La Soberbia Del Perdn- Eduardo Snchez

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Diseño de portada: José Pablo Nava Uribe. Diseño de interiores: José Pablo Nava Uribe. Ilustraciones: Gildardo González Macías. Primera edición, Marzo de 2019 © Copyright 2019, Eduardo Jesús Sánchez Corona. © Copyright 2019, Gildardo González Macías.

Impreso en México – Printed in Mexico Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna por ningún medio, conocido o por conocer, ya sea electrónico, mecánico, óptico de grabación o de fotocopia, sin autorización por escrito del autor.

Dedicatoria Eduardo A mis padres, que me dieron la vida: Arturo Sánchez Lara Jovita Corona Medina

Gildhardho A mis padres, que me dieron la vida: Alfonso González Medina Margarita Macías Márquez

Contents INTRODUCCIÓN SÍ TÚ FUERAS UNA CASA LA MISTERIOSA HABITACIÓN HABITACIÓN CON VIDA PROPIA DENTRO DEL CUARTO OSCURO EL RESENTIMIENTO Y LA CULPA EXPERIENCIA EXTREMA POR CALLES Y CARRETERAS EN MI CUARTO OSCURO PERSONAS MUY REALES LA HABITACIÓN LUMINOSA CONCIENCIA Y RESPONSABILIDAD LAS TRAMPAS DEL EGO LA SOBERBIA DEL PERDÓN SIN TRANQUILIDAD NI PLENITUD ATRAPADO EN MI CUARTO OSCURO LIMPIANDO MI CUARTO OSCURO AGRADECIENDO LOS 7 PASOS PARA LLENAR DE LUZ TU CUARTO OSCURO AGRADECER DESDE EL AMOR CONCLUSIÓN EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS Eduardo A mis maestros, que son todos aquellos que se han cruzado en mi camino porque de todos ellos he aprendido algo o me han hecho ver algo que necesitaba transformar en mí. En especial a: Alberto Beuchot, Ángeles Wolder, Mariola Jiménez, Gerardo Ortiz, Boyan Ivic y Alejandro Saracho. A mis espejos que me han permitido ver reflejado lo mejor y lo peor de mí. Agradezco su amor y su paciencia: Leticia Trujillo, Ximena Sánchez y Tania Sánchez. A mis compañeros emocionales de 4 patas: Candy, Amolacho, Tisha, Mamba, Lala, Nova, Gigo, Yoga y Gastón. Gildhardho A cada una de las personas que de manera directa o indirecta me ha permitido aprender y crecer en la vida. A Eduardo Sánchez, por su gran confianza en mí para crear esta obra.

INTRODUCCIÓN Este libro trata de un tema que tiene que ver contigo. Tiene que ver con tu padre y con tu madre. Tiene que ver con tus hermanos, con tu pareja y con tus hijos. Tiene que ver con tu mejor amiga de la secundaria, con la persona que te corta el pelo y con tu abuela. Tiene que ver con tu primo, con tu compañero de estudio o trabajo, con el pordiosero que te pide una moneda en la esquina y con cada uno de tus conocidos. Tiene que ver con todos porque trata sobre un aspecto que forma parte de todos los seres humanos, un aspecto que es parte de la maravilla que somos. Este libro tiene que ver con emociones. Pero emociones hay muchas: alegría, sorpresa, entusiasmo, tristeza, serenidad, nostalgia… En particular, aquí tratamos de ciertas emociones que se nos atraviesan a lo largo de la vida; que nadie nos enseña a manejar, a tratar o qué hacer con ellas. Emociones que nos causan problemas, que son incómodas, que no nos dejan SER, que no nos permiten descansar, que no nos dejan vivir de manera plena, que nos quitan energía, sueño y vitalidad. Emociones que afectan nuestras relaciones y que pueden incluso generar distintos tipos de enfermedades y padecimientos. Emociones que nos quitan paz y tranquilidad. De manera especial en este libro nos enfocamos en dos emociones que en diversos momentos de la vida nos causan grandes estragos a la mayoría de las personas. Una de estas emociones es el resentimiento con sus múltiples variantes como rencor, enojo u odio. A lo largo de nuestra vida llegamos a vivir situaciones en las que de alguna forma nos sentimos afectados o dañados por alguien. Entonces, de manera natural, experimentamos enojo o hasta odio hacia la persona que nos afectó. Con el paso del tiempo esa emoción se torna en resentimiento y se convierte en una pesada carga que llevamos con nosotros de manera consciente o inconsciente. La otra emoción es la culpa, con sus variantes como el remordimiento. Aparece cuando somos nosotros quienes hemos dañado, lastimado o afectado de alguna manera a alguien. Estas emociones se convierten en un lastre que nos detiene, nos limita, nos

afecta. En este libro comprenderás esas emociones. Entenderás el papel que juegan en tu vida. Descubrirás qué hacer con ellas y cómo sanarlas. El enfoque que vas a encontrar aquí sobre estas emociones seguramente será muy diferente a todo lo que has escuchado sobre ellas, a lo que has escuchado en la religión, en tu familia, de tus amigos, de algún terapeuta o de lo que has leído en libros o revistas. Encontrarás aquí un enfoque que utilizo en cursos, talleres, sesiones de coaching y terapias. He encontrado este enfoque muy útil, práctico y liberador para acompañar a muchas personas. Te contaré sobre algunas etapas muy significativas de mi vida. Te compartiré cómo, al igual que la mayoría de las personas, también yo tuve que encarar estas emociones. De mi experiencia personal, del apoyo que recibí de mis mentores, de la formación que he adquirido en los útimos años como coach y de la experiencia que he acumulado al apoyar a otras personas he desarrollado este enfoque particular. A lo largo de este libro, como parte de este enfoque, te llevaré a cuestionar lo que has creído sobre estas emociones. En mi labor como coach de vida considero que una de mis tareas es llevar a las personas a dudar de lo que siempre han creído, a poner en tela de juicio lo que toda la vida han escuchado pues sólo así podemos generar cambios trascendentes y valiosos en nuestra vida. Sólo así podemos tener un verdadero crecimiento. Para generar un mayor nivel de conciencia debemos cuestionarnos. Los seres humanos hemos sido educados (y podríamos decir “adoctrinados“) como creyentes cuando en realidad deberíamos de ser “dudantes“. Deberíamos dudar de lo que creemos, de lo que hemos escuchado toda la vida, de lo que nos han dicho siempre. Este es un paso muy importante para poder abrirnos a nuevas ideas, a nuevos enfoques. Considero que una parte importante de mi trabajo de vida es cuestionar y hacer que las personas duden de ciertas creencias arraigadas en su mente. A eso me dedico. A través de estas páginas, tu mente se irá abriendo a un nuevo enfoque de estas emociones: la culpa y el resentimiento. El enfoque que te compartiré me ha permitido generar cambios muy trascendentes en mi propia vida. Además me ha permitido acompañar a una gran

cantidad de personas para que generen también importantes cambios en su crecimiento, en particular, transformando estas dos emociones. Este enfoque está centrado en el maravilloso poder de AGRADECER. En los siguientes capítulos comprenderás el mágico poder del agradecimiento. Descubrirás por qué es una extraordinaria herramienta para transformar la culpa y el resentimiento a fin de integrarlos de manera positiva a tu vida. Compartiré contigo siete pasos muy prácticos y concretos que puedes seguir con el fin de alcanzar mucha más paz y serenidad. ¿Por qué se titula así este libro? Comprenderás que a través del concepto que la mayoría de las personas tiene acerca del PERDÓN caemos en una actitud de soberbia al colocarnos en el papel de jueces y eso, inevitablemente nos mantiene encadenados a la emoción del resentimiento. Descubrirás que el agradecimiento es tan poderoso que nos permite escapar de esa trampa y alcanzar el cambio que en el fondo deseamos y necesitamos en nuestro interior. ¿Para quién ha sido escrito este libro? Este libro es, en general, para todos los jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Todos encontrarán un gran crecimiento y enriquecerán su vida de manera extraordinaria. Cuando llegamos a la juventud y luego a la edad adulta hemos recorrido ya una parte importante de la vida. Hemos tenido suficientes vivencias. De manera casi inevitable, hemos experimentado estas emociones de culpa y resentimiento en nuestras interacciones con otras personas. Especialmente, espero que esta obra toque la vida de muchas mujeres. A lo largo de mi experiencia he visto que debido a su gran emotividad y a los distintos roles que desempeñan suelen tener una gran necesidad de trabajar con estas emociones. Finalmente, este libro ha sido escrito para cualquier persona que busque crecimiento espiritual, respuesta a muchos de sus problemas, entender por qué les sucede lo que les sucede; personas que deseen experimentar paz y tranquilidad en sus vidas. Eduardo Sánchez. Marzo de 2019.

SÍ TÚ FUERAS UNA CASA Imagina que todo lo que forma parte de una persona se proyectara externamente en una forma material: su personalidad, sus gustos, sus intereses, sus creencias, las experiencias que le han moldeado, las vivencias que le han dejado una marca indeleble, su visión de la vida y, en general, todo lo que la persona es. Imagina que todo eso se proyectara en forma de una casa, departamento o vivienda de algún tipo. En esa vivienda, todo reflejaría lo que interiormente es esa persona. Los espacios, el mobiliario, los objetos y la decoración serían un reflejo de su mundo interior. Todo lo que habría en las paredes, en los rincones, en los patios, en los pasillos y en los closets reflejaría aspectos importantes de dicha persona. Todo lo que ocupara un espacio dentro de esa casa o departamento sería una manifestación de su forma de ser, actuar, pensar o sentir. Cada cosa dentro de ese lugar sería un reflejo de la manera como la persona se relaciona con el mundo, con los demás y consigo misma. Sería interesante, ¿no lo crees? Isabel es una mujer madura que ya ha pasado el medio siglo de vida. Contrajo nupcias cuando era muy joven. Enviudó hace unos años. Es madre de tres hijos, todos casados. Y ya tiene cuatro hermosos nietos. Uno de sus más grandes valores es su vocación por sus hijos y, junto con ello, la unidad de su familia. No le resultó nada fácil guiar a sus tres retoños en el complejo mundo de este siglo. Pero, con infatigable esfuerzo y no pocos desvelos, logró hacer de ellos unos jóvenes responsables y con principios. Isabel se siente muy orgullosa de haber dedicado su vida entera a sacar adelante a sus hijos. Siempre se ha esforzado por mantener unida a su familia, principalmente después de la muerte de su esposo. Su casa está llena de fotografías de sus hijos y sus respectivas familias, así como de sus nietos. Hay fotografías en portarretratos sobre los muebles, en marcos colgados de las paredes y con imanes pegados en el refrigerador. La casa que refleja la personalidad y valores de Isabel muestra claramente su devoción por su núcleo familiar.

Miguel es un joven treintañero que se casó hace dos años. Es amante de la tecnología. Siempre está a la vanguardia en el uso de aparatos electrónicos. Posee una de las computadoras más rápidas que hay en el mercado. Con mucha frecuencia cambia su teléfono celular por el que ha salido a la venta con más funciones y con los circuitos más avanzados. En diversos lugares del departamento que refleja su personalidad hay pantallas de plasma, aparatos de sonido, juegos de video y muchos otros novedosos artefactos tecnológicos. Tiene un control remoto para cada cosa: mantener la temperatura, cerrar o abrir las cortinas de las ventanas, encender o apagar las luces, subir la puerta del garaje, activar su sillón de masajes, descongelar el refrigerador y poner a trabajar su cafetera eléctrica por las mañanas. En su sala de estar hay dos enormes pantallas, una sobre un pesado mueble de madera y la otra suspendida en la pared con una base de metal. En varias paredes de su casa hay portarretratos electrónicos en los que permanentemente aparecen fotografías de más y más objetos tecnológicos que hay en las tiendas y que desea adquirir a la menor oportunidad. Luis es un joven al que le encanta hacer ejercicio. Desde niño ha practicado una gran cantidad de disciplinas deportivas y siempre ha sido muy destacado en cada una de ellas. En su departamento hay muchas vitrinas llenas de trofeos. Sobre las paredes de la sala y del pasillo principal hay colgadas una asombrosa cantidad de medallas. En una esquina está su bicicleta de montaña con la que sale a hacer ejercicio los fines de semana con un grupo de amigos. En las puertas de todos los closets hay grandes posters de destacados deportistas a los que siempre ha admirado. Su taza preferida para el café tiene forma de balón de futbol americano. En todos los rincones de su departamento hay balones, pelotas, zapatos deportivos y otros objetos para la práctica de distintos deportes como raquetas, guantes, manoplas y cachuchas. Paty es una joven que acaba de terminar su carrera universitaria y se ha graduado como abogada. Le fascina viajar. Ha visitado ya una gran cantidad de países. Su casa está llena de objetos, fotografías y recuerdos de sus travesías por los distintos continentes. Jorge es fanático de las historias de terror. En una habitación de su casa tiene una pantalla gigantesca en la que ve sus escalofriantes películas. En su biblioteca hay un librero en el que se encuentran todas las obras de los mejores escritores de este género literario.

En el techo de toda su casa están colgadas horripilantes máscaras que ha ido coleccionando con el paso de los años. ¡Ya tiene más de cien! Por las noches, en lugar de utilizar focos, ilumina cada rincón de su casa con velas colocadas dentro de cráneos de diversos tamaños. A todos sus amigos les presume que tres de esos cráneos realmente provienen de los cuerpos de hombres que fueron decapitados hace varios siglos. En el pasillo que conduce desde la sala hasta las recámaras, las paredes están cubiertas con carteles alusivos a las más escalofriantes películas de terror de las últimas décadas. Lupita es una mujer extremadamente religiosa. Sigue al pie de la letra los preceptos establecidos en sus libros sagrados. Todos los días se levanta antes de la salida del sol para hacer sus oraciones matutinas en uno de los reclinatorios que se encuentran en su sala de estar. Tiene tres vitrinas llenas de imágenes religiosas de distintos tamaños, traídas desde lejanos santuarios. Cada tarde, cuando comienza a ponerse el sol, enciende veladoras por todos los rincones de su casa, elevando diversas plegarias al Todopoderoso. En los platos y vasos de su vajilla hay impresas diversas frases contenidas en los libros sagrados que lee todos los días. Toda su casa huele siempre a incienso y realmente semeja a un recinto de oración de monjes contemplativos. Rosy es una mujer joven y hermosa. Siempre lo ha sido. El departamento que refleja su personalidad es una muestra evidente de que ella vive para resaltar su belleza ante el mundo. Su está llena de fotografías de diversas etapas de su vida. En el mantel de la mesa del comedor está impresa una enorme imagen del momento en que fue coronada como reina de belleza del jardín de niños al que asistió cuando era tan sólo una pequeñita. Dentro de una gran vitrina que está junto al comedor se encuentran los cetros y coronas de los distintos certámenes de belleza que ganó a lo largo de su infancia, adolescencia y juventud. En cada una de las puertas de las habitaciones hay una fotografía de ella de tamaño natural. En cada imagen posa con algún vestido que resalta su natural belleza. Si existiera una casa o departamento que reflejara tu personalidad, gustos e intereses, ¿cómo sería? ¿Cómo estaría decorada? ¿Qué objetos habría en cada una de las habitaciones? ¿Se parecería a la de alguna de las personas anteriores? En una gran cantidad de casos, las representaciones de muchas personas pueden ser mucho más extremas y fuera de lo común.

Claudia es amante de los gatos. Su casa está llena de estos pequeños felinos. Los sillones, las sillas y las camas están llenas del pelo de estos animales. Dedica todo su día a bañarlos, cepillarlos, alimentarlos y jugar con ellos. Adora tanto a cada gato que ha tenido, que no ha sido capaz de desprenderse de ellos. Por eso en todos los libreros y sobre otros muebles están disecados todos los gatos que alguna vez fueron sus mascotas. En las paredes hay marcos con fotografías en las que ella aparece con cada uno de sus peludos mininos. Paty es una mujer alegre. Le gusta ser siempre el alma de las fiestas. Le encanta hacer sentir a gusto a los demás y contagiarles su alegría. Por eso en su casa hay sillones muy cómodos. Tiene cuatro refrigeradores siempre llenos de diferentes bebidas para ofrecer a sus visitantes y su casa está llena con miles de globos de colores. A Martha le gusta impresionar a los demás y llamar siempre la atención. Por eso todas las paredes de su casa están pintadas de color rojo y sobre ellas hay grandes estrellas doradas. Sandra es una mujer muy vanidosa. Su departamento está lleno de espejos de todos tamaños. Algunas de las habitaciones tienen espejos enormes que cubren toda una pared. De esa manera puede mirar su reflejo en todo momento. Alejandro es un hombre muy devoto. Realmente siente que es un elegido de Dios debido a la devoción que durante años ha puesto en sus prácticas religiosas. Tiene un enorme altar con su fotografía, iluminada por una lámpara que emite una luz de color azul. Alrededor de la fotografía siempre hay veladoras y cirios encendidos. Ramón es un hombre muy desconfiado. Tiene a la entrada de su casa una puerta de acero enorme y pesada. No permite que entren ni siquiera sus amigos o hermanos. Aunque haga mucho frío, siempre los recibe en una mesa de jardín que se encuentra afuera, en la cochera. Carmelita, por el contrario, es una anciana tan generosa que su departamento no tiene puerta. Su casa siempre está abierta para todos. Sobre la mesa de su sala hay siempre cestos con fruta, monedas, libros, juguetes y diversos objetos. Suele invitar a todas las personas para que tomen de los cestos lo que deseen. Daniel, el introvertido, tiene siempre cerradas las cortinas de las ventanas para que no entre ni un rayo de luz. Javier, el envidioso, ha copiado cada rincón de su casa de las de sus amigos y hermanos. A Mary, con su complejo de víctima, le gusta llamar la atención de los demás con sus múltiples enfermedades; por eso su casa está llena de radiografías, recetas médicas, cajas de medicina y letreros que dicen: “estoy muy enferma”. La casa o departamento que reflejaría lo que tú eres, las experiencias que has

vivido, tus creencias y la visión que tienes de la vida, ¿se parecería a alguna de las descritas? ¿Y la de las personas que conoces? ¿Cómo sería? ¿Cómo sería la casa que reflejara la personalidad, gustos e intereses de tu padre, tu madre, tus hermanos o tus amigos? ¿Cómo sería la de tu hijo? ¿Y la de tu pareja? Además de lo únicas que son todas estas viviendas, tienen una particularidad distinta a las casas comunes: cambian continuamente. Algunas paredes se acercan, otras se alejan. En algunas ocasiones las ventanas aumentan de tamaño y en otras, se hacen más pequeñas. Algunos muebles desaparecen y otros hacen aparición. Esto sucede porque las personas cambiamos con el paso del tiempo. Cambian nuestros gustos, intereses, relaciones y sueños. Cambiamos con las experiencias que vivimos. Cambiamos con la personas que conocemos. Cambiamos con lo que aprendemos. Cambiamos con la influencia de lo que nos rodea. Verónica fue durante gran parte de su vida una mujer romántica que creía con todo su ser en el amor. En todos los rincones de su departamento había jarrones llenos de flores perfumadas que llenaban con su aroma todas las habitaciones. Pero recibió los duros golpes de tantas desilusiones amorosas que se convirtió en una mujer amargada. Ya no hay flores ni jarrones sobre los muebles de su vivienda. Ahora es un lugar oscuro que tiene siempre un penetrante olor a humedad. Salvador era muy deportista cuando era joven; su casa se parecía mucho a la de Gael. Con el paso de los años abandonó la actividad física y se convirtió en un bebedor empedernido. Su casa ahora está llena de botellas vacías de toda clase de bebidas alcohólicas. Julieta era una mujer muy confiada, su casa siempre estaba abierta para recibir a los demás. Pero algunas personas abusaron tanto de ella que se volvió totalmente desconfiada. Ahora todas sus ventanas y puertas están llenas de aldabas, cadenas y candados. ¿Cómo has cambiado tú con el paso de los años y las experiencias de la vida? ¿Cómo sería tu casa en el pasado y cómo sería ahora? ¿Habría mucha diferencia? ¿Cómo ha cambiado las personas que te rodea? ¿Qué cambios ha habido en

cada persona cercana a ti? ¿Cómo han cambado las viviendas que representarían lo que son, lo que piensan y la manera en que viven? Todas las casas descritas, a pesar de ser tan diferentes unas de otras, tienen algo en común. Incluso la tuya, la de tus padres, hermanos y amigos. Cada una de esas casas tiene una habitación muy peculiar. Es una habitación misteriosa y oscura. ¿Qué hay ahí? ¿Qué hay en el interior de esa habitación?

LA MISTERIOSA HABITACIÓN Cada una de las viviendas descritas representa la personalidad, los intereses, las creencias y la forma de vida de alguien. Cada una de esas casas es única. Algunas pueden parecerse, pero no hay dos iguales. Cada una es diferente a las demás en muchos aspectos. Y es así porque cada ser humano es único y distinto a todos los demás. Pero, aún con esas diferencias, todas esas viviendas tienen algo en común. En cada una de ellas hay una habitación muy peculiar. Es un cuarto que siempre está cerrado. Nadie quiere saber de él. Nadie quiere que los demás se enteren de su existencia. Es una habitación que ha permanecido sin luz y sin ventilación durante décadas. Es el CUARTO OSCURO que todos tenemos. En algunos casos se encuentra cerca de la entrada principal. En otros está al fondo de la casa. En algunas viviendas se encuentra en la planta baja. En otras está en la planta alta. En otras más forma parte del sótano. Las personas se sienten muy incómodas teniendo esa habitación en su casa pero no lo pueden evitar. Todos lo tienen. Siempre ha estado ahí. Siempre estará ahí. Seguirá formando parte de cada vivienda hasta el final. A las personas no le resulta nada cómodo que ese cuarto oscuro forme parte del lugar que habitan. Tratan de vivir como si no existiera. Intentan negar su existencia. Quisieran que desapareciera para siempre. Desearían que se esfumara junto con todo lo que hay dentro de él. Además, hacen hasta lo imposible para que nadie entre a ese lugar. Para que nadie se asome siquiera. Para que nadie vea su contenido. Es por ello que, a lo largo de toda su vida, normalmente ni siquiera sus seres queridos y las personas más cercanas llegan a conocer su contenido. Ni sus mejores amigos, ni sus padres, hijos o hermanos. Ni siquiera su pareja. Luis, el deportista, puso un pesado mueble frente a la puerta del cuarto. Ahí colocó sus trofeos más grandes y significativos. Por un lado, el enorme mueble de madera impide la entrada a la habitación. Por otro lado, si alguien muestra interés por saber lo que hay dentro, Luis le distrae contándole cada una de las hazañas deportivas que logró durante su juventud con las cuales se hizo acreedor a dichos trofeos. Les narra detalladamente el momento y el lugar en que, dando

su máximo esfuerzo y utilizando sus mejores cualidades, consiguió ese triunfo. Cuenta un detalle tras otro hasta que la persona ha perdido completamente su interés inicial en la secreta habitación.

Jorge, el amante del terror, con todo y que le fascinan las películas y los libros que despiertan dentro de él un profundo miedo, se siente absolutamente aterrorizado ante la idea de que alguien entre a su cuarto oscuro y vea lo que hay en el interior. Por eso le encargó a un herrero una gran reja de metal que parece la puerta de un terrorífico calabozo. Siempre está cerrada con cadenas y candados. De esa manera protege la entrada de la misteriosa habitación. Alejandro colocó un inmenso tapiz sobre la puerta de su cuarto oscuro de tal manera que parece que no existe. Hasta él mismo llega a olvidar durante largos periodos que detrás del colorido tapiz está la entrada a ese secreto lugar. Lupita compró un hermoso librero de caoba. Lo instaló frente a la puerta de su cuarto oscuro y colocó ahí todos sus libros. Sólo ella sabe que detrás de ese gran mueble de madera se encuentra la puerta de la enigmática habitación. Incluso sus amigos y seres queridos han llegado a creer que ella es una de las pocas personas que cuya casa no cuenta con una habitación oscura. Rosy, quien siempre resalta su belleza en todos los rincones de su casa, tiene una manera muy especial para evitar que las personas se interesen en el contenido de su cuarto oscuro. Cuando alguien le pregunta sobre el contenido de la habitación, ella explica que lo bello está en todos los demás espacios y rincones de la casa. Dice que ahí dentro no hay nada bonito que ver. Carmelita, la generosa anciana, puede invitar a cualquier persona a que entre a su casa para compartirle frutas, dulces o un café, pero jamás menciona algo que pudiera compartir de su escondida habitación. Se esfuerza en ser generosa

dando abundante comida a las personas para evitar que se interesen en su oscura habitación. Daniel, el introvertido, reacciona con una gran agresividad que no parece propia de él cada vez que algún pariente o amigo le pregunta sobre lo que hay en el misterioso cuarto. Lo mismo sucede con Eva a pesar de que es una mujer muy pacífica y amorosa. Rafael tiene un perro grande y bravo atado a la entrada de su secreta habitación así que ni amigos ni conocidos hacen siquiera el intento por acercarse. ¿Qué es lo que hay en ese CUARTO OSCURO? ¿Por qué nadie quiere que los demás sepan de su existencia o su contenido? ¿Por qué todos hacen un colosal esfuerzo e invierten una gran cantidad de energía para que ninguna persona entre a esa habitación y vea lo que hay en su interior? ¿Por qué ocultan la puerta o la aseguran con candados, rejas y cadenas? ¿Qué es lo que esconden? ¿Qué es lo que intentan mantener en secreto? ¿Qué guardan ahí con tanto celo? Todas las personas tienen un cuarto como ese. Piensa en tus padres, hermanos, hijos o amigos. Todos tienen un cuarto similar. Y, aunque los conoces de toda una vida, lo más seguro es que no sabes realmente lo que guardan en esa habitación. Cada uno de ellos ha mantenido en secreto su contenido con el paso del tiempo. ¿Y tú? ¿Tienes también un cuarto oscuro? Sí. Por supuesto. Es inevitable. Tú también cuentas con una misteriosa habitación de ese tipo. Tú también, como todos ellos, tienes un cuarto cerrado con llaves y candados. ¿Qué hay en tu cuarto oscuro? ¿Qué has metido ahí? Del contenido de ese cuarto hablaremos en los siguientes capítulos.

