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Papa Francisco
PADRE NUESTRO Una conversación con Marco Pozza
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Padre nuestro 3
Índice •Rezar al Padre •Padre nuestro •“No os dejaré huérfanos” •Que estás en los cielos •Los padres y el Padre nuestro •Santificado sea tu nombre •Participar con la oración en la obra de la salvación •Venga a nosotros tu reino •El reino de Dios exige nuestra colaboración •Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo •El si pleno de María a la voluntad de Dios •Danos hoy nuestro pan de cada día •Dar de comer al hambrientos •Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden •El entrenamiento para el don y perdón •No nos dejes caer en la tentación •El fundamento de nuestra esperanza •Y líbranos del mal •La cizaña entre el trigo bueno •La oración del Señor •La oración de los abuelos es una riqueza •Fuentes
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Rezar al Padre
“Padre”: sin decir, sin sentir esta palabra no se puede orar. ¿A quién rezo? ¿Al Dios Omnipotente? Demasiado lejano, no logro sentirlo cercano: ni siquiera Jesús lo sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Está de moda, en estos días, rezar al Dios cósmico: es la modalidad politeísta típica de una cultura light... ¡Tú debes orar al Padre! Es una palabra fuerte , “padre”. Debes rezar a quien te ha engendrado, a quien te ha dado la vida. Se la ha dado a todos, ciertamente; pero “todos” es demasiado anónimo. Te la ha dado a ti, me la ha dado a mí. Y es también aquel que te acompaña en tu camino: conoce toda tu vida, lo que es bueno y lo que no es tan bueno. Si no comenzamos la oración con esta palabra, dicha no con los labios, sino desde el corazón, no podemos rezar en “cristiano”. Tenemos un Padre. Muy cercano, que nos 5
abraza. Todos estos afanes, todas las preocupaciones que podemos tener, dejésmoslas al Padre: Él sabe que necesitamos. Pero, ¿en que sentido ”Padre”? ¿Mi Padre? No: ¡Padre Nuestro! Porque yo no soy hijo único, ninguno de nosotros lo es, y si no puedo ser hermano, difícilmente podré llegar a ser hijo de este Padre, porque es un padre de todos. Mío, ciertamente, pero también de los demás, de mis hermanos. Y si no estoy en paz con mis hermanos, no puedo decirle “Padre”. No se puede rezar teniendo enemigos en el corazón. No es fácil, lo sé. «“Padre”, yo no puedo decir ”Padre”, no me viene». Es verdad, lo entiendo. «No puedo decir “nuestro” porque mi hermano, mi enemigo, me ha hecho esto, aquello y... ¡Deben ir al infierno, no son de los míos!» Es verdad, no es fácil. Pero Jesús nos ha prometido al Espíritu santo: es él quien nos enseña, desde dentro, desde el corazón, cómo decir “Padre” y cómo decir “nuestro”. Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a decir “Padre” y a poder decir “nuestro”, haciendo la paz con todos nuestros enemigos. 6
Este libro contiene mi diálogo con Don Marco Pozza sobre el Padre Nuestro. Jesús no nos ha entregado esta oración para que sea simplemente una fórmula con la que dirigirse a Dios: con ella nos invita a dirigirnos al Padre para descubrirnos y vivir como verdaderos hijos suyos y como hermanos entre nosotros. Jesús nos hace ver qué quiere decir ser amados por el Padre y nos revela que el Padre desea derramar sobre nosotros el mismo amor que tiene desde la eternidad para con su Hijo. Espero que cada uno de nosotros, mientras dice “Padre nuestro”, se descubra cada vez más amado, perdonado, bañado por el rocío del Espíritu Santo y así sea capaz de amar y perdonar a su vez a cualquier otro hermano, a cualquier otra hermana. Así tendremos una idea de lo que es el paraíso. Francisco
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Padre Nuestro Santo Padre, el 13 de marzo de 2013 fue una tarde extraña para mi. Estaba frente al televisor, había acabado de rezar las Vísperas y, por tanto, para la liturgia de la Iglesia, estaba ya en el 14 de marzo, que es el cumpleaños de mi madre. El 13 de marzo usted salió al balcón de la Basílica vaticana y supimos, con gran asombro, que se llamaría Francisco, el papa Francisco... Aquella tarde tuve la sensación de tener a Dios mas cerca que nunca. Por eso quiero empezar llamándole Santo Padre. Por dos motivos: en primer lugar, porque el término Padre evoca la filiación, y además Santo, porque usted es un padre que proclama la santidad de Dios. Querría comenzar por aquí, por el concepto de “Padre”, pues en la oración que me enseñó mi padre cuando yo era niño, el Padre nuestro, está presente el asombro ante un Dios que se deja tutear por sus criaturas. Me gustaría saber que emoción experimenta usted al rezar el Padre nuestro, tuteando a Dios, también hoy como Papa. 9
Me da seguridad. Comienzo por aquí: el Padre nuestro me da seguridad, no me siento desarraigado, no me siento huérfano. Tengo un padre, un padre que me trasmite la historia, me hace ver la raíz, me custodia, me guía, y también un padre ante el cual yo siempre me siento niño, porque Él es grande, es Dios, y Jesús pidió eso, sentirse niño. Dios ofrece la seguridad de un padre, un padre que te acompaña, te espera. Pensemos en las parábolas del capítulo 15 del evangelio de Lucas: la oveja perdida, el hijo pródigo... Un padre que, cuando te has arrepentido de los malos caminos, de los caminos tortuosos que has emprendido, y te preparas lo que vas a decir, no te deja hablar, te abraza, te celebra una fiesta. Un padre que amonesta -‐ «Atento, ten en cuenta esto...» -‐ pero te deja libre. Creo que hoy el mundo ha perdido un poco el sentido de paternidad. Es un mundo enfermo de orfandad. Decir y sentir el término “nuestro” del Padre nuestro significa comprender que no soy hijo único. Es un peligro 10
que corremos los cristianos: sentirnos hijos únicos. No, no: todos, también los despreciados, son hijos del mismo Padre. Jesús nos dice: los pecadores, las prostitutas, los excluidos entrarán en el reino de los cielos antes que vosotros, todos. Efectivamente, pienso que, si pudiésemos, colocaríamos el cartel de “Propiedad privada”, sólo mía: esta es la tentación. Sería fácil rezar a un Dios que tiene sólo un hijo y ese hijo soy yo. En cambio, saber que el Padre es “nuestro”, quizás nos haga sentirnos un poco menos solos, tanto en los momentos difíciles como en los momentos de despreocupación. 11
“No os dejaré huérfanos”
Hay una palabra que es la más querida para nosotros, cristianos, porque es el nombre con el que Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios: “padre”. Dicho nombre ha recibido un sentido y una profundidad nuevos precisamente por el modo en que Jesús lo usaba para dirigirse a Dios y expresar su relación especial con Él. El misterio sagrado de la intimidad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu, revelado por Jesús, es el corazón de nuestra fe cristiana. “Padre” es una palabra conocida por todos, una palabra universal. Indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre. Hoy, sin embargo, se ha llegado a afirmar que nuestra sociedad es una “sociedad sin padres”. En otros términos, 12
especialmente en la cultura occidental, la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desvanecida, eliminada. En un primer momento esto se percibió como una liberación: liberación del padre-‐patrón, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera, del padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la emancipación y autonomía de los jóvenes. A veces en algunas casas, en el pasado, reinaba el autoritarismo, en ciertos casos nada menos que el maltrato: padres que trataban a sus hijos como siervos, sin respetar las exigencias personales de su crecimiento; padres que no les ayudaban a seguir su camino con libertad -‐si bien no es fácil educar a un hijo en libertad-‐ ; padres que nos les ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y el de la sociedad. Esta, ciertamente, no es una actitud buena. Y, como sucede con frecuencia, se pasa de un extremo a otro. El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida de los padres, sino mas bien su ausencia, el hecho de no estar presentes. Los padres están algunas 13
