Los Mochicas- Tomo I

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LOS MOCHICAS RAFAEL LARCO HOYLE

MUSEO ARQUEOLÓGICO RAFAEL LARCO HERRERA

LOS MOCHICAS TOMO I RAFAEL LARCO HOYLE

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L985.012 L31L Larco Hoyle, Rafael, 1901-1966. Los mochicas / Rafael Larco Hoyle. - Lima : Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, 2001 (Lima : Metrocolor) 2 t. : il. (algunas col.) ; 28 cm. Texto a dos columnas. Contenido: t.1. Origen. Entorno. La raza. La lengua. La escritura. Gobierno. Régimen militar. Medios de comunicación y transporte. Agricultura. Caza y pesca -- t.2. El arte mochica. La medicina. El culto a los muertos. La religión. ISBN 9972-9341-0-1 1. Mochicas. 2.- Arqueología - Perú 3. Cerámica peruana - Epoca Prehispánica (Mochica I. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (Lima) II. Título BNP: 2001-007

MUSEO ARQUEOLÓGICO

FUNDACIÓN TELEFÓNICA

RAFAEL LARCO HERRERA Presidente Presidente

Alfonso Bustamante y Bustamante

Isabel Larco de Álvarez-Calderón Vicepresidente Director ejecutivo

José Ramón Vela

Andrés Álvarez-Calderón Larco Consejo de administración Supervisión editorial

Ulla Holmquist

Santiago Antúnez de Mayolo Javier Manzanares Gutiérrez Antonio Crespo Prieto

Asistencia editorial

Roxana Shintani

Administrador general

Rafael Varón Gabai Av. Bolívar # 1515, Pueblo Libre, Lima 21 Telf. 461-1312 Fax: 461-5640 [email protected] http://www.museolarco.perucultural.org.pe

Secretario general

Víctor Carlos Schwartzmann Larco

Los números que aparecen al final de cada leyenda indican la codificación establecida por el museo.

Depósito Legal 1501082001 - 1222 Impreso en el Perú

Prohibida la reproducción parcial o total de las características gráficas de este libro. Ningún párrafo o imagen contenidos en esta edición pueden ser reproducidos, copiados o transmitidos sin autorización expresa de los editores. Cualquier acto ilícito cometido contra los derechos de Propiedad Intelectual que corresponden a esta publicación será denunciado de acuerdo con el D. L. 822 (Ley sobre el Derecho de Autor) y con las leyes que protegen internacionalmente la propiedad intelectual.

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LA PUBLICACIÓN DE LOS MOCHICAS, obra cumbre de Rafael Larco Hoyle, constituye un importante esfuerzo editorial que la Fundación Telefónica tiene el orgullo de asumir en conjunto con el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera. Las investigaciones realizadas por este pionero de la arqueología mochica han sido recopiladas en dos volúmenes que abarcan la totalidad de sus escritos sobre el tema. La mayoría de los textos son inéditos y sin duda contribuirán a llenar un importante vacío en el conocimiento y la comprensión de nuestro pasado. En ese sentido, el libro que aquí se presenta constituye hoy una importante fuente bibliográfica para el estudio de aquel sofisticado pueblo que irradió su cultura a toda la costa norte del Perú. De otro lado, la figura de Larco Hoyle, exitoso hombre de empresa que dedicó con pasión inigualable 40 años de su vida a la investigación arqueológica, se yergue hoy como un ejemplo a seguir y representa cabalmente el nivel de compromiso que todo empresario debe aspirar a asumir con la sociedad en la que se desenvuelve. La Fundación Telefónica reafirma una vez más su compromiso de largo plazo con el desarrollo del Perú al cumplir con uno de sus principales objetivos en cuanto al rescate, promoción y difusión de los valores y tradiciones culturales del Perú, poniéndolos a disposición de los estudiosos y de la sociedad en general.

ALFONSO BUSTAMANTE Y BUSTAMANTE Presidente de Fundación Telefónica

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EN EL MARCO DE LAS CELEBRACIONES del centenario del natalicio de Don Rafael Larco Hoyle y a 35 años de su fallecimiento, el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, gracias al invalorable apoyo de la Fundación Telefónica, ve cumplido uno de los más importantes compromisos que guardaba con su fundador. Rafael Larco Hoyle, pionero de la arqueología peruana, se había propuesto, a finales de la década de los años 40, la tarea monumental de esclarecer prácticamente todos los aspectos relacionados con la vida de los mochicas, cultura que despertó en él una pasión inmensa. Tras publicar los primeros seis de catorce capítulos planificados, sus investigaciones arqueológicas lo derivaron a aspectos cronológicos y de identificación de culturas y estilos que aún no estaban definidos a mediados de los 40, y que era preciso esclarecer con el fin de profundizar los temas mochicas. Fue su fallecimiento súbito en octubre de 1966, cuando sin duda se encontraba en la cúspide de su producción intelectual, el único freno que puso el destino para que este valioso material saliera a la luz. Han sido largas las discusiones en el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera sobre la necesidad de publicar la obra completa de Los mochicas, puesto que no teníamos certeza de que hubiera sido absolutamente terminada por el autor. Sin embargo, celebrando el centenario del natalicio de Rafael Larco Hoyle y considerando la importancia que en las últimas décadas han tomado las investigaciones en torno a la cultura Mochica, creemos que la publicación de la obra completa no sólo es un homenaje a nuestro fundador, sino una imperiosa necesidad para los estudios de la historia de la arqueología peruana. Cuando Rafael Larco Hoyle fundó el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, dándole el nombre de su padre en homenaje filial cuando éste falleciera, colocó placas que expresaban hermosas palabras que creemos podrían ser inmejorables para describir la entereza humana de quien las escribía, y por tanto merecedor de las mismas. Es por esta razón que me permito parafrasearlas: "A mi nobilísimo padre, Don Rafael Larco Hoyle, gran patriota que supo inculcarme desde la infancia su amor por nuestro pasado precolombino. Toda su vida fue trabajo recio y su pensamiento acción fecunda. Se adelantó a sus contemporáneos en todas las conquistas sociales y aportes a la ciencia cuyos postulados cumplen la posteridad. Con hechos consagró su amor a la patria. Ni el hombre ni la naturaleza mellaron el acero de su voluntad".

Isabel Larco de Álvarez-Calderón Presidente Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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RAFAEL LARCO HOYLE Y EL MUSEO ARQUEOLÓGICO RAFAEL LARCO HERRERA

MÁS DE 60 AÑOS HAN PASADO desde que Rafael Larco Hoyle (1901-1966), fundador del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, terminara de escribir la ambiciosa obra Los mochicas. De los catorce capítulos que la conforman, seis fueron publicados en dos tomos (Los mochicas I y Los mochicas II ) entre 1938 y 1940, y pese a que no hubo reimpresiones, son desde entonces referentes bibliográficos obligatorios tanto para los estudiosos de esta cultura precolombina como para quienes se interesan en ella sin fines académicos. Si bien los capítulos restantes estaban listos para la imprenta, Larco Hoyle prefirió postergar su publicación. Él mismo nos explica la razón en el prólogo del libro Perú, de 1966: "Comencé a escribir Los mochicas, pero luego encontré en mi búsqueda arqueológica lagunas que tuve que salvar. Antes de dar cima al trabajo que emprendí era imperativo que me consagrara a fijar el orden cronológico y las diferentes etapas culturales que existían y que vislumbrara desde el momento que puse mi empeño en la obra cuyos frutos di a conocer, por primera vez, en Los mochicas, obra publicada en 1938". Luego, entre 1940 y 1966, paralelamente a sus investigaciones sobre cronología de las culturas del área andina que se concretaron en una serie de publicaciones significativas (Cronología del norte del Perú, de 1948; Epocas peruanas, de 1963; y Perú, de 1966), a Larco Hoyle se le presentó también la necesidad de publicar sus investigaciones respecto de temas más específicos que se iban desprendiendo de sus investigaciones cronológicas y cuyo esclarecimiento le resultaba urgente (Los cupisniques, de 1941; La cultura Salinar, de 1944; La cultura Virú, de 1945; La divinidad felínicaLambayeque, de 1962; La cultura Santa, de 1962, y La cultura Vicús 1 y 2, de 1965). Así, los manuscritos de los capítulos inéditos de Los mochicas fueron archivados y ordenados en el Museo junto a las notas de campo, fichas de excavación, fotos, láminas y diversos documentos, para ser sometidos a nuevas revisiones del autor, quien durante un cuarto de siglo las detalló y reformuló, y corrigió postulados propios a la luz de los avances de su investigación. A los 65 años, en la cima de su producción intelectual, lo sorprendió la muerte, que lo obligó a dejar pendientes las correcciones finales de la obra total. En Los mochicas Larco Hoyle presenta la historia cultural de esta sociedad abordándola desde diversos ángulos: organización social, económica, política y administrativa, así como arte, arquitectura, medicina, culto a los muertos y religión. Definitivamente, a poco más de dos décadas de las primeras publicaciones sobre el denominado "Pre-Chimú" (Uhle, 1915) y a sólo unos 10 años del inicio de sus propias investigaciones, plantearse semejante empresa constituía un esfuerzo titánico, sólo posible por la pasión que en Larco Hoyle inspiraba su objeto de estudio.

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Un esfuerzo que se concretó en esta obra mayormente inédita, que hoy , al conmemorarse el centenario del nacimiento de Rafael Larco Hoyle, el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, con el apoyo de la Fundación Telefónica, publica respetando fielmente los manuscritos originales para pr esentarla a la comunidad académica y público en general. La publicación total de Los mochicas no es sólo un homenaje y una deuda pendiente con el fundador del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, sino que constituye un aporte a la historia de las investigaciones arqueológicas. Es en esta obra donde Larco Hoyle presenta su posición e interpretaciones sobre el origen de esta sociedad que tan temprana y precisamente definiera (descubrió las culturas Cupisnique, Salinar y Virú), identificando su orden cronológico a partir de excavaciones científicas. Sus estudios sobre la cerámica de esta sociedad están orientados precisamente a la definición de la cronología a partir de la identificación de los tipos diagnósticos de vasijas que, seriados estilística y estratigráficamente, permitían el establecimiento de una secuencia cerámica para la costa norte. Ya en Los mochicas se encuentra una primera propuesta –no definitiva– de cronología regional que afinaría en los siguientes años para su publicación en 1948 bajo el título Cronología arqueológica del norte del Perú. Evitando dejar de lado aspectos de la cultura que consideraba esenciales para una comprensión integral de la misma, Larco también empleó la etnografía para aproximarse al pasado mochica. Este interés se manifiesta en los extensos capítulos dedicados a la raza y la lengua, que complementan aquellos resultantes del análisis exclusivo de artefactos y elementos arqueológicos como monumentos, caminos, obras de irrigación y otras construcciones de los valles estudiados que son descritos con precisión matemática (rasgo profesional del ingeniero agrónomo) y adjudicados a la sofisticación y grandes habilidades de los mochicas. Considerando que era una época en la que existían muy escasas referencias bibliográficas al respecto, es justo y absolutamente indispensable el reconocimiento de la gran cantidad de aciertos –y en menor medida desaciertos– resultantes de sus metódicas y dedicadas investigaciones, y de su gran intuición para identificar variables importantes que exigían un cuidadoso estudio. De otro lado, la publicación de Los mochicas es también un imperativo museológico, ya que es la mejor herramienta para entender el cómo y el porqué de la organización, clasificación y presentación del enorme corpus de "cultura material" mochica que posee el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera. La colección, reconocida en el país y el extranjero por la calidad y representatividad de sus

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En sentido horario: joven Rafael Larco Hoyle en pleno trabajo arqueológico de campo; con Isolina de Larco y el sexólogo norteamericano Alfred Kinsey; con una de las 40 mil piezas arqueólogicas que hoy conserva el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera; finalmente, carátulas de la edición de Los mochicas I y II, ilustradas por José Sabogal, que publicara Larco Hoyle en 1938 y 1940, respectivamente. Dichos volúmenes sólo incluyen los seis primeros capítulos.

TESTIMONIO Parte de excavación tomado in situ (hacienda Tomabal, 1944) por el proyecto arqueológico Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, dirigido por Rafael Larco Hoyle. Como vemos, Larco Hoyle registraba paso a paso y al detalle todo el proceso de excavación, con dibujos hechos a pulso y fotografías de cada uno de los restos arqueológicos que encontraba. La pulcritud y la exactitud en el registro fueron innovadores para la época y aportaron datos que nos permiten vislumbrar lo que fue el pasado precolombino peruano.

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la más grande colección de artefactos de las culturas prehispánicas de la costa norte y realizó importantes excavaciones de sitios arqueológicos. Para Larco, los mochicas alcanzaron no sólo un grado insuperable de maestría en todas las artes en las que pusieron su empeño, sino que además lograron adelantos tecnológicos no superados por otras sociedades prehispánicas, en especial en agricultura, en la construcción de caminos y pirámides y en la implementación de sistemas de irrigación y centros poblados. Los adelantos materiales, a su vez, fueron fruto y contribuyeron a mantener un orden social casi natural, basado en un gobierno prudente y justo, en una organización social jerárquica, en una estricta justicia y en una religión a la que se adhirieron con devoción gobernantes y gobernados. La alta valoración que confirió a esta cultura lo llevó a plantearse el estudio sistemático de todos sus aspectos.

Descubrimiento y caracterización de la cultura Mochica En el sentido estricto, el descubrimiento de la cultura Mochica, es decir su primer reconocimiento o distinción de otras tradiciones culturales, corresponde a Max Uhle, quien en sus trabajos en la Huaca de la Luna, y a través de excavaciones estratigráficas, pudo diferenciar la tradición Chimú de una anterior que se caracterizaba por la preponderancia de cerámica roja. Pero el descubrimiento de Uhle fue a todas luces incompleto, ya que no fue sino hasta que se caracterizó la cultura Mochica que se puede decir que ésta fue finalmente descubierta. Esta tarea la emprendió Rafael Larco Hoyle, quien a lo largo de más de cuarenta años de análisis de evidencias materiales y trabajos de campo, intentó describir a los mochicas en todos sus aspectos. El trabajo de Larco Hoyle, obviamente, no agotó el conocimiento sobre esta cultura y luego de su muerte numerosos trabajos han aportado cada vez más información, a veces complementando o documentando ciertas intuiciones, otras rectificando errores. Larco Hoyle parece haberse propuesto dos cometidos con relación a la cultura Mochica: preservarla físicamente a través de una colección integral y estudiarla en todas sus facetas a fin de lograr una reconstrucción de su historia cultural. El primer cometido se materializó en la creación de su famosa colección que hoy alberga el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera. La conservación de la colección requirió de un edificio construido para el propósito, primero en la hacienda Chiclín y luego, en la década del sesenta, trasladada al actual Museo Larco Herrera de Pueblo Libre. La colección no sólo incluye cerámica mochica, sino toda muestra cultural de esta sociedad y una vastísima muestra de culturas anteriores y posteriores, preferentemente de la costa norte, pero también de otras zonas del Perú. La colección fue concebida para que permitiera entender el origen de la cultura Mochica y su influencia sobre sociedades posteriores. El segundo cometido de Larco Hoyle parece haber sido el escribir la primera historia cultural de una

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sociedad prehispánica sobre la base de sus documentos materiales. En este propósito Larco se ciñó a la tradición científica de su tiempo, por la que el objetivo de la arqueología era el establecimiento de cronologías, punto que trataremos en la siguiente sección, y la descripción de los usos y costumbres, de la evolución cultural y tecnológica de la sociedad en su conjunto, y particularmente de sus elites gobernantes. Para este fin fue menester reconstruir su organización social y política, sus principales actividades productivas y la forma como éstas estuvieron organizadas, su agricultura, pesca y caza, su tecnología para producir bienes de uso religioso, militar, cotidiano y suntuario, o para crear acueductos y caminos. Larco Hoyle emprendió la tarea ciclópea de describir a los mochicas a sólo 30 años del trabajo de Max Uhle en las huacas de Moche. Su propósito fue escribir una obra monumental, donde trataría todos los aspectos de esta cultura que pudieran ser reconstruidos a partir del estudio de sus restos materiales. Larco no dejó de lado casi nada, puesto que se propuso tratar de la raza, la lengua, la escritura y el erotismo. A nivel de la organización de la sociedad analizó su origen, el gobierno, el régimen militar, los medios de comunicación y transporte. En lo que se refiere a las artes analizó la pintura, escultura, cerámica, metalurgia y orfebrería, música y danza, textilería y arquitectura. Algunas de sus ideas más elaboradas están referidas a su interpretación de la religión mochica, y dentro de ella el culto a los muertos. Las excavaciones arqueológicas también iban a merecer un capítulo en Los mochicas. De los ocho tomos planeados, los dos primeros aparecieron en 1938 y 1940, y el referente al erotismo se publicó con el título de Checán en 1965. El interesado podrá ver en ellos la manera como Larco Hoyle concibió a esta sociedad a partir de su vasta experiencia, y sin auxilio de técnicas elementales como la del Carbono 14. Aun incompleta, su obra fue por muchos años la referencia obligada para el estudio de los mochicas, ya que, además de los tomos de Los mochicas, la bibliografía de Larco en este tema se redujo a un folleto publicado en la Revista Geográfica Americana (1945), a la Cronología arqueológica del norte del Perú (1948) y a otros trabajos donde lo mochica era tratado de manera muy general. En su interpretación de algunos aspectos de la cultura Mochica, Larco Hoyle postuló ideas que fueron controvertidas en su tiempo y que aún suscitan discusiones. Sus trabajos acerca de la escritura peruana sobre pallares produjeron más de un debate, y sus ideas sobre el monoteísmo mochica debieron de ser muy polémicas. Sus ideas respecto de la organización política también habrían causado revuelo si se hubieran publicado en detalle en su tiempo, aun cuando algunas, como la asociación entre los gobernantes y los vasos retratos, se han visto confirmadas por investigaciones recientes. Pero la confrontación con ideas tan definitivas permitió enriquecer el campo, hacerlo más preciso y riguroso.

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Lamentablemente, Larco Hoyle murió a mediados de la década del sesenta y dejó su obra inconclusa. La imagen que trató de construir de la cultura Mochica se fue formando, sin embargo, sobre la base de sus ideas y con aportes de nuevas generaciones de investigadores que continuaron la pesquisa.

La cronología mochica Uno de los aportes más importantes de Rafael Larco a la arqueología peruana fue su Cronología arqueológica de norte del Perú (1948), que presentó por primera vez en agosto de 1946 en la Mesa Redonda de Chiclín ante los miembros del proyecto Virú, que por entonces estaban terminando sus trabajos de campo (Willey 1946). En este pequeño texto Larco Hoyle resumió sus observaciones acerca de la evolución de las sociedades prehispánicas en la zona que le era más familiar. Es importante notar que muchas de las ideas contenidas en este texto debieron de haberse publicado casi 10 años antes como parte de la colección Los mochicas, particularmente las que se referían a la evolución de las primeras cuatro fases de esta cultura. En el texto de 1948 Larco Hoyle había agregado una quinta y última fase, que correspondería a la decadencia de la cultura. Es interesante notar cómo en la introducción de la Cronología Larco Hoyle señala que en este texto se ocupará de la etapa post Mochica, con lo que queda claro que en parte su concepción de la prehistoria, ya para entonces, estaba dividida en una etapa pre Mochica, con Cupisnique como cultura dominante, la etapa Mochica, y la época post Mochica, donde destacan Chimú e Inca. Esta misma división es la base conceptual de su cuadro cronológico, donde Mochica ocupa el período de auge, es decir la cima del desarrollo cultural. La secuencia en cinco fases para la cultura Mochica ha sido uno de los sistemas cronológicos más firmes en la arqueología peruana, puesto que aún ahora, casi sesenta años después de planteado, sigue en plena vigencia y uso, pero también ha sido uno de los más atacados y criticados. Su firmeza se demuestra en el hecho de que es invariablemente utilizado por todos los arqueólogos que trabajan en la región, incluso por aquellos que critican su validez. Sin embargo, se aduce que las fases de Larco están basadas sólo en la evolución de la cerámica "fina", particularmente de los ceramios de asa estribo, y que dentro de ellos el único elemento diagnóstico es la forma del asa y pico. Consecuentemente, se dice que este sistema de clasificación no es aplicable a la caracterización cronológica de formas más simples, particularmente las que los arqueólogos generalmente encuentran cuando prospectan sitios arqueológicos. Más aún, se aduce que la secuencia de Larco no sería viable puesto que no está basada en información estratigráfica. Es decir que no sabemos si efectivamente estos conjuntos de objetos que comparten el mismo tipo de asa estribo corresponden a diferentes periodos de ocupación. A lo sumo, se concluye, las llamadas fases de Larco serían estilos, o conjuntos de objetos producidos por los mismos talleres especializados, mas no indicadores cronológicos. Es decir que sería posible que hayan convivido de forma coetánea algunas de las llamadas fases. Si bien no de manera sistemática, algunos investigadores han tratado de "derribar" el sistema de las cinco fases, o

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de plantear sistemas diferentes que se apliquen a regiones específicas. Los que trataron de descartar la cronología de Larco claramente no han tenido éxito, puesto que, independientemente de las críticas, sigue siendo el sistema imperante. Los que usando los conceptos de Larco Hoyle han planteado cronologías regionales alternativas, entre los que se encuentra el autor de esta nota (Castillo y Donnan 1994), quizá han tenido un poco más de suerte, puesto que su aproximación ha sido la refinación de la cronología para su aplicación a regiones específicas. Parecería que para Larco Hoyle el problema de la cronología no fue tan importante, como ha devenido en ser, y ahora ocupa un importante espacio en toda discusión académica (Uceda y Mujica 1994). Revisando sus publicaciones y los criterios que utilizó, particularmente en estos volúmenes, parecería que para Larco Hoyle el tema cronológico era un asunto resuelto. Larco tenía la ventaja de haber excavado muchos cementerios, en los que se había percatado de que, generalmente, los objetos que provenían de un cementerio eran estilísticamente semejantes. Esto le permitió tener una visión sincrónica de los estilos, es decir que la cerámica de un mismo cementerio representaba básicamente a un mismo periodo durante el cual se produjo la cerámica bajo ciertas convenciones. Éste no era el caso de los sitios más complejos, como las huacas de Moche, donde encuentra diferentes estilos dispuestos en superposiciones estratigráficas. Ahora bien, no fue el procedimiento de Larco Hoyle ofrecer un análisis estratigráfico detallado, ni sustentar muchas de sus conclusiones con la evidencia suficiente; éste fue quizá su mayor defecto científico. Para Larco bastaban unas cuantas observaciones para dejar una materia resuelta, lo que no quiere decir que en la realidad el razonamiento que llevó a esta secuencia sea frágil. En algunos pasajes de su texto se puede ver que Larco era muy consciente de detalles arqueológicos como la presencia de fragmentería cerámica, de superposiciones de tumbas, del contenido de las mismas y de la consistencia estilística en los ajuares. Pero las fases culturales no sólo se definen en el campo, ni son sólo la constatación de la distribución estratigráfica de formas diagnósticas. Lo que constituye un factor diferencial entre la cronología propuesta por Larco y otros sistemas cronológicos es la enorme colección en la que estuvo basada y por lo tanto en la precisión con la que se define cada una de las fases a partir de sus materiales diagnósticos. Todos lo que han tratado de definir la filiación cronológica de la cerámica mochica saben que, si bien al principio nos asistimos de los aspectos más característicos, en particular la forma del asa estribo, paulatinamente vamos enriqueciendo nuestra observación, agregando otros rasgos que encontramos en los especímenes más fácilmente identificables. Rápidamente se suman las técnicas decorativas, el tipo de línea empleado, la composición y el balance, los temas tratados, el tipo de pulimentado, las formas de las bases y de los cuerpos, etc. Ya Larco Hoyle, en sus textos de 1948 y en el material inédito de la

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década del 30, había indicado que las técnicas de decoración, sean éstas pictóricas o escultóricas, los aspectos tecnológicos referidos a la manufactura de las piezas y a las materias primas, las técnicas de construcción y quema, así como los temas y motivos, tienen una influencia sobre la asignación cronológica. Más aún, para Larco Hoyle la definición de las fases nunca fue cuestión exclusivamente de forma, sino de una comprensión general de la evolución de la cultura, es decir que la asignación a fases o periodos no es posible sin un conocimiento de otros aspectos de la cultura.

Rafael Larco Hoyle y la arqueología mochica En los años en que Larco Hoyle se comenzó a interesar por la arqueología, ya se había producido un saqueo muy grande de los sitios arqueológicos de la costa norte, que había empezado con las concesiones mineras de la corona española (Zevallos Quiñones 1994). Sin embargo, en las décadas del 20 y del 30 aún existía una importante cantidad de cementerios y yacimientos que Larco Hoyle pudo ubicar y excavar en el valle de Chicama, muchos de ellos localizados dentro de los linderos de las propiedades de su familia. En la actualidad en este valle ya no existe cementerio que no haya sido agotado por el saqueo; sólo resta la tumba ocasional que se descubre casi por accidente. Donnan, por ejemplo, en su artículo sobre las costumbres funerarias moches (1995) da cuenta de sólo tres tumbas excavadas arqueológicamente en el valle, a las que podemos sumar las que han sido recientemente descubiertas por el proyecto Huaca El Brujo (Franco, et al 1998, 1999). Este número es muy bajo, considerando la densidad de ocupación mochica del valle. A los sitios que pudo excavar, directa o indirectamente, hay que sumar las noticias que, como investigador curioso y sistemático, seguramente recogió de cuanta persona le pudiera informar de la ubicación de los cementerios y los sitios, de la distribución de ciertas formas, de la existencia de cerámica de diferentes tipos y periodos. También es sabido que Larco Hoyle adquirió muchas de las colecciones menores que existían en el valle, y nos imaginamos que trató de documentar su origen cuando esto era posible. Sabemos por referencias de W. Bennett (1939) que ya en la década del 30 Rafael Larco Hoyle, acompañado de sus hermanos, realizaba excavaciones en el valle de Chicama, y que posteriormente realizaría, como él mismo menciona en su obra, excavaciones en las huacas de Moche, en el valle de Santa, en la Pampa de los Fósiles, etc. El tipo de excavación que a Larco Hoyle le atraía más no era el de asentamientos o templos, sino de tumbas y cementerios, de los que debió excavar un número considerable durante su vida. Aparentemente a partir de la década del 30, Larco Hoyle comienza a sistematizar la información de sus excavaciones en fichas donde se registran las características de la tumba, aspectos de los restos óseos e información contextual. Estas fichas además contienen fotografías y dibujos de las tumbas excavadas y

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de los especímenes recuperados, que están hoy en el Museo Rafael Larco Herrera. Adicionalmente, Larco Hoyle llevó un registro minucioso de canales y caminos tomando medidas, fotografías y haciendo cálculos respecto de su capacidad y eficiencia. El legado de Rafael Larco Hoyle es fundamental para entender cabalmente la cultura Mochica. No sólo el museo que él creara es aún la fuente más importante para el estudio de la cerámica y el arte de este periodo, sino que, con la publicación de su obra inédita, este año del centenario de su nacimiento, se cumple con una deuda pendiente por más de 60 años que nos permitirá acceder a lo que este fundador de la arqueología peruana pensó respecto de esta sociedad. Desde la muerte de Larco Hoyle a la fecha, nuestro conocimiento sobre los mochicas ha aumentado exponencialmente gracias a la contribución de trabajos coordinados de investigadores peruanos y extranjeros, de algunos grandes proyectos y de muchos pequeños esfuerzos. Sólo en los últimos quince años, sitios como Sipán, El Brujo, San José de Moro, Dos Cabezas, Pampa Grande, Mayal, Mocollope y Huancaco han adquirido una gran notoriedad. Este verdadero "boom" de la arqueología mochica no nos debe hacer olvidar, sin embargo, que en la tarea de estudiar nuestro pasado somos sólo un eslabón. La obra de Larco Hoyle, así como la obra de investigadores que aún no han entrado en el campo, sumadas a nuestro conocimiento actual, permitirá refinar nuestro conocimiento de esta asombrosa sociedad. La obra de Rafael Larco Hoyle puede ser evaluada hoy a la luz de una nueva arqueología basada en nuevas tecnologías que ha permitido nuevos hallazgos, de nuevas teorías cada vez más rigurosas, y de una concepción más ajustada de lo que fueron las sociedades del pasado. Sin embargo, no debemos perder de vista que las conclusiones de hoy serán las que, en el futuro, con mejores herramientas, criticarán los investigadores del futuro. Larco Hoyle en su tiempo trabajó solo, sin más motivación que la que él mismo supo imprimirse y sin más guía que la que él supo darse. Su obra habla por él, y su vigencia es la recompensa a su esfuerzo y dedicación.

Luis Jaime Castillo Butters Pontificia Universidad Católica del Perú

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BIBLIOGRAFÍA / RAFAEL LARCO HOYLE Y LA VIGENCIA DE SU OBRA

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TOMO I - SUMARIO

Prólogo

1

Orígenes

4 5 11 14 22 28

Queneto Cupisnique Origen de las culturas costeñas Ensayo de cronología Nota del autor Entorno

30 Mapa arqueológico del territorio mochica Geografía Mapa arqueológico del territorio mochica ampliado Mapa arqueológico del valle de Cupisnique Mapa arqueológico del valle de Chicama Mapa arqueológico del valle de Santa Catalina Mapa arqueológico del valle de Virú Mapa arqueológico del valle de Chao Mapa arqueológico del valle de Santa Mapa arqueológico del valle de Nepeña Clima Flora y fauna

La raza

30 31 33 34 35 36 37 38 39 40 41 45

El mochica del pasado El mochica de nuestros días Conclusiones Notas sobre las ilustraciones

100 101 114 119 124

Algunas consideraciones Propagación de la lengua Morfología general Morfología especial Notas sobre la sintaxis Numeración Estado actual de la lengua mochica

128 130 131 131 132 136 137 138

La lengua

xxvii

La escritura

144

Gobierno Administración de justicia

176 191

Régimen militar Indumentaria guerrera Organización militar Murallas

198 201 219 225

Medios de comunicación y transporte Vialidad Medios de transporte

230 232 238

Agricultura

250 296 298 309

Técnicas de irrigación Canales Acueductos La caza y la pesca La caza La pesca

316 317 328

xxviii

TOMO II - SUMARIO REFERENCIAL

Nota del autor El arte mochica La pintura La escultura La cerámica La metalurgia y la orfebrería La música y la danza Arte textil e indumentaria La arquitectura La medicina El culto a los muertos La religión

xxix

Dedicado a mi padre, que supo inspirarme, desde la niñez, el amor por nuestro glorioso pasado.

xxx

PRÓLOGO

LA PUBLICACIÓN DE ESTA OBRA tiene por fin abrir una ruta de conocimientos concretos sobre las culturas preincaicas que en dilatado y fecundo quehacer enriquecieron el territorio del Perú y el acervo espiritual de la raza aborigen. Muchas de ellas permanecieron hasta hoy insuficientemente estudiadas y algunas hasta ignoradas. Y es que en este tramo de la investigación del pasado del Nuevo Mundo, la mayor parte de los libros de arqueología escritos para esclarecerlo sólo ofrece estudios generales y panorámicos, dentro de los cuales, sin dominio del detalle y excesiva imprecisión en el conjunto, se consignan reiteradas veces datos inexactos, los mismos que han originado serios errores de interpretación, pues en unos casos se ha confundido el orden cronológico de los hechos, en otros se han mezclado lamentablemente los exponentes de una determinada cultura con los de otra, y en todos los casos los pueblos cuya psique se exploraba han sido vistos desde fuera, superficialmente. Hasta hoy, la investigación de la antigüedad peruana adolece de no haber sido orientada hacia el análisis detenido y profundo de la cultura motivo de estudio, ni se ha basado en observaciones minuciosas sobre el terreno y en la aprehensión de tipos, usos y costumbres supervivientes de esas lejanas épocas. Casi toda la bibliografía arqueológica peruana, con excepción de algunos estudios hechos por eminentes historiadores estadounidenses y europeos, es fruto libresco, exégesis de lo narrado por los cronistas y algunos curiosos viajeros modernos. En el caso de la cultura Mochica, sus especímenes solamente han servido para dar realce a ensayos literarios o crónicas periodísticas en los que, si bien se ha logrado transmitir la enorme emotividad que encierran sus ceramios, no se revela ni aun vagamente el maravilloso adelanto de los creadores de tales artes, expresión de una técnica depurada que alcanzó su meridiano. Como estas fuentes de información, deficientes unas y falsas otras, hacen imposible la verdadera comprensión de la vigilia mochica y de las culturas que le son afines y que se hallan cronológicamente próximas a

1

ésta, por carecer de base fundamental y porque dejan en el relato histórico grandes lagunas, se hace necesario depurar esta importantísima rama de la investigación con el acopio de nuevos datos concretos y de probada verdad, o por lo menos verosimilitud. Datos arrancados de la naturaleza, escenario de las culturas estudiadas, a los monumentos y vestigios (tumbas, utensilios, obras de arte, etcétera) que nos han legado y cuyo conocimiento deja vislumbrar los contornos y alcances de esas artes e industrias humanas desaparecidas, son las fuentes del estudio arqueológico sin cuyo conocimiento no se podrá esclarecer ni comprender el bello y sugerente espectáculo del pasado peruano. Fundado en las razones anteriores y habiendo coleccionado una a una las piezas que constituyen el Museo Rafael Larco Herrera (la colección más numerosa del mundo en exponentes de la cultura Mochica), habiendo visitado casi todos los monumentos y ruinas dejados por este admirable pueblo (tanto en el litoral del norte peruano como en la cordillera marítima de los Andes), y habiendo presenciado y actuado en gran número de excavaciones realizadas paciente y metódicamente a lo largo de varios años, el autor de esta obra creyó imperativo escribirla y dotarla de una relación minuciosa de la cultura peruana denominada Mochica, que tuvo su asiento en el fertilísimo y extenso valle de Chicama. La investigación comprende desde un período arcaico (esclareciendo lo concerniente a la cultura Cupisnique) hasta el momento en que, después de haber alcanzado un grandioso desarrollo, los mochicas empiezan a decaer para ser sustituidos por otra cultura más vigorosa y práctica, aunque menos refinada: la Chimú. Por consiguiente, todo cuanto se inserta en este libro se basa en experiencias, en observaciones y datos coordinados en dilatados años de estudio, búsqueda incesante y profunda meditación. Los materiales de esta obra han sido extraídos de las verdaderas fuentes arqueológicas, única manera de hacer labor seria que acuse valor científico, anhelo que fue toda una obsesión en la vida de quien ofrece este aporte para el mejor conocimiento del pasado americano. El lector, pues, encontrará a lo largo de este trabajo datos y observaciones descarnadas, libres de toda hojarasca innecesaria cuando se tratan tópicos de esta índole. 2

Como podrá comprobarse, después de vencido el conocimiento de esta obra, el estudio de la cultura Mochica es de gran importancia para arrojar toda luz necesaria sobre la historia peruana precolombina. Es ella la única que en forma vívida y con un contenido espiritual profundo, ha sabido expresar en sus ceramios todas las variadísimas manifestaciones de su vida intensa. Estudiando esta cultura es como se puede descifrar el significado y alcances de las que le antecedieron, y, desde luego, con más facilidad las que le sucedieron. Los mochicas, creaturas del litoral peruano de clima semitropical y pingüe gleba en sus valles, fueron los mejores intérpretes del escenario en el que les tocó vivir y llenan con su obra civilizadora las mejores páginas de la historia primitiva del Perú. Si este modesto concurso a la historia de mi patria y de América coadyuva, siquiera en parte, a un mejor conocimiento e interpretación de la misma y aporta algunos elementos al ideal de crear una cultura netamente suramericana que afirme sus raíces en nuestro suelo y en nuestra historia, habrá visto el autor de este trabajo colmados sus mejores anhelos. Luminosa trayectoria ofrece la ruta mochica y, como toda ruta conscientemente trazada, es un ejemplo y una enseñanza para todos los pueblos de esta joven América llamada a un noble destino en el acrecentamiento de la cultura humana.

RAFAEL LARCO HOYLE Hacienda Chiclín, 1938

3

ORÍGENES

A

NTES DE EXPLICAR NUESTROS HALLAZGOS acerca de la cultura Mochica en sus múltiples manifestaciones, procurando una visión completa de ella, tan imperfectamente estudiada hasta hoy, se nos van a permitir algunas apreciaciones fruto de dilatados estudios sobre el terreno acerca de las culturas costeñas, su origen, evolución y la forma como ejercen influencia entre sí. Arqueólogos eminentes mantienen, desde hace algunos años, la opinión de que las culturas costeñas tuvieron su nacimiento en las culturas arcaicas de los Andes. Pero tal tesis se ha venido a tierra, a raíz de los descubrimientos de los restos arqueológicos de Queneto y Cupisnique. Actualmente, en la investigación sobre el pasado peruano de la costa, podemos remontarnos hasta tiempos primitivos coetáneos o más remotos que aquéllos en que florecieron las culturas serranas. Pueblos que crearon a lo largo del litoral peruano, en algunos de sus más fértiles valles, poderosos núcleos de civilización, que realizaron obra asaz original, muy interesante y, por tanto, de positivos méritos.

QUENETO Si la especie humana es una, como aseguran hoy destacados hombres de ciencia, y por tanto ha Ai Apaec, divinidad suprema de los mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (073-004-009)

atravesado por iguales etapas de evolución en su lucha por dominar la naturaleza y sus agentes, y por sustraer su espíritu de la terrible dictadura de aquélla, que le ha brindado todas las posibilidades para que su poder de creación encuentre terreno fértil y su perfeccionamiento y adquisiciones hagan más viable y generoso el destino del hombre, es lógico suponer que en América, como en Europa y otros continentes, el proceso cultural ha sido semejante, y ha variado sólo en cuanto a la mayor o menor influencia de factores locales que han acelerado o retardado ese esfuerzo de liberación del espíritu de las fuerzas que conspiran contra la finalidad que aquél persigue. Es sabido que las culturas europeas y asiáticas arrancan de una etapa en que el hombre utiliza la piedra como principal material de construcción. Queneto, que descubrimos en el curso del año de 1935, parece que se origina de un estadio espiritual semejante, sin que esta afirmación signifique que identifiquemos las culturas europeas con las del Nuevo Mundo, especialmente las peruanas. Queneto da la impresión de constituir el conjunto de ruinas de más remoto origen hasta hoy conocidas en la región marítima del Perú. Veamos cómo se ofrece hoy Queneto a la mirada zahorí del arqueólogo. A pocos kilómetros de la hacienda Tomabal, en el valle de Virú, departamento de La Libertad, cerca de los primeros contrafuertes de la cordillera Occidental de los Andes, existe una pequeña quebrada que lleva el 5

LOS MOCHICAS - TOMO I

1.30

. N.M 7.20

87.60 9.37

13.30

20º

15.90

2.00 2.40 7.10

8.15 1.60

2.40

32.80

8.85

10.40

3.30

1.75 8.85

2.50 18.55

32.00

12.90 15.85

13.60 9.37 27.60

11.20

43.30 PLANTA

2.74 2.23

3.60

SECCIÓN TRANSVERSAL

Fig. No. 1.- Plano de las construcciones líticas ubicadas en las ruinas arcaicas de Queneto, en el valle de Virú.

Fig. No. 2.- Queneto. Uno de los tres menhires caídos.

6

Fig. No. 3.- Queneto. Vista panorámica de las plazoletas.

ORÍGENES

Fig. No. 4.- Queneto. Plazoleta “A”.

Fig. No. 5.- Queneto. El menhir central de la primera plazoleta y las alineaciones contiguas.

nombre de Queneto, nominación que le viene del cerro de cuya sima arranca. Este territorio constituye una de las típicas ensenadas de la parte alta de los valles costeros, constantemente modeladas por las aguas de aluviones que se llevan la arena y la tierra vegetal de la superficie, y la dejan cubierta de pedruscos de todos tamaños. A escasa distancia de las parcelas cultivadas del valle se hallan tres monolitos en hilera, a más de diez metros los unos de los otros, los mismos que, por su tamaño y su forma, nos demuestran que han sido trasladados conscientemente y con determinado fin a ese paraje. Una vez en el lugar, se comprueba que los tres bloques han sido derribados por las aguas que discurrieron por la quebrada en el transcurso de aluviones. Uno de ellos está roto (Fig. No. 2): la base se encuentra aún plantada en la tierra, hecho que induce a creer que tiempo atrás estas piedras estaban colocadas verticalmente como tres grandes columnas. Son bloques sin labrar ligeramente desbastados. Cerca de ellos, los pedruscos son pequeños y el terreno da la impresión de haber sido cuidadosamente limpiado antes de erigir los monolitos. A algunas decenas de metros más allá se ven los primeros vestigios de construcciones líticas que obedecen a ordenación. Por efecto del poder destructor de los fenómenos naturales, solamente quedan indemnes las piedras que formaron las bases. El conjunto constituye un gran recinto compuesto de patios centrales encuadrados por habitaciones. Lo poco que aún resta demuestra que poseían ciertos conocimientos de la técnica de construcción, aun

cuando el material empleado y su colocación reflejan conocimientos rudimentarios. Internándose algunos kilómetros más se encuentran restos de edificaciones cuyo número, seguramente, fue crecido. Al lado norte de la quebrada, y en terreno contiguo a una escarpa, el viajero es sorprendido por dos plazoletas o plataformas dignas de atención. Están formadas por dos grandes rectángulos construidos con piedra (Fig. No. 3), dentro de los cuales se alzan dos menhires, semejantes a los monolitos descritos al comienzo. Después de una cuidadosa observación, se descubre que, a pesar de que las construcciones son colindantes, la técnica y el material empleados en una y otra divergen, por lo que corresponden a edades diferentes. La primera plazoleta, que llamaremos “A”, es un rectángulo que mide 43,30 m de largo por 32,80 m de ancho. La pared que le sirve de perímetro está hecha de piedras pequeñas y lajas cuidadosamente superpuestas, de acuerdo con sus formas y dimensiones. El tipo de construcción de estos muros es semejante a los vestigios que se encuentran cerca de los monolitos caídos. En el extremo oeste de la construcción, a una distancia de 15,90 m y 15,85 m, respectivamente, de ambos costados, y a 10,40 m del muro del fondo, se yergue prepotente un monolito que alcanza 3,60 m de altura (Fig. No. 4). La plazoleta se ofrece limpia, a excepción de algunos cantos provenientes, seguramente, de las escarpas vecinas. Las grandes piedras del rededor parecen demostrar que esta plazoleta fue construida en forma 7

LOS MOCHICAS - TOMO I

similar a la “B” –que luego estudiaremos–, y que en época posterior fue destruida, en circunstancias no conocidas, y se edificaron entonces las paredes que hasta hoy subsisten. La plazoleta “A” (Fig. No. 4) se comunica con la vecina por medio de un pasaje de 1,75 m de ancho. Sigue un recinto pequeño y luego una explanada que distinguiremos con el nombre de plazoleta “B”, la misma que acusa 26,60 m por lado. De primera intención se comprueba que se trata de una construcción antigua, pues las paredes circundantes están formadas por grandes piedras, análogas a las que se han encontrado en las edificaciones más antiguas del mundo (Figs. Nos. 7 y 8). En ellas no se halla trabajo sistematizado, simplemente nos encontramos con el fruto de la labor de acarreo y de alineación de grandes rocas, caídas unas e inclinadas otras, que han sido transportadas con notable dispendio de energías de las laderas vecinas. Hacia el oeste del cuadrado se destaca un menhir de 2,74 m de alto, tan rústico como el de la plazoleta inferior (Fig. No. 9). En el fondo, en comunicación con una pequeña puerta, se descubren vestigios de un reducido recinto rectangular. Existe un desnivel de 2,23 m, debido a la inclinación del terreno, entre una y otra plazoleta. En los cerros que se alzan al comienzo de la quebrada de Queneto, construyeron los mochicas, sobre bases de piedra, lo que hoy se llama el “Castillo Nuevo” y el “Castillo Viejo” de Tomabal. En las colinas que rodean esta vieja heredad, igualmente existe gran número de fábricas mochicas que ofrecen también cimientos pétreos. Desde luego, la técnica de construcción lítica empleada por los mochicas es diferente y mucho más avanzada que la que se percibe en la plazoleta “A”. La observación anterior tiene la suficiente fuerza para considerar que aquellos vestigios corresponden a una agrupación que precede a los mochicas, y nos inclina a creer que son trazas de las culturas incipientes de la costa. Testimonios de los primeros pasos sujetos a un plan en materia de construcción de aquéllas, mucho antes de que la cultura Mochica se desarrollara y arribara a su auge, para dejarnos tan maravillosos exponentes de sus artes e industrias. El sistema empleado en la edificación de la plazoleta “B”, por su simplicidad y material usado, comprueba ampliamente que se trata de construcciones antiquísimas 8

correspondientes a un período remoto, anterior al de la plazoleta “A”. Son fábricas líticas arcaicas, en las que se ha utilizado la técnica más antigua que conoce el hombre. Son exponentes de la energía y del ingenio constructor prehistóricos. Las observaciones arriba señaladas nos inclinan a creer que estas alineaciones de grandes piedras y menhires hallados constituyen los monumentos más antiguos de las civilizaciones costeñas del Perú, siendo Queneto un exponente. En los alrededores de estos vestigios se encuentran fragmentos de cerámica de diferentes tipos, y llaman especialmente la atención los restos de vasijas que ofrecen un pulimento rudimentario, los mismos que han sido clasificados en el Museo Rafael Larco Herrera como correspondientes a un período primitivo. Pero la más generalizada es la cerámica burda, sin pulimento alguno, de contextura gruesa, con grabados muy elementales, creaciones de las culturas más incipientes de la costa. Entre estos fragmentos existen también algunos provenientes de la cerámica mochica, lo cual es muy natural, ya que a poca distancia se encuentran trazas de edificaciones pertenecientes a esa cultura. A 40 metros de las plataformas descritas se hallan grabadas en cientos de piedras, semejantes a las que constituyen los alineamientos de la plazoleta “B”, pictografías interesantísimas que la incansable y destructora labor del tiempo no ha podido borrar (Figs. Nos. 10, 11 y 12). No es posible precisar cómo se hicieron estas pictografías, ni cómo ha podido perdurar a través del tiempo el color impregnado en la roca. Los dibujos son de un primitivismo que salta a primera vista. Este arte balbuciente representa por simples líneas los cuerpos humanos y sus extremidades. Las manos ofrecen a veces tres y cuatro dedos, vistas por el artífice que percibía la primera luz en las densas sombras que cercaban su espíritu. Y los ojos, la nariz y la boca, como en los dibujos infantiles, son representados con líneas y puntos en forma de simples esquemas. Se encuentran también dibujos de felinos en los cuales la conformación de la cabeza, los dos ojos colocados en un mismo plano, las patas simuladas por simples líneas, nos dicen bien claro del incipiente desarrollo de aquellos posibles iniciadores del arte peruano, que después alcanzaría un maravilloso desarrollo. Son cientos de piedras las que ofrecen pictografías.

ORÍGENES

Fig. No. 6.- Queneto. Vista general de las plazoletas.

Fig. No. 7.- Queneto. Grupo de grandes piedras que forman una de las paredes circundantes de la plazoleta "B".

Fig. No. 8.- Queneto. Las grandes alineaciones de la plazoleta "B".

Los motivos más frecuentes en ellas son cabezas de seres humanos degollados; serpientes, cóndores y otras aves; estrellas rudimentariamente expresadas; hombres que adoptan distintas posturas y en cuyas representaciones ya asoma cierta idealización. Esta técnica decorativa y el estilo del dibujo –toscas representaciones de la realidad– no se hallan en ninguno de los períodos pre Cupisnique y Cupisnique posteriores, siendo menos avanzados. Es de suponer, por tanto, que esas pictografías constituyen las primeras manifestaciones de arte de los pobladores de la costa, y son documentos valiosísimos que dan fe del momento admirable en que el primitivo peruano emerge del mundo del instinto y las apetencias materiales para descubrir la llama interior de su espíritu.

Fig. No 9.- Queneto. El menhir central de la plazoleta "B". En el fondo, el cerro de Queneto.

9

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 10.- Queneto. El grupo de las pictografías más interesantes.

Fig. No. 11.- Queneto. El artista se ha aprovechado de la forma rara de esta roca para pintarle un ojo y darle la apariencia de un gran saurio.

Fig. No. 12.- Queneto. Petroglifos.

10

Los dibujos de esas grandes rocas son antiquísimos y en ellos se ha utilizado el mismo material pétreo de las alineaciones de la plazoleta “B”. En cuanto a las representaciones de animales, parecen guardar relación con el posible culto al que dedicaron las plataformas descritas. El felino, el cóndor, la serpiente y la iguana son ciertamente animales que constituyen el núcleo principal de las divinidades de la religión zoólatra de los primeros pobladores del Perú, creencia que sobrevive en algunas prácticas religiosas de los mochicas. ¿Qué fin cumplían estas construcciones líticas? ¿Qué creencia interpretaban? y ¿Qué sentido entrañó la erección de los menhires dentro de las plazoletas? Las respuestas no son fáciles. Parece que el anhelo de perennidad está imbíbito en el espíritu humano, y desde los comienzos de la vida del hombre en la tierra se traduce en la serie de construcciones que dedica a sus divinidades vencedoras de todo lo precario. Los peruanos, como los mayas, egipcios, hindúes, chinos y todos los pueblos del mundo, fueron profundamente religiosos, y tal cauce tomaron todas las manifestaciones de su arte y, en general, toda su actividad creadora. Queneto, seguramente, fue un santuario, y sus menhires fueron los ídolos o símbolos de sus divinidades, ídolos duros y ásperos como para resistir todas las contingencias de las fuerzas naturales o humanas desatadas. Fue probablemente el primer santuario con el que una raza inició su ascensión a planos superiores; punto de arranque de un conjunto de culturas; testimonio, el más antiguo, de la obra del peruano ancestral. Concienzudas excavaciones y esforzados estudios en este paraje de Queneto podrán arrojar mayor luz que la que llevan las anteriores observaciones, y quién sabe quede esclarecido el tramo inicial de la prehistoria del Perú. La anterior descripción de Queneto pone de manifiesto el supuesto de que el hombre peruano, en su constante avance hacia formas superiores de cultura, utilizó principalmente la piedra como primer material en el que volcó su capacidad de trabajo y su poder de interpretación de sí mismo y del mundo que lo circundaba. Este hombre inicial –como acaeció en todas las latitudes–, para cubrir sus necesidades alimenticias, acudió a la caza y a la pesca. En el caso de Queneto, por hallarse ese paraje alejado del mar y

ORÍGENES

A

NTES DE EXPLICAR NUESTROS HALLAZGOS acerca de la cultura Mochica en sus múltiples manifestaciones, procurando una visión completa de ella, tan imperfectamente estudiada hasta hoy, se nos van a permitir algunas apreciaciones fruto de dilatados estudios sobre el terreno acerca de las culturas costeñas, su origen, evolución y la forma como ejercen influencia entre sí. Arqueólogos eminentes mantienen, desde hace algunos años, la opinión de que las culturas costeñas tuvieron su nacimiento en las culturas arcaicas de los Andes. Pero tal tesis se ha venido a tierra, a raíz de los descubrimientos de los restos arqueológicos de Queneto y Cupisnique. Actualmente, en la investigación sobre el pasado peruano de la costa, podemos remontarnos hasta tiempos primitivos coetáneos o más remotos que aquéllos en que florecieron las culturas serranas. Pueblos que crearon a lo largo del litoral peruano, en algunos de sus más fértiles valles, poderosos núcleos de civilización, que realizaron obra asaz original, muy interesante y, por tanto, de positivos méritos.

QUENETO Si la especie humana es una, como aseguran hoy destacados hombres de ciencia, y por tanto ha Ai Apaec, divinidad suprema de los mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (073-004-009)

atravesado por iguales etapas de evolución en su lucha por dominar la naturaleza y sus agentes, y por sustraer su espíritu de la terrible dictadura de aquélla, que le ha brindado todas las posibilidades para que su poder de creación encuentre terreno fértil y su perfeccionamiento y adquisiciones hagan más viable y generoso el destino del hombre, es lógico suponer que en América, como en Europa y otros continentes, el proceso cultural ha sido semejante, y ha variado sólo en cuanto a la mayor o menor influencia de factores locales que han acelerado o retardado ese esfuerzo de liberación del espíritu de las fuerzas que conspiran contra la finalidad que aquél persigue. Es sabido que las culturas europeas y asiáticas arrancan de una etapa en que el hombre utiliza la piedra como principal material de construcción. Queneto, que descubrimos en el curso del año de 1935, parece que se origina de un estadio espiritual semejante, sin que esta afirmación signifique que identifiquemos las culturas europeas con las del Nuevo Mundo, especialmente las peruanas. Queneto da la impresión de constituir el conjunto de ruinas de más remoto origen hasta hoy conocidas en la región marítima del Perú. Veamos cómo se ofrece hoy Queneto a la mirada zahorí del arqueólogo. A pocos kilómetros de la hacienda Tomabal, en el valle de Virú, departamento de La Libertad, cerca de los primeros contrafuertes de la cordillera Occidental de los Andes, existe una pequeña quebrada que lleva el 5

LOS MOCHICAS - TOMO I

1.30

. N.M 7.20

87.60 9.37

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20º

15.90

2.00 2.40 7.10

8.15 1.60

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1.75 8.85

2.50 18.55

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12.90 15.85

13.60 9.37 27.60

11.20

43.30 PLANTA

2.74 2.23

3.60

SECCIÓN TRANSVERSAL

Fig. No. 1.- Plano de las construcciones líticas ubicadas en las ruinas arcaicas de Queneto, en el valle de Virú.

Fig. No. 2.- Queneto. Uno de los tres menhires caídos.

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Fig. No. 3.- Queneto. Vista panorámica de las plazoletas.

ORÍGENES

Fig. No. 4.- Queneto. Plazoleta “A”.

Fig. No. 5.- Queneto. El menhir central de la primera plazoleta y las alineaciones contiguas.

nombre de Queneto, nominación que le viene del cerro de cuya sima arranca. Este territorio constituye una de las típicas ensenadas de la parte alta de los valles costeros, constantemente modeladas por las aguas de aluviones que se llevan la arena y la tierra vegetal de la superficie, y la dejan cubierta de pedruscos de todos tamaños. A escasa distancia de las parcelas cultivadas del valle se hallan tres monolitos en hilera, a más de diez metros los unos de los otros, los mismos que, por su tamaño y su forma, nos demuestran que han sido trasladados conscientemente y con determinado fin a ese paraje. Una vez en el lugar, se comprueba que los tres bloques han sido derribados por las aguas que discurrieron por la quebrada en el transcurso de aluviones. Uno de ellos está roto (Fig. No. 2): la base se encuentra aún plantada en la tierra, hecho que induce a creer que tiempo atrás estas piedras estaban colocadas verticalmente como tres grandes columnas. Son bloques sin labrar ligeramente desbastados. Cerca de ellos, los pedruscos son pequeños y el terreno da la impresión de haber sido cuidadosamente limpiado antes de erigir los monolitos. A algunas decenas de metros más allá se ven los primeros vestigios de construcciones líticas que obedecen a ordenación. Por efecto del poder destructor de los fenómenos naturales, solamente quedan indemnes las piedras que formaron las bases. El conjunto constituye un gran recinto compuesto de patios centrales encuadrados por habitaciones. Lo poco que aún resta demuestra que poseían ciertos conocimientos de la técnica de construcción, aun

cuando el material empleado y su colocación reflejan conocimientos rudimentarios. Internándose algunos kilómetros más se encuentran restos de edificaciones cuyo número, seguramente, fue crecido. Al lado norte de la quebrada, y en terreno contiguo a una escarpa, el viajero es sorprendido por dos plazoletas o plataformas dignas de atención. Están formadas por dos grandes rectángulos construidos con piedra (Fig. No. 3), dentro de los cuales se alzan dos menhires, semejantes a los monolitos descritos al comienzo. Después de una cuidadosa observación, se descubre que, a pesar de que las construcciones son colindantes, la técnica y el material empleados en una y otra divergen, por lo que corresponden a edades diferentes. La primera plazoleta, que llamaremos “A”, es un rectángulo que mide 43,30 m de largo por 32,80 m de ancho. La pared que le sirve de perímetro está hecha de piedras pequeñas y lajas cuidadosamente superpuestas, de acuerdo con sus formas y dimensiones. El tipo de construcción de estos muros es semejante a los vestigios que se encuentran cerca de los monolitos caídos. En el extremo oeste de la construcción, a una distancia de 15,90 m y 15,85 m, respectivamente, de ambos costados, y a 10,40 m del muro del fondo, se yergue prepotente un monolito que alcanza 3,60 m de altura (Fig. No. 4). La plazoleta se ofrece limpia, a excepción de algunos cantos provenientes, seguramente, de las escarpas vecinas. Las grandes piedras del rededor parecen demostrar que esta plazoleta fue construida en forma 7

LOS MOCHICAS - TOMO I

similar a la “B” –que luego estudiaremos–, y que en época posterior fue destruida, en circunstancias no conocidas, y se edificaron entonces las paredes que hasta hoy subsisten. La plazoleta “A” (Fig. No. 4) se comunica con la vecina por medio de un pasaje de 1,75 m de ancho. Sigue un recinto pequeño y luego una explanada que distinguiremos con el nombre de plazoleta “B”, la misma que acusa 26,60 m por lado. De primera intención se comprueba que se trata de una construcción antigua, pues las paredes circundantes están formadas por grandes piedras, análogas a las que se han encontrado en las edificaciones más antiguas del mundo (Figs. Nos. 7 y 8). En ellas no se halla trabajo sistematizado, simplemente nos encontramos con el fruto de la labor de acarreo y de alineación de grandes rocas, caídas unas e inclinadas otras, que han sido transportadas con notable dispendio de energías de las laderas vecinas. Hacia el oeste del cuadrado se destaca un menhir de 2,74 m de alto, tan rústico como el de la plazoleta inferior (Fig. No. 9). En el fondo, en comunicación con una pequeña puerta, se descubren vestigios de un reducido recinto rectangular. Existe un desnivel de 2,23 m, debido a la inclinación del terreno, entre una y otra plazoleta. En los cerros que se alzan al comienzo de la quebrada de Queneto, construyeron los mochicas, sobre bases de piedra, lo que hoy se llama el “Castillo Nuevo” y el “Castillo Viejo” de Tomabal. En las colinas que rodean esta vieja heredad, igualmente existe gran número de fábricas mochicas que ofrecen también cimientos pétreos. Desde luego, la técnica de construcción lítica empleada por los mochicas es diferente y mucho más avanzada que la que se percibe en la plazoleta “A”. La observación anterior tiene la suficiente fuerza para considerar que aquellos vestigios corresponden a una agrupación que precede a los mochicas, y nos inclina a creer que son trazas de las culturas incipientes de la costa. Testimonios de los primeros pasos sujetos a un plan en materia de construcción de aquéllas, mucho antes de que la cultura Mochica se desarrollara y arribara a su auge, para dejarnos tan maravillosos exponentes de sus artes e industrias. El sistema empleado en la edificación de la plazoleta “B”, por su simplicidad y material usado, comprueba ampliamente que se trata de construcciones antiquísimas 8

correspondientes a un período remoto, anterior al de la plazoleta “A”. Son fábricas líticas arcaicas, en las que se ha utilizado la técnica más antigua que conoce el hombre. Son exponentes de la energía y del ingenio constructor prehistóricos. Las observaciones arriba señaladas nos inclinan a creer que estas alineaciones de grandes piedras y menhires hallados constituyen los monumentos más antiguos de las civilizaciones costeñas del Perú, siendo Queneto un exponente. En los alrededores de estos vestigios se encuentran fragmentos de cerámica de diferentes tipos, y llaman especialmente la atención los restos de vasijas que ofrecen un pulimento rudimentario, los mismos que han sido clasificados en el Museo Rafael Larco Herrera como correspondientes a un período primitivo. Pero la más generalizada es la cerámica burda, sin pulimento alguno, de contextura gruesa, con grabados muy elementales, creaciones de las culturas más incipientes de la costa. Entre estos fragmentos existen también algunos provenientes de la cerámica mochica, lo cual es muy natural, ya que a poca distancia se encuentran trazas de edificaciones pertenecientes a esa cultura. A 40 metros de las plataformas descritas se hallan grabadas en cientos de piedras, semejantes a las que constituyen los alineamientos de la plazoleta “B”, pictografías interesantísimas que la incansable y destructora labor del tiempo no ha podido borrar (Figs. Nos. 10, 11 y 12). No es posible precisar cómo se hicieron estas pictografías, ni cómo ha podido perdurar a través del tiempo el color impregnado en la roca. Los dibujos son de un primitivismo que salta a primera vista. Este arte balbuciente representa por simples líneas los cuerpos humanos y sus extremidades. Las manos ofrecen a veces tres y cuatro dedos, vistas por el artífice que percibía la primera luz en las densas sombras que cercaban su espíritu. Y los ojos, la nariz y la boca, como en los dibujos infantiles, son representados con líneas y puntos en forma de simples esquemas. Se encuentran también dibujos de felinos en los cuales la conformación de la cabeza, los dos ojos colocados en un mismo plano, las patas simuladas por simples líneas, nos dicen bien claro del incipiente desarrollo de aquellos posibles iniciadores del arte peruano, que después alcanzaría un maravilloso desarrollo. Son cientos de piedras las que ofrecen pictografías.

ORÍGENES

Fig. No. 6.- Queneto. Vista general de las plazoletas.

Fig. No. 7.- Queneto. Grupo de grandes piedras que forman una de las paredes circundantes de la plazoleta "B".

Fig. No. 8.- Queneto. Las grandes alineaciones de la plazoleta "B".

Los motivos más frecuentes en ellas son cabezas de seres humanos degollados; serpientes, cóndores y otras aves; estrellas rudimentariamente expresadas; hombres que adoptan distintas posturas y en cuyas representaciones ya asoma cierta idealización. Esta técnica decorativa y el estilo del dibujo –toscas representaciones de la realidad– no se hallan en ninguno de los períodos pre Cupisnique y Cupisnique posteriores, siendo menos avanzados. Es de suponer, por tanto, que esas pictografías constituyen las primeras manifestaciones de arte de los pobladores de la costa, y son documentos valiosísimos que dan fe del momento admirable en que el primitivo peruano emerge del mundo del instinto y las apetencias materiales para descubrir la llama interior de su espíritu.

Fig. No 9.- Queneto. El menhir central de la plazoleta "B". En el fondo, el cerro de Queneto.

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 10.- Queneto. El grupo de las pictografías más interesantes.

Fig. No. 11.- Queneto. El artista se ha aprovechado de la forma rara de esta roca para pintarle un ojo y darle la apariencia de un gran saurio.

Fig. No. 12.- Queneto. Petroglifos.

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Los dibujos de esas grandes rocas son antiquísimos y en ellos se ha utilizado el mismo material pétreo de las alineaciones de la plazoleta “B”. En cuanto a las representaciones de animales, parecen guardar relación con el posible culto al que dedicaron las plataformas descritas. El felino, el cóndor, la serpiente y la iguana son ciertamente animales que constituyen el núcleo principal de las divinidades de la religión zoólatra de los primeros pobladores del Perú, creencia que sobrevive en algunas prácticas religiosas de los mochicas. ¿Qué fin cumplían estas construcciones líticas? ¿Qué creencia interpretaban? y ¿Qué sentido entrañó la erección de los menhires dentro de las plazoletas? Las respuestas no son fáciles. Parece que el anhelo de perennidad está imbíbito en el espíritu humano, y desde los comienzos de la vida del hombre en la tierra se traduce en la serie de construcciones que dedica a sus divinidades vencedoras de todo lo precario. Los peruanos, como los mayas, egipcios, hindúes, chinos y todos los pueblos del mundo, fueron profundamente religiosos, y tal cauce tomaron todas las manifestaciones de su arte y, en general, toda su actividad creadora. Queneto, seguramente, fue un santuario, y sus menhires fueron los ídolos o símbolos de sus divinidades, ídolos duros y ásperos como para resistir todas las contingencias de las fuerzas naturales o humanas desatadas. Fue probablemente el primer santuario con el que una raza inició su ascensión a planos superiores; punto de arranque de un conjunto de culturas; testimonio, el más antiguo, de la obra del peruano ancestral. Concienzudas excavaciones y esforzados estudios en este paraje de Queneto podrán arrojar mayor luz que la que llevan las anteriores observaciones, y quién sabe quede esclarecido el tramo inicial de la prehistoria del Perú. La anterior descripción de Queneto pone de manifiesto el supuesto de que el hombre peruano, en su constante avance hacia formas superiores de cultura, utilizó principalmente la piedra como primer material en el que volcó su capacidad de trabajo y su poder de interpretación de sí mismo y del mundo que lo circundaba. Este hombre inicial –como acaeció en todas las latitudes–, para cubrir sus necesidades alimenticias, acudió a la caza y a la pesca. En el caso de Queneto, por hallarse ese paraje alejado del mar y

ORÍGENES

de grandes corrientes de agua, debió ser simplemente la caza la que le proporcionó al hombre el sustento indispensable. Ya ulteriormente, cuando su poder de observación se acreciente, sea más rica su experiencia y la máquina de su cerebro funcione mejor, posiblemente descubra el poder germinativo de la tierra y nazca la agricultura, el paso sustancial que trueca al hombre de salvaje en civilizado.

CUPISNIQUE Nuestro descubrimiento de las ruinas de Cupisnique parece establecer el eslabón que une al hombre primitivo de Queneto con el de las culturas posteriormente desarrolladas. Es acaso el centro originario de la cerámica norteña y en donde, posiblemente, aparece por primera vez el asa de estribo. Este tipo de cerámica recibe la influencia religiosa nepeñana y así se produce el arquetipo de la cerámica que nosotros llamamos Cupisnique: de pulimento brillante, aspecto pétreo y en la que se plasma la singular técnica del grabado y los planos de alto relieve característicos de Nepeña. Cupisnique es el único lugar del norte del país donde hemos encontrado esta clase de cerámica pura. Como desde un comienzo abrigáramos dudas sobre el origen chavín de esta alfarería pétrea (Fig. No. 13), pugnamos por encontrar una tumba que contuviera vasos de este estilo para así dar solución eficaz al problema que su presencia planteaba en cuanto concierne al pasado peruano. Hicimos practicar una serie de excavaciones en distintos lugares de los valles de Santa Catalina, buscando ansiosamente un dispositivo cronológico, pero todos nuestros esfuerzos resultaron baldíos, y no se encontraron las muestras apetecidas ni en edificios, sarcófagos o basurales. En el año 1933, un amigo de ocasión, en una visita que le hicimos, nos mostró algunos restos de animales fosilizados y fragmentos de cerámica negra que para él simulaban simples piedras. En ellos reconocimos inmediatamente pedazos de los tantas veces proclamados vasos chavín. Estos restos habían sido hallados en un lugar denominado La Arenita, cercano al valle de Cupisnique, intermediario entre los de Pacasmayo y Chicama. Preparamos de inmediato una excursión al citado paraje, seguros de encontrar un nuevo centro de importancia arqueológica. Así sucedió. Después de

explorar la gran extensión desierta de La Arenita, pudimos comprobar que en ese terreno, cubierto hoy por un océano de arena, rodeado de cerros por todos sus lados, había existido una población construida de piedras y adobe –probablemente–, de cuyos muros no quedaban sino pequeños hacinamientos (Figs. Nos. 14 y 15). Junto a estos vestigios, diseminados en el suelo en grandes cantidades, encontramos miles de fragmentos de la cerámica pétrea, cuyos ejemplares en el mundo no alcanzan a un centenar. También hallamos fragmentos de cerámica roja con grabados; bícroma –a base de rojo y crema– con dibujos circundados por líneas grabadas; roja y marrón, también con dibujos circundados por líneas grabadas; roja por efecto de cocción, sin pintura de ninguna clase, con dibujos geométricos característicos; marrón pura; crema, de poca durabilidad con dibujos grabados, y otros fragmentos de cerámica típica que nosotros consideramos pertenecientes a un período primitivo, anterior a Cupisnique. Es decir que en la Pampa de los Fósiles, lugar del valle de Cupisnique que exploramos, conseguimos todos los tipos en forma y aplicación de colorido de la cerámica característica de esta cultura: desde los ceramios de aspecto pétreo hasta los correspondientes a etapas posteriores, que comprenden perfectamente los períodos transitorios entre la cerámica de Cupisnique y la del pueblo mochica. Algunos restos de las ruinas conservan todavía la demarcación de los cimientos, cuadrangulares unos y circulares otros, que emergen de trecho en trecho y a regulares distancias. Los fragmentos revelan que los objetos han sido arrastrados por las aguas de aluviones que desde hace mucho tiempo han venido sucediéndose con cierta regularidad, con lapsos de 25 años más o menos. En las faldas de los cerros se ven claramente los estratos que han formado las enormes avenidas de agua, que no sólo contribuyeron a desalojar a la población que residía en ese lugar, sino a darle un nuevo aspecto al modificar su topografía. Es desoladora la visión que hoy ofrece el valle de Cupisnique, huérfano de agua y de vegetación, y por tanto incapaz de brindar albergue al hombre. Pero, pensando en los cambios climáticos que ha experimentado la costa en el transcurso del tiempo, es presumible que en época lejana las lluvias y aluviones hicieron posible una próspera agricultura en la capa de 11

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 13.- Queneto. Dos exponentes de la primitiva cerámica clasificada como pre Cupisnique. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-004-008; XSc-004-009)

Fig. No. 14.- Cupisnique. Vestigios de construcciones arcaicas de piedra.

