerró de nuevo la trampa: Jodl y Seyss-Inquart. Exactamente a las 2 horas 45 minutos se representó el último acto del drama. A las 2 y 57 minutos, los médicos dictaminaron que Seyss-Inquart había fallecido. «Todos ellos trataron de demostrar valor —escribió Kingsbur Smith, de la International News Service, que había asistido a las ejecuciones como representante de la Prensa americana—. Ninguno de ellos se desplomó.» Doce minutos después de haber sido certificada la defunción de SeyssInquart a las 3 horas y 9 minutos, fue transportado el cadáver de Goering en unas parihuelas al gimnasio. Fue depositado junto a la fila de los ajusticiados al pie de la horca. Un acto simbólico. La última misión correspondió a un fotógrafo del Ejército americano. Tuvo que fotografiar dos veces a los cadáveres, primero vestidos, tal como habían sido bajados de la horca, y luego desnudos. Fotografías que fueron calificadas de Top Secret y que durante las siguientes décadas habían de permanecer en archivos secretos hasta que ya solo fueran de interés para los historiadores. Pero una gran revista americana obtuvo fotografías de los ajusticiados y las publicó poco después. Estas fotografías han sido publicadas, reproducidas millones de veces y también en Alemania y, naturalmente, han sido vistas también por los autores de este libro. Pero los autores no las reproducen aquí. Algunos de los cadáveres presentan heridas sangrientas que les proporcionan una visión horrenda. El médico alemán doctor Pflücker dio la siguiente explicación: «Ninguno de ellos padeció inútilmente, ni sufrió heridas externas a excepción de Frick que siempre fue propenso a los movimientos demasiado bruscos y cuando se abrió la trampa saltó hacia atrás y se golpeó la nuca contra el borde.»

La explicación de Pflücker corresponde con la de otros testimonios, pero se equivoca en un punto: no solamente Frick sufrió heridas externas, sino también algunos otros, tanto en la nariz como en la frente y fue debido a que la abertura de la trampa era demasiado pequeña. Esto explica las heridas externas. A las cuatro en punto se detuvieron dos camiones del Ejército americano ante el Palacio de Justicia. Los camiones eran escoltados por un «jeep» y un coche de turismo con ametralladora montada. Un general americano y otro francés mandaban la columna. Fueron cargados once ataúdes. Haciendo sonar sus sirenas, los coches emprendieron la dirección de Fürth. Los periodistas seguían en muchos coches de turismo. La columna se detuvo en Erlangen. El coche con la ametralladora se situó detrás de los dos camiones y un oficial americano comunicó a los periodistas de todo el mundo que debían dejar de seguir el convoy, pues la persecución estaba expuesta a peligro de muerte. De nuevo se pusieron los coches en movimiento..., con toda seguridad hacia el campo de aviación de Erlangen para ser transportados a Berlín, según sospecharon los periodistas. La verdad no se supo hasta muchos años más tarde. Los cadáveres fueron llevados, después de muchos rodeos, a Munich, al crematorio y con la ayuda de los empleados alemanes, de los cuales no se había podido prescindir, pero que se comprometieron bajo juramento a guardar el secreto durante toda su vida, fueron incinerados los cadáveres. El comunicado oficial dijo que las cenizas de los ajusticiados habían sido arrojadas a un río «en alguna parte de Alemania», en un lugar que quedaría en el secreto, para «evitar que nunca pudiera levantarse allí un monumento». Hoy se conoce el río..., el Isar..., y también el lugar. Pero ¿y el monumento? Ha pasado más de una década y todos los acontecimientos ya parecen muy lejanos. «La ceniza es inocente —escribió el New York Times, entonces—. Las cenizas de los inocentes y la de los criminales están compuestas por los mismos elementos, han sido aventadas por los mismos vientos, han sido mezcladas con las mismas aguas. En medio de estos días tan oscuros hemos de confiar y rezar por un nuevo mundo.»

3. Spandau, y después A mediados del año 1947 fue publicada la siguiente noticia en la Prensa: «Los siete principales criminales de guerra, condenados por el Tribunal Militar Internacional a prisión, han sido internados el 18 de julio en la cárcel de Spandau. La cárcel está bajo el control de las cuatro potencias de ocupación.» El traslado de los prisioneros a Berlín se efectuó nueve meses después de haber sido dictada la sentencia en Nuremberg. Nueve meses después de la sentencia comenzó en Spandau el turno, según el cual cada mes se alternan los americanos, ingleses, franceses y rusos en la vigilancia de los presos. Spandau es una curiosidad histórica. Es el único lugar en el mundo donde los aliados de la Segunda Guerra Mundial continúan colaborando como si desde 1945 no hubiese sucedido nada. En Spandau se está cumpliendo una sentencia cuyas normas jurídicas no fueron aprobadas por las Naciones Unidas, pero al mismo tiempo, Spandau es considerado por las potencias como una silenciosa amenaza, por lo que hasta la fecha ninguna de las cuatro potencias ha denunciado el acuerdo sobre el Tribunal Militar Internacional. De ello se desprende otro aspecto igualmente curioso. Considerado desde un punto de vista jurídico, el Tribunal de Nuremberg continúa existiendo y mañana mismo podría reunirse para celebrar una nueva reunión. Spandau es un residuo fantasmal de aquel nuevo edificio que fue proyectado, pero no construido y cuyos ladrillos están desperdigados por los alrededores. La cárcel de Spandau puede albergar seiscientos presos. Pero en la actualidad allí hay solo tres presos: Rudolf Hess, Baldur von Schirach y Albert Speer. Los gastos anuales se calculan en 250.000 marcos y una compañía de soldados está destinada permanentemente en Spandau, once cocineros, diez camareros, catorce doncellas, tres administradores y dos mujeres de limpieza están al servicio de los presos y sus guardianes. En el número 24 de la Wilhelmstrasse —que es la dirección de la cárcel— cada minuto del día está sujeto a un horario fijo. Ha sido anulada toda personalidad e incluso los nombres que todavía se empleaban en la cárcel de Nuremberg han sido sustituidos aquí por números. —¡Número uno! —gritan cuando llaman a Baldur von Schirach. El número cinco es Speer, y el número siete, Hess.

«Los presos han de trabajar todos los días, excepto el domingo», dice el reglamento de la cárcel y el plan de trabajo no ha sido modificado desde el año 1947: 6.00 horas: diana, lavarse y vestirse 6.45 a 7.30 horas: desayuno 7.30 a 8.00 horas: hacer las camas, limpiar las celdas 8.00 a 11.45 horas: limpieza de los corredores y trabajos de jardinería, «según el estado de salud de los presos» 12.00 a 12.30 horas: almuerzo 12.30 a 13.00 horas: siesta 13.00 a 16.45 horas: trabajo, trabajos de jardinería u otras ocupaciones, según las órdenes del comandante 17.00 horas: cena 22.00 horas: fin de la jornada «Los lunes, miércoles y viernes ¯añade el reglamento de la cárcel¯, se afeitará a los presos y en caso necesario se les cortará el pelo entre las 13 y las 14.00 horas.» Una de las disposiciones aprobada por las cuatro potencias, cuyos detalles son secretos, se ocupa de lo que ha de hacerse, en el caso de que uno de los presos muriera en la cárcel. La parte conocida de la disposición dice que el cadáver ha de ser incinerado en un lugar desconocido y las cenizas arrojadas desde un avión «en alguna parte del mar». En dos ocasiones pareció que esta disposición iba a tener que llevarse a la práctica. El «número tres», el antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Hitler y Protector del Reich para Bohemia y Moravia, Constantin von Neurath, preocupaba enormemente a los médicos por su avanzada edad y su estado de salud. La segunda vez fue Rudolf Hess, que casi obtuvo éxito en uno de sus muchos intentos de suicidio. En el caso de Neurath, los aliados decidieron indultarle el 6 de noviembre de 1954. Neurath ya había cumplido los ochenta y un años de edad, y lo pusieron en libertad, después de haber cumplido ocho de los quince años de condena que le habían sido impuestos. El presidente federal Theodor Heuss, y el canciller

federal Conrad Adenauer, le mandaron telegramas de felicitación. Heuss le escribió: «Con alegre satisfacción he leído hoy el comunicado en el que se informa que ha terminado para usted el martirio de estos años.» La opinión pública reaccionó con sentimientos diversos. Luego se olvidó el asunto y cuando Constantin von Neurath falleció el 14 de agosto de 1956, en Enzehingen, Wurttemberg, los periódicos publicaron tan solo una escueta noticia. Después de este paso en falso cuando se puso en libertad en Neurath, el Gobierno federal mostró una gran reserva cuando más tarde fueron libertados otros tres reos. Primero, el 26 de septiembre de 1955, Erich Raeder de setenta y nueve años de edad. Cumplió nueve años de condena. Los motivos de su indulto fueron su delicado estado de salud y su avanzada edad. Su sucesor en el mando de la Marina de guerra, Karl Doenitz, le siguió también en Spandau. El 1.º de octubre de 1956, poco después de medianoche, después de haber cumplido exactamente los diez años de condena, fue puesto en libertad, cuando había cumplido ya los sesenta y cinco años. Medio año más tarde, el 16 de mayo de 1957, se abrieron nuevamente las puertas de Spandau para dejar paso a Walther Funk, gravemente enfermo, de sesenta y seis años de edad. Cumplió once años de su cadena perpetua. Vamos a explicar lo que sucedió a los tres acusados de Nuremberg que fueron absueltos. Hans Fritzsche murió el 27 de septiembre de 1953 en una clínica de Colonia, a consecuencia de una operación de cáncer. Después de haber sido absuelto en Nuremberg, el fiscal general del Comité de desnazificación, doctor Thomas Dehler, invitó a la opinión pública a reunir nuevo material contra Frietzsche. El juicio comenzó el 27 de enero de 1947 en Nuremberg y el fiscal Bernhard Muller exigió el internamiento de Fritzsche en un campo de trabajo durante un plazo de diez años, «lamentando no poder solicitar la pena de muerte». La Cámara lo condenó a nueve años de trabajos forzados, pero el 25 de septiembre de 1950 fue puesto en libertad. Se casó y, finalmente, trabajó como agente de publicidad... para la casa Bandecroux de París. Franz von Papen fue condenado a arresto domiciliario, por el que entonces era presidente del Consejo de ministros de Baviera, doctor Wilhelm Hoegner, tan pronto abandonó el Palacio de Justicia de Nuremberg, pero el 23 de

febrero de 1947 fue clasificado por el Comité de desnazificación de Nuremberg entre los principales culpables y condenado a ocho años de trabajos forzados. En enero de 1949 fue indultado y se le multó con 30.000 marcos. Papen vivió a continuación, durante algún tiempo, en Turquía. En 1953 se compró la finca de Erlenhaus, en Obersasbach Baden, en donde el 3 de mayo de 1955 celebró sus bodas de oro. Hjalmar Schacht se fue a vivir, después de haber sido absuelto en Nuremberg, al castillo de Katharinenhof, cerca de Stuttgart, propiedad de un amigo suyo, pero a las pocas horas de llegar allí fue detenido por la policía alemana e internado en la cárcel de Stuttgart. Fue condenado, por el Comité de desnazificación, a ocho años de trabajos forzados, pero fue indultado en el año 1948. Trabajó como consejero financiero durante algún tiempo en el Brasil, Abisinia, Indonesia, Irán, Egipto y Siria, se hizo socio de la banca de Dusseldorf, Schacht & Co., presidente del Consejo de Administración de la imprenta y editorial de Hamburgo, Broschel & Co., miembro del Partido democrático libre alemán y de la Deutsche China-Gesellschaft. Han transcurrido treinta años desde el año 1933, y más de tres lustros desde el proceso de Nuremberg. Los hombres que fueron objeto del juicio han sido casi olvidados y sus crímenes forman parte de la Historia. En el año 1953, llegó un grupo de jóvenes soldados ingleses a Spandau. El oficial de servicio les preguntó: ¯¿Saben ustedes a quién han de vigilar aquí? Ninguno de ellos supo contestar. El oficial escribió los nombres de los presos en la pizarra. Señaló el primer nombre que había escrito, Rudolf Hess, y volvió a preguntar: ¯¿Sabe alguien de ustedes quién es este hombre? Ninguna respuesta. Finalmente, uno de los jóvenes soldados levantó la mano. ¯¿Un agente del mercado negro, señor? «Ni uno solo de los soldados ¯escribió Jack Fischman en su libro sobre Spandau¯, hijos de esta guerra, en la que habían crecido, había oído hablar nunca de esos hombres o conocía los motivos por los cuales estaban en Spandau.» Esto podría desmoralizar, pero también puede ser considerado como un

buen síntoma. Las huellas que ha dejado el Proceso de Nuremberg se pueden, no obstante, seguir muy fácilmente. Un año después de haber terminado el proceso, el 21 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas encargó a la Comisión para el Derecho Internacional tomar los estatutos y las sentencias del Tribunal de Nuremberg como base para la estructuración de un Código de los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad. La Comisión trabajó durante cuatro años y presentó su informe en septiembre de 1951. Se había limitado a fijar la responsabilidad de las personas individuales, después de haberse dicho taxativamente en Nuremberg, «que eran los seres humanos y no las estructuras abstractas las que cometían los crímenes». El Artículo 1.º del proyecto dice, por consiguiente: «Los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad son crímenes del derecho internacional y los individuos que son responsables de estos pueden ser castigados». Y también hay esta definición: «Las siguientes acciones son crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad: »1. Toda agresión que comprenda el uso de la violencia armada por las autoridades de un Estado contra otro Estado, por otros motivos que la legítima defensa nacional o defensa colectiva o también la ejecución de una orden o el acatamiento de una recomendación de uno de los órganos autorizados de las Naciones Unidas. »2. Toda amenaza por las autoridades de un Estado de emprender una acción agresiva contra otro Estado. »3. Los preparativos para el uso de la fuerza armada por las autoridades de un Estado contra otro Estado para otros fines que una legítima defensa nacional o colectiva de una orden o acatamiento de una recomendación de un órgano autorizado de las Naciones Unidas. »4. La invasión de bandas armadas, con fines políticos, en el territorio de otro Estado. »5. La ejecución o instigación de crímenes por las autoridades de un Estado, dirigidas a incitar la guerra civil en otro Estado. »6. La ejecución o instigación de acciones terroristas por las autoridades de un Estado en otro Estado o el consentimiento de crímenes organizados por las autoridades de un Estado, enfocados a preparar actos terroristas en otro Estado.