veces tan concentrados en sí mismos y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvidan incluso a la familia. Y dejan solos a los pequeños y a los jóvenes. Siendo obispo de Buenos Aires percibía el sentido de orfandad que viven hoy los chicos; y a menudo preguntaba a los papás si jugaban con sus hijos, si tenían el valor y el amor de perder tiempo con los hijos. Y la respuesta, en la mayoría de los casos, no era buena: «Es que no puedo porque tengo mucho trabajo...». Y el padre estaba ausente para ese hijo que crecía, no jugaba con él, no, no perdía tiempo con él. Querría decir a todas las comunidades cristianas que hemos de estar más atentos: la ausencia de la figura paterna en la vida de los niños y jóvenes provoca lagunas y heridas que pueden llegar a ser muy graves. De hecho, muchas desviaciones de niños y adolescentes están relacionadas con esta carencia, con la falta de ejemplos y guías autorizados en su vida de cada día, falta de cercanía, falta de amor por parte de los padres. El sentimiento de orfandad que viven muchos jóvenes es más profundo de lo 14
que pensamos. Son huérfanos en la familia, porque los padres a menudo están ausentes, incluso físicamente, de la casa, pero sobre todo porque, cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen con su tarea educativa, no dan a los hijos, con su ejemplo acompañado por las palabras, los principios, los valores, las reglas de vida que necesitan tanto como el pan. La calidad educativa de la presencia paterna es mucho es mucho más necesaria cuando el papá se ve obligado por el trabajo a estar lejos de casa. A veces parece que los padres no sepan muy bien cual es el sitio que ocupan en la familia y cómo educar a los hijos. Y, entonces, en la duda, se abstienen, se retiran y descuidan sus responsabilidades, tal vez refugiándose en una cierta relación “de igual a igual” con sus hijos. Es verdad que tú debes ser “compañero” de tu hijo, pero sin olvidar que tú eres el padre. Si te comportas sólo como un compañero de tu hijo, esto no le hará bien a él. Este problema lo vemos también en la comunidad civil. La comunidad civil, con sus 15
instituciones, tiene una cierta responsabilidad – podemos decir paternal – hacia los jóvenes, una responsabilidad que a veces descuida o ejerce mal. También ella a menudo los deja huérfanos y no les propone una perspectiva verdadera. Los jóvenes se quedan, de este modo, huérfanos de caminos seguros que recorrer, huérfanos de maestros de quien fiarse, huérfanos de ideales que caldeen el corazón, huérfanos de valores y esperanzas que los sostengan cada día. Los llenan, en cambio, de ídolos pero les roban el corazón; les impulsan a soñar con diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; se les ilusiona con el dinero, negándoles la verdadera riqueza. Y entonces nos hará bien a todos, a los padres y a los hijos, volver a escuchar la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: «No os dejaré huérfanos» (Jn 14, 18). Es Él, en efecto, el Camino que recorrer, el Maestro que escuchar, la Esperanza de que el mundo puede cambiar, de que el amor vence al odio, que puede existir un futuro de fraternidad y de paz para todos. 16
Que estás en el cielo
Esta localización, “en el cielo”: me choca la gran cercanía de quien dice “padre”, pero también la distancia. Las religiones nacen entre esa cercanía y esa distancia. Quizás lo más bello de la nuestra es que no es el hombre quien busca a Dios, sino Dios el que sale al encuentro del hombre. ¿Qué es el “cielo”? El “cielo” significa la grandeza de Dios, la omnipotencia. Él es el primero, es grande, es el que nos ha creado. El “cielo” indica la inmensidad de su poder, de su amor, de su belleza. Pensemos en el Dios de Abrahán, que se acerca y le dice: ”Yo soy Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé íntegro” (Gén 17,1). 17
Mira, sigue adelante, cree, espera, no defallezcas. Un Dios muy cercano, por tanto; pero pensemos también en el Dios que se revela en el Sinaí: «hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta», leemos en el libro del Éxodo (19,16); «La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio del fuego. Su humo se elevaba como el de un horno» (Éx 19,18). Dios se revela en la gloria, en la luz, en el humo, en la nube, muestra su tremenda majestad, y esto es difícil de entender. Tú debes, yo debo, nosotros debemos decir «Padre nuestro que estás en los cielos», pero no con un sentimiento de humillación. Me viene a la mente un episodio sucedido cuando tenía cinco o seis años y me operaron de la garganta para quitarme las... Las amígdalas... Entonces se hacía sin anestesia: te enseñaban el helado que te darían después, te ponían algo en la boca abierta y la enfermera te 18
sujetaba, tú no podías cerrar la boca abierta y la enfermera te sujetaba, tú no podías cerrar la boca y el médico, con unas tijeras, te cortaba las dos amígdalas sin anestesia. Luego te daban el helado, y allí acababa todo. Después de la operación no podía hablar por el dolor. Mi padre llamó un taxi y volvimos a casa. Cuando llegamos, mi padre pagó, y yo me quedé sorprendido: ¿por qué le paga mi padre a este señor? Dos días después, cuando pude hablar de nuevo, le pregunté a mi padre: «¿Por qué le pagaste a aquel señor del coche?». El me explicó que era un taxi. « ¿Cómo, no era tuyo el coche?, le respondí». ¡Pensaba que mi padre era el dueño de todas los coches de la ciudad! El recuerdo de esta experiencia infantil ante un padre que enseña y explica nos da una idea de nuestra relación con Dios, de su grandeza y también de su cercanía. Es el Dios inmenso, el Dios de la Gloria, pero camina contigo y, cuando es necesario, te da también el helado. 19
Me choca este término, “orfandad”. Tengo un amigo que una vez me dijo: «A mí no me interesa saber si existe un padre; si existe, es un problema suyo». Otra vez le pregunté a una persona encarcelada (uno de mis parroquianos, pues mi parroquia es la cárcel): «¿Por qué te fuiste de casa de joven?». Me respondió: «Porque, con mi padre, el aire se había vuelto irrespirable». Y sin embargo los dos, cuando su padre estaba muriendo, volvieron junto a su cabecera para despedirse de él. Quizás sea casi una versión actualizada de la parábola del capítulo 15 de Lucas: se vuelve a casa no porque se tiene hambre, sino porque se sabe que hay un padre que nos espera. Sí, está siempre ahí, esperándonos. Y «en el cielo» es poderoso, inmenso y majestuoso – eso significa la expresión «que estás en el cielo» -‐ pero es un Dios cercano que camina con nosotros. 20
Los padres y el Padre Nuestro
La primera necesidad es precisamente, esta: que el padre esté presente en la familia. Que sea cercano a su esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen tareas, cuando están despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están taciturnos, cuando se atreven y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando encuentran el camino; el padre presente, siempre. ¡Decir presente no es lo mismo que decir controlador! Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos, no les dejan crecer. El evangelio nos habla de la ejemplaridad del Padre que está en el cielo, el único, dice Jesús que puede ser llamado verdaderamente “Padre 21
bueno” (cfr. Mc 10,18). Todos conocen esa extraordinaria parábola llamada del “hijo pródigo”, o mejor dicho del “padre misericordioso”, que se encuentra en el evangelio de Lucas en el capítulo 15 (cfr.15,11-‐ 32). ¡Cuánta dignidad y cuánta ternura en la espera de ese padre que está a la puerta de casa esperando que el hijo vuelva! Los padres deben ser pacientes. Muchas veces no hay otra cosa que hacer que esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad, misericordia. Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar, desde lo profundo del corazón. Ciertamente, también sabe corregir con firmeza: no es un padre débil, condescendiente, sentimental. El padre que sabe corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin reservas. Una vez oí en una reunión de matrimonios a un papá decir: «Yo algunas veces debo pegar un poco a mis hijos... pero nunca en la cara para no humillarles». ¡Que hermoso! Tiene sentido de la dignidad. Debe castigar, lo hace de forma justa, y va adelante. Por tanto, si hay alguien que puede explicar 22