HABITACIÓN CON VIDA PROPIA Desde la infancia, a lo largo de la adolescencia, la juventud, y luego durante toda su vida adulta, cada persona adopta diversas actitudes respecto a su cuarto oscuro. En cada una de esas actitudes queda de manifiesto que las personas no se sienten a gusto con esa habitación y que no saben qué hacer al respecto. Realizan verdaderos esfuerzos por ocultarla, por evitarla. Niegan su existencia. Tratan de olvidar que está ahí y que forma parte de su casa. Hacen hasta lo imposible por mantener cerradas sus puertas y por evitar que alguien se acerque o mire dentro. Nunca la abren. Les aterroriza el solo hecho de pensar en hacerlo. Quieren vivir como si no estuviera ahí, pero no lo logran. Es imposible negar su existencia ya que es una parte muy significativa de cada vivienda. Lo que se oculta ahí dentro es muy importante, incluso más que muchas otras cosas que se encuentran en otros espacios de la casa. Pero, la principal razón por la que resulta verdaderamente imposible mantener oculta esa habitación, es porque tiene vida propia. En su interior hay una energía que no se puede contener. Está reprimida ahí dentro pero tiene una poderosa tendencia a escapar por las ventanas, a salir por debajo de la puerta, a escurrirse por cualquier grieta en la pared, a colarse por las tuberías. Lo que está ahí encerrado tiene un fuerte impulso a salir a la luz. Por más gruesos que sean los cristales de sus ventanas, por más resistentes que sean las paredes, por más candados y cadenas que se coloquen en la puerta, ese impulso que surge desde dentro no puede ser contenido. El inmenso tapiz que Alejandro pegó para ocultar la puerta de su cuarto oscuro no impide que por las noches se escuchen desde su interior una gran cantidad de rechinidos y ruidos estridentes que le provocan escalofríos y le impiden conciliar el sueño. El enorme librero de caoba lleno de libros religiosos que Lupita colocó frente a la puerta de la habitación no logra evitar que se escuchen gemidos y lamentos dolorosos que muchas veces le dificultan concentrarse mientras está elevando sus plegarias al Creador. La gran reja de metal que Jorge tiene a la entrada de su cuarto no es ningún

impedimento para que frecuentemente escapen gritos y llantos desgarradores desde sus rincones oscuros. Por debajo del pesado mueble que Luis puso con todos sus trofeos deportivos, frecuentemente se percibe un insoportable hedor que escapa de la habitación. Muchas veces, mientras Carmelita prepara alguna apetitosa comida para compartir con las personas que le rodean, siente un frío que le hela todos los huesos y que sabe muy bien que proviene de ese cuarto que toda la vida se ha esforzado por ocultar. El agresivo perro que Rafael ató a la perilla de la puerta frecuentemente enloquece ante los olores y voces que percibe con su agudo olfato y su fino oído. En muchos casos, lo que hay ahí dentro tiene una tendencia tan poderosa a salir, que el cuarto parece estar a punto de reventar. Pum, pum, pum. La casa entera tiembla. Las paredes se sacuden. La puerta se rompe o simplemente se abre de golpe inesperadamente. Los vidrios de las ventanas saltan en pedazos. Los cables de electricidad se queman o producen cortocircuitos.

Entonces, lo que sale disparado desde los rincones del cuarto oscuro crea un completo caos en el resto de la vivienda, como si acabara de producirse un huracán en su interior. Y, por desgracia, eso sucede muchas veces en los momentos más inadecuados y menos convenientes para la persona que habita el lugar. ¿Qué hacen entonces las personas? ¿Cómo reaccionan ante estas manifestaciones de su cuarto oscuro? ¿Deciden, de una vez por todas, tomar acción?

¡¡No!! Por increíble que parezca, lo que suelen hacer es tratar de seguir manteniendo la ilusión de que todo está bien dentro de su casa o departamento. Para evitar escuchar los gritos, lamentos y rechinidos, Alejandro se pone tapones en los oídos cuando desea dormir, Jorge pone música a todo volumen en su aparato de sonido y Lupita se encierran en otra parte de la casa alzando la voz mientras reza. Luis suele perfumar toda su casa con distintos tipo de aromas a fin de amortiguar el penetrante hedor surgido de la habitación. Carmelita enciende algunos calentadores eléctricos en varias habitaciones intentando disminuir el efecto helado proveniente del misterioso lugar. Daniel, el introvertido, incluso suele recurrir al alcohol o a alguna droga a fin de atarantar su mente y de esa manera dejar de percibir, aunque sea temporalmente, las distintas manifestaciones de la incómoda habitación. Si la puerta se ha abierto o se ha roto, ellos clavan encima nuevos tablones de madera. Si los vidrios de las ventanas de han roto, pegan grandes trozos de cartón. Si se ha dañado alguna parte de las instalaciones llaman al plomero, al electricista, al albañil o al fontanero y le solicitan que se encargue de los desperfectos lo mejor que pueda. Y luego, por todos los medios posibles, intentan continuar con su vida mientras siguen esforzándose por ignorar la existencia del cuarto oscuro y por convencerse que todo está bien dentro de su vivienda. A pesar de la colosal evidencia de que hay algo de gran magnitud ahí dentro a lo que debería ponerse atención, las personas parecen no estar dispuestas o preparadas para tomar conciencia de ello. Llegó el momento de conocer lo que hay en ese cuarto oscuro. Llegó el momento de saber qué es lo que provoca esos ruidos, lamentos, malos olores y frío. Llegó el momento de descubrir lo que está ahí escondido y que es capaz de causar tantas consecuencias tan incómodas para cada una de las personas que habitan esas viviendas.

DENTRO DEL CUARTO OSCURO Hemos partido de la comparación de una persona con una casa o departamento. En los espacios, el mobiliario y la decoración estaría reflejada su personalidad, sus intereses, sus creencias, sus gustos, sus pasiones y su visión de la vida. Dado que cada persona experimenta una gran cantidad de cambios significativos a lo largo de la vida, esto también se reflejaría en dicha vivienda, la cual se modificaría con el paso de los meses y los años, a veces de manera sutil y otras veces de manera drástica. Hemos resaltado que cada una de esas casas sería única y diferente a las demás tal como lo es cada persona respecto de todas las que le rodean. Y hemos afirmado que, en todas y cada una de esas casas hay un cuarto oscuro. Un lugar que encierra un gran misterio. Una habitación que, por un lado, todos tratan de esconder, evitar o negar pero que, por otro lado, se manifiesta continuamente, creando una serie de consecuencias, malestares e incomodidades en la vida de quien habita el lugar. Estamos a punto de entrar a ese cuarto. ¿Estás preparado? ¿Estás preparada? ¿Qué podría representar esa habitación? En esa casa que simboliza todo lo que una persona es, ¿qué representaría el contenido de una habitación que se desea esconder, que se intenta negar, que se desea olvidar o borrar completamente y que, sin embargo no es posible? ¿Qué representaría ese contenido que no deja de estar presente en nuestras vidas por más que intentamos mantenerlo lejos de todo lo demás? Piensa en ti. ¿Qué es lo que forma de tu persona que no desearías que otros conocieran? ¿Qué experiencias de tu vida desearías borrar, olvidar, ocultar en un lugar profundo y oscuro para que jamás salieran de ahí? ¿Qué es lo que has guardado en tu interior y te has esforzado por que nadie se entere jamás? Eso es lo que está dentro del cuarto oscuro. En esa lúgubre habitación están encerradas vivencias, experiencias y emociones. En la oscuridad de sus rincones están todos los recuerdos dolorosos, tristes o desagradables de nuestra vida. Desde nuestra más temprana infancia, conforme vamos creciendo, vivimos situaciones que no sabemos cómo manejar o de qué manera asimilar. Consciente o inconscientemente empujamos esos recuerdos y las emociones asociadas a

ellos hasta lo más profundo de nosotros en un intento por desaparecerlas y sacarlas de nuestra vida. Así es como van a dar a ese cuarto oscuro. Nadie nos enseñó sobre las emociones: qué papel tienen en nuestras vida, qué uso podemos darles; cómo entenderlas, asimilarlas, superarlas o integrarlas a nuestro proceso de crecimiento y desarrollo. En una gran cantidad de casos ni siquiera sabemos reconocerlas y darles un nombre. Así que empujamos toda emoción incómoda o desagradable al fondo de esa habitación. Y esa se convierte en una permanente tarea año tras año a lo largo de nuestra existencia. Nos sucede algo que nos duele o nos lastima… lo lanzamos al cuarto oscuro. Recibimos maltratos y abusos… los refundimos ahí. Las personas que más amamos nos lastiman y no lo podemos comprender… lo metemos a la oscura habitación. El cuarto oscuro se va atiborrando con el paso de los años como un sótano de telebrejos y cachivaches viejos. Para cuando llegamos a la edad adulta es natural que se encuentre a punto de reventar. ¡Es tanto lo que hemos metido ahí! Ahí están todos los recuerdos que nos desagradan, que nos duelen, que nos molestan, que nos incomodan, que nos producen sufrimiento. Muchos, muchos recuerdos reprimidos en el interior de sus oscuros rincones. Ahí están las pérdidas, las humillaciones, las vergüenzas, los rechazos, las traiciones. Ahí está la tristeza, la soledad, el abandono. Ahí están los abusos, las frustraciones, las pérdidas, las burlas. Raúl tiene ahí guardado el profundo dolor que experimentó durante años porque su padre abandonó a la familia, cuando él era tan solo un niño. Se sentía tan solo. Sintió que nunca le importó a su padre; que nunca fue lo suficientemente valioso para importarle. Elsa guarda ahí toda la vergüenza que experimentó cuando en la adolescencia su padre la llevaba diariamente a la escuela en su vieja camioneta destartalada y sus compañeros se burlaban de ella. Paco tiene ahí escondida toda la frustración y la impotencia que durante años experimentó cada vez que su alcohólico padre maltrataba a su madre y él era demasiado pequeño para defenderla. Eva metió en su cuarto oscuro la enorme tristeza y el inmenso dolor que sintió cuando el joven del que ella estaba enamorada eligió a una de sus amigas para que fuera su novia y luego casarse. Rocío tiene ahí amontonada una enorme montaña de rechazo que acumuló durante gran parte de su vida de parte de su padre por haber nacido siendo mujer

y no un varón como él tanto había deseado. Salvador conserva ahí una enorme nostalgia endurecida con el paso de los años derivada de la muerte de su hijo que fue víctima de una terrible enfermedad siendo aún muy pequeño. Gaby guarda en su habitación todo el dolor que vivió cuando descubrió que su esposo le había sido infiel con la hermana de ella. Nunca acabaríamos de listar todo lo que las personas guardan en ese oscuro y frío lugar. ¡Qué grande debe de ser ese cuarto oscuro para contener todo eso! ¡Qué fuertes deben de ser sus paredes, su techo y su puerta para contener tanto! Y, a diferencia de una casa común y corriente, todo lo que entra en la vivienda que representa a una persona se queda ahí. Nada de lo que entra sale jamás. De manera particular, nada de lo que entra a ese cuarto oscuro puede desaparecer del interior de esa casa. Todo se queda ahí, aunque pasen los años y las décadas. Aún aquello que parece que ha desaparecido está dentro de la lúgubre habitación, debajo de muchas otras cosas que se han acumulado encima. Esa es la razón por la que, al paso del tiempo, esa habitación huele tan mal y de ella escapan lamentos, sollozos y tantos ruidos desagradables que quitan la paz y tranquilidad a quien habita la vivienda. Y, a pesar de los inconvenientes que nos causa su contenido y de que somos ya adultos, seguimos atiborrando el cuarto oscuro con más y más emociones, experiencias y recuerdos que van surgiendo a lo largo de nuestra vida y que no hemos aprendido qué hacer con ellos. Inocentemente creemos que con lanzarlos hasta el fondo de esa parte de nuestra casa todo queda resuelto y podemos olvidarlos. Pero no es así. Como ya dijimos, ese cuarto tiene vida propia. Todo lo que metemos ahí sigue latente de una forma u otra al paso de los años. Y, aunque nos esforcemos toda la vida por llenar el resto de nuestra casa con muebles bonitos, mobiliario de última moda, increíbles artilugios tecnológicos y decoración vanguardista, nunca tendremos la paz que deseamos mientras la oscura habitación siga llena con su incomprendido contenido. Y, de todos los contenidos que abarrotan el interior de esa habitación, hay dos en los que deseamos enfocarnos de manera especial. Entre muchas de esas vivencias, experiencias y recuerdos, hay asociadas dos emociones que la mayor parte de las personas encaramos en algún momento de nuestra vida y que es

importante entender, comprender y asimilar. De esas emociones trataremos en los siguientes capítulos.

EL RESENTIMIENTO Y LA CULPA En la profunda negrura del cuarto oscuro, detrás de esa puerta que las personas intentan a toda costa mantener cerrada, suelen encontrarse dos emociones muy particulares. Estas emociones son tan comunes que prácticamente nadie escapa de experimentarlas con mucha fuerza en diferentes momentos de su vida. Son emociones asociadas a recuerdos que se instalan en el cuarto oscuro a partir de vivencias y experiencias que han tenido mucho impacto en las personas. Estas emociones son el RESENTIMIENTO y la CULPA. Lo que ya señalamos de las emociones es especialmente cierto en este caso. No sabemos qué hacer con el resentimiento y la culpa. Nadie nos proporcionó alguna enseñanza al respecto. Crecimos y hemos ido por la vida sin comprenderlas, sin tener claras sus consecuencias, sin tener idea de cómo asimilarlas. Es por ello que la empujamos al cuarto oscuro y se convierten en parte del contenido que permanece ahí latente con el potencial para explotar en cualquier momento. El resentimiento puede estar instalado con diversos matices e intensidades como rencor, enojo, molestia u odio. Desde el interior del cuarto oscuro de quienes tienen encerrado el resentimiento se escuchan gritos, blasfemias, gruñidos, insultos, maldiciones y un sinfín de expresiones que van cargadas de furia. “¡Jamás lo perdonaré!” “¡La odio con todo mi ser!” “¡No quiero volver a verlo en toda mi vida!” “¡Lo que me hizo no tiene perdón!” “¡Ojalá se muera!” “¡Juro por mi madre que no volveré a dirigirle la palabra en toda la vida!” “¡El día en que se muera seré la persona más feliz del mundo!” “¡Maldito! ¡Maldita!” “¡No merece nada bueno de la vida!” “¡Que Dios lo castigue con todo su poder!” “¡No soporto ni pensar en ella!” “¡No merece perdón por lo que hizo!”

“¡No puedo verlo ni en pintura!” “¡Maldito el día en que se cruzó en mi camino!” “¡Merece lo peor de la vida!” “¡Ojalá que se pudra en el infierno!” Desde el fondo de la oscura habitación de quienes experimentan un sentimiento de culpa significativo, además de lamentos, llanto, sollozos y gemidos, suelen escucharse diversas expresiones quejumbrosas. “¡Cómo pude haber sido tan estúpida!” “¡No sé por qué confié en él!” “¡No sé por qué confié en ella!” “¡Jamás debí haber hecho eso!” “¿Por qué lo permití?” “¡Nunca me perdonaré por haberlo hecho!” “¡No sé qué estaba pensando!” “¡Fui un verdadero estúpido!” “¡Qué estúpida fui!” “¡Quisiera que me tragara la tierra!” “¡Lo que hice no tiene perdón de Dios!” “¡Por eso que hice no merezco nada bueno de la vida!” “¡Soy la peor de las mujeres!” “¡Soy un hombre desalmado!” “¡Dios me va a castigar!” “¡Cargaré con esto toda mi vida!” “¡Merezco lo peor de la vida!” “¡Soy una persona inmunda y vil!” “¡Si no lo hubiera hecho…!” “¡Si no lo hubiera permitido…!” “¡Soy una basura!” “¡No merezco nada bueno!”

¿Recuerdas a Isabel, la mujer dedicada a su familia que tiene su casa llena con fotografías de sus hijos y sus nietos? Ella vivió una situación muy vergonzosa con su padre durante parte de su infancia y adolescencia. Nunca le ha contado a nadie. Ha sido un pesado recuerdo con el que ha cargado la mayor parte de su vida. Todo lo relacionado con ello está metido ahí, en su cuarto oscuro. Ha vivido con estas dos emociones durante décadas y las ha mantenido encerradas en su oscura habitación. Ha intentado olvidar cada uno de los recuerdos asociados a esos momentos. Es por ello que, entre las muchas fotografías que se encuentran en toda su casa, no hay imágenes de su infancia o adolescencia. Todas las imágenes y recuerdos que tienen relación con esas etapas de su vida han sido amontonados en cajas de metal oxidado dentro de la habitación y junto con ellas se encuentra un gran sentimiento de culpa. Su padre tampoco aparece en las fotografías familiares. Esas imágenes también se encuentran arrumbadas en bolsas de plástico negro dentro de la oscura habitación. Junto con ellas está todo el resentimiento y el odio que durante décadas ha sentido hacia su progenitor. Ella trata de convencerse de que el odio hacia su padre ya no existe pues falleció hace varios años. Pero la verdad es que, a pesar de la muerte de su padre, ese resentimiento sigue vivo y latente, produciendo ruidos, gritos y malestar desde el interior de la habitación. Esas dos emociones, culpa y resentimiento, no le dejan vivir en paz. Cada vez que mira las fotografías de su hija Susy le recuerdan su propia infancia pues se parece tanto a ella. En ese instante escucha sollozos de dolor y gemidos desgarradores dentro de la habitación y la puerta comienza a moverse con brusquedad como queriendo abrirse. Por eso ha llamado varias veces al carpintero para que la refuerce con clavos, tornillos y gruesos trozos de madera. Cada vez que alguna persona, mirando las fotografías familiares colgadas sobre la pared de la sala, le pregunta por qué su padre no aparece en ellas, el resentimiento encerrado en su cuarto oscuro se retuerce violentamente emitiendo aullidos de rabia y pronunciando maldiciones cargadas de agresividad. En esos momentos un fétido olor escapa del cuarto por debajo de la puerta. Si la persona le pregunta a Isabel de dónde proviene ese olor, ella trata de disimularlo diciendo que su origen es un basurero que se encuentra detrás de su casa. Luego, en cuanto tiene oportunidad, coloca todo tipo de sustancias, pegamento y silicón alrededor de la puerta a fin de evitar que el nauseabundo

olor siga saliendo. Así ha vivido durante años, tratando de contener todo lo que parece querer escapar de la oscura habitación. Una noche, mientras Isabel dormía, los sueños surgieron en su mente. Esos sueños evocaban momentos vividos con su padre como parte de aquella vergonzosa situación del pasado. Los recuerdos reprimidos en la habitación provocaban dichos sueños y estos, a su vez, despertaban y nutrían esas emociones reprimidas. Dichos sueños, cargados de emotivos recuerdos, se convirtieron en pesadillas. Isabel, profundamente dormida, se movía con intranquilidad en su cama. En uno de los rincones de la oscura habitación, se escuchó una voz: ―Yo soy la culpa. Soy una incómoda emoción que Isabel lleva cargando consigo. Estoy aquí para recordarle continuamente lo estúpida que fue al haber permitido que su padre se propasara con ella, al no haberle puesto un límite, al no haber pedido ayuda ni haberle dicho a nadie lo que ocurrió… Mientras hablaba, se escuchaban otras voces, gemidos y ruidos dentro de la habitación. ―Ja, ja, ja ―soltó una carcajada la culpa―. Soy una vil emoción que le acompañará toda la vida. Desde otro de los rincones, debajo de un montón de basura y recuerdos rotos, otra voz se escuchó. ―No te jactes tanto. Eres poca cosa en comparación conmigo ―dijo la voz―. Yo me parezco a ti, pero soy más fuerte y más grande. Tomo diversas formas dependiendo de cómo me quiera manifestar: resentimiento, rencor, odio, coraje, enojo. Las paredes y el piso de la habitación crujían. ―Soy pariente de la furia ―agregó el resentimiento―. Soy el odio de Isabel. ¡Odio a mi padre por lo que hizo! ¡Odio a mi padre por la manera como me desgració la vida! ¡Lo odiaré hasta el fin de mis días! ―Yo también soy pariente de la furia ― dijo enseguida la culpa― y soy como tú. Yo también odio. Pero me odio a mí misma. ¡Yo, Isabel, me odio a mí misma! Me odio por lo que permití. Me odio por no haberle puesto un alto a mi padre. Muchas veces pienso que yo misma lo propicié. Creo que yo fui la que provocó sus abusos. Por eso me odio aún más. El resentimiento contraatacó. ―Yo soy peor que tú. Tengo más poder. ¿Qué puede ser peor que una emoción tan vil hacia el hombre que te dio la vida? ¿Qué puede ser peor que una sentir odio hacia una de las dos personas que transmitieron sus genes para

formar tu cuerpo y todo lo que eres? ―¿Qué puede ser peor? ―insistió la culpa―. Te diré qué es peor: el odio hacia uno mismo. Odiarse a sí mismo es mucho peor. Odiar a la única persona que siempre está contigo, que siempre ha estado contigo y que siempre estará contigo. Odiar a la persona de la que no te puedes separar ni un segundo. Odiar a la persona con la que comes, con la que duermes, con la que respiras y con la que vives cada segundo de tu vida. Soy la peor emoción. Es como aniquilarse a sí mismo de manera permanente. Sin embargo, el resentimiento no daba muestra de estar dispuesto a ceder en sus argumentos. ―Pues yo también soy fatal ―dijo―. Odiar a alguien es como tomar veneno esperando que el otro muera. Pero el único que resulta dañado es uno mismo. A través del odio, yo Isabel, me destruyo a mí misma. Al odiar a mi padre, aún ahora que está muerto, es como tomar veneno esperando dañarle y castigarle cuando la única persona que resulta dañada y castigada soy yo misma. En lo que sí estuvieron de acuerdo el resentimiento y la culpa fue en que, a pesar de todo el poder y control que ejercen sobre una persona como Isabel, si ella se diera cuenta de la capacidad que tiene, podría sacarlas de ese cuarto oscuro, transformarlas y de esa manera perderían todo su poder sobre ella. Entonces Isabel se liberaría. ―Pero, mientras no tome conciencia de que tiene esa capacidad ―exclamó el resentimiento riendo y con un tono de burla― seguiremos controlándola como a una marioneta con hilos. Al igual que Isabel, una gran cantidad de personas tienen encerradas en su cuarto oscuro alguna o ambas emociones: resentimiento y culpa. Intentan olvidar todo lo que tiene que ver con ellas. Evitan pensar en los sucesos que les dieron origen. Sin embargo, al hacerlo así, sólo logran alimentarlas y hacer que se nutran y fortalezcan dentro de esa habitación. Como ratas hambrientas dentro de una jaula a las que se les lanza pan duro creyendo que así dejarán de hacer ruido y reproducirse. Así, el resentimiento y la culpa permanecen ahí y continúan causando estragos a lo largo de los años y las décadas en las vidas de personas como Isabel. A mí, Eduardo, como a la mayoría de las personas, también me sucedió. Esas emociones se presentaron en mi vida y, como nadie me enseñó acerca de ellas ni me preparó para saber qué hacer si se presentaban, las tuve largo tiempo encerradas en el cuarto oscuro de mi casa.

Como a tantas personas, me quitaron paz y tranquilidad durante años hasta que tuve la fortuna de aprender cómo encararlas. Quiero compartir eso contigo. Para ello te contaré un poco sobre mi vida.