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Fig. No. 15.- Cupisnique. Vestigios de construcciones arcaicas de piedra.

ORÍGENES

humus que ulteriormente, desatados y sin encauzamiento, han barrido esos aluviones. Entonces, la vida fluía en esa zona. Fundamenta la anterior aserción la existencia de una red de canales de irrigación, cuyos vestigios se conservan hasta hoy. Cupisnique, imperturbable, guarda su secreto, y no será posible arrancarlo mientras no se multipliquen las expediciones científicas que estudien, mediante excavaciones sistematizadas, lo que fue. En este empeño tiene que gravitar la acción del gobierno peruano y de las instituciones culturales del extranjero, principalmente de los EE UU, de gran solvencia económica. Este yacimiento arqueológico tiene gran importancia, no solamente por ser hasta hoy el único lugar del Perú donde se encuentra en grandes cantidades la rara y codiciada cerámica reducida a fragmentos, sino porque su descubrimiento ofrece una nueva página arqueológica a la investigación del pasado americano. Cupisnique impide que en lo sucesivo, al hablar de la alfarería de aspecto pétreo, quiera atribuírsele origen chavín, cuando este lugar solamente la ofrece libre y aislada, y quedan restos de hornos y de una que otra vivienda, que nos inclinan a pensar que fue éste el centro donde aquélla hubo de manufacturarse. La Pampa de los Fósiles, denominación que nosotros consignamos en nuestro mapa de Cupisnique, no parece ser sino uno de los tantos asientos de los pobladores del valle en tiempos ya remotos, cuyo eje o sede principal seguramente se halló en el corazón del mismo y que abarca una extensión total de 188 km2. Pero, como ya llevamos dicho, los vestigios de esa cultura que quedaron en pie han sido derribados y en parte destruidos por la acción devastadora de los aluviones. Encerrada el agua entre dos cadenas de cerros, y aumentado considerablemente su volumen, ha venido arrastrando todos los vestigios de construcciones antiguas y cementerios, y ha dejado a su paso tan sólo pedrones, rodados y grava, además de uno que otro algarrobo arrancado de raíz. Hacia el suroeste de la explanada se descubre la gran rotura o tajo hecho en una estribación

de los cerros costaneros, seguramente cuando éstos se ofrecieron como barreras para las aguas. Todavía pueden percibirse ahora los estratos aluviónicos y aun el limo fino casi petrificado. Estos fenómenos de erosión han reemplazado la entonces capa superficial, que sustentaba las viviendas y demás monumentos antiguos, por otra de fósiles de animales y vegetales, que la acción de las fuerzas naturales ha extraído de lugares profundos y que actualmente se encuentra a ras de la tierra, regando grandes extensiones. Hoy sólo nos hablan de la cultura Cupisnique, en el norte, los fragmentos de la Pampa de los Fósiles, los vasos –bastante raros– hallados en los valles de Santa Catalina, Pacasmayo y Chicama, especialmente en las haciendas de Casa Grande, San José y Mocan, cercanas al valle de Cupisnique, y las dos únicas piezas, que consideramos migratorias, encontradas por los hermanos Gayoso en Chongoyape, dentro del departamento de Lambayeque. Merece un acápite especial el descubrimiento de los hermanos Gayoso. Según declaración de quien encontró la tumba, el cadáver con el cual hallaron los vasos cupisniques había sido enterrado en posición decúbito dorsal, modalidad utilizada más tarde por los mochicas. Según estos mismos informantes, las piezas de oro encontradas sobre el muerto ostentaban, en relieve, figuras de cangrejos y caracoles (1). Siendo los citados animales marinos, es lógico pensar que fueron utilizados como motivos ornamentales por una cultura costeña y no andina(2). Estas observaciones son de gran interés en los estudios cronológicos, sobre todo en lo que se relaciona con el pretendido origen de la cultura Cupisnique. Por tanto, aceptar que ésta tuvo su nacimiento en los Andes sería llegar a la conclusión de que la cultura Mochica tiene también su raíz en la sierra peruana, ya que en Cupisnique vemos que se inician en forma contundente sus primeros pasos, siendo ésta, desde sus albores, auténticamente costeña. En las varias exploraciones que hemos realizado en

(1) Este despojo posiblemente perteneció a un gran jefe, encargado de la conquista de las tierras que quedaban al norte del paraje principal de dominación cupisnique, ya que esta raza artista y guerrera parece que fue muy inquieta. Su excursión por tierras de Lambayeque pudo haber fracasado por no hallar suficientes recursos para una expansión a gran escala, ya que toda cultura es una planta que necesita terreno propicio para prosperar. (2) En los vasos cupisniques del Museo Nacional hay uno que ostenta la representación escultórica de un camarón, animal común a los ríos de la costa. Ellos constituyen una prueba más del origen costeño de esta cultura.

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ORÍGENES

de grandes corrientes de agua, debió ser simplemente la caza la que le proporcionó al hombre el sustento indispensable. Ya ulteriormente, cuando su poder de observación se acreciente, sea más rica su experiencia y la máquina de su cerebro funcione mejor, posiblemente descubra el poder germinativo de la tierra y nazca la agricultura, el paso sustancial que trueca al hombre de salvaje en civilizado.

CUPISNIQUE Nuestro descubrimiento de las ruinas de Cupisnique parece establecer el eslabón que une al hombre primitivo de Queneto con el de las culturas posteriormente desarrolladas. Es acaso el centro originario de la cerámica norteña y en donde, posiblemente, aparece por primera vez el asa de estribo. Este tipo de cerámica recibe la influencia religiosa nepeñana y así se produce el arquetipo de la cerámica que nosotros llamamos Cupisnique: de pulimento brillante, aspecto pétreo y en la que se plasma la singular técnica del grabado y los planos de alto relieve característicos de Nepeña. Cupisnique es el único lugar del norte del país donde hemos encontrado esta clase de cerámica pura. Como desde un comienzo abrigáramos dudas sobre el origen chavín de esta alfarería pétrea (Fig. No. 13), pugnamos por encontrar una tumba que contuviera vasos de este estilo para así dar solución eficaz al problema que su presencia planteaba en cuanto concierne al pasado peruano. Hicimos practicar una serie de excavaciones en distintos lugares de los valles de Santa Catalina, buscando ansiosamente un dispositivo cronológico, pero todos nuestros esfuerzos resultaron baldíos, y no se encontraron las muestras apetecidas ni en edificios, sarcófagos o basurales. En el año 1933, un amigo de ocasión, en una visita que le hicimos, nos mostró algunos restos de animales fosilizados y fragmentos de cerámica negra que para él simulaban simples piedras. En ellos reconocimos inmediatamente pedazos de los tantas veces proclamados vasos chavín. Estos restos habían sido hallados en un lugar denominado La Arenita, cercano al valle de Cupisnique, intermediario entre los de Pacasmayo y Chicama. Preparamos de inmediato una excursión al citado paraje, seguros de encontrar un nuevo centro de importancia arqueológica. Así sucedió. Después de

explorar la gran extensión desierta de La Arenita, pudimos comprobar que en ese terreno, cubierto hoy por un océano de arena, rodeado de cerros por todos sus lados, había existido una población construida de piedras y adobe –probablemente–, de cuyos muros no quedaban sino pequeños hacinamientos (Figs. Nos. 14 y 15). Junto a estos vestigios, diseminados en el suelo en grandes cantidades, encontramos miles de fragmentos de la cerámica pétrea, cuyos ejemplares en el mundo no alcanzan a un centenar. También hallamos fragmentos de cerámica roja con grabados; bícroma –a base de rojo y crema– con dibujos circundados por líneas grabadas; roja y marrón, también con dibujos circundados por líneas grabadas; roja por efecto de cocción, sin pintura de ninguna clase, con dibujos geométricos característicos; marrón pura; crema, de poca durabilidad con dibujos grabados, y otros fragmentos de cerámica típica que nosotros consideramos pertenecientes a un período primitivo, anterior a Cupisnique. Es decir que en la Pampa de los Fósiles, lugar del valle de Cupisnique que exploramos, conseguimos todos los tipos en forma y aplicación de colorido de la cerámica característica de esta cultura: desde los ceramios de aspecto pétreo hasta los correspondientes a etapas posteriores, que comprenden perfectamente los períodos transitorios entre la cerámica de Cupisnique y la del pueblo mochica. Algunos restos de las ruinas conservan todavía la demarcación de los cimientos, cuadrangulares unos y circulares otros, que emergen de trecho en trecho y a regulares distancias. Los fragmentos revelan que los objetos han sido arrastrados por las aguas de aluviones que desde hace mucho tiempo han venido sucediéndose con cierta regularidad, con lapsos de 25 años más o menos. En las faldas de los cerros se ven claramente los estratos que han formado las enormes avenidas de agua, que no sólo contribuyeron a desalojar a la población que residía en ese lugar, sino a darle un nuevo aspecto al modificar su topografía. Es desoladora la visión que hoy ofrece el valle de Cupisnique, huérfano de agua y de vegetación, y por tanto incapaz de brindar albergue al hombre. Pero, pensando en los cambios climáticos que ha experimentado la costa en el transcurso del tiempo, es presumible que en época lejana las lluvias y aluviones hicieron posible una próspera agricultura en la capa de 11

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Fig. No. 13.- Queneto. Dos exponentes de la primitiva cerámica clasificada como pre Cupisnique. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-004-008; XSc-004-009)

Fig. No. 14.- Cupisnique. Vestigios de construcciones arcaicas de piedra.

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Fig. No. 15.- Cupisnique. Vestigios de construcciones arcaicas de piedra.

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humus que ulteriormente, desatados y sin encauzamiento, han barrido esos aluviones. Entonces, la vida fluía en esa zona. Fundamenta la anterior aserción la existencia de una red de canales de irrigación, cuyos vestigios se conservan hasta hoy. Cupisnique, imperturbable, guarda su secreto, y no será posible arrancarlo mientras no se multipliquen las expediciones científicas que estudien, mediante excavaciones sistematizadas, lo que fue. En este empeño tiene que gravitar la acción del gobierno peruano y de las instituciones culturales del extranjero, principalmente de los EE UU, de gran solvencia económica. Este yacimiento arqueológico tiene gran importancia, no solamente por ser hasta hoy el único lugar del Perú donde se encuentra en grandes cantidades la rara y codiciada cerámica reducida a fragmentos, sino porque su descubrimiento ofrece una nueva página arqueológica a la investigación del pasado americano. Cupisnique impide que en lo sucesivo, al hablar de la alfarería de aspecto pétreo, quiera atribuírsele origen chavín, cuando este lugar solamente la ofrece libre y aislada, y quedan restos de hornos y de una que otra vivienda, que nos inclinan a pensar que fue éste el centro donde aquélla hubo de manufacturarse. La Pampa de los Fósiles, denominación que nosotros consignamos en nuestro mapa de Cupisnique, no parece ser sino uno de los tantos asientos de los pobladores del valle en tiempos ya remotos, cuyo eje o sede principal seguramente se halló en el corazón del mismo y que abarca una extensión total de 188 km2. Pero, como ya llevamos dicho, los vestigios de esa cultura que quedaron en pie han sido derribados y en parte destruidos por la acción devastadora de los aluviones. Encerrada el agua entre dos cadenas de cerros, y aumentado considerablemente su volumen, ha venido arrastrando todos los vestigios de construcciones antiguas y cementerios, y ha dejado a su paso tan sólo pedrones, rodados y grava, además de uno que otro algarrobo arrancado de raíz. Hacia el suroeste de la explanada se descubre la gran rotura o tajo hecho en una estribación

de los cerros costaneros, seguramente cuando éstos se ofrecieron como barreras para las aguas. Todavía pueden percibirse ahora los estratos aluviónicos y aun el limo fino casi petrificado. Estos fenómenos de erosión han reemplazado la entonces capa superficial, que sustentaba las viviendas y demás monumentos antiguos, por otra de fósiles de animales y vegetales, que la acción de las fuerzas naturales ha extraído de lugares profundos y que actualmente se encuentra a ras de la tierra, regando grandes extensiones. Hoy sólo nos hablan de la cultura Cupisnique, en el norte, los fragmentos de la Pampa de los Fósiles, los vasos –bastante raros– hallados en los valles de Santa Catalina, Pacasmayo y Chicama, especialmente en las haciendas de Casa Grande, San José y Mocan, cercanas al valle de Cupisnique, y las dos únicas piezas, que consideramos migratorias, encontradas por los hermanos Gayoso en Chongoyape, dentro del departamento de Lambayeque. Merece un acápite especial el descubrimiento de los hermanos Gayoso. Según declaración de quien encontró la tumba, el cadáver con el cual hallaron los vasos cupisniques había sido enterrado en posición decúbito dorsal, modalidad utilizada más tarde por los mochicas. Según estos mismos informantes, las piezas de oro encontradas sobre el muerto ostentaban, en relieve, figuras de cangrejos y caracoles (1). Siendo los citados animales marinos, es lógico pensar que fueron utilizados como motivos ornamentales por una cultura costeña y no andina(2). Estas observaciones son de gran interés en los estudios cronológicos, sobre todo en lo que se relaciona con el pretendido origen de la cultura Cupisnique. Por tanto, aceptar que ésta tuvo su nacimiento en los Andes sería llegar a la conclusión de que la cultura Mochica tiene también su raíz en la sierra peruana, ya que en Cupisnique vemos que se inician en forma contundente sus primeros pasos, siendo ésta, desde sus albores, auténticamente costeña. En las varias exploraciones que hemos realizado en

(1) Este despojo posiblemente perteneció a un gran jefe, encargado de la conquista de las tierras que quedaban al norte del paraje principal de dominación cupisnique, ya que esta raza artista y guerrera parece que fue muy inquieta. Su excursión por tierras de Lambayeque pudo haber fracasado por no hallar suficientes recursos para una expansión a gran escala, ya que toda cultura es una planta que necesita terreno propicio para prosperar. (2) En los vasos cupisniques del Museo Nacional hay uno que ostenta la representación escultórica de un camarón, animal común a los ríos de la costa. Ellos constituyen una prueba más del origen costeño de esta cultura.

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este nuevo centro arqueológico no hemos logrado encontrar ninguna tumba, salvo los vestigios de cimientos de piedra en la forma ya indicada. Se han practicado algunos cateos y sólo se hallaron capas de arena suelta. Acaso partes de este estrato cultural se hallen escondidas en lugares más profundos o en los riscos y faldas de los cerros que día a día se van cubriendo de arena. Ojalá nuevos descubrimientos esclarezcan cuanto concierne al estadio cupisnique, y se logre así obtener la luz necesaria sobre la formación y surgimiento de la grandiosa cultura Mochica, a cuyo estudio se contrae la presente obra.

ORIGEN DE LAS CULTURAS COSTEÑAS Una vez descritos los yacimientos arqueológicos de Queneto y Cupisnique, cuyo descubrimiento –en parte– ilumina la nebulosa del origen de las culturas costeñas del norte del Perú, queremos aclarar y ampliar nuestros pensamientos y percepciones acerca de las mismas y la línea o líneas de evolución que han seguido. Se ha mantenido hasta hoy la creencia de que existió la “Civilización Chavín”, cuyo asiento principal se halló cerca del actual pueblo de Chavín de Huántar, emplazado a “40 kilómetros al e. de Recuay y a 28 kilómetros al s. e. de Huari, en el ángulo formado por la confluencia del Mariash, vertiente oriental de la Cordillera, con el Puckcha, que baja del lado Sur” (Tello). Se estima que esta cultura tuvo decisiva influencia en las costeñas. Pero al respecto, cabe sentar algunas observaciones, cuya dilucidación ajustada al rigor de los hechos servirá más tarde de base de un templo. Si Chavín fue foco de una civilización tan poderosa y avanzada como la que se quiere hacer aparecer, es lógico pensar que el asiento de ésta no pudo ser nunca una pequeña edificación y que su órbita de influencia debía alcanzar dilatados territorios. Para probar la existencia de esta civilización se ha querido reunir una serie de documentos que demuestren su existencia, y se han presentado al mundo de los investigadores de la arqueología americana, como exponentes del arte y la cerámica chavín, las vasijas que corresponden a Cupisnique y todas aquellas que contienen dibujos grabados o de carácter religioso similares a los del mencionado templo. Si bien el Dr. Augusto Soriano Infante, estudioso del departamento de Ancash, ha sido el primero en recoger 14

en los lugares cercanos al templo de Chavín fragmentos de cerámica similar a la de Cupisnique, no podemos tomarlos como pruebas documentales a favor de la existencia del arte cerámico chavín. Tales documentos corresponden a otro aspecto de nuestro estudio y nunca a la probación de la ilusoria Cultura Trasandina Chavín. Cerámica de este tipo no se encuentra ni en el Callejón de Huaylas ni en las ruinas cercanas a este pueblo. No existe ninguna relación entre el arte cerámico característico del departamento de Ancash y el de los vasos encontrados en estas ruinas. El mismo Dr. Soriano Infante ha hallado en este lugar una cantidad de fragmentos de cerámica mochica y una valva de Spondylus pictorum. Es necesario comentar una observación importantísima hecha por el mismo Dr. Soriano Infante, que pone incluso más en duda la teoría expuesta de que el templo de Chavín sea la sede de una civilización de origen serrano. Según Soriano, no se encuentran en estas ruinas ceramios que puedan clasificarse dentro de los períodos primitivo y evolutivo; en los estratos más profundos están los fragmentos de la cerámica más perfecta. De allí que estemos convencidos de que las construcciones chavines fueron levantadas por un pueblo extraño que se encontraba en un manifiesto estado de adelanto. ¿Cómo explicar la presencia de estos vasos de culturas costeñas en un centro andino? La respuesta es fácil. Siendo este templo la meca de los pueblos que profesaban el culto felínico, es lógico que estas gentes llevaran a su santuario máximo ofrendas de carácter religioso adornadas con motivos adecuados, que podían muy bien ser vasos litúrgicos o de carácter utilitario para el uso de los sacerdotes. Dedicado el templo de Chavín a un culto supremo, vivió en él y en sus alrededores toda una colectividad de servidores del culto, quienes utilizaron vasos ceremoniales y de uso personal que contenían las manifestaciones artísticas de la maravillosa piedra tallada del templo de Chavín. Estos vasos, inspirados en la elevada concepción del culto que llegó a los Andes después de alcanzar una refinación singular, son de formas que no hallamos en Cupisnique. Son distintos, sin las trazas de grabaciones, relieves y estrías, aunque esto no significa que no se encuentren vasos de asa como los de Cupisnique. Los fragmentos que nos mostró el Dr. Soriano

ORÍGENES

Infante en Huaraz y que estudiamos detenidamente así nos lo han revelado. Además, habiéndose encontrado cerámica mochica en el templo de Chavín, los vasos de formas características de Cupisnique que se encuentren en Chavín tienen que considerarse de carácter netamente migratorio. Por otra parte, los monumentos de Chavín no acusan semejanza ni con los de Tiahuanaco ni con los de Aija o Huari, ni ofrecen parecido con los numerosos yacimientos y restos pétreos que acusan la presencia de las diversas culturas andinas que se escalonaron a lo largo del Perú. Por tanto, debemos, pues, dejar establecido que Chavín constituye un lunar en toda la región andina del Perú y que en ella no hay un solo resto arqueológico que en la técnica de su construcción y en sus decoraciones ofrezca parentesco con aquel núcleo de edificaciones. Sólo en la costa encontramos ruinas de adobe con relieves de barro idénticos a los que existen en los frisos del templo de Chavín. Se nos presenta, pues, un problema a dilucidar. Aceptadas las observaciones anteriores, surge de inmediato la interrogación: ¿Son los restos de Nepeña anteriores o posteriores a los de Chavín? Y luego: ¿Fue Nepeña construida por chavines o, viceversa, fue el templo de Chavín erigido por arquitectos y alarifes nepeñanos? Es lógico encontrar mayor certeza en lo segundo, ya que las ruinas de Queneto, los restos encontrados en los basurales de Ancón, nos dicen a las claras que las culturas de la costa peruana son milenarias. Las construcciones de Nepeña comprenden todo un valle. No se trata de un solo pueblo, sino que nos encontramos en presencia de muchos pueblos que abarcan una comarca íntegra con un centro civilizado como eje, que se presenta con una técnica especial de construcción y un arte propio. Cabe ahora hacerse otra pregunta: ¿Puede nacer, prosperar y llegar a su auge una civilización en un pequeño núcleo humano? Y luego: ¿Se habría generado la llamada cultura Chavín en un templo y edificaciones adyacentes? ¿O la misma fue producto de cientos de años de esfuerzo de una raza inteligente y bien alimentada que habitaba el rico valle de Nepeña? Si Chavín alcanzó tan alto desarrollo artístico y espiritual en general, ¿cómo es que no abarcó mayor extensión? ¿Por qué no edificó pueblos en las comarcas inmediatas con las características de su centro urbano matriz? ¿O es que la raza que creó esta cultura

se mantuvo estacionaria? Hecho que la biología desmiente a cada rato. Siendo el templo de Chavín el exponente máximo de la civilización cuya existencia ponemos en duda y en el que Seeler encontró un huaco mochica, entonces: ¿Cuál fue el centro de esa cultura? Si nos apartamos de las ideas existentes sobre ese tema, de todas las teorías sentadas al respecto –las mismas que no están respaldadas por hechos comprobados–, llegaremos a una conclusión terminante: Chavín no es sino un santuario como exponente de la profunda fe de un pueblo, para el que se eligió ese adecuado paraje y se hizo uso de materiales capaces de resistir la acción del tiempo y de los hombres, para dar asidero y forma a ese anhelo de perennidad que vibra en lo profundo de todo sentimiento religioso. En el caso del santuario de Chavín, ¿qué material más adecuado que la resistente, compacta y dura roca andina para edificarlo? Ahora, emerge una nueva interrogación: ¿Quiénes construyeron el santuario de Chavín? Ha debido de ser un pueblo numeroso, activo y de un alto nivel de cultura que no ha podido ser otro que el nepeñano, favorecido por una agricultura próspera y abundantes medios de vida. Respecto de las técnicas de la construcción y del relieve, es lógico suponer que ellas nacieron y se perfeccionaron en la costa, utilizando en un comienzo un material fácilmente plasmado, como era la arcilla, para más tarde aplicar las experiencias adquiridas en dicha labor en el granito andino, aprovechando a la vez los conocimientos sobre el labrado en roca que tenía el hombre serrano. En Nepeña se ven fases de evolución no solamente en el arte y en el material de construcción, sino en las creencias religiosas. En cambio, en Chavín encontramos exponentes de un arte perfectamente desarrollado que ha alcanzado el máximo de sus posibilidades. Si comparamos la técnica escultórica del templo de Chavín con la de Nepeña, llegamos a esta conclusión: que los relieves pertenecen al período de Cerro Blanco, la técnica del relieve cintado. De allí que creamos que el templo de Chavín no fue construido en los primeros períodos a los cuales corresponden el templo de Punkuri, sino en la época en que Nepeña alcanzó su más grande desarrollo. Esto es concluyente. El centro del arte clasificado hasta hoy como Chavín es Nepeña, y el templo de Chavín, la obra mayor de esta cultura. 15

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 16.- Vaso de cerámica, con magníficos alto relieves; exponente máximo de la cultura Cupisnique. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-058)

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Fig. No. 17.- Vaso que representa una yuca (Manihot aipi) idealizada, con dibujos grabados del dios felino. Cultura Cupisnique. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-025)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Si contemplamos con la serenidad necesaria el panorama cultural de la costa en toda su amplitud, nos ha de sorprender el hecho de encontrar, a lo largo de la misma, pueblos de personalidad definida, dueños de un arte y de un conjunto de manifestaciones sociales propias. En el norte se encuentra el Alto Cupisnique, que nos ha legado una cerámica de aspecto pétreo y otra bicromada, ambas de asa de estribo, y cuyo temperamento se inclina hacia el arte escultórico. En la cerámica cupisnique descubrimos las bases de la iniciación del arte mochica, como más adelante veremos en todos sus pormenores. Este pueblo se desborda en natural acción expansiva hacia el valle de Chicama, para edificar a base de mayores tierras de cultivo que cubrieran con sus frutos las necesidades nutricias de la cultura más avanzada de la costa peruana, que fue sin duda la Mochica. Los últimos descubrimientos hechos por el Dr. Tello en el valle de Nepeña comprueban la existencia de otra civilización local, que se presenta con características propias, con predominancia –en cuanto concierne a su arte– del relieve, la plástica y el colorido vivaz muy rico. Si analizamos el aporte de la cultura de Nepeña, recibiremos la impresión de que las adquisiciones culturales de Cupisnique, en el norte, y de Paracas, en el sur, se hubieran fusionado para darle auge. En su arte se comprueba la fuerza expresiva plástica de Cupisnique y el intenso y variado colorido de Paracas, como si se hubiera querido tomar los elementos de varias culturas para crear otra nueva, al calor de una fe robusta y de un sentimiento religioso de gran fuerza. En Nepeña triunfó el arte religioso, hecho que no es dable comprobar en Paracas ni en Cupisnique. Es el culto a la divinidad felina el que da origen a todas las manifestaciones artísticas de ese pueblo, cuyo arte se singulariza por el uso del grabado y del relieve cintado polícromo. En el sur, como se ha puesto de manifiesto en párrafos anteriores, se presenta en forma definida la cultura Paracas, en cuyo arte se observa una fortísima inclinación al colorido policromado. Son estas tres culturas: Cupisnique, Nepeña y Paracas, las que sirven de base a las culturas más avanzadas de la costa del Perú. Cupisnique es la fuente que alimenta a la cultura Mochica, así como Paracas da nacimiento a la nasquense. Pero, ahondando en el conocimiento de los nexos que unen a Cupisnique y Paracas con Nepeña, nos 18

encontramos con que ambos pueblos reciben la influencia religiosa del culto al felino (Figs. Nos. 16 y 17). Este culto se ejercía en Nepeña en el período que consideramos líneas adelante como de evolución de esta cultura. De allí que encontremos los vasos votivos de Cupisnique (Fig. No. 18) con grabados similares a los del templo de Punkuri y representaciones de felinos semejantes a la famosa divinidad hallada en el mismo recinto (Figs. Nos. 19, 20 y 21). En este período, el felino es adorado en su forma de animal, es un verdadero tótem. Después, en los primeros períodos mochicas, el animal divinizado se yergue sobre sus patas posteriores para caminar como el hombre (período de transición entre las culturas Cupisnique y Mochica). En los tramos avanzados del desenvolvimiento mochica, como veremos oportunamente, el felino se antropomorfiza y en lugar de patas provistas de garras se le representa con brazos y piernas humanas, a la par que su cuerpo adquiere también las formas del “homo sapiens”, y queda como rezago de su animalidad solamente la cabeza del felino, símbolo religioso que en esta etapa significa para los pueblos costeños la síntesis de las fuerzas de la naturaleza. Debemos agregar que en nuestro deseo de esclarecer los vínculos que unen a Nepeña y Cupisnique, haciendo un estudio del desarrollo del adobe –material de construcción del que nos ocupamos en el capítulo dedicado a la arquitectura mochica–, hemos llegado a la conclusión de que los primeros adobes utilizados por los primitivos pobladores de la costa han sido cónicos. El templo de Punkuri ha sido construido con estos adobes. En el valle de Chicama hemos encontrado solamente una huaca, la de Pucuche, con este mismo tipo de adobe, aunque no tan grande como los hallados en el templo de Punkuri. Al romper uno de ellos, el arqueólogo Dr. Bennett, del Museo de Historia Natural de Nueva York, encontró dentro del mismo un fragmento de cerámica cupisnique. Este hallazgo nos hace suponer que los cupisniquenses emplearon también los adobes cónicos en sus primeras construcciones, cuando en su camino de expansión ocuparon el valle de Chicama. Es de anotar que la huaca de Pucuche se encuentra muy cerca del valle de Cupisnique. Después, el adobe rectangular se superpone al cónico, hecho que comprobamos tanto en la huaca de Pucuche, como en el templo de Punkuri. Insistimos, pues, en manifestar que la cerámica de

ORÍGENES

Fig. No. 18.- Cántara cupisnique con dibujos grabados. Su pulimento es notable. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (005-004-002)

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A

Excavación

Excavación

E

C

D

º 71

B

Metros 0

5

10

N.M .

15

20

25

26

Escala= 1:100

Fig. No. 19.- Templo de Punkuri, ubicado en el valle de Nepeña. Plano de las ruinas descombradas. 24 de setiembre de 1933.

Muro dibujado: E

Grada destruida

Sección según el eje: A-B

Detalle del pórtico lado Este Metros

0

Sección según el eje: C-D

Detalle del muro rampa en el lado Oeste 5

10

Dibujo de contornos incididos. Muro E. 15

Escala= 1:50

Fig. No. 20.- Templo de Punkuri. Corte vertical.

20

20

23

ORÍGENES

Fig. No. 21.- Los muros mochicas encontrados en la superficie del templo de Punkuri.

Fig. No. 22.- El felino de Punkuri.

Cupisnique ofrece las primeras influencias religiosas de Nepeña, y su arte decorativo muestra la misma técnica del grabado que utilizaron los nepeñanos en sus templos más antiguos. Ya dijimos anteriormente que el felino que se adoraba en el templo de Punkuri no es el felino estilizado o antropomorfizado, sino el felino en sí, todo animalidad, tal como ocurre en el período Cupisnique (Figs. Nos. 22, 23 y 24). La influencia nepeñana todavía perdura en los últimos períodos mochicas, pero con una particularidad: los dibujos ya no son grabados, sino que las representaciones del felino se nos ofrecen en forma de relieve cintado, modalidad escultórica que hallamos también en las construcciones del Cerro Blanco de Nepeña, que pertenecen al período de Nepeña Auge, y cuyas paredes están edificadas con adobes rectangulares que corresponden también a los primeros períodos mochicas. Se me podría interrogar: ¿Por qué esta influencia religiosa nepeñana no se encuentra en los pueblos de los valles que se alinean entre Nepeña y Cupisnique? Pero esta pregunta es fácil de responder. Al inicio de la formación de estos pueblos nos encontramos con que los brotes culturales de la costa peruana aparecen aislados unos de otros por grandes lagunas. No existían pueblos de cultura sólida capaces de asimilar tales manifestaciones, que si bien eran de un agregado social en plena evolución, reflejaban un ostensible adelanto material y espiritual.

Concretándonos a Nepeña, estudiados los vínculos que la unen a Cupisnique, llama la atención lo que aparece en su desarrollo: un proceso de perfeccionamiento que se trunca y acaba por desaparecer. Al respecto, cabe acotar que llegamos a Nepeña cuando el Dr. Tello realizaba excavaciones, y pudimos comprobar que sobre los templos de esa ciudad los mochicas habían edificado tumbas que pertenecían al último período de esa cultura. Lo que prueba que Nepeña decae y desaparece antes de los últimos períodos mochicas. ¿Cuándo se opera este fenómeno y por qué causa? No lo sabemos. Nepeña, ya lo llevamos probado, ha sido coetánea de Cupisnique y alcanzó, seguramente, su mayor desarrollo en los primeros períodos mochicas. Después, este pueblo se quebranta y se extingue, tal vez por haber sufrido los horrores de una conquista y por haberse visto obligado a enterrar deliberadamente sus templos y demás monumentos, para procurar conservarlos íntegros y sin desperfectos. La práctica de cubrir los edificios bajo gruesas capas de tierra y de arena, que solamente se comprueba en Nepeña, es indicio seguro de una invasión que hizo necesario salvar en esa forma los lugares sagrados y todas sus construcciones. Ese recurso de preservación fue utilizado posteriormente, en parte, por los incas, ante la presencia de los españoles en el Perú. ¿Quiénes fueron los invasores de Nepeña? Nos inclinamos a creer que se trata de los mochicas. 21

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Así desaparece Nepeña del escenario de las culturas peruanas, a las cuales aportó, como se comprueba en Cupisnique y Paracas, los dibujos grabados, relieves y, sobre todo, su sentido religioso, cuyo poder avasallador se hace ostensible en la multitud de ruinas funerarias que han quedado de esa época. En aquel pueblo, como reiteradamente hemos dicho, se rindió culto a un dios felino, y resultó Chavín el centro religioso de esa cultura (Figs. Nos. 25 y 26) El dios felino es la divinidad máxima de la costa, y el sentimiento religioso tan vivamente expresado en el arte de Nepeña, que fue matriz de tal movimiento espiritual, se hace presente en las piedras de Chavín, en los ceramios de Cupisnique y Paracas, y en las mismas obras que la cultura peruana debe al arte admirable de los mochicas. En la zona norte del Perú, cuya arqueología se trata de desentrañar en esta obra, Queneto y Cupisnique marcan dos épocas: ambos constituyen las primeras concepciones hermosamente logradas del habitante peruano de las riberas del Pacífico, en su deseo de arribar a generosos planos de acción, y sus avances en el escenario en el cual les tocó moverse.

ENSAYO DE CRONOLOGÍA Ahora vamos a intentar, con los nuevos y numerosos datos arqueológicos obtenidos tras paciente labor de años, una escala cronológica que ofrezca visos de verdad y que permita establecer, aproximadamente, el proceso seguido por las culturas de la costa norte del Perú. Esta escala es distinta de las que hasta hoy se han intentado formular, y es como sigue: Primer Período. Corresponde a la época que llamaremos megalítica o arcaica, y está representada por Queneto en el norte, Ancón en el centro y Arica en el sur del litoral. La ocupación de estos primitivos peruanos fue la pesca y la caza. Su arte se singulariza por el labrado de la roca y el uso rudimentario del colorido. Su religión consistió en el culto a la naturaleza, representada principalmente en especies de la fauna costeña. Segundo Período. Es la época intermediaria o de nexo, lapso de transición de una cultura embrionaria hacia otra bastante desarrollada. En ella se hacen presentes Cupisnique, Nepeña y Paracas en sus albores. Para mayor comprensión del lector, las llamaremos pre Cuspinique, pre Nepeña y pre Paracas. Los genitores de estas culturas han 22

superado ya la etapa primaria de la caza y de la pesca, para arribar a la agricultura. Su arte en los ceramios y los textiles ofrece la técnica y motivos que más tarde han de lograr pasmoso desarrollo. Sus creencias hacen referencia a las fuerzas naturales como expresión de una divinidad. Tercer Período. En esta etapa, las culturas Cupisnique y Paracas adquieren su máximo desarrollo, y la de Nepeña, en pleno proceso de ascensión, influye en aquéllas. Paracas llega a dominar el colorido, mientras Cupisnique, la forma. Ambas definen los caracteres que les han dado personalidad en el imponente desfile de los pueblos que constituyen la historia del Perú. En este lapso se percibe dominante la influencia religiosa de Nepeña, y a la vez parece que este último pueblo es influido por las culturas del norte y del sur o viceversa. Igualmente, en el territorio que comprende el actual departamento de Lambayeque, parece que surge un pueblo vigoroso, práctico y de condiciones guerreras, que posteriormente logra destacarse en algunas artes como la orfebrería. Tanto, que sus aurífices fueron los mejores del Perú, ya que los trabajos que de ellos quedan son sencillamente acabados. Su agricultura avanzadísima permite a estos pueblos mantener una población numerosa y bien nutrida, dueña de un amable sentido de la vida. Sus creencias religiosas evolucionan hacia un animismo de gran base filosófica, y el felino se convierte en el símbolo del poder y en eje de la religión. Cuarto Período. Representa el auge y la desaparición meteórica de Nepeña, la plenitud de la obra creadora de los mochicas y de los nascas, ambos pueblos notables por el refinamiento de su sensibilidad que se exterioriza en todas sus artes (riqueza de color en los nascas y realismo escultórico perfecto en los mochicas). El autor de esta obra ha encontrado en el Museo Nacional de Lima un vaso nasca con pictografías mochicas dibujadas sobre un fondo crema, que representa a los mensajeros –prueba de la coexistencia de estos pueblos–. En esa época, el arte costeño se sublima para, enseguida, culminado su proceso de perfeccionamiento sin posibilidades de renovación por la falta de contacto con otros pueblos de civilización distinta y más avanzada, entrar en la curva de su decadencia. Viene la regresión incluso de las costumbres, hecho que se trasluce en los vasos mochicas y nascas, que reflejan una lascivia desapoderada, una libido insaciable en quienes inspiraron tales obras. Sus concepciones

ORÍGENES

Fig. No. 23.- Punkuri. Dibujos grabados hallados en los muros. Pertenecen al período evolutivo.

Fig. No. 24.- Punkuri. Tumba encontrada en el templo. Corresponde a un período anterior.

religiosas son de una sorprendente profundidad, hasta llegar a la interpretación de los modernos biólogos que encuentran en la naturaleza y todas sus manifestaciones una inteligencia superior admirable. Conciben la vida como una gran unidad que se hace ostensible en las mil formas que adopta la naturaleza, formas que parten de un solo principio. Lo animal y lo vegetal constituyen para ellos un solo mundo extraordinariamente vigoroso, cuya fuente es la tierra. En sus representaciones antropomórficas y zoomórficas intervienen siempre especies del mundo vegetal íntimamente unidas a aquéllas; en sus dibujos se ven hombres que surgen mediante una raíz de la tierra (tela de Paracas), la gran madre, y ofrecen atributos vegetales en los brazos y en otros miembros y órganos. La vida para ellos es una y múltiple: una en esencia; múltiple en apariencias. Quinto período. Es el de la decadencia de las grandes culturas del litoral. Chimú, Ica, Chincha y culturas intermediarias marcan los hitos de esta etapa. Los chimús, raza fuerte, áspera y eminentemente guerrera, conquistan a los mochicas y les imponen su arte, mucho más simple y menos rico que aquél, pero que a la vez recibe muy pronto la influencia de la estética de los conquistados. ¿De dónde aparecen los chimús? Seguramente del norte, sin poderse precisar su punto de origen (Figs. Nos. 27, 28, 29, 30 y 31). Es indudable que en la antigüedad peruana se generan dos olas invasoras en el norte: los mochicas, que conquistan todos los pueblos hacia el sur hasta el valle de Nepeña, y los chimús, que dominan hasta Pachacámac, más tarde. Es en el quinto período donde se observan, en el norte, los efectos de las influencias culturales de la cerámica tiahuanaco-costeña, que se presenta en los últimos períodos mochicas. De allí que veamos esparcidos a todos los lados de la costa norteña los ceramios tipo tiahuanacoide, que influyen decididamente en la cerámica y crean nuevas modalidades. Sexto Período. En esta época surgen en el escenario de la costa las figuras de los incas cusqueños y sus falanges guerreras (Fig. No. 32). Los chinchas oponen tenaz resistencia al invasor y ésta es aún más tremenda y fiera de parte de los chimús, primero en Paramonga y luego en Santa, hasta que son reducidos al vasallaje al cortarles sus canales de irrigación, que los privan del líquido elemento y los sumen en una situación 23

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Fig. No. 25.- Plato de piedra con alto relieves. Representa la divinidad suprema venerada en Chavín: el dios felino. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-00P-347)

Fig. No. 26.- Clavo monolítico que representa la cabeza de una serpiente mitológica. Extraído de las paredes del templo de Chavín. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSL-011-001)

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ORÍGENES

Fig. No. 27.- Chan Chan. Muros de una construcción; alto relieves en barro estucado.

Fig. No. 28.- Chan Chan. Escalinata de la huaca de La Esmeralda.

Fig. No. 29.- Chan Chan. Pared con relieves de barro.

Fig. No. 30.- Vista aérea de grandes sectores de Chan Chan.

desesperada. Los incas respetan los usos y costumbres de los pueblos conquistados. El santuario de Pachacámac, en el que se rinde culto al sol y a Pachacámac (la divinidad que gobierna la tierra), se convierte en el principal centro religioso. Las artes costeñas influyen en las incaicas al ser trasladados al Cusco los mejores alfareros y tejedores yungas. La red de caminos de la costa se une a las grandes vías incaicas que atraviesan la sierra peruana a todo lo largo, pero en conjunto, la influencia incaica no deja huella apreciable porque dura muy poco, apenas si los gobiernos de Túpac Inca Yupanqui, Huayna Cápac y el muy corto de Atahuallpa, primera víctima de la conquista española. Nótese los innumerables vestigios de viviendas y el perfecto trazo de la ciudad.

Séptimo Período. Durante este lapso, las culturas autóctonas del Perú sufren un definitivo eclipse para dar paso a la civilización cristiana de Occidente, que trae al Tahuantinsuyo a los hombres blancos de Francisco Pizarro, que han seguido el camino trazado por Colón en aguas atlánticas. España, heredera de la civilización grecorromana –esta vez en la cima de su poderío–, modifica el panorama físico y espiritual del Perú, y el indio se trueca en mestizo al fusionarse las sangres del conquistador y del conquistado. Fecundado el embrión, una nueva cultura empieza a germinar en América, cultura cuyos cánones se ciñen a los europeos para después recoger las influencias del medio ambiente y crear una cultura posiblemente distinta de la originaria del Mediterráneo, “mar de la civilización”. 25

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Fig. No. 31.- Perro atacado de verrugas. El mejor exponente de la cerámica chimú. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-173)

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ORÍGENES

Fig. No. 32.- Cabeza de orejón, rezago cerámico de la invasión incaica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-024-002)

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NOTA DEL AUTOR

Escrito este primer capítulo de nuestra obra, el Dr. Don Julio C. Tello –acompañado de una delegación científica del Institute of Andean Research de los Estados Unidos, y de miembros de los institutos arqueológicos peruanos– realizó exploraciones en el valle de Casma que dieron como resultado el conocimiento de ruinas ciclópeas de piedra en Sechín Alto y Moxeke, con lo cual se ha venido a probar ampliamente nuestra teoría, sostenida en este libro y que en julio de 1936 explicamos con detenimiento al Dr. Wendell C. Bennett del American Museum of Natural History de Nueva York, y en 1937 al Dr. Kidder de la Universidad de Harvard. Estas ruinas, que fueron halladas después de encontrarse la clave de ellas en un monolito existente en Casma, en la casa del señor Juan I. Reyna, fueron exploradas por el Dr. Tello y sus acompañantes y se levantó un plano provisional después de recoger los fragmentos cerámicos necesarios para el estudio de la cronología. La innegable existencia de esta clase de monumentos antiguos habla con mayor elocuencia sobre nuestra intuición relacionada con la existencia de pobladores costeños que también dominaron el arte lítico y de que, además, la arquitectura monumental de piedra no es sólo patrimonio de los pobladores de los Andes. Según esto, las ruinas de Sechín Alto representan ahora el nexo que tanto se ha buscado dentro de los períodos evolutivos del maravilloso arte lítico plasmado en el templo de Chavín. En este primer capítulo considerábamos que los constructores de los monumentos de Nepeña habían levantado el templo de Chavín, tallando en la piedra los modelados ornamentales que usaron en barro, porque no se habían hecho todavía los descubrimientos de Sechín. Pero ya habíamos planteado el fondo de la cuestión, que hoy se aclara especialmente, por cuanto los nuevos hallazgos comprueban que los pobladores de Nepeña y Casma no sólo eran artistas del barro, sino también maravillosos escultores de piedra. Las construcciones de Sechín, de material lítico y adobes cónicos que ostentan un arte en evolución; el templo de Punkuri, construido totalmente de adobes cónicos; las construcciones de Cerro Blanco, de adobes rectangulares superpuestos a los cónicos, y esculturas, especialmente la del felino de Punkuri, son todos monumentos que revelan un arte refinado en sus decoraciones grabadas en planos de alto y bajo relieve, y forman los eslabones del desarrollo de la cultura del litoral Nepeña. Pues, yendo a la caracterización de cada uno de estos eslabones, tenemos que las construcciones líticas de Sechín son primitivas, ciclópeas, muestran estelas de caras exteriores pulidas y decoradas con figuras en bajo relieve, de técnica muy primitiva en relación con la que se desborda del templo de Chavín. Es la primitiva etapa cultural costeña manifestada al investigador en un templo o santuario en plena evolución, porque sobre esta construcción surge otra en el centro, de adobes cónicos del mismo tipo, empleados en la edificación del templo de Punkuri. En éste se manifiesta la evolución artística arquitectónica en todo sentido, pasando del material lítico al adobe. De este adobe cónico se pasa a las construcciones de adobes rectangulares, cuyo prototipo lo tenemos en Cerro Blanco, la expresión máxima del refinamiento artístico del pueblo que se agrupa en torno al culto a la divinidad felínica. En estos monumentos no sólo podemos observar la evaluación arquitectónica, tan manifiesta, sino también el desarrollo evolutivo del arte y las creencias religiosas. No creemos que la cultura trasandina de Chavín se haya propagado hacia la costa. No tenemos todavía las pruebas necesarias e irrebatibles que nos lleven a esa conclusión y 28

ORÍGENES

quedemos convencidos de que dicha cultura nació y se desarrolló en la sierra o en la selva, pues como exponente de esa civilización se nos presenta tan sólo el templo de Chavín, obra que, repetimos, fue de un pueblo altamente culturizado. ¿Dónde están entonces, en la sierra o en la selva, los períodos de evolución que permitieron llegar a tal grado de arte? No los tenemos, y sin contar con las pruebas de la evolución cultural de Chavín, en esas dos secciones territoriales no podemos hablar de civilización trasandina. Los descubrimientos en Sechín y Moxeke le dicen mucho al arqueólogo. Los relieves que allí se han encontrado no poseen el refinamiento delicado de la estética que se desborda en Chavín; más bien son las manifestaciones características del arte nepeñano plasmado en piedra: el genuino arte lítico de Nepeña. De allí que para nosotros Sechín sea, en el presente, la prueba indestructible de la existencia primitiva, en el litoral, del pueblo que forjó la religión felínica y marchó a los Andes llevándose todo un contingente de conocimientos superiores. Estos nuevos descubrimientos nos permiten aseverar ahora que Nepeña y Casma constituyeron el centro de la cultura que en este capítulo llamamos Nepeña, que fue originada en la costa, y que el templo de Chavín fue construido por los hombres de esta cultura. Su radio de acción alcanzó no sólo a Casma, como se ha probado ahora, sino que llegó hasta los Andes. Para ampliar el contenido de este primer capítulo, creemos indispensable sentar este fundamento que rebate todas las teorías hasta hoy sustentadas sobre la civilización Chavín y su irradiación, tomando como pauta una modalidad de la cerámica costeña. No es la cerámica la que se propaga por todas partes, ni es un pueblo que domina los territorios el que la posee; es una fuerza, la fuerza de la fe que se dispersa, que irradia a Nepeña en forma de arte religioso y que influye espiritualmente en todos los pueblos de la costa. Podemos considerar a Nepeña el pueblo forjador de los ideales religiosos que giraron alrededor del felino. Estas ideas religiosas que alcanzan un extraordinario poder influyen espiritualmente en los pueblos que abrazan la religión, y entonces plasman en sus vasos –parte integrante del culto a los muertos– las figuras de deidades y el cortejo de un profundo simbolismo cuya interpretación nos apasiona. De allí que nos encontremos con vasos de Paracas, Cupisnique y Mochica con motivos nepeñanos, sin ser éstos exponentes de la cultura Nepeña. El templo de Chavín se construye en los primeros períodos de los mochicas, antes de dominar Nepeña. Este templo, como se ha dicho, es el exponente máximo de la cultura nepeñana; la culminación grandiosa del arte religioso. Y sin embargo, está en las breñas de los Andes. ¿Es que intuyeron acaso los pobladores de Nepeña y Casma el peligro de la invasión de los mochicas, poderosa agrupación social que surgía en el norte de sus dominios? ¿Fue acaso que ante este peligro los nepeñanos invadieron la sierra en su afán de llevar a un sitio lejano, sobre las cumbres más elevadas, la manifestación de su fervor religioso –que en este caso es el templo de Chavín, donde se perpetuaría su divinidad máxima en el esculpido pétreo– y perduraría, sin asechanzas, su fanatismo divino? ¿O se trataba de un santuario, o de la meca, como ya hemos dicho anteriormente? ¿En qué otra forma podemos explicar esta construcción aislada del templo de Chavín? Las preguntas surgen a borbotones de los labios, y en realidad, esas piedras milenarias son un misterio que todavía no podemos desentrañar. Pero el arte de la deidad felínica vuela de la costa a los Andes. Se plasma en las alturas después de tomar sus poderosas alas en los calcinados llanos del litoral. 29



Kilómetros

100

0

100

200

300

Escala de 1: 4 000 000

COLOMBIA

ECUADOR

Tumbes



Lambayeque Cajamarca Pacasmayo

BRASIl

Cupisnique Compartición Malabrigo Chicama Menocucho Trujillo Moche Huacapongo Virú Tablones Chao Santa Chimbote Nepeña

PERÚ Chavín Huari

Recuay 10º

Paramonga

Huari

Ancón Pachacámac

O C É A N O PAC Í F I C O

Cusco Chincha Paracas

Nasca 15º

80º

75º

Mapa No. 1. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL TERRITORIO MOCHICA.

30

70º

ENTORNO

L

OS CEMENTERIOS, huacas y demás monumentos que contenían los especímenes de la cultura Mochica, siguiendo sus direcciones y su área de dispersión en los valles hasta sus puntos límites, nos han permitido localizar el territorio que habitó la raza cuyas manifestaciones ocupan nuestra atención.

GEOGRAFÍA Es así como hemos podido comprobar que por el este limitaba con la ceja de la cordillera marítima, zona donde los Andes adquieren ya toda su fragosidad y grandeza, y es intensa la acción de los meteoros. Más allá, ya en el corazón de la sierra, se han podido hallar únicamente ceramios de las culturas Chimú, Tiahuanaco del norte, Callejón de Huaylas e Inca. Por el norte, su órbita alcanza hasta el comienzo del valle de Pacasmayo; más allá, en dirección a la línea ecuatorial, se encuentra solamente la cerámica negra y roja chimú, y muy raras veces –en cementerios aislados y mezclada con la negra– la bicromía mochica. Hacia el sur, la cerámica llegó hasta el final del valle de Nepeña. En el valle de Casma, que es el que sigue inmediatamente, sólo hay vestigios de la cultura Mochica, y se presentan con mayor profusión exponentes de la alfarería chimú y tiahuanacoide del norte; de esta última se hallan todos sus tipos representativos en el departamento de Ancash. Por lo expuesto arriba, se verá que la demarcación

que anotamos en nuestro mapa está estrictamente ceñida al territorio donde los mochicas han dejado inequívocas huellas sin que, desde luego, hayamos tomado en cuenta los puntos lejanos donde aparecen manifestaciones aisladas que –hay que convenir–fueron simplemente de carácter migratorio. Ahora se nos va a permitir comentar cuanto concierne a la posición y situación del territorio mochica (mapas Nos. 1 y 2*). La costa norte del Perú es el asiento de la cultura que nos ocupa y que abarca un territorio cuyos límites son los siguientes: Por el norte, una línea que parte de un punto cercano al actual pueblo de Malabrigo, en el valle de Chicama, cuyas coordenadas geográficas son 7º 42' latitud sur y 79º 26' 30'' longitud oeste del meridiano de Greenwich. Esta línea se desarrolla sinuosa con rumbo hacia el este, pasando entre los cerros El Yugo y Chumpón, situados al norte de Paiján, por los arenales de Palomar y playa Mocan, bordeando los cerros San Bartolo, Ascope, Cruz de Botija, Cruz Colorada hasta el cerro Jagüey, para terminar en el punto denominado Compartición, del mismo valle, cuyas coordenadas geográficas son 7º 37' latitud sur y 78º 56' 20'' longitud oeste de Greenwich. La proyección de esta línea tiene una longitud de 80 km 100. Por el oeste, comienza en el punto denominado Compartición otra línea sinuosa que se dirige al sur, faldeando los cerros Salavin, Grande y Salado, hasta tomar la quebrada de Malalma, que recorre en toda su 31

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extensión; luego continúa por las quebradas de Avendaño y Milagro, Cabra Alzada, León, Calera, Katuay y termina en la hacienda Menocucho, en el valle de Santa Catalina, cuyas coordenadas geográficas son 7º 47' latitud sur y 78º 51' oeste de Greenwich. De aquí, la línea sigue descendiendo por la margen izquierda del río Moche hasta encontrar el antiguo camino que iba a la hacienda Tomabal en el valle de Virú, ruta que pasa por las quebradas Guitarras y Las Salineras hasta el río Carabambita, continuando por la margen izquierda hasta Huacapongo en el mismo valle, cuyas coordenadas geográficas son 8º 23' latitud sur y 78º 40' longitud oeste de Greenwich. De ese lugar sigue bordeando las faldas del cerro Saraque y del Huanaco, para luego cortar la pampa Colorada hasta el río Seco, de donde continúa bordeando las campiñas de Monte Grande, Tutumo y Salitre hasta Huamanzaña. De este sitio se proyecta una línea recta con rumbo sureste, hasta el punto denominado Tablones, en la margen izquierda del río Santa. De este paraje se prolonga la línea en la misma dirección hasta Lacramarca, de donde continúa con igual ruta hasta encontrar el nacimiento del valle Nepeña, en el punto denominado Huataspampa. De aquí avanza con rumbo sur hasta Vinchamarca Chico. La proyección de esa línea tiene una longitud de 246 km. Por el sur, la línea limítrofe parte desde Vinchamarca Chico y sigue hacia el suroeste, contorneando la parte sur del valle Nepeña hasta la punta sur del cabo de Samanco, cuyas coordenadas geográficas son 9º 20' 15'' latitud sur y 78º 29'20'' longitud de Greenwich. La proyección de esta línea tiene una longitud de 44 km 400. Por el oeste, su litoral, en el océano Pacífico, parte desde el punto situado en la proximidad de Malabrigo, cuyas coordenadas están ya indicadas, siguiendo todas las inflexiones de la costa hasta el extremo sur de la punta del cabo Samanco. El recorrido de esta línea es de 315 kilómetros de longitud (véase el mapa No. 2). Esta extensión comprendió, dentro del departamento de La Libertad, la actual provincia de Trujillo, o sea los distritos de Ascope, Chocope, Chicama, Huanchaco, Magdalena de Cao, Santiago de Cao, Paiján, Trujillo, Moche, Salaverry, Virú y parte del distrito de Simbal; una sección del departamento de Ancash, que abarca parte

* Reproducciones de los mapas publicados en 1938.

32

de la provincia de Santa, es decir, los distritos de Santa, Chimbote, Nepeña y parte del distrito Cáceres del Perú. El territorio mochica encerró los siguientes siete valles Chicama, Santa Catalina, Virú, Chao, Huamanzaña, Santa Ana o Lacramarca y Nepeña (mapas Nos. 3 al 9*). Su extensión cultivable alcanzó aproximadamente 1.253 km2, y los terrenos áridos 5.332 km2, que hacen un total de 6.585 km2, que es la superficie correspondiente en globo al territorio. Antiguamente, el área cultivable era más dilatada que la actual, y se puede estimar en una tercera parte más. Hoy no podemos precisar certeramente cuáles fueron los pueblos que limitaron con los mochicas, pues no se ha hecho todavía un estudio minucioso y comparativo de los restos de los edificios y tumbas existentes en sus confines. Hacia el norte y sur medraron seguramente pueblos de cierta originalidad, lograda en la evolución de los primitivos grupos de pescadores y agricultores, cuyos exponentes, a pesar de haber sido identificados, no están lo suficientemente estudiados para lanzar conclusiones definitivas. Por el este se puede asegurar la existencia de culturas andinas que alcanzaron notable apogeo. De ellas nos hablan elocuentemente los restos encontrados a lo largo del Callejón de Huaylas, Aija y demás. Los ceramios del Callejón de Huaylas y Tiahuanaco-norteños han sido hallados en los valles de Virú, Chao y Santa, y muy raras veces en Santa Catalina y Chicama. Los primeros, por ofrecer ciertas afinidades con los ceramios representativos del arte mochica, como la forma del asa a manera de estribo, la técnica en la decoración y la analogía con algunas escenas pictográficas, nos inclinan a creer que existieron otras agrupaciones coetáneas a los mochicas con las cuales éstos mantuvieron estrechas relaciones de intercambio. Desde luego, los mochicas se esforzaron y superaron a las agrupaciones que los rodeaban, pues si bien ocuparon un pequeño territorio, poseyeron, en cambio, el más rico y notable sector de toda la costa del Perú. De allí que a más de sus naturales y extraordinarias aptitudes, favorecidos por el medio en el que se afincaron, alcanzaron fácilmente el ostensible refinamiento de los vestigios que han quedado de su obra.

ENTORNO

Compartición

Azcopoc

Chicopoco Chacma

Kilómetros

10

0

10

20

8º Menocucho

SHIMOR

Muchi

Huacapungo

Huanapu

Virú

Huamanzaña

Chao

O C É A N O PAC Í F I C O

Sacta 9º Coshco Chimbote

Nepeña

Samanco

79º

Mapa No. 2. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL TERRITORIO MOCHICA AMPLIADO.

33

LOS MOCHICAS - TOMO I

Cerros de Cupisnique

e La Q. d

a

Min

Caña Brava

eco Río S

Cº Zorro

Va

Pampa de Los Fósiles

lle

de

Cu

La Cruz del Valle

73º

pis

niq

ue

Cº Colorado

Cº Yugo

Playa de Mocan

Mocan

San José Huacas

Kilómetros

5

0

5

10 79º15'

Mapa No. 3. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE CUPISNIQUE.

34

ENTORNO

Cº Cucullcote Shimba Mocan Pampas de Jagüey

a Inc del ino Cam

Pto. Chicama

F. C. C asa G rande

45 44 San José Alto 43 Facalá

PAIJÁN

ic uch oM t c du ue 42 ASCOPE Ac

46

lam an ca Mu

ral la

de

Sa

38 CHOCOPE

39 37

Chiclín

27

15

5

7

8 Chiquitoy Chiquitoy Viejo 6 4

umbre de La C

24

21

10

9

14 12 13 11

Acequia

18

17 16

rujillo F. C. T

El Brujo

23

Cº Tres Cruces Chicamita

CHICAMA 19 20

Cartavio 22

Cº Blanco

Cº Lescano

26 25

Sausal Quemazón

Cº Gasñape

Roma

36 35 34 Salamanca 33 29 30 31 32 28

MAGDALENA DE CAO

Chic

41

Casa Grande

40

ama

Río

Cº Sorcape

7º45'

Acequia Alta de San Antonio

La Cumbre

3 SANTIAGO DE CAO O C É A N O PAC Í F I C O

2

1 El Charco

Cº Tres Puntas



Mu ral la

de

La

Cu

mb re

Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas

Cº de Cabras Cº de La Virgen

Kilómetros

5

0

5

10 79º15'

HUANCHACO

79º

RELACIÓN DE LAS HUACAS 1.- Huaca del Charco 2.- Huaca La Campanilla 3.- Las Tres Huacas 4.- Huaca Colorada 5.- Huaca Colpán 6.- Huaca El Observatorio 7.- Huaca de Cartavio Viejo 8.- Huaca de Chamalca 9.- Huaca de Urcape 10.- Huaca de Monjas 11.- Huaca Dubois II 12.- Huaca Pan de Azúcar

13.- Huaca Dubois I 14.- Huaca Pan de Azúcar II 15.- Huaca Pan de Azúcar III 16.- Huaca de Sumanique 17.- Huaca Monte Grande 18.- Huaca Cucurripe 19.- Huaca de Fachén 20.- Huaca de Chicama 21.- Huaca del Café 22.- Huaca Negra 23.- Huaca Partida 24.- Huaca Blanca

25.- Huaca del Nazareno 26.- Ruinas de Sonolipe 27.- Huaca de Sonolipe 28.- Huaca del Rosario 29.- Huaca de Ongollape 30.- Huaca del Salitral 31.- Huaca de La Leche 32.- Huaca del Ollero 33.- Huaca de Piedra 34.- Huaca de Sintuco 35.- Huaca Partida 36.- Huaca Asmat

37.- Huaca de Cantagallo 38.- Huaca de Chocope 39.- Huaca de Molino de Quevedo 40.- Huaca de Panteón de Chocope 41.- Huaca Bazán 42.- Huaca de Cepeda 43.- Huaca de La Capilla 44.- Huaca de Facalá 45.- Huaca de San José (MARNE) 46.- Huaca de Pucuche

Mapa No. 4. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE CHICAMA.

35

Río Sim

bal

LOS MOCHICAS - TOMO I

Pedregal

Poroto Río

Otuz

co

Menocucho

Cº de la Virgen

Quirihuac

Cº de Cabras

Q. Guayabas

13 Galindo 9

10

11

La Esperanza Ruinas de Chan Chan

F. C. a Menocucho

8

Laredo

Pesqueda

Bambas

Río

7 El Cortijo

M

Herederos

e o ch

12

Sto. Domingo

Mansiche Palomar TRUJILLO

8º7'

Barraza

Arenal de San Juan

6

Cº Fajado

Sto. Tomás Quevedo 4 La Encalada Monserrate 5

RELACIÓN DE LAS HUACAS

13 2 Cº Blanco

Huamán Buenos Aires

Q. Sto .

1.- Huaca del Sol 2.- Huaca de La Luna 3.- Huaca de Las Estrellas 4.- Huaca de Quevedo 5.- Huaca de Monserrate 6.- Huaca de Barriga 7.- Huaca de Toledo 8.- Huaca de Mathay 9.- Huaca La Esperanza 10.- Grupo de Chore 11.- Grupo de Herederos 12.- Huaca de Santo Domingo 13.- Huaca de Los Chinos

Dom ingo

Cº Chiputur La Haciendita MOCHE Chorobal Las Delicias

F. C.

O C É A N O PAC Í F I C O

verry a Sala

aM

d Q.

ina

eL

Cº de Salaverry

SALAVERRY

79º

Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas Kilómetros

5

Mapa No. 5. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE SANTA CATALINA.

0

5

10

RELACIÓN DE LAS HUACAS 10.- Huaca de La Plata 11.- Huaca de Huancaco 12.- Huaca de Taita Cautín 13.- Huaca Larga 14.- Huaca Taita Lucho 15.- Huaca María 16.- Huaca El Castillito 17.- Huaca de San Juan 18.- Grupo de Saraque

Cº Queneto

Río Carabambita

1.- Huaca de Santa Clara 2.- Huaca de Virú Viejo 3.- Huaca de Napu 4.- Huaca de Mochan 5.- Huaca de Las Colcas 6.- Huaca de Calunga 7.- Grupo de Santa Elena 8.- Grupo de Las Velas 9.- Grupo del Gallinazo

Ruinas de Queneto



Tomabal

de Qu en e to

ngo apo uac eH d Río

18

San Juan

17 16 El Castillo

3

Cº Saraque

San Ildefonso

Cº Pur Pur

Pto. Morir

Cºs El Pie Pampa de Pur Pur 1 VIRÚ

4 Santa Elena 6 7

Cº de Guañape Las Salinas

11

Calunga

Guañape

9

5 Río

2

12 13

Huancaco

14 15

Cº Huanaco

ú Vir

8

Bitín

Cº Bitín

El Castillo El Carmelo 10

Cº de las Piñas Cº de Huarpe Huancaquito

Pampa Rubia

Cº Compositan

O C É A N O PAC Í F I C O

8º30'

Kilómetros

5

0

5

10

Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas

78º45'

ENTORNO

Mapa No. 6. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE VIRÚ.

LOS MOCHICAS - TOMO I

Cº Huancaybito 1

Buena Vista

Río Ch ao

Pico Cuello

Las Puntas Cº Chao Cº Coronado

2

Cº Carretera Cº Hurango Cº Ganoza

Cº Tisal

O C É A N O PAC Í F I C O

Santa Rosa 3 Cº Arenoso

Chao

Cº Jaime

8º40' Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas 78º45'

Kilómetros

5

0

RELACIÓN DE LAS HUACAS 1.- Ruinas líticas de Huancaybito 2.- Ruinas del Cerro Coronado 3.- Cementerio mochica de Santa Rosa

Mapa No. 7. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE CHAO.

38

5

10

ENTORNO

Tablones

o

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Re

Suchimán

d Q.

aca La Hu Q. de

aca La Hu Q. de

Tanguche

Los Tanques Sarcope Vinzos

Cº Lomo Blanco

Cº Cupsi

La Víbora Huaca Corral ca jal

Lupahuari

as

Q. de la Quiebra

Cº Atumcoto

Río d

el C

Salina Guadalupito Rinconada

Isla de la Viuda El Gallinazo

Monte Zarumo

Santa Ana

Cruz Pampa

Las Cruces

Lacramarca

Río Sant

a

Cº Negro

Isla El Corcobado

5

SANTA



Isla de Santa

Cº Querengo

Cº Colorado Santa Clara Guadalupito 10

Península de Santa

Q. Lacramarca

3 Ruinas 7 Tambo 8 1 Real 2 4

Pampa del Toro

6 Cambio puente

El Porvenir

Cº Musapampa Ant. Aceq. de Chimbote

Coshco Ant. Aceq. de Coshco

CHIMBOTE O C É A N O PAC Í F I C O

9 Isla Blanca

Islas de Ferrol Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas

Península de Ferrol 78º30'

Kilómetros

5

NEPEÑA

0

5

10

RELACIÓN DE LAS HUACAS 1.- Huaca de Canta Gallo 2.- Castillo de Choloque 3.- Compuerta de Cailán 4.- Huaca Santa Clara 5.- Huaca de La Cruz

6.- Huaca de San Juan 7.- Grupo de La Mora 8.- Grupo Ursias 9.- Huaca Tres Cabezas 10.- Huaca Ureña

Mapa No. 8. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE SANTA.

39

LOS MOCHICAS - TOMO I

Pungurí Alto

S. José

MORO

Río

Qu isq

Motocache

ue

Cº Siete Huacas

San Jacinto

Tambor Vinchamarca Grande

Pungurí Bajo

Castillo del Inca

Tomeque NEPEÑA N Río

C. Blanco S. Gregorio

Vesique Pampa Tambo del Inca

Samanco

a eñ ep

3

2

Castillo II

Castillo Taboada Huacatambo

1

9º15' Huambacho Nuevo Samanco

Ruinas de Michah Capilla Huambacho Viejo

RELACIÓN DE LAS HUACAS

O C É A N O PAC Í F I C O

1.- Huaca de Los Enanos 2.- Huaca Partida 3.- Huaca Larga

Huacas Cementerios Fortalezas Ruinas 78º30'

Kilómetros

5

0

5

10

Mapa No. 9. MAPA ARQUEOLÓGICO DEL VALLE DE NEPEÑA.

