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PROBLEMAS DE HISTORIA DEL SIGLO XX Unidad 1 - La herencia del siglo XIX largo
Clase 1: El legado de las revoluciones burguesas y la Revolución Industrial
En esta clase se hará hincapié en las dos revoluciones burguesas que tienen lugar en la Europa de fines del siglo XVIII, es decir, en la Revolución Industrial que ocurre en Inglaterra y en la Revolución Francesa. La problemática de las mismas gira en torno a la complejidad de ambos procesos y a la explicación de por qué tuvieron lugar en Inglaterra y en Francia respectivamente.
Problemas de la lectura obligatoria: El abordaje de los capítulos 2 y 3 de La era de la Revolución, 1789-1848 de Eric Hobsbawm supone intentar comprender por qué este historiador sostiene que se trata de una “doble revolución” y por qué afirma que “supuso la mayor transformación de la historia humana desde los remotos tiempos en que los hombres inventaron la agricultura y la metalurgia, la escritura, la ciudad y el Estado.”(1) Las explicaciones que siguen a continuación sirven como guía para la lectura de la bibliografía obligatoria En el marco de los problemas planteados, comenzaremos explicando qué es una revolución. La etimología de la palabra nos dice que se trata de una “vuelta completa”, lo cual nos conduce a pensar que tanto la Revolución Industrial como la Revolución Francesa provocaron cambios decisivos y profundos que modificaron radicalmente la vida de los ingleses y franceses y
que trascendieron las fronteras de sus respectivos países. Analicemos entonces
ambas revoluciones. Se designa generalmente con el término “Revolución Industrial” al comienzo del proceso de industrialización
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en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX. Proceso complejo de fenómenos que, con la transformación de las estructuras económicas y el desarrollo de fuerzas sociales nuevas, así como de las instituciones políticas del sistema liberal burgués, están en el origen del mundo contemporáneo. El punto de llegada de ese proceso es la sustitución de la producción artesanal por el sistema fabril. Al respecto, Hobsbawm en el capítulo 2 afirma que el estallido de la revolución se produjo entre 1780 y 1790. Alude al “take off”, es decir, al despegue de la economía hacia el crecimiento sostenido que concluyó con la construcción del ferrocarril y la creación de la industria pesada en la década de 1840. Para fines del siglo XVIII Inglaterra reunía las condiciones que hicieron posible una revolución. Son muchos los elementos interdependientes y concomitantes que explican por qué se produjo Pensar
en este país. ¿Cuáles son ellos? Entre los más significativos, se destacan:
El ascenso del capitalismo agrario y la revolución técnico-productiva que permitió al campo proveer a las necesidades de una población urbana en continuo aumento y acelerar la formación de un proletariado disponible para las empresas manufactureras. En Inglaterra se habían suprimido viejos derechos comunales o feudales vetustos y había un fuerte excedente de productos agrícolas que alimentaban el comercio exterior. Los terratenientes presionaban al Parlamento para obtener la sanción de leyes que obligaban a cercar las tierras o bien a desprenderse de ellas. Se pone fin así al sistema de campos abiertos o posesión comunal de la tierra. La propiedad se concentra; las familias humildes que no pueden cercar o bien pasan a ser jornaleros o arrendatarios o bien se trasladan a las ciudades. El uso de nuevas técnicas favorece el abandono del sistema de barbecho (descanso) por el de rotación de los cultivos. También se incorporan nuevos cultivos y plantas forrajeras como nabos y trébol, que no agotan la tierra y alimentan mejor al ganado. Esto va de la mano de un aumento de la población y de un aumento de la demanda interna. Hobsbawm afirma que los terratenientes tenían mentalidad comercial y que Inglaterra contaba con una agricultura preparada para cumplir tres funciones esenciales: aumentar la producción; proporcionar un cupo de reclutas para las ciudades y dar un mecanismo para la acumulación de capital. Los centros industriales se ubicarían precisamente en torno de centros urbanos y puertos (Londres, Manchester, Liverpool, Birmingham, Glasgow, etc.). La existencia de yacimientos de hierro y carbón. El incremento del ahorro, la iniciativa individual y la mayor disponibilidad de capitales y de bienes para la actividad productiva. Al respecto Hobsbawm considera que el crecimiento económico surgía de las decisiones entrecruzadas de empresarios privados e inversores. Las condiciones de desarrollo social y de madurez político-cultural: desde la “Revolución Gloriosa” de 1688 Inglaterra tenía una monarquía parlamentaria; el partido whig era defensor de los intereses de la burguesía media rural y de las capas financieras; la paz de Utrecht de 1713 le había dado a Inglaterra Gibraltar y la preeminencia de la trata negrera; había aumentado la inmigración protestante proveniente de Holanda; era alto el nivel de investigación y de enseñanza alcanzado por disciplinas científicas en universidades escocesas de Glasgow y Edimburgo. En este sentido, Hobsbawm recalca las “condiciones legales” pues desde 1688 el gobierno buscaba el desarrollo económico y el beneficio privado; se aceptaba que el dinero gobernaba. El “capital social” al que alude Hobsbawm, es decir, el predominio de la flota británica, existencia de puertos, caminos y canales.
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Las innovaciones técnicas, sin olvidar que los progresos científicos alcanzan efectiva maduración cuando comienzan a responder a las necesidades sociales y a las exigencias de la industria. Fue el desarrollo económico el que permitió la aplicación de nuevas técnicas, entre las que se destacaría la máquina de vapor de James Watt (1769). Para 1807, Robert Fulton crearía el buque de vapor y George Stephenson la locomotora de vapor, puesta en funcionamiento en 1825. El contar con industria algodonera y expansión colonial.