EXPERIENCIA EXTREMA Los primeros años de mi vida fueron bastante comunes. Mi infancia fue muy parecida a la de la mayoría de los niños. Nací en una familia bastante “ordinaria”. Mi padre era un hombre trabajador, nacido en la ciudad de México, que laboraba en una empresa del sector energético. Mi madre, una mujer sencilla proveniente de un pueblito del estado de Hidalgo, se dedicó a ser madre y ama de casa. Fui el tercero de cinco hermanos. Vine al mundo dos años después de mis hermanas gemelas Katy y Gely. Tres años después de mi nacimiento nació mi hermana Norma y, dos años más tarde, Arturo, mi hermano menor. Vivíamos en un departamento ubicado en el cuarto piso de un pequeño edificio en la capital. Aunque no teníamos lujos, contábamos con todo lo necesario para vivir bien. Asistíamos a un colegio que se encontraba bastante cerca. Yo era un estudiante de desempeño regular. Como la mayoría de los niños, mis hermanos y yo vivimos momentos de dicha, de diversión, de ilusión y de alegría que se convirtieron en parte de nuestros recuerdos. En una ocasión se nos ocurrió soltar macetas que al llegar al piso explotaban en mil pedazos. Nos divertimos mucho hasta que un vecino fue a reclamar a mis padres. Un día, mi padre nos compró unos pequeños pollos. Al crecer necesitaron de una gran jaula que fue instalada en el pasillo central del departamento. Nuestras mascotas emplumadas se convirtieron en hermosas gallinas que ponían huevos y en fuertes gallos que nos despertaban cada mañana con su kikirikí. Esas aves de corral llenaron de vida nuestro hogar durante un buen tiempo. Un momento muy preciado de mi infancia fue cuando, a la edad de ocho años y después de haber sido instruido con precisión por mis padres, recibí el permiso para ir yo solo a la escuela. Deseaba experimentar la libertad y la satisfacción de recorrer por mí mismo ese trayecto. Fue una experiencia maravillosa. El primer día en que lo hice salí con decisión de la casa; recorrí las calles y crucé las esquinas con el cuidado que me habían inculcado. Llegué triunfante al colegio. Me sentí como todo un adulto. Me sentí muy capaz y libre. Como muchos niños, parte de los recuerdos que con más cariño atesoro en mi corazón son los relacionados con la época navideña. Mi madre se esmeraba

sobremanera al colocar el árbol en una esquina de la sala. Mis hermanos y yo gozábamos en grande la magia de recibir juguetes de Santa Claus y los Reyes Magos. El día previo a la llegada de los regalos nos la pasábamos en pijama desde muy temprano esperando impacientemente que cayera la noche. Una de las imágenes más fantásticas que quedaron grabadas en mi mente es la escena que veía al abrir la puerta de mi habitación: el árbol de navidad con todos los presentes en el piso alrededor de él. ¡Qué mágico era abrir las cajas, junto con mis hermanos, y descubrir lo que cada uno de nosotros había recibido! No cabe duda de que nuestra vida era común y sencilla, pero muy bella. Todo cambió drásticamente cuando yo tenía alrededor de once años. Un suceso inesperado trastocó la vida entera de nuestra familia: mi padre contrajo una extraña enfermedad que le imposibilitó el movimiento desde el cuello hasta los pies. Nuestro mundo se vio violentamente sacudido. Mi padre, con el acompañamiento de mi madre, comenzó una larga travesía por clínicas, hospitales, estudios y pruebas de laboratorio. Además del dolor y la incertidumbre que eso generaba, nuestra economía se vio fuertemente golpeada. Tres infartos y dos neumonías, procedimientos médicos como una traqueotomía, diversos padecimientos y muchas otras complicaciones mantuvieron a mi padre al borde de la muerte durante largos meses. No puedo saber con exactitud cómo vivieron mis hermanos ese tiempo pero, para mí, cada día que transcurría era una pesadilla. Era doloroso ver a mi padre en una cama de hospital, conectado por tubos y sin poder moverse. Y también era dolorosa la soledad al estar en casa, sin verlo y sin saber lo que estaba sucediendo con su vida; temiendo que en cualquier momento lo perderíamos para siempre. Veía a mi madre llorar y la escuchaba llena de angustia cada vez que hablaba con diversos familiares. Yo experimentaba permanentemente miedo, dolor, soledad y un profundo sentimiento de abandono. Ahora entiendo que, durante esos largos meses, mi “cuarto oscuro” se fue llenando con todas esas emociones que nadie me había preparado para manejar. Vi sufrir tanto a mi mamá. Vi sufrir tanto a mi papá. Toda nuestra familia sufría y no parecía haber ni un solo rayo de esperanza. Dado que mi madre se veía continuamente en la necesidad de acompañar a mi padre y no podía atendernos, nos enviaron a mis hermanos y a mí a vivir a

casa de mi tía Conchita y de mi tío Germán. Ellos también tenían cinco hijos. De pronto se vieron en la necesidad de acoger a otros cinco. Aunque yo ya no era un niño pequeño, aún no tenía la capacidad para asimilar la magnitud de todo lo que estaba sucediendo junto con los cambios tan extremos a los que debíamos adaptarnos. Transcurrieron los meses y mi padre no experimentaba ninguna mejoría. Y, como habían insinuado a mi madre que la enfermedad podría estar relacionada con el medio ambiente de la gran ciudad, tomó la decisión de que nos fuéramos a vivir a su pueblo natal, Zimapán, donde además podría contar con algún apoyo por parte de su familia. Ahí comenzamos una nueva etapa viviendo del pago que recibía mi padre cada catorcena de parte de la compañía para la que había trabajado. Nos instalamos en el pequeño pueblo y tratamos de continuar juntos una vida “normal”. Yo había ingresado a la escuela secundaria. Pero nuestra vida distaba mucho de ser normal. Conforme pasaban las semanas y los meses, la desesperación de mi padre iba en aumento y, con ello, la tensión en toda la familia. No sólo estaba atrapado en la inmovilidad de su cuerpo sino que además se sentía encerrado en un lugar completamente diferente a la colosal ciudad en que había pasado toda su existencia. ―¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ―gritaba con desesperación―. ¡Quiero salir de aquí! Sus gritos permanentes agravaban el clima de tensión y dolor en el que transcurrían nuestros días. Años atrás, mi padre había adquirido un auto de un modelo llamado Gremlin. Aún se encontraba en excelentes condiciones. De vez en cuando, alguna persona del pueblo se ofrecía para sacarlo a pasear por los alrededores en el vehículo familiar. Pero no era suficiente. Cuando yo me acercaba a él, siempre me rogaba lastimosamente: ―¡Hijo! ¡Llévame a México! ¡No soporto estar aquí! ―Me miraba fijamente y me imploraba una y otra vez:― ¡Llévame a México! Además del dolor de la enfermedad y la impotencia que le provocaba la imposibilidad de moverse, algo más atormentaba de manera continua la mente de mi padre. Él era veinte años mayor que mi mamá. Mientras él pasaba ya del medio siglo de vida, ella, que había sido tan sólo

una jovencita al contraer matrimonio, se encontraba en la plenitud de sus treintas. Como mi madre se veía en la necesidad de salir de casa continuamente para atender sus diversas responsabilidades, mi padre vivía flagelado por celos y por todo tipo de pensamientos obsesivos. Debido a eso, con mucha frecuencia me hablaba mal de mi madre y me insistía con desesperación: ―¡Hijo! ¡Llévame a México! Era tanto el aprecio y cariño que sentía hacia mi padre, así como el dolor que me provocaba verlo sufrir, que ante su insistencia de que lo llevara a la ciudad de México aprendí a manejar en las carreteras de la sierra hidalguense, en la zona del lado de la Huasteca Potosina. Una mañana, mientras mi madre y mis hermanas estaban ausentes, en un momento en que se mezclaron impulsividad, inmadurez, dolor, inconciencia, desesperación y amor hacia mi progenitor, llené de ropa unas bolsas. Las eché junto con su silla de ruedas en la parte trasera del auto. A él lo acomodé en el asiento delantero del lado derecho. Subí a mi pequeño hermano de ocho años al asiento trasero. Encendí el auto y salimos del pueblo rumbo a la ciudad de México. No tenía idea del colosal impacto que eso tendría en nuestras vidas ni de todo lo que sucedería durante los siguientes años como consecuencia de la decisión que acababa de tomar siendo yo apenas un chico de trece años.

POR CALLES Y CARRETERAS Conduje por primera vez durante cuatro horas desde Zimapán hasta México y nos internamos en la gran metrópoli. Durante las primeras semanas recurrimos a los hermanos de mi padre en busca de ayuda. Sin embargo, algo que yo no alcanzaba a comprender debido a mi temprana edad, era que ellos tenían su familia y sus propios problemas de qué encargarse. Nos recibían en su casa, proporcionándonos techo, alimento y la oportunidad de tomar un baño. Pero, en medio de reproches y regaños, insistían en que regresáramos a nuestro hogar, con mi madre. Decían que ahí estaba nuestro lugar y que a ella correspondía la responsabilidad de atender a mi padre. Luego de unos días, ante la incomodidad de su insistencia, optábamos por marcharnos, pero no para volver al pueblo. Con el dinero que cada dos semanas cobrábamos del pago de mi padre llenábamos el tanque de gasolina, comíamos mañana, tarde y noche y nos hospedábamos en algún hotel, además de comprar en tiendas de abarrotes todo el alimento chatarra que se nos antojaba. Nuestra afición favorita era entrar al cine. Cuando teníamos dinero asistíamos todos los días. ¡Cómo disfrutábamos ver películas! A mi corta edad me convertí en un experto en el arte de subir, cargar, trasladar y asistir a un paralítico de 90 kilogramos, incluyendo ayudarle a hacer sus necesidades en su complicada situación de enfermedad. Mucha parte del tiempo la pasábamos sin hacer nada. Simplemente detenía el auto debajo de un gran árbol y nos tirábamos a su sombra durante horas mirando el cielo o leyendo historietas. Recuerdo una gran cantidad de momentos en que hicimos eso en Chapultepec. Dado que muy pronto adquirí una gran práctica manejando el auto, muchas veces utilizábamos el dinero que cobrábamos para irnos a pasear a alguna otra ciudad. Así visitamos lugares como Acapulco, Taxco, Toluca, diversas ciudades del estado de México, Pachuca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Guadalajara y San Juan de los Lagos. En una ocasión mi padre nos guio hasta el lago de Pátzcuaro para que comiéramos charales recién sacados del agua. En otra, me dijo que deseaba comer pescado, así que conduje hasta un restaurante de mariscos. ―¡No, hijo! Yo quiero pescado fresco ―me dijo―. Vamos a Veracruz.

Así que nos enfilamos por carretera hasta ese puerto. Ahí mi padre sació su antojo y gozamos recostados en la arena de la playa.

Conocimos muchos pueblos en los que comíamos deliciosas gorditas y otros alimentos típicos del lugar. Pero el dinero se agotaba pronto al utilizarlo de esa manera tan poco planeada. Así que el auto familiar terminó convirtiéndose en nuestro lugar para vivir la mayor parte del tiempo. Mi padre, mi hermano y yo creamos un lema que se aplicaba perfectamente a la vida que llevábamos: “Tres días como reyes y el resto como bueyes”. Normalmente aparcaba el vehículo fuera de algún restaurante que permanecía abierto las 24 horas del día a fin de dormir ahí durante la noche. De esa manera nos sentíamos más seguros. Yo estaba siempre en el lugar del conductor, con mi padre al lado y mi hermano en el asiento trasero. Pero algunas veces me encontraba tan cansado que intercambiaba el lugar con mi hermano. En muchas ocasiones, mientras yo dormía, se presentó la necesidad de mover el auto y eso llevó a que mi hermano, a su corta edad de nueve años, aprendiera a conducirlo. Pronto nos vimos en la necesidad de conseguir dinero para esa parte de la catorcena en que ya no nos alcanzaba el pago de mi padre. ¿Qué podían hacer dos chicos de trece y ocho años? Fue cuando comenzamos a lavar parabrisas en las esquinas. Conforme conocíamos personas, se presentaron también otras formas de ganar unos pesos como cargadores de cajas de refrescos e incluso trasladando personas en nuestro vehículo. Esa se convirtió en nuestra vida. Ahí estaban dos niños que habían vivido en

una familia bastante común, que habían tenido un techo bajo el cual vivir, una madre que les cocinaba y les cuidaba, un colegio al cual asistir y muchas otras comodidades. Esos chicos se habían convertido en niños de la calle, lavando cristales de autos y realizando otras actividades a fin de salir adelante con un padre paralítico y, por extraño que parezca, esa pasó a ser considerada por nosotros como una vida “normal”. Uno de los muchos acontecimientos que marcaron nuestra existencia en la calle fue el terremoto de 1985. Habíamos pasado la noche durmiendo en el auto cerca de la colonia San Rafael. Solíamos frecuentar esa zona que nos proporcionaba un sentimiento de seguridad gracias a que la conocíamos pues ahí se encontraba el departamento en el que habíamos vivido durante los años previos. Estábamos profundamente dormidos cuando sentí que el auto se movió. Desperté. Creí que alguien lo estaba empujando. Miré alrededor pero no vi a nadie. ―¡Papá! ¡Papá! ―levanté la voz a fin de despertar a mi padre ―. ¡Creo que está temblando! A él le había tocado vivir tres décadas atrás el fuerte sismo de 1957 y solía decir que le aterraban los terremotos. Mi padre despertó. Miró el movimiento de los cables y los postes de la electricidad. Lleno de miedo, confirmó: ―¡Sí! ¡Está temblando! Mientras toda la ciudad se sacudía violentamente y con ella nosotros dentro del auto, vimos una de las fatídicas escenas que se repitieron en muchas partes: un edificio de varios pisos cayendo estrepitosamente. Después del gran susto de aquella mañana del 19 de septiembre, durante las siguientes horas y días, debido a que no teníamos un lugar fijo a dónde ir, deambulamos sin rumbo por calles y avenidas siendo testigos de la indescriptible destrucción que había dejado aquel movimiento telúrico en la capital del país. Además escuchábamos por la radio las noticias de todo lo que estaba aconteciendo como consecuencia del potente terremoto. El sismo marcó la vida de muchísima personas y, en particular, la nuestra. No teníamos más que hacer que movernos de aquí para allá contemplando el dolor y la tragedia. Había muertos por doquier. En el garaje de un hotel vimos cómo amontonaban los cadáveres y lo único que hacían era mantenerlos en medio de hielo a fin de evitar que se descompusieran rápidamente. Han transcurrido varias décadas y todavía se me enchina la piel cuando paso por ese lugar; aún existe esa

construcción y no puedo evitar voltear y mirar en cada ocasión. Tiempo después, en una de las muchas ocasiones en que ingresamos al cine, se presentó otro temblor aunque de menor intensidad. Las personas corrían despavoridas hacia afuera sin importar a quién atropellaran a su paso. Sólo me limité a cubrir a mi padre lo mejor que pude con todo mi cuerpo mientras pasaba aquel momento. Y, tal como en ese instante en el cine, durante los años que vivimos en la calle me dediqué a proteger de la mejor manera, como si yo fuera todo un hombre fuerte y adulto, a mi padre minusválido y a mi pequeño hermano. Durante ese tiempo, en incontables ocasiones soportamos hambre y frío. Fuimos objeto de abusos, vejaciones, insultos y humillaciones. En una ocasión, mientras limpiaba parabrisas en una esquina, sentí que una mujer y un chico de mi edad me miraban fijamente. Cuando volteé descubrí que se trataba de mi mejor amigo de la escuela primaria que transitaba en un auto con su mamá. Corrí hasta nuestro vehículo. Me sentí profundamente apenado y triste. Quería esconderme o desaparecer. ¿Cómo había llegado a esa situación después de haber tenido una vida normal como la que él seguía teniendo? En ese momento me sentí tan mal que deseaba que la tierra se abriera y me tragara. Nos vimos expuestos a una gran cantidad de peligros. Hicimos del baño, dormimos y comimos en lugares completamente insalubres. Fuimos extorsionados por policías. Corrimos una gran cantidad de riesgos, como en las ocasiones en que transportamos personas con drogas a fin de recibir una buena paga. Estuvimos en medio de graves peligros como un día en que tres tipos armados con pistolas me alejaron del auto y amenazaron con matarme. Yo me vi en la necesidad de “tomar” cosas que no me pertenecían, como comida, gasolina o ropa, a fin de cubrir las necesidades de mi padre y mi hermano. Recuerdo que estacionaba el coche a media cuadra de algún puesto de quesadillas. Usaba como excusa la invalidez de mi padre para que me dejaran llevar la comida hasta el vehículo. Cuando ya teníamos todo lo que deseábamos en ese momento, encendía el motor y arrancaba, marchándonos del lugar sin pagar. Literalmente hacíamos “comida corrida”. A mi corta edad me veía en la necesidad de ser el fuerte de los tres, pero en el fondo experimentaba continuamente impotencia, dolor y soledad. Muchas noches, mientras mi padre y mi hermano dormían profundamente y yo conducía el auto por alguna calle o carretera, ríos de lágrimas escurrían por mi rostro. En una ocasión nos dirigíamos de regreso a la ciudad de México transitando

por unas estrechas carreteras de Michoacán. Cerca de un pueblo llamado Queréndaro había un retén y un soldado me hizo una señal para que me detuviera. Yo traía los ojos tan llenos de lágrimas que no alcancé a verlo. Un tramo más adelante, un pelotón de militares nos cerró el paso encañonándonos con fusiles. Me bajaron con insultos y empujones y comenzaron a registrar el auto. Fue hasta que les pedí disculpas y vieron que viajaba con un inválido y un niño que se compadecieron de mí. Entonces nos dejaron continuar con nuestro camino. Podría escribir todo un libro tan sólo con las experiencias que vivimos durante esos cuatro años de nuestras vidas. Es cierto que hubo risas y momentos divertidos, pero lo que predominó fue el dolor, la tristeza, la soledad, la incertidumbre, el peligro, el sentimiento de vacío y las lágrimas. En este momento lo que realmente me interesa resaltar es cómo, durante ese período en el que fui objeto de humillaciones, abusos y vejaciones, no tuve la capacidad para procesar todas las emociones que se derivaron, así que mi cuarto oscuro se llenó de culpa y resentimiento. Y estas emociones son el tema principal que nos ocupa.

EN MI CUARTO OSCURO Como ya hemos mencionado, las emociones como la culpa y el resentimiento suelen presentarse tarde o temprano en la vida de prácticamente todas las personas. Son emociones que de manera natural se disparan como reacciones internas ante una gran cantidad de sucesos. Cuando se presentan situaciones tan extremas como las que viví durante mi adolescencia con mucha mayor facilidad surgen estas emociones dentro de nosotros y, como no estamos preparados para encararlas, terminamos reprimiéndolas dentro de nuestro cuarto oscuro. Ahí, con toda la fuerza que poseen, a lo largo de nuestra vida generan una gran cantidad de consecuencias. Mi padre, mi hermano y yo vivimos en la calle durante tres años. Enseguida todavía viví con mi padre un año más en esas condiciones. Finalmente regresamos al hogar y volvimos a formar una familia junto con mi madre y mis hermanas. Durante el tiempo que pasamos fuera de casa fueron surgiendo con una fuerza monumental la culpa y el resentimiento. En mi cuarto oscuro se fue apilando día tras día una cantidad enorme de momentos, vivencias y experiencias de las cuales se nutrían esas monstruosas emociones. ¡Qué impresionante todo lo que la oscura habitación de mi interior fue acumulando durante esa etapa! Y eso no terminó al regresar a casa. Al contrario. A lo largo de los siguientes años, mientras me convertía en un joven y luego en un adulto, fui comprendiendo la magnitud de lo que habíamos vivido, el peso de las decisiones que había tomado y el impacto que esto había tenido en nuestra familia. Entonces la culpa y el resentimiento adquirieron una fuerza mucho más colosal. Para el tiempo en que terminé la preparatoria y cursé los primeros años de mis estudios universitarios, la fuerza de esos monstruos dentro mi cuarto oscuro era ya inconmensurable. Se habían instalado ahí con todo su poder. Como todas las personas, reforcé inconscientemente las paredes, puertas y ventanas de esa habitación en un intento por que me dejaran tranquilo. En ese tiempo, cuando yo tenía veintiún años, diez años después del inicio de su enfermedad, mi padre finalmente falleció. Tuve la esperanza de que una fría y pesada losa como la que cubrió su tumba hubiera quedado, con su partida, instalada también en la puerta de mi cuarto oscuro a fin de que los monstruos de

la culpa y el resentimiento quedaran encerrados ahí dentro para siempre y me dejaran seguir adelante en paz con mi vida. Pero, como tú estás comprendiendo a lo largo de estos capítulos, eso no es posible. ¿Cuáles fueron las culpas, odios y resentimientos que se instalaron en ese tiempo en las profundidades de mi cuarto oscuro? Todo lo que en ese tiempo hice parecía ser una inmensa fuente de culpa. Experimenté un gran remordimiento por haber aprendido a manejar, por haber sacado impulsivamente a mi padre de la casa, por haber cargado con mi hermano, por haber dejado a mi madre y mis hermanas solas y sin el dinero de la pensión de mi padre, por haber desintegrado a mi familia. Sentía que el culpable de todo lo que estábamos viviendo era yo. Yo conduje la Gremlin desde Zimapán hasta la ciudad de México, yo cargué a mi padre y su silla de ruedas, yo separé a mi familia, yo llevé a mi padre y mi hermano a vivir en la calle. Sentía que todo lo que mi hermano estaba viviendo y padeciendo era culpa mía: frío, hambre, riesgos, incertidumbre, carencias. Asumía que el contacto que llegamos a tener con personas potencialmente peligrosas era culpa de mis actos. Yo era culpable de exponer a mi hermano, a mi padre y a mí mismo a drogadictos, prostitutas, policías abusivos, vendedores de droga o personas armadas. En una ocasión en que mi hermano comenzó a limpiar el parabrisas de un auto, el hombre que lo conducía sacó una pistola y acercándola al rostro de mi hermano le gritó: “¡Deja mi auto! ¡Yo no te pedí que lo limpiaras!“ En muchos momentos, una incidiosa voz interna me recordaba que no estaríamos pasando por todo eso si yo no hubiera sacado a mi padre y a mi hermano de casa. Me recordaba que, de no haber sido por mi impulsiva decisión, estaríamos disfrutando de un techo bajo el cual vivir, una cama cálida y cómoda para dormir, comida recién hecha por mi madre, compañía y cuidado de ella y de mis hermanas, aprendizaje en una buena escuela, amigos cerca de casa y todas esas cosas que los niños comunes de nuestra edad podían disfrutar. En los días y semanas que siguieron al terremoto de 1985, mi pequeño hermano contempló desde la ventana del auto una asombrosa cantidad de destrucción, dolor y muerte. Era demasiado para un niño de su edad. Y yo era el culpable de que él tuviera que ser un espectador de tan trágicas escenas. Mis padres, desde niño, me habían inculcado el valor de la honestidad. Al verme en la necesidad de hurtar con engaños gasolina, ropa o comida, un

sentimiento de culpa remordía mis entrañas. A pesar de las circunstancias, sabía que eso no estaba bien. Me sentía culpable por hacerlo y, además, una voz interna me decía que yo había tomados las decisiones que me habían llevado a la necesidad de hacerlo. Eso alimentaba aún más mi culpa. Frecuentemente había personas que nos preguntaban por mi mamá. ¿Por qué andábamos en la calle? ¿Dónde estaba ella? ¿No debería ser ella quien se encargara de mi padre y mi pequeño hermano? Yo no sabía qué responder ante esos cuestionamientos. En lugar de que esas preguntas me llevaran a la reflexión, surgía dentro de mí mucha molestia. ¡Ellos qué saben! Pero luego, pensando que quizás tenían razón, me sentía culpable por todo lo que estábamos viviendo. Muchas veces, con la conciencia que iba adquiriendo al ir creciendo, me ponía a pensar en todo lo que estábamos viviendo. Un monstruoso sentimiento de culpa se enroscaba en mi corazón y me torturaba. Me sentía culpable por la enorme inconciencia con la que había sacado a mi padre y a mi hermano de casa. ¡Cómo era posible que yo, a los trece años, hubiera asumido la responsabilidad tan inmensa de hacerme cargo de un hombre paralítico y un niño de ocho años! ¡Y más en condiciones tan extremas como vivir en la calle! Después de tres años de vagar por calles y carreteras, la culpa de haber arrastrado a mi hermano a ese tipo de vida era tan grande que consideré la idea de dejarlo en casa, con mi mamá y hermanas. Obviamente ahí él estaría mucho mejor. Además podría retomar sus estudios de educación primaria. Cada vez que se lo planteaba, él me decía que no lo dejara. Quería continuar con nosotros. De alguna manera era el mundo en el que había aprendido a sobrevivir al haber pasado con mi padre y conmigo de los ocho a los once años. Un día, mientras estábamos en casa de mi madre, sin decirle nada y sin que se diera cuenta, bajé sus cosas del auto y me marché con mi padre, dejando ahí a mi hermano. Conduje llorando desconsoladamente desde Pachuca, donde ahora vivía mi madre con mis hermanas, hasta la ciudad de México. Aunque sabía que era lo mejor para él, me sentí profundamente culpable por haberlo dejado ahí contra su voluntad pues sentí que lo había traicionado. Mi padre y yo vivimos en la calle todavía un año más. Mi madre fue cada vez más insistente en que regresara también a la casa. Debido a todos los comentarios negativos que durante años mi padre me había hecho de ella, yo tenía mucho miedo de que a mi padre no lo recibiera y lo dejara en la calle. Él no podía estar solo. Volví al hogar con la condición de que mi padre también fuera recibido. Con el paso del tiempo entendí muchas cosas y me enteré de mucho de lo que

había sucedido durante nuestra ausencia. Entonces tomé conciencia del inmenso dolor, preocupación y angustia que había provocado a mi madre a lo largo de todos esos años. Ella día tras día se preguntaba si estábamos vivos, dónde nos encontrábamos, qué penurias y carencias estábamos enfrentando. ¿Estaríamos a salvo? ¿Dónde dormíamos? ¿Tendríamos comida? Un día me contó que, tras el terremoto, temió que hubiéramos muerto. Dejó a mis hermanas y partió a México para buscarnos. ¿Cómo encontrarnos en una ciudad tan inmensa? Comenzó por buscarnos cerca de la colonia San Rafael, donde habíamos vivido antes. Estaba en una esquina, rezando, cuando a lo lejos vio el auto y me vio tras el volante. Estaba demasiado lejos para alcanzarnos, pero en ese momento su corazón descansó y agradeció a Dios que nos encontrábamos con vida. Y, con ese consuelo, regresó al pueblo. Tiempo después, en una de las muchas ocasiones en que volvió a buscarnos, subió al auto con nosotros. En un momento en que bajé, alguien que me conocía me preguntó si ella era mi madre. Le dije que no; que simplemente era una mujer conocida. Cuando ya vivíamos nuevamente en casa mi madre me contó el inmenso dolor que había experimentado por el hecho de que yo la había negado. Mientras vagábamos por las calles durante aquellos años mi madre acudió a los tribunales y consiguió que las leyes le otorgaran la mitad del pago que mi padre recibía cada catorcena. En ese tiempo, tanto él como yo nos molestamos mucho debido a que había disminuido drásticamente el dinero con que contábamos. Pero más adelante entendí que al llevarme a mi padre y cobrar su pensión cada dos semanas había dejado a mi madre y mis hermanas completamente desprotegidas económicamente en medio de una gran necesidad. Eso también me hizo sentir muy culpable. Sin embargo, mi madre nunca me reprochó nada y siempre estuvo dispuesta a acogerme con un amor incondicional. El comprender cuánto había sufrido ella durante esos años y el sentirme a pesar de todo tan profundamente amado hicieron que mis sentimientos de culpa fueran aún más grandes. ¡Cómo era posible que le hubiera causado tanto sufrimiento a quien sólo me había amado y me había abrazado con todo su corazón! Con el paso de los meses y los años, una emoción tan gigantesca como la culpa iba tomando cada vez más y más fuerza dentro de mí: el odio. El pensar en las decisiones que había tomado y recordar todo lo que habíamos vivido, así como entender cómo esto había afectado a cada miembro de nuestra familia me generó cada vez más enojo y resentimiento hacia mi padre.

