La Verdad Restaurada - Manual

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LA V ERD AD RESTAURADA Una breve historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días

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INDICE

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.

Génesis Un ángel y un libro El poder de Dios entre los hombres Se organiza la Iglesia El mormonismo en Ohio La Iglesia en Misuri Nauvoo la Hermosa Los mártires El éxodo Hacia la tierra prometida La conquista del desierto Los años de conflicto Años de sobrellevar las pruebas El resplandor de la buena voluntad

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Capítulo 1 Génesis A principios del siglo diecinueve, la parte occidental del estado de Nueva York era principalmente territorio de colonización, una región de amplias oportunidades para quienes no temieran la formidable tarea de desmontar y trabajar la tierra virgen. Entre éstos estaban José Smith y su esposa, Lucy Mack, quienes, junto con sus odio hijos, en 1816 se establecieron en los alrededores de Palmyra, no lejos de Rochester. Los Smith constituían una familia típica de Nueva Inglaterra, de ascendencia inglesa y escocesa, que valoraba la independencia por la cual sus antepasados de ambas líneas habían luchado en la revolución norteamericana de 1776. Y eran gente religiosa que leía la Biblia y oraba en familia aunque. como muchos de su clase, no pertenecían a ninguna iglesia. Esta situación en que se encontraban los pobladores de las regiones coloniales de los Estados Unidos causó gran inquietud a los líderes religiosos y se inició una campaña de conversión, que se llevó a cabo en una amplia región que iba desde los estados de Nueva Inglaterra hasta Kentucky. En 1820 llegó hasta la parte occidental de Nueva York. Los ministros de distintas denominaciones unieron sus esfuerzos y se lograron muchas conversiones entre los colonos esparcidos. En una de sus ediciones un periódico de Rochester hizo la siguiente observación: “Desde que se inició el último movimiento renovador religioso, más de doscientas almas de Palmyra, Macedon, Manchester, Lyons y Ontario se han convertido en esperanzados recipientes de la gracia divina”. A la semana siguiente informaba “que en Palmyra Macedon... más de cuatrocientas almas ya han confesado que el Señor es bueno”.1 LA HISTORIA DE JOSÉ SMITH Ante el ímpetu de esa renovación religiosa, cuatro miembros de la familia Smith —la madre y tres hijos— se unieron a la Iglesia Presbiteriana. Otro hijo, José, que entonces tenía catorce años de edad, también sintió un fuerte deseo de afiliarse a una iglesia; pero quería estar Seguro en tan importante paso y se sintió profundamente afligido por el hecho de que, aun cuando los diversos ministros religiosos habían estado unidos al iniciarse el movimiento de renovación, se mostraron en enconado desacuerdo cuando los conversos empezaron a dividirse entre las varias congregaciones. Cuanto más escuchaba los argumentos contradictorios, más se confundía. Razonando, llegó a la conclusión de que todas ellas no podían estar en lo cierto, y el problema de cuál sería la que Dios reconocía como su Iglesia lo inquietó (le gran manera. En un relato sencillo y sincero nos cuenta lo que decidió hacer y los notables acontecimientos que siguieron: “Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos grupos de religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. “Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío... Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer; y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes sectas entendían los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruían toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia. “Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de ‘pedir a Dios’, habiendo decidido que si El daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin reprochar; yo podría intentarlo. 2

“Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue en la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente “...mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina. “Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara... y en el momento en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción —no a una ruina imaginaria, sino al poder (le un ser efectivo del mundo invisible que ejercía una fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser— precisamente en ese momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí. “No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo! “Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado... pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera... y a cuál debía unirme. “Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque...con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas los mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella’”2 LAS REACCIONES DE LA GENTE Como es de suponerse, tan extraordinario relato provocó considerable conmoción. De buena fe, José Smith habló del hecho con tino de los predicadores que habían tomado parte en aquella renovación religiosa. El joven quedó desconcertado cuando el hombre trató su relato con desprecio, diciéndole que tales cosas eran del diablo, que todas las visiones y revelaciones habían cesado con los Apóstoles y que no se repetirían. Pero no terminó allí el asunto, porque el joven no tardó en descubrir que era el blanco de burlas; y hombres que en general no se habrían fijado en él se empeñaban en ridiculizarlo, lo que fue para él motivo de mucha pena. En su historia continúa diciendo: “Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión, en la cual vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que le creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del ciclo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aun así sabía, y sabría hasta su último aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no pudo hacerlo pensar o creer lo contrario. “Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión; y ¿quién soy yo para 3

oponerme a Dios?, o ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación.”3 En la mente de José Smith quedó así aclarado el gran problema que lo había confundido, por lo que no se afilió a ninguna de las iglesias que habían procurado despertar su interés. Y de mayor importancia aún, había descubierto que la promesa de Santiago era verdadera: Quien tenga falta de sabiduría puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche. 1

Preston Nibley, “Joseph Smith, the Prophet”. Salt Lake City: Deseret News Press, 1946, págs. 21-22. 2 José Smith—Historia 11-19. 3 José Smith—Historia 24-25.

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Capítulo 2 Un ángel y un libro Una vez que hubo relatado su visión, la vida de José Smith nunca volvió a ser la misma. Por una parte, la notable experiencia había causado una impresión indeleble en él. El conocimiento que había recibido en esa visión lo había colocado en tina posición singular. Sin embargo, su manera de vivir no era muy distinta de la de cualquier otro joven granjero de su época, con la excepción de que a menudo era objeto de burlas. No obstante, siguió trabajando en la granja de su padre y para otros vecinos de la zona y siguió relacionándose con compañeros de su propia edad. Quienes lo conocieron lo describían como un joven fuerte y activo, de disposición alegre, aficionado a la lucha y a otros deportes. La historia de su vida y experiencias en esta época queda mejor descrita con sus propias palabras: “...frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud... lo cual me da pena decirlo, me condujo a diversas tentaciones, ofensivas a la vista de Dios. Esta confesión no es motivo para que se me juzgue culpable de cometer pecados graves o malos, porque jamás hubo en mi naturaleza la disposición para hacer tal cosa... “Como consecuencia de estas cosas, solía sentirme censurado a causa de mis debilidades e imperfecciones. De modo que, en la noche del ya mencionado día veintiuno de septiembre, después de haberme retirado a mi cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación para saber de mi condición y posición ante El; porque tenía la más absoluta confianza de obtener tina manifestación divina, como previamente la había tenido. “Encontrándome así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la habitación quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo. “Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura que excedía a cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; y no creo que exista objeto alguno en el mundo que pueda presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y de igual manera sus pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía verle el pecho. “No sólo tenía su túnica esta blancura singular; sino que toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí. “Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía tina obra para mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi nombre para bien y para mal, o sea, que se iba a hablar bien y mal de mí entre todo pueblo.” LAS ESCRITURAS DE LAS AMÉRICAS “Dijo que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de oro, el cual daba una relación de los antiguos habitantes de este continente, así como del origen de su procedencia. También declaró que en él se encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo había comunicado a los antiguos habitantes. 5

“Asimismo, que junto con las planchas estaban depositadas dos piedras, en aros de plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban lo que se llamaba el Urim y Tumim; que la posesión y uso de estas piedras era lo que constituía a los ‘videntes’ en los días antiguos, o anteriores, y que Dios las había preparado para la traducción del libro. “Después de decirme estas cosas, empezó a citar las profecías del Antiguo Testamento... [José entonces menciona algunos de los pasajes de las Escrituras citados por Moroni.] “Por otra parte, me manifestó que cuando yo recibiera las planchas de que él había hablado... no habría de enseñarlas a nadie, ni el pectoral con el Urim y Tumim, sino únicamente a aquellos a quienes se me mandase que las enseñara; si lo hacía, sería destruido. Mientras hablaba conmigo acerca de las planchas, se manifestó a mi mente la visión de tal modo que pude ver el lugar donde estaban depositadas; y con tanta claridad y distinción, que reconocí el lugar cuando lo visité. “Después de esta comunicación, vi que la luz en el cuarto empezaba a juntarse en derredor del personaje que me había estado hablando, y así continuó hasta que el cuarto una vez más quedó a obscuras, exceptuando alrededor de su persona inmediata, cuando repentinamente vi abrirse algo como un conducto que iba directamente hasta el cielo, y él ascendió hasta desaparecer por completo, y el cuarto quedó tal como había estado antes de aparecerse esta luz celestial. “Me quedé reflexionando sobre la singularidad de la escena, y maravillándome grandemente de lo que me había dicho este mensajero extraordinario, cuando en medio de mi meditación, de pronto descubrí que mi cuarto empezaba a iluminarse de nuevo, y, en lo que me pareció un instante, el mismo mensajero celestial apareció una vez más al lacio de mi cama. “Empezó, y otra vez me dijo las mismísimas cosas que me había relatado en su primera visita, sin la menor variación... Habiéndome referido estas cosas, de nuevo ascendió como lo había hecho anteriormente. “Ya para entonces eran tan profundas las impresiones que se me habían grabado en la mente, que el sueño había huido de mis ojos, y yacía dominado por el asombro de lo que había visto y oído. Pero cuál no sería mi sorpresa al ver de nuevo al mismo mensajero al lado de mi canta, y oírlo repasar y repetir las mismas cosas que antes; y añadió una advertencia, diciéndome que Satanás procuraría tentarme la causa de la situación indigente de la familia de mi padre) a que obtuviera las planchas con el fin de hacerme rico. Esto él me lo prohibió... “Después de esta tercera visita, de nuevo ascendió al cielo como antes, y otra vez me quedé meditando en lo extraño de lo que acababa de experimentar; cuando casi inmediatamente después que el mensajero celestial hubo ascendido la tercera vez, cantó el gallo, y vi que estaba amaneciendo; de modo que nuestras conversaciones deben de haber durado toda aquella noche. “Poco después me levanté de mi cama como de costumbre, fui a desempeñar las faenas necesarias del día; pero al querer trabajar como en otras ocasiones, hallé que se me habían agotado a tal grado las fuerzas, que me sentía completamente incapacitado. Mi padre, que andaba trabajando cerca de mí, vio que algo me sucedía y me dijo que me fuera a casa. Partí de allí con la intención de volver a casa, pero al querer cruzar el cerco para salir del campo en el que estábamos, se me acabaron completamente las fuerzas, caí inerte al suelo y por un tiempo no estuve consciente de nada. “Lo primero que pude recordar fue una voz que me hablaba, llamándome por mi nombre. Alcé la vista y, a la altura de mi cabeza, vi al mismo mensajero, rodeado de luz como antes. Entonces me relató otra vez todo lo que me había referido la noche anterior; y me mandó ir a mi padre y hablarle acerca de la visión y mandamientos que había recibido...” “...regresé a donde estaba mi padre en el campo, y le declaré todo el asunto. Me respondió que era de Dios, y me dijo que fuera e hiciera lo que el mensajero me había mandado Salí del campo y fui al lugar donde el mensajero me había dicho que estaban depositadas las planchas; y debido a la claridad de la visión que había visto tocante al lugar, en cuanto llegué allí, lo reconocí.”1 6

EL CERRO CUMORA A unos seis kilómetros al sur de Palmyra, estado de Nueva York, se halla un cerro de buen tamaño que se levanta abruptamente por el lado norte y disminuye gradualmente en un largo declive hacia el sur. Por el costado occidental, no lejos de la cima, tal como José la había visto en la visión, aparecía, pulida por el tiempo, la superficie de una piedra redondeada cuyos bordes estaban cubiertos de tierra. Afanosamente quitó la tierra para poder introducir tina palanca debajo de la orilla y levantándola vio una caja formada por una piedra que le servía de fondo y otras que se habían unido con cemento para formar los lados. Allí, efectivamente, estaba el tesoro; el pectoral, dos piedras engastadas en arcos de plata y un libro con láminas de oro unidas por tres anillos. Anhelosamente extendió las manos para tomarlos, pero inmediatamente sintió una fuerte sacudida. Lo intentó otra vez y recibió otro choque paralizador. Por tercera vez hizo el esfuerzo y en esa ocasión fue tan fuerte el choque que lo dejó débil e impotente. Frustrado, el joven exclamó: “¿Por qué no puedo obtener este libro?” “Porque no has guardado los mandamientos del Señor”, contestó una voz a su lado. Volviéndose el joven, vio junto a él al mismo mensajero ron el cual había conversado durante la noche. Lo dominó una sensación de culpabilidad y pasó como relámpago por su mente la solemne advertencia de Moroni, de que Satanás procuraría tentarlo a causa de la indigente situación de la familia de su padre, pero que las planchas de oro eran para la gloria de Dios, y no debía influir en él ningún otro propósito respecto de ellas.2 Después de esta reprensión, se le dijo que no recibiría las planchas en esa ocasión, sitio que tendría que pasar por cuatro años de prueba y que durante ese intervalo debía ir al cerro una vez al año en esa misma fecha. “De acuerdo con lo que se me había mandado”, escribe, “acudía al fin de cada año, y en cada ocasión encontraba allí al mismo mensajero, y en cada una de nuestras entrevistas recibía de él instrucciones e inteligencia concernientes a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de qué manera se conduciría su reino en lo últimos días... “Por fin llegó el momento de obtener las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral. El día veintidós de septiembre de mil ochocientos veintisiete, habiendo ido al fin de otro año, como de costumbre, al lugar donde estaban depositados. el mismo mensajero celestial me las entregó, con esta advertencia: que yo sería responsable de ellos; que si permitía que se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería desarraigado; pero que si me esforzaba con todo mi empeño por preservarlos hasta que él (el mensajero) viniera por ellos, entonces serían protegidos.”3 HOSTIGADORES José Smith no tardó en darse cuenta del motivo por el que Moroni le había recomendado tan estrictamente que protegiera los anales tomados del cerro, pues no bien se esparció el rumor de que él tenía las planchas, empezaron los esfuerzos por quitárselas. A fin de preservarlas, primero las escondió cuidadosamente en un tronco hueco de abedul. Después, las encerró en un cofre en la casa de su padre; más tarde las enterró debajo de la chimenea en la sala de la casa; y el taller de un tonelero que vivía enfrente de ellos fue el siguiente escondite. Todas éstas y otras estratagemas se emplearon para proteger las planchas de los populachos de las cercanías, que irrumpían en la residencia de los Smith y las propiedades contiguas y las registraban y aun recurrieron a los servicios de un adivino en su afán por encontrar los anales. En dos ocasiones dispararon contra José Smith y pronto se le hizo evidente que no podría encontrar paz en las vecindades de Palmyra. Unos meses antes de recibir las planchas, había contraído matrimonio con Emma Hale, del municipio de Harmony, estado de Pensilvania. La 7

había conocido dos años antes, cuando se había alojado en la casa del padre de ella, mientras estaba trabajando en aquella región al servicio de un vecino llamado Josíah Stoal. Y cuando en diciembre de 1827 José Smith recibió una invitación de los padres de su esposa para vivir con ellos en Harmony, la aceptó con la esperanza de poder encontrar allí la tranquilidad que necesitaba para la tarea de traducir. Habiéndose instalado confortablemente, el joven comenzó a trabajar en los anales. Era un volumen extraño, de aproximadamente quince centímetros de ancho por veinte de largo y quince de espesor. Las páginas de oro, o planchas, eran más finas que una hoja de lata común y estaban sujetas con tres anillos por uno de los lados. Aproximadamente una tercera parte de las planchas estaban sueltas y se podían volver sin dificultad como las hojas de un cuaderno; pero las otras dos terceras partes estaban “selladas”, de manera que no se podían examinar. Sobre las planchas había hermosos grabados, pequeños y finamente labrados. José Smith inició su obra copiando en papel varias páginas de aquellos extraños caracteres. Tradujo algunos por medio del Urim y Tumim, o sea, los “intérpretes” que había recibido con las planchas. Cerca de la casa de los Smith, en Nueva York, vivía un agricultor próspero llamado Martín Harris, que había oído mucho de lo que había acontecido al joven y, a diferencia de la mayoría de la gente de la vecindad, había manifestado un interés amistoso en el asunto. En febrero de 1828, el Sr. Harris visitó a José Smith. “NO PUEDO LEER UN LIBRO SELLADO” José Smith le mostró las páginas que contenían la transcripción de los caracteres junto con algunas de las traducciones que de ellos había hecho. Lo interesaron profundamente y pidió permiso para tomarlas prestadas. Con el consentimiento de José Smith, el Sr. Harris las llevó a la ciudad de Nueva York y, según su testimonio, presentó “los caracteres que habían sido traducidos, así como su traducción, al profesor Charles Anthon, célebre caballero por motivo de sus conocimientos literarios. El profesor Anthon manifestó que la traducción era correcta y más exacta que cualquiera otra que hasta entonces había visto del idioma egipcio. Luego le enseñé los que aún no estaban traducidos, y me dijo que eran egipcios, caldeos, asirios y árabes, y que eran caracteres genuinos. Me dio un certificado en el cual hacía constar... que eran auténticos, y que la traducción de los que se habían traducido también era exacta. Tomé el certificado, me lo eché en el bolsillo, y estaba para salir de la casa cuando el Sr. Anthon me llamó, y me preguntó cómo llegó a saber el joven que había planchas de oro en el lugar donde las encontró. Yo le contesté que un ángel de Dios se lo había revelado. “El entonces me dijo: ‘Permítame ver el certificado’. De acuerdo con la indicación, lo saqué del bolsillo y se lo entregué; y él, tomándolo, lo hizo pedazos, diciendo que ya no había tales cosas como ministerio de ángeles, y que si yo le llevaba las planchas, él las traduciría. Yo le informé que parte de las planchas estaban selladas, y que me era prohibido llevarlas. Entonces me respondió: ‘No puedo leer un libro sellado’. Salí de allí y fui a ver al Dr. [Samuel] Mitchell, el cual confirmó todo lo que el profesor Anthon había dicho, respecto de los caracteres, así como de la traducción.”4 Algunos años después, al ser entrevistado por un enemigo declarado de José Smith, el profesor Anthon negó haber hablado favorablemente en ocasión alguna acerca de los caracteres o de la traducción. Sin embargo, permanece incólume el hecho de que Martín Harris quedó tan impresionado con lo acontecido que, después de volver a José Smith, inmediatamente partió hacia Palmyra para poner en orden sus asuntos a fin de poder ayudar en la traducción. El 12 de abril de 1828 regresó a Harmony. Aunque hubo frecuentes interrupciones, la obra de traducir se inició y prosiguió. Para el 14 de junio de 1828, Martín Harris había escrito 116 páginas de manuscritos dictados por José Smith. 8

Desde hacía algún tiempo la Sra. de Harris quería que su esposo llevara el manuscrito a casa a fin de que ella pudiera verlo. El consultó con José Smith en cuanto a ese privilegio, pero éste se lo negó. Rehusando aceptar la decisión, Harris continuó insistiendo hasta que, finalmente, se le permitió llevar el manuscrito con la condición de no mostrarlo a nadie más que a los miembros más cercanos de su familia. El estuvo de acuerdo, pero, al retornar a su casa, cedió a la presión de otras personas curiosas y, evidentemente, le robaron los papeles. José Smith se dio cuenta demasiado tarde del grave error que había cometido al permitir que la traducción saliera de sus manos. Comprendió que había hecho mal y le sobrevino una fuerte angustia mental. Esta fue una lección que no olvidó nunca; ni la olvidó tampoco Martín Harris, porque nunca más se le permitió volver a ayudar en la traducción. La parte extraviada no se volvió a traducir; ya que para José Smith era evidente que sus enemigos podrían alterar el original y ridiculizarlo públicamente. Durante el resto de ese año y la primavera siguiente. se le prohibió seguir traduciendo las planchas, por lo que dedicó la mayor parte del tiempo a cultivar su propia tierra y a trabajar para otros. Sale a la luz la historia El 5 de abril de 1829 llegó a sus puertas un joven que se llamaba Oliver Cowdery. Para José Smith era un desconocido, pero él conocía a la familia Smith por haberse hospedado en la casa de ellos mientras enseñaba en la escuela de la zona el año anterior. Había escuchado el extraordinario relato sobre las planchas de oro y estaba decidido a investigar personalmente el caso. Dos días después de su llegada, comenzó su labor de escribiente, mientras José Smith leía en voz alta la traducción de los anales. En ellos descubrieron una historia extraordinaria sobre los descendientes de una familia que salió de Jerusalén aproximadamente en el año 600 a. de J.C. El padre, Lehi, había sido inspirado a huir de la ciudad, la cual estaba condenada a la penosa destrucción que posteriormente le sobrevino. Después de construir un barco, la familia atravesó el océano y desembarcó en un punto indefinido del continente americano. De esta familia surgieron dos naciones conocidas como nefitas y lamanitas respectivamente. En su mayoría, los nefitas eran gente que amaba a Dios, mientras que los lamanitas eran, generalmente, indolentes, contenciosos e inicuos. Los nefitas tenían entre ellos la historia del pueblo de Israel hasta la época en que la familia había salido de Jerusalén, y junto con ella llevaban un registro de su propia nación, así como traducciones de escritos de otras civilizaciones que habían encontrado. Su historia relata que los profetas y sacerdotes les enseñaban principios de rectitud y les impartían las ordenanzas de salvación. Lo más notable de todo es que el Salvador visitó a este pueblo, después de Su resurrección, en cumplimiento de sus propias palabras que se encuentran en el Evangelio según Juan: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”5. Les enseñó los principios que había enseñado en Palestina y estableció su Iglesia entre ellos, dando a sus dirigentes autoridad idéntica a la que había conferido a los Doce Apóstoles en Jerusalén. Obedeciendo las enseñanzas de Cristo, este pueblo vivió en paz y felicidad durante varias generaciones; pero cuando la nación prosperó, se tomó inicua a pesar de las advertencias de los profetas. Entre estos profetas estaba Mormón, quien en su época tuvo a cargo los anales de la nación. De esa extensa historia hizo un compendio sobre planchas de oro y lo entregó a su hijo Moroni, quien sobrevivió la destrucción de la nación nefita a manos de los lamanitas. Antes de morir, Moroni enterró los anales en el cerro Cumora, donde José Smith los recibió unos catorce siglos más tarde. Entre los indios americanos se encuentra hoy en día un resto de la nación lamanita. 1

José Smith—Historia 28-50. 9

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Relato hecho por Oliverio Cowdery en una carta dirigida a W. W. Phelps, de fecha 28 de mayo de 1835. (Véase Cowdery’s Letters on the Bringing of the New Dispensation, Burlington, Wise Free Press Print, 1899, págs. 26-27.) La carta se publicó por primera vez en 1854. 3 José Smith—Historia 51, 59. 4 José Smith—Historia 65. 5 Juan 10:16.

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Capítulo 3 El poder de Dios entre los hombres Una de las doctrinas que se enseñaban en los antiguos anales era la del bautismo para la remisión de los pecados. José Smith nunca se había bautizado, ya que no se había hecho miembro de ninguna iglesia, y al hablar del asunto con Oliver Cowdery, resolvió preguntar al Señor concerniente a esa ordenanza. El 15 de mayo de 1829 ambos se retiraron a la soledad del bosque que había a orillas del río Susquehanna, y mientras estaban orando apareció sobre ellos una luz en la que descendió un mensajero celestial, el cual se anunció como Juan, conocido en las Escrituras como Juan el Bautista. LA RESTAURACIÓN DEL SACERDOCIO Dijo que venía autorizado por Pedro, Santiago y Juan, Apóstoles del Señor que tenían las llaves del sacerdocio, y que él había sido enviado para conferirles el Sacerdocio de Aarón con la autoridad para administrar los asuntos temporales del evangelio. Después, puso las manos sobre la cabeza de cada uno de ellos y los ordenó, diciendo: “Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados...”1 Entonces les indicó que con la autoridad del sacerdocio que habían recibido, debían bautizarse el uno al otro por inmersión. Primero, José bautizó a Oliver en el río cercano, y luego Oliver bautizó a José. Así, una vez más era bautizado el hombre con la misma autoridad y de igual manera que en la época de Jesús, cuando El fue a Juan, junto al Río Jordán, para “cumplir toda justicia”2. No mucho después ocurrió otro hecho notable y todavía más significativo. Este tuvo lugar “en el yermo despoblado entre Harmony, condado de Susquehanna, y Colesville, condado de Broome, en las márgenes del Susquehanna”: Los antiguos Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, visitaron a José Smith y a Oliver Cowdery y les confirieron los poderes mayores del sacerdocio, y en esa forma ellos fueron Apóstoles y testigos especiales de Cristo. Con esta ordenación se restauró a la tierra la misma autoridad que había existido en la Iglesia primitiva de Jesucristo para obrar en el nombre de Dios.3 LOS TESTIGOS En junio de 1829 se completó la obra de la traducción, tarea a la cual se habían dedicado cerca de tres meses de trabajo diligente, aunque José Smith había tenido las planchas en su poder casi dos años. Durante ese tiempo tomó todo género de precauciones para protegerlas y cuidarlas a fin de no perderlas; además, a nadie se le permitió verlas. Pero en el curso de la traducción, él había hallado que la historia misma establecía que “tres testigos... lo verán por el poder de Dios, además de aquel a quien el libro será entregado; y testificarán de la verdad del libro y las cosas que contiene.” “Y nadie más lo verá, sino unos pocos, conforme a la voluntad de Dios, para ciar testimonio de su palabra a los hijos de los hombres; porque el Señor Dios ha dicho que las palabras de los fieles hablarían cual si fuera de entre los muertos.”4 Como ya hemos visto, entre los que habían ayudado materialmente en la obra se encontraban Martín Harris y Oliver Cowdery. También había prestado ayuda otro joven, David Whitmer, 11