hasta el fondo la oración del Padre nuestro, enseñada por Jesús, es precisamente quien vive en primera persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que estás en los cielos, los padres pierden valor, y abandonan el campo. Pero los hijos necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos. Harán todo para no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan; y el no encontrarlo abre en ellos heridas difíciles de cicatrizar. La Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones, custodios y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, la fe en la justicia y en la protección de Dios, como san José. 23
Santificado sea tu nombre
La oración del Padre Nuestro continúa en una forma quizás incluso embarazosa. Se dice «santificado sea tu nombre». Cuando oigo la palabra “nombre” me viene a la mente una frase que siempre dicen en mi pueblo: «Hacer honor al buen nombre», hace honor a la reputación de su nombre. ¿Cómo traduce un Papa la santificación del nombre de Dios, que de por sí ya es santo? ¿Quizás alguien ha tomado esta santidad, la ha profanado y nosotros pedimos a Dios que la limpie de nuevo con su gracia? «Santificado sea tu nombre» en nosotros, en mí. Porque muchas veces nosotros creyentes, nosotros cristianos, decimos que tenemos un 24
padre, pero vivimos como, no digo como animales, sino como personas que no creen ni en Dios ni en el hombre, sin fe, y vivimos también haciendo el mal, vivimos no en el amor, sino en el odio, en la pugna, en las guerras. ¿Es santificado en los cristianos que luchan entre sí por el poder? ¿Es santificado en la vida de los que contratan a un sicario para librarse de un enemigo? ¿Es santificado en la vida de aquellos que no cuidan de sus hijos? No, así no se santifica el nombre de Dios. Una experiencia que estoy viviendo en la cárcel me trae a la memoria una predicación suya. Conozco un preso que cada vez que entra en la iglesia se duerme completamente. Una vez probé a decirle: «Mira, quizás no es una buena costumbre dormir en la iglesia». Él me dio una respuesta maravillosa: «Mira, yo no estoy bien de la cabeza, no logro conciliar el sueño en ninguna parte, el único momento en que estoy sin pensamientos es cuando estoy en la iglesia». Me vino a la mente cuando un día, respondiendo 25
a un chico que había confesado: «Yo de vez en cuando echo una cabezada cuando hago la adoración», usted respondió: «No importa, él continúa mirándote de todas maneras». Este preso me enseña lo que significa santificar el nombre, es decir como hacer la adoración. Dejarse mirar por Él. También yo, cuando voy a rezar, algunas veces me duermo, y santa Teresita del Niño Jesús decía que también a ella le sucedía y al Señor, a Dios, al Padre le gusta cuando uno se duerme. Dice el salmo 130 – o 131, según la numeración-‐ el breve: «acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre». Esta es una de las muchas maneras para santificar el nombre de Dios: sentirme niño en sus manos. Pero el nombre de Dios es misericordia. Es misericordia, esto es cierto. Perdona todo, perdona todo. Una vez vino a Buenos Aires la imagen de la Virgen de Fátima y había una Misa 26
para los enfermos, en un gran estadio lleno de gente. Yo era ya obispo, fui a confesar y confesé y confesé antes y durante la Misa. Al final ya no había casi gente y me levanté para irme, porque me esperaba una confirmación en otra parte. Sin embargo, llegó una señora pequeñita, simple, toda vestida de negro como las campesinas del sur de Italia cuando están de luto, pero sus espléndidos ojos le iluminaban el rostro. «Usted quiere confesarse» le dije, «pero no tiene pecados». La señora era portuguesa y me contestó: «Todos tenemos pecados... ».«Esté atenta, entonces: quizás Dios no perdona».«Dios perdona todo», sostuvo con seguridad. «Y usted ¿cómo lo sabe?».«Si Dios no perdonara todo» fue su respuesta, «el mundo no existiría». Habría querido decirle yo: «¡Usted ha estudiado en la Gregoriana!». Es la sabiduría de los sencillos, que saben que tienen un padre que siempre le espera: Dios no espera a que tú llames a su puerta, es Él quien llama a la tuya, a inquietarte el corazón. Él es el primero que te espera. A mí me gusta decirlo en español: Dios nos primerea. 27
Juega con antelación, casi. Juega con antelación. Esta es la misericordia. Un sacerdote de mi diócesis ha traducido así la misericordia, hablando en la cárcel: “Jesús nos dice: “¿Os habéis equivocado vosotros? No importa, pagaré yo”. Hermoso este Dios que juega con antelación. 28
Participar con la oración en la obra de salvación En el Evangelio de Lucas, en el capítulo 11, Jesús ora solo, apartado; cuando termina, los discípulos le preguntan: «Señor, enséñanos a orar» (v. 1); y el responde: «Cuando oréis, decid: “Padre...”» (v. 2). Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la clave que Él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confidencial con el Padre que acompañó y sostuvo toda su vida. Al apelativo “Padre” Jesús le asocia dos peticiones: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino» (v. 2). La oración de Jesús, y por tanto la oración cristiana, es ante todo un hacer sitio a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino, a partir de la posibilidad de ejercer su señorío de amor en nuestra vida. Otras tres peticiones completan esta oración que Jesús enseña, el Padre nuestro. Son tres súplicas que expresan nuestras necesidades 29
fundamentales; el pan, el perdón y la ayuda en las tentaciones. El pan que Jesús nos hace pedir es el necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, el justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no estorba nuestra ruta. El perdón es, ante todo, lo que nosotros mismos recibimos de Dios: sólo la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede hacernos capaces de realizar gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una persona no se siente pecadora perdonada, nunca podrá hacer un gesto de perdón o reconciliación. Se comienza desde el corazón donde uno se siente pecador perdonado. La última petición, «no nos dejes caer en la tentación», expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y a la corrupción. ¡Todos conocemos lo que es una tentación! La enseñanza de Jesús sobre la oración prosigue con dos parábolas, con las cuales toma como modelo la actitud de un amigo respecto de otro amigo y la de un padre respecto de su hijo (cfr. vv. 5-‐12). Ambas nos quieren enseñar a 30
tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce nuestras necesidades mejor que nosotros mismos, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar en su obra de salvación. ¡La oración es el primer y principal «instrumento de trabajo» en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo, sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, es decir, nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo que luchamos juntos por las cosas importantes. Entre estas hay una, la gran cosa importante que Jesús dice hoy en el evangelio, pero que casi nunca pedimos, y es el Espíritu Santo.«!Dame el Espíritu Santo!» Y Jesús dice: «Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto mas vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (v. 13) . ¡El Espíritu Santo! Debemos pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. Pero, ¿para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría y amor, haciendo la voluntad de 31
Dios. ¡Que bella oración sería, esta semana, que cada uno de nosotros pidiera al Padre: «Padre, dame el Espíritu Santo!». La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda ella animada por el Espíritu de Dios. Que nos ayude a orar al Padre unidos a Jesús, para vivir, no de manera mundana, sino según el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.