Sentía que me había dejado influir y manipular por él. Primero, para marcharnos de casa. Luego, para permanecer fuera durante tanto tiempo en condiciones tan deplorables, incómodas y riesgosas. Ahora experimentaba hacia él un inmenso resentimiento por no haber podido tener una vida normal durante ese tiempo, por alejarme de mis hermanas, por haber abandonado a mi madre y por haberla hecho sufrir tanto. Ahora lo odiaba por todo lo vivido: humillaciones, carencias, incomodidades, soledad, tristeza. Lo odiaba por cada lágrima que yo había tenido que derramar. Lo odiaba por haberme empujado para llevar a mi pequeño hermano a esa forma de vida. Experimentaba un profundo rencor hacia mi padre por esos años en que yo había vivido con dolor, soledad y mucho miedo. Me sentía muy enojado por la enorme responsabilidad que había cargado sobre mis espaldas: a mi edad yo debí haber sido cuidado por mis padres y, en lugar de ello, asumí en todos sentidos la enorme responsabilidad de un cuidar a hombre paralítico y a un pequeño. Lo odiaba por haberle creído cada vez que se expresaba mal de mi madre. Lo odiaba por haberme orillado a mentir, a robar, a ponerme en peligro en una gran cantidad de ocasiones. Me sentía profundamente culpable por todo lo que le había quitado a mi hermano al llevarlo a la calle. Ahora experimentaba un profundo resentimiento hacia mi padre pues sentía que eso mismo me había quitado él a mí. Y mi odio no sólo era hacia mi padre. También era hacia mis tíos. Estaba profundamente resentido con ellos por no haberse preocupado más por mi padre en su enfermedad y por no habernos apoyado más en nuestras necesidades. Sentía que era su responsabilidad como hermanos y no la habían cumplido. Incluso me sentía muy enojado con ellos por no haberme hecho entrar en razón, por no haberme hecho entender de alguna manera que lo más adecuado era regresar a casa. Blasfemaba hacia ellos a tal grado que los corrí del funeral de mi padre. ―¡Lárguense! ―les grité con furia―. ¡Ustedes no tienen nada qué hacer aquí! ¡Nunca se interesaron en mi padre! Así fue como una cantidad impresionante de culpa y resentimiento llegó a ocupar mi cuarto oscuro. ¡Tenía que ser una habitación verdaderamente enorme para contener esas emociones de tal magnitud! Es importante resaltar que, si bien era consciente de experimentar culpa y

resentimiento, la mayor parte se instaló dentro de mi cuarto oscuro a un nivel inconsciente. Esto significa que estaban ahí aunque yo no alcanzara a darme total cuenta de ellas. Yo ya tenía más de dos décadas de vida, mi padre había muerto, yo iba ya avanzado en mis estudios universitarios, estaba intentando olvidar el pasado y salir adelante con mi vida. Junto con los grandes monstruos de la culpa y el resentimiento retorciéndose violentamente en las profundidades de mi cuarto oscuro, quedaron también amontonados y encerrados una gran cantidad de recuerdos desagradables. Ahí quedaron los abusos, la soledad, el sentimiento de abandono, el miedo, la vergüenza, el rechazo, las lágrimas, el dolor, las situaciones incómodas, las humillaciones y mucho más. Y por ese tiempo no alcanzaba a ver la magnitud de lo que escondía dentro de mi cuarto oscuro ni tenía la mínima idea de qué hacer al respecto.

PERSONAS MUY REALES Hasta ahora, todos los ejemplos que hemos usado para ilustrar la metáfora del cuarto oscuro, con excepción de lo que te he compartido sobre mi vida, han sido ficticios. El objetivo de todos esos ejemplos ha sido acompañarte a comprender cómo diversos recuerdos, emociones y experiencias que se presentan en nuestra vida, dado que no estamos preparados para manejarlas y asimilarlas, terminan instalándose en nuestro interior y provocando una gran cantidad de daños, consecuencias y limitaciones. Ahora conocerás algunos casos completamente reales. Son casos de personas a las que he tenido oportunidad de apoyar en mi labor de acompañamiento como parte de cursos, talleres o terapias individuales. Todas ellas han vivido situaciones que les han llevado a experimentar fuertes sentimientos de culpa y resentimiento. Ha sido parte de lo que se ha instalado dentro de su oscura habitación. Hemos modificado parte de la información como nombre, edad, ocupación y otros datos con el fin de preservar la privacidad de las personas involucradas pero hemos mantenido la esencia de la situación y las emociones que han enfrentado. Cada uno de estos casos te servirá como ejemplo y tal vez te identifiques con algunos de ellos. Comencemos por resaltar que todas las personas somos seres en permanente desarrollo con carencias y limitaciones de muy diversos tipos. Debido a nuestra propia naturaleza cometemos errores o equivocaciones al asumir distintos tipos de roles en cada una de nuestras relaciones. Y esto sucede de manera mucho más frecuente en nuestras relaciones más cercanas y significativas como con hermanos, padres, hijos o pareja. El tener una convivencia muy estrecha con dichas personas y un vínculo afectivo muy significativo conlleva una mayor posibilidad de lastimar o ser lastimados, de herir o ser heridos, de afectar o ser afectados de alguna manera real o aparente. A esto hay que agregar que nadie nos capacita para relacionarnos adecuadamente en cada uno de dichos casos. Nadie nos enseñó cómo ser hermanos, padres, hijos o pareja de otra persona. Así, en la diaria convivencia surgen diferencias, roces, incomprensiones, molestias, heridas, rechazos a partir de los cuales se activan en nosotros diversas emociones entre las que se encuentran de manera muy particular la culpa y el

resentimiento. Bety es una mujer soltera que se encuentra cerca de los cuarenta. Parecería que la dureza de su personalidad es debida a su profesión como abogada litigante, pero la realidad es que se debe al enorme resentimiento hacia su madre que guarda en su cuarto oscuro. Me mostró las marcas que su madre le dejó en hombros y espalda cuando la golpeaba siendo tan solo una niña. ―Eso no le bastó ―me contó con una clara molestia―. Siguió maltratándome verbalmente hasta que logré independizarme y salir de casa. Por eso casi nunca la visitaba. Hace dos años murió pero aún no puedo sacarme de adentro el odio que siento hacia ella. Además Bety se ha sentido culpable durante décadas por haber permitido tanto abuso de parte de su madre, principalmente durante los últimos años en que considera que, debido a su edad, podría haber puesto un alto a todas esas humillaciones. Cuando Tomás era tan sólo un niño de siete años, su madre, quien hacía años había sido abandonada por su padre, falleció en un trágico accidente. Su hermano y hermana mayores, de 15 y 17 años respectivamente, fueron a vivir a la casa de uno de sus tíos que era soltero. Él fue enviado a vivir con su abuela. Creció con un fuerte resentimiento hacia sus hermanos por haberlo abandonado, pues eran las personas más cercanas para él y realmente los quería y admiraba. Debido a ese rencor, al crecer se alejó completamente de ellos hasta convertirse mutuamente en unos completos desconocidos. ―Hace apenas unos meses ―me confesó― me enteré que la decisión de que fueran a vivir con mi tío no fue de ellos sino de mi tía Patricia. Ellos hasta pelearon con ella porque me querían a su lado. Pero nunca lo supe. Desde que Tomás se enteró de eso, ha cargado con un enorme sentimiento de culpa por haber juzgado a sus hermanos y por haberlos odiado durante tantos años. Fabiola contrajo matrimonio cuando era una joven idealista y romántica. Después de un periodo que realmente fue bello en su relación, el hombre con quien se había casado se tornó frío e indiferente hacia ella. Continuamente la humillaba y la hacía sentir menos ante otras personas. Eso la hirió mucho. Ella soportó varios años esa situación. Finalmente tuvo el valor para enfrentar a su pareja y, después de un tenso proceso legal, terminó divorciada y con un niño de cinco años. Se casó por segunda vez.

―Ernesto es un buen hombre, mucho más considerado y respetuoso que mi primer marido ―comenta con un aire de tristeza―. Pero no puedo disfrutar mi relación con él porque continuamente surgen recuerdos de mi primera relación que me provocan un gran enojo. Muchas veces me molesto con él sin haber algún motivo. Me siento mal porque sé que eso está deteriorando mi relación y no sé qué hacer. David es un joven universitario que creció con un gran resentimiento hacia su padre debido a que siempre estuvo ausente, enfrascado en el trabajo. ―No recuerdo una sola vez en que haya jugado conmigo o hayamos pasado algún tiempo especial ―dice―. No recibí cariño ni afecto de su parte. Parece que su vida sólo es trabajo y más trabajo. David reconoce que siempre vivió con un nivel de vida muy bueno. Siempre tuvo lujos y comodidades que muchos de sus amigos ni siquiera podían imaginar, pero eso nunca llenó su necesidad de amor de parte de su padre. ―Hubiera deseado que, en lugar de tantos juguetes y ropa de marca ―me comentó mientras recordaba su infancia―, hubiera dedicado un fin de semana para llevarme a un parque a jugar en un columpio. Joel tenía sólo dos años de casado cuando descubrió que Alicia, su joven esposa, se había involucrado sexualmente con Andrés, primo de él. Se sintió profundamente desilusionado, engañado y humillado, lo cual le generó un fuerte rencor hacia Alicia y Andrés. Además se despertó en su interior un profundo sentimiento de culpa por haber confiado en ella. ―No sé si podré volver a confiar en otra persona ―me comentó mientras me contaba su caso―. Era la persona a quien más había amado en mi vida. Confiaba ciegamente en ella. ¡Y me fue infiel casi en mis narices! Susana fue víctima de abuso sexual en varias ocasiones por parte de un tío cuando era apenas una niña. Creció odiándolo. También creció con un gran resentimiento hacia su madre por no haber estado ahí para protegerla y evitar que eso sucediera. ―Además me he sentido culpable toda la vida porque siento que, de alguna manera, yo lo provoqué ―confiesa―. Me he sentido tan culpable que siempre he sentido que no merezco que alguien realmente me quiera. Siempre me he sentido sucia e indigna. Y, al sentirme así, más motivos tengo para odiar a mi tío y a mi madre. Durante los quince años de su matrimonio, Georgina ha acumulado mucho

rencor hacia su esposo por haber descuidado su atención hacia ella y sus hijos debido a que se ha dedicado demasiado a sus negocios. Toño siempre fue un hombre generoso. Dos de sus hermanos y algunos de sus amigos que le pidieron dinero prestado nunca se lo pagaron. Por ese motivo se siente muy resentido con ellos y experimenta un fuerte sentimiento de culpa por haber sido tan confiado y generoso. Ana soportó durante mucho tiempo las actitudes agresivas y el maltrato físico del hombre con quien se involucró sentimentalmente. Después de mucho tiempo de haberlo dejado, aún siente un intenso odio hacia él y una gran culpa por todo lo que permitió. Carlos es un joven que no ha concluido sus estudios universitarios pues reprobó una asignatura del último grado. Siente un fuerte enojo hacia su maestra por haberlo reprobado y considera que por culpa de ella no se ha podido graduar. Adrián dejó de hablarle a su padre, que ya es un anciano, décadas atrás. Siente un profundo rencor hacia él debido a que, cuando vivía su madre, su padre la hizo sufrir mucho con su agresividad y su alcoholismo. Conchita quedó muy resentida con sus hermanos porque durante los últimos años en que vivió su madre sólo ella la atendió y contó muy poco con el apoyo de ellos. Doris consideró durante mucho tiempo a Manuel como uno de sus mejores amigos, además de que había llegado a ser su jefe en la dependencia de gobierno donde ambos laboraban. Ha vivido durante cinco años con mucho rencor hacia él debido a que fue quien gestionó su despido del puesto en que ella se encontraba. En cada uno de estos casos, las personas mencionadas vivieron situaciones que, en su momento, les provocaron dolor. A su vez, ese dolor generó, entre otras consecuencias, intensas emociones de culpa o rencor. Aunque el hecho inicial quedó en el pasado, la carga emocional de esos recuerdos permanece latente, provocando sufrimiento de manera permanente. Una de las ideas centrales que deseamos resaltar en estas páginas es que EL DOLOR ES INEVITABLE, PERO EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL. El dolor es inevitable como parte de nuestra vida debido a nuestras carencias como seres humanos y a nuestra capacidad para sentir y experimentar emociones. Pero, más allá de eso, podemos superar el sufrimiento porque tenemos la capacidad de elegir y modificar el impacto de los recuerdos y de las experiencias que hemos vivido. Tenemos la capacidad de transformar lo que se ha acumulado en nuestro cuarto oscuro a lo largo de los años y de esta manera generar cambios muy positivos en nuestra vida.

Uno de nuestros objetivos al escribir este libro es proporcionarte elementos claros y prácticos que te permitan llevar a cabo ese importante cambio.

LA HABITACIÓN LUMINOSA Volvamos a la metáfora del cuarto oscuro. Hemos resaltado que, en esa casa o departamento que representa los intereses, gustos, experiencias y personalidad de cada ser humano, todos tenemos una habitación que a lo largo de los años se va llenando con un contenido que no sabemos cómo manejar y que genera distintas consecuencias desagradables que nos impiden vivir con plenitud, con paz y tranquilidad. ¿Qué representa realmente esa habitación? ¿Cuál es su verdadera esencia? ¿Cuál sería el estado ideal de ese cuarto como parte de toda la casa? ¿Qué lugar ocuparía? ¿Qué impacto tendría en el resto de la vivienda si esa habitación se encontrara en condiciones óptimas? Piensa en tu cuarto oscuro y por un momento imagínalo en su estado ideal. En vez de ser un espacio sombrío estaría lleno de luz. Imagínalo durante el día con enormes ventanales que dan hacia un lugar natural en el exterior y con tragaluces en el techo que reciben la luz natural del sol. Imagínalo durante la noche con pequeñas lámparas que lo iluminan con luces suaves de colores muy agradables. Definitivamente sería un espacio maravillosamente lleno de luz. No se escucharían ruidos, lamentos, gemidos ni voces quejumbrosas. En lugar de ello, surgirían de esa habitación sonidos suaves y agradables como el sonido del mar, de una cascada, de los pájaros, de suaves y melódicos coros. O tal vez habría tan sólo un apacible silencio. ¡Imagina si se escuchara en ese cuarto el sonido de tu propia risa inocente de bebé cuando sólo tenías unos meses de vida! La habitación estaría impregnada de un aroma muy agradable en lugar del hedor o de los malos olores. Imagina ahí dentro el aroma del mar, de un bosque, de la tierra húmeda, de flores, de madera recién cortada o cualquier otro aroma que te guste. La temperatura sería muy cómoda y agradable en lugar de frío o calor extremos. El cuarto estaría muy bien ventilado. Dentro de él se podría respirar con

mucha facilidad. No existiría la sensación de asfixia propia del cuarto oscuro. Estaría despejado en vez de ser un espacio atiborrado con objetos en total desorden. Sería un lugar tan agradable que no querrías tenerlo cerrado ni escondido. Al contrario. Ampliarías la puerta y las ventanas. Sería un espacio siempre abierto. En vez de gruesas paredes de concreto o metal para aprisionar sus incómodos contenidos y su oscuridad, le pondrías paredes traslúcidas. No querrías ocultarlo y olvidar que se encuentra ahí. Más bien le pondrías algunas flores naturales y desearías tenerlo presente en todo momento. Su luz, su aroma, sus suaves sonidos, su sensación de paz, tranquilidad y bienestar impregnaría el resto de los espacios. Toda tu casa sería un lugar mucho más agradable para vivir. Disfrutarías más tu cocina, tu dormitorio, tu sala, tu estudio, tus patios y tu baño. Día tras día vivirías con mucha mayor plenitud. En lugar de evitar esa habitación, pasarías mucho tiempo en ella llenándote de paz, de fuerza, de inspiración y de vida. Ya no negarías que es una parte importante del lugar que habitas. Ese espacio te daría descanso ante las exigencias de la vida. Te permitiría relajarte de las tensiones del mundo. Te aportaría seguridad ante el temor y ante la incertidumbre de tu existencia. Ahí podrías respirar, descansar y sentirte en total conexión con tu verdadero ser. En lugar del pánico y el terror que te invadía ante la posibilidad de que alguien entrara o mirara dentro de tu cuarto oscuro, desearías que todas las personas que amas entraran y conocieran tu habitación luminosa. En lugar de rechazarlos o alejarlos les invitarías a entrar. Las personas que entraran a ese espacio se contagiarían con su paz, su tranquilidad y su energía tan positiva. Querrían también tener una habitación así de maravillosa en su propia casa.

¿TE GUSTARÍA QUE TU CUARTO OSCURO SE TRANSFORMARA EN UNA HABITACIÓN LUMINOSA COMO LA QUE HEMOS DESCRITO?

Lo maravilloso es que tú tienes la capacidad para transformarla. Sólo necesitas un poco de guía. Para eso hemos escrito este libro.

CONCIENCIA Y RESPONSABILIDAD En nuestra metáfora de la casa que representa los intereses, experiencias, forma de vida y vivencias de una persona, es evidente que hay una diferencia abismal entre el cuarto oscuro y la habitación luminosa. Hay una diferencia colosal entre vivir soportando los ruidos, los rechinidos, el hedor, el frío, las incomodidades, el miedo y la intranquilidad provocados por lo que está encerrado en el cuarto oscuro y vivir inundados por la paz, la tranquilidad, la armonía, los aromas y sonidos agradables que emanan de la habitación luminosa. Hay una diferencia radical entre vivir ocultando, ignorando, escondiendo, encerrando y reprimiendo los contenidos del cuarto oscuro y vivir gozando, compartiendo e impregnándonos con la paz y la tranquilidad de la habitación luminosa. ¿Vale la pena llevar a cabo el trabajo necesario para convertir el cuarto oscuro en una habitación luminosa? Por supuesto que sí. Sí vale la pena. Sin lugar a dudas es una de las cosas más importantes que puedes hacer en tu vida. Si deseas una existencia más plena, más feliz, más satisfactoria, con más paz y serenidad es necesario que lleves a cabo la transformación de ese cuarto oscuro que ha formado parte de tu casa durante toda una vida. Lo primero que necesitas hacer es TOMAR CONCIENCIA, cosa que estás logrando al leer este libro. Necesitas tomar conciencia de que ese cuarto oscuro está ahí. Debes dejar de negarlo, ignorarlo o comportarte como si no existiera. Debes tomar conciencia de que esos ruidos, rechinidos, frío y olor nauseabundo que tanto te incomodan no provienen del exterior. Surgen de las profundidades de tu cuarto oscuro. Necesitas tomar conciencia de que nunca has puesto atención a las necesidades que surgen de ese oscuro lugar. Nunca has realizado una labor de limpieza dentro de ese cuarto porque siempre lo has evadido. Tal vez por miedo o porque no tenías ni idea de cómo hacerlo. Debes dejar de ignorar los gemidos, los ruidos estridentes y los llantos desgarradores que surgen de su interior. Debes, en resumen, tomar conciencia de que todas esas manifestaciones son

indicio de que algo no está bien ahí dentro y te corresponde hacer algo al respecto. Una vez que has tomado conciencia de la existencia del cuarto oscuro, el siguiente paso es asumir una completa RESPONSABILIDAD al respecto. Debes reconocer que ese cuarto es tuyo y de nadie más. Debes reconocer que ese cuarto se encuentra dentro de tu casa, dentro de tu propiedad. Es parte de ti. Te pertenece.

Necesitas asumir la responsabilidad de lo que hay en su interior aunque no sea agradable. Es cierto que la mayor parte de lo que está ahí encerrado no lo pediste, no lo deseaste o no lo elegiste conscientemente. Pero ahí está. Ocupa un lugar y un espacio en esa habitación. Y no se irá ni desaparecerá como por arte de magia. También es cierto que gran parte de lo que está encerrado dentro de sus paredes tuvo su origen en situaciones provocadas directa o indirectamente por otras personas. Pero ellas no vendrán a limpiar ese cuarto por ti. No pueden hacerlo. Cada una de esas personas tiene su propio cuarto oscuro del cual encargarse. Nadie sacará todo lo que hay en el tuyo para llenarlo de luz. Sólo tú puedes hacerlo. Sólo a ti te corresponde. Es necesario que asumas TU RESPONSABILIDAD sobre la vergüenza, los rechazos, el dolor, la tristeza y la soledad encerradas y reprimidas en los rincones oscuros de esa habitación. Y, en particular, es necesario que asumas tu responsabilidad sobre cualquier culpa o resentimiento instalados en ese oscuro cuarto.

Eres RESPONSABLE de lo que suceda con esa habitación y con su contenido. Si dentro de un mes, un año o una década esa habitación continúa igual de oscura y lúgubre, sólo dependerá de ti. Si, por el contrario, ese espacio se convierte en una habitación limpia y luminosa, también dependerá de ti. Eres la única persona RESPONSABLE de lo que suceda con tu cuarto oscuro en los próximos meses, años y décadas de tu vida. Comprométete a transformar ese oscuro cuarto en una luminosa habitación. Ten el coraje de hacerlo. Todos cargamos con una historia que no es la más feliz ni la más grata pero que es parte de nosotros y que sólo nosotros podemos transformar. ¡Hazlo! Has invertido durante años, quizás décadas, una gran energía en mantener oculto ese cuarto, en mantenerlo cerrado, en ignorarlo. Has realizado un enorme esfuerzo por mantener ahí encerrado todo ese contenido que pugna por salir. ¿Por qué no inviertes a partir de ahora ese esfuerzo y esa energía en transformarlo y convertirlo en una habitación que llene tu vida de paz y tranquilidad? Todos podemos hacerlo. Todos deberíamos hacerlo. Bety debe asumir la responsabilidad del resentimiento con el que ha cargado tantos años hacia su madre que la golpeaba. Los golpes ya sucedieron. Las cicatrices están ahí. No las puede borrar. Son parte de sus recuerdos y de su pasado. Todo eso está en su cuarto oscuro. Su madre no regresará de la tumba para golpearla nuevamente. Pero tampoco va a volver del más allá para limpiar el cuarto oscuro de Bety. Ella debe tomar conciencia y hacerse responsable de su cuarto oscuro. Fabiola debe tomar conciencia de que en su interior sigue instalado un enorme odio hacia su primer esposo y que las manifestaciones de esta emoción influyen inadecuadamente en su segundo matrimonio. Las humillaciones de su anterior esposo no regresarán, son parte del pasado. Pero ella debe asumir la responsabilidad de esas emociones que son suyas y que están influyendo negativamente en su vida. Tomás es consciente de que carga con un enorme sentimiento de culpa por haber odiado a sus hermanos a lo largo de muchos años de su infancia, adolescencia y juventud. Se siente culpable por haber creado una barrera en su relación con ellos. Esa barrera y el odio que sintió durante esos años están ahí, formando parte de su historia. No puede cambiarlos. Ahora le corresponde asumir la responsabilidad de transformar la culpa que está instalada con mucha

fuerza dentro de su cuarto oscuro. Lo mismo tienen que hacer David, Joel, Toño, Ana y cada una de las personas de los casos mencionados. Cada una de ellas debe tomar conciencia de la existencia de ese cuarto oscuro con todo lo que está encerrado ahí. Y deben asumir la responsabilidad que les corresponde y que nadie asumirá por ellos. Aún en situaciones como el abuso sexual de que Susana fue víctima, es importante que tome conciencia del efecto que ha tenido y que continúa teniendo en su vida al ser parte de su cuarto oscuro. Ella debe asumir la responsabilidad de esos recuerdos y las emociones que estos le generan y que le siguen lastimando. Emociones que durante años ha reprimido dentro de su oscura habitación. Sólo así podrá escapar de su victimismo. Muchas personas, en casos como los de todos estos ejemplos, han reprimido durante tanto tiempo los recuerdos y las emociones dentro de su cuarto oscuro y se han esforzado tanto por ocultarlas ahí, por olvidarlas y por evitar que escapen de la habitación, que tienen la falsa creencia de que todo está ya bien. Dicen “ya lo superé”, “ya perdoné”, “ya lo trabajé”. Sin embargo, todo eso sigue agitándose violentamente dentro de las paredes del cuarto oscuro. Sólo quedará realmente resuelto en el momento en que tomen conciencia, asuman su responsabilidad y lleven a cabo las acciones necesarias para sacar todo eso de la oscura habitación e integrarlo adecuadamente en el espacio de su casa. ¿Estás listo, estás lista para asumir la responsabilidad de tu cuarto oscuro con todo lo que hay ahí dentro? ¿Estás preparado, preparada para llenar de luz ese oscuro lugar? Si tienes la decisión para asumir esa responsabilidad puedes realizar cambios muy trascendentes en tu vida, grandes cambios que te permitirán tener una habitación luminosa que llene tu existencia de paz, tranquilidad y plenitud.