aunque sólo fue durante un breve período. Enterados estos tres de que habría testigos, solicitaron recibir ese privilegio. José Smith consultó al Señor y después les comunicó a los tres que si se humillaban, podrían tener el privilegio de ver los anales antiguos y la responsabilidad de testificar al mundo acerca de lo que hubieran visto. En un día de verano de 1829, José Smith, Oliver Cowdery, Martín Harris s David Whitmer se internaron en un bosque no lejos de la casa de la familia Whitmer, en la parte sur del estado de Nueva York. Bajo la plena luz del día se arrodillaron para orar: el joven José oró primero, seguido de los demás por turno; mas cuando hubieron orado todos, no recibieron contestación. Repitieron el mismo procedimiento, pero sin resultado alguno. Después de este segundo fracaso, Martín Harris ofreció apartarse del grupo, porque le parecía que él era la causa de que no se recibiera ninguna manifestación, y, con el consentimiento de José, se retiró. Una vez más los tres se arrodillaron en oración y repentinamente vieron una luz arriba de ellos en el aire y se les presentó un ángel. En las manos sostenía las planchas y lentamente fue pasándolas, hoja por hoja, para que los hombres pudieran ver los grabados que contenían. Entonces oyeron una voz por encima de ellos, diciendo: “Estas planchas han sido reveladas por el poder de Dios y por su poder han sido traducidas. La traducción que de ellas habéis visto es correcta y os mando que testifiquéis lo que ahora veis y oís”.5 José Smith entonces se apartó de Oliver y David y fue a buscar a Martín Harris. Lo encontró orando fervientemente y se unió a él en una sincera petición al Señor. La súplica fue recompensada con una manifestación semejante a la que habían visto los otros. Estos hombres escribieron la siguiente declaración firmada, que apareció en la primera edición del Libro de Mormón y que ha aparecido en todas las ediciones subsiguientes: “Conste a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a quienes llegare esta obra, que nosotros, por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, hemos visto las planchas que contienen esta relación, la cual es una historia del pueblo de Nefi, y también de los lamanitas, sus hermanos, y también del pueblo de Jared, que vino de la torre de que se ha hablado. Y también sabemos que han sido traducidas por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró; por tanto, sabemos con certeza que la obra es verdadera. También testificamos haber visto los grabados sobre las planchas; y se nos han mostrado por el poder de Dios y no por el de ningún hombre. Y declaramos con palabras solemnes que un ángel de Dios bajó de cielo, y que trajo las planchas y las puso ante nuestros ojos, de manera que las vimos y las contemplamos, así como los grabados que contenían; y sabemos que es por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, que vimos y testificamos que estas cosas son verdaderas. Y es maravilloso a nuestra vista. Sin embargo, la voz del Señor mandó que testificásemos de ello; por tanto, para ser obedientes a los mandatos de Dios, testificamos estas cosas. Y sabemos que si somos fieles en Cristo, nuestros vestidos quedarán limpios de la sangre de todos los hombres, y nos hallaremos sin mancha ante el tribunal de Cristo, y moraremos eternamente con El en los cielos. Y sea la honra al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, que son un Dios. Amén.” (Firmado por Oliver Cowdery, David Whitmer y Martín Harris.) Además de los tres testigos, hubo otras ocho personas que vieron las planchas. Su experiencia, sin embargo, fue diferente. Aconteció sólo un día o dos después que el ángel se las había mostrado a los tres testigos. José Smith invitó a ocho hombres para que vieran las planchas: éstos se reunieron a su alrededor y él les mostró los anales también a plena luz del día. Cada uno de ellos sostuvo en sus manos el extraño volumen con entera libertad para hojear la parte que no estaba sellada y examinar atentamente los grabados. Fue una experiencia sencilla en la que todos participaron juntamente. A continuación se da su testimonio, el cual también ha aparecido en todas las ediciones del Libro de Mormón: “Conste a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a quienes llegare esta obra, que José Smith, hijo, el traductor de ella, nos ha mostrado las planchas de que se ha hablado, las que 12

tienen la apariencia de oro; y hemos palpado con nuestras manos cuantas hojas el referido Smith ha traducido; y también vimos los grabados que contenían, todo lo cual tiene la apariencia de una obra antigua y de hechura exquisita. Y testificamos esto con palabras solemnes, y que el citado Smith nos ha mostrado las planchas de que hemos hablado, porque las hemos visto y sopesado, y con certeza sabemos que el susodicho Smith las tiene en su poder. Y damos nuestros nombres al mundo en testimonio de lo que hemos visto. Y no mentimos, pues Dios es nuestro testigo.” (Firmado por Christian Whitmer; Jacob Whitmer; Peter Whitmer, hijo; John Whitmer, Hiram Page; Joseph Smith, padre; Hyrum Smith y Samuel H. Smith.) Mucho es lo que se ha escrito concerniente a las declaraciones de estos dos grupos de testigos. Por más de un siglo se han propuesto diversas explicaciones con las que se intenta interpretar sus testimonios de acuerdo con situaciones distintas de las que los testigos afirmaron tener. Consideradas todas las circunstancias, el hecho de que ambos sucesos se efectuaron a plena luz del día, que fueron dos acontecimientos de naturaleza completamente diferente, que todos los interesados eran hombres maduros y de juicio reconocido, estos detalles, junto con las declaraciones y los hechos subsiguientes de las personas de referencia, llevan a la conclusión de que las situaciones en uno y otro caso se desarrollaron precisamente como se afirmó. No hubo confabulación, trucos ni artimañas; en cada caso fue una experiencia solemne basada en hechos que ninguno de los participantes olvidó o negó jamás. Los tres testigos se apartaron de la Iglesia fundada mediante José Smith; dos de ellos se le opusieron con vehemencia, pero ninguno de los tres negó en ocasión alguna su testimonio en cuanto al Libro de Mormón. De hecho, cada uno de ellos, en más de una ocasión y hasta el día de su muerte, reafirmó ese testimonio. Martín Harris y Oliver Cowdery volvieron a la Iglesia después de años de estar apartados, mas aun mientras permanecieron separados de la organización, siempre declararon firmemente la validez, de la afirmación publicada con sus nombres en el Libro de Mormón. David Whitmer nunca volvió al seno de la organización, pero repetidas veces sostuvo su declaración así como sus compañeros lo habían hecho, y poco antes de su muerte publicó un folleto en el que negaba las declaraciones publicadas en la Enciclopedia Americana y en la Enciclopedia Británica de que los testigos se habían retractado de su testimonio. De los ocho testigos, tres abandonaron la Iglesia, pero ninguno de ellos negó su testimonio. SE PUBLICA EL LIBRO Terminada la traducción, se hizo posible la publicación del libro mediante la ayuda de Martín Harris, que empezó su hacienda para garantizar el costo de la impresión. El trabajo fue hecho por Egbert B. Grandin, de Palmyra, Nueva York, quien imprimió cinco mil ejemplares por la suma de tres mil dólares. El libro tenía más de quinientas páginas y se le puso por nombre el Libro de Mormón, debido a que Mormón, antiguo profeta y líder, había sido su editor principal. La publicación salió de la imprenta en la primavera de 1830. A medida que el libro circulaba y se leía, surgió otro género de testimonio a favor de su validez, un testimonio más potente quizá que el de aquellos que habían visto las planchas. En el libro mismo se encuentran estas palabras: “Y cuando recibáis [leáis] estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo”.6 La mayoría de los primeros conversos se unieron a la Iglesia por haber leído el Libro de Mormón. Miles de personas dieron su vida por causa de sus creencias. El libro ha sido traducido en docenas de idiomas desde la fecha de la primera publicación y ha influido en la vida de hombres y mujeres en muchos países. Los sufrimientos que ellos han soportado, junto con las obras que han realizado, son, posiblemente, el más fuerte de todos los testimonios a favor de la 13

realidad de las planchas de oro y de su traducción conocida como el Libro de Mormón, libro que ha llegado a ser otro testamento de Cristo en esta generación. 1

Véase D. y C. 13. Véase Mateo 3:13-15. 3 Véase D. y C. 128:20. 4 2 Ne. 27:12-13. 5 En History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, por José Smith, 7 vols., 2a. ed. revisada, editada por B. H. Roberts. (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1932-1951.) Se citará de ahora en adelante como HC. 6 Moroni 10:4 2

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Capítulo 4 Se organiza la Iglesia Poco después de su ordenación bajo las manos de Pedro, Santiago y Juan, se le manifestó a José Smith que nuevamente se habría de establecer la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra. Este acontecimiento se llevó a cabo oficialmente la siguiente primavera, en casa de Peter Whitmer, en el municipio de Fayette, condado de Seneca, Nueva York. El martes 6 de abril de 1930, seis hombres se reunieron en la casa de los Whitmer. Había ollas personas presentes, pero estos seis hombres fueron los que participaron en el procedimiento de la organización: José Smith, hijo; Oliver Cowdery; Hyrum Smith; Peter Whitmer, hijo; Samuel H. Smith y David Whitmer; todos ellos eran personas jóvenes, con un promedio de unos veinticuatro años de edad y todos habían sido bautizados previamente. La reunión se inició con una “oración solemne”, después de la cual José Smith les preguntó a los presentes si estaban dispuestos a aceptarlos a él y a Oliver Cowdery en calidad de líderes espirituales: todos estuvieron de acuerdo. Después, José Smith confirió a Oliver Cowdery el oficio de élder en el sacerdocio y éste, a su vez, lo ordenó a él. Se repartió la Santa Cena y luego ambos hombres pusieron las manos sobre la cabeza de cada uno de los demás presentes, los confirmaron miembros de la Iglesia y les confirieron el clon del Espíritu Santo. En seguida, algunos de los hermanos fueron ordenados a diferentes oficios en el sacerdocio. Mientras se efectuaba la reunión, José Smith recibió una revelación en la cual se le designaba “vidente... profeta, apóstol de Jesucristo”1, y desde esa ocasión se le ha conocido en la Iglesia Como “el Profeta”. Al mismo tiempo se mandó a la Iglesia que llevara una historia de todos sus actos, práctica que se ha observado meticulosamente desde entonces. EL NOMBRE DE LA IGLESIA Por revelación se designó a la nueva organización como “La Iglesia de Jesucristo”, nombre al cual posteriormente se agregó la frase “de los Santos de los Ultimos Días”. Este es un hecho digno de mención. La Iglesia no tomó el nombre de José Smith ni el de ninguna otra persona; su nombre tampoco provenía de una característica de su gobierno o de sus funciones, como ha sucedido en muchas sociedades religiosas. Era la Iglesia de Jesucristo restaurada en la tierra en “los últimos días”, y así se le llamó. Otro tema interesante es la forma en que se escogió a los oficiales de la Iglesia. José Smith había sido comisionado divinamente para dirigir la obra, pero su posición de director estaba sujeta al consentimiento de los miembros. Desde que se efectuó esa primera reunión en 1830, los miembros de la Iglesia se han congregado periódicamente para “sostener” o votar a favor de quienes sean elegidos para dirigir los asuntos de la Iglesia. Ninguna persona preside en ella sin el consentimiento de los miembros. Después de la organización, se convocó una reunión para el siguiente domingo en esa ocasión Oliver Cowdery pronunció el primer discurso público en la Iglesia recién fundada. Al final de la reunión se bautizaron seis personas más, y una semana más tarde otras siete pasaron a engrosar los registros de la Iglesia. Para cuando se realizó la Primera Conferencia General en junio de ese año, el número de miembros era de veintisiete almas, y a la conclusión de dicha conferencia se bautizaron once personas más en el lago Seneca. En ese mismo mes comenzó la primera actividad misional. Samuel H. Smith, el hermano del Profeta, de veintidós años de edad, llenó la mochila con ejemplares del Libro de Mormón y emprendió un recorrido por los pueblos vecinos para dar a conocer a la gente las Escrituras recién publicadas. Después de recorrer a pie más de cuarenta kilómetros el primer día, llegó a 15

una posada y solicitó al propietario que lo alojara allí esa noche. Cuando éste se enteró de la misión del joven, lo echó de su casa y el misionero durmió esa noche a la intemperie. Al día siguiente llegó al domicilio de un ministro metodista, el reverendo John P. Greene, que en esos momentos se estaba preparando para salir a visitar su distrito. El ministro no manifestó interés en la lectura del libro, pero dijo que lo llevaría y anotaría los nombres de quienes quisieran comprarlo. Samuel volvió a su casa pensando que sus esfuerzos habían sido infructuosos, pues le parecía inverosímil que un ministro metodista instara a sus feligreses a comprar el Libro de Mormón. Sin embargo, ocurrió algo extraordinario: la señora de Greene leyó el libro y se interesó profundamente en él e instó a su esposo a que lo leyera, de lo que resultó que posteriormente ambos se convirtieron a la Iglesia. El mismo ejemplar llegó a manos de Brigham Young, de Mendon, Nueva York. Este fue su primer contacto con la Iglesia, y después de unos dos años de estudiar e investigar diligentemente, fue bautizado. El libro que pusieron en circulación Samuel Smith y otros que lo siguieron surtió efecto similar en muchos otros futuros líderes de la Iglesia. Parley P. Pratt, pastor protestante, leyó por casualidad un ejemplar prestado y no tardó en abandonar su antiguo ministerio para unirse a las filas de la Iglesia recientemente organizada. llevó el libro a su hermano Orson, que posteriormente se distinguió como científico y matemático, el cual poco después se dedicó con todas sus energías a la promulgación de la nueva causa. Un médico de Massachusetts, de nombre Willard Richards, después de leer una página del libro declaró: “O Dios o el diablo ha escrito este libro, porque no ha sido el hombre”2. Lo leyó enteramente dos veces en diez días y se unió a la causa. Y así aumentó la influencia de este libro. A éste se debe el que los miembros de la Iglesia recibieran el apelativo, y es eso, sólo un apelativo, de “mormones”, por el cual han sido popularmente conocidos desde entonces. No obstante, al recalcar la importancia de estas Escrituras del hemisferio occidental, los miembros no menosprecian la Biblia, a la cual consideran la palabra de Dios. Estos dos tomos se dan la mano como testigos de la realidad y la divinidad del Señor Jesucristo. LA PERSECUCIÓN En la mayoría de los casos la obra era severamente censurada en aquella época de fanatismo religioso. Poco después de la organización de la iglesia, arrestaron a José Smith mientras dirigía una reunión en Colesville, Nueva York. Se le acusó de ser “persona agitadora y de estar alborotando la región con su prédica del Libro de Mormón”. La evidencia que presentaron era tan ridícula como la acusación, pero en cuanto el juez lo absolvió volvieron a detenerlo con otra orden de arresto de la misma índole, y lo llevaron para ser juzgado a otro pueblo, donde nuevamente quedó absuelto. Así comenzó la persecución que lo acosaría hasta el día de su muerte. LA MISIÓN ENTRE LOS LAMANITAS La segunda Conferencia General de la iglesia se verificó en septiembre de 1830. Entre los asuntos que se trataron estaba el llamamiento de Oliver Cowdery para emprender una misión “por tierras despobladas, a través de los estados del Oeste y hasta los territorios de los indios”. Más adelante se llamó a Peter Whitmer, Parley P. Pratt y Ziba Peterson para acompañarlo. Esta misión estableció el curso de gran parte de la historia futura de la Iglesia. En octubre los cuatro hombres se despidieron de sus familias y emprendieron la marcha a pie. Cerca de la ciudad de Buffalo se reunieron con integrantes de la tribu de los catteraugus, a los dije relataron el origen del Libro de Mormón, explicándoles que contenía la historia de sus 16

antepasados. Muchos de ellos se mostraron interesados y los misioneros dejaron ejemplares del libro entre aquellos que sabían leer. Antes de convenirse al mormonismo, el élder Pratt había sido predicador laico de la Iglesia de los Discípulos, fundada por Alexander Campbell, y estaba deseoso de hablar acerca del mormonismo con sus antiguas relaciones, de modo que los misioneros viajaron hasta el norte de Ohio, donde estaba radicado un grupo numeroso de discípulos del señor Campbell. El élder Pratt tenía particular interés en Sidney Rigdon, uno de los principales ministros de esa fe. El señor Rigdon recibió cordialmente a los misioneros, pero manifestó escepticismo en cuanto a la historia que le refirieron. No obstante, les permitió que predicaran a su congregación y estuvo de acuerdo en leer el Libro de Mormón. Poco después fue bautizado y llegó a ser un dedicado obrero en la causa del mormonismo. El élder Pratt describe la situación declarando que “la fe era fuerte, grande el gozo e intensa la persecución”.3 UNA COSECHA DE ALMAS En el término de tres semanas se bautizaron ciento veintisiete personas, y antes de la partida de los misioneros en el mes de diciembre, se habían incorporado a la Iglesia un millar de miembros. Uno de los nuevos conversos, el Dr. Frederick G. Williams, acompañó a los misioneros hacia el Oeste desde Ohio. Pasaron varios días entre los indios de la tribu Wyandot, que vivían en la parte occidental del estado, después de lo cual continuaron su jornada hacia Saint Louis, reconociendo a pie la mayor parte de la distancia. Del viaje hacia el Oeste, después de salir de Saint Louis, el élder Pratt escribió lo siguiente: “Viajamos a pie más de cuatrocientos noventa kilómetros por extensas praderas y campos cubiertos de nieve sin ningún camino trillado; las casas eran pocas y distantes unas de otras, y el helado viento del noroeste constantemente soplaba en nuestras caras con un frío tan penetrante que casi nos desollaba el rostro. Viajamos días enteros, desde que amanecía hasta que anochecía, sin refugio ni fuego, hundiéndonos en la nieve hasta las rodillas a cada paso; el frío era tan intenso que la nieve del lado sur de las casas no se derritió, ni siquiera con el sol del mediodía, durante casi seis semanas. Llevábamos a la espalda nuestras mudas de ropa, varios libros, pan de maíz y carne de cerdo cruda. A menudo tuvimos que comer por el camino nuestro pan y carne congelados hasta el punto de que el pan estaba tan duro que no podíamos morderlo ni sacar de él más que la corteza exterior.”4 Al llegar a Independence, condado de Jackson, estado de Misuri, los élderes hicieron preparativos para visitar a los indios de la comarca contigua. Se reunieron con el cacique de la tribu de los delawares, que los recibió cordialmente y escuchó con gran interés la historia del Libro de Mormón. Sin embargo, pronto sus oportunidades de predicar se vieron limitadas, pues hubo agentes del gobierno que, a instancias de religiosos intransigentes, expulsaron del territorio indio a los misioneros. Cuatro de ellos permanecieron en Misuri por algún tiempo, mientras que el hermano Pratt volvió a Nueva York para dar un informe sobre la obra que habían efectuado. EL PRIMER PASO HACIA EL OESTE Cuando el élder Pratt llegó a Kirtland, Ohio, se sorprendió de encontrar allí a José Smith y de enterarse de que los miembros de la Iglesia estaban planeando trasladarse a Ohio en la primavera. La persecución había aumentado en Nueva York y el éxito de los misioneros en sus viajes había indicado el camino hacia el futuro destino de la Iglesia en el Oeste. La segunda conferencia anual fue anunciada para junio de 1831, en Kirtland, Ohio. Para ese entonces la mayoría de los miembros en Nueva York se habían trasladado al Oeste y la congregación presente en la conferencia llegaba a dos mil personas. La Iglesia había crecido 17

considerablemente desde la ocasión en que los primeros seis miembros se reunieron para efectuar la organización el 6 de abril de 1830. Durante esta conferencia, por primera vez en la Iglesia se confirió el oficio de sumo sacerdote a varios miembros. También fueron llamados veintiocho élderes para que viajaran de dos en dos hacia la fiarte occidental de Misuri, predicando por el camino. El Profeta declaró que se le había revelado que los santos fundarían Sión en ese lugar. Estos misioneros, entre quienes estaba el mismo José Smith, viajaron “sin bolsa ni alforja”, predicando con autoridad según viajaban e incrementando constantemente el número de miembros de la Iglesia. A mediados de julio llegaron al condado de Jackson, Misuri y tras de ellos llegó la compañía completa de santos procedentes de Colesville, Nueva York, que se habían establecido temporariamente en Ohio y luego se trasladaron todos juntos hacia el Oeste. En un sitio conocido como el municipio de Kaw, el cual en la actualidad es parte de la ciudad de Kansas, comenzaron una colonia bajo la dirección del Profeta y Sidney Rigdon. Doce hombres, en representación de las doce tribus de Israel, colocaron el primer tronco para la primera casa. La tierra he dedicada para el recogimiento de los santos y los presentes hicieron convenio de “recibir esta tierra con corazones agradecidos” y se comprometieron a “guardar la ley de Dios” y a “ver que otros de sus hermanos guardaran las leyes de Dios”5. En esta forma se estableció la primera colonia mormona en Misuri. Hacia fines del verano, José Smith, Sidney Rigdon y otros de los élderes principales regresaron a Kirtland, Ohio, y durante los siete años siguientes las actividades de la Iglesia se dividieron entre estas dos localidades separadas una de la otra por mil seiscientos kilómetros: Kirtland, Ohio, cerca de donde hoy se levanta la ciudad de Cleveland y el condado de Jackson, Misuri, cerca de lo que hoy es la ciudad de Kansas. 1

D. y C. 21:1. Claire Noall, Intimate Disciple: A Portrait of Willard Richards (University of Utah Press, 1957), pág. 101. 3 Autobiography of Parley P. Pratt, ed. por Parley P. Pratt, hijo. Salt Lake City: Deseret Book, 1938, pág. 48. 4 Autobiography of Parley P. Pratt, pág. 52. 5 En B. H. Roberts. A Comprehensive History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, Century One, 6 vols. Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1930, 1:255. Se citará de ahora en adelante como CHC. 2

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Capítulo 5 El mormonismo en Ohio Esos años en que las actividades del mormonismo se centralizaron principalmente en Ohio y Misuri fueron de los más importantes y trágicos en la historia del movimiento. Durante esa época se estableció la organización básica del gobierno de la Iglesia; José Smith declaró principios fundamentales y distintivos; la obra se extendió al extranjero por primera vez; y, conjuntamente con este desarrollo, la Iglesia se vio sujeta a una persecución intensa, la cual costó la vida a muchos santos y fue causa de que todos ellos padecieran gravemente. Mientras que por una parte se estaban verificando hechos de importancia histórica al mismo tiempo en ambos sitios, la comunicación entre los dos grupos se vio limitada por falta de medios de transporte, aunque los oficiales de la Iglesia viajaban de un lugar a otro según lo exigían las necesidades. Para mayor claridad, este capítulo tratará lo que sucedió en Ohio desde 1831 a 1838, y el capítulo siguiente presentará la historia de los acontecimientos ocurridos en Misuri durante el mismo período. LA SANTA BIBLIA Uno de los proyectos iniciados por José Smith antes de trasladarse a Ohio fue la revisión de la Biblia en inglés. El no desacreditaba la traducción del rey Jacobo, pero sabía, hecho que se ha admitido más generalmente desde entonces, que ciertos errores y omisiones que el libro contiene habían ocasionado numerosas dificultades entre las sectas del mundo cristiano. De esto se enteró por primera vez cuando el ángel Moroni, en el curso de su visita inicial en 1823, le citó pasajes de la Biblia que eran un tanto diferentes del texto expresado en ésta. Al llegar a Ohio, continuó esta obra trabajando cuando tenía tiempo. Los cambios que hizo indican algunas interpretaciones interesantes en partes de las Escrituras. NORMAS DE LA DOCTRINA Inevitablemente, al crecer la Iglesia, surgieron varios interrogantes y problemas. José Smith buscó la guía del Señor y la recibió. La mayoría de las revelaciones por las que desde ese entonces se ha gobernado la Iglesia se recibieron durante esta etapa de Ohio y Misuri. Estas revelaciones tienen que ver con una gran variedad de temas: la edad apropiada para recibir el bautismo, la organización y el funcionamiento del gobierno eclesiástico, el llamamiento de misioneros para obras especiales, consejos dietéticos y reglas para gozar de una vida saludable, una profecía acerca de las guerras que afligirían a las naciones, las glorias de los reinos en la vida venidera y muchos otros asuntos. En ellas se refleja la magnitud del evangelio y de los conceptos del Profeta, pero en esta pequeña obra sólo se pueden mencionar unas pocas. El interrogante en cuanto a cuándo debe ser bautizada una persona ha sido fuente de interminable discusión entre los cristianos. En el segundo o tercer siglo de esta era se inició la práctica de bautizar a los niños pequeñitos y ha continuado desde entonces, aunque sin el apoyo de las Escrituras. De hecho, uno de los propósitos fundamentales del bautismo, la remisión de los pecados, indica que el que se bautice debe estar capacitado para arrepentirse y llevar una vida mejor. El Libro de Mormón enseña claramente que el bautizar a los niños pequeños es negar la misericordia de Cristo; en noviembre de 1831 José Smith recibió una revelación en la que se fija la edad de ocho años para el bautismo de los niños. El 16 de febrero de 1832 se les concedió a él y a Sidney Rigdon una visión de las glorias eternas. En la relación de esta experiencia ambos dan el siguiente testimonio de la realidad y 19

personalidad del Salvador: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive! “Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre; que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios.”1 A continuación, describen brevemente los reinos de la eternidad que vieron. En el más allá el hombre no va a ser arbitrariamente enviado al cielo o al infierno. El Salvador dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”;2 y el apóstol Pablo escribió diciendo: “Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas”.3 De acuerdo con las enseñanzas del Profeta, hay varios reinos y grados de gloria y diversos grados de exaltación en la otra vida. Todos los seres humanos resucitarán mediante la expiación de Cristo, pero en la vida venidera serán recompensados según su obediencia a los mandamientos de Dios. Tales enseñanzas, que contrariaban al cristianismo tradicional, por fuerza tenían que incitar la indignación de los intolerantes. En la noche del 24 de marzo de 1832, un grupo de hombres invadieron la casa de José Smith y. apoderándose de él mientras dormía, lo arrastraron fuera de la casa, lo golpearon duramente y, después de estrangularlo hasta que perdió el conocimiento, lo cubrieron con brea caliente y plumas y lo abandonaron para que muriera. Sin embargo, volvió en sí y dolorosamente pudo llegar hasta su casa. Al día siguiente, que era domingo, predicó ante una congregación entre la cual se hallaban algunos de los asaltantes de la noche anterior. Al finalizar la reunión, bautizó a once personas. En aquella misma noche, Sidney Rigdon también fue asaltado. Lo arrastraron de los talones por un largo trecho haciendo que la cabeza se le golpeara contra el suelo helado. Durante varios días estuvo delirando y por algún tiempo pareció que iba a morir; pero finalmente se recuperó. PROFECÍA SOBRE GUERRAS En la Navidad del mismo año, 1832, José Smith hizo una notable profecía, que comenzaba con estas palabras: “Así dice el Señor”. Profetizó que la guerra se extendería sobre la tierra, “comenzando por la rebelión de Carolina del Sur... y vendrá el tiempo en que se derramará la guerra sobre todas las naciones...” Indicó que los Estados del Sur se dividirían en contra de los del Norte y solicitarían ayuda de Gran Bretaña. Llegaría el tiempo en que Gran Bretaña llamaría “a otras para defenderse de otras naciones; y entonces se derramará la guerra sobre todas las naciones... Y así, con la espada y por el derramamiento de sangre se han de lamentar los habitantes de la tierra...”4 Veintiocho años más tarde, en diciembre de 1860, el estado de Carolina del Sur se separó de la federación de estados. El 12 de abril de 1861 fue bombardeado el Fuerte de Sumpter, en la Bahía de Charleston y comenzó la trágica guerra civil. Las fuerzas de los Estados del Sur se dispusieron a la batalla contra las de los del Norte y posteriormente solicitaron ayuda a Gran Bretaña. De las guerras ocurridas desde entonces en las que Gran Bretaña ha recurrido a otras naciones, y del lamento y el derramamiento de sangre de los habitantes de la tierra, no es necesario decir nada en este escrito, pues son hechos históricos muy conocidos. LA PALABRA DE SABIDURÍA En febrero de 1833 se recibió y proclamó otra revelación interesante, que se encuentra en la sección 89 de Doctrina y Convenios y se conoce entre los mormones como la Palabra de Sabiduría. Esencialmente es un código de salud. En él se amonesta a los santos a no consumir tabaco, bebidas alcohólicas, “bebidas calientes” (té y café), y también a tener moderación en el consumo de carne. Se aconseja el consumo abundante de granos, frutas y hortalizas. A aquellos que obedezcan estos preceptos se prometen “sabiduría y grandes tesoros de conocimiento”, junto con las bendiciones de una buena salud. Es un documento extraordinario, cuyos principios han 20

sido confirmados por la ciencia médica y los estudios de nutrición en los tiempos modernos. La aplicación de sus enseñanzas ha surtido un efecto saludable en el bienestar físico de aquellos que las han obedecido. LA EDUCACIÓN En esa misma época José Smith organizó la “Escuela de los Profetas”. Mediante la revelación se le habían dado instrucciones de que aquellos que fueran a salir a enseñar las buenas nuevas de la restauración del evangelio debían prepararse primeramente “tanto por el estudio como por la fe”.5 Esto no quería decir que los que emprendieran el ministerio en la Iglesia tendrían que prepararse en un seminario creado para ese fin, eligiendo esa profesión como quien escoge la carrera de médico o abogado. sino que todo hombre poseedor del sacerdocio tenía la responsabilidad de aprender todo lo que pudiera en cuanto a la obra, a fin de estar habilitado para exponer y defender la doctrina. El Profeta había dicho claramente que la religión tenía gran interés en la educación de sus miembros. Entre sus enseñanzas estaba el principio de que “la gloria de Dios es la inteligencia”.6 Además: “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección”.7 El amplio desarrollo de la mente era un interés genuino de la Iglesia y para este fin se estableció la “Escuela de los Profetas”. No sólo se daban clases de teología, sino que se contrataron los servicios de un renombrado lingüista para enseñar hebreo. Esto fue una innovación notable en cuanto a la educación de adultos en las tierras de colonización de Ohio y fue un paso precursor en el amplio sistema educativo mormón. SE COMPLETA LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA Cuando la Iglesia se estableció, sus asuntos estaban bajo la dirección de un élder presidente. Pero, por revelación, se agregaron otros oficiales a medida que fue aumentando el número de miembros. En el Sacerdocio Aarónico se establecieron tres oficios: diácono, maestro y presbítero. El 4 de febrero de 1831, Edward Partridge fue nombrado “Obispo de la iglesia” y el 25 de enero de 1832 se sostuvo a José Smith como Presidente del Sumo Sacerdocio. Posteriormente fueron llamados dos consejeros para trabajar on él, y ellos tres constituyeron lo que desde entonces se ha conocido como la Primera Presidencia de la Iglesia. En febrero de 1835 fue seleccionado un Consejo de Doce Apóstoles y se llamó a “setentas” para ayudar a los Doce. En 1833 el padre del Profeta fue ordenado patriarca de la Iglesia, oficio que, según explicó José Smith, correspondía al antiguo oficio de evangelista. Con estos varios oficios establecidos en el sacerdocio, una vez más se encontró en la tierra la misma organización básica que había existido en la Iglesia original [la que estableció Jesucristo], con apóstoles, setentas, élderes [ancianos], sumos sacerdotes, maestros, diáconos, evangelistas y obispos. En noviembre de 1833, Brigham Young y Heber C. Kimball, dos hombres que más tarde iban a desempeñar un papel muy importante en los asuntos del mormonismo, salieron de sus respectivas casas en Mendon, estado de Nueva York, y viajaron hasta Kirtland para conocer a José Smith. Encontraron al Profeta en el bosque, cortando leña y acarreándola. Allí nació una larga y devota amistad entre José Smith y el hombre que habría de sucederlo como Presidente de la Iglesia. Cuando esa sucesión se efectuó, se nombró a Heber C. Kimball consejero de Brigham Young en la Primera Presidencia. EL PRIMER TEMPLO Uno de los primeros logros sobresalientes durante el período de historia de la Iglesia transcurrido en Kirtland fue la construcción de un Templo de Dios. 21

