La Llamada De La Vida_bio V. Frankl.pdf

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La llamada de la vida Título original: When Life Calls Out to Us Autores: Haddon Klingberg, Jr. Traducción: Ferran Esteve Mapas: T ravis Klingberg Diseño de la cubierta: Compañía de Diseño Compaginación: Pacmer, S.A. ©del texco, 2000, Haddon Klingberg © de la presente edición, 2002, RBA Libros, S.A. Pérez Galdós, 36 ~ 08012 Barcelona www.rbalibros.com

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[email protected] D. R. por la presente edición Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 59, Colonia Chapultepec Polanco Delegación Miguel Hidalgo, C.P. 11560 México D.F. Tel. (55) 5279-9000. Fax: (55) 5279-9006. E-mail: [email protected] Primera edición: septiembre de 2002 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del edicor.

ReL IS-93 ISBN: 970-651-646-8 Dep. iegal: ll. 37.246- 2002 Impreso por Novagr3fik, S. L. (Monteada i Reixac)

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ÍNDICE

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Nota del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PRIMERA PARTE: Viktor Frankl, 1905-1946 l. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Los inicios de un siglo y de un chico, 1905-1915 . . . . . . . . . El instituto y el mundo, 1916-1924 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Medicina, Freud y Adler, 1924-1934 . . . . . . . . . . . . . . . . . . El nacimiento de la logoterapia, 1934-1937 . . . . . . . . . . . . . Todo cambia, 1937-1942. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vida y muerte en Theresienstadt, 1942-1944...... . . . . . . . La encrucijada de Auschwitz y Dachau, 1944-1945. . . . . . . . Algo te espera, 1945-1946..........................

37 57 73 96 113 133 154 173

SEGUNDA PARTE: Elly Schwindt, 1925-1946 9. Una criatura al otro lado del Danubio, 1925-1937 . . . . . . . . 10. Todo cambia, 1937-1946. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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LA LLAMADA DE LA VIDA

~~,. .. TERCERA PARTE: Viktor y Elly juntos, 1946-1997 11. Alguien te espera, 1946-194 7 ....................... 12. Controversia, conflicto y críticas .................... 13. Montañas y horizontes ............................ 14. La vida en el hogar .............................. 15. Pertenecen al mundo ............................. 16. El amor más allá de la oscuridad y la partida ...........

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. . . .

Notas ... ......................................... .

Bibliografía ....................................... . Agradecimientos . ................................... .

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NOTA DEL AUTOR

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Por curioso que parezca, los orígenes de este libro se remontan a un viaje en coche por Chicago y a una conversación que tuvo lugar a la mañana siguiente. El paseo en coche por la ciudad se inició bien entrada una tarde

de sábado, el 22 de mayo de 1993. Viktor y Eleonore Frankl habían viajado desde·su Viena natal hasta Chicago. Él tenía que dar una charla, aunque el motivo principal era acompañar a Elly en la ceremonia en la que sería investida con un doctorado honorífico por parte de la North Park University. Mi esposa Janice y yo actuábamos de anfitriones de los Frankl, que se alojaban en un hotel cercano a nuestra residencia en Evanston.

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Después de la ceremonia del sábado por la mañana, en que se rindió homenaje a Elly, los Frankl regresaron a su habitación para descansar. Viktor tenía ochenta y ocho años y Elly, veinte años menos. Tras la habitual siesta, nos telefoneó para pedirnos que los lleváramos a dar un paseo por Chicago. Era un agradable día primaveral, y apenas había tráfico. El recorrido duró cinco horas, si bien no tuvimos oportunidad de ver mu-

chas cosas, pues tan sólo yo salí del coche, y nada más que para repostar después de que el sol se hubiera puesto. Intercambiamos historias y más historias, y el tiempo voló conforme los Frankl recordaban numerosos detalles de su larga vida, de los años de Hitler y de medio siglo de amor, trabajo y viajes. A pesar de que hubo 9

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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momentos conmovedores, abundaron los chistes y las bromas. Poco an-

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tes de dejar a los Frankl en su hotel, les pregunté: -Imagino que habrá alguien en Viena que haya grabado todas estas

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historias.

NOTA DEL AUTOR

los Frankl en su contexto histórico, busqué en bibliotecas, archivos, muse-

os del Holocausto y memoriales, y en Internet. Visité el lugar en que se habían alzado los cuatro campos de concentración donde habían retenido a Viktor. En Viena, deambulé por los barrios de los Frankl una y otra vez, y empecé a sentir sus recuerdos.

No, no. No tenían tiempo ya que, no bien llegaban a casa, se ponían

Pero lo que hace que este libro sea único es el tiempo que pasé char-

a trabajar en la creación de Viktor: la logoterapia. Es mucho lo que se ha escrito sobre la logoterapia y sobre su piedra angular, la búsqueda de sen-

lando con el matrimonio Frankl, participando de su vida cotidiana. Las conversaciones, diarias o semanales, eran fluidas e intensas, y ni en aque-

tido, pero Jan y yo pensamos que sería una lástima que se perdieran las anécdotas personales de Frankl. Con todo, no dependía de nosotros, así que lo dejamos correr y fuimos a acostarnos. A la mañana siguiente, temprano, conduje a los Frankl al aeropuerto, donde tenían que reunirse con su anfitrión japonés, con quien embarcarían

-Don, esperamos ansiosos tus visitas. Eres la única persona en el mundo con quien somos tan francos. Es tan fácil... Y nos encanta.

en un vuelo para Tokio. De camino, Viktor me pilló desprevenido: -Don [así es como me llama mi familia], Elly y yo estuvimos hablando

Y Viktor asentía: -Pero tú eres el causante. No nos sentimos cohibidos en absoluto

anoche. Queremos decirte que, si estás dispuesto a venir a Viena, encontraremos tiempo para contarte nuestra historia, o tanto como podamos, pues no sabemos cuánto nos queda por vivir. Mientras volvía del aeropuerto O'Hare, caí en la cuenta de que aquél era mi proyecto. Si yo no grababa sus historias, nadie más lo haría, y no nos quedaba, tal vez, mucho tiempo. Así que, con el dinero que me restaba de la venta de mi motocicleta, me planté un mes más tarde en Viena con una grabadora y una cámara. Mi misión: capturar sus historias. Y no

a la hora de contar cualquier cosa. No dudamos. Entiendes nuestra vida y nuestro trabajo como nadie en este mundo.

tenía la menor idea del fregado en que me estaba metiendo. A lo largo de siete años, el proyecto fue creciendo. Las anécdotas grabadas se convirtieron en el relato de la historia de amor de los Frankl y en la recreación del contexto en que se desarrolló. Gracias a becas, préstamos y períodos sabáticos, volví a Viena tantas veces como pude y acumulé más de cien horas de grabaciones en audio, repletas de conversaciones íntimas con los Frankl, con miles de recuerdos, opiniones, impresiones, his-

torias, chistes y anécdotas. Indexé todo ese material en minidisc y en una inmensa base de datos informática. Asimismo, los Frankl me llevaron por Viena y me enseñaron aquellos lugares cargados de significación para ellos, y me sumé a cenas con amigos

y familiares, incluso a los chequeos médicos. Al final, había reunido mil cien páginas sobre los Frankl, sus lugares, su gente y multitud de documentos. Conocí a mucha gente y me entrevisté con más de treinta, tan-

to en Europa como en los Estados Unidos. Para enmarcar la historia de 10

llas sesiones que llegaron a durar seis horas hubo un momento de aburrimiento. Elly decía:

Conforme se acerque el final del libro, daré más datos sobre cómo '"' :¡·.~

llegué a ser

el autor, aunque sigue siendo un misterio para mí el por qué.

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Tal vez, las palabras de Elly después de la muerte de Viktor sean la mejor explicación de la que dispongamos: -Don, Viktor hablaba contigo como no lo había hecho con nadie. Y lo mismo sucedió en mi caso. No había hablado así con nadie. Pero algo

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sucedió entre nosotros, como cuando conoces a la persona con la que vas a casarte. Te encuentras con un amigo de verdad. No tienes elección. O lo

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tomas o lo dejas ... Has conocido a Viktor de un modo poco habitual. Estuve presente en todas las charlas que tuviste con Viktor y nunca dejó de sincerarse, pero no lo hizo con ningún otro. Siempre había visto a la familia como una cuestión privada, como si no tuviera por qué interesarle a nadie más.

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Viktor Frankl nunca tuvo tiempo para los biógrafos profesionales que se pusieron en contacto con él a lo largo de los años. Concedía alguna que otra entrevista, pero era un hombre ocupado y se impacientaba.

En una de estas entrevistas, en 1974, Frankl insistió desde el principio en que se usaran las situaciones específicas de su pasado de modo que «sirvieran de ayuda para la gente, pero sin adoctrinarla.)) Expresó esa misma

insistencia en 1993, cuando empezamos. Por lo visto, la inclusión de Elly como parte integrante de la fase de recogida de datos fue una novedad 11

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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NOTA DEL AUTOR

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Vaciar las entrevistas grabadas con los Frankl fue todo un reto. En primer lugar porque, a pesar de que hablábamos en inglés, obviamente los Frankl pasaban al alemán siempre que buscábamos la palabra adecuada en inglés. Solía plantearles reformulaciones en inglés, que eran inmediatamente confirmadas o enmendadas. En segundo lugar, porque las grabaciones están repletas de bromas amables y de cientos de digresiones; todo eso, así como las innumerables llamadas de teléfono o a la puerta hicieron

" '1<' para ellos, aunque no tardé en descubrir que el material con que trabajaba era el de una historia de amor. Puesto que los Frankl vivieron los años de Hitler, no tuve más elección que recurrir al pesimismo, real y retrospectivo, de la literatura sobre el Holocausto y al imposible debate sobre cómo fue posible tanto horror. Entré en contacto con la cantidad de material que se escribió por aquel entonces y las controversias que había suscitado. Descubrí documentos que contenían el minucioso trabajo de varios académicos quienes, conscientes de su parcialidad, trataban los datos con un respeto genuino. Supe de otros «investigadores)) que eran auténticos cruzados, que deformaban las fuentes sin más propósito que presentar este o aquel caso, y que apenas eran capaces

que fuera todo un desafío, aunque no por ello menos interesante, seguir

el hilo de la historia. En tercer lugar, porque una anécdota en particular podía surgir a lo largo de las conversaciones en dos o más ocasiones con

el paso de los años, añadiendo en algunos momentos detalles que, sin em-

de camuflar sus motivos personales o políticos. El trabajo de los académicos y de los investigadores da fe de dos tendencias ampliamente documentadas en el ser humano: la búsqueda de la confirmación (la búsqueda de

bargo, nunca eran contradictorios, y que se erigían en testimonio de los re-

cuerdos y de la integridad de los Frankl. La cantidad de material grabado hizo imposible su transcripción fidedigna, y su lectura habría sido igualmente tediosa. Así que uní las dis-

información que apoye las creencias de uno, al tiempo que se ignora aquella

que la desmiente), y la perseverancia en las creencias (agarrarse a las creen-

cusiones que versaban sobre un mismo tema, indicando los puntos en que las divergencias eran notables. Pulí, asimi,smo, el inglés, si bien conservé la

cias aun cuando se cuenta con pruebas en sentido contrario, en cuyo caso

uno ni se plantea la posibilidad de confrontar las opiniones). Sabía que cuanta mayor fuera mi relación con el tema (en mi caso, con los Frankl),

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menor sería mi objetividad. Aprendí que la distancia académica del tema per se no es garantía en modo alguno de objetividad o parcialidad. No soy un estudioso del Holocausto, ni un historiador, y este li-

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bro no es una biografía exhaustiva, ni crítica. Se trata, más bien, de un relato

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simpático de su historia, tal y como me la contaron Viktor y Elly. Pero tampoco soy el «negro» de los Frankl. A lo largo de todo el proyecto mantuve un cierto grado de independencia, y entrevisté a quien quise y busqué allá donde me condujo la prudencia. En última instancia, en este libro se combinan una serie de elementos clave:

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• relatar, por vez primera, la historia de amor de Viktor y Elly; • utilizar las reflexiones de los Frankl, ya en su madurez, que surgieron a la luz de nuestras conversaciones;

• exponer los puntos principales de la logoterapia; • incluir en la historia de los Frankl y en el contexto histórico la información que obtuve de otras fuentes y otras entrevistas; y • ofrecer mis propios puntos de vista, como ser humano y psicó·

logo, basados en mi aprendizaje. 12

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oratoria única de los Frankl. Tan sólo en el prólogo me tomé la licencia de reconstruir un paseo por su barrio a partir de varias caminatas y conversaciones. Mi confianza iba en aumento conforme el círculo más íntimo de los

Frankl afirmó que retrataba a Viktor y a Elly tal cual, como sucedió el día que pasé algunas horas, en California, junto a un ya anciano Joseph Fabry, un judío vienés y posterior estudioso de la logoterapia, traductor de Frankl, fundador y director, durante muchos años, del Instituto de Logoterapia de Berkeley y editor de The International Forum for Logotherapy. Era íntimo de VIktor desde 1963. Cuando acababa la jornada quepasamos juntos, Fabry me dijo: -Eres la persona adecuada para narrar esta historia. El libro está pensado para un lector atento. Quienes se acerquen por vez primera a Frankl y a la logoterapia encontrarán de utilidad la información que figura en la introducción. Un lector únicamente interesado por la historia puede pasar por alto este fragmento, así como las notas y ceñirse

al texto, a las fotografías y a los mapas. A partir de ahí, tal vez se intere-

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se por las citas y las fuentes mismas, y acabe intrigado por los libros de

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Frankl. Quienes tengan un especial interés en la logoterapia verán au-

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mentado su conocimiento con la historia personal de los Frankl, una

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LA LLAMADA DE LA VIDA

historia que, posiblemente, despertará en otros la curiosidad por la logoterapia. Una cosa está clara. La historia es nueva, tanto en la manera corno está narrada, como en los detalles. Los familiares más directos aprendieron cosas al leer el manuscrito, e incluso Viktor y Elly descubrieron algo sobre el otro a raíz de las conversaciones. «Elly, nunca me lo habías contado» o «Yiktor, hasta hoy no tenía ni idea». Espero que la lectura no sirva únicamente para aprender cosas sobre los Frankl, sino para descubrir a Viktor y a Elly y para conocerlos; y puede que las situaciones que se describen les empujen a perseguir el sentido de la vida hasta que den con él.

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INTRODUCCIÓN

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Esta es la historia de Viktor y Elly Frankl y de la influencia que tuvieron en el mundo que les vio nacer. Gracias a ellos, muchas son las personas cuyo espíritu se ha elevado. Muchos que no veían más que el vacío en sus vidas, incluso en las circunstancias más envidiables, encontraron el sentido. Otros, inmersos en situaciones terribles y de las que no podían escapar, descubrieron que aún merece la pena seguir viviendo. Es una historia de amor. La historia de un hombre que no se podía creer que el amor de su vida le estaba aguardando aun después de haberlo perdido todo. La historia de una mujer sorprendida, asimismo, por hallar en este insóHto hombre al amor de su vida. Pero es más que todo esto, pues el afecto que creció entre ambos no se centraba únicamente en la pareja. Su amor apuntaba al mundo y a una causa exterior, trascendiendo sus propios límites. Una historia dirigida al nuevo siglo repleta de la experiencia del viejo. Vivimos y amamos, esperamos y tememos, trabajamos y reímos, celebramos y lamentamos, hacemos la guerra y la paz, conocemos a gente y nos marchamos, sufrimos y morimos. Pasamos por todas estas emociones en busca de la felicidad, y confiamos desesperadamente en que aquellos a quieO.es amamos serán capaces también de encontrarla. Mucha gente, hoy en día, ve la felicidad como el mayor de todos los tesoros y objetivos. Por ello intentamos alcanzar la felicidad a través del descubrimiento de uno mismo, de la mejora, de la satisfacción, de la indulgencia ... 15

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-~ LA LLAMADA DE LA VIDA

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INrRODUCCIÚN

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Hemos tratado de mejorar nuestra propia conciencia y la comprensión de uno mismo para ser más asertivos. Por medio de la autoayuda, hemos potenciado la aceptación propia y nuestra autoestima, y la imagen que tenemos de nosotros mismos. Aprendimos a creer que estábamos bien de la manera como éramos. Nos tranquilizábamos al afirmar que la búsqueda del número uno es lo que todos debemos hacer. Y conforme adquiríamos el amor propio que nos había faltado, algunos volvíamos a decepcionarnos cuando las personas amadas, a su vez, no nos amaban, tal y como pensábamos que merecíamos. A algunos nos desilusionaba ver que nuestro círculo más íntimo salía adelante cuando nosotros aún seguíamos en busca de la felicidod. A partir de los años veinte, la antigua búsqueda de la felicidad se tornó, en los países ricos, en el reto de los individuos, al tiempo que se dirigía hacia el interior de uno mismo. Las escuelas, los hogares e incluso las iglesias alentaban esta nueva búsqueda. Pero a mediados de siglo un austríaco nos emplazó a un nuevo hito. Su llamada era la primera que se oía en el planeta después de que el fascismo y el nacionalismo nos arrastraran a una segunda y terrible guerra. Antes de que las SS nazis lo deportaran de Viena, al primero de los campos de concentración, Frankl había escrito buena parte de su primer libro, The Doctor and the Soul (El doctor y el alma). 1 A lo largo de los dos años que pasó en aquel campo, Frankl continuó trabajando en secreto en el manuscrito. Cuando estaba a punto de ser transferido a Auschwitz, se cosió el manuscrito en el forro del abrigo. Pero le confiscaron el abrigo para entregarle uno aún más astroso, y las páginas se perdieron. Cuando Frankl regresó a Viena después de la guerra, reconstruyó de inmediato el manuscrito perdido y añadió un breve capítulo a propósito de los campos de concentración. Sus a~igos lo leyeron y le convencieron para que siguiera escribiendo sobre sus experiencias. Así, a principios de 1946, poco antes de conocer al amor de su vida, Frankl escribió su segundo libro, El hombre en busca de sentido.' Para dar con él, debemos trasladarnos a Viena a mediados de siglo, a su propia casa. Tiene cuarenta años y trabaja a un ritmo frenético en el dictado de su segundo libro. La habitación, que se encuentra en la tercera planta, no está amueblada y es lóbrega, y las ventanas, sin cristales a causa de los bombardeos, están cerradas con tablones. A duras penas consiguió sobrevivir durante dos años y medio a cuatro campos de concentración nazis 16

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y, si bien había sido un hombre vigoroso, las terribles circunstancias de aquellos años acabaron haciendo mella en él. Pero le abrieron las puertas y recorre la habitación, formulando y reformulando las frases, devanándose los sesos por dar con la palabra adecuada. Por turnos, tres mujeres transcriben taquigráficamente todo aquel torrente de pensamientos. Tan sólo paran cuando él cae rendido en una silla, sollozando. Nueve días más tarde, el librito está acabado. Nadie imaginaba por aquel entonces qué influencia tendría sobre los anhelos espirituales de las gentes de todo el mundo. A pesar de todo, cincuenta años después, El hombre en busca de sentido sigue siendo un bestseller mundial. El filósofo Karl Jaspers se refirió a él como «uno de los grandes libros de la humanidad». En 1991, una encuesta de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y el Club del Libro realizada a gente que hubiera dedicado su vida a la lectura lo designó como uno de los diez libros más influyentes en los Estados Unidos. Lo que Frankl escribió en sus primeros dos libros ha recibido el nombre de «logoterapia)), Acuñó la palabra a partir de dos palabras griegas: therapeuo (curar o completar) y lagos. Los significados de lagos en griego son múltiples, y entre ellos se incluye «palabra>) o «declaración>>, aunque Franklla escogió porque también significa «razón», «sentido». Así, la logoterapia es
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Antes de que los nazis deportaran a la familia Frankl de Viena a los campos en 1942, el joven psiquiatra Frankl ya había reunido los elementos de lo que se daría en llamar la «tercera escuela de Viena de psicoterapia».3 La primera estaba constituida por el psicoanálisis de Sigmund Freud, marcada por la «voluntad de placer» y por el ingenioso viaje de Freud hacia el subconsciente y sus fuerzas sexuales y agresivas, la «psicología profunda>>. La segunda escuela era la psicología del individuo de Alfred 17

LA LLAMADA DE LA VIDA

Adler, que se distinguía por la «voluntad de poder))' y luchaba por superar los sentimientos de inferioridad en nuestras relaciones con otras personas. A lo largo de su vida, Frankl jamás le perdió el respeto a Freud ni a Adlei-, y reconoció que la obra de ambos constituía los cimientos de la suya propia.' Asimismo, afirmaba que podía ver más allá que ellos. Después de todo, bromeaba Frankl, un enano subido a hombros de un gigante puede ver

más lejos. Frankl gestó el tercer enfoque y lo llamó, originariamente, «logotf:rapia y análisis existencial)). 5 Y puesto que, de acuerdo con sus opiniones, el sentido no se encuentra en el interior de uno sino fuera de él, anunció lo que seda una <>, y a la vacuidad que sentían como el «vacío existencial». Con la ayuda de la logoterapia, Frankl puso en entredicho creencias populares así como sus conceptos predilectos de psiquiatría, psicología y religión. Nos alejó de los lúgubres viajes interiores del psicoanálisis, que desenmascaraban nuestros anhelos más ardientes, y de la senda que conduce a una autoestima artificialmente alimentada y a la promesa fútil de un crecimiento personal y una felicidad sin límites.

El hombre en busca de sentido apareció en inglés en 1959 gracias a los esfuerzos de Gordon Allport, de Harvard, encargado del prefacio. A primera vista, el libro puede parecer el abuelo de todos los títulos sobre mejora personal y felicidad que han despertado el voraz apetito de los lectores estadounidenses. No obstante, si estudiamos con más atención los escritos de Frankl, parecen estrafalarios en comparación con los contenidos de los libros actuales sobre la realización de uno mismo. Frankl fue una de las voces más destacadas en la psicología humanística, un cúmulo de intervenciones, más o menos relacionadas entre sí, que surgió en los Estados Unidos a mediados del siglo XX. Se oponía a [,.s tendencias deshumanizadoras del psicoanálisis y del conductismo, precio18

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INTRODUCCIÓN

minantes por aquel entonces, y brindaba una visión más optimista y menos determinista de la naturaleza humana. Frankl anunció la distorsión de la psicología humanista en el «movimiento del potencial humano)) norteamericano, que afirmaba que todos tenemos el derecho a la felicidad personal y un potencial prácticamente ilimitado para conseguirla. La adquisición de" fortuna económica se erigió en uno de los rasgos fundamentales del movimiento, a raíz de la percepción de que ésta es, también, necesaria para llevar una vida sin esperas. Una de las formas de la voluntad de poder es lo que Frankl bautizó como «la voluntad de riqueza)). 6•7 Podemos situar los inicios del movimiento del potencial humano, claramente influido igualmente por Adler, en los escritos de Carl Rogers (1902-1987) y Abraham Maslow (1908-1970), psicólogos norteamericanos que ensalzaron el crecimiento personal y la actualización de la persona. En un terreno más popular, dos prelados, Harry Emerson fosdick (1878-1969) y Norman Vincent Peale (1898-1993), predicaron y proclamaron una religión basada en el pensamiento positivo y en las posibilidades del ser humano. Simultáneamente, otros miembros de los círculos religiosos empezaron a anunciar que Dios está del lado de quienes, por encima de todo, buscan realizarse como personas: «Haz de ti aquello que Dios espera de ti y lograrás todo cuanto Dios te depara)). Incluso desde la tumba, Fosdick y Peale deben de estar indignados por el alcance que han tomado estas opiniones en boca de los predicadores. 8 ¿Acaso pueden descansar en paz Rogers y Maslow tras asistir al declive de un movimiento social en que más y más gente se obsesiona con su persona y con sus derechos? En última instancia, el movimiento del potencial humano provocó que no pocos cayeran en las garras de un individualismo que ha tenido un papel fundamental eri la pérdida de la mención de comunidad, en la crisis de muchos matrimonios, en el aburrimiento, la promiscuidad, la soledad, la avaricia, las adicciones, los malos tratos y otras formas de violencia. Por supuesto, el movimiento es demasiado trascendental y socialmente complejo para culpar o responsabilizar a Adler y a estos cuatro honorables individuos de sus consecuencias. Ni que decir tiene que jamás pensaron en alentar el desprecio por los vecinos, la traición a los cónyuges y el derecho a la felicidad sin importarles a quién se llevaban por delante. Sin embargo, cuando menos con el tiempo, es posible advertir que esa búsqueda ha dejado de lado el mundo, el país, la comunidad, el vecindario e incluso la familia. 19

LA LLAMADA DE LA VIDA

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La experiencia de Viktor Frankl lo condujo por un sendero diferente. En los años en que escribía sus primeros dos libros, no formaba parte de los afortunados optimistas que residían en los Estados Unidos de la posguerra, donde todo el que allí llegaba podía gozar de la oportunidad de participar del <<sueño americano''· Era, más bien, un judío austríaco, pobre y solitario, que escribía en las ruinas de una ciudad europea asolada. El hijo que su mujer esperaba había perecido a causa de un aborto forzado por Hitler; su padre y su madre, su hermano y su cuñada, su suegra y su esposa, con quien solamente llevaba casado un año, habían caído, como estuvo a punto de sucederle a él, en los campos de exterminio al igual que otros seis millones de judíos y quince millones de personas más consideradas peligrosas o indeseables por Hitler y sus nacionalsocialistas. Desde el primer momento, Frankl consideró el movimiento del potencial humano y su promesa de felicidad y crecimiento personal ilimitado como una quimera. Lo veía como una manera de pasar por alto los sentimientos de culpa y de dolor, indisociables en el ser humano, y l~ idea de la muerte, de delegar la responsabilidad personal en otros y en el mundo, de desentenderse de la capacidad de la gente para sufrir valientemente, de aprender incluso de las adversidades inevitables, y de ignorar el hecho de que los seres humanos son capaces de actuar con una maldad y una bondad extraordinarias. Una de las áreas que más chocaba con las opiniones de Frankl era la noción de la «culpa colectiva''. No bien fue liberado de los campos de concentración, antes de que se extendiera el movimiento del potencial humano y decenios antes de la popularización y la comercialización de la literatura sobre el Holocausto, Frankl se alzó en contra de la culpa colectiva, que acusa a todo el pueblo alemán del terror del nazismo. A pesar de algunas críticas imparciales y de ataques envenenados por el paso de los años, Frankl jamás dejó de proclamar que todos los pueblos, independientemente de la raza a la que pertenezcan, todos los credos y todas las sociedades disponen del mismo potencial para hacer el bien y el mal. Cada grupo está orgulloso de sus buenos ciudadanos, y se avergüenza de aquellos brutos o malvados. En el interior de cada uno cohabitan un santo y un demonio a la espera del momento en que han de manifestarse, atendiendo a una compleja interacción de influencias, decisiones y gracias. Si bien una conjunción, mortal y desconcertante, de factores desembocó en el Holocausto, Frankl sostenía que el prob!ema básico 20

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INTRODUCCIÓN

no yacía únicamente en el carácter del pueblo alemán, sino en el carácter del ser humano, en la facilidad para ser influido por las situaciones y en hasta dónde estamos dispuestos a llegar para satisfacer a un tirano que nos promete privilegios, protección, prosperidad y orgullo para nosotros y para nuestros semejantes. Cuando se trata de sufrir, las enseñanzas que nacen de la autosatisfacción tienden a la evasión, a la negación o a la trivialización, como si fuera algo anormal y fugaz. Frankl no sólo puso de relieve que el sufrimiento es una parte normal de la experiencia humana, sino que afirmó la posibilidad real de verle un sentido aun cuando fuera inevitable. En el Ho· locausto, él mismo tuvo que enfrentarse a una maldad y a un sentimiento de pérdida incomprensibles, y después de aquellas experiencias ya_ nunca más fue capaz de formular una solución fácil, ni de enumerar los siete pasos que conducen a la felicidad eterna, ni de enunciar qué debemos hacer para tener salud, dinero y amor. Emplazó a la mente humana a triunfar en el amor, en el servicio e incluso en el sufrimiento. Todo esto sirve para explicar por qué El hombre en busca de sentido, a diferencia de muchos libros de autoayuda, envejece bien y desafía todo tipo de barreras raciales, religiosas, culturales y políticas. A pesar de que entronca con la gran tradición intelectual europea, se ha traducido a más de treinta idiomas, como el castellano, el francés o el afrikáans, el japonés, el chino, el ruso, el coreano, el hebreo o el persa. Aunque vivimos tiempos de sufrimiento, en los que la gente ha ido abandonando el hábito de la lectura, el libro sigue gozando de una buena acogida en sociedades en que la gente sufre aún más. Es una fuente de inspiración para lectores que viven en universos culturales y bajo circunstancias que llevarían a considerar buena parte de la literatura contemporánea de autoayuda, si es que es posible abrazarla en su totalidad, como algo superficial, triste y especialmente norteamericano.9 En algunos países ricos, El hombre en busca de sentido se ha reeditado en numerosas ocasiones, a pesar de ser cierto que nadie, con el paso de los años, logrará escapar de la funesta tríada de la experiencia humana: culpa, dolor y muerte. Es cierto que mucha gente, cuando menos en ocasiones, cree que la vida es poco más que sufrimiento y muerte. El libro es un bien preciado para personas enfermas, cercanas incluso a la muerte, y circula entre la gente que, en los asilos, asiste a estos seres; los reclusos sentenciados a la pena de muerte se lo pasan entre sí; la gente que vive 21

LA LLAMADA DE LA VIDA

amenazada lo lee y lo relee, y aquellos que, en tiempos, se sintieron desconsolados, lo compran a docenas para regalarlo. Y el libro no es sólo un consuelo para los afligidos; supone una afrenta para el bienestar." Su mensaje ha llegado al alma de grupos de estudiantes más que privilegiados y de hombres y mujeres que no pasan por todos estos calvarios. Afirman que se quedan con una sensación de amar mejor, pues se dan cuenta de que acumular bienes materiales, sin más, para darse uno la gran vida no es tan bueno como se dice. Incluso aquellos que parecen ser de lo más afortunados cuentan tal vez con los medios, pero carecen del sentido. Ansiamos y adquirimos cosas para vivir y carecemos de un por qué. Y, cuando se pone el sol, ¿vale la pena vivir si no hay algo, una causa, un amor, una persona, que dé valor a la muerte?

Uno de los símbolos de esperanza que se divisan entre el egoísmo de nuestros tiempos es el anhelo espiritual generalizado. 11 Sólo se es plenamente humano si se es espiritual, dijo Frankl, y sus palabras sobre este anhelo fueron proféticas. Antes y después del Holocausto, definió la esencia de una persona a partir del espíritu, la libertad y la responsabilidad." No obstante, el uso de algunas palabras hizo que a Franklle resultara difícil explicar en otras lenguas a qué se refería cuando hablaba del espíritu humano. Muchas son las lenguas en las que las palabras espíritu, alma, espiritual o espiritualidad tienen connotaciones religiosas. Sin embargo, es preciso que sepamos que, en alemán, las palabras Geist (mente, espíritu), Seele (alma) y geistig (intelectual, espiritual) carecen de significado religioso. Si Frankl hubiera escrito sobre cosas específicamente religiosas, habría usado la palabra geist/ich, que significa «sagrado)), tanto religiosa como espiritualmente. 13 Esto hacía posible que ni los creyentes, ni los agnósticos, malinterpretaran sus palabras cuando se refería a la dimensión mental y espiritual única de los seres humanos. Frankl no se habría opuesto a la idea de la posibilidad de perseguir la espiritualidad fuera del contexto de la religión, una idea característica de algunos constructores contemporáneos de la espiritualidad. Laicos y religiosos, todos aspiran abiertamente a la espiritualidad, cualesquiera que sean sus formas. Las facultades de medicina más reputadas publican más literatura y organizan más talleres sobre «espiritualidad y curación)) que nunca. Los psiquiatras y los psicólogos se suben al tren de la espiritualidad, la curación y la 22

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INTRODUCCIÓN

sensación de plenitud. Algunas de las últimas publicaciones de la Asociación Psicológica Americana demuestran la seriedad con la que se abordan 14 diversas cuestiones religiosas y varios aspectos de la psicoterapia. Cuando Frankl empezó a escribir sobre el espíritu humano, a finales de los años veinte, la situación era diferente. Viena aún vivía bajo la sombra de Freud, y éste atacaba a la religión. Con el paso del tiempo, las afirmaciones proféticas de Frankl han demostrado una mayor agudez. Con su desafío de cualquier concepto de «espiritualidad)) forjado alrededor del yo, iba un paso por delante de las corrientes contemporáneas. Frankl prefería centrarse en la manifestación suprema del espíritu humano: la autotrascendencia, por la que las personas no sólo se trascienden a sí mismas, sino también sus limitaciones y sus circunstancias. No hay otro camino para ser plenamente humano y genuinamente espiritual que trascender el propio yo y proyectarse al mundo, a los otros, o a Dios si esa es la elección. Para Frankl, puesto que la espiritualidad se trasciende a sí misma en su esencia, su consecuencia es la libertad humana. Pero no se trata de una libertad que emane de un acto sino de una libertad para actuar de un modo concreto. No podemos liberarnos de nuestra naturaleza biológica, ya nos refiramos a los impulsos instintivos, allegado genético o a las funciones y disfunciones de la mente y del cuerpo. Y tampoco podemos separarnos de las influencias de nuestro entorno, de nuestro círculo social o de nuestra carrera. Pero somos libres para enfrentarnos a estos factores, e incluso para luchar contra ellos. Somos libres para hacer lo que nos venga en gana con las cartas que nos han repartido, para elegir qué respuesta damos a los acontecimientos fatídicos, para decidir en qué cosas o en qué personas ponemos nuestra devoción. Y esta libertad implica obligaciones. Frankl describió la logoterapia como «una educación hacia la responsabilidad)), siendo cada uno de nosotros responsables de algo o de alguien. Y sólo si usamos esta libertad para actuar de manera responsable en el planeta, descubriremos el sentido de la vida. Únicamente cuando esta voluntad de entendernos se ve frustrada, nos lanzamos a la búsqueda del placer personal (Freud) o del éxito social y eco-

nómico (Adler). Cuando una persona actúa con responsabilidad y libertad espiritual, su comportamiento provoca una reacción en cadena: paz de espíritu, buena conciencia y satisfacción. Pero todo esto llega naturalmente, como meras consecuencias, por decirlo así. Ir er.. pos de tales sensaciones hace que 23

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LA LLAMADA DE LA VIDA

su consecución sea improbable o imposible, afirmó Frankl. No hay nada peor para la paz del espíritu que la tensión. Centrar todos nuestros esfuerzos en alcanzar la buena conciencia puede llevarnos a la hipocresía o al sentimiento de culpa, o incluso a ambos. Vivir exclusivamente para tener buena salud puede desembocar en algo rayano en la hipocondría. Frankl no los consideraba en tanto que fines que debemos perseguir por sí mismos o por el bien de cada uno de nosotros, sino que consideraba que nacían naturalmente en la persona que tenía algo por lo que vivir, algo superior. Dado que, por naturaleza, somos seres espirituales, y por lo tanto libres y responsables, no debe sorprendernos que necesitemos algún objetivo vital. Aquel sufrimiento cuyo sentido no logramos descifrar se nos hace insoportable, y nos parece odioso seguir adelante cuando no vemos el porqué. Frankl afirmó, asimismo, que el sufrimiento sin sentido, el vacío existencial, es una característica de la humanidad. A una persona que sufriera una crisis semejante le diría que esa crisis no significa que padezca una enfermedad mental, sino que es un logro humano. 15 Anhelar que nuestra vida tenga sentido, buscar un motivo que haga que merezca la pena vivir no revela ningún desorden psicológico. Más bien da muestras de la honestidad y de la autenticidad del espíritu humano, pues cuando tenemos una razón para sentirnos en paz o con la conciencia tranquila, dejamos de preocuparnos por todo ello. Y no buscamos la felicidad, sino algo por lo que sentirnos felices. 16

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PRÓLOGO

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Estamos en julio de 1996 y he regresado a Viena para recabar más datos de la historia de Viktor y Eleonore Frankl. Aprovecho las vacaciones de verano de la universidad para reunirme con ellos cada día. En ocasiones, vamos incluso de visita a sitios que tienen un significado especial para ellos. Aunque Viktor tiene noventa y un años y ella, setenta, ambos conservan la lucidez mental y el vigor, y salen a pasear cada tarde para respirar un poco de aire y hacer algo de ejercicio. Hoy mismo, de buena mañana, me invitaron a pasear con ellos, pero les recordé que me era imposible porque llegaba a Viena uno de mis estudiantes de Chicago, para ver la ciudad y visitarme. -¡Que venga! -exclamaron. Cuando fui a buscar a Ryan al tren que llegaba a la estación del oeste, me confesó que había estado releyendo uno de los libros del profesor Frankl y que esperaba tener la ocasión de encontrarse con él. Ryan tiene veintiún años, estudia Historia y está de viaje por Europa con algunos compañeros, a los que ha dejado en Budapest. Cuando le mencioné la opción de salir de paseo por la tarde, respondió: -¡Excelente! Después de que Ryan se instalara, fuimos a casa de los Frankl. De camino, me preguntó sobre la vida del matrimonio en su ciudad. Le dije que la venerable Viena es la única ciudad a la que se han referido como a su hogar. Después de los años de Hitler y de los campos de concentración, 25

LA LLAMADA DE LA VIDA

Frankl fue uno de los pocos judíos supervivientes que regresó. Durante todos estos decenios, desde el final de la guerra, se le ha ido rindiendo en esta ciudad homenaje, a pesar de que ha sido ignorado y envidiado en otros sentidos. Es por ello por lo que los Frankl tienen sentimientos encontrados a propósito de Viena, y no pocas han sido las veces que Viktor ha tenido que responder a la pregunta de por qué volvió. Ryan recordó que Sigmund Freud vivió cerca de la casa de la familia Frankl durante casi cincuenta años y que solía quejarse de la ciudad. Pero no la abandonó hasta el ascenso de Hitler al poder, y huyó a Londres para gozar, en libertad, de su último año de vida. Ryan y yo tomamos Mariannengasse y nos detuvimos ante la primera puerta. Es la entrada de un viejo edificio residencial de seis plantas, que conserva su belleza a pesar de que no ha resistido muy bien el paso de los años. Entramos, subimos tres tramos de escaleras y llamamos al timbre del apartamento 14. La doctora Elly Frankl nos abre la puerta, nos da la bienvenida, pide disculpas porque aún no están listos y nos ruega que esperemos un momento. Yo insisto en permanecer en el vestíbulo con Ryan, pues nuestros zapatos se han llenado de polvo. -De acuerdo -dice antes de desaparecer. El recibidor es espacioso, de techo elevado, y el suelo de parquet, de diseño antiguo, cruje bajo nuestros pies. A través de la puerta abierta que lleva al pasillo, le muestro a Ryan un ascensor construido para dos. Tiene un eje de metal y vidrio, un insulto moderno a la graciosa escalera que lo rodea. Los escalones, de un material parecido al mármol, tienen alguna que otra desportilladura, y el tránsito de todo un siglo ha hecho que la parte anterior y la central estén gastados. Un millón de manos han ido alisando más y más el pasamanos. Las ventanas de la escalera, originalmente de cristales de colores, siguen recibiendo la luz del sol, pero las escenas pastoriles de cisnes nadando y orquídeas floreciendo contrastan con el entorno urbano. Los Frankl aparecen en el recibidor, listos para partir. Sin apenas decir nada, saludan a Ryan cordialmente y nos muestran el camino del pasillo. Frau Frankl cierra la puerta a nuestro paso y pasa la llave. Las puertas dobles son blancas, y tan sólo el vidrio y el metal han quedado a salvo del esmalte. Cierra otra puerta más, exterior ésta y protegida por unas barras de art nouveau, con varias cerraduras ... Actúan así desde que les entraron a robar, afirma. 26

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PRÓLOGO

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Los Frankl cogen el ascensor. Ryan y yo, las escaleras. El ascensor les deja a seis escalones del nivel del suelo, donde nos volvemos a reunir con ellos, y caminamos por el suelo original de baldosas doradas y verde-azuladas. Antes de llegar a la puerta de la calle, cruzamos un arco blanco, macizo y reforzado contra las inclemencias del tiempo y la guerra. Según reza una inscripción, el edificio data de 1903. Salimos los cuatro al sol de Mariannengasse, una callejuela del distrito noveno de Viena. Es un caluroso día de julio, y la polvareda inunda la calle, en obras. Las cuadrillas de obreros llegan a las nueve, se entretienen a la hora del almuerzo y concluyen la jornada a las dos. Mientras reconectan las tuberías del gas, los Frankl y el resto de vecinos se han visto obligados a tener que renunciar a cocinar y a los baños calientes. Los ecos de los valses aún resuenan en las noches de Viena, un sonido que, de día, es sustituido por el de los martillos hidráulicos. Es una ciudad católica romana, tan repleta de altares y estatuas que resulta sorprendente ver que nadie ha levantado un santuario para el Santo de la Demolición Perpetua. Y a uno le asalta la duda de cuántas generaciones de ciudadanos llevan mirando a las mismas zanjas. Paseamos por una zona en la que se encuentran las clínicas adscritas a la Universidad de Viena. Alardean de siglos de avances médicos y de notables doctores, siendo Freud el más famoso y controvertido. Pero esta tarde, la zona parece hacer caso omiso de su historia. Los coches y los camiones esquivan a los tranvías, y los ciclomotores adelantan a toda velocidad a los autobuses turísticos. En las aceras y en los establecimientos, los tenderos y los clientes hablan toda suerte de lenguas desde que los refugiados llegados de los antiguos países comunistas del este desembarcaran en la ciudad. Los Frankl pasean cogidos de la mano. Cuando pasamos junto a uno de los edificios, el profesor Frankl señala un patio que no ha cambiado desde tiempos inmemoriales. Posteriormente, nos hacemos a un lado de la acera para no chocar con las mesas que ha instalado una pizzería. En esa calle se alza la impresionante Allgemeine Poliklinik, un hospital municipal relativamente pequeño desde cuya fachada nos miran las efigies de algunos de los doctores más importantes. Frankl le explica a Ryan que él fue jefe de neurología en ese hospital durante veinticinco años, después del Holocausto. En la esquina de Mariannengasse con Pelikangasse, el profesor Frankl coge a Ryan del brazo y le señala un punto situado por encima de nosotros 27

LA LLAMADA DE LA VIDA

y a la derecha, en la colina en la que está el nuevo hospital general. Nos volvemos y giramos a la izquierda, y pasamos por debajo de un andamio para evitar un<1 antigua mezcladora de cemento de dos ruedas. En cada escaparate, los vendedores de material quirúrgico mueStran aquello que sólo un cirujano puede adorar: escalpelos y demás parafernalia. Volvemos a girar a la izquierda para tomar, esta vez, Alser Strasse. Se trata de una calle ancha y animada donde se puede cambiar la moneda extranjera por chelines austríacos y comprar, con esos chelines, zapatos, cigarrillos, boleros de lotería, guitarras, discos, relojes, carteles, ordenadores, helados italianos, mezcladoras de sonido, Biblias, revistas eróticas, chocolatinas con la cara de Mozarr, pastel de manzana y cerveza Stiegl. En los escaparates, se leen chistes sobre qué partes del cuerpo se pueden sustituir con las prótesis que exponen, o sobre qué fragmentos del cuerpo se pueden agarrar con las correas que venden. Para quienes sufren de desánimo espiritual, la siguiente tienda ofrece un icono religioso. Los Frankl señalan un lugar situado más adelante en esa misma calle, donde hay un McDonald's, y nos confiesan lo mucho que les gustan las hamburguesas con queso, pero no el pan con sésamo. Y algo más allá, en Alser Strasse, se encuentra la iglesia donde, en 1827, Franz Schubert lloró ante el féretro de Ludwig van Beethoven, su ídolo. Un año más tarde, la tumba de Schubert quedaría instalada cerca de la de Beethoven, como si fuera a reposar rindiéndole un respeto eterno. Ryan, aficionado a este tipo de historias, está encantado. Al otro lado de la calle, desde la iglesia, se encuentra el complejo inicial que albergaba el hospital general, que data de 1693. Sigmund Freud, Alfred Adler, Gabriel Frankl y su hijo Viktor, todos estudiaron medicina ahí. Los enormes patios siguen interrumpidos por paseos. En los años 80, los pacientes todavía seguían desplazándose en gurneys entre un edificio y otro, al aire libre. Pero hoy día, esas estructuras han quedado abandonadas y aguardan su destino, que probablemente las transformará en despachos de la Universidad y en un centro comercial para la gente con posibles. Los Frankl, como hacen los viejos amantes, comparan el paseo de hoy con los que realizaron en el pasado. Después de conocerse, recorrieron aquellos lugares como supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, que se había llevado a sus familias, que les había despojado de sus medios y que había devastado su ciudad. Recorrían Alser Strasse en las 28

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PRÓLOGO

noches cálidas de 1946, él luciendo unos calcetines blancos de chica, zurcidos y su único par de pantalones cortos. Con todo, se veía como un ser suficientemente moderno y afortunado para mostrarlos como si fuera su atuendo, cuya cremallera habían cosido las manos de Elly. Eran muy pobres, pero estaban contentos por seguir con vida. A lo largo de los decenios siguientes, tan pocas veces se les vio separados que le gente acabó llamándolos (dos gemelos siameses del distrito noveno~~, a pesar de que hoy en día ya nadie repara en ellos. Aunque Vikror y Elly han paseado por esa zona y llevan casi cincuenta años en el mismo apartamento, nadie les saluda hoy. Algunos jóvenes, posiblemente hastiados, se burlan de ellos simplemente porque son mayores. Son un par de personas auténticas, originales, que no quieren sino hacer las cosas a su manera, y convertir la vida de quienes los conocernos en una experiencia frustrante e interesante. Viktor reflexiona: -Hoy, la gente que nos ve en Alser Strasse piensa que sólo somos una pareja de viejos. He sido profesor, o algo por el estilo, pero la gente no lo sabe. Elly coincide: -Creo que incluso parecemos algo majaretas. Siempre paseamos por aquí, pero nadie sabe nada de nosotros. Tal vez a nadie le importe. Y entonces, simultáneamente, recuerdan a una mujer que se paró para saludarlos. Estaba muy preocupada por el reciente infarto que había sufrido su marido. Y cada vez que se han encontrado, la mujer huye de sus problemas y habla con los Frankl con cordialidad y respeto, como si surgiera de un pasado más amable o, posiblemente, se lo ordenara su obediencia a algún libro sagrado. Los compradores de Alser Strasse, paquetes en mano, y quienes se dírigen a toda prisa, y sin prestar atención a nada de lo que les rodea, hacia su destino, jamás podrán imaginar quiénes son estos viejos amantes, o qué vieron en su tiempo. ¿Quién podría suponer dónde estuvieron, qué hicieron o cuántas cartas les llegan y responden cada día? Incluso si un amable extraño se parara a escucharlos, jamás creería que las extraordinarias historias que ambos cuentan son reales. ¿Quién podría adivinar que este hombre, que no impone físicamente y que hace gala de su indiferencia hacia la propiedad privada, tiene a la alta sociedad a su espalda, que lo venera la gente humilde de todo el mundo y que lo odian todo tipo de excéntricos que llaman para amenazarlo, a pesar incluso de su avanzada edad? 29

LA LLAMADA DE LA VIDA

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PROLOGO

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¿Quién creería que el rosario que lleva la mujer en su bolso marrón se lo entregó el papa Pablo VI en una audiencia privada a ella y a su marido judío? Y más exagerado puede parecer aún el que esta mujer, en absoluto famosa, fuera asediada por una multitud enfervorecida nada menos que en Brasil. La muchedumbre, literalmente, le arrancó el vestido, como si creyeran que los jirones de tela que robaban eran retazos sagrados de las vestiduras de un santo o de un mártir. Viktor Frankl, un caballero vienés de toda la vida, está acostumbrado al caos de la ciudad. Habla con claridad y firmeza aunque camina con cautela, pues está prácticamente ciego. Su complexión rubicunda y juvenil sirve para disimular su edad. La frente abombada cede su lugar a una larga cabellera canosa peinada con la raya en medio y hacia atrás, aunque se le alborotan algunos mechones en las sienes a causa del movimiento repetido de ponerse y quitarse las gafas. Y no es muy alto, como corresponde a su generación. Buena parte de su vestuario es ·tradicional. La chaqueta de un traje azul-grisáceo, con un cinturón decorativo de tela en la espalda, no tiene cuello, siguiendo una vieja tradición austríaca. Unos tirantes, ocultos por la chaqueta, evitan que se le caigan esos holgados pantalones. Los zapatos, de suelas remendadas, están algo gastados. Lleva el cuello de la camisa abierto desde que se despojara de la pajarita para hacer la siesta de la tarde. Del bolsillo del abrigo, junto al hombro izquierdo sobresale otro par de gafas gruesas, de cristales ahumados. Y aunque hace un sol deslumbrante, no ha pensado en cambiárselas. Al observarlo en conjunto, se nota que el calor del día ha afectado algo al profesor Frankl. De un urbanita de toda la vida como Frankl se espera un poderoso acento vienés, Wienerisch. Pero sólo le quedan algunos restos, aunque puede usarlos para exagerarlo cómicamente. Su alemán es moderno, pero no por ello deja de expresarse con precisión y sin aspavientos. No usa palabras inútiles. No habla de tonterías. No se queja. Ni siquiera una sola vez. Sin problemas, puede pasar a expresarse en un inglés casi literario; ni siquiera los jóvenes austríacos con ambiciones mundanas hablan así. En lugar de la habitual y exagerada educación vienesa, este hombre hace gala de una sorprendente mezcla de franqueza y humor. En plena calle, incluso ante una audiencia de tres personas, es encantador y gracioso; y su conversación es ingeniosa e inteligente. Hace el payaso, imitando a un egregio profesor de voz chillona. Está a punto de chocar con una mujer que 30

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se ha apartado de su camino para evitar aquel espectáculo. Pasado el peligro, el profesor Frankl coge del brazo a Ryan una vez más y nos hace una señal para que nos detengamos y escuchemos. -Esperad un minuto, esperad un minuto -insiste. Los ojos del anciano muestran un atisbo de malicia cuando se dispone a iniciar un chisre-. Dos israelíes van a Tel Aviv en un avión militar. En pleno vuelo, el piloto anuncia que, finalmente, el avión no se detendrá en Tel Aviv sino que continuará hasta Jerusalén. Pero ha avisado por radio y ordena a ambos que se lancen en paracaídas al sobrevolar el aeropuerto de Tel Aviv. El piloto, incluso, se ha ocupado de que haya un jéep esperándolos para cuando lleguen a tierra. -Frau Frankl está detrás de su marido, riendo por lo bajo pícaramente mientras espera el final. Él continúa-: Así que los dos tipos se ponen el paracaídas y cuando el piloto les da la orden, saltan del aeroplano. Pero ninguno logra que se abra el paracaídas. Bajan cada vez más rápido y uno le dice al otro: «Mira. ¡No hay ningún jeep esperándonos!>>. Frankl, que había alzado la voz mientras pronunciaba la última línea, sonríe mientras se vuelve, una vez acabado el chiste. Pero Frau Frankl lanza en broma una queja: -A veces pienso que, si vuelvo a oír ese chiste una vez más, me pondré a llorar. -¡Perfecto! -exclama Frankl-. Me gusta besar sus lágrimas. Así que no me queda más que volver a explicar el chiste. Entonces llorará y tendré la ocasión de volverla a besar. Frau Frankllo aleja esbozando una sonrisa: -No importa. Al tiempo que se desvanece el efecto de la conversación, surgen los nombres de varios amigos de Frankl. Ryan se queda de piedra cuando descubre que Frankl y el existencialista alemán Martin Heidegger eran amigos. -¡No! --espeta Ryan, y acto seguido se sonroja. Pero reprime la pregunta de cómo es posible que un superviviente del Holocausto fuera amigo de Heidegger, que era nazi, ¿no es así? Elly, que insiste en que Ryan se dirija a ella por el nombre de pila, nos explica que dos de los héroes de su marido eran el obispo Fulton Sheen, que aparecía en las primeras emisiones en blanco y negro de la televisión en los Estados Unidos y, ya en tiempos de la televisión en color, el capitán Kangaroo. 31

LA LLAMADA DE LA VIDA

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PRÓLOGO

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-¿Cómo? ~a Frankl responde: .o.; -Sí. ¡Me encantan! Y tengo los autógrafos de ambos. Elly os los t: puede mostrar. Ryan, tú eres demasiado joven para acordarte del obispo Sheen, ¿no? Daba unas lecciones claras y maravillosas con la ayuda de una pizarra. Allá donde estuviéramos en los Estados Unidos, no me perdía ni uno de sus programas ni los del capitán Kangaroo. Elly no deja de prestar atención a Vikror mientras él camina, a pesar de que puede sentirse molesto si alguien le presta ayuda cuando no la ha solicitado. Son de una estatura y una complexión similares, pero las ropas de ella están muy cuidadas, y lleva un vestido estival de tonos terrosos que se complementa con su pelo, castaño con mechas rojas y algunas canas en las sienes. No parece ser consciente de su elegancia natural. Sus ojos resplandecen, y no deja de desafiar el calor del día ni siquiera cuando se queja, como suelen hacer los vieneses. Su alemán deja escapar algunos restos de Wienerisch. Su inglés es excelente, algo muy poco habitual entre los austríacos de una cierta edad, incluso entre los más educados. Pero todo resulta mucho más sorpren9 dente ya que, tal y como le cuenta a Ryan: ·~ -Vengo de una familia pobre y no tuve ocasión de ir a la universidad. ·~ Hable d idioma que hable, Elly es directa y natural. De vez en cuan- ~ do advierte su extrema franqueza y se interrumpe para pronunciar una '~ disculpa apresurada, «no debería decirlo, pero ... )). Y tras ello, lo dice. Elly contiene sus emociones mientras dialoga con su marido. Afectuosa, demuestra toda la profundidad de sus sentimientos acerca de cualquier cuestión con toda una gama de expresiones emotivas. Su risa pasa fácilmente de una risita ahogada de chica a la desesperación histérica por falta de oxígeno. Cuando Elly habla de algo importante, no sólo pone el énfasis en las palabras sino también en sus ademanes. En un momento especialmente penoso o alegre, sus ojos se llenan de lágrimas. Mientras andamos, Elly se aventura en una diatriba sobre lo mal que algunas personas tratan a Viktor. Pero cuando Viktor inyecta su contrapunto humorístico, ella admite con una sonrisa la agudeza de su juicio. Ambos son algo traviesos. Él bromea y sonríe como un crío a la espera de la respuesta de ella. Ella ríe y sacude la cabeza. .~ -¡Oh, cielos! ¿Qué podemos hacer? Y, como si estuviéramos en un teatro, pasan al siguiente número. ~

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Al tiempo que giramos de nuevo a la izquierda en Alser Strasse, los Frankl empiezan a discutir con una intensidad sorprendente. Pueden hacerlo indistintamente en inglés o en alemán, en función de quién les pueda oír. Ryan asiste alarmado al inicio de la riña. Nadie gana. Ambos están convencidos de sus argumentos, pero los Frankl no tardan en distraerse y, sin más, zanjan el asunto, como si lo hubieran sobrevalorado desde un principio. Lo que Ryan no sabe es que las riñas casi se han convertido en una forma de arte para los Frankl. Aunque pueda parecer que están gritándose el uno al otro, no es sino otra demostración más de su manera de interactuar. Volvemos a doblar una esquina, para coger Mariannengasse yacercarnos hasta su Haus, cuando Ryan pregunta: -¿Por qué no aparece su nombre junto al timbre, como con el resto? ¿Acaso quieren ocultarse de la gente? -¡Por supuesto que no! -responde un despierto Frankl-. ¡Alguien ha robado la placa! Ponemos una y vuelve a desaparecer. Es increíble. Los Frankl no nos invitan a regresar a su apartamento, así que nos disponemos a irnos. Cansados ambos, se despiden amablemente de nosotros. El anciano profesor nos estrecha la mano con cuidado. Elly se despide de Ryan y de mí casi simultáneamente, con un beso. -Cada minuto ha sido delicioso -dice. Viktor interviene, antes de volverse: -Don, nos llamarás mañana por la mañana, ¿verdad? Volveremos a vernos mañana si el cielo lo permite. Auf Wiedersehen. -Y entran en el pasillo de su edificio y, cogidos del brazo, se acercan a los seis escalones, desaparecen de nuestro campo de visión y penetran en el ascensor construido para dos. Ryan y yo regresamos a Alser Strasse y al centro de la ciudad para cenar. Mientras caminamos, él está pensativo. Me detiene y yo presto atención a sus reflexiones sobre el paseo vespertino con los Frankl. Dice, y es obvio que así lo siente: -No es la primera vez que Frankl me hace reflexionar. No creo que una persona en este mundo pueda hacer mucho, pero imagínate cómo sería mi vida si me pasara el resto del tiempo pensando en mí mismo, sintiendo pena de mí mismo. Me encantaría hacer algo útil por alguien, y no dejo de pensar qué debo hacer con mi vida. No quiero ser un estorbo.

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PRIMERA PARTE

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TRASLADOS DE VlKTOR

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Hay gente que nace en lugares tranquilos y que se forma a partir de dulces experiencias en el seno de su familia, de su clan o de su pueblo. La vida de Viktor Frankl y la del siglo XX empezó y acabó al mismo tiempo pero, en aquellos años, los acontecimientos fueron de todo menos dulces. Su familia y la ciudad de Viena, así como los memorables episodios y las turbulencias internacionales que la sacudieron, dieron forma a sus primeros años. Estaba destinado a afrontar lo mejor y lo peor de su tiempo, y tan sólo podemos entender su vida si ponemos como telón de fondo esas coordenadas espaciales y temporales . Cinco años antes del nacimiento de Viktor, el siglo se había iniciado con una rayo de esperanza tecnológico. La ciencia, la tecnología y la industria auguraban un futuro esplendoroso para la humanidad. Los decenios de paz relativa habían hecho olvidar a la gente el miedo a la guerra. En París, la Exposición Universal de 1900 anunciaba las maravillas de un mundo que aún estaba por llegac Impulsados por una casi milagrosa cinta transportadora, los visitantes pasaban de una muestra a otra a voluntad. Los pabellones iluminados por luces eléctricas exhibían unos progresos tecnológicos que ponían en marcha la imaginación de todos. Después de que la revolución industrial hubiera pasado de Inglaterra a Estados Unidos y al mundo, todo parecía posible. Pero no sólo la ciencia y la tecnología dispararon las expectativas; también lo hizo la esperanza de una vida mejor y más próspera para todos. 37

LA LLAMADA DE LA VIDA

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En 1900, muchos creían que la educación, el saber y la tolerancia acabarían con las guerras en una nueva sociedad de naciones. Por fin, la gente corriente podría disfrutar de los derechos individuales que llevaban años ~r ~ esperando. Los medios de transporte de masas, por tierra o mar, a lomos de í vehículos motorizados o artefactos voladores, unirían a las comunidades, i incluso a los continentes. Los medios de comunicación y el telégrafo iban i a hacer del mundo una familia y, lo creamos o no, las radios se disponían a empezar a emitir noticias, música y programas de entretenimiento. '· Las formas de diversión se transformaron al tiempo que se inauguraban los nuevos cines donde se proyectaban películas que mostraban imágenes en movimiento y que, poco después, tendrían incluso sonido. Con el inicio del siglo, Londres no sólo contaba ya con sus primeros autobuses y metros, sino que se había erigido en una parte fundamental del mundo, un imperio tan vasto donde, como afirmaba el dicho, jamás se ponía el sol. Las potencias occidentales regían medio planeta, desde Europa hasta África o Asia. Cuando Viktor Frankl nació en Viena, en 1905, la ciudad era aún una de las majestuosas capitales de Europa y la sede del Imperio Austrohúngaro, un enorme conglomerado de grupos nacionales sin un idioma -k ~.•.' común. Cuando menos superficialmente, Viena participaba de los anhelos del nuevo siglo y sus calles adoquinadas, donde aún resonaban los cascos de ,;¡) los caballos, bullían con las perspectivas de la nueva era. El anillo, que ro:. ; dea el casco antiguo de Viena, es el bulevar real donde confluyen palacios ·•:.·.·.¡· ·'' ~ y parques, cabarets y teatros, museos y hoteles, edificios de oficinas, ne:{f~ gocios y tiendas. En calesa, carruaje o a lomos de uno de esos modernos ·:<¡•.! coches a motor, quien paseaba por el Anillo en 1905 no podía dejar de ., pensar en la grandeza de París o Roma. Y echando un vistazo al esplendor de la ciudad, nadie podía sospechar que el poder de la monarquía y la uni- ., dad del Imperio se empezaban a desmoronar. Desde el punto de vista musical, ninguna otra ciudad era comparable a Viena. Pero los visitantes que llegaban a la ciudad desde todos los rincones del mundo no sólo acudían a ver conciertos. La Universidad de Viena era un foco de actividad intelectual y de creatividad, y las aulas de sus facultades estaban repletas de profesores visitantes venidos de otros países para aprender. Otros visitantes, provistos de los medios adecuados, se desplazaban a Viena en tanto que pacientes, en busca de los últimos adelantos de la ciencia médica.

Pero nuestra historia se inicia antes de la primera guerra mundial, cuando los ciudadanos de Viena eran más bien optimistas. Gabriel Frankl y Elsa Lion, los iuturos padres de Viktor, acababan de casarse, el 24 de febrero de 1901, en la gran sinagoga de Seitenstettengasse. Gabriel era de la pequeña población de Porolitz (Pohorelice, hoy en el República Checa), a unos setenta kilómetros de Viena, en una de las salidas de la carretera que conduce a Brno. Sus padres, Jakob y Regina Frankl, vivían en una casa en el número 445 de la calle de la escuela, encima de la tienda de herramientas de un hermano. Jakob trabajaba de

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En resumen, la ciudad ya era magnífica cuando Viktor nació. Más que cualquier otra metrópolis, la inmensidad y la vastedad de los bosques que la circundaban actuaba de abrigo y pulmón de la ciudad. Entre los viñedos que poblaban las laderas, se extendían enormes jardines preparados para acoger banquetes. En ellos, los patrones algo ebrios enronaban canciones familiares mientras los músicos pasaban de una mesa a otra, dedicando sus baladas tanto a los vieneses como a los foráneos. LtJS bosques de Viena eran un santuario para visitantes y turistas adictos a las excursiones, al vino 0 a Jos valses. Pero la ciudad no estaba exenta de los cambios y las catástrofes que experimentaba el resto del mundo. Conforme los poderosos y los privilegiados bailaban y bebían para celebrar la llegada del siglo xx, la anónima turbamulta se hacinaba lejos de aquel torrente de champaña. En Rusia, los zares vivían rodeados de un lujo desvergonzado a pesar de que millones de sus súbditos subsistían en una condiciones miserables, y las grietas que iba a provocar el terremoto social empezaban a adivinarse. En Europa, por alegre que parezca, los estados se armaban con nuevos ingenios para la batalla. Cada alianza política confiaba en que una nueva guerra sería rápida en caso de tener que recurrir a ella, y que saldrían victoriosos. Así las cosas, si el nuevo siglo estaba destina
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encuadernador, y en la casa vivía no poca gente cuando Gabriel llegó al

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residenciales, y que transcurre paralela a Prater Strasse. Ambas desembo-

mundo, el 28 de marzo de 1861. La escuela primaria a la que asistió es-

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can en el afamado parque del Prater. Los tres hijos de los Frankl nacieron en el pequeño domicilio de

taba a menos de una manzana de distancia de su casa, en una calle que

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Czerningasse. Walter August, el mayor, tenía dos años y medio cuando

aún hoy sigue con los mismos adoquines que en el pasado. Cuando era un adolescente, Gabriel se trasladó a Viena y asistió a la

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escuela secundaria en Leopoldstadt, uno de los distritos de la ciudad. Du-

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rante aquellos años, la escuela se mudó a una nueva sede en Kleine Sperlgasse. A partir de ese momento pasó a llamarse Sperlgymnasium. Aunque un Gymnasium equivale a un instituto, los estudiantes empiezan a asistir a él más jóvenes, hasta que ingresan en la universidad; lo habitual es pasar allí unos ocho años. Elsa Lion, mucho más joven que su futuro marido, nació el 8 de fe-

café. El célebre Café Siller, en Postgasse, no estaba muy lejos de su casa, al otro lado del puente de Aspern y junto al canal. Elsa empezó a tener contracciones aquella tarde, así que ella y Ga-

brero de 1879, hija de Jakob y Regina (Wien) Lion (es una extraordina-

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ria coincidencia que los cuatro abuelos de Viktor Frankl compartieran

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nombres de pila). Uno de los ancestros de Elsa había sido un rabino famoso, el gran rabino Low (Lion) (1520-1609) de Praga. Durante siglos,

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su tumba ha sido la más venerada del antiguo cementerio judío de la ciu-

dad. En tanto que responsable de la escuela talmúdica de Praga, el rabino LOw se ganó un nombre no sólo por su trabajo de investigación sino por sus misteriosos poderes. Hay quien asegura que hizo con barro un ~~Go­ lem),, que le puso un pergamino o una piedra en la boca y que cobró vida. En las leyendas y en el cine, o en la literatura de Gustav Meyrink entre otros, el Golem suele aparecer representado como un bufón o como el auténtico protector de los judíos. En cualquier caso, el Golem enloqueció y el rabino L6w tuvo que someterlo y reducirlo de nuevo a barro. Elsa nació en la región vinícola de Praga, donde se encuentran en la

nació el segundo. El día en que vino al mundo Vikror, Gabriel y una Elsa a la que ya faltaba poco para romper aguas, pasaban una soleada tarde de domingo a la manera de los vieneses: charlando, leyendo y tomando

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briel abandonaron inmediatamente el café y regresaron a su apartamento de Czerningasse. Puesto que vivían en el último piso, tuvieron que subir, como cada día, los cinco tramos de empinadas escaleras de cemento. Antes

de que acabara el día, Elsa dio a luz a su segundo hijo. Lo llamaron Vikror Emil. Era el 26 de marzo de 1905. En familia, le llamaban «Vicky». El piso de los Frankl era muy modesto, y vivían en el apartamento

25, justo enfrente del último rellano. Tan sólo había dos habitaciones, además de la cocina y del salón. Utilizaban una mesa de cocina que había en el dormitorio para las comidas. Cuatro años después de que hubiera nacido Viktor, Gabriel, Elsa y sus dos hijos tuvieron que hacer espacio para la llegada de la hija, Stella Josefina. Además de los cinco miembros, durante algunos años tuvieron en casa a una chica que les ayudaba y que dormía en el sofá que había en el salón. Cosas por el estilo eran habituales en familias con unos recursos limitados, ya que las pobres chicas inmigrantes obtenían cama y comida a cambio de ayudar en las tareas domésticas.

Junto con Brigittenau, en el distrito vigésimo, Leopoldstadt, que limita ~§

La familia vivía del salario de Gabriel, que provenía de su trabajo estable para la monarquía, primero como taquígrafo del parlamento durante diez años y después, durante treinta y cinco, como ayudante del ministro Joseph Maria van Barnreither, al frente del departamento que se ocupaba de la protección de los menores y de garantizar el bienestar de la juventud. Cuando nacieron los hijos de los Frankl, los ingresos de Gabriel

con el río Danubio al este y con el canal del Danubio, que divide la ciudad

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eran «escasos pero constanteS>>.

en dos, por el oeste, fue apodado en tiempos «la isla de Marzo», a causa de la enorme cantidad de judíos que ahí residían. La pareja de recién casados encontró un apartamento en el número 6 de Czerningasse. Era una calle concurrida y atractiva, donde prácticamente todos los edificios eran



actualidad las legaciones extranjeras. En un mundo dominado por los hombres, apenas se ha prestado atención a su herencia y poco se sabe

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·;.:¡ de ella. Elsa y Gabriel Frankl se trasladaron a un apartamento en el ya fa- :·¡ miliar Leopoldstadt, el segundo distrito de Viena en número de judíos. ·-:$•

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Más de veinte años atrás, en 1883, Gabriel se vio obligado a abandonar la facultad de medicina por motivos económicos, después de haber cursado cinco años y haber superado todas las pruebas salvo la Rigorosa, los

exámenes globales. Esto puede explicar el placer que supuso para Gabriel 41

LA LLAMADA DE LA VIDA

advenir que, con sólo tres años, Vicky empezaba a hablar de ser, algún día, médico, incluso médico de la marina. Elsa era madre y ama de casa como mandaba la época, y podemos atribuir a esta mujer, cariñosa y capaz, la educación de sus hijos y la seguridad emocional que reinaba en la familia. Viktor y sus hermanos, Walter y Stella, crecieron en el seno de aquella familia y de aquel vecindario y asistieron a la escuela primaria que había al final de la calle, en Czerninplatz. El edificio de apartamentos del número 6 de Czerningasse era grande y cuadrado, y en el centro de las cuatro secciones que lo componían había un patio interior descubierto (y sigue ahí en la actualidad). Ahí jugaban los Frankl, y Elsa podía tenerlos vigilados des· de las ventanas del quinto piso. Vicky era un chico más bien frágil, y desde siempre le interesó más· discutir que participar en juegos de competición. La familia solía ir al Prater, a tan sólo quince minutos de su casa. Después de muchos años en que había sido una reserva de caza del Imperio, el Prater se abrió al público en 1770. Haupt Alle es un paseo de casi cinco kilómetros, con árboles a lado y lado, que atraviesa el parque y por donde pasea la gente o se sienta en los bancos que hay en los márgenes. El Prarer está compuesto por casetas, jardines públicos, un circo, un zoo y un parque de atracciones, todo ello jalonado por restaurantes y terrazas donde se puede degustar vino. La guía Baedeker de 1905 sobre AustriaHungría se refiere al Prater como a
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que compartía con otras mujeres. Vicky y sus compañeros de juegos sepasaban horas y horas en los cajones de arena del centro del parque, bajo la mirada de sus madres, que seguían conversando. Vicky también acompañaba a su madre a pasear por el vecindario. En ocasiones, recorrían Schmelzgasse cogidos de la mano y pasaban por delante de una de sus pastelerías favoritas. De vez en cuando, se podían permitir una delicia llamada Schaumschnitten, un postre formado por una base de masa, con dos pulgadas de claras de huevo montadas y azúcar, coronado todo ello por una fina capa de chocolate. Era el dulce predilecw de Vicky. Un día, cuando estaban cerca de la pastelería, Vicky se detuVo y, de súbito, le preguntó a su madre: -Mamá, ¿qué significado tiene el ombligo? Y sin darle tiempo para que respondiera, el crío continuó: -¡Mamá! Ya sé cuál es. Es un adorno sobre este estómago aburrido, un adorno para hacerlo más interesante. Esta imaginativa teoría sirve a modo de recordatorio de que, en muchas casas antiguas de Viena, hay un adorno con forma de copa en el centro de los techos, parecido a un soporte del que colgar un candelabro pero sin más función que la meramente decorativa. Durante aquella conversación, una criatura precoz ya empezaba a preguntarse por el significado, el propósito.

Si nos remontamos a los años de niñez de Viktor, podemos echar un vistazo al mundo que le rodeaba y al drama del que formaba parte. El año de su nacimiento nos brinda una interesante panorámica. Sigmund Freud había concluido sus estudios en 1881, y a partir de 1891 empezó a vivir y a escribir en su célebre dirección del número 19 de Berggasse.' En 1905, con cincuenta y un años, Freud publica los Tres ensayos de teoría sexual, cuya franqueza a la hora de hablar de la perversión sexual y de la sexualidad en niños y adolescentes soliviantó a la moral victoriana. Al mismo tiempo, Alfred Adler, de treinta y cinco años, ya estaba estrechamente vinculado a Freud y al psicoanálisis.' (Adler había concluido sus estudios de medicina en 1895 y continuó con la residencia en el Hospital Policlínica de Viena, junto a la Universidad.) La familia Adler no sólo vivía en Leopoldstadt, sino que lo hacían en el número 7 de Czerningasse, en un edificio que se encontraba frente a la casa de los Frankl.' La entrada de C:zerningasse conducía 43

LA llAMADA DE LA VIDA

a la nueva consulta de Adler, y la residencia de la familia se hallaba al otro lado del bloque, y daba a Prater Strasse. En 1902, Adler se convirtió en uno de los cuatro miembros fundadores de la Sociedad Psicoana!ítica de Viena, junto a Freud. Dos años atrás, Adler había abandonado sus creencias judías sin excesivo pesar para, junto con sus hijas, recibir el bautismo en la iglesia protestante de

Dorotheergasse, en el distrito primero. Este hecho le fue de perlas a Freud pues, a pesar de que él no había renunciado a su judaísmo, no queM

ría que el psicoanálisis fuera visto como algo exclusivamente judío. En 1905, Adler era ya uno de los seguidores más fervientes de Freud y, como

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mínimo una vez por semana, salía de Leopoldstadt y cruzaba el corazón

de la ciudad para llegar a la casa de Freud, en el distrito noveno. Adler también solía acudir al café Siller, describiendo la misma ruta que los Frankl. Por aquel entonces, en el edificio situado frente al hogar de Adler, nació el pequeño Vicky Frankl. t; f•

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taba atención a las palabras de sus pacientes y fumaba sin parar. La familia Adler había abandonado Czerningasse para trasladarse al elegante

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entorno del distrito primero, más cerca si cabe del café Siller. En el seno

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a estar cansados de las ideas del maestro, que se enfrentó a aquellos primeros conatos de resistencia con firmeza y tratando de mantener el con-

trol. Adler, por ejemplo, estaba hastiado de la obsesión del psicoanálisis con el sexo en tanto que fundamento del sufrimiento neurótico. Era más un activista social que un intelectual, y tenía sus propias ideas, que formuló en algunas comunicaciones fundamentales, expuestas ante la Socie-

dad en 1911. La tensión aumentó y las diferencias ya eran insalvables. Adler y otros

muchos abandonaron el grupo de Freud y formaron su propia Sociedad de la Psicología del Individuo. Para Freud, 1911 fue un año decisivo. Sus esperanzas recaían ahora en Carl Jung, el psiquiatra protestante de Zurich. En 1909, .fung había actuado de guía en la única visita que Freud hizo a los Estados Unidos, donde asistió a una conferencia y recibió el título de Doctor Honoris Causa en la universidad Clark de Worcester, 44

Massachussets. Llegaron a Nueva York, desembarcaron y, antes de partir para la conferencia, dieron una vuelta por la ciudad: Central Park, los grandes museos, Chinatown, la universidad de Columbia ... Llegaron incluso a montar en algunas de las atracciones del parque de Caney Island. Después de las sesiones y las ceremonias en Clark, Freud, jung y otros pasaron cuatro días en una cabaña en las montañas Adirondack, en el esrada de Nueva York. Jung entretuvo a la concurrencia cantando canciones alemanas. En esos días, empezaron a surgir los primeros roces entre Jung y Freud, que fueron a más durante la travesía transatlántica, cuando cada uno interpretó los sueños del otro. El secretismo de Freud y lo que Jung consideraba una defensa acientífica de la autoridad personal desarmaron al suizo. El enfrentamiento se agudizó y, cuatro años más tarde, su relación personal y profesional se acabó. El primer «delfín)) de Freud, Ad-

]er, y el segundo, Jung, le habían traicionado. Ambos lo abandonaron

En 1911, se produce un nuevo episodio que puede darnos más pistas sobre la historia. Aún no ha estallado la Gran Guerra, así que algunos círculos de la psiquiatría vienesa siguen enzarzados en sus refriegas internas. Freud, de cincuenta y seis años, escribía, recibía a los visitantes, pres-

de la Sociedad Psicoanalítica de Freud, algunos de sus acólitos empezaban

LOS INICIOS DE UN SIGLO Y DE UN CHICO

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para fundar movimientos contrarios. El de Adler nació con fuerza. Sus encuentros en el café Siller ya no es-

taban bajo la égida activa de Freud. Adler solía reunirse con sus discípulos y les obligaba a hablar con pacientes a los que pedía que asistieran. Los Frankl estaban al corriente de la práctica médica de Adler en Czerningasse y de las reuniones en el Sille~ a las que incluso asistía un Vicky Frankl de seis años que empezaba a ir a la escuela.

Había otro hombre que vivía en la sombra en el distrito vigésimo, Brigittenau, en un edificio adyacente en la misma manzana. Adolf Hitler tenía veintidós años y ocupaba una habitación en el inmenso albergue con capacidad para acoger a unos quinientos indigentes. Los ciudadanos se quejaban a menudo de que aquellas instalaciones eran demasiado moder-

nas y elegantes para sus ocupantes. (Hoy en día, el edificio sigue siendo un albergue masculino, y llega hasta Meldemannstrasse.) 6 El joven Hitler, procedente de Linz, se había trasladado a Viena en 1907, con dieciocho años, en busca de un futuro. Vivió aquí y allá en la ciudad antes de acabar, llevado por su pobreza, en Meldemannstrasse. A pesar de tener un cierto talento para las artes, especialmente para la ar-

quitectura, la Academia de Bellas Artes denegó su solicitud de ingreso, lo que le sumió en una profunda crisis. Salió adelante limpiando de nieve la entrada del hotel Imperial, por si alguien le daba alguna propina, y tratando de vender sus dibujos por las calles. Parecía un tipo suficientemente inocente y, por aquel entonces, su nombre estaba lejos de evocar el menor 45

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sentimiento negativo. Aunque caía bien entre sus compañeros de albergue, muchos se habrían puesto a reír si alguien les hubiera dicho que, veinte años más tarde, aquel joven susceprible sería el cánciller de Alemania y el timonel del Tercer Reich. Con todo, el joven Adolf ya daba entonces algunas muestras de su capacidad como paladín, arengando a quienes tenían la fortuna de ocupar las habitaciones más modernas del albergue. Y empezaba a definir su odio hacia los judíos, inspirado en cierro sentido por el alcalde de Viena, Karl Lueger. El descontento, el radicalismo y las ansias por salir de Viena del joven Adolf crecieron y, en mayo de 1913, abandonó Meldemannstrasse y huyó por la frontera camino de Munich, sin notificarlo a las autoridades militares austríacas. Llegó finalmente a Alemania y en Munich se sintió como en casa. Y ahí aguzó su odio y su fanatismo. Su rápido ascenso al poder en Alemania se convirtió en un cuento inverosímil. Cuando Hitler se marchó de Viena, Vicky Frankl tenía ocho años y dos meses, y vivía en el distrito vecino. La Gran Guerra se aproximaba. A finales de junio de 1914, una crisis internacional cambió totalmente Europa, Viena y a los Frankl. El heredero del rrono austrohúngaro fue asesinado en Sarajevo y aquella chispa encendió los tratados internacionales y provocó la primera guerra mundial, que se propagó con la rapidez de un incendio forestal con el viento a favor. Parecía como si las naciones hubieran estado esperando el momento oportuno para la lucha, y en un primer momento, la gente salió a las calles para demostrar su júbilo. Hombres y muchachos entusiastas esperaban en interminables filas para alistarse a aquella excitante aventura: la ocasión de convertirse en héroes en su país y de ver mundo. Por lo visto, la gente creía que la guerra resolvería viejas disputas a escala internacional, y que lo haría en un tiempo récord. Pero el conflicto se alargó. Conforme pasaban los años, quedaba más y más claro que nadie saldría victorioso de aquella ((guerra que acabaría con todas las guerras». Los Frankl y sus vecinos asistieron al hundimiento de la monarquía. Aunque el siglo no había hecho más que empezar, los años felices quedaban atrás. En aquel siglo, recordaba la gente, todo era posible.'

Puesto que había asistido a la facultad de medicina unos decenios atrás, Gabriel Frankl conocía como la palma de la mano el distrito donde

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se encontraba la universidad. En ocasiones, cuando por sus ocupaciones tenía que moverse por aquella zona, llevaba consigo a su hijo, posiblemente para fomentar el interés de Vicky por la medicina. Durante aquellas camiw natas, pasaban frente al Instituto Anatómico, que ocupa hoy el mismo emplazamiento que entonces y sigue siendo el mismo edificio en el que Ga~ briel y sus compañeros habían diseccionado cadáveres en los laboratorios de anatomía del sótano. Aquel olor acre salía a la calle por las ventanas abiertas, así que muchos transeúntes caminaban por la acera opuesta de la calle Wahringer para evitar el hedor. Pero no se c01nportaba así el joven Viktor. Para sorpresa de Gabriel, Vicky obligaba a su padre a cruzar la calle para aproximarse a las aulas de anatomía y a la fuente de los olores, ejercitando así su libertad para oponerse al impulso de huida. Poco antes de morir, Viktor recordó como, durante aquellos momentos, ((disfrutaba ejerciendo el poder de la mente para sobreponerse a la reacción normal, aun cuando no tenía más de siete u ocho años)>. Durante esos mismos años, el padre de Vicky trabajaba en la segunda planta de las oficinas del gobierno, en la esquina de Wollzeile y del Anillo, separado por una plaza de un célebre café, el café Prückel. Todo sigue hoy en su sitio, y entre ambos se alza un monumento de piedra dedicado al apuesto, influyente y antisemita alcalde católico de Viena entre 1897 y 1910, Karl Lueger. Cruzando el Anillo, llrgamos al exuberante Stadtpark, un recinto público con jardines y parcelas de césped, agradaw bies paseos, bancos y estatuas de Franz Schubert y de Johann Strauss I1 tocando el violín. Muchas veces, Vicky esperaba en las puertas del Stadtpark a que su padre saliera de trabajar. Se reunían y, desde ahí, se dirigían a casa. De camino, jugaban una y otra vez a uno de sus juegos favoritos mientras paseaban. Dado que el Museo de Artes Aplicadas era uno de los recintos indispensables para el juego, pasaban por delante de él. En la actualidad, la fachada exterior del museo tiene aún una cornisa que desciende hasta unirse con la acera. Para un adulto, la cornisa queda a la altura de la rodilla, y la parte superior es lisa y lo suficientemente ancha para que alguien pueda caminar por encima. Para jugar, Vicky caminaba por ella, por detr~s y a la derecha de su padre, que permanecía en la acera. Gabriel Frankl sostenía bajo el brazo el extremo de su bastón, y Vicky lo seguía, con el mango entre las manos. De ese modo, Vicky podía (
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girara a derecha o izquierda moviendo el bastón en una u otra dirección. El recuerdo de aquel juego acompañó a Viktor por el resto de sus días.

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Después de acudir al mismo instituto, el Gymnasium, donde estudiaban doscientos o trescientos estudiantes, Freud y Gabriel Frankl se matricularon en la facultad de medicina con sólo unos años de diferencia. Dada la similitud entre el historial educativo de uno y otro, y la fama que Freud cobró con el tiempo, Gabriel conocía a Freud aun cuando ninguno de los miembros de la familia Frankl tuviera contacto directo con la familia Freud. Cuando Viktor nació, los Freud llevaban más de veinte años viviendo en uno de los distritos más lujosos de la ciudad. Habida cuenta del número de judíos que vivían en Leopoldstadt, el antisemitismo en aquella zona no era muy ostensible, aunque tanto la familia Freud como la Frankl eran conscientes de su existencia. El antisemitismo de Viena ha afectado a todos los judíos en mayor o menor medida en diferentes zonas y períodos históricos. Antes de la primera guerra mundial, la familia Frankl, al igual que la familia Freud, se trasladó desde Moravia hasta el sur de Viena (Gabriel Frankl tan sólo tenía cinco años menos que Sigmund Freud). Ambas familias formaban parte de lo que en los círculos antisemitas de Viena se denominaba como «la invasión judía))' 8 y la ciudad empezaba a impacientarse ante aquel fenómeno. Los judíos procedían principalmente del este de Europa, y se asentaban en Leopoldstadt, donde la próspera y diversa comunidad judía floreció espectacularmente. Gabriel y Elsa Frankl eran judíos practicantes, y sólo comían comida kosher, ayunaban durante el Yom Kippur y rezaban a diario. Sin embargo, no eran ortodoxos, y con el tiempo fueron observando los preceptos religiosos de un modo parecido a como lo hicieron los judíos reformistas en Estados Unidos. A pesar de que la familia Frankl había presenciado brotes de antisemitismo en la ciudad, también gozaban del respeto y de la amabilidad de amigos y compañeros no judíos. Un ejemplo de esto sucedió cuando Gabriel, en tanto que ayudante de von Biirnreithcr, lo acompañó a su propiedad rural para tomar notas para un libro que el ministro del gobierno estaba preparando sobre la reforma penitenciaria. Durante los primeros días, von Biirnreither se quedó sorprendido al comprobar que su ayudante no sólo comía muy poco sino 48

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que llegaba a rechazar ágapes enteros. Cuando le preguntó el por qué, Gabriel le explicó que su dieta kosher le prohibía comer muchos de los manjares de la mesa. Tras aquella explicación, von Bárnreither enviaba a su cochero a la ciudad dos veces al día para comprar alimentos kosher frescos para Gabriel en un pequeño mercado judío. No obstante, había quienes no respetaban a Gabriel o sus prácticas religiosas. Como funcionario del gobierno con conocimientos de taquigrafía, Gabriel solía tener que asistir a reuniones de trabajo para levantar acta. Una vez, uno de los responsables pidió a Gabriel que se ocupara de las actas, pero éste se negó porque la reunión coincidía con el Yom Kippur. El responsable le amenazó con que habría ((consecuencias)) si Gabriel no asistía a la reunión. Aún así, se negó categóricamente. Unos años atrás, Gabriel había tenido que abandonar los estudios de medicina porque no había logrado obtener una beca que le permitiera prepararse para los exámenes finales. La obtención de aquellas becas era pura rutina, y es más que probable que la solicitud de Gabriel le hubiera sido denegada por el hecho de ser judío. De adulto, Viktor insistió en que la discriminación no menoscabó el sentido de seguridad y de satisfacción que impregnó su infancia. En Leopoldstadt, era uno de tantos judíos que asistían a la escuela. Cuando tenía unos ocho años, a su hermano Walter le ofrecieron vino. Walter se negó en redondo y anunció: -Soy un antisemita del alcohol. Aquella extraña expresión era fruto de la confusión de un crío entre las palabras alemanas Antisemit y Antia/koho/iker (abstemio). Pero aquella ocurrente combinación lingüística dejaba claro que un joven judío ya había oído, cuando no comprendido, la palabra Antisemit.

Cada día que me reunía con los Frankl, me ponía al día en lo relativo a su historia visitando aquellos lugares de los que me habían hablado. Fotografié el Stadtpark y el camino que el pequeño Viktor tomaba en compañía de su padre para regresar a casa, después del trabajo, y me sorprendió descubrir que los escenarios eran tal y como los había descrito Viktor a pesar de que casi ya no veía: la cornisa de la tapia del museo, la estatua de Lueger, el Stadtpark, el edificio donde trabajaba su padre, el Café Prückel y el camino de vuelta a casa a través del puente de Aspern 49

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hasta llegar a Czerningasse ... Elly estaba fascinada, ya que también era la primera vez que oía los relatos de aquellos paseos entre padre e hijo. El apartamento de la familia en Czerningasse era otra fuente de recuerdos para Viktor. En una ocasión, no bien hubo llegado a casa, vio a su padre rezando. Al describir la escena, Viktor contó el ritual judío que su padre repetía cada mañana con las filacterias: la larga cinta anudada alrededor del brazo izquierdo, con una pequeña caja de piel cerca del corazón y otra en la frente de su padre, el Tefillin. Viktor explicó, con pelos y señales, que los rollos que contenían las pequeñas cápsulas eran obra de unos píos escribas que sólo podían escribir las palabras sagradas: ~<Escucha, ¡oh, Israel!, el Señor nuestro Dios, el Señor es Dios; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y toda tu alma y con toda tu fuerza. Estos mandamientos que hoy te entrego deberán estar junto a tu corazón ... >> (Shema Yisrael). -Supongo que mi padre me habría invitado. Pero recuerdo que, de niño, me acerqué a él una vez, mientras realizaba las oraciones de lamañana, y le pedí que me dejara besar al Señor nuestro Dios. Yo tenía cinco o seis años, y sabía que la cápsula que contenía el rollo era obra de alguien y que sólo se destinaba a las oraciones privadas. No obstante, lo recuerdo claramente, identifiqué la caja y los rollos con Dios. Cuando los besé, besé a Dios. No era un símbolo sin más. En un estadio primitivo de conocimiento, había besado a Dios. Para mí, por aquel entonces, no había la mel!or diferencia entre el símbolo y lo que simbolizaba ... Y, con todo, sabía que los símbolos son obra de los seres humanos. -Y Viktor -le interrumpe Elly-, ¿empezaste a rezar cada día después de la guerra o ... ? -los ojos de Viktor brillan y casi se echa a reír. -¿Tenemos que confesarlo todo? Le recordé que aquello había surgido en una larga conversación que habíamos mantenido cuando habíamos estado juntos en nuestra casa en Chicago, y que tal vez lo recordaba. -fa, ¡a. Empecé a rezar cuando me lo requirieron como parte de mi confirmación, cuando tenía trece años ... Y también aprendí entonces que, para celebrar un servicio, es preciso que asistan como mínimo diez judíos. Un dramaturgo estadounidense había escrito una obra y la interpretaban en el teatro de josefstadt. Elly, tú también estabas. Una historia maravillosa. -fa, ;a. Lo recuerdo. -Si no me equivoco -prosiguió Viktor-, en algún lugar de Nueva 50

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York se reúnen nueve judíos para un servicio, pero el décimo está enfermo o algo por el estilo. Creo que acaban saliendo a la calle y cogen a un desconocido que da la casualidad que es judío, pero aquel hombre es un ateo de los pies a la cabeza, un joven intelectual. Pero tanto les da, así que le imploran que les acompañe: ~
LA LLAMADA DE LA VIDA

-En Porolitz hay un cementerio, y recuerdo la vieja tapia que lo rodea. Diez o quince años más tarde, cuando yo ya era un adulto, fui de nuevo a Porolitz y, en esta ocasión, la tapia me pareció tan pequeña ... Me impresionó mucho aquello. A la memoria de Viktor llegó otro recuerdo de las vacaciones familiares cuando era un niño que aún no había cumplido cuatro años. En un día de verano, habían anunciado un funeral para las tres de la tarde. Bajó corriendo la calle principal de Porolitz gritando apasionadamente a todo aquel que se cruzaba en su camino: -¡El cementerio empieza! ¡El cementerio empieza! Elly hace una sugerencia sobre Porolitz. -Viktor, deberíamos hablar a Don de tu primo Fritz, en Brno. -Se vuelve hacia mí y me dice-: Tiene ochenta y ocho años y también ha tenido una vida interesante. Es judío y se casó con una cristiana, y ella lo tuvo oculto en tiempos de Hitler en un armario, durante varios años. Viktor prosigue: -Ni sus padres, que vivían en casa, sabían siquiera que Fritz estaba oculto. Esperaba hasta la medianoche, o más tarde, para salir a las calles a hacer algo de ejercicio. Y posteriormente, Elly completa la historia: -Actualmente, es bastante famoso en Checoslovaquia porque hacen películas de televisión sobre su vida. Ocultó un diario mientras estuvo en el armario todos aquellos años, como Anna Frank, y lo ha vendido o lo donó a un museo. -Don, deberías ir a visitar a Fritz -me apremia Viktor-. Incluso podríais dar una vuelta por Porolitz. Seguro que podrá contarte algunas historias de los años que pasamos juntos durante la primera guerra mundial y después. Elly se percata de la oportunidad y se acerca al teléfono. -Fritz lo sabe todo de la familia de Viktor y de Porolitz, y te lo podrá enseñar todo. Si quieres, lo puedo llamar ahora mismo. Asiento y ella marca el número de Fritz, que responde y acepta la idea de la visita. Acordamos vernos más tarde esa misma semana, cuando vaya a visitarlo. Alquilé el coche y recorrí el escaso trayecto hasta llegar al en tiempos ilustre hotel Slavia de Brno~ donde me reuní con Fritz. Al verlo, pensé que se parecía tanto a Viktor que habría podido discernir quién era en52

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LOS INICIOS DE UN SIGLO Y DE UN CHICO

tre una multitud: otro caballero meticuloso, cercano a los noventa años, r-

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y la única persona aún viva que había conocido a Viktor de pequeño.

Fritz vestía elegantemente, llevaba corbata y portaba una maleta de piel nueva que sostenía contra sí. Cuando nos dirigíamos a Porolitz, desde Brno, me mostró qué contenía la maleta: su certificado de nacimiento, los informes escolares de 1913 a 1918 con la firma de su padre, una fotografía de Fritz con nueve años y en compañía de su hermana. Me descubrí estudiando la vida de un hombre al que había conocido unos minutos atrás, una vida que se dibujaba por medio de los recuerdos que traía consigo. Me mostró el documento en el que se le conminaba a presentarse para la deportación a los campos de concentración, número 474. Me contó que, un día después de recibirla, en diciembre de 1941, su ex esposa le urgió para que se ocultara en casa de ella. Y después me mostró la estrella amarilla, la que debía llevar para identificarlo como judío, y un pliego de fotocopias de algunas de las 869 páginas de su diario de 1941 a 1945, que escribió en el armario (el equivalente a 3.000 páginas mecanografiadas). Me explicó que los diarios originales están a salvo en el Museo Judío de Praga, y expresó la esperanza de que lleguen, algún día, a manos de un editor norteamericano. De la maleta, Fritz sacó una cinta de vídeo, un duplicado, me contó, de varias horas de entrevista que había concedido en Porolitz al personal de la Fundación Shoah de Steven Spielberg, en el marco de un proyecto para registrar la historia oral del Holocausto a partir de los relatos de los supervivientes. -Fíjate, en los años en que gobernaba Hitler, no tenía tanto miedo porque el diario era mi amigo. Pero nadie que no haya vivido aquellos tiempos puede imaginar cómo era el ambiente que se respiraba. No te lo puedes imaginar. Con los nazis, perdimos seis años, y quienes sobrevivimos, perdimos cuarenta más con los comunistas. Media vida. Mi ex esposa murió hace catorce años, y cada vez la echo más de menos. Y mi vida se me ha escapado del todo. -Son años solitarios, Fritz. Tienes multitud de recuerdos, de cosas buenas y de cosas malas. -Sí, sí. .. Don, quiero decirte que Viktor me llamó hace poco. No estaba preparado, ¿sabes? Cuando respondí, empezó a cantar, en checo, una canción que solíamos entonar juntos durante nuestra infancia. Le dije a Viktor que él y yo somos los últimos miembros de nuestra familia. Mataron a tantos ... Es triste, pero somos los últimos. 53

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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Giramos por la carretera principal y entramos en Porolitz. La entrada, con el puente que conducía hasta el centro de la ciudad, era tal y como Viktor lo había descrito. Aparcamos para salir a dar un paseo. Su comportamiento me demostraba que estábamos pasando por un terreno que le resultaba sagrado. Cuando saqué la cámara, Fritz posó ante la casa de su infancia, en la calle de la escuela. La planta baja, me confesó, estuvo ocupada, en tiempos, por la tienda de herramientas de la familia. Ellos vivían en la segunda planta, que hoy está deshabitada y que pertenece a un anciano que vive en Brno. Mientras Fritz miraba por la calle, en dirección al edificio de la escuela, dijo conmovido: -Los recuerdos regresan a mí como si hubieran pasado ayer. Ante mis ojos veo mi infancia, unos años felices, buenos y encantadores. Mi padre murió en 1918, con treinta y cuatro años, a causa de la gripe, y mi madre era una buena mujer, no te puedes imaginar cuánto. Porolitz hoy está muy diferente, aunque la vieja casa, la escuela y los adoquines son los mismos de hace cien años. La historia de mi vida está impregnada de la mano del Señor. Y ahora mi vida se me ha esfumado. Cuando le pregunté a Frirz qué hacían él y Viktor de pequeños cuando se reunían, señaló la puerta de la casa: -A menudo, Viktor y yo nos sentábamos ahí, en las escaleras. Él me contaba cuentos, historias, chistes ... También íbamos al bosque y jugábamos. Así transcurría nuestra vida. Por la noche, si el tiempo era bueno, nuestras familias salían a sentarse afuera, a ambos lados de la calle, y hablaban con los vecinos. Algunos centenares de judíos convivían con algunos centenares de cristianos sin que hubiera el menor problema. Porolitz, antes de Hitler, era un lugar armonioso. Fritz no recordaba o tal vez era demasiado caballeroso para mencionar aquello que yo había descubierto en otras fuentes sobre los hermanos de Viktor. Hay en Porolitz una vieja iglesia con un enorme campanario, el punto más visible de la ciudad. A Vicky y a su hermano mayor les encantaba encaramarse al campanario cu3ndo iban al pueblo de vacaciones. La vista de la campiña desde aquel punto era sorprendente, y los chicos se recreaban en el paisaje. De vez en cuando, miccionaban en los canalones del campanario y observaban cómo caían los orines, bajo la mirada risueña de los ángeles y la expresión reprobadora de unos santos que han llegado al cielo por obra de la gracia. 54

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Una de las causas que puede explicar el comportamiento diferente de Walter, Viktor y Fritz es la penuria. En tiempos de la primera guerra mundial, era habitual que los alimentos estuvieran racionados. En las ciudades, se vivía en condiciones cercanas a la hambruna, pero Porolitz esraba rodeada de granjas. Los chicos solían robar nuíz de los campos cercanos y pedían a los campesinos locales que les dieran algo de comer para aliviar aquel atroz apetito. En una ocasión, Viktor llenó su vacío estómago con peras agrias. Se puso muy enfermo y no volvió a comerlas, ni siquiera para combatir el hambre. -Viktor me ha contado -le dije a Fritz- lo desesperada que era la situación en Vierla durante y después de la primera guerra ... Dijo que todos los miembros de la familia aprendieron a sobrevivir con pocas cosas y que entendieron el significado de la palabra pobre. -Sí, sí. Aquí en Porolitz también fue terrible. Después de la guerra, no teníamos carbón ni siquiera para calentarnos. Pero, de algún modo, logramos sobrevivir. Fritz y yo seguimos charlando de regreso a Brno. Descubrí que vivía solo y que se sentía solo. Le agradecí que hubiera dado vida a la infancia de Viktor y que me hubiera contado la historia de ambos, y la suya propia. Al separarnos, sentí la tristeza que se había apoderado de él. Sus últimas palabras fueron' -Espero que vuelvas a visitarme. Cuando lo hagas, espero seguir vivo. Y cuando veas a Viktor y a Elly, salúdales de mi parte. Adiós. Adiós. Aquella noche regresé a Viena, y al día siguiente comuniqué los saludos a Viktor y a Elly mientras les hablaba de las horas que había pasado con Fritz. Les comenté la claridad con que recordaba la llamada telefónica de Viktor, cuando éste le cantó la canción checa de su infancia. Viktor me explicó que la había aprendido al final de la primera guerra mundial, que se la habían enseñado los soldados checos que habían entrado en Porolitz. Era una canción de marcha que hablaba de un recluta que había conocido a una «chica negra como el carbón))' no sabemos si porque era africana, porque estaba sucia o porque iba de camuflaje, y que la había amado apasionadamente. Viktor silbó toda la melodía y, al acabar, cantó la letra en checo. En otra ocasión en que la familia Frankl estaba reunida, el ambiente era cordial. Todos se interesaron por mi visita a Fritz, así que la conté una vez más. 55

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LA LLAMADA DE 1A VJDA

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¡. -Cuando Frirz me enseñaba la casa familiar en Porolitz, me contó

por error que Viktor había nacido ahí y que ahí había pasado su primer año de vida. Todos estallaron en una carcajada cuando Viktor aclaró:

-¡Te debía de estar hablando de la casa en la que no nací! Elly le interrumpió: - Tambi€·n era la casa en la que no pasaste

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EL INSTITUTO Y EL MUNDO

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1916-1924

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primer año de vida.

Viktor, cuéntale a Don la historia de la sociedad que creaste en Porolitz con Fritz. -Fritz Tauber y yo, en su ciudad natal, fundamos una organización que llamamos «La Alianza de Buscadores de Pequeños Beneficios>> [aquí, Viktor

utiliza algunas palabras en yiddish algo más ambiguas]. Uno de los donantes de la Alianza era el hijo del panadero de Porolitz. Mi hermano mayor se unía a nosotros para cantar canciones operísticas en plena calle; entonces, salía el hijo del panadero con unas rebanadas de pan recién hecho para nosotros, uno de los «pequeños beneficiosn. Tratábamos de encontrar fuentes para conseguir aquello$ beneficios, para ganar algo. Así que, medio en broma, sugerí que organizáramos la Alianza. Al acabar aquella visita especial a Viena, mientras volaba de vuelta a casa, empecé a pensar en las experiencias que había vivido en Austria y en

la República Checa. De regreso a Chicago, pasado un mes de mi visita a Fritz Tauber en Porolitz y Brno, recibí un telegrama desde Viena en el que me comunicaban que había muerto de súbito. Recuerdo que, un mes

atrás, me habhl ofrecido a lleva a Fritz de vuelta a casa y que él, por algún motivo, prefirió acompañarme al hotel Slavia y tomar ahí el tranvía. Mien-

tras le veía acercarse a las vías con aquella maleta llena de tesoros bajo el brazo, pensé: -¡Cuántas cosas vio en su tiempo! Viktor y Elly tenían razón. Fritz

me ha ayudado a entender su historia. Después de enterarme de su muerte, escuché las grabaciones y repasé las fotografías del día que pasé con Fritz, reviviendo las escenas y los sentimientos de aquellas horas que el fin de la valiente historia de un ser humano había cerrado ya para siempre. Fritz era un tipo humilde, agradecido, tal vez torpe, y alguna que otra señal de su pillería de antaño seguían siendo visibles en las últimas semanas de su vida. Pero a pesar de que así lo esperaba, no estaba ahí cuando regresé. Y el primo Viktor se había quedado solo con sus recuerdos de infancia. 56

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En 1916, Vicky Frankl acabó la escuela primaria en la Volksschule de Czerninplatz. La primera guerra mundial había empezado casi dos años atrás y los tiempos eran duros incluso en aquellos lugares que no eran campos de batalla. La sangría económica a la que el conflicto sometía a las naciones las llevaba a la ruina, y las privaciones y los cortes eran

habituales. Al igual que muchas otras familias, los Frankl apenas tenían medios para subsistir. Muchos eran los días laborables en que Vicky salía de casa a las tres de la madrugada para ir al mercado de Landstrasser,

donde pedía la vez en la cola para comprar el pan o para comprar lo que pudiera con los escasos medios que poseían. Incluso en invierno, en oca-

siones bajo un frío glacial, Vicky esperaba hasta las siete de la mañana, cuando su madre llegaba para ocupar el lugar del pequeño en la cola y que él pudiera asisti~ a la escuela. Cuando la guerra terminó, en 1918, la carestía prosiguió al tiempo que el mundo se sobreponía a su conflicto más catastrófico. Las huelgas de los obreros en Viena no hicieron sino empeorar las cosas, y raras veces llega-

ban a su destino los envíos de comida a la ciudad procedentes de otros países. Al tiempo que se desmoronaba la monarquía, surgieron las nuevas

repúblicas alemana y austríaca. Afortunadamente para la familia Frankl, podían contar con el salario de Gabriel. Pero las clases más pobres de la ciudad vivían en condiciones infrahumanas, y conseguir carbón era poco más que imposible para muchos que lo necesitaban desesperadamente durante 57

LA LLAMADA DE LA VIDA

el invierno. Ni siquiera los hoteles de mayor renombre podían permitirse la calefacción, y muchos recién nacidos fallecieron en los hospitales a causa del frío. 1 Varios ciudadanos judíos y competentes llegaron a las esferas de poder de la Viena de la posguerra, pero el antisemitismo de la ciudad volvió a resurgir como antaño. Y crecía el temor a que los judíos asumieran el control de la prensa, del gobierno y de los negocios. Los tres hijos del matrimonio Frankl, Walter, Viktor y Stella, asistieron a la Volksschule que se encontraba en su propia calle. Stella prosiguió sus estudios en una escuela secundaria diferente, pero Walter y Viktor se matricularon en el Sperlgymnasium, el mismo centro en el que habían estudiado Sigmund Freud, Gabriel Frankl y, finalmente, Alfred Adler. En tiempos de Freud, se encontraba en el número 24 de la calle Tabor, adonde también había acudido Gabriel Frankl. Freud y Gabriel habían coincidido en el Sperlgymnasium durante dos o tres años, en unos tiempos en que los profesores permanecían en sus trabajos durante decenios. Evidentemente, Freud, Frankl y Adler habían tenido a algunos de éstos como profesores. Después de la graduación de Freud y antes de la de Gabriel, la escuela se trasladó al número 20 de Kleine Sperlgasse, a unos edificios que siguen hoy en día casi como eran entonces. Detrás del pabellón de los chicos y al otro lado del patio, se alzaba el de las chicas, en una construcción reconocible hoy por una placa que identifica el papel que desempeñó en las deportaciones de los años cuarenta. El hermano de Viktor tuvo experiencias encontradas en el instituto. Walter no accedió al ciclo superior, obtuvo calificaciones mediocres y acabó abandonando para proseguir con su interés por la arquitectura. De acuerdo con la familia, era un buen artista, y tenía un cierto gusto por el interiorismo. En la escuela, no tardó en demostrar su inclinación por el teatro. Stella, la hermana, al igual que Walter, tampoco fue una gran estudiante y se decantó por el diseño, especialmente por la ropa femenina. Hacía patrones e incluso algunos de ellos eran complejos. Es posible que la familia tuviera una cierta tendencia por el arte, ya que Viktor también dio muestras de su facilidad para la caricaturización. Pero su ardiente búsqueda intelectual, del todo evidente en los años de instituto, era única y estaba a años luz de las inquietudes de sus hermanos. En el otoño de 1916, Vicky, de once años de edad, se matriculó para su primer trimestre en el Sperlgymnasium. Era un buen estudiante, aunque 58

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EL INSTllliTO Y EL MUNDO

a menudo lento y centrado en sus propios intereses. Solía interesarse por cosas que no entraban en el programa de la escuela, y pedía a sus padres dinero para comprar libros de física cotidiana, como por ejemplo la física culinaria. En otra ocasión, Vicky llegó a pedir dinero en las calles para poder comprarse un libro de Goethe. Pero su interés por Goethe disminuyó cuando los profesores le pidieron que leyera ese mismo libro. Sus notas podrían haber sido mejores, y jamás dieron cuenta de todo cuanto el chico aprendía al concentrarse en aquello que de verdad le interesaba. Durante los ocho años que pasó en el Sperlgymnasium, Vicky salía corriendo de casa de sus padres, atravesaba a toda prisa Prater Strasse, bajaba por Schmelzgasse y Grosser Sperlgasse hasta llegar a la escuela. Era una carrera de diez minutos, pero pocas veces llegaba a tiempo. Vicky aprendió a justificar sus retrasos con una dudosa maniobra. Cada vez que llegaba tarde, Vicky se acercaba al estrado y explicaba: -Le ruego me excuse, señor. Sé que llego tarde, pero verá que es porque no soy puntual, y es por eso por lo que soy lento. El tono de su voz implicaba que ofrecía un motivo de su tardanza. El profesor, entre preocupado y atento, aceptaba la explicación y le mostraba a Vicky el camino de su pupitre, antes de proseguir con la lección hasta el final de la clase. La familia Frankl estaba muy unida, y sus cinco miembros eran todo un abanico de puntos en común y divergencias. Walter era alto y corpulento y Stella, a pesar" de ser la menor, casi le igualaba en altura. Viktor era pequeño. Tal vez por eso recordaba que una vez, en cierta ocasión, como si se tratara de una excepción, venció a su hermano mayor en una pelea. Ninguno de los· tres era del tipo atlético, pero Stella se interesó por la danza y le gustaba practicar, de vez en cuando, actividades al aire libre. Una vez, bajó a toda velocidad por una montaña nevada a lomos de Viktor, que se mantenía en equilibrio sobre un solo esquí que les habían prestado, aunque el chico no estaba en absoluto preparado para ese tipo de deportes tan exigentes. En efecto, de pequeño, Vicky no sólo era canijo, sino también enclenque. Sus piernas, curiosamente pequeñas, llevaban de cabeza a sus padres y el médico de la familia le advirtió de que no debía jugar a fútbol, una prohibición, sin embargo, nada angustiosa para Viktor. Pero recordaba a la perfección su concurso en un campeonato de esgrima en la escuela en que se sirvió de un florete que, de alguna manera, había logrado adquirir. Sin embargo tuvo que esperar a descubrir la 59

LA LLAMADA DE LA VmA

escalada para desafiar, en las cordilleras alpinas, sus aparentes limitaciones físicas. Walter y Stella, conforme maduraban en el instituto, se iban asemejando más a El:->a, la madre, que no era una persona obesa aunque sí rotunda. Era ella quien protegía a la familia con su afecto y sus atenciones. Era una mujer entregada, asimismo, a Gabriel, su marido, y que no temía demostrar sus sentimientos. Viktor solía describir a su madre como una persona de buen corazón, piadosa y la encarnación misma del calor humano. Con todo, Viktor se identificaba más con su padre y sus rasgos se decantaban más por aquel perfil flaco y categórico. Con el fin de la infancia, el carácter de \'iktor también se moldeó a imagen del de su padre: disciplinado y resuelto, y más proclive a demostrar su amor por medio de la fidelidad en lugar Je por el contacto físico. Padre e hijo eran de modales espartanos, cuidadosos con el dinero y con el tiempo. Puesto que nunca habían hecho bandera de la religión, no se comportaban ni como unos fanáticos, ni como unos prepotentes. Pese a todo, Gabriel era un creyente devoto, lo que le permitía enfrentarse a la vida con confianza y esperanza. Viktor se mostraba agradecido con lo que llamaba su «propio optimismo innato)>, 2 y estaba orgulloso de ser tan parecido a su padre. Cuando estaba con Stella, desaparecía una parte de aquella actitud reservada, tan característica de Gabriel. Se entendían aJa perfección y lograban sacar lo mejor de ambos, como debe suceder entre padre e hija. A menudo salían a pasear, y hablaban y se escuchaban como viejos amigos. Es preciso decir que Walter, el hermano, no era una persona especialmente dotada para las relaciones. Era un tipo gracioso y hábil y creativo en los trabajos manuales. Aparentemente, también daba muestras de una cierta capacidad de liderazgo cuando se hallaba en grupo, como cuando organizaba los repartos para las obras que representaban en los veranos en Porolitz. Por cuanto he sabido, Walter fue un buen chico y un hombre íntegro hasta el día de su muerte. Incluso en el seno de la familia, se decía que nadie podía imaginar que Viktor y Stella fueran hermanos. Viktor era de tez oscura y un chico enjuto que, en sus primeros años de la edad adulta, tenfa un aspecto frágil. S te!! a podía haber pasado por una escandinava rubia y de ojos azules, robusta e imponente. Había muchos más contrastes que fueron de importancia durante sus vidas, y que cambiaron, en cierto sentido, conforme 60

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fueron creciendo. Ella era una persona con don de gentes, conocía a muchos de sus vecinos y le encantaba charlar. Por su parte, Viktor era un tipo poco dado a hablar y apenas soportaba las conversaciones de compromiso con desconocidos o amistades; lo que realmente le gustaba era el roma y daca de un diálogo lógico y ágil, incluso en sus años de instituto. Cuando Viktor se enervaba con Stella, solía hacerlo a causa de los perfumes o de lo que interesaba a su hermana, cosas que a él le parecían nimiedades. Aunque no era una persona pesada, Stella carecía de curiosidad intelectual. No era una gran lectora, ni siquiera leyó lo que su hermano escribiría más tarde, excepción hecha, tal vez, de The Unconscious God, que dedicó, en 1948, a «mi hermana,-' En palabras de la familia Frankl de Viena y de la de Stella en Australia, Stella estaba enormemente orgullosa de Viktor y le defendía siempre que alguien lo criticaba, como si fuera imposible que se equivocara. Aunque a simple vista Srella se parecía mucho más a su madre y Viktor a su padre, en tiempos de adversidad ambos hicieron gala del temperamento estoico del padre, y se enfrentaron a los reveses del destino con serenidad y valor. Tras la muerte de su hermano Walter, ni Viktor, ni Stella se tornaron especialmente sensibleros y siguieron siendo personas alegres; ambos bromeaban y les encantaban los chistes graciosos. En aquella familia, el humor y la alegría iban de la mano. Años después, la hija de Stella, Liesl, que jamás conoció a su tío Walrer, identificó inmediatamente la capacidad cómica compartida por Viktor y Stella. Y recordó que el humor no tiene por qué ser inocente, que los chistes extraños o vulgares eran igualmente válidos siempre que fueran inteligentes y se contaran en el momento oportuno. El repertorio cómico de Viktor era amplio y, conforme maduraba su sentido del humor, ponía el mismo empeño en las palabras al contar un chiste elegante o uno grosero. No solía lanzarse a contar una batería de chistes, sino que prefería esperar a que la conversación invitara a hacerlo; le encantaba ayudarse de ellos para arrojar luz sobre un aspecto. Con todo, si Viktor quería contar un chiste sin contexto alguno, era capaz de inventarse uno para provocar la ocasión. Cuando pienso en ese aspecto de la familia Frankl, me viene a la cabeza un dicho alemán que oí no pocas veces en Viena. Es una suerte de tributo a los padres y a los ancestros de una persona: <<Es hijo de buena cuadra». Walter, Stella y Viktor eran hijos de buena cuadra y, a pesar de 61

LA LLAMADA DE LA VIDA

que apenas tenemos noticias de sus abuelos, sabemos que eran gente tenaz y recta. Ello ayudará a explicar la decencia y la calidad humana de los cinco Frankl, incluso a la luz de las calamidades futuras. Y a medida que vayamos adentrándonos por la travesía de Viktor, descubriremos que una de sus características es un orgullo y un amor constante por sus padres. Hasta el día de su muerte, no dejó de pensar en ellos de un modo que apenas se da en nuestros tiempos. A lo largo de su vida, Vikror honró a su madre y a su padre, manteniéndose fiel a uno de los grandes mandamientos de su fe.