En la primera etapa de industrialización, la materia prima principal fue el algodón, que a diferencia de la lana, carecía de regulaciones y controles medievales. La industria del algodón fue consecuencia de la dinámica del comercio colonial que permitía importar a bajo precio un producto que se adaptaba mejor que la lana a las nuevas máquinas de hilar y tejer. Hobsbawm sostiene que esta industria tuvo su origen como subproducto del comercio ultramarino y que fue la primera industria revolucionaria. Ligada al comercio colonial, incitaba a los empresarios a adoptar las técnicas revolucionarias para conseguirla. La inversión que realizaban en maquinaria se compensaba con la alta producción. La combinación de la conquista de amplios mercados y la continua inflación de precios, les daba como resultado grandes beneficios y ganancias. Así, la industria algodonera dominó los movimientos de la economía total de Inglaterra. La economía industrial obtenía trabajadores que provenían de un sector no industrial. Ellos debían aprender a trabajar de una manera conveniente para la industria, con arreglo a un ritmo diario ininterrumpido, diferente del de las estaciones en el campo o el del taller manual del artesano independiente. De ahí que fueran sometidos a una estricta disciplina laboral. En las fábricas a veces resultaba más conveniente el empleo de mujeres y niños, más dúctiles y baratos que los hombres. Las crisis generales capitalistas producían graves consecuencias sociales dado que, cuando se reducía el margen de ganancia, como por ejemplo, como señala Hobsbawm, en la etapa de deflación de 1815, se comprimían aún más los muy mal pagos jornales de los trabajadores, en gran parte mujeres y niños. Hobsbawm destaca que la siguiente fase del desarrollo industrial fue la construcción de una industria básica de bienes de producción. Gran Bretaña producía para 1800 casi el 90 por ciento de la producción mundial de carbón. La industria del carbón estimuló la invención del ferrocarril. Es decir, las minas de carbón precisaban de máquinas de vapor para su explotación y también de eficientes medios de transporte para el traslado del carbón desde las galerías hasta la bocamina y desde ésta hasta el punto de embarque. La línea férrea desde la zona minera de Durham hasta la costa (Stockton-Darlington) en 1825 fue la primera de los modernos ferrocarriles. Ellos trajeron consigo grandes inversiones de capital unidas a una gran demanda de hierro, carbón, maquinaria pesada y trabajo. Las enormes ganancias de los hombres de negocios e inversionistas condujeron a que el capital británico estuviera dispuesto al crédito en la forma de empréstitos al resto del mundo.
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En síntesis, la Revolución Industrial significó el triunfo de la industria capitalista y de la clase media o de la sociedad burguesa y liberal. Inglaterra se transformó en el “taller del mundo”, es decir, en el único país industrializado, por lo cual adquirió una supremacía abrumadora en el mercado mundial. La economía capitalista conducida por la burguesía bajo la ideología del liberalismo, iniciaba la conquista del mundo.
Procedamos a continuación a analizar la Revolución Francesa Sus orígenes se encuentran en la situación que vivía Francia durante el Antiguo Régimen, es decir, en la etapa anterior al estallido revolucionario. La sociedad francesa era esencialmente rural, organizada en órdenes o estados: clero, nobleza y tercer estado. El clero (conjunto de sacerdotes y dignatarios de la Iglesia católica) y la nobleza constituían los estamentos privilegiados pues gozaban de varias fuentes de riqueza y poder corporativo. La monarquía (el rey era Luis XVI casado con María Antonieta) se justificaba por la teoría del derecho divino de los reyes. El tercer estado era la mayoría de la población y no tenía privilegios. Estaba formado por burgueses, trabajadores, artesanos y campesinos. Principalmente estos últimos sustentaban los costes de los tres pilares de autoridad y privilegio: la Iglesia, la nobleza y la monarquía, quienes recaudaban como promedio de un cuarto a un tercio del producto de los campesinos, mediante impuestos, tributos de señorío y diezmo. La mayoría de la gente se encontraba indefensa ante una mala cosecha, como ocurriría en 1788 y en 1789. Todos los ámbitos de la vida pública en la Francia del siglo XVIII estaban caracterizados por la diversidad regional y la constante resistencia de las culturas locales. La mayoría de los súbditos del rey no usaba el francés en la vida cotidiana, sino dialectos o lenguas locales. Era una sociedad en la que el sentido más profundo de la identidad de la gente estaba vinculado a su propia provincia. Hobsbawm afirma que los intereses del Antiguo Régimen se enfrentaban contra fuerzas sociales nuevas. Principalmente en las ciudades, se desarrollaba un comercio clandestino de Pensar
libros y panfletos, cuyo tono irreverente era imitado en las canciones populares que se burlaban de la Iglesia, la nobleza y la familia real. Se trataba de publicaciones influenciadas por la Ilustración (movimiento cultural que basado en la razón criticaba fuertemente al absolutismo, a la Iglesia y a la jerarquía, entre cuyos representantes más destacados figuraban Voltaire, Condorcet, Montesquieu, Rousseau, Diderot, Turgot, Quesnay). Después de 1760, las logias masónicas de librepensadores constituyeron una forma de sociabilidad masculina y burguesa que proliferó abundantemente por fuera de las normas de la elite aristocrática. Todo esto era parte de una crisis de autoridad y parte de un discurso político donde los términos “ciudadano”, “nación”, “contrato social”, “voluntad general”, ya circulaban por la población antes de 1789 en claro enfrentamiento con el viejo discurso de “órdenes” y “corporaciones”. También la Francia rural estaba en crisis en la década de 1780, evidenciada
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en una escalada de conflictos en forma de disturbios a causa de la comida y en contra de los señoríos. A este panorama socio- cultural se sumaba el apoyo de Francia a la guerra de independencia norteamericana que costó más de mil millones de libras, dos veces las rentas del Estado. Esto trajo consigo la acumulación de deudas; el Estado se tambaleó en una crisis financiera con una estructura fiscal y administrativa anticuada. La monarquía se vio obligada a buscar el modo de reducir la inmunidad de la nobleza en lo relativo a los impuestos y la capacidad de los parlamentos de resistirse a los decretos reales. Pero los sucesivos intentos de los ministros reales por convencer a la Asamblea de Notables de que eliminase los privilegios fiscales de la nobleza fracasaron, debido a la insistencia de la misma de que sólo una asamblea de representantes de los tres estados como los Estados Generales podía aceptar dicha innovación. De ahí que Hobsbawm afirme que la Revolución Francesa empezó como un intento aristocrático de recuperar los mandos del Estado. A fin de clarificar el complejo proceso revolucionario, es oportuno tener presente que Hobsbawm destaca tres etapas: a) La “Revolución moderada”, entre los años 1789 y 1791. b) La “Revolución jacobina”, entre los años 1793 y 1794. c) La etapa que se inicia con la Reacción termidoriana.
a)
La “Revolución moderada”, entre los años 1789 y 1791. La “Revolución moderada” tiene como protagonista a la Asamblea Nacional. Sus miembros fueron apoyados por la acción colectiva del pueblo de París, quien sospechaba que la nobleza intentaba
doblegarlo
mediante
el
hambre
reteniendo
deliberadamente
reservas
de trigo.
Comerciantes, tenderos, artesanos y asalariados se apoderaron de armas y municiones que había en las armerías y en el hospital militar de los Inválidos y se enfrentaron a las tropas reales. El objetivo final era la fortaleza de la Bastilla que disponía de armas y pólvora y dominaba los barrios del este de París. El 14 de julio de 1789 unos 8000 parisinos armados pusieron sitio y tomaron triunfalmente la Bastilla, dando muerte a su gobernador, el marqués de Launay. La toma de la Bastilla tuvo importantes consecuencias: salvó a la Asamblea Nacional y legitimó un cambio de poder. La revolución se extendió también a ciudades y campos Entre tanto, varios nobles comenzaban a emigrar del país...
