Libre De Ataduras, Anderson Neil.docx

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  • Pages: 158
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LIBRE DE

ATADURAS!

¡Cómo hallar libertad en Cristo!

DR. NEIL

ANDERSON

© 1995 EDITORIAL CARIBE Una división de Thomas Nelson P.O. Box 141000 Nashville, TN 37217-1000, EE.UU. Título del original en inglés: Released from Bondage © 1993 por Neil T. Anderson Publicado por Thomas Nelson, Inc. ISBN: 0-88113-283-7 Traductora: Susana Roberts Arbizu Salvo que se indique en el texto, las citas bíblicas son de la Santa Biblia, Versión Reina Valera Actualizada Editorial Mundo Hispano, 1982–1989. Las citas bíblicas identificadas con una BV corresponden a la Biblia Viviente Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la debida autorización de los editores.

Dedico este libro a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, y también a los valientes que nos narraron sus historias. Que el Señor los proteja y a través de su testimonio y servicio fiel les permita ayudar a muchos a lograr su victoria en Cristo. Han mostrado que son verdaderos discípulos: «En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Juan 15:8).

Agradecimientos No hay nadie «hijo de sus obras». Sólo el «hijo de Dios» existe espiritualmente y da fruto. Los verdaderos hijos de Dios nacen de arriba. Maduran en la medida en que sus mentes se renuevan mediante la Palabra de Dios y por vencer la cruda realidad de un mundo caído. Dios no nos salva de las pruebas y las tribulaciones en este mundo, sino de una eternidad sin Él. Pasamos a esta vida eterna en el momento en que confiamos en Él. Dios nos libra de nuestro pasado y obra por medio de las dificultades en la vida para engendrar un carácter piadoso. Este libro trata acerca del descubrimiento de nuestra libertad en Cristo y de nuestra supervivencia en un mundo cuyo dios anda como león rugiente buscando a quien devorar. Jesús dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Quiero dar gracias a las personas cuyas historias aparecen en este libro. Han encontrado su paz en Cristo y han vencido al mundo. Son muy amables al permitirme contar sus historias. En el proceso de colaborar con nosotros se vieron obligadas a revivir el horror por el cual pasaron. Para mí, son héroes de la fe. «Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11). Lo único que los motiva a contar sus experiencias es ayudar a otros. Quiero también reconocer a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, que hicieron posible este libro. Se responsabilizaron con gran parte de la redacción y edición, y aconsejaron particularmente a algunas personas de este libro. Una pareja preciosa que ha servido más de treinta años al Señor en la labor misionera.

Contenido Introducción: Libertad para los cautivos

1.

Molly: Libertad del ciclo de abusos

2.

Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo

3.

Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo

4.

Jennifer: Libertad de los trastornos alimentarios

5.

Nancy: Libertad del abuso sexual femenino

6.

Doug: Libertad del abuso sexual masculino

7.

Charles: El violador liberado

8.

Una familia: Libertad de los falsos maestros

9.

La iglesia: Conduce a la gente hacia la libertad

10. El abuso ritual y el TPM Apéndice: Pasos hacia la libertad en Cristo

Introducción

Libertad para los cautivos ¿Dónde están los dolientes? ¿Cuál es su esperanza? Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo acuático. Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que les guste (con el fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros. Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema. Luchaban contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De repente me di cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a ser el capitán del barco sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en mi vida llegué a ser ese capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo barco! Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra lo que realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir un poco de esperanza, confianza y apoyo.

Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos verídicos de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia perspectiva. Antes de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos ejercen el ministerio a tiempo completo. Sólo que para proteger sus identidades hemos cambiado los nombres, oficios y referencias geográficas. Le aseguro que lo que dicen es verdad y que no se trata únicamente de unos cuantos casos aislados. Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que se contaron en congresos. Lo que está en juego no es mí reputación ni un ministerio transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas que dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de Dios de liberar a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran ayuda personal pero más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del creciente movimiento de Dios para liberar a los cautivos, que empieza a desarrollarse en la Iglesia.

Esperanza para los desesperados Un día me llamó un colega en el ministerio. Charlamos sobre lo que Dios estaba realizando en nuestras vidas. Después de contar los testimonios de matrimonios rescatados y de gente liberada del cautiverio, fue al objetivo principal de su llamada. «Neil» empezó a decir, «me acuerdo que decías que un marido se puede ver en un conflicto de conductas cuando trata de aconsejar a su propia esposa. He tenido el privilegio de ayudar a otros a encontrar su libertad en Cristo, pero lograr esto en mi propia familia es otra cosa. ¿Te sería posible encontrar un momento para hablar con mi esposa, Mary? Es una mujer maravillosa, la gente la ve muy equilibrada, pero interiormente tiene una lucha diaria». Observe que esta es la esposa de un hombre que tiene un ministerio. Sin embargo, ¿por qué Satanás no debería atacar a los que se encuentren en el frente de batalla? Me reuní dos veces con Mary. El primer día apenas llegamos a conocernos. Al segundo día la acompañé a dar los pasos hacia la libertad en Cristo, relacionados con las siete áreas principales en que Satanás podría tener la oportunidad de lograr una fortaleza en nuestras vidas (estos pasos hacia la libertad se encuentran en el apéndice). A la semana siguiente recibí esta carta: Querido Neil: ¿Cómo se lo puedo agradecer? El Señor me permitió pasar un rato con usted cuando llegaba a la conclusión de que no había esperanza de romper con la espiral descendente de la derrota continua, de la depresión y la culpabilidad. No conocía mi posición en Cristo ni reconocía las acusaciones del enemigo.

Todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera. Prácticamente me crié en la iglesia, y por eso, así como también por ser esposa de un pastor durante veinticinco años, todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera. Al contrario, sabía que interiormente no tenía infraestructura, y a menudo me preguntaba cuándo se desplomaría mi vida bajo el peso de tratar de mantener mi fortaleza. Parecía que lo único que me sostenía era la voluntad firme de seguir adelante.

Era un día diáfano y maravilloso cuando salí de su oficina el jueves pasado; al ver las montañas coronadas de nieve sentí que un velo se me había caído de los ojos. En la casetera sonaba la melodía al piano del himno: «Alcancé salvación», cuyas palabras prácticamente estallaban en mi mente ante la conciencia de que estoy bien con mi Dios … por primera vez en muchos años. Al día siguiente en el trabajo, mi respuesta inmediata a la pregunta: «¿Cómo estás hoy?», fue: «¡Estoy maravillosamente bien! ¿Y tú, cómo andas?» Antes hubiera susurrado algo así como que apenas estaba viva. El siguiente comentario que escuché fue: «Bueno, algo te tiene que haber sucedido ayer».

Quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida. He escuchado las mismas canciones y he leído los mismos versículos bíblicos de antes, pero es como si fueran totalmente nuevos. Hay gozo y paz entretejidos en medio de las mismas circunstancias que antes me llevaban al fracaso y al desánimo. Por primera vez he querido leer mi Biblia y orar. Me cuesta contenerme porque quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida, pero mi verdadero deseo es que mi vida grite por mí. El engañador ya ha tratado de sembrar en mi mente que esto no va a durar, que es simplemente otro truco que no va a servir. La diferencia es que ahora sé que esas son mentiras de Satanás y no la verdad. ¡Cuán distinta me siento con mi libertad en Cristo! Muy agradecida, Mary

Y en efecto, ¡cuán distinta! ¿Será que hay algo especial en Neil Anderson que hizo que esta sesión de consejería fuera tan eficaz? ¿Será que tengo un don único de Dios o una unción especial? No lo creo. Es más, hay gente en todo el mundo que utiliza con resultados similares las mismas verdades que yo para ayudar a la gente a encontrar su libertad en Cristo. Entonces, ¿cómo nos explicamos tales resultados?

¿Qué es la salud mental? Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en cierto modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada persona mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto lo sería cualquier que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de nuestra cultura occidental, esta gente tiene un problema neurológico o sicológico. Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla bajo medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a muchas personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces demoníacas o con trastornos de personalidad múltiple). Contando con la colaboración de la persona, normalmente se requiere entre dos y tres horas y media para liberar a un cristiano de esa influencia. En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es más fácil

creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y no que son enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una parte converse con la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se están volviendo locos, sino que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes. No se puede imaginar el gran alivio que esto da a las personas atribuladas. Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo. Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin embargo, que durante un trauma severo la mente se puede disociar como mecanismo de defensa para sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último capítulo.

Satanás paraliza a su presa Cualquiera que esté bajo ataque espiritual fallaría también en el segundo criterio para la salud mental: estar relativamente libre de la ansiedad. El temor es un hecho para los esclavizados. Como un león, el rugido engañador de Satanás (1 Pedro 5:8) paraliza de temor a su presa, pero debemos permanecer firmes en nuestra fe, o sea, en lo que creemos. El temor y la fe se excluyen mutuamente. Si el temor a lo desconocido gobierna nuestra vida, entonces no hay fe en Dios. Sólo el temor de Dios es compatible con la fe bíblica. En realidad, este león que se llama «Satanás» ya no tiene dientes, ¡pero con sus encías está asustando de muerte de manera desaforada a los cristianos! Un pastor amigo llamó para pedirme ayuda. Su esposa estaba enfrentando una enfermedad terminal, y él me llamaba porque ella experimentaba un temor tremendo. En el transcurso de nuestra conversación ella me dijo con lágrimas que quizás no era una cristiana. Eso me asombró. Era uno de los más amorosos y piadosos ejemplo de cristianismo que jamás he conocido. Sin embargo, al encontrarse cara a cara con la muerte no tenía seguridad de su salvación. —Cariño—le contesté—, si tú no eres cristiana, estoy en problemas serios. ¿Por qué piensas eso? —A veces cuando voy a la iglesia tengo pensamientos terribles acerca de Dios y me pasan malas insinuaciones por la mente—replicó. —Esa no eres tú—le aseguré. Media hora después entendía de dónde provenían esos pensamientos y cuáles eran las tácticas de Satanás; con eso se desaparecieron, así como su temor. Si esos pensamientos hubieran sido suyos, ¿qué podía haber concluido respecto a su propia naturaleza? «¿Cómo puedo ser cristiana y a la vez pensar esas cosas?», razonaba, así es como lo hacen millones de cristianos bien intencionados. Cuando se expone la mentira y se comprende cuál es la batalla por la mente, se gana la mitad de la lucha. La otra mitad se gana teniendo un verdadero conocimiento de Dios y sabiendo quién es uno como hijo de Dios.

Dónde empieza la salud mental Creo que la salud mental empieza con un conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos como sus hijos. Si sabe que Dios lo ama, que jamás lo dejará ni lo desamparará y que le ha preparado un lugar para toda la eternidad … si sabe que sus pecados son perdonados, que Dios suplirá todas sus necesidades y lo habilitará para vivir con

responsabilidad en Cristo … si no le teme a la muerte porque la vida eterna es algo que posee ahora y para siempre … si sabe todo eso … si lo conoce profundamente y lo cree … ¿tendrá buena salud mental? ¡Por supuesto que sí! Si la salud mental empieza a partir de ese conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos, déjeme agregar de inmediato que la clave de la enfermedad mental es un conocimiento distorsionado de Dios: una comprensión patética de su relación con Él y la ignorancia de quién es usted como hijo de Dios. Por eso los consejeros seculares muchas veces odian la religión. ¡La mayoría de sus clientes son muy religiosos! Visite un salón siquiátrico en un hospital y observará algo, unas de las personas más religiosas que jamás haya visto, pero no tienen una comprensión real de quiénes son en Cristo. Como los consejeros seculares ignoran el mundo espiritual, se equivocan al echar la culpa de los problemas de sus clientes a los pastores y a las iglesias (aunque debo aceptar que existen algunos pastores e iglesias bastante enfermizos, que en realidad le crean problemas a la gente).

El evangelio en la consejería sicológica Le pido a Dios que venga el día en que se pueda definir la consejería cristiana en base a dos asuntos clave. Primero, ¿qué papel juega el evangelio en el proceso de consejería? ¿Son los atribulados sólo un producto de su pasado, o serán principalmente un producto de la obra de Cristo en la cruz? Las experiencias del pasado pueden tener un efecto profundo sobre nuestro diario vivir y en nuestras perspectivas actuales, pero, ¿podremos ser libres de nuestro pasado? ¿Cómo? A menudo se hacen intentos de arreglar el pasado. Usted no puede arreglarlo; ni se puede devolver para deshacer lo hecho. Es muchísimo mejor la verdad de que se puede ser una nueva criatura en Cristo Jesús y obtener su libertad del pasado, estableciendo una nueva identidad en Cristo y perdonando a los que le hayan ofendido. La cruz de Cristo es el eje central de la historia y de la experiencia humanas, y sin esto no habría evangelio ni perdón (este es el tema de mi primer libro, Victory Over the Darkness [Victoria sobre la tinieblas]). El segundo asunto clave que debe caracterizar a la consejería cristiana se relaciona con la perspectiva bíblica del mundo: ¿Toma en cuenta el consejero pastoral la realidad del mundo espiritual? ¿Qué importancia tiene en nuestro proceso de consejería el hecho de que «nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales»? (Efesios 6:12) ¿Cómo puede el consejero conducir a la persona de la esclavitud a la libertad? (Este es el tema de mi segundo libro, The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas]. Ambos libros ofrecen la base teológica por medio de la cual encontraron su libertad en Cristo las personas cuyas historias se relatan en el presente tomo.)

¿Poseído por un demonio o endemoniado? Hay otro asunto que tiene que ver con la posesión demoníaca. ¿Puede un cristiano ser poseído por un demonio? No hay asunto que polarice más a la comunidad cristiana que este, y la tragedia es que no hay forma bíblica para resolverla. Sin embargo, existen dos

puntos dignos de notarse: en las traducciones bíblicas del griego al castellano, la frase «poseído por un demonio» se deriva de una sola palabra griega. Por lo tanto, prefiero usar más bien la palabra «endemoniado». Además, la palabra que se traduce como «posesión demoníaca» jamás vuelve a aparecer en las Escrituras después de la cruz, por lo que nos deja sin ninguna precisión teológica respecto a lo que consiste estar endemoniado en la era de la Iglesia. Pese a ello, el que un cristiano pueda estar de un modo u otro bajo la influencia del «dios de este mundo» es un hecho en el Nuevo Testamento. De no ser así, ¿por qué se nos instruye que nos pongamos la armadura de Dios y estemos firmes (Efesios 6:10); que cautivemos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5), y que resistamos al diablo (Santiago 4:7)? ¿Qué pasa si no nos ponemos la armadura de Dios, ni nos mantenemos firmes, ni nos responsabilizamos por lo que pensamos? ¿Y qué si dejamos de resistir al diablo? ¿Entonces qué? Somos presa fácil para el enemigo de nuestras almas. Así que, ¿cómo nos damos cuenta si un problema es sicológico o espiritual? Creo que esa pregunta es fundamentalmente falsa. Nuestros problemas nunca dejan de ser sicológicos. No hay momento alguno en que las experiencias previas, las relaciones personales y nuestra propia mente, voluntad y emociones no contribuyan a nuestros problemas actuales, ni sean la clave para resolverlos. Pero, de igual modo, nuestros problemas jamás dejan de ser espirituales. No hay momento en que Dios no esté presente, ni momento en que se pueda dar el lujo de quitarse la armadura de Dios. La posibilidad de ser tentado, acusado y engañado por el maligno es una realidad constante. Debemos tratar con la totalidad de la persona, tomando en cuenta tanto lo espiritual como lo sicológico, o una espiritualidad falsa suplantará a la auténtica, como sucede con la invasión de la filosofía de la Nueva Era en los grupos de los doce pasos así como en otros de autorrecuperación, de sicología secular y de educación.

¿Un encuentro con la verdad o un enfrentamiento de poderes? Ahora me gustaría tocar un tema de metodologías. Propongo sostener un «encuentro con la verdad» antes que un «enfrentamiento de poderes». El modelo clásico de liberación es conseguir a algún experto que invoque al demonio, consiga su nombre, y hasta su rango en la jerarquía, para luego echarlo fuera. En un enfrentamiento de poderes hay una lucha entre un agente externo y la fortaleza demoníaca. Pero no es el poder el que le da la libertad al cautivo: es la verdad (Juan 8:32). Cuando viven en derrota, los creyentes a menudo estiman equivocadamente que lo que necesitan es poder, así que buscan alguna experiencia religiosa que se los prometa. No hay ningún versículo en la Biblia, después de Pentecostés, que nos inste a buscar el poder, sólo la verdad. Eso se debe a que el poder del cristiano reside en la verdad; al estar en Cristo poseemos todo el poder que necesitamos. El problema es que no lo vemos ni lo creemos, por lo que el apóstol Pablo ora que lleguemos a comprenderlo (Efesios 1:18, 19). En contraste, el poder de Satanás reside en la mentira y una vez que esta se ha expuesto ese poder queda anulado. En un encuentro con la verdad, trato únicamente con esa persona y no hago a un lado su mente. De forma que la gente es libre para tomar sus propias decisiones. Jamás hay falta de control en la medida en que facilito el proceso de ayudarles a asumir su responsabilidad ante Dios. Al fin y al cabo, no es lo que yo diga, haga o crea lo que libera a la gente; es a lo que renuncien, confiesen, abandonen, a quienes perdonen y la verdad que reafirmen lo que

les da la libertad. Este «proceder de la verdad» me exige que trabaje con la persona integralmente, tratando con su cuerpo, su alma y su espíritu.

La medicina y la iglesia Tratar a la persona en su totalidad incluye lo físico y lo interpersonal. Por supuesto, existen problemas glandulares y desequilibrios químicos, y tanto la iglesia como el campo médico deberían ansiar los aportes. La profesión médica se dispone a sanar el cuerpo, pero sólo la iglesia está en condiciones de resolver los conflictos espirituales. Así que no nos sentemos en juicio de las deficiencias del mundo secular si como iglesia no nos responsabilizamos con las soluciones espirituales. En estos últimos días veremos muchas falsedades espirituales. En mi libro, Walking Through the Darkness [Caminando a través de las tinieblas], trato de identificar esos falsos prodigios y establecer los parámetros de la dirección divina. Necesitamos ese tipo de discernimiento espiritual para mantenernos firmes contra las filosofías de la Nueva Era y de los falsos maestros que surgirán de entre nosotros (2 Pedro 2:1 ss). Los principales promotores de la medicina integral son los de la Nueva Era, y son los que manejan la mayoría de los negocios de alimentos para la salud. No hay nada malo en comprar las pastillas en los estantes, pero no lea la literatura en los anaqueles.

El mayor asidero de Satanás Además, nuestros problemas jamás se originan ni se resuelven independientemente de las relaciones personales. Tenemos una necesidad absoluta de Dios, pero también nos necesitamos desesperadamente unos a otros. En mi experiencia, la falta de perdón para con los demás le abre a Satanás la principal puerta de acceso a la iglesia. Cuando la gente perdona de corazón, da un paso gigantesco hacia la libertad. Y una vez libres, las buenas relaciones ayudan a promover ese crecimiento. Es por eso, por ejemplo, que no es una solución adecuada resolver el problema espiritual de un niño para volverlo a internar en una familia con disfunción en sus relaciones. (Steve Russo y yo hemos tratado extensamente este tema en nuestro libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos].)

No hay tal madurez instantánea El último asunto es distinguir entre la libertad y la madurez. No creo en la madurez instantánea. Se necesita mucho tiempo para renovar nuestras mentes, desarrollar el carácter y aprender a vivir con responsabilidad. Un cautivo primero necesita ser liberado para luego aprender a disfrutar de esa libertad, porque fue por libertad que Cristo nos hizo libres (Gálatas 5:1). En mi experiencia, las personas atadas no crecen y rara vez, si acaso, experimentan la sanidad emocional. Una persona atada necesita su libertad y a una persona herida hay que tratarla con compasión para que pueda recibir su sanidad con el tiempo. Ahora bien, permítame presentarle a algunos de los seguidores selectos de Cristo. Conforme digan la historia de sus vidas, agregaré algunas percepciones mías respecto a la naturaleza y solución de sus problemas. Por lo menos usted aprenderá tanto de sus experiencias como de mis comentarios. Es mi oración que sus testimonios sean de tremendo estímulo para los que anhelan ser libres, así como para los que desean ayudarles.

1

Molly: Libertad del ciclo de abusos Me agrada empezar una conferencia preguntándole a la gente: «¿Me agradarían si en verdad lograra conocerlos en el poco tiempo que estaré aquí? Quiero decir: ¿Si los llegara a conocer verdaderamente?» Hice esa pregunta a mi clase en el seminario y antes de que pudiera continuar uno de mis alumnos respondió: «¡Me tendría lástima!» Lo dijo en broma, pero captó la perspectiva de muchos que experimentan una vida de desesperación disimulada. Perdidos en su soledad y autocompasión, se aferran a un hilo de esperanza que, de alguna manera, Dios irrumpirá entre la espesa neblina de la desesperación que rodea sus vidas. El sistema no los ha beneficiado. Los padres que se suponían iban a ofrecer el amor, el cariño y la aceptación que necesitaban, eran más bien la causa de su condición. Tampoco la iglesia de la que se habían aferrado en busca de esperanza parecía tener las respuestas. Tal es el caso de la persona que nos presenta el primer relato. No conocía a Molly antes de recibir su extensa carta, en la que me dio a conocer su recién lograda libertad en Cristo. Meses más tarde, tuve el privilegio de encontrarme con ella cuando dictaba una serie de conferencias. Esperaba ver a una criatura acabada y regordeta. Por el contrario, la persona que almorzó con mi esposa y conmigo era una profesional inteligente y atractiva. Conforme usted conoce, creará su imagen mental. Su relato es importante porque no la aconsejé personalmente. Encontró su libertad viendo en la Escuela Dominical los videos de nuestro congreso sobre «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Su historia representa a todos los que sufren debido a una familia disfuncional y a una iglesia inepta. Creo que muchos de los que hoy viven en la esclavitud espiritual saldrían a la libertad ahora mismo si supieran quiénes son en Cristo y cuál es la naturaleza de la batalla espiritual que se libra en sus mentes. Jesucristo es el que libera, Él ha venido a darnos vida en abundancia. *

*

*

La historia de Molly Nací de las dos personas más odiosas que jamás he conocido. Toda mi vida ha cambiado desde que empecé a participar en la serie de videos sobre: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Por primera vez en mi vida se me aclaró cuál era la fuente de mis ataduras. Tengo cuarenta años y siento que sólo ahora he encontrado «la tierra prometida». Nací en una zona rural de Estados Unidos, hija de las dos personas más miserables que jamás he conocido. Mi padre era un agricultor de muy poca educación que se casó con mi madre cuando ella era muy joven. Él era uno de los quince hijos de una familia plagada de

enfermedades mentales. Hay también una gran inestabilidad en la familia de mi madre, pero simplemente niegan que haya un problema. La luz que más brillaba entre mis familiares era mi abuela. De no haber sido por ella, estoy convencida que de no haber sido por ella, hace años estuviera loca. Fue una santa y yo sabía que me amaba. Fui la primogénita de mis padres, sin embargo, nací cuando cumplieron doce años de casados. Mis primeros recuerdos de ellos juntos eran que en la noche mi madre dejaba fuera a mi papá. Todavía veo la expresión feroz de su cara mientras se dirigía a mí a través de la puerta y gritaba: «¡Molly! Ábreme la puerta y déjame entrar». Mi mamá, parada directamente detrás de mí, me gritaba: «No te atrevas a abrir esa puerta».

Al pie de la cama pude ver la clásica figura del diablo Mis padres se divorciaron cuando tenía cuatro años y mi madre nos llevó a otra casa. Mucho antes del divorcio recuerdo la noche en que mis padres iban a salir. Mi hermanita de un año de edad y yo estábamos en la cama de ellos, sin duda esperando a la muchacha que nos iba a cuidar, cuando de repente vi bailar al pie de la cama una aparición malévola exactamente como el tradicional diablo rojo. Estaba petrificada del temor y me sentí obligada a no decirle a nadie lo que veía. Llamé a mi mamá y llorando solamente le dije que había algo en el cuarto. Encendió la luz y dijo: «Aquí no hay nada, ni acá». Me cubrió con las mantas para no ver el pie de la cama cuando ella apagó la luz y salió del cuarto. Pasé largo rato escondida debajo de las mantas, demasiado aterrorizada como para asomarme. Cuando lo hice, todavía estaba allí aquella presencia, riendo.

Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal. Después del divorcio de mis padres, recuerdo que se encontraron una vez en la calle, se pararon a conversar y papá le pidió a mamá que lo dejara llevarse a mi hermanita. Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal, porque me indicaban que mi padre no me quería. Lo más probable es que las voces hayan empezado en esa época: «Tu padre ni siquiera te quiere». Y era verdad. Siempre me había dicho que era «exacta a mi madre». Sabia lo que significaba eso: Sabía que la odiaba. Ella era colérica y a mí me aterraban sus arranques de ira. Una vez, cuando tenia unos seis años y estaba en casa de mi papá, una tía le dijo: «Molly es exacta a ti». De inmediato, cambió su expresión por completo y le gritó: «¡Es exacta a su madre! ¡Vivi dieciséis años con esa mujer y ella se parece a su madre!» Diciendo eso salió furioso de la casa y sentí que un dolor agudo me atravesaba el pecho.

Temía mucho que ella nos envenenara. Nuestros familiars pensaban que mi madre podría maltratarnos. Una vez, cuando ella estaba muy mal llegó una tía y se paró fuera, frente a una de las ventanas. Nos estaba vigilando porque temía por nuestra seguridad. Mamá nos maldecia muchísimo y controlaba nuestras vidas totalmente. No tenía amistades, ni amor, ni ternura y a menudo decía que su

vida habría sido mucho major sin mí. Sentí que estaba resentida con nosotros y que le éramos un estorbo. En los dos años siguientes, mamá llegó a ser aún más cruel y malévola. Temí por mi vida el resto de mis años junto a ella. Aunque no conocía mucho del mundo espiritual, sentía, aun en ese entonces, que Satanís estaba involucrado en nuestra vida familiar. Llegó el momento en que no comía a menos que ella lo hiciera antes, porque temía que nos envenenara. Me es imposible describir el terror de ser una niña que siempre vivía amenazada por el peligro de muerte. Aun cuando algunos de nuestros parientes temían por nuestra seguridad, no nos ayudaron porque le temían más a ella. Una vez, cuando tenía catorce años, mi madre creyó que le habia perdido algo y no me quiso alender cuando traté de decirle que nunca habia tenido en mis manos aquello. Me pegó y me estuvo maldiciendo desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana, obligándome a revisar la basura una y otra vez para encontrar ese objeto. Al fin se acostó. Sin duda muerta del cansancio. ¡Lo que buscaba era la tapita del tubo de pasta de dientes! Poco después llegó mi padre para su visita mensual. Tal vez nos hubiera visitado más a menudo a no ser que su esposa alegaba y rabiaba todo el tiempo que estaban con nosotras, tratándonos de la misma manera que lo hacía nuestra madre. De regreso a casa ese día, de repente mi mente se quedó en blanco. No podía recordar quién era ni toda esa gente que estaba en el auto. Se me hizo un enorme nudo en la garganta, estaba tan asustada que no podía hablar. Luego, de manera igualmente repentina, me volvió la memoria como un torrente apenas papá hizo que el auto doblara hacia la calle en que vivíamos. Cómo odiaba el regreso al «infierno» de mi hogar, pero no tenía otro recurso. En medio de todo, anhelaba desesperadamente el amor de mis padres. Todavía cuando tenía treinta y tantos años llamaba a mi madre a diario, a pesar de que muy a menudo me tiraba el teléfono. A esas alturas seguía tratando de obligarla a amarme.

Siempre me amenazaba con decirle a mi mamá que yo fumaba cigarrillos si le contaba lo que él me hacía. Cuando aún era pequeña, uno de mis tíos, que tenía muchos hijos, llegaba a mi casa y me sacaba a pasear. Al parecer, a mi madre jamás se le ocurrió ser cautelosa y preguntarme por qué hacía eso. Cuando tenía entre cuatro y siete años, recuerdo que me hacía caricias íntimas y me amenazaba con que si alguna vez le contaba a mamá lo que me hacía, me acusaría con ella de fumar cigarrillos. Recuerdo haber sentido una culpabilidad inmensa, creyendo que debía haber dicho que «no», pero tenía miedo de hacerlo. Después llegué a enviciarme con la masturbación, un problema que jamás pude controlar hasta que encontré mi libertad en Cristo. Ese deseo sexual ha tratado de volver, pero ya sé lo que tengo que hacer: simplemente proclamo en voz alta que soy hija de Dios, le digo a Satanás y a sus mensajeros malignos que me dejen. Entonces la compulsión se va inmediatamente. Hace poco quise contarle a alguien acerca de esa adicción sexual para aceptar mi responsabilidad. Cuando se lo conté a una de mis amigas del mismo estudio bíblico, exclamó: «¡Yo siempre he tenido ese mismo problema!» Lloramos juntas y le conté de mi victoria sobre esa influencia demoníaca y sobre todos los pensamientos sexuales violentos que la acompañaban. Me regocijo ahora que ya no tengo que estar sometida a la presencia malévola y al poder arrollador que se asociaba con ese acto. En Cristo soy libre para decidirme a no pecar de esa manera.

De nuevo, a los nueve años de edad, un compañero de trabajo de mi madre abusó de mí. Ella le permitía llevarnos a pasear en auto, a mi hermana y a mí, me besuqueaba y me metía su lengua en la boca. Una vez estaba tan asustada de lo que me podría hacer que me subí a la ventana trasera de su auto y le rogué que nos llevara a casa, después de lo cual jamás nos volvió a sacar.

Había visto películas en que la gente perdía toda noción de la realidad. A medida que crecía, todo empeoraba. No recuerdo exactamente cuándo fue, pero empecé a pedirle a Dios que no me dejara volver loca y parar en un asilo. Sabía que no sería muy difícil terminar allí porque había estado escuchando voces desde que tenía uso de razón. Había visto películas como «Las tres caras de Eva», en que la gente perdía toda noción de la realidad y me era fácil verme en esa misma condición. No teníamos vida espiritual alguna. Mi madre rechazó el cristianismo totalmente y no me dejaba hablar con ella del tema. Mi padre asistía todos los domingos a la iglesia, pero era demasiado legalista, trampa en la que después caí yo también. De adolescente empecé a asistir a una iglesia del vencindario y me convertí en una legalista muy aferrada, haciendo todo lo que me indicaran … todo … para lograr ser feliz cuando fuera adulta. A la edad de catorce años le pedí a Jesucristo que fuera mi Salvador. Me sentí tan emocionada que esperaba con ansias aprender todo lo que pudiera sobre Él. La primera vez que asistí a un grupo de jóvenes, distribuyeron unos libros y nos asignaron una tarea. Para la siguiente semana, ya había contestado todas las preguntas y había comprado un cuaderno de notas. Alguien vio que había completado el trabajo y gritó: «¡Miren, todos! Ella hasta contestó las preguntas». Todo el grupo se rió y jamás volví a hacer una tarea. La Escuela Dominical fue peor. Había muchas muchachas en la iglesia que eran acaudaladas, toda la clase pertenecía a una hermandad de muchachas, excepto otra muchacha y yo. Ella y yo nos llamábamos cada domingo por la mañana para estar seguras de que ambas asistiríamos, porque las demás no nos hablaban y ninguna de las dos quería estar allí sola. En todo ese tiempo las voces me decían: «Eres fea. Eres repugnante. Eres indigna. Dios jamás te podrá amar». Y con lo que era mi vida, me convencí de que era así.

Cuando me casara, Dios me permitiría encontrar la felicidad. La opresión, la depresión y las voces de condena seguían, pero nadie lo sabía. No tenía a quién contarle esta parte de mi vida. Creía que lo merecía. Cuando trataba de contarle a la gente cómo era mi madre, no entendían o respondían de manera inadecuada. Una vez se lo confesé a una maestra en la Escuela Dominical y me dijo: «Vamos a hablar con tu mamá». Fue tal el terror que sentí por lo que sabía sería la reacción de mi madre una vez que se hubiera ido la maestra, que me negué a hacerlo. Estaba demasiado aterrorizada. Vivía de acuerdo al código del autoesfuerzo, tratando de complacer a mamá para evitar que se enojara. Creía que Dios me había puesto en el lugar donde estaba y, si podía aguantar el sufrimiento, ser obediente, llevar una vida buena y sin pecado, cuando me

casara, Él me permitiría encontrar la felicidad. Mi meta era tener un hogar y un marido cristianos para ser feliz; tener un lugar seguro donde nadie abusara de mí.

El matrimonio fue una gran conmoción. El verano después de mi graduación de la enseñanza secundaria me encontré con un hombre que me presentaron en aquella graduación, fue amor a primera vista. Con él me casaría diez meses después, a los diecinueve años de edad, en busca de felicidad. Asistíamos a la iglesia todos los domingos y miércoles por las noches y a cualquier otro programa al que se pudiera asistir. Pero no teníamos amistades y jamás nos invitaron a otro hogar. En nuestra iglesia no ofrecían orientación prematrimonial, de manera que el matrimonio fue una gran conmoción. Me había guardado para el matrimonio, pero odiaba el sexo. Al cabo de una semana, mi marido empezó a salir de casa por largo rato, a veces todo el fin de semana. Nos mudamos a un apartamento y con todas las cajas sin desempacar, simplemente se fue a jugar golf y a estar con sus amigos. Ese fue el colmo, después de toda una vida de no sentirme jamás amada por nadie. Mi autoestima estaba tan baja que cuando me di cuenta de que a mi esposo ya no le importaba, me enfermé, sumida en una tremenda depresión. A las tres semanas, me convencí de pecado y me levanté, pensando: ¿Cómo podrá amarme? No podrá jamás respetar a una mujer que se le une y trata de seguir desesperadamente cada paso que dé. Así que traté de cambiar y de hacer que nuestro matrimonio marchara bien. No sé cómo, pero logramos estar juntos durante quince años … quince años de conflicto, de rechazo y de dolor … vacilando entre una vida de pretensión legalista en el cristianismo y de dar la espalda a Dios completamente.

No era el tipo de mujer coqueta. Esperaba que tener un hijo nos traería la felicidad, como no podía quedar embarazada empecé a visitar a distintos médicos. Cuando mi doctor de cincuenta años de edad fue bondadoso y me tomó de la mano, creí que simplemente actuaba como un padre. Pero luego me acarició íntimamente cuando estaba sobre la camilla. Más tarde, cuando me salió una protuberancia en un seno, fui a otro médico que me hizo algo parecido. No era el tipo de mujer coqueta; pues apenas si podía mirar los ojos a otra persona. Creo que es exactamente como obra Satanás, utilizando a los demás para traer su maldad a nuestras vidas cuando somos vulnerables. Me sentía muy incómoda mientras sucedían estas cosas, pero de todos modos estaba acostumbrada a sentirme molesta. Más tarde, me llamó una de mis amigas que trabajaba en un bufete de abogados, me dijo que uno de esos médicos le había hecho lo mismo a otra mujer, la que lo estaba enjuiciando. Fue en ese momento que al fin supe que no era yo, lo cual me alivió bastante de las muchas dudas que tenía sobre mí misma. Lo bueno era malo y lo malo era bueno. Los procesos mentales que tenía andaban tan equivocados que ya no sabía lo que era justo y recto. Al fin quedé embarazada y salté de repente a la maternidad. Al poco tiempo, mi esposo llegó a casa una noche y me dijo: «De lo único que hablan los compañeros de trabajo es de muchachas y de sexo, por lo que me paso la mayor parte del tiempo con Linda. Ella asiste a nuestra iglesia, es cristiana y en mi tiempo libre estoy con ella.

Me preguntó si me importaba y le dije que no. Con el tiempo me dejó por Linda. Mis amigas me habían advertido que se estaba viendo con otras mujeres, pero no lo creía. Simplemente decía: «Él no haría eso». Traté así el asunto porque quería evitar el dolor de saber o enterarme que me estaba siendo infiel.

Renuncié a Dios. Cuando al fin mi esposo me abandonó y me dejó con dos bebés, renuncié a Dios, culpándolo de todo mi dolor. En la iglesia había aprendido que el camino a la felicidad para la soltera era casarse con un cristiano, cosa que había hecho. Ahora estaba enojada con Dios y durante seis años lo eché a un lado. Mi madre me instaba: «Haz algo. No te quedes allí sentada toda tu vida. Haz algo, aunque sea malo». Mis compañeros de trabajo querían que los acompañara al bar y, aunque jamás había entrado en uno, fui con ellos y pronto quedé inmersa en ese estilo de vida. Jamás tuve la intención de salir con hombres indecentes, pero esa clase baja de personas me hacía sentir mejor. ¡Hasta terminé yendo a bares donde algunas de las personas ni siquiera tenían dientes! Supongo que ese era el único lugar donde me sentía bien conmigo misma porque ellos estaban peor que yo. Todavía estaba atada por el legalismo y a veces trataba de ir a la iglesia, pero eso demandaba un esfuerzo hercúleo. Los viernes en la noche iba al bar y, cuando mis hijos regresaban el sábado de la visita a su padre, volvía a mi papel de buena madre. El domingo trataba de llevarlos a la iglesia, pero cuando lo hacía, sentía como si me clavaran la frente. Había padecido siempre de dolores de cabeza, pero este dolor era insoportable. A veces me enfermaba y tenía que salir de la iglesia; una de ellas me vomité en el auto, por lo que decidí no volver a la iglesia.

Iba al bar y alguien me decía algo agradable. Recuerdo uno de los últimos sermones que escuché. El predicador dijo: «Hay una espiral descendente. Cuando empieza, el círculo es bien grande y las cosas se mueven lentamente en la superficie. A medida que baja se acerca cada vez más, adquiriendo velocidad hasta que pierde el control. Pero usted puede parar esa espiral descendente simplemente al no dar ese primer paso». Di ese primer paso y las cosas se escaparon de mi control y ya no pude parar. Cuando me deprimía, iba al bar y alguien me decía algo agradable. Me tomaba un trago y por el momento no me sentía tan mal. Me aceptaban más en el bar que en la iglesia. Desde los catorce años había asistido a ella con regularidad, pero nunca tuve una amiga íntima. Era muy retraída y parecía que la gente no me extendía la mano, por lo que me quedaba sola y triste. Me encontraba en una situación muy mala en mi vida. La gente en esos bares se peleaba con cuchillos y a veces alguno sacaba una pistola. Pero conforme pasaba el tiempo, logré ir a tomarme un trago sola sin hacerle caso al peligro. En realidad, no me importaba ya lo que me sucediera.

Recuerdo que decía: «No creo que esto sea malo».

Tuve un encuentro con el cáncer que me asustó mucho y pensé que quizás era Dios que me estaba golpeando fuerte. Así que renuncié a los bares y volví a la iglesia. Pero un año después ya se me había pasado el susto y había vuelto a mi antiguo estilo de vida. Vivía una mentira tal que era inevitable. Siempre había tenido una conciencia muy fuerte, pero en ese momento me acuerdo que pensé: Ni siquiera me siento mal por esto. Me sentía infeliz, miserable y pensé en el suicidio, pero era tan cobarde que no lo podía hacer. Mi vida estaba tan descontrolada que cuando conocí en el bar a un hombre que se quería casar conmigo, me lancé sin pensarlo. No le pregunté a Dios qué le parecía, porque sabía la respuesta que me daría y no me importaba. El tipo todavía estaba casado cuando lo conocí, era cliente del lugar donde trabajaba. Tenía muchísimo temor de que mencionara que me había conocido en el bar, pues quería mantener esa parte de mi vida en secreto. Me casé con él en mi desesperada búsqueda de felicidad, pero sólo estuvimos junto dos años. Aun antes de este matrimonio había vuelto al ciclo legalista en que trataba de controlarlo todo. Íbamos a la iglesia y me aseguraba de que mi esposo leyera todo lo que yo quería que leyera. Pero estaba más enfermo que yo y muy débil, sin el menor sentido de su identidad propia. Al principio pude controlarlo todo, pero cuando llegaron sus dos hijas a vivir con nosotros, «se desataron los infiernos». La madre había estado en un hospital siquiátrico y ahora tenía una relación lesbiana. Las niñas no tenían la menor disciplina y yo había decidido que las iba a «salvar»; pero me salió el tiro por la culata. Al fin le pedí a mi esposo que se fuera, pues ya sabía que lo estaba pensando y quise adelantarme a los hechos. Pedí el divorcio, pero entonces no podía dormir en las noches y paré el procedimiento. Sabía que lo que hacía era malo. Le dije que cuando quisiera, le daría el divorcio, pero jamás supe nada más de él.

Fuimos a los consejeros, pero nadie nos ayudó. Mi segundo esposo y yo sí fuimos a buscar consejería matrimonial, pero no hubo quien nos ayudara. La gente no trataba la realidad del conflicto espiritual, así que, ¿cómo nos podrían ayudar? Sólo nos daban una palmadita en la mano y nos decían que todo iba a resultar bien. Finalmente, el último consejero que tuve reconoció que estaba experimentando un problema espiritual. Muchas veces le hablé de mi temor a la muerte … de los pensamientos de suicidio … de la incapacidad de sentir el amor de Dios … de la nube que me rodeaba cada vez que entraba a mi casa … pero no parecía saber cómo ayudarme. Me preguntó si amaba a Dios, a lo que respondí: «No lo sé». Entonces me contestó: «Bueno, sé que lo amas». Le dije que el único Dios que conocía era el que me esperaba en los cielos con un martillo para golpearme. Discutió conmigo que Dios no era así, pero de nada valió. No le hablé de la enorme araña negra que veía todas las mañanas al despertar, porque apenas comenzaba las actividades del día se me olvidaba. Es increíble que hubiera sucedido durante diez años y que jamás lo recordara excepto en el momento en que sucedía. En ese momento me convencía de que tenía una pesadilla con los ojos abiertos. Finalmente no pude seguir fingiendo: lloraba todo el fin de semana y clamaba a Dios: «Ya no puedo fingir más que estoy bien». Apenas llegaban los niños del fin de semana con su padre, me levantaba y ponía la cara de buena madre. La verdad era que había pasado todo el fin de semana acostada en el sofá, envuelta totalmente en tinieblas. Jamás abría las ventanas y nunca salía. No le hablaba a nadie porque siempre habían voces que me decían:

«Ellos no quieren hablar contigo. No les gustas». Nunca me di cuenta de que esas cosas negativas que escuchaba en la cabeza las puso allí el mismo Satanás.

Era como si una nube me esperara para devorarme. De día, en mis labores, trabajaba más o menos bien, pero en el instante en que entraba por la puerta después del trabajo, me esperaba una nube para tragarme. De nuevo me tiraba en el sofá, sintiéndome miserable. Pequeñeces como ir a comprar al supermercado me eran dificilísimas porque allí había gente y sentía que todos me odiaban. Seguí visitando a ese último consejero porque estaba desesperada y ya no podía seguir con la farsa. Llegué al punto en que siempre lloraba en el trabajo y le dije a mi consejero: «Me estoy volviendo loca, me siento desgraciada. Ya no puedo más». Me dio un libro para leer, pero este no llegó a la raíz de mi problema. A pesar de que hablaba de Cristo, no había solución; la única esperanza era asistir a una de las clínicas que describía. Sin embargo, el libro tocaba el tema de la codependencia maligna y yo sabía que ese era mi caso: sin amistades, totalmente aislada, viviendo una mentira, sin saber quién era. Eso me aterró. Terminado el libro, fui a ver a mi consejero y le dije: «Esta soy yo …» Estaba al borde del suicidio, pero sólo me dijo que volviera a los quince días. Intenté ingresar a la clínica, pero no pude por no tener el dinero que exigían. En esa misma época, mi hermana estaba pasando también por problemas serios, pero no podía visitar al consejero de nuestra iglesia porque no era miembro. Tenían tantos casos que atender que no podían tomar casos que no fueran de miembros. Mi consejero recomendó una clase para hijos de familias disfuncionales, ofrecida en otra iglesia. También quise asistir, pero me era demasiado dificil volver a empezar con un grupo nuevo. Al llegar el fin de semana, se fueron mis hijos y me acosté en el sofá todo el viernes por la noche y todo el sábado, totalmente deprimida y comiendo nada más que rosetas de maíz. El domingo se me ocurrió que debería asistir a aquella clase. No había nada más difícil en este mundo que hacerlo, no sé ni cómo, pero logré armarme de valor. Apenas entré, me sentí completamente como en mi casa. Empecé a asistir con regularidad y me ayudó muchísimo, pues me sirvió de mucha ayuda tener amistades aunque también estuvieran enfermas.

A medida que observaba el video me quedaba boquiabierta. Una de mis nuevas amistades me invitó a una clase distinta en que iban a pasar una serie de videos de Neil Anderson. A medida que observaba el video, me quedaba boquiabierta repitiendo constantemente: Esto sí es verdad. A partir de ese momento, jamás falté ni una sola vez a la clase. Una vez fui enferma, porque no había nada en mi vida que me hubiera dado tanta esperanza. Cuando oí a Neil hablar de personas que escuchan voces, me emocioné muchísimo porque al fin había encontrado quien comprendiera lo que estaba experimentando. Luego habló de Zacarías 3 donde Satanás acusa al sumo sacerdote y el Señor le dice: «Jehová te reprenda». Esa verdad me liberó porque pensé: Yo lo puedo hacer. En ese momento me di cuenta de que el padre de las mentiras, Satanás, me había engañado. Me había acusado toda la vida y no me había plantado contra él. Aprendí que al estar en el Señor Jesucristo tengo autoridad para reprender a los espíritus engañadores y

rechazar las mentiras de Satanás. Cuando esa noche salí del curso, me sentí flotando en las nubes. Se fue mi depresión … se fueron las voces … ¡desapareció ese enorme objeto parecido a una araña que vi durante diez años en mi cuarto al despertar por las mañanas!

Ahora amo la luz. Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz donde antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas para permitir que entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa a personas que quieren estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera podido hacer antes. Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi familia fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta que escuché los videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy. Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi mamá conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo hecho. Ahora esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo. No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo cayendo en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en autocompasión. En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que Satanás quiere que crea y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que ahora conozco como la verdad. Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25). *

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Cómo vive la gente Nadie se puede comportar constantemente de manera que no corresponda con la visión que tenga de sí mismo. Molly creía que no valía nada, que nadie la quería, que no era digna de ser amada. Vivía una vida distorsionada, impuesta sobre ella por padres maltratados y abusadores. Ese ciclo de abuso habría seguido, de no haber sido por la gracia de Dios. Cada vez que escucho un relato como este, y son muchos los que oigo, simplemente deseo que la gente como Molly pudiera recibir un sano abrazo de parte de alguien, por cada vez que haya sido tocada por el mal. Deseo disculparme con ella porque tuvo que tener esos padres. Deseo ver que la gente tenga oportunidad de cambiar. Están sentados en los bares cerca de su iglesia. Algunos se meten sigilosamente por la puerta de atrás del santuario y se sientan en la última fila. Otros se convierten en pestes que se le guindan a uno y a quienes se busca evitar. Son hijos de Dios, pero no lo saben, y la mayoría no han sido tratados como tales.

Detener el ciclo del abuso Los cristianos tenemos todo el poder necesario para llevar vidas productivas y la autoridad para resistir al diablo. Las personas como Molly no son el problema; son las

víctimas … martirizadas por el dios de este mundo, por padres abusadores, por una sociedad cruel y por las iglesias legalistas o liberales. ¿Cómo paramos este ciclo de abuso? Los conducimos a Cristo y les ayudamos a establecer su identidad como hijos de Dios. Les enseñamos la realidad del mundo espiritual y los animamos a andar por la fe en el poder del Espíritu Santo. Nos importan lo suficiente como para enfrentarnos a ellos en amor y apoyarlos cuando caen. Lo hacemos al transformarnos en los pastores, padres y amigos que Dios quiere que seamos. Le hacemos caso a las palabras de Cristo en Mateo 9:12, 13: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. ld, pues, y aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para llamar a justos, sino a pecadores.

Los «Pasos hacia la libertad» que ayudaron a Molly cuando vio las películas, están en el apéndice. También se encuentran en el libro The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas].

El camino hacia Dios De ninguna manera estoy abogando por una solución fácil a los problemas difíciles. Parece que seguir siete pasos u oraciones sencillas es algo simple o fácil, pero me temo que no es así. Hay un millón de maneras en que uno se puede equivocar. El camino a la destrucción es amplio, las sendas numerosas y su explicación compleja. Pero el camino hacia Dios no es tan ancho. Jesús es el camino estrecho, la verdad simple y la vida transformadora. No es de extrañar que Pablo hubiera dicho: «Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Corintios 11:3). A pesar de esto, no es tan fácil ayudar a la persona a reconocer el engaño, la dirección falsa y a decidirse por la verdad. Saber cómo lograr que la persona se dé cuenta del dolor emocional del pasado y se esfuerce por perdonar no es tampoco tan fácil. Más bien, enfrentarla con su orgullo, su rebelión y su comportamiento pecaminoso exigen muchísimo amor y aceptación incondicionales. Muchos pueden elaborar estos pasos por sí solos como lo hizo Molly. Mi hijo me preguntó una vez si la gente podría lograr su libertad en Cristo. Sí lo pueden hacer, porque la verdad es la que nos libera y Jesús es el libertador. Sin embargo, muchos van a necesitar la ayuda de parte de una persona piadosa. Prerrequisito para el pastor o consejero es que tenga el carácter de Cristo y el conocimiento de sus caminos. Este tipo de orientación exige la presencia y la dirección del Espíritu Santo, el «Maravilloso Consejero». Pareciera como si la mayoría de los profesionales de servicio se concentraran en el problema. Padecemos de parálisis analítica. Si estuviera perdido en un laberinto, no me gustaría que alguien me estuviera explicando todas las complejidades de los laberintos y por qué la gente se mete en ellos. En realidad, no necesito que nadie me diga qué tonto fui al meterme en ese lío. Necesitaría y querría que alguien me diera un mapa para salir de allí. Dios envió a su Hijo como nuestro Salvador, nos dio las Escrituras como mapa del camino y nos envió al Espíritu Santo a guiarnos. La gente en todo nuestro entorno se está muriendo en el laberinto de la vida, por falta de alguien que le muestre con mucha ternura cuál es el camino.

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Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han permitido que las publiquemos. Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que veamos cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación; explicados basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra persona restaurada. Le ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las personas a quienes conocerá en este libro, y a contribuir a sanar las heridas de aquellos que atraviesen su camino.

Muertos al nacer San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos, pero muertos espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros años de formación aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni la presencia de Él en nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos. Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la carnalidad o de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne es desarrollar mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar con la vida, a tener éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios.

Vivos para la eternidad Cuando nos entregamos a Cristo recibimos vida espiritual, lo que significa que ahora estamos unidos con Dios. Esta vida eterna no es algo que recibimos al morir; la poseemos desde ahora mismo por estar en Cristo: «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene vida» (1 Juan 5:11, 12).

Programados de nuevo Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los recursos de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar» lo programado anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de transformación de Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a este mundo y reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este mundo; más bien,

transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Por lo tanto: • •

la tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que vivan en una relación de dependencia con Él. la tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su propio pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por Cristo como su única defensa.

Ser transformados La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo. Pero la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden obedecer solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y nuestra obediencia en la medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad: «El que dice, ―Yo le conozco‖, y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La desobediencia le da campo abierto a Satanás para realizar su obra en nosotros. Según Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los hijos de desobediencia». «La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la imagen y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y cuidadosamente, nos hace avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el carácter requiere tiempo. Pero hay otro dios que también está activo, y sería un descuido desastroso pensar que este proceso se realizara independiente del «príncipe del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás).

Dispersión del pasado En muchos casos, las experiencias traumáticas de la infancia siguen teniendo un impacto debilitador sobre la vida actual. Es muy común tener bloqueadas muchas de ellas en la memoria. Conscientes de esto, muchos sicólogos seculares intentan llegar a los recuerdos ocultos usando la hipnosis. Algunos tratan de inducir recuerdos mediante el uso de drogas en un programa de hospitalización. Si bien se les puede felicitar por su sinceridad, estoy totalmente en contra del uso de ambas opciones por dos razones: Primero, no quiero hacer nada que desvíe la mente de una persona; y segundo, no quiero adelantarme al tiempo de Dios. En las Escrituras no existe instrucción que inste a centrarse en uno mismo ni a dirigir sus pensamientos hacia dentro. Ellas siempre abogan por el uso activo de nuestras mentes y porque nuestros pensamientos se dirijan hacia afuera. Es a Dios a quien le pedimos que examine nuestros corazones (Salmos 139:23, 24). Toda práctica oculta intenta inducir un estado pasivo de la mente, y las religiones orientales nos exhortan a desviarla. Las Escrituras nos exigen que pensemos y asumamos la responsabilidad de llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Jesucristo (2 Corintios 10:5). Si hay dolor dentro de nosotros y recuerdos ocultos de nuestro pasado, Dios espera hasta que lleguemos a la madurez adecuada antes de revelárnoslos. Pablo dice: Para mí es poca cosa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; pues ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada

antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4:3–5).

La búsqueda de Dios ¿Qué debemos hacer cuando sabemos que algo de nuestro pasado todavía nos está afectando? Creo que debemos continuar en busca del conocimiento de Dios, aprender a creer y a obedecer todo lo que es verdadero y comprometernos con el proceso santificador de desarrollar nuestro carácter. Cuando hemos alcanzado suficiente seguridad y madurez en Cristo, Él nos revela un poquito más sobre quiénes somos realmente. En la medida en que Cristo se convierta en la única defensa que necesitemos, nos apartará gradualmente de nuestras formas antiguas de defendernos. Despojarnos de los antiguos mecanismos de defensa y revelar las deficiencias en nuestro carácter es como quitar las capas a una cebolla. Cuando se nos quita una capa nos sentimos muy bien. No tenemos nada en contra de nosotros mismos y nos sentimos libres de lo que piensen los demás de nosotros, pero todavía no hemos alcanzado la perfección. En el momento justo, Él nos revela algo más para que podamos disfrutar su santidad. Nuestro próximo relato tiene que ver con este proceso progresivo de santificación. Anne redactó la siguiente carta y me la entregó en medio de una conferencia. Escuchó quién era ella como hija de Dios, aprendió a caminar en fe y vio la naturaleza de la batalla en su mente. Se emocionó tanto que se adelantó y cumplió por sí sola los pasos hacia la libertad. *

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Estimado Neil: ¡Alabado sea Dios! Creo que esta es la respuesta que he buscado. ¡No estoy loca! No tengo una imaginación demasiado activa, como me han dicho y he creído, por años. Simplemente soy normal como todo el mundo.