A pesar de algunas objeciones a· la hora de hablar de su familia, Viktor no tuvo reparos en hablar conmigo de su despertar sexual. Incluso antes de llegar a la pubertad, la asistenta que trabajaba en casa, a la que Viktor describió como bien parecida, permitía que él y su hermano mayor, juntos o por separado, exploraran con delicadeza su cuerpo. En ocasiones, cuando los padres no se encontraban en casa, se acostaba casi desnuda y los chicos podían ver sus genitales al tiempo que ella fingía estar dormida. En otras, dejaba que los críos le quitaran la ropa que llevaba de cintura para abajo y que la acariciaran mientras ella «dormía>' en el suelo. Finalmente, comprendí la relación entre el sexo y el matrimonio, antes incluso de que cobrara conciencia de la conexión entre el sexo y la procreación. Fue posiblemente en los años de instituto cuando decidí que, como hombre que algún día se habría de casar, intentaría mantenerme despierto, cuando menos un rato, de modo que no perdería la ocasión de hacer el amor con mi esposa mientras «dormíamos juntos>>. Me preguntaba si la gente es tan estúpida como para perderse algo tan maravilloso mientras duermen. Estaba decidido a disfrutar de ello con los ojos bien abiertos. 4

El Prater fue un lugar lleno de significado durante toda la infancia de Viktor. De pequeño, en uno de los muchos paseos que por allí dio, Viktor se imaginó que un día escribiría un libro que ayudaría a mucha gente. Pero ello no le llevaría a la fama, ya que no lo firmaría con su nombre. Poca gente sabe que Viktor intentó publicar anónimamente, en 1946, la primera edición de El hombre en busca de sentido. En la segunda edición, sin 62

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EL INSTITIITO Y EL MUNDO

embargo, cedió a la presión de amigos y colegas y permitió que su nombre apareciera en la portada. En los primeros años de su adolescencia, Vikror solía ir al Prater solo. Cuando le acompañaban compañeros del colegio, no iban a practicar deporte ni a caminar indolentes. Más bien lo hacían para embarcarse en discusiones sobre grandes pensadores o nuevas ideas. Aquellos paseos se convirtieron en uno de sus pasatiempos de instituto y las discusiones, en los bancos del parque o en las avenidas, giraban en torno de la filosofía y de aquella nueva disciplina llamada psicología. Así iba llenando de contenidos sus cuadernos pero, ¿qué bullía en el interior de Viktor? ¿Qué ideas se iba formando? Aunque en ningún momento decreció su fascinación por la medicina, un nuevo mundo se abría ante los ojos de Viktor conforme descubría la obra de los filósofos que se habían enfrentado a preguntas que él mismo empezaba a plantearse. En la escuela entró en comacco con los clásicos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles, que despertaron su curiosidad. De hecho, uno de los profesores de Viktor lo b;mtizó como ~<señor filósofo». La seguridad que reinaba en la familia permitía que Viktor se lanzara a explorar con avidez sus intereses, aunque con ello dejara de lado todo aquello con lo que, típicamente, ocupaban su tiempo y se entretenían sus compañeros. Pero él no parecía darse cuenta, o no le daba importancia, mientras reflexionaba sobre las posibles relaciones entre la filosofía y la nueva ciencia de la psicología. Descubrió la psicología fuera del recinto escolar, por medio de lecturas, conferencias públicas y el poso de ideas que germinaban en una gran ciudad. Recogió lo que descubría en cuadernos para luego expandir y concentrar los puncos. Cada vez más, advertía las relaciones existentes y hacía partícipes de sus descubrimientos a sus compañeros de clase, menos interesados por aquella disciplina, ya fuera en los pasillos, en el patio, en las clases o en el Prater. Siempre estaba atento a los anuncios de las conferencias. Por la n~­ che, Viktor asistía a las clases de psicología de la escuela de adultos. Como a cualquier otro chico, le gustaba dormir hasta tarde, pero muchos fines de semana se despertaba al amanecer para cruzar la ciudad y asistir a una charla sobre psicoanálisis en la Volkshochschule de Ottakring. Si bien el joven Viktor se quedó maravillado con Freud y el psicoanálisis, también se dejó atraer por la psicología aplicada y la experimental, tal vez a causa de la estrecha relación entre esas disciplinas y la fisiología y la medicina. 63

EL INSTn"UTO Y EL MUNDO

LA LLAMADA DE LA \'IDA

Descubrió el fenómeno del ~~, y es uno de los aspectos de la ac-

Así, mientras otros chicos espiaban a las chicas y jugaban al fútbol, Viktor se escapaba para asistir a conferencias en la clínica psiquiátrica de Ja Universidad Wagner-Jauregg. Ahí se empapaba de las enseñanzas sobre el psicoanálisis que impartían los discípulos de Freud, especialmente Eduard Hitschmann y Paul Schilder.

tividad electrodérmica. Viktor advirtió que, cuando se zarandea a una persona, se producen cambios en el ritmo de los impulsos eléctricos en la epidermis, especialmente en las manos y en la frente. Esta propiedad conductora de la pid es uno de los parámetros que se usan en la ~~detección de mentiras))' que se basa en la teoría que asegura que mentir provoca una excitación en el organismo que no se da al decir la verdad. Cuando mentimos, podemos tener una cierta capacidad para ocultar síntomas más evidentes dt: excitación, como las dificultades para respirar o el sudor, pero, prosigue la teoría, no podemos hacer lo mismo con otros más sutiles de los que ni siquiera somos conscientes. Y la propiedad conductora de la piel e~ uno de esos, aunque es discutible la detección de men-

Esta historia no habla de grandes filósofos ni de grandes científicos. Con todo, aparecen de vez en cuando ya que no podemos entender la vida de Vikror si no es refiriéndonos a las ideas que absorbió durante sus años de formación. Justo cuando empezaba a desarrollar una cierta capacidad crítica, la visión negativa y pesimista de algunos filósofos y científicos, cuyas

opiniones parecían confirmadas por la guerra, se apoderaron de Viktor. Un día en clase, cuando Viktor tenía trece años, estaba sentado en su pupitre en el Sperlgymnasium. El profesor de ciencias caminaba entre los

tiras por medio de este método. Los que fascinaba a Viktor del fenóme-

pupitres mientras explicaba la lección.' Entonces, dijo algo que reflejó el

no de la respuesra galvánica de la piel era la relación que establecía entre

la fisiología y la psicología: el seguimiento de unos cambios imperceptibles en la superficie de la piel que nacían de un hecho psicológico y emocional.

Viktor hizo una demostración de las propiedades conductoras de la piel en la clase del Sperlgymnasium. Después de lograr un voluntario, Viktor lo conectó a un galvanómetro que había pedido prestado y que proyectaba en la pared un puntero que mostraba los cambios en la respuesta galvánica de la piel. Cuando Víctor tuvo la ocurrencia de pronunciar el

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cinismo de aquellos años. -En un análisis final, la vida no es sino un proceso de combustión, un proceso de oxidación.

A pesar de que lo propio habría sido levantar la mano para que el profesor le diera la palabra, Viktor se revolvió al oír aquellas palabras y enfrontó al profesor con esta pregunta: -Señor, de ser así, ¿cuál puede ser el sentido de la vida? El profesor no tenía respuesta alguna, tal vez porque realmente creía

en lo que había dicho. Este incidente demuestra que, ya entonces, Viktor

nombre de la novia del voluntario ante el resto de la clase, el puntero de la pared se disparó. En ese momento, Viktor pensó en lo oportuno que había sido apagar las luces de la clase para evitar que el resto de compañeros viera cómo se ruborizaba el voluntario. Pero la respuesta galvánica de la piel no fue lo único que Viktor llevó a su escuela.

podría ser una primera exhibición de los modales impetuosos de Viktor a la hora de enfrentarse a ideas con las que no estaba de acuerdo. Sea como fuere, fue por aquel entonces cuando Viktor sufrió una cri-

En Viena, donde los tabúes victorianos relacionados con la sexua-

sis personal, que bautizaría más tarde como <<mi período ateo, o más bien

lidad aún eran rígidos, había estallado una disputa a la luz de las nuevas afirmaciones realizadas por Freud sobre el papel preponderante del sexo, incluso en los niños. Como en todas partes y en todo momento, a pesar de los tabúes sexuales de la época, las cocheras y los bosques eran

agnóstico». Si bien no se sumió en una fase de desesperación que lo debilitó físicamente, la crisis supuso un período de búsqueda, preguntas y algunos atisbos de desesperanza. Y todo ello tuvo una importancia definitiva en Viktor.

luchaba contra la noción de que la vida

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es sino ... », Aunque también

testigos de no pocas cosas. Las ideas de Freud sobre la sexualidad eran ex-

Con anterioridad a aquella catarsis, las cosas habían parecido relati-

citantes para los chicos del Sperlgymnasium, y Viktor se erigió en una

vamente sencillas. Pero ahora, los valores y el sentido iban por libre, y el

fuente de información fiable acerca de esas afirmaciones del psicoanálisis.

pesimismo que Viktor sentía no era nada típico en él. Cedió a la idea de

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U LLAMADA DE LA VIDA

EL INSTI11JTO Y EL MUNDO

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interés, se lo enviaba a Freud. Y a cada envío, respondía Freud dos o tres días después con una postal de su puño y letra. Es~ correspondencia con-

mente, su fascinación por la psicología, como ciencia de laboratorio, o por

tinuó durante varios años, pero todo se perdió más tarde, cuando las SS

el nuevo psicoanálisis de Freud, no se vio ni mucho menos afectada. Los

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deportaron a la familia Frankl.

que la vida carece de sentido y es fútil, y sucumbió a algunos de los efectos deshumanizadores de esas ideas. Con estar Viktor turbado intelectual-

conocimientos que Viktor tenía de psicología y de medicina se vieron en-

Cuando Viktor tenía diecisiete años, fue al Prater para preparar un

riquecidos, en última instancia, por el tormento que atravesaba. Por vez

escrito que debía presentar en clase. En esa ocasión, explotando sus pro-

primera era consciente, de un modo existencial, de lo terrible del cinismo

pios intereses, como solía hacer, tituló el texto ((De la afirmación y la ne-

al que se enfrentaba. Su lucha le conminó a mirar de frente a la pregunta de qué es lo que, después de todo, humaniza a las personas. De resultas

gación mímicas», y del contenido se desprende que Viktor ya esraba muy

de este proceso, su antigua visión ingenua de la psiquiatría en tanto que

aquel artículo, así que le envió una copia. Viktor se quedó atónito cuando Freud le respondió: ((He enviado su artículo al lnternational ]ournal

familiarizado con el psicoanálisis. Creía que a Freud podía interesarle

vocación que combina la medicina, la psicología y la filosofía se vio enri-

quecida. La búsqueda de Viktor se intensificó conforme leía y prestaba atención a las palabras de otros. Acuciado por la pregunta del sentido de la

caron el artículo. 6 Corría el año 1924,

vida, vio como, durante un tiempo, su optimismo natural quedó en ma-

psicoanálisis.

nos de la aprensión por la pérdida de fe y la destrucción de los valores tra-

Al riempo que se aferraba a Freud como a nadie, Viktor empezó en aquel tiempo una relación que habría de durar toda la vida con el exis-

of Psychoana/ysis. Espero que no le moleste». Dos años más tarde, publiel año en que Viktor se graduó en

el Sperlgymnasium, y el artículo ya daba muestras de su inclinación por el

dicionales durante aquella guerra que parecía no tener fin.

Con catorce años, leía a Wilhelm Osrwald (1853-1932), el físicoquímico alemán, y a Gusrav Theodor Fechner (1801-1887), físico, médico y uno de los fundadores de la psicología experimental. Por aquel entonces,

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la psicología científica se sostenía por su propio pie como una suerte de hijo

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adoptivo de la filosofía, dado su papel reflexivo, y de la fisiología, en tanto que método de investigación de nuevos métodos científicos, y ambas disciplinas convergían en la naturaleza humana y en el comportamiento. Conforme juntaba las ideas de una y otra rama, engrosaba las páginas de sus cuadernos, escribía sus propios textos, centraba su atención en algunas

cuestiones y dejaba de lado las notas de la escuela y algunas de las materias que allí le enseñaban. En 1974, Derek Gill, autor británico y biógrafo de Elisabeth Kübler-Ross, expresó su sorpresa al descubrir que la búsqueda filosófica de Frankl se había iniciado con trece años y que, después del fin de la guerra, en 1918, y sobre todo en 1920, cuando Viktor cumplió quince años, ya había empezado a filosofar por sí mismo. En aquellos años, Viktor empezó a cartearse con el profesor Freud, que vivía en la hoy famosa dirección del número 19 de Berggasse, en el barrio de las universidades. Apasionado por el psicoanálisis, Viktor abrazó las ideas de Freud con tanta pasión como lo podía hacer un estudiante. Cada vez que se topaba con un artículo que consideraba podía ser de

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tencialismo, un movimiento filosófico europeo que surgió como reacción al resto de sistemas filosóficos y científicos dominantes por aquel entonces. Los existencialistas, un gran grupo de pensadores con algunos puntos en común entre sí, hacían hincapié en

el carácter único de la persona, que

existía en las coordenadas reales del aquí y ahora. En un mundo hostil, el individuo podía verse aislado y alienado, pero con todo seguía gozando de libertad para tomar decisiones, para ocupar un lugar y para responsabilizarse de sus elecciones. Los escritos del filósofo y teólogo danés S0ren Kierkegaard (1813-1855), una vez fueron traducidos a lo largo y ancho de Europa, se erigieron en el caldo de cultivo del existencialismo. Cuando Viktor estaba en el instituto, Friedrich Nietzsche (1844-1900), inspirado por el autor alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), devino otra fuente de inspiración de dicho movimiento. Las obras de Schopenhauer, Nietzsche y otros existencialistas tenían un refrescante halo de autenticidad en unos tiempos turbulentos, en que lo viejo y las maneras canónicas de pensamiento estaban en entredicho. Aun cuando algunos existencialistas trataban de reaccionar contra un

nihilismo con el que ya estaba familiarizado Viktor, ya bien porque se había apoderado de él o porque lo había visto a su alrededor, otros se sumían en el nihilismo (del latín nihil, nada) que rechazaba la religión y los 67

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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EL INSTilVfO Y EL MUNDO

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valores tradicionales. Los existencialistas pesimistas minaban la fe en el sentido de la vida. Afirmaban que los valores no son sino creaciones de los sentimientos y de las preferencias individuales de gente que habita en un mundo hostil. Todo es arbitrario e ininteligible. No existe una realidad objetiva, no hay nada sobre nosotros ni más allá, nada ni nadie trascendente. Cualquier discurso que hable del sentido último es un autoengaño. En un mundo tan duro, en el que nos lanzan, tenemos la opción de luchar para hacer de nuestra vidas lo que podamos, pero ¿con qué fin? Los existencia listas, que eran básicamente pesimistas, ateos y negativos, parecían estar de moda. Y si bien el auge de los suicidios entre los bachilleres de Viena estaba relacionado con los rigurosos exámenes a que los sometían los cemros y con problemas de índole social y sexual, no pocos jóvenes concienciados se vieron afectados por el creciente nihilismo de los tiempos. Cualesquiera que fueran los motivos que tenían Schopenhauer, Nietzsche y otros filósofos, con independencia del componente negativo que vieron en la religión, con independencia de la marea social e histórica que intentaron crear, con independencia de todo cuanto quisieron llevar a cabo para compensar el efecto del nihilismo, también potenciaron el pesimismo. Y lo hicieron, en primer lugar, entre los filósofos y los científicos, antes de llevar su influencia a la vida cotidiana de todas aquellas personas con capacidad crítica. Y el joven Viktor empezó a percibir el nihilismo como una amenaza, no sólo para su propio ser, sino para toda la sociedad. Afortunadamente, había otros existencialistas cuyos puntos de vista eran más positivos e incluso religiosos, y éstos también estaban en boga en los años veinte, en plena crisis de Viktor. Martín Heidegger (1889-1967), el gran filósofo alemán, era algo más optimista, o cuando menos quería serlo. Le preocupaba el nihilismo y sus efectos. Gabriel Maree! (1889-1973), el dramaturgo y filósofo francés, se convirtió al catolicismo después de servir en las filas de la Cruz Roja durante la primera guerra mundial. Marcel, crítico con su lúgubre compatriota existencialista Sartre, vivió en sus propias carnes lo indispensable que resulta el compromiso para con los otros y el papel de la fe y de la esperanza. Durante algunos años, Maree! llegó incluso a aceptar la etiqueta de <~existencialista cristiano». De nuevo en Alemania, el psiquiatra Karl Jaspers (1883-1969) puso el acento en las actitudes morales y el comportamiento y tuvo en cuenta algo significativo que se encuentra en nosotros y más allá de nuestra hR

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persona, incluso en un ser trascendente. Martín Buber (1878-1965), el escritor y místico judío que había nacido en Viena y que había estudiado en su Universidad, jamás encajó en el molde del existencialismo negativo v ateo. Su propia investigación del Hasidismo judío le llevó a sentirse re~ovado a causa de la riqueza espiritual que manaba de esa herencia y se dedicó a proclamar con fuerza allá donde iba el credo judío. A raíz de su obsesión con la necesidad de un encuentro genuino entre los seres humanos (/ and Thou es su obra más célebre), Buber llegó a ser un personaje acri\'o en la promoción de las buenas relaciones entre los árabes y los judíos. Vikror, minado por el pesimismo de aquellos años, también estaba sometido a una abundante diera filosófica que empezó a devolver vigor a su idea de que la vida, después de todo, podía poseer algún sentido. Cuando se graduó del instituto, Viktor no sólo se había alejado del nihilismo y se había rebelado contra los existencia listas, sino que su mágica relación con el psicoanálisis empezaba a navegar por aguas turbulentas. Comenzó a considerar que el nihilismo estaba ligado a una determinada manera de acercarse a la naturaleza humana. Nuestras idea:s sobre el ser humano están totalmente relacionadas con nuestra manera de entender la vida, con nuestro comportamiento y, en última instancia, con la manera como tratamos al prójimo. Poco a poco, fue convenciéndose de que el espíritu humano es lo que nos hace tal y como somos, si bien los reduccionistas, quienes reducen la vida y la naturaleza humana a un ~(nada más que,,, negaban, ignoraban o descartaban tal espíritu. Gracias a otros filósofos y profesores,8 Viktor pudo salir a tiempo de su crisis nihilista. Dejó de aceptar sin más lo que había oído y leído y empezó a forjar sus propias convicciones. Así como aquel estado de ánimo se había instalado en él gradualmente, así fue superándolo durante los años de su formación como médico. En 1980, con setenta y cinco años, Frankl tomó la palabra en el Primer Congreso Mundial de Logoterapia, en San Diego, California, para hablar a este respecto. Estas fueron sus palabras: ¿Qué decir de la opinión de que cada fundador de una escuela psicoterapéutica describe, en el análisis final, su propia neurosis en dicho sistema y se refiere en sus propios libros a su historial? No soy d más indicado para hablar, en este contexto, de Sigmund Freud o de Alfred Adler, pero en lo que se refiere a la logoterapia, puedo coufesar !:On satisfacción que, en mi juventud, tuve que pasar por el infierno de la desesperación que provoca la aparente carencia 69

'< . LA LLAMADA DE LA VIDA

de sentido de la vida, del nihilismo más absoluto y total. Pero luché contra él como Jacob hizo con el ángel hasta que pude decir «SÍ a la vida a pesar de roda», hasta que pude desarrollar mi inmunidad contra el nihilismo. Y creé la logoterapia. Es una lástima que otros autores, en lugar de inmunizar a sus lectores contra el nihilismo, les inoculen su propio cinismo, que es un mecanismo de defensa [... ] que han creado para combatir el nihilismo que les invade. Es una lástima porque, hoy más que nunca, la desesperación que provoca la aparente carencia de sentido de la vida se ha convertido en una cuestión urgente y tópica a escala mundial. La sociedad industrial busca satisfacer todas y cada una de nuestras necesidades }' la sociedad de consumo llega incluso a crear algunas necesidades con el propósiro de satisfacerlas. La más importante, con todo, la necesidad básica de hallar un sentido, sigue siendo a menudo ignorada y obviada. Y es tan «importante, porque, una vez se encuentre la respuesta a esta voluntad de sentido, los seres humanos no sólo serán felices, sino que serán capaces de sufrir, de soportar la frustración y la tensión y, si llega el momento, estarán preparados para dar su vida ... Por otro lado, si se frustra la voluntad de sentido, pueden verse igualmente llamados a entregar su vida por los caminos de la bruma, a pesar de todo el bienestar y de la prosperidad que les rodee ... 9

Viktor creía, de hecho, que el resultado último del nihilismo es devastador. En 1954, cuando aún no había pasado ni un decenio desde que

EL INSTITUTO Y EL MUNDO

frankl me llevó de visita al vecindario donde se crió Elly. De camino, en raxi, cruzamos Reichsbrücke, uno de los principales puentes que atravie-

san el Danubio. Viktor, siempre al frente de aquellas visitas guiadas, se volvió desde el asiento del copiloto en el taxi. Hay una historia relacionada con este puente. Durante la primera guerra mundial, fui a Kaisermühlen, adonde nos dirigimos ahor;t, para conseguir ciento veinticinco gramos de harina. Todo estaba racionado, y yo renía un cupón emitido por Su Excelencia el ministro von Biirnreither, el jefe de mi padre. Y podía usarlo. Así que iba caminando, sin dinero para el coche, y cuando estaba m;.Ís o menos en este punto, me detuvieron cuatro o cinco criajos, de unos doce años, como yo. Me rodearon, como si fueran a atacarme. Su primera pregunta fue: -¿Eres judío? Y recuerdo claramente que respondí con otra preguma: -Sí, ¿pero acaso significa eso que no soy también un ser humano? Y aquella pregunta les desarmó, y no me hirieron y me dejaron ir. Era un llamamiento a su propia humanidad, r les hizo cobrar conciencia de inmediato de su responsabilidad, enfrentados como esraban a otro ser humano, como les sucede a los humanos ... Esre es el único recuerdo que tengo de Kaisermühlen, salvo los picnics que celebramos, ailos más tarde, en G~insehiiufel.

lo liberaran de los campos de concentración, escribió el siguiente texto para la introducción de la primera edición inglesa de su primer libro, The

Doctor and the Soul:

Judío y ser humano. Como ya hemos visto, Viktor logró salir de su cenagal intelectual con la ayuda de varias personas y algunos filósofos. Pero aún no hemos hablado de una de las mayores influencias en su vida.

Si enfrentamos a un hombre a un concepto de hombre que no sea cierto, lo corromperemos. Cuando nos referimos a un hombre como a un autómata de reflejos, como a una máquina menral, como a un manojo de instinros, como a un títere de impulsos y reacciones, como a un mero producto del instinto, de la herencia y de su entorno, alimentamos el nihilismo al que, en cualquier caso, tiende el hombre moderno. Conocí el último estadio de esta corrupción en mi segundo campo de concentración, Auschwitz. Las cámaras de gas de Auschwitz eran la consecuencia última de la teoría que afirma que el hombre no es sino el producto de la herencia y de su entorno, o como gustaban decir los nazis, de •da sangre y el suelo». Estoy totalmente convencido de que las cámaras de gas de Auschwirz, de Treblinka y de Majdanek no se gestaron en ningún ministerio de Berlín, sino en los despachos y en las salas de lectura de los científicos y filósofos nihilisras. 10

Poco después de llegar al instituto, Viktor celebró su Bar Mitzvah, ingresando así en la edad adulta judía y asumiendo su responsabilidad personal para con los mandamientos. Uno de los más importantes era que debía honrar a su madre y a su padre; ellos también eran judíos y seres humanos, judíos fieles cuya presencia permaneció en Viktor mucho después de

la muerte de ambos y hasta el fallecimiento de Viktor. Y a pesar de que Gabriel y Elsa penetraron en los terribles años cuarenta junto a Viktor, y de que perecieron no lejos de él, pervivieron misteriosamente en su hijo, psi-

quiatra para el público y judío en la intimidad. Viktor se aferró a la fe y al optimismo de sus padres. Queda claro hoy, a partir de las investigaciones sobre los «modelos)), que el ejemplo que damos en presencia de nuestros hijos en mucho más

Hay un incidente en la vida del joven Viktor que puede arrojar algo

poderoso que lo que decimos ante ellos. El padre y la madre de Viktor

de luz en el enigma de la naturaleza humana. Un día de verano, la familia

eran personas para quienes la sustancia tenía más valor que la apariencia.

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LA LLAMADA llE LA VIDA

"'"' ooo> do dofinir su futuro como aquellos sencillos retratos: su madre, Elsa, una persona bondadosa, amorosa y pía del mejor modo y del más sencillo; y Gabriel Frankl, un hombre humilde y honorable, con una cinta de cuero negro alrededor de su antebrazo izquierdo, y con unas pequeñas cajas de piel, con las Sagradas Escrituras en su interior, en la frente y cerca delco-

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MEDICINA, FREUD Y ADLER 1924-1934

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razón, de cuyos labios salía cada mañana, sin excepción, la Shema, y aquel saludo matutino al Altísimo: «Modeh ami (te doy gracias) Rey eterno, por haberme devuelto clemente el alma. Grande es Tu Fidelidad».

El verano de 1924 fue una época de transición para Viktor. Había acabado el instituto después de superar con éxito los exámenes de Matura, aquellas agotadoras pruebas que Freud, en sus años de escuela, había

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bautizado como ~<el martirio». En otoño, Viktor, que aún vivía con su familia en Czerningasse, se disponía a iniciar sus estudios en la facultad de medicina de la Universidad de Viena. La escasez de los años que siguieron a la primera guerra mundial mejoró en aquel período previo a la depresión económica. Algunas zonas vivían plenamente los Años Locos, si bien las naciones europeas todavía trataban de dejar atrás las consecuencias de la contienda. Especialmente en Europa, la gente miraba con recelo la recuperación industrial de Alemania, así como su fracaso a la hora de satisfacer las reparaciones a las que estaba obligada por el tratado firmado tras el fin del conflicto. En Viena, al igual que en otros lugares, las cosas se iban estabilizando, aunque en aquellos años no habían logrado desembarazarse del desempleo, de los problemas económicos, del antisemitismo y de una encarnizada rivalidad política. Durante aquel verano, Viktor, al igual que mucha otra gente, no estuvo al corriente de las implicaciones de lo que sucedía en Alemania. En la ciudad de Landsberg, en la cuenca del río Lech y al norte de la frontera con Austria, a unos cincuenta kilómetros al oeste de Munich y a algo más de 400 al oeste de Viena, estaba encerrado Adolf Hitler, que por aquel entonces contaba treinta y cinco años. Después de huir de Viena 73

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LA LLA!\.·IADA DE LA VIDA

a Munich, en 1913, se alistó voluntario y tuvo un papel <> en el ejército alemán durante la primera guerra mundial. Si bien en su infancia y en los años de juventud pasados en Austria, primero en Linz y luego en Viena, Hitler ya había dado muestras de su antisemitismo, no fue hasta su llegada a Ivlunich cuando aquellas opiniones se tornaron en una cruzada envenenada. 1 No bien acabó la primera guerra mundial, Hitler se granjeó el favor de unos cuantos seguidores gracias a su programa radical. Su carisma adoptaba un tono más y más burdo, y sus arengas eran cada vez más cáusticas y desafiantes. En 1923, Hitler consideró que había llegado el momento de derrocar a la autoridad legítima en Munich. El 8 de noviembre, hizo una demostración de su fuerza política en el famoso bar Putsch. Algunos de sus camaradas revolucionarios resultaron heridos de gravedad y otros murieron a causa de los disparos de la policía. Hitler, que tan sólo sufrió algunas heridas menores, fue arrestado. El error en la planificación y el motín abortado lo desmoralizaron, y se declaró en huelga de hambre durante las primeras semanas que pasó en la prisión de Landsberg. Pero no tardó en recuperarse, en reponer fuerzas y en volver a defender su causa. En abril de 1924, fue juzgado y condenado a cinco ailos de prisión por alta traición, lo que consideró como un serio revés. En su celda, Hitler se dedicó a la redacción de su biografía política, Mi lucha. Mientras la escribía, se reafirmó en su convencimiento de que los judíos no eran únicamente una plaga, sino que tejían una conspiración que amenazaba no sólo a la nación alemana, sino también a su cultura. Además de la <(cuestión judía», la humillación que Alemania había sufrido en la guerra y el Tratado de Versalles eran otros de los temas que exasperaban a Hitler. Asimismo, otros de los objetivos de sus diatribas eran los bolcheviques y Wall Street. 2 A diferencia de otros prisioneros, la situación penitenciaria de Hitler no estaba del todo mal: una celda con vistas al río, varios asistentes que colaboraban en la preparación del libro y una cohorte de visitantes que lo agasajaban con todo tipo de presentes. Y casi al tiempo que Viktor empezaba sus primeras vacaciones de Navidad como estudiante de medicina en Viena, Hitler fue puesto en libertad después de haber cumplido algo menos de un año de condena. Tras lo que retomó su escalada al frente del Tercer Reich. Poco después de que Viktor iniciara su andadura en la universidad, atrapado por las disputas entre Freud y Adler, ingresó en un nuevo círculo de amistades. Creció su admiración por dos eminentes médicos, Rudolf 74

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MEDICINA, FREUD Y ADLER

Allers y Oswald Schwarz. Ambos eran investigadores especializados, y entre sus intereses se contaba la psicología. Simultáneamente, entró en contacto con las obras del filósofo Max Scheler. Para su deleite y alivio, descubrió que el filósofo avivaba una reevaluación del proceso por el que atravesaba el propio Viktor. Scheler (Alemania, 1874-1928) arrojó una nueva luz en la afirmación viral de Viktor. Algo alejado del exisrencialismo, Scheler era un fenomenólogo en la tradición de Edmund Husserl. Hijo de madre judía y de padre protestante, Scheler se convirtió al catolicismo romano y, durante algún tiempo, sus escritos dejaron traslucir aquella fe abrazada. Si bien su orientación religiosa habría de cambiar con el transcurrir del tiempo, como sucedió con otros tantos filósofos, los escritos de Scheler cayeron en las manos de Frankl en un momento crucial, y más concretamente dos libros: Formalism in Ethics and Non-Formal Ethics of Values y On the Eterna/ in Man. Scheler mezclaba las emociones con la psicología humana, y le interesaban mucho las experiencias personales y religiosas. Su ensayo sobre los valores, la ética y el amor, lúcido y asequible, se ganó el favor de tal número de lectores que hizo de él uno de los filósofos más populares de los años veinte. Buena parte de las ideas de Viktor se deben a Scheler, como las experiencias fruto del descubrimiento que bautizaría como «orgasmos espirituales». Una de estas reveM laciones fue abrazar el «reduccionismo,,, explicar cuestiones complejas a partir de la referencia a una causa o un proceso subyacente más sencillo, y otra, descubrir qu_e no somos nosotros quiénes nos preguntamos por el sentido de la vida, sino la vida quién nos plantea tal interrogante. No bien Viktor entró en contacto con el reduccionismo, se dio cuenM ta de cuán común era entre pensadores y científicos «reduciP' el ser humano únicamente a uno u otro elemento. A partir de ese momento, advirtió, una y otra vez, que los catedráticos y los escritores se centraban con tanto esmero, y a propósito, en un aspecto de la persona que, de hecho, dejaban de ocuparse del ser humano, puesto que habían reducido a la persona a un montón de tejido regido por apetitos (biologismo) o a una criatura física movida por las necesidades (psicologismo) o a una criatura social cuyo único objetivo era competir (sociologismo).

Durante 1924, aunque el propio Freud estaba angustiado por el ambiente político tanto en Viena como en el resto del mundo, no dejaba de

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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escribir libros y su nombre corría de boca en boca. Un año antes de publicar El ego y el Id que el joven Viktor había devorado así como hiciera con Más allá del principio de placer (1920), salieron al mercado. dos libros, no por pequeños menos significativos. Freud no era un hombre muy fornido, pero estaba dotado de una sobresaliente energía. Además de escribir, analizaba a sus pacientes, se movía por las turbulentas aguas de las ideas psicoanalíticas, atendía a visitantes locales e internacionales y respondía a la correspondencia. El piso de Freud en el número 19 de Berggasse no era sólo su residencia, sino que albergaba su consulta. Y confiaba en las largas vacaciones veraniegas, lejos de la ciudad, para tomarse un respiro. Aunque la relación de Viktor con la psicologia de Adler era algo más que un mero flirteo, seguía estando vivamente interesado por el psicoanálisis, así que escribió al profesor Freud para preguntarle sobre la posibilidad de ingresar en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Recibió una nueva postal de Freud en la que éste le apremiaba para que se pusiera en contacto con su leal discípulo Paul Federn (1871-1950), el «apóstol Paul» de Freud. Concertaron una cita. Durante una tarde de 1993 que pasé con la familia Frankl, Viktor describió así aquella crucial entrevista.

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Ernest, el hijo de Paul Federn y un eminente psicoanalista perteneciente a un pequeño grupo de freudianos ortodoxos, está en Viena. Cuando ingresé en la escuela de medicina, e·n 1924, Paul Federn era el secretario de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Paul era un hombre alto, calvo, con una barba negra y una mirada oscura y penetrante. Le pedí una cita y él me invitó. Estuve sentado en la sala de espera unos diez minutos y entonces apareció por la puer- /; ta del despacho. :~ }._ ·.' -¿Sí? Y yo respondí: -Me llamo Viktor Frankl, y el profesor Freud me ha dicho que hable con -~ usted acerca de la posibilidad de ingresar como miembro en la Sociedad. 2~ Me invitó a pasar y me rogó que tomara asiento al otro lado de la mesa .. _2" Y después, aquella mirada oscura se quedó fija en mí unos dos minutos, sin decir palabra. Es evidente que esperaba mi reacción, que me ponía a prueba para ver cómo me comportaba. Y mientras él me miraba, yo acepté el desafío y le devolví la mirada. Entonces me preguntó por qué había ido e, inmediatamente después: -¿Y qué me dice de su neurosis? [Viktor imitaba a Federn, tanto su lento hablar como su extraño comportamiento.]

MEDICINA, FREUD Y ADLER

Con una cierta frialdad, reaccioné diciendo: -Cielo santo, no hablaría de neurosis, pero sí diría que soy un tipo algo anal. Con aquella objetividad, y de un modo algo distante, confesé que era un tipo anal si nos ceñimos a la terminología psicoanalftica. -En resumen, poseo algunas características de pedantería y de orden, y una necesidad compulsiva de limpieza, señales rodas de un tipo anal. Federn quedó impresionado por mi profesionalidad y objetividad, habida cuenta de mis diecinueve años, al admitir sin tapujos que era un neurótico, en términos estrictamente psicoanalíticos. Me alentó a que esperara a haber acabado mis estudios de medicina, sin dejarme distraer por ningún elemento extraño a la secuencia académica normal, para ingresar en la sociedad. Después de todo, dijo, si te estiras en un diván durante años y años y no tienes problemas, acabas inventándmelos. Así que salí del despacho de Federn con aquel consejo y fui a Kanalpark, donde por aquel enronces había un pequeño parque que bordeaba el curso del Danubio, y me senté. Estaba conmovido y en ese momento, cayó el telón y se hizo la luz: ¿Qué tipo de ciencia es el psicoanálisis si no puedes juzgarla a partir de una base racional sino que te tienen que adoctrinar antes de que puedas comulgar con ella? Varios decenios después, Sir Karl Popper dijo que el marxismo y el freudianismo no eran enfoques científicos porque dependían de condiciones ajenas a la ciencia. A menos que seas el hijo de un trabajador, no puedes entender el marxismo. A menos que te hayas pasado cinco años realizando análisis, no puedes entender, y mucho menos aceptar, la doctrina psicoanalítica. Se trata de mero psicologismo, por no decir psicopatologismo. Tuve que esperar a aquella reunión con Federn para preguntarme ¿qué tipo de ciencia es? Al cabo de un año, ya era adleriano. La psicología de Adler es sencilla, y racional. Exagera las cosas, como por ejemplo el complejo de inferioridad o cosas por el estilo, pero es racional.

No es de extrañar que Federn alentara al joven Frankl para que acabara sus estudios de medicina antes de ingresar en la sociedad freudiana. No obstante, resulta sorprendente que Freud enviara en primer luga~ al despacho de Federn a un joven de diecinueve años. Aun cuando Viktor llevaba meses interesado en el análisis de capacitación exigido por la Sociedad, y a pesar de que Federn le había apremiado para que siguiera con él, en aquel momento se decantó por los estudios.

Antes de ser declarado ilegal por las SS, el Partido Social Demócrata era la principal fuerza política de la Austria de entreguerras. De hecho, 77

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LA LLAMADA DE LA V!DA

MEDICINA, FREUD Y ADLER

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la ciudad era conocida como (da Viena roja)>, La lucha por el poder era constante, pero los socialdemócratas, para evitar que los confundieran con otros partidos austríacos o con los nacionalsocialistas (nazis) alema~ nes de Hitler, basaban su programa en una reforma que tenía como pro~ pósito distribuir las oportunidades y los beneficios de una manera más equitativa entre todos los ciudadanos. La vivienda se erigió en el principal eje. En los diez años siguientes a· 1923, el gobierno construyó más de 60.000 bloques, que se podían alquilar en su mayoría por una cantidad razonable. En la actualidad, un viajero pufde coger un tren en la estación de Heiligenstadt o tomar el tranvía D para llegar a Karl Marx Hof, una extensión de 1.400 apartamentos que parece extenderse hasta el infini~ toa lo largo de los raíles. Construidos entre 1927 y 1930, constituyen la muestra más visible y duradera del programa de la Viena roja, si bien no es el único punto de la ciudad en que se aplicó el programa de construc~ ción de vivienda. Para la familia Frankl, al igual que para otros judíos vieneses, esta cuestión no era el aspecto que les resultaba más atractivo del programa de los izquierdistas de la socialdemocracia. Más bien, se decantaban por ellos como consecuencia de la falta de puntales antisemitas en las células del partido, algo excepcional por aquel entonces, y de una relativa ecuanimidad en el trato a grupos minoritarios. Así fue como buena parte de la población judía dio su voto a la socialdemocracia, a pesar de ser un partido visto por la mayoría como una banda. Pero no existía nada semejante al «judío vienés)). En lugar de una comunidad cohesionada, existían varios grupos y facciones de judíos que iban desde liberales hasta nacionalistas, de corte más religioso que étnico, o sectas de ortodoxos extremistas. Cuando le describí esa situación a un amigo judío de Chicago, se limitó a responder: -¿De qué te sorprendes? Durante los años de la monarquía austrohúngara, me explicó Viktm; muchos judíos se trasladaron desde Polonia hasta Viena. Sin embargo, puesto que Alemania no formaba parte del reinado, el influjo de los judíos orientales afectó a Viena de una manera dramática, y concentraron las iras de muchos antisemitas de la ciudad. Asimismo, las diferencias culturales y sociales entre los propios judíos en Viena eran extraordinarias. Algunos eran acaudalados, muchos pertenecían a la clase media y otros muchos, se contaban entre los pobres. Había una división evidente entre los judíos procedentes del este, en su mayoría de Rusia o de Polonia, y los del 78

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oeste, mayoritarios y que, en muchos casos, menospreciaban a los prime~ ros. 3 «judío polaco)) era una denominación despectiva incluso cuando quienes la usaban eran judíos procedentes de Hungría o de Austria. Aunque en Viena estaban muy divididos y jamás conformaron un frente unido, los judíos eran, ya en 1923, una minoría significativa: con 200.000 miembros, representaban casi el 11% de la población de la ciudad; en el distrito de Leopoldstadt, se acercaban al 40% y en Alsergrund, el distrito universitario, al25%.' La complejidad social es abrumadora si nos paramos a pensar en todos aquellos diferentes grupos de judíos que trataban de salir adelante en una ciudad variopinta y antisemita, donde casi el 80% de la población era católica. Asimismo, no debemos olvidar que en Viena exis~ tía una encarnizada brecha política entre partidario-; de la extrema derecha y de la izquierda radical. La familia Frankl eran judíos practicantes y nada extremistas y el propio Viktor, en sus años de instituto, se vio arrastrado por la socialde~ mocracia. Era la cosa más adecuada para un chico judío de una familia como la suya en unos años y en un lugar como aquel. Durante la parrici~ pación activa de Viktor en los círculos socialistas, conoció a Bruno Pit~ termann (1905-1983), un profesor y político del Parrido Socialdemócrata que, después de la segunda guerra mundial, sería nombrado vicecanciller austríaco. Pittermann trabó amistad con Viktor y era una persona en extremo amable, hasta el punto de abandonar su despacho de abogado para llevar comida a la familia Frankl a Czerningasse en los difíciles años anteriores a la llegada de Hitler. Cuando estaba en el instituto, Viktor fue, durante un tiempo, portavoz de las Juventudes Obreras Socialistas de Austria. Y el programa socialista encajaba casi a la perfección con el adleriano. El entusiasmo que Viktor sentía por los adlerianos, no bien se hubo distanciado del psicoanálisis, fue fruto, en parte, de su programa social, algo que jamás abrazaron los freudianos. Los adlerianos levantaban clínicas infantiles allá donde podían, no solamente en Viena. Adler era un individuo tremendamente práctico, y centraba sus esfuerzos en los problemas de los críos y los jóvenes y en los defectos que presentaba el sistema educativo. Trataba de dar con maneras realistas de proporcionar atención psicológica al mayor número posible de gente. El desarrollo personal de Viktor se basaba, parcialmente, en el pragmatismo de los adlerianos Y en una preocupación por la gente, algo significativo para él, a pesar de que su implica~ión en la po!ítü:;a fue corta. 79

LA LLAMADA DE LA VIDA

Pero hace falta algo más que un programa socialista para explicar el ingreso de Viktor en las filas de los adlerianos. Tuvo que ver, además del hecho que disminuyera su confianza en el psicoanálisis, el que la psicología del individuo de Adler era la única opción tangible en el nuevo campo de la psicoterapia. Cuando estaba en sus últimos años de instituto, Viktor visitó clínicas adlerianas. En una de ellas, el doctor Hugo Lukacs, un psiquiatra y neurólogo adleriano húngaro, presentó a Frankl y Adler. Lukacs se convirtió en el principal mentor de Viktor en el terreno de la psicología del individuo, y Adler, en una influencia personal y directa. En 1911, doce años atrás, Freud había expulsado a Adler de su círculo de Viena a causa de sus opiniones heréticas e independientes. Adler dirigía con mano firme su propio grupo, que crecía cada día que pasaba, y asistía al aumento de la influencia de su «psicología del individuo». Discutía con sus discípulos en el Café Siller, entre otros lugares, y Viktor, en tanto que estudiante de medicina, empezó a asistir a aquellas reuniones, en el mismo café en el que casi había nacido Viktor. Después de las sesiones, Viktor solía continuar el debate con Adler, acompañándolo en el breve paseo que daban hasta llegar a la residencia familiar, situada en el número 10 de Dominikanerbastei, en el centro de la ciudad. Cuando se encontraba en los primeros cursos de la facultad de medicina, Viktor empezó a granjearse un nombre en la ciudad y entre los adlerianos. Con veinte años, apareció en la publicación de Adler su breve artículo «Psicot~rapia y visión del mundo: un examen crítico de su relación". En él se advierte que Frankl se ha distanciado claramente del psicoanálisis, que escribe de acuerdo con los postulados de Adler y que, y esto es lo más destacable, ha empezado a elaborar sus propias ideas sobre sentido, valores y trascendencia. Un año después, otro artículo suyo, más largo éste, titulado «Sobre la psicología del intelectualismo», exploraba la tendencia de algunos neuróticos a intelectualizar sus aprietos, a lanzarse a una actividad mental desaforada. Viktor no era un antiintelectual, pero criticaba el tipo de intelectualismo que practicaban los intelectualizadores (o intelectualistas), un fenómeno que ya habían advertido los psicoterapeutas. Apuntaba varias estrategias para contrarrestar tal proceso. En el artículo aparecían algunos de los conceptos y las frases que iban a convertirse en el distintivo de los escritos y las intervenciones de Frankl. Por ejemplo: «Uno no puede llegar a conocerse a través de la observación, sino que solamente puede hacerlo por medio de la acción. Haz lo que debas, 80

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y sabrás qué hay en ti. Así, ¿qué debes hacer? Aquello que la vida cotidiana te demanda)>. 5 Ambos artículos reflejaban su orient~ción adleriana y daban una muestra de sus ideas de juventud y de transición de aquellos años, así como de las semillas de lo que iba a constituir la logoterapia. De esos primeros artículos, que Viktor escribió cuando tenía quince años, o incluso veinticinco, afirmaba que «no autorizaría hoy esos artículos, pasados cincuenta años)', aunque cuando me dijo tal cosa habían pasado más de setenta y cinco años de su primera edición. Con todo, en esos primeros escritos se veían algunas pistas de lo que estaba por llegar. Dada la implicación de Viktor con las Juventudes Socialistas, con las clínicas infantiles adlerianas y el certificado en psicología del individuo obtenido bajo los auspicios de Lukacs y Erwin Wexberg, con veintiún años daba charlas sobre la sexualidad, el suicidio y el sentido de la vida, e incluso viajaba al extranjero. Presentó una ponencia en el Congreso Internacional sobre Psicología del Individuo, celebrado en Dusseldorf en 1926, y en una escala en Berlín, pronunció una conferencia en la Sociedad de la Psicología del Individuo. En Frankfurt, posteriormente, Viktor se manifestó junto a grandes grupos de estudiantes con pancartas hasta llegar a un salón, en el que se dirigió a las Juventudes Socialistas Obreras. (Con el paso de los años, Viktor cree que es casi un chiste que hiciera todo aquello con veintiún años.) En Berlín, conoció a Wilhelm Reich, un reputado socialista y psicoanalista que poseía algunas extrañísimas ideas, y pasearon por Berlín a bordo del descapotable de Reich.durante varias horas, hablando del suicidio y de los problemas sexuales de la juventud. Por aquel entonces~ Viktor dio varias conferencias en Budapest, Zurich e incluso Praga, donde entró en contacto con el profesor Otto Potzl. Potzl forma parte de la historia de Frankl, al igual que tantos otros. Viktor conoció a Sigmund Freud en el invierno y la primavera de 1925 y 1926 respectivamente, cuando Freud se reponía de un espantoso revés personal y sufría el «desencanto de la senectud)). Cuando Viktor vio por vez primera a Freud, que tenía sesenta y ocho años, pensó que aquel personaje arqueado y de movimientos lentos era «un anciano de verdad», Y no es ninguna sorpresa. Aunque Viktor estaba al tanto de las peleas y las puñaladas entre los discípulos de Freud, no tenía la menor noticia de qué sucedía con su familia y su salud. Sigmund y Martha habían sufrido la pérdida de su hija mayo~ Sophie Halberstadt,' la «niña de los ojos» de Freud, embarazada de su tercer hijo en el momento de su muerte. Pero nada había 81

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preparado a Freud para sobreponerse a la angustia que le provocó la muerte del hijo de cuatro años de Sophie, el pequeño «Heinele, (Heinz Rudolf Halberstadt, 1919-1923). «No creo haber sufrido jamás tamaño dolor; tal vez mi propia enfermedad contribuye a alimentar el shock. Trabajo por pura necesidad; básicamente, todo ha perdido el senridon. 7 Un par de meses después, en agosto, su ahijada, de tan sólo veintitrés años, soltera y embarazada, se suicidó.' Su sobrino Teddy se ahogó en Berlín ese mismo año. 9 Por si esto fuera poco, a principios de 1923, a Freud le diagnosticaron un cáncer de mandíbula y paladar. 10 La enfermedad era tan terrible que Freud llegó a considerar la idea del suicidio e incluso habló de ello con su médico. 11 Viktor se tropezó con Freud por sorpresa, un día, después de acabar las clases en la universidad, cuando se dirigía, como de costumbre, a la estación de Schottentor a coger el tranvía. Mientras, Viktor aguardaba en el frío, y miraba a su alrededor y a los jardines que rodeaban la iglesia votiva neogótica, con sus dos agujas características. Esa zona y los jardines reciben hoy el nombre de parque Sigmund Freud. Detrás de la iglesia se encontraba el enorme hospital general y las clínicas universitarias, de donde volvía Viktor. Cerca de Schottentor, Viktor advirtió a un anciano que se aproximaba al parque y que se ayudaba de un bastón con la empuñadura de plata. Al recordar algunas fotografías, Viktor pensó para sus adentros, «se parece al profesor Freud, pero no puede ser, no puede ser ese anciano con un sobretodo avejentado, oscuro y astroso y con un somb;ero gastado». De su correspondencia y de la fama que había cobrado su domicilio, Viktor sabía que Freud vivía en el número 19 de Berggasse, convertido en la actualidad en el Museo Freud. Viktor observó al anciano y se preguntó si tal vez se dirigía a Berggasse, situada a unas pocas manzanas a la derecha de la iglesia votiva, bajando por Wahringer Strasse. Viktor decidió seguir a aquel improbable personaje, hasta llegar a Berggasse. En las conferencias que ha pronunciado por todo el mundo posteriormente, Viktor describía el casual encuentro y añadía secamente, para deleite del público, que <<Íue así como me convertí en seguidor de Freud)), Seguro de que se trataba de Freud, Viktor se aproximó a él y se dirigió con los modales que usan los vieneses para hablar con un profesor. -Perdóneme, señor, pero ¿acaso tengo el honor de hablar con el profesor Freud? 82

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-Sí, ese soy yo. -Mi nombre es Viktor Frankl y... -Un momento, un momento -le interrumpió Freud-. Viktor Frankl. Distrito segundo, Czerningasse, número 6, apartamento 23, ¿no es así? Freud recordaba al pie de la letra la dirección que figuraba en la correspondencia. Ambos charlaron unos instantes, y Viktor mencionó a Freud un libro sobre el instinto mortal de Lagrange. Freud estaba sobrecogido por aquello, y le sugirió a Viktor que escribiera una reseña para su revista literaria !mago. Esa fue la única ocasión en que Viktor habló con Freud. Podemos preguntarnos por qué, con aquella correspondencia entre ambos y la publicación por parte de Freud del breve artículo de Viktor, no se vieron en más ocasiones. En aquellos años, los profesores universitarios eran tratados con una gran deferencia. Incluso en 1963, cuando yo estudiaba en la Universidad de Viena, nos poníamos en pie cuando el profesor entraba en clase. No recuerdo haber visto a los alumnos charlar amistosamente con los profesores tal y como lo hacen en los Estados Unidos. Viktor recordaba que en una ocasión, cuando estudiaba medicina, se sentó frente al egregio psicoanalista Paul Schilder en un tren de largo recorrido que les habría de llevar a Dusseldorf. Cuando le pregunté si había hablado con Schilder, Viktor respondió: -Leía un libro de matemáticas. De todos modos, ¿por qué iba él a hablar con un estudiante? Así las cosas, habría sido del todo impensable que, en 1925, Viktor importunara al profesor Freud, y de lo más raro que Freud iniciara una charla amistosa. Freud era una persona tremendamente ocupada, lo que da más valor si cabe a las postales que dirigía al joven Viktor. A pesar del goce que le supuso a Viktor el encuentro con Freud, ya había ingresado en las filas de los adlerianos. A Viktor tanto le daba que Freud hubiera lanzado por la borda a Adler o que éste hubiera saltado de la nave del psicoanálisis; lo importante era haber dado con alguien que se atrevía a expresar su malestar con las ideas de Freud, especialmente con la incesante importancia que otorgaba a la sexualidad y la reducción de casi todos los seres humanos a dinámicas subconscientes. Adler, que no tenía la talla intelectual ni literaria de Freud, infundió aire nuevo en la manera de pensar de Viktor sobre la naturaleza humana y la psicoterapia. 83

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Cuando Viktor se interesó por los adlerianos por vez primera, los miembros del grupo le dieron la bienvenida y Adler lo abrazó en 1924. Hugo

por diferente que fuera del de Freud, reducía el pensamiento y el comportamiento humanos a un impulso básico: la lucha por superar la infe-

Lukacs no fue la única influencia vital en Viktor; los otros dos filósofos y médicos que ya hemos mencionado, Rudolf Allers y Oswald Schwarz,

rioridad social y cualquier tipo de defectos. De modo que Adler había sustiruido la psicología de Freud por la suya propia. Adler llegó incluso a ver los desórdenes sexuales como un símbolo de la lucha en pos de la supe-

se convirtieron en respetables profesores de Frankl. Durante 1925 y 1926, Viktor ayudó a Allers en su laboratorio psicológico de Schwarzpanier·

rioridad. Así, no es de extrañar que Freud lo expulsara porque, para Freud, cualquier neurosis, cualquier desorden psicológico, se podía seguir hasta el subconsciente sexual y las fuerzas agresivas. Allers y Schwarz no se anduvieron con rodeos a la hora de señalar el nuevo reduccionismo que practicaba Adler. Conforme crecía su desen-

strasse, estudiando el tiempo de reacción y los efectos de la cafeína. Si bien

Yikror aprendió algunos de los efectos nocivos de la cafeína, no dejó en ningún momento de su vida de tomar un café cargado para iniciar el día

en la Poliklinik, hospital policlínico, donde Adler había ejercido de oftal· mólogo, y era uno de los fundadores de la medicina psicosomática.

canto con la psicología del individuo, Viktor se benefició de las opiniones y del valor de ambos. Un año atrás, Viktor había pronunciado su confe-

Allers y Schwarz solían reunirse con la Sociedad de Psicología del Individuo, y Yiktor recordaba la importancia de ambos a la hora de lidiar con la psicología adleriana. -Schwarz ,·ivía al otro lado de la calle, en Alser Strasse. Cuando Hitler nos invadió, Karl y Charlotte Bühler eran profesores de psicología.

rencia en Dusseldorf, en la que ponía en entredicho la noción adleriana de que cada uno de los síntomas en una neurosis es una coartada, una excusa, un medio para alcanzar un fin. Viktor afirmaba que, en ocasiones, estos ••sÍntomas)) o señales de angustia son, más bien, una expresión inmediata del imerior de cada persona, la expresión verdadera de uno mismo, y no un síntoma de alguna neurosis subyacente. Y eso chocaba con la ortodoxia adleriana.

Ella emigró a Suecia, como había hecho anteriormente Schwarz, pero creo que él se traslado a Londres. Desde Londres me escribió una carta lamentando su desesperación, porque el ambiente de Londres no le aportaba nada. Nadie le escuchaba. «Nadie estaba interesado en nuestros esfuerzos [de los vieneses] por crear una psicoterapia orientada hacia la existencia.)) Finalmente, Schwarz se quitó la vida.

La relación de Yiktor con Allers perduró incluso después de que Allers se trasladara a la Universidad de Georgetown, en Washington. Pero el desafío que lanzaron contra la insistencia de Adler acerca de algunas ideas tuvo lugar cuando Allers y Schwarz se encontraban aún en Viena. Viktor recuerda que «Adler se puso hecho una furia cuando le abandonaron. Y cuando yo me decanté, parcialmente, por Allers y Schwarz en vez de por Adler, me costó la cabeza».

Con todo, a pesar del desencanto de Viktor con la psicología adleriana, seguía creyendo que la sociedad podía alejarse del reduccionismo.

Pero Adler reaccionó de manera virulenta y defensiva a las críticas. Viktor recordaba que «Allers y Schwarz, mis profesores y a quienes admiraba, es-

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taban en contra del psicologismo y del reduccionismo y de la visión úni.:a de los adlerianos. Y anunciaron que abandonarían la sociedad». La vital reunión de la sociedad se celebró en 192712 y quedó grabada en el recuerdo de Viktor. El propio Adler se hallaba presente cuando Allers y Schwarz expusieron frente al resto de miembros sus divergencias. Viktor estaba senta-

El acontecimiento al que se refiere Viktor fue la tensa reunión con

do junto a una dama y aliado de Adler, en la primera fila. Cuando Allers

Adler que puso fin a la relación entre ambos. Pero antes de referirnos a ella,

y Schwarz hubieron acabado con su declaración revolucionaria, anuncia-

debemos situarnos.

ron su marcha de la sociedad y se fueron para no volver jamás. -Adler sabía que la dama y yo también estábamos en contra de su rígida ortodoxia, y que yo me hallaba bajo el influjo de Allers y Schwarz ... Esperábamos que Adler subiera ai estrado y se refiriera a los dos renegados ... Finalmente, Adler se puso en pie para hablar, pero antes se volvió con desprecio hacia la dama y hacia mí y nos dijo:

Cuando el joven Viktor Frankl se alejaba del psicoanálisis, se sintió en deuda con Adler. Pero no tardó en descubrir en Adler un estilo dictatorial en lo relativo a la ortodoxia adleriana. Lo que más sorprendió a Viktor, conforme se aguzaban sus opiniones, fue darse cuenta de que Adle~

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al igual que Freud, era un reduccionista. Es decir que ei sistema de Adler,

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«-¿Y ahora vosotros, héroes?)), Ante aquella extraña situación, Viktor sintió la necesidad de que debía responder, de que Adler se lo exigía. Explicó"que estaba de acuerdo con buena parte de las afirmaciones de Allers y Schwarz, pero que no veía ninguna necesidad de abandonar la sociedad. Las divergencias podían integrarse en el seno del círculo adleriano, y todos junros podrían sobreponerse así al reduccionismo y al psicologismo. Cuando Viktor hubo acabado, Adler se levanró y se burló de lo que Frankl había dicho al mencionar la dimensión espiritual del ser humano y su significado. Adler se refirió al crío inocente que moría en la guerra, y ¿cómo cuadraba la perfecta argumentación de Viktor sobre una suerte de armonía espiritual con aquello? Viktor abandonó la reunión sin inmutarse mientras Adler seguía burlándose de sus palabras. Al fondo de la sala, algunos psicoanalistas se lo pasaban en grande con aquel jaleo que se había organizado enrre los partidarios de Adler, y sobre todo con las deserciones de Allers y Schwarz. Los discípulos de Adler lo traicionaban, del mismo modo que él había traicionado a Freud. Después de aquel cónclave, contaba Viktor, Adler no volvió a dirigirle la palabra nunca más. Ni siquiera le devolvió un saludo. Cada vez que Viktor se acercaba a la mesa de Adler en el Café Siller, Adler lo ignoraba o se marchaba de ella. En un primer momento, Adler se dedicó a enviar indirectas a Frankl para que abandonara la sociedad. Unos meses deopués, Adler acabó expulsando a Viktor imitando el estilo dictatorial de Freud, y Viktor tuvo que dejar la dirección de la célebre revista adleriana, Der Mensch im Alltag. Si bien con aquello se puso fin a la relación personal entre Adler y Frankl, Viktor mantuvo una estrecha amistad con algunos de los adlerianos más notables, como Rudolf Dreikurs, y con Alexandra, la hija de Adler. Ésta escribió en 1980: El doctor Frankl y yo formábamos parte de un grupo de amigos que solían reunirse en Viena. Viktor ingresó en las reuniones científicas, bajo la dirección de mi padre, Alfred Adler, y sus observaciones siempre eran originales y daban pie a no pocas discusiones. Disfruté mucho de mi relación personal con él... Me marché de Viena en 1935, y me afectó sobremanera saber que había sido arrestado por los nazis y que lo habían trasladado a un .::ampo de concentración. Leo sus libros e informes sobre esos años y considero que son algunos de los documentos más impactantes que han caído en mis manos.

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Mi marido y yo tuvimos el inmenso placer de tenerlo como invitado, junto con un grupo de unos veinte amigos, en mi apartamento de Nueva York, hace unos años. Volví a gozar de la misma intimidad que había experimentado durante nuestros alegres encuentros en VienaY

No cabe duda de que el ejemplo positivo del compromiso social de Adler afectó a Frankl. Las clínicas infantiles de Adlcr, donde Viktor aprendió la psicología del individuo, le proporcionaron un modelo que le habría de servir para poner en marcha servicios de prevención del suicidio, uno de los proyectos predilectos de Frankl. De hecho, ayudó en la creación de centros de prevención del suicidio juvenil en Viena, ante el aumento de la cifra de quienes se quitaban la vida. Aquel incremento en los suicidios estaba relacionado, aparentemente, con los temidos carnets de notas escolares. La presión de las familias sobre los estudiantes para que superaran con éxito los exámenes era fuerte, pero los estudiantes solían referirse a menudo a otros problemas de índole sexual, como la angustia provocada por

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la masturbación. En uno de los servicios preventivos para la juventud, Viktor recordaba que « Wilhelm B6nner, que se había casado ..::on una prima de mi padre, había puesto en marcha un servicio de orientación para jóvenes Uugend-Beratung) en Viena, famoso en el mundo entero en el ámbito de la prevención del suicidio. Varios decenios después, el mérito de todo aquello recayó en Erwin Rige!, una especie de adleriano,). Viktor reclutaba a profesionales de la ciudad que se ofrecían como voluntarios pata tratar con gente joven. Las visitas y la asistencia que se proporcionaban eran gratuitas y confidenciales. Los psiquiatras, médicos, psicólogos y el clero abrieron sus despachos y sus casas unas cuantas horas por semana, y la prensa local iba plagada de anuncios del programa. Llenaron la ciudad de carteles: ((Nunca es demasiado tarde>,. Contenían una guía de los profesionales de Viena, junto con sus direcciones y sus horas de visita, que eran totalmente gratuitas. Entre los participantes, se contaban B6nner, el psicoanalista August Aichhorn, la psicóloga Charlotte Bühler, que trabajaba en cuestiones de desarrollo, y los famosos adlerianos Rudolf Dreikurs y Erwin Wexberg, entre otros. En esa lista también figuraba un estudiante de medicina:
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a la disposición Je alguna visita inesperada por parte de sus colegas estudiantiles algunas tardes entre semana, y podía poner en contacto a los estudiantes con los profesionales que participaban en el programa o con antiguos profesores, trabajadores sociales, jubilados y demás que también se habían ofrecido como voluntarios. Y Vikror consiguió que el profesor Otto Pi:itzl fuera nombrado presidente honorario del programa de Viena. El modelo del programa de prevención del suicidio juvenil traspasó los límites de Viena. De hecho, en la primera gira de Viktor por Dusseldorf, Berlín y Frankfurt, durante la que también viajó hasta Praga, Budapest y otras ciud:1des, fue consultado acerca de cómo crear servicios de prevención del suicidio.

Aunque a Viktor le interesaba la vertiente política de la psicoterapia, no era, como Federn se encargó de recordarle, sino un estudiante de medicina. Estaba matriculado en una de las mayores facultades de medicina del mundo y en la universidad más antigua del universo germanoparlante. Y no tardó en asistir a intervenciones quirúrgicas mientras se preparaba para realizarlas. Al ver su primer corte abdominal, Viktor tuvo que abandonar el quirófano por miedo a desmayarse. También le produjeron una gran impresión las primeras punciones lumbares que presenció, pero cuando realizó una con sus propias manos, no revistió mayor problema. Otro tanto sucedió con la cirugía: las incisiones que él mismo practicaba transcurrían plácidamente y sin problemas. Su teoría aseguraba que los meros observadores tienen tiempo para ponerse en la piel de la «víctima,),_aunque quien ejecuta las acciones está más preocupado por el procedimiento mismo. No obstante, el trabajo en el laboratorio de Viktor presentaba algunos inconvenientes sociales. En los centros de arte de Viena, los espectadores podían adquirir una entrada a bajo precio para una plaza de pie, Stehp/atz. Cuando la familia Frankl asistía a un concierto o a una obra, lo máximo a lo que podían aspirar era a conseguir una de esas plazas al fondo del auditorio. En ocasiones, Viktor salía del laboratorio de la facultad de medicina para dirigirse directamente a una función en la ópera, en el cabaret o en el Volkstheatre. Y así describía la situación: 88

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-Venía del Instituto de Anatomía en Wahringer Strasse, apestando a cadáveres. En el teatro, todo el mundo se alejaba de mí, y dejaban espacio libre a mi alrededor en la primera fila de las localidades de a pie. Orgulloso, me ubicaba casi solo en la primera fila, pero no por mucho tiempo, porque yo era asténico, delgado y no muy fuerte, y era víctima de achaques ortostáticos y me desmayaba si estaba mucho raro de pie. Me perdía el segundo o el tercer acto de la mayoría de espectáculos porque renía que salir corriendo hacia el guardarropía y estirarme en el suelo durante unos minutos hasta que se me pasara. Así que jamás logré ver el espectáculo completo. Tenía que imaginar cómo acababa. Conforme avanzaba en los estudios de psiquiatría, su especialidad, Viktor se benefició de los modernos métodos que se usaban en Viena así como de su trabajo en la primera institución europea dedicada exclusivamente al cuidado de enfermos mentales." En 1784, se había inaugurado en el seno del Hospital General, el Narrenturm, bautizado como Tollhaus, casa de locos. Suena terrible, y así era. Por aquel entonces, una de las excursiones predilectas de los vieneses en un fin de semana era darse una vuelta por Tollhaus, y espiar por los ventanucos a los lunáticos encerrados en las celdas. Con todo, el tratamiento de la demencia humana progresaba a pasos agigantados en Viena, y cuando Viktor era un estudiante, la ciudad era uno de los lugares más indicados para el tratamielJto de los desórdenes físicos y mentales. Los visitantes que se acercan al museo en que se ha convertido hoy el sanatorio pueden echar un vistazo a las celdas, que se conservan prácticamente en el mismo lugar en que estaban, aunque vacías. Entonces como hoy, la educación médica exigía que se hubiera completado la licenciatura en medicina y que se hubiera culminado con éxito una residencia de la especialidad. Sólo así uno podía ser susceptible de practicar la medicina. Frankl se licenció en 1930 y continuó con sus residencias en neurología y psiquiatría. Su primer destino fue breve y transcurrió lejos del campus universitario. Durante apenas un mes, trabajó en el hospital neurológico Rosenhügel, situado en las afueras de la ciudad, al sudoeste del palacio de Schi:inbrunn, la enorme residencia veraniega de la antigua dinastía de los Hasburgo. El aspecto externo de los edificios que conforman el hospital no ha cambiado y el emplazamiento continúa siendo, a pesar del crecimiento de Viena, un lugar tranquilo y de reminiscencias rurales. Ahí se tomó la primera fotografía de Viktor que apareció en prensa, 89

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i(ustrando una noticia sobre el programa de prevención del suicidio. El programa cobró fama como consecuencia de la casi virtual desaparición de tales incidentes entre la población juvenil de Viena. En la foto, se ve a un Viktor muy delgado y algo despeinado, con unas gafas de montura oscura, pelo alborotado y oscuro y una bata blanca arrugada. Después de la estancia en Rosenhügel llegaron trabajos más importantes y de mayor duración. El primero fue una residencia de menos de un año en un departamento de psiquiatría de la facultad de medicina. Ahí trabajó bajo la supervisión del profesor Otro P6tzl, el eminente patólogo cerebral y psiquiatra y antiguo responsable de neurología en la Universidad Carlos, la famosa institución germanoparlante de Praga. El profesor POrzl había conocido a Viktor durante la conferencia que impartió este últim·o acerca del programa de asistencia juvenil, en 1926. Cuando visitó a P6tzl en su universidad, Viktor sabía que éste se trasladaría en breve a Viena para ocupar el cargo de catedrático de neurología y psiquiatría, pero ninguno era consciente, a pesar de llevarse casi treinta años, de que aquello iba a ser el inicio de una fructífera y única relación profesional y personal. Después de pasar algún tiempo en Viena, P6tzl fue nombrado, en 1928, responsable de la clínica psiquiátrica universitaria de Lazarettgasse, sucediendo en el cargo a Julius von Wagnet-Jauregg (1857-1940). Wagner-Jauregg había sido galardonado con el premio No be! en 1927 por su terriblemente eficaz tratamiento de la paresia, una enfermedad sifilítica que provocaba la locura y la muerte. Su método radical consistía en infectar de malaria al enfermo de paresia, la primera de sus «terapias de choque)). Wagner-Jauregg era un investigador en el terreno de la psiquiatría y, como tal, arguyó que el psicoanálisis carecía de fundamento científico, a pesar de que algunos años más tarde daría algunas conferencias sobre el tema. Y opinaba algo similar de la psicología del individuo de Adler. Unos años atrás, había entrado en contacto con las opiniones sobre psiquiatría de Adler, pero en 1915 se opuso firmemente a que le fuera concedido cualquier cargo docente. 15 Aquel rechazo académico unánime supuso un mazazo para Adler, que vio así como se iban al garete todas sus opciones de obtener una cátedra en Viena. El salón en que transcurrió la ceremonia inaugural del nuevo cargo de Porzl como responsable de la clínica estaba plagado de gente. Había incluso curiosos en las escaleras que querían oír el discurso de despedida de 90

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ld.EDICINA, I'REUD Y ADLER

Wagner-Jauregg y las primeras palabras de Potzl como director. Vikror se encontraba entre aquella multitud, tan expectante como el que más. Conforme Jos invitados llegaban al recinto, P6rzl advirtió que Viktor se encontraba entre el público, rompió el protocolo y gritó: -¡ Viktor! Acompáñame. Y Frankl, un joven estudiante de medicina, entró al salón rodeado por los dignatarios y ocupó un asiento junto al mismísimo POtzl, de cincuenta años. Un par de años después, en la clínica psiquiátrica, Frankl era el único interno al que se le permitía practicar por libre la psicoterapia. P6tzl había dado órdenes al respecto a su ayudante aun cuando Frankl no es~ taba cualificado para ello. Y Viktor se benefició de aquella oportunidad única y no decepcionó a P6tzl. Describe aquel episodio así: -Por aquel entonces, yo trataba de olvidar todo cuanto había aprendido de Freud y Adler y me limitaba a escuchar lo que me decían mis pacientes. Y trataba, de vez en cuando, de apuntar los mecanismos amocurativos que tenían a su alcance. Por ejemplo, les preguntaba: (<-¿Cómo es posible que, en sólo una semana, superara aquel miedo terrible a estar lejos de casa y en un lugar público?)), Posteriormente, Viktor explicaba que, a veces, el paciente respondía que hacía exactamente lo que Viktor le había apuntado, es decir, que en lugar de sentir miedo de sufrir un ataque de angustia en un lugar público, planeaba salir a la calle y sentir terror. De hecho, Viktor le alentaba: «Salga y no tenga sólo miedo, sino también un infarto)), No bien daba este paso valiente, rebelde y humorístico, las fobias se desvanecían y el paciente volvía a disfrutar de sus salidas. Así nació la logoterapia, afirmaba Viktor, y más concretamente lo que luego bautizó como «intención paradójica)), por medio de la cual una persona, en lugar de enfrentarse a un miedo irracional, lo invita, lo acoge, lo exagera y vence la ansiedad al no resistirse a ella. Así, en palabras de Frankl, aunque la ansiedad crea una y otra vez los síntomas, la intención paradójica los estrangula. Viktor discutía estas intervenciones con Potzl quien, descendiente en cierto sentido de Freud, quedaba perplejo. El respeto mutuo creció. Viktor pensaba que Potzl era todo un genio, y el catedrático admiraba a Viktor por su creatividad y su viveza. En 1931, después de completar su residencia en la clínica psiquiátrica, Viktor consiguió una residencia en el hospital neurológico Maria-Theresien 91

LA LLAMADA DE LA VIDA

Schlbseel, en Hofzeile, en el distrito decimonoveno, un sanatorio a unos tres kilómetros de la universidad y cerca de la actual Cardinal-InnitzerPlatz. El hospital, rodeado por jardines y extensiones de verde, también desprende ese aire de estar lejos de la ciudad, incluso en la actualidad. Buena parte de los primeros años de la vida de Viktor puede ubicarse en lugares concretos, como en este caso. Durante más de dos años, trabajó bajo las órdenes del doctor Josef Gerstmann, director del hospital. Gerstmann era de sobras conocido por su trabajo sobre los trastornos en la orientación espacial derecha-izquierda. Viktor recordaba una charla de Gerstmann en la antigua capilla del viejo instituto de psiquiatría. A pesar de que se usaba como sala de conferencias, jamás quitaron las vidrieras y otros adornos de cariz cristiano. Gerstmann estaba entrevistando a un paciente, y algunas de las primeras preguntas se referían a la orientación del paciente: -¿Dónde se encuentra en este momento? Típicamente, los pacientes miraban a su alrededor y respondían racionalmente: -En una capilla. Sin embargo, una vez, Gerstmann usó la jerga de los judíos para formular la pregunta. El paciente miró a su alrededor, dudó por un instante y contestó: -En una sinagoga. Viktor pensó que aquella respuesta era muy divertida y ocurrente: -Los paci(.!ntes eran psicóticos, pero ya ves que no estaban tan locos.

Durante una discusión con Viktor y Elly, en su casa, Viktor dio alguna pista más acerca de su desencanto con el psicoanálisis de Freud. Hay un incidente concreto que resulta de lo más instructivo. Cuando aún estaba en el instituto, Viktor asistió a una conferencia de Paul Schilder, el discípulo de Freud, un sábado por la tarde. Durante los primeros dos minutos, buena parte del público se mofó del tono chillón de la voz de Schilder y de su amaneramiento, pero al cabo de un momento, el silencio se apoderó de la concurrencia, dejando de lado aquella voz conforme la charla los absorbí". Viktor describió a Schilder como «uno de los dos o tres mejores oradores que jamás haya oído en mi vida; hablaba como si fuera a imprimir aquellas palabras en una página)). Acto seguido, Viktor se 92

MEDICINA, FREUD Y AOLER

embarcó en una explicación de la impresión que le produjo la presentación del caso que había realizado Schilder, cómico tan sólo a causa de la voz y del porte del ponente. Schilder tenía una paciente catarónica que estaba sentada en el aula y quería desvelar un complejo freudiano de Edipo entrevistando a la pacieme ante sus estudiantes. Así que se puso en pie y se aproximó a ella. -¿Ha estado enamorada de su padre? Siguió un largo silencio, y la mujer no respondió [Viktor elevó el tono de su imitación hasta producir casi un quejido]. -¿Le atraía su padre? ¿Ha estado enamorada de su padre? En esta ocasión, la mujer respondió con un «No» rotundo e inequívoco. Schilder se volvió hacia sus alumnos y explicó: -Señoras y señores, gracias a Freud por fin sabemos que, cuando esta mujer niega haber estado enamorada de su padre, está dándonos la prueba de que ha estado enamorada de él.

Le pregunté a Viktor si aquello le había impresionado. -Sí, mucho. Pero negativamente. Pensé que ya era suficiente. Le rogué a Viktor que siguiera: -Así que incluso ya en tu último año de instituto empezabas a mostrarte crítico con el psicoanálisis, aun cuando te seguía interesando. Viktor replicó al momento; era cierto que le interesaba el psicoanálisis, pero también pensaba que estaban llevando las cosas demasiado lejos. Desgraciadamente, Viktor me explicó que Schilder, que había sido uno de los mayores promotores del psicoanálisis en los Estados Unidos, había emigrado a Nueva York, donde (<murió en un accidente de automóvil cuando se dirigía al hospital para acompañar a su mujer en el parto» (1940). A medida que Viktor iba rememorando la entrevista de Schilder a la paciente, me acordaba del encuentro entre Gordon Allport y Freud. Allport, de la universidad de Harvard y fundador de la psicología de la personalidad, volvió a poner en marcha los estudios de religión desde una perspectiva psicológica. Fue el introductor de Frankl a los lectores norteamericanos en 1959 y la persona encargada de organizar la visita de Frankl a Harvard en 1961. Allport y Frankl trabaron una rápida amistad hasta la muerte de Allport, en 1967. La familia estaba al tanto de esta anécdota, en que Allport explica cómo logró entrevistar a Freud en 1919. 93

. 'c;!l"ié',}'.' LA LLAMADA DE LA VIDA

Con un desparpajo propio de un chico de veintidós años, escribí a Freud para comunicarle que estaba en Viena, convencido como estaba de que desearía conocerme. Recibí una amable respuesta de su puño y !erra en que me invitaba a su despacho a tal hora. Poco después de entrar en la célebre sala de arpillera roja, cuyas paredes estaban llenas de cuadros representando sueños, me pidió que pasara a su consulta. No me dijo palabra sino que se sentó ensilencio, a la expectativa de que declarara cuál era mi cometido. No estaba preparado para aquel silencio y tuve que pensar a toda prisa una manera adecuada de iniciar la conversación. Le conté una anécdota que me había sucedido en el tranvía, de camino a su despacho. Un crío de unos cuatro años había dado muestras de una conspicua fobia a la suciedad. No dejaba de decirle a su madre: "No quiero sentarme ahí... No dejes que ese hombre sucio se siente a mi Jadon. A sus ojos, todo era schmutzig. Su madre era una Hausfrau rotunda, dominante y con una mirada tan directa que pensaba que la causa y el efecto no eran sino aparentes. Cuando acabé mi historia, Freud clavó su mirada terapéutica en mí y dijo: -¿Y ese crío era usted? Atónito y algo culpable, me las ingenié para cambiar de tema. Si bien el malentendido en que había incurrido Freud a la hora de evaluar mis motivos para realizar aquella visita era algo divertido, puso en marcha toda la maquinaria del pensamiento ... Aquella experiencia me enseñó que la psicología profunda, cualesquiera que sean sus méritos, puede llegar demasiado lejos y que los psicólogos harían bien en reconocer plenamente los motivos manifiestos antes de lanzarse a por el subconsciente. 16

MWICINA, FREUD Y AOLER

bajado los pantalones y había colocado sus genitales frente al resto de comensales. De repente, P6tzl se subió a la mesa, se encaró con su público y exclamó: -Damas y caballeros, seguro que esto traerá a su mente aquellos versos de una vieja canción alemana estudiantil [y aquí, P6tz! optó por usar un dialecto exagerado]:

Rara es la vez en que el hombre elegante, se sienta a la mesa con el pene por delante. Viktor también realizaba una imitación de Adler que, al igual que las del resto, era fidedigna (eso me dijeron). La imitación de Adler se iniciaba en una clase ante el grupo de psicología clínica en Viena, y Adler hablaba con suavidad, lentitud e inquietantemente. -Aquí está el neurótico. Y aquí está su misión ~n la vida. Y entre ambos hay un montón de abono, la neurosis. Y utiliz;l la neurosis como una coartada: no puede casarse, no puede ser competente en su trabajo, no puede llevar una vida normal. .. Sus sentimientos de inferioridad le impiden comportarse como una persona normal. [Y entonces, con un susurro dramático]: Esto es la neuROsis. Al acabar la imitación, Viktor observó que aquel estilo no era nada adecuado para una exposición científica, pero que ((Adler tenía sus seguidores, su comunidad".

En una de las charlas que mantuve con la familia Frankl cuando los visité en el verano de 1996, pregunté por Potzl. Viktor se levantó.de la silla, que se encontraba entre su escritorio y los ventanales que había a su espalda, y fue a buscar una fotografía de Potzl. Después de echarle un vistazo, Viktor comenzó a imitar a P6tzl, incluso sus maneras idiosincrásicas. P6tzl solía recostarse contra un muro o una pizarra mientras daba clases y, en presencia de Viktor, ocurrió un incidente especialmente divertido. Muchos años atrás, en un aula que había sido la antigua capilla de la vieja clínica psiquiátrica, P6tzl estaba sentado en una mesa, frente a un grupo de estudiantes, y revisaba un historial. Siempre que le ocurría algo interesante, intercalaba tales comentarios mientras daba una explicación. Al echar una ojeada a la ficha, Potzl describió al paciente en cuestión y se centró en una anécdota que habla por· sÍ sola. En una ocasión en que se encontraba en un restaurante, el paciente se había puesto en pie, se había 94

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EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

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EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA 1934-1937

iluminación. De lejos, se puede ver brillar la cúpula por efecto de la puesta de sol. Wagner la diseñó pensando en los enfermos mentales, que habrían de ser sus únicos fieles. Con el tiempo, recibió el nombre de iglesia Steinhof. En la actualidad, el templo no figura en las típicas rutas turísticas, pero curiosos y aficionados a la arquitectura de todo

el mundo siguen

visitándolo, especialmente en verano.

En el edificio confluyen psiquiatría y religión, y ninguno de sus deralles pierde de vista a los enfermos mentales. El propio Viktor opinaba que aquel imponente edificio elevó la moral de los pacientes, incluso de quienes sufrían trastornos más severos. Los bancos de madera no tienen bor-

des afilados, y los ángulos de todas las esquinas fueron redondeados para evitar que quienes se lanzaran contra ellos se lesionaran de gravedad. La

pendienre que describe el suelo, blanco y con baldosas a modo de dibujo, desemboca en un sumidero que se podía lavar después de cada servi-

cio en el supuesto de que alguien hubiera escupido, vomitado o se hubieDespués de completar la residencia en la unidad de neurología y psiquiatría en Schliissel, en 1933, Viktor consiguió otra en el hospital psiquiá-

ra orinado. Incluso los pies de los bancos estaban recubiertos de una

trico de Viena, Am Steinhof. Y ese hospital tiene su propia historia.

del espléndido altar dorado hay una puerta que conduce a un lavabo y a las salas de consulta de los psiquiatras y sus ayudantes. Junto a la entrada principal de la iglesia se encuentra la pila con agua bendita, hecha del

La inauguración del Steinhof, el 8 de octubre de 1907, supuso un hito en el tratamiento de los enfermos mentales, así como un triunfo de la arquitectura moderna. El lugar, en plena expansión, se encontraba en una

ladera cerca de los bosques de Viena, en Penzing, en el distrito decimocuarto, y estaba formado por docenas de edificios integrados en el campus, lo que constituía una ciudad novísima y diseñada para albergar a millares de pacientes. Pero tendría que pasar medio siglo antes de que el uso de fármacos revolucionara

el tratamiento de los desórdenes mentales, redujera

o incluso obligara a cerrar aquellos monstruosos sanatorios, conminando a muchos de sus pacientes a convertirse en vagabundos urbanos. En el nuevo Steinhof, los pacientes residían en doce inmensos edifi-

cios denominados pabellones, seis para hombres y seis para mujeres. El responsable del proyecto fue el celebrado arquitecto Orto Wagner, uno de los fundadores del controvertido movimiento ]uge¡¡dstil en Alemania y Austria, relacionado con el art nouveau en Francia y, en última instancia, con · el art déco en los Estados Unidos. El complejo del Steinhof era im presionante. Y en lo más alto del recinto del hospital construyó la iglesia de San Leopoldo, legendaria por sus rasgos radicales y chocantes, el uso del mármol y el vidrio, de los metales, de las hojas doradas, del mosaico y de la 96

lámina de cobre para que el agua no dañara la mampostería. A la derecha

mismo mármol sólido que la pared en la que está elegantemente esculpi-

da. La pila estaba diseñada de manera que, en el caso de que llegaran a su interior suciedad o fluidos corporales, se pudieran eliminar inmediata-

mente. De un pequeño grifo dorado situado ligeramente por encima de la pila, el agua cae a la fuente; de este modo, todo el mundo puede lavarse con agua bendita fresca sin necesidad de tocar la pila. A Viktor le encantaba el edificio porque estaba pensado para la extraordinaria comunidad que habría de visitarlo. Elly jamás estuvo en el interior de la iglesia Steinhof, pero mi descripción de los ventanales de Kolo Moser (1868-1918) inició una animada conversación entre ella y Viktor. Elly, educada y confirmada en la fe católica romana, reconocía los temas de las vidrieras. Viktor también estaba familiarizado con algunas de las obras católicas que aparecían en

aquellos vitrales, algo que se entiende a la luz de la fe de Viktor, de sus larguísimas charlas con teólogos de todos los credos, de los años pasados en la abrumadoramente católica ciudad de Viena, de su atento análisis de la psicología y la religión y de su matrimonio con Elly. 97

LA LLAMADA DE LA VIDA

En el campus, entre los pabellones de los pacientes, se encontraban las dependencias de los doctores, donde Viktor contaba con su propia habitación. Era y sigue siendo un edificio de cimientos visibles, con una fachada decorativa hecha de cemento que rodea el primer piso y un revestimiento de obra vista en la segunda y la tercera plantas. Las ventanas y el rejado son blancos y están adornados. En un día claro, desde los pisos superiores, Viktor podía divisar la cima de las Rax, sus montañas favoritas de los Alpes, que se encontraba a unos sesenta kilómetros y a la que iba siempre que se le presentaba la ocasión. Evidentemente, le resultaba del todo imposible ver, desde cualquier punto de Sreinhof, su vecindario o la casa de su familia en Czerningasse, al otro lado de la ciudad. Le era imposible desplazarse cada día desde la casa paterna hasta el hospital, así que vivía en Steinhof, donde tenía a su disposición alojamiento y comida sin cargo alguno. Pero sería un error pensar que Vikror quería estar lejos de sus padres o de la influencia de éstos. Cada vez que tenía turno de noche en un hospital, Viktor añoraba su hogar terriblemente, aunque con el tiempo la sensación fue matizándose. Sin embargo, aún seguiría pasando muchos fines de semana con los suyos. Al final, consiguió hacer sólo una guardia nocturna al mes. Y a pesar de las circunstancias, después incluso de haber acabado sus estudios de medicina, Viktor no dejó de celebrar su aniversario, el 26 de marzo, en Czerningasse con sus padres. Cuando Viktor desembarcó en Steinhof, no sólo tuvo que enfrentarse a la añoranza que le provocaban las guardias nocturnas sino que los días no eran nada amenos. Entre los estudiantes de medicina se da un fenómeno que se conoce como «síndrome de los internos>>, que consiste en que pueden llegar a imaginar que sufren los mismos síntomas de las enfermedades que están tratando en los demás. Algo semejante sucede con los residentes de psiquiatría y psicología, y Viktor sucumbió a ello. Pero hubo algo más que tuvo un mayor impacto en Viktor: un sentido personal, exagerado e intenso de responsabilidad por todo aquello que les sucedía a sus pacientes. Viktor, que por primera vez tenía a su cargo a más de trescientas mujeres en el Pabellón 3, era presa de un estado de angustia constante a causa de las pesadillas que sufría con ellas. Le resultaba difícil alejarse de las ininterrumpidas rutinas de un sanatorio, donde vivía y trabajaba casi las veinticuatro horas del día. Los encuentros diarios y las pesadillas se alimentaban entre sí, provocando así el estado ansioso que se apoderó de Viktor durante sus primeras semanas en Steinhof. 98

EL NACI/'o.HENTO DE 1.:\ LOGOTERAPIA

El supervisor de Vikror en el Pabellón 3 era el doctor Leopold Pmvlicki. Desde el primer momento, Pawlicki advirtió a Viktor de que no se pusiera las gafas de montura oscura cuando entraba en los pabellones, ya que existía la posibilidad de que un paciente le golpeara en plena cara. Viktor recordaba: -Seguí aquel consejo y, puesto que no veía bien sin gafas, me golpeé en la cara ya el primer día. A partir de entonces, me puse las gafas y así pude ver a todas las mujeres que se me acercaban dispuestas a atacarme. Gracias a las gafas, podía salir ileso a tiempo. 1 En los cuatro aii.os que pasó trabajando en el Pabellón 3, Viktor estimaba que estuvo directamente a cargo de unas mil doscientas mujeres, entre las que ingresaban y las que daban de alta. La mayoría estaban deprimidas y existía la posibilidad de que se suicidaran. Cuando iban cortos de personal, Viktor tenía que tratar, profesionalmente, con unas mil doscientas mujeres enajenadas que, o bien estaban a punto de ingresar en la insrirución, o bien estaban allí para ser analizadas. Así, Viktor mejoró sumanera de enfrentarse al suicidio.

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¿Cómo podía llegar a alguna conclusión sobre una paciente a menos que no tuviera en cuenta su historial? Le preguntaba a la paciente deprimida: -¿Aún piensa en el suicidio? Y ella en ocasiones respondía que no, pero solamente para que la dejáramos marchar y poder así quitarse la vida. Y yo seguí;:¡: -¿Y por qué no? La mujer se sentía avergonzada, nerviosa, no sabía qué responder, no me miraba y no daba ninguna respuesta. Una paciente que superaba sus impulsos suicidas habría respondido de otro modo. A la pregunta «¿por qué no», esa persona contestaría algo así: -Oh, doctor, como me dijo usted mismo la scman.l pasada, me recuperaré. Soy una persona muy religiosa y no puedo imaginarme nada por el estilo. Tengo un hogar, una familia y debo cuidar de ellos. Y tengo tareas> cosas que quiero escribir... Sabía que si veían algún sentido en sus vidas, esos pacientes se alejarían del suicidio. Más tarde, en los campos de concentración, descubrí que mientras los prisioneros conservaban esta idea de sentido, de una pista para el futuro, de alguien a quien amar, de algo trascendeme, no se suicidaban. Bajo idénticas circunstancias, sobrevivían. Es evidente que podían perecer en las cámaras de gas o de otro modo, pero bajo idénticas circunstancias, los prisioneros que veían un sentido a sus vidas eran quienes sobrevivían. 99

,,,,, LA LLAMADt\ DE LA VIDA

Después de ser admitidas a aquel pabellón y durante el tiempo que pasaban en él, Viktor entrevistaba a las pacientes para revisar su estado y valorar su mejoría. La estructura de una entrevista típica ayudaba a evaluar el contacto de la paciente con la realidad, los patrones de pensamiento y su comportamiento. Las respuestas a estas preguntas podían no ser convencionales y humorísticas. Una de estas preguntas era: -¿Qué diferencia a un niño de un enano? La respuesta que mejor recordaba Viktor era: -Bueno, un niño es un niño, y un enano trabaja en la mina. A los pacientes con un comportamiento muy trastornado y peligroso se les destinaba a lo que denominaban una «cama red", que no era sino una cama cubierra por una malla que permitía retener al paciente con una cierta seguridad, al tiempo que conservaba una libertad de movimientos y de relación limitada. Un día, una paciente, después de que le permitieran salir de la «cama red», se acercó descalza a Viktor, con los zapatos en la mano. Viktor le preguntó: -¿Por qué lleva los zapatos en la mano? La paciente respondió: -¿Por qué no? Después de todo, no pesan mucho. Como Viktor solía observar, incluso las respuestas más peculiares pueden ocultar una cierta sabiduría. De vez en cuando, los psiquiatras se lo pasaban en grande al leer los formularios de admisión que había rellenado un cierto doctor de la policía (Polizeitarzt). Su trabajo era realizar el ingreso en el hospital de la gente con trastornos mentales y problemáticas, llenar los formularios y firmar la orden donde fXponía el motivo para retener al paciente. A menudo, el motivo era un comportamiento psicótico que podía resultar peligroso para el paciente " para otros miembros de la comunidad. Éstas son las palabras de Viktor: -En Brigittenau, en el vigésimo distrito de Viena, había un doctor que trabajaba con la policía. Y cada vez que presentaba una declaración de admisión, todos, seis o siete doctores, nos reuníamos al instante para disfrutar con aquella hoja. Recuerdo un caso en concreto en que 'eSte doctor empezaba la descripción de un paciente con estas palabras: «obdachlos, bewusstlos, mosaisch» (sin techo, inconsciente, judío). A continuación, exponía el motivo por el cual era preciso el ingreso en el hospital: "··· wegen neuerlichen Leuchtgashahnaufdrehenwollens». 100

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EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPJA

Viktor empezó a reír tan estentóreamente que no pudo seguir con la historia. Elly y yo también rompimos a reír, en parte a causa de la reacción histérica de Viktor. Finalmente, logró calmarse y continuar. El doctor de la policía, después de presentar al paciente como un sin techo, inconsciente y judío, había inventado un diagnóstico «oficial•• en el que se engarzaban una serie de palabras alemanas formando una secuencia cómica. Vikror intentó realizar una traducción, tarea casi imposible: «Wegenneuerlichen Leuchtgashalmaufdrehenwollens•• significaba que era necesaria la intervención del hospital «por la recaída en su intención de abrir las válvulas de gas••. Todo su esfuerzo y su imaginación se podrían haber resumido en una palabra: suicidio. A pesar de los años que pasó en Sreinhof y de lo serio de la influencia de Freud, Vikror no dejó de tratar a los pacientes con optimismo y de animarlos, y solía usar el humor para aliviar sus pesares. De hecho, el sentido del humor se convertiría en un elemento clave de la logoterapia. Cuando yo estudiaba con Frankl, en 1962 y 1963, me sorprendió la humanidad con que trataba la gente con problemas. Unos años después, hice mi residencia como psicólogo en uno de los sanatorios más importantes de Estados Unidos. Gracias a la influencia de Frankl, pude ser yo mismo con los pacientes, e incluso bromear con aquellos a los que acabé conociendo. Aunque eso me provocó algún que otro problema. Un día, mi supervisor me llamó y, al llegar, cerró la puerta de su despacho y nos sentamos. Con un tono sombrío y extraño, me preguntó: -Don, ¿te pasa algo? ¿Estás nervioso por alguna cosa que pasa en el hospital? No tenía ni idea de adónde quería llegar a parar y, hasta la fecha, mi experiencia como interno había transcurrido sin problemas. Así que respondí con una pregunta: -¿Qué quieres decir? Entonces me explicó: -He oído que, algunas veces, ríes con los pacientes, y que incluso haces bromas con ellos. Por eso te pregunto si te pasa algo. Mi supervisor había interpretado mi espontaneidad con los pacientes como una tapadera, una máscara para ocultar un estado ansioso subyacente, un disfraz que cubría un conflicto neurótico. Le expliqué que siempre había gustado de bromear con la gente que quería, que formaba parte de mi manera de ser cuando me sentía a gusto. 101

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LA LLAMADA DE LA VIDA



}~.······· :{~~

EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

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Además, le dije que solamente bromeaba con aquellos pacientes que co-

el humor en las terapias,' mucho se ha investigado y publicado sobre la importancia del humor en la curación y en el bienestar psicológico. El humor en el hospital fue uno de los métodos que usó Viktor para

nocía y que sabía que me seguirían el juego. Y le recordé que, por lo visto, a la gente le gustaban mis comentarios jocosos en las reuniones de per-

sonal, y que no veía diferencia alguna entre un hecho y el otro. Es cierto que una tomadura de pelo indiscreta podía herir. Y si bien podía acudir a aquellas payasadas para ocultar un problema de ansiedad, ¿acaso debe ser éste el único uso que se le puede dar siempre al humor?

romper con las convenciones de los años treinta, como también lo fue su trato informal con los pacientes. La sociedad vienesa era tremendamente clasista; la alcurnia de uno justificaba que se le tratara con deferencia a causa de los títulos nobiliarios, académicos y demás distinciones. En buena parte de las viejas lápidas que se pueden ver en los cementerios vieneses

La reticencia de Viktor a desenmascarar cualquier cosa nos ayuda

a entender que el sentido del humor no es exclusivo de los buenos tiem-

se leen títulos, honores y demás. Entre tanta burocracia y papeleo, aún abunda la formalidad, si bien con el tiempo ha ido matizándose. En los ailos en que estudié en Viena, seguía habiendo esposas y viudas de médicos y profesores que exigían ser tratadas como Frau Doktor, aunque ellas

pos, sino que puede manifestarse en épocas de crisis y de problemas graves, convirtiéndose así en un humor «inmediato, genuino y original•• y útil. Esa actitud contrastaba con la posición de los freudianos, e incluso con la de los adlerianos, que estaban decididos a (<desenmascarar>• los problemas psicológicos, a explicarlos en tanto que señales y síntomas de algún

mismas no tenían por derecho propio tal título. Si pudiéramos regresar a los años treinta, cuando Viktor estaba en Steinhof, habríamos encontrado peculiar su comportamiento y su infor~ maliciad con los pacientes. Por ejemplo, en tanto que médico residente, asis~

conflicto o impulso subyacente. Nada les parecía lo que era. Como explicaba Viktor:

tía a los actos sociales del hospital junto con las mujeres de su pabellón, que El psicologismo, por todas panes, no ve sino máscaras e insiste en que, detrás de tales máscaras, se ocultan únicamente motivos neuróticos. El arre, afirma, es «en el análisis final tan sólo>• una partida de la vida o del amor. La religión no es sino el miedo primitivo de los seres humanos a las fuerzas cósmicas. Todas las creaciones espirituales no son más que ((burdas» sublimaciones de la libido o, en algunos casos, una compensación por sentimientos de inferioridad o una manera de lograr una cierta seguridad. Los grandes creadores en el reino del espíritu son vistos, así, como neuróticos. Después de esta «desacralización» de los psicologistas podemos decir, totalmente convencidos, que Goethe o San Agustín, por ejemplo, eran ((de hecho>> únicamente unos neuróticos. Esta actitud no ve nada como es, es decir que no ve nada de nada. Porque por el hecho de que algo, en tiempos, fuera una máscara o un lugar fuera un medio para alcanzar un fin, ¿acaso eso lo convierte por siempre jamás en una máscara o_ en un medio para alcanzar un fin? ¿No puede existir nada inmediato, genuino y original? 2

En los años treinta, Frankl era el único que usaba, ¡~~endonada­ mente, el sentido del humor con los pacientes como medio para hacer que

se distanciaran algo de sus problemas. La capacidad de trascender por medio del humor los propios aprietos, los impulsos o las limitaciones es una característica del ser humano. Y la utilización de un cierto sentido del

humor con algunos trastornos psicológicos, sobre todo con fobias y ansiedades, puede aportar un alivio inimaginable. Desde que Viktor incluyera 102

no era de los más selectos. También tenía otras maneras de salvar la distancia que típicamente existe entre médicos y pacientes. En cuanto estuvo

instalado en Steinhof y se había ganado la confianza como profesional, a Viktor le encantaba comunicarse espontáneamente tanto con colegas como

con pacientes. Dotado de una habilidad especial para aceptar a sus pacientes tal y como eran, respetaba sus opiniones. Tanto le daba la magnitud de sus problemas; insistía en que siempre quedaba un poso de humanidad en ellos. En lugar de atacar su lógica ilógica o de intentar rebatir sus enreve-

....<···."·!

sadas percepciones de las cosas, Viktor penetraba en su mundo y se comu~ nicaba con ellos. Por este motivo, los pacientes confiaban en él y lo apre-

ciaban. El respeto mutuo impregnaba sus charlas, y todo ello hizo que el impacto terapéutico en los pacientes fuera aún mayor, o cuando menos más -~~

sencillo. Un día, Viktor me describió su participación en un baile del hospital en el Pabellón 3. En el relaro, podemos advertir un ejemplo de sus modales para con los pacientes: -Era, probablemente, el único hombre del mundo que bailaba un tango con una pareja que vestía una camisa de fuerza. Yo llevaba mi bata blanca y ella, la camisa de fuerza porque había tenido un comportamiento muy agresivo y había herido a algunas personas. Pero yo bailé con ella y así salvábamos el abismo que hay entre el doctor y la paciente, entre 103

LA LLAMADA DE LA VIDA

una persona normal y una psicótica. Cuando bailaba con ella, se mostraba muy agradecida. Mi respuesta a esa anécdota fue: -Es algo fabuloso para el paciente. El doctor y el paciente al misll)o nivel, ambos como seres humanos. A Viktor le resultó sorprendente que le preguntara si permitía que los pacientes se dirigieran a él por el nombre de pila, y no dudó en responder: -Por supuesto. ¿Por qué no? ¿Por qué no? Era el año 1935, y aquello constituía un interesante paso para acercar posiciones con los pacientes en uno de los sanatorios más importantes. Otra historia de los años que pasó en Steinhof ilustra la relación que se estableció entre Viktor y sus pacientes y la receptividad que demostraron hacia él. Unas gemelas idénticas vienesas se habían ido a vivir al extranjero. Ambas habían sufrido mucho emocionalmente, lo que había desembocado en desórdenes paranoicos. Viktor me describió la situación. Trajeron a las gemelas de regreso a su Viena natal para hospitalizarlas en mi pabellón. Una llegó desde Marruecos; la otra, desde París. En parte a causa de la herencia, ambas habían sufrido paranoia al mismo tiempo, aunque en diferentes países. Una creía que era Haile Selassie, emperador por aquel entonces de Etiopía. La otra aseguraba ser la segunda alma de Franklin Roosevelt. Las dos luchaban entre sí y tuvimos que ingresarlas, por separado, en unas habitaciones algo menores. Un día yo estaba de servicio y hacía la ronda. Entré en la habitación de una de ellas y le dije: -¿Qué tal está la segunda alma de Franklin Roosevelt? Y ella respondió: -Viktor, me hiere. Yo soy la de Haile Selassie. Mi hermana es quien cree que es la segunda alma de Franklin Roosevelt. Su idea no está mal, pero la mía es aún mejor.