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Venga a nosotros tu reino Llegamos al tercer versículo, “venga a nosotros tu reino”. De por sí, Jesús ya ha venido, la encarnación fue, aquella vez en Belén, el gran asombro de la humanidad. Sin embargo, todavía hoy, me parece escuchar aquel bonito canto resonando, esa invocación que la esposa hace al esposo: “Maranatha -‐ ¡Ven Señor Jesús!”. Muchas veces en el evangelio se dice que el “el reino de Dios está aquí”. Es casi una urgencia: “¡Convertíos, creed en el Evangelio!” En cambio, en la oración parece que cambia el verbo a “venga”, es decir, una exhortación dirigida al futuro. Sé que llegará, tarde o temprano, pero me suscita una curiosidad: ¿cómo podemos ver el reino de Dios que nace? 33
El reino de Dios está ya, el reino de Dios vendrá. Es el tesoro escondido en el campo, es la perla preciosa que hace que el mercader venda todos sus activos para obtenerla (cfr. Mt 13,44-‐46). El reino es el trigo bueno que crece junto a la cizaña, y que debe luchar contra ella (cfr. Mt 13 24-‐40). El reino de Dios viene ya, pero al mismo tiempo todavía no ha llegado del todo. El reino de Dios ha venido, Jesús se encarnó, se hizo hombre como nosotros, camina con nosotros y nos da la esperanza para el mañana: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). El reino de Dios es una realidad que ya poseemos; bueno, es mejor cambiar la perspectiva: dejarnos poseer por la certeza de que Él ha venido. Pero, al mismo tiempo, también tenemos la necesidad de arrojar el ancla allí y aferrarse a la soga para que venga su reino. Estos dos movimientos son muy importantes. Los dos tiempos de la salvación: el ya y el todavía no. No quisiera forzar el sentido del Evangelio, 34
pero hay una imagen que asocio con el reino de Dios. Mi padre, cuando yo era pequeño, me contó la historia de Don Lorenzo Milani, y sé que usted ha estado hace poco tiempo en Barbiana. Para mí, Barbiana es un pequeño fragmento del reino de Dios. Yo me lo imagino así, cuando veo a pobres que se convierten en protagonistas de su historia, creo que el reino de Dios está naciendo allí, en Barbiana, en Bozzolo, en la cárcel, incluso a veces, en mi casa. ¿Me equivoco? No, no te equivocas. En Barbiana me conmovió el lema “I care” (“me preocupa”, “me toca muy de cerca”), que va en contra del “no me importa” de la época fascista. Nos tenemos que hacer cargo de esto. Me viene a la mente una frase: “El protagonista de la historia es el mendigo”. La podría haber dicho Péguy. La historia se hace con los más pobres y ellos son los protagonistas de la salvación. Jesús está con ellos y con todos, pero cuando invita a la fiesta de aquel hijo que va a 35
casarse, dice: «Que vengan todos, buenos y malos, todos». Los pobres son sus preferidos. El protagonista de la historia es el mendigo; pero no sólo el mendigo material, sino también nosotros, mendigos espirituales: «Venga a nosotros tu reino, Señor, porque sin ti no podemos hacer nada». Decir «venga tu reino» es mendigar. ¡Muy bonito! El reino del mendigo 36
El reino de Dios requiere nuestra colaboración El Evangelio de hoy esta formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la del grano de mostaza (cfr. Mc 4, 26-‐34). A través de estas imágenes tomadas del mundo real, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su reino, mostrando razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia. En la primera parábola la atención se centra en el hecho de que la semilla, echada en la tierra, arraiga y se desarrolla por si misma, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interior de la semilla misma y en la fertilidad del terreno. En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta 37
parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir, a cada uno de nosotros, con nuestra humanidad concreta. Podemos tener confianza, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en «el grano maduro en la espiga» (v.28). Esta Palabra, si es acogida, da ciertamente sus frutos , porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos (cfr. v. 27). Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios quien hace crecer su reino – por esto rezamos mucho «venga a nosotros tu reino»-‐, es Él quien lo hace crecer , el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera con paciencia sus frutos. La Palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí querría recordaros otra vez la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, al alcance de la mano -‐el Evangelio pequeño en el bolsillo, en la 38
cartera-‐ y alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios: leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olvidéis esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del reino de Dios. La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta hacerse «más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 32). Y así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, irrumpe a través de nosotros la fuerza de Cristo y trasforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la masa del mundo y de la historia. De estas dos parábolas nos llega una enseñanza importante: el reino de Dios requiere 39
nuestra colaboración, pero es, sobre todo iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si la sitúa en la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure. Que la santísima Virgen, que acogió como “tierra fecunda” la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos defrauda. 40
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
La petición «venga a nosotros tu reino» enlaza muy bien con la siguiente «hágase tu voluntad». Le confieso papa Francisco, que a veces como sacerdote, tengo un poco de confusión entre mi voluntad y la voluntad de Dios. Hago como Donna Prassede la del libro los novios de Alessandro Manzoni: confunde el cielo con su cerebro y luego dice: « he hecho lo que el cielo quería». Quizá resuena el eco de lo que dice el mundo de hoy. «Esta es la pasividad habitual de los cristianos, aceptan todo lo que llega». De hecho, me atrevería a decir que hacer la voluntad de Dios es casi lo contrario: significa dejar espacio para que haya un Dios que nos envuelva, que nos atraiga hacia sí. 41
Tomemos los Diez Mandamientos que Dios ha revelado a su pueblo en los primeros tiempos de la peregrinación hacia la Tierra Prometida. Representan el núcleo de la voluntad de Dios, y es curioso que sólo tres de ellos se refieran a él en primera persona; los otros siete tienen que ver con el hombre: la voluntad de Dios es no robar, no matar, no hacer daño; no ser mentirosos... La verdad significa avanzar en un camino que se ensancha a medida que se profundiza en su sentido. Se extiende, y a la vez de vuelve más sutil, por la delicadeza del alma. Los pequeños gestos de la voluntad de Dios, los pequeños gestos... Si somos sinceros y abiertos con el Señor, lograremos hacer la voluntad de Dios, porque él no esconde su voluntad, la hace comprender a los que la buscan; no obliga en cambio, a aquellos a quienes no les interesa, pero los espera. El espera siempre. La voluntad de Dios es que al final no se pierda nada... 42
Que no se pierda nada Es un Dios en espera. Sé que a usted le gusta Jorge Luis Borges, que escribió: «En las grietas está Dios, que acecha». Si, el nuestro es precisamente un Dios que espera. Por esto, cuando se da cuenta de que alguien está perdido, deja a los que no lo están y va en busca de quien se ha extraviado. 43
El sí pleno de María a la voluntad de Dios Las lecturas de esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María presentan dos pasajes cruciales en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios: podríamos decir que nos conducen al origen del bien y del mal. El libro del Génesis muestra el primer no, el no de los orígenes, el no humano, cuando el hombre prefirió mirarse a sí mismo antes que a su Creador, cuando quiso actuar por su cuenta, eligió bastarse a sí mismo y comenzó a tener miedo, a esconderse y acusar a quien estaba cerca ( cfr. Gén 3,10-‐12). Estos son los síntomas: el miedo es siempre un síntoma de no a Dios, e indica que estoy diciendo no a Dios; acusar a los demás y no mirarme a mí mismo indica que me estoy alejando de Dios. Y esto hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre a merced de su 44
