Para Encontrar La Voluntad De D - Manuel Ruiz Jurado S. I

  • Uploaded by: Alejandro Trillas
  • 0
  • 0
  • February 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Para Encontrar La Voluntad De D - Manuel Ruiz Jurado S. I as PDF for free.

More details

  • Words: 67,685
  • Pages: 141
Loading documents preview...
Manuel R u i z J u r a d o , S.I.

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS Guía de Ejercicios

Espirituales

ESTUDIOS Y ENSAYOS l'. \ c KSIMRUTAUDAl)

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS M A D R I D • 2002

Ilustración d e p o r t a d a : Jesús con los apóstoles, R. M o n t i (capilla d e la Citadella, Asís) Diseño: B A C © ©

Manuel Ru¡2 Jurado Biblioteca de Autores Cristianos, Don Ramón de la Cruz, 57. Madrid 2002 Depósito legal: M-3.280-2002 ISBN: 84-7914-534-X Impreso en España. Printed in Spain

ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN

3

1. Preámbulo sobre el m é t o d o 2. «Principio y fundamento» Primera parte Segunda parte 3. E x a m e n de la primera jornada

3 6 7 9 12

P R I M E R A ETAPA

POR

CRISTO

P U R I F I C A C I Ó N : M E D I T A C I O N E S S O B R E EL PECADO Y sus C O N S E C U E N C I A S

.

17

1. Primer ejercicio: C o n f u s i ó n 2. S e g u n d o ejercicio: Contrición 3. Tercer ejercicio: Conversión Al final ile la segunda jornada Discernimiento de espíritus a) D o s situaciones anímicas opuestas y conducta a observar b) Tentaciones del enemigo. Sus caracteres. M o d o de responder.... c) Atención a la orientación de fondo de la persona 4. C u a r t o ejercicio: R e s u m e n 5. Q u i n t o ejercicio: Meditación del infierno Penitencia y eucaristía

17 22 25 29 31 32 33 35 35 39 43

S E G U N D A ETAPA

CON

ÉL

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

1. Meditación de la llamada: El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey Eternal 2 . El seguimiento: C o n t e m p l a c i ó n de la Encarnación 3. El nacimiento de Jesús Para un mayor y más perfecto discernimiento 4. Presentación de Jesús en el templo y purificación de Nuestra Señora.... 5. D e la huida a E g i p t o y retorno 6. Jesús se q u e d a en el templo sin que lo sepan sus padres 7. L a vida oculta de Nazaret Preparación a las elecciones

47

47 52 60 63 66 67 69 70 72

VIH

ÍNDICE GENERAL

8. Meditación sobre las dos banderas 9. Tres clases d e hombres 10. Tres maneras d e h u m i l d a d Las elecciones Esquema de puntos a revisar en la reforma de vida 11. C o n t e m p l a c i ó n del bautismo de Jesús 12. L a vocación de los Apóstoles 13. Las bodas de C a n a 14. El banquete en casa de S i m ó n el fariseo 15. Cristo sobre las olas 16. L a resurrección de Lázaro 17. L a entrada en Jerusalén

73 78 82 85 88 89 91 92 93 94 95 96

T E R C E R A ETAPA

EN I.

ÉL

M I S T E R I O PASCUAL: PASIÓN Y M U E R T E D E L S E Ñ O R

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. II.

La Última Cena L a agonía del huerto Prendimiento de Jesús y noche de prisión Jesús ante los tribunales Los azotes y la coronación de espinas El miedo y la sentencia d e P i l a t o «Y lo llevaron a crucificar» L a Pasión en su conjunto: Dolores y humillaciones L a Pasión en los sentidos de Cristo

L A RESURRECCIÓN

1. 2. 3. 4. 5.

Resurrección de Cristo y aparición a Nuestra Señora Aparición a los discípulos q u e iban hacia E m a ú s Aparición a los discípulos en el cenáculo Aparición j u n t o al lago L a misión transmitida

101

103 105 109 111 113 114 115 117 119 121

122 127 128 129 131

6. D e la ascención de Cristo Nuestro Señor

133

7. C o n t e m p l a c i ó n para alcanzar a m o r

134

III.

1. 2. 3. 4. 5.

E L S E N T I D O D E IGLESIA

Sus fundamentos Reglas clave: 1 y 13 L o s casos particulares: Reglas 2-9 L a regla 10 Aplicaciones doctrinales

139

139 140 141 142 142

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

INTRODUCCIÓN

1.

P r e á m b u l o sobre el m é t o d o

U n a de las claves m á s eficaces para penetrar en el sentido de los Ejercicios Espirituales ignacianos es, en la situación actual, una aparente perogrullada: ejercicios es el plural de ejercicio. L a perogrullada es sólo aparente, porque el uso ha venido a asociar la palabra Ejercicios no con un plural de unidades, cada u n a de las cuales es por sí sola un ejercicio, sino con un espacio de tiempo cualificado en su conjunto por una especial dedicación a varios actos religiosos, o reuniones, que no constituyen cada u n o un ejercicio en sí, ni son enfocados c o m o tales. Será preciso devolver al térm i n o su significado. Resulta iluminadora la comparación con los ejercicios corporales. E n la educación física se suelen combinar ejercicios corporales, que p o n e n en actividad diversos órganos o funciones, según que se intente desarrollar el ritmo, la respiración, la musculatura, la fuerza, etc. D e acuerdo con la finalidad q u e se pretenda, las unidades, que entran a formar parte del sistema de ejercicios gimnásticos a emplear, serán diversas. D e m o d o semejante ocurre en los Ejercicios Espirituales. L o s Ejercicios ignacianos son un sistema que organiza diversas unidades de actividad espiritual en orden a conseguir un fin determinado: «Vencer el h o m b r e a sí m i s m o y ordenar su vida» de acuerdo con la voluntad de D i o s , de m o d o que sea esa voluntad divina la que le guíe en sus decisiones y n o ninguna afición propia desordenada. N o es cosa fácil para el h o m b r e pecador el objetivo propuesto. N i t a m p o c o es cuestión de p u ñ o s . E s obra de gracia y hay q u e ejercitarse para alcanzar la docilidad a ella. Por eso la actividad espiritual a emplear es fundamentalmente la oración y la penitencia. U n a oración y una penitencia encaminadas a quitar las aficiones desordenadas del alma, para poder después buscar y hallar la voluntad divina sobre la propia persona y disponer según ella la vida.

4

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

C a d a «ejercicio», en singular, suele ser u n a hora de oración m e n ­ tal. Y, para cada día, se p r o p o n e n cuatro o cinco ejercicios. El resto de las actividades del día, durante esta experiencia espiritual, se dis­ ponen normalmente en orden a preparar y realizar mejor tales ejer­ cicios. Son, por lo general, encaminadas a cuidar el ambiente en que se realiza el conjunto de la experiencia; actos o disposiciones adicionales que ayuden a una actividad mejor y m á s fructífera durante el ejercicio de la oración mental. En cuanto al ambiente, se pretende favorecer en lo posible la experiencia cristiana del desierto. L a soledad, quizá dura y difícil al comienzo, en la que el alma se vea obligada a enfrentarse en pre­ sencia de D i o s con las profundidades d e su conciencia. Por ello se recomienda desarraigar al ejercitante del terreno habitual de su vida ordinaria, en el que fácilmente se desliza por la superficie, halla oca­ siones de distracción y tiende a apoyar su atención en objetos efí­ meros que le entretienen. Se trata de cerrar el paso a la evasión; pues el alma naturalmente tiende a la huida de sí, para no encontrarse en profundidad con las exigencias divinas. Convendría, por tanto, entrar en Ejercicios ignacianos, c u a n d o se viene atraído por el Espí­ ritu al desierto. H a y que estar dispuesto a afrontar la lucha decisiva de la propia soledad. El desierto hace al h o m b r e encontrarse con su impotencia y su debilidad, y que se sienta necesitado de buscar sólo en D i o s toda su fuerza. El retraimiento absoluto es imposible. A l g o impulsa al h o m b r e a trascenderse. Y es en esa crisis d o n d e el h o m ­ bre escucha fácilmente la llamada d e D i o s resonando salvadora en el silencio de su nada. S a n M a t e o presenta a Cristo llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo ( M t 4 , 1 ) . Para ser conducido a esas profundidades hay que entrar con gran á n i m o y generosidad. Esperanzados de que en la experiencia del desierto encontraremos la disposición para escuchar en nuestro interior la palabra de D i o s dirigida a nuestro corazón ( O s 2 , 1 4 ) . Convencidos de que en cristiano la experiencia de la muerte con Cristo es previa a la de la resurrección. Se pide el aislamiento de familiares, amigos, conocidos, y del ambiente normal de trabajo. El resto de los consejos se irá d a n d o a m e d i d a que avancen los ejercicios. C o m o entre los padres del desierto cristiano, se postula la ayuda del experimentado conocedor

INTRODUCCIÓN

5

del camino de esta experiencia, h o m b r e avezado a la oración y a las luchas interiores. Realizamos esta experiencia en la Iglesia, y querem o s que sea conducida bajo la guía de su magisterio y autoridad. Precisamente c o m o cristianos, en los días de Ejercicios más q u e nunca, no queremos prescindir de vivir intensamente la Santa M i s a , fuente de gracia, y participaremos en la oración intercesora de la Iglesia con el rezo del Oficio Divino. Si se nos exige gran á n i m o y generosidad con D i o s Nuestro Señor para entrar en la experiencia de los Ejercicios ignacianos, no menos se nos postula u n a enorme confianza. C o n v e n c i d o s del riesgo y la calidad de la experiencia, h e m o s de ir persuadidos de que, precisamente por ello, la ayuda de D i o s no nos faltará si nos confiamos a Él. El espíritu del ejercitante debe permanecer abierto y no encogerse por nada. Se ha de distender el alma para lanzarse a este mar inmenso del Espíritu. Y no es apretando la esponja, c o m o se la hace capaz de abrir sus poros al agua que ha de penetrarla. San Ignacio no pensó en reducir a ocho o diez días el proceso a recorrer en las cuatro semanas de ejercicios completos. Imaginó que habría quien podría realizar todos los ejercicios, o sólo parte de ellos. E n todo caso, sería recorrer alguna etapa, dar algún paso en la dirección antes señalada, teniendo en el horizonte la finalidad propuesta para el conjunto del m é t o d o : Vencer el hombre a sí mismo para ordenar su vida de acuerdo con la voluntad de Dios sobre él. H a b r á personas que no podrán retirarse de su residencia todo el día. Para ellos se pensó la posibilidad de dedicar al menos unas horas del día, para recorrer paso a paso las etapas de la m i s m a aventura íntim a . Ellos aplicarán la ambientación y los actos adicionales de los ejercicios en el m o d o que les sea posible, al menos durante las horas del día que se dedican a practicarlos. H a sido la práctica posterior de los que, habiendo realizado ya la experiencia completa d e los Ejercicios, deseaban reproducirla d e algún m o d o sintético, la que se ha encargado de demostrar la utilid a d y provecho espiritual de los ejercicios anuales de ocho o diez días. L o s que no han tenido la dicha de practicar los ejercicios c o m pletos advertirán en particular que se necesita un ritmo m á s lento para asimilar los objetivos de cada etapa del m é t o d o y realizarlos con suficiencia.

6

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Los temas q u e siguen han sido calculados para poderse aplicar también al espacio sintético d e ocho o diez días d e ejercicios. E s conveniente u n a cierta flexibilidad en la duración d e cada etapa y en la aplicación d e los ejercicios q u e n o son indispensables, d e acuerdo con el ritmo y peculiaridades d e cada ejercitante. Esta a c o m o d a c i ó n personal será u n a razón m á s para recomendar al q u e se ejercita en esta experiencia espiritual, q u e confiera, al menos una vez al día, c o n el guía experimentado c ó m o le va y los resultados que va obteniendo. L o q u e se llama para comenzar «Principio y fundamento» es m u y conveniente que se medite o considere varias horas, u n o o m á s días, hasta asimilar c o m o propias y desear guiarse p o r las actitudes q u e postula este texto.

2.

«Principio y f u n d a m e n t o » Nadie puede

servir a dos señores... ( M t 6 , 2 4 )

El hombre ha sido creado para alabar, reverenciar y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma. Las otras cosas sobre la superficie de la tierra han sido creadas para el hombre, y para que le ayuden a perseguir el fin para que ha sido creado. De ahí se sigue, que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayudan para su fin, y ha de privarse de ellas tanto cuanto le estorban para realizarlo. Por consiguiente, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo aquello que ha sido dejado a la elección de nuestro libre albedrío y no le ha sido prohibido, de tal manera que por nuestra parte no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás, deseando solamente y eligiendo lo que más nos conduce para el fin a que hemos sido creados ( E j . 2 3 )

E n las citas del libro d e los Ejercicios Espirituales seguida del n ú m e r o c o r r e s p o n d i e n t e en el libro.

d e S a n I g n a c i o e m p l e a r e m o s la sigla E j .

INTRODUCCIÓN

Primera

7

parte

L a primera sensación con la que se enfrenta el alma en soledad ante la presencia infinita de su Creador, es con la necesidad de clarificar su situación en el diálogo. L o s límites personales son tan evidentes y el deseo del a l m a tan inmenso, que necesita asegurarse de que el Señor la escucha y la alienta en su empresa. N o puede resignarse a ser un ente solitario, condenado a una lucha existencial sin sentido. H a y una voz luminosa en su interior, que le dice desde el fondo del ser: Ego sum (Éx 3 , 1 4 ) . Él es el que es, quien sostiene en el ser a cuanto existe, quien ama, y porque a m a ha puesto el ser creado en la existencia (Sab 1 1 , 2 5 - 2 6 ) . El odio destruye, no crea. Es el a m o r el que desea hacer partícipes a otros del bien que se posee. Ante esa presencia infinita de la Majestad amorosa divina que lo llena todo, Isaías no p u d o sino caer sobre su rostro en la más profunda adoración (Is 6 , 1 - 8 ) . Y es ante Él también ante quien mi ser de creatura se arrodilla, deseoso de descubrir su plan de a m o r sobre m í al ponerme en la existencia. Si he de ordenar m i vida y darle su auténtico sentido, no hay otro camino que este de reconocer a mi Creador y atender a su designio al crearme. Por eso he de dedicarme en este primer día a renovar en m í la presencia eficaz de ese único p u n t o absoluto de referencia para mi vida: esa presencia divina íntima, paterna, omnisciente, santa y santificadora, que tiene un plan sobre mí y quiere llevarlo a cabo contando con la aceptación de m i respuesta libre, responsable, a su interpelación amorosa. E n m i oración he de pedir: — Q u e Él sea de veras el Señor, c o m o le corresponde, en mi vida: Tu solus Dominus, el único señor (cf. D t 6 , 4 - 7 ) . — Q u e yo reconozca el sentido de su gesto creador y santificador: Q u e Él m e eligió antes de crear el m u n d o , para que sea santo e inmaculado en su presencia por la caridad... Para alabanza de la gloria de su gracia... en su Hijo amado... ( E f l , 3 s s ) . — Q u e vaya renovando en m í todo lo que esa caridad exige de m í en reconocimiento de su a m o r de Padre y aceptación gozosa en alabanza:

8

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

a) el reconocimiento de su infinita Majestad y Santidad en a d o ración reverente; pues el a m o r de un hombre a D i o s pierde su sentido real, desprovisto de la actitud de adoración; b) el reconocimiento de su infinita Bondady Sublimidades actitud gozosa de alabanza c o m o se merece; c) el reconocimiento y aceptación de su Señorío único en entrega total de servicio a su voluntad; pues el a m o r se ha de mostrar en obras m á s que en palabras; d) el reconocimiento de que sólo así mi ser podrá verse libre de toda esclavitud, y abismarse un día en la vida eterna del A m o r que no fenece, a cuya participación ha sido destinado. Por otra parte, he de sentir c ó m o ante Él, el único Absoluto, todo lo demás se relativiza, y he de pedir c o m o una gracia la experiencia espiritual de la transitoriedad, la funcionalidad, el sentido condicional de todas las cosas creadas. El h o m b r e no ha sido hecho para ellas, sino ellas para el hombre, y el h o m b r e para D i o s en Cristo. D i o s es el único Dios. N o p u e d o a admitir otros dioses de mi ser: ni mis posesiones, ni mi fama, ni mi personalidad, ni mis aficiones, ni mis proyectos, ni los de nadie. T o d o , todas las cosas, todas las exigencias de las personas, han de ceder ante la realización del designio amoroso de D i o s sobre mí, que no es sino una parte del designio universal de D i o s de salvar toda la creación en Cristo por su Iglesia. Sólo en ese designio total pueden encontrar u n sentido verdadero las exigencias que las creaturas presentan. Todas las creaturas están hechas para que m e ayuden a alabarte, Señor, a reverenciarte y a servirte, respetando tu presencia en ellas y tus designios sobre ellas. S u uso y su trato, su aceptación o su renuncia, sólo cobran su verdadero valor en tanto en cuanto m e conducen a la realización de ese designio de Dios. D e donde se deduce que tanto he de aceptarlas o ayudarme de ellas, cuanto m e conducen al cumplimiento del designio divino, y tanto he de privarme o apartarme de ellas, cuanto m e lo impidan. Sólo con esta norma las demás creaturas m e ayudarán y yo ayudaré a ellas a ser alabanza de la gloria de su gracia. Si se convierten a veces en trampa es a causa de mi debilidad, mi limitación y mis aficiones desordenadas. Pero m e juego en ello ganar o perder el alma. Ganar-perder es un lenguaje evangélico, que algu-

INTRODUCCIÓN

9

nos oídos no están dispuestos a escuchar. Y, sin embargo: «¿Qué importa al hombre ganar todo el m u n d o , si pierde su alma?» ( M t 16,26). «¡Salva mi alma de los lazos del cazador!», he de gritar en sintonía con los salmos (Sal 17,6; 9 0 , 3 - 4 ) ^ . Salvar el alma de estos lazos, para salvarla eternamente, éste es el proyecto de D i o s mi Padre. Entregarme a las creaturas sin la consideración del fin para que han sido hechas — l a mayor gloria y alabanza de D i o s — es m i desorden. Contrariar esa finalidad es mi pecado. Lejos de mí pensar o hablar de varias y contrapuestas fidelidades. No se puede servir a dos señores ( M t 6 , 2 4 ) . Fidelidad a la tierra, al m u n d o , a los hombres, a la ciencia, al partido, a m í m i s m o , no tienen sentido, invocadas c o m o en contraposición a la voluntad de D i o s . L a fidelidad a D i o s lo abarca todo y hace auténtica toda fidelidad. N o se puede servir a otros señores.

Segunda

parte

El segundo paso que he de dar en este día, en continuidad con el precedente, es el de reconocer una consecuencia que se i m p o n e c o m o necesaria, si ese plan de D i o s ha de encontrar respuesta adecuada en mí. Si Él es el único Señor, si su plan es el único que salva, si es el que deseo tomar únicamente c o m o n o r m a de mi existencia, eso supone que el atractivo o repulsión, la simpatía o antipatía, la afición o despego que despiertan en m í las creaturas no es lo que ha de gobernar mis decisiones en la vida. N i el tener m á s o el tener menos, el agrado o desagrado, el aplauso o la rechifla de los h o m bres, deben ser lo que m e haga o i m p i d a tomar una decisión, sino la voluntad del Señor. S e m e i m p o n e , por tanto, un esfuerzo para lograr que esos atractivos o repulsiones, simpatías o antipatías, no sean los auténticos móviles de mi acción o inhibición. D e otro m o d o m e conducirán a contravenir el plan de D i o s , al desviar el objetivo d e mi existencia. N o conviene pasar a la ligera por la constatación de la necesidad de vencer las aficiones desordenadas de mi ser, inclinaciones o aver^ E n las citas d e los S a l m o s u t i l i z a m o s la n u m e r a c i ó n d e la Vulgata.

10

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

siones que no están orientadas siempre según la n o r m a que presenta la voluntad de D i o s . Interesa que seamos m u y realistas al reconocer nuestras inclinaciones desviadas, o resistencias en la voluntad (falta de indiferencia en nuestros afectos voluntarios), que se apoyan en la falta de indiferencia de nuestras tendencias sensibles y orgánicas (afectos involuntarios). Se hace necesaria la operación de a r m o nizar todo mi ser, vencer las resistencias y enderezar las desviaciones de mis tendencias, para que todo él al servicio del designio divino se halle siempre en la mejor disposición posible para elegir lo que más le conduce a su fin. La voluntad de D i o s debe polarizar de tal m o d o todas las valencias de mi ser, q u e pueda repetir siempre: Sólo quiero lo que T ú quieres, Señor. Y si en ocasiones experimenta la rebelión de las tendencias o afectos involuntarios, ha de poder imponerse la voluntad superior hasta decir: No se haga mi voluntad, sino la tuya, Señor. No lo que yo quiero, sino lo que Tú ( L e 2 2 , 4 2 ; M t 2 6 , 3 9 ) . N o se trata de quitar los afectos del corazón h u m a n o , sino de darles su verdadera orientación: querer lo que D i o s quiere y en la m e d i d a que Él quiere que yo lo quiera, aborrecer lo que Él aborrece y en la m e d i d a en que Él quiere que yo lo aborrezca; no prevenir la voluntad de D i o s , queriendo m á s tener o no tener esto o aquello, queriendo m á s ser estimado o pasar desapercibido, prolongar m i vida en este m u n d o o acabarla, si a D i o s place llevarme antes con Él. Y así en todo: —

a u n q u e m e p i d a el hijo d e la p r o m e s a , c o m o a A b r a h á n

(Gen 2 2 ) ; — a u n q u e m e pida dejarlo todo y seguirle, c o m o a aquel joven (Mt 19,16-29); — a u n q u e m e p i d a dejar a los m u e r t o s enterrar a sus m u e r t o s (Le 9 , 5 9 - 6 0 ) . C u a n d o se llega a estos casos concretos es cuando se ve m á s claro cuánto necesitamos ordenar nuestros afectos, luchar para alcanzar esa indiferencia disponible, requerida para siempre desear y escoger lo que m á s conduce a la realización del plan de D i o s en mí y, a través de mí, en toda la creación por lo que a m í respecta. E s una lucha que conduce a morir en Cristo al desorden, para resucitar renovados y ordenados en Él.

INTRODUCCIÓN

L a indiferencia es esa distancia afectiva que permite mirar las cosas con la objetividad conveniente para tomar una decisión propia de un espíritu cristianamente libre (cf. 1 C o r 7 , 2 9 - 3 2 ) . C u a n d o p o n e m o s delante: « D e esto, ni hablar», «eso es demasiado duro», o «¡bah!, n o tiene importancia», y otras expresiones semejantes, ¿no estamos indicando nuestra falta de indiferencia en esos puntos aludidos? ¿ N o hay en nosotros predecisiones no reflejas, q u e n o nos atrevemos a afrontar? N o se trata solamente de no dejarse arrastrar por los demás, ni sólo de aceptar bien lo que p u e d a venir. Es necesaria también esa indiferencia afectiva que libere la voluntad incluso de tales predecisiones. Es necesario hacernos indiferentes. N o estamos en esa disposición cristiana, que afectará a nuestras aficiones y aun a la corporeidad de nuestro ser; que exigirá siempre un i m p u l s o para tomar la decisión, que n o sea tanto seguir la voluntad propia cuanto la de Dios. Si el a m o r de las cosas ha sido capaz de arrastrarnos a la indiferencia ante D i o s , ¿cuánto más el a m o r de D i o s será capaz de hacernos indiferentes a los atractivos y repulsiones de las cosas? Necesito ese a m o r absoluto, predominante, de que hablaba Jesús, ante el que todo lo demás nada i m p o r t a ( M t 5 , 2 9 - 3 0 ; 1 0 , 2 8 ) .

*** El ejercitante empleará provechosamente su oración insistiendo en pedir el acatamiento amoroso absoluto a la infinita Majestad del Señor, dejándose invadir sin reservas por su a m o r salvador. D e ese acatamiento a m o r o s o nacerá espontáneamente el deseo de purificarse y de unirse cada vez m á s a él en la realización perfecta de su voluntad, una disponibilidad plena para siempre desear y escoger lo q u e m á s conduce a Él, en el sacrificio de lo m á s querido. Podría servirse para ello del S a l m o 138 o de alguno de los pasajes de la Sagrada Escritura antes citados. Conviene que distribuya la materia entre los cuatro o cinco ejercicios d e este día, deteniéndose allí d o n d e encuentre mayor devoción, allí d o n d e al Señor plazca comunicársele. E n todo caso, procurará haber asimilado en su interior los dos pasos señalados en el principio y fundamento, antes de pasar adelante en sus ejercicios.

12

3.

PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

E x a m e n d e la p r i m e r a j o r n a d a

— ¿ H e sido fiel a las horas de oración mental? (El a l m a debe m o s trar su generosidad en no acortar la hora por las dificultades que ocurran. H a y que mantener la voluntad d e la persona que, conducida por el Espíritu, vino a orar. Es u n o de los puntos sobre los que podrá versar el diálogo con el guía de la experiencia). — ¿Mi fidelidad ha sido solamente material? Porque se trata no sólo de la presencia corpórea a la oración, sino de una búsqueda real de D i o s , a través del ejercicio de la fe. S e trata de abrirse a la asimilación de su palabra, dejándose iluminar sobre su verdadero sentido, tal c o m o nos ha sido transmitido en la Iglesia, en orden a transformar nuestro ser según el designio de D i o s . — ¿ M e he dejado interpelar por Él hasta el fondo de mi ser, permitiendo que m e purifique, en el escozor de mis llagas abiertas a su m a n o piadosa? — ¿ H e llegado a alcanzar un silencio apacible, a reconciliarme con el ambiente de mi soledad, para disponerme serenamente a las comunicaciones divinas que el Señor desee? (Tensiones y nerviosism o son mala señal. H a b r í a que preguntarse por sus causas. Revelarán fácilmente obstáculos que p o n e m o s a la comunicación de D i o s , de los que hemos d e desprendernos, o al m e n o s superarlos). — ¿He preparado bien la oración? ¿Atendiendo a los puntos, tomando notas si veo que m e ayuda..., releyendo la materia o los textos de la Sagrada Escritura que a ella se refieren, antes de cada ejercicio? — Durante el ejercicio, ¿he mantenido la atención despierta, n o tensa, tratando de tomar la materia con paz, sin prisas, sin ansias de pasar adelante y de recorrerlo todo, deteniéndome d o n d e encontré la luz, la gracia o el impulso de a m o r que andaba buscando? ( N o el m u c h o saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente). — ¿ H e tenido en cuenta que la jornada de retiro de m a ñ a n a se empieza hoy? ( C o n la preparación de la materia, con el ambiente q u e m e he ido formando hoy a d a p t á n d o m e al retiro, con los pensamientos, imágenes y afectos con que m e acuesto hoy y m e levantaré mañana; pues conviene que vayan orientados de acuerdo con el tema del ejercicio que he de hacer m a ñ a n a ) .

INTRODUCCIÓN

13

— Finalmente, no debo olvidar de repetir todos los días y en cada hora de oración el deseo que ha debido de quedar grabado en mí c o m o «oración-resumen» del principio y fundamento: « Q u e todas mis intenciones, acciones y actuaciones sean dirigidas puramente al servicio y alabanza de m i único Señor». (Este mismo examen servirá con provecho, al final de cada de ejercicios.)

jornada

P R I M E R A ETAPA

POR

CRISTO

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS

1.

P R I M E R E J E R C I C I O : C O N F U S I Ó N (Ej. 4 5 - 5 4 ) Preparad los caminos del Señor (Is 4 0 , 3 )

O r a c i ó n preparatoria. Pedir gracia a D i o s Nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones exteriores y operaciones personales sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de su divina Majestad. C o m p o s i c i ó n del lugar. Será ver con la vista imaginativa y considerar que m i a l m a está encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compuesto de a l m a y cuerpo en este valle, c o m o desterrado, entre brutos animales. Petición. A q u í será de vergüenza y confusión de mí m i s m o , viendo cuántos han p o d i d o ser condenados por un solo pecado mortal y cuántas veces yo merecía ser condenado para siempre por tantos pecados míos. e r

l . p u n t o . Será ejercitar la m e m o r i a sobre el primer pecado que fue el de los ángeles; luego el entendimiento discurriendo sobre el m i s m o pecado; después la voluntad. El objeto de recordar y entender todo esto es avergonzarme y confundirme m á s , al comparar con un pecado de los ángeles tantos pecados míos, y si ellos por un pecado fueron al infierno, cuántas veces yo lo he merecido por tantos. D i g o ejercitar la memoria sobre el pecado de los ángeles record a n d o c ó m o habiendo sido creados en gracia, no queriendo servirse de su libertad para actuar la reverencia y obediencia a su Criador y Señor, dejándose llevar por la soberbia, fueron convertidos d e gracia en malicia y lanzados del cielo al infierno. D e este m o d o , se pensará luego cada cosa más en particular, con el entendimiento, y a continuación se moverán m á s los afectos con la voluntad. 2 . ° p u n t o . Hacer otro tanto, es decir, ejercitar las tres potencias (memoria, entendimiento y voluntad) sobre el pecado de A d á n y Eva, recordando c ó m o por tal pecado hicieron tanto tiempo peni-

18

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

tencia, y cuánta corrupción vino al género h u m a n o , yendo por ello tantas gentes hacia el infierno (cf. M t 7 , 1 3 ) . D i g o ejercitar la m e m o r i a sobre el segundo pecado, el de nuestros padres, recordando c ó m o después que A d á n fue creado en el c a m p o damasceno y puesto en el paraíso terrenal, y Eva fue creada de su costilla, habiéndoseles prohibido que comiesen del árbol de la ciencia, y ellos habiendo c o m i d o y, por tanto, pecado, después vestidos de túnicas de piel y echados del paraíso, vivieron sin la justicia original que habían perdido, con m u c h o s trabajos y m u c h a penitencia toda su vida. L u e g o se pensará cada cosa m á s en particular con el entendimiento, y se usará la voluntad c o m o se ha dicho. e r

3. p u n t o . Hacer también otro tanto a propósito del tercer pecado particular, de cada u n o de los que por un pecado mortal h a ido al infierno, y de otros m u c h o s , incontables, por m e n o s pecados de los que yo he hecho. D i g o hacer otro tanto a propósito del tercer pecado, el particular, recordando la gravedad y malicia del pecado contra D i o s , Criador y Señor; pensando con el entendimiento, c ó m o por pecar y actuar contra la b o n d a d infinita, justamente el pecador h a sido c o n d e n a d o para siempre, y acabaré (con el ejercicio de) la voluntad c o m o se ha dicho. C o l o q u i o . Imaginando a Cristo Nuestro Señor delante, y puesto en cruz, hacer un coloquio, considerando c ó m o de Criador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y de ese m o d o morir por mis pecados. Igualmente, mirando a mí m i s m o , para considerar lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo, y, por fin, viéndole c ó m o está, colgado así en la cruz, expresar lo que se m e vaya ocurriendo (Ej. 4 5 - 5 3 ) .

*** Si u n o se encuentra de veras ante la Majestad d e D i o s infinito e infinitamente santo, c o n t e m p l a n d o su plan de elevación del h o m bre, no p u e d e m e n o s de experimentar c o m o Isaías la necesidad de purificarse (Is 6,5ss); o mejor, d e ser purificado: Purifícame, y seré puro; lávame, y seré más blanco que la nieve (Sal 5 0 , 9 ) . Mira, Señor, que mi nada y mi m a l d a d no p u e d e n resistir en tu presencia. T o d o laborío de preparación al Reino d e Cristo h a de comenzarse por la c o m p u n c i ó n del corazón. Reconocer a la luz divina núes-

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

19

tra realidad de pecadores. Sólo así p o d r e m o s esperar salir del templo justificados, diciendo c o n t o d a la sinceridad d e nuestro ser a la luz divina: Apiádate de mí, Señor, que soy un miserable pecador (Le 1 8 , 9 - 1 4 ) , c o m o el publicano del Evangelio. Para que ese grito p u e d a salir con toda verdad y profundidad de nuestra alma, hemos de querer someter a la luz divina todo nuestro juicio. Nuestro razonar limitado y pequeño tiene necesidad de ser iluminado y adecuado para captar esa realidad misteriosa y oscura del pecado del hombre. Sólo así p o d r á deplorarla c o m o quiere D i o s que sea deplorada. Para ayudar a los efectos oportunos en nuestra oración, deberíam o s presentarnos ante el señor c o m o el empleado ante el jefe, que había puesto en él toda su confianza, después de haberse descubierto que h a hecho un gran desfalco. O c o m o el hijo que se presenta ante su padre, después de haberle traicionado cobarde y vergonzosamente. N u e s t r a petición ha de ser: vergüenza y confusión por mis pecados. Para que ese sentimiento no sea ficticio y superficial es preciso que proceda de u n a gracia divina. Trataremos d e disponernos a su comunicación dejando caer sobre nuestra mente y corazón la luz de D i o s , que viene a iluminar la realidad del pecado. C o n el objeto de evitar excusas subjetivas, aceptemos objetivamente los juicios que Él nos ha c o m u n i c a d o en la revelación sobre la triste realidad del pecado. 1.° E n primer lugar, p o d e m o s considerar el pasaje de 2 Pe 2,4ss. El entendimiento se ha de ejercitar para tratar de asimilar la luz que de esa revelación divina se deriva. Allí se muestra la respuesta de D i o s al «no serviré» de su criatura, la reacción divina al «seremos c o m o D i o s » , nacido del orgullo rebelde que quiere suplantar a D i o s y ocupar el puesto divino de frente a la creación. Reflexionemos que todo esto ha sido escrito para nuestro provecho, y se moverá nuestra voluntad a desear y pedir un juicio semejante al divino, al único correcto con respecto al pecado. C o m o dice S a n Agustín: «Ya que s o m o s pecadores, al menos asemejémonos a D i o s , en que nos desagrada lo que a Él (el p e c a d o ) . D e alguna manera te unes a la voluntad de D i o s , por desagradarte en ti lo que aborrece quien te

20

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

hizo» (Serm. 19,3). C o n esto tendremos motivos d e confundirnos profundamente, pues por nuestros pecados hemos merecido el a b o rrecimiento definitivo por parte d e Dios... 2.° Sería bueno servirse también de la luz que D i o s Nuestro Señor ha derramado, sobre lo que es a su estimación el pecado, en el capítulo 3 del Génesis. Podríamos encontrar que en todo pecado hay una especie de complicidad con los espíritus pervertidos, y una perturbación trascendental, en que quedan afectadas las relaciones más profundas del ser h u m a n o con toda la creación, con los demás hombres, y sobre t o d o con D i o s Creador de todo, q u e h a querido al h o m b r e en su proyecto original, en la intimidad d e su diálogo amoroso. Podremos descubrir en el pecado esa voluntad de goce inmediato, q u e llega a desvanecer, al menos por el m o m e n t o , la fe en la palabra divina. E s a palabra se nos i m p o n e c o m o obligación trascendente; pero su promesa d e futuro q u e d a eclipsada por el carácter inmediato del goce q u e nos ofrece el pecado. A esta luz aumentaré el aborrecimiento a la idolatría contenida en todo pecado; p o r q u e hay siempre en el pecado un trasladar del Creador a la creatura el objeto de nuestras preferencias, la inclinación de nuestra adoración interior. ¡ C u á n t a vergüenza y confusión debiera despertar en m í semejante actitud! Por lo demás, también el h o m b r e en su pecado ha querido liberarse de D i o s y c o m o suplantarlo en su disposición del orden de este m u n d o . E n realidad, para caer en las tinieblas de su soledad infinita y su destierro, para venir a ser presa d e sus propias concupiscencias desencadenadas. N u e v o s motivos de vergüenza y confusión: nuestra intentona absurda contra D i o s , la esclavitud que nos hemos buscado, y sobre todo la situación de enemistad con D i o s , de suyo definitiva, en que nos coloca el pecado. Sólo el Redentor divino p o d r á romper el y u g o que p o n e sobre el h o m b r e el pecado. 3.° Conviene considerar además que el pecado d e los hombres venidos al m u n d o , c o m o nosotros, después de Cristo, participa de esas m i s m a s características sustancialmente: excluye del Reino de D i o s , lleva consigo la condenación eterna. L o dice S a n Pablo en su 1 C o r 6,9ss, y en Gal 5,19ss: no poseerán el Reino de Dios. Y si tales

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

21

pecados les impiden poseer el Reino de D i o s , quiere decir que les condenan a estar siempre imposibilitados de la presencia gozosa de D i o s , apartados d e Él definitivamente, eternamente cerrados a la consecución de la meta, que no puede dejar de constituir objetivamente la más íntima aspiración de su propia esencia. Repelidos en la más lacerante tortura existencial, para siempre, para siempre. C u a n d o San Ignacio dice en el libro d e los Ejercicios q u e debe pensar el ejercitante c ó m o un h o m b r e se condena por un solo pecado, mientras nosotros todavía no h e m o s sido condenados a pesar de nuestros m u c h o s pecados, es para q u e reflexione cada uno: si un pecado mortal es de suyo capaz de causar la condenación, cuánto he de agradecer la infinita misericordia d e D i o s c o n m i g o , que aún m e concede lugar al arrepentimiento para acogerme a su perdón. Al m i s m o tiempo, para que t o m e conciencia del gravísimo peligro en q u e m e coloca el pecado, para llegar a aborrecerlo definitivamente, c o m o D i o s lo aborrece. C o l o q u i o . L a meditación sobre el pecado ha d e concluirse a los pies de Cristo redentor crucificado por mis pecados. V i e n d o a D i o s hecho hombre, al Creador creatura, de vida eterna venido a encarnarse en una naturaleza h u m a n a , sometida al tiempo y al espacio, al dolor y a la muerte, para poder morir por mis pecados, y así reconciliarme con el Padre, cancelando la deuda mía, el decreto de condenación que sobre m í pesaba, he de llegar a preguntarme, guiad o p o r mi fe, con todo el realismo posible: ¿ Q u é ha hecho Cristo por mí? ¿ Q u é he hecho yo por Cristo? ¿ Q u é debo hacer por Cristo? Es m u y importante llegar a sentir por gracia mi d e u d a eterna de redención con Cristo. Aquél me amó, y se entregó a la muerte por mí (Gal 2 , 2 0 ) , ha de ser la palanca para mover las m á s generosas respuestas d e a m o r q u e el Espíritu sugiera en mi interior. (Dedicar a esta meditación

una o dos horas.)

