Para Una Definicion Operativa De Los Generos Discursivos

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Para una definición operativa de los géneros discursivos Por Juan Eduardo Bonnin

1. Introducción El concepto de “género” tuvo su primera teoría en los tratados de retórica antigua. Allí se distinguía, a partir de la Retórica de Aristóteles, tres géneros de discursos en los cuales ejercitar la oratoria: el epidíctico, el deliberativo y el judicial. Esta primera clasificación responde a una concepción de la oratoria como digna de ser ejercitada en el espacio público, es decir, definida a partir de los parámetros institucionales en lo cuales tiene lugar el discurso. Eggs (1994: 13) ofrece, respecto de la relación entre los géneros discursivos y su función social, un cuadro similar al que presentamos a continuación, en el cual se analizan los tres géneros de la retórica a partir de variables más actuales para los estudios del lenguaje: Géneros Epidíctico

Deliberativo

Judicial

Alabar / denostar

Aconsejar/ desaconsejar

Acusar / defender

Lo bello / lo feo Lo bueno / lo malo

Lo útil / lo inútil Lo conveniente /lo perjudicial

Lo justo / lo injusto

Objetivo

Emocionar

Tomar una decisión

Tomar una decisión

Auditorio

Espectador

Asamblea

Juez

Orientación temporal

Presente / pasado / futuro Futuro

Acto de habla Objetos discursivos

Pasado

Debemos recordar que la retórica no era, en la antigüedad, una disciplina descriptiva, sino eminentemente práctica, destinada a enseñar a persuadir, de tal manera que la limitación a tres géneros indica cuáles eran los ámbitos en que se consideraba fundamental disponer de esta habilidad. Con el declinar de esas modalidades de la vida pública, la retórica como disciplina quedó relegada a los ámbitos religioso y jurídico. Sin embargo, el desplazamiento más importante para la historia de los estudios sobre el lenguaje se produjo entre el empleo de la retórica para el ámbito oral institucional y su uso en el discurso artístico –estetizante- escrito. Por esta razón es que los estudios sobre los géneros discursivos tuvieron sus primeros desarrollos modernos en el ámbito de la teoría y la crítica literaria. El efecto que esto produjo fue, fundamentalmente, el “olvido” de los aspectos institucionales y pragmáticos, tomando los discursos a partir de su inmanencia textual y clasificándolos a partir de sus diferencias formales 2. El género como procedimiento

El concepto de género literario, entre los escritos de los formalistas rusos, posee un carácter liminar que comparte con nuestra noción de género discursivo. Este es el primer rasgo definitorio: el género está para ser reconocido y la obra no cobra entidad en relación a sí misma, sino por su adscripción a una u otra tradición que, en los términos de la composición del texto, se convierte en principio constructivo a partir de las reglas del género. En este sentido, Tinianov (1924) afirmaba, respecto de los cambios introducidos en la epopeya a partir de El héroe del Cáucaso, de Pushkin, que “El género cambió hasta el punto de que dejó de ser reconocido y, pese a todo, se conservó en él lo suficiente como para que esta “no epopeya” fuera una epopeya. Ese algo no consiste en los rasgos diferenciales “fundamentales”, “importantes” del género, sino en los rasgos secundarios, que se dan como sobreentendidos y que no parecen caracterizar al género en absoluto. [Es un] rasgo diferencial necesario para preservar el género” (Tinianov 1924: 206). Aunque no haga referencia a las prácticas sociales en las que la obra literaria se inserta, la categoría del género literario se ubica en un lugar limítrofe entre el “afuera” del texto y su “interior”: ubica a la obra en relación a sus lectores –y su capacidad para reconocer o no el género-, en relación al sistema literario (“la determinación del género no depende del arbitrio de quien lo percibe sino del predominio o, en general, de la existencia de un género concreto”, Tinianov 1924: 207) y en relación a las operaciones formales que lo constituyen y le dan su especificidad histórica y su adscripción genérica (el concepto de “principio constructivo”). No debemos pensar que los formalistas ignoraban el problema de “la historia” y sus relaciones con el uso del lenguaje; al contrario, como hemos visto en las citas precedentes, reaparece siempre en detalles relativamente marginales pero definitorios a la hora de la explicación diacrónica en literatura. El problema que esta escuela enfrentaba era el de mantener a los fenómenos literarios en el marco de la historicidad que los instituye pero sin ponerlos como ejemplo de leyes históricas o como consecuencia mecánica –“reflejo”- de hechos y procesos históricos. 3. El género como práctica A pesar del lugar que el concepto de género discursivo tuvo en las teorías de los formalistas rusos, particularmente en sus desarrollos acerca de la historia literaria, los estudios posteriores no han recuperado la importancia de esta noción para la teoría de la literatura. Ahora bien, también en Rusia y de manera parcialmente contemporánea, el denominado “círculo de Bajtín” sentaba las bases para una teoría del lenguaje en la que los géneros discursivos cobraban una función central. En sus propias palabras, “El menosprecio de la naturaleza del enunciado y la indiferencia frente a los detalles de los aspectos genéricos del discurso llevan, en cualquier esfera de la investigación lingüística, al formalismo y a una abstracción excesiva que desvirtúan el carácter histórico de la investigación, debilitan el vínculo del lenguaje con la vida” (Bajtín 1952-1953: 251). Para este autor, el problema en el marco del cual adquiere relevancia el estudio de los géneros discursivos es el de la regulación del uso de la lengua en “las diversas esferas de la actividad humana”. Los enunciados, que serían las formas concretas y singulares en que el lenguaje es utilizado, no conforman una pluralidad heterogénea y asistemática, sino que responden a determinados tipos: “Cada enunciado separado es, por supuesto, individual, pero cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos relativamente estables de enunciados, a los que denominamos géneros discursivos” (ídem: 248).