Como respuesta a las acciones populares, la Asamblea Nacional procedió a la abolición de los privilegios feudales y a la sanción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano el 27 de agosto de 1789. Este documento constituía un conjunto profundamente revolucionario de principios
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fundamentales de un nuevo orden sintetizados en que la soberanía reside en la nación; y en que los derechos “naturales”, “inalienables” e “imprescriptibles” son la libertad, la igualdad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. Se afirmaba así la etapa de la “Revolución moderada”, cuyos principales líderes, Lafayette y Mirabeau, eran exponentes de un consenso de ideas del liberalismo clásico contrario a la sociedad jerárquica y a los privilegios pero, como señala Hobsbawm, no partidario de una sociedad democrática. En 1790 la Asamblea Nacional sancionó la Constitución Civil del Clero, que provocó la división entre el clero “refractario” y el “constitucional” y, en 1791, dictó una Constitución. Por ella instauraba en Francia una monarquía constitucional que expresaba la “voluntad general” del pueblo al que se identificaba con la nación. Luis XVI pasaba a ser rey de los franceses y el poder legislativo era ejercido por una Asamblea Legislativa, cuyos miembros serían elegidos por los “ciudadanos activos”, es decir, por aquellos que cumplieran requisitos de propiedad. Se excluían así a las mujeres y a los ciudadanos varones “pasivos”, quienes no reunían tales requisitos. Quedaba establecido un estado secular gobernado por contribuyentes y propietarios.
b)
La “Revolución jacobina”, entre los años 1793 y 1794. La Asamblea Legislativa no pudo estabilizar la revolución bajo el rey y la Constitución de 1791. La decisión de Luis XVI de huir hacia Austria y el estallido de la guerra en abril de 1792 contra el ejército austro-prusiano, dio origen a lo que Hobsbawm denomina la “revolución jacobina”. En agosto de 1792 se producía la suspensión del rey y en septiembre se convocaba a las elecciones de una Convención Nacional. Sus primeras medidas fueron la abolición de la monarquía y la proclamación de la república; la modificación del calendario y el juicio y ejecución del rey el 21 de enero de 1793.
La “Revolución jacobina”, sinónimo de revolución radical y de republicanismo intransigente, formalizó una alianza entre los sans-culottes y
los jacobinos. El
término sans-culottes era a la vez una etiqueta política para el patriota militante y una descripción social que designaba a los hombres del pueblo que no usaban los calzones cortos ni las medias de las clases altas. Como afirma Hobsbawm, los sans-culottes formaban un movimiento informe, urbano, de pobres trabajadores, tenderos, operarios, pequeños empresarios, organizados sobre todo en las secciones de París y en los clubes políticos locales. Fueron la principal fuerza de choque de la Revolución y a través de periodistas como Marat y Hébert, proclamaban respeto por la pequeña propiedad y hostilidad a los ricos. Los jacobinos formaban el bloque de diputados que se sentaban juntos en los escaños superiores del lado izquierdo en la Convención, lo cual les valió el
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epíteto de la “Montaña” (Marat, Robespierre, Danton, Saint-Just, Desmoulins, entre los más destacados). En su origen, los jacobinos debían su nombre a un club político fundado hacia 1790, llamado así por su local de reunión en un antiguo convento.
Hobsbawm destaca dos cuestiones durante la “República jacobina”: la sanción de la democrática Constitución de 1793 y el régimen del Terror. La primera establecía el sufragio masculino directo y universal y garantizaba los derechos sociales y el control popular sobre una asamblea. Abolía también los derechos feudales y la esclavitud en las colonias francesas. El Terror, dirigido por Maximiliano Robespierre, se implantó ante la problemática de la guerra civil y la invasión extranjera. El lenguaje de patriotismo y ciudadanía estaba mezclado con el de sacrificio, requisición y reclutamiento. Para Robespierre y sus correligionarios, entre ellos Saint-Just, el Terror tenía no sólo el propósito de ganar la guerra sino también de implantar una sociedad regenerada, virtuosa y abnegada. Las divisiones entre los “patriotas” se pusieron en evidencia y entre marzo y abril de 1794 se produjo el arresto y la ejecución de Hébert, Danton y Demoulins, entre otros. Los robespierristas perdían el apoyo de los sans-culottes y luego el de la llanura, quien al ver alejarse definitivamente el peligro de la guerra con la victoria francesa en Fleurus, decidió en julio de 1794 el derrocamiento de Robespierre, quien fue ejecutado junto con Saint-Just y el resto de sus partidarios.
c)
La etapa que se inicia con la Reacción termidoriana. La etapa que se inicia con la Reacción Termidoriana (julio de 1794) tuvo el propósito de mantener una sociedad burguesa y evitar el doble peligro de la república democrática jacobina y del Antiguo Régimen: en 1795 fue establecido un nuevo poder ejecutivo, el Directorio, compuesto por cinco miembros, que no tuvo verdadero apoyo político y dependió del ejército; un ejército revolucionario, en el cual se ascendía por medio del valor y las dotes de mando. Desde 1799, el general Napoleón Bonaparte, a cargo del Consulado, traería estabilidad, concluiría la revolución burguesa e iniciaría el régimen burgués. La “Revolución Jacobina” era destruida y con ella, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad. Hobsbawm interpreta que el mito napoleónico, es decir, el del hombre vulgar que llegó a ser grande, persistió, en la ideología de los franceses apolíticos, pero el mito jacobino inspiraría más adelante las revoluciones del siglo XIX.
En síntesis, durante el complejo desarrollo de la Revolución Francesa, tuvo lugar una revolución burguesa. Desde 1789, los cambios institucionales, legales y sociales crearon en
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Francia el ambiente propicio en el que prosperarían
la industria y la agricultura capitalistas.
Hobsbawm afirma que la Revolución Francesa fue una revolución social de masas con influencia universal. Sin duda constituyó uno de los momentos más grandes y decisivos de la historia. Nunca antes el pueblo había intentado reorganizar su sociedad en base al principio de soberanía popular. Revolución Industrial y Revolución Francesa: la primera estableció la capacidad ilimitada del sistema productivo iniciado por el capitalismo para el desarrollo económico y la penetración global; la segunda estableció los modelos de las instituciones públicas de la sociedad burguesa. La “doble revolución”, en palabras de Hobsbawm, transformó no sólo a Inglaterra y a Francia sino también al mundo entero. Significó el triunfo de la sociedad burguesa y liberal, que, desde el “doble cráter de Inglaterra y Francia”(2)
tomó la forma de una
expansión europea y conquistó al resto del mundo. En clases posteriores analizarán cómo la “doble revolución” provocaría también el surgimiento de fuerzas e ideas reaccionarias que buscarán sustituir a esa sociedad burguesa y liberal emergida de la misma. 1- Eric Hobsbawm. La era de la Revolución, 1789-1848. Buenos Aires, Crítica, 2007, p. 9. 2- Idem, p. 10.