mal; inmediatamente lo busca y le dirige una pregunta llena de preocupación: “¿Dónde estás?” (v.9). Como si dijera: «Detente, piensa:¿dónde estás?». Es la pregunta de un padre o una madre que busca al hijo perdido: «¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?». Y esto Dios lo hace con tanta paciencia , hasta colmar la distancia que se creó en los orígenes. Éste es uno de los pasajes. El segundo pasaje crucial, que narra hoy el Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros. Y esto es posible por medio de un gran sí – el del pecado era el no; éste es el sí, ¡es un gran sí!-‐ el de María en el momento de la Anunciación. Por este sí Jesús comenzó su camino por los senderos de la humanidad; lo comenzó en María, trascurriendo los primeros meses de su vida en el seno de su madre: no apareció ya adulto y fuerte, sino que siguió todo el itinerario de un ser humano. Se hizo igual a nosotros, excepto en una cosa: aquel no. Excepto el pecado. Por eso eligió a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, ella es denominada “llena 45
de gracia” (Lc 1,28), es decir henchida de gracia. Quiere decir que en ella, de inmediato llena de gracia, no hay espacio para el pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a ella, reconocemos esta belleza: la invocamos como “llena de gracia”, sin sombra de mal. María responde a la propuesta de Dios diciendo: «He aquí la esclava del Señor» (v. 38). No dice: «Bueno, esta vez haré la voluntad de Dios, me hago disponible, después veré...». ¡No! Su sí es un sí pleno, total, para toda la vida, sin condiciones. Y así como el no de los orígenes cerró el pasó del hombre a Dios, el mismo modo el sí de María abrió el camino a Dios entre nosotros. Es el sí mas importante de la historia, el sí humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el sí fiel que cura la desobediencia, el sí disponible que abate el egoísmo del pecado. También para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de sí y de no. Sin embargo, a veces somos expertos en los síes a medias: somos buenos fingiendo que no entendemos bien lo que Dios querría y que la conciencia nos sugiere. También somos astutos 46
y para no decir un no auténtico a Dios decimos: «Discúlpame, no puedo», «hoy no, pienso mañana»; «mañana seré mejor, mañana rezaré, haré el bien, pero mañana». Y esta astucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del pecado, al no de la mediocridad. El famoso “si, pero...”: “Sí, Señor, pero...“. Así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de estos síes que faltan. ¡Cada uno de nosotros tiene una colección de ellos dentro!. Pensemos sobre ello, encontraremos muchos síes que faltan. Es así. En cambio cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente “original”, es origen, no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Habéis pensado esto, que el pecado nos envejece por dentro?. ¡Nos envejece pronto! Cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Cómo María con su propio sí. En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: «Yo, hoy, ¿que sí debo decir a Dios?». Pensemos sobre ello, nos hará bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro de nosotros, que nos pide algo, 47
un paso adelante. «Creo en ti, espero en ti, te amo; que se haga en mí tu voluntad de bien». Esto es el sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos hoy, cada uno de nosotros, este sí personal a Dios. 48
Danos hoy nuestro pan de cada día
Ahora se abre la segunda parte de la oración del Señor. Mientras las primeras invocaciones se referían al nombre de Dios, ahora pedimos algunas cosas también para nosotros. Hemos pensado primero en Aquel que nos ama, para pasar a la esperanza de que Él piense en nosotros: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Me fascina este plural, “danos”. Ya que tú eres nuestro “padre”, creo que tú piensas en mí hoy, en este día concreto. Todo esto, en el reino de Dios que se nos narra en el Evangelio, sucede cuando nos sentamos a la mesa. La fuerza de la presencia de Dios en el mundo de hoy está en la mesa, en la Eucaristía con Jesús, con Jesús. Por eso pedimos que nos dé de comer a todos nosotros. Danos para comer esa comida espiritual que nos fortalece, en la mesa de la Eucaristía, pero también para dar de 49
comer a todos, en este mundo donde es tan cruel el reino del hambre. Cuando recemos el Padre nuestro, nos hará mucho bien detenernos en esta petición-‐ «danos hoy el pan de cada día» para mi y para todos-‐,y pensar en tantas personas que no tienen este pan. Cuando era niño, en casa, cuando el pan se caía, nos enseñaban a cogerlo inmediatamente y besarlo; jamás se tiraba el pan. El pan es símbolo de esta unidad de toda la humanidad, es símbolo de amor de Dios por ti, el Dios que te da de comer. Cuando sobraba las abuelas y las madres, ¿qué hacían (y siguen haciendo)? Lo remojaban en leche y hacían una tarta, o cualquier otra cosa, pero el pan no se tira. Mi abuela, en cambio, cuando mi hermano y yo nos tirábamos las migas nos decía: “Niños, con el pan no se juega”. Yo, hoy en día, cuando como sacerdote levanto la Eucaristía escucho dentro de mí la frase de mi abuela: tampoco con este pan, especialmente con este pan, se debe jugar. Para un cristiano, el pan es la Eucaristía. 50
¡Pero también el otro! No olvidemos la obra de misericordia que recomienda dar de comer a los hambrientos. En la cárcel, a veces, la Eucaristía me la planteo no tanto como un premio, sino como una medicina. Si me equivoco, necesito que Dios no me quite su pan, sino que me haga sentir que soy un hijo. Eso es algo muy cierto. Si me permite hacerme publicidad, es lo que he escrito en Evangelii gaudium (n. 47): la Eucaristía: «no es un premio para los perfectos sino un generosos remedio y un alimento», una medicina «para los débiles». Esto me hace consciente de que, por lo tanto, estoy dentro del corazón de Dios, aunque haya caído. 51
Dar de comer a los hambrientos En la Biblia, un salmo dice que Dios es aquel que «da el alimento a todos los vivientes» (136,25). La experiencia del hambre es dura. Lo sabe quien ha vivido períodos de guerra y carestía. Sin embargo, esta experiencia se repite cada día y convive junto a la abundancia y al derroche. Son siempre actuales las palabras del apóstol Santiago:«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de vosotros, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: ”Id en paz, calentaos y comed”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (2,14-‐17): es incapaz de hacer obras, de hacer caridad, de dar amor. Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre necesita de mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi compromiso. 52
Estamos todos involucrados en esto. Es también la enseñanza de esta página del Evangelio en la cual Jesús, viendo a tanta gente que desde algunas horas les seguía, pide a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn 6,5). Y los discípulos responden: «Es imposible, es mejor que los despidas...». En cambio Jesús les dice a ellos: «No. Dadles vosotros mismo de comer» (Mc 6,37). Hace que le den los pocos panes y peces que tenían consigo, los bendice, los parte y los distribuye a todos. Es una lección muy importante para todos nosotros. Nos dice que lo poco que tenemos, si lo ponemos en las manos de Jesús y lo compartimos con fe, se convierte en una riqueza superabundante. El papa Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma: «Dar de comer a los hambrientos en un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos.[...] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua 53
como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n.27). No olvidemos las palabras de Jesús «Yo soy el pan de Vida» (Jn 6,35) y «El que tenga sed, venga a mí» (Jn 7,37). Estas palabras son una provocación para todos nosotros creyentes, una provocación para que reconozcamos que, a través de dar de comer al hambriento y de beber al sediento, pasa nuestra relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia. 54