»7. Actividades dirigidas por las autoridades de un Estado en violación de las obligaciones contraídas con otro Estado, con el que se tenga firmado un tratado para asegurar la paz y la seguridad. »8. Actividades de las autoridades de un Estado, dirigidas a la anexión de un territorio que pertenece a otro Estado o de un territorio sometido a la jurisdicción internacional. »9. Actividades emprendidas por las autoridades de un Estado o por personas individuales en la intención de exterminar un grupo nacional, racial o religioso, parcial o totalmente, en las que quedan comprendidos: a) el asesinato de miembros de un grupo; b) graves violaciones de la integridad física o psíquica de los miembros de un grupo; c) la intencionada opresión de un grupo en condiciones de vida que tendrá como consecuencia su exterminio parcial o total; d) medidas dirigidas a impedir los nacimientos en el seno de un grupo; f) el transporte por la fuerza de los niños de un grupo a otro grupo. »10. Acciones antihumanas dirigidas por las autoridades de un Estado o de personas individuales contra elementos de la población, así como el asesinato, exterminio, esclavitud, deportación o persecución por motivos políticos, raciales, religiosos o culturales. »11. Acciones cometidas en la violación de las costumbres y leyes de la guerra. »12. Acciones que sean una conjuración, instigación o participación en alguno de los crímenes antes citados.» El Artículo 3.º del proyecto dice: «El hecho de que alguien actúe en calidad de jefe de Estado o de un Gobierno no lo inhibe de la responsabilidad por haber cometido alguno de los crímenes citados en el presente código.» Artículo 4.º: «El hecho de que una persona acusada de un crimen definido en el presente código alegue haber actuado en nombre de su Gobierno o de sus superiores no le inhibe, según el derecho internacional, de la responsabilidad cuando moralmente haya podido negarse al cumplimiento de la orden.» Artículo 5.ª: «Los castigos por los crímenes determinados en el presente código serán

fijados por el Tribunal a quien incumbe el castigo de los delincuentes.» Aunque las ideas base de este proyecto sean en la actualidad útiles como siempre, jamás se ha llegado a un acuerdo sobre este código. Durante las deliberaciones para la creación de un Tribunal criminal internacional, quedó reflejada toda la inconsistencia por las objeciones que fueron presentando los delegados, principalmente el representante de la Gran Bretaña, sir Frank Soskice. Las Naciones Unidas publicaron el siguiente comunicado: «Se ha tenido en cuenta la diversidad de las normas jurídicas que rigen en los diversos países, así como la dificultad que resulta en un caso dado, al apresar al criminal por la fuerza y contra la voluntad de su Gobierno para llevarlo ante un tribunal y ejecutar la sentencia.» A pesar de ello, en enero del año 1952, se intentó en las Naciones Unidas dar validez a los principios del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de un modo especial, definir más concretamente el concepto de agresión. Un Comité encargado del estudio de esta cuestión llegó al siguiente resultado: «No es posible una definición exacta y satisfactoria.» La Asamblea General insistió el 31 de enero de 1952 en llegar a una definición y lo curioso del caso es que insistió en este punto, a pesar de la oposición de la Gran Bretaña y los Estados Unidos. En el año 1957, la Comisión dio el siguiente comunicado final: «La época actual no es la más indicada con sus fuertes y numerosos roces para reglamentar esta cuestión.» En otras palabras, no puede promulgarse una ley contra el robo porque sean demasiados los ladrones que ejercen su profesión. Desde este punto de vista, carecen de todo valor los acuerdos tomados por las Naciones Unidas y que, desde un principio, fueron calificados como existentes solo sobre el papel. Por ejemplo, el 3 de noviembre de 1947 acordó la Asamblea General: «Condenar toda propaganda que amenace la paz o incite a cometer una agresión.» En noviembre de 1949, las Naciones Unidas invitaron en una resolución, a todos los Gobiernos: «A renunciar a toda amenaza o uso de la fuerza que pueda afectar, de un modo directo o indirecto, la independencia o integridad de un Estado.»

Una de las consecuencias más potentes del Proceso de Nuremberg es la decisión, aprobada el 9 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas, que hace referencia a los asesinatos colectivos. Este acuerdo internacional, que fue ratificado el 9 de mayo de 1954 por la Unión Soviética, prohíbe todas las acciones «que tiendan a exterminar parcial o totalmente un grupo racial, religioso o político». «Es un error establecer un paralelismo con el Tribunal de Nuremberg ¯decidió la Comisión jurídica internacional de las Naciones Unidas el año 1951¯, pues aquel pudo actuar bajo los derechos de ocupación como si fuera un Tribunal nacional». De modo que no se ha concretado nada sobre este caso: una resolución de la Asamblea General del 28 de noviembre de 1953, aprobada por cuarenta votos contra cinco del bloque soviético, prohíbe «los trabajos forzados o trabajos correccionales» para castigar a los enemigos políticos. Esta es la situación actual. A pesar de que no se ha conseguido todavía lo que se había previsto, nada puede cambiar el hecho de que el proceso será siempre un monumento moral, un pilar sobre el cual, algún día, tal vez pueda continuar construyéndose de un modo más estable, más eficaz y más permanente. Los miembros de un Comité de indultos americano, David W. Peck, Frederic A. Moran y Conrad E. Snow, lo definieron, el 31 de enero de 1951, con las siguientes palabras: «Los procesos de Nuremberg han fijado para siempre que el derecho y la justicia en todos los tiempos estará por encima del ser humano... por encima de los jefes de Estado y de todos aquellos que estén directamente a sus órdenes... y que el individuo ha de rendir cuentas de sus actividades ante la sociedad.»

PARTE DOCUMENTAL CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO Aunque fue muy grande la tentación de añadir, procedente de la ingente cantidad de los documentos de Nuremberg, una serie de datos indignantes e infamantes en su texto original, los autores han sabido renunciar a ella. En primer lugar, los datos más importantes ya han sido tratados directamente en el texto y, en segundo lugar, toda ampliación se saldría del marco del presente volumen. Por este motivo, esta parte se limita solamente a tres documentos: 1. La Declaración de Moscú, del 1.º de noviembre de 1943, en la que los aliados reafirmaron su decisión de castigar a los criminales de guerra de las potencias del Eje. 2. El «Escrito de la Acusación» «contra Hermann Goering y otros». Comprende, en los expedientes del Proceso de Nuremberg, 71 páginas impresas y unas 25.000 palabras. Citamos este documento en su versión original omitiendo, sin embargo, los puntos que en la actualidad ya no son interesantes desde el punto de vista histórico. De todos modos, estas omisiones no afectan en nada al valor de dicho documento. 3. El veredicto. Hemos empleado en este caso el mismo procedimiento, para poder hacer asequible al lector las 233 páginas impresas del original con sus casi 100.000 palabras. Este resumen nos ofrece, no obstante, una idea clara y concreta del veredicto. Aclarado este punto consideramos necesario hacer unas observaciones fundamentales sobre el modo que los autores han procedido al hacer las citas de los documentos, las conversaciones y las preguntas y respuestas en la sala de sesiones. Hemos de tener presente que los 42 volúmenes del sumario comprenden 27.104 páginas. Esto dificulta mucho la tarea de extractarlo. Por este motivo, los autores hubieron de limitarse a lo más importante, renunciando a aquellos puntos que ahora carecen de valor histórico. En muchas ocasiones, no quedó otro remedio que resumir los documentos y las declaraciones verbales. Hemos omitido, en este caso, párrafos enteros que han sido considerados poco importantes, renunciando ya desde un principio a

toda floritura literaria, comentarios, desviaciones del tema principal, etc., etc. Finalmente, también han omitido aquellos datos que correspondían a hechos históricos al margen de los acontecimientos aquí reseñados. Sin embargo, los autores han procurado en todo momento, y con un espíritu sumamente crítico y consciente, no alterar de ningún modo el sentido y el espíritu de las citas hechas y sobre todo colocar en su justo lugar el valor de cada uno de los interrogatorios. Los autores se han limitado, en este último caso, siempre, de un modo exacto a lo que fue dicho por los fiscales, los defensores y los acusados. Los autores saben que su compendio ofrecerá algunas lagunas para los historiadores que dan, a veces, un gran valor a los menores detalles. Todos los que deseen estudiar más detalladamente el Proceso de Nuremberg podrán recurrir, para su estudio, a los extensos y completos documentos oficiales que encontrarán en todas las bibliotecas públicas.

LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ (Texto completo en alemán según Keesings Archiv der Gegenwart, Essen 1945, Abschnitt 70 G.) El Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Soviética han recibido, procedentes de diversas fuentes, pruebas concretas sobre actos de violencia y crueldad, asesinatos en masa y ejecuciones de seres inocentes cometidos por las tropas hitlerianas en muchos países que han sido dominados y de los cuales son expulsados en la actualidad. Los actos de brutalidad del régimen de Hitler no son una novedad y todos los pueblos y regiones sometidos a su ocupación han sufrido, de un modo violento, las consecuencias de este régimen de terror. Lo nuevo en este caso es que muchas de estas regiones están siendo liberadas de sus opresores por los Ejércitos de las potencias aliadas y los hunos hitlerianos en su repliegue aumentan sus actos de crueldad. Los horrorosos crímenes cometidos por las hordas hitlerianas en las regiones de la Unión Soviética, a cuya liberación se está procediendo a marchas forzadas, y en las zonas francesa e italiana, presentan actualmente las pruebas más completas en este sentido. Las tres potencias arriba citadas, expresándose en nombre de las treinta y dos naciones de las Naciones Unidas, anuncian solemnemente la siguiente declaración: Cuando se le conceda al Gobierno alemán un armisticio, todos aquellos oficiales, soldados alemanes y miembros del Partido nacionalsocialista, que son responsables de los mencionados actos de violencia y crueldad, de los asesinatos y ejecuciones en masa o que han participado voluntariamente en estos crímenes, serán entregados a los Gobiernos de aquellos países en los que han cometido tales crímenes para que puedan ser llevados ante los Tribunales y castigados de acuerdo con las leyes que rigen en cada uno de estos países. Serán elaboradas listas que incluyan el mayor número posible de elementos participantes en estos crímenes. Estas listas harán especial mención de los actos criminales cometidos en la Unión Soviética, Polonia y Checoslovaquia, Yugoslavia y Grecia, incluida Creta y otras islas, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Francia e Italia. Los alemanes que hayan participado en las ejecuciones en masa de oficiales italianos o de rehenes franceses, holandeses, belgas o noruegos o campesinos de Creta y que hayan cometido crímenes contra la población civil de Polonia y de la Unión Soviética, han de saber que serán devueltos al lugar de sus crímenes para que los pueblos a los que ellos han tratado de un modo tan inhumano e infamante

puedan dictar sentencia contra ellos. Aconsejamos a todos los que no se han manchado de sangre sus manos que se abstengan de unirse a las filas de los culpables, pues las tres potencias los perseguirán hasta los rincones más alejados del mundo y los entregarán a sus jueces, para que la justicia siga su curso. La anterior declaración no se refiere a los casos de los principales criminales de guerra, cuyos crímenes no quedan delimitados por fronteras geográficas y que serán castigados de acuerdo con una resolución común de los Gobiernos aliados. Moscú, 1.º de noviembre de 1943. Roosevelt-Churchill-Stalin.

ESCRITO DE ACUSACIÓN (Resumido, según el texto del original.) El documento empieza con las siguientes palabras: «Los Estados Unidos de América, la República Francesa, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, acusan a Hermann Wilhelm Goering, Rudolf Hess, Joachim von Ribbentrop, Robert Ley, Wilhelm Keitel, Ernst Kaltenbrunner, Alfred Rosenberg, Hans Frank, Wilhelm Frick, Julius Streicher, Walther Funk, Hjalmar Schacht, Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, Karl Doenitz, Erich Raeder, Baldur von Schirach, Fritz Sauckel, Alfred Jodl, Martin Bormann, Franz von Papen, Arthur Seyss-Inquart, Albert Speer, Constantin von Neurath y Hans Fritzsche, individualmente y como miembros de los siguientes grupos y organizaciones, mientras pertenecieron a los mismos: El Gobierno del Reich, el Cuerpo de los jefes políticos del Partido Nacional Socialista de Trabajadores Alemán, los Grupos de Seguridad del Partido nacionalsocialista (conocidas generalmente por las «SS»), incluso el Servicio de Seguridad (denominado generalmente «SD»), la Policía Secreta del Estado (más conocida como «Gestapo»), las Secciones de Asalto del Partido nacionalsocialista (conocidas por «SA») y el Estado Mayor General y el Alto Mando del Ejército alemán.» A continuación se exponen los cuatro puntos de la acusación que son comentados ampliamente. Comprenden, en esencia, las siguientes acusaciones: 1. Conspiración Participantes como jefes, organizadores, instigadores y cómplices en la estructuración o ejecución de un plan o conspiración común que tenía como objetivo, o que tuvo como consecuencia, la realización de crímenes contra la paz, contra las costumbres de la guerra y contra la humanidad. Con todos los medios, tanto legales como ilegales, empleando también los acusados la amenaza, la fuerza y la guerra de agresión querían conseguir: abolir el Tratado de Versalles y sus limitaciones sobre el armamento militar y anexionarse aquellas regiones que habían perdido en el año 1918. Cuando sus objetivos se hicieron cada vez más monstruosos, lanzaron guerras de agresión violando todos los tratados y todos los acuerdos internacionales. Para conseguir la colaboración de otras personas y asegurarse el control supremo sobre el pueblo alemán, fueron fijadas las siguientes consignas: la enseñanza de la «sangre alemana» y la «raza de señores» de la cual se derivaba el derecho de tratar a otros pueblos como inferiores y por tanto el derecho a

exterminarlos; el «principio de la jefatura», que exigía una obediencia ciega a los altos jefes y la enseñanza de que la guerra es una ocupación noble y necesaria para todos los alemanes. El objetivo de los conspiradores era socavar, por medio del terror y los violentos ejércitos de las SS, al Gobierno alemán y derrocarlo. Después de haber sido nombrado Hitler canciller del Reich, anularon la Constitución de Weimar y prohibieron la existencia de todos los restantes partidos políticos. Fortalecieron su poder por medio de la instrucción premilitar, los campos de concentración, el asesinato, el aniquilamiento de los sindicatos, la lucha contra la Iglesia y las organizaciones pacíficas, instituyendo en su lugar sus propias organizaciones como las SS, la Gestapo y otras. Para llevar a buen término su programa, procedieron a la lucha y exterminio de los judíos. De los 9.600.000 que vivían en Europa durante la dominación nacionalsocialista, unos 5.700.000 según cálculos provisionales, han desaparecido. 2. Crímenes contra la paz Los acusados contribuyeron a transformar la Economía alemana para fines bélicos. Hasta marzo de 1935 desarrollaron un programa de rearme secreto. Abandonaron la Conferencia del Desarme y la Sociedad de las Naciones, decretaron el servicio militar obligatorio y ocuparon las zonas desmilitarizadas de Renania. Se anexionaron Austria y Checoslovaquia y se lanzaron a una guerra de agresión contra Polonia, a pesar de que sabían que con ello declaraban igualmente la guerra a Francia y a Gran Bretaña. A continuación atacaron Dinamarca, Noruega, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Yugoslavia y Grecia. Penetraron en la Unión Soviética y, junto con Italia y el Japón, participaron en el ataque contra los Estados Unidos. Violaron un total de 36 tratados internacionales y lo hicieron en 64 ocasiones. Estos tratados han sido reseñados en el Anexo C del Escrito de Acusación. Entre estos figuran el Tratado de La Haya de 1907 sobre el respeto a las potencias y súbditos neutrales en caso de una guerra por tierra, el Tratado de Versalles del año 1919, el Pacto de Locarno entre Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña e Italia del año 1925, muchos acuerdos entre Alemania y sus naciones vecinas, el Pacto de París Briand-Kellog que condena las guerras como instrumento de la política nacional del año 1928, una serie de garantías y pactos de no agresión firmados por Alemania y del Acuerdo de Munich del año 1938. 3. Crímenes de guerra El Párrafo A de la Acusación trata del asesinato y malos tratos a las poblaciones de las regiones ocupadas, destacando de un modo especial los fusilamientos, ejecuciones, muerte por hambre, trabajos forzados, falta de