22

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

2.

S E G U N D O E J E R C I C I O : C O N T R I C I Ó N (Ej. 5 5 - 6 1 )

O r a c i ó n preparatoria. L a m i s m a . P r e á m b u l o p r i m e r o . L a m i s m a composición (de lugar) que en el primer ejercicio. P r e á m b u l o s e g u n d o . Será aquí pedir crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados. l . p u n t o . Es el proceso de los pecados; es, a saber, hacer pasar por la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa donde he habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido. 2 p u n t o . Ponderar los pecados, mirando la fealdad y la malicia que cada pecado mortal cometido tiene en sí, a u n q u e no hubiese sido prohibido expresamente. 3 . p u n t o . Mirar quién soy yo, d i s m i n u y é n d o m e por m e d i o d e ejemplos: primero, cuánto soy en comparación de todos los h o m bres; segundo, qué cosa son los hombres en comparación d e todos los ángeles y santos del paraíso; tercero, mirar qué es todo lo cread o en comparación de D i o s , pues yo solo ¿qué p u e d o ser?; cuarto, mirar toda mi corrupción y fealdad corporal; y quinto, mirarme c o m o una llaga y p o s t e m a de d o n d e han salido tantos pecados y tantas maldades y p o n z o ñ a tan asquerosísima. 4 . ° p u n t o . Considerar quién es D i o s , contra quien he pecado, según sus atributos, c o m p a r á n d o l o s a sus contrarios en mí: su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su b o n d a d a m i malicia. 5 . ° p u n t o . E x c l a m a c i ó n a d m i r a d a y con grande afecto, recorriendo todas las creaturas, mientras pienso c ó m o m e han dejado en vida y conservado en ella: los ángeles, siendo e s p a d a de la j u s ticia divina, c ó m o m e han sufrido y g u a r d a d o y r o g a d o por mí; los santos, c ó m o han estado intercediendo y r o g a n d o por mí; y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y a n i m a les, c ó m o m e han conservado hasta ahora; y la tierra c ó m o no se h a abierto para sorberme, creando nuevos infiernos para siempre penar en ellos. e r

o

e r

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

23

Acabar con un coloquio de misericordia razonando y d a n d o gracias a D i o s Nuestro Señor, porque m e ha d a d o vida hasta ahora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante. Padre Nuestro.

*** E n un segundo paso, el ejercitante tratará de profundizar la purificación comenzada, con la gracia que ha de pedir ardientemente, de un verdadero dolor, contrición y Ligrimas por sus pecados. A la luz del juicio objetivo de D i o s sobre el pecado del h o m b r e ha p o d i d o sentir vergüenza y confusión de sus propios pecados y aborrecerlos hasta el fondo. Se trata ahora de reconocer su propia culpabilidad en la ofensa a D i o s inferida, al introducir tan horrible mal en el m u n d o con su propia acción u omisión pecaminosa. Q u é difícilmente llega el h o m b r e a considerarse enteramente autor de su pecado, y a llorarlo ante D i o s c o m o verdaderamente obra suya. Y, sin embargo, el pecado se ha cometido en el m u n d o , y se sigue cometiendo. Llegar al reconocimiento personal de nuestro pecado c o m o propio, llorar ante D i o s la ofensa que le hemos inferido, será obra de la gracia d e D i o s q u e nos sale al encuentro, una victoria de la luz de su misericordia sobre nuestras tinieblas (1 J n 1,6-10). N o se trata en este m o m e n t o de hacer un examen minucioso de conciencia, sino de probar a ver la realidad de nuestra vida de pecado a la luz de la santidad divina, de su juicio sobre el pecado. T o d o el aborrecimiento, vergüenza y confusión, ante la realidad horrible de mi vida pecadora, sentida y contemplada c o m o lo que ha sido y es a la luz divina, se deben convertir en dolor y lágrimas en presencia de Cristo crucificado, que se ofrece al Eterno Padre en satisfacción por ella. — M e p u e d o ayudar en la meditación, haciendo pasar ante su m i r a d a santa lo q u e han sido los escenarios de mis p e c a d o s : casas, calles, sitios d e trabajo, d e descanso o recreo, etc.; lo q u e ha sido el decurso d e mi vida de pecador: de niño, d e adolescente, d e joven, d e persona m a d u r a , d e bautizado, de confirmado, de c o n sagrado a Él... Esperaré el dolor q u e se obtiene c o m o gracia, por m e d i o d e la petición y los santos deseos. S i n temor y sin prisas, sin la fiebre de pasar adelante, q u e suele invadirnos ante un espectáculo c o m o el d e nuestros p e c a d o s , q u e nos humilla y escuece en lo m á s íntimo del ser personal. S i la herida hierve, algo q u e d a por

24

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

sanar. D e j é m o n o s cauterizar p o r el dolor d e la c o n t e m p l a c i ó n de la p r o p i a malicia, q u e ha herido y m a n c h a d o constantemente nuestro ser. — San Ignacio aconseja que tratemos de reconocer la malicia y fealdad del pecado en sí m i s m o , aun prescindiendo de que no estuviesen prohibidas las acciones con que lo cometimos. Dios prohibe lo que es malo en sí mismo, o es para nosotros malo, indigno de un hijo suyo. — Será m u y provechoso reflexionar sobre la infinitesimal pequenez d e nuestro ser que se ha atrevido a enfrentarse contra su D i o s al pecar. ¿ C ó m o es posible que haya tenido la incalificable osadía de o p o n e r m e a mi infinito Creador, a mi Señor?: ¿Quién se le opondrá y podrá salir ileso? ( J o b 9 , 4 ) . Si hoy los viajes interplanetarios ayudan a la imaginación h u m a n a a hacerse una idea del granito de arena q u e significa la tierra en medio de los espacios inmensos, ¿cómo quedará reducida la figura humana, que en miles de millones se agita dentro de ese p e q u e ñ o p u n t o que es la Tierra en u n a de las incontables galaxias que pueblan el firmamento? ¡Y pensar que ese infinitesimal enano se atrevió a escupir a la cara la amistad que le ha sido ofrecida por el Creador del Universo! — L a s c o m p a r a c i o n e s q u e p o n g a sólo tratarán de abrir brecha por d o n d e llegue a penetrar m á s h o n d a m e n t e en el a l m a la c o m p u n c i ó n q u e la purifique por gracia d e D i o s , no de satisfacer fantasías o curiosidades. Será conveniente disponer el a l m a al dolor p o n i e n d o mi ignorancia s u m a frente a la omnisciencia y s a b i d u ría infinita d e D i o s , para q u e resalte m i desfachatez y ofensa al preferir mis c a m i n o s a los suyos, mis tinieblas a su luz. Y si c o m paro su justicia con m i iniquidad, habiendo preferido m i juicio al suyo, resaltará m á s la injuria q u e h a g o a D i o s al pecar. Miraré también el desprecio q u e s u p o n e a su infinita b o n d a d , q u e m e ofrece su amistad, c u a n d o la rechazo al pecar. E n realidad, es su m i s m o S a n t o Espíritu el q u e resulta arrojado p o r m í , traicionado, despreciado. El adulterio del alma es para Dios el pecado ( O s 2,1-13). U n ataque a la gracia increada, al C o r a z ó n d e D i o s . Y un a b u s o de su misericordia, q u e c o m e t o y o , tan exigente con los d e m á s , tan duro y tan inmisericorde. — Si alcanzo del Señor ver a su luz la verdad de mi pecado, tendré q u e concluir con los q u e la han recibido abundantemente, pre-

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO

25

g u n t á n d o m e con admiración y asombro: ¿ C ó m o es posible que no haya enviado ya sobre mí el peso de su justicia? ¿ C ó m o las criaturas, instrumentos de su poder, no han vengado tanto desafuero y desacato en su presencia? ¿ C ó m o m e ha sostenido D i o s hasta ahora, mientras pecaba contra Él sirviéndome para ello de los mismos beneficios que m e hacía? C o n San Francisco de Borja tendré que decir: «Solamente queda la confusión cuando ves las criaturas, teniendo por cierto que todas las veces que ofendiste al Creador mereciste no sólo perder el servicio que te hacen, más aún que se levantaran contra ti, haciendo la venganza de tu pecado» (Obras espirituales, Trat. 3: «Colirio espiritual» [Ed. Flors, Barcelona 1964] 8 7 ) . C o l o q u i o . El final de nuestra oración será volverme a poner a los pies de Cristo crucificado, alabándole por su infinita paciencia y misericordia c o n m i g o , ofreciéndome a reparar m i mal en cuanto pueda, con u n a vida entregada a su divino beneplácito. E s Él la reparación de m i pecado. ¿ Q u é deberé hacer por Cristo? Misericordias Domini in aeternum cantabo es la jaculatoria d e un corazón penitente, c o m p u n g i d o , humillado, rebosante de agradecimiento. (Es aconsejable releer hoy en algún momento libre las «adiciones» recomendadas por San Ignacio para hacer mejor los ejercicios, en n.73-90.)

3.

T E R C E R E J E R C I C I O : C O N V E R S I Ó N (Ej. 62-63)

Después de la oración preparatoria y los dos preámbulos, repetiré el primero y segundo ejercicio, notando y haciendo pausa en los puntos en que haya sentido mayor consolación o desolación, o mayor sentimiento espiritual, después de lo cual haré tres coloquios de la manera siguiente: C o l o q u i o p r i m e r o . A Nuestra Señora, para que m e alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas: la primera, para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos; la segunda, para que sienta el desorden de mis operaciones, para que,

26

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

aborreciéndolo, m e enmiende y m e ordene; la tercera, pediré c o n o cimiento del m u n d o , para que, aborreciéndolas, aparte de mí las cosas m u n d a n a s y vanas, y a continuación diré un Ave María. C o l o q u i o s e g u n d o . Al H i j o , para que m e lo alcance del Padre, y a continuación el A n i m a Christi. C o l o q u i o tercero. Al Padre, para que el m i s m o Señor eterno m e lo conceda, y a continuación un Padre Nuestro.

*** H a r é a su debido tiempo u n a repetición de los ejercicios precedentes, deteniéndome a asimilar en mi interior los sentimientos o luces que el Señor haya querido c o m u n i c a r m e este año sobre la realidad del pecado, y la necesidad que tengo de aborrecerlo y repararlo. Serenamente dejaré que arraiguen en m í las actitudes personales que corresponden a mi situación de pecador arrepentido, ante el señor a m a d o con nueva fuerza, con un i m p u l s o nuevo, que tomará su base m á s auténtica en la realidad de mi vida pecadora tal cual aparece a sus ojos divinos, y n o c o m o aparece a la mirada superficial de los que m e rodean. C o n ese fin de ahondar y purificar mi posición auténtica d e pecador arrepentido ante D i o s N u e s t r o Señor, podré ayudarme de tres coloquios escalonados. El primero a Nuestra Señora, para que interceda por m í ante su H i j o divino, el segundo a Jesucristo nuestro mediador y a b o g a d o ante el Padre (1 J n 2 , 1 - 2 ) , y el tercero al Padre, para que m e conceda tres gracias: a

1. Aborrecimiento total de toda clase de pecado. U n aborrecimiento que no se quede en la cabeza que lo afirma, sino que llegue a ser convicción arraigada en lo más h o n d o del ser, sentimiento vivo hecho fuego divino purificador de todo lo que es incompatible con S u infinita santidad. U n aborrecimiento que se extienda al pecado venial. Es verdad que los pecados veniales no son d e la m i s m a naturaleza del pecado grave, por el que el h o m b r e dispone enteramente de sí, hasta hacerse reprobo. Pero desvían al h o m b r e de su fin, crean una especie de b r u m a entre D i o s y la creatura, haciéndola entrar en c o m p o n e n d a s y volviéndola c o m o impermeable a las gracias actuales de D i o s . E s claro el peligro q u e de ello se sigue para la perseve-

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO

27

rancia en la gracia santificante, además de obstaculizar el desarrollo espiritual en Cristo. S o n en sentido verdadero u n a ofensa de D i o s también. Las almas dedicadas a la acción apostólica debieran considerar además lo m u c h o que obstaculizan su apostolado con los pecados veniales. Recae sobre ellos muchas veces la culpa de su esterilidad. a

2. Pediré gracia para sentir interiormente todo lo que en m í no va ordenado a Él, lo que no está de acuerdo con su designio de santificación, con su divino beneplácito. A la luz y estima de la santid a d divina aborreceré tanto desorden, para enmendarme y ordenarme. ¡ C u a n p o b l a d o d e raposas aparecería mi huerto, q u é gran turba de feos animalillos pululando en mi m o r a d a interior, si por m i ventana dejara penetrar un rayo de luz divina! Ese minimalismo en los actos religiosos, la tendencia a diferir lo q u e no m e apetece, la vaciedad de m i conversación, la facilitonería en el trabajo, la inclinación a hablar sin escuchar, la desorganización en el tiempo, el favoritismo instintivo, la presunción y el a u t o b o m b o , mis altibajos de humor, la inercia para todo esfuerzo, la dificultad para salir de mí. ¡Si el Señor m e hiciera ver en un m o m e n t o , c ó m o mancho de egoísmo, aun los actos en que aparezco más altruista o religioso! Sentir tanto desorden es el comienzo del aborrecimiento, para emprender la lucha contra él, para dejarme corregir y enmendarme. a

3. Pediré también esa sensibilidad espiritual que m e hace percibir lo que, sin ser desorden en mí, es en sí m i s m o signo, o causa ordinaria de desorden en la realidad que m e rodea. Distinguir ese m u n d o que, según S a n Pablo, tiene una sabiduría que n o es la de Cristo, que no reconoce a Cristo, sino que lo odia c o m o a los que son de Cristo, pero que el Señor lo ha vencido. El m u n d o envenenado por el pecado de los ángeles, de Adán y nuestro. El que presenta una jerarquía de valores diversa de la de Cristo. E s a apreciación de las cosas y utilización de las criaturas, que prescinde de sus auténticos fines, q u e haciéndolas objeto único o primordial d e sus aspiraciones, las desconecta de su fuente y de su dirección esencial hacia D i o s . Al despojarlas de su peso específico cristiano, de su conducencia a D i o s , las vacía de contenido, las convierte en realidades

28

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

«vanas y m u n d a n a s » , en vez de hacer que c u m p l a n su misión de material y m e d i o de glorificación de D i o s y salvación del alma. Y sin embargo, con su proposición de vida ligera y fácil, con su aura de triunfo y aceptación del ambiente, sigue ejercitando en cualquier á m b i t o de la vida, aun la m á s retirada, la fascinatio nugacitatis (Sab 4 , 1 2 ) , el atractivo d e la vanidad, de la c o m o d i d a d . Se hace necesaria esa fina sensibilidad espiritual q u e sepa discernir la sutil vanificación de la realidad y mundanización del criterio, que reina en la vida corriente por obra del padre de la mentira ( J 8 , 4 4 ) . Pediré que, habiendo reconocido el engaño del m u n d o viejo, aborrezca y aparte d e mí semejante tentación d e mundanizarme en las cosas y ambiente de q u e m e rodeo, en el que fácilmente m e a c o m o d o . n

Las m i s m a s tres gracias, lentamente sentidas y deseadas ardientemente, las pediré en cada coloquio, para terminar recitando con plenitud de espíritu en Cristo, la oración que Él m i s m o nos enseñó: Padre nuestro...

*** En las meditaciones sobre el pecado, podrían ayudarme a conseguir los sentimientos que pretendo: Bar 3 (para hablar con D i o s sobre el pecado, sintiéndolo c o m o destierro, a b a n d o n o , alejamiento de la casa paterna...); Is 5,1-8 ( c o m o ingratitud); J o b 9 , 1 - 2 0 (como insolencia); S a b 5 0 (para reavivar los sentimientos del M i s e rere — d e p l o r a c i ó n , confianza y c o n s o l a c i ó n — en u n a aplicación del m é t o d o de orar indicado (en Ejercicios 249-257). Se podría añadir, cuando sea conveniente, el ejercicio del primer m o d o de orar, propuesto por S a n Ignacio en los n . 2 3 8 - 2 4 8 de sus Ejercicios. Especialmente sobre los M a n d a m i e n t o s y sobre los pecados capitales. Servirá d e c o m p l e m e n t o para el fruto deseado en esta primera semana. N o sólo para completar la abominación de los propios pecados en concreto, a la luz d e las meditaciones anteriores, sino también, c o m o indica S a n Ignacio, para entender mejor la voluntad divina positiva contenida en cada u n o d e sus M a n d a mientos, y en cada una d e las virtudes contrarias a los vicios capitales, e identificar así la propia voluntad con la divina: « . . . para mejor guardarlos, y para mayor servicio y alabanza de su divina Majestad». L a conversión m á s plena incluye el cambio m á s pleno

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

29

de la propia mentalidad hasta conformarla con la divina, la del «hombre nuevo» en Cristo (cf. R o m 1 2 , 2 ) .

Al final d e la s e g u n d a j o r n a d a (Será conveniente repetir el examen propuesto alfinal delprimer día. Se recomienda repetir también la lectura de las adiciones contenidas en el libro de los «Ejercicios» de San Ignacio, n . 7 3 - 8 9 . Particularmente las referentes a la penitencia voluntaria: n . 8 2 - 8 7 . )

Sobre el examen de cada día Es probable que el a l m a en este día tienda a cerrarse sobre sí m i s m a . Tendrá el peligro d e perderse en un laberinto de pensamientos, que la recluyen en sus propios límites, haciéndola dar vueltas con la fantasía en torno a la vida pasada. Ello distrae fácilmente su atención del p u n t o focal de toda experiencia cristiana que es Cristo Redentor. Si no es experimentada, o avisada a tiempo por su guía, puede caer en una actitud opuesta a la q u e se pretende y se necesita en estas meditaciones del pecado. Porque no es cerrándose sobre su propia tiniebla c o m o conseguirá el a l m a el fin que en ella se desea alcanzar, sino por el procedimiento contrario: abriéndose a los embates y avenidas de la luz y gracia de D i o s . Sólo la gracia puede iluminar la verdad de esa realidad misteriosa del pecado del hombre, de su pecado, hacerle experimentar la c o m p u n c i ó n , purificarla y renovarla con el d o n de u n a auténtica penitencia cristiana. Es preciso que aquí en el retiro se acostumbre el ejercitante a realizar la experiencia de una visión espiritual de sus faltas y pecados. Así aprenderá lo que es un examen de conciencia cristiano, y se renovará en una práctica tan útil y recomendada en la Sagrada Escritura (1 C o r 11,28; 2 C o r 5 , 9 - 1 1 ; 13,5, etc). C o m p r o b a r el hombre su posición ante Dios, descubrirse a sus propios ojos interiores en presencia de Cristo, que con su mirada divina penetra corazón y entrañas, es hacer luz d o n d e hay tinieblas. E s reconocer la incidencia actual de su continua acción salvadora sobre cada uno de nosotros.

30

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

M i r a d o así, el examen de conciencia es un ejercicio q u e nos sitúa en el centro de la verdad cristiana. C u a n d o el fiel cristiano entra en su intimidad secreta, no es para complacerse en su propio yo con mirada egoísta, ni siquiera sólo para reprocharse sus fealdades, sino para volverse a encontrar en la fe, bajo la acción salvadora de Cristo que actúa en él por m e d i o de su Espíritu, ante la mirada invisible del Padre, que lleva en ello la iniciativa providente. Sabemos que el Padre lo guía todo para nuestro bien ( R o m 8,28). Pero una cosa es saberlo, y otra es reconocerlo en la actuación concreta de los sucesos de cada día, en los acontecimientos importantes y en los triviales, agradables o desagradables, victoriosos o calamitosos, en las horas transcurridas hoy y aquí. Quien se mira a esta luz en el examen, no podrá menos de comenzar, c o m o aconseja San Ignacio, agradeciendo al Señor aun aquello que ha dejado ese día en él su huella de aflicción. T o d o puede convertirse en bien, aun las culpas deploradas, retractadas, que fueron permitidas para nuestro provecho. E n esta transparencia confiada del alma ante el Señor, p o d r á llegar a descubrir con paz las raíces de sus faltas. Porque no interesan sólo las faltas en sí m i s m a s , sino el desorden de la afición interior, las actitudes del a l m a de d o n d e brotan, en d o n d e se alimenta el d i n a m i s m o profundo que las p o n e en movimiento. Cristo-Luz p o n e en evidencia todas las tortuosidades del corazón. S u palabra discierne los sentimientos y proyectos del corazón, penetrando hasta el p u n t o de separación del espíritu y la sensibilidad ( H e b 4 , 1 2 ) . El cristiano que realiza esta autocrítica sin m i e d o y sin tapujos, sin ansiedad y sin encarnizamiento, se incorpora al juicio de Cristo sobre el m u n d o , ofrece su cooperación a la empresa de arrojar de sus dominios al Príncipe d e las tinieblas y padre de la mentira, por la fuerza misteriosa de la cruz d e Cristo (Jn 1 2 , 3 1 - 2 ) . S u examen será dolor sincero y conversión, petición de ayuda y redención al único que puede dárnosla. Encontrará remedio a las propias llagas en la m a n o suave del M é d i c o divino, que sabe tocarlas sin enconarlas de nuevo. Es Él quien las ve c o m o son en realidad, y quien nos invita a continuar nuestra lucha en orden a debelar en nosotros el d o m i n i o de las tinieblas. Así nuestra contrición p o d r á ser cristiana d e verdad, y el propósito de enmienda se mantendrá siempre revitalizado, a pesar de la

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

31

experiencia repetida de la propia incoherencia, los fallos y deficiencias personales, la incompleta asimilación de la redención por parte nuestra: ¡Señor, en tu n o m b r e lanzaré ahora la red! ( L e 5,5). Si, después d e hacer estas consideraciones, nos p r e g u n t a m o s por q u é h a c e m o s m a l nuestros exámenes diarios d e conciencia, ¿no habrá q u e responder q u e el sentimiento d e haber p e c a d o p o c o mantiene tibia nuestra a m i s t a d con el Señor? ( L e 7 , 4 7 ) . ¿ N o habrá s u c e d i d o q u e h e m o s desviado la dirección del examen, c o n virtiéndolo en un acto d e egocentrismo, q u e acabó por hastiarnos sin fruto práctico? ¿ N o será q u e h e m o s desertado de aquella actitud a m o r o s a q u e el Evangelio recomienda con el n o m b r e de vigilancia, p o r q u e n o a m a m o s al Señor con la suficiente delicadeza? Q u i z á con la excusa de hacer algo útil, no a c t u a m o s , de hecho, ese ejercicio central d e la vida de fe, q u e es el auténtico examen cristiano, examen espiritual q u e nos hace t o m a r conciencia de la o b r a salvadora d e C r i s t o , tal c o m o se va a c t u a n d o para cada u n o de nosotros en la realidad de la v i d a cotidiana, y nos incorpora activamente a ella.

D i s c e r n i m i e n t o d e espíritus (Ej. 3 1 3 - 3 2 7 ) D u r a n t e la experiencia de recogimiento, soledad y vida interior intensa de estos días d e Ejercicios, es lo más normal que el ejercitante se sienta m o v i d o interiormente en u n a dirección u otra, más o menos ferviente, iluminado, deseoso del bien o tentado hacia el mal. Para q u e se p u e d a orientar ante estos fenómenos d e los q u e ahora se hace particularmente consciente, y q u e a veces pueden ayudar, o interferir, fuertemente en la marcha del proceso interior buscado, tiene ante todo el recurso al guía experimentado que le a c o m p a ñ a y dirige. San Ignacio dejó escritas unas normas que ayudarán en su oficio al director de ejercicios espirituales y que éste puede dar o explicar oportunamente al ejercitante. S o n normas útiles no sólo para el tiempo de los Ejercicios, sino en general para la vida espiritual. Veamos primero las más generales y de más universal aplicación.

32

a)

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

Dos situaciones anímicas opuestas y conducta a observar

Consolación. L l a m o consolación cuando en el alma se causa alguna m o c i ó n interior, con la cual llega a inflamarse el alma en a m o r de su Criador y Señor, y con tal m o c i ó n no puede amar ninguna cosa creada sobre la tierra en sí m i s m a , sino en el Creador de todas ellas. A s i m i s m o , cuando derrama lágrimas incentivas a a m o r de su Señor, sea por el dolor de sus pecados, o por la pasión de Cristo Nuestro Señor, o por otros motivos directamente ordenados a su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación t o d o a u m e n t o de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna q u e llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salvación del alma, dejándola quieta y pacificada en su Criador y Señor. — El q u e está en consolación piense c ó m o se c o m p o r t a r á en la desolación q u e después vendrá y cobre nuevas fuerzas para entonces. — El q u e está consolado, procure humillarse y abajarse cuanto puede, pensando para cuan p o c o se encuentra en el tiempo d e la desolación, sin tal gracia y consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede m u c h o con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos y cobre fuerzas en su Criador y Señor. Desolación. L l a m o desolación todo lo contrario (de la consolación), así c o m o oscuridad del alma, turbación en ella, atractivo por las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste, y c o m o separada de su Criador y Señor. Porque así c o m o la consolación es contraria a la desolación, de la m i s m a manera los pensamientos que salen de la consolación, son contrarios a los pensamientos q u e salen d e la desolación. — E n tiempo de desolación nunca cambiar, sino estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así c o m o en la consolación nos guía y aconseja m á s el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no p o d e m o s tomar camino para acertar.

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO

33

— D a d o que en la desolación no debemos m u d a r los primeros propósitos, m u c h o aprovecha reaccionar intensamente contra la m i s m a desolación, c o m o es el insistir m á s en la oración, meditación, el examinar m u c h o , y el alargarnos en algún m o d o conveniente de hacer penitencia. — El q u e está en desolación, considere c ó m o el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, que siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. Porque el Señor le ha sustraído su m u c h o fervor, crecido a m o r y gracia intensa, quedándole, sin embargo, gracia suficiente para la salvación eterna. — El que está en desolación, se esfuerce por mantenerse en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, mientras p o n e las diligencias contra tal desolación, según se ha dicho (anteriormente). — Tres son las causas principales por las que nos hallamos desolados. L a primera, por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja de nosotros la consolación espiritual. L a segunda, por probarnos para cuanto s o m o s y hasta d o n d e llegamos en su servicio y alabanza, sin tanto sueldo de consolaciones y grandes gracias. L a tercera, por darnos verdadera información y conocimiento, a fin d e q u e sintamos, interiormente, que no está en nuestro poder hacer venir o tener gran devoción, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiritual, sino que todo es d o n y gracia de D i o s Nuestro Señor; y para que no p o n g a m o s nido en cosa ajena, haciendo surgir en nuestro entendimiento alguna soberbia o vanagloria, atribuyendo a nosotros la devoción, o los otros elementos de la consolación espiritual.

b)

Tentaciones del enemigo. Sus caracteres. Modo de responder

— El enemigo se c o m p o r t a como mujer, siendo débil por necesid a d y fuerte por querer aparecerlo. Porque así c o m o es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder á n i m o y huir cuando el h o m b r e le muestra m u c h o valor; y, por el contrario, si el varón

34

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

empieza a huir perdiendo á n i m o , la ira, venganza y ferocidad de la mujer se acrecientan, y tan desmesuradamente: del m i s m o m o d o es propio del enemigo debilitarse y perder á n i m o (cesando sus tentaciones), cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales p o n e m u c h o valor contra las tentaciones del enemigo, haciendo el opósito per diametrum (lo contrario diametralmente); y al revés, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder á n i m o , al sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera en toda la tierra, c o m o el enemigo de la naturaleza h u m a n a , para proseguir su dañina intención con tan grande malicia. — A s i m i s m o se c o m p o r t a como vano enamorado, que quiere estar en secreto y no ser descubierto. Porque así c o m o el h o m b r e vano, que con intención seductora requiere a una hija d e buen padre, o una mujer de buen marido, quiere q u e sus palabras e insinuaciones queden secretas; y, al contrario, le desagrada m u c h o c u a n d o la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente deduce que no p o d r á salir con la empresa comenzada: de la m i s m a manera, cuando el enemigo de la naturaleza h u m a n a hace llegar al alma justa sus astucias e insinuaciones, quiere y desea que sean recibidas y mantenidas en secreto; y cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, m u c h o le pesa; porque comprende que no p o d r á salir con su malicia comenzada, al ser descubiertos sus engaños manifiestos. — A s i m i s m o , se c o m p o r t a c o m o un caudillo para conquistar y robar lo que desea. Porque así c o m o un capitán y caudillo del ejército, tras asentar su c a m p a m e n t o y mirar las fuerzas o disposición de un castillo, lo c o m b a t e por la parte m á s flaca; d e la m i s m a m a n e ra el enemigo de la naturaleza h u m a n a , rodeándonos, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por d o n d e nos halla más flacos y m á s necesitados en relación a nuestra salvación eterna, por allí nos c o m b a t e y procura tomarnos. San Ignacio descubre al ejercitante caracteres de las tentaciones diabólicas que responden a la tipificación de Satán en la Sagrada Escritura: nos amenaza como león rugiente (1 Pe 5,8); es príncipe de las tinieblas y padre de la mentira (Jn 8,44; E f 6,12; J n 12,30); anda en

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

35

derredor buscando a quién devorar (1 Pe 5,8); pone asechanzas y lazos (1 T i m 6,9; E f 6,11; M t 6,13). L o m i s m o p o d e m o s decir del tipo de reacción que aconseja al tentado: «Resistidle» fuertes en la fe(1 Pe 5,9; cf. 1 C o r 16,13); resistid al diablo y él huirá de vosotros (Sant 4 , 7 ) . Jesús es la luz, y quien le sigue no anda en tinieblas (Jn 8,12). A u n q u e probablemente las reglas ignacianas son m á s bien fruto de la experiencia y de la sapiencia cristiana, arraigada en la Tradición, que no resultado de m u c h o estudio intelectual teológico o exegético.

c)

Atención a la orientación de fondo de la persona

C o n las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra c o m ú n m e n t e el enemigo proponerles apariencias de placeres, haciendo imaginar deleites y placeres sensuales, para conservarlos m á s y hacerlos aumentar sus vicios y, con quien va subiend o de bien en mejor en el servicio de D i o s Nuestro Señor, sigue el m o d o contrario. Porque entonces es propio del mal espíritu recomer, entristecer y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que el h o m b r e no pase adelante; y propio del bueno, dar á n i m o y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, presentando c o m o vencibles, y aun quitando, toda clase de impedimentos, para que proceda adelante en el bien obrar.

4.

C U A R T O E J E R C I C I O : R E S U M E N (Ej. 6 4 )

El ejercicio llamado por S a n Ignacio «Resumen» debe servir para ahondar m á s en el alma la c o m p u n c i ó n por el pecado: contrición, abominación de todo lo que m e p u e d a apartar de D i o s . Es c o m o dar espacio en el alma, en el corazón contrito y humillado, a las gracias que D i o s quiera ir concediendo, haciéndolas penetrar m á s profundamente en el ejercitante, por las brechas por d o n d e ha ido penetrando el Señor en mí, a m e d i d a que la m e m o r i a contemplativa recuerda todo lo que hasta ahora ha ido impresionando a lo largo de las meditaciones hechas hasta ahora.

36

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

Es algo así c o m o si, después de un viaje, u n o se detuviera a serenarse en su habitación a solas, entreteniendo el recuerdo en las reminiscencias de los paisajes, encuentros, impresiones que se han grabado en su m e m o r i a durante el periplo. D e un m o d o semejante trataré de hacer este ejercicio, tras los preámbulos ya conocidos en las meditaciones precedentes, para pasar por el recuerdo las reminiscencias del itinerario espiritual recorrido hasta este m o m e n t o en los Ejercicios.

*** Piensa en tus novísimos y no pecarás (Eclo 7 , 4 0 ) Ordinariamente será m u y oportuno prolongar esta etapa de purificación del ejercitante con algunas meditaciones, q u e ayuden a despegar el corazón de sus apegos desordenados a cosas de este m u n d o , y a proceder en adelante con «temor y temblor» en la obra de la salvación (Flp 2 , 1 2 ) . Para obtener el efecto pretendido conviene que seamos realistas en nuestra meditación, c o m o lo fue el Señor cuando nos habló de las penas del pecado, de la muerte y del infierno. La muerte es revelación del pecado ( R o m 5 , 1 2 ) , participación en la muerte de Adán; aunque debe ser también para nosotros participación en la muerte de Cristo, en la redención del pecado ( R o m 6; 1 Cor 15,22). Después de colocarme en presencia de D i o s y haber hecho la oración preparatoria habitual, m e imaginaré en el lecho de mi muerte o ya muerto. L a petición será q u e por la meditación de la muerte saque los frutos q u e pretendió el Señor en mí al hablarme de ella en el Evangelio. — Mientras el hombre tiende a prescindir en sus perspectivas de la muerte c o m o acontecimiento propio, a quitársela de la vista, Jesús se esforzó por que la tuviésemos siempre presente en el horizonte: Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre (Le 12,40). Es la advertencia dirigida a todos en la parábola de las vírgenes necias ( M t 2 5 , 1 - 1 3 ) . L a m i s m a espera vigilante a que se refieren San Pablo (1 Tes 5,2) y San Pedro (1 Pe 1,13).

PURIFICACIÓN MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

37

Y es q u e la muerte nos recuerda que no s o m o s autosuficientes, que servimos al Señor y es preciso que nos encuentre fieles en su servicio cuando Él vuelva (Le 1 2 , 3 7 ) . Velad y orad, porque no sabéis ni el día ni la hora. — N o s sentimos inclinados al j u e g o , al sueño, a la diversión, a la disputa, o la rebelión. N o s apegamos a las cosas hasta convertirlas en los dioses de nuestras aficiones. El Señor nos avisó repetidamente de la frivolidad, el error y la vanidad en que tan fácilmente caemos. N o s habló del rico, que con sus abundantes cosechas creyó ya tener en qué poder reposar aquí. S u angustia existencial halló consolación duradera en los montones de grano contemplados en sus graneros: « D u e r m e , c o m e , bebe, banquetea», se decía. C u a n d o D i o s le dijo: Necio, esta misma noche te pedirán tu alma. Lo que has amontonado, ¿de quién va a ser? (cf. L e 1 2 , 1 5 - 2 0 ) . C a d a ejercitante debe reconocer en d ó n d e ha puesto su descanso existencial: eso q u e ha a m o n t o n a d o , eso en que confía, ¿de quién va a ser? — E n el m o m e n t o de la muerte D i o s aparta a su creatura de las otras creaturas con las que ella había a m a n c e b a d o feamente su corazón. Llegada esa hora d e la verdad, ¡cuan vano nos aparecerá ese objeto de nuestras aficiones! ¡Y, por tan p o c a cosa h e m o s pecado! ¡Por tan pequeña cosa perdimos tanto bien! Q u i z á por un pedazo de carne, que ahora será polvo y alimento de gusanos. ¿De qué nos sirvió la soberbia? La ostentación..., ¿quéprovecho nos hizo? Todas aquellas cosas desaparecieron como una sombra... (Sab 5,4ss), así dirán los impíos. L a m u e r t e se encarga d e realizar la separación radical q u e d i s c r i m i n a la p e r s o n a d e «las d e m á s cosas sobre la superficie d e la tierra». Allí se a c a b a la p e c a m i n o s a identificación d e u n o m i s m o con las d e m á s cosas q u e no s o m o s nosotros m i s m o s : cargos, honores, títulos, aptitudes, salud, enfermedad, proyectos, etc. Para a l g u n o s sólo el p e n s a m i e n t o d e la m u e r t e logra abrirles los ojos sobre esa peligrosa y fatídica identificación d e sí m i s m o s c o n tales realidades, en particular con sus actividades sexuales, con sus honores o sus n e g o c i o s . D e j e m o s q u e la gracia de las advertencias de C r i s t o p r o d u z c a esos saludables efectos en nuestra p r o pia vida.

38

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

— El otro efecto de la muerte es permitirnos mirar las cosas desde la otra orilla (Sab 5 ) . Es u n aspecto de la sabiduría evangélica: «Todo m e parece sueño lo que veo, y, que es burla, con los ojos del cuerpo», decía Santa Teresa después de sus arrobos. «Y los q u e d e veras amaren a D i o s y hubieren d a d o de m a n o a las cosas de esta vida, m á s suavemente deben morir» (Vida, c . 3 8 ) . Sor Angela de la C r u z decidió: «Nuestro dormitorio m á s bien ha de parecer el aparato de un difunto que la habitación del descanso, para que todo nos convide a la meditación de la muerte, y que en todo se note una gran pobreza, un gran desprendimiento y una gran abnegación» (Escritos íntimos [Madrid 1 9 7 4 ] 3 2 5 ) . Y, desde aquella orilla, n o sólo se descubre lo que no vale, sino lo que vale aquí a los ojos de D i o s : Venid, benditos de mi Padre..., porque tuve hambre y me disteis de comer ( M t 2 5 , 3 4 s s ) . — Trabajad mientras es d e día: Viene la noche, cuando nadie puede trabajar ( J n 9 , 4 ) . El trabajo fiel d e esta vida q u e d a espolead o p o r el p e n s a m i e n t o de la muerte. « N o consintáis q u e os hagan ventaja los hijos d e este m u n d o en buscar c o n m á s solicitud y diligencia las cosas temporales q u e vosotros las eternas», diría S a n Ignacio d e L o y o l a ( « C a r t a d e la perfección», en Obras [ M a d r i d 1977] 7 9 8 ) . Haceos amigos que puedan recibiros en las moradas eternas ( L e 16,9). Atesorad tesoros en el cielo, donde la polilla no los roe, ni el ladrón se los lleva ( M t 6 , 2 0 ) . — L a m u e r t e es irrepetible y definitiva. D e l lado q u e caiga el árbol, de ése quedará. M o r i r significa un definitivo ser con D i o s o contra D i o s . L a muerte se decide en la vida. ¿Por q u é n o desp o j a r m e ya d e lo q u e m e ha de ser peso y estorbo en la hora decisiva? C u a n t o m á s a p e g a d o esté, m á s costará d e s p e g a r m e . Para quien su vida es C r i s t o , la muerte es u n a ganancia (Flp 1,21). « L a pena q u e nos daría vivir siempre sin É l , templaría el m i e d o de la muerte con el deseo de gozar d e la vida verdadera» (Santa Teresa, Vida, c . 2 1 ) .