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
Sigue una idea muy bonita:«Perdona nuestras ofensas -‐o nuestros pecados-‐, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Me viene aquí a la mente un preso que el año pasado en Nochebuena estaba leyendo la oración de los fieles, en la que estaba escrito: «Recemos a Dios, el Salvador». Él cometió un pequeño error y dijo: «Recemos a Dios, el soldador», y me acordé de mi padre soldando. Donde había dos piezas rotas, mi papá no las tiraba, las soldaba. Y me he dicho: mira a los pobres cómo han traducido la misericordia de Dios. Para mí, sigue abierto el significado del adverbio “como”. ¿Significa «para que también nosotros podamos hacer esto» o el sentido es, «en la medida en que yo perdono? ¿También tú, Señor, me perdonas?» La perspectiva cambia. 55
¡Es una petición que les gusta mucho a los banqueros! Aunque, les gusta hasta cierto punto. No es que les guste mucho perdonar, no perdonan las deudas en este mundo donde en el centro de todo está el dinero. El perdón, el perdón, es tan difícil perdonar... Sin embargo, hay una sola condición esencial sin la cual nadie podrá perdonar jamás. Podrás perdonar si has tenido la gracia de sentirte perdonado. Solo la persona que se siente perdonada es capaz de perdonar. Yo perdono porque, antes, he sido perdonado. Pensad, en cambio, en los doctores de la ley, esos que le habían declarado la guerra a Jesús, creían que eran perfectos, justos, y que por lo tanto no tenían ninguna necesidad de perdón y no entendían por qué Jesús perdonaba a los pecadores, por qué comía con ellos, y curaba y se relacionaba con los leprosos. Él perdonaba a todos y ellos no lo entendían, porque se sentían tan justos que no podían disfrutar de aquella experiencia tan hermosa. También yo relataré, como cristiano, como persona, aquello de lo que tengo experiencia: 56
Una vez que sentí que el Señor me había perdonado tantas cosas, lloré de alegría. Incluso hoy, cuando pienso en esas lágrimas, y me toca a mi perdonar, me digo: «No hay proporción, esto no es nada en comparación con aquella vez». Le voy a hacer una confidencia, papa Francisco. Yo era de aquellos que pensaba que si alguien se equivocaba debía pudrirse en la cárcel. Hoy Dios me está concediendo la gracia de ser el pastor para esa gente, de serlo junto a ellos. De nuestros encuentros, también yo recuerdo el día y la hora. Ese día en el que mi historia no volvió no volvió ya a ser la misma; avergonzándome, sentí los latidos del renacimiento. Lo aprendí leyendo un texto suyo sobre la gracia de saberse avergonzar. Me avergüenzo porque había expulsado a Dios de mi vida y luego he vuelto por el camino de búsqueda del Padre. Hoy en día, me toca mirarme al espejo con el corazón en la mano tras haber sentido el amor propio y haber experimentado una inmensa vergüenza al estar lejos de Él ,de nuestra casa. 57
En el relato de la pasión de Jesús hay tres episodios que hablan de la vergüenza. Tres personas que se avergüenzan. La primera es Pedro. Pedro oye cantar el gallo y, en aquel momento, siente algo dentro de sí y ve a Jesús que sale y lo mira. La vergüenza es tal que llora amargamente (cfr. Lc 22,54-‐62). El segundo caso es el del buen ladrón: “Nosotros estamos aquí”, dice al otro compañero de desgracias, “porque hemos hecho cosas malas e injustas, pero este pobre inocente no tiene ninguna culpa...” Se siente culpable, avergonzado, y así, dice san Agustín, con esta vergüenza robo el Paraíso (cfr. Lc 23,39-‐43). La tercera, la que más me conmueve, es la vergüenza de Judas. Judas es un personaje difícil de entender, ha habido muchas interpretaciones de su personalidad. Sin embargo, al final, cuando ve lo que ha hecho, va a los “justos”, a los sacerdotes, y les dice: “He pecado, porque he entregado sangre inocente”. Y ellos le responden: “¿A nosotros qué?. Allá tú”. (cfr Mt 27,3-‐10). Y se aleja embargado por la 58
culpa que le sofoca. Tal vez si hubiera encontrado a la Virgen María, las cosas habrían sido distintas, pero el pobre se va, no encuentra una salida y se ahorca. Pero, hay una cosa que me hace pensar que la historia de Judas no termina ahí... A lo mejor alguno va a pensar: ”Este Papa es un hereje...” ¡Pero no! Os invito a contemplar un capitel medieval de la basílica de Santa María Magdalena en Vézelay, en la Borgoña (Francia). Los hombres de la Edad Media hacían catequesis a través de las esculturas y las imágenes. En este capitel, por un lado, está Judas ahorcándose, pero en el otro lado está el Buen Pastor que lo carga sobre sus hombros y lo lleva con él. En los labios del Buen Pastor hay un atisbo de sonrisa, no digo irónico, pero sí un poco cómplice. Detrás de mi escritorio tengo la fotografía de este capitel dividido en dos partes, porque me ayuda a meditar: hay muchas maneras de avergonzarse. La desesperación es una, pero debemos tratar de ayudar a las personas desesperadas a encontrar el auténtico camino de la vergüenza, y que no acaben como lo hace Judas. Estos tres personajes de la pasión 59
de Jesús me ayudan mucho. La vergüenza es una gracia. Para nosotros, en Argentina, alguien que no sabe cómo comportarse y actúa mal es un “sinvergüenza”. 60
El entrenamiento para el don y el perdón
Hoy quisiera destacar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos enseñó – es decir el Padre nuestro -‐ Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas » (Mt 6,12.14-‐15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia. Cada día nos ofendemos unos a otros. Tenemos que 61
considerar estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto sencillo para curar las heridas y disipar las acusaciones. Es este: no dejar que acabe el día sin pedirse perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario dar un gran discurso, sino que es suficiente una caricia y todo se acaba, y se recomienza. ¡Pero no terminar el día en guerra! Si aprendemos a vivir así en la familia, lo hacemos también fuera, donde sea que nos encontremos. Es fácil ser escépticos en esto. Muchos -‐también entre los cristianos-‐ piensan 62
que se trate de una exageración. Se dice: sí, son hermosas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a Dios no es así. En efecto, precisamente recibiendo el perdón de Dios, somos capaces de perdonar a los demás. Por eso Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración de Padre nuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya espacios, como la familia, donde aprender a perdonarse los unos a los otros. 63
No nos dejes caer en la tentación
La desesperación es una tentación. Y así llegamos a la penúltima invocación, «nos no dejes caer en la tentación». Algunos amigos, unos no creyentes, otros sí, de vez en cuando me preguntan: «Don Marco, ¿puede Dios tentarme?» Y me gusta leer esta petición de esta manera: «Puesto que Satanás me tienta, ayúdame a no caer en las trampas de sus seducciones». Yo no puedo creer que Dios me tiente. Esta es una buena traducción. De hecho, si miramos el texto del Evangelio en la última edición de la Conferencia Episcopal Italiana, leemos: “no nos abandones a la tentación” (cfr Lc 11,4; Mt 6,14). También los franceses han 64
cambiado el texto con una nueva traducción que dice: no me dejes caer en la tentación”. Soy yo el que cae, no es Él quien me empuja a la tentación para que pueda ver luego como he caído. Un padre no hace esto, un padre ayuda a levantarse enseguida. Quien nos tienta es Satanás, este es el oficio de Satanás. El significado de esta oración es: “Cuando Satanás me tiente, tú, por favor, dame tu mano”. Es como ese cuadro en el que Jesús tiende su mano a Pedro, quien le pide: “¡Señor, sálvame, me estoy ahogando, dame la mano!” (cfr. Mt 14,30). En nuestra parroquia de la cárcel, la mayor tentación con la que Satanás intenta todas las mañanas seducir el corazón es susurrando: «no lo intentes, nada cambia, todo está perdido». Para mí, desesperar significa no tener ya la mirada puesta en el rostro de Cristo. Él es la esperanza, el ancla. 65