higiene, apaleamientos, torturas y experimentos. A esto se deben añadir los asesinatos en masa de determinadas razas y minorías, detenciones sin proceso, etc. Los siguientes detalles son solo unos ejemplos de la inmensidad del material reunido en este punto: En Francia fueron ejecutados un número incalculable de ciudadanos franceses, que fueron sometidos a las siguientes torturas: sumergidos en agua helada, asfixiados, les fueron arrancados los miembros, usando para tales fines los medios más inverosímiles. En Niza fueron exhibidos públicamente, en el año 1944, los rehenes que habían sido ajusticiados. De 228.000 franceses que fueron internados en los campos de concentración, solo sobrevivieron 28.000. En Oradour-sur-Glane fue fusilada casi toda la población y el resto fue quemada viva en la iglesia. Fueron cometidos un sinfín de asesinatos y crueldades en Italia, Grecia, Yugoslavia y en los países del Norte y del Este. Unas 1.500.000 personas fueron asesinadas en Maidanek, unos 4.000.000 en Auschwitz. En el campo de Ganow, donde murieron más de 200.000 personas, fueron cometidas las mayores crueldades, les abrieron el vientre a las víctimas y a continuación las sumergieron en agua helada. Las ejecuciones en masa eran acompañadas de interpretaciones musicales. En la región de Smolensko fueron asesinadas más de 125.000 personas, en la región de Leningrado 172.000, en la región de Stalingrado 40.000. En esta última, y después de la retirada de las tropas alemanas, fueron hallados los cadáveres mutilados de cien mil ciudadanos rusos, cadáveres de mujeres que tenían las manos atadas con alambres a la espalda. A algunas de las mujeres les habían cortados los pechos y a los hombres les habían grabado a fuego la estrella de David o les habían abierto el vientre con cuchillos. En Crimea, obligaron a 144.000 personas a subir a unas barcas que hicieron adentrar en el mar donde fueron hundidas. En Babi Jar, cerca de Kiev, fueron asesinados más de 100.000 hombres, 200.000 mujeres y niños en la región de Odesa, unos 195.000 en Charkov. En Dnjepropetrowsk fueron fusilados o enterrados vivos unos 11.000 ancianos, mujeres y niños. Con los adultos exterminaban también los nazis, sin compasión de ninguna clase, a los menores de edad. Los mataban en los asilos y en los hospitales. En el campo de Janow, los alemanes mataron en el curso de solo dos meses, a unos 8.000 niños. El Párrafo B del punto tercero del Escrito de Acusación hace referencia a las deportaciones de millones de seres humanos de las zonas de ocupación, para destinarlos a trabajos forzados y para otros fines, destacando las crueldades cometidas durante los transportes de estos desgraciados. Como ejemplo se cita el caso de Bélgica desde donde se deportaban 190.000 hombres a Alemania, la Unión Soviética que perdió 4.978.000 hombres y mujeres y Checoslovaquia con sus 750.000 víctimas. El Párrafo C hace referencia al asesinato y malos tatos a los prisioneros de guerra, citándose nuevamente una serie de ejemplos. El asesinato en masa de

Katyn es mencionado textualmente: «En el mes de septiembre de 1941 fueron muertos 11.000 prisioneros de guerra polacos en el bosque de Katyn en las cercanías de Smolensko». El Párrafo D señala que los acusados, en el curso de sus guerras de agresión, se dedicaron en las regiones ocupadas por las fuerzas militares alemanas a arrestar y fusilar gran número de rehenes, principalmente en Francia, Holanda y Bélgica. En Krajlevo, Yugoslavia, fueron muertos 5.000 rehenes. El Párrafo E hace referencia al robo de bienes privados. En este sentido se hace especial mención de que fue reducido el nivel de vida de las poblaciones ocupadas a causa del robo de víveres, materias primas, maquinaria e instalaciones industriales. Fueron decretados impuestos muy elevados, expropiadas zonas enteras y destruidas instalaciones industriales y científicas, saqueados museos y galerías de arte. Fueron robados en Francia valores por un total de 1.337 mil millones de francos. En la Unión Soviética fueron destruidas 1.710 ciudades, 70.000 pueblos y 25 millones de seres humanos quedaron sin hogar. Los alemanes destruyeron en la Unión Soviética el Museo Tolstoi, violaron la tumba del célebre escritor y también destruyeron el Museo Tschaikowski en la Crimea. «Los conspiradores nazis destruyeron 1.760 iglesias del rito griego ortodoxo, 237 iglesias romano católicas, 67 capillas, 532 sinagogas, monumentos muy valiosos de la fe cristiana, como, por ejemplo, KiewoPeherskaja, Lavra, Nowy Jerusalén». Los daños causados a la Unión Soviética se calculan en 679 mil millones de rublos. Los valores robados a Checoslovaquia ascendían a 200 mil millones de coronas. El Párrafo F trata de la recaudación de multas colectivas. El castigo que fue impuesto, solamente a las comunidades francesas, asciende a 1.157.179.484 francos. El Párrafo G hace referencia a la destrucción de ciudades y pueblos sin valor militar. En Noruega destruyeron una parte de las islas Lofoten, así como también la ciudad de Telerag. En Francia, además de Oradour-sur-Glane, fueron destruidos muchísimos otros pueblos, el puerto de Marsella, la ciudad de SaintDié, en Holanda muchos puertos y muelles, en Grecia y Yugoslavia muchas ciudades y pueblos, por ejemplo, la ciudad de Skela, en Yugoslavia, en la que asesinaron a todos sus habitantes. Una mención especial merece la ciudad de Lidice y sus habitantes, en Checoslovaquia. El Párrafo H hace referencia al reclutamiento forzado de los obreros civiles. En Francia obligaron a 963.813 personas a trasladarse a Alemania para trabajar en este país. El Párrafo I hace referencia a la obligación de la población civil de las

regiones ocupadas a prestar juramento de fidelidad a los ocupantes, haciéndose especial mención de los habitantes de Alsacia y Lorena. El Párrafo J se refiere a la germanización de las regiones ocupadas. En este caso solo se citan ejemplos de Francia, como la evacuación francesa de la región del Saare y de Lorena. 4. Crímenes contra la humanidad´ Este punto de la acusación representa una ampliación del Punto 3 del Escrito de Acusación y comprende las dos partes siguientes: «Asesinato, exterminación, esclavitud, deportación y otros tratos inhumanos contra la población civil antes o durante la guerra», así como también «Persecución por motivos políticos, raciales o religiosos». Además del exterminio de los judíos se menciona el asesinato del canciller federal austríaco Dollfuss, el socialdemócrata Breitscheid y el comunista Thählmann.

ANEXO A En el Anexo al Escrito de Acusación se especifica claramente la actuación y las actividades de todos y cada uno de los acusados principales y se establece su responsabilidad de acuerdo con los cargos de la acusación anteriormente expuestos. A continuación, y por orden alfabético, y no como queda establecido en el original, hacemos referencia a los cargos desempeñados, según los cuales son responsables: BORMANN, de 1925 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, miembro del Estado Mayor de la Jefatura de las SA, fundador y jefe de la Caja de Seguros y Ayuda del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, jefe de la Cancillería, como lugarteniente del Führer, miembro del Consejo de ministros para la Defensa del Reich, organizador y jefe del Volksturm, general de las SS y general de las SA. Cargos: 1, 3, 4. DOENITZ, de 1932 a 1945: Comandante en jefe de la Flotilla de submarinos Weddingen, comandante en jefe del Arma submarina, contraalmirante, almirante, gran almirante y comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, consejero de Hitler y sucesor de Hitler como jefe del Gobierno alemán. Cargos: 1, 2, 3. FRANK, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, miembro del Reichstag, ministro sin cartera, comisario del Reich para la Justicia nacionalsocialista, presidente de la Cámara del Derecho Internacional y de la Academia de Jurisprudencia alemana, jefe de la Administración civil de Lodz, jefe administrativo de las zonas militares de la Prusia Oriental, Posen, Lodz y Cracovia y gobernador general de las zonas polacas ocupadas. Cargos: 1, 3, 4. FRICK, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, general de las SS, miembro del Reichstag, ministro del Interior del Reich, ministro del Reich, jefe de la Oficina central para la anexión del país de los sudetas, Memel, Danzig, las regiones del Este, Eupen, Malmedy, Moresnet, jefe de la oficina central para el Protectorado de Bohemia y Moravia, gobernador general de Baja Estiria, Alta Carintia, Noruega, Alsacia-Lorena y protector del Reich para Bohemia y Moravia. Cargos: 1, 2, 3, 4. FRITZSCHE, de 1933 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, redactor jefe de la Oficina de Información alemana, jefe de Radiodifusión y de la Sección de Prensa del Ministerio de Propaganda del Reich, Director en el Ministerio de Propaganda, jefe de la Sección de Propaganda del Partido nacionalsocialista y plenipotenciario para la organización del Servicio de

Radiodifusión alemana. Cargos: 1, 3, 4. FUNK, fue durante los años 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, consejero económico de Hitler, miembro del Reichstag. Jefe de Prensa del Gobierno del Reich, secretario de Estado en el Ministerio de Propaganda, ministro de Economía del Reich, ministro de Economía de Prusia, presidente del Reichsbank alemán, plenipotenciario económico y miembro del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich. Cargos: 1, 2, 3, 4. GOERING, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsführer de las SA, general de las SS, miembro y presidente del Reichstag, de la Policía secreta de Estado prusiano, presidente del Tribunal Supremo del Partido, plenipotenciario del Plan Quinquenal, ministro del Aire del Reich, presidente del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich, miembro del Consejo de Ministros secreto, jefe de la Empresa Hermann Goering y previsto sucesor de Hitler. Cargos: 1, 2, 3, 4. HESS, de 1921 a 1941: Miembro del Partido nacionalsocialista, lugarteniente del Führer, ministro sin cartera, miembro del Reichstag, miembro del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich, miembro del Consejo de Ministros secreto, previsto sucesor de Hitler después del acusado Goering, general de las SS y general de las SA. Cargos: 1, 2, 3, 4. JODL, de 1932 a 1945: Teniente coronel en la Sección de Operaciones de la Wehrmacht, coronel, jefe de la Sección de Operaciones del Alto Mando de la Wehrmacht, general, jefe del Estado Mayor General. Cargos: 1, 2, 3, 4. KALTENBRUNNER, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, miembro del Reichstag, general de la Policía, secretario de Estado para la Seguridad en Austria y jefe de la Policía, presidente de la Policía de Viena, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich. Cargos: 1, 2, 4. KEITEL, de 1938 a 1945: Jefe del Alto Mando de la Wehrmacht alemana, miembro del Consejo de ministros secreto, miembro del Consejo de ministros para la Defensa del Reich y mariscal de campo. Cargos: 1, 2, 3, 4. KRUPP, de 1932 a 1945: Director gerente de Friedrich-Krupp-AG, miembro del Consejo de Economía del Reich, presidente de la Cámara de Industria alemana, jefe de la Sección carbón, hierro y metales en el Ministerio de Economía del Reich. Cargos: 1, 2, 3, 4. LEY, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, jefe de Organización del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, jefe

del Frente de Trabajo, general de las SA. Cargos: 1, 3, 4. NEURATH, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, miembro del Reichstag, ministro del Reich, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, presidente del Consejo de ministros secreto, protector del Reich para Bohemia y Moravia. Cargos: 1, 2, 3, 4. PAPEN, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, canciller del Reich, plenipotenciario para el Saare, plenipotenciario para el Concordato con el Vaticano, embajador en Viena y en Ankara. Cargos: 1, 2. RAEDER, de 1928 a 1945: Comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, gran almirante, almirante inspector de la Marina de guerra alemana y miembro del Consejo de ministros secreto. Cargos: 1, 2, 3. RIBBENTROP, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, consejero exterior del Führer, representante del Partido nacionalsocialista en cuestiones internacionales, delegado alemán para la cuestión del desarme, embajador extraordinario, embajador en Londres, jefe de la Oficina Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, miembro del Consejo de ministros secreto, miembro de la Jefatura política del Führer y general de las SS. Cargos: 1, 2, 3, 4. ROSENBERG, de 1920 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, Reichsleiter del Partido nacionalsocialista, editor del Völkischen Beobachter, órgano del Partido nacionalsocialista, jefe de la Oficina exterior del Partido nacionalsocialista, ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este, jefe del Einsatzstab Rosenberg, general de las SS y de las SA. Cargos: 1, 2, 3, 4. SAUCKEL, de 1921 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Gauleiter y gobernador general de Turingia, miembro del Reichstag, plenipotenciario para el Trabajo en el marco del Plan Quinquenal, general de las SS y de las SA. Cargos: 1, 2, 3, 4. SCHACHT, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, ministro de Economía del Reich, miembro del Reich sin cartera y presidente del Reichsbank alemán. Cargos: 1, 2. SCHIRACH, de 1924 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, jefe de las Juventudes del Reich, Reichsleiter, jefe de las Juventudes hitlerianas, comisario de Defensa del Reich, gobernador general y Gauleiter de Viena. Cargos: 1, 4.

SEYSS-INQUART, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, plenipotenciario para Austria, ministro del Interior y ministro para la Seguridad en Austria, canciller federal de Austria, miembro del Reichstag, miembro del Consejo de ministros secreto, ministro sin cartera del Reich, jefe de la Administración para el Sur de Polonia, lugarteniente del gobernador general de las regiones ocupadas de Polonia y comisario del Reich en los Países Bajos. Cargos: 1, 2, 3, 4. SPEER, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, miembro del Reichstag, ministro del Reich para el Armamento, jefe de la Organización Todt, plenipotenciario para la Industria del Armamento y presidente del Consejo de Defensa. Cargos: 1, 2, 3, 4. STREICHER, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, general de las SA, Gauleiter de Franconia, redactor jefe del Der Stürmer. Cargos: 1, 4.

ANEXO B En este Anexo del Escrito de Acusación se citan las organizaciones y grupos contra los que se presenta acusación, es decir: el Gobierno del Reich, el Cuerpo de los jefes políticos del Partido nacionalsocialista de trabajadores alemán, las SS, la Gestapo, las SA, el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht. Cargos de la Acusación: 1, 2, 3, 4. El Escrito de Acusación lleva las siguientes firmas: Robert H. Jackson, por los Estados Unidos; François de Menthon, por la República Francesa; Hartley Shawcross, por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte; R. R. Rudenko, por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El documento está fechado en Berlín, día 6 de octubre de 1945. VEREDICTO (Según el texto original, abreviado.) El veredicto del Tribunal Militar Internacional, anunciado el día 30 de septiembre y el 1.º de octubre de 1946, empieza con las siguientes palabras: «El 8 de agosto de 1945, los Gobiernos del Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte, el Gobierno de los Estados Unidos de América, el Gobierno provisional de la República Francesa y el Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas firmaron un Acuerdo, debido al cual había de constituirse este Tribunal para dictar sentencia contra aquellos criminales de guerra cuyos delitos no estaban limitados por zonas geográficas. Según el Artículo 5, las naciones que se citan a continuación se han unido a la firma de este Acuerdo. »Grecia, Dinamarca, Yugoslavia, los Países Bajos, Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Abisinia, Australia, Honduras, Noruega, Panamá, Luxemburgo, Haití, Nueva Zelanda, India, Venezuela, Uruguay y Paraguay. »A este Tribunal le han sido otorgados plenos poderes para juzgar a todas aquellas personas que hayan cometido crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y según las disposiciones establecidas al efecto.» A continuación el Tribunal da un informe sobre las actividades desplegadas hasta aquel momento: «Fueron celebradas 403 sesiones públicas, se oyó a 33 testigos citados por

la acusación y a 61 citados por la defensa. Otros 142 testigos presentaron declaraciones juradas por escrito. Se presentaron 38.000 pruebas contra los jefes políticos, 136.312 contra las SS, 10.000 contra las SA, 7.000 contra el SD, 3.000 contra el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht y 2.000 contra la Gestapo.» Sobre la autenticidad de los documentos presentados, declara el Tribunal: «La mayoría de los documentos presentados al Tribunal por parte de la acusación, consistía en documentos que fueron capturados por los Ejércitos aliados en los Cuarteles generales del Ejército alemán, en los edificios y oficinas del Gobierno alemán y en otros lugares. Algunos de estos documentos fueron hallados en minas de sal, otros enterrados u ocultos en lugares en donde se creía que no podrían ser hallados. Por consiguiente, la acusación se basa en documentos que proceden de los propios acusados y cuya autenticidad solo ha sido puesta en duda en una o dos ocasiones.» Se presenta acusación contra los encartados basándose en el Artículo 6 de los Estatutos, que dice lo siguiente: El Tribunal tiene el derecho de juzgar y castigar a aquellas personas que hayan cometido uno de los crímenes que se exponen a continuación: a) Crímenes contra la paz: Planeamiento, preparativos, iniciación o dirección de una guerra de agresión, de una guerra con violación de los tratados internacionales, acuerdos o garantías o participación en un plan o una conspiración común para la ejecución de uno de los delitos anteriormente expuestos. b) Crímenes de guerra: O sea, violaciones del derecho de guerra y de los usos de la guerra. Estos delitos comprenden, pero sin limitarse a ellos, asesinatos, malos tratos o deportación para trabajos forzados o para cualquier otro fin de la población civil con residencia fija en las regiones ocupadas, asesinato o malos tratos de prisioneros de guerra o de personas en alta mar, ejecución de rehenes, robo de bienes públicos o privados, destrucción arbitraria de ciudades, mercados y pueblos que no están justificados por ninguna medida de carácter militar. c) Crímenes contra la humanidad: Es decir, asesinatos, exterminio, esclavitud, deportación u otros tratos inhumanos a la población civil de las regiones ocupadas antes o durante la guerra, o persecución por motivos políticos, raciales o religiosos. Con el fin de hacer más comprensibles los cargos, Guerra de agresión y