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

5.

39

Q U I N T O E J E R C I C I O : M E D I T A C I Ó N D E L I N F I E R N O (Ej. 6 5 - 7 1 ) S e n t i m i e n t o d e la p e n a d e los c o n d e n a d o s Graba en mis carnes tu temor (Sal 1 1 8 , 1 2 0 ) .

O r a c i ó n preparatoria. Será la acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . E s aquí ver con la vista de la imaginación, la longitud, anchura y profundidad del infierno. S e g u n d o p r e á m b u l o . D e m a n d a r lo que quiero. Será aquí pedir interno sentimiento de la pena que padecen los condenados, para que si del a m o r del Señor eterno m e olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas m e ayude para no caer en pecado. e r

1 . p u n t o . Será ver, con la vista de la imaginación, los grandes fuegos y las almas c o m o en cuerpos incandescentes. 2 . ° p u n t o . Oír con los oídos llantos, alaridos, voces, blasfemias, contra Cristo N u e s t r o Señor y contra todos sus santos. 3. p u n t o . Oler con el olfato h u m o , piedra azufre, posos fétidos y cosas podridas. 4 . ° p u n t o . Gustar con el gusto cosas amargas, así c o m o lágrimas, tristeza y el gusano [...] de la conciencia. 5 . ° p u n t o . Tocar con el tacto es, a saber, c ó m o los fuegos tocan y abrasan a las almas. C o l o q u i o . A Cristo Nuestro Señor, recordando las almas que están en el infierno, unas porque no creyeron la venida de Cristo, otras porque aun creyendo no obraron según sus mandamientos; haciendo tres partes: la primera, antes de su venida; la segunda, en su vida; la tercera, después d e su vida en este m u n d o . L u e g o le daré gracias, porque no m e ha dejado caer en ninguna de éstas, poniend o fin a mi vida. L e agradeceré además c ó m o hasta ahora siempre ha tenido de m í tanta piedad y misericordia, acabando con un Padre Nuestro. e r

*** El efecto ordinario de las faltas demasiado frecuentes, demasiado fácilmente consentidas, no es sólo detener al h o m b r e en la prosecución de su ideal, sino hacérselo olvidar p o c o a p o c o . Es un peligro m u y real y m u y grave. Se comienza por perder el temor con la

40

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

excusa de vivir del amor; y se va debilitando paso a paso el amor, hasta perderse, a fuerza de serle infiel. Q u i e n ha percibido, por gracia inapreciable del cielo, el abismo de lo que es el pecado y la profundidad real de su propia flaqueza, a la vez que la inmensidad del a m o r divino, ve nacer c o m o espontánea en Él la petición de que el Señor le fortalezca a toda costa su propia debilidad: ¡No nos dejes caer en la tentación! ( M t 6 , 1 3 ) . L a caridad ferviente en perfecta h u m i l d a d desea servirse del temor, c o m o un recurso contra la sensibilidad débil, para alejarse d e aquel mal, el pecado, que a cualquier precio quiere evitar. «Porque no siempre los motivos de caridad tienen fuerza de persuasión para el a l m a agitada por aficiones perversas, es m u y o p o r t u n o q u e la meditación y c o n t e m p l a c i ó n d e la justicia divina nos impresionen saludablemente y nos c o n d u z c a n a la h u m i l d a d cristiana y e n m i e n d a d e la p r o p i a vida» (Mediator Dei: A A S 3 9 [1947] 5 3 5 ) . Siguiendo a San Ignacio, conviene que situemos en esta perspectiva la meditación del infierno. El santo aconseja ejercitar en ella la vista de la imaginación, y todos los sentidos interiores, para captar, en cuanto sea concedido por el Señor en nuestra experiencia espiritual, la realidad expresada por Él, cuando nos habló de la condenación eterna. M o v i d o por su intenso amor, el ejercitante insistirá en la petición de llegar a sentir íntimamente las penas d e los condenados; para q u e si del a m o r d e su Señor se olvidase por sus faltas, al menos el temor que lleve grabado a aquellas penas del infierno le i m p i d a en todo caso caer en pecado. ¡ N o permitas j a m á s que m e aparte d e T i ! Se pide una gracia delicada con finura de amor. El alma tratará de disponerse a ella, t o m a n d o en serio las advertencias hechas por el Señor repetidamente en su predicación y en la palabra inspirada por el Espíritu Santo. H a y que dejar que las expresiones empleadas por D i o s para describirnos la realidad del infierno produzcan en nuestra sensibilidad espiritual los efectos saludables que están llam a d a s de suyo a producir. A n t e la vista: tinieblas exteriores ( M t 8 , 1 2 ) , fuego que no se apaga (Me 9 , 4 3 ) , el gran caos entre condenados y salvados imposible de

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

41

atravesar ( L e 16,26), la horrible sensación de terror: Videntes turbabuntur timore horribili (Sab 5,2). Intentará dejarse afectar por los gritos d e desesperación descritos en S a b 5 , 4 - 1 4 : ¿De qué nos sirvió la soberbia? La ostentación, ¿qué provecho nos hizo? Todas aquellas cosas desaparecieron como una sombra. Y aquel definitivo: Luego nos equivocamos en el camino de la verdad (Sab 5 , 6 ) , y sin remedio ya. Q u i z á s le impresione recordar q u e la bestia del Apocalipsis abrió la b o c a para lanzar blasfemias (Ap 1 3 , 6 ) . Pero m á s profundamente deberá sentir la p e n a q u e cae c o m o un peso de dolor penetrante, infinito, sobre el c o n d e n a d o con aquella palabra decisiva del J u e z : ¡Id, malditos, al fuego eterno! ( M t 2 5 , 4 1 ) . La contemplación continuará con el olfato espiritual: olor del vicio allí a c u m u l a d o , c o m o en sentina de la h u m a n i d a d . L a horrenda y desagradable c o m p a ñ í a de Satán y sus secuaces: fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, avaros, borrachos, maldicientes, ladrones, q u e n o poseerán j a m á s el R e i n o d e D i o s (1 C o r 6 , 9 - 1 0 ) . Aquel estanque ardiente de fuego y azufre, a d o n d e fueron arrojados la bestia y el pseudoprofeta (Ap 1 9 , 2 0 ; 2 0 , 1 0 ) , cuyo h u m o subirá por los siglos de los siglos (Ap 1 4 , 1 1 ) . El ejercitante se abrirá también en su espíritu a sentir la p e n a del crujir de dientes ( M t 1 3 , 5 0 ) , amargura y llanto ( M t 1 3 , 4 2 ) , con ese gusano que roe y nunca muere ( M t 9 , 4 3 ) . Tratará de captar el h a m bre con q u e se amenaza a los que ahora viven hartos, hecha allí realidad, y el llanto d e los q u e ahora ríen ( L e 6 , 2 5 ) , para llegar a exclamar con u n a experiencia espiritual análoga a la del profeta Jeremías: Es duro y amargo, en verdad, haber abandonado al Señor (Jer 2 , 1 9 ) . N o permitas, Señor, que m e aparte d e T i . El a m o r del Señor seguirá i m p u l s a n d o al ejercitante a pedir: Hiere mis carnes con tu santo temor (Sal 1 1 8 , 2 0 ) . Si el Señor le concediera la gracia d e sentir d e alguna manera la pena d e aquel lugar de tormentos (Le 16,28), donde la llama de fuego tomará venganza de los que no obedecen el Evangelio y recibirán en su perdición eternos suplicios, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder (2 Tes 1,8-9), p o d r á exclamar con el autor sagrado: Es horrendo caer en la desgracia de Dios vivo ( H e b 1 0 , 3 1 ) , en la lobreguez de las tinieblas reservada para la eternidad (Jud 13), en elfuego eterno ( M t 2 5 , 4 1 ) .

42

PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

S ó l o calibrando de algún m o d o las p r o p o r c i o n e s de la c o n d e nación se p u e d e tener u n a idea d e las p r o p o r c i o n e s de la redención d e C r i s t o , al librarme d e caer en tal situación para s i e m p r e , c o n el precio d e su sangre y m u e r t e en cruz. Y sólo q u i e n recon o c e el m a l d e q u e ha sido liberado p u e d e tratar d e agradecer p r o p o r c i o n a l m e n t e . Sentir d e a l g u n a m a n e r a estos a b i s m o s nos llevará a entender algo mejor el celo salvador d e C r i s t o y a excitar el nuestro para contribuir, en c u a n t o esté d e nuestra parte, a alejar a los h o m b r e s del c a m i n o d e s u perdición. M e explicaré mejor, por q u é J e s ú s se esforzaba en recordar: Entrad por la puerta estrecha; que es ancha la vía que lleva a la perdición y son muchos los que van por ella ( M t 7 , 1 3 ) . C o l o q u i o . A impulsos d e tal celo y agradecimiento, haré un coloquio con Cristo Nuestro Señor, puesto en cruz para salvarme. Él, centro misericordioso de la historia, aún m e ha mantenido en vida, librándome de ser u n o de los que n o creyeron en su venida, o de los q u e creyeron y se condenaron por n o haber puesto su vida de acuerd o con los mandamientos. M e ha dejado aún la posibilidad de reconocer mi situación y de acogerme a su infinita misericordia. ¿ Q u é ofreceré al Señor en retorno d e su paciencia conmigo? M i eterna d e u d a en alianza de amistad renovada tenderá a expresarse en la Eucaristía. La preciosa oración contenida en el S a l m o 2 9 podría servir para mi coloquio de acción de gracias, aplicándola a mi situación espiritual en este ejercicio. (Esta primera etapa de purificación del alma, podrá alargarse o abreviarse, según las necesidades del ejercitante, a juicio del ejercitador. N o se olvide, sin embargo, que todos tenemos necesidad de asentar la vida espiritual, en cualquier grado en que se halle, sobre la verdad de nuestra situación ante D i o s . Y sólo el que se reconoció pecador, salió del templo justificado [cf. L e 1 8 , 1 4 ] . F u e el m i s m o Jesús quien dijo: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores [Mt 9 , 1 3 ] , ante aquellos que se consideraban justos. Para abreviar, podrían dejarse de lado algunos puntos, o resumir en un menor n ú m e r o de ejercicios las meditaciones sobre el peca-

PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO

43

do; c u a n d o el fruto pretendido parezca ya haberse logrado, o lo aconsejan así las inclinaciones del Espíritu de D i o s , rectamente discernidas. Para alargar, pueden añadirse algunas consideraciones más detenidas sobre los afectos desordenados, que impiden amar a D i o s con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas [Le 1 0 , 2 7 ] , sobre la pureza de intención [Mt 6 , 1 - 1 9 ] , o sobre la tibieza [Ap 2 , 1 5; 3 , 1 4 - 1 9 ] . O bien insistir sobre el verdadero juicio que hemos de hacer sobre las cosas y aconteceres de este m u n d o a la luz de la muerte [Le 1 2 , 1 5 - 2 0 ; 1 C o r 7 , 2 9 - 3 2 ; Eclo 4 1 , 1 - 1 4 ; Flp 1,20-26] o del juicio divino [ D a n 12,1-3; A p 2 0 , 1 1 - 1 5 ; M t 2 5 , 3 1 - 4 6 ; 1 C o r 3 1 3 ] infalible.)

Penitencia y eucaristía Antes de pasar a la siguiente etapa, será m u y conveniente dedicar un espacio o p o r t u n o a la celebración comunitaria de la penitencia con absolución individual, si los ejercicios se están practicando en grupo, o es posible lograr la participación del ejercitante en una celebración de este genero. Se le dará la oportunidad de hacer en este m o m e n t o una confesión general de toda la vida, si así le conviene, o al menos desde la última general que hizo. Para prepararse, p o d r á insistir en la meditación de la misericordia divina (Le 15), y en evocar en su espíritu el sentido eclesial del pecado y del perdón, de la muerte y de la vida (Jn 2 0 , 1 9 - 2 3 ; 1 5 , 1 8; R o m 12,5-8; 1 4 , 7 - 1 6 ) . Será una ocasión propicia para reformar y renovar la práctica personal del sacramento de la penitencia. Pensemos que quizás nunca se encuentre mejor preparado que en esta ocasión para cargar de vivencias profundas la práctica sacramental y para recibirlo con mayor provecho y mérito. A continuación, convendría dar la oportunidad de u n a celebración particularmente preparada y viva de la santísima Eucaristía.

S E G U N D A ETAPA

CON

ÉL

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

1. M E D I T A C I Ó N D E L A L L A M A D A (Ej. 9 1 - 1 0 0 ) : E L L L A M A M I E N T O D E L REY T E M P O R A L AYUDA A C O N T E M P L A R LA VIDA D E L REY E T E R N A L Venid también vosotros a mi viña ( M t 2 0 , 7 ) .

L a llamada del Rey eterno y Señor universal Cristo Jesús, a q u e le sigamos todos y cada uno, no es u n a fantasía. L a vivieron históricamente los apóstoles y discípulos que escucharon su voz en Palestina. Ellos tardaron en reconocer plenamente la realidad profunda del Reino de Cristo; pero después de haberlo interpretado m u y h u m a n a m e n t e , en términos de ventajas temporales y arribismo, llegaron a comprenderlo, a la luz del Espíritu, hasta poder alegrarse de ser hallados dignos de sufrir afrentas por la gloria de Cristo. A la luz de ese m i s m o Espíritu, pudieron también comprender y transmitir el valor universal de la llamada de Cristo, el sentido de los gestos y palabras del Hijo de D i o s encarnado, que nos redimió con su muerte en cruz y nos llama a seguirle. El designio de D i o s n o ha sido solamente sacarnos de las tinieblas, sino transplantarnos al Reino de su Hijo ( C o l 1,13). Él es el primogénito de toda creatura y ha sido constituido primicia de todos los que se salvan. Porque c o m o en A d á n todos mueren, en Cristo todos serán vivificados (1 C o r 1 5 , 2 2 ) . T o d o s los que creen en Él, reciben con ello la potestad de ser hijos d e D i o s , hijos en el Hijo (Jn 1,13); pues a todos los ha predestinado a llegar a ser conformes al modelo de su Hijo, para que Él sea el primogénito de todos sus hermanos ( R o m 8 , 2 9 ) . C u a n d o Cristo, Rey eterno y Señor universal, hace llegar íntimamente su llamada a cada u n o de nosotros para q u e le sigamos, nos convoca a ser colaboradores en la ejecución de ese designio suprem o del Padre.

48

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

O r a c i ó n preparatoria. La acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Será aquí ver con la vista imaginativa, sinagogas, villas y caseríos, por donde Cristo Nuestro Señor predicaba. S e g u n d o p r e á m b u l o . Pedir gracia a Nuestro Señor, para que no sea sordo a su llamamiento, sino pronto y diligente para cumplir su santísima voluntad. PRIMERA PARTE. 1 . p u n t o . Poner delante de mí un rey h u m a n o , elegido por designación directa de D i o s Nuestro Señor, a quien prestan reverencia y obediencia todos los príncipes y todos los hombres cristianos. e r

2 . ° p u n t o . Mirar cómo este rey habla a todos los suyos diciendo: M i v o l u n t a d es de conquistar toda la tierra de infieles. Por tanto, quien quisiere venir c o n m i g o ha de estar dispuesto a comer como yo, y lo mismo a beber y vestir, etc. A d e m á s ha de trabajar c o n m i g o durante el día y velar a la noche, etcétera; para que así después tenga parte c o n m i g o en la victoria, como la ha tenido en los trabajos. e r

3 . p u n t o . Considerar qué deben responder los buenos subditos a rey tan generoso y tan h u m a n o , y a s i m i s m o , si alguno no aceptare la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por todo el m u n d o y tenido por perverso caballero. SEGUNDA PARTE. Consiste en aplicar el sobredicho ejemplo del rey temporal a Cristo Nuestro Señor, conforme a los tres puntos dichos. l. p u n t o . Si tal vocación consideramos del rey temporal a sus subditos, cuánto es cosa más digna de consideración ver a Cristo Nuestro Señor, Rey eterno, y delante de él a todo el m u n d o universo, al cual y a cada uno en particular llama y dice: M i voluntad es de conquistar todo el m u n d o y a todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre. Por tanto, quien quisiere venir c o n m i g o ha de trabajar c o n m i g o , para que siguiéndome en la pena también me siga en la gloria. e r

2 . ° p u n t o . Considerar que todos los que tuvieren juicio y razón se ofrecerán al trabajo con toda su persona. 3 . p u n t o . Los que más querrán afectarse y señalarse en todo servicio de su Rey eterno y Señor universal, no solamente se ofrecerán al trabajo con toda su persona, sino que, aun actuando contra su e r

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

49

propia sensualidad, y contra su a m o r carnal y h u m a n o , harán oblaciones de mayor valor y mayor importancia, diciendo: Eterno Señor d e todas las cosas, yo hago m i oblación con vuestro favor y ayuda, ante vuestra M a d r e gloriosa y todos los santos y santas de la corte celestial (declarando) que quiero y deseo y es m i determinación deliberada, con tal que sea vuestro mayor servicio y alabanza, imitaros en pasar toda clase de injurias y de vituperios y toda pobreza, tanto actual c o m o espiritual, si vuestra santísima majestad m e quiere elegir y recibir en tal vida y estado.

*** H a llegado el m o m e n t o de que el ejercitante medite seria y personalmente esta llamada, con todo el afecto que haya a c u m u l a d o en su alma, g a n a d a por Cristo Redentor en las meditaciones de la primera etapa. E s la ocasión oportuna para que se abra ante sus ojos la respuesta a aquel interrogante, pletórico de deseos y generosidad, con que se postró en coloquio, humillado y vencido por su amor, ante Cristo crucificado: ¿ Q u é debo hacer por Cristo? El ejercicio q u e va a realizar, al meditar la l l a m a d a del R e y etern o , ha d e basarse y fundamentarse en los gestos concretos del C r i s t o histórico, iluminados — c o m o nos han l l e g a d o — en su sentido y trascendencia, por la acción del Espíritu en los A p ó s t o les y en la Iglesia. El C r i s t o q u e recorrió los c a m i n o s de Palestina, el q u e predicó en sus plazas, sinagogas y c a m p o s , es el m i s m o que, constituido ahora Señor del universo, sigue l l a m a n d o con su acción íntima y potente a cada u n o d e los q u e se abren a su palabra revelada. L a petición que el ejercitante debe repetir en este ejercicio es que no sea sordo al divino llamamiento, sino presto y diligente para cumplir Su Santísima voluntad. a) Para excitar su generosidad se le propone, c o m o materia de meditación, comparar el llamamiento de Cristo con otro llamamiento contenido en u n a parábola: la de un rey temporal. Suponte, si lo entiendes mejor, un general valiente, a m i g o de todos, d o t a d o de las mejores cualidades h u m a n a s , que llama a todos los oficiales para realizar u n a operación difícil pero necesaria,

50

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

de la cual depende la salvación de muchísimos hombres. Piensa q u e les hablara así: C o m p a ñ e r o s , se trata d e u n a cota difícil; pero es preciso conquistarla. Q u i e n m e quiera seguir en la empresa, ha de afrontar las dificultades que yo afrontaré, seguirá los vericuetos que yo seguiré, habrá de dormir y velar c o m o yo, trabajar, vivir y luchar c o m o yo, para que p u e d a tener parte en la victoria c o m o la habrá tenido en las dificultades de la lucha. ¿ Q u é deberían responder a semejante propuesta, venida de tal jefe, los militares que aún albergasen en su á n i m o algún sentimiento de su honor? Sería digno de ver vituperado c o m o cobarde y perverso militar quien se negase al seguimiento de tan buen jefe para tan digna empresa. (La parábola puede ser ésta u otra inventada por el ejercitante, con tal que se imagine siempre un jefe maravilloso, una empresa generosa lo m á s posible, de m o d o que la negativa a colaborar s u p o n g a una vergonzosa cobardía, p.ej.: u n padre de familia en u n a situación difícil, q u e invitara a sus hijos; un investigador ante un proyecto útilísimo que requiere sacrificio, dirigiéndose a sus colaboradores posibles, etc.) b) L a comparación de la parábola con la realidad del llamamiento de Cristo, a todos y a cada u n o de nosotros en particular, nos hará ver cuánto m á s digna de consideración es la llamada de Cristo. E n nuestro caso el jefe n o puede ser mejor, ni m á s noble, ni m á s generoso, ni m á s sacrificado, ni más comprensivo... y la empresa no puede ser más sublime, ni más beneficiosa para toda la humanidad, ni m á s gloriosa para el Señor y para nosotros m i s m o s : M i voluntad, dice Cristo, es conquistar todo el m u n d o y, vencidos todos los enemigos, entrar en la gloria de m i Padre. Por tanto, quien quisiera venir c o n m i g o , ha de trabajar c o m o yo, sufrir c o m o yo, para q u e siguiéndome en la pena, m e siga también en la gloria. N o es u n a imaginación medieval q u e se pone a imaginar semejante empresa. Lee 1 C o r 15,22ss: Es necesario que Cristo reine hasta poner a todos los enemigos a sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte, porque todo lo ha sometido a Él... Entonces será el fin, cuando vencido todo señorío, todo poder y toda fuerza, haya entre-

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

51

gado el Reino a Dios su Padre. Así que cuando esté sometido a Él, entonces el mismo Hijo se someterá a quien lo puso por encima de todo, para que Dios sea todo en todas las cosas. C ó m o serán sometidos los enemigos, en qué consistirá en concreto cada batalla por el Reino, lo explicará Jesús con su vida y con sus palabras. T o d o ha de consistir en ir con Él, trabajar y luchar con Él y c o m o Él. L o importante es considerar la dignidad de la empresa, y sobre todo el atractivo y arrastre que ejerce en m í su persona. Lo que avisa de antemano es que hay que ir con Él y luchar c o m o Él; por tanto, que será necesario proceder contra nuestro a m o r propio, ansioso de c o m o d i d a d e s y de triunfos espectaculares ( M t 16,24ss). El ejercitante n o p o d r á m e n o s de pensar q u e ante el jefe mejor, la empresa más noble y segura, c o m o es la que p r o p o n e Cristo, bastaría tener juicio y razón para ofrecer toda su persona al trabajo. Pero si además le q u e d a algo de afecto en el corazón, y generosidad para corresponder a Cristo, q u e tan generosamente le libró de la condenación eterna, al precio de su sangre, deberá esforzarse para hacer brotar sus m á s nobles sentimientos y decidir con plenitud de conciencia, entregarse totalmente a Él, en una oblación que señale de ahora en adelante el r u m b o de toda su vida en el seguimiento incondicional d e Cristo. San Ignacio indica en este m o m e n t o la oblación q u e el «buen p a p a J u a n » se escribirá m á s tarde para poderla repetir todos los días: «Eterno Señor de todas las cosas», ayudado por vuestra gracia, yo os hago oblación de m í m i s m o , ante vuestra infinita b o n d a d , en presencia de vuestra M a d r e gloriosa y de todos los santos y santas de vuestra gloria, diciéndoos que quiero y deseo, y es mi determinación deliberada, imitaros en pasar toda injuria y todo vituperio, y toda pobreza tanto espiritual c o m o efectiva, siendo vuestro mayor servicio y alabanza elegirme y recibirme en tal vida y estado. Conviene realizar este ejercicio con el mayor realismo posible, en respuesta personal de c o m p r o m i s o auténtico a Cristo presente, Señor de cielo y tierra, que ejerce su misericordia y dirige su llamamiento a cada fiel, hoy c o m o ayer, de generación en generación.

52

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

Pensemos q u e de Él depende una orientación definitiva y general de nuestra existencia, en cualquier estado o situación de vida, en que haya querido o quiera elegirnos D i o s . Puede ser que nos ayude el recordar cuántos santos han pasado por este ejercicio y c ó m o responderían a la llamada del Señor. Cristo resucitado, el Señor, presente aquí, te ve, te acepta c o m o eres, y te a m a con un a m o r incondicionado. Cristo te llama. Así cual eres, a q u e le sigas. H a y q u e responder con una generosidad sin límites. Puedes servirte en esta meditación de: M t 1 0 , 3 4 - 3 9 ; 1 6 , 2 4 27; Le 9,57-62; 1 Cor 15,22-28.

2.

E L SEGUIMIENTO: C O N T E M P L A C I Ó N D E LA ENCARNACIÓN Viviendo para Dios en Cristo Jesús ( R o m 6 , 1 1 )

Los ejercicios siguientes van a declarar el contenido del seguimiento d e Cristo: en q u é consiste la lucha por el Reino, cuáles son los enemigos a vencer y cuáles los procedimientos a emplear con Cristo y c o m o Él; o lo que es lo m i s m o : c ó m o vivir para D i o s en Cristo Jesús. El descubrimiento í n t i m o y la asimilación personal d e esta declaración es o b r a del Espíritu S a n t o en c a d a a l m a . S ó l o Él p u e d e hacernos entender, en su sentido profundo y en sus i m p l i caciones para nuestra p r o p i a vida y vocación personal, lo q u e Cristo n o s enseñó con su palabra y con sus gestos, con sus obras y c o m p o r t a m i e n t o ( J n 1 4 , 2 6 ) . S ó l o el Espíritu S a n t o p u e d e form a r en nuestro ser esa i m a g e n d e Cristo J e s ú s , q u e se ha de desarrollar en c a d a u n o d e nosotros; p o r q u e Él es el a l m a de nuestra vida en C r i s t o ( R o m 8 , 2 9 ) . Nuestra oración se ha de desplegar ahora en la consideración contemplativa de los misterios de la vida de Cristo, en plena disponibilidad a la acción del Espíritu. C a d a uno de los gestos, de las palabras, de las actitudes de Cristo en sus misterios encierra u n a llamada a que le sigamos, para que p o d a m o s actuar c o m o Él en la conquista de su Reino, en el sometimiento d e sus enemigos. El Espíritu Santo, si estamos atentos a su voz, nos irá haciendo escuchar esas llamadas, descubrir a su luz el sentido e implicaciones de su contenido; y con

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

53

sus mociones nos hará adoptar las actitudes convenientes y nos impulsará a la realización plena de su cumplimiento. Quizás más que nunca habrá que fomentar, en la disposición de quien se ejerci­ ta espiritualmente: la paz, la sencillez, la humildad, la docilidad y atención silenciosa al Espíritu. E n cada ejercicio, después d e la acostumbrada oración preparato­ ria, q u e fija nuestra intención en sólo el servicio y alabanza de D i o s , y así la purifica, trataremos de recordar uno de los misterios de Cristo narrados en el Evangelio. Será conveniente despojarnos de preocupaciones o prejuicios intelectuales, desaconsejables; para abrirnos al Evangelio con aquella confianza suprema, nacida de la fe en el Espíritu que asiste y ha asistido a su Iglesia, sin contrade­ cirse, a través de todas las generaciones, por m e d i o del Magisterio de la Iglesia, en la obra d e la santificación de las almas que nos han precedido en este contacto vital con los misterios de Cristo. E n esa disposición, podremos ejercitar la fantasía para componer­ nos debidamente, viendo el lugar en que se realizan los diversos mis­ terios. Pediremos siempre la gracia del conocimiento interno de Cristo en aquel misterio, que Él quiso vivir así «por m í » ; para que más le a m e m o s y le sigamos. L u e g o el ejercitante desarrollará su con­ templación viendo las personas que intervienen en el misterio, oyen­ d o lo que dicen, observando lo que hacen, tratando de penetrar en las actitudes internas que las mueven, y todo ello, c o m o si estuviese presente y actuando en la escena que allí se realiza, sintiendo y viviendo ahora en la fe lo que corresponde al misterio que contem­ pla. Así tratará de verificar en sí m i s m o la eficacia metahistórica, con que Cristo vivió tales misterios para la salvación y santificación de todos los hombres, también de los de nuestro siglo. L a imaginación contemplativa es el soporte, la mediación humana, sobre la que hemos de dejar venir la luz del Espíritu, a declarar el misterio allí contenido. A su vez sentiremos Sus impulsos, que nos moverán en el nivel de la fe, la esperanza y la caridad teologales. El paso de la situación vivida con la ayuda de la fantasía, a la situación de nuestra vida actual aquí y ahora, será otra mediación h u m a n a , exigida por la fidelidad al m i s m o Espíritu. Tal confronta­ ción llevará a la encarnación en nuestro hoy del misterio d e Cristo en cada alma, garantizada por la continuidad de su m i s m o Espíri-

54

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

tu. N o será un simple propósito de nuestra voluntad, sino una exigencia de fidelidad al seguimiento de Cristo, dóciles a su Espíritu, q u e nos ha sido d a d o ( R o m 5 , 5 ) . C o n esta m i s m a actitud y el procedimiento indicado, el ejercitante practicará la contemplación de los varios misterios que le indique el ejercitador. N o olvidando nunca q u e el Señor desea nuestra oración de petición, q u e se puede expresar con palabras, gestos, deseos... Teniendo presente siempre q u e lo que se pretende en estas contemplaciones es conocer íntimamente al Señor, entrar en la familiar amistad con Él, para mas amarle y seguirle como El desea de cada uno en la conquista de su Reino. Se escogerán aquellos misterios que más convengan, según la situación del ejercitante y los impulsos del Espíritu. Por su carácter especial, en el sistema ignaciano, creemos que n o debería omitirse la contemplación de la Encarnación (Ej. 1 0 1 - 1 0 9 ) . O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Es recordar la historia de la cosa que tengo que contemplar, que es aquí c ó m o las tres personas divinas miraban toda la extensión o redondez de todo el m u n d o llena de hombres, y c ó m o viendo que todos descendían al infierno, se determina en su eternidad que la segunda persona se haga h o m b r e para salvar al género h u m a n o , y así, llegada la plenitud de los tiempos, es enviado el ángel Gabriel a Nuestra Señora. S e g u n d o p r e á m b u l o . Será ver la gran capacidad y redondez del m u n d o , en la cual están tantas y tan diversas gentes; y luego en particular la casa y aposentos de Nuestra Señora en la ciudad de N a z a ret, en la provincia de Galilea. Tercer preámbulo. Será aquí pedir conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le a m e y le siga. l . p u n t o . Ver las personas, las unas y las otras, y primero las de la faz de la tierra, con tanta diversidad así en trajes c o m o en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc.; segundo, ver y considerar las tres personas divinas, c o m o en su solio real o trono de la divina Majestad, c ó m o miran toda la superficie o redondez de la tierra y a todas las gentes e r

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

55

en tan grande ceguedad, y c ó m o mueren y descienden al infierno; tercero, ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflexionar para sacar provecho d e tal mirada. 2 . ° p u n t o . Oír lo q u e hablan las personas sobre la superficie de la tierra es, a saber, c ó m o juran y blasfeman, etc. Y lo que dicen las personas divinas es, a saber: H a g a m o s redención del género h u m a no, etc., L u e g o lo q u e hablan el ángel y Nuestra Señora. Y reflexionar después para sacar provecho de sus palabras. e r

3. p u n t o . Mirar lo que hacen las personas sobre la superficie de la tierra, así c o m o herir, matar, ir al infierno, etc., y lo que hacen las personas divinas es, a saber, obrar la santísima encarnación, etc. L u e g o lo que hacen el ángel y Nuestra Señora es, a saber: el ángel hacer su oficio de legado, y Nuestra Señora humillarse y dar gracias a la divina Majestad. D e s p u é s , reflexionar para sacar algún provecho de cada cosa de éstas. C o l o q u i o . Se ha de hacer pensando lo que debo decir a las tres personas divinas, o al Verbo eterno encarnado, o la M a d r e y Señora nuestra, conforme m e sintiere m o v i d o , pidiendo gracia para más seguir e imitar al Señor nuestro, así recién encarnado, y diciendo al fin un Pater noster.

*** Basándose en los datos revelados, San Ignacio sitúa la contemplación en tres escenarios diferentes con una amplitud de visión colosal: el m u n d o entero habitado por los hombres, el solio real de las tres divinas personas y el aposento de Nuestra Señora en Nazaret. Los textos que pueden servirnos de base son: L e 1,26-38; J n 1,118; R o m 1,18-32; H e b 10,5-7; J n 3 , 1 6 . D e s p u é s de puestos los preámbulos indicados anteriormente, hasta la petición correspondiente, trataré de ver, oír, observar, c o m o si presente m e hallase en cada una de las escenas del misterio. 1. El mundo, sobre el que recae la mirada divina. H e de contemplarlo en una mirada globalizante. N o es sólo el descrito por San Pablo a los romanos, sino el actual también: tan múltiple en sus aspectos, con personas tan diversas en razas, en actitudes, en situaciones, en lenguas, en costumbres... U n o s riendo, otros llorando, unos naciendo, otros muriendo, unos sanos, otros enfermos, unos

56

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

hartos, otros hambrientos y esqueléticos, unos mirando por su vida, otros matándola antes de que nazca, unos en paz, otros en guerra, unos a m a n d o , otros odiando... Desquiciado, amenazado, superficial, frivolo, a veces ¡tan tortuoso y tan sucio!, despreciador o ignorante de la Encarnación. C u á n t o s juramentos falsos, cuántas injusticias, mentiras, hipocresías, traiciones, palabras soeces, villanías, blasfemias... Y observaré ese camino ancho, por d o n d e con tanto desprecio y atropello de la imagen de D i o s , en m e d i o de tanta neced a d e inmundicia, d e tanta corrupción y vicios, ofendiendo gravemente a D i o s , siguen c a m i n a n d o hacia su eterna perdición los hombres ( M t 7 , 1 3 ) . Caer en la cuenta d e q u e el h o m b r e se halla en estado de pecado y de condenación antes de recibir la gracia de Cristo encarnado. Éste es m i m u n d o , debe decirse el ejercitante, éste el ámbito de m i existencia. M e hallo inmerso en esa confusión pecaminosa, q u e Cristo quiere iluminar y salvar. 2 . Podemos contemplar el escenario de la Santísima Trinidad, i m a g i n a n d o c ó m o desde los cielos dirige su m i r a d a al á m b i t o terrestre, d o n d e se debaten y trajinan los hombres con tanta ceguera y tinieblas, tan lejos de la dignidad de hijos suyos, a la que D i o s los había destinado desde el comienzo de la creación. L o s conceptos de la fe necesitan algún a p o y o h u m a n o sensible. H a y algún m o d o d e imaginar lo q u e de suyo trasciende espacio y t i e m p o , conscientes d e q u e h e m o s de purificar nuestros conceptos d e ese elemento imaginativo. N o es sino un m o d o h u m a n o de ayudar con la imaginación a la contemplación de esas realidades. Necesitamos de este apoyo sensible en tales verdades de fe, sabiendo que la realidad no se confund e con su apoyo sensible. Asistamos a ese diálogo inefable del que nos ha transmitido una huella la carta a los Hebreos. Concentremos nuestro espíritu con la mayor reverencia que nos sea posible. A d o remos profundamente la decisión divina de la que depende nuestra salvación. Por ella se va a manifestar a los hombres la benignidad y a m o r a los pecadores, del Padre q u e nos salva por m e d i o de su Palabra eterna. S u Hijo divino, encarnándose y muriendo por los h o m bres, reparará sobreabundantemente el pecado del h o m b r e carnal,

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

57

e infundiendo de nuevo en él su Espíritu, lo volverá a conducir a la vida digna de hijo de D i o s . Agradezcamos con la más h o n d a confusión y adoración este instante, por así decir, de la eternidad divina, de d o n d e cuelga toda nuestra esperanza. C o n t e m p l e m o s la iniciativa del Padre, el ofrecimiento del Hijo, actuación de a m o r del Espíritu Santo. S a n Ignacio lo resume todo en esta frase puesta en boca de la Trinidad: Hagamos redención del género humano. L e a m o s en la carta a los Hebreos: Puesto que sacrificios materiales, oblaciones y holocaustos de animales no te satisfacen por elpecado, aun ofrecidos según la Ley, aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad ( H e b 10,8). En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez ( H e b 1 0 , 1 0 ) . L a cruz está presente desde el principio en el horizonte de Cristo. 3. E n aquel m u n d o de tinieblas y pecado, en nuestro m u n d o contemplado por D i o s , Él m i s m o se ha preparado un corazón limpio para m o r a d a de su Hijo. E n ese pueblecito de Galilea, llamado Nazaret. H a hecho u n a pureza tan grande en María, que en su transparencia se concentrará su Palabra eterna, su H i j o divino, hasta llegar a manifestarse en la carne de u n niño pequeño. N o dejemos de escuchar la lección encerrada en estos caminos de pureza, por los que D i o s viene a establecer su Reino. ¿Cuál es la potencia espiritual de la pureza, que hace transparentar la presencia divina en el m u n d o ? Y en la fe en la palabra divina halla la pureza la realización d e su fecundidad. ¡Bienaventurada tú, que has creído que se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor! ( L e 1,45). Nuestra situación contemplativa ha de hacernos considerar también aquella casita, m e d i o empotrada en la roca de la montaña. U n a de tantas de la pequeña aldea de Nazaret, de d o n d e el m u n d o no esperaba que pudiera venir nada importante. E n Palestina, región insignificante de aquel m o m e n t o histórico, y, por añadidura, s o m e tida al y u g o del Imperio R o m a n o . Y caigamos en la cuenta de la insignificancia real de aquella muchacha: ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María? ( M t 1 3 , 5 4 - 5 5 ) . A d e m á s , había escogido

58

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

para sí el oprobio de la infecundidad, consecuencia de su virginidad voluntaria: ¿Cómo puede ser esto, pues no conozco varón? (Le 1,34). Inadvertida a los ojos del m u n d o , y hasta menospreciada. Pero en ella se p o s a la mirada de D i o s . L a conciencia de su pequenez y de su deuda total al Señor no p u d o sino turbarse y no entender qué significado tenían las palabras del mensajero de D i o s : Ave, María, llena de gracia, el Señor está contigo. Asistamos a todo el diálogo narrado por L e 1,26-38, y espiemos cada reacción íntima de María, para detenernos allí d o n d e la luz de D i o s , o su m o c i ó n consoladora, toque nuestra alma. Tratemos de captar el sentido de su llamada a la sublime aventura de esa intimid a d a m o r o s a divina, con u n corazón indiviso, q u e s u p o n e la virginidad por el Reino: No conozco varón. Ella hace entender lo que otros no entienden ( M t 1 9 , 1 1 - 1 2 ) . Pidamos por su intercesión gracias de pureza y de virginidad para un m u n d o que tanto las necesita. Aprecio de la pureza, que derroca por sí sola tantos enemigos del Reino. Vocaciones a la consagración total de sus vidas a la obra del Reino, nacidas y alimentadas en la dedicación total del corazón al amor divino. S e p a m o s descubrir la apertura total de M a r í a a la gracia divina, advirtiendo que no hay en su respuesta un solo m o m e n to d e repliegue sobre sí m i s m a . U n a vez resuelto su interrogante sobre la concreción de la voluntad divina: Aquí está la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra (Le 1,38). Detrás d e las palabras, c o n t e m p l e m o s la genuflexión del corazón; el eco del ofrecimiento del Hijo eterno en el seno d e la Trinidad. A m e n a z a de sospechas, del repudio, m a d r e de dolores, del siervo d e Yahvé... Pero, a sus ojos, sólo cuenta el servicio de su Señor, S u palabra. Procuremos reflexionar sobre las cualidades de esta divina morada querida así por Jesús. Ellas nos indican el camino por d o n d e penetra su Reino en este m u n d o , los valores q u e en él se cotizan. Por su a m o r humilde M a r í a es constituida nuestra mediadora en Cristo, la madre virgen, nuestra Reina, nuestro refugio Y ella nos haga penetrar hasta el gesto del Verbo de D i o s en su encarnación: Tu adliberandum suscepturus hominem non horruisti virginis uterum, dice la Iglesia en el Te Deum. Al ser recibido en las entrañas de

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

59

M a r í a d a comienzo a su caducidad, a su camino hacia la muerte, a su humillación trascendental, su exinanición, su kénosis. Pero, a su vez, todo el vacío de nuestra existencia, toda nuestra limitación, estrechez y encerramiento h u m a n o s , quedan ahora repletos de su verdad, de su vida, de su luz, de su energía poderosa. L a gloria q u e d a situada en el rebajarse, la riqueza en desposeerse, la vida en la muerte, se inicia el escándalo y la sabiduría de la cruz: el trono real en un patíbulo. Nuestros coloquios han de ir, según la devoción, a la Virgen, a Jesús Verbo encarnado, al Espíritu Santo, al Padre, pidiendo ese conocimiento a m o r o s o , asimilación vital, de sus gestos, actitudes, preferencias, para mejor seguirle en el sometimiento de los enemigos de su Reino. S e g ú n el procedimiento expuesto al desarrollar la primera contemplación, el ejercitante p o d r á contemplar otros misterios de la infancia d e Jesucristo. H a c i é n d o s e presente a las escenas q u e contempla, verá las personas, oirá lo q u e dicen, observará lo que hacen. Pero no conviene q u e se q u e d e c o m o simple espectador, es preciso dejarse absorber por el misterio, siguiendo la luz y el movimiento del Espíritu de D i o s , disponible a su acción. E n cada misterio encontrará rasgos, actitudes internas o c o m p r o m i s o s externos, sobre los cuales insistirá ese Espíritu divino, si el ejercitante sabe atender los efectos d e su actividad misteriosa en nosotros y quedar disponible a ellos. M á s aún, con sencillez y h u m i l d a d , tomará parte en la escena contemplada, en cuanto le sea permitido. H a y en ello un hacerse c o m o niños por parte de quienes contemplan, q u e no dejará de tener sus consecuencias para entrar en los misterios del Reino ( M t 1 8 , 3 ) . Es conveniente no descuidar en el examen de la oración la atención a los impulsos, luces y mociones de la gracia. Para poderlos tener presentes en su m o m e n t o o p o r t u n o , será recomendable normalmente, recoger por escrito esas inclinaciones divinas o resultados de la oración. L a experiencia de consolaciones, a propósito de algún p u n t o particular, a c o m p a ñ a d a del discernimiento d e los diversos espíritus, será u n o de los medios de llegar a constatar la voluntad de D i o s sobre nuestra vida.