LAS TRAMPAS DEL EGO Además de tomar conciencia y asumir nuestra responsabilidad, es útil conocer las trampas que nuestra propia mente nos pone continuamente con el fin de que evitemos confrontar lo que hay dentro de nuestro cuarto oscuro. Por increíble que parezca, una parte de nosotros, una parte de nuestras propias capacidades mentales evita que seamos conscientes y asumamos esa responsabilidad que se requiere para transformar el oscuro cuarto en una luminosa habitación. ¿Recuerdas a Luis, el deportista? Resulta que es sonámbulo. Una noche, cuando era muy joven, mientras su sueño era muy profundo, se levantó de la cama dormido. Se dirigió hacia la sala de su casa y arrastró una enorme y pesada vitrina hasta colocarla frente a la puerta de su cuarto oscuro. Luego acomodó dentro de ella sus primeros trofeos. Regresó a la cama y nunca se dio cuenta conscientemente de lo que había hecho. Desde ese día, la puerta de su oscura habitación quedó oculta. A lo largo de los años, un poderoso impulso interno le ha llevado a esforzarse para ganar más y más trofeos a fin de agregarlos a su colección. Una parte de él, mientras dormía, tapó le entrada de su cuarto oscuro. Ahora Luis no es consciente de la puerta que se encuentra detrás de todos esos reconocimientos que ha recibido en su carrera deportiva. Y parece no tener fin su necesidad de triunfos. ¿Recuerdas a Alejandro, quien colocó un inmenso tapiz sobre la puerta de su cuarto oscuro? Él también es sonámbulo. Una noche, siendo apenas un niño, se levantó de la cama profundamente dormido. Se dirigió al sótano. Tomó unos botes de pegamento y un gran rollo de papel tapiz. Enseguida untó el pegamento sobre la puerta de su cuarto oscuro y en toda la pared que le rodeaba. Por último, extendió cuidadosamente el tapiz sobre esas superficies y regresó a la cama. Nunca supo conscientemente lo que había hecho pero la entrada a ese cuarto quedó oculta desde entonces. Realmente él cree que lo único que existe ahí es una sólida pared. ¿Te acuerdas de Lupita, la mujer religiosa? ¡Adivinaste! También es sonámbula. Una noche, cuando era muy joven, se quedó profundamente dormida después

de pronunciar sus rezos nocturnos. Se levantó sonámbula de la cama. Se dirigió hasta el estudio de su casa y arrastró el enorme librero de caoba hasta colocarlo frente a la puerta de su cuarto oscuro. Luego acomodó cuidadosamente sobre él cada uno de sus sagrados libros. Desde entonces ha llenado hasta el último espacio del librero y conscientemente no tiene idea de lo que se esconde detrás de toda su literatura religiosa. ¿Por qué una parte de Luis, Alejandro y Lupita ha ocultado la puerta de su cuarto oscuro? Porque esa parte de ellos busca inconscientemente protegerlos del dolor. Quiere evitarles el dolor que podría causarles abrir esa puerta y ver todo lo que hay dentro. Eso dificulta que ellos sean conscientes de la tarea que nunca han realizado y que asuman su responsabilidad sobre los contenidos de esa habitación. Esa parte profunda de ellos busca protegerles. Pero sólo lo logra parcialmente. Como ya hemos ejemplificado, es tal la fuerza que pugna por salir de ese lugar que, a pesar de estar contenida ahí, escapa continuamente en forma de gruñidos, lamentos, hedor, frío y escalofriantes rechinidos. Muchas veces daña las tuberías, rompe los cristales o produce cuarteaduras en las paredes. El mueble con trofeos, el papel tapiz o el librero realmente no pueden contener la fuerza que está ahí dentro. En nuestra mente hay una serie de mecanismos de defensa que desarrollamos como parte de nuestra personalidad a lo largo de nuestra vida. Esos mecanismos tienden a protegernos del sufrimiento de entrar en contacto con recuerdos dolorosos, humillaciones, rechazos y carencias emocionales. Hay quienes les llaman a estos mecanismos las “trampas del ego”. “Trampas” porque son como tramposos artilugios con los que nos engañamos a nosotros mismos para no abrir los ojos a la realidad. “Ego” porque son parte de nuestra mente. Son reacciones inconscientes que vamos adoptando a lo largo de la vida para protegernos y, al repetirlas una y otra vez, van echando raíces hasta que terminan siendo como una segunda piel. Una de estas trampas es la negación; un mecanismo mental que nos bloquea y nos impide sentir o ver la realidad. “No es cierto que ese recuerdo me duela. No me siento culpable. No siento resentimiento. Esos maltratos no me afectaron. Realmente nunca me sentí rechazado con eso que me hicieron.”

Algunas otras trampas son el orgullo, la vanidad, la soberbia y el sentimiento de superioridad. Como parte de estas trampas podemos volvernos criticones, controladores, perfeccionistas, conflictivos, brabucones, enfermizos o débiles. Incluso hay trampas que pueden tener su lado positivo pero que no dejan de ser mecanismos para evitar que entremos en contacto con las profundas heridas de nuestro interior. A este grupo pertenecen los logros y el éxito de cualquier tipo. A fin mantener oculto ese dolor cosechamos títulos, prestigio, posesiones, dinero, trofeos, diplomas y conocimientos. Todo eso nos aleja inconscientemente del dolor instalado en lo más profundo de nuestro cuarto oscuro. Pero, como ya ilustramos, si ese cuarto no estuviera atiborrado con los desperdicios emocionales de nuestra vida, sería una luminosa habitación que llenaría de calidez, paz y serenidad toda nuestra casa, toda nuestra vida. Entonces, ¿qué es lo que está sucediendo?

CUANTO MÁS HACEMOS POR OCULTAR NUESTRO DOLOR MÁS NOS ALEJAMOS DE NUESTRO VERDADERO SER Por eso llegamos a sentirnos vacíos, solos y perdidos. Y continuamos en la espiral de intentar llenar esos vacíos con cosas externas. Pero nunca lo logramos. El éxito, los triunfos y los logros de cualquier tipo son ciertamente valiosos pero lo son más cuando no estamos intentando llenar con ellos los huecos más profundos de nuestro ser; cuando no son una forma de alejarnos de nuestra verdadera esencia. Todas las trampas que hemos mencionado nos impiden ver lo que no está bien en nosotros y por eso nos resulta más fácil “ver la paja en el ojo ajeno”. En el fondo, todos esos mecanismos tienen una intensión positiva: protegernos del dolor. Por eso nos impiden ser conscientes de lo que hay en nuestro cuarto oscuro. El problema es que, mientras nos protegen parcialmente, impiden que realmente sanemos lo que está mal en nuestro interior. De esta manera las consecuencias de nuestras emociones reprimidas no resueltas siguen afectándonos de muchas maneras a lo largo de la vida.

En última instancia, esas trampas instaladas en nuestra mente impiden que tomemos acción para alcanzar la paz y la tranquilidad que nuestra alma tanto anhela.

LA SOBERBIA DEL PERDÓN La trampa que más deseamos resaltar en esta obra es una mezcla de creencia popular, religiosidad, desconocimiento y falta de conciencia: el perdón. ¿Qué es el perdón? ¿Qué implica dentro de nosotros? ¿De qué se trata? ¿Qué significa perdonar? ¿Qué beneficios tiene realmente? ¿De verdad es una manera adecuada para superar el odio, el rencor, el resentimiento? Según el diccionario, perdonar es “liberar a otro de culpa o de una obligación”. Así lo hemos entendido a lo largo de nuestra vida. Pero esta definición no nos dice nada sobre la persona que lleva a cabo el acto de “perdonar”. Hemos dicho que las trampas del ego son mecanismos de nuestra propia mente para evitarnos confrontar lo que hay en nuestro interior, para impedir que entremos en contacto con recuerdos dolorosos pues, de cierta manera, estos mecanismos tienden a protegernos. Pero hemos señalado que, desafortunadamente, mientras por un lado esas trampas nos protegen parcialmente, por otro lado nos impiden llevar a cabo una verdadera sanación de nuestro cuarto oscuro a fin de convertirlo en esa habitación luminosa que en lo más profundo de nuestro ser tanto deseamos y necesitamos: un alma sana. Desde este punto de vista, el perdón es precisamente eso: una gran trampa del ego. En primer lugar, en la mayoría de los casos, cuando decimos que “hemos perdonado” sólo lo hemos hecho a un nivel racional. “Decimos” que hemos perdonado. Sin embargo, a un nivel emocional sigue existiendo dentro de nosotros en mayor o menor grado el odio, el rencor o el resentimiento. Por eso es tan común la frase “perdono pero no olvido”, lo cual quiere dar a entender algo como “he tomado la decisión de liberar al otro de sus culpas pero no puedo dejar de sentir las emociones que me corroen por dentro”. Seguramente esto sucede no porque no deseemos sinceramente resolver nuestro resentimiento sino porque nadie nos ha enseñado realmente cómo hacerlo y hemos caído en la trampa del perdón. “Perdonar” de esta manera es como atrapar a un monstruo en la cocina o en el dormitorio de nuestra casa, meterlo en una bolsa de plástico, echarlo al cuarto oscuro y cerrar la puerta con cerrojos y candados para que no salga. No hemos resuelto nada. Sigue ahí con toda su fuerza. Gruñirá, arañará las paredes con sus

garras, golpeará las ventanas y su apestoso olor saldrá por debajo de la puerta impidiéndonos estar tranquilos. Tal vez, como ya no lo vemos en la cocina o el dormitorio, creamos la ilusión de que hemos acabado con él, de que hemos resuelto el problema de su existencia de manera exitosa. Pero eso es sólo una ilusión. Por eso es una trampa. Ese resentimiento seguirá afectándonos desde la profundidad del cuarto oscuro. Y aún en el afortunado caso de que lográramos deshacernos del resentimiento tanto a nivel intelectual como emocional, el “perdón” nos atrapa y nos esclaviza de otras maneras. El mero acto de “perdonar“ lleva implícito el hecho de ponernos previamente en el papel de jueces de otra persona. Nos colocamos por encima de ella. Nos sentimos superiores y con la capacidad de juzgarla. Sentirnos superiores a otro ser humano, que posee la misma dignidad y el mismo valor que nosotros, es un auténtico acto de soberbia. Cuando juzgamos a otra persona lo hacemos desde nuestra propia ley moral que no es mejor o peor que la de los demás; solo es diferente, influída por nuestra visión de la vida y marcada con nuestra propia historia de dolor y sufrimiento. De ahí el título de nuestra obra: LA SOBERBIA DEL PERDÓN. Decir que perdonamos a un hermano, a nuestra pareja, a un amigo o a algún familiar puede parecer un acto de generosidad. No es realmente un acto de generosidad sino un acto de soberbia. Por eso es una trampa del ego. Y más aún cuando decimos perdonar a nuestros padres. A través de ellos nos fue dada la vida. Por medio de ellos, de su cuerpo, de sus genes, de su energía y de sus capacidad para transmitir la vida (y quizás también de su amor, aunque no siempre) recibimos el invaluable don de la existencia humana. ¿Y tenemos el descaro de ponernos por encima de ellos como jueces y señores de su vida, creyendo que somos mejores? Supongamos que juzgo a mi padre por no haberme dado el cariño que yo necesitaba pues pasó toda su vida trabajando. Quizás en mi ley moral el cariño es muy valioso. Pero quizás en la ley moral de él, trabajar y sustentar las necesidades de su familia lo eran más. ¿Con base en qué juzgo que mi ley interna es superior a la de él? Sentir que mi ley es mejor que la de otro me pone en un papel de superioridad y de soberbia.

CUANDO NOS PONEMOS POR ENCIMA DE

OTRO PARA JUZGAR Y "PERDONAR" ROMPEMOS EN NUESTRO INTERIOR UN SAGRADO EQUILIBRIO. Vamos en contra de nuestra más profunda esencia que es el amor y bajo la cual todos somos igualmente valiosos. Ponernos como jueces de otros choca con nuestra verdadera naturaleza, lo cual nos impedirá alcanzar la paz y la serenidad propias de la habitación luminosa, de nuestra alma. Por si fuera poco lo que hasta ahora hemos dicho sobre esta trampa del ego, decir que “perdonamosˮ implica que hemos llevado a cabo una evaluación de los sucesos vividos y los hemos encontrado negativos. Te perdono por “el daño que me hicisteˮ. Te perdono que me hayas “lastimado, rechazado y heridoˮ. Perdono “tus ofensasˮ. En nuestra mente se queda anclada una visión negativa de lo sucedido. Y, como eso que vivimos forma parte de nosotros y de nuestra historia, se queda guardado en el cuarto oscuro como algo que intentamos sacar de nuestra vista, de nuestra memoria, del resto de nuestra casa. De esta manera perpetuamos la existencia de ese cuarto oscuro que hace nuestra existencia intranquila o limitada. Por todo lo que hemos dicho hasta aquí sobre el perdón es que afirmamos que PERDONAR NOS ESCLAVIZA. Entonces, ¿cuál es la manera más adecuada de asimilar y transformar los contenidos de nuestro cuarto oscuro asociados a la culpa y el resentimiento? La respuesta es EL AGRADECIMIENTO.

EL AGRADECIMIENTO ES MÁS FUERTE, PODEROSO Y EFECTIVO QUE EL PERDÓN Al observar los sucesos de nuestra vida desde la óptica de nuestra verdadera esencia que es el amor, identificando razones para sentirnos agradecidos, podemos transformar la culpa y el resentimiento. Entonces, al fin, nos liberamos de su carga negativa. Los recuerdos y sucesos de nuestra vida dejan de ser espantosos monstruos que se arrastran dentro del cuarto oscuro. Pierden el

terrorífico poder que durante años les hemos dado. Así, podemos sacar esos recuerdos de la oscura habitación, ya transformados, integrarlos al resto de nuestra casa y dejar despejado el valioso espacio para nuestra habitación luminosa. De esta manera integramos el dolor a nuestra vida consciente abrazándolo como parte de nosotros y comprendiendo que excluirlo sólo nos daña más. Ya no necesitamos reprimir, negar o esconder esas partes de nosotros. Cuando podemos agradecer totalmente, nos liberamos totalmente. No se trata de agradecer el hecho en sí, el suceso que nos dañó o lastimó. Se trata de agradecer la experiencia que nos dejó, el aprendizaje que nos dio, el crecimiento que produjo en nosotros, las fortalezas que nos ayudó a desarrollar, las cualidades que hizo surgir de nuestro interior, la nueva visión que nos ayudó a tener de la vida y cualquier otro beneficio que la persona involucrada o el acontecimiento haya nutrido en nosotros. ¡Siempre hay tanto que agradecer! Aún en las situaciones que podrían parecer totalmente negativas o catastróficas. No podemos cambiar los sucesos del pasado pero sí podemos apreciarlos desde una óptica completamente diferente y experimentar emociones mucho más positivas en relación a ellos. Podemos transformarlos dándoles un nuevo significado. Al agradecer y centrarnos en todo lo positivo ya no necesitamos ponernos por encima del otro. Nos conectamos con nuestra verdadera esencia que es el amor y con este amor vemos los sucesos de nuestra vida para encontrar su significado positivo. Y es entonces cuando decimos que AGRADECER NOS LIBERA. Nos libera de los juicios, de ponernos por encima de otro, de romper el estado natural e igualdad con los demás. Nos libera de una apreciación negativa de nosotros mismos y de nuestra vida. Nos libera del resentimiento, del sufrimiento y de la culpa. Nos libera de las terroríficas manifestaciones provenientes del interior de ese cuarto oscuro. Para complementar el efecto liberador del agradecimiento sólo hay una persona a quien debemos perdonar: a nosotros mismos. Debemos perdonarnos por nuestros juicios, por haber alimentado a los monstruos de la culpa y el resentimiento en el interior de nuestro cuarto oscuro, por no haber tomado conciencia ni haber asumido nuestra responsabilidad para transformar ese espacio dentro de nuestra casa.

Finalmente, cuando es posible, podemos pedir perdón. Pedir perdón por haber juzgado, por haber odiado. Pedir perdón implica reconocer que nos equivocamos al mantener vivo el resentimiento dentro de nosotros y al haber juzgado. Pedir perdón también es liberador. ¿Cómo sabremos que nos hemos liberado de la culpa o el resentimiento? Cuando podemos recordar o hablar de lo que vivimos y hacerlo con paz y gusto desde una visión de agradecimiento. Cuando estamos en paz con nosotros y con las personas involucradas. Cuando hemos dejado de sentir “las tripas revueltas” cada vez que pensamos en ello. Cuando podemos dejar salir del cuarto oscuro los recuerdos y vivencias de nuestro pasado e integrarlos al resto de nuestra casa pues han dejado de ser monstruos terroríficos y se han convertido en piezas valiosas de nuestra vida que le dan sentido a lo que somos como personas. ¿Te gustaría enriquecer tu vida radicalmente, transformando tu cuarto oscuro en una habitación luminosa? Olvídate de perdonar. Aprende a agradecer.

SIN TRANQUILIDAD NI PLENITUD ¿Qué sucederá en nuestra vida si nunca llevamos a cabo una labor adecuada y eficiente para transformar los contenidos de nuestro cuarto oscuro? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿De qué manera nos puede afectar? En esta metáfora es claro lo que sucederá. Pasaremos la vida entera soportando las manifestaciones de esa fuerza contenida que desde dentro pugna por salir: gruñidos que nos quitan el sueño, tuberías que revientan, cristales que estallan en pedazos, quejidos que nos generan ansiedad, paredes que se agrietan, olores nauseabundos que nos impiden respirar, cortocircuitos que nos dejan sin electricidad. En resumen: intranquilidad, falta de paz y una vida con tantas limitaciones que nos mantienen muy lejos de la plenitud que podría aportarnos la habitación luminosa. ¡Eso no es vida! Lo mismo sucede en la vida real. Si no aprendemos a procesar y asimilar emociones como la culpa y el resentimiento siempre van a repercutir de una u otra manera en nuestra vida. Siempre generarán limitaciones, nos quitarán plenitud y nos impedirán alcanzar paz y tranquilidad para nuestra alma. Hemos enfatizado que EL DOLOR ES INEVITABLE PERO EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL. Si no transformamos esas emociones, seguirán produciendo sufrimiento en distintas formas. ¿Cuáles son las formas más comunes en las que la culpa y el resentimiento suelen afectarnos? Cuando los sentimientos de culpa no resueltos se quedan instalados dentro de nosotros tienden a atraer y generar dolor y sufrimiento como una forma inconsciente de castigarnos. Por otro lado, el resentimiento es como un poderoso veneno que desde nuestro interior provocan desequilibrios que traen también diversas formas de dolor y sufrimiento. Veamos un panorama de las principales consecuencias que pueden provocar estas emociones cuando permanecen instaladas dentro de nosotros. DAÑOS EN LA SALUD. A lo largo de la historia de la humanidad y principalmente durante las

últimas décadas se ha estudiado largamente el impacto de las emociones en la salud. Existe contundente evidencia sobre la relación entre los aspectos emocionales y el funcionamiento de nuestro organismo.

Así como hemos ilustrado que los contenidos encerrados en el cuarto oscuro pueden provocar descomposturas, cortocircuitos o averías que afectan al resto de la casa, la culpa y el resentimiento tienen el poder para generar, detonar o agravar una larga lista de malestares, padecimientos y enfermedades en nuestro organismo. En última instancia todo esto tiene el potencial de llevarnos a la muerte. INSOMNIO Y DIFICULTAD PARA DESCANSAR. Hemos ilustrado cómo los rechinidos, lamentos, quejas y distintos ruidos producidos desde el interior del cuarto oscuro pueden quitarle el sueño a quien vive en la casa e intenta descansar en la comodidad de su dormitorio. Esto es literal en nuestra vida. La culpa y el resentimiento pueden afectar la calidad de nuestro sueño y favorecer problemas de insomnio y dificultad para descansar adecuadamente. REACCIONES AGRESIVAS E INADECUADAS. En la comparación del cuarto oscuro ejemplificamos casos como el de Daniel, que reacciona con inusual agresividad cuando alguien pregunta por lo que hay detrás de esa puerta. Las emociones no resueltas que vamos cargando a lo largo de nuestra vida nos hacen susceptibles de reaccionar con impaciencia, agresividad o excesiva

intolerancia hacia los demás en nuestras interacciones cotidianas. Esto puede suceder en particular con las personas más cercanas como nuestros hijos o nuestra pareja. Estas emociones sin resolver provocan que reaccionemos de manera exagerada ante inconvenientes o situaciones que se nos presentan, lo cual puede llevarnos a lastimar, herir o dañar de diversas formas a las personas que más queremos. También pueden generarnos conflictos con compañeros de trabajo, familiares o hasta personas con las que nos cruzamos en el tráfico, en un negocio o en cualquier otro lugar. COMPLEJOS DE VÍCTIMA. El malestar emocional provocado por la culpa y el resentimiento puede convertirnos en personas que continuamente se quejan de todo. Cargamos con el sentimiento de que la vida ha sido injusta con nosotros y nos lamentamos ante los demás en una eterna búsqueda de un poco de compasión y lástima. Culpamos a los demás de nuestras insatisfacciones, de nuestras desagracias y de nuestra infelicidad. Negamos nuestra responsabilidad ante los hechos de nuestra vida. SENTIMIENTOS DE NO MERECER. Estas emociones no resueltas, principalmente la culpa, provocan en nosotros un sentimiento profundo, que en la mayoría de los casos es inconsciente, de que no merecemos lo mejor de la vida. No merecemos ser queridos, respetados o amados. No merecemos sentirnos felices, estar sanos o vivir con plenitud. No merecemos disfrutar de lo bueno de la vida. Al contrario, merecemos que nos rechacen, nos ignoren, nos abandonen, nos maltraten o abusen de nosotros. Este sentimiento cierra la puerta a muchas cosas buenas y abre la posibilidad a muchas desgracias. EXCESOS DE DIVERSOS TIPOS. La insatisfacición profunda que generan emociones no resueltas como la culpa y el resentimiento producen un hondo y permanente vacío que inconscientemente intentamos llenar. Algunas veces buscamos llenarlo con éxitos, cosas materiales o triunfos de distintos tipos. Otras veces con alcohol, trabajo o sexo. Como es imposible llenar el vacío con todo eso, caemos en excesos buscando más y más. Pero nunca lo logramos. DECISIONES MAL TOMADAS. A lo largo de nuestra vida, sin darnos cuenta, tomamos la mayoría de las decisiones más importantes influidos inconscientemente por lo que llevamos en

nuestro interior, principalmente emociones no resueltas. Una persona que carga con un fuerte resentimiento hacia sus padres puede tomar la decisión de no participar en reuniones familiares con lo que se aleja de hermanos y otros seres queridos. Una mujer que ha sido víctima de abuso sexual puede optar por alejarse de los hombres y no relacionarse con alguno por el temor a ser nuevamente lastimada. ATRAER CASTIGOS. Cuando guardamos sentimientos de culpa en nuestro interior podemos activar la capacidad para atraer circunstancias a nuestra vidan atrayendo distintas formas de castigo: accidentes, fracasos, personas que abusan de nosotros, problemas, conflictos, desgracias y limitaciones de diversos tipos. CONTAGIO A OTROS. Una persona que carga con un resentimiento no resuelto puede contagiar a otros con emociones similares. Es muy común el caso de una madre o un padre que, al no haber superado el rencor que siente hacia su pareja (estén juntos o ya se encuentren separados) llega a infundir en sus hijos también un fuerte rencor con sus frecuentes comentarios y actitudes. De esta manera, no sólo sigue manteniendo en su cuarto oscuro la emoción no resuelta sino que además la nutre en el cuarto oscuro de sus hijos. TRAMPAS DEL EGO. Desarrollamos inconscientemente y reforzamos a lo largo de los años diversas trampas del ego con el fin de protegernos del dolor y el sufrimiento y para evitar que otras personas se acerquen a nuestro cuarto oscuro. Nos volvemos controladores, perfeccionistas, irascibles, altaneros, intolerantes. Todo esto nos daña a nosotros mismos y daña nuestras relaciones con las personas que nos rodean. INTRANQUILIDAD Y FALTA DE PAZ. En general, como ya hemos resaltado en diversos momentos, la culpa y el resentimiento instalados en nuestro cuarto oscuro nos impiden vivir con paz y tranquilidad. Es importante aclarar que cuando cargamos con emociones de culpa o resentimiento sin resolver no necesariamente tendremos todas las consecuencias

que hemos mencionado. Lo que sí es un hecho es que en distintas etapas y momentos de nuestra vida aparecerán algunas de estas consecuencias pues, como ya hemos resaltado en la metáfora del cuarto oscuro, lo que está ahí contenido tiene vida propia y pugna con mucha fuerza por salir y manifestarse al exterior. Cada una de estas consecuencias es como un grito de nuestra alma, como un llamado de la vida, como una alarma de nuestro interior que nos indica que dejemos de ignorar ese cuarto oscuro, que tengamos valor para abrirlo y que llevemos a cabo una profunda limpieza de ese lugar de una vez por todas.