Crímenes de guerra, el Tribunal ofrece un resumen sobre los acontecimientos políticos en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. En primer lugar se hace referencia a los Principios y Fines del Partido nacionalsocialista y cita cinco de los veinticinco puntos del Programa del Partido nacionalsocialista. Punto 1: Abogamos por la unión de todos los alemanes sobre el derecho a la autodeterminación de los pueblos y para la creación de la Gran Alemania. Punto 2: Abogamos por la igualdad de derechos del pueblo alemán frente a las demás naciones, la anulación de los Tratados de Paz de Versalles y de Saint-Germain. Punto 3: Exigimos tierra y colinas para la alimentación de nuestro pueblo y poder fijar la residencia del exceso de población. Punto 4: Solo pueden ser ciudadanos alemanes los que sean de sangre alemana, sin tener en cuenta su fe religiosa. Ningún judío puede ser ciudadano alemán. Punto 22: Exigimos sea disuelto el ejército de mercenarios y sea creado un ejército popular. Los objetivos principales del Partido, indica el Tribunal, anulación de los tratados de paz, unión de todos los alemanes, conquista de nuevas tierras y colonias, podían conseguirse, única y exclusivamente, por el uso de la fuerza. La historia del régimen nazi revela que solo estaba dispuesto a entablar negociaciones cuando se le aseguraba el cumplimiento de todas sus pretensiones y que, en caso contrario, siempre estuvo dispuesto a recurrir a la fuerza. En el siguiente capítulo, sobre la conquista del poder, afirma el Tribunal que los acusados Goering, Schacht y Papen cooperaron con su propaganda al nombramiento de Hitler como Canciller del Reich. Había llegado el momento para el Partido nacionalsocialista de asegurar su poder. Gracias a una serie de leyes se logró extender la influencia del Partido nacionalsocialista sobre todo el pueblo alemán. En abril del año 1933 fue creada en Prusia la policía secreta del Estado (la Gestapo) y en julio fue declarado como único partido político autorizado en Alemania. Los funcionarios fueron enjuiciados según puntos de vista políticos y raciales. Lo mismo ocurría con los fiscales y abogados. Fueron disueltos los sindicatos y sustituidos por el Frente de Trabajo

alemán (DAF). No fueron prohibidas las Iglesias cristianas, pero el Partido nacionalsocialista trató, en todo momento, de reducir su influencia sobre los alemanes. Un papel importante fue el antisemitismo en las actividades desplegadas por los nacionalsocialistas. El 1.º de abril de 1933, el Gobierno del Reich decretó el «boycott» contra todas las empresas judías. Durante los años siguientes fueron limitadas todas las actividades profesionales a que podían dedicarse los judíos. Con las Leyes de Nuremberg les fue arrebatada a los judíos la ciudadanía alemana. El «putsch» de Röhm, del 30 de junio de 1934, sirvió como pretexto para ahogar en sangre una supuesta resistencia. Una intensa propaganda había de educar al pueblo alemán y, en especial, a la juventud alemana en los ideales del régimen nacionalsocialista. A tal fin usaron de la radio y de la Prensa, prohibiendo la crítica. Después de haber afianzado su poder en el país se lanzaron a un amplio programa de rearme. A partir del año 1936 procuró el acusado Goering que fueran puestas las materias primas y las divisas necesarias a disposición del rearme de Alemania. En octubre de 1933, Alemania se retiró de la Conferencia del Desarme y de la Sociedad de Naciones. En marzo de 1935 comenzó Goering la organización de un arma aérea y aquel mismo mes fue introducido el servicio militar obligatorio y elevada la potencia en tiempos de paz del Ejército alemán a 500.000 hombres. La Marina de guerra alemana recibió, igualmente, nuevos impulsos. En junio de 1934, el acusado Raeder recibió instrucciones firmadas por Hitler para mantener en secreto la construcción de submarinos y de navíos de guerra de un tonelaje superior a las 10.000 toneladas.

CONSPIRACIÓN Y CRÍMENES CONTRA LA PAZ Después de exponer estos hechos, el Tribunal considera los dos primeros cargos de la acusación. En el veredicto dice textualmente como premisa fundamental: «Las afirmaciones del Escrito de Acusación de que los acusados planearon y ejecutaron guerras de agresión son de una naturaleza muy grave. La guerra es esencialmente un crimen. Sus consecuencias no afectan única y exclusivamente a las naciones que se encuentran en guerra, sino a todo el mundo. Por consiguiente, una guerra de agresión es un crimen internacional. Es el crimen internacional más grave que pueda concebirse.» El Tribunal llega a la conclusión de que la ocupación de Austria y de Checoslovaquia fueron acciones agresivas, mientras que la guerra contra Polonia fue la primera guerra de agresión. Los planes de ataque del Gobierno del Reich no se debían a la casualidad, sino que formaban parte de una política exterior estudiada en sus menores detalles. El Tribunal llama la atención sobre el carácter agresivo del libro de Hitler, Mein Kampf, y cita: «Las tierras en las que vivimos no les fueron regaladas por el cielo a nuestros antepasados. Hubieron de conquistarlas. Y tampoco en el futuro podemos confiar en la gracia divina, sino solamente en la fuerza de una espada victoriosa.» Hitler celebró cuatro conferencias secretas durante las cuales explicó sus planes de agresión. Se trata de las conferencias del 5 de noviembre de 1937, del 23 de mayo de 1939, del 22 de agosto de 1939 y del 23 de noviembre de 1939. Durante el curso de esta última conferencia, Hitler dio a sus comandantes en jefe un resumen de lo que ya se había alcanzado hasta aquel momento y declaró a continuación: «No he creado la Wehrmacht para que se quede con los brazos cruzados. Siempre he estado decidido a ir a la guerra». En su primera conferencia del año 1937, ya expuso Hitler su intención de ocupar Austria y Checoslovaquia. La ocupación de Austria es considerada por el Tribunal como un acto de agresión planeado de antemano. En 1935, Hitler había declarado ante el Reichstag que no albergaba la intención de atacar Austria, ni tampoco de inmiscuirse en asuntos internos. Pero, al mismo tiempo, Hitler trabajaba en secreto para anexionarse Austria. El Tribunal dice textualmente a este respecto:

«Este Tribunal declara que la anexión de Austria fue llevada a cabo con unos métodos que la condenan como acto de agresión. El factor decisivo en la anexión de Austria por Alemania lo representó la intervención del Ejército alemán.» Aparece claro que el acto siguiente debía ser la ocupación de Checoslovaquia. La Operación Verde había sido estructurada hacía ya tiempo, cuando todavía se le daban seguridades y garantías al Gobierno checoslovaco de que nunca sería atacado. El plan para la anexión fue estudiado y preparado en sus menores detalles. Las potencias occidentales firmaron el Acuerdo de Munich, con la esperanza de que Alemania no volvería a presentar reivindicaciones territoriales en Europa. Pero Hitler no descansó hasta que hubo ocupado todo el territorio checoslovaco. Gracias a las anexiones de Austria y Checoslovaquia, había conseguido Hitler apoderarse de unas bases de partida tan excelentes, que ya podía pensar en el ataque contra Polonia. Aunque en el año 1934 había sido firmado un pacto de no agresión entre Polonia y Alemania, y a pesar de que en repetidas ocasiones Hitler había anunciado ante el Reichstag alemán que quería disfrutar de buenas relaciones con el Gobierno polaco, en el año 1938 ordenó al Alto Mando de la Wehrmacht que iniciara sus preparativos para poder lanzar un ataque contra Danzig. Hitler tenía plena seguridad de que en el caso de un ataque contra Polonia, la Gran Bretaña y Francia declararían automáticamente la guerra a Alemania. Sabía igualmente que la lucha contra la Gran Bretaña y Francia sería a vida o muerte, pero Hitler intensificó, no obstante, sus planes de agresión. El acusado Ribbentrop fue enviado a Moscú para concertar con los soviets un pacto de no agresión. Sobre las negociaciones de Hitler con las potencias occidentales poco antes de estallar las hostilidades, señala el Tribunal: «Este Tribunal opina que tal como llevaron estas negociaciones Hitler y Ribbentrop, queda claramente demostrado que no estaba impulsado por la buena fe ni por el deseo de mantener la paz, sino que representan, única y exclusivamente, un deseo de aplazar en lo posible la intervención de la Gran Bretaña y de Francia.» El Tribunal llega al convencimiento de que la guerra que comenzó Alemania el 1.º de septiembre de 1939 contra Polonia, es una guerra de agresión. Con la invasión de Dinamarca y de Noruega se amplió la agresión a otros dos países. A pesar de que entre Alemania y Dinamarca existía un pacto de no

agresión, las tropas alemanas invadieron el 9 de abril de 1940 el territorio danés. Aquel mismo día fue ocupada Noruega con el fin de apoderarse de bases para futuras acciones de agresión. La idea de esta acción agresiva fue concebida, según parece, por los acusados Raeder y Rosenberg. Esta acción se llevó a cabo con el nombre clave de Operación Weser. Las instrucciones de Hitler del 1.º de marzo de 1940 dicen que esta operación tenía como base prevenir un ataque inglés contra Dinamarca y Noruega. Existen documentos de que, efectivamente, los aliados tenían planeado establecer bases en estos dos países. Según el Tribunal la acción alemana no representaba, de ningún modo, una medida defensiva, sino que debe considerarse como una acción ofensiva. En mayo de 1939, Hitler declaró ante sus comandantes militares, que habían de ser ocupadas militarmente las bases aéreas holandesas y belgas. La invasión de Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo representa la ejecución material de este punto de vista. Cuando Alemania dio este paso el 10 de mayo de 1940, trató de justificar esta medida alegando que los ingleses tenían planeado invadir Alemania por la región del Ruhr. Este Tribunal no admite esta objeción. El ataque alemán fue una nueva consecuencia de la política de agresión del régimen nacionalsocialista. La guerra de agresión contra Yugoslavia y Grecia ya había sido planeada hacía mucho tiempo, con toda probabilidad, en agosto de 1939. La Operación Marita, es decir, la ocupación de Grecia, tuvo que ser aplazada, a pesar de que Italia ya había atacado el 28 de octubre de 1940 a Grecia. El 3 de marzo de 1941 desembarcaron tropas alemanas en Grecia para romper la resistencia que los griegos ofrecían a los italianos. El 16 de abril del mismo año, las fuerzas alemanas invadieron sin previo aviso, Grecia y Yugoslavia. Esta invasión fue llevada a cabo con tal rapidez que Hitler tuvo que renunciar a sus «explicaciones» habituales. Hitler trató de justificarse ante el pueblo alemán alegando que la presencia de las tropas británicas en Grecia significaba un evidente peligro de que la guerra se extendiera a los Balcanes. Pero existen pruebas de que la invasión de estos dos países ya había sido planeada mucho tiempo antes. A pesar del Pacto de no agresión firmado el 23 de agosto de 1939, a fines del verano del año 1940 Alemania comenzó los preparativos para una guerra de agresión contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estos preparativos fueron encubiertos bajo el nombre clave de Operación Barbarroja. Estos planes preveían la división de la Unión Soviética en una serie de Estados independientes. Hungría, Rumanía y Finlandia fueron convencidas para la guerra contra la Unión Soviética. Este Tribunal contesta a la pretensión de la defensa de que la Unión Soviética tenía la intención de atacar Alemania con las siguientes palabras: «Es inconcebible que esta intención fuese jamás estudiada

en serio». La guerra contra los Estados Unidos empezó cuatro días después del ataque de los japoneses contra la flota americana el 7 de diciembre de 1941. No cabe la menor duda de que Hitler hizo todo lo que pudo para obligar al Japón a entrar en la guerra contra los aliados. Prometió ayuda a los japoneses cuando estos le informaron de sus planes de guerra contra los Estados Unidos. VIOLACIÓN DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES En los Estatutos del Tribunal queda definido como crimen el planeamiento y la ejecución de guerras de agresión. Son consideradas criminales las guerras con violación de un tratado de paz. El Tribunal declaró que fueron planeadas y llevadas a la práctica guerras de agresión contra doce naciones. Entre los tratados que fueron violados por los alemanes figuran los siguientes: 1. La Convención de La Haya del año 1899. Los firmantes se comprometían a reclamar la intervención de otras naciones para impedir hostilidades. 2. El Tratado de Versalles. Fue violado, 1) por la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania; 2) por la anexión de Austria; 3) por la anexión de la región de Memel; 4) por la anexión del Estado libre de Danzig; 5) por la anexión de Bohemia y Moravia; 6) por la remilitarización de Alemania, por aire, tierra y mar. 3. Diversos tratados de garantía y no agresión. 4. El Pacto Kellogg-Briand. Este Pacto fue violado por Alemania en el curso de las guerras de agresión citadas en el Escrito de Acusación. LA LEGALIDAD DEL ESTATUTO El Tribunal estudia a continuación las objeciones de que no puede procederse al castigo de un delincuente sin antes haber existido la ley que castigue el delito: Nullum crimen sine lege, nulla poena sine lege. El Tribunal llama la atención sobre el hecho de que los acusados estaban perfectamente informados de los pactos que habían sido firmados por Alemania y en los cuales eran declaradas fuera de la ley todas las guerras. Sabían que procedían contra lo establecido por el derecho internacional. Insiste el Tribunal en la existencia del Pacto Kellogg-Briand, en el cual se condenaban las guerras.