Viktor me explicó que aquello demostraba no sólo que la mujer era consciente de su ·propio desorden, sino que tenía una opinión formada sobre su paranoia. Esta historia tal vez sirva para arrojar algo de luz sobre lo que más tarde escribiría Viktor después de su experiencia en Steinhof: (( ... incluso en los esquizofrénicos existe un poso de libertad para con el destino y la enfermedad, que no abandona al hombre, por muy enfermo que esté, en ninguna situación o momento de la vida, hasta el último>>.4 !04

EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

Para llevar a buen puerto su resolución de olvidar todo cuanto había aprendido de Freud y de Adler, Viktor trabajó prestando mucha atención a las palabras de sus pacientes, con vistas a aprender de ellos. Y eso le hizo acordarse de un chiste, que nos contó: Un soldado austríaco buscaba un burdel durante la primera guerra mundial. Llegó a una pequeña población polaca habitada por una cifra considerable de judíos y vio a un judío anciano, con un caftán o algo por el estilo, que cruzaba la calle. Al soldado le daba vergüenza preguntarlo abiertamente, así que dijo: -Hola. ¿Dónde está la casa de su rabino? El anciano respondió, señalando calle abajo: -Ahí, es aquella casa pintada de verde. -¿Cómo? -exclamó el soldado, fingiendo sorpresa-. ¿Vive el rabino en un burdel? Y el anciano reprendió al soldado: -¿Por qué armas tanto escándalo? ¡Cómo te atreves a decir tal cosa de nuestro egregio rabino! El burdel es aquella casa roja. -Gracias -contestó el soldado.

Después de volyer a carcajearse, Viktor dijo: -Es el mejor chiste que he oído. Y sucedía lo mismo cuando preguntaba a mis paciente~: «¿Cómo ha superado su fobia en tan pocos días?>>. Me respondían que habían seguido al pie de la letra lo que yo les había dicho. Y posteriormente, les preguntaba qué les había recomendado. Cuando me lo contaban, lo entendía; y así es como empezó la logoterapia. A menudo, no lograba recordar qué había dicho a mis pacientes, pero sí qué me habían dicho ellos a mí. Y entonces les podía responder, con la mano en el corazón: «Gracias». Viktor recibió un regalo más de sus pacientes, a pesar de que se lo dieron sin darse cuenta: su relativa inmunidad a los insultos antisemitas. Años después, en los campos de concentración, aquella enseñanza le ayudaría a reaccionar con calma cuando alguien le insultaba, reduci.endo así la posibilidad de que se produjera un incidente violento. Al referirse a ese regalo, Viktor lo explicaba a su modo: -Una y otra vez, cuando iba de ronda por Steinhof, una paciente que estaba en una «cama red» no bien me veía, me decía: «¡Jesús, María y José! Aquí viene otra vez ese cerdo judío». Se lo oí decir tantas veces que acabé inmunizándome contra ello. Después, cuando alguien me llamaba !05

-:ry.r. LA LLAMADA DE LA VIDA

EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

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estaban abandonados. El complejo no tenía el aspecro de ser una prisión,

«cerdo judío» o algo así, me limitaba a decirme, pensando para mis adentros, debo confesarlo, que no era sino otro psicótico. Así, mucho an-

aunque las ventanas de la primera planta estaban protegidas por unos barrotes metálicos blancos. El sol brillaba en la mampostería bl~nca de los despachos y en un escritorio donde había una planta en un tiesto que florecía con un rojo encendido. El Pabellón 3 es una inmensa estructura de cuatro plantas que consta de zonas a cubierto en la planta baja que se abren al exterior. Por encima de ellas, hay unos grandiosos porches que

tes de que llegara Hitler, yo ya estaba acostumbrado a esas cosas. Y cuando, pasado un tiempo, tuve que lucir la estrella amarilla de los judíos y la gente me gritaba insultos antisemitas, ya había logrado restarle algo de importancia.

Hay otros recuerdos memorables de los años que Viktor pasó en

cierran elegantemente las esquinas. Los edificios apenas han cambiado

Steinhof, aunque pueden parecer fortuitos \'isra su labor real. En una ocasión, tuvo que encargarse de entretener a un visitante distinguido que ha-

desde 1930; la diferencia más sorprendente es la ausencia de cientos de pacientes y de la actividad que generan y que se genera para ellos. En los

bía ido a celebrar la misa a iglesia de Steinhof. Se trataba de Theodor Innitzer (1875-1955), que fue durante un tiempo rector de la universidad y ministro federal antes de ser nombrado arzobispo de Viena y, en 1933,

veranos de los años noventa, asistí a algunas misas con los pacientes en la

iglesia de Steinhof. Si bien el templo puede albergar a ochocientos fieles,

cardenal. Desde los años veinte, Innitzer era, en cierta medida, un personaje en quien confiaban los judíos, 5 motivo por el cual resultó sorprendente

uno de esos domingos había poco más de cien, sin contar a las enfermeras y a otros asistentes.

su encuentro conciliador con Hitler en 1938. A pesar de que el cardenal pudo haber valorado un poco ingenuamente la magnitud de la amenaza que suponía Hitler, no bien fue consciente del peligro se desentendió de los nazis, pública y valientemente. Otro acto valeroso fue convertir su propia casa en un refugio para judíos. Sin embargo, a pesar de todos estos he-

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chos, la figura de Innitzer es aún controvertida. Puede parecer extraño que un psiquiatra judío acceda a ejercer de anfitrión de Innitzer en Steinhof, años antes incluso de la relación entre

barets de la ciudad, una manera de emplear el tiempo libre que recordaría promiscuidad con las enfermeras, por más dispuestas que estuvieran a ceder a sus estratagemas. Viktor no dudó en admitir: «No siempre vivía de acuerdo con mis principios~). Por aquel entonces, Vikror buscaba el amor verdadero, y había tres mujeres por las que sentía un afecto real y en las que depositaba alguna esperanza de iniciar una relación duradera. Un día, haciendo un esfuerzo por saber un poco más de los amores

más, en su trayecto religioso íntimo, Viktor tenía un punto de vista tolerante en materia de religión y sentía una admiración especial no sólo por

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ocasiones, su comportamiento estaba impregnado de un envoltorio nihi-

lista. Porque no solamente Viktor pasaba no pocos domingos en los caarrepentido' sino que, a finales de su edad adulta, hablaba con pesar de su

éste último y Hitler. Lo cierro es que Viktor no era nada intolerante, a diferencia de Freud, en cuestiones de religión y tampoco era U!l ateo. Ade-

la práctica de sus padres, sino por la de gente de otros credos. Se movía sin problemas entre la de diferentes creencias. Dada su inclinación hacia la fe, no resultaba extraño, incluso en los años que pasó en Steinhof, que hubiera acompañado al cardenal lnnitzer y que recordara aquel episodio con agrado. Vikror y Elly parecían interesados cuando volví a reunirme con ellos después de mi excursión a Steinhof. De entre las visitas que realicé estando allí, en el verano de 1996 osé traspasar las puertas del Pabellón 3. Nadie a mi alrededor podía poner freno a mi intrusión. Tan sólo me topé con dos o tres pacientes que paseaban tranquilamente, y los despachos de la planta baja donde había trabajado Viktor durante aquellos cuatro años

De la iglesia situada en la colina y de la visita del cardenal, llegamos a un nefasto recuerdo de los años de Viktor en Steinhof. Cuando menos en

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y del matrimonio de Vikto~ charlé con Lola, su primer amor auténtico en la facultad de medicina. Y me sorprendió descubrir que a él también le había chocado aquella entrevista: -¿Cómo supiste de Lola? -Tú me lo dijiste -le respondí. Y entonces, Viktor alzó la voz con una incredulidad aún mayor:

-¿Fui yo quién te dio el nombre de Lo/a? -me preguntó. Aparentemente, no recordaba qué decía a sus pacientes o amigos.

-Sí -respondí-, un día en que estábamos con Elly hablaste de Lola. !07

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EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

U!:. I.A VIDA

-¿Y en qué año te lo dije? -Hace unos tres años, tal vez fue en 1993 -le expliqué. La curiosidad de Viktor iba en aumento. -Bueno ... ¿Y qué te dije? Mi respuesta, sincera, le sacó de aquel estado de ansiedad: -Tan sólo que fue tu primera gran relación, que tal vez duró unos dos años. Sí, de acuerdo. Conocí a Lola en 1924 o en 1925, en los círculos de las juventudes socialistas. Fue mi primera novia duradera. Finalmente, Lola se enamoró de un profesor de patología, uno de mis colegas ... Por aquel entonces, yo necesitaba una mochila para realizar una excursión por los Alpes. Él tenía dos, así que yo le entregué a mi amor a cambio de una mochila. Ella fue mi primera novia. Años más tarde, Elly y yo nos topamos con ese profesor en Chicago. El segundo, llegó alrededor de 1930, poco antes de que me licenciara en medicina, y fue Ros!. Tuve una relación corra con Ros!, a quien conocí en plena calle. Ell:1 prestaba atención a algunas de mis estratagemas, así que decidí llevarla a una reunión de estudiantes socialistas, tal vez fue en 1929, y le confesé que yo había sido portavoz del movimiento juvenil. Y bailé con ella y con otras jóvene!' socialistas. Ros! fue uno de mis grandes amores, un amor de ver· dad, aunque acabaría casándose con el célebre arquitecto socialista que diseñó el Goethehof en Kaisermühlen, en el distrim en que nació Elly. Y mi teH·er gran amor fue Tilly Grosser, que sería mi primera esposa. La conocí cuando era enfermera jefe del departamento de medicina interna del hospital Rothschild.

De hecho, Tilly era una hábil modista y no tenía la menor formación como enfermera. Pero, en tiempos de guerra, no es extraño que gente sin formación trabaje como enfermera. Viktor y Tilly se conocieron en 1940, cuando ambos estaban en el hospital Rothschild, aunque esa parte de la historia aún debe esperar. - ... Aparte de ellas [Lola, Ros! y Tilly]-prosiguió Viktor-, sentía curiosidad por el sexo. En el Steinhof, tuve algunas relaciones con enfermeras. -Pero no justificó su comportamiento. En febrero, se celebraba una reunión de solteros en la que Viktor solía participar. En Viena, Fasching es tiempo de fiesta, un festival de bailes de carnaval, bebida y disfraces. -Cada año, en el baile de Fasching, que tenía lugar en el Sophia Hall, decidía quién sería la chica del año siguiente. Porque las chicas iban a ese baile en busca de un chico serio, fiable y algo inteligente y de un 108

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médico en ciernes. Así que, cada año, me fijaba en dos o tres chicas. Eso sucedió allá por 1930. Yo pregunté: -¿El resto de estudiantes masculinos hacían lo mismo? Viktor se mostró sorprendido por mi pregunta y exclamó: -Por supuesto, por supuesto. ¿Por qué no? ¿Qué mas? -y en un rono más calmado-. Y una vez asistió una chica que se resistía. Así que bailé con ella ... Elly le interrumpió: -Pero, Viktor, ¡si nunca supiste bailar! -Nunca aprendí a bailar, pero lo hacía. Estuve aprendiendo a bailar durante una hora, pero fue inútil. ¿Y a que no adivinas quién me dio las clases de baile, en privado y para ganar algo de dinero? El jefe de los camilleros del hospital Steinhof. Lo invité a mi habitación, le di unos chelines pero no hubo nada que hacer. En los bailes, bailaba espontáneamente y la gente decía: «¿Qué nuevo baile es este? ¿Cómo se llama?>~. Y yo decía: ceNo lo recuerdo». Elly, ¿no has bailado conmigo? Elly respondió: -Sólo contigo, Viktor. Y entonces, Viktor prosiguió: Bueno, la chica se resistía, así que le pregunté: -¿Te interesa asistir a una conferencia del programa de educación para adultos? El conferenciante es excelente, no te lo puedes ni imaginar, cómo consigue mantenerte en vilo. Es tan impresionante que deberías oírle. Yo siempre lo hago y te acompañaré si vienes conmigo a verle. Y accedió. Así que nos citamos en el Festsaal, un salón impresionante en la esquina de Blumauergasse y Zirkusgasse. Nos encontramos y nos sentamos al final de la tercera o de la cuarta fila, mientras la sala iba llenándose. Y le dije: -El conferenciante llegará en cualquier momento. Y en ese momento la dejé, sin decir palabra, y fui al estrado e inicié la charla. Así impresionaba a las chicas, con trucos como ése.

Elly exclamó: -Como la broma que me hizo Viktor con la serpiente para hacerme ir a su apartamento la primera vez que nos conocimos. Y la del dolor de muelas. Vikto~ ¡el hombre de los rrucos!

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LA LLAMADA DE LA VIDA

Los años en el Steinhof concluyeron en 1937, cuando Viktor tenía treinta y dos años y sus perspectivas de futuro eran optimistas. En palabras del profesor Giselher Guttmann, profesionalmente "Viktor era una galaxia en expansión». La logoterapia iba cobrando forma a pesar de que la promiscuidad de Viktor no comulgara con uno de los postulados de la logoterapia que afirma que el sexo y el amor fiel deben converger o ser uno de los pilares de la responsabilidad personal. Pero cuando Viktor puso fin a su residencia en el Steinhof, se iba alejando más y más del nihilismo y de la promiscuidad, al tiempo que afirmaba «una fe incondicional en el sentido incondicional de la vida)). Sin embargo, con el paso del tiempo, Viktor no buscó coartadas que justificaran su comportamiento casquivano en el Steinhof. No se justificó asegurando que se trataba de una neurosis sexual, ni de un aumento en la libido fruto de una búsqueda del placer, ni lo excusó afirmando que fuera el resultado de un conflicto inconsciente (Freud). Y a pesar de ser un tipo bajo, enjuto, enfermizo y judío en una ciudad antisemita, no explicó su promiscuidad como un intento de superar sus inadecuaciones personales (Adler). Me dijo que, en el Steinhof, aún no había encontrado el amor verdadero, si bien ello tampoco era una excusa. -He hecho cosas terribles, y acallaba mi conciencia. Debo explicártelas en su contexto para evitar que me santifiques. De sus padres, y de Scheler, aprendió que las relaciones sexuales entre seres humanos deben ser una expresión de devoción mutua. El propio Viktor dijo que únicamente por medio del amor verdadero aprehendemos la unicidad de la otra persona y, por lo tanto, llegamos a descubrirnos a nosotros mismos, y que la espiritualidad significa que podemos trascender los comportamientos elementales. A pesar de que hubo quienes le acusaron de moralista, Frankl insistió en que, por naturaleza, no estamos totalmente preparados para trabajar con instintos y pasiones. Puesto que no somos máquinas obligadas a comportarse de una determinada manera, no tenemos por qué saltar de cama en cama. No hemos «nacido)) para ir persiguiendo faldas. Somos personas con una voluntad y con una conciencia, a las que la naturaleza y las circunstancias de la vida llaman a sublimar el apetito a las llamadas, los impulsos al trabajo y a la lealtad, y los deseos al destino. Los procesos corporales, las coordenadas sociales, las historias de cada uno y sus limitaciones, incluso la suma de todos estos factores, no pueden determinar qué será de una persona. Al contrario, son 110

EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAI'IA

el fondo sobre el que nos enfrentaremos a lo que parezca inevitable. Una vez más, Frankl jamás proclamó que nuestro libre albedrío fuera ilimitado, sino que existían muchas más cosas de las que podemos asumir. Podemos actuar para cambiar aquellas situaciones límite irritantes, dolorosas, erróneas y malvadas. Y cuando no tenemos la palabra, cuando nos vemos desarmados para enfrentarnos a un destino ciertamente inevitable, seguimos siendo libres para cambiar nuestro interior y nuestras reacciones. Esta convicción inquebrantable acerca del espíritu humano, de la libertad y de la responsabilidad, se erigió en la piedra angular de la logoterapia de Frankl. Y solamente cuando cumplimos nuestro destino, cuando hacemos el trabajo, cuando ofrecemos amor, cuando nos sacrificamos y cuando escogemos el camino, damos con el sentido que anhelamos.

Cuando acabó su período en el Steinhof, Stella, la hermana de Viktor, vivía en Viena con su marido, Walter Bondy. Walter Frankl, el hermano mayor de Viktor, también se encontraba en la ciudad, había contraído matrimonio con Else y trabajaba como inreriorista. En Czerningasse, sus padres llevaban una vida tranquila desde que Gabriel se había jubilado de la función pública con una pensión muy modesta. Viktor siguió en contacto con su padre y su madre, e iba a visitarlos siempre que podía. Viktor trabajó mucho mientras estuvo en el Steinhof. El horario del hospital era exigente, aunque siempre encontraba tiempo para que sus visitas familiares no fueran sólo eso, meras visitas. Además participaba .en el programa de prevención del suicidio de la ciudad, iba dando forma a la logoterapia, escribía, daba charlas y viajaba, discutía sus tesis, primero con Freud y Adler hasta que se alejó de ambos, hacía montañismo, iba al teatro y esperaba encontrar, entre las chicas a las que perseguía, un amor verdadero y duradero. Con tamaña agenda, parece improbable que Viktor fuera consciente de las implicaciones de los acontecimientos que se producían en Alemania, aunque todo el mundo asistía, con una cierta histeria, esperanza y aprensión, al ascenso de Hitler. Los cuatro años que Viktor pasó en el Steinhof se corresponden, a grandes rasgos, con lo que el estudioso de Hitler Alan Bullock ha denominado «la falsa paz» 8 El período comprendido en 1933 y 1937 se inició, en Alemania, con la designación de Hitler como canciller. Y con la ayuda de los procesos ,<democráticos>), acabó con la democracia. La habilidad 111

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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',¡;\·,····· de Hitler como oportunista y propagandista le resultó tremendamente útil y, no bien asumió el poder absoluto en 1933, procedió a neutralizar o acabar implacablemente con la oposición, al tiempo que daba una imagen pública de placidez y sensibilidad. En ese mismo año se construyó el campo de prisioneros de Dachau, un aviso para quienes sintieran la tentación de resistirse a su poder. En Alemania, las medidas oficiales contra los judíos, empezando por las prohibiciones sobre sus negocios y profesiones, fueron implantándose hábilmente aunque con tanta rapidez como Hitler osaba mostrar. Sin embargo actuó con cautela en un primer momento, dado que era necesario reeducar al público ante la amenaza judía antes de que pudieran aceptar otras medidas más radicales. En Austria, el partido nazi también aumentaba su popularidad a pasos agigantados. Viktor empezó a ejercer la medicina privada en Alser Strasse. La suya era una carrera prometedora, a excepción de que se inició justo antes de que la amenaza nazi se extendiera por Europa. A continuación veremos cómo se fue oscureciendo el horizonte a lo largo de unos cuantos años y asistiremos a lo<> acontecimientos que eclipsaron el fulgor de la incipiente estrella del Steinhof.

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TODO CAMBIA 1937-1942

Viktor Frankl jamás sirvió en el ejército alemán o austríaco. -Cuando estalló la primera guerra mundial, yo era demasiado joven. En la segunda, demasiado judío. Durante lo que debería haber sido un año excepcional en su carrera, Viktor estuvo nervioso. Si los tiempos hubieran sido buenos, obtener el título para ejercer la psiquiatría en una ciudad dinámica, en la cuna de la psicoterapia, cuyo fundador aún vivía, habría sido suficiente para albergar unas expectativas excelentes. Profesionalmente, Viktor estaba listo después de haber tenido una educación de primera, de estar en contacto con los pioneros de la psiquiatría, una sólida reputación, energía e ideas suficientes para proseguir con su logoterapia y una familia unida a su alrededor. Pero era judío. Vivía en Viena. Y corría el año 1937. En 1939, hacía ya años que el esplendor de Viena como capital del Imperio se había desvanecido. Incluso desde 1918, la ubicación de aquella empequeñecida capital, en la frontera entre Europa Occidental y Europa Oriental, la había dejado casi indefensa ante los conflictos políticos y militares. Y ahora llegaba desde el norte el rodillo nazi. Así que la histeria que se apoderó de Viktor era una extraña mezcla de expectativas personales positivas y de un estado de ansiedad ante los acontecimientos políticos. Si eras judío o pertenecías a cualquier otro grupo visto como una amenaza para el régimen nazi, Viena era uno de los lugares más peligrosos donde vivir. Sin saberlo, la ciudad había dado al ejército alemán, 113

LA LLAMADA DE LA VIO A

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durante la primera guerra mundial, a un Hitler resentido con la capital.

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Ahora, cuando la población de Viena veía cómo Alemania volvía a ponerse en pie, los ciudadanos expresaban opiniones encontradas al tiempo que Hitler preparaba el Tercer Reich. Aunque su siguiente movimiento podría

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ser el secuestro de la República, no pocos austríacos esperaban que así fuera, uniéndose ambos países.

quema de la raza humana. 3 Freud pronunció su irónica observación: «Me-

nudos avances hemos hecho. En la Edad Media, me habrían quemado; hoy, se contentan con quemar mis libros)).4 Pero. no por mucho tiempo.

Cegado por su propia paranoia, el Tercer Reich optó por preservar la cultura alemana salvaguardándola de la influencia corruptora de los judíos, cuyas contribuciones al mundo del arte eran enormes. Resulta iró-

Berggasse, con su familia, estaba enfermo y era tremendamente pesimista.

En 1937, el profesor Freud, impío, judío y aún en el número 19 de

nico. Las SS no sólo quemaban libros, sino que prohibían cualquier escrito posterior de los autores proscritos. De ese modo, el régimen nazi acabó

El año anterior, había ((celebrado» su octogésimo aniversario, y las innu-

arbitrariamente con la libertad de expresión, aplastando a escritores, mú-

merables felicitaciones procedentes del mundo entero no contribuyeron

sicos y artistas. Imaginemos el efecto que habría tenido en la cultura y en la

a elevar su ánimo. Más de 191 escritores y artistas, entre quienes se con-

moral alemanas si el Reich hubiera continuado siendo, durante cien años

taban Salvador Dalí, Hermann Hesse, Aldous Huxley, James Joyce, Pablo

más, la ideología dominante. El psicoanálisis de Freud y la psicología <>socialista» de Adler eran inventos judiovieneses que repugnaban a Hitler. Si Frankl hubiera gozado de prestigio o hubiera sido ampliamente publicado por aquel entonces,

Picasso, Franz Werfel y Thornton Wilder rubricaron un larguísimo mensaje de aniversario escrito por Thomas Mann y Stefan Zweig. En la nota de agradecimiento a Zweig, Freud escribió: « ••• porque, aunque he sido excepcionalmente feliz en mi hogar, con mi esposa y mis hijos y, especialmente, con una hija que ha cumplido, curiosamente, con rodas las expec-

seguramente su logoterapia judiovienesa también h~1bría sido destrozada

tativas de su padre, no puedo reconciliar mi ser con la desdicha y la impotencia de un anciano, y espero, con una suerte de anhelo, la transición a la noexistencia,,. 1

responsabilidad personal. La atención que Freud prestaba a la sexualidad y a la agresión, la importancia que Adler concedía a la lucha social del individuo y el hincapié que Frankl hacía en la búsqueda personal del sen-

Freud estaba abatido no sólo por la edad y la enfermedad. Estaba preocupado por el bienestar de su familia y por la suerte que correría el psicoanálisis con Hitler. Es imposible imaginar hasta qué punto esa angustia se cernía sobre todo y cómo esas funestas premoniciones podían destrozar cualquier cosa salvo la amistad, el amor y los placeres frugales.

tido espiritual, eran materiales, todos ellos, inadecuados para la noción

nazi de un Vo/k racialmente superior que vivía servilmente bajo las órdenes de un Führer. La <>psicología analítica» del psiquiatra protestante suizo Carl Jung resultaba algo más digerible, aunque para que los nazis la refrendaran debían antes obviar la deuda contraída por Jung con el psi-

Freud veía cómo asediaban su obra y se sentía impotente para defender-

coanálisis.

la. Más de cincuenta psicoanalistas habían huido de Alemania en busca de un lugar más seguro. En mayo de 1933, las SS habían fomentado las quemas públicas de libros mientras la multitud entonaba canciones «patrióticas» y escuchaba discursos encendidos. Todo aquello que figurara en ]a lista negra de las SS era pasto de las llamas, y entre todos los escritos, cabe destacar los de Thomas Mann, Jack London, H. G. Wells, Marx, Kafka, Einstein y Freud. 2 Erich Kiistner, autor de la historia favorita de Frankl, Emil y los detectives, y de muchos otros libros infantiles, permaneció en la plaza de la ópera de Berlín viendo cómo sus propias obras iban a parar con oteas más a aquella voraz hoguera. Un siglo atrás, Heinrich Heine había advertido que, allá donde se quemaban libros, seguiría la

y proscrita, especialmente por poner el acento en la libertad humana Y la

En febrero de 1934, en Viena estalló una breve guerra civil, durante la que los elementos nazis y fascistas se unieron a los democristianos para

luchar contra los socialdemócratas. Al tiempo que la ciudad se desmoronaba, Austria miraba a Italia y al escurridizo Mussolini para protegerse de Hitler. A propósito de las luchas callejeras de aquel febrero en Viena, Freud escribió:

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Nuestra pequeña guerra civil no fue nada buena. No podías salir sin el pasaporte, cortaban la electricidad durante todo el día r la idea de que podían cortar el agua corriente en el momento más insospechado no era nada agradable. Ahora todo está en calma, en la calma de la rensión, podríamos decir; es como esperar en una habitación de hotel a que alguien lance la segunda

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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zapatilla contra la pared. Tal vez lleguen los nazis, tal vez nuestro fascismo autócrono esté lisro a tiempo, tal vez Otto van Habsburg se ponga en pie, como piensa ahora la gente ... Tienes razón en creer que tenemos intención de aguantar aquí resignados. ¿Adónde puedo ir en mi estado de dependencia e incapacidad física? Y el extranjero es tan poco hospitalario. Solamente si un sátrapa de la corre de Hitkr gobernara en Viena me habría ido, a cualquier lugar. 5

Cuando Freud escribió estas líneas, Viktor se preparaba para iniciar su residencia en el Steinhof. Que la vida pudiera seguir su curso da muestras de cuánto infravaloraban muchos judíos el peligro que suponían los nazis para ellos. ~o obstante, poco antes, y alentados por los nazis, se había iniciado la emigración de miles de judíos. Si bien las estimaciones no coinciden, a finales de !939 casi 100.000 de los 175.000 judíos de Viena habían salido de la ciudad.' Unos 66.000 se quedaron, incluidas las familias Freud y Frankl, confiadas en que sucedería lo mejor y en absoluto dispuestos a creer los peores augurios. Entre quienes abandonaban Austria para siempre, estaba Alfred Adler y su familia. A finales de los años veinte, Adler había dado alguna que otra conferencia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y cuando suprimieron el Partido Socialdemócrata en Austria, en 1934, sintió miedo por las consecuencias que Hitler podía tener para su persona, su familia y su obra. Clausuraron sus centros de atención y él dirigió la mirada hacia los Estados Unidos como el lugar más adecuado y más seguro. Criado en Viena, en 1935 Adler hizo de Nueva York su hogar, lejos de cualquier mal. Continuó dando charlas en el país y por todo el mundo, cuando menos, en lugares políticamente hospitalarios como Inglaterra. Sin embargo, en mayo de 1937, mientras estaba de viaje dando una serie de conferencias, Adler sufrió un infarto en Union Street, en Aberdeen, Escocia. Murió en la ambulancia con sesenta y siete años. Después de la muerte de Adler, su hija Alexandra y su hijo Kurt permanecieron en Nueva York y siguieron ejerciendo ahí. Frankl tuvo noticia de la muerte de Adler cuando acababa su etapa en el Steinhof. Parece incongruente que Freud, catorce años mayor, sobreviviera a Adler. Los dos se habían odiado mutuamente durante decenios, y cuando Freud se enteró de la muerte de Adler no pronunció ni una sola palabra amable. Más bien, Freud resumió S:.trcásticamente la vida y la obra de Adler: ~~Para un chico judío de un suburbio vienés, morir en Aberdeen, Escocia, es un logro sin precedentes y una demostración de lo lejos que llegó. 116

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En efecto, sus contemporáneos le habrán recompensado generosamente por sus servicios al contradecir el psicoanálisis)}, 7 No se puede perder el amor cuando jamás existió.

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En la actualidad, en el número 32 de Alser Strasse hay un restaurante y una tienda de electrónica. Por encima de ambos, se encuentra el apartamento 12, que Viktor usó para poner en marcha su consulta particular en 1937, en el salón del apartamento deStella. Dado que el dinero era un problema para toda la familia Frankl, no debe sorprendernos que decidieran improvisadamente usar el apartamento de otro como casa y lugar de trabajo. Walter, su hermano, ayudó a Viktor construyéndole un despacho, una creación que incorporaba, inteligentemente, algunas estanterías en la parte delantera, algo que a Viktor le encantaba. Aquellos años debieron de haber sido maravillosos para los padres de Viktor al ver que sus hijos sentaban la cabeza casándose y que sus carreras iban viento en popa. Es probable que se sintieran especialmente orgullosos de Viktor al conseguir un despacho en el mismo distrito universitario, cerca de la Clínica Psiquiátrica y a sólo una manzana del Hospital General. El teatro Urania solía ser el escenario donde se celebraban las conferencias públicas en el marco del ambicioso programa de educación para adultos que existía en Viena. Desde 1910, el Urania con su característica cúpula se alza majestuoso en el Anillo, en el canal del Danubio, donde el puente de Aspern cruza el canal para desembocar en Leopoldstadt y en el vecindario de la familia Frankl. Con el tiempo, ese singular edificio ha sido usado de muchas maneras: como centro cultural y de aprendizaje, auditorio y cine, y aún sigue en funcionamiento en la actualidad. En una ocasión, estaba prevista una charla de un psiquiatra de la clínica psiquiátrica universitaria, aunque a última hora le pidió a Frankl que lo sustituyera. -Estoy demasiado ocupado esta semana para dar la conferencia en el Urania. ¿Te importaría hacerme el favor de hablar en mi lugar el viernes por la noche? El Urania está aliado de Czerningasse. Justo antes de acceder a sustituirle, Viktor preguntó cuál era el tema. Era: «La ansiedad como signo de nuestros tiempos». El día en que Viktor iba a dar la charla en el Urania, el 11 de marzo de 1938, no era un viernes cualquiera. Las calles de la ciudad habían 117

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LA LLAMADA DE LA VIDA

bullido todo el día y la gente que acudía al Anillo estaba más animada que ansiosa. Entre la muchedumbre había miembros de las SS y de las SA' y nazis locales organizados y confiados en que, por fin, había llegado su día en la capital de Austria. De hecho, prácticamente habían tomado las calles. La gente y los edificios estaban cubiertos por esvásticas. El acontecimiento que había provocado tanto revuelo, y no tan sólo entre los fieles miembros del partido nazi austríaco, era la inminente invasión del país a cargo de las fuerzas alemanas. Hitler llevaba meses maquinando cómo apoderarse de Austria, y por fin había puesto a punto el plan. Kurt von Schuschnigg, canciller austríaco, seguía resistiéndose a los nazis y, curiosamente, había convocado un plebiscito para ese domingo, con la esperanza de que la independencia de Austria saldría refrendada de una votación pública. Schuschnigg recibió un ultimátum; Hitler, el mismo personaje que había huido de Viena en 1913 como un prófugo, afirmaba con rotundidad su regreso, con su propia maquinaria militar, para convertir a Austria en el primer gran tesoro internacional del Reich. Y se haría con el país de un modo u otro. Aquella noche, en Viena, la historia de Frankl se vio en una curiosa encrucijada de dos eventos: uno trascendental, la inminente «vuelta a casa)) de Hitler, y otro modesto, la conferencia a cargo de aquel joven psiquiatra judío con «La ansiedad como signo de nuestros tiempos)) como tema. Después de atravesar aquella febril marea nazi en el Anillo, Viktor llegó al Urania con las notas de la charla en un bolsillo. Y aunque la ansiedad no significaba nada para la multitud enfervorizada de las calles, era el tema más apropiado para los judíos y demás gente concienciada que se había reunido en el Urania. Frankl inició su conferencia, pero al poco las puertas del auditorio se abrieron. En el umbral, apareció un oficial de las SAque había venido desde la calle, vestido de uniforme, con la camisa marrón y unas botas negras y altas. Viktor pensaba que el oficial obligaría a concluir el acto y dispersaría al público. -En una fracción de segundo, me dije que debía de haber un modo de detenerlo y evitar así que llevara a buen puerto sus intenciones. Tenía que captar su atención y conseguir que no se moviera de su sitio. En ese momento, puse mi oratoria al servicio de aquel propósito. Y el tipo estuvo escuchando durante más de media hora. No hizo el menor movimiento para interrumpirme. Cuando hube acabado y me disponía a salir del Urania,

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TODO CAMBIA

las calles estaban ocupadas por centenares de miles de personas, muchas de ellas con antorchas. El Tercer Reich había llegado ... Me apresuré a volver a casa y me encontré a mi madre en la cama, llorando. El canciller Schuschnigg había pronunciado su discurso de despedida y ella oía una música tristísima en la radio. El mensaje de despedida se emitió a las siete y cincuenta minutos de la tarde, mientras Viktor daba su charla. La gente se reunió entorno de los aparatos de radio de las casas, y muchos se quedaron helados por el miedo 0 contuvieron el aliento a causa de la emoción. Los temerosos, en su mayoría judíos, evidentemente, permanecieron en sus casas. Pero miles de ciudadanos llenaban las calles gritando: •<¡Heil Hitler!" «Colgad a Schuschnigg!» «¡Muerte a los judíosb) «¡Heil Hitler!)>. La mañana siguiente, el sábado, las fuerzas alemanas cruzaron la frontera con su colosal maquinaria de guerra, aunque era del roda innecesario. Los austríacos que salieron a las calles les daban la bienvenida. No se estiraban para golpear a los soldados, sino para tocarlos; no les lanzaban granadas, sino flores. Durante todo aquel día, el entusiasmo era tal que las tropas se retrasaban en las calles, atrapadas entre los admiradores y bloqueadas por sus propios tanques y sus camiones averiados. Llegó la noche, y siguió la celebración de la «invasión)), Hitler voló el primer día hacia Munich y posteriormente cogió un coche para entrar en Austria. De camino a Linz, hizo varias paradas de un cierto valor sentimental en los lugares en que había transcurrido su infancia. Se hospedó en el hotel Weinzinger, en Linz, después de presenciar el tumultuoso recibimiento que le dispensaban los austríacos a los que había ido a conquistar. En el entorno familiar de su oscuro lugar de nacimiento y de sus primeros años, Hitler era una- celebridad y un héroe. Pasada la medianoche, las primeras tropas llegaron finalmente a Viena. La turbamulta, ronca de tanto gritar, les dedicó una estentórea bienvenida. El domingo por la mañana, aún había personas que aguardaban la llegada de Hitl~r, pero éste no tenía ninguna prisa, y había ido a visitar el panteón familiar en Leonding. Ese mismo día, irrumpió en una reunión en su honor en el hotel Linz, a la que asistía gente que había conocido en su juventud. Hitler se lo estaba pasando en grande, pero seguía a la espera de la confirmación de que se habían aprobado las leyes que le permitían la anexión de Austria. El mismo Mussolini se había comprometido a no interferir con la invasión alemana. Por la noche, Hitler recibió en Viena las noti119

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cias que esperaba, y se mostró eufórico. Había desaparecido el último obstáculo para la toma pacífica y solamente restaba el viaje triunfal a la capital. El lunes, una multitud exultante y algunas averías mecánicas más ralentizaron el trayecto entre Linz y Viena. Además, los secuaces de Hitler estaban atentos a cualquier problema de seguridad en la ciudad. El convoy no llegó a Viena hasta bien entrada la tarde y, por aquel entonces, Hitler estaba de mal humor.' Pero la llegada se erigió en el símbolo público de lo que se iba a conocer como la Anschluss, la anexión de Austria. Los nazis dieron una vuelta de tuerca más al proclamar aquel día como el de la ansiada unión de todas las naciones de habla alemana. Un cartel en la fachada de la célebre Loas Haus, al otro lado del palacio de Hofburg, exaltaba esos sentimientos: «La misma sangre pertenece al mismo Reich>>, Cuando, por fin, apareció Hitler, la adoración de la multitud fue la mejor medicina para su mal humor. De pie en el asiento delantero de un gran Mercedes descapotable, devolvió el saludo nazi a la muchedumbre que se agolpaba en las aceras. Fue conducido hasta el Anillo y, en última instancia, al hotel Imperial, adornado con esvásticas. Ahí lo recibieron con una alfombra roja y lo trasladaron hasta la suite real. Veinticinco años atrás, cuando era un desposeído y un futuro artista, había trabajado a las puertas de ese mismo hotel, limpiando las calles de nieve a cambio de un salario miserable. Y ahora le ofrecían la suite imperial y salía al balcón para acallar a aquella multitud rebelde que ocupaba las calles al tiempo que le implorab>, situada frente al palacio de Hofburg. Ahí le esperaba un océano de asistentes, que ocupaban la explanada del palacio y los campos y las carreteras colindantes. Conforme el magnífico vehículo de Hitler traspasaba el Burgtor, las arcadas que daban acceso a la plaza imperial, la gente lo saludaba. Hitler subió al pórtico del Hofburg, desde donde el cuadro que tenía ante sí le animaba a pronunciar un discurso. Era y es difícil estimar el número de asistentes. La propaganda nazi seleccionó algunas fotografías para maximizar la impresión. Se reunieron centenares de miles de personas, pero existen películas documentales en Viena que muesrran zonas en la parte trasera de la plaza que no estaban abarrotadas. Sea como fuere, el encuentro fue masivo y constituyó el punto álgido del regreso de Hitler. 120

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De repente, Viena se convirtió en el escenario de la violencia contra sus ciudadanos judíos. Cuando Hitler abandonó ese día la ciudad, los judíos ya habían empezado a ser humillados, incluido el anciano rabino Taglich, al ser obligados a barrer las aceras con unos cepillos ínfimos ante un público que se mofaba de ellos. Otros, bajo todo tipo de amenazas, tuvieron que pintar la palabra «JUDÍOS» en las puertas de sus casas y sus negocios. Ante la tienda de sus padres, una joven judía fue conminada a agacharse y ponerse en pie en varias veces luciendo un cartel que rezaba: «No me compréis nada. Soy una cerda judía». 11 Se había iniciado el reino del terror. Aquí tenemos un relato. El horror de la persecución co~tra los judíos y demás •<enemigos» del nuevo régimen se descubrió a raíz de los informes de la legación británica. El 15 de marzo, el encargado de negocios escribió: «se han incautado los coches y las propiedades de los judíos, y muchos hogares de judíos han sido registrados. He sabido que han arrestado a muchos judíos». También confiscaron los coches propiedad de los legitimistas y de los partidarios de Schuschunigg y muchos miembros de ambos grupos, y también socialistas, fueron detenidos. Hubo rumores de ejecuciones, pero le fue imposible confirmar ese extremo. Pocos días más tarde, informó que los judíos recibían el mismo trato que en Alemania y que había no pocos relatos de actos brutales cometidos contra ellos. Al parecer, los detenidos «Se contaban por millares» Y

Para los judíos, los socialistas y los partidarios de Schuschunigg, no salir a la calle aquel día fue una idea excelente. Resultó imposible incluso para el resto de la población vivir aquel día con normalidad. Y en el epicentro de la psicoterapia, incluso la importancia de Freud y de Adler perdía enteros sometidos a la marejada de los acontecimientos públicos. ¿Qué importancia tenían comparados con Hitler y con Heldenplatz? La familia Frankl, relativamente desconocida, se apiñaba cautamente en el número 6 de Czerningasse, ante el peligro que reinaba en las calles de su vecindario. La famosa familia Freud seguía viviendo, presa de los nervios, en el número 19 de Berggasse, después de casi una semana solos. El jueves anterior, un funcionario de la embajada de los Estados Unidos había visitado a Freud, cumpliendo órdenes del presidente Roosevelt transmitidas por su secretario de Estado, para que interviniera diplomáticamente a favor de Freud. Los nazis, temerosos de una protesta internacional si algo le sucedía a un enfermo Freud, estaban dispuestos a garantizar protección y la manera de salir del país al doctor y a su familia. El viernes por 121

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la noche, Freud escuchó el discurso de despedida de Schuschunigg en la radio. Al día siguiente, escribió dos palabras en latín en su diario: Finis Austriae. El martes, el mismo día de la concentración de Heldenplatz, los matones de Hitler arrasaron la editorial de Freud. Otro grupo de soldados de las SA irrumpió en su casa de Berggasse y la registró mientras la familia Freud se sentaba y observaba la escena. Los soldados se marcharon dejando los pasaportes y seis mil chelines. Incluso después de ese episodio, Freud aún albergaba dudas sobre si debía marcharse de Viena, pero desaparecieron el 22 de marzo. Ese día,

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habían dejado de acoger a los refugiados judíos. A pesar de que el nombre de Viktor acabó entrando en las listas de espera de los visados de la embajada de los Estados Unidos, carentes de la fama, de los contactos y de la fortuna de Freud, era difícil que la familia Frankl diera con un modo de huir. Con todo, Stella o Viktor aún podían tener algo de fortuna para abandonar Austria por separado.

En 1938, la política nazi se erigió en un obsticulo para la promete-

tamento. Se llevaron a Anna, la hija de Freud a la que éste adoraba, para

dora carrera de Frankl. Todos los hombres judíos tenían dsraeb) como segundo nombre en los documentos oficiales, y las mujeres, <<Sarah)), Esos

interrogarla. La situación era tan desesperada que Freud le había dado va-

identificadores ayudaron a las SS a mantener bajo ..:ontrol a los judíos, así

rios fármacos a Anna para que los usara en caso de que la torturaran. Gra-

como a limitar sus actividades y sus movimientos. Algunos judíos vigila-

cias a algunos gol pes de suerte y a una pizca de intervención real en las

ban a otros judíos, confiados tal vez en que obtendrían algún privilegio especial en el caso que la situación empeorara por el hecho de haber ayudado a las SS a vigilar y llevar a efecto la represión. A los niños judíos se les prohibió el acceso a la educación pública, y los médicos judíos perdie-

la Gestapo volvió a presentarse en su domicilio y volvió a registrar el apar-

dependencias de la Gestapo a cargo de la princesa María Bonaparte, también psicoanalista y amiga íntima de la familia Freud, Anna fue puesta en libertad sin sufrir el menor daño. Pero Freud ya había visto bastante. El patriarca, debilitado, empezó a hacer las maletas. Por fortuna, todos los miembros de la familia, dieciocho personas, tenían salvoconductos para partir a Inglaterra con sus pertenencias, libros y demás posesiones.U Trenes repletos de desgraciados salían de Viena, pero su destino no era la se-

guridad que proporcionaba el exilio. Los judíos y otros individuos considerados por el régimen como problemáticos se hacinaban en vagones y partían camino de Dachau o Buchenwald. Cuando Freud partió en treq

hacia Francia e Inglaterra, el domingo 4 de junio, miles de personas ya habían sido deportadas de Viena. El destino de los tres grandes de la psicoterapia se vio afectado profundamente por Hitler. Tan sólo Frankl permaneció en Viena. Adler había muerto por causas naturales, y Freud se hallaba en Inglaterra por causas ajenas a él. El psicoanálisis y la psicología del individuo sufrían el

ron la licencia que les permitía ejercer. Vikror no tuvo más opción que volver a Czerningasse, para vivir y trabajar en el pequeño apartamento que aún ocupaban sus padres. En la fachada del edificio se veía el nuevo distintivo azul obligatorio para un Judenbehandler: doctor Viktor Emil Israel Frankl, médico judío especialista en neurología y psiquiatría. Solamente tenía autorización para recibir a pacientes judíos y desposeyeron su práctica de la respetabilidad y de la filiación de antaño. Viktor no fue el único que tuvo que abandonar Alser Strasse y el ejercicio de su profesión. Stella tuvo que marcharse de su apartamento cuando

el edificio fue «arianizado)) junto con el resto de viviendas de la ciu-

dad. Un edificio arianizado era un edificio del que habían purgado a los ocupantes judíos. Confiscaron sus posesiones, incluido el despacho especialmente diseñado para Viktor, regalo de Walter. «Arianizar)) era una

destino que les deparaba el nazismo, cuando menos localmente. A medida

preciosa etiqueta para referirse al desalojo humillante de los judíos de sus

que la venganza hitleriana engullía a la familia Frankl, también amenazaba con abortar la logoterapia y acabar con su fundador. A diferencia de las obras de Freud y de Adler, la logoterapia no había traspasado las fronteras de Austria y no tenía un hábeas literario que asegurara supervivencia.

hogares y negocios. En tanto que miembros de la raza aria superior, caucásicos no judíos educados en la doctrina nazi, los nuevos inquilinos ocu-

paron los espacios atendiendo a las nuevas medidas políticas oficiales. El apartamento deStella fue a parar a manos de Oskar Helmer (1887-1963).

Después del Anschluss, el proceso migratorio de los judíos se vio ra-

Helmer se convertiría en uno de los socialistas arrestado en más ocasio-

lentizado. Era difícil conseguir un visado, y buena parte de las naciones

nes por la Gestapo y en ministro del Interior austríaco después del Holo-

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causto. El discurso y el comportamiento de Helmer después de la guerra no fue totalmente diáfano, y el hecho de que hubiera ocupado una vivienda arianizada fue la gota que colmó el vaso.

En septiembre de 1939, el régimen nazi invadió descaradamente Polonia y, a ca usa de un tratado, ni siquiera Rusia se opuso. Pero Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra. Una semana antes de la declaración de guerra, Freud falleció en su casa de Londres, en libertad, por decirlo de algún modo. Había permanecido en activo hasta el final, e inclu-

En el otoño de 1938, Hitler continuó con sus audaces escaramuzas, como los movimientos de acercamiento a la frontera con Checoslovaquia. Aquellas hazañas internacionales infundían valor a los fanáticos nazis lo~ cales y, el 6 de octubre, prendieron fuego a tres sinagogas en Viena. Un

so había concedido algunas entrevistas en inglés para la radio británica. Se

mes más tarde se produjo la Kristallnacht, la <<noche de los cristales rotos)',

dico y de mutuo acuerdo, murió plácidamente, como uno más entre los

el nombre poético con el que se bautizaron los montones de vidrio roto que cubrieron las calles después de dos días aterradores en Alemania

personajes más celebres de la Historia. Peter Gay, el biógrafo de Freud, da cuenta de lo afortunado del hecho que Freud muriera antes de saber la

y Austria. El fanatismo antisemita conoció un aumento sensacional, or~ questado desde la sombra por las SS. La policía, siguiendo órdenes, no

suerte que habían corrido sus hermanasY Adolfine murió de hambre en

había enfrentado heroicamente a su cáncer pero, con la ayuda de un mé-

Theresiendstadt; las otras tres fueron asesinadas en Auschwitz.

tos, unas doscientas sinagogas sufrieron desperfectos o fueron derruidas,

De regreso a Viena, y a pesar de la guerra, Frankl fue nombrado jefe de neurología en el hospital Rothschild en 1940. Austria formaba parte del Tercer Reich, pero la designación de Frankl como jefe de departamento

treinta mil judíos acaudalados fueron detenidos, multitud de negocios fueron asaltados y se confiscó el dinero que debían abonar las aseguradoras."

permitió que tanto él como su familia gozaran de una cierta protección contra las medidas que los nazis estaban implantando. Por motivos prác-

Pero estos no iban a ser los únicos actos represivos que sufrirían los judíos.

ticos, la Gestapo reconocía que era preciso el concurso de algunos profesio~

Levantaron cercas en los parques públicos y clausuraron sus publicaciones. Con el tiempo, las intenciones del Reich eran cada vez más manifiestas

na les en determinados puestos, y Viktor confiaba en poder seguir brindando

y aterradoras. En Viena, algunos judíos recibían unas palizas de muerte

campos de concentración.

antes de ser.lanzados a los trenes que se dirigían a Dachau. Los miembros

El Rothschild era un reputado hospital judío que estuvo ubicado en Wiihringer Gürre!, en Gentzgasse, hasta 1960, cuando fue derrumbado. En la actualidad, el hospital ya no existe. En su día, sin embargo, el Rothschild tuvo un papel fundamental en la ciudad y para la próspera población judía. Erigido en 1938, el hospital creció cuando fue designado como centro de tratamiento de urgencias para las víctimas judías de la violencia callejera en Viena. A causa de la generalización de los episodios violentos, los pasillos e incluso los alrededores del Rothschild estaban llenos de judíos he-

hizo nada para detener los ataques contra los judíos o sus casas, negocios o lugares de reunión. El balance fue espectacular: más de noventa muer-

protección a sus padres a medida que aumentaban las deportaciones a los

de las SS abusaban de las mujeres, vulnerando así la prohibición de mantener relaciones sexuales con los judíos. Evidentemente, después de la

Kristallnacht, hubo una nueva oleada de judíos ansiosos por emigrar. De hecho, el marido de Stella, Walter Bondy, se marchó en 1939 a Australia, con la esperanza de que podría empezar de nuevo. Poco después, Stella se le unió. De ese modo, huyeron de Viena en el momento oportuno y estuvieron a salvo del Holocausto. Walter y Else Frankl también escaparon de Viena y encontraron un refugio aparente en Italia. Pertenecían a una comunidad de inmigrantes a los que por, aquel entonces, apoyaba y proregía, en cierta medida, el Papa. Pero su seguridad no estaba garantizada conforme los nazis asumían más y más control. Viktor también pensaba en marcharse y hablaba, a media voz, con

su amigo del alma y colega Paul Polak sobre partir juntos a Inglaterra o los Estados Unidos. Pero pasaban los meses y Viktor no conseguía hacerse con un visado que le permitiera ir a ninguna parte. 124

ridos.16 Por aquel entonces, Viktor ya trabajaba únicamente con vistas a

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hallar el sentido último de la vida y ya había dado una cierta orientación a sus trabajos cuando asumió su cometido en el Rothschild, que se en-

contraba bajo la supervisión de la Gestapo. Durante aquel período, Viktor empezó a colaborar con el profesor Otto P6tzl en el diseño de algunos programas para salvar a algunos enfermos mentales de los programas de eutanasia de las SS, a pesar de que Potzl era una de tantas personas decentes que se había unido a las filas del nacional125

LA LLAMADA DE LA VIDA

socialismo. Era algo que había que hacer para sacar partido de los empleos y de la prosperidad que, aparentemente, los nacionalsocialistas iban a llevar a Alemania y a Austria. Sea como fuere, incluso después de haber ¡0 • gresado en el partido, POtzl siguió visitando a pacientes judíos en su clínica y los desviaba a otros médicos arios que asimismo les proporcionaban asis· tencia, también de manera ilegal. Viktor se benefició ampliamente del poder y de los contactos de Potzl a la hora de proteger a los pacientes judíos. P6tzl acudía incluso al Rothschild siempre que Viktor lo mandaba llamar. Viktor siempre consideró a Püztl como un «no nazi)); no era ni un simpatizante, ni alguien que compartió sus maneras. En su empresa con. junta de alto riesgo, Frankl y Potzl hacían falsos diagnósticos de pacientes judíos utilizando las categorías de enfermedades menos sospechosas para las autoridades nazis. Asimismo, Pützl contribuía en la protección de los pacientes psicóticos judíos que se presentaban en la clínica psiquiátri· ca universitaria. A partir de un determinado momento, cada vez que Pótzl tenía un paciente judío cuyo trastorno mental podía mantenerse bajo control, lo enviaba al Altersheim judío, al «hogar de ancianos)) y al hospital de Malzgasse. Las órdenes para llevar a cabo los traslados se realizaban por teléfono y Viktor recibía el aviso para que se personara inmediatamente en Malzgasse. Allí certificaba oficialmente que el paciente no padecía psicosis, sino que era víctima de una afasia o algo por el estilo. Evitaban también otras enfermedades como la esquizofrenia, pues podían condenar a los pacientes a la eutanasia. La voluntad de Potzl de arriesgar la vida saboteando el programa nazi para salvar así la vida de los judíos reforzó la imagen que Viktor tenía de su mentor. Viktor describió así una de las visitas de Potzl al Rothschild: -Poztl iba arriba y abajo por los pasillos conmigo y con la insignia del partido nacionalsocialista en la solapa, y se reía con los chistes judíos mientras me ayudaba con los pacientes. De ningún modo, de ninguna de las maneras Póztl era un antisemita o un nacionalsocialista de corazón. El hospital Steinhof también había pasado a manos de las SS tres años después de que Viktor hubiera acabado su residencia, y ahí estaba en marcha el programa de las SS para practicar la eutanasia 17 En aquellos «sanatorios de la eutanasia)) austríacos asesinaban a millares a niños o jóvenes con trastornos mentales o discapacidades graves. 18 Viktor recordaba un desgraciado y triste episodio que presenció en cierta ocasión.

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Recuerdo que tuve que coger a un hombre y a una mujer judíos que ya no podían seguir al cuidado de una pareja casada. Me acompañaba la asistente social del centro de la comunidad judía. Cuando regresábamos, había dos ta· xis por delante nuestro, y cada uno transportaba a un paciente. En un mo· mento dado, advertí que uno de los taxis venía hacia nosotros, que se dirigía al asilo de ancianos, y que el otro giraba a la izquierda. -¿Qué sucede? -pregunté a la asistente social. -Oh, sí -respondió-. Me había olvidado. La muj~r que han conducido a la izquierda ya no es judía. Se convirtió hace unos años, así que no estamos autorizados a admitirla en el asilo [judío]. Por desgracia, tienen que llevársela al sanatorio Steinhof. ¡Menuda encrucijada! Al frente se encontraba la seguridad del asilo de ancianos, y a la izquierda, la carretera llevaba al Sreinhof y a la cámara de gas. ¡Quién podría haber previsto el resultado que tendría que aquella mujer, por el motivo que fuera, se hubiera convertido! Un escalofrío me recorrió la espalda cuando me di cuenta de que las circunsrancias puedt·n convertirse en una condena a muerte. 19

Poco después, se exigió a los judíos de Viena que lucieran la estrella judía amarilla, enganchada o cosida en un lugar visible de su vestuario para permitir su identificación. Era algo humillante, y una in vi ración a las burlas o a algo peor por parte de los nazis y de sus simpatizantes. Asi· mismo, se prohibió el acceso de los judíos a los tranvías, aunque dado que Viktor era el responsable del departamento de su hospital, disponía de un salvoconducto que le permitía tornarlos. Con todo, Vikror me confesó que el salvoconducto no le ahorraba los insultos del conductor. -Podía ser peligroso coger el tranvía en Czerningasse para ir al Roths· child. Yo tenía que llevar la estrella amarilla, por supuesto. Pero tenía un permiso. Y un día, el conductor se negó a admitirme. Le dije que era el jefe de neurología del hospital Rothschild ... El conductor dijo que mi permiso no era válido para los domingos. Le respondí que, como jefe del departamento, tenía que ir al hospital incluso los domingos si tenía trabajo. Me contestó: «Baja del tranvía inmediatamente o te echaré de él en marcha>), Se produjo otro incidente cuando en la ciudad apareció un cartel que anunciaba que los hombres nacidos entre 1904 y 1906 debían inscribirse para el servicio militar. Pero Viktor no lo hizo, pues temía que le propinaran una paliza si demostraba que un judío podía ser lo suficientemente audaz como para presentarse en la oficina de reclutamiento alemana. Con todo, los nazis tenían sus listas y le conminaron a ir. Cuando llegó, y para sorpresa de Viktor, el oficial militar de la comisaría de policía era un antiguo 127

LA LLAMADA DE LA VIDA

compañero de instituto. Al darse cuenta de ello, confiaba en que se sal udarían como en los viejos tiempo, Grüss'Dich, utilizando unos pronombres que denotaban intimidad. En su lugar, el oficial se dirigió formalmente a Viktor, Gruss'Sie. Todo había cambiado. Cuando Viktor le explicó qué morivo le había llevado a no presentarse, que temía una represalia por hacerlo, su antiguo compañero le impuso una fuerte multa y lo dejó marchar. Aquellos tratos en que los judíos salían perjudicados hicieran lo que hicieran eran normales durante el nazismo. Entre los peligros que debían sortear por aquel entonces, estaban las payasadas típicas de la burocracia nazi. Buena parte del sentido del humor se quedaba por el camino a causa de los abusos y de la violencia, pero por la ciudad circulaban no pocos chistes, que se contaban a media voz, sobre Hitler, sus secuaces y toda aquella extraña situación. Si bien las circunstancias pusieron un freno al desarrollo de la lagoterapia, el punto de vista de Viktor fue útil, e incluso crucial, en su empeño por sobrevivir y por proteger a sus padres. A continuación vemos un incidente tal y como lo explicaba. Un día, me llamaron a las siete de la mañana. Mi madre descolgó el teléfono y me dijo: «Viktor, la Gestapon. Cogí el teléfono. •
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Viktor sospechaba que el paciente era el propio oficial. -y le di una buena lección de logoterapia y supongo que le ayudó. Si no, no se me ocurre nada más para explicar por qué me dejaron seguir un año más en Viena con mis padres. Tal vez lo hizo a modo de honorarios. Procuró que no se nos llevaran.

Para Viktor, seguir en Viena junto a sus padres era una obligación que se tomó muy a pecho. Pero como suele suceder con unos padres cariñosos, Gabriel y Elsa estaban más preocupados por sus hijos que por ellos mismos. Se sentían aliviados al saber que Stella estaba en Australia, aunque la echaban mucho de menos. También echaban de menos a Walter, pero como mínimo confiaban en que estuviera junto a su mujer en un lugar seguro. Por aquel entonces, después de llevar muchos años esperando una declaración jurada de ayuda financiera desde el exterior, Viktor tuvo noticias de que, por fin, podía ir a la embajada de los Estados Unidos a recoger el visado, el billete para la libertad y el futuro. Y a pesar de que sus padres eran mayores y de que dependían de Viktor para sobrellevar la amenazadora situación que vivían en Viena, recordaba que les embargó el júbilo cuando les llegó la noticia del visado. Con las esperanzas puestas en él, asumieron que podría escapar a los Estados Unidos, por su propio bienestar y para llevar a cabo la obra que aún tenía pendiente. Pero en lugar de sentirse contento por aquel golpe de suerte, Viktor estaba confuso. Al pasar por Stephansdom, la catedral de San Esteban, el centro literal y simbólico de Viena, oyó música de órgano. Con el tiempo, Viktor explicaba que su silencio con respecto a sus creencias siempre le había impedido admitir que rezaba en la catedral. Así, un episodio como el que sigue sólo puede ser calificado de serendipia por un ateo. ¿Se me permitía ahora abandonar a mis padres, irme a otra parte a desarrollar mis ideas? Por otro lado, si me iba, dentro de dos semanas los enviarían a un campo de concentración. Mis padres estaban seguros de que aprovecharía aquella ocasión única. Llevaba mucho tiempo hablando de ella. Pero aquel día, entré en la catedral de San Esteban para sentarme y reflexionar el respecto. Durante casi una hora, sonó música de órgano. Pero no pude tomar ninguna decisión. No veía la manera de solucionar aquella situación. ¿Cuál era mi responsabilidad? ¿Ocuparme de mi obra o cuidar de mis padres? En un momento así, uno siempre espera una señal del cielo. !29

LA LLAMADA DE LA VfDA

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En una ocasión, Tdly y yo estábamos sentados en un pequeño salón en casa de su madre, y era de noche. Algunos policías judíos a las órdenes de los nazis patrullaban por Leopoldstadt anunciando que la gente debía presentarse al día siguiente a las tres con no más de diez kilos de equipaje y con destino a Polonia o Auschwitz, de la hora dependía el lugar al que ibas a parar. Existía el peligro de que la madre de Tilly, que seguía en Viena en lugar de haber huido con su marido a Porto Alegre, Brasil, donde éste enseñ;tba inglés, se encontrara entre esas personas. No quería que Tilly se quedara sola en Viena; el hermano de Tilly también había emigrado a Suiza. [La herman;l de Tilly tampoco estaba en el país, pero no se sabe a ciencia cierta adónde huyó.] Eran las nueve de la noche, y alguien llamó a la puerta. Todos estábamos seguros de que era el aviso de que debía presentarse con el equipaje, pero en vez de aquello, apareció alguien del centro de la comunidad judía que le dijo que debía estar a las seis de la mañana siguiente para ayudar a los jóvenes que tenían que recoger el mobiliario de las casas de los judíos que habían sido de· portados; los nazis se lo llevaban todo. Y la madre de Tilly, una mujer educada, estaba contenta al saber que debía trasladar muebles porque eso le garantizaba que no sería deportada. Después de que llegara el aviso, Tilly dijo, usando una vieja expresión de argot vienés: ((¿Qué te parece? ¡No está mal esto de Dios!». Anteriormente he dicho que esa fue la definición más corta y más hermosa de la deidad que jamás haya oído.

Así que regresé a casa y ahí estaba mi padre, y tenía un trozo de piedra, un resto que había encontrado en las ruinas de la sinagoga. 20 Descubrí que aquel pedazo de piedra pertenecía a los Diez Mandamientos. Y en ella, estaba grabada una letra hebrea. Y mi padre me dijo: « Viktor, sé a qué parte de los Diez Man. damientos pertenece, porque esta letra sólo puede ser la abreviatura de uno de los mandamientos: homarás a tu padre y a tu madre y pennanecerás en la tierra». En ese momento, me dije, he ahí la respuesta. Dejé que el visado caducara. Y aún no conocía a Tilly.

Tilly Groser fue el tercer amor real de Viktor, después de haber pasado por Lola y por Ros!. Con treinta y cinco años, Viktor casi la doblaba en edad cuando se conocieron en el Rothschild y se hicieron amigos. Ella procedía de una familia judía de la ciudad y trabajaba como enfermera en el departamento de medicina interna para el profesor Donath, que había compartido consulta con Viktor. Viktor reparó primero en la belleza de Tilly, una mujer semejante a una bailarina española, de pelo muy oscuro y ojos negros y resplandecientes y nariz recta, y en su energía, para nada femenina. Pero, sobre todo, le cautivó su encantadora sencillez, que des· plegaba sin el menor complejo de inferioridad. No era una persona primitiva o estúpida, pero tampoco captaba la impor· tancia de las ideas o la calidad de los enunciados literarios. Sin embargo, en· tendía las cosas con una ingenuidad maravillosa. Recuerdo, por ejemplo, que una vez dábamos un paseo por el canal del Danubio, donde se encontraba la consulta. Hacía viento, algo nada raro en Viena. Mientras caminábamos, le dije que soplaba un Rückenwind (viento a nuestra espalda), un término que sólo usaba a modo de broma. Y ella preguntó: ((¿Lo contrario es un Bauchwind (un viento que sopla en nuestro vientre)?» Y no está mal como pregunta. Su ingenuidad era atractiva. Era creativa y podías reír sin tener que pedir perdón. No tenía muchos estudios, e incluso su tía Hertha afirmaba que Tilly no tenía una manera muy canónica de pensar.

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Además, cuando Tilly tenía un amigo, «existía tal solidaridad entre ambos que no querías enemistarte con ninguno de los dos. Tilly habría hecho cualquier cosa por un amigo. Pero yo también la amaba por su corazón y por su intuición natural». Oportunamente, ambos reconocieron que no era ni el atractivo de ella, ni la inteligencia o la posición de él lo que les acercó. Más bien, el carácter. En unos años tan ominosos para los judíos, Viktor recordaba una historia que asustó a la familia.

En una ocasión, en el hospital, Tilly le contó a Viktor lo de su "temperatura anormal», lo que hizo que éste se preocupara inmediatamente. Así que se lo explicó a su colega, el profesor Donath, y le sugirió que le hiciera una revisión a Tilly ya que ella era la hija del profesor Grosser. Donath examinó a Tilly y dijo a Viktor: -No le encuentro nada. Pero es evidente que es una chica muy activa, con muchos admiradores. Tal vez tenga una vida nocturna demasiado activa, demasiados amigos y puede que esté agotada. Viktor recordaba que «tuve que oír todo aquello. Sin embargo, unas semanas más tarde, le anuncié que me iba a casar con Tilly, y le pregunté si me concedería el honor de ser mi padrino. Tal vez entonces lamentó lo que me había dicho». Un día, Tilly estaba en casa con Viktor, en Czerningasse, y preparaba la comida para él y sus padres. Viktor me explicó, gráficamente: Sonó el teléfono y me llamaban desde el hospital judío por una emergencia. No tenía tiempo para tomar el café, así que me zampé unos cuantos granos. Todo aquello sucedió en plena guerra. Cogí un tax? 1 y salí corriendo hacia el hospital. Dos horas después, regresé a Czerningasse, llamé al timbre para que 131

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supieran que había llegado y Tilly y mi madre aparecieron en la cima de las es. caleras mientras yo las subía corriendo. Creía que Tilly diría que la comida esta· ba fría o que se quejaría porque había tenido que volver a hacerla. Pero no dijo nada de eso ni me bombardeó con preguntas sobre cómo estaba el paciente qué tal había ido la operación, si había podido ayudarle ... En ese momento: decidí que me casaría con Tilly. En Zirkusgasse, había una oficina matrimonial para judíos, que clausuraron en la nochevieja de 1941. Así que Tilly y yo llegamos jusw a tiempo y nos casamos. La otra pareja que se casó ese mismo día estaba formada por mi profesor de historia, el docwr John Edelrnann y su prometida. Volví a encontrarme con él en 1942, en el primer campo de concentración en Theresienstadt. Mi profesor de historia se convinió, entonces,. en historia viva: junto con Tilly y conmigo, su esposa y él fueron los últimos judíos que se casaron bajo los nazis, ya que cerraron la oficina al día siguiente de nuestras ceremonias ... Tilly y yo también celebramos una ceremonia religiosa en el centro de la comunidad judía, con la chuppe. Después de la ceremonia, nos hicimos las fotos nupciales y paseamos por las calles, ya que a los judíos se les prohibía coger taxis ... Por supuesto, no se atrevieron a prohibir las bodas entre parejas judías, no después de que los británicos y los estadounidenses tuvieran la vista puesta en nosotros. Pero de hecho, después de que clausuraran la oficina de matrimonios judíos, se hizo correr el aviso de que toda pareja judía que se atreviera a pedir el matrimonio en las dependencias del gob~erno sería inmediatamente enviada a un campo de concentración. Tal era la pena por ser una molestia para los funcionario:-; nacionalsocialistas. Y la misma pena se aplicaba si una mujer se quedaba embarazada. Toda judía que quedara encinta sería enviada inmediatamente a los campos de concentración. Evidentemente, aquello provocó una oleada de abortos. Tilly se quedó embarazada y tuvimos que abortar, so pena de deportación: Había una mujer en sus cabales, una novelista que vivía en Viena, que se quedó sorprendida al saber que las circunstancias obligaban a Tilly a abortar co~~: tal de sobrevivir. Aquella mujer quedó muy impresionada, y fue conmovedor ver su reacción. -¿Cómo puedes acceder? ¿Cómo puedes aceptarlo? ¡Ninguna criatura fruto del amor debería ser sacrificada! Tilly y yo nos quedamos con aquella idea, porque no teníamos más elec-' ción, pero tuvimos que hacerlo.

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1942-1944

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Viktor y Tilly tampoco tuvieron más opción que trasladarse al peque, ño piso de los padres de Viktor en Czerningasse, y allí vivieron sin tener hijos. Un tercio de siglo después, en 1978, Viktor publicó The Unheard Cry for Meaning. La dedicatoria reza, simplemente: «A Harry o Mation, el hijo que jamás naciÓ>>, 132

Incluso si la familia Ftankl hubiera tenido adónde ir, en 1941 no había prácticamente salida posible de Austria para ellos. La ciudad de la ciencia, de las canciones y de los sueños se había convertido en su propia jaula. Tan sólo el veinte por ciento de la población judía que vivía en Viena antes de la guerra seguía allí y Eichmann, dando un drástico giro político, acabó con su emigración. Puso en marcha y aplicó la «solución finah de Hitler, el programa de exterminio, a los judíos que seguían en buena parte de Europa. De hecho, muchos de los que habían abandonado Alemania y Austria para refugiarse en otros países europeos acabaron igualmente en campos de concentración cuando los nazis ocuparon y ampliaron su programa de deportaciones a aquellas naciones «seguras>>, Ello fue un motivo extra de preocupación para la familia Frankl ya que, aunque su hermana Stella se encontraba a salvo con su marido en Australia, Walter y su esposa Else se hallaban en Italia, donde la situación era mucho más peliaguda. Las deportaciones desde Viena por parte de las SS aumentaron, y pusieron rumbo al «Este''· Por aquel entonces, «Este'' significaba, a lo sumo, algo inquietante, pero pocos se imaginaban la existencia de los campos de concentración o daban crédito a tales «rumores>>. Como muchos otros, la familia Frankl confiaba en que sería ubicada en guetos judíos y que la vida allí sería tolerable. El traslado a un gueto equivalía a apiñar y aislar a los judíos en zonas específicas, habitualmente cerca de una ciudad. A causa de la pobreza, las condiciones solían estar por debajo de la media, y los 133

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guetos, donde se hacinaban sus habitantes, se transformaban en pocilgas. Pero ya que los familiares podían hacerse compañía unos a otros, aquello era mejor que ser deportado a un campo de concentración. No obstante, la siniestra impresión, cada vez más patente, que generaban las deportaciones hizo que los judíos vieneses se tornaran más y más aprensivos. Algunos habitantes que no pertenecían a la comunidad judía se sentían tan nerviosos con lo que sucedía que pusieron sus vidas en peligro para proteger a judíos y demás grupos amenazados por las SS. Todos los judíos que se hallaban en territorio ocupado debían lucir una identificación en su vestuario, por lo general una estrella amarilla con la palabra «judío'' escrita en el idioma del país. Ya estuviera cosida, fuera una insignia, una marca o una cinta en el brazo, aquello permitía que las SS aislaran a los judíos del resto de habitantes. Otros mecanismos de identificación similares se usaron para demás elementos <': el triángulo púrpura para los Testigos de Jehová, el triángulo rosa para los homosexuales, el verde para los criminales, etcétera. 1 Una de las personas preocupadas por las víctimas de los nazis era una anciana aria que vivía en el segundo Stiege (la sección trasera del edificio, de renta baja), del edificio de apartamentos donde habitaba la familia Frankl en Czerningasse. Su nieto se llamaba Toni Grumbach y Viktor recordaba que los hijos de los Frankl no se habían relacionado mucho con Toni ni pensaban que, de joven, «fuera un buen tipo». Pero pasados los años, Viktor se refirió a él con palabras de gratitud: -Recuerdo que durante el pogromo iniciado por Goebbels, Toni vino a casa y me dijo: «Viktor, puedes venir a mi casa cuando quieras y dormir ahí. Así tal vez logremos superar estos días peligrosos para los judíos». Toni podía proporcionar una cierta protección porque formaba parte de las SA, los Sturmabteilung no militares, los camisas marrones. Además de la familia y de Tilly, los amigos ayudaron a que la vida de Viktor mereciera la pena. Sus historias demuestran lo mejor de las relaciones humanas. Uno de estos amigos era Hubert Gsur, un ario. A pesar de que Viktor no lo sabía por aquel entonces, Gsur era un comunista clandestino y formaba parte del movimiento de resistencia contra los nazis. Asumiendo un enorme riesgo, Gsur también figuraba en las fuerzas armadas alemanas, la Wehrmacht. Hijo de un guarda forestal, un hombre que no se había complicado la vida, Gsur era mecanógrafo de profesión.

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Incluso antes de la llegada de Hitler, Viktor había descubierto su pasión por escalar montañas. Pero las SS habían dicta
En diciembre de 1941, los japoneses atacaron l'earl Harbar y los Estados Unidos se implicaron plenamente en la guerra. Aquella declaración apaciguó los temores de los judíos y del resto de grupos acerca de su situación y, más que nunca, pensaron que la ca ida del nazismo era tan sólo 135

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cuestión de tiempo. Pero pasaban los meses y, en septiembre de 1942, el destino volvió la espalda a la familia Frankl. Viktor narró así aquel punto de inflexión: Un día, me lo comunicaron. Se habían reromado las deportaciones serna. na les de mil o dos mil judíos a un campo del Este, pero nadie sabía nada de Auschwirz. De hecho, pensábamos que se referían a Liruania, a Checoslovaquia o a Polonia. Como jefe de departamento, y en vista que el hospital Rothschild seguía en acti\·o, creía que podría permanecer en Viena con mis padres. De repente, recibimos una llamada de teléfono: «Mañana deben estar listos para que los p:tse a recoger una escolta que les llevMá al Sperlgynmasium. Así que estén preparados con diez kilos de equipaje cada uno". Al día siguieme, teníamos nuestras maletas a punto, pero mi padre, evidentemente, no podía llevarlas así que cogió una caja redonda de sombrero de mujer y ahí guardó sus últimas pertenencias, incluido un puro carísimo que le había regalado su Jntiguo jefe )' que había conservado como algo sagrado. Tenía ochenta y un años y un aspecto algo pintoresco. En la caja del sombrero también había metido un poco de whisky que llevaba años guardando, para celebrar la muerte de Hitler.

La pequeña botella de whisky es el testimonio de la esperanza que reinaba entre los dcporrados: que sobrevivirían a Hitler en los guetos y que, pasada la guerra, volverían a establecerse y comenzarían de nuevo. Pocos creían que existiera algo tan terrible como el genocidio. Incluso los ideó~ lagos de la ((solución fina In se quedaron boquiabiertos al principio por la facilidad con la que sus tropas llevaban a cabo su macabra tarea. Aquel nefasto día en que la familia Frankl supo que serían deportados, Viktor se dirigió al propietario del edificio, que vivía en el piso de abajo. -Una buena familia. Él no era judío, y la mayoría de residentes eran arios. Le dije que podía coger de nuestro apartamento lo que quisiera, que se lo quedara y que, si sobrevivíamos y él quería, nos lo podía devolver. Y ellos cogieron mis cuerdas de escalada, mis espadas de cuando practicaba la esgrima en el año 1922 y 1923 y un grabado de Egon Schiele que a mí me gustaba mucho y que había comprado antes de que Schiele se hiciera famoso. Un amigo se quedó con algunos libros. Stella ya se h.1bía llevado a Australia algunas fotografías familiares, y allí estaban a salvo. Varios escoltas judíos se presentaron para trasladar a la familia Frankl, es decir a Viktor, a sus padres Gabriel y Elsa, a su esposa Tilly 136

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y a su suegra Emma, de la casa en la que vivían al edificio en que los hijos del matrimonio habían realizado sus estudios secundarios. La escuela se había convertido en un centro de recogida de judíos, aunque no era el único lugar de la ciudad para ello. Era un martes o un miércoles, el 22 o el 23 de septiembre de 1942. Viktor recordaba que la familia durmió en la escuela para chicas durante una o dos noches, mientras esperaban a ser deportados. En la actualidad, en el edificio hay una placa que recuerda a los millares que fueron ((procesados~~ en aquellos años. Viktor aún lloraba cuando narraba los hechos. En el Gymnasium, en Spcrlgasse, hicieron algo terrible. Ni mi padre, ni yo hablamos de ello. Me afeitaron completamente la cabeza, pero lo más terrible es que se llevaron a mi padre, ya anciano, y le afeitaron el bigote, la barba y el pelo. Fue humillanre, como si se tratara de un asesino que va camino de la cárcel. Pero dejando de lado esos sentimientos, yo ya no reconocía a mi padre. Había cambiado de aspecto radicalmente; jamás en mi vida lo había visto así. Llevaba barba desde el instiruro, y ahora lo veía, por vez primera, sin ella. Él pudo ocultar sus emociones, pero yo sentí lástima por él. Un hombre como él, que había servido a la monarquía y al Estado durante treinta y cinco años, un hombre a cuyo padre habían condecorado después de haber servido como soldado siete años bajo las órdenes de Radetzky, y que tenía una medalla concedida por el Papa y por el Emperador por haber luchado en Italia.

El jueves veinticuatro, en la escuela, hicieron subir a los judíos ·a camiones con la parte trasera al descubierto, con las estrellas amarillas y sus escasas pertenencias. Era toda una proeza logística transportar a mil trescientas personas en un solo convoy, pero las SS consiguieron llevar a cabo semejante acción con un resultado notable. Como si las mujeres, los niños y los hombres que llevaban fueran unos apestados, la caravana recorrió más de tres kilómetros por las calles de la ciudad. En un día típico de deportaciones, los mirones abucheaban e insultaban a la carga humana que se dirigía a la estación de Aspang. Hoy día se puede visitar el lugar donde se iniciaba la deportación, junto a Aspang Strasse, en el distrito tercero. Una placa en la calle la muestra como la Plaza de las Víctimas de la Deportación, y un hito de piedra reza: «Entre los años 1939 y 1942, de la antigua estación de Aspang salieron diez mil judíos austríacos hacia los campos de concentración y jamás volvieron. No olvidemos)), La familia Frankl y sus camaradas viajaban en la caravana IV/11 que partió de la estación de Aspang. El tren circuló de noche en dirección 137

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y los discapacitados fueron cargados en camiones y el resto se pusieron en marcha a pie. Se dirigían al único gueto judío que las SS habían creado en el antiguo emplazamiento de una guarnición militar en Bohemia, al noroeste de Checoslovaquia. Theresienstadt, Terezín en checo, estaba en un lugar remoto, a una hora al norte de Praga. Los judíos que habían tenido la <<suerte)) de ir a parar a Theresienstadr eran, en su mayoría, ciudadanos reputados, artistas, músicos, intelectuales, profesionales y jubilados respetables que recibían así su ((recompensan. Procedían principalmente de Checoslovaquia, Austria, Dinamarca, Alemania y Holanda. Theresienstadt no era únicamente un lugar decente en el programa de reubicación, como habían hecho creer a todo el mundo las SS, sino una encrucijada en el pogromo de la persecución. Aunque recibió el nombre de
a Praga hasta llegar a su destino, Bauschowirz, (BohuSovice, en la República Checa). La función de Frankl como psiquiatra salvó a su familia, aquel día, de los ((compartimentos)) más ofensivos, peligrosos y poblados del tren. Había gente responsable y decente, tanto arios como judíos, que usaron su rango y sus contactos para proteger a las víctimas de los nazis y minimizar su sufrimiento. Pero no queda del todo claro cuál fue el papel del doctor Emil Tuchmann, un médico judío vienés. No cabe duda de que tenía una cierta influencia con la Gestapo en las disposiciones al respecto de las deportaciones, y sobrevivió al Holocausto en Viena. Cuando los Frankl fueron llamados para ser deportados, Viktor agradeció a Tuchmann que se hubiera movido para aislar a la familia Frankl de los peores elementos. Ese mismo día deportaban a un grupo de pacientes psicóticos judíos, y Tuchmann recomendó a Frankl a la Gestapo como el psiquiatra que debía asistir y ayudar a mantener bajo control a los pacientes durante el trayecto. Un viejo vagón de pasajeros del tren disponía de compartimentos separados, y en cada uno había bancos para los viajeros. Acompañado de su madre, su padre, su esposa y su suegra, Vikror ocupó uno de esos com.: parrimenros al tiempo que en el otro se alojaban, encerrados, los psicóricos. Junto a las puertas que daban acceso a los compartimentos, había una plataforma al aire libre. -Los funcionarios judíos que se encargaban de todos los trámites me nombraron médico de todo el vagón de psicóticos. Y cumplí aquella rarea lo mejor que pude. Fui de un compartimento a otro, incluso cuando el tren estaba en movimiento, mirando si todo el mundo estaba bien o si alguien necesitaba que le administraran una inyección o algo por el estilo. Cuando Viktor mencionó eso, le comenté: -Hacías la ronda. -Sí, pero en línea recta -contestó, refiriéndose al pasillo-. De repente, un tipo de las SS sacó su pistola porque pensó que yo estaba intentando hui~ escapar. No pensaba que nadie iba a malinterpretarme. Y grité: «Soy el psiquiatra al cargo de este vagón de pacientes enfermos mentales y sólo miraba si todo estaba en orden". Me podían haber acribillado ahí mismo, en el tren. Después de una noche de viaje, los mil trescientos cautivos llegaron 2. Bauschowitz, la estación más cercana a Theresienstadt. Ahí, los más viejos

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a Auschwitz-Birkenau, Treblinka y a otros campos de exterminio, donde murieron. Otras 33.000 fueron asesinadas o murieron enfermas, exhaustas o de hambre en Theresienstadt 4 Menos de 17.000, muchas menos de esa cifra posiblemente, sobrevivieron. En su mayoría eran internos sanos que habían llegado poco antes de que los rusos liberaran el gueto, en 1945. Durante casi una hora, la mayor parte de los mil trescientos judíos vieneses caminaron hacia Theresienstadt dibujando lo que parecía una interminable cola. Viktor guarda un recuerdo vivo de la caminata junto a su padre: -Conforme me acercaba al campo de concentración, en compañía de mi padre, él estaba alegre y llevaba la funda del sombrero. En cierto sentido, a causa de su orientación religiosa, era un individuo fatalista. No era un tipo ortodoxo, pero sí muy piadoso. Mientras caminaba con aquella funda entre las manos, a mi derecha, recuerdo que me dijo, de súbito: «lmmer mur heite1; Gott hilft schon weitern (alégrate, que Dios nos ayudará).5 Era una persona piadosa y realmente creía lo que decía, aunque también se lo decía a sí mismo para no perder la esperanza. Cuando, finalmente, la turbamulta llegó al interior de los muros de la fortaleza, se quedaron atónitos al comprobar las condiciones de vida. Las palabras que los internos balbuceaban reflejaban aquellas primeras impresiones: <>, Los recién llegados pasaron las primeras noches en los desvanes, durmiendo unos contra otros sobre un suelo cubierto de paja. Un año atrás, la Gestapo de Praga se había apoderado de la «pequeña fortaleza», a un kilómetro y medio de distancia, para acondicionarla como cárcel policial. Este nombre se asemeja al de una <>, un apelativo terrible y muy poco apropiado. Incluso el término «cárcel policial>~ es un eufemismo para lo que realmente sucedía en el interior. Si el gueto principal era la mierda, la pequeña fortaleza era el infierno. Era un recinto amurallado que contenía un buen número de edificios, e incluso una piscina para el personal de las SS, construida gracias a los trabajos forzados de los prisioneros, y un campo de tiro que era en realidad un gran patio donde los pelotones de fusilamiento realizaban las ejecuciones. Al igual que el gueto, la pequeña fortaleza no ha cambiado mucho y puede visitarse en la actualidad. Las víctimas de la «cárcel>~ eran judíos y arios, y no sólo checos o residentes de There:·aenstadt. Por regla general, los «habitantesn del gueto 140

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eran encerrados en la pequeña fortaleza para ser castigados, encarcelados durante largos períodos de tiempo en unas celdas frías y húmedas siruadas en el sótano, o para ser torturados y ejecutados. El proceso de selección se realizaba a partir de falsas acusaciones, por resistencia a la autoridad o por algo trivial. Un oficial malvado podía deleitarse llevando a alguien a la pequeña fortaleza sabedor de que allí, unos sádicos meticulosos, por gusto, lo mutilarían o acabarían con él sin la menor piedad. Como suele suceder siempre, también había tipos que, insospechadamente y a pesar del peligro que corrían, actuaban bondadosamente. Pero si estas personas de buen corazón, incluso a pesar de sus cargos oficiales, se dejaban llevar demasiado por su sensiblería, podían acabar como las víctimas. Poco después de que Viktor llegara a Theresienstadt, un hombre de las SS lo escogió para hacer una visita a la pequeña fortaleza, tal vez a modo de ejemplo, aunque nunca quedó totalmente claro el motivo real. El in~iden­ te fue aterrador, pero a pesar de haber traspasado «la puerta del infiernotJo de la pequeña fortaleza, Viktor regresó con vida. Así recordaba la advertencia. De entrada, un amigo del vigésimo distrito de Viena, un hombre honesto y que me apreciaba, hizo todo lo que estuvo en sus manos para protegerme de lo peor. Me dijo: «Si alguna vez un miembro de las SS te ordena que te unas a un grupo que va a la pequeña fortaleza, re suplico que, en cuanto puedas, finjas que te desmayas o que caes al suelo. No dejes que te lleven a la fortaleza». Y yo era demasiado orgulloso, sé que es ridículo, demasiado orgulloso para desmayarme ... Así que un tipo de las SS me seleccionó para, llamémoslo así, ~<entretenernos», Me llevaron a la pequeña fortaleza y allí pasé tres horas. Como un sádico, me obligó a hacer todo tipo de trabajos sin sentido. Llovía y tuve que cargar con un cubo de agua y correr. Tenía que llevar el cubo de agua y tirar el contenido a un montón de abono que era más alto que yo, pero pesaba demasiado. No podía llegar hasta la cima, y estaba muerto de hambre. Entonces él cogió el cubo y me enseñó cómo debía hacerlo. Y me ordenó que lo repitiera. Por supuesto, me fue imposible. Entonces me propinó un puñetazo; me aturdió y caí sobre el fango. Se me cayeron las gafas y recuerdo que se me rompieron. Regresé al gueto con treinta y dos heridas. Tilly me vio por la calle de Theresienstadt y me dijo: «¡Viktor, por el amor de Dios! ¡Qué te han hecho!».

Con sentido común y sus conocimientos de enfermería, Tilly llevó a Viktor de vuelta a los barracones y le vendó las heridas. Se quedó con él el resto del día. 141

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Aquella noche, cuando más o menos me hube recuperado, quise distraer~ me de aquel mal trago. Y me llevó a otro barracón donde actuaba, sin permiso oficial, un famoso grupo de jazz de Praga. Tocaron una canción que era el himno oficioso de los judíos de Theresienstadt: «Bei mir bist du schOn, (A mí me resultas hermosa). 6 El contraste entre las indescriptibles torturas de la mañana y el jazz de la noche era típico de nuestra vida, con todas las contradicciones que se plantean entre la belleza y la maldad, la humanidad y la inhumanidad. 7

Pero los inteligentes responsables de las SS abrieron una brecha entre la realidad y la ficción cuando engañaron a un equipo de inspectores de la Cruz Roja Internacional. En junio de 1944, los visitantes oficiales, invitados con el consentimiento de Hitler, fueron a ver aquel ((regalo para los judíos)). Se les trataba de manera excepcional: obras de teatro y conciertos, visitas a los parques y tiendas fabulosamente surtidas para la oca-

sión. El «programa de embellecimiento» había hecho de aquel lugar algo aparentemente presentable, un ((gueto modélico,> a ojos del mundo. Hitler produjo un documental, conocido hoy en Europa, en el que se veían

un partido de fútbol, actos culturales y ciudadanos felices que prosperaban en aquel lugar especial y agradable. Un chanchullo titulado «El Füh-

rer da una ciudad a los judíos)).

Aunque a ojos del mundo Theresienstadt se presentaba como una población judía autónoma, las estructuras administrativas judías sólo

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vistas las circunstancias, para conseguir una cierra influencia sobre lo que

les pasaba a los judíos en el gueto. Con todo, el líder más sospechoso y en quien confiaba un menor número de personas era Murmelstein. 9 Sobrevi~

vió al Holocausto y murió en 1989. Jakob Edelstein fue deportado junto a su familia a Auschwitz, donde el propio Eichmann había dado órdenes para su exterminio. Edelstein fue testigo de cómo las SS fusilaron a su mujer y a su suegra antes de caer él del mismo modo. 10 El rabino Leo Baeck era, tal vez, el más venerado de todos los líderes judíos. Afirmar que su situación había sido comprometida es una locura. Algunos supervivientes del Holocausto le echaron en cara que, por aquel entonces, él conociera el destino real de las deportaciones al Este, a los campos de concentración, y que no lo contara al resto. En defensa de

Baeck hay que decir que su actitud tiene lógica ya que los deportados jamás lo hubieran soportado de haber sabido que se dirigían a una muerte casi segura. 11 El propio Baeck escapó por los pelos de una ejecución

gracias a la liberación rusa de Theresienstadr el 8 de mayo de 1945. Baeck se trasladó a Londres, dio clases en Inglaterra y en los Estados Unidos y murió en 1956. Se erigió en uno de los pensadores y autores judíos más reputados. En gran medida, Baeck fue el responsable del movimiento intelectual en Theresienstadt durante el tiempo que pasó en el campo. Cuando le pregunté a Viktor acerca de Baeck, sacó al instante una fotografía suya que guar_daba en otra habitación. Hasta que no vi el retrato no advertí que Baeck

tenían una autoridad cuidadosamente calibrada. Jamás se planteaba la pregunta de quién estaba al frente, y las SS reclutaban a algunos judíos

tenía ya setenta años cuando fue trasladado a Theresienstadt. Viktor ad-

para que trabajaran como sus funcionarios y agentes, los Capas. Pero había

bro de la manera más sencilla: In Memoriam, Leo Baeck. 12 Viktor narraba así la historia.

también muchos ciudadanos honestos en puestos de mando que trabajaban

miraba muchísimo a Baeck y, años más tarde, en 1977, le dedicaría un li-

con valor e inteligencia para minimizar la crueldad dadas las circunstancias.

Uno de ellos era Jakob Edelstein, de Praga, «el anciano entre los judíos>,,8 al que Viktor conocía. También conocía al rabino Leo Baeck, de

Berlín. Tanto Edelstein como Baeck eran líderes respetados de la comunidad del gueto. Otro líder mucho más controvertido era Benjamín Murmelstein, un rabino de Viena. Desde sus diferentes cargos, estos y otros líderes se vieron forzados a trabajar con las SS, lo que puso en el candelero el escabroso tema de la colaboración. En cierro sentido, todos «cooperaron>' con las SS por causas de fuerza mayor, pues no había más remedio, 142

Todo el mundo respetaba a Baeck en Theresienstadt, incluso las SS. Las SS estaban dispuestas a hacer una excepción y le habrían permitido huir a Inglaterra, pero él se negó y prefirió quedarse con su gente, los judíos de Berlín. Así que Baeck fue deportado a Theresienstadt y declarado uno de los Prominenten, uno de los escasos líderes judíos dignos de respeto. Como tal, podría haber tenido su propia vivienda, pero jamás dejó de comportarse con humildad y dignidad. Era una persona instruida y se preocupó de que siempre hubiera actos culturales. Usábamos el desván de uno de los barracones para las conferencias, que eran más o menos ilegales. Asistí a una charla que dio y él hizo lo 143

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mismo cuando yo hablé para un grupo reducido ... Pero como Baeck asistía, no había tanta necesidad de hacerlo a hurtadillas. Si anunciaba cualquier cosa, las SS casi nunca ponían reparos porque lo respetaban como al que más, casi como a un santo. Y, en parte, era así porque sabían que se había negado a erni~ grar para seguir con los suyos.

Mientras escribo, tengo ante mí una fotocopia de un cartel original de las charlas de Viktor en Theresienstadt. Baeck había invitado a Viktor a dar un ciclo como parte del intento del rabino de mantener ocupadas y despiertas las mentes del ca!!lpo. Los temas de las conferencias de Vikror tratan de sus estudios y de su experiencia en Viena, evidentemente. l. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

El sueño y los trastornos del sueño ¿Cómo pufdO controlar mis nervios? El «hastío vital• (suicidio) y el valor ante la vida en Theresienstadt Cuerpo y alma Psicología del alpinismo (escalada) Rax y Schneeberg (montañas austríacas) La práctica de la medicina Psicoterapia social El problema del ser en psicoterapia De gente y cosas curiosas (experiencias de un neurólogo)

Una frase, escrita por Viktor de su puño y letra, aparece junto a los temas en el anuncio: «Nada hay en el mundo que pueda armar a una persona para sobreponerse a las dificultades de su entorno y a los problemas inrernos como el saber que tenemos una misión en la vida>>. Cuando lo escribió, Viktor aún no sabía que lo peor para él y su familia estaba por llegar, o que pondrían a prueba esa noción. En cuanto tuve noticias de las charlas de Viktor y de su relación con los líderes del gueto, me pregunté si él había formado parte de los Prominenten oficiales de Theresienstadt. Pero me respondió: -No, jamás. Se trataba de un grupo reducido de la gente más venerada e influyente. Seguimos hablando de otros personajes honorables, como algunos rabinos a los que había conocido en los campos y años más tarde. También había gente que ayudaba a las SS en sus terribles acciones. En Viena, había vivido un rabino al que muchos judíos temían y de quien se sospe144

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chaba que recibía dinero de la Gestapo. De sobras eran conocidas las fanfarronadas del rabino, especialmente cuando afirmaba que no tenía el menor problema en denegar un deseo o una necesidad a cualquiera. Vikror recordaba literalmente una frase de aquel individuo: «No dudaría un instante en darle un puntapié en el trasero a una dama».

Poco antes de llegar al gueto, Viktor conoció a John Edelmann. Edelmann, recordemos, había sido el profesor de historia de Viktor en el instituto, y la persona que se casó el mismo día que Vikror y Tilly. Una vez más. en aquel marco, ambas parejas compartían su lugar en la historia. Después de las primeras y terribles noches en Theresienstadt, la familia Frankl tuvo que separarse para ocupar cada uno el barracón que les habían asignado. Los había para ancianos, para mujeres y para hom~ bres, y los jóvenes iban a parar a los <
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molestara. Pero sería un error considerar que esas visitas conyugales entre los esposos y el contacto intermitente con los allegados eran una suerte de vida familiar. Las condiciones del gueto se cobraron un macabro im- · puesto en número de parejas y familias. Las estructuras sociales para promocionar la vida en familia o bien no existían o bien estaban corrompidas. Con todo, aquella situación también infundió un sentido de lealtad entre las familias y los amigos. Menos mal que la música, el arte, la lectura, las charlas y el teatro ayudaban a sobrellevar la opresión de Theresienstadt. El humor tenía un . ':•·· papel nada desdeñable en superar lo complejo de la situación. Mucho antes de llegar al gueto, Viktor ya había descubierto el valor reconstituyente del humor, así que no le sorprendió lo más mínimo ver que, en Theresienstadt, una carcajada era una fuente de ánimos para la gente. En el gueto vivían algunos médicos judíos de Praga que habían estudiado con el profesor Otto Potzl en la Universidad Carlos. Viktor recordaba el inmenso placer con que, en Theresienstadt, los doctores intercambiaban historias sobre Piitzl y su manera de ser. -Una noche, los psiquiatras teníamos que prepararnos para una deportación por si llegaba un psicótico u otro enfermo. Era medianoche, y llevábamos varias horas esperando, así que empezamos a contarnos anécdotas de Piitzl. Allí sentados, hicimos un concurso de imitaciones de Piitzl, y cada uno de los participantes lo hizo a su manera. Yo hice la mía y gané el concurso. '}.~..;:· Viktor estalló en una carcajada mientras me describía la situación :;St y no pudo evitar ponerse en pie, dirigirse a" la puerta de su estudio y repe.:;·~/. tir una vez más su infame imitación en la que POtzl describe cómo el paciente pone los genitales sobre la mesa en el restaurante. No cuesta imaginar >.J....,, a los doctores, cansados y expectantes en la oscuridad del gueto, conce·:~1 diéndole a Frankl el premio por aquella anécdota.

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La salud del anciano padre de Viktor se deterioraba a pasos agigantados. Menos de seis meses después de llegar a Theresienstadt, Gabriel fue trasladado a la enfermería, situada en los mismos barracones en que vivía y trabajaba V!ktor. Los problemas respiratorios y una sensación de sofoco ponían nervioso, e incluso desesperaban, a Gabriel. Como médico, Viktor reconoció los nefastos presagios y me describió años después la escena.

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Entre las pocas cosas que pude llevar conmigo a Theresienstadt, había un frasco de morfina. Cuando mi padre se moría de un edema pulmonar y lucha~ ha por respirar como si ya estuviera casi muerto, le inyecté la morfina para ali~ viar su dolor. Tenía ochenta y un años y estaba en los huesos. Aun así, fue pre~ cisa una segunda neumonía para llevárselo. Le pregunté: -¿Aún sientes dolor? -No. -¿Tienes algún deseo? -No. -¿Quieres decirme algo? -No.

Le besé y lo dejé solo. Sabía que no volvería a verlo con vida. Pero tenía la sensación más maravillosa que nadie pueda imaginar. Había hecho todo cuan~ to había podido. Me había quedado en Viena por mis padres y ahora acom~ pañaba a mi padre hasta el umbral y le había ahorrado la innecesaria agonía de la muerte. Mientras mi madre lloraba, el rabino Ferda, un checo que había conocido a mi padre, la visitó en el campo. Yo estaba allí cuando Ferda, para conso~ lar a mi madre, le dijo que mi padre había sido «Zaddik», un hombre justo. Y eso me confirmó que la juscicia era una de las principales virtudes de mi pa~ dre. Y su sentido de la justicia procedía, seguramente, de su fe en la justicia divina. De lo contrario, no me imagino cómo o por qué formulaba aquel a da~ gio que tantas veces le había oído pronunciar: «Por voluntad divina sigo aquí». 13

Después de la muerte de su padre, Viktor decidió que besaría a su madre dos veces cada vez que la viera: una vez al verla y otra al despedirse de ella. Quería asegurarse de que se iría siempre con aquella muestra de afecto, pues no sabía si se volverían a ver.

Había un cierto flujo de correo entrante y saliente de Theresienstadt. Desde sus hogares, las familias enviaban cajas que llegaban, en muchos casos, a sus seres queridos del gueto, y los prisioneros lograban enviar algunas cartas a los amigos o a la familia. Viktor explicaba una historia famosa que narraba el acuerdo al que había llegado una pareja de judíos durante la primera guerra mundial para camuflar los mensajes que contenían las notas que se enviaban, convencidos de que las leerían los censores militares. Era peligroso escribir con el corazón «cuando uno se encuentra en una situación perversa, sufre hambre y corre el riesgo de que le dispare el enemigo o Dios sabe qué». 147

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VIDA Y MUERTE EN THERESIENSTADT

Así, la mujer le dijo al marido:

Viktor tenía trabajo en Theresienstadt. Y para cumplir con su cometido en el terreno de la psicohigiene se sirvió de su experiencia en Viena y de su enfoque logoterapéutico en el tratamiento del riesgo de suicidio. Organizó equipos de intervención contra el suicidio en el gueto y así recorda-

-Escríbeme que la vida es maravillosa, tranquila, que no dtvisas al enemigo y que la comida es excelente, y cosas así. Y firma la nota sche Punkt Verkehrt (en argot yiddish, como si se tratara de un nombre «Moisés punto al revés»).

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ba su cometido.

Eso quería decir que todo lo que habías escrito en la nota significaba lo contrario. Viktor advirtió que el sentido del humor y la ironía están en el dialecto. De hecho, la expresión se hizo muy popular entre la familia Frankl. Por ejemplo, si alguien no caía bien a la familia Frankl decían: -¡Cuánto me alegro de volver a verte!

Y, en su interior, los Frankl pensaban o decían Moische Punkt Verkehrt. En los archivos de la familia Frankl hay una postal dirigida a la tía de Tilly, Frau Hertha Weiser, de Viena. La dirección del remitente es «Dr. Viktor Frankl, Theresienstadt, EIIIa,, y en el sello se ve la efigie de Hitler y un matasellos del21 de abril de 1943. En la posial que Viktor escribió, posiblemente en la enfermería, daba cuenta de las postales y de los paquetes que habían recibido. Igualmente, escribía que todos estaban bien, gracias al cielo, y que «nuestro padre murió plácidamente el13 de febrero, con casi ochenta y dos años". La postal está firmada por Viktor y Tilly. La familia Frankl también recibió una postal de Walter desde Italia,

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Por ejemplo, cuando anunciaban la llegada de un grupo de deportados de unas mil personas, más o menos, ordenaba a un par de mis ayudantes que fueran a la estación de Bauschowitz a ocuparse de ellos ... Porque durante las primeras noches, aquellas personas dormían en los enormes desvanes de los barracones y tenían que estirarse sobre paja, algo diametralmente opuesto a lo que esperaban encontrar. Algunos se desesperaban inmediatamente ... Después de codo, a los ancianos les habían prometido asilos en un lugar hermoso, y que no tendrían que trabajar ni nada por el estilo. Aliviábamos el shock y les decíamos que, al cabo de unos días, tendrían dónde dormir... Muchos habían estado aprendiendo inglés, con la esperanza de conseguir un visado para los Estados Unidos. Y yo me ocupé de que un grupo de voluntarios visitara, tres veces al día, a estas personas durante media hora y les hablaran en inglés, para mantener vivas sus esperanzas: que la guerra acabaría, que Hitler desaparecería y quepodrían emigrar.

Cuando discutía esto con Viktor y Elly, les leí un fragmento de un libro que narraba la historia de Theresienstadt.

escrita desde una comunidad de unos cincuenta o cien refugiados ampa-

·, .f ~· rados por el Papa. Se encontraban en una pequeña población montañosa . ::;:::t~~ por la que se podían mover libremente con la única condición de que no ~~t~r> la abandonaran. La postal parecía portar buenas noticias. Viktor recuerda que, a partir de esa postal, o tal vez a partir de otra fuente, supieron que los camaradas de Walter, el diseñador, pintor y artista, le habían pedido que hiciera un mensaje de agradecimiento al Papa. Redactó el '1<.~~~ mensaje y lo ilustró con un pequeño dibujo del pueblo. Más tarde, como ~~~f descubrió Viktor, las SS descubrieron aquella pequeña comunidad de ju-~~:: ,.¿;· díos cuando tomaron el norte de Italia. Fueron deportados y Walter y Else acabaron en algún lugar en las proximidades de Auschwitz, sigue la his- ·~1if. ;,"'":· toria, trabajando en una mina. Lo único seguro es que fallecieron allí. La postal desde Italia resultó ser el último mensaje directo de Walter y Else, pero sus padres, Gabriel y Elsa Frankl, no vivieron lo suficiente para en''''·.··.·

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terarse de lo ocurrido.

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Con todo, algunos doctores eran conscientes del precio psicológico que los problemas vitales provocaban en los residentes de Theresienstadt y querían hacer algo para aliviar la situación. Uno de esos doctores era Karel Fleischman [sic], un checo amigo íntimo del director médico Munk ... Otro de estos doctores era un vienés llamado Viktor Frankl. Frankl, el más conocido de los supervivientes de Theresienstadt, trabajaba como médico en una clínica, y una de las enfermeras lo recuerda como un hombre bueno, amable e inteligente. Según sus palabras, era «todo un caballero». Fleischmann, que no era psiquiatra -antes de la guerra se había formado como dermatólogo-, ya había advertido las habilidades que Frankl no tardaría en exhibir y le pidió que organizara una unidad especial para ayudar a los recién llegados a superar el shock que les provocaba descubrir la vida que llevarían en Theresienstadt. El grupo, que se bautizó como el Stosstruppe, o escuadrón de asalto, contaba con la participación de varias personas ajenas a la medicina. Tal y como afirma Frankl, uno de los miembros más influyentes e importantes era Regina Jonas, la única mujer rabino del campo. El Stosstruppe centró buena parte de su atención en los más vulnerables, como los epilépticos, los neuróticos, los enfermos y los ancianos. Los miembros

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LA LLAMADA DE LA VIDA

del Stosstruppe buscaban que aquellas personas se ocuparan con diferentes tareas. Por ejemplo, un filólogo inglés abatido recibía consuelo en inglés por parte de 'un miembro del grupo que tenía una cierta familiaridad con el idioma. Éste pedía al paciente que le explicara algunas de las peculiaridades de la lengua.

VIDA Y MUERTE EN 11-IERESIENSTADT

Elly y yo reaccionamos ante aquella parábola. Yo fui un poco más allá: ,:.

El éxito del Stosstruppe llevó a Frankl a poner en marcha un servicio de inteligencia encargado de vigilar a los posibles suicidas y que le informaba inmediatamente de cualquier expresión de la idea o de la intención de quitarse la vida. Seguidamente, se ponía en contacto con el presumo suicida y trataba de disuadirlo. Basaba su enfoque de la cuestión en la frase de Nietzsche (e Quien tiene un "porqué" en la vida puede soportar cualquier "cómo". Y así, hablando con dos hombres que habían expresado su deseo de matarse porque nada podían esperar ya de la vida, Frankl les explicó que, pese a todo, la vida esperaba algo de ellos. Sus esfuerzos han sido uno de los principales motivos del espectacular descenso del índice de suicidios después del primer año. 14

La traducción (<escuadrón de asalto,,, aunque el vocablo alemán Stosstruppe implica la idea de un ataque repentino a cargo de un grupo, es desafortunada. Si bien hubo incidentes violentos en Theresienstadt, especialmente en la pequeña fortaleza, los «escuadrones'' de Viktor realizaban actuaciones de emergencia para prevenir suicidios, de ahí que se les conociera corno <(equipos de respuesta contra el suicidio)). Viktor conocía a Erich Munk, el director médico, y a su ayudante, Karl Fleischmann. 15 Viktor recordaba que Fleischrnann tenía una desviación de espalda y que fue él quien abogó por la creación de los equipos; Munk dio su consentimiento oficial. Pero cuando le mencioné el nombre de Regina Jonas, Viktor se emocionó.

-Así que transportaron las tablas rotas como si fueran tan buenas corno las enteras. Y Viktor afirmó: -Exactamente. La rota recibió la misma adoración. -Aún conmovido, se volvió hacia mí-: Te agradezco que hayas rescatado esto de entre mis recuerdos. Le volví a dar las gracias por la historia, que puede ser de ayuda para otros que atraviesen por una etapa en que la experiencia humana les parezca inútil, ya sea a consecuencia de los estragos de la edad o de otras limitaciones. Elly expresó un deseo: -El mundo debería conocer más esta historia. Discutíamos en el estudio que Viktor había usado durante más de cincuenta años, un espacio amplio y luminoso. En b pared, junto al escritorio de Vikror, había un cuadro de Theresienstadt, obra del profesor Otro Ungar, un artista checo de Brno, la capital de Moravia, que tiene un especial interés en este momento del relato. Viktor nos lo reveló. Conocí a Ungar en Theresienstadt. La Gestapo y las SS lo mimaban porque ambos cuerpos querían que Ungar retratara a su~ esposas o novias. Así que Ungar tenía pan y algunos privilegios. Y entonces lo acusaron de usar los cuadros como propaganda antinazi. Lo encerraron en la pequeña fortaleza, un campo de concentración con todas las de la ley, junto con su esposa y su hija pequeña, pero sobrevivieron. Su mujer rescató este cuadro, que habían enterrado. Después de la guerra, le dedicaron una exposición en Brno y la visité con la hija de Ungar y la viuda, y ella me lo regaló como recuerdo ... ya que yo era el único superviviente que había conocido a su marido... Murió pocas semanas después de la liberación, de tuberculosis. En el cuadro, se puede ver el muro de la fortale1.a y el puente que cruza el canal. Y al fondo, unos diez ataúdes, fuera de los muros de la fortaleza, en el lugar que se usaba para las ceremonias fúnebres. Y los ataúdes se reciclaban y quemaban los cuerpos. En uno de esos ataúdes que pintó el doctor Ungar me despedí de mi padre ... En los años cincuenta pasé el cuadro a través del telón de acero para llevarlo a Viena.

¡jaaaaaa! ¡La primera mujer rabino! No sólo la conocía sino que, nada más me la hubieron presentado, la invité a colaborar con nosotros ... Era una persona muy capacitada y recuerdo que cuando le propuse que diera una charla a los miembros de mi personal, habló sobre el envejecimiento. Y también era una excelente predicadora. Nos repitió la historia del pueblo de Israel, que vagó por el desierto durante cuarenta años. Primero, Moisés fue hasta el monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos. Cuando bajó, la gente estaba bailando alrededor de un becerro dorado y se enojó tanto que cogió las tablas y las partió. Y volvió a subir en busca de unas nuevas tablas. Durante los cuarenta años de travesía, las tablas con los Diez Mandamientos, las rotas, viajaron junto con las nuevas en el Arca de la Alianza. Y ella usó ese ejemplo para demostrarnos que la gente anciana y desvalida, por mal que estén, conserva su dignidad hasta el final. La dignidad humana no se pierde a pesar de que la vida no resulte útil.