78º15'

ENTORNO

CLIMA La historia de la humanidad ha probado que uno de los factores que más decisivamente han influido en el nacimiento y desarrollo de los pueblos es el que se conoce con el nombre de “clima”. Un cierto grado de temperatura propicio a la actividad del hombre ha sido necesario para que éste cumpla su destino. El clima dominante en el territorio que sirvió de escenario a los mochicas ha debido ser necesariamente benigno, y ofreció por tanto condiciones favorables para el incremento de la población, a la vez que contribuía a su gran desenvolvimiento cultural. No hay duda de que las características climáticas de entonces fueron diferentes de las que reinan en nuestros días, ya que, a medida que el tiempo transcurre, todo se va modificando en el gran laboratorio de la tierra. Después de haber examinado cuidadosamente todas las manifestaciones de la antigua industria mochica y explorado su territorio, hemos llegado a la presunción de que el clima imperante en aquella lejana época fue cálido, con las naturales variaciones de estación, y estaba caracterizado especialmente por la presencia de más abundantes y persistentes lluvias en el verano, las que atemperaron el calor excesivo y permitieron la utilización de una mayor extensión de tierras para la agricultura. Hoy en día ya no se presentan las lluvias como en aquella época. Y apuntalando nuestra aserción, encontramos dentro de la cerámica, en las representaciones escultóricas y pictográficas, que los techos que cubrían las viviendas y adoratorios eran inclinados (Fig. No. 33), a dos aguas, modalidad que acusa la defensa contra la inundación pluvial. Luego, descubrimos en algunos ejemplares de su cerámica la capa y poncho que emplearon para resguardarse de la lluvia. El resto de la indumentaria, dada la alta temperatura a la que tenían que hacer frente, es sencillísima, pues los vestidos destinados a cubrir el cuerpo se reducían por lo general a una simple camisa sin mangas o camiseta y camisa superpuestas, y a un pequeño pantalón a manera de trusa (Figs. Nos. 34 y 35). Explorando el territorio hemos comprobado vestigios de extensos canales de irrigación con los que ponían bajo riego considerables áreas de terreno que hoy permanecen estériles. Este hecho acredita palmariamente la abundancia de agua de que disponían, abundancia

que no es fácil explicar, dado que aquellas gentes no contaron con el aporte de sucesivas y copiosas lluvias. Hoy se nota ostensiblemente que se regaron grandes extensiones en el valle de Cupisnique, en gran parte del valle de Chicama, en las pampas de Huanchaco, en las riberas del cerro de Tres Puntas (Campana) hasta Chiquitoy, muchas comarcas del valle de Virú y del valle de Chao, y, finalmente, una considerable extensión del Santa, Coshco y Chimbote, entre otros. Otras pruebas que hablan a favor de nuestra presunción son las capas sedimentarias de origen pluvial que hemos encontrado en una perforación practicada en las faldas del cerro Chipitur, en la villa de Moche. Estas capas nos muestran claramente el fenómeno de las lluvias periódicas que han caído en la costa norte del Perú, que sin duda fueron muy frecuentes en los tiempos que nos ocupan. Los estratos se presentan por lo general en capas horizontales y éstas son más gruesas a medida que se acercan a la superficie; todo lo contrario sucede en el fondo, donde dichas capas son más delgadas. Todos los terrenos que se extienden en las faldas de los cerros Blanco, Chipitur, Lucumuy, Batán y demás, que forman parte de las estribaciones de la cordillera costanera, están sedimentados por avenidas aluviónicas, detritus y acumulación de rocas. El agua de las lluvias, al caer sobre los cerros, daba comienzo a su obra erosiva, discurría impetuosamente por las pendientes arrebatando de las partes altas todo lo que encontraba a su paso, y dejaba tras sí, como huella en las partes bajas, la característica capa de limo. Como al aluvión sobrevenía un gran estiaje, se iniciaba entonces la obra de sedimentación arenosa o de detritos rocosos, favorecida por los vientos. Esta obra de acumulación era fijada por una nueva capa de limo, fruto de otro aluvión, y así sucesivamente. Las capas sedimentarias han ido formándose cada vez más gruesas, a medida que entre aluvión y aluvión transcurría mayor tiempo. Cuando los aluviones eran más frecuentes, la sedimentación arenosa era menos gruesa, como pudo observarse en el interior del forado que hiciéramos, hecho que comprueba –cual inestimable documento ofrecido por la naturaleza– que las lluvias que caen en la costa norte del Perú se van espaciando y alejando cada vez más unas de otras. La periodicidad de los aluviones no ha sido tampoco uniforme. Anteriormente se presentaban más a menudo. 41

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 33.- Vivienda mochica de techo inclinado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (072-004-009)

42

ENTORNO

Fig. No. 34.- Representación escultórica en la que se aprecia la gran camisa que utilizaban los mochicas para resguardarse de las lluvias. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (038-005-005)

43

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 35.- La capa protectora de las lluvias, usada en lugar de ponchos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-003-002)

44

ENTORNO

El Dr. Miguel Feijóo, en su Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Trujillo del Perú, hace un ligero análisis sobre las copiosas lluvias que cayeron en Trujillo, tratando de explicar las causas que las originaron. Hace memoria de los años en que se presentaron dichos aluviones –en 1701, 1720, 1728 y en 1747–, mediando entre ellos lapsos de 19, 8 y 19 años, respectivamente. No tenemos noticia, después del año 1747, de otros aluviones, sino hasta el que se presenta luego de 123 años, o sea el del año 1870, al que suceden los de 1891 y 1925 –que es el último anotado–. Entre los fenómenos pluviales han mediado 21 y 34 años, respectivamente. Como se verá, dichos aluviones no se han presentado de una manera precisa. Su lapso ha variado casi siempre, y se han comprobado únicamente dos cuyos interregnos son iguales. Se observará, además, que el que mayor tiempo demora en presentarse es el de 1925, que rompe todas las teorías, al aparecer después de 34 años. Sebastián Lorente escribe en 1861 que en la costa norte del Perú se presentan lluvias periódicas cada seis o siete años. Posiblemente el Dr. Lorente basa su afirmación en noticias tomadas en el lapso de los 123 años que hemos anotado y de los que no hemos hallado mayores referencias. Es seguro que en tan dilatado tiempo hubieron de presentarse muchos aluviones más; quién sabe si con mayor frecuencia, aunque de menor ímpetu destructor. A los aluviones generalmente han sucedido años de verdadera sequía, pero no tenemos noticia de que hayan sido mayores que los experimentados en los últimos diez años, que originaron tremendos perjuicios a la agricultura. A partir del aluvión de 1925, el caudal de agua que arrastran los ríos demuestra cambios notables. Es justo pensar, pues, que en los 20 siglos transcurridos desde la remota época mochica se han producido evoluciones notables en el clima. Las circunstancias de carácter telúrico de que depende un clima varían fácilmente a medida que el tiempo pasa, como resultado natural de las modificaciones que sufre nuestro planeta. Por todas las consideraciones que anteceden, queda comprobado que el clima reinante en la época mochica fue diferente del actual y que la presencia de frecuentes y densas lluvias favoreció la gran expansión agrícola, que es una de las características de la raza que estudiamos, e influyó en el adelanto cultural que alcanzó, ya que así pudo satisfacer ampliamente todas sus necesidades orgánicas y en general las de carácter económico.

FLORA Y FAUNA Nos toca ahora examinar el conjunto de especies vegetales y animales que, con el consorcio agua, tierra, flora, fauna y hombre, influyó en los destinos del pueblo mochica. El Perú, como se sabe, es uno de los pocos países del mundo donde se ofrecen las más notables variaciones geográficas. La ingente y extensa cordillera de los Andes, que atraviesa todo su territorio, lo divide en tres regiones completamente distintas: costa, sierra y selva, cada una de las cuales posee vegetales y animales característicos, tanto que, en orden a su flora, las citadas regiones pueden representarse así: la costa, flora tipo matorral; la sierra, flora tipo prado o pastizal; la selva, tipo bosque tropical. Y en cuanto a la fauna, podríamos representarla así: la costa, por el alcatraz y otras aves guaneras en su litoral e islas adyacentes, y el zorro y el puma en su fauna terrestre; la sierra, por los auquénidos y el cóndor; y la selva, por sus mamíferos y aves, grandes reptiles, batracios y sus miríadas de insectos principalmente. Quiere decir, pues, que cada región peruana tiene su flora y fauna típicas. Como el medio geográfico que ocuparon los mochicas ha sido una parte del litoral peruano, le corresponde la flora y la fauna costeñas. Uno de los documentos etnológicos más fehacientes de la flora y fauna mochicas es la pictografía que aparece en la figura No. 36. Es la representación de un paisaje en el que van perfilándose ya muchas ideas de planos y perspectiva. Tiene especial importancia porque nos da una impresión exacta de las características de la flora y fauna de los terrenos áridos en la costa, ambas relativamente pobres. Están presentes sus plantas prototípicas y se hace notar hasta el aspecto agreste y desierto de su suelo. El artista ha plasmado una idea donde vibra intensamente la naturaleza propia de la costa. En primer término, se nos ofrece una serie de levantamientos sucesivos a manera de cordillera, cuyas faldas y simas ostentan plantas oriundas, tales como la achupalla (Piticairnia ferugínea R. et P) y cactos en sus dos variedades: los llamados vulgarmente gigantones del valle (Melocactus peruvianus Vaupel o también Cactus townsendii Briton et Rose) y el melón de oso (género Melocactus, familia cactáceas.) 45

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 36.- Representación de un paisaje costeño con su fauna y su flora características, y dentro del cual van perfilándose ya muchas ideas de perspectiva. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1268)

Una de las más salientes elevaciones de esta cordillera presenta puntos blancos, representativos, sin duda, de las piedras o arena que imprimen ese color gris peculiar a los cerros costeños. Frente a una hondonada donde está el comienzo y el fin de las elevaciones –que no es otra cosa que una garganta o encañada, después de un espacio blanco que representa el caluroso y desierto suelo de arena– emerge una nueva serie de montañas con sus perfiles adornados también de achupallas. En la parte superior de uno de los cactos que descansan sobre la primera cordillera posa un ave (colibrí) cuyas formas, si bien no acusan perfección en su trazado, ofrecen en cambio un gran naturalismo. Por sobre las montañas se han representado aves, cerniéndose en el espacio las unas, caminando en el suelo las otras. En el terreno que separa las dos montañas se descubre un gran ofidio que ha sido atacado por un ave que está representada con todas sus características. Este alado ha descendido en su vuelo, como una saeta, verticalmente, y ha hundido su largo y duro pico en la región caudal del reptil que tiene abiertas las fauces en señal de dolor. La conformación de flores y frutos de la achupalla está bien precisada. Aquéllas se ven representadas por manchas que guardan su contorno peculiar, y éstos por formas lineadas que se encierran en espacios más o menos romboidales. El escudo de armas, prendas de vestir y mazas que aparecen en la parte superior 46

corresponden al guerrero que está modelado sobre el cuerpo globular del cántaro pictórico. Para que nuestro estudio ofrezca claridad y precisión, lo dividiremos en dos partes: lo concerniente a la flora, y luego, lo que se refiere a la fauna.

Flora Debido a la carencia de lluvias tropicales y a la temperatura relativamente elevada, la costa norte del Perú se ofrece estéril, y da una impresión de desolación nada grata, salvo los espacios de vegetación apretada que se presentan a lo largo de los valles, verdaderos oasis en las grandes extensiones de arena que los rodean. La flora, por lo tanto, es pobre y se reduce a matorrales y agrupaciones boscosas de espinas, pájaros bobos y otros, que se intercalan entre los cultivos propios de la región. El claro verdor de estos lugares contrasta enormemente con los grandes mantos de suelo arenoso de tono gris, donde la vida parece extinguirse sin ofrecer más ornamento floral en su desesperante monotonía que variedades de cactos y plantas de hojas lanceoladas como la achupalla –que frecuentemente la hallamos representada en los vasos pintados– y que se alzan de trecho en trecho, triunfadoras del hálito de muerte que las rodea, en las lomas y faldas de los cerros. En las explanadas, están las manchas de sapotes, flores de arena

ENTORNO

Fig. No. 37.- Zapallito loche (Cucurbita moschata Duch.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-005-010)

Fig. No. 38.- El pepino (Salanum variegatum.-R. Et P.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (110-004-004)

Fig. No. 39.- Pacae (Inga Feullei DC.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (110-004-015)

Fig. No. 40.- La lúcuma (Lúcuma obovata H.B.K.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (102-002-006)

47

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No 41.- Opuntia (derecha); algarrobo o guarango (Prosopis juliflora DC.) (centro); Opuntia ficus indica Mill (izquierda). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (4580)

Fig. No. 42.- Melón de oso (Melocactus comunis), de un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 43.- Achupalla (Piticairnia imperialis), según un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

48

Fig. No. 44.- Jen. Melocactus, familia cactáceas.

ENTORNO

y algunas variedades rastreadoras para cuya vida es suficiente la humedad que captan de la atmósfera. La achupalla florece únicamente en ciertos años, cuando es favorecida por algunas lluvias en la estación estival o por la persistente y densa humedad del invierno. De la flora de la época mochica, y a través de su cerámica realista, hemos podido comprobar que producían, entre las plantas alimenticias: el maíz (Zea mays), que ocupó la mayor área cultivable de entonces; frijoles (Phaseolus lunatus), pallares (Phaseolus pallar), papas (Solanum tuberosum), yucas (Manihot esculenta), camotes (Ipomoea batatas) y otros vegetales más, cuya lista insertamos en el capítulo pertinente a la agricultura. Como árboles frutales más apreciados se cultivaron: el chirimoyo (Anona chirimolia), la guanábana (Anona muricata), el tumbo (Passiflora mallissima), la calabaza (Cucurbita maxima y Cucurbita pepo) y demás. Los frutos de algunas variedades de las calabazas, una vez secos y convenientemente vaciados, dejando la cáscara o corteza, se emplearon para usos domésticos, como vasijas, copas, mates, entre otros enseres. En la actualidad, los indígenas de esa región utilizan dichos frutos de la misma forma, y designan las vasijas –que de ellos obtienen y según el uso que le dan– con los

Fig. No. 45.- Cereus peruvianum (Linneo) o Cactus peruvianum.

nombres de ponga, checho, poto y otros. (Véase la Fig. No. 37 y siguientes hasta la Fig. No. 59). Como ya hemos dicho en líneas anteriores, la flora observada en las pictografías y en el modelado de los vasos mochicas se conserva casi íntegramente en la actualidad y ha sido notablemente enriquecida con variedades traídas del Viejo Continente; figuran entre ellas: el olivo, pero, manzano, naranjo (dulces y agrios), vid, ciruela y muchos otros frutos que se cultivaron con cierta preferencia, una vez producida la conquista hispana. La caña de azúcar, que se aclimató en la región y que nos ocupa, fue traída de Centroamérica y hoy constituye el principal cultivo del valle. La flora mochica ha tenido que pasar sólo por simples modificaciones en lo que respecta al mayor o menor auge de sus plantas, ya sea cuando se hace presente el dominio chimú o ulteriormente, cuando los incas imperan en la costa del Perú. Después, los habitantes de esta región, incapaces de abarcar todos los sistemas agrícolas, dejaron la mayoría de sus tierras abandonadas a la generación espontánea –abandono que tiene su explicación en la carencia de brazos y en la poca voluntad de trabajo de los escasos hombres disponibles–. Las tierras se trocaron en grandes e inextricables bosques, donde también al amparo

Fig. No. 46.- Cactus peruvianum.

Fig. No. 47.- Cereus Sp., familia cactáceas.

49

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 48.- Portulacácea. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 49.- Fourcroya andina (Trell), según un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 50.- Tillandsia purpúrea R. et P. (izquierda) cereus. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 51.- Cereus Sp. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

50

Fig. No. 52.- Cochayuyo (Ulva purpurea Roth). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

ENTORNO

Fig. No. 53.- Monocotiledónea. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 54.- Mimulos glabratus H.B.K. Familia escrofulariáceas, según un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 55.- Calabaza (Cucurbita pepo). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 56.- Totora (Ipha domingensis Pers), a la derecha; Dicotiledonae (izquierda). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 57.- Opuntia Sp., familia cactáceas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 58.- El ullucho (Phaseolus Sp.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 59.- Epiphyllum phillanthus Haw (cactácea), estilización. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

de su sombra y de su poder de hidratación se formaron extensos pantanos, viveros de miríadas de zancudos propagadores del temido y tremendo morbo de la malaria. Con el tiempo, estos grandes bosques se han ido talando poco a poco, se ha utilizado el producto, ya en forma de leña o carbón, y se ha reemplazado el terreno con nuevas plantaciones modernas. Sin embargo, todavía se pueden observar rezagos de esos bosques en los fundos Salamanca y Mocan, del valle de Chicama, y en los valles de Chao y Virú, en más abundancia. Los árboles cubren hoy algunas ruinas. Se contó también con numerosas lagunas cerca del mar que aún subsisten y en cuyas orillas crecían grandes

cantidades de eneas y juncos. Las primeras se utilizaron para la construcción de los caballitos, las balsas y las habitaciones; los segundos, en la manufactura de petacas, pequeñas cajas y esteras. En nuestros días todavía son apreciadas estas plantas por los pueblos pescadores que viven en el litoral y que les dan las mismas aplicaciones que las de lejanos tiempos. Variedades de ellas se encuentran pictografiadas, como se puede observar en las ilustraciones que insertamos. Para terminar, es importante indicar que en algunos bosques (Mocan y Chao) se alcanza a percibir todavía vestigios de los cultivos que en ellos hubo en los tiempos precolombinos.

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ENTORNO

Fauna Ya en el capítulo anterior quedó dicho que la flora de la costa del Perú es relativamente pobre, y como los animales que son por lo general herbívoros abundan en las zonas de mayor vegetación, es natural que en la que estudiamos, por la circunstancia antedicha, sea notoria su escasez. Sin la frondosidad de la selva amazónica y teniendo en cuenta que los lugares de mayor vegetación, o sea los valles, están totalmente cultivados, la fauna se reduce simplemente a unos cuantos animales y carece especialmente de ejemplares de gran tamaño que, como se sabe, abundan en mayor cantidad en la sierra e incluso en la región de la selva. La fauna dominante en la época mochica, la misma que está vivamente representada a través de su cerámica, tampoco ha variado; ésta, al igual que la flora, ha sido enriquecida con las nuevas especies traídas por los conquistadores de la nación de Isabel la Católica. Todos los animales que están expresados en la cerámica se encuentran en la actualidad, salvo algunas especies que han desaparecido por no ser originarias del lugar, como ha sucedido con la llama, animal de gran importancia histórica, que sólo se encuentra en las altas planicies andinas (la región del Tíbet peruano para muchos geógrafos), de donde sin duda fue anteriormente traída a la costa y aclimatada venciendo dificultades. Los innumerables servicios que proporcionó este rumiante lo colocaron en el plano netamente familiar del mochica, y desempeñó el mismo papel que el caballo, por ejemplo, en las civilizaciones orientales. Pues, además de sus servicios de transporte, su carne –utilizada como alimento especial– constituía, a la vez, la mejor ofrenda votiva en el culto a los antepasados. En la mayoría de las tumbas de esta cultura hemos encontrado, entre los restos alimenticios de origen animal, los de la llama (Fig. No. 60) y los del cuy o conejo de las Indias. En los cerros adyacentes a los llanos y campos de cultivo habitaron, lo mismo que hoy, numerosas manadas de venados (Fig. No. 61), cuya caza –representada frecuentemente en los vasos pintados– era una de las diversiones favoritas de los grandes señores; además de pequeños ocelotes, pumas (Figs. Nos. 62 y 63) y gatos monteses, que de vez en cuando irrumpían en las comarcas y sembríos, causando espanto y graves perjuicios. La felinidad de estos animales engendró en

los antiguos mochicas el espíritu de sujeción hacia ellos, a los que convirtieron bien pronto en motivos de veneración, y formaron, como símbolos de poder y de fiereza, parte de su complicado sistema mitológico. Los ocelotes tienen la particularidad de domesticarse fácilmente cuando se les cría desde muy tiernos. Los mochicas no desconocieron esta cualidad y es por eso que vemos a los grandes jefes sujetando en sus faldas, cuando no a un costado, a esta clase de animales, que demuestran una gran mansedumbre. En los matorrales no faltaron las iguanas, las zorras (Fig. No. 64) y los hurones, y en las cuevas de los cerros, el oso, que si bien no se ha identificado dentro de la cerámica, es real que su existencia data desde muy atrás. El mono (Figs. Nos. 65 y 66) –animal propio de la selva–, en cambio, ha sido frecuentemente representado, ya tomando parte en las escenas mitológicas o en numerosas expresiones del arte alfarero. Su vivacidad, su agilidad y su asombroso parecido con el hombre impresionaron, sin duda, fuertemente al mochica, que no tardó en hacerlo copartícipe en su tarea de edificar una cultura próspera y rica en matices. El perro salvaje que aquél domesticó se hizo el compañero inseparable del hogar y hasta se le llegó a señalar un determinado sitio en la esfera mitológica (Fig. No. 67). El gato de agua o nutria, cuya cabeza está muy bien modelada en la cerámica (Fig. No. 68), fue también conocido en este lugar, así como gran cantidad de aves, de peces y, en fin, de todos los animales que todavía nos acompañan, muchos de los cuales aún viven en estado salvaje (Figs. Nos. 69, 70, 71 y 72). La gran predilección que los antiguos pobladores costeños tuvieron por las aves nos permite tener una información completa de su existencia y sus variedades; así, vemos al cóndor, águila marina, halcón, una variedad notable de palmípedos, algunos pájaros cantores y palomas, cuya carne delicada y suave se utilizó como uno de los más preciados manjares en todos los banquetes, como se puede apreciar en las ilustraciones de este capítulo (Figs. Nos. 73 a 100). La cerámica también nos muestra al guacamayo, ave de gran predilección para los incas y que era traída, sin duda, de la selva. La fauna marina fue, asimismo, muy numerosa (Figs. Nos. 101 a 107). Gran cantidad de peces es fielmente representada en la cerámica; la abundancia de estos animales influyó mucho en la formación de las culturas 53

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 60.- Realista grupo escultórico de llamas (Auchenia lama) en celo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-015-002)

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ENTORNO

Fig. No. 61.- Venado costeño (Cervus nemorivagus Sp.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (091-005-005)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 62.- Puma (Felis concolor). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-126)

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ENTORNO

costeñas que, como sabemos, tuvieron al principio como única actividad la pesca. Los ceramios nos muestran a la lisa, corvina, lenguado, tollo, bonito, róbalo, raya, lobo marino, bagre, cojinova, entre muchos otros. Los crustáceos también están profusamente representados. Así, vemos variedades de camarones, cangrejos y langostas (Figs. Nos. 108 a 111), animal este último que abunda mucho en las rocas de las playas El Brujo. Además, la ostra, el barquillo, la concha de abanico (Figs. Nos. 112 a 116) y las variedades de caracoles (Fig. No. 118), entre los moluscos, fueron y siguen siendo el principal alimento de los pobladores del litoral, muy especialmente de los que se dedican a la pesca. El Strombo (Fig. No. 117) era empleado como instrumento de viento por los mochicas, a manera de trompeta, y la concha de puntas (Spondylus pictorum), que se encuentra con alguna frecuencia dentro de las tumbas y que es originaria de las costas centroamericanas, fueron productos de intercambio. Muchas de las lagunas en las que se albergan grandes cantidades de patos, somorgujos, garzas blancas y grises, sarapicos, gallinetones, gallaretas, entre otros, han desaparecido. En nuestros días, estas lagunas se encuentran solamente en las playas del fundo Salamanca, en Moche, y en Chimbote, que son las más importantes. La pampa agreste, que produce únicamente plantas grises que se alimentan con la humedad de la atmósfera, también tenía sus aves, y como hoy, era atravesada por los ágiles pamperos y huerequeques. En la actualidad, entre las aves acuáticas hemos podido constatar las visitas de especies migratorias, tales como el pato espátula y el pato bola (Figs. Nos. 89 y 91), oriundos de Chile, y del fern. Precisamente tuvimos la oportunidad de encontrar un ejemplar de este último con un anillo de identificación norteamericana. De las dos primeras aves tenemos fieles expresiones en la cerámica. Entre los artrópodos, hallamos representados a la tarántula, el alacrán y el ciempiés, jugando este último un importante papel en las pictografías simbólicas (Figs. Nos. 119 y 122). Entre los documentos etnológicos que nos hablan claro de la fauna, tenemos dos sugestivos paisajes: uno pictografiado sobre un vaso representativo de cerros y

hondonadas y el otro sobre un vaso acampanulado (Figs. Nos. 121 y 123). Las pictografías nos dan una idea exacta de la fauna y de la flora de las ciénagas y lagunas cercanas a la orilla del mar. En ellas se descubren los característicos caracoles, los peces de agua dulce, tales como el bagre y la mojarrilla, la lisa, la charcoca, y las aves acuáticas, como las garzas blancas, que abundan en estos lugares y que están hábilmente representadas. Los espacios blancos simulan el agua sobre la cual emergen los juncos con sus florecillas, aguas en las que circulan, en cardúmenes y con gran alboroto, los peces, mientras que las garzas se dedican a su aprehensión. La encendida y brillante imaginación del artista mochica ha llegado hasta representar las raíces de los juncos dentro del agua y la vivacidad de los movimientos de las bestezuelas que pululan en este elemento. Se perciben también, claramente, los primeros hallazgos del sensitivo en orden a la profundidad, al sentido de perspectiva La figura No. 409 (capítulo La caza y la pesca) , en cambio, nos muestra un exponente plástico de primer orden. Aunque en él juegan muchas ideas y líneas que provienen del temperamento fantasioso del artista, hay en el conjunto gran naturalismo y vivacidad de expresión. La forma del ejemplar está íntimamente ligada al tema que representa; en él se han expuesto las hondonadas y salientes de las lomas y los llanos arenosos en primer término, representados por fajas oscuras y blancas, y luego se han levantado las peculiares formas cónicas de los cerros que están poblados de la flora característica: variedades de cactáceas, salpicadas con animales de la fauna propia, tales como los caracoles, que muy a menudo se encuentran en grandes cantidades sobre las rocas y pastos naturales, de donde se les recoge en pequeñas bolsas para servir de sustento a los pobladores de los lugares vecinos, y ofidios representados por serpientes que descienden deslizándose hacia los llanos. Como remate de este capítulo hemos creído conveniente insertar la siguiente lista de los animales que hasta hoy nos ha sido posible identificar dentro de la abundantísima cerámica mochica. Desde ya, dicha individualización se ha hecho a base de cuidadosas comparaciones con animales buscados o cazados especialmente.

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 63.- El tigrillo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (089-005-003)

58

ENTORNO

Fig. No. 64.- Zorro (Canis azarae). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (090-006-012)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

REINO ANIMAL - MAMÍFEROS

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NOMBRE CIENTÍFICO

NOMBRE VULGAR

REPRESENTACIÓN

AUCHENIA LAMA

Llama

En pictografía, relieve y escultura. Hay una gran variedad de ceramios compuestos exclusivamente del cuerpo de este mamífero y en diferentes actividades. Restos en tumbas.

CERVUS NEMORIVAGUS SP.

Venado

Importantes escenografías de caza, en pictografías y relieve. Dentro de la escultura aparece simbolizado en gran variedad.

URSUS FRUGILEGUS

Oso

No se ha encontrado hasta hoy ninguna representación realista. Objetos hechos de cuerno.

LUTRA CHILENSUS Benn

Nutria, gato de agua, carbunclo

Escultura

FELIS ONZA L.

Jaguar

Pictografía, relieve y escultura

FELIS CONCOLOR

Puma

Pictografía, relieve y escultura

FELIS PARDALIS

Ocelote

Pictografía, escultura y adornos

FELIS MONTE

Gato de monte

Pictografía, escultura y adornos

CANIS AZARAE

Zorro

Pictografía, relieve y escultura

MUS MUSCULUS

Ratón

Pictografía, relieve y escultura

Mono

Pictografía, relieve y escultura

MUS DECUMANUS

Rata gris

Pictografía y escultura

CAVIA COBAYA, Cuvier

Cuy, conejillo de Indias, ruco

Varios motivos escultóricos. Restos en tumbas.

DIDELPHIS AZARAE

Hurón

Varios motivos escultóricos

VESPERUGO NOCTULA

Murciélago

Varios motivos escultóricos

OTARIA ULLOAE Tschudi

Lobo marino

Pictografía, relieve y escultura. Dientes en tumbas.

PHYLLOSTOMA

Vampiro

En su mayoría, la representación de este ser se reduce a idealizaciones teogónicas.

ENTORNO

Fig. No. 65.- Los monos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (092-003-009)

61

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 66.- Mono. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-005-009)

62

ENTORNO

Fig. No. 67.- Perro de la época precolombina (Canis ingae). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (091-003-001)

Fig. No. 68.- La nutria. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-002-001)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 69.- Conejillo de Indias (Cavia cobaya). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-002-009)

Fig. No. 70.- Rata común (Mus decumanus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSE-022-006)

Fig. No. 71.- Murciélago (Vesperugo noctula). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-002-003)

64

ENTORNO

Fig. No. 72.- Lobo marino (Otaria ulloae Tschudi). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (094-006-001)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

REINO ANIMAL - AVES NOMBRE CIENTÍFICO

NOMBRE VULGAR

REPRESENTACIÓN

SPATULA PLATALEA DAFILA BAHAMENSIS MARILA ERITHROPHTALMA ERISMATURA FERRUGINEA CAIRINA MOSCATUS QUERQUEDULA CYANOPTERA NYCTICORAX NYCTICORAX NAEVIUS FULICULA AYRA PHALACROCÓRAX BRASILIANUS COLIMBUS CRISTATUS COLIMBUS MINOR PELECANUS MOLINAE THALASSOECA GLACIALOIDES GALLINULA CHOLOROPHUS AGUILA PERUVIANS FALCO INGAE SARCORANPHUS GRYPHUS ASTUR MISUS POLIBORUS THAURUS CATHARTES AURO

MELOPEDIA MELODA

Pato cuchara Pato gargantillo o barba blanca Pato negro Pato bola Pato joque Pato colorado Huaco Gallinetón Camanay Somorgujo mayor Somorgujo menor Pelícano Pardela Gallineta Águila Halcón Cóndor común Gavilán común Huarawaw Gallinazo Guariguanga Paca paca Búho Lechuza Papagayo, guacamayo Cóndor Tucán Loro Paloma, cuculí

CHARADRIUS HIATICULA TROCHILUS COULUBRIS NUMENIUS HUDSONNICUS MACRODRAMPHS GRISEUS ARDEA EGRETTA ARDEA CANDISISSIMA ARDEA CINEREA (Con pequeña moña) LARUS DOMINICANUS

Tildillo Colibrí común Zarapico real Zarapico Garza blanca Garza blanca chica Garza gris Gaviota

Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía Pictografía Pictografía Pictografía y escultura Pictografía Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía Pictografía Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura Escultura Pictografía y escultura Pictografía y escultura; la mayoría de las veces en potajes servidos Pictografía Pictografía Pictografías Pictografías Pictografías Pictografías Pictografías Pictografías

PHOLEOPTYNX CUNICULARIA STRIX BUBO STRIX PERLATA ARA MACAO SARCORAMPHUS PAPA PHAMPHASTOS CUVIERI

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ENTORNO

Fig. No. 73.- El cóndor (Sarcoramphus papa). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (095-003-003)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 74.- Gallinazo cabeza colorada. Familia Cathartidae. (Cathartes Aura S.W.S. Costa). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (095-004-007)

Fig. No. 75.- Halcón moro. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (095-004-001)

68

ENTORNO

Fig. No. 76.- Halcón de pecho blanco. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (095-005-003)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 77.- Águila marina idealizada (Pandion haliaetus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-165)

70

ENTORNO

Fig. No. 78.- Gaviota (Larus dominicanus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (100-005-011)

Fig. No. 79.- Pardela (Thalassoeca glacialoides). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (100-001-003)

71

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 80.- Búho común (Strix bubo). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (096-006-001)

72

ENTORNO

Fig. No. 81.- Lechuza (Strix perlata). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (096-004-005)

Fig. No. 82.- Lechuza (Strix flammea). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (096-004-001)

Fig. No. 83.- La paca paca. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (097-005-001; 097-005-004)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 84.- Papagayo (Ara macho). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (097-002-007)

74

ENTORNO

Fig. No. 85.- Pato joque (Cairina moscatus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (099-003-003)

Fig. No. 86.- Pato joque (Cairina moscatus) y sobre el globo del vaso un relieve de Dystiscidae. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (099-001-010)

Fig. No. 87.- Pato barba blanca (Dafila bahamensis). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (099-007-002)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

78

Fig. No. 96.- Agrupación de aves de rapiña, palmípedas y pájaros de la región, obtenida de las diferentes pictografías de los huacos mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

79

ENTORNO

Fig. No. 97.- Un grupo de aves de laguna, entre las que podemos identificar a la garza real, el zarapico real y el avechucho. Los dibujos han sido tomados de huacos mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

LOS MOCHICAS - TOMO I

REINO ANIMAL - BATRACIOS Y REPTILES NOMBRE CIENTÍFICO

NOMBRE VULGAR

REPRESENTACIÓN

BUFO VULGARIS

Sapo

Pictografía, relieve, escultura. En esta última aparece representado. Desde la forma realista hasta la idealización más caprichosa y simbólica.

LACERTA AGILIS

Lagartija común

Pictográfia, relieve y escultura. Este animal juega importante papel dentro de la mitología mochica.

EMYS

Tortuga

Escultura

BOA CONSTRICTOR

Boa común

Pictografía, relieve y adornos

Culebras

Pictografías

Culebra cascabel

Pictografías idealizadas

Iguana

Pictografía, relieve y profusamente en esculturas. Es de hacer notar que hay gran cantidad de cántaros cuya exornación pictórica es exclusivamente a base de este saurio.

IGUANA TUBERCULATA

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ENTORNO

Fig. No. 98.- Agrupación de reptiles de diversas familias, que ha sido obtenida de las pictografías mochicas de muchos vasos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 99.- Sapo común (Bufo vulgaris). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (104-004-009)

Fig. No. 100.- Iguana tuberculata. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-016-003)

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ENTORNO

Fig. No. 101.- Tortuga de mar (Chelonia midas schwq). Subgénero Euchelo nis tsch. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-002-004)

Fig. No. 102.- Tortuga de mar (Chelonia midas schwq) estilizada. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (093-002-005)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

REINO ANIMAL - PECES

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NOMBRE CIENTÍFICO

NOMBRE VULGAR

REPRESENTACIÓN

MYLIOBATIS AQUILA

Rayo

Pictografía, relieve y escultura. A base de este animal, el artista mochica ha creado maravillosas estilizaciones decorativas.

SCIAENA GILBERTI Abb

Corvina

Pictografía y escultura

MUSTELUS DORSALIS

Tollo

Pictografías y esculturas

ACANTHISTIUS PICTUS

Chirlo

Pictografías

GALEUS ZYPTERUS

Tollo (Tiburón)

Pictografías

DESYBATIS PASTINACA

Raya

Pictografías y escultura

PANDIONAE HALIAETUS

Águila marina

Pictografía, relieve y escultura. Esta ave desempeña importantísimo papel escénico-mitológico.

BASILICHTHYS AFFINI

Pejerrey

SARDA CHILENSIS

Bonito Sardina Anchoveta

Esculturas y pictografías Pictografías Pictografías

ANISOSTREMUS SCAPULARIS

Chita

Pictografías

PYGIDIUM sp.

Bagre Mojarrilla

Pictografías

MUGIL. CEPHALUS

Lisa Pez volador

Pictografías Pictografías y esculturas

ENTORNO

Fig. No. 103.- Peces de mar y de agua dulce, obtenidos de los vasos pintados mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 104.- El bonito (Sarda chilensis). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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ENTORNO

Fig. No. 106.- Representación escultórica de un pez. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (105-004-006)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 105.- Cerámica mochica que representa el cuerpo de un pez. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (105-004-001)

88

ENTORNO

Fig. No. 107.- Pez raya (Myliobatis aquila). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-003-011)

89

LOS MOCHICAS - TOMO I

REINO ANIMAL - MOLUSCOS Y ARTICULADOS NOMBRE CIENTÍFICO

NOMBRE VULGAR

REPRESENTACIÓN

AVICULA MARGARITOFERA

Strombo Ostra perlífera

Pictografía, relieves, esculturas y especies naturales Pictografía, escultura, restos y especies naturales provenientes de las tumbas.

BULIMUS

Caracoles de tierra

Pictografía, relieves, escultura y restos naturales

DONAX PAYTENSIS

Almeja Conchita

Escultura y restos naturales Pictografía, escultura, relieves y restos naturales, especialmente en basurales.

SPONDYLUS PICTORUM

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Concha de puntas Muyo

Pictografía, escultura y gran cantidad de restos naturales provenientes de las tumbas.

PECTEN PURPURATUS FISSURELLA PERUVIANA MYLITUS CHORUS ASTACUS PLUVIATITUS

Concha de abanico Barquillo Concha negra Camarón de río

Restos naturales y escultura Relieves, pictografías y escultura Restos Pictografía, relieve y escultura; en todas aparece dotado de gran realismo. También está representado en forma natural por los restos de los basurales.

PLATYXANTHUS ORBIGNYI ESCOLOPENDRA GIGAS

Cangrejo Ciempiés

Lo mismo que el camarón de río Pictografías en magníficas idealizaciones, relieves y adornos metálicos.

TEGENARIA DOMESTICA PEDICULUS HUMANUS L.

Araña Piojo

Pictografía En relieves sobre el cuerpo humano

MIGALIA AVICULARIS POLINOSTOUS FRONTALIS AURELIA AURITA EQUINODERMO ASTEROIDES ECHINUS SCULENTUS OCTOPUS VULGARIS. Lam. TROCHUS

Cucaracha de agua Mariposa Tarántula Langosta Medusa (En el Perú, malagua) Estrella de mar Erizo de mar Pulpo Caracoles negros

Pictografías y relieves Pictografías Relieves y pictografías Escultura y pictografías Pictografías Pictografías y relieves En las tumbas. Fragmentos en cuentas. Pictografía, relieve y escultura Pictografía, relieve, escultura y restos naturales

ENTORNO

Fig. No. 108.- La langosta (Polinostus frontalis). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (105-005-001)

91

ENTORNO

Fig. No. 111.- El camarón (Astacus pluviatitus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (105-005-005)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 112.- La conchita (Donax paytensis d’ orb). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-004-002)

Fig. No. 113.- Arca araranada grandis. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-004-006)

94

ENTORNO

Fig. No. 114.- Concholepas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-005-001)

Fig. No. 115.- La concha de abanico (Pecten purpuratus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-004-004)

95

LOS MOCHICAS - TOMO I

96

Fig. No. 116.- El barquillo idealizado (Fissurella peruviana). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (075-006-009)

Fig. No. 117.- El Strombo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (106-005-003)

Fig. No. 118.- Caracol de cerro (Geo bulimus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (107-005-002)

Fig. No. 119.- Ciempiés (Mariapoda chilopoda). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (107-002-003)

ENTORNO

Fig. No. 120.- La pulga (Pulex irritans L.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 121.- Ceramio mochica pictografiado, representativo de la flora y fauna costeñas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (III-002-006)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 122.- Pictografía que presenta a la tarántula con sus haces de tela. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 123.- Paisaje de terrenos pantanosos, bordeados de totoras y poblados de aves, peces e insectos, según una pictografía de un vaso acampanulado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

98

ENTORNO

Fig. No. 124.- Paisaje plástico y pictórico. La flora y la fauna de los cerros. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (107-005-005)

99

LA RAZA

E

NTENDEMOS POR RAZA LA IDENTIFICACIÓN del hombre mochica ubicado en el tiempo de su dominio cultural y en nuestro presente. Según esto, el estudio de la raza mochica tiene que concretarse al pasado y al presente; al hombre desaparecido, cuyo espíritu se asoma en todas las grandes obras que ha dejado, y al hombre que en nuestros días mira pasar el tiempo y se aferra a su tradición, a su tronco de origen en una serie de manifestaciones vitales. Para identificar al mochica del pasado contamos, en primer lugar, con los estudios de los monogenistas y poligenistas, que al tratar sobre el origen del hombre americano han incidido en la raza costeña del norte que nos ocupa; en segundo lugar, con los restos óseos, con todo el material cerámico que reproduce las formas humanas; y en tercer lugar, con las informaciones de los cronistas, así como con los estudios de los historiadores y arqueólogos de la época republicana. Para presentar al hombre mochica proyectado hasta nuestros días contamos con los pocos habitantes indígenas de Moche, Virú, Huanchaco, Simbal y otras localidades más, cuyos caracteres etnológicos, etnográficos y antropológicos reviven el alma mochica.

Fig. No. 125.- Pieza escultórica que representa el verdadero rostro de la raza mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-045)

EL MOCHICA DEL PASADO Antes de entrar de lleno en la discusión del problema del hombre mochica, debemos comenzar por hacer un breve análisis de algunas de las teorías que se han sustentado acerca del origen del hombre americano, ya que tienen que estar íntimamente ligadas a las del origen y evolución del mochica.

Monogenistas y poligenistas Basados en ciertas analogías, los hombres de ciencia han divagado, a su modo, dentro de las escuelas monogenistas y poligenistas. En lo que se refiere a América, los poligenistas se fundan en la existencia de múltiples razas, con costumbres y caracteres diferentes, conviviendo en este continente, para manifestar, asidos a esa multiplicidad, la creencia de que el hombre americano proviene de varias matrices o fuentes originarias. Blumenbach rechaza lo anterior y sostiene la “unidad de la raza americana”, en la cual funde todas las poblaciones del continente, excepto los esquimales, según uno de sus comentadores. A la par que Humboldt, el notable hombre de ciencia alemán a quien deben los estudios geográficos americanos notables hallazgos, mantiene, más tarde, igual teoría y la explica en su importante trabajo titulado: Voyage Aux Regions Equinoxiales, donde afirma que los “indios de Nueva España presentan un parecido general con los de 101

LOS MOCHICAS - TOMO I

Canadá, Florida, Perú y el Brasil”. Virchow, a su vez, adopta una actitud opuesta: se muestra contrario a la unidad sostenida por los autores anteriormente citados y afirma que “desde el punto de vista de la clasificación antropológica, se acumulan pruebas concluyentes para llegar a la deducción de que entre la población autóctona de América no hubo una unidad de raza”; mientras Antón dice: “No ha faltado quien estime que los americanos indígenas, desde el Estrecho de Behring al Cabo de Hornos, constituyen una sola raza con caracteres distintivos propios”. En particular, nos inclinamos a pensar como Humboldt y Morton, el jefe de la escuela americana y uno de los más notables antropólogos del continente, quien en su estudio Crania americana or a comparative view of skulls of various aboriginal nations of north and south America (Philadelphia) mantiene la convicción de que los nativos americanos poseen ciertos caracteres físicos y morales y ciertas costumbres que permiten identificarlos en los lugares más remotos. Hay, pues, un substractum que identifica a los americanos, que les imprime una unidad y los diferencia de los pobladores de otros continentes. Pero, según las regiones, sobre ese fondo común racial se yerguen diferencias. Y lo encontramos lógico. En latitudes tan amplias, dotadas de climas variados, en tierras distintas por su subsuelo y su relieve, su flora y su fauna, no podía existir uniformidad completa en la humanidad que las poblaba; de aquí que podamos comprobar esa diferencia de tipos, no solamente entre los existentes en lugares apartados, sino también entre los tipos comprendidos dentro de un mismo país. Tratándose de las teorías autoctonistas en cuanto a la raza, las que enfocan nuestra atención, no podemos dejar de lado las declaraciones terminantes hechas por Brinton en su discurso como presidente del Congreso Internacional de Chicago, declaraciones que acusan las influencias de los poligenistas Desmoulins, Bory y Zeune, que son las siguientes: “Yo mantendré, pues, que hasta el día de hoy no he encontrado un dialecto conocido, ni un arte, ni una institución, ni un mito o rito religioso, ni una planta o un animal, ni un instrumento, ni una arma o símbolo en uso, al descubrimiento de América, que hubiera sido antes importado del Asia o de otro continente del Antiguo Mundo”. De allí que nuestro pensamiento esté orientado en el sentido de que siendo 102

una misma la raza americana, ha tenido que sufrir variaciones de acuerdo con el medio ambiente y las condiciones que la rodeaban. El problema del autoctonismo de la raza americana, planteado sobre bases firmes, gana día a día terreno. M. Quaterfages, en su clasificación de las razas mixtas americanas, incluye entre las peruanas la aimara, quechua y la yunga, pero olvida a los urus del Titicaca, que parecen formar raza aparte, pero no ha hecho una clasificación de los yungas, ni menos se ha referido a los viejos pobladores que ocuparon las regiones costaneras del Perú en un período de más de 2.000 años. Antón, en su clasificación de razas americanas, también considera entre la “subraza” peruana a los yungas. Estos dos grandes hombres de ciencia han debido hacer una clasificación más completa en lo que se refiere a los mochicas, que ofrecen caracteres etnológicos distintos de los de los pobladores quechuas que con posterioridad ocuparon el territorio dominado por aquéllos. Sobre el origen del hombre americano, además, se han formulado numerosas teorías e hipótesis que tratan la procedencia bíblica, egipcia, cartaginesa, fenicia, griega, indostánica, sumerio-caldea-asiria, romana, hispana, francesa, inglesa, escandinava y noruega, oceánica, mongólica, japonesa y siberiana. Sobre cada una de estas procedencias se han escrito libros enteros con mil razones y fundadas en similitudes lingüísticas y modos de vivir y obrar. Asimismo, están todavía en pie todas las teorías de las comunicaciones intercontinentales con sus sostenedores e impugnadores. Y el problema no está resuelto todavía.

Los restos óseos Son muy pocos los restos óseos obtenidos de las excavaciones que hemos realizado en los distintos valles que formaron parte del territorio mochica. El tiempo ha obrado impíamente y hemos logrado salvar sólo una que otra pieza como preciado rescate. Parte de este material, especialmente el craneológico, lo hemos puesto en manos de expertos y nos place ofrecer a continuación el resultado de las mediciones practicadas por el Dr. Pedro Weiss, en el Laboratorio Antropológico de la Universidad Mayor de San Marcos, sobre un cráneo procedente de una tumba mochica del valle de

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Fig. No. 126.- Las cinco formas de un importante cráneo braquicéfalo mochica encontrado en las necrópolis de Salamanca. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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Fig. No. 127.- CRÁNEO MOCHICA

Calvarium - Adultus - Masculino - Asoleado - Ligera sinostosis de la sagital en una parte posterior.- Sutura lambdoidea y tercio medio de la coronal en ambos lados de tipo 8 y 9 de Oppenheimer.- Curvatura de la escama del occipital muy marcada.Piezas dentarias con atrición.- Desgaste alveolar por piorrea en casi todas las piezas de ambas mandíbulas.- En el maxilar superior los alvéolos correspondientes a los premolares de ambas mandíbulas.- En el maxilar superior los alvéolos correspondientes a los premolares de ambos lados se muestran reabsorbidos. Faltan varias piezas caídas post mortem. Cabeza dolicocéfala - de alto medio - frente media - cara corta y ancha - nariz y paladar anchos.

Medidas: Índice cefálico (eu-eu) (g - op)

71,82

Dolicocráneo

(ba-b) (g-op)

71,27

Orthocráneo

(ft - ft) (co-co)

81,42

Medio

70,77

Megasemo

87,57

Ancho

46,26

Cara corta (Euryen)

65,26

Cara ancha (Chemaesprosop)

70,45 71,11

Órbitas bajas (Chemaekonch)

55,10

Nariz ancha (chamaerrhin)

90,20

Paladar ancho (Brachystaphylin)

Índice vertical

Índice frontal transverso

Fronto-parietal transverso (ft - ft) (eu-eu) Índice del foramen magno (Ancho máx.) (ba-o) Índice facial superior (n - pr) (zy-zy) Índice facial sup. de Virchow (n - pr) (zm-zm) Índice orbitales Derecho Izquierdo Índice nasal (Ancho máx.) (n - ns) Índice palatino (enm-enm) (ol-sta)

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LA RAZA

Fig. No. 128.- CRÁNEO CHIMÚ

Calvarium-Juvenis con deformación artificial-asoleada. Lambdoidea y tercio lateral de ambos lados de la coronal de tipo 7 y 8 de Oppenheimer. Plagiocefalia. Dientes con atrición. Todas las piezas desarrolladas; faltan varias por caída post mortem. Cabeza deformada. - Hiperbraquicefalia artificial - chata, frente cuadrada, cara superior corta ancha, órbitas altas, nariz ancha, paladar mediano.

Medidas: Índice cefálico (eu-eu) (g op)

116,20

Ultra braquicefalia.Braquicefalia artificial

(ba-b) (g-op)

68,51

Chamaecran

(ft - ft) (co-co)

76,27

Frente tipo cuadrada

(ft - ft) (eu-eu)

52,41

Ultramicrosemo

93,10

Ancho

47,66

Cara corta (Euryen)

67,03

Cara ancha (Chemaesprosop)

103,03 102,08

Órbitas altas (Hypiskonch)

52,08

Nariz ancha (chamaerrhin)

81,25

Paladar mediano (Mesostaphylin)

Índice vertical

Índice frontal transverso

Fronto-parietal transverso

Índice del foramen magno (Ancho máx.) (ba-o) Índice facial superior (n - pr) (zy-zy) Índ. facial sup. de Virchow (n - pr) (zm-zm) Índices orbitales Derecho Izquierda Índice nasal (Ancho máx.) (n - ns) Índice palatino (enm-enm) (el-sta)

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Fig. No. 129.- Cráneo incaico braquicéfalo, exhumado de los cementerios de Salamanca, valle de Chicama. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Chicama y otro procedente de enterramientos posteriores, del período chimú. El resultado de estas mediciones nos demuestra la dolicocefalia mochica (Figs. Nos. 126, 127, 128, 129 y 130). Nuestras observaciones sobre los cadáveres mochicas exhumados y sobre la cerámica nos permiten dar la primera serie de caracteres étnicos del antiguo mochica: eran de mediana estatura, variando entre 1,45 m y 1,62 m; sus huesos recios y bastante gruesos denunciaban gran fortaleza física; sus piernas cortas, torso alargado y espaldas anchas son signos de vigor y agilidad.

Cerámica Analizando los ceramios en su forma y expresión, se descubre una gran diversidad de tipos cuyas características étnicas nos mueven a pensar en un complejo racial o bien en una unidad de pluralidad caprichosa. Pues no es posible creer que las reproducciones de tipos netamente indios, blancos, mongoles y negroides se deban a la coincidencia o al acaso del ceramista. Han debido existir rasgos cuya particularización ha sido perpetuada por el alfarero. Y así, sobre el particular podemos asistir al siguiente desfile de tipos raciales dentro de la cerámica: perfiles de gran pureza de líneas que reflejan tipos europeos (Fig. No. 131 y Fig. No. 132); caras de ojos rasgados, cuyos extremos se alzan hacia arriba con pómulos 106

Fig. No. 130.- Uno de los rarísimos cráneos mochicas dolicocéfalos encontrados en una tumba del costado de la Huaca de la Luna, Moche. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

salientes (Fig. No. 133 y 134) y barbudos de tipo ario (Fig. No. 135); y por último, narices achatadas, de anchas fosas y labios abultados, que corresponden a los tipos netamente negroides (Fig. No. 136). Sin embargo, llevando nuestro análisis a la actual población indígena de la costa y sierra del departamento de La Libertad, nos sorprendemos comprobando indios genuinos que reproducen facciones negroides, mongólicas y hasta europeas, como podrá apreciarse en las ilustraciones que ofrecemos y en las notas explicativas que corren al final de este capítulo. Esto nos lleva, pues, a la convicción de la existencia de variaciones tipológicas dentro de la armonía de una misma raza, que nos induce a rechazar de plano las influencias exóticas. Algo más: estudiando las familias de Moche hemos podido comprobar dentro de un mismo hogar la presencia de una variedad de tipos que mueven a creerlos de un origen distinto. Desde el indio de facciones finísimas (Figs. Nos. 137 y 138), hasta el tipo similar al negroide (Fig. No. 156), pero de facciones netamente indias. No son, pues, influencias de razas extranjeras; son tipos autóctonos perfectamente indios que se representan dentro del pueblo mochica. Existen, desde luego, desde el tipo refinado, de nariz fina aquilina, hasta el indio común, de facciones vulgares y toscas y labios prominentes, como los de los negros. Se trata de variaciones de tipo dentro de la misma raza que, como repetimos, no reflejan, por ningún motivo, influencia extraña.

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Fig. No. 131.- Escultura de facciones caucásicas, de nariz roma y tatuaje que simula barba y bigotes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (047-005-001)

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Fig. No. 132.- Bustos retratos que permiten observar los tipos caucásicos dentro de la raza mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (050-004-002; 049-003-004; XXD-000-005; XXD-000-003; 050-003-002; XXD-005-006)

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Fig. No. 133.- Representación de otro tipo de ojos almendrados, cuyos vértices se dirigen hacia la sien. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (052-006-002; XX0-000-035; 053-005-002; 050-004-003; 054-005-003; 054-005-001)

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Fig. No.134.- Busto escultórico que se encuentra repetido en el valle de Santa. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (054-005-002)

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Fig. No. 135.- Diferentes modelados escultóricos de hombres barbudos que parecen referirse a contados personajes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (036-002-002; 036-002-004; 036-002-005; 036-003-008; 070-004-005; 036-003-001; 036-003-003; 036-003-004)

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Fig. No. 136.- Bustos retratos que permiten observar los tipos negroides de la raza mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (049-003-003; 048-003-004; 057-003-002; XXD-000-001; 048-004-001; 057-007-001)

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LA RAZA

Fig. No. 137.- Hermoso tipo de mochero joven.

No podemos dejar de hacer referencia también a los “hombres barbudos”, que aparecen representados en bellas estilizaciones dentro de la cerámica. Hasta hoy hemos podido advertir que la mayoría representa a un solo individuo (Fig. No. 135). Para comprender mejor la cuestión racial conviene, además, fijar bien la atención en los tipos mocheros de singulares caracteres étnicos (Figs. Nos. 137 y 138), sobre los que nos ocuparemos ampliamente en las siguientes páginas.

Cronistas Los cronistas nos han dejado algunas importantes apreciaciones sobre los antiguos habitantes de la costa norte del Perú, cuya transcripción y breve comentario de nuestra parte ayudará sobremanera a la solución del problema de la raza que estudiamos. Son las siguientes: "... Algunos dellos tenían guerra unos con otros y en partes nunca pudieron los más dellos aprender la lengua del Cuzco. Aunque hubo tres o cuatro linajes de generaciones desto yungas, todos ellos tenían unos ritos y usaban unas costumbres;…"

Fig. No. 138.- Gran tipo indígena de Moche, exponente de la finura de la raza mochica.

(Cap. LXI, Cieza de León (P) en La Crónica del Perú Edic. Calpe. Madrid.) Esta referencia de uno de los más distinguidos cronistas de la época de la Conquista plantea claramente la sucesión de generaciones en el pueblo yunga –en el que se encuentra la raza mochica– y la diferencia capital que realmente existía entre ellos y los runa simi o quechuas, cuya lengua muchos de ellos no pudieron aprender nunca. Como lo probaremos después, efectivamente, la lengua general de los incas dejó ligerísimas huellas en los llanos de la costa norte del Perú, donde los topónimos antiguos son nombres genuinamente mochicas, así como numerosos apellidos de indígenas, nombres de cosas y animales. "Uno de los más arduos problemas que suscita el estudio de las razas americanas, es el origen de la historia del pueblo civilizado que habitó los valles septentrionales de la costa del Perú". (Cap. XIV, pág. 177. Sir Clements R. Markham, en Los incas del Perú - Ed. Lima.) Así plantea el problema uno de los investigadores ingleses contemporáneos. Y en verdad, lo más arduo es fijar la raza costeña y, por supuesto, dentro de ella la raza mochica. Sin embargo, los estudios avanzan, y para 113

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 139.- Rincón de un "terrenito" mochero.

no cansar más, bástenos estas dos referencias para ayudar a la solución del problema planteado por los antiguos mochicas.

Estudios de historiadores y arqueólogos Desde que los historiadores y arqueólogos de la época republicana trataron sobre el Perú primitivo, han establecido perfectamente la diversidad de razas que habitaron el Perú, y las agruparon especialmente en selváticas, costeñas y serranas. Lorente, Wiesse y Uhle intentan una cronología y fijación de tipos dominantes, aunque no tratan de lleno sobre la raza mochica. Más bien ahondan sus disquisiciones, especialmente el último de los nombrados, en la identificación de la raza peruana, comprendiendo varios estratos y tratando sobre la evolución del hombre costeño desde el plano de su vida antropófaga. Éste afirma que halló las pruebas en los basurales de Ancón, dominio de los llamados “pescadores primitivos” –cosa que no hemos comprobado nosotros– hasta su estado de perfeccionamiento, patentizado en las muestras cerámicas de Nasca y Chicama. Igual disciplina cronológica y de distinción racial han seguido los 114

nuevos investigadores nacionales y extranjeros, y nadie se ha detenido en el problema de la raza mochica, confundida siempre con la raza yunga o, por decirlo mejor, la raza costeña del Perú antiguo. Es útil informar además que muchas teorías sobre la raza y el origen del costeño antiguo han sido ampliamente rectificadas por nuevos estudiosos y hasta por sus mismos autores. Es todo esto lo que podemos ofrecer a los investigadores del momento sobre el mochica del pasado, cuyos caracteres raciales estamos tratando de precisar nosotros, por primera vez, dentro de la disciplina que nos hemos trazado y con la que nos presentamos en el campo virgen de la arqueología peruana.

EL MOCHICA DE NUESTROS DÍAS El mochica de nuestros días está representado, indudablemente, en los pocos indígenas de las localidades que ya hemos anotado anteriormente, y de modo particular en el pueblo de Moche, donde vive una población completamente huraña a la civilización que nos aleja de su tradición y costumbres. Los mocheros se relacionan entre sí y se apartan de los

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Fig. No. 140.- El autor de la obra, bebiendo la ancestral chicha, con un interesante grupo de mocheras.

extraños a su raza y a su modo de vivir desde tiempos inmemoriales. De allí que nuestras investigaciones se hayan concretado especialmente a este pueblo, todavía con el alma del antiguo mochica y que obra con sus propias leyes y razones. Los caracteres étnicos generales que pueden anotarse sobre el mochero son los siguientes: cara ovalada, nariz aquilina, ojos ligeramente rasgados, pómulos salientes, labios ligeramente gruesos, pelo lacio y grueso, color cobrizo y estatura mediana. En cuanto a su etnografía, hemos logrado obtener los siguientes datos, que hemos dividido en tres secciones con el fin de que pueda así apreciarse con mayor justeza al mochero del presente. a) El mochero de la campiña. b) El mochero de la playa. c) El mochero de la ciudad.

El mochero de la campiña Su vivienda es pequeña y se alza siempre al lado sur de los terrenos que cultiva. Sus casitas, en su arquitectura y la distribución de sus recintos, muestran igualdad unas con otras; esta forma de edificar es tradicional en ellos.

Cada casa, por lo común, está embellecida por la presencia de un jardín, en el cual se cultivan esmeradamente muchas clases de flores y también hortalizas (Fig. No. 139). Viven del producto de sus cosechas. Maíz, maní, yucas, camotes, frijoles, arvejas, arroz, ají y tomates son principalmente los frutos de sus chacras, los mismos que venden en el mercado de Trujillo. También cultivan árboles frutales a manera de entretenimiento y para cercar sus parcelas. No hay mochero que no posea un lote de tierra de cultivo y en él su hogar. En su chacra siempre encuentra la manera de sembrar alfalfa o sorgo para el sostenimiento de una o dos vacas y del “piajenito” (burro), que constituye la parte más preciada de su propiedad privada. En sus comidas es sobrio en cuanto a la cantidad, pero gusta de los alimentos bien preparados, a los que siempre agrega el “asientito” (chicha). Sólo en caso de fiestas familiares o cuando es visitado, el mochero hace abundantísimo su yantar; entonces es inagotable la “voluntad” que presenta al “aprecio” de sus invitados (Figs. Nos. 140, 141 y 142). En lo que se refiere a la vida familiar, aun cuando el hombre representa el papel de jefe del hogar, y tanto la 115

LOS MOCHICAS - TOMO I

Figs. Nos. 141 y 142.- Sugestivo rezago tradicional. Mochera de manos sarmentosas bebiendo la chicha en el originalísimo "poto". Derecha: la marinera, baile popular en el que un mochero pone toda su alma de artista.

mujer como los hijos le confían toda clase de respetos y de privilegiadas atenciones, éste no ejerce el gobierno económico, el cual corresponde exclusivamente a la mujer. Ella recoge los productos de la chacra y los vende; compra todo lo necesario para la casa y también recibe del hombre el jornal, cuando éste trabaja por cuenta ajena. En esta costumbre, como se verá, se observan rasgos del matriarcado. El menaje de la casa es sencillo y se halla convenientemente distribuido dentro de una atmósfera de orden y de limpieza. La cama está constituida por una o dos esteras de totora extendidas sobre el suelo. Se hace poco uso de sábanas y almohadas. El mochero se acuesta sin despojarse de la ropa interior, pero siempre sujeto a una moral elevada. A la hora del descanso sabe conservar la separación de individuos de distinto sexo y de diferente edad, a fin de evitar toda promiscuidad, aunque esta separación, cuando el espacio es muy reducido, no se limite sino al espeso de una estera. La franqueza y la alegría iluminan el espíritu del mochero, en el cual no tienen cabida las grandes preocupaciones. Esa franqueza y esa alegría llegan a su plenitud cuando se halla en presencia de sus paisanos y amigos más conocidos. En cambio, frente a 116

un extraño, adopta una prudente actitud de observación, por lo mismo que es temeroso de la censura y de la incomprensión. Cuando se da cuenta de que la persona a quien acaba de conocer es de nobles sentimientos, y recibe de ella llano y afable trato, entonces el mochero se presenta tal cual es, llega a grandes extremos para hacerse agradable y todo cuanto posee se le antoja insuficiente para obsequiar al amigo. Es pronto en la respuesta y agudo en el concepto, y de ello se jacta en cierto modo, pues gusta, en determinadas circunstancias, de tener sus “agarradas”, que son verdaderos torneos de ingenio, en los cuales luce un abundante repertorio de refranes y de dichos vernáculos que resumen su amable filosofía de la vida y su experiencia cotidiana. Su sentido artístico, heredado a través de siglos, es bastante aguzado, y se manifiesta y materializa en la manera como el mochero arregla sus casas y jardines, y en cómo cuida de su indumentaria, a la cual suele dar gran realce. Es intransigente y conservador en cuanto se refiere a la perduración de su raza: no permite uniones con gentes de Trujillo u otros lugares. Los pueblos con los que ellos mantienen íntimas relaciones son Virú, Huanchaco y Simbal. Las familias de Moche se unen en

LA RAZA

matrimonio con individuos de los citados pueblos, que en tiempos remotos, seguramente, formaron una sola agrupación, en la que se practicaba la endogamia. Frente a la ley y los convencionalismos sociales, el mochero se ofrece con un especial y propio modo de actuar. Si bien en ningún momento exterioriza su oposición a ellos, con las normas y costumbres en su vida, tanto individual como colectiva, evidencia su fervor y completa adhesión a los usos e instituciones de sus antepasados de remotas edades. La vida colectiva es propia de una comunidad establecida en la forma característica de las civilizaciones peruanas anteriores a la presencia de los españoles en la América del Sur. Persiste en toda su fuerza el colectivismo agrario, con la sola limitación de conservar cada uno la propiedad del lote de tierra que cultiva. La comunidad interviene voluntariamente en la siembra, la cosecha y edificación del hogar. En estas ocasiones, el grupo no sólo presta sus servicios, sino que los impone, y es motivo de resentimiento no ser invitado a participar en la realización de uno de estos trabajos. La mujer de Moche ha heredado de manera más pura y profunda las características de la raza; sobresale su capacidad intelectual, que es superior a la del hombre, aun cuando nunca se ofrece más cultivada que la de aquél. Ella está dotada de excepcionales buenas cualidades: es fiel al marido y a la tradición, siempre se muestra bondadosa y alegre y se dedica con todas las potencias de su espíritu a los quehaceres domésticos y al cultivo de la tierra, modo de ser que no es lealmente interpretado, a veces, por quienes se le acercan. Es mujer eminentemente práctica, con sentido realista de la vida, a la cual sabe enfrentarse con firme y diamantina voluntad (Figs. Nos. 143 a 148). Su mayor placer consiste en llevar los productos de su chacra a mercados bastante distantes, y a menudo se rehúsa a vender en su mismo pueblo, aun cuando le ofrezcan un mayor precio, por no privarse de la satisfacción de recorrer caminos, en un afán de movimiento y de renovación espiritual que, conciliándose con la naturaleza de su cotidiana faena, la hace ceder a la atracción que todo nuevo horizonte ejerce en el hombre y el deseo intenso de conocer que anima a éste, cualquiera que sea su grado de desarrollo (Fig. No. 149). La mayor ofensa que puede inferirse a una mochera es tildarla de ociosa y desaficionada a “placear”; lleva

en su carne y en su espíritu la ancestral pragmática, válida para todos los autóctonos del Perú, que combate la pereza y la presenta como el vicio más execrable.

El mochero marino El mochero de la playa no difiere en su manera de ser del de la campiña sino en cuanto a los medios que emplea para conseguir el sustento. La pesca constituye su principal actividad, y en el ejercicio de ella tiene muy presente la idea de comunidad ajustada a derechos legítimos. Fuera de la pesca con espinel, que tiene carácter personal y cuyo producto sólo se emplea en el sustento de la familia y del pescador, se practica la pesca con fines comerciales, en la que se utilizan como elementos principales el bote y la red. Dichos elementos son propiedad de los pescadores que gozan de mayor desahogo económico, quienes los proporcionan a grupos, generalmente de doce personas, los cuales se comprometen a hacer por su cuenta las composturas y reparaciones en el bote y en la red. Producida la pesca, se divide su producto en partes iguales, según el número de los pescadores, más una que toca al dueño del bote, otra al de la red y una última parte que se distribuye entre las personas que ayudaron a la cala, operación que consiste en extraer la red del mar y depositarla en la orilla. Es digna de ser presenciada la operación del reparto: la efectúa, casi solemnemente, dentro del mayor orden, el piloto de la barca. Antes de dar a cada uno la parte que le corresponde, pregunta a todos si prestan su aquiescencia a la distribución, y concluida ésta, los asociados conducen el pescado a la ciudad, donde las mujeres efectúan la venta.

El mochero ciudadano Sólo los tipos de mochero de la campiña y de la playa son dignos de estudio. El de la ciudad, el “enzapatado” y el “dotor” constituyen una verdadera lepra para la comunidad, salvo casos excepcionales. Es egoísta, avaro y de mala fe, defectos con los cuales hace víctimas a sus propios paisanos, a quienes explota despiadadamente, y los enreda en litigios que empiezan con la hipoteca de los “terrenitos” para concluir con el despojamiento y sumir a los propietarios en la miseria. 117

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 143.- Vieja mochera preparando la sopa de bodas, tradicional e indispensable plato de los días de fiesta.

Fig. No. 145.- Anciana mochera.

Fig. No. 146.- La dulzura.

Este mochero indeseable, sin las virtudes de su raza y con todos los defectos del hombre civilizado, gusta de vestirse los mejor posible. Se presenta con empaque y afectación; en sus gestos y actitudes exagera la natural manera de expresarse de las personas de fino trato y elevada situación social. Ambicioso de notoriedad, para lograrla hace toda clase de sacrificios. Hablando es verborreico y ampuloso, y le agrada tomar la palabra en las reuniones para enquistar en sus frases mal trabadas términos rebuscados, muy especialmente cuando se percata de que su auditorio no puede comprenderlo. Su tema principal es la política. Su inteligencia es limitada, pero posee fértil memoria, a 118

Fig. No. 144.- Vieja mochera recogiendo agua de una de las acequias que cruza su pueblo.

Fig. No. 147.- La energía.

Fig. No. 148.- El hermetismo.

veces sorprendente, y debe a ella la culminación de sus estudios universitarios y la obtención del título de “doctor”, que es su aspiración máxima y la que da la medida de su esfuerzo mental. El título profesional automáticamente lo desliga de la comunidad, al acrecentar sus ambiciones, y también de su familia, a la que trata desdeñosamente, áspero trato que alcanza a sus propios padres: el campesino se ha hecho ciudadano y reniega de su origen, conflicto magistralmente planteado por la literatura moderna en obras como M´ijo el doctor, de Florencio Sánchez. Tomando a los mocheros en conjunto, es de importancia anotar ciertas prácticas, tales como sus

LA RAZA

Fig. No. 149.- Mocheras enérgicas y confiadas que portan los frutos de sus chacras al mercado de Trujillo.

ceremonias fúnebres, íntimamente ligadas con las costumbres de sus remotos antecesores. Cuando un mochero adulto vuelve al seno de la madre tierra, sus familiares, especialmente las mujeres, expresan el dolor que los embarga por medio de relatos vertidos entre lágrimas y con un quejumbroso tono de salmodia, en los que se ponen de relieve los méritos que hicieron fecunda la vida del difunto. A los relatores de los hechos se les llama “llorones”. Si el desaparecido fue una persona de importancia y de holgada situación económica, se suman a las plañideras familiares otras que son contratadas especialmente para el caso; el número de éstas indica el mayor o menor valimiento del extinto. Los lloros y lamentos se inician en cuanto expira el enfermo, y se renuevan constantemente y sin variación alguna a la llegada de cada uno de los parientes. Si el muerto es un niño, lo visten con una mortaja blanca y lo adornan con flores en gran profusión. Luego, lo sientan en una silla para el acto del velorio, y se ofrecen a veces, en homenaje del fallecido, hermosas danzas autóctonas. Producido el deceso, los familiares tienden en el suelo las vestiduras del difunto y las velan durante ocho días. En este espacio de tiempo los rezos se suceden ininterrumpidamente. Tanto en el aniversario de la muerte del ser querido

como en el día de los difuntos (2 de noviembre), los familiares visitan el campo santo donde, entre lloros, depositan en las tumbas ofrendas florales, blandones y las viandas que fueron de mayor agrado de quien duerme para siempre. Esta costumbre, tan llena de color, es una supervivencia del culto a los muertos que practicaron sus antepasados. El pintoresco pueblo de Moche, de florida huerta, a pesar del mar austral, que no deja de cantarle nunca y que es todo trasiego y renovación, es un pozo del tiempo, raíz del ayer. Una robusta gavilla de costumbres originales de intensa emoción lo individualizan, y no es raro ver desligarse a lo largo de su campiña perfumada las escenas de la agricultura y las prácticas de otros días, como devoción a un pasado que convive con los mocheros, que se hace más hondo en su sentimiento y que el mochica supo volcar en sus cacharros, donde su recuerdo ha quedado perennizado.