El 4 de mayo de 1833 se nombró una comisión para que recaudara fondos para la edificación del templo. Debe tenerse presente que esta gente contaba con muy limitados recursos económicos. Aparte de que sus líderes habían estado dedicando su tiempo y energías a la obra misional, los miembros se habían trasladado recientemente de Nueva York a Ohio, agotando casi todos sus recursos en la compra de tierras. No obstante, habían recibido lo que para ellos era un mandamiento de edificar una casa sagrada, y emprendieron la tarea. Surgió el problema del plano del edificio y la clase de materiales que se debía usar. Algunos opinaban que la construcción debía ser de madera, incluso de troncos, como era la costumbre general en las tierras de colonización. Pero José Smith les dijo que no se trataba de edificar una casa para el hombre, sino para el Señor. “¿Hemos de edificar una casa de troncos para nuestro Dios?”, les preguntó. “¡No! Yo tengo un plano mucho mejor; un plano de la Casa del Señor que El mismo nos ha dado, y veréis en seguida la diferencia entre nuestros cálculos y Su concepto de estas cosas.”8 Entonces les mostró el plano. Lo anterior aconteció la noche de un sábado y el lunes siguiente comenzaron la obra. Durante tres años los miembros trabajaron con todas sus fuerzas y recursos para terminar el edificio. Los hombres levantaban los muros, mientras las mujeres hilaban y tejían telas para ropa. Refiriéndose a aquellos penosos días, la madre de José Smith escribió: “¡Cuántas veces puse todas las camas de la casa a disposición de los hermanos para hospedarlos, y luego tendía una sola manta sobre el piso para mi esposo y para mí, mientras José y Emma dormían en el mismo suelo, sin más colchón ni abrigo que sus capas!”9 Las dimensiones del templo eran de 24 m de fondo por 18 m de frente; las paredes tenían 15 m de altura y la cima de la torre alcanzaba una altura de 33 m. Las paredes del templo se construyeron de piedra extraída de una cantera, y en el interior se utilizaron maderas del lugar; hermosamente labradas. No se escatimó esfuerzo alguno en la construcción de una casa que fuera digna de dedicarse a Dios. Después de examinar el edificio tal como se encontraba en 1936, un escritor dijo: “La mano de obra, las molduras, los tallados, etc., indican una extraordinaria habilidad de ejecución. Se han usado en sus diversas partes muchos adornos de distintos modelos, contorno y dibujo, pero a la vez combinados armoniosamente... No es probable que todos los obreros empeñados en la construcción hayan sido diestros artesanos, y, sin embargo, el conjunto es tan armonioso que uno se pregunta si acaso no serían inspirados como los constructores de las antiguas catedrales”.10 UN PENTECOSTÉS EN NUESTRA ÉPOCA El edificio quedó terminado y listo para la dedicación el 27 de marzo de 1836, y en aquel día de tanta importancia, con la culminación de tres años de trabajo y sacrificios, se reunieron los santos de todas partes, tanto de cerca como de lejos. Cerca de mil personas pudieron entrar en el edificio, y en la escuela contigua se efectuó un servicio para las personas que no habían podido entrar. Los servicios duraron la mayor parte del día, desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, con sólo un breve descanso. El Profeta pronunció la oración dedicatoria, que es en sí una impresionante obra literaria. Después se bendijo y se repartió el sacramento de la cena del Señor. En vista de que no se pudo acomodar en los servicios dedicatorios a todos los que deseaban tomar parte, éstos se repitieron y durante algunos días se efectuaron diversas clases de reuniones en el edificio, en las que se experimentaron muchas manifestaciones espirituales. El Profeta comparó la ocasión con el día de Pentecostés. El más significativo de estos hechos ocurrió el domingo 3 de abril. José Smith y Oliverio Cowdery se encontraban orando en el púlpito del templo, el cual se hallaba separado del resto del salón por medio de cortinas. Cuando terminaron de orar, vieron una visión, cuyo relato se encuentra asentado en Doctrina y Convenios con estas palabras: 22

“El velo fue retirado de nuestras mentes, y los ojos de nuestro entendimiento fueron abiertos. “Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro del color del ámbar. “Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía: “Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre.”11 EL ÉXODO DESDE OHIO A medida que la Iglesia crecía en número y en fortaleza espiritual, las fuerzas que la combatían se tornaban más vigorosas. A principios del año 1837, se fundó un banco en Kirtland, entre cuyos directores figuraban las autoridades de la Iglesia. Poco después se extendió por todo el país una crisis económica y durante los meses de marzo y abril las quiebras comerciales ascendieron a más de cien millones de dólares en Nueva York solamente. La institución de Kirtland se declaró en bancarrota al mismo tiempo que otras y algunos de los miembros de la Iglesia que perdieron su dinero en el desastre también perdieron la fe. Fue una época sombría en la historia del mormonismo. En medio de estas dificultades, se llamó a varios élderes para que fueran a Gran Bretaña e iniciaran allí la obra misional. Heber C. Kimball fue nombrado para dirigir esta misión y se designó a Orson Hyde, al Dr. Willard Richards y a Joseph Fielding para que lo acompañaran. Iban a encontrarse con John Goodson, Isaac Russell y John Snyder en la ciudad de Nueva York y de allí saldrían hacia los lugares donde tendrían que emprender sus labores misionales. El 13 de junio de 1837, los hombres salieron de Kirtland. Tenían poco dinero y tuvieron muchas dificultades para llegar a Liverpool, Inglaterra, donde desembarcaron el 20 de julio de 1837. Desde allí viajaron a Preston, ciudad industrial situada a unos cuarenta y ocho kilómetros al norte, donde el hermano de Joseph Fielding era pastor de la Capilla de Vauxhall. Los misioneros recibieron la oportunidad de hablar en la capilla el domingo siguiente y así comenzó la obra de la Iglesia en las Islas Británicas, la cual resultó en el bautismo de miles de personas en el correr de los siguientes años inmediatos, muchas de las cuales emigraron a los Estados Unidos y llegaron a ser líderes de la Iglesia. Entretanto, en Kirtland aumentaban los atropellos personales y la destrucción de las propiedades por parte de los bandos de fanáticos religiosos. El Profeta no podía encontrar sosiego y el 12 de enero de 1838. acompañado por Sidney Rigdon, partió hacia Misuri para no regresar más a Kirtland donde se había efectuado una parte tan grande e importante de su obra. 1

D. y C. 76:22-24. Juan 14:2. 3 1 Corintios 15:40-42. 4 D. y C. 87:1 3, 6. 5 D. y C. 88:1 18. 6 D. y C.93:36. 7 D. y C. 130:18-19. 8 History of Joseph Smith, por Lucy Mack Smith, ed. por Preston Nibley, reimpreso (Salt Lake City: Bookcraft, 1954). pág. 230. 9 History of Joseph Smith, págs 231-232. 10 Templo de Kirtland (Mormón), Architectural Forum 64 (marzo de 1936): 179. 11 D. y C. 110:1-4. 2

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Capítulo 6 La Iglesia en Misuri Regresamos año 1831. La parte occidental de Misuri era una hermosa llanura de cerros ondulantes y valles cubiertos de árboles. El suelo fértil, los agradables contornos y el clima benigno lo constituían en una tierra de grandes oportunidades, pero en ese tiempo estaba escasamente poblada. Por ejemplo, en Independence, cabecera del condado de Jackson, sólo había un tribunal, dos o tres comercios y un puñado de casas que en su mayoría eran cabañas hechas de troncos. José Smith indicó al pueblo mormón que en ese territorio situado casi a mitad de camino entre los océanos Atlántico y Pacífico, ellos habían de edificar su Sión, una ciudad de Dios. Los misioneros que habían ido a los indios volvieron con informes acerca de la naturaleza de la región y en julio de 1831 llegó al oeste de Misuri el primer grupo de sesenta miembros que habían hecho el viaje juntos desde Colesville, Nueva York. A unos diecinueve kilómetros al oeste de Independence, en lo que ahora es parte de Kansas City, establecieron los cimientos de una colonia. LA CIUDAD DE SIÓN Otros miembros de la iglesia llegaron poco después. José Smith, que entonces estaba en Misuri, les dijo que debían adquirir, mediante la compra, suficientes terrenos para poder establecerse juntos como un solo pueblo. Señaló también el sitio en el que se edificaría un hermoso templo que consagrarían a Dios como Su Santa Casa. Este sería la corona de gloria de la ciudad de Sión. Además, el Profeta trazó la ciudad, con un concepto nuevo y original en cuanto a proyectos cívicos. No habría en ella barrios pobres ni abandonados, tan típicos de las ciudades de aquella época; por otra parte, las familias de los granjeros tampoco vivirían solas y aisladas. La ciudad iba a tener una superficie cuadrada poco más de un kilómetro y medio de lado y estaría dividida en manzanas de cuatro hectáreas con calles de cuarenta metros de ancho. Los solares centrales iban a ser reservados para edificios públicos, mientras que las granjas, junto con los graneros y caballerizas, ocuparían los terrenos contiguos a la ciudad. “El que cultive la tierra”, dijo el Profeta, “así como el comerciante y el mecánico vivirán en la ciudad. En esta forma, el agricultor y su familia tendrán todas las ventajas de las escuelas, las conferencias públicas y otras reuniones; su casa no estará aislada, ni su familia quedará sin los beneficios de la sociedad, la cual ha sido y siempre será la gran educadora de la raza humana, sino que disfrutará de los mismos privilegios sociales y podrá tener en su casa la misma vida intelectual y la misma cultura social que se encuentra en la casa del comerciante, el banquero o el profesional. “Cuando una manzana así trazada quede llena”, continuó el Profeta, “planifíquense otras de la misma manera... y que se llene así el mundo en estos últimos días.”1 Aunque no hubo oportunidad para llevar a cabo el plan con todos sus detalles, sus principios básicos contribuyeron al éxito que se logró en la colonización mormona en el Oeste en años posteriores. La práctica común de aquella época consistía en que cada hombre se estableciera en una porción grande de terreno donde quedaba aislado de sus vecinos. Pero los mormones emprendieron en grupos la conquista de nuevos territorios, levantando comunidades en las cuales las casas quedaban cerca de la Iglesia, de la escuela y de los centros sociales, con los campos de cultivo en las afueras de la ciudad. Entre las primeras empresas de la nueva colonia estaba el establecimiento de una imprenta para la impresión de un periódico, The Evening and Morning Star (La estrella vespertina y matutina), así como otras publicaciones. William W. Phelps fue nombrado editor de Star; antes 24

de su conversión al mormonismo, él había sido editor de un diario de Nueva York. Era un hombre de considerable habilidad literaria y pronto su periódico llegó a ejercer una fuerza significativa en la comunidad. COMIENZAN LAS DIFICULTADES Con posibilidades brillantes ante ellos, los santos se dedicaron con entusiasmo a edificar su Sión. Pero no tardaron en tropezar con graves dificultades. A los antiguos colonos les irritó la religión que ellos tenían y también su evidente aplicación al trabajo; hubo dos ministros en particular que se dedicaron especialmente a crear oposición. Se describía a los mormones diciendo que eran “los enemigos comunes de la humanidad”.2 Sus diferencias políticas constituían otra causa de conflicto. La mayoría de los mormones provenían de la parte noreste del país, de estados antiesclavistas, en tanto que Misuri estaba ligado al Sur como estado en pro de la esclavitud. Estas y otras diferencias similares fueron suficientes para despertar el antagonismo de los antiguos moradores de la región. La primera indicación de dificultades serias se manifestó una noche, en la primavera de 1832, cuando una turba rompió las ventanas de las casas de varios mormones. En el otoño de ese mismo año les incendiaron las parvas de heno y con armas de fuego dispararon hacia el interior de las casas; estos actos no fueron sino el comienzo de una tormenta de violencia que finalmente barrería a los mormones del estado de Misuri. En julio de 1833 los antiguos colonos, incitados por agitadores, se reunieron en Independence con el fin de hallar la manera de deshacerse de los mormones, “pacíficamente si podemos, por la fuerza si se hace necesario”.3 No hubo acusaciones de que los mormones hubieran desobedecido ley alguna; simplemente los consideraban un mal que había caído sobre ellos y que tenía que eliminarse a toda costa. Solicitaron que no se permitiera a ningún mormón establecerse en el condado de Jackson desde entonces en adelante; que a los que residían allí se les exigiera prometer que se irían del lugar; que suprimieran la impresión del periódico e hicieran cesar las operaciones de los demás comercios. Se redactó un ultimátum al respecto y se nombró a una comisión de doce personas para que lo presentaran a los mormones. La reunión se suspendió durante dos horas para que la comisión nombrada presentara la declaración y volviera con la respuesta. Cuando se les comunicó la noticia a los miembros, éstos no estaban preparados para dar una respuesta. Las demandas carecían de todo apoyo legal; los santos habían comprado los terrenos en los que vivían; no habían quebrantado ninguna ley ni se les acusaba de ello. Quedaron pasmados por el asunto y pidieron tres meses para considerarlo. Esto se les negó inmediatamente. Entonces pidieron diez días, y se les contestó que quince minutos eran más que suficientes. Desde luego, los miembros no podían aceptar las condiciones que se les habían ofrecido. EL GOBIERNO DE LA PLEBE La comisión volvió a reunirse y presentó su informe. El resultado fue una resolución de destruir la imprenta. Tres días más tarde un populacho de quinientos hombres recorrió a caballo las calles de Independence, haciendo ondear una bandera roja y blandiendo pistolas, palos y látigos. Destruyeron la imprenta y juraron que el condado de Jackson quedaría libre de mormones. Todo ruego de misericordia y justicia fue recibido con burlas. Seis de los élderes principales de la Iglesia intentaron salvar a sus compañeros, ofreciéndose como rescate por los santos, e incluso indicando su disposición a que los azotaran y hasta a que los mataran si con ello el populacho quedaba satisfecho. Con una blasfemia se les contestó que no solamente a ellos, sino que a todos sus compañeros los azotarían y los expulsarían a menos que se fueran del condado. 25

Comprendiendo su impotencia, los mormones aceptaron por compulsión irse de allí para el mes de abril de 1834. Después de llegar a este acuerdo, el populacho se dispersó; pero a los pocos días nuevamente estaban asaltando las casas y amenazando a los miembros. Sabiendo que no contaban con ninguna protección, apelaron al gobernador del estado y éste les respondió que debían presentar su caso a los tribunales locales. Esa sugerencia era ridícula en vista de que el juez del tribunal del condado, dos de los jueces de paz y otros empleados públicos eran los cabecillas del populacho. No obstante, los mormones buscaron abogados defensores para presentar su caso. Como era de esperarse, el proceso en el tribunal resultó inútil y sirvió únicamente para incitar más al populacho. El 31 de octubre comenzó un reinado de terror. Día y noche hombres armados cabalgaban por las calles de Independence, incendiando casas, destruyendo muebles, hollando maizales, azotando y atacando a hombres y mujeres. Sin saber a quién recurrir, los habitantes huyeron hacia el norte, a las desoladas nacientes del río. La sangre que brotaba de sus pies lacerados dejó marcadas sus huellas sobre la tierra helada y cubierta de nieve. Algunos perdieron la vida por el frío y el hambre. Afortunadamente, sus hermanos de Ohio, al enterarse de la situación, les proporcionaron ayuda y consuelo tan rápidamente como les fue posible. Al llegar ellos, más de doscientas casas habían sido destruidas. Lo más trágico, sin embargo, fue que su sueño de Sión también había quedado totalmente destruido. EN EL ALTO MISURI Los santos encontraron refugio temporario en el condado de Clay, al otro lado del río Misuri, frente al condado de Jackson. A fin de poder sostenerse ellos y sus familias, trabajaron para colonos de la zona desempeñando toda clase de faenas, desde cortar leña hasta enseñar en las escuelas. Construyeron casas provisionales de troncos, en las que vivieron en muy malas condiciones hasta que pudieron establecerse más permanentemente. Hacia el noreste del condado de Clay el terreno era una pradera silvestre, en su mayoría un erial. En él vieron una tierra de oportunidades; otros lo vieron como un lugar en el cual poner a los mormones para que estuvieran prácticamente a solas. En diciembre de 1836 el cuerpo legislativo de Misuri organizó el condado de Caldwell con la idea de convertirlo en un “condado mormón”. Con su característico espíritu de empresa, los santos compraron los terrenos y procedieron a trazar ciudades y granjas. La colonia principal fue Far West y otra colonia importante se estableció al norte, en Diahman. Dos años después de la organización del condado, Far West contaba con una población de cinco mil almas, dos hoteles, una imprenta, herrerías, comercios y 150 casas. Gran parte de este desarrollo se debió al arribo de los miembros de la Iglesia procedentes de Ohio, entre ellos José Smith, quien, como hemos visto, salió de Kirtland en enero de 1 838. LA LEY ECONÓMICA DE LA IGLESIA Durante este período de intensa actividad, el Profeta proclamó como revelación la ley del diezmo, por la cual todos los miembros contribuirían la décima parte de sus ingresos a la Iglesia para efectuar su obra. Esto, naturalmente, fue solamente una reafirmación de la ley antigua. De hecho, tal como sucedió con otros asuntos de la doctrina y las prácticas de los mormones, la institución del diezmo no fue sino la restauración de un principio establecido en épocas bíblicas. Ya había sido una ley de Dios a su pueblo en la época de Abraham y en los días de los profetas que vivieron después de él; y en esos días Dios declaraba de nuevo que su pueblo debía entregarle el diezmo y que esto sería para ellos una “ley fija perpetuamente”.4 26

UNA PLAGA DE AFLICCIONES El 4 de julio de 1838 los mormones celebraron en Far West el día de la independencia nacional, así como la libertad que entonces gozaban de la persecución del populacho. Ese mismo día colocaron la piedra angular para un templo, el cual había de medir 33 m de fondo por 24 m de ancho, mayor en tamaño que el levantado en Kirtland. Hubo una banda militar y un desfile que, junto con la reverente dedicación que tuvo lugar, convirtieron el día en una ocasión memorable. Pero estas condiciones de paz y progreso que celebraban iban a ser de corta duración. Sus enemigos de antaño, notando el aumento constante de la población mormona, nuevamente sembraron la discordia. Se debe tener presente que Misuri era en aquel entonces la tierra de colonización más occidental en esa parte del país, y los habitantes de estas tierras generalmente se caracterizaban por un espíritu de anarquía nacido del fanatismo que era causado por la ignorancia, el extremadamente limitado roce social de la gente, los prejuicios y los celos. En tal ambiente era fácil hacer arder las llamas latentes de la intolerancia y el odio. Esta agitación ocasionó un conflicto en el pueblo de Gallatin el 6 de agosto de 1838. Fue un incidente sin importancia que, de no haber sido por las consecuencias que siguieron, ni valdría la pena considerar. Un candidato, que no era mormón y que aspiraba al cuerpo legislativo del estado, incitó a los antiguos colonos declarando que si se permitía votar a los mormones, los demás habitantes de Misuri no tardarían en perder sus derechos. Se trataba simplemente de una artimaña política, pero cuando los mormones intentaron votar, se les impidió por la fuerza. Llegó a Far West un informe muy exagerado del asunto y un grupo de miembros de la Iglesia fue a investigar. Nada se hizo al respecto y al volver a Far West pasaron por la casa de Adam Black, juez de paz, de quien consiguieron un certificado en el cual hacía constar que ninguna enemistad tenía contra los mormones y que no formaría parte de ninguna chusma. Pero los enemigos de los miembros pronto sacaron gran provecho de esta ida del grupo de Far West a Gallatin. Varios de ellos, incluso el mismo juez Black, firmaron una deposición jurídica en la cual afirmaban que quinientos mormones armados habían entrado en Gallatin para perjudicar a los que no eran mormones en esa región. Esta vil calumnia fue como un fósforo encendido puesto al lado de un manojo de paja; siguieron los rumores, uno tras otro, hasta acumularse una enormidad de ofensas imaginarias. Aumentó la gravedad de la situación con la elección de Lilburn W. Boggs, un rencoroso antimormón del condado de Jackson, como gobernador del estado. El populacho le informó que los mormones se habían sublevado, que rehusaban someterse a la ley y que se estaban preparando para hacer la guerra a los antiguos colonos. Una vez más los grupos armados cabalgaron en actitud amenazante por las comunidades mormonas, resueltos a emprender una “guerra de exterminio”. Cuando un grupo de ciudadanos pacíficos que no eran mormones apelaron al gobernador, éste respondió: “La contienda es entre los mormones y el populacho y pueden resolverla como lo deseen”.5 Con tal licencia, los disturbios se esparcieron como incendio en la pradera avivado por un viento fuerte. Cuando los mormones trataron de defenderse, el gobernador usó ese esfuerzo como pretexto para expedir una orden de exterminio inhumana e ilegal: “Se debe tratar a los mormones como enemigos, y si se hiciere necesario por el bien de la paz pública, se les debe exterminar o expulsar del estado”6 El 31 de octubre se acercó al pueblo de Far West una milicia integrada por el populacho. El coronel George M. Hinckle, jefe de los defensores de la ciudad, solicitó una entrevista con el general Samuel D. Lucas, comandante de la milicia. Durante la entrevista aquél consintió entregar a los líderes mormones sin consultar antes con ellos, y, como resultado de este acto alevoso de traición, José Smith, Hyrum Smith, Sidney Rigdon, Parley P. Pratt y Lyman Wight cayeron en sus manos. 27

Esa misma noche se formó un consejo de guerra y se sentenció a los prisioneros a ser fusilados al amanecer en la plaza pública de Far West. El general A. W. Doniphan recibió órdenes de llevar a cabo la ejecución. Ante esta orden Doniphan respondió indignado: “Es un asesinato a sangre fría. No obedeceré las órdenes. Mi brigada partirá para el pueblo de Liberty mañana por la mañana, a las ocho; y si usted ejecuta a estos hombres, le prometo que lo haré responder ante un tribunal terrenal”.7 Doniphan nunca tuvo que responder por esta insubordinación que le salvó la vida al Profeta. En cuanto al líder mormón y a sus compañeros de prisión, fueron encerrados en una sucia cárcel donde permanecieron más de cinco meses. Superados considerablemente en número y sin sombra alguna de protección legal, quince mil miembros de la Iglesia huyeron de Misuri, dejando atrás casas y propiedades que en aquella época tenían un valor de un millón y medio de dólares. Durante el invierno de 1838—1839, se encaminaron angustiosamente hacia el Este, en dirección a Illinois, por no saber a qué otro lugar dirigirse. Muchos murieron a causa del frío o de enfermedades agravadas por la baja temperatura. José Smith se hallaba encarcelado y Brigham Young, miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, dirigió esta penosa migración que probaría ser precursora de un movimiento todavía más trágico que tendría lugar poco menos de ocho años después y del cual él habría de ser guía. 1

CHC 1:311-312. Véase HC 1:372. 3 Véase HC 1:374. 4 Véase D. y C. 119:4. 5 HC 3:157. 6 HC 3:175. 7 HC 3:190-191. 2