La muerte de un amigo puede devolver al recuerdo a otro. En esta ocasión, la conversación viró hacia Freddy, el hermano de Paul Polak, el

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LA LLAMADA DE LA VIl >A

VIDA Y MUERTI EN THERESIENSTADT

amigo íntimo de Viktor. Mientras la familia Frankl se hallaba en el cam-

de otros cristianos en Constanza, Alemania, el 6 de julio de 1415, des-

po de concentración, Freddy se encontraba en un tranvía de Viena, senta~

pués de un juicio por herejía. Por alguna misteriosa razón, durante mis visitas me empapé de algo

do junto a una joven. Hablaron y parecían gustarse, así que Freddy la invitó a ir al cine. Mientras veían la película, Freddy criticó a Hitler y su libro Mi lucha. Aquel descuido le costaría la vida. Durante la proyección, la jo-

ven se levantó y abandonó a Freddy en el local, sin decir palabra. Cuatro días después lo arrestaron y lo llevaron a Ja infausta prisión

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de Landesgericht, cerca del hospital general. Allí, a pesar de los esfuerzos de un abogado, lo pasaron por la guillotina el 5 de diciembre de 1944.

del espíritu de Theresienstadt a raíz de recorrer el museo, de fisgar en edificios abandonados y de caminar, de noche, por sus calles abandonadas. Al hablar de ello con Viktor, lo bautizó como el spiritus /oci, y afirmó que tal vez yo me había imbuido del espíritu del lugar, a pesar de que

le comunicaron la ejecución. Paul habló con el verdugo de adulto, que le

habían pasado cincuenta años, mientras caminaba por aquellas calles, algunas pavimentadas, otras adoquinadas, bajo el sol del verano y durante las preciosas noches cálidas, y en una fría noche de invierno, más inquietante si cabe porque no se veía un alma alrededor. Me quedaba

contó que Freddy fue fuerte y bravo hasta el último momento.

boquiabierto admirando las estrellas que se proyectaban sobre There-

Cuando Paul Polak fue a la cárcel a visitar a su hermano, ese mismo día,

El padre de Paul y Freddy era judío. En lo relativo a la identificación

sienstadt y las colinas que la rodean, las mismas estrellas que habían pre-

religiosa de los hijos, la regla nazi que determinaba la vida o la muerte era que si una persona había sido bautizada de pequeña en el cristianismo, la ceremonia valía, pero si el bautismo le había sobrevenido de adulto, no tenía validez. Una muestra más de la «lógica'' nazi.

senciado la actividad del gueto y de la pequeña fortaleza en aquellos años en que los dioses optaron por guardar silencio.

En abril de 2000, en Chicago, tuve otro contacto con Theresienstadt. Me tomé un respiro en la escritura del libro y fui con mi esposa al Lively Arts de Chicago, donde la compañía de teatro Lookingglass representaba

Brundibar. Se trata del musical, cantado en inglés para la ocasión, que representaron cincuenta y cinco veces los prisioneros de Theresiensradt para sus camaradas y, una vez, para la inspección de la Cruz Roja. El reparto estaba integrado por niños, el tema es la eterna lucha entre el bien y el mal y acaba con una canción de victoria. El anuncio promociona! de la función rezaba: «Una ópera infantil en dos actos que interpretaron miles de niños en el campo de concentración de Terezín antes de perecer».

Como de costumbre, hablaba con Viktor y Elly de las visitas que iba realizando a los lugares de los que me habían hablado. Les comenté el viaje a Praga, en el que visité las sinagogas y el viejo cementerio judío, don-

de me detuve ante la tumba del rabino Low y ante la cátedra que ocupó en la sinagoga en 1600. Asimismo, agradecí a Viktor los mapas que me había dibujado antes de salir de viaje para Theresienstadt. A pesar de que prácticamente ya no veía, los realizó sobre un trozo de papel como Jos que siempre había usado para las notas de sus conferencias. Gracias a aque-

Al final del espectáculo, tuvimos ocasión de charlar con Ella Weissberger, la superviviente que, de niña y en Theresienstadt, había interpretado el papel de gato en Brundibar. Nos contó que durante el número fi-

llos mapas aproximados, pude encontrar algunos de los edificios de Theresienstadt que me había descrito, sobre todo el barracón E-lila, donde había vivido, la iglesia y otros lugares que circundaban la plaza pública.

nal de la ópera, incluso los oficiales de la Gestapo y de las SS presentes se quitaban el sombrero. ¿Qué pensaban del bien y del mal? ¿Qué pensaban de sus propios hi-

Me sorprendió ver que aún se recuerda, en Theresienstadt, a Jan

Hus. Hus fue un predicador cristiano de origen checo que encabezó el mo-

jos, que estaban en sus casas?

vimiento reformista en su país contra las indulgencias que habían per-

mitido que la iglesia y el clero se enriquecieran a costa de los pobres. Incluso durante los años de ocupación nazi, la estatua de Hus siguió en su Jugar en un pequeño parque que se encuentra frente a lo que hoy es el museo de Theresienstadt. Menuda ironía, Hus murió en la hoguera a manos !52

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LA ENCRUCijADA DE AUSCHWITZ Y DACHAU

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LA ENCRUCIJADA DE AUSCHWITZ Y DACHAU 1944-1945

Estamos en 1944 y la situación no ha cambiado. Los nazis mueven a sus presas como si fueran peones. Los trenes y los camiones circulan día y noche. El sistema de transporte es complejo y efectivo, aunque errático. La misma carga humana es embarcada una y otra vez, cargada y descargada, en viajes de ida, por norma general, hacia una red colosal de guetos y campos que cubren buena parte de Europa. Existe ya incluso un tren entre la estación de Bauschowitz y Theresienstadr, fruto de los trabajos forzados que permite que miles de víctimas puedan entrar y salir de un mo_do más eficaz.

Como el padre de Viktor murió allí, fue el único miembro de la familia Frankl en Theresienstadt que no volvió a subir a un convoy. Tilly acabó visitando, como mínimo, tres campos. Elsa y Emma, las madres de Viktor y de Tilly, estuvieron en dos. Walter, el hermano de Viktor, y su mujer Else, sobrevivieron únicamente a su comunidad clandestina en Italia para ir a parar a algún subcampo de Auschwitz. Viktor salió con vida de cuatro campos diferentes, tres en los últimos seis meses de la guerra. Además de los lugares establecidos por el régimen nazi (guetos, campos y centros), los escuadrones de la muerte itinerantes (Einsatzgruppen) de Europa Oriental masacraban a hombres, mujeres y niños antes de ir en busca de más víctimas. Con la guerra avanzada, las procesiones forzosas de prisioneros, acertadamente bautizadas como ((las marchas de la muerte», se perpetuaban por kilómetros y kilómetros en las carreteras, dejando

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a su paso un interminable reguero de cuerpos. Incluso en un gigantesco mapa de pared, sería prácticamente imposible escribir todos los nombres de los guetos, los campos de trabajos forzados, los campos de paso, los campos de internamiento, los campos de concentración, las marchas, los centros de eutanasia y los Erntefest (nombre en clave ((Festival de las cosechas)) de las masacres en Polonia) que los nazis levantaron. Tan sólo los nombres de las ubicaciones constituyen ya varios millares, y los puntos para situarlos, decenas de millares. El mapa estaría repleto de etiquetas que se solaparían entre sí, y que se extenderían por Alemania, Austria, Checoslovaquia, Francia, Polonia, Croacia, Serbia, Albania, Grecia, Rumanía, Hungría, los estados Bálticos, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y diferentes regiones ocupadas de Italia y de la antigua Unión Soviética. 1 Era precisa una increíble infraestructura para albergar a millones de prisioneros (judíos, gitanos, polacos, miembros de la resistencia, enfermos mentales, criminales, homosexuales, testigos de Jehová, etc.) y exterminarlos. Aquellas matanzas a escala industrial no hubieran sido posibles antes del siglo xx. En toda esta marea de datos incomprensibles se sitúa el drama de la familia Frankl. Uno de los momentos más duros fue el traslado de Emma Grosser, la madre de Tilly, de Theresienstadt después de llevar un año y medio allí. La subieron a un tren, con cientos de prisioneros más, desconocedores todos de su destino. Hoy sabemos que aquel tren abandonó Theresienstadt el martes 16 de mayo de 1944 camino de Auschwitz.' Emmy, que así era como la conocía su familia, tan sólo tenía cuarenta y nueve años. El resto de la familia Frankl supuso que seguirían los pasos de Emmy poco tiempo después, pero se produjo un paréntesis inesperado en los traslados. Y de súbito se anunció una nueva serie. Viktor presentía que la Gestapo había ordenado que buscaran más prisioneros para que realizaran los trabajos forzadoS, prisioneros (
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LA LLAMADA DE LA VIDA

LA ENCRUCIJADA DE AUSCHwrfZ Y DACHAU

tenían como destino Auschwitz, aunque lo hacía basándose en su

rienc~a posterior, valiéndose ~e. la prolepsis c~mo recurso Iiter.ario. Per~ ·e~:-;·~~}.-;l·-~:.~ los anos de la guerra, los pnstoneros carectan de la menor mformactóii". ·;·~:-~-: :·' Existía la posibilidad de presentarse voluntario para un traslado de Theresienstadt, algo que hicieron algunos reclusos para no alejarse de sus familiares. Cuando Tilly se enteró de que iban a deportar a Viktor, se ofre• ció a viajar con él a pesar del peligro que ello entrañaba, pues tales ofreci~ mientas enervaban a las SS si consideraban que se trataba de una acritud . desvergonzada. Además, el trabajo de Tilly en una fábrica de munición, donde se tallaban los minerales para fabricar proyectiles y lentes, hacía que estuviera exenta de los traslados. Tal vez, las SS interpretaron su pe~ rición como un intento de eludir sus responsabilidades. Viktor le imploró que no lo hiciera, ya que aquel convoy podía conducirlos a algún lugar peor. Pero en un acto que Viktor entendió como de total solidaridad para con él, desoyó su deseo, dio ese paso y fue admitida en el mismo convoy. La lealtad de Tilly hacia Viktor selló su destino. Él tenía treinta y nueve años; ella, casi veinticuatro. Por motivos desconocidos, la madre de Viktor no figuraba en aquella lista a pesar de que Elsa, de sesenta y cinco años, estaba en la edad Jímite para la deportación. Las SS obligaban a los funcionarios judíos a realizar la maldita tarea de preparar las listas, cada una con mil o más nombres. Muchos años después, Viktor recordaba el optimismo que se apoderó de él al creer que, quedándose en Theresienstadt, su madre sobreviviría. El hecho de que no la hubieran incluido en la lista parecía ser una buena señal. Y, por supuesto, esperaba que, de un modo u otro, lilly y él pudieran ver el final de una guerra que, cada vez más, parecía condenada a no prolongarse por mucho más tiempo. El día del traslado, Viktor y Tilly ayudaron al resto a prepararse. Tilly logró reducir el caos que provocaba la marcha al organizar el porte de las pertenencias de los prisioneros. Ambos evitaron también que el pánico se apoderara de sus camaradas, algo que propició que disminuyeran las probabilidades de una respuesta violenta de las SS. Gracias a los archivos, tenemos noticia de los «números)) de pasajero: Tilly Frankl, 1069; su madre, Emmy Grosser, 1070; Elsa Frankl, 3 1073. Una vez más, tal vez a causa de su función, el nombre de Viktor no consta en la misma lista. ¿Era acaso el 1071? Podemos leer también la fecha de la muerte de su padre, GabrieJ, el prisionero número 1072.

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El patetismo del momento de la separación de Viktor y su madre da fe del estado de nervios en que se haUaban. Ambos eran conscientes de que aquel adiós podía ser el definitivo. Con toda probabilidad, el traslado que se llevó a Tilly y a Viktor se produjo el jueves 19 de octubre de 1944. En el momento de la marcha, le pidió a su madre que le diera su bendición. Y jamás pudo olvidar cómo, desde el fondo de su corazón, su madre exclamó: -¡Sí! ¡Sí! ¡Te bendigo! Fue la última bendición que pronunció en presencia de Viktor. Si bien no lo sabía por aquel entonces, Elsa sería deportada de Theresienstadt cuatro días después. En otra cruel ironía del destino, su traslado a Auschwitz iba a ser el último que se realizaba desde aquel gueto. A partir del momento de la despedida, en octubre de 1944, Viktor alimentó en su ser la fantasía de que, algún día, se reuniría con su madre. Durante el tiempo que pasó en los campos de concentración, jamás dejó de estar presente en sus pensamientos. -Pensaba, ¿qué debo hacer si vuelvo a reunirme con ella en Viena? No se me ocurría más que una cosa: el viejo gesto que usamos cuando nos aproximamos a una reina, el beso en el dobladillo de su abrigo. ¿Qué más podía hacer en ese momento único, en el momento más conmovedor de mi vida? Y durante años tuve ese ridículo sueño.

Conforme recorrían los cuatrocientos kilómetros que los habrían de alejar de Theresienstadt, Viktor, Tilly y sus compañeros fueron advirtiendo que se dirigían a Auschwitz (Oswiecim, al norte de la frontera entre Checoslovaquia y Polonia). Auschwitz era el campo de exterminio nazi más grande, y de ahí su terrible fama. Se estima que allí asesinaron a más de un millón de víctimas. No era tan sólo un campo, sino que contaba con una red de subcampos dependientes de los tres primarios: Auschwitz 1, 11 y III. Auschwitz 1, originariamente un campamento militar polaco, fue convertido por los nazis en un complejo penitenciario para prisioneros políticos. Puesto que muchos de los barracones eran de ladrillo, el lugar ha permanecido tal cual y es, en la actualidad, el museo de Auschwitz. Se pueden visitar los antiguos hornos crematorios y los lugares donde las SS practicaban los brutales encarcelamientos y exterminios con la ayuda de horcas, pelotones de fusilamiento en el muro negro, cámaras de gas y celdas

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se pueden divisar las cámaras de gas y los hornos crematorios, donde los asesinatos cometidos durante el Holocausto alcanzaron unas cifras apabullantes. Si echamos un vistazo de cerca a las ruinas de las cámaras de gas, aún se pueden advertir las escaleras que descendían a los vestuarios y a las «duchas>> del sótano. En el exterior, a lo largo de los cimientos, se observan las aberturas por las que se lanzaban las bolas de gas Zyklon B para exterminar hasta un máximo de un millar de prisioneros

subterráneas para las torturas. De todo ello hay documentación elocuente. Para la historia de Viktor, no es necesario referirse a las complicadas operaciones que se desarrollaban en el complejo de Auschwitz, sino identificar el campo exacto al que fueron enviados desde Theresienstadt. Auschwitz II también recibe el nombre de Auschwitz-Birkenau, o Birkenau, la denominación alemana de la cercada ciudad polaca de Brzezinka. Aquel infame campo se encuentra a menos de cuatro kilómetros de Auschwitz I, en campo abierto. Aunque no es erróneo decir que los Frankl fueron conducidos a Auschwitz, el lugar exacto donde pasaron su estancia fue el campo de Birkenau. Birkenau era inmenso. Ocupaba 425 acres y los 300 barracones albergaban a unos 100.000 prisioneros cuando llegaron Viktor y Tilly, aunque tales cifras pueden no dar una imagen nítida de las dimensiones del campo. 4 Si nos encaramamos hoy a la torre de vigilancia que se encuentra por encima de la puerta de la muerte por la que entraban los trenes para descargar a sus ocupantes, ante nuestros ojos se extenderá un manto de chimeneas y ruinas de barracones destruidos, que contrastan con los nuevos museos del Holocausto, de una arquitectura, iluminación y despliegue creativo sorprendentes, semejante al que se usa en los museos de arte, y a los que se llega tras pasar por tiendas de recuerdos provistas de sistemas de aire acondicionado. Este tipo de monumentos son controvertidos y aterradores a su manera. 5 Pero Birkenau ha sido víctima del abandono y es desconcertante; salvo por los carteles y los kioscos fotográficos, poco hay de museístico en Birkenau. Viktor recordaba a la perfección que vivió en uno de los barracones de madera del denominado «campo familiar)), un grupo de construcciones entre tantas otras. Suponía que el nombre procedía de un plan primitivo de los nazis y hoy sabemos que, hasta 1944, en Birkenau hubo una sección destinada a los gitanos bautizada como «campamento familiar gitano». 6 En su origen, aquellos enormes edificios habían sido caballerizas, algo que se puede imaginar el visitante nada más verlos. Al menos uno de los «barracones del campamento familiar» sigue en pie. La situación en Birkenau era desesperada, y el campamento estaba infestado de ratas y era un foco de todo tipo de enfermedades. El agua no era potable y las instalaciones sanitarias se limitaban a unas vulgares letrinas, centenares de hoyos en unas trincheras rodeadas de cemento. Desde la torre de vigilancia que hemos mencionado anteriormente, a lo lejos

por sesión. Hoy en día, se puede pasear por las mismas vías de tren en que llegaban los prisioneros, incluidos Viktor y Tilly. Allí mismo, el doctor Josef Mengele, ce el ángel de la muerte,,, hizo buena parte de sus pérfidas selecciones con un movimiento de su dedo, condenando ;t muchos prisioneros a una muerte inmediata. Las fotografías muestran con toda exactitud como se realizaban las selecciones. Y cerca de allí pasaron Viktor y Tilly sus últimos minutos juntos. Lo recordaba así: Fue un momento del todo irónico porque sabíamos que a nadie le importaban lo más mínimo nuestras vidas y que nos despt)jarían de todo. Así que nos limitamos a reír y, con un placer inenarrable Tilly me enseiió que había destrozado su reloj chapado en oro pisándolo. También teníamos un poco de azúcar en polvo, y se deshizo de él al tiempo que un hombre de \as SS y un par de Ca pos llegabari con unas bolsas y nos ordenaban que les entregáramos todas nuestras joyas, que tiráramos todo lo que teníamos en las bolsas ... Cuando nos alejábamos, nos miramos frÍamente, porque era imposible que la emoción no aflorara en una situación como aquella. Cogimos nuestros anillos de boda y los tiramos. En un momento así te enfrentas a la situación o mueres, te enfrentas a ella incluso con una sonrisa dedicada a la pareja, rodeados ambos por un clima de amor. Y le dije que sobreviviera costara lo que costara. «¿Entiendes qué quiero decir con "a cualquier precio"?», y así le advertí que, si para salvar la vida, tenía que ofrecer favores sexuales a los hombres de las SS ... No quería que se sintiera inhibida al pensar «No puedo hacerle esto a Viktor>•. Y sin decir nada más que lo estrictamente necesario, lo comprendió. Y di las gracias al cielo por haber conseguido decirle aquello en el último momento, de modo que no soportara en su interior el peso de esa .. ?

Otro tesoro que perdieron al llegar a Birkenau fue el colgante que Viktor había regalado a Tilly poco antes de casarse. Era un pequeño globo terráqueo que giraba. Los océanos estaban pintados de azul y en el amuleto se leían estas palabras: «El mundo entero gira en torno al amor,,. Viktor dijo: 159

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LA \'IDA LA ENCRUCijADA DE AUSCHWITZ Y DACHAU

-Le gustaba mucho y estaba radiante. No era muy valioso en ..• minos económicos, pero era extraño que un judío, por aquel entonces.: comprara algo así.

hallaba junto a la entrada. Por encima de algunas melodías trilladas se oían unas voces alegres. De repente, se hizo el silencio y, en plena noche, un violín entonó un tango muy triste, una melodía poco habitual y que no había sufrido el desgaste de que la pusieran una y otra vez. El violín lloraba y una parte de mi ser lloraba con él, porque ese mismo día alguien cumplía veinticuatro años. Esa persona se hallaba al otro lado del campo de Auschwitz, posiblemente a unos pocos metros de distancia pero no por eso podía llegar hasta ella. Esa persona era mi esposa. 11

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Entre las escasas pertenencias de valor que Viktor había cogido al partir estaba la insignia que lo identificaba como guía alpino. 8 Un año después de la primera selección en Birkenau, Viktor escribió 9 al respecto. Con el paso de los años, comprensiblemente, se preguntó si el tipo de las SS que se había encargado de la selección aquel día era el propio Mengele, con aquel movimiento descuidado de su dedo a derecha e izquierda. Sea como fuere, el hombre de las SS señaló a Viktor y éste se unió a algunos de sus colegas, a los que había reconocido, en el grupo de la derecha. De hecho, es posible que se uniera a aquel grupo algo a hurtadillas, siguiendo un impulso valiente o alocado, pero que le salvó la vida. En un momento dado, Viktor tuvo que desnudarse y entregar toda su ropa, y soJamenre conservó el cinturón y las gafas. Así perdió el abrigo, en cuyo forro había cosido las notas de The Doctor and the Soul. Tuve que sobreponerme a la pérdida de mi hijo espiritual y enfrentarme a la pregunta de 1>i aquella pérdida no desposeía mi vida de sentido. Y no tardé en descubrir la respuesta a la pregunta. A cambio de mi ropa, me dieron los harapos de un interno que ya había ido a la cámara de gas. En un bolsillo, encontré una págin.1 arrancada de un libro de oraciones hebreas. Contenía la gran oración judía Shema Yisrael, el mandamiento «Amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma y todo tu ser» o, como también se podría interpretar, el mandamiento para decir <<SÍ» a la vida sea lo que sea lo que uno tenga que soportar, esté sufriendo o en el lecho de muerte. Una vida, me dije, cuyo significado depende de si se puede publicar un manuscrito no sería, en última instancia, digna. En aqueiJa única página que sustituía a todas las páginas de mi manuscrito hallé la llamada simbólica para hacer realidad mis ideas en lo sucesivo en lugar de plasmarlas en un papel. 10

En Birkenau, ya desde la primera selección, realizada un día o dos antes, Viktor y Tilly se tuvieron que separar. En una conversación relativamente reciente, Viktor me habló de otros detalles de su breve estancia en Birkenau.

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Déjame que recupere un hecho de la selección en Birkenau. Podían llegar varios convoyes cada día, cada uno con un millar de personas. Y tenían que ponerse en fila, en fila de uno, y yo también tuve que hacerlo. Mengele estaba ahí [Viktor repitió el movimiento del dedo de Mengele, a derecha o izquierda, para señalar el destino de cada uno de los prisioneros]. El novenca por ciento, ancianos, mujeres, niños, madres, enfermos, iban a la izquierda, y eran inmediatamente conducidos a las cámaras de gas. Ni siquiera llegaban a la noche. ¿Para qué? Instintivamente, me erguí para tener buen aspecto. Otros, como yo, iban a parar a otro campo de concentración. Pasadas tres noches, escogieron a algunos cientos de trabajadores y los enviaron a Baviera. Durante esos tres días, tuvimos que volver a pasar frente a Mengele pues estaba especialmente interesando en la gente que usaba un braguero por problemas abdominales y llevaba a cabo algunos experimentos. Buscaba sobre todo unos gemelos. Así que nos trasladaron a otros campos. Por ejemplo, si en Bergen-Belsen necesitaban a quinientas mujeres para una fábrica, llamaban a Mengele y le decían que hacía falta ese número. La causa de mi traslado fue que tuvimos que construir un campo de concencración en la red de Dachau, un subcampo, el mismo en que más tarde me confinarían.

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El lunes 23 de octubre de 1944, la situación en Birkenau no podía ser más extravagante. Era el cumpleaños de Tilly, y llevaban alejados el uno del otro desde el día de la selección. Después de ser liberado, Viktor escribió sobre aquella noche: Jamás olvidaré cómo me desperté de un profundo sueño provocado por el cansancio en la segunda noche que pasé en Auschwitz, a causa de la música. El guardián de la cabaña estaba celebrando algo en su habitación, que se

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Viktor pasó con éxito cuatro selecciones en Birkenau, que en caso contrario le podrían· haber llevado a la muerte en cualquier momento. La primera se produjo al llegar, y en esa le separaron de Tilly. La siguiente fue obra de Mengele cuando buscaba unos gemelos y gente con algún defecto, y Viktor no revestía aparentemente ningún interés para sus experimentos. En la tercera, estuvieron a punto de enviarlo, junto a un grupo de prisioneros, a un destino desconocido, posiblemente a su muerte. Viktor estaba convencido que el mismo criminal de poca monta de su vecindario

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de Viena que lo había devuelto a Theresieostadt, después de propinarle una paliza en la pequeña fortaleza, le salvó la vida por segunda vez." Aquella sanguijuela, un Capo judío de las SS, vio que Viktor se encontraba casi al final de la fila de unas cien personas y se las ingenió para sacarlo de ahí y sustituirlo por otro prisionero. Un guiño más del destino. En una de las conversaciones que mantuve con Viktor, adoptó un tono filosófico: -Hay una versión de esta historia en mi libro sobre el campo de concentración en la que afirmo que no podías hacer nada porque nunca sabías qué opción era mejor, ¿lo entiendes? Así que lo dejabas todo en manos del destino ... Nada era racional. Tira. Tira.

setenta mil prisioneros que allí murieron trabajaron literalmente hasta perecer en las minas, en los muros de fusilamiento o en las cámaras de gas. Para su sorpresa, cuando llevaban unos trescientos cincuenta kilómetros de trayecto desde que salieran de Auschwitz, el tren se detuvo en una gran ciudad. Aquella parada tuvo un gran valor sentimental para Viktor. Imaginemos cómo le latía el corazón cuando el tren se adentraba en Viena y se aproximaba a la estación norte. La estación sigue hoy en Leopoldstadt, justo delante de la rotonda que hay al final de Prater Strasse y ante la entrada del parque del Prater, donde Viktor había pasado buena parte de su infancia y su juventud. Menuda locura todo aquello, como describiría más tarde por escrito.

Aquella actitud se aplicaba tanto en las situaciones en las que, sin lugar a dudas, se había perdido el control, como en aquellas en las que había un cierto margen de decisión que podía desembocar en un resultado insospechado.

A la mayoría de prisioneros, la vida que habíamos llevado hasta la fecha y los esfuerzos por concentrarnos en salvar el propio pellejo nos llevaban a olvidar todo aquello que no sirviera para este fin, y ello explicaba la falta absoluta de sentimientos de los prisioneros. Y eso mismo me sucedió cuando me trasladaron de Auschwitz a un campo dependiente de Dachau. El tren que nos llevaba, éramos unos dos mil prisioneros, pasó por Viena. A eso de la me~ dianoche, pasamos por una de las estaciones de tren de Viena. La vía seguía su curso junto a la calle donde había nacido, junto a la casa donde había vivido muchos años, de hecho, hasta que me llevaron preso. En el vagón, éramos unos cincuenta, y en las paredes había dos pequeñas mirillas. En el suelo, sólo había espacio para que se estirara un grupo y los demás, que debían permanecer de pie durante horas, deambulaban y observaban a través de las mirillas. De puntillas y apartando las cabezas del resto de barrotes de las ventanas, pude captar una extraña imagen de mi ciudad natal. Todos nos sentíamos más muertos que vivos, pues pensábamos que nos dirigíamos al campo de Mauthausen y que no nos quedaban sino una o dos semanas de vida. Pero, al ver las calles, las plazas y las casas de mi infancia con los ojos de un hombre muerto que regresa del otro mundo y observa una ciudad fantasma, me invadió una sensación diferente. Después de varias horas de retraso, el tren salió de la estación. Y ahí estaba la calle. ¡Mi calle! Los jóvenes que llevaban ya unos años viviendo en el campo, y para quienes aquel viaje era todo un acontecimiento, empezaron a mirar con atención por la mirilla. Yo les supliqué, les rogué que me dejaran pasar delante de ellos un momento. Traté de explicarles lo que significaba que me dejaran echar un vistazo. Y denegaron mi petición con crueldad y cinismo: «¿Viviste ahí muchos años? Pues entonces ya lo has visto demasiado»,u

La cuarta selección que tuvo lugar en los tres o cuatro días que Viktor pasó en Birkenau fue la que le llevó a formar parte de la cuadrilla destinada a trabajar en Dachau. -De pronto tuvimos que abandonar los barracones en los que vivían más de un millar de personas y que en el pasado habían sido unas caballerizas. Sé que tienes una fotografía de las Stockbetten [las «camas» superpuestas en tres niveles y que albergaban a nueve hombres cada una}. Seleccionaron a algunos centenares de entre nosotros y nos enviaron a un campo de trabajo ...

Después de pasar tres noches en Birkenau, Viktor se vio en otro convoy nazi. El vagón de ganado en el que viajaban él y sus compañeros formaba parte de un tren que salió de Birkenau hacia el sur, atravesando la campiña checoslovaca. Los cautivos no tenían la menor idea de lo que les esperaba: a lo sumo, un campo de trabajo; en el peor de los casos, otro campo de la muerte. Todo cuanto sabían eran los rumores que apuntaban al peor campo de concentración, así que a lo largo de todo el viaje, cuando vieron que la dirección del tren dibujaba la posibilidad de que se estuvieran dirigiendo a Mauthausen, el mayor campo de Austria y uno de los más atroces y brutales, sus temores se acrecentaron. Situado a unos ciento veinte kilómetros al oeste de Viena, y en las inmediaciones de Linz, contaba con sesenta subcampos. Y en la instalación principal, muchos de los

El trayecto hacia poniente, desde Viena, da muestras de lo relativas que pueden ser las causas de la alegría. No bien pasaron por San Valentín,

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Las SS tenían algunos prisioneros a su servicio, para satisfacer sus propios intereses privados, y estos prisioneros gozaban de algunos privilegios. Había un hombre, se llamaba Reynolds, uno de estos tipos fuertes y privilegiados, que tenía su propio barracón. Me dejaba entrar de noche, diez minutos, y es~ tirarme en el suelo del barracón, donde había una calefacción. Hablábamos y él me permitía calentarme. Volví a encontrarme con él en Estados Unidos, con él y con su hijo, en una conferencia en la que conté al público nuestra experiencia conjunta en Kaufering.

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en Austria, la vía se bifurca: hacia el norte, atraviesa el puente del Danubio y conduce a Mauthausen; hacia el oeste, el tren prosigue hasta Linz. Los cautivos con más mundo estudiaban la ruta atentamente a través de las mirillas. Cuando advirtieron que el tren no giraba sino que seguía hacia el oeste, sintieron un escalofrío, tal y como explicó Viktor, porque «tan sólo)) iban a Dachau. Después de recorrer casi quinientos kilómetros desde Viena en aquel vagón para ganado, sin apenas espacio para que la gente se pudiera sentar sobre la paja, empapada ya por los orines, llegaron al campo Kaufering III, su nuevo destino. Cuando les dijeron que no había ~ ni gas en el campo, rieron y bromearon. Incluso cuando tuvieron que formar roda la noche bajo el frío glacial y húmedo a modo de castigo nada más llegar, se sintieron aliviados y complacidos. 14 Cada mañana, a eso de las cinco, teníamos que formar en la Appel/platz [literalmente, la plaza donde se pasaba lista] antes de ponernos a trabajar. Nos daban un poco de un agua negra y caliente qUe llamaban café. Y nos poníamos en marcha, pero a menudo no llegábamos más lejos de la cercana estación de tren, donde no~ subían a unos vagones especiales para recorrer los diez kilómetros, más o menos, que nos separaban de la obra. Y allí, durante casi todo el día, teníamos que cargar y dejar raíles de hierro para los trenes, y eran muy pesados. Para levantarlos, usábamos una especie de tijeras metálicas y sólo dejaban que los lleváramos entre dos. Y, para hacer aquel trabajo, nos daban unas 850 calorías por día. Mucha gente murió en Kaufering, incluso amigos que hice ames de $er deportado, también doctores. En una ocasión, tuve que trasladar a algunos tipos a Landsberg, a pocos kilómetros de Kaufering, cerca de donde se encuentran los bosques. Aquella gente se estaba muriendo y les acompañaba un doctor. Yo los llevé hasta una especie de vehículo con la ayuda de dos o tres personas más. Decían que los llevaban a un campo para convalecientes ... También recuerdo que un doctor que caminaba por detrás de mí me dijo: ~(Frankl, por su manera de actuar puedo deducir que ha dado con la manera de no gastar la energía cuando no la usa para otra tarea, como hacen los guías alpinos». Mi corpulencia era tal que yo no parecía un guía de montaña, pero él lo supuso al ver que usaba la menor cantidad de energía posible.

Le pregunté a Viktor si, en Kaufering III, había algún tipo de vida cultural o musical que ayudara a la gente a olvidar las circunstancias en que se encontraban, al menos durante unos momentos. Mi pregunta era ingenua, pero él la respondió así:

En otro punto de Kaufering, Viktor consiguió que se le asignara una rarea, evidentemente supervisada. Me dieron una palanca para que cavara un túnel que debía pasar por debajo de una carretera, en los bosques de Baviera. Y yo solamente tuve que escarbar, durante varias semanas. Un tipo de las SS me criticó por las pocas piedras que había extraído en una hora. Y le respondí: «Si estuvieras en mi lugar practicando la cirugía craneal como yo solía hacer, serías tan inútil como yo cavando un túnel...». Recuerdo [en otra ocasión] que trabajaba en una calle y que me observaba un tipo de las SS. Durante un momento dejé de palear y, en esos pocos segundos, el de las SS me tiró una piedra. Fue de lo más humillante ver que no me consideraba digno de recibir órdenes, sólo de ser tratado como un animal. Ahora me acuerdo de que, en ese mismo lugar, mi nariz empezó a segregar mocos y no estornudé sino que me los tragué porque pensaba que eran unas calorías más que podría asimilar. De veras. Como médico, pensaba que no debía expulsarlo. No se lo he dicho a nadie.

Narré a Viktor mis visitas al Museo del Holocausto de los Estados Unidos, en cuya librería vendían El hombre en busca de sentido, y a los Archivos Nacionales de Washington y College Park, en Maryland, donde están almacenados los «informes posteriores a las acciones» sobre los acuerdos militares de los Estados Unidos. Allí pude consultar centenares de fotografías de Kaufering, ya que fueron las tropas estadounidenses quienes liberaron el campo. Las fotos de los campos de Kaufering acabaron con una parte de mi ingenuidad. Aunque técnicamente no se trataba de un campo de exterminio, las fotografías ponen de manifiesto que los malos tratos, la malnutrición, la mugre y las enfermedades eran una realidad. Se veían montañas de cuerpos desnudos y consumidos sobre el fango. Describí a Viktor las fotografías de los «barracones,, los edificios subterráneos con tejados inclinados sobre el nivel del suelo y pequeños accesos. Inmediatamente, Viktor tomó la palabra.

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rante el invierno para guarecerse del frío. Viktor cogió una corbata, tal a modo de «recuerdo» o como símbolo de esperanza. Y a pesar de que e~· la corbata había huevas de piojos, la cogió, la limpió y se la guardó. Al día siguiente, en Milán, colgaron por los pies e1 cuerpo sin vida de Benito Mussolini, Il Duce fascista de Italia, al que los nazis habían in· tentado salvar, y que tenía la cabeza llena de plomo. Era un sábado. El lunes siguiente, con las fuerzas rusas a las puertas de Berlín, Adolf Hitler se voló la tapa de los sesos con una pistola. Él y su amante, Eva Braun, mu. rieron juntos en su búnker de Berlín. De los millares de decisiones que Hitler había tomado como Führer, la última fue sepultarse en el mismo búnker que habían construido para impedir que sufriera el menor daño. En El hombre en busca de sentido, Viktor describió cómo caminó du· rante varios kilómetros por campo abierto poco después de ser liberado de Türkheim. Con un lenguaje poético, dibujó el campo floreciente y los can· tos de las alondras. Solo y con la vista puesta en el cielo, hundió las rodillas en el arroyo. «En ese momento, poco sabía de mí mismo o del mundo, y tan sólo una frase ocupaba mi cabeza, la misma: "Llamé al Señor desde mi angosta prisión y Él me respondió en la libertad del espacio". Cuánto tiempo estuve ahí arrodillado y repitiendo esa frase, me es imposible recordarlo. Pero sé que, aquel día, en aquella hora, empezó mi nueva vida. Avancé paso a paso, hasta que volví a ser un ser humano» .24 Algo más sucedió en ese paseo por el campo. Algo misterioso, que Viktor describió de manera ambigua. Reconoció que nada profundo podría haber acontecido y que su interpretación era, tal vez, fruto del deseo, estúpida, dado lo exaltado de su estado en aquellos momentos. Alguien se acercaba en sentido contrario, uñ trabajador extranjero, un griego, o un italiano, o un holandés, no lo sé, alguien a quien Hitler había con· ducido hasta el Reich. Jugaba con algo que tenía en la mano y le pregunté qué era. Y observé que era el mismo globo con Ja· misma inscripción: «El mundo entero gira en torno al amor». Me ofrecí a comprárselo a cualquier precio, y me lo vendió y lo guardé como un tesoro y ansiaba el momento en que vol~ viera a estar con Tilly, porque no tenía dudas de que ella seguía con vida. Es· taba tan contento porque pensaba que Tilly tal vez creyera que le habría com· prado otro igual. Era una tontería, supongo, pero era un tema recurrente. Para todos los prisioneros que sobrevivieron al Reich con un bagaje de recuerdos envenenados, allí empezó el largo camino que les habría de llevar a ser de nue· vo seres humanos.

ALGO TE ESPERA 1945-1946

Después de los campos de la muerte, la vida no volvió a ser normal para los supervivientes. ¿Cómo habría podido serlo? Incluso, o sobre todo, aquellos pocos que volvieron a «casa" descubrieron que habían des· truido demasiadas cosas, que sus seres queridos habían desaparecido. Y, fueran donde fueran, había recuerdos demasiado abyectos para que in· cluso en libertad pudieran acostumbrarse a ellos.

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Al final de la guerra, se restablecieron las fronteras entre Alemania y Austria y los aliados, victoriosos, dividieron Alemania en zonas de ocu-

pación para los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. El sur de Alemania, que incluía Munich, quedó bajo la influencia de los Estados Unidos, y Austria, Viena incluida, bajo el influjo de la Unión Soviética. La división de Berlín, en plena zona de dominación so· viética, en sectores fruto de la ocupación aliada era el ejemplo simbólico, al tiempo que flagrante, de aqueHa partición y se convertiría, durante la Guerra Fría, en una tragedia de errores. De hecho, el mismo principio se aplicó a Viena, si bien los acuerdos que garantizaban su neutralidad im·

pedían que se convirtiera en una nueva Berlín. Durante un tiempo, las fronteras entre el sur de Alemania, ocupado por los Estados Unidos, y el este de Austria, en manos de la Unión Soviética, permanecieron cerradas. Así, a pesar de que Viktor estaba decidido 173

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po, tres jóvenes judíos húngaros ocultaron al comandante en los bosques de Baviera. Posteriormente, fueron a ver al comandante de las fuerzas norteamericanas, que estaba ansioso por capturar a aquel comandante de las SS, y le dijeron que le confesarían dónde estaba pero sólo bajo algunas condiciones: el comandante norteamericano debía prometer que no le harían el menor daño al hombre. Después de un momento, el oficial estadounidense acabó prome· tiendo a los jóvt:nes judíos que el comandante de las SS, una vez lo hubieran arrestado, estarí~t a salvo. El oficial americano no sólo cumplió con su promesa sino que, de hecho, devolvió en cieno sentido los galones al antiguo comandante de las SS que había estado al frente del campo, pues tuvo que supervisar la recolección de ropa en las poblaciones bávaras de los alrededores y su distribución entre todos nosotros, que por aquel entonces no vestíamos sino lo que habíamos heredado de otros internos del campo de Auschwitz que no habían tenido tanta fortuna como nosotros, pues los habían enviado a la cámara de gas no bien hubieron llegado a la estación de tren. 20

Hoffmann ilusrraba la inquebrantable opinión de Viktor de que, en todos los grupos humanos, incluso entre los miembros de las SS, hay hombres buenos. En 1945, Viktor escribió: «La bondad humana se puede advertir en todos los grupos, incluso en aqueiios que, en su conjunto, sería fácil condenar. Los límites en los grupos se solapan y debemos tratar de no simplificar la cuestión afirmando que estos hombres eran ángeles y los otros, demonios)). 21 En Türkheim, las condiciones mejoraron rápidamente, y para Viktor, justo a tiempo. Las aspirinas ayudaron a bajarle la fiebre. Continuó trabajando, pero descansaba mejor y comía. Sobrevivió al tifus como pasó con otros, incluso sin antibióticos. En las últimas semanas, ganó algo de peso justo antes de la liberación, pero en su informe médico se indica que Viktor tenía arritmias y, posiblemente, una lesión en uno de los músculos cardíacos, un edema provocado por el hambre y congelaciones en tres dedos. -Enviaron una muestra de mi sangre al campo de Dachau para comprobar que no me había contagiado del tifus que se transmitía por los piojos y las pulgas en la ropa, y que era letal en el caso de las personas desnutridas y de los ancianos. No hay que confundir esta variedad de tifus con la fiebre tifoidea, la infección intestinal. -Con su estilo típico, como si quisiera recordar que carecemos de soberanía sobre nuestra vida y nuestras circunstancias, Viktor añadió-: Gracias a Dios, sobreviví. Y ese era uno de los principales lemas de su vida: podemos actuar para cambiar las situaciones y debemos hacerlo, pero también hay cir-

constancias en las que debemos resignarnos ante el destino o la providencia, y dejarnos llevar. Por medio de la logoterapia, trataba siempre de llevar un poco más allá la línea que nos separaba, para que no cometiéramos, ni él, ni nosotros, el error de bajar los brazos demasiado pronto.

Abril de 1945 fue un mes para los libros de historia. Durante los primeros días, mientras Viktor recobraba fuerzas en Türkheim, los aliados acababan con los últimos resquicios de resistencia de las tropas nazis. El día doce, el presidente de los Estados Unidos Franklin Roosevelt murió inesperadamente de una hemorragia cerebral a los sesenta y tres años de edad. La nación y buena parte del mundo quedaron conmocionados, sobre todo ante el previsible fin de la guerra. Al día siguiente, el ejército ruso entró en Viena e hizo prisioneros a mil soldados. Asimismo, cerraron las rutas ferroviarias que salían de la ciudad. Leopoldstadt, el antiguo barrio judío y donde se había criado Viktor, fue testigo de las últimas batallas en las calles, terribles, que acabaron con las fuerzas alemanas. Los desgraciados internos de Türkheim y del resto de campos de un Reich que se iba derrumbando, cuando menos, aquellos internos con fuerzas suficientes para confiar y soportar lo que decían las noticias, se preguntaban cuándo iban a ser liberados y si llegarían a tiempo de hacerlo antes de que fuera demasiado tarde. En el caso de los supervivientes cuyo estado de salud era razonable, fue así, como Viktor escribió después de regresar a Viena. Narró la última semana de abril, cuando la Cruz Roja Internacional llegó al campo y las SS hicieron un último intento a la desesperada por abandonarlo. En aquellas últimas horas, Viktor y algunos de sus compañeros sufrieron al ver que los dejaban fuera de un grupo que subía a un camión, pues todos creían que ese camión partía con destino a la libertad. Más tarde supieron que aquellos prisioneros, a las puertaS" de la libertad, ardieron en una cabaña situada en las proximidades, en uno de los últimos coletazos de las SS. 23 La lista de guiños del destino hacia Viktor seguía creciendo. Finalmente, el27 de abril, dos semanas después de que los aliados hubieran tomado Viena, una unidad militar estadounidense de Texas entró en el campo de Türkheim, poniendo fin al terror del que aún eran presc1 quienes ahí vivían. Viktor Frankl era uno de ellos. Los prisioneros lo celebraron, en la medida de sus fuerzas, y arrasaron con los almacenes en busca de ropa para abandonar los harapos que habían vestido du

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desafió a Viktor a reunir los últimos rescoldos de resistencia. Años más tarde, Viktor consideró que Benscher le había salvado la vida. 17

En un registro de los traslados se ve que, el lunes 5 de marzo de 1945, Viktor pasó de Kaufering lli a Türkheim, otro de los campos del sistema de Dachau. Lo que Viktor encontraba más sorprendente de que su nombre apareciera en el documento era su identificación como Arzt, médico, por vez primera después de que le hubieran despojado en Viena del título, donde lo tildaron de <<cuidador de judíosn. Türkheim iba a ser el" cuarto campo de concentración de Viktor y el traslado fue un auténtico caos. -El jefe de los servicios médicos de Kaufering, un húngaro al que le caía simpático, me comunicó un día que se iba a efectuar un traslado al día siguiente a un nuevo campo y que, si así lo quería, me pondría en la lista de cien o doscientas personas a trasladar en calidad de médico del nuevo campo. Pero afirmó que no me lo aconsejaba, que sería correr un riesgo, y comprendí que tal vez se refería a la cámara de gas o algo por el estilo. Pero me dije: <'. Así que le dije que sí, sin saber nada más, porque seguían realizándose traslados de Kaufering a Auschwitz. La decisión de partir a Türkheim fue otro golpe de suerte más que le salvó la vida, ya que se trataba de una especie de <' para prisioneros enfermos. Por lo tanto, Viktor abandonó Kaufering, donde la hambruna era tan implacable que el canibalismo estuvo a punto de hacer su aparición poco después. 18 De haber permanecido en Kaufering, casi con toda seguridad habría perecido. Esto no quiere decir que Türkheim fuera el paraíso. Además del hambre, de la mugre, de la brutalidad, del frío y de los potencialmente mortales trabajos forzados, Türkheim también sufría los estragos del tifus, lo que convirtió el «campo de reposan en un lugar peligroso incluso para quienes, como Viktor, iban a ayudar en calidad de médicos. Fue casi inevitable que contrajera el tifus y unas fiebres altas. Por fortuna, como prisionero y médico, era consciente de que corría el peligro de ser presa del delirio, el aletargamiento y, en última instancia, de la muerte durante la noche. Muchas víctimas del tifus caían así, por lo que se obligó a per168

manecer despierto y se refirió a ello de un modo indirecto cuando escribió, unos meses después, The Doctor and the Soul: [En los barracones de Türkheim] había varias docenas de hombres víctimas del tifus. Todos eran presa de los delirios salvo quienes se esforzaban por evi~ tar los delirios nocturnos intentado no caer dormidos de noche. Pero él aprovechó la excitación y el estímulo mental que provocaba la fiebre para recons~ truir el manuscrito de una obra científica que no había visto la luz y que le habían arrebatado en el campo de concentración. A lo largo de dieciséis noches febriles, recuperó todo el libro, anotando, en la oscuridad, símbolos de ta· quigrafía en pequeños pedazos de papel. 19

En las casi siete semanas que pasó en el campo de Türkheim, empezó el principio del fin para los nazis. El personal del campo lo sabía y varios guardianes oportunistas empezaron a mostrarse amables con los prisioneros. Viktor recuerda que «poco antes de que la guerra acabara, la situación en Türkheim cambió un poco; los responsables pensaban que tal vez tendrían que defenderse en un par de meses, que necesitarían amigos. Así, durante las últimas semanas, además de trabajar como doctor, me ordenaron que me ocupara de alojar en los barracones a los que no trabajaban por motivos de salud. Un tipo de las SS, el comandante del campo, eswba considerado por los prisioneros como una persona de verdad, incluso como un protector, así que nadie interpretó su amabilidad como un intento de salvar el pellejo cuando la guerra acabara. Viktor recordaba a esa persona con estas palabras: Cuando llegamos a Türkheim [el comandante de las SS] empezó a gritar. «¡Menudo escándalo que os hayan tratado así! Sólo teníais sábanas y apestáis. ¡Cómo os han tratado en Kaufering!». Era el comandante Hoffmann, de las SS, y, años después de la liberación, organicé una reunión [de supervivientes] en Landsberg y también quisimos invitarlo. Pero, para mi consternación, descubrimos que había muerto poco después y que hasta el momento de su muer~ te se lo estuvo reprochando [su papel en la guerra]. Me lo contó un sacerdote cristiano que conocía a Hoffmann y que me escribió una carta. Aquel Hoff~ mann era un buen hombre, como no lo había sido nadie más.

Poco después de la liberación, Viktor escribió sobre Hoffmann: Hay un incidente interesante con respecto a ese comandante de las SS que da fe de cómo lo veían algunos de los prisioneros judíos. Al final de la guerra, cuando las tropas estadounidenses liberaron a los prisioneros de nuestro cam169

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Medio enterrados. Recuerdo que dormí vestido y con un abrigo por el frío que hacía. En Kaufering, no me desnudé. En invierno, también dormíamos sobre el frío suelo con los zapatos puestos, sobre el piso de los barracones. Recuerdo cuánto disfrutaba con cada pequeña ración de calor. No tenía tiempo para ir a las letrinas, así que solía orinarme encima de la ropa y aprovechaba el calor que aquello me proporcionaba después de haber trabajado en el exterior, donde hacía un frío terrible. Incluso en la cola del rancho me meaba encima, como si escupiera en el té caliente. [Viktor sonríe con ironía.]

Podemos ver que la vida en Kaufering III se había reducido a unas condiciones infrahumanas y que los placeres eran relativos y fugaces. Los sueños de día y de noche tan sólo alejaban a los prisioneros de las circunstancias reales durante unos momentos. Sometidos a una situación de supervivencia pura y dura, las fantasías que tenían tanto si estaban despiertos como dormidos, tenían cualquier significado menos sexual. Viktor solía decir que el sexo des a pareció de las aspiraciones de los prisioneros y que la actividad sexual sucumbió ante el cansancio físico y emocional. Cuando le pregunté qué sueños tenía, no dudó en responder que giraban, principalmente, en torno de la comida, otro de los temas recurrentes en las conversaciones entre los cautivos. También pensaba en un buen baño caliente o en aquel postre, el Schaumschnitten, con el que se había deleitado durante su infancia en Viena. En 1996, encontré. por primera y última vez, Schaumschnitten. Paseaba con un amigo americano por el vecindario de los Frankl, en Leopoldstadt. Íbamos por Karmeliter Gasse, camino del instituto de Víctor, y en el escaparate de una pastelería vi el último Schaumschnitten que les quedaba. Lo compramos y nos lo comimos con los dedos. Era tal y como Viktor lo había descrito tantas y tantas veces: delicioso y suave, y muy pringoso a causa del azúcar y de la clara. Cuando le conté a Viktor la suerte que habíamos tenido al encontrar aquel día Schaumschnitten, se alegró. Repitió cómo irrumpía aquel dulce en sus sueños en Kaufering. Y yo sonreí: -Entonces, Viktor, en la jerarquía de los deseos humanos, el Schaumschnitten ocupa un lugar más importante que el sexo. Él también sonrió pero no se mostró de acuerdo. En los campos, también les asaltaban ideas más terroríficas, por supuesto. Viktor recuerda que, una noche, un compañero de barracón le despertó de repente porque se estaba retorciendo y gritaba a causa de una pesadilla. El instinto normal había sido despertarlo, pero Viktor no lo !66

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LA ENCRUCIJADA DE AUSCHWITZ Y DACHAU

hizo ya que la realidad a la que retornaría probablemente era peor que aquella pesadilla. 15 Más aterradoras si cabe eran las alucinaciones fruto de los delirios y que solían estar provocadas por el hambre y·Ia deshidratación, las lesiones cerebrales, los problemas de circulación, las infecciones o las fiebres altas. Ya hemos mencionado anteriormente lo relativa que puede ser la alegría. Y volví a pensar en ello un día en que hablábamos de Kaufering. Viktor nos contó que, por humillante que hubiera sido lucir la estrella amarilla, aquellos tiempos no le parecían tan malos. De hecho, aseguró, cuando hablaba con sus compañeros recordaban honestamente, aunque se sirvieran del senrido del humor para hacerlo, lo buenos que habían sido aquellos años en que lo único que tenían que sufrir era llevar una estrella amarilla. -Parecía ridículo que nos hubiéramos quejado por aquello. En los campos de concentración rememorábamos lo maravilloso de aquella época en que lucíamos la estrella amarilla, qué buenos tiempos, y lo decíamos de veras, y en que debíamos permitir que nos llamaran ((Israel)) y cosas así. Lo que habría dado para que en los campos nos hubieran llamado Israel diez veces. Ya ves que todo es relativo. Consciente de que los rumores anegaban los campos, pregunté a Viktor si a Kaufering llegaban informaciones fiables y si éstas alimentaban las expectativas de los prisioneros de que la guerra tocaría pronto a su fin. Respondió que, después de tanta esperanza en vano, fue imponiéndose el criterio de que, aunque llegara la liberación en tres o cuatro meses, podían morir en los campos ya que cada día morían más compañeros. --En el cuaderno que escribí en el campo de concentración, donde volví a referirme a la sensación de no llegar a tiempo a casa para pasar la Navidad, cité el Salmo que afirma que un corazón decepcionado acaba enfermando. Y así, después de tantas decepciones, la tasa de mortalidad aumentó. 16 Gracias a su formación, Viktor reconocía inmediatamente la desesperación que se apoderaba de sus compañeros y que les llevaba a bajar los brazos en su lucha por la supervivencia. Aunque el optimismo y el sentido común de Viktor, junto con los golpes de suerte, evidentemente, le habían protegido en muchos momentos difíciles, sus recursos espirituales se agotaron en Kaufering. Por aquel entonces, un compañero llamado Benscher, que sobrevivió y se convertiría en un actor de la televisión de Munich, vio que Viktor empezaba a sumirse en un malestar pernicioso, y lo apremió a que expulsara de su ser aquel pesimismo. Con la mayor naturalidad, Benscher 167

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a regresar a Viena, no pudo hacerlo inmediatamente. Los americanos Jo destacaron, en tanto que médico, al hospital de Bad Wórishofen, cerca de Türkheim, que habían destinado al cuidado de los desplazados por la guerra. Viktor trabajó en el hospital unos dos meses, pero no tuvo noticias de la suene que habían corrido sus seres queridos. Durante este tiempo, no le abandonaron algunos de los sueños y anhelos con que había combatido la desesperación en los campos. Desde mediados de siglo, la investigación en psicología cognitiva y la psicoterapia conductista cognitiva había demostrado el poder de la predisposición mental, de reformular y reestructurar las experiencias; la Iogoterapia ya no era la única rama que alentaba lo que Viktor había denominado ((actos de autotrascendencia>,, Aunque las estrategias cognitivas no controlan los desastres naturales y los actos de autotrascendencia individual no eliminan el mal humano en el mundo, el espíritu humano sigue siendo una entidad poderosa cuando se enfrenta a la adversidad. Tener algo por lo que vivir, algo en perspectiva, ayuda a soportar los reveses. Por ese motivo, Viktor era implacable con su enfoque en la importancia del sentido en la vida. En unas circunstancias adversas, opinaba que el sentido era necesario pero no suficiente para la supervivencia. Como vemos en sus propias experiencias, también hay otros factores cruciales como la suerte, las vueltas que da el destino o la providencia, y demás componentes sobre los que no tenemos el menor controL En el hospital para los desplazados, Viktor conoció a una enfermera de Munich que le ayudó a poner rumbo a Viena. Su familia le ofreció un techo en su hoga~ y así abandonó Bad Wiirishofen para ir a Munich sin contárselo a su supervisor. Aún existe una copia en papel carbón de una carta que Viktor dirigió al capitán estadounidense Schepeler, donde le explicaba su marcha y su decisión de saber qué había sido de su madre y de su esposa. Viktor aseguraba a Schepeler que el doctor Heumann, el colega de Vikto~ poseía los conocimientos necesarios y podía ocuparse del trabajo. Viktor dejaba abierta la posibilidad de su regreso, pero insistía en que su partida era una cuestión de conciencia hacia su familia. Viktor vivió con la familia de la enfermera en el número 36 de Zaubzerstrasse, 1 en Munich, desde finales de junio hasta mediados de agosto. Durante esas seis semanas, trabaJó en su manuscrito, la misión que le había permitido seguir en pie entre tanta incertidumbre. En Alemania costaba conseguir información sobre la suerte de su madre y de Tilly, por lo

que estuvo atento para aprovechar la primera oportunidad que se le presentara de regresar a Austria. En un cine de Munich, vio documentos gráficos sobre la guerra en noticiarios y documentales. Se conmovió al descubrir las condiciones que existían en otros campos de concentración cuando los aliados llegaron. Y conoció de frente el terror y la muerte cuando vio un reportaje sobre las cámaras de gas de los centros de exterminio. Aquello le dio de lleno y aumentó la ansiedad que sentía al pensar en el destino de su madre y de Tilly. Tenía que saber qué les

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había pasado. Por aquel entonces, Vikror trabajaba en Radio Munich, los Servicios de Información del Centro de Control del 6870" destacamento del ejército de los Estados Unidos, dando charlas sobre los problemas psicológicos durante la reconstrucción. En cierto sentido, durante su corta estancia en Munich satisfizo las fantasías que había tenido en el campo de concentración: escribir y hablar en público. Poco antes de partir para Viena, el comandante Horine, editor de Radio Munich, escribió dos cartas de recomendación bilingües con fecha del13 de agosto de 1945. Una era una referencia general que loa el calibre de Viktor y sus distinciones. La otra iba dirigida ((a quien corresponda>) en caso de que necesitara ayuda, y afirmaba que Frankl iba de camino a Viena pero que deseaba regresar a Munich si era posible. (cNos encantaría darle trabajo en Radio Munich, una emisora del gobierno militar, y agradecemos cualquier ayuda que se le preste con vistas a garantizar su traslado a Munich)). Aparentemente, Viktor no cerraba ninguna puerta, pues no sabía qué encontraría en Viena. Sin embargo, el último día que estuvo en Munich, Viktor descubrió qué había sido de su madre, y las noticias no fueron nada buenas. La habían asesinado ·nada más llegar a Birkenau, directamente desde Theresienstadt, cuatro días después de que lo hiciera Viktor. Durante la selección, la habían puesto en el grupo de la derecha y desde allí fue, sin más dilación, a la cámara de gas. Según contaba Viktor, en una sola sesión, desnudaban a mil prisioneros, hombres, mujeres y niños, sin distinción, y los apiñaban en las <. Las víctimas solían tardar unos diecisie-

te minutos en morir a causa del gas Zyklon B. Cuando pensó en la similitud entre el noticiario y la muerte de su madre, Viktor tocó fondo, e incluso contempló la posibilidad del suicidio. Cuando el shock disminuía, se sentía abatido al pensar que no volvería a ver a su madre, que no podría besar nunca más el dobladillo de su abrigo. 175

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Aunque nunca asimiló la manera como había muerto, la última bendición que le había dado, en Theresienstadt, no le abandonó jamás.

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El 15 de agostb, Frankl salió de Munich camino de Viena. Recorrió los casi quinientos kilómetros en un camión de transporte de tropas con unos treinta pasajeros. Viktor recordaba que, entre sus compañeros de trayecto de aquel día, se encontraba la luchadora antifascista y miembro de la resistencia Rosa jochmann, que tiene una calle dedicada en Viena. Describió el paso de la frontera como «medio ilegah, tal vez a causa de la tensión entre las zonas ocupadas por los Estados Unidos y Rusia, pero no tuvieron problemas para hacerlo. A última hora de la tarde llegaron, finalmente, a Rathausplatz, la plaza que se encuentra frente al ayuntamiento de Viena. Por supuesto, reconocía los alrededores, pero la ciudad parecía volver a ponerse en pie, tambaleante, después de los bombardeos. Muchos emblemas habían sido destruidos, como no tardaría en comprobar Viktor, y entre ellos el centro de la ciudad: la ópera, la noria Ferris, e incluso la majestuosa catedral de San Esteban. Casi una tercera parte de las viviendas de Viena habían sufrido el impacto de las bombas, y muchas estaban en un estado inhabitable. Pero Viktor no pensaba sino en la gente que consideraba importante mientras hada su regreso emocional a la ciudad.

Apenas lleva ha equipaje. La bolsa contenía la corbata de Türkheim, las notas sobre su libro y algunos fragmentos del manuscrito, las cartas de recomendación de Radio Munich, más correspondencia, la página del libro de oraciones hebreo que había hallado en el bolsillo del abrigo en Auschwitz y el pequeño colgante azul y dorado: «El mundo entero gira en torno al amor». De su vida anterior en Viena sólo conservaba una cosa material: las gafas de montura metálica, aún curvadas después de que se las hubieran arrojado al fango cuando lo apalizaron en la pequeña fortaleza. Entre los recuerdos intangibles, sus pasiones, sus ideas y una vOluntad obstinada. Aunque sólo fuera de manera residual, todo eso seguía vivo en él. Nada más saltar del camión, en Rathausplatz, se preguntó qué debía hacer. Le dijeron que se dirigiera al Altersheim judío, el asilo de ancianos y al hospital, en Malzgasse. Lo conocía bien: se trataba de la misma institución a la que él y Paul POtzl habían enviado a los pacientes judíos con trastornos mentales. Así, Viktor se puso en marcha camino de Malzgasse, pues

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no había taxis y las bombas habían acabado con el teléfono y con las líneas de tranvías. Y en el Altersheim [e dieron la bienvenida, comida y un Jugar donde dormir. Recordaba perfectamente que había pasado la primera noche allí con una treintena de personas más. Estaba inquieto. El lugar estaba infestado de polillas y tenía que compartir el camastro con un buen número de ellas. Aunque estaba acostumbrado a lo peor, al día siguiente buscó otro lugar donde pasar la noche. Pero la ciudad estaba plagada de pulgas, y encontrar un lugar en el que no hubiera suciedad, bichos o alimañas era todo un reto después de la guerra. (Durante el resto de su vida, Viktor sacudió los calcetines limpios y los zapatos antes de ponérselos, como si quisiera expulsar las cucarachas que podían ocultarse en el interior; no se trataba de un comportamiento compulsivo, sino de algo que hacía con una media sonrisa, como si repitiera una vieja costumbre que ya no era necesaria.) Para quien hubiera estado en la ciudad antes de Hitle~ la ausencia de judíos resultaba intrigante. No habían sobrevivido muchos en la ciudad, y pocos regresaban de los campos. Ante aquel panorama, a Viktor le esperaban más noticias, y nada buenas. La primera mañana, Viktor supo, de boca de una enfermera del Altersheim o del doctor Tuchmann, o por ambos, que Tilly había muerto en el campo de mujeres de Bergen-Belsen. Con pocos días de diferencia, dos de las grandes esperanzas de Viktor se habían esfumado y la ansiedad se apoderaba de él. Ni su madre, ni su esposa habían sobrevivido a los campos. Más tarde, un amigo de Tilly le contó a Viktor que, cuando ya se acercaba el final, 1illy estaba convencida de que VIktor no sobreviviría a los campos, ya que ~ra mayor y más frágil que ella. Es irónico que Viktor fuera optimista por 1illy dada su juventud y su buena salud; él había sobrevivido, por lo tanto pensaba que ella tenía aún más posibilidades. Viktor fue descubriendo más y más datos sobre la muerte de Tilly. Poco después de que los separaran en la selección en Birkenau, la trasladaron a Bergen-Belsen, aunque tal vez pasó algún tiempo en algún campo intermedio. Bergen-Belsen era un gran complejo de campos a unos cincuenta kilómetros de Hannove~ en el norte de Alemania. Al final de la guerra, el campo principal de Bergen-Belsen tenía ocho secciones, dos para mujeres y una red de subcampos. Anna Frank, la víctima más famosa del Holocausto, también pereció allí. 12 Cuando las tropas británicas llegaron para liberar los campos, el 15 de abril de 1945, encontraron a 60.000 prisioneros aún con vida en Bergen-Belsen, pero el lugar estaba lleno de miles de cuerpos sin enterrar. 177

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-;i~:lfh::~--;-- -_. Tilly Grosser Frankl aún vivía, aunque por poco tiempo más. Buena parte · _::~-'~:~-:¡de los prisioneros estaban demasiado consumidos para recuperarse, y unos :-·;,_ - :~ ,'_.;:·_ 10.000 o 20.000 murieron de malnutrición o enfermedades después de la liberación. Tilly fue una de esas víctimas, y sucumbió en el campo de Hoh~ ne, cerca de Belsen, sin fuerzas para abrazar la recuperada libertad que tanto había ansiado. Simplemente, había llegado demasiado tarde. Los libertadores británicos quemaron Bergen-Belsen para eliminar aquella masa de piojos y mugre. Y con ello, limitaron el azote del tifus en aquel territorio.

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Elly y yo escuchábamos cómo Viktor recordaba su regreso después de la guerra, desvelando muchos detalles que jamás habíamos oído. Aunque se iba acostumbrando a la idea de las muertes de su madre y de su esposa, tenía que tomar alguna decisión sobre su situación después de aquella noche en el Altersheim.

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Si quieres, Don, puedo mostrarte la pensión donde pasé las dos primeras semanas ... La pensión Auer está en Lazarettgasse, al doblar la esquina en la que está la librería Maudrich. Ahí estuve unas dos semanas ... Pittermann me dio, en primer lugar, la máquina de escribir y luego me encontró un lugar donde quedarme, un apartamento de alquiler. Y me puso allí al frente de todo el apartamento.~ Puso una habitación a mi disposición, una habitación con las ventanas cerradas por tablones y sin luz ... El propietario del apartamento era un fugitivo que había sido doctor en las SS; habían arianizado su apatramento y se lo habían requisado. Era denrista, y en la casa estaban la consulta, la sala de espera, etcétera. El tipo de las SS ex· pulsó a los judíos y, cuando los rusos llegaron, se largó al oeste ... Y se llevó consigo todo lo que había en el apatramento ... Y los refugiados se trasladaron allí para guarecerse de los bombardeos.

El apartamento 14, en el tercer piso del número 1 de Mariannengasse se iba a convertir en la residencia permanente de Viktor. Se encontraba entre el enorme hospital general, al otro lado de Spitalgasse, y la Poliklinik, al cabo de la calle. Hermi Ecker, la encargada de la casa, que residió en el apartamento durante y después de la guerra, me contó que la casa no habría sufrido impactos directos de bomba, al tiempo que otros edificios de la misma calle habían sido derrumbados. La Poliklinik, al otro lado de la calle, también sufrió daños, aunque su estructura permaneció intacta. Tuchmann y Pittermann fueron de gran ayuda para Viktor tras su regreso. Y, una vez confirmada la pérdida de su familia, Viktor fue en busca de otra gente, sobre todo de sus amigos Polak y Potzl. El primer día y el segundo, se dirigió a casa de Paul y Otti Polak. Presa de la pena y de la desesperación, Viktor necesitaba imperiosamente alguien a quien poder abrir su corazón. Después de una breve reunión, ambos salieron al balcón del apartamento, que daba a unos jardines. Allí comunicó Viktor a Paullas terribles muertes de sus padres y de Tilly. Viktor el estoico lloró y lloró en presencia de su amigo. Cuando se hubo calmado, se volvió y dijo: -Paul, tengo que decirte algunas cosas, y sé que si hay alguien que puede entenderme, eres tú. Cuando todo esto le sucede a alguien, cuando a una persona la ponen a prueba de esta manera, debe de haber un motivo, debe tener un sentido. Tengo la impresión, y me resulta casi imposible describirla, de que algo me espera, de que, en este momento, se espera algo de mí. Tengo la impresión de que estoy destinado a algo, a hacer algo.

Al día siguiente, fui a ver al doctor Tuchmann, que se hallaba en el otro bloque. Judío de origen polaco, era una especie de responsable de comunica~ ciones. También era médico de cabecera y, durante la guerra, había trabajado de enlace entre la comunidad judía y la Gesrapo. Por aquel entonces, estaba en el ojo del huracán, pero no me gustaría reprocharle nada ... Trataba de hacerlo lo mejor que podía ... Después de la guerra, fue uno de los judíos más influyentes, y conmigo siempre tuvo un comportamiento cordial y le saltaron las lágrimas cuando le conté que habían asesinado a mi madre en la cámara de gas ... [TuchmannJ dijo inmediatamente que debíamos hacer algo por mí. Tenía un coche para asuntos oficiales, un descapotable, y me dijo: «¡Ven!», En primer lugar, nos dirigimos a Leopoldstadt, en el distrito primero, al ministerio de Asuntos Exteriores, al mismo departamento en el que había trabajado mi padre durante treinta y cinco años. Tuchmann me dejó en manos del doctor Bruno Pittermann, al que conocí alrededor de 1924, cuando yo había sido portavoz de la organización socialista estudiantil del instituto. La relación con Pittermann era muy cordial... Y él me dio una máquina de escribir Remington muy vieja para que pudiera trabajar en mi manuscrito ... En cuanto supe que mi familia había desaparecido, salvo mi hermana que se encontraba en Australia, sólo pensaba en acabarlo antes de morir, espontáneamente o por una causa u otra. Aparte de eso, no quería vivir. Pero había decidido no suicidarme, cuando menos, no antes de haber reconstruido mi primer libro, The Doctor and the Soul. Quería reescribirlo y así me fui formando para convertirme 3 en Dozent... Ya ves, estaba agotado y no tenía más planes. 178

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-Soy el doctor Frankl, y usted es la persona que insultó a mi madre. Desde entonces, ella sufrió una arritmia porque estaba muy preocupada. Y fue por

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Su fe en el sentido incondicional de la vida y en la necesidad de que exista una causa o el amor más allá de uno mismo abandonaban las esferas teóricas para alcanzar los lejanos territorios de la convicción personal. No entendía por qué se le había permitido sobrevivir a todo aquello, pero se dijo que aprovecharía al máximo la vida que le quedaba, tanto daba que fuera corta o larga. A diferencia de Polak, Otro Potzl era un hombre destrozado cuando Viktor se reunió con él, y poco podía ofrecer a su antiguo discípulo. El día anterior, le h~tbían despedido como jefe de la clínica psiquiátrica universitaria por su antigua filiación al partido nacionalsocialista. Y ver a Pórzl en aquel estado añadió una decepción más a las que ya había acumulado hasta el momento Vikror. No obstante, POtzl, que tenía sesenta y ocho años, siguió ejerciendo la medicina, la investigación y publicando durante algunos años más. Por algún motivo, todo eso sucedió antes de que Viktor fuera al edificio de apartamentos de Leopoldstadt donde se había criado. Por descontado, sabía que alguien ocupaba el piso, pero quería ver a Toni Grumbach, que lo había protegido durante los primeros años del régimen de Hitler. Viktor fue a Czerningasse y vio que la madre de Toni seguía viviendo allí. Quería asegurarse de que Toni estaba bien y brindarle su ayuda si la necesitaba ahora. Pero la anciana, después de haber vivido aquellos años, sospechaba de todo aquel que iba a preguntar por Toni, así que no le dio ningún dato a Viktor sobre su nieto y tuvo que esperar un tiempo antes de encontrarlo. El regreso a Czerningasse puso las emociones de Viktor a flor de piel, ya que en aquel lugar confluían muchos recuerdos y asociaciones. Pero también le volvió a la memoria un mal momento que despertó en su interior el deseo de venganza contra un hombre que había sido, en el pasado, vecino suyo. La venganza era algo que no iba para nada con su carácter, pero describió así el incidente.

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su culpa. Se lo dije tranquilamente. Él se cn~ogió de hombros y no le dije nada más. Pero cuando me fui, le di un beso a su abuela y me despedí de ella, aunque me fue imposible estrecharle la mano o despedirme de él. Aquello fue todo cuanro quedaba de mi intención de vengarme. Y después se acabó. Cosas así se en-

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quistan en la mente.

Le dije: -Viktor, él no te había insultado. Si lo hubiera hecho, posiblemente lo habrías olvidado. Viktor respondió: -Por supuesto, pero se trataba de mi madre, y no sólo la había insultado, sino que le había provocado aquel problema cardíaco. Y unos años más tarde, entró en la cámara de gas de Auschwitz y ya no importó. Viktor, para poner el punto y final a una poderosa serie de recuerdos, recogió las palabras de un presentador estadounidense al que ad1

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miraba: -Como siempre dijo Walter Cronkire: «Y así son las cosas». A finales de septiembre, era evidente que Viktor no sólo se dedicaba a escribir, sino que había regresado a su práctica profesional. Un concejal de cultura de Viena escribió una carta a la policía solicitando un salvoconducto para que Viktor pudiera ir a Suiza a una conferencia sobre psicología.' Carl Jung y Medard Boss figuraban en el programa, pero ni por esas Viktor conoció en persona a Jung. Por esa época, aproximadamente, aunque Vik~or consideraba que la violencia hacia su persona había concluido con la guerra, lo atacaron en la calle. Tuve una experiencia con soldados norteamericanos en agosto de 1945. Los transportes no funcionaban muy bien en Viena, y tan sólo operaban algunas líneas de tranvías. Yo me encontraba en Al ser Strasse,cerca del Anillo, cuando de repente salieron de la puerta de un edif1cio dos soldados estadounidenses. Me preguntaron cómo podían llegar a DObling u otro distrito de las afueras y les respondí en inglés, amablemente: «Coged el tranvía, pero deprisa porque es el último de la noche», el que llamábamos «el último azul». Y poco antes de que echaran a correr para coger el tranvía, cada uno de ellos me propinó un puñe-

Desde el primer día, me dije que no podía evitar vengarme de un hombre, un hombre que, en Czerningasse, había insultado a mi madre. Y fui a ver a su abuela y le pregunté: -¿Dónde está su nieto? Ella me respondió que seguía viviendo allí pero que había perdido una pierna en la guerra, se la habían amputado. Poco después apareció el nieto y le dije:

tazo que me tiró al suelo. 181

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EIIy intentó suavizar la historia, tal vez por consideración hacia mi nacionalidad. -¿Qué podemos decir? Les pedíamos a veinte norteamericanos que nos dieran comida o cualquier otra cosa, y lo hacían.

Pero Viktor leyó aquel incidente como una demostración más de lo que llevaba toda la vida afirmando: -¡Todo depende de la persona! En cada país se entremezcla la gente decente con los canallas. Con el tiempo, Viktor recuperó algunas de sus pertenencias anteriores a la deportación. El vecino del apartamento de Czerningasse le devolvió el grabado de Schiele, que Viktor había comprado cuando estudiaba medicina y que cuelga, en la actualidad, de su apartamento; los veinte metres de cuerda para escalar; el florete de sus días de colegio; algunos lápices y otras cosas de su padre, y unos cuantos libros. Paul Polak le entregó una copia del manuscrito original de The Doctor and the Soul anterior a la guerra y que usó en la reescritura del libro. Y Viktor acogió con alegría un busto de porcelana de Savonarola que había confiado a un vecino o amigo. El rostro del reformista cristiano, que se había opuesto al Papa y al clero corrupto, muestra una mueca de sufrimiento que conmovió a Viktor, que lo había adquirido antes de que llegara Hitler. Viktor rescató, asimismo, otro objeto que lo relacionaba con su vida pasada, uno que adoraba especialmente: las filacterias de su padre, las cintas judías con las pequeñas cajas de cuero en que se guardan las sagradas escrituras. En Australia, Stella conservó, durante el Holocausto, algunas fotos de la familia que entregó, en su mayoría, a Viktor tras el fin de la contienda. Sólo aquello quedaba de su vida anterior, y nada tenía mucho valor salvo para Viktor. A finales de 1945, Viktor acabó de revisar y de ampliar el manuscrito. Entregó una copia en la universidad para ser readmitido y otra a su editor. Tras ello, sintió que se había quitado un gran peso de encima después de las muchas ocasiones abortadas durante los años de Hitler. Cuando apareció finalmente en las librerías, bajo el título Arztliche Seelsorge («La profesión médica,, y de ahí el título posterior The Doctor and the Soul), la primera edición se agotó a los pocos días, pues Viena estaba ávida de alimento para el cuerpo y el alma, lo que Viktor denominaba «el vacío intelectual». A lo largo de doscientas páginas, trataba algunas de las preguntas más acuciantes de la época, como por ejemplo qué se podía

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hacer con el sufrimiento, con la vida tal y como era, y por qué se debía seguir viviendo. Después de la sección sobre ((el sentido de la muerte>}, añadió algunas páginas sobre ((la psicología del campo de concentración>>. Y esa breve sección provocó que los amigos de Viktor lo forzaran a seguir escribiendo al respecto. Justo después de acabado el libro, y a modo de respuesta a sus amigos, Vikror volvió a contratar a varias secretarias para retomar los dicta~ dos. Durante los nueve días que trabajaron juntos, completaron el manuscrito alemán de El hombre en busca de sentido. Fue a ver a su editor y le ofreció el manuscrito a condición de que lo publicara anónimamente, pero, presionado una vez más por sus amigos, Viktor se echó atrás y, si bien su nombre no aparecía en la portada, sí lo hacía en la primera página. Apareció a principios de 1946, con una tirada de solamente tres mil copias, pero el editor tenía muchas expectativas y no tardó en sacar al mercado una segunda tirada de unos millares más. Con todo, la segunda edición no se vendió tanto. Por ello, el editor le ofreció a Vi k tor venderle algunos ejemplares a bajo precio, y éste cogió un centenar. Ante la falta de ventas, el editor acabó desechando buena parte de esa segunda edición. Franz Deuticke también había sido el primer ediror de Sigmund Freud. En una ocasión, hablé con Deuticke [sobre el fracaso de mi nuevo libro] y me dijo: «¡Un momentoh>. Fue a sus archivos, cogió algunos papeles y diio: «El hito del psicoanálisis, La interpretación de los sueños, apareció en 1900». Había edi· rado una primera edición de mil ejemplares. Un centenar estaban destinados a reseñas, así que sólo se pusieron a la venta novecientos. ¿A que no adivinas cuándo se agotaron las novecientas copias? ¡Diez años después! En un primer momento, no hubo éxito comercial, pero a la gente le gustaba y hacían comentarios sobre el libro.

El primer libro de Freud se encuentra disponible aún, un siglo después, en muchas lenguas. La anécdota de Deuticke, tal vez narrada para dar aliento a Viktor, se iba a convertir en un preludio profético de El hom~

bre en busca de sentido.

Los primeros dos libros de Viktor nacieron de la revisión y la escritura que llevó a cabo entre su retorno a la ciudad en agosto de 1945 y enero de 1946. Por aquel entonces, ya había hecho caso del exhorto de Bruno !83

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Pittermann para que se presentara a un par de puestos en neurología-psiquiatría. Pittermann me envió al distrito primero, a la oficina de administración de asuntos sanitarios ... Aunque entonces yo no tenía el menor interés en encontrar un rrabaio. Ni siquiera me lo planteaba. Pero Pittermann insistió en que fmnara un p.1pel en blanco y que él se ocuparía de encontrarme un puesto. Más tarde, un responsable de la oficina de asuntos sanitarios me invitó y me confesó que sí, que Bruno Pittermann les había dicho que tenían que ofrecerme un cargo. Y tenían dos opciones: o bien me nombraban director del sanatorio Stcinhof, con una capacidad de cuatro mil camas, o me concedían otro puesto que seguía vacante al frente del departamento de neurología de la Poliklinik. Y dije -Señor, durante cuatro años fui residente de psiquiatría en Steinhof y se trata de un puesto que me interesa, darle mi aire a la institución, infundir un nuevo espíritu. Pero él respondió: -No será posible; no se trata de darle un nuevo aire. No podrá introducir ideas nuevas. Y recordé que casi nunca habíamos visto al director del Steinhof porque siempre estaba en la antesala del despacho del alcalde, intentando que la administración local aumentara la inversión por paciente, ni que fuera de un chelín y doce centavos a un chelín y catorce centavos.

Le pregunté a Viktor si lo había entendido bien. -¿Dices que Steinhof era tan grande y que había tanta burocracia que no podías hacer nada para influir en el sistema? Y contestó que así era, y siguió describiendo la reunión. -Así que le dije al responsable: «De acuerdo, me quedo con el departamento de neurología de la Poliklinib. El hombre que había estado al frente del departamento había huido porque pertenecía a las SS, así que el puesto estaba libre. Lo ocupé y, cuando empecé, había una doctora que era la ayudante del jefe anterior. Pero mi primer ayudante fue el doctor Schober. En febrero de 1946, Viktor empezó a trabajar en la Poliklinik en Mariannengasse («poli» viene del griego polis, ciudad). La Poliklinik había sido y seguía siendo un pequeño hospital para los habitantes de la ciudad, incluidos los pobres, de ahí que también se pueda pensar que era un «hospital popular». Estaba a unos dos minutos a pie del apartamento en d que se había instalado Viktor. La ubicación era de lo más adecuada, así fue 184

corno se inició un cuarto de siglo durante el que Frankl ejercería de Vorstand o jefe del departamento de neurología de la Poliklinik. Viena era una ciudad plagada de burócratas, e incluso la comunidad médica estaba fragmentada en capas y denominaciones, motivo por el cual, en tanto que jefe de departamento, Frankl recibía el nombre de «primario11. Dirigirse a él como «Herr Doktor Primariusn no era extraño; aún no había añadido el título de profesor.

Elly y yo hablamos con Viktor del período de su vida justamente anterior a su encuentro. Volvió a surgir la liberación de Türkheim y Viktor recordó a los soldados de Texas, entre quienes había algunos procedentes de la ciudad de Austin. Viktor sacó a colación un recuerdo que le resultaba grato de un viaje posterior a Texas, cuando le invitaron a hacer una parada para conocer al alcalde de Austin. Para sorpresa de Viktor, el alcalde le entregó una medalla por la cual le nombraban ciudadano de honor de Austin. Y esta fue la respuesta de Viktor al alcalde: -No es del todo apropiado que me nombren ciudadano de honor. Sería más adecuado que yo le nombrara logoterapeuta honorífico. De no haber habido tantos soldados de Texas, y unos cuantos de esta ciudad, que arriesgaron e incluso dieron su vida, hoy no existirían ni Frankl, ni la logoterapia. Ya ve, fueron sus soldados tejanos quienes me liberaron a mí y a mucha gente más del campo de Türkheim.' El alcalde quedó visiblemente emocionado. La conversación sobre Texas nos condujo a otra conexión humana con la liberación. En 1995, Dalias acogió el Congreso Mundial sobre Logoterapia. Viktor nos recordó que le había resultado imposible asistir al congreso, y que estuvo representado por sus nietos, Katja y Alexander. -Exhibían el uniforme del soldado que había entrado en segundo lugar en el campo de concentración de Türkheim y nos había liberado. Su hijo y su viuda estaban allí, y ella había alquilado el uniforme al congreso para que lo exhibieran mientras se celebraba. Y cuando lo supe, les pedí a Katja y Alexander que colocaran una rosa en mi nombre en el uniforme?

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En el tiempo libre que me quedaba entre nuestras conversaciones, seguí explorando los lugares donde Viktor había vivido y, como de costumbre, 185

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informaba al matrimonio de lo que había hallado y fotografiado. En un caso, me subí al gigantesco Ferris, el Riesenrad, del Prater para divisar cómo había sido el vecindario de la familia Frankl antes de la llegada de Hitler. Desde lo más alto, pude ver la posición de las vías de la estación del norte en relación con Czerningasse. Inmediatamente, Viktor citó el pasaje de El hombre en busca de sentido en que describe cómo miraba su calle desde el tren que le llevaba, junto a sus compañeros a Dachau.g Y les dije que me había puesto en pie en la noria para percibir la vista que describe. Al oírlo, Viktor y El! y se quedaron pasmados ya que lo que había hecho no estaba permitido y era, tal vez, algo peligroso. Descubrí que la mejor posición estratégica era subir a las vías elevadas de la estación del norte y, entre los trenes, caminar hacia el sur unos cuantos metros desde el final del andén. Allí tuve, virtualmente, la misma vista de Czerningasse, aunque ahora había unos cuantos edificios nuevos de apartamentos. Los transeúntes que me veían con la cámara parecían querer adivinar por qué tomaba fotografías desde ahí.

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Anteriormente, Viktor se había ofrecido para Jlevarme a la pensión Auer; Elly también estaba dispuesta a ello. Fue la pensión donde pasó las primeras dos semanas tras su regreso a Viena. Sin embargo, él, el dibujante-cartógrafo, empezó a hacer un mapa y un diagrama de Auer, que seguía en el mismo lugar después de medio siglo. Me explicó cómo era, tal y como lo recordaba, el patio interior:

-Si entras, bajas al sótano, y ahí está el jardín. Y desde el jardín se ven los ventanucos. Hay una habitación o dos en alquiler, con unas ventanas que dan al jardín, y en esa habitación pasé catorce días ... Una habitación pequeña, medio enterrada y donde me preguntaba por qué debía seguir viviendo. Les dije a Viktor y Elly que podría dar con ella solo, y así lo hice. Pertrechado con las instrucciones y el diagrama, entré en Auer. No había nadie alrededor, así que penetré en el patio y vi que era tal y como Viktor lo había descrito, salvo que ahora el «jardín)) era una palabra demasiado generosa para describir un espacio exterior lleno de hierbajos. Pero los ventanucos de las habitaciones del sótano seguían ahí, y me acerqué a ellos y tomé algunas fotografías. Llegué incluso a la zona subterránea donde había estado la habitación de Viktor. Cuando regresé a casa de los Frankl y les expliqué lo que había visto, Viktor se sintió complacido por mi excursión y, creo, con su capacidad para recordar el lugar con precisión.

ALGO TE ESJ1ERA

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Un viaje en coche con un amigo, en 1996, nos llevó a realizar una excursión más ambiciosa. Fuimos al lugar en que habían estado los dos campos de Dachau, después que Viktor nos explicara qué íbamos a ver durante el viaje. Una vez más, su memoria era extraordinaria, aunque apenas quedaban elementos de Kaufering y Türkheim para compararlos con los restos conservados de Auschwitz-Birkenau y el campo princiPal de Dachau. No se veía ningún edificio, ni rastro de los barracones, semienterrados la mayoría y con techos en pendiente hasta llegar al suelo por ambos lados, característicos de Kaufering Ili y de Türkhcim. Tampoco había un museo de verdad, y poco más que campos, bosques y zonas residenciales hallamos en el lugar, paisajes hermosos aunque inquietantes. También vimos hitos y recordatorios, y más de un cementerio (KZ-Friedhof), algunos de ellos con un número considerable de lápidas ocultas por los árboles. Entre algunas casas, encontramos un espacio abierto con un cartel de una vieja vista aérea de Kaufering 111 y bloques de cemento, que marcaban posiblemente el punto donde se habían alzado los edificios. Aquella vista aérea guarda el mismo parecido repugnante con la del resto de campos, con filas y filas de barracones alrededor de la Appellplatz, donde Viktor y sus compañeros formaban mientras pasaban lista. (De regreso a casa, supe que Kaufering había tenido quince subcampos, once para hombres y cuatro para mujeres. La administración central se hallaba a unos sesenta kilómetros al norte de Landsberg, en cuya prisión pasó algún tiempo Hitler antes de alzarse con el poder.) Después del largo día, mi amigo y yo buscábamos un lugar donde pasar la noche y acabamos en el hotel Rid, enfrente de la estación-de ferrocarril de Kaufering. Ni vimos, ni oímos a otros huéspedes en el hotel y nos pareció un lugar siniestro. Si aquella estación hablara ... En 1999, tres años después de esa visita a Kaufering, el ayuntamiento bautizó una calle de la sección sur con el nombre de Viktor-Frankl-Strasse. El cartel reza simplemente que el nombre de Frankl se erige en representante de la desgracia de los campos de Kaufering y de lo que allí pasó. Tras abandonar el hotel Rid, a la mañana siguiente, fuimos a dar una vuelta por la zona y nuestro primer destino fue el hospital de Bad Worishofen, donde Viktor trabajó después de la liberación. No fue difícil descubrir que se había convertido en el hotel Sonnenhof. ni imaginar las partes más viejas como los pabellones que conformaban el antiguo hospitaL Acto seguido, pusimos rumbo a Türkheim. 187

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ALGO TE ESPERA LA LLAMADA DE LA VIDA

Llegamos al ayuntamiento (Rathaus) de esta atractiva ciudad, donde esperaba que nos podríamos orientar. Mi compañero halló un lugar don-. de sentarse al sol y yo entré. No se veía a nadie, y de pronto llegué al despacho del alcalde. Era un lunes de principios de julio y, cuando llamé a la puerta, lo que encontré superaba con creces lo que me había imaginado. El propio alcalde, el doctor Klaus Büler, abrió la puerta y parecía sorprendido por el hecho de que alguien hubiera llegado hasta allí. Cuando le expliqué que estaba escribiendo un libro sobre Viktor Frankl, me dispensó una cálida bienvenida. De su despacho sacó una copia de Für die Vergessenen' (Para los olvidados), ojeó el interior y me lo regaló. Al instante, abrió un mapa de Türkheim y señaló Viktor-Franki-Weg, una calle más dedicada a Viktor. En el coche me reuní con mi compañero de viaje y viajamos con la ayuda del mapa. Llegamos a la calle, situada cerca de la estación de trenes de Türkheim, en el cruce de Martinstrasse y Martinring. Viktor-Franki-Weg nos lleva a un túnel formado por unos árboles encorvados. Pasamos junto a algunas casas y, cuando se acabó la calzada, una carretera sucia que continuaba por campos de maíz y heno la sustituyó. En el número 99 de Viktor-Frankl-Weg hay un edificio conmemorativo, circular y con una cúpula, de una sola habitación. Grabadas en los muros del interior, en un alemán poético, están las palabras «Dejad que este hito esté dedicado a una devota expiación, para que podamos caminar de nuevo en justicia». En el exterior y sobre la puerta, a la izquierda, se ve una estrella de David judía y, a la derecha, la cruz cristiana. En ese mismo lugar, el 27 de abril de 1985, en el cuadragésimo aniversario de la liberación de Türkheim, Viktor se dirigió a la multitud congregada. Un decenio después, el lugar estaba tranquilo, resguardado del sol y al fresco gracias a unos inmensos árboles. Cerca de allí hay una placa que se refiere a los campos de Dachau como «fríos crematorios)) a causa de los millares de personas que murieron de frío, hambre y enfermedades. En una vera del camino que hoy lleva el nombre de Viktor, adoptó el papel de un pastor. -El primer día de la liberación, en Türkheim, tuve que pronunciar unas palabras, porque no había sacerdotes, ni rabinos, nadie para enterrar a un tipo que había muerto la noche anterior en los barracones ... Cavamos una fosa y depositamos el cuerpo. Y antes de que lo cubriéramos de nuevo de tierra, pensé que debíamos hacer algo en un sentido religioso.

y dije uno de esos textos hebreos que había aprendido de memoria y una oración para los muertos [el Kaddish de los dolientes J. Y lo sepultamos. fue todo cuanto pude hacer. ,.:¡

Aquí cerramos la primera parte y dejamos a Viktor en Viena a finales de 1945, intentado retomar su vida. Escribe y se decide entre los trabajos que Pittermann le ha conseguido. Aunque Viktor ha recuperado a algunos de sus amigos, está solo y sin familia, y se plantea la opción de emigrar a Australia para estar junto a Stella y empezar de nuevo, de un modo u otro. La segunda parte, a la que pasaremos a continuación, habla de Elly, una niña y una joven que vive al otro lado del Danubio. En este punto de la historia, Viktor y Elly no tienen la menor noticia de la existencia del otro. Viktor desaparecerá en la segunda parte, tan sólo estará sentado mientras entrevisto a Elly. Después de dos capítulos sobre Elly, que conforman la segunda parte, en la tercera nos hablarán de su en-

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cuentro y de su vida juntos a lo largo de los años.

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IARRIBAJ Walter, Viktor y Stella Frankl, c. 1910. (Archivos de los Frankl.) (ABAJO) Elsa y Gabriel Frankl con sus hijos Stella, Walter y Viktor, c. 1925. (Archivos de los Frankl.)

(DERECHA) Un joven Viktor ejerciendo de médico, con Paul Polak (el más airo) observándole.

(Archivos de los Frankl.) Unos buenos amigos (de izquierda a derecha): Erna Gsur, Paul Polak, Otci Polak, Tilly y Viktor Frankl, y Hubert Gsur, cerca del momcnro de la boda (ABAJO}

de Frankl, 1941. (Archivos de los Frank!.)

(ARRIB.\) Foto de la boda

de Hermine Prihoda y Leo Schwindr, 22 de abril de 1922. t'Archit,os de los Fra11kl.) (17.t)UIJ RlH) El!;: Sdn\-illll! ¡i,Jm.i-.

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(DERECHA) Elly Schwindt (derecha) con sus amigas Gerti y Alexey, ayudando a reparar los daños provocados por una bomba en la Polik!inik, 1944, (Archivos

de los Frankl.)

(CENTRO) Interior de los barracones en Kaufering, en 1945, similar al mismo donde Viktor estuvo a punto de morir. (Archh·os Nacionales de Estados Unidos.) (ABAJO) Condiciones en el campo de

(IZQUIERDA! Elly en la

concenrración de Kaufering después de la liberación, ] 945. En la paree superior de la fotografía se aprecian los barracones semienterrados. (Archivos Nacion,1/es de Estados Unidos.)

Poliklinik, aproximadamente cuando conoció a Viktor (1946). Una de las fotografías predilectas de Viktor en que aparece ella. (Archivos de los Frankl.) (ABAjO) Boda de Viktor y Elly, el18 de julio de 1947.

Junco a Viktor, su «madrina», Grete Wciscr, tía de la difunta Tilly Frankl; junto a Elly, Grete Krotschak, su «madrina». (Archivos de los Frankl.)

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(SUPERIOR IZQUIERDA) Viktor,

Elly y su hija Gaby escalan los Dolomitas. (Archivos

de los Frankl.)

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(SUPERIOR DERECHA) Franz Vescly con Gaby Frankl en el Hohe Wand. (Archivos de los Frankl.) (ABAJO) Viktor dicta la correspondencia dur
de los Frankl.)

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(ARRIBA) (de izquierda a derecha) Norma Tweedie, Viktor Frankl, Elly Frankl y Don Tweedie jugueteando en el rancho de los Tweedie en California. (Archivos de los

Frankl.) {ABAJO) El Papa Pablo VI con Elly y Viktor en Roma, 1970. (Archiuos de los Frmzkl.)

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UNA CRIATURA AL OTRO LADO DEL DANUBIO 1925-1937

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Elly y Viktor en las montañas.

(Archivos de los Frankl.)

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(IZQUIERDA) Alexander y Katja Vesely, los nietos de los Frankl. (Archivos de los Frank/.) <'-:

La familia Frankl en

detrás del escritorio de Viktor: (de izquierda a derecha) Franz y Gaby Vesely, Viktor, Katja, Elly y Alexander. (Archivos de los Frank/.) (ABAJO)

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De la pared de mi estudio cuelga un enorme mapa de Viena y sus alrededores. El dibujo comprende, de norte a sur, unos veinte kilómetros, y de este a oeste, treinta, con lo que se ven las zonas residenciales del extrarradio, las ciudades colindantes y una considerable porción de los inmensos bosques de Viena. Para trazar la vida del matrimonio Frankl, he puesto marcadores en los lugares clave del mapa. Una docena de agujas o «banderas» denotan los lugares de Viktor, donde pasó buena parte de su infancia, fue educado y asistió a la facultad de medicina, además de una para el panteón familiar en el cementerio. Las cuatro agujas de Elly indican su casa y las escuelas a las que asistió, la casa de Tante (Tía) Mitzi y la tumba de la familia en un cementerio diferente. No hay punto en el mapa que diste más de diez kilómetros de San Esteban, en el centro de la ciudad. Así, la historia de la familia Frankl está rodeada, virtualmente, por un círculo de dieciocho kilómetros, con el epicentro en la catedral. 1 En el centro del mapa de la pared he dibujado los límites de un área de Viena más pequeña, creando de este modo un mapa dentro del mapa. Comprende un sector de unos cinco kilómetros por siete, y en él hay diez de las dieciséis agujas. Ya consultemos un gran mapa o uno tan sencillo como el que aparece en el libro, hay un rasgo distintivo de Viena que nos permite ubicar a Eliy Schwindt, la «criatura del otro lado del Danubio». Hay cuatro canales navegables (véase el mapa) que llevan el nombre del Danubio: el propio río Danubio (Donau), el Nuevo Danubio (Neue 201

UNA CRl:\TUIC-\ Al. OTRO L:\00 I>EJ. Dt\Ntii\IO

LA LLA/'o.·IADA DE LA VIDA

Dona u), que transcurre junto a él, el Viejo Danubio (Alte Dona u), en Kaisermühlen, y el canal del Danubio (Donaukanal), que sale del río para llegar a la ciudad y regresa al río en un punto situado al sur, dando lugar a la <(isla)) en la que se encuentra Leopoldstadt. A pesar de que el río Danubio es objeto en la actualidad de una limpieza medioambiental, probablemente jamás haya sido tan azul y nítido como nos lo han querido hacer ver los poetas y los músicos. Pero es majestuoso y, en cierto sentido, bello. Si se llega a la ciudad desde el norte, fluye hacia el sureste durante unos cuarenta kilómetros con un caudal que parece el de los dos canales (el Danubio y el Nuevo Danubio), separados por la Isla del Danubio, dedicada a actividades de recreo. El efecto que provoca el río es separar las pequeñas zonas del noreste de Viena de la metrópolis en expansión. Una serie de puentes, modernos y transitables, une la ciudad. En los mapas cuadriculados, la sección que se encuentra en la pane superior derecha, cortada por el río, suele aparecer en forma de triángulo. En el interior de ese triángulo se encuentra Kaisermühlen, un pequeño vecindario en las proximidades de los canales navegables. El Danubio recorre uno de los flancos, y el Viejo Danubio describe una curva alrededor del otro, creando así una grandiosa «isla)) que acoge el parque del Danubio, la imponente ciudad UNO, que alberga desde 1979 varias agencias de las Naciones Unidas, y Kaisermühlen. El crecimiento de la zona ha cambiado el aspecto de Kaisermühlen desde 1925, cuando era un lugar tranquilo y exuberante. El Viejo Danubio y sus islas, el Grosse Giinsehiiufel y el Kleine Giinsehaufel, son lugares de recreo veraniegos a los que suelen acudir gente de la zona. Pero una guía turística los describe conjuntamente como ((el tramo más atractivo del río, y con diferencia, cuyos sauces llorones y clubes de remo hacen que se asemeje al Támesis en Eton)). 2 El alquiler de una embarcación a remos o a motor permite visitar la zona, imaginar un tiempo pasado en el que unos bosques espléndidos rodeaban esas aguas y sentir la textura rural de Kaisermühlen y su aislamiento de la ciudad. De hecho, en 1925, era una pequeña zona residencial, ocupada principalmente por familias cristianas de clase obrera. La iglesia parroquial, Herz ]esu (Corazón de Jesús), en Schüttauplatz, no está lejos de las islas de Giinsehiiufel. Y el número 64 de Schüttaustrasse es el edificio de apartamentos donde nació Elly. Las ventanas del apartamento familiar daban a Herz jesu y a las aguas que fluían por detrás del templo. 202

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Aunque los lugares donde nacieron Elly Schwindt y Viktor Frankl están a unos tres kilómetros de distancia, los mundos en los que se criaron de pequeños eran muy diferentes, tanto en coordenadas espaciales como temporales. Viktor nació casi un decenio antes de que se iniciara la primera guerra mundial; El\ y, siete años después de su conclusión. La infancia de Viktor transcurrió entre el bullicio de Leopoldsradr, cerca de los hervideros comerciales e intelectuales del centro d~ la ciudad; la infancia de Elly, que comenzó dos decenios después de la d~ Viktor, tuvo como escenario Kaisermlihlen, un lugar más recogido y m~nos ajetrc~1do.

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La madre de Elly fue Hermine Prihoda, que n.Kió el 12 de diciembre de 1900 en Leopoldstadt. Los padres de Hermine, los abuelos maternos de Elly, habían nacido en Checoslovaquia: Johann Prihoda, el 22 de julio de 1875 y Maria Tuna, el 29 de noviembre de 1868. Johann y Maria llegaron de Praga y se instalaron en Kaisermühlen, donde permanecieron el resto de sus vidas. Maria murió en 1922, antes de que Elly naciera, pero Johann vivió hasta una edad muy avanzad(!.. Fue un fotógrafo de éxito y tenía su estudio en el desván del edificio del número 64 de Schüttaustrasse, sobre la vivienda famili3r. La casa aún sigue en pie, en la esquina de Schüttaustrasse con Moissigasse. Aunque Elly jamás conoció a la abuela Prihoda, supo más tarde que Maria había sido una mujer sencilla que, madre de dnco hijas, ahorraba dinero para que todas pudieran tener, algún día, una casa. Pero perdió el dinero que había ido amasando con el paso de los años en la depresión económica de los años veinte y se quedó sin blanca. Uno de Jos miembros de la familia Prihoda hizo que el nombre cobrara una cierta fama: Vasa Prihoda fue un egregio violinista que no sólo dio conciertos en su Praga natal y en Checoslovaquia, sino en muchos países extranjeros. Aún es posible encontrar en la actualidad algunas de sus grabaciones. El público que acudía a sus conciertos aseguraba que Vasa podía tocar más rápido que nadie en el mundo. Las cinco hijas de Johann y Maria Prihoda nacieron y crecieron en Kaisermühlen. Con veinticinco años, Hermine dio a luz a Elly, y sus cuatro hermanas menores, que serían las tías de Elly, fueron Tilde, nacida en 1902, Mitzi, en 1909, y las gemelas Grete y Gusti, en 1910. Las cinco pasaron su vida en Viena. De las cuatro, la tía Mitzi iba a desempeiiar el papel más significativo en la historia de Elly.

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LA LLAMADA DE LA VIDA

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Los ancestros de Elly por parte de padre están relacionados con una leyenda que se remonta a varios siglos, a una banda de bandidos de la región de Salzburgo que robaban a los ricos para dar el botín a los pobres. Cuando le dije a Elly que aquello me sonaba a la leyenda de Robin Hood, respondió que tal vez sí. Y Viktor apostilló: -Y también a la de Karl Marx.

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El abuelo paterno de Elly era Richard Schwindl, nacido el21 de septiembre de 1862 en Laxenburg, una pequeña población a unos diez kilómetros de Viena. Se enamoró de Leopoldine Michtner, austríaca hasta la médula y también nacida en Laxenburg, el 11 de mayo de 1867. Procedía de una familia acomodada y, después del enlace, Richard y Leopoldine poseían prácticamente la totalidad de Laxenburg. Tuvieron cuatro hijos: Karl (1895-1972), Richard (que nació en 1897, fue herido en la primera guerra mundial y vivió con su madre desde entonces), Roberr (1898-1973) y Leo, que nació el 30 de octubre de 1900 e iba a ser, con el tiempo, el padre de Elly. Ni al pequeño Leo, ni a sus hermanos les faltaba de nada, pero su privilegiado tren de vida no iba a durar mucho. Mientras Viktor y yo escuchábamos a Elly, ella se remontó, espontá· neamente, a los orígenes de su padre. No sé cuán ras casas tenía Lcopoldine. Ella y su marido tuvieron cuatro hijos, pero él murió bastante joven y ella se volvió a casar. Y el segundo marido, de nombre Schulz, cogió todo el dinero y vendió rodas las propiedades para montar un negocio. Lo perdió roda y también murió joven ... así que ella se trasladó a Viena con los cuatro chicos (mi padre era el más joven) y empezó a ganarse la vida como lavandera en Leopoldstadr.

No resulta sorprendente, dada la herencia de la familia y la zona en la que vivían, que los cuatro abuelos de Elly fueran católicos romanos. Austria ha sido un país con una abrumadora mayoría católica, donde apenas tuvo efecto la reforma protestante que, unos siglos atrás, se había propagado por Alemania y otros países europeos.

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Leo Schwindl y Hermine Prihoda se casaron el 18 de abril de 1922, en una ceremonia católica en Herz]esu, en Kaisermühlen. Tomaron como hogar un pequeño apartamento de la tercera planta del número 64 de Schüttaustrasse, el apartamento 22, que sigue hoy al1í, con la misma puerta y la misma placa con el número. Leo trabajaba de dependiente en una tienda del distrito primero, en el casco antiguo de la ciudad. La tienda 204

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UNA CRIATURA AL OTRO lADO DEL DANUBIO

proporcionaba materiales a los sastres, y comerciaba con tejidos y todo aquello que éstos necesitaran para ejercer su profesión. Por aquel entonces, a falta de ropa pret-il-porter y producida industrialmente, la gente acudía a las sastrerías de barrio para encargar su vestuario; cuando menos, quienes podían permitirse nuevas prendas. Leo y Hermine tuvieron tres hijos, y todos nacieron en el pequeño apartamento del número 22. Kurt llegó al mundo el12 de agosto de 1922, pero no vivió sino unas pocas semanas. En septiembre, sus padres tuvieron que pasar por el trago de enterrar a su primogénito. Un año después, el 22 de agosto de 1923, Hermine dio a luz a otro chico; le pusieron el nombre de Alfons, pero lo llamaban ((Ali)). De vez en cuando, solían usar el diminutivo infantil ((Alala" o incluso Alí Baba, de la historia de Las mil y una noches ((Aií Baba y los cuarenta ladrones)). Cuando Ali acababa de cumplir dos años, la familia esperaba a su siguiente hijo; y llegó el 6 de noviembre de 1925. Le pusieron el respetable nombre de Eleonore Kathari· na Schwindl. Para facilitar las cosas en el día a día, la familia y los amigos decidieron, todos a una, llamarla Elly. En un primer momento, lo escribían Elli, pero durante su vida adulta, la forma que ha usado habitualmente ha sido ((Elly)). Al igual que en otras culturas en la actualidad, no era extraño que en Viena, por aquel entonces, los niños durmieran con sus padres. En el caso de la familia Schwindl, aquella disposición no era únicamente una costumbre, sino que lo exigía el escaso espacio en el que vivían. Conforme los hijos crecen en apartamentos de estas dimensiones, los varones comparten cama entre sí o con el padre, y las mujeres hacen lo propio. Los únicos momentos en que la juguetona Elly estaba realmente callada eran cuando dormía o estaba enferma. De hecho, durante sus primeros años, sufrió todo tipo de enfermedades infantiles. Por fortuna, el médico se presentaba en la casa cada vez que lo avisaban. -Teníamos un médico de cabecera judío e~ Kaisermühlen, y se llamaba Leopold Frucht. Venía a casa, aunque no le podíamos pagar nada. Jamás pidió un chelín. Al contrario, siempre me traía chocolate, o una manzana. Así que me encantaba ponerme enferma, porque sabía que el doctor iba a venir y que me traería algo ... Parece que conocimos lo mejor y lo peor de los judíos, nunca un término medio . Viktor, atento, murmuró: -No me atrevería a preguntarle en qué lado estoy... 205

LA LL\:-.HDA DE LA VIDA

UN" A CRIHUlti\ \l. OTRO 1.:\Dl \ DEl_ J):\:\l_'l\1\ 1

En otra ocasión, cuando Elly revisaba viejas fotografías de cuando

Cuando empezó a asistir a la escuela, Elly era lo que llamaríamos, gracias a Thomas Edison, una persona llena de vida. Participaba en todo

y, conforme pasaba de un curso a otro, su salud y su corpulencia mejoraban. Elly, que no se sentía especialmente ligada a su madre y tenía un temperamento marcado, adoraba a su padre. Éste era un hombre sencillo, con unos principios que jamás traicionaría. Al igual que su ma-

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dre, Leo venía de un entorno acomodado y acabó siendo pobre, pero jamás perdió el amor propio, ni siquiera durante los once años que estuvo sin empleo y que se iniciaron en 1927. Por este motivo, durante buena parte de la infancia de Elly, su padre tuvo que hacer todo tipo de tra-

ambos. En un tono de reprimenda, Vikror dijo a Elly: -Eily, a mí nunca me cnscñ
bajos para sacar a flore a la familia. Muchos er~m tr
unas fotos que jamás he visto? Elly volvió a ignorarlo y me dejó seguir riendo. Y acro seguido, continuamos viendo unas fotografías por las que lo.:, tres sentíamos un inte-

-Durante varias horas al día -recordaba Elly- limpiaba casas particulares. Cada día, a las tres de la mañana, mi padre, mi madre, Ali y yo íbamos a limpiar casas o tiendas para ganar algo de dinero.

rés genumo. Cuando le pregunté a Elly cu
Leo Schwindl era uno de tantos desempleados que vivió en condiciones desesperadas en el período de entreguerras. Finalmente, Leo consiguió un trabajó a jornada completa en 1938, poco antes de que Hitler llegara a Austria. No obstante, de todos los miembros de su extensa familia, Leo

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era uno de los más preocupados por el régimen nazi y por los auténticos objetivos de Hitler.