CONCLUSIONES Después de haber logrado el propósito de presentar los tópicos que nos trazamos y las investigaciones realizadas, queremos concluir expresando nuestro pensamiento sobre la cuestión racial, el valor de nuestro estudio en las excavaciones, el trato con los naturales y el análisis sobre el material cerámico. 119

LOS MOCHICAS - TOMO I

Si bien muchas de las osamentas las hallamos en deplorables condiciones –especialmente los cráneos, que en su mayoría se habían desintegrado–, las excavaciones practicadas por nosotros en los valles de Chicama y Santa Catalina nos han permitido llegar a la conclusión de que los antiguos mochicas eran dolicocéfalos y braquicéfalos, tal como después fue ratificado por las mediciones practicadas por el doctor Weiss. Los chimús, cuyos cadáveres no son enterrados decúbito dorsal como los mochicas, sino sentados, son ya dolicocéfalos, ya braquicéfalos, y predomina la ultrabraquicefalia por deformación artificial. Esta particularidad nos hace pensar en la posible invasión de los extranjeros después de eclipsado el dominio mochica. En momentos en que se imprime esta página estamos descubriendo las primeras tumbas en Cupisnique, que describiremos oportunamente en el capítulo que dedicamos al culto a los muertos. Los cráneos hallados son mesocéfalos y en algunos se ha comprobado la deformación artificial. La técnica es diferente de la chimú. La deformación se hacía cuidadosamente, de tal manera que la parte posterior de la cabeza era casi vertical. Los cráneos hallados en los fardos funerarios de los enterramientos de Paracas son dolicocéfalos. En Nasca también se encuentra este tipo de cráneos. Es interesante anotar que tanto en Paracas como en Cupisnique se observa la deformación artificial craneana, la cual es, por supuesto, exagerada en Paracas. En los cementerios netamente incaicos encontrados en la hacienda Salamanca, la totalidad de los cráneos, junto con los cuales hemos hallado la cerámica inca del norte, son braquicéfalos. Las diferentes teorías existentes sobre el origen de las razas de América, como ya lo dijimos antes, están fundadas en simples y escasísimas analogías basadas en similitudes de detalles de construcción, lengua, religión y costumbres. Un estudio comparativo de las culturas peruanas, manifestación espiritual del hombre que pobló estas regiones, nos permite aseverar que no hay influencia de pueblos extraños, pues al estudiar el desarrollo de su arte y sus mitos apreciamos una evolución lenta y natural debida a su propia capacidad y esfuerzo. En su cerámica el estilo es propio y se desarrolla desde los cacharros toscamente modelados hasta los bellísimos huacos retratos que no admiten comparaciones. En sus creencias arrancan desde la 120

primitiva adoración de los animales y fuerzas de la naturaleza hasta que, lentamente, en un estadio superior de su evolución, vuelven su inteligencia hacia ellos mismos, después de haber captado el mundo circundante, y crean una divinidad antropomorfa con breves rasgos de las deidades felínicas. Una de las teorías de inmigracionismo, aparentemente más lógica, que se conoce es la del origen asiático del hombre americano. Pero aquí cabe indicar las siguientes objeciones: si los invasores amarillos vinieron a través del Estrecho de Behring, ¿por qué vemos surgir civilizaciones elevadas sólo en México, Centroamérica y el Perú? Lo real hubiera sido que el mayor florecimiento de la civilización americana se operara en Norteamérica. Además, ¿cómo es posible que los asiáticos no hayan traído consigo el caballo, el reno y la oveja? Antón, refiriéndose a este mismo tema, dice: “Sin negar la posibilidad de la población asiática en el Nuevo Mundo, entiendo que presenta muchos y muy fundados inconvenientes, porque en los tiempos históricos no hemos conocido jamás ninguna inmigración de estas gentes sibéricas a través del Estrecho de Behring”. Ahora, si las aguas de la corriente asiática Kuro Shibo trajeron arrastradas barcas japonesas y chinas sin control a las costas americanas, ¿por qué sus tripulantes no trajeron siquiera un puñado de arroz? ¿Y por qué no nos legaron su lengua y su escritura? Existe una aseveración de Paz Soldán de que el idioma yunga se asemeja mucho al chino, y subsiste la tradición de que un chino llegó a entenderse con los indios de Lambayeque, pero tal aserción carece de fundamento, ya que no hay tal similitud de lenguas. Francisco Loayza también ha querido probar que descendemos de los japoneses, y como fundamento de su romántica tesis presenta en su libro sobre el particular las fotografías de unos objetos que, según afirmaba, habían sido exhumados en las ruinas de Chan Chan, objetos que no eran auténticos, sino simplemente frutos de la habilidad manufacturera de quienes comercian con los ceramios y objetos antiguos. Tal tesis fue desbaratada por nosotros, que comprobamos la ilegitimidad de dichas antigüedades en un artículo que publicamos en El Comercio de Lima. Muchos arqueólogos se afanan en derivar las culturas peruanas, y muy especialmente la mochica, de las culturas centroamericanas, y hacen notar ciertas manifestaciones culturales similares, teoría que tiene necesariamente que influir también en las características

LA RAZA

raciales de los pobladores del norte del Perú. Pero no debemos confundir: se cometería un gravísimo error al considerar influencias de otros pueblos por el solo hecho de existir cierta similitud en las construcciones o en los motivos artísticos. El mundo está regido por las mismas leyes que el hombre descubre poco a poco en relación con el desarrollo cultural y que aplica en la vida de acuerdo con sus necesidades. El mecanismo biológico humano tiene un órgano creador de ideas, similar en todas las razas: el cerebro. Por lo tanto, en condiciones de ambientes similares y en un nivel cultural del mismo grado, existe la tendencia de crear cosas parecidas, sin que esto signifique que exista conexión entre uno y otro pueblo. No porque encontramos las construcciones piramidales en México, Egipto y Perú vamos a aseverar que existió conexión entre estos pueblos. Esta forma de construcción obedece a leyes arquitectónicas que descubrieron los hombres al pretender construir monumentos sólidos. La fuerza del desplazamiento obligó a inclinar las paredes exteriores; la necesidad de extraer los peces del agua creó el anzuelo; la de cocer ropa dio origen a la aguja. Todos los pueblos del orbe descubrieron estos dos implementos sin que haya habido, por cierto, conexión alguna entre uno y otro. Si bien es cierto que se ha adelantado mucho acerca del origen del hombre americano, sólo podemos aseverar que su existencia en el continente, como tipo inconfundible, con características propias, respecto del Viejo Continente, es un hecho innegable. Se han encontrado muchos documentos etnológicos que demuestran que el hombre existió en América desde época remotísima. Ameghino afirmó que el hombre de las pampas (Monte Hermoso, Argentina) provenía del período terciario, y sentó una audaz y original teoría acerca del Tetraprothomo. En su concepto, éste representaba la forma ancestral del hombre, y considera al Pithecantropus erectus de Java como su descendiente, no como su antecesor. La teoría de Ameghino ha sido duramente rebatida por muchos hombres de ciencia que han disentido de él y han sentado nuevas opiniones. Los últimos descubrimientos cerca de Punta Arenas, en Tierra de Fuego, y en las planicies de Norteamérica, donde se ha encontrado un caballo primitivo (Equs anticus), con una punta de lanza incrustada en el hueso parietal, permiten afirmar ya la existencia del hombre en el tiempo en que el caballo aparece, y en

consecuencia, su antigüedad se remonta a cientos de miles de años. Nosotros consideramos al hombre de América autóctono. Si el estudio del hombre americano ha permitido la más extraordinaria floración de ideas sobre su origen y trayectorias, igual diversidad y frondosidad en puntos de vista se comprueba en cuanto concierne al hombre peruano, y tanto que hasta hoy no se ha hallado el punto de contacto que permita establecer una síntesis definitiva. Sigue en pie el problema de cómo apareció en el dialecto y el variado suelo peruano el primer representante humano y de cómo fue desarrollando sus posibilidades en la cultura hasta integrar agrupaciones que le permitieron lograr un noble progreso espiritual y material, del que han quedado restos de excepcional importancia. Nosotros nos inclinamos a creer también en el autoctonismo del hombre peruano y, más aún, en su desarrollo sobre los llanos de la costa. Ciñéndonos estrictamente a la observación de los ceramios antropomorfos, bien podemos adelantar los siguientes caracteres étnicos para el habitante mochica del pasado: nariz fina y aquilina, cabellos lacios y gruesos, barba (poco común) bastante rala; tez en una gama de variación del amarillo carne al bronce intenso (Figs. Nos. 150 y 151). El mochica fue constante obrero de su superación; de carácter paciente y sumiso, era respetuoso de sus leyes y amoroso de sus jefes, a quienes veneró aun después de muertos. De moral alta, fueron severos en sus castigos y llegaron a la crueldad con sus enemigos. Dotados de un minucioso espíritu de investigación debidamente sistematizado, nos los muestran los métodos que utilizaron en la agricultura. Su ímpetu guerrero no lo emplearon sino para mantener sus dominios en una limitada extensión territorial. Su fantasía, siempre encendida y multiforme, les permitió hacer maestras representaciones del natural y concebir símbolos e idealizaciones en sus ceramios. Espiritualmente se hacen acreedores de nuestra admiración por su inteligencia aguda y su gran temperamento artístico; por la vivacidad y extraordinaria riqueza de su imaginación; por su sentido práctico, cuando así lo exigía la realidad; y por su capacidad de empresa y de trabajo, que les permitió iniciar y culminar obras ingentes, como lo demuestran sus monumentos y sus canales de irrigación, que subsisten a través de los siglos y a pesar de la obra demoledora del tiempo. 121

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 150.- Bustos retratos que permiten observar los tipos indios mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXD-000-004; XXC-000-016; XXC-000--032; XXC-000-037; XXC-000-006)

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LA RAZA

Fig. No. 151.- Cuerpos escultóricos que permiten observar los diferentes tipos raciales dentro del pueblo mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSC-006-004; 035-009-009; 035-002-009; XSC-006-006; 034-006-009; 061-004-005)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

NOTAS SOBRE LAS ILUSTRACIONES La figura No. 152 corresponde a una india legítima, perteneciente a una familia llamada Yupanqui, radicada en la hacienda Chiclín. Posee los rasgos característicos del autóctono, pero en cambio difiere mucho por el color, que es enteramente blanco. Teniendo en cuenta esta particularidad, consideramos este tipo como punto de enlace con aquellos huacos retratos que poseen ciertas y marcadas peculiaridades caucásicas (Fig. No. 153). En nuestro anhelo de poder presentar un indio auténtico con características mongólicas, hemos encontrado también dentro del personal de la misma hacienda el tipo que aparece en la figura No. 154. Sobre él hemos hecho una minuciosa investigación de su pasado; es decir, hemos buscado el origen de sus familiares más lejanos y hemos llegado a comprobar que no ha habido dentro de ellos ninguna influencia asiática. Las facciones de este tipo, como se ve, son muy similares a las que ostenta el huaco mochica de la figura No. 155. Dentro de los tipos negroides, hemos conseguido los que presentamos en las figuras Nos. 156 y 158, hermanas de padre y madre, y pertenecientes a una viejísima

familia de Moche. A pesar de que son muy parecidas, las comparamos con las figuras Nos. 157 y 159 de los huacos que ofrecemos en la misma página, y encontramos las mismas facciones. Dentro de esta misma familia observamos al hermano menor, que es un verdadero exponente del tipo indio, finísimo. Estas captaciones harán ver claramente las modificaciones naturales que se operan dentro de una misma raza, sin que haya influencias extrañas, pues lo único que ocurre es la presencia de una mayor o menor finura del tipo. Las figuras Nos. 160 y 161 representan prototipos de huanchaqueros, descendientes de viejas familias pescadoras radicadas en ese pueblo. Su atavismo aún está patente dentro de la conservación del apellido netamente genérico y propio. La figura 162 corresponde a una mochera vulgar que conversa, con la costumbre de llevar al hombro el rebozo o manto, y que utiliza como vestimenta el simple camisón sin mangas y el característico manto envuelto alrededor de la cintura, que se la cubre a manera de traje. Este mismo tipo lo vemos frecuentemente representado en los huacos mochicas, con los ojos ligeramente oblicuos. La otra (Fig. No. 138) corresponde a un pequeño hermano de la vieja familia a la que nos hemos referido, y que viene a ser el prototipo del mochero fino.

Fig. No. 152.Genuino exponente de la indígena de color blanco. Fig. No. 153.Escultura mochica que expresa facciones caucásicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (005-005-002)

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LA RAZA

Fig. No. 154.- Tipo indígena de facciones netamente asiáticas. Fig. No. 155.- Cabeza escultórica con similares facciones étnicas al indígena de la figura 154. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (054-003-001)

Fig. No. 156.Mochera de facciones gruesas del tipo negroide. Fig. No. 157.- Cabeza retrato de cerámica de facciones vulgares negroides. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-003)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 158.Mochera cuyas facciones son muy similares a las del huaco representado en la figura 159. Fig. No. 159.- Otra cabeza retrato de facciones vulgares negroides. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-021)

Fig. No. 160.- Huanchaquera de cara redonda y hermosas facciones.

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Fig. No. 161.- Ucañan. Joven y valeroso pescador huanchaquero.

Fig. No. 162.- Tipo vulgar de mochera con rasgo asiáticos.

Fig. No. 163.- Mochera cuyo vestido es similar al que usan las mujeres acomodadas en Moche.

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Fig. No. 164.- Bellísimo tipo de india costeña.

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NOTAS SOBRE LAS ILUSTRACIONES La figura No. 152 corresponde a una india legítima, perteneciente a una familia llamada Yupanqui, radicada en la hacienda Chiclín. Posee los rasgos característicos del autóctono, pero en cambio difiere mucho por el color, que es enteramente blanco. Teniendo en cuenta esta particularidad, consideramos este tipo como punto de enlace con aquellos huacos retratos que poseen ciertas y marcadas peculiaridades caucásicas (Fig. No. 153). En nuestro anhelo de poder presentar un indio auténtico con características mongólicas, hemos encontrado también dentro del personal de la misma hacienda el tipo que aparece en la figura No. 154. Sobre él hemos hecho una minuciosa investigación de su pasado; es decir, hemos buscado el origen de sus familiares más lejanos y hemos llegado a comprobar que no ha habido dentro de ellos ninguna influencia asiática. Las facciones de este tipo, como se ve, son muy similares a las que ostenta el huaco mochica de la figura No. 155. Dentro de los tipos negroides, hemos conseguido los que presentamos en las figuras Nos. 156 y 158, hermanas de padre y madre, y pertenecientes a una viejísima

familia de Moche. A pesar de que son muy parecidas, las comparamos con las figuras Nos. 157 y 159 de los huacos que ofrecemos en la misma página, y encontramos las mismas facciones. Dentro de esta misma familia observamos al hermano menor, que es un verdadero exponente del tipo indio, finísimo. Estas captaciones harán ver claramente las modificaciones naturales que se operan dentro de una misma raza, sin que haya influencias extrañas, pues lo único que ocurre es la presencia de una mayor o menor finura del tipo. Las figuras Nos. 160 y 161 representan prototipos de huanchaqueros, descendientes de viejas familias pescadoras radicadas en ese pueblo. Su atavismo aún está patente dentro de la conservación del apellido netamente genérico y propio. La figura 162 corresponde a una mochera vulgar que conversa, con la costumbre de llevar al hombro el rebozo o manto, y que utiliza como vestimenta el simple camisón sin mangas y el característico manto envuelto alrededor de la cintura, que se la cubre a manera de traje. Este mismo tipo lo vemos frecuentemente representado en los huacos mochicas, con los ojos ligeramente oblicuos. La otra (Fig. No. 138) corresponde a un pequeño hermano de la vieja familia a la que nos hemos referido, y que viene a ser el prototipo del mochero fino.

Fig. No. 152.Genuino exponente de la indígena de color blanco. Fig. No. 153.Escultura mochica que expresa facciones caucásicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (005-005-002)

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Fig. No. 154.- Tipo indígena de facciones netamente asiáticas. Fig. No. 155.- Cabeza escultórica con similares facciones étnicas al indígena de la figura 154. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (054-003-001)

Fig. No. 156.Mochera de facciones gruesas del tipo negroide. Fig. No. 157.- Cabeza retrato de cerámica de facciones vulgares negroides. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-003)

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Fig. No. 158.Mochera cuyas facciones son muy similares a las del huaco representado en la figura 159. Fig. No. 159.- Otra cabeza retrato de facciones vulgares negroides. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-021)

Fig. No. 160.- Huanchaquera de cara redonda y hermosas facciones.

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Fig. No. 161.- Ucañan. Joven y valeroso pescador huanchaquero.

Fig. No. 162.- Tipo vulgar de mochera con rasgo asiáticos.

Fig. No. 163.- Mochera cuyo vestido es similar al que usan las mujeres acomodadas en Moche.

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Fig. No. 164.- Bellísimo tipo de india costeña.

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LA LENGUA

S

ÓLO EN EL DEPARTAMENTO DE LAMBAYEQUE, en pueblos indígenas como Ferreñafe, Eten, Illimo y otros, donde se conservan aún las costumbres y tradiciones de los antiguos pobladores de la costa norte del país, se vislumbran rezagos de la lengua “yunga” o “mochica”, lengua que fue la que por lo general se usó en estas regiones, y comprende a Moche y todos los demás valles que formaron el territorio de los mochicas. Dichos rezagos saltan de una serie de voces usuales en el hablar diario y de la toponimia, que es muy interesante, por ejemplo, en el valle de Chicama y en Moche. Así, en el valle de Chicama subsiste el nombre Ascope, voz mochica degenerada que se deriva de Azcopeuc, que significa “de la parte alta”. Es el nombre del importante distrito de la provincia de Trujillo, que efectivamente está situado en la parte alta del valle de Chicama. Cajanleque y Ananleque, nombres de haciendas antiguas que hoy están comprendidas en la Negociación Chiclín, vienen ambos de la voz mochica An-Alaec, que significa “casa del jefe”. En Moche aún existe el cerro conocido por los indígenas con el nombre de Pisun, que proviene de la voz mochica Pessac-an, la “casa de los cóndores”; y así es: en determinadas fechas del año bajan a esta pampa desde los Andes los cóndores que impresionaron mucho a los antiguos mochicas, y cuyos artistas perpetuaron en su maravillosa cerámica. Un estudio detenido sobre el

Fig. No. 165.- Posible representación de una An Alaec o, en lengua mochica, "casa del jefe".

particular nos daría muchos nombres más que no queremos recargar dentro de este breve análisis del estudio lingüístico. A ciencia cierta sabemos que la lengua mochica fue hablada por los chimús y que éstos la llevaron consigo a todos los pueblos conquistados hacia el sur y hacia el norte. Cabe entonces preguntar: ¿Fue esta lengua tan difundida, entonces, la que hablaron los mochicas? Si no es así, ¿pudo su verdadera lengua, propagada en un extenso territorio, desaparecer en el transcurso de pocos siglos desde el momento que aparecen en su suelo los ceramistas con nuevas formas y técnicas? Si, como más tarde probaremos, las modificaciones de la cerámica provienen de la influencia del Tiahuanaco, ¿fueron, acaso, los hombres del sur los que trajeron una nueva lengua a estas regiones? ¿O son los chimús, originarios de centros culturales del norte, los que hablaban una lengua diferente de la mochica? Nosotros nos inclinamos a creer que los alfareros de la cerámica bícroma hablaron la misma lengua que sabemos hablaban los chimús, o por lo menos, si fue una lengua nueva, en ella tuvieron una influencia decisiva las antiguas lenguas que se hablaban en el litoral. Bajo todo punto de vista, el estudio que a continuación ofrecemos es de interés para quienes se dedican a las investigaciones filológicas, ya que se trata de la lengua más antigua del norte del Perú. He aquí el estudio: Para tratar del idioma mochica no poseemos más documentos que El arte de la lengua yunga o mochica, 129

LOS MOCHICAS - TOMO I

escrito por don Fernando de la Carrera Daza, cura y vicario de San Martín de Reque, el año 1644, y el estudio y la gramática que de esta lengua publicó el Dr. Federico Villarreal en el año 1921. En esta última publicación, el Dr. Villarreal corrigió los errores de impresión de la obra original e hizo la traducción al castellano de algunas palabras cuyo significado no había anotado el vicario de Reque. Este trabajo le obligó no sólo a investigar el estado actual de la lengua mochica, sino que, para poder hacer una obra, también a someterla a las reglas del latín, que por cierto no le corresponde. Por este motivo, el Dr. Villarreal, en su introducción a la gramática, dice: "Me propongo dar a conocer la lengua yunga o mochica usando el arte del cura de Reque, pero empleando otro método y prescindiendo del latín y dando reglas siguiendo la gramática". Ajustados a estas reglas, ofrecemos un estudio sucinto de la lengua mochica.

ALGUNAS CONSIDERACIONES El historiador don José Toribio Polo, en sus apuntes sobre Trujillo y sus obispos, dice: "A mediados del siglo XV se había formado en el litoral norte del Perú un reino, desde Tumbez a Pativilca bajo el cetro de Chimú. La esposa del Monarca era designada con el nombre de CHACMA, de donde vino el de CHICAMA, puesto al valle y el asiento de la corte fue CHANCHAN. El dominio de CHIMU abrazaba los cinco valles de PARAMUNCA (Patihuilca), HUARMI (Huarmei), SACTA (Santa), HUANUPU (Guañape) y CHIMU. Existían allí PACATNAMU (Pacasmayo), LLOC (San Pedro), SAÑA, CHUNGALA, CHANCHAN, PARAMUCA y otras poblaciones. Se hablaban en este vasto poblado territorio tres lenguas: la SEC en los pueblos vecinos al desierto de SECHURA; la MOCHICA desde PACASMAYO, MOTUPE y los pueblos próximos a éste, al N. de Trujillo hasta Tumbez; y la YUNGA o QUINGNAN, que era la principal de Trujillo, al S. no sólo hasta Pativilca sino en el CUISMANCU que era la región en que estaba PACHACAMAC, RIMAC, CHANCAI y HUAMAN. Más al sur en la región de CHUQIMANCU, RUNAHUANAC HUARCU, MALA y CHILLCA se habla también la lengua mochica". (Cita de Comentarios Reales, Garcilaso) 130

A lo dicho por Polo se opone el Dr. Villarreal, quien dice: "El señor Polo supone que el mochica y el yunga son lenguas diferentes cuando es la misma y, además, esa lengua que llama SEC no existe, porque dice que el mochica se hablaba desde Trujillo hasta Tumbes y la SEC en los pueblos intermedios, lo que indica ignorancia en la geografía de la costa norte del Perú y, además, Garcilaso, si bien cita a los caciques de CUISMANCU, CHUQUIMANCU y CHIMU, no dice que hablaban distintos idiomas. Zárate confirma esta variedad de lenguas al suponer tres razas pobladoras del norte del Perú: YUNGAS, TALLANES y MOCHICAS, cuyo hecho está acreditado por los hombres geográficos, y nos hace conjeturar que los pobladores de la provincia de Pataz tendrían otra lengua y que debieron venir del Oriente o del Norte a establecer a la izquierda del Marañón. Otro error geográfico, porque la provincia de Pataz está entre el Marañón y el Huallaga y las orillas de un río se determinan poniéndose en el sentido que corre el agua". No estamos de acuerdo con lo que opinan los autores indicados, y para contradecirlos, nos basta aducir el hecho de que desde Pacasmayo hasta el valle de Nepeña encontramos nombres de ciudades, acequias, cerros y monumentos con raíces mochicas, lo cual demuestra que dentro del territorio mochica se habló la lengua mochica. No nos toca hacer apreciaciones sobre si más tarde los chimús usaron la misma lengua, modificada por el transcurso de los años, y si extendieron su uso desde TUMBEZ hasta CUISMANCU; pero es lógico suponer que si ellos adoptaron esta lengua, debieron de haberla difundido e impuesto en todos los territorios que conquistaron. La anexión de algunas voces propias de los pueblos conquistados a la lengua impuesta por los conquistadores dio lugar a variaciones dentro de la misma lengua, y seguramente estas variantes, no estudiadas con calma por el señor Polo, motivaron su clasificación en tres lenguas: sec, mochica y quingnan. El Dr. Villarreal denomina yunga o mochica a la lengua que se habló en el norte del Perú. Nosotros consideramos impropia esta denominación. El nombre “yunga” significa gente de la costa, habitantes de las tierras cálidas y es, además, voz quechua. “Yunga” o “yunca” es designación general que no puede emplearse para denominar una lengua de mucha

LA LENGUA

particularidad. Acaso esta confusión tenga su origen desde los incas, que erróneamente llamaron yunga a la lengua que hablaban los hombres norperuanos.

aunque saben la serrana, hablaban la suya más de ordinario que la otra, y es forzoso que el cura que los doctrinare la sepa".

MORFOLOGÍA GENERAL PROPAGACIÓN DE LA LENGUA

"En todos estos pueblos" –dice el citado autor– "habrá más de cuarenta mil almas, que aunque es verdad que se diferencian algunos de otros en pronunciar los verbos y vocablos, en realidad de verdad, la lengua toda es una. La razón porque en la sierra se habla esta lengua, teniendo los serranos la suya natural, que es la que llaman la general del Inca, es porque cuando el dicho Inca bajó a conquistar estos valles, viendo la ferocidad de sus naturales, por la resistencia que le hicieron, sacó de todos los pueblos cantidad de familias y las llevó a la sierra y repartió en pueblos diferentes, tomándolos como sus rehenes, porque no se le alzasen estos en los valles y para disminuirles las fuerzas, como consta en la descripción que de las cosas del Perú hizo Garcilaso de la Vega Inca. Estos indios, pues, que dicho Inca llevó de los valles, desde aquellos a estos tiempos conservan su lengua materna. Y

h

A la fecha han pasado 295 años desde la publicación de El arte de la lengua mochica o yunga, y las cuarenta mil personas que entonces hablaban estas lenguas se han reducido a unos pocos habitantes del pueblo de Eten, de la provincia de Chiclayo. Según la lista del vicario de Reque, los pueblos que en 1644 hablaban la lengua mochica eran los siguientes: EN EL CORREGIMIENTO DE TRUJILLO: Santiago, Magdalena de Cao, Chocope, valle de Chicama, Paiján. EN EL CORREGIMIENTO DE SAÑA: San Pedro de Lloc, Chepén, Jequetepeque, Guadalupe, Pueblo Nuevo, Eten, Chiclaiep, San Miguel, Santa Lucía, Parroquia de Saña, Lambayeque con cuatro cuartos, Reque, Omensefec, Firruñap, Túcume, Illimo, Pacora, Mórrope y Jayanca. EN EL CORREGIMIENTO DE PIURA: Motupe, Salas (anexo de Penachi), Copis (anexo de Olmos), Frías y Huancabamba. EN EL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA: Santa Cruz, San Miguel de la Sierra, Ñopos, San Pablo, la doctrina de las Balsas del Marañón, una parcialidad de Cajamarca, Cachén, Guambos y otros muchos lugares de la sierra cajamarquina, como el valle de Condebamba.

Como el idioma mochica está casi muerto, no nos ocuparemos de su pronunciación. El vicario de Reque no dice cuáles eran las letras de su alfabeto; pero es evidente que en él no existían los sonidos de la b, j, k, w, y que faltaban otros, principalmente el de una vocal y el de una consonante. Las vocales eran seis, y para reemplazar la que faltaba, que principiaba con la e y terminaba en u, el autor aceptó el diptongo latino ae. El sonido consonante que faltaba era parecido a la ch, y el cura optó por expresarlo con una c y una h al revés: c . “Esta invención –dice el referido autor–, que nadie la había propuesto, permitía la escritura, y oyendo en la práctica el sonido que reemplazaba, era fácil su adopción”. Otros sonidos eran indicados por la combinación de nuestras letras como: lzh- xll- rv- ss- aio- ng- c- x. Tratándose de la dificultad de pronunciación de la lengua mochica, el cura de Reque expone lo siguiente: "Propuse las dificultades de esta lengua a los religiosos padres de la Compañía de Jesús, sus varios modos de hablar y su escabrosa pronunciación, y convenciéronme con decir que mejor era tener alguna luz de ella que totalmente no la hubiese, como no la habido hasta aquí. Con este intento me propuse hacer este arte, en el que he procurado poner lo que he podido acomodar conforme al latino; no aseguro saldrán por él consumados, porque no consiste el saber de esta lengua sólo la gramática de ella y copia de vocablos y verbos, sino en la pronunciación, que es tan dificultosa y que faltan a nuestro abecedario letras con qué pronunciarlas y con qué escribirlas y no es posible escribir la pronunciación, los sonetos y modismos con que se habla, toda tan importante, que en faltando algo de esto, o se dice o se entiende diferente del intento o no se dice cosa. Pero esto se perfeccionará con el uso entre los indios en seis u ocho meses. Para ver si puedo facilitar el modo de pronunciar, me he valido de un diptongo latino, que es este, ae, que es vocal, cuya voz o nombre no se puede escribir. Pero sábenlo los indios de este pueblo de Reque a quienes yo he enseñado, de quienes los que gustaren, los podrán aprender, en faltando yo....." 131

LOS MOCHICAS - TOMO I

En nuestro trabajo emplearemos el convenio gráfico usado por el vicario de Reque, respetándolo de la misma forma que lo hizo el Dr. Villarreal al hacer sus estudios sobre la lengua mochica. Sólo es de lamentar que el competente licenciado Carrera, al ocuparse del idioma hablado, no haya concedido la menor atención al idioma escrito, pues es de suponer que en el año 1644 aún se podía tener noticias de la convención gráfica mochica.

En el mochica no hay géneros. Solamente hay una palabra para cada animal, sea macho o hembra. Para la determinación del género se emplean las voces siguientes: ñangcu, macho; ñofaen, hombre; mecherraecco, mujer. De esta manera se tiene: ñangcuio col, caballo macho; ñofaeno col, caballo macho; mecherraecco col, yegua.

MORFOLOGÍA ESPECIAL

Número

La obra del licenciado Carrera consta de cuatro libros. En el primero se ocupa del nombre y del pronombre; en el segundo, del género; en el tercero, del verbo y las partículas, y en el cuarto, que es un resumen del anterior, explica: “Ha parecido conveniente poner en este libro cuarto todo lo que en esta lengua se puede acomodar con el de la latina”, y a esto añade: “Otros infinitos modos de hablar tiene esta lengua, que fuera confusión ponerlos todos y hacer este arte inacabable, y por excusar los remito al maestro que los explique y dé a entender, sacando por los ya dichos los más que se forman”.

En el mochica se usa muy poco el plural. La explicación que da el cura Carrera es la siguiente: “La razón porque los indios no usan el plural es porque al singular le allegan un nombre adjetivo de muchedumbre, como tunituni ñofaen, que en rigor no dice ‘muchos hombres’, como ellos lo entienden, sino ‘muchos hombre’ o ‘mucho hombres’, lenguaje bárbaro, pues falta la concordancia del número con la forma gramatical latina. Izcaec mecherraec entienden por ‘todas las mujeres’, y no dice en rigor sino ‘toda mujer’; pero ellos entienden, y es preciso ir con su modo, pues es para entenderlos y que ellos nos entiendan a nosotros”. El Dr. Villarreal no es del mismo parecer que el vicario, y dice: “Cada idioma tiene su carácter y es más sencillo cuando tiene menos reglas, y el latín no está en caso”. Pero el mochica, además de las palabras tunituni (macho) e izaec (todo), tenía la terminación aen, que formaba el plural ñofaen aen, hombres. La partícula aen se pronuncia separada para que se entienda el plural, y algunos nombres hacen síncopa al formar el genitivo, pues la terminación del plural se pone después.

Artículo En el segundo libro de El arte de la lengua mochica dice el cura de Reque que en esta lengua no hay artículo, y que esto proviene de que en ella, así como en la quechua, la presentación determinada de los objetos se manifiesta por el propio mecanismo de los términos.

Género

Sustantivo Caso Cuando el sustantivo termina en consonante se forma el genitivo añadiendo aer-ó; y cuando acaba en vocal, se le agrega ng-o. Esto tratándose de los sustantivos en general, pero cuando se quiere dejar mejor expresada la idea de posesión, se les agrega ss, si acaban en vocal, sin que haya regla general cuando terminan en consonante. También estos segundos sustantivos forman su genitivo añadiendo eio; de manera que tienen dos genitivos. Y todavía tienen un tercer genitivo que se forma suprimiendo la o, y se emplea en la voz pasiva. 132

De los seis casos de declinación en la lengua mochica, el nominativo, acusativo, vocativo y ablativo son iguales; solamente hay que formar el genitivo y el dativo. El genitivo se forma del nominativo, y el dativo del genitivo, agregando la partícula paen, que equivale a “para”. Cuando el nominativo termina en consonante, se forma el genitivo agregando la partícula aero; cuando acaba en vocal se le agrega ngo; en los casos especiales de parentesco se añade eio. Para el dativo se agrega al genitivo la partícula paen. Los demás casos son iguales al nominativo, y debe

LA LENGUA

agregarse para el ablativo la preposición correspondiente, como len, que significa “con”. Nominativo: el muchacho, cholu; genitivo: del muchacho, cholu ngo; dativo: para el muchacho, cholu ngo paen; acusativo: al muchacho, cholu; vocativo: muchacho, cholu; ablativo: con el muchacho, cholu len. En el caso especial de parentesco se tiene: Nominativo: la madre, eng; genitivo: de la madre, eng eio; dativo: para la madre, eng eio paen; acusativo: a la madre, eng eio; vocativo: madre, eng eio; ablativo: con la madre, eng eio len. También pueden hacerse síncopas, por ejemplo: nofn aerr, del hombre; ñofn aerr aeno, de los hombres; ñofn aerr opaen, para el hombre; ñoín aerr aen o paen, para los hombres. La dificultad del mochica es que existen dos nominativos: el primero, que comprende todo género de cosas en las cuales no hay propiedad ni señorío, y que se forma de este modo: El caballo, col; la manta, chilpi; el ave, la gallina, ñaiñ; la manta de dormir, chuscu; la barriga, polquic; el muchacho, cholu; el perro, fanú. El segundo sustantivo se usa cuando hay propiedad o dominio de la cosa, y se junta con posesivos. Este segundo sustantivo se forma del general, y si termina en vocal se le añade ss. Así, de chilpi sale chilpiss; de chuscu, chuscuss; de cholu, choluss; de fanú, fanúss. En todas las oraciones que tuvieran propiedad o posesión de la cosa se empleará esta segunda clase de sustantivo, y todos estarán seguidos de un posesivo, como mío, tuyo, suyo, y todos los genitivos de estos segundos nominativos se formarán agregando eio; ejemplo: chicho paecaess, creador; chicho paecaess eio, del creador. Las terminaciones de los genitivos son tres: aero, ngo, eio, que se sincopan formando tres nuevos genitivos. A los dos primeros se les suprime la o y al tercero la io; así, del viejo, quixmic aero, se convierte en quixmic aer; del hombre, ñofnaero se hace ñofnaer; de la manta, chilpi ngo pasa a ser chipling; y del padre, efeio, se trueca en eie.

Adjetivo El adjetivo es una terminación invariable en género y número: peño ñofaen, buen hombre; peño mecherraec,

buena mujer; peño nepaec, buen árbol; utzho col, caballo grande; facc a, pobre; pisso, malo; taerraec, flojo; opaizti, tonto; tzchuto, pequeño; nocssi, goloso; omor, ladrón; campisso, bellaco. No hay la misma variación en el caso siguiente: izacaec ñofnaero, de todo hombre; izcec ñofnaero paen, para todo hombre. Cuando están sustantivados varían. Por ejemplo: izcaero, de todo; izcaero paen, para todo. Los adjetivos nominales y otros cualesquiera se ponen en el caso del sustantivo: tunituni ñofaen, mucho hombre; onaec ñofaen, un hombre; aio mecherraec, aquella mujer; mitcan moin pei, tráeme hierba; tan ñofaen, con un hombre. Superlativo: campeño ñafaen, muy buen hombre; izcaec ñofaen lequich, de todo hombre. Comparativo: lec na tarr oz tzhan maeiñlequich, eres tú más pequeño que yo.

Pronombres Los pronombres, como son particulares, sólo tienen un genitivo, y de éste se obtiene el segundo genitivo suprimiéndole la o. Los genitivos de los pronombres personales se convierten en pronombres posesivos suprimiéndoles la o del genitivo; de mí, maeiño, se tiene maeiñ, mío; de ti, tzhaengo, resulta tzhaeng, tuyo; de aquél, aiungo, proviene aiung, suyo; de nosotros, maeicho, se tiene tien maeich, nuestro; de vosotros, tzhaeicho, sale tzhaeich, vuestro; de aquéllos, aiungaeno, se forma aiungaen, suyos. Con el sustantivo particular tendremos: maeiñ ef, padre mío; tzhaeng eiz, hijo suyo; aiung an, su casa. Con el segundo genitivo resulta la expresión: maeiñ efe chilpiss, manta de mi padre. Con el primer genitivo resultan las oraciones: mouch ilpi ang maeiñ engio, esta manta es de mi madre; mouchilpi ang maeiñ efeio paen, esta manta es para mi padre. Mo es el pronombre demostrativo del verbo estar. Ang es el presente de indicativo del verbo ser. El nominativo, acusativo, vocativo y ablativo son iguales, y el dativo resulta del genitivo agregándole paen. Se tiene, pues, todos los pronombres: moiñ, yo; maich, nosotros; tzhang, tú; tzhaich, vosotros; aio, él; aiongaen, ellos; mo, éste; mogaen, éstos; cio, aquél; 133

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cion aen, aquéllos; oaec, uno; eiñ, quien; maeiñó, de mí; maeicho, de nosotros; tzheicho, de vosotros; tzhaengo, de ti; aiungo, de él; aiungaenó, de ellos; mungó, de éste; mungaeno, de éstos; cioungó, de aquél; cioungó aen, de aquéllos; oncaerro, de uno; iñó, de quien. Yo, en el acusativo plural, es ñof; tú, en el nominativo singular, es tzha; tú, en el nominativo plural, es tzhachi; él, en el acusativo singular, es aioss; éste, en el acusativo singular, es moss; aquél, en el acusativo singular, es cioss; aquél, en el ablativo instrumental, es ciongaer. El pronombre onaec no tiene plural y reemplaza al artículo, que no existe en la lengua mochica. El pronombre eiñ, que significa “quién”, no se usa como relativo, sino como interrogativo: ¿eiñ aez?, ¿quién eres?; ¿eiñ aezchi?, ¿quién sois vosotros?; ¿iñin xllip quem?, ¿de quién soy llamado?; ¿iño paenang mo la?, ¿para quién esta agua?; ¿eiñ iñ tzhec. Chaem mo pei?, ¿a quién llevaré esta hierba? La es agua, no tiene genitivo ni dativo en ambos números. Leng, en el nombre, significa “sed”. Para el recíproco “suyo” o “de ellos”, se emplea el genitivo de cio (aquél). El interrogativo para cosas sólo tiene nominativo, genitivo y dativo: ¿echaez tem?, ¿quién eres?; ¿ichong mo?, ¿tuyo es esto?; ¿ichong paen ong mo?, ¿para quiénes es esto?; ¿exh paen ong mo pup?, ¿para qué es este palo? En el nombre “solo” no se puede decir en ablativo ciorna len ni tampoco ciorna tana, porque las preposiciones len y tana, que significan “con”, son para compañía. Para el pronombre “otro” se dice con elegancia: timnalen (con otro). En el pronombre “todo” se usa el ablativo izcaen aen len (con todos).

Verbo El verbo se divide en verbo sustantivo (chi, ser) y en verbo adjetivo, como met (traer). Las propiedades del verbo son: voz, modo, tiempo, número y persona. Las voces son dos, activa y pasiva: activa, met eiñ (yo traigo); pasiva, metaer eiñ (yo soy traído). Los modos son cuatro: indicativo, subjuntivo, imperativo 134

e infinitivo. Los tiempos del indicativo son seis: Presente: yo traigo, met eiñ; pretérito imperfecto: yo traía, met eiñ piñ; pretérito perfecto: yo traje, met eda iñ; pretérito pluscuamperfecto: yo había traído, met eda iñ piñ; futuro imperfecto: yo traeré, tiñ met; futuro incondicional: yo tengo de traer, met eiñ chaem. Los tiempos del subjuntivo son cuatro: Presente: yo traigo, met eiñ; pretérito imperfecto: yo traía, met eiñ piñ; pretérito perfecto: yo traje, met eda iñ; pretérito pluscuamperfecto: yo había traído, met eda iñ piñ; futuro incondicional: yo tengo de traer, met eiñ chaem. Los tiempos del subjuntivo son cuatro: Presente: yo traiga, met ma iñ; pretérito imperfecto: yo trajera, met eiñ ca; pretérito perfecto: yo haya traído, met eda iñ ca; pretérito pluscuamperfecto: yo hubiera traído, met eda iñca piñ; imperativo: trae tú, me an. El infinitivo no tiene dos tiempos. Los números son dos: singular y plural, y las personas son tres para cada número. Las personas se caracterizan por tres pronombres personales: miñ, yo; maeich, nosotros; tzhang, tú; tazhaeich, vosotros; aio, él; aiongaen, ellos. En cuanto al verbo sustantivo, en la lengua mochica hay tres radicales generales: e, fe, ang, en las que agregándoles los pronombres se distinguen la persona y el número. En segundo lugar hay las terminaciones: eiñ, az, ang, eix azchi, aen ang, en las que también, agregándoles los pronombres, se distingue la persona. En tercer lugar se tiene la radical chi, a la cual se agregan las terminaciones, sin necesidad de los pronombres, para dar el significado de la persona. De manera que, con excepción de las terceras personas, hay cinco maneras de decir en el presente de indicativo, y en todos los tiempos se puede hablar así. Yo soy, moiñ é, moiñ fe, moiñ ang, moiñ eiñ, chiñ; tú eres, tzhangé, tzang fe, tzhang ang, tzhang az, chiz; él es, aio, e, aio fe, aio ang, aio az, ching; nosotros somos, maeich azchi, chiz chi; ellos son, aiogaen fe, aiogaen ang, chain aenang. En los verbos adjetivos, las terminaciones para la primera persona del singular son eiñ y oiñ; para la segunda persona, az, ez, aez y oz; y para la tercera persona, ang. Terminaciones para la primera persona del plural:

LA LENGUA

aix, eix, oix; para la segunda persona: azchi, exchi, ozchi; para la tercera persona: aen ang, nagaen ang. El cura de Reque dividió en dos clases de conjugaciones: la primera, para los verbos, cuyas segundas personas terminan en az, ez, aez; la segunda, para los que lo hacen en oz y az. Pero afirma el Dr. Villarreal que no hay necesidad de la segunda conjugación, porque basta una en que el presente indicativo tome aquellas terminaciones. El pretérito imperfecto se hace agregándole piñ a cada persona. El pretérito perfecto se forma anteponiendo taeng a las radicales tiñ, taez, taeng, para el singular; para el plural, tix, taezchi, taeng aen. El futuro condicional se forma agregando al presente el sonido cheam. El presente de subjuntivo se forma poniendo entre la radical y la terminación la sílaba ma. El pretérito imperfecto de subjuntivo se forma del presente indicativo agregando a cada persona la sílaba ca. El pretérito perfecto de subjuntivo se forma del pretérito perfecto de indicativo agregándole a cada persona la sílaba ca. El pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo se forma del perfecto de subjuntivo agregando a cada persona la sílaba piñ. Todos los verbos carecen de los futuros perfectos de indicativo, de los futuros de subjuntivo y del infinitivo. Al futuro imperfecto de indicativo se le puede posponer la partícula ca, y al pretérito imperfecto de subjuntivo la partícula piñ, sin que se altere. El imperativo se compone del presente de subjuntivo sin las primeras personas.

Las partículas Adverbio.- Entre los adverbios se tiene: a, sí; ima, si; xllecha, de por sí; aie, así; aie caem, de la misma manera; xllom paecna paen, de veras, por cierto; ame, así; aiera iñ, así pues; moxa iñ, esto sí. Adverbios de negacion.- Aenta, no; amoss, no quiero; pissozta, de ninguna manera; aentaf ezta, no es; ciomaen caec, asimismo. Adverbios de tiempo.- Exlle, cuando; pelen, ayer; molún, hoy, este día; onaec pelen, el otro día; cie xllec, entonces; ñu challo, de aquí a un poco; nang uss, en

denantes; ripaen, de repente; aepaec, siempre; aepaecna, de antes; exllec ixna, desde cuándo; a mexellx caen, ahora también; amex llec, ahora; aefciass, cuantas veces. Adverbios de lugar.- Cit pitan, allí mismo; ciná na, allí propio, en el mismo lugar; cin, allí; xo queach, luego que; caec, abajo; xecaen, debajo de la ropa; cactor, abajo; caec tocna, hacia abajo; olec aec, arriba; olec totna, hacia arriba; olect tot ichi, de arriba; nic, dentro de medio; ledaec, afuera; ciu quicha na, por allá; ledec na, por fuera; nicna, por dentro; olpaec, adentro; turquich, por detrás; tu taec, por delante; ciuc, acullá; metna, más acá; ain, allí; cin-ich, de allí; aiin ich, de allí; min, aquí; ciú quich, de allí; ciú quich na, desde allá. Adverbios de causa.- Cif cif, cada uno; em, como; emio, ¿de qué manera?, ¿cómo?; ech narna, es posible; em leiaec narna, ¿cómo es posible?; epaen, porque; exllaem, porque; ich lequich, ¿por qué? Preposicion.- En la lengua mochica las preposiciones son propiamente posposiciones, pues generalmente van después, son muchas y sirven unas veces de genitivo y otras de acusativo. Así por ejemplo: capaec (encima) rige genitivo: colú ccapae (encima del caballo); er (con) rige ablativo: cal er eiñ taec (voy a caballo); fraeiñ (con) rige ablativo, y es para expresar que se mezcla una cosa con otra: nucon aep fae iñ cio xllac (mezcla sal con aquel pescado). Lec aec (encima) rige genitivo: ani c apae lechaec (encima del techo de la casa); lec (adonde) rige genitivo: tzhaeng lec (adonde tú); luc aec (entre) rige genitivo: ixllung luc aec (entre el pescado); len (con) rige ablativo: ssonaeng len (con su mujer); ñic (dentro) rige genitivo: lapang nic (dentro de la lapa); na (por) rige ablativo: catu na (por la plaza); paen (para), rige acusativo: alcalde paen oiñ loc (deseo ser alcalde.) Pir (sin) rige genitivo: pir chicaer (sin juicio); ssecaen (debajo) rige genitivo: aeizi ssecaen (dentro de la lapa); na (por) rige acusativo: tzhang tim (por ti); tana (con) rige ablativo: metan xllonquic tzha tana (trae de comer contigo); tit (con) rige ablativo: moiñ tot ang loc casar lae cnaen (yo con él estamos para casarnos). Dice el vicario de Reque: “Hay una infinidad de preposiciones en esta lengua y las dejo al uso; pero advierto que las demás que aquí no se ponen rigen genitivo y ablativo y es rara la que rige acusativo”. 135

LOS MOCHICAS - TOMO I

NOTAS SOBRE LA SINTAXIS Nota primera.- “Para dar fin a este arte –dice el cura de Reque– pongo las notas siguientes: Entre la confusión grande que hay del uso de la o, para dar alguna luz de él digo lo siguiente: Entre dos nombres sustantivos forzosamente se interpone una o como: quixmic o ñofaen, hombre viejo; requep o iun, pueblo de Reque. Otras veces, aunque raras, la dicha o entre sustantivos denota genitivo de posesión como: Dios o chicaer, el ser de Dios. Otras veces, en los nombres sustantivos, la o tiene otro sentido; acabando el nombre en vocal ha de tener la o una i antes de sí para que diga: io. La es “agua” y añadiendo la partícula io dirá laio, o sea: echo agua. Y no acabando en vocal, como pup, es “el palo” y añadiéndole o dirá pupo, y significa: estar duro como palo. Pero faltando la o al modo de hablar ya dicho, o no se dirá lo que se quiere o se entenderá diferente. Cuando al adjetivo se le allega la o lo hace plural, y para más fácil inteligencia de esta dificultad es necesario que se esté en lo que queda dicho, por lo que todos los plurales acaban en aen; a estos plurales, pues, acabados en aen se les añade una o como llegue un nombre o pronombre como: maetcaen o cuno, cañas grandes; pañaen o cio, aquellos que son buenos; utzhaen o col, caballos grandes. Pero si se hablare por sólo el adjetivo, no es menester añadir la o para que sea plural, que él por sí lo es acabando en aen, como: maetcaen, utzhaen. Nota segunda.- En los verbos se forma una manera de hablar tan elegante como usada en la manera siguiente: A las primeras personas del presente de indicativo se les suprime el pronombre eiñ y a lo que del verbo queda se le añade una o como: faleiñ, quitando el pronombre eiñ, queda la voz fel, lo que añadiendo o dirá felo, que significa “asiento”. Chaemaepeiñ, quitándole el pronombre queda chaemaep, y añadiendo la o dirá chaemaepo: borracho. Tzhaecaem eiñ, quitando el pronombre queda tzhaecaem, agregando o: tzhaecaemo, corredor. Estos modos son para hablar con negativas como: 136

aenta felo, que no sabe estar sentado; aenta chaemaepo, que no sabe emborracharse; aenta tzhaemcaemo, que no sabe correr. Nota tercera.- En todos los verbos hay el modo de hablar quitándole al verbo el pronombre eiñ, por el modo dicho en la nota segunda, y anteponiéndole la partícula an. Fuño ein es verbo: quitando el pronombre, dirá funo, y anteponiéndole la partícula an, dirá an funo (ven a comer), an met (ven a traerlo), an man (ven a comer.) Si se habla en plural se pospone al verbo la partícula chi: an met chi, venir a traerlo; an funo chi, venir a comer. Añadiendo a la partícula una g, se tendrá ang, que significa “ver”. Si esta partícula se antepone al verbo después de haberle quitado el pronombre, se tiene: ang funo, mira si come; ang funog aen, mira si comen; ang ñieiñ, mira si juega; ang ñieñ aen, mira si juegan. Si la partícula ang se antepone a los impersonales acabados en chem, se denota respecto y también pluralidad. Así, por ejemplo: ang funo chaen, mira si comen; ang ciada chaem, mira si duermen o duerme su merced. Esta partícula se antepone a nombres sustantivos o adjetivos cuando se indica que se debe ver la naturaleza o calidad de una cosa: ang la, mira si es agua; angi cio, mira si es eso; ang tuni tuni io, mira si es mucho. Nota cuarta.- Quitando el pronombre eiñ a los verbos y añadiendo a éstos la partícula uno, se forma un elegante modo de hablar, muy usado, de la manera siguiente: meteiñ, quitando el pronombre met y agregando la partícula, da metuño; ñeñeiñ, quitando el pronombre ñeiñ y agregando la partícula, da ñieñono; funofeiñ, quitando el pronombre funof y agregando la partícula, da funofuno. Y así se tiene metuno, sin traer; ñeñunta, sin jugar; fufunta, sin comer. También suelen perder los verbos la última o como en metun, ñieñun, fonufun: sin traer, sin jugar, sin comer. Nota quinta.- Los verbos compuestos se forman de los participios acabados en paec, con sólo añadirle la partícula oiñ, como en fun o paec, participio que añadiendo oiñ, dirá: funopec oiñfunopaec oz; mitapaec, participio, que añadiéndole oiñ, dirá mitapaec oiñ mitapaec oz; y filapaec, también participio, que si se le

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agrega oiñ, dirá filapaec oiñ - filapaec oz. Todos los verbos compuestos e incoactivos, que forzosamente acaban en coiñ, significan “soler hacer”, lo mismo que sus simples: meteiñ, yo traigo; mitapaec oiñ, yo suelo llorar. También se forma un modo de hablar bastante usado con sólo añadir una o al participio, como en funopaec, fumapaec y ñañapaec, que agregándoles o dirán, respectivamente: funopaeco, famapaeco, ñañapaeco. Estos modos son para decir: hállelo sentado, hállelo comiendo, hállelo durmiendo; filapcoiñ quep, hállelo sentado; funopcoz quepdo, hállelo comiendo; ciadapaeco tonod, lo mató estando durmiendo. El vicario de Reque termina su arte de la lengua, que llama yunga o mochica, diciendo, como ya antes reprodujimos: “Otros infinitos modos de hablar tiene esta lengua, que fuera confusión ponerlos todos y hacer este arte inacabable, y por excusarla lo remito al maestro que los explique y dé a entender sacando por los ya dichos los más que se forman”. Nosotros, al hacer este nuevo estudio, nos hemos ceñido estrictamente a los trabajos del Lic. Carrera y del Dr. Villarreal; pero sólo a manera de extracto que pueda ofrecer una idea de la riqueza de esta lengua, cuyo estudio más amplio dará mayores luces al campo arqueológico nacional.

NUMERACIÓN De conformidad con los documentos anteriormente mencionados, al tratar de la lengua, hemos creído conveniente ordenar el sistema de numeración, exponiéndolo en la forma más amplia y apropiada a la finalidad de nuestro libro. Para mejor comprensión, creemos conveniente anotar cómo se forman los casos gramaticales y el accidente: Número. Caso.- Cuando el movimiento termina en consonante, se forma el genitivo agregándole aero. Cuando el nominativo termina en vocal, se forma el genitivo agregándole ngo. Número.- Para formar el plural se agrega al singular la partícula aen. En la numeración se emplea el sistema décuplo, y

dentro de este sistema se emplean cuatro maneras de expresión, según lo que se cuente o enumere. Además de estos sistemas de expresión, existió otro modo de contar, empleado por las mujeres al hacer tejidos. Pero sobre esta modalidad, el vicario de Reque sólo hace referencia, sin dar detalles, porque la considera un “modo confuso”. La manera empleada, contando a partir de la unidad hasta diez, es como sigue: 1.- uno: onaec, oncaero; 2.- dos: aput, aputaero; 3.tres: copaet, coptaero; 4.- cuatro: nopaet, noptaero; 5.cinco: exllamaetzh, exllmaetzhaero; 6.- seis: tzhaxlltzha, tzhaclltzhango; 7.- siete: ñite, ñitengo; 8.ocho: langaess, langaessaere; 9.- nueve: tap, tapaero; 10.- diez: ciaec, ciaec aero. Para contar por decenas, se tiene: uno, na; dos, pac; tres, coc; cuatro, noc; cinco, exllmaetzh; seis, tahaxlltzha; siete, ñito; ocho, langaess; nueve, tap. La expresión de la decena, como antes hemos dicho, varía, y esta variación es la siguiente: tratándose de monedas, diez es na ssop; tratándose de hombres, ganado, cañas y todo lo que no sea monedas, frutas o días, diez es na pong; refiriéndose a frutas, mazorcas, gramos, entre otros, diez es na choquixll; si se trata de días, diez es na caess. Para expresar cantidades mayores de una docena, desde una nueva unidad, se interpone entre la expresión de la decena correspondiente y la de unidad o unidades la partícula allo: once monedas, na ssop allo onaec; veintidós hombres, paec pong allo aput; treinta y tres frutas, coc c oquixll allo copaet; cuarenta y cuatro días, coc caess allo nopaet; cincuenta y cinco monedas, exllmaetzh ssop allo exllmaetzh; sesenta y seis hombres, tzhaxlltzha pong allo tzhaxlltzha; setenta y siete frutas, ñite c ocuixll allo ñite; ochenta y ocho días, longraess caess allo longaess; noventa y nueve hombres, tap pong allo tap. Cien es na palaec; doscientos, pac palaec; trescientos, coc palaec; cuatrocientos, noc palaec; quinientos, exllmaetzh; seiscientos, tzhaclltzha palaec; setecientos, ñite palaec; ochocientos, langaess palaec; novecientos, tap palaec. Cuando se trata de frutas, mazorcas o granos: cien es na chiaeng; doscientos, pac chiaeng; y así sucesivamente, siempre anteponiendo a la expresión chiaeng, las voces napac, coc y demás. 137

LOS MOCHICAS - TOMO I

TIPOS DE NUMERACIÓN POR DECENAS En la lengua mochica Monedas

Hombres

Frutas

Días

Diez

na ssop

na pong

nahc oquixll

na caess

Veinte

pac ssop

pac pong

pachc oquixll

pac caess

Treinta

coc ssop

coc pong

cochc oquixll

coc caess

Cuarenta

noc ssop

noc pong

nochc oquixll

noc caess

Cincuenta

exllmaetzh ssop

exllmaetzh pong

exllmaetz c oquixll

exllmaetzh caess

Sesenta

tzhaxlltzha ssop

tzhaztztzha pong

tzhaxlltzha c oquixll

tzhaxlltzha caess

Setenta

ñite ssop

ñite pong

ñite c oquixll

ñite cess

Ochenta

langaess ssop

langae ss pong

angaess c oquixll

langae ss caoss

Noventa

tap ssop

tap pong

tap c oquixll

tap caess

Cuando se trata de cantidades mayores de una centena y unidades, se interpone entre las centenas y decenas y unidades la partícula allo, que también se interpone entre el millar y la centena: ciento once hombres, na palaec allo na ssop allo onaec; ciento treintaitrés frutos, na chiaeng allo coc coquixll allo copaet; mil, na cunó; dos mil, pac cunó; tres mil, coc cunó; cuatro mil, noc cunó; cinco mil, exllmaetzh cunó; seis mil, tzhaclltzha cunó; siete mil, ñite cunó; ocho mil, langaess cunó; nueve mil, tap cunó. En cantidades mayores: 1.101 es na cunó allo na palaec allo onaec; 2.102, pac cunó allo na palec allo apunt. Para enumerar por partes se tiene: un par, na felaec, na luc; dos pares, pac felaec, pac luc; tres pares, coc felaec, cos luc; cuatro pares, noc felaec, noc luc. En esta forma se continúa posponiendo a las voces na pac, coc y demás, usadas al contar por decenas, la expresión felaec, cuando se trata de aves, y luc cuando se trata de frutas. 1933 se expresa así: na cunó allo tap palaec allo coc ssop allo copaet; 1934, na cunó alló tap palaec allo coc ssop allo nopaet; 1935, na cunó allo tap palaec allo coc ssop allo exllmaetzh. También se puede escribir, para hacer más breve la expresión fonética: 1933, cunó tap palaec coc ssop allo copaet; 1934, cunó tap palaec coc ssop allo nopaet; 1935, cunó tap palaec coc ssop allo exllmaetzh.

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ESTADO ACTUAL DE LA LENGUA MOCHICA Creemos haber tratado la lengua de los mochicas en forma capaz de dar a conocer, del mejor modo posible, sus mecanismos sin extendernos a un vocabulario, tanto por no salirnos de las normas impuestas a este libro, como por la enorme cantidad de trabajo y tiempo que demanda hacerlo. Sin embargo, en el deseo de conocer por nosotros mismos el estado actual de esta lengua, hemos hecho un viaje especial a los pueblos de Eten y Monsefú, en los cuales hemos podido recoger, con bastante trabajo, 174 dicciones que ofrecemos a continuación y que fueron enviadas al doctor Federico Villarreal el año de 1920. Presentamos la comparación, con el objeto de demostrar que en la lengua mochica un mismo pensamiento puede ser expresado en formas distintas sin ser alterado; y también porque desde que principiamos nuestra investigación pudimos notar que han existido dos maneras de hablar: una muy pintoresca y propia de los pescadores de la costa, y la otra muy elegante y rica, tratándose de composición de oraciones. Estas formas ya habían sido notadas por Calancha, y seguramente ellas indujeron al historiador don José Toribio Polo a suponer que mochica y yunga eran diferentes lenguas, pero eran la misma, como muy bien lo asegura Villarreal.

LA LENGUA

ESTADO DE LA LENGUA MOCHICA A 1938 174 dicciones Español

Forma Carrera Deza - 1633

Forma María Carbayo - 1920

Forma Lorenzo Colchón - 1920

Forma Domingo Reyes y otros - 1936

Dos - 2

aput

apud

aput

Cancha, maíz tostado

mangxllon

apum; quersu

hermot

Vamos a la chacra

amochich vizquic tot na

amoche uste nique

amoche uste mique

Ya es tarde

neiz c aem

acunerme

acunerme

Veinte soles

pac ssop

apud pum

Carne

caenc o

concho

consh

conschoc

Sal

aep

cup

up

pu

Chicha

curzhio

cochi

cosh

cocho

aput jiai

h

Cinco - 5

exllmaetzh

cesmen

sec

Caña

cumó

coma

coma

cogpa

coppán

cojpam

Chiclayo

C iclaiaep

chijarpe

chijaipe

chijaipe

Está borracho

C úmapaec

Calzón h

h

Ají ¿Cómo ha amanecido

emio neizna

su marido?

tzhaeng ñofaen

Yuca

chumallanchi

chumay

chumai anchi mo

ape

usap

usap

enan unam diviopadam ermps

emes unan ñan her

her

Padre

ef

ep

ep

Madre

emg

en

em

Dientes,muelas

aec ang

urchequic

uschequic

¿Cómo ha amanecido?

emio neizna

emes unam

He amanecido bien

e tini paed (1)

etine pum

emessuno

emes unanche ayenamoyi

Choclo

mang er

ers

Perro

fanú

fauk (A)

fanun (B)

fanum (C)

Leña

fachca

fachica

facch

facche

Leñitas

tzhutiisFachca

fachique

Pato

ers

fachique

fellu

fellu

fellum

fem

amosh fenun

amoche

Toro

fach

fec

Candela

hog

joc

Vamos a comer

amoch fund od funo ix

fenum

fac

Agua

la

Ja

ja

Nariz

fon; fonquic

Jione

ponen

Ojo

loc luc qui

josch

Ocho - 8

langaess

jans

Algodón

xllamu

jam

Cabeza

lec ; falpic

jersqui

jacse

Pies

loc; loceio

jock

jec

Tierra

aeiz

leis

eis

Gato

miss

miss

miss

Oreja

meden; medquic

meden

meden

Dame un poco de mote

met an taez magxllichico

metan tu soye

metan tut say

jot

oj jac jam jacse jocse

139

h

h

h

LOS MOCHICAS - TOMO I

ESTADO DE LA LENGUA MOCHICA A 1938 174 dicciones Forma Carrera Deza - 1633

Forma María Carbayo - 1920

Tiene su mujer

ssonaeng Ien

machi puna ñam

mecherque anchimo

Manos

maechaec maec quic

mechs

metse

h

Español

Forma Domingo Reyes y otros - 1936

Dedos; uñas

llemño, midi

mechse

metchse

Maíz

mang

man

man

Cuatro-4

nopaet

nopite

noc

Siete-7

ñite

niete

ñete

Cuatro pesos plata

nopaet xllaxll

nope patacon (A)

Cuarenta soles

noc ssop

napo pun

¿Adónde vas a traer agua?

iztaec mit men la

ne che jop

Gallina

ñaiñ (3)

ñay

Uno - 1

onaec

oneuque

Buenos días

peño caes

peinar naus

peinas unan sequemoy

peinas unam

Buenas tardes

peño nerr

peinar ners

peinas nerrun sequemoy

peinas nerrem

pup

pup

Mar

nin

Buenas tardes Palo

(B)

noc jiai (2) (C) pac jiai

nin

ponpormai neche jop

ñañe

ñañe onuc

peiness nerto pup

Culo

ñitir

pot

potes

Piedra

pong

pon

pon

Abuelo; viejo

quixmic; quicmic ñofaen

queismach

quisonique

quismique

Luna

remsi

rem

rem

rem

Pescado

xllac

shoque

jiac

jiac

Monsefú

omaensaefaec

surrape

siurepe

siurrepe

Sol

xllang

shiam

jian

jiam

Comida

xllonquic

shonequi

shoneque

Boca

ssap

sap

Tres - 3

copaet

sofite

soc

Seis - 6

tzhaxlltzha

saccer

secur

Diez - 10

ciaec

sirti

sirti

Taita dios

diosi ef

shep neis japo

shep nejap

Abuela; mujer vieja

quixmic o ssonto

shoponic

sofonique

Pelo

cac; cac iio

sach

sach

Cielo

cucia

sheim

sheim

h

140

Forma Lorenzo Colchón - 1920

sappi

sape

Mote, maíz cocido

mangxillchco

sollerm

say; ismot

Cara

tot, toteio

toruqe

toc

Nueve - 9

tap

tap

Ve a ese mentiroso

acan mo ñeñur

acan mo ñete sapec

acan mo ñete sap

Ve a ese loco

acan mo raemotec

acan mo rometec

rometecanchimo

Vamos pronto

amoch mit ca iñ Chich

amoch miquer

amoche miquer

Camote

opex

apene

opene

Salud (beber)

man an taez

aquimanem

aquicmanam

Órgano femenino

cataer; cataereio

caterio

catenic

tap

LA LENGUA

ESTADO DE LA LENGUA MOCHICA A 1938 174 dicciones Español

Forma Carrera Deza - 1633

Forma María Carbayo - 1920

Forma Lorenzo Colchón - 1920

Forma Domingo Reyes y otros - 1936

cunti

cunti

culistap

cosstap

Negro

chfca

chfca

Eten

etin

etin

¿emess nert?

¿emess nerr?

fierney ayad

fierney iñin

Serrano Sírvase (comer o beber)

¿Cómo ha tenido la tarde?

tzhacaez ssap

¿emio pamana?

Hijo del Diablo Dinero

xallaxll

jiay

jiai

Dormir

ciad

jiad

jiad

Mujer; hembra

mecherraec

Cachema (pescado)

mecherque

mecherque

Mob

mob

Huevos

mellú

mellus

mellus

Rezar

apein; apaz

mesjepeque

mejépec

Toma chicha

man an taez curzhio

man tut cosh

manan tut cocho

Noche

neiz

neiz

neis

Marido; hombre

ñang

ñan

ñam

Joven; muchacho

C olu

ñoven

ñoven

h

Lambayeque

ñampaxllaec

ñancaipe

ñancaipe

Reque

requep

repap

repaneque

Real (moneda)

xallaxll

rel

rrel

Barbón

sspaec cuc

ssapi tappi

sacpi tacpi

Feo

tzhaaeng e pisso

shepestop

ñespe toc

Pene

tef

teb

teb

Boca abajo (volteado)

tafquex ssap

Bacinilla Poto

manic

Mazamorra de maíz h

Trujillo

C imor

Vamos a dormir

amochich ciad

tote cap

tote cape

usercic

ustenic

vellus

vellus

yemeque

yemerque

chejmer

chejemer amoche jiad

Toma asiento

fel an taez

felan tut

¿Qué quieres?

¿echaez tem?

iches tem

Trasero negro

facque potes

Calla la boca

xaman taez loc; xaman loc

Ferreñafe

firruñap

(4)

Recano

yarnan loc firriñaf recpanaque

Narigón

utzho fonaez; fon paeco

ajpe ponen

Bocón

utzho ssapaez; Ssap paeco

ajpe sape

Loco como el perro

rraemotecan fanu

rometec fanum

Éste es ladrón

omor chiz mo

mis anchi mo

Seco

la un; la pir; manen pestap

Oye Olla (vasija de tierra cocida)

costape huy

piiu; piiungo

palla; ponpotay

141

LOS MOCHICAS - TOMO I

ESTADO DE LA LENGUA MOCHICA A 1938 174 dicciones Español

Forma Carrera Deza - 1633

Palangana sin medio

ech ssap xllaxll

Miserable es éste Bien mentiroso es éste

Forma María Carbayo - 1920

Forma Lorenzo Colchón - 1920

Forma Domingo Reyes y otros - 1936 echer sapi jiai peñanchu mo

peño mo ñeñur ssap (5)

peinas mo mete sap

peño fainñeiñ mo

(5)

Ve a ese gato

acan mo mish

Come un poco de espesado

manan tut llemec

Ve a esa criatura

acan mo tzhici

Nariz ñata

acan mo ñess chupete fone

Me he servido

eiñ manan

eches suy

Toma otro

timo manaez

tay

Mantel (paño de mesa)

lajuna

Frío

chane

Vellosidades del pubis

llamu

Grillo (Gryllus domesticus) Caranganozo (piojoso) Pescuezo grande

sachipi chay huac midan cap

utzcho cengque

ap pesén

Desnudo

rog

Atado (lío; bulto)

she meteque

Palangana (jactancioso)

jax pulen

Toma poto boca abajo tafquex ssap manan

Calor Licor; aguardiente Cosa agradable

cosstap tote cap chicahay; chichay ñesho

peño nicod

achic one h

(beber y voltear la copa)

Fuego

uf

Embarasada y colérica

sec secfane

¿Quién es ése?

¿iñ tin?

¿ich teme?

¿Quieren? ¿Desean?

¿llicaz? ¿lliqueiñ?

¿quisin?

Cuchara

tevo

Bajo el monte

in ich pulmur ssecaen

atut payo neñete

Levántate que es de día

tec aen acang e tini

tuscan angan atin

Todavía es temprano

chipaecaenang neiznana

chipacacang atin

Enciende la luz

e tini (6)

atin

Cuando la luz penetra por una rendija de la puerta

142

an angas pacho an

Ya es claro

acang neizna

Ya alumbra el Sol

acang e tini xllang

angang atin angang atin Sam

Mujer novelera

shaninsic

Cántaro (vasija de tierra)

fiá

Pescado salado

cais camuñcc

Cemita

cercemet

LA LENGUA

ESTADO DE LA LENGUA MOCHICA A 1938 174 dicciones Español

Forma Carrera Deza - 1633

Forma María Carbayo - 1920

Forma Lorenzo Colchón - 1920

Forma Domingo Reyes y otros - 1936

Nieto

roñet

Nieta

sarñet

El tejido Piernas

enchesper tonaeng

Miserable Alma

choisper shupnat

moix

amalai

Mesa

asemi

Conejo

osincois

Jabón

japanel

¿Cuándo teje?

¿enerpert?

Trae el poto para

artiel otop arap

servir el colao

rinser elhualoc

Excremento

ñiet

jedeñet

Chacra

visquic

usenic

Roto; rotura

1) 2) 3) 4)

5) 6)

A. B. C.

jactes

A la pregunta hecha, la contestación es literalmente: A SER, el individuo amanece en el dominio pleno de sus facultades, luego: ES. Es la manera más acertada y concuerda con la forma original del Padre Carrera Deza.- La palabra «patacón» es un españolismo. Esta palabra designa aves en general. Xaman: imperativo (quita). Taez: segunda persona. Loc: pies; «quita tus pies». Desde luego los pies se llevan a toda la persona. Literal: «buena boca de juguete»; «buena boca trae este». Literal: A SER. Con la oscuridad no se ven personas y cosas. Haciendo luz, son visibles otra vez; luego: SON. Este concepto es conservado aún por pequeños pueblos de la costa norperuana. Cuando termina el día y se enciende una luz, todos los presentes se saludan uno a uno, ceremoniosamente, dándose sus correspondientes títulos de parentesco o relación. La comparación de modalidades con la forma original de Carrera Deza, hecha el año 1644, se refiere a las siguientes notas: Nota de Amadeo Vílchez, natural de Eten, al Dr. Villarreal. Palabras tomadas a María Carbayo, a cuyo abuelo enseñó la lengua mochica don Julián Chafloque. Esta nota es del año 1920. Contiene 75 dicciones que fueron publicadas el año 1921. Nota de don Lorenzo Colchón al Dr. Villarreal. Palabras recogidas en Eten. Esta nota contiene 62 dicciones, que como las anteriores fueron publicadas el año 1921. Notas recogidas en Eten y Monsefú por el autor. Parte fue proporcionada por don Domingo Reyes, natural de Eten; y las restantes recogidas indistintamente de varios vecinos de esos pueblos. Ardua tarea fue recoger las 174 dicciones que constan en esta nota, y son casi todo lo que en la actualidad queda de esta milenaria lengua.