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Capítulo 7 Nauvoo la Hermosa Los habitantes de Quincy, estado de Illinois, recibieron con bondad a los refugiados mormones. No obstante, Brigham Young y otros comprendieron en seguida que debían tomarse las medidas necesarias para establecer a este grupo numeroso de desterrados, a fin de que nuevamente pudieran dedicarse a empresas productivas. El 22 de abril de 1839, José Smith y los que habían estado presos con él en Liberty, Misuri, llegaron a Quincy. Sus guardias les habían dejado ir y entonces cruzaron el Misisipí hasta Illinois. Al día siguiente el Profeta convocó una conferencia y se nombró a una comisión para investigar la compra de terrenos. El primero de mayo se efectuó la compra inicial y subsiguientemente se hicieron otras hasta poder obtener extensas propiedades sobre las dos riberas del río, tanto en el estado de Iowa como en el de Illinois. El sitio principal era el pueblo de Commerce, Illinois, a unos sesenta y dos kilómetros al norte de Quincy. En este punto el río describe una curva grande, dando a la tierra sobre su ribera oriental la apariencia de un promontorio. Cuando se hizo la compra, la aldea se componía únicamente de tres casas de madera, una de piedra y dos pequeños fortines. Era un lugar insalubre, tan mojado que a una persona se le dificultaba transitar sobre la mayor parte del terreno, y los animales se hundían hasta el cuadril en el fango. Refiriéndose al lugar y la compra, el Profeta dijo más tarde: “Commerce era un sitio insalubre y muy pocos podían vivir allí; pero creyendo que podría convertirse en un lugar saludable mediante las bendiciones del cielo sobre los santos, y no habiendo otro sitio disponible, me pareció prudente hacer el intento de establecer una ciudad”.1 La fe del Profeta en el futuro destino de ese lugar se manifiesta en el nombre que le dio, Nauvoo, palabra derivada del hebreo que significa “el lugar hermoso”. UNA MANIFESTACIÓN DEL PODER DE DIOS Se desaguaron los pantanos y se trazó la ciudad con los cruces de sus calles en ángulos rectos. La obra de construcción, sin embargo, avanzó lentamente porque el pueblo se hallaba debilitado, desfallecido por las aflicciones que le habían sobrevenido; y agotadas sus energías, fue fácil presa del paludismo. La mañana del 22 de julio, José Smith miró a su derredor y se vio rodeado de enfermos, él también lo estaba. La casa en que vivía estaba llena de ellos y aun en el patio, frente a su puerta, había otros que se guarecían en tiendas. Wilford Woodruff relata los acontecimientos que ocurrieron después que el Profeta contempló la desalentadora situación: “Él (José Smith) invocó al Señor en una oración y el poder de Dios descendió con fuerza sobre él; y así como Jesús sanaba a cuantos lo rodeaban en su época, así en esta ocasión José Smith, el Profeta de Dios, sanó a todos los que había en su derredor. Primero, restauró la salud a todos los que se encontraban en su casa y en su patio; después, acompañado de Sidney Rigdon y varios de los Doce, fue entre los enfermos que yacían a la orilla del río y en el nombre de Jesucristo les mandó en alta voz que se levantaran y quedaran sanos, y todos sanaron. Cuando hubo aliviado a todos los enfermos de la margen oriental del río, cruzó el Misisipí con sus compañeros hasta la ribera occidental... La primera casa donde entraron fue la del presidente Brigham Young, que entonces yacía enfermo en cama. El Profeta entró en su casa, lo sanó y todos salieron juntos. “Al pasar por mi puerta, el hermano José dijo: ‘Hermano Woodruff, sígame’.2 Fueron las únicas palabras pronunciadas por los de la compañía desde que salieron de la casa del hermano Brigham hasta que cruzaron la plaza pública y entraron en la casa del hermano Fordham. Hacía 29

una hora que este hermano estaba agonizando y esperábamos verlo morir de un momento a otro. Yo sentía el Espíritu de Dios que cubría a Su Profeta. Cuando entramos en la casa, se dirigió hacia el hermano Fordham y con la mano derecha el Hermano José lo tomó de la mano mientras con la izquierda sostenía su sombrero. Vio que el hermano Fordham tenía los ojos vidriosos y que ya no podía hablar, ni estaba consciente. “Después de tomarle la mano, fijó la vista en la cara del moribundo y le preguntó: ‘¿Crees que Jesús es el Cristo?’ ‘Lo creo, hermano José’, fue la respuesta. Entonces el Profeta de Dios habló en alta voz, como con la majestad de Jehová: ‘Elijah Fordham, en el nombre de Jesús de Nazaret te mando que te levantes y sanes de esta enfermedad’. “Las palabras del Profeta fueron como la voz de Dios y no como las palabras de un hombre. Me pareció que la casa se estremecía hasta sus cimientos. Elijah Fordham saltó de la cama como uno que se ha levantado de entre los muertos. Le volvió el color a la cara y la vida se manifestó en todos sus actos. Tenía los pies envueltos en cataplasmas de harina india; las echó a un lacio desparramando el contenido, y luego pidió su ropa y se vistió. Pidió una taza de leche y pan, comió y, poniéndose el sombrero, nos siguió a la calle para visitar a otros enfermos.”3 Elijah Fordham vivió cuarenta y un años después de este suceso. UNA MISIÓN A INGLATERRA Aunque tenían por delante la tarea de edificar, los mormones no desatendieron la predicación del evangelio. Durante el verano de 1839, siete de los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles partieron de Nauvoo para Inglaterra. Estos hombres eran vigorosos misioneros. Las pruebas que habían tenido que soportar fortalecieron sus convicciones en cuanto a la causa con la cual estaban relacionados y ellos convirtieron a centenares de personas por medio de sus poderosos testimonios. La labor de Wilford Woodruff fue particularmente fructífera. Mientras predicaba en Hanley, en el distrito de las alfarerías en Inglaterra, sintió la impresión de partir de ese lugar sin saber por qué. Obedeciendo aquella impresión, viajó hasta una sección rural de Herefordshire. En la casa de un señor llamado John Benbow, próspero agricultor de ese distrito, fue recibido cordialmente y se le comunicó la noticia de que un grupo grande de personas de esa región se habían separado de su religión y se habían unido entre ellas para estudiar las Escrituras y buscar la verdad. El hermano Woodruff recibió allí una invitación para hablar y a ésta siguieron otras. El grupo se componía de unas seiscientas personas, entre ellas más de una veintena de predicadores. Con una sola excepción, todos aceptaron el mormonismo, y para cuando el élder Woodruff salió del distrito, se habían convertido a la Iglesia mil ochocientos miembros por motivo de sus esfuerzos. En una conferencia celebrada en las Islas Británicas en abril de 1840, se tomó la decisión de publicar allí una edición del Libro de Mormón, un himnario y un periódico. Durante ese período, Orson Hyde emprendió una misión extraordinaria. Sobre él, el Profeta había pronunciado la siguiente bendición: “En el debido tiempo irás a Jerusalén, al país de tus antepasados. y serás como un vigía para la casa de Israel; y por tu mano el Altísimo efectuará una obra que preparará el camino y grandemente facilitará el recogimiento de ese pueblo”.4 En enero de 1841, Orson Hyde salió de los Estados Unidos y fue a Londres, donde trabajó algunos meses con los otros misioneros y de ahí hizo el viaje a Palestina. A primeras horas de la mañana del domingo 24 de octubre de 1841 ascendió a la cima del Monte de los Olivos y allí, en una oración y en virtud de la autoridad del sacerdocio, consagró la tierra de Palestina para el regreso de los judíos. La oración dice, en parte: “Concede, por tanto, oh Dios, en el nombre de tu muy amado Hijo, Jesucristo, que se puedan eliminar la aridez y la esterilidad de esta tierra, y permite que broten manantiales de agua viviente para dar de beber a su suelo sediento. Haz que la vid y el olivo produzcan con su fuerza, y que la higuera florezca y se desarrolle... Permite que las manadas y los rebaños aumenten y se multipliquen grandemente en las montañas y las colinas. Y concede que tu gran bondad 30

conquiste y venza la incredulidad de los de tu pueblo. Quítales su corazón de piedra y dales en su lugar un corazón de carne; y que el sol de tu gracia disipe las frías nubes de tinieblas que han obscurecido su ambiente... Haz que los reyes sean sus ayos y que las reinas enjuguen sus lágrimas de aflicción con cariño maternal.”5 Después de la oración, Orson Hyde levantó un montón de piedras como altar y como testimonio de lo que había hecho. Terminada su misión, regresó a Nauvoo, adonde llegó en diciembre de 1842. DE LOS PANTANOS SURGE UNA CIUDAD Mientras tanto, la colonia en el oeste de Illinois no había estado ociosa. Casas, talleres y jardines surgieron en lo que había sido los pantanos de Commerce, pero a causa de la suma pobreza en que se encontraban los miembros de la Iglesia, sus problemas se agravaron en extremo. Se hicieron varios intentos infructuosos de conseguir indemnización y compensación por las pérdidas sufridas en Misuri, el más notable de los cuales fue una petición que se envió al Congreso de los Estados Unidos y una entrevista que tuvo lugar entre José Smith y Martín Van Buren, Presidente de los Estados Unidos. La petición no logró nada y el presidente Van Buren dio esta contestación, que se ha hecho famosa en la historia mormona: “Su causa es justa, pero no puedo hacer nada por ustedes... Si los defiendo, perderé los votos del estado de Misuri”. La reacción del gobernador de Misuri a estos esfuerzos fue enviar una petición al gobernador de Illinois solicitándole que aprehendiera y le entregara a José Smith y a cinco de sus compañeros por haberse fugado de la justicia, aunque ya habían transcurrido dos años desde que se les había permitido escapar de la prisión en Misuri. El gobernador de Illinois dio curso a la solicitud, pero, mediante un auto de habeas corpus, el juez Stephen A. Douglas libertó a los acusados. Sin embargo, lo único que se logró con esta medida fue demorar la realización de los fines que los de Misuri se habían propuesto. LA EDIFICACIÓN DEL TEMPLO Durante ese mismo período se decidió construir un templo en Nauvoo, el cual se habría de reservar como edificio sagrado para efectuar ceremonias especiales, incluso el bautismo por los muertos. Siempre ha parecido injusta la doctrina de que el que tiene la oportunidad de bautizarse y lo hace, se salva, mientras que aquel que no la tiene es condenado. Sin embargo, las Escrituras dicen: “...el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.6 Esta ley es universal. José Smith resolvió ese problema mediante la doctrina del bautismo vicario por los muertos, que él declaró ser una revelación de Dios. Cuando se efectúa mediante la debida autoridad, hay personas que actúan como representantes de los muertos y pueden recibir el bautismo en nombre de ellos. Esta práctica existía en la Iglesia original, y las palabras del apóstol Pablo a los Corintios lo confirman: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?”7 A fin de proveer las instalaciones necesarias para efectuar esta obra vicaria, así como otras ordenanzas sagradas, se le mandó al Profeta por revelación que edificara un templo. El 6 de abril de 1841 se reunieron diez mil miembros de la Iglesia para colocar las piedras angulares de esta estructura; el 8 de noviembre se terminó la pila bautismal, y para el 30 de octubre de 1842 la construcción había progresado bastante para permitir reuniones en algunos de los salones. Sin embargo, no fue sino hasta el 30 de abril de 1846, cuando ya la mayoría de los miembros de la Iglesia habían tenido que salir de Nauvoo, que el templo quedó terminado con todos sus detalles. 31

Su construcción costó aproximadamente un millón de dólares y en esa época el edificio se consideraba el más notable del estado de Illinois. La magnífica estructura se levantaba en el sitio más elevado de la ciudad y dominaba toda la comarca de ambos lados del río. Era la corona de Nauvoo, que en sí misma contrastaba notablemente con la mayor parte de las ciudades que había en las tierras de colonización de los Estados Unidos, y que, antes de su evacuación, llegó a ser la más grande del estado de Illinois. Muchos visitantes distinguidos llegaron a Nauvoo durante aquel período de intensa actividad. En 1813, un escritor inglés describió la comunidad mormona en un artículo que se publicó extensamente, diciendo, entre otras cosas: “La ciudad es de buen tamaño y está hermosamente trazada; sus calles son anchas y se cruzan en ángulos rectos, cosa que aumentará en gran manera su orden y magnificencia cuando quede terminada. La ciudad asciende gradualmente en una pendiente moderada desde el turbulento Misisipí, y al pararse uno cerca del templo, puede contemplar desde allí el pintoresco panorama que lo rodea. A un lado está el templo, maravilla del mundo; y en sus inmediaciones y hacia abajo, se pueden ver atractivos comercios, amplias mansiones y simpáticas casitas intercaladas en un variado panorama... La paz y la armonía reinan en la ciudad. Raras veces se ven borrachos como en otras ciudades, ni tampoco hieren el oído la imprecación ofensiva o el juramento blasfemo; y mientras que en otros sitios todo es tempestad, disturbios y confusión en lo que respecta a los mormones, aquí, en su sede, todo es paz y armonía.”8 La descripción del coronel Thomas L. Kane, que visitó Nauvoo tres años después, es de interés particular: “Mientras navegaba río arriba por el Alto Misisipí en el otoño, en la época en que las aguas están bajas, me vi obligado a viajar por tierra hasta pasar la sección de los rápidos... Mis ojos estaban hastiados de ver en todas partes sórdidos, vagabundos e intolerantes pobladores y una región que sus manos indiferentes habían desfigurado en lugar de mejorar. Mientas descendía del último cerro que se encontraba en mi jornada, se presentó a mi vista un paisaje de bello contraste. Medio circundada por un recodo del río, una linda ciudad resplandecía en el primer sol de la mañana. Sus relucientes casas nuevas, situadas entre frescos y verdes jardines, se extendían a los lados de un majestuoso cerro abovedado y coronado por un noble edificio de mármol cuya alta torre cónica refulgía de blanco y oro. La ciudad parecía abarcar varios kilómetros; allende sus límites, sirviéndole de fondo, los campos esmeradamente labrados formaban cuadros sobre la hermosa pradera. Las inconfundibles señas de la industria, el carácter emprendedor y la prosperidad refinada manifestadas en todas partes daban al cuadro una belleza singular y sumamente notable.”9 Los visitantes que llegaban a Nauvoo quedaban impresionados por el hombre bajo cuya dirección se había levantado, de unos pantanos insalubres, aquella extraordinaria ciudad. En esa época el Profeta había alcanzado la cima de su ministerio y muchos que lo conocieron en ese período han descrito su apariencia. Era bien proporcionado, medía aproximadamente 1,80 m de estatura y pesaba unos 90 kilos. Tenía ojos azules, cabello castaño y ondulado, la tez clara y muy poca barba. Era un hombre de mucha energía y de porte respetable. El Gran Maestro masón del estado de Illinois escribió lo siguiente después de visitarlo: “Sobre asuntos religiosos diferimos grandemente, pero se mostró tan dispuesto a respetar mi opinión que creo que nosotros también debemos mostrar el mismo respeto y permitirles el derecho de tener la suya. Y, en vez de un ignorante y tiránico advenedizo, imaginad mi sorpresa al descubrir que era un compañero sensato e inteligente y todo un caballero.”10 Uno de los hombres más distinguidos que visitaron a José Smith durante aquel período fue Josiah Quincy, que en un tiempo había sido alcalde de Boston. Refiriéndose a sus impresiones del Profeta, escribió más tarde: “No es de ninguna manera improbable que en algún texto futuro... se halle una pregunta más o menos como ésta: ¿Qué estadounidense en la historia del siglo XIX ha ejercido la influencia 32

más potente en los destinos de sus compatriotas? Y no es de ninguna manera imposible que la respuesta a esa interrogación sea la siguiente: José Smith, el Profeta mormón... “Aunque nació en la más vil pobreza, sin instrucción escolar y con el más común de los apellidos ingleses, a la edad de treinta y nueve años se había convertido en un poder sobre la tierra. De toda la numerosa familia de Smith que hay en la tierra desde Adam (me refiero a Adam Smith*, el autor de “Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de las riquezas de las naciones”), nadie se ha captado el corazón humano ni influido en las vidas humanas como este José.”11 De esta manera reaccionaban los forasteros que llegaban a Nauvoo y visitaban a su ciudadano más prominente. En 1839 los mormones habían comprado una tierra tan pantanosa que los caballos difícilmente la podían cruzar, y para 1841 habían edificado sobre esa misma tierra una ciudad sin igual en todas las regiones colonizadas de los Estados Unidos. Macizas casas de ladrillo, algunas de las cuales aún están ocupadas, extensas granjas y huertas, talleres, escuelas y un magnífico templo, junto con veinte mil habitantes, congregados no sólo de los estados del Este y de Canadá sino también de las Islas Británicas, ¡tal fue Nauvoo, la Hermosa! 1

HC 3:375. Citado en Matthias F. Cowley, Wilford Woodruff (Salt Lake City: Bookcraft, 1964), págs. 104105. 3 CHC 2:45. 4 HC 4:457. 5 HC 4:80. 6 Juan 3:3. 7 1 Corintios 15:29. 8 Citado en George Q. Cannon, Life of Joseph Smith the Prophet (Salt Lake City: Deseret Book Co., 1964), págs. 345-355. 9 The Mormons, (Philadelphia: King and Baird, 1850), págs. 3-4. 10 Citado en Cannon, Life of Joseph Smith the Prophet, pág. 352. 11 Figures of the Past from the Leaves of Old Journals, (Boston: Roberts Brothers, 1883), págs. 376-75. * Adam Smith: Economista escocés del siglo dieciocho. 2

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Capítulo 8 Los mártires La tarde del 6 de mayo de 1842, Lilburn W. Boggs, que había sido gobernador de Misuri, estaba sentado en su casa cuando un asaltante desconocido le hizo fuego con una pistola a través de una ventana, hiriéndolo gravemente. El arma fue hallada en el suelo, pero el que había tratado de asesinarlo escapó, y aunque por un tiempo se temía que Boggs fuera a morir, finalmente se restableció. En vista de que este ex oficial del estado había tenido una parte tan prominente en la expulsión de los mormones de ese estado, no tardaron en propagarse los rumores de que ellos eran los responsables. El ex gobernador, sin ningún fundamento evidente para justificar su hecho, hizo una deposición en la cual acusaba del crimen a un miembro de la Iglesia, Orrin Porter Rockwell, y firmó una segunda acusación contra José Smith como instigador. Entonces se solicitó al gobernador de Misuri que le requiriera al gobernador de Illinois la entrega de José Smith y de Rockwell a un representante del estado de Misuri. Se dictó una orden de prisión y los dos hombres fueron aprehendidos; pero después de un juicio se les concedió su libertad mediante un decreto de habeas corpus. Aunque los planes de los enemigos del Profeta en Misuri habían fracasado una vez más, éstos no iban a darse por vencidos tan fácilmente. ENEMIGOS DENTRO DE LA IGLESIA En 1840 se había unido a la causa mormona un doctor de nombre John C. Bennett, un hombre dotado de mucho talento, educado y capaz, aunque obviamente de pocos escrúpulos. A causa de sus habilidades se le confiaron varias responsabilidades importantes. pero incurrió en algunas ofensas morales y fue reprendido por José Smith. Para desquitarse, abandonó Nauvoo y publicó un libro en contra de la Iglesia, tras lo cual se puso en contacto con los enemigos de los mormones en Misuri, logrando por este medio avivar el latente fuego del odio. El resultado de sus acciones fue otro complot para arrestar a José Smith, pero también ese intento se frustró. Sin embargo, había otro grupo en Nauvoo cuyos nefastos esfuerzos iban a lograr mayor éxito: seis hombres —William y Wilson Law, Frances M. y Chauncey L. Higbee y Charles A. y Robert D. Foster— que, habiendo sido suspendidos de derechos de la Iglesia, se propusieron vengarse del Profeta. La situación política agravaba estas dificultades, porque los mormones votaban a favor de los candidatos cuya política ellos consideraban que produciría los mayores beneficios; de modo que algunas veces favorecían a los de un partido y otras a los del partido contrario. En la campaña presidencial de 1844, no concordando con la política de ninguno de los dos partidos mayores, adoptaron una posición neutral Y propusieron a José Smith como candidato a la presidencia de los Estados Unidos y a Sidney Rigdon como vicepresidente. El dirigente mormón hizo una declaración de sus conceptos en cuanto al gobierno, que llamó la atención a muchas personas. Entre otras cosas, proponía que el gobierno resolviera el problema de la esclavitud comprando a los negros, emancipando de este modo a los esclavos y compensando al mismo tiempo a sus dueños, plan que, de haberse llevado a efecto, podría haber evitado la pérdida de dinero y vidas que más tarde se sacrificaron en la guerra civil. También recomendaba que se convirtieran las prisiones en escuelas, donde los reclusos pudieran aprender profesiones útiles y llegar a ser miembros provechosos de la sociedad. A fin de dar a conocer a la gente de la nación los conceptos del Profeta, varios hombres salieron de Nauvoo para hacer campaña a favor de su candidatura, y fue mientras éstos se hallaban ausentes de Nauvoo que las dificultades del Profeta llegaron a su punto culminante. 34

El 10 de junio de 1844, los seis enemigos previamente nombrados publicaron un periódico difamatorio llamado el Nauvoo Expositor [Expositor de Nauvoo], el cual provocó una agitación tremenda porque manifiestamente calumniaba a algunos ciudadanos prominentes de la comunidad. La gente se indignó. Como la legislatura de Illinois, en la carta constitucional que había dado a Nauvoo, otorgaba a la ciudad la autoridad de “declarar lo que podría constituir un acto perjudicial, y de evitar o eliminar lo antedicho”,1 el consejo municipal se reunió durante catorce horas, tomó declaraciones, consultó la ley en cuanto a actos perjudiciales, examinó la carta constitucional de la ciudad otorgada por el cuerpo legislativo a fin de determinar los derechos y obligaciones de los ciudadanos, y luego tachó de perjudicial la publicación y dio al Alcalde, que era José Smith, órdenes de suprimirla. Este, a su vez, expidió un decreto al Jefe de Policía con órdenes de “destruir la prensa en que se publica el Nauvoo Expositor amontonar en la calle el tipo de imprenta y quemar todos los ejemplares del Expositor y hojas difamatorias que se encuentren en el establecimiento”2 El oficial de referencia cumplió con la orden y así informó. Los publicadores inmediatamente usaron esto como pretexto para acusar a José Smith y a su hermano Hyrum de violar la libertad de prensa. Como consecuencia, éstos fueron arrestados, juzgados y absueltos. Pero desde entonces, el hecho ha sido denunciado por muchísimos escritores. Un minucioso análisis de la ley que estaba entonces en vigencia ha llevado a una distinguida autoridad en leyes a expresar la conclusión siguiente: “Aparte de los daños causados por la destrucción innecesaria de la imprenta, de la cual las autoridades de Nauvoo fueron incuestionablemente responsables, el resto de los hechos del consejo, incluso su interpretación de la garantía constitucional de la prensa libre, puede encontrar su respaldo en la consulta de la ley de aquella época”.3 Pero las llamas del odio, por tanto tiempo avivadas, empezaron entonces a arder furiosamente. Por toda la parte occidental de Illinois cundieron los rumores y los enemigos del Profeta llegaron hasta el gobernador Thomas Ford con informes exagerados. Este pidió a José y Hyrum Smith que se encontraran con él en Carthage, donde los malos sentimientos en contra de los Smith eran más enconados. Declaró además: “Garantizaré la seguridad de cuantas personas lleguen hasta aquí desde Nauvoo, ora para ser juzgadas, ora para testificar a favor de los acusados”.4 Comprendiendo la verdadera importancia de la situación, José Smith le contestó: “Aunque Vuestra Excelencia nos promete protección, no nos atrevemos a ir porque al mismo tiempo ha expresado temor de no poder contener al populacho, y siendo así, quedaremos a merced de los despiadados. Excelencia, no nos atrevemos a ir, porque nuestras vidas estarían en peligro y no somos culpables de ningún delito”.5 El Profeta sabía lo que decía. Treinta y siete veces lo habían arrestado y absuelto, y lo último que escribió en su diario en esa ocasión dice: “Le dije a Stephen Markham que si nos volvían a aprehender a mí y a Hyrum, seríamos asesinados, o yo no soy un Profeta de Dios”.6 José Smith pensó en escapar hacia el Oeste, pero algunos de los más allegados a él le aconsejaron que fuera a Carthage para ser juzgado. A su hermano le dijo: “Seremos asesinados”.7 No obstante, el 24 de junio de 1844 el Profeta y varios acompañantes salieron para Carthage. Se detuvieron cerca del templo, y después de contemplar el magnífico edificio y la ciudad, lugares donde apenas cinco años antes no había habido más que terreno pantanoso, les dijo a los que lo acompañaban: “No hay lugar más hermoso, ni mejor gente bajo los cielos; poco saben de las pruebas que les esperan”.8 Poco más adelante, hizo otra notable afirmación: “Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres. Moriré inocente, y aún se dirá de mí: Fue asesinado a sangre fría”.9 35

Al llegar a Carthage fueron detenidos y acusados de traición. Valiéndose de una orden falsa de prisión, se les encarceló; y al protestar ante el gobernador Ford contra la ilegalidad de esta manera de proceder; él respondió que no consideraba que fuese su deber intervenir pues ellos estaban en manos de la ley. Después, procedió a pasar el caso al magistrado local, el cual resultó ser uno de los caudillos del populacho, indicándole que empleara la fuerza armada de Carthage para vigilar a los prisioneros.10 José Smith consiguió una entrevista con el gobernador, el cual le prometió que se les protegería de los populachos que para entonces se habían congregado en Carthage. Además, le aseguró que si él, el gobernador, decidía ir a Nauvoo para investigar el asunto en persona, como José Smith se lo había solicitado, lo llevaría a él consigo. A pesar de estas promesas, el gobernador Ford partió para Nauvoo en la mañana del 27 de junio, dejando presos a José Smith, a su hermano Hyrum, a Willard Richards y a John Taylor en la cárcel de Carthage, con la milicia formada por el populacho acampada en la plaza de la ciudad. Los prisioneros pasaron el día conversando y escribiendo cartas. Dirigiéndose a su esposa, José Smith escribió: “Estoy bien resignado a mi suerte, sabiendo que hay justificación para mí y que he hecho lo mejor que se podía hacer. Haz presente mi cariño a mis hijos... y a todos los que pregunten por mí. Que Dios os bendiga a todos...”11 Estas cartas se enviaron con unos visitantes que partieron a la una y media de la tarde. Al avanzar el día sobrevino al grupo una sensación de tristeza y a solicitud del Profeta, John Taylor cantó “Un pobre forastero”, un himno acerca del Salvador que se había hecho popular en Nauvoo. Un pobre forastero vi por mi camino al pasar; él me rogó con tanto afán que no lo pude rechazar. Su nombre, su destinación, su origen no le pregunté, mas cuando su mirada vi, le di mi amor; no sé por qué. El pan, escaso para mí, comía cuando él llegó, mas vi su hambre y se lo di; él lo bendijo y lo partió. Los dos comimos de ese pan, que en manjar se convirtió, pues al comerlo con afán maná a mí me pareció. Lo vi esperando en prisión la muerte como un vil traidor. De la calumnia defendí a mi amigo con valor. En prueba de mi amistad me suplicó por él morir; la carne quiso rehusar, mas mi alma libre dijo “¡Si!” Al forastero vi ante mí; su identidad El reveló; las marcas en sus manos vi: reconocí al Salvador. Me dijo: “Te recordaré”, 36

y por mi nombre me llamó. “A tu prójimo ayudaste y así serviste a tu Señor.” Poco después de terminar la canción, “se oyeron murmullos provenientes de la puerta exterior de la prisión, junto con un grito de ¡Ríndanse!’, y casi instantáneamente siguieron los disparos de tres o cuatro armas de fuego. El doctor Richards miró por la ventana y vio a unos cien hombres armados en los alrededores de la puerta El populacho rodeó el edificio, y algunos, empujando a un lado a los guardias, ascendieron la escalera, forzaron la puerta e iniciaron su obra asesina”. Hyrum Smith fue herido primero y cayó al suelo diciendo: “¡Soy hombre muerto!” su hermano José corrió a él, exclamando: “¡Oh, querido hermano Hyrum!” En seguida, John Taylor cayó al suelo gravemente herido; afortunadamente, el reloj que llevaba en uno de los bolsillos del chaleco detuvo una de las balas y le salvó la vida. Al mismo tiempo que entraba por la puerta una lluvia de balas, José Smith saltó hacia la ventana. Tres balas lo hirieron casi simultáneamente, dos que venían de la puerta y una de la ventana. Moribundo, cayó por la ventana abierta, exclamando: “¡Oh Señor, Dios mío!” El doctor Richards salió ileso; pero la Iglesia había perdido a su Profeta y al hermano de éste, el Patriarca, en el cobarde ataque que se consumó en unos pocos segundos.12 AFLICCIÓN Y ESPERANZA Cuando llegaron a Nauvoo las noticias del asesinato de José y Hyrum Smith, descendió sobre la ciudad un manto de pesar. Al día siguiente, se llevaron los cadáveres a Nauvoo y miles de personas se agolparon de ambos lados de las calles por donde pasó el séquito. Al otro día, los hermanos fueron sepultados. Mientras tanto, los habitantes de Carthage habían huido de sus casas temiendo que los mormones se levantaran en masa para vengarse; pero no había en éstos ninguna disposición de devolver mal por mal; estaban dispuestos a dejar a los asesinos en manos de Aquel que ha dicho: “Mía es la venganza, yo pagaré”. Los del populacho suponían que al matar a José Smith habían acabado con el mormonismo; pero era porque no comprendían ni el carácter de la gente ni la organización de la Iglesia. El Profeta había conferido las llaves de la autoridad sobre los Apóstoles, que estaban bajo la dirección de Brigham Young, y los miembros los sostuvieron en sus cargos, aunque por un tiempo hubo un poco de confusión. El progreso de Nauvoo continuó dirigido por Brigham Young; sin embargo, cada vez era más evidente que no habría paz para los mormones en Illinois y que la sangre de los Smith sólo parecía haber hecho más atrevido al populacho. La ley no había castigado a los asesinos y aparentemente el gobernador se había confabulado con ellos. ¿Qué les impedía entonces completar la obra de exterminio? Al menguar el impacto causado por los crímenes, nuevamente comenzó la depredación de las propiedades. Incendiaban los sembrados, hacían desaparecer el ganado, y después empezaron la destrucción de las casas que había en los alrededores de la ciudad. En vista de estas circunstancias, Brigham Young y otras autoridades de la iglesia decidieron buscar un lugar donde los santos pudieran vivir en paz, sin ser molestados por el populacho ni por políticos llenos de prejuicios. En 1842, mientras los mormones gozaban de paz en Nauvoo, José Smith había pronunciado una notable profecía. Declaró: “Los santos seguirán padeciendo mucha aflicción, y serán expulsados a las Montañas Rocosas; muchos apostatarán, otros morirán en manos de nuestros perseguidores o por motivo de los rigores de la intemperie o las enfermedades; y algunos de vosotros viviréis para ir y ayudar a establecer colonias y edificar ciudades, y ver a los santos llegar a ser un pueblo fuerte en medio de las Montañas Rocosas”.13 37