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El padre de Elly se llamaba Leo Schwindl, pero se cambió legalmente de apellido por el de Schwindr en 1934. El principal motivo era que Schwindl se pronuncia como la palabra alemana Schwindel, que significa «engañan) o «mentir)). Con ese sencillo cambio, añadir un rabo a la última letra del apellido, la familia Schwindt acabó con un retintín negativo que no se merecían, a pesar de que en algún lugar del árbol genealógico se ocultaban unos cuantos bandidos. Mientras Elly relataba su historia, Viktor se volvió hacia mí con una mueca y dijo: -A diferencia de mi esposa, que pasó de llamarseSchwindl a Schwindr, yo nunca cambié Frankl por Frank.

En un primer momento, me hizo gracia. Y me hizo mucha más cuando El! y se limitó a ignorar el comentario y continuó navegando por foro-

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grafías y documentos. 206

aprendió a nadar, de su primera comunión u otros episodios, yo se las pasaba a Vikror para que las viera lo mejor que pudiera {por aquel entonces, su vista era ran pobre que le describíamos la~ fotografías más importantes). Se produjo un altercado entre Viktor y Elly que habría puesto los pelos de punta a un extraño que lo hubiera oído. l)ero yo estaba tan acosrumbrado a aquellas bromas que me carcajeé, i.I reacción predilecta de

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UNA CRIAllJRA AL OTRO LADO DEL DANUBIO

y que lloraba y pensaba: ••Esto no me pasará nunca. Nadie hará esto por mú), Aquello me hacía mucho daño entonces, pero cuando pienso de nuevo en todo ello, me alegro mucho de que todo aquello fuera para Ali.

-Cuando se casó conmigo, empezó a convertirse en una bruja.

Y Elly le corrigió: -¡Ya era una bruja antes de casarme contigo, Viktor!

Él insistió: En efecto, nunca hubo un festejo para celebrar la confirmación de Elly. Sus padres y la abuela Schwindt, que habrían estado encantados

-Pero ahora es una bruja de los pies a la cabeza. A Elly le divirtió el comentario, rió y asintió:

de celebrar una fiesta para ella, eran demasiado pobres entonces y el tío Roman no dio ningún paso. En el resto de deberes religiosos, la familia Schwindt asistía a las misas de las fiestas de guardar, pero a partir de los años veinte rrabajaban los domingos y no podían ir con regularidad. Otra cosa que tenía embrujados a Viktor y Elly era la tarjeta profe· sional del abuelo: Johann Prihoda, artista, fotógrafo y jefe de bomberos. Cuando Elly me la pasó, Viktor rió entusiasmado: -¿Acaso no es espléndida?

-Sí. Una bruja de los pies a la cabeza. Una vez, cuando el padre de Elly limpiaba un cine, cogió algunos folletos publicitarios que los espectadores habían abandonado. En ellos se veía una fotografía de la actriz Greta Garbo, y se los llevó a casa para dárselos a Elly y Ali, a modo de sorpresa. EI!y cogió unos cuantos, escribió el

nombre Schwindt y los dejó en el buzón de la iglesia del Corazón deJesús. Cuando el sacerdote los encontró, abroncó a Ali por la travesura. No

bien Elly confesó a Ali que había sido ella, él le mostró su desagrado. Cuando Elly y Ali tenían cuatro y seis años, la familia Schwindt de-

Por lo visto, johann había sido bombero voluntario. En el estudio fotográfico, se encargaba de hacer retratos, y no hogueras por supuesto, así que era uno de los lugares predilectos y más seguros para que jugara la pequeña Elly. Describió a su abuelo como un tipo divertido, y a Elly siem-

cidió, en un día especial, que se iban a hacer un retrato de familia. El día antes, Elly y Ali empezaron a jugar a barberos con unas tijeras. Cada uno

se llevó por delante el pelo del otro. Alfons cortó los lados y dejó sólo el pelo de la parte superior de la cabeza. Cuando le tocó el turno a Elly, cortó el pelo de la parte superior y dejó largo el de los lados. De este modo,

pre le gustaron las personas divertidas y especiales.

·'· Elly no sabía muchas cosas de los años de juventud de su padre, pero suponía que había sido una persona traviesa, tal vez tan granuja como ella. Y lo pensaba porque a el le encantaba que ella fuera tan pilla y payasa.

ninguno estaba preparado para posar para el retrato. Su madre tuvo que

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-Pero Alise sentía avergonzado por mí cuando estaba con sus ami-

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gos ... Él estaba más unido a mi madre, y mi padre estaba muy orgulloso de

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él porque era bueno, por su buen corazón. Pero yo siempre fui la traviesa.

Evidentemente, de pequeña, Elly hizo mil y una travesuras: -Era un dernonio, una bruja ... Al salir de la escuela, me moría de ganas de pelearme con los chicos, y Ali no sabía dónde ocultarse [sonríe] ... Él nunca lo hizo. No era una persona a la que le gustara mucho el contacto físico.

Cuando le dije a Elly que las palabras «demonio» y «bruja» podían sonar demasiado fuertes, dejó la decisión de usarlas en mis manos pero persistió en caracterizarse como una chica mala y valiente.

Después de haber escuchado en silencio buena parte de la conversación que mantenía con Elly, Viktor exclamó: 208

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llevarlos a toda prisa a un barbero de verdad para que reparara aquel desastre. Pero lo habían hecho tan mal que, para que el corte quedara bien, éste casi tuvo que raparles la cabeza. En el retrato, la madre Hermine'se encuentra en el centro, flanqueada por sus tres hermanas; el primo Kurt

luce una espléndida cabellera pero Elly y Ali están casi calvos. Para Elly, la fotografía era cómica: aparece como la más pequeña y no sólo parece el diablillo que era, sino también como un chico que está a punto de salirse de la fila en el momento más inesperado y como una criatura a la que nos encantaría perseguir por la casa o aguardar escondidos y saltar

y abrazarla (véase la fotografía) . Conforme se acercaba el momento del ingreso de Elly en la escuela, Tan te Bertha, la esposa del tío Robert, cobraba conciencia de las dificultades en las que vivía la familia Schwindt. Aunque podía ser dura con los chicos, Bertha quería ayudar a la familia y les encontró un alojamiento en GrafenwOrth, una población de una zona agrícola situada a unos cincuenta kilómetros de Viena. No estaban exentos de pagar el alquiler, 209

UNA CRIATURA Al OlRU LADO DEL [)ANUI~IO

LA LLAMADA DE LA VIIM

pero una parte del acuerdo era que Leo trabajaría en el mercado local, Spezerei & Delikatessenhandlung, donde también tenía un empleo la dre de Elly. Todo aquello no fue sino un experimento en unos momentos es~ pecialmente duros. Ali siguió eswdiando en Kaisennühlen, y vivía con Tante Mitzi en el apanamento de Schüttaustrasse. El tío Roman, el campa~ ñero de toda la vida de Mitzi, ayudaba a la familia pagando el alquiler. A Elly le dieron permiso para que tuviera, en el patio que había de~ rrás de la tienda de Grafenwbrth, un perro y un gato y su amor por los animales hizo de aquellos tiempos algo maravilloso. El edificio de la rien~ da era el lugar ideal para algunas de las travesuras de Elly, lo que hacía de aquel paraje un sitio más divenido aún. Más imaginativa de lo que habría cabido esperar dada su edad, Elly solía subir a la parte baja del tejado, fuera del campo de visión de los rran~ seúntes. Allí se estiraba y dejaba caer a la acera, sujeto por una cuerda, un monedero vacío. El monedero colgaba en el aire frente a la puerta de la tienda. Cuando un transeúnte se detenía para cogerlo, Elly tiraba del monedero para subirlo. Y se divertía enormemente con aquel truco. Elly recordaba que le encantaba ver cómo la gente, después de haber visto el monedero, miraban a su alrededor con una falsa indolencia y, en cuanto advertían que no había moros en la costa, se lanzaban a por el monedero. Pero Elly era más rápida que sus presas, que huían entonces envueltos en una sensación aún más dura: falsa indolencia mezclada con vergüenza. -Estar en GrafenwOrth -decía una ya anciana Elly- era como estar de vacaciones en el campo. Había una chica, la hija de un granjero de roda la vida, y tenían caballos, vacas, cerdos, perros ... Y a mí me encantaba ... -No hay nada como la amistad --comentaba entre risas Viktor, y EI!y, en vez de reír, seguía: -Era tan feliz ... Y en su casa, había un ternero y lo amaba. Pasé ocho meses ahí con mi familia y estoy segura de que, si mi padre hubiera seguido en la tienda, habría acabado siendo una especie de granjera. Pero tuvo que irse, y regresamos a Viena, a nuestra casa del cuarto piso de Schüttaustrasse ... Y ahora ya no deseo volver a ninguno de esos lugares; no tengo ni idea de qué aspecto tienen. Mi padre murió, y mi madre también ... Viktor brinda una sugerencia en inglés, a modo de explicación: -Los recuerdos son sagrados y quiere preservarlos ... No necesitan que los cubramos con nuevas impresiones carentes de sentido. 210

Elly confirmó aquella frase y dijo: -Sí. Los recuerdos deben quedar tal cual y no debemos perturbarlos. La pequeña Elly era muy traviesa, y en ocasiones sus profesores no sabían cómo actuar. -No podían hacer nada conmigo. A veces me encerraba en el lavabo y cantaba. No sabían cómo tratarme, y llamaban a casa pidiendo ayuda. No sólo cantaba en los lavabos, sino que no dejaba de hablar en clase. Y su rápida charla denotaba el suave ceceo que sufría en ocasiones, ((aunque no siempre)). Aparentemente, se trataba de un juego más que nació de un pequeño defecto en el habla, que ella exageró tanto como pudo. -Y todos mis amigos de la escuela [Elly empezó a reír en ese momento) se pusieron a hablar de la misma manera porque les divertía, y yo los alentaba porque aquello enojaba al profesor... V1ktor apuntó una posibilidad desastrosa: -Imagina que ellos hubieran seguido hablando así y que tú te hubieras repuesto. Ell y dejó pasar ese anzuelo y prosiguió: -¡Supongo que fueron unos años terribles para mis profesores! Viktor, que no quería quedarse al margen, añ•tdió: -¡Y también para mi matrimonio! Elly optaba por ignorar las respuestas de Viktor en el momento adecuado. (Ojalá estas páginas pudieran plasmar la comedia que se desarrollaba durante nuestras charlas. La risa era un tónico espiritual que nos llevaba a seguir durante días. Después de una larga sesión, aunque parezca paradójico, estábamos agotados pero esperábamos ansiosos el día si-

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guiente.) Aunque el placer por la vida era tan aparente en una Elly que contaba setenta años, af1rmó convencida que, en sus primeros años, apenas

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podía contener su exuberancia. -Estaba en el colegio y un día llegué a casa con la boca tapada por una cinta [Leukoplast, un vendaje adhesivo] porque me había pasado el

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día hablando en clase. La profesora, literalmente, le había tapado la boca con cinta para que se callara, y varios decenios después, Elly recorJaba divertida la anécdota. Al tiempo que nos uníamos a sus carcajadas, pregunté a Viktor si alguna vez le había pasado por la cabeza usar la cinta cuando Elly se po~ nía de mal humor. Y respondió: 21 ¡

LA LLAMADA DE LA VIDA

UNA CRIATIJRA AL OTRO LADO DEL DANUBIO

-Uso tapones para los oídos. Cuando vuelo a los Estados Unidos, siempre me dan tapones para los oídos. Elly y yo reímos aún más, y Viktor sonrió encantado. En un tono más serio, pregunté a Elly por la ubicación exacta de la tienda y la escuela de Grafenw6rth. Dijo que estaban muy cerca la una de la otra, y que la iglesia y su casa también estaban en las inmediaciones. Viktor advirtió que volvía a lanzar mi anzuelo en busca de lugares, algo que solía hacer para ubicarme mejor en la historia, ·y sabía que siempre llevaba a mano una cámara. Y me brindó un consejo inesperado que acabó con la seriedad que había intentado introducir -Mira, no tiene sentido que incluyas en el libro un dibujo o una fotografía de una igle>ia o de un edificio que sale en la historia. Haz una fotografía de la cinta. Tenemos un poco de Leukoplast. En tono de burla, dije a Elly: -¡Hazle caso! Y él se lo tomó aún más en serio y puso el acento en aquel comentario: -Todo esto podría haber pasado en cualquier lugar, pero no podría haber pasado sin Leukoplast.

dinero para el guardarropía, nos dejamos puestos los abrigos ... Pero a mi padre le encantaba ir a la ópera; le encantaba la música y a mí también. Y nos lo pasábamos en grande.

Salvo en una ocasión. Elly, en la primera fila de las localidades de a pie, en el elegante edificio de la Ópera, vomitó. Su donación al ambiente acabó en la ropa de alguien situado a su alrededor que, según cuenta Elly, estaba tan metido en la música que ni siquiera se dio cuenta ... al principio. Como no tenían dinero para pagar la limpieza del vestuario del caballero, ella Y su padre se escabulleron de la ópera y regresaron directamente a casa.

Aunque Elly había empezado a estudiar en la escuela primaria de GrafenwOrth ( Volksschule) con cinco años, no acabó allí los primeros cursos. -Tuve que repetirlo en Viena, pero yo era una cría y no gozaba de muy buena salud. Durante cuatro años, fui a la Vo/ksschule, y luego pasé cuatro más en la Hauptschule situada en el mismo edificio, en el número 22 de Schüttauplatz. Aunque Elly era un chica demasiado activa no bien salía de la escuela para aplicarse en los estudios, una compañera de clase dijo que «nO importaba si Elly no iba a clase porque ya lo sabía todo. Era muy lista». En cuanto a Ali, no le interesaba mucho lo que se enseñaba en el colegio. Sus intereses y capacidades se centraban más en actividades mecánicas y prácticas, y le gustaba trabajar con las manos. Elly recordaba: -Incluso cuando era más joven, cuando le tocaba escribir un ensayo, venía a mí y me pedía que lo hiciera por él y que me daría diez centavos. La escuela no era lo suyo. Ali y Elly solían participar juntos en algunas actividades extraescolares, sobre todo las que transcurrían junto al curso del Viejo Danubio. -Teníamos un par de cuchillas, de esas que te atabas a los zapatos para patinar sobre el hielo. Sólo teníamos un par, y Ali y yo no estábamos por la labor de dejárselas al otro. Así que patinábamos juntos, y él usaba una y yo la otra ... Siempre una. Nunca patinamos con ambas. Pero nos encantaba. Durante el verano, pasaban el mayor tiempo posible en el agua, a veces desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Es sorprendente que no les salieran branquias.

Cuando acabó, Elly y yo no podíamos parar de reír y logré reformular toda aquella situación absurda: -Elly, Elly. Dice que da igual dónde pasara. El lugar no importa. Que puedes hablar tanto como te plazca vayas donde vayas y que lo importante es la cinta. Viktor no pudo evitar decir la última palabra: -Tienes que ceñirte a lo esencial. Mirando al pasado, a aquellos nefastos años y a cómo los superó su familia, Elly lo describía con estas palabras. Teníamos !o suficiente para vivir, pero creo que la depresión llegó a Viena en el 1928. Mi padre no tenía trabajo y no teníamos un subsidio del gobierno. Ni un chelín. Pero él era como yo y no dejó de ser un hombre feliz. Siguió siendo la misma persona y no perdió en ningún momento la dignidad. Mi padre y yo fuimos, incluso, a la ópera, a pie, desde Kaisermühlen [hay casi cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta). Fuimos diez horas antes de que empezara para conseguir entradas de a pie. Mientras caminábamos, no estuvo mal, pero de pie en la Ópt!ra ... Cielo santo ... Las entradas más baratas eran para los palcos situados m;Ís arriba, donde hacía un calor espantoso, y como no teníamos 212

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Para que pudiera conocer y charlar con su mejor amiga de la infan~ cia, y compañera de colegio, Elly me concertó una cita con Helene Fischer Puhm. Se conocieron en preescolar, y fueron a las mismas escuelas, con un curso de diferencia. La familia Fischer vivía a un par de puertas de los Schwindt, en otro edificio, desde que éstos se mudaran. La escuela sola~ mente estaba a dos minutos a pie de casa de Elly y de Helly. -A Helly y a mí nos gustaba pasárnoslo bien y, por lo visto, nues~ tra única misión en la vida era meternos en líos y divertirnos. Helly pertenecía a una familia algo más acomodada, pues su padre sólo había estado unos seis meses sin trabajo. Pero el apartamento de los Fischer era aím menor que el de los Schwindt, con lo que Helly, sus pa~ dres y su hermano Ferdinand tenían que arreglárselas con muy poco es~ pacio. Mientras hablábamos de las condiciones económicas de su infan~ cia, Helly recordó que Elly, con diez a1los, lavaba ropa y la remendaba para ayudar a la familia al tiempo que otras crías jugaban. Estas dos ami~ gas, decenios después, reían mientras se pasaban la palabra la una a la otra para explicar recuerdos de aquellos años, felices a pesar de las cir~ cunstancias. Según contaban, ((siempre estábamos nadando)>, incluso en Dianabad, una gran piscina pí1blica cubierta. Para evitar que sus madres estuvieran al corriente de sus planes con respecto a la natación, Elly y Helly tenían que llevar el bañador de lana debajo de la ropa, y aquello las hacía sudar. Después del bJño, en invierno, los cabellos se les helaban a causa del gélido viento que soplaba de camino a casa. El padre de Elly era una fuente excelente de inspiración para los juegos, como cuando llegó a casa del trabajo con un montón de botones desiguales y sobrantes. Elly y Helly S.A. inventaron el juego de lanzar botones desde mucha altura para ver cómo rebotaban en el suelo, provocando un chasquido al impactar y asustando a los peatones. Cuando el lanzamiento de botones se quedó anticuado, optaron por tirar bolsas llenas de agua. Pero llegó el día en que tuvieron que rendir cuentas por sus travesuras, cuando el responsable del edificio habló con los padres de las niñas. Un tiempo después, las chicas se vengaron y orinaron anónimamente en el pasillo del responsable del edificio. Así pues, Helly tampoco era un ángel en las historias que contaban ella y Elly. Con todo, Elly se atribuyó buena paree de la responsabilidad: -Tal vez Helly era un ángel hasta que yo la convertí en bruja ... Cuando ahora recuerdo aquellos años, me pregunto qué me pasó para que disfrutara tanto con todo aquello. 214

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Pero cuando Helly nos confesó que, con cinco años, se dedicaba a re~ coger las colillas de los cigarrillos que la gente lanzaba desde los tranvías y a fumarlos, Elly nos tranquilizó: -Esto es algo que yo nunca hice. Un día, tres chicas, Helly, Elly y su amiga Judith, se saltaron las clases )'fueron en tranvía al hospital, que estaba al otro l<1do de la ciudad. Ju~ dith se había enamorado de un médico que trabajaba allí y Elly explicó: -Sólo quería ver al doctor. Así que dijo que la reníamos que acompañar al hospital e ir al pabellón de urgencias y decirles que nos dolía aquí y allá, únicamcme para ver al doctor. Pero Helly dijo a Judith: «Mi ropa interior no esrá limpia. Tenemos que cambianws por si nos examinan». Y fueron al lavabo de señoras y se cambiaron la ropa interior en~ tre sí. Pero ;1 Helly le entró miedo y se largó con la ropa interior buena puesta, y Judith se quedó allí con Elly. Entonces entró Elly fingiendo que era la que estaba enferma. Y al final resultó que, aquel día, el médico no trabajaba y todos los esfuerzos habían sido en vano. Ali y Ferdy, los hermanos de Elly y Helly, tenían la misma edad, iban juntos a la escuela y eran el mejor amigo el uno del otro. Lo normal en a que~ llas épocas era que los chicos fueran proclives a las actividades físicas y a la pillería, pero estos cuatro personajes rompieron los t·stereotipos. Los chi~ cos eran callados y mansos, y las chicas, las bravuconas. Ambos muchachos tenían muchas cosas en común entre sí, pero no con sus hermanas. Salvo cuando se trataba de los deportes acuáticos. Elly acabó convirtiéndose en una nadadora bien parecida y fuerre, una persona atlética por naturaleza, una coqueta implacable y lo que en otros tiempos se denominaba «un marimacho•), (Cuando Elly describía cómo peleaba con los chicos en la escuela, Viktor intervenía: «Aún lo hace, pero ahora conmigo)•,) Pero su hermano Ali era un tipo más amable y tranquilo y nada presumido. Aunque jamás habría sido un atleta consumado, se dedicó en serio al ciclismo y era un excelente nadador. Cuando Ali y Elly tenían que trabajar en verano, solían nadar por las noches o a las cinco de la mañana, antes de que saliera el sol. Elly estaba al tanto del potencial olímpico de su hermano y Alfons llegó a tener un entrenador de natación que puso muchas esperanzas en él. Después de un día de trabajo y de varias horas en el agua, aquellos dos hambrientos jó~ venes devoraban unas bolas de masa que su madre les preparaba, acom215

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UNA CRIATIJRA AL OTRO LADO DEL DANUBIO

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pañadas a menudo de pudín de ciruelas. Elly podía zamparse ocho o nueve, y Alfons, unas quince. Todo un récord. Durante su infancia, nunca hubo mantequilla, un producto anhelado, en casa de los Schwindt. Solían tener Schmalz (manteca), que comían con pan o usaban para cocinar. Así que Elly tenía que procurarse la mantequilla usando todo tipo de artimañas: -Tenía unos doce o trece años cuando probé por vez primera lamantequilla, que habíamos robado Helly y yo ... Tante Mitzi utilizaba la bodega como nevera, y allí guardaba la mantequilla. La vimos, la abrimos y comimos un poco antes de volver a envolverla con cuidado. Cielos, era excelente. Viktor musitó: -¡Sabía mejor que la mantequilla que compras! Pero Elly, nunca me lo habías contado. El Schlag, la nata montada con que se cubren los pasteles vieneses, era algo que Elly no probó hasta pasada la guerra, cuando tenía veinte años. Aunque Elly había dejado atrás los años de enfermedades infantiles, Helly continuó sufriéndolas durante los primeros años de la adolescencia. Una vez, después de que la ingresaran en el hospital infantil Augarten, la alarma saltó entre los padres de Helly al oír que su médico decía que estaba tan enferma gue tal vez sólo le quedaran seis meses de vida. Helly no se asustó tanto, y vio que aquello le brindaba una ocasión de oro: -Mamá, quiero un goulash y una cerveza. Un amigo aconsejó a la madre de Helly de que se lo diera, ya que si no lo hacía y Helly moría, jamás se lo perdonaría. Al volver a ver las fotografías de Helly y ella, de sus amigos y de sus familias, Elly recordó una vez más lo felices que habían sido. Con una familia bien avenida, un cierto gusto por la diversión y las personas alegres, su resistencia física y un optimismo que surgía incluso frente a la adversidad, Elly sentía que había tenido la infancia más feliz que puede tener un niño. En la madurez, seguía hablando de los problemas, «pero ésta era la situación de millares de personas)), Por fortuna, existían personas de buen corazón con la capacidad y los medios para ayudar a quienes estaban atrapados por la crisis económica. Una de estas personas acabó teniendo una relación muy íntima con los Schwindt y se portó de maravilla con ellos durante muchos años. Roman Wilkoschevsky era un judío de Rusia que vivía en Viena. Era el tío Ro216

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roan del que hemos hablado anteriormente, aunque no era realmente el tío de Elly y Ali. El tío Roman y Tante Mitzi vivieron en concubinato durante veinte años pero jamás se casaron. Elly siempre se refirió a él como tío Reman y lo recordaba, orgullosa, como un tipo generoso y bueno. -Y lo quería mucho. En una ocasión, Elly nos llevó a Viktor y a mí de paseo por la zona donde había transcurrido su infancia. A excepción del infame campanario nuevo, Elly dijo que la iglesia del Corazón de Jesús seguía más o menos igual. Mientras íbamos de la iglesia al edificio de apartamentos, se detuvo un instante en un parterre con flores que seguía en el mismo lugar después de sesenta años. De ahí cogía cada año flores para el Día de la Madre. Puesto que su hermano Alfons no lo hacía, Elly recogía dos para su madre, y entregaba una a Alfons para que se la diera. Entre los tesoros que guardó su madre había dos tarjetas, obra de Elly y Ali cuando tenían once y nueve años. Habían hecho aquellas felicitaciones con papel y cuerda, y habían utilizado lápices de colores y tijeras. Cada tarjeta contenía un mensaje escrito a mano y algunos versos copiados de un poema, con fecha del12 de mayo de 1935. Los mensajes son exageradamente sentimentales y serían aún más conmovedores de no haber formado parte de la convención social a la que se ceñían las escuelas. De hecho, habían hecho las tarjetas en clase. Este era el mensaje de la de Ali: Madre mira¡ tus rayos deseo ver brillar por siempre jamás, porque refulgen, porque pintan, el amor más puro, ángel justo.

La pequeña Elly, pobre y osada, había robado las flores que acompañaban cada una de las tarjetas de la mismísima iglesia del Corazón de jesús. Estaba trabajando en mi estudio, en Chicago, un día de verano, cuando Elly y Viktor me llamaron desde Viena. Habían estado paseando y habían visto pasar un camión que posiblemente transportaba bolsas con hielo para picnics, bares y fiestas. Aquello había hecho florecer otro recuerdo en Elly. Viktor estaba encantado con la historia y le había dicho a Elly que debía llamarme inmediatamente para contármela. De pequeña, a Elly le extirparon las amígdalas. Su padre la llevó desde Kaisermühlen hasta Leopoldstadt, y allí al hospital de los hermanos de la cacidad, justo en el vecindario donde había vivido la familia Frankl. La 217

LA LLAMADA DE LA VIDA

distancia de cada uno de los trayectos era de unos cuatro kilómetros, pero como el tratamiento en aquel hospital, por aquel entonces, era gratuito, fueron allí.

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-Y me extirparon las amígdalas. Después de la operación, mi padre me subió a hombros y yo sangraba. Recuerdo que su pelo se tiñó de rojo por mt sangre.

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TODO CAMBIA 1937-1946

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Viktor, desde otro de los teléfonos de su casa, narró la misma operación, que él había sufrido cuando tenía seis años, pero no lo hizo en absoluto para eclipsar el relato de Elly. Dijo que después de aquella operación de amígdalas, su padre lo llevó inmediatamente a una tienda de helados, una salida inteligente, ya que el frío en la garganta hace que los vasos sanguíneos se constriñan y disminuya la hemorragia. Adonde quería llegar Viktor era a la diferencia entre su historia y la de Elly; su padre no tenía dinero ni para un helado. Elly prosiguió, como dando las gracias por haber recuperado aquel recuerdo. -Alguien le dijo a mi padre que me comprara un helado, y vi que mi padre miraba el dinero de que disponía y que sólo tenía tres centavos; no era suficiente. Mientras cruzábamos el puente que llevaba a nuestra calle, vimos un camión que repartía bloques de hielo para las neveras. El vendedor cortaba los bloques para poder transportarlos sobre sus hombros, y le caían pedazos de hielo. Y mi padre cogió uno y me lo dio, y yo ... ¡Estaba tan bueno! Desde aquel día, no te lo vas a creer, me ponía muy contenta siempre que iba por la calle y veía un camión de reparto de hielo. Corría tras él para coger un trozo. Y aún puedo ver las manos de mi padre con aquellos tres centavos. Le respondí:

Alrededor de 1937, Elly ya no era una chiquilla que iba a hombros de papá. El paso del tiempo y los problemas cotidianos, la penuria económica, las tensiones políticas, la inestabilidad soda! y el miedo a la guerra, habían alejado la inocencia que inundara su infancia. Las incongruentes opiniones encontradas al respecto de la llegada al poder de Hitler, vista como una amenaza y una promesa, dividían al pueblo. Oficialmente, Austria seguía siendo independiente del Tercer Reich alemán, pero nada estaba claro. Leopoldstadt estaba repleto de judíos de diferentes creencias y orígenes y presa de la competencia económica. Kaisermühlen, aparentemente alejado del bullicio de la ciudad. Pero si Kaisermühlen parecía estar fuera de su alcance, su aislamiento era superficial. Las aguas circundantes y los puentes que se extendían a lo largo de sus cauces, los bosques e incluso el sentido de comunidad de Kaisermühlen no podían resguardarlo de lo que sucedía a mayor escala. No era un vecindario seguro de los suburbios de la ciudad. La gran Rotunda se construyó como eje de la Feria Mundial de Viena de 1873. Era un centro de exposiciones grande y recargado diseñado para devenir una instalación permanente para la ciudad. Se erigía magnífico al otro lado del Prater, y durante seis decenios acogió exposiciones y demás acontecimientos públicos. Los visitantes tomaban un ascensor para llegar al mirador y tener una espléndida vista de la ciudad y sus alrededores. Desde ese punto, era fácil divisar los canales del Danubio que

-Elly, es una historia maravillosa. Parece como si estuvieras destinada, desde aquel incidente, a disfrutar con cualquier trozo de hielo. Viktor asintió: -Exactamente. A Viktor le encantaba esa historia de infancia de Elly por su ternura y su sencillez. Creo que constituyó una nueva visión de la fuente de la que procedía la fuerza y el carácter de su esposa: la admirable devoción de un hombre humilde hacia su pícara hija, y la total confianza que ella depositó en él mientras volvían a casa, subida a hombros, sangrando, y sin ninguna preocupación.

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LA LLAMADA DE LA VIDA

se extendían hacia el este y los bosques de Kaisermühlen. Elly fue no pocas veces a la Rotunda, aunque jamás a una exposición. Ayudaba a su padre mientras limpiaba los inmensos lavabos u otros espacios interiores. En aquellos años, y dadas las circunstancias, los niños echaban una mano a sus padres para salir adelante. Pero el 17 de noviembre de 1937, se declaró un incendio en la Rotunda. La noticia de la catástrofe se propagó y la humareda era visible desde muchas millas de distancia. Elly, que acababa de cumplir doce años, miraba como el aire se llenaba de humo y sucumbió a los nervios. Elly nos mostró a Viktor y a mí una fotografía de la Rotunda en llamas y dijo: -Vi cómo se propagaba el incendio desde la presa de Kaisermühlen y me puse a llorar porque mi padre había ido a trabajar allí ese día y tenía miedo de que estuviera en el edificio. 1 Por fortuna, nada le sucedió a Leo Schwindt, a pesar de que la Rotunda quedó reducida a cenizas. Tras el relato del desastre de la Rotunda, Viktor nos contó que circulaba un chiste popular sobre Adolf Hitler, que solamente se contaban entre sí los amigos en quienes se podía depositar la confianza: -La Rotunda arde y este tipo sigue vivo. Y no sólo siguió con vida, sino que unos meses después integraría a Austria en el Reich. Lo que le esperaba a Viena iba a hacer que la catástrofe de la Rotunda fuera como un almuerzo de familia en el Prater. A pesar de que era legendaria la antigua serenidad natural de los habitantes de Kaisermühlen, también se vio afectada por la creciente violencia. Incluso durante la guerra civil que se desató en febrero de 1934 entre los socialdemócratas y diversos elementos nazis y fascistas, Schüttaustrasse fue testigo de algunos encarnizados combates callejeros. La familia Schwindt no sufrió daño alguno, pero los combates fuerbn un golpe para la comunidad. El célebre Goethehof, un gran complejo de viviendas construido en 1928 al cabo de la calle, fue objeto de los tiroteos, bombardearon la fachada y el fuego de !os morteros destrozó el café que se encontraba en la planta baja y algunos de los balcones. Cuando se produjo la Anschluss, Elly era una joven impresionable y víctima, por aquel entonces, de la ansiedad y de la actitud de los adultos que la rodeaban. Con diecisiete años, peroraba sobre la Ansch/uss y he aquí una muestra de lo que opinaba por aquel entonces: 220

TODO CAMBIA

-Hoy incluso me enfurezco cuando oigo a alguien decir que toda Viena fue a Heldenplatz a recibir a Hitler. ¡Mentira! Lo sé porque, cuando Hitler llegó, yo estaba en el colegio. Nos dejaron salir de la escuela y tuvimos que acompañar al maestro a cualquier lugar al que fuera Hitler. Tuvimos que acompañarlo. Y yo vi con mis propios ojos a Hitler en el balcón del hotel Imperial, yo y todos mis compañeros. Conforme oía la narración de Elly y de Helly Puhm de la llegada de Hitler a Viena, Helly dijo que su padre había ido a presenciar el histórico, o histriónico, discurso de Hitler en Heldenplatz. Llegó a casa turbado, afirmando que no pasaba nada bueno, que todo aquello acabaría en una guerra. Pero varios amigos de la familia Puhm no lo veían así; una pareja, sobre todo, parecía entusiasmada con Hitler. El futuro era brillante porque él traería la seguridad y la prosperidad al Reich y todos recogerían sus frutos. Opiniones como esas no eran universales pero estaban muy extendidas. Lo irónico del caso es que el marido que afirmaba aquello era un judío. Sean cuales fueren los motivos, el padre de Elly tenía conciencia de los malos presagios que flotaban en aquellos a~os, y su desconfianza hacia Hitler se acentuó. Sus propios hermanos Karl y Robert, los tíos de Elly, se habían casado con mujeres judías, lo que no era nada extraño. El tío Robert fue a visitar a la familia y estaba encantado con Hitler. Elly estaba presente cuando «Robert dijo a mi padre: "Leo, es el principio de una época maravillosa. Todo mejorará". Y mi padre le dijo: "¡Robert! ¿Estás loco? ¿Cómo te atreves a decir esto si estás casado con una judía? ¿Te has vuelto loco?">), Inmediatamente después de la Ansch/uss, una vez Hitler hubo abandonado Viena, Elly presenció la humillación que sufrieron varios judíos en las calles. Reconoció, incluso, en un par de víctimas, a los judíos que habían maltratado a su familia, y vio como los obligaban a limpiar las calles con cepillos de dientes en presencia de varios peatones que no hacían más que burlarse. Cuando Elly liegó a casa, le dijo a su padre: «Papá, no tienes ni idea de lo que acabo de ven•. Y se lo describió. Mientras lo hacía, soltó una risita, convencida de que a su padre no le molestaría. Pero sin aviso previo, éste le dio una bofetada en la cara. -Estaba atónita. Y él se quedó ante mí, mirándome. Fue la única vez que me pegó. Mi hermano me había dado algunos golpes, evidentemente, pero ni mi padre, ni mi madre lo hicieron jamás, ni antes ni después de aquel día. Nunca más. 221

TODO CAMI\1,\

LA LLAMADA DE l.A VIDA

Elly eswba visiblemente emocionada al narrar aquel incidente. Creía que, a ojos de su padre, no parecía importarle si había entendido lo que pasaba en la calle o si no se lo tomaba en serio. Y, aparentemente, tanto le daba que Elly sólo tuviera doce años. Y la bofetada que le dio, y el modo en que se la dio, le llegó al corazón. El rostro es el rasgo físico central de una persona, y el suyo había recibido un golpe procedente de la persona a quien más amaba. Su padre siempre había estado encantado con aquella ca m, y solía besarla en todo momento. Aquella cara le había hecho reír cuando se dibujaba una sonrisa astuta o una mueca maliciosa. En un primer momento, Elly no supo cómo reaccionar a la boferada, pero no tardó en darse cuenta de que había hecho algo terrible a ojos de su padre. Leo Schwindt se preguntó qué le había hecho a su hija Elly pero, como veremos, vivió lo suficiente para sentirse reconfortado. No murió hasta 1975, y supo que, de adulta, Elly se había convertido en una mujer buena y justa, cuyos valores parecían ser tan elevados y profundos como los suyos. Y se casó con un hombre judío, al que amó con todo su corazón. Por cruel que parezca, Elly tuvo que ver a su padre presa del odio, y en el apartamento de Tante Mitzi, en el número 11 de Laberlweg. Así fue

Vikror aclaró este extremo: -Era para que todo el mundo que los viera supiera que se habían afiliado al panido nazi. Elly prosiguió: -Pero mi padre dijo que de ningún modo debíamos hacerlo, y enronces tomamos prestados unos uniformes y fuimos un día a casa de las tías y los devolvimos. ¡Imagínate! ¡Las dos rnujer('S judías de nuestra familia nos apremiaban para que nos uniéramos al partido nazi! Viktor observó que aquella acción era puro oportunismo, y Elly coincidió en que sus tías lo hicieron por motivos pragmáticos, no ideológicos: -Es interesante -dijo Elly refiriéndose a sus tías judías- que nadie les hiciera daíi.o durante los años en que gobernó Hitler. iviis tíos permanecieron en Viena y conservaron sus preciosos apartamentos, durante todos aquellos años. ¿Cómo es posible entender las vueltas que daba la ideología nazi y cómo afectaba a la vida de las personas? Durante una conversación telefónica, El\ y intentó explicarme la situación. Dado que sus tíos Karl y Robert estaban casados con mujeres judías, fueron considerados no a pros partl servil' en el ejército, y por eso jamás los llamaron a filas. En este caso, un hombre de raza aria había evitado su ingreso en la Wehrmacht por estar casado con una mujer judía. Pero eso no es todo. Las dos esposas judías, las tías Berta y Martha, nunca fueron deportadas a los campos de concenrración por estar casadas con hombres de raza aria, que no sólo no eran peligrosos sino que tenían un cierto éxito. Pero eso no es todo. Si un hombre judío se casaba con una mujer de raza aria, eso no le ahorraba la deportación. A medida que el cerco nazi se estrechaba alrededor de los judíos que seguían en Viena, el tío Roman decidió huir del Reich cuando aún estaba a tiempo. Optó por Holanda como refugio mientras durara la guerra. Pero los alemanes ocuparon Holanda y su red cayó sobre los judíos y demás grupos que se habían refugiado allí. La última vez que Roman secomunicó con Kaisermühlen lo hizo por medio de una postal que escribió a Alfons desde Amberes. La familia supo más tarde que las SS lo habían deportado a Auschwitz, donde murió. Roman había amado a la familia Schwindt, en Kaisermühlen, durante más de veinre años, )'ellos le habían devuelto todo aquel afecto. A veces me pregunto a cuántos judíos, en aquellos años de desolación, lloraron no sólo sus allegados sino otras personas,

la historia: -Cuando Hitler entró, Tante Mitzi vivía con el tío Roman, y él era judío. Un hombre fue a su casa y le dijo al tío Roman: «Cerdo judío>> o algo así. Y mi padre, en mi presencia, se puso en pie y le gritó al tipo. Y el hombre le golpeó. Vi todo aquello con mis propios ojos. Viktor conoció a la familia Schwindt después de la guerra, evidentemente, y mientras oía a Elly hablar de su padre, dijo: -Aunque era un hombre sencillo en algunos aspectos, tenía un carácter único para no sucumbir a los eslóganes o a la ideología, a pesar de que tuvo que enfrentarse a muchas situaciones en que lo que se llevaba era el antisemitismo, que era lo que realmente seducía a la gente. Fue fiel a sus principios. -Si mi padre hubiera ingresado en el partido nazi -siguió Elly-, su vida habría sido inmediatamente sencilla, pero jamás dio su brazo a torcer. Sin embargo, dos hermanos de mi padre? casados con mujeres judías, y una de esas tías nos dijeron a mi hermano y a mí: «Tenéis que uniros al partido nacionalsocialista, y cuando tengáis los uniformes, me vendréis a buscar cada día y caminaremos juntos por el vecindario para que todo el mundo nos vea».

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TODO CAMBIA

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como sucedió con Roman Wilkoschevsky en Kaisermühlen. Nadie dudaba de que iba a regresar junto a Tante Mitzi en cuanto acabara la guerra. Tante Mitzi acabó casándose con un policía y, según contaba Elly, el hombre era todo lo contrario al tío Roman. Era un bebedor consumado,

y Tante Mitzi trabajaba y se desvivía por él. -No sé qué tipo de matrimonio era ... Y al cabo de unos años se divorciaron, cuando ella era aún relativamente joven. Y desde entonces, ha vivido sola, en su pequeño apartamento de Laberlweg. Con el paso de los años, la familia apremió a Tante Mitzi para que se trasladara al apartamento de Schüttaustrasse, donde aún vivían Leo y Hermine. Quería dejar su pequeña vivienda, que aún sigue hoy en pie, para Elly. Pero por aquel entonces, Elly estaba tremendamente atareada con Viktor y su trabajo, y no tenía tiempo para ocuparse de otra residencia, menos aún de una con jardín. Elly se limitó a decir: -No tenía tiempo. Y Viktor acabó la frase, en broma: -No tenía tiempo para ocuparse de las cerezas de los cerezos.

La agresión durante la guerra no sólo se daba entre adversarios mi-

litares. Los soldados de los bandos nazis y aliados perpetraban actos inhumanos sobre civiles inocentes. Elly recordaba como si fuera ayer la ocu-

pación de Kaisermühlen por parte de las fuerzas alemanas. En 1945, una de mis amigas vivía en un edificio cercano, y un soldado ruso intentó violarla. Saltó por la ventana para quitarse la vida; prefería la muerte ... E incluso trataron de violar a mi madre en nuestro apartamento ... La cogieron, delante de mi, y yo estaba junto a tres soldados y lloraba. Gracias a Dios no pasó nada, pero podía haber pasado. Las violaciones eran habituales. Cogían todo lo que mcontraban en las habitaciones, incluso a las personas. Pero los soldados jamás me miraron, a pesar de que ya era una adulta. Me vestía como una persona muy sucia, con unas botas viej:1s y un abrigo de mi hermano. Me ensuciaba la cara para que ningún soldado tuviera ganas de violarme. Pero me atrevería .1 decir que la mayoría de mis amigas fueron violadas. Cada día, cada día, cada día ... En el hospital general, había un pabellón para el tratamiento de la~ enfermedades venéreas, y lo visitaron miles de mujeres, entre ellas muchas monjas, de las que habían abusado. Cuando conocí al primer soldado norteamericano, pensaba que podía respetarlo. Pero era un tipo arrogante que jamás !Jrestaba la menor atención y miraba para otro lado. No eran 224

muy amables. Podías conseguir lo que quisieras de los norteamericanos, pero antes tenías que pasar por la cama. A pesar del temor a las violaciones, Elly seguía confiando en que, un día, conocería el amor de verdad. Por supuesto, se veía con algunos chicos del vecindario y otro que había conocido camino de la escuela. En 1940, ames del peor combate y de los bombardeos más cruentos que asolaron

Viena, Elly acabó los ocho cursos en las escuelas de Schüttauplatz y, a petición del director del centro, prosiguió con su formación. Elly recordaba: -En el distrito sexto, en Loquaiplatz, había una escuela a la que asistí durante dos años y donde obtuve mi Matura (diploma) menor. Cada día, cogía el tranvía desde Schüttaustrasse y atravesaba dos puentes hasta llegar a la escuela. Me desenvolvía bien en los estudios, salvo en matemáticas. Las aprobé, pero las odiaba. Gracias a Dios, a mi lado se sentaba una chica que era una matemática excelente y me ayudaba mucho. Des-

pués de aquellos dos años en Loquaiplatz (1941-1942], fui a la misma escuela que Helly durante un año, 1-lausha/trmgs Schule, la escuela para amas de casa en Brückengasse. En los boletines de notas de Elly durante los últimos cursos en la escuela pública aparecen varias ausencias injustificadas, lo que demuestra que no siempre tenía buenas razones para saltarse las clases. A pesar de que no nos hizo una confesión detallada a Viktor y a mí, Elly admitió ha-

berse saltado algunas clases. Durante los años de la guerra, la antigua coquetería de Elly con los chicos se convirtió en una atención más seria, e incluso algún deseo, hacia los jóvenes. No ansiaba casarse, pero eso no impedía que hubiera historias de amor. -Cada mañana iba de Kaisermühlen a la escuela de Loquaiplatz en tranvía. Y un día, a las siete y cuarto de la mañana, me fijé en un joven guapísimo que estaba sentado en el tranvía. Así que cada día tomaba el tranvía media hora antes para ir en el mismo vagón que el joven. Un día, perdí el tranvía y me puse a correr detrás de él. Por aquel entonces, los tranvías tenían las puertas abiertas y yo intenté subir. Pero me caí y quedé tendida en el suelo como una rana en plena calle; el chico me miraba y no dejaba de reír. Después de ese día, no lo volví a ver. No volví a ha-

blar con él, pero me fascinaba y yo había arruinado toda la historia. Después de aquel desgraciado encaprichamiento, Elly tuvo su primer 225

LA.LLA~IADA

TODO CA,\!HJA

DE LA VJDA

amor de verdad. J\1edio siglo después, Elly hablaba de ese amor con sentimiento, y de su pérdida, con tristeza. El chico era un joven que había conocido en Kaisermühlen. -Era un estudiante de farmacia y yo me enamoré de él. Pensábamos en casarnos después de la guerra. Evidentemente, él estaba en el ejército y, después de medio ailo, murió, lo mataron en acto de servicio. Era un · chico muy, muy cariñoso, inteligente, y un joven maravilloso. Estoy segura de que, de haber vivido, nos habríamos casado y habría sido un matrimonio excelente. Pero el destino no lo quiso. Es maravilloso que, entre las tragedias de la guerra, la vida continúe y el amor encuentre la manera de florecer. Cuando Elly perdió a su amigo de Kaisermühlcn, el vecindario era víctima de los bombardeos que se habían intensificado sobre Viena. Las familias aterradas se arrebujaban en los sótanos que había en la calle en la que vivía Elly. Después de los bombardeos, salimos a la calle y vimos que habían tocado algunos edificios y que había varias personas muertas en la calle. Tuvimos que enterrar los cuerpos. Y cada día del"íamos: u Gracias, Dios, por haber sobrevivido, porque nuestra madre haya sobrevivido», Pero, quién sabe, mañana podía toc;mnc a mí. Después de los bombardeos, estábamos hambrientos. ¿Qué hicimos? Fui al Viejo Danubio para hacerme con los peces que habían muerto y flotaban en el agua. Los cocinamos y así sobrevivimos. También corría por las calles, bajo el fuego de los aviones, para robar algo de arroz y regresar co~ rriendo. En la calle de aliado, había mucha más gente muerta ... Teníamos que sortear o pasar por encima de los cadáveres ... Pero logré sobrevivir y llevarle arroz a mi madre ... Incluso habían bombardeado la casa de Tante Mitzi y, por la noche, fui allá a buscarla. Pero no estaba bajo los escombros. Lo había per~ dido todo pero estaba bien, oculta en el sótano de Goethehof... Cuando em~ pezaron los bombardeos, fue terrible y pensé que no iba a sobrevivir... Poco antes de que acabara la guerra, los rusos volaron casi a ras de suelo y abrieron fuego; mataron todo lo que encontraron en las calles.

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v perdiendo el control, puso rumbo al Viejo Danubio. Allí la bicicleta

me0 . , rompió el hielo y Elly cayó al agua helada.

-Aifons llegó corriendo y no me miró. Sólo le interesaba lo que le había pasado a su bicicleta. Me gritó: ¡Tonta! Después de todo, el ciclismo era algo serio par
dre habían recibido una carta de Alfons y tuvieron noticias de su Un día, mientras Elly y yo mirábamos las fotografías de sus años de juventud, una de ellas rescató la historia de una bicicleta. Conforme empezaba su relato, Elly rió. Alfons le había enseñado a montar en bicicleta pero sin que los resultados fueran los previstos. Mientras El! y pedaleaba, Alfons caminaba justo por detrás de ella para mantener la bicicleta en equilibrio. En un momento dado, ella volvió la vista y Se' puso nerviosa al advertir que su hermano estaba a una cierta distancia. Le entró el pá-

desesperación y su pesimismo. Elly, que tenía dieciséis años, preparó una caja con carbón y pan para Ali y tomó el tren de Viena a Nicholsburg, donde se reunió con él. Cuando Elly nos describió, a Viktor y a mí, el momento, no pudo evitar romper a llorar. En alguna que otra conversación con los Frankl había visto llorar a Elly, pero jamás con aquella intensidad. Como si el recuerdo le hubiera roto de nuevo el cor:1zón, sollozaba y sollozaba. Cuando finalmente se sobrepuso a aquel acceso de pena, dijo: 227

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-Estaba sentado en una sala, como una chica asustada, tenía frío y hambre y lloraba. Odiaba a Hitler y decía: <
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Como si se resistiera, Elly replicó: -Pero cuando miro al pasado, siempre veo las cosas buenas ... Me rcsult<1 natural. Si eres una persona alegre, no piensas únicamente en lascosas malas, sino en las buenas. -EUy, creo que te fortaleciste, física y emocionalmente, gracias en parte al modo como te trataron tus padres -intervine-. Cuando eras un
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LL\~IADA

¡Oh, cielos! En dos semanas debo presentarme a este examen. ¿Qué debo ·hacer? ivli padre y mi hermano estaban en d frente ... Y mi madre tenía que rra~ bajar todo el día en Viena, r pensé: ,, No puedo dejar sola a mi madre. Ade. más, no rengo el menor interés en sen•ir al ejército alemán''· Pero si estás en un hospital, aunque re dediques a la limpieza, quedas exento del ejército. Mi madre no sabía que iba de un hospital a otro buscando trabajo. Empezaba a primera hora y seguía buscando hasta muy rarde, pero nadie quería cogerme. Pero en la Poliklinik me aceptaron como voluntaria en el departamento de odontología, y me encantó. i'-Ae formaron como ayudante del dentista, primero en el uso de los rayos X y después como ayud<1nre del cirujano ... Teníamos que tratar algunos cánceres de mandíbub terribles, y a niños con malformaciones. Las monjas católicas estaban al frenre de b dínica, y me hice muy ami· ga de muchas de ellas. Recuerdo perfectamente la primera operación. Era una operación de mandíbula en un niño con una malformación, y empezamos temprano. Hicimos el primer corre r la enfermera, una monja católica, se encontraba a mi espalda, por si me desmayaba y ella tenía que sustituirme. Aseguró que cada vez que alguien veía aquello por primera vez, se desmayaba. A decir verdad, el primer corre es terrible, pero después, cuando ya han practicado roda la abertura, se puede soportar. Y cuando hubieron empelado a operar, se pusieron a contar chistes y a reír, y yo no me lo espemba. No lo entendía.

Viktor y yo habíamos estado escuchando en silencio, pero la referencia de Elly a su primera operación espoleó a Viktor. Recordó la primera operación que presenció en la facultad de medicin<.l, cuando el cirujano, mientras operaba, se puso a hablar de adónde habí<.l ido el día anterior con el coche. Aquello produjo en Viktor el mismo efecto sorpresa que en la primera exposición de Elly a un equipo quirúrgico. Me encamaba mi trabajo como ayudante de dentista. El ambiente en el trabajo en equipo era maravilloso, y cuando empecé, nadie preguntó sobre las juventudes hitlerianas o sobre quién era nazi. Descubrí que mi jefe era nazi y un famoso doctor y que la gente se le acercaba, y que uno de los técnicos también era nazi. Pero todos trabajábamos juntos y reíamos, y todos sabíamos que la relación con aquellas dos personas era buena y que no había el menor problema. Lo importante en aquellos años era la supervivencia, y que nuestros seres queridos estuvieran bien. Yo era feliz, incluso cuando trabajaba en la Poliklinik. Había algunos holandeses y un ruso al que habían deportado desde su país para realizar trabajos forzados. Dos habían estudiado medicina en Amsterdam, y por eso habían entrado a trabajar en el hospital, que era me~ jorque nada. Vivían en la Poliklinik y, oficialmente, no tenían permiso para abandonar la zona. Pero incluso en eso nos arriesgábamos y, de vez en cuando, salíamos. Acabaron siendo mis mejores amigos. 230

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A las sie(e de la m<1ñana, el jefe se plantaba en la puen;l principal con su uniforme y un bastón [medio en broma] para ver qUtén llega ha tarde al traba· jo. Como era lista, cuando lo veía y sabía que llegaba (arde, entraba por la venrana de la cocina.

Entre las fotografías que Elly conserva, hay
Viktor confirmaba aquellas historias: -Los seres humanos de verdad no pueden negou su humanidad, ni siquiera en situaciones extremas. Sale, mana de ellos. Lo que pasa ctnm~ do se mira a la gente de reojo es que se mira a gente que no son criminales con los ojos de un criminal. A Elly se le ocurrió algo acerca de las nuevas generaciones: -De todo lo que te he dicho, creo que la gente joven debería saber una cosa: no puedes decir ((nosotros somos buenos y ellos malos». No es verdad. Vikror no pudo dejar pasar la ocasión: -Sólo hay dos ((tipos)) de personas: las personas decentes y las que no lo son. Y la frontera entre ambos no conoce de naciones, religiones o razas. No hay ni un solo país que esté exento de la posibilidad de cometer un holocausto. Ningún país debería sentirse orgulloso [de su bondad] y mirar con desprecio a Alemania y a Austria y decir que fueron presa del racismo. Todos los países pueden acabar cometiendo un holocausto, si se dan las circunstancias ((adecuadas)) y el führer ((adecuado». De joven, Elly había querido ser dentista, pero después de llevar un tiempo trabajando en la Poliklinik abandonó la idea ya que no podía costearse la escuela de odontología. Su salario apenas le permitía vivir, con lo que wvo que desarrollar alguna habilidad con la que pudiera ganar un poco más de dinero. De noche, tejía bolsas de malla con cuerdas para que .231

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las muieres las usaran para hacer la compra. En aquellos años, no se esrihlban los paquetes, así que apenas había materiales para envolver, y todo lo que se compraba se llevaba en bolsas de la compra.

drcs llegaban, cogían los cuerpos de sus hijos y se los llevaban; ver aquello me destrozó el corazón. Después de pronunciar aquellas palabras, Elly se sentó un momento y no dijo nada más.

Aquel rrabaio era cconórnicamenre bueno, pero me destrozaba los dedos; no paraba de sangr::tr y era un trabaio doloroso. Cada mañana tenía que lavarme las manos para hacer las operaciones. Y cuando los tranvías no funcionab:ln a cam:l de los bombardeos, tenía que ir caminando desde Kaiscrmühlen h:ISt;l b Poliklinik ... Era peligroso cruzar a pie el puente sobre d Danubio. Un dí:t, cuando lo cruz;-~ba sola, ¡ciclo santo!, empezaron a bomb:Jrdearlo para destruirlo. Lt~ amerralbdoras rusas disparaban sobre todo aquel que se moviera y me tum!w en el suelo y no me vieron. Pero bs bornb:1s caían por rodas panes.

L1 lÍnica manera que tenía Elly de ir de Kaisermühlen a b Poliklinik era cruzar Reichsbri.icke. Las bombas habían acabado con otros puentes y éste había sufrido muchos daiios. En compañía de más gente, tenía que recorrer el arco y saltar por encima de varios agujeros granJes que daban a bs ;;1guas del Danubio, en las que flotaban cascotes y, a veces, los esqueletos de caballos y otros animales. Elly vio incluso los cuerpos de tres niños que flotaban junto a los resros de una pequeila embarcación. Las bajas se amontonaban en las calles después de los bombardeos, donde no había un río que se llevara los cuerpos. La gente hambrienta cortaba pedazos de carne de los caballos muertos para llevarlos a casa y cocinarlos. La propia Elly lo hizo para alimentar a su familia, aunque les aseguró que había conseguido la carne en la Poliklinik. Sin embargo, Elly no podía o no se atrevía <1 abandonar, algunas veces, la Poliklinik por miedo a los ataques aéreos. Cuando se producían, el personal trasladaba a los pacientes a los sótanos como medida de seguridad, y los devolvían a los pabellones de noche. Había llegado a practicar algunas intervenciones nocturnas en la bodega. Elly se quedaba entonces con las monjas, en sus habitaciones, cerca de la capilla. Pero no dejaba de preocuparse por su madre y por

Cuando Elly ingresó en la Poliklinik no había oído hablar ni de Freud v el psicoanálisis, ni de Adler y la psicología del individuo. Quedaba in-

~luso en el olvido el período que Adler había pasado en la Poliklinik como csrudianrc, años atrás. Pero en el deparmmcnto de odontología, Elly co-

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Tante !vlitzi, que estaban en casa, y su gozo era indescriptible cuando regresaba y las encontraba sanas y salvas. Recuerdo que, en otra ocasión, El! y me dijo: -Lo que rnás me dolía después de los bombardeos era la muerte de los ni1ios cuyas madres sobrevivían ... Una vez, iba por Leopoldstadt después de un bombardeo y vi alineados en la acera los cuerpos de unos doce o quince niiios, posiblemente del jardín de infancia. Conforme sus ma-

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noció al profesor Hans Pichler. Era un eminente cirujano, jubilado después de haber estado al frente del departamento en el hospital universitario, donde había sido el mentor del cirujano al que servía Ell}'. Pichler supuso la primera toma de contacto entre Elly y Freud, que no fue humana, sino académica. Desde 1923, Freud había confiado en Pichler como en el principal cirujano en su lucha contra el cáncer de mandíbula y paladar. En el decenio que se inició en 1929, Pichler operó en veinte ocasiones a Freud, incluida la última en Londres, después de que Freud se hubiera mudado:~ En la Poliklinik, Elly no sólo conoció a reputados doctores, sino a mu· chos pacientes. interesantes. Por ejemplo, la visita de una mujer amable: -En la sala de espera, se encontraba una mujer sencilla, vestida como si fuera la esposa de un granjero, y aguardaba su turno. Era la hermana de Adolf Hitler, Paula Wolf. Debía de ser el año 44 ... La Poliklinik aceptaba a los pacientes que no podían pagar nada e, ¡imaginad!, aquella dama estaba sentada entre el resto de pobres que esperaban su turno. Y cuando la hubieron visitado, nos preguntó qué necesitábamos, y le dijimos que estábamos hambrientos. Cuando regresó, traía bolsas con pan, azúcar, manteca y más cosas. En otra ocasión, siguió Elly, a la Poliklinik llegó un hombre con un elegante traje gris. -Mi jefe me pidió que le hiciera una radiografía de la dentadura. Posteriormente, tenía que etiquetar las radiografías, así que le pregunté cómo se llamaba. Descubrí que era el mariscal Erwin Rommel. Vestido de civil, nadie había reparado que era el mariscal nazi ... Y, cuando entró, parecía un tipo tímido. Una parte de la seguridad personal de Rommel radicaba en su anonimato. Desde un punto de vista histórico, este incidente es perfectamente 233

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creíble ya que 1<el zorro del desierto)), entre las legendarias campaii.as militares en el norte de África y otros lugares, solía retirarse a descansar a sus refugios predilectos, que estaban en las inmediaciones de Viena. Dada la fuerza física de Elly y las fantasías que albergaba de que se le presenrara la ocasión de acabar con sus propias manos con Hitler, me entran escalofríos si pienso, o me recreo en la imagen, de qué habría sido capaz de hacer con un escalpelo o una máquina de rayos X si el propio Hitler hubiera ido a realiz;_use un examen dental. Por aquel entonces, Elly aún no sabía qué les había sucedido a su hermano Ali o al tío Roman. Con todo, años después Elly repasaba aquellas violentas fantasías de juventud y dudaba de que hubiera tenido el valor de matar a nadie.

Cuando Franz Vese! y, el yerno del matrimonio Frankl, me sugirió que fuera a los archivos de Viena a ver varios documentales sobre la guerra en la ciudad, Viktor y El! y la recibieron como una idea excelente. Franz se encargó de hacer todos los trámites y me pasé horas viendo cintas de vídeo. Algunas eran en color, como las imágenes de Hitler en Viena, rodeado por banderas y carteles rojos. Aquellos colores me sorprendieron, pues durante muchos años sólo había visto películas en blanco y negro. En cierto semido, la mesura de las imágenes en blanco y negro parecía del todo adecuada para los penosos días que había vivido Viena. Después de ver las cintas, tuve una nueva perspectiva de lo que había pasado medio siglo atrás en las calles por las que solía pasear. Cuando la guerra se acercaba a su fin, yo era un chico que vivía en la seguridad de los lejanos Estados Unidos y ahora, ya mayor, veía a los despreocupados jóvenes vieneses que charlaban, compraban, reían y fumaban. Su distancia con los terribles acontecimientos que había presenciado la ciudad era considerable. Pero la historia de los Frankl me llevó a hacer algunas conexiones y a tomar conciencia de algunas impresiones. Pensaba en todo aquello que resonaba en mi cabeza: que las nuevas generaciones deberían estudiar el pasado y sentirlo, que de aquella manera aumentaría su empatía, que serían más conscientes de que el mal puede triunfar, y tal vez se conseguiría así que se unieran a aquella estirpe de humanos decentes, amables y atentos.

Poco después de la conclusión de la guerra, la situación de las provisiones se deterioró. Durante la contienda, al menos la gente podía obtener un mínimo de comida gracias a las cartillas de racionamiento. Pero con el fin del conflicto, el caos se instaló y las estructuras se desmoronaron. Vikror y Elly me confesaron que, en cierta ocasión, habían cogido algunas cosas, como por ejemplo una camiseta, y sJ!ían de la ciudad para cambiarlas por patatas. Elly recordaba con claridad aquellas excursiones.

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Fui con mi madre, Tante Mirzi y orra seilora con un pequeño carro. Caminamos dura me un par de horas e íbamos de cas;\ en casa come1\:ianJo con nuesrras cosas a cambio de una libra de paratas. «No, no,,, decían, "pero si tenéis oro ... Sólo nos interesa el oro". Pero no rcniamos oro, asi que no~ n1lvimos con las manos vacías. Pero emolKL'S ,-irnos un campo de pararas, y Tamt: Mirzi y ro fuimos :t coger unas cuantas. Cuando nos m.1rchtib:mm:> con el carro, vinieron hacia nosotros cinco policí:ls con las hayoneras y nos arresraron. Nos llevaron a la comisaría y estuvimos seis o siete horas en la cárcel, y mimadre lloraba¡ pero yo reía porque los policías eran ridículos. Uno de el!os me prcgumó a qué me dedicaba y le dije que: era enfermera de quiróf;mo, lo que no cm cierro. Y él apunró que yo me ocupab:~ dL· b operaciones. ¡Qué esnípido! Y nos pusieron a Tanre Jvfitzi y a mí en hahira..:iones separadas. No re lo vas a creer, pero después de aquellas horas, Tame !\ lirzi y yo \'olvimos :1 robnr algunas de aqucl!as patatas de la comis:tría.

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Elly prosiguió:

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-De camino a casa, teníamos ganas de orinar, y fuimos bajo un puente y lo hicimos. Después nos dimos cuenta de que habíamos orinado en un montón de granadas que alm no habían estallado. Habíamos corrido peligro, pero nos pusimos a reír. Aquella historia era nueva para Vikror y, pasados los aíi.os, bien valía una carcajada. Con todo, se sorprendió al saber que El\ y le habí
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Un día, mientras pasábamos frente a la Poliklinik, Elly señaló el muro que recorre Marianncngassc. En 1945, ella y sus colegas se habían ocupado de las reparaciones que, en circunstancias normales, habrían sido obra de unos contratistas. Después de los bombardeos, no bien el personal de~ cidió que la Poliklinik seguiría en funcionamiento, todo el mundo, incluidas las monjas, los profesores y los celadores, arrimaron el hombro. No había

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tarea que fuera indigna para aquellos hombres y mujeres. Existen fotogra~ fías en las que se ve a Elly y a algunos de sus compañeros con las bams y pa~ s<.lndose bloques de piedra de los montones de escombros para rehacer los muros del edificio. Elly no sólo aprendió el trabajo de una ayudante de qui~ rófano, sino alil
De regreso al :lparramento de los Frankl, discutimos Ull<.l tarde sobre antisemitismo, y le rogué a El! y que profundizara un poco más en su ex~ pcricnci:1: -Don, si no me hicieras estas preguntas, no pensaría mucho en
rica y que, de la noche a la mañana, se quedó arruinada. Pero se com~ portaba como siempre. Nunca se lamentaba, ni decía: "Era rica y ahora soy pobre». Aquello me sirvió de modelo y me mostró el camino, incluso cuando los tiempos eran malos, para no rendirme. Y, en cierto modo, también er<.l una persona di venida. Podía reír como yo, como una niña. Era alegre y diría que es la persona que más me influyó. -Es evidente que re amaba para haber influido tanto en ti -aseguré. -Sí. Era tan pobre. Limpiaba guantes de piel para ganar dinero y recuerdo que ahorraba diez chelines cada semana para poder regalarme por N;,widad lo que yo quisiera. Imagina lo que es ahorrar cada semana has~ ta que llegue la Navidad. Siempre me regalaba algo extraordinario. Elly se refirió a otra persona de suma importancia en su vida. Caro~ la von Kolbliz era una profesora excelen[e en el curso de tareas domésticas que siguió en Loquaiplarz. Aunque no parecía una mujer elegante, la descripción que Elly hizo de aquella dama procedente de la nobleza la dignificó. También fue un modelo para Elly y solían quedarse a charlar des~ pués del final de las clases. Elly la admiraba. Otra mujer de la nobleza, de otro país, constituyó otro de los mode~ los de Elly. Pero, como en el caso de su profesora, no importaba tanto la nobleza como su humildad y humanidad. Tal vez la clave fue que esa mujer pasó su tiempo con ella.

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Conocí a la condesa Ostrovsky cuando ya era una anciana, con unos serema y cinco años, y yo tenía catorce. Era la mujer del agregado cultural de Polonia ... La conocí en casa de Tante Mirzi, en Laberlweg, y por lo visto ella )' el tío Rornan ya se conocían. Ella fue la mujer que me dio el gato siamés. Se iba de viaje con su marido unos días y me pidió que cuidara de él, pero el gato jamás habría de volver con la Ostrovsky. Sólo comía cuando yo estaba pre~ sen re. Y me dijo: "Tienes que quedarte con el gato», Así que, durante toda la guerra, no comí mucho y, cuando conseguía cien gramos de carne, se los daba al gato. Era maravilloso. Lo amaba ... Pero tenía que compartirlo todo con él. Cuando había un bombardeo, no me lo podía llevar a la bodega, pero a veces me las ingeniaba para que se colara. Después de la guerra, no tenía qué comer y un carnicero me propuso que le diera el gato, que en su casa al menos habría comida. Tuve que darle el gato, y fue muy duro. Pero es curioso que, durante roda la guerra, tuviera un gato siamés.

Visto el amor que Elly sentía por los animales, no tenía tiempo ni ganas de jugar con muñecas. En su lugar, metía a un perro o a un gato, o 237

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a ambos, de carne y hueso, nada de peluches, en un coche de muñecas y sa~ lía por las calles de Kaisermühlen. Viktor añadió una palabra a su relato: «Orgullosa)), Y no pudo evitar hacer otra aclaración. En alemán, la «h» de Katholik (católico) se pronuncia con fuerza, como una «t», Viktor dijo: -El animal no era Katholik sino un gato. Yo pregunté: -¿Pero era católico el gato? Y Viktor respondió: -Era un gato sagrado. Pero, en esta ocasión, la última palabra correspondió a El! y: -No. Era siamés. Y se volvió a poner seria, al afirmar que la condesa Ostrovsky había sido como una madre. Le gustaba la espontaneidad de Elly, su energía y su franqueza. La condesa reía incluso cuando Elly robaba manzanas para sa~ ciar su hambre. Pero si se trataba de ofensas mayores, la condesa «me mostraba el camino: como mi abuela, me dijo que no tenía que hacer nada en contra de mi conciencia o para conseguir dinero. ¡Nunca lo hagas! Me habría resultado sencillo, cuando llegaron los estadounidenses, tener un amigo para conseguir así comida, ropa y dinero, y muchas chicas lo hicieron. Las llamaban "las chicas del chocolate". Eran las que se acostaban con los soldados para conseguir dinero y comida. Pero la Ostrovsky me enseñó que no debía hacerlo jamás ... Era una católica convencida''· -Estas tres mujeres han sido mi mayor influencia, las que moldearon mi vida -dijo Elly. Y Viktor respondió: -Las que moldearon su carácter. -Todas me amaban por cómo era. Nunca intentaron cambiarme y, en cierto sentido, a las tres les entusiasmaba lo traviesa que era ... Y me di~ jeron que, de pequeñas, habían sido como yo. La tarde iba tornándose noche y yo me disponía a partir de casa de los Frankl. Recogí mi cuaderno, la grabadora, la cámara, los papeles y los libros y Elly me acompañó hasta la puerta. Aún estaba conmovida por la conversación y repitió lo contenta que había estado al tener a su alrededor a tanta gente que le había mostrado el camino. Especialmente por aquellos que jamás le dijeron qué debía hacer sino que le dieron ejemplo viviendo ante ella con integridad, amabilidad y coraje.

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TERCERA PARTE

VIKTOR Y ELLY JUNTOS 1946-1997

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ALGUIEN TE ESPERA 1946-1947

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Aunque no hay palabras para explicar la situación en Viena después de la guerra, quienes estuvieron allí entienden la destrucción y la desmora~ lización que reinaban en la cuidad. Las estructuras y las infraestructuras se habían derrumbado. El suministro de servicios, de energía y el flujo de alimentos estaba truncado. El aroma de la guerra pululaba aún en el ambiente y la polvareda que se había levantado con los bombardeos ocultaba mon-

tañas de escombros. Y bajo ellos, se amontonaban los cadáveres. Unos 8.000 edificios quedaron destruidos, 40.000, maltrechos y unas 270.000 personas perdieron su hogar. 1 El cementerio central había sufrido cinco mil impactos de bomba y, hasta la fecha, en la sección judía, las lápidas se alzan una tras otra como si fueran restos. La carretera que retorna al caminante a la civilización, a Viena, se extendía más allá de lo que el ojo alcanzaba a ver. La gente, huérfanos del Reich alemán y una vez liberada Viena de la ocupación, ya no tenía que llevar el Ahnenpass como prueba de su origen ario. Pero los ciudadanos debían contar con un pasaporte interno nuevo emitido por los aliados. Elly aún conserva el suyo y, como el resto, tiene en la cubierta las palabras <> en alemán, inglés, francés y ruso. En el interior, la fotografía y la firma de Elly, datos para la identificación de la persona en ruso y alemán, y más de una docena de sellos oficiales en tinta púrpura. A los ciudadanos se les exigía que presentaran sus documentos de identidad cuando se aproximaban a los
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fronterizos>> entre las zonas de la ciudad. El centro era zona internacional,

hastío de Europa después de la guerra)• y la alabó asegurando que se trataba de una de las mejores películas de la historia. Lo que nos interesa para nuestra historia es que la reseña de la película se inicia así: «¿Acaso ha existido jamás una película en que la música case a la perfección con la trama? ... Anton Ka ras interpreta con su cítara la partitura ... El sonido es desenfadado pero carece de alegría, como si se tratara de un silbido en la oscuridad. Suenan las notas. La acción se inicia como una pa>•asada infantil antes de revelar su perversa naturaleza)), Ebert prosigue: «En El tercer hombre, Viena es un lugar más concreto que cualquier otro paisaje retratado en la historia del cine. La acción conviene a la ciudad como una mano a un guante».:! El Instituto de Cinematografía Británico la calificó como la mejor película británica del siglo XX. Y ofrece una visión de la Viena de posguerra en la que los pillos y los estafadores no dudarían en valerse del asesinato mientras se movían por el mercado negro. La película muestra los restos reales y la oscuridad que bañaba la ciudad en 194gJ Mientras Elly y Viktor hablaban de Toni Karas, Viktor comenzó a silbar toda la melodía del tema de El tercer h01nbr". Viktor y Elly me confesaron que Toni viajó a muchos países para interpretar el tema, y que actuó incluso para la realeza japonesa y británica. Ante aquella súbita fama, Toni dejó de componer. No obstante, en palabras de Viktor, no dejó de ser el mismo tipo humilde que en el pasado.

y estaba controlado por las cuatro potencias. En términos prácticos, e\(o

quería decir que cada potencia tenía allí su cuartel general, habitualmente en uno de los grandes hoteles. Las patrullas circulaban en vehículos militares multinacionales; un jeep solía transportar a una patrulla de cwuro soldados y cada uno de ellos pertenecía a cada una de las fuerzas de ocupación, que a menudo no compartían un idiom;:l común. Durante la ocupación aliada, los rusos controlaban \"arios sectores, entre ellos Leopoldstadt y las regiones allende el Danubio, incluida Kaisermi.ih\en. El distrito universitario y las grandes zonas al norte y ;t\ oeste del centro de la ciudad estaban en manos de los estadounidenses. Las tropas británicas y francesas ocupaban las zonas situadas, básicamente, al oeste y al sur. En 194~, se filmó sobre el terreno una pelkula, El tercer hombre, que da un apunte visual de la ciudad. La banda sonora de la película, que se convirtió en un éxito internacional, tiene una historia que relaciona la película con Elly y Viktor. Anton Karas había nacido en Viena en 1906, así que tenía C
En los archivos de los Frankl en Viena, hay un documento con fecha del 31 de marzo de 1946, cinco días después del cuadragésimo primer aniversario de Viktor y una semana o dos antes de que conociera a Elly. Los versos están escritos a máquina y en alemán sobre un papel de recetas de la Poliklinik, encabezada por el lema ~~Primarius Doktor Frankl)). En la página se advierten varias correcciones anotadas de cualquier manera. El estado de Viktor en aquella época queda de manifiesto con la siguiente traducción:'1

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Mientras seguía esperando a que llegara mi primavera, el pesar crecía en mi corazón con la llegada de marzo. Con impaciencia me preguntaba: ¿cuándo me llegará finalmente la fJrimavcra? 24.1

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LA LLA!o.·lAD:\ DF.l.-\ VIDA

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Pero ahora, cuando más tranquilo estoy, y mayor es mi tristeza,

río por todas las primaveras que se fueron. Sé que 11inguna floreció para mí. Otra florece, ¿para marchitarse de nuevo? Para sí. El día en que se conocieron, Elly Schwindt llevaba casi tres años trabajando en la Poliklinik y Viktor, apenas dos meses. Pero, en tanto que jefe de neurología, ejercía ya su poder administrativo y médico. Había pasado un cumpleai1os solitario, pues no le quedaba familia en Viena. Y seguía sin tener confirmación oficial de que su esposa, Tilly, hubiera perecido en Bergen-Belsen. La mayoria de los trabajadores de la Poliklinik no tenían la menor pista de la vida íntima de Frankl. Y si estaban al tanto de sus dos libros, recién publicados, tampoco lo decían. Con todo, se corrió la voz entre las enfermeras y lo:-> ayudantes de que el nuevo jefe de neurología era un hombre complicado. Aun así, dado que era un psiquiatra brillante y capaz, no tendría problemas para triunfar, lo que le convertiría en un buen partido en una ciudJd escasamente provista de hombres. Muchos de los veteranos que habían sobrevivido a la guerra y habían regresado estaban incapacitados y vivían en la miseria. Y la fantasía más en boga entre las jóvenes era fundar una familia que se mantuviera gracias a un buen marido. En 1946, y a pesar de no haber recibido una formación adecuada, Elly Schwindt era tan competente como ayudante de quirófano que los odontólogos solían pedir que estuviera a su lado. Y la bata blanca almidonada, cuyos bolsillos estaban repletos de cosas, le quedaba de maravilla. Además de la bata, no vestía nada más que un calzado que se había procurado ella misma, unas botas militares gigantescas diseñadas para los soldados. Como tenía que ir cada día de Kaisermühlen a la Poliklinik, en ocasiones recorría la distancia a pie calzada con esas botas. Pero era una mujer feliz y aún no pensaba en el matrimonio. Sólo tenía veinte años. Incluso en un hospital relativamente pequeño, no debe sorprendernos que, durante las diez semanas que llevaban ambos en la Poliklinik, el Primarius Frankl y Elly Schwindt no se hubieran visto, ya que neurología y odontología no son disciplinas relacionadas entre sí. Asimismo, en la jerarquía médica de la época, Frankl, en tanto que psiquiatra y jefe de 244

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departamento, estaba muy por encima de la chica que había llegado a ser ayudante de dentista durante la guerra. No sabía nada de ella. No obstante, a Elly ya le habían advertido de la dureza del nuevo jefe de neurología. Aquella mañana en concreto, estaban llevando a cabo en el departamento de odontología una operación de mandíbula y carecían de camas para la recuperación del paciente. Que en un departamento de odontología faltaran camas no era nada extraño y, por lo general, insralaban
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-¿Cómo? ¿Frankl te ha dado una cama? -las colegas de Elly no se lo creían-. ¿Te ha gritado? ¿Qué le dijiste? ¿Estaba molesto? -En absolmo -respondió Elly-. Nle lo encontré mientras hacía la ronda y le pedí la cama. Dijo que se ocuparía inmediatamente. Y parecía amable. Un hombre muy agradable. Sus camaradas seguían sin dar crédito a lo que oían: -¿Hablamos del mismo doctor? Lo que Elly no oyó después de alejarse del pequeño grupo, que se disponía a acabar hl ronda, fue la pregunta de Frankl a \'<'alter Schober, su a}'Udanrc principal: -¿Ha visto esos ojos? -Sí, creo que sí. Pero, ¿por qué lo pregunra? -contestó Schober. Frankl estaba sumido en un trance a e;.1usa de aquella joven de odon~ tología, y se referiría a ello más tarde como «amor a primera vista)>, Elly no sentía lo mismo, aunque creía que Frankl era un buen tipo pero un poco extraii.o. Un par de días más tarde, tal vez por casualidad, se encontraron en el exterior de la Kassa, el despacho del cajero de la Poliklinik. Y allí Frankl dijo a la joven ayudante: -Me alegro de verla de nuevo, enfermera. Tengo un dolor de mue~ las terrible -mientras se tocaba la mejilla como para aliviar el dolor con la presión de la yema. Elly sugirió una obviedad en la respuesta: -Ya sabe que puede venir a nuestro departamento cuando lo desee y uno de los doctores se ocupará de usted. -Pero eso no me sirve. Lo que me está pidiendo ... -respondió frankl-. Yo también tengo mucho miedo a los dentistas. Toda mi vida lo he tenido. Tendría que cogerme con un lazo y arrastrarme escaleras arriba. Después de charlar un poco m;.ls, se separaron. Elly se lo pasó de fábula durame aquel encuentro y se divinió. Pero no sintió la chispa del amor; no inmediatamcme. Un día o dos después de aquello, Elly, con sus maneras juguetonas, hizo un lazo con cuerdas y vendajes. Se fue a la primera planta, donde es~ taba el despacho de Frankl. Miemras entraba, empezó a hacer volar el lazo y lo volteó delante de él, como si fuera a cerrarlo alrededor de su cuello. -De acuerdo, de acuerdo. Iré con usted -exclamó Frankl.

Subieron los tres tramos de escaleras hasta el d{'partamemo de

odon~

tología y, de camino, Viktor confesó la primera arrimaña que había usado con Elly: -Enfermera, debo decirle que jamás me dolieron las muelas y que no le rengo el menor miedo a los dentistas. Tan sólo necesitaba un
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l.t\ l.Lt\Mi\D:\ DE /.A VIDA

ALGUIEN TE ESPERA

¿Por qué habría de hacerlo? A aquella gente le preocupaba su vida y no se habrían creído que aquellas increíbles condiciones le resultaran como estar en el paraíso. Mes tras mes, los residentes se iban marchando o encontraban un apartamento para ellas solos.

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Cuando Elly entró en la habitación de Viktor por vez primera, tan sólo vio una cama individual bajo la ventana, en la pared que daba al oeste, un pequeño fogón en el suelo, una mesa grande de comedor y un lavabo minúsculo. En la mesa, reposaba la máquina de escribir que Bruno Pittermann había regalado a Viktor. A su lado, en una botella, se enconf traba la serpiente, expuesta con roda su morbosa gloria. Al menos, la his- f toria de la serpiente que había usado para atraer a Elly era cierra. J.

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Con d paso de los días, la amistad se fue afianzando. Cada vez pasaban más tiempo juntos. Elly continuaba con su ir y venir diario entre Kaisermühlen y la Poliklinik a bordo de los tranvías, que ya volvían a estar en funcionamiento. Viktor sabía que ella recorría a pie la última manzana y que pasaba, <1 primera hora de la mañana, por debajo de su ventana, en Spitalgasse. Elly a menudo tenía que haberse cambiado para entrar en quirófano a las siete y media de la mañana. Un mañana, mientras miraba hacia arrib:1, al apartamento del tercer piso, vio que de la ventana colgaba el lazo que había hecho. Aquella visión la conmovió y se puso a reír. Viktor se preguntaba si Elly podía adivinar los sentimientos que se ocultaban detrás de sus maneras adultas y el caparazón profesional. ¿Llegaría a entender su decisión de vivir sin recurrir a la venganza? Y más im- · portante aún, ¿llegaría el joven y palpitante corazón de ella a amarlo? En los momentos de placidez, Vikror daba vueltas y vueltas a estas preguntas en su cabeza. En los momentos de distracción que le procuraba su trabajo en la Poliklinik, Viktor apenas se atrevía a imaginar que Elly era la personificación de la sonrisa que le enviaban desde Jos cielos. En las primeras visitas que Elly realizó al apartamento de Viktor, setopaba con chicas de la Poliklinik y de otros lugares que iban a verlo. Era su manera de darle a entender que estaban a su disposición, y poco había hecho para desalentar aquellas visitas. Viktor había tenido no pocas oportunidades para retomar la vida disoluta que había llevado antes de conocer a Tilly, pero no cedió. Conforme se daban cuenta de que Viktor sólo tenía ojos para Elly. las visitas del resto de mujeres se fueron espaciando. Dejando de lado es" estúpido comportamiento de las jóvenes, la mayoría de la gente se mantl"nía a una cierta distancia de Viktor, tal vez a causa de sus

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modales roscos, de su cargo o porque simplemente sabían que era un judío que había sufrido unas pérdidas devastadoras en los campos de concentración. Elly se dirigía a él abierta y directamente. Dado que no hacía el menor esfuerzo para impresionarlo, Viktor estaba atónito. Elly se en
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b alegría se iba apoderando de él y su inteligencia enconrraiM la manera de expresarse. Pero sobre todas las cosas, lo que cautivó a Elly fue la

con los cabellos y a pinrarrajearse los labios. Mienrras cjc:curah
ausencia de amargura y de venganz;l en Viktor. Varios decenios después, seguía recordando que fue
porque me quiero casar con Viktor Frankl. El\ y no dijo nada, pero en su interior no dejah.1 de reír por lo <.lbsurdo de la situación. lmaginab
a medio camino en el puente, un conductor borracho chocó con su automóvil contra el tnmvía en el que ella vi;;lj;:¡ba, justo detrás del conductor. Por aquel enronces, no hahh1 muchos coches en Viena, pero el conductor de éste era el hijo de uno de los ciud.1danos más acaudalados de la ciudad. En el choque, murieron tres pasajeros y Elly fue proyecrada hacia el interior del tranvía. No tcnÍ
ndvirticS El! y que le do[Í;l la cabcz;l

r que le resultaba

imposible asir lasco~

sas con las manos. Convencida de que sería más sensato est;H cerca de la Poliklinik y de Viktor, por la noche cogió un tranvía a iVIarianncngasse. Tenía ya la llave del apartamento de Viktor, al que entró en silencio. Viktor estaba dormido y, mientras se preparaba una cama donde dormir en el suelo, se desvaneció. Cuando estaba a punro de
mcnre, volvió a recuperar la capacidad para asirh1~ con las manos y, pocas semanas más tarde, regresaba al trabajo sin que la lesión hubiera dejado secuelas.

y, en ese momento, Viktor se dio cuenta de su presencia <11 verla en el umbral. Desde la cama, le pregunró: -Eily, ¿qué haces? ¿Por qué estás aquí? -Llevo aquí unas cuantas horas -respondió-. Ayer tuve un accidente y vine aquí por la noche, pero creo que he estado inconscienre varias horas. Viktor se alarmó y se vistió inmediatamente. Cruzaron Mariannengasse y la ingresó en el departamento de neurología de la Poliklinik para tenerla en observación. M<ÍS tarde, Viktor describiría todo aquello, en broma, como ((trasladar a Elly del apartamento al departamento''· Le asignaron una cama en una habitación con otras cinco pacientes. El resto de

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mujeres que acomp
En el verano de 1993, en una de nuestras primeras conversaciones, Viktor y El! y recordaron cómo se conocieron y cómo empezó el noviazgo. Pregunté si Elly estaba al corriente de la popularidad de Vikror en Viena en tanto que autor y conferenciante cuando se conocieron. -Ni mucho menos, no sabía nada de eso. Entonces, pregunté: -Elly, ¿cómo conociste a la persona con la que te estnbas relacionando? Viktor lanzó la primera respuesta . -Necesitaba una cama. No mi cama, sino una de mis camas.

Elly lo confirmó: -Fui a pedir una cama, nada más. Ahí acabú todo para mí. 1~1 parecía interesado, pero no ie di importancia. Ya había conseguido la cama. Al principio, me olvidé de Viktor Frankl.

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AL<.;UIEN TE ESPEltA

I.A LLA;\lr\llr\ DE LA VIDA

Aquel chiste nos e~cantó y reímos aún más por cómo se las había arreglado Vikror para introducirlo en la conversación. Elly se puso seria

Y Viktor Frankl pensó en voz alta:

-Todo el mundo le había dicho que se anduviera con cuidado conmigo porque no tenía un carácter fácil. A caballo entre una pregunta y una afirmación, le interrumpí: -¡Eso e~ un jefe! Y Elly añadió: -]a, ja. Ja,, ;a. Y unos días más tarde, nos vimos en la Poliklinik. -Ella er>-¿Y por qué están rodas esos relojes en el escaparate? »El dependiente contestó con orra pregunta: J>-¿Y qué debería poner en el escaparate si no?» Y acto seguido, Viktor añadió esta coletilla: -Así que -;i no podía poner el lazo, ¿qué iba

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y

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prosiguió: -Estamos aquí, en esta misma habitación. En la mesa estaba-la ser-

piente. Creo que ahí se inició el inrerés del uno por el otro. -Con las serpientes ... -bromeó Viktor-. La serpienre la atrajo. ¿Quién si no? Elly sonrió: -fa, ja. Y cuando.Yiktor abrió la puerta del armario, cielo san ro, esmba sucio y tenía un aspecto horrible. Estaba lleno de viejas botellas de \\'hisky y de medicamentos para la tos y cosas así. -Daba whisky a las visitas y se.guía recogiendo los jarabes para la ros -explicó Viktor-. Y me servía del jarabe para la ros para quitarme

el hambre de vez en cuando.

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-Pero el interior del armario estaba hecho un desastre -recordaba Elly-. Las botellas estaban sucias y llenaban la repisa. Sólo había unas hojas de papel y un lápiz, y tal vez algún libro ... Todo el interior del armario estaba sucio y pegajoso. Era terrible. Pero Vikror se defendió con tono serio: -Todas mis cosas estaban en la habitación y, la m a y¿' ría de ellas, en aquel armario. Durante las pausas para almorzar de Elly en el hospital, iba casi cada día caminando hasta el Altersheim judío y el hospital en Malzgasse para coger sacos de comida para Viktor. Los pocos miembros de la comunidad judía que seguían en Viena, algunos miles, podían aprovisionarse allí de comida. Era difícil conseguir víveres, incluso para quienes tenían los medios, y en el floreciente mercado negro se podía encontrar casi de rodo. Una familia honesta como la de Elly luchaba contra viento y marea entre una comida y otra para tener qué poner en la mesa. Un día, al entrar en la habitación de Viktor, Elly vio que había estado tomando jarabe para la tos de las botellas que un antiguo inquilino había dejado en el apartamento. Prefería aquello a algo dulce a causa del

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colgar de mi ventana?

hambre. Lo reprendió pero él se encogió de hombros: -Las calorías son las calorías . Había repetido aquellas palabras rodeado por el hambre en los campos de concentración, cuando se tragaba su propia saliva y flema en lugar de escupir una sustancia que podía contener algunas calorías. 253

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L\ LLAI-.·IADA DE LA VID:\

Después de una pausa, la discusión volvió a centrarse en la nutrición en los años posteriores a la guerra y Elly explicó: -Mi familia era muy pobre y yo me moría de hambre. No re pue~ des imaginar el hambre que pasaba. A veces, no teníamos qué comer. Si rcníamos un poco de manteca con que untar un pedazo de pan, nos sendamos tremendamente felices ... Cuando le llevé comida a Vikror del hospital judío, no sabía si decirle: «Mira, tengo hambre. ¿Puedo comer algo yo también?''· jamás pensó que yo tuviera hambre. Cuando comía, yo esperaba que quedara algo en el plato para mí, pero nunca se lo dije. Cuando acababa, dejábamos la comida ahí, en el horno de carbón que estaba en la habitación contigua. Cuando yo me ib
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-Exactamente -dijeron a la par Viktor y El\ y-. La gente no ~;·n­ tiende hoy lo felices que éramos aun no teniendo casi nada. Los Frankl y yo hablamos de las conclusiones a las que ha llegado la psicología social sobre nuestra capacidad para adaptarnos con más o menos cosas. En efecto, la pobreza carcomen las personas, a las familias y a las sociedades. Pero cuando tenemos suficiente para vivir, amasar 1mis y mcís cosas no aporta más felicidad. Nos adaptamos a lo que tenemos y queremos m::ls ..Mucha gente ha olvidado las lecciones qu<' nos cnseila la sencillez, pero es posible alcanzar la satisfacción con menos. Nos podemos adaptar, en un caso y en el otro:' Otro día de aquel mismo período que past·· en Viena, Viktor y El! y me llevaron a dar una vuelta por la ciudad par~1 ver unas cuantas cosas. Durante el trayecto en taxi, hicieron gala de Ull.l nuevc1 explosión de en~ tusiasmo cuando nos aproximábamos a nuestra última parada: la Poliklinik. Con la cámara aún en una mano y el micn·,fono en la otra, seguí <11 matrimonio por la entrada principal, una vez hubimos pasado junto al conserje que estaba en la puerta principal quien, tr;.ls oír la explicación que Franklle daba de nuestra misión, respondió: -De acuerdo, Herr Pro{essor. Pueden pascar a sus anchas. Mientras subíamos por las escaleras, Elly me explicó que el interior apenas había cambiado en cincuenta años, aunque algunos espacios acogían ahora unas dependencias diferentes. Fuinws posteriormente a un nivel subterráneo, al lugar en que se produjo su primer encuentro, en abril de 1946. El entorno no había variado, ni siquiera las baldosas del suelo. Me sorprendió el momento en que Viktor y El\ y empezaron a representar aquella primera vez. Les pedí que se detuvieran para poder preparar la C las mismas frases en alemán, el primer encuentro, que se había producido cincuenta años atrás. -Hcrr Primarius, le ruego me excuse. Trabajo en el departamento de odontología y no tenemos camas ... -así se iniciaba la conversación que había alterado el curso de sus vidas para siempre jamás. La memoria retrógrada había inundado su cerebro con los exquisitos detalles como consecuencia del significado 'que revestía aquel momento para ambos. Unos años después de aquella repl·esentar.:ión, y pocas semanas después de la muerte de Viktor, El! y y yo estábanws sentados en su despacho. 155

ALGUIEN TE ESPERA

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Compartió conmigo un tesoro que había descubierto por casualidad una noche, entre ;llgunos papeles que Vikror había ido acumulando desde 1945. En una hoja de papel azul, amarillenta por los años en las esquinas, le había dedicJdo una frase. La nora y el sobre contenían las iniciales de Elly Schwindt, «E. S.», En el sobre, se leían las siguientes palabras: «Herr Primarius Dr. V. Frankl». Y en el interior, de su puño y letra:

-No lo sé. Pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Ante la ausencia de Viktor aquel día, que aún nos parecía del todo extraña, Elly puso ante mí, en el escritorio, una copia de la primera edición alemana, de 1946, de The Doctor and the Soul. En el interior, en la página del título, Viktor le había escrim lo siguiente:

"Wer das Tie(ste gedacht, liebt das Lebendigste> (Holder/in) In Erinnerung an den Stadtpark am 6.Mai.46 DrVFrankl

28.1\!46 Nicht Mitleid sondeni Liebe ist's.

Elly En castellano: 28./V.46 No es lástinw sino amor.

Elly Por aquel entonces, como Viktor repitiera en varias ocasiones con posterioridad, no podía creerse que una chica joven pudiera amarlo de veras. -No tenía nada y no le podía ofrecer nada. Aquella expresión de Elly reafirmó a Viktor, pues mucha gente sentía lástim~l por los judíos que habían sobrevivido al Holocausto y habían regresado. Elly recordaba que el superviviente vienés y escritor Hans Weigel retrató su situación en su obra Unfinished Symphony (Sinfonía inconclusa). Después de volver a leer aquella breve nota que había dedicado a Viktor cincuenta y un aii.os atrás, Elly se sorprendió al descubrir que había expresado su afecto poco después de haber conocido a Viktor; en el mismo mes. Si bien jamás «se enamoró» de Viktor como a él le sucedió, poco tiempo después de su primer encuentro la amistad se convertiría en historia de amor. Y Viktor guardó la nota ~~durante decenios))' como él mismo habría dicho. .Mientras Elly buscaba las palabras para describir los recuerdos de aquellos maravillosos años, imaginé en voz alta qué significado había tenido para Viktor aquella breve nota después de abrir el sobre y leerla. C6mo se estremeció al pensar que, después de todo, ella había descubierto en su corazó11 la manera de amarlo. Y la única respuesta a la que llegó Elly fue: 256

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La segunda línea es transparente: «En nuestra primera visita al Stadtpark el 6 de mayo del 46». Pero la craducción del verso de Holderlin es difícil. Viktor, en una de 'nuestras charlas previas, había hecho esta traducción aproximada: •Aquel que piensa gravemente ama aquello que más vida contiene». Y profundizó en el sentido que él había extraído: •Aquel que queda atrapado por sus ideas es aquel que más se siente atraído por las cosas que poseen vida, por las expresiones más espontáneas de nuestra experiencia humanan. Viktor solía usar la f.. palabras de HOlderlin, incluso durante su último año, cuando se refería a Elly y a lo que ella significaba para él. En otra ocasión, la siguiente conversación me ayudó a entender por qué aquel verso de Hólderlin era tan importante para ellos. Les apremié para que me explicaran las palabras del poeta aplicadas a su trayecto vital. Viktor vaciló y Elly tomó la palabra: -Sin mí, él se habría perdido en su propio mundo, en sus cábalas. Yo soy una persona terrenal, y él necesita algo así. Si muriera hoy, él moriría en tres días, de lo perdido que se sentiría. Viktor se limitó a sonreír y a deci~ con tranquilidad: -Ca-moriría. Como de costumbre, parecía alegre cuando Elly y yo nos reíamos por la manera como solía expresar que estaba de acuerdo con lo que ella decía . Hay otras dos cos~s, como mínimo, del libro de Frankl que resultan chocantes. Firmó, «DrVFrankl)> como lo habría hecho en una receta. ¡Qué extraño firmar así una nota de amor! Una vez, sin embargo, cuando Vikror me estaba dedicando un libro, firmó instintivamente con esa misma inscripción, «DrVFrankl>), 257

LA LLAMADA DE LA VIDA

ALGUIEN TE ESPERA

-Ach. Tendría que haber escrito «Viktor>>, pero ya es demasiado tarde. DrVFrankl era su firma habitual. Pero también merece la pena llamar la atención sobre la mención al Stadtpark. Se trata del mismo parque en el que, de niño, Viktor solía reunirse con su padre al salir éste del trabajo para regresar a casa describiendo aquellos divertidos paseos. La fecha de la dedicatoria es el 6 de mayo de 1946. Eso quiere decir que Viktor copió las palabras de Holderlin para Elly al cabo de un mes de conocerse. Y sólo una semana después de haber recibido la nota de Elly: «No es lástima sino amor». ¿Cómo era posible que Viktor supiera, desde el tiempo pasado en los f centros de asistencia juvenil en Viena, pasando por su labor en la prei vención del suicidio en Theresienstadt, hasta los esfuerzos que hizo para í mantenerse con vida en Kaufering mientras imaginaba que volvía a reu1 nirse con su esposa y su madre, cómo era posible que Viktor supiera el significado del consejo que se había dado a sí mismo y·a los demás, <1Alguien te espera»? La consecución de aquel deseo había estado ligada en el pasado a Tilly, a su madre, a su hermano Walter y a otros amigos que tal vez 1 habían sobrevivido. Pero ninguno de ellos le esperaba: ni sus padres, ni su esposa, ni su hermano, ni su suegra, a pesar de que seguían estando muy presentes en él. De un modo u otro, había conservado, o le habían concedido, un sentimiento perdurable de una suerte de providencia benévola que había resistido a todo lo que le había sucedido. Aunque algunos críticos de Viktor no dan crédito a la interpretación que hace Viktor de su experiencia durante el Holocausto y de su «fe incondicional en el sentido incondicional de la vician, la certeza de que <~alguien te espera)) se vio misteriosamente satisfecha por Elly. Fue un regalo inesperado, pues ella podía estar esperando a alguien más, a alguien que, por cuanto sabía, no exis·:\: tía. Y misteriosamente, podemos decir que Elly le esperaba, aunque no ... como solemos entender la espera humana.

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En 1946, Elly se fue a vivir con Viktor. Por aquel entonces, estaba muy mal visto hacerlo antes del matrimonio. Aunque Viktor sabía, gracias a varios informes, que 1illy había muerto, seguía careciendo de la notificación oficial de la Cruz Roja Internacional, así que técnicamente aún no podía volver a casarse. 258

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Aunque la familia de Elly no tenía ninguna objeción a un matrimonio entre un judío y una cristiana, Viktor tan sólo podía especular con la reacción que habrían tenido sus padres ante su enlace con Elly. Recordaba que ni su padre, ni su madre se habían opuesto jamás a ninguna de sus novias no judías, pero también sabía que el matrimonio era algo diferente. No obstante, Vikror tenía la certeza de que, si sus padres hubieran puesto algún obstáculo de índole religiosa a la boda, habrían dado la bienvenida a Elly a la familia en cuanto la hubieran conocido. Y, dadas las circunstancias, habrían comprendido los problemas que había para celebrar una ceremonia oficial, pues Viktor tenía que esperar a que llegara el documento de la Cruz Roja. En el caso· de Elly, casarse con un judío ({no era ni mucho menos un problema». Dada la manera como la habían criado, y los amigos y parientes judíos que había en la familia, a Elly tan sólo le interesaba la persona. Con todo, Elly se refirió al pesimismo de una de sus tías judías para con Viktor. -Tan te Berta iba a ver cada día a mi abuela y solía decirle: ~~Ya verás, un caballero judío jamás se casará con una pobre chica cristiana. Nuncan. Mi abuela no estaba nada contenta, y le respondió: \(Tienes razón. Es una chica pobre. Tienes toda la razón. Pero lo que puede hacer con las manos y el cerebro importa más que el dinero. Eso puede mantenerlo toda su vida; el dinero, lo puede perder. Pero lo que sí posee Elly hará de Viktor en cierto sentido un hombre rico>). Por lo visto, era importante para los judíos casarse con alguien acomodado. No te casas con una chica pobre, y menos aún con una chica pobre y cristiana. En otra habitación Viktor miraba las noticias de la noche en la televisión, aunque no se perdía detalle de la conversación entre Elly y yo. Desde su asiento, gritó: -Si es una chica cristiana, debe de ser muy rica. Yo añadí: -¿Así que tiene que merecer la pena, verdad? Todos nos pusimos a reír, y Elly prosiguió: -Berta bombardeó con todo aquello a mi abuela, pero la abuela seguía creyendo en mí como cuando era una chiquilla. En las comunidades religiosas, la cuestión era bien diferente. Entre los católicos ortodoxos y los judíos, la relación ni gozaba de reconocimiento, ni de la bendición. Elly, desde la óptica de la práctica católica estricta de la época, era una pecadora por dos motivos: en primer lugar, vivía con 259

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un hombre con el que mantenía relaciones sexuales sin estar casada; en se~ gundo, el hombre que, en última instancia, estaba «casado>> era judío. y desde la exigente perspectiva judía, no cabía el reconocimiento del matri~ monio entre Viktor y Elly. li:n julio de 1947, Elly estaba embarazada de cuatro meses cuando Viktor recibió, finalmente, la confirmación oficial de la muerte de Tilly. Un par de días después, Viktor y Elly contrajeroll matrimonio por medio de una sencillísima ceremonia civil en la sede del distrito noveno de Wiih~ ringer Strasse, en el mismo edificio en el que Viktor había desarrollado su labor en pos de la prevención del suicidio entre la juventud vienesa y que sigue siendo, hoy, la sede del distrito. Caminaron por Wahringer Strasse vestidos con sus mejores galas , partidas de nacimiento en mano, y entraron en la pequeña sala de juntas. Un par de fotografías de la ceremonia muestran a Viktor y a Elly sentados frente a una mesa, en presencia de un funcionario rogado. Los testimo~ nios son los padres de Elly, una tía de la difunta Tilly acompañada de un amigo y la abuela Schwindt, que amaba a Elly con todo su corazón. Elly recordaba que su abuela estaba muy orgullosa de su boda con Viktor. Ducante el enlace, Elly sostuvo un ramo de flores que le había regalado Viktor y vestía un «traje de novia,, Su madre, su abuela y la propia Elly llevaban mucho tiempo ahorrando cupones para que Elly pudiera tener un vestido mejor para aquel día. -Era un vestido terrible, pero yo lo veía como algo maravilloso. Y es.;.· taba muy contenta. También conseguí un par de medias, que eran muy viejas y estaban llenas de carreras. Y mis zapatos no tenían tacones. Viktor vestía su única chaqueta y la célebre corbata. -Y después de la boda, regresamos a Mariannengasse -<:ontó Elly. Habían imprimido un sencillo cartel en el que anunciaban su boda, y habían enviado la siguiente invitación a su círculo más íntimo: «El doctor Viktor Frankl y esposa solicitan el honor de su presencia en la recepción que se celebrará el viernes 18 de julio [de 1947] a las seis de la tarde en su casa, Mariannengasse, 1. Vestuario informal. Se servirán bebidas y he~ lados,. Los comentarios de Elly a modo de conclusión fueron-: Mi padre compró un cubo con un helado espantoso hecho de agua, azúcar y colores. Y ya está. Ni luna de miel, ni nada de nada. La pareja siguió viviendo en una habitación después de la boda. Ocuparon una segunda habitación en Mariannengasse a tiempo para el 260

ALGUIEN TE ESPERA

nacimiento de su única hija, el 14 de diciembre. Con el paso del tiempo, la familia y los amigos llamarían a Gabriele, Gaby. Eran unos tiempos ma-

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ravillosos para aquel humilde hogar. Los constantes exhortos de Stella desde Australia hicieron que Viktor y Ell)' contemplaran la opción de emigrar. De hecho, tenían los visados y los afidávit en orden y podían haber cogido las maletas y trasladarse con la pequeña Gaby a Australia. Peto con Elly, el nacimiento de Gaby y el aumento de responsabilidades laborales, el futuro de Viktor parecía más v más brillante. Y seguían estando atados a Viena conforme él salía de las ;ombras que habían poblado los oscuros a1ios del pasado. Recuperaba el valor. Vivieran donde vivieran, El! y y la pequeña Gaby eran las demostraciones más evidentes de que la primavera aún podía llegar.

El año 194 7, la mejor prima vera que Viktor podía haber imaginado, fue un año aciago para la familia Schwindt cuando irrumpieron en el hogar las noticias más temidas. Un joven soldado y compañero de Alfons, el hermano de Elly, había regresado a Viena y narró a Leo Schwindt la historia de la muerte de Alfons; aquel compañero había sido testigo del asesinato. Los rusos habían cogido prisioneros de guerra a un grupo de soldados alemanes. Alfons y su compañero se encontraban entre el grupo, y fueron retenidos en la región de Budweis, en Checoslovaquia. Cinco días después del armisticio, Alfons y su amigo esperaban a que los liberaran y pudieran así volver a casa. Bueno e ingenuo como era, Alfons había guardado un arma descargada en su mochila; tan sólo sería un recuerdo de los combates. Pero cuando los soldados rusos registraron la bolsa y descubrieron la pistola, uno de ellos disparó sobre Alfons a bocajarro hasta matarlo. La muerte de Ali, de veintiún años, fue otra pérdida inútil y atroz. Y la melancolía que se había apoderado de tantas y tantas familias se cernió también sobre los Schwindt. La noticia era tan terrible que Leo ni siquiera se lo dijo a su esposa por temor de que no pudiera soportarla. Elly, que acababa de cumplir veintidós años, también guardó silencio. Y Hermine Schwindt viviO el resto de sus días con la esperanza de volver a ver a Ali. Era la niña de sus ojos.

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Con todo, Viktor seii.aló rápidamente que el incidente de la esvástica era cobarde y, cuando menos de acuerdo con los estándares del Holocausto,

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Esta es la definición que de Frankl daba su amigo Robín Goodenough: era una gran persona que tenía constantemente una corte de muñecas que le mordisqueaban los talones. Aunque se refería a la gente que iba a por él por motivos insignificantes o con argumentos insignificantes, Frankl sobrevivió a otros enemigos personales más porten-

tosos. Viktor y Elly me advirtieron de que si escribía su historia franca y honestamente, debía estar preparado para recibir críticas, incluso maliciosas. En un primer momento, me pregunté si acaso exageraban la amenaza que podía pesar sobre mí o sobre ellos pero mi ingenuidad sufrió un golpe durante uno de los inviernos que pasé en Viena. Viktor había concedido una entrevista a la televisión y, como era de esperar, había vuelto sobre algunos de sus temas recurrentes. Evidente~ mente, a sus denuncias públicas de la culpa colectiva siguió un torrente de cartas de televidentes agradecidos y otras con mensajes críticos, insultan~ tes o amenazadores. La noche posterior a la entrevista, alguien logró ac~ ceder al edificio de Mariannengasse. Por la mañana, Elly descubrió que habían pintado una esvástica en su puerta, manchada de heces; Elly se puso unos guantes de goma y limpió y desinfectó la puerta. Cuando llegué a su domicilio, los Frankl seguían algo atónitos porque tal cosa hu~

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trivial. Puesto que nadie ha sido jamás arrestado, no se sabe si los intentos por intimidar a los Frankl a lo largo de los años fueron obra de un grupo organizado de extremistas, de un par de canallas políticos, de unos pillos maliciosos o de unos simples desquiciados. Sea como fuere, lo que sigue a continuación no tiene como objetivo implicar a nadie en la comisión de actos vergonzosos contra los Frankl. En efecto, toda8 las personas decentes, incluidos buena parte de los detractores de Viktor, se unirían en b condena de estos comportamientos malvados. La controversia y el conflicto per se no eran nada nuevo para Viktor. No en vano, había visto a Freud, Adler y a sus discípulos, había visto las peleas en la facultad de medicina en pos del reconocimiento, había crecido entre las facciones de la comunidad judía y había asistido a las constantes refriegas políticas que se producen en una gran ciudad. Cuando el Holocausto ya era historia, Viktor había visto hasta donde pueden llegar el odio entre humanos y los conflictos. Aunque Viktor esperaba que la crítica bienintencionada se cebaría con la logoterapia como lo había hecho con el psicoanálisis, le esperaban no pocas sorpresas, profesional y personalmente. Respondió a las críticas contra sus ideas con una defensa razonada aunque desprovista de pasión, en ocasiones por escrito, si bien le encantaba bajar a la arena del debate cara a cara. Prefería dedicar a quienes le atacaban personalmente, incluso hasta el punto de calumniado, un silencio estoico. Y ante toda suerte de actos extraños, como las siempre anónimas amenazas de muerte por correo o telefónicas, optó por seguir su camino. Los Frankl denunciaron todos estos incidentes a las autoridades, aunque S{' negaron a aceptar la protección policial que les habían ofrecido en algunos momentos. Quien no haya pasado un tiempo en Viena con los Frankl, no podrá imaginar la naturaleza y el cariz de los debates, ya que buena parte de ellos eran locales, y sólo ocasionalmente traspasaban las fronteras austríacas. A continuación, expondré mi propio punto de vista acerca de estos debates, no el de los Frankl. Jamás organizaron ni presentaron la cuestión de esta manera; de hecho, Viktor descartó algunos de los factores que identifico como significativos para él, personal o profesionalmente. Aunque las disputas no fueron eternas, sino más bien parece que se suceden 263

LA LLAMADA DE LA VIDA

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cíclicamente, y aunque·no fueron de una intensidad constante, fueron su~ ficientemente significativas para merecer aquí capítulo aparte.

lucrativa del psicoanálisis, que podía comportar hasta cinco visitas semanales, durante años y a un precio abusivo. Asimismo, Frankl ponía en duda la necesidad de una relación de dependencia prolongada e íntima entre los pacientes y sus analistas. El desarrollo de la Iogoterapia en tanto que mecanismo corrector o alternativo acabó con la supremacía de Freud. No obstante, a pesar de su rechazo del psicoanálisis, Frankl mantuvo hasta el último día un inmenso respeto por Sigmund Freud en tanto que persona y genio

Esto también marca una separación temporal del estilo narrativo predominante. Si bien utilizo anécdotas para ilustrar lo que sigue, identificar siete áreas de controversia es mi manera personal de resumir lo que aprendí de ellos. En el siguiente capítulo, dedicado al montañismo, regre~ saremos al estilo narrativo, pero con una estructura más centrada en los temas que en el hilo cronológico.