El Tribunal rechaza la objeción de que el derecho internacional puede aplicarse única y exclusivamente a los Estados soberanos, pero no a las personas individuales. «Los crímenes contra el derecho internacional se realizan por personas, no por instituciones abstractas». La objeción de que los acusados habían actuado por orden de Hitler es tomada en consideración en el Artículo 8 de los Estatutos, que considera como atenuante, pero no como excluyente. El plan conspiración para una guerra de agresión se extiende durante un período de veinticinco años. Queda bien demostrado que el 5 de noviembre de 1937, e incluso antes, fueron forjados planes de guerra. La amenaza de guerra formaba parte integrante de la política nacionalsocialista. En opinión del Tribunal no cabía la menor duda sobre la participación directa de los acusados en estos preparativos. «Los objetivos de los jefes nacionalsocialistas era extender su poder sobre todo el continente europeo. Pretendían conseguirlo, primero con la anexión de todas las regiones de habla alemana y en segundo lugar con la conquista de nuevos espacios vitales. Aunque pueda parecer que cada acción era independiente, en sí era la sucesión prevista para alcanzar el objetivo final». CRÍMENES DE GUERRA Y CRÍMENES CONTRA LA HUMANIDAD El material presentado en este caso era tan voluminoso «que es completamente imposible obtener una visión de conjunto», según palabras del Tribunal. Fueron cometidos crímenes de guerra como nunca los había conocido la historia de la humanidad. Estos crímenes tenían su origen parcial en el concepto formulado por los nacionalsocialistas de la guerra total. Los crímenes de guerra fueron casi siempre el resultado de unos planes concebidos fríamente, proyectados desde hacía mucho tiempo como, por ejemplo, en el caso de la Unión Soviética. ASESINATOS Y MALOS TRATOS A PRISIONEROS DE GUERRA En el curso de las hostilidades fueron fusilados muchos prisioneros de guerra aliados que se entregaron a los alemanes. Los comandos, aunque llevaran uniforme, debían «ser aniquilados hasta el último hombre». Estos soldados eran fusilados en el mismo lugar en que se les hacía prisioneros de guerra o internados en campos de concentración. Según la «Kugel-Verordnung» de marzo de 1944, los oficiales prisioneros de guerra que intentaran la fuga tenían que ser

fusilados sin excepción. Se excluía de esta orden a los oficiales ingleses y americanos. En marzo de 1944 fueron fusilados cincuenta oficiales de la Royal Air Force, que habían huido del campo de prisioneros de guerra de Sagan. Fue inhumano el trato de que en todo momento fueron víctimas los prisioneros de guerra soviéticos. Estos no recibían ninguna clase de vestimenta, los enfermos no eran atendidos por los médicos, se les dejaba padecer hambre y en muchos casos morirse. El Tribunal expone a continuación una serie de pruebas u órdenes, así como declaraciones de testigos que ofrecen una clara imagen del trato de que fueron objeto los prisioneros de guerra soviéticos. En algunos casos, los prisioneros de guerra fueron sometidos a experimentos crueles y mortales de necesidad. A pesar de que la Unión Soviética no había firmado la Convención de Ginebra, también valían en este caso los fundamentos del derecho internacional. El Tribunal opina lo mismo que el almirante Canaris, que protestó contra el trato de que eran víctimas los prisioneros de guerra soviéticos. ASESINATOS Y MALOS TRATOS A LA POBLACIÓN CIVIL En las regiones administradas por Alemania fueron violadas las leyes de guerra tal como se acordaron en la Convención de La Haya, Artículo 46, y con respecto a la población civil: «El honor y los derechos de la familia, la vida de los ciudadanos y los bienes privados, así como el convencimiento religioso y los servicios eclesiásticos deben ser respetados». El día 7 de diciembre de 1941 entró en vigor la ley «Nacht-und-NebelBefehl», que indicaba que todas las personas que se habían hecho responsables de un delito contra las fuerzas alemanas de ocupación, debían ser deportadas a Alemania para ser juzgadas allí. Esta medida había de servir para introducir el pánico en la población civil. Esta ley fue ampliada posteriormente a toda clase de delitos. No solo eran condenados y castigados los que cometían un delito, sino también todos sus familiares. Fueron detenidos rehenes. Según declaración del acusado Keitel habían de ser fusilados en la Unión Soviética cincuenta ciudadanos soviéticos por cada soldado alemán. En algunos casos fueron destruidas poblaciones enteras, como en el caso concreto de Oradour-sur-Glane en Francia y Lidice en Checoslovaquia. Los campos de concentración también fueron creados en las regiones ocupadas para internar en ellos a todas las personas sospechosas. Los internados eran obligados a trabajos forzados, y se les alimentaba mal. En algunos campos fueron construidas cámaras de gas para facilitar las ejecuciones en masa.

Por orden de Himmler fueron creados los llamados Einsatzgruppen para combatir a los guerrilleros y exterminar a los judíos y comunistas. Según una orden firmada por el acusado Keitel, toda resistencia debía ser combatida llevando el pánico a la población civil. Una prueba concluyente en este caso es el asesinato en masa llevado a cabo el día 5 de octubre de 1942 en Drubno. Los crímenes contra la población civil en Polonia y Rusia tenían por objeto liberar tierras para que pudieran ser colonizadas por los alemanes. El acusado Frank declaró: «Los polacos han de ser los esclavos del Gran Imperio alemán». El resultado de esta política fue que al terminar la guerra había desaparecido una tercera parte de la población polaca y el país entero había sido destruido. Lo mismo cabe decir de las regiones rusas ocupadas por los alemanes. Un caso concreto lo tenemos en la evacuación forzada de la población de Crimea. EXPLOTACIÓN DE BIENES PÚBLICOS Y PRIVADOS Según la Convención de La Haya, las fuerzas de ocupación solo pueden apropiarse de lo que necesitan para su propio sustento. Pero los alemanes explotaron y saquearon, sin consideraciones de ninguna clase, las regiones que ocupaban. Goering declaró el día 6 de agosto de 1942: «No hemos mandado a nuestras tropas a esos países para que trabajen para ellos, sino para extraer todo lo posible para que pueda vivir el pueblo alemán. Me tiene sin cuidado que esos extranjeros se mueran de hambre». Las industrias extranjeras continuaron trabajando bajo control alemán, y las materias primas fueron confiscadas por el Gobierno alemán. Fueron confiscados en las regiones ocupadas objetos de arte, en especial, por mediación del Einsatzstab Rosenberg. Según informe de Robert Scholz, jefe del Sonderstab Schöne Künste, de marzo de 1941 a julio de 1944, fueron transportados al Reich, 137 vagones de tren con 4.174 cajas llenas de objetos de arte. En muchos países fueron saqueadas colecciones particulares, bibliotecas y residencias privadas. En la Unión Soviética fueron saqueados sistemáticamente todos los museos, palacios y bibliotecas. El valor de los objetos de arte confiscados en Rusia Blanca se eleva a muchos millones de rublos. Los documentos presentados ante este Tribunal revelan claramente que estos objetos de arte no fueron confiscados para su seguridad, sino única y exclusivamente

para enriquecer Alemania. LA POLÍTICA DE LOS TRABAJOS FORZADOS Según la Convención de La Haya (Artículo 52), la población de las regiones ocupadas solo puede trabajar para las necesidades del Ejército de ocupación. Hitler declaró en su discurso del día 9 de noviembre de 1941: «Las regiones que en la actualidad trabajan para nosotros, comprenden más de 250 millones de seres humanos». Un mínimo de cinco millones fueron deportados a Alemania para trabajar en la industria y en la agricultura. Durante los dos primeros años de la ocupación alemana de Francia, Bélgica, Holanda y Noruega, se hizo un intento para el reclutamiento voluntario de mano de obra. Pero cuando este intento fracasó absolutamente, se procedió entonces al reclutamiento forzoso. El reclutamiento de obreros por los alemanes nos recuerda la época peor del tráfico de esclavos. Sauckel declaró el día 20 de abril de 1942: «Todos esos hombres han de ser alimentados, alojados y tratados para que con el menor consumo posible, den el máximo rendimiento». El trato de que eran objeto los trabajadores extranjeros en Alemania fue, en la mayoría de los casos, denigrante y brutal. También los prisioneros de guerra aliados fueron obligados a trabajar. LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS «La persecución de los judíos para el régimen nazi ¯dice textualmente la declaración del Tribunal¯, ha sido demostrada con el mayor detalle ante este Tribunal». Es un relato de crueldades sistemáticas y consecuentes. Ohlendorf, jefe de la Sección III de la Oficina Central de Seguridad del Reich de 1939 a 1943, que mandó uno de los Einsatzgruppen en la campaña contra la Unión Soviética, ha expuesto, ante este Tribunal, los métodos que se empleaban para exterminar a los judíos. Ha declarado que los grupos de ejecución eran destinados al fusilamiento de las previstas víctimas, y que los 90.000 hombres, mujeres y niños que fueron muertos por el grupo a su mando en el curso de un año, fueron principalmente judíos. El acusado Frank ha declarado: «Hemos luchado contra el judaísmo. Durante muchos años hemos luchado contra los judíos. Hemos hecho declaraciones, y mi Diario es en este caso un testigo de cargo contra mí, unas

declaraciones que hoy me suenan terribles... Pasarán mil años y Alemania no habrá pagado aún sus culpas». Las medidas antijudías estaban formuladas en el Punto 4 del programa del Partido. Este programa señalaba que los judíos debían ser tratados como extranjeros y que no habría que permitírseles ocupar cargos públicos. El Partido nacionalsocialista predicó la guerra contra los judíos desde el mismo momento de su fundación. Der Stürmer y otras publicaciones difundían el odio contra los judíos. Cuando fue ocupado el poder se intensificó la persecución contra los judíos. Las leyes limitaban las actividades de los judíos, y estas limitaciones se extendían también a su vida familiar y a sus derechos como ciudadanos. En otoño del año 1938, la persecución contra los judíos había alcanzado, por parte del Gobierno alemán, una intensidad que preveía el exterminio de todos los judíos residentes en Alemania. Fueron incendiadas y destruidas las sinagogas, fueron saqueados los comercios judíos y detenidos los comerciantes de esta raza. Un castigo colectivo de mil millones de marcos les fue impuesto a los judíos. Todas estas medidas llevaban la firma del acusado Goering. Pero la persecución de los judíos antes de la guerra no puede compararse, de ningún modo, con la política de persecuciones en las regiones ocupadas. Los judíos fueron internados en ghettos, obligados a llevar la estrella amarilla y destinados a trabajar como esclavos. En el verano del año 1941 fueron estudiados los planes para una solución final del problema judío en toda Europa. Esta solución final consistía en la exterminación de todos los judíos, hombres, mujeres y niños, tal como había anunciado Hitler a principios del año 1939. Fue creada una sección especial de la Gestapo al mando de Adolf Eichmann, jefe de la Sección B, IV de la Gestapo, para llevar esta política a la práctica. El plan para el exterminio total de los judíos fue aprobado poco después de haber sido lanzado el ataque contra la Unión Soviética. Los Einsatzgruppen de la policía de Seguridad y del SD se hicieron cargo de esta labor. De la efectividad de la intervención de estos Einsatzgruppen, se desprende el hecho de que en febrero de 1942, Heydrich informó a sus jefes que en Estonia ya no quedaba ningún judío y que en Riga el número de los judíos había descendido de 29.500 a 2.500, y que los Einsatzgruppen que actuaban en aquellas regiones habían procedido a la eliminación en el curso de solo tres meses de 135.000 judíos.

Estos grupos especiales trabajaban de acuerdo con las fuerzas militares alemanas. Existen pruebas de que los comandantes de estos grupos recibían órdenes directas de los comandantes de las unidades de la Wehrmacht. El carácter de la destrucción sistemática es iluminado por el informe del SSBrigadegeneral Stroop, que en el año 1943 fue encargado de la destrucción del ghetto de Varsovia. Fue presentada ante el Tribunal la película que llevaba por título: «El ghetto de Varsovia ha dejado de existir» como prueba documental. Los asesinatos en masa de Rowno y Dubno, que han sido relatados por el ingeniero alemán Gräbe, son un claro ejemplo de los métodos empleados en este caso. La exterminación sistemática de los judíos se llevó a cabo en los campos de concentración. La «solución final» preveía el internamiento de todos los judíos, procedentes de todas las regiones de Europa ocupadas por los alemanes, en campos de concentración. Según el estado de salud de los internados eran destinados a trabajar o morir. Todos los que estaban capacitados para el trabajo eran destinados a trabajos forzados, y aquellos cuyo estado de salud no lo permitía, eran destinados a las cámaras de gas, donde eran asesinados. En algunos campos de concentración, como en Treblinka o Auschwitz, fueron destinados a este fin concreto. Solo en Auschwitz murieron, del 1.º de mayo de 1940 al 1.º de diciembre de 1943 y según declaración hecha por el comandante del campo, 2.500.000 seres humanos y otros 500.000 murieron como consecuencia del hambre y enfermedades. En el campo de concentración de Dachau fueron sometidos los internados a terribles experimentos. Las víctimas eran sumergidas en agua helada, los hombres y las mujeres eran esterilizadas por medio de rayos Roentgen y otros métodos. Se sabe que a las mujeres se les cortaba el pelo antes de destinarlas a las cámaras de gas y que el pelo servía para la fabricación de babuchas en Alemania. Los dientes de oro eran entregados al Reichsbank. La ceniza era usada a continuación como abono y, en algunos casos se intentó aprovechar la grasa de los muertos en la fabricación de jabones. Los grupos especiales recorrían toda Europa para detener a todos los judíos y mandarlos a un campo de concentración. Fueron destinados comisarios alemanes a los Estados vasallos, como Hungría y Rumanía, para organizar los transportes de judíos y es sabido que a fines de 1944, cuatrocientos mil judíos húngaros fueron muertos en Auschwitz. Se sabe también que fueron evacuados 110.000 judíos para ser liquidados en Alemania. Adolf Eichmann ha declarado que como resultado de esta política, decretada por Hitler, fueron asesinados unos seis millones de judíos, de los cuales murieron cuatro en los campos de

concentración. LAS ORGANIZACIONES ACUSADAS El Artículo 9 de los Estatutos, dice: «En el proceso contra el miembro de un grupo u organización puede el Tribunal (en relación con un delito o causa del cual es condenado el acusado), decidir que el grupo o la organización, del cual es miembro el acusado, es un grupo u organización criminal». El Artículo 10 de los Estatutos señala: «La decisión del Tribunal de declarar criminal a una organización es inapelable. Todos los países signatarios disfrutan del derecho de llevar ante los tribunales a los miembros de una organización considerada como criminal. Sin embargo, el Tribunal recomienda que no sean condenadas personas inocentes sobre la base de la «criminalidad colectiva». EL CUERPO DE NACIONALSOCIALISTA