¿Cómo podía admitir ante alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente? Durante toda mi experiencia cristiana he luchado contra pensamientos extraños que me apenaban tanto que nunca hablé a nadie de ellos. ¿Cómo le iba a contar a alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente? Una vez, en un grupo de cristianos, traté de hablar con sinceridad de lo que me pasaba. La gente se asustó, hubo un silencio tenso, entonces alguien cambió el tema. Casi me muero. Rápidamente aprendí que estas cosas no se aceptan en la iglesia, o por lo menos en esa época no lo hacían. No sabía lo que significaba llevar cautivo todo pensamiento. Una vez traté de hacerlo, pero sin mayor éxito, porque me culpaba a mí misma de todas estas cosas. Creía que todos esos pensamientos eran míos y que era yo quien los estaba produciendo. Siempre ha habido un terrible peso sobre mí debido a esto. Jamás pude aceptar el hecho de que fuera verdaderamente recta, porque no me sentía así. Gracias a Dios que sólo era Satanás y no yo. ¡Yo valgo! El problema es más fácil de tratar cuando se sabe lo que es. Me maltrataron cuando era niña. Mi madre me mentía mucho y Satanás utilizaba lo que decía, como: «Eres perezosa. Jamás vas a valer nada». Me alimentaba continuamente con demasiada basura, agobiándome con mis peores temores. Tenía pesadillas, temía que las

mentiras fueran ciertas y en la mañana amanecía deprimida. Me ha costado mucho deshacerme de todo esto. Como se me maltrató, aprendí a no pensar por mí misma. Hacía lo que se me ordenaba y jamás cuestionaba nada por temor a ser castigada. Esto me preparó para los juegos mentales de Satanás. Estaba condicionada, especialmente por mi madre, a que me dijeran mentiras sobre mi persona. Me daba miedo tomar el control de mi mente porque no sabía lo que podría suceder. Creía que perdería mi identidad porque no tendría quién me dijera lo que tenía que hacer.

Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! Actualmente he recuperado mi identidad por primera vez en la vida. Ya no soy producto de las mentiras de mi madre; ya no soy producto de la basura que me tira Satanás. Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! En medio de tanta asquerosidad, Satanás me había aterrorizado. Vivía aterrada de mi misma, pero gloria a Dios, ya eso se acabó. Antes me mortificaba tratando de distinguir si un pensamiento venia de Satanás o de mí misma. Ahora me doy cuenta que ese no es el punto. Simplemente debo examinar el pensamiento a la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad. Me siento un poco insegura escribiendo esta carta tan pronto. Quizás deba tomar una actitud de «veremos lo que pasa», pero es tal el gozo y la paz que siento en mi interior que debe ser auténtico. ¡Gloria a Dios por la verdad y por la oración contestada! ¡Ya soy libre! Con el corazón lleno de gratitud, Anne

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Se desprendió una capa de la cebolla. Se le dio a conocer a Anne lo crucial de la primera parte, de las Epístolas, que habla de nuestra identidad en Cristo. Ya ella no es simplemente un producto de su pasado; es una nueva criatura en Cristo. Con ese fundamento, pudo enfrentar y repudiar las mentiras que había creído por muchos años. Se sintió rechazada cuando trató de expresar algunas de sus luchas en el pasado, posiblemente porque los demás miembros del grupo luchaban con lo mismo sin poderlo resolver. Cuánto anhelo el día en que nuestras iglesias ayuden a la gente a establecer firmemente su identidad en Cristo, y ofrezcan un ambiente en que las personas como Anne puedan manifestar la verdadera naturaleza de su lucha. Satanás hace todo en la oscuridad. Cuando surgen asuntos como este, no debemos suspirar y cambiar de tema. Mantener todo a escondidas es comprar la falsa estrategia de Satanás. Andemos en la luz y tengamos comunión los unos con los otros para que la sangre de Jesucristo nos limpie de todo pecado (1 Juan 1:7). Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1:5). Dejemos de lado toda falsedad y hablemos la verdad con amor, pues somos miembros uno del otro (Efesios 4:15, 25). Ahora Anne sabe quién es y comprende la naturaleza de la batalla que se está librando en su mente. ¿Debe ser ahora totalmente libre? ¡No, no es cierto! Quedó libre de lo que analizó, pero Dios no había terminado con ella todavía. La cebolla no tiene una sola capa. A las dos semanas de terminada la conferencia, escribió la segunda carta. * Estimado Neil:

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¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permitame decir que fui a su conferencia sólo por razones académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía en mente para mí. De todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar desde donde terminé con usted hace unos días. Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos. Hace unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este problema. Me emocioné muchísimo cuando escuché la información en la conferencia, al principio de la semana. Era exactamente lo que le había pedido al Señor. En mi casa oré siguiendo todas las oraciones de los «Pasos hacia la libertad». Fue una lucha, pero dejaron de molestarme las voces. Me sentí libre, por lo que pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada estaba!

Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada y sarcástica. Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal vez necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había intentado una vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos cristianos bien intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis sentimientos. Es más, dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para ellos, el tipo de ira que yo sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a decir, que perdonaba a las personas que me habían dañado. Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser amargada y sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad es que lo era. Dios me mostró después, que mi amargura venía como resultado de negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar. Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar lista para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada incidente. Después, sería capaz de perdonar. Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración ritual de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no podía regresar a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al principio de la conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el estante académico el resto de la información.

El asunto del perdón me golpeó de nuevo. El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada. Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y enojada. Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía que no podría salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída o algo parecido, por lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no aguantaba las ganas de salir. Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente. Estaba enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que usted decía en la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a probar lo que fuera. Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me ayudara, ya que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres. Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido esa noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas personas porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía cómo

bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La iglesia me había enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente me siguiera cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa honrar a sus padres, supe que ese era mi boleto hacia la libertad. Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud de falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo, nunca hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que nos decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino, para cuando uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo aspecto del perdón, pero nunca ambos. Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin embargo, fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón. Antes no lo había tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien. Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener otra de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que me sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por culpa del maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le pedí al Señor que me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y media de la madrugada me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de la cama y la desperté. Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás, regresamos a la cama y ambas dormimos bien el resto de la noche. En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había tenido pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el diablo y que me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le pregunté al Señor qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época había empezado a ver el programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi programa favorito y lo veía fielmente. Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas de mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción extrasensorial, quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba de moda jugar con las ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro de mis programas favorito de televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la idea de usar mis muñecas como figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve contemplando la posibilidad de hacerle un maleficio. Cuando estaba en sexto grado ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y cuentos de Edgar Allen Poe, llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera olvidado todo esto. En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa época. Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un poder malévolo que había deseado tener. Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras cabalísticas. Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a través de los «Pasos hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han circulado en mi familia por años. Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón. Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un cuarto y me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo entregues». Ha

sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las mentiras con que había vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho.

Pude sentir que la opresión salió de mi corazón. Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos: «No vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que cada vez que recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y hablamos de lo que es realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada vergüenza para contarle nada. Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude sentir que la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera arrancado de allí. ¡Gloria a Dios! Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en mi gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad no tiene nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos esos cuadernos. Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que significa ser una hija de Dios. Gozosamente, Anne

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Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás. Quizás tenga más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene un marido amoroso y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que otros no puedan resolver los mismos problemas, pero puede que sea un poco más lento el proceso.

El perdón libera Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá únicamente mayor amargura. El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).

Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar». Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar, entonces empieza el proceso de sanidad. No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad.

Resistir el pecado Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato. Los consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y argumentan: «No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que esa persona te siga controlando. ¡Perdónala!» Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se enteren de maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a casa y se sometan, diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle a ese pastor: «Anda tú a esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a ti también». Pero, ¿no dice la Biblia que las esposas y los hijos deben someterse? Cierto, pero también dice que Dios ha establecido el gobierno para proteger a los niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea Romanos 13:1–7 y entregue a los abusadores a la ley, como se exige en muchos estados. Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro miembro, ¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo que es claramente un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el hijo? Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las necesidades de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se debería tolerar esto. Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al abusador permitiendo que continúe en su pecado. Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a volver a maltratar verbalmente como siempre». ―Póngale fin a eso‖, le dije. «Tal vez puede decirle algo como: ―Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí toda la vida. Nada has ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho ningún bien. Ya no puedo seguir con esto. Si tienes que tratarme así, me voy». Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre? Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como a su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría». «Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener responsabilidad económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta mujer el que tuviera que obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre para estar bajo la autoridad de su marido.

Vivir con las consecuencias La decisión principal que se toma al perdonar es pagar la pena por el pecado de otra persona. Todo perdón es eficaz. Si hemos de perdonar como nos perdonó Cristo, ¿cómo lo hizo Él? Tomó para sí los pecados del mundo: sufrió las consecuencias de nuestro pecado. Cuando perdonamos el pecado de otro, estamos dispuesto a vivir con sus consecuencias. Quizás diga: «¡Eso no es justo!» Bueno, pero va a tener que hacerlo de todos modos, sea que perdone o no. Todo el mundo vive con las consecuencias del pecado de otra persona. Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. En realidad, la única opción que tenemos es hacerlo dentro de la libertad producida por el perdón o dentro de la esclavitud que resulta de la amargura. Usted podría preguntar: «¿Por qué debo dejar que queden libres?» El caso es que cuando usted los engancha queda enganchado con ellos por medio de su falta de perdón. Un hombre exclamó: «¡Con razón no resultó cuando me mudé a otro lugar!» Cuando usted deja que se vayan libres, ¿se liberan de rendirle cuentas a Dios? ¡Jamás! Dice el Señor: «Mía es la venganza; yo daré la retribución» (Hebreos 10:30). Dios tratará con justicia a todos en el juicio final.

Incluya a Dios en el proceso Debemos incluir a Dios en el proceso. El tercero de los «Pasos hacia la libertad» trata el asunto de la amargura en contraste con el perdón y empieza con una oración pidiendo a Dios que «traiga a mi mente sólo a los que no he perdonado para que ahora lo pueda hacer». Muchos me han mirado con toda sinceridad, asegurándome que no creen que haya alguna persona a quien no hayan perdonado. Pero les he pedido que de todos modos me dijeran los nombres que les viniera a la memoria. No es nada raro que en pocos minutos tenga en mano una hoja llena de nombres, porque el Señor es fiel en contestar este tipo de oración. Luego pasamos la siguiente hora (o a veces, horas) trabajando a través del proceso del perdón. Animo a estas personas a orar: «Señor, perdono a (nombre) por (lo que hizo)», y luego repasamos todo dolor y maltrato que recuerden. Dios les traerá muchos recuerdos dolorosos para que perdonen de todo corazón. Es probable que por años Él haya traído a la memoria esos recuerdos, pero la gente los ha ido suprimiendo. Una persona dijo: «No puedo perdonar a mi mamá. ¡La odio!» «Ahora sí puedes», le dije. Dios jamás nos pide que mintamos acerca de lo que sentimos. Sólo nos pide que lo soltemos de nuestro corazón para que Él nos pueda librar de nuestro pasado. Insto a la gente a quedarse con la imagen de la persona que están perdonando hasta que haya salido a flote todo recuerdo doloroso, antes de seguir adelante con la siguiente persona. He visto salir a la luz experiencias que jamás habían hablado ni recordado antes. Algunos quizás respondan: «Mi lista es tan larga que no va a tener tiempo». Siempre les contesto: «Sí tengo tiempo. Si es necesario me quedaré aquí toda la noche». Y es la pura verdad. Un hombre empezó a llorar y me dijo: «Usted es la única persona que me ha dicho tal cosa». Este tipo de consejería no se puede dar en sesiones de cincuenta minutos. Me comprometo a permanecer con una persona a través de todos los siete pasos hacia la libertad para que pueda lidiar con cada área en la que Satanás haya intervenido. Una vez

iniciado el proceso, se debe cumplir todo; no se deben separar en sesiones diferentes. Una resolución parcial le dará a Satanás una oportunidad y un incentivo de hostigar con mayor fuerza.

Las capas de la cebolla No se sorprenda si la gente sale sintiéndose libre para luego luchar por varias semanas o meses. Quizás lleguen a la conclusión de que no resultó, pero si revisa los asuntos con los que ahora están lidiando, probablemente verá que estos representan otra capa de la misma cebolla. En muchos casos, como en los relatos en este libro, se mantiene la libertad cuando saben quiénes son como hijos de Dios y comprenden la naturaleza de la lucha en que estamos enfrascados. Mientras habitemos en el planeta Tierra tendremos que levantar nuestra cruz a diario y seguir a Jesucristo. Esto significa ponernos toda la armadura de Dios y resistir al mundo, a la carne y al diablo. En el capítulo 10 trataré el trauma severo en la niñez, como es el caso del abuso ritual satánico. Para quienes lo han sufrido, los recuerdos permanecen mucho más profundamente enterrados. Normalmente no logran recordar hasta que tienen treinta o cuarenta años de edad. El «efecto de la cebolla» es más pronunciado y siempre empieza desde la tierna infancia hacia adelante. Creo que debemos ayudar a esta gente a establecer firmemente su identidad en Cristo y luego ayudarles a resolver los conflictos en su pasado, conforme Dios se los revele lentamente. En todo momento sigo insistiendo en que la libertad es un prerrequisito para crecer. Esto se puede observar en el crecimiento rápido que ocurre en la vida de una persona cuando logra cierto grado de libertad. Sin embargo, como en el caso de Anne, estas personas enfrentarán muchos otros asuntos con que tendrán que lidiar. Por ejemplo, ella sintió una noche que le sobrevenía una opresión, pero había aprendido qué hacer para resistirla, y fue lo que hizo: expresar verbalmente el nombre de Jesús. Dependía del Señor para que la defendiera y se lo estaba anunciando al enemigo. Conforme otras tretas de Satanás, salen a la superficie, ella está aprendiendo a reconocerlas y exponerlas ante la luz de la verdad, verdad que la sigue liberando.

3

Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo

Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor, varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad. Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos conociéramos. He aquí su historia: *

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La historia de Sandy Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente. Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana. La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella. Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida lejos de todo eso. En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y delicada voz.

Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera. Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de rechazar las soluciones de mis padres.

Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para predecir el futuro, y creía que era mágica. Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola

tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una respuesta como «probablemente». Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía poder especiales. Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica. Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.

Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía como una temerosa niñita triste y sola. Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron. Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él no estaba o cuando dormía. Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva. En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo que odias y odio todo lo que amas. Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera.

Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura. A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos preguntó: «¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.

Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta … ¡y por diez años participé en ella! Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme: «Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi vida por ellos. Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro, como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera tenido que morir en una cruz.

Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza. Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación, creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos era que no estaban dispuestos a conocerla.

Vivía en dos mundos Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más. Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla.

Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla.

Cuando mi madre enfermó de cáncer, fui a visitarla en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla y así cuidar de su espíritu en la próxima vida. En esa próxima vida ella viviría en la secta y yo podría estar consciente de ella; entonces tendría una mejor vida que la que tuvo con mi padre. Mientras estaba con ella sentí un odio tremendo por sus amistades que visitaban su cuarto, le hablaban de Jesús y oraban por su sanidad. Yo ridiculizaba sus intentos, pero estaba asombrada de ver la fuerza de las convicciones de mi madre. Fue una batalla entre su mente y la mía, pero una noche estaba con tanto dolor y tan agotada emocionalmente que hizo conmigo una oración de compromiso para entregar su espíritu a la secta. Al día siguiente regresé a casa sintiéndome satisfecha, y ella murió a los pocos días. Recuerdo una tarde a las tres, mientras hacía crucigramas con una vecina, que de repente sentí la presencia de mi madre en el cuarto. Le dije: «¿Qué haces aquí? Supuestamente deberías estar en la sede de la secta». Más tarde ese mismo día me llamó mi hermano y me dijo que mamá había muerto esa tarde. Mi amiga en la secta me contó que todo estaba muy bien, que habían recibido el espíritu de mi madre. Con el tiempo me llamarían apenas naciera la bebé que iba a recibir el espíritu de ella, para que yo la fuera a visitar.

Eso me enojó tanto, que robé una Biblia para resaltar todas las mentiras. Cerca de una semana más tarde, recibí carta de una de las amigas de mamá que había estado con ella cuando murió. Dijo que mi madre se había ido a estar con Jesús, lo que me enojó tanto que fui a una iglesia local y me robé una Biblia. Iba a subrayar todas las mentiras en ella para luego enviarla a esta señora y mostrarle lo confundida que estaba, y para convertirla a la secta. Abrí la Biblia en la mitad y empecé a leer en el libro de Isaías. En vez de subrayar las «mentiras» me vi subrayando palabras como «Venid, pues, dice el Señor, y razonemos juntos[…] si volviereis a mí, yo me volveré hacia ti». Descubrí que el libro estaba lleno de pasajes acerca de que uno no se debe involucrar con médiums ni con astrólogos. Cuando terminé de leer estaba confundida respecto a cuál era la verdad. Jamás había leído una Biblia, mucho menos había poseído una, por lo que fui al final del libro para ver cómo terminaba todo. Cuando leí el libro de Apocalipsis me asusté, porque la secta enseña ese libro al revés. Ellos dicen que las personas son realmente «dioses» que regresan y toman el lugar que les corresponde en el cielo.

Me senté allí y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre. Regresé a la iglesia de donde había robado la Biblia y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre. Razoné que si ella había sido cristiana, entonces yo debía poderla contactar en un lugar cristiano. Cuando llegué a la iglesia, dije que estaba tratando de comunicarme con mi madre, dijeron muy amorosamente que no creían que la encontraría allí, pero me invitaron a desayunar con ellos y a conversar del asunto. Resultó ser un desayuno de comunión cristiana, donde por primera vez en mi vida me encontraba entre un grupo de personas cuyas vidas parecían ser especiales debido a su relación con Jesucristo.

En los siguientes meses aumentó mi confusión conforme iba y venía entre mi lectura bíblica y la de mis libros de la secta. Visité la iglesia donde había conocido a la pareja y ellos iban a mi casa simplemente para leer las Escrituras conmigo. Los considero mi madre y mi padre espirituales. Jamás me hicieron sentir mala; simplemente me amaron y me aceptaron. Cada mes me recogían para llevarme a su desayuno cristiano y a otros servicios de la iglesia.

Si ella había ido realmente a estar con Jesús, yo también quería estar allí. Durante esta época recuerdo que oraba y le decía a Dios que yo quería estar dondequiera que estuviera mi madre. Si había sido la causa de que ella hubiera perdido su entrada al cielo, entonces no quería ser cristiana porque quería estar con ella. Pero si realmente se había ido con Jesús, como me lo había dicho su amiga, deseaba estar allá también. No podía escoger. Una noche en sueños vi a mi madre caminando hacia mí junto con otra persona vestida de blanco, me dijo: «Te perdono por lo que hiciste y quiero que te perdones a tí misma y ores por tu padre». Eso me despertó como un tiro y desperté a mi marido diciendo: «Ya sé donde está ella». Me enojé por haberme pedido que orara por mi padre, pero así supe que era mi madre. Nadie más se atrevería a pedirme que hiciera eso. La siguiente semana asistí a la iglesia con esa pareja, entregué mi vida al Señor y renuncié a mi participación en la secta. Entregué a la pareja todos mis libros y los avíos de la secta, y ellos se lo llevaron de mi casa. En los dos años siguientes me discipularon y me llevaron a su grupo de comunión. A las seis semanas de ser cristiana me di cuenta de que estaba embarazada, por lo que me enojé con el Señor. Ya había tenido tres abortos y había decidido que no debía seguir con el embarazo sólo porque era cristiana. Pero mi marido, me dijo: «Yo pensaba que tú, como cristiana, no aceptarías un aborto porque los cristianos no creen en el aborto». Me enojé porque Dios me hablara a través de mi marido, quien ni siquiera era cristiano, pero Dios parecía decirme: «Mira, tu casa tiene suficiente espacio para un bebé. ¿Pero qué tal tu corazón? ¿Habrá campo en él?» Entonces me decidí a tener el bebé. A los nueve meses de haber nacido el bebé mi esposo entregó su vida al Señor. Me dijo: «Cuando te decidiste en contra de un aborto me impresionó la intervención de Dios y su impacto en tu vida».

Un sacerdote supo mi trasfondo y sugirió que probablemente yo necesitaría liberación. Me preguntaba si debería ser católica como había sido mi madre. Mis padres espirituales me dijeron que estaría bien que asistiera a la iglesia católica, por lo que empecé a asistir a un grupo de oración de católicos carismáticos. Cuando el sacerdote supo mi trasfondo sugirió que probablemente necesitaría liberación, por lo que me reuní con él. Empezó a hablar con lo que había dentro de mí, pidiéndole su nombre. La «cosa» le daba un nombre y luego se ponía iracunda y violenta; me asusté y le di una paliza al sacerdote. Esto me asustó tanto que decidí mantenerlo en secreto. Quise creer que si realmente era cristiana, Dios espantaría de mi vida esa horrible presencia. Como no sucedió así, no pude creer que en verdad tenía una relación con Dios. La gente me decía que yo estaba salva ya

que había entregado mi corazón al Señor, pero nadie me podía ofrecer la seguridad que buscaba. Me sentí medio mala, medio buena y no me podía imaginar cómo iría al cielo sólo la mitad de mí.

Iba a la iglesia, pero cuando llegaba a casa, las voces me atormentaban; ya no eran mis amigas. De nuevo nos mudamos, tuvimos más hijos y nos involucramos en una iglesia nueva y en sus estudios bíblicos, pero todavía experimentaba esa vida dividida. Iba a la iglesia, pero apenas llegaba a casa las voces empezaban a atormentarme. Ya no eran mis amigos: me acusaban, gritaban, se enojaban y profanaban. Me decían: «Crees que eres cristiana, pero no lo eres. Eres inmunda y pecadora». Mientras más cristiana me hacía, peor actuaban las voces. Me hice legalista, pensando que tenía que asistir a todo estudio bíblico y a toda actividad de la iglesia. Iba los domingos por la mañana y las noches de domingos y miércoles, con la idea de que si estaba presente cada vez que la iglesia abría sus puertas podría comprobar que era cristiana. Salía en viajes de misiones y enseñaba en la escuela dominical. Cuando enseñaba los estudios bíblicos y hablaba con otros los peligros de las sectas, todo se intensificaba dentro de mí. El enojo se transformaba en ira, el dolor en tormento, las acusaciones me hacían sentir suicida. Pensé: ¿Por qué no me mato? Jamás voy a alcanzar la perfección para ser una verdadera cristiana. Cuando salí en un programa radial y hablé de los peligros de las sectas, me plagaba el temor de que mataran a mis hijos. Me volví paranoica hasta de enviarlos a la escuela, por lo que me salí de todo. Me sentí entonces mejor por un tiempo y las voces disminuyeron su actividad, pero me convertí en una persona solitaria que no iba a ningún lado ni hablaba con nadie, deseaba simplemente estar sola todo el tiempo. Me sentí cada vez más atada, y mi vida interior se convirtió en una cárcel en donde no brillaba la luz.

Me diagnosticaron un TPM (trastorno de personalidad múltiple). Asistí a un centro cristiano de consejería que me ayudó a aclarar algunos maltratos de mi infancia. Me diagnosticaron un trastorno de disociación debido a las voces y a las personalidades múltiples, porque muchas veces decía: «Bueno, nos sentimos de tal manera». Mi consejero me preguntaba: «¿Por qué dices ―nos‖?» «No lo sé», contestaba. Esto me asustaba pero también sentía alivio al saber que por fin alguien creía que habían voces dentro de mí. Asistía dos veces por semana a sesiones de consejería para aliviar el dolor y el tormento. Si en algún momento habían aciertos aparentes me daba pavor y luego sentía la necesidad de castigarme haciendo algo peligroso o doloroso. No había nada que apaciguara la cólera dentro de mí, excepto los casetes de alabanza y adoración. Solamente cuando los escuchaba sentía que no me volvía loca, pero sólo podía escucharlos: no los podía cantar. Los consejeros me amaban y estaban dispuestos a ayudarme cada semana. Oraban por mí y se comprometían a acompañarme en todo mi peregrinaje, cosa que les parecía que iba a durar mucho tiempo pues tenía que integrarme de nuevo. Me dieron esperanza, asegurándome que Dios me quería sana y que Él lo lograría, a pesar de que yo vacilaba entre la esperanza y la desesperación como si estuviera en una montaña rusa. Estos

consejeros cristianos fueron como un salvavidas para mí, y me transmitieron el amor y la aceptación de Dios en la manera en que me escuchaban, me comprendían y se preocupaban por mí. Sin embargo, cuando tenía siete años ocurrió un hecho tan traumatizante que me produjo terror y que incluso impidió seguir los consejos. Cada vez que llegaba a la edad de siete años, en el proceso de consejería, me daba demasiado temor seguir adelante. Razonaba: Si es tan terrible, no quiero saber de qué se trata. Una voz dentro de mí decía que me haría daño recordar el asunto. Tenía una vecina amiga que conocía mis luchas. Un día me pidió que la ayudara a preparar una «Conferencia sobre la resolución de conflictos personales y espirituales» que se iba a dar en su iglesia en unas seis semanas. La idea era que yo le ayudara a visitar iglesias, colocar carteles y vender los libros. No quería hacerlo. Estaba segura de que la conferencia era simplemente una reunión más como tantas en las que había estado. Siempre regresaba a casa muy sola y desanimada, sabiendo que me esperaba el castigo por haber intentado buscar una cura. Aunque temía que mi vida fuera aún más desgraciada. De mala gana le dije que la ayudaría.

Después de ver el primer video durante diez minutos, decidí odiar a Neil Anderson. Mi vecina me dio varios videos del congreso para que los viera con el fin de poder responder a las preguntas sobre los materiales. A los diez minutos de ver el primer video ya había decidido odiar a Neil Anderson, pues él no tenía nada que decirme. Sentí deseos de advertir a la gente que no asistiera y le dije a mi vecina: —No me gustó el hombre. ¿Estás segura de que quieres que venga a dar esta conferencia? Me parece que hay algo malo con él. —Bueno—me respondió—, eres la única que me dice eso entre unas treinta y cinco personas con quienes he conversado. En la cruzada aumentó mi resistencia y no escuché todo lo que se dijo. Tampoco recordé las noches en que Neil habló de nuestra identidad en Cristo, y me senté en la segunda fila sin poder cantar ni uno de los himnos. Mientras él hablaba, parte de mí decía: Eso no es nada nuevo. Lo sabíamos de todos modos. Otra pequeña voz dentro de mí decía: Quisiera que todo lo que dice fuera cierto y que me pudiera ayudar. Sin embargo, no revelé mi parte que tenía esperanza, sino más bien la que criticaba. Al conversar con los demás, les decía: —¿Qué piensas de la conferencia? No es tan buena, ¿verdad?

Me empecé a ahogar y a sentir enferma, me dirigí al auto para ir a casa. Casi al final de la semana nos mostraron la grabación de una sesión de consejería de dos horas. No pude mirar a la mujer del video mientras encontraba su libertad. Sentí terror y cólera a la vez. Me empecé a ahogar y a sentir enferma, y me dirigí al auto para ir a casa, decidida a no aparecer el sábado. Pero en el pasillo me encontré con Neil. Pasamos a una sala adjunta donde Neil me ayudó a hacer algunas renuncias, que repetía en voz alta y que me permitieron tomar mi posición en contra de Satanás y de sus influencias en mi vida. También le pedí a Dios que me revelara qué era lo que me había

impedido sentarme a mirar el video, y fue entonces que recordé lo que sucedió cuando tenía siete años de edad. Era como si se hubieran apartado las nubes: me pude ver como una niñita aterrada por una presencia oscura y negra. Jugaba con muñecas en el dormitorio al fondo de la casa. Era de día y no sucedía nada que produjera temor, ni había nadie más en el cuarto. De repente sentí que me consumía el terror. Recuerdo que dejé de jugar y me acosté boca arriba y dije: «¿Qué quieres?» a una presencia gigantesca y negra que estaba sobre mí. La presencia me dijo: —¿Puedo poseer tu cuerpo? —Sí, si prometes no matarme—le respondí. Literalmente sentí aquella presencia infiltrarse totalmente desde la cabeza hasta los pies. Fue tan opresivo sentir que esa cosa invadiera todos los poros de mi cuerpo que recuerdo que pensé: Me voy a morir. Tenía sólo siete años, pero recuerdo que fue tan sexual y sucio, que sentí tener un gran secreto que debía ocultar y que jamás se lo podría contar a nadie. Desde entonces me parecía que tenía más de una personalidad y creía natural que otros seres invisibles tomaran mi cuerpo. A veces hacía cosas que luego no recordaba cuando la gente hablaba de ellas. Entonces pensaba: Bueno, no fui yo; fue mi «amigo» invisible el que lo hizo. Jamás volví a jugar con la bola negra. Nada más tenía que hablar con mi amigo invisible y este me sugería lo que debía hacer. Unas veces eran sugerencias malas, pero otras eran buenas. Dada mi gran necesidad de compañerismo por los maltratos en mi infancia, jamás se me ocurrió que esa voz fuera otra que la de una amistad.

Cuando le contaba, Neil decía: «Es mentira». Apaciblemente me conducía a través de los pasos hacia la libertad. Cuando Neil me condujo a la liberación, dándome las palabras que debía decir, renuncié específicamente a todos los guardianes satánicos que se me habían asignado. En ese instante me asustó la presencia malévola y temía que nos diera una paliza a los dos. Me recordó que yo había jugado con esa bola mágica por años. Neil me instó a que no tuviera miedo y me preguntó qué decía la presencia a mí mente. Cada vez que le contaba lo que decían las voces, él respondía: «Eso es mentira», y me iba conduciendo muy apaciblemente por los pasos hacia la libertad. Recuerdo el mismo instante en que la presencia ya no estaba. Sentí como que la personita que era yo verdaderamente se estaba inflando como un globo dentro de mí. Al fin, después de treinta y cinco años de una vida fraccionada, yo era la única persona dentro de mi cuerpo. He dedicado el lugar desocupado por la presencia malévola a mi nuevo inquilino: el Espíritu limpio, apacible y tranquilo de Dios. El sábado por la mañana temí despertarme, pensando: Esto no es real. No quería abrir los ojos porque normalmente la voz me decía algo como: «¡Levántate, ramera estúpida! Tienes que trabajar». Entonces me levantaba y hacía todo lo que me indicara. Pero esta mañana no habían voces y mientras reposaba en cama pensé: Aquí no hay nadie más que yo. Cuando regresé al congreso y entré por la puerta, la gente me veía distinta. Les conté cómo me había sentido siempre una huérfana en el cuerpo de Cristo, pero que ahora me sentía libre y parte de la familia de Dios.

Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera. Pensé que apenas se fuera Neil, esa cosa volvería. Sin embargo, la paz perduró porque Jesucristo fue el que me liberó. Cada vez que volvía el temor, repasaba sola los pasos hacia la libertad, cosa que hice por lo menos cuatro o cinco veces más. Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera y jamás volvió desde entonces. Una semana después tuvimos un choque frontal en el auto. Temí que la voz estaría allí de nuevo para decirme: «Voy a destruirte porque crees que estás libre». Pero más bien sentí que Dios me decía: «Aquí estoy para protegerte y siempre estaré contigo así». Cuando una de mis hijas me preguntó si el choque había sido por su culpa, me pregunté por qué podría pensar así. Recordé que uno de los pasos hacia la libertad es romper con las ataduras ancestrales porque las fortalezas demoníacas se pueden pasar de una generación a la siguiente (Éxodo 20:4, 5). Mi niña de diez años de edad me dijo: —A veces sé lo que va a pasar antes de que suceda y a veces miro por la ventana y veo cosas que nadie más ve. Inmediatamente supe que había que liberarla de esa atadura. Entonces hice que tomara los pasos, traduciendo las palabras más complicadas a un lenguaje que ella podía entender. Oró para cancelar todas las obras del mal que sus antepasados le hubieran transmitido, rechazando toda forma en que Satanás podría estar reclamándola para sí. Se declaró estar eterna y completamente identificada con el Señor Jesucristo y comprometida con Él. Desde ese momento jamás volvió a sentir esa presencia demoníaca. Mi marido estaba fuera de la ciudad durante el congreso y cuando regresó a casa le conté todo lo sucedido. El domingo siguiente en la clase de la escuela dominical, el líder preguntó si había alguien que quisiera decir algo respecto a la conferencia. Mi esposo se paró y dijo: —Yo quiero hablar de algo, aunque no logré asistir, porque a mi regreso el Señor me regaló una nueva esposa.

Ahora siento la sonrisa de Dios y su rostro oculto hacia mí. Antes, no tenía autoestima. Sentía diariamente que Dios tenía cierta medida de gracia para mí que en algún momento se acabaría, y que incluso Él mismo se preguntaría por qué me había creado. Sabía que algún día iba a decir: «Estoy cansado de Sandy». Por lo tanto, oraba todos los días: «Por favor, Señor, no dejes que sea hoy. Permíteme terminar esto último antes de que lo hagas». Fue algo muy liberador saber, cuando Neil nos enseñó, que Dios y Satanás no actuaban de la misma manera, sino que Dios va más allá de toda comparación y que Satanás está tan por debajo de Él, que no deberíamos equivocarnos y pensar que tiene atributos divinos. Siempre había creído que Dios y Satanás eran iguales, luchando por nosotros, y que Dios básicamente le decía: «Te regalo a Sandy». Desde mi conversión había clamado constantemente al Señor: ¡Crea en mí un corazón puro! ¡Renueva un espíritu firme dentro de mí! ¡No me eches de tu presencia!

¡No quites de mí tu Santo Espíritu! Una y otra vez había hecho esa oración, agonizando y anhelando conocer al Señor en persona y con afecto, pero sintiendo que mi relación era con la espalda de Dios. Ahora siento su sonrisa y su rostro vuelto hacia mí. Ya no vivo en un minúsculo rincón de mi mente o fuera de mi cuerpo. Vivo por dentro, con mi mente en mi único y precioso Señor. ¡Qué diferencia más profunda! No hay palabras para expresar adecuadamene la tranquilidad y la ausencia de dolor y de tormento que ahora experimento a diario. Es como si viera después de haber estado ciega todos esos años. Todo es nuevo, precioso y lo atesoro porque no se ve negro. Ya no vivo con el miedo al castigo por cada movimiento que haga. Ahora soy libre para tomar decisiones y tengo alternativas. ¡Tengo la libertad de cometer errores! El último año y medio me había sido imposible dejar que alguien me tocara sin sentir dolor o sin tener pensamientos sexuales terribles. Durante el acto sexual yo miraba desde fuera de mi cuerpo. Cuando esa presencia malévola decía ser mi «esposo», sabía por qué me sentí siempre como una prostituta, aun siendo cristiana. Una vez desenmascarada esa mentira, y después de renunciar a ella, he llegado a comprender el significado de «novia» por primera vez en mi vida después de veinte años de matrimonio, y también siento el amor del Novio a quien veré algún día. El Señor me ha enjugado mis lágrimas y respondido al clamor de mi corazón. Al fin siento un Espíritu recto dentro de mí; la presencia que salió de mí no era de Dios sino del maligno. Siempre temía que la presencia de Dios me dejara. Ahora me siento limpia por dentro. Sigo asistiendo a la consejería cristiana y estoy progresando. Estoy aprendiendo a enfrentar y rechazar el maltrato del pasado. Estoy aprendiendo a vivir en comunidad y a confiar de nuevo en los demás, después de haberme sentido traicionada por mi experiencia con esa secta. Creo que Dios en su misericordia se encontró conmigo en mi necesidad, y ordenó la reunión que finalmente desenmascaró y echó fuera la opresión satánica en mi vida. Ahora puedo seguir creciendo en la familia de Dios. Estoy segura de pertenecer a esta familia y de ser amada en ella. Dios me ha mostrado que Él es fiel y capaz, no sólo de llamarme de las tinieblas hacia la luz, sino también de guardarme y de sostenerme hasta que termine mi peregrinar y me encuentre cara a cara con Él. Todavía me encuentro con pruebas, tentaciones y el dolor de vivir en un mundo perdido, pero camino sintiendo dentro de mí el fuerte latido del corazón de un Padre amoroso. Ya se ha ido la interferencia satánica. Gloria al Señor. *

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Los padres deben conocer las artimañas de Satanás Lo horrible de Satanás se revela en la vida de Sandy. ¿Será capaz de aprovecharse de una niñita con padres disfuncionales y con abuelos que en su ignorancia, ofrecen a sus nietas juguetes de las ciencias ocultas? Sí, lo haría, y en realidad, lo hace. He investigado el origen de muchos problemas de adultos en las fantasías infantiles, en los amigos imaginarios, en los juegos, en lo oculto y en los maltratos. No basta con advertirle a nuestros hijos respecto al extraño que se podrán encontrar en la calle. ¿Qué hacer con el que les aparece en su dormitorio? Nuestra investigación indica que la mitad de

nuestros adolescentes que profesan ser cristianos han experimentado en sus propios dormitorios algo que los ha asustado. Más que cualquier otra cosa, eso fue lo que nos impulsó a Steve Russo y a mí a escribir el libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos]. Deseamos ayudar a los padres a saber cómo proteger a sus hijos y a vencer la influencia de las tinieblas. Al final de ese libro he anotado algunos pasos hacia la libertad de manera simplificada para los niños y los jóvenes al comienzo de la adolescencia.

Verdad, no enfrentamiento de poderes En el área de liberación, el intento noble pero desastroso del sacerdote de realizar un exorcismo con Sandy me da razón para no promover un enfrentamiento de poderes. El hecho de que el consejero se dirigiera directamente al demonio podría ser como meter y menear un palo de escoba en un nido de avispas proclamando: «¡Aquí hay demonios!» Esa experiencia dejó a Sandy aterrorizada y totalmente indispuesta a enfrentar el asunto otra vez. Mi interacción fue únicamente con Sandy y no con los demonios. El cerebro es el centro de mando, y debido a que Sandy estaba dispuesta a hablar conmigo de lo que le sucedía, nunca perdimos el control. Pensamientos acusadores y aterradores le bombardeaban la mente. Apenas ella revelaba lo que escuchaba, yo simplemente exponía el engaño diciendo: «Es mentira», o si no le pedía que no lo aceptara y le dijera que se fuera. El poder de Satanás está en la mentira; al exponerla se rompe el poder. La verdad de Dios libera a la gente. De vez en cuando insto a la persona a pedirle a Dios que le revele lo que la mantiene atada, y es muy corriente que los hechos pasados muchas veces, recuerdos bloqueados vuelvan a la memoria de la persona para que pueda confesarlos y renunciar a ellos. En el caso de Sandy, no tenía recuerdo consciente de lo que sucedió cuando tenía siete años (el capítulo diez expone los medios bíblicos de descubrir esos recuerdos).

Ejercer la autoridad en Cristo La preocupación que Sandy expresó por mi salida de su ciudad es otra razón por la que me gusta tratar solamente con la persona. Cuando me preguntó qué podría hacer cuando yo no estuviera, respondí: No hice nada. Usted hizo la renuncia y usó su autoridad en Cristo al decirle a la presencia malévola que se fuera. Jesucristo es su libertador y siempre estará con usted. Renunció a su invitación a dejar que el demonio poseyera su cuerpo. Más adelante renunció a toda experiencia de sectas y de lo oculto. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de este paso, pues está ligado al concepto total del arrepentimiento. A través de toda su historia la Iglesia ha declarado públicamente: «Renuncio a ti, Satanás, a todas tus obras y a todos tus caminos». La mayoría de las iglesias católicas, ortodoxas y litúrgicas todavía hacen esa profesión, pero no sé por qué razón no lo hacen las iglesias evangélicas. Esa afirmación general se debe aplicar de manera muy específica a cada individuo. Este debe confesar y renunciar a todo lo que sea jugar con lo oculto, todo contacto leve con las sectas y toda búsqueda de dirección falsa. Conforme Dios nos los traiga a la memoria, debemos renunciar a todas sus obras y a todos sus caminos. Toda mentira y todo camino de engaño se deben reemplazar con «el camino, la verdad y la vida»

(Juan 14:6). Lo que se hace en el primero de los pasos hacia la libertad: Lo falsificado en contraste con lo real».

Las ataduras de Satanás Sandy nunca tuvo una relación sexual «normal» y se percibía a sí misma como una prostituta porque la presencia malévola decía ser su marido. La libertad de esa atadura le permitió entrar en una relación amorosa e íntima con su esposo. Tendré mucho más que decir sobre las ataduras sexuales después de otros testimonios. La batalla mental que sufrió es bastante típica en los que están esclavizados. La mayoría de la gente implicada en un conflicto espiritual hablará de su origen familiar disfuncional o de otros abusos, pero rara vez revelarán la batalla que existe en sus mentes. Temen que se estén volviendo locos y no les gusta la idea de que alguien se lo confirme, ni tampoco les gusta la posibilidad de tener que usar medicamentos. Sandy se sintió aliviada cuando su consejero cristiano le creyó. El mundo secular no tiene otra alternativa que buscar una cura física, ya que la enfermedad mental es el único diagnóstico posible. La tragedia de los medicamentos antisicóticos, en caso de que el problema sea verdaderamente espiritual, es drogar al paciente. ¿Cómo la verdad podrá liberar a quien esté tan intoxicado que casi no pueda hablar, mucho menos pensar? Los consejeros cristianos con quienes he podido dialogar agradecen mucho cuando les hago considerar el conflicto espiritual y cómo resolverlo. Esto les permite dar una consejería mucho más integral y eficaz. En medio de una conferencia una señora me dijo que yo la estaba describiendo hasta el último detalle. Dijo que iría a un centro de tratamiento por treinta días. Le pregunté si podría verla antes, pues yo sabía que ese centro era conocido por el uso de drogas en la terapia. Estuvo de acuerdo, y después de nuestra reunión me escribió lo siguiente: Luego de conocerlo el lunes por la noche mi marido y yo estábamos absolutamente eufóricos. Él estaba muy contento de verme feliz. Al fin había podido tomar mi posición en Cristo y renunciar al engañador. El Señor me ha liberado de la esclavitud. La gran nueva que tengo es que no me desperté con pesadillas ni gritos. ¡Más bien me desperté con cantos en el corazón! El primer pensamiento que entró a mi mente fue «aun las piedras clamarán», seguido de un «Abba, Padre». Neil, ¡el Espíritu Santo está vivo en mi ser! ¡Alabado sea el Señor! No puedo empezar a contarle lo libre que me siento, ¡pero de algún modo creo que ya lo sabe!

Aceptar la responsabilidad Las voces y pesadillas tienen una explicación espiritual en cuanto a su origen, y la Iglesia tiene la responsabilidad de investigarla. Creo que todo pastor y consejero cristiano debe ayudar a las personas que las padecen. Usted no tiene nada que perder al tomar los pasos o guiar a otros hacia la libertad. Es simplemente una limpieza de la casa al estilo antiguo, tomando en cuenta la realidad del mundo espiritual. Lo único que pretendemos es ayudar a la gente a responsabilizarse de su relación con Dios. Nadie está acusando a nadie de nada. Si no hay nada demoníaco sucediendo en esa vida ¡lo peor que puede suceder es que ahora la persona esté realmente lista para participar en la Santa Cena la próxima vez que se ofrezca!

El relato de Sandy destaca muy bien las dos metas más codiciables en este tipo de consejería Primero, que las personas sepan quiénes son como hijos de Dios y que forman parte de esa familia para siempre. Segundo, que tengan paz y tranquilidad mental, la paz que guarda nuestros corazones y nuestras mentes, la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7).

4

Jennifer: Libertad de los trastornos alimentarios Recibí una llamada de Jennifer preguntándome si estaría dispuesto a darle un poco de tiempo para venir en avión a verme. Aparté un lunes por la mañana y tuve el privilegio de llevarla a través de los pasos hacia la libertad. Un mes más tarde recibí la siguiente carta: Estimado Neil: Le escribo porque quiero agradecerle el tiempo que pasó conmigo. Al parecer, en el momento en que oramos no sentía nada y creía que quizás no era un problema demoníaco el que tenía. Pero estaba equivocada. De verdad que algo sucedió y desde entonces no he tenido ni un sólo pensamiento, acción o compulsión autodestructivos. Creo que el proceso de liberación empezó mediante mis oraciones de arrepentimiento en los meses siguientes a mi intento de suicidio. No lo comprendo del todo, pero sé que hay algo verdaderamente diferente en mi vida y hoy en día me siento libre. No me he cortado en un mes, lo cual es un verdadero milagro. Tengo unas cuantas preguntas que me gustaría que contestara, si tiene tiempo. Se relacionan con mis problemas sicológicos. Se me dijo que tengo un trastorno maniacodepresivo, esquizoafectivo crónico y que me tienen con litio y con un medicamento antisicótico. ¿Necesito estas drogas? ¿Es realmente crónico mi problema? Durante mis ratos de hiperactividad, sobre los cuales basaron mi diagnóstico, siempre sentí que no era yo, sino alguna tremenda fuerza externa que me obligaba a actuar de manera autodestructiva y loca. Las últimas tres veces que dejé de tomar litio volví a tener impulsos de suicidio y fui a parar al hospital. No quiero que vuelva a suceder, pero … ¿era eso demoníaco? Además, con las pastillas tuve muchos cambios de temperamento, ¡pero desde que le visité no he vuelto a tener ni uno! Esto me hace preguntar si ya estoy bien y no necesito las pastillas. Además, desde pequeñita jamás pude orar: siempre parecía haber una pared entre Dios y yo. Nunca fui muy feliz y siempre tuve un sentido de temor y de inquietud, como que algo andaba mal. Jennifer

La historia de Jennifer es importante porque aclara la necesidad que tenemos de conocer quiénes somos como hijos de Dios y de saber cuál es la naturaleza de la batalla espiritual en la que nos encontramos. Esa única mañana en que nos reunimos logramos desarrollar muchas cosas y obtuvo una sensación de libertad. Pero, ¿sabrá quién es como hija de Dios, y cómo mantener su libertad en Cristo? Seis meses después Jennifer empezó de nuevo a experimentar dificultades. Transcurrió otro año antes de que estuviera lo suficientemente desesperada como para llamar. Decidió volver a hacer el viaje, pero esta vez asistió a un congreso completo. He aquí su relato. *

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La historia de Jennifer Todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje. En el séptimo grado empezó mi trastorno de alimentación: comía demasiado y luego me obligaba a pasar hambre. Cuando iba a alguna casa a cuidar niños, me comía todo lo que había en el refrigerador y luego pasaba tres o cuatro días sin comer nada. Toda mi atención se concentraba en el peso; la necesidad de verme delgada me obsesionaba. Alrededor de mí, todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje. Pensaba: Algún día me despertaré pero no conoceré a la soñadora. Nada me parecía real. Vivía como en la luna, sin poder pensar. Cuando la gente hablaba, simplemente la miraba perpleja porque estaba en contacto con mi mente. Durante el día parecía ser normal y en la escuela actuaba bastante bien. Las noches eran extrañas y llenas de pesadillas y terror. Lloraba muy a menudo debido a las voces en mi cabeza y a las imágenes y pensamientos tontos que a menudo saturaban mi mente. Pero jamás le conté nada a nadie. Sabía que la gente pensaría que estaba loca, y me aterraba la posibilidad de que nadie me creyera. Mis años universitarios fueron durísimos, repletos de mis rutinarios excesos en comer para luego purgarme. Perdí treinta libras y empecé a desmayarme y a tener dolores en el pecho. Como me encontraba patéticamente flaca debido a la anorexia, literalmente la piel me colgaba de los huesos. Al fin estuve de acuerdo en que me hospitalizaran porque estaba totalmente exhausta, tanto física como mental y espiritualmente. Casi me muero. Cuando me internaron tenía un pulso de cuarenta y con dificultad me encontraron la presión arterial. Mis padres me dieron mucho apoyo. El hospital era bueno y tuve terapeutas cristianos, pero jamás tocaron conmigo el tema espiritual. Me cortaba con navajas y cuchillos y todavía tengo cicatrices en las manos del daño que me hacía con las uñas.

Gateaba por el corredor tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto. Las voces y las noches eran horribles, con visitaciones demoníacas y algo que me violaba sexualmente, sosteniéndome para que no me moviera. A veces me iba a gatas por el corredor, tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto. Estaba aterrorizada; en mi mente dominaba la idea de sacarme el corazón con un cuchillo. Una vez hasta hice el intento de atravesarme el pecho con cuchillos porque creía que mi corazón era veneno y que tenía que deshacerme de este para quedar limpia.

Cuando empezaron a salir a la superficie los recuerdos de mi niñez, me descontrolé. Otra vez me internaron en el hospital, totalmente descontrolada. Algunos días requerían cinco o seis personas para calmarme. Observaba desde fuera de mi cuerpo a esta gente que me sostenía mientras luchaba y pataleaba, hasta que me sedaban. Me diagnosticaron maniacodepresiva. Durante los seis años siguientes tomé litio y seguí con los antidepresivos, medicamentos que lograban calmarme un poco. Mientras estaba en el hospital una amiga me sugirió que hablara con Neil Anderson, pero le dije que no. La idea de que hubiera algo demoníaco me aterraba, y le dije: «Dios dijo que si dos o más personas oran, Él escucha. ¿Por qué simplemente no vienen varias personas aquí al hospital a orar conmigo? ¿Por qué tengo que recibir a algún hombre?» Hablé con mis consejeros cristianos quienes me dijeron: «Lo que tus colegas quieren es hacer de esto un problema espiritual porque no quieren lidiar con el dolor en tu vida». Este año los consejeros habían logrado mi confianza por lo que les creí a ellos y no acepté ver a Neil. Esa fue la primera vez que escuché el nombre de Neil, pero no lo llegué a conocer hasta tres años después. Me daba demasiado miedo; todo el asunto me alarmaba sobremanera.

Desempeñaba una labor fantástica; luego me metía al auto y sacaba mis cuchillas de afeitar. De algún modo me gradué y empecé a trabajar. Desempeñaba una labor fantástica y luego me metía al auto, sacaba mis cuchillas de afeitar y por dieciséis horas vivía en un mundo totalmente distinto. Después regresaba a mi trabajo, hablaba a todas mis «amistades» que tenía en la cabeza y ritualmente me cortaba para obtener sangre. Simplemente quería sentir algo; sabía que no estaba en contacto con la realidad. De noche, a menudo me quedaba despierta, con la esperanza de morir antes del amanecer. Escribía notas de suicidio y conocía toda casa vacía en la zona: casas que estaban a la venta, donde podría meter mi auto al garaje, dejar el motor prendido y así matarme. También conocía todas las armerías de la ciudad y el horario en que atendían, en caso de que necesitara un arma. Guardaba en casa unas doscientas o trescientas pastillas como «escape» para cuando no pudiera aguantar más. Tenía muchos planes para suicidarme.

Le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más. Pensaba constantemente: El Señor tiene que sacarme de esto. Sabía que Él era mi única esperanza y que había una razón para vivir, por lo que seguía clamándole. Recuerdo que en la noche me iba a gatas a un rincón de mi cuarto y dormía allí en el piso. Trataba de escaparme de todo y le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más. Le pedía que me diera fuerza y me protegiera de mí misma. Me culpaba por todo esto. Temía por mi vida, al igual que muchas de mis amistades. Fui a ver a un pastor, le dije que creía tener un problema espiritual y que además sentía que me iba a morir. Me dijo: —Estás visitando a uno de los mejores siquiatras de la ciudad; no sé por qué me vienes a buscar. —¿Estás tomando tu medicina?—me preguntó después. Me tenía miedo y no sabía cómo ayudarme.

Una vez pasé varias horas hablando con algunas amistades preocupadas por mí. Una sugirió: —Jennifer, simplemente debes entrar a la sala del trono de Jesús. —¡Eso es!—me dijeron las voces dentro de mí. Para mí «entrar a la sala del trono» significaba morir. Me fui en auto a un hotel, tomé una habitación y me tragué doscientas pastillas. Me acosté junto a una nota sencilla que decía: Voy para mi casa a estar con Jesús. Ya no aguanto más.

No quería estar sola cuando muriera. Llamé a alguien porque no quería estar sola cuando muriera. Creía que si al menos tenía a alguien al teléfono me sería una ayuda. Al principio no quise darle el número de teléfono a mi amiga, pero más tarde estaba tan adormecida y fuera de todo que se lo di para poderme dormir y para que mi amiga me llamara más tarde. A las dos horas y media me encontraron y me llevaron a un hospital en donde me hicieron limpieza de estómago. Me pusieron en la unidad de cuidados intensivos. Debí haber muerto, pero por un milagro de Dios eso no pasó. Me hospitalizaron de nuevo en una clínica cristiana distinta. Jamás se mencionó la posibilidad de que mi problema fuera espiritual. Me diagnosticaron como esquizoafectiva y bipolar. Me dijeron que no sabía lo que era la realidad, y que debía basar mi confianza en lo que decían los demás y no en lo que me pasaba por la mente. Me dijeron que tendría que depender de los medicamentos el resto de mi vida. Los efectos secundarios de los antisicóticos y de los antidepresivos eran horrendos. Me daban temblores tan fuertes que hasta me costaba usar la mano para escribir mi nombre, y se me nublaba la visión. Estaba tan drogada que ni siquiera podía mantener abierta la boca.

Nunca exploraron la posibilidad de lo demoníaco. En mis sesiones de consejería les dije que estaba oyendo voces, pero jamás exploraron la posibilidad de que fueran demoníacas. Me dijeron que como ya había tenido mucha terapia, ellos querían tratar conmigo a nivel espiritual. Me trajeron un hombre muy piadoso que era bueno, pero no pude oír ni recordar una sola palabra de lo que dijo. Apenas abría su Biblia y empezaba a hablar, yo oía otras cosas y planeaba matarme. Pensaba que si al menos pudiera salir de allí, lograría hacerlo y esta vez con éxito. Un día me llamó un amigo a la clínica y trató honestamente con el pecado en mi vida. Básicamente me dijo que yo era manipuladora, deshonesta, odiosa, egoísta y que buscaba ser el centro de atención. Fue duro oírlo, pero lo hizo con cariño y yo estaba lista para escucharlo. Me arrodillé y escribí en mi diario una carta a Dios pidiéndole perdón. Esos pecados eran parte de mí que me avergonzaba, y había convivido con la culpabilidad de ellos toda mi vida. Experimenté un poco de alivio y sé que allí empezó mi sanidad.

Las voces hablaban tan alto que no podía escuchar una palabra de lo que él decía. Unos amigos de California me invitaron a visitarles y decidí aprovechar para conocer a Neil Anderson. Fui a su oficina y hablamos cerca de dos horas. Abrió su Biblia y empezó a repasar algunas Escrituras, pero las voces resonaban tan fuerte que no podía escuchar ni

una palabra de lo que me decía. Era como si estuviera hablando en jerigonza: sus palabras eran como de otro idioma. Siempre que la gente usaba la Biblia conmigo, me pasaba esto. Realicé los pasos hacia la libertad, pero no sentí nada diferente cuando al salir. Me preguntaba si las palabras habrían pasado directo de mis ojos a mi boca sin interiorizar lo que leía. Pero entonces mejoraron dos aspectos de mi vida. Mejoró la lucha con la comida y no me volví a cortar más. Las voces también se alejaron durante dos semanas, pero luego volvieron. No recordaba qué debía hacer cuando volvieran las voces y los pensamientos según las instrucciones de Neil, y jamás se me ocurrió que no tenía que escucharlos. No sabía que tenía esa opción, por lo que me golpearon más fuerte que nunca. Seis meses más tarde estaba de nuevo en el hospital, tanto por lo de suicida como por lo de lo sicótico. Estaba descontrolada y hacía todo lo que me ordenaban las voces. Mis amistades me animaron a que fuera a ver de nuevo a Neil, pero si eso no daba resultados, sabía que iba a morir. Todo esto sucedió durante siete años terribles, los efectos secundarios de los medicamentos eran tan horribles que lo único que hacía era trabajar cuatro horas, para luego dormir o sentarme frente a la televisión. No podía seguir una conversación que tuviera sentido ni tampoco me importaba nada. Me sentía desesperada, exhausta y desanimada. Asistí al congreso sobre Cómo resolver conflictos personales y espirituales. De nuevo me reuní con Neil y en un momento dado me enfermé tanto que vomité. Me presentó una señora con un pasado similar al mío, quien se sentó a mi lado y oró por mí. Así logré escuchar y comprender lo que decía Neil. Aprendí muchísimo sobre la batalla espiritual que se estaba librando en mi mente y lo que debía hacer para mantenerme firme. Una vez que tuve en claro esa parte, quedé libre. Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Antes no sabía cómo mantenerme en libertad y andar en esta, aunque fui criada en un buen hogar cristiano. A pesar de que acepté a Cristo cuando tenía cuatro años, nunca supe quién era en Cristo y no entendía la autoridad de la que gozaba como hija de Dios.