Allá, en la inmensidad del Oeste, yacía su esperanza de encontrar la paz. En el otoño de 1845, constantemente acosados por las amenazas del populacho, iniciaron los preparativos para abandonar su bella ciudad y dirigirse a las tierras deshabitadas en busca de un lugar donde pudieran finalmente adorar a Dios conforme a los dictados de su conciencia. 1

Dallin H. Oaks, “The Suppression of the Nauvoo Expositor”, Utah Law Review 9 (1965): 875. HC 6:448. 3 Utah Law Review 9 (1965): 903. 4 HC 6:537. 5 HC 6:540. 6 HC 6:546. 7 HC 6:349-550. 8 HC 6:554. 9 D. y C. 135:4. 10 Véase HC 6:570. 11 HC 6:605. 12 Véase HC 6:612-621. 13 HC 5:85. 2

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Capítulo 9 El éxodo El éxodo de los mormones de Nauvoo, Illinois, en febrero de 1846 constituye uno de los acontecimientos épicos en la historia de la exploración y la colonización de los Estados Unidos. En medio de un inclemente frío invernal, cruzaron el río Misisipí con las pocas cosas que pudieron llevar consigo en las carretas, dejando a sus espaldas las casas que habían construido sobre lo que eran los pantanos de Commerce, durante los siete años que se les permitió vivir en Illinois. Delante de ellos se extendían las inconmensurables tierras desiertas, en su mayor parte desconocidas e inexploradas. Por motivo de que esta marcha fue tan semejante al éxodo de los israelitas, cuando salieron de sus casas en Egipto hacia una tierra prometida que no habían visto, los mormones llamaron a su movimiento “El campamento de Israel”. El 4 de febrero de ese año, Brigham Young y la primera compañía cruzaron el río en balsas, y a los pocos días el río se congeló lo suficiente para resistir el peso de carros y caballos, cosa que aun cuando facilitó y aceleró el movimiento, también causó sufrimientos intensos. Refiriéndose a las condiciones en que se encontraban estos desterrados, una de las personas del grupo, Eliza R. Snow, escribió: “Me enteré de que la primera noche en que se acampó, nacieron nueve criaturas, y de allí en adelante a medida que viajábamos, las madres daban a luz a sus niños en toda variedad de circunstancias imaginables, menos aquellas a las que estaban acostumbradas: algunas en tiendas, otras en carretas, en medio de aguaceros o tormentas de nieve. “Téngase presente que las madres de estas criaturas que nacían en esas regiones silvestres no eran salvajes, ni estaban acostumbradas a recorrer los bosques y arrostrar las tempestades... la mayoría habían nacido y se habían educado en los estados del Este; allí habían aceptado el evangelio que Jesús y sus Apóstoles enseñaron; por amor a su religión se habían congregado con los santos y en penosas circunstancias habían ayudado, mediante su fe, paciencia y energías, a convertir a Nauvoo en lo que su nombre indica, ‘la hermosa’. Allí habían tenido bellas casas, adornadas con flores y engalanadas con árboles frutales que apenas habían empezado a producir abundantemente. “De estas casas, que tuvieron que abandonar sin poder alquilar ni vender, acababan de despedirse por última vez, y con los pocos bienes que podían cargar en una, dos y en algunos casos tres carretas, se habían dirigido a las tierras desiertas, ¿hacia dónde? A esta pregunta no había sino una respuesta en aquel tiempo: Sólo Dios lo sabe.”1 Brigham Young presidía esta caravana de peregrinos. Ellos lo aceptaron como profeta y líder, el inspirado sucesor de su amado José Smith. Confiaban en que él los conduciría a un lugar de refugio “en medio de las Montañas Rocosas”, donde José Smith había predicho que llegarían a ser “un pueblo fuerte”. PLANTAR PARA QUE OTROS COSECHARAN Después que los desterrados llegaron al territorio de Iowa, del lado opuesto del Misisipí, se organizaron compañías de a cien personas y se establecieron normas de conducta. Se dividieron las compañías en grupos de cincuenta y de diez, cada uno dirigido por un oficial. Brigham Young fue sostenido en calidad de “presidente de todo el Campamento de Israel”.2 Viajaron hacia el noroeste, por el territorio de Iowa, cruzando una región escasamente poblada entre los ríos Misisipí y Misuri. En los primeros días del movimiento, la nieve alcanzaba una profundidad de quince o veinte centímetros, y sus carretas cubiertas con toldos de lona les daban poca protección de los helados vientos del norte. 39

Con la llegada de la primavera, la nieve se derritió y la marcha se hizo más dificultosa todavía. No había caminos en las regiones por las cuales viajaban los mormones, de modo que ellos mismos tenían que ir abriendo el camino. A veces era tan profundo el fango que se necesitaban hasta tres yuntas de bueyes para arrastrar una carga de poco más de doscientos kilos. Al fin del día, cuando caían rendidos de cansancio tras de tirar y empujar, de cortar madera para hacer puentes, de cargar y descargar carretas, los viajeros descubrían que apenas habían avanzado unos diez kilómetros. La lluvia y el aguanieve convertían sus campamentos en verdaderas ciénagas, y por motivo de esta condición y la alimentación impropia, murieron muchísimas personas. Los sepelios al lado del camino fueron numerosos. Se hacía un rústico ataúd de madera de álamo, se realizaban breves servicios funerarios y los seres queridos del fallecido volvían a encaminar sus pasos y sus yuntas hacia el Oeste, sabiendo que jamás volverían a pasar por allí. Es asombroso que aquella gente no se transformara en seres amargados y vengativos, particularmente al recordar sus cómodas casas que para entonces los populachos de Illinois habían saqueado e incendiado. Sin embargo, mitigaban sus pesares con diversiones que ellos mismos ideaban. Tenían su propia banda de instrumentos de viento y hacían buen uso de ella. Los colonos de Iowa se asombraban de ver a estos peregrinos despejar un pedazo de tierra alrededor de sus fogatas, y ponerse a bailar y cantar hasta que el clarín anunciaba la hora de acostarse. Mientras se hallaban en esas circunstancias, uno de ellos, William Clayton, escribió la letra del épico himno de las praderas, “¡Oh, está todo bien!” Acoplada a la música de una antigua melodía inglesa. esta canción se convirtió en un himno de fe y esperanza para los muchos millares de pioneros mormones. Quizá no haya ninguna otra cosa que tan acertadamente exprese el espíritu de ese movimiento. Cuando escaseaban los alimentos, se veían obligados a ofrecer sus preciosas posesiones, como loza, cubiertos y encajes, que habían llevado consigo desde el Este o a través del mar, a cambio de un poco de maíz y carne de cerdo curada. De esa manera, muchos de los colonos de Iowa adornaron más sus casas y los mormones pudieron reponer sus escasos víveres. En ocasiones, la banda viajaba distancias considerables para dar un concierto en algún lugar colonizado con el fin de poder aumentar las provisiones. Uno de los hechos más notables de este movimiento fue el establecimiento de colonias provisionales a lo largo del camino. La compañía de pioneros que iba a la vanguardia se detenía periódicamente el tiempo necesario para desmontar extensos terrenos, cercarlos, ararlos y plantarlos. Los líderes pedían voluntarios y ponían a unos a cortar troncos para hacer cercos y puentes, y a otros para desmontar, arar y sembrar. Se construía un pequeño número de cabañas y se designaban varias familias para permanecer y cuidar de los sembrados. Después, la compañía de pioneros seguía adelante, dejando los sembrados para que las caravanas que les seguían levantaran la cosecha. Este espíritu de mutuo servicio y cooperación caracterizó todo el movimiento, y de no haber sido por ello, la migración de veinte mil almas a través de esas tierras salvajes indudablemente habría terminado en un desastre. Aproximadamente tres meses y medio después de haber salido de Sugar Creek, el campamento sobre la ribera occidental del río Misisipí, la vanguardia de pioneros llegó a Council Bluffs, a orillas del río Misuri. Detrás de ellos, por todo el territorio de Iowa, iba una lenta caravana de centenares de carros. Todo ese verano y hasta muy entrado el otoño continuarían saliendo de Nauvoo y cruzando los ondulantes cerros de Iowa. ¡Era un Israel moderno en busca de una nueva tierra prometida!

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EL BATALLÓN MORMÓN Una mañana de junio de 1846, los mormones de uno de los campamentos provisionales que había por el camino se sorprendieron al ver llegar un pelotón de soldados norteamericanos. El capitán James Allen venía con la comisión de reclutar a quinientos hombres jóvenes y hábiles para luchar en la guerra con México. Se le indicó que fuera a Council Bluffs para hablar con Brigham Young y otras autoridades de la Iglesia. No es de sorprender el que estos dirigentes hayan comentado la ironía de la situación: Su patria habiendo permanecido con los brazos cruzados mientras ellos, los ciudadanos, sufrían el despojo de sus hogares a manos de los populachos tumultuosos, ahora les pedía voluntarios para el ejército. Es verdad que los mormones habían solicitado ayuda al gobierno en forma de contratos para construir fortines a lo largo del camino hacia el Oeste, pues creían que éstos serían de mucha utilidad para los miles de emigrantes, tanto mormones como no mormones que se trasladarían al Oeste en los años subsiguientes; estos fortines los protegerían de los indios y de otros peligros de los llanos. Sin embargo, un llamado militar en el que urgentemente se les exigía quinientos hombres no era precisamente la contestación que esperaban; y por otra parte, la cantidad de voluntarios que se les pedía, comparando el número de mormones con el resto de los habitantes de la nación, era sumamente desproporcionada. A pesar de todo, correspondieron al llamado y Brigham Young y otras autoridades fueron de un campamento a otro, izando el pabellón nacional en cada uno de los centros de reclutamiento; y aunque tal paso significaba que las familias que viajaban por las llanuras se quedarían sin sus hombres, éstos se alistaron en el ejército cuando el presidente Brigham Young les aseguró que habría alimento para sus familias mientras lo hubiera para la suya propia. La música y el baile que realizaron en la víspera de la despedida causó asombro al capitán Allen. Los reclutas iban a ir a México, y sus familias forzosamente tendrían que establecerse para pasar el invierno y esperar hasta el año próximo para seguir hacia las Montañas Rocosas. No había respuesta a la pregunta de cuándo o dónde se volverían a ver, pero tal vez fueran las palabras de Brigham Young lo que mitigó el dolor de la partida, cuando prometió a los hombres que “si cumplían fielmente sus deberes, sin murmuraciones, e iban en el nombre del Señor, siendo humildes y orando cada mañana y cada noche, no tendrían que luchar y volverían a sus hogares sin sufrir daño”.3 De Council Bluffs los del grupo marcharon para el Fuerte de Leavenworth, donde les anticiparon su paga para que pudieran comprar ropa. Ellos enviaron gran parte de este dinero para el socorro de sus familias. De Leavenworth marcharon hacia el sudoeste hasta la antigua ciudad española de Santa Fe. Allí los recibió la guarnición militar al mando del coronel Alexander W. Doniphan, el hombre que le había salvado la vida a José Smith en Misuri. De Santa Fe se dirigieron hacia el sur por el valle del río Grande [río Bravo], pero antes de llegar a El Paso, se desviaron al oeste siguiendo el curso del río San Pedro. Después cruzaron el río Gila, marcharon hasta Tucson, siguieron el río Gila hasta su confluencia con el Colorado y de allí atravesaron las montañas para llegar a San Diego, California. El ferrocarril de la compañía Pacífico Sur posteriormente siguió una gran parte del camino que trazaron. Los sufrimientos ocasionados por las raciones insuficientes, la sed abrasadora, los esfuerzos desesperados por conseguir agua, las agotadoras marchas a través de la espesas arenas del desierto y el camino que abrieron por entre infranqueables montañas constituyen el relato de su histórica marcha. Se habían despedido de sus familias en junio de 1846 y llegaron a San Diego, estado de California, el 29 de enero de 1847. La guerra había terminado para cuando llegaron a su destino y no se vieron obligados a combatir, cumpliéndose así la promesa profética de Brigham Young. 41

Al llegar a la costa del Pacífico, su comandante, el coronel Philip Saint George Cook del ejército de los Estados Unidos, los felicitó y leyó un documento que decía, en parte: “El teniente coronel felicita al batallón por haber llegado a salvo a las playas del Océano Pacífico, y por la conclusión de su jornada de más de tres mil doscientos kilómetros. “En vano se buscará en la historia una marcha semejante de infantería. La mitad del viaje se hizo por entre tierras agrestes, donde no viven sino salvajes y animales silvestres, o a través de desiertos, en los que por la falta de agua no existe criatura viviente. En esos lugares, con trabajos casi desesperados, hemos cavado pozos profundos de los que el futuro viajero disfrutará; hemos cruzado mesetas desconocidas, sin guías que las hubieran explorado previamente, y en las cuales durante algunas marchas no hallamos agua; con la barra y el pico en la mano hemos escalado montañas que parecían desafiar a todos menos a las cabras monteses, y nos hemos abierto paso por un desfiladero de roca sólida más angosto que nuestros carros.”4 Pero mientras los integrantes del batallón servían bajo la bandera de su patria, los populachos, contraviniendo toda garantía constitucional, continuaban pisoteando a sus compañeros que habían permanecido en Nauvoo. LA CAÍDA DE UNA CIUDAD Aunque la mayoría de los mormones había logrado salir de Nauvoo antes del primero de mayo de 1846, fecha fijada por sus enemigos para la evacuación total, algunos de ellos no habían sido tan afortunados. En agosto todavía quedaban unos mil miembros, muchos de ellos enfermos y ancianos, y se creía que las turbas dejarían en paz por lo menos a éstos. Pero la historia da triste testimonio del lamentable equívoco de los que suponían tal cosa. Cuando quedó en evidencia que el populacho no iba a esperar, los habitantes de Nauvoo pidieron ayuda al gobernador; el cual les respondió enviando a un comandante Parker con diez hombres como representantes de la fuerza militar del estado de Illinois. Más tarde el comandante Parker fue reemplazado por el comandante Clifford. El comandante pidió que se llegara a un acuerdo pacífico, súplica a la que el populacho contestó lanzando el ataque contra él y los mormones que voluntariamente se habían ofrecido para servir bajo sus órdenes. Aunque muy inferiores numéricamente, los defensores de la ciudad convirtieron en cañones cinco ejes abandonados de un barco de vapor y levantaron parapetos improvisados. En el nombre del pueblo de Illinois, el comandante Clifford mandó al populacho que se dispersara. La respuesta consistió en un ataque sobre la ciudad, que los defensores pudieron contener por algún tiempo; pero era tan grande la superioridad numérica del enemigo, que los mormones no tuvieron otra opción que acordar en evacuar la ciudad en cuanto pudieran recoger algunos de sus bienes. Ni aun eso dejó satisfecha a la turba y, mientras los mormones salían, se les echaron encima y después de atropellarlos se llevaron de sus carros todo artículo de valor. Los expulsados llegaron hasta el otro lado del río, al territorio de Iowa, donde acamparon provisionalmente. El coronel Thomas L. Kane, de Filadelfia, que por casualidad los vio en esa ocasión, más tarde describió su situación ante la Sociedad Histórica de Pensilvania, diciendo: “Terribles eran en verdad los padecimientos de esos seres desamparados; atemorizados y entumecidos alternativamente por el frío y la fuerza del sol, pasaban los días y noches angustiosos y lentos, siendo casi todos víctimas incapacitadas de las enfermedades. Estaban allí porque no tenían casa, ni hospital, ni asilo, ni amigos que se los pudieran ofrecer. No podían satisfacer las débiles quejas de sus enfermos ni tenían pan para acallar el desconsolado llanto de sus hijos que padecían hambre... “Eran mormones que desfallecían de hambre en el condado de Lee, estado de Iowa, en la cuarta semana del mes de septiembre del año 1846. La ciudad [que él acababa de visitar] era Nauvoo, Illinois. Los mormones habían sido los dueños de esa ciudad y de los prósperos campos 42

que la rodeaban. Y aquellos que habían hecho parar sus arados, que hicieron cesar la obra de sus martillos, hachas, lanzaderas y detenerse las ruedas de sus talleres; aquellos que habían apagado sus fuegos, comido sus alimentos, despojado sus huertos y hollado con los pies sus miles de hectáreas de trigo sin cosechar, aquéllos eran los que ocupaban sus casas, los profanadores de su Templo, cuyos ebrios desenfrenos herían el oído de los que morían.”5 En esas condiciones de estrechez, indudablemente muchos habrían perecido de hambre si no hubiera sido por miles de codornices que descendieron sobre sus campamentos y que ellos pudieron cazar con las manos; para los mormones, aquello fue como maná de los cielos; fue una respuesta a sus oraciones. Afortunadamente no permanecieron en esa situación por mucho tiempo. Los hermanos que los habían antecedido enviaron carros con auxilios y compartieron con ellos sus escasas provisiones. Al viajar penosamente por los cerros de Iowa, lo último que vieron de Nauvoo fue la torre de su sagrado templo, ahora saqueado y profanado. 1

Citado en Edward W. Tullidge, The Women of Mormondom. (New York: Tullidge and Crandall, 1877), págs. 307-308. 2 CHC 3:52. 3 Journal History, 13 y 18 de julio de 1846. 4 CHC 3:119-120. 5 The Mormons, págs. 9-10.

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Capítulo 10 Hacia la tierra prometida Brigham Young y las demás autoridades de la Iglesia comprendieron la imprudencia de tratar de llegar a las Montañas Rocosas en el año 1846, debido a que la expedición se hallaba seriamente debilitada por la ausencia de los hombres jóvenes que se habían unido al batallón mormón. Por consiguiente, se estableció una colonia provisional a orillas del río Misisipí. El sitio, contiguo en la actualidad a la ciudad de Omaha, en breve tiempo cobró la apariencia de ciudad más bien que de campamento. Aunque hubo muchas personas que se conformaron con refugios excavados y otros albergues rústicos, antes de enero de 1847 se construyeron mil casas macizas hechas de troncos de árboles. Todo ese invierno hubo una actividad intensa. Los yunques resonaban con la fabricación o reparación de carros y carretas; se estudió cuidadosamente todo informe o mapa disponible y se hizo cuanto preparativo fue posible realizar a fin de asegurar el éxito del movimiento proyectado para la primavera siguiente. A pesar de ser escasas las comodidades, la comunidad no estaba desprovista de diversiones. A menudo se hacían bailes patrocinados por los varios quórumes del sacerdocio; los servicios religiosos se efectuaban tal como si la gente se hallara establecida en forma permanente; las escuelas para los niños funcionaban con éxito, porque la educación de la juventud siempre ha sido de primera importancia en la filosofía mormona. A menudo un alumno, o en ocasiones varios, no acudían al llamado de la campana de la escuela debido a que una enfermedad del tipo del escorbuto, conocida como “gangrena negra”, les asestó su funesto golpe. La falta de alimentación apropiada, la insuficiente protección de los elementos y los cambios extremados de temperatura en los terrenos bajos junto al río causaron que la gente sucumbiera fácilmente a las enfermedades. En años recientes la Iglesia ha erigido un monumento en el antiguo cementerio de Winter Quarters. Representa a un padre y una madre en el acto de enterrar a su hijo en un sepulcro que saben que no volverán a visitar. Alrededor del monumento se encuentran los sepulcros de unas seiscientas personas que fallecieron en aquel campamento provisional de las llanuras. HACIA EL OESTE A principios de la primavera de 1847 se completaron los planes para enviar una compañía de pioneros a las Montañas Rocosas con la responsabilidad de señalar una ruta y encontrar un lugar para los miles de personas que les seguirían. El 14 de enero, el presidente Brigham Young comunicó a los miembros de la Iglesia lo que él declaró ser una revelación del Señor y que se convirtió en la constitución que rigió su movimiento hacia el Oeste. Es un documento interesante, parte del cual dice lo siguiente: “La Palabra y Voluntad del Señor en cuanto al Campamento de Israel en su jornada hacia el Oeste: “Organícense en compañías todo el pueblo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y los que viajen con ellos, con el convenio y la promesa de guardar todos lo mandamientos y los estatutos del Señor nuestro Dios. “Organícense las compañías con capitanes sobre cien, capitanes sobre cincuenta y capitanes sobre diez, al mando de un presidente y sus dos consejeros, bajo la dirección de los Doce Apóstoles. “Y éste será nuestro convenio: andaremos en todas las ordenanzas del Señor... “Y si un hombre procura elevarse a sí mismo, y no busca mi consejo, no tendrá poder y su insensatez se hará manifiesta. 44

“Buscad y procurad cumplir con todas vuestras promesas el uno con el otro; y no codiciéis lo que pertenece a vuestro hermano. “Guardaos del pecado de tomar el nombre del Señor en vano... “Cesad de contender unos con otros; cesad de hablar mal el uno contra el otro. “Cesad la ebriedad; y tiendan vuestras palabras a edificaros unos a otros. “Si pides prestado a tu vecino, le devolverás lo que te haya prestado; y si no puedes devolvérselo, ve luego y díselo, no sea que te condene. “Y si encuentras lo que tu vecino ha perdido, indagarás diligentemente hasta que se lo entregues. “Serás diligente en preservar lo que tengas, para que seas mayordomo sabio; porque es el don gratuito del Señor tu Dios, y tú eres su mayordomo. “Si te sientes alegre, alaba al Señor con cantos, con música, con baile y con oración de alabanza y acción de gracias. “Si estás triste, clama al Señor tu Dios con súplicas, a fin de que tu alma se regocije. “No temas a tus enemigos, porque están en mis manos y cumpliré mi voluntad con ellos.”1 A estas pautas generales de conducta se añadieron otros reglamentos especiales: Todo hombre debía portar un rifle cargado o tenerlo en su carreta, donde en caso de ataque pudiera echar mano de él en seguida; al anochecer las carretas debían estacionarse en forma de círculo para que sirvieran de corral a los animales; no habían de viajar ni trabajar durante el domingo, sino que los tiros de animales, así como los hombres, debían descansar ese día; y la oración al anochecer y al amanecer debía ser una práctica normal del campamento. El 5 de abril, la compañía de pioneros, integrada por ciento cuarenta y tres hombres, tres mujeres y dos niños, inició el viaje con Brigham Young en calidad de líder. Afortunadamente no habían recorrido gran distancia cuando los apóstoles Parley P. Pratt y John Tylor llegaron a Winter Quarters, procedentes de Inglaterra, llevando consigo barómetros, sextantes, telescopios y otros instrumentos. Con ellos en manos de Orson Pratt, consumado científico, los pioneros pudieron determinar la latitud y la longitud de su posición diaria, además de la temperatura y la elevación en que se encontraban sobre el nivel del mar. Esta información fue de valor incalculable en la preparación de una guía para los que habían de venir después. A lo largo de la ribera sur del río Platte ya existía uno de los caminos famosos en la historia, y en años subsiguientes habrían de transitarlo extensamente los miles de emigrantes que se dirigían a Oregon y California. Sin embargo, Brigham Young decidió apartarse del camino de Oregon y abrir un camino nuevo a lo largo de la ribera norte del río. Dijo que de esta manera los mormones evitarían conflictos con otras personas que viajaran hacia el Oeste, además de lo cual se asegurarían más pasto para el ganado de las compañías que los seguirían. Es interesante notar que la vía del ferrocarril Union Pacific, construida algunos años después, siguió ese camino mormón por una distancia considerable. En 1847 había grandes manadas de bisontes en los llanos y los emigrantes que viajaban al Oeste acostumbraban matarlos simplemente por diversión; pero Brigham Young dispuso lo contrario y aconsejó a los de su pueblo que no mataran más de los que necesitaran para proveerse de carne. COMENTARIOS SOBRE EL VIAJE Por varias razones, entre ellas la sumamente importante de preparar una guía para los que vinieran posteriormente, los pioneros estaban interesados en saber el número de millas que recorrían diariamente y el primer aparato que se utilizó para determinar la distancia era un pedazo de tela roja atado a una de las ruedas del carro. Contaban las revoluciones de la rueda y, multiplicando este número por la circunferencia de la misma, era posible determinar la distancia que se viajaba; pero la observación de las revoluciones de la rueda día tras día pronto se hizo fastidiosa y fue necesario idear un método mejor. 45