Una vez casada con Viktor, Elly aprendió en muy poco tiempo muchas cosas, incluidas algunas lecciones sobre aquellas disputas. En 1949, incluso la pequeña Gaby se había dado cuenta. No en vano, el apartamento de la familia se iba convirtiendo en el centro neurálgico de la Iogoterapia y, día tras día, Gaby oía las deliberaciones, y en ocasiones las discusiones, de sus padres sobre el correo, las llamadas de teléfono y los visitantes al tiempo que se difuminaba más y más la línea entre la vida familiar y lavocación pública. Los hechos acaecidos en los años cincuenta ilustran cuánto aprendió Gaby. Viktor tenía que ir a Londres en un viaje de trabajo y Gaby, que por aquel entonces tenía unos cinco años, fue a despedirse de él al aeropuerto de Viena. La advertencia que dio a su padre es una joya: -Por favor, papá. Habla en voz alta y claro y procura que los psicoanalistas, rus enemigos, no disparen al avión.



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l. ÜPOSICIÓI'I DE PARTE DE LOS FREUDIANOS Como ya hemos visto, Viktor se desencantó del psicoanálisis cuando estaba en el instituto. Y en sus años de madurez, Frankl se ensañó con· su doctrina. Es criminal, afirmaba, ir en pos de «motivos ocultos>• que pueden no existir en absoluto o, en caso contrario, pueden no guardar la menor relación con el sufrimiento de un paciente. Por ejemplo, es una desgracia que un psicorerapeuta convenza a un paciente vulnerable de que su problema «reah es el odio hacia su padre o la atracción sexual que siente por sumadre, cosas ambas que no son sino una invención del terapeuta. Para Frankl, estas teorías psicológicas iban más allá de los límites de la ética. Además, la logoterapia y su carácter más breve y directo ponía en entredicho la prá~tica 264

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creauvo. Frankl jamás se mostró crítico con la psicología del individuo, pero sus diferencias continuaban siendo lo suficientemente importantes como para alienar a Alfred Adler. Con todo, hay quien opina que la expulsión de Frankl por parte de Adler fue injustificada y que Frankl siguió manteniendo durante muchos años buenas relaciones con muchos miembros de aquel círculo. En un primer momento, Viktor opinaba que «no tenía más enemigos que los freudianos)>,

RESISTENCIA EN LAS ESFERAS PSIQUIÁTRICAS Y ACADÉMICAS

En los círculos psiquiátricos y neurológicos de Viena, donde los freudianos no era=-t mayoría, Frankl seguía topándose con una cierta resistencia por parte de algunos colegas. En el seno de la universidad, las contribuciones de Freud y Adler solían ser rechazadas por acientíficas. En el caso de Freud, sus ideas, especialmente en torno al sexo, habían ofendido incluso a los intelectuales de la Viena victoriana. Otras cosas que se le reprochaban estaban relacionadas con su estilo personal, su obstinada ambición, su intransigencia, el amplio reconocimiento del que gozaba y sus raíces judías. En el caso de Frankl, salvo por los motivos ofensivos, esos mismos factores pudieron perjudicarle académicamente. Aunque nadie menospreciaba la logoterapia por considerarla acientífica, los celos profesionales fueron uno de los factores que frenaron su avance, si bien Frankl jamás los tuvo en cuenta. El profesor Hans Hoff (1897-1969) fue una figura médica fundamental en la Viena de posguerra. Hoff sucedió a Potzl tras un breve paréntesis en que Otro Kauders estuvo al frente de la clínica psiquiátrica universitaria. Hoff era judío de nacimiento y había escapado del Holocausto residiendo primero en Oriente Próximo y luego en los Estados Unidos. No

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perdió el conracro con POtzl y demás personalidades y regresó a Viena en 1949. Feliz con su ascenso a catedrático y jefe de psiquiatría, Hoff se erigió en toda una figura en la facultad de medicina y, sobre todo, en el departamento de neurología. Se granjeó una sólida reputación y tenía pacientes que viajaban desde el Oriente Próximo, los Estados Unidos y otros lugares del globo para tratarse. Gracias a la influencia de la prensa vienesa, parece ser que Hoff logró que el nombre de Frankl no apareciera en una publicación. Según contaba un amigo de Viktor que formaba parte del círculo íntimo de la clínica psiquiátrica, el protocolo mandaba que, durante las reuniones de personal, se estilaba reír cada vez que aparecía el nombre de Frankl. De hecho, a pesar de la expansión de Hoff por el imperio psiquiátrico, jamás hubo un solo puesro para Frankl. Aunque Hoff no dejaba de poner en marcha nuevos departamentos, según los rumores, uno cada mes, colocaba al frente de los mismos a los suyos. Por ejemplo, Hans Srrotzka, un psicoanalista respetado y sin prejuicios, y con un cierto gusto por la investigación, se convirtió en el responsable del nueva departamento de medicina psicosomática. Otra unidad innovadora estaba dedicada a la atención psiquiátrica de los niños y los jóvenes, y Hoff colocó allí a Walter Spiel, hijo de Oskar Spiel, uno de los discípulos más eficaces y más cercanos a Adler. 2 Si bi~n Hoff siempre mostraba una actitud amisrosa con Frankl en público, es posible que fuera el único que se opuso a que Frankl fuera ascendido a catedrático, aunque el rector de la universidad respaldaba dicho nombramiento. No obstante, Frankl tenía la impresión de que Hoff jamás se había portado mal. con él e insistió en que no era un enemigo, ni en sentido científico ni en ningún otro. Dado su interés por la neurología, a Hoff apenas le interesaba la p~sicoterapia y no hizo nada para entenderla, a pesar de que la psiquiatría y la neurología seguían estando en boga. Giselher Guttmann, responsable del departamento de psicología en la Universidad de Viena, comparte la opinión de que, a fin de cuentas, fue beneficioso para Frankl que no le ascendieran a catedrático (tan sólo se le promocionó hasta el cargo de profesor asociado) y que no fuera nombrado administrador del inmenso hospital Steinhof. La cátedra habría puesto sobre los hombros de Frankl el peso de los asuntos universitarios y las interminables reuniones, además de la docencia. En cuanto al hospital Steinhof, sus enormes dimensiones y la complejidad de su gestión habrían 266

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acabado con Viktor. Tal vez, ni siquiera una de las clínicas de Hoff habría sido adecuada para la creatividad de Frankl y su deseo de independencia. Pero el pequeño departamento de la Poliklinik le iba como anillo al dedo: era rotalmente independiente de la universidad y estaba lejos de la región administrada por Ho(f. Por consiguiente, Viktor dispuso del tiempo necesario para escribir y dar conferencias, desarrollar y practicar sus ideas y salir al extranjero para sembrar la simiente de la \ogoterapia. Viktor creía que el psicoanálisis jamás habría alcanzado su pináculo de no haber sido porque Freud no fue nombrado catrdrático. Puede que la universidad, sin darse cuenta, bendijera el trabajo de Freud y de Frankl p~niendo un límite a su progresión académica.

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ANTISEMITISMO

Nos hemos ocupado a fondo del precio que el .mtisemitismo hizo pagar a la familia Frankl, pero debemos regresar a la cuestión en este punto en el contexto de los años posteriores al HolocaustO. Durante unos años después del final de la guerra, Viena abrió algunas puertas, especialmente a los judíos con una profesión que habían permanecido en la ciudad o a los que regresaban, al tiempo que los antiguos nazis perdían sus empleos. Pero las ventajas se desvanecieron y debemos admitir que la identidad judía de Frankl, con el tiempo y en determinados círculos, le supuso un problema. Todo el mundo sabe que el antisemitismo no murió con Hitler, sino que ha permanecido con vida en muchos lugares, especialm'ente en Austria y Alemania, si bien la ley prohibe las manifestaciones públicas y la gente se burla, cuando menos en público, de las menciones informales. A pesar de todo, Viktor apenas prestó atención al antisemitismo en tanto que factor en su experiencia personal en los años de posguerra.

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CRITICAS AL ESTILO PERSONAL DE fRANKL

A Frankl se le ha criticado su estilo personal. Podía ser exigente, impaciente, demasiado cortante y ocurrente en un debate, y hacía gala de un discurso apabullante en público y en privado. En ocasiones, parecía un fanfarrón y un presumido. A menudo, Frankl presentaba sus ideas con 267

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una finalidad que provocaba que algunas personas lo vieran como un tipo dogmático y autoritario. Aunque S;lbía que podía resultar una persona complicada con quien mantener una relación, Frankl se reafirmó en sus ideas, y Rollo May, el reputado existcncialista estadounidense, acusó a la logoterapia, en un primer momento, de rayana en el autoritarismo. 3 El rabino Reuven Bulka, editor del joumal o( Psychology and judaism, respondió a las afirmaciones de May y dio ~u punto de vista sobre la cuestión en su libro, The Quest for Ultimate Meaning.' Sin embargo, poca gente sabe que May y Frankl se conocieron en un restaurante y charlaron durante varias horas con motivo de la Conferencia sobre la Evolución de la Psicoterapia que tuvo lugar en Anaheim, California, en 1990. Durante aquella conversación, May confesó que, durame varios años, había subestimado y malentendido a Frankl y la logoterapia. Aquel episodio llegó en los últimos compases de la carrera de ambos. May murió en 1994; Frankl, tres años más tarde. Sobre la cuestión de los terapeutas que imprimen sus propios valores en los pacientes, James DuBois, profesor de ética de la atención sanitaria en la Universidad de St. Louis y secretario de la Asociación para la Educación Moral, ha escrito acerca de la postura que adoptó Frankl en 1945: el terapeuta jamás debe hacerse cargo de las responsabilidades del paciente sino que debe llevarlo a sentir la «profundidad de su propia responsabilidad». DuBois escribe: ((Esas mismas ideas también aparecen enfatizadas en El hombre en busca de sentido último (Frankl1997, pp. 120121), precisamente porque Frankl había oído no pocas veces esta acusación y repetía que, de hecho, contradecía la honda preocupación de la logoterapia por potenciar la responsabilidad y la libertad•.s Irvin Yalom, un conocido autor cuya obra incluye evaluaciones de la terapia de grupo, el movimiento relacional y la psicología existencial, también hacía alusión al estilo personal de Frankl. «Sus discusiones suelen ser llamadas a la emoción; convence, proclama ex cátedra y es, a menudo, repetitivo y estridente)). Con todo, Yalom, en tanto que investigador de una cierta eJad, trasciende sus objeciones personales para ocuparse de la sustancia de la logoterapia y de las contribuciones de Frankl. Advierte que el estilo de Frankl puede ayudar a explicar por qué «no se ha ganado el reconocimiento que se merece entre la comunidad académica);. 6 Desde su humanidad, Frankl era paradójicamente dogmático y abierto, estridente y gracioso. Giselher Guttmann dijo que Frankl podía ser ((un

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ángel, un milagro de tolerancia)) pero que, de vez en cuando, lanzaba dardos a sus oponentes. Y Frankl era capaz de proscribir a alguien que, a sus ojos, menoscabara la logoterapia. Además del estilo imperial de la Viena de Freud, frente al más democrático del Zurich de Jung, por ejemplo, hay otro aspecro del estilo personal de Freud que puede ser muy útil para entender a Frankl. Nadie discute que Freud fuera un genio creativo, ni el enorme impacto que ha tenido en la cultura occidental. Aunque la fama o la influencia de Frankl no se acercan ni mucho menos a la de Freud, no he conocido a nadie que niegue la capacidad creativa de Frankl; incluso sus críticos parecen coincidir en este punto. Y la obra de Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, es de gran utilidad a la hora de estudiar las maneras de comportarse de personas extraordinariamente creativas, sobre todo a través de lo que denomina ((anatomía de la creatividad)). Gardner ha estudiado a personas que han tenido un impacto innegable en sus propios ámbitos y en la sociedad: en el mundo del arte y de la liter~tura, a Picasso, Stravinsky, T. S. Eliot y Martha Graham; en la ciencia y las relaciones humanas, a Einstein, Gandhi y Freud. Advierte en estos personajes patrones de personalidad, de motivación y de relaciones sociales. Están absortos en su trabajo creativo y, de menor a mayor grado de conflictividad, desdeñan al prójimo, tienen un carácter difícil con quienes les rodean o son abiertamente sádicos. Freud se encuentra en el segundo grupo de la dimensión de la dificultad interpersonal. Otra característica de gente extraordinariamente creativa es la capacidad para autopromocionarse, ya que deben llamar la atención sobre su obra. De los siete genios de su estudio, Gardner concluye que Freud era quien más se autopromocionaba.' Es posible ver las dificultades interpersonales de Freud y su autobombo en el contexto de su extraordinaria creatividad. Algo que también podemos aplicar a Frankl, aunque sus detractores describen la autopromoción de Frankl como un defecto. Pero de lo que se trata aquí no es de eliminar la responsabilidad de Freud o Frankl sobre su comportamiento, sino de apuntar sin más algunas de las peculiaridades que parecen caracterizar a gente extraordinariamente creativa. Puede consternarnos la conducta de un genio en concreto sin que hayamos reconocido las líneas de comportamiento que pueden ser «normales» en personas con unos dones creativos extraordinarios. 269

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LA LLAMADA DE LA VIDA

La mayoría de nosotros jamás ha conocido a un genio de verdad. Si, por casualidad, llegamos a toparnos con uno, es posible que nos resulte difícil relacionarnos con esa persona. Gardner, en su investigación biográ~ fica, intenta entender los factores comunes entre gente con una creatividad asombrosa. Frankl encaja en las paradojas que Gardner identifica; Viktor podía ser, incluso al mismo tiempo, estridente y tolerante, el centro de atención y desaparecer, duro y de una ternura muy humana. En pleno proceso de creación en 1957, Viktor anotó algunos versos en un trozo de papel que guardó en su archivo privado de aquel año. Muestran lo consciente que era de su lucha personal. Las palabras alema~ nas son poéticas, pero difíciles de traducir. Gott, Du hast mich mit Geist geschlagen; So hilf mir nun, das Leben tragen! Dios, Tú me has condenado a tener mente; ayúdame pues a soportar la vida

5. LA OPOSICIÓN )UDIA

Aunque es comprensible la resistencia que, desde un inicio, sienten los psicoanalistas hacia Frankl, resulta más difícil entender las tensiones que nacieron posteriormente entre él y la comunidad judía. Es irónico que quien hubo de soportar tanta maldad procedente del antisemitismo fuera rechazado, con el tiempo, por algunos de sus compatriotas judíos. En 1980, el rabino Reuven Bulka escribió: La mejor manera de describir la relación entre Frankl y la comunidad judía es refiriéndose a ella como «paradójica», Algo que, sin duda alguna, nace sin {(intención», Si comparamos el número de invitaciones que Frankl recibe para dirigirse a universidades o a grupos religiosos, el porcemaje decrece astronómicamente cuando nos referirnos a organizaciones judías. Por otro lado, y tal vez esto le resulte sorprendente al propio Frankl, sus libros, especialmente El hombre en busca de sentido, han supuesto los cimientos de un número increíble de sermones pronunciados por rabinos en las sinagogas y es, posiblemente, uno de los libros más populares que circulan en el entorno religioso del yeshivot [escuelas para el aprendizaje intensivo del judaísmo].8 270

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En el lado positivo de la paradoja se encontraba Leo Baeck, el egregio y tremendamente influyente rabino que vivió en Londres durante algunos años después de haber sobrevivido a Theresienstadt. Baeck se había encargado de todos los preparativos para las conferencias de Frankl en el gueto. Años más tarde, en su correspondencia con Frankl al respecto de la Encyclopaedia of Psychotherapy (en preparación por aquel enron· ces), Baeck comentó que
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de responsabilidad individual. Desde un primer momento, insistió en que era un error atribuir la maldad del Holocausto a un pueblo que no podía ser personalmente responsable. Pero no bien los enemigos de Viktor se lanzaron a por él, se centraron en todas las ((pruebas>> que les permitieran acusarlo. Se aprovecharon, por ejemplo, de su estrecha relación con los antiguos miembros del partido nacionalsocialista Otto Potzl y Martín Heidegger para sugerir que Viktor sentía simpatía por los nazis. En Nueva York se produjo un incideme harto elocuente y que ilustra cómo se habían expandido las reticencias hacia Viktor entre determinados elementos judíos de la costa este de los Estados Unidos. En 1978, en el Instituto de Estudios Judíos, en la congregación B'nai Jeshurum de la calle ochenta y ocho de Nueva York, la lista de participantes en un ciclo de conferencias incluía, además de a Viktor Frankl, a Simon Peres, del Knesset de Israel, a los pensadores judíos y líderes del movimiento contra el Holocausto judío Irving Greenberg y Elie Wiesel, a Sammy Davis Jr. y al presidente Gerald Ford. La conferencia de Frankl estaba programada para el 13 de noviembre y la moderaría William Berkowitz, rabino de la congregación. Ante la multitud que se congregó en el templo, Frankl habló de sus experiencias en el campo y volvió a alzar su voz contra la culpa colectiva. Una parte del auditorio se enfureció con Frankl mientras éste describía la amabilidad que habían demostrado algunas gentes de Viena durante los años de Hitler, entre quienes había algunos miembros del partido nazi. Al mencionar a Bruno Kreisky, centenares de judíos bramantes se pusieron en pie y lo insultaron, sacudiendo sus puños y sus bolsos. Abuchearon a Vikror y lo llamaron «cerdo nazi». Kreisky había nacido judío y había sobrevivido al Holocausto pues vivía en Suecia. Regresó a Viena y fue nombrado canciller socialista de Austria en 1970. Pero Kreisky era una figura controvertida de quien desconfiaban, e incluso a quien maldecían, algunos judíos, hasta en Nueva York. 10 El rabino Berkowitz intervino y recordó al público que eran sus invitados y que debían comportarse correctamente. Invitó a quienes no pudieran seguir escuchando a marcharse, y buena parte del público lo hizo. Pero la mayoría de las tres mil personas que habían acudido se quedaron, escucharon e intervinieron respetuosamente durante el resto de la charla. La prensa se refirió en términos amables al evento y se hicieron eco

CONTROVERSIA, CONFLICTO Y CRfTICAS

de la discusión, pero el calor de la reacción marcó a Viktor. Elly dijo que aquella fue la primera vez que pensó que Vikror habría podido morir amanos de una muchedumbre que se abalanzara contra él en el estrado. Elie Wiesel, el destacado autor y ganador del premio Nobel que sobrevivió al Holocausto, se ha dedicado a mantener con vida su recuerdo y a evitar más genocidios en el mundo. Cuando le escribí al respecto de la culpa colectiva, respondió con una breve nota donde me advertía que ya se había referido a la cuestión, y se limitó a añadir: <<jamás conocí a Vikror Frankl. Pero me alegra que escriba sobre él.. Tiempo después descubrí un episodio extraordinario que había acaecido en enero de 2000. El profesor Wiesel había sido invitado por ei·parlamento alemán y habló como judío. Reconoció que había habido otros grupos que habían sido víctimas de los nazis. <(Como suelo decir: no todas las víctimas fueron judíos, pero todos los judíos fueron víctimas)). Merece la pena leer todo el discurso, pero aquí reproduzco un párrafo de su intervención ante el Bundestag. 11 Me siento obligado a decirles lo que repito allá donde voy, no sólo aquí: no creo en la culpa colectiva; tan sólo el culpable y sus cómplices lo son, pero en absoluto lo son quienes aún no habían nacido, y mucho menos sus hijos. Los hijos de los asesinos no spn asesinos, sino hijos. Y muchos de sus hijos son buenos. Cclflozco a algunos; algunos han estudiado conmigo. Son maraviJiosos, su motivación es encomiable y son seres atormentados, y con razón. De un modo u otro se sienten culpables, aunque no deberían sentirse así en absoluto. Y todo cuanto hacen para redimir en cierto sentido a su país, a su gente, es extraordinario. Todo aquello que pueda conmover el espíritu les preocupa. Van a Israel a construir, y ayudan t:n todas Jas causas relacionadas con las violaciones de los derechos humanos porque sienten, sus hijos sienten, que es importante no olvidar aquel período oscuro. 12

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Si Viktor Frankl hubiera vivido y oído este discurso, se habría sentido orgulloso de que otro célebre superviviente tomara partido por aquella postura, la misma que él había adoptado al calor de las cenizas del Holocausto en 1945 y que le supuso una multitud de reproches durante decenios. Frankl era un psiquiatra, no un politólogo, un teólogo, un legislador, un abogado o un miembro de un jurado, pero no por ello menospreció la búsqueda de justicia por el Holocausto en naciones y tribunales. Pero lo que Frankl odiaba no era la restitución sino la retribución. De hecho, creía 273

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que el odio y la persecución de los criminales de guerra era importante. Viktor y Elly consideraban los esfuerzos de Simon Wiesenthal por dar caza a los nazis como algo correcto, pues creían que no le movía la ven13 ganza sino el deseo de llevar a los criminales ante la justicia. Viktor creía que el empeño del gobierno por compensar a las víctimas del Holocausto era una manera de reconocer la responsabilidad nacional y colectiva, la manera que tenía un país de repudiar sus atrocidades y sus injusticias pasadas." El estudioso finlandés Risto Nurmela observa que Frankl distinguía entre culpa colectiva y responsabilidad colectiva. 15 No obstante, a Viktor le desconcertaba la explotación del Holocausto con ánimo de lucro y criticaba la repetición de aquellas terribles historias para presionar a los gobiernos, como si el dinero pudiera servir de compensación. De hecho, Viktor opinaba que los constantes refritos de las atrocidades podían provocar una respuesta entre el gran público que prolongaría el racismo en lugar de sojuzgarlo o acabar con él. Por lo visto, era consciente de la sutileza, la complejidad y el riesgo que entrañaba repetir hasta la saciedad los relatos del Holocausto. Asimismo, las relaciones del matrimonio Frankl con los círculos ecuménicos internacionales desagradaban a algunos judíos. Conforme los Frankl recorrían kilómetros y kilómetros, Viktor entraba en contacto con pensadores religiosos y líderes de otros credos. Millones de personas descubrieron la logoterapia, incluso en culturas diferentes. En El hombre en busca de sentido, jamás usó la palabra judío, algo que ciertamente provocó la sorpresa de éstos. Aún así, Viktor sabía que en los campos no sólo había habido víctimas judías y se negó, a lo largo de toda su existencia, a reforzar la identidad entre judío y víctima. Rehuyó de la imagen de víctima, cuando acentuarla era lo que generaba simpatías. No estaba dispuesto a explotar el hecho de que había sufrido por ser judío. Para él, ser judío tenía otros sentidos que se remontaban hasta sus recuerdos más

tempranos. Viktor soportó de manera estoica su experiencia y sus recuerdos, aunque algunos recordatorios punzantes solían despertar sus sentimientos y lo conmovían hasta el llanto, a menudo en privado, pero era algo que bien podía suceder en una entrevista. Durante los decenios posteriores al Holocausto, se mantuvo firme, o terco, en su decisión de ponerse en pie para trascender de algún modo sus circunstancias y recuerdos y liberarse de la idea de venganza. Su embravecido espíritu, su sentido del humor, su 274

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rebeldía y su irreverencia eran las demostraciones de la trascendencia de sí mismo que practicaba al decir «SÍ a la vida a pesar de todo)). Realmente creía en el poder triunfal de la mente hurrlana, para él y para el resto. Hay gente que habla o escribe como si no fuera posible la reconciliación humana o como si la única postura posible entre los supervivientes del Holocausto fuera el ateísmo o el nihilismo. Contra esto, Frankl aseguró que había visto fe entre sus compañeros de campo. Hoy, decenios después, otros supervivientes continúan reflexionando, cambiando de postura para alejarse de la venganza que bullía en su interior. La Fundación Shoah de Spielberg y otros investigadores incipientes han filmado miles de testimonios de gente ordinaria que sobrevivió al Holocausto. En el Memorial del Holocausto de Battery Park, en Nueva York, en el Memorial del Holocausto de los Estados Unidos, en Washington, en la Exposición sobre el Holocausto en el Museo Imperial de la Guerra de Londres, en el Memorial y en el Museo de Auschwitz y en muchos otros lugares, los visitantes pueden ver y oír las reflexiones y las confesiones de los supervivientes. Las que yo he visto son sólo una muestra, y tengo constancia de que los investigadores, los comisarios y los técnicos han seleccionado las imágenes. Pero me sorprendió el número de veces que oí repetidos los sentimientos de Viktor Frankl, casi sus mismas palabras. Hay descripciones de episodios terroríficos y de pérdidas terribles, y de la lucha por la fe a lo largo de cinco decenios de recuerdos. Apenas se habla de venganza, o del nihilismo y del ateísmo que parecen pervivir en los discursos de los intelectuales y de los académicos. En el Memorial del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén, hay un aterrador tema grabado que asegura que quienes habían fallecido, ((murieron consagrando el nombre de Dios)), En Londres, me vi anotando las palabras de diferentes testimonios. Una mujer judía, emocionada, dijo: -En todos los países hay buena gente. Es cierto que los alemanes mataron a mi familia. Pero también es cierto que un alemán me salvó la vida. Un judío, compungido, me contó: -Rezaba a Dios para salvar a mi familia, pero los nazis los mataron. Aún creo en Dios, pero ya no creo en las oraciones. Durante los últimos años de Viktor, los líderes de Irán estaban negociando invitarlo a un ciclo de conferencias. Elly y él habían aceptado provisionalmente la invitación, y Elly había empezado a buscar el vestuario 275

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adecuado para no soliviantar a sus potenciales anfitriones en Irán; pero la débil salud de Yiktor empeoró de súbito e imposibilitó el viaje. Ya no volvió a hacer viajes largos. Pero no sólo me imagino la disposición de Viktor para desembarcar en la cultura islámica y árabe con su mensaje de sentido, sino el cálido recibimiento que le habrían dispensado. Y también puedo imaginar el ultraje que ello habría supuesto para los extremistas de todas las tendencias. Yiktor jamás perdió el respeto ni dejó de tratar con franqueza a quienes, por culpa de sus experiencias en el Holocausto o en otros avatares, habían perdido la fe. Aplicaba su convicción de que no podemos juzgar a otra persona sin preguntarnos qué habríamos hecho de haber estado en idénticas circunstancias. Para Viktor, aquello significaba que no podíamos esperar de nadie un comportamiento heroico y que no podíamos esperar el perdón de las víctimas del Holocausto. Sin embargo, todo el mundo puede ser tan heroico o comprensivo como desee.

6.

CRITICAS AL «USO» DE fRANKL DEL HOLOCAUSTO

Otra crítica contra Frankl es que deformó su experiencia en el Holocausto en E/ hombre en busca de sentido, que la exageró o la embelleció para promocionarse. Existen, cuando menos, dos explicaciones diferentes para esta «deformación». Primera, que Frankl era un ingenuo, que su tendencia a buscar el lado bueno de las personas significaba que, en cierta medida, no era plenamente consciente del terror del Holocausto. Eso, continúa la crítica, explicaría asimismo por qué apenas tardó en aceptar lo sucedido después de la guerra. Segunda, que como estuvo en un campo de concentración de los más «Suaves», no sufrió mucho. Los mayores detractores de Frankl, escasos en número, le acusan de tener una veta oportunista que le llevó a «usar el HolocaustO>> para presentarse como un héroe y para poner el acento en algunos de los temas de su logoterapia. Las acusaciones más crueles contra Frankl afirman que embelleció su experiencia durante el Holocausto para ganar fama, aunque no era sino un intrigante sin escrúpulos y un simpatizante de los nazis o incluso un colaborador. Para justificar toda suerte de afirmaciones, los críticos más furibundos anuncian un par de líneas de pensamiento principales. Una se refiere

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al uso inconsistente que Frankl hace de los nombres de los campos de concentración, con el propósito de desconcertar al lector para hacerle creer que pasó por una experiencia peor de la que realmente vivió. Además, su fantasía de que fue un observador de la carnicería del Holocausto también apoya esta tendencia interesada. Otra hace mención a su afirmación de que, como parte de la logoterapia, sobrevivir a las adversidades, incluso a las adversidades del Holocausto, no es sino cuestión de tener la actitud mental adecuada. Teniendo en cuenta que la primera parte de El hombre en busca de sentido es, esencialmente, el relato de las experiencias y de lo que Frankl observó en el campo de concentración, será útil echarle una ojeada más atenta a la luz de estas y otras circunstancias. Es importante dejar claro desde el principio que el objetivo de Frankl jamás fue hacer la crónica del campo de concentración en el que estuvo, ni escribir una historia del Holocausto. A lo largo de El hombre en busca de sentido, se refiere a Auschwitz un buen número de ocasiones, a pesar de que solamente pasó tres días allí. Y hoy sabemos que se refería a Auschwitz-Birkenau (véase el capítulo 6 de este libro). Ni de palabra, ni por escrito, Viktor hizo mención precisa de los cuatro campos en que transcurrió su experiencia. Pero los nombres de Theresienstadt, Kaufering y Türkheim eran, y siguen siendo, desconocidos para el gran público. Ni siquiera Birkenau es tan conocido como Auschwitz. Así, cuando de vez en cuando se refería, en una conferencia o por escrito, a los tres años que pasó en Auschwitz y en Dachau, por ejemplo, usaba los nombres porque eran los que, con mayor facilidad, reconocería el público; en todo momento, su objetivo era algo más que dar un nombre a los campos o hacer una crónica de lo que allí pasaba. 16 De hecho, en el primer párrafo de El hombre en busca de sentido, Frankl mencionaba <); posteriormente, en el párrafo siguiente afirma que lo qO.e narra «no sucedió en los campos más grandes y famosos, sino en los pequeños, donde realmente se llevaba a cabo el exterminio ... ». 17 Más adelante, describió el largo traslado a través de Viena hasta «un campo dependiente del de Dachau». 18 Hoy sabemos que era el de Kaufering III. Frankl, y la logoterapia, también han sido acusados de afirmar que sobrevivir a cualquier adversidad, incluido el Holocausto, no es sino una cuestión de actitud mental. Es una afirmación curiosa. Es evidente que Frankl escribió y se refirió a los recursos espirituales y a su papel en el 277

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comportamiento y en la supervivencia, y que puso el acento en la importancia de la libertad humana última: la libertad de escoger la propia actitud con que nos enfrentamos a un destino ineludible. Asimismo, afirmó en más de una ocasión que pensar en el futuro incrementa la resistencia de la persona y hace que el sufrimiento sea más soportable. Llegó a decir que la gente que no se aferraba a un motivo para seguir con vida y perdía toda esperanza tenía más opciones de morir. Pero Frankl jamás aseguró que la actitud mental fuera lo único importante o que, gracias a un valiente acto de pura fuerza de voluntad, se pudiera sobrevivir en los campos. El sentido y el propósito son necesarios pero jamás condiciones suficientes para la supervivencia, dijo. 19 Una lectura atenta de El hombre en busca de sentido revelará los elementos que Viktor identificó en su propia supervivencia, elementos que apenas tenían que ver, en ocasiones nada, con conservar una actitud mental adecuada: el capo que le salvó de la muerte en varias ocasiones; las caprichosas selecciones en Auschwitz y las escasas posibilidades de salir con vida de ellas; los médicos que le ayudaron y lo salvaron cuando estaba en el umbral de la muerte; sus conocimientos de medicina, que le confirieron una ventaja evidente en evitar respuestas fatales frente a los síntomas y las enfermedades. . Una vez, Viktor salvó su vida al morderse el labio para no reír en un momento precario. En otra ocasión, fue una alarma de incendios. Como mínimo una vez, se salvó por estar enfermo. Y esquivó a la muerte al ofrecerse voluntario para ir a otro campo. Sabía los trucos a la hora de formar cuando pasaban lista: erguirse, tener un aspecto saludable y las mejillas sonrosadas, lo que conseguía frotándolas con un trozo de cristal. En una ocasión, se ocultó y así evitó la muerte. Tanto sus compañeros como sus captores encontraban interesante hablar con Viktor, lo que significaba que a algunos les gustaba y le protegían. Robaba patatas para evitar morirse de hambre. Esquivaba el delirio obligándose a permanecer despierto cuando tenía fiebre. Además de todo eso, y mucho más, hizo todo cuanto estuvo en su mano para no caer en el desánimo, incluidas algunas plegarias improvisadas. Dada la identificación de tantos factores relacionados con su supervivencia, está claro que su verdadero mensaje es: cuando el resto de cosas eran idénticas, la actitud que uno tomaba y el sentido que uno le daba a las cosas podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte. En los

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esfuerzos desesperados por sobrevivir, y cuando todavía no se había perdido la coherencia, la ccsuerte" era fundamental. Pero también lo era lo que ocupaba la mente: una persona amada que nos esperaba, o alguna rarea pendiente a la que aferrarse cuando la cosa pintaba mal. Con todo, como aclaró Viktor, hacía falta algo más que el sentido para sobrevivir, no se trataba únicamente de actitud mental. Aún hahía <<millones que iban a morir a pesar de su visión de sentido y de propósito. Sus creencias no podían salvarles la vida ... ~~. 20 Una estrategia cognitiva clave que Viktor usaba para seguir adelante en los campos era imaginarse como observador. En otros momentos, daba rienda suelta a otras fantasías para luchar contra la desesperación. Se imaginaba que volvía a ver a su madre; esperaba reunirse con Tilly cuando todo hubiera pasado; quería volver a escalar montañas y a comer Schaumschnitten; se moría de ganas por retomar el trabajo en el punto en que lo había dejado, y por dar una charla ante un auditorio abarrotado y entregado. De este modo, su ambición lo mantenía alejado del abatimiento. Como cualquier otro mortal, también soii.aba con la sensación de cómo sería, algún día, darse un baño caliente. En los momentos en que Frankl retaba a sus camaradas-víctimas, se enfrentaba a quienes tenían alguna opción de sobrevivir a una crisis inmediata. Jamás se encaraba con aquellos a los que ya no les quedaban fuerzas para responder a nada. Si alguien le hubiera reprochado a una víctima el bajar los brazos, Viktor habría lanzado su eterna reprimenda categórica: «sólo podemos pedirnos a nosotros mismos actuar como héroes, y quienquiera que juzgue a otro debe pregui1tarsc qué habría hecho en las mismas circunstancias,,. Es imposible imaginar que Viktor reprocharía a quienes morían en los campos su actitud mental deficiente o su inferioridad espiritual. Por otro lado, eran los canallas ambiciosos quienes tenían más opciones de sobrevivir mientras el resto perecían. «Nosotros, los que hemos regresado}), escribió, ((con la ayuda de mucha suerte o de milagros, llámelos cada uno como quiera, sabemos la verdad: los mejores de entre nosotros no volvieron}). 21 Viktor conocía a Janusz Korczak, el doctor polaco que dirigía un orfanato en Varsovia. Korczak no es un tipo muy conocido, aunque está representado en una conmovedora estatua en Yad Vashem, en Jerusalén. En 1942, deportaron a sus huérfanos al campo de Treblinka, y a Korczak le ofrecieron la opción de quedarse. Desestimó la oferta y subió al tren que

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los deportaba, con dos pequeños huérfanos en sus brazos mientras les contaba historias alegres. Lo mataron por solidaridad con los huérfanos que amaba. En este caso, contaba Viktor, ese gran hombre no sobrevivió a causa del sentido de su vida; murió por él. Otros héroes reales, añadió Viktor, fueron asesinados en los campos por defender a un compañero, o por ocupar el lugar de otro recluso en la fila, o por negarse a seguir una orden de las SS para agredir a otra persona, o por dar el último pedazo de pan a un niño hambriento. <), Después de la muerte de Vikror, me senté a releer El hombre en busca de sentido. y las sorpresas me saltaban a cada página. Dos elementos pueden dar cuenta de ello. En primer lugar, mientras me preparaba para escribir esta historia, había leído las críticas de algunas personas a El hombre en busca de sentido. En segundo lugar, y más importante si cabe, cuando realizaba la relectura, tenía más información, en algunos casos nueva, sobre los cuatro campos. Tras escuchar a Viktor y visitar el lugar en que se alzaban, mi punto de vista sobre El hombre en busca de sentido había cambiado. Podía ubicar casi todas las anécdotas en uno de los cuatro campos casi sin error. Si bien no es necesario proceder así, pues un libro como EJ hombre en busca de sentido puede tener más valor aún sin tal disección, da muestras de su consistencia interna y de la integridad de lo que hacía Viktor mientras lo escribía. El lector que desee ver El hombre en busca de sentido con nuevos ojos puede leerlo a la luz de los capítulos sobre Theresienstadt y Auschwitz-Dachau. Podrá ubicar casi todos los acontecimientos donde sucedieron. Además, se llevará una sorpresa cuando advierta qué hizo Viktor con sus experiencias y sus observaciones sobre los campos. Por ejemplo, descubrí algunas referencias implícitas a Theresienstadt, pero ninguna explícita.- En un comentario al margen, Viktor me dijo que el noventa y cinco por ciento de El hombre en busca de sentido no transcurre en Theresienstadt. Hay una serie de referencias explícitas a Auschwitz. En el caso de kaufering, las referencias son implícitas y explícitas, y en el de Türkheim, tan sólo implícitas. Si El hombre en busca de sentido no es un documental sobre el Holocausto, ¿qué es? Por su propia definición, es un fragmento autobiográfico, construido en torno a las observaciones de un paciente-psiquiatra de tres fases de la reacción de un prisionero: shock, apatía y las consecuencias psicológicas posteriores a la liberación de los campos. 22 Para la primera

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fase, Vikror se basó casi principalmente en Auschwitz y, en menor medida, en Theresienstadt. Todo esto encaja, ya que en Auschwitz-Birkenau sufrió }' fue testigo de un shock debilitador en tres días; con anterioridad, en Theresienstadt, había estado a cargo durante algunos meses de un programa cuyo objecivo era asistir a los prisioneros que sufrían un shock al llegar al lugar. En la segunda fase, la apatía, Viktor se basó, corno es natural, en Kaufering, ya que las condiciones de aquel campo eran el peor escenario imaginable: un hambre atroz, malos tratos, enfermedades, trabajos forzados imposibles, montañas de cuerpos desnudos y consumidos entre los barracones ... No se decantó por Theresienstadt para ilustrar la apatía, ya que sus condiciones eran menos reprochables, y no pasó el suficiente tiempo en Auschwitz para sufrirlas en carne propia o para observar el rápido descenso a la apatía. En la tercera fase, la desilusión tras la liberación y las consecuencias psicológicas, Viktor se basó en Türkheim, el campo del que lo liberaron, y en las semanas posteriores, cuando él y sus compañeros luchaban por volver a ser, de nuevo, seres humanos. Por consiguiente, es evidente que la intención de Frankl, lejos de intentar trazar en El hombre en busca de sentido una crónica del Holocausto, era ••extraer algún significado))' según sus palabras, de su propia experiencia, algo que pudiera servir de aliento para otros. Y eso mismo escribió en 1983 en un prefacio a una nueva edición en inglés de E/ hombre en busca de sentido: 23 Tan sólo quise demostrar al lector, por medio de un ejemplo concreto, que la vida tiene un senrido potencial, cualesquiera que sean las condiciones, incluso en las más miserables. Y pensé que si lo demostraba en una situación tan extrema como la de un campo de concentración, mi libro podía ser digno de ser leído. Y me sentí, posteriormente) responsable de narrar lo que me había sucedido, pues pensé que sería útil para la gente que cae en las garras de la desesperación.

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En los doce años que llevo como profesor de psicología, he pedido a mis estudiantes que lean El hombre en busca de sentido. De los ~ente­ nares de ensayos que han escrito en respuesta al libro, casi todos han descrito el efecto positivo; muchos se refieren al impacto dramático del libro y a su papel en tanto que chispa para provocar una nueva visión, más esperanzada, del mundo y de sus propias vidas y responsabilidades. Algunos de m!s estudiantes abandonaron la idea del suicidio. Uno, víctima de 281

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una enfermedad terminal, asumió que su vida, que acabaría poco tiempo después, aún podía tener un sentido y se dedicó a ayudar a los demás en sus necesidades. Este fue el <<uso'' que Frankl hizo del Holocausto.

7. TENSIONES ENTRE PSICOLOGÍA Y RELIGIÓN

Muchas son las críticas que Frankl ha recibido por cuestiones de fe y religión. A continuación, presento una muestra: era demasiado judío; no . era suficientemente judío. Era demasiado religioso; no era suficientemente religioso. Era demasiado abierto; no era suficientemente abierto. Estaba demasiado cerca de personas con un credo diferente al suyo y hablaba demasiado a menudo en sus templos e iglesias. La logoterapia tiene una naturaleza demasiado religiosa; de hecho, es como una religión, pues Frankl llegó a decir que la logoterapia es «la educación en la responsabilidad,>. Frankl era una persona religiosa a pesar de que lo negó siempre. Frankl era un predicador enfundado en una bata de doctor. A pesar de estas afirmaciones, Frankl insistía en que la religión y la psicoterapia eran dominios distintos y que quería mantener clara la distancia entre una y otra, a pesar de que en el día a día se solapaban. Y simplificó la distinción de este modo: el objetivo de la psicoterapia es curar y el objetivo de la religión es la salvación (aunque algunas raíces griegas para curación y salvación, como por ejemplo therapeuo, son idénticas }' suelen significar «hacer completo''). Aun así, Frankl deseaba que tanto los terapeutas como los religiosos fueron conscientes de las diferencias entre sus papeles y sus objetivos y respetaran al otro grupo. '·~'; Lo que enturbiaba la diferencia a ojos de la gente era la visión de ~1 Frankl de que la psicoterapia y la religión tenían unos efectos similares .·.. ,,, :·~;'f e interrelacionados. Sostenía que la psicoterapia ayuda a las personas ·::.~%: ,o'!JI{a abrirse a nuevas posibilidades, incluidos los dominios espirituales y re·:·,_c;, ligiosos. Pero dejó claro que, si la gente abrazaba la religión durante el {~ proceso de la psicoterapia, debía suceder tan sólo como un efecto colatelt ral. Los psicoterapeutas no ganan nada con promover un credo determi,, :-'~~ nado en los pacientes que acuden a ellos en busca de 'ayuda. Sin embargo, .. if Frankl observó que la fe religiosa puede potenciar el bienestar personal. Es . ~}~ de sobras sabido que la práctica de la fe puede tener_ unas consecuencias ~-:., positivas poderosas. Por lo tanto, una fe poderosa puede ser una valiosa

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arma a la hora de llegar a la plenitud. Frankl insistía que la religión no está meramente interesada en la salud psicológica y la satisfacción personal. Tiene una dimensión moral y una preocupación suprema;24 ¿Por qué, entonces, se ensañaron con Frankllos estudiosos de la religión y el clero de toda suene de credos? Aparentl!mente, la logorerapia era compatible con su visión de la naturaleza humana y de las necesidades, su ~~concepto de hombre)) encajaba. Quienquiera que consulte una bibliografía exhaustiva sobre logoterapia verá cómo ha tapado el agujero que existía entre la religión y l
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1.:\ LLMv\t\I)A DEl A VIDA

interesado en b experiencia del subconsciente que en la religión per se. La psicología de Freud contraria a la religión supone un varapalo para los creyentes practicantes, así que mucha gente con convicciones religiosas abraza a jung como el máximo representante de la comunión ente psicología y religión. 1 ~ Erich Fromm (1900-1980) era un ateo marxista y freudiano, cuyos escritos cobraron una enorme popularidad a partir de 1950. 19 Fromm se mostraba crítico con Freud y con jung por sus opiniones acerca de la religión y del subconsciente. 3 Fromm caracterizaba el subconsciente jungiano como lo mejor que hay en nosotros y el freudiano, como lo peor, aunque opinaba que tanto Freud como Jung habían errado el tiro. Para Fromm, el subconsciente es, a la vez, lo mejor y lo peor que hay en nosotros: no es ni «un Dios al que debemos adorar, ni un dragón con el que debemos acabar». Según la opinión de Frankl, Freud y Jung eran reduccionistas, y trataban los fenómenos humanos de verdad, incluidas la religión la fe, como proceso~ subconscientes, como impulsos. Para Jung, la religión emerge de los arquetipos del subconsciente universal y, por lo tanto, es tan determinista como cualquier otro impulso. Por lo tanto, la religiosidad es instintiva, no existencial. En palabras de Frankl, «¿qué religión es aquella a la que llego por un impulso, como sucede con el sexo? En mi caso, no me interesa lo más mínimo una religiosidad a la que le deba una suerte de "impulso religioso". Li religiosidad de verdad no tiene este carácter impulsivo sino que es una suerte de decisión)), 31 Para Jung, el Yo divino era un arquetipo central y universal. Para Frankl, no existe tal Yo divino, sino un ser humano cuyo espíritu, por naturaleza, busca algo más que el «yo))' algo en el exterior, algo mayor. Así llegamos una vez más al elemento clave de la logoterapia, que la diferencia de todo el resto de grandes escuelas de psicoterapia: la importancia que concede a la trascendencia. La autotrascendencia es lo que individualiza al ser humano; la capacidad para alzarse por encima de uno mismo y de sus circunstancias, para dirigir la intención y la devoción a algo que no sea uno mismo. Y en esta perspectiva cabe encuadrar la posibilidad, aunque no existen pruebas racionales a favor o en contra de la existencia de Dios, de un Ser Divino trascendente que exista con independencia del ser humano. Si tal Ser existe, es posible que ese Ser nos convoque, y es posible que le respondamos trasccndiéndonos a nosotros mismos por medio de la confianza en ese Ser.

La logoterapia, dada la centralidad que concede a la autotrascendencia y a la posibilidad de relación con un Ser trascendente, ha sufrido wdo tipo de reproches y de rechazos por parte de seglares, ateos o nihilistas. Sin embargo, en la actualidad, la arrogancia de muchos investigadores y académicos contra la religión disminuye al tiempo que se redescubre la espiritualidad, y la influencia freudiana en la psicoterapia está declinando. Pero Frankl llegó demasiado pronto para que los círculos académicos y psicoterapéuticos lo abrazaran por la importancia que concedía a la espiritualidad y a los valores. Yalom afirma que la logoterapia, «como buena parte de las contribuciones a la terapia existencial, no puede encontrar cobijo en los "mejores" barrios académicos. La logoterapia no pertenece ni a las escuelas de orientación psicoanalítica, ni a la psiquiatría formal, ni a los estudios religiosos, ni a la psicología académica de orientación conductista, ni al popular movimiento del crecimiento personal»." Y si bien Yalom concluye que el enfoque de Frankl es fundamentalmente religioso, no parece identificarlo como uno de los factores de la resistencia académica a la logoterapia o, en este caso, en la tremenda llamada de Frankl a un amplio público de «la gente de la calle», Para quien quiera leer más acerca de la postura de Viktor sobre la religión y la fe, he incluido en el capítulo 15 un informe de una ronda de preguntas y respuestas entre Frankl y su público. En él, una «persona de la calle)) pide a Viktor que explique qué significan sus afirmaciones sobre la religión y la fe. Frankl aclaró que la experiencia religiosa ni puede «estar regida por un instinto», ni «por la voluntad de un psiquiatra)),

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Una noche, en casa de los Frankl, estábamos discutiendo sobre los conflictos políticos a los que habían arrastrado a Viktor, aquello de lo que le habían acusado y de cómo lo habían tratado algunos adversarios. Elly y yo podríamos haber seguido hablando del asunto, pero Viktor nos detuvo. Yo no llevaba conmigo la grabadora, pero aquí reproduzco lo fundamental de la conversación. <<¿Es mejor intentar coinplacer a todo el mundo y no decir nada importante ni útil? ¿Debo silenciar mis convicciones más profundas únicamente para obtener una aprobación vacua? ¿Y qué es, en definitiva, lo más importante? ¿La apariencia o la sustancia? Mira el correo, del que nadie sabe nada: por cada reproche, recibo centenares de agradecimientos de gente que no son nadie :.1 ojos del mundo. Esto es lo 285

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realmente importante, que esa gente descubra que su vida tiene un semido por más cosas que les pasen. No importa en absoluto que algunas personas me hayan llamado esto o aquello o que hayan dicho una cosa u otra en mi contra. Una sola carta de alguien que ha superado la desesperación se impone a todo el resto.)) 33 En otra ocasión, en un año diferente, un puñado de miembros de la familia Frankl y de amigos se habían reunido y el ambiente era distendido. Estábamos sentados, charlando y riendo. Por algún motivo, en medio de aquella atmósfera se encendió la chispa de la controversia y, corno era habitual, Viktor centró la discusión. Tal vez con vistas a tranquilizar a todo el mundo, alguien advirtió que no siempre podemos ganar. Rescaté un recuerdo de mi juventud, una frase de un terna clásico del country de Hank Williams que me sigue encantando: «Da igual cuánto luche, jamás saldré vivo de este mundo''· Los austríacos nunca la habían oído, pero también les gustó. Y aprovechando la ocasión para comar un chiste, Viktor tomó la palabra. -¡Esperad un momento, esperad un momento! Se trataba de uno de los chistes clásicos judíos sobre cómo los goyim, los gentiles, tienen más suerte. -Un viejo judío que había emigrado a Berlín pasea por un famoso parque de la ciudad. Un pájaro sobrevuela su cabeza y defeca sobre el sombrero del anciano. Éste se quita el sombrero, le echa una ojeada y dice: «Cantan por los goyim». Todo· el mundo estalló en una carcajada. Incluso Elly reía, aunque había oído el chiste cientos de veces. Yo estaba a su lado, y dibujé una sonrisa reflexiva. Elly se volvió hacia mí y me preguntó: -Si no pudiéramos reír, ¿qué sería de nosotros?

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MONTAÑAS Y HORIZONTES

Viena aún se viste de gala los domingos. La mayoría de las tiendas están cerradas y la ciudad duerme hasta tarde. Aunque la concurrencia no es muy numerosa, todas las iglesias de la ciudad celebran misas. Además de muchas otras tiendas, las de ultramarinos cierran a primera hora de la tarde del sábado y no vuelven a abrir hasta el lunes por la mañana. Ello puede suponer una molestia para los extranjeros, pero un día de reposo en la ciudad les acaba gustando. Uno de los fines de semana que pasé en Viena durante una de mis estancias me pilló desprevenido. Por norma habitual, solía comer una vez al día en mi habitación, pero el sábado por la mañana no había comprado comida. Así que, el domingo, salté a bordo de un tranvía vacío para acercarme hasta la estación de ferrocarril más próxima (Westbanhof), donde las tiendas de comida no cierran nunca. Cuando llegué al final de una escalera mecánica, me detuve para hacerle una pregunta a un anciano, y acabamos teniendo una conversación genial. Le interesaba saber de dónde era y qué hacía en Viena. Le conté que trabajaba en un libro y le pregunté si había oído alguna vez el nombre de Viktor Frankl. -Aber natürlich! Der Bergsteiger! -exclamó el caballero-. ¡Por supuesto! ¡El escalador! Al día siguiente, hablé con Viktor de este encuentro y se sintió agasajado por la idea de que alguien le conociera de aquella manera. La segunda obsesión personal de Viktor despué< de la logoterapia era 287

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MONTAi'JAS Y HORIZONTES

lA llt\/'o,·lt\DA DE lA VIDA

La primera escalada de verdad de Viktor fue con un amigo durante

el montañismo. No sólo subir por las colinas, sino escalar rocas, paredes empinadas o formaciones irregulares sobre un abismo. Escalar era una de las maneras de canalizar la casi sobrehumana energía de Viktor y aquel desafío le excitaba. Se cansaba escalando, pero nunca se cansó de escalar. Moldeaba su cuerpo y le aclaraba las ideas. En aquella competición a vida o muerte con la naturaleza, su concentración era tan intensa que penetraba de lleno en otro mundo, en un mundo diferente. En cualquier otra actividad, su mente trabajaba con intensidad; ante una montaña, su mente se liberaba de todo lo que no fuera la escalada. La ruptura con su actividad diaria era total. Viktor escaló por vez primera cuando tenía diecinueve años, y lo hizo siempre que se le presentó la ocasión durante casi sesenta años. Hizo su ldtima ascensión con ochenta años, aún al frente de la cardada, y el único motivo que le llevó a abandonar su afición fue la pérdida de visión. Aunque jamás se quejó de ello, si bien tampoco se quejaba nunca de nada que fuera verdaderamente importante, debió de dejar un terrible vacío en su vida. Desde el primer momento, la aventura del montañismo parece pa· radójica, ya que de niño había sido una criatura bastante frágil y un chico siempre asténico, incluso larguirucho. Pero a pesar de ello, se sobrepuso a sus limitaciones lanzándose a practicar aquel deporte peligroso y exigente, y llegó a ser uno de los mejores. Al padre de Vikror le encantaba caminar por los bosques de Viena y, cuando era factible, marchaba por Salzkammergut, el legendario distrito de los lagos cercano a Salzburgo, donde las montañas se elevan desde el agua hasta el cielo, alcanzando algunas cimas más de tres mil metros. Gabriel Frankl tan sólo seguía los senderos marcados, pero no por ello algunos dejaban de ser exigentes. Viktor recordaba un incidente en las montañas de Salzkammergut.

el último año de instituto. El amigo se lo llevó a una cantera para que car· gara con las cuerdas y allí descubrió Viktor el espíritu de equipo necesa· rio en el montañismo. Al momento se sintió atraído por el desafío y nunca se preocupó por los riesgos. Cuando estudiaba en la facultad de medicina, Viktor solía ir al sur, a las montañas Rax, a poca distancia de la ciudad para ir y volver. Es posible que él no tuviera miedo, pero otros lo renían por él, corno demuestra esta narración. En una ocasión, fui a las montañas Rax y subí a una cima, a una de las menos fáciles, y no pude llegar a tiempo para coger el aurobús para regresar a la estación de ferrocarril. Perdí el tren que solía coger para volver a casa. Posiblemente llevaban unas dos o tres horas esperándome en casa. Y entonces, es· tando con mis compañeros de cordada, pensé que mi madre estaría preocupada. La llamé por teléfono y, jamás lo olvidaré, en cuanto oyó mi voz, antes de saludarme, suspiró: «Gott sei dauk!" (¡Gracias a Dios!). Estaba radiante por· que aún seguía con vida y no había sufrido ningún accideme.

el úlrimo cuarto de hora, solamente lo podía recorrer alguien que no se marea-

En 1939, con la llegada del gobierno nazi y la imposición de la estrella amarilla a modo de identificación, a los judíos se les prohibió la escalada. Viktor ingresó en un período de «abstinencia forzada», que sólo rompía en sueños. Al recordar eso, Viktor proclama desafiante aquellos maravillosos momentos: -Me lo pasaba en grande soñando que escalaba. Eran unos sueños tan apasionados como los que tenemos únicamente sobre cosas sexuales o emotivas, en los que participa nuestra parte más íntima, y de los que nos despertamos de golpe. Uno de los momentos más apasionados y más memorables de Viktor se produjo cuando su amigo Hubert Gsur le invitó a acompañarle a las Rax a escalar. - Viktor, quítate la estrella amarilla e iremos a escalar. Gsur vestía su uniforme de la Wehrmacht para desviar la atención de Viktor.

ra, que no sufriera vértigo. Y mi padre me contó que estaba en un sendero muy estrecho, junro a la pared y con un abismo a sus pies. En aquel momento, alguien llegó desde la dirección contraria, y tuvieron que buscar la manera de dejarse pasar el uno al otro ... Tan sólo una persona podía pasar. Pasé por ahí en una ocasión y lo recordé. Pero mi padre jamás practicó la escalada, sólo caminaba por aquellos SP.nderos.

Fue la segunda vez que oculté la estrella. La primera fue cuando enrré en la catedral de San Esteban para decidir qué debía hacer con el visado para emigrar a los Estados Unidos y cuál era mi responsabilidad para con mis padres. Fuimos al Hohe Wand juntos, y cuando llegué al pie de La pared, donde se encuentra la primera roca, no pude resistir un llamo súbito y besé la roca. Y hoy

En cuanto llegaron a Schafberg, vieron un camino, pero el último tramo,

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pienso que sólo hay otro momento en que, del fondo del corazón, haya manado ral expresión ferviente: cuando le pedí a mi madre que nos bendijera en el momento en que nos íbamos del campo de concentración. Me bendijo desde el fondo de su ser. Podríamos decir que esas emociones eran intensas.

El sentimiento ferviente que Viktor trató de describir volvió a producirse, más o menos, incluso lejos de su hogar. En los años setenta, cuando Viktor y Elly estaban en California para que él pronunciara unas conferencias en primavera, una emisora de radio local puso una canción muy popular en Austria. Hablaba de lo mucho que le gustan a la gente las gloriosas montañas. Cuando Vikror oyó en San Diego ••Herrliche Berge>>, sollozó. Y al tiempo que me hablaba de aquella nostalgia, poderosa y repentina, empezó a cantar espontáneamente toda la canción. Después de casarse, Viktor siempre quiso que Elly le acompañara

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a escalar. 1 -Yo era guía oficial de montaña, en el Club Alpino Donauland. Elly era mi estudiante ... Más tarde, íbamos casi todos los fines de semana del f verano, salvo si estábamos fuera de Austria. Elly, después de reflexionar sobre esas palabras, dijo: t -Cuando nos casamos, pensé que si le acompañaba, no iría a las cimas más difíciles y que pondría un poco el freno. Pero no me gustaba. Viktor añadió, casi a media voz: -No le gustaba nada. El! y ignoró aquel comentario y prosiguió: -Pero cuando llegaba a la cima, me sentía de maravilla. Estaba muy orgullosa por haberlo logrado. Pero cuando empezamos, lo odiaba. Antes de tener su primer coche, a cada ocasión tenían que coger el tren, desde Viena hasta Reichenau, y un autobús hasta el pie del Seilbahn, el cremallera que llega hasta el hotel Bergstation, en la meseta de Rax. El cremallera y el hotel siguen hoy en funcionamiento. Durante muchos años, los Frankl tuvieron a~lí su propia habitación y la llave. Y también allí dejaban el equipo de escalada y demás cosas. Elly limpiaba la habi- •,; ración y las ventanas, y sólo tenían que pagar las noches en que la ocupaban. Con anterioridad, habían pasado algunas n"oches en Ottohaus, que se encuentra en un punto algo más alto de la meseta. Una vez, de camino a Ottohaus, Elly caminaba unos cuantos metros por detrás de Viktor. En un banco junto al sendero, había un hombre y una mujer descansando.

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Vikror ya había pasado por delante de ellos y, cuando le tocó el turno <1 Elly, oyó que el hombre decía: «Ese tipo se parece .1! profesor Frankl, incluso en las gafas, pero no es posible que sea él con esa ropa tan vieja». Cuando Elly me narró la historia, le dij·e a Viktor: -Eso mismo dijiste cuando viste por primera vez al profesor Freud en Schottentor. Nunca había pensado en el paralelismo, pero confirmó que la impresión había sido similar. Elly añadió: -Nos encantaba vestirnos de aquella maner.l cuando íbamos a la montaña. Viktor explicó lo irónico que resultaba que la gente que iba a Rax no creyeran que fuera realmente él, y que en otras ocasiones le echaban de menos cuando ni había ido. -En una de mis pistas favoritas en Preiner \X'and, y en cada sendero técnico, hay un Steigbuch en una grieta, un libro de ruta que se debe firmar cada vez que se pasa por ahí porque es importante en el supuesto de que alguien no vuelva al refugio alpino o en una búsqueda. Por lo general, los alpinistas ponen la fecha. Una vez, abrí el libro, porque me gustaba leer quién había pasado recientemente, quién había escrito lo maravilloso que era el día o cosas así, y había una entrada que decía: ((¿Cómo puede ser que Viktor Frankl no haya firmado aún este año si estamos en agosto?••. Otra experiencia en la montaña, esta vez en Hochkünig, cerca de Salzburgo, ha quedado grabada en el recuerdo de los Frankl. Sucedió poco después de que se casaran, así que debían de tener él unos cuarenta y dos años y ella unos veintiuno. -A unos dos mil quinientos metros, teníamos que atravesar un pequeño glaciar, y Elly se ofreció amablemente para llevar la mochila. Cuando atravesamos el glaciar, unos jóvenes nos adelantaron. Yo no cargaba con nada, así que delante de ellos, grité a Elly: «¿Tienes tal o tal cosa, cariño?». Así, creerían que yo era el padre y ella, mi hija, y me salvé de una situación vergonzosa. Si bien puede parecer que Viktor se aprovechaba de Elly, entre ellos no había la menor tensión. Elly me explicó que, de hecho, ella insistía en llevar las bolsas más pesadas porque era fuerte y maciza, y le preocupaban las escuálidas piernas de Viktor y sus tobiHos. Pasado un tiempo, el episodio de la hija pasó a ser una especie de chiste, pues Elly jamás pensó 291

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que Viktor la hubiera humillado o que la hubiera menospreciado sino que había sido una muestra de respeto y de admiración. Viktor recordaba un episodio acontecido en Italia, en los Dolomitas: -Como yo quería escalar una célebre pared vertical, contraté los servicios de un guía profesional y, aquella mañana, Elly quiso acampa· ñarnos hasta el pie de la montaña. El guía le comentó a El! y: «¿Por qué no subes con nosotros?». Y Elly finalmente respondió: «Cielo santo ... Bueno». La pendiente del inicio de la ascensión era muy pronunciada, y apenas había sitios donde agarrarse, y empezó a gritar y a quejarse: ••Soy una estúpida. ¿Por qué he venido? ¿Por qué me he venido con estos tipos?». Exclamaba, reprochándose su actitud. Elly y yo reímos (a costa de ella) pero Viktor prosiguió: -Un momento, un momento. Otro escalador oyó los gritos de Elly y le contó al re~to que los Frankl habían ido a escalar. Más tarde, un hombre al frente de un refugio alpino en las Rax escuchó una versión de la historia; yo solía escalar con él, me hacía de guía. Lo entrevistó una emisora de radio y le pidieron que contara algo de Viktor Frankl. Y él dijo: «¡Oh, sí!". Y el tipo empezó a chillar ante el micrófono: «Sí, una vez la mujer de Franklle gritaba a Viktor: "¡Idiota! ¡Idiota! ¡Me has obligado a venir contigo!">>. Elly juró que jamás había gritado tal cosa a Viktor, sino a sí misma. Viktor confirmó la historia, pero no pudo reprimir una carcajada. -Unas cien mil personas oyeron que Elly me había gritado: «¡Idiota! ¡Por qué me has embarcado en esto!». A los Franklles encantaba aquella historia. Le pregunté a Viktor si se había enfrentado alguna vez a la acrofobia, al miedo irracional a las alturas, y me respondió que no. Pero me habló de otras fobias. En una ocasión, en una conexión entre un vuelo y otro, se quedaron atrapados en un ascensor del aeropuerto de Atenas, entre dos pisos. Tan sólo estuvieron unos diez minutos, pero empezaron a golpear las puertas. -Y allí entendí a mis pacientes que sufrían de claustrofobia. Por otra parte, aunque jamás me había gustado el fútbol, a diferencia del resto de chicos austríacos, Hans Weigel, el novelista y uno de nuestros mejores amigos, me invitó a ver un partido en el estadio del Prater. Estábamos sentados en la tribuna y el estadio estaba atestado. Y allí comprendí, no a los pacientes que sufrían claustrofobia> sino a los que sufrían agorafobia. Me

puse muy nervioso. Pensé que, si algo nos pasaba, cómo lograría salir de allí. En aquella época era terrible. Evidentemente, desde entonces, han reformado el estadio para reducir el aforo. Pero Elly sí que tenía miedo cuando escalaba. -En una ocasión, Viktor iba por delante de mí, guiándome, por la pared de una montaña. Yo estaba en medio de la cardada, y por detrás de mí había un hombre. Me asusté tanto que me quedé de piedra y no p~· día moverme; pensé que no podría conseguirlo. Estuve así una media hora, más o menos. Y el hombre que estaba a mi espalda me hablaba, suave y amablemente, pero Viktor no dejaba de reír. Entonces Rudy, nuestro compañero, se acercó a mí y me abofeteó para que recuperara la calma. Y en ese momento lo odié. Pero a partir de entonces, pude seguir escalando y se acabaron los problemas. Viktor también sabía que no pasaría nada, así que seguía riendo. Pero yo no lo sabía. Viktor recordaba que Elly solía quejarse sobre cualquier cosa en las Rax, pero ella se defendía de tales acusaciones afirmando: -¡Me obligaban a ir! Viktor añadía: -Yo te ayudaba con tu autoactualización. Y Elly respondía: -¡Me da lo mismo tu autoactualización! ¡Guárdatela donde te quepa! El yerno de los Frankl, Franz Vesely, me contó: -Nadie que no sepa lo mucho que la escalada significaba para Viktor podrá llegar a comprenderlo. Estaba obsesionado. Y Viktor fue a las Rax para contemplar y sopesar las opciones que tenía una vez la guerra había terminado. -Era un adicto ... Todas las decisiones importantes que he tomado, han pasado en la meseta de las Rax. Pero en cuanto llegaba a la pared, a partir de ese momento, por el peligro que corría mi vida, dejaba de pensar en nada que no fuera la escalada. Así, para sortear el riesgo, me pro· hibía pensar en mi próximo libro o en cualquier otra cosa. Un día, los Frankl me enseñaron viejas fotografías de sus escaladas, y había una del período de entreguerras. Viktor aparece con su amigo y dentista Ludwig Werber. A pesar de que su vista estaba mermada, cuan· do Viktor vio la fotografía, recordó el momento y dijo: -Parezco un personaje de una novela de Dostoievski.

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Cuando Viktor tenía sesenta ailos, su familia hizo algunas películas

pero él necesitaba aquello, el aire fresco y poder dormir tranquilo. Tenía los bolsillos llenos de trozos de papel y siempre llevaba consigo un bolí-

caseras en color donde se le ve escalando una pared casi vertical. Aunque

grafo. Nunca tuvo una libreta ni nada por el estilo. Únicamente trozos de papel, y cuando se le ocurría una idea, la apuntaba. -Todo un personaje -respondí. Pero Elly no estaba muy segura. -No puedo decir que fuera un personaje, porque si vives con un hombre así ... Para mí era normal porque no había conocido nada más. ¿Qué más? Don, mucha gente se sorprenderá con tu libro porque habrá muchas cosas que les resultarán nuevas. Verán a Viktor de un modo totalmente diferente ... A mi entender, Viktor y Martin Heidegger eran dos personas de una sencillez y una grandeza similares ... Las pocas personas que conocían a Viktor }'que lo habían tratado serán capaces de imaginar que todo cuanto escribas será cierto. Sus amigos de las montañas

la proyección de la peJícula exagera posiblemente la sensación de velocidad, no obstante me quedé atónito al ver cómo ascendía Viktor, sin pausas, como si repitiera una coreografía o como si fuera un gato que trepa por un árbol. Los escaladores suelen fiarse mucho de sus piernas para ir ascendiendo, pero las de Viktor siempre habían sido relativamente débiles y delgadas. Un montañero famoso, Ignaz Gruber, vio a Viktor escalando en una ocasión y se fijó en su técnica peculiar, que sacaba más partido de la fortaleza de la parte superior del cuerpo. Aquel Bergführer había dirigido una expedición al Himalaya y afirmó que se podían aprender algunas cosas de Viktor, que tenía un estilo de escalada único para compensar la debilidad de sus extre!nidades inferiores. La Klettertechnik que Viktor usaba estaba muy pensada y ensayada, pero también era algo natural en él. Cuando hablé con Giselher Guttmann sobre la afición al montañismo de Viktor, me dijo que hay personas que tienen un don para moverse con elegancia, y que Viktor era una de ellas, una especie de «artista de la escalada)) con un movimiento rítmico y fluido. Y Vik-

lo conocen y creerán lo que digas en tu libro. Cuando estaba en las montañas, rodeado por gente normal que no sabían de él sino que era un tipo divertido, era el hombre más feliz del mundo. Esta gente entenderá tu libro ... Reíamos mucho, y si yo decía alguna tontería, Viktor reía aún más, de mí y de él. ¡Vaya si se podía reír!

tor respondió: -Pero esto se entiende porque me enamoré de las paredes, de las rocas. Las amaba. Estaba ligado a las rocas y tal vez ahora entiendas por qué

En Viena, tuve la fortuna de hablar largo y rendido con dos antiguos «compañeros de cardada~~ (Seilkameraden) de Viktor, compañeros de escalada que se ocupaban de la seguridad del otro: el profesor universitario Giselher Guttmann y el neurólogo vienés Gustav Baumhackl. El padre de Guttmann había sido alpinista y tenía la casa llena de cuerdas, martillos y demás instrumentos de escalada, aunque la familia es-

besé la roca. Elly respondió: -Pero si Guttmann era como un gato. Subía por las paredes con mucha gracia y a su propio ritmo. Hay un pequeño refugio al pie de los muros de las Rax, en el que se alojaron Viktor y Elly en muchas ocasiones, ya que el propietario era su compañero de cardada. Pero la persona encargada del refugio tenía que encargarse de las comidas, y los Frankl no sólo le ayudaban a servir, sino que limpiaban el comedor cuando los huéspedes se habían ido. Elly fregaba los platos y Viktor recogía las mesas, y llevaba la bandejas con las jarras de cerveza y los cubiertos a la cocina. De ese modo, el propietario podía salir a escalar. Después de la muerte de Viktor, Elly recordó aquellos tiempos y dijo que Viktor tenía que hacer aquellas cosas. -Necesitaba estar en contacto con gente normal en lugares normales. A rrií no me apasionaba ir a las Rax en verano, porque me gustaba nadar... En los ~ías en que hacía mucho calor, habría preferido ir a nadar, 294

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taba contenta porque Giselher no hubiera optado por aquel peligroso deporte. Sin embargo, finalmente acabaron culpando a Viktor y Giselher le tuvo que agradecer la obsesión por la escalada que se apoderó de él. Con casi cuarenta años, Guttmann fue a escalar por primera vez con Viktor, que le había invitado y alentado a ello. Evidentemente, se hablaban entre sí con un tono formal, como Herr Professor y Herr Doktor. Poco después, Gutmann superaba a Frankl en varias ascensiones, incluso de dificultad de nivel seis, ascensiones duras y muy peligrosas. Guttmann era un tipo fuerte y enjuto, apto para el deporte y lo adoraba. Durante un par de decenios, se aventuró, con pasión y en no pocJs ocasiones, en dóciles 295

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empresas con Viktor y Elly. Se hicieron muy amigos y Gisi, el nombte familiar y cariñoso con el que le conocían, siempre fue atento con Viktor y Elly. Cuando le hube preguntado a Giselher si le gustó la escalada desde el primer momento o si transcurrió algún tiempo antes de ello, respondió: -Unos tres segundos. A pesar de que pasó rápidamente de un nivel de dificultad al si· guienre, seguían encantándole los fines de semana en la meseta de las Rax e ir de escalada con los Frankl. Gisi me contó que dormía como un tronco en las montañas, salvo una noche en el hotel Bergstation, al final del cremallera en la meseta de las Rax. Gaby Frankl también guardaba un recuerdo de esa noche y amplió los detalles. Esta es, a grandes rasgos, la narración de Guttmann. Todos queremos a Viktor, pero es cierto que en ocasiones podía enfadarse mucho y comportarse de manera seca. Y si se enfadaba, lo escuchabas a un kilómetro de distancia, pero ya lo sabías. Una vez, estábamos en el Bergstation y nece~itábamos descansar aquella noche antes de la ascensión del día siguiente. Yo me desperté porque oí unos gritos escandalosos, y era Viktor. Al día siguiemt· le hablé de ello y dijo: «Había un ruido tremendo en el piso de abajo y no dejaban de cantar». Pero cuando gritó, pararon. No me atrevería a compararlos con Viktor, pero los monjes budistas, y también los judokas, no se enfadan con facilidad. Aunque si llegan a un cierto punto, se ponen a gritar y al instante vuelven a callarse.

Gaby recordaba que, aquella noche, el restaurante del Bergstation, que se encontraba bajo las habitaciones, estaba lleno de turistas. Muchos no eran alpinistas sino que habían cogido el cremallera para llegar a la cumbre y pasar una alegre noche de sábado. De hecho, tenían la televisión a todo volumen, la bebida corría a raudales y la muchedumbre no dejaba de gritar y reír, lo que los hacía aún más detestables. Pero la atronadora voz de Viktor Frankl acabó con la ingesta de alcohol e hizo que aquellos juerguistas se sumieran inmediatamente en el silencio. La fiesta se terminó. Los alpinistas de verdad lo agradecieron y cayeron presa del sueño. Gustav Baumhackl era otro Seilkamerad de Viktor y Elly, y ambos lo describieron como ((una persona maravillosa, llena de bondad y de sentido del humor. Pasamos muchos momentos estupendos escalando con éh.

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Baumhackl, una vez jubilado del montañismo y de la prácrica de la neurología, me acogió en su casa de Erzbischofgasse, en el distrito decimotercero. Rodeado de libros y de un mobiliario contemporáneo, me pareció adivinar que se trataba de un hombre solitario. Más tarde, los Frankl me confesaron que había perdido a su mujer un año atrás. Afirmaron que Gustl, usando el diminutivo de su nombre de pila, se había consagrado a ella durante toda su enfermedad y su demencia, cuando ya ni siquiera lo reconocía. A propósito, los Franklllamaban a Gustav Baumhackl ((Gustl» porque ({BaumhackJ,, en el alemán de Austria significa ((pequeña hacha para talar árboles>> (la ((b> final es la marca del diminutivo). Y de vez en cuando, algún amigo de infancia de Viktor se dirigía a él corno <(Vikerl», incluso de mayor. En los días en que practicaban el montañismo, Viktor y Gustl habían llegado al nivel seis en Preiner Wand, la ascensión más arriesgada y el mayor reto al que se enfrentaron. Pero solían subir las Rax con Elly, y se lo pasaban en grande cada vez que lo hacían. El doctor Baumhackl guardaba algunos recuerdos muy preciados. -Hay una corriente muy fría que fluye entre las Rax y Schneeberg. El agua estaba helada, y Viktor y yo nos zambullimos en las aguas dos o tres veces y salimos al unísono. Pensábamos que nos moriríamos de frío. Pero nos sentíamos como nuevos, como si hubiéramos nacido de nuevo, y a punto para la ascensión ... De hecho, el agua que bebemos en Viena procede de las Rax ... Escalar juntos, pertenecer a la misma cardada nos unió, literal y emocionalmente. A Gustav Baumhacklle resultó muy duro que le preguntara por qué escalaba. Le costaba explicarlo, me dijo. -Escalaba porque me encantaba. Es como enamorarse. ¿Alguien puede explicarlo? También me gustaba hacer senderismo, pero a Viktor sólo le gustaba la escalada. Nuestra conversación se alejo del montañismo. Baumhackl me contó que, tras la guerra, a su consulta privada acudieron dos pacientes que habían estado con Viktor en los campos de concentración. De vez en cuando, uno u otro hablaban de aquellos penosos tiempos, y ambos coincidían en que Viktor siempre había tratado de encontrar el modo de ayudar a todos los prisioneros del campo, que incluso por aquel entonces ya era el mismo hombre. Baumhackl concluyó la anécdota diciendo: 297

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-Viktor practicaba lo que predicaba. Cuando me marchaba de casa de Baumhackl, recorrió conmigo el jardín delantero de su casa, tan cuidado como su apartamento. Señaló una manguera verde para el jardín que estaba en el suelo y me confesó que, cada vez que regaba el césped, se acordaba de Viktor Frankl. Cuando se lo conté a Viktor, me interrumpió con una suposición: -¿Por qué? ¿Acaso porque me oriné en las Rax? Respondí: -No, no es por eso. -Pero Sí que me oriné en las Rax. -Estoy seguro de que lo hiciste, y de que él también lo hizo -contesté-, pero no hablaba de eso. De hecho, la historia de Baumhackl se refería a su papel como compañero de cordada de los Frankl. Cuando se escala, uno de los miembros se agarra a un lugar seguro y, lentamente, va soltando cuerda mientras su compañero sigue escalando, por si éste resbalara o cayera. El escalador que está más abajo, el que mantiene bien cogida la cuerda, observa atentamente y, si es necesario, aleja suavemente la cuerda del borde de algún obstáculo para que nada la obstruya. Si la cuerda queda atrapada en una roca, puede ser mortal. Conseguir que nada se interponga en el camino de la cuerda es muy importante para que ningún tirón repentino desequilibre al escalador. Cada vez que Baumhackl regaba el césped, realizaba con la manguera un movimiento circular para sortear cualquier obstáculo. Y cada vez que lo hacía, pensaba en Viktor, en su Seilkamerad de toda la vida. Mientras me alejaba, el doctor Baumhackl me contó que visita cada año la casa de los Frankl, como si quisiera renovar la relación de la cardada, pero que debería hacerlo más a menudo. Al día siguiente llamé al doctor Baumhackl para darle las gracias y me respondió: -Muy amable. No te conté muchas cosas. Debería haber hablado más contigo. En casa de los Frankl, les conté a Viktor y a Elly las horas que había pasado en compañía de su querido a~igo «Gustl»~ Recordaron lo caballeroso que había sido «Gustl», incluso en las Rax. -Gustl fue el primero de nuestros amigos que tuvo coche, y era un coche ruidoso" y maloliente ---
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-Una vez tuvimos que conducir durante dos horas para volver de ]as Rax a Viena, y llovía. El parabrisas estaba roto y Gustl no llevaba las gafas de conducir sino las de bucear. Mientras el coche había estado aparcado, cayó una ro:a que rompió el parabrisas. Por lo visto, viajaron de regreso a casa y, con Bauhmackl al volante, la lluvia los caló. Elly preguntó: -Viktor, ¿recuerdas qué comía? Cogió un trnzo de pan negro, otro de pan gris y otro de pan blanco, e hizo un sándwich. El matrimonio Frankl me enseñó que, en Christmatine, Baumhackl compraba flores para llevárselas a casa, una tradición que había cumplido, sin olvidarse una sola vez, durante casi cinco decenios. Me quedé atónito al saberlo, pero dije a los Frankl que no me sorprendía. Gustav Baumhackl me había dicho, simplemente: -Los amo. Al instante, Viktor respondió: -Nosotros también lo amamos. ¿De dónde procede tanto amor? ¿Únicamente del montañismo? Tuve más datos de la r•lación entre los Frankl y Baumhackl cuando éste último me contó que había sido nazi. Rompió a llorar mientras me lo confesaba, como si haberse unido a la causa fuera una fuente interminable de pesar, aunque era inocente de cualquier crimen, mal trato o tentativa. Entonces, me explicó que, como antiguo miembro del partido, al acabar la guerra se quedó sin trabajo. Un amigo le apremió para que fuera a ver a Viktor Frankl a la Poliklinik, que tal vez tendría un puesto para él. Cuando hice que Viktor recordara que él y Baumhackl se habían conocido así, dijo: -No le encomendaba ninguna tarea formal, pero le permitía que visitara a algunos pacientes y le enviaba unos cuantos más. -Y confiaste en él y le brindaste tu amistad -observé. -Así es. ¿Por qué no iba a haberlo hecho? Pero yo insistí: -Nadie más confiaba en él. A esto me refiero, Viktor. -Es su problema, no el mío. Continué: -Pero, Viktor, no puedes olvidar la gratitud que Baumhackl siente por ti ... Estas fueron sus palabras: • Viktor Franld me dio un poco de 299

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amistad cuando no tenía nada, y jamás lo olvidaré. Él acababa de regresar de los campos de concentración)), Viktor seguía en sus trece: -¿Y qué? El afecto entre ambos Seilkameraden era sorprendente, y tan sólido como las momañas donde se fraguó. Viktor lo explicaba así: -Ya ves, en una cardada, cada escalador es corresponsable e interdependieme, y eso dura toda la vida. Pero ames de que ambos fueran por vez primera a las Rax, el neurólogo judío, que había sido deshumanizado en los campos y que había escapado por los pelos de la suerte que habían corrido sus seres queridos, brindó su amistad a un colega de raza aria y ex nazi. Y la única explicación que ese pobre judío dio con el paso de los años de aquella demostración de confianza y de amistad fue: -¿Por qué no iba a hacerlo?

Hay dos libros importantes para esta historia. Uno es el ensayo ilustrado con fotografías de Karl Lukan, publicado en 1978, sobre las cumbres alpinas de Schneeberg y Rax. El texto está en alemán y las fotografías, en color y en blanco y negro, y los mapas permiten hacerse una idea de la región que escalaron más a menudo los Frankl. En el texto, hay una breve sección titulada <(El doctor que pertenecía a las Rax ... Y no es otro que el profesor universitario, el doctor Viktor E. Frankl... fundador de la logoterapia ... y que obtuvo un reconocimiento temprano, en 1924, por parte de "papá Freud">), 1 El fragmento explica la idea que tenía Viktor del montañismo como deporte activo: nos obliga a superarnos dando todo lo que llevamos dentro en una situación de riesgo para nuestra vida. Y la amistad entre los compañeros de cardada es el aspecto más importante de las relaciones que se establecen cuando se escala. Cuando Frankl regre~ó de un agotador ciclo de conferencias por los Estados Unidos, sus compañeros fueron a verlo. Un simple trabajador, uno de los Seilkamerad de Viktor, supuestamente dijo: -Tenemos que cuidar un poco más al doctor... Es una lástima que esté tan bajo de forma. El segundo libro es uno absolutamente personal, escrito por ~iktor. Christian Handl es un fotógrafo alpino que recogió las charlas públicas

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y los textos de Viktor sobre alpinismo. Viktor recordaba una primera versión del ensayo que Handl acabaría publicando en el libro, junto con sus fotografías: -La primera vez que lo pronuncié, fue en el marco del centésimo primer aniversario del célebre club alpino del Palacio Imperial. Y después supe que un grupo de cuarenta personas, miembros del club, habían di~ cho: «Si este tal Frankl da una de las charlas, abandonaremos la sala". El club alpino tenía una larga tradición de antisemitismo y, durante muchos años, no tuvo miembros judíos... Pero cuando di la charla, nadie se marchó del auditorio. En aquel pequeño volumen, Handl reunió algunas de sus excelentes fotografías del Rax y convenció a Viktor para que se ocupara del texto alemán que habría de acompañar aquel ensayo fotográfico de cuarenta y siete páginas, publicado en 1991. Su título se podría traducir por La experiencia de la montaña y su senda hacia el sentido. 2 En el prólogo, Handl explica que el libro tiende un puente entre la naturaleza y la experiencia de la montaña, por un lado, y la búsqueda humana del sentido, por el otro. Handl descubre el sentido de su propia vida al sentir y fotografiar la naturaleza y el montañismo. En su caso, la aventura de la montaña es nueva cada día y, felizmente, se aleja de la búsqueda del dinero y del éxito. Sólo hay un hombre, concluye Handl, que puede escribir sobre este tema porque se ha ocupado tanto de la cuestión del sentido como de la experiencia del montañismo: Viktor Frankl. Sus libros, confiesa Handl, han «hecho sonar acordes en mi interior una y otra vez». El texto del libro es Viktor en estado puro. Escribe de sus pacientes y de sus miedos, y pregunta: «¿Debemos soportarlo todo? ¿Acaso no podeinos ser más fuertes que nuestros temores?>}, Y luego usa su tema favorito, la capacidad rebelde del espíritu humano, para ilustrar el desafío de escalar y de enfrentarse a los propios miedos. En el montañismo, únicamente competimos con nosotros mismos y con la naturaleza, no con otros atletas. Y sus exigencias pueden someternos a ((una tensión buena)>, Viktor cita a Hans Selye, a quien se refiere, en algunos momentos, como al «doctor Estrés)>, Nacido en Viena dos años antes que Viktor, estudió en la Universidad Carlos de Praga y en otras escuela de renombre del extranjero. Selye acabó en Canadá, donde fue el pionero de la investigación psicológica sobre el estrés animal, aplicándola posteriormente a los humanos. Tomando prestado de la física y de la ingeniería el concepto de

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tensión (¿cuánto peso puede soportar un puente ames de desplomarse?), demostró la influencia corruptora de un estrés extremo y prolongado en los humanos, en qué medida disminuye las defensas y acaba con los re~ cursos del organismo. 3 Dedicó ese libro fundamental <

MONTAÑt\S Y HORIZONTES

clasificaciones de «grados de dificultad rel="nofollow">' emanan de llevar más allá los límites de la posibilidad humana. El horizonte se aleja conforme nos acercamos a él, y seguir adelante hace que la vida cobre sabor. Cuando leemos sobre el «fluir>) en los escritos de Mihaly Csikszentmihalyi, su descripción de la experiencia óptima encaja con la descripción que hace Viktor de su experiencia en la montaña. 5 Incluso cuando la edad de Viktor ya no le permitía escalar, asistir a una de sus charlas era ver el «fluido'' en movimiento; no era más que la manera en que Viktor vivía y trabajaba. No bien decidía que algo tenía sentido y era importante, no reparaba en gasros y se lanzaba a por ello con todo su empeño. Como Viktor comentaba en sus conferencias, la lección que extraemos de la fisiología es que un órgano al que no se le exige nada se atrofiará. Y otro tanto sucede con el espíritu humano. Casi al final de su ensayo sobre el montañismo, Viktor adopta un rano aún más personal. (
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En St. Ulrich, en el valle de Gr6dner, compré en tiempos una placa que expresaba de un modo más bello todo lo que he dicho:

Días radiantes, no lloréis porque se hayan ido, alegraos por lo que fueron. > ··.•·

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LA VIDA EN EL HOGAR

Antes de que se pusiera de veras en marcha la logoterapia, recordaban Viktor y Elly, tuvieron tiempo para hacer nuevos amigos y se presentaron a toda la gente con la que se habían relacionado antes del enlace. Por ejemplo, cuando Viktor presentó a Elly a Erna Gsur, la viuda de Hubert, al que habían ejecutado las SS poco tiempo atrás, entre ambas mujeres nació una amistad sincera. También estaba Hertha Weiser, la tía de lilly Frankl, que no se separó lo más mínimo de Viktor y Elly, prolongando así los lazos de la familia de Tilly. Las dos mujeres, Erna y Hertha, solían encontrarse en casa de los Frankl. Años después, cuando Erna tuvo que ser ingresada a causa de la edad y de una enfermedad, Viktor y Elly la visitaron a menudo. Viktor conoció a los amigos de Elly y a su familia y se encariñó espec;ialmente con su suegro, Leo Schwindt. Leo le ayudó a recoger mobiliario para el apartamento de Mariannengasse, y llevó algunos de los adornos hasta la casa con una carretilla. Asimismo, Leo colaboró en la instalación de las ventanas en los marcos, que las bombas habían desportillado. Vikror admiraba enormemente de Leo la humildad, la amabilidad y la convicción con la que había defendido sus ideas durante los años del nazismo. Los recuerdos también ataron a los Frankl a Viena. Evidentemente, sus preferencias por un lugar u otro variaban. Las asociaciones más felices de Elly tenían como lugar las aguas de Kaisermühlen. Viktor se decantaba por el parque y por los jardines del Prater, algo por lo que Elly no sentía la menor nostalgia. -Odié durante toda mi vida el Prater. Incluso en el pasado, cuando Viktor quería ir al Prater, yo lo aborrecía. Los recién casados Viktor y Elly abandonaron sus antiguos barrios para plantar sus raíces en Mariannengasse. Conforme se iban asentando más y más en su apartamento, muchas cosas cambiaron en ellos. A causa de su trabajo, tuvieron que racionar el tiempo que pasaban con los amigos. Los muchos visitantes, llegados de todas partes, en visita oficial o informal, consumían la antigua energía que dedicaban a la vida social. Pasar una noche con los invitados se convirtió en tarea casi imposible y la lucha por preservar algo de intimidad era una batalla perdida de antemano. Sin la posibilidad de llevar una vida ordinaria, Elly ansió más que nunca algo que había deseado desde que era una niña: una habitación para ella sola.

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LA VIDA EN EL HOGAR

Es imposible separar la vida hogareña de Vikror y Elly de su implicación con el mundo allende las fronteras de Viena. Estaban constantemente yendo d~ un sitio a otro: de una conferencia a otra, de una ciudad a otra, de un continente a otro. Cuando regresaban a Mariannengasse de uno de sus viajes, no había manera de conseguir que desconectaran del mundo exterior; ni siquiera por un día. Allí les esperaban un montón de cosas por cumplir: obligaciones locales y las enormes sacas de correos con cartas por abrir, leer, discutir y responder, más otros mensajes, llamadas de teléfono y visitantes. En cuanto conseguían tener bajo control la correspondencia, si era posible, volvían a. hacer las maletas y ponían rumbo

al aeropuerto. No obstante, por el bien de la historia, en este capítulo nos ocuparemos de su vida diaria entre un viaje y otro. Por alguna razón, cuando se encontraban en el campo base, Viena, recuperaban fuerzas. Allí vivían su familia y sus amigos. Existía una relación de amistad fundamental entre Viktor y Elly y sus amigos. A sus allegados les conmocionaban tanto las conversaciones graves como su sentido del humor terrenal. El aliento mutuo era continuo y, en momentos de especial necesidad, cuidaban los unos de los otros. En los difíciles tiempos de la posguerra, 1(ivieron en una intimidad poco habitual; como todos atravesaban los mismos aprietos, la gente se entendía entre sí.

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Recordemos que Elly, su hermano Ali y sus padres habían vivido en un par de habitaciones en el pequeño apartamento de Kaisermühlen , y que cuando acabó trasladándose al piso de Viktor, aún vivían ahí más de una docena de personas sin la menor relación entre sí. Viktor y Elly hicieron suya una buena parte del apartamento, y los sueños de Elly se hicieron realidad. Las habitaciones eran amplias, espaciosas y, en cuanto pusieron cristales en las ventanas, luminosas. Elty se quedó una habitación algo más pequeña, en una ubicación ideal, con acceso al salón y al esru-. dio de Viktor. Desde allí podía ayudarlo, cerrar las puertas para proporcionarle un poco de intimidad o moverse por el piso mientras Viktor estaba en su despacho con visitas o pacientes. En una conversación que mantuve durante un paseo con los Frankl sobre sus raíces vienesas y sus viajes por el mundo, les hablé de la relación de Carl 1ung con su hogar. Para 1ung, su hogar estaba en Küsnacht, en el lago Zurich de Suiza. Lo había descrito así: «Sobre todo por aquel en· ronces, cuando trabajaba en las fantasías, necesitaba un punto de apoyo en "este mundo". Era fundamental llevar una vida normal en el mundo real como contrapunto a aquel extraño mundo interior. Mi familia y mi profesión seguían siendo la base a la que siempre podría regresar, lo que confirmaba que, de hecho, era una persona normal,,. 1 Con el paso del tiempo, Viktor y Elly se sintieron como en casa en cualquier lugar del mundo. Y ello fue posible gracias a las excursiones a las montañas, a lo acogedor de su hogar en Mariannengasse y a su reducida familia.

La tensión entre las exigencias de su trabajo y la vida familiar queda de manifiesto en la decisión de los Frankl de no tener más hijos después de Gaby. A medida que el trabajo de Viktor consumía el tiempo de Elly, acuñó una definición humorística que toda la familia iba a usar en el futuro: «El sentido de la logoterapia es el trabajo)). Entre el nacimiento de Gaby y su ingreso en la escuela, Elly rehuyó las apremiantes exigencias del trabajo de Viktor para ocuparse de Gaby y de la casa. Aquello minimizó la participación de Viktor en las tareas domésticas y le permitió centrarse en su trabajo. Sea como fuere, las tradiciones de aquellos tiempos definían muy bien el papel del padre y el de la madre, algo bueno en cierto sentido ya que Viktor no era nada diestro en el cuidado de los niños. Jamás cambió un pa306

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ñal ni dio de comer a su hija, aunque hay una graciosa fotografía de Vikror en el exterior, a pleno sol, sosteniendo un biberón contra la boca de Gaby. Con todo, Gaby era la niña de los ojos de sus padres. Siempre lamentaron no haberle podido dedicar todo el tiempo que se merecía. En una ocasión, echando un vistazo al pasado, Elly dijo: -A veces pienso, y la maternidad me llegó siendo relativamente joven, que dos años después de que Gaby hubiera nacido ya estaba demasiado metida en el trabajo de Vikror, y que jamás traté de ser una buena madre o una buena esposa. Más tarde, cuando Gaby comenzó a ir al jardín de infancia, la gente me dijo que un hijo único necesita estar con otros niños ... Viktor me insistió en que enviáramos a Gaby a un campamento de verano durante dos semanas. Dijo que necesitaba algo así, que sería bueno para ella ... A veces pienso que no disfruté de Gaby, pero siempre traté de hacerlo lo mejor que pude. Gaby sentía pena por haber sido hija única, pero jamás se sintió engañada ni que sus padres le hubieran escatimado el ;1fecro. De hecho, creía que tenía más relación con su padre que muchos otros niños ya que, salvo cuando éste estaba de viaje, siempre estaba por ella. Y nadie le igualaba en el arte de contar cuentos. Le encantaban aquellos mitos y leyendas inteligentes, y a Viktor, que ella los entendiera a la primera y que respondiera con los ojos abiertos como platos. Cuando acababa de trabajar en la Poliklinik, Viktor solía ir a casa a comer y a echarse una siesta antes de seguir con lo que le esperaba en el despacho. Recordando aquella dinámica, Gaby dijo que él siempre había estado preparado para charlar con ella, para jugar o incluso para discutir: -Sabes lo inmediata e ilimitada que es su relación con alguien cuando lo veías con una persona. Incluso por las mañanas, papá estaba muy cerca, en su despacho. Así, por ejemplo, si las notas de Gaby en el colegio eran buenas, corría hasta la Poliklinik y subía las escaleras hasta llegar al nuevo despacho de Viktor, convencida de que el personal le daría la bienvenida y la dejarían pasar. A lo sumo, tendría que esperar unos minutos si su padre estaba con un paciente. Gaby recuerda especialmente orgullosa las salidas veraniegas de fin de semana, cuando era una niña. En muchas ocasiones, iban a las montañas Rax, pero no siempre. Uno d~ los lugares favoritos de Gaby era Gansehaufel, una suerte de balneario en el viejo Danubio, en Kaisermühlen, 307

LA LLAMADA DE l.A VIDA

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' donde su madre se había criado. Los Frankl solían ir allí con Paul y Otti l Polak. Viktor reservaba de antemano una Kabine, para evitar toparse con ' la bandera azul que significaba que el balneario estaba lleno. Comían Schnitzel y ensalada de patata, que llevaban de casa. (Viktor odiaba ver una ensalada de patata perfectamente envasada para salir de picnic.) La familia Frankl subía al tranvía ((C)) hasta llegar a Giinsehiiufel. Pero una vez allí, a Vikror le interesaba más discutir que comer o nadar. Él y Paul tendían las toallas sobre la hierba, como si estuvieran en un simposio. y se sentaban o se estiraban y continuaban con sus diálogos mientras el resto de los miembros de la familia disfrutaban del agua y del entorno. Una vez más, Elly siguió con los recuerdos mientras Viktor prestaba atención. Su conversación se animó cuando pasó a hablar de la ineptitud de Viktor para la natación. Y él acabó confesando: -Soy un nadador bastante pobre. Siempre que intentaba nadar, me sorprendía gratamente cuando veía que avanzaba. Una vez, fui solo a Gansehiiufel y había un hito a cincuenta metros de distancia, para los entrenamientos de natación. Quería superar mi pobre estilo y me propuse que nadaría, a cualquier precio, un kilómetro sin parar. Después de dos horas, sentía palpitaciones en el corazón, pero insistí en que debía ser más fuerte. Elly le interrumpió: -Pero, Viktor, ¿cómo pudiste hacer semejante tontería? Admitió que, en aquella ocasión, había sido un tonto. Había otro pasatiempo familiar más sencillo, al aire libre, cerca del . Konzerthaus, en la ciudad. En invierno, aquel lugar se usaba para patinar ~}~: y, en verano, para <<espectáculos)) de lucha. Los luchadores del ring del . X Heumarkt congregaban a una multitud que abucheaba a los malos y vi, toreaba a los buenos. A los Franklles encantaba el espectáculo, y de vez ·;'\) en cuando iban en compañía de Willibald Sluga, un hombretón y psi- :~~i quiatra que trabajaba con criminales y conocía a la perfección las mane- ·-~5.'~: ras y el lenguaje de las calles. Elly cometió, una vez, el error de animar al .~·-"· luchador equivocado, y la gente que rodeaba a los Frankl se enfureció..;;~ Pero Willi Sluga supo cómo calmarlos. Viktor y Elly se echaban a reír ;Q\ cuando recordaban los gritos que el público le dedicó. ·~ Como ya hemos visto en el prólogo, Viktor colecciona ha autógrafos -~JJ_ de la gente a la que admiraba y, en una ocasión, en un café local, vio al .:;:~; luchador Schurl Blemenschütz. Le pidió un autógrafo y lo obtuvo. Años '·'· :e;~; ..,

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después, cuando Viktor y Elly estaban en los Estados Unidos, Viktor quedó cautivado por el show de los Teleñecos y por el capitán Kangaroo, cuyo autógrafo guardaba como un tesoro. Cuando empezaba el programa en televisión, Yiktor dejaba lo que estuviera haciendo para verlo. Se sabía incluso algunas canciones, como ((Java» o «Popcorn))' y hacía comentarios. De hecho, Viktor, un hombre de espaldas anchas y piernas ridículas, se imaginaba a sí mismo como a la rana Kermit, y a su hermana Stella, más corpulenta, como Big Bird. A toda la familia Frankl le encantaban aquellos programas, pero sobre todo a Viktor. Con el paso de los años, Elly fue coleccionando pequeñas ranas de porcelana, peltre o cualquier otro material. Tenía una vitrina llena en su habitación.

De nuevo en el año en que nació Gaby, el profesor y Frau Potzl desembarcaron, en algún momento de las navidades de 1947, en casa de los Frankl para celebrar el nacimiento de Gaby. A pesar de que Viktor sabía mil historias hilarantes sobre POtzl, su mentor, siempre estaba dispuesto a añadir otra más a la lista. Nadie sabía qué haría aquel despistado genio. Podía ser desesperante estar con POtzl en un acto social hasta que llegabas a conocerlo. Su atención saltaba de una cosa a la otra y, en plena conversación, su comportamiento cambiaba de súbito y pasaba a un tema que no guardaba la menor relación con el anterior. Elly recordaba que POtzl ((solía venir a casa con su esposa. Por aquel entonces, yo era joven y él era un hombre famoso, por supuesto. Cuando lo saludé: "Grüss Gott, Herr Pro{essor", sonrió y exclamó: "Grüss Gott! ", y nada más)). La sonrisa de POtzl se desvaneció al instante. -En una fracción de segundo -explicó Viktor-. Estaba tan fuera de sí que, cuando Elly se dirigió a él, en un segundo su cabeza se puso a pensar en otra cosa. Un ejemplo de la distracción de Potzl se produjo durante aquella visita, un mes después de que Gaby hubiera n:icido. Entre los residentes que seguían compartiendo el apartamento con los Frankl, había una niña de cinco años. Al empezar a describir el incidente, Viktor y Elly estaban tan entusiasmados que competían realizando un relato simultáneo: -POtzl se quitó el abrigo y, de repente, de la cocina salió esa niña de cinco años. Cuando POtzl la vio, dijo: (<¡Ah! Mira a la pequeña Gaby. ¡Qué mayor estáb), 309

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LA VIDA EN EL HOGAR

i • Viktor y Elly no podían dejar de reír, en parte a causa de mi negativa a conceder que Pótzl pudiera llegar a tal extremo. Viktor continuó: -Y yo dije: «Perdone, Herr Professor. Es la hija de mi vecino)), Y Pótzl se recompuso: -Oh. Ya lo entiendo. Ya decía yo que era demasiado grande para su edad. Este era el mismo Pótzl cuyo sucesor en la clínica psiquiátrica, Hans Hoff, dijo a su muerte: <>. 2 La brillantez y la sabiduría convivían en Pótzl con sus excentricidades y su idiosincrasia, que los Frankl y demás personas encontraban encantadoras. Era imposible detener a los Frankl cuando se lanzaban a narrar historias de Potzl. Era el turno de Elly, y su historia versaba sobre Frau P6tzl. Es difícil trasladar el incidente de una cultura a otra, pero no era extraño que, en la Viena de los años cincuenta, una mujer de posibles se jactara de sus pieles diciendo cosas como: «¿Acaso no es precioso mi nuevo mapache?)) o <<Me he comprado un zorro)). Elly contó esta historia sobre Frau Potzl. -Era una mujer preciosa. Preciosa. Pero también estaba en babia. Y una vez, yo salía de mi casa hacia el centro de la ciudad y el autobús iba lleno. Estaba de pie, con mucha más gente. Y de repente, alguien me gritó: «Frau Frankl, ¿adónde va?)) «Voy a la ciudad)) «¿Qué va a hacer en.· la ciudad?)) «Tengo que comprar algunas cosas)), Y de súbito -prosiguió Elly-, exclamó: «¡No se compre un caballo!)), Convencido de que se me había escapado algo, le pregunté: -¿Cómo? ¿Un caballo? Viktor se aprovechó de mi escepticismo: -Lo que quería decir mientras chillaba por encima de todas aquellas cabezas era: «Mire, tengo este abrigo de piel de caballo ¡y no tiene pieles! Viktor y Elly se lo estaban pasando en grande y yo me uní a su ale' gría. Viktor siguió con otra historia. -Una vez, estaba dando una conferencia en el salón central del zerthaus. El profesor y Frau Potzl habían a;istido a la charla y, al acaba~ la mujer se encontró con Elly. Y, con su acento de Bohemia, dijo: «Mein Mann da Potzl... » -y los Frankl estallaron en una carcajada mientras yo esperaba a entenderlo. Frau P6tzl nunca llamaba a su marido «mi espo310

so>> sino ((mi hombre el P6tzl>>. Viktor rió-: Don, ¿te puedes imaginar a

Elly llamándome «Mein Mamt der Frankl»? Elly también rió. Esto es lo que Frau Potzl dijo a Elly después de la charla de Viktor:

-Mein A1ann da Pótzl, der hat mir nach dem Vortrag van Irme Mann gesagt, «Der Frankl ist kein Frankl. Er ist ein ProPHET!» (Mi hombre el POtzl, después de la conferencia, dijo: «Frankl no es Frankl, ¡es un proFETA!) -al pronunciar esta última palabra, la voz de Viktor hizo un falsete

estridente. Según Elly, era así como lo había dicho Frau P6tzl, y confirmó que la imitación de Viktor había sido fiel: -¡Es un proFETA! En cuanto Viktor se puso a contar otra historia, Elly no pudo reprimir una sonrisa. -Una vez, Frau P6tzl se topó con Elly en una galería que da a Alser Strasse y dijo: «Frau Frankl, no se va a creer lo que me está pasando. Tengo que llevar estas cosas todo el día porque mi doncella está enferma. ¡Tengo que hacer las compras!» Y lo único que llevaba en las manos era unos pocos gramos de café. Heinz von Foerster, uno de los ·pioneros de la cibernética y la ciencia cognitiva, era amigo y coetáneo de Viktor. 3 En una ocasión, poco después del final de la guerra, van Foerster se encontraba en el apartamento de Mariannengasse con los Frankl y Jos P6tzl. A von Foerster, corno él mismo había admitido, le gustaba entretener a la gente con trucos de magia, algo que para él no era sino un hobby. Con buenos modales, pidió a la señora Potzl que ocultara una moneda debajo de la alfombra, y ella así lo hizo. Tras unos pases de manos, von Foerster le dijo que recuperara la moneda, pero al parecer había desaparecido. Viktor siguió: -Estaba tan impresionada que me susurró: «¿Acaso lo consigue con hipnosis? ¡Si no, no me lo explico!». Aunque el profesor von Foerster no recordaba aquel episodio en particular, se rió cuando se lo conté, diciendo que era posible. Los Frankl se divertían enormemente con aquellas historias, pero después de hablarme de Frau Potzl, Elly lamentó: -Pero hoy ya no es posible. No hay nadie tan divertido, ni una persona tan magnífica con un estilo tan peculiar. -Ingenua y muy humana, y con un corazón de oro. Y nos gustaba -añadió Viktor. 311

LA LL1\MADA DF LA VIDA

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En la H1ws de Mariannangasse había otros apartamentos y otros residentes, por supuesto, pero ninguno de los vecinos se ganó el afecto de los Frankl como lo hizo Hermi Ecker. Hermi sigue viviendo en la planta principal de Mariannengasse, donde ha trabajado como portera desde antes de que estallara la segunda guerra mundial. Recordaba el estado en el que se encontraba Frankl cuando llegó por su propio pie en 1945. Más tarde, cuando El! y se trasladó, ella y Hermi se hicieron amigas íntimas. Solían visitar~e, especialmente cuando Viktor estaba muy ocupado o cuando estaba de viaje. Él también adoraba a Hermi y confiaban en ella implícitamente. Los Frankl coincidieron en afirmar que Hermi, una piadosa católica romana, era el tipo de persona cuya integridad y talante natural te llevaba a pensar que su religión debía de ser espléndida. Se fiaban de Hermi incluso para que se ocupara de ordenar el correo en montones mientras ellos estaban de viaje. En cuanto al dinero, bromeaban diciendo que Hermi jamás robaría un penique sino que se lo entregaría en caso de encontrarlo por el apartamento. Y Hermi se convirtió en el canguro predilecto de Gaby, toda una bendición para Gaby y sus padres. Evidentemente, Gaby tenía algunos lugares donde le encantaba jugar: el jardín del patio del inmenso Hospital General, al otro lado de Spitalgasse, o el maravilloso jardín de casa de los POtzl, que vivían en las proximidades, en un apartamento de la clínica psiquiátrica universitaria (que ya no sigue en pie). El profesor Potzl dio a los Frankl una llave del jardín para que pudieran llevar a Gaby para que jugara siempre que lo desearan. -Prácticamente, Gaby creció en aquel jardín. Gaby no tardó en ir al colegio y demostrar que era una buena estudiante. Tampoco tardó en tener que enfrentarse al antisemitismo en la escuela pública. Uno de los profesores hacía comentarios ofensivos sobre los judíos y Gaby se lo contó a sus padres cuando volvió del colegio. A modo de respuesta, Viktor hizo algo nuevo. Empel.:é a aplicar medidas correctivas de modo que Gaby pudiera decirse "Yo sé m<Ís». Cuando teníamos visitantes judíos que venían de cualquier lugar del mundo, observé que Gaby se quedaba impresionada y, cuando se marchaban, yo k decía, como quien no quiere la cosa: «sabes, Gaby, esa gente eran judíos». lo hice para que pensara, retrospectivamente, que los judíos eran buéna gente, y contrarrestaba así cualquier observación que pudiera implicar que los judíos eran mala geme.