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Clase 2: El nuevo ritmo de la economía. El reparto del mundo. La irrupción de la sociedad de masas y los cambios en los sistemas políticos. Los problemas principales del tema y de las lecturas obligatorias de esta clase radican en la contradicción que encierra una época conocida como la belle époque, caracterizada por ser de paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo generadora de futuras guerras mundiales que no tendrían precedentes. Hobsbawm la enmarca en lo que denomina la “era del Imperio”. Recordemos que en la clase 1 planteamos que la “doble revolución” llevó a la confiada conquista del mundo por la economía capitalista conducida por su clase característica, la Pensar
burguesía, bajo la bandera de la ideología del liberalismo. Durante la mayor parte del siglo XIX, el mundo se identificaba con los valores, ideas e instituciones asociados con la sociedad burguesa liberal, y la economía mundial lo hacía con los avatares de Gran Bretaña. Pero a partir de la década de 1870 se manifiestan una serie de cambios que alteran esta situación y conducen a la crisis del mundo liberal burgués. En primer lugar analizaremos el capítulo 2 del texto de Hobsbawm: “La economía cambia de ritmo”, para luego explicar el reparto del mundo y finalmente centrarnos en el capítulo 4: “La política de la democracia”.
Entre 1873 y 1890 tuvo lugar una crisis capitalista conocida como la “Gran Depresión”. Debe aclararse que los hombres de negocios y los economistas aceptaban la existencia de ondas o ciclos, de la misma forma que los campesinos aceptaban los avatares de la climatología. Hobsbawm hace referencia al economista ruso que luego sería víctima de Stalin, Kondratiev, quien sostuvo la existencia de “ondas largas” de aproximadamente 50 o 60 años, con fases ascendentes y descendentes. Las ascendentes se caracterizan por tener una serie de innovaciones tecnológicas; las descendentes, por un agotamiento de beneficios e innovaciones. La “Gran Depresión” correspondería a una de estas últimas; puso en juego no la producción sino su rentabilidad. La agricultura la sintió mucho y se convirtió en el sector más deprimido de la economía. Por la deflación, disminuyeron los precios y los beneficios para el mundo de los negocios. La “Gran Depresión” puso fin a la era del liberalismo económico, entrando en escena las tarifas proteccionistas, sobre todo para los bienes de consumo. Sólo Inglaterra defendía la libertad de comercio sin restricciones a fin de que el mundo subdesarrollado comprara sus manufacturas. Debemos tener en cuenta que para la década del setenta, el sector industrial y en proceso de industrialización se había ampliado en Europa (Francia, Alemania, Rusia, Suecia, Países Bajos) y fuera de ella (Estados Unidos y Japón). La economía se hizo más global y el capitalismo amplió su esfera de actuación a zonas remotas. El sector desarrollado del mundo era capaz de defender de la competencia a sus economías en proceso de industrialización; el resto era dependiente.
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Era una época de expansión colonial. El imperialismo respondía a la presión del capital para conseguir inversiones más productivas. Competían las empresas y también las naciones. Se dio el fenómeno de concentración económica y la tendencia al oligopolio. Con el fin de maximizar los beneficios, nació la necesidad de controlar y programar a las
grandes
empresas
y
obtener
un
mayor
rendimiento
de
los
trabajadores.
Taylor, ingeniero
estadounidense, estableció la “gestión científica” en la problemática industria del acero norteamericana. Introdujo el cronómetro; aisló a cada trabajador dividiendo el taller y su conjunto de tareas en grupos que realizaban una tarea parcial; aplicó distintos sistemas de pago atendiendo al resultado. Más adelante, a principios del siglo XX, Ford, industrial estadounidense, llevó a cabo el uso racional de la maquinaria y de la mano de obra; agregó la cinta de montaje; evitó el tiempo muerto y estableció el puesto de trabajo fijo. El “taylorismo” y el “fordismo” significaron nuevas formas de organizar el trabajo que destruyeron el proceso artesanal. Hobsbawm resume al final del capítulo 2 los rasgos de la economía mundial durante el imperio, es decir, entre 1875 y 1914. Podemos presentarlos de este modo: Amplía su base geográfica tanto en Europa como fuera de ella. Era más plural que antes: Inglaterra dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía industrial. Sí conservó un dominio abrumador en el mercado internacional de capitales (banca, seguros, servicios comerciales, navieros y financieros y siguió siendo la principal acreedora mundial por sus inversiones en el extranjero). La era del imperio dejó de ser monocéntrica y las relaciones entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado se hicieron más variadas y complejas. Tuvo lugar una revolución tecnológica cuyas manifestaciones fueron el teléfono, la telegrafía sin hilos, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el aeroplano, la aspiradora, la bicicleta, la cocina de gas, el perfeccionamiento en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas, la electricidad, la química y el motor de combustión. En 1907 Ford comenzó a fabricar el modelo T, que revolucionó la industria automotriz. La nueva revolución industrial reforzaba a la primera. Retrocedió el mercado de libre competencia y hubo una doble transformación en la estructura y modus operandi de la empresa capitalista. Se intentó sistemáticamente racionalizar la producción y la gestión de la empresa aplicando “métodos científicos” a la organización y cálculos. Se transformó el mercado de los bienes de consumo cuantitativa y cualitativamente. El mercado de masas, limitado a productos de subsistencia, se orientó a bienes de consumo (el modelo T de Ford, por ejemplo). Una consecuencia fue la creación de medios de comunicación de masas. Se transformó la producción y la distribución, apareciendo la compra a crédito por medio de plazos. Creció el sector terciario de la economía tanto público como privado. Aumentaron los puestos de trabajo en oficinas, tiendas y servicios. Se produjo una convergencia creciente entre política y economía. Dejó de confiarse en la eficacia de la economía de mercado autónoma y autocorrectora. La democratización de la política impulsó a los gobiernos a defender los intereses económicos de ciertos votantes y a aplicar políticas de reforma y de
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bienestar social. Las rivalidades políticas entre los estados y la competitividad entre grupos nacionales de empresarios, contribuyeron al imperialismo, al desarrollo de la industria de armamentos y a la génesis de la Primera Guerra Mundial Hobsbawm destaca que lo que más impresionaba a los contemporáneos en el mundo desarrollado era el éxito de la expansión económica, sobre todo en el caso de las clases pudientes y medias. Para ellas la belle époque era una edad de oro, un paraíso que se perdería a partir de 1914. No sucedía lo mismo para las clases obreras, a quienes la economía ofrecía puestos de trabajo pero sólo aliviaba modesta o mínimamente su pobreza. Como ya hemos señalado, un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados, se convirtió en un mundo imperialista, en el que esos países “avanzados” dominaron a los “atrasados”. A continuación analizaremos en qué consistió el reparto del mundo. Debo aclarar que para este análisis me baso en Hobsbawm, Eric. La era del Imperio, 1875-1914. Buenos Aires, Crítica, 2006, cap. 3, pp. 65-93 y en Kinder, Hermann y Werner Hilgemann. Atlas histórico mundial (II). De la Revolución Francesa a nuestros días. Madrid, Akal, 2006, pp.111-135. Les recomiendo que consulten esta obra para observar sus mapas y ubicar con claridad las extensiones de los diversos imperios. El término imperialismo, se incorporó al vocabulario político y periodístico durante la década de 1890, en el curso de los debates que se desarrollaron sobre la conquista colonial. Fue entonces cuando adquirió la dimensión económica que no ha perdido hasta el presente. Emperadores e imperios eran instituciones antiguas pero el imperialismo era un fenómeno nuevo: entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de estados. Dos grandes zonas del mundo fueron divididas: África y el Pacífico. No quedó ningún estado independiente en el Pacífico, totalmente repartido entre británicos, franceses, alemanes, holandeses, norteamericanos y japoneses. África fue repartida entre los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués y, de forma más marginal, español, con la excepción de Etiopía, Liberia y una parte de Marruecos. En Asia, existía una amplia zona nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron sus extensas posesiones: Gran Bretaña, anexionando Birmania a su imperio indio y reforzando su zona de influencia en el Tibet; Persia y la zona del golfo Pérsico; Rusia penetrando más profundamente en el Asia central; Holanda, estableciendo un control más estricto en regiones más remotas de Indonesia. Además, Francia ocupaba Indochina y Japón, ampliaba sus dominios a expensas de China y de Rusia, en Corea y Taiwán. Nominalmente
la
mayor
parte
de
los
grandes
imperios
tradicionales
de
Asia se
mantuvieron independientes, pero las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia”.