60

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

3.

E L N A C I M I E N T O D E J E S Ú S (Ej. 100-117 y 264-265) (Le 2 , 1 - 2 0 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . E s la historia, y será aquí, c ó m o desde N a z a ret salieron Nuestra Señora encinta, casi de nueve meses, sentada en u n a asna según se puede meditar píamente, y J o s é y u n a sirvienta, llevando un buey: para ir, a Belén, a pagar el tributo que el César i m p u s o en todas aquellas tierras. S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n viendo el lugar. Será aquí, con la vista imaginativa, ver el camino desde Nazaret a Belén, considerando la largura, la anchura, y si es llano, o si por valles o cuestas el tal camino. M i r a n d o también el lugar o cueva del nacimiento, cuan grande, cuan pequeño, cuan bajo, cuan alto, y c ó m o estaba dispuesto. Tercer p r e á m b u l o . Será el m i s m o y por la m i s m a forma que en la precedente contemplación. l . p u n t o . Ver las personas, es a saber, a N u e s t r a Señora y a José y a la sirvienta y al niño Jesús, después de haber nacido, haciéndom e yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos, en sus necesidades, c o m o si presente m e hallase, con todo acatamiento y reverencia posible. D e s p u é s , reflexionar sobre m í m i s m o para sacar algún provecho. 2 . ° p u n t o . Mirar, advertir y contemplar lo que hablan, y reflexionando sobre m í m i s m o sacar algún provecho. 3 . p u n t o . Mirar y considerar lo q u e hacen, así c o m o es el caminar y trabajar, para que el Señor venga a nacer en s u m a pobreza, y al cabo de tantos trabajos d e hambre, de sed, de calor y d e frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz, y todo esto por mí. D e s p u é s , reflexionando sacar algún provecho espiritual. Acabar con un c o l o q u i o , igualmente que en la precedente contemplación, y con un Pater noster. e r

e r

De los pastores: 1.° L a natividad de Cristo Nuestro Señor es manifestada a los pastores por el ángel: « O s anuncio un gran gozo, porque hoy ha nacido el Salvador del m u n d o » .

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

61

2 . ° L o s pastores van a Belén: «Vinieron aprisa y hallaron a María, a José, y al N i ñ o puesto en el pesebre». 3 . ° «Tornaron los pastores glorificando y alabando al Señor».

Para contemplar el misterio del nacimiento de Jesús ( L e 2 , 1 - 2 0 ) , a c o m p a ñ a r e m o s a M a r í a y José, siguiendo el orden de la narración evangélica, después d e disponernos con los m i s m o s preámbulos que en la contemplación de la encarnación. Primero en Nazaret, cuand o llega al pueblo y se divulga la noticia oficial del edicto de César A u g u s t o , que m a n d a empadronarse a todo el orbe, ordenando que cada cual haya de ir para hacerlo a la ciudad de su estirpe. Podemos oír los comentarios propios de esa situación en el pueblo. C o n frontemos las críticas, las protestas, las excusas, los desahogos inútiles d e la insubordinación, con la reacción dócil, serena, diligente y providencialista de la S a g r a d a Familia. Asistamos a los preparativos del viaje, y a c o m p a ñ e m o s después en el camino a Belén a estos dos custodios del tesoro divino de la salvación. C o n t e m p l e m o s su atento cuidado a todo movimiento, su modestia en el caminar, en el saludo, su recogimiento y fe en el misterio del q u e se sienten portadores, durante las peripecias del viaje. M a r í a c o m o el Arca del Testamento. — Al ver c ó m o se cierran en Belén todas las posibilidades de recogerse bajo techado, y q u e no hay para ellos lugar en el m e s ó n , espiemos sus reacciones llenas de mesura, reflejo de su confianza consciente en la providencia del Padre, q u e sabe guiarlo todo para el bien de sus escogidos; aprendamos a detectar la voluntad de D i o s a través de los acontecimientos. El misterio querido por D i o s se realizará, y ellos no habrán puesto ningún obstáculo, sabiendo doblegarse, c o m o el leve j u n c o del arroyo, al menor soplo d e la voluntad divina. Cristo aparecerá en el m u n d o entre las pajas de un pesebre, y se mostrará a los ojos contemplativos de todas las generaciones, absortos de gozo en su maravillada adoración, iniciando así la nueva era del espíritu en la h u m i l d a d y pobreza voluntaria. — T e n g a m o s en cuenta q u e , si alguien h a p o d i d o escoger d ó n d e y c ó m o nacer, es el H i j o de D i o s , el único q u e existía antes de venir a este m u n d o . Y n o sólo h a querido pasar por ese cero m e n -

62

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

tal del c o m i e n z o de t o d a v i d a h u m a n a , su indigencia y d e p e n dencia totales, sino nacer en el m á s c o m p l e t o despojo y desamparo exterior: a c a m p a d o en u n a periferia, sin casa, sin muebles, sin recomendaciones, agotadas las provisiones del viaje ¡ Q u é distintos son los planes, los proyectos y predilecciones de D i o s , de los p r o yectos d e los hombres! El escándalo de la sabiduría de D i o s , q u e con la ignorancia vence la sabiduría d e los h o m b r e s , y ha escogid o la debilidad para confundir a los fuertes (cf. 1 C o r l , 2 3 s s ) . D e j e m o s q u e el Espíritu i m p r i m a en nuestras almas la gracia d e este misterio d e C r i s t o , s a b i e n d o q u e sus misterios son de u n a eficiencia metahistórica, pues su eficacia salvífica se actúa a través de todas las generaciones. — N u e s t r a contemplación p o d r á detenerse también en el hecho de no haberse anunciado Jesús con estruendosa propaganda, o en los barridos bien de Jerusalén. H a preferido presentarse sin honores ni exigencias, y darse a conocer por su m o d e s t a sencillez: Encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre ( L e 2 , 1 2 ) . D e j é m o n o s influir por el ambiente de paz y suavidad, que se respira en sus predilecciones. Q u e el Espíritu Santo nos haga captar el ámbito espiritual de aquellos pobres de Yahvé, que fueron los receptores preparados para la buena noticia. S u humilde esclava, la Virgen María; J o s é , el h o m b r e justo que caminaba en la ley del Señor; los pastores, trabajadores de la noche por necesidad: corazones sumisos, piadosos, abiertos a las comunicaciones de arriba, ellos han p o d i d o descubrir a Jesús, adorarlo, alegrarse inmensamente de su presencia, y comunicar a los demás su gozo. — L a avaricia, la liviandad, el orgullo, han recibido el golpe divino, que los vence y los somete. S o n los enemigos de su Reino. E n torno a Jesús, la limpieza y h u m i l d a d de aquellos corazones pobres, que han puesto en Yahvé toda su confianza. A c a b e m o s siempre con un coloquio. E s importante explayar el á n i m o serenamente en estas contemplaciones de la vida de Jesucristo. C o n las sugerencias antes expuestas he querido insinuar el m o d o c ó m o pueden realizarse. Al ir ejercitándose en la contemplación, el ejercitante encontrará en ellas, o en otras que surgirán espontáneamente en su espíritu, la ocasión de

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

63

permitir al Espíritu Santo imprimir los rasgos correspondientes a la imagen de Cristo, que Él deseaba conseguir en cada u n o de n o s o tros. A sus luces, inspiraciones y mociones hay que conservarse siempre atentos y disponibles en ambiente de silencio, paz, y distensión de espíritu. Para facilitar esa obra del Espíritu, m á s que recorrer m u c h o s misterios o muchas sugerencias sobre ellos, es conveniente insistir en cada uno, dedicando todos los días algún ejercicio a la repetición o resumen de lo ya contemplado. U n a vez desbrozado el c a m p o y pasada la novedad del primer encuentro, se introduce el a l m a con más espontaneidad en una actividad reposada de asimilación personal, y de apertura a los nuevos niveles a los que desea llevarla el Espíritu Santo. D e ese m o d o p o d r á llegar provechosamente a ejercitarse también en la aplicación de la sensibilidad espiritual a las diversas escenas evangélicas. N o sólo ver, oír, sino captar el suave olor de las virtudes evangélicas, el atractivo gustoso de las actitudes interiores que encuentra en los personajes, la dulzura y fuente de energía de la familiar amistad con Jesús. E s t a experiencia le hará después, en su vida ordinaria, retornar con más asiduidad y tiempo a la oración reposada. Persuadido del provecho que en ella se obtiene, procurará con más eficacia el disponerse para poder renovar esa m i s m a experiencia. Por otra parte, no p o d e m o s dudar de la importancia que la renovación de las imágenes, e ideales del m u n d o interior del ejercitante, tiene en la reestructuración, u ordenación de su vida, q u e se va buscando en los Ejercicios.

Para u n m a y o r y m á s perfecto discernimiento (Ej. 3 2 8 - 3 3 6 ) A los ejercitantes que ya han decidido en todo servir al Señor, tienen arraigada ya su decisión profundamente en el alma, y no les importa lo que el m u n d o p u e d a decir de ellos, ni persecuciones ni temores vanos de pérdidas temporales, el enemigo diabólico no puede ya tentarlos por atractivos de glorias y placeres m u n d a n o s o carnales, que ya no harían fuerza ninguna en estas personas; porque los desprecian y a b o m i n a n desde lo m á s h o n d o de su ser. Rechaza-

64

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

rían desde el primer m o m e n t o cualquier propuesta abierta de pecado. Ahora ha de atacarlas con rodeos, proponiendo alguna apariencia de bien, de gloria de Dios, de algo que las atraiga: bien temporal o espiritual del prójimo, etc. Detrás de esas apariencias esconden sus propósitos malignos de exponerlas a peligros que no puedan sobrellevar, de perturbarlas y hacerles desagradable y aborrecible p o c o a poco el bien, de llevarlas a algo malo o menos bueno de lo que antes tenían propuesto. Para esta clase de personas son aplicables estas normas que siguen, m á s sutiles, m á s difíciles de aplicar, pues requieren una disposición, agudeza de alma y sensibilidad espiritual que no suelen, ni pueden tener de ordinario los principiantes en el camino de la virtud, los que necesitan todavía purificarse y desarraigar aficiones al pecado o a las cosas m u n d a n a s . Para éstos, podrían hacer más d a ñ o que p r o vecho, el explicárselas o el querer aplicarlas en su caso. a

1 . E s propio de D i o s y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce; de quien es propio hacer guerra contra tal alegría y consolación espiritual, proponiendo razones aparentes, sutilezas y repetidas falacias. a

2. Sólo es de D i o s Nuestro Señor dar consolación al alma, sin causa precedente p o r q u e es propio del Criador entrar, salir, moverla interiormente, atrayéndola t o d a ella al a m o r de su divina Majestad. D i g o sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún objeto, por el cual venga tal consolación, mediante sus actos de entendimiento y voluntad. C u a n d o la consolación es sin causa (todo será bueno), dado que en ella no haya engaño, por ser sólo de D i o s Nuestro Señor, c o m o está dicho; no obstante, la persona espiritual, a quien D i o s da tal consolación, debe con m u c h a vigilancia y atención mirar el propio tiempo de tal actual consolación, y discernirlo del siguiente, en que el alma queda ferviente y favorecida con el favor y efectos de la consolación pasada. Porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio discurso habitual y las consecuencias normales de conceptos y juicios, o por el buen espíritu o por el malo, forma propósitos y pareceres, que no son dados inmediatamente por D i o s Nuestro Señor; y, por

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

65

tanto, tienen necesidad de ser m u y bien examinados, antes que se les dé entero crédito, o que se pongan en efecto. Ese segundo tiempo, a que se refiere el Santo, supone ya una interpretación, un juicio o una deducción, no dados directamente por Dios. Es, por tanto, un acto humano en el que pueden ya influir tanto el buen espíritu como el malo. No puede, no debe ser confundido con el contenido auténtico, sustancia de la consolación dada directamente por Dios sin acto previo del hombre. a

3. C o n causa pueden consolar al alma así el buen ángel c o m o el m a l o , por contrarios fines: el buen ángel para provecho del alma, para q u e crezca y s u b a de bien en mejor; y el mal ángel, para lo contrario, y para llevarla ulteriormente a su dañina intención y maldad. 4. Es propio del ángel m a l o , que se disfraza de ángel de luz, entrar con el alma devota y salir consigo es, a saber: traer pensamientos buenos y santos, conforme a tal alma justa, y después p o c o a p o c o procurar de salir, conduciendo al alma a sus engaños encubiertos y perversas intenciones. a

a

5. D e b e m o s advertir m u y bien al curso de los pensamientos; y, si el principio, m e d i o y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; m a s si en la serie de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala, o distractiva, o m e n o s buena que la que el alma tenía antes propuesta, o la debilita, o inquieta, o conturba, quitándole su paz, tranquilidad y quietud que tenía antes, es clara señal de proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salvación eterna. a

6 . C u a n d o el enemigo fuere advertido y reconocido por su cola serpentina y mal fin a q u e induce, aprovecha a la persona tentada por él mirar luego en el curso de los buenos pensamientos que le trajo, el principio de ellos, y c ó m o p o c o a p o c o procuró hacerla descender de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta llevarla a su intención depravada; para que con tal experiencia advertida y notada se guarde para adelante de sus engaños acostumbrados. El Santo ha advertido en las reglas precedentes las huellas afectivas que dejan en el alma los pensamientos favorecidos por el mal espíritu, son como el surco abierto por el paso de la «cola serpentina», rasgos diabólicos: oscuridad, turbación, inquietud, que debilitan al alma en su esfuerzo y ánimo hacia el bien, la amargan, desalientan,

66

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

la encierran en su oscuridad, intentan desesperarla, o exasperarla, para desviarla y perderla. A continuación explicará el porqué de estos efectos, tan contrarios a los del buen espíritu, en esta clase de almas de que está tratando.

Explicación

sintética

a

7. E n los que van de bien en mejor, el buen ángel toca a sus almas dulce, leve y suavemente, c o m o gota de a g u a q u e entra en una esponja, y el malo toca ásperamente y con sonido de inquietud, c o m o cuando la gota de a g u a cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor, tocan los dichos espíritus de m o d o contrario. L a causa es que la disposición del alma es contraria o s e m e jante a los dichos ángeles; p o r q u e c u a n d o es contraria, entran con estrépito y haciéndose sentir perceptiblemente; y c u a n d o es semejante, entran con silencio, c o m o en propia casa a puerta abierta. Al fin y al cabo los frutos del Espíritu, según San Pablo, son: caridad, gozo, paz, paciencia, afabilidad... (Gal 5,22). Es natural que las huellas de la actuación de D i o s revelan la potencia creadora del Padre, la luz y sapiencia del Hijo, la suavidad y unción del Espíritu Santo. (Sintetizo, a continuación, lo que pudiera constituir un esquema de sugerencias para otras contemplaciones de la vida oculta del Señor. Se deja así un más amplio espacio a que cada ejercitante encuentre por sí mismo otras consideraciones personales, según la recomendación de San Ignacio.)

4.

PRESENTACIÓN D E JESÚS E N ELTEMPLO Y PURIFICACIÓN D E N U E S T R A S E Ñ O R A (Ej. 2 6 8 ) (Le 2 , 2 2 - 3 8 )

Primero. Traen al niño Jesús al templo, para que sea presentado al Señor, c o m o primogénito, y ofrecen por él «un par de tórtolas o dos palominos». S e g u n d o . S i m e ó n que, viniendo al templo, «lo t o m ó en sus brazos» y dijo: «Ahora, Señor, deja a tu siervo en paz...».

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

67

Tercero. Ana, «viniendo después, alababa al Señor y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel».

*** — L a S a g r a d a Familia no se avergüenza d e ser p o b r e y de m o s trarse c o m o pobre en el t e m p l o . Llevan lo p r o p i o de los pobres: un par de tórtolas o p a l o m i n o s . M a r í a era consciente de los privilegios d e los pobres ante D i o s : los recordó y cantó en su M a g n í ficat (Le 1 , 4 6 - 5 5 ) . Alegre y m o d e s t a c u m p l e con la ley. — S i m e ó n esperaba la redención de Israel, trataba íntimamente con el Espíritu Santo, atendía a sus mociones, escuchaba sus c o m u nicaciones íntimas y personales. ¡A qué penetración se levantó de golpe, con la presencia d e Jesús y de María! — N o t e m o s la sintonía de las almas habitadas por el m i s m o Espíritu divino, y el conocimiento por connaturalidad que en ellas se desarrolla. — Atención admirada de J o s é y M a r í a al misterio de Jesús, que les ponía ante los ojos aquel anciano inspirado: «Signo de contradicción», «ruina y resurrección». Integración del dolor de M a r í a en el plan redentor. — María no podría considerarse en adelante sino en el misterio de su hijo divino. — Silencio de María y José. Cumplidores fieles y devotos de la ley. Simeón, «hombre justo y timorato». Ana: la piedad perseverante en oraciones y penitencias. Los que parece que no hacen nada digno de estima a los ojos del m u n d o captan el gran gozo de la buena nueva y lo comunican a la expectación de los hombres. — El T e m p l o convertido en Iglesia con la presencia de Jesús. L a salvación para todas las gentes. El nuevo pueblo misterioso, reunid o de todos los creyentes.

5.

D E L A H U I D A A E G I P T O Y R E T O R N O (Ej. 2 6 9 - 2 7 0 ) (Mt 2,13-23)

1.° Herodes quería matar al niño Jesús, y así m a t ó a los inocentes. Antes de la muerte de ellos avisó el ángel a J o s é que huyese a Egipto: «Levántate, t o m a al N i ñ o y a su M a d r e , y huye a Egipto».

68

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

2 . ° Se marchó a E g i p t o : «Levantándose de noche se marchó a Egipto» (cf. M t 2 , 1 4 ) . 3 . ° Estuvo allí hasta la muerte de Herodes. 1.° El ángel avisa a J o s é q u e retorne a Israel: «Levántate, t o m a al N i ñ o y a su M a d r e , y ve a la tierra de Israel» (cf. M t 2 , 2 0 ) . 2 . ° Levantándose vino a la tierra de Israel. 3 . ° Porque reinaba Arquelao, hijo de Herodes, en J u d e a , (temió ir allí...) se retiró a Nazaret.

*** — N o se puede actuar contra Jesús, sin hacer simultáneamente contra el hombre. Herodes, c o m o nosotros en tantas ocasiones, se ciega. M a l consejero el orgullo. H a c e temer la humillación, que nos salva en Jesús. — José, hombre justo, estaba acostumbrado a distinguir entre lo que es un sueño y lo q u e procede de D i o s c o m o un aviso. ¡ Q u é buen patrono para la vida interior! L o q u e se le pide no es cualquier cosa: ¿qué era E g i p t o para un israelita? Ir precisamente a E g i p t o . ¿Y el camino? El desierto, un niño tan pequeño, su madre, M a d r e del Salvador... L o que cuenta es que D i o s lo quiere. ¿Las dificultades? J o s é sabía abandonarse a la Providencia divina. — N o hay que poner obstáculos al plan de Dios, que se realizará por los caminos que no conocemos de antemano. Retardar puede ser criminal. José se levanta, hace lo que se le ha dicho y se pone en marcha. — M a r í a no ha escuchado la orden directamente de D i o s , sino a través de José. El secreto misterioso de la obediencia salvífica en Jesús. ¿Vivo yo de la fe de María, en la disponibilidad de ella y de José? ¿ H e comprendido, Jesús, el papel de la obediencia en la realización de tu Reino? — U n o se sentiría tentado de decir: «Pero si tienes a tu disposición legiones de ángeles, ¿por q u é huir del enemigo? N a d i e tiene m á s poder que É l » . Y, sin e m b a r g o , no ciega al adversario, ni se defiende. Huye, y a Egipto. D e allí volverá, cuando su Padre lo diga. — L a providencia proveerá. N o siempre guiará con inspiraciones directas o avisos extraordinarios. J o s é tendrá q u e usar también su prudencia para cumplir la voluntad de D i o s . Informado d e que rei-

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

69

naba en J u d e a Arquelao, hijo de Herodes, temió ir allí, se fue a vivir a Nazaret.

6.

JESÚS SE Q U E D A E N E L T E M P L O SIN Q U E L O SEPAN SUS PADRES (Le 2 , 4 1 - 5 1 )

1.° Cristo Nuestro Señor, de edad de doce años, subió de N a z a ret a Jerusalén. 2 . ° Cristo Nuestro Señor q u e d ó en Jerusalén, y no lo supieron sus padres. 3 . ° Pasados hasta tres días, le hallaron disputando en el templo, y sentado en m e d i o de los doctores. Preguntándole sus padres d ó n d e había estado, respondió: « ¿ N o sabéis que m e conviene estar en las cosas que son de mi Padre?» ( E j . 2 7 2 ) .

*** — El hijo de D i o s , el adorador en Espíritu y en verdad por excelencia, el q u e siempre y en todas partes está cabe el Padre, c u m p l e la ley, participa en la ceremonia religiosa y nacional de su pueblo, va en peregrinación al T e m p l o de Jerusalén. H u m i l d a d en la existencia espiritual para aceptar la ley y las normas legítimas del culto. — Penetrar en el sentido con que actúa en las ceremonias, canta los salmos, vive el significado profundo de la celebración y de cada u n o de los símbolos de la Pascua. Él, el cordero de D i o s , que quita el pecado del m u n d o . — C ó m o ofrece sus preces y súplicas: «fue escuchado por su gran reverencia» (cf. H e b 5,7). — El misterio de quedarse sin avisar, con el siguiente dolor de sus padres, y el suyo — m a y o r a ú n — por el de ellos. El no haber aclarado su conducta, y el hecho de que su M a d r e no entendiera la respuesta d a d a por Él. — Observar q u e además de lo normal y ordinario, dispuesto por D i o s en los m a n d a m i e n t o s , está esa llamada personalísima, que viene de arriba y se ha de seguir, aun cuando cause dolor por el m o m e n t o y traiga consigo la incomprensión de algunos, lo imprevisible, el sacrificio y el riesgo.

70

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— L a conciencia de Jesús sobre su filiación, con respecto al Padre y sobre su obra. María tomaría conciencia de esa distancia sobrenatural que irá reiterando Jesús (cf. J n 2,4; L e 8 , 1 9 - 2 1 ; 1 1 , 2 7 - 2 8 ) . — H a y vocaciones, que son incompatibles con la vida normal del hogar, a partir de un cierto m o m e n t o : Quien dejare padre, madre, esposa, hijos o campos, por mí... ( M t 1 9 , 2 9 ) . Jesús precede a sus enseñanzas con el ejemplo. — Absoluta soberanía de la voluntad divina: El que ama a su padre o a su madre mas que a mí, no es digno de mí ( M t 1 0 , 3 7 ) . — Actitud de María ante las palabras de su hijo, que no entiende: las guarda en su corazón, C o m o precioso tesoro, para meditarlas. El Espíritu le hará ver su sentido profundo, lo que exigen de Ella.

7.

L A V I D A O C U L T A D E N A Z A R E T (Ej. 2 7 1 ) (Le 2 , 4 0 . 5 1 - 5 2 ; M t 1 3 , 5 4 - 5 5 )

1.° y 2 . ° Era obediente a sus padres: «Aprovechaba en sapiencia, edad y gracia». 3 . ° Parece que ejercitaba el arte de carpintero, c o m o enseña con su indicación San M a t e o en el capítulo sexto: «¿Acaso n o es éste aquel carpintero?».

*** — E s la renuncia más ostentosa a llevar una vida llamativa, importante a los ojos de este m u n d o . L o único extraordinario de estos años así es su valor religioso, sólo apreciable a la mirada de D i o s : Tú, cuando ores, entra en tu aposento... Cuando ayunes, úngete la cabeza. Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha... y el Padre, que ve lo oculto, te premiará ( M t 6,6.17; 3 - 4 ) . — Encontrar la fuente de la perseverancia y fortaleza en lo que no se ve. — ¿ C ó m o p u d o esconderse tanto la personalidad h u m a n a m á s excelente que ha existido? Sus valores pasaron inadvertidos a los demás, durante treinta años. ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y los milagros? ( M t 1 3 , 5 4 ) , dirían sus paisanos. Para ellos era el hijo de un obrero del pueblo, cuyos parientes conocían, c o m o uno de

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

71

tantos. Misterio de la h u m i l d a d cristiana. C o n f u n d i d o con todos y, sin embargo, tan diverso. C o m o el aire que respiramos, nos da vida y no lo notamos. El trato de Jesús con sus coetáneos. — Crecía normalmente. Se desarrollaba su inteligencia h u m a n a y su habilidad, su gracia ante D i o s y ante los hombres. Crecía en méritos ante el Padre: En Él tengo puestas mis complacencias (2 Pe 1,17). De su plenitud recibimos todos (Jn 1,16). — Trabajo oculto y sin renombre; pero con qué intenciones universales, sobrenaturales... — L a vida de una familia en la que cada uno se consideraba el menor y al servicio de los demás. U n solo corazón y una sola alma. C o n t e m p l e m o s la conversación que no distancia, ni enfría, ni entristece; que eleva, une, estrecha, abre horizontes: los servicios mutuos, la oración... los vínculos más serios de la verdadera intimidad. — Y estaba sometido a sus padres ( L e 2 , 5 1 ) en obediencia a seres h u m a n o s m u y inferiores a El. Como por la desobediencia de uno, muchos quedaron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno, muchos quedarán justificados ( R o m 5 , 1 9 ) . — N o temer el afrontar en la fe el misterio d e la obediencia cristiana. — Si hubiéramos hecho nosotros el plan de vida al Salvador, de qué manera tan diferente habríamos distribuido los años de su vida y sus ocupaciones. Señal evidente de que hemos de corregir m u c h o nuestros criterios sobre lo que conduce al establecimiento del Reino d e D i o s . Si el Reino se confundiese con el progreso h u m a n o , Jesús tendría que haber actuado de un m o d o totalmente diferente. C a s i al revés de c o m o lo hizo: treinta años de vida oculta, y apenas dos o tres para actuar c o m o personaje público... — C o n t e m p l e m o s su revolución copernicana de los criterios: o s c u r i d a d frente a mis ansias de hacer algo por distinguirme, lentitud para curar m i s inquietudes por ir aprisa y acabar p r o n t o , m o n o t o n í a de un m i s m o trabajo en vez de m i s ilusiones de c a m bio, recogimiento en c o m p e n s a c i ó n de mis urgencias por salir y ver m u n d o , profundidad o p u e s t a a m i superficialidad, trabajo serio en contraposición a mi pereza m á s o m e n o s encubierta. Nazaret es la escuela d e anclarse en la voluntad d e D i o s : « . . . q u e más bien hace a la Iglesia un solo acto de a m o r p u r o , q u e todos

72

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

los a p o s t o l a d o s del m u n d o » (San J u a n de la C r u z , Cántico espiritual, X X I X , 2 ) . Y el amor puro, ¿no es la unión de nuestra voluntad con la divina?

Preparación a las elecciones Las contemplaciones d e la vida de C r i s t o han d e b i d o ir creando en nosotros actitudes correspondientes a las suyas, en el deseo d e colaborar al establecimiento d e su R e i n o , según la oblación m á s generosa q u e hicimos de nosotros m i s m o s : disposiciones del alma, inclinaciones virtuosas, a m o r a las virtudes q u e encontramos en Él. Pero en los Ejercicios conviene q u e b u s q u e m o s , en c o n creto, q u é decisiones desea Él q u e t o m e m o s para q u e la vida q u e llevamos responda a su v o l u n t a d sobre nosotros, llegar a determinar en q u é estado d e v i d a se quiere servir d e m í D i o s N u e s t r o Señor, si todavía n o lo he encontrado y d e t e r m i n a d o . Reconocer tales p u n t o s concretos personales y decidirse por ellos es lo q u e se llama aquí elecciones. Puesto q u e sólo lo lograremos por gracia de D i o s , es m á s bien ser elegidos p o r Él, q u e elegir. E s algo q u e h e m o s d e reconocer y recibir, m á s q u e encontrar p o r nuestra s i m ple reflexión, e i m p o n é r n o s l o a nosotros m i s m o s . E s o sí, p o r q u e se trata d e llegar a c o m p r o m e t e r la v i d a en u n c a m i n o concreto, se suele sentir gran dificultad. El entendimiento se turba en esos m o m e n t o s y se cubre, a veces, d e oscuridad. L a v o l u n t a d siente resistencias o el vértigo, y h a d e hacerse violencia en tales ocasiones. S e suelen despertar con frecuencia tempestades d e afectos desordenados. E s preciso m á s q u e nunca, serenidad e insistencia en nuestra petición h u m i l d e . Para ayudarnos en esta situación se nos p r o p o n e en los Ejercicios hacer ahora unas meditaciones d e características peculiares. Van orientadas a disponer al ejercitante i n m e d i a t a m e n t e en el proceso de sus elecciones. Para entenderlas, hay q u e presuponer en él la resolución ya t o m a d a antes y para siempre, no sólo de apartarse de t o d o lo q u e es m a l o , sino d e abrazar lo q u e claramente es mejor. H a venido a encontrar la voluntad de D i o s para hacerla suya.

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

8.

73

M E D I T A C I Ó N S O B R E LAS D O S B A N D E R A S (Ej. 136-148) Revestios de la armadura de Dios, para que podáis resistir a las insidias del diabla (Ef6,ll)

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Es la historia. Será aquí c ó m o Cristo llama y quiere a todos, debajo de su bandera, y Lucifer, al contrario, debajo de la suya. S e g u n d o preámbulo. Composición, viendo el lugar. Será aquí ver un gran c a m p o de toda aquella región de Jerusalén, donde el sumo capitán general de los buenos es Cristo Nuestro Señor. Otro campo en la región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer. Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo q u e quiero, y será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para librarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera, que enseña el s u m o y verdadero capitán, y gracia para imitarle. l . primer p u n t o . Imaginar c o m o si el caudillo de todos los enemigos estuviere sentado en una gran cátedra de fuego y h u m o , en figura horrible y espantosa. 2 . ° p u n t o . Considerar c ó m o llama a innumerables demonios, y c ó m o los esparce a unos en tal ciudad y a otros en otra, y así por t o d o el m u n d o , no dejando sin ellos regiones, pueblos, estados sociales, ni personas algunas en particular. 3 . p u n t o . Considerar el sermón que les hace, y c ó m o los exhorta a echar redes y cadenas; de m o d o q u e primero hayan de tentar d e codicia d e riquezas, c o m o suele generalmente, para q u e vengan más fácilmente a vano honor del m u n d o y después a gran soberbia; de tal manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y por estos tres escalones conduce a todos los otros vicios. e r

e r

Así por el contrario se ha de imaginar acerca del s u m o y verdadero capitán, que es Cristo Nuestro Señor. l. p u n t o . Considerar c ó m o Cristo Nuestro Señor se p o n e en un gran c a m p o de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso. e r

74

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

2 . ° p u n t o . Considerar c ó m o el Señor de todo el m u n d o escoge tantas personas: apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el m u n d o , a esparcir su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas. e r

3 . p u n t o . Considerar el sermón que Cristo Nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos que a tal jornada envía, encomendándoles que quieran ayudar a todos para traerlos, en primer lugar, a s u m a pobreza espiritual, y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual; en segundo lugar, a deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones, el primero pobreza contra riqueza, el 2 . ° oprobio o menosprecio contra el honor m u n d a n o , el 3 . ° h u m i l d a d contra la soberbia, y por estos tres escalones conduzcan a todas las otras virtudes. Primer c o l o q u i o . A Nuestra Señora, para que m e alcance gracia de su Hijo y Señor, a fin de q u e yo sea recibido debajo de su bandera, y primero, en s u m a pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servido y m e quisiere elegir y recibir, no menos en la pobreza actual; 2 . ° , en pasar oprobios e injurias, por m á s imitarle en ellas, con tal que las p u e d a pasar sin pecado de ninguna persona ni desagrado de su divina majestad; y decir después un Ave María. S e g u n d o c o l o q u i o . Pedir otro tanto al Hijo, para que m e lo alcance del Padre; y decir después A n i m a Christi. Tercer c o l o q u i o . Pedir otro tanto al Padre, para que Él m e lo conceda; y decir un Pater noster.