También es cierto, sin embargo, que cuando me siento tentado, me doy cuenta de cuánta gracia me ha dado Dios en mi corazón. Quizás no me hubiera dado cuenta si no fuera tentado. En mi pueblo siempre dicen que nadie puede presumir de ser casto si nunca antes ha sido tentado. Es cierto, es una buena forma de decirlo 66
El fundamento de nuestra esperanza
Pensemos en la parábola del padre misericordioso (cfr. Lc 15, 11-‐32). Jesús habla de un padre que sabe ser solo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de confiarle su parte de herencia y dejarle irse de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no hay ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre arbitrio del hombre, solo capaz de conjugar el verbo “amar”. Cuando el hijo rebelde después de haber despilfarrado todo, vuelve finalmente a la casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino que siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su abrazo hace entender al hijo que durante todo este largo tiempo de ausencia le ha echado 67
de menos, ha sido dolorosamente echado de menos por su amor de padre. ¡Qué misterio insondable es el de un Dios que nutre este tipo de amor respecto de sus hijos! Quizás por esta razón, evocando el centro del misterio cristiano, el apóstol Pablo no es capaz de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba “abbá”. San Pablo, en su epistolario (cfr. Rom 8,15; Gál 4,6), toca dos veces este tema, y en dos ocasiones deja esa palabra sin traducir, en la misma forma en la cual ha florecido en boca de Jesús, “abbá”, un término aún más íntimo respecto a “padre”, y que alguno traduce como “papá”. Queridos hermanos y hermanas, nunca estamos solos. Podemos estar lejano, hostiles, podemos incluso profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será nunca un Dios “sin el hombre”; ¡es Él quien no puede estar sin nosotros, y esto es un misterio grande! Dios no puede ser Dios sin el hombre: ¡este es un gran misterio! Y esta certeza es el manantial de 68
nuestra esperanza, que encontramos custodiada en todas las invocaciones del Padre nuestro. Cuando necesitamos ayuda. Jesús no nos dice que nos resignemos y nos cerremos en nosotros mismo, sino que nos dirijamos al Padre y le pidamos a Él con confianza. Todas nuestras necesidades, desde aquellas más evidentes y cotidianas, como la comida, la salud, el trabajo, hasta la de ser perdonados y apoyados en las tentaciones, no son el espejo de nuestra soledad: sin embargo, hay un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona. Ahora os hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene muchos problemas y muchas necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar sin nosotros, y que en estos momentos nos está mirando. Y todos juntos, con confianza y esperanza, recemos: “Padre nuestro, que estás en el cielo...!”
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Y líbranos del mal El trigo y la cizaña deberán madurar juntos hasta el tiempo de la siega. ¡Está prohibido adelantar los tiempos de la cosecha! Sólo entonces la cizaña será quemada. «Y líbranos del mal»: así se concluye el Padre nuestro. En la cárcel de menores que está en la isla de Nisida, frente a Nápoles, un chico me regaló una confidencia conmovedora: «Sólo hay una frase que yo por la noche antes de dormir repito bajo las mantas: Señor, líbrame del mal». Oír que me lo decía un muchacho de dieciséis años me hizo percibir toda la concreción del mal. En su catequesis, muchísimas veces, usted habla de Satanás y lo desenmascara. Esto es el mal. El mal no es algo impalpable que se difunde como la niebla de Milán. Es una 70
persona, Satanás, que es también muy astuta. El Señor nos dice que cuando es expulsado se va, pero después de un cierto tiempo, cuando uno está distraído, quizás tras algunos años, vuelve peor que antes. Él no entra invadiendo la casa. No, Satanás es muy educado, llama a la puerta, toca el timbre, entra con sus típicas seducciones y sus compañeros. Al final este es el sentido del versículo: “No nos dejes caer en la tentación”. Hay que ser astutos en el buen sentido de la palabra, ser despiertos, tener la capacidad de discernir las mentiras de Satanás, con el cual, estoy convencido, no se puede dialogar. ¿Cómo se comportaba Jesús con Satanás? O lo echaba, o como hizo en el desierto, se servía de la palabra de Dios. Ni siquiera Jesús puso en marcha un diálogo con Satanás, porque si comienzas a dialogar con él estás perdido. Es más inteligente que nosotros, y te trastorna, te hace que des vueltas a la cabeza y al final estás perdido. No, ”¡vete, vete!”. Una vez me entusiasmé leyendo un pasaje en el que usted citaba la frase de un gran poeta, León 71
Bloy: «Quien no reza a Dios...». «... reza a Satanás». No hay alternativa. Y por tanto, usted nos dice que el Mal se debe escribir con mayúscula, «tiene un nombre y un apellido». Exacto ¿También dentro de nuestra casa? Sí, dentro de nuestra casa. Pero Satanás es astuto y finge que es educado con nosotros. Con nosotros sacerdotes, con nosotros obispos: entra con delicadeza, pero las cosas terminan mal si no te das cuenta a tiempo. 72
La cizaña entre el trigo bueno
La parábola del trigo bueno y de la cizaña afronta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13,24-‐30. 36-‐ 43). La escena se desarrolla en un campo donde el dueño siembra trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre de Satanás y evoca el concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un “cizañero”, el que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores querrían enseguida arrancar la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación: “Para que no suceda que, al recoger la cizaña, con ella se arranque también el trigo” (Mt 13,29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece al trigo bueno, y existe el peligro que se confundan. La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que viene del mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el 73
Maligno. Es curioso, el Maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; va a donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, así que es imposible para nosotros los hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo. Y aquí llegamos al segundo tema: la contraposición entre impaciencia de los siervos y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. A veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner a este lado los buenos y al otro lado los malos... Pero recordad la oración de aquel hombre soberbio: “Oh Dios, te doy gracias porque soy bueno, no soy como los demás hombres, malos...” (cfr. Lc 18,11-‐12). Dios, en cambio, sabe esperar. Él mira el “campo” de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero también ve los gérmenes del bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera 74
con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él siempre nos perdona si vamos a Él. La actitud del dueño es la de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y gracias a esta paciente esperanza de Dios, la misma cizaña, es decir, el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser trigo bueno. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia hacia el mal; ¡no se puede confundir el bien con el mal! Frente a la cizaña presente en el mundo el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una confianza inquebrantable en la victoria final del bien, es decir, de Dios. Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la siega, es decir, del juicio, los segadores ejecutarán la orden del dueño separando la cizaña para quemarla (Mt 13,30). En aquel día de la siega final el juez será Jesús, Aquel que ha sembrado el trigo bueno en el mundo y que se ha convertido Él mismo en 75
”grano de trigo”, ha muerto y ha resucitado. Al final seremos juzgados todos con la misma medida con la que hayamos juzgado: la misericordia que hayamos utilizado con los demás será utilizada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia, esperanza y misericordia con todos los hermanos.