LOS

JEFES

POLÍTICOS

DEL

PARTIDO

El ministerio público solicitó del Tribunal que declarara organizaciones criminales el Cuerpo de los jefes políticos del Partido, la Gestapo, el SD, las SS, el Gobierno del Reich, el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht alemana. El Tribunal estudió en primer lugar la primera de estas organizaciones. Estructura y componentes: El Cuerpo de los jefes políticos estaba compuesto por la organización del Partido, con Hitler al mando del mismo. Los trabajos eran realizados por el jefe de la Cancillería del Partido, a cuyas órdenes directas estaban los Gauleiter. En la jerarquía seguían los Kreisleiter, los Ortsgruppenleiter, los Zellenleiter y, finalmente, los Blockleiter. La afiliación al Cuerpo de los jefes políticos era voluntaria en todos sus grados. El Acta de Acusación abarcaba, en este caso concreto, más de 600.000 personas. Objetivo y actividades: La misión principal del Cuerpo era ayudar a los nacionalsocialistas en la conquista del poder. Sus miembros debían vigilar de un modo especial la actitud política del pueblo. Durante las elecciones, el Cuerpo de los jefes políticos tenía que procurar asegurar el mayor número de votos favorables. Trabajó en colaboración con la Gestapo y el SD. Actividades criminales: Las medidas para asegurar el control por el Partido nacionalsocialista no son criminales, pero sí las actividades desplegadas en aquellas zonas de las regiones ocupadas que fueron anexionadas. El Cuerpo de los jefes políticos participó igualmente en la persecución de los judíos. Los «progroms» de 9 y 10 de noviembre de 1938 fueron organizados en colaboración con los Gau y los Kreisleiter. Los miembros del Cuerpo fueron informados, en

mayor o menor grado, sobre el alcance de la «solución final». El Cuerpo desempeñó un papel sobresaliente en el programa de reclutamiento forzoso de obreros. Según una disposición de Sauckel, el trato de los obreros extranjeros era de la incumbencia del Cuerpo. El Cuerpo es igualmente responsable, de un modo directo, del trato recibido por los prisioneros de guerra. Los oficiales de los campos de prisioneros de guerra debían consultar con los Kreisleiter para decidir a qué trabajo habían de ser destinados los prisioneros de guerra. El Cuerpo se hizo responsable del linchamiento de los aviadores extranjeros que se arrojaban en paracaídas. Considerando: Que los acusados Bormann y Sauckel emplearon a los miembros del Cuerpo para fines criminales, que los Gauleiter, Kreisleiter y Ortsgruppenleiter intervinieron de un modo directo o indirecto en la realización de los puntos del programa del Partido nacionalsocialista, este Tribunal considera responsables a los hombres que trabajaban en cargos directivos de las oficinas de la jefatura nacional, jefatura provincial y jefaturas municipales, y, además, a todos los miembros de la organización que conocían o participaron en actividades criminales. El grupo considerado como criminal no comprende a aquellas personas que renunciaron a cargos de dirección antes del 1.º de septiembre de 1939. GESTAPO Y SD Estructuración y componentes: El caso de la policía secreta del Estado (Gestapo) y del Servicio de Seguridad del Reichsführer SS (SD) fue tratado conjuntamente pues las dos organizaciones, a partir del 26 de junio de 1936, fueron puestas a las órdenes directas de Heydrich. La unificación de la Sicherheitspolizei (Gestapo y policía criminalista) y del SD fue confirmada en el año 1939 cuando las diferentes oficinas del Estado y del Partido fueron fusionadas en la unidad administrativa el Reichssicherheitshauptamt (RSHA), en la oficina central de la Policía de Seguridad. Esta oficina central estaba subdividida en siete departamentos o secciones: Sección I y II que se ocupaban de todos los asuntos administrativos, la Policía de Seguridad estaba representada por la Sección VI (Gestapo) y la Sección V (Policía criminalista), el SD se subdividía en Sección III (interior) y Sección VI (extranjero), la Sección VII representaba la investigación ideológica. Después de la fusión fue equiparada la Policía de Seguridad a las SS, y los funcionarios de la Gestapo y de la Policía criminalista recibieron los correspondientes rangos en las SS. Los miembros de la Gestapo, de la Policía criminalista y del SD fueron destinados a las regiones ocupadas a formar los llamados «Einsatzkommandos» y «Einsatzgruppen», en los cuales eran alistados, como agentes auxiliares, miembros de la policía del orden, de la Waffen-SS e incluso en la Wehrmacht. La

Policía de Seguridad y el SD eran organizaciones voluntarias, aunque también es cierto que muchos funcionarios del Estado fueron destinados a la Policía de Seguridad. Tres unidades especiales que formaban parte de la organización de la Policía de Seguridad deben ser diferenciadas entre sí: 1. La Policía de fronteras, que era controlada por la Gestapo y que en relación con la detención de obrero extranjeros y su internamiento en los campos de concentración debe ser englobada en la acusación de la Gestapo. 2. La Policía de vigilancia de fronteras y de aduanas, que en el verano del año 1944 fue colocada bajo el control de la Gestapo. Debido a la época en que estas unidades de la policía fueron unidas a la Gestapo, el Tribunal opinó que no debían ser acusadas conjuntamente con esta última. 3. La llamada gendarmería secreta, que en el año 1942 fue separada del Ejército y adscrita a la Policía de Seguridad. Estas unidades cometieron crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en gran escala. Sin embargo, no quedó demostrado que fueran parte íntegramente de la Gestapo y por este motivo no cae bajo la acusación de ser una organización criminal. Una excepción la representaron los miembros que fueron adscritos a la Sección VI de la Oficina Central de la Policía de Seguridad o a cualquiera de aquellas otras organizaciones que han sido declaradas criminales. Actividades criminales: La misión de la Gestapo era impedir toda oposición política contra el régimen nazi. Esta misión cumplió con la ayuda de la SD. Su arma principal fueron los campos de concentración, de los cuales era responsable a través de la oficina central. La Gestapo y el SD intervinieron de un modo directo en los progroms del 10 de noviembre del año 1938. Heydrich, jefe de la Policía de Seguridad y del SD, fue comisionado, en el año 1939, de la deportación de los judíos de Alemania y en el año 1941 de la «solución final». Los Einsatzgruppen de la Policía de Seguridad y del SD, operaban en la retaguardia del frente del Este y fueron los realizadores de los asesinatos en masa de judíos. Ambas organizaciones desempeñaron un papel muy importante en la administración de las regiones ocupadas. Procedieron a la detención de los elementos civiles sospechosos de no ser adictos al régimen nazi, los sometieron a brutales métodos de tercer grado y los mandaron a continuación a los campos de concentración. Se hicieron responsables de la matanza de rehenes y del Nachtund-Nebel-Erlass, que preveía la detención de todos los familiares de un encartado. Fueron encargados igualmente de la vigilancia de los campos de concentración. Llevaron a cabo crímenes de guerra en el sentido de malos tratos y asesinatos de prisioneros de guerra. Considerando: La Gestapo y el SD fueron destinados al cumplimiento de misiones que, según los Estatutos del Tribunal, deben ser consideradas como criminales. Quedan incluidos en la Gestapo todos los funcionarios que ostentaron cargos de responsabilidad. No quedan incluidos los miembros de la

policía de vigilancia de fronteras. Quedan excluidas también aquellas personas que trabajaron para la Gestapo solo en trabajos burocráticos. Quedan incluidos en el SD las Secciones III, VI y VII de la Oficina Central de la Policía de Seguridad y todos los restantes miembros del SD, tanto si trabajaban de un modo honorario, eran miembros nominales de las SS o efectivos. El Tribunal declara criminales el grupo de aquellos miembros de la Gestapo y del SD que ocuparon los cargos anteriormente mencionados, que se hicieron o continuaron siendo miembros de estas organizaciones a pesar de estar enterados del carácter criminal de las mismas y que participaron en la ejecución de estos crímenes. Quedan excluidos de este grupo todos los que renunciaron a sus cargos antes del 1.º de septiembre del año 1939. LAS SS Estructuración y componentes: Las secciones de Seguridad del Partido nacionalsocialista de trabajadores alemanes fueron fundadas en el año 1925 como secciones élite de las SA, con el pretexto de proteger y defender a los oradores del Partido. Cuando alcanzaron el poder, fueron destinadas las SS al mantenimiento del orden y de la «seguridad interior». Como recompensa por su intervención en el «putsch» de Röhm en el año 1934, las SS se convirtieron en unidades independientes del Partido. La organización original de las SS eran las SS Generales que englobaban otras dos organizaciones: las SS-Verfuegungtruppen, compuestas por miembros de las SS que se presentaban voluntariamente para un servicio militar de cuatro años y las SS-Totenkopfverbände, que fueron destinadas a la vigilancia en los campos de concentración. Las primeras representaron el núcleo para las futuras Waffen-SS, que comprendía hacia el final de la guerra unos 580.000 hombres, que, desde el punto de vista táctico, estaban a las órdenes del Ejército, pero sometidos a la disciplina de las SS. Las SS estaban organizadas en doce oficinas principales y contaban con jurisdicción propia. A partir del año 1933 fueron fusionadas con igualdad de derechos la Policía y las SS. Hasta el año 1940 fueron las SS una organización voluntaria, pero una vez creadas las Waffen-SS se procedió también al reclutamiento forzoso. Una tercera parte de los que formaban parte en las filas de las Waffen-SS lo fueron por este último procedimiento. Actividades criminales: Las SS participaron en los preparativos para las guerras de agresión y cometieron crímenes contra la humanidad. El fusilamiento de prisioneros de guerra se convirtió en una costumbre en diversas unidades de las Waffen-SS. Con el pretexto de la lucha contra los

guerrilleros exterminaban las unidades de las SS a los judíos y a todas aquellas personas que consideraban enemigas al régimen. Las SS se hicieron responsables de muchos asesinatos en masa y actos de crueldad, como, por ejemplo, los de Oradour y Lidice. Desde el año 1934 vigiló y administró las SS los campos de concentración. El trato brutal de que eran objeto los internados se debía a la política racial, cuyo exponente máximo eran las SS. A partir del año 1942, los campos de concentración fueron usados como principal fuente para el reclutamiento de la mano de obra. En los campos de concentración fueron llevados a cabo crueles experimentos en seres humanos. Las SS desempeñaron un papel importantísimo en la persecución de los judíos. Las unidades especiales de las SS concentraron y exterminaron a los judíos en las regiones ocupadas. Le es completamente imposible a este Tribunal encontrar ni una parte de las SS que no interviniera en estas actividades criminales. A pesar de que estas actividades eran mantenidas en secreto, lo máximo posible, ante la opinión pública, lo cierto es que todos los miembros de las SS estaban perfectamente al corriente de las mismas. Una de las principales misiones de las SS fue la exterminación de todas las razas que se consideraban inferiores. Considerando: Las SS fueron destinadas al cumplimiento de las misiones que según los Estatutos son criminales. Quedan incluidas en las SS todas las personas que fueron admitidas oficialmente en el seno y en las filas de las SS, incluidos los miembros de las SS-Generales, de las Waffen-SS, de las SSTotenkopfverbände y las diversas unidades de la policía que eran miembros de las SS. No quedan incluidos los miembros de las llamadas Reiter-SS. Quedan excluidas las personas que fueron englobadas forzosamente en las SS o que, antes del 1.º de septiembre del año 1939, dejaron de pertenecer a las mismas. LAS SA Estructuración y componentes: Las secciones de asalto fueron fundadas en el año 1921 para fines políticos y organizadas militarmente. Hasta 1933 fue una organización voluntaria, pero una vez en el poder fue ejercida cierta presión política y económica sobre los funcionarios. Además, los miembros de los Cascos de Acero, Kyffhäuserbund y de la sociedades ecuestres fueron englobadas automáticamente en las SA. Pero dado que solo en casos aislados se elevó alguna protesta, declara el Tribunal que la pertenencia a las SA, que a fines del año 1933 englobaba a cuatro millones y medio de asociados, fue, en general, voluntaria.

Actividades: Las tropas de asalto de las SA fueron el «brazo fuerte del Partido» y participaron en la difusión de la ideología del Partido. Una vez en el poder, las SA contribuyeron a la organización del sistema de terror, actuando con violencia contra los judíos, los enemigos políticos del régimen y siendo destinados a la vigilancia de los campos de concentración. Después de la «purga» en el caso Röhm descendió muy considerablemente el prestigio y la influencia de las SA. Algunas unidades de las SA participaron, sin embargo, en los preparativos para las guerras de agresión y cometieron posteriormente crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Otras unidades de las SA participaron en los progroms del 10 y 11 de noviembre de 1938 contra los judíos, a los que hicieron objeto de malos tratos, así como también en los ghettos de Wilna y Kowno. Considerando: En un principio, las SA fueron un grupo de «hombres fuertes» cuyas actividades en el sentido de los Estatutos no eran criminales. Después de la «purga», las SA fueron un grupo político que carecía de mayor influencia y poder, por este motivo este Tribunal renuncia a englobar las SA entre las organizaciones criminales según el Artículo 9. EL GOBIERNO DEL REICH El Gobierno del Reich estaba compuesto por los miembros del Gabinete, del Consejo de Ministros para la defensa del Reich y por los miembros del Consejo de Ministros secreto. El tribunal opina que el Gobierno del Reich no debe ser considerado criminal: 1. No se ha demostrado que a partir del año 1937, actuara como grupo u organización; 2. El grupo de las personas inculpadas es tan reducido que puede procederse individualmente contra ellas. ad 1. El Gobierno del Reich dejó de ser, desde la fecha que nos interesa, una corporación con funciones de Gobierno, pasando a ser unos funcionarios sometidos directamente al control de Hitler. El Gobierno del Reich no volvió a celebrar, a partir del año 1937, una sola sesión, el Consejo de Ministros secreto no llegó a reunirse nunca. Los miembros del Gobierno del Reich que participaron en los planes para una guerra de agresión lo hicieron como personas individuales. La invasión de Polonia no fue decretada por el Gobierno del Reich. ad 2. Un grupo de miembros del Gobierno del Reich que cometieron crímenes han sido llevados antes este Tribunal. Se calcula que son 48 las personas que forman parte de este grupo, de las cuales ocho han muerto y 17 han de ser juzgadas. ESTADO MAYOR Y ALTO MANDO DE LA WEHRMACHT

El Tribunal no puede estar de acuerdo con el punto de vista del ministerio público de que el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht fueron organizaciones criminales, ya que en su sentido no fueron una «organización» ni tampoco un «grupo». Este supuesto grupo comprendía unos 130 oficiales vivos o muertos que pertenecen a una de las cuatro categorías siguientes: 1. Comandante en jefe de una de las tres armas; 2. Jefe de Estado Mayor de una de las tres armas; 3. Comandante en jefe, es decir, comandante en jefe con mando de una de las tres armas; y 4. Un oficial del OKW (Keitel, Jodl y Warlimont). Los miembros acusados fueron los jefes militares de más alto rango en Alemania. Sus actividades fueron las mismas que en los ejércitos, flotas y aviones de cualquier otro país. No formaron una asociación, sino una concentración de oficiales de alto rango. No cabe la pregunta de si ingresaron voluntariamente o forzosamente en estas organizaciones, puesto que, como queda establecido, no existía tal organización. Por todo lo anteriormente expuesto este Tribunal no considera criminales ni el Estado Mayor ni el Alto Mando de la Wehrmacht. Pero la sentencia dice textualmente: «El Tribunal ha escuchado muchas declaraciones de testigos sobre la participación de estos oficiales en el planeamiento y dirección de guerras de agresión y en la ejecución de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Son responsables en alto grado de los sufrimientos y penalidades que padecieron millones de hombres, mujeres y niños. Se han convertido en una vergüenza para la honrosa profesión de las armas. Sin su dirección militar, Hitler y sus secuaces no hubieran podido ver realizados sus planes. Cuando se les acusa, entonces se limitan a decir que obedecieron las órdenes que recibían, y cuando se les habla de los crímenes cometidos, entonces alegan que no acataron las órdenes recibidas. La verdad es que participaron activamente en todos los crímenes de un modo directo o indirecto». RESPONSABILIDAD O INOCENCIA DE LOS ACUSADOS El Artículo 26 de los Estatutos dice que la sentencia del Tribunal ha de especificar y justificar la responsabilidad o inocencia de todos y cada uno de los acusados. El Tribunal expone a continuación el fundamento en que se basa el veredicto de los diversos acusados: BORMANN, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue miembro del Estado Mayor y del Alto Mando de las SA y Reichsleiter de 1933 a 1945. Después del vuelo de Hess a Inglaterra fue nombrado jefe de la Cancillería del Partido y en el año 1943 secretario del Führer. Fue comandante en jefe del Volkssturm y general de las SS.