*** Esta primera meditación, preparatoria a las elecciones, trata de alcanzar luz para distinguir los engaños del enemigo y gracia para evitarlos, a la vez que claro conocimiento de la vida verdadera enseñada por Cristo y gracia para seguirla. Ésta será la petición que el ejercitante hará siempre que realice la meditación sobre las dos banderas, consciente de que el enemigo, Satán, se transfigura a veces en ángel de luz (2 C o r 11,14). Las dos banderas corresponden a dos ejércitos con sus jefes respectivos, Cristo y Satán, a c a m p a d o s j u n t o a dos ciudades simbóli-

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

75

cas en la tradición cristiana: Jerusalén y Babilonia. Es un m o d o de representar la verdad revelada d e la lucha existente desde el principio d e la historia entre el Príncipe de las tinieblas, q u e quiere perder a la h u m a n i d a d , y C r i s t o , q u e quiere salvarla libremente (cf. Gaudium et spes, 1 3 ) . S a b e m o s q u e la batalla decisiva se plantea y dirime en el interior d e cada h o m b r e . D e sus decisiones d e p e n d e caminar en la dirección d e C r i s t o , militar así bajo su bandera, o estar c a m i n a n d o m á s o m e n o s conscientemente en la dirección contraria, y, por consiguiente, estar militando a favor del c a m p o d e S a t a n á s . San Pablo aconseja que, para estas batallas, que no son sólo contra la carne y sangre, sino contra los espíritus malignos, embracemos el escudo de la fe ( E f 6 , 1 6 ) . A m p a r a d o s en ese escudo consideraremos los dos c a m p o s , el de Cristo y el de Satán, para tratar de discernir el espíritu del mal y librarnos de sus engaños, y el espíritu de Cristo para seguirlo. 1. En el campo de Satán: encontramos al padre de la mentira (Jn 8 , 4 4 ) . Pretende engañar, presentándose con una majestad q u e no le corresponde, imponente y arrollador. S a n Ignacio dice que nos lo figuremos « c o m o si se sentase en u n a gran cátedra de fuego y h u m o , en figura horrible y espantosa» (Ejercicios, 1 4 0 ) . Y S a n Pedro avisa a todos que el diablo, nuestro enemigo, anda rondando, como león rugiente, buscando a quién devorar (1 Pe 5,8). El aviso de que a n d e m o s vigilantes es general, porque ni la edad, ni el estado, la autoridad o el lugar en que se encuentra el h o m b r e son límites infranqueables en este m u n d o , para los espíritus malos a las órdenes del tentador. A todos nos amenazan, y h e m o s de pedir humildemente a D i o s que nos libre de los lazos q u e nos tienden ( M t 6 , 1 3 ; 2 6 , 4 1 ; Sal 1 4 0 , 9 ) . San Ignacio p r o p o n e a la meditación del ejercitante u n a síntesis l u m i n o s a d e la táctica del e n e m i g o , q u e le p u e d a servir para detectar a t i e m p o sus insidias y conjurarlas. E s el fruto de su experiencia espiritual y d e su m a d u r a connaturalidad con el Evangelio. P o d e m o s pensar en u n a gracia carismática, recibida en M a n r e s a , para beneficio de tantos ejercitantes, q u e habían d e practicar el retiro bajo la dirección d e su doctrina y m é t o d o . El objetivo del

76

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

enemigo, según él, es llevar a las almas la soberbia, p o r q u e , u n a vez soberbias, las p u e d a lanzar a cualquier vicio. Para conseguir esa cota, sigue d e ordinario d o s p a s o s precedentes. Primero, enredar el a l m a en la a m b i c i ó n de riquezas, d e cualquier género q u e sean. L o q u e le i m p o r t a es fomentar en el h o m b r e la actitud captativa, la concupiscencia de poseer, d e ser d u e ñ o d e cosas en las q u e p o d e r apoyarse, descansar, tener de q u é jactarse, poner su c o n s o lación ( L e 6 , 2 4 ) . D e ahí vendrá el s e g u n d o paso, q u e es el deseo de ser tenido por algo, ser estimado por lo q u e tiene, a m b i c i ó n d e honores. Así crecerá en el h o m b r e el ansia de mantener el p u e s t o a t o d a costa, c o m e n z a r á a mirar a los d e m á s c o m o rivales, no c o m o h e r m a n o s , hasta llegar a identificarse con aquello q u e tiene, con aquella i m a g e n q u e han llegado a formar d e él los d e m á s . Por este procedimiento se hace el h o m b r e creído de sí, engreído, soberbio: fácilmente cierra su horizonte sobre sí m i s m o , n o a d m i t e correcciones ni observaciones de otros, n o obedece, se atiene sólo a su p r o p i o parecer y hace girar a t o d o el m u n d o en torno suyo. El soberbio no a d m i t e la luz para q u e no se vean sus defectos; busca la gloria q u e viene de los hombres, a u n q u e se base en la mentira y en la injusticia, n o la q u e viene de D i o s ( J n 5 , 4 4 ) . H a caído en las tinieblas, está dispuesto a t o d o pecado. Ya lo había dicho S a n Pablo a T i m o t e o : Los que ambicionan riquezas caen en la tentación y lazo del diablo, en multitud de deseos inútiles y nocivos, que hunden al hombre en su ruina y perdición (1 T i m 6 , 9 ) . D e q u e rer tener, a desear valer ante los demás, a creerse q u e se es algo. Tener, valer, ser: los fundamentos radicales d e la concupiscencia h u m a n a , desconectados d e D i o s . L o que San Agustín atribuye a la ciudad de Babilonia: el gozo y concupiscencia del m u n d o . O c o m o lo describe S a n Bernardo: el amor de sí hasta el menosprecio de Dios. Es m u y importante q u e nos dejemos iluminar, para descubrir los hilos de esta red diabólica en sus comienzos, antes de que se nos conviertan en cadenas esclavizantes, casi imposibles de romper. 2 . En el campo de Jerusalén: el ambiente es totalmente diverso. Jesús se presenta humilde y sencillo, afable, en la paz y serenidad de u n a colina, abierta a la luz y al aire libre. C o m o aquel día en Galilea. T a m b i é n Él quiere llegar con su mensaje y su acción salvadora

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

77

a todos los estados, clases y categorías d e personas. S u voluntad es de q u e todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Y envía, c o m o mensajeros suyos, hasta a los últimos confines de la tierra, a hombres que ha hecho sus amigos. Sus consignas son: que traten de ayudar a todos a ser generosamente desprendidos, hasta llegar a suma pobreza espiritual, a amar la pobreza; y, si el Señor les llama a ello, a dejar de hecho sus bienes para seguirle mejor, más de cerca, con mayor libertad y dedicación ( M t 5,3; 6 , 1 9 - 2 1 ; 1 9 , 2 1 ) . C o n este paso, se corta la codicia, para sembrar en lugar suyo una actitud oblativa d e nuestro yo. L a prueba de si es verdadera nuestra pobreza espiritual la tendremos, si de veras estamos dispuestos a dejar posesiones actuales o futuras, cuando entendemos ser ello voluntad de D i o s . L u e g o habrá q u e llegar al «deseo de oprobios y menosprecios». D e b e ser motivo de nuestra alegría el q u e nos persigan o calumnien, o digan cualquier clase de mal contra nosotros, p o r causa del seguimiento del Señor: Alegraos y regocijaos en aquella hora, porque es grande vuestra recompensa en los cielos ( M t 5 , 1 2 ) . El q u e sigue a Cristo, c o m o no ha de temer el pasar por necesitado en este m u n d o , sino amar la pobreza, así también ha de perder el m i e d o a ser despreciado e injuriado por los hombres: Si fuerais del mundo, os tendría por suyos el mundo y os amaría; pero porque no sois del mundo, por eso os persigue y odia (Jn 1 5 , 1 9 ) . Es motivo de alegría contemplar el testimonio de que estamos bajo la bandera de Cristo. Y si uno debe desear las injurias, cuanto m á s la reprensión y corrección de las propias faltas, sin excusarlas ni negarlas. Ahí crecerá, c o m o en su verdadero caldo de cultivo, la humildad del alma, que viéndose pobre de bienes, se estimará m á s fácilmente por lo que es en verdad, y no por lo que la tienen, o dicen los demás de su persona. Y, una vez situado en la humildad, se está dispuesto a todas las virtudes, porque Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia (Sant 4 , 6 ) . Así aparece la táctica de Jesús, totalmente contraria a la de Satán. H a y también tres escalones, para llegar a la cota deseada: pobreza contra riqueza, menosprecios contra honores m u n d a n o s , humild a d contra soberbia. N o querer tener, no querer valer, no querer ser,

78

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

sino en D i o s . El a m o r de D i o s , hasta llegar a matar la estima desordenada del yo. El enemigo quiere q u e p o n g a m o s nuestra confianza y consuelo aquí, en algo fuera del Padre de los cielos, hasta hacer crecer el sentido de nuestra personalidad independiente de tal m o d o que coloquemos nuestro yo prácticamente en el puesto de D i o s . Cristo, en cambio, quiere conducirnos a que p o n g a m o s toda nuestra confianza y consuelo en nuestro Padre D i o s , porque d o n d e está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón ( M t 6 , 2 1 ) . Sólo el corazón desprendido y humilde es capaz de amar y perdonar c o m o Él nos enseñó. Esta meditación trata de aportar un foco de luz pura, que ilumine nuestro discernimiento, a la hora de nuestra reforma personal — o elecciones—; pero no estará de más preguntarnos también en el enfoque de nuestro apostolado, si el camino que nos descubre Cristo, al explicar la táctica d e su bandera, es el que hemos seguido hasta ahora, cuando difundimos el criterio de vida por el que se ha de caminar o ayudamos a que lo formen así los demás. ¿Difundo yo amor a la pobreza y a las injurias por Cristo, para conducir a la humildad? Acabar la meditación con tres ardientes coloquios a la Virgen Santísima nuestra M a d r e , a Jesucristo y al Padre, para que alcancemos ser admitidos plenamente en el estilo de vida d e la bandera de Cristo Nuestro Señor.

9.

T R E S C L A S E S D E H O M B R E S (Ej. 1 4 9 - 1 5 7 ) Quien quiera guardar su vida, la perderá, y quien la perdiere por mi, la salvará (Le 1 7 , 3 3 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Es la historia, la cual es de tres tipos de h o m bres, que cada uno de ellos ha adquirido diez mil ducados, no pura o rectamente por a m o r de D i o s , y quieren todos salvarse y hallar en paz a D i o s Nuestro Señor, quitando de sí el peso e impedimento q u e tienen para ello en el apego a la cosa adquirida. S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n viendo el lugar. Será aquí verme a m í m i s m o , c ó m o estoy delante de D i o s Nuestro Señor y d e

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

79

todos sus santos para desear y conocer lo q u e sea más grato a su divina b o n d a d . Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. A q u í será pedir gracia para elegir lo q u e sea más gloria de su divina majestad y salvación de mi alma. El primer tipo querría quitar el afecto que tiene a la cosa adquirida para hallar en paz a D i o s Nuestro Señor y saberse salvar, sin poner los medios hasta la hora de la muerte. El segundo quiere quitar el afecto, pero quiere quitarlo de tal m o d o que se quede con la cosa adquirida, de manera que venga D i o s a d o n d e él quiere, y no se determina a dejarla para ir a Dios, aunque fuese el mejor estado para él. El tercero quiere quitar el afecto, pero d e tal m o d o lo quiere quitar, que no tiene apego a retener la cosa adquirida o no retenerla, sino que pretende solamente quererla o no quererla, según que D i o s Nuestro Señor le pondrá esa voluntad, y a él le parecerá mejor para su servicio y alabanza de su divina majestad; y entretanto, quiere hacer cuenta que todo lo deja en su afecto, esforzándose en no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de D i o s Nuestro Señor. D e manera que el deseo de mejor poder servir a D i o s Nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o a dejarla. C o l o q u i o s . Hacer los m i s m o s tres coloquios que se hicieron en la contemplación precedente de las dos banderas.

*** E n la vida espiritual es fácil engañarse a sí m i s m o ; pero no a D i o s Nuestro Señor, que penetra las m á s secretas intenciones, hasta discernir la sensibilidad y el espíritu ( H e b 4 , 1 2 ) . N o nos cuesta nada decir que a m a m o s la pobreza y las injurias, cuando no nos falta nada y s o m o s estimados de la gente. Sólo nos d a m o s cuenta del engaño en que vivíamos cuando, de hecho, nos vemos en la pobreza y experimentamos necesidad, cuando realmente nos ofenden. Entonces, quizá nos volvemos apresuradamente a reclamar posesiones y derechos, a mendigar estimas que nos compensen. L a presente meditación quiere que p o n g a m o s a prueba nuestra voluntad para aquilatar su sinceridad. Trata d e conseguir aquella disposición más conveniente para abrazar la voluntad de D i o s sobre nuestra vida,

80

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

sea cual sea la q u e Él se digne manifestarnos en nuestra elección. El procedimiento empleado por San Ignacio es poner ante la consideración tres tipos de hombres, q u e desean hallar la paz de sus conciencias con D i o s , adhiriéndose a su voluntad sobre ellos. Para lograr su intento han de quitar el afecto que sienten a sus posesiones. Sobre la base de ese deseo, cada uno de ellos va a poner en acción medios diferentes, q u e responden a actitudes de espíritu diferentes. El ejercitante debe meditar seriamente sobre cada u n o de los tres tipos para escoger en su caso la actitud que más conviene, la mejor. La petición será: gracia para escoger lo que m á s sea del agrado de su divina Majestad y provecho del alma. Las posesiones de estos hombres importan u n a seria cantidad, y están en sus m a n o s , no por robos o injusticias cometidas, que entonces la solución no ofrecería duda, sino simplemente porque se encuentran con ellas, o las adquirieron por motivos meramente h u m a n o s de seguridad, afición al dinero, etc. S u p o n g a m o s , por ejemplo, q u e les tocó una gruesa s u m a en la lotería o en las quinielas. ¿ C ó m o quitar el afecto q u e sienten hacia su posesión, de m o d o que puedan disponer su vida en paz y satisfacción d e espíritu, en pleno acuerdo con la voluntad de Dios? — El primero, querría quitar el afecto q u e siente a quedarse con su posesión, pero siente la contradicción interior de su inclinación. N o acaba de decidirse resueltamente a afrontar el problema. D a largas y dilaciones, esperando quizá que la proximidad de la muerte, cuando le llegue, será un último empujón que le decida a resolverlo. D i r í a m o s q u e su preocupación por salvarse es real, pero no le lleva de hecho a resolver su situación. Quiere servir a D i o s , pero en la zona crítica de su ser se reserva. Siente m i e d o ante esa inmensid a d de D i o s , que quiere hacerse presente a nuestras vidas y decidir amorosamente de nuestra existencia. Se aferra a sí m i s m o . N o renuncia a sí m i s m o , para abandonarse a ese amor. N o resuelve d e hecho su problema. — El segundo, quiere quitar el afecto que siente a su dinero; pero no acepta c o m o real la hipótesis d e tener que dejarlo. L a única solución que acepta en su caso es la d e quedarse con la posesión y no

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

81

poner en ella el afecto. Y ¿si fuese necesario dejarla para poder ordenar su vida en paz de espíritu, de acuerdo con la voluntad de Dios? Por esa condición n o pasa. C o m o , d e suyo, es posible la solución deseada y querida por él, no admite otra. E n el fondo no se pliega a la voluntad de D i o s . Es u n o de estos que escoge los medios antes que el fin. Elige, por ejemplo, el matrimonio, y luego tratar de servir a D i o s en él. Primero sus dineros, luego tratar d e servir a D i o s con ellos Así intenta que D i o s se a c o m o d e a lo que él por su voluntad escoge. N o acepta primero e incondicionadamente el fin — s u salvación y paz en D i o s — , y luego escoger el m e d i o q u e m á s le conduzca a ello. E s decir: n o acepta el realizar la voluntad d e D i o s , por el camino por el que Él desea conducirnos. Diríamos q u e este tipo de hombres desea servir a D i o s , pero su voluntad no acaba de renunciarse en cuanto al c ó m o realizar ese amor. E n realidad, no renuncia a todo lo que posee, para ser discípulo del Señor ( L e 1 4 , 3 3 ) . H a y en su postura — m á s o menos inconsciente— u n a cierta ofensa de D i o s , al decirle: « H a s t a aquí, pero no más»; «así, sí, pero d e la otra manera, n o » . C o m o si D i o s fuera un igual, o peor, c o m o si fuera un inferior; ya que le p o n e condiciones: «Si quieres así, sí; si no, no lo hago». O , c o m o si se pudiera jugar con Él: «Quiero quitar la afición; pero, v a m o s , tú m e dejas lo q u e yo quiero». C o m o si D i o s pudiera pactar con su afición desordenada, queriendo q u e se a c o m o d e a sus caprichos.

— El tercer tipo de h o m b r e es tal que p o n e todo su esfuerzo en no decidirse por nada, si no le mueve sólo el servicio de D i o s Nuestro Señor, de m o d o que sólo esa voluntad de a c o m o d a r su querer al de D i o s le decida a quedarse con su dinero o a dejarlo. E n consecuencia, para dejar sólo a D i o s y a su a m o r la disposición de su vida y de todo lo suyo, c o m b a t e el apego interior que siente, haciendo cuenta que ya ha tenido que dejar realmente la posesión cuestionada. C o m o si diese un cheque en blanco a una persona d e toda confianza, rogando que sólo se lo devuelva en caso de que aparezca claramente que es ésa la voluntad de D i o s en su asunto. C o n esta perspectiva, sólo D i o s dispone, y la posibilidad de tener que dejar las cosas, que hacía obstáculo al primero y segundo tipo, a él no causa ningún temor, aunque le cueste: ha quitado el impedimento. Es la

82

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

disposición de renunciar a todo lo que se posee, para ser discípulo del Señor. Aconseja S a n Ignacio al ejercitante que insista en sus coloquios ante la Virgen Santísima, Jesucristo y el Padre, para que se le conceda militar siempre bajo la bandera de Cristo. Y, si experimenta repugnancia a alguna de las alternativas de su posible elección, pida al Señor q u e le escoja en aquello que menos apetece, de m o d o que allí se encuentre la mayor gloria suya y provecho de su alma. Inclin a n d o así la voluntad a lo contrario de lo que desea su a m o r carnal y m u n d a n o , podrá hallar la indiferencia necesaria para elegir lo que más conviene al fin para que hemos sido creados.

10.

T R E S M A N E R A S D E H U M I L D A D (Ej. 1 6 4 - 1 6 8 ) Lejos de mí el gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14)

L a consideración de estas tres maneras de h u m i l d a d se puede hacer meditando a ratos en ellas, durante el día. E n las circunstancias ordinarias, en que se practican hoy los Ejercicios, será de ordinario m u y provechoso dedicarle una hora determinada, lo m i s m o que a los demás ejercicios. Éste va orientado, c o m o los dos anteriores, a disponer el espíritu del ejercitante a las elecciones. Tiene por objetivo inclinar su afecto, lo m á s posible, con la gracia de D i o s , a la imitación efectiva de Cristo crucificado, es decir, despojado de todo, cubierto de injurias, tenido por loco por a m o r nuestro. U n a vez así dispuesto el ejercitante, si el Señor se dignara llamarlo para lo que le cuesta, se encontraría con la actitud m á s adecuada para abrazar la llamada divina, a pesar de las oposiciones que p u e d a despertar en él la inclinación de su naturaleza. En la meditación de las banderas apareció la h u m i l d a d c o m o la cota clave a conseguir en el seguimiento de Cristo. E n la meditación presente, el ejercitante ha d e insistir hasta aficionarse a esa virtud en su sentido m á s trascendente. Las maneras de humildad, que se ofrecen aquí a nuestra consideración, encierran en sí la perfección de la vida cristiana; porque en

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

83

ellas el h o m b r e se somete y sujeta al Señor, cada vez más, hasta q u e dar a su disposición totalmente. C a d a u n a hace ahondar más en la propia «kénosis», despojo del deseo natural de ser estimado, de parecer algo en este m u n d o , para alcanzar más a fondo y ardientemente el puesto d e h u m i l d a d q u e lleva consigo la privación de las riquezas y honores d e este m u n d o . E s preciso que el ejercitante en su consideración descubra el atractivo evangélico de cada una de estas maneras de h u m i l d a d , para desearlas y pedirlas consiguientemente con todo ardor. La primera es la de quien se sujeta y somete de tal m o d o a la voluntad del Señor, reconociéndolo c o m o tal, q u e ni todos los bienes del m u n d o que le prometiesen, ni la amenaza de perder la propia vida, le moverán a proponerse contravenir cualquier m a n d a miento divino o h u m a n o que le obligue bajo pecado mortal. N i esperanza de prosperidad, ni temor d e adversidades, son capaces de apartarle de su decisión de someterse al Señor en todo lo que es necesario para no perderlo. N o vacila ante la voluntad salvífica de D i o s , que afecta a toda su existencia. Está absolutamente resuelto a no dejarse arrebatar la orientación necesaria, inequívoca, a su fin eterno; aunque, por otra parte, quizá se deja llevar de tal o cual afecto a cosillas, improvisa más o menos, y no aspira a mayor perfección. D i r í a m o s que vive la advertencia del Señor: No temáis a los que sólo pueden matar el cuerpo, temed más bien a quien puede lanzar alma y cuerpo a la perdición del infierno ( M t 1 0 , 2 8 ) . E s t á dispuesto a q u e , si su ojo le es ocasión de escándalo, se lo arranquen...; pues m á s vale entrar tuerto en el Cielo que con los dos ojos ser arrojado al infierno ( M e 9 , 4 7 ) . La segunda manera de humildad es más perfecta, porque quien la vive no se inclina m á s a escoger riqueza que pobreza, honor q u e deshonor, vida larga que corta, siendo igual gloria de D i o s Nuestro Señor lo que ofrezca, en concreto, cualquiera de esas dos opciones. Y. en consecuencia, no vacila en escoger un determinado m e d i o para su perfección, una vez que ve objetivamente q u e es mejor. Pero además, y precisamente por esa actitud de espíritu en que vive, ni por todos los bienes de este m u n d o que le ofreciesen, ni a u n q u e la

84

SEGUNDA ETAPA: C O N Él

propia vida le quitasen, dejaría entrar en el c a m p o de sus deliberaciones el contravenir a la voluntad d e D i o s en cualquier cosa que le obligue, a u n q u e sólo sea bajo pecado venial. S e ha sometido a su Criador y Señor, a su Padre del Cielo, hasta no desear sino su voluntad en todo, aun en lo m í n i m o . Vale mas para él que se haga en todo el divino beneplácito, que no su honra, su vida, o cualquier cosa d e este m u n d o . D i r í a m o s q u e se ha situado en Cristo: Porque yo hago siempre lo que a Él agrada ( J n 8 , 2 9 ) . Pero la tercera manera de humildad es perfectísima, porque, incluyendo la primera y la segunda, añade algo más. H a y en ella una renuncia mayor de sí y de su amor propio, para someterse al Señor más fiel y seguramente, en una c o m o santa extrapolación de su deseo de abrazar la voluntad de Dios, manifestada en Cristo. Por ello, no sólo se sitúa en la indiferencia para pobreza, injurias y todo lo que el m u n d o aborrece, sino que se inclina a ello y lo a m a , aun en el caso que tal opción proporcionara igual gloria a D i o s que su contraria; pues prefiere pobreza con Cristo pobre a la riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos a las honras de aquí, y aun ser tenido por loco con Cristo que no por sabio y prudente de este m u n d o , sólo por parecerse más a Cristo que así quiso pasar por todo eso por nuestro amor. Es un «a priori» cristiforme del alma, hacia lo que le asemeja actualmente más a Cristo, en sus circunstancias concretas; aunque en ellas el ser rico y honrado de los hombres no fuese menor gloria de Dios, sino igual. E s la sabiduría de la cruz, locura a los ojos de los prudentes de este m u n d o . Diríamos que es esa audacia de amor a Cristo crucificado, que no necesita de otras razones que las de su amor a Él, para abrazarse a la cruz. N o le hace falta encontrar otras razones en el objeto de su elección. E s claro que un alma así dispuesta, se halla mejor preparada que ninguna otra para someterse y sujetarse en aquello que a la naturaleza repugna. Y, puesto que sólo busca en todo hacer el beneplácito divino, se inclinará en cualquier caso con más facilidad a la decisión que, en cada opción concreta, suponga mayor gloria de su divina majestad. El alma ha salido totalmente de sí, para sólo volver a sí m i s m a en Cristo. San Ignacio aconseja insistir en los tres coloquios d e otras ocasiones solemnes, para pedir al Señor «que nos quiera elegir en esta ter-

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

85

cera, mayor y mejor humildad», para su mayor servicio y alabanza. Puede ayudarnos el recordar la exhortación de S a n Ignacio de Antioquía a los fieles de Éfeso: Hemos de esforzarnos en imitar al Señor, en quién sufra mayores agravios, quién sea más defraudado, más despreciado; para que no se pueda encontrar entre vosotros planta ninguna del diablo, sino que en toda pureza y moderación permanezcáis en Jesucristo corporal y espiritualmente ( E f 10,3). O la afirmación de Santa Teresa: «Yo siempre seguiría el camino del padecer, siquiera por imitar a Nuestro Señor Jesucristo, aunque no hubiese otra ganancia» (Moradas V I , 1,7).

Las elecciones (Es conveniente leer en este momento los n. 1 6 9 - 1 8 9 de los Ejercicios, u oír alguna oportuna explicación sobre ellos.) Llegado a esta etapa de los Ejercicios, el ejercitante sólo ha de desear lo que m á s le conduzca a mejor servir al Señor y salvar su alma. S u intención ha de ser limpia, sin mezcla de otras impurezas, ése ha d e ser su único objetivo, si ha d e elegir en cristiano. H a lleg a d o el m o m e n t o d e elegir, es decir, de reconocer en concreto y tomar para sí decididamente aquel estado de vida en que desea servirse d e él D i o s Nuestro Señor. Y si esto ya lo tiene bien determinado, los cambios o reformas que desea el Señor ver introducidos en su vida, o las decisiones en algunas alternativas, q u e pudieron traerle a Ejercicios o habérsele planteado en ellos: aceptar u n a u otra oferta q u e se le hace, ofrecerse a tal misión o a tal otra, acabar con tal negocio o tal obra, u otras parecidas. Puesto que los hijos de Dios son los que se dejan llevar del Espíritu de Dios ( R o m 8 , 1 4 ) , hay q u e decir que más bien que elegir, el ejercitante ha de reconocer y abrazar la elección que D i o s hace de él. Elegirá, por tanto, la voluntad de D i o s , reconocida c o m o tal, para seguirla. — D e ahí que en el campo de esta elección sólo pueden entrar cosas buenas o indiferentes en sí m i s m a s , no las ya prohibidas por D i o s , por la Iglesia, o por quien tiene autoridad para hacerlo en su c a m p o respectivo. E n estas últimas, la elección ya está hecha de antemano: la voluntad de D i o s manifestada por el m a n d a t o o

86

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

prohibición respectivos. El ejercitante tratará de encontrar la voluntad de D i o s y abrazarla en aquellas cosas en las que aún no la tiene claramente manifiesta y sobre las que D i o s Nuestro Señor querrá manifestársela. — H a y diversos modos por los que Dios puede manifestar su voluntad sobre cada u n o de nosotros en particular. A veces, D i o s se a p o dera de la voluntad del hombre, lo atrae y mueve de tal m o d o , que no puede dudar ni ponerse a dudar, de que aquello lo quiere D i o s de él, y de que debe seguir lo que de tal m o d o le pone en su espíritu. N o es una cabezonada, ni u n a obsesión. Q u i e n lo haya experimentado p o d r á notar la diferencia. ¡Cuántos hombres plenamente realizados en su vocación pueden confesar «a posteriori», que j a m á s pudieron poner en d u d a seria su persuasión de que D i o s le llamaba a esa misión que hoy continúan! San Ignacio p o n e c o m o ejemplo de esta manifestación fulgurante y plena de la voluntad de D i o s , la vocación de San Pablo o la de San M a t e o . C o n todo, para descartar los casos d e ilusiones, cabezonadas u obsesiones, no estará de m á s la consulta con el director experimentado. O t r a s veces el S e ñ o r se insinúa d e un m o d o gradual y lleva p o c o a p o c o al h o m b r e a q u e reconozca su v o l u n t a d , en el trato í n t i m o con él, en la oración. E n el c o n t a c t o con C r i s t o en la oración, la reflexión sobre u n o u otro de los partidos a tomar, el recuerdo de ciertos a c o n t e c i m i e n t o s , el deseo de u n a entrega m á s generosa, d e u n a m a y o r identificación con É l , hacen q u e se despierten en el ejercitante atractivos o repulsiones, consolaciones o desolaciones. Entre esas alternancias, la vuelta repetida d e un m i s m o i m p u l s o interior p u e d e ser advertida. U n discernimiento a d e c u a d o p u e d e descubrir la coincidencia en él d e los efectos ordinarios del Espíritu, e n c a m i n a d o s a u n a paz q u e asienta al a l m a en su Señor, un g o z o espiritual capaz d e perseverar a u n en el t e m b l o r d e la carne flaca, hasta asegurar í n t i m a m e n t e a la pers o n a en su dirección hacía D i o s , en a u m e n t o de fe, esperanza y a m o r teologales. É s t e p u e d e ser el m o d o d e llegar a aclararse en el h o m b r e el derrotero por el q u e quiere enderezarlo aquí y ahora el Señor. D e ahí la i m p o r t a n c i a d e haber hecho, después d e c a d a ejercicio, el e x a m e n d e la o r a c i ó n y haberse ejercitado, d u r a n t e el retiro, en la discreción d e espíritus. Para ayudar en esta labor será

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

87

particularmente i n d i c a d a la consulta con el director de la experiencia. Él n o está para precederle en la elección, p a r a i m p o n é r sela, o p a r a elegir p o r el ejercitante, sino para asistirle c o n su experiencia y aliento, indicándole los p u n t o s peligrosos del c a m i n o , sostener su á n i m o , indicarle la índole de las m o c i o n e s , c o n firmarle con su o p i n i ó n en los b u e n o s p a s o s , y, a lo s u m o , indicar p o s i b i l i d a d e s ; pero, llegado el m o m e n t o d e las elecciones, ha de dejar m á s q u e n u n c a al Creador, actuar a solas en el a l m a lo q u e en ella quiere realizar, y, con t o d a reverencia, no interferir la o b r a divina. En otras ocasiones, c u a n d o el Señor no quiere manifestar su voluntad de otro m o d o , deja al h o m b r e escoger, con el ejercicio libre y pacífico de sus facultades naturales dadas también por Él. Para evitar los engaños subjetivos que en esa actuación personal pudieran ocurrir, el autor de los Ejercicios recomienda algunos procedimientos que ayuden a reducir el margen de la subjetividad. El entendimiento y la voluntad deben esforzarse, en este caso, por conseguir la mayor serenidad y objetividad posibles, sometiéndose plenamente en su actuación a su Creador y Señor. L a intención ha d e ser pura, poniendo la voluntad sólo en el agrado de D i o s y provecho del alma, de forma que al elegir sienta «que aquel amor, m á s o menos, que tiene a la cosa que elige, es sólo por su Criador y Señor» (Ejercicios, 1 8 4 ) . O bien, sin estar m á s inclinado a tomar que a dejar la cosa propuesta, discurriendo razonablemente sobre las ventajas e inconvenientes que hay en tomarla y en dejarla, vea objetivamente hacia q u é parte se inclina m á s la balanza, por el peso del único motivo que debe guiarle, el mayor servicio de D i o s y santificación de su alma. Y una vez escogida la alternativa correspondiente a ese lado de la balanza, la ofrecerá en presencia del Señor para que Él se digne recibir y confirmar tal ofrecimiento. Puede ayudar también el pensar, qué aconsejaría yo, en m i caso, a una persona que nunca hubiera visto ni conocido, pero a quien desease todo bien y perfección. Así podré seguir para m í la objetividad de ese consejo. O considerar qué desearé haber elegido en la presente situación, c u a n d o m e encuentre en el artículo de la muerte, o al comparecer ante el juicio divino, para hacer así ahora lo que entonces será la causa de m i gozo.

88

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

C o n v e n d r á dedicar a la determinación concreta de estos puntos de la propia reforma de vida alguna atención específica, dentro de las contemplaciones de la vida de Cristo que van a seguir, a partir del bautismo d e Cristo en el Jordán. E s t o no i m p i d e que se p u e d a destinar alguna hora, determinada en el día, a recoger ante el Señor lo que hasta ahora nos haya manifestado c o m o voluntad suya sobre esos puntos de nuestra vida, o a investigar lo que desea manifestarnos. H a y puntos que a todos nos atañen, y que puede ser útil revisar en estos m o m e n t o s . Proponemos un esquema para esa revisión, por si a alguien pudiera ayudarle. I m p o r t a m u c h o tener presente « q u e tanto se aprovechará cada u n o en las cosas espirituales, c u a n d o saliere d e su p r o p i o amor, querer o interés» (Ejercicios, 1 8 9 ) . Y luego, q u e n o se trata de edificar u n a p e q u e ñ a j a u l a d e p r o p ó s i t o s , en d o n d e encerrarse, para rehuir el m i e d o al c o m p r o m i s o o riesgo q u e p u e d a exigirnos la vida. N u e s t r a reforma ha de estar siempre abierta a lo q u e la v o l u n t a d de D i o s p u e d a exigirnos a través de los acontecimientos futuros o d e sus nuevos deseos manifiestos. Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen (Sal 1 2 6 , 1 ) . M á s bien hay q u e considerar la reforma c o m o la apertura confiada del a l m a a su Señor. E n la simplicidad d e la p a l o m a y p r u d e n t e c o m o serpiente, el h o m b r e vigilante en el servicio del Señor desea reconocer m á s a fondo cada día sus deseos sobre él, con estos altos en el c a m i n o . H a procurado disponerse para escuchar lo q u e quiere ahora manifestarle y ponerlo por obra. S u disposición queda abierta a cualquier otro matiz o avance en su entrega, que el Señor quiera manifestarle en otra ocasión cualquiera.

E s q u e m a d e p u n t o s a revisar en la reforma d e v i d a — E n mi vida de oración y sacramentos, diaria, semanal, m e n sual, ¿qué quiere D i o s ahora de mí? — ¿Se ha introducido en m i vida alguna actitud, alguna costumbre, que, aunque no sea pecaminosa en sí m i s m a , puede escandalizar o amenaza con algún d a ñ o a mi espíritu?

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

89

— E n el desempeño de mi cargo u oficio, ¿me descubre D i o s ahora algo que reformar? — ¿Y en mi m o d o de hacer apostolado, en el testimonio de mi vida, dentro y fuera de casa? — ¿Y en mi trato con los demás: relaciones sociales, amigos, familiares, superiores, subordinados...? — E n mis circunstancias actuales, ¿dónde encuentro el verdadero obstáculo para el progreso espiritual? ¿Adonde tendría q u e aplicar la lucha concreta de mi examen particular? — ¿Hacia q u é actitudes, virtudes o c o m p r o m i s o s concretos, m e ha inclinado el Señor en estos Ejercicios? — ¿Tengo hecha mi elección de estado con toda lealtad y sinceridad ante D i o s , y, con esa m i s m a lealtad, m e aplico ahora a la reforma de mi vida?

11.

C O N T E M P L A C I Ó N D E L B A U T I S M O D E J E S Ú S (Ej. 273) ( M t 3 , 1 3 - 1 7 ; cf. M e 1,1-13; L e 3 , 1 - 2 2 ; J n 1,19-34)

1.° Cristo Nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita M a d r e , vino desde Nazaret al río Jordán, d o n d e estaba S a n J u a n Bautista. 2 . ° San Juan bautizó a Cristo Nuestro Señor, y habiéndose querido excusar, reputándose indigno de bautizarlo, le dijo Cristo: « H a z esto por ahora, porque así es menester que cumplamos toda la justicia». 3 . ° V i n o el Espíritu Santo y la voz del Padre, desde el Cielo, que afirmaba: «Éste es mi hijo a m a d o del cual estoy m u y satisfecho».

*** El ejercitante continuará la asimilación personal de los misterios de la vida de Cristo, volviendo al procedimiento ya practicado de contemplación, repetición y aplicación de sentidos. N o olvidará que ahora ha de tener particularmente presente en ellas el tema de sus elecciones, la determinación de su m o d o concreto de incorporarse a la realización d e su Reino. — Jesús, llegada la hora determinada en la providencia del Padre, ha de abandonar su hogar, la vida familiar con su M a d r e en N a z a -

90

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

ret, para dedicarse con exclusividad a la predicación del Reino. S u vida h u m a n a se abre a un horizonte inexplorado, lleno de riesgo y aventura, confiado en el Padre que le envía. S u «status» social c a m bia por completo. E n adelante será c o m o un rabí ambulante, que recorre la tierra de Israel, a c o m p a ñ a d o de un grupo de discípulos, obrando prodigios y predicando sobre el Reino de D i o s , respondiendo a las preguntas que se le hacen, enseñando con su ejemplo y su palabra. — H a g á m o n o s presentes a la d e s p e d i d a d e su M a d r e santísima, tratando de penetrar en la o b l a c i ó n generosa d e aquellos d o s corazones. — E n su camino solitario hacia el J o r d á n , vuelta definitivamente la espalda a la tranquilidad suave de Nazaret, reconozcamos la absoluta desnudez de medios materiales, la soledad de espíritu con que se dirige hacia la empresa que le espera, el futuro, horizonte universal de su mirada. Dialogar con Jesús sobre todo ello, y escuchar su diálogo interior con el Padre, que tiene puestas en Él todas sus complacencias. — Ver la persona y captar el ambiente creado por el Precursor para preparar los caminos al Mesías: H a c e d frutos dignos de penitencia. .. El que tenga dos túnicas, que dé a quien no tiene: y el que alimentos, haga otro tanto... No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis... (Le 3 , 8 - 1 4 ) . Detrás de mí viene uno que es anterior a mí, porque existía antes que yo (Jn 1,30), a quien no soy digno de desatar la correa de la sandalia (Jn 1,27). Conviene que Él crezca y yo mengüe (Jn 3 , 3 0 ) . — C o n t e m p l a r a Jesús con los ojos admirados del Bautista: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí? ( M t 3 , 1 4 ) . Jesús en la fila de los que se acercan arrepentidos a recibir el bautismo de penitencia por los pecados: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Jesús se reviste la armadura de la humildad para comenzar la lucha pública por el Reino. — El Cordero de D i o s ha cargado con nuestros pecados (Is 5 3 , 1 1 ) ; Él es propiciación por nuestros pecados y por los de todo el m u n d o (1 J n 2 , 2 ) ; para que el mundo se salve por Él (Jn 3 , 1 7 ) . N o es el agua la que santifica a Cristo, sino Cristo quien convierte al agua en instrumento de salvación, para engendrar la filiación divina que el Padre nos asegura en Él (cf. J n 1,33; 1 2 - 1 3 ; 3 , 5 ) .

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

91

— O i g a m o s la proclamación solemne de Jesús c o m o Hijo de D i o s y Mesías ungido por el Espíritu. Glorificación del anonadamiento de Cristo, y en Él, de la humildad cristiana. 12.