Mi siquiatra no estaba de acuerdo en que dejara los medicamentos. Le conté a mi siquiatra que ya estaba libre en Cristo y que quería dejar de tomar mis medicamentos. —Ya lo has hecho antes y mira tu historia—me dijo. —Pero ahora es distinto—repliqué—. ¿Me va a apoyar? —No, no puedo—respondió. —Bueno—repliqué—, lo haré de todos modos. Asumo toda la responsabilidad. Me dijo que me vería en un mes. Cuando al cabo de un mes regresé, estaba tomando la mitad de los medicamentos, en dos meses más la había suprimido totalmente. Me preguntó cómo me sentía, y cuando le dije que estaba muy bien, me dio la mano y me comunicó que ya no tenía que volver. Fue como si estuviera descubriendo la vida por primera vez y me sentí motivada a escribirle la siguiente carta a Neil. Querido Neil: Estuve leyendo mis diarios de los años pasados y fue un recuerdo cruel y duro de las tinieblas y del mal en que estuve sumida por tantos años. Escribí a menudo acerca de «ellos» y de cómo me controlaban. A menudo creí que antes de sentirme dividida entre

Satanás y Dios, prefería descansar en la oscuridad. No me había dado cuenta de que era hija de Dios y que estaba en Cristo, no pendiendo entre dos espíritus. Muchas veces sentía que me controlaban y que estaba loca, perdiendo todo sentido de mi propia identidad y de la realidad. Creo que de algún modo había aprendido a amar las tinieblas. Me sentía segura allí, y me engañaban las mentira de que moriría si dejaba el mal y de que Dios no supliría mis necesidades ni me cuidaría como yo deseaba. Por eso no pude hablar con usted la primera vez. No quise que me quitara lo único que tenía, y la simple idea me aterrorizó. Supongo que el maligno tuvo algo que ver con esos pensamientos y temores, pues estaba muy engañada. Me esforzaba mucho para orar y leer la Biblia, pero no tenía sentido. Una vez traté de leer el libro The Adversary [El adversario] de Mark Bubeck, y literalmente no pude lograr que mi mano lo levantara. Sólo me quedé mirándolo. En un intento de mejorar las cosas, los siquiatras probaron muchos medicamentos y dosis (incluyendo antisicóticos). Tomaba hasta quince pastillas diarias sólo para mantenerme en control y un poco en acción. Estaba tan drogada que no podía pensar ni sentir casi nada. ¡Era como un cadáver ambulante! Los terapeutas y los médicos estaban de acuerdo en que padecía de una enfermedad mental crónica, y que lidiaría con ella el resto de mi vida, ¡fue un pronóstico derrotante! En el congreso pude ver el cuadro total. Sólo pocas semanas antes había tomado la decisión de no entretener más las tinieblas, y que realmente deseaba estar sana, pero sin la menor idea cómo dar ese paso. Bueno … aprendí, y de nuevo mi mente se tranquilizó. Pararon las voces, se levantaron las dudas y la confusión; estaba libre. Ahora sé cómo enfrentarlo. Me siento como una niñita que ha pasado por una tormenta horrible y aterradora, perdida en la confusión y la soledad. Sabía que mi Padre amante estaba al otro lado de la puerta y que era mi única esperanza y alivio, pero no podía pasar por esa puerta tan pesada. Entonces alguien me enseñó cómo darle vuelta a la cerradura y me dijo que tenía todo el derecho y la autoridad para abrirla por ser hija de Dios. He levantado mis manos y he abierto la puerta para correr hacia mi Padre y ahora descanso en sus brazos fuertes y amorosos. Tengo toda la seguridad y la fe de que «ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:38).

Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro. Ahora trabajo en un ministerio, y saco horas para leer y orar y ser amada por el Dios, del cual tanto había oído pero jamás experimentado. Doy, y sirvo como siempre soñé. En mi esclavitud, nunca pude extenderme más allá de mi desesperación. Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro, en cierto modo como una niña, con propósito, dirección, gozo y esperanza. Ahora cuando tengo pensamientos acusadores o negativos, simplemente rebotan porque he aprendido a atar a Satanás con una frase rápida, haciendo a un lado sus mentiras y escogiendo la verdad. ¡Y realmente funciona! Gracias a mi fuerte Salvador, Satanás me deja casi instantáneamente. He tenido unos cuantos días bastante malos, pero entonces decido recordar quién soy y le digo a Satanás y a sus demonios que se vayan. Es un milagro … ¡se levanta la nube! Me da tristeza pensar que he estado gran parte de mi vida en cautiverio, creyendo mentiras. Trato de recordar: «Por esto mismo te he dejado con vida, para mostrarte mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra» (Éxodo 9:16). Sé que Dios usará

poderosamente mis experiencias en mi vida, así como también en la de los demás. Las cadenas han caído; me he decidido por la luz y la vida. Debido a los cambios tan evidentes en mi rostro, la gente me ha estado buscando para conocer la luz y la verdad. Son tantos los casetes suyos que he dado a otros que también se encuentran en esclavitud y necesitados, que no puedo seguir la pista a todos.

Tuve que ver que no soy la persona enferma. Todavía estoy visitando a un consejero cristiano, lo que me ha sido muy útil. Es espantoso dejar atrás mi pasado y es una lucha aprender a vivir. La tentación más grande que siento es estar enferma, porque lograba recibir mucha atención. Tuve que ver que no soy esa persona enferma sino que soy una hija de Dios y que Él desea que yo esté libre. Me fue difícil aceptar esa nueva identidad, y unas cuantas veces he tenido días «locos». Pero reconozco que no es lo que quiero y llamo a mi amiga para que ore conmigo, y con su apoyo renuncio a las tinieblas. La batalla más grande que tengo es permanecer estable porque mi tendencia es dejar que mi mente se divida. Mi oración diaria es que Él me ayude a permanecer centrada y que lo ame con todo mi corazón y mi alma, no a medias. Otra amiga importante hace cinco años fue liberada como médium de la Nueva Era. Me ha sido de ayuda inmensa, pero mi apoyo principal es la amiga que conocí en su congreso. Nuestras cuentas de teléfono son enormes y nos vemos tres o cuatro veces por año. Verdaderamente creo que no habría sobrevivido ni permanecido libre en esos primeros meses sin la ayuda que ella me brindó.

Mi familia hizo todo lo posible por amarme. Mi familia y el tratamiento que recibí fueron de lo mejor. Hicieron todo lo que pudieron por amarme, ayudarme y salvarme la vida. He recibido mucho amor en el transcurso de mi vida por parte de tantas amistades y familiares. Siento que es por sus oraciones, amor constante y apoyo que hoy estoy viva. Creo firmemente que las drogas que me recetaron no me permitían pensar ni luchar. Me dejaban en un estado tan pasivo y semialerta, que no me podía concentrar. No podía escribir por el fuerte temblor de mis manos … no podía ver a veces por la visión nublada … no podía orar porque no había concentración … y jamás tuve la energía para discernir pensamientos o recordar verdades de las Escrituras … y no podía seguir el hilo a una conversación. Era como si estuviera tomando entre doce y quince antihistamínicos a la vez, quedando en condición desamparada sin ninguna calidad de vida.

Saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad. Tengo gran cantidad de tarjeticas en las que he escrito versículos conteniendo la verdad, y las llevo a todas partes. Ha habido momentos en que la oscura nube de la opresión es tan arrolladora que saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad y logre volver a orar. Entonces descubro la mentira que había estado creyendo, reclamo la verdad, anuncio mi posición en Cristo y renuncio al diablo. Ya el proceso se ha vuelto tan automático que me encuentro reclamando y renunciando en voz baja, casi sin tener que pensarlo.

Mi amiga y yo hemos hablado mucho respecto a lo que es rendirse activamente. ¿Cómo reconozco mi dependencia total de Dios y sigo a la vez luchando? No lo comprendo totalmente pero es la entrega activa la que nos libera. El mayor conflicto que tengo hasta la fecha es querer ser libre. Siento la tentación de usar mis «otros yo» o amigos desvinculados. Ocupaban los compartimientos en mi ser donde yo iba para escaparme de la realidad y para encontrar alivio. Satanás se aprovecha de esos escapes mentales, causando caos en mi mente y en mi vida.

Ahora deseo encontrar mi seguridad en Dios. Literalmente enterré piedras que representaban cada parte de mi mente en las que persistía. En un sentido, fue una pérdida enorme. Por otro lado, sabía que tenía que hacerlo porque esas identidades y esos compartimientos tipo sicótico fueron las habitaciones de Satanás y de sus secuaces. Todavía me tientan, e incluso he regresado a ellas cuando me he sentido bajo mucha presión, pero lucho en contra y logro enderezarme. Me agarro del amor de Dios y de su fortaleza de una manera que jamás antes había podido. Ahora deseo encontrar mi seguridad en Él. Jamás podré expresar la diferencia que he sentido en mi corazón y en mi vida. Donde residía un corazón hecho pedazos, ahora hay uno sano. Donde mi mente estaba vacía, ahora hay un canto y un intelecto muy superior a lo que jamás antes comprendí. Donde antes hubo una vida irreal y de desesperación, ahora hay gozo, libertad y luz. A Dios sea la gloria, porque lo único que he hecho es al fin decir «sí» a su oferta de libertad. ¡Estoy muy agradecida de estar con vida! Jennifer

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Cómo obtener la libertad y mantenerse libre Cuando Jennifer se reunió conmigo por primera vez, la conduje a través de los pasos hacia la libertad. El hecho de que hubiera cierta resolución se pudo notar claramente en la primera carta que envió. Sin embargo, no hubo tiempo suficiente en una sesión de tres horas de consejería para que yo, ni nadie, pudiera educarla lo suficiente acerca de su identidad en Cristo, mucho menos respecto a la naturaleza de la batalla espiritual. Además, en ese entonces yo no tenía la base de experiencia que ahora tengo. Como Jennifer no tenía el conocimiento volvió a caer en sus antiguos patrones y hábitos. En su segunda visita participó en todo un congreso diseñado con el fin de darle la información que necesitara para obtener su libertad y mantenerse libre. La mayoría de los pastores no disponen de tiempo suficiente como para sentarse con la gente, uno por uno, para darles sesiones extensas de enseñanza. Normalmente pido a la persona antes de la primera entrevista, que al menos lea Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad]. Cuando se tiene que luchar para poder leer como le sucedía a Jennifer, a menudo hay un síntoma de hostigamiento demoníaco. Entonces los dirijo primero por los pasos hacia la libertad y les doy seguimiento con tareas como leer el libro o escuchar casetes sobre el mismo tema. Permítame destacar de nuevo que no doy nada por sentado respecto a los conflictos espirituales. Se necesita un medio, seguro para evaluar las cosas a nivel espiritual. No

difiere de lo que hace un médico cuando pide primero un examen de sangre y de orina. La iglesia debe responsabilizarse del diagnóstico espiritual y de la resolución. Si se ve la liberación como algo que uno puede hacer por una persona, normalmente habrá problemas. Quizás logre conseguir su libertad al echar un demonio, pero es muy posible que este regrese y que el estado final sea peor todavía. Cuando Jennifer confesó, renunció, perdonó, etcétera, aprendió cuál era la naturaleza del conflicto al experimentar todo el proceso. En vez de desviarla, apelé a su mente, donde se estaba librando la verdadera batalla, y la ayudé a asumir la responsabilidad de escoger la verdad. Son muy apropiados los comentarios de Jennifer sobre los medicamentos recetados. El uso de drogas para curar el cuerpo es recomendable, pero para curar el alma es deplorable. Estaba tan dañada su capacidad para pensar que no podía elaborar nada a nivel mental. Veo a menudo personas en esta condición y es sumamente frustrante, sin embargo, jamás contradigo el consejo de un médico. Tengo muchísimo cuidado de advertirle a la gente que no dejen sus medicamentos demasiado pronto, para evitar los graves efectos secundarios que puedan resultar. Es cierto que Jennifer dejó de tomar sus medicamentos demasiado pronto después de su primera entrevista, y eso quizás contribuyó a que tuviera una recaída.

Algunos no quieren ser libres A la gente espiritualmente sana le es muy difícil comprender a quienes no siempre quieren ser libres de la esclavitud de su estilo de vida. He conocido a muchos que no quieren librarse de sus «amigos». Una vez, después de conducir por los pasos hacia la libertad a la esposa de un pastor, sentí que no estaba completa su libertad. Me miró y me dijo: —¿Y ahora qué? —Dígale que se vaya—respondí después de una pausa. Con una mirada perpleja, reaccionó: —En el nombre del Señor Jesucristo, le ordeno que se vaya de mi presencia. Inmediatamente recibió su libertad. Al día siguiente me confesó que la presencia le estaba diciendo a la mente: «¿Me vas a echar después de todos los años que hemos vivido juntos?» Apelaba a sus sentimientos de compasión. Un joven me dijo que oía una voz que le rogaba que no lo obligara a irse porque no quería ir al infierno. El demonio quería quedarse con el joven para poder ir con él al cielo. Le pedí al muchacho que orara, pidiéndole a Dios que le revelara la naturaleza real de esa voz. Apenas había terminado de orar, exclamó con gran disgusto. No sé lo que vio ni escuchó, pero era obvio que era algo malévolo. Estos no son unos inofensivos guías espirituales: son espíritus engañadores que buscan desacreditar a Dios y promover alianzas con Satanás. Son destructores que destrozan una familia, una iglesia o un ministerio.

Excesos de comida seguidos de purgas Es una condición inquietante de nuestra época la de los trastornos en la alimentación. Las filosofías enfermizas de nuestra sociedad han asignado al cuerpo humano un estado endiosado. Las muchachitas a menudo se obsesionan con su apariencia como norma para medir su propio valor. En vez de encontrar su identidad en el ser interior, la buscan en el

exterior. En vez de centrarse en el desarrollo del carácter, lo hacen en la apariencia, y prestigio. Satanás aprovecha esta búsqueda equivocada de la felicidad y autoestima. Agregado a ese problema vemos el aumento del abuso sexual y de la violación. Muchas niñas y muchachas adictas a los trastornos en la alimentación han sido víctimas de delitos sexuales. Como las agencias seculares no tienen el evangelio, no saben cómo liberar totalmente de su pasado a esta gente. Lo que las libera totalmente es conocer quiénes son en Cristo y reconocer lo imprescindible que es perdonar, aunque siempre deben lidiar con las mentiras que Satanás usa con ellas. Una señorita tomaba setenta y cinco laxantes diarios. Se graduó en una excelente universidad cristiana y no era tonta. Sin embargo, fue inútil razonar con ella. Las unidades para el tratamiento de trastornos en la alimentación lograron detener su tendencia de perder peso usando fuertes controles de conducta. Cuando hablé con ella le pregunté: —Esto no tiene nada que ver con tus hábitos de comer, ¿verdad? —No—respondió. —Estás defecando para purgarte del mal, ¿no es cierto?—le dije. Asintió con la cabeza y le pedí que repitiera mis palabras: —Renuncio a la defecación para purgarme del mal y declaro que únicamente la sangre de Jesucristo me limpia de toda maldad. Por un corto tiempo dejó de tomar laxantes, pero en este caso, como en el de Jennifer, no tenía el cuadro total y no logró aprovechar el apoyo que necesitaba. Otra mujer dijo que se había purgado toda la vida, igual que su madre. Dijo que no planeaba hacerlo conscientemente y que era un chiste entre sus hijas adolescentes poder vomitar en un vaso desechable mientras conducía el auto, sin jamás cruzar la línea media de la carretera. Cuando le pregunté por qué vomitaba, me respondió que se sentía limpia después. Le pedí que repitiera mis palabras: «Renuncio a la mentira de que vomitar me va a limpiar. Creo únicamente en la obra purificadora de Cristo en la cruz». Después de repetirlo, inmediatamente exclamó: «Ah Dios mío, eso es, ¿verdad? Sólo Jesús puede lavarme de mi pecado». Me contó que en su mente tuvo una visión de la cruz. Por esa misma razón se corta la gente: trata de purgarse del mal. Es un engaño espiritual, una mentira de Satanás, de que podemos ser el dios de nuestra vida y lograr nuestra propia purificación. ¿Recuerda a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que se levantaron contra Elías? Ellos se cortaron (1 Reyes 18:28). En muchas religiones paganas alrededor del mundo se cortan la piel, cosa que para el que viaja es fácil corroborar. Es importante desenmascarar esa mentira y renunciar a ella. En muchos casos la persona ni siquiera sabe por qué lo hace, así que pedirle la razón podría ser contraproducente. Jennifer trataba de extraerse el corazón porque creía que era maligno. También expuso que se cortaba la piel para mantenerse en contacto con la realidad, creyendo que las personas vivas sangran. La joven que tomaba laxantes empezó a llorar inmediatamente después de renunciar a la mentira. Apenas se logró calmar, le pregunté en qué pensaba y me dijo: «No puedo imaginar que creía tantas mentiras». Es importante recalcar aquí que no todos los que se cortan tienen trastornos en su alimentación, ni que muchos de los que los tienen no se cortan. Recibí una carta muy perspicaz de una señora que experimentó un alivio tremendo al seguir los pasos hacia la libertad, pero en ese momento el pastor no había tratado con ella el asunto de su trastorno en la alimentación. Me escribió:

Estimado Neil: Acabo de leer The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos], que me iluminó bastante en muchas áreas. En el capítulo 13 leía los pasos para los niños cuando noté la sección aparte sobre los trastornos de alimentación. Conforme la leía, un dolor agudo me atravesaba el corazón, pero también hubo un suspiro de alivio. Sus palabras describían mi vida desde la escuela primaria. Al principio de este año seguí los pasos hacia la libertad con un pastor y cambié radicalmente. Pero no me parecía bien la lucha que seguía librando en cuanto a mi apariencia física. Ese tema no había surgido en mi sesión de consejería. A medida que leía su descripción de la persona típica que padece un trastorno en la alimentación, me puse a llorar delante del Señor. Empecé cortándome, luego me volví anoréxica, bulímica y finalmente una mezcla de los tres. Repasé todas las renuncias y los anuncios que usted declaró y me puse de acuerdo con una amiga en orar al respecto. Dios es muy bueno conmigo. No importa por qué se pasó por alto en mis sesiones, el punto es que el enemigo quiso que fuera por mal, para mantenerme esclavizada en una área que había controlado gran parte de mi vida. Dios usó el libro suyo para agregarle a mi vida este paso de libertad. Muchísimas gracias.

La necesidad de que le crean a uno Esta gente busca desesperadamente quién les crea y entienda lo que les sucede. Conocen lo suficiente como para no hablar con quienes no entienden de pensamientos extraños e imágenes raras. En el caso de Jennifer, cuando finalmente expuso su relato la gente no le quiso creer y algunos todavía dudan. Ven su sanidad como una casualidad. Los consejeros deben reconocer la realidad de las maniobras de Satanás, de que realmente no «luchamos» contra sangre y carne, «sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales» (Efesios 6:12).

El seguimiento Los pensamientos de Jennifer respecto al seguimiento son selectos. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de tener una amistad con quien contar. Jamás fue la intención de Dios de que viviéramos solos; nos necesitamos unos a otros. Y Jennifer necesitaba seguir con una consejería que la ayudara a adaptarse a su nueva vida. En muchos aspectos no se había desarrollado lo mismo que otros y ahora necesita madurar hasta lograr la sanidad completa. En sí, la libertad no es madurez. Las personas como Jennifer están en proceso de desarrollar nuevos patrones de pensamiento y necesitan tiempo para reprogramar sus mentes. Sus consejeros le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sobrevivir, y son personas buenas que hubieran hecho cualquier cosa por ayudarla. Nadie tiene todas las respuestas. En primer lugar, y sobre todo, necesitamos al Señor, pero también nos necesitamos unos a otros.

La oración eficaz a favor de otros Pienso en los pastores que tratan de ayudar a la gente como Jennifer. La mayoría no ha tenido preparación formal en consejería y muy pocos han estudiado en un seminario que los

equipe a tratar con el reino de las tinieblas. Lo buscan personas desesperadas con necesidades arrolladuras, sabiendo que su única esperanza es el Señor. A veces, la única arma disponible al pastor es la oración, y así lo hace. Pero a menudo ve muy poca respuesta a su oración de fe, lo que puede desanimarlo. La mayoría de los cristianos están conscientes del pasaje en Santiago que instruye al que está enfermo a llamar a los ancianos a que oren y los unjan con aceite. Creo que la iglesia debería estar haciendo esto, sin embargo creo que hemos pasado por alto algunos conceptos muy importantes, además del orden implícito en Santiago: «¿Está afligido alguno entre vosotros? ¡Que ore!» (5:13). Quien más debe orar es quien está sufriendo. Las personas con dolores que me veían cuando era pastor, me pedían oración. Por supuesto que oraba por ellos, pero quien realmente tenía que orar era la persona que me pedía oración. Fue tan notable el cambio en el rostro de una trabajadora social después de llevarla a través de los pasos hacia la libertad que la insté a ir al cuarto de damas para que se mirara en el espejo. Al regresar a mi oficina brillaba de la felicidad. Reflexionando en la resolución de sus conflictos espirituales, me dijo: «Siempre pensé que otra persona tenía que orar por mí. Este es un concepto equivocado muy común. En los pasos hacia la libertad el aconsejado es quien hace casi toda la oración. No podemos tener una relación de tipo secundario con Dios. Quizás necesitemos un tercero para facilitar la reconciliación de dos personas, pero no la van a lograr por lo que haga el mediador. Se reconciliarán sólo por las concesiones que hagan las partes principales. En la resolución del conflicto espiritual Dios no hace concesiones para que nos podamos reconciliar con él. Más bien, los «Pasos hacia la libertad» describen las «concesiones» que debemos hacer nosotros para aceptar nuestra responsabilidad. «¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los ancianos de la iglesia» (5:14). De nuevo vemos que la responsabilidad de sanarse siempre recae sobre el enfermo. Dudo que jamás seamos eficaces en nuestros intentos de sanar a una humanidad doliente que no quiera sanidad. Los pasos hacia la libertad funcionarán únicamente si la persona desea ser sanada y acepta su propia responsabilidad. Marcos registra el incidente en que Jesús envió por delante a sus discípulos en un barco. El viento empezó a soplar fuerte y los discípulos se detuvieron en medio del mar y «se fatigaban remando». Mientras caminaba sobre el mar Jesús, «quería pasarlos de largo» (Marcos 6:48). Creo que el Señor quiere pasar de largo al autosuficiente. Cuando todo lo queremos hacer nosotros mismos, Él nos lo permite. Cuando los discípulos le clamaron a Jesús, Él fue donde ellos. Cuando el enfermo llama a los ancianos, ellos también deben acudir. Sigue diciendo Santiago: «Por tanto, confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho» (5:16). Creo que las oraciones de nuestros pastores serán eficaces cuando la gente esté dispuesta a confesar sus pecados. Los pasos hacia la libertad son un inventario moral feroz. He oído a la gente confesar atrocidades increíbles conforme los van cumpliendo. Mi papel es darles la seguridad de que Dios contesta la oración y perdona a sus hijos arrepentidos. Siento mayor confianza en la oración después de conducir a la persona por los pasos hacia la libertad. Juan escribe: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Creo que estamos dentro de la voluntad perfecta de Dios cuando le

pedimos que restaure una vida dañada por Satanás, daño que puede ser físico, emocional o espiritual. La orden es: «Buscad primeramente el Reino de Dios» y luego todo lo demás nos será añadido. Una joven se me acercó en una conferencia con un saludo muy alegre: —¡Hola! —¡Hola!—le respondí. —No me reconoce, ¿verdad?—me dijo. No la reconocía ni siquiera después que me recordó que la había aconsejado hacía un año. Había cambiado mucho. Como Jennifer, su apariencia y su rostro se veían totalmente distintos, una manifestación bellísima del cambio en la persona que «busca primeramente el Reino de Dios». ¡Qué distinto es todo cuando Cristo nos da la libertad!

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Nancy: Libertad del abuso sexual femenino El ciclo de pecar, confesar, pecar, confesar, pecar, «me doy por vencido» es más común en las esclavitud. Supongamos que el perro del vecino se haya metido al patio porque usted dejó abierto el portón. Ahora la mandíbula del perro se ha prendido de su pantorrilla. ¿Se golpea usted o al perro? Con todo el dolor del alma y conscientes de haber dejado una puerta abierta al pecado, clamamos a Dios por su perdón. Adivine lo que hace Dios: ¡Nos perdona! Había dicho que lo haría, pero el perro todavía está adentro. En vez de la rutina de pecar y confesar, la perspectiva bíblica completa es pecar, confesar y resistir: «Someteos pues a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de vosotros» (Santiago 4:7). En nuestro mundo occidental nos portamos como si los únicos actores en el drama fuéramos nosotros y Dios, lo cual no es cierto. Si fueran sólo usted y Dios, entonces o usted o Dios tendría que llevar encima la culpa de los espantosos estragos cometidos en este mundo. Creo que Dios no es el autor de la confusión ni de la muerte, sino del orden y de la vida. El arquitecto principal de la rebelión, del pecado, de la enfermedad y de la muerte es el dios de este mundo: el padre de las mentiras (Juan 8:44). Sin embargo, «el diablo me empujó» no forma parte de mi teología ni de mi práctica. Es nuestra la responsabilidad de no dejar que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales (Romanos 6:12). Pero sería el colmo del juicio farisaico y del rechazo humano tratar como culpables principales y a las personas atadas y echarlas por no lograr poner orden. Si usted fuera testigo de una violación sexual de una niñita que dejó la puerta abierta y los intrusos malévolos se aprovecharon de su descuido, ¿no haría caso a los abusadores y confrontaría únicamente a la niña? De ser así, esa niñita llegaría a concluir que hay algo

maligno en su ser, que es lo que han experimentado Nancy y muchas otras como ella. Aprendamos por medio de su historia. *

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La historia de Nancy Parecíamos una familia normal y feliz. Mis padres eran jóvenes y no eran cristianos. Cuando yo nací tenían dos años de casados, y su matrimonio estaba tambaleante. Luego se agregaron a la familia dos hermanos y una hermana y las fotos de esa época muestran que parecíamos una familia normal y feliz. Papá era guapo y mamá también era bonita. La mayoría de las fotos fueron tomadas cuando la familia estaba lista para ir a la iglesia un domingo de resurrección, el único día del año en que asistíamos a la iglesia. Nos mudábamos a menudo, por lo que asistí a ocho escuelas distintas antes de entrar a la secundaria, en dos colegios diferentes.

Mi padre me decía que yo era su hija favorita. Luego me tocaba. Mi padre tenía un problema de drogas y de alcohol, entraba y salía de la cárcel porque robaba para obtener lo que necesitaba para alimentar el vicio. Hasta rompió mi alcancía para sacar el poco dinero que tenía, y una vez vendió todas las lámparas de la casa. Se iba por un par de días y luego regresaba totalmente ebrio y agresivo, quebrando muebles, cuadros y cristalería. No era nada raro que cuando se enojaba destruyera las cosas. Cuando tenía tres años de edad mi padre me dijo que podía dormir en su cuarto mientras mi madre trabajaba. Recuerdo estar acostada en la cama de mis padres, mi papá hablándome como si fuera su esposa. Me decía que me amaba más que a mi madre y que yo era su hija favorita. Entonces me tocaba sexualmente. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo, sólo que esto hacía feliz a papá y entonces me trataba bien. Me advertía que jamás le contara a mi mamá porque ella no lo comprendería. Fue entonces cuando empecé a masturbarme, generalmente varias veces al día. Fue una época muy confusa para mí. A veces me sentía dividida entre mis padres porque otras noches, cuando mi madre estaba en casa, mi padre me pegaba y me tiraba contra la pared. Una noche tomó una cobija, la arrojó sobre mi cuerpo entero y se sentó en ella. No podía respirar ni ver la luz. Al principio mi madre sólo se rió, pero luego le gritó a papá que se levantara. Esa experiencia fue una de las primeras veces en que recuerdo haber estado fuera de mi cuerpo observando lo que sucedía. Otra vez mi papá nos emborrachó a mi hermanito y a mí. Nos daba a probar lo que tomaba y luego nos daba vueltas y observaba nuestra cómica manera de caminar. Cada dos o tres meses mamá dejaba a papá y nos íbamos una temporada a donde mis abuelos hasta que papá decía: «Lo siento; no lo vuelvo a hacer». Entonces regresábamos a vivir con él. Durante esos períodos de separación siempre estuve con mamá, y me alegraba mucho porque me daba muchísimo miedo quedarme totalmente sola con mi padre.

La casa estaba destruida totalmente, peor que de costumbre. Papá estaba parado sobre nosotros con una pistola.

Una vez, cuando tenía cerca de cinco años, Papá llegó a casa y hubo el común destrozo de muebles y cuadros; pero esta vez fue diferente. Era muy tarde en la noche y mamá y yo estábamos levantadas pero estábamos empacando para irnos, como hacíamos a menudo. Esta noche, en particular, estábamos agachadas en un rincón de su dormitorio. La casa estaba totalmente destrozada, peor que nunca, y papá estaba de pie sobre nosotras con una pistola apuntando a la cabeza de mi madre. Nos dijo: «Ahora sí, voy a jalar el gatillo». Mamá me abrazó fuertemente y le rogó que no la matara. Lloré y oí que el gatillo sonó, pero no hubo explosión. Mamá había botado las balas, y la pistola que papá creía tener cargada estaba vacía; aunque mamá no estaba segura si él habría conseguido o no más balas. Con eso, papá se enojó mucho más y levantó a mamá y la arrojó al otro lado del cuarto. Mamá me dijo que me fuera corriendo donde los vecinos, cosa que hice. Vino la policía y se llevó a papá, me quedé toda la noche en casa de los vecinos, durmiendo sola en una cama extraña y llorando como jamás lo había hecho antes. Quería que mamá me abrazara, pero no estaba allí. No sé a dónde fue pero cada vez que las cosas andaban mal me tenía que quedar en otro lado sin mamá. Todavía no entiendo a dónde iba ni por qué no quería llevarme con ella.

Amaba a mamá, pero nunca sentí que ella me amara. Sabía que papá me amaba, sin embargo me asustaba. Otra vez estaban peleando, papá tenía un cuchillo y mamá una botella quebrada. Recuerdo el conflicto en mi mente en cuanto a quién quería que ganara. Amaba a mamá pero nunca sentía que ella me amaba. Sabía que papá me amaba pero me asustaba mucho. Esta vez papá logró cortar la garganta de mamá y darle una paliza, por cuanto una vecina la tuvo que llevar al hospital donde permaneció varios días. Por supuesto, me quedé en casa de una amiga … otra vez sola. Pensaba que mis padres amaban más a los animales que a la gente. Una vez papá trajo un perro a casa porque alguien lo había estado maltratando. Mis padres se compadecieron de él, lo mimaron, le dieron comida extra y hablaron de lo terribles que habían sido sus dueños anteriores. Recuerdo que me sentía celosa del perro, pues deseaba que mis padres fueran buenos «dueños» de mí. Cuando cumplí seis años de edad, ya papá había estado varias veces en la cárcel y mi madre al fin lo dejó. Nos mudamos a vivir con mis abuelos por un par de años y luego nos fuimos a otra casa en el mismo pueblo. Constantemente hablaba sola, diciendo cuánto necesitaba masturbarme para sentirme mejor. Soñaba con los niños de la clase en la escuela y simulaba que estábamos haciendo el amor. Una vez, mientras me masturbaba viendo televisión mi madre entró al cuarto y me estuvo mirando. Al principio no la vi, pero cuando lo hice, simplemente me sonrió y me dijo que eso era normal. Había momentos, mientras me bañaba, que viajaba fuera de mi cuerpo y soñaba con que yo misma me ahogaba. Lo sentía agradable, pero a la vez me asustaba. Llenaba la bañera hasta donde pudiera, me metía y me veía entre el agua, boca arriba y muerta.

Las sombras salían del ropero de mi abuela. Oía voces y algo se movía en todo el cuarto. Me quedaba cuanto tiempo pudiera donde mi abuela y veía cosas extrañas: sombras que entraban y salían de su ropero, voces y ruidos y cosas que se movían en el cuarto. Una vez mi escoba de juguete, salió volando hasta el otro lado del dormitorio. Al principio estas cosas me asustaban, pero después disfrutaba tratando de hacerlas mover. Mi abuela nos dio un tablero de la ouija para que jugáramos mi hermano y yo. Fue en esta época que le pedí a mi hermano que durmiera conmigo. Nos besábamos y nos agarrábamos de la mano, pues lo amaba tanto y sentía que no había otra forma de mostrarle cuánto lo quería (¡oh, cómo te odio, Satanás!). Me dieron un perro y lo miraba, pensando: «Te amo de todo corazón». Dejaba que me lamiera y por un tiempo me hacía sentir bien, pero luego me deprimía. Un día lo miré y me pregunté cómo sería si se muriera. En pocos minutos salió corriendo a la calle donde lo atropelló un auto matándolo de inmediato. Recuerdo que otros sueños también resultaron ciertos. Cuando tenía unos siete años asistí a una iglesia en el barrio. Me gustaban los cantos y la gente parecía muy buena, pero jamás recuerdo que alguien me preguntara quién era yo ni por qué estaba allí sola.

Escribía historias acerca de fantasmas amigables. Así que pensé que los fantasmas que veía en su casa también eran buenos. Mis abuelos no dormían juntos. Más tarde supe que mi abuelo había tenido relaciones con otra mujer y mi abuela le había dicho que se podía quedar; pero jamás volvieron a dormir juntos, por lo que yo dormía con mi abuela. Ella escribía cuentos y me los contaba, cuentos que por lo general eran de fantasmas amistosos, y por eso yo creía que los fantasmas que veía en su casa eran buenos. Mi abuelo me amaba y me decía que yo era su nieta favorita. Dormía con él también, pero jamás me tocó de manera inapropiada, me gritó ni me hizo ningún daño. Conversábamos y jugábamos en el comedor y él tocaba su guitarra y me cantaba. Aun cuando había cosas extrañas en su casa, en mi experiencia fue lo más cercano a una familia feliz. Mi madre se volvió a casar y nos fuimos de allí. Los primeros años de su matrimonio parecían normales. Nos castigaban, pero no nos golpeaba. Participaba en el grupo de niñas exploradoras, en clases de zapateado, en gimnasia y sacaba buenas notas. Pero siempre seguí escuchando voces que decían: «Eres fea y estúpida. Esto se va a acabar y tu verdadero padre vendrá a agarrarte». Empecé a soñar que me moría, por lo que me quedaba tendida en la cama rogándole a Dios que me ayudara: «Por favor, que haya algo que no sea la muerte, algo que sea más allá de la muerte». Soñaba que mis abuelos se iban a morir, que nunca los volvería a ver. Soñaba que mi madre se moría. Llegó a convertirse en tal obsesión, que no me dejaba dormir hasta que pensara en la muerte de alguno de mis familiares, y luego lloraba hasta quedar dormida. Asistí a una iglesia con una amiga cristiana y me presenté al altar cuando dieron la invitación, deseando de corazón que alguien me amara y me ayudara. Pero este no era el

momento ni el lugar. El consejero dijo que tenía que «morir bajo la cruz» para poder hablar en otro lengua. Mi amiga me dijo que después me caería para atrás, pero que no me asustara. Unas treinta personas a mi alrededor empezaron a orar, algunos en lenguas y otros no. Hacía calor y yo simplemente quería regresar a casa, por lo que se me ocurrió hablar en jerigonza y caerme, cosa que hice. Todo mundo se emocionó mucho porque ahora yo era «cristiana». Sabía que los había burlado y estaba confundida, preguntándome si no sería que los cristianos eran falsos.

Jugábamos en el vivero, nos tomábamos de las manos y nos besábamos. Cuando estaba en la escuela primaria me cuidaba una muchacha solo unos años mayor que yo. Nos quitábamos la ropa y nos acostábamos una encima de la otra en el suelo de la sala. A veces pasaba la noche en su casa y jugaba conmigo desnuda. En los veranos visitaba la casa de mis abuelos, y el verano después de terminar quinto grado me llevé conmigo a una amiga. Jamás había tenido deseos homosexuales, pero ese verano fue distinto. Jugábamos en el vivero y yo le decía que era mi esposa o que yo era la suya, nos tomábamos de la mano y nos besábamos. Una cosa conducía a otra y terminábamos en el piso, dando vueltas las dos hasta que yo terminaba masturbándome. No creo que ella lo hizo jamás, y parecía un poco nerviosa, pero siempre estaba dispuesta a jugar así varias veces al día. Cuando regresamos a casa nos metimos a los arbustos y tratamos de jugar de nuevo, pero esta vez no nos pareció bien y no lo volvimos a hacer. Mantuvimos nuestra amistad durante todos nuestros años escolares pero jamás volvimos a mencionar los veranos juntas. El año siguiente llevé a otra amiga a casa de mi abuela. Esta vez nos quedamos en el dormitorio leyendo revistas y representando las historias que leíamos en las mismas.

La voz me decía: «Imbécil. Eres tan estúpida y fea que nadie te va a querer». En mis primeros años de secundaria, mi madre y mi padrastro peleaban cada vez más. Me sentía culpable de sus pleitos, pero peor me sentía por mi problema de masturbación. No le podía contar a nadie ni preguntar si realmente era algo normal, aunque también sabía que no lo podía. Trataba al máximo de dejar de hacerlo pero siempre oía esa voz que me decía: «No, está bien. Todo el mundo lo hace». Entonces más tarde la misma me decía: «Imbécil. Eres tan estúpida y fea que nadie te va a querer». Cuando cursaba los últimos tres años de secundaria, la mentira se convirtió en algo muy importante en mi vida. Deseaba tener amistades y disfrutar de la vida, pero me sentía estúpida e inferior, por lo que inventaba historias para verme mejor a los ojos de los demás y para sentirme mejor. Salía mucho con muchachos y dejaba que hicieran conmigo lo que quisieran, hasta llegar al punto inmediatamente anterior al acto sexual, podía terminar a solas esa sensación en casa. Por supuesto que los muchachos no sabían eso, por lo que tenía fama de atormentadora. Varios me dijeron que los volvía locos por el sexo, lo que me hizo sentir desprecio por mí misma, culpabilidad, sucia por dentro y por fuera, fea y fracasada.

Finalmente ocurrió lo inevitable. Realicé el acto sexual con un muchacho en el asiento delantero de su auto fuera de un teatro al aire libre. Realmente no fue doloroso; no fue nada. Volvimos a su casa porque su papá era alcohólico y nunca estaba. Nos bañamos juntos y le hice bailes sexuales. Cuando llegué a casa me esperaba mi padrastro, como siempre. No hablamos mucho, simplemente nos miramos y me fui a acostar, sintiéndome entumecida mientras dormitaba pensando en todo lo sucedido esa noche. A la mañana siguiente, llamé al muchacho y le dije que no quería volverlo a ver jamás y a todos en la escuela les conté que era un perdedor. Luego le pregunté a mamá que si una se podía vestir de blanco en la boda aunque no fuera virgen. Ella se limitó a decir: «Puedes vestirte como quieras». Me sentí rechazada, hubiera deseado que por lo menos me hubiera preguntado qué pasaba.

Recuerdo lo bien que me sentía de niña en la iglesia, y ahora volvía a sentir lo mismo. Después de una de las mudanzas de nuestra familia yo viajaba en ómnibus a mi nueva escuela, donde había decidido que no haría amistad con nadie, porque odiaba el lugar y odiaba a mi padrastro por habernos trasladado otra vez. Se sentó a mi lado una alegre muchacha que era animadora de los partidos deportivos. En sus manos tenía un trofeo y en su cara una gran sonrisa. Sólo le di una mirada de reojo. Yo había participado en esa misma actividad en el colegio de donde me acababa de mudar y no me hacía gracia que me recordara todo lo que había tenido que dejar atrás. Habló todo el camino al colegio y terminó invitándome a ir con ella al grupo de jóvenes de su iglesia. No tenía la menor idea qué era un grupo de jóvenes de una iglesia y tampoco me iba a hacer amiga de ella. Sin embargo, después de viajar juntas en el ómnibus por varias semanas al fin estuve de acuerdo en acompañarla. Fue una sorpresa encontrarme con un grupo de muchachas que cantaban, reían y leían sus Biblias. Recuerdo lo bien que me sentí de niña en la iglesia y volví a sentir lo mismo ahora. Mis voces me decían: «¡No! Estos muchachos no te van a querer. Eres estúpida por estar aquí». Pero la chica que conocí en el ómnibus siguió siendo mi amiga y al final de ese año escolar le pedí a Cristo que entrara en mi vida y me bauticé. Me sentí muy entusiasmada con el Señor. Al fin había encontrado a alguien que jamás me dejaría, ni me pegaría, ni me obligaría a hacer cosas malas, alguien que siempre me amaría. A todo el mundo le contaba de Jesús y andaba por toda la casa, para arriba y para abajo con mi Biblia, citando versículos. Empecé un estudio bíblico con mis hermanos y orábamos juntos y hablábamos del amor de Cristo.

Tomé todo el dinero que encontré en casa y me fugué. En mi último año de secundaria, mi madre y mi padrastro tuvieron un pleito muy violento. Estaba aterrorizada y sentía que no podría aguantar que se volviera a repetir lo que sucedía con mi padre natural, por lo que tomé todo el dinero que encontré en la casa y me di a la fuga.

Salí en auto a otro estado y me fui a vivir con un muchacho a quien había conocido anteriormente. Las voces dentro de mí empezaron de nuevo, diciendo: «¡Ramera! ¿Y dices ser cristiana?» Después de un tiempo mi novio y yo rompimos y regresé a casa, pero mi padrastro no quería que me quedara. Una noche asistí a una actividad deportiva en la universidad bíblica local, pues en medio de todo lo ocurrido, anduve siempre con la fachada de ser cristiana y de que Dios es muy grande. Sin embargo, durante el partido sólo pude pensar en mi situación: me había fugado de la casa, había vivido con un muchacho y ahora no tenía dónde vivir. En ese momento se volvió hacia mí la muchacha sentada a mi lado y me preguntó si necesitaba donde vivir. Le pregunté si podía leer la mente porque sí me hacía falta. Me mudé a vivir con ella y con otras dos muchachas, me enteré que era lesbiana y que pensaba que yo era atractiva. Pero esa fue una relación en la que jamás me metí.

Le fue difícil aceptar algunas cosas de mi vida. Sin embargo, me dijo que de todos modos me amaba. Una de las muchachas con las que vivía tenía un hermano que me gustaba, pero ella trataba de cuidar su inocencia y realmente no quería que yo saliera con él. A pesar de ello, empezamos a salir y fue una relación distinta a cualquier otra que había tenido. Sabía que Jim me quería, ¡me amaba de verdad! Al poco tiempo de comprometernos, le jugué sucio. Me sentí tan culpable que le devolví el anillo de compromiso, pero no quiso romper la relación. Estaba confundida, me masturbaba todavía y no comía bien. En mi corazón añoraba que me amara y se quedara conmigo, pero me porté mal con él. Decidí que el hombre con quien me casara tendría que conocer la verdad respecto a mí, así que le conté mi pasado. Creció en un hogar cristiano muy estricto y protegido, y le fue difícil aceptar algunas de las cosas en mi vida, pero me dijo que de todos modos me amaba. A los siete meses nos casamos. Antes de casados nunca nos habíamos acostado juntos, pero después nuestra relación sexual fue muy anormal. Yo era adicta al sexo, no sólo con mi marido sino también con la masturbación. Esto creaba tensión entre nosotros y peleábamos, por lo que empecé otra vez a sentirme sucia y sola. Nuestros primeros diez años de matrimonio fueron turbulentos. Jim asistía a un instituto bíblico, trabajó con una corporación por siete años y luego entró oficialmente al ministerio. Me entusiasmaba ser la esposa de un pastor y me impuse expectativas muy altas, de ser perfecta y de estar siempre dispuesta a ayudar a los demás. Teníamos dos hijos pero yo no era muy buena madre. Les pegaba mucho y me deprimía fácilmente. Sentía que mi vida era un desperdicio; el suicidio llegó a ser una idea diaria. Alternaba entre arranques de ira y pedir perdón. Quise estar cerca de Dios pero no lo sentía. Cuando quedé embarazada por tercera vez, gran parte de mí quería abortar, pero una partecita decía: «Ama a esta criatura». Mi marido estaba contento con el embarazo, pero peleábamos todavía más y mis cambios de temperamento se descontrolaron del todo. Llegó el bebé y no sabía cómo cuidar a otro hijo. Lo único que quería era dejar esta vida, pues estaba deprimida y aburrida, y me sentía fea, estúpida, indeseable y solitaria.

Mientras tanto, en la iglesia y en las reuniones parecía que yo le gustaba a todo el mundo. Normalmente era el centro de atención en las fiestas, pero esa era una fachada. Nadie me conocía en verdad. Estuve muy cerca de tener relaciones con uno de los diáconos casado con mi mejor amiga. Jamás pasé de la etapa de hablar, pero me sentí muy tentada y sumamente confundida. Dentro de mí, una voz me decía: «Hazlo. Nadie se va a dar cuenta». Pero otra decía: «Sé fiel a tu marido». Después de esto perdí interés por el sexo con Jim, pero seguí con el problema de la masturbación.

Veía sombras atravesando rápidamente el pasillo. Intenté matarme. Mi padrastro murió y nos llevamos a casa su sillón favorito. Cada vez que me sentaba en el sillón y miraba por el corredor veía sombras saltar de los cuartos de los niños hacia el dormitorio al otro lado del pasillo. Al principio creí que era porque estaba cansada, pero luego me enteré que mi marido y otros también las vieron. Una noche se paró una figura al pie de mi cama y me miró fijamente. Era alto y moreno, con un niño pequeño a su lado. Estas apariciones volvieron de vez en cuando por varios meses. Me deprimía cada vez más, hasta que intenté matarme varias veces con pastillas. Hablaba de morir y entonaba canciones acerca de la muerte. Le dije a mi marido que era la única forma en que tendría paz, entonces todo estaría tranquilo y yo estaría con Dios. Como me volvía cada vez más taciturna, Jim empezó a irse de casa por las noches llevándose a los niños los fines de semana. No sabía qué hacer, por lo que salía huyendo para esconderse. Yo permanecía en cama durante dos o tres días manteniendo la puerta con llave y con un rótulo para evitar que me molestaran. Mientras tanto, Jim me disculpaba con la iglesia, diciendo que yo estaba enferma. Varias veces nuestro hijo mayor llamó una ambulancia porque le pareció que me estaba muriendo. Me llevaban a la sala de emergencias, me hacían pruebas, me decían que todo estaba bien y me devolvían a casa. Una vez recordé el nombre de un pastor y clamé desesperadamente que lo llamaran para que me ayudara. Jim no estaba en casa, pero la muchacha que cuidaba a los niños lo llamó. Oró conmigo y me refirió a un consejero cristiano a quien consulté durante tres meses. El consejero empezó diciendo que yo era cristiana y él también pero que este no era un problema espiritual. Me dijo que había recibido maltrato de varios hombres en mi vida, que estaba demasiado atareada y que no me estaba enfrentando con la niña dentro de mí. Una vocecita interna dijo: «¿Pero dónde está Cristo en todo esto?» Sabía que las respuestas tenían que estar en Él, pero simplemente no lograba alcanzarlas. Finalmente dejé de visitar al consejero.

Uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas. Un día decidí que ya era hora de actuar, por lo que llevé la silla de mi padrastro al mercado de las pulgas y la vendí. Después ya no volvimos a ver fantasmas en casa. Renuncié a mi trabajo porque allí también estuve viendo fantasmas. En ese momento empecé a tener un estudio bíblico diario.

Jim y yo nos empezamos a llevar mejor y las cosas llegaron a ser casi normales, aunque todavía deseaba morir para que él pudiera encontrarse una mejor esposa y nuestros hijos una madre buena que no se encogiera cuando le dijeran: «Mami, te amo». Entonces a Jim le ofrecieron otro trabajo y nos mudamos, deseando desesperadamente que esta nueva situación nos ayudara. En el nuevo lugar, uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas. No podíamos dejarlo solo. Veía a un hombre rubio correr por su dormitorio y salir por la puerta. Una noche, cuando tenía cuatro años de edad, nos dijo: «Necesito que el Señor viva en mí». Recibió a Cristo en su vida, y no sólo desaparecieron las apariciones y las pesadillas, ¡sino que también sanó inmediatamente de los graves ataques de asma que lo tenían con medicamentos y con un respirador! Hoy en día, si le preguntan sobre el asunto, siempre dice que: «Dios me sanó». Después de ese breve período y estar casi normales, el nuevo empleo se volvió un desastre. Empecé a masturbarme de nuevo, peleando y mintiendo. Despidieron a mi marido y nos mudamos a otro lugar, donde Dios suplió milagrosamente una casa y otro empleo con el personal de una iglesia. Contentos con esa nueva situación pasamos un tiempo muy bien, pero de nuevo llegó la depresión. No podía desempeñar mis funciones y de nuevo quería morir. No tenía amistades; ni en quien confiar. ¿Quién iba a comprender lo que eran voces, fantasmas, depresiones tremendas y la obsesión por morir? Llevaba una doble vida, trataba de ayudar en la iglesia, aun presentándole el Señor a unas personas, mientras que en casa era histérica e iracunda. Tenía engañado a todo el mundo, menos a mi familia. Sentía que me volvía loca. Un médico me diagnosticó el problema como síndrome premenstrual y me contó que había una pastilla nueva. Yo creía que un cristiano podía tener problemas físicos, pero en el caso mío el problema era de la mente y sabía que de algún modo tendría que ponerle fin a este tormento mental. Sentía miedo … miedo de bañarme por temor a que la cortina de baño me envolviera y me matara … temor de contestar el teléfono por no querer hablar con nadie … temor de ser responsable, pues ya no era la persona a quien le encantaba planear, organizar y realizar grandes actividades … temor a las caras en el espejo de mi cuarto … y temor a manejar el auto de noche porque figuras y culebras aparecían en los focos.

Las oraciones tenían respuesta y nuestro ministerio en la iglesia crecía. En una librería cristiana encontré un cuaderno para la oración y Jim me lo compró, pues estaba muy desesperado y hacía cualquier cosa para ayudarme. Mientras tanto me decía que Dios nos sacaría de esto, oraba por mí constantemente y esta vez no se enfrascó en su trabajo. Me traje el portafolio de oración a casa y empecé a tener estudios bíblicos todas las mañanas. Había predicado a otros de la importancia del estudio diario, pero jamás lo había podido cumplir en mi propia vida. Empecé a tener ese rato diario con Dios y fue maravilloso. Las voces negativas cesaron, por un tiempo dejé de masturbarme, las oraciones tenían respuesta y creció nuestro ministerio en la iglesia.

Me sentía tan asustada y enferma que deseaba que Neil cancelara la actividad. En preparación para un congreso acerca de «Cómo resolver conflictos personales y espirituales» en nuestra iglesia, mostraron una película donde Neil hablaba y algunas personas daban testimonios. Mientras lo veía empecé a sentirme enferma y quise salir corriendo, pero me quedé por el qué dirán. Camino a casa le dije a Jim que no quería asistir al congreso, que ya me sentía mejor. Pensaba que mientras estudiara y orara todas las mañanas estaría bien. Hablamos del asunto, luego dejamos el tema y me sentí tranquila, pues todavía faltaban dos meses. En las semanas anteriores al congreso hubo mucho alborozo en la iglesia. Todo el mundo hablaba de lo interesante que iba a ser e invitaban a sus amistades. Decidí que iría sólo para aprender a ayudar a otros y para apoyar a Jim. Entonces comenzó de nuevo el tormento: no podía orar, me enojaba por cualquier cosa y volví a masturbarme. Me sentía tan asustada y enferma que deseaba que Neil cancelara la actividad. La primera noche del congreso estuve sentada haciéndome la que estaba totalmente tranquila, tomando apuntes como si no me afectara. Pero la tercera noche ya no podía concentrarme y nada tenía sentido. Sentía que me vomitaría o que lloraría. Escuché voces, tuve pensamientos terribles e iba cuesta abajo con rapidez, especialmente cuando Neil habló sobre la violación sexual. Jim hizo una cita para mí con Neil y cuando me lo contó, empecé a temblar fuertemente. Cuando llegó la mañana de la cita, le dije a Jim que no había forma de que fuera a conversar con un conferenciante engreído, que simplemente me diría que estaba mintiendo y que tendría que dejar de hacer todo eso. Jim oró y me convenció de acompañarlo a la conferencia y luego a la cita. Esa mañana lloré durante todas las sesiones. Finalmente, no aguanté más y me fui a sentar en el auto. Este conflicto interno fue el peor que jamás había experimentado en mi vida entera. Me decía: «¿Por qué vendría? ¿No sabe que no necesito su ayuda? Me gusta estar así. Estoy muy bien. ¿Por qué no se va? Va a arruinarlo todo». Ese último pensamiento era el que me seguía resonando: Va a arruinarlo todo. Luego otra parte de mí decía: «¿Y qué podría arruinar?» Sentí tal temor que pensé guiar el auto hasta atravesar la cerca que tenía al frente y escaparme, pero no lo hice. No tenía dónde esconderme. Deseaba que me ayudaran, pero dudaba que Neil tuviera las soluciones. Entonces me enojé. Odiaba a Neil; era el enemigo. Iría a esa cita estúpida, pero ganaría.

Le dije a Neil que no me agradaba y que esto no daría resultados. Jim me encontró en el auto y fuimos a almorzar con un amigo. Regresamos a la conferencia y casi sin darme cuenta estaba sentada en un cuarto con Neil y con una pareja, miembros de su personal. Jamás olvidaré lo que transcurrió en las dos horas siguientes y jamás seré la misma. Primero, le dije a Neil que no me agradaba y que esto no daría resultados. De manera prosaica le conté algunas cosas respecto a mi familia. Luego empecé, sin ningún problema, con la primera oración en los pasos hacia la libertad, aunque no sabía lo que leía. Pero no pude orar cuando llegué al punto de tener que renunciar a todas mis experiencias cúlticas, al

ocultismo y a lo no cristiano. Sentía que me vomitaba, mi visión se iba y volvía, sentía que me ahogaba y no podía respirar. Recuerdo que muy tranquilamente Neil le dijo a Satanás que me liberara, afirmando que yo era hija de Dios. Me sentí calmada y continué con las oraciones. Cuando llegamos a la parte del perdón le dije a Neil que no tenía que perdonar a nadie, que amaba a todo el mundo, excepto a él en ese preciso momento. Me dijo que orara y le pidiera a Dios que me ayudara a recordar a quiénes debía perdonar. Vinieron a mi mente nombres en los que no había pensado en muchos años. Cuando empecé a orar para perdonarlos, lloré profundamente y esta vez salieron bien las lágrimas. Sentí que me quitaban un enorme peso de encima. Pasamos por las otras oraciones y me iba sintiendo cada vez mejor. Podía respirar y me sentía amada. Cuando terminamos, Neil me sugirió que fuera al cuarto de damas y me examinara bien en el espejo. Lo hice y, por primera vez en mi vida, ¡me gustó lo que vi! Dije: «Me gustas, Nancy. Es más, te amo». Miré a mis ojos y estaba feliz porque sentí que gracias a Jesús, allí se reflejaba una persona realmente buena. Fue la primera vez en mi vida en que pude mirar el espejo sin sentir autorrepugnancia. Esa noche tuve que manejar el auto durante tres horas para llegar a la graduación de uno de mis hermanos. Jim no pudo ir conmigo debido a sus responsabilidades con el congreso.