143

LA ESCRITURA

G

ARCILASO DE LA VEGA, en sus Comentarios Reales de los Incas, así como lo afirman todos los cronistas, asegura que los antiguos peruanos no tuvieron escritura que les permitiera expresar sus ideas por signos gráficos, a fin de perpetuar los hechos más importantes de su vida o de sus hazañas. Muy duro fue para nosotros, desde el principio, resignarnos a pensar lo mismo respecto de la civilización Mochica, que alcanzó en todas las actividades humanas un grado de cultura muy avanzado. Era inadmisible que los gestores de tal cultura no tuvieran una forma, por rudimentaria que fuera, de expresar sus ideas gráficamente, de conservar su historia. Por eso creemos, fundadamente, que las civilizaciones se forjan cuando, además de contar con todos los medios de subsistencia en abundancia, conservan una historia que constantemente revive el pasado, refleja el presente y deja entrever el porvenir. Las artes, ciencias e industrias necesitan de la historia para alcanzar su mayor perfección, porque sin historia el mundo entero estaría en el principio, en gestación. Pero la historia se conserva con más amplitud cuando para ello se cuenta con medios que son la materialización de las ideas y permiten aunar los hechos para consulta de los demás; para que sean, en una palabra, los derroteros de las nuevas generaciones. Y Fig. No. 166.- Mensajero, con su uniforme característico. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-006-003)

aquellos medios son únicamente los signos gráficos convencionales que vemos marchar progresivamente junto a la civilización: primero, aparecen como simples “petroglifos” recordatorios, que generalmente usa el nomadismo humano, y luego se convierten en grafías diversas que encierran en sí todos los signos para alcanzar la materialización del pensamiento, en sus infinitas manifestaciones. Estos signos gráficos no son, pues, otra cosa que aquello que universalmente llamamos “escritura”. Por consiguiente, es la “convención gráfica”, íntimamente ligada a la “convención fonética”, la que al formar el idioma completo permite que por él se aquilate el estado cultural de un pueblo, ya que el pensamiento escrito guarda en sí y propaga todos los progresos de una verdadera civilización. La “lengua escrita” está, pues, a tono con el progreso cultural de los pueblos, porque no sólo es factor de éste, sino su verdadera alma. Absurdo sería entonces pensar de modo distinto, por cuanto no es posible, de ninguna manera, desligar la “lengua escrita” de la civilización. Lamentablemente, como decíamos al principio, eso ha ocurrido con la mayoría de los “cronistas” e historiadores del Antiguo Perú, que, reconociendo muchos de ellos la portentosidad de las civilizaciones preincaicas, negaron rotundamente que ellas tuvieran escritura alguna. Felizmente, en los actuales momentos estamos atravesando por una verdadera época de investigación, cuyos resultados, muy satisfactorios, se están traduciendo 145

LOS MOCHICAS - TOMO I

en la aclaración de muchos problemas que antaño parecían irrealizables. En el Perú hay, pues, una verdadera agitación arqueológica: han salido a relucir nuevas tesis, nuevos monumentos que han permanecido ocultos por milenios y muchas interpretaciones sobre nuestro glorioso pasado. Nosotros, que no somos ajenos a esa agitación nacionalista, hemos llegado también a tocar puntos interesantísimos. En este capítulo queremos presentar nuestras observaciones sobre la escritura mochica, para contribuir así, modestamente, al campo de investigaciones arqueológicas. Ojalá nuestras presunciones y aseveraciones sirvan para enfocar debidamente el problema, tan discutido, de la escritura antigua. Helas aquí: observando algunos cántaros pictóricos del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera y los existentes en otros museos y colecciones particulares, hemos llegado a seleccionar un numeroso grupo de ellos que guardan entre sí marcadas analogías escénicas. Las figuras centrales son personajes que aparecen en actitud de correr velozmente, uno tras otro, a través de campos que ostentan, por su aridez y vegetación característica, un marcado barniz costanero (Figs. Nos. 167 y 168). Estas series, que se repiten a menudo, se distinguen aún más por una indumentaria que casi en general llevan dichos corredores sobre el cuerpo: un pequeño paño a manera de trusa, vistosamente adornado, descubierto el torso y luciendo un hermoso tocado que se ata fuertemente bajo el mentón y luego a la faja que sostiene la pequeña trusa. Los miembros inferiores ofrecen en parte la epidermis desnuda, porque desde el pie hasta media canilla hay una especie de bota que, a juzgar por su adaptación a las formas que encierra, nos parece que era tejida, acaso con un producto muy fuerte, como el cuero, o un simple tatuado. Las rodillas también tienen una especie de defensa, a manera de rodelas, y las manos parecen cubiertas con guantes de la misma materia. Sin embargo, esto no se presenta en todos los casos. Nos llamó mucho la atención, después, notar que en casi todos se repetía el mismo tocado, ya en forma de un gran círculo con la cabeza de un felino al centro (Figs. Nos. 166, 168 y 190) y el contorno adornado con pequeñas semicircunferencias, como medios elipses con la base dirigida hacia la frente; en otros, era un gorro bien exornado con remates superiores en la forma del 146

cuchillo conocido en la terminología quechua con el nombre de Tumi; y en algunos casos, menos comunes, un gorro corriente del cual emerge un vistoso penacho de plumas. En otros cántaros pintados aparecían estos mismos personajes, pero ya con gran dosis de idealización, que se presentaban ora en forma de aves, golondrinas, halcones, lechuzas y demás, o de animales como el venado (Figs. Nos. 169, 170 y 171), y en ocasiones unidos sus cuerpos por la parte posterior a los de miriópodos. ¿Quiénes eran, pues, estos personajes que aparecían siempre corriendo, atravesando campos cubiertos de vegetación, en unos casos, y en otros a través de desiertos en los cuales se ven claramente las plantas propias de aquellos lugares: cactos, “¡uñas de gato!”, “achupallas”, entre otras, y los arenales dunosos, representados por puntos menudos encerrados por líneas sinuosas? Después de largas meditaciones y comparaciones llegamos a una conclusión: se trataba, indudablemente, de los antiguos mensajeros o “propios”. En efecto, corroboró nuestra tesis la misma actitud de estos personajes: tanto por la ligera indumentaria que llevaban –que les permitía mayor soltura en los movimientos– cuanto porque todos ofrecían el brazo derecho extendido y sujetando una pequeña bolsa que contenía, con toda seguridad, el recado, y a efecto de ser más fácil la entrega a su continuador, como sucede hoy en las carreras de postas. La representación de estas series de corredores no era otra cosa que la expresión de la continuidad de la carrera realizada por muchas personas destinadas y preparadas en este oficio; eran los que devoraban las distancias conduciendo las noticias y recados. Como observará el lector, todas las pictografías que insertamos no hacen sino delatar a los antiguos mensajeros que, como veremos más adelante, perduran hasta los últimos días del incanato, y quedan aún rezagos en los pueblos del interior, donde hoy se les conoce con el nombre de “propios”. No se trata, pues, de los individuos que Baessler, en su obra Ancient peruvian art, describe como personajes que tienen en la mano una especie de tijeras de jardín con las cuales tratan de cortar o podar plantas cercanas a ellos. Lo que aparece como hojas de tijeras son las puntas de cortar o podar plantas, que aparecen siempre cerca de estos seres, y no son otras que aquellas que representan a las que crecen en

LA ESCRITURA

Fig. No. 167.- Pictografía que representa a los mensajeros en plena carrera. Obsérvese la gran vivacidad de los movimientos y el vuelo de las aves en sentido contrario. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1671)

Fig. No. 168.- Grupo de mensajeros que ostentan diversos adornos para la cabeza, según un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1670)

Fig. No. 169.- Los personajes simbólicos de la institución en la tarea de descifrar los mensajes y ordenarlos convenientemente. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1706)

147

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 170.- Mensajeros en escena que muestra los signos de las arenas y las sinuosidades del camino. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-005-008)

148

LA ESCRITURA

Fig. No. 171.- Mensajeros idealizados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1695)

los parajes por donde dichos “mensajeros” corren. Ahora bien, conociendo el gran simbolismo mochica –que hemos advertido ya en muchas escenas de índole diversa a la que tratamos–, bien pronto pudimos cerciorarnos de que los personajes con caracteres de aves eran los “mensajeros”, a quienes los artistas mochicas habían querido caracterizar de tal forma, por tratarse de hombres tan veloces como los pájaros; y aquellos que aparecen con el cuerpo de un miriópodo demostraban la gran rapidez de la carrera y la multiplicidad de los pies en el servicio, pues, efectivamente, tenían cien pies para desarrollar las velocidades que los casos requerían. Y este simbolismo no sólo ha representado al “mensajero” diurno con aves de raudo vuelo que se presentan en el día hendiendo los espacios, sino también ha querido simbolizar a los “mensajeros” nocturnos, representados por lechuzas, que están también ataviadas en las pictografías con la misma indumentaria, y a las que –coincidencia curiosa–, como los griegos, los mochicas consideraron personificación de la sabiduría. Mediante estos “mensajeros” (familias de hombres expertamente entregados), los mochicas pudieron llegar a establecer un sistema de comunicaciones eficiente, que permitió difundir simultáneamente todos los adelantos que paso a paso fueron alcanzando, y a enterarse de todo lo que ocurría dentro de su territorio en poco tiempo. Eran, por lo tanto, miembros de una importantísima institución que había que buscar en la cerámica, y similar a la denominada chasquis, que los incas emplearon

eficazmente cientos de años más tarde, y de la que también se sirvieron los mismos conquistadores. Pero si éstos eran los que llevaban los mensajes en sus pequeñas bolsas de largas puntas, que les permitía pasarlas de una mano a otra con presteza, quedaba por saber cuál era su contenido a fin de comprender la importancia del medio de comunicación escrito que existía. Era indudable que este medio existía ya perfeccionado, y no quedaba sino echarse a buscarlo. Analizando más y más las pictografías, pudimos notar que en muchas de ellas se presentaban, junto a los brazos de los “mensajeros”, y muy cerca de las bolsas, unos raros frutos (Fig. No. 171), además de numerosos granos de pallares. ¿Cuál era el significado de esta proximidad y qué papel desempeñaban los frutos y pallares? ¿Qué relación existía entre los mensajeros y estos pallares que continuamente se veían pictografiados? Después de pacientes investigaciones en nuestras visitas a la sierra y distintos lugares del litoral, pudimos comprobar una semejanza notable entre los extraños frutos y los de la planta llamada ulluchu, que es de color amarillo y comestible. Alrededor de la planta de ulluchu (Figs. Nos. 172 y 173) existe una original superstición entre los campesinos de la sierra y los pobladores indígenas de la costa, especialmente en Virú y Moche. Para coger las bayas es necesario acercarse al árbol con el mayor sigilo y sin pronunciar una sola palabra, de lo contrario, al menor ruido, se tornan amargas y no es posible comerlas. ¿Representan acaso estos frutos el símbolo de la discreción y silencio que debían encarnar 149

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 172.- El árbol del ulluchu, según un vaso pictografiado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera.

Fig. No. 173.- Representación escultórica del fruto de ulluchu, símbolo de la discreción y del silencio. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-002-007)

150

LA ESCRITURA

Fig. No. 174.- Pallares sacados de diversas pictografías mochicas, empleados como signos ideográficos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

primordialmente los mensajeros mochicas? Es muy posible que así sea, pues, como veremos más adelante, los mensajeros también intervienen en el desciframiento de los recados. En la lámina No. 46 de la obra de Baessler, ya citada, pudimos notar que en una de las bolsas llevada por un mensajero idealizado había un dibujo elíptico muy parecido al pallar. Algo más: lo raro era que los pallares pictografiados no tenían las pintas y manchas de formación natural que se encuentran por lo general en ellos; comparados con los granos que se cultivan en la actualidad, comprobamos que éstas eran variadísimas combinaciones, no solamente en relación con las

manchas y puntos –que es lo que comúnmente se encuentra–, sino que en algunos había rayas y dibujos tan bien combinados y dispuestos que no podían ser naturales (Fig. No. 174). En la pictografía que aparece en la figura No. 175 (que anteriormente habíamos considerado como una escena agrícola de encolcamiento de granos) pudimos observar que no solamente estaban representados en ella los pallares en mayor diversidad y adornados con variedad de dibujos, sino que también se encontraban allí los frutos extraños a los que nos hemos referido antes. La pictografía, como se ve, está repartida en tres zonas sobre la superficie curva del vaso, zonas que 151

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No 175.- Grupo escénico que nos ha dado la solución del problema de la escritura. Obsérvese a los jefes, mensajeros y sabios que intervienen en el envío, transporte y desciframiento de los mensajes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1705)

Fig. No. 176.- Un sabio descifrador llevado en andas; detrás van sus ayudantes y colaboradores. Colección Sra. Hortensia V. de Ganoza

152

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 177.- Escultura de venado que simboliza al mensajero. En la superficie del globo aparece pictografiado el camino. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-003-007)

154

LA ESCRITURA

Fig. No. 178.- Zorro ataviado con la vestimenta del mensajero. La pictografía es una escena idealizada. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-004-003)

155

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 179.- Cabeza de zorro que ostenta el gorro del mensajero mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-004-005)

156

LA ESCRITURA

Fig. No. 180.- Escultura de otro zorro que simboliza al descifrador de los mensajes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-007-003)

157

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 181.- Zorro con la indumentaria y los instrumentos que utilizaba el descifrador mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-006-011)

158

LA ESCRITURA

anteriores. Ambas escenas aparecen realzadas con las indumentarias y atavíos de los mensajeros. Por lo tanto, estas escenas vivas y simbólicas nos llevan al convencimiento pleno de que entre los mensajeros y los demás animales representados existía una íntima relación. Luego, la conclusión lógica no sería otra que la de que todos pertenecen a una misma institución. Nos preguntamos ahora: ¿Por qué la presencia de zorros antropomorfizados? ¿Por qué están vestidos y ataviados como los mensajeros? En otro ejemplar encontramos algo más importante que aclara esta vinculación. Sobre el cuerpo globular del cántaro que aparece en la figura No. 178 emerge el retrato escultórico de un zorro regiamente ataviado con todos los implementos del “mensajero”, y sobre la superficie curva, una interesante escena de los mensajeros corriendo velozmente, hecha con gran dosis de idealización. ¿Qué nos indica todo esto? En uno de los capítulos de su obra, Garcilaso de la Vega nos habla, al referirse a las creencias religiosas de los indios de la costa norte del Perú, que éstos adoraban al zorro por su sabiduría y su astucia. Sabemos, además, que a través del desarrollo de las civilizaciones en el mundo, siempre el zorro ha simbolizado la astucia y la inteligencia. Por lo tanto, tenía que existir una estrecha relación entre estos animales simbólicos y los mensajeros. Las pictografías, de un lado, corroboran la afirmación de Garcilaso, y de otro, nos dan un nuevo apoyo para llegar al fin de nuestro estudio satisfactoriamente. En efecto, los “mensajeros”, que fueron los primeros que identificamos, nuevamente los encontramos en estas escenas. Falta saber ahora qué papel desempeñaban los zorros que con tanta alegría desentierran y señalan los pallares. Cotejadas las relaciones y noticias acerca del rol que han jugado estos animales dentro de las religiones primitivas, y observando detenidamente las funciones a que estaban dedicados en la escenografía que ofrecemos, no podemos llegar a otra conclusión lógica que la de señalarlos como el alma y cerebro de la institución; seres que representan la inteligencia no son otros que los sabios e intérpretes dedicados a enseñar la historia, a descifrar los mensajes y transmitirlos. De allí que los veamos representados constantemente en la cerámica, donde no sólo aparecen pictografiados, sino también modelados (Figs. Nos. 179 a 181). En las representaciones escultóricas aparecen en la misma

actitud, sentados y sonrientes, regiamente ataviados, sus ropas adornadas muchas veces con granos de pallares y lentejuelas hechas posiblemente de oro. Su frecuente representación, tanto en la pictografía como en la escultura, revela a las claras la importancia de estos seres simbólicos, a quienes se debió rendir verdadera reverencia. Recorriendo de nuevo las escenas descritas, veremos claramente destacarse al gobernante con rasgos felínicos; al jefe de comunicaciones, simbolizado por una enorme ave de rapiña de mirada inteligente y penetrante; a la sabiduría, que es representada por los zorros; al tigrillo y el jaguar, que acaso están simbolizando la fuerza, el poder y la importancia de la institución; las aves, escogidas especialmente por su vuelo rápido, indican la celeridad en las comunicaciones. El venado, cuya destreza para trepar montes y cubrir llanos es proverbial, simboliza en este caso a los mensajeros, que tenían que atravesar largos campos sin sendas para poder llegar a los sitios en guerra; los venados aparecen generalmente en la escultura como los mensajeros guerreros. Y por último, la vizcacha –cuyos rápidos movimientos y vivacidad no escaparon a los ojos del artista mochica– está simbolizando a personajes de esta institución con cualidades tan útiles en estos casos. En esta pictografía haría falta únicamente el ciempiés, de significación ya conocida, para completar el maravilloso simbolismo del engranaje de una institución tan destacada y cuyos servicios han sido valiosísimos. Nuestra interpretación de la escena anterior, que es en realidad la clase de descubrimiento que hemos hecho, ha sido completada por el hallazgo de una nueva pictografía (Fig. No. 182), donde aparecen el venado, el felino y el zorro que encontramos en la primera cántara descrita. La actitud de los sujetos en el momento de descifrar los mensajes no puede ser más real: sentados, el uno frente al otro, sacan los pallares de la arena para ponerlos en forma ordenada y en hileras, como si quisieran, sobre la base de ellos, engarzar las sentencias. Todos tienen en sus manos las rejillas que utilizaban. Sirviéndonos de eje esta comprobada interpretación, hemos podido hacer otras identificaciones. Entre ellas, la de seres humanos que aparecen en la misma actitud que los zorros dentro de la escultura: tienen en sus faldas la misma bolsa y visten de la misma manera que los mensajeros. Se trata de la representación simbólica de la casta que tenía el privilegio de la sabiduría. 159

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 182.- Cántara pictografiada donde aparece el venado en compañía de un felino descifrando los pallares. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-017)

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LA ESCRITURA

Fig. No. 183.- Mensajeros que llevan en las manos manojos que constituyen una nueva modalidad de mensaje. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1677)

Fig. No. 184.- Mensajeros descifradores, con la bolsa y el instrumento que se utilizaba para la confección de los mensajes, según un vaso pintado. En la ilustración se aprecia el remate de los gorros en forma de Tumi. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1685)

Fig. No. 185.- Pictografía que revela la marcha de un mensajero guerrero, muy bien simbolizado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1584)

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Nuestro problema se hace más interesante aún con la figura No. 183. Reconocemos en ella a los mensajeros ya identificados, pero con una particularidad muy notoria, que hace sumar un nuevo aspecto a la ideografía representativa de los mochicas: los “mensajeros” no llevan en este caso bolsas, sino unos objetos cuya forma se asemeja al espinazo de un pez. Sin duda alguna, éstos, como los pallares, tenían el mismo fin. La elasticidad que ofrecen y su representación nos revelan que no se referían a maderas preparadas, mucho menos a ramas de árboles, como alguien podría deducir por la forma, ya que sus hojas y varillas tendrían que estar sujetas a una manera especial de representación y además a sufrir caídas y roturas, si se tiene en cuenta el gran trayecto que habían de recorrer los mensajeros y el cambio rápido que tenía que hacerse de mano a mano. Para este caso, la única explicación consiste en que estas originales ideografías estén hechas de cordones atados a uno central, en forma de palma, y que representen acaso los motivos precursores de los quipus incaicos. Y esto es muy posible. Desgraciadamente, es el único documento de esta naturaleza con que contamos. Esperamos conseguir un mayor acopio de ellos y enfocar debidamente nuestra investigación para emitir un juicio preciso y ejecutoriado. Volviendo ahora al asunto de los pallares que frecuentemente se encuentran en estas escenas y en la forma particular como los vemos en la pictografía descrita, estos granos no tienen las mismas pintas y manchas que los naturales. Son manchas y puntos convencionales que encierran, con toda seguridad, ideas. He allí por qué se preocupan de ellos los grandes jefes, los portan los “mensajeros” y los conservan los zorros, sabios e intérpretes. El hecho de enterrarlos en arena es precisamente el encolcamiento, que tiende a preservarlos de las plagas que constantemente atacan a esta leguminosa. Para comprobar además que dichas manchas son convencionales, tenemos la pictografía que aparece en la figura No. 184. En ella hay un individuo en forma de ave con el mismo penacho de plumas que caracteriza a la institución y con un instrumento en la mano y una pequeña canasta o bolsa igual a la que tienen los zorros. Frente a este individuo hay pallares pintados con formas diferentes. Es indudable que éste es el instrumento con que se pintaban o grababan los pallares, de acuerdo con el mensaje que se iba a transmitir. 162

Más tarde, el artista mochica no sólo ha querido demostrar el uso de los “mensajeros”, sino dejarnos un documento más real, que nos dé una verdadera idea de los mensajes. En la pictografía que insertamos en la figura No. 185 aparece una serie de pallares. La yema germinativa de cada uno de ellos está representada por rostros de zorro y rostros humanos; todos tienen pequeños brazos y llevan en la mano el mismo instrumento puntiagudo en forma de maza que vemos representado en la pictografía descrita en el acápite anterior. Tienen también miembros inferiores humanos, signos del movimiento de traslación, y están en actitud de correr, lo mismo que los “mensajeros”. Atraviesan campos sinuosos, con una serie de puntos que representan la arena. Si no hubiéramos visto en la pictografía que representa un banquete los platos y recipientes de líquido provistos de pequeñas piernas para simbolizar el movimiento de los mismos hacia los comensales, diríamos que esta pictografía no vendría a ser sino el resultado de la creación fantástica del artista mochica, pero no sucede esto. Conociendo ya su simbolismo, que traduce su manera de expresar gráficamente, y la forma como expone sus ideas, podemos asegurar que se trata de la marcha de su mensaje, y por esto vemos aquí y allá, entre uno y otro personaje, los frutos y pallares pintados a que nos hemos referido. Tenían, pues, los mochicas, además de la pintura escultórica, material de los objetos, la escritura simbólica; es decir, contaban con el segundo paso que los hombres han dado como medio para comunicar su pensamiento. Hay pueblos como los malasios de Sumatra, cuyos mensajes se forman por pequeños paquetes que contienen diversos objetos o cosas. De acuerdo con las porciones y cantidad de ellos –pueden ser sal, pimienta y demás– tienen el significado de amor, odio u otro. No se trata en este caso de una escritura iconográfica, como ha clasificado Brinton a la escritura de los mayas. Los indios de Illinois tienen un sistema muy curioso de escritura: la lluvia, por ejemplo, está representada por tres círculos; arder o quemar, por dos; la luz o el sol, por cinco pequeños círculos. Los esquimales representan las aves por medio de cruces; el hombre, con una línea vertical gruesa. Me inclino a creer que es más o menos éste el sistema de escritura simbolizada que empleaban los

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mochicas, con signos establecidos y combinados que daban la forma escrita del lenguaje. Indudablemente, no se puede decir que ese medio de perduración y comunicación de los hechos haya llegado a un grado de perfección notable. Creemos que la escritura se refirió únicamente a ciertas convenciones que delataban claramente los hechos en forma gráfica, y dejaban las frases y oraciones para la mejor interpretación del sujeto frente a los signos, rayas o círculos. Sin embargo, a medida que nos internamos más aún en este arduo y delicado problema, creemos firmemente que alcanzaremos mayores puntos de vista, para llegar a conclusiones científicamente sancionadas, y no estará lejos el día que formemos un verdadero “abecedario” de interpretaciones. Pues a más de los documentos etnológicos con que contamos, tenemos fuentes tradicionales muy ricas que aún no han sido explotadas. Destaca entre ellas un curioso sistema que se emplea actualmente en la sierra por algunos campesinos, el mismo que se ha usado por los viejos pobladores de Paiján y otros pueblos indígenas del valle de Chicama: en la cosecha en los fundos de la sierra, los habitantes, que no entienden de números y menos contar, llevan la estadística de su chacra y de sus ganados en pequeñas bolsas de diferentes colores, a las que denominan “talegas”. Cada bolsa corresponde a una de las chacras conocidas con su nombre. De acuerdo con el número de sacos que produce cada chacra, se pone en la talega el número correspondiente en ñuñas o maíz, de conformidad con el vegetal y la cantidad producida. También llevan las cuentas de su ganado en la misma forma, utilizando en cada clase gramos diferentes y señalando hasta el colorido. Las ovejas están representadas por los chochos; las vacas, por las ñuñas y demás. En la costa también se ha utilizado el mismo sistema para la cuenta del ganado, y se ha empleado para el caso los frijoles y pallares, de ahí que hasta hoy se llamen todavía “carneritos” a los frijoles y “vaquitas” a los pallares, por la asignación que tenían antes de la cuenta. Son estos rasgos vestigios de los viejos sistemas de nuestros antepasados, que los empleaban no sólo en la numeración, sino teniendo en consideración cómo se pintaban o grababan artificialmente las legumbres de uso; en este caso, ya no representando números, sino ideas y recuerdos; los granos, así, servían para la expresión del pensamiento mochica.

Hemos recolectado, para mejor comprobación, gran variedad de pallares manchados, con el objeto de compararlos con los que aparecen pictografiados en los numerosos vasos de la cerámica mochica. Aunque existe una marcada similitud entre ellos, es la rara disposición de sus pintas y manchas lo que atrajo el espíritu artístico del mochica para emplearlos como signos ideográficos, como portadores de mensajes. De ninguna manera, por lo tanto, podemos decir que las pintas que aparecen en los pallares pictografiados hayan sido copiadas de los naturales: ellas encierran, con toda seguridad, ideas y expresiones del lenguaje escrito. Quizá si los ceramios que aparecen completamente adornados de pallares no sean sino verdaderos documentos con narraciones de la interesante historia mochica (Figs. Nos. 186 y 187). Todo esto ha sido ampliamente comprobado con los valiosos obsequios hechos al autor por el distinguido ingeniero Sergio Gallardo, verdadero amante de nuestro pasado, que al leer el artículo sobre escritura mochica, publicado en los diarios de Lima, le envió un pallar sacado de los cementerios de la hacienda Tambo Real, que ostenta signos ideográficos. Este documento (Figs. Nos. 188 y 189), único en el mundo, es la prueba más concluyente de nuestra teoría. Parece que los escogían especialmente por su gran tamaño. El que tenemos a la mano es de color pardo brillante, como si le hubieran puesto una materia resinosa para su mejor preservación; ofrece complicados grabados en una de sus caras, sobre la base de líneas quebradas y puntos idénticos a los que encontramos en las pictografías; en la otra presenta también algunas rayas, pero más sencillas. Este hallazgo no solamente comprueba en forma más amplia nuestras teorías, sino que ha resuelto una de las más grandes preocupaciones del autor: saber cómo coordinaban los mensajes. Como ya llevamos dicho, la cara principal del excepcional documento que nos ocupa se destaca por su gran riqueza de signos; en cambio, el otro lado sólo exhibe una simple combinación de rayas que, sin duda alguna, constituyen expresión inequívoca de la numeración mochica. A base de estos números se hacían agrupaciones en las rejillas hasta lograr dar unidad al contenido del mensaje. Al adquirir el autor de este libro la colección arqueológica del señor C. A. Roa, toda ella fruto de hallazgos realizados en la hacienda Santa Clara, en el valle de Santa, encontró, entre los múltiples y pequeños 163

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Fig. No. 186.- Cántara mochica adornada con signos ideográficos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-005-003)

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Fig. No. 187.- Signos ideográficos que ornamentan la superficie globular de un vaso mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

objetos que la enriquecen, cuatro pallares del tipo descrito en el acápite anterior, pero con signos ideográficos mucho menos pronunciados y más sencillos que aquél. Una detenida observación de estos documentos convence de su comunidad de origen con el pallar que tanto ha contribuido a esclarecer este perfil de la cultura mochica. En la misma colección hallamos una serie de bolsas hechas de cuero curtido de llama en forma no conocida y en magnífico estado de conservación. Estos objetos consisten de un fragmento de piel que ha sido cuidadosamente doblada ni más ni menos que por papeles que se usan en la filtración de los productos químicos. Todo el conjunto ofrece una forma alargada que permitía su fácil manipulación. Las bolsas llevan en uno de sus extremos un cordón largo hermosamente tejido que

servía para atar el envoltorio. Todas ellas contenían un polvo blanco y un pedazo agudo de cuarzo, sustancias que nos inclinamos a creer que servían, la una, para dar mayor visibilidad a las incisiones, y la otra, a manera de punzón, para hender mediante las incisiones la superficie del pallar (Figs. Nos. 191, 195, 196a y 196b). Las figuras Nos. 192, 193 y 194 nos muestran pallares humanizados. En la yemecilla del embrión o gémula los mochicas han figurado el rostro de un individuo, de tal manera que el cuerpo mismo del pallar forma la parte posterior de la cabeza. ¿Quiere acaso esta figura simbólica decirnos que los mochicas descubrieron que el órgano creador del pensamiento era el cerebro? No hay duda de que los mochicas, con esta creación simbólica, quisieron dejar sentado que en cada pallar, cubierto de signos ideográficos, existía latente un pensamiento, bullía una 165

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Fig. No. 188.- Pallar con incididos de gran valor ideológico; notabilísimo documento arqueológico que fue obsequiado al autor de esta obra por el ingeniero señor Sergio Gallardo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-065)

Fig. No. 189.- Revés del mismo pallar, cuyo incidido es menos complicado puesto que se trata de un signo numérico. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-005) 166

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Fig. No. 190.- El mensajero nocturno simbolizado con caracteres de la lechuza. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-003-001)

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Fig. No. 191.- Felino ataviado de mensajero con la bolsa de pallares entre las manos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-005-006)

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idea. El rostro del individuo dentro de la zona generatriz de vida del pallar es algo concluyente sobre la fuerza simbolista mochica, que perenniza el mecanismo transmisor del mensaje contenido en un pallar mediante sus signos. En esta forma, el pallar encerraba pensamiento, acción y vida. Estos originales vasos votivos de pallares humanizados son pruebas irrefutables de ese poderoso simbolismo del mensaje vivo y fácil de ser transmitido. El padre Morúa, en sus importantes Crónicas sobre el Perú, nos ofrece un dato de gran valor sobre la implantación de los chasquis en el Imperio del Tahuantinsuyo. Nos dice que se instituyeron a partir del reinado del Inca Túpac Yupanqui, quien, como se sabe, fue el que dominó a los pobladores del norte. Esta referencia nos demuestra claramente que hasta entonces la institución que estudiamos no era conocida por los anteriores monarcas incas, y que sólo cuando Túpac Yupanqui se posesiona del señorío de los chimús es cuando se establece, y que no fue otra cosa que la copia fiel de la que existía entre los viejos norteños, que a su vez la heredaron de sus antecesores, los mochicas. Para corroborar mayormente nuestra teoría sobre la escritura queremos, por último, presentar otros documentos que hemos encontrado entre los objetos de hueso tallado, venidos del valle de Santa y cuyos grabados se insertan en el capítulo sobre escultura. Se trata de implementos en forma de espátula, muy parecidos a los que llevan los zorros de las figuras Nos. 180 y 181. Dichos objetos, que tienen en su mango la representación del mensajero con la mano cerrada, calada, grabada o esculpida, nos comprueba que eran utilizados por los escribas mochicas para trazar con ellos,

sobre los pallares, las líneas rectas y quebradas que encontramos en el transcurso de nuestras investigaciones. Sus extremos, cuidadosamente afilados, sirven perfectamente para realizar el grabado, pues lo hemos experimentado con resultados felices. Son muchas, pues, las pruebas que presentamos en este capítulo que desbaratan las creencias del ayer acerca de que los antiguos peruanos no conocían la escritura. Este sistema de materializar el pensamiento se creó en esta zona norte del Perú, y fue tan importante que los nascas lo adoptaron plasmando en sus tejidos infinidad de pallares variadísimos por su colorido y por los signos ideográficos que contienen; y no solamente se contentaron con esto, pues también adoptaron el sistema de los chasquis, comprobado ampliamente en un vaso nasca que se encuentra en el Museo Nacional Víctor Larco Herrera de Lima, que contiene escenas pictografiadas de los mensajeros, muy similares a las que hallamos en los vasos mochicas de esta región. El mochica no conoce el papel ni el papiro, pero sí encuentra en la película suave y duradera que cubre a los pallares un material adecuado para dejar grabados sus pensamientos, y en el grano mismo un elemento de fácil manipulación y transporte para el fin de los mensajes. Y no podía esperarse otra cosa del exuberante cerebro mochica, para crear tan singular y valioso sistema ideográfico, único en el mundo. Ante las pruebas irrefutables que ofrecemos en este capítulo, hoy ya se puede decir, contra la opinión de sabios y cronistas, que los antiguos peruanos tuvieron escritura, y aseverar rotundamente que fue todo un sistema ingenioso, muy digno de sus creadores.

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Fig. No. 192.- Pallar humanizado, visto de perfil. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-007)

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Fig. No. 193.- Pallar humanizado: interpreta el verdadero concepto que tenía el mochica del mensaje. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-008)

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Fig. No. 194.- Pallar que simboliza al mensajero guerrero. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-010)

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Fig. No. 195.- Personaje ataviado con la misma indumentaria del sabio, la bolsa de pallares y el punzón. Es el verdadero representante del escriba. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (068-003-007)

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Fig. No. 196a.- Bolsa para portar los pallares. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (067-004-001)

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Fig. No. 196b.- Bolsas que servían a los mochicas para portar los pallares. Museo Arqueológico Rafel Larco Herrera (067-004-004; 067-004-002; 067-004-003; 067-004-001)

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OS VESTIGIOS DE CONSTRUCCIONES URBANAS y rústicas que acusan una numerosa población, la notable expansión agrícola fomentada por trabajos de irrigación y los restos de monumentales obras arquitectónicas y de verdaderas redes viales constituyen prueba fehaciente de los excelentes métodos de gobierno que organizaron la vida mochica. Todo ello fue obra que sólo se hizo efectiva de conformidad con planes que exigieron en su ejecución muchos años de laborioso y constante esfuerzo, que, además de revelar el provechoso fruto de un cuidadoso estudio de los problemas políticos por los hombres más capaces, pone en claro el profundo sentido del estadista mochica, que no cuidó únicamente de proporcionar a su pueblo bienestar material y asegurar la satisfacción de sus principales necesidades, sino que lo encauzó hacia su engrandecimiento cultural, promoviendo el desarrollo uniforme de las ciencias –entonces embrionarias–, las artes y las industrias, en tal grado de adelanto comparativamente con las otras regiones suramericanas, que no fue separado por los agregados sociales que sucedieron a los mochicas. El acueducto de Ascope, el canal de La Cumbre, la Huaca del Sol y otras importantes huellas de la cultura fenecida que estudiamos no pueden haber sido sino

Fig. No. 197.- "Cie-quiech" o Gran Señor, la autoridad política suprema mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (047-004-003)

fruto de la labor de un gobierno integrado por hombres preparados en su ramo, a la vez que animosamente dispuestos, que lo engrandecieron y que, desafiando al tiempo, se ofrecen a nuestros ojos para suscitar admiración. Infinidad de ideas despiertan en nosotros la contemplación de estas obras acerca de la organización política que pudo hacerlas viables. Es evidente que sus métodos de gobierno fueron de un marcado sentido socialista, como acaeció en todas las colectividades agrarias del Perú antiguo y del Nuevo Mundo. Los documentos que tenemos a la vista prueban la presencia de un gobierno dinástico, teocrático, omnipotente, orientado por normas severas, dentro de las cuales alcanzaba premio todo mérito y acción generosa, y castigo ejemplar toda falta. Tal cauce fue el más seguro camino de engrandecimiento de los mochicas. Su mismo arte, que llegó a elevado grado de perfección, denuncia la presencia de una mano fuerte que lo impulsó y le hizo escalar los más altos peldaños. La falta de pruebas precisas nos veda, por ahora, entrar en el conocimiento íntimo de la organización gubernativa mochica; ignoramos cómo se distribuía la administración. Sin embargo, con el auxilio de la cerámica obtenida en las necrópolis, hemos podido aclarar algunos de los puntos que trataremos enseguida. Estudiando detenidamente los llamados huacos retratos y las pictografías en todas las colecciones particulares de esta región y las existentes en el Museo Rafael Larco Herrera, hemos podido comprobar lo 177

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siguiente: primero, la existencia del “Cie-quich” o Gran Señor (Fig. No. 197) y los infantes herederos; segundo, la existencia de “Alaec” o caciques (Figs. Nos. 198 y siguientes), representantes inmediatos del “Cie-quich”; y tercero, en qué consistían las actividades desplegadas por estos señores, sus usos, sus costumbres, sus ceremonias, entre otras cosas. En efecto, desde el principio nos llamó grandemente la atención saber por qué varios rostros se encontraban repetidos profusamente dentro de un solo sector o en la totalidad del territorio mochica. Así, por ejemplo: el primer rostro de la figura No. 201 fue hallado en la hacienda Garrapón, en el valle de Chicama; el segundo, en el valle de Virú, y el tercero, en el de Santa. Como se ve, todos no se refieren sino a un solo rostro, perteneciente a una persona regiamente ataviada, la misma que lleva todas las trazas de ser un gran señor o jefe. En la figura No. 202 aparece otra serie de huacos retratos que también constituyen expresión fisonómica de un solo sujeto. El primero fue hallado en el valle de Chicama y el segundo en Santo Domingo, en el valle de Santa Catalina. No obstante las distancias que median entre los lugares citados, en nada ha variado el rostro del jefe que ha querido representarse, salvo ligeras alteraciones en los atavíos de la cabeza. Tenemos otro ejemplo más en la figura No. 203. Las tres caras que aparecen en ella se refieren, asimismo, a un solo individuo: la primera cantarilla fue hallada en la Huaca del Sol, en el valle de Santa Catalina; la segunda, en las pampas de Jagüey, en el valle de Chicama; y, finalmente, la tercera, en Santa Elena, en el valle de Virú. ¿A qué razón se debe esta repetición de rostros hallados en lugares diferentes, ya sea en la comprensión de un valle o de otros? ¿Qué revela tal hecho? Para nosotros, sencillamente es la representación de los jefes, de aquellos seres superiores cuya voluntad se extendía sobre todo el territorio mochica o en determinado sector. La propagación de sus rostros obedecía al sentimiento político religioso del pueblo; pues así como en la actualidad está en boga difundir los retratos de los gobernantes en sus respectivas naciones, de la misma manera, entre los mochicas se acostumbró repartir el busto escultórico del Gran Señor en todo el territorio de su mando o del cacique en la jurisdicción que le correspondía. En este aspecto, hoy sólo se ha variado el sistema de difusión: las costumbres, por ley de atavismo, 178

son las mismas, aun cuando el ropaje con que se presentan sea diferente. En algunas de estas series de retratos hemos podido comprobar el rostro del mismo individuo en diferentes edades: su juventud, cuando su rostro comienza a marcarse por los signos de la madurez, y destaca la personalidad del individuo; y el momento en que los años dejan marcadas sus huellas en profundas arrugas y completa flacidez en los músculos. Los ejemplares repetidos exhumados en diversas tumbas prueban claramente que aquellos que se circunscribían a un solo sector o valle correspondían al “Alaec” o jefe inmediato inferior, y aquellos que se extendían en todo el territorio representaban al Gran Señor o “Cie-quich” (Figs. Nos. 204 y 205). Y estas expresiones humanas no solamente se hallan repetidas en los bustos escultóricos, sino que también se encuentran en los modelados de cuerpo entero, ya asentados sobre tronos o en otras actividades, que representan al gobernante haciendo justicia, dedicado al culto o a otros quehaceres dignos de su misión. En la figura No. 204 aparece una serie de modelados de cuerpo entero pertenecientes a los jefes mochicas, los mismos que se distinguen por su asombroso realismo y la gran riqueza de detalles que exhiben. Se refieren a un solo tipo, que se encuentra indistintamente en todos los valles. La presencia de rostros jóvenes regiamente ataviados desperdigados en todo el ámbito mochica nos revela la existencia de los infantes herederos, quienes desde niños ya debían ser conocidos del pueblo; o bien, son gobernantes que en temprana edad asumieron el mando. En la figura No. 206 se puede ver el rostro de uno de los futuros “Cie-quiech-aen”. Juzgamos inoficioso intentar una relación detallada de la procedencia de tan numerosas representaciones repetidas que se ofrecen a cada paso; sin embargo, es interesante anotar que todas las representaciones escultóricas relacionadas con un mismo individuo están dotadas de igual técnica de modelado y pertenecen, como se explicará en el capítulo dedicado a la cerámica, a una de las épocas del desarrollo esencial del arte alfarero. Así, vemos en la figura No. 201 huacos de asa un poco achatada y de piso largo; en la figura No. 202 el asa es alargada y proporcionada y el pico largo; en la figura No. 203 el asa es achatada, pequeña y de pico

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Fig. No. 198.- Alaec con indumentaria guerrera y ostentando la joya distintiva de su categoría. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (043-004-007)

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Fig. No. 199.- Jefe con un látigo –signo de autoridad– en la mano. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (033-004-005)

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Fig. No. 200.- Busto retrato de un jefe. Curioso espécimen que sólo se halla en la hacienda Salamanca del valle de Chicama. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (048-003-002)

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Fig. No. 201.- Bustos retratos de un solo jefe, los mismos que han sido encontrados (de izquierda a derecha) en los valles de Chicama, Virú y Santa, respectivamente. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-014; 053-004-003; 052-004-002)

Fig. No. 202.- Bustos retratos pertenecientes a un mismo jefe, los cuales han sido hallados (de izquierda a derecha) en los valles de Chicama y Santa Catalina (Santo Domingo), respectivamente. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (048-004-003; XXC-000-004)

Fig. No. 203.- Otro busto de jefe que se ha encontrado repetido, cuyos ejemplares han sido hallados en la Huaca del Sol, valle de Santa Catalina y valles de Chicama y Virú, respectivamente. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (048-006-001; 048-008-002; 048-006-003)

Fig. No. 204.- Series de esculturas que representan a un mismo jefe encontradas indistintamente en todos los valles del territorio mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (035-004-007; 035-004-001; 035-006-004; 035-004-003; 035-006-007; 035-003-005; 035-006-003; 035-004002; 035-004-009; 035-004-006; 035-004-010; y 035-004-011; 035-004-012)

Fig. No. 205.- Repetición escultórica del cuerpo de un alto jefe. Los ejemplares se encontraron también en todos los valles del mismo territorio mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (033- 003-003; 033-003-004; 034-005-010; 068-003-002)

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Fig. No. 206.- Busto retrato de un niño que exhibe atributos de jefe. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXD-000-D02)

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Fig. No. 207.- Alto gobernante transportado en andas. En la escena aparece: la lagartija, símbolo de la servidumbre, y los pájaros, símbolo de la rapidez. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (3154)

corto y acampanulado. Esta observación es de gran interés porque nos ratifica en forma fehaciente la existencia de los gobiernos de estos grandes jefes en diferentes épocas de la vida de esta unión de tribus al mando de “régulos” o como quiera llamárseles. Más tarde, después de un estudio detenido, creemos que nos será posible precisar la época y la sucesión de las jerarquías gobernantes, teniendo en cuenta los estilos que predominan en cada una de ellas. La presencia de representaciones escultóricas de los jefes en las tumbas demuestra el hecho de que era un verdadero privilegio para el mochica –en su concepto– ir al sepulcro acompañado de las efigies de sus señores, a fin de quedar siempre junto a ellos y poderles así rendir eterna pleitesía. Los jefes mochicas eran gobernantes omnipotentes, y es así como disponían de las vidas de sus subordinados cuando no le imponían castigos a veces temerarios. En manos de estos grandes señores estaba concentrado el gobierno; eran ellos los que manejaban la máquina del Estado. Para ser debidamente representados en todas las agrupaciones del país, aun en las más apartadas, delegaban sus poderes en otras personas y establecían una completa jerarquía de gobernantes. Creemos, dada la modalidad de gobierno que nos ocupa, que éste se hallaba centralizado en las manos del gran jefe. En cuanto a los rostros escultóricos, cada uno circunscrito a determinada localidad, resulta, pues, la fiel

representación del jefe de la sección territorial o pueblo; se trata acaso de hombres de la familia real o allegados directos de los “Cie-quich”. Sus usos y costumbres, felizmente, se han mantenido estampados con cierta fidelidad en las pictografías de los vasos votivos. Como se verá en las ilustraciones, habitaban espaciosos palacios desde donde impartían sus órdenes, y se instalaban en elevadas construcciones escalonadas para recibir a sus invitados o ejercer justicia. Y no solamente se limitaban a impartir órdenes desde sus palacios, sino que salían de tiempo en tiempo a recorrer el país para observar de cerca sus necesidades. Para tal empeño, cumpliendo a su vez otros generosos fines, mandaron construir gran número de espaciosos y extensos caminos, cuyos vestigios perduran. Durante sus visitas iban conducidos en lujosas andas o literas, las que eran transportadas en hombros de sus súbditos más leales y seguidas de un numeroso cortejo militar, a la vez que de mensajeros y muchedumbre (Fig. No. 207). A más del régimen de administración política encarnaban también el poder militar. Dentro de la milicia tenía cada uno el título de Gran General, y eran ellos quienes en persona conducían sus ejércitos a la guerra, y es ésta la razón por la que siempre los encontramos luciendo sus uniformes militares (Figs. Nos. 208 y 209) y armas en las manos. En muchas escenas aparecen ellos tomando parte activa en los combates; en otras, se les ve recibiendo a los prisioneros conducidos por sus tropas, 185

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Fig. No. 208.- Escena en la que el felino exhibe todo su poderío, en la lucha con jefes guerreros. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera.

que igualmente son portadoras de los trofeos bélicos. El pueblo consideraba de origen divino a sus jefes, como lo prueba ampliamente la figura No. 210, donde se ve a un hombre con las manos juntas en actitud de plegaria frente a los accesorios que constituían la indumentaria y armadura del Gran Jefe. Algo más, en muchas pictografías, los grandes jefes han sido representados con los colmillos de felino, que son los signos de la divinidad principal. Este hecho, naturalmente, nos da firmes bases para sostener la afirmación de la creencia popular en el origen divino de sus jefes. Recibían a sus vasallos en sitios especiales, donde se erigían construcciones de tipo único. En las figuras Nos. 211 y 212 se puede observar claramente uno de estos lugares. Los jefes bien posesionados de sus tronos, constituidos por una sucesión de peldaños que siguen el signo escalonado que tan estrechamente se halla vinculado con la pictografía y plástica mochica, se dedican a recibir a sus servidores, que van hacia ellos sumisos y con las manos juntas. Estos sitiales o tronos eran protegidos por techos que descansaban sobre horcones que remataban en su parte superior, muchas veces, en talladuras. La superficie exterior del techo, en su borde frontal y prominencia media, se adornaba con cabezas de maza, armas tremendamente contundentes, muy empleadas por los guerreros. Dichos adornos, sin duda alguna, simbolizaban la fuerza militar y el poderío. 186

En todas las pictografías, el jefe aparece solo o bien acompañado de un ocelote (Fig. No. 213), al que mantenía con una mano muy cerca de los pies, y el que posiblemente representaba la concentración de los poderes; lo rodean varios vasos acampanulados, globulares y rostros que correspondían a alguno de sus antepasados o a él mismo. Los súbditos se acercaban en acto de pleitesía, juntas las manos y la mirada en el suelo. En nuestros días sobrevive esta costumbre de reverencia a los superiores, y ofrece marcada originalidad en los pueblos de la cordillera de los Andes, donde los indígenas se llegan al patrón en igual forma a la que reproducen las pictografías del huaco ya citado, y pronunciaban, tras el saludo, palabras de profundo aliento místico. En la vida social de los gobernantes mochicas, cuando se trataba de investigar a personajes de otros lugares, se disponía lo conveniente para imprimir gran fausto al acto. En la figura No. 212 aparece una interesante pictografía, en la cual podemos observar cómo los invitados o visitantes eran colocados en pequeños tronos que se hallaban a un nivel inferior al ocupado por el Gran Señor, y quedaban bis a bis con éste. Los tronos, de piedra o adobes, se ofrecían unos minuciosamente tallados y sencillos los otros. Si al visitante acompañaban sus familiares u otras personas de consideración, éstos tomaban asiento unos tras otros, siguiendo un riguroso

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Fig. No. 209.- Alto jefe, con su indumentaria de guerrero, sentado sobre las andas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (048-004-007)

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Fig. No. 210.- Importante y complicada escena que nos habla de la adoración que efectuaban algunos personajes a la indumentaria y demás atavios de los grandes jefes, y que ha sido tomada de un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 211.- Fragmentos de un vaso pintado que revelan el rendimiento de pleitesía y veneración de los súbditos mochicas a sus jefes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 212.- Escena de un banquete ofrecido por un gran jefe a otras personalidades. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (2048)

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orden jerárquico que se simboliza en los adornos de cabeza y en las narigueras. Estos adornos, de oro en su mayor parte, ostentaban unos la efigie de Ai Apaec, otros, palomos y algunas hermosas borlas multicolores, ya sencillas, ya dobles. Pero el signo jerárquico más importante era la nariguera, que no se prodiga en los huacos retratos y que vemos adornando la nariz de algunos personajes, distintivo que no se halla en la gente cuya indumentaria la delata como perteneciente al pueblo o a las falanges de guerreros comunes. Los jefes agasajaban a sus invitados con comilonas opíparas, todas derroche y ostentación. La pictografía que aparece en la figura No. 212 nos ilustra con riqueza de detalles uno de aquellos grandes banquetes: los comensales, todos jefes y miembros de alta jerarquía –y al parecer de sexo distinto–, y cuatro hileras de platos llenos de los manjares ofrecidos; delante de éstos y frente al alto jefe, cuyo recinto está regiamente adornado con molduras y utensilios simbólicos –como son: hileras de cabezas de porras sobre los bordes del techo; un huaco busto escultórico y un gran vaso acampanulado–, está de pie un sirviente en actitud de ofrecerle las viandas, pues, a más de la acción delatada por el movimiento de que se le ha dotado, ha puesto delante de él uno de los manjares ya preparados. El jefe tiene la mano extendida, como señalando el banquete o asintiendo, y su rostro refleja imperio, tiene la vista fija en sus huéspedes. Los invitados se hallan sentados el uno tras el otro frente al alto jefe. Detrás de ellos hay un sirviente con la cara en sentido contrario a sus superiores, y queda su espalda a la misma altura que la del invitado. Sobre el techo del estrado hay dos hileras más de platos servidos; detrás de este techo, hileras de “urpus” con el líquido indispensable en esto banquetes: la chicha. Al final de las dos hileras superiores hay dos sirvientes, que eran los que cuidaban seguramente que no faltara la bebida. Intercalados entre los “urpus” están los “potos” y cántaros donde era servida la chicha. El artista mochica ha expresado el ir y venir de los platos con un simbolismo y animación sorprendentes, y ha puesto a todos los utensilios miembros inferiores como signos de locomoción. Es verdaderamente sugestivo notar cómo los “urpus” en actitud humanizada se van vaciando por sí solos, ayudándose con sus miembros superiores, que delatan más claramente la actividad que en los

banquetes pone en movimiento los utensilios mediante la rápida manipulación de las personas encargadas de atender a los comensales. La relación que hay entre los platos y el número de invitados revela palmariamente hasta dónde eran capaces de agasajar los jefes y todo cuanto ofrecían, siempre lo mejor, a sus huéspedes. Esta misma costumbre perdura aún entre los pobladores genuinos de Moche, pueblo tradicional, y a ella nos hemos referido ya en el capítulo de la raza. Terminados los grandes banquetes, los jefes invitaban a sus huéspedes a hacer uso de la coca, refinamiento que sólo era reservado a los grades señores y sacerdotes. No hemos encontrado ninguna escultura o pictografía que nos demuestre que el pueblo hiciera uso de este alcaloide. Las diversiones favoritas de los jefes, las que suscitaban todo el fervor, eran la caza y la pesca. En andas transportadas por hercúleos servidores, acompañados de un gran cortejo de auxiliares que conducían armas y otros objetos útiles en el arte de la cinegética, asistían a las actividades citadas. La caza más codiciada, toda ella llena de incidentes agradables, era la del venado (Cervus nemorivagus), motivo de jolgorio y de exhibición de destreza. Esta práctica estaba totalmente vedada para el pueblo. Una visión de cómo se realizaba la caza del venado nos la da la pictografía de la figuras Nos. 404 y 405 que ilustran el capítulo dedicado a la caza y la pesca. Por sí sola, es una bella anécdota de los afanes que traía consigo tan divertida actividad. Para lograr la destreza necesaria en el arte de la caza, los grandes jefes practicaban un deporte muy original y de gran interés. Con numeroso cortejo acudían a los lugares descampados, cuyas condiciones los hicieran propicios para la expresión corporal. Una vez en el paraje elegido, los sirvientes lanzaban al espacio unas redondelas o círculos pendientes de un hilo grueso, que llevaban plumas en derredor, con el fin de hacer más lenta la caída de aquéllas. Una vez en el espacio los círculos, presta la diestra, los jefes lanzaban los dardos de sus estólicas en procura de ensartar las redondelas. Para poder llevárselas de encuentro en su trayectoria, el mecanismo de puntería al que hacemos referencia ofrecía en la base de la saeta una estrella de metal o madera. Era éste un deporte en extremo peligroso, por lo cual el Gran Señor utilizaba los servicios de un vasallo, cuya misión consistía en sostener sobre la cabeza de su amo, con el objeto de protegerla, una tupida red sujeta en un 189

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Fig. No. 213.- Un gran jefe, acompañado de un pequeño ocelote, signo de poder y de fuerza. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (032-005-002)

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marco de forma trapezoidal. El artefacto, para ser cómoda y seguramente mantenido en el aire, estaba dotado de un mango de madera bastante largo. Hay que imaginar la destreza de los jefes mochicas en el manejo de la estólica, que les permitía herir a las aves en pleno vuelo con seguridad absoluta, como dar caza a los venados en el vértigo de su carrera. Cuando iban de pesca, los grandes señores mochicas igualmente se servían de numerosos acompañamientos, y se valían para el ejercicio de este deporte de sus gallardas y raudas balsas de totora. La figura No. 419 ilustra claramente este aspecto de la vida de los grandes señores mochicas.

ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA En el presente trabajo hemos destacado el hecho de que el gobierno mochica se singularizó por las rígidas normas éticas que inspiraron su desenvolvimiento, y se derivaba de ellas un extraordinario celo para premiar los actos buenos, así como dureza excesiva que llegaba, a veces, hasta el más cruel refinamiento para castigar las faltas. Tan férrea era la justicia mochica, que en muchos casos era la muerte la que ponía sangriento y dramático epílogo a la vida de un reo cuando sus delitos se juzgaban graves. De acuerdo con la magnitud de las faltas y delitos, se aplicaron castigos cuya dureza crecía de conformidad con la gravedad de aquéllas. El mochica era inmisericorde en su afán de extirpar el mal, y prueba fehaciente de esta mora severísima la encontramos en las representaciones escultóricas y pictóricas de su arte alfarero, en el que asoma con frecuencia el gesto amargo, la mueca espeluznante y el esguince patético de los mutilados, personas a las que se les despojaba de labios, pies, nariz, ojos y otros órganos (Figs. Nos. 214 a 219). La pena que se infligía a quienes habían atentado contra el orden y costumbres mochicas no tenía por límite las mutilaciones, sino que también, con ella, se trataba, a expensas del penado, de conseguir un ejemplar escarmiento e infundir terror en quienes presenciaban los resultados de la dolorosa acción. Y en efecto, los mutilados, llevando sonajas en las manos y collares de “mainchiles” (semillas huecas que hacían de cascabeles) alrededor del cuello, eran obligados a recorrer las calles, las plazas y todos los lugares densamente poblados a fin

de que llamaran la atención del vecindario, que los contemplaría, sin duda alguna, horrorizado (Fig. No. 220). En muy raros casos los mutilados no llevaban sonajas. En los castigos se establecía una escala o progresión, atendiendo a las reincidencias cometidas por los delincuentes. La figura No. 221 nos presenta a un mutilado que cayó en reiteradas faltas y que posiblemente fue famoso en los valles de Santa y Virú, pues encontramos repetida con mucha frecuencia su figura, que debió impresionar vivamente a los artistas que han dejado un recuerdo perenne de ella, y convirtieron a su personaje en un tipo digno de las tragedias griegas o de los supliciados, que poblaron la calenturienta imaginación de Dante para volcarse en su obra inmortal. Observando las representaciones escultóricas, hemos notado que la primera mutilación consistía en la amputación de la nariz y el labio superior. Como el daño causado a la víctima era espantoso, para atenuarlo en algo se le cocía los extremos de la boca. Más tarde, el mismo individuo que había sufrido la operación que describimos –posiblemente un reincidente– proyecta su torva y lacerante figura, con ambos pies amputados, en actitud de arrastre doloroso, llevando un palo en la diestra. Como ya hemos subrayado, la mutilación de la boca era tan tremenda, que quien la sufría hubo de hallarse imposibilitado de ingerir alimentos, ya que la comida y muy especialmente los líquidos tenían que caérsele por las comisuras. La situación era tan penosa para estos desafortunados (simples pingajos humanos), que tenían que someterse a una operación quirúrgica a fin de que se les redujera el tamaño de la boca por medio de suturas en sus extremos. Pero como el labio superior había sido totalmente extirpado, siempre quedaba la boca muy defectuosa, contraída en una horrible mueca (Figs. Nos. 223 y siguientes). La pena capital no fue desconocida entre los mochicas y era aplicada en los casos en que la falta asumía caracteres de suma gravedad, como el adulterio, que tan intensa y hondamente hería la sensibilidad de este pueblo. En el huaco que se presenta en la figura No. 226 es posible apreciar una escena de castigo máximo que lo sufren posiblemente dos adúlteros. Tanto el hombre como la mujer han sido fuertemente amarrados a gruesos troncos que emergen en una altura. Se les ha despojado de sus vestiduras y las sogas, de 191

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Fig. No. 214.- Tipo de mutilado, expresión artística comúnmente hallada en el valle de Santa. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 215.- Un mutilado de la nariz y los pies. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (042-002-009)

Fig. No. 216.- Otro mutilado. Nótese la tremenda expresión de dolor que contrae todo su ser, al habérsele cortado ambos pies. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (042-003-006)

Fig. No. 217.- Mutilado horrorosamente desfigurado, nuevo tipo de castigo que sólo encontramos en huacos de esta técnica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (042-004-009)

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Fig. No. 218.- Otro mutilado de la misma época que el anterior. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (042-004-007)

Fig. No. 219.- La mueca espantosa del hombre al que le han cortado los labios. El arte mochica exhibe su perfección. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (069-003-004)

Fig. No. 220.- Un mutilado sosteniendo unas sonajas en las manos y llevando un collar de mainchiles (cascabeles naturales). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (043-007-008)

Fig. No. 221.- Otro mutilado, montado sobre una llama para ser transportado de un lugar a otro. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (041-002-001)

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Fig. No. 222.- Mutilado arrastrándose porque se le han amputado los pies. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-160)

Fig. No. 223.- Mutilado que se nos presenta en dos fases de la operación: (a la derecha) cuando sólo se le había cortado la nariz y los labios; y luego (a la izquierda) con ambos pies amputados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (042-004-002; 041-004-005)

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regular grosor, dan vueltas alrededor de los pies y las manos levantadas de los ajusticiados. Inmovilizados los reos ante la expectación angustiosa de crecida muchedumbre, el verdugo, armado de fino instrumento cortante, con la habilidad del más experto cirujano, iba separando cuidadosamente la epidermis y la parte carnosa de la cara, y dejaba a ambos costados un signo escalonado perfectamente delineado, para luego dejarlo caer como velo o pectoral sobre el pecho, y así ofrecer el horrible espectáculo de seres vivos con caras desprovistas de carne que mostraban los huesos de color cremoso. Los ojos sin párpados permanecían dentro de las órbitas, reflejando los despiadados dolores del suplicio. La mandíbula inferior, que permanecía en su sitio sostenida sólo por los músculos, daba, con el movimiento de abrir y cerrar la boca, el último brochazo al macabro espectáculo. Esta escena crudelísima debió impresionar mucho a los circunstantes. Terminada la bárbara operación, como a perros rabiosos, se apedreaba a los infelices hasta lograr, tras una agonía espantosa, su muerte. Finalmente, los despojos de las víctimas eran abandonados en el campo para servir de presa a las aves de rapiña (Fig. No. 227). En algunos casos en que los castigados recibían mutilaciones, para conseguir después su muerte lenta, eran confinados en casas especiales, ubicadas lejos de los centros urbanos, donde abandonaban la vida, sujetos a todos los desprecios y privaciones (Fig. No. 228). Vistos los suplicios descritos, no es posible concebir mayor crueldad. Los mochicas, así como fueron muy refinados en su arte e industrias, lo fueron también en sus pasiones, a las que dieron rienda suelta sin el menor reparo: de ahí su justicia inhumana. He aquí, pues, como contraste, el lado sombrío que ofrece la cultura del gran pueblo que estudiamos. El Museo Rafael Larco Herrera posee centenares de vasos a los que se denomina bustos retratos, dado su asombroso realismo. En ellos, no sólo se aprecian los rasgos fisonómicos de los antiguos jefes, sino algo más

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importante: su espíritu, el que nos revela claramente la existencia de la clase gobernante, de esa jerarquía aristocrática de la raza, caracterizada por finísimas facciones y singulares expresiones de superioridad. Así, descubrimos la energía dominadora y subyugante, cualidad posiblemente definida de los guerreros y constructores; la bondad y austera justicia; la rectitud del carácter y el imperio del poder; la sapiencia y lo augusto del refinamiento del arte. Y algo más, en todos, desbordándose a torrentes, la fuerza emotiva de la inteligencia y las excepcionales dotes de dirigentes sagaces y fuertes. Hay personajes, como el que aparece en la figura No. 201, que hemos podido seguir en la representación escultórica, actuando en su vida de gobernante, desde su niñez hasta el instante en que el peso de los años marca su huella profunda en las facciones que tiene y consagra. Esta jerarquía aristocrática, dueña de la ley y del poder, que tuvo en sus manos el gobierno del pueblo mochica, fue, pues, la que trazó la trayectoria luminosa de organización que hoy se abre a nuestro entendimiento. Conquistaron las tierras necesarias para el normal y fructífero desarrollo de la población, y dentro de ella implantaron la más admirable técnica agrícola del pasado, sujeta a principios netamente científicos; impulsaron una floreciente minería, cuyos secretos nos son todavía desconocidos; cruzaron su territorio de magníficos caminos y fomentaron las artes, y consiguieron una elevación espiritual para su pueblo que se tradujo en las más notables pictografías, esculturas, tallados y sones musicales de deleite. Todo esto cobra mayor gloria frente al imperio de una hermosa religión monogenista, signo de la más elevada cultura, bajo cuyos emblemas surgieron los monumentales templos que hoy causan admiración, templos sólo construidos gracias al calor del amor del pueblo, sabiamente orientado hacia la acción de una fe robusta, que es precisamente la que levanta esta civilización, que no tiene igual en el Perú prehistórico.

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Fig. No. 228.- Solitaria casa donde expiaban su castigo los mutilados. Obsérvese a dos de ellos sentados frente a la puerta. Museo Rafael Larco Herrera (072-003-005)

Fig. No. 229.- El castigo dentro de la justicia mochica no reconocía jerarquías. Observese un alto jefe o "Alaec" espantosamente mutilado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-159)

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OS MOCHICAS, A LA VEZ QUE POSEYERON una gran sensibilidad y espíritu fino, tuvieron también inclinaciones guerreras creadas por sus exigencias vitales. Su régimen militar se forjó, pues, como en muchos de los pueblos antiguos, por la necesidad esencial de mantener siempre intangible su dominio dentro del área del territorio que ocupaban. La pictografía y la plástica han hecho llegar hasta nuestros días gran número de escenas y tipos de índole netamente guerrera, lo mismo que la tradición en relatos, que están casi todos contenidos en los libros de los cronistas. Estudiando estos importantes documentos e investigando las similitudes y particularidades de la cerámica es que hemos podido llegar al conocimiento de que el mochica fue un conquistador sin mayor ambición, y que solamente buscaba en sus victorias conservar o adquirir terreno suficiente para el natural desarrollo de su población. El sentimiento altamente aguerrido de los habitantes del norte peruano llega a su plenitud con los chimús, que con un notable sentido geográfico fueron ambiciosos en la expansión de su territorio. Pero si bien no podemos comparar al mochica con sus sucesores, es posible, en cambio, reconocer que las aptitudes bélicas de éstos fueron heredadas de los mochicas.

Fig. No. 230.- Noble guerrero usando el gorro común y collar de puntas de hueso. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-015-008)

El poderío mochica se desarrolló sobre la base de los dos valles más importantes de la costa norte del Perú: Chicama y Santa Catalina. Fue en estos dos centros agrícolas y urbanos que los mochicas llegaron, después de mucho tiempo, a la perfección de sus artes e industrias, para más tarde desbordarse lentamente al sur e iniciar las conquistas de los valles de Virú, Chao, Santa y Nepeña, sucesivamente. En todos los lugares conquistados influyeron con sus usos y costumbres, enseñaron su avanzado arte y erigieron el culto de sus dioses; construyeron magnas obras de irrigación y grandes caminos; en una palabra: elevaron a su mismo nivel cultural a todos los pueblos que vencieron. La conquista mochica fue lenta y progresiva, y se inició en los últimos períodos de dominación. El fundamento de esta aseveración lo hemos encontrado analizando la cerámica hallada en los valles que formaron el territorio de este pueblo. En uno de estos valles se han identificado todos los tipos: desde el embrionario hasta el perfeccionado, como sucede con el valle de Chicama –el primer centro de origen de la cultura Mochica–; en cambio, hay otros donde se encuentran sólo algunos tipos de cerámica y que pertenecen a los más avanzados. En el valle de Chicama encontramos todos los tipos de cerámica: desde el pre Cupisnique, de forma y técnica primaria; los llamados Cupisnique, en plena evolución; los representativos de los períodos de transición entre 199

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éstos y los mochicas; la primera etapa de la cerámica bícroma; y, por último, los ceramios de mayor tamaño y más perfectos, que representan la postrera etapa de desarrollo de la cerámica mochica. En el valle de Santa Catalina desaparecen los exponentes del Cupisnique y los del período de transición, y encontramos en abundancia los que corresponden a los primeros períodos mochicas, y todos los tipos de cerámica que le siguen, muy especialmente, los finísimos vasos –representan el más alto exponente del arte alfarero– que sólo se encuentran en las huacas del Sol y de la Luna (Valle de Santa Catalina) y pampas de Jagüey (Valle de Chicama). En el valle de Virú desaparecen los dos primeros estilos, es decir, aquellos vasos de gruesas líneas, parecidos a los cupisniques, siendo muy raros aquellos que más tarde calificaremos como del segundo período mochica, y los de tipo refinado. Sólo hallamos en este valle los huacos pertenecientes a los dos últimos períodos. Pero debemos advertir que en este valle encontramos un tipo de cerámica que hemos clasificado como Virú-Cupisnicoide, una mezcla de los vasos llamados negativos y cupisnique. Más hacia el sur, en los valles de Santa y Nepeña, las necrópolis contienen únicamente el tipo de cerámica del último período, la de mayor tamaño y más práctica. Quiere decir esto que los valles fueron conquistados uno a uno en diferentes períodos, pues está certeramente probado que la evolución de la cerámica se halla íntimamente ligada al desenvolvimiento cultural de los pueblos. Hay que suponer, además, que los mochicas –pueblo de artistas–, que sólo vieron en la conquista una forma de asegurar su tranquilidad para el normal desarrollo de su vida, no estuvieron animados de ferocidad ni de espíritu sanguinario en la guerra. Nos inclinamos a creer que sus jefes, con ideas contrarias a las del soberano chimú, ambicionaban más el orden y la paz que la guerra para su pueblo. Pero las pictografías guerreras parecen probarnos lo contrario: ellas demuestran que las luchas eran crueles y de cuerpo a cuerpo, luchas en las cuales se sometía a dura prueba el valor personal de quienes tomaban parte en la batalla. Sin embargo, es de suponer que la fiereza revelada en dichas escenas no es sino la expresión de los excesos que no pudieron faltar en ataques cuerpo a cuerpo, en los que todo control humano se perdía, y se sobreponía a la lucha el natural instinto de conservación. Con todo, los mochicas 200

revelan el gran valor que ponían en sus combates, denuedo que ha ido perdurando en las hojas del tiempo; pues, los grandes jefes chimús aprovecharon esta virtud para sus refriegas y gracias a ella consiguieron agrandar con éxito su territorio. Fue ese valor y ese empuje lo que hizo que llegaran las fronteras del señorío chimú más allá de Tumbes, por el norte, y por el sur, hasta el borde extremo de los dominios de Chuquismanco. En sus relatos, los cronistas están de acuerdo en la pertinacia y valentía de los pobladores chimús, que se empeñaron en luchas sangrientas, incluso antes de la dominación incaica. Para someterlos fue necesario el concurso de un ejército de treinta mil hombres al mando de un jefe hábil y sagaz, como fue Túpac Yupanqui, designado por su padre, el inca Pachacútec, para el sojuzgamiento de los pueblos yungas del norte peruano. Con esta dominación, que fue bastante dura y obtenida a largo plazo, se debilitó mucho el valor y el espíritu aguerrido de los habitantes norteños. Pues su homogeneidad y los nexos que los hacían solidarios fueron desarticulados por la práctica de los mitimaes, recurso supremo de los incas encaminado a destruir toda posibilidad de reacción y poder consolidar así su dominio de los pueblos por ellos vencidos. Las aptitudes del guerrero están perfectamente simbolizadas en la cerámica. La imaginación mochica plasma en las características de algunos animales las aptitudes que debería reunir el guerrero para constituir el hombre de armas ideal. De allí que encontremos un zorro guerrero antropomorfo para representar la astucia –tan necesaria en la estrategia–; el halcón guerrero antropomorfo, que representa el poderío y fiereza de las aves de rapiña; el ciempiés antropomorfo, que simboliza la dureza y resistencia del guerrero de ese entonces que tenía que cubrir todas las distancias a pie; y el colibrí antropomorfo –pajarillo que para el espíritu observador mochica era una de las aves más valientes– para simbolizar a sus guerreros. Es muy común observar en esta región cómo una de estas diminutas aves ataca a un halcón o a una águila en el aire. A estas figuras simbólicas también las encontramos tomando parte en escenas de carácter religioso. Para el mochica, el hombre de armas no solamente debía poseer valor y destreza, sino también ser hábil en tácticas de guerra. En las escenas de lucha que se ofrecen en los vasos pintados se puede apreciar el hecho de que las gentes que entraban en pugna con los mochicas eran

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seres menos civilizados. Y en efecto, los vestigios y armas que llevan son simples y rudimentarios. Muchos de ellos aparecen en el combate casi desnudos, apenas cubiertos con un paño a manera de trusa, llevando la cabeza protegida con un ligero casquete. Salvo raras excepciones, no llevan más arma que la maza, mientras que los mochicas exhiben, a más de la maza o porra, la estólica, los dardos, las hondas, los escudos y, en general, todo un valioso conjunto de armas ofensivas y defensivas.