Luego de consultarlo con Orson Pratt, Appleton Harmon resolvió el problema tallando un juego de engranajes de madera y construyendo lo que se llegó a conocer como mide-caminos. Era un aparato singular, el predecesor del odómetro moderno, y aun cuando estaba construido de madera, funcionó con precisión sorprendente. Para orientar a los que habrían de venir después, la compañía de pioneros dejaba cartas con instrucciones, detallando el número de millas y la condición del camino, que entonces se depositaban en buzones improvisados; o escribían dichas instrucciones sobre un cráneo de bisonte, blanqueado por el sol. También se escribieron diarios con gran cuidado, en los cuales se anotaron muchos detalles. Dos extractos del diario de Orson Pratt servirán de ilustración: “22 de mayo. A las 5:15 esta mañana el barómetro indicaba 26.623, el termómetro adjunto marcaba una temperatura de 51,5 ° F (11 ° centígrados), el termómetro separado indicaba 48,5° F. Soplaban vientos ligeros del sur y el cielo estaba parcialmente cubierto de nubes tenues... A unas cinco millas y media [aproximadamente nueve kilómetros] de donde habíamos acampado, cruzamos un riachuelo, que llamamos el Arroyo del Cangrejo; una milla y tres cuartos más adelante [poco menos de tres kilómetros], nos detuvimos para pasar el mediodía. Tras una observación meridiana del sol, descubrimos que nuestra latitud era de 41 grados, con 30 minutos y 3 segundos. Tenía la intención de tomar la distancia lunar para determinar la longitud, pero las nubes lo impidieron. Chimney Rock, a una distancia de 42 millas [casi 70 kilómetros] río arriba, ahora se puede ver con la ayuda de nuestros lentes. Desde esta distancia tiene la apariencia de una torre corta colocada sobre una colina o montículo. Cuatro millas y cuarto más adelante [unos 7 kilómetros] llegamos a un sitio donde el río pasa por entre los barrancos. Como de costumbre, nos vimos obligados a subir hasta la cima y como a unas dos millas y cuarto [4 kilómetros] más adelante nuevamente llegamos a la pradera, donde acampamos después de recorrerla una corta distancia. Viajamos en total quince millas y media [poco más de 25 kilómetros] durante el día. Desde unas cuantas millas atrás, la formación, más particularmente la de los barrancos, ha ido cambiando gradualmente de arena a tierra arcillosa y caliza, cuya naturaleza empieza a cambiar la faz de la región, presentando escenas de notable y pintoresca belleza.. “Domingo 23 de mayo. Como de costumbre, hoy descansamos nosotros y nuestros animales. La columna mercurial de barómetro esta mañana aparece mucho más baja de lo que debería estar por nuestra ascensión gradual; a las cinco en punto indicaba 26.191 y el termómetro adjunto marcaba 54,5° F [12,5° C], el termómetro separado indicaba 52°. La depresión barométrica es indicadora de vientos fuertes. Hoy fuimos varios a trepar nuevamente las cumbres de algunos de estos barrancos y, midiendo barométricamente, verifiqué que la altura de uno de ellos es de 71 metros sobre el río y de casi 1.080 metros sobre el nivel del mar... En este sitio abundan los crótalos [serpientes de cascabel]... Después de comer, asistimos a nuestros servicios públicos de adoración, donde la congregación oyó interesantes e inteligentes discursos del presidente Brigham Young y otros hermanos.”2 La ruta de los pioneros los llevó por el valle del Platte hasta la confluencia de los ríos North Platte y South Platte; después, a lo largo del North Platte a través de lo que hoy son los estados de Nebraska y Wyoming, hasta el paraje en que el río Sweetwater desemboca en el North Platte; de allí el camino seguía este río hasta la naciente, cerca de South Pass, Wyoming. Para el primero de junio la compañía había llegado al antiguo Fuerte de Laramie, donde tuvieron la sorpresa de encontrar a un grupo de miembros de la Iglesia que habían viajado desde el sur, procedentes de Misisipí, pasando por Pueblo, estado de Colorado, con el objeto de unirse a la compañía de pioneros y seguir con ellos hasta su destino. El 27 de junio cruzaron el South Pass (Paso del Sur), un sitio donde las Montañas Rocosas gradualmente descienden hacia las praderas Y por donde pasaban la mayor parte de los emigrantes que se dirigían al Oeste. En dicho lugar, los mormones encontraron al comandante Moses Harris, famoso cazador y explorador, de quien recibieron una descripción de la cuenca del 46

Lago Salado y un informe desfavorable de la región. Refiriéndose a este encuentro, Orson Pratt escribió: “De él obtuvimos mucha información con relación a la cuenca del Gran Lago Salado, tierra a la cual nos dirigíamos. Su informe, como el del capitán Fremont, es más bien desfavorable para la formación de una colonia en esa cuenca, principalmente a causa de la escasez de madera. Dijo que él ha recorrido toda la circunferencia del lago y que no tiene salida alguna.”3 El 28 de junio encontraron al fuerte veterano explorador del Oeste, Jim Bridger. Deseosos de saber cuanto pudieran acerca de la tierra hacia la cual se dirigían, los mormones aceptaron su recomendación de acampar y pasar la noche con él. Les indicó que había buenos terrenos tanto hacia el norte como hacia el sur de la cuenca del Lago Salado, pero los desalentó con respecto a todos sus planes de establecer una colonia grande en ese lugar. El 30 de junio se unió a ellos Samuel Brannan, miembro de la Iglesia, que el 4 de febrero de 1846, fecha del primer éxodo de Nauvoo, había zarpado con más de doscientos mormones, de Nueva York rumbo a California, pasando por el Cabo de Hornos. Habían desembarcado en Yerba Buena, lo que hoy es San Francisco, y él había establecido el primer periódico publicado en el idioma inglés en esa región. Partiendo de California en abril, se dirigió hacia el este a través de las montañas para encontrar a Brigham Young. Había pasado por el sitio de la tragedia del grupo de Donner el invierno anterior, y dio a los mormones una descripción del desgraciado campamento en el cual más de una veintena de personas murieron de hambre entre la nieve de las Sierras. Brannan le pintó con todo entusiasmo al presidente Young las bellezas de California, indicándole que era un terreno fértil y productivo de gran hermosura y clima uniforme, una tierra en la que los mormones podrían prosperar. Sin embargo, el presidente Young no estaba dispuesto a apartarse del propósito al cual se había dedicado: Dios tenía un lugar para Su pueblo y allí se establecerían para labrar su destino. “ESTE ES EL LUGAR INDICADO” Al aproximarse la compañía de pioneros a las montañas, el viaje se hizo más difícil. Sus animales se hallaban exhaustos y sus carros desgastados en extremo; y además, las pendientes y los desfiladeros de las montañas con sus aguas impetuosas, sus inmensas rocas y la espesa vegetación de árboles les presentaban problemas muy distintos de los que habían conocido en las llanuras. El 21 de julio, Orson Pratt y Erastus Snow, que iban a la vanguardia, entraron en el Valle del Gran Lago Salado. Tres días después, Brigham Young, obligado a viajar más lentamente por motivo de una enfermedad, salió del desfiladero y contempló el valle. Después de una breve pausa, anunció: “Este es el lugar indicado”. ¡Aquella era la tierra prometida! Aquel valle, con su lago de sal que brillaba bajo el sol de julio; aquel valle totalmente desprovisto de árboles, en medio de las montañas; aquel trecho de tierra árida, interrumpido aquí y allí por unos pocos arroyos burbujeantes que corrían de las montañas en dirección al lago, era el tema de sus visiones y profecías, la tierra acerca de la cual soñaban miles de personas que aún se encontraban en Winter Quarters. Aquel era su lugar de refugio, el sitio sobre el cual los miembros de la Iglesia llegarían a ser “un pueblo fuerte en medio de las Montañas Rocosas”. 1

D. y C. 136:1-4, 19-21, 23-30. Millenial Star 12 (15 de marzo de 1850): 82-83. 3 Millenial Star 12 (15 de marzo de 1850): 146. 4 HC 5:85 2

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Capítulo 11 La conquista del desierto Dos horas después de la llegada del cuerpo principal de los pioneros, se intentó arar por primera vez en el valle del Gran Lago Salado; pero la tierra estaba tan reseca y dura que quebraron las puntas de los arados. Entonces se desvió el agua de uno de los arroyos que venían de las montañas, se humedeció el suelo y de allí en adelante fue más fácil ararlo. El 24 de julio sembraron papas, en seguida regaron la tierra y de este modo se inició el sistema de riego artificial por parte de gente anglosajona en el Oeste. De hecho, ése fue el principio de la práctica moderna de riego artificial. Se plantaron también otras semillas y, aunque eran pocas las posibilidades de que llegara a madurar una cosecha de importancia, se esperaba recoger lo suficiente para poder contar con semillas en la próxima primavera. Brigham Young llegó un sábado. Al día siguiente tuvieron una reunión religiosa, en la cual también recibieron instrucciones con respecto a la forma en que habrían de regirse en la nueva colonia. El presidente Young les dijo que no se debía hacer trabajo alguno el día domingo, prometiéndoles que si alguien trabajaba ese día, dicha persona pronto se daría cuenta de que perdía cinco veces más que lo que ganaba; tampoco debía ir nadie de cacería el día de reposo. Por otra parte, les dijo que nadie debía tratar de comprar tierras, sino que todo hombre recibiría una parcela, de acuerdo con sus necesidades, tanto para fines urbanos como agrícolas; podría cultivar sus terrenos en la forma que mejor le conviniera, pero debía ser industrioso y cuidar de su parcela. El agua de los arroyos no sería de propiedad privada y la madera y la leña se considerarían propiedad común. El presidente Young también les aconsejó a los santos que usaran como combustible solamente la madera de los árboles muertos, a fin de preservar la buena para uso futuro. Les prometió que si eran fieles a estas leyes, serían un pueblo próspero.1 EL PRIMER INVIERNO El día siguiente todos se dedicaron a explorar las tierras circunvecinas para descubrir sus recursos naturales. Aunque era fuerte su fe y grandes sus esperanzas, la situación en que este pueblo se encontraba era todo menos alentadora. Eran un pequeño grupo con escasas provisiones, situados a mil seiscientos kilómetros de la ciudad más cercana hacia el este, y cerca de mil doscientos kilómetros de la costa del Pacífico; además, sin conocer los productos de esa región nueva y extraña de naturaleza tan diferente de la que habían dejado atrás. Sin embargo, empezaron los preparativos para fundar una extensa ciudad. Cuatro días después de su llegada al valle, Brigham Young se dirigió a un lugar al norte de su campamento y proclamó: “Este es el lugar para nuestro templo”.2 Se trazó la ciudad alrededor del lugar indicado, disponiéndose calles de cuarenta metros de ancho, cosa que en aquellos días se consideraba una locura; pero la previsión de estas medidas se ha manifestado claramente en la magnitud del tránsito de nuestros días. La comunidad proyectada recibió el nombre de Ciudad del Gran Lago Salado. Una cosa que impresionó a los pioneros al explorar el valle fue la semejanza que existía entre esta Sión recién descubierta y la Tierra Santa. A unos cuarenta kilómetros al sur de su campamento se hallaba un hermoso lago de agua fresca del cual fluía un río, al que optaron por llamar Jordán; y éste desembocaba en el Gran Lago Salado, otro Mar Muerto. Habiéndose determinado los métodos y planes de trabajo, Brigham Young y otros hombres iniciaron el largo viaje de regreso a Winter Quarters. Los que permanecieron en el valle inmediatamente comenzaron a construir un fuerte que los albergaría a ellos, así como a los numerosos grupos de 48

inmigrantes que esperaban hacia fines del verano. La mayor parte de las familias pasaron el primer invierno en el fuerte, aunque hubo algunos que se aventuraron a edificar su propia casa. Afortunadamente, el primer invierno fue desusadamente templado; mas, a pesar de ello, los colonos padecieron debido a la escasez de alimento y ropa, y se vieron obligados a sacar de la tierra raíces de una planta silvestre de la familia de los lirios y recoger tallos de cardos que hervían para alimentarse. Para rememorar el hecho de que esa planta liliácea les preservó la vida, su flor es en la actualidad la flor del estado de Utah. No se desperdició ni un momento en prepararse para lo futuro y todo el invierno los pioneros continuaron la tarea de cercar y limpiar el terreno. Después araron y plantaron un campo común de dos mil hectáreas, que fue una empresa tremenda, si se tiene en cuenta lo rudimentario de las herramientas con que tuvo que trabajar la gente. LA APARICIÓN DE LAS GAVIOTAS Al llegar la primavera, los extensos campos de verde grano parecían pronosticar una amplia recompensa por los afanes del otoño e invierno anteriores. Todos pensaban que con eso habría suficiente alimento tanto para ellos como para el gran número de inmigrantes que esperaban ese verano. Con el riego artificial las plantas se desarrollaron y el futuro parecía prometedor. De pronto, un día se dieron cuenta de que unos grillos grandes se estaban comiendo el grano. Los primeros hombres en llegar al valle los habían visto y los recién llegados habían notado que algunos de los nativos los usaban para alimento. Sin embargo, no habían previsto lo que en ese momento estaba sucediendo; y la situación empeoraba con el transcurso de cada día: los insectos aparecían por miríadas y devoraban cuanto encontraban a su paso. El terror se apoderó del corazón de la gente al ver desaparecer el grano ante la embestida de aquel enemigo. Los combatieron con todas sus fuerzas; intentaron quemarlos y ahogarlos, abatirlos con escobas y palas, y probaron cuanta manera pudieron idear de salvar sus plantíos. No obstante, los insectos voraces continuaban devorando cuanta espiga encontraban por delante. Rendidos de fatiga y desesperados, los santos recurrieron al Señor, suplicándole en oración que Él preservara el pan para sus hijos. Después de orar llenos de asombro vieron aparecer grandes bandadas de gaviotas de alas blancas que venían del lago hacia el oeste y descendían sobre los campos. Al principio, pensaron que era otro enemigo que venía a azotarlos, pero luego vieron que las gaviotas se lanzaban sobre los grillos, devorándolos; después volvían al lago para vomitar y regresaban para seguir comiendo. Así se salvaron las cosechas de 1848. Por ese motivo, actualmente en la Manzana del Templo, en Salt Lake City, se halla un monumento a la gaviota; una placa de bronce lleva esta inscripción: “Para recordar con agradecimiento la misericordia de Dios hacia los pioneros mormones”. ORO EN CALIFORNIA Brigham Young volvió a Winter Quarters, adonde llegó el 31 de octubre de 1847 y el 5 de diciembre fue sostenido como Presidente de la Iglesia. Desde el día en que murió José Smith, Brigham Young había dirigido la Iglesia como Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles. Nombró por consejeros suyos en la Primera Presidencia a Heber C. Kimball, que ingresó a la Iglesia junto con él, y al Dr. Willard Richards. El 26 de mayo de 1848 partió de Winter Quarters para nunca más volver al Este. A pesar de que ya conocía el camino, ese segundo viaje fue más difícil que el primero, pues la compañía que viajaba bajo su dirección se componía de “397 carretas, 1229 almas, 74 caballos, 19 mulas, 1275 bueyes, 699 vacas, 184 animales de engorda, 411 ovejas, 141 puercos, 605 gallinas, 37 gatos, 82 49

perros, 3 cabras, 10 gansos, 2 colmenas y 8 palomas”.3 No fue fácil la tarea de conducir una caravana de tal magnitud a través de 1600 kilómetros de llanos y montañas. Llegaron al valle del Lago Salado el 20 de octubre, 116 días después de partir de Winter Quarters. Mientas tanto, un suceso en California había encendido el corazón de los aventureros por todo el mundo e iba a surtir su efecto también en los mormones. Después de que el Batallón Mormón fue dado de baja en California, algunos de los integrantes se detuvieron en el Fuerte de Sutter, en el valle de Sacramento, para trabajar y ganar un poco de dinero antes de cruzar las montañas y reunirse con sus familias. Seis de ellos con el capataz de Sutter, llamado James W. Marshall, y algunos indios, emprendieron la construcción de un aserradero sobre el ramal sur del río American. Allí fue donde, el 24 de enero de 1848, Marshall encontró una pepitas de oro entre las arenas arrastradas por las aguas que se utilizaban en el aserradero. Henry Bigler, miembro del batallón, escribió esa noche en su diario: “Hoy se descubrió, en la corriente que viene del aserradero, una especie de metal que parece ser oro”.4 Esta anotación histórica es el único documento original del descubrimiento que provocó una desenfrenada carrera de hombres por tierra y por mar para llegar a California. Sin embargo, mientras otros se afanaban por llegar al río American, los miembros del batallón cumplieron su contrato con Sutter, recogieron sus pocas posesiones, se encaminaron rumbo al este y cruzaron las montañas hasta el valle semiárido del Gran Lago Salado, a fin de emprender con sus amigos la angustiosa labor de dominar el desierto. Mientras tanto, la fiebre del oro se había hecho sentir en algunos de los habitantes del valle, que acababan de pasar por un invierno difícil. Refiriéndose al asunto, Brigham Young dijo: “Algunos me han preguntado si deben ir. Yo les dije que Dios ha señalado este sitio para el recogimiento de sus santos; y os irá mejor aquí que yendo a las minas de oro... Los que aquí permanezcan y sean fieles a Dios y su pueblo ganarán más dinero y serán más ricos que los otros que corren en pos del dios de este mundo; y os prometo en el nombre del Señor que muchos de vosotros, que vais con la idea de haceros ricos y después volver, desearéis no haber ido jamás; y ansiaréis volver, pero no podréis. Algunos volveréis, pero vuestros amigos que permanezcan aquí tendrán que ayudaros; no ganaréis tanto dinero como vuestros hermanos que se queden aquí para ayudar a edificar la Iglesia y reino de Dios; éstos prosperarán y tendrán lo suficiente para comprar hasta el doble de cuanto tengáis. Este es el lugar que el Señor ha señalado para su pueblo. “...A medida que los santos se congreguen aquí y logren la fuerza necesaria para poseer la tierra, Dios moderará el clima, y edificaremos una ciudad y un templo al Dios Altísimo en este lugar. Extenderemos nuestras ciudades y colonias al este y al oeste, al norte y al sur, y fundaremos cientos de pueblos y ciudades, y miles de santos se congregarán en ellos, provenientes de los países de la tierra. Este lugar llegará a ser la gran vía de las naciones; y reyes, emperadores y sabios de la tierra vendrán aquí a visitarnos, mientras que los impíos y malvados envidiarán nuestras cómodas casas y posesiones. Tened valor, hermanos... El peor temor que abrigo en cuanto a los de este pueblo es que se hagan ricos en esta tierra, olviden a Dios y a su pueblo, se vuelvan opulentos, se hagan echar de la Iglesia y vayan a parar en el infierno. Este pueblo aguantará los atropellos y saqueos, la pobreza y todo género de persecución, y permanecerá fiel; pero mi temor más grande es que no pueda resistir las riquezas, y sin embargo, será probado por medio de la abundancia, porque llegará a ser la gente más rica sobre esta tierra.”5 Antes de concluir el año 1848, la población del valle había ascendido a cinco mil almas. Este fuerte influjo de inmigrantes impuso una pesada carga sobre los recursos de la comunidad. El hambre y las congojas fueron comunes ese invierno, y estas circunstancias intensificaron el desánimo de muchos. En medio de estas condiciones difíciles, Heber C. Kimball profetizó en una reunión que en menos de un año habría suficiente ropa y otros artículos de primera necesidad, y que se venderían en las calles de Salt Lake City por menos precio que en Nueva York o en Saint Louis, estado de Misuri.6 50

Era increíble que se realizara tal cosa, pero el cumplimiento de aquella profecía se efectuó, y en forma notable. Pensando en hacerse ricos con la venta de mercancías en California, algunos comerciantes del Este habían cargado grandes caravanas de carros de transporte con ropa, herramientas y otros artículos que se necesitarían en las minas de oro. Al llegar a Salt Lake City, sin embargo, se enteraron de que sus competidores se les habían anticipado, transportando su mercancía embarcada alrededor del Cabo de Hornos. Después de enterarse de esto, su interés principal consistió en deshacerse de lo que llevaban por el precio que pudieran conseguir, a fin de seguir adelante a California lo más rápidamente posible. Desde sus carros vendían al mejor postor en las calles de Salt Lake City, y los compradores pagaban menos por telas y ropa que en Nueva York; las herramientas, que tanto necesitaban, podían comprarlas a esos mercaderes por un precio más bajo del que hubieran tenido que pagar en Saint Louis. Gustosamente cambiaban sus tiros de buenos animales, fatigados por motivo del largo viaje, por los animales más gordos pero menos finos de los mormones; y daban sus fuertes y pesadas carretas, tan necesitadas en la colonia montañosa, a cambio de vehículos más ligeros con los cuales los buscadores de oro podían viajar a mayor velocidad. LAS BUENAS NUEVAS AL MUNDO Mientras estos hombres ansiosamente viajaban por tierra y mar en busca de oro, los mormones también mandaron hombres ansiosos por tierra y por mar... pero en busca de almas. Se enviaron misioneros a los estados del Este, a Canadá y a las Islas Británicas. A pesar del tremendo prejuicio que los precedía, lograron mucho progreso con el bautismo de miles de almas. La obra de los misioneros en Francia e Italia no resultó tan fructífera, aunque se lograron algunos conversos al principio. En los países escandinavos se asaltaba y se encarcelaba a los élderes, pero gradualmente se fue manifestando el espíritu de tolerancia y también hubo miles de conversos en esas tierras. Aquellos predicadores, que viajaban sin bolsa ni alforja, llegaron hasta Malta, la India, Chile y las islas del Pacífico. Casi en todas partes se encontraron con el odio y los gritos de los populachos, pero en cada uno de esos países hallaron a unos pocos que recibieron su mensaje. Una vez bautizados, esos conversos casi invariablemente deseaban “coligregarse” con otros de su fe en los valles de las Montañas Rocosas, en Sión, como llamaban al lugar; y en cuanto llegaban allí, pronto desaparecían las diferencias de idiomas y costumbres cuando hombres y mujeres de muchos países se ponían a trabajar juntos para establecer un estado. SIÓN EXTIENDE SUS RAMAS Fue inevitable que los límites de la Iglesia se extendieran más allá del valle del Lago Salado, y con miles de conversos que llegaban de las naciones de la tierra se fundaron otras colonias. Al principio, se establecieron cerca de la colonia madre, pero no tardaron las caravanas de carretas en dirigirse al norte y al sur, hacia valles lejanos. Al fin del tercer año, las colonias se extendían hasta unos trescientos veinte kilómetros hacia el sur y para fines del cuarto año había colonias hasta a cuatrocientos ochenta kilómetros de distancia. En 1851 quinientos de los miembros fueron designados para colonizar el sur de California, donde establecieron los cimientos de la actual ciudad de San Bernardino. Casi sin excepción estos proyectos colonizadores requerían grandes sacrificios, y con frecuencia se pedía a las familias que dejaran sus cómodas casas y sus campos cultivados para empezar a conquistar nuevamente los yermos. No obstante, debido a esos esfuerzos se fundaron 51

cientos de colonias en una extensa región del Oeste. Refiriéndose a la importancia de ese proyecto colonizador, James M. McClintock, historiador del estado de Arizona, escribió: “Es un hecho muy poco reconocido el de que los mormones fueron los que iniciaron la colonización agrícola de casi todos los estados que hoy ocupan la región montañosa... No se guiaron por visiones de riquezas, a no ser que estuvieran pensando en mansiones celestiales, sino particularmente buscaban valles donde pudieran lograr la paz y la abundancia mediante su trabajo. “...Los primeros de su fe en las pendientes occidentales del continente fueron los mormones que llegaron a San Francisco en el vapor Brooklyn. Desembarcaron el 31 de julio de 1846 para fundar la primera comunidad de habla inglesa en California, que previamente había sido territorio mexicano. Ese mismo otoño, los mormones establecieron la colonia agrícola de Nueva Helvecia en el valle de San Joaquín, y por otra parte, miembros del Batallón Mormón participaron en el descubrimiento de oro en el Fuerte de Sutter el 24 de enero de 1848. Ellos fueron también los primeros en colonizar la parte sur de California, donde en 1851 varios cientos de familias de su fe se establecieron en San Bernardino. La primera colonia anglosajona dentro de los limites del actual estado de Colorado fue la de Pueblo, fundada el 15 de noviembre de 1846 por el capitán James Brown y unos 150 hombres y mujeres mormones que habían regresado de Nuevo México, en donde habían pertenecido al Batallón Mormón, que después siguió adelante hacia la costa del Pacífico. “En el estado de Nevada, la primera colonia estadounidense fue la de los mormones en 1851, en el valle de Carson, en un lugar llamado Genoa. “Ya para 1854 existía en el estado de Wyoming una colonia mormona conocida como Fort Supply, en Green River, cerca del Fuerte Bridger. “En el estado de Idaho, también tuvieron el primer lugar los mormones en 1855 con una colonia en Fort Lemhi, a orillas del río Salmon, y otra en Franklin, en el valle de Cache, en 1860... “...En la colonización de Arizona ocupan un lugar honorable en cuestión de antigüedad los establecimientos mormones sobre los ríos Muddy y Virgin.”7 F. S. Dellenbaugh, renombrado investigador de la colonización del Oeste, escribió lo siguiente en cuanto a la calidad de las colonias mormonas: “Se debe reconocer que los mormones fueron destacados conquistadores de las tierras indómitas. No sólo las dominaron, sino que las conservaron bajo dominio; y en lugar de cantinas y garitos, plantaron huertos, jardines y campos, levantaron escuelas y fundaron hogares pacíficos, que fueron las piedras angulares de su progreso y un ejemplo...”8 1

Véase Journal History, 25 de julio de 1847. Diary of Wilford Woodruff 28 de julio de 1847. 3 CHC 3:319. 4 CHC 3:362. 5 Citado en Preston Nibley, Brigham Young: The Man and His Work, (Salt Lake City: Deseret News Press), 1936, págs. 127-128. 6 CHC 3:349-350. 7 Mormon Settlement in Arizona, (Phoenix: James H. McClintock. 1921), págs. 4-6. 8 Ibid, pág. 6. 2