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Ese reparto del mundo entre un número reducido de estados era la expresión de la progresiva división del mundo entre fuertes y débiles, “avanzados” y “atrasados”. ¿Por qué ocurrió? Varias son las razones que lo explican: si bien la globalización de la economía no era nueva, se había acelerado desde mediados del siglo XIX y una red de transportes posibilitaba que zonas hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que, por razones climáticas y geológicas se encontraban en lugares remotos. Por ejemplo, el motor de combustión interna necesitaba petróleo y caucho. Los pozos petrolíferos de Oriente Medio eran ya objeto de un fuerte enfrentamiento y negociación diplomática. El caucho era un producto tropical que se extraía mediante la explotación de los nativos de las selvas del Congo, entre otras regiones. Además, el crecimiento del consumo de masas en los países desarrollados provocó la expansión del mercado de productos alimentarios. Así, “productos coloniales” como café, cacao, etc., gracias a la rapidez de los transportes, se vendían en las tiendas de esos países. Muchas veces los países dependientes se convertían progresivamente en productores especializados de uno o dos productos básicos. En síntesis, una serie de economías desarrolladas experimentaron de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o les diera una ventaja sustancial. La consecuencia fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. Los políticos eran concientes de los beneficios del imperialismo: se ofrecía a los votantes la gloria de las conquistas de exóticos territorios. El imperialismo estimuló a las masas a identificarse con el estado y la nación imperial, legitimando inconcientemente el sistema político-social representado por ese estado. Por añadidura, los intereses económicos y políticos imperialistas se justificaban con el principio del deber de fomentar en el mundo el progreso y la civilización. Por tanto, la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares, tenía arraigo popular y benefició a la política imperialista.
En este contexto, analizaremos seguidamente la irrupción de la sociedad de masas y los cambios en los sistemas políticos. Recordemos que el liberalismo del siglo XIX defendía la existencia de constituciones y de asambleas soberanas pero no era democrático: reservaba el derecho de votar y de ser elegido a los ciudadanos que reunían exigencias de propiedad y educación, los “notables”, y excluía a la mayoría de los ciudadanos varones y a la totalidad de las mujeres. Hacía una distinción entre el “país legal” y el “país real”. Desde la década de 1870 se operaría el proceso por el cual el “país real” penetraría en el reducto político del “país legal”. Hobsbawm señala, dando una serie de ejemplos, los diversos subterfugios a los que recurrían los gobiernos que podían retardar el ritmo del proceso político hacia la democratización pero no detener su avance. Entre 1880 y 1914, fuera cual fuese la forma en que comenzó la democratización, la mayor parte de los estados occidentales tuvieron que resignarse a ella. La nueva situación política fue implantándose de forma gradual y
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desigual según cada uno de los estados. Hobsbawm considera que el pesimismo de la cultura burguesa desde 1880 refleja la invasión de la minoría educada por la “barbarie” de las masas. Cada vez más los políticos se veían obligados a apelar a un electorado masivo. La principal consecuencia de la democratización fue la movilización política de las masas para y por las elecciones. Ello implicó la organización de movimientos y partidos de masas y el desarrollo de medios de comunicación de masas. Los nuevos movimientos de masas eran ideológicos: la religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del fascismo de entreguerras, constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas. Los movimientos estructurados de masas no fueron repúblicas de iguales. La democracia que ocupó el lugar de la política dominada por los “notables”, no los sustituyó por el “pueblo” sino por una organización: por los comités, los notables del partido y las minorías activistas. Por eso Hobsbawm afirma que, mientras la política electoral de la vieja sociedad burguesa estaba dirigida por individuos poderosos, los “notables”; ahora, en cambio, era el partido el que hacía al “notable”. ¿Qué problemas trajo consigo la democratización a los gobiernos y a las clases en cuyo interés gobernaban? Uno de ellos fue mantener la unidad de los estados. Por ejemplo, en el Reino Unido, la aparición del nacionalismo irlandés de masas quebrantó la estructura de la política establecida. Otro, fue garantizar la legitimidad e incluso la supervivencia de la sociedad tal y como estaba constituida, frente a la amenaza de movimientos de masas deseosos de realizar la revolución social. Además, la corrupción de varios políticos se hizo más visible, dado que aprovechaban el valor de su apoyo a los hombres de negocios o a otros intereses. Incluso en algunos casos la corrupción iba de la mano de la inestabilidad parlamentaria, como sucedía cuando los gobiernos formaban mayorías sobre la base de la compra de votantes a cambio de favores. La década de 1890 vio aparecer al movimiento obrero y socialista
como un fenómeno de masas. A fin de
evitar la revolución social, algunos gobiernos desplegaron la estrategia de poner en marcha programas de reforma y asistencia social, contra la política liberal clásica de mediados de siglo XIX que postulaba que el estado se mantuviera al margen del campo de la iniciativa individual y la empresa privada. En este sentido, Hobsbawm alude a los planes de seguridad social de Bismarck en Alemania, luego seguidos por Austria, Gran Bretaña y Francia a principios del siglo XX. Los gobiernos necesitaban promover la lealtad de todos respecto del estado. De ahí que la vida política se ritualizara y se llenara de símbolos y publicidad. Se recurre a la invención de la tradición, usando elementos capaces de provocar la emoción, como la gloria militar y, como ya señalamos, la conquista colonial. Se crean las fiestas, banderas e himnos nacionales. El cartel moderno nace entre 1880 y 1890, al mismo tiempo que se llevan a cabo espectáculos y entretenimientos de masas. Las iniciativas oficiales alcanzan más éxito
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cuando explotan emociones populares espontáneas, como en Francia la celebración del 14 de julio de 1789. Los regímenes políticos también ponen en práctica el control de la escuela pública, sobre todo de la escuela primaria y buscan controlar, además, las ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte. Se multiplican los espacios ceremoniales públicos y políticos, a veces en torno de nuevos monumentos nacionales y estadios deportivos. En ocasiones, los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus propios contra-símbolos. Hobsbawm alude por ejemplo a la Internacional socialista cuando el estado se apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa, o bien al caso de Irlanda en donde movimientos de masas formaron asociaciones en torno a centros de lealtad que rivalizaban con el estado. Hacia el final del capítulo 4, Hobsbawm concluye que entre los años 1875 y 1914 las clases dirigentes de la mayor parte de los estados del Occidente burgués y capitalista, lograron controlar las movilizaciones de masas y que el período fue de estabilidad política. Parecía que la democracia parlamentaria era compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas, pero era limitado el alcance de esa vinculación. Se reducía al ámbito de una minoría de economías prósperas de Occidente, lo cual ponía en evidencia la fragilidad del orden político en la belle époque.