ATRAPADO EN MI CUARTO OSCURO En capítulos previos te compartí la manera como viví con mi padre y mi hermano esa etapa tan fuera de lo común en nuestras vidas. Te conté cómo, a raíz de las experiencias vividas, mi cuarto oscuro quedó completamente infestado con sentimientos de culpa y resentimiento. ¿De qué manera repercutieron esas emociones durante los siguientes años de mi existencia? Como hacemos la mayoría de las personas cuando no tenemos la mínima idea de cómo transformar la culpa y el resentimiento, simplemente los empujé con fuerza al interior de mi cuarto oscuro, reforcé la puerta con montones de tablas y clavos y traté de seguir adelante con mi vida. En el fondo, el inmenso sentimiento de culpa que se anidaba en mi interior me hacía sentir que yo no valía, que no merecía nada bueno, que era poca cosa. ¿Cómo iba a poder cargar con eso toda mi vida? Vi que la gente a mi alrededor relacionaba el valor de las personas con sus éxitos, sus logros materiales, sus posesiones, sus títulos académicos, sus triunfos y con conductas reconocidas dentro de ciertos círculos sociales. Así que con toda mi energía me enfoqué en perseguir todo eso que me daría un valor ante los demás. Ingresé a una prestigiosa universidad (el Instituto Tecnológico de Monterrey) pues sentía que, si lograba convertirme en egresado de una de las mejores instituciones de paga, no importaría haber vivido en la calle. No importaría haber cometido equivocaciones ni haber desintegrado a mi familia. No importaría haber causado tanto dolor a mi madre ni afectado dramáticamente la vida de mis hermanas y de mi pequeño hermano. No importaría ser tan poca cosa pues me convertiría en “alguien” ante los demás. Sería una persona “valiosa” ante la sociedad. Así pues, durante los siguientes años puse todo mi empeño en mis estudios universitarios. Conseguí una beca y trabajé arduamente a fin de poder solventar mis gastos contando también con el apoyo que mi madre podía darme en aspectos como alimentación o pasajes, pues siempre estuvo al pendiente de mí y

de mis hermanos. Busqué sobresalir entre mis compañeros alcanzando diversos logros académicos y participando siempre que podía. Buscaba hacerme notar de todas las formas posibles. Sentía una profunda sed de mostrar al mundo que yo valía. A la par me esforcé enormemente por destacar en los deportes participando en todas las competencias que me abrían sus puertas dentro del ámbito estudiantil. Finalmente logré mi cometido. Ya tenía colgado en la pared, afuera de mi cuarto oscuro, en un lugar central de mi casa y mi corazón, mi título con nombre y fotografía. Ahí estaba la evidencia ante el mundo de que yo era un hombre exitoso pues había conseguido graduarme como Ingeniero en una universidad a la que no cualquier joven podía aspirar. Además portaba mi enorme anillo de graduación hecho completamente de oro a fin de que todas las personas pudieran verlo. Una vez que salí al mundo laboral, mi profunda sed de triunfar y ser visto me impulsó a buscar un puesto sobresaliente. No podía conformarme con ser un “simple” empleado. Luché y me esforcé hasta conseguir una gerencia, una dirección y luego otra gerencia. En cada uno de esos puestos me desvelé persiguiendo las más altas metas hasta que pude alcanzarlas. Estaba logrando todo lo que me había propuesto a fin de ser alguien “valioso” ante el mundo, a fin de enterrar completamente mi pasado, a fin de estampar títulos, premios, reconocimientos y logros sobre la puerta del cuarto oscuro para que jamás se abriera. Sin embargo, en el fondo de mí crecía el miedo. Tenía un miedo terrorífico a que la personas que me conocían llegaran a enterarse de que, detrás de ese exitoso gerente o director, se escondía un niño de la calle, un chamaco lavador de vidrios de autos, un jovenzuelo que había arrancado la paz a su familia, un mocoso que le había roto el corazón a su madre, un escuincle que había robado para comer y había convivido con drogadictos y mujeres de la vida galante, un “don nadie”… Y eso hacía más fuerte mi necesidad de logros laborales y éxitos materiales. En relación con mi vida sentimental, conocí a Lety al ingresar al primer grado de secundaria cuando nos mudamos al pueblo de Zimapán tras la enfermedad de mi padre. Me pareció la niña más linda del mundo y me metí en la cabeza que algún día me casaría con ella. Ella vivía atrás de la iglesia. Al salir de la escuela yo me reunía ahí cerca con mis compañeros para jugar “futbolito”, aunque mi interés estaba más en Lety

que en el juego pues desde ahí podía verla cuando salía de su casa para realizar algún mandado. Al comenzar el siguiente ciclo escolar desapareció de mi vida pues fue entonces cuando conduciendo la Gremlin me marché con mi padre y mi hermano. Pasaron los años. Años en la calle deambulando de un lado a otro. Años de regreso a la escuela preparatoria. Años enfrascado en mis estudios universitarios y luego en el trabajo. Después de esos años Lety y yo volvimos a encontrarnos. Nos gustamos y mi antiguo sueño de adolescente se hizo realidad. ¡Nos casamos! Yo, Eduardo, te acepto a ti, Lety, con todo lo que hay en tu cuarto oscuro… Te pido que me aceptes y me ames en la salud y en la enfermedad, en el éxito y en el fracaso… Te pido que me aceptes y me ames con los monstruos aterradores y las espantosas criaturas que habitan mi cuarto oscuro. Con la culpa y el resentimiento que como gigantescas almas en pena arañan mi paz interior con sus gemidos y lamentos. Acéptame con esas emociones que nadie me ha enseñado a enfrentar. Con la enroscada culpa que desde el interior de esa habitación me hace sentir que no soy digno o merecedor de lo bueno de la vida. Acéptame con el resentimiento que me carcome por dentro y que es como un veneno que escurre por debajo de esa puerta que con todas mis fuerzas he intentado mantener cerrada durante años. Ámame y acéptame así, hasta que la muerte nos separe. Nos comprometimos y comenzamos a recorrer juntos el largo camino de la vida. Procreamos a nuestras dos hermosas hijas, Ximena y Tania. Hemos salido adelante ya durante más de dos décadas en este hermoso reto de crecimiento y vida llamado matrimonio lo cual no fue nada fácil principalmente durante los primeros años con todo lo que se encontraba agazapado en el interior de mi oscura habitación. El tiempo transcurrió y yo seguí acumulando todo aquello que ante el mundo me hacía parecer exitoso: casas, viajes, ropa de marca, autos, trabajos… Seguía esforzándome día tras días para que nadie traspasara esa puerta y viera lo que había ahí dentro. Nadie. Ni siquiera Lety. Ella podía ver todo lo que se encontraba en el resto de los espacios de mi casa interior. Pero, en cuanto se acercaba al cuarto oscuro y preguntaba “¿qué hay ahí?”, yo gritaba, manoteaba y ofendía para que se alejara. Tenía un miedo espantoso de abrir esa puerta y revivir aquel pasado tan

doloroso y de tanto sufrimiento para mí. Tenía tanto miedo de ver cara a cara a la monstruosa culpa y el horripilante resentimiento que se anidaban en el interior de ese lugar. No podía permitir que escaparan y arremetieran con todo lo que durante años me había esforzado por mantener ordenado y limpio fuera de esa habitación. Era tan fuerte el impulso que desde dentro pugnaba por salir que ni con todo el éxito y los logros que seguía acumulando lograba contenerlo. Mi personalidad estaba dominada por varias trampas del ego que inconscientemente había desarrollado a fin de protegerme del dolor de mi cuarto oscuro. Me había convertido en un hombre controlador, intolerante y perfeccionista. Además era un hombre agresivo. La agresividad era otro mecanismo inconsciente para que nadie intentara siquiera acercarse a mi oscura habitación. Explotaba fácilmente en cualquier situación así fuera tan simple como una persona que se me atravesaba en la calle mientras conducía. Esa agresividad surgía muchas veces hacia mi esposa o mis hijas; sé que muchas veces las herí y les hice pasar momentos dolorosos y muy desagradables. Así viví muchos años. No tenía paz ni tranquilidad en mi interior, en lo profundo de mi alma. Comencé a tomar conciencia del daño que estaba provocando con mis actitudes a quienes más amaba, pero no podía evitarlo. Eso me hacía sentir aún más culpable al darme cuenta de que les estaba haciendo miserable la vida. Y, una vez más, como no sabía qué hacer con esa culpa, la empujaba con fuerza dentro de ese cuarto que ya estaba a punto de reventar con todo lo que guardaba. El círculo vicioso se expandía. Ahora era más grande el terror de que alguien entrara y viera lo que yo guardaba ahí; toda la porquería que había acumulado a lo largo de los años. No me quedaba más remedio que reforzar las bisagras de la puerta y agregar más tablones llenos de clavos para que no se fuera a abrir, para que nadie jamás entrara. Ahora debía dedicar más energía a mantener ese cuarto cerrado. Y, no alcanzaba a darme cuenta siquiera de que CUANTO MÁS ESFUERZO HACÍA POR OCULTAR MI DOLOR, MÁS ME ALEJABA DE MI VERDADERO SER. A pesar de que pasaba maravillosos momentos con mi esposa y con mis hijas y de que tenía cerca de mí a muchas personas que me apreciaban, me sentía completamente solo. Viví en carne propia un profundo sentimiento de soledad.

En esa etapa de mi vida no veía una manera en que pudiera escapar de aquel círculo vicioso, del peso de la culpa y del resentimiento, de las trampas del ego que me controlaban, de mis impulsos agresivos, del sentimiento de soledad y del sufrimiento que me provocaba el cuarto oscuro. Mi vida se veía muy oscura, tan oscura como ese cuarto.

LIMPIANDO MI CUARTO OSCURO En los últimos años de mi cuarta década de vida tuve la fortuna de conocer a una persona que con amor y comprensión me dio el valor para acercarme a esa puerta y abrirla. Me dio el ánimo para mirar dentro. Con mucha sensibilidad me acompañó a internarme en la negrura de esa habitación para comenzar a remover lo que estaba ahí amontonado. Me ayudó a ver los recuerdos y vivencias de mi pasado con una nueva óptica que me permitiría integrarlas fuera de mi cuarto oscuro. Esa persona fue el Dr. Alberto Beuchot, a quien siempre le estaré agradecido por el inmenso apoyo que me brindó en el inicio de esa importante transformación. Debo decir que sus cuestionamientos iniciales me asustaron: ¿Quién eres realmente? ¿Cuál es tu historia? ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha hecho ser la persona que eres? ¿A dónde vas? ¿A dónde va tu vida si continúa en la dirección en la que ahora te diriges? Sentí mucho miedo de ver dentro de mí. Sentí miedo de quitar todos los tablones y clavos con los que durante tantos años había mantenido aquella puerta cerrada. ¿Qué tal si la abría y salía al exterior un huracán incontrolable? ¿Qué tal si ese huracán destrozaba todo lo que había construido afuera? ¿Qué tal si una vez fuera resultaba imposible regresar ese incontenible huracán al interior de la habitación? Tenía demasiado miedo de encontrarme con alguien a quien ya no conocía después de haber negado durante tantos años aquellas partes de mi vida. El Dr. Beuchot me ayudó a tomar conciencia de la importancia de asumir la responsabilidad de mi vida, de mi cuarto oscuro y de todo lo que durante las últimas décadas había guardado ahí dentro. Con su guía y acompañamiento entendí que limpiar ese lugar era una imperiosa necesidad que clamaba desde lo más profundo de mi ser, que nadie lo haría por mí y que sólo yo podía decidir si estaba dispuesto a acabar con todo aquel sufrimiento. Aún con su ayuda yo titubeaba. Hasta un día en que un suceso me dio el impulso y la decisión que me hacían falta.

Yo me había enfurecido con mi esposa porque no me había recogido al terminar un taller en la hora precisa en que yo le había indicado. Decidí no esperarla y regresé caminando a casa. En el trayecto mi enojo se apaciguó. Sin embargo, en cuanto se abrió la reja y vi el terror en los rostros de mi esposa e hijas que me esperaban en la puerta, automáticamente actué como si aún me encontrara lleno de rabia pues por una fracción de segundo sentí que si me mostraba sereno perdería el control que durante años había ejercido sobre ellas. Pero por primera vez no fui indiferente a esos rostros aterrados y una voz que comenzaba a surgir dentro de mí, me cuestionó: ¿qué estás haciendo? ¿Qué estás haciendo con las personas que se supone que más amas? ¿Te das cuenta del daño que les estás provocando? En los siguientes días no pude sacarme de la cabeza el recuerdo de sus caras que, en lugar de esperarme con amor, esperaban mi llegada llenas de temor. Ese día fue un parteaguas en mi vida. Me di cuenta de que no podía continuar así. Tenía que abrir ese cuarto oscuro y enfrentar lo que fuera necesario de una vez por todas. Aquello me dio el impulso necesario para llevar a cabo la radical transformación de mi oscura habitación pues comenzaba a entender que lo que estaba ahí reprimido era lo que me hacía ser agresivo, controlador y seguramente estaba generando muchas otras consecuencias en mi vida. Entonces comencé un verdadero proceso de cambio y crecimiento que no fue fácil pero que resultó muy liberador. Con determinación abrí la puerta de mi cuarto oscuro y me interné en sus profundidades. Lo que encontré ahí dentro fue a mi verdadero yo. Me encontré conmigo mismo. Me encontré con todas esas partes de mi historia personal que había negado, que había querido borrar para siempre. Me encontré con mucho dolor. Me encontré con todo el sufrimiento que yo mismo había alimentado al resistirme a aceptar, abrazar y amar esas partes de mi vida. Al reconocer mi dolor, al aceptarlo y amarlo pude transformarlo. Pude sacarlo de ese cuarto oscuro e integrarlo amorosamente al resto de mi casa. Al fin pude ver que en el interior de esa habitación todo lo que se encontraba eran fragmentos de mí mismo con un enorme valor. Partes de las que podía sentirme orgulloso en lugar de avergonzarme. Partes que podían darme fuerza en lugar de debilitarme. Partes que habían enriquecido mi vida de maneras que no había alcanzado a ver anteriormente. Partes que fueron los cimientos de aspectos muy positivos de mi personalidad.

Es cierto que lloré mucho. Había tanto dolor ahí reprimido que tuve que liberarlo, dejarlo salir. Durante mucho tiempo, cada vez que compartía con alguien esas partes de mi vida, no podía hacerlo sin derramar lágrimas. Finalmente logré sacar de ahí dentro todos esos recuerdos y fragmentos de mí mismo asociados a la culpa y el resentimiento para verlos desde una nueva óptica, transformarlos e integrarlos al resto de mi casa. Y por fin pude estar en paz con esas etapas de mi vida. Con respecto a mi papá, reconocí que lo juzgué. No sólo eso. Fui extremadamente duro al juzgarlo. Lo juzgué sin haber sido capaz de ver que fue un hombre al que la enfermedad le arrancó de tajo, junto con su salud, todo lo que tenía: su trabajo, sus amistades, su libertad, su independencia, su privacidad, su dignidad. Lo juzgué sin haber considerado que, aunque todos en la familia sufrimos con su enfermedad, quien más estaba sufriendo y quien más sufrió hasta el momento de su muerte fue él. Lo juzgué sin razonar que dentro de ese cuerpo de hombre inválido estaba un niño dolido que en su temprana infancia había perdido a su madre y que tenía tanta necesidad de sentirse protegido. Lo juzgué sin entender sus miedos, su angustia, su soledad y su inmenso dolor. Sí que juzgué muy duro a mi padre. Al grado que cuando murió sentí alivio y no derramé una sola lágrima por él. Y lo seguí juzgando todavía dos décadas después de muerto. Por eso cada vez que mi madre me llamaba para pedirme dinero con el cual mandar a hacer una lápida para su tumba yo le decía que no tiraría dinero en el panteón; que prefería gastarlo en una buena comida. Definitivamente fui extremadamente duro en mis juicios hacia ese hombre al que la enfermedad encerró durante años dentro de la prisión de su propio cuerpo. Una vez que reconocí cómo lo había juzgado de manera tan fría y extrema fui al lugar donde descansan sus restos. Con el corazón en la mano lloré amargamente y le pedí perdón. Habían pasado ya veintidós años desde su muerte. Conseguí una Gremlin a escala y la pinté igual al vehículo familiar en el que vivimos en las calles a lo largo de aquellos años. La llevé a su tumba y se la ofrecí con amor. Yo, como tanta gente, llegué a decir muchas veces que ya lo había perdonado. Pero la verdad es que a lo largo de varias décadas el resentimiento hacia el

hombre que me dio la vida permaneció anidado y completamente vivo en la penumbra de mi cuarto oscuro. ¡Descanse en paz para siempre mi querido padre! A quienes también había juzgado duramente era a mis tíos. También les había guardado mucho rencor durante décadas. Lo reconocí. Los visité o les llamé por teléfono y también con lágrimas les pedí perdón. Les dije que al fin reconocía que yo no era nadie para haberlos juzgado. En aquel tiempo yo no había tenido la madurez para entender que, aun cuando ellos deseaban ayudar a mi padre, tenían sus propias responsabilidades, limitaciones económicas y familias a las cuales atender. ―Perdóname ―le dije de rodillas y con lágrimas en los ojos a uno de mis tíos―. Perdóname por haberlos juzgado y por haberlos corrido del funeral. ―Ven. Levántate ―me dijo él de manera comprensiva. Me abrazó y me invitó a comer en medio de una amena charla. A partir de entonces al menos una vez por año me reúno con toda la familia paterna disfrutando la convivencia con todas esas personas que forman parte de mis raíces. Mi madre no necesitaba perdonarme. A pesar de que la abandoné con mis hermanas y les quité el dinero de la pensión de mi padre, a pesar de todo el dolor que le causé, a pesar de las noches en vela y la angustia que le provoqué durante esos años… Siempre me amó y me ha amado con su enorme e incondicional amor de madre. Ella no necesitaba perdonarme. Pero mientras más cosas sacaba yo del interior de mi cuarto oscuro, más sentía la necesidad de pedirle perdón. Necesitaba pedirle perdón para liberarme de todo ese dolor. Así que lo hice. Además pedí perdón a mi hermano y a mis hermanas. En el fondo de mi corazón pedí perdón también a aquellas personas a las que de alguna manera había afectado, como las señoras de los puestos de quesadillas a las que engañé a fin de dar de comer a mi hermano y a mi padre. Luego, como parte de este proceso, pedí perdón a mi esposa y mis hijas por mis conductas agresivas y por todos los malos momentos que les había hecho pasar como consecuencia de mis violentos arranques. Pedir perdón desde lo más hondo de mi corazón a cada una de las personas a las que de alguna manera había odiado, dañado o lastimado fue una parte muy trascendente para sanar todo lo que se encontraba acumulado dentro de las

gruesas paredes de mi cuarto oscuro. En seguida, otra parte igualmente trascendente para llevar luz a ese lugar fue otorgarme a mí mismo el perdón. Me perdoné por todo lo que había sentido; por cada una de las emociones de odio, rencor o resentimiento que había experimentado. Me perdoné por haber juzgado de manera tan dura a mi padre y a mis tíos. Me perdoné, también, por haberme juzgado con tanta dureza a mí mismo Al perdonarme se esfumó al fin gran parte de la oscuridad que habitaba dentro de mi habitación y resurgió mucha luz.

AL PERDONARME PUDE EXPERIMENTAR UNA MARAVILLOSA LIBERACIÓN QUE MI ALMA ANHELABA DESDE HACÍA TANTOS AÑOS

AGRADECIENDO A lo largo de mi proceso de transformación fui sacando del interior de mi oscura habitación una gran cantidad de vivencias y recuerdos de aquella etapa de mi vida. Después de un cuarto de siglo pude observarlos con una nueva óptica y una nueva comprensión. Descubrí que había ahí mucho aprendizaje, mucho que valorar y por lo cual agradecer. Entendí que podía tomar con amor en mis manos cada uno de esos recuerdos y transformarlos completamente por medio de un profundo y sincero AGRADECIMIENTO. Fue entonces cuando descubrí el poder de agradecer.

AGRADECER TE LIBERA Comprendí que a lo largo de los años en la calle con mi padre y mi hermano enfrenté tantos retos y situaciones adversas que mi carácter se fortaleció marcadamente y con ello desarrollé la capacidad para enfrentar con entereza los reveses de la vida. Me sentí profundamente agradecido por ese desarrollo de mi carácter y personalidad. Mi espíritu emprendedor se nutrió al verme en la necesidad de generar dinero. Lavar cristales de autos fue un gran entrenamiento para mí. Recuerdo que mi hermano y yo comenzamos haciéndolo con unos simples trozos de trapo. Al ver que nos daban poco dinero pues los vidrios no quedaban suficientemente limpios busqué la manera de dar un mejor servicio. Le dije a mi hermano que debíamos convertirnos en unos “profesionales”, así que adquirimos botellas de agua y plásticos especiales y practicamos una y otra vez en los cristales de nuestro auto. De esa manera conseguimos mejorar sustancialmente nuestro servicio lo cual se vio reflejado en mejores ingresos. Además me volví muy observador para identificar las esquinas por las que transitaban personas con mayor poder económico que nos daban mejores propinas al limpiar los cristales de sus autos. Valoré y agradecí el desarrollo de ese aprendizaje como parte de mis raíces como emprendedor pues me di cuenta que gracias a ello más adelante he logrado

alcanzar importantes metas laborales y económicas. Aprecié y di gracias por las experiencias de esos años que fueron como un terreno fértil en el que florecieron en mí cualidades como ser comprometido, sensible, dedicado, trabajador, honesto, generoso, independiente y comprensivo. Además despertaron y nutrieron mi determinación, perseverancia, fortaleza, responsabilidad y decisión. Logré valorar y agradecer que a través de esa experiencia tan extrema al lado de mi padre y de mi hermano he llegado a comprender mejor muchos aspectos de la naturaleza humana, de nuestras conductas, comportamientos y actitudes ante la vida. Me sentí muy agradecido por las vivencias de esa época que a través del tiempo han influido en mí para ser un mejor padre, esposo, profesionista, empresario y coach de vida. Esa experiencia me permitió darle un valor más alto a la familia. He podido comprender con más claridad lo que corresponde y lo que no corresponde en diversas situaciones al rol de un hijo, un padre, una madre, un hermano u otro familiar Agradecí a mi padre, desde el fondo de mi ser, todo lo que viví en esa etapa pues gracias a eso soy el hombre que soy ahora. Con respecto a mis tíos, también desarrollé un profundo agradecimiento. Pude sentirme agradecido por cada moneda, por cada fruta y cada plato de sopa caliente, por cada vaso de agua, por cada ducha, cada lavada de ropa y cada noche en que dormimos en una cama con sábanas limpias. Me sentí muy agradecido por sus reproches y sermones que fueron su manera de mostrar interés en nosotros. Agradecí también a los amigos que conocimos en las calles, a los automovilistas que nos dieron unas monedas, a las señoras de los tamales que nos regalaron comida, a los traileros que nos auxiliaron en el camino y a muchísima gente más con la que convivimos durante ese tiempo. A través de esta transformación, después de tantos años, al fin pude sacar de mi cuarto oscuro todo aquello que parecía que iba a reventar la puerta y las paredes. Pude sanar todo ese dolor y acabar con el sufrimiento que producía como una llaga abierta que nunca cierra. Al fin, después de tantos años, me deshice de los monstruos de la culpa y el resentimiento. Al vaciar mi cuarto oscuro de la inmensa carga que se había acumulado

durante mi vida en la calle y a lo largo de los siguientes años, desapareció toda esa fuerza que tanto trastornaba mi personalidad desde lo más profundo. Desapareció mi necesidad de estar siempre por encima de los demás y dejé de ser un eterno controlador; aprendí a distinguir cuándo defender una postura y cuándo ceder con el fin de mantener la armonía con las personas. Desapareció el sentimiento de víctima con el que ya me había acostumbrado a cargar. En mi alma surgió una paz y tranquilidad que no recordaba haber sentido antes. Al fin estaba en paz con mi pasado, con mi historia, con mis tíos, con mis hermanas, con mucha gente pero, principalmente, con mi madre y mi padre. No fue fácil. Tampoco fue de un día para otro. Pero valió la pena. Mi vida tuvo un cambio radical y así de radical fue también la transformación de mi cuarto oscuro. Cambié la puerta por una mucho más grande, de cristal y corrediza. Decidí no volver a cerrarlo nunca más. Pinté la habitación y la adorné. Además le puse grandes ventanales para que se mantenga iluminada y con una excelente ventilación. Ahora cualquier persona que me visite puede ver desde afuera el interior de esa habitación que es ya mucho más luminosa y, si lo desea, puede entrar con confianza a ese espacio que es tan vital para mí. Todo lo que estaba encerrado y escondido se encuentra integrado en el resto de mi casa pues ahora me siento completo y ha desaparecido mi necesidad de ocultarlo. Ya no me avergüenza ni me da miedo mostrarlo a los demás. Al contrario. Me siento agradecido por todo ello. Cuando comparto mi historia ya no es para que los demás sientan lástima sino para que vean un claro ejemplo de que tenemos la capacidad para transformar nuestro sufrimiento, para abrazar nuestro dolor e integrarlo con amor a nuestra vida. Y sigo trabajando en ello, llenando de luz mi habitación, pues es un trabajo de vida.

LOS 7 PASOS PARA LLENAR DE LUZ TU CUARTO OSCURO En este momento llegamos a la parte más importante de nuestro libro. Las páginas que siguen son las que le dan sentido a toda esta obra que ha sido pensada y creada especialmente para ti. Cada uno de los temas previos ha sido un preámbulo para los que encontrarás a continuación. La metáfora del cuarto oscuro ha sido una comparación que hemos utilizado para acompañarte a comprender el importante papel que juegan las emociones y cómo a lo largo de nuestra vida vamos acumulando una larga serie de experiencias que, al no saber cómo afrontar, terminamos reprimiéndolas en nuestro interior. Y, aunque llegamos a creer que al quedar todo eso en el pasado ya no tenemos que preocuparnos por ello, la verdad es que su carga acarrea una larga serie de consecuencias que deterioran de diversas maneras la calidad de nuestra vida, robándonos paz y tranquilidad a lo largo de los años. Te he llevado al interior de mi casa. Ahí te he invitado a conocer partes de mi persona que alguna vez mantuve ocultas en la penumbra de mi cuarto oscuro. Te compartí de qué manera fueron una pesadilla con la que tuve que vivir durante muchos años. Te conté sobre la maravillosa oportunidad que he tenido de llevar a cabo un trascendente proceso de transformación para convertir esa habitación en un lugar luminoso. También hemos explicado aspectos muy importantes como la necesidad de tomar conciencia y asumir la responsabilidad de todo lo que se encuentra encerrado en nuestro cuarto oscuro. Hemos hablado sobre las trampas del ego que, aunque nos protegen de cierta manera del dolor, evitan que encaremos la transformación que tanto necesitamos. De manera especial, hemos compartido contigo una visión diferente del perdón para acompañarte a vislumbrar que el agradecimiento es mucho más poderoso pues nos permite llevar a cabo una verdadera transformación de emociones como el resentimiento y la culpa. Pero de muy poco serviría todo lo que has leído hasta ahora si no contaras con una guía que te permita avanzar paso a paso, de manera clara y práctica, en

la transformación de tu oscura habitación. La comprensión que has adquirido hasta este momento ciertamente puede ser muy enriquecedora para ti, pero lo será mucho más en el momento en que entres en acción y comiences a recorrer estos 7 pasos por medio de

Los cuales conseguirás que tu cuarto oscuro deje de ser ese lugar tenebroso y se llene de luz, acercándose cada día más a la luminosa habitación que realmente es. Así que, ¡entremos en acción! ¿Por dónde comenzar? Ha llegado la hora de que te asomes al interior de esa habitación y comiences a transformar algunos de los terroríficos monstruos que se han anidado ahí durante años. Busca un lugar tranquilo donde te sientas a gusto lejos de ruidos o distracciones. Siéntate cómodamente. Apaga tu teléfono durante unos momentos. Cierra tus ojos. Respira profundo dos o tres veces. Trae a tu mente el recuerdo de algún momento de tu vida, alguna etapa, algún suceso, alguna experiencia o alguna persona que de alguna manera se haya asociado dentro de ti con resentimiento o culpa.

Deja que el recuerdo llegue a ti. No te resistas. Permite que tome forma pensando: cuándo sucedió, dónde, de qué manera, con quién. Deja que las emociones fluyan y permítete experimentar cualquier sentimiento que surja en tu interior. Mira las imágenes en la pantalla de tu mente como si estuvieras viendo una película. En este momento date la oportunidad de tomar en tus manos esa parte de tu vida por más desagradable, dolorosa, repugnante o difícil que te parezca. Te acompañaré a recorrer estos 7 pasos. Al llegar al final habrás transformado completamente ese recuerdo. Habrá dejado de ser una parte oscura que quisieras seguir ocultando y se habrá convertido en una pieza muy valiosa de tu vida que integrarás con amor, paz y tranquilidad en algún lugar de tu casa. Tal vez en este momento te parezca muy difícil o hasta imposible, pero lo lograrás. Sé que lo lograrás.