Crímenes contra la paz: Bormann fue, en un principio, un hombre insignificante y solo durante los últimos años de la guerra ganó rápidamente influencia y poder. No existen pruebas de que Bormann estuviera al corriente de los planes de agresión de Hitler. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Como sucesor de Hess, Bormann ejercía el control sobre todas las leyes y directrices emanadas de Hitler. Cuando los Gauleiter, responsables ante Bormann, fueron nombrados comisarios de la Defensa del Reich, Bormann dirigió la explotación sin contemplaciones de ninguna clase de la población subyugada. Tomó parte activa en la persecución de los judíos, no solo en Alemania, sino también en las regiones conquistadas. Es responsable igualmente del programa del reclutamiento forzoso de obreros. Dio instrucciones en el sentido de que los obreros extranjeros debían ser sometidos al control de las SS en los casos de seguridad y ordenó a sus Gauleiter que le informaran de todos aquellos casos en que los obreros extranjeros habían sido tratados con demasiada moderación y suavidad. Bormann es responsable de la muerte de aviadores extranjeros. Dado que no existen pruebas de la muerte de Bormann, el Tribunal ha decidido condenarle in absentia. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos tres y cuatro. DOENITZ, acusado según los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el año 1936 comandante en jefe de la flota de submarinos y en 1943 comandante en jefe de la Marina de guerra. El 1.º de mayo de 1945 fue nombrado jefe de Estado como sucesor de Hitler. Crímenes contra la paz: Doenitz ejecutó, como oficial profesional, unas misiones puramente militares y no participó en el planeamiento de la guerra de agresión, pero sí en la dirección de estas. A pesar de que hasta el año 1943 no fue «comandante en jefe», ocupaba un puesto de mando en la Marina de guerra. A partir de 1943 fue llamado repetidas veces como consejero por Hitler y en abril de 1945 abogó por la continuación de la lucha. Crímenes de guerra: La sentencia hace amplia referencia a la cuestión de si la guerra submarina dirigida por Doenitz es una violación al Acuerdo naval del año 1936 y representa un crimen de guerra. El Tribunal llega a la conclusión de que Doenitz no debe ser considerado responsable por su dirección de la guerra submarina contra los barcos mercantes ingleses armados. Pero es cuestión muy diferente, en opinión del Tribunal, hundir barcos neutrales sin advertencia previa cuando estos penetraban en los territorios de operaciones, pues esto sí que es una clara violación del Acuerdo naval del año 1936, así como también la orden de que no fueran salvados los náufragos. A pesar de esto, teniendo en

cuenta que la guerra submarina no fue realizada única y exclusivamente por Alemania, el Tribunal no basará el castigo que se merece Doenitz en su dirección de la guerra submarina. Doenitz estaba al corriente de la existencia de los campos de concentración. En el año 1945 respondió Doenitz de un modo evasivo cuando Hitler solicitó consejo por si había de denunciarse la Convención de Ginebra. Este Tribunal tiene, sin embargo, en cuenta que los marineros ingleses hechos prisioneros de guerra fueron tratados plenamente de acuerdo con la Convención de Ginebra, y este hecho se conceptúa como atenuante. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos dos y tres. FRANK, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, ingresó en el Partido en el año 1927 y en el año 1934 fue nombrado ministro del Reich sin cartera. Tenía el rango honorario de SA-Obergruppenführer y presidente de la Academia del Derecho alemán. Crímenes contra la paz: En opinión del Tribunal no fue iniciado suficientemente en los preparativos para las guerras de agresión para declararle culpable de este cargo. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Frank organizó, en su calidad de gobernador general para las regiones ocupadas de Polonia, un casi inconcebible régimen de terror cuya finalidad estribaba en convertir a los polacos en esclavos del Gran Imperio alemán y exterminar las clases sociales polacas que pudieran representar una amenaza en el futuro. Frank es responsable de la explotación económica de Polonia y de la deportación de los trabajadores forzados. Frank ha declarado haber cargado «con una culpa horrible, y su defensa ha intentado demostrar que no es responsable de los crímenes de que se le acusa. Es cierto que una gran mayoría de estos crímenes fueron ejecutados por la policía directamente y que no estuvo de acuerdo con Himmler. Sin embargo, Frank fue un colaborador en todas estas actividades. Considerando: No culpable en el cargo uno, culpable en los cargos tres y cuatro. FRICK, acusado en todos los cargos, ocupa una serie de puestos importantes y fue ministro del Interior del Reich y protector del Reich en Bohemia y Moravia. Estaba al frente de la oficina central para la anexión de los países conquistados. Crímenes contra la paz: En su calidad de ministro del Interior, anexionó, sin escrúpulos de ninguna clase, los Gobiernos de los Laender alemanes bajo la

soberanía del Reich. No participó en los planes de conspiración para las guerras de agresión. Firmó las leyes para la anexión de Austria, del País de los Sudetas, Danzig, las regiones del Este (Prusia occidental y Posen), Bohemia y Moravia y llevó a cabo la anexión de estas regiones. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Como antisemita furibundo, Frick es en parte responsable de una serie de leyes que habían de servir para eliminar a los judíos de la economía alemana. Durante sus actividades como protector del Reich, millares de judíos fueron mandados desde los guettos a los campos de concentración. Frick estaba perfectamente enterado de los crímenes que se cometían allí. A pesar de que como protector del Reich le fueron impuestas más limitaciones en sus funciones que a su predecesor, es plenamente responsable de los métodos nazis que fueron llevados a la práctica. Esta misma responsabilidad le incumbe en lo que atañe a la germanización de las regiones ocupadas. Frick controlaba aquellas instituciones en las cuales durante la guerra eran asesinados los enfermos mentales. Considerando: No culpable según el punto uno, culpable según los cargos dos, tres y cuatro. FRITZSCHE, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue conocido principalmente como comentarista de radio. En el año 1942 fue nombrado director ministerial y jefe de la sección de Radiodifusión en el Ministerio de Propaganda. Crímenes contra la paz: Como jefe de la Prensa alemana, Fritzsche controlaba 2.300 diarios. Estaba a las órdenes del jefe de Prensa del Reich, Dietrich, y transmitía las «consignas diarias». Influyó y dirigió la propaganda que el pueblo alemán quería oír por la radio, pero no fue lo suficientemente importante para tomar parte en los planes de guerra de agresión. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: El ministerio público ha declarado que Fritzsche instigó a la realización de crímenes de guerra. Pero no ocupó una posición bastante importante para creer que participó en la organización de campañas de propaganda. Fritzsche fue antisemita y en ocasiones difundió noticias falsas. Su objetivo fue provocar el entusiasmo por los esfuerzos bélicos del pueblo alemán. Considerando: No culpable. Fritzsche será puesto en libertad tan pronto como este Tribunal termine sus sesiones. FUNK, acusado según los cuatro cargos, fue nombrado en el año 1938 ministro de economía del Reich y plenipotenciario para la Economía de guerra. Un año más tarde se le nombró presidente del Reichsbank en sustitución de

Schacht. En 1943 formó parte del planeamiento central. Crímenes contra la paz: Funk adoptó aquellas medidas que eran necesarias para crear las condiciones económicas previas para las guerras de agresión. Creó los planes para la financiación de la guerra. Funk no fue, sin embargo, personaje de primera categoría en el planeamiento de las guerras de agresión. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Funk desempeñó un importante papel en la primera fase durante la expropiación económica de los judíos. En el año 1942 firmó un acuerdo con Himmler a causa del cual el Reichsbank se hacía cargo del oro, joyas y dinero que le entregaban las SS. Estos valores procedían de las víctimas que morían en los campos de concentración. Estaba enterado de estos hechos y cerró los ojos. Funk estaba perfectamente al corriente de los métodos de ocupación alemana. A pesar de ocupar Funk altos cargos, jamás fue un personaje dominante en estas actividades criminales, lo que debe ser conceptuado como atenuante. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos dos, tres y cuatro. GOERING. El hombre más importante del régimen nazi después de Hitler, acusado según los cuatro cargos. Por lo menos hasta el año 1943 ejerció una gran influencia sobre Hitler y estaba perfectamente informado de todos los problemas militares y políticos de importancia. Crímenes contra la paz: Goering contribuyó enormemente a llevar el nacionalsocialismo al poder, organizó la Gestapo y los primeros campos de concentración. En 1936 fue nombrado plenipotenciario para el Plan Quinquenal y con esto se convirtió en el dictador económico del Reich. Con ocasión de la anexión de Austria fue el personaje central, durante la anexión del país de los sudetas planeó una ofensiva aérea y antes de la invasión de Checoslovaquia amenazó con arrojar bombas sobre Praga. Mandó la Luftwaffe durante el ataque contra Polonia y durante todas las siguientes guerras de agresión. Si no aprobaba una acción agresiva, era solo por motivos estratégicos. No cabe la menor duda de que Goering fue la fuerza impulsora de las guerras de agresión y, en este sentido, solamente fue superado por el propio Hitler. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Goering ha confesado su culpabilidad en el empleo de trabajadores forzados. Como plenipotenciario del Plan Quinquenal, Goering dio las directrices para la explotación de los países ocupados. Persiguió a los judíos, principalmente por razones económicas. Estos crímenes han sido reconocidos por el propio Goering. No se puede encontrar alguien tan culpable como él.

Considerando: Este Tribunal considera culpable a Goering según los cuatro cargos del Escrito de Acusación. HESS, acusado de los cuatro cargos fue, hasta su vuelo a Inglaterra, el hombre de confianza de Hitler. El 10 de mayo de 1941 emprendió el vuelo desde Alemania a Escocia. Crímenes contra la paz: Hess fue, en su calidad de lugarteniente de Führer, el hombre más poderoso del Partido nazi y colaboró activamente en los preparativos para la guerra. Aunque durante los años 1936 y 1937 pronunció discursos en los cuales expresaba sus deseos de paz, estaba mucho mejor informado que cualquier otro de los acusados, de lo firmemente decidido que estaba Hitler a realizar sus ambiciosos planes. Hess participó activamente en los ataques contra Austria, Checoslovaquia y Polonia. Debió estar informado de los planes de agresión desde un principio. Diez días después de haber sido fijada la fecha del ataque contra la Unión Soviética, emprendió el vuelo a Inglaterra. Durante sus conversaciones, Hess trató de justificar las acciones agresivas alemanas. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Existen pruebas de que Hess colaboró en la transmisión de órdenes de carácter criminal y que tenía pleno conocimiento de los crímenes que se cometían en el Este. Pero estos conocimientos no bastaban para declararle culpable. No existe ningún motivo para suponer que Hess no esté en su sano juicio. Considerando: Culpable según los cargos uno y dos, no culpable según los cargos tres y cuatro. JODL, acusado de los cuatro cargos, fue nombrado en el año 1939 jefe del Estado Mayor y en el Alto Mando de la Wehrmacht. A él correspondieron, en su aspecto militar, los preparativos de la guerra. Jodl se defiende alegando que él no es político, sino un soldado obligado por su juramento de obediencia. Pero también ha dicho que en diversas ocasiones trató de oponerse a ciertas medidas. Crímenes contra la paz: Las anotaciones del Diario de Jodl permiten reconocer claramente que participó activamente en los planes de agresión. Esto se refiere tanto a la anexión de Austria como también a los ataques contra Checoslovaquia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Grecia, Yugoslavia y la Unión Soviética. Correspondió a Jodl, en primera instancia, la dirección y organización de estas guerras. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Jodl ratificó el «Kommandobefehl» y lo transmitió a los oficiales de mando. Cuando se planteó la cuestión de la denuncia de la Convención de Ginebra, alegó que las

desventajas serían mayores que las ventajas. Jodl declaró que debía «actuarse sin escrúpulos de ninguna clase» en Dinamarca, Francia y los Países Bajos para construir el Atlantikwall. Jodl ordenó en 1944 la evacuación de toda la población civil del norte de Noruega y la destrucción de sus viviendas. Jodl se justifica alegando haber recibido órdenes, pero esto no es ninguna excusa: Nunca ha sido exigido a un soldado la participación en actividades como las anteriormente citadas. Considerando: Culpable según los cuatro cargos. KALTENBRUNNER, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue jefe de las SS en Austria y sucesor de Heydrich en el cargo de jefe de la Policía de Seguridad, del SS y de la oficina central del Servicio de Seguridad, con rango de Oberguppenführer. Crímenes contra la paz: Kaltenbrunner participó en la intriga contra el Gobierno Schuschnigg. No existen pruebas, sin embargo, de que Kaltenbrunner participara en el planeamiento de guerras de agresión (la anexión de Austria no se considera guerra de agresión). Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Kaltenbrunner estaba perfectamente informado de lo que ocurría en los campos de concentración, pues incluso estuvo presente cuando hicieron una demostración de los diversos métodos que se usaban para liquidar a los internados. Los terribles crímenes que cometieron las diversas secciones de la oficina central del Servicio de Seguridad fueron efectuados bajo su dirección. A instancias de Kaltenbrunner fue ampliada por la Gestapo la orden de fusilar a los miembros de los «comandos», incluyendo también a los aviadores enemigos que se arrojaban en paracaídas. La Sección IV de la Oficina central del Servicio de Seguridad controló la ejecución del programa de la «solución final» de la que fueron víctimas seis millones de judíos. De esto y de los crímenes mencionados anteriormente, Kaltenbrunner estaba perfectamente informado. Kaltenbrunner ha declarado que no ejerció un control de conjunto sobre la oficina central del Servicio de Seguridad y que limitó sus actividades al servicio de información en el extranjero. Es verdad que reveló un gran interés por estas últimas actividades, pero también es cierto que, por otro lado, ejerció un control absoluto sobre la Oficina Central del Servicio de Seguridad. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos tres y cuatro. KEITEL, acusado de todos los cargos, fue comandante en jefe de la Wehrmacht, no ejerciendo, sin embargo, ningún mando directo sobre alguna de las tres armas.

Crímenes contra la paz: Keitel procuró, en todo momento, apoyar desde el punto de vista militar las amenazas políticas de Hitler. Firmó las órdenes para la Operación Otto (Austria), Operación Verde (Checoslovaquia), Operación Blanca (Polonia) y la ocupación de Noruega, Bélgica y los Países Bajos. A pesar de que Keitel, como afirma, rechazó por motivos militares y legales el ataque contra la Unión Soviética, lo cierto es que dio su visto bueno a la Operación Barbarroja. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Keitel firmó la orden según la cual los aviadores enemigos que se arrojaban en paracaídas debían ser entregados al SD, ratificó la «Kommandobefehl» de Hitler, aunque dudaba de su legalidad. Cuando Canaris manifestó reparos jurídicos sobre los malos tratos de que eran objetos los prisioneros de guerra soviéticos, Keitel escribió textualmente: «Estos reparos tienen su origen en el concepto militar de una guerra caballerosa. Aquí se trata de aniquilar una ideología. Por este motivo apruebo y ratifico estas medidas». El 16 de septiembre de 1941, Keitel ordenó que por cada soldado alemán que fuese atacado y muerto, habían de morir de 50 a 100 comunistas. Firmó una orden según la cual aquellas personas civiles que se habían hecho sospechosas de un delito contra las tropas alemanas podían ser fusiladas sin ser juzgadas. La orden «Nacht-und-Nebel-Erlass» lleva igualmente la firma de Keitel. Keitel no ha negado su complicidad con los crímenes, pero alega haberse limitado a cumplir las órdenes que recibía lo que, según el Artículo 8, no queda admitido. No existen atenuantes. Considerando: Culpable según todos los cargos. NEURATH, acusado de los cuatro cargos, diplomático de carrera, fue nombrado en 1932 ministro de Asuntos Exteriores, cargo que ostentó hasta su dimisión en el año 1938. Fue nombrado entonces presidente del Consejo Secreto y protector del Reich para Bohemia y Moravia hasta 1941. Tenía el rango honorario de SS-Obergruppenführer. Actividades criminales en Checoslovaquia: Como protector del Reich, Neurath implantó una administración que era una copia exacta de la que regía en Alemania. Cuando estallaron las hostilidades fueron detenidos 8.000 checos y muchos de ellos asesinados. Neurath fue el primer funcionario alemán en el protectorado y sabe que durante la regencia fueron cometidos crímenes. Como atenuante cabe alegar que intercedió para que fueran puestos en libertad algunos presos. Hitler llamó la atención de Neurath en el año 1941 en el sentido de que no actuaba con la dureza que deseaba y que Heydrich cuidaría de los grupos de la resistencia. Fue entonces cuando Neurath presentó su dimisión y se negó a continuar en el cargo de protector. Considerando: Culpable según los cuatro cargos.