Miré al cielo y dije: «¡Gloria a Dios, estoy completamente libre!» Había manejado muy poco en la oscuridad por las imágenes que veía, normalmente eran culebras blancas que saltaban hacia el auto. Una vez vi un auto envuelto en llamas pero cuando llegué al sitio no había nada. He visto a gente parando su carro y de repente no había nadie. Por eso, manejar de noche me producía muchísimo temor. Pero esa noche, durante las tres horas que maneje, no vi nada. ¡Gloria a Dios! Al día siguiente, junto a veintiocho mil personas más, asistí a la ceremonia de graduación. Antes, las multitudes me causaban pánico. Me sentía atrapada y no podía salir, como que me ahogaba y no podía respirar, y era como si el cielo se derrumbara a mi alrededor. Sin embargo, ese día no sentí ninguno de estos síntomas. Por cierto, no fue sino hasta que salí del estadio con la gente a mi alrededor que me di cuenta que se había ido el temor. Miré al cielo y dije: «¡Gracias a Dios, soy verdaderamente libre!» Lo que más agradecí cuando oré con Neil fue que no era una típica cita de consejería; pasamos un rato con Dios. Neil me guió en las oraciones y me ayudó a seguir adelante, pero fue Dios el que me libró de las garras de Satanás; fue Dios el que limpió la casa de mi mente.

Miré en torno a nuestro dormitorio y escuché. Estaba silencioso, verdaderamente silencioso. No habían voces. La primera mañana en nuestra casa, después del congreso, miré en torno a nuestro dormitorio y escuché. Estaba silencioso, verdaderamente silencioso … no habían voces, ¡y no han vuelto! De vez en cuando me he sentido frustrada, pero ahora sé cómo manejar la situación.

Desde entonces nuestro hijo menor tuvo algunos temores y pesadillas. En vez de orar con temor, hablamos de quién es él en Cristo. Nuestro hijo dijo: «¡Oye! Satanás me tiene miedo. Mejor que me tengas mucho cuidado porque soy hijo de Dios».

Mi esposo y yo llevamos a una pareja a través de los pasos hacia la libertad. Ahora ellos también son libres. Varios meses después se quedaron con nosotros, por una semana, unos amigos nuestros que eran misioneros. La esposa había sufrido mucho hostigamiento de varias maneras, incluyendo la depresión y los pensamientos de suicidio. Jim y yo los condujimos por los pasos hacía la libertad y ahora ¡ellos también son libres! Desde que encontré mi libertad en Cristo puedo decir «Te amo» a mi marído sin oír pensamientos de Mentira, no es cierto o Este matrimonio no va a durar. Ya hace mucho tiempo que no siento depresión. No grito histéricamente a mis hijos. Ya no temo a la cortina del baño. La masturbación ya no es un problema. Jim y yo hemos podido llevar a muchos de nuestros amigos en la iglesia por los pasos hacia la libertad, y estamos disfrutando de ver que la libertad se extiende. ¡Gloria a Dios, soy realmente libre! *

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¿Le odian? Tal vez se esté preguntando por qué Nancy, Sandy y otros expresaban odio hacia mí. Me alegra decir que no eran sus sentimientos reales, porque esos no eran ellos. A Satanás no le gusta lo que digo ni que esté ayudando a la gente a recuperar terreno donde él tenía una fortaleza. Si esto sucede cuando está ayudando a alguien, no le haga caso a esos comentarios y siga adelante. Una vez terminados los pasos, cuando ya se sientan libres, a menudo le expresarán un gran cariño. ¿Recuerda el comentario que hizo Anne en el capítulo 2? Dijo: «Inmediatamente sentí amor en mi corazón para usted, Neil».

La transferencia demoníaca Si se puede traspasar la influencia demoníaca de una persona a otra, más que en cualquier otro momento, que yo sepa, sucederá durante el acto sexual ilícito. Cada persona abusada sexualmente con quien he trabajado ha tenido graves dificultades espirituales. La masturbación compulsiva desde la edad de tres años no es parte «normal» del desarrollo, especialmente para las niñas. Pero es un bastión muy común en aquellas alas que se han violado sexualmente. Estas mujeres casi siempre se encuentran en un estado de profunda condenación, tanto por el enemigo como por sí mismas, y con gusto se despojan de la masturbación al entender cómo renunciar su punto de entrada y hacerle frente a Satanás. La fortaleza tiene más arraigo cuando el abusador sexual fue uno de los padres. Estos son la autoridad del hogar, y se supone que deben proporcionar la protección espiritual que todo niño necesita para desarrollarse espiritual, social, mental y físicamente. Los padres que se encuentren esclavizados pasan su iniquidad a la generación siguiente. Cuando son abusadores, abren directamente la puerta para que haya un asalto espiritual sobre su hijo.

En vez de ser el paraguas espiritual de la protección, abren las compuertas de la devastación.

Vigilar lo que Dios nos ha encomendado El principio fundamental es la mayordomía. Debemos ser buenos mayordomos de todo lo que Dios nos encargue (1 Corintios 4:1–3). En mi libro, The Seduction Of Our Children [La seducción de nuestros hijos], desarrollo este concepto más extensamente. Cada padre o madre debe saber lo que significa dedicar sus hijos al Señor y cómo orar por su protección espiritual. Como padres no tenemos mayordomía más importante que las vidas de las criaturas que Dios nos ha confiado.

Unión sexual: atadura espiritual Cada iglesia tiene la historia de una bella señorita que se involucra con un hombre inapropiado. Después de tener relaciones con él ya no se logra apartar. Todo el mundo trata de convencerla de que no vale la pena. A veces hasta sus amistades más cercanas toman partido con sus padres, y ella sabe con certidumbre que la relación es enfermiza por el desprecio con que la tratan. ¿Por qué simplemente no le dicen que se largue? Porque la unión sexual ya ha creado una atadura «espiritual». A menos que la rompa, siempre se sentirá atada a él por algo que ni siquiera comprende. Me llamó un pastor un día y me dijo: «Si no puedes ayudar a esta jovencita que he estado aconsejando, la van a tener que internar en la sala de siquiatría del hospital». Hacía dos años que sostenía una relación enfermiza con un muchacho que traficaba con drogas y que la trataba generalmente como un objeto sexual. El asalto mental que experimentaba era tan vivo que no entendía por qué los demás no escuchaban las voces que ella oía. Al conocer su historia, le pregunté qué haría si yo le exigiera que dejara a este muchacho y no tuviera nunca más nada que ver con él. Empezó a temblar y dijo: «Seguramente tendría que salir de esta sesión». La guié por los pasos hacia la libertad, animándola a pedir perdón por usar su cuerpo como instrumento de maldad, a renunciar a toda experiencia sexual que Dios le hubiera revelado, y a reconocer que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Su libertad recién lograda fue inmediatamente evidente para mí y para los compañeros en oración que se encontraban en el cuarto. Sin ningún consejo, dijo que también estaba libre del muchacho, y que yo sepa, jamás lo volvió a ver.

Dios desea la libertad de sus hijos He visto que es necesaria la renuncia a todo pecado sexual. Normalmente insto a tales personas que le pidan al Señor que revele a sus mentes todo pecado sexual y toda persona con la que se hayan involucrado, ya sea como víctima o victimario. Es increíble cómo viene a la mente un torrente de experiencias. Dios desea la libertad de sus hijos. Cuando renuncian a la experiencia, están específicamente renunciando a Satanás, a sus obras y a sus caminos, y rompiendo sus ataduras. Cuando piden perdón, deciden andar a la luz con Dios. El poder de Satanás y del pecado se ha roto y la comunión con el Señor se restaura de manera muy bella.

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Doug: Libertad del abuso sexual masculino Los sentimientos de repugnancia surgen rápidamente en la mente de la mayoría de las personas cuando se consideran imágenes de perversión sexual. Supongamos que esa fuera la percepción de usted mismo y que además fuera ministro del evangelio a tiempo completo. Para agravar el asunto añada el autoconcepto de ser un bastardo criado en un hogar de raza mixta, con todo el rechazo social que desgraciadamente le acompaña. ¿Cómo se sentiría con respecto a su persona? ¿Aceptaría fácilmente el hecho de ser un santo que peca, o se vería como un pecador desgraciado? ¿Andaría en la luz, tendría comunión con otros creyentes y hablaría la verdad con amor? ¿O viviría una vida solitaria, muerto del susto pensando que alguien se va a dar cuenta de lo que realmente le sucedería por dentro? Tal es el caso de la siguiente historia. *

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La historia de Doug Papá nunca me llamó «hijo». Mi madre no estaba casada cuando nací, pero a los dos años se casó con un negro. Era una persona decente, pero nunca me llamó «hijo» ni jamás me dijo que me amaba. Cada vez que íba a algún lado con ambos padres era obvio que yo no era producto de su matrimonio y a veces me llamaban «el chiquillo de Sambo». Cuando tenía edad preescolar, una mujer que me Cuidaba me llevó a su apartamento e hizo juegos sexuales conmigo. En los años siguientes realicé experimentación sexual con otros niños, fui explotado sexualmente por muchachas y muchachos mayores y finalmente fui violado por jóvenes. Comprendía que mi identidad era «bastardo»: alguien que no había sido planeado ni deseado, un accidente. Muy pronto percibí que mis ansias de amor y de aceptación posiblemente se podrían satisfacer a través del sexo, y que al ofrecerle satisfacción a otros por medio del sexo, podría mostrarles que mi amor no era egoísta. Por tanto, el sexo llegó a ser una obsesión y con el tiempo me llevó a la perversión. Traté muchísimo de lograr los aplausos y la aprobación también de parte del mundo «correcto», y gané muchos premios y honores en la escuela. Pero mi autoimagen estaba en cero y nadie ni nada parecía ayudarme. A los dieciséis años de edad me volví suicida. Entonces un verano fui a un campamento y conocí personas que parecían quererme genuinamente. Allí me enteré del amor de Jesús por mí. La promesa de obtener ese amor, combinado con el enorme disgusto por mi persona, me condujo a recibirlo a Él como mi Salvador. En esa época ya sabía que mi estilo de vida era malo y que debía abandonarlo, pero lo había fijado durante años y me parecía que no tenía el poder para cambiar.

Sin embargo, me propuse seguir a Cristo, orando que de alguna manera milagrosa me transformara un día en la persona que ansiaba ser. Me preparé para el ministerio, me gradué y luego me puse a trabajar con ahínco. Creo que parte de lo que me motivaba a trabajar en el ministerio fue darme a otros con el fin de que a cambio, me amaran a mí.

Desde el principio, nuestra relación matrimonial estaba perdida. Al cabo de unos cuantos años me casé con una mujer maravillosa. Desde el principio nuestra relación matrimonial estaba perdida por la invasión de imágenes masculinas; mi propia perversión en el pasado destruyó toda posibilidad de tener una vida sexual saludable. Constantemente luchaba por no retroceder a las formas anteriores de sexo ilícito. Recurrí a la masturbación, cosa que consideraba sexo «protegido» dado que así podía controlar mi ambiente. Mi esposa siempre me fue leal, pero definitivamente sentía que algo andaba mal. No fue sino hasta que cumplimos diez años de casados que finalmente le conté un poco respecto a mi problema. Esa noticia fue muy dolorosa para ella, pero a la vez sintió alivio de conocer al fin la verdad. Escuchaba conferenciante tras conferenciante hablar de la victoria en Jesús y yo pensaba: Eso es bueno para el que no tiene un pasado como el mío. A otros les dará resultados, pero no a mí. Simplemente voy a tener que vivir con mi pecado. Más adelante tendré el cielo, pero por ahora debo lidiar con las realidades de mi pasado. Sentía que estaba encadenado en una horrible identidad; era una esclavitud muy pesada.

Si me suicidara, esperaba que pareciera un accidente. Desarrollé un plan de contingencias en caso de que alguien se enterara de que había sido «homosexual» o bisexual. Conduciría mi auto contra un camión de transporte. Por años estuve preparando el camino contándole a la gente que me daba muchísimo sueño tras el volante y tenía que comer algo para mantenerme despierto. Si tuviera que suicidarme, esperaba que pareciera un accidente para que a mi familia le dieran dinero del seguro. Una noche, en un grupo de terapia, me hipnotizaron y conté algo de mi problema; más de lo que debí. Salí con el estímulo del grupo, pero no me sentí bien por lo que les había contado. De regreso a casa busqué uno de esos camiones por la carretera solitaria, decidido a terminar con mi vida, pero no apareció ninguno. Apenas metí el auto en la entrada de la casa, mis hijos salieron corriendo a recibirme y su aceptación y amor fue tan maravilloso que rápidamente volví a la realidad.

Di el paso para alejarme de mi prisión de autocompasión. Luego de algunos fracasos en el ministerio, pedí consejos a unos hermanos cristianos mayores. Uno de ellos me dijo: «Te oigo decir que te esfuerzas tratando de comprobar que eres digno». Esa fue una verdad muy dura e inmediatamente me metí en mi patrón «autocompasivo» diciendo: «Señor, nunca ha habido una persona más rechazada que yo». Entonces fue como si Dios hubiera hablado en voz alta a mi mente diciendo: «Al único a quien le di la espalda fue a mi propio Hijo, quien llevó tus pecados en la cruz». Ese fue un paso hacia la recuperación, de alejarme de mi prisión de autocompasión.

Poco a poco hubo crecimiento. Dios me estaba ayudando a ver las cosas desde una perspectiva distinta y ya mis pasiones no me controlaban tanto. Pero me seguía molestando la realidad de que nuestra relación matrimonial no era todo lo que debía ser.

En una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Tuve la oportunidad de sentarme bajo la enseñanza de Neil y de oírlo hablar del conflicto espiritual. Aprendí algunas dimensiones nuevas sobre la resistencia a Satanás y, en una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Mi vida de oración llegó a ser más vibrante e intensa. Mi necesidad de sentir autogratificación sexual que había tenido durante veinticinco años disminuyó hasta tal punto que se eliminó totalmente. Al fin encontré que podía tener una relación normal con mi esposa sin que pasara por mi mente un video de otros imponiéndose sexualmente sobre mí. Fue algo sano y bello. Todos esos cambios sucedieron sin que yo los persiguiera. Me senté a aprender de Neil y el Señor hizo lo demás.

Pensaba que como único se acaba con el pecado es destruyendo al pecador. Entonces surgieron algunas dificultades y me di cuenta de que estaba sufriendo un ataque y que debía reforzar lo aprendido. La verdad que me había ayudado de maneras distintas fue quién era yo en Cristo, definido por mi Salvador y no por mi pecado. En Romanos pude ver la diferencia entre quién soy y mi actividad: «Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí» (Romanos 7:20). Al fin pude separar el verdadero yo de mis acciones. La razón por la que en todos esos años había sentido tendencias al suicidio fue porque creía que como único acabaría con el pecado era destruyendo al pecador. Todavía sufría una lucha constante entre la autoridad de mis experiencias contra la autoridad de las Escrituras, pero al escoger la verdad y hacerle frente a las mentiras de Satanás empecé a experimentar mi verdadera identidad. Pude aprovecharme de la ayuda que me dio Neil cuando hablé en un congreso eclesiástico de fin de semana. Después de la última sesión hubo un rato de testimonios en que la gente empezó a confesar sus faltas unos a otros, como un miniavivamiento. Nunca había visto algo así; fue una experiencia bellísima. Pero mientras hablaba en ese congreso sobre el conflicto espiritual, a cientos de millas de distancia, mi esposa pasó un susto por manifestaciones demoníacas en nuestra casa. Tuvo que llamar a nuestros amigos para que la apoyaran y oraran por ella. Esto llegó a ser una pauta que continuó por un período. En el lado positivo, por medio de nuestro ministerio las personas se liberaban de ataduras que las habían esclavizado por años. Las víctimas de abuso que habían tenido relaciones desequilibradas recibían restauración en sus matrimonios y los pastores se liberaban de problemas que paralizaban a sus ministerios. A la vez nos vimos hostigados por Satanás y agotados por un horario abarrotado.

Durante esa opresión hubo una oleada de pensamientos perversos.

Ahora que reflexiono sobre la vez en que había planeado quitarme la vida pero que al llegar a casa encontré a mis hijos en la entrada, me doy cuenta de que muchos de mis recuerdos del pasado se habían bloqueados, misericordiosamente. Sin embargo, durante la opresión demoníaca que vino después, hubo escenas retrospectivas de conducta depravada y oleadas de pensamientos perversos. Luego habría un torrente de pensamientos autodestructivos en los que el suicidio era de nuevo la salida más fácil para toda la presión que experimentábamos. Entraba y salía de la realidad sin poder controlarlo. Me dio miedo volverme loco. Me despertaba a medianoche sudando por haber soñado con horrores increíbles como matar a mis seres queridos y colocar sus cadáveres en bolsas transparentes. Hablé de este ataque con mis hermanos en Cristo y hubo un apoyo masivo en oración. Estaba muy débil y vulnerable, y necesitaba el apoyo de la oración por parte del pueblo de Dios para quitarme de encima esa arremetida de depresión demoníaca. Finalmente se fue, y de nuevo pude pensar con objetividad y espiritualidad sobre los asuntos.

La fortaleza que tengo hoy se debe a que no estoy solo. Por la experiencia me he convencido de que nadie es tan fuerte que pueda mantenerse solo. Tengo una esposa que ora por mí, un grupo de apoyo de hombres con quienes me reúno una vez por semana, un estudio bíblico en la iglesia, y amigos dedicados y seres queridos. Todos necesitamos un cuerpo de creyentes para animarnos, gente que con nosotros enfrente los ataques del enemigo. Anticipo con gozo los retos futuros. Nuestro ministerio continúa. Mi esposa y yo todavía estamos resolviendo algunos asuntos en nuestro matrimonio que no se habían solucionado totalmente, pero no hay nada allí que Dios no pueda sanar. Mi aceptación de Él es mi mayor fortaleza. Gracias a su amor incondicional no tengo que probar que soy digno. No hay nada que pueda hacer para aumentar su indiscutible amor por mí. Donde antes llevaba la etiqueta de «bastardo», Colosenses me indica que en Cristo somos elegidos, amados y santos. Estas son las nuevas etiquetas que luzco, y que establecen mi identidad.

Dios dice que Él me escogió y no precisamente como el último del grupo. Cuando era niño y otros escogían a los miembros de los equipos de béisbol, me parecía que escogían a todo el mundo antes que a mí. Era como si yo fuera una desventaja para el equipo que me escogiera. Pero Dios dice que Él me escogió y no fue precisamente como el último del grupo. Recientemente pude tomar la mano de papá y decirle que no ha habido momento en que lo amara más que ahora, ni que estuviera más orgulloso de él que ahora. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: «No creí jamás que te importaba. Nunca supe que yo era tan importante para ti». Me acercó a él, me estrechó en sus brazos y me dijo por primera vez: «Hijo, te amo». ¡Cómo penetró eso en las profundidades de mi corazón! Dios tiene el ministerio de reparar nuestras vidas. Nos está cambiando a su semejanza. Está uniendo todas las piezas separadas, tocando todas las relaciones entre padre e hijo,

esposo y esposa. Ha empezado la buena obra y la continuará hasta que estemos delante de él, completos en Cristo. *

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¿Dónde está su identidad? Hay muchas maneras enfermizas de identificarnos, y el hacerlo de acuerdo al color de nuestra piel o al estigma conectado con nuestro nacimiento es la más enfermiza. Si tuviéramos sólo una herencia física, tendría sentido tomar nuestra identidad del mundo natural. Pero tenemos también una herencia espiritual. Repetidas veces Pablo amonesta a la iglesia para que se despoje del viejo hombre y se vista del hombre nuevo: «El cual se renueva para un pleno conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó. Aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircunsición, bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es todo y en todos» (Colosenses 3:10, 11). En otras palabras, deje de identificarse por la raza, religión, cultura y sociedad. ¡Encuentre su identidad común en Cristo!

La esclavitud del pecado Todo aquel que amontone más condenación sobre este pastor o sobre cualquiera que lucha así, ayuda al diablo y no a Dios. El diablo es el adversario, Jesús nuestro abogado. No hay nada que quiera más la gente atrapada por el pecado sexual que ser libres. Ningún pastor en sus cinco sentidos botaría su ministerio por una noche de placer, sin embargo, muchos lo hacen. ¿Por qué? ¿Podremos ser siervos de Cristo y a la vez cautivos del pecado? Tristemente, hay muchos que viven como siervos en ambos reinos, habiendo recibido libertad del reino de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo amado de Dios. Aun cuando ya no estemos en la carne por estar en Cristo, todavía podemos andar (vivir) de acuerdo a la carne, si así lo decidimos. Y la primera obra de la carne enumerada en Gálatas 5:19 es la inmoralidad (fornicación). Hice una encuesta del cuerpo estudiantil de un seminario y me di cuenta que 60% se sentía culpable por su moralidad sexual. El otro 40% estaba probablemente en varias etapas de negación. Todo cristiano legítimo anhelaría ser sexualmente libre. El problema es que los pecados sexuales son únicos en su resistencia al tratamiento convencional. En todo caso, sí se puede lograr la libertad. Permítame establecer una base teológica para la libertad y luego sugerir algunos pasos prácticos que debemos tomar.

Dos elementos fundamentales Si tuviera que resumir las dos funciones imprescindibles que deben ocurrir para que un creyente sea liberado y mantenga esa libertad, diría: «Primero, actúe. Haga algo respecto a la disposición neutra de su cuerpo físico, entregándolo a Dios. Segundo, sea vencedor en la batalla por su mente, programándola de nuevo con la verdad de la Palabra de Dios». Pablo resumió ambas funciones en Romanos 12:1, 2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os

conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.

En este capítulo quiero discutir el asunto del pecado sexual habitual en su relación con el cuerpo físico. En el siguiente capítulo trataré el tema de la batalla por nuestra mente en relación a las ataduras sexuales. En Romanos 6:12 se nos amonesta que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales para obedecer sus malos deseos. Esa es nuestra responsabilidad: no dejar que el pecado reine en nuestros miembros. Lo difícil es que la fuente de los conflictos son «vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros» (Santiago 4:1).

Muertos al pecado En Romanos 6:6, 7 encontrará el concepto básico que debemos entender para no dejar que el pecado reine en nuestros cuerpos: «Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado». A menudo pregunto en una conferencia: «¿Cuántos han muerto con Cristo?» Todo el mundo levanta sus manos y luego pregunto: «¿Cuántos son libres del pecado?» Debería haber el mismo número de manos, o si no, esta gente tiene un problema con las Escrituras. Cuando fracasamos en nuestro andar cristiano es común razonar: «¿Qué experiencia debo tener para vivir como si llevara la muerte de Cristo?» La única experiencia necesaria fue la que Cristo tuvo en la cruz. Muchos tratan una y otra vez de hacer morir al viejo ser (hombre) y no pueden. ¿Por qué no? ¡Porque el viejo ser ya murió! No se puede volver a hacer lo que ya Cristo hizo por usted. La mayoría de los cristianos tratan desesperadamente de convertirse en lo que ya son. Recibimos a Cristo por la fe … andamos por la fe … somos justificados por la fe … y también somos santificados por la fe. Sin embargo, en mi propia experiencia muchas veces no me siento muerto al pecado. Muy a menudo me siento vivo al pecado y muerto a Cristo, aun cuando se nos amonesta «vosotros, considerad que estáis muertos para el pecado, pero que estáis vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6:11). Es importante reconocer que tomar esto como cierto lo hace cierto. Lo tomamos como cierto porque es cierto. Creer algo no lo convierte en la verdad. Es verdad; por tanto, lo creo. Y cuando decidimos caminar por fe de acuerdo a lo que afirman las Escrituras, termina siendo la verdad en nuestra experiencia. Así que, para resumir: Usted no puede morir al pecado porque ya murió al pecado. Decida creer esa verdad y andar en ella por la fe, entonces el resultado de estar muerto al pecado se va desarrollando en su experiencia. De manera similar, no sirvo al Señor para lograr su aprobación. Soy aprobado por Dios; por tanto, le sirvo. No trato de vivir en rectitud con la esperanza de que algún día Él me ame. Vivo con rectitud porque ya Él me ama. No trabajo en su viña tratando de ganarme su aceptación. Soy aceptado en el Amado; por tanto, le sirvo con muchísimo gusto.

Vivamos libres Cuando el pecado hace su llamado, yo digo: «No tengo que pecar porque ya he sido librado de las tinieblas y ahora estoy vivo en Cristo. Satanás, tú no tienes ninguna relación

conmigo y ya no estoy bajo autoridad». El pecado no ha muerto. Sigue siendo fuerte y atractivo, pero ya no estoy bajo su autoridad y no tengo ninguna relación con el reino de las tinieblas. Romanos 8:1, 2 ayuda a aclarar el asunto: «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte». ¿Estará funcionando todavía la ley del pecado y de la muerte? Sí, y se aplica a todo el que no esté en Cristo, a los que no lo han recibido en sus vidas como su Salvador. También está en efecto para cristianos que han decidido vivir de acuerdo a la carne. En el mundo natural podemos volar si vencemos la ley de la gravedad con una ley superior. Pero en el momento que desconectamos esa potencia superior, perdemos nuestra altura. Así es con nuestra vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte se reemplazó por una potencia superior: la resurrección de Cristo. Pero caeremos el momento en que dejemos de andar en el Espíritu y de vivir por la fe. Así que: «Vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne» (Romanos 13:14). Satanás no puede hacer nada respecto a nuestra posición en Cristo, pero si logra que creamos lo que no es cierto, viviremos como si no fuera cierto, aun cuando lo sea.

Nuestros cuerpos mortales En Romanos 6:12 se nos advierte que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales, luego el versículo 13 nos da la percepción de cómo lograrlo: «Ni tampoco (sigáis presentando) vuestros miembros al pecado, como instrumentos de injusticia; sino más bien presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia». Nuestros cuerpos son como un instrumento que se puede usar para el bien o para el mal. No son malos sino mortales, y todo lo mortal es corruptible. Pero para el cristiano existe la maravillosa anticipación de la resurrección cuando recibiremos un cuerpo imperecedero como el de nuestro Señor (1 Corintios 15:35ss). Pero hasta entonces tenemos un cuerpo mortal, que puede estar al servicio del pecado como instrumento de iniquidad o al servicio de Dios como instrumento de justicia. Obviamente, es imposible cometer un pecado sexual sin usar nuestro cuerpo como instrumento de iniquidad. Cuando lo hacemos, permitimos que el pecado reine en nuestro cuerpo mortal y obedecemos las pasiones de la carne en vez de ser obedientes a Dios. Personalmente, creo que la palabra pecado en Romanos 6:12 se personifica en referencia a la persona de Satanás: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus malos deseos». Satanás es pecado: el compendio del mal, el príncipe de las tinieblas, el padre de las mentiras. Me sería demasiado difícil entender cómo un simple principio, y no una influencia malévola personal, pudiera reinar en mi cuerpo mortal de tal forma que yo no tuviera ningún control sobre el mismo. Aun más difícil de entender es cómo echar un principio de mi cuerpo. Pablo dice: «Parece que la vida es así, que cuando quiero hacer lo recto, inevitablemente hago lo malo» (Romanos 7:21, La Biblia al día). Lo que está presente en mí es el mal (la persona, no el principio) y es así porque en algún momento usé mi cuerpo como instrumento de iniquidad. Pablo concluye con la promesa victoriosa de que no tenemos que permanecer en este estado de iniquidad: «¿Quién me libertará de la esclavitud de esta mortal naturaleza pecadora? ¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado!» (Romanos 7:24, 25, La Biblia al día). ¡Jesús nos dará libertad!

Pecamos con nuestros cuerpos 1 Corintios 6:15–20 define la relación vital entre el pecado sexual y el uso de nuestros cuerpos: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿O no sabéis que el que se une con una prostituta es hecho con ella un solo cuerpo? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une con el Señor, un solo espíritu es. Huid de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues habéis sido comprados por precio. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo.

Todo creyente está en Cristo y es miembro de su cuerpo. Unir mi cuerpo con una prostituta sería usar mi cuerpo para pecar, en vez de usarlo como un miembro del cuerpo de Cristo: la iglesia. «El cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1 Corintios 6:13). Si está unido al Señor en Cristo, ¿se imagina el torbellino interno que resultaría si a la vez está unido físicamente con una prostituta? Esa unión crea una atadura impía que se opone a la unión espiritual que tenemos en Cristo. La esclavitud que viene como resultado de esa unión es tan tremenda que Pablo nos advierte: «Huid de la inmoralidad sexual». ¡Salga corriendo! Los pecados sexuales forman una categoría aparte, ya que todos los demás pecados están fuera del cuerpo. Podemos ser creativos en la manera de arreglar, organizar o usar de otra manera lo que Dios ha creado, pero no podemos crear algo espontáneamente de la nada como sólo Dios puede hacer. La procreación es el único acto creativo en que el Creador permite que el hombre participe, y Dios ofrece instrucción muy detallada de cómo debemos vigilar el proceso de traer a este mundo otras vidas. Limita el sexo a un acto íntimo del matrimonio, exige que el lazo matrimonial dure hasta que la muerte los separe y encarga a los padres proporcionar un ambiente que fomente la crianza de los niños en el conocimiento del Señor.

La perversión satánica Cualquiera que haya ayudado a las víctimas a salir del abuso ritual satánico sabe cuan profundamente Satanás viola las normas de Dios. Esos rituales son las orgías sexuales más repugnantes que jamás su mente se atrevería a imaginar. No es el sexo como lo entendería un humano normal. Por el contrario, es la explotación más desgarradora, obscena y violenta de otro ser humano que usted pueda imaginar. Violan y torturan a los niñitos. El clímax para un satanista es sacrificar a alguna víctima inocente en el momento del orgasmo. La palabra «enfermizo» no puede describir con justicia el abuso. La «maldad absoluta» y la «iniquidad total» describen mejor el increíble envilecimiento de Satanás y de sus legiones de demonios. Si Satanás apareciera como es en nuestra presencia ¡creo que sería un noventa por ciento de órgano sexual! Los satanistas tienen ciertos reproductores escogidos para desarrollar una «super» raza satánica que según ellos gobernará este mundo. A otros reproductores se les exige que traigan sus crías o fetos abortados para sacrificarlos. Satanás hará todo lo que pueda para establecer su reino, mientras que a la vez intenta pervertir la descendencia del pueblo de

Dios. Con razón los pecados sexuales son tan repugnantes para Dios. Usar nuestros cuerpos como instrumento de iniquidad permite que Satanás reine en nuestros cuerpos mortales. Hemos sido comprados con un precio, hemos de glorificar a Dios en nuestros cuerpos. En otras palabras, debemos manifestar la presencia de Dios en nuestras vidas conforme producimos fruto para su gloria.

El comportamiento homosexual Si bien la homosexualidad es una fortaleza que va en aumento en nuestra cultura, no existe tal cosa como un homosexual. Considerarse homosexual es creer una mentira, porque Dios nos creó varón y hembra. Sólo existe el comportamiento homosexual, y normalmente esa conducta fue desarrollada en la primera infancia y fue reforzada por el padre de las mentiras. Cada persona a quien he aconsejado y que lucha contra las tendencias homosexuales ha tenido una fortaleza o atadura espiritual importante, algún aspecto de su vida donde Satanás tiene pleno control. Pero no creo en un demonio específico de homosexualidad. Esa mentalidad nos tendría echando fuera ese demonio y entonces la persona estaría totalmente liberada de futuros pensamientos y problemas. No conozco ningún caso así, aunque no podría presumir de limitar a Dios de realizar semejante milagro. Sin embargo, he ayudado a muchísima gente atada por la homosexualidad, a encontrar su libertad en Cristo y la he dirigido hacia una nueva identidad en Él y a la comprensión de cómo resistir a Satanás en esta área. Los que se ven cautivos por el comportamiento homosexual luchan contra toda una vida de malas relaciones, de hogares desajustados y de confusión de papeles. Sus emociones han sido atadas al pasado y se lleva tiempo establecer una nueva identidad en Cristo. Típicamente pasan por un arduo proceso de renovación de mentes, pensamientos y experiencias. En la medida en que lo hacen, sus emociones finalmente se conforman a la verdad que ahora han llegado a creer. Los gritos proferidos desde el púlpito diciendo que los homosexuales tienen el infierno como su destino, sólo desespera más a los que luchan con ese problema. Los padres autoritarios que no saben amar contribuyen a una mala orientación de su hijo y los mensajes de condena refuerzan una autoimagen ya dañada. No me malentienda. Las Escrituras condenan claramente la práctica de la homosexualidad, así como de todas las demás formas de fornicación. Pero imagínese lo que debe ser padecer sentimientos homosexuales que uno ni siquiera pidió, para luego saber que Dios le condena por ello. Como resultado, muchos quieren creer que Dios los creó así, mientras que los homosexuales militantes tratan de comprobar que su estilo de vida es una alternativa legítima a la heterosexualidad, y se oponen violentamente a los cristianos conservadores que dicen otra cosa. A los que batallan contra las tendencias homosexuales, debemos ayudarlos a establecer una nueva identidad en Cristo. Hasta los consejeros seculares saben que la identidad es un asunto clave en la recuperación. ¡Cuánto mayor no será el potencial de los cristianos para ayudar a esta gente, ya que tenemos un evangelio que nos libera de nuestro pasado y nos establece en Cristo! Así que, como consejero pido a las personas atrapadas por la homosexualidad que profesen su identidad en Cristo. También les pido que renuncien a la mentira de que son homosexuales y que declaren la verdad de que son hombres y mujeres. Algunos quizás no tengan una transformación inmediata, pero su declaración pública los

coloca en el camino de la verdad, de ahí en adelante pueden decidirse a continuar o no en él.

La salida de la atadura sexual ¿Qué puede hacer uno cuando está esclavizado sexualmente? Primero, sepa que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Despreciarse a uno mismo o a los demás no resuelve esta atadura. La acusación es una de las tretas de Satanás. Además, el suicidio definitivamente no es el medio que Dios tiene para liberarlo. Segundo, siéntese solo, o con una amistad de mucha confianza, y pídale al Señor que le revele a su mente todas las veces que usó su cuerpo como instrumento de iniquidad, incluyendo cada pecado sexual. Tercero, responda verbalmente a cada ofensa conforme la recuerde, diciendo: «Confieso (el pecado que sea) y renuncio ese uso de mi cuerpo». Un pastor me dijo que una tarde pasó tres horas solo y fue totalmente purificado después. Las tentaciones todavía se presentan, pero se ha destruido su poder. Ahora tiene la posibilidad de decirle «no» al pecado. Si usted cree que este proceso podría durar demasiado tiempo, itrate de no hacerlo y verá lo larga que le parecerá el resto de una vida arrastrándose en medio de la derrota! Tómese un día, dos días o una semana si es necesario. Cuarto, cuando haya terminado de confesar y de renunciar, diga lo siguiente: «Me comprometo ahora con el Señor y mi cuerpo como instrumento de rectitud. Te presento mi cuerpo como sacrificio vivo y santo a Dios. Te ordeno, Satanás, que te vayas de mi presencia y a ti, Padre celestial, te pido que me llenes de tu Espíritu Santo». Si es casado, diga también: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para mi cónyuge, de acuerdo a 1 Corintios 7:1–5». Por último, decida creer la verdad de que está vivo en Cristo y muerto al pecado. Habrá muchas ocasiones en que la tentación podrá ser arrolladura, pero tiene que declarar su posición en Cristo en el primer momento en que esté consciente del peligro. Diga con autoridad que ya no tiene que pecar, porque está en Cristo. Luego viva por la fe de acuerdo a lo que Dios dice que es verdad. Echar de mi cuerpo el pecado es la mitad de la batalla. Renovar mi mente es la otra mitad. Los pecados sexuales y las prácticas de ver pornografía tienen la mala costumbre de quedarse dentro del banco de su memoria por mucho más tiempo que otras imágenes. Ser liberado es una cosa; mantenerse libre es otra. Trataré ese tema en respuesta a la historia del próximo capítulo.

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Charles:

El violador liberado Un día recibí una llamada de un pastor que empezó así: «¿Le exige la ley que divulgue declaraciones confidenciales?» En realidad, lo que quería decir era: «Si llegara a reunirme con usted, ¿podría contarle que estoy abusando sexualmente de mi hija o de otros niños sin que me entregue a las autoridades?» Le recordé que casi todos los estados todavía protegen la confiabilidad del clero, pero que le exigen a los profesionales con licencia del estado y a los oficiales públicos denunciar cualquier sospecha de abuso. Dije que aunque no me lo exige la ley de nuestro estado, mi responsabilidad moral era proteger a otra persona que se encontrara en peligro. Se arriesgó y me narró su historia. Todo empezó dándole masajes a la espalda de su hija para despertarla en la mañana, pero pronto esto lo llevó a darle caricias inadecuadas, aunque no hubo intento de coito. «Neil», me dijo, «antes no tuve tanta lucha con la tentación sexual, pero ahora apenas entro por la puerta de su cuarto es como si no tuviera control. Cuando hablé con su hija comprendí por qué. Lo que estaba sucediendo me recordaba la descripción de Homero en el siglo nueve a.C. de las sirenas o ninfas marítimas, cuyos cantos seducían a los marineros a su muerte en las costas rocosas. Todo barco que pasaba demasiado cerca sufría el mismo fin desastroso. En la historia, Ulises se amarra al mástil del barco y ordena a su tripulación que se pongan tacos en las orejas y que no hagan caso a ninguna solicitud suya. El tormento mental de tratar de resistir el canto de las sirenas era inaguantable. No deseo excusar a este pastor, pero hay una línea delgada en la tentación, que cuando se traspasa da como resultado la pérdida del control racional. Este pastor la cruzaba cada vez que entraba por la puerta de la habitación de su hija. Según me enteré más tarde, la hija tenía graves problemas espirituales como resultado del abuso de un pastor de jóvenes en un ministerio anterior, abuso que nunca se resolvió a nivel espiritual. No era la hija la que estaba realmente atrayendo sexualmente a su padre; sino la fortaleza demoníaca en su vida. Las «sirenas» encantaban al padre para que hiciera lo indecible. Cuando me reuní con la hija, ni siquiera pudo leer toda una oración de compromiso para enfrentarse con Satanás y sus ataques, lo cual es una señal de la opresión del enemigo. El padre luchó con su esposa y juntos buscaron la ayuda que necesitaban y trabajaron para resolver la situación. La siguiente historia difiere de esta en por lo menos un aspecto: La hija de Charles jamás había sido abusada, ni era seductora y no parecía haber fortaleza demoníaca alguna en su vida. Sin embargo, en algún momento de su búsqueda de gratificación sexual, Charles cruzó una línea después de la cual perdió el control. Su vida fue dominada por una fuerza que lo conducía a la habitación de su hija, y que fue la causa de la desintegración de su mundo. Finalmente casi pierde la vida. Charles es un profesional próspero que padeció abuso como niño y luego se convirtió en abusador. Gracias a Dios su historia no termina allí, pues después del naufragio hubo una recuperación. *

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La historia de Charles Dios moldea a sus escogidos.

Mi relato es de redención en Dios y la libertad que viene cuando se descansa en su gracia; una historia de los escogidos para su obra, a pesar de la oposición del adversario, Satanás. Conforme redacto este relato me maravillo de lo poco de mi y lo mucho de Dios que se revela en lo que ha sucedido. No me queda más que alabarlo a Él por su obra transformadora. Soy libre de la esclavitud de un surtido depravado de actitudes y hábitos pecaminosos que me costaron el respeto de mi familia, de mis compañeros de trabajo y de mi iglesia. Esta esclavitud me tenia en el camino inexorable de la destrucción personal que, de no haberlo parado, también hubiera tomado mi vida. Mi libertad se compró con un terrible precio que yo no pagué. Fueron el sufrimiento, la muerte y la resurrección de mi Señor Jesucristo los que compraron mi libertad; no fueron mis propios esfuerzos ni mi sufrimiento. La vida que llevo es la de Cristo, el Hijo de Dios en mí, y no mi propia vida. Me regocijo de que con la ayuda del Espíritu Santo puedo alinear mis emociones con lo que reconozco ser cierto de mi mismo en Cristo. Sin embargo, esto no sucedió al instante, y la historia de cómo Dios amolda a los que escoge es tanto de conflicto y de derrota como de victoria.

Corrí para salvar la vida mientras mi hijo cargaba su pistola. «¡Baja tu pistola! ¡No lo hagas! ¡Jesucristo, ayúdame! ¡Jesucristo, ayúdame!» Los gritos angustiados de mi esposa hacían eco en mis oídos conforme yo corria para salvar la vida mientras mi hijo cargaba su pistola, preparándose para buscarme y matarme. Llegué hasta mi auto en la entrada de la casa, buscando a tientas las llaves (¡viene a matarme!) y abrí la puerta del auto. Tirando mi maletín al asiento trasero, me senté detrás del volante y arranqué el motor. Di marcha atrás en la entrada y salí disparado cuesta abajo, dejando que mi esposa luchara con mi enloquecido hijo, sin saber si podría dispararle a ella, sin importarme lo suficiente como para quedarme y enfrentar su ira. Manejé a toda velocidad por la calle, pues imaginaba que mi hijo me perseguía en su auto, listo para sacarme de la carretera y terminar la obra. Las calles transversales me atraían como medio de evadir la caza; di varias vueltas y al fin me detuve debajo de una arboleda. Mi corazón latía con tanta fuerza que estaba seguro de que todo el mundo en ese tranquilo vecindario podría escucharlo. Era tan inmensa mi vergüenza que pensé que el fin de mi vida era inminente tal y como la había conocido. Oraba, pero lo único que emitía eran gemidos y lágrimas ardientes, y todos eran por mí. Había perdido a mi familia en un instante; estaba seguro de que mi carrera, mi libertad y quizás mi vida, les seguirían rápidamente una tras otra. ¿Qué nos sucedió a mi familia y a mí? ¿Cuál terrible destino había intervenido en nuestros asuntos para amenazar la misma vida? ¿Dónde estaba Dios cuando más lo necesitaba? En mi desesperación no habían respuestas, sólo preguntas y acusaciones. Ideas de suicidio se filtraban por mi mente, vencidas de inmediato por mi instinto de conservación. Después que me pasó el primer temor de ser perseguido, llamé a un siquiatra a quien conocí un par de semanas antes, y con lágrimas le expliqué la situación.

Le conté a mi esposa por qué nuestra hija estaba deprimida; yo había abusado sexualmente de ella.

«¿Recuerda que le conté que me sentía deprimido porque mi hija estuvo internada en un salón de siquiatría todo el mes pasado?», empecé. «Estaba bajo observación después que se fugó de casa e intentó suicidarse. Bueno, esta noche le conté a mi esposa por qué mi hija estaba deprimida: había abusado sexualmente de ella. Mientras mi esposa todavía tambaleaba ante esa revelación, entró nuestro hijo adulto. Se volvió loco, golpeando las paredes, llamándome monstruo, después de lo cual se fue a buscar su pistola. Tuve que correr para salvar la vida. Cuando salí, mi esposa luchaba con él para que no me disparara. No sé qué sucedió después». Terminé mi confesión y luego me eché a llorar amargamente. «Busque un lugar donde vivir por unos días mientras tratamos este asunto», dijo mi consejero. «Es obvio que no puede regresar en estos momentos. Llámeme cuando se instale para conversar.

Me invadió un miedo desenfrenado que me empapó de sudor. Manejé por horas sin rumbo, torturado por pensamientos de fracaso, de enorme pecado, de condenación y de rechazo. Me sentía totalmente desanimado, desdeñado por todo el mundo, especialmente por Dios. Oraba y oraba, pero no recibía respuesta. Llamé a mi supervisor en el trabajo diciéndole que no iba a poder ir a trabajar debido a una emergencia familiar. Entonces empecé a buscar los moteles más baratos, los que parecían calzar con mi estado actual. Cada antro me recordaba lo bajo que había caído, pero mi orgullo no me dejaba entrar en uno de ellos a buscar habitación. Finalmente me decidí por un motel «respetable», como para negar el impacto de los sucesos que me habían volcado patas arriba. El recepcionista no me hizo preguntas, pero estaba seguro que detrás de su fachada tranquila escondía la repugnancia. Una vez dentro de la habitación, un miedo desenfrenado me invadió dejándome empapado en sudor. Había perdido mi familia, mi autoestima, mi petulancia y no había nada en su lugar. Sentía sólo ira, rechazo, condenación; no tenía un ápice de esperanza. Oré, llorando amargamente por mi pérdida, pero sin enfrentar los pecados que me llevaron hasta este punto. Quise leer la Biblia pero no estaba entre las cosas que agarré a la carrera cuando salí de casa. El motel no tenía una Biblia de los gedeones y no se me ocurrió pedirle una al recepcionista.

Satanás estableció posiciones en mi vida. Tuve muy poco descanso esa noche. A cada rato despertaba, reviviendo la noche anterior, tratando de comprender el mal que había hecho, y cómo me hubiera protegido mejor. Mi atención se centraba en mis propios sentimientos de rechazo y de indignidad, no en mi dolida familia. ¿Qué sucesos produjeron tales sentimientos de remordimiento y de desesperación? Nada mitiga la terrible realidad de que el pecado surge a raíz de la decisión de desobedecer a Dios. Tanto usted como yo somos responsables de nuestras propias decisiones y acciones. Sin embargo, a veces es más fácil aprender de los errores de los demás. Un poco de trasfondo puede ayudar a comprender cómo Satanás capturó posiciones en mi vida por medio de mi reacción a las situaciones. Yo era el primogénito de una familia no religiosa, seguido por un hermano y dos hermanas. Mis padres estuvieron casados por casi cuarenta años hasta que mi padre tuvo una muerte prematura. Nuestra familia era tradicional en lo que respecta a las apariencias externas. Mi padre tuvo una serie de ocupaciones, pero no nos mudábamos muy a menudo

y siempre teníamos todo lo que materialmente necesitábamos. En sus últimos años mis padres vivían muy bien y nos daban muchos lujos. Me sentí amado y cuidado, según mi juicio, pero realmente no sabía nada de la vida familiar de otros niños, por lo que no tenía punto de comparación. Una de las características de nuestra familia era que no se hablaba de cómo nos llevábamos, de cómo andaba la familia ni de nuestra reacción emocional a nada. No hablábamos de nuestra vida personal entre mis hermanos y yo, mucho menos con el mundo exterior. Uno de mis recuerdos más tempranos fue recibir una nalgada por haber tenido un accidente en el piso del baño cuando estaba aprendiendo a usar el inodoro. Algo que yo había considerado un pasatiempos infantil, se transformó de repente en humillación, regaño y dolor intenso. No sabía lo que había hecho para merecer tal ira; a esa edad tan tierna sólo estaba consciente de la vergüenza que sentía por haberle fallado a mi madre.

Había que agarrar, culpar, humillar y castigar a alguien para que el resto se sintiera digno. Este episodio fue seguido de muchos otros en que los accidentes, fueran por descuido o no, recibían castigo y humillación. Las cosas no «sucedían así porque sí»; a alguien había que agarrar, culpar, humillar y castigar para que el resto de la familia se sintiera digna. Hasta hace muy poco me enteré de que este patrón de actitudes había pasado por ambos lados de la familia a través de las generaciones. Nunca estuve seguro de que me valoraran por mí mismo; el valor parecía darse de acuerdo a lo que hacía. En nuestra familia lidiábamos constantemente para obtener nuestro puesto, tratando de lograr la aprobación o denigrar a otro para podernos ver bien en comparación. A una edad muy temprana empecé a tomar decisiones basadas en cómo me veían mis padres o cualquier otra figura de autoridad que tuviera el derecho de juzgarme. Mis padres no eran religiosos. Papá, en particular, reaccionaba activamente hostil contra todo tipo de religión, y rara vez se le escapaba la oportunidad de hacer algún comentario despectivo sobre los que amaban a Dios. Jamás íbamos a la iglesia (a mí me mandaron una vez a la Escuela Dominical, lo que nunca más se repitió), y la Biblia no era parte de nuestra familia. Cuando era adolescente, mi abuelo me regaló la Biblia que su madre le había dado a él. Su estado casi nuevo indicaba que mi abuelo no había podido darme un viaje a través de ella después de regalármela. Para él era como una clase de amuleto que se pasaba de una generación a otra, pero nunca discutía su contenido ni su relación con Dios, si acaso la tuvo. Así que allí estaba en mi librero a la par de Why I Am Not a Christian [Por qué no soy cristiano] por Bertrand Russell, y me servía tanto como aparentemente le había servido a mi abuelo.

Las nalgadas que recibíamos eran brutales e inadecuadas con el delito. Las alternativas de la carrera de mi padre, implicaban ausencias prolongadas mientras ponía a prueba negocios nuevos en otro país, dejando que mi madre nos criara como mejor pudiera. Cuando estaba en casa, era caprichoso e iracundo y las nalgadas que recibíamos eran brutales e inadecuadas con el delito. No hubo afecto en ningún momento y recuerdo que más de una vez me dijo: «¡Lárgate de aquí! ¡No te quiero ver, pues me enfermas!» Mi

madre tenía sus propios problemas emocionales con mi padre y no podía comunicarle sus emociones a nadie, mucho menos a sus hijos. Así que vivíamos independientes, aguantando cada uno como pudiera la ira y el rechazo de papá. Cuando tenía cerca de once años un compañero de escuela me introdujo a la masturbación. Confundido y fascinado, me di cuenta de que así podía sentirme mejor y obtener placer, aunque sólo fuera por unos pocos momentos cada vez. Como no tenía gozo en mis relaciones personales, me vi atraído cada vez más por la autogratificación como una manera de lograr solaz y consuelo cuando estaba solo, asustado o sintiéndome rechazado o inútil. El aislamiento producido por mi práctica solitaria habría sido malo en sí, pero de algún modo descubrí el poder de la fantasía para mejorar la experiencia y aumentar el estímulo. Empezando con las ilustraciones de ropa interior femenina en el catálogo de Sears que tenía mi abuela, rápidamente me enteré de la pornografía por medio de una copia de la revista Playboy que mi abuela me compró (creyendo, supongo, que tenía algo que ver con sugerir a los jovencitos actividades de juego). Más tarde, cuando ella vio el contenido, rápidamente la recuperó pero sin que antes mi mente impresionable hubiera permitido tuviera un impacto indeleble en mi mente.

Aprendí a considerar a las mujeres como objetos para satisfacer mi lujuria. Mis fantasías lujuriosas tuvieron un mayor ímpetu con el descubrimiento de un lote escondido de pornografía que mi padre tenía en la parte alta del librero en su estudio. Al parecer, había pedido materiales por correo que eran ilegales en esa época; hoy en día se pueden comprar legalmente cosas similares en los antros pornográficos del vecindario en la mayoría de las comunidades. Aprendí rápidamente a considerar a las mujeres como objetos destinados a estimularme y a satisfacer mi lujuria. Empecé a tratar de tener contacto sexual con las muchachas de mi edad. Fui rechazado, lo que me enseñó rápidamente que la sexualidad era algo vergonzoso. Era un asunto escondido, para reír de él en los sanitarios del colegio o del gimnasio, pero del que no se podía conversar seriamente con nadie. Estaba a la deriva en un mar de lujuria sin ningún conocimiento espiritual ni sentido del juicio de Dios. Cada episodio me traía una vergüenza de la que no podía comentar con ningún amigo, mucho menos con mis padres. Cada vez me sentía más despreciable. Al dedicarme de lleno a lo académico, me sentí mucho más enajenado que nunca de mis compañeros. En todo esto tuve el infortunio adicional de ser seducido por un hombre en un cargo de autoridad. Era en quien yo confiaba y que me gustaba, y cuya posición era tal que me daba miedo contarle a alguien. Asqueado por la experiencia, y confundido por la atención y la sensualidad, me sentía violado pero no pude aceptar mi propia ira hasta muchos años después. Con mi sexualidad totalmente confundida seguí codiciando cualquier experiencia sensual que pudiera leer o imaginar. Para satisfacer la lujuria, seduje a mi hermano menor por varios años, abusando de su afecto natural sin comparación, piedad ni remordimiento.

La pornografía se convirtió en mi escape de la presión que traen las relaciones sociales y las responsabilidades displicentes.

A la vez continué buscando otras experiencias sensuales y pornografía. Me atraían más las heterosexuales, pero mientras más perversidad sexual mostraran más estímulo sentía. La «adrenalina alta» transitoria se mezclaba con la vergüenza, el temor a que me sorprendieran y la sensación de evitar ser descubierto. Mientras más me enredaba con pornografía, más fácil me era usarla para aliviar la tensión, para eludir la presión de las relaciones sociales y para evitar las responsabilidades desagradables. Las fotos en una página impresa prometían emociones, aceptación ligera y nada de conflictos, cosa que no podían ofrecer las mujeres y muchachas reales de mi edad. Cada vez que usaba la pornografía, me sumía en una depresión que seguía al efecto estimulante, y juraba que esta iba a ser la última vez. Reflexionaba en la escoria que yo era. Me aislaba cada vez más de los demás, justificándome por el hecho de que si la gente supiera realmente quién era, no querría tener nada que ver conmigo. Una vez que empecé a salir con muchachas, mi meta principal fue conseguir que suplieran lo que yo percibía como necesidades sexuales. Exacerbado por la pasión, gracias a la pornografía, todos los días pasaba horas abrumado de pensamientos y actividades sexuales, dejando de cumplir mis tareas debido a la masturbación; temeroso de abrirme socialmente para no ser rechazado y demasiado terco como para aceptar que mi vida estuviera fuera de control. Por supuesto, hubo intervalos en que mis actividades fueron más «normales» debido a mi participación en organizaciones, estudios y algunas «amistades» ocasionales. Pero aun estos no lograron penetrar el centro de mi ser porque, yo tenía miedo de ser descubierto y rechazado.

Sólo podía pensar en más maneras de recrearme en el mal. Poco a poco pude vencer mi temor a las muchachas, lo suficiente como para hacer mía la preocupación de seducirlas e ir sexualmente lo más lejos que pudiera. Conforme logré ser más hábil en este nuevo desahogo a mi lujuria, abusaba menos de mi hermano hasta que al fin dejé de hacerlo. Ahora me doy cuenta de las terribles consecuencias para cada una de las víctimas de mi lujuria. Fueron violadas, sus límites traspasados, sus cuerpos usados sin cuidado ni respeto. En ese momento sólo se me ocurría pensar en más maneras de darle la rienda suelta al mal. Cada pensamiento era más perverso y contra toda norma de la sociedad que el anterior. La masturbación llegó a ser una preocupación tan grande que mis notas sufrieron y mis relaciones sociales finalmente se acabaron. Mi búsqueda constante de fantasías y experiencias estimulantes hizo daño a otras personas, invadió su privacidad y los alejó totalmente. Cuando conocí a la que sería mi esposa, estaba recobrándome de una relación sexual obsesiva que no tenía base sólida. Aunque sabía que mi nueva amada era cristiana, yo había tenido solo un contacto muy fugaz con los «fanáticos de la Biblia», como yo les decía. Era linda, inteligente, amorosa y necesitaba cariño porque su infancia también había sido infeliz.