INDUMENTARIA GUERRERA Con estas cualidades esenciales, los guerreros mochicas contaron con todos los factores para tener éxito en la guerra. Los jefes iban lujosamente vestidos. La iconografía plástica los representa de aspecto marcial, generalmente erguidos, rígidos, llevando los pies juntos. Todo el conjunto da la impresión de aplomo, de fuerza corporal disciplinada y firmeza moral. Su ropaje es típico. En el anhelo de simplificar el estudio de la indumentaria, vamos a dividirla en dos partes: la primera tratará sobre la vestimenta del guerrero común, y la segunda se referirá a los hermosos trajes que llevaban los grandes jefes, que eran a la vez gobernantes.

Indumentaria de los guerreros comunes La ropa del guerrero común estaba confeccionada ad hoc para la lucha. Llevaban la camisa holgada y larga, sostenida al cuerpo alrededor de la cintura mediante una faja o franja, de la cual pende el cuchillo ornamental de cobre o plata que reposa sobre los glúteos. Llevaban, asimismo, un taparrabo o trusa sencilla que era cubierta por la faldilla formada por el extremo inferior de la camisa y que llegaba hasta medio muslo. Otra pieza esencial de este servidor era la capa de aguas, que servía para cubrirse en horas de descanso y para protegerse de las lluvias. Además de estas prendas esenciales, se agregaban las de carácter protector, que servían para evitar violentos golpes de maza en el combate. Sobre la caja torácica llevaban petos acolchados de gran grosor, y que en algunos casos, cuando eran formados de varias piezas superpuestas, les cubría hasta el abdomen. Estos petos tenían alma de cobre, cuidadosamente forrada con algodón y una capa exterior de tela. La cabeza se hallaba guarnecida con un gorro de forma cónica o circular de

gran grosor, forrado interior y exteriormente. También tenía arma de metal (Figs. Nos. 230 y 231). Todas estas prendas eran sencillas. Aunque no hemos hallado indumentarias guerreras completas en las tumbas mochicas, en Chan Chan, por el contrario, se encontró hace algunos años –en la huaca de La Misa– un cuarto en el que las paredes estaban íntegramente cubiertas de alacenas en las que había ropa por millares, cuidadosamente envuelta, y que pertenecía a los guerreros. La vestimenta encontrada es muy similar a la que estudiamos en la cerámica mochica. El material es muy liviano, posiblemente para evitar los efectos del fuerte calor de la costa.

Indumentaria de los grandes jefes La indumentaria de los guerreros de alta jerarquía, según la documentación plástica, es la siguiente: llevan una especie de camisa larga, similar a la de los guerreros comunes, de mangas cortas, decoradas con filetes sencillos y llanos, en unos casos, o con adornos de borlas circulares, en otros. Una franja –resaltada o con recortes de formas triangulares que mantienen íntima relación con toda la indumentaria– recorría el vuelo de la camisa, rematada en la parte superior por una especie de muceta, que llevaba un filete adornado de diversas maneras, y cuyo objeto era asegurar la camisa alrededor del cuello. Esta última prenda contribuía a la armonía de la indumentaria del guerrero, y se extendía por los hombros y hacia una parte del pecho. Esta muceta de tela sencilla, que daba el aspecto de que los jefes en todo momento tenían sobre los hombros un peto de guerra, se encuentra con mayor profusión en los jefes de cierta categoría y se finge muy vistosamente en las representaciones de Ai Apaec luciendo un uniforme militar. A más de los adornos usuales, pendían de ella lentejuelas de oro u otros metales. Cuando los jefes dirigían los ejércitos personalmente, colocaban sobre esta muceta un peto efectivo, similar al de los guerreros comunes. En algunos casos, éste era circular, y pendía solamente de la parte superior del busto; en otros, se convertía en una especie de pechera que llegaba hasta la cintura; o por último, a fin de dar mayor libertad en el combate, bajaba en forma escalonada sobre el vientre y dejaba los flancos al descubierto. 201

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Fig. No. 231.- Guerrero común, en actitud de dormir. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (044-005-010)

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Fig. No. 232.- Collar de cuentas de huesos humanos, que se encuentra frecuentemente adornando a los guerreros. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Los petos de acción para los jefes eran cubiertos de lentejuelas. En otros ejemplares se colocaban pequeños círculos de plata o de cobre, unos sobre los otros, de tal manera que ofrecían una superficie resistente a cualquier golpe. También podemos observar que había petos cubiertos de planchuelas de metal, que unidas unas con otras formaban una verdadera coraza. Completaban la indumentaria anteriormente descrita hermosos collares formados de cuentas de piedras preciosas (turquesa, cristal de roca, cuarzo, concha de perla, coral, etcétera). El collar que aparece en la figura No. 232 era uno de los más comúnmente usados: sus cuentas forman triángulos que han sido tallados en huesos humanos. Puede ser que estos originales adornos indiquen en el número de sus cuentas las batallas a las que asistió el guerrero, o las víctimas que cayeron en sus manos. Asimismo, se adornaban con brazaletes y aretes de variadísimas y sorprendentes formas, variedad que era mayor tratándose de los jefes. Por lo general, eran grandes y redondos, que figuraban rosetas con círculos concéntricos y ofrecían otros

dibujos alusivos a la profesión. Aún nos falta ocuparnos del tocado, al que en la indumentaria guerrera mochica se imprimía gran importancia, y en el que se hacía un verdadero derroche de ingenio –que ha girado siempre en torno a su especial manera de ver el mundo y, sobre todo, a su fervor hacía sus seres míticos–. Se ponía, pues, en este adorno preferente atención. Sólo la prenda que cubría directamente la cabeza y que consistía en un gorro tejido con sencillez era invariable. Todo el resto eran adornos, piezas cuya descripción por separado y enumeración de sus características ocuparían muchas páginas de este capítulo sin llenar finalidad práctica, dado que emprendemos este estudio, en forma amplia y detenida, al tratar sobre el tema de la indumentaria. Para el caso, baste dejar establecido el hecho de que los tocados de los guerreros comunes eran simples, semejantes unos a otros, mientras que los de los jefes eran de gran complejidad. Los gorros se ajustaban a la cabeza mediante anillos o turbantes adornados con figuras felínicas que sobresalían a 203

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Fig. No. 233.- Gobernante vestido de guerrero. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (043-006-012)

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Fig. No. 234.- Gobernante regiamente ataviado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (043-006-003)

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Fig. No. 235.- Dibujos que exornan un vaso acampanulado: representan la indumentaria y armas guerreras mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

los costados, guardando perfecta simetría; a veces aparecía la cabeza del felino como brotando de la parte superior de la frente del guerrero. Llevaban también hermosas rodelas circulares o rectangulares, llenas de decoraciones. En los tocados era frecuente la presencia de cuchillos ornamentales de cobre, que coronaban los cascos, de forma semejante al característico cuchillo incaico denominado Tumi. A veces se combinaban uno grande y dos chicos, y otras, se agregaban cabezas de ofidios que se descolgaban siguiendo con sus cuerpos las curvaturas de los cuchillos (Figs. Nos. 233 y 234). En el conjunto de las prendas guerreras se distinguen, como dispositivos de alta jerarquía de los personajes que los usaban, las narigueras y los cuchillos ornamentales que llevaban sonajas en el extremo superior y reposaban sobre los glúteos y muslos. En cuanto a la nariguera, cuya utilización es muy común entre los jefes, parece que según su tamaño y forma expresaba el rango militar de quien se servía de ella. La contundencia de las armas ofensivas a las que tenían que hacer frente los guerreros mochicas hizo que éstos prestaran singular atención a sus tocados. Pues 206

como la fase principal de sus luchas era la de cuerpo a cuerpo, aporreándose con tremendas mazas, la parte más vulnerable en el combatiente era por fuerza la cabeza y debía ser protegida a toda costa. Este fin suscitó la invención de gran número de aparatos protectores, que en lenta evolución fueron transformándose en adornos de mucha vistosidad. El cobre dorado, el cobre solo y el oro se utilizaron con el objeto de hacer poco vulnerable la caja craneal. Para proteger las sienes y carrillos se empleaban rosetas formadas con fuertes láminas de cobre dorado, rellenas y con muchas telas superpuestas, que daban una fuerte consistencia y amenguaban mucho los golpes recibidos en dichas paredes (Fig. No. 235). La vestimenta y los adornos de cabeza señalan la existencia de regimientos pertenecientes a diferentes sectores del país y sirven para establecer los distintos grados militares. Las armas de los combatientes, en la variedad y armonía de sus usos, nos hacen ver cómo el estadista mochica procuró siempre asegurar el concurso de varios factores, que en caso de contiendas condujeran hacia el triunfo ante las huestes que se le subordinaban.

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ARMAS Las armas de combate que conocieron y utilizaron los mochicas –hecho que hemos podido comprobar en las expresiones de su arte– eran las siguientes: a) mazas o porras, b) estólicas, c) dardos para la estólica y dardos sueltos para ser lanzados con la mano, ch) lanzas, d) cuchillos, e) hondas, f) bolsas para guijarros, g) escudos y h) cascos.

Mazas o porras Estas armas de gran contundencia (Figs. Nos. 236 a 240) fueron las más comúnmente utilizadas, y de manera especial, por los soldados que constituían el grueso del ejército. Hemos de ocuparnos detenidamente de las mazas o porras de madera, ya que no sólo tenían las cualidades

indispensables de armas contundentes, sino también el buen gusto de una manufactura artístico simbólica. En el Museo Rafael Larco Herrera hay una muy buena colección, y de ella hemos tomado algunas de las piezas más características para dar idea de conjunto y noción precisa en el estudio del armamento mochica. Estas mazas son las que aparecen en la figura No. 240, cuyas características son las siguientes: a) Maza de 0,665 m de longitud, monóxilo, corona formada por un cuerpo sólido, tallado con eminencias dentadas y dispares, a manera de los granos de maíz en una extensión de 0,16 m, encajadas en el cuerpo cuneiforme con cuatro puntas. Observando las eminencias se llega a la evidencia del desgaste por razón del uso y del tiempo, a tal punto de haber desaparecido en parte. El extremo opuesto es afilado, con perforación para la amarra de seguridad. b) Maza con 0,477 m de longitud, monóxilo, de forma

Fig. No. 236.- Mazas, armas ofensivas pertenecientes a grandes jefes. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera. Fotografía de Juan Pablo Murrugarra.

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Fig. No. 237 a y b.- Variedad de mazas de piedra empleadas en la lucha por los soldados mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSL-006-013; XSL-003-003; XSL-006-016 y XSL-003-005; XSL-003-006; XSL-003-007)

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Fig. No. 238.- Maza del periodo incaico modelada en cerámica y que fue hallada en una huaca de la hacienda Cartavio, del valle de Chicama. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (237-003-006)

Fig. No. 239.- Otra maza de la misma naturaleza que la anterior. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSc-024-005)

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Fig. No. 240.- Otra serie de mazas de tipo corriente empleadas por los soldados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

troncocónica hueca y labrada en uno de sus extremos. La base mide 0,055 m de diámetro. c) Maza de 0,48 m de longitud, monóxilo, con 0,21 m de extensión tallada sobre la corona, incluso la escultura ornitomorfa. La talladura de la corona es también dentada como la primera, y se encaja en el cuerpo del mango con tres puntas. El extremo opuesto de esta arma está bien afilado. d) Maza de 0,35 m de largo, técnica de manufactura similar a las anteriores. Dentro del cuerpo, que forma una sola pieza, se destaca la corona o cuerpo de maza propiamente dicho, en una talladura que corresponde a un puño semicerrado. El extremo opuesto es afilado y se encuentra perforado para mayor seguridad en su empleo. e) Maza de 0,30 m de largo, monóxilo, con talladura fitomorfa en la corona que también se encaja en el mango. f) Maza pequeña, sencilla, con dos cuerpos de corona de distinto espesor y de 0,11 m de longitud, con punta afilada en el extremo opuesto. Como se ve, dentro de esta variedad de mazas de 210

madera –obtenidas en su mayor parte del árbol del guarango– hay toda una tipología de armas, que al mismo tiempo que desempeñaban un papel en la lucha, también ocupaban la atención del artista tallador para plasmar sus concepciones bélicas. A pesar de los siglos transcurridos, la madera de estas armas está intacta, y apenas si muestra grietas provenientes de humedades persistentes, o por efecto de las acciones salinas del suelo donde fueron depositadas al ser enterrados los cadáveres. La variedad de formas que acusan es grande, aun cuando hubo un tipo matriz de las que se derivaron las demás, cuya decoración marchaba paralela al buen gusto y grado militar de quien la utilizaba. Constaban de las siguientes partes: la rodela, el mango y las amarras. La rodela era la parte fundamental del arma. Hecha generalmente de piedra, su borde circular superior presenta ya sea un filo con acanaladura a ambos costados, o bien prominencias planas a manera de hojas con filos cortantes o puntas ya extendidas en una sola circunferencia, o talladas en todo el cuerpo de la maza,

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o, por último, exhiben combinaciones intercaladas de dobles puntas con filos hojiformes. La rodela era, pues, la parte más consistente, de una solidez a toda prueba. Llevaba el cuerpo horadado de banda a banda para así poder permitir la inserción del mango. Además de la piedra –duro granito andino– se empleó el cobre como materia prima para su manufactura. El mango era todo de madera y llevaba el extremo opuesto (el de su inserción) afilado para poder servirse de él a manera de lanza, y de un largo que facilitaba su manejo. Su extremo de inserción terminaba, en la generalidad de casos, en puntas cónicas o en cabezas de seres humanos o felinos primorosamente labrados. Para este artefacto se usaron maderas muy consistentes, y probablemente fue muy empleado el algarrobo. Las amarras, cuya técnica estaba encaminada a procurar un máximo de adherencia de la rodela al mango, consistían en unas cuerdas de extraordinaria resistencia. Algunas mazas aparecen dentro de la pictografía, y aun en la plástica, sin trazas de amarras. Quizás conocieron los mochicas un sistema de acoplamiento fijo, hecho sobre la base de cuñas, lo cual excluía el uso de toda amarra. No estuvo ausente en la manufactura de estas armas el espíritu artístico del pueblo cuya vida reconstruimos.

Una serie de talladuras las ornamentaban bellamente. Las rodelas, en muchos casos, eran sustituidas por cabezas de seres humanos excelentemente talladas, o bien por cabezas de felinos que adoptaban la actitud con la que el mochica reproduce a este animal mítico en la mayoría de sus vasos escultóricos. En las luchas de cuerpo a cuerpo, las mazas jugaban un rol decisivo: con la parte superior, el combatiente paraba los golpes de maza del enemigo, para luego atacar con golpes sobre la frente, al costado, para concluir rematando al rival con una especie de estocada con el extremo del arma, parecido a la contera.

Estólicas Fueron sencillas armas de propulsión (Figs. Nos. 241 y 242). En el valle de Santa hemos encontrado magníficas estólicas de algarrobo, que son verdaderos paradigmas de talladura en madera. Por ellas es que se puede estimar que el guerrero mochica aplicaba su espíritu artístico para la confección de sus armas. Talladas primorosamente, se las adornaba con incrustaciones de hueso, concha de perla y metal, que adherían a la madera por medio de materias primas resinosas. Las estólicas constan de tres partes: la vara o

Fig. No. 241 a y b.- Varios tipos de estólicas con sus respectivos dardos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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cuerpo propiamente dicho, la espiga o diente de escape y el mango. El cuerpo propiamente dicho, hecho de madera de algarrobo u otra madera resistente, adopta la forma cilíndrica o cuadrangular. Algunas estólicas del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera arrojan las siguientes mediciones: a) Estólica incompleta con 0,71 m de longitud y 0,016 m de grosor; b) Estólica incompleta con 0,70 m de longitud y 0,022 m de grosor; y c) Estólica incompleta, como las anteriores, con 0,681 m de longitud y 0,018 m de grosor por término medio. La espiga o diente de escape se colocaba inclinada en un extremo del cuerpo del arma, de cobre, plata u oro. Servía para sostener la base del dardo que se arrojaba con esta arma, como se verá más adelante al tratar sobre su manejo. El mango se disponía en el extremo contrario a la espiga y en sentido opuesto. Su colocación en la forma

descrita obedecía al hecho de permitir el sostén de la mano para impulsar el dardo sin que la propia estólica saliera disparada. Esta pieza era la que tenía mayor importancia, y de su forma usual sencilla se derivó una variedad infinita: ora era el cuerpo de un ave, ora el de un animal, ora el de un ser humano, etcétera. Se le hacía de hueso y acaso de metal en algunos casos. Para sujetarla al cuerpo se empleaba la amarra. La figura No. 242 nos muestra una lujosa estólica. Su cuerpo está hecho de madera de algarrobo, de sección cilíndrica con 0,665 m de longitud, que a su vez está forrado en oro en una extensión de 0,652 m. La espiga es también de oro y está soldada por medio de una plaqueta rectangular a la cubierta áurea del cuerpo, con 0,02 m y 0,005 m de longitud y grosor respectivamente. El mango está hecho de la misma madera y adornado con una escena escultórica que también lleva cobertura de oro. La escena representa a un cóndor devorando a un hombre. Un meticuloso trabajo de repujado ha resaltado las formas de los seres aludidos.

Fig. No. 242.- Detalle de lujosa estólica con representación de cóndor devorando a un hombre (Fig. No. 166 del Tomo II). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera. Fotografía de Carlos Rojas.

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Dardos para la estólica

Lanzas

Estas saetas eran de longitud regular. Un largo bastón de forma cilíndrico-cónica, uno de cuyos extremos termina en punta afilada, formaba el cuerpo del arma. En esta punta se acoplaba otra de cobre que estaba provista de su correspondiente regatón y asegurada con amarras ya enrolladas, que daba vueltas sucesivas y formaba franjas, o bien cruzadas a manera de cocos o siguiendo la trayectoria helicoidal. Del lado ancho del extremo se sujetaba la espiga de la estólica para ser lanzada. Por este sencillo instrumento se llegará también a comprender que los antiguos mochicas sabían muy bien de la influencia que ejerce el peso colocado en la punta del dardo, que imprime a éste una mayor efectividad y permitía, pues, que siempre cayera de punta. Las distancias que recorría el dardo una vez arrojado dependían de la capacidad física del soldado o cazador. Algunos de estos dardos llevaban un travesaño que les servía de tope o para medir la profundidad de la herida. En los dardos se han estampado también toques de índole decorativa. Los dardos de uso individual se diferenciaban de los anteriores únicamente por su mayor tamaño y peso. Eran una especie de grandes jabalinas, cuyo empleo se hacía tal vez en casos que requerían mayor rapidez en el ataque. Tenían el mismo dispositivo de los ya descritos. Ahora veamos cómo se utilizaba la estólica. Su uso era muy fácil, pero se requería gran práctica para conseguir que los dardos recorrieran la mayor distancia posible. La espiga se acondicionaba fuertemente en el mango. En estas condiciones el arma quedaba preparada. Para arrojar los dardos, se colocaban en la forma ya dicha y se retiraba el arma hacia atrás para tomar impulso y luego, empleando un movimiento de traslación con dos o más pasos, se lanzaba el dardo, soltando el dedo que lo sujetaba y dejando que saliera por el impulso de la espiga. Arrojado el dardo, volvía el arma a estar en condiciones de ser cargada, y así, sucesivamente, se iba atacando. La destreza se conseguía, como repetimos, después de una gran práctica. Los guerreros, por lo dicho, tuvieron que someterse a ejercicios continuados en tiempo de paz; cumplían así un período de adiestramiento en el manejo de las armas.

Los ejércitos mochicas utilizaron también en los combates lanzas de gran tamaño. Las lanzas de madera, forradas con láminas metálicas, son dignas de mención especial en este estudio. Sus dimensiones varían un tanto. En la figura No. 243 aparecen cuatro de estas armas, que han sido tomadas como ejemplos en nuestra investigación y que describimos a continuación. a) Lanza de 2,09 m de longitud con corona lobular de 0,046 m de diámetro mínimo. El extremo opuesto tiene 0,02 m de diámetro y sirvió para ser insertado en el regatón cilíndrico de la punta sólida de cobre. Esta arma de madera de algarrobo tiene la corona unida con otra clase de madera y está forrada íntegramente con una lámina de cobre, cuyas junturas y desgarraduras han sido fijadas por medio de grapas del mismo metal. Las láminas no tienen un espesor uniforme: varían de 1/8 a 1/4 de milímetro. Cuando fueron usadas estas armas, las láminas se ofrecían bruñidas y refulgentes, lo que causaba impresión en el conjunto. Para forrar la lanza que describimos se han empleado seis cuerpos de láminas, además de las dos pequeñas de la corona. b) Lanza de 2,17 m de longitud de madera de algarrobo en una sola pieza. Difiere de la anterior porque no está forrada íntegramente con láminas cúpricas, y tiene, en cambio, anillos de cobre de 0,03 m de ancho, distribuidos en todo el cuerpo de la lanza. También la corona está forrada con láminas metálicas en dos piezas, el casquete y el tubo, que abarcan una extensión de 0,12 m. En el extremo opuesto a la corona se halla inserta la punta de factura sólida, de cobre, de 13 cm de longitud, y en el borde del regatón cilíndrico aparecen restos de un original trenzado de hilo. Es indudable que sostuvo alguna decoración plumaria o textil. c) Lanza de 2,35 m de largo, forrada íntegramente con láminas de cobre. La punta, con 0,455 m de longitud y bien afilada. Las junturas de las láminas han sido aseguradas igualmente con grapas. d) Lanza de 2,13 m de longitud, también forrada íntegramente con láminas de cobre y con una punta metálica de 0,26 m de largo. La manufactura y el revestimiento son similares a los de la anterior. 213

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Las características de las cuatro puntas de lanzas (Fig. No. 243) que hemos seleccionado para nuestro estudio, de las muchas que existen en el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, son: a) Punta de cobre de 0,502 m de largo y 0,031 m de abertura para la inserción del cuerpo de la lanza;

b) Punta de cobre de 0,417 m de largo y 0,031 m de abertura; c) Punta de cobre de 0,45 m de largo y 0,023 m de abertura para la inserción; y d) Punta de cobre de 0,245 m de largo y 0,027 m en la abertura.

Fig. No. 243.- Puntas metálicas de lanzas o jabalinas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSM-006-A4; XSM-006-A5; XSM-006-A10; XSM-006-A11)

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Fig. No. 244.- Cuatro tipos de cuchillos ornamentales, de uso común entre los jefes guerreros mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Cuchillos Fueron las armas de mayor importancia entre las cortantes. Se les usó en las luchas de cuerpo a cuerpo y en las tareas de descuartizamiento de los enemigos. Los cuchillos ornamentales se estudian en esta parte porque pueden considerarse como una derivación de los anteriores. En general, son de forma trapezoidal (Fig. No. 244). La parte afilada es casi semicircular, y la opuesta, a manera de adorno, tiene concavidades con bolitas percutoras, generalmente pequeñas piedras. Los encontramos continuamente sujetos al cinto y cubriendo las nalgas, como protegiendo esta parte delicada del cuerpo. En algunas esculturas hemos encontrado el mismo tipo de cuchillo ornamental, pero más pequeño

que el anteriormente descrito, yendo a ambos lados de las piernas y cubriendo la parte superior de los muslos y especialmente las ingles. Las características de los cuchillos que posee el Museo Rafael Larco Herrera, a nuestro cargo, son las siguientes: a) Parte superior 0,202 m de ancho y 0,238 m de la inferior; largo 0,32 m, con ocho concavidades; b) Parte superior 0,166 m y 0,20 m de la inferior; largo 0,264 m, con ocho concavidades; c) Parte superior 0,155 m de ancho y 0,155 de la inferior; largo 0,233 m, con ocho concavidades. d) Ancho de la parte superior 0,145 m y 0,13 m de la inferior; largo 0,233 m, con nueve concavidades. e) Ancho de la parte superior 0,125 m y 0,10 m de la inferior; largo 0,155 m con ocho concavidades. 215

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Hondas Tanto las bolsas utilizadas para contener guijarros como los diversos documentos pictográficos nos prueban la existencia de esta arma arrojadiza: la honda (vulgarmente llamada en las serranías peruanas “huaraca”, nombre de origen quechua). En las pictografías se pueden observar estos instrumentos, cuya facilidad de manejo y su factura en extremo sencilla los convirtieron en armas muy estimadas. Su manejo se generalizó y llegó a una verdadera perfección entre los tahuantinsuyanos. Con la presencia de la honda nace la idea y la práctica de la puntería calculada a gran distancia, efectiva a más de cuatrocientos pasos. En nuestros tiempos es admirable ver a los andinos lanzar con sus hondas estriadas amistosas piedras que llegan matemáticamente y con gran violencia al blanco perseguido. En cambio, no nos ha sido posible hallar en las pictografías algo que delate el uso del arco y de la flecha, ni siquiera en las tribus enemigas de los mochicas, que a pesar de su primitivismo, únicamente se las ve blandiendo armas contundentes.

Bolsas para guijarros También consideramos como parte de los utensilios militares las bolsas destinadas a reunir piedras arrojadizas, hechas unas veces de telas consistentes y otras de mallas, en cuyos tejidos se habían utilizado cuerdas trenzadas de gran resistencia. Para este fin, sin duda, se utilizaban hombres especiales, cuya robusta constitución física les permitía cargar un gran número de piedras y arrojarlas con facilidad contra el enemigo. Las piedras, como se sabe, fueron las primeras armas que el hombre empleó para su defensa contra los animales salvajes y contra sus mismos semejantes.

Escudos Estas armas defensivas se ofrecen en manos de los guerreros, donde adoptan formas circulares, rectangulares, cuadradas u ovoides, y han constituido el renglón más importante de los menesteres guerreros.

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Con ellas se paraban los golpes de las mazas o porras y se defendía el cuerpo de las incrustaciones o contusiones que podrían producir las armas arrojadizas. Es indudable que fueron hechos de maderas resistentes o acaso de láminas de metal. Dentro de la plástica aparecen como si la materia prima utilizada en ellos hubiera sido madera muy consistente y de gran grosor. La superficie exterior de los escudos estaba adornada con variedad de dibujos y figuras, grabadas o en relieve, que ofrecían incrustaciones de turquesa y otras piedras finas, adornos que delataban el gusto artístico y la jerarquía militar de quienes llevaban tales armas. En la cara interior estaban dotados del asa que servía para sujetarlos. No tenemos documento alguno que nos pruebe el empleo del cuero de lobo en estas armas, como sucedió en otras oportunidades en las primitivas culturas, particularmente en las europeas (Fig. No. 245).

Cascos Sólidos, gruesos, posiblemente acolchados por dentro, eran los cascos con que se tocaban la cabeza los guerreros mochicas. Su forma era cónica y su objeto debilitar los golpes de maza del enemigo. Además del casco que hemos descrito, los guerreros llevaban un peto de metal debidamente acolchado para evitar que el roce con el cuerpo produjera lesiones. Algunos petos, como hemos podido observar, estaban formados de planchuelas de plata o de cobre, y los destinados a los grandes jefes llevan en su superficie, como adorno, lentejuelas de oro o placas repujadas de este mismo metal, ornamentadas con dibujos geométricos o de carácter religioso. De esta guisa quedaba perfectamente resguardado el tórax y parte del abdomen del combatiente. Disponían, además, entre sus instrumentos de guerra, de caracoles –hermosas conchas en espiral sopladas por los guerreros–, que con su eco de extraordinaria sonoridad imprimían sus luchas de majestad y patetismo, y enardecían a los combatientes con sus toques y señales de guerra (Figs. Nos 246 y 247). Las bandas de música militares estaban integradas por tocadores de quena y de tambor, como aparecen en una pictografía en el capítulo dedicado a la danza y la música.

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Fig. No. 245.- Diferentes tipos de escudos utilizados por los guerreros mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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Figs. Nos. 246 y 247.- Strombo, trompeta guerrera utilizada por los ejércitos mochicas, y trompeta militar. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (064-009-004 y 063-004-004)

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ORGANIZACIÓN MILITAR La organización militar efectiva, en el pueblo que estudiamos, se presenta en los dos últimos períodos de su desarrollo cultural. Sin embargo, parece que erramos al creer que en los primeros períodos no existía una verdadera técnica militar entre los mochicas, que los guerreros iban al campo de batalla sin plan previo y sin desarrollar la táctica que las circunstancias del lugar y de la lucha requerían. En los primeros períodos, si bien vemos representaciones de algunos guerreros que utilizan mazas y escudos, no encontramos las insignias que denotan jerarquía ni tampoco escenas bélicas, que sí son numerosas en las pictografías y esculturas de los dos últimos períodos de la cerámica mochica. De las pictografías deducimos que había dos tipos de lucha: de larga distancia, que posiblemente iniciaba el primer contacto entre los ejércitos contendientes, y luego, la lucha cuerpo a cuerpo, que finalizaba la acción. Creemos que al trabar combate, el encuentro se iniciaba en el momento en que los ejércitos se ponían a tiro de estólica. En ese instante, los grupos de combatientes, diestros en el manejo de la estólica, lanzaban contra el enemigo una lluvia de agudos dardos. Inmediatamente después se iniciaba la carga de los beligerantes, armados de maza y escudos, y se entablaban, entre gritos ensordecedores y denuestos, las acciones de cuerpo a cuerpo con toda su dramática y salvaje brutalidad (Fig. No. 248). Mucho nos hizo pensar el largo de las lanzas que hemos encontrado. Nos llamó poderosamente la atención que los guerreros mochicas, que llevaban a los prisioneros, pudieran portar los vestidos de éstos en el extremo de sus mazas. Por el tamaño se pueden considerar como jabalinas de gran peso, aunque no podemos afirmar que se utilizaran como las lanzas de las legiones romanas. De haberlas colocado hacia adelante en los combates, los guerreros mochicas hubieran formado verdaderas murallas difíciles de vencer. En esta lucha porfiada –donde la astucia y la fuerza física, unidas a la superioridad en número, tenían que imponerse– jugaban un gran rol los escudos, que generalmente eran pequeños y de construcción muy sólida. Dadas sus pequeñas dimensiones y al ser colocados en la mano izquierda de quienes los

utilizaban, permitían parar con rapidez y desenvoltura los recios golpes de maza (Fig. No. 249). El guerrero mochica estaba singularmente equipado para hacer frente a los más tremendos encuentros cuerpo a cuerpo. Llevaba protegidas ambas muñecas: en la izquierda, el escudo; en la derecha, una sólida muñequera. Esta última cumplía un importantísimo objetivo: al golpearse con las mazas, era lógico que la una resbalara sobre la otra, y daba como resultado que con frecuencia, al detener el golpe, la parte más pesada cayera sobre la muñeca del brazo que sostenía la maza. Servía, pues, la muñequera de gran protección, sin la cual un solo golpe en el brazo inutilizaba al guerrero. Con nuestra observación y el apoyo de las escenas guerreras pictografiadas podemos trazar, con gran claridad, los cuadros de lo que fueron las guerras mochicas por el denuedo de los combatientes. Después de los choques a distancia y cuerpo a cuerpo horriblemente sangrientos, y una vez dominado el enemigo, empezaba la venganza: su obra de destrucción, que era terrible, despiadada. Los prisioneros eran despojados de sus armas y de sus vestidos para ser luego golpeados hasta concluir con ellos (Fig. No. 250). Una vez victimados, se separaba la cabeza del tronco. La cabeza, utilizada como trofeo de guerra, era ensartada por la boca y la tráquea. Al regreso de la batalla los vencedores conducían las cabezas de sus enemigos cogidas por los pelos o ensartadas y exhibían también los sanguinolentos brazos, piernas y órganos genitales de los vencidos, que pendían de sus manos crispadas. Los prisioneros a quienes se les concedía momentáneamente el don de la vida eran llevados, sujetos por el cuello y las manos, con sogas (Figs. Nos. 251, 252, 253 y 254). El tratamiento que recibían –una vez presentados a los jefes o jueces militares, quienes hacían recaer sobre ellos los castigos que juzgaban necesarios– era cruel. A algunos se les utilizaba para los sacrificios humanos dedicados a los dioses mochicas. El ejército mochica, como ya hemos dicho al explicar la organización política de este pueblo, era conducido a las batallas por sus jefes en persona, de cuya experiencia y sabiduría dependía el éxito de la empresa. La complicada maquinaria del ejército exigió un sistema especial de comunicaciones que permitiera transmitir todos los incidentes y detalles de la contienda o pedir auxilio en caso necesario. Por eso vemos que 219

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Fig. No. 248.- Escena de sangrienta batalla, según un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1539)

Fig. No. 249.- Victoriosos, los guerreros mochicas regresan conduciendo prisioneros, según escena tomada de un vaso acampanulado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1544)

Fig. No. 250.- Escena pictórica que revela la práctica de los descuartizamientos a los que eran sometidos los guerreros vencidos. Tomada de la Revista Lima, Vol. I,1923, pag. 379.

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Fig. No. 251.- Victoriosos, los guerreros mochicas regresan conduciendo prisioneros, según escena tomada de un vaso acampanulado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1558)

Fig. No. 252.- La vuelta de los guerreros mochicas conduciendo prisioneros. Nótese los atavíos, las armas y los demás utensilios. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1553)

Fig. No. 253.- Interesante escena pictórica del traslado de los prisioneros por los guerreros mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1554)

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dentro de la institución encargada de la redacción y desciframiento de los mensajes hay personas destinadas al servicio militar, identificadas por su especial manera de vestirse y por las insignias características del guerrero: llevan como adorno en la cabeza el instrumento cortante a manera de media luna, ya descrito en párrafo aparte y similar al de los guerreros comunes. También caminaban con los ejércitos los descifradores de los mensajes y a ellos aluden los zorros vestidos de guerreros que asoman en las escenas bélicas aportadas por el arte mochica. Además, en la plástica aparecen los zorros en actitud de defensa ante el ataque de sus enemigos. En las representaciones bélicas, los venados simbolizan a los mensajeros guerreros. Igualmente, en las representaciones escultóricas apreciamos la presencia de vigías, ubicados en lugares altos y en las proximidades de los ejércitos. Las escenas de choques armados también indican que las batallas fueron frecuentes y que los mochicas tuvieron que soportar serias invasiones de los pueblos vecinos a medida que avanzaba su expansión territorial. De allí que se preocuparan de que en todos los lugares que conquistaban reinara la paz y la tranquilidad, para de esa manera imponer fácilmente sus usos y costumbres, y les dotaran luego de servicios que aseguraran la defensa y destrucción del enemigo, como fueron las fortalezas y murallas que, como veremos en el acápite siguiente, alcanzaron gran importancia. No podemos menos de describir en este capítulo la hermosa escena que presentamos (Fig. No. 255). De gran simbolismo, sus representaciones llenas de realismo son toda una historia guerrera. El cántaro del cual hemos calcado las escenas fue hallado en el valle de Virú y pertenece al cuarto período. La lámina está dividida en tres secciones. Comenzaremos por la superior, para después pasar a la media y luego a la inferior. Dentro del círculo que corona el cántaro, hallamos todo el ropaje y las armas de guerreros cuidadosamente añadidos. Vemos la carrillera, el casquete con sus orejeras, el cuchillo ornamental que lo corona y el turbante que asegura el gorro; la camisa, la faja que servía para ceñirla al cinto y el faldellín; también el cuchillo ornamental que colgaba del cinto, y para completar esta indumentaria guerrera, observamos la presencia del escudo, de la maza contundente y de dos estólicas. Todas estas piezas han sido animadas al agregarles cabezas humanas y pies. Como 222

se trata de una escena guerrera especialmente relacionada con el abastecimiento de indumentaria y armas de los ejércitos mochicas, el artista animó estas piezas en el anhelo de demostrar acción y movimiento. En la franja media aparece una escena completa, por demás interesante. Lamentablemente el calco nos ha obligado a dividirla, pues las caras que aparecen en el centro deberían estar en el extremo izquierdo. Fiel al método de expresar simbólicamente las escenas de la vida real, el artista trabaja con lujo de detalles. Comenzaremos por la descripción de las casas o, mejor dicho, de las ramadas que servían posiblemente para cobijar a los grandes jefes. Existían dos hileras de éstas. Las primeras adornadas con mazas guerreras y las segundas, más sencillas y pequeñas, colocadas en la parte superior de las primeras para dar idea de la perspectiva. La línea con el signo escalonado que inicia la escena ha sido colocada allí para dar la sensación de altura. Las casas están deshabitadas; sólo vemos en ellas los vasos que utilizaban los grandes jefes para arrojar los desperdicios. En unos de ellos hay dos pequeños pajarillos que, a no dudarlo, comen los desperdicios que han quedado en los vasos. Encontramos dentro de una de estas decoraciones también al pequeño tigrillo –signo del gran poder de uno de los jefes– que ha quedado abandonado. En una de las casas observamos la presencia del ulluchu, símbolo del silencio entre los mochicas. Las casas están resguardadas por dos individuos, uno de los cuales tiene en sus manos una barra; al parecer son mutilados. Frente a las casas, y de gran tamaño, distinguimos a la lechuza antropomorfizada, ataviada con toda la vestimenta guerrera, cargando en su brazo derecho el escudo, la maza y la honda. Al frente y en el plano superior vemos, en actitud de hablar, a una mujer que con la mano izquierda está mostrando toda la indumentaria y armamento guerrero que se encuentra en el sector del lado izquierdo. Poco más abajo vemos al perro antropomorfizado, el escudero del personaje simbólico del guerrero. También con su mano izquierda y como si estuviera dirigiéndole la palabra, señala con la punta del dedo el menaje de guerra. Siguen a estos personajes dos aljabas de dardos, turbantes guerreros, estólicas, trompetas, cintos, dardos, y remata la escena con una mujer dedicada a la confección de fajas. La mayor parte de estos implementos han sido animados.

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Fig. No. 254.- Un prisionero atado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (061-007-007)

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En el plano inferior aparecen los guerreros totalmente ataviados, y en el extremo izquierdo inferior, en actitud de iniciar la lucha, se ven dos personajes simbólicos continuamente ligados a las escenas guerreras. No puede ser más expresiva esta pictografía que nos muestra, primeramente, el abandono de los pueblos por las masas guerreras, y la organización y abastecimiento de todo el menaje que requerían. La escena nos dice a las claras que las mujeres eran las que confeccionaban la ropa y las armas. De allí que sea una mujer la que le ofrece al guerrero simbólico todo aquello que sea menester y que van a necesitar él y sus huestes en la batalla con el enemigo. Todo lo descrito en este capítulo nos habla elocuentemente de la organización militar de los mochicas. Organización que podemos resumir en breves palabras: instituciones de mujeres en los pueblos destinadas a la confección de la indumentaria de los guerreros; jerarquías dentro del ejército como base de la disciplina; uso de

vigías en lugares apropiados para observar los movimientos del enemigo; señales dadas por trompetas en caso de ataques sorpresivos del enemigo, y carreteras que permiten la comunicación entre los centros de armas (fue tan importante esto último, que existió una institución de mensajeros del ejército con distintivo especial). Cuanto más observamos las pictografías y las escenas guerreras, más nos convencemos de que los ejércitos mochicas no eran simples agrupaciones de hombres que se convocaban en el momento de peligro, sino que era una institución permanente, perfectamente organizada, a la cual se le dotaba de todos los implementos de guerra necesarios para el desempeño de su cometido. Esto explica por qué encontramos que todos los guerreros mochicas tienen las mismas armas y la misma indumentaria. Todos los datos que aparecen en este breve estudio nos demuestran, pues, que la máquina de guerra mochica estaba dotada de todo lo necesario para su finalidad y que su organización era excelente.

Fig. No. 255.- Escena de gran simbolismo pictografiada sobre botella mochica del cuarto periodo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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MURALLAS Dentro del amplio sistema militar que tuvieron los mochicas se encuentran las obras de defensa y fortificación, creadas por sus estrategas para la seguridad de sus ejércitos. Militares avanzados se rodearon de todo el contingente necesario para el uso de sus dominios, que mantuvieron en todo momento a salvo de invasiones. A lo largo de su territorio encontramos dos murallas de gran importancia por su magnitud y construcción. Dichas murallas podemos clasificarlas como reductos militares de sustancial valor estratégico. Fuera de ellas existen, además, infinidad de otras de menor extensión que pueden tomarse como murallas de defensa, aunque tal vez se refieren a simples divisiones territoriales y hagan las veces de hitos. En el fundo Salamanca –valle de Chicama–, a orillas del mar, nace un gran paredón (Figs. Nos. 256 y 257) que lo atraviesa transversalmente en toda su extensión y pasa por Paiján hasta llegar a los arenales adyacentes a dicho pueblo por el lado este. El paredón está orientado hacia el noreste. En algunos lugares, esa muralla está construida de piedra, especialmente por donde discurre agua de las barrancas, y levantada a base de adobes, de formas y dimensiones diferentes, en parajes secos. Es importante anotar que encontramos en esta construcción desde los adobes cónicos de pequeñas dimensiones, ingeniosamente trabajados, hasta los adobes rectangulares característicos de los mochicas, incluyendo, desde luego, los casquetes esféricos, también comunes de esa época. ¿Fue acaso este paredón una división territorial o una defensa de su frontera norte? No lo sabemos, pero podemos asegurar que de este gran lienzo de muralla salen, a ciertos intervalos, otras pequeñas de inferiores dimensiones. Sin embargo, es difícil poder precisar con certeza el uso que le dieron los antiguos peruanos a esta clase de construcciones. Más hacia el sur, en la pampa de Chicama, antes de llegar a La Cumbre, encontramos pequeñas murallas de piedra que recorren terrenos áridos en diferentes direcciones. La más importante es la que atraviesa la pampa de noroeste a noreste, y sube hasta el cerro llamado Tres Puntas. Sus dimensiones varían, siendo algunas de 1,50 m a 2,00 m de ancho en la base, por 1 m a 1,50 m de altura. Murallas de piedra similares a éstas

hemos observado en los arenales cercanos a Huanchaco (Fig. No. 258), y entre los terrenos áridos que separan los valles de Santa Catalina, Virú (Fig. No. 259), Chao, Santa y Nepeña. En este último valle son numerosas y bien conservadas. No podemos precisar exactamente a qué período cultural pertenecen, y de allí que nos abstengamos de entrar en mayores detalles. En este capítulo simplemente nos concretamos a dejar constancia de su existencia y a describirlas. Como hemos dicho anteriormente, dos son las murallas de importancia y por tanto son dignas de ser tratadas en esta obra. La de Santa, que ha sido estudiada y seguida casi hasta su término por la expedición aérea de Shipee-Jhonshon, y la que atraviesa el despoblado llamado la pampa de La Cumbre, entre los valles de Chicama y Santa Catalina, que une los cerros Cabras y Tres Puntas. A más de 8 km de la costa, antes de llegar a las salineras de Chimbote, comienza la llamada Gran Muralla de Santa (Fig. No. 260), a muy poca distancia de la carretera que sirve para transportar la sal extraída de las salineras. Y en un lugar cercano a una pequeña aldea se bifurca esta construcción, y forma un largo rectángulo que se curva en el centro. Es de notar que en este lugar la ausencia de cercos permite libre entrada al valle, de donde se supone que para mayor seguridad construyeron la muralla que les brindaba efectiva defensa. Esta muralla está situada, pues, en la ribera norte del río Santa y se extiende, primero, a lo largo de la costa, cruzando los médanos, y penetra después en el delta arenoso del río, hasta llegar a la parte angosta del valle. Bordea entonces las faldas de las montañas para subir más tarde sobre ellas haciendo pequeñas curvas que varían su curso recto. La distancia media entre la muralla y el río es de 2 km a 2,5 km, aunque en algunos lugares se acerca hasta llegar casi a su mismo lecho. A intervalos regulares, a lo largo de la muralla y a ambos lados de ésta, se encuentran pequeños fuertes (Fig. No. 261), construidos sobre montículos que, sin duda alguna, consideraban puntos estratégicos de defensa. Hay un total de catorce fuertes, algunos rectangulares y otros circulares, construidos de paredes de más o menos 4 y 1/2 m de alto. El más grande tiene 60 m de largo por 90 m de ancho, aproximadamente. La mayor parte está construida de adobes, pero hay otros hechos de piedras superpuestas, idénticas a las que forman la muralla. 225

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Fig. No. 256.- Gran paredón de Salamanca.

Fig. No. 257.- Otra vista del paredón de Salamanca.

Fig. No. 258.- Importante sector de la muralla de piedra, que se halla en las pampas cercanas a Huanchaco. Obsérvese la técnica de construcción.

Fig. No. 259.- Muralla de piedra de las pampas cercanas al valle de Virú.

Fig. No. 260.- La bifurcación de la muralla de Santa cerca de una aldea y en los lugares bajos y próximos a la costa.

Fig. No. 261.- Fortines rectangulares que se encuentran a lo largo de la Gran Muralla.

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La apariencia y construcción de la muralla son similares a las de aquella que atraviesa la pampa de La Cumbre y escala dos cerros de consideración ya citados. Sus paredes exteriores (Fig. No. 262) también están formadas de piedras grandes superpuestas, que van perdiendo tamaño a medida que se acerca la superficie. Las paredes exteriores de esta gran muralla se separan convenientemente para recibir el relleno y tienen una sección general de forma trapezoidal. Dicho relleno está constituido de piedra menuda y material de acarreo existente en los lugares cercanos. A pesar de la parte que se encuentra enterrada y otra demolida por los siglos, la altura –término medio– de la muralla es de 2 m, aunque al atravesar algunas quebradas el alto aumenta hasta 6 m y 8 m, y le da un aspecto de lo más imponente. Se puede calcular, sin embargo, que en la época en que ésta fue construida tuvo hasta 4 y 1/2 m de altura. La base, bastante sólida, tenía también 4 y 1/2 m de ancho. Los señores Shipee y Jhonshon han explorado en avión esta muralla desde Chimbote hasta Corongo, hacia el interior. No fueron más adelante, debido a la desfavorable acción meteorológica y porque creían que cerca de ese lugar se pierde la muralla. Ellos calculan que en línea recta, sin contar las ondulaciones que duplicarían su longitud, tiene más de 64 km de largo (Figs. Nos. 263 a 265). ¿Qué finalidad tuvo esta muralla? Encontramos aceptable que haya sido construida por los mochicas dentro de su territorio, pero no nos explicamos por qué extendieron su construcción a través de las montañas de la sierra, atravesando la cordillera en puntos de gran altura. Es, pues, un problema todavía por resolver. Tan sólo cabe suponer que, construida en la costa por los mochicas, fue más tarde prolongada para su utilización por civilizaciones posteriores. Con todo, ésta es la muralla más importante, conocida en todo el territorio peruano y posiblemente en América del Sur. La muralla de la pampa de La Cumbre, como hemos dicho antes, es en su construcción casi idéntica a la que acabamos de describir. Pero es mucho más pequeña en longitud, y parece que hubiera sido hecha concretamente para defender ciudades establecidas en el valle de Santa Catalina de invasiones de los pobladores del noreste. Su rumbo es de 58° 29' 10" noroeste del meridiano magnético, siendo la declinación observada en el levantamiento del plano de

7° 29' 10" al este del meridiano astronómico. Se puede considerar que comienza en las faldas occidentales del cerro Cabras, y se dirige en línea recta y con el rumbo indicado hacia las faldas orientales y cúspide del cerro Tres Puntas, después de cortar la pampa de La Cumbre y la línea férrea de Trujillo-Ascope, entre los kilómetros 27 y 28, a 400 m del 27 hacia el 28, más o menos. La proyección longitudinal es de 7.500 m, a los que hay que agregar 140 m de curvaturas verticales, lo que da un total de 7.640 m de longitud. Está construido con material lítico y mortero de arcilla, y su estructura es de sector trapezoidal con la base inferior de 4 m; la superficie de 1,60 m y la altura de 3,60 m. El talud exterior alcanza 13°. Las paredes exteriores ostentan marcada alienación de las piedras, cuya solidez está perfectamente reforzada por el buen acoplamiento en su superposición y la presencia de “pachillas” –piedras menuditas– tenidas muy en cuenta para acondicionar las demás y llenar los espacios vacíos (Figs. Nos. 266 y 267). Los cimientos de estas paredes están hechos de piedras muy grandes, cuyo largo alcanza hasta 50 cm y 45 cm de alto, y van disminuyendo de tamaño a medida que se acercan a la superficie del muro. El espacio entre ambas paredes exteriores está, como hemos dicho anteriormente, rellenado (Fig. No. 268). Para darle mayor consistencia a la muralla se ha enlucido primero la cara del noroeste con arcilla fina y se ha cubierto la otra cara –la que mira hacia el mar– con chaflanes de gran solidez, hechos con material de acarreo, que permiten el acceso libre a la corona de la muralla. Esta particularidad no es otra que la modalidad estratégica de defensa de los antiguos pobladores contra sus enemigos. Esta muralla, sin duda, fue construida para detener las tropas invasoras de los incas que, dice la tradición, abandonaron sus ataques contra el reino Chimú por el lado sur y que sólo lograron éxito después de atravesar los majestuosos Andes, para luego sitiar Chan Chan, la capital. Acaso fue el último baluarte de los chimús, que acosados por el sur y por el noroeste cayeron rendidos y dieron paso a la invasión que los eclipsó para siempre. La estructura general de la muralla parece probar esta hipótesis. Según un corte transversal medio (Fig. No. 269), el macizo tiene un área de 10,08 m2 y la rampa 21,75 m2; el peso 227

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 262.- Un sector de la muralla de Santa. Obsérvese la trabazón de la piedra muy similar a la que encontramos en la muralla de la pampa de La Cumbre. Aerial Explorations Inc.

Fig. No. 263.- La muralla de Santa escalando las montañas serranas. Su aspecto es verdaderamente asombroso. Aerial Explorations Inc.

Fig. No. 264.- Otro sector de la muralla de Santa en la ceja de la sierra. Ha comenzado a escalar los cerros. Aerial Explorations Inc.

Fig. No. 265.- Otra interesante fotografía aérea de la muralla, en pleno escalamiento de las cumbres andinas. Aerial Explorations Inc.

Fig. No. 266.- Un interesante tramo de la murallas de la pampa de La Cumbre, casi intacto, en el que aún puede apreciarse perfectamente el enlucido del paramento exterior.

Fig. No. 267.- Importante sector de la muralla de la pampa de La Cumbre. Se puede ver la colocación de las piedras, que es similar a la manera empleada en Santa.

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Metros 0

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Fig. No. 268.- Detalle de la técnica de construcción de la muralla de la pampa de La Cumbre.

Fig. No. 269.- Corte transversal de la muralla de La Cumbre (plano).

específico del macizo es de 2,35 kilos y el de la rampa de 1,80 kilos por dm3. De manera que un metro lineal del primero arroja 23 toneladas 688 kilos; y del agregado, 39 toneladas 150 kilos, lo que hace un total de 62 toneladas 838 kilos. No contamos con un solo dato que nos pruebe con exactitud que esta muralla fue hecha por los mochicas. En cambio, podemos dejar constancia de su similitud con la de Santa, y de la existencia de las construcciones de piedra de las acequias mochicas. La rampa de tierra arenosa y de guijarros que arranca de su paramento interior está frente a Chan Chan. De allí que creamos que fue obra de defensa de esta ciudad. Si fue construida por los mochicas, los chimús la utilizaron también. Los restos arqueológicos acusan, por otro lado, que en esta época mochica también existieron ciudades en el mismo lugar, y la de mayor importancia, que fue muy extensa, en el valle de Santa Catalina.

Principalmente con el anhelo de fijar en esta obra datos perfectamente comprobados, no nos atrevemos, como ya hemos dicho antes, sino a dejar constancia de su existencia, sin aseverar por ningún motivo a qué período pertenecen. Acaso mejores estudios de cronología nos indiquen algún día su verdadera ubicación con relación a nuestra dilatada perspectiva histórica. Al costado de la muralla se encuentran fragmentos de cerámica mochica, lo que es un indicio más que puede servirnos para la comprobación exacta de la raza que la erigió. Hasta el momento no podemos sino dejar correr nuestra imaginación tejiendo hipótesis, ya que no contamos con documentos suficientes que nos permitan una aseveración rotunda. El mochica, pueblo previsor, se mantuvo en vigilia, con la mente pronta, una excelente organización y armado el brazo para anular todo intento de agresión de los pueblos vecinos, de seguro belicosos.

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VÍAS DE COMUNICACIÓN Y TRANSPORTE

L

A SERIE DE DATOS contenida en los capítulos anteriores revela ya a los mochicas como los hombres más civilizados de la prehistoria peruana. Todo el brillante progreso que forjaron toma asidero, indudablemente, en sus medios de comunicación, motivo por el cual su importancia adquiere relieve especial en nuestros estudios. Como hombres de empresa que eran, fomentaron la navegación, la vialidad terrestre y todas las instituciones indispensables para facilitar y hacer permanente el transporte de sus productos y un activo intercambio espiritual. Desde luego, en el presente estadio de nuestra obra insistiremos mayormente en la vialidad, sin que por ello dejemos de fijar nuestra atención en todos los demás medios de contacto que utilizan los pueblos en ese incesante trasiego de intereses, apetencias e ideales que forman la trama de la historia. Tierra costera como fue la mochica, la navegación tuvo para sus habitantes, en la época que estudiamos, singular importancia. Los mochicas, como los antiguos asiáticos, se lanzaron al mar gallardamente sobre sus frágiles y veloces “caballitos de totora”, mostrando decisión en la empresa y estoicismo ante el dolor y los contratiempos que cada jornada les brindaba. Sus conquistas marítimas obedecen a un doble fin: uno

Fig. No. 270.- La llama, poderoso medio de transporte del mochica, con su carga. Obsérvese la pequeña visera sobre los ojos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (087-003-011)

inmediato y cotidianamente cumplido, el de la pesca; el otro, de más largo aliento, conocer nuevas e inexploradas regiones, ya que como a hombres denodados y de rica fantasía, los tentó siempre la aventura con sus fabulosos mirajes. En excursiones de importancia emplearon balsas de regulares proporciones que brindaban cómoda ubicación a varias personas. Con ellas abordaron, primero, los lugares cercanos a su propio territorio, y luego, otros más distantes, muy especialmente las islas guaneras. Siendo su agricultura vasta y en extremo adelantada, mantuvieron con toda seguridad un tráfico marítimo debidamente organizado entre las islas distantes que les proporcionaban guano, sustancia cuyo poder fertilizante estimaron mucho. Adiestrados en las faenas marinas y con el ansia innata de todo ser humano de conocer y buscar el más allá, partieron aquellos navegantes, señores de sus airosas balsas, ya hacia el sur, ya hacia el norte de sus dominios, siguiendo el contorno de las costas, en demanda de nuevas tierras y horizontes. En estas constantes correrías, estimulados día a día por su arrojo, realizaron el milagro de llegar por el septentrión hasta las distantes riberas centroamericanas, mientras meridionalmente, sorteando la corriente de Humboldt, se alejaron mucho más allá de sus linderos. Desde luego, es de imaginar las penalidades que tuvieron que afrontar y sufrir los primitivos navegantes mochicas para arribar a tan apartadas regiones. Pero todos sus quebrantos quedaban compensados cuando, llenos de 231

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gozo, regresaban a sus tierras portando en sus manos las conchas espinosas (Spondylus pictorum) y los strombos, productos que rápidamente entran a ser objeto de gran estimación entre los jefes y el pueblo: las conchas como hermosas ofrendas votivas y los strombos como incomparables trompetas bélicas de son arrebatador. La presencia de gran cantidad de estos productos extranjeros en las tumbas mochicas y la frecuencia con que son utilizados como motivos ornamentales por los ceramistas constituyen pruebas fehacientes de que se estableció un intercambio sistematizado y continuo, logrado después de incesantes luchas con los elementos. La descripción de los “caballitos de totora” y de las balsas corre en la publicación correspondiente a la caza y pesca, por lo que bastará en este estudio con lo que en relación con medios de comunicación llevamos anotado. La vialidad mochica, en este género de empresas, es la que mayor progreso alcanza en la época prehistórica peruana. El genio administrativo de aquellas gentes les hizo crear una notable red de caminos, empleando elementos de construcción y realizando bien elaborados planes, cuya grandeza no fue superada por las culturas precolombinas. Sus experiencias y enseñanzas fueron más tarde aprovechadas por los chimús primero y los incas después, sin que ninguno de estos pueblos los superaran. Merced a tan importantes caminos, consiguieron en todo momento rápida y eficaz comunicación, como queda expresado, entre sus centros de alta civilización y los territorios que requerían el afincamiento de la cultura y un nivel de vida elaborado en aquellos núcleos de progreso. Desplegaron así una unificación espiritual y material capaz de crear sentido de nacionalidad. Por ello, fue labor primordial de los jefes mochicas unir inmediatamente el área de sus dominios con las nuevas tierras conquistadas, a fin de establecer la más libre circulación para poder cimentar su supremacía; contribuir a una mejor distribución del elemento humano y de la riqueza; y, como consecuencia, forjar un positivo bienestar social y lograr de manera uniforme un acentuado desenvolvimiento cultural. Por eso, aquellas magníficas vías –hoy todavía grandes– se extendieron por todos los valles y llegaron hasta la región andina como testimonio de un generoso esfuerzo civilizador, que en la actualidad arranca palabras de respetuosa 232

admiración, no sólo de labios del investigador, sino también del viajero despreocupado. Las rutas, vencedoras de la distancia y nexos de unión entre los pueblos, constituyeron el ideal no únicamente de los mochicas, sino de los agregados sociales que les antecedieron. Tal es el caso de la cultura Cupisnique, que unió el valle que lleva su nombre con el de Chicama por medio de una gran vía, con la cual canalizó hacia el nuevo escenario su esfuerzo cultural, lo que permitió, con el cambio de medio, la diferenciación que ulteriormente dio como fruto la cultura Mochica, a la vez que la utilización de nuevas fuentes de riqueza y de trabajo que elevaron el nivel de su economía. Para que el presente estudio ofrezca claridad y orden, nos ocuparemos primero de la vialidad mochica, y a continuación estudiaremos las instituciones de transporte y demás medios de comunicación.

VIALIDAD Dueños los mochicas de las experiencias de sus antecesores, lograron imprimir a su obra vial el más completo perfeccionamiento. Dentro de su plan renovador caben nuevos materiales de construcción sobre los ya encontrados, los mismos que son utilizados con mayores ventajas. Se hace, pues, variado y rico el arte caminero mochica, lo que nos obliga a adoptar para mayor claridad en esta exposición las siguientes especificaciones: caminos de piedra, caminos de arcilla (creación mochica) y caminos mixtos; estos últimos resultaron del empleo de los materiales dominantes en los dos sistemas anteriores. Los tres sistemas aparecen al mismo tiempo en los grandes caminos de intercomunicación regional.

Caminos de piedra El rol que estos caminos desempeñaron en la administración mochica no fue sólo de acercamiento natural y humano, y de incremento de beneficios gubernativos y comerciales, sino que tales vías constituyeron los medios de mayor eficacia en cuanto concernía a la estrategia militar, al facilitar el avance de los ejércitos victoriosos para hacer más decisiva su dominación, al mismo tiempo que aseguraban el transporte de cuanto elemento se requiere en casos de

VÍAS DE COMUNICACIÓN Y TRANSPORTE

lucha armada. De allí que, haciendo ostensibles sus profundos conocimientos de ingeniería, trazaran esas vías por los lugares menos accidentados, buscando a la vez su solidez y seguridad, a la par que su desarrollo fuera lo más corto posible. Es así como nacieron sendas principales y auxiliares. Consideramos nosotros como principales aquellas que arrojan una mayor extensión y dimensiones más grandes en general, como son las de las ciudades más importantes, así como las de los valles a través de los desiertos; y como auxiliares, las que se alejan de ese patrón, y que por lo general se construían dentro del encuadre de los valles. En la región que nos ocupa, la vialidad está representada por una importante senda que ponía en comunicación el centro principal de los cupisniques con el valle de Chicama. Se caracteriza este camino por estar construido esencialmente de material lítico. Su pavimentación está hecha con losas de piedra de diferente tamaño que ofrecen una perfecta nivelación; los cercos que la bordean constituyen muy sólidas “pircas”, igualmente de piedra. Hemos encontrado algo muy similar a esta vía a pocos pasos de las ruinas megalíticas de Queneto y en dirección a Quirihuac: tramos muy bien conservados y un magnífico camino de internación hacia la sierra. Se escogieron para su erección las piedras de superficie plana que abundan en la región, unidas con material fino y tierra arcillosa. Este camino no tiene ancho uniforme, pues varía, según el lugar, de 2,50 a 4,50 y a 10 metros. El ancho de 10 metros corresponde a la vía principal y las otras dos a ramales; aquélla sale de Tomabal con dirección al interior, hacia Carabamba, y se halla hoy muy destruida, ya que sólo quedan en pie los cercos formados con piedras de cerro –sistema de mampostería en seco que en estos lugares recibe la denominación de “pircas”. Sin duda, es la ruta más notable de los tiempos arcaicos. Todos los caminos en estas secciones están hechos de asolados de piedra, en los que se han empleado losas irregulares de 0,90 por 0,60 metros, que ofrecen un espesor variable de 15 centímetros y más. Cuidadosamente seleccionadas, se las emplazó al hacer el acabado del camino, con el fin de buscar la mayor exactitud en las junturas. En algunos caminos no se encuentra el cerco de sostén, pero en cambio el pavimento se halla asegurado

por piedras colocadas de canto, a la manera de sardineles. A pesar de que el material pétreo no fue labrado antes de su utilización en los pavimentos, es notable la impresión que produce el acabado, que se debe tan sólo a la gran habilidad de los constructores.

Caminos de arcilla El fundamental camino longitudinal de intercomunicación costanera que ligó todos los valles de la dominación mochica fue aquél cuyos restos cruzan transversalmente el valle de Chicama (Fig. No. 271). Los vestigios más palpables de esta obra los hemos encontrado en San José Alto y cerca del actual pueblo de Chicama, de donde prosiguen al sur y se pierden en los arenales de Huanchaco. Las huellas de San José Alto no ofrecen mayor importancia que la de presentarnos algunos fragmentos de camino, y donde hemos practicado mediciones comparativas que nos han servido de índice preciso para seguir su dirección. Los más importantes vestigios son los que se hallan en las inmediaciones de Chicama (Figs. Nos. 272 y 273), y se yerguen a poca distancia del distrito, siguiendo hacia el sureste. La vía discurre entre paredes que todavía están en pie, a pesar del tiempo transcurrido. Los muros, a juzgar por las observaciones minuciosas que se han practicado, han sido construidos con adobes polimorfos, colocados a manera de tapia en capas superpuestas afianzadas con buena cantidad de barro. Los adobes que hemos encontrado pertenecen, indistintamente, a los tipos paralelepípedo y casquete esférico en sus variaciones exóticas, con predominio en las bases de los muros del tipo semioblongo. Todas estas formas de adobes han sido manufacturadas sin molde alguno. No se revela en ellos gran cuidado, porque el ingeniero mochica necesitaba ganar en la obra a su cargo solidez y tiempo. La construcción de sus cercos, bien acondicionados por la magnífica disposición de los exóticos adobes, proporcionó al camino una gran consistencia, superior a la que brindan modernamente las tapias que se hacen con arcilla apisonada y cuya duración es efímera (Fig. No. 274). Todas las tapias de los caminos están edificadas directamente sobre el suelo, pues no se advierte en ninguna la presencia de cimientos. A la salida del pueblo de Chicama, el camino se halla 233

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 271.- Gran tramo del camino costanero mochica, que pasa cerca de la Huaca del Castillo de Chiquitoy. Obsérvese la perfección de su trazo recto.

Fig. No. 272.- Vista del camino mochica costanero, en las afueras del distrito de Chicama.

Fig. No. 273.- El camino costanero mochica en las cercanías del pueblo de Chicama, Trujillo.

Fig. No. 274.- Detalle topográfico de la construcción de los muros que limitan el camino mochica. Valle de Chicama, Trujillo.

totalmente destruido por la acción de los aluviones que no hace mucho azotaron gran parte del litoral peruano y causaron innumerables daños. El ancho de este vial es invariablemente de 10 metros. La altura de sus cercos alcanza un metro, y el pavimento, todo hecho de arcilla y arena, ofrece un espesor de treinta centímetros (véase el plano adjunto, Fig. No. 275). Sin embargo, en algunos tramos, la pavimentación –hecho el afirmado con arena y conchas y el acabado con arcilla y arena– llega a 45 centímetros de profundidad. La ruta continúa hacia el sureste, hasta el kilómetro 45

de la línea férrea que une a la ciudad de Trujillo con el valle de Chicama, y que a distancias variables, por causa de la orientación de ambas vías, corre paralelamente. A partir de ese kilómetro se dirige hacia el suroeste, y se pierde en el arenal para reaparecer más allá, detrás de una de las huacas de Chiquitoy, que se halla ubicada al pie del cerro Tres Puntas, de donde sigue hacia el sureste hasta llegar a Chan Chan, y voltea antes por Huanchaco. Como se verá, el camino ha ido atravesando solamente lugares planos, a pesar de que la vía más corta era por la cumbre. Esta preferencia obedeció –además de ser más cómoda para el transporte– al hecho

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VÍAS DE COMUNICACIÓN Y TRANSPORTE

N.V.

Eje longitudinal del camino



11.40 m 1.15 10.00

1.15 8.60

1.40

Distribución del adobe

Fig. No. 275.- Corte transversal del camino costanero precolombino, de un kilómetro, ubicado a la entrada de Chicama. Mampostería de adobes en forma de casquete esferico.

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Fig. No. 276.- Vista del camino prehistórico que atraviesa el valle de Santa.

Fig. No. 277.- Una de las plataformas que se encuentran a la vera del camino mochica y que sin duda servían para la edificación de garitas o estaciones de los "mensajeros".

de querer poner en contacto los puntos más importantes del valle de Chicama con el principal puerto de pescadores y con las grandes ciudades. Éstas estaban establecidas donde hoy se muestran las ruinas de Chan Chan, y aquellas que se trazaron en el valle de Santa Catalina. La principal ciudad de este valle –muy grande y populosa– fue la que se halló edificada, como ya hemos dicho en capítulos anteriores, en el área llana que rodea las huacas del Sol y de la Luna. Bordeando los cerros cercanos a estos monumentos se hallan los vestigios de la arteria principal, que después de atravesarlos sigue rumbo hacia el próximo valle de Virú. Por hallarse todos sus terrenos dedicados al cultivo, al cruzar el valle de Santa Catalina, el camino ha desaparecido totalmente. De la Huaca del Sol sale directamente hacia el puerto de Salaverry, siguiendo la parte alta de la playa, a unos 150 a 200 metros más o menos de la ribera del mar. Penetra en el valle de Virú, donde sus restos se encuentran casi totalmente borrados por las tierras de labrantío. Por desgracia, en Chao, Nepeña y aledaños ha sido imposible precisar los rastros de esta gran vía central, fuera de algunos que afloran en las estériles pampas entre Nepeña y Santa, que ofrecen los cercos edificados en piedra. En cambio, en el valle de Santa –hacienda Tambo Real– hemos comprobado que el camino principal marcha integrado por tres vías (Fig. No. 276). El ancho de la central corresponde exactamente a la medida

de 10 metros, y las otras que discurren al costado, de 5 metros de ancho cada una. Los muros que la bordean son de igual construcción a la que se encuentra en el valle de Chicama, sin diferir tampoco ni el revocado del plan o pavimento. Esta particularidad nos inclina a pensar que la vía del centro servía para el tránsito de los grandes gobernantes y su séquito de nobles, y las laterales estaban destinadas al trasiego de la servidumbre. Indudablemente, esta arteria principal tenía cuantas ramificaciones indispensables requerían los distintos pueblos que atravesaba. Mas es difícil precisarlas, ya que las únicas huellas viales que hoy existen están en los despoblados, allí hasta donde no ha llegado la destrucción con las labores agrícolas. La pista de arcilla de los caminos es sólida en toda su extensión. Hemos comprobado que está revocada con 10 centímetros, más o menos, de un conglomerado hecho de arcilla, piedra menuda, arena y conchas. El procedimiento en el acabado del camino, en esta forma de trabajo, es también notable; ofrece gran similitud con el tipo de construcción actual que se conoce como MacAdam, con la ventaja de mostrar una superficie continua que no requiere frecuentes reparaciones, como lo exige el mencionado sistema moderno. Al atravesar las arenosas pampas, los mochicas aprovecharon las piedras que se encontraban siempre en cantidad en las faldas de los cerros y aun en el mismo llano, para formar sus sólidos bordes, a fin de evitar que

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los enarenamientos frecuentes producidos por el viento borraran la huella del camino. En algunas partes, el ancho de la vía central era notable, como hemos podido observar en la pampa de Huanchaco, donde alcanza una medida de 25 metros.