Al presentar los problemas principales del tema de esta clase y de sus lecturas obligatorias, decíamos que radican en la contradicción que encierra una época conocida Pensar
como la belle époque, caracterizada por ser de paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo generadora de futuras guerras mundiales que no tendrían precedentes. Al finalizar nuestra clase, podemos afirmar que en efecto su contradicción fue profunda y que se manifestó de varias maneras: la estabilidad de las economías industriales desarrolladas se vio en situación de conquistar y gobernar vastos imperios. Pero esto inevitablemente generó en ellos las fuerzas combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con la estabilidad. También en el período en cuestión aparecieron los movimientos de masas organizados de los trabajadores, característicos del capitalismo industrial, que exigirían su derrocamiento. Las instituciones políticas y culturales del liberalismo burgués se ampliaron a las masas trabajadoras, pero esa extensión se hizo al precio de forzar a la burguesía liberal a situarse en los márgenes del poder político. Entonces, la belle époque fue un período
de
profunda
crisis
de
identidad
y
de
transformación
para
la burguesía,
acompañado por los cambios del sistema económico, que hicieron que las grandes organizaciones o compañías, o sea las personas jurídicas,
sustituyeran a las personas
reales y a sus familias, que antes poseían y administraban sus propias empresas. Se anunciaba, por tanto, la gestación de un mundo distinto.
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Como sostiene Hobsbawm, las estructuras económicas que sustentan el siglo XX “no son ya las de la empresa privada en el sentido que aceptaron los hombres de negocios en 1870. La revolución cuyo recuerdo domina al mundo desde la primera guerra mundial no es ya la Revolución francesa de 1789. La cultura que predomina no es la cultura burguesa como se hubiera entendido antes de 1914(3).” En clases posteriores ustedes analizarán las características que evidencia el mundo a partir de 1914.
3- Eric Hobsbawm. La era del Imperio, 1875-1914. Buenos Aires, Crítica, 2006, p. 19.
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Clase 3: Las principales corrientes ideológicas: Liberalismo, Socialismo y Nacionalismo. Panorama de América Latina y Argentina en el tránsito de un siglo a otro.
En esta clase se compone de dos núcleos temáticos. En primer lugar veremos
el conjunto de ideas que
motorizaron las transformaciones producidas a partir de la segunda mitad del siglo XIX, prestando especial atención al nacionalismo y su influencia en el proceso de formación de los estados nacionales europeos. Luego analizaremos cómo se produjo este proceso en América Latina, haciendo foco en el caso argentino. Para ello se deberá realizar una lectura crítica de la bibliografía indicada: Hobsbawm, Eric. La era del Imperio. Buenos Aires, Crítica, 1998. Cáp. 6 p 152-174. Romero, Luis A. Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires, F.C.E, 2001. Cáp. 1 p 15-36
1- Principales corrientes ideológicas del Siglo XIX: Liberalismo, Socialismo y Nacionalismo Durante el siglo XIX se solidificaron algunas corrientes ideológicas que, nacidas del impacto de la doble revolución,
expresaban
la
diversidad
de
miradas
sobre
los
nuevos
desafíos
planteados
por las
transformaciones recientes. Una de ellas fue el Liberalismo que, surgida en el siglo anterior había sustentado la empresa revolucionaria en Francia. Otras fueron teóricas en
la cuestión obrera,
la corriente socialista, que centró sus elaboraciones
y finalmente el nacionalismo que trataba de responder a la cuestión
planteada por la formación de los nuevos estados europeos. Veamos entonces sus características principales.
Liberalismo
Basado en el reconocimiento de los derechos naturales del individuo sus elaboraciones se proponían resguardarlo frente a los avances del estado. Estos derechos, ya señalados en la Declaración Universal de 1789, solo podrían ser protegidos con la instauración de un estado de poderes limitados, que se convirtiera en garante de los mismos. La cuestión estribaba, entonces, en la forma de ponerle límites al estado para evitar los abusos cometidos bajo el imperio de las monarquías absolutistas. Desde el punto de vista político
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la solución estaba en el establecimiento de sistemas parlamentarios y en la sanción de una constitución
que
reflejara
la
voluntad
popular
soberana.
Esto
traía
aparejada la
consideración sobre la representación y el sufragio. En un primer momento la mayoría de los países optaron por sistemas de sufragio restringidos, que solo consideraban ciudadano con derecho a voto a pequeños sectores privilegiados. Solo después de la segunda mitad del siglo XIX se produjo la ampliación del sufragio hasta concluir en el establecimiento del sufragio universal. Desde lo económico sostenía la implementación de una economía de libre mercado, regida por las leyes de oferta y demanda. A partir de la obra de Adam Smith (Investigaciones sobre la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones, 1776) se comenzó a imponer la idea de evitar la intromisión del estado en el libre juego del mercado, que libre de interferencias, sería el más eficiente asignador de recursos para el crecimiento económico. A partir de la segunda mitad del siglo, la obra de Augusto Comte (Curso de Filosofía positiva, 1842) permitió la consolidación del Positivismo. Sostenía Comte que la humanidad había pasado por tres estadios de evolución, siendo el último el positivo, correspondiente a las sociedades industrializadas que, a través de sus adelantos científicos y tecnológicos podrían dar solución a los problemas de la humanidad. La idea de que las sociedades marchaban hacia un progreso indefinido se basaba en la premisa de la existencia de un orden natural que había que conocer y aceptar. Estas ideas plasmaron la visión de una realidad social dominada por la ciencia y vinculada a posiciones evolucionistas. A la clásica teoría biologista de Charles Darwin (Sobre el origen de las especies, 1859) se sumó el llamado evolucionismo social. Hebert Spencer (La estática social, 1850) se abocó al estudio de la sociedad como un organismo vivo y aplicó el concepto darwiniano de “supervivencia del más apto” para concluir que las sociedades son producto de la selección natural de los individuos y quienes las dominan son los más aptos para la función. Esta visión derivó en la idea de un inmovilismo social cuestionada desde otras escuelas de pensamiento.