LA V O C A C I Ó N D E L O S A P Ó S T O L E S (Ej. 275)

1.° Tres veces parece que son llamados S a n Pedro y San Andrés: primero, a un cierta información, c o m o consta por S a n J u a n ( 1 , 3 5 4 2 ) ; por segunda vez, a seguir en alguna manera a Cristo, con propósito de volver a poseer lo que habían dejado, c o m o dice San Lucas ( 5 , 2 - 1 0 ) ; la tercera vez, para seguir para siempre a Cristo Nuestro Señor ( M t 4 , 1 8 - 2 2 y M e 1,16-18). 2.» L l a m ó a Felipe (Jn 1,43-44) y a M a t e o ( M t 9 , 9 - 1 3 ) . 3 . ° L l a m ó a los otros Apóstoles, de cuya especial vocación no hace mención el Evangelio. Y también se han de considerar otras tres cosas: primera, c ó m o los Apóstoles eran de ruda y baja condición; la segunda, la dignid a d a la cual fueron llamados; la tercera, los dones y gracias por los cuales fueron elevados sobre todos los padres del N u e v o y A n t i g u o Testamento.

*** — Jesús atrae sólo con su paso, con su porte m a n s o y humilde. El Cordero de D i o s . . . los que siguen al Cordero a d o n d e quiera que vaya. ¿ D ó n d e vives? E s pregunta que conviene hacer a Jesús. «Venid y lo veréis». — Jesús llama a veces insinuándose, c o m o por etapas. Es importante no negarse a ninguna. L a familiaridad con sus gestos, sus palabras, su vida, crea confianza. Vale la pena dejar todo por Él. E s una apreciación interior. Pero puede llegar un m o m e n t o en que Jesús nos lo haga sentir: Pues déjalo todo de hecho, y vive para su Reino. Ten a Él por padre y hermano, y en lugar de todas las cosas. — Dejar todas las cosas es no querer volver a buscarlas. Él nos basta. — Otras veces la llamada nace de un encuentro. C a s i casual y repentina. Pero el «sigúeme» es claro. N o admite tergiversaciones.

92

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— O t r o s llegan a Jesús invitados por sus amigos: «Ven y lo verás». N o creamos por eso que es m e n o r su vocación. Jesús conoce el corazón y todos sus caminos. — Pescador, alcabalero, ingenuo, celota, duro y comprobador...: los discípulos. Jesús no necesita de un pasado glorioso. Poderoso es para sacar de las piedras hijos de Abrahán: Él ha escogido lo plebeyo y despreciable del mundo, lo que no es, para reducir a nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios (1 C o r 1,28). — Jesús los acogerá c o m o son, los hará sus íntimos por la convivencia con Él, los enseñará y los corregirá con amor, les comunicará sus poderes y los enviará c o m o el Padre lo envió a Él ( M t 2 8 , 1 8 2 0 ; J n 1 7 , 1 8 ) . Les dará la fuerza y la asistencia de su Espíritu. Por eso podrán ser columnas, puertas, fundamentos d e la ciudad de D i o s (Ap 2 1 , 1 0 - 1 4 ) .

13.

L A S B O D A S D E C A N A (Ej. 2 7 6 ) (Jn 2 , 1 - 1 2 )

1.° Fue convidado Cristo Nuestro Señor con sus discípulos a las bodas. 2 . ° L a Madre declara al Hijo la falta del vino diciendo: « N o tienen vino»; y mandó a los servidores: «Haced cualquier cosa que os dijere». 3 . ° Convirtió el agua en vino, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos. *** — Cristo va a la fiesta de las bodas para santificar el matrimonio con su presencia. L o s discípulos siguen al Maestro, c o m o en u n a sola invitación con Él. ¿Cuántas veces Jesús se servirá de la c o m p a ración del banquete de b o d a s para ilustrar algún aspecto d e su Reino? — Ver a M a r í a c ó m o está presente y atenta a cuanto sucede. L a intención del evangelista es clara: pretende resaltar la intervención de María en relación con el comienzo de los «signos» de Jesús, y con su «hora», con el inicio y final del evangelio de Jesús Salvador. Las bodas del Cordero.

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

93

— O í r la petición de María. S e reduce a exponer la necesidad. Quizás otros no la han observado. Quiere sacar del apuro a los esposos y a su familia. M á s allá de lo q u e ve o de lo que oye, sabe que Jesús llevará a cabo el plan de su Padre: « H a c e d lo que Él os diga». Jesús la llama mujer, c o m o cuando, llegada su «hora», la proclamará solemnemente desde la cruz madre d e todos los redimidos. L a «mujer nueva» en la mediación del vino nuevo. — Al final, será para todos los comensales el vino mejor, y María la M a d r e habrá intervenido en que Jesús manifieste su gloria con el primero de sus «signos», para que crean en Él los discípulos. ¿Voy entendiendo el papel de la colaboración de María y el m í o para la realización del Reino de Dios?

14.

E L B A N Q U E T E E N C A S A D E S I M Ó N E L F A R I S E O (Ej. 2 8 2 ) (Le 7 , 3 6 - 5 0 )

1.° Entra la M a g d a l e n a a d o n d e está Cristo Nuestro Señor sentado a la mesa, en casa del fariseo, trayendo un vaso de alabastro lleno de ungüento. 2 . ° E s t a n d o detrás del Señor, cerca de sus pies, los comenzó a regar con lágrimas, y con los cabellos de su cabeza los enjugaba, y besaba sus pies, y con ungüento los ungía. 3.° C o m o el fariseo acusase a la Magdalena, habla Cristo en defensa d e ella, diciendo: «Se le perdonan m u c h o s pecados, p o r q u e a m ó m u c h o » ; y dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

*** — Jesús c o m í a con los publícanos y pecadores, y también aquí con este fariseo inmisericorde, q u e parece rico. L e interesa la salvación de todos. N o hay en él acepción de personas ( E f 6 , 9 ) . — El fariseo orgulloso confía en su justicia; no se siente deudor, desprecia o piensa mal de los demás, n o puede comprender el perd ó n de Jesús. — L a pecadora arrepentida parece contar con medios e c o n ó m i cos abundantes; pero ya quiere emplearlos en honor de Jesús, en reparación de sus pecados. Se muestra decidida, enérgica y suave

94

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

para el bien, c o m o antes lo fue para el mal; sólo que ahora unge toda su acción con la piedad y la sublima. Parece haber reconocido profundamente su miseria y suciedad ante la luminosa generosidad y limpieza de Jesús. Ahora quiere amar m u c h o y bien, en reparación de lo m u c h o que a m ó mal y pecó. S u a m o r va a servir de recompensa a la falta de atenciones con Jesús que tienen otros... Llegará a unirse a los q u e siguen a Jesús hasta el pie de la cruz. — Jesucristo no va al convite por mero cumplimiento, tanto menos por vana diversión, y sus enemigos le acusarán de « c o m i lón». N o rehusa comer en casa de un «instalado»; pero no pierde ocasión de sanar y salvar. N o denuncia de cualquier manera. Se insinúa con delicadeza. H a c e luz en los corazones amorosamente, para que cada u n o pueda reconocer su fondo verdadero y hacerse cargo de la rehabilitación q u e se le ofrece. A u n q u e escueza un p o c o . Alaba la piedad y la misericordia. El perdón es motivo e impulso para un a m o r m á s grande. — El C o r a z ó n del B u e n Pastor. (No olvidar los coloquios y el presentar algún punto de nuestra propia reforma, si es el caso.)

15.

C R I S T O S O B R E L A S O L A S (Ej. 280) (Mt 14,22-33; J n 6,15-21)

1.° E s t a n d o Cristo Nuestro Señor en el monte, hizo que sus discípulos se fuesen a la navecilla, y, despedida la turba, comenzó a hacer oración solo. 2 . ° L a navecilla era c o m b a t i d a por las olas, y a ella viene Cristo a n d a n d o sobre el agua; los discípulos pensaban q u e fuese un fantasma. 3 . ° Habiéndoles dicho Cristo: «Yo soy, no temáis», San Pedro, por su m a n d a m i e n t o , vino a Él a n d a n d o sobre el agua, y al dudar comenzó a hundirse; m a s Cristo Nuestro Señor lo libró, y le reprendió por su p o c a fe. Luego, entrando en la navecilla, cesó el viento.

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

95

— Jesús, ante la tentación d e los poderes temporales concretos, m a n d a a sus discípulos a la barca, y Él se va solo al monte, a orar. ¿Quién comprendió el gesto de Jesús? Pero a los suyos no los aband o n a en su lucha con las olas. S u oración n o es evasión, es firmeza en la visión sobrenatural auténtica de la existencia. L a turba muchas veces tiene otros intereses que Jesús ha de purificar: Buscad el alimento que no perece... (Jn 6 , 2 7 ) . — Veamos a los discípulos en la barca, sin Jesús, sin el puesto que esperaban en el Reino, y zarandeados por las olas. — E n la oscuridad de la noche, la presencia de Jesús les parece un fantasma. Para que la fe se acrisole, ha de pasar por la noche d e los sentidos y potencias. — E n realidad, para Cristo, la noche y el mar no crean distancias, ni las olas dificultad. — L a s palabras del Señor son eficaces y causan lo que dicen. C u a n d o el h o m b r e disminuye su fe, comienza a hundirse. O i g a m o s el reproche de Jesús: « H o m b r e d e p o c a fe, ¿por qué has d u d a d o ? » . — L a fidelidad de Jesús no se m u d a . S u m a n o está tendida hacia Pedro. Él ha de confirmar en la fe a sus hermanos. — L a fe, la barca de Pedro, Jesús con nosotros. Es lo q u e importa. L a barca zarandeada por las olas es un episodio. T o d o pasa, D i o s no se m u d a . Sólo D i o s basta. — Todo ha de acabar en postración adorante que llena el corazón de la paz que el mundo ignora: «Verdaderamente eres el Hijo de Dios».

16.

L A R E S U R R E C C I Ó N D E L Á Z A R O (Ej. 2 8 5 ) (Jn 1 1 , 1 - 4 6 )

1.° M a r t a y María hacen saber a Cristo Nuestro Señor la enferm e d a d de Lázaro. L a cual sabida, se detuvo por dos días, para que el milagro fuese más evidente. 2 . ° Antes que lo resucite, pide a la u n a y a la otra que crean, diciendo: «Yo soy resurrección y vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». 3 . ° L o resucita después de haber llorado y hecho oración; y la manera de resucitarlo fue m a n d a n d o : «Lázaro, ven fuera».

96

SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— Ver los discípulos y observar su miedo. Oír la conversación con el Maestro sobre el caso de Lázaro y reflexionar sobre sus interpretaciones carnales (humanas) frente a la serenidad y elevación de Jesús. — L a bella petición latente en el mensaje de M a r t a y María. El misterio escondido en la espera de Jesús y la prueba de fe a q u e somete a las hermanas: Para gloria de Dios (Jn 11,4). Para Jesús la fe es un valor m á s precioso que la vida. — Gustar la luz, libertad y seguridad del corazón de Cristo, aunque no deja de sentir el dolor profundamente h u m a n o de la situación. C o n t e m p l a r la soltura con que se mueve en m e d i o de la oscuridad y languidez de los demás corazones q u e le rodean. Aunque me quitare la vida, en Él esperaré ( J o b 1 3 , 1 5 ) . — C a p t a r internamente la firmeza y seriedad de las afirmaciones de Jesús: Yo soy la resurrección y la vida... todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre (Jn 1 1 , 2 5 ) . N i n g ú n h o m b r e en sus cabales es capaz d e hacer tales afirmaciones en serio. O es un loco, o es el Hijo de D i o s . Y Jesús demostró ser plenamente sano d e cuerpo y mente: Sé de quién me he fiado (2 T i m 1,12). — Vibrar con la h u m a n i d a d de Jesús que llora c o n m o v i d o (Jn 1 1 , 3 5 ) . Tratar de penetrar a la luz d e su Espíritu en los motivos profundos de su c o n m o c i ó n interior. — Presentes a la escena, contemplar la oración de Jesús a su Padre con los gestos y palabras q u e la a c o m p a ñ a n , su imperio total sobre la vida y la muerte, sus motivaciones al obrar (Jn 1 1 , 4 1 - 4 2 ) . — Detenerse allí d o n d e se encuentra lo q u e se va buscando: conocimiento interno de Cristo para más amarle y seguirle mejor. — Reflexionar sobre las diferentes reacciones d e los presentes al milagro. C o l o q u i o s .

17.

E N T R A D A E N J E R U S A L É N (Ej. 287) (Mt 21,1-11; Le 19,28-44)

1.° El Señor envía por el asna y el pollino, diciendo: desatadlos y traédmelos; y si alguno os dijere alguna cosa, decid que el Señor los ha de menester, y lego los dejará. 2 . ° Subió sobre el asna, cubierta con las vestiduras de los apóstoles.

LLAMADA Y SEGUIMIENTO

97

3 . ° Le salen a recibir, tendiendo sobre el camino sus vestiduras y los ramos de los árboles, y diciendo: «Sálvanos, Hijo de David; bendito el que viene en n o m b r e del Señor. Sálvanos en las alturas».

*** — Se acercaba su «hora» y Jesús caminaba aprisa: iba delante hacia Jerusalén, la cruz en el horizonte de su vida. — Es el Señor que lo necesita: una borriquita. Quiere entrar c o m o Rey que es; pero no c o m o los de este m u n d o . M a n s o y humilde m o n t a d o en un asno, no con esplendores de lujo y exterioridad imponente o deslumbrante. S u conciencia es clara: viene del Padre y va al Padre, y quiere llevar consigo a los hombres, liberándolos de la vanidad, del pecado, y de la autosuficiencia, y por amor. — ¿ H e llegado ya a reconocer así a mi Rey? Alabanzas salidas del gozo m á s íntimo. Postración de mi ser, m á s que de mis vestidos, a su paso en mi vida. Y está siempre en ella. S u visitación, ¿cada día la espero en mí? — H o y es menester que se manifieste su presencia, que la paz y el gozo exulten en su gloria, las piedras hablarían (v.40). Así será mayor su humillación dentro de pocos días. ¡Bendito el Rey que viene en n o m b r e del Señor! — Trataré de entrar en el corazón de Cristo, cuando llora ante el espectáculo del templo y de la ciudad santa... N o dejarán de ti piedra sobre piedra, p o r q u e no has conocido el tiempo d e tu visitación. Sabe lo que le espera. Y quiere q u e yo reconozca el tiempo de su visitación. Estos santos ejercicios m e conducen a la plenitud de la realización de sus planes en mí. D í g n a t e visitarme, Señor, y que no sea yo causa de tu llanto por ignorarte o desconocerte. Q u e m e sepa disponer a tu designio de salvación en la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz.

T E R C E R A ETAPA

EN ÉL

I.

M I S T E R I O PASCUAL: PASIÓN Y M U E R T E DEL SEÑOR ¿No era necesario que el Mesías padeciese así para entrar en su gloria? ( L e 2 4 , 2 6 )

L a realización efectiva del misterio pascual sólo alcanza su plen i t u d en la m u e r t e y resurrección de cada u n o de nosotros con Cristo. L a petición q u e el ejercitante ha venido haciendo, o r d e n a d a a m á s amar y seguir a C r i s t o , ha d e llevarle hasta la identificación con Él en los dolores y humillaciones de su pasión y muerte; para participar así, incorporado a C r i s t o , en la gloria de su resurrección: Supuesto que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados (Rom 8,17). Si el principal estorbo para saber discernir lo q u e m á s conviene a cada u n o para el mayor servicio divino es el a m o r desordenado, el mayor obstáculo para llevar a la práctica la voluntad de D i o s ya encontrada y manifiesta, es la resistencia que encontramos en nuestra sensualidad, la afición a la c o m o d i d a d , la tendencia a situarse bien y al c o m p r o m i s o mundano. El fiel seguidor d e Cristo ha de prepararse a afrontar las contrariedades, las persecuciones, las burlas, los odios incluso, y los sufrimientos que va a comportar su fidelidad al Maestro (2 T i m 3 , 1 3 ; J n 1 5 , 2 0 ; M e 1 0 , 3 0 ) . M á s aún, ha de desearlos c o m o único m e d i o de identificarse con Él, en cuanto sin ofensa d e D i o s puedan ocurrir, para cumplir la parte que le toca en la pasión del Cristo total, que es la Iglesia (Cabeza y C u e r p o ) . A conseguir este fruto van enderezadas las contemplaciones de la pasión y muerte de N u e s t r o Señor. Se trata, por tanto, de penetrar m á s a fondo q u e hasta ahora en el misterio de Cristo Redentor, sacrificado por nuestros pecados, para que tengamos vida, y u n a vida m á s abundante (cf. 1 C o r 15,3; J n 1 0 , 1 0 ) . Y, a la vez, de realizar u n a asimilación vital del misterio particular que contemplaremos, bajo la acción del Espíritu Santo en

102

TERCERA ETAPA: EN ÉL

nosotros. H a b r á que esforzarse y pedir para descubrir la intención profunda con la q u e Cristo hace frente a estos acontecimientos dolorosos: « L o q u e Cristo Nuestro Señor padece en la h u m a n i d a d o quiere padecer», y « c ó m o todo esto padece por mis pecados». Y no quedarse c o m o espectador, sino c o m o implicado personalmente, por una identificación afectiva con Cristo, y por la voluntad personal de incorporación a Él, en su misterio total en la Iglesia. H e de pedir c o m o gracia: « D o l o r con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna de tanta pena que Cristo pasó por m í » ; pero no simplemente c o m o quien se c o m p a dece viendo a otro ser sufrir, sino c o m o quien considera ya suyos los sufrimientos de Cristo, y la pasión de Cristo es su pasión, la que él ha de compartir. A través de los gestos de la h u m a n i d a d paciente de Cristo es preciso llega a descubrir la conducta de su divinidad: « C ó m o podría destruir a sus enemigos: y no lo hace, y c ó m o deja padecer la sacratísima h u m a n i d a d tan terriblemente». Voluntariamente realiza su ofrenda con plena conciencia (Is 5 3 , 7 ) . C a r g a sobre sí nuestras iniquidades y paga por nuestros delitos. C o n sus padecimientos hemos sido salvados (Is 5 3 , 4 - 5 ) . Él es el Cordero que va silencioso al sacrificio. Él ha cargado sobre sí el pecado del m u n d o c o m o víctima, hasta hacerse su representación viva: Quien no conoció pecado, fue hecho por nosotros pecado (2 C o r 5 , 2 1 ) . Reconocer en ese c ó m o esconderse de la divinidad, el suplicio más profundo del alma d e Cristo en su pasión, simbolización vital adecuada de lo que realiza el pecado en el alma: la ausencia de D i o s , la privación de la vida divina. Y, con ella, los abismos consiguientes. Jesús se h u n d e en los abismos del dolor, la humillación y la soledad, el a b a n d o n o espiritual m á s completo, y aprendió así en lo que padeció, la obediencia ( H e b 5,8). Por último, el ejercitante, ha de hacerse de vez en cuando esta pregunta, al contemplar lo que Cristo padece por él: «Y, ¿qué debo yo hacer y padecer por Él?».

I.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

1.

103

L A Ú L T I M A C E N A (Ej. 1 9 0 - 1 9 9 ; 2 8 9 ) (Jn 1 3 , l s s ; 1 C o r 1 1 , 2 3 - 2 9 ; L e 2 2 , 1 4 - 2 0 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Recordar la historia, que es aquí c ó m o Cristo Nuestro Señor envió dos discípulos desde Betania a Jerusalén a disponer la cena, y después Él m i s m o fue a ella con los otros discípulos; y c ó m o después de haber c o m i d o el cordero pascual, y haber cenado, les lavó los pies, y dio su santísimo cuerpo y preciosa sangre a sus discípulos, y les tuvo un sermón, después que fue J u d a s a vender a su Señor. S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n , viendo el lugar. Será aquí considerar el camino desde Betania a Jerusalén, si ancho, si angosto, si llano, etc.; asimismo el lugar de la cena, si grande, si pequeño, si de una manera, si de otra. Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. Será aquí, dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión. l . p u n t o . Es ver las personas de la cena, y reflexionando sobre m í m i s m o procurar sacar algún provecho de ellas. 2 . ° p u n t o . Oír lo que hablan, y asimismo sacar algún provecho de ello. 3. p u n t o . Mirar lo que hacen, y sacar algún provecho. 4 . ° p u n t o . Considerar lo que Cristo Nuestro Señor padece en la h u m a n i d a d , o quiere padecer, según el paso que se contempla; y aquí comenzar con m u c h a fuerza y esforzarme, en dolerme, entristecerme y llorar; y de la m i s m a manera actuar en los otros puntos que se siguen. e r

e r

5.° p u n t o . Considerar c ó m o la divinidad se esconde es, a saber: c ó m o podría destruir a sus enemigos, y no lo hace, y c ó m o deja padecer a la sacratísima h u m a n i d a d tan crudelísimamente. 6.° p u n t o . Considerar c ó m o padece todo esto por mis pecados, etc., y qué debo yo hacer y padecer por Él. C o l o q u i o . A Cristo Nuestro Señor, y al fin con un Pater noster.

***

104

TERCERA ETAPA: EN ÉL

El misterio actuado por Jesús en la última cena, con el lavatorio d e los pies d e los discípulos y la Eucaristía, será abordado por el procedimiento de contemplación ya conocido, sin olvidar que han de tenerse presentes en la oración las advertencias hechas en el párrafo anterior. L a materia de este misterio se presta a enfoques m u y variados; pero dentro del m é t o d o que seguimos tiene un sentido m u y peculiar de antesala de la pasión. Para aprovecharla en esta dirección, ayudará ver en los gestos y palabras de Jesús durante la cena lo que tienen de pasión presentida y vivida ya, d e alguna manera en las vibraciones de su corazón. Por eso la petición es de «dolor, sentimiento y confusión, p o r q u e por mis pecados va el Señor a la pasión». — El relato de J n 13 facilita la contemplación en esta perspectiva. Él ayuda a descubrir c ó m o el pecado de traición, q u e le va a entregar a la pasión inminente, está presente c o m o un peso inmenso en el corazón d e Cristo. S u presión se va a hacer notar en las reacciones de Cristo, q u e afloran una y otra vez a la superficie, en el decurso de su conversación. Ya se alude a él en el ambiente de misterioso y sublime dolor, creado por la introducción del pasaje (Jn 1 3 , 2 - 3 ) . Y el pecado va a ir apareciendo a su vista y a la nuestra, c o m o u n a mancha: N o todos estáis limpios (Jn 1 3 , 1 1 ) ; c o m o un pisotear a Jesús (Jn 1 3 , 1 8 ) , u n a traición (Jn 1 3 , 2 . 1 8 . 2 1 ) ; c o m o la entrada d e Satán en el pecador ( J n 1 3 , 2 7 ) , el hundirse en las tinieblas de la noche ( J n 1 3 , 3 0 ) . Pero, a su vez, resplandece a cada instante ante nuestros ojos la conciencia pascual de Cristo: ha lleg a d o la hora de pasar de ese m u n d o al Padre (Jn 13,1): del Padre viene y a Él vuelve (Jn 13,3), al Reino d o n d e tendremos parte con Él (Jn 1 3 , 8 . 3 2 . 3 3 ; cf. 1 9 . 3 6 ) . El ejercitante podrá encontrar así motivos de dolor, sentimiento y confusión, p o r q u e por sus pecados va el Señor a la pasión. — Es en ese ambiente en el q u e se han de observar las manifestaciones extremas de a m o r de Jesús, al humillarse a los pies de todos, aun del traidor, en un s u p r e m o gesto d e ofrecimiento a su rescate, las recomendaciones de humillación m u t u a y de servicio caritativo, grávidas con el peso de su ejemplo. E s ahí d o n d e va a ser glorificado el Hijo del H o m b r e y D i o s va a ser glorificado en Él.

I.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

105

— Tratemos de captar las vibraciones del corazón de Cristo en la vivencia pascual de su propio sacrificio: ésta es la nueva alianza en mi sangre ( L e 2 2 , 2 0 ) . C o n qué gran deseo había esperado la llegada de aquella hora de celebrar la pascua con sus discípulos (Le 2 2 , 1 5 ) . Él es ahora el verdadero Cordero que quita el pecado del m u n d o . L a figura va a dar paso a la realidad por ella significada. L a antigua alianza cede el paso a la nueva: No has querido sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo... Heme aquí ( H e b 10,5-7). — Conviene completar la contemplación teniendo presente el relato de San Pablo en 1 C o r 1 1 , 2 3 - 2 9 . H a y que descubrir el trasfondo metahistórico d e la institución de la Eucaristía: Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que Él venga (v.26). Haced esto... ( w . 2 4 . 3 5 ) ; q u e d a instituido el sacerdocio cristiano, con todas sus consecuencias. Q u e d a Cristo en m a n o s de tantas m a n o s , a veces recientemente sucias de pecado, al arbitrio de tantos caprichos, irreverencias y sacrilegios. Pero nada de eso p u d o detener a aquella invención ilusionada de su amor: hacerse incluso alimento de sus criaturas. A d o n d e la fantasía más desatada de los poetas no habría llegado, llegó su amor: D i o s alimento de sus criaturas. ¡Cuánto a m o r podrá despertar el espíritu de reparación al corazón de Jesús en la Eucaristía! — Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz... (v.28). N o se haga reo del C u e r p o y Sangre del Señor (v.27). Y mientras tanto no olvide que por sus pecados va el Señor a la pasión, al sacrificio de la nueva alianza. — D e s d e ahora, la oblación del Calvario es un hecho. Se ha ofrecido, porque ha querido (Is 5 3 , 7 ) , por mí. ¿ Q u é debo yo hacer y padecer por Él?

2.

L A A G O N Í A D E L H U E R T O (Ej. 2 0 0 - 2 0 3 ; 2 9 0 - 2 9 1 ) (Le 2 2 , 3 9 - 4 7 ; M t 2 6 , 3 0 - 4 6 ; M e 1 4 , 2 6 - 4 2 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . E s la historia, y será aquí, c ó m o Cristo N u e s tro Señor descendió con sus once discípulos, desde el m o n t e Sión, d o n d e hizo la cena, para el valle de Josafat. D e j a n d o a los ocho en

106

TERCERA ETAPA: EN ÉL

una parte del valle y a los otros tres en u n a parte del huerto y poniéndose en oración, s u d a sudor c o m o gotas de sangre; y después que tres veces hizo oración al Padre y despertó a sus tres discípulos y después que a su voz cayeron los enemigos, y J u d a s le dio la paz, San Pedro cortó la oreja a M a r c o y Cristo se la p u s o en su lugar, siendo preso c o m o un malhechor, le llevaron valle abajo, y después cuesta arriba, hasta la casa de A n a s . S e g u n d o p r e á m b u l o . Es ver el lugar. Será aquí considerar el camino desde el m o n t e Sión al valle de Josafat, y asimismo el huerto, si ancho, si largo, si de una manera, si de otra. Tercer p r e á m b u l o . E s pedir lo que quiero, lo cual es propio pedir en la pasión: dolor con Cristo en el dolor, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí. 1.° El Señor, acabada la cena y cantado el h i m n o , se fue al m o n t e Olívete con sus discípulos llenos de m i e d o , y dejando a ocho en Getsemaní, dice: «Sentaos aquí, mientras voy allí a orar». 2 . ° A c o m p a ñ a d o de San Pedro, Santiago y San J u a n , oró tres veces al Señor, diciendo: «Padre, si se puede hacer, pase de mí este cáliz; con todo, no se haga m i voluntad, sino la tuya». Y, estando en agonía, oraba más prolijamente. 3 . ° Llegó a tanto temor que decía: «Triste está mi alma hasta la muerte». Y s u d ó sangre tan copiosa, que dice San Lucas: « S u sudor era c o m o gotas de sangre q u e corrían hacia la tierra», lo cual ya supone las vestiduras estar llenas de sangre.

*** — Dicho el himno, salieron... ( M t 2 6 , 3 0 ) . N i n g u n a prescripción deja de ser c u m p l i d a por Jesús, aun en aquellas circunstancias. Eran los S a l m o s 1 1 2 - 1 1 7 , cuya recitación debía cerrar la ceremonia de la cena: Que el mundo conozca que yo amo al Padre, y, que según el mandato que me dio, así hago. Levantaos, vamos (Jn 1 4 , 3 1 ) . — El ejercitante a c o m p a ñ a r á en su contemplación, c o m o si presente estuviese, a aquel grupo de discípulos, q u e en torno al M a e s tro, bajan hacia el torrente C e d r ó n . Tratará d e penetrar el sentido de las palabras que escucha: Aunque tenga que morir contigo... ( M t

I.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

107

2 6 , 3 5 ) , y de captar los sentimientos del corazón d e Cristo. Las ondas de turbación que se expanden entre ellos, c o n m o v i d o s , tristes, por el tono oscuro que van t o m a n d o los acontecimientos y, cada vez mas, las palabras del Maestro: Todos vosotros os vais a escandalizar de mí esta noche ( M t 2 6 , 3 1 ) . — Velad y orad. Q u e d a o s aquí y velad, pedid que no caigáis en la tentación ( L e 2 2 , 4 0 ) . C o n v i e n e asistir desde m u y cerca, a ser posible, contemplar desde su corazón la agonía de Jesús: Comenzó a sentir tristeza y angustia ( M t 2 6 , 3 7 ) . Es la hora d e identificarnos con su sacrificio: quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas... Cristo deja que penetren en su interior olas inmensas de tristeza, que parecen querer anegarle en sucesivas invasiones: el endurecimiento de los j u d í o s , el deicidio q u e van a cometer, la traición de J u d a s , la negación d e Pedro, el a b a n d o n o de todos y tras ello: las traiciones, los a b a n d o n o s , la frialdad de tantos escogidos en la historia, la frivolidad con q u e van a pasar de largo ante su pasión, c o m o queriéndola olvidar tantos y tantas, la condenación de los impenitentes... — Comenzó a sentir pavor ( M e 1 4 , 3 3 ) , que es turbación, derrumbamiento interior, debilidad que el h o m b r e procura ocultar. L a pasión se cierne sobre Él c o m o un fantasma inmenso: Novillos innumerables me cercan... ávidos abren sus fauces leones que desgarran rugientes... Perros incontables me rodean, una banda de malvados me acomete, han taladrado mis manos y mis pies, cuentan todos mis huesos (Sal 2 1 , 1 3 - 1 4 . 1 7 - 1 8 ) . A ú n no los ha experimentado físicamente, pero ya su imaginación le hace presentes todos sus sufrimientos en detalle. Pavor del pecador ante la justicia divina. — Y tedio ( M e 1 4 , 3 3 ) , q u e es ausencia de vigor, u n i d a al disgusto, descorazonamiento y náusea. Llega a sentir u n a disgregación interior, c o m o el a g u a q u e se vierte, q u e t o d o s los huesos se le dislocan: Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Seco está mi paladar como una teja, y mi lengua se pega a sus fauces: se me arroja en el polvo de la muerte (Sal 2 1 , 1 5 - 1 6 ) . H a s t a caer en el s u m o de la postración y atonía, y, h u n d i d o sobre su rostro, sudar sangre. ¿ Q u i é n n o se atreverá a echarle en cara q u e un h o m b r e ha de mirar de frente al dolor y a la muerte? S u respuesta está en el s a l m o 2 1 : Yo soy gusano, y no hombre: vergüenza de lo humano, asco

108

TERCERA ETAPA: EN ÉL

del pueblo... L a representación viva del p e c a d o del m u n d o ante la justicia divina. — ¿ C ó m o habrá retenido el influjo gozoso de la visión beatífica para poder sufrir por nosotros tan desmesuradamente? D i o s c o m o el Padre, no es Cristo otra persona que la del Verbo. Intervención extraordinaria de su potencia divina para poder sufrir por mí. Y yo, ¿cuánto hago y m e deshago para no sufrir? ¡Cuántas veces huyo del poder soportar algo por su amor! — Jesús insistía u n a y otra vez en su oración: « N o se haga lo que yo quiero, sino lo q u e T ú , ¡Padre! N o m i voluntad, sino la tuya...». E n el culmen de la desolación, prolongó su oración: una hora, dos, tres. Mientras los discípulos dormían, derrocados por el sueño. — El fruto de la oración de Jesús no fue el consuelo, sino la fuerza. C o n a m o r decidido, sereno y firme, se p o n e en m a n o s de sus enemigos, para que se c o n s u m e en Él el sacrificio querido por el Padre. Aceptó el cáliz d e m a n o s del enviado d e su Padre: el cáliz de nuestra salvación.

*** H o y convendría leer las notas del libro Ejercicios, n . 2 0 4 - 2 0 7 . H a c e m o s a continuación algunas sugerencias, que puedan ayudar a la contemplación, dentro de los Ejercicios, de varios pasajes de la pasión. El ejercitante p o d r á escoger aquellos en q u e hallare mayor devoción. Si se trata d e Ejercicios espirituales practicados durante 8 o 10 días, no hay espacio para detenerse debidamente en todos ellos. L a última hora dedicada a la pasión, convendría tomar c o m o materia u n a visión general de la pasión toda entera. Proponemos para ese efecto la alternativa de u n a lectura reposada del relato de la pasión de alguno de los evangelistas, deteniéndose allí d o n d e encuentre luz, consuelo, lágrimas o identificación con el dolor de Cristo o sus humillaciones. O t r o m o d o podría ser ayudarse de alguna visión sintética, c o m o la que propondremos m á s adelante.

I.

3.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

109

P R E N D I M I E N T O D E J E S Ú S Y N O C H E D E P R I S I Ó N (Ej. 291-292) (Mt 26,47-56; M e 14,66-72; Le 22,47-65; J n 18,1-27)

1.° El Señor se deja besar de J u d a s y prender c o m o ladrón; les dijo: « C o m o a ladrón m e habéis salido a prender con palos y armas, cuando cada día estaba con vosotros en el templo, enseñando, y no m e prendisteis». Y añadiendo: «¿A quién buscáis?», cayeron a tierra los enemigos. 2 . ° San Pedro hirió a un siervo del pontífice, al cual el mansueto Señor dice: «Torna tu espada a su lugar», y sanó la herida del siervo. 3 . ° Desamparado de sus discípulos, es llevado a Anas, adonde San Pedro, que le había seguido de lejos, lo negó una vez, y a Cristo le fue dada una bofetada, diciéndole: «¿Así respondes al pontífice?». 4 . ° L o llevan atado de casa d e Anas a casa de Caifas, a d o n d e San Pedro lo negó dos veces y, mirado del Señor, saliendo fuera lloró amargamente. 5.° Estuvo Jesús toda aquella noche atado. 6 . ° A d e m á s de esto, los que lo tenían preso se burlaban de Él y le herían, le cubrían la cara y le d a b a n bofetadas, y le preguntaban: «Aciértanos quién es el que te ha herido». Y semejantes cosas blasfemaban contra Él.

*** — A J u d a s le había lavado los pies. L e había mostrado su a m o r hasta el extremo. Y ahora, con cuánta m a n s e d u m b r e aún lo llama d e nuevo a q u e abra los ojos de su conciencia ante el A m o r : ¿con una señal d e a m i g o m e traicionas? Pero el corazón metalizado no escucha. Jesús se ofrece de nuevo por nuestros pecados. «Yo soy». S e ofrece por los a m i g o s , y aun por los enemigos; y no c o m o quien espera que de aquella dificultad saldrá, sino c o m o quien sabe que dejará la vida en la empresa. — Jesús se ve tratado c o m o ladrón y malhechor, el inocente, el justo, aquel en quien nadie puede encontrar pecado. ¡ C o n lo pronto que nos defendemos nosotros! Siempre creemos q u e se nos hace injusticia. A c o m p a ñ e m o s a Jesús en su sentimiento de oblación al Padre. Veamos c ó m o el libertinaje y la injusticia se desencadenan

TERCERA ETAPA: EN ÉL

contra Él: gritos, empellones, golpes, humillación pública de Cristo, ante quienes pocos días antes le aclamaban con hosannas, c o m o al enviado en n o m b r e del Señor. — N o se defiende. T o d o lo aguanta, todo lo soporta. Y Pedro no ha comprendido aún. G u a r d a tu espada, si yo quisiera tendría aquí a mi disposición legiones de ángeles que m e defenderían. Pero esta es otra «hora», la del poder de las tinieblas por las que ha de pasar para salvarnos de ellas a nosotros. Él ahora sana la herida a sus enemigos, aunque ellos no reaccionen ante el signo. N o es llevado c o m o quien no puede salvarse de ellos si quisiera, sino c o m o quien puede y quiere salvarnos a todos los que le reconozcamos en el misterio de su pasión: Oblatus est quia ipse voluit (Is 5 3 , 7 ; cf. H e b 9,28). — T o d o s huyen y le a b a n d o n a n . P i d a m o s que nos permita entrar en los sentimientos de su corazón, cuando le a b a n d o n a m o s por m i e d o y cobardes lo traicionamos. Pida yo lágrimas y pena interna de tanta p e n a que Él pasa por mí. —... Pero, si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?'(Jn 1 8 , 2 3 ) . Q u e Él nos conceda descubrir el sentido salvador, grávido de pena y de amor, d e la pregunta. C o n serenidad soberana, sin perder el d o m i nio de sí, Jesús lanza un cabo al que se puede agarrar quien le hiere: aún puede reconocer su arbitrariedad, darse cuenta y volver al camino de la justicia. N o acusa. Pregunta. El pecador puede reconocer su injusticia. D a tiempo al arrepentimiento. N o se trata de defenderse, sino de salvar a quien le ha ofendido. — Jesús atado y prisionero, por nuestras libertades excesivas. El dueño de cielos y tierra reducido a la impotencia h u m a n a , porque así se h a querido dejar reducir. A t a d o toda la noche y burlado. E s c u p i d o , golpeado. C o m o si tapándole los ojos no viera. Y todo eso por mí. H a s t a de un perrillo hubiera sentido c o m p a s i ó n alguno de aquellos hombres al verlo tratar así. Pero de Jesús... — Entretanto, Pedro lo niega otras dos veces más. Parece que todo quiere amontonarse aquella noche sobre las espaldas del Cordero de D i o s . El dolor se hace cada vez m á s apremiante, m á s profundo y lacerante en el corazón de Cristo. Tratemos de recoger en el nuestro la carga de pena y de a m o r que p u s o Él en su mirada, al cruzarse con la de Pedro. Y pidámosle que haga brotar en nosotros las lágrimas amargas y purificadoras q u e hizo brotar en los ojos de Pedro.

I.