Caminos mixtos El principal tipo de carreteras mixtas lo hemos encontrado en las huellas que van de Moche a Virú, por las faldas del cerro Chipitur. En este camino se ha empleado el material de arcilla para la pavimentación y la piedra para los cercos, que actualmente se encuentran bastante deteriorados. El ancho de la principal es de 4,50 metros, conocida hoy por los vecinos de Moche como “Calle Ancha”. De ella se desprende una derivación cuyo ancho es menor y se le conoce como “Calle Angosta”. Ahora bien, volviendo nuestra vista hacia estos caminos y mirándolos panorámicamente, descubriremos, indudablemente, su finalidad altamente estratégica. La magnitud de estos caminos nos corrobora que el norte peruano no estuvo habitado por agrupaciones diversas y extrañas entre sí, sino que estaban organizadas en un gran conjunto único. A través de estos estudios hemos podido llegar, pues, a la conclusión de que las vías mochicas fueron perfectas y estaban dotadas de todas las comodidades que exigía esa época. En los restos que están cerca del pueblo de Chicama hemos encontrado vestigios de plataformas que se suceden de trecho en trecho, y que seguramente correspondían a los paradores, pascanas o garitas, como quiera llamárseles (Fig. No. 277), destinadas a los viajeros para su descanso o albergue. De ellas se servían con mayor frecuencia los “tzhaqui.izcaero”, de quienes –y de cuyas actividades– nos ocupamos en la obra sobre la escritura. Los cronistas de la época de la Conquista, quienes las encontraron en buen estado, son todo elogio frente a estas vías. En este aspecto, es frecuente hallar en sus descripciones extensos párrafos dedicados a alabar tan grande empresa, de la que fueron esenciales animadores los ingenieros mochicas. Desde luego, sería aventurado pensar que las vías costaneras del norte fueron obras incaicas. Opinamos que el corto tiempo de su dominio y la aparición inesperada de los conquistadores impidieron a los quechuas acometer obras de tanta trascendencia,

que son producto más bien del esfuerzo coordinado de muchas generaciones. Los caminos norteños a que nos referimos son obra propia de las culturas preincaicas. La denominación de “Caminos del Inca” con que se califica hoy a toda obra vial antigua obedece al error de designación que ha venido cometiéndose con todo en el Perú antiguo, por abrigarse la creencia de que antes de los españoles sólo existieron los incas. Creemos, sí, que éstos se sirvieron de los caminos existentes para unirlos con los que ellos construyeron, si se tiene en cuenta su espíritu emprendedor y sus condiciones especiales como organizadores, lo que les permitía aprovechar todos los buenos elementos que encontraban en los territorios vencidos para incorporarlos a su civilización. Una de las más claras apreciaciones de la magnitud vial antigua se contiene en el siguiente juicio de Garcilaso de la Vega: “Si el Emperador Carlos V quisiera hacer otro camino real como el que va de Quito al Cuzco o sale del Cuzco para ir a Chile, ciertamente creo que todo su poder para ello no fuese poderoso, ni fuerzas de hombres lo pudiesen hacer, si no fuese la orden tan grande que para ello los Incas mandaron que hubiese”. Y es que los incas, inteligentemente, siguiendo a los hombres del norte en sus magnas empresas, vencieron los más grandes obstáculos para unir sus dominios con obras viales que reflejan una depurada técnica, el esfuerzo coordinado de miles de brazos y el empleo de dilatados espacios de tiempo. No son errados ni hay exageración en los juicios de aquellos ilustres historiadores que dan a la vialidad antigua del Perú el carácter de realmente admirable. En todos los mapas arqueológicos que se estampan en esta obra se han fijado los sectores de caminos que aún pueden verse. Con el auxilio de éstos se puede apreciar la importancia y el curso que tuvieron, a la vez que el enorme papel que desempeñaron como vivificadores y conductores del poder expansivo y de renovación de una cultura bastante refinada y vigorosa.

Puentes Es seguro que las vías que unían los valles tuvieron sus puentes para salvar los ríos, sobre todo en épocas en que se producían las avenidas de agua. Pero sobre el particular no se han encontrado vestigios, ni en las orillas 237

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Fig. No. 278.- Escena pictórica que nos muestra a los "mensajeros" en el desempeño de su ardua misión y que ha sido tomada de un vaso mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

de los ríos ni en los restos del arte o de la industria. Sin embargo, no puede negarse su existencia. Debieron ser construidos con maderos de algarrobo y aparejos de piedra, mediante el empleo de la misma técnica indiana que se descubre en los puentes de troncos y palos de larga duración que todavía se hacen en el interior para salvar los ríos y quebradas torrentosas. Las maromas fueron, sin duda, los principales elementos para atravesar los ríos. Hasta hace poco han sido muy utilizadas por los antiguos mocheros y cimbaleros, cada vez que crecía el río Moche. Estas maromas, según Garcilaso, eran especialmente usadas en caminos particulares y no en los reales o de los gobernantes, en los que se emplearon, sin duda alguna, los puentes.

MEDIOS DE TRANSPORTE Las instituciones de transporte de los mochicas ofrecieron doble faz: las que tenían por objeto el transporte de las personas y de los productos de intercambio, y las de simple transmisión de noticias y mensajes. Para las primeras, contaron con mucha gente destinada al servicio de sus grandes señores, y con rebaños de llamas, reducidas a una completa domesticidad; y, para las segundas, con los “itzhaqui.izcaero” –mensajeros o portadores– (Fig. No. 278). Esta palabra, que se deriva del verbo mochica “itzhaq.eiñ” (llevar), tiene una pronunciación muy análoga al término “chasquis”, que emplearon los quechuas para nominar a los hombres debidamente adiestrados y organizados que 238

desempeñaron el mismo papel en su administración, costumbre que, como ya hemos demostrado en la publicación de la escritura, fue copiada de los mochicas. Después de haber estudiado detenidamente el origen y etimología de la palabra “chasquis”, hemos llegado a la conclusión de que esta voz no es sino una degeneración de la propia designación mochica “itzhaqui.izcaero”. La pronunciación de este término a través de los siglos y en boca de gentes de extraña lengua ha sufrido inevitablemente modificaciones, aunque no tan fundamentales si se tiene en cuenta el tiempo transcurrido, pues hoy mismo el vocablo “chasqui” conserva gran parte de la eufonía de la genuina designación “itzhaqui.izcaero”. Mediante este ligero análisis gramatical se comprenderá definitivamente que la institución de los “chasquis” es originaria de la cultura que nos ocupa, como lo afirmamos desde un principio. Hoy está mejor fundamentada, con el propio nombre que la distingue y que es de auténtica genealogía mochica. Entre los principales medios de transporte de personas y productos de intercambio, la llama fue uno de los preferidos y más generalizados, dadas sus condiciones de gran resistencia a la fatiga, hambre y sed, y a su fácil domesticación. Son abundantísimas las representaciones pictóricas y escultóricas en el arte alfarero (Figs. Nos. 270 y 279 a 284) que aportan un completo conocimiento sobre esta actividad. Nos ilustran no solamente sobre su uso general, sino acerca de la misma manera como eran tenidas, y nos muestran las prendas de que constaba el aparejo con que iban equipadas. Y así aparecen adornadas con un vistoso manto, a manera de enjalma, que les

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cubría desde la frente, y dejaban libres los ojos, hasta las ancas. En algunas ocasiones esta enjalma estaba provista de pequeñas viseras que se levantaban verticalmente sobre los ojos, posiblemente con el objeto de evitar que los rayos solares hirieran directamente los órganos de la visión del cuadrúpedo. A través de la enjalma y por pequeños huecos salían las orejas, que estaban sostenidas por sogas que se ataban alrededor del cuello. También se hacía uso de una amarra que se sujetaba ciñendo el pecho, tomando los bordes de dicha enjalma, que descansaban a ambos lados de los brazuelos. En la parte posterior, la enjalma se aseguraba, ya sea por una amarra al contorno de las ancas, o simplemente por un hoyo que servía para dar libre salida a la cola, que desempeñaba al mismo tiempo las funciones de baticola. Sobre esta enjalma, que también estaba asegurada con una especie de cincha, se colocaba la carga bien distribuida en sacos, alforjas o “capachos”. Las llamas modeladas aparecen, pues, transportando sus cargas, ora consistentes en grandes porongos que contienen bebidas, sacos de granos o en “capachos”, o transportando un niño a cada lado, a quienes por su tierna edad no se les permitía caminar. Para guiar al animal se utilizaba una soga fuerte atada a una oreja, previamente perforada. Las cosechas de los campos se transportaban, sin duda, en grandes manadas de llamas, dirigidas por un guía, y aceleraban su marcha una especie de “arrieros”. Es frecuente encontrar entre las representaciones escultóricas a los “arrieros”, colocados de vientre sobre las espaldas del cuadrúpedo, descansando al mismo tiempo que la bestezuela acostada en el suelo. Esta costumbre aún subsiste entre los arrieros de la sierra del Perú. En cuanto se refiere a la fuerza humana y su utilización como medio de transporte, contamos con documentos en la alfarería que evidencian tal hecho de la manera más concluyente. Primero, los servidores de los grandes señores, a quienes transportaban en literas o andas (Fig. No. 207) por sus amplios caminos, y luego, los que aparecen en las figuras Nos. 284 y 285, que delatan una costumbre de largo arraigo y que aún perdura en la región de la selva. La carga, lo mismo que hoy, era acondicionada por medio de fajas o cuerdas resistentes sobre la espalda y la frente, dejando libres los brazos para apoyarse, en algunos casos, en bastones o cayados. Todo el peso de la carga gravitaba sobre la frente. Indistintamente, la cerámica nos ofrece ejemplares

masculinos y femeninos que se dedican a esta pesada tarea. ¿Acaso eran seres exclusivamente destinados a tan especial menester? Como decíamos, existen hoy en la selva peruana caciques que cuentan con piaras o grupos de hombres que transportan sus cargas en idéntica forma a la que aparece en los huacos mochicas, con una sola diferencia: los actuales cargadores no están vestidos más que con una simple trusa. La presencia de estas multitudes en estado salvaje, manejadas por un arriero brutal que esgrime un látigo, causa una profunda impresión de dolor. Estas gentes salvan enormes distancias por caminos escabrosos; y es mayor la indignación que causa en el hombre civilizado y de clara conciencia cuando advierte las espaldas llagadas de tales infelices, que vierten sangre y pus. Entre los medios de transporte para la transmisión de noticias se contaba con verdaderas instituciones de “ithaqui.izcaero”, de cuyas funciones ya nos hemos ocupado en la publicación sobre la escritura. Aquí aprovecharemos la oportunidad para explicar la clasificación de tales servidores. En los vasos globulares en que los encontramos representados se observa perfectamente el trazo de los caminos, indicados por dos líneas que ondulan paralelamente, ancha la una, como dando idea de los muros que delimitan el vial, mientras la angosta sirve de perspectiva. Diferentes fueron las clases de “itzhaqui.izcaero” que se instituyeron para llenar debidamente los servicios que reclamaba la adelantada administración gubernativa mochica. Basados en los atavíos que llevaban en la cabeza y que se repiten continua y sistemáticamente, hemos podido clasificarlos de la siguiente manera: del servicio militar (Fig. No. 286), del real o político (Fig. No. 287), del de los sabios o descifradores (Fig. No. 288) y del religioso (Fig. No. 289). Los encargados del servicio militar se caracterizaban por llevar sobre el tocado un cuchillo ornamental y por presentarse a menudo en las escenas en que intervienen portando armas guerreras, cuando no tomando parte activa en las contiendas. Estos personajes se encargaban de la difusión de las noticias de las victorias o fracasos de los ejércitos, y de la conducción de las más importantes órdenes militares de los generales y demás jefes. Los encargados del servicio real o político llevan como insignia un gran círculo adornado a manera de 239

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Fig. No. 279.- Llama en actitud de descanso. En este ejemplar puede verse con claridad la clase de aparejos que los mochicas utilizaban. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (083-008-001)

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Fig. No. 280.- Llama en la misma actitud que la anterior. De la oreja izquierda cuelga la soga o correa que servía para guiarla. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (087-005-015)

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Fig. No. 281.- Llama cuya carga para transportar son dos "urpus" de bebidas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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Fig. No. 282.- Llama cuya carga consiste en unas alforjas ocupadas por dos niños. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-192)

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Fig. No. 283.- Este vaso escultórico representa a un arriero en actitud de descanso sobre una llama. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (083-006-007)

Fig. No. 284.- Hombre semidesnudo que lleva sobre sus espaldas un enorme peso. Obsérvese la manera típica del carguío y la llama a su costado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (064-003-002)

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Fig. No. 285.- Mujer portadora de carga. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (040-007-011)

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Fig. Nos. 286, 287, 288 y 289.- Tocado insignia del mensajero militar, del mensajero real, del mensajero civil y del mensajero religioso, respectivamente. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

roseta (Figs. Nos. 290 y 291), en cuyo centro asoma la venerada cabeza del felino, símbolo del poder y de la fuerza que se halla comúnmente adornando los rostros de los altos jefes. Estos mensajeros están encargados de llevar y traer órdenes y recados de esta alta clase, ya sea de los campos de batalla o de los repartimientos administrativos y políticos del imperio. En las escenas aparecen siempre cerca de los gobernantes. Los adjuntos a los sabios descifradores llevaban un simple gorro, idéntico al utilizado para simbolizar a los zorros descifradores. Acaso si éstos llevaban la misión sagrada de la discreción, pues muchas veces hubo de confiárseles secretos que sólo debían ser conocidos por las altas autoridades. Por último, los del servicio religioso se distinguen por ostentar sobre la frente un adorno en forma de plano elipsoidal, cortado por el eje menor, adorno que encontramos continuamente en la cabeza de Ai Apaec. Estos personajes estaban solamente dedicados al culto del ser supremo, creador del mundo y de todas las cosas (Fig. No. 292). Ya hemos adelantado algunas noticias sobre la simbología de estos personajes, así como su función dentro de la administración incaica, en la publicación sobre la escritura mochica varias veces aludida en esta obra. 246

La misión delicada y harto penosa de estos singulares seres, cuyos servicios se utilizaron hasta los últimos días del imperio del Tahuantinsuyo, llamó mucho la atención de los historiadores de la Conquista, que, en honor a ellos, escribieron acápites especiales, donde destacaron la importancia de su cometido (Figs. Nos. 293 y 294). Como ha podido verse por la descripción anterior, los mochicas alcanzaron un extraordinario adelanto en sus medios de comunicación, y lograron dominio terrestre y marítimo. Ya hemos visto cómo los caminos que se edificaron, admirablemente trazados y bien conservados, fueron espléndidos, como respuesta a fines de carácter económico, militar y político. Con este orden de cosas, los grandes gobernantes pudieron visitar cómodamente todo lugar hasta donde se extendiera su poderío, para inspeccionar de cerca las necesidades de sus poblaciones y mantener un entrañable contacto espiritual con ellas. Los caminos mochicas fueron nexos de unión, cauces por los que se canalizaba la vitalidad de un pueblo llamado a superior destino; mirajes estimuladores de un constante y generoso quehacer, capaz de plasmar una colectividad cuya organización era cada vez mejor, y en la que eran satisfechas de modo supremo todas sus necesidades.

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Fig. No. 290.- Representación escultórica de la lechuza, símbolo del mensajero nocturno en la cerámica mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-003-008)

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Fig. No. 291.- Vaso de la cerámica mochica que representa el ornamento de cabeza de un mensajero de gobierno. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (066-003-011)

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Fig. No. 292.- Grupo de mensajeros en plena carrera. Captación de un vaso pintado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1672)

Fig. No. 293.- Mensajeros místico, civil y militar, admirablemente representados como aves en un vaso mochica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (1692)

Fig. No. 294.- Pictografía que representa en forma muy real a los mensajeros en plena carrera. Asimismo, constituye un bello ejemplo del sentido de perspectiva, que fueron dominando los mochicas en sus decoraciones de conjunto. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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LA AGRICULTURA

L

AS GRANDES ZONAS SUJETAS A RIEGO y los vestigios de extensos campos de cultivo que se encuentran dentro del territorio que ocuparon los mochicas demuestran que aquellos milenarios pobladores de la costa del Perú agavillaron sus mejores energías en favor de la agricultura. Alcanzaron en ella un notable desarrollo, hasta trocarla en la mayor fuerza económica con que contaron, y aseguraron sólidamente su admirable desenvolvimiento. Como veremos líneas adelante, los conocimientos agrícolas que poseyeron los mochicas estaban dentro de un plano netamente científico. Eran fruto de observaciones debidamente comprobadas y sistematizadas. Frente a la dantesca aridez de la costa peruana, arenosa e improductiva en nueve décimas partes de su extensión, se vieron forzados a obtener el mayor provecho de los valles, para lo cual ensancharon día a día el área de sus tierras de cultivo a la vez que perfeccionaron sus métodos en esta vertiente de actividad. Es así como nacen, primero, sus grandes obras de irrigación –una de las maravillas de las viejas civilizaciones que, a pesar de los siglos transcurridos, se parangonan con las mejores obras ejecutadas por la

Fig. No. 295.- Implementos agrícolas de cobre. Nótese, en todos, los extremos destinados a la roturación de la tierra y los que corresponden al regatón cilíndrico. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSM-006-A01; XSM-006-A02; XSM-006-A03)

ingeniería moderna–, y luego surge en ellos la necesidad de investigar la eficacia de los fertilizantes y de lograr una mejor aplicación de los riegos y selección de las semillas. En una palabra: hacen frente al más ahincado estudio para acrecentar los medios destinados a elevar la potencia productiva del suelo. A pesar de que son abundantes los restos que poseemos de esta cultura, que se hallan concentrados en museos y colecciones particulares, son aún relativamente escasos los documentos que nos dan plena luz sobre cómo preparaban las tierras de labranza, los instrumentos que para ello utilizaban y sus usos y costumbres en este quehacer. Sólo contamos para nuestro estudio, en cuanto a los mecanismos del trabajo agrario, con el acopio de muchas puntas de cobre, que ofrecen un extremo afilado en forma de espátula, de cincel y demás, y el otro provisto de su correspondiente regatón cilíndrico para la inserción del mango, que era de madera. También contamos con los vestigios de campos de sembrío que rodeaban los antiguos monumentos, en los que se perfila aún, desafiando al tiempo, el perfecto trazo de los surcos en sus variadas formas; y con las representaciones plásticas y pictográficas de algunos frutos y plantas, realistas unos, estilizados otros. Para una mejor comprensión de las enseñanzas que estos documentos ponen de relieve, hemos creído conveniente aunar nuestras observaciones y comprobaciones con lo que ocurre en el presente, y así poner en claro rasgos folclóricos de importancia 251

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 296.- Otra serie de implementos agrícolas de cobre, que aún conservan la pátina de los siglos. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSM-006-C02; XSM-006-C03; XSM-006-B05)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 297.- Disposición y forma de los surcos rectos.

Fig. No. 298.- El sistema de regadío denominado de pozas o melgas.

Fig. No. 299.- Los originales surcos mochicas en forma de caracol.

Fig. No. 300.- Surcos en forma de caracol encontrados en las pampas de San José Alto, Valle de Chicama.

Fig. No. 301.- Una vista de los andenes o terrazas agrícolas en los cerros cercanos a la hacienda Tambo Real.

histórico-tradicional y que acusan nexos con la época que estudiamos. Las puntas de cobre (Figs. Nos. 295 y 296) no son sino los prototípicos instrumentos que usaron los mochicas y que subsistieron hasta la época de los chimús, quienes los emplearon con mayor profusión, como se comprueba en sus tumbas, donde abundan de manera extraordinaria. Estas puntas de cobre se utilizaban a manera de arados individuales: bien acopladas, de un tamaño proporcional a su seguro y eficaz manejo, servían para roturar la tierra, trazar los surcos y abrir las acequias. Es de suponer las inmensas dificultades que se debían vencer en las prácticas agrícolas con tan primitivos instrumentos; sin embargo, ellas se aminoraban ventajosamente gracias al concurso de una densa población que permitió emplear un gran número de brazos en las faenas. De otra manera, no se explica

la gran expansión agrícola que destaca en la cultura que nos ocupa, expansión que rebasó los llanos para alcanzar lugares altos, donde a veces se tenía que llevar la tierra labrantía. Por los vestigios de los campos de cultivo que hemos hallado dentro del territorio mochica, llegamos al conocimiento de que en sus cultivos emplearon los surcos rectos (Fig. No. 297); los sistemas de melgas y cajones en los lugares planos (Fig. No. 298); los surcos de caracol (Figs. Nos. 299 y 300) y los terrados o andenes en los parajes quebrados (Fig. No. 301). A veces se combinaban los distintos tipos enunciados, como se observa en los campos cercanos al cerro de Chimbote, donde el terreno acusa pendiente. Vestigios de los primeros encontramos en los terrenos altos de Ascope, y de los otros en los campos próximos al pueblo de pescadores de Huanchaco y cerca al cerro de Chimbote y a la pampa de Chicama. Los surcos 253

LOS MOCHICAS - TOMO I

de caracol que se encuentran en el sitio denominado El Pozo, hacia la laguna de Ascope, permiten apreciar claramente la importancia de estos originales sistemas agronómicos, cuyo empleo significó un mayor aprovechamiento de las aguas y evitó que se pierdan. Estos surcos se empleaban únicamente en sitios con una cierta pendiente y seguían determinada dirección de acuerdo con el nivel del terreno. Las melgas y cajones se utilizaban cuando había abundancia de agua. Hemos encontrado vestigios de surcos de caracol no solamente en los valles de Chicama y Santa Catalina, sino también en el fundo Santa Clara, ubicado en el valle de Santa. Hemos podido observar, así mismo, que en este último lugar empleaban surcos rectos en las laderas, los que se desprendían de los costados de la acequia que bordea los cerros. Posiblemente, este sistema se podía emplear contando con el auxilio de represas que permitían un riego uniforme y con una pequeña cantidad de agua, a fin de que este elemento tan erosivo no arrastrara la tierra fértil. Además, en el valle de Santa los mochicas emplearon el sistema de pozas, como no lo hicieron en los valles en los que contaban con abundante agua. Este procedimiento les permitió un mayor aprovechamiento del terreno. No debemos olvidar que el sistema de surcos era utilizado especialmente en los valles donde escaseaba este elemento. Por último, los sistemas de terrazas, andenes o escalones, como es lógico, debieron predominar en terrenos de notoria inclinación, en toda ladera y lugares escabrosos. Hemos encontrado este tipo de cultivo en unos cerros cercanos a la hacienda Buena Vista y en la hacienda Tambo Real. Para llevar el agua a estos lugares se valieron de ingeniosos sistemas de elevación de las mismas, aunque parece que el cultivo allí dependió exclusivamente de las aguas pluviales. En tierras copiosas, los surcos eran trazados a distancias de 0,50 m a 0,60 m, y en las arenosas y abundantes en ripio y cascajo, a intervalos de 0,80 m a 1,10 m. Esta particularidad prueba el conocimiento que tenían de la distribución de las plantas en armonía con la feracidad del terreno (Figs. Nos. 302 y 303). La manera naturalista de la representación de los productos alimenticios y la evidencia de su cantidad revelan en la agricultura mochica un esmerado sistema de cultivo. La forma idealizada de estos mismos frutos representa la vinculación de la agricultura a la fauna y al hombre. Las ilustraciones que acompañan a la presente 254

obra ayudarán al lector a formarse cabal idea del progreso agrícola mochica. Como quiera que el agua pluvial de que disponían entonces no era suficiente para irrigar todos los terrenos, estudiaron la mejor forma de aprovecharlas científicamente, y entonces vemos cómo se imponen en algunos lugares los surcos de caracol que permiten utilizar íntegramente el agua, sin dejarla correr por la pendiente. Creemos que también acudían al mismo sistema de aprovechamiento que se ve en nuestros días entre los pobladores indígenas de Mórrope (en el departamento de Lambayeque), sistema original que revela la mejor manera de valerse del agua en sitios a donde no puede hacérsele llegar naturalmente porque su situación topográfica lo impide. Así, sembrada la planta, emplean lagenarias de gran tamaño y de cuello curvado, que se usan comúnmente para transportar agua y que reciben el nombre vulgar de “checos” o “calabazos”. Sobre el terreno ya preparado y que alberga la semilla, se colocan hileras de palos en forma de horcones, los cuales sirven para enganchar el cuello de las lagenarias. Llenos de agua, a estos enormes frutos se les practica un hueco en la base, que es “quilado” con un trozo de coronta o marlo de maíz, de suerte que deje escapar el agua a gotas y a pequeños intervalos. De esta manera se mantiene una relativa humedad en el terreno, que facilita la normal germinación de la semilla y el crecimiento uniforme de la planta hasta su maduración. El esfuerzo que este sistema demanda es grande, pero se concilia con el beneficio positivo que proporciona a la economía agrícola, la que acrecienta más y más su área de expansión. En cuanto a las formas de sembrío que emplearon los mochicas, no nos parece que fueron diferentes de las que hoy usan tan diestramente muchos de los indígenas de las comunidades agrícolas. Las prácticas más simples de sembrío y de cultivo que se conservan acaso sí son las mismas de ayer, aunque se pueden anotar ligeras variaciones operadas por el tiempo transcurrido entre ambas épocas. El uso de las puntas de madera –con un extremo afilado y curvo el otro, para permitir mayor seguridad en su manejo– aún subsiste por la herencia ancestral. En muchos pueblos indígenas se sirven de este utensilio como auxiliar de sembrío; con él practican pequeños hoyos en el suelo, donde se colocan las semillas para ser cubiertas después con tierra que se empuja con el

LA AGRICULTURA

Fig. No. 302.- Vestigios de antiquísimos surcos que se hallan cerca de los cerros de Ascope.

pie. Otro sencillo sistema de sembrío consiste en la preparación de surcos dentro de los cuales se arroja la semilla para cubrirla con la tierra de los camellones, que es igualmente movilizada con el pie. Lo mismo se hacía, indudablemente, antes. De otro lado, es cierto que de acuerdo con la clase de plantas sembradas y la profundidad que requerían se empleaba tal o cual sistema, cuya mejor aplicación los condujo a un gran perfeccionamiento y a crear una verdadera ciencia de la agricultura. Los vestigios de los canales de irrigación y de los campos de cultivo nos han permitido, además, calcular el área aproximada que se aprovechó en la época mochica. Es la siguiente: Valles Chicama Santa Catalina Virú Chao y Huamanzaña Santa Santa Ana y Lacramarca Nepeña

Hectáreas 17.065 6.700 1.450 4.700 1.300 400 2.000 33.615

Fanegadas 5.887 2.311 500 1.622 449 138 690 11.597

Equivalen a trescientos treinta y seis kilómetros cuadrados y ciento cincuenta metros (336 km2 150 m), las 33.615 hectáreas y 11.397 fanegadas que arrojan los valles enumerados líneas arriba.

Fig. No. 303.- Fotografía de los surcos cortos y rectos cerca de la pampa de Chicama.

Los terrenos carentes de cultivo en los citados valles alcanzan una superficie de 5.126,92 km2, cantidad que sumada al total anterior nos da 5.463,67 km2, que comprende la extensión superficial del territorio habitado por los mochicas. El folclore andino ofrece un baile original de sabor netamente agrícola, en el cual se conservan ciertas prácticas y costumbres ancestrales que –estamos convencidos– provienen de la época mochica. Ya más de una vez hemos probado el arraigo que en el espíritu indígena tiene todo cuanto fue objeto de veneración por sus antepasados, y el respeto que le inspira es ciertamente profundo. Este hecho ha traído como consecuencia la perduración de ritos y usos que se practican hoy, a pesar de la civilización occidental que predomina en la costa peruana. Este baile es el que ejecuta la mojiganga denominada Los Yungas. Toman parte en este conjunto hombres y mujeres intercalados y en igualdad de número. El cuerpo de danza se divide en dos subgrupos que reciben los nombres de Los Yungas y Los Aucas, que corresponden a dos tribus. Los Yungas ejecutan labores agrícolas en un conjunto escénico que da mayor relieve y color a su acción. Los hombres, provistos de largos bastones de filuda punta, van combinando el ritmo del baile con la introducción del instrumento en la tierra, siguiendo la dirección que indica el trazo de las acequias, cuya apertura precedía a los sembríos; luego, dentro del compás de la música, horadan con los bastones la tierra de trecho en trecho, 255

LOS MOCHICAS - TOMO I

ayudándose con el pie derecho en señal de un gran esfuerzo en procura de mayor profundidad. Las mujeres que van detrás depositan flores a manera de semilla sobre la tierra que consideran removida por los instrumentos de labranza, y añaden a su acción la de sus pies, con los que simulan cubrir la simiente con tierra. Una vez terminada esta ceremonia se supone ya crecida la plantación y se encomienda su cuidado a una pareja de ancianos de ambos sexos, mientras los yungas van de excursión fuera del lugar en busca de otras subsistencias. Al retornar comprueban que sus parcelas han sido destruidas por los aucas, al hallarlas taladas y despojadas de vegetación. Encolerizados por esta depredación se vuelven contra los viejos cuidadores, a quienes castigan duramente, para luego salir en persecución de sus enemigos. El baile termina con la simulación de una encarnizada lucha tribal, de la que siempre salen victoriosos los yungas, que de nuevo se dedican a sembrar sus tierras. En la forma anterior se va repitiendo la escena cuantas veces sea necesario, dentro de un campo adecuado como advertimos oportunamente, en el cual aparecen las plantaciones, el bohío de los cuidadores, y que ofrece además el espacio suficiente para el desarrollo de la coreografía y las representaciones complementarias. La entraña de esta danza reproduce la forma como los antiguos peruanos labraban la tierra, su arte de la sembradura, los instrumentos que en tales faenas utilizaban, la cooperación de la mujer y las luchas tribales que se suscitaban. Su valor folclórico y documental es, pues, de primer orden. La mojiganga de Los Yungas está muy generalizada en los pueblos norteños de los Andes y su representación coincide con la celebración de festividades religiosas por las que tanto apego muestra el indio del Perú. Las ideas respecto de la influencia de la Luna en el crecimiento de los vegetales; la época en que debe cortarse la leña para que no se carcoma; la estación en que deben recogerse las cosechas, entre otras cosas, se ven unidas con toda fuerza a las costumbres de los nativos de estos lugares, posiblemente también herencias ancestrales. En la cerámica mochica vemos con frecuencia la representación de la Luna íntimamente ligada al dios felino –divinidad suprema de los mochicas– y éste a la agricultura. En este caso, dicho vínculo acusa gran trascendencia teogónica. 256

El ejemplar que aparece en la figura No. 304 de la colección del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera constituye un valioso documento de escenografía plástica que habla bien a las claras de una íntima vinculación entre los astros y la agricultura. Los astros ejercían estrecha influencia en el crecimiento de las plantas, hecho que los mochicas no desconocían y que utilizaron en su progreso agrícola, a la vez que también divinizaron en su plástica. En el huaco aludido aparece la divinidad suprema circundada de un hermoso arco lleno de estrellas, que simboliza la unión de los dominios terrestres y los celestes. La divinidad tiene en la mano derecha un arado en cuyo mango se ofrece magníficamente tallado un rostro de felino, mientras su mano izquierda aprisiona una planta de yuca. El conjunto en sí es rico en sugerencias y constituye el documento conocido más efectivo sobre la ligazón celeste y los destinos agrícolas, como la concebía la raza que estudiamos. Dos hechos de esta antigua agricultura merecen especial mención: lo admirables que fueron las obras de regadío que en ella se emplearon –elocuentes testimonios de cultura– y la explotación del guano de las islas, poderoso fertilizante que utilizaron en abundancia y que por sí solo constituyó un elemento indispensable en el renglón económico y el fomento agrícola. Este importante abono orgánico que abunda en nuestras islas y en varios puntos del litoral, hoy en día sigue siendo todavía un gran factor en la economía peruana y un auxiliar primario de la agricultura de la nacionalidad. Respecto de las obras de regadío, nos hemos de ocupar de ellas especialmente, en vista del gran interés que despiertan. En este pasaje del presente trabajo explicaremos cuanto concierne al empleo del guano y presentaremos los documentos que refuerzan nuestra tesis. Uno de los que prueba el grado a que llegó esta actividad es el que aparece en la figura No. 305. Este ejemplar es uno de los exponentes de mayor importancia de la escenografía mochica. No sólo revela el provecho que se obtenía del guano, sino también el sentimiento de gratitud exteriorizado hacia las divinidades por ser las creadoras de tan poderoso auxiliar de la agricultura. En efecto, la base o plataforma, más o menos rectangular, representa la isla; en los cuatro costados, el artista, mediante manchas pictóricas, ha representado la muerte de las olas en la ribera. Sobre el plano de la isla se destacan una elevada roca y un alto adoratorio; desde la

LA AGRICULTURA

Fig. No. 304.- Grupo plástico que representa a Ai Apaec, con los atributos de la agricultura y aureolado de estrellas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (064-002-004)

Fig. No. 305.- Importantísimo modelo escenográfico que representa con visible realidad una isla guanera. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-167)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

base de la roca hacia el borde lateral se desprenden tres corralitos o encerramientos, uno individual y dos colectivos, que tienen cercados cinco lobos marinos. Detrás del primer atajadizo individual se ubica una balsa de totora. Siguiendo la ringlera de los otros dos colectivos, hay dos balsas más, una tras otra, pegadas a las paredes exteriores. Encima de las paredes de los corrales descansan los instrumentos indispensables para manejar balsas, los mismos cuya apariencia hace suponer que fueron hechos de caña de Guayaquil. Los atajadizos tienen aberturas circulares que los comunican, hechas sin duda para el intercambio del agua que se llenaba en ellos y que se hicieron con el objeto de mantener vivos los animales hasta el momento del sacrificio. En la roca se observan nidos de aves guaneras, que aparecen vacíos unos y con huevos otros. Sobre los nidos que contienen huevos –colocados en la parte más alta– y hacia los lados, aparecen dos hombres empinados en actitud de quererlos coger. En el ejemplar que nos ocupa sólo han quedado los restos de las manos y de los pies. Estos hombres están completos en otro ejemplar que posee el Museo de Berlín. El adoratorio está erigido a un costado de la roca y ocupa casi toda la extensión lateral de la isla. Se compone de un corral rectangular en cuya pared exterior transversal hay una abertura en forma de círculo, que es muy semejante a las que comunican los corralitos. Pegado de espaldas, en su parte media, hay un hombre sentado con una vasija en la mano izquierda, mientras la derecha descansa sobre la rodilla correspondiente. No puede precisarse el vestido que cubre su cuerpo, y apenas se vislumbra el tocado, que consiste en un gorro semicircular. Dentro del corral hay dos arpones, instrumentos que se empleaban, sin duda alguna, en las ceremonias de sacrificio y que por su índole eran sagrados. El límite de este recinto está fijado por los muros de un segundo piso o peldaño de menor área, levantado a regular altura, pues en su muro exterior se ha representado el camino para llegar hasta él por un canal inclinado. En este piso tenemos a los sacerdotes de ambos sexos que, con la unción debida, están rogando a los dioses. La sacerdotisa, que está al lado izquierdo, tiene las manos juntas y levanta la mirada hacia las divinidades. Su cuerpo está cubierto con una larga manta, cuyo extremo superior se adapta perfectamente a la cabeza y cae a manera de capa desde el borde de la frente. El sacerdote que está junto a ella sostiene en la mano izquierda una vasija, mientras la mano 258

derecha descansa igualmente sobre la pierna del mismo lado; la cabeza está ligeramente inclinada hacia la sacerdotisa, sobre quien tiene fija la mirada. Lleva la cabeza cubierta con un gorro esférico y un ligero cubrenuca. A ambos lados de la cara resaltan los grandes aretes que se usaban en esa época. En la vasija se guardaba seguramente la sangre del animal sacrificado, que era ofrendada a los dioses en el momento oportuno. El hombre del que hablamos anteriormente, que está sentado frente al mar, tiene también en la vasija restos de esa sangre, que es arrojada al océano al mismo tiempo que el sacerdote hace la ofrenda a las divinidades con el contenido de su vasija. Ambos están sentados en igual posición y ostentan igual severidad ritual. De la actitud de los oferentes se deduce que el sacerdote era el único que tenía libre ingreso al recinto de los dioses; no de otro modo se explica que frente a él se halle instalada una pequeña escalinata que conduce al lugar sagrado. El recinto de los dioses ocupa el tercer y último piso. Sus tres lados inaccesibles están rodeados de paredes de poca altura, sobre las que se elevan cuatro pilares que sostienen un techo inclinado. Pegadas a la pared transversal, que señala el fin de la construcción, se ve a las dos divinidades toscamente modeladas en el ejemplar. Sólo aparece clara la forma de los rostros, lo demás se reduce a una especie de cuerpos en los que no se notan ni los pies ni las manos. El suelo aparece ricamente cubierto de dos grandes alfombras, y le corresponde una a cada divinidad. El bordado representa líneas inclinadas o cuadros y puntas angulares en el borde que da frente a los sacerdotes. La mayor parte del techo y de los pilares no aparecen en el ejemplar, por haber sido destruidos, sin duda, en el momento de la extracción del ceramio. Detrás del adoratorio, y dando la espalda a los sacerdotes y con la cara hacia el mar, se ubica un personaje –deteriorado en el modelo– que creemos representa a un jefe guerrero, como aparece en el similar del Museo de Berlín. Su actitud es rígida y de alguna majestad. Viste un simple pañete a manera de trusa y lleva la cabeza cubierta con un turbante en forma de anillo que la rodea por completo; también exhibe grandes aretes distintivos. Lateralmente, en oposición a los corrales y pegados a la pared del adoratorio, tenemos dos lobos marinos más, recostados uno junto a la pared por la boca y el otro por el tercio posterior. Estos animales, por carecer de las seguridades a

LA AGRICULTURA

que están sujetos los demás, representan sin duda a los ya sacrificados. De ello se deduce que la inmolación se reducía solamente a ofrendar la sangre y algunos órganos vitales, como el corazón o hígado de la víctima. En cada una de las balsas se observan atados, el uno contiguo al otro, ajustados por cuerdas representadas por grabados, cuya técnica de enliamiento es distinta de todas: ya sea que las cuerdas se cortan formando cuadros, o bien cocos. Dentro de estos atados no es posible suponer que haya peces –los representaban en otra forma– sino guano destinado a los campos de cultivo. Antes de partir hacia la ribera se celebraban las ceremonias del sacrificio, en las que se daban infinitas gracias a las divinidades que alentaban la producción alimentando a las aves creadoras. Este curioso e importante modelo escenográfico proyecta, pues, amplia luz sobre la explotación del guano y los ritos que surgieron en el alma del poblador mochica hacia tan privilegiado auxiliar de la vida agrícola. Otro de los documentos que nos prueba esta actividad es la perfecta representación de los frutos en los huacos. Todos magníficamente formados demuestran que a la planta no le ha faltado nada durante su desarrollo; que ha estado cuidadosamente atendida no sólo en el riego sino en el fertilizante, elemento primordial de su vida y que es el único que favorece su desarrollo normal. Dentro de la cerámica se ha comprobado también que la lechuza tuvo íntima relación con la vida agrícola, acaso porque ésta representa un elemento utilísimo para el campesino, pues destruye a los roedores de monte, que constituyen temibles plagas en los sembrados. En la figura No. 306 aparece una lechuza con su instrumento de siembra y su bolsa de semillas, ejemplar que nos ha sugerido la interpretación antedicha a la par que otras tradiciones. Las faenas agrícolas en aquella lejana época fueron rudimentarias y laboriosas. Sin embargo, no se careció de gran ingenio, como se comprueba en el interesante vaso que aparece en la figura No. 311, y que es de índole exclusivamente mitológica. Por dicho espécimen hemos llegado al conocimiento de la forma como se desgranaba el maíz. En primer lugar, se disponía de un recipiente parecido a una batea cuyo fondo estaba horadado por numerosos huecos a manera de arnero. Se colocaba este aparato ligeramente levantado del suelo y se depositaban en él las mazorcas cosechadas. El individuo encargado de la

faena de desgranar se introducía en el receptáculo, y golpeando con los pies las mazorcas que se rozaban entre sí y con las paredes posiblemente rugosas de la batea, lograba que los granos desprendidos de los espigones que quedaban al fondo del aparato salieran al exterior por los huecos. En el ejemplar que presentamos se ve con precisión las mazorcas dentro del recipiente y las semillas fuera. El encargado de la labor en esta escena es la divinidad, que, como llevamos dicho antes, mantiene estrecha ligazón con la agricultura (Fig. No. 307), propulsora de la vida y de la prosperidad de los pueblos. El recipiente de la figura No. 308 ilustra mejor, dada su estructura, esta fase de la agricultura mochica. Entre los objetos de cobre que se han hallado, hemos podido también identificar utensilios de uso agrícola: unas pequeñas puntas con un extremo plano a manera de cuchillo y el otro más o menos cilíndrico y provisto de un ojal. Entre los objetos de hueso, se han hallado otros instrumentos de idéntica forma a los que se conocen como “cachitos”, que se emplean actualmente tanto en la costa como en la región de los Andes para la labor de librar las mazorcas de maíz de su perfolla. Es indudable, pues, que tales utensilios tenían la misma aplicación que hoy, y que los actuales derivan de aquéllos. Existen representaciones en las que aparecen unos zorros antropomorfizados, que se ocupan de extraer de un cúmulo de arena los granos de pallares que servían como signos ideográficos en la lengua de los mochicas. A más del valioso aporte que ofrece esta pictografía a la solución del problema de la escritura, nos auxilia también poderosamente en la tarea de desentrañar las fases y matrices de su vida agrícola. Mediante ésta es que podemos descubrir que los mochicas conocían ampliamente el método del encolcamiento de los granos. Dicho método está generalizado en nuestros días en todo el litoral peruano, pues tiende a evitar que los cereales sean destruidos por el gorgojo y demás coleópteros que constituyen verdaderas plagas. Con el poderoso auxilio de la alfarería y otros documentos etnológicos, hemos llegado a identificar las plantas conocidas y cultivadas por el mochica. Siguiendo un riguroso orden científico, insertamos una relación de éstas en el cuadro adjunto. En tumbas pertenecientes al último período chimú, hemos encontrado varios ejemplares de maíz morado (Fig. No. 309), en mazorcas pequeñas de granos muy 259

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 306.- Lechuza antropomorfizada en actitud de sembrar. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (082-004-010)

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Fig. No. 307.- El creador de los mochicas desgrana las mazorcas del maíz, valiéndose de los métodos de aquella época. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (074-005-006)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 308.- Recipiente utilizado por los mochicas para desgranar maíz. En la superficie áspera interior, hecha así expresamente, separaban los granos de las mazorcas al frotarlas contra las prominencias. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

bien formados; igualmente, semillas de pallares (Fig. No. 310) y frijoles. Es posible que estos productos sean similares a los cultivados por los antiguos mochicas; los vasos fitomorfos representan en forma real estos cereales. El maíz fue uno de los productos de mayor importancia y de más amplio cultivo para la raza que estudiamos, pues formó la base de su alimentación y se empleó mayormente en la elaboración de la bebida nacional: curzhio (chicha) (Figs. Nos. 312 y 313). Los pallares, frijoles, camote, zapallo (Figs. Nos. 314 y 315) y yuca (Fig. No. 316) pueden considerarse, después del maíz, como los productos más apetecidos y de cuidadoso cultivo. Entre los frutales, seguramente los pepinos (Fig. No. 319), guanábanos, guayabas y el pacae o “paccay”. En las figuras Nos. 322 y 323 aparecen amuletos labrados en piedra, que representan mazorcas de maíz, vainas de pallares, frijoles, entre otros, a los que 262

supersticiosamente se les atribuía virtudes sobrenaturales, y acompañaban a sus dueños hasta la tumba. Posiblemente entregados por sus hechiceros, estaban convencidos de que sin aquellos objetos no obtendrían buenas cosechas. Estas curiosas ideas aún se mantienen en la actualidad, dentro de las comunidades indígenas de Moche, Paiján y Virú. No cerraremos esta publicación sin hacer una breve descripción que aporte algunas interpretaciones de algunos especímenes entre la gran variedad de frutos que se observa dentro de la cerámica. Es admirable el realismo que el artista mochica dio a los frutos y también su idealización llena de simbolismo vigoroso. Esta modalidad de la escritura mochica no sólo es de gran importancia dentro del arte, sino también en la actividad que nos ocupa, pues toda idealización, como veremos, encarna conceptos que hacen referencia a la

LA AGRICULTURA

PRINCIPALES CULTIVOS MOCHICAS Nombre científico

Familia

Nombre vulgar

Representación

ANGIOSPERMAS ZEA MAYS L.

Gramíneas

Maíz

Pictografía, relieve y escultura. Además, mazorcas del maíz precolombino de la época chimú se conservan en el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera.

DICOTILEDÓNEAS ULLUCUS TUBEROSUS LOZ ANONA CHERIMOLLA MILL ANONA MURICATA L. PERSEA GRATISSIMA GARTN. PHASEOLUS VULGARIS L. PHASEOLUS PALLAR MOLINA

Baseláceas Anonáceas Anonáceas Lauráceas Leguminosas Leguminosas

Ullucu Chirimoya, chirimoyo Guanábana Palta, palto Frijol, poroto Pallar

ARRACHIS HIPOGAEA L. INGA FEUILLEI D.C. OXALIS TUBEROSA MO1

Leguminosas Leguminosas Oxalidáceas

Maní Pacay, guaba Oca

ERYTHROZYLON COCA LAM MANIHOT UTILISSIMA POHL GOSSYPIUM BARBADENSE VAR. PERUVIANUM CA. THEOBROMA CACAO L. PASSIFLORA LIGULARIS JUSS PASSIFLORA QUADRANGULARIS L. CARICA PAPAYA L. PSIDIUM GUAYAVA RADDI ARRACACIA ESCULENTA D.C. LÚCUMA OBOVATA H.B.K.

Eritroxiláceas Euforbiáceas Malváceas

Coca Yuca Algodón

Esterculiáceas Pasifloráceas Pasifloráceas Caricáceas Mirtáceas Umbelíferas Sapotáceas

Cacao Granadilla Tumbo Papaya, papayo Guayaba, guayabo Arracacha, ricacha Lúcuma

IPOMOEA BATATAS LAM

Convolvuláceas

Zapote Camote

CAPISCUM ANNUM L. SOLANUM LYCOPERSICUM L. SOLANUM TUBEROSUM L.

Solanáceas Solanáceas Solanáceas

Ají Tomate Papa

SOLANUM MURCATUM AIT. CYCLANTHERA PEDATA SCHARD. VAR EDELIS CUCURBITA MÁXIMA DUCHESN

Solanáceas Cucurbitáceas

Pepino Caigua

Cucurbitáceas

Zapallo

LAGENARIA VULGARIS SERINGE

Cucurbitáceas

Mate, poto, calabaza, ponga

POLYMNIA SONCHIFOLIA POEPP Y ENDL

Compuestas

Yacón, llacón

Escultura Escultura Escultura Escultura de piedra, a manera de amuletos. En vainas (a manera de amuletos) y semillas (empleadas como signos por la peculiar forma de sus manchas). Pictografía, magníficos relieves y esculturas, en especial idealizados. Cerámica "En muchos ceramios extraídos de tumbas precolombinas, se encuentran representaciones de las raíces”. La medicina popular peruana. Tomo II. Valdizán-Maldonado. Lima, 1922. Escultórica Textilería Cerámica

Cerámica "En tumbas precolombinas de la costa, se encuentran frutos bien conservados". La medicina popular peruana. Tomo II. ValdizánMaldonado. Cerámica escultórica Dentro de la escultura aparece este tubérculo, en magníficas idealizaciones, aparte de las representaciones realistas. Cerámica Lo mismo que el camote. Los ceramios representan los tubérculos de la papa admirablemente. Cerámica

En esculturas muy realistas, sin faltar idealizaciones. Chiclayo Muchos ceramios representan utensilios derivados de esta planta, y en tumbas mochicas se han encontrado los objetos naturales. La forma globular predominante en la cerámica ha tenido su fuente de inspiración en los frutos lagenarios. Cerámica

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 309.- Maíz (Zea mays, Linn) que fue hallado en las tumbas de El Brujo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 310.- Phaseolus Pallar.- Pallares encontrados en tumbas chimús, contenidos en un utensilio de lagenaria. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 311.- Ai Apaec presencia la recolección del maíz y desgrana sus mazorcas ante la figura simbólica de la divinidad agrícola. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 312.- Modelado cerámico de la espiga y mazorca del maíz. En actitud muy real, está picando los granos de la mazorca una avecilla asentada sobre la espiga. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-003-013)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 313.- Ceramio que representa la variación de un tipo de maíz. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-003-007)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 314.- El zapallo (Cucurbita maxima, Duchesne), en una magnífica idealización. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-003-007)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 315.- Zapallo (Cucurbita maxima, Duchesne) idealizado en forma de ave. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-002-007)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 316.- Yuca (Manihot utilissima Pohl). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (110-003-007)

Fig. No. 317.- Llacón (Polymnia sonchifolia opep y Endl.) idealizado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-007-011)

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Fig. No. 318.- Ají (Capiscum annum, Linn). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-008-009)

Fig. No. 319.- Pepino (Solanum muricatum Ait). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (110-005-009)

Fig. No. 320.- Papaya (Carica papaya). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (108-006-005)

Fig. No. 321.- Cerámico que representa pepinillos o caiguas (Cyclanthera pedata Schard). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (110-003-009)

LA AGRICULTURA

Fig. No. 322.- Amuletos de agricultura. Mazorcas de maíz talladas en piedra. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSM-001-023; XSM-001-025)

Fig. No. 323.- Vainas de cereales talladas en piedra, tenidas como amuletos de la vida agrícola. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

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LOS MOCHICAS - TOMO I

agricultura íntimamente vinculada al hombre y los animales. Es en la idealización de los productos agrícolas que el simbolismo plástico mochica alcanza mayor relieve. En efecto, el artista alfarero aprovecha las formas raras de ciertos tubérculos y pomas para enlazarlos, sin destruir sus formas propias, con seres humanos, mamíferos, aves, peces y demás, y formar conjuntos plásticos que son verdaderos documentos etnológicos. Los productos agrícolas más comúnmente empleados para estas idealizaciones son los siguientes: la papa (Solanum tuberosum L.), el camote (Ipomoea batatas Poir) y el maní (Arrachis hipogea L.) La papa (Fig. No. 324) se ha prestado más a esta clase de interpretaciones por sus carnosidades, sus formas de tan rica variedad y la distribución de sus yemas germinadas que han ayudado mucho a la novedad y belleza del conjunto idealizado, en el que el alma del alfarero mochica se vacía con gran fuerza. Las rugosidades, carnosidades, formas raras y brotes del camote también han contribuido a una mejor idealización, y han ofrecido a veces grandes ventajas. En el camote se expresan formas humanas y animales en gran variedad, lo que brinda gran interés documental. Dentro del polimorfismo idealizado, no han escapado las representaciones de lo fantástico ni de lo sobrenatural. Los ejemplos que corren en esta obra darán clara idea de lo que llevamos afirmando, para una mejor comprensión del adelanto –tantas veces mencionado– al que llegaron estos antiguos pobladores del Perú. En la figura No. 325 aparece una papa idealizada: representa a un ser cuya constitución física defectuosa le coloca al lado de los llamados fenómenos. Nótese cómo las yemas germinadas y sus carnosidades peculiares sirven para representar los ojos, nariz, boca y otras partes del organismo humano, además de que todas contribuyen a darle forma al cuerpo mismo. Hasta la representación de ciertos adornos de la cabeza y prendas de vestir ha sido formada a partir de esas protuberancias. Se notará, además, que la conformación propia del mismo tubérculo no ha cambiado casi en nada, si se le compara con la papa natural que aparece en la siguiente ilustración (Fig. No. 326). Este ejemplar es uno de los pocos modelos en los que cada ser, a pesar de conservar sus propias formas, dista mucho de la realidad. En algunos casos, la conformación se aleja de lo real y está sujeta al capricho del artista, como ocurre en la 272

representación de la figura No. 327. Los tumores de la patata se han aprovechado para dar forma a un ser humano, y han desaparecido en el rostro y las manos las peculiaridades del tubérculo, que sólo se muestran en toda la extensión del cuerpo, salpicado de yemas germinadas. La forma humana en este caso está completamente definida, pero estrechamente vinculada a la raíz tuberosa, que se encuentra intacta. Fuera de los ejemplares que hemos descrito, insertamos en este texto un mayor número de papas para dar una mejor idea de lo que llevamos expresado, modelos cuya interpretación corresponde a otro pasaje del libro (Figs. Nos. 328 a 336). En la presente obra sólo queremos trazar breves descripciones de aquellos huacos de similitudes sobresalientes y de fuerte contenido simbólico. El huaco de la figura No. 337 es la representación de un camote, cuyas carnosidades han sido aprovechadas con gran habilidad por el artista para dar formas a seres que en conjunto revelan, a nuestro juicio, la relación íntima de los animales y los vegetales, cuya subsistencia depende de modo directo de la tierra. La fauna terrestre y la marina, estrechamente unidas al ser humano, se ofrecen a la vista en este ejemplar. Sobre la parte superior, en la sección media, donde descansa el asa, se ha modelado el cuerpo de un gran pez que abarca ambos extremos longitudinalmente y que sirve de límite a la serie de figuras que se suceden a uno y otro lado, donde se destaca en primer lugar un hombre y una mujer. La mujer lleva la faz hacia arriba y vuelta hacia un lado, los ojos abiertos y el cabello estirado, formando una figura cónica; sobre su vientre descansa la cabeza de un lobo marino. Inmediatamente bajo la espalda del hombre se ha plasmado el cuerpo de un enorme reptil estilizado, con las fauces abiertas y la lengua afuera. Debajo de este animal descansa una ballena, cuyo cuerpo llega hasta el borde inferior de la vasija. En uno de los lados se observa una gran raya que abarca desde el pie del asa hasta el borde circular inferior del vaso. El artista ha querido expresar la estrecha relación entre los animales, que se ha tenido en cuenta al clasificarlos científicamente. Bajo la mujer está el cuerpo de un venado, de formas más completas y en actitud de correr. La lengua afuera y las fauces abiertas delatan el visible cansancio del animal. A la misma altura de la cabeza de este cuadrúpedo se ha

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Fig. No. 324.- La papa (Solanum tuberosum). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-004-011)

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Fig. No. 325.- La papa (Solanum tuberosum), cuya idealización tiene un notable simbolismo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-007)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 326.- Fotografía de una papa (Solanum tuberosum), que tiene las mismas protuberancias que aquélla idealizada que aparece en la figura No. 325. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 327.- Papa (Solanum tuberosum); idealización antropomorfa. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-014)

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Fig. No. 328.- Otra idealización antropomorfa del mismo tubérculo. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-003-003)

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Fig. No. 329.- Papa (Solanum tuberosum) idealizada que representa a mutilados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-011)

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Fig. No. 330.- Papa (Solanum tuberosum) idealizada. Representa a un personaje mutilado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (085-008-013)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 331.- Papa (Solanum tuberosum) que representa dedos anormales. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-004-009)

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Fig. No. 332.- El mismo tubérculo, cuyas protuberancias forman la imperfecta morfología de un mono. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-003-006)

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Fig. No. 333.- Las protuberancias o carnosidades de la papa (Solanum tuberosum) han servido para la representación de cabezas y cuerpos imperfectos de simios. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-002)

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Fig. No. 334.- Extraña forma de ave en una papa idealizada. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-004)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 335.- Papa (Solanum tuberosum) idealizada que representa un halcón. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-009)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 337.- Camote (Ipomoea batatas L.) idealizado. Bestias mayores y peces –principales animales conocidos hoy– figuran en el vaso. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-003-011)

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modelado la de un reptil, similar al que aparece más completo al otro lado. Su estilización es tan importante que su contorno da, al mismo tiempo, la forma de una cabeza de ave. En el espacio que queda bajo el pecho del venado y la cabeza de reptil se ha colocado un ave palmípeda de pico muy alargado. No se puede negar el interés documental de este espécimen, que parece reflejar un intento de clasificar a los animales que habitan el mundo por la forma combinada como se ofrecen. El ejemplar que aparece en la figura No. 338 es otro camote, con el cual se ha tratado de revelar, con mayor detalle, el símil del tubérculo con ciertos seres extraños. Con perfecto dominio de la plástica, su autor ha modelado la escena, sobre las montañas, de un hombre aprisionado entre las garras y el pico de un enorme cóndor. Además, se han perfilado las formas de un águila marina, un imperfecto rostro humano y el cuerpo de un simio. Todo el conjunto forma un documento bastante detallado y ofrece cierta semejanza con el mito griego de Prometeo. El ejemplar de la figura No. 339 es otro camote que posee gran relieve simbólico. Aparece en primer término la cabeza de un felino en posición alzada, mientras el cuerpo se halla en actitud de descanso. En uno de los extremos se ve una de las potentes garras que sujetan la cabeza-trofeo de un mutilado, y en el otro, brotando de la natural carnosidad, un rostro humano con tatuajes a manera de bigotes y los ojos redondeados y saltones. En la parte media del cuerpo del felino se observa un enorme ofidio, cuya cabeza remata en la base del huaco. El resto del cuerpo de la serpiente gravita sobre la espalda del felino, donde se perciben sinuosidades caprichosas que pasan sobre las carnosidades del tubérculo hasta terminar por subir y rematar en la cola, sobre la cabeza del felino, que coincide con el cuello de la raíz tuberosa que separa el tallo. El cuerpo del ofidio representa un camino, pues en una de sus secciones se ve una procesión de monos que conducen una litera con una iguana. Todos los monos están esqueletizados. Es notable observar uno de ellos, el último de los caminantes, con algunos huesos de la columna vertebral al descubierto. Sobre la cabeza del felino se ubica también un hombre mutilado, recostado y en actitud de descanso, inclinado hacia el torso derecho. Las yemas germinadas aparecen sobre la frente del felino y el cuerpo del hombre tatuado. El ofidio está decorado con 286

figuras romboidales teñidas de color amarillo ladrillo, tonalidad elegida para precisar mejor las líneas y los contornos de la escultura que describimos. En los gráficos (Figs. Nos. 340 a 343) que ilustran este pasaje se reproducen otras idealizaciones del camote. La figura No. 331 nos muestra una estilización plástica de dedos anormales. Se notan claramente las uñas en los órganos deformados. El maní es otro de los productos que se ha prestado repetidamente a las idealizaciones, y son casi todas de carácter antropomorfo. En la figura No. 344 aparece una vaina cuya idealización es notable. La escultura representa la cáscara cortada en sentido longitudinal. El corazón que encierra una de las mitades de dicha cáscara representa un ser humano que parece brotar del interior. A modo de chullo (gorro), cubre-nuca y capa pluvial, tiene la cáscara convenientemente acoplada. Además, el sujeto está vestido con camisa sin mangas y recostado en actitud de descanso. Tanto la persona como la cáscara de maní están perfectamente definidas en cuanto a su real traza. Hay otros ejemplares semejantes en los que la persona aparece en el acto de dormir o tañendo una quena. Este mismo producto toma también la forma de un ave de pico curvado y agudo. Representa, sin duda, la cabeza de un gallinazo, a juzgar por las rugosidades que tienen las partes desprovistas de plumas. El cuerpo completo del ave está representado por la vaina del maní. Resumiendo lo dicho sobre la vieja agricultura mochica, podemos afirmar que alcanzó relativa perfección, al utilizar métodos y sistemas que avivaron y acrecentaron la productividad del suelo. Además, sirvió de modelo a las culturas que le sucedieron y éstas, al copiar sus prácticas, nos las hacen llegar hasta nuestros días. Garcilaso de la Vega, en los capítulos I y II del libro V de sus Comentarios Reales de los Incas, nos habla del afán que tuvieron los “orejones” cusqueños por aumentar las tierras de labor y de sus prácticas agrícolas. El primer hecho los obligó en “algunas partes a llevar quince y veinte leguas una acequia de agua para regar muy pocas fanegas de tierra de panllevar, porque no se perdiesen”. También habla del aprovechamiento de las laderas de los cerros para el sembrío, a través del original sistema de andenes que describe. En el capítulo III trata sobre las prácticas del abonamiento de las tierras cálidas de la costa, especialmente sobre aquellas que difieren mucho de las

LA AGRICULTURA

Fig. No. 338.- Camote (Ipomoea batatas L.). Idealización basada en una escena macabra: un cóndor devorando a un hombre. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-002-003)

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Fig. No. 339.- Camote (Ipomoea batatas L.), cuya idealización se describe en esta obra. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-002-009)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 340.- Camote (Ipomoea batatas L.). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (109-004-002)

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Fig. No. 341.- Otro camote idealizado en forma de ave. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (085-008-001)

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Fig. No. 342.- Camote (Ipomoea batatas L.), cuya idealización se relaciona con la forma ofídica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-003-012)

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Fig. No. 343.- Camote (Ipomoea batatas L.) idealizado en forma de pez. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-005-005)

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Fig. No. 344.- Maní idealizado, cuya cáscara cortada en sentido longitudinal muestra un ser humano que brota del interior del fruto. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (086-006-007)

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LA AGRICULTURA

Fig. No. 346.- Vaso mochica que adornan una pictografía y un grupo escultórico, relacionados con la destrucción de una chacra de maní por una plaga de ratas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XSE-022-002)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

empleadas en la sierra, al usarse en el litoral el estiércol de los pájaros marinos; de la organización impuesta por los incas para la mejor distribución de tan importante abono; de cómo se cuidaban las aves productoras de ese fertilizante, mediante la prohibición a los pobladores de destruirlas o llegar a las islas en tiempo de incubación bajo pena de muerte. Se refiere también al empleo de cabezas de sardinas como abono en vez de estiércol, de modo especial en sitios de gran sequía, para lo cual ahondaban la tierra en pos de humedad y sembraban tres granos de maíz en cada cabeza del pez citado. Todos estos hechos y relatos dan fe de lo floreciente que fue la agricultura mochica. Las aseveraciones que hacemos en esta sección, sobre la base de los documentos etnológicos de que nos hemos servido, demuestran claramente que todo en la costa ya estaba hecho y que nada tuvieron que enseñar a sus pobladores los incas, cuya dominación en el litoral apenas alcanza cinco o seis lustros. El aprovechamiento de las tierras, el empleo de los fertilizantes, las admirables obras de riego, entre otras cosas, ya eran prácticas habituales en los mochicas, cientos de años atrás, antes que el inca Túpac Yupanqui conquistara las provincias del litoral norperuano, lo que inició una nueva etapa –de corta duración– para dar paso a la civilización europea, que le dio una nueva fisonomía espiritual al Perú.

TÉCNICAS DE IRRIGACIÓN Ya hemos visto, al tratar sobre la agricultura, que todo el progreso mochica se cimentó en su importante técnica agrícola, cuyos factores incitan a menudo nuestra admiración. Hemos visto también que dentro de dicha técnica se destacaban especialmente los riegos, que fueron proporcionados a las tierras de labranza mediante variados e ingeniosos sistemas, conducentes al mayor aprovechamiento de las aguas, pero no nos hemos detenido todavía a pensar que tan importantes sistemas no se hubieran podido llevar a la práctica sin el auxilio de una poderosa red de irrigación, que fue la que en verdad abasteció eficazmente las necesidades de la extensa área de cultivo que dominaron. El éxito de la avanzada agricultura mochica se afinca, por cierto, en la implantación de obras de irrigación, que son las que la rigen desde su nacimiento hasta su notable desarrollo y progreso; por eso hemos creído indispensable dedicar el mayor espacio posible a su 296

estudio, que será tratado con amplitud de detalles y observaciones esencialmente analíticas. Este ensayo contiene descripciones de la irrigación arcaica y de la mochica, y de canales, acueductos y reservorios. La historia de la irrigación está estrechamente ligada a la historia de la agricultura. Por consiguiente, su antigüedad tiene que ser la misma. En el litoral peruano no se consiguen todavía datos que nos hablen de la primitiva irrigación. Todos los documentos que encierra nuestro suelo son producto de avanzados sistemas, derivados de un progreso hidráulico relativamente notable. Todas las obras de irrigación de la antigüedad han sido, sin duda alguna, emprendidas por los gobernantes, que contaban para el caso con personal de gran competencia técnica e idoneidad y con el auxilio eficaz de un gran número de brazos. No de otro modo se explicaría la solidez y extensión que tienen estas obras, como verá el lector al informarse de cada una de ellas. No solamente representan un extraordinario esfuerzo humano derrochado en un lapso más o menos largo, sino que son abundantes en noticias sobre la gran técnica que los mochicas alcanzaron en materia hidráulica: trazaron sus canales con cuidadosos estudios científicos previos y salvaron inteligentemente cuanto obstáculo se oponía a su paso. Dicha competencia se agiganta cuando del análisis deducimos el pleno dominio que tenían de los conocimientos que aparecen hoy –como veremos más adelante– en los tratados de la moderna hidráulica como los más avanzados. De allí, pues, que dichas obras nada tengan que envidiar a las que se ejecutan hoy, con todo el bagaje de los conocimientos actuales. Y es que, como repetiremos con uno de nuestros célebres cronistas: “Ya existían ingenieros de acequias famosísimos”. Evidentemente ha sido así: las obras que nos han dejado los mochicas reflejan sólidos conocimientos que sólo se consiguen después de largos y constantes estudios y experiencias.

Irrigación arcaica Con este nombre designaremos las obras de irrigación que alcanzaron a efectuar los hombres de Cupisnique, que son los que representan en nuestra prehistoria costeña a los agricultores primitivos. Estos antiquísimos pobladores, posesionados ya de los secretos del riego,

LA AGRICULTURA

Fig. No. 347.- Representación de la chaquitaclla. Cerámica incaica. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

emprendieron la construcción de canales de mucha importancia. Sus huellas existen hasta hoy, y la altitud de éstas atestigua que sus puntos de captación estaban situados en las márgenes del río Jequetepeque. Con estos canales lograron irrigar el valle de Cupisnique, que en la actualidad se muestra a los ojos del hombre casi completamente destruido, pues la mayoría de su área es un paraje árido. Es un campo de arena y arcilla calcinado por un sol abrasador sobre el que emergen de cuando en cuando las ruinas de construcciones líticas, y uno que otro retazo de tierra cubierto de bosquecillos de algarrobos, con huellas de una antigua vegetación, que también va desapareciendo. No se ha iniciado un estudio minucioso de estos canales, porque sus vestigios son muy pobres y hoy no constituyen sino pequeños rastros donde toda reconstrucción se hace imposible.