Socialismo Mientras el liberalismo celebraba el desarrollo industrial, otros pensadores criticaban la deshumanización de la sociedad capitalista y las injusticias que el sistema provocaba. Estas críticas favorecieron el desarrollo de una nueva corriente de ideas que proponía la constitución de una sociedad más justa. Los primeros pensadores, Saint- Simón, Fourier y Owen, proponían la modificación del sistema social vigente y la implementación de comunidades en las que la cooperación y la solidaridad reemplazaran el individualismo y la competencia. Las propuestas de implementación concluyeron en un fracaso, razón por la cual se conoció a esta corriente como socialismo utópico.
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Los socialistas alemanes Karl Marx y Friedrich Engels criticaron a los utópicos y plantearon la creación del socialismo como doctrina científica. Para Marx, la evolución de la humanidad está determinada por la evolución de las fuerzas económicas. Cada etapa del proceso responde a un determinado sistema productivo, cuyas formas sociales y económicas entran en colisión con fuerzas surgidas en su propio seno. Esta idea (explicada según el principio dialéctico del filósofo alemán Georg Hegel que sostenía que cada idea engendra su propia negación) permitía pensar la historia como sucesión de formaciones sociales que se transformaban en forma constante. En su obra El capital presentaba el sistema capitalista como un sistema de explotación de clases a través de las relaciones de producción. Sostenía que en él los capitalistas, dueños de los medios de producción, se enfrentan al proletariado que solo posee su fuerza de trabajo, adueñándose del producto de la misma. De modo que, aunque no se lo propusiera, el capitalismo contribuía a formar una clase de desposeídos
que finalmente lo destruiría. La única vía de cambio es, por tanto, la lucha de clases
que, convertida en motor del proceso revolucionario, derribaría a la burguesía para establecer el estado sin clases y poner fin a la propiedad privada, fuente de toda situación injusta.
Desde la publicación del
Manifiesto Comunista en 1848, se afianzó la idea de la formación de una alianza obrera de carácter internacionalista que fuera capaz de organizar la lucha contra la burguesía capitalista sin distinción de nacionalidades. El marxismo tuvo una enorme influencia en el pensamiento europeo y mundial y se cristalizó en la revolución de 1917, que convirtió a Rusia en el primer estado socialista del mundo.
Nacionalismo A partir de la segunda mitad del siglo XIX se intensificó el proceso de construcción y consolidación de los estados nacionales. La idea de nación había sido introducida por el Romanticismo y se apoyaba en la existencia de una identidad cultural y un pasado común. En el período de 1880 a 1914, la preocupación de los estados por dar una configuración espacial a sus territorios convirtió a los conflictos de límites en una cuestión nacional. A su vez, la competencia entre las naciones industrializadas exacerbó la expansión imperialista y
los estados nacionales consideraron a los
demás una amenaza a su propia existencia y crecimiento. La preeminencia de la cuestión nacional, movilizada gracias a la democratización de la política, llevó al auge del nacionalismo.
Desde entonces el
término comenzó a hacer referencia a grupos de derecha, principalmente en Francia e Italia, contrarios a los extranjeros y partidarios de la expansión agresiva de sus estados. Eric Hobsbawm analiza los cambios producidos en el nacionalismo a partir de 1870, señalando tres cuestiones principales: el derecho a la autodeterminación como sinónimo de independencia, la definición étnico-lingüística de la nación y la aparición del patriotismo como idea de la derecha política(4).
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Las transformaciones operadas
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en la economía de la era
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tecnológica requerían la educación de las masas y su proceso se centró en la escuela, como medio de crear ciudadanos homogéneos desde lo lingüístico y administrativo. La imposición de una lengua nacional fue el presupuesto básico para la implementación de un sistema educativo nacional. La gran expansión de la escolarización primaria en este período cumplía también otros objetivos: la escuela instrumentalizaba el proceso de nacionalización de las masas a través de la enseñanza de la lengua, las tradiciones y la historia nacional. Paralelamente, los procesos migratorios ayudaron a la expansión del nacionalismo. El aflujo de extranjeros pobres provocó un período de xenofobia
al calor de los temores de los distintos sectores de la sociedad
receptora: los del proletariado urbano a la falta de trabajo y los de las clases medias al fin de la “civilización respetable” por la imposición de nuevos usos y costumbres. Lo cierto es que, frente a la nueva realidad, también los inmigrantes comenzaron a desarrollar sentimientos nacionalistas, que se creación de asociaciones
materializaron en la
de socorros mutuos o cooperativas, sostenidas por un tejido de relaciones
personales de cohesión. Sostiene Hobsbawm que la fuerza impulsora del nacionalismo fue el tradicionalismo, manifestado como reacción conservadora frente a la perturbación del orden social.
Su crecimiento fue un fenómeno
protagonizado por clases medias que se sintieron amenazadas por el progreso de la economía industrial y fueron impulsadas hacia la derecha política. Un nacionalismo de este tipo era un vehículo para canalizar resentimientos colectivos: los extranjeros eran los culpables de la alteración del viejo orden y su arquetipo era el banquero y empresario de origen judío, cuestión que generó un virulento antisemitismo. Cuando la tensión internacional hizo evidente la posibilidad de un conflicto internacional, el nacionalismo ganó terreno. El estallido de la guerra en 1914 produjo un patriotismo militar que se convirtió en la fuerza movilizadora de la masa de soldados que identificaron la causa del estado con la propia.
2- Panorama de América Latina y Argentina en el tránsito de un siglo a otro Hacia mediados del siglo XIX
América Latina transitaba también un proceso de formación de los estados
nacionales. La consolidación del capitalismo europeo, la expansión del mercado mundial y la reciente división internacional del trabajo crearon las condiciones para el crecimiento material de las nuevas naciones. Las economías latinoamericanas se fueron especializando en la producción de materias primas para colocar en el mercado internacional: café en Brasil, azúcar en Cuba, minería en Perú y carne y cereal en Argentina se convirtieron en el motor del crecimiento económico, posibilitado por cambios en los factores de producción signados especialmente por la expansión de las fronteras productivas, el crecimiento demográfico derivado de la inmigración y las inversiones de capital extranjero.