4.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

J E S Ú S A N T E L O S T R I B U N A L E S (Ej. 2 9 3 - 2 9 5 , 1 )

(Me 1 4 , 5 3 - 6 5 ; M t 2 6 , 5 9 - 6 8 ; L e 2 2 , 6 6 - 7 1 ; 2 3 , 1 - 2 5 ; J n 1 8 , 2 8 - 1 9 , 1 6 )

1.° Interrogado por el Sanedrín, confiesa que es el Hijo de D i o s . 2 . ° L a multitud de los judíos lo lleva a Pilato y lo acusan delante de él, diciendo: « H e m o s hallado que éste echaba a perder nuestro pueblo y vedaba pagar tributo a César». 3 . ° D e s p u é s de haberlo examinado Pilato u n a y otra vez, dice: «Yo no hallo culpa ninguna». 4.° L e fue preferido Barrabás ladrón: « D i e r o n voces todos, diciendo: no dejes a éste, sino a Barrabás». 5.° Pilato envió a Jesús galileo a Herodes, tetrarca de Galilea. 6 . ° Herodes curioso, le interrogó largamente, y Él ninguna cosa le respondía, aunque los escribas y fariseos le acusaban constantemente. 7. Herodes lo despreció con su ejército, vistiéndole un vestido blanco. L o vuelve a enviar a Pilato, por lo cual se hicieron amigos los que antes eran enemigos. a

*** — D e s d e q u e se hizo de día se reunieron el s u m o sacerdote, los escribas, sacerdotes y ancianos. J e s ú s no niega su faz a los q u e le mesan la barba y le escupen. A n t e la interrogación solemne del s u m o sacerdote, J e s ú s n o eludirá su confesión. Afirma su identid a d . S a b í a q u e era lo q u e deseaban sus adversarios; n o para creer en Él, sino para poder acusarlo d e blasfemia y declararlo reo de muerte. Pero Él ha venido al m u n d o para dar testimonio d e la verdad, la verdad q u e salva, a quienes creen en Él en todas las generaciones. — ¡Reo es de muerte! D i o s condenado por sus criaturas, p o r q u e les estorba para sus proyectos terrenos e inicuos. D e b o agradecer a Jesús su valiente y decisiva confesión. Jesús se abaja, hasta ser tenido por blasfemo por los que hipócritamente se constituyen en defensores d e los derechos d e D i o s q u e están conculcando. — ¡ Q u é ridicula resulta la acusación y cuan calumniosa la causa que esgrimen ante Pilato! N u n c a había negado Jesús la licitud del

TERCERA ETAPA: EN ÉL

tributo al César. Pero Él quiere pagar por todas nuestras mentiras e hipocresías. — Tratemos de captar los sentimientos de Jesús, calumniado, rechazado por su pueblo. El silencio majestuoso y recogido de Jesús, que se hace cada vez m á s impresionante. — Veámosle juguete d e los intereses políticos y de la cobardía y curiosidad de los hombres. D e Pilato a Herodes. El silencio majestuoso de Jesús, sin pronunciar una palabra ante Herodes, parece representar la cerrazón obtusa a D i o s que causan la lujuria, y la frivolidad del h o m b r e carnal y m u n d a n o ante lo espiritual. C a p t e m o s la serenidad interior y la pureza de Jesús ante aquella corte relajada, su modestia y recogimiento, su elevación y su pena. Por una bailarina, aquel h o m b r e había m a n d a d o cortar la cabeza al Bautista. ¿Y n o se convertirá? — El h o m b r e m u n d a n o sabe encontrar salida a las situaciones embarazosas. E s e tan famoso profeta n o sabe ni defenderse. N o dice una palabra. ¿Es que está loco? Vestidle la camisa blanca de loco y devolvedlo al tribunal d e Pilato. Así se sale del apuro, a c u m u l a n d o sátira, burla y desprecio sobre quien resulta para él u n a reprensión viviente. — ¿Hasta d ó n d e llega la bellaquería humana? H a s t a siete veces declarará Pilato que no halla culpa en Jesús y, sin embargo, avalará su condena. Es impresionante la inconsecuencia del cobarde. Y Jesús, c o m o una pelota, lanzado d e una m a n o a otra, despojado de toda dignidad h u m a n a para pagar por nuestras indignidades. ¿ Q u é debo yo hacer y padecer por Él? — Jesús pospuesto a Barrabás. ¿ Q u é es lo que mi cobardía llega a poner por delante de Jesús: el puesto, la fama, los amigos, la ideología, la masa...? Observar la reacción del corazón de Cristo y llegar a sentir con Él el celo de su oblación salvadora, lo q u e significa su obediencia hasta la muerte de cruz.

I.

5.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

113

L O S A Z O T E S Y L A C O R O N A C I Ó N D E E S P I N A S (Ej. 2 9 5 , 2 ) (Me 1 5 , 1 5 - 2 0 )

1.° T o m ó Pilato a Jesús y lo azotó, y los soldados hicieron una corona de espinas, y pusiéronla sobre su cabeza. 2 . ° Vistiéronlo de púrpura, y venían a Él y decían: «Dios te salve, rey de los judíos», y le ciaban bofetadas.

*** — Hacerme presente. Escuchar los golpes feroces que dejan caer sobre la finísima sensibilidad del cuerpo santo de Jesús. Ver y sentir c ó m o se amorata la piel, se abre, se acanala, y brota en sangre que corre por sus espaldas, torso y piernas. Descubrir, detrás de cada golpe recibido, el espíritu de oblación y entrega de Jesús: por mí. Cuántas almas ganarían pureza, si oyeran clamar la sangre de Jesús en esta escena: por ti, por ti; para que seas puro, santo e inmaculado en mi presencia, siempre... Y, ¿qué debo yo hacer y padecer por Él? Llevamos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos (2 C o r 4 , 1 0 ) . Allí, j u n t o a su cuerpo caído, sin fuerzas, sobre el charco de su propia sangre, presentarle mi proyecto de reforma: ¿qué le parece? — Jesús, Rey d e burlas: u n a caña por cetro, por m a n t o u n a clám i d e , un rebujo de espinas entrelazadas por corona. A disposición de los sentimientos m á s viles del corazón h u m a n o . Y, viéndolo así triunfar sobre el orgullo h u m a n o , ¿quién se avergonzará de vestirse d e su «vestidura y librea»? N o olvidar q u e la pasión d e Cristo continúa, ha de ser completada en su C u e r p o , en la vida de la Iglesia, en nosotros. Al sentir la tortura de tus sienes, Jesús: ¿qué pensamientos de triunfo h u m a n o , de ser tenido por grande en este m u n d o , acaricio yo en mi interior? ¿ Q u é temor de la rechifla h u m a n a m e impide darte el último sí, que m e has pedido? Al ver las genuflexiones fingidas de falsa reverencia, ¿cómo no se despierta en mí el deseo de repararlas con el sentido de adoración y reverencia, cultivado, cuidadosamente practicado, en espíritu y en verdad?

TERCERA ETAPA: EN ÉL

6.

E L M I E D O Y L A S E N T E N C I A D E P I L A T O (Ej. 2 9 5 , 3 - 2 9 6 , 1 ) (Jn 1 9 , 4 - 1 6 )

1.° L o sacó fuera en presencia de todos. Salió, pues, Jesús, fuera, coronado de espinas y vestido de grana; y díjoles Pilato: « H e aquí el h o m b r e » . Y c o m o lo viesen los pontífices, daban voces diciendo: «Crucifícalo, crucifícalo». 2 . ° Pilato, sentado c o m o juez, les entregó a Jesús para que lo crucificasen, después que los judíos lo habían negado por rey, diciend o : « N o tenemos rey sino al César».

*** — Pero, cuando Pilato ha creído reducirlo a menos que hombre, uno de quien no se puede temer (gusano y no hombre [Sal 2 1 , 7 ] ) ya nada, q u e d a proclamado por él m i s m o inconscientemente el m o d e lo de todo hombre, el «hombre nuevo», revelador para el h o m b r e de lo que es el hombre: Ecce homo. — Recordar su responsabilidad a quien vacila en asumirla es una nueva ocasión que se ofrece para rescatarlo. ¿Por qué no recordar en esos m o m e n t o s q u e D i o s no nos pide m á s de lo que nos concede poder darle? Pilato se h u n d e en sus miedos, en vez de apoyarse en quien puede salvarlo y le habla a través de su conciencia. — Jesús se acuerda de cada u n o para echarle un cabo en su situación concreta. L e reclama a la voz interior: « N o tendrías ningún poder sobre mí, si no te viniese de arriba». Pero n o se puede estar con D i o s y con «las riquezas» (la posición adquirida), con la conciencia y la dejación de las propias responsabilidades de poder. Pero lavarse las m a n o s o los pies, no lava la conciencia. — Y, mientras la m u l t i t u d dice q u e n o quiere a otro rey q u e a César, parece q u e J u a n se g o z a en hacer q u e Pilato le declare rey s o l e m n e m e n t e desde su tribunal: ¡Éste es vuestro Rey! ( J n 1 9 , 1 3 14). A h o r a he de mirarlo yo con los ojos de la fe para reconocer los rasgos de m i verdadero Rey. S u victoria, en la veste de rey de burlas, d e varón de dolores, a quien miran con desprecio, es m i victoria. A h í está su misterio d e la cruz, su sabiduría de la cruz o p u e s t a a la sabiduría del m u n d o (1 C o r 1,18-31); m i victoria, el

I.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

115

misterio q u e he d e abrazar al abrazarle a É l y reconocerle y a d o rarle c o m o m i Rey.

7.

«Y L O L L E V A R O N A C R U C I F I C A R » . (Ej. 2 9 6 , 2 - 2 9 7 ) (Mt 27,31-54; L e 23,33-43; J n 19,17-37)

1.° Llevaba la cruz a cuestas, y no pudiéndola sostener, fue constreñido S i m ó n cireneo a q u e la llevase detrás de Jesús. 2.° L o crucificaron en medio de dos ladrones, p o n i e n d o este título: «Jesús nazareno, rey de los judíos». 3 . ° H a b l ó siete palabras en la cruz: rogó por los q u e le crucificaban; perdonó al ladrón; e n c o m e n d ó a S a n J u a n a su M a d r e , y a la M a d r e a S a n J u a n ; dijo en alta voz «Sitio» y diéronle hiél y vinagre; dijo q u e estaba desamparado; dijo «Está acabado»; dijo: «Padre, en tus m a n o s encomiendo m i espíritu». 4 . ° El sol se oscureció, las piedras se quebraron, las sepulturas se abrieron, el velo del templo se partió en dos partes de arriba abajo. 5.° L e blasfeman diciendo: « T ú eres el q u e destruyes el templo de D i o s , baja de la cruz». Fueron divididas sus vestiduras; herido con la lanza su costado, m a n ó a g u a y sangre.

*** Ya está Jesús abrazado al madero, para que, c o m o de u n árbol nos vino la muerte, de otro árbol nos venga la vida: Para que sepa el mundo que amo a mi Padre ( J n 1 4 , 3 1 ) . D e c í a S a n Bernardo q u e «el principiante en el temor de D i o s , lleva la cruz con paciencia; el q u e se ha aprovechado en la esperanza, la lleva con agrado; pero quien tiene u n a caridad consumada, la abraza ardorosamente» (Sermón sobre San Andrés, 5 ) . ¿ H e aprendid o algo en esta escuela en q u e se enseña la sabiduría de la cruz? ¿ O todavía considero camino de D i o s el q u e lleva al éxito aquí y no el que lleva al fracaso del Calvario? — Jesús agradece la c o m p a s i ó n h u m a n a de las mujeres q u e lloran por Él. Pero les hace ver lo q u e m á s necesitan: Llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos...; porque si en el leño verde se hace esto, en el seco, ¿qué se hará? (he 2 3 , 2 8 - 3 1 ) . E s el pecado lo que hay que llorar.

TERCERA ETAPA: EN ÉL

— Al fin q u e d ó alzada su cruz, escala entre el cielo y la tierra. Jesús reina, y promete inmediato su reino al malhechor arrepentid o : Hoy estarás conmigo en el Paraíso ( L e 2 3 , 4 3 ) . — Oír las palabras que dice: de perdón, de donación y entrega de todo cuanto le queda; hasta su M a d r e bendita, para nosotros: Ahí tienes a tu Madre (Jn 1 9 , 2 7 ) . — Llegar a unirme a Cristo en su supremo dolor: Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, no hay en Él parte sana (Is 1,6). «Tengo sed», para q u e se c u m p l i e s e la Escritura. Y le dieron a beber vinagre. Participar en su s u p r e m a humillación: objeto d e burla d e la gente, de las autoridades, de los m i s m o s q u e estaban crucificados c o n Él, mientras los s o l d a d o s se j u e g a n a suerte sus vestidos. Sentir c ó m o s u b e el t o n o d e las burlas hasta llegar a ensañarse con Él, en gesto d e quien aplasta con sus pies al vencid o indefenso: A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse. Pues es Rey de Israel, que baje de la cruz, y creeremos en Él ( M t 2 7 , 4 2 ) . Y hasta se atreven a herirle en sus sentimientos m á s íntimos: Ha puesto su confianza en Dios, que le salve ahora, si es verdad que le quiere, ya que Él dijo: Soy hijo de Dios ( M t 2 7 , 4 3 ) . — Y t o d o esto, en el s u p r e m o a b a n d o n o : t o d o s se escandalizaron de Él aquella noche ( M e 1 4 , 2 7 ; cf. Z a c 1 3 , 7 ) . N a d i e p u e d e c o m p r e n d e r su misterio interior en aquel trance. Y para llegar al c o l m o , se siente a b a n d o n a d o d e su Padre: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? ( M t 2 7 , 4 6 ) . E s el misterio m á s h o n d o d e su pasión. Q u i z á sólo p o d r á entrever de él u n a cierta analogía, infinitamente lejana, quien ha pasado pruebas profundas de purificación pasiva en el c a m p o de la fe. Probablemente n o hay dolor m á s lacerante en la existencia h u m a n a terrenal, n a d a q u e d e r r u m b e tanto al h o m b r e desde sus cimientos vitales. T o d o se h a a g o t a d o . Ya sólo q u e d a a b a n d o n a r s e totalmente en las m a n o s del Padre. O b e d i e n t e hasta la muerte, y muerte d e cruz. — E inclinada la cabeza, entregó el espíritu (Jn 1 9 , 3 0 ) . Reflexionar en actitud de adoración, c ó m o coinciden la cumbre del hundimiento y el comienzo d e su exaltación: la naturaleza llora, el velo del templo se rasga, los sepulcros se abren, el centurión reconoce, la multitud se golpea el pecho ( L e 2 3 , 4 4 - 4 8 ) , el Padre ha sido glorificado, al nombre de Jesús se d o b l a toda rodilla, los cielos se han

I.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

117

reconciliado, el costado d e Cristo ha q u e d a d o abierto, refugio del pecador, fuente de gracia versada en los sacramentos de la Iglesia Qn 1 4 , 3 1 ; 2 1 , 1 9 ; Flp 2 , 7 - 1 1 ; R o m 5,10; 1 C o r 5,7). — L a cruz significa ruptura, en un cierto sentido, con lo razonable, lo prudente según el m u n d o . Invita a una ascensión en que los últimos peldaños fuerzan a franquear un nivel en que parece perderse pie h u m a n a m e n t e . Por eso parece una locura, a los ojos de la prudencia h u m a n a , que no quiere arriesgar por un total m a s allá los bienes q u e aquí se le ofrecen tan a m a n o . Pero yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todo hacia mí (Jn 1 2 , 3 2 - 3 3 ) . L a cruz arrastra, la cruz une cielo y tierra, la cruz bendice con los brazos abiertos, la cruz enseña el camino de la victoria. L a cruz demuestra al h o m b r e hasta d ó n d e llegó la malicia de su pecado, y hasta d ó n d e se extremó el a m o r de D i o s . (Conviene que el ejercitante no pase a la cuarta semana sin seguir los consejos que da San Ignacio para el 6." y 7." día de ejercicios de la 3. semana: E j . 2 0 8 , 6 - 7 y 2 0 9 . )

a

8.

LA PASIÓN E N S U C O N J U N T O : D O L O R E S Y H U M I L L A C I O N E S

Se trataría de recorrer especificando, c o m o queriendo sopesarlos, todos los dolores físicos, los sufrimientos íntimos, y las humillaciones, q u e se fueron a c u m u l a n d o sobre Jesús en su pasión; para que el alma quede impresionada de tanto peso de amor. ¿ Q u é la podrá detener entonces, en su deseo de corresponderle? 1. Dolores físicos: el agotamiento causado por las emociones, el presentimiento, angustia, fatiga, postración, sudor de sangre; golpes, bofetones, insomnio d e toda la noche, hambre, sed, azotes, sangre vertida, heridas abiertas, caídas bajo el peso del madero, derrumbamiento físico, clavos, tensión de nervios y tendones, ahogo, opresión... 2. Sufrimientos íntimos: previsión de lo que había de suceder, espera, angustia, tristeza, pavor, tedio, derrumbamiento interior,

118

TERCERA ETAPA: EN ÉL

aniquilación, a b a n d o n o , incomprensión de todos, traición de sus íntimos; perdición de los obstinados, sensibilidad herida ante las bajezas, la m a l d a d desatada, las maquinaciones ladinas, las hipocresías, en torno a Él se mueve el poder de las tinieblas c o m o en negro aquelarre, la dispersión de su rebaño, las blasfemias de sus enemigos, el dolor de su M a d r e , el a b a n d o n o s u p r e m o de su Padre. 3. Humillaciones: a) L a s personales: al sentirse sin fuerzas, agotado, h u n d i d o , tirad o por el suelo en la postración h u m a n a más profunda, c o m o gusano y n o hombre, representación del pecado h u m a n o , deshecho, dejado de su Padre. b) L a s públicas: tratado c o m o un malhechor, preso, llevado a empellones, objeto de golpes, con palos, con bofetadas, escupido, burlado por el pueblo, por los soldados, por los verdugos y por las autoridades, sin ningún miramiento, mesadas las barbas, proclamad o alborotador, embaucador de multitudes, ante los tribunales, pospuesto al más cruel ladrón y criminal; y lo que era más doloroso, c o n d e n a d o por blasfemo... c) L a humillación solemne: descalificadas totalmente sus pretensiones de Mesías, deshecha su grey, vuelto contra Él el pueblo que le había a c l a m a d o días antes, fracasada plenamente su obra, i n c o m p r e n d i d o , vencido ante t o d o el m u n d o , bajo el furor y saña de sus enemigos victoriosos, y m u r i e n d o así, sin nadie q u e le defienda. Y, ¿qué debo yo hacer y padecer por Él? Podría reflexionar en qué punto, más o menos disimulado por mí, trato d e huir de la cruz de Cristo. E s posible que yo no quiera llamarlo cruz, que trate de apartarlo de mí, y m e amargue el pensamiento de su presencia. ¿Por q u é no abrir los ojos de una vez, para ver ahí la bendición d e la cruz, con la sobreabundancia de sus gracias?: «Señor, sufrir y ser despreciado por ti».

I.

9.

MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

119

LA PASIÓN E N LOS S E N T I D O S D E CRISTO

Para que nuestros sentidos queden transformados al unirse a los de Cristo en su pasión, y con la m i s m a petición de las demás contemplaciones sobre estos misterios: dolor de Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado... En los ojos: pesantez, sueño, congestión, lágrimas y entretanto viendo pasar ante sí aquel espectáculo degradante, cruel, envilecedor, oscuras venalidades y cabildeos, ceguera alocada de la multitud, cobardías huidizas, instigaciones, sombras, tinieblas, el poder de las tinieblas... En los oídos: vocerío, gritos de furia, palabras incoherentes, escándalos farisaicos, blasfemias, cuchicheos para azuzar, conclusiones absurdas, burlas, risotadas sardónicas, frivolas o repletas d e saña... En el olfato: olor de suciedad, de h u m e d a d , lobreguez y sudores, vicio bajo y soez, podredumbre de las cabezas, corrupción de los corazones, traición y malicia... En el gusto: amarguras del a b a n d o n o y la traición, sabor salobre de las lágrimas mezcladas a los salivazos y la sangre, hambre, sed terrible causada por la abundante pérdida de sangre, el polvo mordido, la injusticia recibida hasta tragar las heces, la desolación m á s atroz... En el tacto: alteración del pulso y la presión, tensión de músculos y nervios, insomnio, cansancio agotador, magullamientos, golpes, desgarrones, heridas, martilleo de sienes, hasta el hundimiento total, falta de respiración y esfuerzos inútiles, ahogo final... Mientras tanto: mirada compasiva a la m u c h e d u m b r e , ojos que penetran suavemente hasta arrancar el arrepentimiento de Pedro, ojos de compresión y de fusión íntima con el dolor de la M a d r e , ojos alzados al Padre implorando perdón por los asesinos, mirada de generosidad confiada para J u a n , mirada de horizontes lejanos y á n i m o a las que lloran por Él, ojos inmensamente abiertos al Padre en la m á s ardiente súplica. O í d o s atentos a la menor insinuación de pregunta sincera, de interrogante abierto a una posible conversión, oídos que saben olvidar, pasar por alto las ofensas, sintonizar al

120

TERCERA ETAPA: EN ÉL

m o m e n t o la súplica del pecador arrepentido... Silencio majestuoso, humilde, paciente, d u e ñ o d e sí. Palabras medidas, penetrantes, con gancho de salvación, capaces de brotar perdón, aun en circunstancias en que el h o m b r e casi n o puede ni pensar en sí m i s m o . . . E m b a l s a m a n d o el ambiente con su sacrificio de agradable olor. A b a n d o n o absoluto en los brazos del Padre... Atrayendo hacia Sí todas las cosas en el beso de la justicia y de la paz.

II.

LA RESURRECCIÓN Y nadie os podrá quitar vuestra alegría (Le 16,22)

L a ordenación de nuestro ser requiere en nuestra situación actual de desorden un esforzado salir del propio amor, querer e interés. Pues bien, las contemplaciones de Cristo resucitado exigen del ejercitante la m á s profunda salida de sí para identificarse con el Señor. Es importante sufrir con Cristo que sufre en la pasión, haber sentid o el dolor y la humillación de Cristo c o m o nuestros; pero es también importante, y quizá m á s difícil sentir el gozo y la alegría de Cristo resucitado c o m o propios. E n las contemplaciones q u e siguen, v a m o s a pedir c o m o gracia: alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor resucitado y triunfante. L a redención comienza a mostrar la plenitud de sus efectos en la resurrección. L a s contemplaciones de la pasión nos hacen tomar contacto con el duro realismo d e la vida, nos hacen tomar conciencia de un aspecto de la realidad cristiana: el sufrimiento ( R o m 8 , 1 7 ) . Las de Cristo resucitado, quieren hacernos conscientes del otro aspecto de esa m i s m a realidad: la presencia confortadora de Cristo glorioso. Ella nos aporta el gozo de la gracia, de la esperanza y la posesión ya incoada en nosotros de la vida eterna. Es u n a alegría en muchas ocasiones m á s sólida q u e fruitiva y sensible: pero real y auténtica. Está ahí. N o s la ofrece el Señor, y h e m o s de tomar una conciencia de ella cada día m á s asimilada y profunda; m u y especialmente, los q u e por vocación hemos de recibir tantas confidencias trágicas o dramáticas, y consolar el dolor d e tantas miserias humanas. El procedimiento a seguir en la oración es el de la contemplación, ya conocido. Añadiremos c o m o puntos específicos: el considerar c ó m o la divinidad, que parecía esconderse en la pasión de Cristo, muestra ahora en los misterios de Cristo resucitado los maravillo-

122

TERCERA ETAPA: E N ÉL

sos efectos de su presencia; y abrir nuestra sensibilidad a captar el oficio de consolador q u e Cristo ejercita en estos misterios, « c o m o unos amigos suelen consolar a otros». Para disponerse mejor, a u n en el ambiente circundante, a estas contemplaciones, S a n Ignacio aconseja q u e el ejercitante procure ayudarse de las circunstancias de buen t i e m p o , claridad en el a p o sento, p e n s a m i e n t o s d e alegría, remitir por el m o m e n t o en lo q u e se refiere a penitencias no obligatorias, sirviéndose de t o d o lo q u e p u e d e contribuir a alegrarse en el Señor. S e trata del g o z o del espíritu, no de la alegría turbulenta, bullanguera, superficial, p r o p i a del m u n d o . E s u n a elevación y p r o f u n d i d a d del a l m a lo q u e se necesita para aprehender estos valores, q u e aquí d e s e a m o s captar y vivenciar. L o m i s m o d i g a m o s d e la paz, el d o n pascual del salud o de C r i s t o . Ya lo había dicho Jesús: Mi paz... No una paz como la que da el mundo ( J n 1 4 , 2 7 ) . E s algo diverso. M á s p r o f u n d o , m á s trascendental y levantado. Por eso h e m o s de pedir la participación en el g o z o d e Cristo resucitado c o m o un d o n precioso d e lo alto, del Padre de las luces, de d o n d e viene t o d o d o n perfecto (Sant 1,17).

1.

RESURRECCIÓN D E CRISTO Y APARICIÓN A N U E S T R A S E Ñ O R A (Ej. 2 1 8 - 2 2 5 ) (1 C o r 1 5 , 4 2 - 5 8 ; 1 Pe 1,3-9)

Apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho al decir q u e apareció a tantos otros, porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, c o m o está escrito: ¿También vosotros estáis sin entendimiento? ( M t 1 5 , 1 6 ) = E j . 2 9 9 . O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . E s la historia, que es aquí c ó m o después q u e Cristo expiró en la cruz, y el cuerpo quedó separado del alma y con él siempre unida la divinidad, el alma bienaventurada, asimismo unida con la divinidad, descendió al infierno; de d o n d e sacando a las almas justas, y viniendo al sepulcro, resucitado, apareció a su bendita M a d r e en cuerpo y alma.

II.

LA RESURRECCIÓN

123

S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n , viendo el lugar, que será aquí ver la disposición del santo sepulcro, y el lugar o casa de N u e s tra Señora, mirando las partes de ella en particular; asimismo, la cámara, oratorio, etc. Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo q u e quiero, y será aquí pedir gracia para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor. 1.°, 2 . ° y 3 . p u n t o s . Sean los m i s m o s acostumbrados, q u e tuvimos en la cena d e Cristo Nuestro Señor. 4 . ° p u n t o . Considerar, c ó m o la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, comparece y se muestra ahora tan milagrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella. 5.° p u n t o . Mirar el oficio d e consolar, que Cristo Nuestro Señor trae, y comparar con c ó m o unos amigos suelen consolar a otros. C o l o q u i o . Acabar con u n o o varios coloquios según la materia de que se trata, y un Pater noster. e r

Sería conveniente renovar al comienzo hoy, con especial intensidad y anhelo de perfección de amor, el sentido de la oración preparatoria: que todas nuestras intenciones, acciones y actuaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad. L a composición viendo el lugar habrá de tener en cuenta tres escenarios: imaginando a su m o d o la presencia del alma de Cristo en su saludo a los justos que habían muerto en la esperanza del Redentor, el sepulcro d o n d e el cuerpo del Señor había sido depositado, y el aposento retirado de N u e s t r a Señora. — A p o y a d o s en el artículo de nuestra fe «descendió a los infiernos», p o d e m o s contemplar d e alguna manera el a l m a d e Cristo, que una vez separada del cuerpo en la cruz, se hace presente a las almas de los justos del A n t i g u o Testamento (puede verse el Catecismo de la Iglesia católica, p.I, s e c . 2 . , c.2, a . 5 ) . Observar c ó m o quedan colm a d a s en un instante las expectativas de tantos siglos. Podemos ver a Abrahán, que se llenó d e gozo al ver el día del Señor (Jn 8 , 5 6 ) , Isaac, Moisés tan relacionado con la pascua, el gran pecador arrepentido D a v i d , los profetas q u e anunciaron su venida, J o a q u í n , a

124

TERCERA ETAPA: EN ÉL

A n a , S i m e ó n que le había contemplado c o m o luz en sus brazos, S a n José, J u a n el Bautista... C ó m o se c u m p l e que d o n d e falta Jesús hay triste infierno, y d o n d e está Él presente, basta su presencia para crear un dulce paraíso. U n a homilía m u y antigua nos presenta a Jesús exhortando a A d á n : «Despierta, tú que duermes; que yo no te creé para que permanecieses detenido en el infierno. Levántate de entre los muertos, que yo soy la vida... Por ti yo, D i o s tuyo, m e he hecho hijo tuyo... por ti fui crucificado» ( P G 4 3 ) . Y, a continuación, va presentando los signos de su pasión: salivazos, bofetadas, azotes, clavos, lanza, c o m o trofeos de su victoria. Ahora, se lleva Jesús consigo a aquella cautividad liberada ya para siempre. Podríamos a c o m p a ñ a r a tan piadosa y feliz comitiva, a contemplar el cuerpo santísimo de Cristo aún en el sepulcro, tan arado y maltratado por los surcos de la pasión. Era necesario que la semilla cayese en la tierra, para dar su fruto (Jn 1 2 , 2 4 ) . ¡ C o n cuánto agradecimiento adorarían el precio de su salvación! U n á m o n o s a ellos en los sentimientos q u e recoge el libro del Apocalipsis en presencia del Cordero: Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición (Ap 5 , 1 2 ) . B e s e m o s con la m á s profunda reverencia aquellas llagas benditas. — Llegado el m o m e n t o , aquel cuerpo que había sido depositado aprisa, cubierto de heridas y sangre, magullado, sin apariencia, y deformado el rostro por los golpes, q u e d a invadido de repente por el a l m a triunfante de Cristo, gloriosamente transformado, rebosante de esplendor y atractivo celestial. Cristo ha resucitado. Liberado de las ataduras de nuestro espacio y tiempo, ahora puede hacerse presente d o n d e quiere y cuanto quiere, sin que le sean obstáculo distancias, muros, ni puertas cerradas. H a pasado al evo de la eternidad. A u n conservándose cuerpo verdadero, aparece transido de las cualidades del espíritu: Se siembra en corrupción, y resucita en incorrupción, se siembra un cuerpo animal, y resucita espiritual{\ C o r 1 5 , 4 2 - 4 4 ) . Así nos dice S a n Pablo que sucede en la resurrección de los muertos: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así todos revivirán en Cristo... Las primicias, Cristo. Luego los de Cristo, cuando Él venga... y como llevamos la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial (\ C o r 1 5 , 2 2 - 2 3 . 2 9 ) .

II.

LA RESURRECCIÓN

125

La muerte ya no tiene d o m i n i o sobre Él. S a b e m o s que el último enemigo sometido será la muerte (1 C o r 1 5 , 2 6 ) . L a muerte ha sido absorbida por la victoria de Cristo (1 C o r 1 5 , 5 5 ) . L a naturaleza h u m a n a ha sido vivificada en la resurrección d e Cristo. L a vida ha triunfado sobre la muerte y ofrece a quien cree en Cristo su victoria. H e aquí el día que ha hecho el Señor: derrotadas las potencias infernales para siempre, por todos los que se unen vitalmente a Cristo. Esta alegría nadie nos la p o d r á quitar (cf. J n 1 6 , 2 2 ) . S a n Pedro nos resume los efectos salvíficos de la resurrección de Cristo: esperanza incorruptible, por la cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía, por algún tiempo, seáis afligidos con diversas pruebas; a fin de que vuestra fe, más preciosa que el oro probado por el juego, se convierta en motivo de alabanza, gloria y honor, en la revelación de Jesucristo... (1 Pe 1,3-9). — Asistamos en nuestra contemplación al encuentro del Hijo con su Madre, a consolar su soledad. C o m o fue la primera en creerlo, también la p o d e m o s contemplar la primera en verlo resucitado (San A m b r o s i o , De virginitate, c.3; J o r g e d e N i c o m e d i a : P G 1 0 0 , 1 0 5 3 - 1 0 5 4 ) , la primera en reconocer la nueva realidad aparecida en el m u n d o con la resurrección de su Hijo. Él, en su m i s m o cuerpo, pero ya espiritualizado. S e hace presente c u a n d o quiere, de m o d o q u e n o deja lugar a d u d a d e q u e es Él. Ella n o estaba destinada, según parece, a ser la primera testigo ante los discípulos c o m o M a g d a l e n a ; ni ante los d e m á s , c o m o los Apóstoles en el Evangelio. Pero sí la primera en entrar en ese nuevo m u n d o que se abre a la fe en el nuevo m o d o de presencia de Cristo. P o d e m o s hacernos presentes al aposento de N u e s t r a Señora sin disturbarla en su oración. A l m a meditativa, tal c o m o nos la m u e s tra el Evangelio, p o d r í a estar r u m i a n d o interiormente las terribles escenas del Calvario: la figura destrozada de su H i j o divino, aquel cuerpo m o l i d o , cubierto d e ignominia, sin vida, en su dolor h o n d o , remansado, sereno, M a r í a ha conservado la fe en la resurrección d e su H i j o . Al acercarse el tercer día, p o d e m o s poner en sus labios las palabras del C a n t a r d e los Cantares: Retírate, Aquilón, y ven tú, Austro, a soplar en mi huerto, para que se esparzan sus aromas. Venga mi amado a su jardín y coma delfruto de sus árboles...

126

TERCERA ETAPA: EN ÉL

( C a n t 4 , 1 6 ) . Y escuchemos la respuesta del A m a d o , c o m o puesta en los labios de Jesús, al hacérsele presente: He venido a mi huerto... Ya he cogido mirra con mis aromas, y he comido el panal con mi miel... Comed vosotros, amigos, y bebed hasta saciaros ( C a n t 5 , 1 ) . Pidamos al Espíritu Santo que amplíe la capacidad receptiva de nuestra alma, para poder sentir íntimamente el gozo inmenso de tal encuentro. Jesús resucitado, glorioso, ante los ojos purísimos de su M a d r e : M a r í a es el fruto m á s precioso d e su redención, y Él la ve en toda la verdad d e su belleza íntima, sublime; su hijo, Hijo de D i o s , es el único capaz de apreciarla, con el Padre y el Espíritu, en t o d a su realidad. Alegrémonos de tanta gloria y gozo d e Cristo. Y alegrémonos también el gozo d e María, con el gozo d e María, al contemplar ante sí a s u H i j o divino, en el esplendor d e su situación triunfante, el Señor d e cielos y tierra, resplandeciente m á s q u e el sol, irradiando en todos los niveles de su ser h u m a n o - d i v i n o la fuerza beatificante d e su divinidad: ... y la muerte no existirá más (para Él), ni habrá duelo, ni gritos, ni dolor, porque todo esto ya es pasado (Ap 2 1 , 4 ) . D i g á m o s l e con m á s devoción que nunca: ¡Reina del C i e l o , alégrate!... Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón ( J n 1 6 , 2 2 ) . Q u e d a r e m o s radiantes, cuando veremos a Él irradiar sin velos la gloria del Padre. L a gloria del Padre se nos ha manifestado en Jesús, y quiere manifestarse en nosotros, al reproducir en cada u n o su vida, su rostro, su m o d o de ser y actuar, si nos dejamos guiar por su Espíritu. Si a S a n Pedro, lo q u e era sólo un anticipo y c o m o preanuncio d e Cristo glorioso, en el Tabor, le hizo olvidarse de sí en éxtasis de felicidad, ¿qué será ver ahora a Cristo en la plenitud d e su ser glorioso? Según la multitud de mis angustias, tus consolaciones han venido a inundar mi alma de alegría (Sal 9 4 , 1 9 ) . Nuestros coloquios con Jesús y M a r í a tendrán materia en qué explayarse, para agradecer a Jesús su triunfo, su presencia en nuestras vidas, y el consuelo con que en su a m o r de amistad quiere confortarnos.

II.

2.

LA RESURRECCIÓN

127

A P A R I C I Ó N A L O S D I S C Í P U L O S Q U E I B A N H A C I A E M A Ú S (Ej. 303) (Le 2 4 , 1 3 - 3 5 )

1.° Se aparece a los discípulos q u e iban a E m a ú s hablando de Cristo. 2.° L o s reprende, demostrando por las Escrituras que Cristo había de morir y resucitar: « ¡ O h necios y tardos de corazón para creer todo lo q u e han hablado los profetas! ¿ N o era necesario q u e Cristo padeciese, y así entrase en su gloria?». 3.° Por ruego d e ellos se detiene allí, y estuvo, con ellos hasta que, habiéndoles d a d o la c o m u n i ó n , desapareció. Ellos tornando, dijeron a los discípulos c ó m o lo habían conocido en la c o m u n i ó n .

*** — Alegra tu corazón, y echa lejos de ti la tristeza; porque a muchos mató la tristeza, y no hay utilidad en ella (Eclo 3 0 , 2 4 - 2 5 ) . V i e n d o a los discípulos caminar tristes, con ganas de dejarlo t o d o , de retirarse a vivir d e sus rentas, a descansar y dejarse de líos, recapacita: ¡Cuánto hace sufrir la incomprensión de la cruz! — O i g a m o s qué iban hablando d e Cristo. U n rescoldo d e a m o r flaco, no apagarlo. Observar la familiaridad de Cristo al introducirse en la conversación. C o m o un buen a m i g o . H a c e hablar y deja hablar. Era el contacto que necesitaban. Les deja desahogarse, escuchando atentamente, para que vengan a razón. — ... tardos de corazón para creer todo lo que predijeron los profetas (Le 2 4 , 2 5 ) . ¿Por qué no volver a las Escrituras? Ellas dan testimonio de mí (Jn 5 , 3 9 ) . Jesús es la clave de las Escrituras con la luz de su Espíritu. — Y ardían sus corazones. Se reavivaba la llama, sin que se dieran cuenta. — L a familiar amistad con Jesús gana los corazones: Quédate con nosotros ( L e 2 4 , 2 9 ) . H a c e volver con gusto a su presencia. — Y lo reconocieron al partir del pan. Los gestos contemplados en Jesús, ¿se nos han hecho familiares? N o s facilitarán su reconocimiento. — Devuelve la ilusión y la alegría, la de fondo, la que se apoya en la fe y la esperanza renacidas, florecidas de nuevo con potencia y

128

TERCERA ETAPA: EN ÉL

vigor bajo la acción eficaz de Cristo Señor, triunfador del pecado y de la muerte, del poder d e las tinieblas. — Alegrarnos y regocijarnos de tanta gloria y potencia de Cristo. C o n el d o n de su paz retorna la reconciliación. Inmediatamente volvieron a la c o m u n i d a d a compartir su gozo y su testimonio.