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Cuando la conversación viró hacia los círculos sociales de la profe-· sión médica, Elly y Viktor rememoraron algunas reuniones especiales, y volvió a surgir la figura de Hans Hoff. Después de las reuniones de la Sociedad de Psicología Médica, los líderes solían ir a un restaurante para continuar discutiendo con los visitantes célebres y otros doctores. En una de esas reuniones, un sacerdote católico romano pidió a Viktor que realizara una valoración de Hoff, a quien el sacerdote consideraba como demasiado materialista. Por aquel entonces, Hoff era uno de los candidatos a jefe de la clínica psiquiátrica, y el sacerdote era un miembro de la iglesia con un cargo de una cierta importancia en el «comité de investigación)). En lugar de dar una respuesta directa, Viktor se limitó a preguntar al sacerdote qué importancia podría tener tal característica (el materialismo) en la práctica cotidiana de la neurología. A propósito de los viejos tiempos, Elly dijo: - Viktor, cuando pienso en toda esta gente que hemos conocido, en los jefes de departamento y en sus esposas y familias ... jamás acabaste de encajar en esa sociedad. Viktor se mostró de acuerdo: -Pretendían ser unos intelectuales. -Y yo habría sido muy desdichada -respondió Elly. -Jamás habría pertenecido a ese grupo. Su deseo principal era comprarse una gran casa, un gran coche ... A veces, por la calle, las mujeres, las esposas de algunos doctores acomodados, me decían <
A lo largo de los años, Elly iba a Kaisermühlen a ver a sus padres siempre que podía, y Viktor la acompañaba cuando se le P~esentaba la ocasión. Conforme sus padres envejecían, Elly y Tante Mitzi se hacían cargo de sus necesidades, pero la madre de Elly acabó sufriendo Alzheimer y dejó de reconocer a sus seres queridos. Mientras Elly me hablaba de aquellos 313

LA VIDA EN EL HOGAR

LA LLAMADA DE LA VIDA

-Mitzi fue quien se ocupó de mi madre cuando estuvo muy enferma, y así me fue posible viajar con Viktor. Lo que Mitzi ha hecho es increíble.

años y del fallecimiento de sus padres, me mostró algunas fotografías de su padre y de su madre. -Este es mi padre, unos dos años antes de que muriera ... Murió en 1975, y mi mayor deseo era que mi padre y mi madre murieran en mis brazos. Y no te lo creerás, pero él lo hizo. Leo Schwindt falleció con setenta y cuatro años, y Viktor recordaba las circunstancias:

En agosto de 1962 se cumplieron exactamente diecisiete años del regreso de Viktor a Viena desde los campos de concentración. Tenía cincuenta y siete años y estaba en plena forma, sus escritos y sus charlas eran prodigiosas, viajaba por todo el mundo y dirigía el departJmenro de neurología de la Poliklinik. Recibía visitas de rodas los rincones dd planeta y los Frankl tenían que decidir constantemente qué invitacione'i internacionales podían aceptar. Las rutinas cotidianas estaban perfectamente establecidas gracias a que él y Elly conseguían dominar aquel flujo de trabajo. Gaby era una adolescente que seguía con sus estudios en el instituto. El único motivo para explicar mi primer viaje a Viena es hacer una descripción de la vida del matrimonio Frankl en los años sesenta. Yo era un joven estudiante cuando conocí, por vez primera, al profesor Frankl en septiembre de 1962. Pocos meses atrás, en verano, me había licenciado en la universidad, y mi catedrático me metió en la cabeza la idea de estudiar con Frankl o de continuar con mis estudios doctorales en Viena. 4 Cuando llegué a la ciudad, yo era un joven ingenuo e impresionable, y no sabía una palabra de alemán. Durante los diez meses que pasé, tan sólo conseguí hacerme una escasa idea de los acontecimientos que poblaban la vida de los Frankl. Recuerdo que me sorprendió el número de per· sanas discapacitadas que llenaban las calles, y asumí que se trataba de veteranos de guerra. Habían pasado casi dos decenios desde la derrota de Hitler y aquellos hombres, en su ~ayoría, seg\lÍan adelante a pesar de que les faltaba alguna extremidad o estaban discapacitados. Parecía irónico que hubieran luchado por la causa nazi, a regañadientes o convencidos. Aquel otoño, Austria estaba preciosa, y su capital, encantadora. Yo alquilé una habitación espléndida que ofrecía una amable y tranquila viuda alemana. El edificio carecía de ascensor, y yo estaba sorprendido al descubrir que sus habitantes, ancianos y renqueantes, conseguían subir cada día aquella escalera de caracol. Cuando me iba por la mañana, me cruzaba con ancianas que cargaban con unas bolsas de tela repletas de verdura y que se detenían en cada rellano para coger aliento mientras seguían ascendiendo. Imitando a los vecinos, aprendí a llevar b botella vacía de leche

-Mientras paseábamos por los bosques de Viena, empezó a sentir un dolor en el abdomen. Lo hospitalizaron y primero pensaron que era un fallo renal. Pero al cabo de media hora resultó ser algo diferente; se le había reventado la artería aorta abdominal... Y cuando hablamos con el cirujano dijo que, en teoría, le podían operar, pero que dada la edad de Leo y las circunstancias, lo más probable era que muriera en la mesa de operacwnes. -Hoy podrían haber hecho algo más -intervino Elly-, pero por aquel entonces, las técnicas no estaban tan avanzadas. Y muchos años después, en 1988, estuve con mi madre veinte minutos antes de que muriera. Tuve que irme porque Viktor tenía que asistir a una recepción con Kurt Waldheim [el primer ministro austríaco]. Pero mi madre ya estaba en coma cuando me alejé y, en cierto sentido, ya se había marchado. Viktor rambién recordaba aquel día: -Elly llegó a la recepción en el palacio presidencial. Era una recep· ción para gente que había emigrad~ y que habían sido invitados a regresar a Viena por Waldheim. Los recuerdos de ambos se sincronizaron cuando Elly añadió: -Y Sissy Waldheim, su esposa, me besó y yo me sentí muy agradecida por aquella situación. Ella sabía que mi madre se estaba muriendo ... Y eran los años en que un odio procedente de todas partes del mundo asediaba a Kurt Waldheim. Una vez, cuando había ido con Elly y Viktor a visitar a Tante Mitzi, a la casa que ocupaba al lado del viejo ~partamento de la familia Schwindt, en Kaisermühlen, Viktor se sentó conmigo en una mesita mientras Elly y Mitzi charlaban cerca de la cama de esta última. Y me explicó: -En este apartamento, Elly se hizo cargo de su madre poco antes de que falleciera. Desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, Elly no se movía de aquí. Elly oyó aquello y añadió un matiz:

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LA VIDA EN EL HOGAR

LA LLA/'o.ü\DA DE LA VIDA

1 a la tienda para que la rellenaran con un cucharón. En la panadería de la esquina, me llamaban ((señor Kennedy)), pues la gente estaba muy orgullosa del presidente Kennedy por haber doblegado a la Unión Soviética en la crisis de los misiles de Cuba del mes de octubre. La experiencia que tuve en aquel apartamento en invierno se asemejó mucho a la de los Frankl. Mi habitación contaba con el habitual suelo de parquet crepitante y un candelabro colgaba del centro del alto techo. Al igual que en casa de los Frankl, las ventanas daban a la calle, que retumbaba con el tráfico y el comercio. Cada apartamento disponía de la típica estufa de carbón como única fuente de calor. Los Frankl se mantenían calientes en su gran apartamento gracias a que Elly traía cada día, del sótano, carbón y madera y encendía la estufa del estudio de Viktor. Y comCl dejaban las puertas abiertas, el frío no se apoderaba del apartamento. Asistía a las clases del profesor Frankl, dos veces por semana, en inglés y en alemán, en el auditorio de la Poliklinik, el HOrsaal. Sus bancos curvados de color blanco estaban dispuestos a modo de anfiteatro, y los asistentes mirábamos hacia delante y al centro, donde Frankl paseaba al tiempo que hablaba, anotando cosas en la pizarra y proyectando, de vez en cuando, diapositivas en una pantalla. En ocasiones, incluía en sus presentaciones alguna entrevista con un paciente de psiquiatría. En la sala se respiraba siempre una cierta excitación. Los visitantes de diferentes países ocupaban las filas que est•1ban situadas a su izquierda, y a veces Viktor los presentaba o se refería a ellos. Aunque yo era uno de tantos estudiantes, Frankl y yo entablamos relación y él lo dispuso todo para que pudiera estar en el departamento de neurología, a veces con él aunque a menudo en compañía de su ayudante, Kurt Kocourek. Asistía a pequeñas sesiones de psicoterapia de grupo y observaba las actuaciones que, a diario, realizaba el profesor Frankl. Aún conservo los cuadernos de las charlas y los recuerdos de los visitantes extranjeros, incluidos los de un profesor estadounidense. Evidentemente, el profesor había acudido a Viena para estudiar con Frankl y, tal y como lo recuerdo, era de origen alemán o austríaco. Pero tenía la impresión de que desaprovechaba aquella oportunidad pues se limitaba a llegar en silencio y a marcharse. Después de cada clase, Frankl solía sentarse a charhtr con la gente que seguía allí. Una vez, cuando el intercambio empezó a decaer, F!"ankl observó que el profesor norteamericano 316

se había vuelto a esfumar sin decir palabra. Se volvió hacia mí y me preguntó con una voz atronadora: -¿Dónde demonios está el profesor... ? -Lo siento. No tengo la menor idea. La situación me divertía, pero al profesor Frankl no le hacía ninguna gracia que aquel viejo académico estadounidense se hubiera largado mientras yo, el joven estudiante, seguía allí. Por casualidad, una tarde vi al profesor en Wiihringer Strasse, cerca de la antigua y apestosa sede del instituto Anatómico. Estaba en la esquina y parecía triste y solitario. Cuando lo saludé, me di cuenta de que había estado llorando: -¿Qué tal? -Mire, se me ha roto un cordón y no sé cómo se llaman en alemán, así que no puedo comprar un par nuevo. Aquello me resultó sorprendente, pues él sabía mucho más alemán que yo, pero le pedí que me acompañara a una zapatería. Allí alcé el pie, señalé los cordones y pregunté:

-¿Haben Sieso? El tendero abrió una caja con toda suerte de cordones y el profesorcompañero escogió los que necesitaba. De nuevo en la calle, me lo agradeció profusamente. Recuerdo .que me paré a pensar en la mezcla de soledad en una ciudad desconocida y las maneras bravuconas con que Frankl había abrumado a aquel pobre hombre. Por otro lado, aunque yo también me sentía solo en ocasiones, estaba encantado y cautivado por la ciudad y por el inconfundible estilo de Frankl. Durante aquel otoño, aún no sabía quién era el profesor POtzl ni la excepcional relación que había existido entre él y Frankl. Potzl había fallecido unos meses atrás, ell de abril de 1962, con ochenta y cuatro años. V1ktor y Elly me contaron que, cuando se aproximaba el fin, Potzl había perdido sus facultades mentales. Viktor lo. visitó en el hospital y regresó a Mariannengasse muy entristecido porque aquel gran hombre iba a morir desorientado y demente. Después de presenciar el declive de Potzl, Frankl confesó, y así se lo expresó a Elly, que, cualquiera que fuera el sufrimiento que se cebara con él cuando llegara el fin, conservaría sus facultades mentales hasta el final. Aunque la vida personal de los Frankl no estaba en mi punto de mira aquel año, estaba al corriente no sólo de los visitantes internacionales, 317

LA LLAMADA DE LA VIDA

sino de los períodos que los Frankl pasaban en el extranjero. Durante al~ gunas semanas, las conferencias se suspendieron, pero yo continuaba yen~ do a la Poliklinik y seguía asistiendo a las clases en el departamento de psicología de la universidad. Mi Studienbuch (un librito de registro de los estudiantes con las firmas de los profesores e infinidad de sellos) de aquel año tiene el mismo formato que el que recoge los estudios doctorales de Frankl en la posguerra. Y aunque no lo sabía por aquel entonces, la vida del profesor Frankl y la mía confluían en la persona del profesor Hubert Rohracher (19031972), jefe del departamento de psicología de la universidad. Rohracher era más un científico que un filósofo o un pionero en las investigaciones cerebrales. Había publicado varios libros y artículos, y muchos de ellos daban cuenta de sus estudios en psicología neurológica. No me perdía una sola de las clases de Rohracher en el gran Auditorio Máximo. (Otro estudiante, a quien no conocía en aquella época, también asistía a las clases de Rohracher en 1962-63: Franz Vesely, que se convertiría poco después en el marido de Gaby Frankl.) Sabía que la universidad había quedado devastada por la pérdida de muchos profesores judíos durante los años de Hitler y que los nazis habían deportado también a todo aquel que no fuera judío y que hubiera mostrado resistencia. Pero hace poco descubrí algunas cosas más de labios de Giselher Guttmann, el antiguo estudiante de Rohracher que le sucedió como jefe del departamento de psicología, y el mismo Guttmann que sería amigo y compañero de cordada de Viktor. Durante los años del nazismo, Rohracher era un reputado antinazi. De hecho, detuvo completamente sus investigaciones durante la guerra, y se negó a proseguirlas hasta que los nazis hubieran sido derrotados. Guttmann especulaba que Rohracher no sólo había sobrevivido a los nazis, sino que había permanecido en su puesto en la universidad porque los nazis estaban interesados en sus investigaciones, para aplicarlas para sus fines, y lo consideraban como potencialmente útil. En los años inmediatamente posteriores a la guerra, el catedrático de filosofía de la Universidad de Viena, Leo Gabriel, animó a Frankl a que continuara con sus estudios sobre filosofía y psicología para obtener un doctorado. Frankl ya había cursado algunos semestres con Karl y Charlotte Bühler, dos de los máximos exponentes de la historia de la psicología en Viena, y tan sólo necesitaba completar un par de semestres más. 318

LA VIDA EN EL HOGAR

Y para la disertación doctoral, Gabriel aceptó el manuscrito alemán de The Unconscious God, de Frankl. Frankl tuvo que pasar un examen oral con el profesor Kraft, un filósofo del lenguaje, y un segundo con Rohracher. Durante el examen, recordaba Viktor, Rohracher tomaba notas sobre algunas de las ideas que comentaban, afirmando que le serían útiles para sus clases. No obstante, al final, Rohracher no le dio a Frankl una calificación alta (Sehr gut), pues le explicó que no debía parecer que había obtenido el doctorado con facilidad (pues Frankl ya era profesor universitario). Con un toque de humor, Viktor comentó que aquella era la manera típica que tenían los vieneses de hacer las cosas por aquel enton~ ces. El profesor Gabriel le dijo a Viktor que Rohracher había confesado haber subestimado a Frankl, al que debía reconocérsele que añadía una nueva dimensión complementaria a la psicología. Viktor obtuvo el docto~ rada en 1949, con Gabriel, Kraft y Rohracher.

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Conforme se acercaba el invierno en el año que pasé como estudian~ te en Viena, la humedad, la oscuridad y el frío se fueron apoderando de la ciudad. Bajo la luz del otoño, y ante la excitación que me provocaban aquellas nuevas experiencias, no había advertido el aspecto gastado del casco antiguo. Bajo un cielo gris y frío, se hacía evidente que el tiempo había hecho mella en la antigua grandeza de Viena; los edificios, cubier~ tos por el hollín, parecían más negros que grises enfrentados a las nieves del invierno y se afeaban en cuanto se acumulaba la blanca nieve en las calles, la suciedad del tráfico y el polvo de carbón que salía de miles de chimeneas. A finales del invierno había decidido regresar a Connecticut cuando acabara el año académico. Cuando le dije al profesor Frankl que abandonaría Viena en junio, me ofreció la oportunidad de participar más en el departamento de psiquiatría durante el tiempo que me restaba. Respondí con entusiasmo y al instante telefoneé a su colega, el profesor Hans Asperger, jefe de la clínica universitaria infantil. Fui al despacho de Asperger, donde éste se encargó de concederme un puesto administrativo. Me dieron una bata de laboratorio y una taquilla en el Heilpiidagogischen Ambulanz (clínica infantil de rehabilitación para pacientes externos). Dos mañanas por semana durante tres meses, observé (hospitieren) el tratamiento de los niños con trastornos psiquiátricos. En la actualidad, el profesor Asperger 319

LA LLAMADA DE LA VIDA

sigue siendo célebre por haber identificado un desorden dominante en el desarrollo, similar al autismo, que se conoce como ~~el desorden de Asperger».' Debo al profesor Franklla oportunidad de que yo, un don nadie profesional, trabajara en la clínica de Asperger. Durante la primavera, seguí asistiendo a todas las clases de Frankl. Me invitó a su casa y allí conocí a Elly por vez primera, aunque ya la había visto en alguna ocasión en la Poliklinik. Sólo fui a su apartamento en dos ocasiones, pero recuerdo que el profesor Frankl estaba especialmente interesado en mis ideas a propósito de un manuscrito que estaba escribiendo en inglés. Me encontré muy a gusto respondiéndole a pesar de mi juventud y de mi inexperiencia. No recuerdo haber visitado el cuarto trasero, que es hoy un almacén provisional lleno de miles de archivos, documentos, trofeos, certificados, premios, películas y fotografías. La mayor parte del tiempo, aquella habitación estaba cerrada como un armario, incluso al final de la vida de Viktor. Buena parte de sus contenidos están siendo clasificados en la actualidad con la ayuda del ayuntamiento de Viena. Cuando me marché de Viena, en junio de 1963, me llevé el Studienbuch, un certificado del profesor Asperger y una larguísima carta de recomendación del profesor Frankl. De regreso a los Estados Unidos, acabé mi formación, pero en mi currículum tan sólo consta el año en Viena. Prácticamente no tuve contacto con los Frankl hasta que volvimos a encontrarnos treinta años más tarde. Y digo prácticamente porque hubo algunos contactos accidentales durante estos decenios. A mediados de los años sesenta, cuando estudiaba en Minnesota, fui a un auditorio de la ciudad que estaba abarrotado para oír hablar a Frankl, pero no tuve ocasión de saludarlo personalmente (allá donde hablaba, el recibimiento de la gente lo abrumaba). A principios de los años setenta, mi esposa y yo vivíamos en Connecticut y viajábamos de vez en cuando a Nueva York, para darnos un respiro. Una vez estábamos paseando por Times Square, donde la Séptima Avenida se cruza con Broadway. Delante del club de jazz Metropole, vi que los Frankl se acercaban a nosotros. Los detuvimos y, con la ayuda de algunas claves, se acordaron de mí. Después de presentarles a Jan, los Frankl dijeron que se marchaban al día siguiente a dar un ciclo de conferencias. Charlamos un rato, contentos por habernos encontrado por casualidad en aquel lugar y en aquel momento. Durante las entrevistas para este libro, veinte años más tarde, Viktor y Elly seguían recordando el encuentro en Times Square. 320

LA VIDA EN EL HOGAR

En otra ocasión, hablé con el profesor Frankl desde una cabina de teléfonos en el centro de Viena. Era 1990, y Jan y yo vivíamos en Chicago con nuestros dos hijos, que estaban acabando el instituto. Para celebrar aquel rn:omento, ese verano hicimos un viaje en coche por Europa. En Viena, les mostré mis lugares predilectos y quería visitar a los Frankl si era posible. Cogí un número que había sacado de la guía telefónica que había en la cabina y lo marqué. La voz de Viktor era clara cuando oí su respuesta sencilla y característica. -Frankl. Le expliqué que estábamos en la ciudad y que, si tenía tiempo, podíamos pasar a verlos. O bien no me recordaba o parecía que algo lo distraía, pero se comportó con la misma cordialidad que de costumbre y se disculpó resumiendo las obligaciones que le aguardaban en el futuro. Llegamos a la conclusión que no había posibilidad de realizar la visita, así que me despedí de él y no volví a llamar. Sabía que pocas cosas habían cambiado en su vida, salvo que ahora parecía más ocupado que nunca.

Para los Frankl, las rutinas domésticas de los primeros años estaban bien delimitadas. Cuando Viktor se despertaba cada mañana, Elly le llevaba un café bien cargado para empezar el día. Ese era todo su desayuno. Permanecía en cama durante media hora o más, tomando notas o escribiendo. Se daba una ducha, se afeitaba y se vestía. Antes de marcharse a la Poliklinik, le dictaba a Elly el correo, quien lo anotaba taquigráficamente. Durante la mañana, mientras Viktor estaba en el hospital, Elly pasaba a máquina la correspondencia y, al mediodía, llevaba las cartas a Viktor para que las firmara. La hermana Hilda, en la Poliklinik, soüa llevar las cartas a la oficina de correos, y Viktor regresaba a casa para almorzar con Elly y proseguir allí su jornada por la tarde. El correo llegaba dos veces al día, a primera hora de la mañana y a media tarde, contaba Elly. -Teníamos a Gaby, que era muy joven, y había mucho que hacer. Eran tiempos muy duros. Pero yo estaba rebosante de fuerza y energía. Supuse, en voz alta, que todo aquel trabajo habría acabado con alguien más frágil o más débil. -Yo también lo creo -asintió Elly-. Con el paso de los años, he aprendido mucho. Si no, no habríamos sobrevivido a todo este trabajo. 321

LA LLAMADA DE LA VIDA

El cartero nos subía el correo porque no podía meterlo en el buzón. A menudo, nos preguntábamos cómo podía hacerlo. Cuando Viktor tenía ochenta y tres años y Elly sesenta y tres, algunas personas de Buenos Aires les pidieron que les describieran un día cualquiera en su vida. Juntos redactaron algunas notas sobre una jorna~ da típica en su casa. Aquello sucedió en 1988, y las notas muestran, básicamente, que sus rutinas seguían siendo similares, aunque los desayunos habían mejorado y Viktor ya se había jubilado de la Poliklinik. He aquí un resumen de lo que escribieron ambos. Elly se levanta temprano y hace algunas tareas del hogar, y Viktor se despierta entre las siete y las ocho. Elly le lleva un café bien cargado y prepara un desayuno sencillo que toman juntos, normalmente zumo de naranja y unos cereales con leche. Viktor regresa a la cama para dictar los manuscritos y la correspondencia y para leer la montaña de libros que se amontona en su despacho. Dada la intensa necesidad de intimidad y calma de Viktor mientras trabaja, durante esas horas, no se invita a nadie al apartamento y nadie va a limpiar, aunque ello se debe, sobre todo, a que a Viktor le cuesta confiar en alguien cuando está trabajando en sus documentos. Todo debe estar en su sitio, y Elly parece ser la única que lo entiende. Cada día, por lo general, llegan unas doce cartas. Leen toda la correspondencia y la clasifican por orden de prioridad. Viktor y Elly deciden cómo responder a cada carta, y él regresa a la cama con un dictáfOno que coloca en la silla que hay junto a la cama. Habla por el micrófonti mientras Elly sale a comprar o a hacer otros recados. Cuando regresa, ella: y Viktor comparten un almuerzo frugal: queso o jamón, fruta y verdurÍt

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y pan negro. Después de la comida, Viktor se echa una breve siesta y Elly za a pasar a máquina el dictado de la mañana. Viktor se despierta y to~~:.:)~~~'i:l otro café cargado antes de volver a trabajar en los discursos y los manúS:5,~·.:,::SrJ critos, los libros, las disertaciones y las reediciones que han llegado correo de la mañana. Como la vista de Viktor empieza a fallar, Elly y subraya buena parte del material. El teléfono no deja de sonar en el día: invitaciones de todos los rincones del mundo, gente que quiere sesión gratuita de logoterapia telefónica durante media hora o más, e iócluso llamadas a cobro revertido. Viktor y Elly trabajan hasta tarde, y en ocasiones él prosigue la una y media de la madrugada. No se van de vacaciones, salvo los 322

LA VIDA EN EL HOGAR

de semana que pasan en la montaña. Sin embargo, con el paso de los años, pueden pasar varias semanas entre una excursión y otra. Debe de hacer unos dos o tres años que no van al teatro, a un concierto o al cine. En los cuatro años anteriores a que los Frankl tomaran estas notas sobre sus quehaceres cotidianos, Elly se ocupaba asimismo de su anciana y enferma madre, y se levantaba a las cuatro de la mañana para coger un tranvía para Kaisermühlen. Antes de que Elly regresara a Mariannengasse, a las ocho de la mañana, cuando Viktor la necesitaba, ayudaba a su madre a preparar la comida, a limpiar el apartamento y cosas así. Y entonces empezaba un día normal para los dos. Después de la muerte de Viktor, Elly reflexionaba así sobre aquellos años de duro trabajo: -Sin un amor muy profundo, jamás lo habríamos logrado. Me habría resultado imposible. Viktor era un buen hombre, pero no estaba al corriente de las cosas y trabajaba sin apenas tener ni idea de cómo funcionaban las cuestiones prácticas. Cambiar una bombilla ya era demasiado para él. Ni Elly ni Viktor lamentaban ninguno de los sacrificios que habían tenido que hacer. Estas son las últimas palabras de las notas sobre su rutina de 1988: ((Elly siente que tiene que satisfacer su conciencia, lo que la lleva a ofrecer toda suerte de sacrificios sin recibir reconocimiento o gratitud de los demás. Viktor siente más que nunca que debe ser responsable de permitir que su trabajo esté al alcance de todo aquel que lo necesite y de hacer lo que esté en su mano para que otros puedan coger el relevo y seguir adelante ... Pero seríamos injustos si no mencionáramos el enorme bálsamo que alivia nuestros corazones: nuestros nietos Katharina Rebekka y Alexander David».

Cualquier mención a sus nietos era extraña en el caso de los Frankl fuera del círculo familiar o de los amigos íntimos. Por lo general, Viktor y Elly adoptaban una actitud reservada cuando hablaban de la familia y, de hecho, en las miles de conferencias que Viktor impartió no hizo mención alguna a Elly, a Gaby o a sus nietos. Pero en el íntimo círculo de la familia, Viktor y Elly se sentían en casa y se apoyaban en sus seres queridos. La familia, como la fe, constituía uno de los cimientos de la vida de Viktor. Tanto que no tenía la menor necesidad de hablar ni de una cosa, ni de la otra. 323

1

LA LLAMADA DE LA VIDA

Gaby era una adolescente cuando conoció a Franz Vesely, un estu~ diante que preparaba su doctorado sobre física. Ella era una estudiante de doctorado de psicología, y no estaba muy interesada en la psicoterapia sino en los niños y en las áreas de desarrollo. Durante sus años como es~ tudiantes, Gaby y Franz se hicieron muy amigos, y ella acabó invitándolo a casa para que conociera a sus padres. En el apartamento de Marian~ negasse, Franz se sentía nervioso ante el comportamiento de Viktor y de Elly. Criado en el oeno de una familia tranquila, donde nadie exhibía sus sentimientos y no sonaba una palabra más alta que la otra, Franz no estaba ni mucho menos preparado para las estentóreas bromas entre el profesor y Frau Frankl, y se quedó atónito al descubrir que Gaby se unía a aquel coro. Observaba como los sentimientos más apasionados fluían libremente al tiempo que los Frankl se mostraban francamente en desacuerdo entre sí, profiriendo en ocasiones unos gritos que dejaban boquiabierto a Franz. Lo primero que le pasó por la cabeza era que los Frankl bromeaban, que estaban representando un papel ante su invitado. Pero aquella idea se desvaneció al cabo de varias semanas, ya que cada vez que Franz los visitaba, asistía al mismo espectáculo interactivo. Para alguien nuevo, Viktor, Elly y Gaby parecían groseros entre sí. Franz se preguntaba a menudo si el matrimonio Frankl estaba en crisis; cuando Gaby cerraba de un portazo, frustrada, Franz se preguntaba dónde se había metido. Más tarde bromearía sobre todo aquello, pero por aquel entonces sopesaba lo acertado de formar parte de semejante familia. Pero, a su tiempo, descubrió que los Frankl se limitaban a ser como eran, literal y totalmente. Parecían crecerse con aquellos extraños diálogos. Antes de que Franz conociera a los Frankl, apenas tenía constan~ia del trabajo de Viktor. La primera vez que se vieron, Viktor le dio una copia de The Doctor and the Soul (en alemán, por supuesto). Franz recordaba que, cuando empezó a leerlo, «no pude dejarlo. Tenía un estilo maravilloso y unas ideas extraordinarias. Y me preguntaba: "¿Quién es realmente este tipo?"». Viktor y Elly se encariñaron con Franz y, en 1968, invitaron a Gaby y a Franz a acompañarlos a un ciclo de conferencias en los Estados Unidos, durante el que debían visitar trece ciudades en doce días. Dormían en un hotel y se marchaban a primera hora de la mañana en un aeroplano para cubrir otro día repleto de charlas. En los vuelos, Franz se sentaba derrás de Elly y ésta juraba que su yerno se ponía blanco. «Me reía de Franz, 324

LA VIDA EN El. HOGAR

y después de aquel viaje, Gaby dijo que no volvería a realizar un viaje como aquel, que no sobrevivirían. Franz, agotado por la aventura, juró rambién que aquel había sido el último viaje de trabajo que realizaba con Jos Frankl.

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Franz y Gaby se casaron en julio de 1969, en una ceremonia civil en las dependencias del distrito noveno de Wahringer Strasse, en el mismo edificio en que Viktor y Elly habían contraído matrimonio dos decenios atrás y donde Viktor había desarrollado su actividad en la prerención del suicidio con estudiantes cuando él mismo estaba en la facultad de medicina. La boda fue un punto de inflexión para la familia Frankl y para la Vese! y, y un día memorable para Franz por dos motivos. Se casaba con Gaby, superando sus sentimientos encontrados acerca del ingreso en la extravagante y maraviilosa familia Frankl (con anterioridad, se había dicho <(o dejo a Gaby y me largo, o me caso con ella y entro en la familia"). En segundo lugar, un par de horas después de la ceremonia, obtenía su doctorado en física en una fiesta universitaria. Franz y Gaby también celebraron una ceremonia religiosa ecuménica en la iglesia de Cristo Rey en Orinda, California, el 12 de octubre de 1969. A ella asistieron muchos amigos judíos de la familia y estuvo oficiada por tres prelados: Tom MacDonald, un sacerdote católico, George Vlahos, un sacerdote griego ortodoxo, amigos ambos de la familia, y el pastor de la iglesia. Gaby, que estaba embarazada, tuvo que conseguir un traje adecuado para la ocasión. Gaby se resistía a implicarse demasiado en la logoterapia. Franz me contó que, cuando nacieron sus hijos, decidió que su vocación era la de madre. Y un largo descanso posterior al nacimiento de Katja encajaba con el compromiso familiar y le dio la oportunidad de aplicar lo que había aprendido sobre desarrollo humano. Viktor afirmó: -Y mira el resultado. Los dos hijos del matrimonio Vesely son Katharina (Katja), nacida el 12 de febrero de 1970, y Alexander, nacido el 20 de mayo de 1974. Estos dos nietos abrieron un nuevo mundo de ilusión para Viktor y Elly. Sumadre había entregado la disertación en 1973, pero no pasó los exámenes ni consiguió el doctorado hasta julio de 1981. 325

LA LLAMADA DE LA VIDA

Cuando Katja era una chiquilla, solía estar con Viktor, atenta a sus historias y embelesada con sus juegos. Cuando creció, quiso casarse con él, y Elly recordaba que «se acicalaba para él, se ponía esto o lo otro, y paseaban juntos por el apartamento orgullosos y cogidos de la mano ... Era muy alegre. ¡Y a Viktor le encantaba!)), Aquellos recuerdos forman parte también de los momentos más preciados de Katja. Poco antes de ir a la escuela, me encantaba acicalarme. Cuando iba a dar~ mir a casa de los abuelos, lo que ya era de por sí un premio, solía enfundarme el cubrecama rojo oscuro de la abuela, y ella llenaba mi «vestido» rojo de bro· ches. Cogía todos sus collares, muy al estilo de los años setenta, y jugaba a ser una novia. Y me casaba con mi abuelo paseando por todo el apartamento a su lado, lentamente. Elly cantaba la marcha nupcial y llevaba la cola del vestido. ¡Qué habría dicho Freud de todo eso! Mi abuelo también inventó dos personajes para nosotros. Eran «Bof» y «Nebof,, y los interpretaba con los pies. Estirado en la cama, hacía que sus pies hablaran entre sí por debajo de las sábanas. Uno tenía una voz muy chi· llana, y el otro, muy grave.

Cuando llegó el pequeño Alexander, también disfrutó de algunos momentos felices con sus abuelos, pero no precisamente porque Viktor fuera un as en el cuidado de los niños. Una vez, Elly y Gaby se marcharon y dejaron a Alexander solo en casa con Viktor. Alex tenía un año e iba a gatas. Tal y como lo explicó Elly, «regresamos una hora más tarde y Viktor nos abrió la puerta: "¡Gracias a Dios que habéis llegado!". Y le preguntamos: "¿Por qué? ¿Qué pasa?"». Viktor explicó que Alex estaba muy triste. Cuando Elly y Gaby entraron en la habitación, Alex estaba bajo la mesa de despacho de Yiktor y olieron de inmediato el problema. Necesitaba que le cambiaran los pañales, pero Viktor parecía incapaz de hacerlo; no tenía ni idea de qué le pasaba al pequeño. -¡Ni siquiera su nariz se dio cuenta! --comentó Elly. Pero su conducta cambió el curso de los recuerdos-: Aún hoy veo al pequeño Alexander sentado ahí, con su abuelo ... Vikror jugaba mucho con sus nietos. ¡Cómo reían juntos! A Viktor le encantaba la espontaneidad de sus pequeiios. Se refirió a un incidente con el que se había deleitado especialmente: -Un viernes por la tarde, fuimos a un servicio a la sinagoga central de Viena, y nos llevamos con nosotros a nuestro nieto, que debía de tener 326

LA VIDA EN EL HOGAR

unos cuatro años. En la ceremonia se servía vino, y al final, había que beber un sorbo. El shamas nos hizo los honores sentándonos en el palco. Y el shamas dijo a Alexander que se acercara y que bebiera un sorbo. Cuando Alexander probó el vino dulce, sostuvo la copa queriendo beber más. La gente que lo vio se puso a reír; era de lo más natural. Nunca hemos conrada esta historia. Poco después de la muerte de Viktor, le preguntt! a Alexander qué era lo que más le gustaba de su abuelo. -Tal vez su capacidad para entretenernos, como cuando imitaba a personas o a animales, como el gallo. Me encantaba su humor cáustico, que siempre tenía un comentario divertido para cada situación. Como ya sabes, en el apartamento de Mariannengasse hay dos teléfonos. Cuando era un niño, él llamaba de una habitación a otra, y cambiaba de voz para representar a los dos personajes que se había inventado para nosotros: «Bof)) y ((Nebof)>. Uno era listo y el otro, tonto. ¡Er;1 tan divertido! >)Además -prosiguió Alex-, mi abuelo y yo dfscubrimos que teníamos algunos extraños rasgos comunes en nuestro comportamiento. Ambos realizaban con la misma destreza caricaturas. Y por algún motivo, Alexander heredó el don de Viktor para las imitaciones. Ninguno había estudiado música, ni podían leer una partitura, pero ambos cantaban. En una ocasión, el rabino invitó a Viktor para que fuera el can~ tor de la sinagoga, y Alex había pasado un examen de aptitud para la ópera. Alexander recuerda, además, otros pequeños detalles: -Escupíamos después de que alguien estornudara para evitar contagiarnos. Y cogíamos el tenedor de la misma manera peculiar. Al comer juntos, advertí que Viktor cogía el tenedor de una manera muy extraña y descubrí que Alex también lo hacía con toda naturalidad. Cada vez que Viktor intentaba enseñarme a coger el tenedor de aquella manera, cejaba en su empeño, frustrado, y me devolvía a mi lugar: -Es algo para lo que no estás capacitado. (Pero ya estaba acostumbrado a que me revelara mis ineptitudes. Una vez, cuando los Frankl tomaban café, decliné la oferta de una taza diciendo: -Jamás bebo, gracias. Y Viktor, el cafeadicto, me reprendió: -Pues no deberían haberte concedido un visado para venir a Viena). -¿Y de tu abuela? -pregunté a Alex. 327

L\ LLA/I.·!ADA DE LA VIDA

-¡Cómo cocinaba! Los espaguei:is nunca habían estado tan buenos. Incluso la verdura, que no me gustaba comer en casa, tenía un sabor espléndido cuando ella la preparaba. Y sigue teniéndolo hoy. Era una persona maravillosa cuando jugaba con los niños, y Mariannengasse estaba llena de cosas con las que jugar. Una vez, pregunté a Elly si Viktor había cocinado alguna vez, y se echó a reír. -Algunas veces trató de preparar su ~~estofado exisrencialista». Era un guiso al que le echaba todo lo que encontraba, y lo había bautizado de aquella n1anera. Tenía patatas, carne, Wurst, verdura ... -¿Te lo comías? -No tenía más remedio -respondió Elly-. Y en una ocasión, me preparó el desayuno por el Día de la Madre. ¡Cielos! Café con leche agria y yo no lo sabía. No me lo pude beber. Cuando cocinaba, yo me colocaba detrás de él y todo era un desastre, pero a él no le parecía un problema. Siempre pensé que, en cualquier momento, algo ardería ... Era muy peligroso dejarlo en la cocina ... Pero a él le gustaba, y siempre me preguntaba cómo se hacía esto o lo otro. De nuevo, aquel placer infantil en aprender algo nuevo. Tal vez fue un alivio que no supiera dar de comer a los niños; podría haber intentado incluso prepararles la comida. Durante su último año, Viktor hablaba maravillas de su familia, tal vez más que de costumbre. Dijo lo siguiente de Franz Vesely: -El mejor yerno que puede existir, y te aseguro que es la primera vez que digo algo por el estilo. En momentos de crisis, advertí que Franz asistía y aconsejaba a los Frankl. En una de esas épocas, Elly dijo: -En cierto sentido, nuestra vida familiar es muy rica. Y haber encontrado un yerno con este talante es todo un regalo. Se ha convertido en una especie de hijo. Gracias a ~u familia, Viktor y Elly fueron sumiéndose en un estado de profunda satisfacción después de haber vivido los desastres de la gue' rra y del odio. Viktor nunca dejó de recordar las figuras de su padre, si.I madre y Tilly P'"ro, porque era humano, no tenía bastante con los recuerdos. Vivía con sus recuerdos y gozaba del afecto leal de Elly, Gaby y Franz y de Ka tia y Alexander.

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LA VIDA EN EL HOGAR

Por supuesto, en tanto que responsable de neurología de la Poliklinik, Frankl fue el mentor de muchos estudiantes de medicina y de un buen número de jóvenes doctores, procedentes principalmente de Austria o de lugares cercanos. Durante mi investigación, tuve la ocasión de entrevistar a Lotte Bodendorfer y a Alfried Liingle. Aunque no me entrevisté con Elizabeth Lukas, pues mi enfoque era biográfico, su extraordinario trabajo en el campo de la logoterapia es de sobras conocido. Lotte Bodendorfer fue una de las primeras estudiantes de Frankl. Estuvo de prácticas en psiquiatría en Suecia y, cuando nos conocimos en Uppsala, se mostró entusiasmada en la conversación que mantuvimos soR bre Frankl y me describió las terribles condiciones de la posguerra en Viena en 1947. Por aquel entonces, otro estudiante de medicina la había invitado a asistir a una charla de Frankl en la Poliklinik. Llegaron pronto pero solamente quedaban plazas de pie en el auditorio, que bullía hasta que entró el profesor Frankl y tomó asiento. Bodendorfer escribió a propósito de aquella conferencia: «Si aquello formaba parte del mundo de la medicina, decidí que quería convertirme en psiquiatra. Por vez primera oía cómo se podía ayudar a un paciente con un trastorno mental. Pero esa no fue la única lección que extraje de la conferencia. En aquellos deprimentes años de la posguerra, en los que parecía inútil hacer planes porque todo carecía de sentido, recibí un mensaje de esperanza y valon). 6 Viktor estaba absolutamente orgulloso de Elizabeth Lukas, una de las mejores estudiantes de Frankl durante sus últimos años como docente. Se había distinguido por medio de un trabajo científico meticuloso, publicaciones y la formación de logoterapeutas en el Instituto de Logoterapia del Sur de Alemania, en Munich, que ella misma dirige. Frankl escribió lo siguiente sobre ella: <(Para Lukas, no hay ser humano en el que no haya la posibilidad de crecer, y no hay ni una sola situación que carezca de un ápice de sentido ... Dilucidar los posibles sentidos es la especialidad de Elizabeth Lukas y se inscribe totalmente en la tradición de la logoterapia». 7 La doctora Lukas enseña en todo el mundo y su instituto es uno de los centros más importantes en cuanto a formación de logoterapeutas en todo el mundo. Su nombre surgió en muchas de las conversaciones con Viktor y Elly, y se les podía ver evidentemente alegres cada vez que hablábamos de la contribución de Lukas a la logoterapia a lo largo de los años. Otro estudiante de Frankl es Alfried Liingle, responsable de un consultorio de terapia de grupo en Viena. Uingle estuvo en contacto con Frankl 329

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a finales de los años setenta y durante los años ochenta; ha sido conferenciante y ha publicado libros sobre logoterapia y sobre su propia rama de la psicoterapia, así como sobre Frankl. Antes de conocer a Liingle, estaba al corriente de la disputa que había tenido con Frankl a finales de los años ochenta. Durante las charlas que mantuve con el paso de los años con los Frankl, aunque Viktor raramente hablaba de Uingle, llegué a entender que los Frankl no se oponían a la integración que Langle hacía de los elementos logoterapéuticos en su terapia, sino en el uso de la •dogoterapia y el análisis existencial'' como nombre para su enfoque. Según la opinión de Frankl, Liingle había adoptado varios componentes de otras escuelas d~ psicoterapia muy diferentes a la logoterapia. Aunque Uingle se refiere a su método como ••Análisis Personal Existencial", el nombre que ha dado a su organización es el de Sociedad de Logoterapia y Análisis Existencial, los términos acuñados por Frankl. 8 Este es el punto principal de la disputa entre los Frankl y Liingle. Los recuerdos de Frankl compilados por Liingle en los años ochenta son de especial interés biográfico, especialmente desde una perspectiva científica. Liingle recuerda a Frankl como un médico extremadamente meticuloso, tanto en la neurología como en la psiquiatría, que mantuvo a lo largo de toda su vida un entusiasta interés científico. Cuando el profesor Frankl ya había cumplido ochenta años, sigue Langle, seguía acudiendo cada semana a la biblioteca de la Sociedad Médica de Viena para leer sobre neurología y psiquiatría. En esa biblioteca habían estudiado Freud y Frankl, y allí habían pronunciado algunas conferencias en un auditorio anexo, en el que varias generaciones de los mejores médicos de Viena han realizado sus «deberes>'. Según L3ngle, Frankl pasaba entre una y tres horas en la biblioteca y era «un neurólogo apasionado, muy brillante y entusiasta, un auténtico genio». Elly recordaba que Viktor tenía la costumbre de ir a estudiar a la biblioteca y que ella solía esperarlo allí o iba a su encuentro. Y Donald Tweedie J~:, que estuvo con Viktor cada día durante los años 1959 y 1960, tuvo multitud de ocasiones de verlo en las consultas de neurología. Comentaba que otros neurólogos, atascados en un problema, llamaban a Frankl porque tal vez él podría llegar al fondo de la cuestión gracias a su notable intuición de las funciones y de las disfunciones neurológicas. Tweedie describió a Viktor como un «conciliador neurológico>> para sus colegas médicos. Durante los años que pasó en la Poliklinik, Viktor fue pionero en el desarrollo de fármacos psicoactivos para reducir los síntomas y el sufrí330

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miento que provocaban los desórdenes mentales. Estaba atento a cualquier estudio científico sobre las técnicas y los conceptos de la logoterapia, y conforme iban apareciendo, se deleitaba citándolos y mencionándolos. Los diferentes instrumentos para medir varios aspectos de la logoterapia, desarrollados por investigadores de diversos países, han aumentado la credibilidad del trabajo teórico y práctico de Frankl. La cifra de libros y de artículos crece y es difícil seguir la pista de todos ellos ya que están escritos en muchas lenguas. Con todo, es posible encontrar en Internet bibliografías actualizadas. 9 Debemos mencionar aquí que, aunque Frankl es conocido en el mundo entero como filósofo y psiquiatra, poca gente sabe que mostró un vivo interés por la investigación en medicina y neurología. Su doctorado honorífico concedido en 1986 por la Universidad de Viena no le fue otorgado ni por la facultad de Filosofía, ni por la de Medicina, sino por el departamento de ciencias naturales, en reconocimiento del rigor científico y de la contribución a la investigación de Frankl. Escribió y publicó centenares de artículos en revistas científicas. En este capítulo sobre la vida cotidiana de los Frankl en su hogar ha sido imposible sortear la influencia internacional de Viktor. Nos hemos detenido en sus estudiantes y nos hemos dado cuenta del impacto de la logoterapia. Hemos observado la vida familiar de los Frankl y hemos acabado hablando de Viktor como científico. También hemos considerado la importancia del amor humano en la familia Frankl, y la historia y el mundo entran en conflicto. No en vano, fue el amor en el hogar y la seguridad de su «campamento base» lo que hizo posible que Viktor y Elly se aventuraran a salir al mundo. Y su aventura llegó tan lejos que, al final, ya no sólo pertenecían a Viena, sino al mundo.

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Aunque Viktor ya había realizado algunos viajes para pronunciar varias conferencias en el período de entreguerras, los años cincuenta marcan el inicio de los viajes totales: giras a lugares lejanos, entremezclando varios destinos internacionales en un solo itinerario. En 1954, se preparaba para ir a Buenos Aires para dar unas charlas cuando recibió una carta des~ de Nueva York, de Vincent PeaJe, el célebre pastor, autor y personaje mediático de «el poder del pensamiento positivo''· Peale ya era una fuerza en el diálogo entre la psicología y la fe, y, en Nueva York, en 1937, había instituido la Fundación Americana para la Religión y la Psiquiatría. Tras descubrir a Frankl, Pea le quiso llevarlo a Manhattan. Y para atraerlo a Nueva York, cuando éste debía ir de Argentina a Viena, Peale le ofreció doscientos dólares a cambio de aquel cambio de itinerario: -Los acepté. ¿Y sabes qué sucedió? La Iglesia Colegiada de Marble estaba llena con un millar de personas ... habían quitado todas las cruces o las habían cubierto con banderas de los Estados Unidos, por consideración hacía mi profesión judía. Y di una conferencia titulada ((Un psiquiatra mira a la religión''· Ese mismo año, Viktor viajó a Holanda y a Londres, y un año más tarde, empezó a dar clases en las universidades de los Estados Unidos. En 1955, The jewish Echo: Newsletter of jewish Acaae"mics1 emitió un comunicado de prensa sobre Frankl y se inició una amplia cobertura informativa. Antes de que acabaran los años cincuenta, Frankl viajaba 332

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por todo el mundo con unas agendas que habrían agotado a un tipo mu· cho más joven. En 1957, Frankl hizo una gran gira por los Estados Unidos, y habló en facultades de medicina y en universidades de todo el país, patrocinado por la Fundación Religión en la Educación, una organización preocupada por los valores religiosos en la educación. Randolph Sasnett se encargó de preparar la gira y acompañó a Frankl entre el 15 de septiembre y el 17 de octubre. Viktor habló en varias ocasiones cada día durante aquellas semanas ante auditorios y clases, en cenas y en salas de conferencias: en las universidades de Boston y Brandeis, en la Universidad de Harvard, y en la facultad de Teología de Harvard, en el Instituto Tecnológico de Massachussets, en una reunión en Cambridge con gente de la_ Escuela Teológica Andover-Newton, Drew, Tufts, Wellesley, Yale y la Universidad de Vermont, en el Teacher's College de la Universidad de Columbia, en la Universidad de Nueva York y en el seminario de la Unión Teológica para participantes de las escuelas teológicas protestante, judía y católica del área de Nueva York. Prosiguió en Princeton, en la Universidad de Yale y en la facultad de Teología de Yale, en la Universidad de Chicago (en la facultad de medicina y la facultad federal de Teología), ery los seminarios teológicos de Garrett, Seabury-Western y McCormick, en la Universidad de Loyola (tanto en Chicago como en Los Ángeles), en Marquette, en la Universidad del Noroeste y en la facultad de medicina, en la Uni· versidad del Pacífico, en la Universidad de Redlands, en la Universidad de California en Los Ángeles, en la Universidad Willamette y en la Universidad de Washington. Pronunció muchas de sus charlas ante un público numeroso, pero Frankl también dio conferencias en coloquios de las facultades, donde el barniz interdisciplinario de las reuniones daba aquel toque único. En algunas universidades, era la primera vez que varias fa~ cultades, medicina, filosofía y teología, por ejemplo, celebraban un acto conjunto. Al final de aquella gira, el 18 de octubre, Frankl prosiguió camino de Australia, India y Oriente Próximo, hablando en público cada día. En 1957, con motivo de otra gira, Gordon·Allport, de Harvard, usó sus contactos para conseguir que los lectores estadounidenses pudieran leer El hombre en busca de sentido. Cuando The Doctor and the Soul ya estaba en prensa en los Estados Unidos, en 1955, estaban programadas tres giras más por ese país, tras las cuales Viktor y Elly tomaron las riendas de la planificación de sus 333

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giras. La cobertura informativa de sus giras aumentaba, y sus obras aparecían en más y más lenguas. Empezaron a comercializarse grabaciones y documentales. En 1997, durante una conversación con Giselher Guttmann en Viena, dijo que «el mundo era el auditorio de Viktor•>. En la Unión Soviética y sus países satélites, la gente pobre estudiaba alemán para entender a Viktor cuando iba a hablar y para poder leer sus libros que aún no habían sido traducidos a sus idiomas. En la prisión de San Quintín, en California, los reclusos del corredor de la muerte escuchaban atentamente a Viktor y discutían abiertamente con él. Durante muchos años, Viktor y Elly mantuvieron un registro escrito de sus viajes, pero aquel libro les fue robado cuando les desvalijaron el apartamento de Mariannengasse. Después de aquel incidente, siguieron registrando los viajes, y en 1993 llegaron a la conclusión de que habían recorrido más de 10.000 kilómetros juntos. Viktor viajó solamente a los Estados Unidos noventa y dos veces, y Elly lo acompañó en todas las ocasiones salvó en las primeras. Viajaron indistintamente a los cinco continentes habitados durante cincuenta años. Centenares de miles de personas han oído a Viktor en persona y muchos millones más han leído sus conferencias o escuchado sus grabaciones. Por fortuna, se conservan y están a la disposición del público muchas grabaciones en audio y en vídeo de sus conferencias. 2 ¿Qué hacía que el público quedara coutivado y Viktor fuera invitado una y otra vez a los mismos lugares y a más y más países, incluso en lugares donde había que interpretar cada una de las frases en inglés o alemán? En un amplio reportaje plagado de texto y fotografías, la revista Pace se refirió, en 1967, a las conferencias de Viktor bajo el título «Una dinamo humana enciende a sus colegas estadounidenseS•• y el subtítulo «Lo llaman "un profesor con auténtica chispa"». 3 Las fotografías proceden de las visitas a Harvard y a la Universidad de Suffolk, en Bastan. En una de ellas, Elly está rodeada de estudiantes sonrientes y en otras fotos se ve a Viktor en acción entre pizarras y facistoles. Aunque es imposible trasladar por escrito la dinámica de una intervención en directo de Frankl, podemos representar cuando menos los contenidos y la respuesta del público echando un vistazo al texto de una conferencia ante una numerosa audiencia de estudiantes universitarios. 4 El público está formado principalmente por gente joven, y el recinto es una gran sala de Toronto. El tema de Frankl es «la juventud en busca 334

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de sentido» y está sentado, solo, en una mesa en el escenario. En la solapa lleva un micrófono y a su espalda hay una enorme pizarra. Como es habitual, comienza despacio, y parece fiarse de sus notas, pero no tarda en empezar a deambular y a improvisar. Su uso del lenguaje es complejo, pero se ve enriquecido por la pasión. Y no tarda mucho en coger el ritmo, a menudo gracias a una dosis de café.

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Señoras y señores, recientemente recibí una carta de un estudiante norteamericano y me gustaría citar un par de frases de esta carta: «Doctor Frankl, tengo veimidós años, un título universitario, un coche, un seguro y más sexo y poder del que necesito. Ahora sólo me resta averiguar qué quiere decir todo esto». ¿Qué le falta? ¿Cuál es el sentido de todo aquello que posee en el seno de una sociedad próspera? Y este sentimiento de carencia de sentido crece y se extiende hoy, especialmente entre los jóvenes. A menudo, se asocia con un sentimiento de vacío interno, lo que he descrito en términos de «vacío existencial». Este vacío es la frustración existencial de la búsqueda de un joven de un sentido que dé valor a la vida. Déjenme intentar ofrecerles una explicación. En comparación con los animales, me atrevo a decir que los instintos de un hombre ya no le dicen qué debe hacer. Y en comparación con tiempos pasados, las tradiciones y los valores ya no le dicen qué debería hacer. Hoy, por momentos, parece que ya no sabe lo que cree que desearía hacer. Por consiguiente, se limita a desear hacer lo mismo que otras personas: conformismo, o a hacer aquello que la gente espera de él: totalitarismo. No me gustaría suscribir una frase que escribió Sigmund Freud a la princesa Bonaparte cuando afirmó que un hombre enferma en el momento en que duda o cuestiona el valor, el sentido de su existencia. No creo que enferme de verdad. Pienso, más bien, que manifiesta su verdadera naturaleza humana. Ninguna hormiga, o abeja u otro animal se planteará la pregunta de si su existencia tiene sentido o no, pero un hombre sí lo hace. Y es un privilegio humano que nos ocupemos en hallarle sentido a la vida. No sólo tenemos derecho a buscar ese sentido, sino que es nuestra obligación. Aunque no hubiera más razón, deberíamos reconocer esto como un logro humano y no como un síntoma neurótico. No en vano, es un símbolo de honestidad y sinceridad intelectual. Es una prerrogativa de la capacidad de los jóvenes por lanzarse a esta aventura en lugar de aceptar sin más que la vida tiene un sentido; de la capacidad de cuestionarlo, de buscar la existencia real de tal sentido. Estos jóvenes deberían esperar, pacientemente, a que tarde o temprano se les haga visible el sentido y no quitarse la vida, por pura impaciencia. Pensemos en el aumento mundial del suicidio entre los jóvenes. O, por el contrario, buscan refugio en las drogas porque, una vez has tomado una droga, de repente el· mundo cobra un «sentido infinito». Tenemos 335

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rúbrica del ser humano es que el hecho de ser humano siempre nos conduce a algo ajeno a nosotros mismos. La existencia humana se refiere, en todo momento, a algo ajeno a ella o a alguien ajeno a la propia persona. O lo que es lo mismo, lo que denomino autotrascendencia significa que el hombre está básicamente preocupado por hallar y satisfacer un sentido viral o sentimental y por reunirse con otro ser humano, no en tanto que herramienta para aliviar las tensiones sexuales o los impulsos agresivos o potenciales y demás. Con todo, a escala personal y humana, significa reconocer y asir la esencia única del otro ser en tanto que persona; y a eso se llega amando a la persona. La autotrascendencia significa que el cometido del hombre, básicamente, originariamente, salvo si su existencia se ha visto distorsionada por alguna neurosis, es servir a una causa mayor que su propia persona o amar a una persona que no es él. En este servicio por el bien de una causa o del amor de otra per· sana se actualiza en términos de efectos colaterales, pero no es ese su objetivo. Pues buscar esa actualización acaba teniendo unas consecuencias nefastas para la propia persona en el análisis último y final. No os limitéis a desdeñar el concepto de voluntad de sentido que propongo ya sea porque lo abandonáis o porque lo concebís como una afirmación idealista y privada de un tal doctor Frankl, el austríaco ese. Mi idealismo es el auténrico realismo. La volunrad de sentido, por ejemplo, forma parte de un estudio de psicología experimental de un departamento universitario realizado a 1.351 personas. Y de sus re!>ultados se desprendía que existe una voluntad de sentido, una motivación primera en el hombre ... En Europa, la gente ve a los adultos estadounidenses corno a unos tipos que han ido allí a forrarse. Pero en otro estudio realizado por estudiantes universitarios, tan sólo el 16% de los estudiantes consideraban que su principal objetivo en la vida era amasar una fortuna. ¿Y sabéis qué ocupaba el primer lugar? El setenta y ocho por ciento de esos jóvenes norteamericanos aspiraban a encontrar un sentido y u11 propósito a sus vidas. Coger al hombre tal cual es, es sacar lo peor que lleva dentro, pero si lo sobreestimamos, si lo miramos con buenos ojos, podemos hacer de él lo que real· mente podría llegar a ser. ¿Sabéis quién lo dijo? Goethe. Si no reconocemos la voluntad de sentido en un joven, lo denostamos, lo convertimos en un individuo pesado, nos añadimos y contribuimos a su frustración. Existe, incluso en un criminal o en un delincuente juvenil, en alguien que roma drogas o gente por el estilo, existe, como decimos, una chispa, sí, una chispa de la búsqueda de sentido. Identifiquémosla. Presupongámosla. Y podremos provocar que salga y contribuir a que se convierta en aquello que, por principio, podría llegar a ser. Dejadme que me refiera a la vista para explicar este problema abstracto de la autotrascendencia. En cierro sentido, los ojos también son autotrascendentes. Basta con advertir que la capacidad del ojo para percibir el mundo que nos rodea es directamente proporcional, por irónico que parezca, a su incapacidad para

esta sensación de sentido, pero son solamente sentimientos subjetivos, que no se apoyan en un sentido verdadero, cierro, real. El sentido real está en el mun~ do, nos espera, espera que lo satisfagamos, pero no está en nuestra psique. Los jóvenes que recurren a las drogas, llenando su vida con esta experiencia subjetiva de sentido infinito, se ven amenazados y están en peligro, como esos animales en los que Olds y Milner5 llevaron a cabo sus experimentos de autoestímulo. Colocaron electrodos en el hipotálamo del cerebro de los animales y, cada vez que cerraban el circuito eléctrico, observaban que, evidentemente, los animales sen rían algo similar a un orgasmo o a la satisfacción que produce la ingesta de comida. Y los animales aprendieron a cerrar el circuiro por sí solos, saltando sobre la palanca, y se convirtieron en adictos. Esos animales que podían proporcionarse a sí mismos la satisfacción subjetiva, en términos sexuales o nutritivos, olvidaron e ignoraron a sus auténticos compañeros sexuales y la comida de verdad que se k:s ofrecía; tenían suficiente con la corriente eléctrica. Asimismo, creo que aquellos que se provocan esa sensación de sentido mediante la administración de drogas, se olvidarán a la larga de las tareas auténticas, del sentido auténtico que lts aguarda, y que únicamente ellos pueden satisfacer. Y este sentido desapare(.;erá para siempre jamás si no se materializa aquí y ahora en esa persona concreta.

Conforme la conducta de Frankl cobra vigor, el público permanece en silencio, respetuoso. La cámara enfoca varias filas de estudiantes, concentrados mientras escuchan y toman notas. A menos que veamos a la gente en su dimensión humana, valorando los fenómenos humanos en lugar de privarlos de su humanidad de una manera reduccionista, no seremos capaces de sobreponernos a esta tesitura a escala mundial. A menos que reconozcamos la auténtica motivación humana, que es la búsqueda de sentido, no seremos capaces de entender nuestra frustración. Es decir, ¿cómo podremos sobreponeros a ello o ayudar a la gente a que supere los problemas de la edad a menos que hayamos tratado de trascender las anticuadas teorías de la motivación, los esquemas y los clichés de la psicología académica actual, a cuyas doctrinas estamos incesantemente expuestos en la universidad: que el hombre es un sistema cermdo, como cualquier otro animal, que intenta mantener para sí sus reservas en un equilibrio conocido en biología como ((homeostasisl>, que el hombre satisface sus impulsos, sus necesidades aun a costa de usar a las personas como parejas sexuales por el bien de la homeostasis? Si tratamos de alejar a la gente de tal caricatura humana no podremos ayudarles a superar el estado de la cuestión. Originariamente, básicamente, en_ primer lugar, un ser humano no se ocupa de la homeostasis. No se ocupa en primer lugar del placer, de la felicidad o de su estado. Originariamente, básicamente, no le preocupa su persona o nada que renga que ver con su persona. Pero el símbolo auténtico y la

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verse a sí mismo, salvo con la ayuda de un espejo. En el momento en que mi ojo ve una parte de sí, por ejemplo un halo con cotares alrededor de una luz, percibe su propio glaucoma. En el momento en que advierto que se me nubla la vista, advierto mis cataratas, algo que está en mi ojo. Pero el ojo sano, el ojo normal, no ve nada de todo esto. La capacidad visual tan sólo deja de estar limitada en el momento en que el ojo percibe algo de sí mismo. Y sucede lo mismo con la existencia humana. La existencia humana está distorsionada hasta el punto que nos ocupamos más de nosotros en vez de dejar que fluya la felicidad. La gente busca ansiosamente la felicidad haciendo de ella un objetivo y, por ello, se alejan de su propia mera. En la actualidad, el placer sexual se ha convertido en un sustituto cuando falla la voluntad de sentido original. En tiempos de vacío existencial, la libido sexual ha ganado la batalla, y su papel se ve exagerado allá donde el vacío existencial se proyecta a escala masiva. Me atrevería a decir que la inflación del sexo es como cualquier otra inflación, incluida la que sufre el mercado monetario: está asociada a la devaluación. Hoy en día, el sexo está devaluado y deshumanizado, aunque, originariamente, el sexo no era una fuente de diversión. El sexo entre humanos es siempre algo más que mero sexo; es algo más que mero sexo en tanto en cuanto se convierte en una expresión física de algo metasexual, de una encarnación del amor. Y, en última instancia, recompensa en la misma medida. No hablo desde una postura moralista, sino basándome en lo que veo cada día en mi consulta y en las experiencias acumuladas en clínicas y hospitales. De ahí proceden mis conclusiones.

La primera pregunta fue formulada por una mujer del público que era catedrática. -En mi infancia, sufrí la desesperación fruto del victimismo. Leí su libro muchos años después y vi un rayo de esperanza; pero aún hoy sigo sin entenderlo completamente. Creo que entendí lo que decía, que el sentido que descubrió estaba relacionado con una elección en el momento. Que lo que descubrió en su interior era que tenía aquella capacidad, aquella potestad, con independencia de lo que sucediera en el exterior, para tomar aquella decisión. Parece como si la ausencia de elección conduzca a la desesperación. Me preguntaba si podría hablar un poco más sobre esto. Frankl respondió así: Catedrática, podría repetirle algo que ya aparece en el libro El hombre en busca de sentido. Y es que, incluso en una situación en la que carecemos de libertad, incluida la libertad de elección, seguimos teniendo la libertad de decisión. Todo ser humano conserva, hasta el úhimo momento de su vida, la libertad de escoger con qué actitud se enfrenta a una situación trágica. Y la acritud que adopte ante una situación trágica puede salvarme de la desesperación. Por ejemplo, si una mujer cree que su valor principal, que el sentido último de su existencia, radica en dar la vida y tener hijos, se sun1e en la desesperación si un ginecólogo le dije que jamás podrá quedar encinta. Y se desespera porque había hecho de la procreación un valor absoluto. 7 Pero si es consciente de que la vida está llena de sentidos potenciales, entonces ése es tan sólo uno más entre muchos de los sentidos potenciales que puede satisfacer. No tiene que desesperarse. Puede, por ejemplo, encontrar el sentido en la ayuda a los demás. Puede reunir a un grupo de mujeres que jamás podrán tener hijos y que, a pesar de dicha imposibilidad, vean que tiene sentido aunar esfuerzos para ayudar al prójimo. El sentido existe bajo cualquier circunstancia. Y el sentido potencial de la vida es algo incondicional.

Elly, que acompañó siempre a Viktor a partir de 1955, oyó sus conferencias miles de veces. Viktor observó lo «terrible que es que Elly sepa tantas cosas; podría dar ella las charlas>>, Pero jamás podría haber repetido lo que Viktor hacía al interactuar con su público. Aunque en ocasiones le hacían preguntas de manera ordenada, a menudo alguien se alzaba y planteaba a Viktor, con toda naturalidad, una cuestión. Cuando esto sucedía, cuando lo alejaban de terrenos familiares para obligarle a adentrarse en algo nuevo, Elly afirmaba que daba lo mejor de sí. Podía enfrentarse a cualquier pregunta y sobreponerse a cualquier desafío en público. En esos momentos refulgía su auténtico genio. Elly se quedaba boquiabierta con sus respuestas, y oía cosas que jamás había escuchado. De regreso al hotel, ella le repetía: «Viktor, ha sido maravilloso. Debes escribir lo que has dicho». Buena parte de los artículos, de los capítulos o de los libros de Viktor nacieron con ese tipo de afirmaciones de Elly. A continuación presento algunos fragmentos de un turno de preguntas después de una conferencia 6 en Anaheim, California, en 1990.

Un hombre del público se refiere a algo que Frankl dijo en una charla anterior ese mismo día. -Doctor Frankl, dijo que creer no es saber, que creer significa añadir a los pensamientos el existencialismo del pensador. Y sigo sin entenderlo. Viktor parece triste mientras da la respuesta. Desde que pronuncié esa frase me he sentido muy culpable porque intentaba decir algo que sé que es imposible comunicar con pocas palabras. Pero lo

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que prcreudía decir era lo siguiente: dije que creer no es una suene de pensa. mienro al que se le extrae la realidad de lo que pienso; sino que es una suene de pensan1iento al que se le añade algo. Pero es imposible entender esta frase a menos que intente explicarla.

menre, ¿cómo es posible que lo que llamo «voluntad de sentido» esté tan enraizado en todos Jos seres humanos? 9

Había arras preguntas que Frankl oía una y otra vez. Un hombre le pregunta: -Doctor Frankl, tengo una pregunta sobre su amigo Martin Heidegger. Creo que, en un momento dado, él se unió al partido nazi. ¿Puede comentar algo al respecto?

En la primera década del siglo, cuando estaba en la escuela, en Viena, so. líamos decir que creer significa no saber, y que no saber significa que eres un tonto [el público ríe}. Pero ya ve que no es así. Creer no se reduce únicamente a una falta de conocimientos; es algo más. Y lo insinué cuando cité a Blaise Pascal, el gran filósofo. Él se refería a que hay un cincuenta por ciento de PO· sibilidade!> de que Dios exista y un cincuenta de que no. La mayoría de los teólogos de la actualidad coinciden en que no hay prueba racional de la existencia de Dios. Y por eso tan sólo se puede hablar de creer en Dios. Mediante el pensamiento discursivo, como lo denomina la filosofía, o por medio de conceptos racionales, no puedo decidir qué es cierro, si Dios existe o no. Per(l usted puede hablar de Dios, o puede hablar de un sentido último. Existe un sentido que no podemos asir en el plano bidimensional es no pode. mos entenderlo. Por lo tamo, tenemos que limitarnos a creer. Ahora bien, si existe un cincuenta por ciento de posibilidades, o de probabilidades, no puedo hacer nada más que poner toda mi existencia en uno de los platos de la ba. 8 lanza. Es decir, una opción es tan posible o razonable como la otra. Y si am· bos plato~ de la balanza están al mismo nivel, tomo la decisión de decidir que sea así. Es decir, que me decanto, decanro mi existencia, mi intención, la hon· dura de mi corazón, todo lo que quiera, todo lo que anhele, me decanto por uno de los platos de la balanza, a favor del sentido último. No puedo llegar a esa conclusión a través de un método racional, sino únicamente a través de mé· todos exisrenciales. Es decir, opto por esa conclusión, porque debe ser así. Des· de lo más hondo de mi corazón, deseo que exista un sentido último. Me opon· go a la falta absoluta de sentido en el mundo. Además, decido que existe un senrido último tan rico que me es imposible comprenderlo totalmente en mi finitud humana, dados los límites de mi capa· ciclad intelectual. Y no debo resignarme, sino afirmar: «Tal es mi voluntad desde lo más profundo de mi corazón. Esta es mi existencia. Esta creencia me invade: que debe existir un sentido último, aunque no pueda comprenderlo por medio de la razón)>, Sin embargo, me viene a la mente algo que me gustaría darles. Una frase, sencilla, maravillosa, que me saltó a la vista en un libro de Franz Werf~l, el no· velista austríaco. Creo que aparece en una de las novelas más famosas que escribió: «La sed es la prueba más evidente de la existencia de algo como el agua» [el público ríe J. ¿Me siguen? Sería inconcebible que la naturaleza haya puesto en nuestro interior ese impulso, la sensación de la sed a menos que exis· ta el agua que· debo buscar. Y ahora refirámonos al hombre en busca de sentido. A menos que exista un sentido, un sentido último, un sentido que no podemos concebir racional-

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Sí, perteneció al partido nacionalsocialista. Tiene toda la razón. Se hizo miembro en 1933, cuando Hitler ascendió al poder en Alemania. Me pregun· ro, sin embargo, si está de acuerdo con mi afirmación de que Heidegger era un genio en su campo, en la filosofía. Como es posible que así sea, lo daremos por sentado. ¿Por qué no deberíamos permitir que todo ser humano se equivoque, se equivoque incluso en el terreno de la política? ¿Y por qué no deberíamos per· mitir que un genio carezca del privilegio de cometer un error? Está en su de· recho de responder: «De acuerdo, pero tarde o temprano tendría que haber admitido públicamente que había cometido un error)>, Pasado un año, Mar· tin Heidegger se salió del partido nacionalsocialista. Así que, ya entonces, demostró que estaba en desacuerdo con el partido nacionalsocialista y con Hitler.

Muchas veces, a Franklle preguntaban por el Holocausto. En primer lugar, el interesado explica que sus amigos, judíos y no judíos, solían lamentarse: «¿Por qué hay que repetir una y otra vez la cuestión del Holocausto? ¿Por qué no lo olvidamos? ¿Por qué no dejamos que se vaya el dolor?•). A continuación, pide a Frankl qué respuesta debe darles.

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Creo que debemos preocuparnos porque no se olvide el Holocausto. Olvi· dar algo así nos despojaría de la opción de procurar que no se repita. Debe· mas documentar lo que sucedió en el Holocausto, y no solamente en los ar· chivos de los departamentos universitarios de Historia del siglo XX o en los ámbitos académicos. Debería aparecer igualmente en los periódicos. Deberían aparecer referencias para que no lo olvidemos ... Pero existe una suerte de voluntad de hacer refritos con todas esas his~ torias e imponerlas al público una y otra vez, hasta la náusea, para crear un efecto negativo, y la gente acaba cansándose ... Podemos sucumbir a aquel tÍ· pico concepto nacionalsocialista que podemos denqminar hoy «culpa colecti~ va)•, el concepto contra el que he luchado desde el día después a que me libe· raran de mi último campo de concentración.

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De acuerdo. No debería olvidar que, como octogenario que soy, puedo pensar, hablar y escribir con la lengua de mi tiempo. Y en esa lengua, en alemán o en inglés, la palabra «hombre» no se refiere al masculino, sino al ser humano, e imagino que coincidiremos en que las mujeres son plenamente humanas. Así que, cuando hablo de «El hombre en busca de sentido», me refiero a la búsqueda de sentido del ser humano y no a la búsqueda de sentido del macho. 10

Me acuerdo de jcrry Long Jr., un joven caballero que, unos años atrás, me escribió a Viena y me dijo: «Doctor Frankl: he leído MI libro, El hombre en busca de sentido, y quiero decirle que estoy tetrapléjico a causa de un accidente mientras buceaba. Y le escribo esta carta ayudándo1ne de un bastón de madera que sostengo con los dientes para apretar las tecla-.. Me rompí el cuello, pero ello no acabó conmigo», Lo que quiero decirle es que este hombre ha conseguido ver que, detrás de aquel terrible acomecimiemo, había un cierto sentido. Se puso a esrudiar porque quería ser psicólogo clíni...:o. Me dijo: «Creo que mi sufrimiento me ayudará a ayudar a otros que pasan por situaciones que les provocan sufrimiento". Entretanto, ese hombre ha conseguido el título de psicólogo y se ha casado, aunque sigue tetrapléjico. Ha dominado su destino, r no solamente eso: también está ayudando a los dem.ls. Es un ejemplo de cómo cumplir con esos dos ideales que varios centenares de personas sondeadas en Linz identificaron.

Otra mujer pide a Frankl que ahonde más en cómo superar la rabia en tanto que víctima, pues ella tiene que enfrentarse a sus propias cir-

La experiencia de los Frankl durante la audiencia con el Papa Pablo VI (Papa entre 1963 y 1978) fue radicalmente diferente a la de las conferen·

cunstancias.

cias públicas. Viktor escribió y habló a propósito de aquel encuentro, pero a mí me interesaban los detalles y las circunstancias que rodearon aquella reunión. Tal y como lo recuerdan los Frankl, en 1970 invitaron a Viktor a dar una charla en Roma con motivo de la reunión de la Organización deJóvenes Presidentes, que agrupaba cada año a líderes políticos y económicos de todo el planeta. En el programa siempre había figuras destacadas, y Viktor ya había hablado en aquellas reuniones con anterioridad. 11 En la reunión de la organización en Roma, había otros dos oradores: Otto von Habsburg, hijo del último emperador del ffupcrio Austrohúngaro, que, junto con su esposa, tenían una relación cordial con Viktor y Elly, a quienes admiraban, y Neil Armstrong, el astronauta estadounidense que, en 1969, pisó por primera vez suelo lunar. Todo el hotel Hilton estaba reservado para albergar a los miembros y a las esposas de los asistentes a la reunión.

El moderador concede la palabra a una mujer y ésta hace una pregunta: -Doctor Frankl, me gustaría preguntarle por la continuación de El hombre en busca de sentido. ¿Podría ser La mujer en busca de sentido?

[el público ríe].

En principio, el sufrimiento tiene un sentido. Pero es fácil decirlo, y debería ser más cauro al afirmarlo. El sufrimiento puede llegar a una persona provisto de un sentido, pero el sufrimiento tan sólo puede tener sentido si es inevitable. Por ejemplo, si un carcinoma, un cáncer, en la causa del sufrimiento y resulta que se puede operar, que existe la posibilidad de eliminarlo, tal vez para siempre, y evitar la metástasis por medio de una operación quirúrgica, hay que reunir el valor para superar la operación. En este caso, es posible eliminar la causa del sufrimiento. Pero si tiene un cáncer que no se puede operar, no es necesario el coraje para insistir en la posibilidad de la operación, pues no sería, a fin de cuentas, un coraje real. En este caso, con humildad, lo que se nos pide es que carguemos con ese terrible destino ya que hay una última posibilidad de soportarlo adoptando una actitud que confiera sentido incluso al sufrimiento. Es posible superar el sufrimiento con valor y dignidad. Así que si se enfrenta a ese destino, y un cristiano diría si «carga con esa cruz,, con valor y dignidad, no sólo le resultará posible adivinar el sentido de tan nefasto acontecimiento, sino llegar al nivel más elevado de sentido posible. Colaborar o trabajar, o sentir algo o amar a otra persona son maneras de encontrar el sentido. Pero soportar un destino terrible con dignidad, eso es algo extraordinario. Es el último escalón del valor del sentido. Recientemente, en Linz, una ciudad a orillas del Danubio, en Austria, se hizo un sondeo de opinión. A la gente de la calle se le preguntó por el mayor logro de la humanidad. La mayoría de las respuestas de los hombres y de las mujeres fueron que el mayor logro de la humanidad era dominar un destino durísimo y ayudar a otras personas en la misma situación a lograrlo. 342

(Elly interrumpió el relato para contar que Orto von Habsburg era un hombre sencillo y maravilloso al que admiraban mucho. En una ocasión que se lo encontraron en un avión, él también viajaba en clase turista y llevaba sus propias maletas. Los Frankl volvieron a referirse a uno de sus temas favoritos: algunas de las personas más ilustres son totalmente humildes y terrenales.) En la habitación del hotel de Roma, entre las sesiones de la organización, sonó el teléfono con una llamada para Viktor. .,c.

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de dejar de preguntarse, cada día, si ha merecido rama gracia, ni de confesarse a diario que, si no toda, tal vez una parte.

-Hemos sabido que está en la ciudad y nos preguntamos si le gustaría rendirle una visita a Su Santidad. -Por supuesro, si se me permite -respondió Viktor, comprendiendo el prorocolo de los jefes de Estado, en virtud del cual no invitan a los visitantes sino que les conceden audiencias. El día de su encuentro con el Papa, los Frankl asistieron asimismo a un almuerzo en honor del fundador de una orden apostólica. Mientras entraban en el ornado salón, Viktor no advirtió que los entremeses que se servían no eran sino el preludio de la comida. Creyó que roda aquella cantidad de pequeñas salchichas ensartadas en palillos, un placer «sólo para nosotros, vieneses))' era el ágape. Y se comió casi toda una bandeja, antes de que le hicieran pasar a un enorme salón donde se iba a servir la comida. -Pero yo ya estaba lleno después de comer tantas salchichas. En comparaciún con el escenario del almuerzo, la sala de audiencias del Papa era pequeña y de una sencillez absoluta. No había un trono donde el Papa pudiera sentarse, sino un mero banco de madera. Cuando Viktor y Elly penetraron en la habitación, les presentaron al Papa Pablo VI con algunas palabras en alemán. Y Su Santidad se pasó a su lengua materna, el italiano, y conversó con los Frankl con la ayuda de un intérprete. De entrada, señaló a Viktor y a Elly, por turnos, y dijo: -Sé que usted es católica y usted, judío. Viktor explicó cómo había interpretado el gesto del Papa: era una manera amable de hacer que los Frankl se sintieran a gusto ante él, así que era preciso desembarazarse de cualquier torpeza a propósito de aquel matrimonio entre credos. El Papa les dijo que conocía los libros de Frankl y le felicitó por lo que había hecho. Viktor reconstruyó posteriormente la respuesta que dio al Papa.

La audiencia duró menos de veinte minutos, y cuando Viktor y El! y estaban a punto de abandonar la sala, Pablo VI se volvió hacia ellos y se dirigió al matrimonio con algunas palabras básicas en alemán: -Bitte, beten Sie für mich. (Por favor, recen por mí.) Viktor se quedó de piedra. -Imagínate al Papa pidiéndole a un psiquiatra que viene desde Viena, judío, que rece por él. Otra demostración más de que las personas más elevadas son las más humildes. -Vikror estaba evidentemente emocionado mientras describía la demacrada figura del Papa-: Era un hombre que, durante muchas noches que había pasado despierto, había estado pensando en algunas decisiones impopulares que debía adoptar, y que seguía luchando con su conciencia porque no podía evitarlo y no tenía más remedio que ceiiirse a ella. Y es admirable. Las arrugas de su cara, las noches en vela ...

Durante sus ausencias de Viena para viajar al extranjero, Frankl no cobró el salario de la Poliklinik; se iba de permiso no remunerado. En los años setenta, se jubiló como jefe de neurología y, por fin, pudo dedicarse en cuerpo y alma al creciente trabajo que exigía la logoterapia: visitantes, correspondencia, escritos y conferencias en Austria y por todo el mundo. En los Estados Unidos, fue nombrado profesor visitante en Harvard, Duquesne y las Universidades Metodistas del Sur. Después de una charla que dio en Los Ángeles, en 1970, Frankl recibió la invitación de la Universidad Internacional de los Estados Unidos (USIU) en San Diego para hablar ante toda la comunidad universitaria. En primer fila estaba Carl Rogers, uno de los psicólogos más influyentes de los Estados Unidos,. que años atrás había escrito unas líneas en la contraportada de la primera edición estadounidense de El hombre en busca de sentido. Rogers también enseñaba en esa universidad y se presentó a Viktor y Elly al acabar la conferencia. A la mañana siguiente, antes de que los Frankl abandonaran San Diego, el rector de la universidad se acercó a Viktor: -Ahora que se ha jubilado, ¿le sería posible venir a nuestro campus a formar parte de la cátedra de logoterapia que vamos a crear? Después de pensárselo, Viktor aceptó y dio un trimestre de clases anual en la USIU (ocho semanas, en ocasiones más) durante los años setenta,

Las palabras con las que me honra me entristecen, porque cuanto más hablo de lo que tal vez he conseguido, más me doy cuenta a cada momento que pasa de lo que debería haber logrado y no he podido. Le ruego entienda a un hombre que ha estado en el andén de Auschwitz y se dice: c¿Quién puede decirme que no hay la menor esperanza de que sobreviva a esto? Y si hay solamente un uno por ciento de que pueda salir con vida, tengo la responsabilidad de sobrevivir si puedo, porque puede haber alguien esperándomf:" en casa)). Nadie me esperaba cuando regresé a Viena, pero tenía una misión que cumplir. Y un hombre al que Dios h:a concedido la gracia de sobrevivir no pue-

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impartiendo asignaturas, supervisando a estudianres y reuniéndose con pequeños grupos en seminarios. Los cursos de Viktor eran de los más solicitados y llegó a tener 365 estudiantes en uno de ellos, que se congregaban en un auditorio. Como de costumbre, Elly ayudaba a Viktor, leyendo en este caso infinitud de ensayos de los estudiantes. -Fueron unos años duros. Los Frankl se alojaban en varias casas, y el salario era escaso. Tomaron prestado o alquilaron un viejo coche, y era la primera vez que conducían un automóvil automático. Los estudiantes tenían coches más nuevos y más lujosos, y algunos de ellos se mostraban avergonzados: -Usted, un profesor famoso, ¿conduce eso? A menudo, siempre que se lo permitía su agenda, los Frankl viajaban de San Diego a Canadá, México y a otros lugares de los Estados Unidos para dar charlas. Pero a diferencia de las típicas presiones que sufrían en Viena, durante los períodos que pasaron en California pudieron conocer a gente ordinaria y extraordinaria. Por ejemplo, se hicieron amigos del vicealmirante Raymond Peet, comandante de la Primera Flota estadounidense en el Pacífico. Los llevó por el puerto y a visitar el portaaviones Nimitz. En un círculo más amplio, se reunieron con buena parte de las personalidades del mundo de la psiquiatría, la psicología, la teología y la religión, así como con algunos líderes de otros muchos países, o coincidieron en foros públicos sobre cuestiones importantes. Los Frankl se maravillaban constantemente con el mundo, aunque les interesaban más las personas que los lugares. Aprovechaban al máximo las oportunidades que les brindaban para ir al extranjero, pasaban horas con los estudiantes y se relacionaban con la gente normal con la que se topaban. Les encantaba la riqueza y la diversidad de la familia humana en la multicultural San Diego. Por ejemplo, descubrieron la alegre música de los coros de gospe/ de la comunidad afroamericana, y asistían de vez en cuando a servicios y conciertos, atraídos por la exuberancia del sentimiento religioso de los afroamericanos, tan diferente a las sobrias tradiciones de los judíos y los católicos de Viena. -A Viktor le gustaban los cantos espirituales y a mí, también -dijo

El! y. En 1970, toda la familia Frankl se encontraba en San Diego: Viktor, Elly, Gaby, Franz y su hijita Katja. Juan Battista Torrello había bautizado 346

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a Katja en Viena un año atrás, pero dos saccrdmes~ amigos íntimos de la familia, querían añadir su bendición. Así, en un Sl'rvicio eclesiástico de la comunidad afroamericana de California, un sacerdote griego ortodoxo y un cura católico romano concedieron su bendición a la pequeña, descendiente del psiquiatra judío de Viena. Antes del servicio, los niños jugaban al escondite bajo el altar, y las guitarras y la percusión acompañaron a la congregación, negra en su mayoría, mientras entonaban cantos gaspe!. Posteriormente, Franz dijo que todo aquello "fue increíble para nosotros, europeos aburridos>>. Hubo otro episodio personal acontecido en San Diego que hizo las delicias de Viktor y, en menor medida, de Elly. En San Diego, de vez en cuando tenía tiempo para tomar lecciones de pilotaje con David Klostermann, un instructor aéreo que se convertiría en amigo. Toda su vida, Viktor había deseado practicar el paracaidismo, pero los médicos siempre se lo desaconsejaron a causa de sus débiles tobillos. Por consiguiente, estaba entusiasmado con la experiencia de volar en una avioneta. Elly se refirió a él como a un crío alegre, absorto en la aventura y enfrascado en la tarea de aprender a calcular y preparar planes de vuelo. -Allá donde estábamos, en California, no podía practicar el montai1ismo, así que empezó a volar. ¡Cielo santo! Estaba tan contento ... Aprendió a acercarse a un destino compensando los vientos y la climatología, y sus charlas empezaron a llenarse con rderencias al vuelo. (Su fascinación con las alturas, ya se tratara del montañismo o del pilotaje de un aeroplano, se convirtieron en analogías para su (
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animales domesticados: perros, un par de caballos. aves de corral y gatos, y la vida salvaje quedaba a una cierta distancia. Los Frankl tuvieron la ocasión de montar a caballo, roda una aventura para unas personas procedentes de Viena. Pero quedó claro que el amor de Elly por los animales se decantaba por razas más pequeñas y menos agrestes. Los coyotes aullaban a lo lejos. -No era feliz en el rancho -dijo Elly-. En la cocina, del sumidero del fregadero, ¡salió una serpiente! Y no sólo eso, sino que a mi espalda había dos caballos y uno de ellos me mordió. Viktor recalcó: -El caballo mordió de veras a Elly en el bíceps, a través de la ropa. No pasaron la noche en casa de los Tweedie ni entre los coyotes, aunque hay algunas forografías de Viktor y Elly pasándoselo en grande en el rancho. Por un día, habían sido vaqueros y cuando se referían a ello, años después, lo hacían con entusiasmo. Elly advirtió que, en el rancho, Viktor se había limitado a ser él mismo y a portarse como un crío. A Viktor y Elly les encantaba el clima caluroso de San Diego en enero, pero no era esa la única ventaja de los largos períodos que pasaron ahí. -Tuve que aprender inglés para encargarme de la casa, para ir de compras ... ---<:omentó Elly. No tardaba en recuperar su destreza con la lengua inglesa a cada viaje que realizaban a los Esrados Unidos, Inglaterra o Australia. Cuando aquellos períodos tocaban a su fin, Viktor y Elly soñaban en inglés. Y tras un par de semanas en Viena, el contenido de sus sueños volvía a expresarse en alemán.

En 1979, en Viena se editó un libro conmemorativo: Austríacos que pertenecen al mundo. 12 Presentaba a ocho austríacos vivos por medio de fotografías de momentos históricos y textos, acompañado todo por unos retraros realizados en 1978 por el célebre fotógrafo Alfred Eisenstaedt. Entre los personajes a quienes está dedicado el libro, estaban Anna Freud, la hija de Sigmund, el director Orto Preminger, el estadista Kurt Waldheim, el arquitecto Friedensreich Hundertwasser y Viktor Frankl. Cuando se puhlicó Austríacos que pertenecen al mundo, nadie podía imaginar la tormenta internacional que estallaría y que engulliría a uno de los homenajead(ls siete años más tarde. En todo el mundo, el episodio recibió el nombre de ((el caso Waldheim)). Únicamente es posible entender la 348

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cuestión en el contexto de los conflictos sobre el pasado nazi de Austria, incluidas las acusaciones encendidas y las negativas, y la resolución por parte de los aliados de diferentes temas surgidos a raíz de la derrota de los nazis, diferenciando así el papel de Austria del de Alemania, a pesar de la complicidad de los primeros. La resolución convirtió a Austria en la ((primera víctima)) de Hitler, un enfoque que oscureció temporalmente la responsabilidad de Austria a la vez que se hacía a Alemania responsable de la guerra y del Holocausto. Durante decenios, Austria había escapado del examen internacional de su pasado nazi. 13 Kurt Waldheim fue elegido presidente de Ausrria en 1986 y, en parre debido a su fama como antiguo secretario general de las Naciones Unidas, la crisis sobre su presunta participación en la guerra como oficial nazi traspasó las fronteras nacionales. Las organizaciones judías expresaron su rabia y la controversia se radicalizó. Estallaron campañas en contra de Waldheím. Con todo, una comisión de historiadores creada para investigar a Waldheim no halló morivos para acusarlo y jamás se le condenó por crimen alguno. Aun así, las reticencias de Waldheim a reconocer su antigua pertenencia dañaron seriamente su imagen. Cuando Viktor y Elly entablaron relación con Kurt y Sissy Waldheim, algunos de los enemigos de Waldheim mostraron su ira. A causa únicamente de su relación con los Waldheim, Viktor y Elly fueron objeto de críticas feroces. Cuando Waldheim, desde su cargo oficial de presidente austríaco, conCedió a Frankl uno de los mayores honores del país, algunos llegaron a apuntar que Frankl debería haber evitado a Waldheim y rechazado el galardón. Pero quienes pensaban que Viktor Frankl cedería a los veredictos políticos ajenos, que se tornaría en serio las opiniones de quienes decidían con quién debía relacionarse y con quién no, no tenían la menor idea del carácter de Viktor. Frankl no se doblegaba ante la presión; no daba cuartel al rencor o a la venganza. Era firme y constante en su negativa a concederse la menor licencia para odiar y por eso mismo, irónicamente, esos individuos lo odiaban. Otro conflicto, más limitado éste a Europa, estalló a mediados de los años noventa a propósito de Jorg Haider y el Partido de la Libertad austríaco. Fruto de las elecciones democráticas, aquella facción de extrema derecha entró en la coalición de gobierno. Por la inclusión del Partido de la Libertad, Austria sufrió las sanciones de la Unión Europea, unas sanciones polémicas que, posteriormente, la Unión levantó. Haider se había 349

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hecho famoso después de hablar en una reunión de las SS nazis en Krumpendorf. En unas declaraciones que ha asegurado lamentar más tarde ' Haider felicitó a los antiguos oficiales militares. Frankl conoció a Haider en 1995, el año en que Frankl recibió el galardón cívico más importante de la ciudad de Viena, la ciudadanía honorífica. La nominación de Frankl presentada por el Partido de la Libertad fue confirmada con el voto unánime del consistorio, si bien ello irritó a algunos partidarios de Haider que aseguraban que existía una cierta connivencia entre Haider y Frankl. Haider había echado leña al fuego al aparecer en televisión con una copia de un libro escrito y dedicado por Frankl con las palabras: ((Para mi amigo, j6rg Haider». Pero Frankl había autografiado miles de libros para sus admiradores durante todos esos años, y solía usar la palabra ((amigo» incluso con personas a las que no conocía muy bien. En este caso, Haider usó oportunistamente el libro en un momento en que estaba en el punto de mira político. La experiencia fue dolorosa para Viktor que, desde que acabara su implicación con el movimiento socialista en Viena, ni estaba interesado por la política, ni la entendía. Pasé una parte de la crisis con Viktor y Elly y, como Viktor se mantenía a una cierra distancia de la política, fue un movimiento inesperado que preparara un comunicado de prensa para responder a la estratagema de Haider. La prensa se hizo eco del comunicado y Der Standard, por una vez, publicó la noticia, en alemán, por supuesto. La traducción siguiente muestra la posición de Viktor, explicada con su típico rechazo a entrar en el juego de las acusaciones o del odio. El título reza: « Viktor Frankl se distancia del líder del Partido de la Libertad, liaider)) . 14 Viena. Viktor Frankl, al que ]Org Haider ha llamado «amigo personal», ha declarado que no «está de acuerdo» con la aparición del líder del Partido de la Libertad en una reunión de las SS en Krumpendorf. Frankl asegura que no 1e gusta ver que su nombre se menciona en ese contexto. Haider había afirmado en repetidas ocasiones que «jamás había deseado herir los sentimientos» de Frankl, superviviente de los campos de concentración, dada su amistad. Al respecco de dicha amistad, Frankl asegura lo siguiente: le presentaron a Haider en la primavera de 1995. En una reunión vespertina, durante el ve~ rano, Frankl sufrió un problema de presión sanguínea y tuvo que ser llevado al hospital. Haider, que también se encontraba allí, le brindó su ayuda. "Y por eso le estoy agradecido. Debe entenderse que no voy a rasgarme las vestiduras en público para afirmar si se trató de un acto de amabilidad con un conocido 350

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o de una prueba de amistad. Heriría la dignidad de todas las personas que participaron)).

Frankl se limitó a dar su versión en pleno estallido de críticas contra su persona.

Durante aquellos viajes intensivos, a Elly le preocupaba la presión que podían suponer para Viktor y para su estado de salud, y en un par de ocasiones, la preocupación estuvo totalmente justificada. La situación cambió en una de las giras por los Estados Unidos. Como parte del viaje, Viktor y Elly se detuvieron en Boston para celebrar el septuagésimo quin~ ro aniversario de Viktor. Guardaban unos recuerdos muy gratos de sus visitas a Boston y de las estancias en Harvard. Pero en esca ocasión, fue El! y quien se puso enferma. Cogí un resfriado y una fiebre muy alta y no const·guía que ningún médico viniera. Al día siguiente, fuimos a la clínica Lahey y sacaron b :dfombra roja para los Frankl. Entré con Viktor y el doctor me examinó y me envió a hacerme unas radiografías. Pensé que todo iba bien, pero entonces hicieron más radiografías, la quinta, la sexta, la séptima. Vikror preguntó por qué y le dijeron que había algo que no marchaba. Cuando nos reunimos con el médico, dijo que podía tener un cáncer de pulmón, pero que no estaba seguro. Y Viktor tenía que dar una conferencia al día siguiente en Washington. ¿Qué teníamos que hacer? ¿Debíamos regresar de inmediato a Viena? Decidimos ir a la conferencia y yo estuve preocupada por si tenía cáncer. Robin Goodenough se portó de maravilla conmigo. Y volvimos a Viena en el Concorde.

Llevaron las radiografías que habían tomado en Boston a un especialista pulmonar vienés y confirmó la aparición de una especie de coágulo sanguíneo. Por fortuna, resultó ser un residuo inofensivo. Los Frankl decidieron: «En lugar de realizar dos chequeos por ailo y de estar siempre preocupados por ello, eliminaremos el coágulo•>. Y Elly sufrió una intervención en los pulmones: -Dos días terribles. Franz, el yerno, dijo: -Jamás había visto a Viktor tan preocupado y nervioso. Cuidaba de Elly de una manera increíble. Lo acompañé a una tienda para que se comprara algo para comer, pero no acertaba a decir qué quería. Iba señalando 351

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esto y aquello, y tuvimos que esperar unos treinta segundos en la caja. En~ ronces Viktor salió corriendo de la tienda para volver a ocuparse de Elly y yo salí tras él; dejamos la comida allí y unos tipos salieron tras nosotros. Al día siguiente, regresé a la tienda y les expliqué qué había sucedido. Otra crisis médica golpeó a los Frankl cuando Viktor estuvo a punto de morir de logoterapia. Esto se merece una explicación más detallada. Aunque la intención paradójica es la técnica más conocida de la logoterapia, existe otra que Vikror denomina ~~desreflejo>•. Es un procedimiento para remediar una atención excesiva en uno mismo, como cuando uno se obse~ siona con su funcionamiento sexual en lugar de ocuparse de su pareja o cuan~ do alguien se concentra obsesivamente en un síntoma físico insignificante. En 1982, Viktor estaba preocupado por una sensación rítmica en su oído izquierdo, como si hubiera un resto de algo, aunque solamente se manifestaba cuando se estiraba en la cama, sobre el costado izquierdo. Sabedor de su tendencia a la hipocondría, se aplicó a sí mismo el desreflejo, y se olvidó de los ruidos que oía ocupándose de otra cosa. Pero resultó ser un movimiento peligroso. Durante un examen médico rutinario, Viktor mencionó por casualidad aquel ruido en el oído izquierdo. Después de examinar atentamente las regiones situadas alrededor de la oreja y del cuello de Viktor, el médico se asustó y recomendó un examen inmediato y más minucioso y la cirugía. Se llevaron a Viktor al hospital para operarlo de una obstrucción en la arteria carótida. Su estado había sido muy grave, y su vida había llegado a correr peligro. Después del episodio, Viktor declaró: -No debo olvidar jamás lo peligroso que es aplicar una logoterapia de calidad en todas las situaciones. Si bien Viktor inyectó humor en ese episodio, es esencial reconocer los peligros de aplicar las técnicas de la logoterapia de manera inadecua~ . : da. Los riesgos de usar el desreflejo quedan de manifiesto en la experiencia de Viktor con la arteria bloqueada. En el caso de la intención paradójica (que anima a quien sufre un mal a hacer precisamente eso a lo que teme), y que es tan efectiva en el tratamiento de la ansiedad, de las obse~ sienes, de las compulsiones y de las fobias, no sólo sería una 1ocura sino potencialmente mortal si se aplica erróneamente en casos de depresión. No se debe alentar a una persona deprimida con un deseo real de morir a seguir adelante con sus planes suicidas. En la actualidad, sabemos que la línea que separa la ansiedad de la depresión es fina y que, a menudo, ambos 352

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trastornos se presentan de la mano. Así, en la aplicación de las técnicas de la logoterapia, o de la psicoterapia, son necesarias tanto la atención como la experiencia.

Toda crónica de los viajes por todo el planeta de los Frankl sería incompleta si no incluyera algunas de las situaciones ridículas a las que se enfrentaron y otras extrañas en que se vieron involucrados. Conforme los dos vieneses traspasaban fronteras culturales y lingüísticas, se lo pasaban en grande riéndose de sí mismos. En el hotel Hilton, en Nueva York, se dispuso una grandiosa recepción para el día siguiente. Elly necesitaba ir al peluquero y el hotel contaba con un salón de peluquería. A lo largo de todos aquellos viajes, se habían acostumbrado a tener a mano sus aliños predilectos para las ensaladas, y uno de éstos era, en alemán, Knob/auch (aliño de ajo). Así, cuan~ do el peluquero le preguntó a Elly qué tipo de fijador para el pelo quería, Elly rebuscó en su inglés la respuesta y dijo ajo. El salón estalló en una carcajada y, entre todos los aromas del mundo, aquella elección era única para tamaño acontecimiento social. Viktor comentó que «habrían aislado a Elly en una sala para la recepción>>. En otro lugar y en otro momento, Viktor tenía pasión por un deli~ cioso pudín de crema que se servía en un almuerzo en el hotel. Ese mismo día, pidió más tarde que el servicio de habitaciones le subiera un café solo y ~~un trozo de la mostaza que se ha servido en el comedor a la hora de la comida)). El camarero le preguntó tres veces: -¿Está seguro de que es eso lo que quiere con el café? Finalmente, dedujeron qué pasaba y el camarero se unió a la carcajada. Al contar esta historia, Elly comentaba: -Ya ves que siempre hemos tenido fuerzas para reír. Viktor preguntó: -¿Qué deberíamos hacer? ¿Llorar? En los Estados Unidos, con motivo de una mesa redonda, Viktor y Elly se encontraban en el comité de bienvenida que debía estrechar la mano y saludar a las mil personas que habían sido invitadas a la recepción. -Fue duro saludar a tanta gente -dijo Elly-, pero nos dedicarnos a sonreír y a estrechar sus manos. Después de unos centenares, era espantoso seguir haciéndolo. 353

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Viktor prosiguió: -Para levantar el ánimo, empezamos a hablar entre nosotros con el acento de Viena más cerrado posible, y nadie podía entenderlo. Recuerdo que comentábamos lo que pasaba. Por ejemplo, apareció una mujer vestida de una manera muy curiosa y dije con ese acento: «Mira a esa mujer, vestida como una Kasperl (bufón))). Por supuesto, no mudábamos el rictus. De repente, el hombre que había a su lado empezó a hablar un poco de alemán y preguntó: «¿Qué palabra han usado?». Y el hombre que estaba al otro lado de la mujer, y que hablaba Wienerisch, la tradujo como «payaso)). ¡Menudo número! Elly apostilló: -Pero cuando estábamos juntos, lo aguantábamos. En una parada en Nueva York, Viktor y Elly fueron a Bloomingdales y había una oferta en ropa interior masculina. En los mostradores había paquetes de tres unidades, y pensaron que era una buena oportunidad para intentar conseguir un buen trato. Mientras decidían qué color comprar para Viktor, éste pasó al acento vienés para que nadie a su alrededor pudiera entenderlos. -Elly, creo que es mejor comprarla de color negro por si pasa cualquier accidente. Inmediatamente, un vendedor que estaba en las inmediaciones añadió: -Es una buena razón para comprar colores oscuros, por si uno se caga encima. El vendedor sabía Wienerisch. Una mañana, en el hotel Reina Isabel de Montreal, los Frankl estaban en el bufet del desayuno y Viktor se encontraba junto a una máquina de café exprés. De repente, a mi derecha, un hombre se sentó en el taburete. Cogió un pañuelo y limpió un trozo de la barra; sacó un cuchillo y una cuchara y lo limpió todo con sumo cuidado y los volvió a dejar en un orden perfecto. Y yo susurré a Elly, cauteloso, en un acento cerrado de Viena: ((Mira a ese tipo: un individuo repetitivo compulsivo grave». Siempre me ha gustado una exhibición clara de los síntomas. Cuando hubimos acabado [Eily sonríe] en la barra, nos fuimos y cogí mi abrigo. De súbito, me di cuenta de que me había dejado el paraguas en la barra y regresé. Entonces, el hombre se volvió hacia mí y con un alemán claro me dijo: "(Ha olvidado algo?». Era tan amable, y austríaco o bávaro. ¡Había olvidado que posiblemente entendía mi dialecto vienés! Auto· máticamente, usamos el argot sin siquiera pensarlo.

Viktor y Elly, en una visita a Israel durante los ari.os ochenta, querían ver la región del Sinaí en un par de días que tenían libres. Volamos basta allí y fuimos al pie del Sinaí, al claustro. Pero aquel día en concreto estaba cerrado, e incluso los militares habían tenido que dormir al raso. Aquel día, los monjes no tenían permitido hablar. Así que no pudimos entrar, y hablé con el individuo de la puerta y le ofrecí una copia de mi libro a modo de regalo para el superior o para la biblioteca. Entonces nos dejaron pasar y el abad vino y dijo: «Conocemos su libro y está en nuestra biblioteca, pero nos alegra tener otra copia. ¿Qué podemos hacer por usted?". Bueno, confiábamos en poder pasar la noche para pqder subir a la montaña al día siguiente, a primera hora. «Haremos una excepción y será nuestro huésped en el monasterio. Y organizaré una excursión con dos camellos para que pueda ver el Sinaí, pero tendrá que ser a las tres de la madrugada".

Elly prosiguió con el relato. -Nos llevaron comida y era horrible, un arenque agrio, y cada vez que el tipo se volvía, me guardaba el pescado en los bolsillos. Fuimos a la habitación, cuyas paredes estaban cubiertas de chinches, y no había calefacción. -Para protegernos -continuó Viktor- alguien hacía guardia en el exterior de nuestra habitación. Tal vez para protegernos de las chinches, no lo sé. Hacía tanto frío que nos pusimos toda la ropa que traíamos. -¡Oh! Hacía frío y yo apestaba a pescado -observó Elly-, pero a las tres de la madrugada los camellos nos estaban esperando y no había luz. Tuvimos que bajar las escaleras apoyándonos en las paredes. Nos esperaban dos beduinos, con dos camellos. A Viktor le dieron un buen camello y grande, y a mí me dieron uno cojo, y yo seguía cargando con el pescado en los bolsillos. No tenía ni idea de dónde podía tirarlo. Le tocaba ahora a Viktor. -Si has montado en camello, sabrás que es fácil caerse cuando se ponen en pie. No veíamos nada y el beduino no podla comunicarse con nosotros. Pero, de repente, uno de ellos dio dos pasos a la izquierda y empezó a orinar delante de mí. Pasado un momento, gracias a Dios, el sol salió, pero los camellos no podían ir más allá de un punto determinado. Tuvimos que caminar. Sin embargo, nuestro avión partía aquella tarde y nos esperaba un jeep, así que jamás llegamos al lugar donde Moisés recibió los Diez Mandamientos. Tuvimos que regresar y coger el jeep camino del aeropuerto.

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LA LLM•·IADA DE LA VIDA

-Pero yo apestaba y todo el mundo en el aeropuerto se alejaba de mí y me tuve que sentar sola -recordaba Elly que sucedió cuando llegaron al Hilton en .Jerusalén-. Antes de la cena, tuve que tirar roda la ropa que llevaba.

En uno de sus viajes a Buenos Aires, en los años ochenta, Viktor y Elly conocieron al presidente Raúl Alfonsín. Siempre les invitaba a que fueran a verle y, ciñéndose al protocolo del estado, solamente hablaba castellano y se c·omunicaba por medio de un intérprete. El presidente había leído los escritos de Viktor en su traducción castellana (hay más libros de Frankl traducidos al castellano que al inglés). Después de una visita de una hora, un agente de policía y la prensa rodeaban a los Frankl, que no dejaban de preguntarles por su conversación con el presidente. Desde entonces, la hermana del presidente ha seguido en contacto con los Frankl, )"con Elly después de la muerte de Viktor. -Ya lo ves -dijo El! y-, hemos conocido a mucha gente maravillosa. Y hemos conocido miles y miles de culturas muy diferentes de todo el mundo. Tardaríamos años en hablarte de todo esto. Si Viktor viviera, sería maravilloso seguir hablando de cosas, pero no lo es para mí sola. De todos modos, la gente no se creerí~ todo lo que hemos hecho. No en vano, Viktor salió de Czerningassc y era. bastante pobre. Y yo provengo de Kaisermühlen, donde no tenía nada más que a mi familia y mi felicidad.