Pensar
La Argentina comenzaba en los ochenta un período de progreso, conformado tanto por las condiciones favorables del entorno internacional como por la transformación institucional que garantizaría las inversiones y la rentabilidad de los inversionistas. El proceso de formación del estado nacional comenzó con el control del territorio, a través de la
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conquista al desierto, que incorporó tierras aptas para la producción, y la capitalización de Buenos Aires, que dejó en manos del gobierno nacional tanto la propia sede administrativa como el puerto y su función de conexión con el comercio exterior. Paralelamente se produjeron cambios institucionales: el establecimiento de un sistema presidencialista que tomó el control sobre las provincias y la sanción de un conjunto de leyes y códigos que otorgaron seguridad jurídica permitiendo el despegue económico. En un país con grandes extensiones de tierras fértiles y escaso capital y mano de obra se impuso la idea de hacer uso intensivo del factor abundante. El estado facilitó así la inserción del país en el mercado mundial en el papel de productor agropecuario. Luis Alberto Romero analiza la conformación del modelo que se implantó a partir de 1880, señalando que su implementación implicaba estrechar los vínculos económicos con Gran Bretaña, que venían desarrollándose desde la independencia.(5) Entre 1880 y 1913 el capital británico afluyó al país en forma de préstamos al estado, inversiones en servicios públicos y ferrocarriles; el estado nacional respondió otorgándole exenciones impositivas y tierras a los costados de las vías férreas por tenderse. La expansión requería el aumento de mano de obra, razón por la cual el estado estimuló la inmigración europea y modificó la política migratoria para flexibilizar el asentamiento de los contingentes de inmigrantes. Las tierras recientemente incorporadas luego de la conquista al desierto fueron transferidas en grandes extensiones a propietarios ya existentes, lo que dificultó el acceso a la tierra a los recién llegados. En la provincia de Buenos Aires siguió predominando la explotación pecuaria, sobre todo luego de que el frigorífico hiciera rentable la el refinamiento de razas destinadas a exportación. Señala Romero que entonces la necesidad de praderas artificiales estimuló la colonización agrícola, especialmente en el litoral y Buenos Aires donde comenzaron a desarrollarse explotaciones de tipo mixto. Los propietarios de tierras mostraron un comportamiento flexible en sus inversiones, en búsqueda de oportunidades de ganancia. De esta forma, la demanda externa de cereales y carne propició un crecimiento vertiginoso de la economía nacional.
La expansión agrícola fue continua desde 1890: trigo, maíz y lino acompañaron las ventas de carne congelada para convertir a la Argentina en uno de los principales exportadores mundiales hacia las vísperas de la 1º guerra mundial. Estas transformaciones económicas, dependientes del librecambio y la especialización agropecuaria, produjeron un crecimiento desigual que acentuaba la brecha existente entre las economías del interior y el pujante sector pampeano. Al mismo tiempo, el crecimiento de los ingresos generados por la expansión económica y el aumento de población generaron
hicieron surgir
un sector industrial vinculado a la actividad
agropecuaria, del que los frigoríficos se convirtieron en un caso paradigmático. Fuera de éste, el crecimiento industrial afrontaba los problemas derivados de la falta de capitales, la competencia foránea y la ausencia de créditos para el desarrollo de la actividad.
La implantación de un
modelo de crecimiento estrechamente ligado a la economía internacional a través de la inversión y los préstamos al estado
impactó directamente en la estabilidad. Las crisis cíclicas del
capitalismo producidas en 1873 y 1890 arrastraron al país, generando períodos de recesión que se hicieron sentir en la estructura productiva. Superados estos momentos, el crecimiento se extendió hasta la 1º guerra mundial, momento en que la desorganización de los circuitos
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comerciales generó nuevos desafíos al modelo económico. La sociedad fue modificada a raíz de las transformaciones económicas y la inmigración. Entre 1880 y 1914 se conformó en el país una sociedad nueva, abierta y flexible, cuyo signo distintivo fue la
movilidad
ascendente. El impacto producido por la llegada masiva de inmigrantes se dejó sentir especialmente en la pampa húmeda. A los colonos establecidos en la zona del litoral
en calidad de arrendatarios se sumó la
llegada de trabajadores a los grandes centros urbanos, en busca de oportunidades laborales. Allí
se
presentaron las primeras dificultades a los recién llegados: la escasez de viviendas, el alto costo de los alquileres, la inestabilidad de los empleos y los bajos salarios se sumaban a la complicación de comunicarse en una lengua que no era la propia.
Para enfrentarlas se crearon
núcleos asociativos
que fueron
desarrollando diversas formas de responder a las necesidades de inclusión en la nueva sociedad. El ascenso social se cristalizó en las generaciones siguientes y los hijos de inmigrantes, gracias al acceso a la educación, conformaron la amplia capa de clases medias que caracterizaron a la sociedad argentina. Las clases tradicionales conformaban un círculo cerrado amparado en el mantenimiento de los valores simbólicos que les permitían diferenciarse del conglomerado criollo inmigratorio. Pensar
Se consideraban los verdaderos dueños del país reservaron para sí el manejo de la política evitando que cayeran de sus manos los resortes del poder. Convencidos de que la transformación del país debía realizarse “desde arriba” le otorgaron gran importancia al control de la sucesión política. La fórmula para conseguirlo fue restringir la participación ciudadana, otorgando derechos civiles pero no políticos a los inmigrantes y ejerciendo fraude en el sistema electoral. A ello se sumaba la falta de partidos políticos alternativos al partido oficial, el PAN (Partido Autonomista Nacional), único capaz de movilizar la maquinaria electoral a través de la labor de los punteros o caudillos locales, que cambiaban votos por favores tejiendo una trama de clientelismo político. Asegurada la continuidad, la política conservadora se dio a la tarea crear un conjunto de leyes laicas que pusieron importantes resortes de control en manos estado nacional, entre ellas, las leyes de Registro Civil y Matrimonio Civil,
la de Servicio militar obligatorio y la Ley 1420 que
establecía la obligatoriedad de la enseñanza primaria y dejaba la responsabilidad de impartirla en manos del estado. No faltaron, sin embargo diversas tensiones que terminaron con la sanción de leyes tendientes a solucionarlos: el crecimiento de la conflictividad social, atribuido entonces a las huelgas provocadas por anarquistas y sindicalistas, que desembocó en la sanción de la Ley de Residencia (1902); y la aparición de un movimiento político, el radicalismo, que llamaba a la moralización de la función pública y la vigencia de la constitución. La sanción de una Ley Electoral (1912) dejó finalmente el camino abierto a la llegada del radicalismo al poder. 4- Hobsbawm, Eric.... op cit 5- Romero, Luis A.....op.cit.
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