Paso 1: Reconocer El primer paso, por obvio que parezca, es simplemente RECONOCER. ¿Por qué reconocer? Porque normalmente nos hemos pasado la vida entera negando esa parte de nosotros. Hemos realizado una gran cantidad de esfuerzos, conscientes e inconscientes, por borrarla de nuestra existencia. Hemos intentado desaparecerla por completo, olvidarla, dejar de pensar en ella. Es tan desagradable que hemos empujado con fuerza esa parte de nosotros hasta el último rincón de nuestro cuarto oscuro. Y, durante los períodos de tiempo en que aparentemente hemos logrado olvidarla, hemos tenido la ilusión de que todo está bien, de que aquello está resuelto. Hasta hemos llegado a tener la sensación de que realmente ha desaparecido para siempre de nuestra vida. Pero ahora sabes que nunca es así. Siempre permanece ahí, dentro de nuestro cuarto oscuro. Por eso, el primer paso es RECONOCER. Porque reconocer es abrir los ojos a la realidad, por más dolorosa y difícil que resulte. Es dejar de negar. Es ver lo que está ahí. Es darnos cuenta de que “SÍ” forma parte de nosotros y de nuestra vida. Mira en este momento ese recuerdo o experiencia que has sacado de tu cuarto oscuro. Míralo tal como sucedió y, mirándolo, di “SÍ”.

Sí. Sí. Sí. Sí sucedió. Sí lo viví. Sí es parte de mi vida. Sí es parte de mi historia. Sí es parte de mí. Sí forma parte de mi persona, de mis recuerdos, de mis experiencias, de mis vivencias. Sí es parte de lo que ha influido en la persona que soy. Sí es parte de lo que ha forjado mi personalidad. Sí es parte de lo que me ha moldeado. Sí es algo que he encerrado durante mucho tiempo en mi cuarto oscuro. Sí es algo que deseo y necesito transformar. Sigue mirando ese suceso, ese recuerdo. Reconoce todo lo que forma parte de él. Reconócelo desde todos los ángulos posibles. En este momento reconozco este suceso, esa vivencia, este recuerdo como algo que forma parte de mí y de mi historia de vida. Lo reconozco tal como sucedió. Sin agregarle ni quitarle nada. Reconozco que siempre formará parte de mí, que siempre formará parte de mi vida, que siempre estará ahí en algún lugar de mi ser, que siempre lo llevaré conmigo. Reconozco que de alguna manera esa experiencia ha moldeado a la persona que soy y ha tenido alguna influencia en mi carácter, mi personalidad, mi forma de ver el mundo o mi forma de relacionarme con otras personas. Reconozco que es parte de lo que soy actualmente como ser humano y como persona. Reconozco que viví ese momento o esa etapa con lo mejor que tenía. Reconozco que me involucré en esa circunstancia con lo mejor de mí. Reconozco que no pude haberme involucrado de manera distinta. Reconozco que viví esa etapa con las cualidades que tenía, con la visión que tenía, con la experiencia que tenía. Reconozco que viví esos momentos con las limitaciones que tenía, con las carencias como persona que tenía, con el miedo o la falta de decisión, con la inmadurez o la carencia de cualquier otra cualidad. Reconozco que actué, pensé, reaccioné, me comporté o sentí con lo mejor de mí en ese momento. Reconozco que no estaba preparado para vivir esa experiencia de una manera diferente. Reconozco que las personas involucradas hicieron lo mejor que pudieron con lo que formaba parte de ellas, consciente o inconscientemente. Reconozco que sus acciones estuvieron influidas por sus carencias, inmadurez, desconocimiento, creencias, emociones o limitaciones de distintos tipos. Reconozco que actuaron, pensaron, reaccionaron o se comportaron con lo que formaba parte de ellas en ese momento. Reconozco que no pudieron haberlo hecho de manera diferente.

Reconozco que los seres humanos estamos siempre en proceso de crecimiento y que por lo tanto actuamos y nos comportamos con lo que somos en cada momento, con carencias, limitaciones y deficiencias de distintos tipos. Reconozco que, aunque esto haya sucedido hace meses o años, forma parte de mi presente y de la persona que soy en este momento. Reconozco que esta vivencia forma parte de mi presente incluso de maneras que no alcanzo a comprender o a reconocer. Reconozco que nadie me preparó para asimilar ese suceso y las emociones que de él se derivaron. Reconozco que a lo largo del tiempo me he quedado estancado en una interpretación sólo negativa del suceso. Reconozco que por eso he querido negarlo, olvidarlo, ocultarlo o borrarlo de mi vida. Reconozco que lo he mantenido reprimido dentro de mi cuarto oscuro. Reconozco que ese recuerdo sigue ahí aunque yo diga o piense que ya lo superé, ya lo olvidé, ya lo trabajé. Reconozco que me sigue generando emociones como culpa o resentimiento. Reconozco que sigue quitándome paz y tranquilidad. Finalmente, reconozco que ese recuerdo está ahí como una experiencia de la que puedo aprender, en la que puedo descubrir algo para crecer como persona y como ser humano. Reconozco que soy la única persona que puede asimilar y resolver lo relacionado con esta parte de mi vida. ¡Te felicito! Has dado un primer gran paso. Has reconocido esa parte de tu vida. Has dado un paso muy importante para transformarla e integrarla de manera positiva fuera de tu cuarto oscuro.

Paso 2: Aceptar El segundo paso a dar consiste en ACEPTAR. ¿Aceptar qué? Aceptar nuestras emociones. Si lo piensas un poco, te darás cuenta de que una de las principales razones por las que escondemos tantos recuerdos y vivencias dentro del cuarto oscuro es por las emociones que generan en nosotros. Emociones que resultan muy incómodas. Emociones que nos desgastan y nos provocan mucho malestar. La culpa y el resentimiento son, en particular, emociones de este tipo. Además de que, en el caso específico del resentimiento, a lo largo de nuestro crecimiento, tanto la educación familiar como la religiosa nos hicieron sentir que era muy malo enojarse, sentir rencor, experimentar odio o resentimiento. Tan malo que podríamos ser condenados a sufrir por toda la eternidad. ¡Y más si ese odio o resentimiento era hacia nuestros padres u otros adultos tales como abuelos o tíos! Por eso hemos negado o reprimido esas emociones durante toda la vida. Pero, para sanarlas, debemos aceptarlas. ¿Qué más debemos aceptar? El dolor. Debemos aceptar que algo que nos sucedió nos causó dolor, mucho dolor. También, desde niños, una trampa del ego que es el falso orgullo nos hace querer demostrar a los demás que somos fuertes, que no nos doblamos fácilmente, que lo que hagan o digan no nos afecta, que somos inmunes a los rechazos y a los golpes de la vida. Por eso negamos o reprimimos el dolor. Aunque internamente nos estemos deshaciendo por el dolor, por fuera hacemos hasta lo imposible para que los demás no lo noten. Pero, como ya has comprendido muy bien hasta este momento:

CUANTO MÁS HACEMOS POR OCULTAR NUESTRO DOLOR MÁS NOS ALEJAMOS DE NUESTRO VERDADERO SER

Así que el segundo paso es aceptar nuestras emociones. Aceptar la tristeza, el sentimiento de soledad, el miedo y, en especial, aceptar que hemos experimentado culpa y resentimiento. Aceptar que, en muchos casos, hemos cargado con esas emociones durante años o décadas. Y, junto con esas emociones, aceptar nuestro dolor. Aceptar que tal o cual suceso realmente nos dolió. Aceptar que tal o cual conducta, actitud o trato de otra persona realmente nos dolió. Aceptar que lloramos y que nos quebramos ante cierto suceso de nuestra vida. Hemos resaltado que el dolor es inevitable. Somos seres con la capacidad para sentir y a lo largo de la vida hay tantas circunstancias y situaciones que se presentan que es inevitable experimentar dolor tarde o temprano. Acéptalo. Vuelve a mirar ese recuerdo o experiencia que has sacado de tu cuarto oscuro. Míralo tal como sucedió. Recuérdalo tal como lo sentiste. Y acepta cada una de esas emociones. Acepto cada una de las emociones que sentí o he sentido en relación con ese recuerdo, con ese suceso, con esa vivencia o esa etapa de mi vida. Si sentí miedo, lo acepto. Acepto el miedo que sentí. Si sentí impotencia, la acepto. Acepto ese sentimiento de impotencia. Si me sentí triste, lo acepto. Acepto el sentimiento de tristeza que experimenté. Acepto cualquier otra emoción que experimenté en relación con esa parte de mi vida. En especial, si me sentí culpable, lo acepto. Acepto mi sentimiento de culpa. Si experimenté resentimiento hacia alguna persona involucrada, lo acepto. Acepto ese resentimiento. Acepto el enojo que he sentido. Acepto el rencor que he sentido. Acepto la culpa que he sentido. Acepto el resentimiento que he sentido. Acepto el remordimiento que he sentido. Acepto que cada una de esas emociones es algo natural como parte de mi condición de ser humano. Acepto que experimentar emociones como esas es parte de mi esencia como persona. Reconozco que no soy un ser insensible. Reconozco que tengo un cerebro, un sistema nervioso, un sistema digestivo y todo un organismo con los que puedo sentir cada una de esas emociones. Por eso me acepto con cada una de esas

emociones.

ACEPTO CADA EMOCIÓN QUE EXPERIMENTÉ O HE EXPERIMENTADO EN RELACIÓN CON ESA PARTE DE MI VIDA Si he seguido experimentando alguna de esas emociones a lo largo de los meses o los años, lo acepto. Acepto esas emociones. Acepto cada emoción que he experimentado a lo largo de los meses o años derivada de esa experiencia. Acepto también mi dolor. Acepto el dolor que me provocó ese suceso o esa etapa de mi vida. Acepto los días o las noches de dolor que viví. Acepto los momentos de dolor que viví. Acepto ese dolor como parte de mi vida. Acepto ese dolor como parte del proceso que consciente o inconscientemente elegí. Acepto ese dolor como parte del precio de la vida.

ACEPTO CADA MOMENTO DE DOLOR QUE VIVÍ O HE VIVIDO EN RELACIÓN CON ESA PARTE DE MI VIDA Acepto también mi miedo. Acepto que he tenido miedo de encarar mis emociones, miedo de reconocerlas, miedo de aceptarlas y miedo de confrontar mi dolor. En este momento dejo de negar estas emociones como parte de mí. En este momento dejo de negar lo que sentí y lo que he sentido. Acepto cada emoción. Acepto mis la culpa o el resentimiento que he experimentado. En este momento acepto todo mi dolor. ¡Sigues avanzando! Acabas de dar el segundo gran paso: el de la aceptación. De la “no aceptación“ surgen gran parte de los problemas de nuestra vida. Y de la aceptación surgen gran parte de las soluciones y los cambios.

Paso 3: Reclamar El tercer paso que debes dar a fin de seguir transformando los contenidos de tu cuarto oscuro es como una válvula de escape: RECLAMAR. En la mayoría de los casos, el resentimiento que experimentamos tuvo su origen en alguna situación en la que nos sentimos heridos o afectados de alguna manera (o sentimos que un ser querido fue afectado). El efecto de ese daño pudo haberse agravado cuando no tuvimos siquiera la oportunidad de expresar lo que sentíamos, pensábamos, deseábamos o necesitábamos. Eso acentuó nuestro sentimiento de haber sido víctimas de un gran atropello. Muy probablemente, si hubiéramos tenido la oportunidad de desfogarnos expresando todo lo que hubiéramos querido decir, habríamos desahogado gran parte de nuestro enojo y no se habría convertido en un resentimiento tan profundo con el paso del tiempo. Así que, aunque ya hayan pasado años o incluso décadas desde ese suceso que guardaste en tu cuarto oscuro con una fuerte carga de enojo, te hará muy bien desahogarlo por medio del reclamo. Reclamar te permitirá a seguir avanzando paso a paso en la transformación de esas emociones y esos recuerdos. Mira una vez más esa vivencia asociada al resentimiento que has tenido el valor de sacar de tu cuarto oscuro. Permítete revivir cualquier emoción de enojo que puedas sentir hacia la persona que te daño o lastimó. Toma un papel y un bolígrafo. Escribe una carta en la que le expreses todo lo que sientas necesidad de decir. Siéntete en la completa libertad de usar las palabras o expresiones que realmente reflejen tu sentir, incluyendo cualquier tipo de frase hiriente. No te limites. Es tu oportunidad de expresarlo todo. Es tu oportunidad de no quedarte con nada dentro de ti. Es perfectamente aceptable si sientes la necesidad de sacar todo tu resentimiento deseándole que se vaya al mismísimo infierno. Descarga todo tu enojo, toda tu decepción, toda tu desilusión, toda tu furia y todo tu resentimiento contenidos durante tanto tiempo dentro de tu cuarto oscuro junto con esos recuerdos. No te quedes con nada. Escríbelo todo.

Si lo haces así, seguramente experimentarás cierto grado de liberación. Sentirás que te has quitado de encima parte del peso que cargabas. Se liberará mucha de la presión contenida en tu cuarto oscuro que pugnaba por salir destrozando la puerta y las paredes. Una vez que hayas terminado de escribir esa carta, ¿qué deberías de hacer con ella? ¿Entregársela a la persona? Habrá quienes sientan ese deseo si la persona aún vive y está en posibilidad de recibirla. Sin embargo, una vez más, es importante que tengas claro que tu trabajo es sanar e integrar a tu vida los contenidos de tu cuarto oscuro. Escribir esa carta para liberar tu presión interior es la tarea que te corresponde a ti. Así que, una vez escrita, quémala o hazla trocitos y arrójala a un pozo profundo. Con eso habrás dado este importante paso para sanar e integrar a tu vida esos recuerdos. Hay otras formas en que se puede desahogar el enojo reprimido y acumulado dentro de nuestro cuarto oscuro. Una de ellas es representar una escena en la que alguien asume el lugar de la persona a quien deseamos dirigir nuestro reclamo. Otra manera es sacar nuestro enojo físicamente lanzando golpes a costal de boxeo o propinando palazos a una llanta vieja. Y puede haber otras variantes de estos métodos. Sin embargo, consideramos que escribir una carta es el método más práctico para la mayoría de las personas. Es muy efectivo. Yo lo he usado durante años en

distintos talleres con excelentes resultados. Por eso es el que incluimos aquí. Es importante resaltar que el reclamo es aquí parte de un proceso formado por varios pasos bien estructurados. El reclamo llevado a cabo de manera aislada sería poco efectivo para transformar los contenidos de nuestro cuarto oscuro y continuaríamos atrapados en el círculo vicioso del resentimiento. En este momento, tú has efectuado ya este tercer paso y sigues avanzando en tu importante proceso de transformación. ¡Sigue adelante!

Paso 4: Perdonarte El cuarto paso consiste en el mágico y transformador perdón hacia tu propia persona. Ya al compartirte mi proceso de transformación te hablé de lo liberador que fue perdonarme a mí mismo. Igualmente lo será para ti. Al perdonarte experimentarás una auténtica liberación. Te liberarás de la carga que te impusiste cuando inconscientemente, a lo largo de años de vida, fuiste llenando tu cuarto oscuro con vivencias y recuerdos convertidos en espantosas criaturas que te quitaron el sueño, la tranquilidad y la paz; que como horripilantes vampiros chuparon gran parte de tu vitalidad, de tu alegría por la vida y de tu entusiasmo. Al perdonarte desaparecerán muchas de esas sombras y en su lugar quedará la luz. Ya sabes de qué debes perdonarte. Ante la culpa es necesario que te perdones por haberte juzgado duramente por aquello que hiciste o dejaste de hacer cuando en realidad no podías haber actuado de otra manera. En el caso del resentimiento deberás perdonarte por haberte erigido en juez de otra persona. Así que, mira una vez más esos recuerdos sacados de tu cuarto y otórgate el perdón que tu alma ha esperado con ansias durante tanto tiempo. Perdónate como si ese perdón te fuera otorgado por un monarca o por el mismísimo Dios. En este momento decido perdonarme a mí mismo, a mí misma. Decido otorgarme un perdón puro y completo. Decido dejar de juzgarme y otorgarme el perdón que tanto anhela mi alma. Me perdono por no haber reconocido este suceso, esta vivencia, este recuerdo como parte de mí. Me perdono por no haber reconocido esta parte de mi historia. Me perdono por haberla negado. Me perdono por no haber aceptado cada una de mis emociones. Me perdono por no haber reconocido que tenía derecho a experimentar cada una de esas emociones. Me perdono por no haber aceptado mis emociones como una parte de mi naturaleza humana. En este momento dejo de condenarme por haber experimentado cada una de esas emociones.

Me perdono por haberme juzgado tan duro. Me perdono por los juicios que emití hacia cada persona. Me perdono por haberme erigido como juez de otra persona. Me perdono en este momento por no haber sido capaz de ver todo lo positivo en esa parte de mi vida. Me perdono por no haber tenido la capacidad para ver lo mejor de las circunstancias y las personas. Me perdono por haber juzgado esa parte de mi vida como algo completamente negativo. Me perdono por no haber sido capaz de ver los aspectos valiosos de mi persona, mis conductas o mis intenciones. Me perdono por el sufrimiento que me he provocado a mí mismo al haberme juzgado y al haber juzgado a otros. M perdono por el sufrimiento que me he provocado a mí mismo al nutrir dentro de mi cuarto oscuro a la culpa y el resentimiento.

ME PERDONO POR HABER CONVERTIDO INCONSCIENTEMENTE MI DOLOR EN SUFRIMIENTO Una vez que te has perdonado sinceramente desde el fondo de tu ser, experimentarás una gran liberación. Y ésta puede ser aún más completa cuando tienes el valor de pedir perdón. Hay distintas maneras de pedir perdón. Puedes pedirlo personalmente a quienes alguna vez dañaste, lastimaste o juzgaste. Te conté en mi historia que pedí perdón por teléfono a varios de mis tíos. A otros de ellos, a mi madre y mis hermanas les pedí perdón personalmente. También puedes pedir perdón escribiendo una carta, como en el paso de reclamar. Al igual que en ese caso, puede no ser necesario que la misiva llegue al destinatario; lo importante es el proceso que se da en tu interior cuando pides perdón. Una forma más es imaginar que hablas con la persona o dirigirte a algo que la represente, como una fotografía o algún objeto de su pertenencia. En el caso de una persona que ya ha fallecido, puedes hacerlo frente a su tumba, tal como yo lo hice en el caso de mi padre. En todos estos casos, lo importante es el proceso de liberación que se lleva a cabo en tu interior cuando de manera real o imaginaria te hincas o agachas

la cabeza para reconocer ante otra persona que te has equivocado. Podría resultar difícil ya que es un duro golpe al ego, pero hacerlo es liberador y te permite avanzar de manera muy sólida en la transformación de los contenidos de tu cuarto oscuro.

Paso 5: Reparar Hasta este momento has dado ya pasos muy importantes para transformar los contenidos que decidiste sacar de tu cuarto oscuro. Con ello les has quitado gran parte del poder terrorífico que durante tanto tiempo tuvieron y está empezando a desaparecer la necesidad que sentías de mantenerlos escondidos dentro de la negrura de esa habitación. ¿Qué sigue? El quinto paso consiste en REPARAR EL DAÑO. Es necesario que comprendas muy bien este paso para que lo lleves a cabo de manera adecuada pues se puede malinterpretar fácilmente. Cargamos con un sentimiento de culpa cuando consideramos que hemos dañado, lastimado o fallado de manera significativa a alguna o varias personas. Ese daño puede ser real en cuanto a que efectivamente afectó o lastimó a alguien. Pongamos como ejemplo un padre que en diversas ocasiones golpeó a su hijo. En otros casos puede ser un daño del que nosotros somos conscientes pero la persona afectada no lo es, como en el caso de una madre que nunca pasó tiempo con su hijo menor pues durante años se dedicó a atender a su primera hija quien nació con una discapacidad. La madre es consciente de que su pequeño creció con carencias afectivas debido a su falta de presencia pero él nunca lo percibió así conscientemente. En otras situaciones no dañamos ni afectamos de ninguna manera pero nos sentimos culpables debido a que en nuestro interior hay algún “si yo hubiera…” o un “debí hacer…”. En este tipo de casos podría incluirse el de una persona que carga con un sentimiento de culpa porque durante los últimos años de la vida de su abuelo lo visitó muy poco. Las situaciones a partir de las cuales podemos desarrollar un sentimiento de culpa son prácticamente infinitas. En cualquier caso, independientemente de si hubo o no un daño real, lo que sí es real es el peso de la emoción que cargamos; eso es lo que requerimos transformar. Para lograrlo, es necesario que tengamos muy claro que no se trata de reparar el daño en el sentido de “revertir” la situación; eso nunca es posible. De lo que se trata es de generar en nuestra mente un efecto de compensación acorde al origen de la culpa con el fin de restablecer un equilibrio que nos permita sentirnos en paz. Reparamos el daño para liberarnos de la carga

emocional de la culpa. Para hacerlo no hay fórmulas. Hay tantas maneras como situaciones en las que se ha producido la culpa. Lo que sí es muy importante es que al reparar lo hagamos, en nuestra mente, a través de la persona afectada pues de no ser así caeríamos en el error de infringirnos una especie de castigo. Reparar no es castigarnos. Reparar es restablecer en nosotros un estado de paz. Veamos algunos ejemplos que te pueden servir. ¿Recuerdas que te conté sobre ocasiones en que pedía quesadillas para almorzar con mi padre y mi hermano y arrancaba el auto para marcharnos de ahí sin pagar? Eso me hizo experimentar un sentimiento de culpa durante mucho tiempo. Desde el fondo de mi corazón pedí perdón a las señoras de esos puestos. Y, a fin de reparar el daño, les “dije” que compraría quesadillas en algún negocio parecido para regalarlas a algunos indigentes o personas de la calle. Así lo hice en muchas ocasiones hasta sentir que había restablecido la paz dentro de mí. Guillermina, quien le había tomado dinero a su papá en diversas ocasiones cuando era una niña, colocó monedas y billetes en una caja y se los entregó a su padre como un presente. Benjamín, quien se sentía culpable por no haber acompañado a su madre anciana durante muchos años, le pidió disculpas y decidió que la visitaría una vez por semana. De esta manera repararía el daño y aprovecharía tenerla aún con vida. Ruth estuvo demasiado ocupada durante los últimos meses en que vivió su abuela y no se dio el tiempo para hornearle uno de los pasteles de manzana que tanto le gustaban. Se sentía muy culpable. A fin de reparar ese daño, le pidió perdón frente a su tumba y le prometió que, en su recuerdo, llevaría diez pasteles a ancianos de un asilo y pasaría un tiempo con ellos. Así lo hizo. Entonces se sintío en paz. Samuel cargaba con la culpa de haber matado a pedradas, cuando era niño, a un pequeño pollo en la granja de sus abuelos al buscar la aprobación de sus primos mayores para que lo aceptaran en su pandilla. Compró un pollito y lo alimentó durante varias semanas. Todos los días le acariciaba suavemente la cabeza mientras le decía: ―Perdóname. No era consciente de lo que hacía. Perdóname por haberte quitado la vida. Como puedes apreciar en estos ejemplos, normalmente el paso anterior de

perdonarte y pedir perdón complementa suele formar parte, de manera natural, de este paso de reparar. Prácticamente sería imposible reparar un daño en el sentido de “revertir” los hechos, pero siempre podemos reparar como una forma de restablecer el equilibrio y la paz dentro de nosotros pues para nuestra mente hacer algo de manera virtual o imaginaria es como si realmente lo hiciéramos. Reparar es una acción temporal. No es permanente. El tiempo o la cantidad de veces en que es necesario llevar a cabo una acción depende de la situación y de la intensidad de nuestra culpa. Ahora sí, es tu turno. Mira una vez más ese recuerdo o vivencia que has sacado de tu cuarto oscuro. Si está asociado con sentimientos de culpa decide cómo puedes REPARAR el daño. Luego llévalo a cabo. Así seguirás avanzando a paso firme en tu proceso por llenar de luz tu habitación.

Paso 6: Agradecer El sexto paso de este proceso consiste nada menos que en la acción cuyos maravillosos efectos transformadores ya hemos resaltado: AGRADECER.

AGRADECER TE LIBERA. Hemos enfatizado en capítulos previos la trascendencia que tiene el acto de agradecer a fin de efectuar una radical transformación de los contenidos de tu cuarto oscuro. Además te compartí la importancia que ha tenido en mi vida. Ahora que estás avanzando en tu propia transformación, éste es el paso culminante. Si lo llevas a cabo de manera efectiva tu vida cambiará como nunca habías imaginado. Para hacerlo es necesario que tengas la capacidad de mirar cuidadosamente ese suceso o etapa que viviste y que identifiques todo lo que puedes agradecer. Será mucho, te lo podemos asegurar. Es como si sacaras a ese monstruo del rincón más oscuro y tenebroso de tu habitación, lo observaras por todos lados con una lupa buscando el tesoro que contiene entre su pelambre, en la piel que rodeas sus garras o en la blancura de sus colmillos. ¡En algún lugar encontrarás ese tesoro porque está ahí! Sólo tienes que mirar con atención. ¡Hagámoslo! Toma un cuaderno y un bolígrafo para que escribas. Te aseguro que encontrarás mucho por lo cual agradecer. Mira nuevamente ese suceso de tu vida y comienza a buscar el valioso tesoro que esconde. Anota todo lo que descubras. ¿Qué puedes agradecer de ese suceso, de esa vivencia, de esa experiencia? ¿Qué puedes agradecer en relación a ese momento o etapa de tu vida? ¿Qué puedes valorar de esa experiencia a fin de agradecer? ¿Qué aprendizaje puedes adquirir de esta experiencia a fin de agradecer?