De este modo, y a partir de una concepción dialógica y comunicacional del lenguaje, Bajtín propone una teoría en la que existe una doble correlación entre las esferas comunicativas (o situaciones comunicativas en sentido amplio, como veremos más adelante) en las que tiene lugar un enunciado y sus características lingüístico-formales. ¿Cómo se lleva a cabo esta correlación? J-M Adam (1999) propone tres hipótesis-principios para indicar las características que la propuesta de Bajtín asume en el marco de su teoría del discurso, esto es, comprendiendo a los géneros discursivos como regularidades en el interior del espacio definido por el interdiscurso. La primera hipótesis indica que los géneros son infinitamente diversos, esto es, hay tantas articulaciones entre prácticas sociales y lenguaje como prácticas sociales y situaciones comunicativas. Esto, que por un lado desalienta la producción de una tipología general de los géneros discursivos, no es impedimento para la elaboración de una tipología local, delimitada histórica y socio-institucionalmente. Este principio nos permite diferenciar, a partir de la pluralidad de situaciones comunicativas que corresponden a un marco institucional, prácticas discursivas estrechamente relacionadas pero diferentes entre sí: dentro del ámbito institucional universitario hay distintas prácticas con distintas funciones y distinto grado de reconocimiento. La situación “examen”, por ejemplo, permite prácticas distintas que van desde el final oral hasta el machete en un parcial, cada una con sus propias finalidades y reglas. La segunda hipótesis de Adam es que el carácter reglado de los géneros, sin impedir la variación, hace posible –e indispensable- la interacción verbal. Esto significa que no estamos trabajando con categorías estáticas, sino que se encuentran en constante cambio. El aspecto central de la propuesta de Bajtín –y que apenas se encuentra esbozado en el formalismo, cuando se refiere a un lector ideal que “reconoce” una obra como perteneciente a tal o cual género- se encuentra en que no es posible la comunicación si no se utiliza y se reconoce estos tipos relativamente estables de enunciados. Los géneros discursivos delimitan un horizonte de expectativas acerca de lo que será enunciado; definen, también, las características de una situación comunicativa, distribuyendo los roles de los participantes y construyendo un sistema de representaciones que se superpone –evaluándola- con esa situación. En los intercambios comunicativos entre representantes de distintas generaciones, por ejemplo, el uso de las formas vos o usted puede resultar “chocante” según que la persona a quien esas formas se refieran encuentre adecuado o no su uso, es decir, si son coherentes con sus propias representaciones acerca de cómo debería ser denominada por el otro. 3.1. Las variables textuales La tercera hipótesis que propone Adam respecto de la teoría bajtiniana de los géneros discursivos es que los géneros influyen potencialmente en todos los niveles de textualización: el tema, que consiste en el dominio semántico del discurso, un modelo del mundo propuesto por el texto; el estilo, más cercano a las características diferenciales de un productor –individual o colectivo- de discursos y, por último, la composición, esto es, la forma de organizar las partes de un texto. Tema: El tema del que trata un discurso suele estar fuertemente condicionado por las circunstancias (y, en un sentido más amplio, por las condiciones de producción) en que es enunciado. En géneros del tipo de “cena en casa de los suegros”, seguramente no se adopten temas como las perversiones sexuales. Ahora bien, esto queda supeditado a las características de las situaciones y los participantes. La película Los Fockers, por ejemplo, genera una serie de