3.

A P A R I C I Ó N A L O S D I S C Í P U L O S E N E L C E N Á C U L O (Ej. 304-305) (Jn 20,19-29)

1.° L o s discípulos estaban congregados «por el m i e d o de los judíos», excepto Santo T o m á s . 2 . ° S e les apareció Jesús, estando las puertas cerradas; y, estando en m e d i o de ellos, dice: «Paz con vosotros» 3 . ° Dales el Espíritu Santo, diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados». 4 . ° Santo T o m á s , incrédulo, porque era ausente de la aparición precedente, dice: «Si no lo viere, no lo creeré». 5 . ° Se les aparece Jesús de ahí a ocho días, estando cerradas las puertas, y dice a Santo T o m á s : « M e t e aquí tu d e d o y ve la verdad, y no quieras ser incrédulo, sino fiel». 6 . ° S a n t o T o m á s creyó, d i c i e n d o : « S e ñ o r m í o y D i o s m í o » ; y a él le dice C r i s t o : « B i e n a v e n t u r a d o s s o n los q u e n o vieron y creyeron».

*** — Alegrarnos y gozarnos de ver c ó m o Jesús resucitado triunfa sobre el m i e d o y la incredulidad. Jesús ahora es Señor del tiempo y del espacio aun con su cuerpo, que no necesita que le abran las puertas. Entra con las puertas cerradas; pero para dar la paz. S u paz, q u e no es c o m o la del m u n d o . Y es Él m i s m o , aunque su cuerpo no encuentre obstáculos en la ley de impenetrabilidad de los cuerpos. Pide de comer para mostrar q u e no es un fantasma. — N o viene a apabullar ni a imponer, sino a dar su Espíritu a los q u e ha rescatado c o n su m u e r t e en cruz. Y a legar a h o m b r e s de este m u n d o el poder d e predicar la penitencia y d e perdonar los p e c a d o s : Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los peca-

II.

LA RESURRECCIÓN

129

dos, les serán perdonados, y a los que se los retengáis, les serán retenidos ( J n 2 0 , 2 3 ) . — Veamos en perspectiva de futuro la gloria de Jesús resucitado c ó m o se extiende al universo, por m e d i o de su Iglesia. ¡Cuántos pecadores regenerados, devuelta a sus corazones la alegría, la paz que el m u n d o no puede dar, el perdón divino! Para todos los que crean en Él y acepten su misericordia sin límites. Agradecer de corazón, y alegrarse del perdón recibido de Cristo en el sacramento de la penitencia. — ¡ Q u é habría sido d e T o m á s sin la infinita dignación y m i s e ricordia del M a e s t r o ! A D i o s n o le p o d e m o s poner condiciones. Él concede el d o n de la fe por los m e d i o s y en las circunstancias q u e Él escoge: ¡Si hubieses conocido en este día lo que conduce a la paz! ( L e 1 9 , 4 2 ) . — Jesús ha escogido c o m o m e d i o ordinario para llegar a la fe el testimonio: Pides ex auditu ( R o m 1 0 , 1 7 ) . Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestro corazón (Sal 9 4 , 7 - 8 ) . Jesús recordó a T o m á s sus atrevidas exigencias al pie de la letra: « M e t e aquí tu dedo y mira mis m a n o s . Trae aquí tu m a n o y métela en m i costado...». — El a m o r del corazón de Cristo lo podrá ablandar. Y también quiere ablandar el mío. ¿Por qué tanta dignación inmerecida? Caer de rodillas en su presencia. Alegrarnos d e su triunfo sobre la incredulidad. — «¡Señor m í o y D i o s mío!». L a fe de T o m á s fue m á s allá de lo que vio; por eso fue fe. N o se lo reveló la carne ni la sangre, sino el Padre: ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! (Jn 2 0 , 2 9 ) . L a fe que rinde ante D i o s , ésa es su gloria.

4.

A P A R I C I Ó N J U N T O A L L A G O (Ej. 306) (Jn 2 1 , 1 - 2 4 )

1.° Jesús aparece a siete de sus discípulos que estaban pescando, los cuales por toda la noche no habían cogido nada, y echando la red por su mandamiento, «no podían sacarla por la muchedumbre de peces». 2 . ° Por este milagro, San J u a n lo conoció, y dijo a San Pedro: «El Señor es»; el cual se echó a la mar, y vino a Cristo.

130

TERCERA ETAPA: EN ÉL

3 . ° Les dio a comer parte d e un pan asado y u n panal d e miel, y e n c o m e n d ó las ovejas a San Pedro, examinándolo primero tres veces de la caridad, diciéndole: «Apacienta mis ovejas».

*** — T e n g a m o s en cuenta la intención simbólica con q u e escoge los pasajes y los desarrolla J u a n , en u n a época en q u e las comunidades cristianas se habían ya esparcido por el m u n d o y vivían con su propia organización eclesial en torno a sus respectivos pastores, con la conciencia d e una sola grey de Cristo. — Díjoles S i m ó n Pedro: Voy a pescar. Los otros...: Vamos también nosotros contigo ( J n 2 1 , 3 ) . Saber captar el ambiente diverso de estas escenas: paz, armonía; la unión surge fácilmente cuando en la h u m i l d a d cada u n o cede fácilmente a la propuesta ajena. Van a pescar con Pedro: en la barca de Pedro afrontamos el mar. Laboriosidad aun en la noche. — Y n o pescaron nada durante toda la noche. A u n q u e los discípulos no habían caído en la cuenta, Jesús velaba sobre ellos. Llegada la m a ñ a n a se hará sentir la presencia eficaz de Jesús. Estará siempre con ellos (cf. M t 2 8 , 2 0 ) . A u n q u e a veces parezca q u e tarda en manifestarse. — Jesús provoca docilidad. Pide para dar. Suscita a b a n d o n o y generosidad. Encanto de introducirse preguntando, sugiriendo. — Echadla reda la derecha de la barca... ( J n 2 1 , 6 ) . Basta con una palabra d e Jesús para conseguir m u c h o m á s de lo que nuestros esfuerzos nos pueden prometer. Confianza, atención a sus luces y mociones. — Gozarnos de tanta gloria y gozo de Cristo, Señor del mar y de la pesca, Señor de la potencia q u e no apabulla, de la amabilidad, Señor del corazón h u m a n o . — Jesús, espejo de la Providencia del Padre, para los que sólo buscan su Reino. Reconocer su atención vigilante, que ha pensado en el hambre y la fatiga de los suyos. Ya les había preparado pescado y pan, c o m o buen hospedero; pero quiere que traigan de los suyos y los mezclen: «Venid y c o m e d » . Y todos sabían: «Es el Señor». — Asistir al m o m e n t o en que Jesús, con su mirada, escoge d e entre todos a S i m ó n Pedro, y le pregunta: « ¿ M e amas m á s q u e

II.

LA RESURRECCIÓN

131

éstos?». L e va a encargar todo su rebaño, ovejas y corderos. L o ha escogido Jesús. — « ¿ M e quieres?». El pastoreo apostólico ha de nacer d e una entrega a Jesús por amor: a m o r a Jesús. Y el de Pedro es ahora humilde, arraigado a través d e la tribulación, incapaz de jactarse de fuerzas h u m a n a s propias, sólo sabe confiarse a la ciencia y misericordia de su Señor: Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo (Jn 2 1 , 1 7 ) . — G o z a r del señorío y la majestad de Jesús, que ofrece con generosidad a Pedro la posibilidad de compensar su triple negación con la triple confesión humilde de su amor. Tratar d e penetrar la reacción de los dos corazones, el del Maestro y el del discípulo. — Gozarnos de ver reconstruido el rebaño de Cristo y encomendado a su Vicario. Alegrarnos de tanta gloria de Cristo, que asocia así a los hombres a su obra, tan responsablemente, tan honrosamente. — ... indicando con qué muerte había de glorificar a Dios (Jn 2 1 , 1 9 ) . Alegrarnos de c ó m o la fuerza de la resurrección de Cristo ha transformado la muerte en gloria d e D i o s . — Alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria de D i o s en su Iglesia, en la grey e n c o m e n d a d a a Pedro, a través de los siglos: tantos gestos sublimes de amor, tantas vidas consagradas a su servicio, tanta generosidad en corazones h u m a n o s débiles, pecadores, tanto perdón, santidad tan variada en tantos hijos suyos, los héroes de la virginidad, de la obediencia, los celosos y prudentes pastores, los actos de virtud de las familias cristianas...

5.

L A M I S I Ó N T R A N S M I T I D A (Ej. 3 0 7 ) (Mt 2 8 , 1 6 - 2 0 ; M e 1 6 , 1 5 - 1 8 )

1.° L o s discípulos, p o r m a n d a t o del Señor, van al m o n t e Tabor. 2 . ° Cristo se les aparece y dice: « M e ha sido d a d a toda potestad en cielo y tierra». 3.° L o s envió por todo el m u n d o a predicar, diciendo: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en n o m b r e del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

***

132

TERCERA ETAPA: EN ÉL

— Jesús reprendió la incredulidad y dureza de corazón de los que no habían creído a los que lo habían visto resucitado ( M e 1 6 , 1 4 ) . — H a s t a última hora duraría en algunos la esperanza d e q u e aún restauraría Jesús el reino d e Israel ( H c h 1,6). R u d o s y mezquinos s o m o s en las perspectivas d e nuestro celo, en los procedimientos, en nuestras ambiciones..., hasta q u e no suena la voz y la hora de Dios. Sólo el Espíritu Santo puede hacernos salir de nosotros m i s m o s y convertirnos en auténticos testigos de Cristo. — Las perspectivas de Jesús son diferentes. Van por encima de todas nuestras limitaciones. N o le detienen nuestros defectos: Como mi Padre me envió, así os envío yo ( J n 2 0 , 2 1 ) . Consciente de c ó m o le había enviado el Padre: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: Id pues; haced discípulos..., bautizando..., enseñando... Yo estaré con vosotros ( M t 2 8 , 1 8 - 2 0 ) . — Poderes de Cristo para un ministerio de salvación: Al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios..., a fin de que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo (1 Pe 4,10-11). — E n s e ñ a n d o a guardar lo que Cristo h a e n c o m e n d a d o . L a moral y el d o g m a no los saca de sus propias ideas el apóstol, ni puede regatearlos. N o es dueño. H a recibido un depósito que h a de conservar y transmitir íntegro ( M t 2 8 , 2 0 ; 1 T i m 6 , 2 0 ; 2 T i m 1,14). Ésa es su gloria. — Incorporar a Cristo en n o m b r e de la Trinidad. A u n «entre ángeles n o se hallan m á s nobles ejercicios que el glorificar al C r i a dor suyo y el reducir las criaturas suyas a Él, cuanto son capaces» (San Ignacio de Loyola, Carta de la perfección, n . l ) . — Alegrarnos de tanta gloria y poder divino de Cristo, que se manifiesta esplendente en esta misión universal, independiente d e todo poder h u m a n o de aquí abajo; en la generosidad de su c o m u nicación d e poderes en m a n o s tan frágiles; en la promesa de su asistencia indefectible a la Iglesia: Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo ( M t 2 8 , 2 0 ) . — Alegrarnos y regocijarnos de tanta gloria y gozo de Cristo en los que creerán por la predicación de sus apóstoles, en la luz y la gracia q u e se esparcirán desde ahora en el m u n d o por medio d e la

II.

LA RESURRECCIÓN

133

Iglesia, en el depósito conservado, en las almas perdonadas y santificadas por sus enviados a través de los siglos...

6.

D E L A A S C E N S I Ó N D E C R I S T O N U E S T R O S E Ñ O R (Ej. 3 1 2 ) (Le 2 4 , 5 0 - 5 3 ; H c h 1,1-14)

1.° D e s p u é s que por espacio de cuarenta días apareció a los Apóstoles, haciendo m u c h o s argumentos y señales y hablando del reino de D i o s , les m a n d ó q u e esperasen en Jerusalén al Espíritu Santo prometido. 2 . ° L o s sacó al m o n t e Olívete y, en presencia de ellos, fue elevado, y una nube le hizo desaparecer de los ojos de ellos. 3 . ° Mirando ellos al cielo, les dicen los ángeles: «Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, el cual es llevado de vuestra presencia al cielo, vendrá así c o m o le visteis ir al cielo».

*** — J e s ú s hace salir a los suyos. L a contemplación del misterio está en relación con el é x o d o d e nosotros m i s m o s y d e nuestros intereses. — Las miradas h u m a n a s de algunos hasta última hora. Bien se ve la necesidad de que venga el Espíritu para hacernos mirar espiritualmente. — Jerusalén, p u n t o de llegada de la larga subida presentada por San Lucas, es ahora p u n t o de partida hacia el universo m u n d o . Seréis mis testigos... por la fuerza del Espíritu Santo. L a promesa, el d o n por excelencia. Él os lo enseñará todo, cuando venga... Predicar la conversión y el perdón de los pecados ( L e 2 4 , 4 6 - 4 8 ) . N o tendréis que temer. E n vuestros labios p o n d r á palabras que confundirán a vuestros perseguidores y acusadores (cf. M t 1 0 , 1 9 - 2 0 ) . — Esperarlo en oración, con M a r í a M a d r e de la Iglesia. Perseverando en la oración, en u n m i s m o espíritu. T a m b i é n c o m e n z ó el evangelio d e S a n L u c a s entre alabanzas divinas y alegría en el templo. — N o t e m o s que en vez de quedarse tristes c o m o en la última cena, vuelven llenos de alegría. C o m i e n z a a germinar la vida celeste.

134

TERCERA ETAPA: EN Él

— Jesús en el Cielo. D o n d e está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón (cf. M t 6 , 2 1 ) . «Buscad las cosas de arriba, gustad las cosas de arriba...». — L a «nube», trascendencia de toda experiencia terrestre. Espiritualización del ser h u m a n o en todos sus d i n a m i s m o s y c o m p o n e n tes. L a unión pasiva de un alma causa la ausencia de toda malevolencia natural, de toda transparencia de a m o r propio. El h o m b r e entero, en su cuerpo y en su alma, debe llegar a ser instrumento dócil del Espíritu, c o m o efecto del triunfo definitivo de Cristo. — M a r í a traspasaba esa nube con la fe.

7.

C O N T E M P L A C I Ó N P A R A A L C A N Z A R A M O R (Ej. 2 3 0 - 2 3 7 )

Primero conviene advertir dos cosas. L a primera es que el a m o r se debe poner m á s en las obras que en las palabras; la segunda, que el a m o r consiste en comunicación de las dos partes; es a saber: en dar y comunicar el amante al a m a d o lo que tiene, o d e lo q u e tiene o puede, y así por el contrario el a m a d o al amante; de manera q u e si el u n o tiene ciencia, d a al que n o la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro a éste. O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada. Primer p r e á m b u l o . Es composición, que es aquí ver c ó m o estoy delante de D i o s Nuestro Señor, de los ángeles, de los santos q u e interceden por mí. S e g u n d o p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. Será aquí pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, reconociéndolo enteramente, pueda en todo amar y servir a su divina majestad. l . p u n t o . Es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando, con m u c h o afecto, cuánto ha hecho D i o s N u e s t r o Señor por mí, y cuánto m e ha d a d o de lo que tiene, y además el m i s m o Señor desea dárseme en cuanto puede, según su ordenación divina; después, reflexionar sobre m í m i s m o , considerando, lo que yo debo de m i parte ofrecer y dar a su divina majestad, con m u c h a razón y justicia; es a saber: todas mis cosas y a m í m i s m o con ellas, diciendo (luego) c o m o quien ofrece con m u c h o afecto: T o m a d , Señor, y recibid toda m i e r

II.

LA RESURRECCIÓN

135

libertad, mi memoria, m i entendimiento, y toda mi voluntad, todo m i haber y mi poseer, Vos m e lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. D a d m e vuestro a m o r y gracia, que ésta m e basta. 2 . ° p u n t o . Mirar c ó m o D i o s habita en las criaturas, en los elementos d a n d o ser, en las plantas haciendo vegetar, en los animales haciendo sentir, en los hombres d a n d o entender, y así en mí, dánd o m e ser, vida, sentidos y haciéndome entender; asimismo, haciendo templo d e mí, h a b i é n d o m e creado a semejanza e imagen de su divina majestad. O t r o tanto he d e reflexionar sobre m í m i s m o , por el m o d o q u e se dijo en el primer punto, o por otro que m e pareciere mejor. D e la m i s m a manera se hará en cada p u n t o de los q u e siguen. e r

3. p u n t o . Considerar c ó m o D i o s trabaja y actúa para mi bien en todas las cosas creadas del m u n d o , es decir: se c o m p o r t a c o m o quien trabaja; así, por ejemplo, en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados, etc., d a n d o ser, conservando, haciendo vegetar y sentir, etc. D e s p u é s , reflexionar sobre m í m i s m o . 4 . ° p u n t o . Mirar c ó m o todos los bienes y dones descienden de arriba, por ejemplo, mi limitado poder, del s u m o e infinito de arriba, y así justicia, b o n d a d , piedad, misericordia, etc.; c o m o del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc. D e s p u é s acabar reflexionando sobre mí m i s m o , según se ha dicho. Acabar con un c o l o q u i o y un Pater noster.

Esta contemplación es el coronamiento de los Ejercicios y es también un m o d o d e orar, m u y a propósito para ser practicado en la vida ordinaria por aquellos que han vivido la experiencia completa del m é t o d o d e Ejercicios espirituales ignacianos. Así lo aconseja San Ignacio a los suyos ( M I , Epp. 3 , 5 1 0 ) . L l e g a d o a esta cima, el ejercitante ha d e b i d o de abrazar con todas sus fuerzas la v o l u n t a d de D i o s sobre su vida. D e s p o j a d o de t o d a afición d e s o r d e n a d a voluntaria, tratando d e identificarse en t o d o con C r i s t o , sólo anhela el servicio y alabanza de su divina majestad. L a s fibras todas de su a l m a sólo quieren vibrar a i m p u l sos d e la caridad, q u e el Espíritu S a n t o d e r r a m a en el corazón del

136

TERCERA ETAPA: EN ÉL

h o m b r e ( R o m 5 , 5 ) . E n esta situación, S a n Ignacio le advierte q u e el a m o r se ha d e poner m á s en las obras que en las palabras. N o se debe quedar en sentimentalismo o palabrería, ha de llegar a la verdad d e las obras de a m o r (1 J n 3 , 1 8 ) . Pues el a m o r es d o n a c i ó n d e sí, correspondencia d e intercambio m u t u o con la persona a m a d a , d e cuanto s o m o s y t e n e m o s . E n presencia de la divina majestad, en cuya órbita quiere ya siempre vivir, el ejercitante t o m a conciencia d e los ángeles y santos q u e interceden por él. E n este m o m e n t o va a pedir, por su intercesión, gracia para que, reconociendo tanto bien recibido del a m o r de su D i o s , p u e d a en todo corresponder con a m o r y servicio a Él. 1. El procedimiento a emplear para alcanzar el a m o r es actuar la mirada contemplativa, iluminada por el Espíritu, hasta que el h o m bre se reconozca a sí m i s m o y toda su historia como un continuo don a m o r o s o de D i o s : ante t o d o , el d o n de su creación, el haber sido puesto en la existencia él y todo lo que le rodea, y la creación continuada q u e s u p o n e su conservación. Por ello debería responder continuamente con a m o r al a m o r continuo con el que D i o s m e conserva. Desmenuzar gozosamente cada u n o d e los detalles encerrados en ese d o n general es obra de la contemplación: los ojos, la luz, el paisaje, el corazón, la inteligencia, la facultad de comunicarm e , el aire que respiro, la belleza, el a m o r puro, la vida... D e s p u é s , traerá a la m e m o r i a los beneficios d e la encarnación d e C r i s t o , y de la redención o p e r a d a por Él; la aplicación d e esa redención a él en particular, con u n a serie e n c a d e n a d a d e tantas gracias particulares: familia, educación, Iglesia, b a u t i s m o , predicaciones, ejemplos, t o q u e s interiores, v o c a c i ó n peculiar... H a b e r s e hecho D i o s c o m p a ñ e r o d e ruta, h e r m a n o , í n t i m o , hasta darse por alimento, hasta esa d o n a c i ó n por la q u e nos hace partícipes d e su p r o p i a naturaleza (2 Pe 1,4). Es ese continuo dar, dar, y darse a sí m i s m o , en cuanto D i o s puede comunicarse a la criatura, que la ha de hacer salir de sí en éxtasis de a m o r operativo, en deseos d e ofrecer y darse y dar cuanto tiene o puede esperar, a D i o s , en ansias de correspondencia. C o n todo el afecto que aquí sienta nacido en su alma, dirá en espíritu y en verdad: T o m a d , Señor, y recibid toda m i libertad, mi memoria,

II.

LA RESURRECCIÓN

137

m i entendimiento y toda m i voluntad, todo m i haber y m i poseer. Vos m e lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. D a d m e vuestro a m o r y gracia, que ésta m e basta. — E n los p u n t o s siguientes d e este ejercicio, la m i r a d a c o n t e m plativa del ejercitante tratará d e despertar su a m o r a D i o s , p o n derando este constante d o n divino en q u e se ve envuelta, para reconocer en él (en cada u n o d e esos beneficios) al m i s m o S e ñ o r q u e está en él (en ellos) m o s t r a n d o su a m o r de diversas maneras: « . . . pues es verdad c o m o decía S a n Ignacio en la carta antes citad a — que está su divina majestad por presencia, potencia y esencia en todas las cosas». 2 . Y primero, nos está atrayendo en todo a su a m o r con su presencia. Pues está en todo d a n d o el ser, la vida en los vegetales, la sensación en los animales, y la a u t o m o c i ó n ; la inteligencia en los espirituales, y el amor. E s t á en mí m i s m o con todas esas formas d e presencia, y con u n a maravillosa, por la que m e constituye en templo viviente suyo ( J n 1 4 , 2 3 ; 2 C o r 6 , 1 6 ; 1 C o r 3 , 1 6 - 1 7 ) . El alma que descubre esta presencia a m o r o s a de D i o s debe sentirse herida de amor. Por eso h a de buscarla y desearla ardientemente: «Descubre tu presencia — d i r í a S a n J u a n de la C r u z — y m á t e m e tu vista y hermosura. M i r a que ésta es dolencia de amor, q u e n o se cura sino con la presencia y la figura». El a m o r operativo de correspondencia la moverá a esforzarse por hacerse presente al A m a d o Señor en todas las cosas, reconociéndole en ellas y amándole. 3. D i o s atrae también el a m o r del a l m a en todas las cosas y acontecimientos que la envuelven, por su acción amorosa. S u a m o r es siempre activo en favor del h o m b r e . N o sólo p o r q u e la acción de todas las cosas es un m o d o de ser que necesita la cooperación divina, sino también con su directa Providencia: N i un solo cabello de vuestra cabeza cae sin que vuestro Padre lo sepa. ¿No se venden cinco pájaros por dos ases? Y, sin embargo, ninguno de ellos está en olvido de Dios (Le 12,6ss). Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman ( R o m 8 , 2 8 ) . El cabello, y los pájaros, la flor del c a m p o . El grano de trigo, la espiga que crece, y el trabajo

138

TERCERA ETAPA: EN ÉL

del molinero; el amasar el pan, y la consagración de sus enviados ( M e 1 6 , 2 0 ) . Y los sacramentos son acciones salvíficas d e Cristo ( J 2 0 , 2 3 ) . Al descubrir el alma esta acción a m o r o s a constante d e D i o s en todo, sentirá el deseo de corresponderle con un a m o r activo, que enderece todos sus proyectos, acciones y actuaciones en S u servicio y alabanza, convirtiendo toda su vida en una actuación de amor. Sabrá sacar de todo u n a acción de gracias y un e m p e ñ o d e servicio amoroso. n

4 . Pero, además, es D i o s m i s m o quien reclama el a m o r del alma con sus infinitas perfecciones y atractivos, cuya huella son las criaturas: la potencia, la justicia, la b o n d a d , la belleza, la piedad y misericordia que hay en las criaturas, son u n a participación de la s u m a e infinita potencia, justicia, b o n d a d , de D i o s . T o d a dádiva preciosa, todo d o n perfecto descienden d e arriba (Sant 1,17). « C o m o del sol descienden los rayos, y de la fuente las aguas...»; pero con u n a dependencia de atribución intrínseca, con u n a relación analógica de proporcionalidad en su distancia infinita. Por ello p o d í a decir San J u a n de la C r u z : « M i l gracias derramando, pasó... con sola su figura, prendidos los dejó de su hermosura». «Y todos cuantos vagan m e van d e T i mil gracias refiriendo, y todos m á s m e llagan, y déjanme, muriendo, un no sé q u é que q u e d a balbuciendo». El ejercitante q u e descubre esta realidad en su contemplación se sentirá obligado a no sacar el bien d e su fuente, querrá q u e se d é a D i o s t o d a gloria por los dones o cualidades que los demás puedan encontrar en él, y devolver fielmente toda alabanza amorosa, agradecida, por todo lo bueno, fuerte, sapiente, hermoso q u e contempla en cualquier criatura. A m a r á a D i o s en todas las cosas y a todas en Él.

III.

E L S E N T I D O D E IGLESIA

1.

SUS FUNDAMENTOS

San Ignacio coloca al final de los Ejercicios unas reglas para orientar al ejercitante en su vida ordinaria c o m o m i e m b r o de la Iglesia. U n m i e m b r o n o p u e d e vivir sin la savia vital q u e circula por el cuerpo, y sin la dirección de la cabeza. E s cuestión de vida o muerte (cf. J n 1 5 , 5 - 6 ) . U n o s , i m a g i n a n d o la Iglesia c o m o u n a sociedad utópica en la q u e sólo hubiese santos; otros, p e n s a n d o pertenecer a u n a Iglesia p u r a m e n t e interior, sin otra n o r m a q u e la propia inspiración personal; cuántos perdían entonces y pierden hoy «el sentido verdadero que en la Iglesia d e b e m o s tener» ( E j . 3 5 2 s s ) . Y, ¿no era m u c h a s veces bajo la apariencia de un Evangelio m á s p u r o , de u n a libertad cristiana m á s madura? L o s Ejercicios han sembrado en el alma el remedio radical a esta postura, al poner al ejercitante en contacto vital con el Cristo del Evangelio. Si hay en ellos alguna clave de interpretación, es la p a u lina: la h u m i l d a d y despojo de sí (Flp 2,7ss); la clave de la auténtica libertad con la que Cristo nos liberó (Gal 4 , 3 1 ) : la obediencia ( R o m 5 , 1 9 ) . A m e d i d a que los Ejercicios se van acercando al fin, va apareciendo cada vez m á s nítida la figura de la Iglesia. Se hace notar cada vez con más claridad e insistencia c ó m o Cristo, el Cristo histórico que vivió en Palestina, hoy glorioso en el C i e l o , ha querido continuar su acción salvadora y santificadora en el m u n d o por m e d i o de la Iglesia. T o d o el a m o r reverente, iluminado, generoso, con que el ejercitante ha q u e d a d o ligado a Cristo, q u e d a c o m o transferido por derivación a la Iglesia, su continuación en la tierra, su Esposa, su C u e r p o . E n ella encuentra su aplicación. L a Iglesia es el ambiente vital en el que recibimos la vida en Cristo, y la desarrollamos según sus designios para gloria del Padre. Aceptar esos designios divinos de salvarnos y santificarnos en la Iglesia es abrazar la voluntad de D i o s , que nos conduce hacia Él por los m e d i o s q u e Él escoge, n o por los nuestros; a u n q u e uno sienta a

140

TERCERA ETAPA: EN ÉL

veces la tentación de una madurez ilusoria en querer independizarse de ellos, y caminar a su m o d o y por su cuenta. Para el acatamiento amoroso ignaciano a todo aquello en que se manifiesta la voluntad divina, no cabe entrar en discusión con semejante alternativa. L o ignaciano es rebosar de gozo y agradecimiento en poner su voluntad al servicio de la divina, en sentirme guiado por Él, a través de unos hilos q u e yo no comprendo siempre. Anhela someterse a D i o s , no sus propios caprichos o realizaciones autónomas. Por eso, nada más lejano d e su propia actitud, que entregarse a reacciones de agresividad, rencor, o amargura, contra el elemento h u m a n o , componente esencial de esa mediación sacramental, escogida por D i o s para nuestra santificación, que es la Iglesia. E s o es vivir en la fe de la Iglesia. L a fe que el Concilio Vaticano II ha recogido en sus páginas al afirmar: «Enseña este sagrado S í n o d o que los O b i s p o s han sucedido a los Apóstoles c o m o pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien lo envió (cf. L e 10,16)» ( L G 2 0 ) . Y «ésta es la única Iglesia de Cristo..., la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara ( J n 2 1 , 1 7 ) , confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. M t 2 8 , 1 8 s s ) , y la erigió para siempre por columna y fundamento de la verdad (1 T i m 3,15)» (LG 8).

2.

R E G L A S C L A V E : 1 Y 13

E n tal a m b i e n t e d e fe g o z o s a es en el q u e hay q u e colocar las llam a d a s «reglas» para el sentido verdadero q u e en la Iglesia d e b e m o s tener. D e esa fe derivan las actividades q u e en ellas se van a postular. E s la fe q u e el santo d e L o y o l a resume en su lenguaje viril y austero diciendo: « D e p u e s t o t o d o j u i c i o , d e b e m o s tener á n i m o aparejado y p r o n t o para obedecer en t o d o a la verdadera E s p o s a d e Cristo N u e s t r o Señor q u e es nuestra santa m a d r e Iglesia jerárquica» ( E j . 3 5 3 ) . Pues d e b e m o s pensar, si q u e r e m o s acertar siempre, q u e nuestros juicios y apreciaciones personales, q u e p u e d e n ser erróneos p o r m u y diversos motivos, de hecho, lo serán, c u a n d o quieran oponerse c o m o blanco a lo q u e la Iglesia

III.

EL SENTIDO DE IGLESIA

141

con la autoridad recibida de D i o s haya dicho negro, o viceversa. Porque, si en cualquier materia h u m a n a h e m o s d e reconocer h u m i l d e m e n t e nuestra posibilidad d e errar, c u a n t o m á s en a q u e llo q u e supera nuestra c a p a c i d a d natural, c o m o es el á m b i t o d e las verdades reveladas, o el de los c a m i n o s insondables por los q u e D i o s quiere conducirnos hacia É l . Fiarse de D i o s es fiarse d e q u e Él nos guía p o r el m e d i o por el q u e ha p r o m e t i d o conducirnos; ya que por el mismo Espíritu del Señor que se dieron los mandamientos que conducen a la vida (cf. M t 19,16ss) «es regida y g o b e r n a d a nuestra santa m a d r e Iglesia» ( E j . 3 6 5 ; cf. L G 4 , 7 ) .

3.

L O S C A S O S P A R T I C U L A R E S : R E G L A S 2-9

Sobre ese terreno de fe a m o r o s a y reverente se asienta la persuasión de que todo lo que la Iglesia aprueba y fomenta, con su autoridad, para el bien de las almas, es bueno y debe ser alabado y fomentado, y lo que ordena debe ser cumplido. E s así c o m o han de leerse y entenderse las orientaciones concretas contenidas en las reglas 2 - 9 : Alabar el confesar con sacerdote, el recibir frecuentemente la Eucaristía, la misa, los cantos, oraciones y funciones, en los templos y fuera de ellos, la vida religiosa, la virginidad, las reliquias, las indulgencias, los ayunos, los preceptos de la Iglesia. N o porque en estas prácticas n o p u e d a n introducir los hombres defectos q u e haya que corregir. M u c h a experiencia tenía S a n Ignacio de ello, y bien trabajó para corregirlos. Pero c o m o son en sí buenas, y por ello las aprobó la Iglesia, el m e d i o de corregir los defectos es practicarlas bien, en espíritu y en verdad, no criticarlas globalmente c o m o si en sí fueran malas. Tales reacciones d e agresividad, búsqueda de popularidad fácil, o lenguaje indiscreto, dan lugar al escándalo, o al a b a n d o n o del bien q u e ellas producen. Y lo que es peor, minan la fe del pueblo sencillo, al dejar latente la suposición de que la Iglesia habría aprobado, en ocasiones, prácticas malas con su autoridad decisoria. Ello introduce prácticamente la premisa para que nunca más se pueda fiar de la Iglesia. L a actitud reclamada por San Ignacio es positiva: alabar lo que la Iglesia alaba, y alabar más lo que la Iglesia alaba mas. Vivir en la fe de la Iglesia.

142

TERCERA ETAPA: EN ÉL

4.

L A R E G L A 10

Es la m i s m a actitud de caridad discreta, la q u e le lleva a cuidar, con delicadeza y sacrificio personal, de ayudar a corregir los posibles defectos de conducta de los que están puestos en el candelero de la autoridad, evitando el escándalo. E s lo que exige la sinceridad, cuando va informada de la caridad, y no un mero desahogo del orgullo, la venganza o la impaciencia. H a b l a r d e sus defectos a los m i s m o s que los tienen y pueden evitarlos; o a aquellas personas que pueden poner remedio; a u n q u e sea a costa de vencer tentaciones de mostrarse perspicaz ante los demás, o d e fácil demagogia. Van en juego el d a ñ o o el escándalo de quienes no saben, o no pueden, de hecho, distinguir entre lo q u e es el ámbito personal de aquéllas y el q u e les corresponde c o m o tales autoridades, y con derecho a ser obedecidos (cf E j . 3 6 2 ) .

5.

APLICACIONES DOCTRINALES

L o d e m á s , p o d e m o s decir q u e son advertencias varias para evitar la facciosidad en la Iglesia, con sus consecuencias de división d e los á n i m o s , pérdida d e algún aspecto de la verdad, o desviación d o c trinal, riesgo de herejía o escándalo. Por ello: ni sólo teología escolástica, ni sólo positiva; ni sólo fe, ni sólo obras sin fe, sino la fe formada por la caridad, q u e se traduce en obras. N i hablar de la gracia en tal m o d o q u e se excluya la libertad, ni de la libertad en manera q u e se olvide la necesidad d e la gracia. N i exaltar d e tal m o d o el a m o r q u e n o se reconozcan los beneficios subsidiarios del temor, ni hablar del temor en m a n e r a q u e n o se llegue a estimar sobre t o d o el servir a D i o s por puro amor. T o d o s estos problemas no han dejado d e tener actualidad. Pero importan más que los casos concretos, las actitudes recomendadas en estas reglas y sus fundamentos. C o n el tiempo, los problemas cambian. O se hacen m á s a g u d o s y de primer plano los que en otro tiempo no se percibían con tanta acuidad e insistencia urgente. Importa, en c a m b i o , vivir con gozo y agradecimiento la fe de la

EL SENTIDO DE IGLESIA

143

Iglesia, en la Iglesia; tomar, en consecuencia, las posiciones que esa fe exige d e confianza, reverencia, amor, discreción. El principio de evitar la facciosidad, la unilateralidad, la desedificación y posturas doctrinales que acaban mal, se podría glosar hoy con otros títulos: ni sólo Escritura, ni sólo teología; ni sólo d o g m a , ni sólo espiritualidad sin base dogmática. N i hablar de tal manera de los aspectos comunitarios que se diluya la responsabilidad personal, ni en tal m o d o de la responsabilidad personal que se olviden las dimensiones comunitarias y sociales de la persona. N i hablar de tal manera del discernimiento personal que se esfume la ley y su obligación; ni exponer de tal m o d o la obligación de la ley que se olvide la distinción entre las diversas clases de leyes y la necesidad de aplicación del juicio moral cristiano a cada caso particular. N i exaltar de tal m o d o los carismas, que se olvide la necesidad de que se sometan al juicio de la autoridad instituida para el bien c o m ú n ( L G 12); ni exclusivizar de tal manera la institución, que la autoridad olvide su deber d e respetar y promover la fidelidad a los carismas verdaderos, apag a n d o el Espíritu con daño del bien c o m ú n . N i exponer de tal manera el c o m p r o m i s o temporal del cristiano que se descuide el significado esencial de la salvación predicada por Cristo y la Iglesia, que es la liberación del pecado y la inserción del h o m b r e en la vida divina; ni se hable de tal m o d o d e la salvación eterna, que se olvide su relación necesaria con la caridad concreta, realizada en el tiempo, a través d e empeños que afectan la realidad temporal. L a relación podría prolongarse indefinidamente. L o que interesa más, es la actitud interna que está a su base: actitud confiada en Cristo, que asiste a su Iglesia, y la guía por su Espíritu, hoy como siempre; actitud de atención reverente y amorosa, de gozo y agradecimiento al Señor, que nos concede vivir en la Iglesia, bajo la guía de los pastores en c o m u n i ó n con el supremo pastor de la grey, su Vicario en la tierra. C o n estas normas para el sentido verdadero de Iglesia, el a m o r y la fe, debidos a Cristo, se manifestarán en concreto, en la fidelidad humilde y gozosa a la Iglesia, conscientes de estar así conectados al designio salvífico del Señor, actuando en el puesto para el que se haya dignado elegirnos y con los proyectos q u e Él haya querido manifestarnos en estos Ejercicios, o se digne manifestarnos aún.

S E T E R M I N Ó D E I M P R I M I R E S T E V O L U M E N D E «PARA E N C O N T R A R LA V O L U N T A D D E DIOS», D E LA BIBLIOTECA D E AUTORES CRISTIANOS, EL DÍA 8 D E M A R Z O D E L A Ñ O 2002, FESTIV I D A D D E SAN J U A N D E DIOS, RELIGIOSO, EN LOS TALLERES D E T O R Á N , S. A., J U L I O P A L A C I O S , 12. MADRID

LAUSDEO

VIRGINIQUE

MATRI

Related Documents


More Documents from "Gaston Cejas"

January 2021 0
February 2021 1
January 2021 2
Peon-de-rey-94.pdf
January 2021 1