No prometí fidelidad, honra o protección a mi esposa. Creí que ella abandonaría el cristianismo apenas supiera la verdad; y ella pensó que yo me convertiría apenas escuchara el evangelio. Ninguno de los dos recibió consejos sabios en contra de la relación, mucho menos del matrimonio, a pesar de que hablamos con varios pastores antes de casarnos. Fue un enredo de ceremonia. Mi novia leyó 1 Corintios 13 y

otros pasajes bíblicos, mientras yo no dije nada religioso cuando tuve que hablar y cité fuentes seculares o místicas. Es notable que no hice voto de fidelidad, honra o protección a mi esposa. En ese momento estaba muy «enamorado» pero no tenía la menor idea del compromiso que mi novia hacía, de amarme en el amor de Cristo. Al principio mi esposa, por sus fuertes deseos de complacer a su nuevo marido, satisfizo mi lujuria. Aun en la cama matrimonial yo la consideraba simplemente otro objeto colocado allí para mi placer, para hacerme sentir adecuado y amado. No procuré mucho aumentar el placer en ella, aparte de pedir una copia de un tratado hindú sobre el sexo, que incluía centenares de actividades acrobáticas que para mi decepción no podíamos ejecutar por no ser atletas. Todavía estaba buscando el máximo placer sexual prometido pero jamás entregado por la pornografía. Me costaba entender nociones tales como compromiso, cuidado, protección, comunicación y fidelidad. Después de nacer nuestro primer hijo hubo muchas discusiones amargas respecto a la crianza religiosa de nuestros hijos. Insistía en que no tendría ninguna. Con lágrimas mi esposa me confesó que temía que fueran condenados al infierno si no conocían a Jesús como su Señor. Quería que conocieran a Jesús desde muy pequeños. Mi empecinamiento era que a nuestros hijos no se les «lavara el cerebro», sino que de alguna manera aprendieran algo de religión una vez que ya fueran adultos. Aunque tomé un curso sobre la vida de Cristo y me saqué una nota alta, todavía rechazaba el evangelio. Era abusivo, hostil y blasfemaba al Dios vivo en mi petulancia e ira. Mientras tanto, mi vida era un desorden, aunque yo era el último en darme cuenta.

Acepté el regalo de salvación que libremente me ofrecía el Padre a través de su hijo. Al fin, en un momento de crisis y después de ver respuestas inexplicables a las oraciones de mi esposa, decidí aceptar el regalo de la salvación ofrecido libremente por el Padre a través de su Hijo, Jesucristo. Entregué mi vida a Cristo para seguirlo sin la menor idea de lo que significaba eso. Por un tiempo estaba tan agradecido de que me hubiera salvado del infierno que escondí mi lujuria por el momento. Pero no duró mucho. Había renunciado privadamente a mis pecados pasados, pero no estaba dispuesto a someterme al autoexamen y a la limpieza necesarios para que un hijo de Dios exprese verdaderamente el gozo asociado con seguir a Dios en obediencia amorosa. Cuando los predicadores o comentaristas hablaban de Dios como un «Padre amante», me parecía una contradicción; no había experimentado esa clase de padre. Esperaba castigo, no alabanza. En ese momento no conocía lo que Dios había dicho al respecto: «Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza de parte de Dios» (1 Corintios 4:5). Al poco tiempo de convertirme en cristiano participé en mi primer acto de adulterio. Ya había tenido pensamientos adúlteros, pero se presentó una oportunidad de poner en práctica mi lujuria y me lancé (no caí) al pecado. Después me sentí tan avergonzado que no intenté seguir con la relación. Tuve remordimiento y traté de orar, pero no acepté ante mí ni ante Dios mi plena responsabilidad en el asunto. Tres veces más en los años siguientes aproveché oportunidades de tener contacto sexual con otras mujeres, y mi participación con la pornografía siguió de manera incidental, agregándole combustible a la vida de fantasía que denigraba la relación con mi esposa.

A pesar de mis circunstancias, soy responsable de mis acciones. Alguien insensato podría ofrecer el «consuelo» de que quizás mi esposa fuera poco atractiva física o emocionalmente, y que eso de algún modo puede haberme impulsado a pecar. Tengo dos respuestas: Primero, mi esposa era (y sigue siendo) muy bella y durante ese tiempo trataba de ayudarme; segundo, a pesar de mis circunstancias, soy responsable de mis acciones. Mi enfoque en el sexo como medio de suplir mis necesidades emocionales me condujo a decisiones de exigir o tomar lo que no era realmente mío. Al pasar los años mi esposa empezó a sentirse muy atribulada por el aumento en mis presiones para realizar prácticas sexuales irregulares, las que consideraba aberraciones. Al mismo tiempo fue haciéndose más frecuente mi impotencia. No hablábamos de estas cosas porque los intentos ocasionales de mi esposa de hablar del sexo se toparon con mi hostilidad, defensiva o silencio. Estaba tan avergonzado del «resto» de mi vida sexual que me era imposible discutirlo con nadie, ni siquiera con mi esposa. Si alguien se enterara, mi vida se acabaría porque yo era especialmente pecaminoso y digno de condenación o muerte. Definitivamente no me acerqué a Dios: Él aceptaba sólo a los que le eran completamente obedientes al menos en las «cosas grandes». Yo sabía que iba al cielo, pero creía que era porque Dios estaba apenas respetando un trato hecho. No podría amarme jamás, por el cúmulo de mis actos pecaminosos. Me sentía fuera de control, impotente para acabar con esta conducta. Ni los graves encuentros con las autoridades me impidieron buscar ese climax sexual mágico que me haría sentir amado. A la vez que perseguía esas fantasías rechazaba toda amistad o intimidad verdadera con mi esposa, amigos o hermanos en Cristo. Era anciano de nuestra iglesia, dirigía estudios bíblicos en casas e incluso buscaba la evangelización; vi a varias personas aceptar la salvación de Cristo una vez que hablaba con ellos acerca del evangelio. Pero mi interior no conocía la paz.

Empecé a observar de manera malsana el desarrollo de mi hija. Parte de la pornografía que leía se llamaba «Lecturas para la familia», un eufemismo para las historias de incesto. Al principio me parecía repulsivo el tema; luego era estimulante, como otros temas de perversión. Al principio no lo aplicaba a mi propia familia. Pero luego, cuando mi hija cumplió los catorce años, empecé a observar de manera poco sana su desarrollo. Mi lenguaje en casa se hizo más indecente, mis comentarios menos apropiados, los chistes que traía del trabajo eran de contenido más sexual. Fui menos cuidadoso respecto a la modestia en mi vestir. Cuando veía a mi hija en vestido de baño o en camisa de dormir, se me hacía más difícil desviar la mirada. Al fin, cuando le daba las buenas noches en su cuarto, encontraba un pretexto u otro para rozar una mano «accidentalmente» contra su pecho, aun mientras oraba con ella. Esto pasó por un período de varios meses. Empecé a temer lo que sucedería después, pero me convencí de que no podía evitarlo, que realmente amaba a mi hija. Mi ambivalencia interfirió mi vida sexual con mi esposa y me volví cada vez más impotente con ella. Ni la masturbación me satisfacía. Una noche ofrecí darle las buenas noches a mi hija. «No, gracias, papi, estoy demasiado cansada», me dijo y se fue para su habitación cerrando la puerta firmemente.

Después de eso no hubo más «buenas noches», ya no quería que la abrazara, ni siquiera que la tocara, aduciendo que le dolían los músculos por sus ejercicios. Se abrió una brecha entre los dos, pero en mi estado de engaño no quise aceptar que su rechazo tuviera nada que ver con el abuso de nuestra relación, con la violación de sus límites como persona, ni con la transgresión de la ley de Dios. Atribuí su frialdad a los «dolores de crecimiento», sin poder reconocer que la había herido y asustado, y había pervertido nuestra relación.

No confié a nadie lo que pasaba en mi vida secreta. Varios meses más tarde ya sea había deteriorado gravemente las relaciones personales en nuestra familia. Nadie se estaba comunicando bien con nadie y todos estábamos apenas lidiando con nuestra existencia diaria. Las cosas empeoraron todavía más después de un desastroso viaje de vacaciones en que nadie habló durante todo el camino de regreso. Mi esposa entró en una depresión tan severa que la tuvimos que internar en una unidad siquiátrica por una semana. Mientras estuvo allí, todos nos sentíamos tremendamente turbados, pero aun así no le dije a nadie lo que en mi vida secreta había corrompido a toda mi familia. A pesar de que en ese período tumultuoso no abusé de mi hija ni tampoco tomé ninguna acción decisiva, ella se deprimió más que nunca. A los quince días de que mi esposa regresara del hospital, nuestra hija se fugó de casa. Unos días después al fin logramos encontrarla en una comunidad vecina, nos desafió y no quiso volver. Una de sus conocidas nos dijo que habían evitado que se suicidara. Entonces la internamos por un mes en el hospital. Mientras estuvo en el hospital, no salió ni el menor indicio de su abuso sexual hasta la última semana. A pesar de que tanto mi esposa como el equipo de salud mental le preguntaba repetidas veces, ella negaba que hubiera algo entre nosotros, cosa que también negaba. Era como si creyéramos que podríamos borrar los incidentes, que realmente no había pasado nada. Pero algo sí había sucedido y ese pecado monstruoso se estaba ulcerando debajo de la superficie, convirtiéndose en algo pútrido. Hubo poca mejoría en la depresión y la ira de nuestra hija, y mi esposa y yo nos distanciábamos cada día más.

Una compulsión por protegerme produjo una prolongada confesión que duró cuatro días. Finalmente, desperté a las cuatro de la mañana de un jueves, totalmente despabilado y sentado en mi cama con una urgencia de confesar todo a mi esposa. Aunque mi intento era contarle todo, mi compulsión, casi igualmente fuerte de protegerme y defenderme, me llevó a una prolongada confesión de cuatro días. Hubo mentiras, verdades a medias y verdades completas brotando todas junto a las lágrimas y el remordimiento. Se enteró del adulterio, del incesto con mis hermanos, de mi seducción por parte de un hombre mayor y de los enfrentamientos con las autoridades. Persistía en preguntarme sobre nuestra hija, mientras yo seguía negando que algo impropio pasara. Al fin, en la noche del cuarto día, le dije a mi esposa que había abusado de nuestra hija. Se quedó sentada en silencio, aturdida y horrorizada. Finalmente, dijo: «Eso explica bastante. No pude hilar todo en mi mente, pero ahora tienen sentido los hechos». En esos instantes entró nuestro hijo y ya sabe cómo prosiguió el resto de la tarde. Esa noche llegaron unos ancianos de la iglesia a orar con mi familia, para animarlos hasta

donde pudieran y para ofrecerles su ayuda. Uno de ellos se llevó las armas de nuestra casa. Mi esposa se comunicó al día siguiente con la agencia de protección de la niñez, porque por ley hay que denunciar cuando se descubre un abuso. Me mudé a un motel económico por un par de semanas mientras mi esposa decidía qué hacer. No podía llamar a casa porque mi hijo estaba allí. Pasé mis días con mucho dolor, fustigándome, llorando mi pérdida. Encontré una Biblia y empecé a leer versículos acerca de los que estamos en Cristo y del amor de Dios por nosotros. Lloré muchísimo. Leía una y otra vez el Salmo 51, la confesión de pecado del rey David con Betsabé. Oré en voz alta a Dios; le grité a mi almohada y la bañé en lágrimas. Lloré amargamente por lo que quedaba de una vida desperdiciada, de relaciones quebrantadas. Empecé muy lentamente a darme cuenta de cómo mis pecados produjeron consecuencias imborrables en las vidas de otros. Desde mi habitación en el motel hablé con nuestros amigos de la iglesia, vertiendo sobre ellos mi angustia. Estaba pasmado de que no me hubieran tirado el teléfono. No aprobaban mi conducta, pero seguían hablándome.

Sabía que debía estar con el pueblo de Dios aunque me echaran a patadas. No pude asistir a la iglesia a la que asistían mi esposa y mi hija, por lo que busqué en las páginas amarillas una que quedara cerca de mi motel. Estaba convencido de que la vergüenza me salía por los poros, pero sabía que tenía que estar con el pueblo de Dios, aunque me echaran a patadas. El primer culto al que asistí fue sobre el pecado y la gracia de Dios. Me quedé sentado, cegado por las lágrimas y con un nudo en la garganta que me impedía cantar. Después del culto le pedí al hombre sentado a mi lado que me recomendara un cristiano maduro con quien pudiera conversar. Captando la urgencia en mi voz, me presentó a un hombre de mi edad que me llevó afuera. Sollozando, le conté toda la historia sin dejar nada. «No quería que su iglesia me aceptara como un supersanto, dándome la bienvenida con los brazos abiertos», le dije. «He ofendido a muchísima gente y mi pecado me ha dolido mucho también». Jamás se me olvidará la respuesta de este hombre: «Amigo, esta iglesia es un lugar para encontrar sanidad. Eres bienvenido». La gracia inmerecida de Dios inundó mi corazón y lloré incontrolablemente ante tal generosidad. Nunca había considerado que la iglesia tuviera un ministerio en pro de la gente herida por su pecado. Regresé el domingo siguiente, y me arriesgué a reunirme con algunos de los ancianos de la iglesia y con el pastor, para contarles mi historia. Pedí oración por mi familia y por mí. La reacción no excusaba mi pecado pero quedó claro que me consideraban un hijo de Dios digno de respetar. Me sentí colmado de gratitud. Mi esposa estaba golpeada por el dolor, enojada, atemorizada y deprimida por la revelación que le hice de mi infidelidad. A pesar de eso, sacó tiempo para llamarme al motel y ver cómo estaba. Recogió lo básico que yo necesitaba para vivir fuera de la casa y me lo llevó de contrabando. Pasó horas conmigo en lugares escondidos, hablando de sus frustraciones y animándome a lidiar con la realidad a medida en que confrontaba mis pecados. Tuvimos períodos en que las emociones estaban tan alteradas que no nos hablábamos por días, pero Dios siempre nos traía de nuevo.

«Aquí hay problemas graves, pero ninguno que Dios no pueda resolver». Uno de nuestros amigos en la iglesia donde antes asistíamos nos recomendó un consejero cristiano que conocíamos por años: «Es un hombre manso, lleno de sabiduría, y he oído que respalda todo lo que dice con la verdad en las Escrituras, para que lo compruebes. Aunque visitaba a un siquiatra secular, decidimos ir a ver a este hombre en busca de ayuda. Escuchó toda la asquerosa historia y dijo: «Aquí hay problemas graves, pero ninguno que Dios no pueda resolver». Nos empezó a enseñar a comunicar los sentimientos de nuestros corazones uno al otro sin matar el espíritu en el proceso. Nos enseñó la base del pecado y nuestra reacción a ella, empezando desde Adán y Eva en el huerto del Edén y de allí a través de toda la Biblia. Empezamos a ver la esperanza. Además de las sesiones de consejería, nuestro consejero nos recomendó varios libros. Uno de ellos fue Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad], de Neil Anderson, que trataba sobre la madurez cristiana. Por primera vez empecé a comprender que debido a que estoy en Cristo, ciertas cosas son verdad tanto respecto de mí como de Cristo. Dada mi identidad en Cristo, tengo el poder sobre las cosas en mi vida que siempre supuse que estaban fuera de mi control. En particular aprendí que quien yo me crea ser domina mis emociones y mis acciones. Si creo una mentira respecto a mi naturaleza básica, sea del mundo, de la carne o del diablo, actuaré de acuerdo a esa creencia. Igualmente, si decido creer lo que Dios ha dicho de mí, gobernaré de acuerdo a la voluntad de Dios a mis pensamientos y a las acciones que procedan de ellos.

Por primera vez empecé a experimentar períodos de gozo auténtico intercalados con otros de melancolía y tristeza. Experimenté una sensación dramática de gozo y libertad al darme cuenta de la permanencia y solidez del amor de Dios por mí, que trasciende cualquier particularidad del pecado. Fue una revelación profunda ver en las Escrituras que no soy simplemente «un pecador salvo por gracia», sino un santo que peca, alguien llamado y santificado por Dios. Aprendí con este consejero cómo apropiarme de la verdad de que tengo un abogado delante del Padre, quien está allí constantemente para contradecir a las acusaciones de Satanás contra los elegidos de Dios. Por primera empecé a experimentar vez períodos de gozo auténtico, intercalados con otros de melancolía y tristeza profunda delante de Dios por mis pecados contra Él y contra los demás, especialmente mi hija y mi esposa. Al fin se acabaron los momentos de odiarme cuando mi esposa me recordó: «Debes acordarte que si Dios ha perdonado tus pecados en Cristo, tú debes ahora perdonarte». Ha sido una lucha perdonar a quienes me hirieron en el pasado, no porque las heridas justifiquen mis pecados viejos o recientes, sino porque la falta de perdón me refrenaba. Pedí y recibí perdón de los familiares que herí (con excepción de mis hijos que todavía luchan con el asunto), y me he reconciliado con ellos, conociendo por primera vez en mi vida la verdadera intimidad con mi hermano, mis hermanas y mi madre. Hace unos años, mi padre murió sin creer hace unos años, rechazando el evangelio hasta el fin. Ha sido duro perdonarlo por su violencia y abandono, pero Dios también me llamó a hacerlo.

Estos grupos no pudieron ofrecerme la perspectiva espiritual que identificaba dentro del corazón, el poder de Jesucristo que cambia vidas. Había estado asistiendo a dos grupos diferentes de doce pasos para la «adicción sexual» y al fin renuncié cuando me di cuenta de que estaban elevando la sobriedad sexual en un pedestal como la meta de sus esfuerzos. A pesar de que reconocían a una «Autoridad Superior», no se les permitía identificarla como Jesucristo. Y cuando hubo una votación dividida sobre si se permitiría el sexo sólo en el matrimonio o en cualquier «relación comprometida», sea homosexual o heterosexual, me di cuenta de que estaba en el lugar equivocado y me retiré de ambos grupos para siempre. Lo único que hicieron esos grupos fue ayudarme a comprender el contexto de mi disfunción sexual en la sociedad. Hay muchísima gente involucrada en el pecado sexual. Pero no podían ofrecer la perspectiva espiritual que identificaba dentro del corazón de quienes confían y le obedecen. Por eso titubeo en recomendar su perspectiva de «autoayuda», especialmente cuando le resta importancia a las relaciones dentro del cuerpo de Cristo. A menudo aducen en las reuniones que los «adictos» son los únicos que se pueden comprender uno al otro, que ellos son la verdadera familia del adicto. Para un cristiano tal actitud elimina totalmente al cuerpo de Cristo, que debe cuidar de sus miembros heridos.

Aprendí cómo permitimos que Satanás y sus ángeles impíos establezcan posiciones El segundo libro que leí arrojó muchísima luz sobre el tema y fue una obra clave en darme esperanza y dirección en mi lucha: The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas], de Neil Anderson. Este libro habla detalladamente de la guerra espiritual y del aspecto demoníaco del pecado habitual. Aprendí cómo permitimos que Satanás y sus ángeles impíos establezcan posiciones y esperanzas en nuestra vida espiritual y a la medida que dejamos de vivir de acuerdo a nuestra identidad en Cristo y nos apropiamos de los aspectos de su carácter que ya son nuestros. El libro me dio esperanza de victoria en la lucha espiritual y física sobre el pecado, al recordarme que Satanás es un enemigo vencido que no tiene ningún poder sobre mí, a menos que se lo entregue. Empecé a leer en voz alta las verdades espirituales que Neil había incluido en ambos libros acerca de nuestra identidad en Cristo y los resultados de esta. A medida que afirmaba mi identidad y luchaba con la discrepancia entre mi naturaleza en Cristo y mis actitudes, pensamientos y comportamientos, me sentía mchas veces abrumado por el dolor y la autocondenación. Renuncié a las fortalezas que Satanás había establecido, experimentando una libertad progresiva conforme se identificaba cada área problemática. No fue sino hasta después de muchos meses de lucha que pude llegar a donde Dios quería: confiando en Él, no en mí, y confiando en su amor tan infalible e interminable. Mi esposa y yo nos hemos esforzado durante este último año por restablecer nuestra relación, no en base a la lujuria y la explotación sino en el fundamento sólido de Jesucristo. Poco a poco nos hemos enfrentado con los problemas del pecado y del perdón, y hemos vuelto a ser amigos. Todavía tenemos discusiones, conflictos y sentimientos heridos que

atender, pero nuestras herramientas son las mejores. Estamos construyendo un registro de éxitos en la resolución de nuestros conflictos pasados y presentes.

Se ha roto la esclavitud del pecado en que me había sumido. Todavía lucho con mis emociones, pero logro sentir toda la gama desde la tristeza profunda hasta el gozo desbordante, y en todas está Dios conmigo. ¿Peco todavía? Por supuesto, pero soy un santo que peca de vez en cuando y se lo puedo confesar a Dios, recordando 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Y además, algo muy importante, es que ya soy libre de la compulsión sexual producida por creer las mentiras de Satanás respecto a mi verdadera naturaleza. Con la ayuda de mi terapeuta estoy aprendiendo a reconocer y a aceptar las emociones. Con la ayuda del Espíritu Santo tengo el poder para querer hacer el bien antes que el mal. No se me ha liberado mágicamente de la tentación: mientras más me acerco a Dios, más oportunidades para pecar me presenta el tentador. Me decido constantemente por hacer el bien, pues reconozco que mis pensamientos producen fruto si se lo permito. Se ha roto la esclavitud al pecado en que me había sumido debido a mis decisiones pecaminosas. En medio del mal que me rodea, estoy aprendiendo a huir de la tentación, a resistir al diablo y a estar en el mundo pero no ser del mundo. Me agarro de la promesa de Dios: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios quien no os dejará ser tentados más de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para que la podáis resistir (1 Corintios 10:13).

Estoy aprendiendo a asumir las funciones de una persona que se responsabiliza de sus actos. Aun así, tengo toda la confianza de que el tiempo de Dios y sus métodos son perfectos, que su plan de redención no falla. Estoy agradecido por su restauración y anticipo el momento en que se hayan sanado todas las heridas, se hayan enjugado todas las lágrimas y se perfeccione la reconciliación en Cristo. Hasta entonces, estoy aprendiendo a asumir las funciones de una persona que se responsabiliza de sus actos, y a amar a mi esposa de la manera en que Dios lo quiso. Ahora puedo orar, estudiar las Escrituras con gratitud, alabar a Dios por su gracia y descansar en su provisión por mi vida. Gracias a la comprensión que tengo de mi identidad en Cristo, ¡soy libre! ¡Puedo vivir como Dios me llamó a vivir! *

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¿Quiénes son los lastimados? Cada primavera doy un curso que se llama «La iglesia y la sociedad», es una clase básica sobre la ética y que intenta definir el papel de la iglesia en la sociedad. En la segunda mitad del semestre invitamos a los expertos locales para que discutan temas morales específicos. Disfruto el curso porque para mí es un aprendizaje cada primavera. A medida que llegan los invitados a dar sus presentaciones, advierto a los alumnos que no «tomen la carga de todos» o se sentirían abrumados. Sin embargo, hay que escuchar sus

preocupaciones porque estos conferenciantes buscan suplir las necesidades de las personas lastimadas de nuestra sociedad, lo que también es el ministerio de la iglesia. Una constante preocupación que escucho de los cristianos, que trabajan en las agencias paraeclesiásticas y seculares, con las personas vejadas, es su frustración con la iglesia. Dicen que esta vive en el rechazo y que más bien alcahuetea a los que agreden a sus esposas, a los que abusan de niños y a los alcohólicos. Aducen que es más común que la iglesia no defienda a la víctima sino que ofrezca un santuario al abusador, bajo el disfraz de no querer ningún escándalo. Por lo consiguiente, ni el abusador ni el abusado reciben ayuda, y sus vidas siguen cada vez más y más desviadas, como en el caso de Charles.

La sexualidad masculina y femenina Fuimos creados como seres sexuales: la lubricación vaginal femenina y las erecciones masculinas ocurren dentro de las primeras veinticuatro horas de nacidos. Los bebés tienen que experimentar el calor y el tacto para poder lograr la unión con los padres, y la confianza se desarrolla durante los primeros meses de vida. Aun durante este período el abuso o el abandono tendrá efectos perjudiciales duraderos, por lo que es fácil ver el grave impacto sobre un niño cuando es víctima del abuso en su tierna infancia, cuando tiene incluso mayor conciencia. Existe una organización enfermiza de pedófilos que promueven el incesto proclamando: «¡Sexo antes de los ocho es demasiado tarde!» Buscan destruir el funcionamiento sexual normal aun antes de que haya tenido oportunidad de desarrollarse. Toda la anatomía sexual está presente desde el momento de nacer y se desarrolla temprano en la adolescencia. Las hormonas empiezan su secreción tres años antes de la pubertad. En la mujer, la secreción del estrógeno y de la progesterona es muy irregular hasta un año después de la pubertad, en que se establece un patrón rítmico regular. Después de la menopausia, conforme disminuye la secreción hormonal, se adelgaza la pared de la vagina y disminuye la lubricación vaginal. En el varón, la testosterona aumenta en la pubertad, alcanza un máximo a los veinte años, disminuye a los cuarenta y llega a casi cero a los ochenta. El proceso normal de envejecimiento causa una erección más lenta y menor funcionamiento sexual, pero no hay un cese completo de estas funciones. Mientras el hombre duerme experimenta una erección cada ochenta a noventa minutos. Todo esto es parte de la maravillosa creación de Dios que debemos vigilar como buenos mayordomos. Pero como ya se ha notado, este bello plan para la procreación y la expresión del amor se puede distorsionar gravemente.

Sanidad para el desarrollo sexual distorsionado Dios quiso que el sexo fuera para nuestro placer y para la procreación dentro de los límites del matrimonio. Pero cuando el sexo se vuelve un «dios» es feo, aburrido y esclavizante. No es muy acertado colmar de condenación a los que están esclavizados, porque aumentar la vergüenza y la culpabilidad es contraproducente y no producirá buena salud mental, carácter cristiano ni autodominio. La culpabilidad no inhibe el estímulo sexual; más bien, puede contribuir a aumentarlo y a impedir que usemos nuestra sexualidad tan sanamente como lo quiere Dios. En vez de condenación, yo ofrecería los siguientes pasos para los que hayan tenido un desarrollo sexual distorsionado:

1. Enfrente su condición actual delante de Dios. Con Dios no hay secretos. Él conoce los pensamientos y las intenciones de su corazón (Hebreos 4:11–13), y jamás debe temer el rechazo por ser honesto con Él y por confesar su pecado y su necesidad. La confesión simplemente es hablar la verdad con Dios y vivir constantemente de acuerdo con Él. Lo opuesto de la confesión no es el silencio, sino más bien la racionalización y la autojustificación, que intentan excusar o negar su problema. Esto jamás le conducirá a la libertad. Su camino de salida de la esclavitud debe incluir a Dios de manera honesta e íntima. 2. Comprométase con una visión bíblica del sexo. Dios creó toda expresión sexual con el fin de asociarla con el amor y la confianza, que son imprescindibles para un buen funcionamiento sexual. Según estudios recientes, hay pruebas de que la confianza quizás sea uno de los factores más importantes en la capacidad de las mujeres para lograr el orgasmo. Asegurar la confianza significa que no tendremos jamás el derecho de violar la conciencia del otro: lo que es malo para su cónyuge, es malo para usted. Demasiadas esposas me han preguntado con lágrimas en los ojos si deben someterse a toda solicitud que sus maridos les hagan. Normalmente los maridos piden alguna expresión desviada con la esperanza de satisfacer su lujuria. Algunos hasta se amparan en Hebreos 13:4 diciendo que es «pura la relación conyugal», aduciendo que la Biblia permite todo tipo de expresión sexual dentro del matrimonio. No hay cuatro palabras que más se saquen del contexto que esas. Termine de leer el versículo: «Pero Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros». La idea es mantener pura la relación sexual sin adulterio ni fornicación. La esposa puede cumplir con las necesidades sexuales de su marido, pero jamás podrá satisfacer su lujuria. Una visión bíblica del sexo siempre será personal, pues es la expresión íntima de dos personas enamoradas. La gente esclavizada por el sexo o aburrida de él lo han despersonalizado. Se vuelven obsesionados con pensamientos sexuales para lograr mayor excitación; y como el sexo obsesivo siempre despersonaliza, aumenta el aburrimiento y los pensamientos obsesivos se hacen más fuertes. ¡Un hombre me dijo que su práctica de masturbación no es pecaminosa porque en sus fantasías las mujeres no tienen cabeza! Le dije que precisamente eso es lo malo de lo que hace. Tener fantasías de otra persona como objeto sexual, sin verla como persona creada a la imagen de Dios es precisamente el problema. Aun la reina de la pornografía es la hija de alguna madre y no simplemente un pedazo de carne. La visión bíblica del sexo también se asocia con la seguridad y la protección. Fuera del plan de Dios, el temor y el peligro también pueden causar despertar sexual. Por ejemplo, meterse a una tienda pornográfica causará la excitación sexual mucho antes de que se presente un estímulo sexual real. Y la costumbre de mirar objetos sexuales es muy resistente al tratamiento porque la excitación no viene simplemente por la vista, el acto viola una norma cultural prohibida. El clímax emocional se intensifica con la presencia del temor y del peligro. Un hombre dijo que estaba metido en sexo estimulante. Alquilaba una habitación en un motel y cometía adulterio en la piscina donde la posibilidad de que los vieran intensificaba el clímax. Esa gente tiene que separar el temor y el peligro de su estímulo sexual. Una visión bíblica del sexo incluye los conceptos de seguridad y protección para que el cumplimiento máximo venga a raíz de una entrega total del uno al otro, en confianza y amor. Alguna gente se deja engañar con el cuento de que la fruta prohibida es la más dulce,

negando la importancia crucial de una relación entre el hombre y la mujer para encontrar el placer y la satisfacción en el sexo. También abogo por abstenerse del uso de los órganos sexuales para cualquier otra cosa que para lo que los hizo el Creador. Dios no me hizo patas para arriba, ni se supone que deba caminar sobre las manos. Hay partes de mi cuerpo que fueron creadas para disponer de los fluidos y las sustancias de desecho. No creo que el sexo oral refleje el propósito del Creador para el uso apropiado de las partes del cuerpo. Hasta la higiene personal sugiere que esta expresión no se ajusta a los objetivos de Dios. ¿Por qué será que constantemente buscamos la máxima experiencia sexual? ¿Por qué no buscamos la máxima experiencia personal con Dios y uno con el otro, para que el sexo en el matrimonio sea una expresión de la misma forma? La buena relación sexual no hace un buen matrimonio, pero un buen matrimonio tendrá una buena relación sexual. 3. Busque el perdón de todos los que haya ofendido sexualmente. Insto a todo hombre a pedirle perdón a su esposa por cualquier violación de su confianza. Nuestras esposas sienten cuando algo anda mal; no permitamos que tengan que adivinarlo. En realidad ellas forman parte imprescindible de lo que nos permite vivir sexualmente libres en Cristo. Los hombres somos increíblemente vulnerables en el área sexual, y necesitamos el apoyo cariñoso y el discernimiento que ofrece una esposa amorosa. Tanto Douglas, en el capítulo anterior, como Charles finalmente confesaron todo a sus esposas. ¿Habrá sido humillante? Sí, pero ese es el camino hacia la libertad. Charles también tuvo que pedir el perdón de sus hijos. En algunos casos se llevará años. Tristemente, algunos nunca logran llegar al punto de perdonar al que abusó de ellos, y entonces el ciclo de abuso continúa. Los hijos a los que se ha maltratado normalmente se vuelven abusadores también y sus hijos sufren la consecuencia de otro padre esclavizado. Si la víctima decide no perdonar al abusador, vive esclavizado por la amargura. Sin embargo, para el abusador restaurado que vive bajo condenación porque su víctima no lo ha perdonado se está negando la obra que Cristo completó. Cristo murió por los pecados del mundo una vez por todas. Tenemos que creerlo, vivirlo y enseñarlo para poder parar el ciclo de abusos. 4. Renueve su mente. El sexo anormal es producto de los pensamientos obsesivos. Dichos pensamientos se vuelven duraderos a causa del refuerzo físico y mental que reciben con la repetición de cada acto y de cada percepción mental. La mente sólo puede reflexionar sobre lo que se ve, se guarda en la memoria o se imagina intensamente; somos responsables de lo que pensemos y de nuestra propia pureza mental. Recuerdo cuando recién me convertí a Cristo y me comprometí a limpiar mi mente. Como se imaginará, el problema empeoró en vez de mejorar. Cuando cede a los pensamientos sexuales, la tentación no parece tan fuerte, pero cuando decide no pecar, la tentación se vuelve más fuerte. Recuerdo que yo cantaba simplemente para distraer la mente. Mi vida y mis experiencias serían bastante inocentes en comparación con las de la mayoría de las personas con que he hablado, pero aun así, duré años en el proceso de renovar mi mente debido a las imágenes que le había programado. Imagine a su mente como el café en una cafetera. El líquido es oscuro y maloliente debido a la broza del café viejo (el material pornográfico y las experiencias sexuales) que tiene y que ha quedado allí. No hay forma de librarlo de ese sabor amargo y ese color tan feo que ahora lo impregnan; no hay forma de sacarlo con filtro. Tiene que botar la «broza», y lo debe hacer. ¡Debe botar a la basura el material pornográfico!

Imagínese ahora un recipiente de hielo cristalino al lado de la cafetera. Cada cubo de hielo representa la Palabra de Dios. Si tomáramos por lo menos un cubo de hielo cada día y lo pusiéramos en la cafetera, con el tiempo el café se diluiría tanto que no se podría oler ni ver el café original. Eso funcionaría, siempre y cuando usted se hubiera comprometido a no echar más broza de café en la cafetera. Dice Pablo en Colosenses 3:15: «Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos». ¿Cómo vamos a dejar que Cristo gobierne en nuestros corazones? El siguiente versículo lo dice: «La palabra de Cristo habite abundantemente en vosotros, enseñándoos y amonestándoos los unos a los otros en toda sabiduría con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando con gracia a Dios en vuestros corazones». De la misma manera que Jesús, debemos confrontar la tentación con la verdad de la Palabra de Dios. Cuando ese pensamiento tentador nos acecha por primera vez, lo llevamos cautivo a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5). «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti» (Salmo 119:9, 11). Vencer la batalla por nuestras mentes a menudo implica dar dos pasos hacia adelante y un paso para atrás. Con el tiempo llegan a ser tres pasos hacia adelante y uno para atrás. Luego son cinco pasos hacia adelante y uno hacia atrás, hasta que son tantos los pasos positivos hacia adelante que el «uno para atrás» es un recuerdo que se desvanece. Recuerde que se podrá desesperar de tanto pedirle a Dios que le perdone vez tras vez, pero Él jamás se desespera de tener que perdonarle. 5. Busque relaciones legítimas que suplan su necesidad de amor y de aceptación. La gente con adicciones sexuales tiende a aislarse, pero nos necesitamos unos a otros; no fuimos creados para sobrevivir solos. Charles buscó ayuda y compañerismo cristiano. Sin embargo pocos lo hacen por la vergüenza que sienten y en consecuencia, permanecen esclavizados. Cuando nuestras relaciones nos producen satisfacción, se cumplen las necesidades legítimas más profundas. La búsqueda de satisfacción expresiones sexuales en vez de relaciones personales conducirá a la adicción. 6. Aprenda a andar en el Espíritu. Gálatas 5:16 dice: «Andad en el Espíritu, y así jamás satisfaréis los malos deseos de la carne». Un andar con Dios legalista solo le traerá condenación, pero nuestra verdadera esperanza es la relación dependiente de Él, sostenidos por su gracia. En mi libro, Cuando andamos en la luz, trato de definir lo que significa gozar de la dirección de Dios y de una vida mejorada por su Espíritu. Es cierto que la esclavitud sexual es una atadura difícil de romper, pero toda persona puede ser libre de las garras de Satanás en esa área. El terrible costo de no luchar por esa libertad es un precio demasiado elevado. Vale la pena luchar por su libertad sexual y espiritual.

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Una familia: Libertad de los falsos maestros Las personas más inseguras que podrá conocer son los manipuladores. Son independientes, no le importan los demás; son superficiales, no profundizan. Subconscientemente insisten demasiado en la falsa creencia de que su valor depende de la capacidad de controlar o manipular el mundo que los rodea. Tome en cuenta a los Hitler y los Hussein del mundo, cuyas inseguridades llegaron a tal extremo que millones perdieron sus vidas. Los manipuladores de este tipo simplemente eliminan a los que se oponen y se rodean de marionetas que los reafirmen externamente. De manera similar y más siniestra, se han metido en la iglesia falsos profetas y maestros, como nos advierten claramente las Escrituras: «Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y maravillas de tal manera que engañarán, de ser posible, aun a los escogidos» (Mateo 24:24). Todavía me sorprende que los seguidores de líderes de sectas provengan de hogares de alto nivel de educación, de clase media, y usualmente religiosos. ¿Seremos tan susceptibles al engaño? ¡Pues sí lo somos! En 2 Pedro 2 vemos que el capítulo entero se dedica a advertirnos de los falsos profetas y maestros que se levantarán, aparentando ser cristianos. Tome nota de los primeros dos versículos: Pero hubo falsos profetas entre el pueblo, como también entre vosotros habrá falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructivas, llegando aun hasta negar al soberano Señor que los compró, acarreando sobre sí mismos una súbita destrucción. Y muchos seguirán tras la sensualidad de ellos, y por causa de ellos será difamado el camino de la verdad.

El lado siniestro del fraude religioso Cuando se difama el camino de la verdad, el resultado es la esclavitud y no la libertad. ¿Y quiénes se disponen a seguir a este tipo de engañadores? Normalmente las personas dependientes y las que son producto de padres controladores y manipuladores. Algunos son idealistas decepcionados por una sociedad promiscua. El abuso por medio del fraude religioso es todavía más siniestro que el abuso físico o sexual del que hemos venido hablando, porque esta máscara viene acompañada de un alto grado de compromiso, con ideas que suenan muy nobles. Así se destruye a las personas decentes que buscan poder confiar en quien los dirige. Sin darse cuenta siquiera, terminan siguiendo a un hombre en vez de seguir a Dios. Pablo nos advierte en 2 Corintios 11:13–15: Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos disfrazados como apóstoles de Cristo. Y no es de maravillarse, porque Satanás mismo se disfraza como ángel de luz. Así que, no es gran cosa que también sus ministros se disfracen como ministros de justificación, cuyo fin será conforme a sus obras.

El legalismo sofocante En Cuando andamos en la luz examino la naturaleza y consejería fraudulenta de los falsos profetas y maestros. Nadie es más repugnante ante Dios que quienes pretendan

desviar a sus hijos. Los falsos maestros tienen un espíritu independiente y no rinden cuentas a nadie. Exigen lealtad absoluta para con ellos y si no la reciben, lo acusan a uno de no someterse. En vez de liberar a las personas en Cristo, ejercen controles rígidos, a menudo disfrazándolos como normas del discipulado. Insisten en que ellos siempre tienen la razón y que los demás están equivocados, y sus peones no pueden hacer nada sin su aprobación previa. El fruto de su espíritu es el dominio como líder, que termina en legalismo sofocante. El fruto del Espíritu Santo es el dominio propio, que da como resultado la libertad. Dios es santo y debemos vivir en santidad, pero el legalismo no es el medio por el cual lo podamos lograr. Los controles externos no pueden cumplir lo que solamente puede lograr el Espíritu Santo que vive dentro de la persona. Los legalistas son personas compulsivas que se obligan a vivir de acuerdo a alguna norma, pero que jamás lo logran. Hasta exigen que los demás traten de cumplirla, y paradójicamente los rechazan cuando no logran cumplirla. Viven bajo la maldición de la condenación: «Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición» (Gálatas 3:10). Los legalistas tratan de establecer su suficiencia en ellos mismos y no en Cristo: No que seamos suficientes en nosotros mismos, como para pensar que algo proviene de nosotros, sino que nuestra suficiencia proviene de Dios. El mismo nos capacitó como ministros del nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica (2 Corintios 3:5, 6). Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Corintios 3:17).

Una familia dentro y fuera de la esclavitud Nuestro próximo relato es de una familia que en un lapso de diez años hizo su peregrinaje dentro y fuera de la esclavitud. Cuando lo conocí, Joe era un hombre competente y próspero en su profesión, pero su matrimonio estaba en peligro. Su esposa se había ido por algunos días para contemplar la posibilidad de separarse de él. Sus ojos expresaban profunda preocupación cuando vino en busca de consejo. Escuchemos primero a este hombre concienzudo quien inadvertidamente condujo a su familia a esclavizarse al líder de una secta, un hombre que se disfrazaba de mentor justo. Para Joe lo más difícil fue aceptar que se le engañó; una vez que lo logró, luchó respecto a quién sería el próximo en quien confiaría. Luego escucharemos la opinión de su esposa, quien discernió que algo andaba mal pero fue acusada de no someterse. Finalmente, dan su voz en el asunto las dos hijas a quienes les irritaba ese ambiente opresivo. No comentaré sobre sus testimonios porque lo dicen todo. *

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La historia de Joe Mi madre hizo lo imposible por mantener unida a la familia. Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño. Después de eso recuerdo que sentí nuevos trauma con la muerte y separación de otros seres queridos. Mi madre hizo lo imposible por mantener unida a la familia, pero su propia inseguridad se manifestó en la necesidad de controlarnos.

Mamá y yo siempre fuimos muy unidos, pero ahora que reflexiono sobre el pasado veo que me presionaba en mi toma de decisiones y me moldeaba como una persona que necesitaba a otra para guiarme. Esto ha tenido un efecto tremendamente negativo en mi vida y todavía paso a menudo por un «infierno» de indecisión a la hora de tratar de escoger un plan de acción. Y una vez que tomo la decisión, me encuentro evaluándola y reevaluándola una y otra vez. Me fue bien en el colegio y especialmente en la universidad, sacando el segundo lugar en mi campo principal de estudio cuando me gradué. Formé también parte de la selección deportiva de universitarios en la costa este de los Estados Unidos.

Cynthia odiaba nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la vida. Cynthia y yo nos conocimos cuando teníamos diecisiete años de edad y ella llegó a casa como huésped de mi hermana. Era bonita y sus ojos vivaces, por lo que me atrajo mucho. Nos enamoramos, salíamos juntos durante nuestros años universitarios y nos casamos después de la graduación. Una vez casados, asistíamos a una iglesia, pero no conocí al Señor sino cerca de un año después; para ella fue varios años después. Cynthia odiaba nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la vida. Como resultado de mi dedicación, mucha gente allí me aconsejó que debía ingresar al ministerio. Nos trasladamos a otra iglesia donde también me involucré muchísimo: dirigía el culto de adoración, ayudaba a los pastores, redactaba el programa y dirigía pequeños grupos. Allí fue cuando empecé a notar que mi relación con Cynthia se deterioraba. Al fin renuncié a toda actividad del «ministerio» para dedicarme exclusivamente a mi hogar y a mi familia. Conocimos a una pareja de otra iglesia que era ejemplo de buena vida familiar, nos ayudaron mucho en nuestra relación y en la crianza de nuestros hijos pequeños. Fue a través de ellos que conocimos el movimiento de discipulado que a la larga terminó destrozando nuestra familia. Asistimos a un culto en su iglesia para escuchar al líder del movimiento que era de otro estado. Respondí a su mensaje y una vez tras otra escuchaba sus casetes, hasta que me convencí de que debíamos involucrarnos en ese movimiento. A Cynthia le fue difícil aceptarlo y, cuando escuchaba los casetes, se sentía abrumada por el temor. Los líderes de nuestra iglesia también se oponían a que participáramos tanto, por lo que me sometí a Cynthia y a ellos durante dos años. Al final, acordaron que nos uniéramos al movimiento. Ahora puedo ver que Cynthia nunca se sintió bien con esa decisión; pero en realidad, la cansé con mis presiones. Sin embargo, en esa época pensaba que había estado esperando que Dios actuara a favor nuestro y que Él había quitado las barreras para que nos fuéramos.

Poco a poco la perspectiva que tenía de mi esposa comenzó a cambiar Nos hicimos miembros de la nueva iglesia y poco a poco la perspectiva que tenía de mi esposa comenzó a cambiar. En mi nueva interpretación de autoridad y sumisión en el hogar empecé a calificar la resistencia que me hacía como su rebelión contra el Señor. Sentía hambre de Dios y me emocioné con la visión del movimiento y con las respuestas que parecía ofrecer para los problemas de la iglesia y de la sociedad moderna.

De veras pensé que la iglesia necesitaba orden y disciplina, y que Dios había establecido esta obra para cumplir con dicha meta. Me dieron algunas responsabilidades grandes en el movimiento, tanto a nivel legal como administrativo. Vendimos nuestra casa para trasladarnos más cerca de la iglesia y donamos el patrimonio para el avance de la visión.

El líder del discipulado abusaba de su autoridad y manipulaba a la gente. Ahora en retrospectiva, veo que en ese movimiento había un hombre, el líder, que abusaba de su posición de autoridad y usaba, controlaba y manipulaba a la gente. Yo era el que respondía a su liderazgo, pero lo hice creyendo firmemente que le respondía al Señor. La advertencia que no capté en todo el camino fue la preocupación de Cynthia. Seguía oponiéndose. Ahora me doy cuenta de que en su espíritu percibía que algo andaba mal, pero no me lo explicaba y tal vez no estaba listo para escuchar. Debí haber atendido sus sospechas, pues eran parte de la dirección dada por Dios, pero las eché a un lado. Más bien consideré que su resistencia era de autoprotección y que mi responsabilidad era ayudarla. Al fin nos pidieron que nos mudáramos a otro estado donde pensé que podríamos involucrarnos aún más, lo que nunca sucedió. No lo sabía en ese entonces, pero cuando ya teníamos un tiempo de estar allá, el líder empezó a contarle a Cynthia cosas dañinas y contenciosas sobre mí. Por otro lado, me decía que no podía dirigir a mi esposa y que no era capaz de tener ninguna responsabilidad en la iglesia. Me echaron totalmente a un lado. Todo esto sucedió en una época en que cuestionaba los asuntos legales del movimiento. Había visto una señal de peligro y cuando hablé con el líder acerca de mis preocupaciones, reaccionó con ira. Me dijo que me estaba metiendo en lo que quedaba fuera de la esfera de mi responsabilidad y que no tenía derecho a intervenir.

Una barrera grande creció cada vez más entre Cynthia y yo. Pasé los cinco años siguientes agonizando ante Dios, tratando de responder ante lo que se me decía que eran mis «problemas». Mientras tanto, una barrera grande creció cada vez más entre Cynthia y yo. Sentí que mucho de lo que Dios me había llamado a hacer se había bloqueado porque ella siempre se oponía a mí, a los líderes y a Dios. El líder fomentaba esta actitud de maneras tan sutiles que no me daba cuenta de lo que sucedía. Poco a poco se me hacía cada vez más difícil responder a la enseñanza y a los retos del liderazgo, pero se nos enseñaba que deberíamos seguir respondiendo a Dios en sumisión a la autoridad de ellos. Fue una época dolorosa y confusa para mí, y no percibí las muchas señales que me advertían que las cosas no andaban bien. Me regocijé muchísimo cuando Cynthia tuvo la idea de ir a una escuela de preparación, una experiencia de discipulado en un internado para la familia entera. Lo vi como un cambio en Cynthia y estuvimos de acuerdo en asistir.

Desenmascararon al líder del movimiento Al año siguiente, desenmascararon ante el público al líder del movimiento, tanto por su manejo de las finanzas del ministerio como por su abuso espiritual y sexual de muchas de las mujeres. Junto con otros del grupo, Cynthia y yo armamos el rompecabezas del

movimiento y vimos un cuadro demasiado complejo e increíble de control y manipulación por un solo hombre. Todo el mundo creyó que eran las únicas víctimas y que, debido al «problema» en su vida personal, no podían pasar a asumir nuevas responsabilidades. Gran parte del control de la gente se mantuvo mediante la división entre marido y mujer; Cynthia y yo éramos un ejemplo clásico. Pero cuando descubrieron al líder, se rompió esa poderosa influencia que nos controlaba a todos. Salimos de inmediato y regresamos para reorganizarnos en nuestro estado natal. Nuestra familia, el mayor tesoro de mi vida, había sufrido un enorme daño en sus relaciones. Ya no tenía la capacidad para relacionarme con mis hijos, especialmente con mi hija mayor que tenía muchísimo tiempo de estar luchando de la misma manera que lo hacía Cynthia. Necesitábamos un cambio radical. Yo había bebido profundamente de un espíritu malo, lo había introducido en nuestro hogar y había modelado algo que era básicamente defectuoso. Reconocí estos hechos ante mi familia pero no me daba cuenta de que era simplemente el comienzo de un largo peregrinaje, no el fin de nuestros problemas.

Hallé claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía. Me recomendaron un libro del doctor Neil Anderson: The Bondage Breaker. Encontré claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía. Compré también su primer libro, Victory Over the Darkness, que Neil había recomendado como importante para nuestra identidad en Cristo. Devoré ambos libros, leyéndolos, reflejándolos y haciendo anotaciones en todas partes. No hubo un área de las Escrituras mencionadas en estos libros que ya no hubiera estudiado profundamente; sin embargo, Neil daba a todo una perspectiva fresca. Le recomendé los libros a Cynthia y empecé a tomar en serio la idea de ir a California con la esperanza de ver a Neil. ¡Cuál no fue mi regocijo cuando me enteré de que vendría a nuestra área en pocas semanas para dar un seminario de siete días! A Cynthia no le interesó mucho la idea y se fue de viaje para evaluar nuestra relación, por lo que asistí solo. En el seminario me remitieron a una pareja de miembros del personal de Freedom in Christ [Libertad en Cristo] ya que había pedido consejería. A su regreso, Cynthia aceptó ir a hablar juntos, siempre y cuando fuera con alguien totalmente independiente que no estuviera prejuiciado por mi perspectiva sobre la situación ni por la de ella.

Comencé a verme en una nueva luz. Me reuní con el marido mientras Cynthia se reunía con la esposa, y cada quien nos condujo por los pasos hacia la libertad. En el transcurso de esa sesión empecé a verme de manera distinta. Conocía mi identidad en Cristo; podría haber discutido los asuntos desde la perspectiva bíblica. Sin embargo, empecé a ver que había construido un muro fuerte alrededor de las muchas emociones que había sentido desde mi infancia y que había encerrado dentro de mí. No estaba en contacto con mis propios sentimientos, sino que me relacionaba sólo a nivel de la mente con Dios y con los demás. Las barreras que me había construido eran una autodefensa, un sistema de seguridad bajo el disfraz de la espiritualidad: gran disciplina personal, un estudio constante de la Palabra de Dios, momentos de comunión con Dios; pero siempre un sistema en que yo ejercía todo el control que pudiera para poderme mantener de una sola pieza. Sentía orgullo

espiritual de mi habilidad para responder «correctamente» a las situaciones, para controlar o suprimir mis sentimientos y emociones y para hacer lo correcto. Era mi propia «rectitude» la que bloqueba todo sentido de pobreza personal y mi necesidad de Dios. Lo que no conocía era la humildad de necesitar a Dios día a día a nivel personal. Sabía lo que tenía que hacer, siempre tenía la respuesta «correcta» y la podía respaldar con las Escrituras, pero lo hacía con mi propio esfuerzo, cosa que irritaba mucho a Cynthia pues para ella yo no era auténtico. Se me hacía demasiado difícil estar equivocado, especialmente en asuntos espirituales, y a menudo no escuchaba a Cynthia. Ella era la que estaba «fuera de onda» y la que necesitaba ayuda. Me instaron a dejar de insistir en ser correcto, a sentirme libre para equivocarme y a dejar que Cynthia me ayudara.

Yo, en realidad, había destruido a Cynthia. Al fin me di cuenta de que yo, en realidad, había destruido a Cynthia. Me había entregado a la obra de Dios, específicamente a la visión y al llamado de nuestro líder de discipulado, haciendo a un lado a mi esposa. ¿Qué clase de hombre hace eso? Había idolatrado a un hombre porque en mi propia inseguridad necesitaba su aprobación, y a pesar de que podía enseñar todo respecto a la maravillosa aprobación y aceptación de Dios, yo mismo no la había comprendido. Llegar a esta realización me fue muy difícil porque sinceramente creía que todo lo que hacía era para Dios y que ya tenía su aprobación.

Satanás es mentiroso, engañador y muy sutil en todas sus maniobras. Todavía me cuesta entender cómo, con todas mis ansias de conocer a Dios, me pudo engañar el enemigo de nuestras almas. Por supuesto que la explicación es que Satanás es mentiroso, engañador y muy sutil en sus maniobras. Esta experiencia de diez años ha dejado una huella indeleble en mi vida y en mi familia. Aun después de recibir el seminario sobre «Libertad en Cristo», aún descubría más respecto a esa persona tan asustada que había dedicado los últimos veinte años a servir a Dios, pero a nivel personal se mantenía independiente de Él: Tenía conocimiento espiritual pero vivía en una irrealidad emocional. Gracias a Dios pude enfrentar la verdad sobre mí mismo, pues la barrera más grande para la restauración de mi familia había sido que yo tuviera conciencia de mi propio pecado. Después de pedir perdón al Señor y a Cynthia, hablé con mis hijas, contándoles algo de cómo me percibía y lo equivocado que había estado, que no había sido un buen reflejo de la imagen verdadera de Dios. No podemos borrar el pasado y estamos lejos de ser perfectos, pero juntos nos encaminamos en un nuevo peregrinaje de gracia. *

*

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Cuando Cynthia entró al vestíbulo de la iglesia al lado de Joe, me parecía muy evidente que era una mujer acechada por el temor y la desilusión, que venía a tantear la situación. Su relato es el siguiente:

La historia de Cynthia

Tenía la costumbre de dormirme llorando. Hubo conflicto en el hogar de mi infancia. Mientras mis padres discutían y se peleaban en la sala, mi hermana y yo nos tomábamos de la mano entre nuestras camas para lograr consuelo y nos dormíamos llorando. Tanto deseaba la paz, que cuando papá se enojaba, procuraba no cruzarme en su camino y trataba de mantener todo en calma. Papá era un obrero orgulloso que creía que un buen hombre debe trabajar duro todo el día; y así como trabajaba, así tomaba. Tenía básicamente una tremenda ética del trabajo la que me trasmitió. Siempre quise hacer e hice bien las cosas, porque algo menos era rebajarme. Logré mis metas escolásticas a pesar de sentirme terriblemente insegura y sin saber qué sería de mi futuro.