situaciones cómicas en base a la inversión de este estereotipo. Allí, la madre del novio es especialista en terapia sexual y el tema, que es considerado tabú por parte de la familia de la novia (y de gran parte de los espectadores), es habitual en sus conversaciones. El efecto de comicidad se genera, justamente, a partir de la contradicción entre las expectativas temáticas estereotipadas del espectador para ese tipo de situaciones y las que posee esa familia. Estilo: El segundo “nivel de textualización” sobre el cual opera el género es el del “estilo”. Al respecto dice Bajtín que “En la gran mayoría de los géneros discursivos (...) un estilo individual no forma parte de la intención del enunciado, no es su finalidad única sino que resulta ser, por decirlo así, un epifenómeno del enunciado” (Bajtín 1952-1953: 252). Es necesario aclarar que “variación estilística” no indica, aquí, una variación “meramente” individual, sino que nos referimos al nivel de la construcción enunciativa propia de cada género, que atraviesa todos los niveles lingüísticos: morfología, semántica, sintaxis, entre otros. El concepto de “contrato de lectura” nos servirá para analizar el aspecto estilístico del género, puesto que, según Bajtín, “la voluntad discursiva del hablante se realiza ante todo en la elección de un género discursivo determinado. La elección se define por la especificidad de una esfera discursiva dada, por las consideraciones del sentido del objeto, o temáticas, por la situación concreta de la comunicación discursiva, por los participantes, etc. En lo sucesivo, la intención discursiva del hablante, con su individualidad y subjetividad, se aplica y se adapta al género escogido” (Bajtín 1952-1953: 267). Esto es, esa “voluntad discursiva”, que respondería a motivaciones más o menos estratégicas, se manifiesta en la construcción enunciativa del texto. De esta manera, el tema debe integrarse a un análisis del dispositivo enunciativo de cada género, puesto que un mismo “contenido” del enunciado se enuncia de manera diferente en los distintos géneros, produciendo a su vez construcciones de sentido distintas y complementarias. De este modo, “el análisis del discurso desde el punto de vista de la enunciación no es el análisis de ‘una parte’ de este discurso, sino un análisis de este discurso en su conjunto, del punto de vista de la relación que él constituye entre el enunciador y el destinatario” (Verón 1985: 5). En La jaula de las locas, el novio les presenta a sus suegros a su padre, el cual es gay. De manera análoga a Los Fockers, estos son sumamente conservadores, de modo tal que el padre del novio debe modificar su representación de sí mismo y convertirse en un enunciador heterosexual. Más evidente todavía es el caso de su pareja, que se traviste y se hace pasar por su esposa. La figura enunciativa de “pareja del padre homosexual y artista transformista” es, a los ojos de los padres de la novia, una “madre heterosexual, femenina y protectora”. Este “travestismo enunciativo” es necesario para que los suegros del novio vean como aceptable, como “normal”, la situación comunicativa en la que se encuentran: presentación de las familias políticas. Cuando se descubre la verdadera identidad de los participantes de esta interacción, los padres de la novia quedan “descolocados”, es decir, no logran conciliar sus expectativas genéricas con la situación en la que se encuentran. Composición: El tercero de los “niveles de textualización” que indica Bajtín (cuya actualidad es reconocible en esta tercera hipótesis que propone Adam 1999) se refiere a la composición, esto es, la “sintaxis de las masas verbales” (ídem) que es propia de cada género. Ahora bien, el tratamiento de este aspecto de la textualización de los géneros discursivos ha quedado, por regla general, fuera de los trabajos de estos autores que hemos citado hasta aquí y que forman una suerte de segunda generación de la llamada “escuela francesa de análisis del discurso”. Por esta razón es que vamos a exponer, a continuación, algunas de las propuestas de la lingüística sistémico-funcional, especialmente respecto de la “teoría de registro y género” (Eggins y Martin 1997).

La lingüística sistémico-funcional nos brinda algunas herramientas de análisis que son útiles para el trabajo que intentamos llevar a cabo aquí. En primer lugar, la distinción entre género y registro permite distinguir un contexto de situación, el cual condiciona la estructuración del texto según su adecuación al registro, a partir de la realización de significados. A su vez, nos permite considerar lo que Eggins (1994) llama un “contexto de cultura”, un nivel más abstracto que funciona como el marco general en el cual cobran sentido social las interacciones particulares. El género codifica (en un sentido laxo del término) social, cultural e institucionalmente, la realización de actos de lenguaje que luego se especificarán para contextos situacionales determinados. De este modo (el ejemplo es de Eggins) el género pone de manifiesto la manera como se alcanza el objetivo de comprar y vender, que puede ser aplicado (con adaptaciones a situaciones particulares) a diferentes registros: un banco, una juguetería o un negocio de comidas para llevar. Este modo de composición es denominado “estructura esquemática”, término que se refiere a la organización pautada de los significados que intervienen en cada género. Metodológicamente, la descripción de esta estructura se divide en composición y etiquetamiento (Eggins 1994: 2.4). El primer paso consiste en identificar las etapas o estamentos en las que se organizan los constituyentes lingüístico-textuales recurrentes de un género. Una vez hecho esto, el etiquetamiento funcional es la operación por medio de la cual se intenta describir las características formales de esas etapas e indicar las relaciones que mantienen entre sí. Esto permite descomponer las distintas funciones que cumplen las etapas del género a partir de sus diferencias. De este modo, la variable composición de los géneros discursivos puede analizarse a partir del reconocimiento de etapas funcionales de textualización: la secuencia “Solicitud, Acuerdo, Compra, Pago y Cierre de la compra”, por ejemplo, indica la estructura esquemática del género “transacción”. Aunque en un registro particular una etapa pueda adquirir formas particulares (por ejemplo “Regateo”), las diversas compras responderán a esta estructura genérica abstracta. Es importante no perder de vista, en el análisis de los géneros discursivos, el lugar que ocupa la categoría como correlación entre las situaciones comunicativas (en el sentido amplio que le damos aquí) y la producción de discursos. Esto significa intentar privilegiar la relación entre ambos sin focalizar exclusivamente ni la inmanencia lingüística del texto ni las condiciones extra-lingüísticas en las cuales se produce.

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