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La oración del Señor Hemos llegado al final de esta bellísima oración, la más bella de todas. Como advertía Simone Weil, ya no se han escrito oraciones que no estuvieran ya contenidas en el Pater. Para cerrar el círculo, confieso que cuando celebro la Eucaristía me sorprende siempre aquella frase temerosa que el sacerdote pronuncia antes de entonar la oración: «Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir». Es maravilloso ese «nos atrevemos» casi de puntillas, en voz baja: es como si solo juntos encontráramos el coraje de decir “Padre”. El cristianismo no puede existir en la soledad. 78
Hace falta valentía para rezar el Padre nuestro. Hace falta valentía. Digo: poneos a decir “papá” y a creer realmente que Dios es el Padre que me acompaña, me perdona, me da el pan, está atento a todo lo que pido, me viste aún mejor que las flores del campo. Creer es también un gran riesgo: ¿y si no fuera verdad? Atreverse, atreverse, pero todos juntos. Por eso rezar juntos es tan bello: porque nos ayudamos unos a otros a atrevernos. En efecto, como dijo usted en una catequesis hablando de la figura de Moisés, orar es negociar con Dios: si estoy junto al pueblo entonces encuentro la valentía de negociar con Dios, de decirle: «Por favor, cálmate, míranos a la cara; es cierto, somos infieles, pero somos tu pueblo». La oración como negociación. 79
Y también Abraham negoció con Dios que estaba a punto de destruir Sodoma y Gomorra (cfr. Gén 18,20). Abraham intercedió por las personas justas de la ciudad contratando y negociando con Dios y Dios le respondió que no la destruirá si encontraba treinta, veinticinco, veinte, diez personas justas en la ciudad. Habría bastado una para que Dios, como mendigo, entrara en esas ciudades con su salvación. Con todo, aquel día no había ni siquiera un justo... * * * Papa Francisco, gracias por habernos contado, como un padre, el Padre nuestro. ¿A usted quién le enseño el Padre nuestro, cuando era pequeño? La abuela. La abuela ¿Y le sucede que, durante el día, reza el Padre nuestro sin darse cuenta de ello? 80
No, sin darme cuenta no, pero cuando me pongo a rezar viene enseguida. Para concluir nuestro encuentro le regalo -‐visto que no poseo nada más que el olor de mis ovejas, de mi grey -‐un verso de Goethe: « Lo que heredaste de los padres reconquístalo si quieres poseerlo de verdad. Para nosotros el Padre nuestro es una herencia. Pero no basta heredarlo, debo reconquistarlo para poder decir que lo poseo. Por eso es importante volver a las raíces. Sobre todo en esta sociedad desenraizada, debemos volver a las raíces, reconquistarlas. Darse la vuelta y experimentar que hay un Padre que nos espera. Por eso a mí me gusta hablar tanto de diálogo entre los chicos y los abuelos, porque significa precisamente esto: volver a las raíces. 81
Recemos juntos el Padrenuestro. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Damos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. 82
La oración de los abuelos es una riqueza La oración de los ancianos y de los abuelos es un don para la Iglesia, ¡es una riqueza! Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para aquella que está demasiado ajetreada, demasiado enfrascada, demasiado distraída. ¡Alguno debe incluso cantar, también para ellos, cantar los signos de Dios, proclamar los signos de Dios, rezar por ellos! ¡Miremos a Benedicto XVI, que ha escogido pasar en oración y escucha de Dios el último trecho de su vida! ¡esto es hermoso! Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización donde ya no se reza es una civilización donde la vejez ya no tiene sentido. Y esto es terrorífico; necesitamos ante todo de 83
ancianos que oren porque la vejez se nos da para esto. Necesitamos de ancianos que recen porque la vejez se nos da precisamente para esto”. Es una cosa hermosa la oración de los ancianos. Nosotros podemos dar gracias al Señor por los bienes recibidos, y llenar el vacío de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y los sacrificios de las pasadas. Nosotros podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es una vida árida. Podemos decir a los jóvenes miedosos que la angustia del futuro puede ser vencida. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir. Los abuelos y las abuelas forman la “coral” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostiene a la comunidad que trabaja y lucha en el ámbito de la vida. La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del corazón en el resentimiento y en el egoísmo. ¡Qué feo es el 84
cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me entregó por escrito el día de mi ordenación sacerdotal las llevo todavía conmigo, siempre en el Breviario y a menudo las leo y me hacen bien. ¡Como querría yo una Iglesia que desafiara la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos! ¡Y esto es lo que hoy pido al Señor, este abrazo! 85
Fuentes La entrevista de Don Marco Pozza al papa Francisco fue realizada en Santa Marta el 4 de agosto de 2017 para TV2000. El prólogo Rezar al Padre recoge en parte, con variaciones y complementos, la homilía de Santa Marta del 20 de junio de 2013. Estas son las fuentes de los pasajes: “No os dejaré huérfanos” Audiencia general, 28 de enero de 2015 Los padres y el Padre nuestro Audiencia general, 4 de febrero de 2015 Participar con la oración en la obra de salvación Ángelus, 24 de julio de 2016 El reino de Dios exige nuestra colaboración Ángelus, 14 de junio de 2015 86
El sí pleno de María a la voluntad de Dios Ángelus, 8 de diciembre de 2016 Dar de comer a los hambrientos Audiencia general, 19 de octubre de 2016 El entrenamiento para el don y el perdón Audiencia general, 4 de noviembre de 2015 El fundamento de nuestra esperanza Audiencia general, 7 de junio de 2017 La cizaña entre el trigo bueno Audiencia general, 20 de julio de 2014 La oración de los abuelos es una riqueza Audiencia general, 11 de marzo de 2015 87
NOTA: En el libro original hay una segunda parte titulada: “Un
Padre nuestro, entre los presos” por Marco Pozza. Son 13 páginas escritas por este sacerdote que no hemos introducido. Nos limitamos a lo escrito por el Papa.
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