Mamá me dijo que los muchachos querían una sola cosa. En mis años de adolescente mamá compraba toda mi ropa de segunda mano, y siempre me quedaba demasiado grande, tanto que tenía que arreglarla con alfileres. Cuando me quejaba, me decía que los muchachos querían una sola cosa y que si pudieran ver la forma de mi cuerpo, les metería ideas en la cabeza. De pura vergüenza me alejé de los muchachos de mi escuela y simplemente me concentré en los estudios, sobre todo en el inglés y en la redacción imaginativa. Disfrutaba de esos cursos porque por medio de ellos podía expresarme. Una vez, desde el fondo de mi corazón escribí un ensayo sobre la individualidad, sobre lo que significa ser diferente pero aceptado, de tener valor por sí mismo a pesar de ser diferente.

Mi amiga dijo que tendríamos un romance veraniego. En mi último año de colegio fui con una amiga a visitar a su familia en otra ciudad. Me quedé pasmada de que mis padres me dieran permiso porque siempre me protegían increíblemente. Pero, bueno, mi amiga era la hija del pastor. Me dijo que tendríamos un romance veraniego, aunque yo en realidad no sabía qué significaba eso. Había otra muchacha de nuestra edad en la casa donde nos hospedamos y tenía un hermano. Temía a los muchachos, pero Joe era bueno, hablaba correctamente, era todo un caballero y unos pocos meses mayor que yo. Con el paso de los años se desarrolló nuestra amistad y aunque percibí una tendencia a controlarme, no lo reconocí como un problema que nos asediara. Nos casamos y por un tiempo esperaba emocionada que llegara a casa todas las noches. Pero pronto aprendí que era un hombre sumamente inseguro.

Todos los domingos lloraba cuando salíamos de la iglesia Su inseguridad creó serios problemas en nuestra relación cuando nos unimos a una iglesia legalista. Era un cristiano que buscaba a Dios y amaba el legalismo. Quería que alguien le dijera simplemente lo que tenía que hacer para poder sentirse seguro haciéndolo. Todos los domingos lloraba cuando salíamos de la iglesia porque siempre estaban señalándonos y diciéndonos qué andaba mal.

Llegué al punto de no volver más a la iglesia. No quería ser como esa gente: decaída, infeliz y sin gozo. El pastor incluso nos dijo que si uno era cristiano y enseñaba en una escuela pública, era como los paganos. Una enfermera que trabajaba los domingos también estaba condenada. Sin embargo, una vez escuché a un misionero visitante que reía mucho y cantaba. Jamás antes había visto un cristiano tan alegre. Todo lo que yo había intentado anteriormente, ya sea unirme a la iglesia o asistir a grupos de estudio bíblico, había producido en mí un gran vacío, pero ese misionero llegó a ser mi amigo y empezamos a reunirnos con él para estudiar la Biblia. Una noche la luz vino sobre mí y vi a un Salvador amante dándome la bienvenida y perdonando mis pecados. Lo recibí en mi vida y lloré a lágrima viva, diciendo: «¡Ya entiendo! ¡Ya entiendo!»

Tenía un verdadero temor de que nos estuviéramos involucrando en alguna secta. Entonces nos fuimos para otra iglesia más legalista que la primera y Joe estaba muy emocionado, porque formaba parte de ella el líder del movimiento de discipulado que a Joe le había llamado mucho la atención. Sentía que este líder tenía las respuestas que buscaba en la vida cristiana. De mi parte, sentía lo opuesto. Temía que nos estuviéramos involucrando en alguna secta, y sentía fuertes reservas tanto sobre las enseñanzas y los métodos de este grupo como sobre el mismo líder. Pero Joe persistió y yo le seguí. Parte de su enseñanza era que la gente debía asistir a reuniones, no sólo por largos períodos los domingos sino que varias veces entre semana y siempre los viernes en la noche. Se suponía que los niños tenían que estar presentes en todo momento, por lo que los pequeñitos pasaban tres o cuatro noches seguidas durmiendo en el piso. Se nos decía que teníamos que sacar de nuestra mente la «religión», por lo que se celebraban las reuniones los domingos a otras horas que no fueran tradicionales. Nos enseñaron que ahora la iglesia era nuestra familia y que teníamos que escoger cualquier reunión convocada por el líder, por encima de cualquier actividad de familia. Fue un programa constante de adoctrinamiento. Si no estábamos de acuerdo con algo que decía o hacía el líder, no teníamos derecho a hablar con él al respecto. Los líderes no tenían que rendir cuentas a su seguidores, sus «ovejas». Jamás tenían que pedir perdón por algo mal hecho. Sin embargo, a las ovejas se les daba supuestamente el derecho llamado «derecho de apelación» en caso de que alguno de los líderes subordinados les hubiera hecho algún mal. La verdad es que esto jamás sucedió. Las ovejas siempre estaban equivocadas, se les enseñaba que cuando retaban o incluso cuestionaban al liderazgo estaban atacando al «trono de Dios». Los líderes, o «pastores», enseñaban que estaban por encima de las ovejas. No debían fraternizar con las ovejas, sino simplemente darles a conocer sus necesidades para que las ovejas los sirvieran. Jamás sentí que los pastores nos dieran apoyo; su tarea consistía en señalar nuestras faltas y errores.

Mi esposo me dijo tranquilamente que yo tenía un espíritu de Jezabel. Durante los primeros meses de asistencia a esta iglesia hablé de mis inquietudes y preguntas con Joe. Sin yo saberlo, él le relataba a su pastor todo lo que yo decía. La

jerarquía apoyaba esta actitud, supuestamente para ayudarnos a madurar. Un día mi esposo me dijo tranquilamente que yo tenía un espíritu de Jezabel. Como no sabía qué era eso, le pedí que me lo explicara. Dijo que yo era una usurpadora, que su pastor había llegado a esa conclusión después de conocer mis preocupaciones. A Joe le dijeron que yo trataba de manejar la familia y pasaba por encima de él. Durante diez años, todo lo que se decía o hacia en nuestro hogar se juzgaba de acuerdo a esa perspectiva. Joe sentía que no era hombre si no podía dirigir a su esposa, y la iglesia constantemente reforzaba esa creencia. Le dijeron que no podía avanzar dentro de la iglesia hasta que no tuviera en orden su casa, o sea, a mí. Cuando tuvimos ese primer conflicto grande, pedí un «derecho de apelación». Nos dieron una cita con el líder y este pastor me dijo que lo que yo quería era un «perrito faldero» como esposo, alguien que me siguiera a mí por todos lados. También me dijo que hay muchos niveles de madurez en la fe cristiana y que yo estaba apenas en el jardín de infancia. Salí de la entrevista sintiendo que esta había sido injusta y que no habían escuchado mi punto de vista. El líder trató de debilitar mi voluntad y aplastar mi espíritu. En realidad, lo único que logró fue que yo cuestionara más y sintiera mayor preocupación por toda la situación. Desafortunadamente, mientras más desconfiaba yo, Joe se encantaba más de la enseñanza fuerte y aun del mismo líder, enviándole largas cartas con su compromiso de servirle como siervo. Cuando descubrí esto me enfurecí; no sólo se estaba vendiendo a otro hombre, sino que lo hacía a costa mía.

Me veía como una enemiga. Mi esposo siempre había sido amoroso, bueno y considerado, pero todo eso cambió. Empezó a ser suspicaz, desconfiado y resentido, y me veía como una enemiga que siempre le frustraba sus planes. Lo que hacía más difícil todo este proceso era que yo sabía cuánto él añoraba buscar a Dios y andar en sus caminos. En este momento nos instaron a vender todo y mudarnos varios miles de kilómetros para estar cerca del líder, quien había trasladado la sede de la iglesia a otro estado. Para mí fue como una condena, pero como no había otra salida para nuestro matrimonio, estuve de acuerdo con este paso. Con muchísima ansiedad emprendimos el proceso de mudarnos. Nuestras dos hijas, y particularmente la mayor, no querían dejar su casa, su escuela ni sus amistades. Por otro lado, yo estaba agarrada de un hilo con la esperanza de que esta fuera la respuesta y que podríamos resolverlo todo.

«Tenga cuidado con Cynthia; es un problema». Una vez que nos mudamos, en vez de recibir ayuda nos dejaron solos sin ningún contacto personal por varios meses. Supe después que la pareja asignada a ser nuestros pastores le habían advertido a todas las personas con quienes yo había sido amistosa: «Tenga cuidado con Cynthia; es un problema. No debe pasar mucho tiempo con ella». A Joe también lo hacían a un lado y sufrió ostracismo de parte del grupo. Mientras anteriormente estuvo por algunos años bastante involucrado en los aspectos legales de la iglesia y tuvo responsabilidades importantes en esta área, ahora le dijeron que no debía

hacer preguntas ni familiarizarse de ninguna manera con el funcionamiento del movimiento. Yo luché. El luchó. Desafortunadamente no luchamos juntos. Joe seguía manteniendo que el liderazgo tenía razón, y se enojaba mucho conmigo cada vez que expresaba mis inquietudes. Francamente, no pude ver mucho de Jesús en lo que sucedía. Hacía tiempo había decidido que si lo que tenía mi esposo era cristianismo, yo no quería saber nada de eso. Pero como me habían dicho que espiritualmente estaba en pañales mientras que a mi marido lo consideraban muy maduro, me reservé estos pensamientos.

A los niños se les enseñaba que la vida no es justa Después de un tiempo de vivir en el otro estado, le sugerí a Joe que asistiéramos a la escuela de preparación que manejaba el movimiento de discipulado. Esa decisión nació de mi desesperación y de la creencia de que necesitaba más disciplina en mi vida. Las reglas de la escuela para el comportamiento familiar eran muy estrictas y nuestra hija adolescente tuvo muchos encuentros con Joe. A los niños se les enseñaba que su lugar era escuchar, obedecer y dejar que se frustrara su voluntad para que aprendieran que la vida no es justa. Cada vez que Joe regresaba de un viaje insistía en traer un regalito para sólo una de las niñas. No importaba si dejaba fuera a la misma niña varias veces seguidas, pues eso únicamente servía para reforzar la lección. La idea que surgió directamente del mismo líder. Varios meses después de graduarnos del curso, tanto Joe como yo decidimos regresar a casa al final del año. Cuando le pedimos permiso al líder, nos dijo que no creía que el Señor hubiera terminado con nosotros todavía y que también él tenía planes para nosotros. Pero yo no quería sus planes. Además, el Señor me había dado personalmente un versículo en las Escrituras: «Yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, planes de bienestar y no de mal, para daros porvenir y esperanza» (Jeremías 29:11). Me agarré muchísimo de esta palabra. En la medida en que yo estudiaba Jeremías el Señor me iba dando mensajes respecto al regreso del exilio. Todos, Joe, nuestras hijas y yo sentimos que debíamos regresar a casa y estábamos emocionados. Por primera vez en diez años la familia entera estaba de acuerdo.

Le habían pedido al líder que renunciara debido a su comportamiento sexual indecente. De repente, se convocó a una reunión de toda la iglesia y se anunció que le habían pedido al líder que renunciara debido a su comportamiento sexual indecente con muchas mujeres. Fue un choque que golpeó a toda la iglesia, y entonces supimos sin la menor duda lo que el Señor quería que hiciéramos: ¡regresar a casa! Una vez en casa, las niñas y yo estábamos eufóricas, pero Joe entró en una depresión profunda que le duró semanas. Se había retado su sistema de convicciones. Estaba confuso y enojado, sin saber a dónde ir o de dónde buscar consejo. Empezamos a pelear otra vez y sabíamos que necesitábamos ayuda, de parte de alguien que fuera independiente de nuestra situación y que tuviera un ministerio devoto. Ese era nuestro clamor. Pasaron los meses y Joe se enteró de los libros del doctor Neil Anderson, que leyó con enorme interés. Compró uno y luego otro. Entonces supo que el doctor Anderson venía a

nuestra ciudad a dirigir un seminario sobre: «La Resolución de conflictos personales y espirituales». Joe estaba decidido a asistir y me pidió que lo acompañara, pero rehusé. Sí leí el libro que me había recomendado, pero no tenía la menor intención de tratar con diez años de abuso y control en un salón lleno de gente. Hice un viaje sola a otra ciudad para tratar de poner orden en mi confusión y quizás decidirme a dejar a Joe. Regresé casi al fin del seminario y todas las noches Joe llegaba a hablar un poco de lo que estaba aprendiendo. Pero no me interesaba mucho, le había perdido todo respeto en lo espiritual.

Buscaba el menor juicio o desconfianza para conmigo. Estuve de acuerdo en reunirnos con una pareja del personal de Libertad en Cristo hacia el final del seminario. Estaba asustada. Había ido demasiadas veces a hablar con alguien para que después no me quisiera escuchar. Cuando entramos a la iglesia y nos encontramos con la pareja sonriente, respondí levemente a su saludo pero permanecí reticente. No iba a decir nada si sospechaba el menor juicio o desconfianza para conmigo. Pero no encontré nada. Oramos brevemente juntos y luego los hombres fueron a otra sala mientras la mujer y yo empezamos a conversar. Me pidió que le hablara de mi vida y de mis heridas; lo que sucedió en las dos horas siguientes cambió dramáticamente mi vida. Hablé … ¡qué no dije! Cuando me di cuenta de que en esta mujer había un espíritu receptivo y sensible, bajé las defensas y salió como torrente todo lo que había tenido encerrado por muchos años. Por primera vez en diez años sentí que alguien me escuchaba sin condenarme; sólo su receptividad y generosidad de darme su tiempo me permitieron que soltara la carga de todos esos años. Finalmente me condujo por los pasos hacia la libertad, renunciando a cualquier contacto y a toda participación con la secta.

No se me había ocurrido perdonar a Dios por permitir que todo sucediera. Me pidió una lista de nombres de todas las personas a las que yo debía perdonar y fue larguísima. Cuando llegué al nombre del líder del movimiento tuve una lucha, dentro de mí todo se oponía, pues no quería perdonarlo por lo que había hecho para destruir nuestras vidas. Pero al fin lo hice; con un acto de mi voluntad lo perdoné y se soltó un profundo torrente de emoción. No se me había ocurrido perdonar a Dios por permitir que todo sucediera, pero me di cuenta de que sí lo culpaba. Finalmente, tuve que perdonarme por lo que había hecho y no había hecho en toda mi vida. Al final estaba cansada y extrañamente humilde. Me sentí consolada por el hecho de que alguien me había creído y limpia porque había soltado la carga de la falta de perdón. Hablando después acerca del líder del movimiento, ya no sentía opresión en el pecho ni tensión en el cuerpo; sabía que por fin estaba libre de él. ¡Había empezado mi sanidad!

Como familia, se nos ha dado esperanza y aliento. Mis hijas estuvieron de acuerdo en acompañarme, por lo que las llevé al siguiente congreso que tuvo Neil. Desde la primera noche las muchachas se sintieron relajadas, y disfrutaron de los mensajes. Habían pasado anteriormente muchas semanas en seminarios

de iglesia y habían llegado a odiarlos, pero este era distinto. Este hombre era auténtico; hasta era divertido y lo que decía tenía sentido. Al final de la semana ambas muchachas experimentaron el mismo proceso de liberación que yo había tenido la semana anterior. Los cambios en la vida de nuestras hijas han sido profundos. A la mayor se le restauró la ternura, y su corazón está muy abierto al Señor. La menor soltó cargas de dolor y de falta de perdón, ahora todos estamos libres. Joe y yo todavía tenemos mucho que hacer. A diario surgen situaciones en las que debemos lidiar con viejos patrones de conducta. Pero ya no siento que sea demasiado. Sabemos que llevará tiempo salir del viejo estilo de pensar, pero estamos en el camino a la sanidad. ¡Tenemos esperanza! *

*

*

Judy, la hija mayor adolescente de Joe y Cynthia, es un ejemplo del efecto que puede suceder cuando los padres se arrepienten, volviéndose real y sincera la comunicación entre ellos y sus hijos. He aquí el relato de la búsqueda de Judy por la verdad y su lucha con su propia ira y rebelión.

La historia de Judy Me preguntaba cómo se podrían equivocar jamás los adultos. Cuando era pequeña pensaba que mamá y papá eran felices, pero cuando tenía unos diez años empecé a sentir mucha tensión interior. Pero todavía pensaba que mis padres eran perfectos, y me preguntaba cómo se podrían equivocar los adultos. Mamá lloraba mucho, ella y papá discutían a puerta cerrada, a veces por horas y horas. De noche, acostada en mi cama los escuchaba sin saber qué hacer. Me asustaba muchisimo. Luego papá subía a darnos las buenas noches pero no decía nada más. Me convertí a Cristo siendo muy pequeña. Cuando era adolescente nos fuimos a otro estado, y fue espantoso. La gente allí, especialmente los muchachos de mi edad, eran muy caprichosos. Por fuera eran amables, pero me parecía que sus intenciones ocultas eran dañarnos y hacernos deprimir. No estaba acostumbrada a eso y duré mucho para sobreponerme. Llegaba a casa en un mar de lágrimas porque no podía manejar el hecho de que la gente chismeara de mí sin ninguna razón aparente.

Era como si el cuarto estuviera lleno de maldad. Odiaba la iglesia a la que asistíamos y al pastor. Cuando él entraba yo sentía algo así como una presencia oscura, como si el cuarto estuviera lleno de maldad. Me sentía ahogada y claustrofóbica y quería salir. No me gustaba estar cerca de él. Cuando iba a la iglesia, me encerraba en mí misma. No cantaba ni participaba del culto. Simplemente no podía reaccionar, lo que me metía en muchos problemas. Mis padres me decían: «¿Qué te pasa? Dices que estás bien antes del culto y dices que te sientes bien después del culto. ¡Algo tiene que pasarte! Pero no sabía qué responder; simplemente no quería estar allí. Seguramente estaba sintiendo todo lo malo que allí había. Sentía que el movimiento entero era una farsa. Los líderes se paraban y gritaban hasta el punto en que le dolían a uno

los oídos, y lo que decían no tenía sentido. Todo era teología y mucha palabrería que no ayudaba en nada. Teníamos que asistir a reuniones de la juventud; no teníamos alternativa. Si no íbamos nos despreciaban como rebeldes y ovejas negras. Lo bueno era que podía ver a mis amistades, y esa era una de las pocas veces en que nos veíamos.

Querían saber las cosas para poder enseñorearse de uno. Dentro de la estructura de la autoridad la gran frase era marco conceptual; eran puras reglas, muy legalista. De arriba a abajo todo era la ley y eso me afectó muchísimo. Se suponía que los líderes tenían que conocer todo acerca de todos. No era tanto el caso nuestro porque estábamos en un nivel bajo. Pero entre más alto el nivel de uno, más conocía acerca de los demás. Esa era la estructura del poder. Querían saber las cosas para enseñorearse de uno. Era responsabilidad de mi papá contarles todo respecto a nosotras.

Discutíamos constantemente. Cuando cumplí catorce años y mis padres estaban en la escuela de preparación, había reglas muy estrictas. Papá estaba a favor de todas, por lo que las seguía hasta el último detalle. Me sentía constantemente presionada y con el tiempo me rebelé. Peleaba mucho con él y discutíamos constantemente. Llegué al punto de odiarlo con todo mi ser durante el último año que pasamos fuera de casa. A todo lo que él defendiera yo me oponía. Sabía que no debería ser así, pero ni siquiera me sentía mal. Mi madre me hablaba de algunas de las dificultades que experimentaba y yo le contaba lo que estaba sintiendo, más que nada la presión de parte de papá. No importaba lo que yo dijera, él lo tomaba como una crítica; pensaba siempre que yo lo estaba humillando, aun cuando hiciera solamente un pequeño comentario. No confiaba en mi padre. Una vez le dije algo y se fue directo a ver a mi maestra y se lo contó. Luego ella vino y me lo dijo. No lo podía creer. Había dicho algo muy importante para mí y ahora lo usaban en mi contra. A veces mi madre me decía: «Hay esperanza; hay esperanza. Está cambiando; él está cambiando». Pero respondía: «Pues yo no lo veo así».

No quería hacer nada que me hiciera una hipócrita. Cuando regresamos a casa, mi vida espiritual casi no existía. No era que a propósito le estuviera dando la espalda al Señor, pero tomé una decisión consciente de no meterme en nada como lo que habíamos tenido antes. No quería ser una hipócrita. Cuando mi papá empezó a hablar del seminario de Libertad en Cristo, no quise tener nada que ver con el asunto. Él seguía presionando y presionando, pero ya habíamos ido a demasiadas conferencias. Habíamos asistido a sesiones de enseñanza que se daban en reuniones todas las noches de la semana, y sentíamos que nos metían la religión a la fuerza. Teníamos que asistir a esas sesiones y era espantoso, por lo que pensé: aquí vamos otra vez con lo mismo. Papá nos dijo que no nos obligaría a asistir, pero que le gustaría mucho que lo hiciéramos. No sé por qué pero esta vez no parecía que estuviera insistiendo como solía hacerlo antes, y estábamos en un punto en que nos llevábamos un poquito mejor. Sin

embargo, mamá, mi hermana y yo no quisimos ir, mientras papá asistía y nos contaba lo bueno que era el seminario. Pensé: Bueno, vamos a ver algunos cambios grandes por acá, pero no sucedió nada visible. Entonces mamá y papá asistieron juntos a una sesión de consejería.

La experiencia de mamá me impactó mucho y las dos lloramos juntas. Al día siguiente salimos solas mi madre y yo, y hablamos por horas. Me describió lo que había sucedido en la sesión y las dos lloramos juntas. Mamá me contó que la pareja que conoció no la había criticado y me pareció que me gustaría ir. Asistimos al siguiente seminario en que ellos estaban y me encantó. Todas las sesiones eran placenteras y refrescantes, nada de legalismos, y el conferenciante era divertido. No le predicaba a uno sino que daba ejemplos a partir de su propia vida y de su familia. Uno sentía que él venía al lado de uno y decía: «Mire, yo también soy persona y también tengo problemas». Decidí consultar con la misma consejera que tuvo mamá y cuando lo hice entregué por voluntad propia gran cantidad de resentimiento. Era algo que tenía que hacer. Ahora oro por esas personas de mi pasado. Durante los años allí hubo esos momentos en que tuve encuentros dramáticos con el Señor. Sin embargo nunca perduraban más de una o dos semanas. Fueron experiencias emocionales y físicas con temblores y todo. Hubo cosas buenas pero también hubo mucha exageración. Entonces yo volvía a ser como antes. Siempre fue externo y yo deseaba algo más. Deseaba algo profundo que durara, y eso fue lo que me pasó ahora. Algo sucedió dentro de mí y me siento diferente, definitivamente más tierna hacia el Señor. Le hablo y me siento contenta y en paz. Me siento feliz. ¡Realmente me siento feliz!

Ahora respeto mucho a mi papá. Dijo que se había equivocado. En la familia todavía tenemos problemas, pero ahora tenemos la respuesta. Hace poco tuvimos un desacuerdo y papá se enojó y se alejó, pero al día siguiente vino y pidió perdón. Dijo que estaba todavía lidiando con ciertas cosas, y le tengo mucho respeto por hacer eso. Dijo que se había equivocado y que aceptaba la responsabilidad por lo que pasó. Ahora podemos seguir adelante porque ya no se barren las cosas debajo de la alfombra. *

*

*

Joan, la menor de esta familia, expresa su temor y finalmente su esperanza mientras su familia se vuelve a unir en Cristo. Ambas muchachas son más inteligentes y bonitas que el promedio y tienen más personalidad. Su reacción a las decisiones que tomaron sus padres de perdonar y restaurar prueba que uno de los regalos más grandes que puede dar a sus hijos es amar a su cónyuge.

La historia de Joan Me asusté muchísimo porque nuestros padres peleaban cada vez más.

Antes de mudarnos de nuestra casa había momentos en que yo sentía que mamá no era cristiana. No la había visto orar y no participaba en todo lo que hacía papá. Me encantaba colaborar con papá y le creía todo lo que decía. Pero me asusté muchísimo cuando mi hermana y yo empezamos a observar que nuestros padres peleaban cada vez más. A veces se me ocurría que tal vez se iban a separar. Me deprimí y en realidad no sabía qué creer, por lo que me aislaba y eludía a la gente. Si escuchaba pasos, me escondía de inmediato para que nadie me viera. Y me metí de lleno a leer. Si alguien quería conversar conmigo, lo evitaba sumergiéndome en mis libros y dramatizando las historias que había en mi mente. Lo que sucedía en mi familia me tenía muy asustada y este era mi escape.

Quería saber por qué Dios no me hablaba. Pensaba que todo era culpa mía y quería saber por qué Dios no me hablaba. ¿Por qué no podía ser feliz como parecían todos los demás? Papá me ayudó a aceptar a Cristo en mi corazón cuando tenía cuatro años de edad, pero ahora cuestionaba a Dios y dudaba de que algo realmente hubiera sucedido en ese entonces. Cuando nos trasladamos al otro estado, detestaba ir a la iglesia pero pensé que cuando fuera mayor tal vez podría entender. Se suponía que el domingo debía ser el mejor día, pero para mí era el peor de la semana. Era muy aburrido estar sentada mucho tiempo sin entender, y sin poder hacer nada, ni siquiera bostezar. Una vez estaba tan cansada que bostecé. Papá me llevó fuera y me dijo que no volviera a bostezar o me iba a tener que pegar. Lo hice otra vez y me llevó al auto, pero no me pegó cuando le dije que lo había hecho porque estaba muy cansada. Me confundió cuando lo hizo pero ahora entiendo que fue porque lo obligaron. Se suponía que él tenía que estar en control y por cualquier alboroto que hicieran sus hijas estaba obligado a castigarlos. Era el papel del padre disciplinar y ser responsable de su familia.

Me escondía de mis padres. Me daba miedo hablar con ellos. Cuando regresamos a casa, estaba muy mal. Me escondía de mis padres. Me daba miedo hablar con ellos. La escuela me asustaba. No tenía amistades y cuando los muchachos eran crueles conmigo, no me defendía. Pensaba que debía ser noble y no enojarme, que si era cristiana debía simplemente aguantar, aguantar y aguantar. Me culpaba por todo lo que andaba mal en mi vida. Satanás me tenía bien agarrada con el temor, pero cuando aprendí cómo reprenderlo, las cosas cambiaron bastante. Ahora cuando oigo pensamientos que sé que no son la verdad, digo: «Satanás, te reprendo. Vete», y se va. Antes de aprender acerca de mi libertad en Cristo me deprimía muchísimo y evadía tener que lidiar con mis propios problemas. Ahora estoy aprendiendo a enfrentarlos porque el Señor está conmigo. Le clamo pidiendo ayuda y hablo con Él, ¡pues es mi amigo!

9

La Iglesia: Conduce a la gente hacia la libertad En diciembre de 1989 participé en un «Simposio de evangelización de poder», al que estaban invitados únicamente profesores de seminarios que daban cursos sobre temas relacionados con la guerra espiritual. Los trabajos presentados en ese congreso formal se publicaron en forma de libro titulado Wrestling With Dark Angels [La lucha contra los ángeles de las tinieblas]. Todos los participantes eran bíblicamente conservadores, pero representaban una amplia perspectiva teológica. Mi trabajo fue el último presentado. Antes de empezar a leer, dije: «No veo la batalla como un enfrentamiento de potencias, sino más bien como un encuentro con la verdad. Creo que la verdad nos libera. En segundo lugar, temo que en el pasado hemos adoptado un método extraído de los evangelios en vez de las epístolas. No hay instrucción en las epístolas para echar fuera un demonio, pero hay muchísima instrucción a los individuos para que tomen responsabilidad propia por lograr y mantener la libertad. Antes de la cruz, el pueblo de Dios no estaba redimido y Satanás no estaba vencido, por lo que se requería un agente con autoridad, especialmente dotado para echar fuera un demonio, como en el caso de Cristo o de los apóstoles (Lucas 9:1). Después de la cruz ya Satanás está vencido y todo hijo de Dios tiene autoridad para resistir al diablo, pues estamos en Cristo y sentados con Él en los lugares celestiales. La responsabilidad se traspasó del agente externo al individuo. Tenemos en 2 Timoteo 2:24–26 un pasaje muy determinante: Pues el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar y sufrido; corrigiendo con mansedumbre a los que se oponen, por si quizás Dios les conceda que se arrepientan para comprender la verdad, y se escapen de la trampa del diablo, quien los tiene cautivos a su voluntad.

No es el poder, sino la verdad El ministerio que Dios ha dado a la iglesia no es un modelo de poder, sino más bien un modelo amable, «apto para enseñar», que depende totalmente de Dios para otorgar el arrepentimiento. No podemos liberar a nadie, pero podemos facilitar el proceso si somos siervos del Señor, si conocemos la verdad y si la transmitimos con compasión y paciencia. Después de presentar mi trabajo en el simposio, me preguntaron si realmente da resultado el encuentro con la verdad. Le aseguré a quien hizo la pregunta que sí, porque la verdad siempre da resultado y Dios es el liberador. Él vino a librarnos (Gálatas 5:1). He visto encontrar su libertad en Cristo a cientos de personas por medio de la consejería personal y a miles por medio de congresos. Luego me preguntaron si la liberación perdura. Siempre perdurará, más cuando los que se han liberado se responsabilizan y toman sus propias decisiones, en vez de hacerlo yo en

su lugar. Es la persona que estoy aconsejando la que tiene la responsabilidad de perdonar, renunciar, confesar, resistir, etc. Nosotros, como los pastores y consejeros, no lo podemos hacer por ellos. Luego me preguntaron si era transferible. La verdad siempre es transferible, pero no lo es si nuestro método se basa en los dones de algún individuo o en un oficio de la iglesia. La mayoría de los pastores no desean entrar en un enfrentamiento de poderes, y si lo hacen algunos consejeros probablemente perderían su licencia o serían enjuiciados. Abogo por un medio tranquilo y controlado de ayudar a liberar a la gente, un medio que dependa de Dios y no de alguna persona especial. No es el «método de Neil» lo que libera a la gente, sino simplemente la obra de Dios por medio de la verdad en su Palabra. Miles de pastores y laicos en todo el mundo están utilizando los pasos hacia la libertad para hacer precisamente lo mismo.

Un ministerio transferible Un pastor asistió a una clase que yo impartía para el doctorado en el ministerio; junto con su asociado había conducido por los pasos hacia la libertad a más de cien personas en su iglesia evangélica, en más o menos un año. Hablé en su iglesia y me sentí transportado por el espíritu de adoración y la «vitalidad» que había allí. Muchas de esas personas se me acercaron y me expresaron su gratitud para con Dios. Hablaron de lo agradecidos que estaban de tener pastores que les podían ayudar a resolver sus problemas. El personal pastoral actualmente está en proceso de capacitar a otros en la iglesia para conducir a la gente a la libertad en Cristo. En este capítulo va a conocer a John Simms, un santo pastor pentecostal que reconoció su necesidad de liberación pero que se cansó de las sesiones maratónicas del enfrentamiento de poderes. También estaba frustrado por la falta de «herramientas» para ayudar a una pareja de su iglesia que estaba sumamente necesitada. Luego tendrá el relato de la pareja, que fueron referidos a un pastor que había sido alumno mío, y quien se ofreció a guiarlos a través del proceso. Hago saber sus historias para transmitir que lo que estamos realizando es transferible. Los pastores pueden y deben involucrarse en la ayuda a las personas como esta pareja. Creo que lo que llevamos a cabo no es un asunto evangélico carismático, teológico dispensacional o pactista. Ni siquiera es un asunto protestante o católico. Es un asunto cristiano centrado en la verdad de la Palabra de Dios, parte íntegra del propósito eterno de Dios. *

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La historia del pastor Simms Soy simplemente un pastor que ama a la gente. Pat y su esposo George empezaron a ir a nuestra iglesia invitados por el hermano y la cuñada de ella. Desde el principio mismo supe que Pat tenía problemas: le costaba mucho estar sentada en la iglesia, siempre se retorcía en el asiento y a menudo simplemente se levantaba y se iba. Jamás miraba a los ojos, era callada y ensimismada al extremo. Le llevó tiempo armarse de confianza para empezar a contarme las cosas y pedir ayuda. Le dije que no era un consejero por formación, sino simplemente un pastor que ama a la

gente y que estaba dispuesto a escucharla y a orar con ella. Nos pusimos de acuerdo para reunirnos. Pat vino a nuestra casa y empezó a contarnos a mi esposa y a mí la historia de su vida. Generalmente trato de limitar las citas a una hora, pero ella a menudo lloraba tan profundamente que las citas se alargaban fácilmente a un par de horas o más. Trabajaba con ella una o dos veces cada quince días, tratando desesperadamente de ayudarla a liberarse de sus luchas contra toda una vida de rechazo, depresión y dolor. Su memoria estaba bloqueada por sus heridas y falta de perdón. Traté de lograr que se centrara en Jesús y en la Palabra de Dios, y le dije que era como un atleta que tenía por delante muchas vallas que saltar. A veces golpearía algunas de las vallas, brincaba saltaría otras y algunas le parecerían demasiado altas para saltar: pero Jesús estaba al final de la carrera. Eso empezó un largo viaje en un período de por lo menos año y medio, reuniéndose conmigo un promedio de cada quince días.

Era fastidioso tener a alguien que emocionalmente dependiera tanto de mí. Pat tenía siempre alguna necesidad, y llegó a depender tanto de mí que tuve que ser brusco y directo para volverla hacia la dependencia en Cristo y en su marido. Lo aceptó bien, pero todavía me llamaba constantemente, a veces tres, cuatro o cinco veces en una semana. Era fastidioso tener a alguien que emocionalmente dependiera tanto de mí. Oraba todo el tiempo porque quería hacer lo mejor que pudiera como pastor, pero también tenía responsabilidades para con el resto de la congregación. Sin embargo, ella era una de las personas más frágiles que conocía en esa época. Tal era la fortaleza que Satanás tenía en su mente que la engañaba con facilidad. A menudo ella sentía que me enojaba, y constantemente tenía que convencerla de que no estaba enojado. Trabajé con Pat, pero de vez en cuando hablaba en privado con George, de las necesidades de ambos. Sin embargo, en esa época no estaba consciente de todo lo que había transcurrido en la vida de él. Fue en medio de esta constante consejería que Dios me llevó a comunicarme con el ministerio Freedom in Christ [Libertad en Cristo], del que jamás me había enterado antes.

No buscaba demonios bajo cada arbusto. Ese contacto fue importante porque hacía ocho años, cuando yo era pastor asociado en otra iglesia, que el Espíritu Santo me había manifestado de que Dios me usaría en un ministerio de liberación. Ese mismo día dos personas endemoniadas cruzaron mi camino buscando liberación y ayuda. No buscaba demonios bajo cada arbusto y ni siquiera había leído libros al respecto, por lo que no estaba programado para dar ese tipo de ayuda. El primer año me mandaron todo caso perdido que hubiera. Una señora manifestó actividad demoníaca en mi oficina y Dios generosamente la liberó, pero en mi corazón sentí gran disgusto por la maratónica laboriosa de pasar noches enteras en el ministerio de liberación. Después de un año ya estaba dispuesto a abandonarlo todo y simplemente dedicarme a predicar la Palabra. Ya no quería tener nada que ver con la liberación. Parecía que no había suficiente poder. Le pedí a Dios: «Señor, no te puedo imaginar insistiendo toda la noche con la gente. Tú hablabas y la gente se sanaba instantáneamente, y eso es lo que añoro, lo que quiero ver».

Vi que la liberación era más amplia de lo que me imaginaba. Fue entonces que asistí a una reunión pastoral, donde el Dr. Neil Anderson habló de su próximo seminario titulado: «Resolución de conflictos personales y espirituales». Conforme nos hablaba yo sentía una punzada en el corazón. Vi que tenía mucho que aprender, que la liberación era más amplia de lo que me imaginaba, y eso me emocionó. Regresé a casa y le conté a mi esposa: «Este hombre tiene la respuesta y quiero conocer más». En esa misma época Dios me puso por delante a un joven muy atormentado. Sucedieron en la vida de Frank cosas muy terribles que jamás había contado a nadie. Tenía más hábitos y conductas compulsivas que nadie que hubiera conocido; lo diagnosticaron como esquizofrénico y maniaco depresivo. Sabía que Frank necesitaba liberación, por lo que lo llevé donde un par de amigos pastores y tuvimos varias sesiones largas tratando de echar fuera los demonios. Hubo manifestaciones claras pero no se logró la libertad; mi alma añoraba que él fuera libre. Para ese entonces ya su papá estaba listo a llevarlo a cualquier parte del mundo con tal de conseguirle una cura espiritual. Me dio el nombre de alguien que quizás podría ayudarnos, mi esposa pasó cinco horas en el teléfono tratando de ubicarlo. Esa noche cuando llegué a casa me dijo: «No me lo vas a creer. No pude ubicar a aquel hombre, pero adivina con quién me comunicaron». Procedió a contarme que la habían dirigido a llamar a la oficina del doctor Anderson, la misma persona a quien yo había escuchado en aquella reunión pastoral.

Pat no pudo aguantar ir a la última sesión. Los padres de Frank, Pat, mi esposa y yo asistimos al seminario de Neil. Frank no pudo ir porque estaba hospitalizado. La primera parte de la semana nos dio una enseñanza maravillosa de nuestra aceptación como hijos de Dios. Pero cuando llegamos a la última sesión, en que Neil nos condujo a través de los pasos hacia la libertad, Pat se levantó y salió de la reunión. Pegó contra la barrera del asunto del perdón. Sencillamente no podía perdonar, y se sintió muy mal emocional y físicamente. El doctor Anderson dijo que algunos tal vez no podrían resolver sus conflictos en grupo y tendrían que tomar los pasos en otra ocasión. Proseguí este asunto luego con Pat. Le conté que me había enterado de un pastor en un pueblo cercano que había estudiado con el doctor Anderson, y que estaba ayudando a la gente a tomar los pasos hacia la libertad. Ofrecí comunicarme con él. Ella sentía temor y estaba atormentada, quería y no quería hacerlo. Las voces que había estado escuchando ya se habían convertido en «amigas» y temía exponer su pasado y sus problemas ante un extraño, pero como yo había sido un amigo confiable me dejó hacerle la cita.

¿Cómo se podría haber liberado tan rápidamente? La sesión con Pat duró casi cuatro horas. No hice mucho a excepción de estar allí para apoyar en oración. Un par de veces casi se levanta y se va, pero el pastor la condujo por los pasos. Cuando salimos de la oficina estaba sonriente y feliz. Yo casi no lo podía creer. ¿Cómo se podría haber liberado tan rápidamente cuando a mí me había tomado tantos

meses sin ver ningún resultado? Pero sabía que Dios había usado todo lo anterior para llevar a Pat hasta este punto. Sin embargo, mi esposa era un poco más escéptica. Supongo que había presenciado demasiadas sesiones largas y tediosas de consejería con Pat, como para creer que pudiera venir una sanidad tan rápidamente, después de que habían fallado muchos meses de nuestro esfuerzo por aconsejarla. Ese escepticismo duró muy poco. Las mujeres de nuestra iglesia asistieron a un retiro al que también asistió Pat. Después de ese fin de semana llegó mi esposa diciendo: «No puedo creerlo. Esa Pat es un milagro total». Es realmente la mejor manera de describir lo que sucedió en su vida. Pat empezó a alabar al Señor en nuestros cultos y a aplaudir durante la alabanza. Fue liberada y se mantiene libre. Por supuesto, como para cualquiera, hay momentos de un poco de desánimo y de derrota, pero Satanás ya no tiene ese asidero en su mente; se liberó de esa opresión. Su esposo George también encontró libertad sobre espíritus sexuales al tomar los pasos con ese mismo pastor. Los padres de Frank esperaban que también sería la solución al problema de él. Desafortunadamente Frank ahora no tiene el control suficiente como para recorrer este camino y saber lo que hace. Pero sus padres se liberaron de algunas cosas en sus vidas, y seguimos orando por Frank. Dios me ha traído una nueva comprensión del proceso de liberación. Veo que es un cuadro mucho más amplio. A veces somos tan estrechos de mente que no nos damos cuenta de que no es sólo liberación lo que nos falta: sino tener la consciencia de quiénes somos en Cristo, cuál es nuestra autoridad y cuáles nuestros recursos para enfrentarnos con fuerza ante el enemigo. Dentro de eso está la necesidad de perdonar. Creo que la falta de disposición a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás es el asunto más grave que mantiene atados a muchos. *

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Hemos dado un vistazo a las vidas de Pat y George, y el resultado de los esfuerzos de un pastor fiel por ayudar a un miembro de su iglesia en necesidad. Veamos ahora la historia de Pat a mayor profundidad.

La historia de Pat Nuestra familia jamás expresaba sus sentimientos. Recuerdo anécdotas de la escuela durante mi niñez, pero no recuerdo mucho de mi vida familiar, excepto algunas escenas retrospectivas que tuve durante mi consejería. Nuestra familia jamás expresaba sus sentimientos y a nadie le importaba lo que sucedía en la vida de los demás. Entre los cuatro y los seis años de edad, papá abusaba de mí sexualmente. Al fin le dije a mi mamá: «Tengo miedo de papi. Me duele lo que me hace». Esa noche los oí discutir y luego mamá dejó de hablarme. Estaba enojada conmigo y me cortó mi pelo largo para que pareciera un niño. Aprendí a nunca más contar mis problemas ni a mamá ni a papá. El muchacho vecino me violó cuando tenía ocho años. Me sentí confundida, deprimida y enojada por mucho tiempo, y temía mucho el rechazo. Nunca tuve muchas amistades y no

me gustaba la vida. En la escuela primaria me corté las manos con vidrio creyendo que era una persona horrible que necesitaba castigo. Si pensaba que mi vida de niña fue dura, esta empeoró todavía más durante la escuela secundaria. Me sentí como si hubiera llegado al final de todo. No podía beber lo suficiente como parar mitigar el dolor que sentía y las voces que escuchaba, pero lo intenté. Tomaba alcohol antes de ir a la escuela, durante las clases y en los fines de semana con el fin de poder sobrevivir a esos días. Cuando al fin me dieron un cuarto para mí sola, lo hice mi refugio y pasaba mucho tiempo encerrada en él. Era el lugar donde escapaba de mi abuela, que vivía con nosotros y que nunca me quiso. Cuando tenía quince años tomé un puñado de pastillas para el dolor que tenía mamá. Pensar y planear el suicidio me dio el rato de más paz que jamás hubiera experimentado en mi vida de incredulidad. Esperé que todo el mundo fuera a dormir y me las tomé, pero no tomé las suficientes y sólo dormí todo el día siguiente. Mamá no dijo nada al respecto y me volvió a enviar a la escuela al otro día. Lloraba en todas mis clases hasta que finalmente la profesora llamó a mamá y le pidió que me recogiera. Me llevó al médico que nos puso en contacto con un siquiatra que me dio antidepresivos y empezó a aconsejarme con regularidad. Un día cuando papá me recogió después de una cita con el siquiatra, me dio una impresión muy rara, como si fuera otra persona. Vi en sus ojos una expresión malévola como cuando acostumbraba abusar de mí. Creo que estaba temeroso de que lo desenmascarara ante el doctor. Después de eso traté dos veces más de tomar una sobredosis.

Lo único que te va a ayudar en tu vida no voy a ser yo. Cuando todavía era alumna de secundaria conseguí un empleo como mesera en un centro cristiano de conferencias. Creo que lo logré porque en la solicitud mentí respecto a mi experiencia con Dios. Un día hablaba con otra mesera acerca de mis problemas y ella me presentó un muchacho llamado George. Había oído que él era un «seguidor de Jesús». No sabía qué pensar de alguien que siempre hablaba de Jesús, Sin embargo, era un muchacho bueno y simpático. Conforme nos conocimos empecé a apreciarlo mucho porque me escuchaba y me trataba de ayudar. Una noche estrellada de diciembre, después del trabajo, estábamos conversando en el estacionamiento y me dijo: «Pat, podemos hablar todo el tiempo, pero tiene que ser el Señor». Y esa noche, a la edad de diecisiete años, le entregué a Cristo a mi vida. A partir de ese momento cambió mi vida, como si se hubiera soltado una enorme presión y pesadez desde mi interior. Tuve mucha hambre de leer la Biblia y no me importaba que mi madre pensara que sólo estaba pasando por otra etapa en mi desarrollo. Estaba agradecida de George por haberme conducido a Cristo y empezamos a salir, y luego me pidió que me casara con él. Cuando le contamos a mi madre de nuestros planes, su respuesta a George fue: «No la deje embarazada. No quiero otro bastardo en la familia». Ella había quedado embarazada antes de casada y mi hermana pasó por lo mismo. Como el sexo era un tema que jamás discutíamos en casa, me enojó muchísimo y sentí vergüenza de que mi madre lo hubiera mencionado de esa manera delante de George.

Volvió la pesadez sentida antes de ser cristiana.

Cuando George empezó a presionarme sexualmente, volvió la pesadez sentida antes de ser cristiana. Me sentí sumamente decepcionada, porque todos los demás hombres que yo conocía también habían hecho lo mismo. Pero como sentí que lo quería mucho, cedí ante el concepto de que «así son todos los hombres». En ese momento se empezó a realizar un cambio muy sutil en mi manera de pensar: el comienzo de mi desilusión con el cristianismo. Cuando nos casamos ya estaba embarazada, pero al mes perdí mi bebé y empecé a caer en espiral hacia la depresión. George empezó a traer marihuana a casa para que fumáramos juntos, y de nuevo consideré el suicidio. Asistíamos a la iglesia esporádicamente y escuchábamos gloriosos relatos de las victorias de los demás. Yo agonizaba respecto al hecho de que tuviéramos que luchar tanto. La gente nos decía que deberíamos ser diferentes dado que éramos nuevas criaturas en Cristo, pero eso sólo me hizo sentir más rechazada, confundida y desesperada. Pensé que si tuviéramos un bebé tal vez se llenaría el vacío de mi vida. Me parecía que nadie me necesitaba y que tener un bebé que dependiera de mí me haría feliz. Cuando me enteré que estaba embarazada le dije a George que ya no iba a fumar marihuana. Se enojó y empezamos a pelear por casi todo, hasta que nuestras discusiones se volvieron muy violentas y a menudo él salía furioso de casa.

Me enojaba hasta llegar a la violencia. Seguí con depresión casi todo el tiempo, pero no me di cuenta de la urgencia de que necesitaba ayuda hasta después que nació mi hijo. Me enojaba con él hasta llegar a la violencia. Dos años y medio después, nació mi hija, entonces empecé a tener pesadillas de que mi hijo abusaba de ella o le hacía daño, y me vi reaccionando excesivamente ante cada equivocación del niño, por más simple que fuera. Esto me molestó y hablé con amistades y con mi pastor (no era el Pastor Simms), pero no tomaron en serio el asunto diciéndome que yo era «una buena mamá». Me pareció que el pastor me rechazó porque esperaba que un cristiano viviera una vida perfecta. Fue severo y acusador, y no nos sentimos a gusto en esa iglesia. Tampoco sentía aceptación de parte del papá y de la madrastra de George, por lo que también tuvimos conflictos al respecto. Entonces George perdió su empleo, al mismo tiempo en que nuestro pastor asociado se mudaba a trabajar en una iglesia en otra parte del estado. Sugirió que hiciéramos un cambio y que nos trasladáramos con él, cosa que hicimos.

Estábamos en el fin del mundo. Resultó un trabajo para George en una hacienda, que nos ubicó en el fin del mundo. Trabajábamos siete días por semana y casi nunca íbamos a la iglesia como familia. Fue una época difícil, pero nos unimos más pues dependíamos uno del otro en vez de depender de los demás. Allá vivimos por dos años y medio. En todo ese tiempo sentí odio de parte del jefe de mi esposo. Siempre nos preguntaba: «¿Cuándo se van de aquí?» Finalmente, cuando nos fuimos, no estuvo en la cena de despedida que nos hizo el personal.

Alguien nos ofreció un empleo de tiempo parcial y nos dio dinero para regresar al pueblo donde habíamos vivido anteriormente. Esto enojó al pastor que nos había invitado a mudarnos con él. Se separó de nosotros también. Seguía viviendo en tormento, oyendo voces, hostigada por pesadillas terribles y bebiendo. Era anoréxica, luchaba con el suicidio y era masoquista: me cortaba como lo había hecho en la escuela primaria.

Cuando iba a la iglesia, me sentía atormentada. Después de mudarnos, George y yo empezamos a asistir a la iglesia donde iban mi hermano y mi cuñada; llegué a querer mucho al pastor Simms. Parecía que tenía un amor genuino por la gente. A pesar de eso, cuando iba a la iglesia, me sentía atormentada; de repente le tenía un odio intenso. Cuando lo miraba se me llenaba la mente con escenas de cosas terribles que le sucedían. Le tenía pavor y buscaba cualquier excusa para no asistir. Una amiga me contó de un grupo de atención a víctimas, al que asistí por mucho tiempo, pero me costó mucho. El momento que entraba donde estaba el grupo, las voces y los horribles pensamientos se agravaban. Sin embargo, pude soltar un poco de mi ira para no descargarla siempre en mi hijo. Eso me ayudó porque me había sentido culpable de estar destruyéndolo.

Jamás me hizo sentir que me estaba volviendo loca. Cuando empecé a recibir la consejería del pastor Simms, esperaba ilusionada cada sesión. Fue la primera persona que no me dijo que era una criatura nueva en Cristo, que las cosas viejas habían pasado y que no debería seguir con problemas. Jamás me hizo sentir que me estaba volviendo loca. Recuerdo la primera vez que le dije que oía voces en mi cabeza. No se burló de mí, sino que me creyó. El pastor Simms sufrió mucho tratando de ayudarme porque lo llamaba con frecuencia y cuando luchaba contra el suicidio, su apoyo fue muy fuerte. Por dos años pasé por un ciclo de bulimia que nunca le conté a mi marido. No sé por qué, pues ya sabía de mi lucha contra el alcohol, de las voces y de los pensamientos suicidas. Pero cuando me hospitalizaron por un mes debido a mi trastorno en la alimentación, fue todo un choque para él y se sintió traicionado. Más tarde me confesó que poco antes de que yo saliera del hospital había tenido relaciones con una compañera de su trabajo. Eso me chocó violentamente. No quería saber nada de eso ni de las voces que me atormentaban cada vez que asistía a la iglesia … ni de las cosas que me sucedieron antes, durante y después de mi hospitalización … ni de mi niñez … ni de nada. Por dos meses me retiré dentro de mi casa y me encerré en mí misma.

Estaba segura de que Dios no quería que viviera así el resto de mi vida. Fue entonces que el pastor Simms me dio el folleto sobre el seminario del Dr. Anderson. Quise ir porque estaba segura de que Dios no quería que viviera así el resto de mi vida. Escuchar a Neil fue como oír la historia de mi vida. Habló de las personas que escuchan voces y tienen pensamientos suicidas, cosa que yo hacía. Su enseñanza me dio una

esperanza increíble, hasta el último día en que se nos pidió que hiciéramos las oraciones en los pasos hacia la libertad. Ese día sentí náuseas y parecía que la cabeza me iba a estallar. Me fui a la parte trasera del auditorio y finalmente salí, pues ya no aguantaba más. Después de un rato me obligué a regresar; fue el momento en que todo el mundo hacía las oraciones de perdón. Las voces dentro lazaban alaridos. Sentí que no había nadie con quien estuviera enojada, nadie que tuviera que perdonar, todo el mundo era perfecto; el único problema era yo.

Con sólo pensar en mis problemas, las lágrimas corrían por mis mejillas. Unos quince días después llamé al pastor Simms y le dije que en un ambiente de grupo no podía hacer mi lista de personas a quienes perdonar. Además, cuando estaba sentada en la parte trasera del auditorio no había nadie llorando cerca de mí. Parecía que nadie luchaba contra nada, mientras que con sólo pensar en mis problemas, las lágrimas corrían por mis mejillas y no quería pasar vergüenza. El pastor Simms me dijo que se había enterado de otro pastor que me podría conducir por las oraciones, me concertaría una cita y hasta iría conmigo, si así lo deseara. El día de la cita nos encontramos allá. Me sentía muy nerviosa, pero de inmediato me sentí segura cuando el pastor Simms y yo nos sentamos en la oficina del pastor Jones. Nunca había visto antes a este hombre pero cuando miraba su cara sentía paz, sabía que era sincero y que yo le importaba. Empezó diciendo que le advirtiera inmediatamente en caso de que las voces o las náuseas aparecieran, para que nos detuviéramos a orar y hacerlas ir. Desde la infancia había tenido incesantes dolores de cabeza a diario, los que habían aumentado su intensidad, desde que asistí al primer grupo de apoyo hacía tres años. Ahora me empezaba a martillar la cabeza. Cuando llegamos al paso del perdón, me dieron náuseas como el día que estuve en el seminario. Me temblaban las manos. Las voces eran tan fuertes que me volvían loca, y recuerdo haber preguntado: «¿No oyen esto?» Con cada una de estas distracciones, el pastor Jones oraba o me pedía que orara: «En el nombre de Jesús, te ordeno Satanás que te vayas de mi presencia» y se calmaba la molestia. Quizás de lo más difícil que jamás haya hecho en mi vida entera fue seguir esos pasos, pero lo logré con la ayuda del pastor Jones.

Sabía que ahora todo era distinto. Al principio parecía como si nada hubiera cambiado. Pero luego vino mamá y criticó el orden y la limpieza de mi casa como acostumbraba hacerlo en el pasado. Cuando sucedió eso no me molestó, ¡y sabía que todo era distinto¡ Al principio me costó un poco regresar a la iglesia, pero eso también cambió. Me encantaba la alabanza y escuchar al pastor Simms, por primera vez pude entender lo que decía porque no habían voces. ¡Jamás había sonreído tanto como ese día! Estoy muy agradecida por el amor incondicional del pastor Simms que no me había dejado retirarme de la iglesia. He subrayado todos los versículos en mi Biblia respecto a quién soy en Cristo. Todavía tengo pensamientos que me condenan y me acusan pero no me agarro de ellos como lo hacía antes: Ahora los reconozco rápidamente. La vida todavía tiene sus problemas pero lo que siento ahora es como de la noche al día, nada como era antes. En realidad, mi manera de ver las cosas ha cambiado totalmente desde el día que salí de la oficina del pastor Jones.

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George, el esposo de Pat, se sintió tan animado y contento de que ella fuera liberada de tanto tormento, que quiso también buscar ayuda.

La historia de George Nada en mi vida había obrado para liberarme. Me emocioné mucho cuando revisé los libros que Pat trajo del seminario a casa y pensé: Esto sí va a resultar. No hay palabras para describir lo desesperadamente que necesitaba la ayuda prometida en ellos, porque en mi vida nada había obrado para librarme de la fortaleza sexual de Satanás que estaba destruyendo a nuestro matrimonio y a mí. Me crió un padre perfeccionista, la clase de papá al que nada le era suficiente por más que yo tratara de hacer lo mejor. Cuando bateaba jonrón me decía: «Lo hiciste bien, pero déjame mostrarte otra manera mejor». Mis padres se divorciaron cuando yo tenía unos cinco años y a pesar de mi poca edad mi madre empezó a depender de mí. Se volvió a casar y mi padrastro era un alcohólico verbalmente ofensivo. En mi etapa de crecimiento trabajaba con él, quien a su vez me decía cuánto me necesitaba. Creo que fue por eso que desarrollé la actitud de tener que esforzarme por conseguir aceptación y aprobación, lo que intentaba hacer con ahínco.