Irrigación mochica Es la irrigación mochica, con toda seguridad, una de las más importantes del Perú antiguo: su vasta red de canales y sus importantes acueductos y reservorios; los principios

técnicos que la han regido y los conocimientos científicos que de su estudio se deducen, la colocan en un plano de verdadera superioridad. Su análisis es, por tanto, de sumo interés y no podía faltar en esta obra, que está destinada a la presentación documentada de una de las culturas más adelantadas del Nuevo Mundo. Para llegar al conocimiento de dichas obras hidráulicas se han tenido que vencer muchas dificultades, pero éstas no han de significar nada, si con ello se ha conseguido traslucir postulados de alta cultura y conocimientos que la ciencia moderna tiene que aprovechar en la solución de sus actuales problemas. Fuera de los canales de irrigación, ensanchados unos y modificados otros, que actualmente se encuentran en uso dentro de la nueva área cultivada, no hemos encontrado ninguna otra obra que podamos calificar como de origen mochica. Por eso ha sido necesario visitar las partes más altas de los valles, las faldas de los cerros y los terrenos que constituyen pequeños desiertos, para hallar y estudiar minuciosamente los trabajos llevados a cabo por nuestros antecesores, merced a los cuales pudieron irrigar grandes zonas hoy incultas. Así, terrenos que actualmente dan la impresión de poder ser 297

LOS MOCHICAS - TOMO I

sometidos con mucha dificultad a un proceso vegetativo fueron aprovechados ampliamente por los mochicas, y se puede asegurar que la totalidad de los valles, desde las cejas de la sierra y los parajes más cercanos a los cerros rocallosos, hasta los terrenos del litoral cubiertos de guijo y arenas –hoy llamados pampas–, fueron hermosos campos cubiertos de variadas y soberbias plantaciones de alto rendimiento. Éstas estaban totalmente irrigadas por magníficos canales, cuyas tomas se encontraban a muchos kilómetros arriba de la cabecera de los ríos que bañaban la parte fértil del territorio mochica, y comprendían las siguientes extensiones: en el valle de Chicama, la pampa con ese mismo nombre y las de San José; en el valle de Santa Catalina, la pampa de La Cumbre, incluso los terrenos de Huanchaco y los terrenos adyacentes a la huaca del Sol y de la Luna; en las cercanías de Moche, las pampas que se extienden en los alrededores del cerro Pur Pur y que llevan el mismo nombre; en el valle de Virú, todos los terrenos de Huancaco y Huancaquito, que hoy apenas si se cultivan; en el valle de Chao, los grandes bosques de algarrobo o bosques de Chao; las pampas de Guadalupito y Santa Clara, que circundan el hermoso valle de Santa; y en el valle de Nepeña, las pampas cercanas. Dentro de este vasto radio de irrigación no se admitieron, como ya lo hemos dicho, los obstáculos. Todo se allanó y libró, aunque fuera a costa de enormes sacrificios. Pues no contentos con aprovechar bien las aguas de los ríos de poco caudal, los mochicas se preocuparon por derivar los grandes caudales de otros ríos para llevar el líquido elemento a comarcas donde hacía falta. Así ocurrió con las aguas del caudaloso río Santa, que fueron desviadas por medio de larguísimos canales al valle próximo de Nepeña. Algo más, tenemos noticias de otro importantísimo canal que llevaba las aguas de este mismo río al valle de Virú, que, como se dijo antes, apenas si cuenta hoy con agua suficiente para irrigar un reducido campo agrícola. No podemos sentar como segura esta última aseveración, que la consignamos sólo por habérnosla proporcionado una persona de mucho crédito. De ser así, ya se tendría un documento que hace de la red de irrigación que describimos un esfuerzo sin parangón posible: llegaríamos a comprender la grandeza de aprovechar el agua del Santa para dos valles, cuyos ríos no abastecían lo suficiente a sus ricas tierras. 298

Además, construyeron muros de contención en todas las quebradas para encauzar el agua de las lluvias, que se aunaban a los caudales de las acequias con el fin de no perderlas. Servían también estos muros para permitir la constante filtración de las aguas a tierras de cultivo. En una palabra: nada dejaron de aprovechar en el empeño de cimentar su grandeza agrícola. Para hacer más comprensible este delicado problema, lo dividiremos en dos partes: canales y acueductos. Luego de tratar estas obras en particular, entraremos a las consideraciones técnicas más saltantes.

CANALES En todos los mapas arqueológicos que se insertan en esta obra pueden verse trazados los canales principales y sus derivados, los que se encuentran actualmente en régimen y los que no lo están. Sería demasiado fatigoso describir cada uno de ellos. Vamos a hacer mención solamente de los más importantes y de las características principales que ofrecen en su técnica de construcción, con lo cual demuestran claramente lo que ya hemos anotado sobre el adelanto hidráulico. En el valle de Chicama, por ejemplo, es digno de mención el canal denominado San Antonio, que en la actualidad no está totalmente en uso (Figs. Nos. 348, 349 y 350). Su toma se halla ubicada en la margen derecha del río Chicama, a 4.120 m, aguas arriba de la punta del cerro El Voladero. Sus aguas discurren faldeando los cerros San Antonio, Voladero, Portachuelo y Cruz de Botija, hasta donde alcanza una extensión de 11 km 315 m. De este punto se deriva un ramal moderno de 1.490 m, que sumados a la extensión anterior nos dan la longitud actual utilizada de 12 km 805 m, con lo que se alcanza a irrigar 180 hectáreas. Del mismo punto donde se deriva el ramal continúan las huellas del antiguo canal, faldeando los cerros de la parte oriental de la quebrada de Cuculicote, hasta una extensión de 3 km 120 m. Los aludes en esta quebrada lo han roto, sin dejar ningún rastro. Una distancia de 1.100 m tomada en línea recta, del punto donde se pierden las huellas hasta donde vuelven a aparecer, comprende el sector donde no hay vestigios del canal. Las huellas reaparecen en las faldas del cerro de Ascope, bordeándolo en una extensión de 657 m, desde donde

LA AGRICULTURA

se ha rehabilitado su cauce, como continuación del nuevo canal de Troche, con una extensión de 1.570 m. De este punto continúan las huellas antiguas, rodeando la parte occidental del mismo cerro –unos 1.190 m–, y vuelven a desaparecer hasta unos 500 m de distancia en línea recta. De allí se presentan nuevamente circuyendo los terrenos denominados El Pozo –una extensión de 3 km 180 m–, y llegan hasta el acueducto donde, sin duda, el canal recibió las aguas de la acequia conocida hoy con el nombre de San José Alto, que reforzaron su caudal. De aquí continúan las huellas, bordeando las faldas de los cerros de San José, con algunas interrupciones, hasta las proximidades del cerro El Yugo, con una extensión de 23 km 250 m. En total, este canal alcanzó una extensión de 47 km 500 m, y proporcionó agua a 5.414 hectáreas. Comparada esta cifra con la anterior, se verá que hoy apenas alcanza a regar una tercera parte de la extensión que abarcó en la época de su régimen total. De las mediciones practicadas en distintas secciones de este canal, en un tramo en buen estado de conservación, y cuyo aspecto acusa estar fuera de régimen por muchos años, hemos tomado las siguientes características medias: Área de la sección transversal Pendiente Perímetro Radio c v Q

3 m2 0,0015 4 m 70 0,64 34,7 1,08 3.240 litros por segundo = 200 riegos de 16 1/5 litros c/u.

El canal de La Cumbre, ubicado en el mismo valle, es de mayor importancia que el anterior (Figs. No. 351 y 352). Desde todo punto de vista, es una obra perfecta. Su longitud es aproximadamente de 113 km. Su toma está situada en la margen izquierda, aguas abajo, del río Chicama, en los terrenos de Septen pertenecientes al fundo Huancay, más o menos frente a Payanique. Viene bordeando los cerros Portamoño y El Gallito. Atraviesa la quebrada del Cardonal y continúa por las faldas del cerro Huabalito hasta las pampas de Jagüey, donde se interna por la quebrada de Quirripe, a la que atraviesa sobre un acueducto, hoy destruido por las sucesivas avalanchas de

Fig. No. 348.- La acequia de San Antonio cerca de Ascope (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 349.- Otra vista de la acequia de San Antonio (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 350.- Interesantísima vista aérea de Ascope. Se observa clara y perfectamente la acequia de San Antonio bordeando el cerro.

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 351.- Terraplén de la acequia de La Cumbre, que domina grandes extensiones de terreno (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 352.- Aspecto actual de la gran acequia que irrigaba las pampas de La Cumbre.

Fig. No. 353.- La acequia de La Cumbre en el lugar de su bifurcación.

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agua aluviónica. Toma las faldas de Cerro Grande y Cerro Salado y atraviesa igualmente la quebrada de Malalma, en Sausal, para discurrir por las faldas de Cerro Blanco, pasando la quebrada de La Mónica, faldea el cerro de Gasñape y el cerro Tres Cruces de Chicama. Atraviesa la quebrada Del Oso y de allí quiebra hasta pasar a 400 m de la estación de La Cumbre para luego perderse con rumbo este, en las inmediaciones de Cerro Prieto, a la altura del km 28 del ferrocarril de TrujilloAscope. Después de pasar el punto denominado La Cumbre y llegar hasta el extremo sur del cerro Campana, se bifurca para irrigar la parte alta de la pampa de La Cumbre (Fig. No. 353). El canal ha sido roto por los aluviones (Valle de Chicama, Trujillo). Toda la extensión de esta importante acequia puso bajo riego 6.178 hectáreas (Figs. Nos. 354 a 358). De la nivelación practicada en el canal, a la altura de los km 36 a 38, se ha encontrado que la pendiente es de 3%. Al tomar una sección media de las cuatro que se han medido y que se hallan en regular conservación en dicho sector, se han obtenido las siguientes cifras: Área Perímetro Radio Ri Ri C V Q

5 m2 60 6 m 80 0,82 0,0025 0,05 37,6 1,88 por segundo 10.528 litros por segundo = 650 riegos

En este canal se ha comprobado la mayor parte de los principios técnicos del dominio mochica, los mismos que nos han hecho comprender sus adelantados conocimientos hidráulicos, que serán tratados con mayor detenimiento más adelante (Figs. Nos. 359 a 365). Dentro de los canales de este valle, también adquiere importancia el hoy denominado La Pascona, que se encuentra actualmente en uso por la negociación azucarera Casa Grande. Antiguamente este canal regaba una importante zona ubicada en las partes bajas de la pampa de Chicama, cercana a las actuales haciendas de Chicamita y Chiquitoy. Dicha zona comprendía 4.370 hectáreas. En el valle de Santa Catalina tenemos tres canales de

LA AGRICULTURA

Fig. No. 354.- Vista que da una idea de la altura del canal que cruza las pampas y bordea los cerros de La Cumbre.

Fig. No. 355.- Interesantes vestigios de surcos en la pampa de La Cumbre.

Fig. No. 357.- Uno de los canales secundarios, de gran declive, que se derivan de la acequia de La Cumbre.

Fig. No. 356.- Vestigios de los sistemas de melgas, que en irrigación se empleaban también en las pampas de La Cumbre.

Fig. No. 358.- Acueducto de la acequia de La Cumbre, destruido por las avenidas (Valle de Chicama, Trujillo).

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LOS MOCHICAS - TOMO I

importancia, y ellos son: Vichansao, Moro y La Mochica. Los últimos mencionados se encuentran en régimen actual en toda su extensión, no así el primero, que sólo lo está en parte. El canal de Vichansao es el de mayor importancia. Tiene ubicada su toma en la margen derecha, aguas abajo, del río Moche. Actualmente hace un recorrido de unos 9 kilómetros, hasta el pie del fundo La Merced. Hasta este punto su sección transversal es trapecial. Pero parece que, a juzgar por las huellas que aún existen en algunos sitios, el cauce de hoy ha sido modificado con pérdida de nivel, hecho que nos impide localizar su primitivo punto de toma. Por otra parte, próximo al sitio donde ahora termina, nacen huellas de su continuación, que, orillando las faldas del cerro Las Cabras, se presentan a la altura del kilómetro 28 del ferrocarril Trujillo-Ascope, llamado La Cumbre, a 13 kilómetros de su recorrido, con dirección al cerro de La Virgen, de Huanchaco. Poco antes del kilómetro 28 del ferrocarril, en Río Seco (Fig. No. 366), se bifurca en dos ramales: uno que corre paralelamente a la línea férrea, hasta llegar a la falda del cerro Tres Puntas, en un lugar cercano a la Gran Muralla, denominada La Cumbre, y el otro, que parte con dirección a Huanchaco. De esta manera, los mochicas irrigaron el sector de la pampa de La Cumbre entre el límite del canal que llevaba el agua al cerro de La Virgen y los parajes cercanos al ferrocarril de Ascope, Trujillo. El canal de la parte baja era el que dominaba la red de irrigación hasta las ruinas de Chan Chan. Las huellas de este canal muestran una sección transversal de doble trapecio (véase el plano adjunto, Fig. No. 367), sección que la ingeniería hidráulica de nuestros tiempos recomienda para los canales de gasto variable. A esto agregaremos que al discurrir sobre el cauce del Río Seco, en el lugar que dejamos indicado, su caja forma un relleno con revestimiento de canto rodado y argamasa y, a más de afectar la forma descrita, va reforzada con triple gradería en las curvas exteriores que forma al desviarse hacia las pampas de Huanchaco. Esta triple gradería, construida de piedra, es la que dio al acueducto gran consistencia para resistir la fuerza de los caudales en la época de abundancia (Figs. Nos. 368 a 370). En los valles de Virú y Chao también existen huellas de antiguos canales (Fig. No. 371), los que, a pesar de haber irrigado grandes extensiones de terrenos, no tienen la misma importancia que los que encontramos en los 302

Fig. No. 359.- Vista de detalle de la construcción de la acequia de La Cumbre.

Fig. No. 360.- Un detalle de la sólida construcción pétrea que caracteriza los bordes exteriores de la acequia de La Cumbre (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 361.- Detalle de la técnica de construcción de los bordes de la acequia de La Cumbre (Valle de Chicama, Trujillo).

LA AGRICULTURA

Fig. No. 363.- Un fragmento de la acequia de La Cumbre (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 362.- Vista de uno de los tramos de la acequia de La Cumbre, apoyada en los cerros, en un sitio donde el tiempo ha originado una rotura de consideración.

Fig. No. 364.- Tramo bien conservado de la misma acequia que muestra con claridad la sección transversal de doble trapecio.

Fig. No. 365.- Importante borde de piedra superpuesto en la acequia de La Cumbre (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 366.- Acequia de Vichansao, al atravesar Río Seco (Valle de Santa Catalina, Trujillo).

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Río

co Se

A

. N.M B Carretera Metros 10 Metros

0

0

10

20

5

Sección según A B A

B

Metros 10

0

10

Fig. No. 367.- Corte transversal de la acequia Vichansao. Nótese el doble talud en el plano.

Fig. No. 369.- Los refuerzos típicos de una curva en la acequia de Vichansao (Valle de Santa Catalina, Trujillo).

Fig. No. 368.- Detalle de la construcción de piedra en los bordes de la acequia de Vichansao (Valle de Santa Catalina,Trujillo).

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Fig. No. 370.- Vista en la que se puede apreciar el lecho del canal Vichansao (Valle de Santa Catalina, Trujillo).

LA AGRICULTURA

Fig. No. 371.- Vista de una de las acequias derivadas, en la pampa de Chicama.

Fig. No. 372.- Vista aérea de los vestigios de irrigación que quedan todavía en pie en el valle de Santa, cerca de Chimbote.

valles de Chicama, Santa Catalina y Santa (Figs. Nos. 371 y 372). Es por eso que sólo nos limitamos a dejar constancia de su existencia, sin entrar en detalle alguno de sus características y datos descriptivos. Entre las magníficas obras de irrigación del valle de Santa destaca, en primer lugar, la llamada acequia incaica (Fig. No. 372). Su toma está ubicada en la margen izquierda del río Santa, a la altura del km 30 del ferrocarril de Chimbote al Callejón de Huaylas. La mayor parte de este canal está en actual régimen. A los 6.850 m de su recorrido y en el puente de este mismo ferrocarril fue practicado un aforo, cuyos resultados insertamos más adelante, en la parte correspondiente a los acueductos. De este punto avanza con rumbo al sur, hasta la huaca Tanque Castillo, haciendo un recorrido de 6.350 m, donde se deriva su primer ramal, que tiene 4.850 m de longitud. De allí continúa 2.800 m hasta el principio del acueducto (aquí se practicó el aforo). A 650 m de extensión de este punto continúa su recorrido, siempre rumbo hacia el sur, hasta el km 13 del camino de hierro, esto es, 3.505 m de distancia, donde corta la línea para tomar dirección al oeste, hasta encontrar la huaca El Castillo, a 3.900 metros más de recorrido. Bordea la huaca y toma rumbo al sur nuevamente, en una extensión de 1.900 m, punto donde se bifurca la acequia hacia el este, con un recorrido de 5.200 m, hasta su punto terminal, junto con las huellas de una antigua acequia que corre rumbo al sureste, y cubre una

extensión de 5.850 m hasta su punto terminal, situado en las cercanías de Cosshco. Indudablemente, estas huellas pertenecen al antiguo canal incaico. En total, el canal en régimen cubre 36 km 550 m, y previamente, según sus huellas, hizo un recorrido de 36 km y 150 m. En este mismo valle es también importante un canal cuyas huellas se notan al este de la línea férrea mencionada, desde el km 2 al 8, de donde se aparta rumbo al noroeste, y tiene su origen en un punto llamado Tankay, en las alturas de Musapampa. Discurre hasta los arenales de Chimbote, haciendo un recorrido de unos 22 km. Esta acequia irrigó de 800 a 1.000 hectáreas, hasta las proximidades de Chimbote. No dejaremos de mencionar la llamada acequia Santa Clara, que se deriva de la margen derecha del río Santa, aguas abajo. La actual, que riega dicho fundo, baña 830 hectáreas, pero cuando estaban en régimen las acequias altas –es decir, la que tiene su toma en el punto llamado Gallinazo, con un recorrido de unos 30 kilómetros, y la que tiene su toma en las cercanías de la desembocadura de la quebrada Sorcape, tras los cerros Huaca Corral y Lomo Blanco, con una extensión de 20 km, más o menos, y que se abren en dos ramales en su terminación, al norte de las salinas de Guadalupito– ponían bajo riego una superficie de 3.500 hectáreas, que agregadas a las de actual cultivo hacen un total de 4.330 hectáreas. Aún existen también las huellas bien marcadas de un canal cuya toma está ubicada en la margen izquierda del 305

LOS MOCHICAS - TOMO I

río Santa, que dan frente a las tierras de Tanguche. Este canal desciende paralelamente al río, hasta las proximidades de la Rinconada, en la hacienda Tambo Real, de donde cambia su curso hacia el este, atravesando la quebrada de Cascajal hasta Monte Zarumo, en la quebrada de Lacramarca, para irrigar esta campiña. De este punto cambia su rumbo hacia el sur, hasta las laderas del cerro Musapampa, de donde se abre en dos ramales: uno con dirección a Chimbote y otro que va a Nepeña. Este último irrigó parte de los terrenos altos de este valle (200 hectáreas, aproximadamente), hoy completamente estériles, y a su vez aumentó el caudal de sus aguas disponibles para irrigar los campos de San Jerónimo, Huacatambo, Huambacho, Capilla y otros durante el año, comarcas éstas que en la actualidad perecen por sequía. Su recorrido hasta el punto de bifurcación es de 39 km. La longitud del ramal a Chimbote es de 21 km y 500 m; la longitud a Nepeña es de 21 km. Como se ve, desde su toma hasta Chimbote lleva un recorrido de 60 km 500 m, y hasta Nepeña, 60 km. Según las medidas tomadas en un tramo de este canal, a 10 km de su recorrido, se han encontrado las siguientes características: Área Perímetro Radio c (Bazín III tipo) i v Q

6 m2 6 m 70 0,9 57,1 0,0025 2 m 70 16.200 litros por segundo = 1.000 riegos de 16 litros por segundo

La acequia llamada incaica riega actualmente alrededor de 1.180 hectáreas, y comprende 300 hectáreas más en las planicies de Cosscho. Los mochicas, al construir sus acequias, no solamente tuvieron en cuenta el acarreo del agua, sino también las pérdidas de este precioso elemento por evaporación. Por eso, las bermas de algunos de sus canales son de doble sección trapecial, principio hidráulico descubierto no hace mucho por la ingeniería, y que permite utilizarlos indistintamente, tanto en la época de abundancia como en la de estiaje. Con esto se conseguía no solamente impedir la infiltración, sino también menor evaporación, ya que la 306

parte que se exponía a la intemperie era reducida proporcionalmente al caudal del agua. Así, la evaporación que se producía a todo lo largo de su cauce era mínima. Ha sido opinión general, desde luego muy errónea, que los métodos usados antiguamente en la sierra y entre los viejos agricultores de la costa eran los mismos empleados por los antiguos mochicas para trazar sus canales. Estos métodos consistían en iniciar la apertura de un canal con el “agua atrás”, a fin de seguir la nivelación, guiándose de la corriente espontánea. Este error obedece a que no se tiene noticia alguna del instrumento de nivelación requerido para esta clase de trabajos que haya podido ser utilizado en el trazo de dichos canales. En realidad, nosotros no hemos encontrado un solo indicio de la existencia de esta clase de instrumentos, pero, en cambio, la observación minuciosa de sus obras nos permite asegurar que ellos no trazaron sus acequias con el “agua atrás”, sino que, teniendo como objetivo la irrigación de ciertas comarcas, localizaban deliberadamente los puntos de su canal, e iniciaban los trabajos en los llanos hasta tocar con el punto de toma, con una perfección que realmente asombra. Sólo de esta manera se explica que hayan podido poner bajo riego grandes extensiones de terreno. Realizado el estudio y una amplia deliberación del trazo, se emprendían los trabajos para alcanzar un máximo de eficiencia. No podemos llegar a opiniones concluyentes sobre la forma como efectuaban la nivelación de sus canales, pero sí podemos decir que en la longitud de todos ellos han empleado pendientes –según lo han requerido las secciones transversales obligadas a adaptar– de acuerdo con la estructura del terreno y su declive. Este último factor es sorprendente, pues es muy raro que se hayan excedido entre 2 y 2,5 por ciento. Para ellos no había, por tanto, obstáculos: bordeaban los cerros, atravesaban los barrancos, construían andenes y acarreaban enormes cantidades de tierra para formar sus terraplenes en los flancos de los desfiladeros. En otros lugares construían terraplenes de piedra angular, perfectamente acondicionada y de acuerdo con sus tamaños y formas. Todos los obstáculos eran así salvados y el canal seguía construyéndose aguas arriba, dominando las escarpas hasta encontrar el lugar requerido en la margen del río que les permitiese localizar su punto de captación. En muchos de estos canales la toma se encuentra decenas de

LA AGRICULTURA

Fig. No. 374.- La base del acueducto mochica formado de tierra aprisionada, traída del valle.

Fig. No. 373.- Muros de sostenimiento pétreos, que servían de base al acueducto.

kilómetros más allá de las partes más elevadas de los valles irrigados, y llega a internarse bordeando los cerros y aprovechando los lugares más apropiados, sierras adentro. Realizaron sus trabajos siempre al tanto de su magnitud, a pesar de la demanda de miles de brazos que requerían casi siempre. Un estudio cuidadoso de estas obras demuestra que supieron emplear los elementos de trabajo eficazmente, puesto que no se nota nada inútil en su ejecución y sí, más bien, que pusieron singular atención en los factores hombre y tiempo. La mayor parte de estos canales está construida en las laderas de los cerros, en parajes arenosos y sobre terrenos constituidos por rocas desintegradas. Para estos lugares acarreaban el material de la parte superior, para

Fig. No. 375.- Muros del canal que se ofrecen en perfecto estado de conservación. En la fotografía puede apreciarse la inclinación que tenían, a la par que su solidez.

así formar el terraplén sobre el cual construirían la berma. Cuando no era sólido, revestían el terraplén –que le daba forma de gradería– con piedra grande (Fig. No. 373). Sólo tropezaban con dificultades en los lugares en que no existían ni las piedras ni tierra necesarias. Entonces se acarreaba el material, compuesto de tierra y un gran porcentaje de arcilla, de los lugares cercanos (Fig. No. 374), y en algunas ocasiones, de sitios a muchos kilómetros de distancia. Formada la base, construían el canal con piedras escogidas que revocaban con tierra ligosa para evitar la infiltración del agua (Fig. No. 375). Es verdaderamente admirable la realización de este trabajo, porque en la actualidad es difícil la construcción de estos canales, 307

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 376.- Importante detalle de la característica gradería, tomado en un punto en curva.

Fig. No. 377.- Detalle de la doble gradería de la acequia.

Fig. No. 378.- Acequia de La Cumbre. Núcleo de piedra que sostiene la base del canal sobre el acueducto (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 379.- Uno de los canales de captación de la acequia La Cumbre (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 380.- Canales secundarios y terciarios, derivados de la acequia La Cumbre, cuyos servicios dentro de la irrigación eran importantísimos.

Fig. No. 381.- Sistemas de riego: acequias regadoras y "regaderas" de los pequeños cuartillos, derivadas de la acequia La Cumbre.

308

LA AGRICULTURA

pues el agua se infiltra mucho entre las piedras, y a la larga produce orificios interiores, que se llaman “cangrejeras”. Indudablemente, los mochicas tenían una mezcla de tierra arcillosa, cascajo y cal, que formaba una masa dura e impermeable. Formadas las bases de los canales (Figs. Nos. 376 y 377), procedían a construir sus taludes con el empleo de piedras angulosas que tramaban con maestría; para ello utilizaban como ligamento una argamasa compuesta, como ya hemos dicho, de tierra arcillosa, cascajo y cal. Los terraplenes de los canales han sido formados en algunas partes de adobe, en su mayoría por casquetes esféricos –pertenecientes a los primeros tiempos mochicas–, los que van colocados unos sobre otros. Cuando no era empleado el adobe, tenían especial cuidado de formar la base del canal con un núcleo de piedras (Fig. No. 378), cuyos tamaños variaban entre 50 cm y 1 m, a fin de que la corriente de agua no cortara y desintegrara el fondo de la acequia. No importaba entonces construir los bordes de la berma de tierra arcillosa y conglomerado. Los lugares bajos eran atravesados por pequeños acueductos. Las vistas que se incluyen en la acequia Vichansao nos dan una clara idea de que los mochicas conocían el empleo de contrafuertes y refuerzos para las curvas exteriores de sus canales, donde estaban expuestos a fuertes presiones. Las acequias que bordeaban los cerros y que pasaban por las cejas de la sierra, donde las lluvias eran abundantes en ciertas épocas del año, tenían cauces de captación (Fig. No. 379) que se internaban en el fondo de las quebradas para recoger sus aguas y vaciarlas en los canales principales, para acrecentar así su volumen, que era conducido a grandes distancias. Los canales se bifurcaban en acequias (Fig. No. 380) y éstas en acequias regadoras en determinados puntos (Fig. No. 381), y de estas últimas se desprendían las regaderas de las pequeñas parcelas de cultivo. Tenían, pues, el canal principal, la acequia derivada, la acequia regadora y, por último, la regadera propiamente dicha, que llevaba el agua directamente a los surcos o pozas, según el método de riego que empleaban. Desgraciadamente, no hemos podido encontrar fuente alguna que nos dé idea de cómo se repartía el agua en las tomas y cómo estaban constituidas. Por lo que se ha expuesto, se puede adelantar que la repartición de agua se hacía de manos de personeros del gobierno, con un

criterio de estricta justicia, y en cuanto a las tomas, se edificaron estudiando sobre todo su solidez.

ACUEDUCTOS A lo largo del territorio mochica encontramos muchos acueductos, siendo solamente dignos de estudio especial los siguientes: el acueducto de Ascope (Fig. No. 382), en el valle de Chicama; el de Mampuesto, en el valle de Santa Catalina (Fig. No. 383), y el llamado Tambo Real, en el valle de Santa. En segundo plano, no podemos dejar de mencionar el de Licapa, en la hacienda Casa Grande, y el de pampas de Chicama, ambos en el valle de Chicama; y algunos de menor importancia en los valles restantes que no acusan interés, por lo que nos abstenemos de mencionarlos. Estos acueductos fueron construidos cuando los ingenieros mochicas, al bordear las faldas de los cerros por medio de los canales, encontraron quebradas más o menos profundas y extensas, que no les permitían seguir su desarrollo libremente, ya que las depresiones tenían como obstáculo fundamental la falta de nivel. Para seguir adelante fue imprescindible emprender la formación de los acueductos que permitieran unir los puntos del trazo de la obra mediante un nivel justo. Ya que no tenían otro material más apropiado para la construcción de estos acueductos, trasladaron el de las cercanías. La tierra arcillosa apisonada servía para formar la base del terraplén, en cuya parte superior se desarrollaba la berma. En algunos casos hemos podido notar que aprovechaban la sedimentación que dejan las aguas en el verano (Fig. No. 384) para formar las bases de los acueductos. No solamente se tenía en cuenta, en estas circunstancias, la nivelación del canal, sino también la sólida construcción de la caja, que permitiera resistir las avalanchas de agua que discurrían por las quebradas en épocas de lluvia. Para el caso, tuvieron canales de desfogue, que los siglos han ocultado bajo tierra. Hemos observado también, en algunos acueductos pequeños, que para dar consistencia a sus bordes, no solamente utilizaron el chaflán y las piedras exteriores, sino también la gradería. Esto sucede por lo general en aquellos que eran construidos de tierra o adobe. Estos pequeños acueductos y los construidos de tierra arcillosa o arena con cascajo –que se mantenía en su sitio por capas superpuestas de piedra debidamente 309

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 382.- Hermosa vista aérea del gran acueducto de Ascope, en el valle de Chicama, Trujillo.

Fig. No. 383.- El acueducto de Mampuesto, en el valle de Santa Catalina, Trujillo.

Fig. No. 385.- Acueducto cercano al valle de Chao.

Fig. No. 384.- Acueducto de Ascope: corte producido por la gran acumulación de aguas.

310

Fig. No. 386.- Vista de conjunto del acueducto de Ascope. Valle de Chicama, Trujillo.

LA AGRICULTURA

acondicionada– eran casi siempre revestidos interior y exteriormente por piedras que formaban paredes lisas. Lo podemos observar en nuestros días en el acueducto de la pampa de Chicama y en los que se encuentran poco antes de ingresar al valle de Chao (Fig. No. 385). El acueducto de Ascope tiene una longitud de 1.400 m, con 5,66 por ciento de gradiente sobre la recta (Fig. No. 386). Sus secciones transversales son muy desiguales, debido sin duda a la acción de las lluvias, al desborde de las aguas de su canal, al tráfico y otras causas. Esto nos ha obligado a tomar un tipo medio de corte transversal, para procurar la reconstrucción más aproximada a su primitivo estado: esta sección arroja 561 m2, que multiplicados por 1.400 dan un volumen de 785.400 m3. La continuación del acueducto, o sea la parte apoyada en las peñas, es de 1.430 m de longitud; su sección transversal media acusa 349 m2, dando un volumen de 499.070 m3, que arroja un peso de 2.000.000 de toneladas métricas. El muro en su totalidad está constituido por un corazón compacto arcilloso y revestimiento de tierra. Las características del canal que pasa por el acueducto, tomadas de la parte que aparece en el plano que ilustra el texto, son las siguientes: •Siendo la longitud del acueducto 1.400 m entre los puntos A y B, y el desnivel igual a 2 m, corresponde a una pendiente por metro igual a 0,0014 m = 1. •El área de la sección transversal en B, considerando la altura máxima del agua = 2 m 80, arroja 6 m2 (véase el plano respectivo, Figs. Nos. 387 y 388). Con estos datos podemos calcular la cantidad de agua que pudo arrastrar este canal: Área Perímetro mojado Radio Factor C, IV caso rugosidad, según fórmula de Bazín = Velocidad, V = C Q = 6 x 1,25 =

6 m2 7 m 80 0 m 80 37,3 Ri = 1 m 25 por segundo 7.500 litros = 463 riegos de 16 1/5 litros por segundo

Los lados de la berma (Fig. No. 389) por la parte interior presentan cortes a manera de estrías perfectamente distanciados y a 1,80 m (Figs. Nos. 390 y 391). Estos cortes se distribuyen a ambos lados de la

acequia, perfectamente alternados los de un lado con los de otro. Sobre este particular, hemos llegado a la conclusión que el ingeniero mochica –minucioso y empapado de todos los problemas del riego y, en especial, muy al tanto de la erosión que el agua produce en los canales– puso especial cuidado en eliminar este factor erosivo con las estrías que tienden a destruir la fuerza lateral exterior de la corriente y a desviarla al centro (Figs. Nos. 392 a 394). Como se ve, pues, ningún detalle, por insignificante que fuere, se le escapó al mochica. El acueducto de Mampuesto le sigue en importancia al anterior. Tiene una longitud de 1.778 m, en su base media mide 45 m, cuatro en la corona y once de altura en la proyección de su eje. La superficie de esta sección transversal es de 206 m2, lo que arroja un volumen de 206 m3 por metro lineal y un total de 366.268 m3. En la huella del canal que ha discurrido sobre este mampuesto hemos encontrado las siguientes características: ancho en el fondo, 80 cm, y en la línea máxima de agua, 96 cm; profundidad de ésta al plano, 30 cm. La superficie del muro entre los puntos marcados en el perfil 1 y 2 tiene un desnivel de 2,7%; desde el punto 2, se descuelga este canal por una mampostería de adobe de tipo mochica, para irrigar parte de los terrenos comprendidos entre las estribaciones del cerro Cabras y la acequia La Mochica. Este canal ha tomado su caudal de la acequia Vichansao. Aplicando el cálculo resulta: Superficie 0,27 m2 Perímetro 1,40 m Radio 0,25 c 24,4 v c R i 0,64 Q 170 litros por segundo 10 1/2 riegos

El primitivo acueducto de Tambo Real (valle de Santa), que era un terraplén de tierra apisonada de construcción indígena, fue roto en su parte central por las aguas del aluvión del año 1871. En esa rotura, los señores Derteano construyeron un acueducto de madera, que a su vez fue arrastrado por las aguas del aluvión de 1891 (Figs. Nos. 395 a 397). El que existe actualmente es de cemento armado, de muy sólida construcción, pero adolece de tener menor pendiente que la fijada por los 311

LOS MOCHICAS - TOMO I

C

PLANO Hectómetros 3

2

1

0

1

N.M .

B

A

PERFIL Escala: Horizontal 1: 5000 Vertical 1: 100

Plano de comparación

B

Perfil del terreno

h= 2 m

A

Plan del canal

Fig. No. 387.- Plano del acueducto de Ascope.

Transversal del acueducto

PERFILES

Transversal del canal

2,80 m

Metros

3

Plano de comparación

0

5

10

Decímetros

2

0

5

1m

1

0

Perfil del acueducto Perfil del canal de irrigación

Horizontal Hectómetros 0

5

1 km

Vertical Metros

10

Fig. No. 388.- Corte transversal del acueducto de Ascope (ver plano).

312

0

10

20

LA AGRICULTURA

Fig. No. 389.- Acueducto de Ascope: parte superior donde se aprecia la berma por donde discurría el agua de regadío.

Fig. No. 390.- Detalle de los cortes de las bermas del canal en el acueducto de Ascope (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 391.- Detalle del canal del acueducto de Ascope. Nótese en la berma, por la parte inferior, los cortes a manera de estrías que tienden a eliminar el factor erosivo de las corrientes laterales exteriores desviándolas al centro.

Fig. No. 392.- Acueducto de Ascope: sección que bordea el cerro cercano a Facalá.

Fig. No. 393.- Canal sobre el acueducto de Ascope (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 394.- Acequias a diferentes niveles en las faldas de los cerros cercanos a Ascope (Valle de Chicama, Trujillo).

313

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 395.- Las graderías que refuerzan el cuerpo del acueducto de Tambo Real.

Fig. No. 396.- Serie de terrazas al costado del acueducto de Tambo Real.

Fig. No. 397.- Importantes vestigios de los surcos de caracol en las terrazas de la hacienda Tambo Real.

Fig. No. 398.- Canal que llevaba las aguas para irrigar las pampas de San José Alto.

Fig. No. 399.- Antigua acequia mochica que es hoy utilizada por los dueños de la hacienda Facalá (Valle de Chicama, Trujillo).

Fig. No. 400.- Acequia mochica que actualmente presta importantes servicios.

314

LA AGRICULTURA

indios en este canal. De allí que se produzcan enarenamientos que ocasionan fuertes gastos a los propietarios del fundo Tambo Real. Este mismo hecho ha obligado, según parece, a tomar nuevo cauce, y ha perdido nivel, desde 1.500 m aguas abajo, en las proximidades de la huaca El Castillo o Panteón de los Chinos. Como a 200 metros de este acueducto se deriva otro canal que avanza dos kilómetros más al sur del Cambio Puente, del que se deriva otro canal, cuyas huellas tienen su origen en las proximidades del kilómetro 11 de la ferrovía de Chimbote al Callejón de Huaylas, y continúan bordeando el cerro paralelamente al oeste del ferrocarril, hasta el kilómetro 4. De allí voltea con rumbo noroeste hasta Cosshco. El acueducto de Ascope ha sido utilizado en los últimos tiempos como barrera de represa. Se creyó

entonces conveniente colocar a través de esta construcción tubos de gran tamaño para el aprovechamiento de las aguas. Desgraciadamente, el primero que se colocó produjo una rotura enorme y lo puso en serio peligro. Las fotografías aéreas que publicamos de estas admirables obras de ingeniería hidráulica mochica nos muestran tres grandes acequias pertenecientes a la maravillosa red de irrigación que, como hemos dicho antes, no ha sido igualada posteriormente, ni aun en estos tiempos (Figs. Nos. 398 a 400). Fue, pues, sobre la base de estas soberbias obras hidráulicas, que se desarrolló considerablemente la agricultura mochica, y con ella el arte y todas las demás manifestaciones de esta cultura tan vigorosa y extraordinaria.

315

LA CAZA Y LA PESCA

L

A CAZA Y LA PESCA –PRINCIPALES FUENTES de sustento del hombre primitivo y actividades esenciales a las que se dedicó la humanidad en los albores de la civilización– adquirieron un gran desarrollo en la época mochica. La alfarería guarda importantes documentos sobre estas manifestaciones, los mismos que han servido para sugerir las observaciones que integran este capítulo. Además de ellos, hemos de tener muy presente las sencillas prácticas de caza y pesca que emplean hoy muchas comunidades indígenas de nuestro litoral, porque en ellas vemos constantemente un reflejo del pasado y porque, además, son las que mayormente nos ayudan a comprender lo que encierran las pictografías y los modelados escultóricos que el artista alfarero ha dejado en la cerámica. Para esclarecer mejor nuestros conceptos y siguiendo el método usual en esta clase de estudios, trataremos cada actividad separadamente.

LA CAZA Los documentos que sobre el particular poseemos evidencian terminantemente que esta ocupación en los viejos tiempos mochicas estuvo debidamente organizada y, por ende, reglamentada. Las pictografías que contienen escenas de caza Fig. No. 401.- El venado (Cervus nemorivagus). Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (091-006-015)

atestiguan además que dicha actividad fue el deporte favorito de los grandes jefes y que fue practicada por ellos de manera preferencial. Éstas relatan gráficamente el procedimiento que se empleaba para coger a cada animal, y los instrumentos entonces en boga, que se usaban para poderlos victimar. Fue, pues, según lo que dejamos dicho, la cacería del venado (Fig. No. 401) el deporte por excelencia cultivado por los grandes jefes y nobles mochicas, práctica que solamente estaba reservada para ellos. No podemos asegurar si el pueblo se dedicaba también a este quehacer, a pesar de que hemos encontrado grupos representativos de la clase humilde en todas las escenas de cacería; acaso éstos no eran sino los sirvientes que ayudaban a sus jefes o los representantes de las grandes masas que asistían a tan importantes torneos, con el objeto de aplaudir y estimular la agilidad y destreza que derrochaban sus gobernantes en los incidentes movidos y hasta dramáticos de tan pintoresca como sugerente costumbre. Los jefes mochicas acudían a la caza exhibiendo vestidos sencillos que les permitían una mayor desenvoltura y seguridad en los movimientos en general, y muy especialmente para las carreras. Llevaban hermosos tocados, muy bien sujetos bajo el mentón voluntarioso; el busto y los miembros superiores e inferiores iban descubiertos. Las piernas las llevaban protegidas en igual forma que los “mensajeros”, cuya minuciosa descripción aparece en el capítulo dedicado al tema de la escritura. Armados con estólicas que impulsaban dardos de 317

LOS MOCHICAS - TOMO I

filudas puntas de cobre, o también dueños de grandes saetas que se lanzaban a manera de jabalinas (Fig. No. 402), marchaban animosos y seguros del éxito de su empresa. Los grandes dardos eran lanzados con enorme vigor, de manera que, por regla general, al dar en el blanco atravesaran el cuerpo del venado. Fuera de las armas cortantes de caza ya citadas, utilizaron también las contundentes, como la maza o porra, que servían muy especialmente para atontarlos cuando eran acorralados dentro de las redes y también para ultimar a la presa (Fig. No. 403). De mucha solemnidad debieron ser estas grandes cacerías, que se iniciaban con el desfile de los jefes, quienes eran conducidos al lugar del evento en literas o andas de traza muy sencilla. Tras ellos seguía una apretada muchedumbre compuesta de individuos que tomaban parte en la ruda labor del rodeo de los animales. Creemos que los grandes chacos o rodeos que constituyeron el ápice de la caza en la época incaica fueron similares a los que se practicaron en la gran etapa mochica. Individuos armados de garrotes y de mazas acudían a levantar la caza de los montes, procurando reducir a las presas en círculos cada vez más pequeños, hasta conseguir que ingresaran en una gran red que se tendía con anticipación en un paraje adecuado (Fig. No. 404). La red tenía, en unos casos, una sola puerta de acceso, que era después custodiada por un asistente. La red alcanzaba a encerrar un gran espacio, y es así como podemos ver dentro de ella –en la pictografía que aparece en la figura No. 405– a los jefes que están atacando a los venados que saltan las plantas de achupalla y pasan veloces entre los árboles. Era en el interior de la red donde los jefes animaban su deporte favorito, haciendo gala de su pericia y habilidad en el manejo de la estólica. Es también interesante anotar que en todas las escenas de cacería hemos podido comprobar que la mayoría de los animales atacados eran machos, hecho que guarda íntima relación con la costumbre incaica por la que “se exterminaba a las fieras, se trasquilaba a los huanacos y vicuñas y se daba soltura a las hembras”. Para transportar a los animales muertos se utilizaban parihuelas o también se usaba la fuerza humana de la manera como se ilustra en la figura No. 406, es decir, sobre las espaldas, sostenidos por las patas, que pasaban sobre los hombros. 318

En el acto de encerrar a los venados en las redes, era muy frecuente que cayeran animalitos tiernos, los mismos que eran cogidos vivos, y se procuraba causarles el menor daño posible para enseguida proceder a su domesticación. Es así como no otra significación tienen las representaciones de estos herbívoros prisioneros. Además de los venados, entre los animales montaraces se cazaba a los pumas y tigrillos, y se elegían a los cachorros para poderlos atrapar vivos y reducirlos a domesticidad. Dada la gran veneración que rendían los mochicas a estos felinos, debió considerarse como un gran privilegio poder dedicarse a su cría. Es por ello frecuente encontrar a personajes que tienen todo el aspecto de grandes jefes que llevan entre sus brazos a pequeños felinos que aparentan mucha mansedumbre. La caza de las aves fue igualmente muy codiciada. Las carnes de los volátiles se empleaban en la alimentación, mientras su plumaje servía para la confección de vistosos y multicolores atavíos. A orillas del mar, en las lagunas, ríos y las charcas se cazaba gran número de palmípedas, cuya variedad en el litoral peruano es asombrosa, como múltiple su procedencia. La pictografía que aparece en la figura No. 407 es la única de importancia y nos sirve de documento en la investigación de esta fase de la vida mochica. En primer término, podemos observar en ella a un ser ornitomorfo, cuyo medio cuerpo superior pertenece a un halcón que representa las funciones de cazador. Ataviado vistosamente, se dedica a lanzar con la estólica afilados dardos sobre un ave que vuela al centro de la escena. Los dardos son pequeños y llevan dos aditamentos de forma estrellada que permiten efectuar una mejor trayectoria, y contribuyen a la mayor eficacia del arma. Este cazador está auxiliado por otros seres ornitomorfos humanizados, que se dedican a recoger y alcanzar los dardos que están en el suelo. Uno de los ayudantes sostiene en sus manos una red de forma trapezoidal que lleva mango, aparato que servía para protegerse la cabeza de los dardos que descendían de lo alto. Además, como esta práctica originaba una gran agitación y continuas carreras, los auxiliares iban provistos de recipientes con líquidos y alimentos que les eran alcanzados al cazador en el momento oportuno. En este caso, lo curioso es observar que uno de los ayudantes que lleva al cazador sus reconstituyentes es un ser humano regiamente ataviado. ¿Qué significación entraña dicho ser? Hasta el momento

LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 402.- Gran jefe utilizando la jabalina en la caza del venado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-005-003)

319

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 403.- Relieve cerámico donde aparecen cazadores armados con mazas tras venados. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-005-011)

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LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 404.- Escena de cacería de venados. Pictografía sobre un vaso globular. Museo Nacional de Arqueología y Antropología

Fig. No. 405.- Escena pictórica de un vaso pintado que nos revela la cacería del venado. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (2070)

321

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 406.- Cazador chimú que lleva a cuestas un venado muerto en la cacería. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-009-006)

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LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 407.- Escena de adiestramiento en la caza de aves, que ha sido hábilmente representada en la pictografía mochica. El cazador está simbolizado por un halcón. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (3169)

aún no nos ha sido posible establecerlo. Detrás de este personaje sigue otro ornitomorfo que trae también una taza de agua u otro líquido para el cazador. Los cazadores mochicas fueron indudablemente muy hábiles en el manejo de la estólica y en el arte de lanzar los dardos, ya que no en otra forma podían alcanzar a sus presas cuando éstas se hallaban en pleno vuelo. Para ello, no solamente se valieron de la estólica, sino del mismo impulso del brazo. Este modo de usar los dardos, que requiere una admirable destreza, es empleado hoy día por los esquimales. En la figura No. 408 aparece un importante vaso de arcilla que nos demuestra el empleo de la cerbatana en la caza de aves. Esta arma, que es aún la predilecta de muchas tribus indígenas de América, se componía, como se observa en el vaso, de un tubo largo por el que se lanzaban pequeños proyectiles impulsados por el aliento. El cazador se ocultaba de su presa sirviéndose de un aditamento plano, colocado a manera de pequeño parapeto. Según los sitios donde se encontraban las aves –en las salientes de las lomas y las piedras, en las cimas de las ramas o tejados–, el cazador adoptaba la posición más conveniente para obrar libremente con el máximo de energía en el resuello. Para la caza de volátiles también emplearon las trampas. Hasta hoy no tenemos prueba alguna de su forma ni del sistema que se utilizó con ellas. Pero, así como vemos dentro de la cerámica chimú el empleo de una ingeniosa trampa construida de pequeños carrizos, que se usaba para la pesca de camarones –implemento que es igual a los que se emplean hoy entre los

pescadores de Moche y Virú–, nos inclinamos a creer que las trampas y sistemas de caza a que acuden en nuestros días los pequeños agricultores eran los mismos de ayer. Pero, en definitiva, no podemos hacer tal aserción porque, como repetimos, no poseemos los documentos etnológicos que nos lo demuestren. Con todo, será necesario hacer la descripción a grandes rasgos de las trampas y sistemas de hoy, que están difundidos entre los pobladores indígenas de la costa y del interior, ya que presumimos que no está lejano el día en que encontremos la comprobación de su similitud con los viejos sistemas. Una de las trampas consiste en lo siguiente: una especie de canasta de forma piramidal que se coloca con la boca hacia abajo en un lugar frecuentado por los pájaros. Los granos se arrojan dentro del radio que circunda la boca de la trampa levantada por uno de sus extremos, y que sostiene un pequeño palito al que se ata una cuerda que el cazador –escondido detrás de algún obstáculo– sostiene por el otro extremo. Cuando las aves llegan y se introducen a comer los alimentos allí regados, el cazador tira del cordel con suma suavidad, la canasta pierde su punto de apoyo y cae la tapa y encierra dentro de ella a cuantos animalitos estuvieron presentes. Obtenidas las primeras presas, se vuelve a armar la trampa. Este sistema se emplea comúnmente para la caza de palomas en la época de la cosecha, que es cuando más abundan. Otro de los sistemas que da magníficos resultados es el llamado huaripalo. Consta de una varilla grande, una estaca y una larga y resistente cuerda. La estaca se fija en el suelo sólidamente, y a ella se ata uno de los extremos 323

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 408.- Individuo utilizando la cerbatana para la caza de aves. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-003-003)

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LA CAZA Y LA PESCA

de la varilla que está provista del cordel. La amarra debe estar floja para permitir una mayor soltura en el movimiento de la varilla en el momento de funcionar. El extremo libre de la cuerda es sostenido por el cazador y le sirve para poner en acción la trampa. El alimento se riega a partir de la varilla, cuidando de no salirse del radio de acción que ésta abarca en su movimiento. Cuando los animalitos llegan en gran cantidad y se entregan a recoger los granos, el cazador tira fuertemente y con suma pericia la cuerda, haciendo girar la varilla, que a ras del suelo describe un sector de círculo, matando o atontando a cuantas aves encuentra en su recorrido. El éxito que se consigue con este sencillo procedimiento es halagador, ya que cada vez que funciona deja siempre un buen número de aves por recoger. La iguana y el cañán eran también cazados por los antiguos mochicas. Dentro de la cerámica advertimos la frecuente representación de la iguana, muchas veces en sartas similares a las que todavía se ven en los mercados de expendio en la actualidad. Fue seguramente alimento preferido del poblador costeño, motivo por el cual se le cazaba en grandes cantidades. Hoy día los naturales de la zona que nos ocupa estiman como un exquisito bocado la carne de iguana, y prestan a su caza una gran atención. La iguana habita generalmente dentro de los algarrobales. En Virú, uno de los pocos pueblos donde se guardan tradiciones y costumbres de milenaria data, se emplea un curiosísimo sistema para cazar la iguana, el cual explota la torpeza característica de esta bestezuela. Seguramente el mismo método fue aplicado por los antiguos. Consiste la trampa en una barrera de carrizos o cañas amarrados a manera de esteras largas, cuya longitud mínima es de 10 metros, mientras su altura es prudencial. En las madrigueras de estos animales se coloca la barrera en posición vertical, con sus extremos formando volutas, y, bien asegurada por la parte trasera, queda lista para dar los resultados apetecidos. Al salir el animalito de su madriguera tropieza de inmediato con este obstáculo, y en su afán de franquearlo lo recorre en toda su extensión sin éxito. La torpeza del animal hace que al voltear el caracol de las volutas se encuentre de nuevo con la primitiva barrera que lo atajó, la que vuelve a recorrer una y cien veces. Desesperado, el animal se pasa horas de horas recorriendo esta trampa hasta que se agota y cae rendido, y se convierte en fácil presa del cazador. Por supuesto, se

utilizan para el caso muchísimas de estas trampas que permanecen expuestas el tiempo suficiente para obtener el resultado deseado. Fue muy apreciada la caza de los caracoles de tierra, manjar estimado por los mochicas. Estos moluscos, que ordinariamente se encuentran en los cerros, eran recogidos en bolsas de fibra y su caza fue ocupación de importancia, tanto que el artista la ha recogido en el bello ceramio de la figura No. 409, donde el modelado de estos moluscos es de gran realismo y ha sido acompañado por pictografías que detallan las escenas de su aprehensión. No nos es posible extendernos más sobre esta interesante actividad de los mochicas. Fuera de los documentos que presentamos y otros que existen en diversos museos y colecciones, hay muy pocos que expresen con mayor claridad los sistemas peculiares, usos e incidentes que la antigua caza creó y suscitó. Sin embargo, las pruebas exhibidas en esta obra han de servir de base para posteriores investigaciones.

La cacería de lobos Acápite especial merece esta actividad, que fue interesante, divertida y gozó de gran estima en la época que estudiamos. Estas anotaciones nos han sido sugeridas por un valioso documento: un relieve que adorna la superficie globular del vaso que aparece en la figura No. 410. Este relieve acusa la particularidad de expresar una vida y movimiento asombrosos. No es necesario sino poner los ojos sobre él para presenciar la escena como en una pantalla en la que se proyectan figuras animadas. En este relieve vemos la fuga desesperada de los anfibios, mientras los cazadores mochicas, que son a la vez pescadores –pues llevan el atavío que éstos portan en la cabeza–, corren tras ellos, dando saltos y blandiendo sus pesadas mazas, con las que asestan terribles golpes a sus presas. Éstos también llevan escudos circulares para ponerse a salvo de cualquier embestida. La escena dice, además, que la caza del lobo se realizaba por sorpresa. Y en efecto, se esperaba que estos animales, en grandes enjambres, invadieran la playa para descansar, momento que aprovechaban los cazadores para sus irrupciones violentas, caracterizadas por una lluvia de garrotazos que tendían víctimas por todas las direcciones. En este arriesgado deporte tomaban parte numerosísimas personas. A juzgar por los documentos que tenemos, la 325

LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 409.- Individuos dedicados a recolectar caracoles de tierra, que comúnmente se encuentran en los cerros. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-003-001)

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LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 410.- La pesca de lobos representada en un movido y expresivo relieve. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (XXC-000-189)

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LOS MOCHICAS - TOMO I

caza del lobo la ejecutaba especialmente el pueblo. La representación frecuente de lobos marinos dentro de la cerámica testimonia, indudablemente, que este anfibio desempeñaba un importante rol dentro de la cacería mochica. No sabemos a ciencia cierta qué utilidad obtenían de él, pero es presumible que fueran perseguidos y cazados para aprovechar su grasa y su cuerpo. Algunos historiadores aseguran que de la piel del lobo se hacían balsas; sin embargo, hasta hoy no hemos encontrado una comprobación fehaciente de tal uso. Además, como ya hemos visto al estudiar la agricultura, los lobos de mar eran cogidos en las islas para ser sacrificados en homenaje a las divinidades del océano.

LA PESCA Siendo el territorio mochica esencialmente costero, la mayoría de sus pobladores, especialmente los que vivían a orillas del mar, se dedicaba con gran empeño a la pesca, intensa actividad que desde tiempos prehistóricos se encontraba grandemente desarrollada, y jugaba un rol esencial en la satisfacción de las necesidades nutricias de los pobladores que nos ocupan. Los mochicas se sirvieron de la pesca preferentemente y alcanzaron un buen grado de adelanto en su práctica, porque no solamente contaron con costas bajas que encierran playas magníficas, como las de Malabrigo, Huanchaco y Puerto Morin, entre otras, peñascos revestidos de diversidad y gran cantidad de mariscos, y la mejor bahía del Perú, que es, sin duda, Chimbote, sino también que desde un comienzo la pesca atrajo toda la atención de los primitivos pobladores, ya que fue su esencial medio de vida. Todos los restos de su industria y las demás huellas que han dejado acreditan fehacientemente que la industria pesquera estuvo muy desarrollada. Examinando la pictografía mochica comprobamos que la actividad favorita de Ai Apaec y de los grandes jefes consistía en frecuentes excursiones marinas en pos de la codiciada fauna oceánica. Además, los kjiooknmodings, que están regados a lo largo del litoral, nos ofrecen numerosos restos de conchas, espinas de peces y demás restos de alimentos y utensilios de origen marino. No es raro tampoco encontrar dentro de las tumbas restos de crustáceos, peces y otros seres acuáticos en calidad de ofrendas votivas. Para la aprehensión de la riqueza marina utilizaron una especie de balsa hecha de corteza o totora (Fig. No. 411). 328

La capacidad de estas embarcaciones se limitaba generalmente a dos personas: una se instalaba en la popa y la otra en la proa. De la parte media del borde inferior, en sentido longitudinal, se colgaban piedras aprisionadas en unas redecillas que servían para mantener el equilibrio de la embarcación en el agua, la misma que era impulsada por remos hechos de caña de Guayaquil o por palas de madera muy liviana. De estas barcas se servían también para alejarse del litoral hacia las islas, y de ellas hay en nuestros días rezagos entre los pescadores de Chimbote. Para la pesca en los lugares cercanos a tierra empleaban los “caballitos” (Fig. No. 412), que son hasta la fecha las embarcaciones de los modernos pescadores indígenas que viven en muchos pequeños puertos y caletas, quienes forman comunidades de individuos de caracteres raciales comunes. Todavía es dable admirar hoy la destreza de los que manejan estas frágiles embarcaciones y su arrojo cuando, arrodillados sobre la “cintura” de sus “caballitos”, desafían el mar incluso en los días de mayor turbulencia. Los pescadores de Puémape, Huanchaco y Chimbote son vivo ejemplo de lo que decimos. La construcción de esta singular barca dura un tiempo increíblemente corto, apenas si una hora. Para ello, los huanchaqueros siegan la corteza madura que dejan secar por algunos días. Cuando está a punto de manufactura, es decir, deshidratada, forman de primera intención dos grandes “bastones” o haces que se componen de pares de tallos iguales, generalmente de 100 en cada “bastón”. Desde su base se empiezan a liar estos “bastones” o cuerpos fusiformes con una larga y fuerte cuerda denominada quiranga, que va enrollándose cada vez en menor espacio. A un metro de la base o punto de partida se colocan dos nuevos “bastones” –más pequeños y que tienen el mismo número de pares de tallos de corteza– destinados a formar la “caja” del “caballito”. La cuerda une fuertemente estos haces con los primarios hasta fundir todos en un solo gran cuerpo. A partir de la unión de los nuevos “bastones” se ensancha el “caballito”; allí se le hace una doble amarra o ligadura con un cable que se le denomina huangana. Esta ligadura forma la “cintura” del “caballito” y es el sitio donde se acomoda el pescador que tripula esta pequeña embarcación. De la huangana penden dos extremos: uno de dos puntas y el otro con una oreja formada por un nudo que se denomina “seno”. Con una de estas puntas se ajusta una nueva huangana en la base de los “bastones” y casi encima de las primeras quirangas,

LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 411.- Pescador mochica sobre una balsa de totora, dedicado a su faena cotidiana. Lleva en la cabeza el plumaje distintivo de su oficio. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (062-002-001)

Fig. No. 412.- Pescador huanchaquero junto a su preciado caballito, con su remo en la mano.

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LOS MOCHICAS - TOMO I

y el resto se asegura en la oreja o “seno”. Con la otra punta sobrante se va ligando hasta tocar con el extremo de la proa del “caballito”. La huangana es la que da verdadera consistencia a la frágil embarcación. Al ejecutarse las amarras mencionadas es que se le da al “caballito” su verdadera conformación en cuanto a curvatura y ensanchamiento, y es cuando se cuida de estibarlo para conseguir un equilibrio a prueba. La serie de ilustraciones que insertamos en estas notas ayudará a comprender mejor la breve descripción de los “caballitos”, verdaderas joyas tradicionales (Figs. Nos. 413 a 416). La duración de estas navecillas no pasa de 15 días, al cabo de los cuales la materia prima de que están hechas se emplea en la manufactura de esteras y en los paramentos y puertas de las habitaciones hechas con esta fibra. Cada “caballito” puede contener de quince a veinte róbalos de regular tamaño, que se aseguran a la amarra de la “cintura”, por lo cual también se denomina a esta parte de la embarcación “atrincadero”. Una pequeña redecilla llamada calcal sirve para contener los peces menudos. Como utensilios de pesca los antiguos mochicas emplearon el arpón con punta triangular, arma que estaba destinada a los lobos y peces corpulentos. El anzuelo encorvado y sencillo –sin el tajo de seguridad o “arponcito” que hoy lleva– se destinaba a los peces menudos. En la figura No. 417 puede verse una serie de anzuelos muy antiguos, y pueden apreciarse fácilmente las grandes diferencias que los separan de los modernos. Estos pequeños anzuelos se aseguraban a los extremos

de las cuerdas, de la misma manera que hoy. En lugar de plomo, para lograr su inmersión se utilizaban pequeños cantos rodados o pedazos de cobre, y los frutos huecos de las lagenarias servían como excelentes flotadores. En cuanto concierne a la utilización de la red (Fig. No. 418), los mochicas la emplearon y estaban por tanto familiarizados con su manejo. La red, como ya hemos visto, tenía importante aplicación en la cacería del venado y otros animales. Sin embargo, no hemos encontrado pictografía ni modelado alguno que nos dé noticias suficientes sobre su uso en el mar, pero el conocimiento de este trabajo corría parejo con las primeras manifestaciones culturales del hombre del litoral peruano. Las redes que hemos encontrado en unas tumbas excavadas en el paraje denominado El Brujo pertenecen a la época chimú y a períodos lindantes con la conquista hispana, y ellas llaman la atención del observador por su consistencia y la perfección de su factura. Los mochicas pescaron indudablemente todos los animales que constituyen hoy la base de la alimentación del hombre peruano de las riberas del Pacífico. Dentro de la cerámica nos ha sido posible identificar las siguientes variedades: el toyo, la manta, el chirlo, el bonito y la corvina, entre los peces de agua salobre; y el bagre, la mojarrilla y la lisa, entre los de agua dulce. Los mochicas buscaron con avidez los mariscos, entre los que hemos encontrado representados el caracol, la estrella de mar, las conchas, los barquillos y los ancocos. También pescaron crustáceos. De ellos hay representados

Fig. No. 413.- Caballitos pilotados por huanchaqueros de regreso a las playas.

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LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 414.- Divinidad bogando en un "caballito", simbolizado en forma de pez, para dar idea del dominio de las aguas alcanzado por los mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera (075-004-005)

Figs. Nos. 415 y 416.- Arrodillado y estoico, el pescador norteño de hoy desafía al mar en su turbulencia, manteniéndose siempre en perfecto equilibrio. Derecha: sacando el "caballito" de las aguas. Se puede apreciar perfectamente la base de éste.

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LOS MOCHICAS - TOMO I

Fig. No. 417.- Prehistóricos anzuelos chimús, muy similares a los que aparecen en las pictografías mochicas. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 418.- Pescadores portando una red.

el cangrejo de mar y de río, y figuran además algunas variedades como el llamado mail mail y el común. Los camarones marinos y fluviales han sido modelados con gran dosis de realismo en la cerámica. Para las bestezuelas que se adhieren fuertemente a las rocas utilizaban instrumentos de madera que llevaban una de sus puntas afiladas, que permitían desprenderlos fácilmente. En la actualidad es de uso común este instrumento entre los pobladores de Puémape. Si bien el strombo y la concha de puntas, spondylus pictorum, moluscos propios de los mares cálidos, se encuentran frecuentemente representados en la cerámica, 332

ya como instrumentos de viento o bien en calidad de vasos votivos, su presencia en el sector marino que nos ocupa fue desconocida. Lo mismo ocurre con la concha de abanico que abunda en Chimbote, hacia el sur, y que hemos encontrado profusamente regada en las tumbas mochicas de la región descrita, principalmente en El Brujo, en los cementerios de Salamanca, en la huaca Pan de Azúcar II de Chiquitoy y en Quemazón (hacienda Sausal). Estos moluscos, por su rareza, fueron seguramente muy apreciados y empleados como ofrendas funerarias. El spondylus pictorum y el strombo seguramente procedían de las costas centroamericanas.

LA CAZA Y LA PESCA

Fig. No. 419.- Escena de pesca en la que intervienen altos jefes que han sido hábilmente idealizados por el artista. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera

Fig. No. 420.- Escena totémica de pesca. Su conjunto y armonía son admirables. Museo Nacional de Arqueología y Antropología (2432)

Como ha podido apreciarse, la pesca fue una primordial ocupación de los antiguos mochicas y logró gran auge y perfección (Figs. Nos. 419 y 420). Las fuentes de la prehistoria peruana ofrecen datos de gran interés acerca de esta fructífera actividad entre los habitantes de la región del norte peruano. El historiador español Sebastián Lorente, en su importante tratado sobre la civilización peruana (Lima, 1879), trae los siguientes datos que no requieren comentario: “Lo principal que se hizo en lo que se refiere a la pesca” –dice respecto de los incas– “fue la traslación de algunos pescadores que habitaban junto al Pacífico a las

orillas del Titicaca, donde todavía pueden reconocerse vestigios de los chimús trasladados, y a las márgenes del Marañón, en las que algunas comunidades se distinguen por el uso de la lengua ‘mochica’”. Estas aseveraciones prueban, pues, que el arte de la pesca con todos sus adelantos lo aprendieron los incas de los antiguos pobladores del norte peruano, a quienes dominaron y “civilizaron”. Además, esta perfección en el arte e industria que nos ocupa databa de la brillante época mochica, verdadero reguero de luz en la nebulosa que aún cerca el origen de las grandes culturas del Perú precolombino. 333

Edición, coordinación, diseño, fotografía, preprensa y supervisión de imprenta. SERVICIOS EDITORIALES DEL PERÚ SAC

Edición general

Bernardo Oliart Coordinación

Martín Alpiste Diseño

Jesús Valero Ilustraciones, dibujos y fotografías en blanco y negro

Archivo Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera Fotografías

Joaquín Rubio Impresión

Metrocolor

Todas las reproducciones que ilustran este volumen son calcos fieles de los vasos y objetos de la civilización Mochica. Los mapas y planos han sido digitalizados sobre la base de los originales de 1938.

PRÓLOGO

LA PUBLICACIÓN DE ESTA OBRA tiene por fin abrir una ruta de conocimientos concretos sobre las culturas preincaicas que en dilatado y fecundo quehacer enriquecieron el territorio del Perú y el acervo espiritual de la raza aborigen. Muchas de ellas permanecieron hasta hoy insuficientemente estudiadas y algunas hasta ignoradas. Y es que en este tramo de la investigación del pasado del Nuevo Mundo, la mayor parte de los libros de arqueología escritos para esclarecerlo sólo ofrece estudios generales y panorámicos, dentro de los cuales, sin dominio del detalle y excesiva imprecisión en el conjunto, se consignan reiteradas veces datos inexactos, los mismos que han originado serios errores de interpretación, pues en unos casos se ha confundido el orden cronológico de los hechos, en otros se han mezclado lamentablemente los exponentes de una determinada cultura con los de otra, y en todos los casos los pueblos cuya psique se exploraba han sido vistos desde fuera, superficialmente. Hasta hoy, la investigación de la antigüedad peruana adolece de no haber sido orientada hacia el análisis detenido y profundo de la cultura motivo de estudio, ni se ha basado en observaciones minuciosas sobre el terreno y en la aprehensión de tipos, usos y costumbres supervivientes de esas lejanas épocas. Casi toda la bibliografía arqueológica peruana, con excepción de algunos estudios hechos por eminentes historiadores estadounidenses y europeos, es fruto libresco, exégesis de lo narrado por los cronistas y algunos curiosos viajeros modernos. En el caso de la cultura Mochica, sus especímenes solamente han servido para dar realce a ensayos literarios o crónicas periodísticas en los que, si bien se ha logrado transmitir la enorme emotividad que encierran sus ceramios, no se revela ni aun vagamente el maravilloso adelanto de los creadores de tales artes, expresión de una técnica depurada que alcanzó su meridiano. Como estas fuentes de información, deficientes unas y falsas otras, hacen imposible la verdadera comprensión de la vigilia mochica y de las culturas que le son afines y que se hallan cronológicamente próximas a

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ésta, por carecer de base fundamental y porque dejan en el relato histórico grandes lagunas, se hace necesario depurar esta importantísima rama de la investigación con el acopio de nuevos datos concretos y de probada verdad, o por lo menos verosimilitud. Datos arrancados de la naturaleza, escenario de las culturas estudiadas, a los monumentos y vestigios (tumbas, utensilios, obras de arte, etcétera) que nos han legado y cuyo conocimiento deja vislumbrar los contornos y alcances de esas artes e industrias humanas desaparecidas, son las fuentes del estudio arqueológico sin cuyo conocimiento no se podrá esclarecer ni comprender el bello y sugerente espectáculo del pasado peruano. Fundado en las razones anteriores y habiendo coleccionado una a una las piezas que constituyen el Museo Rafael Larco Herrera (la colección más numerosa del mundo en exponentes de la cultura Mochica), habiendo visitado casi todos los monumentos y ruinas dejados por este admirable pueblo (tanto en el litoral del norte peruano como en la cordillera marítima de los Andes), y habiendo presenciado y actuado en gran número de excavaciones realizadas paciente y metódicamente a lo largo de varios años, el autor de esta obra creyó imperativo escribirla y dotarla de una relación minuciosa de la cultura peruana denominada Mochica, que tuvo su asiento en el fertilísimo y extenso valle de Chicama. La investigación comprende desde un período arcaico (esclareciendo lo concerniente a la cultura Cupisnique) hasta el momento en que, después de haber alcanzado un grandioso desarrollo, los mochicas empiezan a decaer para ser sustituidos por otra cultura más vigorosa y práctica, aunque menos refinada: la Chimú. Por consiguiente, todo cuanto se inserta en este libro se basa en experiencias, en observaciones y datos coordinados en dilatados años de estudio, búsqueda incesante y profunda meditación. Los materiales de esta obra han sido extraídos de las verdaderas fuentes arqueológicas, única manera de hacer labor seria que acuse valor científico, anhelo que fue toda una obsesión en la vida de quien ofrece este aporte para el mejor conocimiento del pasado americano. El lector, pues, encontrará a lo largo de este trabajo datos y observaciones descarnadas, libres de toda hojarasca innecesaria cuando se tratan tópicos de esta índole. 2

Como podrá comprobarse, después de vencido el conocimiento de esta obra, el estudio de la cultura Mochica es de gran importancia para arrojar toda luz necesaria sobre la historia peruana precolombina. Es ella la única que en forma vívida y con un contenido espiritual profundo, ha sabido expresar en sus ceramios todas las variadísimas manifestaciones de su vida intensa. Estudiando esta cultura es como se puede descifrar el significado y alcances de las que le antecedieron, y, desde luego, con más facilidad las que le sucedieron. Los mochicas, creaturas del litoral peruano de clima semitropical y pingüe gleba en sus valles, fueron los mejores intérpretes del escenario en el que les tocó vivir y llenan con su obra civilizadora las mejores páginas de la historia primitiva del Perú. Si este modesto concurso a la historia de mi patria y de América coadyuva, siquiera en parte, a un mejor conocimiento e interpretación de la misma y aporta algunos elementos al ideal de crear una cultura netamente suramericana que afirme sus raíces en nuestro suelo y en nuestra historia, habrá visto el autor de este trabajo colmados sus mejores anhelos. Luminosa trayectoria ofrece la ruta mochica y, como toda ruta conscientemente trazada, es un ejemplo y una enseñanza para todos los pueblos de esta joven América llamada a un noble destino en el acrecentamiento de la cultura humana.

RAFAEL LARCO HOYLE Hacienda Chiclín, 1938

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