¿De qué manera te nutrió esa experiencia para ser mejor como ser humano, como padre o madre, en tu relación de pareja, en tu profesión o en cualquier otro aspecto de tu vida? ¿De qué manera te ayudó como persona? ¿De qué manera te ayudó a crecer? ¿Qué te enseñó esa situación? ¿De qué manera te ha ayudado a valorar otros aspectos de tu vida? ¿De qué manera enriqueció o ha enriquecido tu proceso como persona? ¿Qué beneficios, directos o indirectos, ha traído a lo largo de tu vida? ¿Qué influencia positiva ha tenido en ti? ¿Qué te ha ayudado a descubrir sobre ti mismo, sobre la vida, sobre los demás, sobre las personas que te rodean? ¿Qué te ha ayudado a descubrir sobre tus capacidades, tus habilidades, tu potencial, tus posibilidades? ¿Qué te aportó esa experiencia que ha nutrido tus sueños, tus deseos, tus aspiraciones o tus objetivos? ¿De qué manera esa situación le ha dado un sentido a tu vida? ¿Qué puedes agradecer a la persona o personas involucradas? ¿Qué intención positiva puedes encontrar detrás de sus actos, sus omisiones o sus actitudes? ¿Esa vivencia nutrió o ha nutrido tu personalidad en algún aspecto? ¿Te aportó crecimiento? ¿Qué habilidades, capacidades o virtudes te ayudó a desarrollar? ¿Qué aptitudes te ayudó a nutrir o mejorar? ¿Te ha hecho más fuerte? ¿Te ha dado más determinación, perseverancia o fortaleza frente a las situaciones de la vida? ¿Te ayudó a ser más capaz en algún sentido? ¿Te ha ayudado a tomar decisiones? ¿Te ha ayudado a comprender algo? ¿Ha ampliado tu visión?

¿QUÉ PUEDES AGRADECER CON TOTAL SINCERIDAD DESDE EL FONDO DE TU SER ?

Una vez que has identificado toda la riqueza, las bendiciones y el crecimiento que te aportó esa situación, simplemente déjate inundar con un profundo sentimiento de agradecimiento. Da gracias sinceras desde lo más hondo de tu corazón.

AGRADECE CON TODO TU CORAZÓN ¡Felicidades! Has dado un paso verdaderamente colosal al identificar todo lo que puedes valorar en esa experiencia de vida y al AGRADECER por ello. De esta manera ha dejado de ser la criatura terrorífica que se encontraba agazapada dentro de tu cuarto oscuro y se ha convertido en una valiosa riqueza que puedes ubicar en cualquier otra parte de tu casa. Además has descubierto algo muy importante: te has dado cuenta de que, en la mayoría de los casos, las etapas más duras de nuestra vida son también las que más nos forjaron, las que más nos ayudaron a crecer, las que más nos fortalecieron o en las que más aprendimos. También te has dado cuenta de que tienes la capacidad para reinterpretar cualquier experiencia o suceso, verlo desde una óptica mucho más positiva y, de esta manera, integrarlo sanamente a tu vida. El dolor está ahí. Es parte de nuestra historia. Pero el agradecer es el bálsamo que cura nuestras heridas. El agradecimiento es esa luz que entra e ilumina todo lo que hay en el cuarto oscuro. Le quita lo terrorífico. Al fin podemos ver con claridad los colores hermosos y las formas agradables. Nos permite descubrir todas esas facetas positivas y toda esa belleza que no creímos que existía dentro de la oscura habitación. El agradecimiento es la luz que hace desaparecer los fantasmas, las sombras, la oscuridad, la penumbra. Agradecer es una capacidad verdaderamente poderosa con la que contamos para transformar nuestra vida. Cuando somos agradecidos, la soberbia y otras trampas del ego dejan de distorsionar la manera como vemos la realidad. Al agradecer dejamos de avergonzarnos y, al contrario, nos sentimos satisfechos con esas experiencias de vida que forman parte de nosotros.

Cuando al fin podemos AGRADECER, estamos liberados.

AGRADECER NOS LIBERA

Paso 7: Evitar repetir Te felicitamos. Has llegado al séptimo y último paso: EVITAR REPETIR. Has dado seis pasos muy trascendentes para transformar positivamente ese recuerdo o suceso que elegiste e integrarlo a tu vida. Ahora sabes que tienes la capacidad para RECONOCER cualquier suceso doloroso de tu vida, ACEPTAR cada una de tus emociones, REPARAR el daño cuando es posible, RECLAMAR adecuadamente para desahogarte, PERDONARTE y AGRADECER. Conforme tu cuarto oscuro se va llenando de luz el objetivo será que así se mantenga, que EVITES REPETIR aquello que lo llenó de oscuridad, que no vuelva a infestarse con criaturas monstruosas que nuevamente te quiten la paz y la tranquilidad que ya has ganado. Hay dos formas para mantener tu habitación libre de los monstruos de la culpa y el resentimiento; dos formas para mantener ese espacio lleno de luz y evitar que la oscuridad vuelva a apoderarse de él. La primera es evitar, en lo posible, volver a experimentar situaciones que te produzcan esas emociones. Para ello te será muy útil todo el aprendizaje que has identificado en el paso de AGRADECER. Cuando aprendemos de las situaciones dolorosas que hemos vivido es más fácil evitar repetirlas o caer de nuevo en situaciones similares. Esa es una gran riqueza que nos da el aprendizaje adquirido. Por eso es tan valioso. Sin embargo, no siempre es fácil. Como seres humanos que somos en permanente crecimiento y con la capacidad para experimentar tantas reacciones emocionales, existe en todo momento la posibilidad de que volvamos a tropezar. Ya sabes: EL DOLOR ES INEVITABLE. Las personas que nos rodean pueden cometer errores y nosotros también. Podemos volver a equivocarnos, dañar a alguien o herirlo y con ello sentirnos nuevamente culpables. Quienes están cerca de nosotros pueden desilusionarnos, lastimarnos o afectarnos de alguna forma con lo que podría surgir nuevamente nuestro enojo hacia ellos. Todo eso no lo podemos evitar completamente. Lo que sí podemos evitar es el sufrimiento provocado por reprimir esas emociones en el interior de nuestro cuarto oscuro, por negarlas o intentar ocultarlas. Ya has aprendido que EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL.

EL DOLOR ES INEVITABLE, EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL. Ahora eres consciente de la existencia de esa habitación interior y cuentas con un método práctico y útil para integrar sanamente ese tipo de experiencias y emociones a tu vida. Si vuelves a vivir alguna situación que te genere culpa o enojo sigue los siete pasos de inmediato: 1. RECONOCE la experiencia como parte natural de tu vida. 2. ACEPTA las emociones que surjan en tu interior. 3. Utiliza una manera adecuada de RECLAMO como la que has conocido aquí. Luego puedes reclamar también de manera clara y respetuosa hacia la persona. 4. PERDÓNATE por cualquier carencia que aún haya en ti. 5. REPARA de inmediato lo que sea posible. 6. Identifica todo el aprendizaje que puedas encontrar en la situación y AGRADÉCELO. 7. Y así EVITARÁS llenar de negrura nuevamente tu habitación. Así que, una vez más: ¡Felicidades! Has dado siete pasos extraordinarios para sanar tu vida y para devolver la paz y la tranquilidad a tu alma.

AGRADECER DESDE EL AMOR Deseamos concluir este libro con un tema que, aunque lo abordaremos de manera sencilla y breve, es verdaderamente trascendente: NUESTRA ESENCIA ES EL AMOR. Más allá de cualquier cosa, la esencia de cada ser humano es el amor. Tu esencia es el amor. Mi esencia es el amor. La esencia de tu padre, tu madre, tu hermano, tu pareja, tu hijo, tu amigo... Es el amor. La esencia de cada persona que has conocido en la vida o de cada persona que conocerás es el amor. Desde la perspectiva de esta esencia seguramente tendrán aún más sentido todos los temas que hemos compartido contigo así como los siete pasos que has aprendido. Más allá de la falta de conciencia o de la ignorancia... Más allá del miedo, de las trampas del ego y de la soberbia... Más allá de cada una de nuestras emociones, experiencias, vivencias y recuerdos... Más allá de la culpa y el resentimiento... Más allá está nuestra esencia como seres humanos, como seres espirituales, como seres de luz. En el fondo de cada uno de nosotros, en nuestra alma, en esa esencia de amor no existe la culpa ni el resentimiento. Seguramente, el momento en que de manera natural veremos todo desde esta esencia de amor será al momento de morir. Por eso, las personas que han vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (cuando han estado clínicamente muertos durante unos minutos) narran que en ese momento dejaron de sentir miedo, culpa, odio o resentimiento. Lo único que experimentaron fue una profunda y completa paz pues su experiencia fue vivida desde su alma, desde su esencia de amor. En el otro extremo de la vida, durante nuestra concepción, gestación y nacimiento, seguramente también estuvimos conectados con ese nivel de nuestra alma, con esa esencia de amor. En esas etapas, con la inocencia propia de un bebé o un niño pequeño tampoco experimentamos culpa o resentimiento: nuestra habitación era limpia y luminosa. ¿Cómo hubiera sido nuestra vida si entre esos dos extremos siempre nos hubiéramos mantenido con esa pureza y en contacto con esa luz que es capaz de iluminarlo todo? Desafortunadamente, mientras crecíamos, fuimos acumulando en nuestra

habitación luminosa diversos contenidos que la oscurecieron y que obstruyeron el flujo de la luz. Y, junto con todas las incómodas manifestaciones que ya hemos descrito, llegamos a tener la errónea percepción de que ahí dentro no había nada de valor. Por eso ocultamos lo mejor posible esa habitación. La negamos e hicimos hasta lo imposible por olvidar su existencia. ¡Seguramente, si hubiéramos podido, la hubiéramos desaparecido junto con todo su contenido! ¡Y qué bueno que no pudimos! ¡Qué bueno que es imposible! Porque ahí dentro se encuentra lo más valioso de toda nuestra casa. En el interior de esa habitación está lo más valioso de nosotros mismos. Ahí está nuestra esencia. Nuestra alma. El amor. Está ahí dentro. Siempre está ahí. Puede ocultarse. Puede olvidarse. Pero no puede extinguirse, ni apagarse, ni desaparecer. Siempre está ahí, en espera de que saquemos del cuarto todo lo que hemos echado encima. Nuestra esencia siempre está ahí, lista para expandirse a toda la casa, lista para iluminar cada rincón y cada espacio. Esa es nuestra verdadera naturaleza. Esa es nuestra verdadera esencia. Es el centro de nosotros. En la medida en que tomemos conciencia de ello y limpiemos esa habitación no sólo llenará de luz toda la casa; quienes entren también se llenarán de luz y de paz. No necesitamos hacer nada con esa luz, con esa esencia, con ese amor. Sólo dejar que se expanda, que se extienda, que ilumine. Decir que el amor es nuestra esencia puede sonar cursi, anticuado, trillado, obsoleto o abstracto. Sobre todo en el mundo materialista en que vivimos. Estamos tan alejados del amor que no nos sentimos seres de amor ni sentimos que los demás lo sean. Pero quienes realmente llegan a comprender esto, transforman su vida. Hemos escuchado siempre en distintas doctrinas religiosas que “somos imagen y semejanza de Dios” y que “Dios es amor”. De ahí, la conclusión obvia es que SOMOS AMOR. Desafortunadamente eso se ha convertido tan sólo en una idea hueca y sin sentido en el mundo en que vivimos. Pero así es. Nuestra esencia, el amor que somos, nuestra alma está más allá de nuestros actos y de los actos de las personas. Está más allá de nuestras experiencias, nuestras emociones y nuestros recuerdos. Está más allá de cualquier culpa o resentimiento.

Si pudiéramos darle sentido con amor a todo lo que hemos vivido, nuestra vida sería muy diferente. Si comprendiéramos estas esencias (amor, alma, espiritualidad) la humanidad sería otra. Si estuviéramos conectados con nuestra esencia no habría culpas ni resentimiento. Nuestro estado permanente sería un estado de paz, serenidad, equilibrio y vitalidad en conexión con ese amor. Una madre que verdaderamente ama a su hijo lo ve hermoso aún si está sucio y desaliñado porque lo ve a través de los ojos del amor. Lo ve así de manera natural. Si los seres humanos no nos hubiéramos alejado de nuestra esencia que es el amor veríamos así los sucesos y experiencias de nuestra vida. Nos hemos alejado del amor porque hemos dejado que esa habitación se oscurezca. Así, cuando vemos nuestros recuerdos o nuestras experiencias dolorosas, los vemos a través de las sombras de nuestro cuarto oscuro. Es lógico que veamos oscuridad y penumbra. Lo importante es que siempre está ahí. Siempre permanece en el fondo de nuestra habitación luminosa. En la medida en que vamos sacando todo lo que ocupa el cuarto oscuro y lo integramos al resto de la casa, esa luz va recuperando su esplendor. Nos vamos conectando con nuestra esencia de amor y entonces podemos ver con un nuevo colorido todo lo que forma parte de nuestra vida. Todos tenemos esa capacidad. Todos podemos hacerlo. Todos podemos limpiar nuestra habitación luminosa y, en ese sentido, TODOS PODEMOS SER UNOS ILUMINADOS. Recuperar nuestra habitación luminosa y conectarnos con nuestra esencia de amor es un trabajo de vida. El acto de AGRADECER ES MUY PODEROSO porque está ligado a la luz. En la medida en que agradecemos, nos llenamos de luz. Y a su vez, cuanto más nos llenamos de luz, más fácil nos resulta agradecer. Sólo podemos llevar a cabo estos siete pasos en la medida en que decidimos amarnos a nosotros mismos de manera profunda. Y en esa misma medida nuestro amor se puede extender a los demás. A su vez, al realizar los siete pasos, sanando e integrando nuestros recuerdos y experiencias, estamos mejor preparados para amarnos y amar a otros. Conectarnos de esa manera tan positiva con nuestra esencia es un verdadero acto de amor hacia nosotros. La persona que somos ha sido moldeada por cada experiencia de vida, por cada suceso, por cada emoción. Somos como una maravillosa escultura moldeada por cada una de nuestras vivencias. Podemos amar cada parte de esa

obra maestra a través del agradecimiento. Si logramos conectarnos con nuestra esencia de amor por medio del agradecimiento podemos llevar a cabo una extraordinaria transformación de nosotros mismos.

CONCLUSIÓN De todas las emociones que como seres humanos podemos experimentar, la culpa y el resentimiento son dos de las más comunes. Prácticamente todos llegamos a experimentarlas de manera significativa a lo largo de nuestra vida. Además, por la manera en que actúan en nuestra fisiología, nuestras reacciones, nuestros pensamientos, nuestras creencias y otras capacidades de nuestra mente tienen el potencial de generar una gran cantidad de consecuencias que limitan y afectan drásticamente nuestra calidad de vida y nuestra plenitud. Hemos escrito esta obra a fin de compartirte nuestra experiencia y visión con el deseo de acompañarte a comprender, transformar e integrar en tu vida las etapas, vivencias o recuerdos asociados a estas emociones. Espero que todo lo que te compartí sobre los sucesos de mi vida, las emociones que generaron y la manera como pude transformar la culpa y el resentimiento hayan sido un buen ejemplo para ti de la capacidad que todos tenemos para integrar de manera positiva ese tipo de vivencias y recuerdos.

LA SOBERBIA DEL PERDÓN De manera particular, esperamos haberte transmitido con claridad el por qué del título: LA SOBERBIA DEL PERDÓN.

PERDONAR TE ESCLAVIZA Y también, de manera muy especial, esperamos haberte acompañado a comprender el impresionante poder transformador que acompaña al acto de AGRADECER.

AGRADECER TE LIBERA Seguramente la lectura del libro te ha ayudado a tomar conciencia sobre estas emociones y la importancia de transformarlas. Tú eres la única persona que puede asumir la responsabilidad de hacerlo. Para eso hemos compartido contigo siete pasos claros y muy prácticos que te permitirán integrar esas emociones. Ahora que tienes la claridad y la forma de hacerlo, sólo tú decidirás si lo

haces. Desde nuestra esencia, pensando en ti, hemos hecho el mejor trabajo posible a fin de ofrecerte una obra que disfrutaras y que te ayude a llevar luz a tu habitación, así como paz y tranquilidad a tu alma. Esperamos haberlo logrado. Eduardo Sánchez. Gildhardho.

EPÍLOGO Junto a tu puerta Hola, estimado lector. Hola, estimada lectora. Hemos llegado al final de estas páginas y es momento de despedirnos por ahora. Pero antes quiero pasar unos minutos contigo. Regálame un poco de tu tiempo. Tú, con una gran disposición, me invitas a charlar un rato. Colocas dos sillas muy cómodas junto a la puerta de tu cuarto oscuro. Has elegido ese lugar para que conversemos pues ya has comprendido la importancia que tiene esa habitación en tu vida; ya no te da tanto miedo como antes. Después de leer este libro ese sitio frente a tu cuarto oscuro tiene un significado muy especial para ti. De hecho, la puerta ya no está cerrada. Se encuentra entreabierta. Desclavaste las gruesas tablas de madera y abriste los grandes candados con los que durante años te habías asegurado de que se mantuviera bien cerrada para que nada ni nadie pudiera abrirla. ―¿Podrías colocar otra silla? ―te pregunto―. Vamos a tener un invitado que nos acompañará. Tú te diriges a la sala y traes una silla igual a las anteriores. Me invitas a sentarme. Yo lo hago. Te diriges a la cocina. Unos instantes después regresas con dos tazas de café. Me extiendes una. Enseguida te sientas también. Yo tomo un sorbo. ―Gracias ―te digo―. Está delicioso. Tú asientes con la cabeza mientras bebes de tu taza. Estamos sentados cerca de la puerta, disfrutando ese momento de calma. ―Quiero darte las gracias ―comienzo expresándote― por dejarme entrar a tu casa; por abrir tu mente y tu corazón a lo que deseaba transmitirte por medio de este libro. Te felicito por haberlo leído con tanto interés. Lo escribí con mucho cariño para personas como tú que tienen el deseo de cambiar sus vidas, de crecer interiormente, de vivir con más paz y tranquilidad. Tú asientes con una sonrisa. Te sientes feliz al estar compartiendo ese momento conmigo dentro de esa casa que representa todo lo que eres, lo que

piensas y lo que has vivido. En un breve silencio ambos bebemos unos sorbos de café. Hay una suave y agradable música de fondo que se escucha en un aparato de sonido. Tú experimentas un gran gusto por todo lo que has descubierto y comprendido sobre ti y sobre tu cuarto oscuro. Ahora entiendes por qué lo habías ocultado durante años, intentando alejarte de tu dolor. Lo has comprendido.

CUANTO MÁS HACEMOS POR OCULTAR NUESTRO DOLOR, MÁS NOS ALEJAMOS DE NUESTRO VERDADERO SER. Ahora comprendes la esencia de ese lugar. Sabes muy bien que, en el fondo de esa habitación, está la luz que debe iluminar tu vida. Has comprendido que mientras no saques todo lo que hay ahí para transformarlo e integrarlo al resto de tu casa, siempre habrá algún tipo de consecuencia y nunca podrás alcanzar verdadera paz y tranquilidad. ―Cuéntame algo de lo más importante que has descubierto mientras leías este libro ―te pido― o algo de lo que más te interesó. Tú te colocas muy cómodamente en la silla y comienzas a platicarme... Un rato después, cuando ya me has compartido mucho de lo que has descubierto en estas páginas, alguien llega. Tú y yo nos ponemos de pie para recibirlo. Es Gildhardho, mi coautor de este libro. Nos saludamos y nos damos un cálido abrazo. Tú le extiendes la mano y lo saludas. Lo invitas a sentarse. Te diriges a la cocina por otra taza de café caliente para él. Cuando regresas se la entregas. ―¿Cómo están? ―pregunta―. Veo que están platicando del libro ―dice él, señalando el ejemplar que se encuentra en una pequeña mesa, junto a tu silla. Nosotros asentimos. Le comento algo de lo que me has mencionado que llamó tu atención a lo largo de las páginas. ―¡Qué bueno que lo disfrutaste ―expresa Gildhardho con entusiasmo― y que has descubierto muchas cosas importantes! Lo hicimos para personas como tú. Yo suelto una suave risa. ―Sí ―agrego―. Es justamente lo que yo le dije hace unos minutos. ―¿Ya te contó Eduardo que nos acabamos de conocer?

―¿De verdad? ―preguntas tú, abriendo los ojos y elevando las cejas con sorpresa. ―Así es ―comento yo―. Desde hacía años yo tenía el deseo y el sueño de escribir libros para compartir con muchas personas parte de la experiencia que la vida me ha dado oportunidad de adquirir. Me hablaron de Gildhardho, que es escritor. Lo busqué y conversamos. Le pedí que trabajáramos juntos. Comenzamos de inmediato a crear esta obra sin siquiera conocernos. ―En la primera plática que tuvimos ―agrega Gildhardho con entusiasmo―, Eduardo me dijo que ya tenía el título: “La Soberbia del Perdón“. Me pareció muy interesante y original, aunque en ese momento no tenía idea de todo lo que había detrás. Conforme fuimos desarrollando el libro y fui captando lo que Eduardo quería transmitir, le encontré cada vez más sentido al título. Verdaderamente me pareció un contenido muy trascendente para la vida de las personas. ¡Me siento muy satisfecho con la obra que juntos hemos creado! Gildhardho hace una pausa. Te mira y pregunta: ―¿No te sucedió a ti algo parecido cuando viste por primera vez el título del libro? Tú asientes y nos compartes lo que pensaste en aquel momento. ―Mientras el libro iba tomando forma ―sigue contando Gildhardho― yo me sorprendía al escuchar las vivencias de Eduardo. Se fue generando entre nosotros una gran confianza. Puedo decirte que, en unos cuantos meses, hemos forjado ya una gran amistad ―hace una pausa―. Me siento muy agradecido por habernos conocido y por las posibilidades que se están abriendo a través del equipo que estamos conformando. Gildhardho suspira suavemente y sigue tomando su café. Yo aprovecho esa pausa para expresar: ―Yo también me siento muy agradecido con esta oportunidad. Estoy muy emocionado porque este libro es el primero de muchos; es el inicio de un gran sueño hecho realidad. En ese momento Gildhardho voltea y mira. ―Veo que ya abriste la puerta de tu cuarto oscuro ―te dice―. ¡Te felicito! Tú asientes con una clara expresión de satisfacción en tu rostro. ―¿Te quedaron claros los siete pasos? ―pregunta él con interés―. Uno de nuestros objetivos es que cualquier persona entienda muy bien cada uno de los pasos para que los pueda aplicar y realmente lleve a cabo una gran transformación. Tú asientes y comentas cómo entendiste cada uno de los pasos que te compartimos. ―Tal vez observaste ―explica Gildhardho― que algunas frases del libro

estaban escritas como si sólo una persona hablara y otras como si lo hicieran varias personas. Me mira, pidiendo que yo lo explique. ―Cuando parece que sólo una persona habla ―digo enseguida― es porque yo estoy compartiendo directamente mi experiencia, como en alguna frase que dice: “La puerta de mi cuarto oscuro”. En otros momentos, la explicación que damos es de parte de los dos; por ejemplo: “Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre las emociones…” Tú muestras un gran interés en lo que te estamos compartiendo. Seguimos charlando durante un rato. Finalmente, llega la hora de despedirnos. Gildhardho y yo todavía aprovechamos para transmitirte unas últimas ideas. ―Después de haber pasado por todas esas experiencias y por la transformación que ya conoces ―te explico― decidí dedicarme a acompañar a otros y llevarlos de la mano como alguna vez a mí me acompañaron. Por eso me dedico al crecimiento personal de los demás mientras al mismo tiempo sigo creciendo. Por eso he querido escribir este libro. Hago una pausa. ―Parte de mi misión es acompañarte ―te miro fijamente a los ojos para enfatizar lo que digo― a limpiar tu habitación de los monstruos que se encuentran ahí escondidos. Por eso Gildhardho y yo hemos plasmado en estas páginas lo mejor de mi experiencia personal y profesional. Hemos querido que tengas este libro en tus manos con el deseo de que aporte paz y tranquilidad a tu vida, a tu ser, a tu alma. Gildhardho y yo nos sentiremos muy dichosos al saber que te hemos acompañado a integrar tu dolor y tu sufrimiento para que así puedas avanzar en tu camino. Me pongo de pie. Gildhardho y tú también lo hacen. Él te dice: ―Comparte un ejemplar de este libro con cada uno de tus seres queridos. Nunca sabemos qué monstruos esconde en el interior de su cuarto oscuro cada una de las personas a quienes más amamos. Dales la oportunidad que tú has tenido de comprender todo esto ―agrega, señalando la puerta de tu oscura habitación. Finalmente, yo te digo, con un gran cariño desde el fondo de mi corazón: ―Ya has tenido un importante inicio. Sigue adelante. Sigue llenando de luz tu habitación. Avanza para que cada vez tengas una conexión más fuerte con tu esencia de amor y luz. Es un trabajo de vida. Gildhardho se acerca y te brinda un abrazo.

Luego yo me acerco y te doy también un cálido abrazo de despedida, mientras te digo con mucho afecto: ―Abrazo a la luz que hay en tu interior, pero también abrazo a la oscuridad que es parte de ti. Abrazo a tu esencia de AMOR que se encuentra en tu habitación luminosa. Abrazo también todo lo que forma parte de tu cuarto oscuro. Te abrazo con todas tus vivencias y experiencias a lo largo de tu vida. ¡Hasta pronto! Entonces nos marchamos. Tú te quedas ahí, mirando la puerta entreabierta. Sabes que has hecho un gran descubrimiento al volverte consciente de tu cuarto oscuro y al comprender su verdadera naturaleza. Sabes que has comenzado una importante etapa al sacar los primeros contenidos de ese oscuro lugar, transformarlos por medio de los siete pasos e integrarlos al resto de tu casa. Seguirás adelante. Ya sabes cómo hacerlo. Este libro es tu manual. Será un proceso de vida. Tu cuarto oscuro poco a poco tendrá más luz. Y RESURGIRÁ ESA LUMINOSA HABITACIÓN QUE CONTIENE LA VERDADERA ESENCIA DE TU SER: EL AMOR.

“EL DOLOR ES INEVITABLE, EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL.” - Buda Gautama

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Eduardo Sánchez Corona [email protected] (462) 163 0787

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