Mi papá tenía pornografía con escenas muy vívidas de actos sexuales. La primera vez que vi material pornográfico todavía vivía con mi padre biológico. Había escenas muy vívidas de actos sexuales pornográficos. Mi abuelo también tenía una cabaña empapelada con ilustraciones de la revista Playboy. Tanto papá como el abuelo tenían una actitud irrespetuosa y de explotación hacia las mujeres. Además, mi abuelo tenía un grado treinta y dos en masonería. Usaba un anillo de la masonería y tenía mucha influencia política en la ciudad en donde vivía. Al morir, tuvo un funeral masón. Cuando tenía trece años, empecé a asistir a una pequeña escuela católica. Quería que me aceptaran, por lo que le correspondí a uno de los muchachos que parecía muy popular cuando mostró interés en mí. Me invitó a su casa cuando sólo se encontraba su hermano mayor, y nos fuimos a su dormitorio porque quería tener relaciones sexuales conmigo. Recuerdo que pensaba: La verdad es que no quiero hacerlo, pero lo haré con tal de que seas mi amigo. Jamás me había llamado la atención los muchachos, pero en ese momento parece que fue plantada una semilla que más tarde tuvo un impacto profundo sobre en mi conducta.

La pornografía era mi manera de sentirme bien. No me sentía cómodo conmigo mismo ni me sentía aceptado, lo cual hizo que la pornografía fuera mi manera de sentirme bien. Nunca tuve que comprar revistas pornográficas porque podía ver todas las que quisiera del surtido de mi padre. Devoraba las revistas Playboy y tenía fantasías con las mujeres que allí aparecían, así como también con las que salían en las secciones femeninas de los catálogos.

Empecé a masturbarme a los catorce años. Escogía a una muchacha de la escuela y de noche me iba a pensar en ella y a masturbarme. Tenía fantasías con las muchachas, pero no salía con ninguna; ni siquiera les hablaba y no quería ninguna relación con ellas, sino la simple gratificación sexual. El punto central era sexual. Tuve relaciones sexuales por primera vez a los diecisiete años y ni siquiera fue por una cita. Conocí a la muchacha en un centro comercial, donde nos presentó un amigo mutuo, y luego nos fuimos a la casa de ella donde hicimos el acto sexual. A los dieciocho años empecé a salir con muchachas, una de ellas era la vecina. Lo que recuerdo es que no soportaba su risa, cosa que no impidió que tuviera relaciones con ella. De nuevo, el eje de todo era el sexo; ni siquiera me interesaba llegarla a conocer. Esto me preocupó porque sentí que quizás nunca iba a poder amar verdaderamente a una muchacha, sino que seguiría encontrando en ella defectos que romperían la relación. Estaba decidido a salir únicamente con las que pudiera tener relaciones sexuales, y no buscaba chicas de carácter ni respetables. Lo único que deseaba era sexo.

No sabía cuál era el propósito que tenía mi vida. A los veinte años me deprimí totalmente y por un año más o menos no salí con nadie. El Señor empezó a hacer su obra en mi vida como resultado de un curso universitario de ecología humana. Cuando me enteré de que nuestro mundo se está desmoronando, me empezó a sobrecoger una depresión profunda, la cual quise contrarrestar fumando marihuana y tomando licor. No sabía cuál era el propósito que tenía mi vida. Quería que me amaran, pero no andaba con la gente indicada. Quería un futuro pero me frustraba que no lo hubiera. En esa época alguien que repartía en la universidad el Nuevo Testamento de los gedeones me regaló uno y lo empecé a leer. Más tarde, después de ver la película «Los Diez Mandamientos», empecé a leer el Antiguo Testamento. A medida que lo leía me emocionaba sobremanera el hecho de que Dios pudiera establecer una relación conmigo. Conforme leía el Antiguo Testamento, lo único que se me ocurría era pensar en todas las reglas que había quebrantado. Pensé: ¿Cómo voy a salir de esto? Soy demasiado culpable. Así me deprimía más. Lo otro que me hizo sentir impotente fue la costumbre de fumar marihuana. Sabía que era malo y deseaba dejar el hábito, pero no podía. Recuerdo que le decía a Dios: «Por favor, haz algo porque yo quiero dejar de hacerlo. Quiero estar bien ante ti, pero sigo ofendiéndote y pecando contra ti».

Se me ocurrió que Dios estaba literalmente hablándome a través de la Biblia. Un día tomé mi bicicleta, mi almuerzo y mi Nuevo Testamento de los gedeones y dije: «Voy a salir a almorzar con Dios». Leí la parábola del sembrador y comprendí su significado. Cuando leí la interpretación en los siguientes versículos y vi que mi entendimiento había sido correcto, se me ocurrió que Dios estaba literalmente hablándome a través de la Biblia. Sin embargo, no comprendía por qué lo hacía cuando yo había quebrantado todas sus leyes.

Sabía que necesitaba romper con mis relaciones poco sanas, así que volví al estado donde vivía mi madre. Ese verano conocí a una lesbiana quien me invitó a su casa con otros muchachos. Me invitaron a un bar donde empecé a tomar y terminé besando a un tipo que estaba allí. Me arrolló un poderoso sentimiento de lujuria, mucho más potente que lo que jamás había sentido con una muchacha y me dio un tremendo susto. Era un deseo ardiente, agresivo que saltó de la nada y me di cuenta de que me estaba abriendo al homosexualismo. Eso me asustó tanto que lo dejé allí mismo. En esa época leí un libro extraño de Roy Masters que describía a Jesús de manera desviada. Lo había comprado en una librería en el centro comercial, donde daban un seminario de la Nueva Era. Empecé a meditar dentro de mi ropero, colocando mi mano ante la frente y trayéndola hacia mí para darme la sensación de que la mano me atravesaba la cabeza. Estaba en una búsqueda y el hecho de que esta enseñanza tuviera un sabor a «Jesús» me hizo receptivo a la misma. Lo más probable es que me hubiera metido más en la Nueva Era de no haber sido por la copia del libro The Late Great Planet Earth [El finado gran planeta tierra], que alguien le dejó a mi hermana. Leí el libro en su totalidad y cuando terminé, salí a pedir a Jesús que fuera mi Salvador, pero no estaba muy seguro de que realmente lo fuera.

En ese momento obtuve la seguridad de mi salvación. Un amigo me dijo: «Tienes que conocer a mi abuela. Ella te puede ayudar». Cuando lo hice, pensé: Jamás he conocido a nadie que tuviera tanto celo por el Señor. Ella tenía una profunda relación personal con Jesús. Después de hablar con ella una noche me di cuenta de que debía tomar una posición definitiva y rendir mi vida a Cristo. Al día siguiente asistí con ella a la iglesia y cuando hicieron la invitación, me preguntó si no quería que me acompañara adelante. Le dije: «No tiene que hacerlo. Ya voy». En ese momento obtuve la seguridad de mi salvación. A partir de ese día quise verdaderamente obedecer al Señor, por lo que no me masturbé por todo un año y no tuve problemas sexuales de ninguna clase. Entonces regresé al estado donde vivía papá y empecé a trabajar en el centro de conferencias cristianas donde conocí a Pat. Amaba al Señor y sólo quería servirle, pero un día mientras escuchaba una transmisión nacional de radio cristiana, el conferenciante dijo algo que le abrió al enemigo una brecha por la cual meterse. Habló acerca de la masturbación, no la veía como pecado sino algo sin importancia, era problema sólo si sucedía por un largo período. Lo escuché, fui a casa y esa noche dije: «Bueno, Señor, si tú lo comprendes, entonces creo que lo puedo hacer». Volvió la atadura y una vez renovado el hábito continuó por años, aun por mucho tiempo de casado. Muchas muchachas trabajaban en el centro de conferencias, pero Pat se destacaba entre todas. Me gustaba su personalidad tranquila y quise ayudarla con sus problemas. También era atractiva, y después de un tiempo empezamos a salir juntos. Luego me di cuenta de que la amaba y quise casarme con ella. Ese matrimonio pudo haber ido muy bien, pero arruiné todo cuando la convencí que tuviera relaciones sexuales conmigo antes de casarnos. Soy el responsable. Más tarde me contó que había pensado: ¿Por qué quiere hacer esto si vamos a casarnos? Pero no expresó lo que pensaba y no me sensibilicé con sus sentimientos. Sé que el Señor me ha perdonado, pero esto tuvo sus efectos. La noche de bodas fue decepcionante para ambos.

Todo estaba Juera de control. Con mis adicciones sexuales y el hostigamiento que sufría Pat por parte de voces, pesadillas, ira y depresión, se puede imaginar lo que era nuestro matrimonio: todo estaba fuera de control. Mientras hacía unos trabajos extras para papá, encontré en su escritorio una pornografía muy explícita que miraba y a la vez me masturbaba. Luego vi que tenía videos pornográficos, cosa que jamás había visto antes, era tan fuerte que no lo podía creer. Era diez veces más poderoso que una revista. Empezó a crecer en mí cada vez más el deseo sexual, tanto que cada vez que miraba a una muchacha era con lujuria. En esa misma época Pat trataba de librarse de su pasado por medio de la consejería que le daba el pastor Simms, y yo empezaba a sentirme sexualmente atraído por una muchacha en mi trabajo. Era algo así como: «El pasto se ve más verde del otro lado de la cerca». Estuve tentado por unos seis meses, a veces sí y a veces no, el jueguito del ratón y el gato, algo muy sutil. El diablo tenía todo arreglado, mordí el anzuelo y tuve un romance con esta muchacha. Lo más triste es que sucedió cuando Pat estaba en el hospital buscando ayuda. Después lloré toda la noche, consumido por la culpabilidad que pesaba como una enorme roca en mi corazón. Tenía muchísimo miedo de perder mi matrimonio. Dios nos había dado mucho a Pat y a mí, y me había arriesgado a perderlo todo. Estaba totalmente esclavizado. Había desarrollado un fuerte deseo de tener sexo oral. Una vez, poco antes de ir Pat a la conferencia, me miré en el espejo del baño antes de meterme a la ducha y sentí que alguien me estaba agarrando para tener relaciones sexuales conmigo. Otra vez me desperté en la noche sintiendo una mujer encima de mí, con su boca sobre la mía. Era algo físico, superior a un sueño. Sé que había algo más que yo involucrado, pero nadie más estaba en el cuarto.

Tuve la certeza inmediata de que estaba libre. Después de que Pat asistió a la conferencia y me puso a leer los libros que trajo a casa quise ir a ver al pastor Jones, el hombre que la había conducido por los pasos hacia la libertad. Estaba listo; sabia que lo necesitaba. Se concertó una cita y fui. Después tuve la certeza inmediata de que estaba libre: los deseos sexuales desaparecieron, pero mi preocupación era si podría mantener mi libertad o si regresaría la atadura. Debo ser honesto y confesar que aun después de ver al pastor Jones y de tomar los pasos hacia la libertad, volví a caer en la masturbación unas cuantas veces. Pero estoy aprendiendo a resistirlo y sé que cuando caigo es por un acto de mi voluntad, un patrón de conducta, no por una compulsión descontrolada. Sé que Dios me ama, me perdona y me acepta, y quiero que sea Él quien renueve y transforme mi mente. Antes creía que la batalla contra Satanás ya estaba vencida y que no podíamos volver a tener ese tipo de problema. Pensaba que teníamos una nueva naturaleza y que simplemente luchábamos contra la carne, que no era un asunto espiritual. Ahora sé que como hay ángeles también hay espíritus que nos rodean, y que pueden sugerirnos cosas pero no tenemos que decidir a favor de ellos. Pat fue la que me recordó esto diciendo: «Tienes libre albedrío». Cuando lo dijo, recordé todo. Jesús dijo: «Conocerás la verdad y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). Él es la verdad y me ha liberado. Conforme dependo de Él, le obedezco y me decido por su verdad, Él me mantiene libre.

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Un ministerio para la iglesia El pastor Jones, un ex alumno mío, se dedicó a ayudar a la gente a librarse de las ataduras espirituales cuando estuvo presente en una sesión de consejería que me pidió que dirigiera. Desde ese entonces se ha capacitado más y ha empezado un grupo que se llama S.W.A.T. (Spiritual Warfare Against Trauma [Guerra Espiritual Contra el Trauma]). No sólo ha ayudado personalmente a muchos a encontrar su libertad en Cristo, sino que ha visto a varios de su congregación recibir preparación para ayudar a otros. Siempre insto a los pastores que no intenten ejercer este ministerio solos, pues rápidamente quedarán abrumados y finalmente abandonarán otros ministerios importantes de la iglesia. Si su iglesia va a tomar en serio este ministerio vital, entonces empiece seleccionando con mucha oración un grupo pequeño de las personas espiritualmente más maduras. Esta gente misma debe estar libre en Cristo y viviendo una vida balanceada, comprometida con la autoridad de las Escrituras y con el estudio de la Palabra de Dios. La paciencia es un prerrequisito, ya que ninguna sesión se puede realizar en el corto período asignado normalmente para la consejería cristiana. Una vez que empiece a conducir a una persona por los pasos a la libertad, termine con ella en la misma sesión. Si no desarrolla todos los pasos hacia una resolución, esa persona se irá y experimentará la peor semana de su vida. La única excepción es cuando se trata de la gente gravemente traumatizada, cuyo caso examinaremos en el último capítulo.

El aspecto espiritual de la adicción La declaración de George, de que «había algo más que yo involucrado», saca a relucir otros asuntos sobre la adicción sexual. Ya he dicho que existe un lado espiritual en los comportamientos enviciados, pero se alude a lo que él experimentaba como íncubo y súcubo (nombres latinos para los espíritus o demonios sexuales masculino y femenino). Casi nadie divulgará jamás haber experimentado algo semejante por ser muy pervertido. Cuando sé que ha habido incesto o adicción sexual grave, pregunto a los pacientes si alguna vez habrán sentido que se les acercaba alguna presencia con el fin de tener relaciones sexuales. A menudo la imagen que habrán visto es la de un hombre con la mitad inferior de su cuerpo en forma de chivo o de una mujer con su parte inferior en forma de culebra, o cualquier variedad de imágenes grotescas. A veces se despiertan masturbándose compulsivamente. Un hombre sintió que algo acariciaba sus genitales en la noche y al principio creyó que era su esposa. En vez de resistir, participó en la experiencia; ésta creció hasta que pudo sentir el peso de un cuerpo femenino sobre el suyo. Luego empezó a sentir la presencia en su auto mientras iba al trabajo. Finalmente, empezó a pensar: ¿Qué estoy haciendo? ¿Me estaré volviendo loco? Al haber participado con esto, creció en intensidad y ya no se quería ir. En la época en que fue a verme a mi oficina se acostaba de noche con una Biblia entre las piernas y cuadros de Jesús encima de su cuerpo, con el intento de parar ese ataque. ¡No resultó! No obtuvo la libertad sino cuando renunció a su participación con el espíritu sexual, negándose a usar su cuerpo como instrumento de maldad y cuando pidió a Dios que

lo perdonara. Esta atadura sexual puede ser muy enfermiza y malévola. Algunas personas me han contado que sienten la compulsión de atar algo alrededor de su cuello mientras se masturban, hay quienes han muerto así por la asfixia autoerótica.

La naturaleza viciosa de la perversión El breve encuentro que tuvo George con el comportamiento homosexual ilustra vivamente la naturaleza diabólica del sexo pervertido. El torrente de sensación que tuvo al besar al hombre, como la misma sensación que se da en las drogas que alteran la mente, no venía de su propio ser natural ni tampoco de Dios. Cuando voluntariamente se opone a las normas de Dios, las puertas quedan abiertas a las sirenas de Satanás, y el hecho de sentir ese «climax» es intoxicante y esclavizante. En primer lugar, jamás se debe dar rienda suelta al sexo pervertido, pero si ya lo ha hecho, debe renunciar inmediatamente y tomar la decisión de huir de la inmoralidad. Pablo lo resume en Romanos 13:12–14: La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Andemos decentemente, como de día; no con glotonerías y borracheras, ni en pecados sexuales y desenfrenos, ni en peleas y envidia. Más bien, vestios del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne.

10

El abuso ritual y el TPM Mientras dirigía un seminario en otro estado me pidieron que visitara a una joven hospitalizada en una unidad siquiátrica. Había leído mis libros y quería verme. El médico lo permitió, pero debía haber una enfermera y la sesión se debía filmar. Marie fue víctima de abuso ritual cuando niña. Sabía que no iba a poder hacer mucho en la hora que me asignaron, por cuanto lo único que iba a hacer era ofrecerle alguna esperanza. Con las víctimas del abuso ritual la sesión inicial puede durar varias horas si se quiere lograr algún cambio importante. Le pedí su colaboración en que me dijera cualquier oposición mental que experimentara durante la sesión. Como he mencionado antes, la mente es el centro de control. No perderíamos el control mientras Marie dominara activamente su mente y expusiera a la luz los pensamientos mentirosos que trataban de distraerla. Fue una lucha, pero logró mantenerse centrada en toda la hora. Durante ese tiempo afirmé quién era como hija de Dios y la autoridad que tenía en Cristo. Traté de ayudarla a comprender cuál era la batalla que se libraba en su mente. Cuando me levanté para salir, habló una voz diferente: «¿Quién es usted? ¿Por qué no me quiere?»

¿Qué era eso? ¿Un demonio? ¿Otra personalidad? Su educación teológica y su visión bíblica del mundo van a influir mucho en la respuesta que dé. En vista de que la sicología secular no acepta la realidad del mundo espiritual, existe un solo diagnóstico posible: el TPM (trastorno de personalidad múltiple). En contraste, algunos ministerios de liberación ven sólo demonios en situaciones como esta. ¿Cuál interpretación es correcta? ¿Cómo podemos saberlo? ¿Hay otras explicaciones posibles? Antes de apresurarse a contestar, permítame contarle otra historia. Después de una conferencia que di en una iglesia, varias personas me atiborraron de preguntas, entre las cuales estaba una mujer atractiva de unos treinta años. Al describirme el abuso del que fue víctima en su infancia, se le empezaron a poner vidriosos los ojos. Podía ver que algo en su mente la distraía y no quise apenarla en esos momentos. Entonces le pedí que me esperara hasta que terminara de atender a los demás, y concerté una cita para la siguiente semana. Elaine era una mujer inteligentísima con una carrera profesional bien establecida. Sin embargo, su vida interior apenas se podía mantener a flote, a pesar de ir a ver un consejero secular y a un grupo de recuperación de doce pasos. Mientras me contaba su historia, proclamó de repente que uno de sus múltiples no se quería ir. Le pregunté si se le había diagnosticado TPM. Lo afirmó; su consejero le había informado que tenía doce personalidades alternas. Pedí permiso para dirigirme sólo a ella y después de pasar por los pasos hacia la libertad, no hubo rastro de los múltiples. En su caso, creo que las voces eran claramente demoníacas. En otros casos extremos, creo que hay una combinación de fortaleza espiritual y mente fragmentada debido a un trauma severo.

La mente fragmentada ¿Qué es una mente fragmentada? Es una mente dividida como resultado de haber decidido desprenderse de las circunstancias inmediatas que rodean al individuo. En un sentido limitado, todo el mundo decide hacerlo. Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños optaba por desconectarme de mi entorno. Podían estar discutiendo y vociferando en la habitación vecina, y yo los «apagaba» como quien baja el volumen. Me concentraba tanto en lo que hacía, como estudiar o ver mi deporte favorito en el televisor, que consciente o inconscientemente decidía no ocuparme de ellos porque no quería enfrentar algo desagradable, o porque no quería que me distrajeran de lo que estuviera haciendo. Mentalmente me encontraba «en el jardín», como decía mi esposa. «Tierra llamando a Neil», era su forma de lograr que me sintonizara de nuevo con lo que me rodeaba. No, no soy raro; de vez en cuando todos hacemos lo mismo. La gente que vive cerca de la línea del tren o de los aeropuertos aprenden a hacerle caso omiso al ruido. Una amistad puede estar en su casa cuando pasa el tren y pregunta: «¿Cómo aguanta esto?» Usted responde: «¿Aguantar qué? Ah, ¡el tren!» Al principio me molestó casi tres semanas y ahora ni siquiera me doy cuenta cuando pasa». Decidimos pensar en lo que es verdadero, bello, puro, etcétera (Filipenses 4:8). Podemos decidir no tratar con algo desagradable, disociarnos y pensar en otra cosa. Pero a lo mejor es malsano si nos desprendemos de la realidad como una manera de aguantar. También se puede transformar en un patrón de negar la realidad. Multiplique por mil lo desagradable que es oír a niños pelear y a los trenes que pasan, y tal vez logre sentir un poco de lo que soportan quienes sufren de trastorno disociativo: Es un mecanismo de defensa, causado por trauma severo, mediante el cual la persona se

disocia para sobrevivir. Desafortunadamente, las atrocidades de las que han sido víctimas están grabadas en su banco de memoria. Físicamente sus ojos siguen viendo, sus oídos oyendo y sus cuerpos sintiendo, pero la mente decide hacer caso omiso de todos esos horrores que rondan y crea un imaginario mundo «seguro», dentro del cual vivir.

Sólo hay un certificado de nacimiento ¿Cómo resolveremos este dilema? Primero, no me gusta mucho el término TPM, pues da la impresión de que hay mucha gente presente en un cuerpo. Sólo hay un certificado de nacimiento y cuando muera, una persona tendrá únicamente un certificado de defunción … sólo un nombre se puede escribir en el Libro de la Vida del Cordero … y sólo una persona puede presentarse ante Dios un día y rendir cuentas por las decisiones que haya tomado en la vida. Los que intentan traer a la superficie e integrar otras personalidades reconocen que, por lo general, hay un ser dominante, y que casi siempre identifican como la personalidad anfitriona. El cuadro clínico TPM, tal y como lo ven la mayoría de los expertos en salud mental, sería este: Personalidades múltiples

No creo que esta sea la percepción correcta. Prefiero pensar que sólo hay una persona y que tiene una mente fragmentada. El cuadro entonces se vería de la siguiente manera: Porciones fragmentadas de la mente escondidas de la memoria

Qué hacer con el viejo ser La integración sicológica de las personalidades va mucho más allá de los límites de este libro, pero sí quiero presentar la necesidad de establecer en Cristo a estas queridas personas y de resolver primero sus ataduras espirituales. En muchos casos, las mismas víctimas no logran determinar si la voz en sus mentes es una personalidad alterna o un demonio. Mientras conducía a una joven por los pasos hacia la libertad, de repente confesó, al llegar al paso de la rebelión: «Siempre pensé que esa parte mía era otra personalidad». Renunció al espíritu maligno y a su participación con él y le ordenó que se fuera. El cambio en su rostro nos fue notable a ambos. Muchos consejeros que no conocen a Dios tratan de integrar a los demonios dentro de las personalidades de la gente, y muchos pastores bien intencionados tratan de echar personalidades. Hay que evitar ambos extremos. Las personalidades anfitrionas no siempre quieren aceptar que sean TPM y a menudo se resienten con la intervención de otras personalidades menos desarrolladas que a veces los humillan delante de la gente. Las personalidades se desarrollan debido a ciertos factores ambientales. Cada personalidad emergerá involuntariamente a realizar la función para la cual fue desarrollada. Una personalidad puede dominar durante el trabajo cuando se encuentra presionada y otra puede salir para las ocasiones sociales. Cada trastorno de personalidad múltiple es distinto. En la mayoría de los casos las personalidades fragmentadas no se han desarrollado ni han aprendido a manejar la vida centrada en Cristo.

En casos severos, la personalidad fragmentada quizás aun sea leal a la secta que causó la fragmentación. Han surgido numerosos casos en que un cristiano comprometido se haya escapado de noche y literalmente haya participado con los satanistas. Por lo general, explico a las personalidades anfitrionas que su mente es como una casa, en la que ellas ocupan el espacio más dominante. Conforme ayudo a limpiar el espacio y las establezco en Cristo, puede ser que estén conscientes de que hay otros cuartos en la casa. Estos no se han limpiado ni están conscientes de que fueron establecidos en Cristo. Hay que reconocerlos, vencerlos y liberarlos de su pasado. Con el tiempo, deben estar de acuerdo en ser uno en Cristo. Los siguientes versículos ofrecen esperanza y dan dirección para conducir el tratamiento. Porque los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24). Porque si bien en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. ¡Andad como hijos de luz! (Efesios 5:8) Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:13, 14, RVR) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3:9, 10, RVR) Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé lo que era de niño (1 Corintios 13:11)

Perfectos en Cristo Jesús No hay lugar en las Escrituras donde se nos diga que debemos resucitar al viejo hombre o sanar la carne. Somos completos en Cristo. «A Él anunciamos nosotros, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre con toda sabiduría, a fin de que presentemos a todo hombre, perfecto en Cristo Jesús» (Colosenses 1:28) No podemos remendar nuestro pasado, pero podemos liberarnos de él. A todos los hijos fragmentados de Dios les digo que en la parte más profunda de su ser ya están completos. Están sanos porque son completos en Cristo (Colosenses 2:10). Lo único que queda por hacer en nuestro proceso de orientación pastoral es resolver los asuntos que causaron la fragmentación cuando eran jóvenes. Una vez resueltos esos asuntos, se pueden integrar plenamente. Oro que el Señor los reintegre, los haga completos y perfectos en Él. Cada personalidad debe decidir que va a formar parte de la persona completa y perfecta en Cristo. No podemos sanarlas, pero Jesús lo puede todo. Él vino a sanar a los quebrantados de corazón y a restaurar el alma. Dios nos redimió y estableció nuestra identidad en Cristo, y luego espera que tengamos una estructura de apoyo adecuada, antes de pelar las capas de la cebolla para mostrarnos cada vez más de nuestro ser (véase el capítulo dos). A menudo me preguntan: «¿Qué pasa si he bloqueado períodos de mi vida que no recuerdo?» Entonces siga buscando a Dios y sea un buen mayordomo de lo que Él le haya encomendado. En el momento preciso,

«sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza» (1 Corintios 4:5). La única razón por la que es necesario traer el pasado a la superficie es para recordar experiencias con el fin de que se resuelvan. Si no hay nada escondido en la oscuridad, no se preocupe. Si lo hay, será revelado en el debido momento.

Trate con la persona Cuando empiecen a emerger las atrocidades del pasado, ¿cómo nos damos cuenta si nos habla un demonio o un fragmento de la mente? A veces es difícil, aun cuando tengamos mucha experiencia y discernimiento espiritual. Hasta las personas más experimentadas y maduras pueden ser engañadas. Es más, yo lo he sido. En cierto sentido, no trato de diferenciar; siempre busco la solución tratando únicamente con la persona, porque no quiero que pierda su control a nivel mental. Siempre es malo dialogar con demonios porque ese proceso desvía íntegramente a la persona y con seguridad la conducirá al engaño, ya que todos los demonios hablan a partir de su naturaleza mentirosa. La gente que cree en lo que les diga un demonio corre el riesgo del engaño. En el momento del abuso, la gente quizás se disocie mentalmente para sobrevivir. Cuando los aconsejo, no quiero que vuelvan a caer en ese patrón defensivo para lograr su sobrevivencia. Cristo es ahora su defensor y hago todo lo que encuentre a mano para ayudarles a mantener el control de sus mentes. Si uno anima a los clientes a separar reiteradamente sus personalidades fragmentadas y explora sus estados disociativos sin resolver nada, ni ganarlos para Cristo, termina fortaleciendo la existencia de un mecanismo de defensa en vez de establecer a Cristo como su única defensa necesaria. Los consejeros cristianos legítimos no desean reforzar la existencia de ningún otro mecanismo de defensa. Entonces, ¿por qué este? Expongámoslo a la luz y busquemos una manera mejor de resolver las cosas en Cristo. Cuando se usan técnicas seculares de orientación con múltiples, cuando ni siquiera dan resultados con una persona integrada, los múltiples se disocian aún más. Tenemos que aprender a resolver los asuntos en Cristo para que puedan seguir adelante con sus vidas. Así como con la persona que escucha voces, la gente con trastornos disociativos no va a querer que se conozca lo que verdaderamente sucede en su mente. Cumplirán sus funciones como adultos en la sociedad, pero tendrán características muy distintas en casa. En la sala se comporta como un padre y luego como niño a puerta cerrada en el dormitorio. Un consejero a quien respeto y que también entiende lo demoníaco, le pregunta a sus clientes atribulados: «¿Siente alguna vez que no está integrado?» Si reconocen que ese es su caso, les pide permiso para hablar con la otra parte de ellos. La única razón por la que siempre es necesario hacer esto es para tener acceso al recuerdo de lo que sucedió, a fin de lograr que el individuo se disocie en primer lugar. En mi caso, prefiero pedirle al Espíritu Santo que me revele las «cosas ocultas de las tinieblas». Si acaso va a sondear los estados alterados de la persona, recomiendo mucho que primero oren juntos y que haga orar al individuo, pidiéndole al Espíritu Santo que guarde su corazón y su mente para protegerlos de cualquier engaño. Al pedir permiso para dirigirse a un fragmento, asegúrese de que la persona permanezca activamente involucrada. Una vez que haya averiguado qué llevó a causar la disociación, resuelva los asuntos pidiéndole a la persona que perdone a los que la ofendieron y renuncie a toda experiencia con sectas o con el ocultismo.

En todo caso, recomiendo muchísimo que pase primero por los pasos hacia la libertad con la personalidad anfitriona, antes de empezar a sondear en su mente. El proceso de tomar los pasos resolverá los asuntos para la personalidad anfitriona y tal vez eliminará cualquier fortaleza demoníaca. He tenido a personas que cambian de personalidad a medida que van por los pasos. Si colabora, simplemente continúo. A menudo existe la necesidad de que una personalidad perdone a la otra. Un grupo cristiano conduce a todas las personalidades por los pasos. No creo que sea necesario, pero cada parte debe resolver sus propios asuntos. Hago un sondeo sólo después de seguir los pasos cuando siento que no ha habido una solución completa o cuando así lo ve el afectado. Cuando se han resuelto los asuntos, jamás he tenido que volver con ellos a esas mismas experiencias. Las causas de la fragmentación y de las fortalezas demoníacas se resuelven simultáneamente. La persona seguirá recordando experiencias, pero ya el pasado no tiene ningún poder sobre ella. Su mente empieza a verse de la siguiente manera:

Lo viejo ha pasado Parcialmente integrada

Plenamente integrada

Muchos consejeros que tratan de integrar las personalidades del pasado en la personalidad anfitriona sin resolver los asuntos, tienen experiencias extrañas con sus clientes. Algunos adoptan varias personalidades de maneras destructivas: unos salen a merodear en la noche y luego llaman a la casa, o los encuentra la policía sin poder explicarse cómo llegaron a ese lugar. Este tipo de comportamiento sólo sucede cuando se disocian. Entonces, ¿por qué los ayudamos a disociarse? ¿Debemos animar a las víctimas a perder su control mental al comunicarse sin solución con los fragmentos de sus mentes? A nadie le gustaría salir de una sesión de consejería sin saber lo sucedido. Nadie quiere disociarse. Santiago 1:8 dice que el hombre de doble ánimo es «inestable en todos sus caminos». Esa inestabilidad es precisamente la que tratamos de evitar al ayudarles a no perder el control mental. Ya sea el problema de mente fragmentada o de fortaleza espiritual, les pido una colaboración importante. Deben decrime cirme lo que sucede en su interior. Les explico que su mente es el centro de control y que si no pierden el control en ella, no lo vamos a perder en la sesión. Hay dos razones por las que quizás no colaboren. En primer lugar, no van a revelar lo que sucede en su mente si sospechan que no les vamos a creer. También a lo mejor les dé pena debido a la naturaleza asquerosa de sus pensamientos. Les digo que no importa si esos pensamientos vienen desde adentro o desde un parlante en la pared, la única forma de ser dominados por esas ideas es creerlas. A veces digo a las personas que si pudieran ver un demonio, sería muy parecido a un mosquito con una enorme boca. Satanás es un matón y un engañador. Lo que enfrentamos es una enorme decepción. Algunos tienen un pensamiento e inmediatamente lo creen o lo obedecen, sin saber que tienen una tecla que dice «no». Es como si no tuvieran voluntad. Antes de creer o ejecutar el pensamiento, les pido que me comuniquen lo que están pensando. Es muy intenso trabajar con casos severos porque les es muy fácil perder el hilo. A veces los hago levantarse y caminar por el cuarto para comprobarles que tienen el control y lo pueden

ejercer. Otras habrá que quitar un poco la presión y dejar que el proceso siga con más lentitud. La segunda razón por la que quizás no digan lo que les sucede por dentro es que los están intimidando. Por lo general, es la amenaza de que al llegar a casa van a recibir una paliza o que si quedan libres otros sufrirán daños. A menudo los espíritus malos amenazan a los padres con atacar a sus hijos. Tuve la sensación de que una persona no me estaba comunicando todo, por lo que le pregunté: «¿Están amenazándola de que si divulga lo que sucede en su interior la van a castigar al regresar a casa? Contestó afirmativamente. Entonces le dije: «Esto no tiene nada que ver con su casa ni con el momento de llegar allá, es cuestión únicamente de su libertad. Si lo resuelve aquí, también estará resuelto en su casa porque el problema no está allá, sino en su mente». De inmediato me dijo: «Cuánto desearía que me lo comprobara». Lo que mantiene el control es exponer a la luz el problema. Dios todo lo hace a la luz porque Él es la luz del mundo. El poder de Satanás está en la mentira, pero ese poder se rompe si desenmascara la mentira. El poder del cristiano está en la verdad, por eso debemos hablar la verdad en amor porque somos miembros unos de otros. Hay un concepto sicológico popular en esta era, el del «niño interior del pasado». He oído decir a los promotores de este concepto: «Estoy aconsejando a dos personas: un adulto y un niño pequeño en su interior». No estoy de acuerdo con eso porque en términos bíblicos, ¿cuál es el niño interior de nuestro pasado? ¿Será parte de nuestra nueva identidad en Cristo o de nuestra vieja naturaleza? Las Escrituras nos aseguran que no somos primordialmente productos de nuestro pasado, sino que somos nuevas criaturas en Cristo. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). No me malinterprete; he visto personas acurrucándose en posiciones fetales cuando están recordando sus experiencias infantiles. He visto la regresión espontánea en edad de una personalidad cuando recuerda atrocidades. Sé que muchos se han estancado en su desarrollo emocional debido a las experiencias traumáticas, pero sólo una persona está sentada delante de mí, no dos. Por el bien de ella, no quiero que se disocie mientras experimenta un recuerdo muy doloroso. Quiero que aprenda una nueva manera de comportarse con el pasado, una manera fundamentada en la verdad. Con respecto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está viciado por los deseos engañosos; pero renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad (Efesios 4:22–24).

Tenemos que reconocer el dolor emocional de nuestro pasado, buscar la sanidad que viene por medio del perdón y establecer en Cristo nuestra nueva identidad. No podemos arreglar nuestro pasado, pero podemos liberarnos de él. Para ser libres, debemos tener una manera bíblica de lograr acceso a los recuerdos reprimidos.

El acceso a las cosas pasadas Lo repetiré por ser demasiado importante. Primero debemos establecer en la persona su identidad actual en Cristo antes de tratar de exponer el pasado, pues es el orden que dan las Escrituras por una razón muy importante. Cuando examinamos el pasado a partir de nuestra

posición actual en Cristo, tenemos la seguridad de que ya hay victoria en Él. Estamos restablecidos en el hombre interior y perfeccionados en Cristo. Supongamos que el consejero secular más dotado del mundo pueda reconstruir a la perfección el pasado de alguien, de tal manera que explique con exactitud lo que hace hoy en día y por qué siente lo que siente. Entonces, ¿qué? El alcohólico diría: «Tienes razón; precisamente es por eso que tomo. ¿Quieres tomarte un traguito conmigo?» La reconstrucción del pasado tiene su valor, pero en sí no ofrece ninguna solución. Debe haber un conocimiento de quiénes somos en Cristo para lidiar adecuadamente con los problemas del pasado. No queremos ponerle una venda a un síntoma; queremos sanar la enfermedad, que es la separación de Dios. Los consejeros legítimos saben que deben escuchar la historia de la persona para lograr resolver su conflicto. La mayoría de los programas de formación de consejeros se centran en técnicas de consejería como confianza, cariño, congruencia, empatía exacta, concreción, urgencia, transparencia, etc. Estas son imprescindibles cuando la persona tiene buena memoria y sólo requiere de una relación de confianza para ser franca. Pero cuando la memoria está bloqueada, sólo Dios puede revelar las cosas ocultas en las tinieblas y exponer los motivos de nuestro corazón (1 Corintios 4:1–5).

Dios trae todo a la luz «Él revela las cosas profundas y escondidas; conoce lo que hay en las tinieblas, y con Él mora la luz» (Daniel 2:22). Satanás hace todo en la oscuridad; como un ladrón en la noche, teme ser desenmascarado. Sin embargo, cuando un niño ha sido víctima del abuso ritual satánico, aunque haya sido en su propio hogar, téngalo por seguro que Dios lo va a exponer a la luz. «Si al padre de familia le llamaron Beelzebú, ¡cuánto más lo harán a los de su casa! Así que, no les temáis. Porque no hay nada encubierto que no será revelado, ni oculto que no será conocido» (Mateo 10:25, 26). Y esta es la condenación: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que practica lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas. Pero el que hace la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, que son hechas en Dios (Juan 10:19–21).

Lo común es que los perpetradores no aceptan lo que Dios revela. La mayoría de los abusadores no admitirán jamás su pecado; los satanistas no lo hacen porque están bajo pena de muerte si revelan alguna vez sus acciones. Sus hechos son malos, y odian la luz y rara vez van hacia ella. No le pido a la persona que trate de recordar lo que pasó, sino más bien le insto a pedirle a su Padre celestial que le revele la verdad. «Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31, 32). Hacerle frente a la verdad puede ser una experiencia espantosa para muchos. Algunos prefieren no encararla, pero la libertad sólo viene cuando se conoce toda la verdad, la verdad de la Palabra de Dios y la verdad sobre nosotros mismos. David clama en el Salmo 51:6: «He aquí, tú quieres la verdad en lo íntimo».

La obra del Espíritu de Dios

La gran obra del Espíritu Santo es divulgar esta verdad dentro del hombre interior. Jesús dijo: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. Este es el Espíritu de verdad» (Juan 14:16, 17). «Y cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad» (Juan 16:13). No tenemos ningún poder para revelar la verdad del hombre interior, ni hay una técnica que se pueda aprender para cumplir esta tarea. Nuestra parte consiste en colaborar con Dios, como lo dice 2 Timoteo 2:24–26: Pues el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar y sufrido; corrigiendo con mansedumbre a los que se oponen, por si quizás Dios les conceda que se arrepientan para comprender la verdad, y se escapen de la trampa del diablo, quien los tiene cautivos a su voluntad.

Este pasaje no se refiere a un modelo de liberación, sino a un modelo amable, paciente, «apto para enseñar» que exige que el pastor o consejero dependa de Dios. Sólo Dios puede conceder el arrepentimiento y conducir a la verdad, lo que da la libertad al cautivo. Parte de nuestro papel es ser pacientes; requiere tiempo procesar las más grandes atrocidades. Las víctimas del abuso ritual satánico necesitan muchas sesiones, y aun así me cuido de no avanzar demasiado rápido, porque si lo hago, la persona perderá el dominio. No he perdido el control en mucho tiempo, pero si sucediera, detendría el proceso de consejería. Hace poco, por unos momentos se me manifestó un demonio y dijo: «¿Quién caramba crees que eres?» «Soy un hijo de Dios», respondí. «¡Cállate!» Inmediatamente, la señora volvió en sí. No podemos dejarnos intimidar por esos mentirosos. Con frecuencia oigo a la gente decir durante una sesión que tienen que salir de allí. Les digo: «Está bien, no voy a hacer nada para violar su mente». Toda persona que haya salido de mi oficina ha regresado al cabo de unos cinco minutos. Recuerde que pensar es responsabilidad de la persona misma.

El diario de la oración Una recuperación de la memoria guiada por el Espíritu Santo se puede dividir en cuatro categorías: primero, hacer un diario de oración. A veces animo a las personas entre cita y cita a que personalmente pidan a Dios que les revele la verdad en sus casas y que luego mantengan un diario de lo que el Espíritu Santo les traiga a la memoria. Algunos tienen un compañero o una compañera de oración en quien confían para pedir ayuda. Cuando nos reunimos de nuevo, les ayudo a procesar lo que recordaron. Es muy común que traigan dos o tres páginas de detalles vergonzosos. Si tratan de hacerlo por su propia cuenta, les indico que le pidan protección a Dios. Sugiero que escriban exactamente lo que les revele el Espíritu Santo, sin cuestionarlo, sólo registrando hasta el más mínimo detalle. Muchos se preguntarán si estarán inventándolo todo. Una señora visitó la casa donde se crió para ver si los detalles de su vecindario eran los que pensaba que el Espíritu Santo le permitió recordar. Para su sorpresa, el vecindario era exactamente como se lo había revelado el Espíritu Santo, a pesar de que no había pasado por allí en veinticinco años. Los recuerdos de mi primera infancia son muy vagos, así que, ¿cómo va a recordar esta gente con tanta claridad las primeras experiencias de su infancia? No las recuerdan: Dios se las revela.

Atravesemos el punto muerto con la oración Un segundo método de recuperación es que las personas, en presencia suya, le pidan a Dios que les revele lo que las mantiene atadas. Casi siempre hago esto si nuestras reunión ha llegado a un punto muerto, o después de haber pasado por los pasos hacia la libertad sin lograr una solución completa. Hemos procesado todo lo que pudiéramos, pero algo todavía no llega a la superficie. Una señora pasaba por el proceso del perdón cuando paró al llegar a su maestra de tercer grado. Lo único que recordaba era que salía del aula y de alguna manera se sentía atada a ella. La perdonó por eso, pero ambos sabíamos que este no era el asunto clave. La animé a orar, pidiéndole al Señor que le revelara lo ocurrido realmente en el tercer grado. Lo hizo y se vio en el baño con la maestra maltratándola sexualmente. ¿Cómo sabemos que ese no era un juego mental o un engaño satánico? Una manera es ver si hay alguna confirmación externa. En este caso, sus compañeras le habían dicho años después que su maestra la había tratado muy mal. También, que la enviaron a casa sangrando del útero con la explicación de que se había caído, aunque jamás recuerda ninguna caída. La atadura fue espiritual debido al maltrato sexual, y no una atadura sicológica que puede darse debido a la cercanía de una relación entre maestro y alumno. Jamás debe implantar sugerencias en la mente de otra persona, aun cuando sospeche de maltrato, porque la mente es demasiado vulnerable a las sugerencias. Un recuerdo vago de un abrazo honesto de un padre o una madre se puede distorsionar muy fácilmente e interpretarse como un cariño inapropiado o algo peor. Como pastor y consejero pido sabiduría y dirección al Señor para mí, pero también pongo a la persona a pedir al Señor que le revele lo que le causa la atadura. Sospecharía de lo veraz de cualquier detalle que provenga de un sueño. Por lo general, las pesadillas indican un tipo de asalto espiritual, pero casi siempre se acaban después que la persona encuentra su libertad en Cristo. Una mujer acusó a sus padres de abuso sexual por un sueño que tuvo, y una amiga se lo confirmó mediante «palabras de conocimiento». Esto es demasiado subjetivo como para presentar acusaciones. Casi siempre habrá alguna confirmación externa para los recuerdos. Satanás ataca la mente de las personas lastimadas y busca desacreditar a los líderes espirituales con pensamientos sembrados en la mente de sus hijos o de sus asociados. Conozco varios casos en que los hijos acusan falsamente a los padres. Satanás es muy astuto. Si puede inducir recuerdos falsos de abuso ritual y que luego se absuelva de todos los cargos a los acusados, muchos van a pensar que los casos legítimos también son falsos. ¿Qué tal si la gente ora y no surge nada a la superficie? Entonces los animo a continuar en su búsqueda de Dios. A lo mejor este no sea el momento oportuno. O que tal vez no haya nada y debamos explorar otra razón por sus dificultades. Usted sólo puede procesar lo que conoce. No creo que debamos indagar mucho sobre el pasado, sino esperar hasta que Dios revele las cosas ocultas de las tinieblas.

Pidamos iluminación para las áreas donde hay ataduras La tercera forma es pedir al Señor que revele áreas específicas de atadura. Por lo general, lo hago a medida que conduzco a las personas por los pasos hacia la libertad. En el primer paso oran y piden a Dios que les revele toda experiencia que hayan tenido con sectas, con el ocultismo o con cualquier otra cosa que no sea cristiana. Después de orar, les pido que señalen esas participaciones en una lista de experiencias no cristianas incluidas

dentro de este paso. Pero la lista no es completa, pues hay miles de fraudes, a veces la gente los agrega a la lista. Si siento que van pasando demasiado rápido por este paso, les pido que oren de nuevo para que Dios les recuerde todas las participaciones que hayan tenido en esta área. En el capítulo dos de este libro se cuenta la historia de la mujer que había olvidado por completo que siendo niña había buscado activamente lo oculto. Fue sólo después que perdonó a otros cuando el Espíritu Santo le reveló sus pasatiempos infantiles. Cuando llegamos al paso del perdón, la persona le pide a Dios que le revele los nombres de las personas que deben perdonar. En la mayoría de los casos emergen algunos nombres que había enterrado conscientemente. Cuando pasa por el proceso del perdón, muchas veces Dios le trae recuerdos sumidos en el pasado, sea consciente o inconscientemente. Cuando ha habido abuso sexual, conduzco a la persona que pida al Señor que le revele toda ofensa sexual, para que renuncie a cada una diciendo: «Renuncio a esa (violación específica) de mi cuerpo». Cuando termina la dirijo en una declaración general basada en Romanos 6:1, 2, 13 y 12, 1, 2: «Renuncio a todo uso de mi cuerpo como instrumento de iniquidad y presento mi cuerpo ante Dios como instrumento de justicia, un sacrificio vivo y santo y agradable a Dios». Si la persona es casada, le pido que agregue: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo únicamente para mi cónyuge». Estas personas no sólo recuerdan una experiencia, la reviven. Hacerlas sumirse en el pasado es mantenerlas en la esclavitud y fortalecer la atadura por lo cual jamás debemos reforzar lo sucedido. Cuando Dios concede el arrepentimiento que lleva a la verdad, debemos participar bajo su dirección, ayudando a la persona a lograr un arrepentimiento pleno. El arrepentimiento significa literalmente un «cambio de mentalidad». La idea es: «Antes creía eso; pero ahora creo esto». No obstante, el concepto es mucho más amplio que la aceptación mental. El arrepentimiento pleno significa «antes caminaba por aquí, y ahora he dado una vuelta completa y camino de acuerdo al camino, la verdad y la vida. Renuncio a la mentira y a todas las experiencias satánicas que he tenido, anuncio la verdad y toda la realidad de la salvación que es mía como una nueva criatura en Cristo».

Renunciamos al reino de las tinieblas El cuarto método de lidiar con el pasado es conducir a la persona a través de varias renuncias. Uso este método al inicio del proceso de consejería si el individuo tiene bloqueados varios períodos de su vida. Es un medio de aplicación general tanto para revisar el pasado, como para resolver ciertos asuntos que acompañan al abuso ritual satánico. Si no hay maltrato de ese tipo, no hay nada que perder. En el abuso ritual satánico, los satanistas hacen todo en directa oposición al cristianismo. El satanismo es la antítesis del cristianismo y Satanás es el anticristo, por lo que pido a los clientes que renuncien de la siguiente manera a cualquier participación: El reino de las tinieblas

El Reino de la luz

Renuncio a haber entregado mi

Declaro que mi nombre ahora está

nombre a Satanás o haber dejado que

escrito en el Libro de la Vida del

otro entregue mi nombre a Satanás.

Cordero.

Renuncio a toda ceremonia en que

Declaro que soy la Esposa de Cristo.

me haya casado con Satanás. Renuncio a todos y cada uno de los

Declaro que soy partícipe del nuevo

pactos que he hecho con Satanás.

pacto con Cristo.

Renuncio a toda asignación satánica

Declaro que me comprometo a

para mi vida, incluyendo obligaciones,

conocer y a cumplir únicamente la

matrimonio e hijos

voluntad de Dios y aceptar sólo su dirección.

Renuncio a toda espíritu guía que se

Declaro que acepto sólo la dirección

me haya asignado.

del Espíritu Santo.

Renuncio a haber entregado mi sangre

Confío sólo en la sangre derramada

al servicio de Satanás.

por mi Señor Jesucristo.

Renuncio a haber comido carne o

Por fe, tomo sólo de la carne y de la

bebido sangre en alabanza a Satanás.

sangre de Jesús a través de la Santa Cena.

Renuncio a todos y cada uno de los

Declaro que Dios es mi Padre y que el

guardianes y padres satanistas que se

Espíritu Santo es mi Guardián, en

me han asignado.

quien estoy sellado.

Renuncio a cualquier bautismo y a

Declaro que sólo el sacrificio de Cristo

todo sacrificio en mi beneficio por

tiene poder sobre mí. Le pertenezco a

medio del cual Satanás podría

Él. He sido comprado por la sangre del

reclamarme como propiedad suya.

Cordero.

Para las víctimas del abuso ritual satánico las renuncias anteriores son una extensión de la confesión que se hacía en la iglesia primitiva: «Renuncio a ti, Satanás, a todas tus obras y todos tus caminos». Sin embargo, aun las renuncias anteriores son de aplicación general porque cada víctima del abuso ritual satánico se ha entregado, de una manera u otra, a los ritos mencionados y a otros más. Además, conforme el Espíritu Santo revele las cosas específicas que se ocultan en las tinieblas, hay que renunciar a ellas específicamente.

La forma en que engaña Satanás Los satanistas llaman el «libro de la vida del chivo» al referirse al libro o al pergamino en donde piden que la gente firme, a menudo con sangre. Un colega de nuestro seminario me trajo una muchacha de quince años de edad que había participado en el satanismo durante diez años. Fue difícil, pero al fin entregó su vida al Señor. Sin abrir los ojos, exclamó: —¡Se está quemando! ¡Se está quemando! —¿Qué se quema?—le pregunté. —¡El libro en que escribí mi nombre! Al parecer, Dios le estaba dando una ayuda visual para que pudiera aceptar que su nombre ahora está escrito en el Libro de la Vida del Cordero. Los satanistas también realizan ritos matrimoniales en que una niña o una adulta se casa con Satanás, luego el matrimonio se consuma con espantosas violaciones sexuales. Comer carne humana y tomar sangre son parte normal de sus ritos, como una falsificación de Juan 6:53: «De cierto, de cierto os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Juan equipara el comer y tomar con creer (Juan 6:40: 47, 48), pero ellos lo toman literalmente. Una persona a quien estuve aconsejando no podía comer carne porque le traía recuerdos de haber comido carne cruda. Renunció a ello a la luz de 1 Timoteo 4, donde se nos dice que los que han sido engañados (v. 1) son los que «prohibirán casarse y mandarán abstenerse de los alimentos que Dios creó para que, con acción de gracias, participasen de ellos los que creen y han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno, y no hay que rechazar nada cuando es recibido con acción de gracias» (vv. 3–4). El cortarse en un rito con el fin de derramar sangre es común en muchas religiones paganas, en que la gente se corta ritualmente como una falsificación del derramamiento que hizo Cristo de su sangre. La idea es que así nos convertiremos en nuestro propio dios y

derramaremos nuestra sangre por nosotros mismos. Hay que renunciar a todo pacto de sangre, hasta los «inocentes» que hicimos con nuestros «hermanos de sangre».

El sacrificio satánico El sacrificio es un intento de establecer propiedad. Fuimos redimidos «con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1:19). En el abuso ritual satánico a menudo se obliga a los niños a matar en sacrificio por dos motivos: primero, eso los prepara para una participación futura en el rito. Con frecuencia, las drogas son medios para obligarlos a acceder en el espantoso abuso sexual y en los ritos del sacrificio. O quizás obedezcan por las amenazas de hacer daño a otros, como en el caso de una niña a quien le dijeron que si no participaba le harían daño a su hermano. ¿Por qué realizan estas matanzas de víctimas inocentes como bebés, fetos y animales? Dicen: «Tu Dios sacrificó a su único Hijo, quien era perfectamente inocente». Para ellos, mientras mayor sea el sacrificio, más grande es el poder; y los satanistas van tras el poder. En segundo lugar, a los niños se les obliga a matar porque los sujeta a mantener el secreto: quien mató a un niño inocente o a un animal jamás va a contarlo a los del mundo exterior. Sus recuerdos se pueden bloquear, pero cuando años más tarde recuerde las atrocidades, todavía no podrá hablar de ellas porque siente responsabilidad por haberlas cometido. Tiene que tomar en cuenta las drogas u otros medios que se usaron para obligarle a acceder. Esta gente teme por su vidas, en ese entonces y ahora, porque saben que sacrificar una vida no es nada para un satanista. Si rehúsan matar durante el rito, los matarán a ellos, o al menos temen esa posibilidad. El temor les impide divulgar las cosas hechas en lo oculto, y se sienten abrumados por la culpabilidad y el dolor presentes.