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EL AMOR MÁS ALLÁ DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

Viktor decía que hay tres momentos en los que el ser humano no debe ser fotografiado: al amar, al rezar y al morir; son momentos demasiado personales, demasiado íntimos para hacerlo. Extrañamente ahora, casi al final de esta historia, se nos invita a observar el amor, la oración y la partida. Pero no sólo esto: la súbita pérdida de la visión de Viktor un mes después de su octogésimo quinto cumpleaños le sumió en una oscuridad irreversible, acompañada de las limitaciones subsecuentes. La mayor parte de sus últimos siete años de vida, Viktor estuvo funcionalmente ciego; veía únicamente imágenes borrosas y distorsionadas con la visión que le quedaba de un ojo. Aunque impedido, siguió adelante sin desanimarse y aprendió sin enervarse a compensar esa pérdida de diferentes maneras. No obstante, como los compromisos externos no cesaron, Elly tuvo que soportar nuevas y enormes cargas. El teléfono, por ejemplo, siguió sonando como siempre. Al describir esa faceta de sus vidas, Elly afirmaba: -Vivimos con terror al teléfono y al timbre. Parece que Viktor lo controla aun peor que yo. Él sólo ve lo bueno de la gente, y yo puedo ver lo malo. Él no puede ver lo malo; quizá tenga que ver con su ceguera. Viktor no se moStró en contra, pero se integró en la conversación: -Cuando estoy al teléfono con gente que me pide que haga esto o lo otro, Elly da vueltas a mi alrededor frustrada mientras me indica que cuelgue el teléfono. 357

;..· LA LLAMADA DE LA VIDA

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-Pero, Viktor, la gente se aprovecha de ti. Los periódicos tergiversan y distorsionan las cosas, pero ¿qué podemos hacer? En cualquier caso, no podemos cambiar nuestra vida, así que, Don, puedes escribirlo todo. La pérdida de visión de Viktor se produjo sin previo aviso una tarde, cuando, como de costumbre, estaba viendo las noticias por la televisión. El recuerdo de Elly de ese momento imponente era vívido. Eran las siete y media de la tarde del 11 de abril de 1990. Yo estaba en Ja cocina, y, de repente, Vikror me llamó con urgencia: -¡EIIy! ¡Eily! ¡Ven! Yo me acerqué y él me dijo estas tres palabras: -EIIy, estoy ciego. Inmediatamente cogimos un taxi para el hospital y allí lo ingresaron y lo trataron. Sólo le quedaba un poco de visión: había perdido totalmente la visión de un ojo y la poca que le quedaba en el otro era únicamente periférica. Vivió con ello durante casi ocho años)' fue muy duro para ambos. Tenía que leerle rodas las cosas, hasta cinco horas al día, y, a veces, me quedaba sin voz. Katja y Alexander se ofrecieron a venir a leerle, pero él dijo: -Elly, me he acostumbrado a tu voz. A veces cerraba los ojos y me decía a mí misma: -Imagínate sólo que esto te hubiera pasado a ti y que estuvieras ciega. Especialmente a alguien tan activa y dependiente de la lectura. Pero Viktor vivía todo aquello que decía -totalmente, totalmente ... Nunca se quejó de su ceguera. Ni una sola vez. 1

Elly leía en voz alta psicología y filosofía además de todo el correo. A veces llegaban diez libros en una semana cuyos remitentes, ingenuamente, esperaban que Viktor los leyera. Elly continuó haciéndolo mientras su tiempo y sus fuerzas se lo permitieron. Si le quedaban energías y vista para hacerlo, se sentía encantada de leer algo totalmente diferente para sí misma. Entre sus lecturas favoritas, se encontraban las novelas de suspense de Agatha Christie. -Esto lo leo para aliviarme. Con tal vínculo entre ellos, su cariño por el otro se volvió más pro~ fundo y toda la familia se concentró alrededor de Viktor. De este modo, él mantuvo la esperanza y continuó con su ritmo de trabajo. Cuando vi a los Frankl en Viena en 1992, tras varias décadas sin haber tenido prác~ ricamente contacto con ellos, no era consciente de cuán seria era la pérdida de visión de Viktor. 358

····.1

EL M.-IOR MAS ALLA DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

En junio de 1992, hice una nostálgica parada en Viena esperando recuperar el contacto con los Frankl y volver a visitar los lugares que había frecuentado. Sabía que Viktor estaba envejeciendo y deseaba agradecerle todo lo que, sin saberlo, había hecho por mí. Cuando llegué a la ciudad le llamé y él contestó al teléfono como siempre lo había hecho; sencillamente con un «Frankl)). Le recordé quién era yo y le pregunté si podría verle, aunque fuera brevemente. Él estaba ocupado y quería saber cuánto tiempo me quedaría en la ciudad. -¿Podría volver a llamarle el lunes por la mañana? Así, el 22 de junio telefoneé y supe que cabía la posibilidad de encontrarnos por fin esa misma noche. Vikror daba una charla en Leopoldstadt sobre el rema Hasta /os tiempos de la deportació11 y los campos de concentración en que iba a describir su experiencia pasada y los hechos amenazadores que habían tenido lugar en esa misma vecindad. Tras la cena, ese día llegué temprano al número 1 de Pratestern, donde un cartel en la puerta corroboraba la charla de Frankl. Cuando él apareció entre un séquito de anfitriones y familiares, el lugar estaba atestado de personas del vecindario, muchos de ellos mayores y con recuerdos propios de los tiempos que Viktor iba a rememorar. Mientras seguía con su charla, al tiempo· que interactuaba con la gente, algunos le preguntaban si sabía alguna cosa de los parientes que nombraban. Cincuenta años después del Holocausto, aún esperaban alguna noticia sobre los seres queridos que perdieron. Se encontraba presente también una persona que formaba par~ te del propio pasado de Viktor: el mismísimo Toni Grumbach, el antiguo camisa parda de las SAque había ofrecido refugio a Viktor en la época de Hitler. Viktor le volvió a dar las gracias a Toni, esta vez públicamente. Entre la audiencia se encontraba una mujer más mayor que, por el micrófo~ no, explicó que ella también era una superviviente del gueto de Theresienstadt. Rememoró los esfuerzos de Viktor por ayudarla a ella y a otros a hacer frente al horror y a sus tentaciones de suicidio y le agradeció lo que había hecho en Theresienstadt. Una vez acabada la charla me quedé mirando cómo Viktor firmaba los libros y artículos que la gente le llevaba a la tarima. Finalmente salimos a la noche y Viktor, adaptándose a las luces lejanas, señaló en dirección al Prater y la Riesenrad, justo detrás de la estación del norte. Comentó los monumentos históricos y fue alejándose de la multitud. Elly se puso a mi lado, y, mientras andábamos, Viktor me dijo: 359

EL AMOR ¡.,¡,\S ALLÁ DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

LA LLAI\.·1:\DA DE LA VIDA

-El viernes por la mañana doy una conferencia en inglés a un grupo de visitantes. ¿Aún estarás en Viena? Le dije que iba a ir en coche al lugar de nacimiento de Freud, la ciudad de Pribor, en la República Checa, y tal vez a Auschwitz, pero que tenía que volver a Viena para coger el vuelo de vuelta a casa el sábado. Así que podría ir a la Poliklinik el viernes por la mañana. Obviamente, me atraía la idea de volver a sentarme en la Horsaal para oír la conferencia de Frankl. Tras visitar Pribor y Auschwitz, el viernes a primera hora de la mañana, salí en coche desde Olomouc para Viena y llegué a la Poliklinik con tiempo de sobras. Sin embargo, a medida que se acercaba la hora de la conferencia y exploraba la sala de actos, yo seguía siendo la única persona que había allt. Fui hasta el portero; éste comprobó el cartel de la-pared y se encontró con que la conferencia había sido cancelada. Decidido a no molestar a los Frankl, tomé la determinación de despedirme de ellos por teléfono. El portero marcó el número de Herr Professor y, educadamente, le expuso mi presencia. Entonces me alargó el teléfono y Viktor me preguntó si podría acercarme a su piso, en la manzana contigua. -Desde luego -afirmé-, aunque sólo sea un minuto. Llamé al timbre del número 1 de Mariannengasse y los Frankl me abrieron la puerta del edificio. El interior parecía el mismo. El ensordecedor timbre del piso de los Frankl hizo aparecer a Elly, que me dio la bienvenida y me hizo pasar. Nos sentamos, Viktor tras su escritorio, grande y antiguo, con las luminosas ventanas en saliente tras él; Elly, en su diván/cama al lado del teléfono; y yo, en una silla frente a ellos. La conversación finalizó tres horas más tarde. Justo antes de mi llegada, Viktor y Elly habían tenido una discusión, algo nada inusu·.tl ni trascendental en sí mismo, desencadenada en esta 2 ocasión por un artículo recién publicado en una revista británica. El artículo del periodista, basado en una entrevista, aparecía con una foto de los Frankl y una línea que decía que Elly lanzó una pulla verbal a Viktor. Aunque no era muy importante y a pesar de que los Frankl no lo entendían completamente, esa línea desencadenó las frustraciones de Elly por la carga de trabajo; lo había interpretado como que ella le había estado mangoneando. Era una idea absurda, pero Elly no percibió la insinuación impresa. Me pidió que le explicara que era una pulla y yo me reí y le dije qué quería decir: 360

-Una pulla es una vara que se usa para hacer que el ganado se mueva. A Viktor le encantó. Con un orgullo inmenso, alzó los brazos y gritó: -¡Eso significa que la vaca soy yo! Elly también lo encontró gracioso y nuestras risas hicieron que se evaporara el enfado por el artículo. Nuestra espontánea comunicación transformó una simple relación de conocidos en amistad. Yo estaba verdaderamente sorprendido de encontrarme bromeando con los Frankl sobre su <>; segundo, fui a ver a David Horner, rector de la Universidad de North Park,' donde yo daba clases, y le sugerí que North Park concediera el título de doctor honoris causa tanto a Viktor como a Elly en reconocimiento a su trabajo en común durante medio siglo. Tramitó la recomendación y siguió con su labor por las esferas académicas. Antes de ponerse a escribir la carta oficial, el rector me propuso que notificara a los Frankl la decisión de N orth Park. Así que comuniqué a Viktor y a Elly que iban a ser invitados a Chicago para recibir sus doctorados en la ceremonia que se celebraría el 22 de mayo de 1993. Viktor me escribió por respuesta:

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Querido Don: {... ]¡Qué sorpresa que el honor sea extensible a Elly! ¡Yo sé más que nadie cuánto se lo merece! Éste es, como ya te debes imaginar, el primer reconocimiento de este tipo[ ... ] Entiendo perfectamente que North Park quiera confe361

LA LLAMADA DE LA VIDA

rirme un doctorado a mí también, pero, aunque aprecio mucho la intención, no puedo aceptarlo. Tal y como yo lo entiendo, cuantos más honores se le hagan a Elly en exclusiva, más relevante será la ocasión para ella [... ] Ella, aún abrumada por los honores que has provocado, se suma a mi deseo de enviaros mi mayor afecto a ti y a Jan. Saludos cordiales, Viktor

A continuación, Elly, que sin duda había mecanografiado la carta para Viktor, añadió su propia nota manuscrita: <
cenios se había encargado de la habitación donde se acumulaban todos los galardones de su marido. Siempre había preferido estar fuera del centro de atención, entre bastidores. Su viaje sería como ningún otro: el único en que él haría de acompañante de Elly. Esta vez sería él quien estuviera bajo la sombra de ella. ¡Poco entendía yo en aquel momento cuánto significaba todo eso para ambos! Tras la contestación de Viktor, escribí este párrafo en una carta a los Frankl. Mientras pensaba en rodos los elogios que tú, Viktor, tenías para Elly, vinieron a mi mente algunos versos del poeta inglés William Wordsworth escritos en 1801. En el poema The Sparrow's Nest mira hacia atrás en su infancia y escribe con cariño sobre su hermana Emmeline. Son éstas palabras que tú, Viktor, podrías tomar incluso ahora para Elly: Me dio ojos, me dio oídos; y humildes cuidados, y temores delicados; un cprazón, fuente de dulces llantos; y amor, y mente, y gozo.

Jan y yo fuimos a recoger a los Frankl a su llegada a Chicago el19 de mayo y los llevamos directamente al hotel Omni Orrington, en Evanston, cerca de nuestra casa. Para proteger su privacidad, yo había realizado su reserva con nombres falsos. Cuando entramos en su habitación, en la pantalla de televisión se leía el mensaje apropiado «Bienvenidos, Sr. y Sra. 362

EL Al\WR MAS ALLA DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

Don Lindl•, que a los Franklles pareció gracioso, y las risas se desataron de inmediato. Los Frankl procedieron a instalarse. Más tarde, ese mismo día, quedamos para dar un paseo. Viktor y Elly no tenían ningún interés en hacer nada especial; se alegraron de encontrar un McDonald's justo en el edificio del hotel. Sin embargo, querían subirse algún tentempié a la habitación, así que paramos en el drugstore Oseo que estaba a una manzana del hotel. Allí los Frankl eligieron sus refrigerios y nos encontrarnos en caja. Haciendo señas con mi cartera le indiqué a la cajera que iba a pagar yo, pero Vikror me detuvo y le dijo a la aturdida cajera: -Soy psiquiatra y él es mi paciente. Es más, le rengo prohibido ma~ nejar dinero. Así que me fue imposible pagar. Tras abandonar la tienda, le dije a Viktor: -¿Qué se supone ahora que voy a hacer cuando tenga que ir a comprar algo a esa tienda yo solo? Él se rió con ganas y dijo cruelmente: -Buena suerte. Cuando a la mañana siguiente fui a encontrarme con los Frankl me los encontré riéndose de su aventura del desayuno. Tal y como les gustaba hace¡; habían telefoneado a la cocina del hotel para pedir el desayuno. Entre sus comidas favoritas se encontraban los cereales con pasas pero, cuando estaban en un hotel, preferían los crepes con jarabe de arce, y el café cargado, por supuesto. Cuando llegó el servicio de habitaciones, el camarero introdujo el carro del almuerzo y pidió a Viktor que firmara el ticket. Instintivamente él firmó con su usual DrVFrankl. El camarero ob~ jetó que la firma no era la correcta. Elly estaba en el baño en el momento en que Viktor gritó: -Elly, ¿qué nombre es el que nos hemos puesto? El camarero no se inmutó, pero después de que dejara la habitación~ Viktor y Elly empezaron a reírse de los posibles cotilleos que pudieran estar teniendo lugar en la cocina sobre el viejo de la suite que le preguntaba a la chica del baño qué nombre falso era el que se habían puesto. La tarde siguiente Viktor tenía que dar una conferencia en un auditorio repleto en North Par k acompañado de Elly. (Había renunciado explícitamente a realizar cualquier otra aparición durante este viaje para honrarla a ella.) Viktor empezó su charla tan lentamente como siempre, 363

LA LLAMADA DE LA VlflA

pero fue cogiendo ímpetu gracias al fundamento de sus palabras y a la carga del café. Se valió de unas pocas notas, enormes garabatos en rotulador negro sobre papel blanco, quizá seis líneas por página con sólo dos o tres palabras en .:ada una. Ni siquiera eso lo podía ver claramente con la poca visión borrosa que le quedaba en un ojo. Elly le apuntaba cuando no podía ver (no me atrevo a decir que le pinchara) y él rememoraba su larga vida. También explicó que, en una visita a Chicago muchos años atrás, un periodista local había descrito la logoterapia como «una mezcla entre psiquiatría y oración". A través de un proyector de diapositivas, Viktor presentó al auditorio a Freud, los Heidegger, Jaspers, Maree!, Buber, Adler y otros. Él mismo aparecía en algunas de las diapositivas con estos personajes famosos, y junto a Elly en una audiencia con el Papa Pablo VI. Los oyentes se mostraban cautivados, en silencio, a excepción de la explosión de carcajadas cuando Viktor bromeaba. Durante el turno de preguntas resolvió las preguntas del püblico como un viejo maestro. Varios cientos de personas fueron a la recepción posterior, en la que no se presentaba ni vendía ningún libro. Como siempre hacía, Viktor nos había prohibido antes hacer promoción de sus libros, puesto que no deseaba que su aparición se utilizara de esa forma. El sábado por la mañana llevamos a los Frankl en coche a la recepción que daba el rector a aquellos que iban a recibir una distinción en la ceremonia de entrega. Entre las personas distinguidas con el título de doctor se encontraba el gobernador provincial de Uppsala, Jan-Erik Wikstrom, antiguo ministro y miembro del parlamento sueco. Se quedó sin habla al ver allí a los Frankl y le comentó a Elly el gran honor que sentía de compartir la ceremonia con ella. En un momento dado Elly quedó atrapada por los dignafarios en la procesión de invitados al estrado, profesores, estudiantes que se graduaban y portadores de pancartas y banderas internacionales. La fila salió al salón, donde se habían congregado cerca de trescientas personas. Finalmente, Elly se sentó en la tarima en medio del fausto. Para garantizar a Viktor una posición estratégica, lo sentaron entre bastidores, fuera de la vista del público. Siguiendo la invocación, todo el auditorio se sumó al cántico de Walter Chalmers Smith, que, mirando atrás, resultaba totalmente acertado para el sentimiento de misterio de Viktor y su problema de visión:

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EL AMOR MAS ALLA DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

Inmortal, invisible, la sabiduría de Dios, bajo la luz, inaccesible se oculta a nuestros ojos, benditos, gloriosos, días de antaño, todopoderoso, victorioso, tu gran nombre loamos. Tras mi presentación mediante un breve esbozo de su vida, el rector Horner confirió a Eleonore Katharina Frankl, la primera de los homenajeados, el título de doctora honoris causa en derecho. Al ser investida con la muceta representativa del título, el auditorio se levantó instintivamente en una ovación cerrada. Elly se mantuvo de pie reprimiendo las lágrimas; es decir, hasta que Viktor realizó un movimiento totalmente inesperado. Dado que contaba con un camino despejado desde su asiento hasta Elly, se levantó y anduvo directamente hasta ella, en medio del escenario. Cuando ella lo vio venir perdió el control y se echó a llorar. Viktor llegó a su lado, tomó su cabeza entre sus manos, y, tal y como refirió después, «quité con mis besos las lágrimas de sus mejillas•'· No quedó ningún ojo seco entre la concurrencia a medida que la ovación crecía.

Con Viktor y Elly (a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a ello) la conversación podía pasar de lo sublime a lo ridículo en un momento y viceversa. De este modo, la oración y los cereales podían encontrarse en sólo unos minutos de diálogo. Yo sabía del antojo de los Frankl por los cereales con pasas, pero supe que no podían conseguirlo en las tiendas de Viena. Les prometí que les enviaría algunos paquetes desde Chicago de diferentes marcas (Post, Kellogg, Total) de manera que pudieran poner un bol al lado de otro y hacer una degustación tal y como hacen otros con los buenos vinos. -Bien, Don -dijo Viktor con su tendencia a la investigación-, ¡pero si lo hacemos tendremos que tener en cuenta no sólo el placer de ingestión, sino también la facilidad de expulsión! Les envié los paquetes y, cuando los recibieron, Viktor y Elly me telefonearon inmediatamente desde Viena. Él estaba eufórico: -¡Aunque sea por la tarde, vamos a tomarnos unos cereales con pasas ahora mismo! -gritó a través del teléfono. -Viktor, puedes comértelos ahora o cuando te plazca -le dije yo-. Y, entre medias, puedes incluso soñar con ellos. 365

LA LLAMADA DE LA VIDA

primitiva del deseo de poder,6 y su única preocupación era mantener a Elly y a su familia. Una vez, se compró un elegante reloj Rolex, pero pronto perdió el interés por él y se arrepintió de su compra. Se lo entregó a Elly diciendo: -Quédatelo tú. No es de mi gusto. Por contra, cuando vinieron a Evanston, se puso más feliz que un niño con zapatos nuevos al encontrar en un drugstore Oseo un reloj limex de veinte dólares con números y manecillas grandes y negros sobre una gran esfera blanca. Pero, lamentablemente, su visión era tan pobre que últimamente el reloj ya no le servía de nada y lo perdió. En palabras de Vikror, «el dinero cumple mejor con su significado cuando sirve a alguien que lo necesita más>>. Su familia recuerda que Viktor, cuando veía a alguna persona pobre en una tienda sosteniendo el artículo mientras miraba su precio, a veces compraba el artículo y se lo dejaba en caja como regalo. En una ocasión, Viktor estaba viendo cómo un hombre mayor preguntaba el precio de una pequeña radio moderna; el anciano cejó en su propósito de comprarla porque no podía permitírselo. Viktor pagó la radio y le pidió al cajero que se la entregara al hombre. En uno de mis viajes a Viena yo transportaba un libro que iba protegido en una bolsa de aurocierre para que Viktor me lo firmara para otra persona. Él aceptó, escribió la dedicatoria y me lo devolvió al día siguiente, pero sin la bolsa de autocierre, así que le pregunté por ella. Entonces la verdad salió a la luz; Viktor se había agenciado la bolsa. Estaba encantado de haber conseguido una nueva ya que, durante años, había estado usando la misma bolsa de plástico para guardar sus frascos de medicinas. Guardaba todas sus medicinas juntas y, al poner la bolsa a la luz, podía incluso distinguir algunos de los frascos. Cuando le acusé de haber robado la bolsa de autocierre, él simplemente sonrió y me entregó la vieja. Estaba tan desgastada que su textura era la de un pañuelo de papel. Los Frankl no concedían ningún valor sentimental en especial a los objetos. Los pocos objetos que más apreciaba Viktor se encontraban en un pequeño armarito que llevaba en su estudio desde 1945; se trataba de cosas sin apenas valor para nadie más que para él, algunas de las cuales habían pertenecido a su padre. Según Franz, tras la muerte de Viktor, Elly abrió un día aquel pequeño compartimento y se vino abajo entre sollozos. A medida que se tranquilizaba comentó las pequeñas y ¡>atéticas obsesiones que Viktor había abrigado: cosas verdaderamente simples. Al parecer 368

EL AMOR MÁS ALLÁ DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

no le importaba nada más, ni siquiera la enorme pila de premios que se amontonaba en el trastero. A pesar de que la logotcrapia era su herencia y su orgullo, en un momento de ardor, perdía incluso el contacto con ella. Próximo a su fin, se dio cuenta de lo cansada que se encontraba Elly, y su corazón se volcó en ella. Su profundo amor y su compasión por ella y sus necesidades le abrumaron: -EIIy, cuando ya no esté, coge todo lo de la logoterapia y tíralo. Déshazte de todo para que, por fin, puedas hacer tu propia vida. Los que conocíamos bien a Viktor podemos bromear con que él era consciente de que ella nunca lo haría, que no podría destruir los vestigios de todo su trabajo en común. Pero también sabemos que él podía verse desbordado por la pena que sentía por las personas que sufrían y que se desvivía por liberar a la gente de sus aflicciones. Así que podemos dar por sentada su sinceridad incluso en una insinuación tan impetuosa como esa. Viktor exhibía en un lugar destacado de su hogar un galardón. Un día, antes de salir de casa, iba conmigo por el pasillo hacia el recibidor; a mitad de camino se detuvo y me preguntó: -¿Sabes cuál es la mayor distinción que me han concedido en la vida? -¿Las pistas a las que pusieron tu nombre? -sugerí yo, recordándole una conversación que habíamos tenido sobre alpinismo. Él sonrió como si recordara haber dicho eso alguna vez, pero entonces señaló un certificado enmarcado que colgaba de la pared del pasillo: -Ésta es la mayor distinuón de toda mi vida. -Y esperó pacientemente mientras yo lo leía y lo fotografiaba. El certificado estaba enmarcado en madera de nogal, que se fundía con los colores de un gran árbol cuyas ramas y hojas caían sobre las siguientes palabras como para resguardarlas de los elementos:

Noventa árboles han plantado los estudiantes del instituto St. Francis High School de Calgary, Alberta, Canadá, en honor de su nonagésimo cumpleaños. Uno, por cada uno de sus años, ·Dr. Viktor Emil Frankl, en Jerusalén, en el Jardín de Infantes, en el Bosque de la Paz, por haber guiado a un extraordinario número de estudiantes 369

EL AMOR MÁS ALLÁ DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

LA LLAMADA DE LA VIDA

del instituto católico de Calgary durante más de veinte años y porque lo siga haciendo con muchas más generaciones por venir.

"11~.

:i·,

-La existencia se tambalea excepto en la trascendencia -decía

apuntando más allá de nosotros, al igual que Heschel y Barth. Con toda su estridencia y capacidad intelectual, Viktor poseía una

profunda humildad y conocía las palabras del profeta: «Pues mis penA continuación aparecen los nombres del coordinador de estudios religiosos, el capellán, el director y concluye con la línea <>. En la parte inferior izquierda hay un logotipo: un árbol planta~ do en el margen de un camino y las palabras en inglés y hebreo «Fondo Na~

cional Judío de Canadá". -¡Qué bello, Viktor! -afirmé. -Cuando lo veo, me siento preparado para morir -dijo él con ab-

soluta tranquilidad.

samientos no son sus pensamientos, ni sus caminos, mis caminos, dice el Señor. Porque así como los cielos son mas altos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos, más que sus pensamientos>>. 8 Le expliqué a Viktor que, inconscientemente, había fomentado en mí

la búsqueda de la fe como si yo hubiese sido un joven estudiante, y él me respondió con la franqueza que lo caracterizaba:

-Bien, Don. ¿Y por qué no? ¡Así debe ser! La seguridad de su propia fe en Dios puede que se esconda tras los comentarios que escribió en el prólogo de un libro en 1961, mientras es-

A lo largo de toda la historia de Viktor Frankl se ha vislumbrado la importancia que tenía la oración para él. Viktor fue un hombre profun7 damente religioso cuya fe podría describirse como elevada; es decir, trascendente y monoteísta, y amplia, puesto que englobaba a toda la humanidad en una familia ( ((monoantropismo», como él lo llamaba). Gente devota de diferentes credos sentía que él los comprendía y les daba ánimos; que, de alguna manera, él era solidario con ellos a pesar de las barreras convencionales de división entre las diversas religiones y denominaciones. Rechazaba categóricamente la visión del mundo dividido en creyentes e infieles. Ateos, teístas, politeístas, panteístas, monoteístas y agnósticos: todos humanos, todos de la familia. Viktor ejercía una influencia sobre muchas personas de fe, así como sobre otras que sólo se planteaban algunas de dichas cuestiones. Aunque el camino de una per~ sona nO impide tomar otro, quizá el mío ilustra la influencia de Viktor. Durante mi año de estudiante en Viena, estaba haciendo un balance de mi vida, como los jóvenes acostumbran a hacer. En mi búsqueda, no sé por

qué, mi régimen de lectura incluía los libros God in Search of Man, del ra-. bino Abraham Heschcl, 7 y The Word of God and the Word of Man, de Karl Barth, y de ellos aprehendí la noción de que no somos nosotros los que buscamos las respuestas en Dios, sino Dios quien busca las preguntas en nosotros. Esta idea la reforzaba Viktor semana tras semana en la Poliklinik («somos nosotros a quien la vida nos cuestiona»), a pesar de que él

hablaba de psiquiatría y de psicología, no de teología: 370

taba en Harvard. Dudo personalmente de si dentro de la religión puede distinguirse la verdad de la falsedad mediante alguna prueba que sea aceptable para el ser humano de manera universal. A mí me parece que las diferentes denominaciones religiosas constituyen algo parecido a los diferentes idiomas. No es posible afirmar que una de ellas sea superior a las demás. Del mismo modo, ningún idioma puede calificarse con razón como verdadero o falso, pero todos y cada uno de ellos pueden aproximarse a la verdad, la única verdad, a partir de diferentes ángulos, y, a través de todos ellos también se puede errar, e incluso mentir. A cuanta menos resistencia se enfrenta una persona en los fundamentos de su creencia, más se aferra con ambas manos al dogma que la separa de las demás creencias; por otro lado, con cuanta más resistencia se topa una persona sobre los fundamentos de su creencia, más libres le quedan las manos para mostrárselos a aquellos compañeros que nQ pueden compartir su fe. La acritud primera implica fanatismo; la segunda, tolefancia. La tolerancia no supone que una persona acepte la creencia de la otra; pero sí que esa persona la respete como ser humano, conservando su derecho y su libertad para escoger su propia manera de creer y de vivir. 9 Viktor era una persona reservada en lo referente a su propia fe, a sus prácticas de oración, a su arraigo en el judaísmo, a su sentido de lo sagrado. Los antiguos escribas, al copiar los manuscritos de las Escrituras, de-

jaban espacios en blanco en el lugar de los nombres de Dios (así de grande era su sobrecogimiento). Viktor era objeto de ese mismo sentimiento y pa371

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LA LLAMADA DE LA VIDA

recía incapaz de hablar con ligereza sobre El Incomprensible. Ni si quiera con Elly hablaba mucho de su fe, pero ella afirmaba: -Había momentos en que sentía que vivía con un hombre santo. Viktor estaba completamente conectado, centrado en algo o alguien superior y Elly se maravillaba de ello. Iba a un paso diferente, por decirlo de alguna manera. Esto es lo que nos hace difícil entenderlo a los demás, y a los escépticos, entender su arraigo con la fe. De algún modo, Viktor había conservado o había sido dotado de una fe imperecedera en una providencia benévola a pesar de todo lo que había pasado, una seguridad que posee Dios y que le hace capaz de un sufrimiento infinito: por nosotros, por nuestra causa, con nosotros y junto a nosotros. 10 Y, más aún, ese sufrimiento es puntual, no eterno, ya que la justicia acabará llegando. Viktor volcó todo su peso y su esperanza (escatológica) en las palabras del profeta, seguro, al parecer, del resultado final: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres, para curar a los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros, la libertad. Me ha enviado a anunciar un año de gracia del Señor y un día de venganza para nuestro Dios; para consolar a todos los afligidos, para alegrar a los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza por corona, su traje de luto por perfumes de fiesta, 1 y su abatimiento por cánticos. 1 Elly recordó una conversación íntima con Viktor poco después de la guerra en la que él, quizá sin darse cuenta, reconocía su confianza en Dios. A menudo le hablaba a Elly de su madre (afirmaba que «Yiktor debía quererla sobre todas las cosas»). En esta ocasión, contaba que estaba viend? un noticiario sobre Auschwitz en un cine de Munich, en 1945, poco dc:s1pués de saber que su madre había muerto allí, cuando le dijo a Elly C\>11 vehemencia: 372

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-Si no hubiera sido por mi profunda fe en Dios, en aquel momento me habría colgado. Dado su sentimiento de privacidad en la fe y su aversión a hablar de Dios de manera informal, poca gente sabe que Viktor renació del Holocausto convertido en un judío devoto o que siguió siéndolo hasta el momento de su muerte. Del horror de los campos salió convertido en una persona de convicciones inquebrantables. Podía preocuparse por las frustraciones del día a día e inquietarse o echar chispas por pequeñas cosas, pero parecía incapaz de quejarse por el verdaderc) sufrimiento, los recuerdos amargos o los grandes impedimentos. Aunque sus Bar Mitzvahs no son muy conocidos, no eran ningún secreto, puesto que eran ritos presenciados y celebrados en la comunidad judía. El ingreso de Viktor en Viena en la edad adulta, como correspondía a los trece años, constituyó un Bar Mitzvah tradicional. Su segundo Bar Mitzvah lo realizó a la edad de ochenta y tres años (trece años más ochenta, según la tradición judía) y, de este modo, reafirmó su <(responsabilidad)). Este segundo Bar Mitzvah tuvo lugar en Jerusalén, en un lugar sagrado cerca del Muro de las Lamentaciones, junto al Monte del Templo. En una filmación de la ceremonia, se observa a Viktor con un taled sobre sus hombros, y a Elly, por ser mujer, al fondo, llorando de emoción, al igual que los demás. 12 Viktor repetía las oraciones después de hacerlo el rabino principal y recitaba algunos de los pasajes de memoria, sin ayuda alguna. Cuando el rabino principal empezó a colocar las filacterias alrededor de su cabeza y de su antebrazo, Vtktor acabó con los rápidos automatismos de alguien que ya ha realizado tales movimientos miles de veces. Iba vestido como Yitzhak Ben Bavriel, hijo de Gabriel, y, mientras el rabino seguía pronunciando las palabras sagradas, Vtktor no cesaba de exclamar: «¡Qué bonito, qué bonito!». De vuelta a casa, sumido en el ajetreo· de su vida, ¿con qué asiduidad rezaba Yiktor? Después del Holocausto, .al menos cada mañana. Al levantarse el día, Viktor se encerraba en su estudio, se colocaba las cintas y las cajas de cuero negro con las palabras sagradas y rezaba sus oraciones. Tras su muerte, le pregunté a Elly si realmente rezaba esas oraciones todos y cada uno de los días: -Desde luego -asintió ella-. No dejó de hacerlo ni un solo día. Cada mañana, durante más de cincuenta años. Pero nadie lo sabía. Mientras viajaban por el mundo, Viktor siempre llevó consigo las filacterias, y, cada mañana, en todo lugar, rezaba. Se había aprendido 373

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de memoria los salmos y las oraciones judías, y, día sí, día también, daba gracias por su madre y por su padre, recordándolos a ambos y sus muertes. Cuando Viktor hablaba, siempre de una forma bastante penosa, de «improvisar oraciones)), quería decir sencillamente eso, sumarse a las oraciones ritualizadas en solidaridad con todos los que rezaban; también daba las gracias y elevaba preces de manera espontánea y con sus propias palabras. (Tras la muerte de Viktor vi sus filacterias por primera vez. Elly las había puesto en el armarito, junto con sus pocas cosas mundanas. Las cintas y las cajas de cuero negro estaban tan desgastadas por el uso diario a lo largo de los siglos que el tinte negro había ido desapareciendo, dejando paso en algunas zonas al color terroso propio de la piel. Se trataba de las mismas filacterias con las que Viktor había visto a su padre en sus oraciones matutinas: «Me acerqué a él y le pedí que me dejara besar a mi Dios querido. Yo tenía cinco o seis años)).) Viktor había desarrollado una curiosa práctica tras el Holocausto, puesto que, al ser un superviviente, ya «no tenía nada que temer a excepción de Dios». Siempre que sufría un golpe o tropezaba con algún obstáculo decía: -Mentalmente me arrodillo y doy gracias al cielo por ser esto lo peor que me ha pasado hoy. De esta manera, evitaba dar más importancia de la necesaria a los contratiempos y a las pérdidas. Por un lado, podría parecer una simple estrategia cognitiva, pero su fe en la Providencia divina era firme. Al igual que para muchos otros devotos, para Viktor la oración se volvió como el respirar y el hablar con la práctica y el paso de los años. Existe un sentimiento creciente de que las mejores oraciones no las realiza la persona en sí, sino que le vienen dadas, y no llegan hasta eiltrada la madurez. Son menos las palabras; más usual el silencio, y más aguda la escucha.

~u1enquiera

que haya seguido la historia de Frankl hasta este punto sabrá que Viktor y Elly se movían a la perfección en las esferas judía y cristiana, como si ambas fes fueran un solo credo. Era natural que hablaran de la Januká y de la Pascua judía, así como de la Navidad y del Pentecostés. Para Januká y Navidad, en lugar de comprar cosas y comer 374

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hasta la saciedad, tomaban sopa de patata como comida de fiesta y recordaban así que otras personas sufrían peligros y necesidades al tiempo que evocaban su propia desesperación en el pasado. Elly acompañaba a Viktor a la sinagoga, a veces en compañía de Gaby o de sus nietos; Viktor acompañaba a Elly a la iglesia, donde ambos disfrutaban de la música coral y del órgano, e incluso de los sermones. La Shema Yisrael y el Padrenuestro formaban parte de su matrimonio. Pero no les fue fácil, especialmente de recién casados. Explicaban que, durante los meses en que Viktor estuvo esperando la confirmación oficial por parte de la Cruz Roja de que Tilly había muerto para poder volver a casarse, conforme a la fe católica Elly era una pecadora (por mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio); más tarde, dado que se había casado con un judío, se convirtió en una pecadora <
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cienso y una extraña música de fondo -los <>. Siri embargo, me sentía profundamente conmovido por esa adoración tan extraña, tanto por la forma como por el lugar. Estuvimos de pie durante el oficio religioso (no había asientos), y, después, al salir, iban detrás de mí unos pocos rusos ancianos. Cuando subí al autocar para irme, me quedé atónito al darme cuenta de que aquellos peregrinos se habían quedado allí parados, mirándome. Salí rápidamente del autocar y me hice una foto con ellos; después hice otra foto desde la ventana cuando subí de nuevo al autocar. Como no podíamos conversar, no entendía totalmente lo que es~ taba pasando entre esos rusos y yo mientras el motor diesel rugía y vomitaba sus humos. Cuando el autobús se puso en marcha, todos me despidieron haciendo la señal de la cruz. De manera instintiva, aunque por primera vez en mi vida, les devolví la señal. Me preguntaba si esta gente me había visto durante el oficio, si se habían dado cuenta de lo conmovido que estaba. Cuando le explique todo eso a Viktor; mostró el mismo escepticismo que de costumbre: -Alguien les habría dicho que eras americano, y quizá ellos estaban venerando América, como hacen muchos rusos, como si se tratara de una especie de paraíso. Yo alegué que la señal de la cruz debía tener algún otro significado y Elly fue la primera que se dio cuenta: -A pesar de que os separaba el idioma, teníais mucho en común. Entonces Viktor cedió en su postura diciendo: -Estabais muy cercanos unos a otros en Cristo. Se sintieron estimulados por esa solidaridad, por ese gesto de solidaridad hacia ti. Recordando sus propios viajes, Elly explicó: -Nosotros estuvimos en varias iglesias en Rusia en las que y~ encendí unas velas por mi hermano, iglesias llenas de mujeres ancianas que se sentían muy cercanas a mí, que me daban la bienvenida, y yo no sé ruso. Siempre he creído que los rusos son especialmente afectuosos. -Gente muy pía -asintió Viktor-. Incluso durante la época comunista. Muchos rusos son profundamente religiosos. Continuaron yendo a las iglesias y a misas clandestinas aun a sabiendas de que estaban arriesgando sus vidas. Incluso en los gulags de Siberia se celebraban oficios religiosos clandestinos.

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Algunas de las conversaciones con los Frankl se asemejaban a oraciones o incluso se convertían en oraciones de manera espontánea. Una vez que venía al caso por el contexto, empezamos a cantar los tres Nobody knows the trouble /'ve seen, un espiritual que habían aprendido en California. En otra ocasión, la única de ese estilo que recuerdo, nos detuvimos para compartir una oración. Fue justo en medio de la calle, en una oscura y fría tarde. Al final de una de mis largas estancias en Viena, tenía que volver a Chicago a la mañana siguiente; los Frankl me invitaron a cenar con unos amigos, Ludwig y Kitty Werber, que habían llegado a Viena desde Londres, algo que hacían a menudo. Ludwig había sido el dentista de Viktor durante los años anteriores a Hitler, y un amigo fiel. Anduvimos varias manzanas hasta llegar al restaurante donde nos esperaban los Werber y pasamos una velada estupenda, bromeando y compartiendo historias. Como siempre, todo lo bueno toca a su fin, así que la velada terminó y nos despedimos de los Werber, dado que iban en una dirección diferente a la nuestra. Viktor, Elly y yo anduvimos del brazo hacia Mariannengasse, rodeados por la noche que había caído mientras cenábamos. Nuestra conversación eia serena, aderezada por las típicas carcajadas aquf y allá, y, como siempre, la tristeza era testigo de nuestra despedida inminente. Viktor era muy consciente de que probablemente no nos volveríamos a ver y abordó la cuestión sin tapujos. Para volver a mi habitación, yo tenía que coger el tranvía S justo al final de Lange Gasse, en la esquina con Alser Strasse, a una manzana de la casa de los Frankl. 14 Cuando hice ademán de despedirme, ellos lo rechazaron, porque querían acompañarme mientras esperaba el tranvía. De un modo totalmente natural dada la situación del momento, les hablé de una oración que recordaba de mis días de estudiante en Viena, una oración que había es.cuchado algunas veces al final de los oficios de última hora del domingo en una pequeña iglesia de Mollardgasse. Cuando les pregunté si les parecía bien que rezara esa oración, Viktor y Elly respondieron al unísono: -Sí, por favor, Don. Con la misma naturalidad con la que habían estallado en carcajadas durante la cena, Viktor y Elly se quedaron en silencio mientras yo recitaba las palabras:

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Lieber Gott: Bleib bei uns am Abend dieses Tages. Bleib bei uns am Abend unseres Lebens. Bleib bei uns am Abend dieser Welt. Amen.

Inmediatamente Viktor y Elly respondieron: -Maravilloso, Don. Nunca habíamos oído esta plegaria. Es maravillosa. En el momento justo, el tranvía rojo retumbó por la esquina y los Frankl pronunciaron el típico: -Hasta la vista, si Dios quiere. Adiós, adiós. Y yo subí al tranvía. Me senté en un lugar desde donde pude ver que Viktor y Elly no se había movido. El tranvía dio una sacudida y nos despedimos enviándonos besos. (Yo era consciente de que, en el momento de partir, nuestras emociones se acentuaban, pero sigo creyendo que esos momentos fueron de los más íntimos que llegué a compartir con Viktor y Elly.) Al cruzar Alser Strasse para entrar en Spitalgasse, con el viejo Hospital General a la derecha, dirigí la mirada hacia el ventanal del estudio de Viktor, situado arriba a la izquierda. La sencilla plegaria seguía dando vueltas en mi cabeza.

Oh, Dios: Quédate con nosotros en el crepúsculo de este día. Quédate con nosotros en el crepúsculo de nuestras vidas. Quédate con nosotros en el crepúsculo de este mundo. Amén. Entre las oraciones que más gustaban a Viktor se encuentra una del venerado rabino Leo Baeck, su antiguo compañero en Theresienstadt. V1ktor recitaba esa oración, que resultaba excepcional por el hecho de haber sido escrita a finales de 1945. El rabino Pinchas Lapide le dio a Viktor una copia con el título Prayer for Reconciliation and Peace Among

Nations. La paz sea con aquellos que tienen malas intenciones, y que la venganza y los deseos de castigo y represalia toquen a su fin.

Más allá de cualquier medida se encuentra la crueldad, que supera cualquier capacidad de comprensión humana; son demasiados los mártires [... ] Por eso, oh, Dios, no midas su sufrimiento con la balanza de la justicia arrojándolos a sus verdugos, exigiendo cuentas truculentas; haz que sea diferente. En su lugar, imputa y exige lo siguiente a los verdugos, informadores y traidores y a todos los hombres malvados: todo el coraje y fuerza de espíritu de los otros, su humildad, su dignidad enérgica, su esfuerzo silencioso a pesar de los pesares, la esperanza que no ceja y la sonrisa valiente que enjuga las lágrimas, y todo el amor y todo el sacrificio, y todo el amor a~d~,E.nje [... ] todos los corazones rotos y apenados que se mantienen fuertes y cofl confianza, ante la muerte y en la muerte, sí, incluso en la hora de la más profunda flaqueza[ ... ] Todo esto, oh, Dios, que cuente para la resurrección de la Justicia; que cuente el bien, no el mal; y para memoria de nuestros enemigos, que no volvamos a ser sus víctimas, que no volvamos a ser su pesadilla, sino su sustento, que sean capaces de abandonar su desenfreno [... ) Que sea únicamente esto lo que se les exija, que, ahora que todo ha pasado, podamos vivir todos como seres humanos entre seres humanos, y que vuelva la paz a esta pobre tierra para la gente de buena voluntad, y que también la paz alcance a los demás.

El porqué le gustaba esta plegaria a Viktor no es difícil de entender dada su postura contraria a la culpa, la violencia y el castigo colectivos.

En 1944 Viktor dio una conferencia en Lublin, Polonia, no muy lejos del antiguo campo de concentración nazi de Majdanez, que, al igual que Auschwitz, había sido tanto un campo de trabajos forzados como de exterminio. El Papa actual, Juan Pablo Il, había ejercido, como Karol Wojryla, de profesor de filosofía en la Universidad Católica de Lublin y en la Universidad de Cracovia. Tras la conferencia de Viktor, varias personas le dijeron que, muchos años antes, el profesor Wojtyla solía hablar de él a menudo y citaba escritos suyos. Viktor tenía ochenta y un años cuando la Universidad de Lublin le concedió un doctorado honorífico. Durante la ceremonia, el coro cantó la pieza de Mozart Ave Verum, que conmovió profundamente tanto a Viktor como a Elly; tal y como dijo una vez el rabino Reuven Bulka, Elly era «el ingrediente ecuménico de la logoterapia». Aunque Viktor no era demasiado amigo de Mozart, al oír junto a Elly esa pieza cantada en latín, 379

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según la costumbre de la iglesia católica romana, pasó a adorarla por siempre jamás. En la letra se habla de un viejo judío:

Tú que has sufrido verdaderamente, inmolado en la Cruz a favor del hombre, de cuyo costado perforado brotó agua y sangre. Que podamos gustarte en el momento de la muerte, oh, jesús dulce, oh, jesús piadoso, oh, jesús, hiio de María. Muéstrame tu misericordia. Amén. La familia de Viktor sabía que el Ave Verum se había convertido en una de las piezas musicales favoritas de Viktor en los últimos años de su vida.

A mediados de la década de los noventa, Viktor estuvo ingresado en el hospital en diversas ocasiones aquejado de síntomas preocupantes --dolor en el pecho, dificultades respiratorias, etc.- y, en todas las ocasiones, tenía siempre el oxígeno a mano. Aquellos fueron los años de mis visitas, de modo que estaba al corriente de todas sus urgencias médicas. Al final, supe por su médico y por otras personas que Viktor había sido un paciente extraordinario: alegre, agradecido y bromista con el personal. Aunque nadie deseaba que estuviera enfermo, las enfermeras se sentían felices cada vez que lo veían en su habitación. Harald Mori, un estudiante de medicina que se había hecho amigo de los Frankl, les atendió en numerosas ocasio_nes. Él fue quien me comentó lo de las crisis médicas y, en especial, una que tuvo lugar en 1995. Los Frankl habían llamado a Harald y a Claudia (su mujer, también médico) pidiéndoles ayuda urgente. Ya en casa en los Frankl, los Mori hallaron a Viktor en estado grave, con un edema pulmonar. Le administraron oxígeno y medicación hasta que llegó el servicio de urgencias con la ambulancia. Estabilizaron la situación y llevaron a Viktor al hospital a toda prisa. Harald y Claudia estaban en la ambulancia, y Viktor estaba desesperado; parecía sentir la inminencia de su muerte. Por las dificul-· tades que tenía para respirar, las únicas palabras que alcanzó a decir fueron estas: 380

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-Cuidad de mi mujer. Por favor, cuidad de mi mujer. Por fortuna, la intervención médica consiguió que Viktor se recuperara e incluso pudiera seguir con su trabajo. El amor de Elly por Viktor se convirtió en una profunda devoción hacia él en sus últimos años, y él la agasajaba con numerosos gestos de gratitud. Una vez, Elly y su nieta Katja hicieron noche en Munich mientras Viktor permanecía en Mariannengasse, en contacto con el resto de la familia. Cuando las dos mujeres llegaron al hotel, se encontrarOn con un mensaje para Elly; era de Viktor y de sólo tres palabras en latín: cogito ergo sum. Estas famosas palabras de René Descartes significan c). Incluso después de tantos años, el cogito ergo sum era un código y tenía un significado especial para ellos. Según Elly, la salud de Viktor se fue deteriorando de manera dramática inmediatamente después de la muerte de su hermana Stella, en octubre de 1996 en Australia, sólo un mes después de que hubiera muerto también su primo en Brno. Su respuesta ante la muerte de su hermana representa el amor que sentía por ella. Al fallecer Stella, su hija Liesl telefoneó desde Australia y fue Viktor quien contestó al teléfono. Elly se encontraba en otra habitación y todo lo que pudo oír fue el fuerte grito que Viktor dio en su estudio. Tras colgar el teléfono, aulló como sí se retorciera de dolor. Como de costumbre, dejó pronto de llorar, pero la pérdida se hizo sentir; Viktor fue ingresado esa tarde y nunca más recuperó la salud de la que había disfrutado hasta el momento. Tras el suceso ya no hablaba de Stella tan a menudo. Ahora ella formaba parte del pasado, del mundo, y nada podría constituir nunca más un obstáculo para su vida o para su amor; ahora éstos estaban, en palabras de Viktor, «sedimientados». 15 Las últimas fotos de Viktor fueron tomadas en agosto de 1997, en una fiesta en el jardín de la casa de Franz y Gaby Vesely. Se celebraba la boda de Katja y Klaus Ratheiser, un médico especializado en cuidados intensivos. En una cinta de vídeo, Viktor aparece charlando y bromeando, como de costumbre: -Dos soldados israelíes en un avión militar que se dirige a Tel Aviv... -véase el prólogo. ' 381

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Obviamente, Viktor se lo estaba pasando bien rodeado de la gente que más le quería y que era capaz de reírse por enésima vez con aquel chiste. Ese mismo mes tuvo otra urgencia médica, y, esta vez, fue de peor augurio. El corazón de Viktor se estaba agotando y su fallecimiento parecía inminente. Los médicos le consultaron a él y a Elly, y Viktor decidió 16 someterse a un bypass a pesar de tener noventa y dos años. El yerno de Frankl, Franz, y su nieto político, Klaus, le fueron a ver al hospital. Él sen ría un agudo dolor en el pecho a pesar de la medicación, pero no se quejaba. De hecho, incluso en aquella tesitura, Viktor se mostraba sereno. Volviéndose a los dos hombres les dijo: -No puedo ayudarme a mí mismo, pero no veo que estas circunstancias tengan nada de trágico. Elly se quedaba con Viktor todo el día y sólo volvía a Mariannengasse ya entrada la noche para descansar un poco y reponerse cuanto podía. El personal médico expresaba admiración por su devoción y entereza. Lo que no sabían era que, cada mañana a primera hora, Elly llevaba a Viktor sus filacterias, cerraba la puerta de la habitación y se quedaba fuera, en el pasillo, para asegurarse de que nadie entrara. Allí, en la intimidad más absoluta, Viktor, a pesar de lo débil de su estado, se colocaba las cintas y las cajas de cuero negro y pronunciaba las palabras de manera tan natural como el respirar: -Modé Ani, doy gracias ante ti, oh rey viviente y existente, que me has devuelto el alma con piedad. Inmensa es tu fidelidad ... Sólo Dios sabe qué otras oraciones improvisaba Viktor en sus diálogos más íntimos.

Cuando se acercaba el momento en que Viktor iba a ser objeto de la operación de corazón a la que tanto él como los demás sabían que probablemente no sobreviviría, Elly se encontraba junto a la camilla en la que yacía. Al acercarse su despedida, Viktor dijo: -EIIy, te he dedicado uno de mis libros y lo he escondido en casa. Allí lo encontrarás. Cuando Viktor le indicó que se aproximara, ella se inclinó para que él pudiera susurrarle al oído casi sus últimas palabras: -Quiero darte las gracias una vez más, Elly, por todo lo que has he-

Estas palabras remitían a las que él había escrito en 1978 en su libro The Unheard Cry for Meaning en la página, de otro modo blanca, que precede al próiogo: Unas palabras de especial gratitud para mi mujer, Eleonore Katharina, a quien agradezco todos los sacrificios que ha realizado a lo largo de los años para ayudarme a ayudar a otras personas. En verdad merece las palabras que el profesor Jacob Necdleman le dedicó una vez en un libro durante una de mis giras de conferencias que realicé, como siempre, en su compañía. «A la calidez que acompaña la luz» escribió. Que la calidez perdure por mucho tiempo cuando la luz se haya desvanecido.19

Viktor sobrevivió a la operación, pero no volvió a recuperar la conciencia. Estuvo durante tres días en cuidados intensivos con Elly a su lado, sola. Ella llevaba consigo un casete y una cinta. Mira, los tres días previos a la muerte de Viktor, Alexander estaba disgustado. Yo no dejaba que nadie le visitara en la unidad de cuidados intensivos porque ya no era Viktor Frankl. Sólo Klaus estaba allí, y Franz lo fue a ver una vez. Pero Alexander me dijo: -Abuela, te traigo este casete porque sé que al abuelo le gustan Mozart y Mahler. Así que ponlo cerca de su oído aunque no esté consciente, quizá pueda oír la música. Y yo estuve aguantando los auriculares dura me horas en las orejas de Viktor. Y todos los médicos y enfermeras comentaron que nunca habían visto eso antes; yo estaba todo el día hablándole y poniéndole música. Trata de imaginar sus últimas horas si realmente podía escuchar:su música favorita, ¡Ave Verum!, «Que podamos gustarte en el momento de la muerte». Fue idea de Alexander, una idea maravillosa.

Le pregunté a Elly si Alex también lo había visitado, pero afirmó: -No en cuidados intensivos. Hubiera destrozado su corazón. Ya era bastante duro para mí. Aunque yo he trabajado en un hospital, nunca había visto algo así; nunca en toda mi vida. A decir verdad, hubo una reunión, en la que Klaus estuvo presente, en que dijeron que las constantes de Viktor se habían
cho por mí a lo largo de tu vida. 383 382

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-Desde luego -asintió ella-. Así me lo había dicho. Le dije a Elly que lo de la música de Alexander era una historia muy tierna, y ella continuó: -Sí, él entendía a Viktor y podían hablar durante horas el uno con el otro. Cuando Alexander habla de su abuelo está en completa sintonía con él. Ambos, Alexander y Katja, estaban muy unidos a Viktor. Es una muestra de cuánta unión puede existir entre abuelos y nietos ... , lo cercanos que pueden estar la gente mayor y la gente joven. Es maravilloso; por ambas partes. Viktor estaba tan orgulloso de Katja y Alexander... no puedes ni imaginártelo, ni imaginártelo. Con estas palabras Elly se vino abajo y se echó a llorar. Conmovido esperé en silencio a que el torrente de sentimientos se consumiera. Elly recordó que, cuando Viktor ya estaba viejo y muy cansado, se sumió en una profunda tristeza: -Y dijo: <<Si no tuviera estos dos nietos, me daría lo mismo seguir viviendo)), Y es que amaba muchísimo a Gaby, y Franz era como un hijo para él. En cierto modo, Viktor estaba muy unido a su familia. Hablamos también del afecto de Viktor por gente muy diversa, especialmente por aquellos que sufrían, y Elly comentó: -Sí, no le gustaba la gente frívola ni esnob, pero adoraba a los locos. Entonces yo volví al tema principal: -Su familia era su vida. Podía arreglárselas sin otro tipo de relaciones siempre y cuando tuviera a su familia. Todo su amor le daba fuerzas para su trabajo; sin el amor de su familia nunca lo habría logrado. Sin embargo no hablaba mucho de ello. Elly asintió: -Nunca hablaba de su familia. Nadie sabía nada de nosotros. Para Recollections, el editor tuvo incluso que presionarle para escribir algo sobre su familia.

El martes, 2 de septiembre de 1997, Viktor murió en paz. La noticia de su muerte dio la vuelta al mundo aunque apenas fuera difundida tras la horrible muerte de la princesa Diana. Ésta había muerto el domingo, en París, en un accidente -justo dos días antes que Viktor- y gran parte del mundo estaba paralizado por la tragedia. Posteriormente, tres días después de la muerte de Viktor, murió en Calcuta la Madre Teresa a la edad 384

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de ochenta y siete años. El fallecimiento de Viktor quedó eclipsado por las muertes de esas dos mujeres, ambas mucho más famosas que él. Elly recuerda una recepción del príncipe Carlos y la princesa Diana en el ayuntamiento de Viena mucho tiempo atrás, antes dd matrimonio real: -Viktor sintió lástima por la princesa Diana. En aquel tiempo era sólo una joven muchacha y en aquella reunión todo el mundo estaba pendiente de ella, y Viktor dijo: <
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estuvieran segregados en su muerte en cementerios separados. Viktor se abalanzó sobre la idea al momento: -¿A quién le importa que no nos entierren juntos? ¡No importa lo más mínimo! Lo que importa es que nos hemos amado y que hemos trabajado juntos todos csros años. ¡Eso nunca nos lo podrán arrebatar! En su partida final, Viktor nos dejó lo que él denominaba el mayor honor de una persona: ayudar siempre y en todo lugar; responder con responsabilidad, sin importar las circunstancias, cuando sentimos la llamada de la vida; hacer todo lo que esté a nuestro alcance para convertir el mundo en un lugar mejor. Y cnn su unión de amor con Elly durante medio siglo quería hacernos saber que eso sólo lo podemos hacer en compañía; que, por decirlo de algún modo, nadie puede desafiar solo al Danubio. Cuando Viktor hubo acabado con sus aseveraciones estridentes (sobre lo que le importaba la separación de las tumbas, sobre lo que realmente importa, sobre los agravios perdonados, sobre los sufrimientos padecidos, sobre los amare~ amados y los trabajos acabados que nunca se podrán arrebatar o borrar del mundo), Elly se disponía a hablar. Estaba sentada junto a Viktor, pero todo lo que dijo fue: -Tiene razón. Tiene razón. El entierro judío tuvo lugar poco después de la muerte de Viktor. Tal y como exige el rito, había diez hombres judíos, y las oraciones del rabino fueron casi dichas entre dientes, puesto que Viktor prefería el silencio a las palabras. (En una visita posterior al cementerio, vi que en la humilde lápida familiar sólo habían escrito su nombre, ninguna referencia a absolutamente nada de su vida o sus logros. La superficie de la lápida estaba literalmente cubierta de piedrecillas, colocadas cada una de ellas por un visitante, según la tradición judía.)

Cuando regresé a Viena, unas pocas semanas después del fallecimiento de Viktor, el piso de !vlariannengasse resultaba inquietante, extrañamente vacío, silencioso. La antigua fuente de energía había desaparecido. Elly y yo nos sentamos en el estudio y charlamos durante muchas horas. Estaba muy sola y sufría. Durante la conversación dije: -Es bueno que Viktor descanse ahora. No es posible que alguien siga y siga con un problema de salud. Si ya no podía dedicarse a lo que amaba, entonces ya es suficiente. 386

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-Ya es suficiente -contestó Elly-; y yo te digo que él parecía estar esperando su muerte y, de alguna manera, deseándola. Estaba preparado para el final. Estaba preparado. -Puesto que era así, entonces era muy importante que tú, quien más le quería, le dejaras marchar. -¡Qué amor tan grande el nuestro! -siguió diciendo ella-. Sin un amor profundo nunca hubiéramos podido hacer lo que hicimos. Era mucho más que un matrimonio. A continuación, Elly me contó la historia del libro que Viktor había escondido en el piso. Justo después de su muerte peinó todo el piso buscándolo, una y otra vez, intentando imaginar cada rincón donde él podría haberlo escondido. No estaba en ningún sitio y ella se sentía frustrada. Viktor había estado completamente lúcido hasta el momento de la operación y ella estaba convencida de que el libro estaba en algún lugar del piso, tal y como le había indicado. Finalmente, Elly dio con el libro cuando no lo estaba buscando. Viktor estaba completamente familiarizado con la rutina de Elly en la casa. Cada pocos meses, Elly sacaba los libros atesorados de la estantería contigua al escritorio de Viktor, donde él colocaba todas las ediciones en diferentes lenguas de sus libros. No estaban catalogados de una manera sistemática, pero Viktor conocía cada libro y el lugar que ocupaba y sólo se fiaba de Elly para tocarlos. Parece ser que dio por sentado que ella seguiría sacándoles el polvo incluso después de que él no estuviera. Y así lo hizo ella. Cuando Elly sacó cada una de las hileras de libros para sacarles el polvo, detrás de un estante con las ediciones .de El hombre en busca de sentido, había un libro fuera de lugar, aunque podía haber sido empujado sin querer detrás de los otros, pero era una copia de su Horno Patiens (que significa «el hombre que sufre") de 1950. En este ejemplar, al igual que en otros, tras las páginas del título y del copyright, había una página de dedicatoria en blanco, de no ser por una palabra: Elly. Cuando abrió el libro, se descubrió el misterio: ése era el libro que Viktor había dejado especialmente para ella y que le había dedicado en sus últimos días o semanas (la dedicatoria no tiene fecha). Encima del nombre impreso, con su bolígrafo oscuro de punta de fieltro, había escrito la palabra für, de manera que la dedicatoria retocada rezaba ce Para Elly» (o «Por Elly» ). Debajo de ella, el garabato de un nombre, de todo menos ciego, las líneas en alemán que se inclinaban de manera irregular pero nítida hacia arriba 387

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y a la derecha. Las palabras sólo son quizá comprensibles para aquellos que conocían bien la caligrafía de Viktor, e incluso a ellos les cueste. Pero éstas son:

NOTAS

Para Elly, Que consiguió convertir a un hombre que sufría en un hombre que amaba. Viktor.

Para escribir esta historia he tenido que escuchar una y otra vez las 'conversaciones que grabé con Viktor y Elly. Puesto que ya las había olvidado, me sorprendí mucho cuando escuche las palabras que me dijo Viktor la última vez que lo vi. No era normal que hubiera grabado nuestra conversación mientras andábamos por el pasillo hacia el recibidor del piso de Mariannengasse, pero en esa despedida en particular, ambos sentimos que, aunque ya habíamos contado miles de historias y quedaban miles más por contar, ya era suficiente. Mientras nos despedíamos en el recibidor y yo estaba a punto de parar la grabadora, Viktor me dijo: -Ya la tienes. Toda la historia está contada del modo en que sucedió.

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INTRODUCCIÓN l. Véase The Doctor and the Soul El doctor y el alma. El libro, que llegó a Alemania en 1946 bajo el título de Arztliche Seelsorge (Profesión médica), fue uno de los primeros que se publicaron en Austria después de la segunda guerra mundial. 2. Véase El hombre én busca de sentido. El título alemán de 1946 era Ein Psycholog erlebt das KZ (en sentido literal, ((Las experiencias de un psicólogo en un campo de concentración»). Las ediciones alemanas posteriores llevaban el subtítulo ... trotzdem ]a zum Leben sagen ( «... no obstante decimos sí a la vida»). 3. La primera persona que usó la apostilla «La tercera escuela de Viena de psicoterapia» fue, probablemente, Soucek. Véase su ar~ículo de 1948. 4. Frankl consideraba a Freud, en tanto que fundador de la psicoterapia, como una figura única e insustituible. Véase, por ejemplo, La voluntad de sentido, p. 12. 5. El uso del término ((existencial» exige, de entrada, una explicación. Frankl empezó considerando que su teoría de «análisis/existencial~ rel="nofollow"> era diferente al psicoanálisis. Poco después, acuñó el término (dogotÚapia» y, durante unos años, bautizó su sistema como (dogoterapia y análisis existencial». Ambas denominaciones han sido usadas, a menudo, casi indistintamente, si bien Frankl utilizaba ((análisis existencial» para hacer referencia a la «antropología» (a la que en alemán se refería con el «concepto de hombre)•) y a sus cimientos filosóficos, y ulogoterapia~> para la teo. ría y la práctica psicoterapéutica, los métodos y las técnicas. Con el tiempo, y en un afán de síntesis en sus conferencias y escritos, Frankl acabó usando mayoritariamente «logoterapia» para hablar de todo el conjunto. Jamás abjuró del «análisis existencial» corno tal, pero lo usó junto con «logoterapia>). La denominación «análisis existencial~> (Existenzanalyse, en alemán) también fue usada por Ludwig Binswager

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NOTAS

LA LLAMADA DE LA VJDA

y Medard Boss y por Rollo May en Estados Unidos. El término procede de los escritos de Heidegger, Sartre y orros, donde se refiere al análisis de la existencia. Aún hoy, «análisis existencial» es un término que usan indistintamente filósofos, psicólogos e historiadores para hablar de todo tipo de sucesos que estén ligados, de un modo u orro, al existencialismo europeo. El término también aparece, en varios países y lenguas, en el nombre de sociedades que apenas guardan relación entre sí. En aras de la claridad, tan sólo usaré en este libro <dogoterapia» para referirme a la obra de Frankl, aunque la <.'tiqueta histórica fue «logorerapia y análisis existencia\ ... Por fortuna, existe una relación de idemificación sistemática entre Frankl y la logorerapia. Con los adelantos en la prevención y el tratamiento de los desórdenes psicológicos, las técnicas de la logotefapia tal vez mejoren o queden anticuadas. Pero el futuro de la logorerapia en tanto que concepto de naturaleza humana, en tanto que enfoque que humaniza el tratamiento de la gente en una sociedad gobernada por la tecnología, puede resultar más importante que nunca. Conforme se desarrolle la ciencia cognitiva, la psicocirugía, la psicofarmacología, el control mental e incluso las técnicas de destrucción, crecerá la necesidad de recordar la naturaleza espiritual de las personas, y su dignidad, lihertad y responsabilidad inherentes. 6. El psicólogo estadounidense Martin Seligman recoge estas ideas y escribe que «el individualismo rampante contiene dos semillas autodestructivas. En primer lugar, la depresión asolará a una sociedad que exalta al individuo como lo hace la nuestra ... En segundo, y tal vez más importante, el sin sentido (que se da cuando no hay) una vinculación a algo m;1yor que uno mismo», Citado en Myers, 1992, p. 148. 7. La voluntad de sentido, p. 96; Psicoterapia y existencialismo, p. 125. 8. Paul Vitz utiliza el término «individualismo» (selfism) en su crítica, Psychology as Religion: The Cult of Self- Worship. 9. Durante los años ochenta, los estadounidenses también advircieron en su país una tendencia al individualismo, el materialismo y la autocomplacencia. Por ejemplo, desde una perspectiv:~ psicológico-religiosa, en 1977, se publicó la primera edición de Psychology as Religion: The Cult of Self- Worship, de Vitz, y en 1980 The Inflated Self: Human I/lusions and the Biblical Calls to Hope, de Myers. Desde una perspectiva freudiana, con reminiscencias freudianas incluso en el título, llegó ME: The Narcissistic American de Stern, en 1979. 10. Se trata de un mantra ampliamente usado en publicaciones y discursos, a menudo para lanzar desafíos proféticos y religiosos a la sociedad contemporánea. 11. Para un estudio sociológico de la sociedad estadounidense, véase Habits of the Heart, de Bellah. Para una visión global de la búsqueda espiritual desde la perspectiva de la investigación en psicología social, véase The American Paradox: Spiritual Hunger in an Age of Pletzty, de Myers. Para un análisis realizado por un economista, véase The Loss of Happiness in Market Democracies, de Lane. 12. Ya en 1929, Frankl utilizó el término logoterapia, y en 1938 publicó un artículo en que exploraba la logoterapia, el análisis existencial y «los problemas espi390

rituales en la psicoterapia», aunque no escribía sobre religión. El artículo .original era «Zur geistigen Problematik der Psychorherapie». Véase Frankl, 1938. 13. Frankl comprendió los problemas de traducción que se planteaban en la lengua inglesa al referirse a la dimensión espiritual en tamo que «noetic» (la palabra procede del griego, nous, que significa mente, intelecto, y que incluye el componenre moral del hombre). Véase Psicoterapia y existencialismo, pp. 73-74. 14. Véase Religion and the Cfinical Practice o( Psychology, 1996; Richard and Bergin, 1997; e Jntegrating Spirituality into Treatment, 1999. 15. Véase The Doctor and the Soul, p. 29. 16. Una vez más, para leer lo que dijo el propio Frankl, véase «Self-trascendence as a human phenomenon», en La voluntad de sentido, pp. 31-49.

l. Los

INICIOS DE UN SIGLO Y DE UN CHICO

l. La palabra «holocausto•) empezó a usarse un tiempo después de la época nazi y es práctica común escribirla en mayúscula cuando se habla del genocidio cometido por Hitler. A menudo, se usa «Holocausto» para referirse únicamente al «Holocausto judío», Pero yo uso en todo momento «Holocausto» para mencionar a todas las víctimas y al asesinato de una cifra que puede aproximarse a las decenas de millones (incluidas las víctimas de la guerra). La cifra de no judíos asesinados por Hitler suele situarse alrededor de los cinco millones, pero hay pruebas de que los nazis acabaron con la vida de veintiún millones o más de personas, incluidos los seis millones de judíos estimados (véase Rummel, 1997). En este libro, la palabra <(holocausto», cuando no aparece en mayúscula, se refiere a los asesinaros masivos perpetrados por cualquier gobierno durante el siglo XX (véase sobre todo el capítulo 12) y a las posibles atrocidades que se cometerán en el futuro. 2. Baedeker, 1905, pp. 64-65. 3. Hay muchos estudios biográficos sobre Freud, pero yo me he basado en la amena biografía académica de Peter Gay, Freud: A Life for Our Time. Una obra anterior de Ernest Jones, de tres volúmenes, contien,e detalles personales: The Life and Work of Sigmund Freud. 4. Entre las pocas fuentes biográficas de q~e se dispone sobre Adler, cabe destacar el consistente estudio de Heinz y Rowena Ansbacher, The Individual Psychology o{ Alfred Adler; el capítulo sobre Adler en Henri F. Ellenberger, The Discovery of the Unconscious: The History and Evolution of Dynamic Psychiatry; y Edward Hoffman, The Drive for Se/(: Al{red Adler and the Founding of Individual Psycho· logy. El libro de Loren Gray Alfred Adler, the Forgotten Prophet, es un intento por revivir el interés en la psicología del individuo. 5. Quien visite ~oy Viena, una vez llegue a Czerningasse desde Nestroyplatz, encontrará placas en alemán que señalan aquellas casas como las de Alfred Adler Y de Viktor Frankl. La placa que se encuentra en el edificio que ocupa el número 7 391

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LA LLAMADA DE LA VIDA

NOTAS

3.

reza: ••En este edificio vivió y trabajó Alfred Adler, nacido el 7 de febrero de 1870 y que murió el 28 de mayo de 1937, fundador de la psicología del individuo». Al otro lado de la calle, en el número seis, la tablilla reza: «El neurólogo y psiquiatra Vikwr E. Frankl vivió y trabajó en este edificio entre 1905 y 1942, desde el día de su nacimiento hasta el día en,que fue deportado a los campos de concentración». 6. En 1997, gracias a un estudiante de medicina austríaco, Harald Mori, tuve la ocasión de realizar una larga visita a la Miinnerheim (casa de hombres) que, por curioso que parezca, apenas ha cambiado en todos estos años. Las habitaciones que ocupara Hitler siguen intactas y el guía nos contó que allí se han filmado varios documentales sobre la vida de Hitler. 7. El filósofo Jonarhan Glover señala que nos sorprendemos ante la magnitud de la barbarie y de las atrocidades cometidas durante el siglo XX, pero que éstas «contrastan con las expectativas, cuando menos en Europa, con que se inició el siglo». Véase Glover, 1999, p. 5. 8. Gay, 1998, pp. 19-21. 9. El décimo hombre fue escrita por Paddy Chayefsky y estrenada en el Booth Theater de Nueva York el 5 de noviembre de 1959. Posteriormente, la publicaría Random House, Nueva York, en 1960. 10. Frankl describió su relación con un psicoanalista en una cafetería en relación con aquellos odiados paseos en Psicoterapia y existencialismo, p. 60.

2.

l. Véase Lukacs, 1997, sobre todo el capítulo 2, y Fleming, 1982, «Thc Growth of an Obsession", pp. 1-16. 2. Toland, 1976, pp. 181 y siguientes. 3. Véase Freidenrcich, 1991; Bcrkley, 1988; y Carstcn, 1986. 4. Freidenreich, 1991, pp. 213 y siguientes. 5. Frankl, 1926 «Zur Psychologie des Intellckrualismus", pp. 332-33. Frankl atribuye esta cita a Gocthc, que se atreve, en Fausto, a t:ambiar las palabras del Evangelio según San Juan («Al principio era la semilla»). 6. Gay, 1988, p. 319 y siguientes. 7. Citado en Sigmtmd Freud: His Life in Pictures and Words (1985), p. 229. Este libro contiene fotografías de Heinele entre varias que muestran a Freud en compañía de sus nietos. 8. Gay, 1988, p. 418. 9. Appignanesi y Forrester, 1992, p. 21. 10. Schur, 1972, capítulo 13. 11. Gay, 1988, pp. 420-421. 12. Hoffman, 1994, pp. 143 y siguientes, fecha aquella funesta reunión y la partida de Allers y Schwarz en 1925. Frankl continuó con los adlerianos durante unos meses más después de la marcha de Allers y Schwarz; -;us recuerdos y sus charlas en aquel círculo en 1926 nos hacen situar la nefasta reunión y su expulsión a cargo de Adler en 1927. A lo largo de los años, Frankl ha dado como fecha de aquellos acontecimientos 1927 (véase La voluntad de sentido, p. 166; Viktor Frankl's Recollections, pp. 60-62). Sin embargo, lo más importante para nuestra historia es que los recuerdos de Frankl y el relato de Hoffman de lo que su..:edió en la reunión yoin-

EL INSTITIJfO Y EL MUNDO

l. Carsten, 1986, pp. 1-18. 2._ El hombre en busca de se11tido, p. 23; La voltmtad de sentido, p. IX y p. 73, donde Frankl describe la logoterapia como optimista. 3. Reeditado en 1997 bajo el título de El hombre en busca de sentido último. 4. Viktor Frankl's Recollections, p. 32. 5. Véase The Unheard Cry o( Meaning, p. 41. 6. Frankl, 1924. 7. Véase Psicoterapia y Existencialismo, p. 121, para leer la definición que Frankl hace del nihilismo. El aspecto más significativo a su entender era esa afirmación de que la vida carece de sentido y, por lo tanto, de valor. 8. Para una visión detallada de las posibles influencias filosóficas sobre Frankl, véase Gould, 1993. Existen otros dos escritos, más críticos con la logoterapia desde un punto de vista religioso: Tengan, 1999 y Tweedie, 1961. 9. Analecta Frankliana, 1982, p. 8-9. Frankl remitió al público a su propio The Unheard Cry of Meaning. La cita también puede encontrarse en La voluntad de sentido, pp. 166-167, a partir de una conferencia pronunciada por Frankl en 1966. 10. The Doctor and the Soul, p. XXVII.

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13. Adler, en The Intemational Forum for Logotherapy, 1980, p. 35. 14. Zur Geschichte des Psychiatrie in Wien, 1883, pp. 28-33. 15. Véase Ellenberger, 1970, pp. 585-586. 16. A History o( Psychology in Autobiography, pp. 7-8. El psicólogo social David Myers me relató dicha anécdota.

4. EL NACIMIENTO DE LA LOGOTERAPIA

1. Viktor Frankl's Recollection, p. 74. 2. The Doctor and the Soul, p. 19. 3. Frankl sugirió que el humor también es un atributo divino, y citó algunos pasajes del salterio hebreo; véase Psicoanálisis y existencialismo, p. 147, nota, y también La voluntad de sentido, p. 17. 4. The Doctor and the Soul, p. 216.

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MEDICINA, fREUD Y ADLER

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LA LLAMADA DE LA VIDA

NOTAS

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5. Freidenreich, 1991, p. 187. 6. Conquering the Past: Austrian Nazism Yesterday and Today, 1989, pp. 137-

17. En 1960, en Chicago, Frankl habló del «Doctor J., el genocida de Steinhof,., aparentemente, el entusiasta responsable del programa de eU[anasia; véase Psicoanálisis y existencialismo, pp. 62-63. Hoy, sólo hay un único recordatorio público y tangible de los terribles actos que se comecieron en Steinhof, y muy general: un hiro cerca de la iglesia de Sreinhof con esta inscripción, en alemán: «En recuerdo de las víctimas del Estado nacionalsocialista en el departamento de psiquiatría. Y como aviso. Levantado el año 1988».

148. 7. Viktor Frankl's Recollections, p. 34. 8. Bullock, 1952, capítulo 6.

18. Bukey, p. 166.

5. TODO CAMBIA

19. Viktor Frankl's Recollections, p. 82. 20. Probablemente, Gabriel encontró la piedra entre las ruinas de Leopoldsriidrer Tempel en el número 3 de Tempelgasse, al doblar la esquina de Czernmgasse. 21. A los judíos no se les permitía usar los taxis en la ciudad pero, en este caso, a causa de una emergencia médica, Frankl consiguió viajar en taxi.

1. Citado en Sigmund Freud: His Li{e in Pictures and Words, p. 269.

2. Gay, 1988, p. 592. 3. Stürmer, 1999, p. 164. 4. Citado en Sigmund Freud: His Li{e in Pictures and Words, p. 283.

5. Íbid., p. 263. 6. Freidenreich, p. 206.

7. Citado en Gay,

198~,

p. 615.

8. Las SS, las SA y la Gestapo formaban parte de la inmensa organización del sistema nacionalsocialista en Alemania. Había muchos más formantes, pero en esta hiscoria aparecerán en numerosas ocasiones estos tres. Las SS (Schutzstaffe/), fundadas personalmente por Hitler como fuerza de protección personal, estaban integradas por varias subunidades y divisiones con millares de policías militares y estatales, y vestían de negro. Emre sus atribuciones destacaban la responsabilidad de la puesta en marcha de las brutales políticas nazis y de los campos de concentración. Las SA (Sturmabteilung) empezaron como fuerza paramilitar que usó impunemente la brutalidad para ayudar al ascenso al poder de Hitler. Conocidos como «los camisas marrones», contaban con unos dos millones de integrantes en 1933. Después de 1935, las fuerzas de las SS acabaron con las SA y éstas no recuperaron su influencia. La Gestapo (Geheime Staatspo/izei), por su parte, era una de las ramas de la Oficina Central de Seguridad, y actuaba fundamentalmente como policía secreta nacional. La Gestapo se ocupaba del trabajo sucio de eliminar a los elementos considerados indes~ables o peligrosos por los nazis. La Gestapo también fue la responsable de las deportaciones de judíos a los campos de exterminio, así que su importancia es capital en la historia de Frankl. 9. Bullock, pp. 395-397; y Crónica del siglo XX, pp. 479-480. 10. Para los acontecimientos de la noche de los cristales rotos, véase Kershaw,

6.

12. Carsten, p. 281. 13. The Diary of Sigmund Freud, pp. 229-237. 14. Encyclopaedia Britannica, 2000. «Kristallnacht». 15. Gay, 1988, nota p. 649. 16. Berkley, 1988, pp. 277 y siguientes. 394

l. Los identificadores reales están expuestos en los museos del Holocausto. El Museo de los Estados Unidos publica un cartel ilustrativo y varios materiales explicativos: Artifact Poster Set Teacher Cuide. 2. Ghetto Museum Terezin y The Small Fortress Terezin, 1940-1945. 3. Encyclopaedia Britannica, « Theresienstadt». 4. Troller, p. XXII. 5. Una versión inglesa que usé en una ocasión en un artículo es «Muéstrate alegre hoy y siempre, porque Dios nos ayudará en el camino». Éste es el significado, pero el alemán funciona mejor. 6. La música era importante en Theresienstadt, y allí se componían algunas piezas. Pueden conseguirse copias de los álbumes d'e música y sátira que se grabaron en el gueto. En los Estados Unidos, «Bei mir bist du schOn» se convirtió en uno de los grandes éxitos de las Andrews Sisters'. 7. Viktor Frankl's Recollections, p. 93. 8. Véase Bondy, «Eider of the ]ews: ]ako/;J Edelstein o{Theresienstadt».

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9. Véase Berkley, 1993. 10. Berkley, 1993, pp. 161-162. 11. Bondy, pp. 374-75.

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pp. 65-86; Bullock, pp. 387-402; Toland, pp. 432-458; y Berkley, pp. 301-336. 11. Berkley, 1988, p. 260.

12. El libro es Das Leiden am sinnlosen Leben: Psychotherapie {ür Heute

(1977). Friburgo: Herder. 13. Viktor Frankl's Recollections, p. 26.

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LA VIDA Y LA MUERTE EN THERESIENSTADT

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14. Berkley, 1993, pp. 123-124. 15. Bondy, p. 384.

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LA LLAMADA DE LA VIDA

NOTAS

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7. LA ENCRUCIJADA DE AUSCHWITZ Y DACHAU

18. El hombre en busca de sentido, p. 66. 19. The Doctor and the Soul, pp. 90-91. Algunas notas sobrevivieron con Frankl al ser liberado de Türkheim y se encuentran en la actualidad en los archivos de Viena.

l. Véase Historical Atlas of the Holocaust. 2. Para los traslados de la familia desde Theresienstadt, véase Totenbuch Theresienstadt, pp. 32, 45 y 1.22. 3. Totenbuch Theresienstadt, pp. 1.21, 1.22, 32 y 45. 4. Auschwitz-Birkenau Guide-Book. 5. Por ejemplo, a propósito de la controversia del museo, véase Speaking Out: ]ewish Voices from United Germany, 1995, especialmente los capítulos de Hanno Loewy («Thanks for the Memories: Reflections on Holocausr Museums») y Cilly Kugelmann («jewish Museums in Germany: A German-Jewish Problem»). 6. Véase Historical Atlas of the Holocaust, pp. 142, 165-166. 7. Ningún lector de Frankl debería sorprenderse de que contara diferentes versiones de las mismas anécdotas, ya que antes, en las conferencias y en los escritos anteriores a la guerra, evitaba las referencias personales. Más tarde contó los mismos incidentes en primera persona, así que sabemos que, de hecho, fue una de las personas de las que hablaba en tercera persona. Un ejemplo es la historia de un prisionero de Auschwitz que apremió a su joven esposa para que ofreciera favores sexuales a las SS que los pidieran si con ello podía salvar su vida; de este modo, el marido perdonó por adelantado a su esposa en el supuesto de que eso sucediera (véase La voluntad de sentido, p. 64). En otro contexto, Frankl escribió la misma historia de manera autobiográfica, es decir, que se identificó con el prisionero-marido que libera a su prisionera esposa Tilly de la obligación de fidelidad sexual ante una situación en que su vida corra peligro (véase Viktor Frankl's Recollections, p. 90). Otro ejemplo es la historia de la víctima de tifus (The Doctor and the Soul, p. 91 y Viktor Frankl's Recollections, p. 95); otra es la del prisionero que se infunde valor mientras imagina una conferencia que dará después de la guerra (The Doctor and the Soul, p. 100 y Psicoanálisis y existencialismo, p. 102); una más es la del psiquiatra que anima a sus compañeros prisioneros en los barracones del campo de concentración (The Doctor and tbe Soul, p, 103; Viktor Frankl's Recollections, pp. 95-97). 8. En las notas biográficas de Christian Handl, 1992; en Frankl, Bergerlebnis und Sinnerfahrung, p. 39. 9. El hombre en busca de sentido, pp. 24-25. 10. Psicoanálisis y existencialismo, pp. 25-26. 11. El hombre en busca de sentido, pp. 53-54. 12. Viktor Frankl's Recollections, p. 93. En mis grabaciones también hay una versión de esta historia. -13. El hombre en busca de sentido, pp. 44-45. 14. El hombre en busca de sentido, p. 56. 15. El hombre en busca de sentido, pp. 40-41. 16. Véase también Psicoanálisis y existencialismo, pp. 97-98. 17. Viktor Frankl's Recollections, p. 95.

20. El hombre en busca de sentido, p. 93. 21. El hombre en busca de sentido, p. 93. 22. Chronicle of the Twentieth Century, pp. 588-593. 23. El hombre en busca de sentido, pp. 69-72. 24. En este pasaje, Viktor ofrece una posible traducc1ón del salmo 118:5 que se puede traducir también: ((Desde mi angustia hacia Yahvé grité, él me atendió y me alivió)), Véase El hombre en busca de sentido, pp. 96-97.

8.

ALGO TE ESPERA

1. Después de la boda de Viktor con Elly Schwindt en Viena, en 1947, se marcharon juntos de visita a Munich, en el primer viaje de su esposa fuera de Austria. Eran pobres y recorrieron las afueras de Munich en busca de dónde alojarse. Finalmente, encontraron cobijo en el número 36 de Zaubzerstra~se. 2. Anna Frank era una chica a la que deportaron junto con su familia desde Amsterdam en 1944, después de escribir un diario durante los más de dos años que pasó oculta. Como es de Suponer, pasó por diferentes campt>S. En su caso, por Westerbork, Auschwitz y Bergen-Belsen. Anna·y su hermana murieron de tifus en las terribles condiciones de los campos un mes antes de la liberación de Bergen-Belsen por los británicos, en abril de 1945. En pocos meses, la epidemia se cobró treinta y cinco mil vidas. Véase Anna Frank, Diario. Hay, como mínimo, dos películas que cuentan su historia.

3. En la Universidad de Viena, la «capacitación» erad primer paso para conseguir una cátedra. Se exigía una tesis, y Viktor utilizó su Arztliche Seelsorge cuando lo hubo completado. Así fue nombrado Dozent, profesor de la facultad de medicina. 4. En virtud de este acuerdo, Viktor alquilaba, a su nombre, todo el apartamento. Efectivamente, era el responsable y podía:subarrendarlo, aunque no tenía poder para expulsar a nadie.

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5. Puede tratarse del mismo viaje que Frankl ~escrib<' en Viktor Frankl's Reco/lections, p. 88. 6. Viktor Frankl's Recollections, p. 1O1. 7. Roben C. Barnes, mientras preparaba el congreso, localizó a la familia del sargento Barton T. Fuller, el soldado de la historia, y lo dispuso todo para la exhibición del uniforme. Véase Viktor Frankl's Rec.ollections, p. 137. 8. El hombre en busca de sentido, p. 45. 9. Un texto y un Úbro de fotografías de Gernot ROmer.

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LA LLAMADA DE LA VIDA

9.

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UNA CRIATURA AL OTRO LADO DEL DANUBIO

l. Un buen mapa para trazar la historia de Frankl es Wien Gesamptplan, de Freytag & Berndr. 2. hrrp://www.rimeour/vienna/sighr/the_danube.hrml (19 de julio de 2000).

10. Tono CAMBIA l. Para ver fotografías de la Rotunda antes e inmediatamente después de su destrucción, véase Wien, 1992, pp. 18-19. 2. Véase Gáy, 19~8, pp. 425-427 y 634-635; y The Diary of Sigmund Freud, 1929-1939, pp. 48, 84-85,248.

11. ALGUIEN TE ESPERA

NOTAS

4. ••ls Logorherapy Authoritarian?» en Bulka, 1979, pp. 5-20. En este capítulo, Bulka también publicó varias respuestas de May y Frankl. 5. DuBois, en Logotherapy and Existential Analysis, p. 60. 6. Yalom, 1980, p. 442. 7. Gardner, pp. 364-365. 8. Bulka, 1980. 9. The Will to Meaning, p. 143, nota 2. 10. Aunque en un primer momento la elección de Kreisky, de origen judío, como canciller pudo ser intP.rpretada por Frankl y otras personas como un símbolo del declive del antisemitismo en Austria, el acceso al poder político de Kreisky y sus acciones posteriores poco hicieron en pos del reconocimiento del pasado nazi de Austria o de la asunción de su complicidad con Alemania en el Holocausto. 11. En ese discurso, Wiesel demostró que comprendía los crecientes vínculos entre Alemania e Israel, entre los alemanes y los judíos, unos lazos que algunos judíos estadounidenses, preocupados por el Holocausto, no han comprendido o aceptado aún. 12. http://www.germany~info.org/newcontentlgpffhierse_Ol_27a_ OO.html.

13. Wiesenthal ha narrado su experiencia durante el Holocausto y el proble-

1. http://www.austria.org/aproo/thirdman.html (26 de julio de 2000). 2. Ebert, Chicago Sun-Times, http://www.suntirnes.com/ebert/greatmovies/ rhird:man.html (12 de 1ulio de 2000). 3. Véase El tercer hombre (1949). 4. Traducir este texto manteniendo los marices es realmente difícil a causa de las correcciones y de los garabatos que hay en el original. Tal vez nadie podía· haberlo hecho mejor que Franz Vesely, tanto por su habilidad lingüística como por su familiaridad con la pluma de Frankl. Sé de buena tinta que Vesely se conmovió mientras trabajaba en la traducción. 5. Véase, por ejemplo, Myers, 1992.

12.

CONTROVERSIA, CONFLICTO Y CRITICAS

1. Incluso para alguien crítico, era posible trazar una relación íntima con Freud. Ludwig Binswager (1881-1966), el psiquiatra suizo que se separó del psicoanálisis y desarrolló su rropio análisis existencial, demostró que era posible criticar el psicoanálisis y seguir «manteniendo una buena relación con Freud durante decenios», Gay, 1988, p. 243. 2. Walter Spiel y Hans Strotzka son algunos de los autores de Zur Geschichte der Psychiatrie in Wie11. 3. May ha sido considerado como el introductor de la psicología existencial europea entre los lectores estadoUnidenses con Existence, un libro coeditado y publicado en 1958. En su Existential Psychology, de 1961, May afirma que la logote~ rapia ronda el autoritarismo, p. 42. 398

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ma del perdón en un librito, The Sunflower. 14. Frankl reconoció que la cuestión de las apologías y la restitución por par~ te de los gobiernos por la injusticia está llena de significado desde el punto de vista emocional y es compleja. Para un análisis ecuánime y útil de los aspectos relacionados con la restitución, véase Barkan, publicado después de la muerte de Frankl. 15. En su correspondencia personal (12 de febrero de 2000), Nurmela citaba el libro de Frankl Der Wille zum Sinn, 1997, pp. 96-99. 16. The Unheard Cry for Meaning, p. 37. 17. El hombre en busca de sentido, p. 17. Retrospectivamente, la frase de Frankl sobre los pequeños campos «donde realmente se llevaba a cabo el extt::rminio» parece extraña. Pero la escribió en 1946, cuando su conocimiento del alcance del Holocausto era aún limitado; además, posiblemente apenas tenía algunas nociones sobre el proceso de exterminio en Auschwitz, donde pereció su madre y donde el tiempo que pasaba entre la llegada de un prisi~hero y su muerte en la cámara ':le gas era cuestión de horas. Sin embargo, Frankl ;estaba muy familiarizado, por el tiempo que pasó en el campo de Dachau, con la: idea de que la muerte sobrevenía tras meses de tortura, trabajos forzados, hambre,', frío y enfermedades, de ahí lo de los «hornos crematorios fríos». 18. El hombre en busca de sentido, pp. 44-45. 19. The Unheard Cry for Meaning, p. 37, mi cursiva. 20. The Unheard Cry for Meaning, p. 37, nota. 21. El hombre en busca de sentido, p. 19. 22. El hombre en busca de sentido, pp. 9, 22, 31, 33-40, 72 y 94-99. 23. El hombre en busea de sentido, p. 12. 399

LA LLAMADA DE LA VIDA

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24. Véase E/ hombre en busca de sentido último, pp. 77-81. 25. Véase, por ejemplo, La voluntad de sentido y El hombre en busca de sentido último. 26. Freud lo hizo en una carta a su amigo clérigo Osear Pfister;el 9 de octubre de 1908; véase Gay, 1987, p. 37. 27. Freud, 1961 y 1939; Jung, 1938. 28. Las opiniones algo rebuscadas de Jung están recogidas en sus conferencias en Yale, pronunciadas poco antes de la muerte de Freud y publicadas en Psychology & Religion. 29. Los escriros más célebres de Fromm incluyen El arte de amar, Man {or Himself y Escape from Freedom. 30. Véase Fromm, Psychoanalysis and Religion, especialmente las páginas 96 y 97. 31. El hombre en busca de sentido último, p. 71. 32. Yalom, p. 442. 33. A este respecro, debemos advertir que, a nivel personal, Elly apenas estaba familiarizada con la psicoterapia, aunque reconocía la importancia de las intervenciones médico-psiquiátricas en los trastornos psicológicos graves. Pero le resultaba impOsible pensar que podría pagar a un extraño para que escuchara sus problemas personales e íntimos. uPara eso ya tengo a la familia y a los amigos, y nunca iré a un psicoterapeuta para hablar de mi vida personaln. Cuando le pregunté a Elly cómo o por qué dedicó su vida a promocionar la rama de la psicoterapia de su marido, respondió: uNo puedo luchar contra el correo, contra los miles de cartas de geme que, con el paso de los años, han superado su desesperación con la ayuda de la logoterapia. Y no puedo luchar con los centenares de pacientes que Viktor ha tratado y que se han alejado del suicidio o de la desesperación, que han recobrado la esperanza y que han seguido adelante con su vida. Así que, si tuviera que ir a ver a un psicoterapeuta, tan sólo iría a alguien que practicara la logoterapian.

13.

7. The Unheard Cry for Meaning, p. 42. 8. Frankl, 1992, p. 35.

14. LA VIDA EN EL HOGAR

MONTAÑAS Y HORIZONTES

l. Lukan, 1978, Schneeberg und Rax: Hochgebirge fü~Jedermann (Cumbres al alcance de todos). Véase p. 123. En este pasaje, «Dr. Dr.» eS la manera que tienen los ·austríacos de referirse a una persona que posee más de un doctorado. 2. Véase Frankl, 1991, Bergerlebnis und Sinnerfahrung. Fotografías de Handl. 3. El clásico de Selye de 1956 que encaminó la investigación contemporánea y la comprensión de los factores de estrés y del estrés. Véase Selye, 1978. 4. La voluntad de sentido, pp. 44-45. 5. Csikszentmihalyi, 1990. 6. Frankl, 1992, p. 31. 400

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NOTAS

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l. C. G. Jung, Word and Image, p. 131. 2. Zttr Geschichte des Psychiatrie in Wien, p. 14. 3. Von Foerster abandonó Viena en 1949 para ir a los Estados Unidos, donde dio clases en la Universidad de Illinois y acabó jubilándose en California. En una entrevista para el Stan{ord Humanities Review, afirmó que había sido Viktor Frankl quien había llamado a su editor, Franz Deuticke, aptemiándole para que echara un vistazo al breve manuscrito alemán de Foerster, The Memory: A Quantum Mechanical Treatise, lo que condujo a su publicación. En el 2000, telefoneé a von Foerster a su casa de California. Con noventa años, se mostró entusiasmado al mencionar el nombre de Frankl. Von Foerster había sido el responsable de un programa de debare radiofónico en Viena inmediatamente después de la guerra, Fragen der Zeit (Preguntas del tiempo). El programa se emitía cada viernes y participaban algunas figuras que discutían sobre temas de primera línea. Von Foerster me envió algunos viejos documentos. En uno de ellos, se ve una fotografía de cuatro personas alrededor de un micrófono: el doctor Diego Hanns Goetz, un sacerdote dominico, Viktor Frankl, la investigadora conductisra Margarete Bauer-Chlumberg y el entrevistador. Véase Die Radio Woche, 1948, y «Heinz von Foerster», 1995. 4. Mi catedrático era Dona Id Tweedie Jr., que había estudiado con Frankl durante el año académico 1959-60, al cabo del cual escribió su libro sobre logoterapia.' Véase Tweedie, 1961. Otros autores en inglés que escribieron tras pasar un tiempo con Frankl en aquellos años son Aaronj. Ungersma, The Search for Meaning, 1961, y Robert C. Leslie, ]esus and Logotherapy, 1965. 5. El desorden de Asperger está extensamerite tratado en el último manual de la Asociación Americana de Psiquiatría. Véase la revisión de 2000 del DSM-IV-TR, código 299.80. 6. Véase Bodendorfer, 1985, ((Recollections from the Early Days» en The International Forum for Logotherapy. 7. De la contraportada de la obra de Lukas, Meaning in Suffering. 8. A partir de los escritos de Uingle y ~e las charlas que mantuve con él, me parece aparente que, en su enfoque de la psicoterapia, la logoterapia es uno de los suplementos que ha incorporado en un sistema ecléctico más complejo. Cuando le sugerí esta visión, Uingle se mostró de acuerdo con ella. Pero Langle también ha adoptado otros elementos terap~uticos que Frankl había expuesto como contrapuntos, como por ejemplo centrarse en uno mismo, en los sentimientos, etcéteraCuando le pregunté abiertamente por el enfoque terapéutico de Langle, Frankl dio una respuesta extremadamente tensa: «No soy responsable de lo que no es logote-

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LA LLAMADA DE LA VIDA

NOTAS

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rapia y análisis existencial>•. Además, Franz Vesely se encargó de la reseña, en tanto que miembro de la familia de Frankl, del libro alemán de Liingle, editado en 1998, Viktor Frankl: Ein Portrait; véase "Bemerkungen zu Alfried Liingles Bu eh "Viktor Frankl- Leben zmsWirkung"» en The lntemational journal of Logotherapy and Existential Analysis 6, n" 2, otoño/invierno 1998. Orro enfoque académico sobre estas cuestiones aparece en la disertación, dirigida por Eugenio Fizzotti, de su estudiame Ivan Stengl: Selbste(ahnmg: Slebstbespiegelung oder Hil(e zum Erreichen der noestischen Dimension? («Experiencia propia: confusión o ayuda en la consecución de la dimensión noética») Universif
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PERTENECEN AL MUNDO

l. Das ]udische Echo: Zeitschrift ]udischer Akademiker, Nummer 2/3, Vol IV, 1955. 2. El Instituto Viktor Frankl de Viena ha catalogado las grabaciones de las conferencias de Frankl y puede proporcionar información sobre cómo obtener copias electrónicas. Consulten http://www.viktorfrankl.org para más detalles. 3. «A Human Dynamo Sparks College America», Pace, mayo de 1967. 4. He tomado algunos fragmentos de una conferencia típica y los he combinado con los contenidos de otras charlas. Mi edición facilita la lectura. Naturalmente, el contenido de las miles de charlas que dio Frankl era repetitivo ya que su público siempre varió. El material que he usado en este punto procede, principalmente, de una conferencia ante el Toronto Youth Corps, el 11 de febrero de 1973, en el Massey Hall. S. Se trata del famoso estudio de james Olds y Peter Milner (1954), «Pos:itive reinforcement produced by electrical stimulation of septal area and other regions of the rat brain», en ]ournal of Comparative and Physiological Psychology, vol. 47, pp. 419-427. El estudio inspiró la investigación sobre algunos de los mecanismos biológicos de las adicciones. 6. Estos fragmentos editados de un turno de preguntas después de una ponencia de Frankl en la conferencia sobre «La evolución de la psicoterapia» en Anaheim, California, del 12 al 16 de diciembre de 1990, aparecen con el consentimiento de la Fundación Milton H. Erickson, Phoenix, Atizona. 7. Véase también The Doctor and the Soul, pp. 67-69.

8. El psicoanalista Erich Fromm (1900-1980), un ateo que había renunciado a la fe judía en 1927, se decantó por el otro plato de la balanza. Se ciñó a la línea de pensamiento freudiana que asegura que Dios no es sino una invención humana para satisfacer una necesidad humana y que de tal invención no se desprende que Dios realmente exista. Véase Fromm, pp. 54-55. 9. Por supuesto, Frankl se oponía a la noción de que existe un impulso instintivo que nos lleva a la religión, y en estos comentarios utiliza la imagen de la sed, un impulso biológico, meramente como analogía de la orientaCIÓn del espíritu humano hacia la trascendencia. 10. Frankl no estaba al corriente de la investigación, que mayoritariamente se desarrollaba durame los últimos años de su vida, sobre la relación entre la lengua y el pensamiento. Queda claro ahora que las palabras que oímos y usamos influyen en cómo pensamos. Por eso, los nombres y los pronombres masculinos, usados mayoritariamente, no son neutrales ni incluyen a las mujeres en su efecto. 11. Traté de conseguir las fechas de todas las conferencias de Frankl en la Organización de Jóvenes Presidentes. Me llegó una respuesta amable, por correo electrónico, el 19 de octubre de 2000, de Ann Lobas, responsable de comunicaciones de la organización. Pero como se había trasladado de despacho, le fue imposible localizar los archivos. 12. Osterreicher, die der Welt gehóren, pp. 44-53. 13. Véase Conquering the Past: Austrian Nazism Yesterday and Today. 14. Der Standard, 13114 de enero de 1996, p. 4.

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l. La ceguera de Viktor se atribuyó a una degeneración macular debida a la edad, acaecida a lo largo de los años. La pérdida de visión repentina, aqudla funesta noche, en palabras de dos oftalmólogos consultados, se pudo deber a la ruptura de unos vasos sanguíneos del ojo. Por motivos genéticos, o por otros factores, no parece probable que la ceguera de Víctor se debiera a la exposición prolongada a la luz del sol fruto de su afición al montañismo. Con todo, podría ser un factor que hubiera contribuido. Cuando escalaba, no llevaba gafas de sol. Por aquel entonces, poco se sabía del daño que provocan los rayos del sol, y las gafas de sol eran rudimentarias en comparación con la protección ocular de la actualidad. 2. «Viktor's Choice», 1992. 3. El artículo, «Logotherapy Then and Whenever: A Personal Reflection», apareció en una nueva publicación, el ]ournal des Viktor-Frattkl-Instituts (1993), y se trata del primer escrito que hice sobre los Frankl. Más tarde escribí un par de artículos más para la revista, uno para un número especial que conmemoraba el nonagésimo aniversario de Frankl, en 1995, y el segundo, para el número posterior a su

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EL AMOR MAS ALLÁ DE LA OSCURIDAD Y LA PARTIDA

NOTAS

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muerte. Este último estaba basado en un capítulo de este libro y se titulaba «Viktor and Elly FranH Defying the Danube» (!998). La publicación bilingüe ]ournal des Viktor-Frankl-Instituts dejó de publicarse en 1998, y en el año 2000 apareció una nueva revista: Logotherapy and Existentia/ Analysis, a carg
15. Incluso en su juventud, Frankl ya escribió sobre el sentido de la muene. Véase The Doctor and tbe Soul, pp. 63-92. 16. Después de la muerte de Viktor, hablé con el médico y supe que la condición que había permitido que Viktot se sometiera a aquel bypass era que su estado general era excelente, el propio de un hombre más joven. El problema radicaba en su corazón, y tal vez le quedaran únicamente pocos días de vida; la única esperanza para alargar su vida era intentar aquella intervención, a pesar de que el paciente conocía los riesgos en que incurría. 17. The Unheard Cry for Meaning, p. 8.

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Gracias a Jan, el amor de mi vida, que soportó con paciencia mis innumerables estancias lejos de casa y mi distancia emocional, cuando este proyecto era todo cuanto me preocupaba. Asimismo, fue inmensa su ayuda al poner su saber editorial y su intuición al servicio de la obra en todos aquellos momentos en que me fueron precisos. Nuestros hijos mayores, Jess y Travis, no dejaron de animarme, cada uno a su manera. Jess me protegió de los intrusos, incluso cuando ambos no queríamos más que dar un paseo y charlar. Trav leyó el texto y dio su opinión, preparó los dos mapas y se lanzó a acaloradas discusiones sobre cuestiones fundamentales. La persona que, en 1959, me descubrió la figura de Viktor Frankl es mi profesor y mentor Donald E. Tweedie Jr. Él y su espqsa Norma, grandes amigos de Jan y míos, tienen también muchas historias que contar sobre Frankl. Los lectores críticos del manuscrito en las etapas iniciales fueron Barbara Cleveland y mis estudiantes Chris Newho~se y Liz Smith. Posteriormente, Carl Racine (Boston) y el rabino Reuven Bulka (Ottawa) me hicieron algunos comentarios valiosísimos. Joseph Alulis, David Koeller y Greg Clark, mis colegas universitarios en la Universidad de North Park, leyeron con el espíritu crítico de cada una de sus disciplinas; la sabiduría de Fred Holmgren me abrió los ojos a algunas nuevas perspectivas. Gracias a Tom Zelle y a Mark Seidel por las traducciones del alemán, a Ingrid Hjelm por las transcripciones de los vídeos y a Eric Erickson por las nuevas ideas que surgieron tras su visita a Viena. La Universidad de North Park hizo posible el proyecto. Quiero agradecer al Board of Trustees por el privilegio de enseñar y por el período sabático acadé412

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mico para la investigación y la redacción. El rector David Horner y el decano Daniel DeRoulet estuvieron verdaderamente interesados y me animaron de principio a fin. Katie Cook, colega del departamento de psicología, se ocupó encamada de algunas tareas que, técnicamente me correspondían a mí, como también lo hizo Jay Oleniczak, ayudante del departamento. En un momento crítico, Alexandra Taylor y Mark Duncan compartieron la responsabilidad de la gira de los estudiantes por Sudáfrica, en 2001. Los consejeros estudiantiles en «la Arena·• me liberaron de algunas exigencias de la rutina para que pudiera seguir con mi rarea. Me concedieron tres becas de investigación, cada una a su tiempo. La primera provino de un encuentro, organizado por Lloyd Ahlem, con Bernice Brandel, cuya beca me permitió poner en marcha el proyecto. La segunda de Swanee Hunt, a quien conocí cuando era embajador de los Esrados Unidos en Austria; los Frankl solían repetir lo amable que el embajador Hunt era con ellos. james M. y Arlyne Lane me concedieron la tercera beca cuando la fase de investigación tocaba a su fin. Mientras recababa los daros de la historia de los Frankl, muchas personas de Europa y otros lugares del mundo, algunas de las cuales visitaron Viena cuando yo me encontraba allí, contribuyeron con sus opiniones, su saber y sus recuerdos. Con muchas me enrrevisté cara a cara, incluido Klaus Bühler, alcalde de Türkheim; Ludwig y Kitty Wcrber, en Londres; Alfred Schoenfeld, en París; Lotte Bodendorfer, en Uppsala; Licsl Bonday, en Australia; Gerald Kriechbaum, cónsul general de Austria en Chicago; el profesor Risto Nurmela, en Finlandia; Stefan Srrahwaldm, en Graz, Austria, y Patti Havenga Coetzer, en Sudáfrica. Entre los vieneses, cabe destacar a Hermi Ecker, Helene Eisenkolb, el profesor Wilhelm Holczabek, antiguo rector de la Universidad de Viena, Helene Fischer Puhm, Gusrav Baumhackl, el profesor Giselher Guttmann, el historiador Gerhard Benetka y los doctores ~'olfgang Base, Wolfgang Aulitzky y AlfrieJ Uingle. Gracias, asimismo, al personal del Institut für Zeitgeschichte, de Viena. Harald Mari, un estudiante de medicina que ayudaba a los Frankl en varias tareas cuando nos conocimos, me fue de gran ayuda. Harald y Claudia me acogieron en su casa, y él me llevó a las Rax y al Hohe Wand, al albergue de Hitler y a otros lugares de Viena. Se ocupó del alojamiento y me proporcionó información, documentos y materiales. Asimismo, algunas personas de los Estados Unidos me brindaron su generosa ayuda: Lucinda Glenn Rand, archivista de la Graduare Theological Union, de Berkeley; Jeffrey Zeig, director de la Fundación Milron Erickson; el profesor Heinz von Foerster; Robin Goodenough, de Washington; Robert Barnes, del Instituto de Logorerapia Vikror Frankl, en Abilene; Roberr Hutzell, editor de The International Forum for Logotherapy, y su esposa Vicki; asimismo Robert Leslie y Joseph Fabry, de Berkeley, archivistas del Museo del Holocausto de los Estados 414

AGRADECIMIENTOS

Unidos y de los Archivos Nacionales de Washington me guiaron hasta las fuentes relevantes. La fotógrafa lnge Mórath, de Nueva York, me enseñó fotografías y me habló de su duradera amistad con Viktor y Elly. Quiero dar las gracias a la familia Frankl por su generosa y asidua ayuda en reunir los datos de la historia, y por el acceso ilimitado a los archivos del Instituto Viktor Frankl de Viena. Pasé muchas horas conTante Mir-li Havlick y con Frirz Tauber. La contribución de Franz y Gaby Vesely a esta historia ha sido extraordinaria; compartieron su saber y su sabiduría libremente, y fueron tan hospirabrios como acertados en cada detalle. Sus hijos, Katja y Alexander, me ayudaron cada vez que se lo pedí. Y conservo la amistad con toda esa gente maravillosa. Si los editores de Doublcday Religion se hubiera limitado a hacer su trabajo, no tendría por qué mencionarlos aquí. Pero el editor Andrew Corbin, que heredó el proyecto de manos del astuto Mark Fretz, su antecesor, no solamente comprendió la historia, sino que con mano firme ayudó a moldear su estilo al tiempo que salvaguardaba su integridad. Desde nuestra primera reunión en Nueva York, Andrew Corbin se erigió en un colaborador profesional y auténtico. Que pusiera a trabajar conmigo a Frances Jones, para que me ayudara con los detalles del manuscrito, fue un golpe maestro. Aviso para navegantes. Aunque son numerosas las fuemes y las personas que me han ayudado, los contenidos del libro son responsabilidad mía, ya que no acepté todas las sugerencias de los lectores y los críticos, que siguen estando disconformes en algunos puntos entre sí y conmigo. Finalmeme, mi gratitud a Viktor Frankl y a Elly Frankl. Aunque Viktor vivió para contar la historia, no vivió para verla impresa, así que tuvo que ser Elly quien se encargara de comprobar la veracidad de los detalles del manuscrito. Conforme lo hacía, se sentía fascinada y se conmovía al leer sobre Viktor, y decía, comprensiblememe, que «leer sobre la vida de uno miSmo es algo extraño». Les agradezco el honor de una tarea tan ardua y llena d_e sentido.

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