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Capítulo 12 Los años de conflicto Aun en las mejores circunstancias, la colonización de tierras vírgenes es todavía una tarea cansadora y laboriosa; y en la gran cuenca del Oeste, esta faena fue una contienda interminable contra la sequía, los indios, las condiciones dificultosas de viaje, la pobreza, la falta de fuerza hidráulica, las tarifas excesivas de transporte sobre la mercancía que iba por tierra, los grillos, las langostas y las malas cosechas. Con frecuencia sucedían tragedias en la lucha por lograr establecerse firmemente en aquella región vasta y hostil. Sería de suponer que en tales situaciones habría poco tiempo para asuntos espirituales, pero los mormones nunca olvidaron la razón por la cual habían emigrado a ese territorio. No llegaron en busca de aventuras, ni tampoco para enriquecerse, porque ya habían conocido más que suficientes aventuras en Misuri e Illinois, y las tierras que habían abandonado eran mucho más ricas que las de los valles de las montañas. Habían ido allí para adorar a Dios y establecer Su obra. CONVERSOS DE MUCHAS NACIONES No era algo desusado que la Iglesia repentinamente llamara a un hombre para que partiera a tierras lejanas en calidad de misionero. Este paso invariablemente representaba grandes sacrificios, tanto por parte del misionero como de la familia que él dejaba atrás, pues mientras el padre predicaba el evangelio, la madre y los hijos desempeñaban las pesadas faenas, aunque frecuentemente les ayudaban los miembros del sacerdocio, que dejaban su propio trabajo para ese fin. Grandes números de conversos se trasladaron a las colonias de las montañas, y para ayudar a los pobres, se estableció el Fondo Perpetuo Pro Emigración en 1849, mediante el cual aquellos que necesitaban ayuda podían pedir prestado el dinero necesario para transportarse, y luego reponerlo cuanto antes a fin de que otros pudieran recibir el mismo beneficio. El fondo empezó a funcionar en 1850 y durante los siguientes treinta años ayudó a cuarenta mil personas a llegar a Utah. El movimiento de fondos para ese fin alcanzó la suma de 3.600.000 dólares. Antes de la construcción del ferrocarril, era imposible conseguir suficientes carretas para transportar a todos los que deseaban cruzar los llanos. Algunos de ellos estaban tan deseosos de congregarse con los de la Iglesia, que recorrieron a pie la distancia de más de mil seiscientos kilómetros tirando de sus pequeños carros de mano. La mayor parte de los que viajaron de esta manera llegaron al valle del Lago Salado sin novedad y casi con la misma rapidez que los que viajaban con tiros de bueyes. Sin embargo, una lamentable tragedia sobrevino a dos de las compañías de carros de mano, cuya historia se relata brevemente en dos monumentos que se encuentran en medio de los campos desiertos del estado de Wyoming, cerca de South Pass. En uno de ellos se lee lo siguiente: “La compañía de emigrantes mormones que viajaban hacia Utah con sus carros de mano, bajo la dirección del capitán James G. Willie, fatigados en extremo por las profundas nevadas que cayeron cuando apenas entraba el invierno y padeciendo por falta de víveres y ropa, se congregó aquí para reorganizarse y esperar socorro de Utah, a fines de octubre de 1856. Trece personas murieron congeladas en una sola noche y fueron sepultadas en una tumba común. Al día siguiente fallecieron dos más que se encuentran sepultadas cerca de aquí. De la compañía de 404 personas, 77 de ellas perecieron antes de que les llegara ayuda. Los sobrevivientes llegaron a Salt Lake City el 9 de noviembre de 1856.” Al contemplar este sitio solitario y trágico, es fácil imaginar la lamentable situación en que se encontraron esos emigrantes de 1856: Un grupo de hombres, mujeres y niños hambrientos, 53

recostados unos contra otros en medio de un yermo frío y desolado, fatigados por el viaje de más de mil seiscientos kilómetros a pie, muchos de ellos enfermos por el agotamiento y la falta de alimento, con los carros de mano que habían arrastrado parados junto a las tiendas improvisadas que habían logrado levantar para guarecerse de la terrible ventisca. Estas dos compañías habían demorado su salida de Iowa City porque no les tuvieron listos sus carros como esperaban. No se notificó a las autoridades de Salt Lake City de su venida y, por consiguiente, no se había hecho ningún preparativo para socorrerlos; así que cuando las primeras tempestades los sorprendieron en la parte occidental de Wyoming, se encontraron en circunstancias desesperadas. Afortunadamente, los habían pasado por el camino algunos misioneros que volvían a sus casas en un carro ligero. Comprendiendo la situación, estos hombres siguieron adelante hasta Salt Lake City con toda la rapidez que les fue posible. Al llegar, encontraron que la Iglesia estaba reunida en una conferencia general, pero cuando Brigham Young oyó su informe, dio fin a la reunión e inmediatamente organizó carretas y tiros de animales para que fueran a socorrer a los desafortunados emigrantes. Después de pasar ellos mismos por duras experiencias, los rescatadores encontraron a la compañía de Willie en la hondonada de Rock Creek, y dejando allí los socorros necesarios siguieron adelante hasta encontrar a la compañía de Martín, que estaba todavía más retrasada en su camino. Las trágicas experiencias de estas dos compañías fueron las más lamentables de todo el éxodo de los mormones. LOS LAMANITAS Si la historia de los pioneros de los carros de mano constituye uno de los capítulos más tristes de los anales mormones, más trágica aún es la de los indios en la historia de los Estados Unidos. Desgraciadamente. los hombres que vivían en las tierras de colonización con frecuencia se regían por una filosofía que afirmaba que “no hay indio bueno sino el que está muerto”, práctica que contrastaba notablemente con el sistema de Brigham Young de que era “evidentemente más económico y menos costoso alimentarlos y vestirlos, que combatirlos”.1 Su generoso trato a los indígenas causó que el senador Chase de Ohio expresara que “los indios no habían tenido en tan alta estima a ningún otro gobernador desde la época de Wm. Penn”2 Este respeto hacia los indígenas proviene del Libro de Mormón. En dicho libro se declara que los indios son descendientes de Israel, se habla de sus antepasados llamándolos lamanitas y con carácter profético se anuncia un futuro lleno de esperanza para este pueblo. Sin embargo, a pesar de que los mormones fueron pacientes y generosos, de vez en cuando hubo dificultades. Las manadas de caballos y ganado eran una tentación que los indios no siempre podían resistir. Los nativos asaltaban las colonias y en dos choques serios se ocasionaron grandes pérdidas de propiedad. No obstante, al tomar en cuenta el extenso territorio que los mormones poblaron, las dificultades entre ellos y los indios fueron verdaderamente pocas y la historia de las relaciones entre unos y otros ha demostrado la prudencia del sistema de Brigham Young. LA GUERRA DE UTAH Aun cuando los mormones tuvieron pocas dificultades con los indios, iban a padecer, sin embargo, por causa de otras medidas opresivas. El 24 de julio de 1857, los habitantes de Salt Lake estaban celebrando al mismo tiempo el día de la independencia norteamericana y el décimo aniversario de su llegada al valle. Muchos de ellos se habían congregado en uno de los desfiladeros contiguos a la ciudad para tal propósito. En medio de las festividades llegó un jinete cansado y cubierto de polvo que inmediatamente se dirigió a la tienda de Brigham Young. Era portador de graves noticias: ¡Estados Unidos había 54

enviado un ejército para aplastar a los mormones! Por lo menos, tales fueron los informes recogidos de los soldados, que se jactaban de lo que harían al llegar a Salt Lake City. Ese acontecimiento se debió principalmente al hecho de que dos personas que habían solicitado contratos del gobierno de Utah para transportar el correo, despechados porque no habían podido obtenerlos, enviaron a Washington informes de que los mormones se habían sublevado contra los Estados Unidos. De acuerdo con lo que más tarde se comprobó, esta información era absurda, y sin embargo, sin más evidencia en qué basarse, el Presidente había ordenado la salida de una tropa de dos mil quinientos hombres para sofocar la “rebelión mormona”. Aunque Brigham Young había sido nombrado debidamente gobernador del territorio, ninguna noticia se le había comunicado de la llegada de las tropas. Sin saber qué podían esperar, las autoridades mormonas hicieron sus preparativos y decidieron que ningún otro grupo, estuviera armado o no, volvería a habitar las casas que ellos habían construido; y resolvieron que si era necesario, convertirían a Utah en el desierto que habían encontrado al llegar. Se enviaron hombres con órdenes de hacer cuanto pudieran por demorar al ejército y ganar un poco de tiempo, con la esperanza de poder hacer algo que disuadiera al Presidente del país de aquella locura. Se prendió fuego a las praderas y se ahuyentaba y dispersaba el ganado del ejército; también se destruyeron los puentes construidos por los mormones y se dragaron los vados; todo eso, sin que costara una sola vida. Por motivo de ese plan cuidadosamente ejecutado, el ejército se vio obligado a invernar en el oeste de lo que hoy es el estado de Wyoming. No obstante, los mormones no se hallaban completamente desprovistos de amigos. El coronel Thomas L. Kane, hermano de Elijah Kent Kane, renombrado explorador ártico, había conocido a los miembros de la Iglesia mientras viajaban por Iowa presenció las injusticias que padecieron. Al enterarse de los sucesos, se dirigió al Presidente y recibió permiso para ir a Utah con el fin de enterarse de la verdadera situación; y principalmente por motivo de sus esfuerzos, se persuadió al Presidente de los Estados Unidos a enviar una “comisión de paz” a Utah en la primavera de 1858. Brigham Young consintió en que se diera al ejército permiso para pasar por la ciudad, con la condición de que no habría de acampar dentro de los límites de la población; y para evitar que se violara ese acuerdo, puso por obra el plan que se había ideado al principio. Al entrar los soldados en el valle, encontraron la ciudad abandonada y desolada, con excepción de un corto número de hombres vigilantes armados con pedernal, acero y hachas afiladas. Las casas y los graneros se hallaban llenos de paja, listos para ser incendiados en caso de que hubiera alguna violación, las hachas dispuestas para destruir los árboles frutales en las huertas. Los habitantes se habían trasladado al sur, dejando sus casas para que las incendiaran, como previamente lo habían hecho los populachos en más de una ocasión. Algunos de los oficiales y soldados del ejército quedaron sumamente impresionados al marchar por las calles abandonadas, comprendiendo el significado de su llegada. El coronel Philip Saint George Cooke, que había dirigido al Batallón Mormón en su larga marcha y estaba enterado de los atropellos que previamente había sufrido este pueblo, se descubrió la cabeza al pasar como señal de profundo respeto. Afortunadamente no hubo ninguna dificultad y el ejército acampó a unos 64 kilómetros al sudoeste de la ciudad, tras lo cual los del pueblo volvieron a sus casas. UN HOMBRE Y SU OBRA Había sucedido a José Smith un hombre particularmente capacitado para guiar a la Iglesia en esa época, como el Profeta lo había sido en la suya. Brigham Young, a quien uno de sus biógrafos llamó “el Moisés moderno”, había guiado a Israel a otra tierra de Canaán con su Mar 55

Muerto. Horace Greely, director del periódico New York Tribune, dio esta interesante descripción del presidente Young, a quien entrevistó en 1859: “[Brigham Young] habló con soltura... sin ninguna apariencia de titubeo ni de reserva, y evidentemente sin ningún deseo de esconder cosa alguna; no rechazó como impertinente ninguna de mis preguntas. Estaba vestido sencillamente con un traje delgado de verano, y sin ninguna afectación de mojigatería ni de fanatismo. En cuanto a su apariencia personal, es un hombre de cincuenta y cinco años, robusto, franco y de buena disposición; parece gozar de la vida y no tener particular prisa por llegar al cielo. Sus compañeros son personas sencillas que aparentemente nacieron y se criaron acostumbrados al trabajo arduo, hombres que no tienen la más mínima apariencia de ser astutos hipócritas o estafadores.”3 En 1860 se inició el famoso Pony Express [correo a caballo]. La correspondencia que al principio llegaba del Este en carros lentamente tirados por bueyes, y más tarde en las diligencias, ahora llegaba desde Saint Joseph, Misuri, a Salt Lake City en seis días. La llegada de los jinetes era todo un acontecimiento. No mucho después que se inició este sistema de hacer llegar la correspondencia al valle, se recibieron en el Oeste noticias de enorme significado. Los estados sureños se habían separado de la Unión y la guerra civil dividía a los Estados Unidos. Para los mormones estas trágicas nuevas fueron confirmación de la profecía declarada por José Smith el 25 diciembre de 1832. Aunque Utah no era estado todavía, manifestó su lealtad a la federación cuando Brigham Young, en el primer mensaje que se envió por el telégrafo, en octubre de 1861, dijo: “Utah no se ha separado, sino que apoya firmemente la Constitución y las leyes de nuestro otrora feliz país”.4 El 10 de mayo de 1869 se encontraron en Promontory, Utah, el ferrocarril Union Pacific, que construía sus vías desde el río Misuri hacia el occidente, y el Central Pacific, que iba tendiendo sus rieles desde California hacia el Este. Para los mormones aquello significaba el fin del aislamiento y de los viajes a través de los llanos en carros tirados por bueyes; también significaba que la gente los comprendería mejor, a ellos y su obra, con la llegada de miles de curiosos visitantes que presenciaron el milagro que los Santos de los Ultimos Días habían obrado en el desierto. Las escenas que veían en estos valles los viajeros que atravesaban el país eran verdaderamente interesantes; una cantidad de ciudades pequeñas y atractivas, rodeadas de campos regados artificialmente, y más allá pasturas bien pobladas de ganado; y en la Manzana del Templo, en Salt Lake City, un gran tabernáculo, así como el edificio del templo parcialmente completo. En 1853 se había sacado la primera palada de tierra para la construcción y se había abierto una cantera en el desfiladero de Little Cottonwood, a unos treinta y dos kilómetros al sur de la ciudad. Sin embargo, el transporte del granito causó un grave problema, y en los primeros años de la edificación se demoraba cuatro días en hacer el viaje de ida y vuelta con cuatro yuntas de bueyes, solamente para llevar una de las enormes piedras que se usaron para los cimientos. Cuando el ejército llegó a Utah [como se relata anteriormente], se rellenó la excavación y se cubrieron los cimientos para dar al sitio la apariencia de un campo recién arado, y se suspendió la construcción hasta que no hubo ninguna duda en cuanto a lo que el gobierno iba a hacer. La obra de construcción del templo fue ejecutada con gran esmero. Cuando dirigía la construcción, Brigham Young había dicho: “Deseo que cuando finalice el Milenio... este templo todavía esté en pie como un majestuoso monumento a la fe, la perseverancia y laboriosidad de los santos de Dios en las montañas, en el siglo diecinueve”.5 Mientras se erigía el templo en Salt Lake City, se inició la construcción de edificios similares en Saint George, a poco más de 530 kilómetros al sur; otro en Manti, a unos 240 kilómetros al sudeste; y el tercero en Logan, a 130 kilómetros al norte. En 1863, mientras se edificaba el Templo de Salt Lake City, también se inició la construcción del Tabernáculo en la Manzana del Templo, edificio que ha llegado a ser uno de los más renombrados de todo el país. 56

El Tabernáculo mide 45 m de ancho por 75 m de largo y tiene una altura de 24 m. El techo que habría de cubrir esta superficie presentó un problema serio por motivo de que no contaban con varas de acero, clavos ni pernos. Primeramente se erigieron los cuarenta y cuatro pilares de piedra arenisca, que en realidad vinieron a ser las paredes del edificio, con puertas entre uno y otro. Cada uno de estos pilares mide 6 m de alto, 1 m de ancho y tiene un espesor de 3 m. Sobre éstos se asentó el enorme techo, construido con un gran número de vigas a manera de puente y en forma de enrejado, unidas por medio de tarugos de madera y atadas con cueros sin curtir para evitar que se rajaran. Esta trabazón tiene un espacio de 3 m entre el interior y el exterior del techo enyesado y se sostiene sin ninguna columna o apoyo interior. Para complementar adecuadamente este vasto auditorio, Brigham Young solicitó la construcción de un magnífico órgano y se dio la tarea a Joseph Ridges, constructor de órganos que se había unido a la Iglesia en Australia. La madera para el órgano fue acarreada en carros tirados por bueyes, a través de casi 500 kilómetros desde el valle Pine, cerca de Saint George, hasta Salt Lake City, donde fue tallada a mano por diestros artesanos. Con la terminación del edificio y el órgano en 1867, se organizó un coro; así se inició el renombrado Coro del Tabernáculo que ha cobrado fama mundial con sus transmisiones semanales de radio desde la Manzana del Templo y los conciertos que ha presentado en muchas naciones. LA MUERTE DE BRIGHAM YOUNG En 1875 llegó de visita a Utah el Presidente de los Estados Unidos, Ulyses S. Grant, y al llegar a Salt Lake City, lo llevaron por las calles de la ciudad que estaban llenas de gente. Había aceptado como verdaderas las calumnias que todavía cundían en los estados del Este acerca de los mormones, y al pasar por las largas filas de rubicundos niños que lo saludaban y aplaudían, se volvió al gobernador que era su anfitrión, y le preguntó de quiénes eran aquellos niños. El gobernador le respondió: “Son niños mormones”. A esto el Presidente declaró: “Me habían engañado”. Para esta época, Brigham Young había llegado ya a los setenta y cuatro años de edad, y aunque se hallaba en buena salud, las aflicciones de los años habían dejado sus huellas sobre él. Su vida había sido una lucha constante desde el día en que se unió a la Iglesia en 1833. A solicitud del director de un diario de Nueva York de que le preparara un resumen de sus obras, escribió un artículo bosquejando el resultado de esta lucha: “Le agradezco el privilegio de presentar los hechos tal como son, y me complacerá hacerlo cada vez que usted lo solicite... “Los resultados de mis obras durante los últimos veintiséis años, brevemente resumidos, son los siguientes: La población de este territorio con los Santos de los Ultimos Días, aproximadamente 100.000 almas; la fundación de más de 200 ciudades, pueblos y villas habitadas por nuestros miembros... el establecimiento de escuelas, fábricas, molinos y otras instituciones, con el objeto de mejorar y beneficiar nuestra comunidad... “Mi vida entera está consagrada al servicio de Dios Todopoderoso, y aun cuando lamento que el mundo no entienda mi misión un poco mejor, llegará el día en que seré comprendido; y dejo en manos de generaciones futuras el juicio de mis obras y sus resultados, según se manifiesten.”7 La labor de Brigham Young llegó a su fin el 29 de agosto de 1877. Unos días antes había enfermado gravemente. Las últimas palabras que pronunció al agonizar fueron dirigidas al hombre que él había sucedido: “José... José... José...”8 1 2

CHC 4:51. History of Brigham Young 1847-1867, (Berke1ey, Cal.: MassCal Associates, 1964), págs. 159160. 57

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Horace Greeley, An Overland Journey, (New York: Alfred A. Knopf, 1963), págs. 183-184. Deseret News, 23 de octubre de 1861, pág. 189. 5 Journal of Discourses, 26 vols., (London: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854-1886), 10:254. 6 CHC 5:504-505. 7 Citado en Preston Nibley, Brigham Young: The Man and His Work, pág. 492. 8 Véase de Susa Young Gates y Leah D. Widtsoe, The Life Story of Brigham Young, (New York the Macmillan Company, 1930), pág. 362. 4

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Capítulo 13 Años de sobrellevar las pruebas La historia de la Iglesia se halla tan estrechamente entrelazada con la doctrina de la poligamia, que ninguna historia de la Iglesia puede considerarse completa sin algunos comentarios sobre esta práctica. José Smith anunció la doctrina en Nauvoo, en 1842, y muchos de los hombres más allegados a él estaban enterados de ella y la aceptaron como principio divino; sin embargo, no fue sino hasta 1852 que se enseñó públicamente. Para empezar, hay que decir que entre los mormones la práctica de este principio fue radicalmente diferente de la de los pueblos orientales. Cada esposa ocupaba su propia casa con sus hijos, o en caso de que las esposas ocuparan la misma casa, como algunas veces sucedía, habitaban secciones separadas de la vivienda. No se hacía distinción entre ninguna de las esposas ni entre los hijos; el esposo proporcionaba a cada familia lo necesario, se hacía responsable de la educación de los hijos y daba a éstos, así como a sus madres respectivas, las mismas ventajas que habría recibido su familia en el sistema monógamo. Si se estimaba que no podría hacerlo, no se le permitía tomar parte en el ejercicio del matrimonio plural. Aunque esta práctica fue sumamente limitada, ya que solamente una pequeña minoría de las familias tomaron parte en ella, fue algo que los enemigos de la Iglesia fácilmente pudieron utilizar para combatirla. La opinión pública en contra de la doctrina agitó a todo el país y hasta se discutió en la campaña presidencial de 1860. Cuando se le preguntó a Abraham Lincoln qué se proponía hacer en cuanto a los mormones, su respuesta fue: “Dejarlos en paz”.1 En 1862 el Congreso aprobó una ley contra la poligamia, pero se trataba de dirigir al matrimonio plural y no a la relación polígama. Pero diez años después el Congreso aprobó un proyecto de ley que prohibía la poligamia. Muchos de los habitantes del país, y los mormones en general, lo consideraron anticonstitucional, por lo que se llevó un caso ante los tribunales de Utah para determinar su validez. La causa finalmente llegó a la Suprema Corte de los Estados Unidos, donde se dictó un fallo adverso para los mormones. Fue en medio de esas dificultades que John Taylor asumió la Presidencia de la Iglesia, y los años subsiguientes efectivamente fueron años de tener que sobrellevar las pruebas. “CAMPEÓN DE LA LIBERTAD” El élder Taylor era oriundo de Inglaterra, donde había sido predicador laico de la Iglesia Metodista. En 1832 emigró al Canadá y oyó hablar del mormonismo por primera vez cuatro años después. Cuando se hizo miembro de la Iglesia, su espíritu audaz, su mente preparada y su facilidad de expresión lo convirtieron en un destacado promulgador de la causa. Trabajó como misionero en Canadá, en su país nativo (Inglaterra), así como también en Francia. Escogió como su lema: “El reino de Dios o nada”.2 En una ocasión dijo: “No creo en una religión que no pueda contar con todo mi afecto, sino en una religión por la cual pueda vivir o también pueda morir”. “Prefiero tener por amigo a Dios que a todas las demás influencias y poderes”.3 Con ese espíritu defendió al mormonismo, y con tanto valor, que sus amigos en la Iglesia lo llamaron “El campeón de la libertad”. El fue el que resultó herido el día del asesinato de José Smith y su hermano Hyrum en la cárcel de Carthage. Por ser el miembro de mayor antigüedad en el Consejo de los Doce Apóstoles, John Taylor sucedió a Brigham Young como Presidente de la Iglesia. Fue durante su administración que los mormones una vez más tuvieron que sentir la encarnizada mano de la persecución. En 1882 el Congreso aprobó el decreto Edmunds, haciendo así que la poligamia fuera punible por multa o 59

encarcelamiento, y usualmente era por encarcelamiento. Ningún hombre que tuviera más de una esposa podía actuar como jurado en los tribunales de Utah. En Idaho todos los miembros de la Iglesia fueron privados de sus derechos civiles. Nadie que admitiese creer en la poligamia podía obtener la ciudadanía. El presidente Taylor había previsto estas dificultades y en abril de 1882 había aconsejado a los santos con estas palabras: “Encarémoslo [al decreto Edmunds] tal cual hemos encarado la tormenta de nieve al venir esta mañana: resguardémonos con las solapas... y esperemos a que la tormenta cese...” Dentro de un tiempo habrá turbulencia en los Estados Unidos; y quiero que nuestros hermanos se preparen para ella. En la última conferencia... aconsejé que todos los dije tuvieran deudas aprovecharan los tiempos de prosperidad y pagaran sus cuentas; en esa forma podrán encontrarse libres de sujeción a cualquiera, y cuando llegue la tormenta, estarán preparados para enfrentarla.”4 La tormenta se desencadenó cinco años después. En 1887 la ley Edmunds-Tucker dio más facultad a los jueces que procesaban a los que eran acusados de poligamia. La ley de referencia también disolvió la corporación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, instruyó al Tribunal Supremo que clausurara sus asuntos y dispuso que sus propiedades pasaran a manos del gobierno federal. Se administró la ley con severidad extremada y miles de mormones fueron privados de sus derechos civiles. Un millar de hombres fueron encarcelados por tener familias con más de una esposa; se desbarataron muchos hogares y se privó al pueblo del privilegio electoral. Tal era la situación cuando falleció John Taylor, el 25 de julio de 1887. Wilford Woodruff le sucedió en la Presidencia de la Iglesia. UN MANIFIESTO AL PUEBLO La responsabilidad de guiar a la Iglesia en esas circunstancias no fue tarea pequeña. Las colonias de los Santos de los Ultimos Días se extendían entonces desde Canadá hasta México. La labor misional se efectuaba activamente en los Estados Unidos, las Islas Británicas, la mayor parte de las naciones de Europa y las islas del Pacífico. A pesar de la encarnizada oposición, en esas misiones se lograba un gran número de conversos a la fe. En Utah, mientras tanto, se habían confiscado las propiedades de la Iglesia y la mayor parte de sus líderes se hallaban encarcelados o sufrían persecución. En estas condiciones, Wilford Woodruff asumió la responsabilidad de dirigir la Iglesia a la edad de ochenta años. Afortunadamente, se hallaba bien capacitado. Se había unido a la Iglesia apenas tres años después de su organización, había marchado desde Ohio hasta Misuri para socorrer a sus hermanos cuando fueron expulsados del Condado de Jackson y había padecido las mismas persecuciones que ellos en Misuri. Como dijimos previamente, había sido un potente misionero en Inglaterra, donde convirtió a más de dos mil personas a la Iglesia. El presidente Woodruff llegó al Oeste con la primera compañía de pioneros, y Brigham Young iba en su carreta cuando hizo la declaración profética concerniente al valle del Lago Salado, diciendo: “Este es el lugar indicado”. Desde esa época, tomó parte en la mayoría de los acontecimientos significativos relacionados con el progreso del territorio. Pero en los años a los que nos referimos, todo progreso había cesado por motivo de la pesada mano de la administración de la ley, y el presidente Woodruff tuvo la responsabilidad de encontrar una salida ante esa dificultad. Mientras luchaba con el problema, buscó dirección en las Escrituras. En una revelación que recibió la Iglesia en 1841, el profeta José Smith había declarado lo siguiente como la palabra del Señor: “De cierto, de cierto os digo, que cuando doy un mandamiento a cualquiera de los hijos de los hombres de hacer una obra en mi nombre, y éstos, con todas sus fuerzas y con todo lo que tienen, procuran hacer dicha obra, sin que cese su 60

diligencia, y sus enemigos vienen sobre ellos y les impiden la ejecución de ella, he aquí, me conviene no exigirla más a esos hijos de los hombres, sino aceptar sus ofrendas”.5 También se aplicaba a la situación otra enseñanza fundamental de la Iglesia: Uno de los Artículos de Fe de la organización, el número doce, dice: “Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley”. ¿Qué se debía hacer en aquellas circunstancias? La doctrina se había recibido por revelación y por revelación también se dejó sin efecto. Después de “orar sinceramente ante el Señor”, el 6 de octubre de 1890 el presidente Woodruff expidió lo que se conoce en la historia de la Iglesia como el “Manifiesto”. En él se mandaba poner fin a la práctica de los matrimonios plurales. y desde ese día la Iglesia no ha practicado ni aprobado esas uniones. EL FIN DE UNA ERA El 6 de abril de 1893 se dio por terminado el gran Templo de Salt Lake City y se consagró el edificio a Dios como su Santa Casa. Antes de la dedicación, se invitó a las personas que no eran miembros de la Iglesia a visitar el edificio y allí se les explicó el uso de sus instalaciones. Después de la dedicación, sólo se ha permitido la entrada a los miembros dignos de la Iglesia. Era apropiado que Wilford Woodruff viviera hasta poder ofrecer la oración dedicatoria. Cuarenta y seis años antes, él había hundido la estaca en la tierra para marcar el sitio del edificio y durante cuarenta años había presenciado su construcción. La dedicación del templo fue uno de los grandes acontecimientos históricos de la región. Antes de su muerte, que ocurrió en septiembre de 1898, el presidente Wilford Woodruff pudo tomar parte en otro acontecimiento significativo. Aunque desde 1849 los pobladores del territorio habían solicitado que se les aceptara en la categoría de estado, se les había negado la petición por motivo de la agitación antimormona que existía en toda la nación. Pero el 4 de enero de 1896, Utah entró en la confederación en calidad de estado y, en las ceremonias que formaron parte de la ocasión, se invitó al presidente Woodruff a ofrecer la oración de apertura. En sus palabras, que citamos a continuación, se refleja la misión del hombre: “Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, Tú que eres el Dios de las naciones y el Padre de los espíritus de todos los hombres, humildemente nos inclinamos delante de ti en esta importante ocasión... “Al contemplar estos valles fértiles con sus abundantes productos del campo y los huertos... sus agradables viviendas y sus prósperos habitantes... y comparar todo esto con los yermos desolados y silenciosos que contemplaron los ojos de los pioneros cuando vieron por primera vez estas tierras desérticas, hace menos de medio siglo, nuestras almas se llenan de asombro y alabanza... “Y ahora que los esfuerzos de varias décadas por obtener el incalculable privilegio de una libertad política perfecta... finalmente han sido coronados con éxito glorioso, sentimos que es a ti, nuestro Padre y nuestro Dios, a quien debemos esta inestimable bendición. “Te rogamos que bendigas al Presidente de los Estados Unidos y a su gabinete, a fin de que reciban inspiración para dirigir los asuntos de esta gran nación con prudencia, justicia y equidad, de modo que se preserven sus derechos dentro del país y en el extranjero, y todos sus ciudadanos puedan disfrutar de los privilegios de hombres libres... Y concede que los privilegios de un gobierno libre se extiendan a todo país y clima, y sean derribadas la tiranía y la opresión para no levantarse nunca más, hasta que todas las naciones se unan para el bien común, a fin de que cesen las guerras, enmudezca la voz de las contiendas, pueda prevalecer la hermandad fraternal, y Tú, oh Dios, seas honrado en todo lugar como el Padre Eterno y Rey de paz.”6 1

CHC 5:70.