Los síntomas del abuso ritual Los dos síntomas principales del abuso ritual satánico son la disfunción sexual y la falta de afecto (cero emoción). La mayoría de los ritos satánicos son orgías desgarradoras y estrepitosas de violencia sexual; no es el sexo que experimentarían los seres humanos normales. El clímax óptimo sería el orgasmo sexual en el momento de la matanza. De esto se trata la pornografía más extrema e intensa: el uso de animales, objetos y actos sadomasoquistas. Es más, a menudo se liga la pornografía extrema con el satanismo. Quienes han sufrido maltrato de esta manera, deben renunciar a este uso sexual de su cuerpo y perdonar a los abusadores sexuales. Una víctima pudo recordar con claridad a veintidós abusadores sexuales. Sinceramente, ¿podríamos esperar que perdonara esas ofensas múltiples? Recuerde, el hecho de que los perdone no excusa lo que hicieron los abusadores; más bien la libera de su pasado. La falta total de emoción es el resultado de la programación. Condicionan a las víctimas a creer que si lloran, alguien o algo será destruido o le sobrevendrá un grave daño físico. Una señora recuerda que tuvo que abortar para cumplir con un sacrificio. Cuando gritó horrorizada, le dijeron que si lloraba moriría otro bebé. Como resultado, no había podido llorar durante años. Le dije que renunciara a esa experiencia y a la mentira de que su llanto traería la muerte de algo o de alguien. Apenas lo hizo, sollozó por varios minutos. La esposa de un pastor manejó varios kilómetros para asistir a una conferencia. Acababa de empezar a recordar el abuso ritual satánico y estaba perpleja ante su

incapacidad de llorar. No tenía recuerdos específicos de los acontecimientos, sólo imágenes vagas y leves. Le dije: «Tal vez no va a comprender esto, pero quiero que renuncie a la mentira que su llanto terminará en la muerte de alguien». Apenas lo hizo, una lágrima comenzó a correr por su mejilla. Hay que renunciar a cada asignación específica. Como las maldiciones, las asignaciones que se dan durante los ritos. Por ejemplo, estaba trabajando con una víctima en el área del perdón y cuando llegó a su madre no la podía perdonar. No era porque no quería hacerlo, sino que había una experiencia en particular con la que no se podía conectar emocionalmente. Ya había perdonado a su padre, quien la había llevado a los ritos, un proceso muy emotivo y doloroso que duró mucho tiempo en realizarse. Podía recordar con claridad una experiencia en que su padre la violó y ella clamó a su madre para que la rescatara, pero no lo hizo. Era como si contara la historia de otra persona, porque no se podía conectar emocionalmente con la experiencia (por lo general, cuando describen la experiencia hay muchísima emoción en el relato, porque no sólo la recuerdan, sino que la viven). No pudimos resolverlo, así que proseguimos con los demás nombres de su lista, lo que casi nunca me gusta hacer; llegó al nombre de una mujer a quien recordó del abuso ritual satánico y de quien dijo: «Me la asignaron como mi madre». «¡Eso es!», exclamé. «Renuncie a esa asignación». Manifestó: «Renuncio a la asignación de esa mujer como mi madre y declaro que solamente tengo una madre que es (nombre)». Tan pronto lo dijo empezó a llorar histéricamente: «¡Mi madre me abandonó!» Pasó los siguientes diez minutos reviviendo el horror de su madre rescatando de su padre a su hermano, sin rescatarla a ella. Otra persona recordó que se le asignó una familia como sus padres satanistas y al hijo de ellos como su esposo. Esta era una familia eminente en la iglesia donde se crió. Tampoco tenía libertad emocional para llorar ni sentir algo profundamente. El hijo la embarazó y el bebé fue abortado y sacrificado. Cuando lloró histéricamente, le pusieron en brazos otro bebé. Le dijeron que ese bebé también moriría si ella lloraba. Apenas pudo renunciar a esa mentira tuvo libertad para sentir emociones y llorar. También renunció al que le asignaron como su marido. Cuando salió de mi oficina, me dijo: «Ahora me puedo casar, ahora puedo tener hijos». Mientras no se recuerden esas asignaciones y se renuncien a ellas, seguirán atando a las personas. Una señora recordó una asignación que le dieron cuando estaba apenas en el cuarto grado de primaria. Un niño en el grupo iba a ser su marido y ellos debían procrear un hijo. Cualquier otro hombre la rechazaría y cualquier otro vástago sería asesinado. Con el tiempo, la señora se casó con otro hombre, pero sentía paranoia de que él la iba a rechazar y temía tener hijos. Cuando la insté a renunciar a esa asignación, se aterrorizó. Me dijo que no lo podría hacer. Le aseguré que no sólo podía, sino que debía hacerlo. Más tarde me enteré que su mente era bombardeada de mentiras y visiones de bebés moribundos. Le dije: «Esto nada tiene que ver con algún bebé en el futuro; sólo tiene que ver con su libertad actual». Le dije que Dios protegería a cualquier descendencia en el futuro. Renunció a la asignación, rompió la fortaleza satánica y cayó hecha un mar de lágrimas. Ahora tiene la libertad para tener bebés, entendiendo por qué no la tenía antes. Conforme el Espíritu Santo trae recuerdos a la mente, le pido a la persona que renuncie a las mentiras y a las asignaciones, que proclame la verdad y que acepte solamente la

voluntad de Dios para su vida (el tema de mi libro, Cuando andamos en la luz, es cómo buscar la dirección de Dios en una era de falsedades). Esto se debe hacer específica y verbalmente conforme los recuerdos lleguen a la mente.

Sólo el Señor puede liberar a los cautivos En la medida en que tratamos de ayudar a otros, encontraremos que cada caso es diferente y en cada circunstancia tendremos que esperar pacientemente al Señor y confiar en su dirección porque Él es el único capaz de liberar a los cautivos. Nuestro papel es colaborar con Dios para ayudar a sus hijos a encontrar su identidad y su libertad en Cristo. En este libro usted ha leído las historias de varias personas muy queridas, que clamaban a Dios con desesperación en busca de su libertad. Le pido a Dios que estos relatos le ayuden a comprender lo que sucede con mucha gente en su iglesia. Quizás a usted le esté sucediendo y es mi oración que hayamos podido darle alguna esperanza y dirección para encontrar la libertad que Jesús compró para usted en la cruz. ¡Dios le ama y quiere que sea libre en Cristo! Un último testimonio … pero este lo reconocerá del Salmo 18:16–19: Envió desde lo alto y me tomó; me sacó de las aguas caudalosas. Me libró de mi poderoso enemigo y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo. Se enfrentaron a mí el día de mi desgracia, pero Jehová fue mi apoyo. Él me sacó a un lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí. ¡Alabado sea su nombre!

Apéndice

Pasos hacia la libertad en Cristo PRÓLOGO Si ha recibido a Cristo como su Salvador personal, Él le ha dado la libertad a través de su victoria en la cruz sobre el pecado y la muerte. Si no ha experimentado la libertad, quizás se deba a que no ha estado firme en la fe ni ha tomado activamente su lugar en Cristo. El cristiano es responsable de hacer lo necesario para mantener una buena relación con Dios. Su destino eterno no está en juego pues está seguro en Cristo, pero su victoria diaria corre peligro si no reclama y mantiene su posición en Cristo. Usted no es una víctima indefensa atrapada entre dos poderes celestiales casi iguales, pero opuestos, como lo quisiera presentar Satanás, el gran engañador. Sólo Dios es omnipotente (todopoderoso), omnipresente (siempre presente) y omnisciente (que todo lo sabe). Algunas veces la realidad del pecado y la presencia del mal pueden parecer más

reales que la presencia de Dios, pero eso es parte del engaño de Satanás. Él es un enemigo derrotado y nosotros estamos en Cristo. Un verdadero conocimiento de Dios y de nuestra identidad en Cristo es la clave de nuestra salud mental. Un concepto falso de Dios, un entendimiento distorsionado de quiénes somos como hijos de Dios y la deificación equivocada de Satanás (asignarle a Satanás los atributos de Dios) son los factores más importantes que contribuyen a la enfermedad mental. Al prepararse para dar los pasos hacia la libertad, debe recordar que el único poder que tiene Satanás es el de la mentira. En cuanto la expongamos, se rompe el poder. La batalla es en su mente, pues esta es el centro de control. Si Satanás logra que le crea una mentira, controlará su vida, pero usted no tiene que permitírselo. Los pensamientos conflictivos que quizás experimente sólo le controlarán si los cree. Y si va a dar los pasos solo, no atienda al engaño, por ejemplo, a las mentiras y a la intimidación en su mente. Los pensamientos como: «Esto no va a resultar», «Dios no me ama», etc., pueden interferir sólo si cree esas mentiras. Si realiza los pasos con un pastor o un consejero profesional o un laico de confianza (lo cual recomendamos mucho si hay trauma severo en su vida), exprese todos los pensamientos que tenga en oposición a lo que intenta hacer. En cuanto exponga la mentira, se rompe el poder de Satanás. Tiene que colaborar con la persona que intenta ayudarle, explicándole lo que está sucediendo en su mente. Conociendo la naturaleza de la batalla por nuestras mentes, podemos orar con autoridad para impedir cualquier interferencia. Los pasos empiezan con una oración sugerida y una declaración. Si está dando los pasos por su cuenta, deberá cambiar algunos de los pronombres personales; como por ejemplo, cambiar «nosotros» a «yo», con sus correspondientes verbos, y si es mujer, tendrá que cambiar los pronombres, adjetivos, etc., al género femenino.

PASOS HACIA LA LIBERTAD EN CRISTO Oración Querido Padre celestial: Reconocemos tu presencia en este lugar y en nuestras vidas. Tú eres el único Dios omnisciente (que todo lo sabe), el único omnipotente (todopoderoso), el único omnipresente (siempre presente). Dependemos de ti porque separados de Cristo nada podemos hacer. Nos afianzamos a la verdad de que toda autoridad en el cielo y en la tierra ha sido entregada al Cristo resucitado, y puesto que estamos en Él, disfrutamos de esa autoridad para hacer discípulos y liberar a los cautivos. Te pedimos que nos llenes de tu Espíritu Santo y nos guíes en toda verdad. Oramos por tu completa protección y pedimos tu dirección. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

Declaración En el nombre y por la autoridad del Señor Jesucristo, le ordenamos a Satanás y a todos los espíritus malignos a soltar a (nombre) de manera que (nombre) quede libre para conocer la voluntad de Dios y decidirse por esta. Como hijos de Dios sentados con Cristo en los lugares celestiales, nos ponemos de acuerdo que cada enemigo del Señor Jesucristo sea atado y enmudecido. Le decimos a Satanás y a todos sus obreros malignos que no pueden causar dolor ni de

ninguna otra manera impedir que se cumpla la voluntad de Dios en la vida de (nombre).

Preparación Antes de realizar los pasos hacia la libertad, repase los acontecimientos de su vida para discernir las áreas específicas que quizás tenga que enfrentar. _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________

Historia familiar Historia religiosa de los padres y abuelos Vida hogareña desde la niñez hasta la adolescencia Historia de enfermedad física o emocional en la familia Adopción, tutores temporales o permanente Historia personal Hábitos alimentarios (bulimia o anorexia, comer compulsivamente o hartarse de comida para después purgarse) Cualquier adicción (drogas o alcohol) Medicamentos de receta médica (¿para qué son?) Hábitos de sueño y pesadillas Violación o cualquier maltrato sexual, físico o emocional Pensamientos (obsesivos, blasfemos, condenatorios, distracción, falta de concentración, fantasía) Interferencia mental en la iglesia al orar o al estudiar la Biblia Vida emocional (enojo, ansiedad, depresión, amargura, temores) Peregrinaje espiritual (salvación: cuándo, cómo y qué seguridad tiene)

Ahora puede empezar. Los siguientes son siete pasos específicos que debe desarrollar para experimentar libertad de su pasado. Se enfrentará con las áreas donde Satanás más se aprovecha de nosotros y donde se han edificado fortalezas. Al derramar su sangre, Cristo compró en la cruz la victoria para usted. A medida que decida creer, confesar, perdonar, renunciar y abandonar, logrará como resultado su libertad. Eso es algo que nadie puede hacer por usted. La batalla que se libra en su mente se ganará únicamente cuando escoja la verdad. Al dar estos pasos hacia la libertad, recuerde que Satanás sólo será derrotado cuando lo confronte verbalmente. Él no puede leer su mente ni tiene obligación de obedecer sus pensamientos. Sólo Dios tiene conocimiento pleno de su mente. Conforme desarrolle cada paso, es importante que se someta a Dios interiormente y resista al diablo, al leer cada oración en voz alta, y verbalmente renunciar, perdonar, confesar, etc. Usted está haciendo un inventario moral serio y un compromiso total con la verdad. Si sus problemas provienen de otra fuente que no se mencione en estos pasos, no tiene nada que perder al seguirlos. Si es sincero, ¡lo único que le puede suceder es que termine arreglando sus cuentas con Dios!

Primer paso: Falso vs. real El primer paso hacia la libertad en Cristo es renunciar a su participación anterior o actual en prácticas ocultistas y religiones falsas inspiradas por Satanás. Debe renunciar a cualquier actividad y grupo que niegue a Jesucristo, que dirija mediante cualquier otra

fuente que no sea la autoridad absoluta de la Palabra de Dios escrita, ni que exija iniciaciones, ceremonias ni pactos secretos. Para poderle ayudar a evaluar sus experiencias espirituales, comience pidiéndole a Dios que le revele cada dirección falsa y todas las experiencias religiosas fraudulentas. Querido Padre celestial: Te pido que guardes mi corazón y mi mente, y me reveles todas y cada una de mis participaciones en prácticas ocultas, en sectas, en religiones falsas y con falsos maestros, a sabiendas o sin saber. En el nombre de Jesús te lo pido. Amén. Con base en el «Inventario de experiencias espirituales no cristianas» que se encuentra a continuación, marque cualquier cosa en la que estuvo involucrado. Esta lista no es completa, pero le guiará a identificar las experiencias no cristianas. Agregue cualquier otra participación que haya tenido. Aunque haya participado «inocentemente» o lo haya observado de esa manera, debe escribirlo en su lista a renunciar, por si acaso sin saberlo le haya dado un asidero a Satanás. Inventario de experiencias espirituales no cristianas (Marque las que se ajusten)

OCULTISMO

SECTAS

OTRAS RELIGIONES

Proyección astral

La ciencia cristiana

El budismo zen

La ouija

La unidad

El hare krisna

Levitación de objetos

La cienciología

El bahaísmo

Laberintos y dragones

El camino internacional

Los rosacruces

Hablar en trance

La iglesia unificada

La ciencia de la mente

Escribir en trance

El mormonismo

La ciencia de la inteligencia creativa

La bola mágica del ocho

La iglesia de la palabra viva

Meditación trascendental

Telepatía

Los testigos de Jehová

El hinduismo

Fantasmas

Los hijos de Dios

Yoga

Sesiones de espiritismo

El swedenborgianismo

El eckankar

Materialización

Herbert W. Armstrong

Roy Masters

Clarividencia

El unitarismo

Control mental Silva

Espíritus guías

La masonería

Padre divino

Adivinación de la suerte

La nueva era

La sociedad teosófica

Lectura del tarot

Otras _________

El islam

Lectura de las manos

El musulmanismo negro

Astrología

Otras _________

Vara y péndulo (zahorí) Autohipnosis Sugestión mental o intento de intercambiar mentes Magia negra y blanca Medicina de la nueva era Pactos de sangre o cortarse a sí mismo de manera destructiva Fetichismo (adoración de objetos) íncubo y súcubo (espíritus sexuales)

Otros _________

1. ¿Ha sido alguna vez hipnotizado, ha asistido a un seminario de la Nueva Era o de parasicología, ha consultado una médium, un espiritista o un canalizador? Explique. 2. ¿Tiene ahora o ha tenido un amigo imaginario o un espíritu guía que le ofreciera dirección o compañerismo? Explique. 3. ¿Ha escuchado alguna vez voces en su mente o ha tenido repetidas veces pensamientos persistentes que le condenan o que eran opuestos a su creencias o sentimientos, como si dentro de su mente se realizara un diálogo? Explique. 4. ¿Qué otras experiencias espirituales ha tenido que consideraría extraordinarias? 5. ¿Se ha involucrado en cualquier tipo de rito satánico? Explique. Cuando esté seguro de que su lista está completa, confiese cada participación activa o pasiva y renuncie a ella mediante la siguiente oración en voz alta. Repítala por cada punto en su lista: Señor, confieso que he participado en _________. Te pido perdón y renuncio a _________. Si ha participado en cualquier rito satánico o en alguna actividad ocultista interna (o si lo sospecha debido a recuerdos bloqueados, pesadillas terribles, disfunción sexual o esclavitud), tiene que hacer en voz alta las siguientes renuncias especiales. Lea de lado a lado de la página, renunciando al primer punto en la columna, que es del reino de las tinieblas y luego afirmando la primera verdad en la columna del reino de la luz. Siga las listas de esa misma manera. Hay que renunciar específicamente a todos y cada uno de los ritos, pactos y asignaciones satánicas, según el Señor le permita recordarlos. Algunos han sido víctimas del abuso ritual satánico y han desarrollado personalidades múltiples para sobrevivir. No obstante, debe continuar a través de los Pasos hacia la libertad para resolver a nivel consciente todo lo que pueda. Es importante que resuelva primero las fortalezas demoníacas. Luego tiene que dirigirse a cada personalidad, cada una se debe resolver y debe estar de acuerdo en unirse a Cristo. Quizás necesite la ayuda de alguien que comprenda el conflicto espiritual.

Renuncias especiales para la participación en los ritos satánicos El reino de las tinieblas

El Reino de la luz

Renuncio a la entrega de mi nombre a

Declaro que mi nombre ahora está

Satanás o a permitir que otro entregue

escrito en el Libro de la Vida del

mi nombre a Satanás.

Cordero.

Renuncio a toda ceremonia en que me

Declaro que soy la novia de Cristo.

haya casado con Satanás. Renuncio a todos y cada uno de los

Declaro que soy partícipe del nuevo

pactos que he hecho con Satanás.

pacto con Cristo.

Renuncio a toda asignación satánica

Declaro que me comprometo a

para mi vida, incluyendo obligaciones,

conocer y a cumplir únicamente la

matrimonio e hijos.

voluntad de Dios y aceptar sólo su dirección.

Renuncio a todo espíritu guía que se

Declaro que acepto sólo la dirección

me haya asignado.

del Espíritu Santo.

Renuncio a haber entregado mi sangre

Confío sólo en la sangre derramada

al servicio de Satanás.

por mi Señor Jesucristo.

Renuncio a haber comido carne o

Por fe, tomo sólo de la carne y de la

bebido sangre en alabanza a Satanás.

sangre de Jesús a través de la Santa Cena.

Renuncio a todos y cada uno de los

Declaro que Dios es mi Padre y que el

guardianes y padres satanistas que se

Espíritu Santo es mi Guardián, por

me han asignado.

quien estoy sellado.

Renuncio a cada bautismo en sangre u

Declaro que he sido bautizado en

orina mediante el cual me he

Cristo Jesús y que mi identidad ahora

identificado con Satanás.

está en Cristo.

Renuncio a todo sacrificio en beneficio

Declaro que sólo el sacrificio de Cristo

mío mediante el cual Satanás podría

tiene poder sobre mí. Le pertenezco a

reclamarme como propiedad suya.

Él. He sido comprado por la sangre del Cordero.

Segundo paso: Engaño vs. verdad La verdad se revela en la Palabra de Dios, pero debemos reconocer también la verdad que existe en el ser interior (Salmo 51:6). Cuando David vivió una mentira, sufrió tremendamente. Cuando al fin reconoció la verdad y encontró su libertad, escribió: «Bienaventurado el hombre[…] en cuyo espíritu no hay engaño» (Salmo 32:2). Debemos apartarnos de la falsedad y hablar la verdad en amor (Efesios 4:15, 25). La persona con buena salud mental es la que está en contacto con la realidad y bastante libre de ansiedad. Ambas cualidades deben identificar al cristiano que renuncia al engaño y acoge la verdad. Empiece este paso crucial expresando en voz alta la siguiente oración. No permita que el enemigo le acuse con pensamientos tales como: «Esto no va a dar resultados» o «Quisiera creerlo, pero no puedo» o cualquier otra mentira que se oponga a lo que está proclamando. Aunque le sea difícil, debe hacer la oración y leer la afirmación doctrinal. Querido Padre celestial: Sé que tú deseas la verdad en el ser interior y que el camino hacia la libertad es enfrentarse con esta verdad (Juan 8:32). Reconozco que me ha engañado el padre de las mentiras (Juan 8:44) y me he autoengañado (1 Juan 1:8). Te pido, Padre celestial, en el nombre del Señor Jesucristo, que reprendas a todo espíritu engañador en virtud de la sangre derramada y la resurrección del Señor Jesucristo. Por fe te he recibido en mi vida y ahora estoy sentado en lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6). Reconozco que tengo la responsabilidad y la autoridad para resistir al diablo y cuando lo haga, huirá de mí. Ahora le pido al Espíritu Santo que me guíe en toda verdad (Juan 16:13). «Examíname, oh Dios, y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el camino eterno» (Salmo 139:23, 24). Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

Quizás quiera tomar unos momentos para considerar las artimañas engañosas de Satanás. Además de los falsos maestros y profetas, y de los espíritus engañadores, usted se puede autoengañar. Ahora que está vivo en Cristo y que ha sido perdonado, ya no tiene que vivir más una mentira ni defenderse. Cristo es su defensa. ¿Cómo se ha engañado o intentado defender de acuerdo a la siguiente información? _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________

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El autoengaño Si somos oidores y no hacedores de la Palabra (Santiago 1:22; 4:17) Si decimos que no tenemos pecado (1 Juan 1:8) Si pensamos que somos algo que no somos (Gálatas 6:3) Si pensamos que somos sabios en esta época (1 Corintios 3:18, 19) Si pensamos que no segaremos lo que sembramos (Gálatas 6:7) Si pensamos que los injustos heredarán el reino (1 Corintios 6:9) Si pensamos que podemos asociarnos con malos compañeros y no corrompernos (1 Corintios 15:33) La autodefensa (defendernos en vez de confiar en Cristo) La negación (consciente o inconsciente) Las fantasías (escapar del mundo real) El aislamiento emocional (retraerse para evitar el rechazo) La regresión (regresar a un tiempo menos amenazante) El desplazamiento (desquitar sus frustraciones en los demás) La proyección (culpar a los demás) La racionalización (defenderse mediante pretextos verbales)

Ore en voz alta respecto a las cosas que han caracterizado su vida: Señor, estoy de acuerdo que me han engañado en el área de _________. Gracias por perdonarme. Me comprometo a conocer tu verdad y a seguirla. Amén. Quizás sea difícil escoger la verdad cuando ha vivido en la mentira o lo han engañado durante muchos años. Tal vez deba buscar ayuda profesional para entresacar todos los mecanismos de defensa en los que ha confiado para sobrevivir. El cristiano necesita sólo una defensa: Jesús. Lo que lo libera para enfrentar la realidad y declarar su dependencia de Él es la seguridad de que es perdonado y aceptado como hijo de Dios. La fe es la respuesta bíblica a la verdad, y creerla es una decisión que se toma. Cuando alguien dice: «Quiero creer en Dios, pero no puedo», se engaña a sí mismo. Por supuesto que puede creer en Dios. La fe es algo que decide hacer, no algo que siente deseos de hacer. Creer la verdad no hace que sea cierta. Es verdad y por lo tanto la creemos. El movimiento de la Nueva Era distorsiona la verdad diciendo que creamos la realidad a través de lo que creemos. No podemos crear la realidad con nuestras mentes; podemos enfrentarnos a ella. Lo que cuenta es qué y en quién es que creemos. Todos creemos en algo y andamos por fe de acuerdo a lo que creemos. Pero si lo que usted cree no es verdad, entonces la manera en que viva (andando por la fe) no será correcta. Históricamente, la iglesia ha encontrado gran valor en la declaración pública de sus creencias. El credo de los apóstoles y el credo Niceno se han recitado por siglos. Lea en voz

alta la siguiente afirmación de su fe, y hágalo cuantas veces sean necesarias para renovar su mente. Léala a diario durante varias semanas.

Afirmación doctrinal Reconozco que hay un solo Dios vivo y verdadero (Éxodo 20:2, 3) que existe como Padre, Hijo y Espíritu Santo; y Él es digno de todo honor, alabanza y gloria como Creador, Sustentador, Principio y Fin de todas las cosas (Apocalipsis 4:1; 5:9; Isaías 43:1, 7, 21). Reconozco a Jesucristo como el Mesías, el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:1, 14). Creo que Él vino a destruir las obras de Satanás (1 Juan 3:8), que despojó a los principados y a las potestades, exhibiéndolos públicamente, habiendo triunfado sobre ellos (Colosenses 2:15). Creo que Dios ha mostrado su amor por mí porque cuando aún era pecador, Cristo murió por mí (Romanos 5:8). Creo que me salvó del dominio de las tinieblas y me trasladó a su reino, y en Él tengo redención, el perdón de pecados (Colosenses 1:13, 14). Creo que ahora soy hijo de Dios (1 Juan 3:1–3) y que estoy sentado con Cristo en los lugares celestiales (Efesios 2:6). Creo que fui salvo por la gracia de Dios por medio de la fe, y que fue un regalo y no el resultado de cualquier obra mía (Efesios 2:8). Decido ser fuerte en el Señor y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10). No tengo confianza alguna en la carne (Filipenses 3:3), porque las armas de mi lucha no son carnales (2 Corintios 10:4). Me visto con toda la armadura de Dios (Efesios 6:10–20), y estoy decidido a estar firme en mi fe y a resistir al maligno. Creo que aparte de Cristo nada puedo hacer (Juan 15:5), por lo que declaro mi dependencia de él. Decido permanecer en Cristo para llevar mucho fruto y glorificar al Señor (Juan 15:8). Le anuncio a Satanás que Jesús es mi Señor (1 Corintios 12:3), y rechazo cualquier don u obra falsificada por Satanás en mi vida. Creo que la verdad me hará libre (Juan 8:32), y que el único camino de comunión es andar en la luz (1 Juan 1:7). Por lo tanto, estoy firme en contra del engaño de Satanás al llevar cada pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5). Declaro que la Biblia es la única regla autorizada (2 Timoteo 3:15–16). Decido hablar la verdad en amor (Efesios 4:15). Decido presentar mi cuerpo como instrumento de justicia, en sacrificio vivo y santo, y renuevo mi mente por medio de la Palabra viva de Dios, para poder comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Romanos 6:13; 12:1, 2). Me quito el viejo hombre con sus prácticas malignas y me pongo el nuevo hombre (Colosenses 3:9, 10), y declaro ser una nueva criatura en Cristo (2 Corintios 5:17). Le pido a mi Padre celestial que me llene con su Santo Espíritu (Efesios 5:18), que me conduzca a toda verdad (Juan 16:13), y que me dé el poder para vivir

sin pecado y no satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16). Crucifico la carne (Gálatas 5:24) y decido caminar según el Espíritu. Renuncio a todas las metas egoístas y escojo el propósito final de amor (1 Timoteo 1:5). Decido obedecer los dos mandamientos más grandes: Amar al Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente, y amar a mi prójimo como a mí mismo (Mateo 22:37–39). Creo que Jesús tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), y que Él es la cabeza sobre todo principado y potestad (Colosenses 2:10). Creo que Satanás y sus demonios están sujetos a mí en Cristo porque soy miembro del cuerpo del Señor (Efesios 1:19–23). Por lo tanto, obedezco el mandamiento de someterme a Dios y de resistir al diablo (Santiago 4:7), y le ordeno en el nombre de Cristo, que se aleje de mi presencia.

Tercer paso: Amargura vs. perdón Debemos perdonar a los demás para que Satanás no se pueda aprovechar de nosotros (2 Corintios 2:10, 11). Debemos ser misericordiosos así como nuestro Padre celestial es misericordioso (Lucas 6:36). Debemos perdonar así como hemos sido perdonados (Efesios 4:32). Pídale a Dios que le traiga a la memoria los nombres de aquellas personas que debe perdonar, al leer la siguiente oración en voz alta: Querido Padre celestial: Te doy gracias por las riquezas de tu bondad y paciencia, pues sé que tu bondad me ha llevado al arrepentimiento (Romanos 2:4). Confieso que no he dado esa misma paciencia y bondad hacia otros que me han ofendido, sino que he albergado amargura y resentimiento. Te pido que durante este momento de examen traigas a mi mente aquellas personas que no he perdonado, para poderlo hacer ahora (Mateo 18:35). Te pido esto en el nombre precioso de Jesús. Amén. Conforme recuerde a las personas, haga un listado sólo de sus nombres. Al final de su lista, escriba: «yo mismo». Perdonarse a uno mismo es aceptar el perdón y la purificación de Dios. Escriba también: «Pensamientos contra Dios». Por lo general, los pensamientos que se levantan en contra del conocimiento de Dios resultan en sentimientos de enojo contra Él. En realidad no perdonamos a Dios, porque Él no puede cometer ningún pecado ni de acción ni de negligencia. Pero usted debe renunciar específicamente a las falsas esperanzas y pensamientos que ha tenido de Dios y decidir desechar cualquier ira que sienta hacia Él. Antes de hacer su oración para perdonar, deténgase y considere lo que es y lo que no es el perdón, qué decisión tomará y cuáles serán sus consecuencias. En la siguiente explicación, los puntos principales están en negrita: Perdonar no es olvidar. Las personas que intentan olvidar se dan cuenta de que no pueden. Dios dice que «nunca más me acordaré de sus pecados» (Hebreos 10:17), pero siendo omnisciente, Él no puede olvidar. «Nunca más me acordaré» significa que nunca usará el pasado en nuestra contra (Salmo 103:12). Quizás el olvido sea el resultado de perdonar, pero jamás es el medio para perdonar. Cuando sacamos el pasado en contra de los demás, decimos que no los hemos perdonado.

Perdonar es una decisión, una crisis de la voluntad. Como Dios nos manda que perdonemos, es algo que sí podemos hacer. Pero perdonar es difícil pues va en contra de nuestro concepto de justicia. Queremos venganza por las ofensas sufridas. Pero jamás se nos permite vengarnos (Romanos 12:19). Usted dice: «¿Por qué he de dejarlos libres?» He ahí el problema: sigue atado a los que lo han ofendido, sigue atado a su pasado. Usted los liberará, pero Dios no lo hará nunca. Será justo con ellos, que es algo que nosotros no podremos ser. Usted dirá: «¡Pero no entiende cuánto me ha herido esa persona!» ¡Pero no ve que todavía lo hiere! ¿Cómo parar el dolor? Usted no perdona otros para el bien de ellos; lo hace por su propio bien, para quedar libre. La necesidad de perdonar no es un asunto entre usted y el que lo ofendió; es entre usted y Dios. Perdonar es estar de acuerdo en vivir con las consecuencias del pecado de otra persona. El perdón es costoso: Usted paga el precio del mal que perdona. Va a tener que vivir con esas consecuencias, quiéralo o no; su única opción es hacerlo en amargura si no perdona, o vivir en libertad por el perdón. Jesús llevó sobre sí las consecuencias del pecado de usted. Perdonar de verdad es tomar el lugar de otro, porque nadie perdona realmente sin llevar consigo las consecuencias del pecado de otra persona. Dios el Padre «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Corintios 5:21). ¿Dónde está la justicia? La cruz hace que el perdón sea legal y moralmente correcto: «Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas» (Romanos 6:10). ¿Cómo se perdona de corazón? Se tiene que reconocer el dolor y el odio. Si el perdón no toca la profundidad de sus emociones, será incompleto. Muchos sienten el dolor de las ofensas interpersonales, pero no quieren reconocerlo o no saben cómo. Permita que Dios traiga su dolor a la superficie para que Él lo enfrente. Es allí donde puede haber sanidad. Decida llevar la carga de las ofensas recibidas al no usar en el futuro esa información en contra de los que le han ofendido. Eso no significa que deba tolerar el pecado; siempre tendrá que estar firme en contra del pecado. No espere perdonar hasta que sienta deseos de hacerlo; nunca los tendrá. Los sentimientos necesitan tiempo para sanar después que se toma la decisión de perdonar y que Satanás haya perdido su lugar (Efesios 4:26, 27). Lo que se obtiene es la libertad, no un sentimiento. A medida que ora, Dios puede ayudarle a recordar las personas y experiencias ofensivas que había olvidado por completo. Permita que lo haga, aunque sea doloroso. Recuerde que lo hace por su propio bien. Dios desea que usted sea libre. No justifique ni explique la conducta del ofensor. Perdonar significar enfrentar su propio dolor y dejar a la otra persona en manos de Dios. Con el tiempo se desarrollarán los sentimientos positivos; pero librarse del pasado es el asunto crucial en este momento. No diga: «Señor, por favor, ayúdame a perdonar», porque ya le está ayudando. No diga: «Señor, quiero perdonar», porque estaría pasando por alto la decisión difícil de perdonar, que es su responsabilidad. Quédese con cada individuo hasta que esté seguro de haber enfrentado todo el dolor recordado: lo que hizo, cómo le hirió, lo que le hizo sentir (rechazo, falta de amor, indignidad, suciedad, etc.). Ahora está listo para perdonar a las personas de su lista y quedar libre en Cristo sin que esas personas controlen más su vida. Por cada persona en su lista, ore en voz alta:

Señor, perdono a (nombre) por (identifique específicamente todas las ofensas y los recuerdos o sentimientos dolorosos).

Cuarto paso: Rebelión vs. sumisión Vivimos en una generación rebelde. Muchos creen tener el derecho de juzgar a los que están en autoridad sobre ellos. Rebelarnos contra Dios y su autoridad le da oportunidad a Satanás de atacarnos. Como comandante en jefe el Señor dice: «Únete a las filas y sígueme. No te meteré en tentación, sino que te libraré del mal» (Mateo 6:13). Tenemos dos responsabilidades bíblicas en cuanto a las autoridades: Orar por ellas y someternos a ellas. Dios sólo nos permite desobedecer a los líderes terrenales cuando nos exijan hacer algo inmoral ante Él, o cuando intenten gobernar fuera del dominio de su autoridad. Haga la siguiente oración: Querido Padre celestial: Tú has dicho que la rebeldía es como el pecado de adivinación, y la obstinación es como la iniquidad de la idolatría (1 Samuel 15:23). Sé que en mis acciones y actitudes he pecado contra ti con un corazón rebelde. Pido tu perdón por mi rebelión y oro que, por la sangre derramada por el Señor Jesucristo, sea cancelada toda ventaja adquirida por los espíritus malignos a causa de mi rebeldía. Te pido que ilumines todos mis caminos para que conozca toda la extensión de mi rebeldía. Decido ahora adoptar un espíritu sumiso y el corazón de un siervo. Amén. Estar sujeto a una autoridad es un acto de fe. Usted confía en que Dios realice su obra por medio de su orden de autoridad establecido. Hay momentos en que los empleadores, los padres y los maridos violan la ley del gobierno civil ordenada por Dios con el fin de proteger del abuso a las personas inocentes. En esos casos, usted debe apelar al estado en busca de protección. En muchos estados la ley exige que los abusos se informen. En casos difíciles, como el abuso constante en el hogar, quizás sea necesaria una consejería más extensa. En algunos casos, en que las autoridades del mundo han abusado de su posición y exigen desobediencia a Dios o un término medio en su compromiso con Él, usted debe obedecer a Dios y no al hombre. A todos se nos amonesta que nos sometamos unos a otros como iguales en Cristo (Efesios 5:21). Sin embargo, hay algunas cadenas de autoridad específicas en las Escrituras con el fin de cumplir las metas comunes. El gobierno civil (Romanos 13:1–7); 1 Timoteo 2:1–4; 1 Pedro 2:13–17) Los padres (Efesios 6:1–3) El esposo (1 Pedro 3:1–4) El patrón (1 Pedro 2:18–23) Los líderes de la iglesia (Hebreos 13:17) Dios (Daniel 9:5, 9)

Examine cada área y pídale perdón a Dios por las veces que no ha sido sumiso, y ore de la siguiente manera: Señor, sé que he sido rebelde hacia _________. Por favor, perdóname por esta rebelión. Decido ser sumiso y obediente a tu Palabra. En el nombre de Jesús. Amén.

Quinto paso: Orgullo vs. humildad El orgullo mata. El orgullo dice: «¡Yo puedo solo! Puedo salir de este enredo sin la ayuda de Dios ni de nadie». ¡Pero no es posible! Necesitamos terminantemente de Dios y también con desesperación unos de otros. Pablo escribió: «Porque nosotros somos[…] los que servimos a Dios en espíritu, que nos gloriamos en Cristo Jesús y que no confiamos en la carne» (Filipenses 3:3). La humildad es la confianza debidamente fijada. «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efesios 6:10). Santiago 4:6–10 y 1 Pedro 5:1–10 revelan que al orgullo le sigue el conflicto espiritual. Use la siguiente oración para expresar su compromiso de vivir humildemente ante Dios: Amado Padre celestial: Tú has dicho que antes de la quiebra está el orgullo; y antes de la caída, la altivez de espíritu (Proverbios 16:18). Confieso que he vivido de manera independiente y que no me he negado a mí mismo, ni he tomado mi cruz diariamente para seguirte (Mateo 16:24). Al hacer eso, he concedido territorio en mi vida al enemigo. He creído que podía tener éxito y vivir en victoria por mi propia fuerza y mis recursos. Ahora confieso que he pecado contra ti al anteponer mi voluntad a la tuya y al centrar mi vida en mí mismo en vez de centrarla en ti. Ahora renuncio a la vida egoísta y, al hacerlo, cancelo toda ventaja adquirida en mis miembros por los enemigos del Señor Jesucristo. Te pido que me guíes para que no haga nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimar humildemente a los demás como superiores a mí (Filipenses 2:3). Permíteme servir en amor a los demás y preferirlos en honor (Romanos 12:10). Esto te lo pido en el nombre de Cristo Jesús, mi Señor. Amén. Habiendo hecho este compromiso, ahora permítale a Dios mostrarle cualquier área específica de su vida donde haya sido orgulloso, como en los aspectos siguientes: _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ _________

He tenido un mayor deseo de cumplir mi voluntad que la de Dios He dependido más de mi fortaleza y de mis recursos que de los de Dios A veces creo que mis ideas y opiniones son mejores que las de otros Me preocupo más de controlar a los demás que desarrollar el dominio propio A veces me considero más importante que otros Tengo la tendencia de pensar que no tengo necesidades Encuentro difícil aceptar mis faltas Tengo la tendencia de complacer más a la gente que complacer a Dios Me preocupo demasiado respecto a si recibo o no el reconocimiento debido Me siento obligado a obtener el reconocimiento como resultado de los grados académicos, títulos y cargos Suelo pensar que soy más humilde que los demás Otras maneras en que haya pensado más de sí mismo que lo debido

Por cada uno de los puntos anteriores que se aplique en su vida, ore en voz alta lo siguiente: Señor, reconozco que he sido orgulloso en el área de _________. Perdóname, por favor, por este orgullo. Decido humillarme y confiar totalmente en ti. Amén.

Sexto paso: Esclavitud vs. libertad El siguiente paso hacia la libertad se relaciona con las costumbres pecaminosas. Las personas atrapadas en el ciclo vicioso de pecar-confesar-pecar-confesar quizás tengan que seguir las instrucciones de Santiago 5:16: «Confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho». Búsquese a una persona justa que le apoye en oración y a quien le pueda rendir cuentas. Otros quizás sólo necesiten la seguridad expresada en 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». La confesión no es decir «lo siento», sino más bien, «lo hice». Ya sea que necesite la ayuda de otros o sólo tenga que rendirle cuentas a Dios, ore de la siguiente manera: Amado Padre celestial: Tú nos has dicho que nos vistamos del Señor Jesucristo y que no hagamos provisión para satisfacer los malos deseos de la carne (Romanos 13:14). Reconozco que me he entregado a las pasiones carnales que combaten contra el alma (1 Pedro 2:11). Te doy gracias que en Cristo mis pecados me son perdonados, pero he pecado contra tu santa ley y le he dado al enemigo la oportunidad de luchar en mis miembros (Romanos 6:12–13; Santiago 4:1; 1 Pedro 5:8). Vengo ante tu presencia para reconocer estos pecados y en busca de tu limpieza (1 Juan 1:9) para ser libre de la esclavitud del pecado. Ahora te pido que reveles a mi mente las maneras en que he transgredido tu ley moral y he contristado al Espíritu Santo. Te lo pido en el nombre precioso de Jesús. Amén. Las obras de la carne son numerosas. Quizás quiera abrir su Biblia en Gálatas 5:19–21 y orar a través de estos versículos, pidiéndole al Señor que le revele sus pecados específicos de la carne. Es nuestra responsabilidad impedir que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales al no utilizarlos como instrumentos de iniquidad (Romanos 6:12, 13). Si lucha contra los pecados sexuales habituales (pornografía, masturbación, promiscuidad sexual) o si experimenta dificultades sexuales e íntimas en su matrimonio, ore de la siguiente manera: Señor, te pido que traigas a mi memoria cada uso sexual de mi cuerpo como instrumento de iniquidad. Te lo pido en el nombre precioso de Jesús. Amén. Conforme el Señor le traiga a su memoria cada uso sexual de su cuerpo, sea que fuera víctima (de violación, incesto o cualquier otro abuso sexual) o que haya participado voluntariamente, renuncie a cada ocasión: Señor, renuncio a (mencione el uso específico de su cuerpo) con (nombre a la persona) y te pido que rompas esa atadura. Ahora dedique su cuerpo ál Señor con la siguiente oración: Señor, renuncio a todos estos usos de mi cuerpo como instrumento de iniquidad y al hacerlo, te pido que rompas toda atadura que Satanás ha traído a mi vida a través de esa relación. Confieso mi participación y ahora te presento mi cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a ti, y reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para el matrimonio. Renuncio a la mentira de Satanás

de que mi cuerpo no es limpio, que es sucio o de alguna manera es inaceptable como resultado de mis experiencias sexuales anteriores. Señor, te doy gracias porque me has lavado totalmente y me has perdonado, y que me amas y me aceptas incondicionalmente. Por lo tanto, puedo aceptarme a mí mismo. Y decido hacerlo: a aceptarme a mí mismo y mi cuerpo como limpios. En el nombre de Jesús. Amén.

Oraciones especiales para las necesidades especiales La homosexualidad Señor, renuncio a la mentira de que me has creado a mí o a cualquier otro para ser homosexual, y afirmo que tú prohíbes terminantemente el comportamiento homosexual. Me acepto como hijo de Dios y declaro que tú me creaste como hombre (o mujer). Renuncio a toda atadura de Satanás que puede haber pervertido mis relaciones con los demás. Declaro que soy libre para relacionarme con el sexo opuesto de la manera dispuesta por ti. En el nombre de Jesús. Amén. El aborto Señor, confieso que no acepté la mayordomía de la vida que me encomendaste y pido tu perdón. Decido aceptar tu perdón al perdonarme a mí misma, y ahora te entrego ese hijo para que tú lo cuides durante toda la eternidad. En el nombre de Jesús. Amén. Las tendencias suicidas Renuncio a la mentira de que puedo encontrar paz y libertad al quitarme la vida. Satanás es un ladrón que viene a robar, a matar y a destruir. Escojo la vida en Cristo, quien dijo que vino a darme la vida y a dármela en abundancia. Los trastornos en la alimentación o la costumbre de cortarse Renuncio a la mentira de que mi valor depende de mi apariencia o de mis logros. Renuncio a cortarme, a purgarme o a defecar como medio de limpiarme de toda maldad, y anuncio que sólo la sangre del Señor Jesucristo me puede limpiar de mi pecado. Acepto la realidad de que puede haber pecado presente en mí como consecuencia de las mentiras que he creído y por el uso equivocado de mi cuerpo, pero renuncio a la mentira de que soy maligno o de que cualquier parte de mi cuerpo sea maligna. Declaro la verdad de que soy totalmente aceptado en Cristo, tal y como soy. Drogas y alcohol Señor, confieso que he usado de manera equivocada las sustancias como alcohol, tabaco, comida, medicamentos o drogas, para mi placer, para escapar la realidad o para enfrentar las situaciones difíciles, lo cual ha resultado en el abuso de mi cuerpo, en la programación dañina de mi mente y en entristecer al Espíritu Santo. Te pido perdón y renuncio a toda conexión o influencia satánica en mi vida por medio de mi uso equivocado de sustancias químicas o de la comida. Echo toda mi ansiedad sobre Cristo que me ama y me comprometo a no entregarme más al abuso de sustancias, sino más bien al

Espíritu Santo. Te pido, Padre celestial, que me llenes de tu Espíritu Santo. En el nombre de Jesús. Amén. Después de confesar todo pecado conocido, ore lo siguiente: Ahora te confieso estos pecados a ti y reclamo mi perdón y limpieza por medio de la sangre del Señor Jesucristo. Cancelo todo terreno que los espíritus malignos hayan adquirido a través de mi relación voluntaria en el pecado. Esto lo pido en el nombre de mi Señor y Salvador Jesucristo. Amén.

Séptimo paso: Conformidad vs. renuncia La conformidad es una entrega o un acuerdo pasivo, sin consentimiento propio. El último paso hacia la libertad es renunciar a los pecados de sus antepasados y a cualquier maleficio o maldición impuestos por otros. Al dar los Diez Mandamientos, Dios dijo: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen» (Éxodo 20:4, 5). Los espíritus familiares se pueden traspasar de una generación a la siguiente si no se renuncia a ellos ni proclama uno su nueva herencia espiritual en Cristo. Usted no tiene la culpa del pecado de cualquier antepasado, pero debido a su pecado, Satanás ha logrado acceso a su familia. Esto no es negar que muchos problemas se trasmiten genéticamente o se adquieren en un ambiente inmoral. Las tres condiciones pueden predisponer al individuo a un pecado en particular. Además, hay personas engañadas que traten de maldecirlo a usted, o grupos satánicos que intentan hacerlo el blanco de sus ataques. Usted tiene toda la autoridad y la protección que necesita en Cristo para hacerle frente a tales maldiciones y asignaciones. Para andar libre de las influencias del pasado, lea primero en silencio la siguiente declaración y la oración, para que sepa exactamente lo que va a declarar y pedir. Entonces reclame su posición y su protección en Cristo al hacer la declaración verbal y al humillarse delante de Dios en oración.

Declaración Por este medio y en este momento rechazo y desecho todos los pecados de mis antepasados. Como uno que ha sido librado del poder de las tinieblas y trasladado al Reino del amado Hijo de Dios, cancelo toda obra demoníaca que me hayan traspasado mis antepasados. Como uno que ha sido crucificado y levantado con Jesucristo y se sienta con Él en los lugares celestiales, renuncio a toda asignación satánica dirigida hacia mí y hacia mi ministerio, y cancelo toda maldición que me hayan puesto Satanás y sus obreros. Le anuncio a Satanás y a todas sus fuerzas que Cristo se hizo maldición por mí (Gálatas 3:13) cuando en la cruz murió por mis pecados. Rechazo todas y cada una de las formas en que Satanás pueda reclamarme como propiedad. Me declaro estar eterna y completamente comprometido con el Señor Jesucristo y entregado a Él. Por la autoridad que tengo en Jesucristo, ahora le ordeno a todo espíritu familiar y a cada enemigo del Señor Jesucristo que esté dentro o alrededor mío que se vaya

de mi presencia. De ahora en adelante me comprometo con mi Padre celestial a cumplir su voluntad.

Oración Amado Padre celestial: Vengo como tu hijo, comprado por la sangre del Señor Jesucristo. Tú eres el Señor del universo y de mi vida. Te entrego mi cuerpo como instrumento de justicia, un sacrificio vivo, para que te glorifiques en él. Ahora te pido que me llenes de tu Espíritu Santo. Me comprometo a renovar mi mente para poder comprobar que tu voluntad es buena, perfecta y agradable para mí. Esto lo hago todo en el nombre y con la autoridad del Señor Jesucristo. Amén. Una vez asegurada su libertad al seguir estos siete pasos, puede ser que las influencias demoníacas intenten regresar días o meses después. Alguien me contó que, después de haber recibido su libertad, oyó a un espíritu decir a su mente: «Ya volví». A lo cual proclamó en voz alta: «¡De ninguna manera!» El ataque se acabó al instante. Una victoria no constituye una guerra ganada, pues hay que mantener la libertad. Después de completar estos pasos, una señora muy feliz me preguntó: «¿Estaré siempre así?» Le dije que permanecería libre entretanto permaneciera en una buena relación con Dios. «Y aunque resbale y caiga», la animé, «usted sabe cómo ponerse otra vez a bien con Dios». Una víctima de atrocidades increíbles me contó este ejemplo: «Es como si me hubieran obligado a participar en un juego con un tipo extraño y desagradable dentro de mi hogar. Iba perdiendo y ya no quería jugar, pero el tipo extraño no me dejaba. Al fin llamé a la policía (una autoridad superior) que vino y lo sacó de mi hogar. Más tarde tocó a la puerta con deseos de entrar de nuevo, pero esta vez reconocí su voz y no lo dejé entrar». Qué hermoso ejemplo de cómo obtener la libertad en Cristo. Le pedimos ayuda a Jesús, la máxima autoridad, y Él saca al enemigo de nuestra vida. Conozca la verdad, manténgase firme y resista al maligno. Busque buen compañerismo cristiano y comprométase a una costumbre de estudiar con regularidad la Biblia y de orar. Dios le ama y nunca le dejará ni le desamparará.

Conservación de resultados La libertad se tiene que mantener. Usted ha ganado una batalla importante en una guerra continua. Suya es la libertad mientras siga decidiéndose por la verdad y esté firme en la fuerza del Señor. Si llegaran a la superficie algunos recuerdos nuevos, o si se diera cuenta de las «mentiras» que ha creído o de otras experiencias no cristianas que haya tenido, renuncie a ellos y decídase por la verdad. Algunos han encontrado que es beneficioso volver a realizar los pasos. Al hacerlo, lea con cuidado las instrucciones. Para mantener los resultados de la libertad sugerimos lo siguiente: 1. Busque el compañerismo cristiano legítimo, donde puede andar en la luz y hablar la verdad en amor. 2. Estudie su Biblia a diario. Memorice los versículos clave. Quizás quiera expresar la afirmación doctrinal diariamente y buscar las referencias en esta.

3. Lleve cada pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. Responsabilícese de su vida mental, rechace la mentira, escoja la verdad y permanezca firme en su posición en Cristo. 4. ¡No se aleje! Es muy fácil que sus pensamientos se debiliten y retroceder a las viejas costumbres en cuanto a la manera de pensar. Cuente sus luchas abiertamente a un amigo de confianza. Necesita al menos alguien que se mantenga firme con usted. 5. No espere que otro batalle por usted. Otros pueden ayudar, pero no pueden pensar, orar, leer la Biblia ni escoger la verdad por usted. 6. Comprométase a orar todos los días. Puede usar a menudo y con toda confianza estas oraciones sugeridas:

Oración diaria Amado Padre celestial: Te honro como mi Señor soberano. Reconozco que siempre estás conmigo. Eres el único todopoderoso y sabio Dios. Eres bondadoso y amoroso en todos tus caminos. Te amo y te agradezco estar unido con Cristo y en Él estar espiritualmente vivo. Decido no amar al mundo y crucifico la carne con todas sus pasiones. Te agradezco la vida que ya tengo en Cristo y te pido que me llenes con tu Espíritu Santo para vivir libre del pecado. Declaro mi dependencia de ti y tomo mi posición en contra de Satanás y todos sus caminos mentirosos. Decido creer la verdad y no me dejo desanimar. Tú eres el Dios de toda esperanza, confío plenamente en que vas a suplir mis necesidades a medida que procuro vivir de acuerdo a tu Palabra. Expreso con confianza que puedo vivir con responsabilidad mediante Cristo que me fortalece. Ahora tomo mi lugar en contra de Satanás y ordeno a él y a todos sus espíritus malignos que se aparten de mí. Me pongo toda la armadura de Dios. Entrego mi cuerpo en sacrificio vivo y renuevo mi mente por la Palabra viva de Dios para poder comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. Estas cosas las pido en el nombre precioso de mi Señor y Salvador Jesucristo. Amén.

Oración nocturna Gracias, Señor, que me has recibido en tu familia y me has ensalzado con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Gracias por darme este tiempo de renovación a través del sueño. Lo acepto como parte de tu plan perfecto para tus hijos, y confío en ti para cuidar mi mente y mi cuerpo mientras duermo. Así como he meditado en ti y en tu verdad durante este día, así escojo dejar que estos pensamientos continúen en mi mente mientras duermo. Me entrego a ti para que me protejas de cada intento que hagan Satanás y sus emisarios en atacarme durante mi sueño. Me entrego a ti como mi roca, mi fortaleza y mi descanso. Te lo pido en el poderoso nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Limpieza de la casa o el apartamento

Después de quitar todo artículo de falsa adoración de su casa o apartamento, ore en voz alta en cada habitación si es necesario. Padre celestial: Reconocemos que tú eres Señor del cielo y de la tierra. Por tu poder y amor soberanos nos has dado todas las cosas para que las disfrutemos en abundancia. Gracias por este lugar donde vivimos. Reclamamos esta casa para nuestra familia como un lugar de seguridad espiritual y de protección de todos los ataques del enemigo. Como hijos de Dios sentados con Cristo en el lugar celestial, ordenamos a todo espíritu maligno que esté reclamando su lugar en las estructuras y en el mobiliario de este lugar debido a las actividades de los que antes la ocupaban, que se vaya para nunca más regresar. Renunciamos a toda maldición y encantamiento utilizado en contra de este lugar. Te pedimos, Padre celestial, que pongas ángeles guardianes alrededor de esta casa (apartamento, cuarto, etc.) para guardarlo de los intentos que haga el enemigo de entrar y de perturbar tus propósitos para nuestras vidas. Te damos gracias, Señor, por hacer esto y oramos en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

La vida en un ambiente no cristiano Después de quitar todo artículo de falsa adoración de su cuarto, ore en voz alta en la habitación que se le ha asignado. Gracias, Padre celestial, por un lugar donde vivir y donde el sueño me renueve. Te pido que separes esta habitación (o parte de ella) como un lugar de seguridad espiritual para mí. Renuncio a toda lealtad ofrecida a dioses falsos o a espíritus de parte de otros ocupantes, y renuncio a cualquier reclamo de este cuarto (o espacio) por parte de Satanás en base a las actividades de los ocupantes anteriores riores o mías. Con base en mi posición como hijo de Dios y como coheredero de Cristo, quien tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra, ordeno a todos los espíritus malignos salir de aquí para nunca más regresar. Te pido, Padre celestial, que me asignes ángeles guardianes para protegerme mientras viva aquí. Esto lo pido en el nombre del Señor Jesucristo. Amén. Siga buscando su identidad y su valor en Cristo. Lea libros que le edifiquen. Renueve su mente con la verdad de que su aceptación, su seguridad y su importancia están en Cristo, al saturar su mente de las siguientes verdades. Lea toda la lista por las mañanas y en las noches durante las próximas semanas.

EN CRISTO SOY ACEPTADO Juan 11:2 Juan 15:15 Romanos 5:1 1 Corintios 6:17

Soy hijo de Dios (Gálatas 3:26–28). Soy amigo de Cristo. He sido justificado. He sido unido al Señor y soy uno en espíritu con Él.

1 Corintios 6:19, 20 1 Corintios 12:27 Efesios 1:1 Efesios 1:5 Efesios 2:18 Colosenses 1:14 Colosenses 2:10

He sido comprado por un precio. Pertenezco a Dios. Soy miembro del cuerpo de Cristo. Soy santo. He sido adoptado como hijo de Dios. Tengo acceso directo a Dios por medio del Espíritu Santo. He sido redimido y perdonado de todos mis pecados. Estoy completo en Cristo.

ESTOY SEGURO Romanos 8:1, 2 Romanos 8:28 Romanos 8:31ss Romanos 8:35ss 2 Corintios 1:21, 22 Colosenses 3:3 Filipenses 1:6 Filipenses 3:20 2 Timoteo 1:7 Hebreos 4:16 1 Juan 5:18

Estoy libre de condenación para siempre. Todas las cosas ayudan a mi bien. Estoy libre de todo cargo de condenación en mi contra. Nada me separará del amor de Dios. He sido confirmado, ungido y sellado por Dios. Estoy escondido con Cristo en Dios. Confío en que la buena obra que Dios comenzó en mí sera perfeccionada. Soy ciudadano del cielo. No he recibido un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Puedo encontrar gracia y misericordia en tiempo de necesidad. Soy nacido de Dios y el maligno no me puede tocar.

SOY IMPORTANTE Mateo 5:13, 14 Juan 15:1, 5 Juan 15:16 Hechos 1:8 1 Corintios 3:16 2 Corintios 5:17ss 2 Corintios 6:1 Efesios 2:6 Efesios 2:10 Efesios 3:12 Filipenses 4:13

1

Soy la sal de la tierra y la luz del mundo. Soy una rama de la vid verdadera, un canal de su vida. He sido elegido y nombrado para llevar fruto. Soy un testigo personal de Cristo. Soy templo de Dios. Soy ministro de reconciliación para Dios. Soy colaborador de Dios (1 Corintios 3:9). Estoy sentado con Cristo en los lugares celestiales. Soy hechura de Dios. Puedo acercarme a Dios con libertad y confianza. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.1

Anderson, N. T. (1995). Libre de ataduras (1–271). Nashville, Tenn.: T. Nelson.

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