PAPEN, acusado de los cargos uno y dos, fue nombrado Canciller del Reich en 1932. Durante el Tercer Reich fue embajador en Viena y en Turquía. Se retiró de la vida política cuando fueron rotas las relaciones diplomáticas entre Alemania y Turquía. Crímenes contra la paz: Papen contribuyó personalmente al establecimiento del control nazi en el año 1933, pero a causa de su «Discurso de Marburg» se vio en complicaciones con el régimen. A pesar de ello en el año 1934 y después del asesinato de Dollfuss, aceptó el cargo de embajador en Viena. En este cargo, Papen hizo todo lo que estuvo en su poder para reforzar la posición del partido nazi en Austria y provocar el Anschluss. Preparó las conversaciones entre Hitler y Schuschnigg. No existen pruebas de que Papen abogara por la ocupación por la fuerza de Austria, pero sí usó intrigas y amenazas para socavar el régimen de Schuschnigg y reforzar a los nazis austríacos. Pero estas actividades no son criminales según el espíritu de los Estatutos. Considerando: No culpable. Von Papen será puesto en libertad tan pronto este Tribunal suspenda sus sesiones. RAEDER, acusado de los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el año 1928 comandante en jefe de la Marina de guerra y dimitió de este cargo en el año 1943. Crímenes contra la paz: Raeder organizó la Marina de guerra alemana violando el Tratado de Versalles y participó en las conferencias más importantes de Hitler, en las que se discutieron los diversos planes de agresión. Recibió las correspondientes instrucciones y fue el que planeó la invasión de Noruega, que ya ha sido considerada como una acción agresiva. Raeder trató de hacer desistir a Hitler de un ataque contra la Unión Soviética, pero más tarde renunció a presentar nuevas objeciones. Crímenes de guerra: Raeder dio su visto bueno a la guerra submarina y al hundimiento de barcos mercantes armados y fusilamiento de los náufragos. Hasta el año 1943 Raeder ha admitido que transmitió el «Kommandobefehl» y que no presentó ninguna objeción sobre este punto ante Hitler. Considerando: Culpable según los cargos uno, dos y tres. RIBBENTROP, acusado según los cuatro cargos, ingresó en el año 1932 en el Partido nacionalsocialista y se convirtió rápidamente en el consejero de Hitler para asuntos internacionales. Fue delegado en la Conferencia del Desarme, embajador extraordinario, embajador en Inglaterra y el 4 de febrero de 1938, ministro de Asuntos Exteriores del Reich.

Crímenes contra la paz: En un informe hecho cuando era embajador en Inglaterra, Ribbentrop expuso cómo, en su opinión, podía lograrse un cambio del statu quo en el Este y mantener alejadas a Inglaterra y Francia de la guerra que podría resultar de este cambio. Ribbentrop estuvo presente durante la conferencia Hitler-Schuschnigg y participó activamente en los planes para la anexión de Austria y la creación del Protectorado para Bohemia y Moravia. Fue informado sobre los planes para la ocupación de Noruega, Dinamarca, Holanda y Bélgica e intervino activamente para que otros países lucharan al lado de Alemania. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Ribbentrop es responsable de los métodos que fueron usados en la ocupación de Dinamarca y de la Francia de Vichy, pues los funcionarios alemanes más altos en estos dos países fueron representantes del Ministerio de Asuntos Exteriores, Ribbentrop desempeñó un papel muy importante en la «solución final». Aconsejó a los Estados vasallos que aceleraran la deportación de los judíos al Este. Informó a Horthy de que «los judíos habían de ser muertos o internados en los campos de concentración». La defensa de Ribbentrop de que el propio Hitler había adoptado todas las decisiones en la política exterior y que él, Ribbentrop, no había dudado jamás de los deseos de paz de Hitler, este Tribunal no lo considera admisible. Ribbentrop colaboró tan fielmente con Hitler hasta el final, porque la política y los planes de Hitler correspondían con los suyos. Considerando: Culpable según los cuatro cargos. ROSENBERG, acusado de los cuatro cargos, fue el filósofo del Partido nacionalsocialista. Fue Reichsleiter y jefe de la Oficina Exterior del Partido nacionalsocialista (APA). En 1941 fue nombrado ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este. Crímenes contra la paz: Como jefe del APA Rosenberg fue, conjuntamente con Raeder, quien dio la idea para la invasión de Noruega. Es responsable también del planeamiento y ejecución de la política de ocupación en las regiones del Este. Se puso a disposición de Hitler como «consejero político» para todas las cuestiones relacionadas con el Este europeo. En 1941, Hitler le confió la responsabilidad para la administración civil en las regiones ocupadas del Este. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Como jefe del «Einsatzstab Rosenberg», fue responsable del saqueo de los bienes públicos y privados en las regiones ocupadas. Su Einsatzstab fue la primera autoridad en las regiones ocupadas del Este y estaba perfectamente informado sobre los horrores de la política de ocupación. Sus subordinados cometieron asesinatos en masa y él personalmente ordenó la deportación en masa de los trabajadores del Este.

Considerando: Culpable según los cuatro cargos. SAUCKEL, acusado de los cuatro cargos, ocupó una serie de altos cargos en Turingia y poseía el rango honorario de SA y SS-Obergruppenführer. Crímenes contra la paz: Las pruebas no han sido suficientes para acusarle según los cargos uno y dos. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Cuando Sauckel fue nombrado en el año 1942 plenipotenciario para el reclutamiento de obreros, movilizó a todas las fuerzas que pudo en condiciones realmente infrahumanas. No abogó personalmente por estos métodos de brutalidad, pero lo cierto es que por orden suya fueron reclutados cinco millones de obreros forzados. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos tres y cuatro. SCHACHT, acusado según los cargos uno y dos, fue antes de la conquista del poder, presidente del Reichsbank y ocupó por dos veces este cargo durante el Tercer Reich. En 1937 fue nombrado ministro sin cartera y destituido de este cargo en el año 1943. Crímenes contra la paz: Schacht dio su visto bueno al nombramiento de Hitler como canciller del Reich y desempeñó un papel muy importante en el rearme de Alemania. La influencia de Schacht fue menguada cuando por razones político-económicas se enfrentó con Goering. Como presidente del Reichsbank no estuvo de acuerdo con Hitler y su programa del rearme. Desde 1944 y hasta el final de la guerra Schacht fue internado en un campo de concentración. Schacht fue el principal personaje en la fase previa del rearme alemán, pero sus actividades no son criminales, según el espíritu de los Estatutos. Si hubiese dependido de él, Alemania no hubiese estado preparada para lanzarse a una nueva guerra europea. Schacht participó, no obstante, en diversas actividades durante el régimen nazi, aunque no en el planeamiento de las mismas. No formaba parte del grupo íntimo de Hitler. Se pone en duda si Schacht realmente estaba informado de los planes agresivos de Hitler. Considerando: No culpable según los cargos de la acusación. Será puesto en libertad tan pronto se aplacen las sesiones. SCHIRACH, acusado de los cargos uno y cuatro, fue el jefe de la Asociación de estudiantes nacionalsocialistas y en el año 1933 fue nombrado jefe de las Juventudes del Reich. Dimitió este cargo en el año 1940, pero continuó siendo Reichsleiter y conservó el control sobre la educación de la juventud. En 1940 fue nombrado Gauleiter y gobernador de Viena.

Crímenes contra la paz: Schirach empleó a las Juventudes hitlerianas en las que hasta el año 1940 estaban englobadas hasta el 97 por ciento de todos los jóvenes, para educar a la juventud en el «espíritu nacionalsocialista». Su organización colaboró estrechamente con la Wehrmacht para la educación premilitar de las juventudes alemanas. Sin embargo, Schirach no participó en los planes para las guerras de agresión. Crímenes contra la humanidad: Como Gauleiter de Viena, Schirach fue el plenipotenciario de Sauckel para el reclutamiento de mano de obra. Participó activamente en la deportación de miles de judíos vieneses al Gobierno general de Polonia, acción que él consideró como una «contribución a la civilización europea». Schirach estaba perfectamente informado de las actividades de los «Einsatzgruppen» y dio su visto bueno al bombardeo de un centro cultural inglés como represalia por el asesinato de Heydrich. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según el cargo cuatro. SEYSS-INQUART, acusado de los cuatro cargos. Desde 1931 y como abogado austríaco, estuvo en contacto con el Partido nacionalsocialista austríaco e ingresó en el mismo en el año 1938. Un mes antes había sido nombrado, por mediación de Hitler, ministro de Seguridad y del Interior de Austria. Actividades en Austria: Seyss-Inquart participó en las últimas intrigas que condujeron al Anschluss y, el 15 de marzo de 1938, fue nombrado gobernador general de Austria y un año más tarde ministro del Reich sin cartera. Ostentaba el rango de general de las SS. Seyss-Inquart confiscó bienes judíos a los campos de concentración y muertos muchos enemigos del régimen. Actividades criminales en Polonia y en los Países Bajos: Seyss-Inquart fue nombrado en 1939 y 1940, jefe de la Administración civil en el Sur de Polonia y comisario del Reich para los Países Bajos. En estos cargos contribuyó al saqueo de estos dos países y provocó el terror entre la población civil. En el año 1942 introdujo en los Países Bajos el reclutamiento forzoso de los obreros. Es responsable de muchas leyes contra los judíos. Por orden de Seyss-Inquart fueron mandados de 120 a 140.000 judíos holandeses a Auschwitz. Es cierto que en alguna ocasión Seyss-Inquart protestó contra estas medidas, pero también es cierto que siempre estuvo perfectamente informado sobre estos crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en los que tomó parte activa. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según los cargos dos, tres y cuatro. SPEER, acusado de los cuatro cargos, fue primero el arquitecto de Hitler y

jefe de Sección en el Frente de Trabajo alemán. En el año 1934 fue nombrado jefe de la organización Todt, ministro del Reich para el Armamento. Fue miembro del Reichstag desde 1941 hasta el final de la guerra. Crímenes contra la paz: Sus actividades no tenían por finalidad planear guerras de agresión. Fue nombrado jefe de Armamentos mucho después de haber estallado las hostilidades. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Las pruebas presentadas contra él, según los cargos tres y cuatro, se refieren única y exclusivamente, a su participación en el reclutamiento forzoso de obreros. Speer informaba a Sauckel del número de obreros de que tenía necesidad y este se los proporcionaba. Ha declarado ante el Tribunal que tenía intención de proceder a una reorganización de este programa. En efecto, creó los llamados «Sperbetriebe» de donde los obreros no podían ser deportados. Speer no es directamente responsable de las crueldades cometidas en los trabajadores extranjeros, pero sí estaba al corriente de estas. Como atenuante puede aducirse que fue uno de los pocos que demostró valor ante Hitler y no cumplió, con peligro para su propia vida, la orden de destruir Alemania. Considerando: No culpable según los cargos uno y dos, culpable según los cargos tres y cuatro. STREICHER, acusado de los cuatro cargos. Gauleiter de Francia hasta 1940 y editor de la revista antisemita Der Stürmer, conocida por sus persecuciones antisemitas. Crímenes contra la paz: Fue un fiel partidario de Hitler, pero no existen pruebas de que estuviera informado de los planes agresivos de Hitler. Crímenes contra la humanidad: Durante 25 años procuró Streicher, el «enemigo número uno de los judíos», difundir el antisemitismo en Alemania. Exigía en sus artículos, con frecuencia pornográficos, el «exterminio total de los judíos». En febrero de 1944 escribió: «Aquel que haga lo que hacen los judíos, es un criminal, un asesino». Streicher fue informado periódicamente sobre el curso de la «solución final». Su instigación al asesinato y exterminio es un crimen contra la humanidad sin atenuantes de ninguna clase. Considerando: No culpable según el cargo uno, culpable según el cargo cuatro. La sentencia lleva la fecha del 1.º de octubre de 1946 y las firmas de Geoffrey Lawrence, Francis Biddle, Henri Donnedieu de Vabre, Iola Nikitschenko, Norman Birkett, John J. Parker, Robert Falco y Alexander

Folchkow. OPINIÓN DIVERGENTE DEL JUEZ SOVIÉTICO El juez soviético Nikitschenko hizo uso de la posibilidad existente en la jurisprudencia anglosajona de exponer su opinión divergente frente a una sentencia aprobada por mayoría. Su exposición es muy amplia y hace referencia, en primer lugar, «a la absolución injustificada del acusado Schacht», puesto que «ha sido claramente demostrada su participación en los preparativos y ejecución de los planes de agresión en su conjunto». A continuación trata de la «absolución injustificada del acusado Papen», dado que «le corresponde una gran responsabilidad por los crímenes cometidos durante el régimen nazi». Trata también de la «absolución injustificada del acusado Fritzsche», «cuyas actividades en el planeamiento y ejecución de las guerras de agresión fue de gran importancia». Con relación a Hess, dice: «No cabe ninguna duda de que Hess se hizo responsable de crímenes contra la humanidad. Teniendo en cuenta que Hess era el tercero en importancia en Alemania, considero como justo castigo para él la pena de muerte». Finalmente, Wolchkow hace referencia a la «injusta decisión con respecto al Gobierno del Reich». El informe termina lamentando la «injusta decisión tomada respecto al Estado Mayor y Alto Mando de la Wehrmacht», pues «las pruebas han demostrado de un modo concluyente, que el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht representan organizaciones criminales y peligrosas». SENTENCIA Durante la sesión de la tarde del 1.º de octubre de 1946 fueron anunciadas las sentencias según establecía el Artículo 27 de los Estatutos del Tribunal. MARTIN BORMANN: Muerte en la horca. KARL DOENITZ: Diez años de prisión. HANS FRANK: Muerte en la horca. WILHELM FRICK: Muerte en la horca. HANS FRITZSCHE: Absuelto. WALTHER FUNK: Cadena perpetua. HERMANN GOERING: Muerte en la horca. RUDOLF HESS: Cadena perpetua.

ALFRED JODL: Muerte en la horca. ERNST KALTENBRUNNER: Muerte en la horca. WILHELM KEITEL: Muerte en la horca. CONSTANTIN V. NEURATH: Quince años de prisión. FRANZ VON PAPEN: Absuelto. ERICH RAEDER: Cadena perpetua. JOACHIM VON RIBBENTROP: Muerte en la horca. ALFRED ROSENBERG: Muerte en la horca. FRITZ SAUCKEL: Muerte en la horca. HJALMAR SCHACHT: Absuelto. BALDUR VON SCHIRACH: Veinte años de prisión. ARTHUR SEYSS-INQUART: Muerte en la horca. ALBERT SPEER: Veinte años de prisión. JULIUS STREICHER: Muerte en la horca. [1] El texto íntegro figura en la parte documental. [2] ¡Querido Lord, libérenos de Checoslovaquia! [3] Shawcross habló, sin duda alguna, de buena fe, ya que los planes de invasión francobritánicos no fueron conocidos hasta el año 1952, cuando fueron publicados en un Libro Blanco del Gobierno inglés.

Related Documents


More Documents from ""