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Véase Journal of Discourses, 6:18-27. Brigham Young utilizó por primera vez la frase en una carta a un tal coronel Alexander fechada el 16 de octubre de 1857. El texto de la carta se encuentra en The Millenial Star 20 (30 de enero de 1858), págs. 75-76. 3 Citado en B. H. Roberts, The Life of John Taylor, (Salt Lake City: George Q. Cannon and Sons Co., 1892), pág. 423. 4 Ibid. págs. 360-361. 5 D. y C. 12 1:49. 6 The Salt Lake Herald, 7 de enero de 1896, pág. 1.

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Capítulo 14 El resplandor de la buena voluntad El presidente Wilford Woodruff murió el 2 de septiembre de 1898 y Lorenzo Snow lo sucedió como Presidente de la Iglesia a la edad de 85 años, cuando la mayoría de los hombres han dejado de lado las labores de la vida. Como aconteció con los que lo habían precedido, él también había obtenido amplia experiencia en la Iglesia durante su juventud, cumpliendo algunas misiones tanto en el país como en el extranjero. Cuando asumió el cargo de líder de la organización, la Iglesia se encontraba en una situación económica desastrosa. La nación había pasado por una severa crisis económica, que se había hecho sentir en el Oeste así como en otros lugares. Además, por motivo de la campaña en contra de la poligamia, había mermado seriamente el pago de los diezmos y, con la confiscación de los bienes de la Iglesia, había desaparecido la mayor parte del incentivo para pagarlos. Una carga abrumadora de deudas pesaba sobre la organización. En la primavera de 1899, en medio de esta situación, el presidente Snow hizo un viaje al pueblo de Saint George, en la parte sur de Utah. La sequía había asolado la tierra; el invierno que acababa de pasar había sido el más seco en treinta y cuatro años. La gente estaba desanimada porque parecía que había caído una maldición sobre lo que en otro tiempo había sido un jardín. Por inspiración, como él mismo afirmó, el presidente Snow les habló a los miembros de la Iglesia sobre la ley de los diezmos. ¿Acaso no había dicho el Señor, por boca del profeta Malaquías, que Israel lo había robado en los diezmos y ofrendas? Además, ¿no les había prometido que si llevaban sus diezmos al alfolí, El abriría las ventanas de los cielos y derramaría bendiciones sobre ellos hasta que sobreabundaran? Después, les prometió a los miembros de la Iglesia que si pagaban fielmente sus diezmos, podrían sembrar sus semillas y las lluvias vendrían. La gente obedeció el consejo y pagó sus diezmos no sólo en Saint George, sino que, a medida que el Presidente continuaba exhortando a los miembros, en toda la Iglesia empezaron a obedecer este mandamiento de Dios. No obstante, en la colonia del sur pasaban las semanas y los vientos cálidos ya empezaban a marchitar las plantas. Hasta que un día de agosto por la mañana llegó al escritorio del presidente Snow un telegrama que decía: “Está lloviendo en Saint George”. Las aguas llenaron los ríos y arroyos, y las cosechas se salvaron. En 1907 se liquidó la última de las deudas de la Iglesia y desde esa fecha ha quedado libre de todo gravamen económico. JOSEPH F. SMITH Lorenzo Snow murió el 10 de octubre de 1901, y lo sucedió como Presidente Joseph F. Smith, hijo de Hyrum Smith, que había muerto asesinado en la Cárcel de Carthage. Su vida es digna de consideración porque constituye el epítome de la historia del mormonismo, desde una posición de ignominia a una de merecido respeto. Nació el 13 de noviembre de 1838 en Far West, Misuri, en una época en que su padre se hallaba en manos de la milicia integrada por el populacho, cuyo propósito declarado era exterminar a los mormones. Cuando todavía era muy pequeño, su madre lo llevó en brazos en la huida de Far West a Illinois. Uno de los primeros recuerdos de su niñez era el de la histórica noche del 27 de junio de 1844, cuando tenía cinco años de edad. Alguien tocó a la ventana de la casa de su madre y con voz temblorosa susurró la noticia de que la turba de Carthage había asesinado a su padre. A la edad de siete años oyó el rugido de las armas de fuego cuando ocurrió la expulsión final de los 63

mormones de Nauvoo y, antes de haber cumplido los ocho, tuvo que conducir un tiro de bueyes casi toda la distancia a través de Iowa. En 1848 la familia cruzó los llanos. No fue fácil la tarea de este niño de diez años de tener que uncir y desuncir los bueyes, además de arrearlos la mayor parte del día. Cuando el jovencito llegó a los trece años de edad, su madre falleció como consecuencia de las experiencias por las cuales había tenido que pasar y que le habían agotado por completo todas sus fuerzas. Dos años después se le llamó a cumplir una misión en las Islas Hawaianas. Llegó a la costa y se puso a trabajar en una fábrica de tejas a fin de poder ganar lo suficiente para pagarse el pasaje a las Islas. Tras su servicio misional en Hawai, trabajó por la causa del Señor en las Islas Británicas así como en otros lugares. En 1901 fue nombrado Presidente de la Iglesia. Poco después, Reed Smoot, miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, resultó electo al puesto de senador por el estado de Utah. Sin embargo, los enemigos políticos trataron de disputar su victoria basándose en el antiguo asunto de la poligamia. Fue Joseph F. Smith, más bien que el senador Smoot, quien llegó a ser el blanco principal de esos ataques. En toda la nación se le caricaturizó y se le calumnió; pero él ya había sufrido tanta intolerancia que pasó por alto estos nuevos ataques y decía, refiriéndose a los que lo combatían: “Hay quienes cerrarán los ojos ante toda virtud y ante toda cosa buena que tenga relación con esta obra de los últimos días y arrojarán aluviones de falsedades y mentiras contra el pueblo de Dios. Los perdono por ello y los dejo en manos del juez justo”.1 A pesar de toda esa contención, fueron años de mucho progreso para la Iglesia. Se expandió la obra misional; se erigieron numerosos edificios bellos, incluso tres templos, uno en Arizona, uno en Canadá y otro en las Islas Hawaianas. Se estableció una Oficina de Información en la Manzana del Templo, en Salt Lake City, para saludar a los miles de turistas que llegaban de todas partes del mundo, impulsados usualmente por la curiosidad; y al enterarse de los verdaderos hechos con relación a los mormones, gradualmente fueron desapareciendo los viejos rencores y las antiguas enemistades. Joseph F. Smith falleció el 19 de noviembre de 1918. Los mismos periódicos que habían calumniado su carácter, a la hora de su muerte lo elogiaron en sus editoriales y los hombres prominentes de toda la nación rindieron alto tributo a su memoria. El transcurso de los años lo había vindicado y junto con él la causa a la cual había dedicado su vida. HEBER J. GRANT Cuatro días después de la muerte del presidente Smith, Heber J. Grant asumió la Presidencia de la Iglesia. Su padre había sido consejero de Brigham Young, pero falleció cuando el hijo apenas tenía nueve días de nacido. Nació el 22 de noviembre de 1856 y fue el primero de los Presidentes de la Iglesia que nació en el Oeste. Heber J. Grant fue un hombre práctico por naturaleza. Su talento principal se manifestó en el mundo financiero y siendo todavía joven logró un éxito envidiable. Sin embargo, al mismo tiempo se conservó activo en los asuntos de la Iglesia y cuando sólo tenía veintiséis años de edad fue apartado como miembro del Consejo de los Doce Apóstoles. De allí en adelante fue un celoso obrero en la causa del mormonismo. Su habilidad en asuntos monetarios se manifestó en forma muy notable durante la crisis económica de la década de 1890, cuando el Presidente de la Iglesia lo envió al Este del país para conseguir algunos préstamos. A pesar de las condiciones comerciales y de la actitud del pueblo hacia los mormones, volvió con cientos de miles de dólares que probaron ser de mucho beneficio en aquellos tiempos difíciles. Heber J. Grant fue una de las figuras principales e influyentes que condujeron al establecimiento de la industria de azúcar de remolacha en el Oeste. La Iglesia estaba interesada en este proyecto porque representaba una cosecha que sus miembros podrían vender al contado. 64

Consiguientemente, ayudó en forma material a fundar esta industria que ha traído millones de dólares a los agricultores del Oeste. Una de las acciones favoritas del presidente Grant era la de obsequiar libros, y él solía llamar a los fondos que utilizaba para tal propósito su “dinero para cigarrillos” porque, según decía, el dinero que algunos de sus amigos malgastaban en cigarrillos él lo podía gastar en libros. Durante su vida regaló más de cien mil libros que costeó con su propio dinero. Era inflexible en su lealtad hacia la Iglesia y sus enseñanzas; mas no obstante, supo granjearse innumerables amistades. Entre sus amigos íntimos se hallaban los líderes más destacados del mundo de los negocios, la educación y el gobierno; y esa habilidad para congeniar con la gente ayudó en gran manera a derribar el muro de prejuicio que se había levantado contra los mormones. Su administración fue una época de progreso. La Iglesia cumplió su centésimo aniversario en 1930, acontecimiento que se conmemoró con una gran celebración. Libre de la opresión de fanáticos religiosos, sin temor de la furia de los populachos, suficientemente fuerte para hacer sentir su fuerza benéfica, floreció en una época de buena voluntad que nunca jamás había conocido en toda su historia. GEORGE ALBERT SMITH El presidente Grant murió el 14 de mayo de 1945, a la edad de ochenta y nueve años. Lo sucedió George Albert Smith. El presidente Smith nació el 4 de abril de 1870. En su juventud había cumplido una misión en los estados del Sur y, después de ser nombrado miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, presidió los asuntos de la Iglesia en Europa. Uno de sus intereses principales era el escultismo. Prestó sus servicios como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de los Boy Scouts of America y recibió los más altos honores en reconocimiento a los servicios locales y nacionales que prestó a la causa de los jóvenes. En la mención honorífica oficial que le otorgaron los oficiales nacionales, decía que “a su entusiasmo por el programa [de escultismo] se debe principalmente el hecho de que el estado de Utah supera a todos los demás en el porcentaje de jóvenes que son Boy Scouts”.2 Por muchos años el presidente Smith desempeñó un papel destacado en la preservación de la historia de los pioneros en los Estados Unidos. Fue el organizador y presidente de la Asociación de Rutas de Pioneros de Utah, bajo cuya dirección quedó marcada con piedra y bronce la ruta mormona desde Nauvoo hasta Salt Lake City. También ejerció el cargo de vicepresidente de la Asociación Conmemorativa de la Ruta de Oregón y fue uno de los organizadores de la Asociación de las Rutas de Pioneros de los Estados Unidos. DAVID O. MCKAY El presidente Smith falleció el 4 de abril de 1951, fecha de su octogésimo primer cumpleaños. Sus funerales se efectuaron en el Tabernáculo de Salt Lake, y el 7 de abril, tres días después, los miembros de la Iglesia, reunidos en “asamblea solemne” en el mismo edificio, sostuvieron como Presidente a David Oman McKay, que entonces tenía setenta y siete años de edad, habiendo nacido el 8 de septiembre de 1873 en Huntsville, Utah. El presidente McKay se había preparado para ejercer el magisterio, pero dedicó la mayor parte de su vida a la iglesia, ya que a la edad de treinta y dos años fue llamado a formar parte del Consejo de los Doce Apóstoles. Hombre de aspecto gallardo y de personalidad dinámica, ganaba amigos para la Iglesia dondequiera que iba en sus viajes por todo el mundo y despertaba en ellos un interés en la Iglesia a la cual había entregado su corazón. Fomentó un programa de construcción ampliamente expandido mediante el cual se edificaron miles de nuevos centros de reuniones, así como templos en Suiza, Inglaterra, Nueva Zelanda y 65

los Estados Unidos; también fomentó notablemente la expansión del sistema de escuelas de la Iglesia. JOSEPH FIELDING SMITH El presidente McKay falleció en Salt Lake City, el 18 de enero de 1970, a los 96 años de edad. Cinco días después lo sucedió en la Presidencia Joseph Fielding Smith, Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles, del cual había sido miembro durante sesenta años. El presidente Smith era hijo de Joseph F. Smith, el sexto Presidente de la Iglesia, y nieto de Hyrum Smith, que fue asesinado junto con el Profeta José en 1844. El presidente Joseph Fielding Smith dedicó su vida entera al estudio de la doctrina y la historia de la iglesia. Sus extensos trabajos escritos sobre ambos temas lo convirtieron en una reconocida autoridad en estas materias, y durante muchos años sirvió como Historiador y Registrador de la Iglesia. En ese cargo era responsable del mantenimiento de minuciosos archivos que han llegado a ser un tesoro de información, no solamente con respecto a la Iglesia y su historia, sino también en cuanto a los medios culturales en los cuales se ha desarrollado la religión mormona. HAROLD B. LEE El presidente Smith falleció en Salt Lake City el 2 de julio de 1972 y lo sucedió Harold B. Lee, el 7 de julio del mismo año. En 1936, cuando la nación y la mayor parte del mundo estaban paralizados por una trágica depresión económica, los oficiales de la Iglesia, basándose en principios escritos por José Smith, dieron inicio a lo que se llamó el Programa de Seguridad de la Iglesia, posteriormente llamado Programa de Bienestar. Los gobiernos estaban tratando de contener el aumento del desempleo mediante varios programas de trabajo y sistemas de caridad. Pero la Iglesia enseñó el principio de que en tiempos de dificultad, la responsabilidad de remediar el problema recae principa1mente en la persona afectada, luego en su familia y por último en la Iglesia, en lugar de que el necesitado se convierta en una carga para el gobierno. El élder Lee recibió la tarea de establecer “un sistema bajo el cual la maldición del ocio fuera suprimida, se abolieran las limosnas y se establecieran nuevamente entre nuestro pueblo la industria, el ahorro y el autorrespeto. El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. El trabajo debe ser nuevamente el principio imperante en la vida de los miembros de nuestra Iglesia”.3 De acuerdo con este concepto, se esperaba que todos los miembros de la Iglesia trabajaran juntos para ayudar a los que estuvieran en dificultades. La Iglesia adquirió granjas; se construyeron plantas para la preparación, producción y distribución de productos, y también se emplearon otros recursos para proveer trabajo a los desocupados, dándoles así la oportunidad de satisfacer sus necesidades y a la vez de salvaguardar su dignidad. Este programa, que continúa extendiéndose a medida que la Iglesia crece, ha recibido los elogios de expertos en asistencia social provenientes de muchas partes del mundo. SPENCER W. KIMBALL El Presidente Lee falleció en Salt Lake City, el 26 de diciembre de 1973. Cuatro días después, Spencer W. Kimball ocupó el lugar de Presidente de la Iglesia. Para entonces, el número de miembros de la Iglesia ya había superado la cifra de tres millones y en un lapso de cinco años, bajo su dinámica dirección, se agregó otro millón a la lista de miembros. Spencer W. Kimball nació en Salt Lake City, el 28 de marzo de 1895, pero se crió en Arizona. En ese estado sirvió en distintos puestos de la Iglesia mientras llevaba adelante sus negocios particulares. En 1943 fue ordenado Apóstol, después de lo cual viajó por toda la tierra estableciendo y fortaleciendo el reino de Dios. 66

Aunque de baja estatura física, era verdaderamente dinámico en el desempeño de las responsabilidades que le correspondían como Presidente de una Iglesia en expansión. Regularmente solicitaba a los miembros que alargaran el paso y apresuraran la marcha en su servicio a la Iglesia. En muchas partes de la tierra se abrieron nuevas misiones y miles de jóvenes, hombres y mujeres sirvieron en ellas dedicando gratuitamente su tiempo y sus recursos personales para enseñar el Evangelio restaurado de Jesucristo a las naciones de la tierra. El 9 de junio de 1978, el presidente Kimball hizo un anuncio de extrema importancia diciendo que el Señor “ha escuchado nuestras oraciones y ha confirmado por revelación que ha llegado el día prometido por tan largo tiempo en el que todo varón que sea fiel y digno miembro de la Iglesia puede recibir el santo sacerdocio, con el poder de ejercer su autoridad divina, y disfrutar con sus seres queridos de todas las bendición que de él proceden, incluso las bendiciones del templo. Por consiguiente, se puede conferir el sacerdocio a todos los varones que sean miembros dignos de la Iglesia sin tomar en consideración ni su raza ni su color”.4 La noticia de este cambio en una norma que se había observado durante casi un siglo y medio se dio a conocer al mundo por medio de la prensa oral y escrita, y la reacción pública fue favorable. Durante los años de liderazgo del presidente Kimball hubo un enorme incremento en la Iglesia. Se puede hacer mención de tres puntos que son evidencia de esto: Como hemos dicho anteriormente, los Santos de los Ultimos Días fueron expulsados de Misuri por una orden ilegal e inhumana de exterminio expedida por el gobernador Boggs. El 25 de julio de 1976, la persona que ocupaba ese mismo cargo, el gobernador Christopher S. Bond, expidió otra orden ejecutiva que dice en parte: “Considerando que la orden expedida por el gobernador Boggs infringía claramente los derechos de la vida, la libertad, la propiedad y el albedrío religioso que están garantizados por la Constitución de los Estados Unidos, así como por la Constitución del estado de Misuri... “Ahora, por tanto, yo... por la presente expido la orden siguiente: “Expresando en nombre de todos los habitantes de Misuri nuestro profundo pesar por la injusticia y el indebido sufrimiento que se causó por esta orden de 1838, revoco la Orden Ejecutiva Número 44, de fecha 27 de octubre de 1838, expedida por el gobernador Lilburn W. Boggs.”5 En 1978 se descubrieron y dedicaron en Nauvoo, Illinois, varios monumentos hermosos levantados en memoria de las mujeres de la Iglesia, los cuales representan, en una variedad de figuras de bronce dispuestas en un parque, a mujeres de distinta edad, madres e hijas que vivieron en Nauvoo y a quienes se obligó a abandonar sus casas y huir al santuario que se había establecido en las montañas, falleciendo muchas de ellas en el camino. En ocasión de la dedicación de este monumento, hubo oficiales nacionales y del estado, y hombres y mujeres de renombre de Illinois y de otras partes de la nación, que rindieron tributo a aquellos mormones que levantaron una hermosa ciudad sobre los pantanos que habían encontrado allí. También en 1978, el Presidente de los Estados Unidos firmó un decreto aprobado por el Congreso, por el que se derogaba la ley Edmunds-Tucker de 1887, ley que se había utilizado para quitar a la Iglesia sus derechos de corporación y para confiscar sus propiedades durante las duras persecuciones y los juicios contra los Santos de los Ultimos Días en las últimas décadas del siglo diecinueve. EZRA TAFT BENSON El presidente Spencer W. Kimball falleció el 5 de noviembre de 1985, y cinco días más tarde, el 10 de noviembre, Ezra Taft Benson fue apartado como el decimotercer Presidente de la Iglesia. En esa época ésta contaba con un total de seis millones de miembros en todo el mundo. El presidente Benson nació en Whitney, Idaho, en 1899, y recibió el nombre de su bisabuelo, que he miembro del Consejo de los Doce Apóstoles durante la presidencia de Brigham Young. Ya en su adolescencia llevó sobre los hombros gran parte de las responsabilidades de la granja de 67

su familia, mientras su padre servía en una misión regular para la Iglesia. Ezra Taft Benson fue llamado a ser misionero en Gran Bretaña, y a su regreso se graduó en la Universidad Brigham Young. Tras completar su maestría en la Universidad Estatal de Iowa, trabajó como agente agrícola para el condado y más tarde como economista universitario en Boise, estado de Idaho. En 1938 se trasladó a Washington D.C. para desempeñar funciones como Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de Cooperativas Agropecuarias. Allí sirvió como presidente de la estaca Washington D. C., llamamiento similar al que ya había tenido mientras vivía en Idaho. En 1913 fue sostenido como miembro del Consejo de los Doce Apóstoles de la iglesia. Cuando Dwight David Eisenhower fue elegido Presidente de los Estados Unidos en 1952, le ofreció al entonces élder Benson el cargo de Ministro de Agricultura en su gabinete, posición que él aceptó y que desempeñó en forma distinguida durante ocho años. Casi inmediatamente después de ser llamado como Profeta de la iglesia, el presidente Benson recalcó a los miembros la importancia de leer y aplicar el Libro de Mormón. En la Conferencia General de abril de 1986, dijo: “No sólo debemos hablar más sobre el Libro de Mormón sino que tenemos que poner en práctica lo que dice”.6 A partir de ese momento, el uso de ese volumen de las Escrituras ha incrementado notablemente en la obra misional y en el estudio y la enseñanza tanto personal como familiar. En su primer mensaje de Navidad, la nueva Primera Presidencia extendió una elocuente invitación para que todos los que estuvieran descontentos, los que tuvieran una actitud crítica y aquellos que hubieran transgredido volvieran a la Iglesia. “Regresad. Regresad y sentaos a la mesa del Señor, para saborear nuevamente los dulces y apetecibles frutos de la hermandad con los santos.”7 El presidente Benson también ha hablado enérgicamente en favor de la unidad y solidaridad familiar. PRESIDENTE HOWARD W. HUNTER El Presidente Benson falleció el 30 de mayo de 1994. Seis días más tarde el Presidente Howard W. Hunter fue ordenado y apartado como el decimocuarto Presidente de la Iglesia. Había sido miembro del Quórum de los Doce desde 1959 y presidente de este quórum de 1988 hasta 1994. Como abogado corporativo y hombre de negocios en el sur de California, al presidente Hunter se le recuerda por su modestia y su actitud apacible. Al llegar a la presidencia de la Iglesia, hizo dos exhortaciones a los miembros de la Iglesia. Primero, exhortó a todos los miembros a vivir prestando mayor atención a la vida y al ejemplo del Señor Jesucristo, especialmente en el amor, la esperanza y la compasión que El demostró tener. Segundo, exhortó a los miembros de la Iglesia a que reconocieran el templo del Señor como el símbolo más grande en su calidad de miembros y el lugar supremo donde realizan sus convenios más sagrados. Expresó su deseo de que todo miembro de la Iglesia fuera digno del templo y recomendó a todos los miembros adultos que se mantuvieran dignos y tuvieran una recomendación vigente para entrar al templo. Mantuvo el énfasis en estas exhortaciones durante los que fue presidente de la iglesia. La obra en los templos se incrementó como resultado de su consejo e innumerables vidas fueron bendecidas a medida que más y más gente fue digna de entrar al templo. Durante su administración, el presidente Hunter dedicó los templos de Orlando Florida y Bountiful Utah. A pesar de sus limitaciones físicas, el presidente Hunter viajó a Europa, Hawai y por todos los Estados Unidos reuniéndose con los santos y bendiciéndolos. En el mes de diciembre de 1994 organizó una estaca en la Ciudad de México que fue un hecho histórico por haber sido la estaca número dos mil de la Iglesia. El Presidente Hunter falleció pacíficamente el 3 de marzo de 1995, habiendo servido como presidente sólo nueve meses; el período más corto de un presidente de la Iglesia. A pesar de esto, 68

su gentil y delicada personalidad, así como su suplicante voz, ha tenido un impacto emocionante para los miembros de la iglesia en todo el mundo. PRESIDENTE GORDON B. HINCKLEY A los nueve días del deceso del presidente Hunter, el presidente Gordon B. Hinckley fue ordenado decimoquinto Presidente de la iglesia. Por este tiempo, los miembros de la Iglesia pasaban los nueve millones. El presidente Hinckley había servido como consejero durante catorce años de los presidentes Kimball, Benson y Hunter. Antes de ser consejero, fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles por veinte años. Durante esos años ayudó en la administración de la mayoría de los asuntos financieros de la Iglesia y tuvo una destacada actuación en la construcción y en la dedicación de templos en varias partes del mundo. El presidente Hinckley nació en Salt Lake City, Utah se graduó de la Universidad de Utah y sirvió una misión en las Islas Británicas. Durante la mayor parte de su misión se desempeñó como asistente del élder Joseph F. Merril, miembro del Quórum de los Doce, quien era el presidente de la Misión Europea, con sus oficinas en Londres. En el año 1935, el presidente Hinckley fue contratado como empleado en las oficinas del Edificio de la Administración de la Iglesia y desde entonces ha tenido una oficina en dicho edificio. Fue el pionero en el uso de los medios de comunicación en la Iglesia. Después dirigió el Departamento Misional hasta su llamamiento como Asistente de los Doce, en 1958. Luego de su ordenación como Presidente de la iglesia, el presidente Hinckley inició de inmediato un riguroso itinerario de viajes. Alentó a los miembros de la Iglesia a “ergirnos un poco más, a elevar la mirada y ensanchar la mente para lograr una mayor comprensión y un mayor entendimiento de la gran misión milenaria de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días”.8 El presidente Hinckley preside la Iglesia en una era de más amplio respeto y admiración hacia ella, y de un crecimiento acelerado. Pero el presente también ofrece los desafíos que acompañan a la expansión de la fe por el mundo. La Iglesia ha dejado de ser una iglesia de Utah o una iglesia de los Estados Unidos o Canadá; en otras áreas del mundo el promedio de crecimiento es aún mayor. En Gran Bretaña y en otros países de Europa occidental; en México, Centro y Sudamérica; en Africa; en Nueva Zelanda en las islas del Pacífico Sur hay congregaciones de santos cada vez mayores en número y en espíritu. En una época, quienes se convertían a la Iglesia se congregaban en Sión, mas ahora permanecen en sus propias tierras para edificar en ellas Sión con la misma organización, los mismos programas y las mismas enseñanzas que se pueden encontrar en cualquier lugar donde esté establecida la Iglesia. En la actualidad, el mismo testimonio que José Smith dio a sus vecinos en el norte del estado de Nueva York se puede escuchar en una variedad de idiomas, declarando que Dios vise, que Jesús es el Cristo, que su antiguo evangelio se restauró a la tierra y que la Iglesia de Jesucristo está una vez más al alcance de todos los hombres. 1

Citado en Joseph Fielding Smith, Life of Joseph F. Smith, 2da. ed., (Salt Lake City: Deseret Book, 1969), pág. 351. 2 Citado en Preston Nibley, The President of the Church, (Salt Lake City: Deseret Book, 1941). pág. 366. 3 Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, octubre de 1936, pág. 3. También en Manual de los Servicios de Bienestar, pág. 1. 4 Declaración Oficial—2. 5 Orden Ejecutiva del 23 de junio de 1976, copia de la cual se guarda en los archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. 6 Liahona, julio de 1986, pág. 2. 69

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Church News, 22 de diciembre de 1985, pág. 3. Liahona de julio de 1995, pág. 81.

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